Imágenes:
ERIC DIJKSTRA
(Zwolle-Overjssel-Holanda)
PÁGINA 1 – REFLEXIONES
EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)
DEFENSA DE LA PALABRA
2.
No hemos nacido en la luna, no habitamos el séptimo cielo. Tenemos la dicha y la desgracia de pertenecer a una región atormentada del mundo, América Latina, y de vivir un tiempo histórico que golpea duro. Las contradicciones de la sociedad de clases son, aquí, más feroces que en los países ricos. La miseria masiva es el precio que los países pobres pagan para que el seis por ciento de la población mundial pueda consumir impunemente la mitad de la riqueza que el mundo entero genera. Es mucho mayor la distancia, el abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos; y son más salvajes los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia. El desarrollo de una industria restrictiva y dependiente, que aterrizó sobre las viejas estructuras agrarias y mineras sin alterar sus deformaciones esenciales, ha agudizado las contradicciones sociales en lugar de aliviarlas. La habilidad de los políticos tradicionales, expertos en las artes de la seducción y la estafa, resulta hoy insuficiente, anticuada, inútil; el juego populista que permitía otorgar para manipular ya no es posible, o revela su peligroso doble filo. Las clases y los países dominantes recurren a la maquinaria represiva. ¿De qué otra manera podría sobrevivir sin cambios un sistema social cada vez más parecida a un campo de concentración? ¿Cómo mantener a raya, sin alambradas de púas, a la reciente legión de los malditos? En la medida en que el sistema se siente amenazado por el desarrollo sin tregua de la desocupación, la pobreza y las tensiones sociales y políticas derivadas, se abrevia el espacio disponible para la simulación y los buenos modales: en los suburbios del mundo el sistema revela su verdadero rostro. ¿Por qué no reconocer un cierto mérito de sinceridad en las dictaduras que oprimen, hoy por hoy, a la mayoría de nuestros países? La libertad de los negocios implica, en tiempos de crisis, la prisión de las personas. Los científicos latinoamericanos emigran, los laboratorios y las universidades no tienen recursos, el "know how" industrial es siempre extranjero y se paga carísimo, pero ¿por qué no reconocer un cierto mérito de creatividad en el desarrollo de una tecnología del terror? América Latina está haciendo inspirados aportes universales en cuanto al desarrollo de métodos de torturas, técnicas del asesinato de personas e ideas, cultivo del silencio, multiplicación de la impotencia y siembra del miedo. Quienes queremos trabajar por una literatura que ayude a revelar la voz de los que no tienen voz, ¿cómo podemos actuar en el marco de esta realidad? ¿Podemos hacernos oír en medio de una cultura sorda y muda? Las nuestras son repúblicas del silencio. La pequeña libertad del escritor, ¿no es a veces la prueba de su fracaso? ¿Hasta dónde y hasta quiénes podemos llegar? Hermosa tarea la de anunciar el mundo de los justos y los libres; digna función la de negar el sistema del hambre y de las jaulas visibles o invisibles. Pero, ¿a cuántos metros tenemos la frontera? ¿Hasta dónde otorgan permiso los dueños del poder?
No hemos nacido en la luna, no habitamos el séptimo cielo. Tenemos la dicha y la desgracia de pertenecer a una región atormentada del mundo, América Latina, y de vivir un tiempo histórico que golpea duro. Las contradicciones de la sociedad de clases son, aquí, más feroces que en los países ricos. La miseria masiva es el precio que los países pobres pagan para que el seis por ciento de la población mundial pueda consumir impunemente la mitad de la riqueza que el mundo entero genera. Es mucho mayor la distancia, el abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos; y son más salvajes los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia. El desarrollo de una industria restrictiva y dependiente, que aterrizó sobre las viejas estructuras agrarias y mineras sin alterar sus deformaciones esenciales, ha agudizado las contradicciones sociales en lugar de aliviarlas. La habilidad de los políticos tradicionales, expertos en las artes de la seducción y la estafa, resulta hoy insuficiente, anticuada, inútil; el juego populista que permitía otorgar para manipular ya no es posible, o revela su peligroso doble filo. Las clases y los países dominantes recurren a la maquinaria represiva. ¿De qué otra manera podría sobrevivir sin cambios un sistema social cada vez más parecida a un campo de concentración? ¿Cómo mantener a raya, sin alambradas de púas, a la reciente legión de los malditos? En la medida en que el sistema se siente amenazado por el desarrollo sin tregua de la desocupación, la pobreza y las tensiones sociales y políticas derivadas, se abrevia el espacio disponible para la simulación y los buenos modales: en los suburbios del mundo el sistema revela su verdadero rostro. ¿Por qué no reconocer un cierto mérito de sinceridad en las dictaduras que oprimen, hoy por hoy, a la mayoría de nuestros países? La libertad de los negocios implica, en tiempos de crisis, la prisión de las personas. Los científicos latinoamericanos emigran, los laboratorios y las universidades no tienen recursos, el "know how" industrial es siempre extranjero y se paga carísimo, pero ¿por qué no reconocer un cierto mérito de creatividad en el desarrollo de una tecnología del terror? América Latina está haciendo inspirados aportes universales en cuanto al desarrollo de métodos de torturas, técnicas del asesinato de personas e ideas, cultivo del silencio, multiplicación de la impotencia y siembra del miedo. Quienes queremos trabajar por una literatura que ayude a revelar la voz de los que no tienen voz, ¿cómo podemos actuar en el marco de esta realidad? ¿Podemos hacernos oír en medio de una cultura sorda y muda? Las nuestras son repúblicas del silencio. La pequeña libertad del escritor, ¿no es a veces la prueba de su fracaso? ¿Hasta dónde y hasta quiénes podemos llegar? Hermosa tarea la de anunciar el mundo de los justos y los libres; digna función la de negar el sistema del hambre y de las jaulas visibles o invisibles. Pero, ¿a cuántos metros tenemos la frontera? ¿Hasta dónde otorgan permiso los dueños del poder?
PÁGINA 2 – NUESTRA
POESÍA
ALEJANDRA
MENDEZ BUJONOK
(San
Cristóbal-Santa Fe-Argentina)
EN CORO
El puño de la tarde se abre
en semillas de luz multiplicada.
El sonido no es
solo una constante.
Bajan de a una las lianas liláceas
como lágrimas
en coro de los pájaros.
Cardenal amarillo en mi pecho
es el campo
Un animal sediento,
un dios,
un amante.
ARIEL
FERNÁNDEZ
(Villa
Constitución-Santa Fe-Argentina)
LAS
VIEJAS QUE CAMINAN
Las viejas que caminan
lo hacen con una paloma en el hombro.
Las viejas que caminan
se pierden el juego de los niños
y las penas de sus hijos.
Las viejas que caminan
no se ríen
y tampoco se permiten llorar,
así las des-creen humanas.
Las viejas que caminan
compran Caras y Gente
y nunca dejan de hablar de Susana.
Las viejas que caminan
desconocen que en cada paso
dado con egoísmo
se acercan un poco más a la muerte.
Las viejas que caminan
lo hacen con una paloma en el hombro.
Las viejas que caminan
se pierden el juego de los niños
y las penas de sus hijos.
Las viejas que caminan
no se ríen
y tampoco se permiten llorar,
así las des-creen humanas.
Las viejas que caminan
compran Caras y Gente
y nunca dejan de hablar de Susana.
Las viejas que caminan
desconocen que en cada paso
dado con egoísmo
se acercan un poco más a la muerte.
CARINA
SEDEVICH
(Santa
Fe-Santa Fe-Argentina)
2
He
decidido mirar por la ventana.
Todo
cae mientras yo miro por la ventana.
Mientras
me caliento el pecho con el sol.
Miro
las telaranas entre las rejas
finas,
tornasoladas.
Miro
las volutas de hierro, sencillas
las
que eligio Rodolfo.
He
decidido mirar por la ventana
de
esta casa enorme.
Aca
iba a crecer un hijo nuestro.
Las
pinas se amontonan en los arboles.
Aca
ibamos a tener una pileta.
Y
el color de las paredes iba a ser arena.
He
decidido mirar por la ventana.
Inmovil
en la silla, como en un hospicio.
Ver
los rosales plantados y olvidados
que
crecieron sin darnos una flor.
Los
yuyos del invierno, las agujas
que
caen de los pinos, las gramillas.
El
gris de los ladrillos que costaron tanto.
He
decidido mirar por la ventana.
Repasar
en silencio la alegria perdida
con
esta ropa vieja de todos los inviernos.
SERGIO BARTÉS
(Santa
Fe-Argentina)
TRAVESÍA
Sueño
con torres
de pan caliente;
amo el vino sumergido
de tu bostezo sexual.
de pan caliente;
amo el vino sumergido
de tu bostezo sexual.
Navego
en un barco
de alas consumidas;
me alejo de cuartos deshabitados
y la sangre indecisa
de las sílabas rotas.
de alas consumidas;
me alejo de cuartos deshabitados
y la sangre indecisa
de las sílabas rotas.
Quiero
tatuarme de palabras
con significados de bosques;
flotar en las plataformas del deseo
y deslizarme en tu cuerpo
como un argumento
de la lluvia.
con significados de bosques;
flotar en las plataformas del deseo
y deslizarme en tu cuerpo
como un argumento
de la lluvia.
MARÍA DEL ROSARIO ALARCÓN
(Santa Fe-Argentina)
MUERTES DE UNA NOCHE
No hay caso, tu espada no corta.
No hay caso, tu espada ni hiere
ni marca
ni mata.
Tu espada, el filo certero
revienta en mil gotas
la sangre que drena
Tu espada, afilada de luces
el arma mortal
deshace las penas.
Tu espada, ritual de maestrías
reduce el todo a nada
en una embestida.
No hay caso, tu espada no mata.
Tajea la noche.
Enciende la fragua.
Desarma la estancia.
Corta las almenas,
que miro lejana.
No hay caso tu espada no mata
Tu espada es profana.
Tu espada es blasfema.
Por eso,
tu espada-palabra,
despacio me quema.
PÁGINA 3 – CUENTO
ANTONIO
CAMACHO GÓMEZ
(Roquetas de Mar-Almería-España)
LA
SOLEDAD DEL HOMBRE
El hombre lo tomó del cuello y apretó
durante unos minutos. Hasta que el chapoteo del otro en el bajío se convirtió
en silencio de correntada. Hasta que tuvo la impresión de asir una cosa inútil.
Entonces, lo soltó. Y vio unos momentos cómo el torbellino líquido arrastraba
el cuerpo río abajo.
Una procesión de camalotes bogaba sin pausa
a la deriva. El sol se prendía desfalleciente en los esteros. Después, más allá
de la paja brava, se hundió como una moneda dorada y tibia.
Un ave graznó. El hombre, aún jadeante,
sintió un escalofrío. La soledad se le hizo ahora más honda. Una sima negra,
insondable. Y se dirigió a la canoa fondeada entre los juncos de un remanso.
Subió, las alpargatas limosas, las bombachas chorreando. Sentado en un
banquillo se miró las manos: morenas, rugosas, ásperas y fuertes. Sí, pensó.
Tenía unas manos fuertes. Si no que lo dijera el “gringo”. Pero ya no podría
hablar. A nadie se lo podría decir.
Sus ideas se eslabonaban surtas en el
fatalismo. Había sido tan fácil, tan fácil. Sin embargo se sentía cansado. Y la
culpa la tenía el “gringo”. ¡Vivía tan bien con su “guaina”, “gringo”,
“gringo”, ‘e porra. Ahora tuito se lo llevó el diablo.
La flora ribereña se iba tornando en una
espesa mancha de recortada oscuridad. Las aguas se enturbiaban más y más y
pronto las alimañas saldrían de sus escondrijos. La misteriosa fauna
noctámbula.
Recordó con los ojos entrecerrados, como
para hacer nítidas las imágenes de hombre acostumbrado al silencio y a los
largos soliloquios, el día en que la chinita cayó al rancho con sus ojos de
“guasuncho” asustado, los pies descalzos y una pollerita rotosa que dejaba ver
su carne endurecida y morocha, habituada al fuerte sol del verano y a una vida
prolongada al aire libre.
Desde entonces Roque Bogado, olvidado de
Dios y de la gente, allí, en la zona más interna de la isla, con sus trampas y
sus espineles había sentido por primera vez lo que era el calor humano. Y
aunque conversaban muy poco, bastaba una mirada, un gesto para entenderse mejor
que con palabras. ¿Acaso los animales no se comprendían sin hablar? Si lo
sabría él que se pasaba noches enteras escuchándolos, atento a los gruñidos, a
sus chillidos y a sus movimientos, apenas perceptibles, que sólo podía apreciar
aquel que hubiera pasado muchos años entre esteros y bañados, junto a lagunas y
sobre albardones.
Hizo un leve acto con la mano, como quien
procura ahuyentar una mosca pegajosa. Tuvo una imagen indeseable y escupió con
bronca. La saliva cayó en un hormiguero. Los insectos se dispersaron como
enloquecidos.
Todo iba bien hasta que llegó el “gringo”
con los ojos lastimosos, como aquel perro que lo siguió una vez en el pueblo.
Aquel perro que parecía comprender su soledad y que se hermanaba con él movido
por los misteriosos resortes de su instinto. Quizá en mejores tiempos había
jugado con los niños, correteando por los campos, alimentado con cariño para
después, muertos sus protectores, deambular sin destino apaleado por los
muchachotes, corrido de las casas, mal visto por los perros guardianes de las
estancias. Flaco y angustiado lo había mirado con la misma solicitud de ayuda
de aquel visitante que imploraba su refugio. Y desde entonces había sido un
fiel compañero en sus andanzas, compartiendo sus penurias y su soledad hasta
que desapareció una mañana invernal sin dejar rastros. Lo extrañó un tiempo,
pero ya estaba acostumbrado a perder.
Nunca supo de dónde ni por qué llegó el
“gringo”, pero hospitalario como buen isleño lo recibió en su humilde vivienda.
Allá él con su pasado. No le gustaba entremeterse en cuestiones ajenas ni era
dado a la confidencia enclaustrado en una reserva que le era tan natural como
el paso de los patos salvajes al atardecer.
Al principio compartían las tareas de
captura de carpinchos, nutrias y, sobre todo, lobitos, cuyas pieles, siempre
codiciadas, le permitían conseguir los australes necesarios para sobrellevar su
dura y apartada existencia. La que había elegido desde hacía muchos años
cansado de hacer changas en el pueblo y desolado por la muerte de aquellos
viejos que lo criaron con el único cariño que conoció en su vida y le enseñaron
a echar siempre una mano al necesitado, a ser servicial con los demás.
Por eso recibió al “gringo” en su rancho de
techo de paja y paredes de barro que él mismo se había construido en un lugar
alto, adonde no pudieran llegar las aguas del cercano río en época de crecida.
Cuando los camalotes flotaban corriente abajo transportaban alguna que otra
yarará y a menudo se veían pasar boyando animales muertos, sobre todo vacunos,
y hasta muebles y enseres pertenecientes a los eternos inundados que habitaban
precarias construcciones ubicadas en la ribera. De los que se acordaban las
autoridades sólo en tiempos preelectorales y en esas circunstancias críticas de
repercusión social.
Pronto advirtió que el “gringo”, con
cualquier excusa, se demoraba en el rancho y le pareció notar un extraño brillo
en los ojos de aquél cuando la Rosa se acercaba. Hasta que una noche en que
bebieron caña en abundancia hasta la madrugada a la luz del farol de queroseno,
el “gringo” comenzó a decir macanas y a propasarse de palabra con su compañera.
Allí tuvieron el primer altercado que no
pasó a mayores porque la Rosa se interpuso. Sin embargo, la antipatía que
empezó a sentir entonces más tarde se fue transformando en odio cuando comprobó
que el “gringo”, en vez de enmendarse, cada día bebía más, lo provocaba por
cualquier cosa y cargoseaba a la muchacha con mayor frecuencia. Hasta que
decidió matarlo una tarde en que al regresar más temprano que de costumbre lo
sorprendió tomándola del brazo y hablándole al oído, mientras la Rosa se reía.
Desde aquel día perdió el sueño y las ganas
de vivir. Los celos y el rencor se tornaron insoportables. Recordó los días, no
muy lejanos, en que aislado del mundo, hundido en aquella soledad casi
selvática; teniendo como única compañía la fauna isleña y contemplando los atardeceres,
mientras mateaba sentado en la puerta del rancho, saltar los dorados en el río,
tenía los sentimientos apagados. Las jornadas transcurrían iguales, confundido
con el medio, mimetizado con el ambiente, pensando de vez en cuando en aquellos
pobres viejos cuyas tumbas no dejó de visitar jamás para el Día de los
Difuntos. Esa fecha la tenía siempre bien presente y hasta encendía una vela
para que las ánimas de los finados descansaran en paz. La paz que él parecía
sentir porque nada lo conmovía en su retiro, como si las pasiones humanas le
fueran desconocidas. Hasta que el contacto con la Rosa, primero, y después con
el “gringo” lo volvió a una realidad que consideraba olvidada. La de una
solidaridad propia de la gente de tierra adentro. Al final incomprendida y mal
paga.
Durante un tiempo disimuló su dolor y esperó
pacientemente hasta que el “gringo”, sin sospechar nada, resolvió acompañarlo a
pescar sin pasársele todavía los efectos de una de sus habituales borracheras.
No quiso, ni pudo, esperar otra ocasión.
Como un autómata empujó la canoa y, a golpe
de remo, despacio, abstraído, el hombre se alejó de la orilla y se perdió en
las tinieblas del río como si entrara en la eternidad.
PÁGINA 4 – ENSAYO
HERNÁN
SCHILLAGI
(San
Martín-Mendoza-Argentina)
PALABRAS A
LA NOCHE
Casi nunca
sueño. Es decir, no recuerdo nada de nada cuando abro los ojos a la primera luz
del amanecer. Tampoco tengo sensaciones o resabios de alguna actividad onírica
del tipo corazón agitado o sudor frío. Pero me niego a aceptar con docilidad
ese desenchufe total de la mente por tantas horas: «Que no puedas perder lo que
perdiste / no da tranquilidad, sino vacío…», dice Luis García Montero en un
poema que habla de la noche y la nieve. Además, cuántos escritores han declarado
que muchos de sus argumentos geniales les fueron dictados palabra por palabra
en una pesadilla inolvidable y al despertarse, sin mayor esfuerzo, se pusieron
a redactar cuentos o novelas como si los copiaran de una película. No es justo,
estoy condenado a un forzoso desvelo creativo. Por eso es que me molesta tanto
que alguien me cuente sus sueños en el desayuno, no puedo devolverle la pelota
ni soñando (valga la metáfora).
Mi abuela
tenía una frase que me inquietaba bastante; llegábamos a su casa con mi mamá y
sin saludar nos largaba: «He hecho un sueño terrible». No lo había tenido, sino
que ella te lo edificaba. Todo un esoterismo de barrio que mi niñez no estaba
preparada para entender. Así nos narraba, entre mates con sacarina y esperanzas
de quiniela, apariciones brumosas de tíos o vecinas que yo no conocía. Marco
Denevi pensaba que no somos los mismos de noche que de día: «Durante la noche
todos somos más espontáneos, más ricos, más intrigantes, y en el fondo, mucho
más auténticos…». Y sí, el día es para las obligaciones. Tal vez ese sea el
motivo por el que todos porfían en rescatar el poco material que dejan en el
recuerdo las imágenes confusas de un sueño. Como si esa «otra vida» a ojos
cerrados tuviera una importancia real, asible, a punto tal de hacer una edición
casera para lucirse con la familia. ¡Y yo que no sueño nunca!
En La vida
es sueño, Calderón de la Barca convertía a Segismundo en un príncipe despiadado
para luego devolverlo a su cautiverio y hacerle creer que todo no había
sucedido, salvo mientras dormía. Conclusión: los recuerdos de libertad y los
actos impuros torturan al protagonista durante la engañosa vigilia. ¿Para qué
soñar, entonces, si los sueños son, como la vida, «una ilusión, / una sombra,
una ficción…»?
Sin
embargo, no hay mañana en que mi mujer no exclame con una sonrisa tan cómplice
como adormilada: «Anoche tuvimos show». La función, pues, consiste en que hablo
dormido sin parar, el llamado somniloquio: conversaciones disparatadas, risas
contenidas o a mandíbula batiente, gritos desaforados y, hasta una vez,
silbidos temerarios. Como un testigo involuntario, mi esposa se debate en la
oscuridad entre el miedo y las carcajadas. Es que es una especie de stand up
comedy, aunque horizontal. Tiro palabras a la noche que, de no ser por su
resignada compañía conyugal, no podría recuperar de ningún modo. A veces me
sorprendo de lo que me relata, ya que no logro conectarlo con ningún aspecto de
mi realidad, como cuando me acaricié el pecho y solté un «Estuve reciclándolo»,
o esa oportunidad en que susurré un estribillo trasnochado y misterioso:
«Peltre, peltre», que me llevó a buscarlo después en Wikipedia porque no
recordaba bien el significado. Soy un rapero noctámbulo condenado a olvidarse
la letra luego de cada canción. No obstante, hace un par de noches hubo un
cambio preocupante, ya que me di una sonora cachetada para decir con los ojos
fuera de órbita: «Tuve que hacerlo». Al menos, eso es lo que confiesa mi mujer,
con la vista en su café, cuando intento aclarar los hechos. Por lo tanto
prefiero no ahondar más en las preguntas, ella es el mejor público que alguien
con ínfulas de comediante dormido podría tener.
PÁGINA 5 – NUESTRA
POESÍA
RICARDO
ANGEL MINETTI
(Sarmiento-Santa
Fe-Argentina)
MERODEO
alguien
rodeó la casa
por
la noche
no
ha quedado su rastro
en
el rocío
bastó
la pulsación
de
su acechanza
ORLANDO
VALDEZ
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
SIN
LUNA NI OCASO
como
plegaria de muchedumbre
se
hunde
con
filo de cuchillo
donde
nadie salva a nadie
ni
nada
la
sangre de la ofrenda
de
rostros
que miran llegar
en
lentitud de noche otro
que
no viene del polvo
sin
luna ni ocaso
con
metal en los ojos
como
si algún dios creara
en
él o viceversa huracanes
como
chispas taciturnos
guerreros
de la oscuridad
IME
BIASSONI
(Ceres-Santa
Fe-Argentina)
ESE,
MI DUENDE
Poblaré
mi mente
de
distinguidos fantasmas,
esos
que apilan sus voces
en
las cajas ajustadas
de
mis habitaciones secretas.
Sobre
agudas aristas
reina
el duende que me quiebra,
no
es musa ni es ángel
tampoco
mago o hechicero,
tiene
la voz del amor
también
la de la muerte.
Se
viste de arte
y
milagrosamente brota
o
se esconde entre paredes
invisibles
o toscas,
se
asoma a abismos infinitos
tiene
los ojos abiertos
navega
alturas
y
pisa Tierra,
toca
nuestras raíces
desciende
y se eleva
con
ímpetu de poder.
Rima
todos los colores
y
se vuelve invisible
en
el aire metálico
soplando
sobre la muerte
y
acariciando la vida.
Está
en la divina natura celeste
está
en la natura terrestre humana
fraguando
dicha
con
astillas de formas
en
sensata locura.
Tiene
una lúcida ceguera
para
acariciar mi ciega lucidez.
Y
al final
se
mete en mi deshilachado bolsillo
mientras
la lógica, la pasión y el espíritu
se
mueven como límites sin apuro
que
descienden de otras aristas.
ROSA
LÍA CUELLO
(Cañada
de Gómez-Santa Fe-Argentina)
¿ADÓNDE?
La
soledad
es
un ruido
que
se dobla
en
la curvatura de mis días
un
mar embravecido
que
aparece
en
las esquinas de la vida
una
hoja
que
cae
en
el otoño de la mirada
un
perfil
que
se esconde
como
una sombra
un
espectro desolado
en
el fértil barranco
del
silencio.
¿Adónde
vamos los dos
piel
con piel mimetizadas?
BELKYS
SORBELLINI
(Santa
Fe-Argentina)
MUJER
EN CIERNES
Alumbro
un nuevo día detrás de tu mirada.
Sonrío, acabo de hacerle un guiño a la alegría.
Sonrío, acabo de hacerle un guiño a la alegría.
Quizás
mi algarabía se deba, a los suspiros
que sin pedir permiso se instalaron en mí.
que sin pedir permiso se instalaron en mí.
Caigo
en la seducción de tus palabras
Y me revelo crédula todavía.
La ilusión se instala nuevamente
mezcla de dulzor y azahares
y el aroma de mujer se enciende.
Y me revelo crédula todavía.
La ilusión se instala nuevamente
mezcla de dulzor y azahares
y el aroma de mujer se enciende.
Abrazo
tu perfume que huele a madera y almizcle
y me anuncio una y otra vez.
y me anuncio una y otra vez.
Me
anuncio sin haberme perdido
Me anuncio solo siendo mujer.
Mujer en ciernes.
Me anuncio solo siendo mujer.
Mujer en ciernes.
PÁGINA 6 – CUENTO
MONICA
RUSSOMANNO
(Santa
Fe-Argentina)
VÉRTIGOS
MODESTOS
Los
plátanos, que excepto por su nombre engañoso ninguna relación tienen con los
bananos o palmeras, se erigían altísimos en la noche, retorcidos en sus
posturas escénicas, las ramas como brazos implorantes, flamígeros, que se
pierden teatralmente en la oscuridad del cielo, y los troncos dramáticamente
definidos en luz y sombra por las luminarias ciudadanas.
Ya hubo, entre las altas copas y alrededor de las ramas blanquecinas, una veloz danza de murciélagos. Ahora, que es noche profunda, los murciélagos han ido a buscar insectos en la esfera de luz de otros faroles, y la calle está inmóvil de solemne soledad. Apenas la hace vibrar brevemente el salto blando de un gato desde un muro a un techo, o los faros de un automóvil allá lejos, que nos demuestran que todavía alguien está despierto.
En algún lugar se cierra una persiana.
María Beatriz camina por el centro de la vereda, despacio, intentando en la penumbra no tropezar con las baldosas quebradas y desparejas por la presión de las raíces de los árboles. Los plátanos sofocan la luz de los faroles, María Beatriz vacila escogiendo cuidadosamente adónde poner, uno tras otro, sus zapatones de vieja bibliotecaria de escuela.
Lleva una falda gruesa de lanilla, una blusa, un saquito, todo con esa voluntad de amarronarse en una amalgama desalentadora.
Dos calles más adelante gira una camioneta que se acerca. A través de las ventanillas bajas sale una música estridente y peligrosamente soez, como las carcajadas bastas de los hombres que viajan en la cabina. Van tomando cerveza a pico de una botella marrón, la camioneta tiene la patente sucia con barro, ilegible, y el guardabarros delantero está semi desprendido. En el badén de la esquina el guardabarros toca el asfalto con un fuerte golpe, lo que causa una enorme hilaridad en los hombres.
María Beatriz intenta mantenerse serena pero inadvertidamente apura el paso. No levanta la vista mientras llegan hasta ella. Siente calor y un vértigo que le vacía el cuerpo. No los mira, no gira la cabeza, es preciso simular que caminar sola a plena noche es natural y seguro.
No los mira, fijamente no los mira con los ojos, pero sabe que los acecha como una presa siente la presencia del rapaz con los vellos de la nuca. Pasan. Al pasar el conductor le grita algo que quizás el miedo no le permite entender.
La camioneta se aleja, y los hombres siguen riendo, celebrando con grandes carcajadas la frase que seguramente fue una burla. La música es lo último que se pierde.
María Beatriz sigue caminando con una sensación magnífica de haber sorteado un gran peligro. Ya casi llega a la puerta de su pasillo. Solamente le falta dar unos pasos, abrir la reja, transitar el pasillo desierto (otro desafío, bien podría haber alguien, alguna figura amenazante escondida detrás de la gran maceta con el ficus o en el vano de alguna otra puerta)
Con la garganta cerrada y la sangre haciendo notar el violento bombeo del corazón abre y cierra la reja, camina por el pasillo, abre y cierra la puerta de su departamento con dos vueltas de llave.
Está feliz. Por fin ha vuelto a la cálida seguridad de su dormitorio. Sonríe con alivio y a la vez con la satisfacción de quien ya ascendió la montaña, y ahora se puede sacar los guantes y calentarse las manos en la fogata.
Había puesto la alarma del reloj a las tres de la mañana. Se levantó del lecho tibio, se quitó el camisón, caminó las nueve cuadras que se había impuesto. Ahora se desviste, deposita cuidadosamente la ropa doblada en una silla, y ajusta la alarma para despertarse a las seis y media, a tiempo para desayunar tranquila y tomar el ómnibus a la escuela.
Piensa que fue una buena noche; hubo vértigo, amenazas, peligro y retorno feliz.
Hace un tiempo pudo improvisar un desafío interesante gracias a la noticia que escuchó en la radio, mientras daba entrada a una colección infantil de libritos ilustrados. El locutor del noticiero informó del hallazgo de un ahogado en la laguna Setúbal, desconocido, de una edad de entre treinta y cuarenta años. María Beatriz fue a la morgue, dijo que un tío suyo estaba desaparecido y pidió ver el cadáver para cerciorarse de si se trataba o no de su familiar. La trataron con mucha deferencia, después le dieron un vaso de agua con azúcar. Recuerda la camilla, que el pobre hombre estaba muy descompuesto, recuerda la horrible impresión de la carne hinchada, el hedor que le quedó prendido en el fondo del subconsciente, las pesadillas que tuvo. Fue una buena experiencia, se dice.
Ya hubo, entre las altas copas y alrededor de las ramas blanquecinas, una veloz danza de murciélagos. Ahora, que es noche profunda, los murciélagos han ido a buscar insectos en la esfera de luz de otros faroles, y la calle está inmóvil de solemne soledad. Apenas la hace vibrar brevemente el salto blando de un gato desde un muro a un techo, o los faros de un automóvil allá lejos, que nos demuestran que todavía alguien está despierto.
En algún lugar se cierra una persiana.
María Beatriz camina por el centro de la vereda, despacio, intentando en la penumbra no tropezar con las baldosas quebradas y desparejas por la presión de las raíces de los árboles. Los plátanos sofocan la luz de los faroles, María Beatriz vacila escogiendo cuidadosamente adónde poner, uno tras otro, sus zapatones de vieja bibliotecaria de escuela.
Lleva una falda gruesa de lanilla, una blusa, un saquito, todo con esa voluntad de amarronarse en una amalgama desalentadora.
Dos calles más adelante gira una camioneta que se acerca. A través de las ventanillas bajas sale una música estridente y peligrosamente soez, como las carcajadas bastas de los hombres que viajan en la cabina. Van tomando cerveza a pico de una botella marrón, la camioneta tiene la patente sucia con barro, ilegible, y el guardabarros delantero está semi desprendido. En el badén de la esquina el guardabarros toca el asfalto con un fuerte golpe, lo que causa una enorme hilaridad en los hombres.
María Beatriz intenta mantenerse serena pero inadvertidamente apura el paso. No levanta la vista mientras llegan hasta ella. Siente calor y un vértigo que le vacía el cuerpo. No los mira, no gira la cabeza, es preciso simular que caminar sola a plena noche es natural y seguro.
No los mira, fijamente no los mira con los ojos, pero sabe que los acecha como una presa siente la presencia del rapaz con los vellos de la nuca. Pasan. Al pasar el conductor le grita algo que quizás el miedo no le permite entender.
La camioneta se aleja, y los hombres siguen riendo, celebrando con grandes carcajadas la frase que seguramente fue una burla. La música es lo último que se pierde.
María Beatriz sigue caminando con una sensación magnífica de haber sorteado un gran peligro. Ya casi llega a la puerta de su pasillo. Solamente le falta dar unos pasos, abrir la reja, transitar el pasillo desierto (otro desafío, bien podría haber alguien, alguna figura amenazante escondida detrás de la gran maceta con el ficus o en el vano de alguna otra puerta)
Con la garganta cerrada y la sangre haciendo notar el violento bombeo del corazón abre y cierra la reja, camina por el pasillo, abre y cierra la puerta de su departamento con dos vueltas de llave.
Está feliz. Por fin ha vuelto a la cálida seguridad de su dormitorio. Sonríe con alivio y a la vez con la satisfacción de quien ya ascendió la montaña, y ahora se puede sacar los guantes y calentarse las manos en la fogata.
Había puesto la alarma del reloj a las tres de la mañana. Se levantó del lecho tibio, se quitó el camisón, caminó las nueve cuadras que se había impuesto. Ahora se desviste, deposita cuidadosamente la ropa doblada en una silla, y ajusta la alarma para despertarse a las seis y media, a tiempo para desayunar tranquila y tomar el ómnibus a la escuela.
Piensa que fue una buena noche; hubo vértigo, amenazas, peligro y retorno feliz.
Hace un tiempo pudo improvisar un desafío interesante gracias a la noticia que escuchó en la radio, mientras daba entrada a una colección infantil de libritos ilustrados. El locutor del noticiero informó del hallazgo de un ahogado en la laguna Setúbal, desconocido, de una edad de entre treinta y cuarenta años. María Beatriz fue a la morgue, dijo que un tío suyo estaba desaparecido y pidió ver el cadáver para cerciorarse de si se trataba o no de su familiar. La trataron con mucha deferencia, después le dieron un vaso de agua con azúcar. Recuerda la camilla, que el pobre hombre estaba muy descompuesto, recuerda la horrible impresión de la carne hinchada, el hedor que le quedó prendido en el fondo del subconsciente, las pesadillas que tuvo. Fue una buena experiencia, se dice.
Precisamente hace un mes fue la aventura de robar un sobrecito de ají molido en
el supermercado. Tuvo que verificar con gran agitación que en ese momento el
guardia de seguridad estaba distraído, que ninguna de las camaritas la estaba
captando, que nadie la miraba, y en un instante vertiginoso deslizó la especia
en el bolsillo del tapado. No pudo respirar con calma hasta que llegó a su departamento.
Aún en la calle, a varias cuadras del supermercado, no se atrevía a mirar hacia
atrás, imaginando que vería al policía que la seguiría para –horror- destruir
acusadoramente su reputación de puntillosa honestidad.
Otra vez fue el absurdo de ahorrar varios meses para ir un fin de semana a Europa. Hizo economías, fue a una agencia de viajes, ingenió transbordos. Salió directamente de la escuela el viernes al mediodía para poder llegar el lunes como siempre, tímida y callada, con sus zapatos de taco bajo, a sentarse detrás de su escritorio con la cabeza aún mareada de aviones y aeropuertos.
Hubo una noche en vela, café tras café y películas en la televisión, para lograr esa mañana alucinada, entre la sensación de fiebre y de sueño diurno, las luces más brillantes, los objetos encantadoramente fuera de foco. Y qué felicidad luego de la noche sin dormir y la mañana de trabajo, esa siesta tan deseada y magníficamente disfrutada entre sábanas de hilo, lavadas, planchadas y perfumadas con el fin prefigurado de un goce perfecto.
Hoy María Beatriz guardó un destornillador en la cartera. Ya afiló la punta con la piedra que usa para la cuchilla de cocina. Habrá de elegir alguno de los automóviles estacionados alrededor de la escuela y le hará un profundo y hermoso rayón en la puerta. No deberá ser el sedán del profesor de gimnasia, porque es un hombre que le desagrada. Será un automóvil escogido al azar, ya que el disfrute debe de estar ligado a lo gratuito e inconducente.
María Beatriz se para en la esquina, extiende el brazo para que el ómnibus se detenga, sube aferrada al pasamanos, vacila cuando el chofer arranca y ella tiene que acercar la tarjeta magnética a la máquina, con sus cincuenta y seis años, su pelo mal teñido y la chalina barata sobre los hombros.
Sonríe amablemente cuando un chico de secundaria le cede el asiento, y modosamente acomoda la cartera sobre las rodillas juntas.
Otra vez fue el absurdo de ahorrar varios meses para ir un fin de semana a Europa. Hizo economías, fue a una agencia de viajes, ingenió transbordos. Salió directamente de la escuela el viernes al mediodía para poder llegar el lunes como siempre, tímida y callada, con sus zapatos de taco bajo, a sentarse detrás de su escritorio con la cabeza aún mareada de aviones y aeropuertos.
Hubo una noche en vela, café tras café y películas en la televisión, para lograr esa mañana alucinada, entre la sensación de fiebre y de sueño diurno, las luces más brillantes, los objetos encantadoramente fuera de foco. Y qué felicidad luego de la noche sin dormir y la mañana de trabajo, esa siesta tan deseada y magníficamente disfrutada entre sábanas de hilo, lavadas, planchadas y perfumadas con el fin prefigurado de un goce perfecto.
Hoy María Beatriz guardó un destornillador en la cartera. Ya afiló la punta con la piedra que usa para la cuchilla de cocina. Habrá de elegir alguno de los automóviles estacionados alrededor de la escuela y le hará un profundo y hermoso rayón en la puerta. No deberá ser el sedán del profesor de gimnasia, porque es un hombre que le desagrada. Será un automóvil escogido al azar, ya que el disfrute debe de estar ligado a lo gratuito e inconducente.
María Beatriz se para en la esquina, extiende el brazo para que el ómnibus se detenga, sube aferrada al pasamanos, vacila cuando el chofer arranca y ella tiene que acercar la tarjeta magnética a la máquina, con sus cincuenta y seis años, su pelo mal teñido y la chalina barata sobre los hombros.
Sonríe amablemente cuando un chico de secundaria le cede el asiento, y modosamente acomoda la cartera sobre las rodillas juntas.
PÁGINA 7 – ENSAYO
WILLIAM
SOMERSET MAUGHAM
(
Inglaterra /1874 - 1965)
¿POR
QUÉ LEEN LAS PERSONAS?
Hay
personas que leen para instruirse, lo que merece alabanza; las hay que leen por
diversión, lo que es inocente, pero también hay muchas que leen por hábito, lo
que no es inocente ni merece alabanza. Yo me incluyo entre estas últimas. La
conversación me aburre pronto, el juego me cansa y hasta mis propios
pensamientos, que, según dicen, son un motivo inagotable de diversión para el
hombre inteligente, tienen cierta tendencia a extinguirse. Entonces corro en
busca de mis libros como el fumador de opio en busca de su pipa. Prefiero leer
el catálogo de los almacenes Army and Navy o la Guía Bradshaw, a no leer nada;
es más, leyendo esos dos libros he pasado horas deliciosas. Hubo un tiempo en
que no salía nunca sin llevar en el bolsillo el catálogo de una librería de lance.
No conozco una lectura más provechosa. Naturalmente, leer así es tan censurable
como usar drogas, y nunca ha dejado de admirarme la impertinencia de los
grandes lectores que por el hecho de serlo desprecian a los incultos. Desde el
punto de vista de la eternidad, ¿será mejor haber leído miles de libros que
haber arado un millón de surcos? Reconozcamos sinceramente que la lectura es
para nosotros como una droga de la que no nos podemos privar. ¿Quién de este
grupo no conoce el nerviosismo que le ataca cuando hace tiempo que no lee, la
aprensión y la irritabilidad que experimenta, y la satisfacción que siente al
ver una página impresa? No nos vanagloriemos pues, como tampoco pueden
vanagloriarse los esclavos de la jeringuilla o del opio.
Yo, como el vicioso que no puede ir de un sitio a otro sin llevar consigo una buena provisión de su terrible bálsamo, nunca viajo sin suficiente materia para leer. Los libros me son tan necesarios que cuando, ya en el tren, me doy cuenta de que los demás viajeros no llevan ninguno, se apodera de mí una sensación de verdadero espanto. Naturalmente, cuando el viaje es largo adquiere una magnitud gigantesca...
Yo, como el vicioso que no puede ir de un sitio a otro sin llevar consigo una buena provisión de su terrible bálsamo, nunca viajo sin suficiente materia para leer. Los libros me son tan necesarios que cuando, ya en el tren, me doy cuenta de que los demás viajeros no llevan ninguno, se apodera de mí una sensación de verdadero espanto. Naturalmente, cuando el viaje es largo adquiere una magnitud gigantesca...
Traducción de J. Romero
de Tejada
PÁGINA 8 – POESÍA
ARGENTINA
SUSANA CABUCHI
(Jesús María-Córdoba-Argentina)
CIELO
Sobre las montañas nevadas,
como una flecha oscura,
van los patos salvajes.
Cruzan.
Como tu sombra
sobre mi corazón.
MIRIAM
CAIRO
(San
Nicolás de los Arroyos-Buenos Aires-Argentina)
CANCIÓN
SIN EMPLEO
Me
pregunto si los hombres del alto horno,
si
las cosmetólogas,
si
el muchacho de la tintorería,
si
el médico pediatra,
tienen
tiempo de pensar en todo lo que yo pienso
mientras
llevo mi carta de presentación para pedir empleo.
Me
pregunto si ellos escriben las imágenes
que
construyen los miedos y las asombros.
Si
tienen madrigueras,
o
casilleros personales,
o
taco calendario donde guardar metáforas.
Me
pregunto con qué dos conceptos fundamentales
construirán
sus pensamientos metonímicos.
Me
pregunto cómo hacen los contadores nacionales,
los
tesoreros,
para
sofocar su generosidad.
Cómo
harán las azafatas
para
no apropiarse de los sueños ajenos
mientras
vuelan.
Cómo
harán las extraordinarias luminarias del fútbol
para
sobreponerse al deseo de despojarse
de
tan desaforadas fortunas,
cómo
harán los editores
para
no alzar la rosa contra la fría noche que se atreve.
Me
pregunto si cada mañana el alcalde de la penitenciaría
tendrá
que luchar contra sus tristes pensamientos.
Si
el boxeador expulsará a golpes
la
actividad constante de su conciencia.
Me
pregunto cómo hacen para hablar los periodistas
y
los locutores,
sin
sucumbir ante el deseo de permanecer en silencio.
Me
pregunto de dónde sacan ánimo los tenistas
para
no vencerse a sí mismos.
Me
pregunto cómo acomodan todos ellos sus pies en el mundo
y
cuáles son las razones que los hacen sentirse parte de él.
Me
pregunto a qué pruebas extremas se habrán sometido,
de
qué interrogatorio despiadado habrán salido indemnes,
qué
conocimientos superiores habrán desarrollado,
a
qué horas tan tempranas abrirán los ojos
para
merecer la recompensa de un puesto de trabajo.
Me
pregunto cómo han hecho los farmacéuticos para vender
y
no regalar remedios.
¿Reconocerá
el operador de mercado
a
los otros seres que habitan su pensamiento?
¿El
computista estará en sintonía con sus misterios?
Me
pregunto si los trabajadores
tienen
que esperar la hora del refrigerio
para
pensar que su estar en el mundo
no
es un hecho meramente topográfico
ni
productivo,
sino
que es fundamentalmente
un
estar humano.
¿Cómo
harán para acallar sus asaltos cenestésicos
en
medio de las tareas cotidianas?
¿Serán
compatibles el pragmatismo
y
la inanición del pensamiento continuo?
¿Sabrá
el soldador que nunca está sólo en su pellejo?
Me
pregunto si todos tienen un horario para ser ellos mismos
y
un horario para ser lo que les indican otros.
¿Podrá
el jefe de personal ser lo mejor de sí sin perder autoridad?
¿Podrá
el estibador cargar la noche sobre los hombros?
¿Habrá
un modo de hablar
que
no se confunda con la dulce voz de las camelias?
¿Será
posible ser una misma y ser otra y otra, bajo el mismo nombre,
sin
que esto cause sospechas al empleador?
Me
pregunto si hay tiempo de pensar qué diferencias separan
al
hombre del hombre,
a
la mujer de la mujer,
a
la mujer del hombre,
y
si ese tiempo de pensar es un trabajo,
y
si ese trabajo puede dar de comer.
ALDO
LUIS NOVELLI
(Neuquén-Argentina)
PURA FÍSICA Y QUÍMICA
escribimos para llenar los huecos
de la memoria reptil
que culebrea en nuestro ser
desde hace 500 millones de años.
para atrapar la luz
que viene desde el primigenio tiempo
del big bang estelar
mientras viajamos en el caparazón de una tortuga
a 300.000 kilómetros por segundo.
escribimos para llenar los huecos
de la memoria reptil
que culebrea en nuestro ser
desde hace 500 millones de años.
para atrapar la luz
que viene desde el primigenio tiempo
del big bang estelar
mientras viajamos en el caparazón de una tortuga
a 300.000 kilómetros por segundo.
escribimos para descubrir al hombre invisible
que camina desde el nacimiento
a nuestro lado
y al desconocido que vive
en la sangre que nos fluye por las venas.
para hacer un viejo amor imposible
plenamente posible.
para cantar la canción del infinito
en un bar de malamuerte
de los bordes de la ciudad.
que camina desde el nacimiento
a nuestro lado
y al desconocido que vive
en la sangre que nos fluye por las venas.
para hacer un viejo amor imposible
plenamente posible.
para cantar la canción del infinito
en un bar de malamuerte
de los bordes de la ciudad.
escribimos para reírnos del mundo
y llorar con nuestros muertos.
y llorar con nuestros muertos.
ALEJANDRA DIAZ
(Tucumán-Argentina)
NADIE SABE
detrás del gesto hay
interpretaciones
y nadie sabe qué
quiere decir ese gesto /
salvo que haya un
espacio vacío
en el que los gestos
sean letreritos multicolores
escritos por niños que
recién comienzan a escribir...
el equilibrio que se
mantiene en las calles de la vida /
sanatorios
y seguir caminando aveces sin
anestesia
aún la alegría disfrazada
cuando uno se ríe
en las avenidas de esa
misma vida
respirando los niños que
nacen con aves de corazón
y pasos de cristales
que no se fueran a romper
nadie sabe / nunca se
sabe
pueden presuponerse lecturas
desajustadas
sobre un verso / una pintura
una sinfonía o letra de canción
giro en el aire de un
bailarín
payaso equilibrista de
circo
y sin embargo tanto
por decir andar mirar
nombrar reir llorar vivir
antes de irse lejos
como de muerte
sin intentar explicar
nada
sólo latido sólo existencia
sólo intuiciones
AMELIA
ARELLANO
(San
Luis-Argentina)
LLAGAS
Dedicado a Eduardo Dalter
Con agradecimiento… con admiración
A dentelladas cortadas mis trompas de Falopio
Toda la oscuridad del mundo en mis cipreses.
En mi sexo. En mis campos de sal
En las mareas de vinagre de mi vientre yerto.
Pájaros del estinfalo. Campana rota. Víbora cascabel.
Yo, la abandonada, láminas moradas en los parpados.
Yo, la abandónica. Un látigo y una balanza en mi mano diestra.
-Hay que odiar para amarse. Hay que amar pera odiar-
He sido presa fácil de un dios furioso.
Esperma en sus tentáculos. Cerilla que no alumbra.
Boca de ceniza. Pavorosas manos.
Vestida de lagarto lo asesiné en el páramo. Flecha roma.
Era él o yo. Boca sabor a leche y amargo en las entrañas.
Nadie dibujó el contorno de mi enero. Menos el de mi nombre.
Solo crucificándome pude crucificarte.
Hombre. Dios. Pradera de inconfesables goces.
Los ángeles caían. Me cedían el paso. ¡Pobre de mi y tu fiebre!
-hablo sola en el huerto de olivos-
La hiedra venenosa alimenta a Teseo. Ariadna huye.
Nadie advierte que la pestaña de la noche es un cuervo hueco.
De un soplo. Uno. Uno solo. Exhalar mi vida. Quiero.
Dintel donde se esconden ruinas. Ruines. Runas.
Una mano, trémula se acerca. Le indago. Le inquiero.
Miro ese rostro incrustado en el olvido. Mueve la cabeza.
Mi madre. Mi padre. ¿Dónde están?
El hombre está sordo, o solo, que más da.
Mi grito es una lengua de vieja tenebrosa.
Clausurados capítulos responden en una lengua oscura.
-Aun no nacía y ya me esperaba una cruz de palo-
“Hormigas de la mandíbula trampa” esperaban mis ojos.
El viento de los médanos. El lodazal. La niña no deseada.
Vuelve a tu laberinto de pajas y lagartos.
Aloe vera, quiero, quiero.
Aloe vera, quiero, quiero.
Jano
tiene dos caras, solo dos. No, tres…
PÁGINA 9 – CUENTO
horacio c. rossi
(santa fe-
argentina)
un cuento para
todos nosotros, los niños...
Estaba el otro
día desgranando ideas en un poema imaginario, cuando llegó Luis Alberto con su
bicicleta anaranjada, y me invitó a tomar un refresco en la próxima nube.
Fuimos a buscar a Kuky y a Pelusa. Al salir todos juntos escalando la pared sin
cornisas, en bicicleta, un heladero nos gritó si estábamos locos. Nos causó
mucha gracia la pregunta, y le dijimos: "¡no!".
Entonces nos tiró un helado de ananá, de esos que enloquecen a la bicicleta de Luis Alberto.
Entonces nos tiró un helado de ananá, de esos que enloquecen a la bicicleta de Luis Alberto.
La parte de
arriba de la nube estaba con alta gramilla. Llegamos justo cuando los pájaros
de vidrio, que la impulsan, desayunaban.
Nos mostraron un brillo nuevo del sol. Era realmente último modelo. Parecía hecho de tortugas jugando a la mancha, pero eran caracoles cocinando empanadas.
Al principio, yo no quería creer que fueran caracoles. Creía que algo era, pero no caracoles. Tomé uno y le pregunté cómo se llamaba. Me respondió: "caracol". Recién entonces creí.
La bicicleta rodó riendo en torno a mí. Su burla era hermosa, clara, lógica y prudente. Era justa.
Yo me puse colorado.
Entonces un caracol me ofreció una empanada, y le dije: ¡gracias, caracol!. La tomé y la mordí. Su sabroso relleno era una carta en la cual los caracoles me perdonaban haberlos confundido y, sobre todo, no haberles creído, siendo tan importante la fe en los seres. Y más en estos tiempos.
Fue la secuencia más larga de nuestro tiempo en la nube.
Nos mostraron un brillo nuevo del sol. Era realmente último modelo. Parecía hecho de tortugas jugando a la mancha, pero eran caracoles cocinando empanadas.
Al principio, yo no quería creer que fueran caracoles. Creía que algo era, pero no caracoles. Tomé uno y le pregunté cómo se llamaba. Me respondió: "caracol". Recién entonces creí.
La bicicleta rodó riendo en torno a mí. Su burla era hermosa, clara, lógica y prudente. Era justa.
Yo me puse colorado.
Entonces un caracol me ofreció una empanada, y le dije: ¡gracias, caracol!. La tomé y la mordí. Su sabroso relleno era una carta en la cual los caracoles me perdonaban haberlos confundido y, sobre todo, no haberles creído, siendo tan importante la fe en los seres. Y más en estos tiempos.
Fue la secuencia más larga de nuestro tiempo en la nube.
La bicicleta se
me había subido a los hombros, y me susurraba luz en el oído... Se torna
regalona luego de hacernos burlas, y nos tiene prendados con sus mimos, sus
caricias y sus ronroneos, así como, a veces, nos enojan sus impertinencias o
nos desconciertan algunas de sus actitudes.
¡Hace cada cosa con esos manubrios y pedales! Siempre le digo a Luis Alberto que no la mime tanto.
Pero todos la dejamos hacer.
¡Hace cada cosa con esos manubrios y pedales! Siempre le digo a Luis Alberto que no la mime tanto.
Pero todos la dejamos hacer.
Kuky y Pelusa
escuchaban las quejas del viento frío. Decía que, si seguía el tiempo caluroso
como estaba, los chocolatines no iban a florecer. Él venía del campo, por eso
lo sabía (¿no?).
Un pájaro de vidrio le trajo sus pichones a Luis Alberto. Niño él todos nosotros para siempre, pronto jugamos jugamos jugamos con esas suaves plumitas, todavía de acrílico.
El tiempo era un caramelo de dulce de leche chocolatada (¡ah!).
Los pájaros de vidrio habían convertido su desayuno en un picnic festejando que, pronto, toda la gente tendrá solamente primavera en el alma, y no habrá necesidad de almanaque que la determine. Festejando, porque pronto todo será sólo felicidad.
Un pájaro de vidrio le trajo sus pichones a Luis Alberto. Niño él todos nosotros para siempre, pronto jugamos jugamos jugamos con esas suaves plumitas, todavía de acrílico.
El tiempo era un caramelo de dulce de leche chocolatada (¡ah!).
Los pájaros de vidrio habían convertido su desayuno en un picnic festejando que, pronto, toda la gente tendrá solamente primavera en el alma, y no habrá necesidad de almanaque que la determine. Festejando, porque pronto todo será sólo felicidad.
Las nubes tenían
que irse. Las habían invitado no sé dónde. Los pájaros de vidrio empezaron a
volar.
Como los pájaros de vidrio tampoco sabían bien adónde debían ir, hasta ponerse de acuerdo hubo una real y densa marejada de órdenes, gritos, picotazos y carreras. Y aleteos. Todo un ruído desparejo que nos dio risa, y reímos como locos.
Como los pájaros de vidrio tampoco sabían bien adónde debían ir, hasta ponerse de acuerdo hubo una real y densa marejada de órdenes, gritos, picotazos y carreras. Y aleteos. Todo un ruído desparejo que nos dio risa, y reímos como locos.
Todo ese barullo
hizo que el viento frío se cayese de cabeza, arrastrando consigo toda la basura
del picnic.
La gente abría paraguas y corría hacia sus casas para protegerse de la lluvia, porque eso era la basura del picnic de los pájaros de vidrio.
Nosotros le gritábamos que no corriesen, que eso era puro, fresco, limpio, que saltasen y bailasen, que se abrazasen y se besasen y se quisiesen mucho.
Pero la gente no nos oía, porque solamente oye estupideces.
La gente abría paraguas y corría hacia sus casas para protegerse de la lluvia, porque eso era la basura del picnic de los pájaros de vidrio.
Nosotros le gritábamos que no corriesen, que eso era puro, fresco, limpio, que saltasen y bailasen, que se abrazasen y se besasen y se quisiesen mucho.
Pero la gente no nos oía, porque solamente oye estupideces.
Nosotros bajamos
corriendo desde el cielo, mientras Dios nos guiñaba el ojo desde todos lados.
Al llegar decíamos: hola, qué tal, chau. Todos los árboles querían saber de nuestro viaje. La estatua del parque, bañándose desnuda y feliz bajo la lluvia, nos preguntó, coqueta, si había carta para ella, y si se la veía linda desde el cielo.
Le gritamos que sí, mientras masticábamos chicles de carcajadas multicolores.
Toda la tierra anudaba su eterno moño con un brillante cordón de lombrices.
Al llegar decíamos: hola, qué tal, chau. Todos los árboles querían saber de nuestro viaje. La estatua del parque, bañándose desnuda y feliz bajo la lluvia, nos preguntó, coqueta, si había carta para ella, y si se la veía linda desde el cielo.
Le gritamos que sí, mientras masticábamos chicles de carcajadas multicolores.
Toda la tierra anudaba su eterno moño con un brillante cordón de lombrices.
Y, desde el
parque a casa, fue correr.
Correr y ser felices.
Correr todos juntos, de la mano.
La bicicleta de Luis Alberto se quedó con la estatua, abrazada a su sombra, paseando el paso a paso de chisme pero de amor.
Y todo esto es así porque la vida es un sueño que soñamos solamente nosotros los niños.
Nadie más suele atreverse a vivir.
Fue hermoso.
Correr y ser felices.
Correr todos juntos, de la mano.
La bicicleta de Luis Alberto se quedó con la estatua, abrazada a su sombra, paseando el paso a paso de chisme pero de amor.
Y todo esto es así porque la vida es un sueño que soñamos solamente nosotros los niños.
Nadie más suele atreverse a vivir.
Fue hermoso.
Vos no hicistes
este viaje con nosotros. ¡Pero podés hacer el próximo! Con sólo soñar,
imaginar, reír. ¡Reír mucho!.
Yo creo
firmemente que, así, el mundo entero será un día una sola flor de niños felices
para siempre.
horacio c.
rossi, en la terraza,
mcmlxxii, mmiii, años de chicle
mcmlxxii, mmiii, años de chicle
PÁGINA 10 – CUENTO
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
PAVESE
Recuerdo
aquel famoso poema de Cesare Pavese, Los mares del sur, que además de producir
un hecho poético importante, de ruptura con la poesía anterior y transformar lo
que se escribía en Italia, narra algunas cosas.
Leído
y releído desde mis veinte años no ha dejado de asombrarme desde entonces. Allí
el primo viajero, que habla el dialecto áspero aconseja alejarse de la tierra y
luego volver para sacarle provecho y gozar ante un nuevo rencuentro.
El
primo que la familia había creído muerto aconseja al joven, quejándose de que
en las Langas, hombres y bestias son la misma raza.
Tal
vez resulta excesiva la apreciación de este primo siempre bronceado, pero yo
que he visto de cerca esos hombres que el gran piamontés magistralmente
describe, podría asegurar que en aquellos tiempos remotos, cuando el campo era
un sacrificio constante, que no difería con el paso del tiempo por décadas y
que sólo fue cambiando lentamente. Por ello no es irrazonable pensar que los
caballos eran muy preciados por la gran ayuda que proporcionaba a la gente de
campo, porque la tracción a sangre era fundamental. Se utilizaba para arrastra
todo tipo de herramientas: arados, rastras, sembradoras, cosechadoras,
carpidoras, cortadoras de pasto, etc. Se los usaba para llevar cualquier tipo
de carga y por supuesto, el traslado de personas.
Yo
he visto a los hombres de mi familia en esas tareas brutas, trabajando de sol a
sol, del amanecer a la noche, descansando sólo los domingos a la tarde.
Comprendo entonces cómo pudieron cuidar los caballos hasta la exageración,
incluso lo hacían por la tradición que traían desde su aldea donde habían
crecido.
El
recuerdo que tengo sobre todo es el de los amaneceres, cuando las sombras
de la noche no se desceñían aún. En ese momento en que las sombras se van
apartando como n velo de las cosas, van como desprendiéndose, cual telaraña que
una mano invisible retira. Cuando realmente empezaban las tareas. Cuando los
hombres luego de tomarse sus mates en silencio, iban saliendo al gran patio de
tierra con la brasa del cigarrillo como luciérnaga inquieta, como si fueran
ojos que hendían la ya amenazante claridad. Lo hacían sin hablarse porque las
tareas estaban previamente acordadas. El más joven iría por el “nochero”, atado
al palenque de ñandubay, montarlo en pelo y salir en busca de la tropilla
encerrada en el potrero grande era una sola cosa. Arrearlos hasta el
Abrevadero
al pie del molino era la segunda, donde los otros esperaban con sus arneses
listos para las tareas del día. Ya sea arar, rastrear la tierra o carpir lo
sembrado quitando yuyos, para lo cual ningún caballo se salvaba de llevar sobre
su cuello esa pesada pechera de cerda recubierta de cuero y rodeada de
yuguillos de hierro y madera con sus argollas y sus ganchos.
En
una de ellas me ponían de muy niño. Me sentaban allí al despertarme hasta que
avisaban a mi madre que trabajaba en el campo para que viniera a amamantarme.
Nunca leche tan sustanciosa se esperó con tal ansiedad por un niño al que
acunaron el canto de los grillos cuando el día y el mundo recién comenzaban.
PÁGINA 11 – POESÍA
ARGENTINA
ANAMARIA
MAYOL
(Victorica-La
Pampa-Argentina)
Escribo
para que la palabra se deshaga
traiga su testimonio
grite su libertad
y entonces
arremeta contra muros que hospedan
silencios impuestos
denuncie renombre
desenmascare
pronuncie sobre los labios de todos
la esperanza el amor y el verbo
Escribo por que me duele no nombrar
el hambre
el niño solo
golpeando con su temblor la noche
en la intemperie de un mundo capturado
por unos pocos poderosos
Escribo para que mi nombre sepa
a quién nombra
mi tiempo se sienta historia
los anónimos
recuperen sus nombres y apellidos
y sean más que memoria
Escribo para dejar un rastro
estampado en la profunda roca
más allá de los pasos
del túnel del vuelo
de las sombras
de la herida epidermis de la tierra
Escribo
para que la utopía sobreviva
para arrebatarle al olvido su sentencia.
para que la palabra se deshaga
traiga su testimonio
grite su libertad
y entonces
arremeta contra muros que hospedan
silencios impuestos
denuncie renombre
desenmascare
pronuncie sobre los labios de todos
la esperanza el amor y el verbo
Escribo por que me duele no nombrar
el hambre
el niño solo
golpeando con su temblor la noche
en la intemperie de un mundo capturado
por unos pocos poderosos
Escribo para que mi nombre sepa
a quién nombra
mi tiempo se sienta historia
los anónimos
recuperen sus nombres y apellidos
y sean más que memoria
Escribo para dejar un rastro
estampado en la profunda roca
más allá de los pasos
del túnel del vuelo
de las sombras
de la herida epidermis de la tierra
Escribo
para que la utopía sobreviva
para arrebatarle al olvido su sentencia.
ANÍBAL
DE GRECIA
(Oberá-Misiones-Argentina)
ESTOY
ADIESTRANDO AL CORAZÓN PARA QUE APRENDA A SANGRAR DE A POCO
Tengo
una pendeja con un cuchillo en el bolsillo de una camisa
Más
abajo un demonio que no es mío se retuerce de dolor.
También
hay hambres que no son míos
hay
dolores
hay
gritos
y
un estertor des intentándose.
Tengo
una pendeja, un demonio, un cuchillo y un corazón afilado aún sin adiestrar.
CLAUDIA
MASIN
(Resistencia-Chaco)
LEONA
Las mujeres enfrentamos en la niñez un pozo profundísimo, parecido
a los cráteres que deja un bombardeo, e indefectiblemente caemos
desde una altura que hace imposible llegar al fondo
sin quebrarse las dos piernas. Ninguna sale intacta y sin embargo
suele decirse que se trata de un malentendido, que no hubo tal caída,
que todas las mujeres exageran. Lleva una vida completa
poder decir: esto ha pasado, fui dañada,
acá está la prueba, los huesos rotos,
la columna vertebral vencida, porque después
de una caída como esa se anda de rodillas, o inclinada,
en constante actitud de terror o reverencia. Muy temprano el miedo
es rociado como un veneno sobre el pastizal demasiado vivo
donde de otra manera crecerían plantas parásitas, en nada necesarias,
capaces de comerse en pocos días la tierra entera con su energía salvaje
y desquiciada. Aún así, siempre quedan algunos brotes vivos,
porque quien combate a esas plantas que se van en vicio,
después de un tiempo ya tiene suficiente, de puro saciado se retira
del campo baldío y a veces les perdona la vida
y se va antes de terminar la tarea. No es compasión,
es como si una tempestad se detuviera
porque ya fueron suficientes las vidas arrebatadas, las casas reducidas
a una armazón de palos y hierros desplomados,
que aun restauradas nunca podrían volver a ser las mismas.
La compasión, claro, es otra cosa
que haber saqueado una tierra con tal ferocidad que lo que queda
está tan malogrado que ya no sirve ni como alimento
ni como trofeo de guerra.
En el corto tiempo de gracia antes de la caída,
las mujeres, esos yuyos siempre demasiado crecidos,
andamos por ahí, perdidas y felices, esperando lo que no suele llegar:
la compañía del hermano que no tenga terror a lo desconocido,
a lo sensible. No el hermano que pueda impedir la caída
sino ese capaz de caer junto a nosotras,
desobedeciendo la ley que establece
la universalidad de la conquista, la belleza
de la bota del cazador sobre el cuello partido de la leona
y de su cría. El hermano incapaz de levantar su brazo para marcar a fuego
la espalda de la hermana, la señal que los separaría para siempre,
cada cual en el mundo que le toca: él a causar el daño, ella a sufrirlo
y a engendrar la venganza
del débil que un día se levanta, el esclavo
que incendia la casa del amo y se fuga
y elude el castigo. El mal está en la sangre hace ya tanto
que está diluido y es indiscernible del líquido
que el corazón bombea: el patrón ama esto y el hermano lo sufre,
tan malherido como la mujer a la que él debería
lastimar. El dolor sigue su curso, indiferente,
y
el pozo sigue comiéndose vida tras vida, y seguirá,
a menos que algo pase,
un acto de desobediencia casi imposible de imaginar,
como si de repente el cazador se detuviera justo antes del disparo
porque sintió en la carne propia la agitación de la sangre
de su víctima, el terror ante la inminencia de la muerte,
y supo que formar parte de la especie dominante
es ser como una fiera que ha caído
en una trampa de metal que te destroza lentamente
cada músculo, cada ligamento,
para que te desangres antes de poder escapar.
a menos que algo pase,
un acto de desobediencia casi imposible de imaginar,
como si de repente el cazador se detuviera justo antes del disparo
porque sintió en la carne propia la agitación de la sangre
de su víctima, el terror ante la inminencia de la muerte,
y supo que formar parte de la especie dominante
es ser como una fiera que ha caído
en una trampa de metal que te destroza lentamente
cada músculo, cada ligamento,
para que te desangres antes de poder escapar.
ERNESTINA
ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)
MUJER
MIRANDO UNA FOTOGRAFÍA
La
sombra desciende sobre su espalda
Pesa como el dolor que cae de sus ojos
Mira una fotografía
Se empecina en mirarla
Ha regresado al bar de la estación
Donde se cobijó junto a su maleta
Cuando bajó del tren
Era entonces
Cuando sus pies tocaban la tierra prometida
Cuando en sus mejillas florecían las camelias
Ay ay cuando la ciudad se le entregaba
Pesa como el dolor que cae de sus ojos
Mira una fotografía
Se empecina en mirarla
Ha regresado al bar de la estación
Donde se cobijó junto a su maleta
Cuando bajó del tren
Era entonces
Cuando sus pies tocaban la tierra prometida
Cuando en sus mejillas florecían las camelias
Ay ay cuando la ciudad se le entregaba
Ella
ha regresado
Pide una taza de té
Repite todos los gestos
Repasa los pasos
No encuentra el error
Pide una taza de té
Repite todos los gestos
Repasa los pasos
No encuentra el error
La ciudad y su sombra se relamen
HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)
LA POESÍA
La Poesía ¿Qué será la Poesía?
¿Será esta rajadura del cráneo y la garganta cuando la atora el hueso del desaparecido? ¿Será el agua inocente del niño y sus juguetes que le cuidan el sueño cuando duerme? ¿Será esta piel tatuada por tu boca?
¿El faro en la bahía con la tormenta encima?
¿Será el fuego que rueda mansamente en el río?
¿Será el cuerpo indeciso de Lorca y tantos otros? ¿Será el reino dormido de dios entre chacales? ¿Será el brazo que estalla su lámpara en el miedo?
¿Será esta rajadura del cráneo y la garganta cuando la atora el hueso del desaparecido? ¿Será el agua inocente del niño y sus juguetes que le cuidan el sueño cuando duerme? ¿Será esta piel tatuada por tu boca?
¿El faro en la bahía con la tormenta encima?
¿Será el fuego que rueda mansamente en el río?
¿Será el cuerpo indeciso de Lorca y tantos otros? ¿Será el reino dormido de dios entre chacales? ¿Será el brazo que estalla su lámpara en el miedo?
La Poesía ¿Qué será la Poesía?
¿Será el verso que busca la palabra más pulcra o el hombre acribillado en un país lejano? ¿Será el rinoceronte que deambula en la noche buscando en el follaje la sombra de una rosa? ¿Será el grito del hambre que pone tieso el aire?
¿Será el rastro del tiempo en las viejas aldeanas?
¿Las arrugas del alma de un niño abandonado?
¿Será la luz desierta del ciego en una esquina?
¿El ojo enajenado del ladrón de caballos?
¿Será el verso que busca la palabra más pulcra o el hombre acribillado en un país lejano? ¿Será el rinoceronte que deambula en la noche buscando en el follaje la sombra de una rosa? ¿Será el grito del hambre que pone tieso el aire?
¿Será el rastro del tiempo en las viejas aldeanas?
¿Las arrugas del alma de un niño abandonado?
¿Será la luz desierta del ciego en una esquina?
¿El ojo enajenado del ladrón de caballos?
La Poesía ¿Qué será la Poesía?
¿Será esta garra oculta, su secreto a pedazos?
¿Aquello que me acecha en donde no imagino?
¿El barro que me piensa como un ángel caído?
¿La música del viento bajando de los astros?
¿Será la puñalada de dios en mi tristeza?
¿Será esta garra oculta, su secreto a pedazos?
¿Aquello que me acecha en donde no imagino?
¿El barro que me piensa como un ángel caído?
¿La música del viento bajando de los astros?
¿Será la puñalada de dios en mi tristeza?
La Poesía. ¿Qué será la Poesía?
¿Será lo que persigo? ¿Acoso o me destierra?
¿Será quien lava mi corazón cuando estoy derrotado?
¿Será lo que persigo? ¿Acoso o me destierra?
¿Será quien lava mi corazón cuando estoy derrotado?
Quizás sea lo que ignoro, suficiente con eso.
PÁGINA 12 – CUENTO
GRACIELA
MITRE
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
HOGAR
y cuando me muera te vas
a acordar
y cuando resucite lo vas
a lamentar
(La morada
imposible-Susana Thénon)
Esa
noche, luego de acomodarle la cama y cambiarle la ropa, los hijos cerraron la
habitación con llave y se fueron. No dejaron ninguna recomendación, tampoco un
preaviso.
Mientras
tanto el marido se arropó en la cocina, no para mantener la vigilia, sino por
miedo.
Al
día siguiente la muerte había pasado. Se fue como estaba. Sin ningún arreglo,
sin un beso ni una mano a su lado, con el cuerpo famélico, el camisón floreado
y las manos cerradas.
Siempre
quedará la duda acerca de quién tomó a quién. Quizás pudo elegir, vivir en voz
baja su muerte, en comunión total, como el acto de parir, donde el cuerpo
entrega y da en un mismo instante.
Después
del hecho el marido no volvió al cuarto matrimonial, se mudó a otro más pequeño
y allí se quedó, miedoso y sombrío.
Él,
cuyo tiempo libre lo disponía sólo para el club, su primer hogar, como solía
decir su mujer, se mantenía acuartelado en ese pequeño cubículo, con el cuerpo
desaliñado y maloliente.
Recuerdo
su andar de hombre compacto, libre de fisuras, pañuelo de seda al cuello
bañado en perfume Old Spice, engominado el jopo, yéndose sin importarle
otra cosa que los torneos de fútbol de los pibes, la construcción de la pileta
olímpica, el truco y la cerveza con amigos.
Pero
un día abandonó la indiferencia y se puso malo. Entonces gritaba sin parar,
dedicaba los mayores improperios a esa mujer apocada y quieta, con la que sólo
compartía la comida, los hijos y los partidos de Ñuls.
El
bienestar del hogar se fue acabando y ella pasó a ser una fuente donde él podía
drenar su ira, la ira imparable que la encogió hasta dejarle los ojos cavernosos
y la garganta sin palabras.
Tiempo
después los hijos lo llevaron a otro hogar. Era invierno y la llovizna caía
como púas sobre la ciudad. Entró sin objetar nada, sólo atinó a responder el
saludo de sus hijos. Vio lo rápido que se iban, esquivando los charcos,
esperando un taxi, despareciendo entre la espesa humedad.
El
cambio tuvo que ver con los comentarios que él hacía acerca del camisón a
florcitas de su mujer el día de su muerte, diciendo que había vuelto, que se
despertaba encontrándolo junto a su almohada.
No
hubo dudas de parte de los hijos en sentenciar una demencia senil, aun cuando
días más tarde encontraron el camisón tal cual lo expresaba su padre.
Prefirieron no decir nada, obviar cualquier comentario que pudiera incomodarles
el pensamiento. Lo pusieron en una bolsa y así cómo estaba, lo dieron, con el
olor natural y las marcas que había dejado el cuerpo muerto.
La
estadía del padre en el nuevo hogar fue breve. Al igual que la mayoría de los
internos comía poco, no hacía comentarios, salvo para hablar del camisón, hasta
el día en que eligió morir.
Cuando
se fue, parecía otro, la muerte le había lavado el gesto del enojo. También él
murió solo. La noticia había llegado tarde, arribaron cuando el cuerpo no tenía
tibieza y la rigidez lo envolvía.
La
casa aún está de pie. Fue remodelada; la ventana es más grande, la puerta ahora
es de metal, el patio está cubierto con baldosas de granitos rojas, pero el
arbusto de rosas chinas se mantiene allí, conservando el majestuoso porte de
siempre, también las hojas del ligustro cubriendo el frente; son tan verdes
como cuando le sacábamos la piel dejando una lámina fina de papel de calcar.
Pase
lo que pase, la vida fluye desafligida del pasado. Me abro paso entre las ramas
y me ilusiono con verla caminando hacia las margaritas que habitaban su jardín,
creo escucharla hablando en voz baja, guardando en el corazón de la tierra una
nueva semilla que tal vez lleve su nombre.
PÁGINA 13 – ENSAYO
ALEJANDRO
BOVINO MACIEL
(Corrientes-Argentina)
QUÉ
SOMOS Y QUÉ NO SOMOS
Todos
quedaron en silencio y entonces la conversación que mantenían dos gigantescos
Baobabs, se pudo escuchar nítidamente:
-¡Ya te decía que son cangrejos! sostenía el que estaba a la izquierda.
El enigma era saber cómo hablaba, ya que entre el tronco y el follaje no se divisaban ojos, boca ni indicios de nariz. Sin embargo, cada vez que aparecía la voz, el inmenso árbol se sacudía de cabo a rabo.
-¡Que no! ¡Te digo que son hipocampos! Hay que reconocer que lo disimulan muy bien; hasta se diría que parecen cow-boys.
-¿Y si fueran cow-boys disfrazados de hipocampos?
No, que son hipocampos. Yo los he visto en un documental de la TV y son…viscosos, así como éstos que se aproximan -aseveró el Baobab de la derecha que tampoco lucía boca, ojos ni lengua y sin embargo articulaba las palabras con perfección.
-¡Jamás podrían ser hipocampos! ¡Estamos fuera del océano! -reclamó el de la izquierda.
-¡Son hipocampos extra~marinos!
-¡Son cangrejos ermitaños!
-¡Basta de discusión! -terminó diciendo el de la derecha- ¿Por qué no le preguntamos a ellos qué son?
-Eso, -el de la izquierda usó un tono sospechoso para decirlo- suponiendo que ellos mismos sepan qué son.
-Todos sabemos qué somos -aseguró su vecino.
-Conmigo no pasa lo mismo -advirtió el otro Baobab-. Yo sólo sé qué no soy. No soy un batracio. Tampoco soy una forma de mineral. Ni un fenómeno atmosférico. Me costó mucho constatar cada una de estas cosas. Para saber que no era un pulpo hice este cálculo: los pulpos no asisten a fiestas donde se disfruta el jazz. A mí me gustan las fiestas aunque nunca fui a una. Adoro el jazz. Luego, no soy un pulpo. En otros tiempos estaba casi convencido de ser un verdadero pulpo gigante. Un pulpón. Pero tenía dos argumentos en contra: las fiestas y el jazz; no obstante igual, yo mismo me decía: hoy te alimentarás exclusivamente de almejas. Llegué a odiar las almejas y los mejillones. Y en mis ramas cantaban los pájaros. Eso tampoco encajaba con la idea de la pulpidad. Es sabido que los pájaros submarinos no cantan. Son mudos.
Yo soy un baobab y ellos son hipocampos supra~marinos.
-¿Qué tipo de crustáceos sois? -indagó amablemente el Baobab de la izquierda dirigiéndose a ellos.
-Nosotros...-empezó contestando la Reina- no somos...
-¡No son baobabs! -se apresuró a decir el de la derecha- eso se nota a simple vista. Ella dijo ‘no somos...’; estoy a punto de pensar que tu observación es razonable. Parece que casi todos saben qué no son y muy pocos saben qué son.
-¡Ya te decía que son cangrejos! sostenía el que estaba a la izquierda.
El enigma era saber cómo hablaba, ya que entre el tronco y el follaje no se divisaban ojos, boca ni indicios de nariz. Sin embargo, cada vez que aparecía la voz, el inmenso árbol se sacudía de cabo a rabo.
-¡Que no! ¡Te digo que son hipocampos! Hay que reconocer que lo disimulan muy bien; hasta se diría que parecen cow-boys.
-¿Y si fueran cow-boys disfrazados de hipocampos?
No, que son hipocampos. Yo los he visto en un documental de la TV y son…viscosos, así como éstos que se aproximan -aseveró el Baobab de la derecha que tampoco lucía boca, ojos ni lengua y sin embargo articulaba las palabras con perfección.
-¡Jamás podrían ser hipocampos! ¡Estamos fuera del océano! -reclamó el de la izquierda.
-¡Son hipocampos extra~marinos!
-¡Son cangrejos ermitaños!
-¡Basta de discusión! -terminó diciendo el de la derecha- ¿Por qué no le preguntamos a ellos qué son?
-Eso, -el de la izquierda usó un tono sospechoso para decirlo- suponiendo que ellos mismos sepan qué son.
-Todos sabemos qué somos -aseguró su vecino.
-Conmigo no pasa lo mismo -advirtió el otro Baobab-. Yo sólo sé qué no soy. No soy un batracio. Tampoco soy una forma de mineral. Ni un fenómeno atmosférico. Me costó mucho constatar cada una de estas cosas. Para saber que no era un pulpo hice este cálculo: los pulpos no asisten a fiestas donde se disfruta el jazz. A mí me gustan las fiestas aunque nunca fui a una. Adoro el jazz. Luego, no soy un pulpo. En otros tiempos estaba casi convencido de ser un verdadero pulpo gigante. Un pulpón. Pero tenía dos argumentos en contra: las fiestas y el jazz; no obstante igual, yo mismo me decía: hoy te alimentarás exclusivamente de almejas. Llegué a odiar las almejas y los mejillones. Y en mis ramas cantaban los pájaros. Eso tampoco encajaba con la idea de la pulpidad. Es sabido que los pájaros submarinos no cantan. Son mudos.
Yo soy un baobab y ellos son hipocampos supra~marinos.
-¿Qué tipo de crustáceos sois? -indagó amablemente el Baobab de la izquierda dirigiéndose a ellos.
-Nosotros...-empezó contestando la Reina- no somos...
-¡No son baobabs! -se apresuró a decir el de la derecha- eso se nota a simple vista. Ella dijo ‘no somos...’; estoy a punto de pensar que tu observación es razonable. Parece que casi todos saben qué no son y muy pocos saben qué son.
PÁGINA 14 – POESÍA
ARGENTINA
CLAUDIA AINCHIL
(Ciudad Autónoma-Buenos
Aires-Argentina)
POEMA DESCUBIERTO
Lo descubrí con el rabillo del pez
tiburón ojo mojarrita
ajetreos tallados y dibujos dormidos
fui rastreada tras enigmas, levemente somnolientos.
Ningún abracadabra se apiadó
del eterno e inconcluso ser no ser
siempre la misma cantinela…
a ver si las catacumbas seleccionan viscosas manos
que estremezcan a los sombríos consumidores de
almas.
Será posible?.
Tome el anzuelo liviano de maldiciones
la premisa fue liberando complicidades
ex antídotos para no resbalar en submundos
que intentan persuadirnos que son mundo.
En tantas ocasiones anónimos sin pisada
acarician la zona que existe entre la inercia
y cada deuda propia.
Un manojo marca Abril
seguir entre fabricas humanas a medio construir
Abril…el corazón arde en secreto
la soledad improvisa gestos
formulas para no desistir en la misión
de lanzar botellas al mar.
CRISTINA
VILLANUEVA
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
GRACIAS
A LA VIDA
Creo
en Violeta Parra
alumbrada
de música y poemas
En
Salvador Allende su entera dignidad
En
Miguel Hermandez su huella
de
sangre y de belleza
En
la libertad que escribe incesante con
uñas
en los muros.
En
la alegría, el abrazo.
En
la fiesta que continua al dolor
en
la dulce tristeza
en
las flores
la
amistad
creo
en los luchadores que buscan
en
la ternura
en
la oscuridad salpicada de sueños
en
el arte de pensar
los
libros en la cama
sobre
la mesa
en
los libros que asaltan todos los rincones.
En
mi ciudad, mi casa, mi cuerpo, surcados de
latidos.
En
la
leche
tibia de las palabras.
En
la rebelión
En
los títeres,
el
cine, los cafés, los recuerdos,
la
murga
en
el amor
que
acaricia a todo lo que creo.
ILDIKO
NASSR
(Jujuy-Argentina)
SEI SHONAGON
sei shonagon vivió en
japón en el siglo X
emily dickinson vivió en estados unidos en el siglo XX
ildiko nassr vivió en argentina después del golpe de estado
más sangriento de la historia de su país
nunca escribió un gran poema como shonagon o dickinson
pero la poesía le mostró su piel una noche de amor
y jujuy le brindó un banquete de imágenes mágicas
emily dickinson vivió en estados unidos en el siglo XX
ildiko nassr vivió en argentina después del golpe de estado
más sangriento de la historia de su país
nunca escribió un gran poema como shonagon o dickinson
pero la poesía le mostró su piel una noche de amor
y jujuy le brindó un banquete de imágenes mágicas
JORGE FALCONE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)
POECINE
Quién me manda a caminar
por Corrientes si ya no soy
de esta ciudad y sé muy bien
con qué me puede tentar…
Si a partir de la mudanza
me puse a considerar
que no sería fácil cambiar
sus veredas por Internet…
Si sé cuánto me cuesta
ganar un sueldo y no llega
del Obelisco a Callao…
Para qué descuarticé
mi última
tarjeta de crédito
si a la postre siempre vuelvo
a averiguar si de cine
o poesía hay en las bateas
alguna cosa que sepa a nuevo…
Maldita la hora que doblo
en La Ópera, cruzo a Zival’s,
hojeo libros en Hernández
o recalo en Entelequia!
Porqué me engaño rodeado
de filmes, libros y discos
que un buen día embalados
habrán de donar mis hijos…
Vivo feliz juntando amigos,
sin tiempo de conocerlos…
Bazar donde atesoro
la más efímera dicha!
Ay de mi tan impotente
bajo una megaindustria que nunca
parará ya de editar!
Lo que gano se transforma
en Getino o Lamborghini,
mas nunca en ropa o botines.-
LILIANA
ANCALAO
(Comodoro
Rivadavia-Chubut-Argentina)
DETRÁS
DE LOS PÁRPADOS
detrás de los párpados
queda la vigilia detenidaen el sueño un haz de luz centellea
y sospecho
que un paso más acá están las respuestas
recuerdo que en sueños
puedo volar
y vuelo
sobre escaleras rotas alturas silenciosas
y hombres que espían
¿qué
fui yo?
¿qué delicados pies tenía
que corría sobre el cuerpo de la nocheaire?
¿qué mensaje llevaba?
¿qué vértigo me hundió los ojosmiedo?
¿qué burla corrosiva tocó mi hombro
y me abandonó despierta en la otra orilla?
¿alguien fue enviada en mi lugar?
¿alguien curó mis alas rasgadas por el silencio?
sé
que no supe llegar a destino
y que se desarmó mi vuelo leve y blanco en la neblina
y que estoy condenada en cada sueño
a repetir el intento
hasta que pueda fervorosa
traspasar en vuelo los párpados de la vigilia
y me gane
amanecer al mundo
con dos cicatrices en la espalda
¿qué delicados pies tenía
que corría sobre el cuerpo de la nocheaire?
¿qué mensaje llevaba?
¿qué vértigo me hundió los ojosmiedo?
¿qué burla corrosiva tocó mi hombro
y me abandonó despierta en la otra orilla?
¿alguien fue enviada en mi lugar?
¿alguien curó mis alas rasgadas por el silencio?
sé
que no supe llegar a destino
y que se desarmó mi vuelo leve y blanco en la neblina
y que estoy condenada en cada sueño
a repetir el intento
hasta que pueda fervorosa
traspasar en vuelo los párpados de la vigilia
y me gane
amanecer al mundo
con dos cicatrices en la espalda
PÁGINA 15- CUENTO
BERTA LUCÍA ESTRADA
(Manizales-Colombia)
DETRÁS DEL ESPEJO
Tengo cuatro o cinco años y estoy
jugando con mis primas en la casa de la abuela. Es una casa enorme, llena de
habitaciones cerradas y mal iluminadas, por las que yo me paseo triunfal, como
si fuera otra persona. Me gusta ir a la casa de los abuelos. Cada vez que lo
hago mi mamá me peina con mucho cuidado y me viste como lo hace cuando vamos a
misa los domingos. A veces me coloca mi camisa predilecta y luego me monta en
el carro, hacemos un viaje largo; al menos eso me parece a mí. Cuando llegamos,
mi mamá deja caer tres veces un gran aldabón que hay en la puerta de entrada.
Me gusta su sonido, gong-gong-gong, es como si la música saliera de las
entrañas de la casa y luego la puerta se abre. Subimos una larga escalera, me
da la impresión que subo hasta el cielo. Arriba están los abuelos, siempre hay
galletas de vainilla y yo puedo comerme las que quiera. Al final de las escalas
hay un corredor largo y al fondo está la cocina, corro a reclamar las galletas
que tanto me gustan. Al lado del corredor están alineadas las habitaciones, se
comunican unas con otras. Al lado de la cocina hay más escaleras, así que sigo
subiendo, llego a una gran terraza, es la terraza más grande que conozco,
apenas para patinar; pero mi mamá no me deja traer los patines. Es el lugar de
la casa que más me gusta. Los adultos nunca suben. Levanto mis brazos y toco el
cielo. Oigo voces, me buscan y me dicen que baje, no les gusta que esté arriba
solo, mi mamá no se cansa de decirme que es peligroso, yo no entiendo que es el
peligro, miro para todos lados pero no lo veo. Imagino que debe ser un señor
muy feo, a lo mejor tiene mal olor. No me gusta que la gente huela mal. Por eso
me gusta tanto que mi mamá me bañe. Sé que debo obedecer, así que bajo. Me
encuentro con mis primas. Me siento bien con ellas, menos con Susana. Jugamos a
las escondidas. Hay tantos lugares donde esconderse en esta casa, así algunas
puertas estén cerradas y no podamos cruzarlas. A mí no me gusta buscar,
prefiero correr a esconderme y esperar, sin respirar apenas, que alguna de
ellas descubra dónde estoy. Pero siempre soy el primero que pillan y eso que me
oculto muy bien, dentro del armario de mi abuela; estoy convencido de que es el
mejor escondrijo. Las puertas tienen unos espejos enormes, me gusta mirarme en
ellos, a veces me da la impresión que mi cuerpo crece, que se transforma, me
veo reflejado dos, tres, cuatro veces. Como si fuera un camaleón. Mi papá, que
siempre me cuenta historias de animales, me habló hace poco de ellos. Me dijo
que cambiaban de color, utilizó una palabra muy rara, que no entendí, la
repitió dos o tres veces, como hace cuando quiere que yo me aprenda una palabra
nueva. Mimetizar, mimetizar, mimetizar. Es nuestro juego. El día de mi
cumpleaños me regaló un libro de zoología, todos los días se sienta conmigo y
me muestra un animal diferente. Me lee sus características, si tiene pelo o
lana o plumas o escamas, me dice su nombre. Me explica si es mamífero u
ovíparo, si es terrestre o acuático. Me gusta oír la voz de mi papá. Recuerdo
que debo esconderme, así que abro la puerta del armario sigilosamente y me
oculto detrás de los vestidos de la abuela. Me gustaría ponérmelos, algún día
voy a preguntarle si me presta alguno. Escucho pasos, tratan de no hacer ruido,
pero yo puedo oír el aleteo de las moscas en la oscuridad de la alcoba, así que
los pasos, por más silenciosos que sean, no pasan desapercibidos. Los pasos se
paran al frente del escaparate, me quedo más quieto que nunca, ojalá continúen;
pero la puerta comienza a abrirse, muy suavemente, sin hacer ruido. Tengo un
poco de miedo, no quiero que me descubran. Pero a quien veo entrar es a Susana,
a ella no le toca buscar, sino esconderse. Así que se pone un dedo en la boca y
se sienta a mi lado. Ella es más grande que yo; cuando lloro, se burla de mí y
se pone a cantar en un tono muy desagradable: -El bebé está llorando, el bebé
está llorando… y entre más la escucho más ganas de llorar me dan. A veces
pienso que no me quiere. Me hala el pelo o me da puños, con las otras primas es
igual y después dice que no ha hecho nada. Y si la regañan, se aguanta y no
llora. Esperanza ya nos ha debido de encontrar, no sé qué le pasa hoy. Así que
comienzo a aburrirme, además no contaba con la presencia de Susana, este es mi
rincón. Entre la ropa de mi abuela, hay algo que nunca había visto, es una prenda
rara, como si fuesen dos cuencos de coco o dos tazas para naranjas o
mandarinas. La cojo y la miro. Le pregunto a Susana si ella sabe qué es y me
responde con aire de suficiencia: -Es para las mujeres, cuando sea mayor yo
también tendré uno, mi mamá me lo prometió. Me lo arrebata de las manos y se lo
pone en el pecho. Yo la encuentro linda y eso que no soy muy amigo de ella. Le
respondo que yo también le voy a decir a mi mamá que me compre uno. Me responde
con una gran carcajada, -¡Pero si tú no eres como yo! En su voz hay algo
horrible. No entiendo por qué me dice que no soy como ella. Es verdad que tengo
el pelo muy corto, yo quisiera tenerlo largo, como el de Esperanza. Me gusta su
pelo, es sedoso y brillante, su mamá le hace unas trenzas muy bonitas. También
me gusta su ropa. Yo no sé por qué siempre me visten con pantalones, yo
quisiera ponerme el vestido azul con el que ella va a misa, como el que tiene
hoy. Susana se sigue probando la pieza de los cuencos y yo quiero
arrebatársela, ella no me deja. En cambio me dice que los hombres no usan ese
tipo de prendas. Nuevamente siento que me hiere y cuando voy a ponerme a
llorar, la puerta se abre y Esperanza grita emocionada: -1-2-3, los encontré.
Me llamo Orlando y tengo quince
años. A todos mis compañeros les está saliendo barba, menos a mí; por lo que
todo el tiempo me hacen bromas bastante pesadas. Me llaman niñita, marica, me
dan patadas o me insultan. Venir al colegio a veces resulta una tortura, pero
ni modo de decirle a mi papá que me quiero salir. Además no estoy muy seguro
que en otro colegio no me pase algo parecido. Yo solo siento que estoy atrapado
en el nombre de Orlando. Como si ese nombre fuese mi verdugo. En las noches, en
la soledad de mi alcoba, me imagino con otro nombre, sonoro y profundo:
Cayetana. Con él callaría a mucha gente, a los que no me aceptan, a los que me
pegan en la calle o en el colegio; pero sobre todo podría vestirme como una
mujer. Al menos eso es lo que el médico me aconsejó. Mi papá está muy
preocupado porque no desarrollo los músculos de un hombre y porque no hay
atisbos de barba, así que me envió donde un médico. El doctor quiso saber qué
pensaba de mi cuerpo, y yo, por primera vez en la vida confesé mi deseo:
-Quiero el cuerpo de una mujer, no me gusta el empaque con el que llegué al
mundo. Él me aconsejó que me vistiera de mujer para ver si seguía pensando lo
mismo. En la casa se armó la de Troya. La voz amada de mi padre sonó como los
truenos en plena tormenta. No me pegó, pero el grito fue suficiente para producirme
una gran herida.
Estoy parado al frente del espejo
de la abuela. Trato de ponerme la prenda de los cuencos, mi mamá me dijo que se
llamaba brasier. No sé cómo se pone. -¿Cómo harán las mujeres? -me pregunto-.
Comienzo a sentir una sensación de incomodidad, no tardo mucho en conocer la
causa. Detrás de la silla, está escondida Susana. Me mira con una sonrisa
burlona. Nuevamente me dice que yo no soy una niña y me ordena que me baje los
pantalones, cuando lo hago, ella se baja los calzones y señala con un dedo
-¿Ves?, tú no tienes un pipí como el mío. Nunca lo tendrás. Luego se los sube y
se va corriendo. Yo no puedo moverme, siento que estoy pegado al piso; y de la
rabia, o de la sorpresa, no sé, me orino encima de la ropa. Susana debe de ser
el peligro del que tanto habla mi mamá.
Tengo 20 años, mi papá sigue
insistiendo en que debo ver a un médico, -pero a uno competente -me dice, sin
mirarme- no al tegua que le recomendó vestirse de mujer -aclara con la voz
llena de ira-. Ya no me habla directamente, siempre lo hace como si me enviara
una razón, tampoco me mira a los ojos. Ya no soy el niño consentido a quien le
solía leer historias de animales. El médico me prescribe un tratamiento
hormonal, mi cuerpo comienza a cambiar; pero algo en mi interior sigue rechazando
ese miembro que me estorba. Comienzo a ser aceptado por las chicas. Siempre me
han gustado las mujeres, por eso anhelo ser como ellas. Ahora tengo una amiga
con quien salgo siempre, nos entendemos; aunque ella no sabe que en el fondo la
busco porque ella tiene lo que a mí me falta.
Un charco se ha formado a mi
alrededor, huelo a orines, no me gusta sentirme sucio. Me pongo a llorar y veo
a mi mamá parada en el umbral de la puerta preguntando por qué no he ido al
baño. No sé qué responder. Es mejor no hablar de los juegos con Susana.
En la casa busco prendas de mi
hermana mayor, me las pongo cuando ella no está. Descubro que hay una mansarda.
Me escondo en ella cada vez que puedo. Se convierte en mi lugar predilecto.
Allí hay un viejo baúl con ropa que ya nadie utiliza. Los vestidos me quedan
muy grandes, así que ensayo con las camisas, descubro que son de mujer, y
aunque me llegan al suelo puedo caminar sin caerme todo el tiempo. En la
buhardilla también hay un espejo, me paseo frente a él, y sonrío cada vez que
veo mi imagen, mi verdadera imagen, reflejada en él. Pienso que soy un
camaleón, comienzo a entender la palabra mimetizar. Aprendo que yo también
puedo cambiar de aspecto, ese es mi secreto, no debo revelarlo. Pero aquí, en
este cuarto oscuro, es donde verdaderamente soy feliz. Susana no sabe de la
existencia de este cuarto, así que cuando ella viene, yo no hablo de él, no
quiero que suba.
Una amiga de la universidad, a la
que le gusta mucho leer, me habló hoy de un libro que lleva mi nombre: Orlando.
Dice que es un libro muy bueno, de una escritora inglesa. Quedo atónito. Yo,
que toda la vida he detestado mi nombre, descubro que es el título de un libro
muy famoso. Me pongo un poco nervioso, pero ella no lo nota. Le digo que me
hable un poco sobre el argumento.
-Es un hombre de la época
Isabelina, un aristócrata inglés, a quien le encantan las mujeres -igual que
yo, pienso-.
-Orlando, sin ser un ser
sobrenatural, o un dios, o algo parecido, ni envejece ni muere.
-Como en el caso de Dorian Gray -le
contesto-.
-Algo así. Con la diferencia, que
él no hace pactos de ninguna clase, ni tiene una mente abyecta, no tiene
manchas que ocultar. El caso es que a mediados del siglo XIX, trescientos años
después de haber nacido, y en plena época Victoriana, un buen día se despierta
siendo mujer. Es un libro que bucea en la intimidad del ser humano -concluye-.
Recuerdo el armario de la abuela
y a Susana diciendo que no soy como ella, que nunca lo seré. Siento una gran
desazón. Quiero salir corriendo a comprar el libro y no puedo. Otra vez estoy
pegado al piso. Por primera vez intuyo que sí puedo cambiar. Que el alma que
habita en esta carcasa equivocada puede al fin encontrar el cuerpo adecuado.
Mi mamá acaba de subir, me ha
visto con ropas de mujer. Me ha hecho bajar de inmediato y me ha prohibido
regresar a la mansarda. Mi secreto ha sido descubierto, me siento desnudo, no
entiendo qué mal puede haber en vestir ropas de mujer. No digo nada, pero ante
mí todo es negro. Me han cerrado el acceso al único lugar donde soy yo mismo.
Tengo cuarenta años, estoy casado
desde hace diez y tengo dos hijos. Soy un hombre roto, dual. En mí siempre ha
habido un cisma. Debo fingir que estoy bien cuando en el fondo quisiera
recuperar lo que me quitaron antes de nacer, mi cuerpo de mujer. Tal vez si
fuese andrógino mi vida sería diferente. Cuando me quedo solo en el
apartamento, me pongo la ropa de mi esposa y me paseo ante el espejo largo
rato. Lo vengo haciendo desde hace unos tres años. Desde que visité a un chamán
que al verme me dijo: -Debes aceptar a la otra que llevas en ti. Desde entonces
he venido abriéndole camino a la Cayetana de mi adolescencia, poco a poco se
apodera de mí y rompe el silencio. A medida que lo hace, mi cuerpo comienza a
unirse, poco a poco voy dejando atrás la sensación de estar escindida. He hecho
progresos, ya puedo caminar con tacones y me desenvuelvo mejor con las manos.
No quiero que mis gestos parezcan caricaturas cuando recupere mi verdadero yo.
Deseo que cuando a ella le llegue el momento de hablar, no tenga los gestos de
él. Desde hace poco estoy pensando en hacerme operar. Ese miembro que llevo
entre las piernas cada vez me estorba más. Siento a Cayetana como si fuese un
volcán que anida en mi interior, su fuerza magmática crece y crece; no demora
en hacer explosión. Cuando eso ocurra, mi antigua armazón habrá desaparecido y
dará paso al cuerpo que siempre he ansiado.
PÁGINA 16 – ENSAYO
(San Salvador de Jujuy-Argentina)
LA SOMBRA EN EL
ESPEJO:
Poesía reunida
de Hugo Francisco Rivella)
Alguna vez
escuché a Octavio Paz decir que todo poeta trae algo nuevo a la poesía; es el
caso de Hugo Francisco Rivella, las grandes novedades son la confianza en el
mundo, la confianza, a pesar de todo, en los hombres y las mujeres que expresan
un homenaje a la Vida.
La reunión de poemas comienza con Espinas en los ojos, que me remite a pensar en Albert Camus, cuando nos dice que existen tres fases de pensamiento: la del absurdo, la de la rebelión y la del amor. En esta concepción, Dios, que por definición suministra racionalidad y sentido, está ausente en el mundo. Camus no negó la posibilidad que Dios existiera: sólo asumió la vida como si no existiera.
Rivella lo dice así:
La reunión de poemas comienza con Espinas en los ojos, que me remite a pensar en Albert Camus, cuando nos dice que existen tres fases de pensamiento: la del absurdo, la de la rebelión y la del amor. En esta concepción, Dios, que por definición suministra racionalidad y sentido, está ausente en el mundo. Camus no negó la posibilidad que Dios existiera: sólo asumió la vida como si no existiera.
Rivella lo dice así:
“¿Dónde estás
Padre mío?
Es más ciega la noche cuando me dueles,
Padre.
El Hombre se arrodilla hasta que el hueso cale las espinas,
los dientes, el ademán huesudo de lo que toco y canto.
Es más ciega la noche cuando me dueles,
Padre.
El Hombre se arrodilla hasta que el hueso cale las espinas,
los dientes, el ademán huesudo de lo que toco y canto.
Martín Heidegger
en una conferencia de 1926, dedicada a conmemorar la poesía de Rainer María
Rilke, cuestionaba: ¿Para qué ser poeta en tiempos de penuria?
El filósofo, a partir de su lúcido interrogar al ser poético, devela la necesidad y la urgencia de esa labor entregada a hacernos oír el sonido del verbo originador del mundo.
Rivella lo expresa de este modo:
“Un Cristo sin edades vino
a pisar la tierra, El filósofo, a partir de su lúcido interrogar al ser poético, devela la necesidad y la urgencia de esa labor entregada a hacernos oír el sonido del verbo originador del mundo.
Rivella lo expresa de este modo:
fue quizás,
Téotl,
Quetzalcoalt con sus plumas brillantes,
Viracocha en el fuego del lago Titicaca,
Bachué, la madre, con los pechos desnudos,
Ñamandú en la Amazonia con el trueno y el río,
los peces de colores subiendo por la luna hasta el pozo sagrado del muerto y sus oficios. Ngenechen con el tiempo reciclando la lluvia.
El logos, el
fiatlux primordial. Y también esa palabra destinada a hacer perdurables “las
huellas de los dioses que han huido”.
Yo soy,
Padre,
el pasado en la historia del miedo,
los códices ardiendo por la espada y la trampa,
las ciudades cayendo por caballos alados
y la Biblia en el barro que extermina a los pájaros.
Puedo pensar el mundo, madre,
ser el Popol Vuh y la noche con sus soles muriendo,
el Chilam Balan de número y cosecha.
Puedo ser tantos hombres como dioses o esferas.
Padre,
el pasado en la historia del miedo,
los códices ardiendo por la espada y la trampa,
las ciudades cayendo por caballos alados
y la Biblia en el barro que extermina a los pájaros.
Puedo pensar el mundo, madre,
ser el Popol Vuh y la noche con sus soles muriendo,
el Chilam Balan de número y cosecha.
Puedo ser tantos hombres como dioses o esferas.
Por otra parte,
la vida es absurda porque hay que morir, y la muerte es la dispersión absoluta,
pero nos queda el intento humano de unidad, el gran coraje, consiste en
mantener los ojos abiertos a la luz y a la muerte, aún con “astillas”.
Luis Cardoza y Aragón nos hizo ver que “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”.
Rivella nos deja su testimonio en esa línea de pensamiento:
Luis Cardoza y Aragón nos hizo ver que “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”.
Rivella nos deja su testimonio en esa línea de pensamiento:
Voy a hablar del
relámpago su luz como un retazo de dios entre las cosas y el cielo dividido del
milagro y el hambre las mujeres los hombres con la culpa del muerto y el árbol
que lo ensueña con sus ramas ausentes.
La rebelión, que
es por principio conciencia de la muerte y reacción hacia la muerte o el anhelo
de vivir y asunción del destino, define el carácter provisional del pensamiento
rebelde como una constante:
He de colgar del
árbol como Judas pues traicioné la senda y la mirada del hijo que he soltado de
la mano. Fui un pirata en los mares del sur, crujía mi calavera cuando mi
espada atravesaba el alma de algún náufrago, y fui un ladrón en las garras del
tigre.
Tendré mi muerte así, pura y desnuda.
Tendré mi muerte así, pura y desnuda.
Heidegger supo
encontrar las analogías, los vasos comunicantes entre la experiencia del
conocimiento y del acto poético, la poesía no es el fruto del pensar: “es el
camino de la historia y del ser”, dice. Y al final de aquella conferencia de
1926, el autor de El ser y el tiempo, responde de este modo a la interrogación que
hace al arte de la creación verbal: “Si Rilke es poeta en época de penuria,
sólo su poesía contesta la pregunta de por qué él es poeta, hacia dónde se
encamina su poesía, a dónde pertenece el poeta en el destino de la noche del
mundo. Este destino decide sobre qué permanece siendo destino en esa poesía”.
Nuestro poeta Rivella invoca a la palabra:
Nuestro poeta Rivella invoca a la palabra:
Voy a hablar de
la guerra sus nudos sus espasmos la hondonada del surco
por dónde anda la muerte la trinchera anegada la gangrena y el odio de la bala zumbando
voy a hablar y no importa que me duelan los ojos y el húmero me sangre
y el hígado me estalle que un tigre desgarrado salga a cazar fantasmas
y el metralleo distante del fusil sea un animal monstruoso taladrándome el hueso
por dónde anda la muerte la trinchera anegada la gangrena y el odio de la bala zumbando
voy a hablar y no importa que me duelan los ojos y el húmero me sangre
y el hígado me estalle que un tigre desgarrado salga a cazar fantasmas
y el metralleo distante del fusil sea un animal monstruoso taladrándome el hueso
Religión viene
de re-ligar, volver a unir, y la herencia espiritualista de Rivella, se
relaciona con esa forma de ver el mundo que en estas primeras décadas del siglo
XXI semeja una expresión pagana expresada a través de la poesía:
La Poesía aquí,
desnuda o desnudándose,
mostrándonos el sexo para que se escandalice la página literaria que merodea su censura infinita, porque si digo puta o mierda o puñalada, causa más impresión que si dijera hambre, pobreza, desnutrición,
extrema unción del río que va contaminado.
mostrándonos el sexo para que se escandalice la página literaria que merodea su censura infinita, porque si digo puta o mierda o puñalada, causa más impresión que si dijera hambre, pobreza, desnutrición,
extrema unción del río que va contaminado.
El poeta se ha
quedado en silencio, pero en el poema está decantándose. No puede expresar todo
lo que siente e intuye, pura adivinación, deslumbramiento de las cosas. Y no lo
podrá decir de otra manera porque ya lo ha dicho, es el poema mismo, es el
propio devenir de la escritura.
El poeta sin querer dar un trasfondo biográfico, se encarna en sus poemas, haciendo un signo de sí mismo, indicando que él, como un gigante invencible, no es una elección sino el elegido:
El poeta sin querer dar un trasfondo biográfico, se encarna en sus poemas, haciendo un signo de sí mismo, indicando que él, como un gigante invencible, no es una elección sino el elegido:
Mi alimento es
el verso de Machado y Celaya,
Cardoza y Aragón en el ojo de un tigre, la carta deshuesada de Rilke a los poetas,
Garduño, la palabra que brota en su cabeza y la mínima copla de un cantor en los cerros.
Mi alimento es la Sombra, la vidala perdida que Espinosa persigue más allá de los vinos por las calles de Salta,
la campiña celeste del cielo en el Caribe y las ranas fantásticas del lago Tangañika.
Mi alimento es el cuerpo de la mujer que amo con los dientes y el fuego de una planta carnívora, su lengua interminable, sus gemidos, la trampa de sus brazos y piernas.
Cardoza y Aragón en el ojo de un tigre, la carta deshuesada de Rilke a los poetas,
Garduño, la palabra que brota en su cabeza y la mínima copla de un cantor en los cerros.
Mi alimento es la Sombra, la vidala perdida que Espinosa persigue más allá de los vinos por las calles de Salta,
la campiña celeste del cielo en el Caribe y las ranas fantásticas del lago Tangañika.
Mi alimento es el cuerpo de la mujer que amo con los dientes y el fuego de una planta carnívora, su lengua interminable, sus gemidos, la trampa de sus brazos y piernas.
La infancia- que
nunca acaba en el poeta- se envuelve de espiritualidad, pero con fuertes
resonancias hacia lo sensible: el poeta se encuentra absorto en su lenguaje,
impactado por la abundancia de conocimiento que supone manejar esa “cifra
inicial de Dios”, que es verbo, en la dialéctica oscuridad/luz, porque si ha
sido lanzado a un destino verbal, luminoso, desde su ”oscuro principio”,
también posee aquella luz aniquiladora”, la belleza:
Murió de muerte
a la luz de las rosas, digo, porque era un niño el que murió de muerte,
corría camino al parque cuando ocurrió el estruendo
y el mundo era un fracaso de un dios ciego y absurdo.
Álzame padre.
¿Vienes conmigo al puente?
¿A correr las palomas?
¿A tirar en el río los peces del asombro?
corría camino al parque cuando ocurrió el estruendo
y el mundo era un fracaso de un dios ciego y absurdo.
Álzame padre.
¿Vienes conmigo al puente?
¿A correr las palomas?
¿A tirar en el río los peces del asombro?
Rivella posee
una voz consolidada alcanzando su madurez, nuestro poeta ya es vigía, se
encuentra a la vanguardia de una sociedad muerta o dormida y en su generación
se encuadra en ese sector más visionario, rasgo ineludible que le diferenciará
del resto en el uso de la palabra:
La Poesía ¿Qué
será la Poesía?
¿Será esta rajadura del cráneo y la garganta cuando la atora el hueso del desaparecido? ¿Será el agua inocente del niño y sus juguetes que le cuidan el sueño cuando duerme?
¿Será esta piel tatuada por tu boca? ¿El faro en la bahía con la tormenta encima?
¿Será el fuego que rueda mansamente en el río? ¿Será el cuerpo indeciso de Lorca y tantos otros? ¿Será el reino dormido de Dios entre chacales? ¿Será el brazo que estalla su lámpara en el miedo?
¿Será esta rajadura del cráneo y la garganta cuando la atora el hueso del desaparecido? ¿Será el agua inocente del niño y sus juguetes que le cuidan el sueño cuando duerme?
¿Será esta piel tatuada por tu boca? ¿El faro en la bahía con la tormenta encima?
¿Será el fuego que rueda mansamente en el río? ¿Será el cuerpo indeciso de Lorca y tantos otros? ¿Será el reino dormido de Dios entre chacales? ¿Será el brazo que estalla su lámpara en el miedo?
La poesía de
Hugo Francisco Rivella reunida en La sombra en el espejo, nos deja una lección
perdurable: el poeta, además de conocer los materiales celestes e infernales de
que está hecho el mundo, sabe ante todo soñarlo y construirlo con el lenguaje,
edificarlo con el verbo, saber cómo nace y dónde culmina el organismo verbal de
su texto, el cuerpo del poema, el árbol del hombre, que está hecho de
vivencias, de recuerdos y de palabras.
PÁGINA 17 – POESÍA
AMERICANA
RUTH
VEGA
(Cusco-Perú)
El
cauce del viento y la luna erosionan mi techo
Desatan mis trenzas perforan mi cráneo.
te he sorprendido noche justo antes de herirme de muerte
y te mordí y te deshice en mil pedazos
ahora yo sin boca tu sin piel
podemos habitar alguna vena hueca
y coagular eternamente
y soy yo en el cascaron de un buitre
y seguiré siendo yo en el gineceo de una flor.
no hay placenta que alimente nuestras crías
ni tierra que quiera sepultar nuestros espasmos
y aquí estamos ulcerando el aire
carcomiendo las rocas
escupiendo hierro
Desatan mis trenzas perforan mi cráneo.
te he sorprendido noche justo antes de herirme de muerte
y te mordí y te deshice en mil pedazos
ahora yo sin boca tu sin piel
podemos habitar alguna vena hueca
y coagular eternamente
y soy yo en el cascaron de un buitre
y seguiré siendo yo en el gineceo de una flor.
no hay placenta que alimente nuestras crías
ni tierra que quiera sepultar nuestros espasmos
y aquí estamos ulcerando el aire
carcomiendo las rocas
escupiendo hierro
MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)
ATRAPADA
Atrapada
entre luz y sombra
en
el resquicio de ventanas que no anuncian nada,
en
la ofuscación de algo lejano y doloroso,
la
noche y el día
se
suceden en un abrir y cerrar de ojos.
Sólo
ausencia de tiempo, agonizar entumecida
por
nebulosas que lo cubren todo.
Estoy
atrapada en la maraña maliciosa
que
circunnavega el espectro de mis días.
Y
mientras la noche se alarga como gota errabunda
he
arañado las paredes del oprobio
en
busca de la trayectoria de mis palabras.
Pero,
heme aquí, tras los barrotes
que
yo misma levanté dolida por angustias
que
no cesan.
He
alzado la voz al universo, cansada
de
la miseria existente,
mas
nadie responde a tanta queja.
Detenida
en la incertidumbre,
cobijo
mi tristeza entre las manos temblorosas
de
antiguas plegarias, rastros de saliva
y
de silabas no dichas.
Estoy
cautiva,
las
dimensiones me circundan con ironía
perturbadora.
Los
dioses me han abandonado,
Deidades
obstruyen la puerta a la verdad
y
estoy a la deriva, sin rumbo fijo,
a
merced del cauro y su séquito de hojas,
entre
cuatro paredes de dudosa procedencia.
Manos
gélidas me abrazan,
hurgan
mi cuerpo y clavan sus arpones.
Soy
la presa de nadie,
un
ser sin nombre ni apellido
tan
única y dolida que no necesita escapatoria.
Retenida
en un cristal sin reflejo,
siento
pasar el tiempo inexorablemente
llevando
un vergel de lamentos.
En
esta soledad inaudita dibujo
mi
penitencia.
No
se si amanece o el ocaso empaña mi retina
elevo
mi voz al infinito
y
pregunto a ellos:
¿Por
qué me han dejado huérfana,
atrapada
en un mundo sin respuestas?
EMILIA
MARCANO QUIJADA
(Ciudad
Ojeda-Zulia-Venezuela)
Si
prestas atención te darás cuenta
que los ojos de la noche se cierran
apenas sale el sol para esconderse
en un cuarto destruido por el humo,
donde solo duerme el deseo
de morir de un golpe,
un disparo,
una botella rota en el cuello
que te lleve a un mar de calma.
que los ojos de la noche se cierran
apenas sale el sol para esconderse
en un cuarto destruido por el humo,
donde solo duerme el deseo
de morir de un golpe,
un disparo,
una botella rota en el cuello
que te lleve a un mar de calma.
GLORIA CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)
¿DE DÓNDE?
¿De dónde viene
el agua?
de tus lágrimas-peces.
Se agrietan
las manos
de los Andes
los árboles de vidrio
los cordones metálicos
del sur.
Se van volviendo letras ilegibles
las nubes
las cuevas submarinas
los árboles de arroz.
Soy yo bajo tu estruendo
entre tus desmesuras minerales
una delgada vena que revienta
a tu paso
de dragón asustado.
VLADIMIR ZAMBRANO
(Guayaquil-Ecuador)
ITINERARIO
DE LA SOMBRA
Amarte
es disolverme
y quebrarte en los segundos,
ser
otra servidumbre en el delicioso juego al centro de las piernas.
Amarte
es ser esclavo,
necesaria obsesión,
necesaria bestia,
necesaria
torre cuidándote los gestos…
Amarte
es una daga fingiendo como falo…
La
pólvora:
vestida
de locura en portales de conciencia pregonada
(movimiento
de sombra y flechas ordenando a sus vigías:
como
una lluvia que crece
y
crece
hasta
ocultarnos con su rabia…)
como
esas bifurcaciones del sueño
cantarán
espejismos medievales
para
que otro vagabundo de arena
aprenda
de las puertas cerradas
que
todo lo consiguen...
Mis
nervios:
poblados
con tu cuerpo
donde
presiento el oro del poema,
burlándose
en los actos de pereza
en mis manos distintas cada día...,
copa
de cristal:
donde
Satán recoge el confín de la palabra…
PÁGINA 18 – CUENTO
JORGE
FALCONE
(La
Plata-Buenos Aires-Argentina)
SER
HIJO
El
día en que vine al mundo los paracaidistas franceses atacaban al
Vietminh, desocupados protestaban en las calles de Trieste, era inminente
una nueva reunión de la Federación Mundial de la Alimentación, Milton
Eisenhower veía con fe y optimismo el futuro de América Latina, Fangio
encabezaba la clasificación general en la Carrera Panamericana... y la cigüeña
concedía a mis padres el deseo de recibir un varón.
Mi
cuna de madera color crema compartió dormitorio con ellos más tiempo que el
conveniente. Haciendo causa común con Edipo de Tebas, por ende, temí que los
gemidos nocturnos de mi madre indicaran un daño inminente, y no hallé más
sospechoso que su marido.
Hoy
creo que el saludo matinal al que me acostumbró aquella mujer - "Buenos
días, luz de Dios" - inauguró mi colección de antídotos contra la
adversidad, toda vez que la identidad familiar constituye el primer estadio de
lo que luego será la identidad nacional; y, como ya es sabido, quien ha sido
bienamado desde temprano acomete el camino de la vida con una poderosa adarga
al brazo.
Un
lugar común a varias generaciones de padres ha sido intentar imponer a los
hijos un legado que suponen imprescindible para triunfar en la vida, o al menos
para disminuir el margen de sus desatinos. Tiene su lógica. Ni los antiguos
griegos, que se dedicaron a pensarlo todo, lograron conjurar la angustia
existencial que implica transcurrir sabiéndose finito. Ser humano, por ende,
casi siempre supone anhelar alguna suerte de trascendencia.
Lo
paradojal es cuando se nos “modela” en un sentido cuyas consecuencias no
terminan siendo las buscadas. A mí se me esperó intrépido mientras se me
estimulaba para reflexivo. En todo caso, no logré cultivar ambas
habilidades.
En
efecto, ¿qué podía resultar de un niño al que antes de cumplir cinco años se
mandaba a dormir leyéndole novelas de fantaciencia decimonónica? ¿No era
previsible que de grande emulara a Verne o a Meliés en vez de a Bonavena o
Maradona? Sin embargo la aceptación llegó tarde. Cuando nuestra familia nuclear
se disgregó como el espiral de fragmentación de una granada.
Pero,
recapitulando, si algo debo agradecerle a mi padre es haber estimulado esta
capacidad de fabulación que hoy me otorga prácticamente el monopolio del relato
en los núcleos que cultivo: Aquellas primigenias narraciones fueron pues mi
ventana al mundo. Pero no siempre al que compartimos, preferentemente a utopías
y ucronías algo más benévolas. En esta circunstancia detecto la primer
coordenada de mi felicidad.
Como
contraparte me fueron exigidas hasta la saturación - generalmente no con los
mejores modales - capacidades de las que aún carezco, tales como boxear, meter
un gol, o conquistar otra placa de galeno. Supongo que se trataba de los
requisitos para que fundamentalmente mi padre se sintiese orgulloso de mí. Si
alguna vez llegó a experimentar dicho sentimiento seguramente fue motivado por
alguna causa más próxima a la ética que a la destreza.
Sospecho
que - atento a los valores predominantes de su generación - a él lo desvelaba
que yo respondiera a un patrón de conducta “masculino”. Tal vez por ello
infería que me generaría admiración conocer que era capaz de engañar a mi madre
con alguna paciente. Al fin y al cabo, ¿qué varoncito no desea espejarse en un
padre con capacidad de seducción? Más alejado de cualquier rédito positivo
estaba que celara injustificadamente a su esposa o que la castigara con
severidad, siendo frecuentemente interpelado por la criatura que fui. Si bien
suele decirse que “la violencia física es impotencia de la palabra”, no he
logrado apiadarme del viejo. Por el contrario, con los años he comprendido y
valorado el silencio enamorado de mi madre.
Supongo
que a causa de ciertos apremios económicos, a diferencia de los que proliferan
en este Siglo XXI, crecí en un hogar habitado por tres generaciones. Tal
circunstancia, me interiorizó sobre saberes populares remotos a través de la
carismática e influyente presencia de mi abuelo paterno.
A
la edad de siete años abandoné la condición de hijo único (que habría de
restituirme violentamente la dictadura oligárquico-militar genocida instaurada
en 1976) Aquello que alguna vez fuera una mala nueva culminó transformándose en
una de las relaciones de máximo entendimiento que me ofreció la vida.
PÁGINA 19 – ENSAYO
REYNALDO
LACÁMARA C.
(Santiago-Chile)
LA POESÍA DE
NORTON CONTRERAS ROBLEDO
No tocas un libro, tocas un hombre
(Walt Whitman).
En cada poeta
asoma la posibilidad de inaugurar un mundo. Ahí radican la grandeza y el
temblor portadores de la palabra escrita. No es otra su tarea.
Ante la
mirada- en este caso del poeta- las cosas asoman por definición inconclusas.
Asoman como oportunidad. Lo fundamental, entonces, es dejar que el asombro
cumpla su tarea, que sea él quien nos conduzca por los laberintos de la imagen,
del verbo, de lo realmente significativo de aquella experiencia que pretendemos
fijar en el tiempo propio y en el de los otros.
Frecuentamos
la realidad, demasiado a menudo, con la mirada superficial del turista y
pasamos, con cierta simpleza, por las vivencias cotidianas sin dejarnos
sorprender o interpelar por ellas. Estamos en exceso acostumbrados a lo
desechable y hemos llegado a creer que todo lo que nos pasa cae dentro de esa
categoría.
Por fortuna,
aún hay quienes pretenden ayudarnos a mirar o más bien sueñan colocar en
nuestras manos su mirada como ofrenda de reencuentro. Norton Contreras Robledo
es uno de ellos.
Estas páginas
interpuestas ante nosotros están colmadas de vida. Por eso, poseen la magia de
lo simple y cotidiano trastocado por la palabra. Obligado a girar sobre otro
eje, el verbo que habita la memoria del autor se transforma en presencia, a
modo de exorcismo, reubica la realidad ante sus propios demonios y los nuestros
una mujer con una soñolienta guitarra me contempla/ desde una fotografía./ Me
desarma con su timidez,/ me abraza con su ternura.
El ejercicio,
no tan común, de una memoria capaz de modelar el paisaje desde los matices
menos concientes en cada uno, es la apuesta que en estos poemas se extiende
como un “doble o nada” sin el cual ninguna propuesta literaria merecería el
nombre de tal. Nombrar o convocar las cosas y los hechos que llevamos bajo la
piel, para que nos ayuden a reconocernos cada mañana, como parte de un flujo
inagotable, trascendiendo la precariedad del instante y la conciencia de
nuestra finitud, es la intuición que atraviesa las páginas de este libro.
Cada cual
posee una respuesta muy personal para esta inquietud, pero en el fondo algo nos
dice que es la misma, que no hay muchas sino una sola: la del mismo e
irrepetible ser humano, en cualquier lugar, inmerso en los acontecimientos,
tratando de decir aquí estoy.
Contreras
Robledo, atraviesa y pasa revista a toda una existencia marcada por todo
aquello que nos cincela; la esperanza, el dolor, el amor, el desamor, la
injusticia en fin lo que bien sabemos ha quedado guardado en los pliegues de
las horas y los días... aquí están los cantos,/ vienen de las alturas de los
andamios,/ con los que los obreros/construyen grandes edificios, nos aclara en
sus versos.
La necesidad
de que las palabras retomen su rol fundacional, en lo inmenso del desafío de
estar vivo, asoma casi como una declaración de principios inevitable a la hora
de hacerse oír: quiero desenterrar las palabras/ sepultadas bajos los restos de
las estrellas muertas. La labor entonces del poeta nos es otra que hundir sus
manos, su mirada y su ser en medio de la muerte, para desde ahí reencender el
horizonte con la alquimia del verbo. Es la certeza que mueve al creador y lo
ubica dentro de una dinámica de crecimiento nutrida en la disciplina silenciosa
de la búsqueda sin fin del propio lenguaje o la propia voz, la única capaz de
convertir en universal-valga la paradoja- lo que por definición nos pertenece y
nos invade.
Así lo expresa
Norton en uno de sus poemas: “Soy el reflejo de tu alma,/ la prolongación de tu
tristeza,/ la sombra de tus horas de hastío,/ la tristeza rondando tu esquina,/
el elemento que se repite en toda tu novela/…espejos, lo que se ve reflejado en
ellos/ y a través de ellos…la soledad ”.
Transitan
también por estas páginas los rostros de aquellos que fueron tragados por la
noche oscura y siniestra de la dictadura militar en su patria natal-Chile-, y
en América Latina, ellos son la causa de una dura, pero inevitable, imprecación
al Dios enseñado en el hogar y recibido junto a la leche materna. El poeta
pregunta: ¿Dónde están los desaparecidos?... /Cuando todo esto pasaba, cuando
estos crímenes horrendos.../decidme ¿dónde estabas? ¡vos Dios!/ Vos que estás
en la tierra, en el cielo y en todo lugar./¡Decidme! Dios: ¿vos dónde
estabas?/¿Estabas tomando mate con los patrones?/¿En algún asado en una
hacienda?/¿Estabas mirando un partido de fútbol en el mundial?”
Esta suerte de
recriminación, surgida desde el fondo mismo del dolor y la injusticia, se
muestra como una voz colectiva: son la Madres de la Plaza de Mayo en Argentina,
son los Familiares de detenidos Desaparecidos en Chile, son la Victimas de los
Escuadrones de la Muerte en El Salvador…somos todos preguntando lo mismo, somos
todos preguntando por los mismos. Somos los que a pesar de tanta muerte,
seguimos creyendo en la vida…los que no hemos olvidado a ninguno de esos
rostros cargados de sonrisas que ninguna bota manchada de sangre podrá borrar,
aunque pasen siglos, aunque el sol caiga a pedazos o hasta que los encontremos
y abracemos nuevamente.
Es el amor, en
definitiva, el que nos lleva a preguntar y nos impide caer en el olvido. No
podría ser de otra manera.
No vivimos
tiempos fáciles para apostar por la belleza o reivindicar la palabra como
fundamento de un modo de vida. Hoy parece ser que las ciudades y sus calles no
nos pertenecen, han sido arrebatadas inevitables y lentas por el consumo – y no
sólo de bienes, sino también de personas-. Parece que no hubiera mucho más para
hacer.
Afortunadamente,
esto no es una verdad absoluta –si es que éstas existen- aún queda mucho por
hacer y creemos que la poesía tiene un papel fundamental en la construcción de
un nuevo paradigma existencial para el ser humano actual. Ella es la única
capaz de leer la realidad de un modo tal que posibilite la re-humanización de
los principios y estructuras que nos rigen.
La poesía en
su afán de totalidad es portadora de certeza, voluntad de cambio y recreación
que identificada en lo esencial y más significativo, las carencias del
“viatore” del siglo XXI.
En este nivel
de aproximación a la obra de Norton Contreras, ella asoma como un recuento
vivaz y vivencial de todo un camino sin otra posibilidad de resolución que el
recurso a lo poético. Es la poesía la que ofrece a nuestro autor la experiencia
y la posibilidad de transformar lo inefable en imagen, en evocación o en
presencia.
Decíamos, al
inicio, que cada poeta nos ofrece la posibilidad de inaugurar un mundo. En
estos “Cantos en tiempos de amor y de guerra” esa posibilidad se ofrece
generosa y cuestionadora al lector a partir de una panorámica que junto con
desplegarse ante nosotros por medio de imágenes, se nos hace reconocible y
habitable por medio de la sintonía secular que la experiencia humana nos
ofrece. En ella nos podemos encontrar y mejor aún, nos podemos proyectar, en la
certeza de que en cada uno de nosotros no es inútil o estéril la presencia de
los sueños que aún nos quedan por concretar.
Es en ellos en
quienes nos movemos…en quienes nuestra porfía sigue existiendo.
PÁGINA 20 – POESÍA
AMERICANA
FRANCISCO
PINZÓN BEDOYA ©
(Líbano-Tolima-Colombia)
ESO
TAN BELLO
En
las tardes instantáneas como la de ayer
hay
una pasión de sangre en la despedida
que
llama a dejar atrás lo que esté haciendo
y
levantar los ojos al cielo para solazarme
Me
siento en ese rumor de rosadeces
como
un inmenso infinitésimo ser de luces
que
absorbe el derivar de la esfera azul
por
ese dombo oscuro en que la energía
malea
mi forma incierta... sin que lo note
¡Soy
la fuerza y en esa plenitud me reinvento!
¡Soy
el resultado de tanto que es mayor
que
todo lo que creo ser... y no soy!
Benditas
las maneras en que me sé insepulto
en
esta parte inocente y alelada del cosmos
ANA
MARÍA VALDEAVELLANO PINOT
(Guatemala-Guatemala)
Envuelta
en un sutil aroma de
incienso y mirra
Selena, en su esplendor
dorado,
veía pasar las tres coronas
reales,
en mágico atavismo,
hacia la estrella de luz.
Un caballo, un camello y un
elefante
al unísono, marcan sus
huellas en los siglos…
El cofre dorado porta el
primer presente:
La pasión, tesoro humano,
envuelta en dos cálidas
pieles,
capaces de arder con el
fulgor de una mirada…
danzan, se entrelazan y se
entregan
en el beso de los sexos,
durante un gemido de
permanencia y eternidad.
La acompaña el deseo,
su goloso hermano, quien
jadeante esparce exquisitez.
El segundo cofre,
lleva las aromáticas,
brillantes y transparentes
lágrimas reales,
la mirra del amor,
de donde gota a gota, mana
el sentimiento que
ennoblece, dignifica,
mueve, eleva, motiva, purifica
y se convierte en sextante
de vida y corazón.
Del último cofre emana el
celestial incienso;
en su humo se entrelazan
las palabras,
la magia, mito y leyenda,
lira y zampoña,
ideas, sueños y musas;
inspiración, trascendencia
y universalidad…
Sorprendido y deslumbrado,
el poeta se eleva del
pesebre de su vida,
emerge de su soledad
y abraza su destino… la
poesía…
ROSSANA AICARDI CAPRIO
(Pando-Canelones-Uruguay)
MARIONETA
POBRE
Veo tus
piolines
miro cómo
cuelgas
sin escrúpulos
sin resistencia
te meces
en tu pobre
estructura
viendo
pasar la vida
como ajena.
Es cómodo
solo mantenerte
hamacarte
en el silencio
de la nada
hasta que
sin aviso
el gran titiritero
aparezca
y sincronizando
tus piolas muertas
sin
desgaste
haga que tu función comience.
LILIAN
VIACAVA
(Montevideo-Uruguay)
CARTA A
UN POETA
Quisiera
ser tu musa para sumergirme en tu abismo,
cortar
la distancia, subirme al viento;
bajarme
de una nube en gotas de lluvia
para
bañar tu rostro de otoño.
Quisiera
ser la que te enciende
de
palabras la boca y de locuras el corazón.
La
que ilumina tu cuerpo con los pinceles
de
la palabra que se reserva.
Clavarte
los colmillos inyectados del veneno de mi silencio.
De
bronce me he convertido en plata
para
inventar un nuevo color…
Para
pintar las horas de tu recuerdo.
Deambulas
entre el bien y el mal
para
tomar el lucero de la mañana
y
dibujar mi silueta con el filo de la estrella.
Quisiera
ser tu Lilith, tu Eva y todas tus mujeres,
convertirme
en acuarela para que me pintes
en
el lienzo de tu mente y no me borre el olvido.
Dios
también te castiga con su silencio
y
se hace mas honda la herida de tu conciencia.
Nos
hundimos con besos en la bahía de mis sábanas,
y
la luz entra por la ventana y nos trae la tragedia
de
los borrachos que le cantan al amor.
El
olor del árbol de la vida nos embriaga
y
nos sube un gusto a flores de la boca al corazón.
Déjame
curar tu dolor y detener el tiempo
en
el momento que te beba con mis ojos,
como
los marineros al ajenjo.
Súbete
a mi barca marinero para navegar juntos
la
locura de los versos que mueren en la orilla de mi boca.
Bebe
de mi océano mientras voy hacia ti
montada
en hipocampos azules y blancos como mis sueños.
GRACIELA
GUERRERO GARAY
(Las
Tunas-Cuba)
BRUMAS
Quiero
perder el nombre.
Irme a los confines de tu mundo.
Sentir
la cavidad del hombre
que me desangra, allá en lo profundo.
Cubrirte
todo, paso y palmo.
Romper el tiempo y el espacio.
Volar,
sin brújula ni espasmo.
Volver callada, bien despacio.
Sacudir
la inercia del destino,
acorralar tu voz en mi garganta.
Hacer
del virgo, tu camino
con gemas inmortales de la Atlanta.
Coleccionar
gaviotas y delfines.
Hacerte cadenetas de mil flores.
Regalarte
las noches de violines,
para pulirte el alma con amores.
PÁGINA 21 – CUENTO
NECHI
DORADO
(CABA-Argentina)
LA
ÚNICA LUZ DE LA SALA
El
rugido del viento hacía pensar que algún demonio errante intentaba ingresar en
la habitación descascarada, donde solos, una mujer y un gato color
óxido, compartían las horas de cada día y cada noche.
El
lugar parecía encubrir un extraño misterio, de hecho y con suerte
aunque no se supo cómo, desde adentro de una alacena con puertas de madera
despintada que colgaba de una bisagra apenas sostenida de la punta por un
clavo sobreviviente de una época que demostraba haber sido esplendorosa,
aparecía algo capaz de saciar otro rugido: el de las tripas al chocar entre sí
en el centro de las panzas del dúo devenido en espectro luego del
derrumbe de la economía familiar.
Algún
grupo de ángeles gastronómicos de una orden de caridad
benéfica, oportunamente camuflada como para permanecer en la trinchera
clandestina de la madera reseca, ponía al alcance de la mano de la mujer:
paquetes de caldos vencidos, fideos exiliados de algún
envoltorio tomado por gorgojos, o unos terrones de harina
endurecida, salpicada de hongos, donde finas telarañas parecían custodiar lo
que hasta tiempo atrás fuera el polvo delicado del almidón. Las tiritas frágiles,
hamacas de los parásitos, parecían haber formado un alambrado de seguridad.
La
mujer de historia venida a menos se sentía condenada a padecer el castigo de
Tántalo*. Ella y su gato, mimetizados uno en el otro, presenciaban desde la
penumbra el derrumbe de un pasado que alguna vez auguraba eternidad, gloria,
triunfo.
“Vánitas vanitatum, et ómnia vánitas: ‘vanidad
de vanidades y todo vanidad’, solía ser la consigna finamente trabajada
por la mujer frente a pilas de billetes acumulados a costa de lo que
fuere, durante sus años de vida útil.
El
viento potenció su rugido, aquello parecido a un demonio avanzaba hacia la
imagen en estado de descomposición acelerado. El gato arqueó el
lomo, afiló sus uñas y lanzando un maullido que apagó la
única luz de la sala, se precipitó hacia la calle perdiéndose en el
buche oscuro de la noche impresionante.
La
mujer, haciendo uso de una varilla rescatada del piso escribió sobre
la superficie de una mesa antigua cubierta de polvo: «Tempus fugit, asicut
nubes, quasi naves, velut umbra». El se escapa como las nubes, como
las naves, como las sombras.
La
frase obtuvo la fuerza de un rito de despedida, quedando la mujer tendida de
panza sobre el piso opaco de la casona añosa.
Afuera
calmó el viento mientras el demonio se alejaba silbando.
PÁGINA 22 – CUENTOS
BREVES
JORGE
M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
OH,
LA DESMEMORIA!
Desde
niñas estuvieron atrapadas en un marco isabelino. Reinas de la fatuidad,
jugaron a ser dulces, interesantes, vacías. Una de las tres viaja a Turquía y
la desflora un ordenanza de hotel. Las hermanas confían en que todo pase. Ellas
dos han sufrido el desengaño de permanecer solteras. Una, finalmente, opta por
ir a un monasterio de clausura. La otra, prefiere hacerlo a un manicomio. Así
de simple, las tres lo olvidan absolutamente todo.
Los
números nunca constituyeron su fuerte. Olvida teléfonos, onomásticos,
vencimientos. Hoy la llaman urgente: se venció hace un mes su póliza de
incendio. Mira las cenizas y sonríe. La verdad, nunca tuve en cuenta el número
tan largo del seguro…
Estoy
segura que mi falta de memoria podrá corregirse a poco que tome la medicina.
Son yuyos salvíferos que más actúan por persuación que por eficiencia
farmacológica. Lo supongo, al menos. Desde hace unos días advierto que me ha
salido un bozo negro en toda la cara. Y que me miran con curiosidad. No recuerdo,
en verdad no recuerdo si antes me afeitaba.
Me
acuerdo del abuelo y de la tía Eulogia, pero no de papá. Insistes en que murió
hace poco, pero en realidad no lo ubico en casa. ¿Salía mucho? No me digas que
era viajante. Si no lo era, ¿dónde estaba? Te pido mamá que no insistas: yo a
tía Eulogia la recuerdo porque me regalaba estampitas y medallas. Y el abuelo
me miraba el cuaderno todas las tardes. ¿Crees que no me doy cuenta de que papá
nunca existió y es solo una invención tuya?
PÁGINA 23 – POESÍA
AMERICANA
ELVIRA
ALEJANDRA QUINTEROS
(Cali-Colombia)
Tiempo
blanco
Ha
muerto una vez más el tiempo blanco
Dibujando una caricia en la piel de las montañas
Se disponen a dormir los buitres
El sol
Y los payasos
La tarde ha sucumbido en las fauces de un reloj que sin pesar cuantifica el universo
Entonces tememos la verdad de los sueños
El silencio voraz que devela la nostalgia
La música que excita la piel y las palabras
Y hace nacer el llanto en el origen del grito
Ha muerto una vez más el tiempo blanco
Ha muerto una vez más el giro de gaviotas.
Dibujando una caricia en la piel de las montañas
Se disponen a dormir los buitres
El sol
Y los payasos
La tarde ha sucumbido en las fauces de un reloj que sin pesar cuantifica el universo
Entonces tememos la verdad de los sueños
El silencio voraz que devela la nostalgia
La música que excita la piel y las palabras
Y hace nacer el llanto en el origen del grito
Ha muerto una vez más el tiempo blanco
Ha muerto una vez más el giro de gaviotas.
yanarys VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)
YO NUNCA SERÉ UNA MUJER CANTADA
De nada sirve perseguir una canción,
serLongina, la María de algún trovador,
Los trovadores aman a las mujeres hermosas,
perfectamente onduladas, de inigualable andar
y labios carnosos.
Los trovadores aman a las mujeres rígidas,
que serán inmortalizadas con su canto,
las mujeres que no aman la música
y que nunca apostarían sus vestidos
por uno solo de sus versos.
Aman a mujeres desconocidas
y en casa algo seguro que llevarse a la boca.
Aman la fugacidad de la belleza,
las palabras dulces al oído.
Yo nunca seré una mujer cantada.
Mi vida depende de esa música, cada verso,
los opios de la noche, los alcoholes del alba,
la piel sin adornos, la voz rompiendo las
guitarras.
Escucho, Sandra, Caridad, tantas otras.
Y solo vuelvo a sentir,
vuelvo a pensar,
que yo nunca seré una mujer cantada.
RONALD BONILLA CARVJAL
(San José-Costa Rica)
IV
Entonces pensé que eran las cuatro.
El sol en su desvarío
volvía a caer entre las ramas.
Una hoja se arrastraba sumisa de percances.
El viento es un signo extasiado
que acaso Dios nos colocó en la mirada.
Quizá en la espalda...
El ave negra sobre el muro mira.
No sé qué mira fijo hacia las frondas.
El poeta perdió su compostura...,
su camisa en una apuesta...
Nadie sabe a qué vino si no canta.
Nadie sabe para qué son los gusanos.
Uno diría que debe suspirar el mundo...
Que por eso a veces se desangra
y hay sonrisas:
develadas sonrisas son los niños,
los nietos que auscultaron el silencio.
ALFONSO SÁNCHEZ ARTECHE
(Toluca
de Lerdo-México)
SALMO
DEL AGNÓSTICO
El
mundo vino a mí un día que dios no estaba.
En
el acuoso cristalino se movía
una
espiral de luces plácidas
sin
estrella ni cruz ni media luna
ni
triángulo de abismos.
Sólo
la cicatriz del deseo original
libre
de culpa y miedo.
¿Por
qué la vida habría de traicionarme
cuando
apenas en cáliz se me abría? ¿
Cómo,
si hallaba piel un destino no escrito?
¿Dónde
decían pecado el espíritu en blanco
y
el pasaporte de alas que me arrojó en brazos de abril
antes
que las campanas me marcaran el tiempo?
Desconocía
yo entonces que empezaba a morir.
Ya
que lo sé no importa,
hay
tantas cosas ciertas
que
una verdad inútil
nada
resuelve, nada, ni nada justifica /
la
peste del incienso, la sangre derramada,
ayunos,
odios, rezos, procesiones, hogueras/
si
el arte del bien morir está en haber vivido
de
cara al viento y con el sol a cuestas
y
con el agua a gotas de sudor, lluvia o lágrimas.
Hoy
como todos muero.
Mas
gozo como pocos
de
la desesperanza azul de quien despierta
un
día más y acaricia a la vida.
Con
el cielo no tengo ninguna deuda.
Sólo
da lo que puede,
no
besa ni permite besar su lejanía.
En
cambio de la tierra venían los que me hicieron
y
bajo ella reposan después de haberme dado
con
ternura y silencio
el
cinismo apacible,
la
gentil buena nueva de mi libre albedrío.
EDILBERTO
GONZALES TREJOS
(Santiago
de Veraguas-Panamá)
MAGNETISMO
Al Poeta José Antonio Córdova
En los laberintos
urbanos
encuentras esquinas punzantes
campos cargados de electricidad
La acera resguarda silenciosa
el sacrificio secreto
del caucho y de la carne.
encuentras esquinas punzantes
campos cargados de electricidad
La acera resguarda silenciosa
el sacrificio secreto
del caucho y de la carne.
PÁGINA 24 – CUENTO
SERGIO
BORAO LLOP
(Zaragoza-España)
ORÁCULOS
Me
leyeron las líneas de la mano en La Plata. Los posos del café en Villa
Mercedes. Una mujer sumamente vieja y delgada, cuyos ojos refulgían como
diminutos diamantes de fuego, me echó las cartas en un oscuro tugurio de Buenos
Aires.
Todas
las predicciones auguraban lo mismo: Debía ir a ese lugar. Tal
coincidencia me alarmaba. Las razones nunca estaban claras. Unos decían una
cosa, otros, la contraria; los más, esgrimían la consabida excusa de que la
adivinación no es una ciencia exacta y de ese modo eludían dar mayores
explicaciones.
Les
cuento lo más curioso: yo nunca creí en esas patrañas. Fue una amiga quien me
persuadió. ¿Qué mal podía hacerme? -preguntó, con esa convicción inocente de la
que sólo ellas son capaces. Así pues, lo hice únicamente por complacerla (y de
paso, me dije, tal vez ella, alguna de estas noches...)
Si la primera adivina (su
cuchitril era un arquetipo de consulta esotérica engañabobos, con gigantescas
cartas de tarot en las paredes, a modo de cuadros, y una bola de cristal sobre
un tapete de terciopelo negro, colocado encima de la mesa hexagonal que ocupaba
el centro de la sala, sobre la cual había una lámpara de gran potencia. El
resto del cuarto estaba a media luz, para realzar el misterio, supuse) no
hubiese mencionado el nombre, la cosa hubiese terminado ahí. Un juego
inocuo, una frivolidad más entre tantas otras. Pero lo hizo. Y luego me miró,
leyendo en mis ojos una intranquilidad que le animó a seguir por ese camino.
Cuando salimos (mi amiga me acompañaba), mis comentarios acerca de
esos lugares de adivinos y mi risa forzada provocaron su
curiosidad. Algo había sucedido allá adentro y ella era consciente. Le conté lo
sucedido (realmente no todo, sólo lo necesario. Tampoco es cuestión de airear
chismes de otro tiempo) y dije que sólo se trataba de una casualidad, pero no
quedó convencida. Propuso visitar otro sitio. Ella se ocuparía. Conocía gente.
Yo aparentaba estar tranquilo, pero algo había permanecido dando vueltas en mi
interior. Así que, entre risas, y sólo por contentarla, volví a aceptar.
La
segunda vez fue en Morón. A Rebeca (mi amiga) le hablaron de un hombre anciano,
recluido en una casa a las afueras y cuyo contacto con el resto de los vecinos
era muy escaso. Se dedicaba a algo llamadolibanomancia, un rito mediante el
cual se puede adivinar a través de la observación del humo. Jugar con fuego no
me atraía en absoluto, pero ya había dado mi consentimiento previo, así que no
fue posible echarse atrás. Fuimos hasta allí, vimos cómo el viejo juntaba un
montón de ramas secas y las encendía, sentándose luego junto a la hoguera e
invitándonos a imitarle. Mientras aguardábamos, él contemplaba el humo, muy
atento. Quizá para hacernos más llevadera la espera, nos estuvo hablando de su
especialidad (también llamada capnomancia o ignispecia) y de los
múltiples éxitos cosechados en más de cuarenta años de práctica. En un momento
dado, enmudeció, me miró con una expresión severa y nombró el sitio. Después
nos rogó que nos marchásemos. Dejé unos billetes sobre la mesa de la cocina y
salimos a la brisa del atardecer. Mi amiga callaba. Dos veces no podía ser una
mera coincidencia.
Pero
si por un momento pensé que la cosa iba a terminar ahí, no conocía bien a
Rebeca. Unos días después se presentó en mi casa, me obligó a vestirme con
prisa, nos metimos en el auto y condujo hasta Quilmes. Allí nos recibió Madame
Cheirét (o Chouriet, o algo similar). Su técnica era la fisiognomía. Esta
especialidad consiste, según me fue explicando Rebeca durante el viaje, en el
estudio de las cabezas y las caras. La mujer, ciertamente amable, me ofreció
asiento en una silla antigua. Después, se colocó frente a mí, en un sillón
situado sobre una especie de pequeña tarima, y se puso a mirarme con insistencia
y atención. De cuando en cuando, se levantaba y pasaba sus manos por mi cabeza
o mi rostro, como para comprobar la veracidad del testimonio ocular. Me sentía
terriblemente incómodo, pero Rebeca estaba radiante. Aguanté casi una hora
entera. Después, escuché la palabra que no deseaba (pero temía) oír, pagué, nos
despedimos. Regresamos a la ciudad.
“En
Rosario hay un tipo que se dedica a la grafomancia”, dijo Rebeca por
teléfono dos días más tarde. “Mañana vamos”, contesté. Mientras yo trataba de
fijar una cita para esa misma tarde (cine, cena y unas copas cómplices), ella
me explicaba con detalle la “ciencia” en cuestión: Se trataba, según entendí,
del estudio de la escritura. Tamaño, forma, inclinación, todo eso. No hubo más
discusión. No oyó (u simuló no haber oído) mis razones, casi súplicas, para
vernos esa misma noche.
Al
día siguiente viajamos hasta Rosario. En tren. No me apetecía conducir tantas
horas y, de paso, tenía la esperanza de quedarnos allí a pasar la noche y,
¡quién sabe!
El
Doctor Morales –tal era el nombre del grafomante- vestía una bata blanca
cuando nos abrió la puerta de su estudio, un lugar atiborrado de objetos de
diversa índole, muchos de los cuales desentonaban entre sí, dándole al lugar el
aspecto de un trastero, un almacén de antigüedades o la vivienda de un demente.
De entrada, me incliné por esta última posibilidad. El tipo nos condujo, a
través de aves disecadas, aparatos de radio estropeados y muebles con
irreparables desperfectos, hasta su despacho, no muy diferente, en realidad, de
lo que habíamos dejado atrás, salvo por la luz, más nítida.
Me
sentó a una mesa –previo desalojo del montón de objetos amontonados sin orden
sobre ella- y me conminó a escribir. “Cualquier cosa”, dijo. “Da lo mismo si es
una idea, unos versos de Dante o una colección de chistes sobre gallegos. Usted
escriba. Para ponérselo más fácil, esperaremos aquí al lado. Cuatro o cinco
folios bastarán. Lo dejo a su elección”. Después de proveerme de unas cuantas
hojas de papel en blanco, lapiceros y una botella de agua, el doctor
desapareció con Rebeca por una puerta diferente a la utilizada para entrar.
Sospeché que conducía a la casa, a sus habitaciones. Sentí una cruel punzada de
celos, cuyo aguijonazo aplaqué escribiendo casi furiosamente.
No
me seducía la idea de dejar allí constancia de mis ideas, así que recurrí a los
clásicos. Recordaba pasajes del Decamerón, del Quijote, de La Ilíada. También
el cuento Ante la Ley, de Kafka. La rememoración de esos textos, leídos tantas
veces en la soledad de mi cuarto, me sirvió para olvidar dónde estaba y qué
estaba haciendo –y, sobre todo, el temor infundado de que, en ese mismo
momento, el supuesto doctor y mi adorable Rebeca estuvieran demasiado juntos-.
En el cuarto folio redacté dos sonetos de Borges y el quinto lo usé para
reproducir El espejo que huye, relato de Giovanni Papini. Sin omitir una
coma. Lo conocía de memoria.
Tardaron
más de hora y media en regresar. Para entonces ya había usado otros tres
folios, dejando en ellos fragmentos dispersos de Lugones, Poe, Chéjov y Pablo
Neruda, el poeta con mayúsculas, como le llamaba cariñosamente uno de mis
alumnos. Morales tomó asiento frente a mí y se abismó en la lectura de mis
garabatos. Mi amiga se colocó justo detrás de él, leyendo por encima de su
hombro. Yo la miraba con amargura y también un poco de ira, pero ella no me
prestaba atención, concentrada como estaba en la contemplación de los folios
escritos. Deseé estar lejos. Aunque fuera en ese lugar al que todas las señales
parecían ligar mi futuro. El “doctor” tomaba notas, subrayaba algunas palabras,
hacía círculos rojos alrededor de párrafos enteros. Yo esperaba el veredicto
sin interés. La voz de Morales pronunció el nombrecomo una sentencia. Al
oírlo, el rostro de Rebeca resplandeció, o eso creí ver. Fue sólo un chispazo,
pero esa sonrisa borró de un plumazo mi malhumor. Caminamos charlando hasta un
hotel. El conserje nos recibió con suma amabilidad. Hubo suerte (sin duda
apoyada por el billete que deslicé con disimulo sobre el mostrador de
recepción): Había, en efecto, dos habitaciones contiguas con puerta de
comunicación interior.
En
la cena me mostré encantador, conseguí que Rebeca tomase un par de copas de
champán tras el postre, le prometí un nuevo viaje para la semana próxima:
iríamos a ver al siguiente de su lista (a esa altura ya había confeccionado una
vasta nómina de “especialistas” en asuntos esotéricos), pero la puerta de
comunicación permaneció cerrada toda la noche. No dormí bien. En la madrugada,
creí oír un ruido. Fui hasta la puerta con la esperanza de que ella, por fin…
Traté de girar el pomo con precaución, mas no se movió ni un milímetro.
Decepcionado y triste, volví a la cama y caí en un sueño entrecortado, repleto
de imágenes tenebrosas. En medio de dos pesadillas, me juré terminar con todo
aquello de inmediato.
En
el desayuno, Rebeca me anunció que debía permanecer en la ciudad un par de
días, trámites burocráticos para su madre, quien no andaba bien de salud. El
viaje de vuelta fue una tortura. Me encerré en casa y juré no volver a salir en
mi vida. Leí furiosamente, escuché música a un volumen que mis vecinos
seguramente juzgaron excesivo, jugué al ajedrez contra un rival imaginario,
ordené toda mi colección de sellos antiguos. No habían pasado tres días cuando
Rebeca se presentó en mi puerta, se declaró asustada ante mi aspecto, me obligó
a tomar una ducha, afeitarme, vestirme “decentemente” y acompañarla a un sitio.
“Es una sorpresa” dijo. Esa energía suya siempre me desarma, así que obedecí.
Sin la menor objeción.
Todos
padecemos adicciones. Sean graves o insignificantes, nos acompañan a lo largo
de nuestra vida y, a veces, ni las percibimos. Puede ser el alcohol, las
drogas, el sexo, el ego –la más común y menos diagnosticada-, el chocolate o
las bebidas dulces. En esa ocasión, mientras íbamos hacia Trelew, para visitar
a un experto en ornitomancia (observación de las aves), descubrí que
la adicción de Rebeca eran los gabinetes esotéricos. Y me arrastraba tras ella
como a un perrito, con la excusa de hacerme un favor: era yo quien necesitaba
“consejo espiritual”. El asunto resultaba muy extraño –no voy a negar lo
evidente-, y mi curiosidad crecía con cada nueva respuesta afirmativa. Pero
¿quién necesita conocer el futuro? Bastante tenemos con soportar el peso del
pasado y vivir lo mejor posible el presente.
En
Corrientes fue la enomancia (lectura de símbolos en el vino).
En
Mendoza la numerología.
En
Luján, la sicomancia, que utiliza hojas.
Fueron
semanas de viajes, escenas sacadas de películas en blanco y negro, habitaciones
contiguas pero siempre separadas y esperanzas renovadas por la mañana, que veía
arder cada noche en el fuego glacial de la soledad. La boca de Rebeca era una
promesa eternamente pospuesta. Y el dinero empezaba a menguar de forma
alarmante.
En Bahía
Blanca, botanomancia (como se deduce del nombre, usa las plantas).
Xilomancia (madera)
en Paraná.
Aluromancia (adivinación
practicada con harina) en Junín.
Se
ha dicho que la locura es hacer siempre lo mismo esperando un resultado
distinto. Nosotros hacíamos justo lo contrario: Probar diferentes medios y
obtener un mismo resultado. Llegó un momento en que ya parecía imposible la
existencia de otra respuesta. Si eso hubiera sucedido, si se hubiese producido
un cambio, tanto Rebeca como yo nos hubiéramos quedado atónitos y, con
seguridad, hubiésemos pedido la repetición de la prueba.
Bibliomancia en
Córdoba (El libro utilizado fue La Eneida, de Virgilio. Así solían hacerlo, se
nos explicó, los romanos).
En
Catamarca, ceromancia (se usa la cera de una vela).
Si
al principio nos guiaba la búsqueda de una comprobación, ahora era más bien la
esperanza del error: que en una de esas gravosas visitas, alguien pronunciase
otro nombre, abriendo así una ventana a otra realidad, un agujerito minúsculo
por el cual escapar de esta condena que se cernía, implacable, sobre mí.
Aeromancia (observación
de los fenómenos atmosféricos) en Salta.
Tarot en
Resistencia.
Al
borde de la extenuación y la ruina, Rebeca insinuó una última posibilidad: En
un lugar llamado La Serena, en Chile, existía un viejo cuya habilidad consistía
en interpretar los signos de la arena. Tras dos horas caminando por la playa,
agachándose de cuando en cuando para observar algún dibujo más de cerca, el
anciano meneó la cabeza: Su dictamen fue implacable.
Era
el último viaje. O más bien el penúltimo. Faltaba uno, naturalmente. Yo ya no
tenía ni para gasolina. A la vuelta, vendí el auto y fui a la estación. Saqué
dos pasajes para Ingeniero Williams y llamé a Rebeca, pero no obtuve respuesta.
Dos días estuve telefoneando sin resultado. Fui a su casa, pero la portera sólo
me informó, secamente, de su ausencia y no condescendió a dar más explicación.
Me miraba con desconfianza. Pensé en contactar con la policía y denunciar su
desaparición, pero algo me urgía más: Terminar con eso que me estaba calcinando
por dentro. A la mañana siguiente, tomé el tren hacia Ingeniero Williams.
Hice
la mayor parte del viaje dormido. O abstraído. Al llegar, bajé del vagón con un
sentimiento de derrota en mi ánimo. Como si los fantasmas del pasado me hubiesen
obligado a regresar. “¿Y ahora?”, me pregunté. En la estación no parecía haber
nadie más, lo cual me contrarió, porque charlar dos minutos con el encargado o
un viajero cualquiera, me hubiera servido para serenarme. Para sentir el suelo
bajo mis pies.
Me
senté en un banco, al sol. Recordé, como había venido haciendo durante esas
últimas semanas, las escenas de veinte años atrás. Quise razonar que tal vez
este regreso era mi expiación. Sin duda, no estaba preparado para lo que
ocurrió a continuación.
De
un rincón en penumbra, a mi derecha, a unos diez u once metros, surgió una voz
que no pude dejar de reconocer.
-
Te estaba esperando.
Pensé
que se trataba de un espectro, pero el contorno del hombre de quien provenía el
sonido parecía muy sólido. No podía verle el rostro (¿era realmente
necesario?). Sólo el gabán, el sombrero, los zapatos. Las manos enguantadas.
-
Te creía muerto – respondí, con un aplomo que no hubiera supuesto.
-
He esperado mucho tiempo –dijo, como si no me hubiera oído.
-
Veinte años – susurré.
-
Veinte años – repitió él, como un eco acusador.
Podría
excusarme alegando que lo ocurrido entonces fue accidental. Que yo no pretendía
su ruina ni seducir a su mujer. Y mucho menos hacerle daño a él, a quien
consideraba un buen amigo. Simplemente ocurrió así. Sólo defendía mis
intereses. Eran las reglas. Pero incluso a mí, tras tanto tiempo, todo eso me
sonaba a palabrería sin sentido. Había llegado la hora de la venganza y yo
estaba dispuesto a dejarme matar sin una sola queja. Me parecía justo.
Fue
entonces cuando percibí el perfume. Miré hacia el rincón. Tras la sombra del
hombre, había otra, más pequeña, casi imposible de ver desde la zona soleada
donde yo me encontraba. Y lo comprendí todo. Sin decir palabra, fijé la vista
en el suelo, ante mí. Otro tren acababa de llegar. Iba en dirección contraria.
Nadie bajó. Oí pasos a la derecha. Cuando miré, en el rincón no había nadie.
Por un instante, aún tuve la esperanza de haber sufrido una alucinación
provocada por el sol. Pero al volver la vista pude ver, como en un destello, un
abrigo de mujer desapareciendo en el interior del vagón. La puerta se cerró y
el tren echó a rodar sobre las vías. La estación quedó desierta. Pronto, el sol
se pondría y la noche austral lo invadiría todo.
PÁGINA 25 – ENSAYO
CARLOS
BARBARITO
(Pergamino-Buenos
Aires-Argentina)
EL
OLOR DEL PAPEL DEBE SER EL AROMA DEL PARAÍSO
Entonces,
¿qué otra profesión sino la de bibliotecario para alguien como yo? Y en el
ejercicio de mi tarea, ¿qué otra cosa sino el persistente hurgar, la denodada
busca, la eterna curiosidad?
PÁGINA 26 – POESIA
EUROPEA
TANIA LIBERTAD
(Elche-España)
Busco
entre los espejos mudos,
mi
reflejo.
El
que ha muerto en este suicidio
consumado
en la noche.
Consumiéndome
en esta noche.
Con
la luna desnuda mirándome equilibradamente
lo
que queda de mi.
Vestigios
de la criatura nocturna,
lo
que soy. Fui.
Combinación
huracanada
de
secretos y ausencia.
Coleccionando
los halos misteriosos
de
los que llegan.
Táctica
de mi locura.
Soltarme
en las calles.
Párpados
homicidas.
Volver
a los espejos.
Buscarme.
Ser
descarriada. Infiel.
Obra
y gracia de lo natural.
Resucitar
en el hecho
para
reclamar en el acto
que
se abra el telón,
que
empiece la función
de
esta travesía inexplorable
donde
se pide limosna
a
las lágrimas cantadas en las notas
perdidas
de tus manos.
Hacer
el dictamen
de
la que fue mi fúnebre piel,
prisionera
de la atmósfera
cálida
de tu vientre de metal,
sátrapa
de mi cuerpo,
de
mi geografía.
Adversario
y sospechoso de mi aire.
Buscándome
entre los desconocidos.
En
las películas.
Me
encuentro.
En
Buñuel.
Virgen
de cualquier esquina.
Entre
el humo y las colillas.
TERESA
DOMINGO CATALÁ
(Tarragona-España)
Amor, qué ausencias me traes, qué diluvio
viene junto a ti, cómo es el renacer de las magnolias, cómo son sus
suspensiones.
Son gratos los umbrales. Perviven en tus huellas. Amor, qué huellas recibí de tus caricias, qué marcas de tus uñas, qué girasoles de tus dientes.
Dispuesta a la hermosura, me regresas. Mi hombre, cómo me regresas, cómo me alzas contra el tiempo, con el tiempo y en el tiempo, como si yo fuese una clepsidra redentora.
Contigo construyo las murallas, eres mi cobijo, mi primera aurora, mi misma sangre, la que avanza y retrocede al corazón como si en mi cuerpo viviera un boomerang y tú me lo lanzaras
Como la menta huelo a ti, a ese olor que se me incrusta entre las piernas, que deriva en mis entrañas, y subsiste.
Un cielo me baja de repente. Veo las almas, y son santas. Veo los ángeles, y son albos. Veo el alba y transcurre dentro de tus ojos.
Son gratos los umbrales. Perviven en tus huellas. Amor, qué huellas recibí de tus caricias, qué marcas de tus uñas, qué girasoles de tus dientes.
Dispuesta a la hermosura, me regresas. Mi hombre, cómo me regresas, cómo me alzas contra el tiempo, con el tiempo y en el tiempo, como si yo fuese una clepsidra redentora.
Contigo construyo las murallas, eres mi cobijo, mi primera aurora, mi misma sangre, la que avanza y retrocede al corazón como si en mi cuerpo viviera un boomerang y tú me lo lanzaras
Como la menta huelo a ti, a ese olor que se me incrusta entre las piernas, que deriva en mis entrañas, y subsiste.
Un cielo me baja de repente. Veo las almas, y son santas. Veo los ángeles, y son albos. Veo el alba y transcurre dentro de tus ojos.
ALBERTO DÁVILA VÁZQUEZ
(Vigo-España)
Mi silencio ilustra la
vergüenza de la duda libre y proclamada
sutilmente,
un retraimiento gris, como si un pantalón zurcido le
hubiera gritado la palabra y el acento.
Mi silencio puede asumir un golpe con la lentitud y la hondura
de la luz original.
Mi silencio le ha anudado a su verdad el estallido y
la aniquilación,
ha eyectado y absorbido, mi silencio ha asomado siempre como
un equilibrista,
palpando el ápice delgado de la malla, escuchando su
pecho reventado,
en el vilo del aire o el éter, en la erección del
rayo o de la llama.
Continuamente mi silencio ha sido estricto y expectante,
con la perspectiva de quien gobierna el orden de su pasión
y con la perspectiva de quien se impone simultáneo,
mi silencio hierve en los ángulos, inunda laberintos,
mi grave silencio me ofrece con su síntesis
el perdón enorme de su perfil
y me redime de las mismas inferencias que doblaron sus hojas,
infiltrándome las espinas,
como quien cruza descalzo sobre las brasas y no se apresura.
Mi silencio, el noble adicto, cruzándome a la
narcosis y a la alquimia,
el primariamente humano, el despojado de toda arista que
no tenga su nombre.
Mi grave silencio es serio y seco con los días,
agrio como un error,
pero mejor verdugo, como quien vive rendido
a restablecer su memoria de agresiones.
Mi silencio responde una oculta cima a quienes le preguntan,
y ahí es cenital y alado y mejor orilla.
Mi silencio duerme poco.
sutilmente,
un retraimiento gris, como si un pantalón zurcido le
hubiera gritado la palabra y el acento.
Mi silencio puede asumir un golpe con la lentitud y la hondura
de la luz original.
Mi silencio le ha anudado a su verdad el estallido y
la aniquilación,
ha eyectado y absorbido, mi silencio ha asomado siempre como
un equilibrista,
palpando el ápice delgado de la malla, escuchando su
pecho reventado,
en el vilo del aire o el éter, en la erección del
rayo o de la llama.
Continuamente mi silencio ha sido estricto y expectante,
con la perspectiva de quien gobierna el orden de su pasión
y con la perspectiva de quien se impone simultáneo,
mi silencio hierve en los ángulos, inunda laberintos,
mi grave silencio me ofrece con su síntesis
el perdón enorme de su perfil
y me redime de las mismas inferencias que doblaron sus hojas,
infiltrándome las espinas,
como quien cruza descalzo sobre las brasas y no se apresura.
Mi silencio, el noble adicto, cruzándome a la
narcosis y a la alquimia,
el primariamente humano, el despojado de toda arista que
no tenga su nombre.
Mi grave silencio es serio y seco con los días,
agrio como un error,
pero mejor verdugo, como quien vive rendido
a restablecer su memoria de agresiones.
Mi silencio responde una oculta cima a quienes le preguntan,
y ahí es cenital y alado y mejor orilla.
Mi silencio duerme poco.
YVETTE
SCHRYER
(Ra´anana-Israel)
RECORDANDO
A VIRGILIO
Cuando piensas que todo esta ya dicho
y crees que todo estuvo hecho,
el destino, mostrando su capricho,
se ensaña a cuchilladas en tu pecho.
Y todo lo brillante se hace oscuro,
el deseo se apaga y lo reemplaza
una cortina densa como un muro…
Del bienestar de ayer no queda traza.
Va la angustia, vestida de esperanza,
y con mueca a tus labios, finge dicha
finge serenidad, falsa bonanza.
Cuando piensas que todo esta ya dicho
y crees que todo estuvo hecho,
el destino, mostrando su capricho,
se ensaña a cuchilladas en tu pecho.
Y todo lo brillante se hace oscuro,
el deseo se apaga y lo reemplaza
una cortina densa como un muro…
Del bienestar de ayer no queda traza.
Va la angustia, vestida de esperanza,
y con mueca a tus labios, finge dicha
finge serenidad, falsa bonanza.
Recuerdas
que Virgilio te decía
que no hay mayor dolor en la desdicha
que rememorar las horas de alegría
que no hay mayor dolor en la desdicha
que rememorar las horas de alegría
MARINA
AOIZ MONREAL
(Tafalla-Navarra-España)
TAN
INOCENTE
Era
verano y Tagore
el poeta de agua
mostraba su alba vestidura
entre las luces del río. Era verano.
Las líquidas palabras
expandían sus rítmicos latidos
entre la avena silvestre y el esplendor
de las espigas del trigo.
el poeta de agua
mostraba su alba vestidura
entre las luces del río. Era verano.
Las líquidas palabras
expandían sus rítmicos latidos
entre la avena silvestre y el esplendor
de las espigas del trigo.
Era
verano. Las hojas de los plátanos
cuchicheaban con las piedras del castillo.
El deseo abría sus labios de fragantes capullos.
cuchicheaban con las piedras del castillo.
El deseo abría sus labios de fragantes capullos.
Era
verano y ellas
—oscuras, complejas y sombrías—
pretendían que probáramos
el agraz vino del pecado.
Ignoraban
que la poesía y el maestro
despiertan dulcemente
a las niñas ensimismadas.
—oscuras, complejas y sombrías—
pretendían que probáramos
el agraz vino del pecado.
Ignoraban
que la poesía y el maestro
despiertan dulcemente
a las niñas ensimismadas.
Era
verano y una pareja de libélulas
se amaba en los espejos del aire,
cabalgando sobre el lomo de las aguas.
se amaba en los espejos del aire,
cabalgando sobre el lomo de las aguas.
Era
verano y la luz tan inocente.
PÁGINA 27 - CUENTO
PEDRO
NEL NIÑO MOGOLLÓN
(Unipamplona-Colombia)
EL
REGRESO DE UN ZAPATO
Es
costumbre que un par de zapatos anden juntos, que para donde va el uno vaya
también el otro, que ambos envejezcan al mismo tiempo y terminen sus días en la
misma caneca de basura o en los pies de quien juzga que todavía puede gastarles
la poca suela que les queda. Al fin y al cabo, ambos nacieron en la misma
zapatería, fueron cortados y cosidos por las mismas manos y es muy probable
desciendan del mismo cuero.
Pero con el par que ahora nos ocupa ocurrió algo poco común: el izquierdo
apareció tirado en medio de una calle y del derecho no se sabía nada.
El zurdo, como lo denominaba mi abuela, pasó varios días boca abajo junto
a una acera, después de que un hombre ebrio lo desplazó hasta allá desde el
centro de la calle con un severo puntapié. Unos perros jugaron con él calle
arriba y calle abajo hasta que se cansaron. Un chico se lo midió varias veces
y, en vista de que le quedaba muy grande y parecía de mujer, lo lanzó de nuevo
al aire.
─ ¿Podría llevarlo a casa? ─preguntó a su madre una niña que se mostraba
enamorada del cuerpo de canoa y los vivos colores del zapato.
─ ¡De nada te servirá, hija! ─contestó displicente la madre─. ¡Un zapato solo y
usado, nadie se lo va a poner! ¡Desentona en todas partes, no hace sino
estorbo! ¡Tan pronto pueda, te compro un par de babuchas nuevas!
Aunque la niña trató de convencerla de los maravillosos usos que daría al
vistoso y acanalado cuerpo del zapato, la progenitora la agarró de la mano y
sin más oportunidad de discusión reanudaron su camino.
Una anciana avara pensó que podría recogerlo, mandar a fabricarle un compañero
y ponérselos, así lograría matar dos pájaros de un solo tiro: usar un par por
el precio de uno y ahorrar la suela de sus zapatos viejos. Pero renunció a su
pretensión porque se vería obligada a comprar una caja de betún para
abrillantar solamente uno, el usado.
Una
pordiosera, en vista de que no le cupo en el pie, se lo puso en la mano a
manera de guante protector y quiso caminar en las manos, pero ante la
imposibilidad, abandonó el intento.
Un
reciclador lo metió a la brava en una bolsa de zapatos viejos que pronto
vendería en una talabartería cercana pero el zapato tuvo la fortuna de caerse
sin que el hombre lo notara.
Fue mediante estos sucesos y otros similares como el zapato llegó hasta la
verja de entrada a la casa de doña Angelina, la humanitaria mujer que lo
recogió, limpió y acomodó en la caja de los artículos usados, que solía
distribuir gratuitamente y con mucho afecto entre las residentes de los hogares
de beneficencia que con frecuencia visitaba.
─ ¡Eres el preciso para María Pérez! ─le dijo doña Angelina al zapato,
señalándolo con el índice cuando se disponía a cerrar la caja.
Pero antes de dejar la habitación, se acordó de que el miembro inferior que le
faltaba a María desde el nacimiento era el izquierdo y entonces ésta no
tendría dónde calzarlo. Y se dijo: ¡Un izquierdo metido en un derecho
sería preciso solamente para una actuación de payasos!
Doña Angelina abrió de nuevo la caja y quiso emparejarlo con alguno que también
anduviera solo pero ninguno se ajustó porque la diferencia era notoria en
cuanto a forma, tamaño y color. Algunos eran muy elegantes para este
humilde zapato; otros, de tacón muy alto en comparación con el de esta
sencilla babucha. Y decidió que el zapato debía seguir andando solo por el
mundo, a menos que de un momento a otro apareciese el compañero extraviado como
un inusitado milagro del cielo. Y no perdía la esperanza de que alguien en
alguna parte le dijese que había visto andando solitario a un zapato de mujer
muy parecido a ese de la caja, como si se tratara de unos hermanos gemelos.
Visitó penitenciarías, asilos y otras instituciones similares y, aunque logró
repartir todo el contenido, el zapato permanecía solo en el fondo de la caja. Y
al igual que a la niña que quiso recogerlo de la calle, a muchas otras les
despertaba también la atención la forma y el colorido, y alegremente se lo
medían pero al ver que no tenía compañero o les apretaba los dedos, lo dejaban
de nuevo en el sitio.
Y
doña Angelina se convencía cada vez más de que debía entregarlo solamente a
quien le quedara a la medida y dispusiera del pie izquierdo para calzarlo. Puso
un anuncio en el periódico advirtiendo estos dos requisitos indispensables.
Vinieron a su casa mujeres de toda la región a probarse el zapato, pero alguna
de las dos exigencias les impedía hacerse acreedoras al mismo. Y ya se había
resignado a dejarlo como adorno junto a un antiguo solterón en madera olvidado
en un cuarto de la casa.
Una
noche, cuando doña Angelina se aprestaba a entrar en su vivienda, con el varias
veces mencionado zapato entre las manos, una mujer que apoyaba el lado
izquierdo de su cuerpo en una desgastada muleta, le gritó desde la acera de
enfrente:
─
¡Señora, ese zapato es mío! ¡Se me extravió en el accidente cerca de aquí donde
perdí mi pie izquierdo! ¡Lo estaba buscando, aquí tengo puesto el compañero, el
derecho, mírelo! ¡Devuélvemelo, por favor!
PÁGINA 28 – ENSAYO
NORMA
SEGADES-MANIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LA
BELLEZA SALVÍFICA.
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la poesía/igual que en un capullo... /No olvidéis que la poesía, /si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva, /es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, /cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin /y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor...
Juan L. Ortiz (Poema publicado: En el aura del sauce)
Lo
amanecieron Juan. Juan Laurentino.
Abrevó
su mirada en las riberas donde el Gualeguay se nombra Puerto Ruiz, (11 de junio de 1896) y en esa exuberancia lujuriosa que abarcaba la selva de
Montiel.
Allí
forjó su identidad primaria. Y concibió, en las profundidades de su lírica,
todo el protagonismo del paisaje entrerriano.
Los
vuelos, las colinas, y el río derivando misterios o presagios.
[1]Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
cerca de mí, enfrente de mí.
Allá
en su adolescencia estudió en Gualeguay, para maestro, y quedó aprisionado en
un supremo anhelo de justicia que perduró en su sangre hasta el momento exacto
de la muerte.
Como
todo el que nace lejos del centralismo metropólico, tuvo que someterse al
desarraigo de marcharse a estudiar fuera de casa.
La
Gran Ciudad del Puerto (Buenos Aires) fue la encargada de albergar los sueños,
la figura delgada, casi de sombra o niebla y enlazar su destino al ambiente de
artistas entrañables que le dieron legítimo prestigio.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
que no llegaban hasta mí.
Solamente
dos años transcurrieron antes de regresar a su provincia, en donde lo
aguardaban: el rencuentro con esa perspectiva desmesuradamente inagotable de
celajes, matices, tornasoles, del aura entre las ramas de los sauces, una cifra
en la nómina de empleos estatales, el amor de su eterna compañera… y el destino
imperioso de fundar un lenguaje, de construir una voz inigualable que emergiera
desde lo medular, desde la esencia, desde el útero mismo de la tierra.
La corriente decía
cosas que no entendía.
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Por
eso su palabra tuvo la levedad de los suspiros y el humilde, resuelto, caminar
de las briznas. Por eso se mantuvo tan veraz, tan auténtica, tan fiel a sus
principios. Y por eso alcanzó la extraordinaria dimensión de un canto en donde
ejercitó el escudriñamiento de las cosas sencillas como renovación, como
escenario, como cuestionamiento, como forma de vida. Constantemente en busca de
levedades, suaves transparencias, de lo desencarnado o incomunicable.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Sostenido
en las pieles del paisaje, desarrolló su faz contemplativa. Y es esa soledad la
que lo arrastra lejos de las ciudades y su ritmo, presuroso, intranquilo,
disonante. Quizás allí radica, en lo inasible, el profundo secreto que guarda
su poesía. Y adentrarse en sus versos sea recuperarlo del olvido. Confirmarlo
en la universalidad que lo reclama a partir de su soplo delicado, de su verbo
desnudo, de ese despojo que se intensifica hasta alcanzar el núcleo del
espíritu, la sensibilidad inevitable que lo aproxima a Dios y a la esperanza.
Hasta hermanar, en sincretismo pleno, lo insuperable de su pensamiento con los
ejes concretos, la perspectiva misma de la naturaleza cohabitando en la hondura
de sus ojos.
Regresaba
-Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
-Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
Esto
le permitió parir una obra plena, dotada de absoluto esteticismo, de lirismo
admirable, donde los ecos de su misericordia se posaban, con igual indulgencia,
en cada criatura, en cada componente del entorno.
Orfebre
o alfarero o artesano, escogió las palabras, los matices, modeló la belleza con
los tenaces músculos del alma buscando lo inicial, lo trascendente.
Sin
embargo alguno de sus críticos afirma que “(…) En la poesía de Juan L. Ortiz convergen siempre contrastes
entre la celebración contemplativa y flotante de la naturaleza, y la conciencia
del dolor de las injusticias sociales y de la fragilidad existencial (…)”. [2]
Porque
no se mantuvo distanciado de los oscuros tiempos de la historia.
Los
horrores de la Segunda Guerra, la muerte del poeta García Lorca, su propio
cautiverio por pensar diferente, lo lleva a interrogarse acerca del dolor, del
desconsuelo, de la esencia del mal. Y comienza la búsqueda compleja de cierta
eticidad que parece negársele.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Una de sus antólogas
sostiene: “no fueron precisamente los premios, los honores, las posiciones
privilegiadas los signos de la vida y la obra de Juanele, sino la ascesis
austera de una consagración desnuda al magisterio de la poesía y una vocación
desasida y absolutamente desinteresada al decir poético” [3]
Porque Juanele logra
amotinar en su obra una expresión proficua, temblorosa, variable, evanescente…
Patrimonio de imágenes fugaces en vital compromiso con la naturaleza,
evoluciona en su simbología, elude todo límite retórico y fluye manantial desde
lo cotidiano. Hasta alcanzar la dimensión del mito.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
El hombre de provincia,
en fusión con el cauce que transcurre al pie de la barranca ya sabe que el
conjunto de su obra “no
ha sido solamente un hecho artístico, sino también un estilo de vida, una
preparación interna al trabajo poético, una moral” [3]
Comprende
que el poema que comenzó a escribir hace ocho décadas aguarda, en la serenidad
de los hechizos, el desenlace de su letra mínima. Que la verde comarca donde la
luz desnuda sucedió ante sus ojos espera su retorno para cerrar el círculo.
En las postrimerías del
crepúsculo, en presencia y ausencia, se despide de todos los amigos y traspone,
seguro, el portal de la muerte. (2 de septiembre de 1978)
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
Afuera, el parque estalla
en floraciones y despiertan los grillos
[1] Fui al río. Poema de Juan L. Ortiz. “El ángel
inclinado”, 1938
[2]Roberto Forns-Broggi -
Metropolitan State College of Denver - El eco-poema de Juan L. Ortiz
[3] Edelweis Serra - Coquena Ediciones, Rosario, Santa Fe, 1982
[4]Juan
José Saer – Prólogo a Juan L. Ortiz. Obra completa. Incluye En
el aura del sauce. Poesía y prosas inéditas de Juan
L. Ortiz. Santa Fe, Argentina, Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral
PÁGINA 29 – POESIA
EUROPEA
XIMENA
GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)
LLANTO DECIMO TERCERO.
(Del “Requiem por
Chile”)
Allí me quedé sentada
mirando tu lecho vacío.
Fue hacia el fin de la noche.
la luna rodaba caliente
de tu amor hasta mis senos.
Pero llegaron esos hombres
gritando,
arrasando con todo. De mis brazos en pasión
te arrojaron a la calle:
los increpé
corrí con tu abrigo.
Ya te empujaban cuesta abajo
entre las burlas secas y el frío.
Les suplico con desvarío,
tus ojos dulces cruzan los míos...
El café quedó servido
Ahí me quedé desnuda
Mirando tu lecho vacío.
MAHMUD
DARWISH
(Acre-Palestina)
ENAMORADO DE PALESTINA
Tus ojos son una adorada
y dolorosa espina en el
corazón.
Que preservo del viento,
y que clavo muy hondo,
más allá del dolor y de
la noche.
Con cuya luz alumbran
los candiles
y se hace mañana mi
presente.
Y yo olvido al instante
-al encontrarse el ojo
con el ojo-
que una vez fuimos dos
tras de la puerta.
* * *
Cantabas al hablar.
Yo intentaba también,
mas la miseria
había puesto cerco a los
labios primaverales.
Tus palabras, como una
golondrina,
volaron de mi casa,
y nuestra puerta,
y nuestros escalones
otoñales,
se fueron tras de ti,
donde quiso el deseo.
Rompiéronse también
nuestros espejos,
y nacieron mil penas.
Juntamos las cenizas de
la voz,
y cantamos tan solo la
elegía del país.
Para sembrarla juntos
en el pecho de una
guitarra,
y tocar a unas almas
deformes, a unas piedras,
sobre las azoteas.
Pero yo me olvidé...
¡Oh Tú, la de la voz
desconocida!
¿Fue tal vez tu partida,
o mi silencio,
lo que había oxidado la
guitarra?
* * *
Te vi ayer, en el
puerto,
viajera sin familia ni
viático.
Y corrí hacia ti igual
que un huérfano,
buscando la prudencia de
los viejos:
“¿Por qué el naranjal
verde
se encierra en una cárcel
o en un puerto,
se esconde en el
destierro,
y sigue siempre verde,
a pesar de su marcha,
a pesar de sus sales y
el deseo?”...
Y lo anoto en mi agenda:
Me detuve en el
puerto...
El mundo era unos ojos invernales,
y pieles de naranjas
teníamos en las manos.
Detrás de mí, estaban los desiertos.
Detrás de mí, estaban los desiertos.
* * *
Te vi en el monte
abrupto,
pastora de corderos,
perseguida.
En las ruinas, tú eras
mi jardín,
y yo, extraño a la casa,
golpeaba la puerta,
¡corazón!.
Sobre mi corazón
alzábase la puerta,
la ventana, las piedras
y el cemento.
* * *
Te vi en los cántaros de
agua,
y el trigo,
destruida.
Servir en los nocturnos
cafetuchos.
En los rayos del llanto
y las heridas.
Y Tú eras el pulmón que
me faltaba.
La voz para mis labios
sólo Tú.
Tú el agua... Tú el fuego.
Te vi junto a la puerta de la cueva,
Te vi junto a la puerta de la cueva,
junto al laurel,
tendiendo los vestidos
de los huérfanos.
En las calles te vi...
En las hogueras.
En la sangre del sol...
En los corrales...
Te vi en la plenitud de
las sales del mar.
En las arenas...
Buena, como la tierra,
el jazmín,
y los niños.
* * *
Y juro:
Que he de hacer un
pañuelo de pestañas,
donde grabar poemas a
tus ojos,
y escribir una frase
más dulce que la miel y
que los besos:
“¡Que Palestina era... Y
sigue siendo!”
* * *
Palestina de ojos y tatuajes.
Palestina de nombre.
Palestina de sueños y de
penas.
Palestina de pies, de
cuerpo y de pañuelo.
Palestina en palabras y
en silencio.
Palestina de voz.
Palestina de muerte y
nacimiento.
Te llevé, como fuego de
mis versos,
en mis viejas carpetas.
Te llevé de alimento en
mis viajes.
Y te llamé, gritando ,
por los valles.
Conozco los caballos de
los bárbaros,
aunque cambien los
campos.
Pero, tened cuidado...
Del rayo que sacó mi
canción del granito.
Porque soy el ornato de
los mozos
y el mejor caballero.
Yo destruyo los ídolos
y siembro las fronteras
de Siria de poemas
que vencen a las
águilas.
Con tu nombre grité a
los enemigos:
¡Comeos, oh gusanos, mi
carne si me muero!
Porque no nacen águilas
del huevo de la hormiga;
porque el de la
serpiente oculta víboras.
Conozco los caballos de
los bárbaros.
Pero también
-y antes –
que yo soy el ornato de los mozos,
y el mejor caballero.
ANDONI
K. ROSS
(Castilla La
Mancha-España)
SILICIO (‘SIO2’).
Padecimos épocas enteras, yo diría glaciares,
sintonizando en vano emisoras trans europeas
obre los Pirineos y los Alpes.
Ser ‘ego’, no dejar de ser yo; no poder
evitar mi mí mismo, ese animal diminuto
que me habita desde el inicio de las edades,
al que entregué mi compleja historia, no sin recelo,
porque él un día vendrá a asesinarme…
Hoy lo busco en el fragor de la batalla,
esa enésima batalla que precede al sueño;
pero, solo soy capaz, y es triste aunque fecundo,
de plegarme a la evidente desolación
de ordenar dosieres y estantes
donde iracundo dejo descansar el dióxido
arenoso que traigo en mis zapatos,
la mitología romana, y la de los griegos,
y mi escasa pasión
por lo que hace felices a los egos.
Tuve mis veinte años, pasé por los cuarenta,
los cincuenta, ¡y los 60!, como muchos otros;
pero, dejo escritos mis ‘pijos’ y mis ‘odos’,
por si un día van y cambian las cosas
en esta tierra cainita de muchos simios y escasos lobos.
ISABEL REZMO PEREZ I PEREZ
Padecimos épocas enteras, yo diría glaciares,
sintonizando en vano emisoras trans europeas
obre los Pirineos y los Alpes.
Ser ‘ego’, no dejar de ser yo; no poder
evitar mi mí mismo, ese animal diminuto
que me habita desde el inicio de las edades,
al que entregué mi compleja historia, no sin recelo,
porque él un día vendrá a asesinarme…
Hoy lo busco en el fragor de la batalla,
esa enésima batalla que precede al sueño;
pero, solo soy capaz, y es triste aunque fecundo,
de plegarme a la evidente desolación
de ordenar dosieres y estantes
donde iracundo dejo descansar el dióxido
arenoso que traigo en mis zapatos,
la mitología romana, y la de los griegos,
y mi escasa pasión
por lo que hace felices a los egos.
Tuve mis veinte años, pasé por los cuarenta,
los cincuenta, ¡y los 60!, como muchos otros;
pero, dejo escritos mis ‘pijos’ y mis ‘odos’,
por si un día van y cambian las cosas
en esta tierra cainita de muchos simios y escasos lobos.
ISABEL REZMO PEREZ I PEREZ
(Úbeda-Jaén-España)
POETA
Suave
destello como
las celosías que marcan las diez.
Impenetrable murmullo.
Así es el poeta que aligera
la brisa del alma....
Un cuerpo entre la vida.
Un espíritu ante la muerte.
Y cuando flirtea la cornisa
entre el lamento de la tinta,
sube al ágora de la eterna
cítara comprendiendo,
cuál sutil es la razón
de su melodía.
Atrás no queda nada.
No queda lamento.
Ni la sal que filtra la marea.
Ni el ocaso de la noche.
Ni la curva del olvido.
Solo tinta. Solo bardos.
Solo poesía.
las celosías que marcan las diez.
Impenetrable murmullo.
Así es el poeta que aligera
la brisa del alma....
Un cuerpo entre la vida.
Un espíritu ante la muerte.
Y cuando flirtea la cornisa
entre el lamento de la tinta,
sube al ágora de la eterna
cítara comprendiendo,
cuál sutil es la razón
de su melodía.
Atrás no queda nada.
No queda lamento.
Ni la sal que filtra la marea.
Ni el ocaso de la noche.
Ni la curva del olvido.
Solo tinta. Solo bardos.
Solo poesía.
MABEL
ESCRIBANO
(Barcelona-España)
Y
NO ERA PERRO
Una
se hace perro a base de ladridos,
o de palos.
La visten de correas y finalmente,
obedece y ya, no importa si el amo sabe lo que pide,
aunque tu no entiendas, lo que pide el amo.
Una se hace perro y asiente,
mueve la cola -aunque se la hayan partido.
A esa una, un día la sacan a la calle,
le ponen la cadena y la dicen,
¡Si ves un extraño, muerde y ladra!.
Y el extraño no llega,
la lluvia te moja,
y piensas que todo está bien,
que es normal, pero no.
Las pulgas se acumulan,
te lastiman y te quejas para que te escuchen,
pero les molesta tu aullido lastimero,
y te callan a palos -como de costumbre-
Un día, no puedes más, y ladras
muerdes,mostrando tu dolor,
y no importa cómo, te liberas
escapas sin cadena,
sin bozal,
sin comida,
sin caricias,
y lames como puedes tus heridas
Alguien te mira con curiosidad, diciéndote ¿Perro? Tú no eres perro...
Y entonces gruñes al que te lo ha dicho,
porque te duele tanto engaño.
Y tienes que aprender a caminar a dos patas,
a decir NO,
a buscarte la vida sabiendo que
no eres guardián de nadie,
salvo de ti misma,
y a tu lado no hay nada,
ni caseta,
ni cadena,
ni bote de lata para el agua.
Tu eres un ser humano
y te miras al espejo,
te tocas la cara, y lloras,
lloras olvidándote de ladrar,
porque te cuesta después de tantos años,
fiarte de la gente, ser cuidadora de ti misma
y además, una persona.
o de palos.
La visten de correas y finalmente,
obedece y ya, no importa si el amo sabe lo que pide,
aunque tu no entiendas, lo que pide el amo.
Una se hace perro y asiente,
mueve la cola -aunque se la hayan partido.
A esa una, un día la sacan a la calle,
le ponen la cadena y la dicen,
¡Si ves un extraño, muerde y ladra!.
Y el extraño no llega,
la lluvia te moja,
y piensas que todo está bien,
que es normal, pero no.
Las pulgas se acumulan,
te lastiman y te quejas para que te escuchen,
pero les molesta tu aullido lastimero,
y te callan a palos -como de costumbre-
Un día, no puedes más, y ladras
muerdes,mostrando tu dolor,
y no importa cómo, te liberas
escapas sin cadena,
sin bozal,
sin comida,
sin caricias,
y lames como puedes tus heridas
Alguien te mira con curiosidad, diciéndote ¿Perro? Tú no eres perro...
Y entonces gruñes al que te lo ha dicho,
porque te duele tanto engaño.
Y tienes que aprender a caminar a dos patas,
a decir NO,
a buscarte la vida sabiendo que
no eres guardián de nadie,
salvo de ti misma,
y a tu lado no hay nada,
ni caseta,
ni cadena,
ni bote de lata para el agua.
Tu eres un ser humano
y te miras al espejo,
te tocas la cara, y lloras,
lloras olvidándote de ladrar,
porque te cuesta después de tantos años,
fiarte de la gente, ser cuidadora de ti misma
y además, una persona.
PÁGINA 30 – CUENTO
MÓNICA IVULICH
(Madrid-España)
VENTANA AL INTERIOR
Cuando me pregunto quién soy, me miro en tus ojos y me veo diferente.
Sé que no soy aquella hija rebelde, ni la estudiante aplicada, ni la maestra de provincia, ni la universitaria en zapatillas, ni la madre abnegada, ni la abuela orgullosa, ni la esposa feliz o infeliz, ni la divorciada reincidente…
No soy la que nació en aquel país lejano, ni la inmigrante que no sabia el idioma o la que lo aprendió, no soy la que escapó de las mil miserias ni la intelectual, ni la trabajadora incansable, ni la buscadora de verdades, ni la espiritual en plenitud…
No soy la fundadora de una organización sin fines de lucro, ni la rehabilitadora de chicos autistas o especiales, no soy la vegetariana, no soy la escritora feliz, no soy la viajera recalcitrante, no soy la amante devota, no soy la conferencista ni la periodista, ni la que servía café tras café en una cafetería de Manhattan, ni la que monta bicicleta con su nieta, ni la que acaricia a su gata con ternura.
No soy la que pasea por el bosque buscando el Árbol del Beso Prometido, ni soy la que, de niña, bailó tap tap en el teatro o, ya adolescente, cantó la Misa Criolla en TV, no soy la que envolvía camisas en la tienda de sus tíos, ni la que limpiaba baños en un teatro de NY o vendía repuestos de cirugía en Bs. As., ni la que enterrara a su hijo, ni la que no vio morir a su madre lejana, no soy eso…
¿Quién soy? me pregunto y sé que además del ser espiritual, del alma, soy alguien o algo más. Tus ojos son ventanas abiertas a mi interior y hablan de las experiencias que atravesé y que quedaron en el aire, de las huellas que en mi alma se anclaron, de la conciencia que se ha formado en mi centro y que solo puedo ver mirándote, sabiendo que mi energía puede tocar la tuya, mucho más allá de mi piel. Que tu amor puede abrazarme mucho más acá de tus manos.
Tus ojos son las ventanas que interactúan en una danza apretada con los míos. Allí es donde me encuentro yo misma y se quien soy.
PÁGINA 31 – CUENTO
LUIS
LÓPEZ NIEVES
(San
Juan-Puerto Rico)
LA
ABSOLUCIÓN
Tarde
en la noche, bajo la lluvia, el carruaje se detuvo frente a la mansión. Los
lacayos corrieron a colocar la banqueta bajo la portezuela, para que el Obispo
y sus dos sacerdotes pudieran bajar sin esfuerzo. Al inclinarse, la peluca
blanca de uno de los sirvientes estuvo a punto de caer en el fango, pero éste
la detuvo a tiempo, sin que los clérigos se distrajeran por su torpeza. El
Obispo delgado, de carnes rosadas, vestía la ropa suntuosa que exigía la
ocasión. Los sacerdotes, más modestos en el acicalamiento, se limitaban a
cargar los Santos Óleos y la Eucaristía.
El
zaguán estaba repleto de gente del pueblo con velas y linternas en las manos.
Olía a lluvia, a humedad, a noche tras noche de llovizna empedernida sin el
respiro de una luna llena. Algunas mujeres lloraban. Los lacayos le abrieron
paso a los clérigos, pero al llegar a la puerta tuvieron que detenerse y
esperar junto a los demás. Pasaron treinta minutos. Sesenta minutos. Dos horas.
Primero los lacayos trajeron banquetas para que los clérigos descansaran. Luego
trajeron tazones con agua fresca, que el Obispo generosamente compartió con los
desconocidos que hacían guardia, como él, frente a la puerta del famoso
moribundo.
Al
fin, tras una espera que rebasó las tres horas, la sirvienta abrió la puerta y
les hizo señas a los clérigos, quienes entraron a la mansión en silencio.
-La
sobrina y el médico duermen al fin -dijo la mujer-. El amo muere.
Llevó
a los religiosos a una habitación pequeña, oscura, calurosa. Con la cabeza
recostada sobre varios almohadones de pluma, el moribundo miraba hacia la
puerta con los labios apretados. Era muy viejo y no llevaba peluca.
-Hijo
-dijo el Obispo, sentándose al lado de la cama- ¿ya no maldices a Dios?
-No
-dijo el moribundo con voz cansada. Los clérigos no pudieron disimular la
alegría.
Los
dos sacerdotes se congratularon con una sonrisa, mientras el Obispo, el pecho
inflado, miraba al moribundo con ojos condescendientes.
-¡Alabado
sea! Al fin has visto la luz, hijo mío. ¿Quieres confesión?
-No
-dijo el anciano, cada vez más débil y cerca de la muerte. La vida se le
vaciaba como una jarra quebrantada.
El
regocijo de los sacerdotes se convirtió en un angustiado desconcierto. El
Obispo, entristecido, se enderezó la peluca blanca que le caía hacia el lado
derecho.
-Pero
has dicho que no lo maldices, que ¡crees en tu Creador!
-No
puedo maldecir lo que no existe, idiota -dijo el moribundo con sus últimas
energías.
Los
ojos del cura que cargaba los Santos Óleos se llenaron de lágrimas.
-Es
tu última oportunidad -insistió el Obispo.
-Acércate
-dijo el moribundo, levantando una mano.
El
Obispo acercó el oído. Los sacerdotes, ansiosos por escuchar, casi se
recostaron sobre las espaldas del prelado.
-Váyanse
a la mierda -dijo el anciano, y expiró.
Los
sacerdotes, atónitos, tardaron varios minutos en reaccionar.
-Excelencia
-dijo el que llevaba los Santos Óleos- lo vi en sus ojos.
-¿Qué
viste? -preguntó, sorprendido, el sacerdote que llevaba la Eucaristía.
-Quiso
arrepentirse -continuó el de los Santos Óleos-, pero el maldito Demonio...
-...le
llenó la boca de vil blasfemia y pecado -remató el Obispo.
El
sacerdote que llevaba la Eucaristía estuvo a punto de decir algo, pero se detuvo:
De su rostro desapareció todo signo de curiosidad. Los tres guardaron silencio
otros minutos, contemplando sin cesar el cuerpo inerte del hombre de letras.
-Tengamos
piedad de su alma -dijo el que llevaba los Santos Óleos, mientras abría los
frascos de aceite exquisito.
-Tengámosla
-asintió el Obispo.
Cuando
los religiosos regresaron a la puerta principal de la mansión ya el pueblo
conocía la noticia de la muerte del filósofo. Algunos lloraban, varios tenían
la mirada pasmada, otros guardaban silencio. Todos sabían que algo importante
había pasado allí esa noche: La muerte de un hombre que no era como ellos. El
Obispo se dispuso a hablarle a su rebaño. Los lacayos acercaron velas a su
rostro.
-Hijos
míos: regocijaos. Voltaire, el más grande sacrílego de todos los tiempos, vio
la luz en los últimos minutos de su vida y pidió la absolución. Dísela. Vio el
rostro de Dios. Que descanse en paz.
PÁGINA 32 – POESÍA
EUROPEA
CONSTANTINO
CAVAFIS
(Grecia: 1863-1933)
ANTES
DE QUE LOS CAMBIARA EL TIEMPO
Mucha
pena sintieron por la separación.
Ellos no lo querían: fueron las circunstancias.
La necesidad de vivir hizo a uno de ellos
marcharse lejos -Nueva York o Canadá.
Su amor ciertamente no era igual como antes;
había disminuido gradualmente la atracción,
había disminuido mucho la atracción.
Con todo separarse, ellos no lo querían.
Fueron las circunstancias.- O acaso como un artista
el Destino apareció separándolos ahora
antes que se extinguiera su sentimiento, antes que los
cambiara el /Tiempo:
será el uno para el otro cual si siguiera siempre
siendo el hermoso muchacho de veinticuatro años.
Ellos no lo querían: fueron las circunstancias.
La necesidad de vivir hizo a uno de ellos
marcharse lejos -Nueva York o Canadá.
Su amor ciertamente no era igual como antes;
había disminuido gradualmente la atracción,
había disminuido mucho la atracción.
Con todo separarse, ellos no lo querían.
Fueron las circunstancias.- O acaso como un artista
el Destino apareció separándolos ahora
antes que se extinguiera su sentimiento, antes que los
cambiara el /Tiempo:
será el uno para el otro cual si siguiera siempre
siendo el hermoso muchacho de veinticuatro años.
ROSALÍA DE CASTRO
(España: 1837-1885)
A LA LUNA
¡Con qué pura y serena
transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.
De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.
Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.
La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,
la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.
De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.
Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.
La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,
la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.
II
Todo lo ves, y todos los
mortales,
cuantos en el mundo habitan,
en busca del alivio de sus males,
tu blanca luz solicitan.
Unos para consuelo de dolores,
otros tras de ensueños de oro
que con vagos y tibios resplandores
vierte tu rayo incoloro.
Y otros, en fin, para gustar contigo
esas venturas robadas
que huyen del sol, acusador testigo,
pero no de tus miradas.
cuantos en el mundo habitan,
en busca del alivio de sus males,
tu blanca luz solicitan.
Unos para consuelo de dolores,
otros tras de ensueños de oro
que con vagos y tibios resplandores
vierte tu rayo incoloro.
Y otros, en fin, para gustar contigo
esas venturas robadas
que huyen del sol, acusador testigo,
pero no de tus miradas.
III
Y yo, celosa como me dio el
cieloy mi destino inconstante,
correr quisiera un misterioso velo
sobre tu casto semblante.
Y piensa mi exaltada fantasía
que sólo yo te contemplo,
y como que es hermosa en demasía
te doy mi patria por templo.
Pues digo con orgullo que en la esfera
jamás brilló luz alguna
que en su claro fulgor se pareciera
a nuestra cándida luna.
Mas ¡qué delirio y qué ilusión tan vana
esta que llena mi mente!
De altísimas regiones soberana
nos miras indiferente.
Y sigues en silencio tu camino
siempre impasible y serena,
dejándome sujeta a mi destino
como el preso a su cadena.
Y a alumbrar vas un suelo más dichoso
que nuestro encantado
suelo,
aunque no más fecundo y más hermoso,
pues no le hay bajo del cielo.
No hizo Dios cual mi patria otra tan bella
en luz, perfume y frescura,
sólo que le dio en cambio mala estrella,
dote de toda hermosura.
aunque no más fecundo y más hermoso,
pues no le hay bajo del cielo.
No hizo Dios cual mi patria otra tan bella
en luz, perfume y frescura,
sólo que le dio en cambio mala estrella,
dote de toda hermosura.
IV
Dígote, pues, adiós, tú,
cuanto amada,
indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?
Adiós... adiós, y quiera la fortuna,
descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.
Y que al tornar viajera sin reposo
de nuevo a nuestras regiones,
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones,
en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas
han vuelto los ausentes a sus lares.
indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?
Adiós... adiós, y quiera la fortuna,
descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.
Y que al tornar viajera sin reposo
de nuevo a nuestras regiones,
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones,
en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas
han vuelto los ausentes a sus lares.
BERTOLT BRECHT
(Alemania: 1898-1956)
CANCIÓN DE LA PROSTITUTA
Señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo Cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
2
Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
3
Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo Cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
2
Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
3
Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
ANDRÉ BRETON
(Francia: 1896-1966)
(Francia: 1896-1966)
LA MUERTE ROSA
El satén de las páginas que se hojean en los libros modela
una mujer tan hermosa
Que cuando no se lee se contempla a esa mujer con tristeza
Sin atreverse a hablarle sin atreverse a decirle que es tan hermosa
Que lo que se va a saber no tiene precio
Esta mujer pasa imperceptiblemente entre un rumor de flores
A veces se vuelve en medio de las estaciones impresas
Para preguntar la hora o mejor aún simula contemplar unas
joyas bien de frente
Como no hacen las criaturas reales
Y el mundo se muere una ruptura se produce en los anillos de aire
Un desgarro en el lugar del corazón
Los diarios de la mañana traen cantantes cuya voz tiene el color de la
arena en las riberas tiernas y peligrosas
Y a veces los de la tarde dan paso a muchachas que conducen
animales encadenados
Pero lo más bello está en el intervalo de ciertas letras
Donde unas manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía
Saquean un nido de blancas golondrinas
Para que llueva siempre
Tan bajo tan bajo que las alas no puedan ya mezclarse
Unas manos por donde se sube hasta unos brazos tan leves
que el vapor de los prados en sus graciosas volutas por
encima de los estanques es su imperfecto espejo
Unos brazos que no se articulan más que con el peligro excepcional de un
cuerpo hecho para el amor
Cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de los matorrales
llenos de velos
Y que sólo tienen de terrestre la inmensa verdad helada de los trineos de
miradas sobre la extensión toda blanca
De lo que no volveré a ver más
A causa de una venda maravillosa
Que es la mía en el juego de la gallina ciega de las heridas.
una mujer tan hermosa
Que cuando no se lee se contempla a esa mujer con tristeza
Sin atreverse a hablarle sin atreverse a decirle que es tan hermosa
Que lo que se va a saber no tiene precio
Esta mujer pasa imperceptiblemente entre un rumor de flores
A veces se vuelve en medio de las estaciones impresas
Para preguntar la hora o mejor aún simula contemplar unas
joyas bien de frente
Como no hacen las criaturas reales
Y el mundo se muere una ruptura se produce en los anillos de aire
Un desgarro en el lugar del corazón
Los diarios de la mañana traen cantantes cuya voz tiene el color de la
arena en las riberas tiernas y peligrosas
Y a veces los de la tarde dan paso a muchachas que conducen
animales encadenados
Pero lo más bello está en el intervalo de ciertas letras
Donde unas manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía
Saquean un nido de blancas golondrinas
Para que llueva siempre
Tan bajo tan bajo que las alas no puedan ya mezclarse
Unas manos por donde se sube hasta unos brazos tan leves
que el vapor de los prados en sus graciosas volutas por
encima de los estanques es su imperfecto espejo
Unos brazos que no se articulan más que con el peligro excepcional de un
cuerpo hecho para el amor
Cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de los matorrales
llenos de velos
Y que sólo tienen de terrestre la inmensa verdad helada de los trineos de
miradas sobre la extensión toda blanca
De lo que no volveré a ver más
A causa de una venda maravillosa
Que es la mía en el juego de la gallina ciega de las heridas.
RAINER MARIA RILKE
(República Checa: 1875-1926)
(República Checa: 1875-1926)
CANCIÓN DE AMOR
¿Cómo
sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
PÁGINA 33-CUENTOS
INOLVIDABLES
MANUEL
MUJICA LÁINEZ
(Argentina: 1910-1984)
EL
ILUSTRE AMOR – 1797
En
el aire fino, mañanero, de abril, avanza oscilando por la Plaza Mayor la pompa
fúnebre del quinto Virrey del Río de la Plata. Magdalena la espía hace rato por
el entreabierto postigo, aferrándose a la reja de su ventana. Traen al muerto
desde la que fue su residencia del Fuerte, para exponerle durante los oficios
de la Catedral y del convento de las monjas capuchinas. Dicen que viene muy
bien embalsamado, con el hábito de Santiago por mortaja, al cinto el espadín.
También dicen que se le ha puesto la cara negra.
A
Magdalena le late el corazón locamente. De vez en vez se lleva el pañuelo a los
labios. Otras, no pudiendo dominarse, abandona su acecho y camina sin razón por
el aposento enorme, oscuro. El vestido enlutado y la mantilla de duelo
disimulan su figura otoñal de mujer que nunca ha sido hermosa. Pero pronto
regresa a la ventana y empuja suavemente el tablero. Poco falta ya. Dentro de
unos minutos el séquito pasará frente a su casa.
Magdalena
se retuerce las manos. ¿Se animará, se animará a salir?
Ya
se oyen los latines con claridad. Encabeza la marcha el deán, entre los curas
catedralicios y los diáconos cuyo andar se acompasa con el lujo de las
dalmáticas. Sigue el Cabildo eclesiástico, en alto las cruces y los pendones de
las cofradías. Algunos esclavos se han puesto de hinojos junto a la ventana de
Magdalena. Por encima de sus cráneos motudos, desfilan las mazas del Cabildo.
Tendrá que ser ahora. Magdalena ahoga un grito, abre la puerta y sale.
Afuera,
la Plaza inmensa, trémula bajo el tibio sol, está inundada de gente. Nadie
quiso perder las ceremonias. El ataúd se balancea como una barca sobre el
séquito despacioso. Pasan ahora los miembros del Consulado y los de la Real
Audiencia, con el regente de golilla. Pasan el Marqués de Casa Hermosa y el
secretario de Su Excelencia y el comandante de Forasteros. Los oficiales se
turnan para tomar, como si fueran reliquias, las telas de bayeta que penden de
la caja. Los soldados arrastran cuatro cañones viejos. El Virrey va hacia su
morada última en la Iglesia de San Juan.
Magdalena
se suma al cortejo llorando desesperadamente. El sobrino de Su Excelencia se
hace a un lado, a pesar del rigor de la etiqueta, y le roza un hombro con la
mano perdida entre encajes, para sosegar tanto dolor. Pero Magdalena no calla.
Su llanto se mezcla a los latines litúrgicos, cuya música decora el nombre
ilustre: "Excmo. Domino Pedro Melo de Portugal et Villena, militaris
ordinis Sancti Jacobi..."
El
Marqués de Casa Hermosa vuelve un poco la cabeza altiva en pos de quién gime
así. Y el secretario virreinal también, sorprendido. Y los cónsules del Real
Consulado. Quienes más se asombran son las cuatro hermanas de Magdalena, las
cuatro hermanas jóvenes cuyos maridos desempeñan cargos en el gobierno de la
ciudad.
-¿Qué
tendrá Magdalena?
-¿Qué
tendrá Magdalena?
-¿Cómo
habrá venido aquí, ella que nunca deja la casa?
Las
otras vecinas lo comentan con bisbiseos hipócritas, en el rumor de los largos
rosarios.
-¿Por
qué llorará así Magdalena?
A
las cuatro hermanas ese llanto y ese duelo las perturban. ¿Qué puede importarle
a la mayor, a la enclaustrada, la muerte de don Pedro? ¿Qué pudo acercarla a
señorón tan distante, al señor cuyas órdenes recibían sus maridos temblando,
como si emanaran del propio Rey? El Marqués de Casa Hermosa suspira y menea la
cabeza. Se alisa la blanca peluca y tercia la capa porque la brisa se empieza a
enfriar.
Ya
suenan sus pasos en la Catedral, atisbados por los santos y las vírgenes.
Disparan los cañones reumáticos, mientras depositan a don Pedro en el túmulo
que diez soldados custodian entre hachones encendidos. Ocupa cada uno su lugar
receloso de precedencias. En el altar frontero, levántase la gloria de los
salmos. El deán comienza a rezar el oficio.
Magdalena
se desliza quedamente entre los oidores y los cónsules. Se aproxima al asiento
de dosel donde el decano de la Audiencia finge meditaciones profundas. Nadie se
atreve a protestar por el atentado contra las jerarquías. ¡Es tan terrible el
dolor de esta mujer!
El
deán, al tornarse con los brazos abiertos como alas, para la primera bendición,
la ve y alza una ceja. Tose el Marqués de Casa Hermosa, incómodo. Pero el
sobrino del Virrey permanece al lado de la dama cuitada, palmeándola,
calmándola.
Sólo
unos metros escasos la separan del túmulo. Allá arriba, cruzadas las manos
sobre el pecho, descansa don Pedro, con sus trofeos, con sus insignias.
-¿Qué
le acontece a Magdalena?
Las
cuatro hermanas arden como cuatro hachones.
Chisporrotean,
celosas.
-¿Qué
diantre le pasa? ¿Ha extraviado el juicio? ¿O habrá habido algo, algo muy
íntimo, entre ella y el Virrey? Pero no, no, es imposible... ¿cuándo?
Don
Pedro Melo de Portugal y Villena, de la casa de los duques de Braganza,
caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer
caballerizo de la Reina, virrey, gobernador y capitán general de las Provincias
del Río de la Plata, presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires,
duerme su sueño infinito, bajo el escudo que cubre el manto ducal, el blasón
con las torres y las quinas de la familia real portuguesa. Indiferente, su
negra cara brilla como el ébano, en el oscilar de las antorchas.
Magdalena,
de rodillas, convulsa, responde a los Dominus vobis cum.
Las
vecinas se codean:
¡Qué
escándalo! Ya ni pudor queda en esta tierra... ¡Y qué calladito lo tuvo!
Pero,
simultáneamente, infíltrase en el ánimo de todos esos hombres y de todas esas
mujeres, como algo más recio, más sutil que su irritado desdén, un indefinible
respeto hacia quien tan cerca estuvo del amo.
La
procesión ondula hacia el convento de las capuchinas de Santa Clara, del cual
fue protector Su Excelencia. Magdalena no logra casi tenerse en pie. La
sostiene el sobrino de don Pedro, y el Marqués de Casa Hermosa, malhumorado, le
murmura desflecadas frases de consuelo. Las cuatro hermanas jóvenes no osan
mirarse.
¡Mosca
muerta! ¡Mosca muerta! ¡Cómo se habrá reído de ellas, para sus adentros, cuando
le hicieron sentir, con mil alusiones agrias, su superioridad de mujeres
casadas, fecundas, ante la hembra seca, reseca, vieja a los cuarenta años, sin
vida, sin nada, que jamás salía del caserón paterno de la Plaza Mayor! ¿Iría el
Virrey allí? ¿Iría ella al Fuerte?
¿Dónde
se encontrarían?
-¿Qué
hacemos? -susurra la segunda.
Han
descendido el cadáver a su sepulcro, abierto junto a la reja del coro de las
monjas. Se fue don Pedro, como un muñeco suntuoso. Era demasiado soberbio para
escuchar el zumbido de avispas que revolotea en torno de su magnificencia
displicente.
Despídese
el concurso. El regente de la Audiencia, al pasar ante Magdalena, a quien no
conoce, le hace una reverencia grave, sin saber por qué. Las cuatro hermanas la
rodean, sofocadas, quebrado el orgullo. También los maridos, que se doblan en
la rigidez de las casacas y ojean furtivamente alrededor.
Regresan
a la gran casa vacía. Nadie dice palabra. Entre la belleza insulsa de las
otras, destácase la madurez de Magdalena con quemante fulgor. Les parece que no
la han observado bien hasta hoy, que sólo hoy la conocen. Y en el fondo, en el
secretísimo fondo de su alma, hermanas y cuñados la temen y la admiran. Es como
si un pincel de artista hubiera barnizado esa tela deslucida, agrietada,
remozándola para siempre.
Claro
que de estas cosas no se hablará. No hay que hablar de estas cosas. Magdalena
atraviesa el zaguán de su casa, erguida, triunfante. Ya no la dejará. Hasta el
fin de sus días vivirá encerrada, como un ídolo fascinador, como un objeto
raro, precioso, casi legendario, en las salas sombrías, esas salas que abandonó
por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había
visto nunca.
SUPLEMENTO
INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA 34-RELATO
NORMA
SEGADES-MANIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LA DIOSA-PÁJARO.
Suele
adoptar la forma de una dama. Lleva un pájaro negro sobre el hombro derecho
y espera en los remansos.
Es
la antigua guardiana de los muertos.
Tiene
los ojos rojos como un río de fuego porque le ha sido dado lavar en los
torrentes la ropa de guerreros caídos en batalla, expatriados al este de los
sueños.
Lavandeira da noite. Así la llaman.
Duerme
en el monte donde los olivos sepultaron el rastro de los dioses, al noroeste de
la antigua luna, donde nacen los vientos.
Anu
es el primero de sus nombres.
Mucho
antes que el Creador del Tiempo nos vedara la magia, aún era posible percibir
su silueta, su perfil de tragedia merodeando en la orilla de los ríos,
golpeando los ropajes contra duros peñascos.
Morrigan
de Landdark, dueña y señora de las pesadillas. Mujer del mundo viejo. Diosa
pájaro. Acompañando el tránsito de la sombra a la luz, profetizando el plazo de
todas las ausencias.
Si
giras nueve veces alrededor del círculo de piedras se cerrarán los pórticos y
ella ya no podrá perturbar tu descanso. Se volverá invisible como las otras
gentes que habitan los lejanos territorios de sus reinos secretos. Estarás
siempre a salvo de los miedos.
Pero
esa cobardía despojará tus pieles del asombro y la magia. Para siempre.
PÁGINA 35-POESÍA
NELVY
BUSTAMANTE
(Marcos
Juárez-Córdoba-Argentina)
POEMITAS
I
Cuatro
orejas negras
cuatro orejas blancas.
¿Cuántas ovejas
hay en mi chacra?
cuatro orejas blancas.
¿Cuántas ovejas
hay en mi chacra?
II
Una
rata
se asoma
por la ventana
¿Una rata
sin bigotes y sin cola?
Debe ser
otra cosa.
se asoma
por la ventana
¿Una rata
sin bigotes y sin cola?
Debe ser
otra cosa.
III
¿Quién
canta
en la laguna
con un traje color
de aceituna?
en la laguna
con un traje color
de aceituna?
IV
El
botón
tiene cuatro ojos
para mirar
a su antojo.
tiene cuatro ojos
para mirar
a su antojo.
V
Con
un pájaro
en el lomo
duerme el cocodrilo.
Sueña que tiene alas
y vuela
hacia el nido.
en el lomo
duerme el cocodrilo.
Sueña que tiene alas
y vuela
hacia el nido.
VI
Sobre
el puende de Avignón
todos giran todos giran.
Sobre el puente de Avignón
todos giran y yo también,
canta el bicho bolita.
todos giran todos giran.
Sobre el puente de Avignón
todos giran y yo también,
canta el bicho bolita.
VII
En
una casita de cebolla
voy a guardar mi corazón
así llora a su antojo
tu desamor.
voy a guardar mi corazón
así llora a su antojo
tu desamor.
VIII
Estaba
la verde paloma
sentada en un blanco limón.
Con las palabras del viento
el gallo de la veleta
le declaró su amor.
sentada en un blanco limón.
Con las palabras del viento
el gallo de la veleta
le declaró su amor.
IX
Quién
lo diría:
las espinas
se le hacen rulos
a este erizo
cuando te mira.
las espinas
se le hacen rulos
a este erizo
cuando te mira.
PÁGINA 36-CUENTO
SILVIA
ALEJANDRA GARCÍA
(Lomas
de Zamora-Buenos Aires-Argentina)
LOBITO
VUELVE AL MAR
Era
una linda mañana de enero. El sol acababa de asomar y el mar había recobrado
ese color azul intenso que tanto le gustaba a Lobito Rodolfo.
“¡Qué
hermoso día!” pensó. “Me quisiera dar un chapuzón, jugar un rato y comer
algunos peces.”
Miró
a su alrededor. La lobería estaba muy aburrida: los padres dormían, los
cachorros dormían... Unas gaviotas pasaban volando y graznaban sin que nadie
les prestara atención. Las olas hacían “plaf, plaf” contra las rocas y parecían
saludarlo con sus manos de espuma. Lobito Rodolfo pensó: “ya soy grande y
estuve otras veces en el mar. No me da miedo ir a nadar solo”.
Así
nomás se decidió y, arrastra la panza, empuja con las aletas, llegó al borde de
la roca, donde se puso en posición para lanzarse, aprovechando el vaivén de las
olas.
-¿A
dónde vas, Lobito Rodolfo?- dijo una voz gruesa desde el agua. Era el macho más
viejo de la lobería, que se había despertado antes que nadie y ya estaba en el
mar.
-Voy
aquí nomás, a comer algunos peces porque me hace ruidito la panza.
-Andá
con mucho cuidado, Rodolfo, a estas horas salen de cacería las orcas, que
también sienten ruidito en la panza. No te alejes demasiado. ¡Ah! Y tampoco
confíes en la gente. No todos los seres humanos son buenos con nosotros, por
las dudas, es mejor mirarlos desde lejos.
Lobito
Rodolfo dijo a todo que sí, esperó una ola que venía y ¡al agua, lobo! Se dejó
llevar por el impulso de la ola que volvía mar adentro y después empezó a
nadar. ¡Qué linda estaba el agua esa mañana! Fresca y transparente, con ese
olor a algas y a cangrejos y a caracoles... Los cardúmenes plateados relucían
bajo el sol. Lobito Rodolfo los perseguía y cazaba algunos peces, que iba
saboreando como si fueran caramelos salados.
Y así, un pececito, una voltereta entre las
olas, otro pececito, un rato más de juego,
de repente, vio que se le acercaba a toda velocidad una orca, con su
lomo negro y su enorme panza blanca. En menos de lo que le llevó pensar “yo no
quiero estar ahí adentro”, se volvió hacia la playa y nadó tan rápido como ni
él mismo sabía que era capaz de hacerlo.
Pero llegar a la costa no era todo:
cuando una orca tiene hambre, puede sacar casi todo el cuerpo del agua para
cazar a su presa. Por eso, cuando estuvo en la arena, Lobito Rodolfo arrastró
la panza y empujó con las aletas usando todas sus fuerzas para alejarse del
mar. Corrió hasta el pie del acantilado y se escondió detrás de unas rocas.
Mientras tanto, la orca, se paseó un par de veces muy cerca de la orilla hasta
convencerse de que había perdido al lobito y no tenía nada más que hacer allí.
Lobito Rodolfo estaba cansado y
asustado. Esa no era su playa, las rocas de su lobería no se veían por ninguna
parte y, además, desde su escondite escuchó voces humanas. Se asomó apenas y
vio a toda una familia que venía charlando, riéndose y juntando caracoles. Él
trató de quedarse quieto, muy quieto, para pasar desapercibido. Pero lo
descubrieron igual.
-¡Un
lobito marino!
-¡Qué
bonito!
-
¡Pobrecito, está perdido!
-¿Estará
lastimado?
-
No parece. ¿Quién tiene la cámara fotográfica?
-A
ver... No, ahí no, le da sombra justo en la cara. ¿Lo corremos un poco para acá?
Pero
cuando lo fueron a tocar, Lobito Rodolfo se incorporó imitando a los machos
adultos de su manada y gruñó lo más fuerte que pudo para asustarlos.
-¡Qué
lindo! ¡Y qué ruido tan gracioso hace!
“¿Gracioso?”
pensó él “¿a ver qué les parece esto?” Gruñó
otra vez, pero mostrando los dientes.
-¡Qué
dientitos afilados! No lo toquen. Mejor le tiramos un poco de agua, a ver si se
corre solo.
Empezaron
a traer agua en los baldes de los chicos y a mojarlo para que se corriera hacia
el sol.
“Ufa”
pensó Rodolfo “en las playas donde hay gente no se puede descansar tranquilo.
Me vuelvo al mar”.
Pero,
aunque intentó irse al agua, los grandes se le ponían adelante con la cámara
fotográfica, los chicos trataban de tocarlo y el mar, que había bajado, estaba muy lejos. Por fin esa familia se
cansó de fotografiarlo y darle vueltas alrededor. Ya se alejaban, cuando, desde
unos metros más allá, unos muchachos gritaron:
-¿Qué
hay ahí?
-¡Un
lobito marino! Se ve que está perdido.
Entonces
se fue la familia pero llegaron los dos muchachos.
-¡Qué
lástima, justo salimos sin la filmadora!
-Pero
mirá quiénes vienen allí. Capaz que ellas tienen con qué fotografiarlo.
-¡Chicas,
chicas, vengan, hay un lobito marino!
Las
chicas apuraron el paso, entusiasmadas. Lástima que esas chicas tan lindas
venían con perrazo, que en seguida se acercó al lobito y le quiso apoyar la
nariz por todas partes. Rodolfo volvió a ensayar sus mejores gruñidos y
amenazas, pero el perrazo era insistente.
-Salí,
Luqui, dejálo en paz- los jóvenes lo echaban, pero Luqui parecía bastante
cabeza dura.
“No
hay caso, tengo que llegar al agua”, decidió Lobito Rodolfo. Arrastró la panza
y empujó con las aletas, abriéndose paso entre los adolescentes y el perro a
fuerza de mostrar los dientes. Pero el mar seguía bajando, estaba cada vez más
lejos y él, cada vez más cansado. Se volvió a acostar en la arena y esperó a
que terminaran de sacarle fotos y más fotos.
El sol estaba cada vez más alto y a la
playa bajaba cada vez más gente. Algunos venían con perros. Algunos hacían ruido a de un lado o
del otro para que mostrara la cara, daban pisotones fuertes en la arena junto a
su cola, para filmarlo mientras se escapaba. Todos se reían y decían cosas como
“qué amoroso, no lo molesten, saquen a los perros que lo ponen nervioso...”
Pero no lo dejaban en paz. ¡Y el mar se
seguía alejando!
Lobito Rodolfo estaba extenuado. Ya no
le importaba que lo rodearan, lo mojaran, se rieran... Entonces la gente empezó
a preocuparse.
-
Hay que llamar a un veterinario, debe estar fracturado, seguro que lo atacó una
orca, quién sabe si va a sobrevivir.
Un
señor sacó un teléfono celular y al Instituto de Biología Marina.
-Enseguida
vienen los biólogos- dijo.
“¿Y
ahora qué será eso de los biólogos?” se preguntó Lobito Rodolfo, que ya no
sabía qué más podía esperar de la gente.
Un
momento después, vio llegar una camioneta. Los conocía muy bien, porque los
había visto muchas veces desde el agua, cuando pasaban por el camino de la
costa. Pero ésta venía por la playa y directamente hacia él.
Una mujer y un hombre bajaron con una
valija llena de aparatos. Se los apoyaron en el cuerpo, le abrieron la boca, le
tocaron todos los huesos, le revisaron las aletas...
-
No tiene nada- aseguraron- está cansado.
Cuando suba la marea se va a ir sin problemas.
-
Pero si lo dejamos aquí lo pueden atacar los perros- dijo un chico.
-
O lo vamos a seguir molestando las personas...-suspiró una nena.
Los
biólogos estuvieron de acuerdo. Subieron a Lobito Rodolfo a su camioneta y lo
llevaron a una playa más solitaria. Allí lo liberaron cerca de la orilla.
Rodolfo sintió el “chssss, chssss” de las olas al deshacerse en la arena,
mientras la brisa le silbaba entre los bigotes. Era la voz del mar que lo
llamaba. Se lanzó al agua, aprovechó el impulso de una ola que volvía hacia
adentro y después empezó a nadar.
¡Qué
linda estaba el agua esa mañana! Fresca y transparente, con ese olor a algas y
a cangrejos y a caracoles... Los cardúmenes plateados relucían bajo el sol.
Lobito Rodolfo los persiguió y cazó algunos peces, que saboreó contento, como
quien vuelve a su casa masticando caramelos salados. Ya no le hacía ruidito la
panza. Las orcas, a esa hora, nadaban mar adentro. Y los humanos le habían
parecido buenos pero, de todas formas, era
mejor mirarlos desde lejos.
Todos los textos,
fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de
sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos
las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente
procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en
valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.