PÁGINA 1 –
REFLEXIONES
EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)
UN MUNDO AL REVÉS
El poeta Antonio Machado, en verso
inolvidable, dijo que, cualquier necio confunde valor y precio, y esto es un
sistema en donde todos tenemos un precio, una cotización, y de ahí se define
nuestro valor. O sea, es un sistema que miente, porque el valor no se mide por
el precio. Las cosas más valiosas suelen ser gratuitas, como el aire. Pero
resulta que el sistema ha logrado que el aire puro sea un privilegio de los que
pueden pagarlo. Entonces hay como un sistema que funciona patas arriba, que no
prioriza lo que de veras vale, y que además nos entrena para el egoísmo y nos
prohíbe la solidaridad, de tal modo que nos cuesta mucho ver al prójimo, al
otro, a la otra, como una promesa, y estamos casi que obligados a ver al otro
a, la otra, al prójimo, al vecino, como una amenaza. Mucho cuidado! Mucho
cuidado con el terrorismo, con las pestes. Cuando no es la porcina, es la…,
cuando no es la culpa de boca verde…si es de los pobres chanchitos, ser’s de
las gallinas o de las vacas locas, o...Siempre estamos depositando la
responsabilidad afuera, así que todo el reino animal nos sirve a la hora de
fabricar el miedo y el terrorismo, que el sistema fabrica... Por ejemplo, la
guerra de Iraq que ha sido una fábrica de terroristas. Termina siendo el
pretexto para que la industria militar prospere, y el mundo termina estando
organizado para la muerte y no para la vida. La mayor parte de los recursos se
destinan para la muerte, o sea, la industria militar, que se come una cantidad
inmensa de recursos, de energía, de tiempo. Es un mundo que vive en guerra
perpetua, por una razón muy simple. Y es que los que custodian la paz son los
cinco países principales productores de armas. Esos son los que velan por la
paz, pero resulta que son también los que hacen el negocio de la guerra. Si
estará patas arriba el mundo, no, digo yo.
PÁGINA 2 –
POESÍA ARGENTINA: SANTA FE
SERGIO BARTÉS
OCASO
Está solo
en el centro del parque
y se deshace de ser árbol
ya no habla con el viento,
hasta los pájaros
y la idea fija de sus cantos
son ausencias desmedidas.
en el centro del parque
y se deshace de ser árbol
ya no habla con el viento,
hasta los pájaros
y la idea fija de sus cantos
son ausencias desmedidas.
De pie
aunque
vencido el cuerpo
de sometida madera
me mira con elocuencias
de agonía
y no sé que decir.
vencido el cuerpo
de sometida madera
me mira con elocuencias
de agonía
y no sé que decir.
Entonces
guardo silencio
solo escribo palabras secas
de lenguaje evaporado
que no alcanzan a coronar
una extensión de vida.
solo escribo palabras secas
de lenguaje evaporado
que no alcanzan a coronar
una extensión de vida.
ELSA HUFSCHMID
METÁFORA SOBRE HUESOS
Cargo sobre mis hombros mi esqueleto cada día más roído, más pesado.
De entre sus ranuras brotan anemicos árboles, hambrientos de savia nueva.
No florecerán
No habrá frutos.
Pasa un tiempo y no los siento, pero de pronto descargan todo su peso sobre mí, las rodillas flaquean y debo apoyarme para no caer.
Amo estos viejos y sufridos huesos. Conozco de sus luchas , de sus largas caminatas sobre piedras punzantes.
Debo seguir con esta carga.
En algún minuto de este milenio nos fundiremos y con una sonrisa cómplice, descansaremos en paz.
FERNANDO BELOTTINI
LO QUE LAS
PIEDRAS DICEN
Tanto a mi hijo como a mí
nos gustan mucho las piedras
también a mi padre
sospechamos que guardan algo
en su memoria
y que han visto lo posible
desde la inmovilidad
y podrían contar
atractivas aventuras
Nadie nos dijo que así fuera
es un augurio genético
y lo vamos transmitiendo
cópula mediante
de generación en generación
Cuando mi hermano
venga a visitarnos
sé que saldrá a juntar piedras
y dirá ¿viste esta? ¿y esta?
y traerá las que supone
fueron árboles o raíces
o querrá encontrar incrustado
el resto fósil de un pez
o de un escarabajo
y se las llevará a su casa
más allá del peso y del color
o de que antes hayan sido
pez, vegetal o escarabajo
y por las noches
esperará en silencio
como los demás
que ellas le hablen.
MARÍA BEATRIZ BOLSI
NACER
PALABRA
Nace de
mano abierta
entra por
cualquier ventana de la casa.
Canto de
arena
desde la piedra antigua
la
despierta
y un
apenas fueguito alcanza
para entibiarla.
Asciende
por los
ojos del día
hasta el silencio blanco.
Garúa de
infancia
Sombra de
ala volando bajo
en el atardecer rosado.
Nacer
palabra. Con hambre y llanto.
Con
desnudez
y rebeldía.
Azul de
mariposa sin peso
por
el viento
para desordenarnos la mirada.
Volverse
harina que se amasa
para que en panes
llegue
su fragancia.
Lo dice
todo
en su
delgado universo
de sonido y de página.
Lo dice
todo
aunque – a
veces-
parezca
que no dice nada.
JORGE LACUADRA
NO SE DEBERÍA SOÑAR CON CIERTAS COSAS...
No se debería soñar por ejemplo,
que afuera, detrás de esa puerta inmóvil
hay un cielo verde pálido
como las hojas de un libro de cristal,
y que ante mí, una niña triste y albina
es dueña de todas las nubes
y que de un viejo sombrero de copa
ella extrae los últimos peces del Paraíso.
que afuera, detrás de esa puerta inmóvil
hay un cielo verde pálido
como las hojas de un libro de cristal,
y que ante mí, una niña triste y albina
es dueña de todas las nubes
y que de un viejo sombrero de copa
ella extrae los últimos peces del Paraíso.
No se debería soñar por ejemplo,
que en el jardín, debajo de ese cielo
hay rosas con olor a jengibre y nuez
y mariposas clavadas en las espinas,
y que ante mí, la niña que es hermosa
ha llorado ante los ojos de la mandrágora
buscando en su rostro alucinado
las huellas del insomnio que no llega.
que en el jardín, debajo de ese cielo
hay rosas con olor a jengibre y nuez
y mariposas clavadas en las espinas,
y que ante mí, la niña que es hermosa
ha llorado ante los ojos de la mandrágora
buscando en su rostro alucinado
las huellas del insomnio que no llega.
No se debería soñar por ejemplo,
que al final, de ese viejo sendero
debería haber un árbol pero hay una cueva,
donde no se puede jugar con huesos,
y que ante mí, una niña que nunca miente
pinta de azul las escamas rotas
abandonadas hace miles de años
por los dragones de los antiguos mapas.
que al final, de ese viejo sendero
debería haber un árbol pero hay una cueva,
donde no se puede jugar con huesos,
y que ante mí, una niña que nunca miente
pinta de azul las escamas rotas
abandonadas hace miles de años
por los dragones de los antiguos mapas.
No se debería soñar por ejemplo,
con tortugas y con laberintos,
las primeras acusan la letanía de la eternidad,
el dédalo huye con las sombras del atardecer,
y la niña que es cómplice del silencio
y posee un unicornio de alabastro azul
oculto en los rincones inconclusos de mi sueño,
me regala estos versos bañados de luna.
con tortugas y con laberintos,
las primeras acusan la letanía de la eternidad,
el dédalo huye con las sombras del atardecer,
y la niña que es cómplice del silencio
y posee un unicornio de alabastro azul
oculto en los rincones inconclusos de mi sueño,
me regala estos versos bañados de luna.
No se debería soñar con ciertas
cosas…
© Jorge
Lacuadra - Derechos Reservados - 2017
ALEJANDRA TIRABOSCHI
RESCATE…
Cuando el tiempo empieza a azular desesperanzas,
está tu voz, hija y me rescata.
Cuando empieza a creer que hay que desdibujar mapas
me riega tu mirada
y organiza parcelas y me acomoda el alma.
Cuando teorizo sobre soledades
y hablo baratamente de la nada,
viene tu mano y al rozarme me llama.
Cuando estoy y no estoy
borrando tardes y tempranas mañanas,
te me asomas entera con la sonrisa amplia.
Entonces le junto a la vida las palabras
para jugar con vos
y sin apuro, porque el tiempo pasa.
PÁGINA 3 –
ENSAYO
LUCÍA MELGAR PALACIOS
(México)
ELENA GARRO: PODER DE LA PALABRA.
Creadora de mundos de luz y
sombra, Elena Garro exploró todos los géneros: el periodismo, el guion
cinematográfico, el ensayo, las memorias, la poesía, el teatro y la narrativa.
La maestría de su escritura y la creatividad con que innovó en los dos últimos
bastan para situarla entre las mejores plumas en lengua castellana.
Gran lectora, conocedora de la
literatura española de los siglos de oro, del romanticismo alemán, de la gran
novela rusa y de la literatura fantástica del Río de la Plata, entre otras,
conjuntó en sus textos una mirada aguda y sensible sobre su época, una
imaginación deslumbrante y una escritura fina, rica en matices y contrastes.
Testigo de su tiempo, trazó en su
obra un amplio y lúcido mosaico de los avatares del siglo xx. En sus novelas y
cuentos, farsas, dramas y memorias, aparecen escenas de una Historia turbulenta
y sombría; personajes entrañables o despreciables, atrapados en la mediocridad
del tiempo cronológico o amenazados por un destino fatal, que buscan, y a veces
encuentran, un punto de fuga hacia ámbitos ajenos a la burda materialidad
cotidiana. En paisajes brillantes o desolados, jardines, casas o cuartos de
hotel, habitan seres las más de las veces desesperanzados que, no obstante,
anhelan otra manera de ser y vivir. Para algunos, la imaginación abre la puerta
hacia la libertad, así sea pasajera; para otros, la resistencia desde la
lucidez crítica es el último refugio; los más quedan expuestos al embate de la
violencia política o personal, al afán de poder de unos cuantos, sujetos a un
sistema social opresivo, en que florecen la mentira y la arbitrariedad. La
recreación del pasado y la reflexión desde el presente están atravesadas por
una visión crítica del progreso, un cuestionamiento de la injusticia y la
desigualdad y un anhelo de cambio que solo parece alcanzable en un tiempo
fantástico, en otra parte.
La aguda crítica política y social
que se despliega desde Un hogar
sólido (1956) en el teatro y Los
recuerdos del porvenir (1963) en la novela, hasta Memorias de España 1937 y la
narrativa publicada en los años noventa, invita por sí sola a la relectura y
confirma la vigencia de esta obra. Lo que la hace perdurable y extraordinaria,
sin embargo, es el arte de la escritura, deslumbrante en sus mejores
creaciones, y la potencia de la imaginación que amplía la realidad de personajes
y lectores. La oralidad, el ritmo de la prosa, la vivacidad de los diálogos, la
elegancia de la ironía en las farsas, dan cuenta de un oído fino y sensible a
los matices de la voz. La viveza de las imágenes visuales, la densidad de la
prosa poética en Los recuerdos
del porvenir, La
semana de colores (1964) y en las piezas en un acto sobre todo; el
entrelazamiento de palabra y silencios expresivos que, con distintos tonos,
caracterizan la escritura garriana hasta Mi
hermanita Magdalena, añaden intensidad al drama y profundidad a la
narración.
Ligada a un concepto múltiple del
tiempo y a un sentido mágico de la palabra, la vertiente fantástica de la
imaginación fisura ámbitos muchas veces sombríos que se iluminan con la
irrupción del deseo o la esperanza. Si bien estas iluminaciones se reducen a
partir de los cuentos exílicos de Andamos
huyendo Lola (1980), y la palabra pierde magia en el universo
ficticio, persisten, en tono menor, el anhelo de libertad o la nostalgia de un
paraíso perdido, indicios de resistencia perceptibles en algún pasaje lírico,
como en La casa junto al río
(1983) o en un efímero escape fantástico que conduce a la muerte o libera, como
sucede en “Una mujer sin cocina” y “La dama y la turquesa”.
El rico tejido de la escritura de
Garro y las múltiples facetas de la realidad social y política que abarca
ofrecen pues una amplia gama de lecturas. Así lo demuestra la crítica, cada vez
más amplia y diversa, que ha destacado los juegos con el tiempo, la memoria, la
dinámica de lo fantástico, la idealización de la infancia, la reivindicación de
culturas y grupos marginados, la visión crítica del poder patriarcal, la
reinterpretación de la historia, la ironía contrapuesta a la solemnidad... A
estos y otros puntos de partida puede añadirse, como invitación al viaje, una
exploración de la visión crítica de la dominación como crítica del discurso
autoritario, a la que subyace un concepto poético y ético de la palabra como
fuerza transformadora, y del silencio como manifestación expresiva que no es solo
ausencia de voz. Desde mi perspectiva, una de las claves del poder de la
escritura de Elena Garro es su fina percepción, y expresión, de los matices del
lenguaje –silencio y voz– y de los efectos nefastos de su degradación por el
discurso monológico del autoritarismo, político, social o personal.
EL TIEMPO DE LA DICHA
Los recuerdos del porvenir,
iniciadora del realismo mágico o renovadora de la literatura fantástica, según
se vea, es una novela innovadora desde la voz narrativa colectiva del pueblo
que surge desde la “piedra aparente” de la memoria y desciende hasta la plaza,
para contar los avatares de una comunidad y sus habitantes durante la era
posrevolucionaria y la guerra cristera. El relato de esta desde la experiencia
del pueblo, opuesto a la invasión de las tropas federales y a la política que,
desde su perspectiva, le cierra la iglesia, rompe, en los años sesenta, con la
versión triunfante de la revolución. Más que una novela cristera, como la
leyeron algunos, este es un relato de la microhistoria contada desde el margen.
En el pasaje más conocido, además del memorable primer párrafo, el tiempo se
detiene de pronto y todo queda inmóvil y mudo. La ruptura del tiempo
cronológico abre paso entonces a los amantes desdichados que huyen hacia un
horizonte iluminado y vivo. Al inscribir este acontecimiento extraordinario
como un hecho verosímil, la autora amplía la realidad y le da un sentido
esperanzador al tiempo, como tiempo del deseo y la felicidad.
Esta fisura temporal, que aquí
puede atribuirse a la fuerza del amor, es también signo de la constricción del
ámbito diegético en que se acumulan ahorcados, la palabra circula como chisme o
discurso hueco o se coagula en letras sin sentido. Ahí solo el teatro y la
poesía abren camino a la ilusión y alejan de la mediocridad.
La bifurcación del tiempo en Los recuerdos del porvenir
introduce en la narrativa de Garro un anhelo de superar a Cronos, sugerido ya,
con otros matices, en Un hogar
sólido, farsa lúgubre con que Garro se inicia en el teatro. En la
cripta donde se van reuniendo los integrantes de una familia, el tiempo
cronológico no pasa: cada quien permanece en la edad de su muerte. El carácter
fantástico de esta pieza se manifiesta también en un concepto de la vida post mortem como oportunidad
de “ser todas las cosas” y “todos los tiempos”. La dicha que transmite el
lirismo de las imágenes en que pueden transformarse los moradores de este otro
mundo contrasta irónicamente con su infelicidad anterior: el ansiado hogar
sólido se encuentra únicamente en la tumba.
La concepción garriana del tiempo
no solo opone a Cronos el tiempo del deseo. En los cuentos de La semana de colores, el
tiempo se bifurca en dos días paralelos, o se fragmenta en dos siglos separados
que de pronto se superponen o entrecruzan, como sucede en “La culpa es de los
tlaxcaltecas”, uno de los mejores cuentos mexicanos, según Carlos Monsiváis. El
paso de un siglo a otro, que la protagonista vive con naturalidad, contrasta
dos épocas, dos cosmovisiones que forman parte de una sociedad que se dice
mestiza pero no ha asumido su pasado, y donde el progreso no significa mejores
relaciones de género ni mayor felicidad. El relato puede así leerse como
indagación en el “problema de la identidad” y como reivindicación de la
Malinche (de acuerdo con Evodio Escalante); el final sugiere un impasse o la imposibilidad de
acceder a la dicha en este mundo.
Aunque la felicidad se vislumbre
en la tumba, en el pasado o en un instante inaccesible para los más, el
desdoblamiento del tiempo abre la puerta a una realidad deseada e ilumina la
belleza del mundo, que suele pasar inadvertida en el agobio del presente. Ese
tiempo del deseo y de la dicha es también un tiempo que se conserva en la
memoria, al que puede accederse a través del relato o del recuerdo. Así en el
ambiente más sombrío de Andamos
huyendo Lola, por ejemplo, aparece un tiempo-espacio que lleva a
los personajes a una muerte liberadora o a un refugio fantástico.
EL CIELO DE LOS FUSILADOS
El tiempo arruinado de Ixtepec
bajo el embate de la violencia es también el de los fusilamientos que denuncia
Felipe Ángeles, protagonista del drama histórico en el que Garro enjuicia a la
Revolución. La crítica de la violencia política apunta al abuso del poder, a la
manipulación de la historia y al vaciamiento de la palabra. Con matices
diversos, la autora configura la violencia como una maquinaria destructiva que
se retroalimenta desde lo político, lo social y lo personal. El tiempo de la
violencia parece inmóvil o se manifiesta como un tiempo cíclico que anuncia un
destino funesto, a veces ineluctable.
Esta visión integral de la
violencia destaca por la lucidez con que se configura la violencia contra las
mujeres como factor estructural en un sistema de dominación excluyente y
depredador que la reproduce, normaliza e intensifica. Los recuerdos del porvenir, Testimonios sobre Mariana
(1981), Reencuentro de personajes
(1982) son, desde esta perspectiva, novelas notables por la minuciosidad con
que se desmonta la dinámica de la agresión misógina y se exponen los efectos
del miedo, el aislamiento y la desesperanza que provoca.
Destaca también, en términos éticos
y literarios, por las conexiones que se establecen entre el afán de dominación
y la transformación del discurso en demagogia o en arma que estigmatiza, acalla
y anula. Equivocar las palabras confunde los términos de la realidad y
contamina o impide la comunicación. La mentira, el discurso hipócrita, el
vaciamiento del sentido de palabras como ley, justicia o verdad, son
instrumentos de un Estado autoritario, como el que confronta Ángeles, o Yáñez
en Y Matarazo no llamó... (1991).
Forman también parte del arsenal con que los poderosos acaban por transformar a
los marginados, los exiliados, los indígenas y las mujeres en fantasmas de sí
mismos, en “no personas”.
Contra esta degradación, Ángeles y
Juan Cariño, personajes cercanos a la voz autoral, reivindican el poder de la
palabra que preserva un sentido de verdad, o que, como la poesía, da vida a la
ilusión.
AL HOMBRE SE LE RESCATA CON LA PALABRA
En Felipe Ángeles (1979), la palabra que rescata es
la que enuncia lo prohibido y censurado, la que rompe el silencio impuesto y
dice las verdades del/al poder. La denuncia, la recuperación de la verdad (de
los hechos al menos), la enunciación en voz alta de los secretos del poder, es
peligrosa pero necesaria para vivir y morir con dignidad y sentido ético, como
sugiere también la historia de Yáñez y Matarazo.
Este concepto del poder de la
palabra se manifiesta por contraste en piezas y relatos donde la enunciación no
solo es peligrosa sino destructiva. En “Los perros” o “El árbol”, el código
indígena carga de magia negra la enunciación: pronunciar el peligro es
atraerlo, contarles a otros los propios pecados, los seca y mata. En “El
rastro” la intensidad poética del delirio del protagonista inunda el paisaje de
imágenes sangrientas y estalla en el feminicidio. En la narrativa de los
noventa, ajena a la cosmovisión indígena, la palabra abusiva también es acto
destructivo: el insulto degrada a la agredida y al agresor: quienes denigran y
acosan a las exiliadas o a las mujeres perseguidas son seres inferiores, de voz
chillona y aspecto sospechoso, que destruyen a sus víctimas pero caen ellos
mismos en el abismo de la corrupción y del mal.
Este somero recorrido hacia un
esbozo de una “ética y poética de la palabra” en la obra de Garro quedaría
incompleto sin una mínima alusión al silencio, que, en su escritura, adquiere
una expresividad inusitada.
El silencio aquí no es ausencia de
palabra, ni mera censura: los silencios, polisémicos y diversos forman parte
del discurso de los personajes, impregnan la atmósfera y dan mayor densidad a
la prosa. Abundan desde luego los silencios del suspenso y del enigma,
cruciales en las novelas de corte policiaco. El silencio impuesto por la
represión, la opresión, la violencia y la muerte, arruina a Ixtepec, mina a
Yáñez y a Matarazo, paraliza a las mujeres desarraigadas y maltratadas por
propios o extraños. El silencio cómplice envilece, denota la normalización del
feminicidio, el asesinato moral o la persecución incesante.
Pero hay también silencios
elegidos: callar permite resistir, protegerse y proteger a otros, preservar la
intimidad. Callar es también evitar la palabra innecesaria, entenderse sin
palabras, rechazar la hojarasca verbal cuando no hay más alternativa.
Este entrelazamiento de palabra y
silencios expresivos, apenas esbozado aquí, puede leerse como hilo poético que,
con distinta intensidad, atraviesa el entramado de la escritura de Garro.
Constituye también, me parece, un hilo revelador de la posición ética desde la
cual Elena Garro mira, reconstruye y desmonta la expansión de la violencia, el
afán de poder y la exclusión en épocas oscuras, como la nuestra.
PÁGINA 4 –
POESÍA ARGENTINA: SALTA
DARIO VILLALBA
EL
FANTASMA
Ya casi
no quedan fantasmas
Están en extinción
Si alguien quiere uno en su casa
debe inventarlo
o recurrir a los fantasmas del pasado
no quedan fantasmas
Están en extinción
Si alguien quiere uno en su casa
debe inventarlo
o recurrir a los fantasmas del pasado
Si usted
tiene uno cuídelo:
al verlo
golpee su cara con gestos de terror
arañe su garganta con desesperados gritos
impúlsele a sus piernas
un salto o una carrera
porque si no
se le va a ir
al verlo
golpee su cara con gestos de terror
arañe su garganta con desesperados gritos
impúlsele a sus piernas
un salto o una carrera
porque si no
se le va a ir
El mío
partió
cuando me hice grande
incrédulo de todo
cuando me hice grande
incrédulo de todo
Con la
noche rebalsando en mis ojos
(sin más susto que las deudas)
lo recuerdo
(sin más susto que las deudas)
lo recuerdo
Pensé que
era eterno
como todo lo que nace con la muerte
Ahora
solo está en mi memoria
donde todo
queda lejos
como todo lo que nace con la muerte
Ahora
solo está en mi memoria
donde todo
queda lejos
FERNANDA ESCUDERO
FARSA EDÉNICA
Entre las piernas
Rugieron los órganos,
en el paraíso
alguien entendió
que esa música
podía hacer peligrar
la hastiada existencia
de los seres
que ni sabían qué eran.
A cambio,
les dieron
frutas tentadoras.
Hay gente
que no las probó,
nunca tuvieron la ocasión.
Los arrojaron antes.
CARLOS ALDAZÁBAL
TRILOBITES
Si es por
tragedia, alguien debería
contar la
historia de los trilobites,
animales
marinos condenados a fósiles,
a que
nadie humedezca sus mañanas
ni
recuerde la razón de los abismos.
Pero no se
trata de escribir lo que se sabe.
Aquí la
tragedia es no poder despedirse,
no poder
desear buena ventura,
un “que te
vaya bien, que todo amaine”.
No se
conocen las rutas de la muerte
ni los
designios del azar que transforman los restos.
No se
conoce el rumbo, ni el color, ni la forma.
Sólo
sabemos lo que supura el ojo,
y líquido
por líquido, ojo por ojo,
es la
tragedia la que decora el cuadro:
caminata
torcida para subir un cerro
con
fósiles marinos creciendo en sus cornisas.
Un
caprichoso adiós, que ya no importa.
FERNANDA AGÜERO
EN ESTE CUERPO ESTUVO EVA
en este cuerpo estuvo Eva
bebiendo los tragos absurdos de su soledad
imaginando
que no hay alambres de púas
en mi cuello
ni cepos en los pies
mariposa de trapo
ala frágil
abrazo en la noche
me vuelve caminante su voz libertaria
arropa la infancia en un pueblo lejano
besa las huellas
el barro
el aire que ventila mi sangre
cuando la pienso
con sus pies sin dios sobre la tierra
en un rincón de mí
ella ha tejido una cruz que parpadea
HUGO FRANCISCO RIVELLA
TORMENTA
ALUCINADA
a Gonzalo Rojas
Mi padre
llega atravesando el río,
las
mariposas verdes de la noche deslucen su cabeza.
Desde la
orilla grita mi madre y un trueno zamarrea la boca del relámpago.
Todo
parece quieto y a la vez, todo gira en un hueco de lechuzas y peces,
jabalíes
desdentados, ramajes y abanicos y toros sin cabeza.
Me cuelgo
del hilito de luz que alumbra el patio.
Sus ojos
maldecidos estrujan el paisaje.
Destellando,
amagando
llegar viene mi padre.
La
tormenta se duerme en mis brazos pequeños, y yo me duermo en los brazos de mi
madre que llora.
El caballo
de mi padre llega solo
ya no pesa
su sombra sobre el lomo
TERESA LEONARDI HERRÁN
Ha roto con el árbol genealógico.
Al señor con galera que vivía en su memoria derecha
Lo envenenó esta madrugada.
A la abuela con bucles
que en la foto se esconde detrás de un abanico
la encerró en el sótano.
Al tío que distinguía con su nariz enorme
quienes eran bastardos en familias ilustres
lo ha izado hasta las nubes para que no regrese.
En el invierno alimenta la estufa
con las hojas del Derecho Romano.
Aplaude los desastres bursátiles
y confía en los terremotos futuros.
¿Cuál dueño de los establos de occidente
podrá darle caza
a la jineta que cabalga furiosa
dibujando el mapa de los países por venir?
Al señor con galera que vivía en su memoria derecha
Lo envenenó esta madrugada.
A la abuela con bucles
que en la foto se esconde detrás de un abanico
la encerró en el sótano.
Al tío que distinguía con su nariz enorme
quienes eran bastardos en familias ilustres
lo ha izado hasta las nubes para que no regrese.
En el invierno alimenta la estufa
con las hojas del Derecho Romano.
Aplaude los desastres bursátiles
y confía en los terremotos futuros.
¿Cuál dueño de los establos de occidente
podrá darle caza
a la jineta que cabalga furiosa
dibujando el mapa de los países por venir?
PÁGINA 5 – NARRATIVA
MARCO ANTONIO CORTÉS
(México)
ESPERANZA SUBVERSIVA
“Hacía ya
más de cien mil lunas, de la madre tierra le nacieron las primeras mujeres
mayas, semillas libres que les nacieron las mujeres y hombres que trabajaron
nuestra tierra y ella los alimentó. Ellas nunca poseyeron ni explotaron esta
tierra, sino que por el contrario la compartieron entre sus comunidades y
cuidaron de ella. Fue hasta hace cincuenta mil lunas que los otros mataron y
robaron nuestra tierra, se apropiaron de ella y la explotaron. Desde entonces,
nosotras hemos resistido y defendido nuestro derecho a vivir a nuestro modo,
nuestra cultura, y hemos retomado nuestra tierra, ya desgastada, maltrecha,
para cuidarla nuevamente y pedirle que vuelva a alimentarnos y a nacernos.
Hemos vuelto a acostar a nuestras hijas, al cumplir sus cincuenta lunas, sobre
un petate, para que aprendan a mirar las estrellas y escuchen la voz de
nuestras raíces, y su carne de maíz se nutra de esperanza”. Así hablaba la
comandanta Ramona a las mujeres de Acteal, antes del levantamiento.
Cuarenta
lunas les habían pasado, cuando los árboles crujieron, los ríos crepitaron, la
tierra bramó, y las estrellas, al llegar la noche cayeron en llanto,
inconsolables. Las mujeres madres, las no nacidas y los hombres de Acteal,
habían sido masacrados por las guardias blancas de paramilitares, al servicio
del corazón egoísta de los otros, siervos del capitalismo.
Una radio
encendida en una empobrecida y autónoma comunidad del llamado “Caracol V”: “Se
alza la palabra de las mujeres y hombres indígenas que han logrado con su sudor
la proclamación de la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas”.
Eran las
seis de la tarde, el sol se estaba ocultando detrás de las montañas de la
región de San Cristóbal de las Casas, Chiapaz.
La niña
Quetzalli, con su cotona de lana, estaba acostada sobre un petate, panza arriba
y rascándose el ombligo, su mirada de mujer llegaba hasta la última estrella
del cosmos, en sus ojos, como hermosos espejos, se reflejaba la luna, mensajera
de esperanza de un nuevo amanecer. Esa noche escuchó en el rumor de las hojas
de los frondosos árboles de mango, una voz milenaria.
Le habían
enseñado las ancianas de su pueblo, que la vida de cada una de las personas que
han sido enterradas está depositada en la sabia de los árboles, quienes por
medio de sus raíces, dan la mano a cada una para abrirles las puertas de los
caminos que las llevarán hasta sus hojas, que tocan las estrellas. Cuando caen
las hojas nocturnas es que han tocado el haz de una estrella, y ambas, hoja y
estrella, se confabulan para que renazca una nueva indígena forjadora de
mujeres y hombres libres.
Esa noche
las hojas hablaban con el conejo de la luna: “Han pasado ya ciento cuarenta
lunas y tu has sido testigo de que nuestros pueblos indígenas de Chiapaz han
alzado sus voces para resistir al sistema injusto y defender con sus vidas los
derechos de los pueblos indios”.
El conejo,
se hospedó esa noche en la frente de la niña y susurró a sus oídos: “He visto
como caminaban tu madre, tu padre y tus hermanas con la Junta de Buen Gobierno,
esa que llaman “nueva semilla que va a producir”. Los vi caminar junto con los
otros pueblos, construyendo autonomía en su territorio”.
Un pequeño
temblor sacudió el petate y el ligero cuerpo de la niña. “Ejem, ejem”. Nuestra
madre tierra intervino, comenzó a hablar al corazón de Quetzalli: “Yo te he
nacido, te he alimentado, te he dado la vida, he guardado tu historia, soy la
misma tierra de tus abuelas. De mis entrañas, aires y aguas, salen todas las
riquezas para tu pueblo”. La pequeña escuchaba atenta y sentía como la cálida
tierra la acariciaba. Seguía observando a la luna, y el conejo continuaba su
diálogo: “Por eso tu madre, tu padre, tus hermanas y todas las que en ella
trabajan, se han ganado el derecho de vivir en ella”.
“Santita,
recibe paz”. Dijo la tortuga. Había llegado con su andar paciente a la mano
izquierda de la niña y posó la base de su verde caparazón sobre la palma de su
mano. Su madre le había dicho sobre la tortuga, que era un animal muy sabio,
que la había escogido a ella de entre muchas niñas, para hacerse su compañera y
ayudarla con su tenacidad a que se reconocieran sus derechos, a ser tomada en
cuenta y ser verdaderamente respetada en nuestro modo, para con su paciencia no
desfallecer en tu rebeldía y resistencia”.
La tortuga
como fiel nahual, con su voz grabe y ronca habló con ternura a los sentimientos
de la pequeña: “Sigue caminando en la esperanza subversiva, de tu sangre
indígena, de tus mártires, que viven en los árboles de raíces tan profundas
jamás cortadas. Tu madre, tu padre y tus hermanas, están aquí, en las hojas de
estos mangos”.
“¡Quetzalli,
linda, despierta!” Dijo su abuela. La tomó de la mano con el amor intenso de la
trascendencia, la llevó consigo hasta la carreta donde había un balde con agua,
la ayudó a enjuagarse, mojó su cara, para encontrarse con esos hermosos ojos
negros, brillantes, como las obsidianas. Quetzalli la miró hasta la raíz de su
sentido de vida, buscando en sus ojos, los de su madre. La abuela hablaba casi
como el susurro de los árboles: “Tenemos que seguir caminando, vamos a
denunciar la incursión de la organización paramilitar “Paz y Justicia”, que
armados mataron a tu familia y a otras hermanas más de nuestro pueblo,
invadiendo y despojándonos de nuestras tierras. Porque ellos obedecen al
corazón egoísta del capitalismo”.
La
pequeña, era ya una mujer indígena, a su corta edad, alzaba su palabra para
denunciar los ataques del mal gobierno. La tortuga durante el camino le contó,
que su tía, apenas alcanzada la edad de procrear, había decidido tener una hija
para contribuir a la multiplicación de las mujeres y hombres de maíz, para
seguir cuidando de nuestra madre tierra. “Una radio encendida en una
empobrecida y autónoma comunidad informaba hacía ya setenta lunas antes:
“Fueron encontradas 4 mujeres embarazadas, en la masacre de las 21 mujeres, 15
niñas y niños y 9 hombres, indígenas simpatizantes del Ejercito Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) en la empobrecida comunidad de Acteal, en el norteño
municipio de Chenalhó”.
La
tortuga, que seguía el camino de la esperanza subversiva en un nuevo amanecer,
se mantenía al lado de Quetzalli, esa pequeña que el corazón egoísta del
capitalismo le negó nacer. Pero que gracias a nuestra madre tierra, los árboles
y las estrellas, la habían renacido.
Extendió
su petate, entre la petatera de los marchistas, se acomodó su cotona y se
tendió boca arriba, para alimentar su mirada con esperanza de hojas y
estrellas.
Han pasado
cien lunas, en una pequeña casa de palma y estuco hecho de barro, la pequeña, hecha
mujer, estaba por opción siendo madre al parir una hermosa niña, morena,
cabello negro. La arropó con sus brazos y la amamantó con su amor y deseo de
justicia.
Ya pasadas
50 lunas, como es la costumbre, le vistió su cotona de lana y la acostó panza arriba,
ha aprender a mirar con esperanza subversiva.
PÁGINA 6 –
POESÍA ARGENTINA: LA PAMPA
SERGIO ROSSINI
NO SÉ AÚN
…y yo no sé aún
cómo te cuida el aire de la madrugada cuando estás dormida…
Una sola vez miramos juntos la luna,
pero no nos dimos el tiempo que hacía falta
para dejarla correr por el cielo hasta el final de la noche.
Así que tampoco sé cuál es el peso de tus párpados
cuando se entregan, vencidos de tanto mirarme, a la tregua del sueño.
Ignoro los sueños de tu sueño. El ruido del mar en tus manos quietas.
Las olas. La profunda soledad de tus caderas
cuando se apartan, por fin, del ir y el volver de las mareas.
Así son tantas las cosas
que todavía no aprendieron mis ojos, que aún no sabe mi piel.
Tampoco está en mis pies el calor de tus pies.
Y en el vacío de mis manos está presente la ausencia de las manos tuyas.
Entonces mi cuerpo pregunta,
cómo habría sido el reposo entre tus sábanas nuevas, cómo habría sido el tiempo, cómo los pájaros dormidos,
cómo tu cara sobre la almohada, cómo nuestro destino?
…y yo no sé aún
cómo te cuida el aire de la madrugada cuando estás dormida…
Una sola vez miramos juntos la luna,
pero no nos dimos el tiempo que hacía falta
para dejarla correr por el cielo hasta el final de la noche.
Así que tampoco sé cuál es el peso de tus párpados
cuando se entregan, vencidos de tanto mirarme, a la tregua del sueño.
Ignoro los sueños de tu sueño. El ruido del mar en tus manos quietas.
Las olas. La profunda soledad de tus caderas
cuando se apartan, por fin, del ir y el volver de las mareas.
Así son tantas las cosas
que todavía no aprendieron mis ojos, que aún no sabe mi piel.
Tampoco está en mis pies el calor de tus pies.
Y en el vacío de mis manos está presente la ausencia de las manos tuyas.
Entonces mi cuerpo pregunta,
cómo habría sido el reposo entre tus sábanas nuevas, cómo habría sido el tiempo, cómo los pájaros dormidos,
cómo tu cara sobre la almohada, cómo nuestro destino?
ADRIANA MAGGIO
DESTINATARIO:
Conocí a un hombre lleno de huecos,
de deliciosos huecos.
Un semejante de fibra óptica
y mail dispuesto.
Arrobas (@) van.
Arrobas (@) vienen.
Conocí a un hombre desconocido.
Tan,
tan desconocido
que estamos construyéndonos a gusto.
Arrobas (@) van.
Arrobas (@) vienen.
Y en tal vínculo rara avis
nos queda bien que llueva o que haga sol,
que estemos enojados o felices,
o solos,
o pelado él o calva ella
(o sea yo)
¿?
Arrobas (@) van.
Conocí a un hombre lleno de huecos,
de deliciosos huecos.
Un semejante de fibra óptica
y mail dispuesto.
Arrobas (@) van.
Arrobas (@) vienen.
Conocí a un hombre desconocido.
Tan,
tan desconocido
que estamos construyéndonos a gusto.
Arrobas (@) van.
Arrobas (@) vienen.
Y en tal vínculo rara avis
nos queda bien que llueva o que haga sol,
que estemos enojados o felices,
o solos,
o pelado él o calva ella
(o sea yo)
¿?
Arrobas (@) van.
SERGIO DE MATTEO
NOSTALGIA
Quise
llorarme y no pude,
era intrascendente mi hastío ante los ríos fecundos,
las colosales montañas y los austeros desiertos.
Quise llorarme y no pude,
pero seguí avanzando con la espalda rota,
la mirada extraviada, detrás del aullido de los ausentes.
No pude llorarme, ya no quise,
había sido derribado de la torre de mi furia,
vuelto boca abajo con los clavos del desconsuelo.
No pude llorarme, no quise,
pujaban las flores erguidas bajo un sol impetuoso,
y los huesos empecinados iban royendo la tierra,
buscándole el agua a los espantos, a los fuegos interiores.
Quise llorarme y no pude,
y no pude llorarme, no quise;
sin embargo compadecí mi pobreza,
como si fuera una pena macilenta que se cuelga del viento, de los cielos,
reptando en el paraje más solitario del mundo,
lamentándose de la pérdida de lo que no se era dueño.
No pude llorarme, no quise,
aunque quise llorarme, no pude.
era intrascendente mi hastío ante los ríos fecundos,
las colosales montañas y los austeros desiertos.
Quise llorarme y no pude,
pero seguí avanzando con la espalda rota,
la mirada extraviada, detrás del aullido de los ausentes.
No pude llorarme, ya no quise,
había sido derribado de la torre de mi furia,
vuelto boca abajo con los clavos del desconsuelo.
No pude llorarme, no quise,
pujaban las flores erguidas bajo un sol impetuoso,
y los huesos empecinados iban royendo la tierra,
buscándole el agua a los espantos, a los fuegos interiores.
Quise llorarme y no pude,
y no pude llorarme, no quise;
sin embargo compadecí mi pobreza,
como si fuera una pena macilenta que se cuelga del viento, de los cielos,
reptando en el paraje más solitario del mundo,
lamentándose de la pérdida de lo que no se era dueño.
No pude llorarme, no quise,
aunque quise llorarme, no pude.
ANAMARÍA MAYOL
ÁRBOL EN
ALGÚN BOSQUE
Tal vez
antes de ser mujer
fui
árbol en algún bosque
y mis
ramas crecían hacia el cielo
siempre
intentado ver
el
horizonte
y estuve
allí por siglos
enraizada
aferrada a
la tierra
bebiendo
el cielo
habitada
de pájaros y estrellas
Tal vez
antes de ser mujer
disemine
retoños
dejé
semillas
y el
viento fue mi amante
en los
silencios
mi piel
era corteza
y mis
colores símbolos
del
transcurso del tiempo
en
crecimiento
A veces
pienso en ello
y el
bosque
no es un
lugar extraño
Tal vez antes
de ser mujer
fui árbol
en algún bosque
aún siento
el latido de la tierra
en mis
venas
y hay días
que regresan los pájaros
y anidan
OMAR LOBOS
DEDICATORIA
Ante este dolor se doblan las montañas,
No corre el anchuroso río,
Pero son fuertes los cerrojos carcelarios,
Y tras ellos las “cuevas del presidio”
Y una angustia mortal.
Para algunos sopla el viento fresco,
Para algunos arrulla el ocaso…
Nosotros no sabemos, somos siempre los mismos,
Oímos el odioso rechinar de las llaves
Y pesados pasos de soldados.
Nos levantábamos como para misa,
Íbamos por la capital embrutecida,
Allá nos encontrábamos, inertes como un muerto,
El sol está más bajo y el Neva más brumoso,
Mas la esperanza sigue cantando a lo lejos
una sentencia… y allí las lágrimas que fluyen,
de todos ya ha quedado separada,
Como si le arrancaran del corazón la vida,
Como si la voltearan brutalmente de espaldas,
Pero camina… Tambalea... Sola…
¿Dónde están ahora involuntarias amigas
De estos dos años furibundos míos?
¿Qué ven en la tormenta de nieve siberiana,
Qué creen ver en el círculo lunar?
A ellas envío mi saludo de adiós.
ANA MARÍA LASALLE
LA CASA EN ORDEN
Los carolinos estuvieron de juerga
levantando veredas
El benteveo se tomó el domingo
y los gorriones charlan en desorden
por más que el nuevo Otoño pida calma
y amenace indignado
con convocar la Niebla
Se trata de un Otoño perezoso
no detiene las nubes ni el Diluvio
y Pehuajó se inunda de plateados
y misteriosos ánades
cuyos nombres ignoro
Un otoño algo insólito trajeado como Gulliver
Sufre de spleen y no se aviene a su destino
de ser pintor de ocres
por ser oficio de villanos -dice-
y el trabajo
castigo de Jehová
Duerme la siesta bajo el álamo
la larga trenza de Patricio le cae bajo la nuca
y es tan bello
inmóvil en su sueño
como el soldado de Rimbaud
Un planeador brillante cruza el cielo en silencio
No escucho marchas en la radio
y hay un triciclo rosa estacionado
en el Portal del Tiempo
Todo está en calma, afirman
No sé por qué me angustio
y fantaseo
con esta tonta idea de irme a vivir a México.
PÁGINA 7– APOTEGMAS
J. M. TAVERNA IRIGOYEN
J. M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)
AGUA CLARA, AGUA OSCURA
-Apotegmas-
En la soledad se comprenden los hombres. Es el vacío más cruel,
y a la vez, el más pródigo en arrepentimientos.
De la sabiduría de conocer a los hijos, hablan filósofos y pensadores.
De la naturaleza de comprender a los padres, sólo los teólogos.
Inadvertidamente se pasa la vida y se accede a la vejez, que
sólo es el postrer tránsito. Y sin embargo, el que más sentimientos encontrados
despierta: como si en esas horas, en esos días, todo lo aprendido se intentara
volver a aprender.
Las miserias humanas –las que no pasan inadvertidas- suscitan
conmiseración. No obstante, de esas miserias se alimenta el mundo, cada latitud
del orbe; las ilumina el sol de cada día y las esconde la noche. Son tantas,
que ya ni se contabilizan en el dolor universal.
Después de una vida para aprender, la memoria se encarga de
borrarlo casi todo.
Quedan los rudimentos domésticos, los resabios últimos del
oficio y alguna culpa salvada.
Escapa de las enciclopedias, que también tienen errores. Escapa
de ellas porque el mundo cambia todos los días y necesitarías varias vidas para
resolver la continuidad de los cambios.
Como un álgebra de estados y de pasiones, el desciframiento del
amor puede enloquecer a los más resistentes a la locura.
Difícil lograr la catadura moral de los justos. Impertérritos,
inaccesibles en su rigor, distantes en su presencia, generalmente caen en la
trampa de juzgar a los inocentes.
La muerte cierra el ciclo. Administra el bien y la paz, dispone
apósitos sobre la impaciencia, calma el dolor y traspone para siempre el puente
de la frustración.
No hay riesgo alguno en la capacidad de perdonar. Hoy a ti;
mañana quizá a mi, aunque no importa.
Los hombres están colmados de oportunidades perdidas. Por ello
siempre piden una nueva.
Cabriola del pensamiento, la herejía se hereda. Hasta de los
santos.
Misericordia para los que esperan. Misericordia para los
engañados. Misericordia para los deshauciados del amor.
Fórmula inefable, que no falla nunca, la de la mansedumbre. Pero
como no se enseña, no se conoce, no se estimula, difícilmente haya criatura que
la aplique a tiempo.
El don de la fe es quizá el que más oportunidad dará no para
resistir, sí para comprender.
La esperanza es como el horizonte: a veces parece cercana, otras
más lejos. Sin embargo, nunca a la altura de la mano. Por eso se llama
esperanza, que viene de espera.
Todos los hombres virtuosos profesan la misma religión, asegura
Emerson. ¿Qué queda para los agnósticos que practican el bien?
Se hace mucha literatura sobre la amistad. Y no se acepta
reconocer que, simplemente, es un convenio de reciprocidades y de
voluntarismos.
Cada cual cuenta su historia en el perfil que más lo favorece o,
por pedido expreso de clemencia, en el que la crueldad o la tragedia se han empecinado. Pocos, muy pocos, logran
aceptar un auténtico fiel de balanza sobre sus propias vidas.
El teatro funciona todos los días y los personajes se cruzan. Se
conocen, se olvidan, se respetan, se agreden, se toleran, se incomunican, y al
final, antes del telón, aceptan saludar en conjunto.
El hombre es gregario, no obstante amar la soledad. Intenta
pasar lo más desapercibido posible, pero al sentirse patéticamente sólo, grita.
La gracia es de los pobres de espíritu. En ellos, la placidez es
una regla sin culpas.
Tanto libera como atrapa. El dinero es la suma de todas las
desdichas: cuando se tiene, cuando se carece de él, cuando se lo pìerde, aún
cuando aparentemente contribuye al pasajero goce o al poder.
De los perdones difícil es hablar. Bajo las impostaciones de
quien perdona, el perdonado
jura in mente que esto no quedará así.
Todo hombre se parece a su dolor, dice Malraux. Todo hombre se
parece a la convivencia que asuma con su dolor.
El tiempo no marca las cronologías del hombre. Las emociones, en
cambio, jalonan hasta los mínimos aconteceres.
Tras cada postergación anida un resentimiento.
Estamos hechos de complicidades, mal que nos pese. Siempre habrá
alguien que conjugue el mismo verbo que
usamos, en otro tiempo…
Ser poeta es mi manera de estar solo, confesaba Fernando Pessoa.
Quizá mirando al mundo y a los demás con una intensidad celebratoria…
La alegría no es el
bullicio que sale de los poros. Es ese estar complacido con uno mismo,
perdonando las propias postergaciones..
Raro placer el de las autobiografías. ¿Volver a vivir? ¿O tan
sólo intentar comprender por qué se llegó a la aceptación de los fracasos, al
disfrute de los éxitos que nadie compartió?
Entre odiar y ser odiado se proyecta un arco de
compatibilidades, mal que nos pese.
Dicen que todas las cartas de amor son ridículas. Habría que
considerar en qué grado el amor mengua el sentido del autocontrol y la
suficiencia.
La constancia es el recupero de todos los reflejos. En ella
residen la disciplina y el orden; la voluntad y el respeto a sí mismo; la
consagración de la eficiencia.
Estamos inmersos en la desigualdad. Somos (y asumimos) la
identidad de la diferencia.
Acuciados por el odio –sentimiento valedero cuando no se
entroniza en la cronicidad-
los hombres usan el error como herramienta.
Vivimos una sociedad paradojal edificada sobre principios que
pocos respetan, leyes para los otros y renuncias suspendidas.
Célula perfecta, la familia se está desarticulando del tejido
social inexorablemente.No logran revertir este proceso de fin y comienzos de
siglo ni las religiones ni las altas cátedras. Sólo los filósofos intentan
desentrañar los porqués, marginando las causas.
Hay quienes sufren la vida. Otros, sin gozarla, la comprenden.
Renunciar a la vida equivale a una blasfemia a Dios. Sin
importar la fe, sólo evaluando la propia conciencia.
No cambio mi alegría por la tuya. Cada una obedece –seguramente-
a distintas convicciones.
La vida de cada uno está construída de puentes. Saber cruzarlos
sin caer, sin rehuír el cruce aún de los más difíciles, es la fórmula.
El dolor no se enfrenta ni se supera: se vive en la intensidad
que cada cuerpo y cada mente logren tomarlo como una lección de fortaleza.
Si se interpreta lo que significa la riqueza de espiritu, se
comienza a ser sabio.
Escapar de las convenciones estériles sin desvirtuar elementales
normas de convivencia
puede contribuir a hecer más pacífica la vecindad.
PÁGINA 8 –
POESÍA ARGENTINA: CORRIENTES
MARÍA LAURA RIBA
EL ARTE DE VIVIR
Busqué en las horas que no cuentan los
relojes
Busqué en los días
Y en losminutos arrebatados al insomnio;
Busqué en almanaques hechos con hojas
de antiguos otoños
Busqué.
Y el tiempo siempre estuvo ahí,
observándome
MARTÍN ALVARENGA
SALTO AL VACÍO
Golpearse con el infinito no duele tanto
porque uno se ha estrellado con la razón.
Pero golpearse con el transfinito duele tanto al punto de querer arrojarse
desde lo alto de una montaña al vacío.
Por haberse topado uno con las puertas del límite:
donde la imaginación danza a su antojo
con la hermosa locura.
porque uno se ha estrellado con la razón.
Pero golpearse con el transfinito duele tanto al punto de querer arrojarse
desde lo alto de una montaña al vacío.
Por haberse topado uno con las puertas del límite:
donde la imaginación danza a su antojo
con la hermosa locura.
YAMILA SILVERO
Hoy Jorge
volvió a venir borracho,
lo miré y no pude evitar
que una lágrima desatara
el nudo de mi garganta.
Me miró con sus ojos saltones,
no podía mantenerse en pié
pero se me acercó,
forcejeamos,
quería llevarme a la cama.
En un juego de manos me salí,
corrí hacia el living temblando,
me siguió,
insistía en besarme,
tomó con fuerzas mis muñecas ya moretoneadas
demostración de su fuerza…
Le supliqué que me dejara en paz!
Y en ese momento sentí una cachetada,
un empujón,
un grito en la cara,
y con su ira de “macho alfa”
me violó.
Lloré
Sentí asco
Ya no era el marido al que amé
Su actitud me daba nauseas.
Acabó
me miró satisfecho,
me tomó en su brazos y me tiró en el baño.
Supe que esto no podía seguir así,
me levanté prendida al inodoro,
me dolía cada centímetro del cuerpo,
tomé un baño,
tomé coraje también
y fui a denunciarlo.
Hasta acá llegué,
hoy digo basta!
volvió a venir borracho,
lo miré y no pude evitar
que una lágrima desatara
el nudo de mi garganta.
Me miró con sus ojos saltones,
no podía mantenerse en pié
pero se me acercó,
forcejeamos,
quería llevarme a la cama.
En un juego de manos me salí,
corrí hacia el living temblando,
me siguió,
insistía en besarme,
tomó con fuerzas mis muñecas ya moretoneadas
demostración de su fuerza…
Le supliqué que me dejara en paz!
Y en ese momento sentí una cachetada,
un empujón,
un grito en la cara,
y con su ira de “macho alfa”
me violó.
Lloré
Sentí asco
Ya no era el marido al que amé
Su actitud me daba nauseas.
Acabó
me miró satisfecho,
me tomó en su brazos y me tiró en el baño.
Supe que esto no podía seguir así,
me levanté prendida al inodoro,
me dolía cada centímetro del cuerpo,
tomé un baño,
tomé coraje también
y fui a denunciarlo.
Hasta acá llegué,
hoy digo basta!
FACUNDO ALARCÓN
EN LOS
OJOS DE LA NOCHE
y me corrieron los Gansos
como retándome,
la Tacuarita herida
salpicante de barro duro destrozado
aquél niño
fui yo
un león rebosante de chispas
de melena encendida
en las crines de los pajonales
un león rebosante de chispas
de melena encendida
en las crines de los pajonales
un
buscador de serpientes eléctricas
de palometas y palomas
Señor de las Yerutí
hijo de Ñasaindî
de palometas y palomas
Señor de las Yerutí
hijo de Ñasaindî
ladrón de
horquetas de Lapacho
enemigo del Pombero
con disfraz de ángel de cristal
buscador de sueños
enemigo del Pombero
con disfraz de ángel de cristal
buscador de sueños
y en los
sueños…
he crecido y fui grande
y me hice amigo de los duendes
y fui Pombero embravecido
he crecido y fui grande
y me hice amigo de los duendes
y fui Pombero embravecido
y de
repente …
cantor de pájaros
amigo del árbol y del estero
navegante de ríos contaminados
cantor de pájaros
amigo del árbol y del estero
navegante de ríos contaminados
y al
final, el monte oscuro nos llama
y nos metemos en el horizonte índigo originario
de fuegos nocturnos
de cantos y danzas
de pasos y tambores
de tacuapú y mbaracá
luna encendida de Sapucai y brebaje
de humo domador de almas
de rondas danzantes de niños
con picaflores fluorescentes en las manos
y nos metemos en el horizonte índigo originario
de fuegos nocturnos
de cantos y danzas
de pasos y tambores
de tacuapú y mbaracá
luna encendida de Sapucai y brebaje
de humo domador de almas
de rondas danzantes de niños
con picaflores fluorescentes en las manos
yo fui
sólo un ojo imperceptible de la noche
que antes de enceguecer
buscó un signo de luz
en los pasos perdidos
de mi engranaje aborigen.
que antes de enceguecer
buscó un signo de luz
en los pasos perdidos
de mi engranaje aborigen.
STELLA MARIS MIGLIORINO
La que se quedó allí
en las puertas de tus ojos...
y mis ojos...
La que nunca corrió
por las calles de nuestros rostros.
Aquella que con su sal
no pudo endulzar mis labios,
y que de imposible,
se llevó tus besos
hacia un olvido forzado.
Por la que la noche duerme
ya sin lluvias ni estrellas...
Por la que el día amanece atemperante
y las rosas despiertan sin rocío,
secas de silencios...
Aquella que nunca pudo
enjugarse en pañuelos de perdón,
porque, igual que ella,
-así de irreal y severa-
el perdón jamás llegó.
Como aquellas nubes que se formaban en torno
anunciando, inclementes, tu partida...
y mi desamor....
Por aquella, la que vaga por el tiempo,
la única lágrima
que jamás cayó.
en las puertas de tus ojos...
y mis ojos...
La que nunca corrió
por las calles de nuestros rostros.
Aquella que con su sal
no pudo endulzar mis labios,
y que de imposible,
se llevó tus besos
hacia un olvido forzado.
Por la que la noche duerme
ya sin lluvias ni estrellas...
Por la que el día amanece atemperante
y las rosas despiertan sin rocío,
secas de silencios...
Aquella que nunca pudo
enjugarse en pañuelos de perdón,
porque, igual que ella,
-así de irreal y severa-
el perdón jamás llegó.
Como aquellas nubes que se formaban en torno
anunciando, inclementes, tu partida...
y mi desamor....
Por aquella, la que vaga por el tiempo,
la única lágrima
que jamás cayó.
RODRIGO GALARZA
LA PODA
a Julito Almirón
podas el
árbol
lo
despojas de su empeño de escalar el aire
de su temblor
de derramarse en el llano
con un
canto que de pronto se hace extranjero
podas el
árbol
a puros
machetazos de luz enferma
a pura
máquina silente de desgarro
y lo vas
dejando todo muñón
todo hueso
en la demencia de saberse más inmóvil
más estaca
podas el
árbol
y no
tienes más salida o razón
que cavar
en sus raíces
que
hundirte y dejarte respirar por el humus
hasta
otra vez colmar su ramaje
con una
mañana cualquiera
PÁGINA 9 –
ENSAYO
SAÚL ÁLVAREZ LARA
(Colombia)
VIVIMOS EN EL
ABSURDO
El 15 de junio de 2006
murió Raymond Devos “Acteur comique” según él mismo. Devos era de Mouscron en
la provincia de Hainaut, Bélgica. Era un malabarista de las palabras y un
maestro en la narración del absurdo. Decía, por ejemplo, que el absurdo
necesitaba de una pizca de realidad para que el espectador pudiera entrar en
él. Era un hombre de unos ciento veinte kilos que cuando representaba los
primeros pasos del hombre en la luna parecía deslizarse sobre la escena; hubo,
incluso, quienes lo vieron volar. Cuando mimaba en público la copa de vino que
le sirvió un policía de tráfico la acción era tan real que la gente veía la
copa. En una de sus últimas entrevistas le preguntaron si la actualidad era
importante en su obra y respondió que la actualidad solo duraba un día, máximo
tres si era muy buena y que él tenía narraciones de más de treinta años.
Pero lo más significativo era su manera, parecía fácil, de jugar con las
palabras, de mezclarlas, de unirlas, separarlas o pronunciarlas de
forma que tuvieran el sentido, la fuerza y la sonoridad que nadie les
había escuchado antes. Devos mismo era la puerta de entrada al absurdo, él
representaba esa pizca de realidad cuando en cuatro palabras “Vivimos en el
absurdo” ponía al auditorio sobre aviso, como en el caso de las corbatas.
Imagínenlo, grande, camisa blanca, corbatín de seda con arabescos, tirantes
rojos y pantalón azul cielo oscuro, cara masiva, patillas casi hasta el mentón,
ojos vivos y nariz grande, el pelo lo peina hacia atrás como Elvis. Este hombre
entra en escena y dice: Vivimos en el absurdo, ayer fui con mi mujer a comprar
una corbata. Ella insiste en que me hace falta una corbata. En el almacén
encontramos dos hileras de corbatas, a mí me gustan las de la izquierda, pero
si lo digo a mi mujer; ella, con seguridad, prefiere las de la derecha,
entonces ¿qué hago? le digo que una de la hilera derecha me parece hermosa y
ella responde ¡Pero no, esas son muy feas! y escoge una de la hilera izquierda.
Una de las que me gusta y la compra. Absurdo ¿no? En el restaurante de
“Las tres flacas” presencié la escena siguiente que posiblemente no parezca
absurda. Nunca me demoré tanto en dar cuenta de un almuerzo. Lo hice adrede.
Tenía por lo menos una hora y media o más antes de la cita y el calor era
intenso. El restaurante es una casa de unos cien años con patio cuadrado de
canto rodado y fuente en el centro. Alrededor hay un pasillo bajo techo y allí
unas mesas. Como en las casas viejas, las habitaciones miran al patio, por
supuesto, ahora están habilitadas para los comensales. Ocupo mesa en una de las
habitaciones. Hay otras dos mesas, como la mía, con cuatro sillas cada una pero
estoy solo. El menú del día es sopa de verduras, carne molida, arroz y tajadas
de plátano maduro como plato fuerte acompañado de repollo picado, gelatina de
fresa para el postre y café opcional. Una de las flacas, la primera, me anunció
el menú entre dientes y lo acepté sin pensar en otra posibilidad. Mientras ella
me hablaba un hombre ocupó una mesa a mis espaldas, cuando la primera de las
flacas se acercó para decirle el menú no la dejó terminar y sobre las palabras
de ella dijo, tráigame lo mismo. Lo miré de reojo apenas salió la primera flaca
y no le vi la cara porque la escondió entre sus manos en un gesto de desespero
o de inmensa fatiga. Tal vez el calor, pensé. Mientras traen el almuerzo
miro hacia el patio. Una pareja ocupa la mesa al otro lado de la fuente, no los
vi al llegar, seguro estaban allí porque ya recibieron su servicio. Los
observo. En ese momento la segunda flaca trae mi pedido, como sé que tengo
tiempo pruebo la sopa despacio, muy despacio. Está más fría que caliente. Mi
mirada se cruza con la de la mujer de la mesa más allá de la fuente. Por la
forma como acomodan sus brazos en la mesa deduzco que son compañeros de
trabajo, sin embargo se me ocurre que la relación puede ir más lejos. Aunque
fría, la sopa tiene buen sabor. Los ojos de la mujer se detienen en los míos,
un movimiento de sus pestañas parece indicarme que mire hacia abajo, lo hago en
el preciso momento en que ella pega un fuerte puntapié al hombre, calculo la
fuerza del golpe por el gesto de su boca. He terminado la sopa, los otros
platos ya están en la mesa y al mismo ritmo comienzo el plato
fuerte, sé que tengo tiempo. Escucho un ruido de cubiertos, el hombre en la
mesa detrás de mí ha terminado su almuerzo y hace ruido a propósito para que
una de las flacas venga. No viene ninguna. El arroz, la carne molida y la tajada
de plátano están frías también. Hace calor. El hombre a mis espaldas sigue
golpeando los cubiertos. No aparece ninguna flaca. Entre un bocado y otro
vuelvo a cruzar mis ojos con los de la mujer. Ella sonríe y hace la misma seña,
bajo los ojos a tiempo para ver otro puntapié, busco entonces al hombre con la
mirada y veo que disimula el dolor. La mujer no me mira y habla a su compañero
con aire de autoridad. Como ninguna de las flacas aparece, mi vecino de
mesa abandona el lugar. Tengo tiempo y como despacio, casi arroz por arroz, lo
hago adrede, ya lo dije. De toda evidencia quien manda es ella. Me
pregunto qué habrá hecho o dejado de hacer el hombre cuando la tercera flaca se
acercó a mí y preguntó si el almuerzo estaba bien, dije que sí y le pedí un café.
La pareja había terminado su almuerzo. Yo apenas iba a comenzar el postre. En
el momento de pagar la mujer volvió a cruzar su mirada con la mía. Se
levantaron al mismo tiempo, los vi alejarse. En ciento momento, antes de
desaparecer bajo el calor de la calle la mujer bajó su mano y pellizcó las
nalgas del hombre. El primer café lo trajo la tercera flaca. Pensé que era
el último que les quedaba porque era apenas un sorbo, el fondo de una taza. La
segunda flaca quiso saber si quería café, le dije que ya me habían traído uno,
¿No quiere repetir? preguntó. Acepté. El segundo café lo trajo la primera
flaca, la taza estaba llena hasta la mitad. Lo tomé despacio, como parecía que
iba a ser todo ese día. Debe ser el calor, pensé. Un nuevo cliente vino a
ocupar el mismo puesto del anterior. La segunda flaca repitió el rito de
anunciar el menú y el hombre respondió lo mismo. Al salir la segunda flaca me
preguntó si quería más café, dije que no; es gratis, respondió ella; insistí
que no, que gracias, recogí mis cosas y fui hacia la salida, la misma que
utilizaron el hombre y la mujer. Unos pasos antes de llegar a la puerta me
crucé con una pareja que entraba, el hombre parecía ser el dueño de la
situación pero lo puse en duda, debe ser el clima, me dije al encontrarme bajo
el sol. Miré el reloj, apenas me quedaba tiempo para llegar a la cita…
Argumento. ¿Dónde vives? pregunta el hombre, también puede ser una mujer. No sé responde el hombre, también puede ser una mujer… Así comienza la historia…
Argumento. ¿Dónde vives? pregunta el hombre, también puede ser una mujer. No sé responde el hombre, también puede ser una mujer… Así comienza la historia…
PÁGINA 10
– POESÍA ARGENTINA: BUENOS AIRES
GABRIEL IMPAGLIONE
GABRIEL IMPAGLIONE
JUSTICIA
De la muerte se embanderan los verdugos.
Los fúnebres bronces que abundan, graves,
en plazas y museos y cuarteles.
(Allí hacen justicia las palomas)
Para la muerte ya hay oradores
brillantes, esbirros que se derraman
en semen negro con sólo nombrarla.
(Allí hacen justicia oídos sordos)
De la muerte se vanaglorian los sicarios
de la daga, del zigzag del acero.
Ellos se cuelgan medallas entre ellos
se palmean con reinvindicaciones
que dan asco.
(Allí hace justicia la memoria)
Yo prefiero intentar oficios con la vida,
teñir de utopía la canción imperfecta.
Faltar el respeto a sus señorías
con el amor reventándoles en la cara.
(Allí hace justicia la poesía)
IVONNE BORDELOIS
CARTA A
LOS AMIGOS
Estimados
amigos
tropa alegre de gente inteligente porteña y vivaracha
que puebla nuestras calles arboladas florecidas
con su ingenio y sus noches de bohemia
con sus poemas y sus libros y artículos y ensayos igualmente florecientes
siempre amaneciendo cada día en mi pantalla
con sus blogs y sus citas y sus invitaciones
y sus presentaciones
y sus consideraciones y reflexiones
con fotos de Venecia y de osos polares y de castillos húngaros
con nietos y biznietos que sonríen cual frutillas en un prado lejano
convocándome a la guerra, a la paz o a la Virgen de Luján
a recobrar un deudo o saldar una deuda
con la historia, la patria o la poesía
tropa alegre de gente inteligente porteña y vivaracha
que puebla nuestras calles arboladas florecidas
con su ingenio y sus noches de bohemia
con sus poemas y sus libros y artículos y ensayos igualmente florecientes
siempre amaneciendo cada día en mi pantalla
con sus blogs y sus citas y sus invitaciones
y sus presentaciones
y sus consideraciones y reflexiones
con fotos de Venecia y de osos polares y de castillos húngaros
con nietos y biznietos que sonríen cual frutillas en un prado lejano
convocándome a la guerra, a la paz o a la Virgen de Luján
a recobrar un deudo o saldar una deuda
con la historia, la patria o la poesía
muy
queridos amigos
vengo aquí a recordarles
que a mis setenta y cuatro años
he recordado a Mallarmé:
la chair est triste et j´ai lu tous les livres
en mi recuerdo sin embargo, la chair era gloriosa, y en cuanto a libros,
todos están en Internet,
hay noches en que Dante me persigue tenazmente porque aun no he leído su Inferno,
el Quijote me espera ansiosamente bajo un sauce a la orilla de un verano inaccesible
trabada como estoy por nuestras creatividades, amistades y necesidades
de Cruz Roja, de aplausos y pequeñas bendiciones
para nuestros narcisos heridos y afligidos
(qué es la fama? un frenesí?)
vengo aquí a recordarles
que a mis setenta y cuatro años
he recordado a Mallarmé:
la chair est triste et j´ai lu tous les livres
en mi recuerdo sin embargo, la chair era gloriosa, y en cuanto a libros,
todos están en Internet,
hay noches en que Dante me persigue tenazmente porque aun no he leído su Inferno,
el Quijote me espera ansiosamente bajo un sauce a la orilla de un verano inaccesible
trabada como estoy por nuestras creatividades, amistades y necesidades
de Cruz Roja, de aplausos y pequeñas bendiciones
para nuestros narcisos heridos y afligidos
(qué es la fama? un frenesí?)
y por lo
tanto ruego
un poco de piedad para esta anciana atosigada atolondrada perseguida y acosada
por el esperma incontenible de nuestro genio incomprendido
un poco de piedad para esta anciana atosigada atolondrada perseguida y acosada
por el esperma incontenible de nuestro genio incomprendido
yo vengo a
ofrecernos una tregua
a nadie haré leer mis poemas –salvo éste, que será el último, por cierto-
a nadie contaré mis esperanzas
de Premio Nobel,
nadie sabrá de mis diarios ni de mi mente metafísica
a nadie haré leer mis poemas –salvo éste, que será el último, por cierto-
a nadie contaré mis esperanzas
de Premio Nobel,
nadie sabrá de mis diarios ni de mi mente metafísica
los
yunques y crisoles de mi alma
trabajan para el polvo y para el viento,
trabajan para el polvo y para el viento,
todo me ha
sido dado y sin embargo aun no he escrito el poema
(a veces
me canso de ser hembra)
mis
papeles se irán conmigo al río
donde Heráclito me espera en el lugar de siempre
donde Heráclito me espera en el lugar de siempre
(hoy es
siempre todavía)
Y yo
ofrezco en cambio este patio perfecto de silencio
donde canta la calandria inmortal de mis infancias.
donde canta la calandria inmortal de mis infancias.
JORGE BOCCANERA
ELLA
Viene despacio
entra
tropieza con mi tos
con mi costumbre de dejar la nuca
en cualquier parte
viene despacio
ordena mis silencios
desata las palabras necesarias
recibe la correspondencia de mis ojos
viene despacio
a tender sus manteles de ternura
viene despacio
apenas hecha humo para no despertarme
se abre paso entre vasos arrojados al día
retratos de mujeres
noches de bronca y noches de ginebra
viene despacio
con su enchape celeste subiéndose a mis mástiles
viene despacio
entra
se arrodilla al borde de mi alma
y junta los fragmentos de mi risa
después... se vuela azul como la tarde.
Viene despacio
entra
tropieza con mi tos
con mi costumbre de dejar la nuca
en cualquier parte
viene despacio
ordena mis silencios
desata las palabras necesarias
recibe la correspondencia de mis ojos
viene despacio
a tender sus manteles de ternura
viene despacio
apenas hecha humo para no despertarme
se abre paso entre vasos arrojados al día
retratos de mujeres
noches de bronca y noches de ginebra
viene despacio
con su enchape celeste subiéndose a mis mástiles
viene despacio
entra
se arrodilla al borde de mi alma
y junta los fragmentos de mi risa
después... se vuela azul como la tarde.
MIRIAM CAIRO
LAS
MAROSAS
Hay mujeres que aman como Marosa.
Diablas de diversos tipos y
colores. No es necesario detenerse y preguntarse de dónde salen porque se nos
imponen ante los ojos en un entrechocar de nácares, de tacones, de espuma.
Las llamadas 'catalinas' son de
ojos azules y pestañas muy largas.
Las 'lorenas', con pechos
exuberantes en bandeja; dulces tartas caídas para acabar con el hambre en el
mundo.
Las 'juanas' se pintan las uñas de
las manos y de los pies. Se embarazan muy fácilmente. Hacen dulce de higo con
los hijos hervidos en azúcar.
Estas diablas están a las veras de
los tazones de porcelana transparente y de las inminencias. Son de diversos
tipos y colores. Las hay con cabello trenzado y con cabellos de niebla.
Las hay azucenas.
Las hay suplicantes.
Las hay perdidas en su propia
casa.
Las hay nacidas con tacos altos,
rojos, finos, precedidas por una jauría de perros invisibles.
Las hay morenas.
Las hay prohibidas.
Las hay desmelenadas que caen
sobre los labios de los hombres como diamelas.
Se ven sus carnadas de diablos en
los árboles, en las bocas de tormenta, en los postes de luz, en las cucharas de
té, en el revoltijo hechizado de los agapantos. Los cebos de sus malignidades
cuelgan del anzuelo del día y de las redes el anochecer.
Las muy diablas caminan por las
calles de la ciudad como gladiolos travestidos de personas.
Las muy diablas suspiran.
RUBÉN GUERRERO
AHORA QUE ESTAMOS EN VERANO
En Once
ella busca vestidos
En Once se estiran las estrías del sueño.
En Once Iron Man reparte volantes: Dentista económico. Ortodoncia accesible.
Conocerlo, no sé por qué, me tranquiliza.
Compro un jugo de naranja en la vereda.
Tomamos el jugo bajo una sombrilla.
Miro la basura: moscas moscas guaymallen moscas.
Ella me dice: No entiendo a la gente que dice me iría a vivir al campo.
Hoy
en Once
compró un vestido
y me regaló un exprimidor
para que prepare
jugo de naranja
ahora que estamos en verano.
En Once
ella busca vestidos
En Once se estiran las estrías del sueño.
En Once Iron Man reparte volantes: Dentista económico. Ortodoncia accesible.
Conocerlo, no sé por qué, me tranquiliza.
Compro un jugo de naranja en la vereda.
Tomamos el jugo bajo una sombrilla.
Miro la basura: moscas moscas guaymallen moscas.
Ella me dice: No entiendo a la gente que dice me iría a vivir al campo.
Hoy
en Once
compró un vestido
y me regaló un exprimidor
para que prepare
jugo de naranja
ahora que estamos en verano.
SILVIA LOUSTAU
ABUELAS
no renunciarán
esperan.
custodian la sangre/ la huella digital
de todas las catástrofes.
anhelen sorprenderse
sorprenderlos.
de pronto tienen canas.
cuestión de tiempo
dicen.
no renunciarán
esperan.
custodian la sangre/ la huella digital
de todas las catástrofes.
anhelen sorprenderse
sorprenderlos.
de pronto tienen canas.
cuestión de tiempo
dicen.
PÁGINA 11
– NARRATIVA
PEDRO ALBERTO ZUBIZARRETA
(Argentina)
EUSEBIO OBITUARIO Y EL INDIO MANUEL
Nadie
sabía desde cuándo Eusebio Obituario Barragán andaba en componendas con la
Muerte. Es posible que ni él mismo lo recordara. Desde que tenía memoria, la
Muerte lo había acompañado. No es que él la hubiera estado buscando. Ella
siempre se las ingeniaba para andar pisándole los talones. Evidentemente tenía
una afición por su persona, que nadie podía explicar.
La
imposición de Obituario como segundo nombre fue un berretín de su padre el día
en que fue al pueblo a empadronar a su hijo en estado de ebriedad y un compadre
le leyó el título de una sección del periódico local. Quién sabe si ese acto
antojadizo fue en realidad un anticipo premonitorio.
A Eusebio
se le había pegado la Muerte.
Su madre
murió en el parto de su hermano menor antes de que Eusebio tuviera uso de
razón. Desde entonces, no hubo año en el que la Muerte no pasara a visitarlo,
llevándose de paso a una persona allegada. Su hermano falleció a los tres años
de edad de sarampión. Su padre murió en el campo. Una trilladora le pasó por
encima mientras dormía una borrachera en el maizal. A su mujer la conoció en
los funerales del tío Rosendo. A poco de haberse casado, la pobre enfermó
gravemente de una hidropesía que la llevó a la muerte en una semana. Las pestes
más diversas se ensañaron con el resto de la familia. Si bien la Muerte era una
presencia habitual en esos andurriales, el caso de Eusebio superó holgadamente
las estadísticas de la región. Como consecuencia, Eusebio le fue ganando tirria
a la Muerte, no así miedo. Miedo no, tal vez por la frecuencia de sus visitas o
por la relación preferencial que le prodigaba. Se sentía, eso sí, molesto y
asediado. En verdad estaba harto de que le anduviera siguiendo los pasos y no
lo dejara en paz de una buena vez. El perjuicio mayor que le estaba dejando
esta relación malsana, era que como resultado de la mortandad de familiares,
amigos y allegados, Eusebio se estaba quedando irremediablemente solo. La fama
del riesgo que implicaba relacionarse con Eusebio, hacía que nadie en su sano
juicio siquiera considerase entablar una simple conversación con él. Esto era
realmente triste si se tiene en cuenta que Eusebio tenía un carácter afable y
disfrutaba sobremanera conversar largamente con sus paisanos, después de
churrasquear y beber unos vasos de vino patero. Sí, lo que Eusebio más
extrañaba era el contacto con los demás. Pero bastaba que lo divisaran de lejos
para que todos tomaran prudente distancia de su persona, aunque para ello fuese
necesario dar enormes rodeos.
La
relación de Eusebio con la Muerte tenía, sin embargo, una curiosa faceta.
Eusebio se podía comunicar con los difuntos. Los encuentros tenían lugar en
general por la noche, después de cenar, durante los largos desvelos que la
noche le obsequiaba a Eusebio, sin otra compañía que la botella de vino de la
cena que lo seguía fielmente hasta la mecedora de la sala. En más de una
oportunidad había charlado con su padre y su esposa. También se veía
frecuentemente con sus hermanos y amigos fallecidos. Pero estos encuentros
distaban mucho de ser entretenidos. Con el correr del tiempo se fueron agotando
los temas de conversación. Pocas cosas se podían compartir, ya que no había
grandes coincidencias entre las inclinaciones de Eusebio y las de sus
contertulios. Como es sabido, los muertos no muestran mayor interés por los
pequeños e intrascendentes hechos de la vida cotidiana, motor y objeto de
nuestra mayor preocupación. Eusebio quería compartir y hablar de cosas
tangibles, como la necesidad de una buena lluvia, de la cosecha de maíz o de
los jugosos chismes que la vida de los pequeños pueblos tiene el buen tino de
alimentar. Si bien era un alivio mantener alguna relación con sus seres
queridos ya muertos, su vida de anacoreta forzado distaba mucho de ser plena.
No era feliz. Él quería tener a su lado a una mujer de carne y hueso, que le
diera calor en el lecho y sabor a sus comidas. Quería estar rodeado de hijos de
todas las edades, que lo alegrasen con sus risas y su algarabía y que le
ayudasen en las tareas del campo, a medida de que fueran siendo mayores. Quería
tener vecinos para ayudar o incluso pelear por cuestiones de poca monta, como
corresponde. A esa altura hasta deseaba incluso una suegra que le amargase la
vida un poco, lo justo. Quería también un par de buenos enemigos para poder
trompearse en la cantina del pueblo, de vez en cuando.
Eusebio
estaba fatalmente encadenado a la viscosidad de la Muerte y todo estaba
trastornado. Cuando murió su padre, Eusebio fue criado por sucesivos tíos y
familiares a los que fue perdiendo inevitablemente con el tiempo. Poco le
quedaba del patrimonio heredado. Después de cada óbito, solían brotar como
hongos, albaceas, prestamistas, abogados y gestores que se iban apropiando de
sus bienes valiéndose de las artimañas habituales para los casos como Eusebio,
pobre, analfabeto y con poca voz. Eusebio, no obstante, contaba con la peculiar
virtud de predisponer a sus prójimos a morir en un breve lapso, con lo cual la
voracidad de los apropiadores se fue disipando a medida que la maldición se
perpetuaba. Como suele ocurrir, el último familiar en morir fue un tío avaro y
codicioso que se había quedado con gran parte de lo que había pertenecido a la
familia de Eusebio. Fue así como de la noche a la mañana, Eusebio volvió a ser
dueño de su casa paterna. Trabajaba la tierra lo mínimo indispensable. Le
bastaba con tener lo suficiente como para alimentarse y vestirse. Había en la
casona una bien provista biblioteca, pero Eusebio no sabía leer y se cansó de
mirar los volúmenes ilustrados. Se pasaba horas acostado en una hamaca al aire
libre. Solo y aburrido, mantenía de vez en cuando alguna charla con sus
difuntos más queridos o simplemente vegetaba, añorando la convivencia con
personas vivas.
En un
polvoriento atardecer, algo inusitado sucedió. Eran las postrimerías del verano
en el que a falta de personas, a Eusebio se le murió su caballo. Estaba
reclinado en su hamaca, con un cigarro apagado colgándole de la comisura de los
labios, cuando a lo lejos divisó a alguien que caminaba en dirección a su casa.
Lentamente, el que se aproximaba se fue haciendo distinguible de la nubecilla
de polvo que levantaba a su paso. En el momento en que el caminante pasó frente
a la casa de Eusebio, éste se levantó y se acercó al alambrado. Ambos se
miraron sorprendidos el uno del otro. El forastero, de rasgos aindiados,
exclamó:
“Buenas
tardes, ¿acaso me puede usté
ver?”
“Por
supuesto que lo puedo ver. ¡Buenas y santas!”, le contestó Eusebio y a su vez
preguntó:
“¿No le da
temor venir por estos lados?”
“Pues no,
hombre, ¿por qué habría de tener miedo?”
“Por
mí...”
Desde su
baja estatura y desde la impavidez de su raza, el indio lo miró de arriba
abajo.
“No parece
usté peligroso,
no...”
Contento
por tener una compañía inesperada, Eusebio le abrió las puertas de su casa y
como la noche estaba pronta a descender sobre la tierra, amplió inmediatamente
su invitación para cenar y pernoctar. El hombre aceptó agradecido.
Manuel,
así se llamaba, era el último sobreviviente de su comunidad. A la United Mining
Company, que extraía plomo de los cerros próximos a su pueblo y que terminó
empleando a la casi totalidad de la mano de obra disponible para trabajar en
sus minas, se le fueron muriendo los obreros y los habitantes de las
inmediaciones a causa de la acumulación de plomo en el ambiente, en la sangre y
en los nervios. Manuel había sido preservado fortuitamente de esa calamidad por
haberse dedicado a cuidar y pastorear cabras en las distantes praderas de las
tierras altas. Cuando regresó a su pueblo después de un año y medio de su
partida, nada quedaba: ni gente, ni United Mining Company. Desgraciado por lo
sucedido, se dio a la bebida y dilapidó su escaso patrimonio. Siendo el último
indio que existía en la comarca, permaneció durante años ignorado por todos,
viviendo de la basura y del alcohol. De tan solo y abandonado, llegó a
convencerse de que era invisible. Manuel se había vuelto inexistente para los
blancos.
Nómade por
tradición y necesidad hasta ese momento, Manuel permaneció con Eusebio durante
varios meses, colaborando en el campo durante el día y compartiendo largas
conversaciones después de la cena que se prolongaban hasta la madrugada. Ambos
se entendían de maravillas. Comulgando en sus roles de parias, reencontraban el
uno en el otro, el sentido de lo gregario.
“Vea, Don
Manuel, invisible, que yo sepa, usté
no es. Prueba de ello es que lo estoy viendo.”
“Que usted
me vea, aceptado; pero tenga en cuenta que usté
puede hablar también con los dijuntos.”
“Pero usté no está dijunto, mi amigo, en eso, al
menos, coincidirá conmigo.”
“¿Y qué me
dice usté de su gualicho? ¿Cuántos meses he
pasado ya junto a usté
y aquí me tiene, vivito y coleando.”
Conversaciones
de hondo contenido filosófico como esta se repetían a menudo. Ambos tenían
razón en lo que se refería al otro, pero ninguno de ellos se pensaba a sí mismo
con su problema solucionado.
Una tarde
de un calor bochornoso, cuando ambos se hallaban dormitando la siesta,
percibieron que las ramas del sauce, oscilando suavemente en la brisa sedienta
de agua, les estaban hablando. Cuando despertaron, el tema de los dichos del
sauce surgió de inmediato. Entre ambos reconstruyeron las oquedades que los
sueños dejan tras de sí en su afán de hacerse inalcanzables y crípticos. El
mensaje que les llegó en el sonido acariciante del follaje del sauce les sugería
pedir ayuda y más precisamente ir a pedirla a la gran ciudad. Allí, los médicos
más afamados podrían decirles definitivamente cual era la verdadera situación
de cada uno.
Eusebio
vendió diez vacunos bien gordos. Con el dinero que obtuvo y desempolvando los
dos mejores trajes del guardarropa de su tío, se preparó junto a Manuel, a
recorrer el largo camino a la ciudad.
Caminaron
durante días por senderos de tierra y luego por rutas asfaltadas que se fueron
haciendo más y más anchas hasta desembocar finalmente en la gran ciudad.
Maravillados por lo que veían sus ojos, ni Eusebio ni Manuel habrían podido
imaginar tanto cemento junto, tanta casa, tanto automóvil. El ruido y el
ajetreo los dejaron perplejos y sin habla durante horas, hasta que finalmente anonadados,
perdidos, cansados y polvorientos se refugiaron en el primer hospedaje que
surgió entre los recovecos del cemento y el hollín. Del grifo del baño de su
habitación salía agua caliente y ambos disfrutaron de un prolongado baño. El
agradable aroma del jabón perfumado se les pegó en la piel. Al día siguiente,
se informaron con el conserje del hotel y se hicieron solicitar entrevistas con
los principales médicos especialistas de la gran ciudad. Compraron trajes y
zapatos nuevos y dedicaron semanas a consultar a los doctores más sabios y a
los sabihondos más ilustres. Como no reparaban en gastos, fueron atendidos por
los facultativos a cuerpo de rey. Asistieron a interminables interrogatorios
médicos. Se les practicaron innumerables exámenes clínicos y de laboratorio.
Fueron sometidos a exámenes complejos, algunos hasta reñidos con las buenas
costumbres.
Sus casos
fueron consultados con numerosos especialistas de la Universidad. Finalmente
fueron presentados en el anfiteatro de una famosa Cátedra de la Facultad de
Medicina por el profesor universitario Eduardo Luis del Cerro Alto.
“Estimados
colegas, estamos en presencia de unos extraordinarios casos clínicos que
acicatean la curiosidad científica de este prestigioso centro académico” Así
fueron presentados por el conspicuo profesor.
Bajo la
lupa de cientos de estudiantes de medicina, el motivo de su consulta fue
minuciosamente analizado y discutido.
Eusebio y
Manuel fueron desnudados en público y sus anatomías revisadas en repetidas
ocasiones. Finalmente, sentados en cómodas butacas, asistieron a la discusión,
por momentos enardecida, de los numerosos profesores presentes. Escucharon
citas de Hipócrates, multitud de palabras en latín e incomprensibles peroratas
plagadas de tecnicismos. Luego de horas de intercambios y discusiones, se
definieron los diagnósticos con una solemnidad sólo comparable a la de los
jueces cuando dictan sentencia.
Por
supuesto que tanto Manuel como Eusebio no entendieron ni jota y requirieron del
auxilio del profesor del Cerro Alto para conocer el veredicto. El profesor los
llevó a un consultorio privado y los invitó a tomar asiento. Los miró con
gravedad y carraspeó antes de comenzar las explicaciones.
Grande fue
la sorpresa de Eusebio Obituario y el indio Manuel por las cosas que
descubrieron.
Resultó
que Eusebio no estaba maldito ni mucho menos. Que todos los familiares y amigos
fallecidos lo habían hecho de enfermedades conocidas que hoy en día se podían
prevenir o curar. Que el sarampión de su hermano tenía una vacuna. Que había
medicación para curar la tuberculosis que había acabado con la vida de su
madre. Que la Muerte estaba más relacionada con las tierras y las gentes
olvidadas que con Eusebio en particular. Que Eusebio había tenido mucha suerte
por no haberse transformado él mismo en una víctima más.
En cuanto
a Manuel, la ciudad lo volvió visible de un día para el otro. Vestido con el
elegante traje de domingo, en la calle todos se daban vuelta para mirar al
indio engalanado que nunca se había sentido más observado en su vida.
Hartos ya
de médicos, universidades, consultorios y con los pies ávidos de pisar tierra
en lugar de cemento, Eusebio y Manuel sintieron que habían obtenido las
respuestas que habían ido a buscar. Despejadas sus dudas, regresaron a su
tierra con la frente en alto.
Rápidamente
se desparramó en los alrededores la noticia de las milagrosas curaciones. Los
miedos se fueron disipando como la neblina de la ebriedad.
Tanto
Eusebio como Manuel no tardaron en formar cada uno una familia con mujer, hijos
y suegras. Hicieron instalar sistemas de agua caliente en sus viviendas y
vacunaban a sus hijos. Lograron que el pueblo cercano contase con escuela y hospital,
pues habían descubierto que las calamidades más grandes vienen de la mano de la
ignorancia y de la mala salud. Para esto último, contaron con la ayuda
inestimable del profesor del Cerro Alto, quien a pesar de lo abultado de sus
títulos y diplomas, conservaba intacta su sensibilidad humana hacia los más
postergados y olvidados de la sociedad. El profesor siempre había predicado la
necesidad de despertar el interés de los médicos jóvenes por brindar buena
atención médica en lugares apartados.
Eusebio y
Manuel nunca más extrañaron la ausencia de vecinos molestos. Todos en el pueblo
quedaron plenamente convencidos de su rehabilitación y supieron valorar los
beneficios de la escuela y el hospital.
De las
antiguas penurias sólo quedaron los recuerdos. Se habían superado las
supercherías y maldiciones que los habían enfermado y aislado durante años.
Pero
algunas noches, durante las charlas que Manuel y Eusebio siempre tuvieron la
buena costumbre de mantener, se arrimaban al fuego algunos difuntos, los más
queridos, para confraternizar con ellos mientras compartían las últimas rondas
de grapa.
PÁGINA 12
– POESÍA AMERICANA: GUATEMALA
FRANCISCO MORALES SANTOS
TU NOMBRE, PATRIA
Una gota de miel que se desliza
en dirección al pecho,
en las primeras horas del día,
iluminada con ganas
por el sol;
gota tibia y espesa
de poder curativo insospechado.
Gota inquieta, florida,
permanente,
auténtica, fiel
y memoriosa.
Gota en el aire
y en los labios gota
es tu nombre,
Guatemala.
CAROLINA ESCOBAR
SARTI
NO SOMOS POETAS.
Somos
apenas amantes
suicidas con la cuerda
en la mano
caminantes de antes
usurpadores de abecedarios.
No somos poetas
somos adivinadores
de oscuras cavernas
transeúntes por azar
locos por vocación.
suicidas con la cuerda
en la mano
caminantes de antes
usurpadores de abecedarios.
No somos poetas
somos adivinadores
de oscuras cavernas
transeúntes por azar
locos por vocación.
Somos
talladores de nubes
lluvia sostenida
cuerpo que recuerda
hambre insatisfecha
confesión última
dueños de medio corazón
límite de penumbra
sangre que camina el mundo
puerto de anclaje y despedida
sólo somos tiempo
una carta interminable
que continúa escribiéndose
sin fecha de entrega.
lluvia sostenida
cuerpo que recuerda
hambre insatisfecha
confesión última
dueños de medio corazón
límite de penumbra
sangre que camina el mundo
puerto de anclaje y despedida
sólo somos tiempo
una carta interminable
que continúa escribiéndose
sin fecha de entrega.
Somos una
arruga en el mediterráneo
buscando, no los seis días de la creación
sino los siete minutos
de nuestra vida compartida.
Y esto no es un poema
sino el inicio del primer minuto
(el nuestro)
porque después todo estuvo aquí
para siempre.
buscando, no los seis días de la creación
sino los siete minutos
de nuestra vida compartida.
Y esto no es un poema
sino el inicio del primer minuto
(el nuestro)
porque después todo estuvo aquí
para siempre.
El credo
levantado,
el caos, el misterio,
el asombro y el verbo.
La santísima palabra
en el universo
de la salamandra.
El fuego robado
porque el paraíso
también es nuestro.
el caos, el misterio,
el asombro y el verbo.
La santísima palabra
en el universo
de la salamandra.
El fuego robado
porque el paraíso
también es nuestro.
Fundamos
la memoria
de la luz y el perfil de la montaña
probamos primero la sal
en el océano de nuestros ojos
y nos supimos robustos árboles
no ramas quebradizas.
Aullamos a la luna
reclamando al sol su eclipse
e hicimos el amor
en los siete mares.
Sea la luz
y fue la luz.
de la luz y el perfil de la montaña
probamos primero la sal
en el océano de nuestros ojos
y nos supimos robustos árboles
no ramas quebradizas.
Aullamos a la luna
reclamando al sol su eclipse
e hicimos el amor
en los siete mares.
Sea la luz
y fue la luz.
Todo somos
menos poetas.
menos poetas.
GERARDO GUINEA DIEZ
QUE TE DOY
¿Qué te doy de mi cuerpo?,
prestado a otros cuerpos,a otras vidas.
¿Qué puedo darte de estas frases?,
préstamo de otras.
¿Cómo te doy del sueño y color de
otras manos, mis flores?
¿Cómo te doy mis brasas para no arderte?
¿Cómo recoges mi polvo?
¿Cómo darte mi viento, si la
humedad coronó su tiempo?
¿Cómo te doy mi almohada, si
ya no hay madrugada?
¿Como te doy la nada?
¿Acaso tú,heredera del silencio
puedes darme otro cuerpo?
prestado a otros cuerpos,a otras vidas.
¿Qué puedo darte de estas frases?,
préstamo de otras.
¿Cómo te doy del sueño y color de
otras manos, mis flores?
¿Cómo te doy mis brasas para no arderte?
¿Cómo recoges mi polvo?
¿Cómo darte mi viento, si la
humedad coronó su tiempo?
¿Cómo te doy mi almohada, si
ya no hay madrugada?
¿Como te doy la nada?
¿Acaso tú,heredera del silencio
puedes darme otro cuerpo?
VÍCTOR MUÑOZ
LA PIRA FUNERARIA
Una llama que clama,
una llama que inflama,
una llama que llama,
que llama tu nombre y persiste
tu nombre,
que llama y consume,
que llama y reclama,
que llama tu nombre
y aclama tu nombre,
que llama mi nombre, sin llamas
tu nombre,
que al mío denuncia.
Una llama que rompe luces,
llama que seca los llantos vengados,
llama que corrompe el olvido,
tu nombre.
Y cierra los círculos.
Y duerme.
Y pide en los infiernos santuario.
Una llama que clama,
una llama que inflama,
una llama que llama,
que llama tu nombre y persiste
tu nombre,
que llama y consume,
que llama y reclama,
que llama tu nombre
y aclama tu nombre,
que llama mi nombre, sin llamas
tu nombre,
que al mío denuncia.
Una llama que rompe luces,
llama que seca los llantos vengados,
llama que corrompe el olvido,
tu nombre.
Y cierra los círculos.
Y duerme.
Y pide en los infiernos santuario.
DELIA QUIÑONEZ
LA ORILLA
REDENTORA
¿Dónde
si no en el beso,
encontraremos la orilla redentora?
si no en el beso,
encontraremos la orilla redentora?
Leve
espada
anida y combate
compartiendo la savia
que deviene en torrente.
Uva
frugal.anida y combate
compartiendo la savia
que deviene en torrente.
Ayuno de antiguas plenitudes.
Agua y jugos
humanamente turbios
coronan
sin laureles
la puerta vital del paraíso.
Besos de
eternidad
marcando territorios,
colinas,
cavidades.
Antorcha en la balsa.
Lengua y labios
avanzan
en lúbricas saetas
hasta la vieja orilla
que redime
la irreverente ambigüedad del paraíso.
marcando territorios,
colinas,
cavidades.
Antorcha en la balsa.
Lengua y labios
avanzan
en lúbricas saetas
hasta la vieja orilla
que redime
la irreverente ambigüedad del paraíso.
WINGSTON GONZÁLEZ
LO INCORPÓREO Y EVIDENTE [DEL CADÁVER DE UN PIANO], I
Callada mi locura. Nunca fui
feliz, nunca zambra
Imantado el infinito me ciega:
un ruido desde
el carro detenido en aguas
aéreas es mi tumba
Ni vago dios americano, ni color
sujeto al polvo
Mala hierba
fui, madera fina de nave que náufraga
de báscula con trampa, de lengua
extranjera
asombro fértil y el corazón que
tuve
capaz de tiempo y paria, capaz
de luz y charco
piel de mármol, piel, reversa a
las estrellas
Canciones foráneas, estos partos
mortíferos
Un verde espíritu, pintalabios,
dos tacones altos
alzaban del piso los
desperdicios de mi alma;
Blanca nieve, un bikini rayado,
lentes de sol
la lengua o la vida entre dos
murallas en llamas
Arriaba la incertidumbre sus
invisibles banderas
Hacé maletas, andate rápido me dijo el mediodía
Huí de hado y hojarasca; de olvidos e historias
Callado
entero mi rostro: la materia, la imagen
marea de
cosas que fueron, de formas trabajadas
desde el
inmenso sonido y victoria de la muerte
Me veo: un
animal chapoteando en las piedras
Viví ríos
negros, viví matanza, viví extraviarme
Ser otra
¿qué era?; estar satisfecha ¿qué fue?
Moldea la
materia de la alegría y chilla de horror
algún polvo
profundo, alguna inmaculada entraña
en el lodo
del patio, sobre ornamentos metálicos
Y la noche
abierta y el mundo impropio fueron
aquella
media luz somnolienta donde tras una
vulnerable
cultura del habla, silencio mediante
se
reconocieron cara a cara todos mis hombres:
perpetuos,
ausentes y fugitivos
PÁGINA 13
– NARRATIVA
MONICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Argentina)
LA ESCRIBIENTE
La Leo es la viejita siempre niña, una ancianita que las
convulsiones infantiles fijaron eternamente en unos siete años inmóviles de
picardía en los ojitos pequeños, siete años de cabecita rizada y risa y llanto
fácil.
Llora cuando recuerda a la mamá, que la acompañó en el
geriátrico hasta los cien años pero se fue un día, el año pasado, y la dejó
solita. Se ríe cuando alguna cosa le hace gracia, y entonces gorjea y cloquea y
se dice a sí misma “esta Leo, esta Leo”, la frase que otros le prodigaron a lo
largo de sus más de siete décadas de vida.
Y la Leo escribe.Escribe trabajosa y concentradamente . Escribe
en su mesa, ajena a las visitas de los otros, o a los compañeros de vejez, tan
próximos y a la vez tan lejanos, que se marchitan a su alrededor y ya
renunciaron a la esperanza. Ella escribe porque la niñez no renuncia a la
esperanza. La Leo escribe con las manitas de dedos cortos, y cada tanto se
levanta con pasos bamboleantes a mostrar cómo escribió allá debajo del punto
cruz con lapicera “Leonor Taborda”. A veces copia palabras de libros o revistas.
Y esconde las letras debajo de enmarañadas líneas en negro, azul, verde. Otras
veces, escribe cartas. Cartas donde cuenta que se murió la mamá, que se murió
el hermano, que en su cumpleaños esperó que fuesen a visitarla para tomar té o
mate con bombilla, y no fueron. Son cartas de palabras inconexas en las que
alguna vez se adivinan frases pero en las que siempre se comprende el llamado,
la esperanza de que sirvan de señal luminosa para que algún lejano barco se
acerque a su naufragio.
Las cartas ocupan carillas de papeles doblados torpemente.
Cuántas cartas, me pregunto, cuántas cartas a esos destinatarios que hace
sesenta años fueron niños que su mamá recibía como alumnos particulares en la
casa. Y que ahora son también ancianos o que han muerto en lejanas camas y
ciudades distantes.
Ella recuerda bíblicas genealogías, recita los nombres de los
ausentes, el nombre de los padres y de sus hijos. En su universo infantil
siempre se han de nombrar padres e hijos, y los recuerda a todos. La dirección
que indica es “Calchaquí”, “Santo Tomé”, alguna vez el nombre de una calle o el
lugar preciso: enfrente de la farmacia, justo en la esquina.
Padres e hijos en una topografía de peatón o de vecino. La vida
sencilla, los mapas de la infancia, las décadas superpuestas y las cartas que
nunca llegarán a los difuntos o los que hace mil años tomaron otros rumbos o se
diluyeron en una Historia que sepulta las historias.
La Leo escribe, y entre las palabras indescifrables anota bien
clarito “Salta 3534”, para intentar forzar al destino de soledad con su
correcto remitente en “Las diamelas”. “Mamá murió”, y otra vez recuadrado en un
trazo temblequeante mamá murió. Hay
que contar la noticia. Vengan, escriban. Estoy sola. Los niños del segundo
grado de hace sesenta años, los fantasmas, los médicos que la atendieron cuando
era pequeña y aprendió a cocinar carbonada. Vengan.
Y escribe las cartas para la legión de ausentes que pueblan su
memoria exacta con precisiones ingenuas “fue a las cuatro de la tarde, un
jueves”. “Llovía”.
Escribe y agota lapiceras, gasta lápices de colores, alegra los
renglones con fibras. La Leo escribe al universo, tiende puentes de papel y
tiempo elástico. Tiene fe en esos emisarios que dejamos las cartas en cajones,
sobre las repisas, cree en la eficiencia de esos extraños devenidos en correos
que finalmente desechan las misivas con los residuos cotidianos y los objetos
inútiles.
Y yo escribo sobre la Leo para tender puentes de palabras en un
universo indiferente, para darle pelea al tiempo, para enviar una señal
luminosa que atraiga barcos a su naufragio, a mi naufragio. Pero yo, ingenua
Leonor, yo no tengo fe en emisarios ni en misivas. Yo, afortunada Leonor, yo
desde mi adulta tristeza percibo la ferocidad de las distancias y la temible
ausencia de los destinatarios. Yo, mientras escribo, te veo en tu silla
afanándote en tus cartas y, como siempre, envidio la pueril, maravillosa
felicidad de los creyentes.
PÁGINA 14 - POESÍA AMERICANA: EL SALVADOR
AÍDA FLORES
ESCALANTE
XIV
Debemos recordar
no por venganza.
Y debemos curar la gran herida
porque es lo saludable para el alma.
Ellos, ellas, nos ven
con ojos ciegos.
Recordar, curar, reconciliar
para saldar la deuda con la Historia,
para cerrar los ojos de los muertos
y para abrir los ojos de la vida.
JORGE GALÁN
PASEO DE UNA NIÑA EN LA PLAYA
Ya sin tocar el suelo, sus pies casi de agua
se deslizan, lentísimos, sobre la arena parda
matizada de espuma. Es casi mediodía,
sobre ella las gaviotas planean dulcemente,
el mar que hizo en la piedra motivo de su furia
no se atreve en sus pies, retrocede, no vuelve
sino en rocíos lentos de un azul menos ávido.
Le toca con su música, con
su arrullo y se vuelve
un amante imposible que encuentra en la tristeza
el motivo preciso para intentar dormirle,
hechizarla, volverla su sueño, su deleite.
Frágil como la rama que a punto de quebrarse
se aferra al tronco anciano, así el viento se amarra
a su raíz más honda: su cabello que ondea
como bandera única de un país exquisito.
Esbelta como el aire que de puntillas anda
por las altas palmeras, mínima como el frío
que el corazón del alba guarda en su luz más íntima,
inmensa como el cielo que habita en la pupila,
se vuelve la palabra que el día le musita
a los antiguos siglos: el nombre de su orgullo.
Con su traje de baño, tan ingenua, tan simple,
sin sospechar aquello que en su torno sucede,
o notando, si acaso, la tibieza del agua
o las lentas gaviotas que vagan dulcemente.
Nada posee entonces semejante pureza.
NORA MÉNDEZ
PRONUNCIAMIENTO
Se ha decretado un estado de alerta
En mis emociones,
Cada vez que pasas, cada vez que te
veo
En mis pupilas arden
Tactos que se organizan
En la clande-intimidad
Donde tan bien
Conspiran mis hormonas.
Cargo un mitin de caricias
En mi pecho
Y un pubis insurrecto
Esperando que realices
Una volanteada de sueños
En mi vientre.
Todo un estado de sitio
Me subviertes
Y se levantan tibias barricadas
Si pretendo
Olvidar tu nombre.
Tengo que confesar
Que me has tomado por asalto
Y toda yo,
Soy tu territorio
Liberado.
RENÉ RODAS
II
He aquí
una ola solitaria empujada al viaje. He aquí que hoy parto de mí mismo en busca
de ti.
He aquí
este aliento líquido que hoy dejo correr sobre tus arenas. Desconocida me eres
e inexplicable.
He aquí el
yodo y la sal de mis días puestos al pie de tu playa. Tú para quien mi voz se
agenció el canto.
De mí nada
sabes. De mi sólo adivinas, tal vez, que vengo de lejos y estoy solo y tengo
miedo.
Tarde un
día, en un parto feroz, vi el rostro del sol. En ese rostro inalcanzable había
el anuncio de un límite.
Mi madre y
yo descubrimos el pavor del otro: la más inquietante, la más infranqueable frontera
que impone el mundo.
Con el
tiempo nos hicimos a la idea de vivir juntos. Aquella aventura comenzada en
deseo se resignaba en amor.
Ella me
dio del calcio de sus huesos. Yo la dejé alimentarse del fantasma sonriente de
mis ojos.
Luego
vinieron días de esplendor sin nombre en los que un niño pasea en bicicleta.
Crecí,
descubrí la muerte, supe del inabarcable sabor a incendio que tiene la
distancia.
Olvidé la
gruta salina que fue mi casa. Pasaron los años como una aguja que zurce heridas
y hoy vengo a tu orilla.
Quiero
tenderme en la caleta ardiente de tu mano, entregarme a tus rocas, sucumbir al
reto de remontar tus dunas.
Traigo
para ti noticias del mar. Rumores que nunca has escuchado te saludan en mi
canto.
Vengo a
entregarte la nave cóncava de mi voz, a ofrecerte rayos líquidos de sol y peces
como cuajos lunares.
Déjame
desembarcar mi amor en tus arenas, beber la humedad de tus esporas y la sangre
de tus líquenes.
Será todo
el alimento que precisen mis dedos remorosos. Abre tu día al paso de mi cuerpo
de animal desencantado.
Guardo
para ese abrazo un secreto que lanza al vuelo a las mantarrayas y hace bailar a
los hipocampos.
(Me
cautivó tu voz en la lejanía y me prendió tu calor en la profunda amargura de
mi cueva abisal.)
Épocas de
aridez me hicieron soñar con el doloroso aroma de tu costado, peces
transparentes anunciaban tu deseada existencia.
Un rumor
de corales vivos, una marejada de crustáceos me hicieron imaginar la turgente
colina por la que habría de abordarte.
El gemido
de una ballena me dejó conocer tus costumbres en el amor, el canto azul de tus
días.
Cardúmenes
de peces extraviados me dejaron presentir los poderes de tu lengua.
Quise
estropear un poco el traje de luz con que te cubres, arrugarlo, sacártelo a
tirones.
Yo que
vengo del mar te soñé desnuda y pobre como la lluvia.
SUSANA REYES
LOS
SOLITARIOS AMAMOS LAS CIUDADES.
Ella
hirvió el agua
con la
suavidad de las hojas
Afuera
una niña
jugaba al ritual de la comida.
Una niña
jugaba al ritual de las niñas.
Dentro
ella
cocinaba la suavidad de los sueños añejados
el simple
sabor de las cosas que no serán
porque el
corazón es un niño acurrucado
[bajo un
puente.
ANDRE CRUCHAGA
ESCEPTICISMO
Alguna vez, en lo descampado del escalofrío, el sentido del
amanecer:
la mística gris de los caminos es el oráculo de mi entraña.
En la ilusión, el mundo y sus infinitas encarnaciones, el
universo secreto
del dolor, sus torbellinos de olvidada quietud.
A través de la mirada van diciendo adiós todos los nombres que
he conocido.
Hundido en los vacíos de los atrios, las manos nubladas de los
cadáveres,
oscura la mugre de los gemidos,
escéptico frente a las longitudes del abandono. El ojo ilustra
las paradojas
de la oferta y la demanda, de cuanto el ala lo es en el viento.
De pronto, soy solo tierra y angustia, miedo omnipotente a las
sombras
del desgarro, miedo a esta vieja lluvia del exilio.
Las calles guardan todas las sombras desatadas de la ironía. Los
espejos
de polvo y sus falsos estupores. Los ocasos y la perennidad irremediable.
Quiero una sola palabra que no sea olvido.
Ya no sé si puedo interpretar el ahora, y abrigar el lenguaje de
mi desnudez.
A veces ya no quiero sentirme ahogado por las enredaderas de la
tierra,
ni sobreviviente de la labor de los crepúsculos.
Yo camino hasta allá donde están los pequeños caminos olvidados.
(Vivo en la palabra real, univoca, unitaria, sin ningún juego de
purismos;
entiendo la oscuridad y sus catástrofes y su alma ininteligible.
Lo único que me salva es no tener respuestas para el absoluto)…
Barataria, 03.XII.2016
PÁGINA 15 - NARRATIVA
ALBERTO DI MATTEO
(Temperley-Buenos Aires)
OLIVERIO
Vestido con una enorme capa negra que ondula a sus espaldas como
las trágicas alas de un desorientado vampiro, con el cabello ensortijado y el
semblante pálido, Oliverio deambula sin rumbo, alejándose de la ciudad,
atormentado por el siniestro recuerdo de la Dama de Blanco.
La había visto cara a cara. Podría jurarlo delante de
cualquiera. Fue durante una oscura y pegajosa tarde, donde la atmósfera parecía
a punto de quebrarse bajo la feroz metralla de los truenos y desatar, instantes
después, la peor de las tormentas que recordara Buenos Aires en muchos años. En
aquel preciso momento, Ella se había dejado ver atravesando los añejos muros
del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco, sito en la calle Suipacha
al 1400.
Por aquel entonces, Oliverio vivía con su esposa Norah en el
terreno lindante al Museo, y los encuentros con aparecidos ultraterrenos ya no
los inquietaban como la primera vez. Una noche habían sido interceptados al
regresar de un café literario por el hierático espectro de un jesuita
encapuchado que les heló la sangre. En otra oportunidad, vieron cómo se
descolgaba la oscura silueta de una esclava negra por las cañerías que descendían
de los techos, buscando escapar de sus ya extintos captores. Y más tarde, hasta
un distinguido Lord británico de raigambre victoriana, con flamante galera y
reloj de oro a la cintura, paseaba de vez en cuando por el patio de su casa en
las noches de luna, insinuando acaso un leve gesto con su galera hacia ellos, a
modo de caballeroso saludo.
Pero ninguna de estas imágenes lo había perturbado tanto como el
de la Dama de Blanco. Joven, hermosa, casi virginal… Se deslizaba fuera del
Museo y entraba a su casa subrepticiamente, mirando en derredor con cierto
temor, como si no reconociese el lugar donde se encontraba. Y a diferencia de
las demás apariciones Ella, exclusivamente a él, le hablaba… Oliverio nunca
había podido descifrar su lenguaje, entrecortado y confuso, compuesto por
irreconocibles jirones de palabras que no alcanzaban a comprenderse del todo,
como si le hablase desde el fondo de un pozo anegado, o a una distancia tan
vasta que los sonidos no alcanzaran a cubrir.
Pero su mirada, de una tristeza tan profunda como hermosa, era
lo que más lo desconcertaba, fascinándolo a la vez. Haberla conocido implicaba
no poder olvidar esos ojos claros. Y quizá fuera eso lo que ansiaba recuperar
Oliverio, luego de que la muerte de Norah lo dejara en el más desolador de los
desconsuelos: una mirada de amor, proveniente de unos ojos puros, diáfanos como
un cielo de verano, que lo atravesaran con su ternura de lado a lado.
Consternado por llegar a concretar el encuentro imposible,
Oliverio averiguó durante un buen tiempo acerca de la secreta identidad de la
Dama de Blanco. Consiguió saber que había fallecido en 1925, y merodeaba desde
un principio el Cementerio de la Recoleta, confundiendo a los incautos varones
que la tomaban por una bella joven solitaria y desabrigada a quien cortejar
durante las noches de parranda. Ellos le ofrecían sus sacos para protegerla del
frío, atesorando la esperanza de un momento de amor, pero terminaban siendo
finalmente desairados, mientras contemplaban incrédulos la manera en que Ella
escapaba hacia las profundidades del Cementerio, perdiéndose entre las bóvedas,
para luego de dar muchas vueltas en su persecución encontraran el propio abrigo
yaciendo sobre uno de los cajones de las bóvedas, recientemente usado por el
espectro de la dueña del ataúd…
Luego, la Dama de Blanco se había trasladado unas diez cuadras,
errando a lo largo de la distinguida Avenida Alvear y la calle Arroyo,
ignorándose el por qué de semejante trayecto, para recalar en las proximidades
del Museo, aposentándose casi entre sus muros y los de las construcciones
vecinas. Allí la había descubierto Oliverio, deseoso por un reencuentro que
jamás había vuelto a concretar, hipnotizado hasta el fin de sus días por
aquella mirada, imposible de olvidar…
Muchos años han pasado desde entonces, sumidos en la bruma de
los tiempos. Oliverio ha perdido, al fragor de sus poéticos retruécanos y
versos delirantes, el sentido del espacio y la localización, extraviado en un
lenguaje particular que carece de coordenadas compartidas. Desorientación que
lo aleja de las letras y lo conduce hacia los lugares más remotos y
estrafalarios, como éste en el que lo descubrimos, sorprendido mientras llega
durante una helada noche de luna llena: una desierta estación de ferrocarril,
perdida en medio del campo, que misteriosamente lleva su propio nombre.
Los rieles se extinguen a pocos metros de allí, devorados por la
oscuridad, que apenas permite entrever un pálido destello lunar y metálico con
el que delata su presencia. La rústica silueta de la estación se confunde con
las extrañas formas de los árboles del monte que la rodea, otorgándole al lugar
un toque siniestro que impulsa con fervor a la huída del testigo ocasional. Sin
embargo, Oliverio se dirige resuelto hacia allí, casi sin darse cuenta de las
asperezas del terreno que lo circunda, causado por el más insondable y urgente
de los presentimientos.
Una ráfaga de viento helado revolotea su capa al acercarse al
derruido umbral de la ventanilla de la boletería, carcomido por la erosión del
tiempo. La reja que separaba al empleado de los futuros pasajeros se encuentra
tamizada por mugrientas telarañas, aposentadas allí por espacio de varias
décadas. El crujido que producen bajo su tacto las maderas podridas del estante
para recoger los boletos no lo sorprende, pero le desagrada. Y entonces, en
medio de la escalofriante lobreguez, percibe el níveo destello de una presencia
dentro de la habitación, luminosidad que le puebla el alma de esperanza y
desboca su corazón.
Busca a tientas la puerta que conduce al interior de la
estancia, y luego de un par de forcejeos con la cerradura oxidada, consigue que
la pútrida hoja de madera le ceda el paso. Avanza trémulo hacia dentro, notando
que aquel destello no ha hecho más que aumentar su intensidad, brotando desde
la tortuosa grieta de uno de los muros, vecina a un polvoriento archivero. El
milagro, informe cual volutas de humo, se expande dentro del cuarto,
corporizándose con dificultad, impedido aún de mostrarse tal cual es. Oliverio
extiende moroso los dedos de su mano derecha hacia él, alargando su brazo,
esbozando una palpitante sonrisa luego de muchísimo tiempo, tan malacostumbrado
al rictus de amargura que lo representase desde la triste muerte de Norah.
La aparición culmina de materializarse, definiendo a la
recordada silueta de la Dama de Blanco, con un tenue y escotado vestido de
nívea gasa que revela unos pálidos hombros delgados y la suave curva de unos
pechos adolescentes, apenas ocultos por los bordes de una rubia cabellera lacia
que enmarca su rostro angelical. Y coronando esa dulce carita inocente, aquella
perturbadora mirada de ojos claros, profundos e insondables, transportando a
quien los contemple hacia territorios inexplorados de la psiquis y el corazón.
Oliverio se estremece ante esos ojos, sin dejar de sostener su
mano abierta hacia Ella, extasiado ante la posibilidad de acercarse,
acariciarla, besarla… Una sutil ráfaga helada se cuela entra las múltiples
rendijas de la ruinosa boletería, ondulando su inquietante capa negra. Hasta
que por fin Ella le vuelve a hablar; y para sorpresa de Oliverio, esta vez lo
hace con palabras claras, un lenguaje definido, un mensaje inequívoco.
-Quiero que me hagas tuya –le sugiere u ordena.
Una miríada de sensaciones se abalanza sobre él, confundiéndolo
y decidiéndolo a la vez. El cálido y hasta fraternal amor experimentado en vida
hacia Norah, el ancestral miedo ante lo desconocido, una inédita tentación al
placer más lascivo que pudiera haber imaginado… En un instante las imágenes más
representativas o banales de su vida desfilan delante de sus ojos, como si al
escuchar esa frase de sus labios hubiese ingresado en el caótico vórtice de un
remolino que lo deseara arrastrar hacia el más allá, aunque dejando en su
lugar, ajeno a su propia persona, un nombre que le otorgue identidad a este
lugar, perdido y quizá olvidado, más no por las evocaciones que pueda suscitar
el apellido Girondo.
Entonces, Oliverio descubre en un inesperado rapto de lucidez
-que atraviesa la maraña de frases erráticas e imágenes discordantes que han
dado identidad a su obra literaria-, que se le ha ido la vida buscando un amor
semejante a éste, que su entidad humana parece haberlo abandonado desde hace ya
mucho tiempo, que en un lugar de la Pampa llamado Girondo –dentro de su
derruida estación de ferrocarril- parece haber encontrado su propio fin humano,
más no el de la leyenda de una enamorada pareja de ultratumba…
Se acerca hacia la Dama de Blanco, quien le sonríe por primera
vez, con grácil expresión. Oliverio le rodea los hombros desnudos con su capa
azabache, que aletea en derredor como si quisiera izarlos en el aire y
alejarlos de allí en un huidizo vuelo de murciélago. Y con un gesto aguardado
por ambos durante decenios, se buscan las bocas con pasional sutileza,
besándose en un abrazo que trasciende la muerte y los eleva hacia la noche.
Una imponente luna llena resulta el único testigo del encuentro,
donde una capa negra y un vestido de gasa blanca se elevan por encima de las
ruinas de una estación ferroviaria y se pierden enamoradas rumbo a las
estrellas, glorificando la cualidad de convertirse en eternos amantes…
PÁGINA 16 - POESÍA AMERICANA: COSTA RICA
ADRIANO CORRALES ARIAS
FOTOGRAFÍA EN SEPIA
La niebla cubre la ciudad
fantasma que emerge lentamente
con un sol no tropical
obscurecido como las entrañas de los bulevares
cantinas amarillentas en el rojo carmín
de sus espejos
Una mujer cruza la Plaza de la Cultura
desdentada sin edad ni perfil
sombra eterna de mantos velos y cruces
que anochecida en los bosques del XIX
se busca en lo perdido por el milenio
al umbral de una metrópoli encadenada
por el galimatías que se vende a granel
bienes raíces lotería científica
dentífrico místico
licantropía de la historia
fantasma que emerge lentamente
con un sol no tropical
obscurecido como las entrañas de los bulevares
cantinas amarillentas en el rojo carmín
de sus espejos
Una mujer cruza la Plaza de la Cultura
desdentada sin edad ni perfil
sombra eterna de mantos velos y cruces
que anochecida en los bosques del XIX
se busca en lo perdido por el milenio
al umbral de una metrópoli encadenada
por el galimatías que se vende a granel
bienes raíces lotería científica
dentífrico místico
licantropía de la historia
ALEJANDRA CASTRO BONILLA
HURACANADA
A mi madre
Contraatacando
tu vértice emerge
y me lanzo al Norte
allá donde no me reconozco
donde provoca no ser herida
y esconderme de tu cántico
de tu galaxia sangrante.
Pero no me sirve mirarte de lejos
y vivir en el punto exacto
del que huíamos antes
tantas veces.
Aquí dejaste el frío que te encerraba
la cárcel
las rejas de antaño.
No me sirve el norte
por la absurda lejanía
que ya implica su silencio
y por todo lo que esconde.
Pero tu soledad convergente
se apiada
y con el mismo giro de tu huracán
me aferro al Este
espejo de viento y luna en anverso
prohibitiva catarsis
en que la tierra se descuartiza
y me cabe entera entre las manos.
Yo no sé jugar con tu universo
y seguís igual de distante
Eréndira aferrada a su soliloquio.
No estoy allí para vos
es cierto
pocas veces lo dijiste.
Estoy en el Este azur
de un blanco empedernido
casi transparente.
Y desde aquí nada
ni siquiera te diviso.
Así no más.
Estoy donde provoca la niebla
un fantasma
y se arremolina la certeza
de no conocerte.
Estoy donde una vez quisiste que te viera
entre murmullos aterrados
entre sumisiones ascéticas
mirando por una buhardilla
la inmensidad oculta de tu cuerpo.
Y en el poniente
anocheciendo tu vuelo
resistiéndome siempre a la sola idea
de que una vez te arrebaté las alas
y quedaste alucinando entre jirones.
Se hizo la constelación de la rosa
de la rosa de los mares eternos
reventando mis costas
pariendo.
Después esa necesidad terrible
de seguir brillando
y el Oeste rojizo te encierra
te absorbe hacia su luz
pero vos
que todo lo viste
reconocés el infierno.
Y tu ángulo que se extiende
sigue intacto
no dejándose llevar hacia el fuego
siempre en el centro imponente
provocando tempestades.
Y yo te quiero
no hablo
ni siquiera me acerco.
Recibo en mi Oeste
tu luz agotada
que provoca esa impotencia
esas ganas de salir corriendo
hacia el génesis que lleva escrito tu nombre.
Pero y es que vuelve
vuelve siempre el huracán
y yo que me dejo arrastrar
en su voz orgiástica de cuatro soles
llego al borde
al Sur que apunta
que amenaza siempre
con su filo de estalactita
chorreando constantemente un carmesí.
Aquí donde los vientos cruzaron la Tierra de Fuego
donde se quebró el mandala
y quedó tu aroma flotando buscando un mar.
Aquí donde lo que provoca
es seguir creciendo a pesar de la muerte
que llevamos derramada por dentro
donde lo que provoca es cualquier cosa
menos conocernos.
Y a veces aquí
donde añoramos tu mirada apacible
prolongada.
Yo no quiero caer
en este abismo erosionado
en esta ausencia de contornos
donde de todo lo que ves
nada existe
nada
más que tu palpitar fortísimo
que me llama
tu magia que me extrae
hasta que logro deshacer remolinos
cruzar descalza los arrecifes
asirme del magma esculpirme en roca
y llegar finalmente allí
hasta tu furia
en el centro
hasta tu libertad desconocida
hasta vos
hasta tus sueños censurados
inconsciencia de vida
hasta tu mano, nacimiento y muerte
hasta el grito que escuché
mientras huía
hasta tu eje permanente
hasta la convergencia
nuevamente huracanada
hasta vos
hasta donde estabas sola.
A mi madre
Contraatacando
tu vértice emerge
y me lanzo al Norte
allá donde no me reconozco
donde provoca no ser herida
y esconderme de tu cántico
de tu galaxia sangrante.
Pero no me sirve mirarte de lejos
y vivir en el punto exacto
del que huíamos antes
tantas veces.
Aquí dejaste el frío que te encerraba
la cárcel
las rejas de antaño.
No me sirve el norte
por la absurda lejanía
que ya implica su silencio
y por todo lo que esconde.
Pero tu soledad convergente
se apiada
y con el mismo giro de tu huracán
me aferro al Este
espejo de viento y luna en anverso
prohibitiva catarsis
en que la tierra se descuartiza
y me cabe entera entre las manos.
Yo no sé jugar con tu universo
y seguís igual de distante
Eréndira aferrada a su soliloquio.
No estoy allí para vos
es cierto
pocas veces lo dijiste.
Estoy en el Este azur
de un blanco empedernido
casi transparente.
Y desde aquí nada
ni siquiera te diviso.
Así no más.
Estoy donde provoca la niebla
un fantasma
y se arremolina la certeza
de no conocerte.
Estoy donde una vez quisiste que te viera
entre murmullos aterrados
entre sumisiones ascéticas
mirando por una buhardilla
la inmensidad oculta de tu cuerpo.
Y en el poniente
anocheciendo tu vuelo
resistiéndome siempre a la sola idea
de que una vez te arrebaté las alas
y quedaste alucinando entre jirones.
Se hizo la constelación de la rosa
de la rosa de los mares eternos
reventando mis costas
pariendo.
Después esa necesidad terrible
de seguir brillando
y el Oeste rojizo te encierra
te absorbe hacia su luz
pero vos
que todo lo viste
reconocés el infierno.
Y tu ángulo que se extiende
sigue intacto
no dejándose llevar hacia el fuego
siempre en el centro imponente
provocando tempestades.
Y yo te quiero
no hablo
ni siquiera me acerco.
Recibo en mi Oeste
tu luz agotada
que provoca esa impotencia
esas ganas de salir corriendo
hacia el génesis que lleva escrito tu nombre.
Pero y es que vuelve
vuelve siempre el huracán
y yo que me dejo arrastrar
en su voz orgiástica de cuatro soles
llego al borde
al Sur que apunta
que amenaza siempre
con su filo de estalactita
chorreando constantemente un carmesí.
Aquí donde los vientos cruzaron la Tierra de Fuego
donde se quebró el mandala
y quedó tu aroma flotando buscando un mar.
Aquí donde lo que provoca
es seguir creciendo a pesar de la muerte
que llevamos derramada por dentro
donde lo que provoca es cualquier cosa
menos conocernos.
Y a veces aquí
donde añoramos tu mirada apacible
prolongada.
Yo no quiero caer
en este abismo erosionado
en esta ausencia de contornos
donde de todo lo que ves
nada existe
nada
más que tu palpitar fortísimo
que me llama
tu magia que me extrae
hasta que logro deshacer remolinos
cruzar descalza los arrecifes
asirme del magma esculpirme en roca
y llegar finalmente allí
hasta tu furia
en el centro
hasta tu libertad desconocida
hasta vos
hasta tus sueños censurados
inconsciencia de vida
hasta tu mano, nacimiento y muerte
hasta el grito que escuché
mientras huía
hasta tu eje permanente
hasta la convergencia
nuevamente huracanada
hasta vos
hasta donde estabas sola.
ALÍ VÍQUEZ JIMÉNEZ
EL MIEDO
Ahora conozco las sombras de las cosas: comienzo a no ser joven y a temer el fracaso. Cada tarde, a medida que el sol se oculta, me pregunto si habré sabido aprovechar la rosa de ese día o si se me habrá marchitado a lo lejos y yo tan tonto. Cada noche me bebo el vino con la duda de si debería acabármelo todo y hasta sueño agobiado por la necesidad de recordar cuando despierte. Es como si la vida se me estuviera pareciendo demasiado al olvido.
De la muerte no conozco nada, solo que ahora la siento posible.
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
Desenfunda,
oh poza de penumbra, tu misterio.
No detengas su viaje al navegante.
No importa que su adiós
te hiera como cierzo,
como rayo de hielo que en la pelvis
aloja sus astillas.
Ábrete sexo,
hazte cascada,
olvida tu tristeza.
Deja partir al niño
que vive en tu entresueño.
Abre gallardamente
tus cálidas compuertas
a este copo de mieles,
a este animal que tiembla
como un jirón de viento,
a este fruto rugoso
que va a hundirse en la luz con arrebato,
a buscar como un ciervo con los ojos cerrados
los pezones del aire, los dos senos del día
Ahora conozco las sombras de las cosas: comienzo a no ser joven y a temer el fracaso. Cada tarde, a medida que el sol se oculta, me pregunto si habré sabido aprovechar la rosa de ese día o si se me habrá marchitado a lo lejos y yo tan tonto. Cada noche me bebo el vino con la duda de si debería acabármelo todo y hasta sueño agobiado por la necesidad de recordar cuando despierte. Es como si la vida se me estuviera pareciendo demasiado al olvido.
De la muerte no conozco nada, solo que ahora la siento posible.
ANA ISTARÚ
ÁBRETE SEXO
Ábrete sexo
como una flor que accede,descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
Desenfunda,
oh poza de penumbra, tu misterio.
No detengas su viaje al navegante.
No importa que su adiós
te hiera como cierzo,
como rayo de hielo que en la pelvis
aloja sus astillas.
Ábrete sexo,
hazte cascada,
olvida tu tristeza.
Deja partir al niño
que vive en tu entresueño.
Abre gallardamente
tus cálidas compuertas
a este copo de mieles,
a este animal que tiembla
como un jirón de viento,
a este fruto rugoso
que va a hundirse en la luz con arrebato,
a buscar como un ciervo con los ojos cerrados
los pezones del aire, los dos senos del día
CARLOS FRANCISCO MONGE
DEL
FANTASMA IRRISORIO
En el
festín que a diario nos rodea,
con sus
mejores platos, las lucernas, los podios
para
articular las palabras solemnes,
no
encuentro mi lugar.
El aire
vuelve a mi jardín, las amapolas
danzan sin
el sufrimiento
de
orearse, de gastarse, de elegir un destino;
y yo
recuerdo aquel collige, virgo,
rosas, sin mayor esperanza,
seguro de
otras cosas; por ejemplo, de asistir a esa antigua vanidad
de unos
cuerpos buscando la ebriedad entre la espuma marina,
dorándose
en la luz revuelta del ocaso.
Mientras
tanto el festín: los arrebatos, los espejos cubiertos de ceniza,
la
ineptitud de un bel morir, unas aves azules,
el
sonajero allí, la barahúnda, el copetín.
Y no lo
encuentro, no hay sonido de lluvia, no hay antorchas,
no hay
oleajes nocturnos. Hay salones levíticos, sombras acumuladas,
polvo y
carcoma y manchas.
Solo
pienso en las pausas, como si fuesen las últimas
y en
aquellas palabras insistentes, collige
virgo rosas…
ARABELLA SALAVERRY
PARA SEGUIR SOÑANDO
Me parece
que ya no podré visitarte
acomodarme
y deshacer mi equipaje
en el paraje impaciente de tu sueño
acomodarme
y deshacer mi equipaje
en el paraje impaciente de tu sueño
No sé si
la muerte está hecha de un sueño
que hace estaciones en la breve eternidad
de los relámpagos
que hace estaciones en la breve eternidad
de los relámpagos
No sé si
en la muerte
se vive el espacio de los sueños
o si es oscuro el sueño
borrado de sí mismo
si no hay espacio para seguir soñando
se vive el espacio de los sueños
o si es oscuro el sueño
borrado de sí mismo
si no hay espacio para seguir soñando
No sé si
es pared hierba agua nube tormenta
un momento
cabalgando otro momento
si es luz
germinal desconsuelo
agujero negro
para seguir viviendo en la telaraña de otro sueño
un momento
cabalgando otro momento
si es luz
germinal desconsuelo
agujero negro
para seguir viviendo en la telaraña de otro sueño
Me parece
entonces
que ya no podré
aposentarme en tu sueño
y renacer en el espacio
de lo que vas soñando
que ya no podré
aposentarme en tu sueño
y renacer en el espacio
de lo que vas soñando
No me
queda más que despertar
y lavarle los ojos a la muerte
y lavarle los ojos a la muerte
Despertar
con lo que quedó
en mi sueño
en mi sueño
PÁGINA 17 – NARRATIVA
CECILIA COURTOISIE
(Buenos Aires-Argentina)
ALMAS CON OLOR A CEBOLLA
Esta mujer
tiene algo especial en las manos. Sus dedos gruesos hablan. Sus uñas negras,
los nudillos apenas deformados. La resequedad de la piel.
Aprieta el
cuchillo entre los dedos y corta la zanahoria casi sin esfuerzo. Pedazos
chiquitos para la sopa. Calabaza, puerro, cebolla. Bandejitas de verdura en
juliana.
Buen día
¿me da una banana? ¿una sola? Sí. Dos pesos. ¿Dos pesos? Por unidad es más
caro. Bueno. ¿Algo más va a llevar? No, nada más, gracias.
Detrás de
la expresión seria, un dolor atrasado. El estómago oprimido se oculta bajo la
redondez del cuerpo. Cuerpo cansado. Lento.
Lejos
quedaron los días de críos en la espalda. De palabras crueles de gente igual,
pero con otra vida. Lejos, pero más presente que nunca.
Los
anhelos se arrancan de los azotes recibidos, los sueños deformados por lágrimas
imperceptibles. Inaceptables. El pecho que se incendia con la naturalidad del
aire y trasmite en esa fuerza, generación tras generación, el sabio sigilo de
la lucha imperecedera.
La
victoria descalza deja huellas en la planta del pie.
La
angustia en silencio. El silencio que asume la rabia del otro, la absurda
intolerancia.
Los huesos
sufren, pero se callan.
¡Deja las
ciruelas quietas! Gabriel, vigila a tu hermano. ¿Qué le doy, señor? ¿un kilo?
Los zapallitos dos kilos cinco pesos. Un kilo, tres. ¡Gabriel, vigila a tu
hermano te he dicho! El brócoli se lo dejo dos con cincuenta porque no vino
bueno. ¡Quita tu mano de allí te he dicho! ¡Gabriel! El tomate de oferta se ha
acabado, tiene esos a cuatro pesos. ¡Gabriel!
Muchos
siglos esperando la esperanza. Con la esperanza a cuestas se sueña distinto, se
lucha distinto, la dignidad es posible.
El día
empieza mucho antes si se hacen trámites.
Filas
eternas de personas que acampan, en busca de un sueño deseado por obligación.
Dejar de pertenecer para ser de otra parte. Colas inacabables por una identidad
legal. Prueba indeleble del exilio.
Madrugadas
enteras desperdiciadas en un papel. Punto de partida de una aparente vida
nueva. Sudamérica, hermanos latinoamericanos. Buenos Aires, la utopía
disfrazada de anhelos tangibles. Sábanas limpias, un trabajo digno. ¿Digno de
quién? ¡Sudamérica! ¿hermanos latinoamericanos?
La Patria
Grande.
Falta la
partida de nacimiento. Pero yo he traído todo. Todo no, le falta la partida
legalizada en su país de origen. Pero yo he traído todo lo que me han dicho
ustedes. ¿No entiende lo que le digo, señora? Falta la partida legalizada. A
ver, ¿de dónde es usted? ¿y tiene familia allá? Bueno, mándeles la partida para
que le hagan el trámite y vuelva otro día. Ya vine cinco veces. ¡Le falta la
partida, señora! Vuelva otro día, hoy no puedo hacer nada.
Otra vez
el silencio.
Las manos
de esta mujer tienen algo. Hablan. Cuentan su historia.
Llega a
casa cuando la noche está avanzada, con sus hijos de las manos. El más pequeño
quizás en brazos. Abierta al reencuentro que la espera puertas adentro, donde
todo está en calma.
La familia
unida, por el exilio, por la historia compartida, por el porvenir que están
creando. La familia toda, completa, los que ya están, los que van llegando.
La
esperanza contenida en los sabores que pasan de mano en mano, hombres y
mujeres, núcleo inseparable, inquebrantable. El aroma de los otros que allá
están, que son pero no son. Desconocidos de la misma raza, humanos, seres que
explotan de vida, de angustia, de anécdotas que son distintas y tan iguales.
Rituales que son de todos y que ellos se llevaron a otra parte. Rituales
compartidos a la distancia con aquellos que aún luchan en la tierra que los
trajo. Pacha al rojo vivo que guarda en frasquitos los vientos huracanados.
Puertas
adentro el alma se reconstruye, se comprende. Puertas adentro de casa, y del
país que una vez fue nuevo.
SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA 18 -RELATO
NORMA SEGADES – MANIAS
(Santa Fe-Argentina)
ACERCA DE LOS ELFOS.
Dicen que los pequeños elfos se engendran con
esperma de luna en los hondos abismos de la noche.
Durante siete eclipses se alimentan del polen
de almudenas silvestres,
pero sólo los elfos destinados al reino
aguardan otra ausencia para nacer al mundo de
los hombres.
Cuentan que de los ojos de los príncipes elfos
nacen las mariposas.
Bandada tras bandada.
Anaranjadas, deslumbrantes, suaves.
Irisando en su vuelo las gotas de rocío dormido
en las corolas.
Y que cuando el susurro de sus alas invade los
insomnios de los corceles blancos,
las capturan de nuevo entre los párpados
para impedir que mueran desangradas sobre
cuernos de plata.
Sostienen que en sus venas corre un cauce
incesante de magnolias
donde voces antiguas entonan las canciones de
una tierra perdida,
tan lejana en el tiempo
que nunca fue siquiera imaginada por las hojas
del roble
o las lenguas ardidas que devoran leyendas en
la orilla del fuego.
Por eso saben todas las respuestas y evaden los
hechizos.
Los príncipes del reino de los elfos tienen la
piel de olivo desvelado
y el cabello sombrío como un mar tormentoso
abofeteando eternos farallones,
pero su gracia es pura como el alba naciente,
pero su risa es un cascabeleo cayendo en
hendiduras de peñascos,
pero su sueño es leve como un pétalo de humo,
pero su voz es dulce,
es sabia,
es apacible.
La música les nace sin esfuerzo al igual que el
amor y las palabras.
Y en la edad de las bayas,
en la edad de las pálidas lloviznas,
abandonan su reino de helechos encendidos
en busca del misterio de las colinas huecas
estallantes de esporas,
donde ávidos plantíos de almudenas silvestres esperan
los espasmos mordedores de ausencia.
Porque así debe ser.
Porque así ha sido escrito
por aquellos que afirman que los pequeños elfos
se engendran con rocío,
con esperma de luna,
en los hondos silencios de la noche,
y que durante siete eclipses se alimentan del
polen de almudenas silvestres.
Aunque sólo los elfos destinados al reino
aguarden otra ausencia
para nacer al mundo de los hombres.
PÁGINA 19 -POESÍA
MARIA ELENA WALSH
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
(1930-2011)
LA REINA BATATA
Estaba la reina batata
Sentada en un plato de plata,
El cocinero la miró
Y la reina se abatató
La reina temblaba de miedo,
El cocinero con el dedo,
Que no que sí, que sí que no
De malhumor la amenazó
Pensaba la reina batata:
"Ahora me pincha y me mata"
Y el cocinero murmuró:
"Con ésta sí me quedo yo"
La reina vio por el rabillo
Que estaba afilando el cuchillo
Y tanto tanto se asustó
Que rodó al suelo y se escondió
Entonces llegó de la plaza
La nena menor de la casa,
Cuando buscaba su yoyó
En un rincón la descubrió
La nena en un trono de lata
La puso a la reina batata
Colita verde le brotó
(A la reina batata, a la nena, no)
Y esta canción se terminó
PÁGINA 20 – NOVELA JUVENIL
MARÍA TERESA ANDRUETTO
(Arroyo Cabral-Córdoba-Argentina)
VELADURAS
CAPÍTULO II
Quando estaba allá en Córdoba, en la Casa de Descanso, cerca de
donde era antes nuestra casa, donde viven mi hermana y mi madre y donde también
vivía yo, una monja que se llama Estela, a la que quiero mucho, me dijo que se
mudaba para el norte, y me indicó dónde buscarla si yo estaba sola y llegaba a
venir para estos lados.
Así fue que llegué a San Salvador y busqué la calle Virgen de
las Nieves y en la calle el taller de las hermanas y en el taller a la hermana
Estela, la que me dio la estampa del Santo aquella vez para que yo la
compusiera.
La hermana Estela me había dicho que la buscara a ella y eso es
lo que hice. Llegué sin nada, sin enseres ni ropa ni nada, con mis solas ganas
de venir para acá, y con esa nada que traía fui al taller y pregunté por ella.
Lo recuerdo bien: me hicieron que esperara y me quedé en la sala, con un poco
de frío y otro poco de sueño por la mala noche, con la cabeza sin pensar en
nada. Yo estaba sola, ¿sabe?, sola en el mundo, sin padre, sin madre y sin
memoria, tratando de olvidar lo que había vivido antes cuando estaba con mi
madre y discutíamos, y también lo que había pasado con mi padre.
Totalmente azorada estaba, confundida todavía por lo sucedido,
cuando levanté la cabeza y vi, por la puerta entreabierta, la sala del convento
y en la sala una mesa larga con las patas torneadas, y encima de la mesa unos
botes con ungüentos.
Le aseguro que eso es algo que no se puede olvidar. No se puede,
doctora. Esos colores en los potes, esos que vi con estos ojos dando brincos.
Así es como sucedieron las cosas que le digo: me levanté de
donde estaba sentada y me acerqué a la puerta, pasé al taller y me arrimé a la
mesa. Eran como coyuyos el pan de oro, los ferrites y la purpurina, el tierra
sombra, el azul talo, el blanco de titanio... y el mordiente con ese olor que
se le mete a uno adentro.
Había también un color plata, un azul cobalto y el granate, eso
es lo que supe después, cuando aprendí a distinguir las sustancias, los colores
y las marcas; y vi también que había óleos, temperas y acrílicos, que no son
naturales pero igual relumbran.
Antes de eso, yo sólo había visto lo que se usa en la escuela,
colores de lápices o temperas, y los que tenía aquí mi abuela Rosa para sus
cacharros, el negro y el terracota, pero nunca jamás había visto el pan de oro
que es lo que se necesita en la Capilla para cubrir las estampas de la Virgen y
para las composiciones de los santos y las santas, ni tampoco conocía el azul
talo, ni el azul cobalto, ni otros azules que existen, ni el granate.
Me gusta hacer las veladuras y también los falsos acabados.
Falsos acabados, así es como los llaman, porque se pinta para que parezca
piedra, mármol o madera con sus vetas, sus manchas y cogollos... aunque no sean
verdaderos a mí igual me gustan, hacen que después de mucho cubrir y sobar,
todo quede al fin bastante bien.
No sé qué piensa usted, doctora, pero a mí se me hace que es
también así la vida. Yo se lo dije una vez al doctor Freytes, cuando estaba
allá en la Casa de Descanso: primero uno cubre todo y después va sobando de a
poco lo que tiene soterrado, que es siempre lo que duele y hay que soliviar.
Es de ese modo como se cubre lo que estaba expuesto. Por eso
pienso algunas veces que si pudiera hacerme yo misma a mí unas pátinas como
estas que les hacemos a los ángeles, si pudiera pasarle pan de oro a lo que ha
perdido el brillo, si al alma de uno le fuera bien hacerle veladuras, seguro
que lo que duele se pondría opaco y no se sufriría más.
Me gustan estos menesteres, porque se cubre lo que está debajo
pero igual se ve. Es lo que pasa con lo que está velado: se ve mejor que cuando
queda expuesto. Una vez que recompongo y acomodo lo que se ha deshecho, paso el
pan de oro y luego cubro con betún. Se llama betún de Judea y es lo que me dan
acá en San Salvador, para que tape las imágenes y lo que es nuevo se vuelva
viejo y se cubra lo que estaba roto.
Cuando se seca lo que he pintado, lo sobo bien para que quede
apenas un poco, para que no se cubra por completo, porque es así como se ve
mejor.
Todo esto que he aprendido a hacer, estas veladuras, son nomas
para que lo nuevo se vuelva viejo, como los ángeles de la Capilla.
No sé qué piensa usted, pero a mí me parece que es al revés de
lo que pasa en la vida, donde el dolor que a uno le ha sucedido antes, y antes
'de antes, parece que naciera siempre por primera vez.
Todos los
textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son
Copyright de sus respectivos propietarios, obrando
la presentación como declaración jurada de su autoría y responsabilizándose
por las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria
solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural
interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus
contemporáneos.