Imágenes: RICHARD S. JOHNSON (Chicago-Estados Unidos)
PÁGINA 1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Uruguay/1940-2015)
DEFENSA
DE LA PALABRA
3.
Mucho se ha discutido en torno de las formas directas de censura bajo los diversos regímenes sociales y políticos que en el mundo son o han sido, la prohibición de libros y periódicos incómodos o peligrosos y el destino de destierro, cárcel o fosa de algunos escritores y periodistas. Pero la censura indirecta actúa de un modo más sutil. No por menos aparente es menos real. Poco se habla de ella; sin embargo, en América Latina es la que más profundamente define el carácter opresor y excluyente del sistema que la mayoría de nuestros países padece. ¿En qué consiste esta censura que nunca osa decir su nombre? Consiste en que no viaja el barco porque no hay agua en el mar: si un cinco por ciento de la población latinoamericana puede comprar refrigeradores, ¿qué porcentaje puede comprar libros? ¿Y qué porcentaje puede leerlos, sentir su necesidad, recibir su influencia? Los escritores latinoamericanos, asalariados de una industria de la cultura que sirve al consumo de una elite ilustrada, provenimos de una minoría y escribimos para ella. Esta es la situación objetiva de los escritores cuya obra confirma la desigualdad social y la ideología dominante; y es también la situación objetiva de quienes pretendemos romper con ellas. Estamos bloqueados, en gran medida, por las reglas de juego de la realidad en la que actuamos. El orden social vigente pervierte o aniquila la capacidad creadora de la inmensa mayoría de los hombres y reduce la posibilidad de la creación - antigua respuesta al dolor humano y a la certidumbre de la muerte - al ejercicio profesional de un puñado de especialistas. ¿Cuántos somos, en América Latina, esos "especialistas"? ¿Para quiénes escribimos, a quiénes llegamos? ¿Cuál es nuestro público real? Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.
Mucho se ha discutido en torno de las formas directas de censura bajo los diversos regímenes sociales y políticos que en el mundo son o han sido, la prohibición de libros y periódicos incómodos o peligrosos y el destino de destierro, cárcel o fosa de algunos escritores y periodistas. Pero la censura indirecta actúa de un modo más sutil. No por menos aparente es menos real. Poco se habla de ella; sin embargo, en América Latina es la que más profundamente define el carácter opresor y excluyente del sistema que la mayoría de nuestros países padece. ¿En qué consiste esta censura que nunca osa decir su nombre? Consiste en que no viaja el barco porque no hay agua en el mar: si un cinco por ciento de la población latinoamericana puede comprar refrigeradores, ¿qué porcentaje puede comprar libros? ¿Y qué porcentaje puede leerlos, sentir su necesidad, recibir su influencia? Los escritores latinoamericanos, asalariados de una industria de la cultura que sirve al consumo de una elite ilustrada, provenimos de una minoría y escribimos para ella. Esta es la situación objetiva de los escritores cuya obra confirma la desigualdad social y la ideología dominante; y es también la situación objetiva de quienes pretendemos romper con ellas. Estamos bloqueados, en gran medida, por las reglas de juego de la realidad en la que actuamos. El orden social vigente pervierte o aniquila la capacidad creadora de la inmensa mayoría de los hombres y reduce la posibilidad de la creación - antigua respuesta al dolor humano y a la certidumbre de la muerte - al ejercicio profesional de un puñado de especialistas. ¿Cuántos somos, en América Latina, esos "especialistas"? ¿Para quiénes escribimos, a quiénes llegamos? ¿Cuál es nuestro público real? Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.
PÁGINA 2 – NUESTRA
POESÍA
ALEJANDRA
MENDEZ BUJONOK
(San
Cristóbal-Santa Fe-Argentina)
DE
LA MANERA EN QUE ME SALVO
No uso reloj en la muñeca
(es triste el mundo de los ajustados)
No uso gafas oscuras de sol
(es triste el mundo de los escondidos)
No uso paraguas de la lluvia
(es triste el mundo de los protegidos)
Me salvo así
(o eso creo)
De pensar el control de los objetos.
De pensar la distancia de los otros.
De pensar que la lluvia es una maldición.
No uso reloj en la muñeca
(es triste el mundo de los ajustados)
No uso gafas oscuras de sol
(es triste el mundo de los escondidos)
No uso paraguas de la lluvia
(es triste el mundo de los protegidos)
Me salvo así
(o eso creo)
De pensar el control de los objetos.
De pensar la distancia de los otros.
De pensar que la lluvia es una maldición.
LIANA FRIEDRICH
(Rafaela-Santa
Fe)
EXPIACIÓN
Un
activista por la paz
creó
la dinamita
y
el desierto desbordó
de
arenas putrefactas.
Su
testamento
no
tiene nombre
porque
hiede la culpa
encarcelada
en hangares
de
sueños sin alas.
Arde
la mentira
en
las pantallas
del
propio yo,
hasta
resquebrajarse
con
verdes escupitajos.
MIRTA
GAZIANO
(Santa
Fe-Argentina)
COMO
LAS ALAS
Lábil,
tenue
se
desplaza feliz la mariposa
no
atino a nada que cambie ese momento
mi
mirada se pierde entre el follaje
donde
en leves zigzagueos se ha metido.
Fluye
mi pensar como esas alas en perfecta libertad
para
enlazar palabras a un poema.
Será
etéreo
quizás
menudo como el cuerpo del insecto
tendrá
alternancias
tomará
descansos entre frase y frase
dará
su esencia
concretará
una idea
o
sumará nostalgia
por
su intangible brote de sugerencias nuevas.
Será
un poema que vuele
de
mano en mano
de
mirada a mirada
cumplirá
su destino para lo que fue creado.
MIRYAM
COLOMBOTTO DE SEIA
(Gálvez-Santa
Fe-Argentina)
DIVERSA
Soy
la voz
apenas
audible
eligiendo
palabras
que
cubran
la
desnuda soledad de mis playas.
Diversa
añorante
apenas
con tiempo de segar la tarde.
Pero
también me declaro
rescoldo
que
aún respira bajo las cenizas
clandestina
anónima.
Sobrevivo
descortezando
el aire.
Que
respire la flor
atardecida
en
mi talle.
HECTOR
BERENGUER
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
Espuma
y agua nuestros días
remotos surcos donde se tejen y destejen
las horas en sus secretas nervaduras.
Fuimos una promesa,
¿Pero quiénes fuimos y qué prometimos ?
remotos surcos donde se tejen y destejen
las horas en sus secretas nervaduras.
Fuimos una promesa,
¿Pero quiénes fuimos y qué prometimos ?
Es
tarde para explicar nuestra niñez
un libro abierto en la línea del tiempo
donde todo se cumple pero de otra manera.
¿Cuál fue nuestra secreta dinastía ?
¿Cuál nuestro legado?
¿Qué voces vinimos a escuchar ?
¿Si todo el mundo escucha voces ?
Nosotros solo las voces de la vida .
un libro abierto en la línea del tiempo
donde todo se cumple pero de otra manera.
¿Cuál fue nuestra secreta dinastía ?
¿Cuál nuestro legado?
¿Qué voces vinimos a escuchar ?
¿Si todo el mundo escucha voces ?
Nosotros solo las voces de la vida .
Tiempo
que humedeces el pan como la carne
en el lento acuerdo de las horas.
¡ Déjanos un ojo abierto para mirar el cielo !
El otro ya lo donamos a la tierra.
en el lento acuerdo de las horas.
¡ Déjanos un ojo abierto para mirar el cielo !
El otro ya lo donamos a la tierra.
Semillas
encarnadas
vimos la muerte terrible en los retratos
y juntos abrazamos lo que estaba perdido.
vimos la muerte terrible en los retratos
y juntos abrazamos lo que estaba perdido.
Así
vivimos los unos en los otros sin saberlo.
Tu
casa sigue allí,
entre las enormes piedras
donde Luz me enseñó a encontrar violetas
en el oscuro cauce del arroyo de los guindos.
entre las enormes piedras
donde Luz me enseñó a encontrar violetas
en el oscuro cauce del arroyo de los guindos.
Somos
ya dos tallos del viejo manzano
que aun da frutos entrado el otoño
clara la mirada guardián de la inocencia.
Aun nos queda asombro.
que aun da frutos entrado el otoño
clara la mirada guardián de la inocencia.
Aun nos queda asombro.
Dedicado a Alicia
Montagnini
PÁGINA 3 – CUENTO
NECHI
DORADO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
ELIANA
FRENTE AL ESPEJO
Abrió
la ventana de su cuarto, una capa blanca esparcida sobre el verde del césped
confirmaba lo que sintió al salir de la cama tibia para comenzar el día. El
jardín helado demostraba que el frío no era una sensación sino una cruda
realidad. Preparó su desayuno mirando un sol todavía débil, los
junquillos en flor parecían estacas, la blancura de las camelias
clandestinizaba el color de la escarcha sobre las flores que asomaban
tímidamente y de a dos como vanguardia de la explosión de vida que anunciaba el
período de floración.
Hacía
días que Eliana se sentía como un papel al viento, le parecía girar enredada en
una telaraña de brisa caprichosa, autoritaria, despótica, que le impedía
sentirse libre, dueña de sus propias decisiones equivocadas o no, pero suyas.
Hacía días, también, que no sabía si era ella o eran otros los que habitaban su
cuerpo menudo del que la masa muscular fuera exiliándose lentamente cuando las
hojas del calendario se desprendían sumisas sobre el escritorio de madera
oscura.
Afuera
de la casa comenzaba a despertar la calle; en el interior, la cafetera cumplía
obediente su tarea. Eliana tendió la mesa y se paró frente al espejo para poner
orden a la rebeldía de sus cabellos lacios que en las noches, mientras ella
dormía, daban rienda suelta a sus antojos despatarrándose sobre su cabeza. De
pronto se sintió invadida por una oleada de sorpresa que hizo lugar también
para la aparición de un cierto temor. ¡No podía creer qué cosa estaba viendo,
allí, donde esperó encontrarse ella, como siempre!
El
espejo no le devolvió su rostro, solo reflejaba un papel escrito que bailoteaba
desplazándose por la habitación. La hoja amarillenta se movía dentro
del perímetro que delimitaba la frontera entre la realidad y una fantasía no
visibilizada hasta ese momento. Algo, como una brisa extraña, hacía
girar la cuartilla como si estuviera buscando una posición determinada donde
detener su anárquico desplazamiento. De pronto se ubicó hacia la parte
izquierda del marco donde aparecieron imágenes de un pasado lejano y otro que
no lo era tanto.
Emergieron, del
otro lado del cristal, rostros queridos y otros intimidantes lo que le produjo
un escozor que la alejó por un momento del lugar, pero era tal la
curiosidad despierta que la empujó hacia adelante dando su nariz contra el
vidrio como si quisiera analizar cada cosa que iba apareciendo.
Lo
primero que vio fue a una niña muy rubia jugando entre signos de interrogación
cuyas puntas pinchaban sus deditos pequeños.
¿Será
que los interrogantes no tienen respuesta para la niña? Pensó Eliana sin dejar
de observar con la misma extrañeza, lo que parecía pertenecer a un
mundo extraño del que no formaba parte o al menos eso creía.
A
unos centímetros de la niña una mujer muy bella,
joven, hacía señas dulcemente a la pequeña. La niña que
sostenía uno de los signos preguntaba por su padre al que no veía
desde hacía muchos días. Al fondo de la habitación una anciana con cabellos
canos que parecían ríos de plata, abrió sus brazos queriendo acurrucar a la
criatura que corrió a refugiarse allí. Eliana sonrió con tristeza como si
intuyera quién era esa niña.
El
papel dentro del espejo volvió a desplazarse, lo hizo hacia la
derecha dejando estática a la imagen anterior. Ella seguía sin encontrarse,
como si el cristal se resistiera a reproducirla. Como si alguna situación extraña
estuviera devorando su presente.
Fijó
la vista tratando de descubrir qué apariencia se asomaba desde la luneta
enmarcada entre varillas de bronce lustrado y fue cuando divisó tres picos
montañosos de roca sólida erguidos sobre un hermoso prado. Flores de colores
brillantes bordeaban la serranía como empuntillando las laderas de las
montañas. Una luz tenue iluminaba los picos descendiendo de las redondeces de
una luna ausente y de un sol también invisible.
Otra
luna, mucho más cercana aportaba su resplandor envolviendo las
elevaciones y acariciando la pradera. Creyó ver su rostro difuso en ese planeta
estático pero la visión no demoró nada en esfumarse.
Dos
capullos celestes descansaban sobre la hierba entre las flores, al
pie de los montículos y a lo lejos dos arco iris parecían custodiar
su sueño plácido resaltando la belleza de la alegoría. Atrás de la imagen un
grupo de mariposas blancas entonaba una canción de cuna que a Eliana le
recordaba algo, pero no pudo saber qué.
Eliana
estiró su mano como queriendo introducirla para acariciar el paisaje, quería
ser parte viva de esa visión, tomar entre sus manos los capullos que seguían
descansando como si estuvieran protegidos dentro de un sueño de amor.
Fijó
su mirada en el centro del espejo esperando que el papel se detuviera allí, sin
embargo seguía sin encontrar su rostro, su cuerpo, su mirada. Algo que le
permitiera sentirse viva, humana, quería recuperar a la mujer que
fuera y que últimamente parecía estar escapando de su propia realidad.
No
logró verse, las imágenes anteriores se fueron borrando despacito. El papel se
acercó lentamente al marco hasta quedar en un primer plano absoluto. Solo,
completamente vacío, sin signos gráficos enlazados formando algún
extraño mensaje no legible, pero mensaje al fin.
Afuera
la helada se iba derritiendo, adentro de la casa, en la base del espejo, una
arrugada hoja de papel escrito que parecía haber andado mucho por los
vericuetos del tiempo, se acurrucó entre los pies de la mujer que lo pisó sin
querer, dejándolo aplastado sobre el mármol.
Eliana
lo recogió, pasó sus dedos sobre la superficie ajada llevándola hacia su pecho,
como la abuela a la niña dentro de la escena impactante ya dormida. Las
lágrimas brotaron de los ojos de la mujer que derramaron lágrimas que parecían
perlas de nácar y ausencias.
PÁGINA 4 – RESEÑA
ILDIKO NASSR
(Jujuy-Argentina)
ALGUNAS PALABRAS
La dinámica de la propuesta es sencilla. Se había solicitado con
anterioridad que los interesados trajeran dos poemas: uno propio y otro de un
autor que les agrade. La convocatoria excedió todas las posibilidades de largas
devoluciones o diálogos sobre las lecturas. Más de treinta personas reunidas
con el propósito de leer poesía, de compartir un poco de un universo
particular. Para preguntarnos acerca de lo que la poesía significa para cada
uno. Porque ‘poesía’ es uno de esos términos plurívocos que despiertan
múltiples interpretaciones y abren caminos a veces insospechados. Mirar. Lo
aparente. Sentimientos. Una forma de decir. El poder de las palabras. La voz de
mi madre. La infancia. El amor. Inasible. Algo que se escapa. Magia.
Conocimiento. Música. Creación. Amor. Cadencia.
Sentido. Lectura. Una forma de compartir. La poesía es todo eso y más. Y
es amor y son palabras. Y con cada lectura, nos sumergimos en un océano
desconocido. Y nos encontramos. Más de treinta personas abstraídas de las
bombas por el festejo de los 83 años de Gimnasia y Esgrima de Jujuy. En un
círculo mágico donde las palabras de los otros se hicieron carne en las voces
que resucitaron y resignificaron unos pocos que tuvimos la intención de
utilizar la poesía para homenajear a la poesía. Unos pocos con una necesidad de
compartir y de conocer ese arte tan esquivo y difícil de definir (pero fácil de
disfrutar).
Escuchamos las voces de Gioconda Belli, Pablo Neruda, Nazim Hizmet,
Edmundo García Caffarena, Arturo Capdevilla, el rey David, Luis Alberto
Spinetta, Alfonsina Storni, Julio Cortázar, Manuel J. Castilla, Federico García
Lorca, Mario Benedetti, Amado Nervo, Domingo Zerpa, Dora Treggini y muchas
otras.
Y como bien nos aclaró Susana Quiroga: ‘La poesía tiene que movernos,
conmovernos, tocarnos’. ¿Por eso será tan difícil de definir? ¿O será su
carácter esquivo y cambiante lo que nos impide asirla y se
escapa en su interminable afán de libertad?
Maravillados. Sorprendidos. La poesía emerge desde diferentes estéticas
y temáticas, y nos reúne en ese círculo en el que los lectores parecemos
iguales, pero con diferentes árboles creciendo adentro. Así,
contenido,cadencia, mensaje y sentimiento, se unen en una invitación para
nuevas lecturas (o escrituras).
PÁGINA 5 – CUENTO
ABEL
ESPIL
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
MONTEVIDEO
La
primera ves que fui a conocerla, viaje toda una noche. El vapor de la carrera,
avanzaba a andar despacio, como para que el deseo de llegar fuera
creciendo en cada uno de sus tripulantes.
Nos
recibió un amanecer fresco y nublado.
Esperando
la entrega de los autos, aprecié el pequeño puerto de Montevideo. No
habíamos cenado nada bien la noche anterior.
Por
ese motivo conocimos las diversas parriladas, debajo de un enorme
techo de chapa. Nos sentamos en unos altos taburetes y desde allí íbamos
señalando en la parrilla, lo que queríamos degustar.
La
experiencia era atípica. Son muchas las que ofrecen surtidas y ricas
carnes.
Al
ascender al auto, -previo a preguntar- , fuimos rumbo a recorrer la extensa
rambla. El día estaba queriendo homenajearnos con un sol que salía y
se escondía.
Nos
pareció que lo mejor era caminarla un poco. Vimos una arena
blanca, finita, pura, disfrutando el refrescarse en las aguas del Río de la
Plata.
En
ese instante, sentí que a esta ciudad la iba a amar .
Caminamos
bastante y pasamos por un lugar donde había un humilde y nada prolijo cartel,
que decía: ¡ Cholo! Pescados Frescos.
Al
lado nuestro pasaban cada tanto, gentes de diversas edades, efectuando trotes
suaves y acompasados.
A
los pocos días de la estadía, ya habíamos conocido el hermoso edificio del
Teatro Solís. Nos perdimos infinidades de veces en las diagonales y cortas
calles, acompañadas de avenidas.
No
recuerdo el hacedor del comentario a que fuéramos, pero el primer domingo de
estar allí, comimos las muy ricas pastas de La Pasiva.
Ese
mismo día fue el que aprovechamos y visitamos la enorme feria llamada
Tristan Narvaja. Podíamos comprar desde un auto viejo derruido, hasta un
kilo de naranjas.
Montevideo, es
una ciudad que sabe esperar. Su tiempo lo pasa de cara al Río de la Plata.
Ella
y sus habitantes se reconocen como una ciudad pequeña, de pocos habitantes.
De
noche, al mirar al cielo, se observa un volar de notas que generan la única, la
sin igual armonía, de sus grupos corales.
El
que no nació ahí, no puede, le es casi imposible imitarlos.
En
un amplio rincón de Montevideo, se eleva el cerro, donde habita la gente
pobre. A la madrugada, los sonidos de los tambores suenan reclamando pan e
igualdad.
Los
pobres en está ciudad, sufren , padecen, pero tienen algo distinto al resto
de Buenos Aires, París, Londres, Asunción, Santiago, Madrid...
Muchas
fueron las veces en que los vi y necesitaba descubrir lo distinto.
De
la mano de un ex presidente reciente creo haberlo descubierto: son un
pueblo orgulloso de su ciudad, de su país.
A
los negros, Figari los ensalzó en sus bailes y de la mano de
Carlos Páez Vilaro, descubrieron que los colores son muchos más de los que
vemos.
Una
ciudad es un todo con sus edificios y sus gentes.
Despacio
me voy, pero mucho me estoy llevando. En algún rincón del alma, escucho sonar
de tambores y siento que el negro Rada me está cantando un hasta luego...hasta
luego...
Tengo
miedo de perder tantas emociones. Es entonces cuando cierro y aprieto mis ojos,
para querer grabar tantas imagenes, sonidos y olores montevideanos.
Siento
que alguien me toca la cintura, me doy vuelta y veo a una niña pequeña, morena,
llevando en sus bracitos una canasta de empanadas: ¿Señor no quiere
dos y paga una?
Sonrío,
recordando la publicidad de una empresa de farmacias que existe en
Argentina.
Disfrutando
las muy ricas empanadas uruguayas, asciendo al Buquebus, esperando volver
pronto.
Había
pensado ir a tomar un café, en El Café Brasilero. Al comentárselo a mi
compañero de viaje, me dijo: "Creo que Eduardo Galeano ha salido
a una gira muy muy larga".
PÁGINA 6 – POESÍA
ARGENTINA
MIRIAM
CAIRO
(San
Nicolás de los Arroyos-Buenos Aires-Argentina)
MORDER
AL PEZ
A
mi amiga dragona no le importa tanto el qué dirán como lo que piensa para sí
misma, por eso se deja fotografiar con un cigarrillo en la boca o alimentando
lobos recién nacidos en algún cuarto de hotel, sin que se altere su estado
natural de ensimismamiento.
Quizás
no tenga una escarapela muy brillante, pero la oscuridad está dentro de sus
cálculos porque, lo diré con toda confianza: mi amiga dragona no es alguien que
brilla o deja de brillar como cualquier estrella mortal. A ella, luz y calor la
vuelven un ser de duraciones diversas que van desde una fracción de segundo
hasta la eternidad simultánea.
Una
se siente tentada de morder el pez del insomnio y decir que mi amiga dragona es
una alucinación poco concreta, o bien que los lobos recién nacidos la alimentan
a ella. Sin embargo, esas ideas le arrojan piedras a otras ideas mejores. Hay
mucha competencia ideológica. Y no es casual que surja aquí el tema de las
piedras y el tema del insomnio, cuando en realidad quiero hablar de mi amiga
dragona que alimenta lobos recién nacidos con un cigarrillo en la boca.
Yo
la admiro por eso, y por muchas otras cosas. Pero esta noche hablo de esto,
porque para eso están viniendo las palabras. También podría ser que ellas vinieran
por lo otro, por lo que no he dicho todavía e iré diciendo a medida que las
patas de lo que siento vayan abriendo un camino desde el insomnio hasta la
cintura, de la cintura a la vía láctea, de la vía láctea al corazón, del
corazón a la poesía.
Hablo
aquí y ahora de mi amiga dragona, como si éste fuera el
espacio
tiempo de su revelación porque no hay otra noticia mejor para la noche, pero en
realidad, no sólo de la noche vive su luna.
Cuando
me surge la duda de para qué escribo, digo que escribo para traer noticias de
los lobos recién nacidos en un cuarto de hotel, aunque no hay nada definitivo
en esta afirmación.
A
veces escribo para que las noticias desaparezcan.
A
veces, para inventar a mi amiga dragona que no existe.
A
veces, para que mi amiga dragona deje de existir y se vaya definitivamente con
los ángeles.
A
veces para volcar en el cuenco llamado amiga dragona un sinfín de cosas
imposibles.
A
veces, para que el cuenco se derrame sobre mí.
Esa
noche, ese miedo, esa hermosura.
A
veces escribo para que nazcan, de una vez por todas, la palabra noche, la
palabra lobo, la palabra hermosura.
Pero
ahora, que puedo darle la espalda a lo que escribo, digo que escribir sobre mi
amiga dragona es una manera de agrandar más el misterio de escribir.
Intentemos
decirlo de otro modo.
Es
como si vinieran truenos del norte y yo advirtiera que si no estalla la
tormenta moriré de asfixia. Entonces, cuando el ronquido de las palabras me
llena de placer, me llena de terror, el aire de la habitación se impregna de
aromas a lluvia. La escritura aparece.
Pero
sigue siendo más complejo aún.
En
el cuenco de mi amiga dragona hay una semilla que alguien podría llamar musa. Y
es cierto también que esa musa murió de la manera más triste. Pero por esta
cosa de la ideología y las piedras, por este amor a los lobos recién nacidos en
los cuartos de hotel, la resurrección de mi amiga dragona fue inmediata. Y ha
transmutado en una musa que nadie más que yo puede reconocer en sus infinitas
transmutaciones dragónicas.
Y
también es cierto que lloré, lloré, lloré, con el verbo llorar conjugado en
pasado, presente y futuro, pero ahora mi amiga dragona vuelve a alimentar a los
lobos recién nacidos en un cuarto de hotel.
Y
mientras ella muere a pata ancha, yo la resucito en el instante de la palabra
eternidad.
Y
ella me dirá una y otra vez: no te entiendo, Miriam, no te entiendo.
Y
yo contestaré: no puedo escribir bien porque te fuiste.
Pero
eso nunca fue ni será verdad.
Simplemente
escribo mal porque no puedo escribir bien.
Porque
escribir así es mi manera de salir del punto muerto.
ERNESTINA
ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)
RÉQUIEM
POR LAURA MOYANO
Hoy
salieron las bestias de los armarios
sus corazones de trapo y falso brillo
salieron de sus cuevas
con sus miserias de estraza untándoles las nalgas
y el desamor pegado a sus braguetas
sus corazones de trapo y falso brillo
salieron de sus cuevas
con sus miserias de estraza untándoles las nalgas
y el desamor pegado a sus braguetas
salieron
al ruedo del crimen a besarlo en la boca
por
eso hoy
voy a escribir cortaplumas
tramontina catana filo cutter
por eso hoy
voy a escribir prejuicio mierda
rencor resentimiento odio
por eso hoy
voy a escribir trava transexual
puto homosexual
hoy hoy hoy hoy hoy hoy
voy a escribir mutilación saña
abuso violación castración
voy a escribir cortaplumas
tramontina catana filo cutter
por eso hoy
voy a escribir prejuicio mierda
rencor resentimiento odio
por eso hoy
voy a escribir trava transexual
puto homosexual
hoy hoy hoy hoy hoy hoy
voy a escribir mutilación saña
abuso violación castración
hoy
voy a escribir para que la eternidad
grite tu nombre
para que lavemos en él nuestras miserias
para que tu nombre Laura Moyano
nos recuerde que la humanidad a veces es capaz de amar.
grite tu nombre
para que lavemos en él nuestras miserias
para que tu nombre Laura Moyano
nos recuerde que la humanidad a veces es capaz de amar.
ALDO LUIS NOVELLI
(Neuquén-Argentina)
NINGUNO
DE ELLOS
cuando todo esté definitivamente perdido
ni los gobernantes
ni los militares
ni los integrantes de las fuerzas de seguridad estatal
ni los matones de las empresas de seguridad privada
ni los jueces
ni los amigos del juez
ni los fiscales de la nación
ni los empresarios
ni los gerentes de las empresas
ni los políticos
ni los funcionarios
ni los comerciantes
ni los religiosos
ni los obispos
ni el papa
ni los abogados
ni los contadores
ni los ingenieros
ni los arquitectos
ni los informáticos
ni los psicólogos
ni los sociólogos
ni los ambiciosos
ni los egoístas
ni los miserables
ni los individualistas
ni los triunfadores
ni los próceres de cartón
ni los intelectuales
ni los pensadores
ni los filósofos
ni los doctores
ni los sanadores truchos
ni los comunicadores televisivos
ni los periodistas
ni los escritores
podrán hacerlo...
cuando todo esté definitivamente perdido
ni los gobernantes
ni los militares
ni los integrantes de las fuerzas de seguridad estatal
ni los matones de las empresas de seguridad privada
ni los jueces
ni los amigos del juez
ni los fiscales de la nación
ni los empresarios
ni los gerentes de las empresas
ni los políticos
ni los funcionarios
ni los comerciantes
ni los religiosos
ni los obispos
ni el papa
ni los abogados
ni los contadores
ni los ingenieros
ni los arquitectos
ni los informáticos
ni los psicólogos
ni los sociólogos
ni los ambiciosos
ni los egoístas
ni los miserables
ni los individualistas
ni los triunfadores
ni los próceres de cartón
ni los intelectuales
ni los pensadores
ni los filósofos
ni los doctores
ni los sanadores truchos
ni los comunicadores televisivos
ni los periodistas
ni los escritores
podrán hacerlo...
sólo
los poetas
los verdaderos poetas:
revoucionarios luchadores carpinteros lavanderas obreros empleados estudiantes maestros de vocación chamanes planchadoras pescadores panaderos borrachos militantes sociales locos decadentes peones curas barriales villeros escribidores artesanos artistas auténticos quinteros labriegos plomeros albañiles herreros enfermeros pintores de brocha gorda enfermos terminales mujeres y hombres solidarios humildes y utopistas
los verdaderos poetas:
revoucionarios luchadores carpinteros lavanderas obreros empleados estudiantes maestros de vocación chamanes planchadoras pescadores panaderos borrachos militantes sociales locos decadentes peones curas barriales villeros escribidores artesanos artistas auténticos quinteros labriegos plomeros albañiles herreros enfermeros pintores de brocha gorda enfermos terminales mujeres y hombres solidarios humildes y utopistas
salvarán
el mundo.-
MANUEL LOZANO GOMBAULT
(San
Francisco-Córdoba-Argentina)
INFIERNOS
PRIVADOS PARA EL MONSTRUO
Y sus vestidos se
volvieron resplandecientes, muy blancos... Marcos, 9:3
Prisiones
se cierran a tu paso.
De
mimbre rojo son los dedos del malabarista.
Vastas
progenies me cercan.
¿No
se reflejan suntuosas las entretelas del crimen,
aun
cuando el silencio siembra temor y temblor?
Himnos
de Adán negro suben desde los ojos.
La
cabeza es de hierro, moribundo amarillo
hasta
la cercanía.
Un
diminuto sol cae sobre el desierto blanco.
Así,
el niño inscribe fisura y permanencia.
¿Cuál
será el lujo de abandono en este Paraíso?
Turmalina
y topacio y luego este oleaje.
Has
abierto las puertas de lino.
Muelles
donde dibujas la sed.
ALEJANDRA
DÍAZ
(Tucumán-Argentina)
ESCRIBIR
la
palabra es una utopía
cuando
uno se aproxima a nombrar
no
alcanza ....
entonces
uno camina
aparece
en el frutero
el
vendedor de diarios
la
vecina y los perros
acurrucados
en la escarcha
puede
decirse niño y seguir teniendo una
sombra
que
no abarca al niño /
pero
la historia es un indudable concierto
tiene
alas de papel y un ruido
de
hoja labrada a veces con sangre
a
veces con luces
de
palabras escritas en el agua
del
mundo
en
el fuego del mundo
en
un grafitti que es el mundo - mudo
de
quienes lo inventan día a día
PÁGINA 7 – CUENTO
CRISTINA
VILLANUEVA
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
BIBLIOTECA
CUERPO CASA
Los
libros se aduelan de la casa que es como un adueñarse con pena porque son
nómades, libres, no esperan ser amos, les gusta desparramarse como el
agua, van desde la multiplicidad hacia las manos y los ojos y
se derivan en tiempo, azar, deseo, memoria. Hay una biblioteca que sube escalón
por escalón a la promesa de cielo, siempre incumplida. Estantes blancos
que abrazan los vacíos. Mis libros preciados, están adelante, enfrentados
con el jardín, abriendo diálogos vegetales. Se cuentan un origen común.
En ese espacio que es como un balconeo de cuerpo femenino nutricio.
Libros que hablan sobre libros, miniaturas de cuentos, fragmentos y esas
lecturas de placeres textuales, los que producen cierta exaltación, van y
vuelven, a la cama, al sillón rojo del dormitorio .Hay varios en juego, para
darles pequeños mordiscos, o tocarles las páginas hasta que suelten un olor, un
secreto, una caricia.. Son los elegidos que comparten ese amoroso abrazo con la
biblioteca del dormitorio, la de adelante se pronuncia, me incita. La de atrás,
poesía; la del consultorio, psicoanálisis. La de otro mueble biblioteca,
temas sociales, los libros del ausente, sus marcas, los que nunca leí.
Hay una biblioteca, viva, vital y otra que casi no se toca y otra más, detrás
de un mueble como un secreto inmovilizado, mudo. Porqué dejaremos en la
oscuridad ciertas zonas, ciertos libros, en este caso la dificultad de
acceso parece justificarlo, aunque lo perdido, lo soslayado, no siempre
tiene lógica. Pensarlo angustia, esa ciudad que no vimos, el lugar al que no llegamos,
lo que ya no conoceremos. Los oscuros- claros, la civilización y la
barbarie, el cerrado espacio sin salida. Del lado de la luz, la mesa con su
mantel bordado de flores de Guatemala tiene cajitas que guardan poemas y
pequeños textos que convido. Como bombones. En un labrado porta Corán se
ofrecen servilletas y poemas, asoma un Borges
dando inesperados giros. A veces, a cierta distancia, me parece ver
un barco entre los libros. Me gustaría tomarlo, escribir lo que queda del día,
navegar ese mar de lenguaje y convidar. Convidar palabras, muelle, mórbido,
huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra como un palacio de las 1000 y
una y contar, leer, escribir, infinitos cuentos. Una noche más para gozar
de la felicidad clandestina de los libros que se pierden y recobran. Una noche
más, que han quedado tantos sin leer en los recovecos de mi propia casa. Una
noche más.
PÁGINA 8 – RESEÑA
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
LUIS
GUDIÑO KRAMER NOS HABLA DE CAMINOS
Mi amigo, el poeta Carlos Piccioni, me
acaba de confiar su pensamiento: nosotros "ya somos bichos urbanos".
Dicho a manera de conclusión es como para no insistir con una respuesta.
El,
mi amigo Carlos Piccioni, no deja de ser, por eso, como yo, un hombre de los
pueblos, lo que en algún momento se llamó la tierra adentro y ahora se nomina
"el país del interior". Yo me pregunto entonces, ¿cuál es el país del
exterior? Tal vez la gran metrópoli que le ha hecho escribir a otro poeta
amigo, en este caso de la provincia de Entre Ríos, Miguel Angel Federik
convencido que los únicos con derecho al gentilicio "argentino" son
los porteños. Los demás somos simplemente mendocinos, salteños, correntinos,
entrerrianos, santafesinos o rosarinos, etc.
En
la fresca deriva de esta mañana en que arañamos ya el Otoño, recordé algunos
textos que son casi la sangre de uno, porque aquello que nos produce placer,
conocimiento o un momento agradable que agrega algo a su vida y "le viene
como agua de mayo", suelen decir en España y lo incorpora a ese fluir
vital. Y me sucede en este momento en que acabo de recibir, gracias a la gentil
bondad de mis amigos de la Universidad Nacional del Litoral, un libro de don
Luis Gudiño Kramer, en impecable edición como ellos nos tienen acostumbrados y
con el plus de un excelente, concienzudo prólogo de María Eugenia De Zan.
Celebrada esta selección que reinstala uno de los autores fundamentales de
nuestra cultura, pero yo quiero exaltar su figura desde otro lugar. El de
haberse dado a la tarea, encomiable por cierto, de fundar una región.
Gudiño
Kramer es un hombre que quiso saber cómo somos, qué somos en esta región, en
esta llanura, y sobre todo nos habla de caminos. Pero no se queda en el
paisaje. Si bien escribe, para decirlo en el discurso de los entendidos, o
describe "el camino de la costa y su collar de pueblos perdidos en aquel
su tiempo. Algún crítico lo adscribió como cultor del "realismo
crítico", otros al "realismo pedagógico". Es probable que estas
indicaciones tengan formas de probarse "fundar una región", aludida
certeramente en el prólogo. Diseñar una topografía literaria, justo él, que era
topógrafo de profesión, y que la ejerció sumado a otras tareas muy diversas que
hizo en su vida, hasta recalar en el trabajo de periodista del diario El Litoral,
de Santa Fe, donde dio sobradas pruebas de eficiencia y rigor. Lo interesante
es que no se queda en lo meramente descriptivo, sino que indaga en la
psicología de esos hombres, de esas mujeres, de esos seres angustiosamente
solitarios que intentan ponerle algo más a sus vidas que un mero transcurrir.
Hugo Gola ha escrito: "ni para gozar ni para sufrir estamos aquí. La vida
tiene el sentido que nosotros logremos añadirle, no tiene otro". Los
personajes de Gudiño Kramer nunca logran ese cometido porque en el lugar
histórico donde ellos transitan no encuentran otro norte que la subsistencia.
Pescadores, puesteros, gente de las hondas y antiguas estancias de entonces,
son puestos de relieve, tratados con infinito respeto por este escritor que sin
embargo marca constantemente ese estado de injusticia y postergación. Sus
personajes tienen carnadura, casi siempre los pone de relieve con su habla
particular, con sus tics, y esa inmediatez que produce el uso de la lengua
privada. No son los grandes temas los que aparecen, sino los de todos los días
rodeados de esas tremendas soledades y del hosco aislamiento de esos seres de
aquellos tiempos históricos, él los rescata sin estridencias y se pone
amorosamente a disposición de sus criaturas y deplora de los escritores que los
explotan como si ya no los explotaran sus patrones reales.
Indefectiblemente
don Luis Gudiño Kramer termina produciendo con sus recursos de estilo
incomparable una gran sinfonía de sentidos.
"Nuevamente
el camino y otros textos", se llama esta esperada reaparición tan
bienvenida, para que las nuevas generaciones disfruten de la felicidad que nos
ha producido este hombre con sus cuentos y relatos.
PÁGINA 9 – CUENTO
LEO
CASTILLO
(Costa Caribe-Colombia)
VISITACIONES
ONÍRICAS.
Sueños
con Borges
I
Al
despertarme no recuerdo el instante exacto en que aparece Borges ante
"nosotros" (dos o tres personas, vagamente, parientes con quienes
interactué en la infancia.) Lo que se dijo inicialmente lo he olvidado. Estamos
sentados en el pretil de la casa, la de mi niñez. Luego yo me encuentro solo en
la cocina en penumbras, que está separada del resto de la casa, buscando algo
de comer. Hay arepas de maíz con queso pero no alcanzo a tomar nada de esto,
pues veo aparecer a Borges de improviso, alto, algo más de su estatura real,
avanzando con premura desde el patio hacia la entrada del comedor, primera
división de la casa propiamente dicha en viniendo desde el patio. Viene desde
el límite oriental de la casa, lindando con vecinos parientes. Sé que viene
de esta casa vecina, pero no necesariamente porque venga del lado en que ésta
se halla ubicada. El piso del patio es de tierra suelta, salitrosa y a la
entrada de la casa hay un bordillo de 40 centímetros que la circuye. Borges
entra aprisa, con seguridad pisa en el bordillo y entra sin titubear; no me ha
visto en su "precipitación", acaso porque es de noche, pero, en todo
caso, no me hallo en su radio de visión siempre que mire al frente. Yo me
apresuro tras él, y exclamo, "¡Borges!", todo ello cayendo,
extrañado, en la cuenta de que siendo ciego, ha caminado y levantado el pie con
tanta premura y seguridad al pisar el bordillo. Esto me produce una sensación
incómoda, como si sorprendiera, con algo de vergüenza, a Borges en una mentira.
De hecho, siempre había creído que su ceguera no era absoluta, sino que veía
bultos, fantasmas de cosas y de personas envueltas en una niebla, pues quería
parecerse a Homero, ciego. En seguida ya estamos caminando en la calle, casi al
centro, pero un poco más hacia la acera derecha, avanzando hacia poniente.
Alguien, uno de esos primos (cuyo nombre, France, ahora hallo peregrino), lleva
a Borges del brazo, o Borges lo toma a él. Al unírmeles intento tomar a Borges
del lado izquierdo; noto que luce saco azul celeste. Borges se incomoda, pues
es excesivo que dos hombres lo lleven de esta manera, de modo que no le queda
un brazo libre, aunque su incomodidad, expresada levantando tenso el hombro y
apretando el brazo contra su flanco, de modo que evita que mi mano llegue a ceñirlo,
pudiera ser un gesto hostil que personalmente me dirige. Pienso en este momento
que no está bien llevarlo del brazo a él, sino que Borges, como todos los
ciegos, prefiere tomar del brazo a su lazarillo. Seguimos andando, me parece
que en silencio, hasta quebrar en la esquina a la izquierda. En este punto de
nuestro trayecto mi primo ha desparecido y noto que alguien, viniendo desde
atrás, caminando un poco más rápido que nosotros casi se nos ha unido. La
expresión de su rostro es risueña y se trata del ex de I. Ya al notarlo,
me sentí embargado de cierto orgullo, pues me veía acompañado de Borges y el
aguijón de la vanidad me atiza el pecho. Este sentimiento me causa un poco de
vergüenza dada la sana expresión, sin la más leve vislumbre de envidia, del ex
de I. La “hostilidad” de Borges ha dado paso a una cercanía cordial desde que
desparece France, aunque no por este hecho. Luego ya estamos solos Borges y yo,
llegando ante una casa, y nos hacemos junto portón. Borges se sienta en el
desgastado pretil, muy bajo y eso no me parece bien; experimento alguna
aprehensión. Simultáneamente o casi en seguida yo me siento ante él en
cuclillas y le digo, o ya le venía diciendo e insisto, que escuche un poema
mío. Borges no parece interesado, desatento a esto, como displicente incluso.
Luego vamos atravesando el patio de esta casa, hacia el ángulo oriental.
Entonces parece convenir en que le lea el poema, o más bien resignarse. Yo
busco en mi memoria -ya lo venía haciendo- uno de mis poemas, trato de recordar
algún título al azar. Lo tengo, pero dudo un instante acerca del título. Me
alegra pensar que a Borges el título le va a encantar, pero de repente ya no
parece querer que le diga el poema, y yo deseo decir el título y explicárselo
-Versos hallados tallados en cayado prehomérico camino de Colono. Al cabo
pregunto si conoce alguno de mis textos y mientras responde que conoce mis
"líneas -o palabras- de oro", lo que me complace sobremanera, va
dejando de ser Borges y se le superpone otra persona, un viejo amigo de tertulia
literaria, Henry Stein. Esto me desagrada y desmotiva, de modo que me
despierto.
PÁGINA 10 – POESÍA
ARGENTINA
HERNÁN SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)
ESCRITO EN EL AGUA
el rencor es un monstruo
de acero
que vence cualquier navío de guerra
aunque pesa demasiado
que vence cualquier navío de guerra
aunque pesa demasiado
entonces decías
«por momentos quiero que venga alguien
para contarle mi verdadera historia
quiero también que unos náufragos lleguen
y me necesiten yo los ayudaría de manera oculta
como debería ser toda ayuda
«por momentos quiero que venga alguien
para contarle mi verdadera historia
quiero también que unos náufragos lleguen
y me necesiten yo los ayudaría de manera oculta
como debería ser toda ayuda
pero otras veces ante la
cercanía de algún buque inglés
fantaseo con hacer estallar el nautilus
un faro subacuático en medio de la noche
lo iluminaría todo por unos instantes
para luego sumirse en la oscuridad del mar»
fantaseo con hacer estallar el nautilus
un faro subacuático en medio de la noche
lo iluminaría todo por unos instantes
para luego sumirse en la oscuridad del mar»
tal vez esa sea la forma
más parecida a un recuerdo
más parecida a un recuerdo
HUGO
FRANCISCO RIVELLA
(Rosario
de la Frontera-Salta-Argentina)
POETA
Soy
un poeta.
La trama del ahorcado.
No atino a responder otra cosa cuando alguien me pregunta de qué vivo.
No soy ni fui lo que sepulta el tiempo en mi camisa,
el saltarín pintado en la pared del bar,
las copas de cerveza que se pierden en el codo empinado del borracho.
Quizás soy el pasquín escrito con la tinta del nochero,
el retrato del viejo
chamuscando la lengua en la muchacha que por dos rublos le acercó su cuerpo.
Escribidor de cartas sin membretes,
el roce del silicio en la garganta,
la piel atiborrada de espejismos y el hueso de la sangre derramada.
La trama del ahorcado.
No atino a responder otra cosa cuando alguien me pregunta de qué vivo.
No soy ni fui lo que sepulta el tiempo en mi camisa,
el saltarín pintado en la pared del bar,
las copas de cerveza que se pierden en el codo empinado del borracho.
Quizás soy el pasquín escrito con la tinta del nochero,
el retrato del viejo
chamuscando la lengua en la muchacha que por dos rublos le acercó su cuerpo.
Escribidor de cartas sin membretes,
el roce del silicio en la garganta,
la piel atiborrada de espejismos y el hueso de la sangre derramada.
Soy
una cala
un trapo una maraca
el retazo de polvo que ha dejado la huella de dios cuando se iba.
un trapo una maraca
el retazo de polvo que ha dejado la huella de dios cuando se iba.
KATO
MOLINARI
(Alta
Gracia-Córdoba-Argentina)
LLEGADO EL CASO
Si yo amara los hidratos de carbono
como amo lo etílico -me explicó
aquel borracho consuetudinario
vecino de mis tías- tendría un
cuerpo próspero y compacto y...
Yo ya estaba detrás del picaflor
que mis prejuicios de joven de buena familia
habían posado en el aire
para poder alejarme de semejante compañía.
Si yo amara los hidratos de carbono
como amo lo etílico -me explicó
aquel borracho consuetudinario
vecino de mis tías- tendría un
cuerpo próspero y compacto y...
Yo ya estaba detrás del picaflor
que mis prejuicios de joven de buena familia
habían posado en el aire
para poder alejarme de semejante compañía.
LAURA YASAN
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
eva
test
de
mujer a mujer ¿cuál fue la clave de tu
éxito?
el
arte de negar pasó de moda
y
hay que ser más que una rubia tarada
para
creer que las serpientes hablan
de
mujer a mujer ¿cuántos adanes hubo?
lo
del pecado se complicó
tuvimos
que inventar el matrimonio
tuvimos
que inventar la esclavitud
de
mujer a mujer no te perdiste nada
ahora
hay una ropa que es divina
y
un millón de productos para el lavado
es
un plan imperfecto
¿creías
que lo tuyo fue traumático?
la
inquisición nos prendió fuego
no
han entendido nada
no
hay escuelas para perder la juventud
la
manzana fue siempre un fruto popular
de
mujer a mujer
eva
es tan tarde
que
el latex nos ampare
MARTHA
OLIVERI
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
INERME
Qué minúscula esta huella
de música y palabras
qué pena tanta belleza
qué compasión la trama
de la vida que hilamos
con la fe irreductible
que nos forja la angustia
como fragua de inmensos
y taciturnos náufragos
haciendo el nuevo rayo
que nos legara Efesto.
Cuánta pena que tiene
el corazón en hueco
de puro amor y tiempo
de sepia y celuloide...
la cinta inacabable
odisea individual de la nostalgia.
Qué inermes esos ojos que la pena
hoy ha vuelto horizonte.
Qué minúscula esta huella
de música y palabras
qué pena tanta belleza
qué compasión la trama
de la vida que hilamos
con la fe irreductible
que nos forja la angustia
como fragua de inmensos
y taciturnos náufragos
haciendo el nuevo rayo
que nos legara Efesto.
Cuánta pena que tiene
el corazón en hueco
de puro amor y tiempo
de sepia y celuloide...
la cinta inacabable
odisea individual de la nostalgia.
Qué inermes esos ojos que la pena
hoy ha vuelto horizonte.
PÁGINA 11 – CUENTO
IRMA
VEROLÍN
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
6.
Mi
abuela y yo hablamos de la desnudez. Nos hemos sentado, como siempre, cada una
en el extremo de una mesa que no es rectangular ni redonda, una mesa alargada
con un semicírculo que da hacia el norte y otro hacia el sur.
Hablamos de la desnudez así, de un modo descarnado, como bien podríamos estar
hablando de la muerte, lo que, desde ya, hemos hecho hasta
cansarnos, pero no hoy. Hoy, por lo visto, le toca el turno a la desnudez. El
tema apareció recortado entre un montón de palabras que mi abuela lanzó al
azar igual que se echa un conjunto de piedras que en
el ínterin se convierte en una bandada de pájaros. Lo que muerte y
desnudez tienen en común es el cuerpo. Desnudez: percance o contrariedad que el
cuerpo suele sufrir de una manera más reiterativa aunque no menos casual que el
de la muerte. Mi abuela se ha puesto solemne y dice:
- Desnuda, lo que se dice desnuda, tu abuelo no me vio nunca.
Cuesta
creerlo, pero yo sé que es la purísima verdad. Lo cierto es que a
esa frase la escuché desde que era chica hasta el cansancio. Mi abuela la ha
repetido para patentizar su honorabilidad, aunque también
podría considerarse una muestra de su capacidad huidiza, prestidigitadora de la
luz y de los múltiples escabullimientos de su persona. No cualquiera
logra que al cabo de setenta y pico de años un hombre no la sorprenda en algún
minúsculo e impertinente momento en ese estado en que la gente llega
inevitablemente al mundo. Pues bien. A ella no. Claro que mi abuelo
no está vivo para confirmarlo. Porque, pensándolo bien, ¿no podría
mi abuelo haberla visto en su desnudez sin que ella lo supiera? Bueno, eso ya
no importa, lo que importa es que mi abuela está situada en el extremo opuesto
de esta mesa que no es redonda ni cuadrada hablando de la desnudez del cuerpo
o, quién sabe, tal vez hablando solo del cuerpo sin el adorno o el cultural
encubrimiento de la ropa. Es posible que a estas alturas mi abuela lamente
haber consagrado su vida entera a mi abuelo o, lo que es peor, que mi abuelo se
hubiese adueñado de ella de pies a cabeza, de adentro y de afuera, así que su
único desquite fue privarlo de su desnudez.
Y
parece no importar que en playas, en la televisión, en las revistas o en
Internet las mujeres se floreen desnudas, mi abuela ha sacado el tema como si
lo extrajese de una galera sin fondo. Le da el mismo tratamiento que al tema de
la muerte, enfatiza las frases con la misma apretada circunspección. Me muerdo
para no decirle nada, empezando con la elección del tema en sí. Ella da su
elocución. Dice lo que ya le he escuchado decir desde
hace cincuenta años y entonces me siento fuera de lugar en el
extremo de esta mesa. Se está hablando de lo que únicamente puede ser visto y
no narrado, se intenta ponerle un corsé a la vida y, en el forcejeo, las
palabras nacen intrincadas, tristes, venidas a menos. ¿Qué estoy haciendo aquí?
¿De qué estamos hablando? La desnudez del cuerpo no es ni buena ni
mala, no es un atributo humano, ni siquiera es un incidente sino un estado
natural que la ropa encubre. Es como si dobláramos nuestros pensamientos e
intentáramos penetrar en la dobladura. Y no se trata de que mi
abuela esté sufriendo alguna clase de demencia senil, su enfoque
ante las cosas ha sido siempre el mismo, darlo vuelto todo, hacer tumba carnero
con los asuntos para sacarles el jugo y luego quedarse con nada.
“Nada”, dije, mientras mi abuela continuaba echando palabras al aire y
gesticulando. Mi cabeza, mis pensamientos, el andamiaje de mi cultura y hasta
mi memoria celular se apoyaban en ese despropósito, hablar de lo que fue puesto
cabeza abajo y luego presentarlo con el aspecto más natural. Hablar
de la muerte convirtiéndola en vida, hablar de lo malo presentado como bueno.
Hablar, hablar, hablar, inventar al mundo de nuevo cerrando los ojos. No es un
mecanismo del absurdo sino un gesto de impecabilidad que aplasta a garrotazos
el aspecto inconmovible de lo real. Entre lo percibido y lo que mi
abuela afirmaba ha existido un abismo y yo tuve que situarme
en medio de ese abismo.
Desde
este lado de la mesa, le digo a mi abuela que estoy cansada, que me voy. Ella
saca a relucir esos ojos de anciana que no quiere quedarse
sola. Pienso que no se anima a implorarme que me quede y no porque
añore mi compañía sino porque mi persona le brinda la excusa de hablar. Lo que
mi abuela necesita es sentirse acompañada por el sonido de su propia voz, por
el sentido peculiar de sus palabras que reinventan el mundo a cada rato. La
fuerza de lo real es tan potente que ella sabe que es preciso que la
contrariedad de sus palabras continúe y continúe contrarrestando lo que sus
ojos ven. La desnudez de un cuerpo es eso que de repente avasalla cuando la luz
se entromete entre nuestros ojos y el panorama que nos rodea. Mi
abuela, ahora lo sé, quiere hablar de lo que se ve y lo que no se
ve. Quiere que yo siga viendo a través de sus ojos y eso, además de
imposible, sería sencillamente insoportable.
PÁGINA 12 – ENSAYO
LILIANA
BODOC
(Santa
Fe-Argentina)
HABLAR
A LOS MALVONES
El arte no puede existir sino a través de una distorsión, de un quiebre, de una
revisión de la normalidad. La música es una alteración de los sonidos
habituales. La alfarería es una alteración del barro. La literatura es una
alteración del lenguaje. Y del silencio.
Pensado así, parece que el arte es, por definición, una instancia
transformadora. Cuanto menos podemos pensar que, para adentrarnos en la
propuesta del arte, es necesario desensillar el caballo de la pura, extrema y
urgente cotidianeidad, de la denotación, y de la prisa. El arte, cualquiera de
las disciplinas artísticas que conocemos, necesita una aceptación de lo
extra-cotidiano. Nos necesita capaces de saber y creer que el sentido de las
cosas está plegado como un abanico, que lo que a diario solemos ver es solo el
abanico plegado.
Para adentrarse en la palabra poética y literaria hace falta correrse del
lenguaje con el que, hasta recién, hablábamos con nuestro hijo, con nuestra
vecina…
¿Para hablar con palabras absurdamente coquetas? ¿Para decir blondo en vez de
rubio? ¿Para saturarnos de adjetivos? Claro que no, por supuesto que no. Para
hablar desde otro sitio y con otro propósito. Como suelen hablarles algunos a
sus plantas.
Hablar a los malvones es palabra poética. No importa si le decimos "Mirá
qué grandes están las margaritas" o "Buen día, qué lindo
amanecimos" o "Pobrecito, te meó el gato".
Es palabra poética por el origen y por el
propósito.
Le hablamos a los malvones desde lo ancestral, desde el viejo chamán que habita
nuestra historia, desde la fe. Hablamos con lo que no es evidente, hablamos
para romper las barreras de lo posible. No hablamos para adornar la realidad
sino para accionar sobre ella. Para que crezcan los malvones. Y es bien sabido,
los malvones florecen mejor cuando alguien les habla.
Hay ciertos versos en los que me quedaría a vivir. Porque proponen mucho más
que una línea musical y semántica. Porque proponen un mundo.
"Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido" Escribió Miguel
Hernández. Y yo quiero vivir en ese mundo
"¿Por qué he de empeñarme en que Dios sea una cosa mejor que este
día?" Escribió Walt Whitman
"Esa es tu pena. Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría
existir si no existieras" Escribió Olga Orozco.
Son mundos. O en todo caso, ensanchan el mundo. Son impugnaciones de la
normalidad.
El tiempo que nos fue otorgado, aun en los extremos de la longevidad, es muy
poco para tanta alma. Muy poquita cosa para todo lo que añoramos ser, ver. Para
todas las navegaciones y los naufragios que desearíamos experimentar.
Sin que sea tan evidente, ni factible de ser probado con el método científico,
creo que la palabra poética es una dimensión posible.
Vivir sin poesía es vivir menos. Menos vida, menos gente, menos posibilidades.
Como si tuviésemos una casa con sótano y altillo, y jamás los visitáramos.
Los sótanos y los altillos no son cómodos, asustan, ensucian. Uno llega ahí y
ya están los fantasmas. Recuerdos, promesas incumplidas, papeles fechados por
una mano ya muerta… Pero son parte de nuestra casa, de nuestra vida.
Ni nosotros, ni nuestros jóvenes, ni nuestros niños, ni nuestros malvones
podemos vivir sin poesía.
¿Qué más da que sea arduo? ¿Qué importa si se resisten a leer? ¿Cómo van a
amedrentarnos las nuevas tecnologías?
La poesía nos enseña a respirar de otro modo. Más pausado y más cierto.
Todos tenemos un verso en el cual nos quedaríamos a vivir. Un verso destinado a
ser nuestro lugar en el mundo. Hay que encontrarlo.
Y después, hasta podemos ver que hay otros habitando ese verso.
Que un verso es también un barrio. Que encontramos pares allí. Uno al que
le brillan los ojos igual que a mí me brillan. Una que pronuncia bajito igual
que yo pronuncio.
"Te recuerdo como eras en el último otoño"
"Hablaban de un caballo, yo creo que era un ángel"
"Conmigo se volvió loca la anatomía. Yo soy todo corazón"
"Solo porque un amigo es la vida dos veces"
"No sé qué tiene la aldea donde vivo y donde
muero, que de venir de mí mismo vivo más lejos"
"Los caminos perderán sus ciudades para verte"
Y para terminar, yo me pregunto: ¿No sigue viva, asombrosamente viva la flor
que guardamos entre las páginas de un libro?
PÁGINA 13 – CUENTO
MARTA
ORTIZ
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
BOSSA
NOVA
Amenazó
lluvia todo el día, pero a eso de las diez de la noche una firme cúpula de
estrellas sostuvo bien alta la estructura del cielo.
En
el bar, el espectáculo da comienzo. Sobre la pared de ladrillos, a un lado del
escenario, tres pinturas en tonos de azul. La silueta de la cantante se dibuja
intensa bajo una red de luces calidoscópicas. La bossa nova aceita el rítmico
cabeceo del público y recala sus acordes tibios en él, que la mira a ella con
un brillo ardido en la mirada.
El
avance del show lo predispone al éxito: el pacto secreto con ángeles
obsecuentes le prometió una cita con la cantante, o mejor, le prometió la
cantante misma. Sin proponérselo la imagina de aquí para allá en el interior de
una casita de azúcar con techo de oblea a dos aguas donde un día vivirán juntos.
Ella cuidará un heliotropo, lo regará todos los días a la misma hora.
Desde
el rectángulo que define uno de los cuadros en la pared de ladrillos, la cabeza
geométrica de un carnero lo mira a los ojos, azul.
Ella
canta “Tú no me conoces”, de Ray Charles. Él frota sus manos hasta sacarles
chispas. Pide un bis, otro café y una cerveza. A ella la voz se le hace agua,
más íntima y dulce; pero él, sin saber por qué, de golpe sombrío, piensa que a
pesar de las imágenes que lo atraviesan, es cierto, él no la conoce y ella a él
tampoco.
La
voz de terciopelo, ajena al desaliento del hombre, promete, transgrede,
sonoriza el vacío, se hace caracol, interpreta a Baden Powell, Toquinho,
Vinicius. Él sonríe y de nuevo el brillo ardido en la mirada hecha péndulo: de
la cantante al neón verde y azul en el cartel de Quilmes y del neón verde y
azul otra vez a la cantante.
“No
podemos ser amigos”, insiste ella, y entonces él, que todo el tiempo ha
interpretado un solo de ilusión, más que nunca duda y se siente obligado a
bajar de un trago la cerveza, imprevistamente perdido ante el vacío que no
acaba de abrirse a sus pies. “Desafinado”, de Bom Jovim marca el final y la
lluvia de una cálida retórica de aplausos antecede el último par de temas
pactados.
La
cantante se despide con una sonrisa y el abrazo de sus brazos extendidos, pero
a él ni lo mira. No obstante, aferrado a la quimera de un recital cantado sólo
para él, sonríe como si esperara algo: un souvenir, un regalo de la casa.
¿Acaso no le prometieron presentarle a la cantante ni bien acabara el recital?
No
sin estrépito y vidrios rotos regresa de su alocado circunloquio mental y la ve
a ella abrazada al guitarrista que en un gesto posesivo y fugaz le besa el
cuello. Antes de abandonar el local, ella se detiene, gira la cabeza y le
sonríe un saludo póstumo que él siente como la última moneda que tintinea al
fondo de la gorra pordiosera. La puerta vaivén queda temblando unos segundos y
la cantante se pierde en los túneles de la noche.
El
cielo encapotado a última hora responde firme al pronóstico de lluvia. El
hombre se levanta el cuello del abrigo, hay viento. Mira el cielo. Ni una
estrellita en lo alto de su página.
PÁGINA 14 – POESÍA
ARGENTINA
HORACIO PETTINICCHI
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
Por el sendero hecho de luz de luna, vestida de miel y
rocío ella caminaba, derramando sueños en las noches de los hombres,
sembrando estrellas en el vasto cielo, caminaba,
vestida de flores y hojas ella se escondía en los curvas de la luna, moviendo los labios, musitando palabras,
ella ofrendaba antiguas plegarias a diosas olvidadas,
perdidas dulzuras amanecían en su cara,
desnuda de todo, vestida de luna y ardores, ella caminaba,
una legión de mariposas estremecía sus muslos,
su vientre aguardaba, toda ella aguardaba,
presintiendo tal vez las pequeñas muertes que le serian dadas,
esperaba.-
mujer de luna-
sembrando estrellas en el vasto cielo, caminaba,
vestida de flores y hojas ella se escondía en los curvas de la luna, moviendo los labios, musitando palabras,
ella ofrendaba antiguas plegarias a diosas olvidadas,
perdidas dulzuras amanecían en su cara,
desnuda de todo, vestida de luna y ardores, ella caminaba,
una legión de mariposas estremecía sus muslos,
su vientre aguardaba, toda ella aguardaba,
presintiendo tal vez las pequeñas muertes que le serian dadas,
esperaba.-
mujer de luna-
SUSANA LAGE
(San Juan-Argentina)
MUERTOS
Más allá de mí,
de mis contornos,
están mis muertos mirándome de frente.
Mi infancia de poemas y lombrices,
un amor de tus ojos,
mi abuelo casi pájaro
y mi perro.
Más allá de mí
están todos los fantasmas carceleros
que no me dejan volar,
y me aprisionan
en el furor de la impotencia.
Más allá, tan allá de mis contornos,
borrándose, inseguros,
ellos me tienden una mano fatal.
Volver al aire tibio y luminoso
de ser germen feliz
dentro del cuenco
de mi infancia
de tus ojos
de mi abuelo
de mi perro.
TERESA LEONARDI HERRÁN
(Salta-Argentina)
OPERACIÓN “PLOMO FUNDIDO”
1937, abril 27, Guernica es incendiada desde el cielo
2008, diciembre 27, se inicia en Palestina otra lluvia de fuego
Hijos de la Shoá
(ese holocausto inscripto como mancha indeleble
en la piel de la historia)
¿son ustedes ahora
los que en el aire cavan tumbas para los niños
y renuevan el ciclo del hierro y la barbarie?
¿Con cuál llave abriremos la puerta del mañana?
¿Podrá crecer el árbol que dé luz y esperanza?
¿Qué Luxun nos dirá palabras-jabalinas
para de muerte herir este sol negro?
¿Qué Darwich regresará a cantarnos
su poema-intifada que derroque al infierno?
El amor derrotado
huye entre escombros que humean
y cuerpos que apagaron su resplandor carnal
¡No desesperen madres dolorosas del mundo!
Esta épica impura se hará ardiente memoria
y el viejo topo de las catacumbas
su insomne caminar seguirá terco
hasta que estalle el día de otro mundo posible
ROGELIO RAMOS SIGNES
(San Juan-Argentina)
ACTITUDES INCORRECTAS
Hagámonos promesas imposibles,
confiémonos secretos innecesarios,
preparemos recetas indebidas,
busquemos documentos inservibles,
digámonos frases indecentes.
confiémonos secretos innecesarios,
preparemos recetas indebidas,
busquemos documentos inservibles,
digámonos frases indecentes.
Y entonces sí
vayamos a dormir de un modo indeclinable
en paz con nosotros mismos,
sabiendo que en la mutua intimidad
los viejos cuerpos rezan como pueden.
vayamos a dormir de un modo indeclinable
en paz con nosotros mismos,
sabiendo que en la mutua intimidad
los viejos cuerpos rezan como pueden.
ANAMARÍA
MAYOL
(Victorica-La Pampa-Argentina)
ESTAS
PALABRAS
Estas palabras se retuercen
se enroscan en las vísceras
forman galaxias
constelaciones de olvidos
impulsan memorias
se desarman
se duelen en las manos
se reinventan
forman cruces serpientes
espirales cuchillos
no alcanzan a explicar el horror
cuando miro el mundo .
PÁGINA 15 – CUENTO
JOSÉ
LUIS PAGÉS
(Santa
Fe-Argentina)
PROTOCOLO
Ellos
por llegar y yo acá con el caballo. Ellos son gente seria. Manuel usa gemelos
de oro y corbatas de seda. Su mujer es muy distinguida, apenas se ríe, nunca
llora y me trata de usted.
No
se que hacer con esta bestia. Esta puede ser mi ruina social. Si no logro
encerrarlo en el placard estaré perdido. Si se tratara de otra gente lo
compartiría. Hasta lo prestaría pára una vuelta por el living y el pobre no
sería más que un pedazo de naturaleza desnuda o un poco de humo azul, según se
lo quiera ver.
Y
la culpa de esto la tiene la muchacha. Es ella que abre las ventanas mientras
se pasea con la escoba de una punta de la casa a la otra. Es ella, distraída,
Mil y una vez le he dicho que deje la casa cerrada, pero es como si nada. Estoy
harto de hurgar en los bolsillos y encontrar zorzales o calandrias en lugar de
anteojos o pañuelos.
La
última vez que vino Manuel tuve que disimular una gallina debajo del saco.
Durante toda cena hice eso. Fue muy molesto. Apenas si probé bocado. Ella, la
muchacha, se reía.
Ahora
está esto del caballo que no entra en el placard. Animal porfiado. Me duelen
las piernas de tanto patearlo. Y me da mucha tristeza y rabia. Tristeza por él,
porque no se merece este trato. No tiene para nada la culpa de nada. Y rabia,
porque no me queda otra cosa que hacer que ocultar las cosas que quiero.
Aunque
podría convencerlos. Convencerlos por ejemplo de la conveniencia práctica de
tener un caballo en el departamento, pero a decir verdad no tendría como
empezar. Yo mismo no se la encuentro. O decir que es habitual, común y
corriente este hecho, pero todos saben que no es así, y si lo fuera, la cosa no
iría más alla de de una justificación estadística.
Podría
aducir una cuestión de gusto, pero entraríamos en los terrenos de la estética y
aquí no solamente no estaríamos de acuerdo sino que Manuel se daría por
ofendido, él que usa corbatas de seda y gemelos de oro porque es lo que
estéticamente prefiere. Por lo demás, también son dogmáticos.
Y
es que de frente no entra y menos entra de perfil. Sólo queda probar sobre el
ropero. Pero allí, me parece, la muchacha ha dejado una bolsa con naranjas y ya
no resistiría tanto peso.
Ellos
están por llegar, podría dejarme de tantas cavilaciones, abrir las ventanas y
ponerlo a este en libertad, que se vaya por donde vino. Pero es que creo que no
quiero deshacerme de él. Otra vez me quedaría solo con mi sombra citadina.
Me
parece que voy a dejarlo con nosotros. Que esté con nosotros. Que ande entre
nostros. Que se siente en una silla junto a nosotros. Que beba con nosotros.
Aunque después nos señalen y se rían, y él se coma las flores del mejor mantel.
PÁGINA 16 – ENSAYO
JENNY LONDOÑO LÓPEZ
(Quito-Ecuador)
LAS MUJERES ECUATORIANAS Y LAS FUERZAS ARMADAS
Las sociedades
patriarcales se desarrollaron en torno a un proceso cultural androcéntrico,
giraban en torno a la concepción de que el paradigma de la cultura, del
conocimiento, de las ciencias y del progreso, era el hombre. La mujer estaba
más cerca de la naturaleza, de los instintos primarios, de los sentimientos y
lejos de la razón, lo que generó una subordinación histórica de la mujer, que
pasó a ser el otro polo de la relación binaria, en condiciones de inferioridad
y dependencia (hombre-mujer, fuerte-débil, cultura-naturaleza,
razón-sentimientos, dominio-sumisión).
Esta discriminación también tenía una relación intrínseca con la “fuerza
física”, pues siempre se consideró que las mujeres teníamos menos fortaleza
física que los hombres y esa justamente fue la causa para que la mujer siempre
fuese rechazada en los ejércitos.
Sin embargo existen
múltiples casos en los que las mujeres rompieron el tabú de su supuesta
incapacidad para participar en la guerra y una de las más conocidas es la
historia de Juana de Arco, quien dirigió al ejército francés con apenas 17 años
y entre 1929 y 1930 venció a los ingleses en la Batalla de Patay y otras.
Posteriormente, fue capturada y entregada a los Ingleses, quienes la condenaron
por herejía y la quemaron viva en Ruan, con la anuencia de la iglesia Católica.
El castigo conllevaba un mensaje para todas las mujeres que osaran romper sus
roles tradicionales. La iglesia la convirtió en Santa, veinte años después para
expiar su culpa en aquel horrendo crimen.
Habría que agregar las múltiples luchadoras en todas las guerras de
exterminio del mundo, y en los procesos de liberación, aunque la mayoría no
hubiesen pasado a la historia.
Por un principio
humanista estoy en contra de las guerras porque conllevan la violencia y las
imposiciones del bando más poderoso, pero si lo vemos desde el otro lado,
tenemos que aceptar que es un derecho de todos los países el tener unas fuerzas
Armadas que les permitan su defensa, en caso de un ataque alevoso de otro país.
En ese sentido, reivindico el derecho de las mujeres que así lo desearan a
conformar esas Fuerzas Armadas, y a prepararse para defender al país. En ese
ámbito el Ecuador ha avanzado mucho, pues goza de unas Fuerzas Armadas
profesionales y ha abierto sus puertas a las mujeres desde hace algunos
años. Sin embargo, es importante que
existan reglas claras para que las mujeres no sufran abusos ni violencia de
género en esta institución.
Las mujeres hicieron
parte de los ejércitos mundiales en tareas como las de enfermería y atención en
salud y en otras tareas logísticas. La Primera Guerra Mundial obligó a los
ejércitos a recibir mujeres para cumplir
con diversas tareas, pero también en la producción para reemplazar la mano de
obra de los hombres que estaban dedicados a la guerra. En URSS, durante la 2da.
Guerra Mundial, las mujeres debieron reemplazar a los millares de hombres
muertos en la conflagración para sacar al país de la hambruna.
En 1998, en Ecuador,
ingresaron las primeras 16 mujeres al Ejército, y hubo que cambiar la
infraestructura para recibirlas. En 2010, el Ejército ecuatoriano hizo una
convocatoria a mujeres bachilleres, pero también a mujeres profesionales sobre
todo en el área de la salud. En el mismo año tuvimos a la primera mujer piloto
graduada en las FFAA, Rosy Granja Benítez. En 2011 ya teníamos la primera
promoción de 41 mujeres soldados especialistas del Ejército.
El actual gobierno de
Rafael Correa sentó un precedente importante al haber nombrado en sus varios
gabinetes a un alto número de ministras de Estado, y por otro lado, el inusual
nombramiento de varias mujeres capaces en el Ministerio de Defensa. Otro hecho
destacable ha sido la elección de tres mujeres en las más altas funciones del
poder Legislativo y de muchas juezas en el poder Judicial, lo que ha influido
en un cambio de mentalidad y ha permitido una revalorización de los roles
femeninos en el Estado y en la sociedad ecuatoriana.
Finalmente, lo más
importante es que los conceptos formativos de los soldados, sean hombres o
mujeres, conlleven una visión estructural del ser humano, de sus libertades,
del respeto a su vida y a su dignidad, a sus derechos constitucionales y a su
pensamiento y de la obligación de defender nuestro territorio de todo intento
de invasión o ataque de poderes externos y de ayudar en todo momento a la
sociedad ecuatoriana en las múltiples tareas de un desarrollo equilibrado y
humanístico.
PÁGINA 17 – CUENTO
ALEJANDRO
ORELLANA
(Guaymallén-Mendoza-Argentina)
CALLEJERA
Piernas
largas, caminar sensual que se entremezcla con torpeza, tacos alto sobre una
vereda irregular y una pollera corta de cuero por el centro de Mendoza, es la
postal escondida, el secreto popular, la rosa mas espinosa. Pleno verano, siete
de la tarde, hablamos de unos treinta y cinco grados a la sombra, pero el
trabajo es el trabajo y la misión es cumplirlo. Para la bella Juana el dinero
en el bolsillo es un descanso para su mente y para un desesperado cliente, los
servicios de esta dama merecen lo que ella quiere.
La
esquina circunvalada por la movediza mujer, que siendo experimentada en la
profesión la desespera la desolación. Un automóvil se acerca a preguntar el
precio y el servicio, la respuesta lo supera y marcha a su casa en busca de
comida casera. Ella comienza a olfatear un mal día y la patrulla eso no
respeta, el oficial se baja con un temple socarrón y saluda como un respetable
servidor. Juana reacciona acida al saludo y comienza a defender su lugar en la
sociedad, el uniformado la hace enmudecer con un gesto manual y saca su garrote
con ánimos de intimidar. Al no haber dinero para pagar la seguridad es cargada
al móvil policial, aquello que empezó mal, se puso peor.
La
comisaria, a cinco cuadras del lugar, no fue el destino sugerido por el oficial
hacia el chofer de la patrulla y una plaza donde nadie concurría se frenó el
coche, para la otra propuesta de abono. La mujer se negó a dar su astucia en el
sexo a un patán miserable y fue obligada a entregar sin costo su estantería más
cotizada con tomas que el don aprendió en la academia.
Golpeada
y con un zapato volvió a su casa, rengueaba el mal trago, los bolsillos vacios
hacían más penas las penas y el recuerdo se enfrentaba a la necesidad, que era
amiga de la miseria. La soledad de ser de otros pagos la hacían más débil,
aunque la calle le proporcionó la temeridad de los sobrevivientes.
La
noche la invitó a promocionar su servicio y el maquillaje atrevido pudo
aparentar sanidad en su semblante. Muchos navegantes en el mar de lo fingido
pudieron hacer que la cartera de Juana se abriera y se cerrara varias veces.
Cinco de la mañana hora de aterrizar en una cama sin que las moscas molesten,
pero el recaudador fue informado por el búho y la nocturna se había
contabilizado, personal especializado para un trabajo paralelo, de quien hace
que cuida. Dos golpes en la barriga dejan arrodillada a Juana, el dinero se le
escapa y se introduce en la billetera del que goza el laurel en su gorra. El
chófer de la patrulla la mira de manera penosa y cobardemente hace vista gorda.
Juana
rumbea para su hogar, con dos billetes y con un par de golpes del rufián, la
caminata erguida, a pesar del cansancio de una noche agitada. La mujer siente
pasos que se acercan, ella apura su andar, pero de un brazo es capturada, el
conductor del móvil policial quería horas extras y a ella… un par de billetes
no le alcanza, negocian la cama y surge la mano de obra de la pasión falsa.
El
extremo comportamiento de Juana lleva al hombre a la cima, allá donde la
sexualidad se hace credo rabioso y al razonar lo aturde, dejándolo fuera de
servicio. Aparece la táctica de la simulada debilidad, las uñas comienzan a
crecer y nada será igual que ayer.
El
mediodía invita a comer y en el almuerzo la mujer comienza a tejer
pensamientos, la punta del ovillo la encuentra, el final sólo lo espera, no es
pretensiosa, no le interesa como venga.
El
ocaso del atardecer se presenta, la ansiedad sin ser la mejor moneda la
moviliza en el mercado de la entrega. Su mejor ropa hace la presentación y su
negocio ambulante comienza a moverse como pantera. Niega cada propuesta de
trabajo y el recaudador con uniforme se acerca, pide el tributo y se lo niegan,
opera por la segunda forma de pago y la mujer acepta.
En
el asiento trasero de la patrulla se produce el desembolso, el oficial comienza
la sesión de manera grotesca y el chófer siendo veedor de la
secuencia, como una maquina manejada de forma externa, dispara su arma
reglamentaria, depositando dos balas en la cabeza de su jefe, disputando un
amor que no era, aunque para él era fe ciega. Ella con un no estruendoso asusta
al matador y en huida del subalterno ella negó a dios, con el odio de los manso
que le tienen al que abusa de su inacción.
El
ateísmo fundamentado en un momento de su existencia, nadie muere sintiéndose
deseado siendo rapiña en la tierra… salvo que dios no exista, palabras que
repitió por mucho tiempo. Un ser en su vientre cambio la historia, los pañales
y comida agotaron su parte media. La calle en la noche no se enteró de nada, la
mujer vende su cuerpo, el uniformado con otro rostro recauda, el
vecino se queja, la sanidad está en falta y la meretriz sigue siendo una mujer
olvidada, que sólo la recuerdan como un tóxico de los que dicen que se aman.
PÁGINA 18 – POESÍA
AMERICANA
WLADIMIR ZAMBRANO
(Guayaquil-Ecuador)
Día 7
(Test de
evacuación)
a) Miento
y no he parado de hacerlo desde que aprendí a hablar
b) A veces la
mirada de los santos
que caminan por las noches
donde se copia el hambre…
c) Subo a lo
más bajo:
me purifico en lo más sucio…
Esta es la noche en que te digo: silencio…
Se acercan mis temores como una bandada de pájaros…
d) A veces
los nervios que se conjugan con el agua,
con los golpes que hunden los barcos
de la antigüedad más remota…
e) Dibújame
plagado de neblina
y encerrado con una pistola diminuta
f) Otra
vez es la noche en que te digo silencio
se acercan mis temores como una bandada de pájaros
Quítate los lentes…
Mírame
con tus ojos
humanos
FRANK
PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)
INVENTARIO
Se derrama el grito
y tu mirada sigue como ráfaga ardiente
por la ranura del cielo,
tu lengua interroga la mudez de mi piel.
y tu mirada sigue como ráfaga ardiente
por la ranura del cielo,
tu lengua interroga la mudez de mi piel.
Tus manos suscitan
lentejuelas fugaces.
lentejuelas fugaces.
Tu boca
acierta el furor de mis labios.
acierta el furor de mis labios.
Somos apenas
dos matices del rocío.
dos matices del rocío.
JORGE VINITZKY
(Montevideo-Uruguay)
DOS HERMANOS
Fuimos por los nuestros.
No estaban donde los dejamos.
Fuimos por sus huesos,
al último paraje.
Allí donde los enterramos.
La tierra habrá descarnado
sus amados cuerpos.
Fuimos a llorarlos.
Fuimos a venerarlos.
Fuimos por sus huesos,
y allí estaban ellos.
Pudimos sentirlos.
Nos miramos uno a otro
por poder verlos.
Fuimos por su recuerdo.
Fuimos por los nuestros.
No estaban donde los dejamos.
Fuimos por sus huesos,
al último paraje.
Allí donde los enterramos.
La tierra habrá descarnado
sus amados cuerpos.
Fuimos a llorarlos.
Fuimos a venerarlos.
Fuimos por sus huesos,
y allí estaban ellos.
Pudimos sentirlos.
Nos miramos uno a otro
por poder verlos.
Fuimos por su recuerdo.
GLORIA
CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)
DE
CARA AL CIELO
¡Ay
mi madre! y el soldado
se
quedó de cara al cielo
el
labio desencajado
bruma,
hielo.
El
río de los lamentos
arde.
Es
el rojo pavimento
en
el muro de la tarde
con
el último alarido
del
caído.
¡Ay
mi madre! ¡Ay mi bandera!
¡Ay
el pobre uniformado
la
anónima lanzadera
el
patio crucificado
llenando
con su delirio
esta
historia mal escrita
esta
guerra de martirio,
esta
hinchazón infinita!
que
solo cierra el camino
campesino.
Veredas
abandonadas
senderos
sin gentilicio
Colombias
irrespetadas
desconocido
suplicio
coja
va la muchedumbre
cojo
el perro, cojo el día
se
está volviendo costumbre
la
constelación vacía
el
despojo
el
cielo rojo
el
grito, la podredumbre.
Como
una canción ya oída
o
una cara conocida
se
van volviendo costumbre.
El
secuestrado
enjaulado
es
una fiera demente
o
una perdida contienda
lentamente
lentamente
se
está volviendo leyenda.
Guerra
que solo levanta
el
pobre y el olvidado
es una gota que canta
sin
cesar en el tejado
o
una llave
llena
de canas y herrumbre
¿Qué
hacer con la pesadumbre?
Nada
se
volvió
costumbre.
RONALD BONILLA CARVJAL
(San José-Costa Rica)
V
(HUACALILLO)
Hay un extraño sortilegio en todo,
un abalorio que no tiene precio,
un juego con niños que nunca acaba.
Y en medio, un pedestal para algún salto,
y al fondo, un grafiti en muro equivocado.
Hay un extraño que conjura y nos bendice.
El agua hace un recorrido lento
por dentro de la piedra.
Un juego de niños que no acaba.
Cantan las estrellas, desde el piso,
acostados a la orilla de la alberca.
El mar sonando como un sonámbulo olvidado.
Quizás no quede más que estas baldosas,
un paño,
un bombillo gastándose en la noche,
las botellas musicales de un guindajo,
la nasa de los viejos pescadores,
el ruido de las lapas del almendro,
los congos bostezando.
Un juego con niños
del que aún no me despierto.
PÁGINA 19 – CUENTO
AMANDA
PEDROZO CIBILS
(Asunción-Paraguay)
EL
APEPÚ
No
es que Toma'i fuera mudo ni escaso de entendimiento. Pero andaba por el mundo
como pandorga sin liña. Terminaron por dejarlo en el único lugar capaz de
calmar su llanto y esos gemidos como de deudo de muerto. Entonces instalaron al
niño frente a la máta (18) de apepú (19), y desde ese momento todos pudieron
desentenderse de su presencia sin gran esfuerzo. Tardes hubo en que el mita'i
(20) se negaba a entrar a la casa. Lo sabían por el silencioso estironeo que
los ponía fuera de sí, lo sabían al ver que el enojo le rompía en dos el moco
de la cara.
Poco tiempo pasó para que dejaran de esforzarse por quererlo, lo que hicieron sin sentimiento de culpa porque en eso se apoyaban unos a otros y después de todo el niño parecía no querer a nadie. Su delirio acabó con toda la paciencia que había en la casa de una sola vez. Se cansaron verdaderamente y mediante eso Toma'i pudo tenderse en paz los días enteros junto a la planta, sobando con sus deditos el nacimiento de las raíces, sin que nadie perdiese los estribos por eso. La desidia familiar había llegado hacía rato al colmo, pero él parecía agradecido cada vez que olvidaban meterla a la casa cuando llegaba la noche. La abuela Tomasa era la única que se pasaba los días persiguiendo con los ojos la obsesión de la criatura. La abuela Tomasa vivía llena de humillaciones y miedos. Se sentaba en su corredorcito en una hamaca. Se hurgaba la nariz, armaba su rodete con ayuda de un aropi (21) de oro que cuidaba más [34] que su vida o frotaba por sus piernas ensumidas (22) un pedazo de grasa de gallina que nadie más que ella podía tocar. La abuela Tomasa cayó en desgracia desde cierto rapto de taradez que tuviera como fruto de los cuatro vasitos de licor de huevo que se tomó sin respirar en memoria de tío Ceferino, quien murió pidiendo que le acercaran un traste (23) de mujer para no irse al otro mundo con las ganas. Fue cuando eso que la familia aprovechó para confinarla a una piecita en el fondo del patio, y jamás volvió a tomarla en serio aunque ella no volvió a reírse en toda su vida.
A medida que los otros se las arreglaron para no acordarse más de la molestia, Inocencia Socorrida enloquecía de pavor cada vez que veía a su hijo prendido a la planta de apepú. Le corría por la mente la idea de cortar el árbol pero las cuatro veces su intención chocó con las manitas llenas de tierra de la criatura. Inocencia Socorrida terminó haciendo la señal de la cruz cada vez que veía desde la cocina a Toma'i prendido al árbol de sus pesadillas.
La abuela Tomasa miraba cuanto iba aconteciendo y cada vez el rodete le salía más apretado y tenía que pasarse más veces el pedazo de grasa de gallina por las piernas ensumidas si quería contentarse. El apepú ese año reventó de flores y era tan intenso el olor en esa parte del patio, que únicamente Toma'i era capaz de aguantarlo. Juntaba minuciosamente los pétalos blancos que caían en círculo y reconstruía flores sobre las raíces del árbol. Mientras duró el tiempo de las frutas Toma'i se alimentó exclusivamente de la pulpa y hasta las hojas, lo que alivianó a todos del trabajo de llevarle de vez en cuando algo que comer y tomar. A medida que las manos se le quedaban amarillas y agrias el niño fue centrando su silencio y cuando la abuela notó su desesperación se instaló del todo en la hamaca esperando lo que había de pasar sin falta.
La lluvia del Viernes Santo comenzó con un rayo que echó [35] abajo la planta de apepú, momento exacto en que abuela y nieto llevaron corriendo su ansiedad hasta el árbol arrancado de cuajo. Toma'i empezó a cavar con apuro en medio de un llanto que le corría a chorros por el alma y que sólo la abuela podía ver porque era como si tuviera memoria de esas cosas desde antes, hasta que sus manos amarillas y agrias sacaron del todo la cajita de madera podrida que tenía dentro un poquito de tierra y unos cuantos huesos como de paloma muerta.
La abuela Tomasa se acostó esa noche tranquila por primera vez, después de acunar entre sus brazos a Toma'i para irle contando con esmero aquella vieja historia familiar que terminaba con un angelito enterrado en una cajita de madera, hasta esa lluvia del Viernes Santo que comenzó con un rayo.
Poco tiempo pasó para que dejaran de esforzarse por quererlo, lo que hicieron sin sentimiento de culpa porque en eso se apoyaban unos a otros y después de todo el niño parecía no querer a nadie. Su delirio acabó con toda la paciencia que había en la casa de una sola vez. Se cansaron verdaderamente y mediante eso Toma'i pudo tenderse en paz los días enteros junto a la planta, sobando con sus deditos el nacimiento de las raíces, sin que nadie perdiese los estribos por eso. La desidia familiar había llegado hacía rato al colmo, pero él parecía agradecido cada vez que olvidaban meterla a la casa cuando llegaba la noche. La abuela Tomasa era la única que se pasaba los días persiguiendo con los ojos la obsesión de la criatura. La abuela Tomasa vivía llena de humillaciones y miedos. Se sentaba en su corredorcito en una hamaca. Se hurgaba la nariz, armaba su rodete con ayuda de un aropi (21) de oro que cuidaba más [34] que su vida o frotaba por sus piernas ensumidas (22) un pedazo de grasa de gallina que nadie más que ella podía tocar. La abuela Tomasa cayó en desgracia desde cierto rapto de taradez que tuviera como fruto de los cuatro vasitos de licor de huevo que se tomó sin respirar en memoria de tío Ceferino, quien murió pidiendo que le acercaran un traste (23) de mujer para no irse al otro mundo con las ganas. Fue cuando eso que la familia aprovechó para confinarla a una piecita en el fondo del patio, y jamás volvió a tomarla en serio aunque ella no volvió a reírse en toda su vida.
A medida que los otros se las arreglaron para no acordarse más de la molestia, Inocencia Socorrida enloquecía de pavor cada vez que veía a su hijo prendido a la planta de apepú. Le corría por la mente la idea de cortar el árbol pero las cuatro veces su intención chocó con las manitas llenas de tierra de la criatura. Inocencia Socorrida terminó haciendo la señal de la cruz cada vez que veía desde la cocina a Toma'i prendido al árbol de sus pesadillas.
La abuela Tomasa miraba cuanto iba aconteciendo y cada vez el rodete le salía más apretado y tenía que pasarse más veces el pedazo de grasa de gallina por las piernas ensumidas si quería contentarse. El apepú ese año reventó de flores y era tan intenso el olor en esa parte del patio, que únicamente Toma'i era capaz de aguantarlo. Juntaba minuciosamente los pétalos blancos que caían en círculo y reconstruía flores sobre las raíces del árbol. Mientras duró el tiempo de las frutas Toma'i se alimentó exclusivamente de la pulpa y hasta las hojas, lo que alivianó a todos del trabajo de llevarle de vez en cuando algo que comer y tomar. A medida que las manos se le quedaban amarillas y agrias el niño fue centrando su silencio y cuando la abuela notó su desesperación se instaló del todo en la hamaca esperando lo que había de pasar sin falta.
La lluvia del Viernes Santo comenzó con un rayo que echó [35] abajo la planta de apepú, momento exacto en que abuela y nieto llevaron corriendo su ansiedad hasta el árbol arrancado de cuajo. Toma'i empezó a cavar con apuro en medio de un llanto que le corría a chorros por el alma y que sólo la abuela podía ver porque era como si tuviera memoria de esas cosas desde antes, hasta que sus manos amarillas y agrias sacaron del todo la cajita de madera podrida que tenía dentro un poquito de tierra y unos cuantos huesos como de paloma muerta.
La abuela Tomasa se acostó esa noche tranquila por primera vez, después de acunar entre sus brazos a Toma'i para irle contando con esmero aquella vieja historia familiar que terminaba con un angelito enterrado en una cajita de madera, hasta esa lluvia del Viernes Santo que comenzó con un rayo.
PÁGINA 20 – ENSAYO
UMBERTO
ECO
(Alessandria-Piamonte)
LA
MEMORIA VEGETAL
¿Hay
diferencias entre la primera galaxia Gutenberg y la segunda? Muchas. La primera
de todas: sólo los hoy arqueológicos procesadores de textos de comienzos de los
ochenta proporcionaban una comunicación escrita lineal. Hoy las computadoras no
son lineales; ofrecen una estructura hipertextual. Curiosamente, la computadora
nació como una máquina de Turing, capaz de hacer un solo paso a la vez, y de
hecho, en las profundidades de la máquina, el lenguaje todavía opera de ese
modo, mediante una lógica binaria, de cero-uno, cero-uno. Sin embargo, el
rendimiento de la máquina ya no es lineal: es una explosión de proyectiles
semióticos. Su modelo no es tanto una línea recta sino una verdadera galaxia,
donde todos pueden trazar conexiones inesperadas entre distintas estrellas
hasta formar nuevas imágenes celestiales en cualquier nuevo punto de la
navegación. Sin embargo, es exactamente en este punto donde debemos
empezar a deshilvanar la madeja, porque por estructura hipertextual solemos
entender dos fenómenos muy diferentes.Primero tenemos el hipertexto textual. En
un libro tradicional debemos leer de izquierda a derecha (o de derecha a
izquierda, o de arriba a abajo, según las culturas), de un modo lineal. Podemos
saltearnos páginas; llegados a la página 300, podemos volver a chequear o
releer algo en la página 10. Pero eso implica un trabajo físico. Por el
contrario, un texto hipertextual es una red multidimensional o un laberinto en
los que cada punto o nodo puede potencialmente conectarse con cualquier otro
nodo. En segundo lugar tenemos el hipertexto sistémico. La Web es la Gran Madre
de Todos los Hipertextos, una biblioteca mundial donde podemos, o podremos a
corto plazo, reunir todos los libros que deseemos. La Web es el sistema general
de todos los hipertextos existentes. Esta diferencia entre texto y sistema es
enormemente importante. Por ahora déjenme terminar con la más ingenua de las
preguntas que suelen hacernos, una pregunta donde la diferencia a la que
aludimos no se advierte con total claridad. Pero respondiéndola podremos
clarificar otra posterior. La pregunta ingenua es: "Los disquetes
hipertextuales, Internet o los sistemas multimedia, ¿volverán obsoleto al
libro?". Y así llegamos al último capítulo de la historia de
esto-matará-a-aquello. Pero aun esta pregunta es confusa, puesto que puede ser
formulada de dos maneras distintas: a) ¿Desaparecerán los libros en tanto
objetos físicos?; y b) ¿Desaparecerán los libros en tanto objetos virtuales?
Déjenme
contestar primero la primera. Aún después de la invención de la imprenta, los
libros nunca fueron el único medio de adquirir información. También había pinturas,
imágenes populares impresas, enseñanzas orales, etcétera. El libro sólo
demostró ser el instrumento más conveniente para transmitir información. Hay
dos clases de libros: para leer y para consultar. En los primeros, el modo
normal de lectura es el que yo llamaría "estilo novela policial".
Empezamos por la primera página, en la que el autor dice que ha ocurrido un
crimen, seguimos el derrotero hasta el final y descubrimos que el culpable es
el mayordomo. Fin del libro y fin de la experiencia de su lectura. Luego están
los libros para consultar, como las enciclopedias y los manuales. Las
enciclopedias fueron concebidas para ser consultadas, nunca para ser leídas de
la primera a la última página. Generalmente tomamos un volumen de una
enciclopedia para saber o recordar cuándo murió Napoleón, o cuál es la fórmula
química del ácido sulfúrico. Los eruditos usan las enciclopedias de manera más
sofisticada. Por ejemplo, si quiero saber si es posible que Napoleón conociera
a Kant, tengo que tomar el volumen K y el volumen N de mi enciclopedia. Y
descubriré que Napoleón nació en 1769 y murió en 1821, y que Kant nació en 1724
y murió en 1804, cuando Napoleón era emperador.
PÁGINA 21 – CUENTOS BREVES
J.M.TAVERNA
IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
LÁGRIMAS
Y DUELOS
Vacíos
por dentro y por fuera, lloran con los ojos secos. Están perdidos sin ella.
Están perdidos. Y sin embargo, Eloísa era tan sólo una musa. Podría haber sido
del tiempo de Musset. De tan devaída y frágil. Es que con ella se nos va la
tristeza. Entiéndanlo. Sin ella perderemos para siempre el spleen, esa forma de estar fuera de las formas tocables. Eloísa no
era de este mundo: por eso la lloramos.
Decretaron
duelo por tres días cuando murió el elefante. El circo ya no será más 4el
mismo. A los payasos se les corrieron las pinturas de la cara. Y los pumas
aullaron las tres noches sin función. Un enigma todavía no resuelto: dónde,
cómo y cuándo lo enterrarán.
Hemos
llorado mucho. Pero hoy, más calmos, comprendemos que todo había de suceder
así. Mamá ya no lo amaba. Y papá había perdido la razón por otra mujer.
Entonces, la hipótesis pudo tener visos de realidad. Cuando lo trajo, nos
pareció muy joven para ella. Pero estaba feliz y nada dijimos. Nada dijimos
cuando vino la otra. Nada dijimos cuando se armó un cuadrilátero doloroso. Nada
dijimos cuando papá ultimó a la nueva pareja de ella. Y nada dijimos cuando,
arma en mano, mamá hizo lo propio con la otra.
Ninguno
de los dos hizo duelo. Y no fue extraño, para nosotros, que mamá le enviara
mensajes de amor desde su celda y papá
le contestara con hermosas palabras desde el presidio distante.
Alforjas
vacías. Nada para llevar; nada para traer. Y sin embargo, vuelven serenos a
recomenzar el camino. Como si nunca hubiera estado trazado. Todos se han ido lo
más lejos posible y nadie quiere recordar. Borrando la memoria, el duelo es
menos cruel. Y sin embargo, allá, sobre la línea del horizonte, aún humean los
hornos.
PÁGINA 22 – POESÍA
AMERICANA
EMILIA MARCANO QUIJADA
(Ciudad Ojeda-Zulia-Venezuela)
¿Y tú, todavía lloras? Deberías curarte de eso.
A los velorios van tu madre, la mía, la de ellos.
y en lugar de llorar por el de turno, lloran
por ti, por mi, por ellos
como si hubiéramos muerto ese día.
No somos tan pendejos,
nosotros si sabemos
que estamos muertos desde hace años,
desde que nos marcó la piedra,
pero ellas se enteraron
apenas ahora.
A los velorios van tu madre, la mía, la de ellos.
y en lugar de llorar por el de turno, lloran
por ti, por mi, por ellos
como si hubiéramos muerto ese día.
No somos tan pendejos,
nosotros si sabemos
que estamos muertos desde hace años,
desde que nos marcó la piedra,
pero ellas se enteraron
apenas ahora.
MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)
ABISMOS
Precipicios
del silencio abren sus fauces
en donde
voces agónicas emergen.
Imploran desde
sus profundidades con gritos tácitos,
milenarios
crujidos de corteza en su estado primordial.
Flores de
magma en constante movimiento
suben por las
grietas sofocadas de impaciencia
y despliegan
sus alas, mariposas engarzadas
en
líquidos metales.
Los elementos,
arquitectos de los abismos,
cumplen sus
designios con admirable destreza
y apaciguan
las voces de la tierra desplegando
lágrimas del
cosmos sobre sus heridas abiertas.
En la espiral
del tiempo
hemos venido
una y otra vez a enlazar
nuestros destinos,
caemos en los
precipicios de la muerte
y clamamos
desde sus abismos por otra oportunidad.
Alguien dice
que los dioses no están contentos,
que todo este
torbellino es irreversible.
En su mudo
deambular eterno
la tierra da
a luz esperanzada, lanza su aullido perpetuo
abriendo sus
entrañas a la nueva vida
y en ese
momento, todo lo pretérito cae
absorbido por
la profundidad irascible del espasmo.
La voz de la
llaga convertida en polvo
toma el vuelo
buscando su origen más allá de las estrellas.
La partícula
dios,
manipula a su
antojo los destinos de la humanidad
en hallar
una nueva fórmula,
la receta con
los ingredientes perfectos de la existencia,
su origen, la
creación y posible destrucción.
Sin embargo,
los abismos guardan sus secretos con alevosía
y no darán
respuesta,
cerrarán sus
profundidades, acallarán los clamores
antes de que
el humano en su incesante búsqueda
apriete el
botón del exterminio.
Por eso,
será sólo un
repicar de campanas grises anunciando
la voz que no
queremos escuchar.
GRACIELA
GUERRERO GARAY
(Las
Tunas-Cuba)
NEXOS
El
corazón del mar clama tu nombre.
Las
olas zarpan sobre el muelle vacío,
una
lechuza hambrienta tiene frio.
En
el pasto dorado, muere un hombre.
Conquistaron
la tierra los leones,
marchitaron
el oro y la neblina.
Ya
no son puntiagudos los pezones,
donde
el rey sembraba su pamplina.
Titila
un vaho oscuro en las montañas,
Homero
esculpió el aire en un papel,
una
mujer de verde hace mañas
por
calentar su nido con la miel.
Acá
retoza un niño entre pañales.
El
hielo calentó el cielo amarillo,
los
peces crecen en lagos albañales
mientras
tu beso lo lavan con membrillo.
yanarys VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)
EPÍLOGO
Período de duelo,
una constante que signa mi existencia.
Gafas oscuras, para no ser descubierta,
cliché repetido hasta el cansancio por nosotros.
Hubo muchas palabras,
luego el silencio se apoderó de nuestras manos.
Nos ahogamos entre la lluvia de nuestros ojos
y la cama que ahora te abandona.
El amor, como yo, se fue alejando
hasta que ya no pude reconocer las señales
que me guiaran de vuelta.
Me perdí y conmigo arrastré
a los que siempre me sedujeron.
Si no existe la perfección del amor
mi destinoestá sellado.
Me convertiré en la sombra de mí misma,
en el recuerdo de la inocencia,
en los retratos que perdí intencionalmente,
en la tristeza y en algo solo
que se deteriorará con el tiempo.
GUSTAVO
PEÑALOSA CASTRO
(México D.F.-México)
(México D.F.-México)
4
No
quedaba mucho tiempo. En el sobre iban guardadas
sus
monedas, su llave, la tarjeta y el aroma deslavado
De
su pañuelo
Bajamos
la vista y el tren pareció detenerse
Bajamos
la vista necesariamente porque se trataba de nosotros
Condensamos
recuerdos de este lado del río
Apagamos
las luces y no dijimos nada después
Los
vimos llevarse las hojas secas, y las nubes
echaron
encima un vaho caliente y humedad y tiempo
y
la gente cruzó de un lado a otro y bajaron la cabeza
y
las tortugas, en ese verdor de la saliva sobre la yerba
transparente
indiferencia de techo de olvido
el
pañuelo, el pelícano, la herida
de
los hijos que miraban el pasado
con
los ojos cerrados
y
recostaban la cabeza en el pecho blanco
de
un mediodía de sol profundo
mientras
ellas buscaban debajo de la ropa
el
suelo intacto que soñaron la víspera
antes
de cruzar la acera
y
miraron los retratos que nadie reconocería
Y
la sal, juntábamos la sal y tocábamos la frente a cada uno
y
acariciábamos las palmas de las manos
antes
de la ejecución
PÁGINA 23 – CUENTO
MIGUEL
ÁNGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
SOLOS
Sale
de la casa y se encuentra sola. Con su vestido de flores apretadas y su bolso
gris. Pero sola. Se ve buscando a un hombre en mitad de su vida. Muy pintada,
los cabellos ya entrecanos camuflados bajo el color rojo chillón de la tintura
y las uñas mordidas en el fragor de la ansiedad. En la puerta, el barrio es el
de siempre: una larga calle arbolada y los chalecitos con maseteros y malvones
que vuelven cálida la soledad de las tardes. Cierra el portillo y corre el
pasador, después baja el escalón de granito y mira la vereda que el sol dejó
hace rato de sonrosar. Acostó a su madre, las mesas de noche cargadas con
frascos de remedios y perfumes, como un ídolo obeso, de oro y pedrería en el
centro de la cama. Habitualmente, antes de salir, la maquillaba y le anudaba un
pañuelo de encajes en la cabeza. Le ponía sus collares y sus anillos grandes,
de fantasía, que en la mano regordeta, parecían luces de navidad. Procuraba
disimularle las ojeras negras con esmero, sabiendo imposible acallar esas
manchas profundas y viejas con cremas y polvos. La vejez estaba ahí, había
hecho nido y ya no se movería de esos párpados. Por más que frotara, sin
consuelo, la vejez también estaba en ella, en su rostro de cuarentona fea y
solterona, lo mismo que un gusano que taladraba la piel hasta la llaga.
Camina
haciendo sonar los tacos en las baldosas. Los autos doblan y algunos
conductores la miran de reojo. Las flores de su vestido brillando ante el
fogonazo de las luces. Quiere mostrarse decidida aunque la forma de aferrar la
cartera delate su debilidad. Toda la noche en los hombros, piensa. Siempre le
había fascinado la noche, esa espesura de silencio en el borde del aire, ese
miedo que le daban las estrellas como ojos o como perforaciones sucias de
blanco. En la esquina había una parada de taxis. Ahí esperaría al gordo de los
miércoles, ese que conoció bailando tangos en un boliche del bajo, que le
mentía amor en la pieza de un hotel haciéndola sentir cobarde.
Aquel
hombre siente la soledad como nunca. Como una goma que se le pega en el cuerpo
hasta sofocarlo. Siente que se le acumula en la carne formando un callo entre
los pliegues, donde se juntan los gestos, los guiños, las miradas. Lo envuelve,
lo acosa, lo mantiene lejos de la cordura. No le permite reponerse del desorden
del miedo. Está atrapado. Se siente idiota al reconocerse indudablemente solo
en medio de todos los que dicen quererlo. Toma pastillas, bebe. Se consuela
viendo viejas películas, se habla de lo canalla que fue cuando tuvo la
posibilidad de ser querido y se hizo a un lado, sin empaque, entregado en el
desangre. Lee periódicos, manda mails, se deja caer en la web, hundiéndose en
el estallido del chat donde otros hombres buscan señales que se parezcan al
cariño, hiriéndose para sentirse vivos, regodeándose en la masacre de los
nombres para hacer del nick elegido una salida terca de la monotonía. Su
soledad es un bloque de cemento que se le clava en los costados, que tiene
puntas y lo invita a caer. Pero se levanta. Quiere morir, pero algo lo aleja de
esa idea. Un impulso, un improperio, una rebeldía única, nunca sentida,
colándosele dentro de las costillas como un viento envenenado pero salvador.
Las escenas de la película pasan ligeras, perversas. Isabel Sarli de
guardapolvo blanco, la luz salvaje, la actuación impúdicamente mala, la mujer bella
pero grotesca al fingir una calentura fatal. “Que pretende usted de mí”
borrando todo argumento. Sin entusiasmo, el hombre bosteza. Es lo único que le
pueden provocar esas contorsiones, esas lumbalgias de senos puestos de pie ante
la cámara. Al terminar de ver, recorre con los ojos la breve habitación, encoge
los hombros como si sintiera frío, aunque el calor es insoportable. Afuera la
gente también finge ser feliz. Inventa razones para la dicha, planea
encuentros, se ama, se busca, resbala en esa inercia de la amistad que va
quedando como una costumbre similar al afecto. La gente tiene más armas que él
para creerse feliz. Porque con la soledad se pierden las dimensiones de la
dicha ajena, es necesario convertirse en espectador de ella, ver mejillas iluminadas
de alegría, risas, el otro con el otro, para poder decir: “eso es lo que no
tengo”, eso es lo que otros tienen y yo lo dejé escapar, una simpleza, manos
que se juntan, calor en las bocas, la alegría, nada más, un bar, una
conversación, vestirse para otro, para que otro distinto complete el cuadro que
queda trunco si nadie mira, si nadie dice, estás hermosa o hermoso, sos mi
amor, sos mi vida, sos, simplemente. Se pone la camisa y sale. No sabe que se
encontrará con esa mujer, en el banco de cemento. Tan lastimosamente él en otro
sexo.
Se
convence de que el gordo de los miércoles no vendrá recién cuando ve al hombre
acercarse, pálido, como si el tiempo le hubiera lavado la sangre dejándolo así,
muerto y apagado en esa prontitud de sueño. Tiene los ojos chicos de espiar la
vida desde un lugar cerrado. Ella sabe de esas cosas. El gordo es casado,
mentiroso y da lástima arriesgarse a tenerle cariño. Ella pensaba todo en
función de su madre, hasta se sorprendió una noche midiendo si su amante
entraría en la cama de la vieja una vez que esta muriera. Se ríe de verse tan
pobre intentando atrapar las migajas que alimentan el resentimiento. Quiere que
ese hombre la vea, aunque sea ese, para no volver tan sin levante, tan
despiadadamente no elegida otra vez. Por eso cruza las piernas con lastimada
premura.
Sin
expresión el hombre se sienta al lado. Y se le presenta una casa gris, él
llegando de la oficina, la habitación a oscuras, una mujer en bata, un hombre
desnudo, un asombro, o dos, una pregunta que no se contesta, que no es
necesario responder, el adiós. Piensa ¿cómo matar lo que nunca tuvo vida?,
¿cómo hacerse cargo de un sueño, cuando todos se han terminado? Y piensa
también en el reposo de la mujer del banco, esa entrega, los ojos esquivos, la
duda y un tajo de labios rojos a modo de sonrisa que quiere ser agradable.
El
hombre huele a alcohol, a ropa transpirada y vuelta a transpirar. Recuerda a la
madre que le echaba los candidatos y ella que la dejaba hacer por comodidad,
por culpa. Y ahora ese, que no era lo que ella buscaba pero que está ahí, que
debía verla como una puta para facilitarle las cosas, para que el amor no
naciera, como no nació aquel único hijo que le hicieron y que tuvo que abortar
porque los hombres las quieren vírgenes, los hombres no las quieren rotas, la
madre llorando las faltas de una hija díscola, perdida.
—¿Vamos a algún lado?— propone.
—¿Vamos a algún lado?— propone.
Cuando
se reclina en el banco, sabe que esa mujer no le va a servir. Porque nadie
entiende que para odiar, para el rencor se necesita un asco, como comer bichos,
algo más deshonroso que encontrar a la propia esposa en brazos de otro o pensar
que aún alguien podía amar al burócrata disfrazado de marido que traía flores a
la casa y hablaba de las vacaciones. Es necesario sentir que la carne se
desgarra en cólera, no soñada sino viva, un asco destructivo, como estrellar un
puño contra la cara de alguien alguna vez deseado. Esa mujer es honesta. Tiene
una pena sentida y cierta, por más que proclame ser una cualquiera, por más que
vaya casa por casa diciendo su deseo, pidiendo mitigar sus calores de loca, la
inocencia se le desborda tras cada caricia. No le servirá, no. Ni esa noche ni
ninguna. Ni en el recuerdo, ni en la anemia de esas horas pasadas frente a la
computadora buscando otras hembras odiables y felices, otras putas a las que
dejar sin amor. Defraudado prepara la respuesta.
—Vivo cerca. Vamos a mi casa.
—Vivo cerca. Vamos a mi casa.
PÁGINA 24 – ENSAYO
CONSTANTINO
MPOLÁS ANDREADIS
(CABA-Argentina)
(CABA-Argentina)
RODOLFO
WALSH – OPERACIÓN MASACRE
Esta
novela, esta realidad, esta ficción a contrapelo, esta verdad. Qué quiere decir
obra maestra. Yo no soy quién, yo me lavo las manos, yo no estoy aquí para
dictaminar. Yo a lo que he venido es a callarme, a levantar una estatua con los
ojos, a derribar un muro, es decir a arribar. A llegar, o sin querer, a la otra
orilla. Y no hay río ni orilla, ni barco ni barrio ni ciudad. Lo que hay es un
jueguito de palabras, torpes palabras, meras palabras que vienen o que van. La
cuestión es adónde, el tema y el poema es ese adónde, pero que conste, ya que
después de todo, ¿y si no sobrevive la palabra? Qué más da, después de tanto,
esto no es un poema, ni una estatua, aunque sí una noticia, y más que una
noticia, un desvalido y superfluo titular. Lo que quiero decir porque no puedo,
no sólo no decirlo sino impedir que lo diga mi boca por mi mano, mi voz por
esta tinta con que escribo, mi corazón al fin, desde el principio: “Operación
masacre” es una novela magistral. Si hace honor a las letras argentinas,
suframos, pataleemos, demos vuelta las cosas, el tiempo como un guante, pero la
cosa es que Rodolfo Walsh ya no está. Y no está pero pudo haber estado. Y es
eterno pero está muerto y enterrado. Y no sólo es eterno, y no sólo está vivo,
sino que se murió y es inmortal. Murió en combate, como su hija, por una causa
en la creyó hasta el final. Y yo no justifico ni condeno. Yo soy un hombre, un
pobre hombre, encorvado ante un libro, y asombrado, que se saca el sombrero, y
las ideologías o los dados, y saluda, y reverencia y llora, de rabia, de dolor,
de impotencia ante el hecho consumado, y ya no hablo del libro, rebuzno por los
libros, que pudo haber escrito, que debió haber escrito, o tal vez escribió, y
el ciego es el que escribe, el hombre que ahora escribe, que está escribiendo
esta crónica o disculpas, o justificación o cobardía, o alevosía de la
hipocresía, o vaya a saber uno de quién es la verdad. Pero permítanme que me
baje del caballo, y a la distancia, no para ver mejor sino para que este elogio
sea entendido, en su justa medida, y en su oscura verdad, afirmar mientras sudo
de vergüenza, de vergüenza profunda, de sudor natural, que más allá de lo que
pueda separarnos, y a estas alturas ya casi no distingo que está bien o está
mal, que el escritor Rodolfo Walsh es todo un hombre, y aunque siempre un
muchacho, esta novela, ficción o testimonio, ficción o juicio, sentencia o
realidad, es ejemplo y belleza, árbol y fruto, vino en la copa y copa en su
verdad. Y si repito tantas veces esta antigua palabra, traidora y traicionera,
y cruel por neutral, no vayan a tomarla como suena, y si literalmente, yo pido
para ella no el canto ni la excusa, sino que se la lea y se la juzgue,
literalmente, literariamente, como lo que es, una palabra, como campana, o
buenos días, o pañuelo o paloma, uva, tranvía, calesita, soledad.
No
vayan a pensar, los que me desconocen, los que no me conocen, que esto que les
digo no es verdad.
PÁGINA 25 – CUENTO
ALFREDO
DI BERNARDO
(Santa
Fe-Argentina)
EL
CHICO CON EL QUE NADIE SE REÍA
Mientras
el guitarrista melenudo, joven talento del barrio, entusiasma a la concurrencia
cantando una chacarera, Ramón espía al público que se ha juntado en la
placita. Oculto a un costado del escenario, observa todo con ojos de niño
grande. Tiene 30 años, pero los festivales al aire libre todavía le provocan el
mismo cosquilleo de excitación que le causaban cuando era chico, como si estos
ratos de alegría popular fuesen el testimonio concluyente de que Dios aún se
acuerda de sus hijos. De todos.
Es
una tarde radiante de invierno y la placita se ha llenado de gente que, sea por
auténtico interés, por curiosidad o para disolver el aburrimiento de los
domingos, viene a ver los diferentes espectáculos que se están ofreciendo.
Algunos están sentados sobre el césped; otros han traído desde sus casas los
sillones plegables y el equipo de mate. Hay banderas y racimos de globos
ondeando en lo alto de las farolas, y un grupo de niños que cada tanto se aleja
del escenario y vuelve a correr detrás de una pelota.
La
escena le trae el recuerdo de una tarde similar en la plaza de su barrio, Santa
Rosa de Lima. Ramón tenía entonces 15 años y su vida era un inventario de los
lugares comunes que suelen jalonar la marginalidad. Pero a Ramón lo
distinguía, además, una timidez monumental. Parco al extremo, podía pasar
largos ratos entre la gente sin emitir palabra alguna, y cuando no le quedaba
otro remedio que abrir la boca, lo hacía pronunciando monosílabos en voz muy
baja.
Cuando
el hombre del aro en la oreja llegó al barrio con intenciones de reclutar pibes
en situación de riesgo para armar con ellos un grupo de teatro callejero, Ramón
estuvo en la reunión inicial sólo por inercia, arrastrado por el entusiasmo de
su primo Andrés, que integraba una murga en Yapeyú desde hacía unos meses y
venía llenándole la cabeza hablando maravillas de su experiencia con el
redoblante, la pintura y el disfraz. A la semana siguiente, sin embargo, Ramón
fue al primer ensayo por propia decisión. No supo muy bien qué buscaba, sólo
sabía que el hombre del aro en la oreja lo había mirado a los ojos y sin
desprecio.
La
timidez, sin embargo, le jugó en contra desde el principio. Se enredaba aún en
los parlamentos más simples, tartamudeaba, le costaba modular la voz para que
sus palabras resultaran audibles y, sobre todo, se quedaba duro, sin reacción,
ante el menor traspié. Preocupado por no poder revertir tamaño grado de
inexpresividad, el hombre del aro en la oreja optó por recurrir a lo básico:
“Vamos a hacer lo siguiente, Ramón”, le dijo una tarde, poniéndole una mano en
el hombro, con la actitud típica de los directores técnicos que dan
instrucciones al jugador suplente que está por ingresar. “Cuando yo le grite al
Gato ‘Me voy’, vos vas a entrar llevando unas cajas, entonces yo te
atropello, vos tirás las cajas para arriba y te caés de espalda”. Ramón no lo
dijo, pero sintió un profundo alivio al saber que, por lo menos, no tendría que
aprenderse un texto de memoria y repertirlo delante de todos los vecinos. Pero
las dificultades no se acabaron allí: la primera vez que ensayaron la escena,
Ramón cayó mal y no se desnucó por milagro. Con una paciencia a prueba de
contratiempos, el hombre del aro en la oreja le enseñó la técnica circense para
caer sin golpearse y, de a poco, las cosas empezaron a salir con mayor fluidez.
La
tarde prevista para la representación era similar a esta. Hubo música, títeres,
hubo una taza de chocolate caliente para todos los chicos y hasta actuó la
murga de Yapeyú en la que tocaba Andrés. Cuando llegó el momento de la obra,
Ramón se ubicó detrás de unos carteles y, en involuntaria imitación de la
estatua viviente que había visto una vez en la peatonal, se quedó parado con
las cajas listas en la mano, como si le hubiesen confiado una reliquia y
tuviese miedo de arruinarla o de perderla. Estaba asustado; un pececito
inquieto empezó a retorcerse en su pecho, retaceándole el aliento. Era como si
le hubiesen puesto el alma en una prensa. Cuando escuchó que le daban el pie, creyó
que le iba a reventar el corazón. Tragó saliva y salió de las sombras con esa
dosis fugaz de inconsciencia de quien se tira a un precipicio. Tal cual estaba
previsto, el hombre del aro en la oreja vino corriendo hacia él y se lo llevó
por delante. Ramón se desparramó aparatosamente sobre el piso mientras las
cajas volaban. Escuchó las carcajadas del público. Tendido, mirando el cielo
luminoso de julio, escuchó las carcajadas y se sorprendió, como quien descubre
en un recodo del camino un paisaje inesperado. Escuchó las carcajadas y fue
como si unos brazos tibios lo abrigaran. Escuchó las carcajadas y hubiese
querido quedarse así para siempre, atesorándolas, pero el Gato, con nula
sutileza, se encargó de recordarle por lo bajo que la obra seguía y que él
debía salir de escena.
“Che,
¿por qué te quedaste tanto tiempo tirado en el suelo?”, le preguntó el hombre
del aro en la oreja un rato más tarde, cuando todo habia terminado y la plaza
ya estaba sumida en esa melancolía viscosa que sucede a toda fiesta. “Estaba
escuchando la risa de la gente”, explicó él. Y enseguida, sin sospechar el
desamparo sideral que evidenciaban semejantes palabras en boca de un chico de
15 años, agregó: “Nunca nadie se había reído conmigo”.
El
guitarrista melenudo concluye su actuación y los vecinos lo ovacionan. Ramón se
desentiende bruscamente de los recuerdos y se concentra en el ahora, en el
trajín de la gente del sonido, que trabaja cerca de él. El presentador pasa a
su lado y consulta: “¿Estás listo?”, Ramón asiente y ve cómo el hombre camina
hacia el centro del escenario, toma el micrófono y comienza a hablarle al
público con énfasis festivalero. Él se queda aguardando expectante. La timidez
no lo ha abandonado y todavía siente el aleteo del pececito en los minutos previos,
pero no le importa porque ya se acostumbró: hace años que visita hospitales y
recorre los barrios más pobres de Santa Fe con su vocación solidaria a cuestas.
“Con
ustedeeeees…”, anuncia el presentador. Ramón se acomoda el sombrero por última
vez y verifica que la nariz roja esté bien ajustada. Después, traga saliva y
sale a escena. El chico con el que nadie se reía finge que se tropieza y
realiza una acrobática pirueta. Un centenar de carcajadas llega hasta él para
abrigarlo.
PÁGINA 26 – ENSAYO
FERNANDO
G. TOLEDO
(San Martín-Mendoza-Argentina)
EL
POETA, EL INSECTO
Hay poetas constantes y poetas estacionales. Los primeros, claro está, escriben siempre, donde y cuando sea. Suelen ser prolíficos y no hay día, hora o clima que perjudique o beneficie su escritura. Otros somos más bien poetas «estacionales»: lidiamos durante todo el año con la prosa de los días, del trabajo y las obligaciones, y, quizá porque necesitamos tener los músculos de la lírica descansados, solemos escribir poemas sólo cuando estamos de vacaciones. A Gustav Mahler le pasaba lo mismo cuando quería componer. Debía dejar a un lado las obligaciones propias del mejor director de orquesta de su tiempo para, recién entonces, imaginar y poner en partitura esas sinfonías oscuras, estremecedoras y hermosas que trazó en sus retiros veraniegos de Steinbach o Maiernigg [1].
Ser poetas estacionales, y cuya savia de versos se estimula en el verano, nos pone a la altura de los insectos. Esto sucede cuando, bajo la lámpara que nos acompaña en las «rondas nocturnas» a la caza de un poema, somos de pronto golpeados por un bicho volador. Al levantar la vista descubrimos el enjambre de desquiciados seres que giran como satélites perdidos alrededor de la luz, criaturas que golpean el farol, que incluso sacrifican sus pobres vidas breves con tal de tocar –como ícaros que no aprendieron la lección– esa irresistible fuente de energía.
Es cierto que lo primero que hacemos al interrumpir nuestra faena es combatir esa invasión. Usamos las manos o el insecticida. Cerramos la ventana o, ya en el límite de la desesperación, apagamos la lámpara. Allí es cuando descubrimos a nuestros semejantes: no lo sabíamos, pero habíamos estado haciendo lo mismo. Como los insectos, los poetas aparecemos ex nihilo en las noches, bajo las lámparas que guían nuestro desorbitado vuelo. Fabio Morábito , dice que siempre se escribe en silencio, aunque haya ruido a nuestro alrededor [2]. Creo que también siempre se escribe de noche, con la guía de una luz tenue que no lleva a otra parte más que a su propio resplandor. Cada verso es un golpe contra el candil. El canto de la mano corre con violencia un insecto que se ha pegado al papel –o a la pantalla de la computadora portátil–, y corre de algún modo lo erróneo de otro canto (lírico), el que estamos escribiendo.
Si no estuviéramos inmersos en el mundo parasitario de la poesía, la luz apenas nos serviría para iluminar el camino. Pero somos poetas estacionales, insectos, bichos de luz, y queremos más que eso. Hacemos lo que Horacio Castillo escribió, tal vez bajo el haz de una lámpara larvada, en ese magnífico poema: «...luchamos, sí, / pero apenas por un poco más de luz, / la dignidad de haberlo intentado» [3]. Entendemos que hay un daño implícito, pero como Jacobo Regen («Sé dura, oh luz, conmigo») preferimos lastimarnos («hiere profundo, profundo») [4].
Y sólo de a ratos, en medio de un verso recién escandido o al concluir un poema, al percibir la mañana que despunta, miramos de nuevo la lámpara y nos llega una oportunidad. Ahí están los versos o la página en blanco; ahí, la incandescencia. Y hay que decidirse. Tendremos que elegir entre chocar contra el destello o sobrevivir a la próxima noche.
Notas
[1] Walter,
Bruno. Gustav Mahler. Alianza Música, 2007.
[2] Morábito,
Fabio. El idioma materno. Gog & Magog, 2014.
[3] Castillo, Horacio.
«Apenas por un poco más de luz», en Por un poco más de luz. Obra poética
1974-2005. Brujas, 2005.
[4] Regen, Jacobo. «10»,
en Umbroso mundo. Fondo Editorial de Salta, 2013.
PÁGINA 27 – CUENTO
MONICA
RUSSOMANNO
(Santa
Fe-Argentina)
INOCENCIA
El
siempre ha habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente,
lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha
deambulado largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y
de almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de
plumaje fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo
ígneo, en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del
día.
Solo
es. La dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una
jaula estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos
y en imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La
lluvia limpia el universo cada vez.
No
conoce la pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto
retorcido le brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos
de esférica alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas
fundidas a la perfecta simetría de las telas de araña.
Ah
la alegría de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.
Solo
es. La soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no
lo abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello
lo mantiene salvo de su oscuro veneno.
Siente
el gozo de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de
capullo cóncavo.
Solo
es. Nada lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir
mansamente. Nada lo inquieta.
El
ojo de agua en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí
mismo como si no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y
es su imagen. No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo
aferra la bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.
Único
y completo, solo es.
En
su universo habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña
entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente
una muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita
muchacha entrevista, entredormida, entresoñada.
Súbita
muchacha en el lecho de trébol húmedo.
Jóvenes
brazos de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.
El
bosque expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino,
escultura blanda. De pronto el bosque expone su secreto.
Es
la doncella florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque
halla su expresión en una criatura que lo resume.
Se
acerca con pasos breves.
La
recorre tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las
promesas de la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves
aleteantes. Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados,
cada aroma de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.
El
bosque es esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.
Se
acerca con pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente
por primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora
desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es
separación y lejanía.
Ha
recibido la amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada
maldición de saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este
instante en que ya no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el
bosque.
Decir
que los hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.
PÁGINA 28 – CUENTO
JORGE
LUIS BORGES
(Argentina:1899/1986)
EL
EVANGELIO SEGÚN MARCOS
El
hecho sucedió en la estancia Los Álamos, en el partido de Junín, hacia el sur,
en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su protagonista fue un estudiante
de medicina, Baltasar Espinosa. Podemos definirlo por ahora como uno de tantos
muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria
que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía
y que una casi ilimitada bondad. No le gustaba discutir; prefería que el
interlocutor tuviera razón y no él. Aunque los azares del juego le interesaban,
era un mal jugador, porque le desagradaba ganar. Su abierta inteligencia era
perezosa; a los treinta y tres años le faltaba rendir una materia para
graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que era librepensador, como todos
los señores de su época, lo había instruido en la doctrina de Herbert Spencer,
pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le pidió que todas las noches
rezara el Padrenuestro e hiciera la señal de la cruz. A lo largo de los años no
había quebrado nunca esa promesa. No carecía de coraje; una mañana había
cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres puñetazos con un grupo de
compañeros que querían forzarlo a participar en una huelga universitaria.
Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o hábitos discutibles: el
país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que
usamos plumas; veneraba a Francia pero menospreciaba a los franceses; tenía en
poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en
Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son mejores jinetes que los
de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo, le propuso veranear en
Los Álamos, dijo inmediatamente que sí, no porque le gustara el campo sino por
natural complacencia y porque no buscó razones válidas para decir que no.
El
casco de la estancia era grande y un poco abandonado; las dependencias del
capataz, que se llamaba Gutre, estaban muy cerca. Los Gutres eran tres: el
padre, el hijo, que era singularmente tosco, y una muchacha de incierta
paternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo que tiraba a rojizo y de
caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del capataz había muerto hace años.
Espinosa,
en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba. Por
ejemplo, que no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas y que
nadie sale a andar a caballo sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo
llegaría a distinguir los pájaros por el grito.
A
los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse a la capital para cerrar una operación
de animales. A lo sumo, el negocio le tomaría una semana. Espinosa, que ya
estaba un poco harto de las bonnes fortunes de su primo y de su
infatigable interés por las variaciones de la sastrería, prefirió quedarse en
la estancia, con sus libros de texto. El calor apretaba y ni siquiera la noche
traía un alivio. En el alba, los truenos lo despertaron. El viento zamarreaba
las casuarinas. Espinosa oyó las primeras gotas y dio gracias a Dios. El aire
frío vino de golpe. Esa tarde, el Salado se desbordó.
Al
otro día, Baltasar Espinosa, mirando desde la galería los campos anegados,
pensó que la metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo menos esa
mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos
parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el
caballo o desde nuestra altura. La lluvia no cejaba; los Gutres, ayudados o
incomodados por el pueblero, salvaron buena parte de la hacienda, aunque hubo
muchos animales ahogados. Los caminos para llegar a la estancia eran cuatro: a
todos los cubrieron las aguas. Al tercer día, una gotera amenazó la casa del
capataz; Espinosa les dio una habitación que quedaba en el fondo, al lado del
galpón de las herramientas. La mudanza los fue acercando; comían juntos en el
gran comedor. El diálogo resultaba difícil; los Gutres, que sabían tantas cosas
en materia de campo, no sabían explicarlas. Una noche, Espinosa les preguntó si
la gente guardaba algún recuerdo de los malones, cuando la comandancia estaba
en Junín. Le dijeron que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una pregunta
sobre la ejecución de Carlos Primero. Espinosa recordó que su padre solía decir
que casi todos los casos de longevidad que se dan en el campo son casos de mala
memoria o de un concepto vago de las fechas. Los gauchos suelen ignorar por
igual el año en que nacieron y el nombre de quien los engendró.
En
toda la casa no había otros libros que una serie de la revista La Chacra,
un manual de veterinaria, un ejemplar de lujo del Tabaré, una Historia
del Shorthorn en la Argentina, unos cuantos relatos eróticos o policiales y una
novela reciente: Don Segundo Sombra. Espinosa, para distraer de algún modo
la sobremesa inevitable, leyó un par de capítulos a los Gutres, que eran
analfabetos. Desgraciadamente, el capataz había sido tropero y no le podían
importar las andanzas de otro. Dijo que ese trabajo era liviano, que llevaban
siempre un carguero con todo lo que se precisa y que, de no haber sido tropero,
no habría llegado nunca hasta la Laguna de Gómez, hasta el Bragado y hasta los
campos de los Núñez, en Chacabuco. En la cocina había una guitarra; los peones,
antes de los hechos que narro, se sentaban en rueda; alguien la templaba y no
llegaba nunca a tocar. Esto se llamaba una guitarreada.
Espinosa,
que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar
su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Aires aburriría a los
muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba
lugares a los que no iba nunca y no iría: una esquina de la calle Cabrera en la
que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a
unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien
dónde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que
estaba aislado -la palabra, etimológicamente, era justa- por la creciente.
Explorando
la casa, siempre cercada por las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las
páginas finales los Guthrie -tal era su nombre genuino- habían dejado escrita
su historia. Eran oriundos de Inverness, habían arribado a este continente, sin
duda como peones, a principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con
indios. La crónica cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían
escribir. Al cabo de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el
castellano, cuando Espinosa los conoció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero
en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista
y las supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no
escucharon.
Hojeó
el volumen y sus dedos lo abrieron en el comienzo del Evangelio según Marcos.
Para ejercitarse en la traducción y acaso para ver si entendían algo, decidió
leerles ese texto después de la comida. Le sorprendió que lo escucharan con
atención y luego con callado interés. Acaso la presencia de las letras de oro
en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le
ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos
historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una
isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las
clases de elocución en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.
Los
Gutres despachaban la carne asada y las sardinas para no demorar el Evangelio.
Una
corderita que la muchacha mimaba y adornaba con una cintita celeste se lastimó
con un alambrado de púa. Para parar la sangre, querían ponerle una telaraña;
Espinosa la curó con unas pastillas. La gratitud que esa curación despertó no
dejó de asombrarlo. Al principio, había desconfiado de los Gutres y había
escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba
consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes
tímidas, que eran inmediatamente acatadas. Los Gutres lo seguían por las piezas
y por el corredor, como si anduvieran perdidos. Mientras leía, notó que le
retiraban las migas que él había dejado sobre la mesa. Una tarde los sorprendió
hablando de él con respeto y pocas palabras. Concluido el Evangelio según
Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre le pidió que
repitiera el que ya había leído, para entenderlo bien. Espinosa sintió que eran
como niños, a quienes la repetición les agrada más que la variación o la
novedad. Una noche soñó con el Diluvio, lo cual no es de extrañar; los
martillazos de la fabricación del arca lo despertaron y pensó que acaso eran
truenos. En efecto, la lluvia, que había amainado, volvió a recrudecer. El frío
era intenso. Le dijeron que el temporal había roto el techo del galpón de las
herramientas y que iban a mostrárselo cuando estuvieran arregladas las vigas.
Ya no era un forastero y todos lo trataban con atención y casi lo mimaban. A
ninguno le gustaba el café, pero había siempre un tacita para él, que colmaban
de azúcar.
El
temporal ocurrió un martes. El jueves a la noche lo recordó un golpecito suave
en la puerta que, por las dudas, él siempre cerraba con llave. Se levantó y
abrió: era la muchacha. En la oscuridad no la vio, pero por los pasos notó que
estaba descalza y después, en el lecho, que había venido desde el fondo,
desnuda. No lo abrazó, no dijo una sola palabra; se tendió junto a él y estaba
temblando. Era la primera vez que conocía a un hombre. Cuando se fue, no le dio
un beso; Espinosa pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Urgido por una
íntima razón que no trató de averiguar, juró que en Buenos Aires no le contaría
a nadie esa historia.
El
día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con
Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres.
Espinosa, que era librepensador pero que se vio obligado a justificar lo que
les había leído, le contestó:
-Sí. Para salvar a todos del infierno.
-Sí. Para salvar a todos del infierno.
Gutre
le dijo entonces:
-¿Qué es el infierno?
-Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.
-¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?
-Sí -replicó Espinosa, cuya teología era incierta.
-¿Qué es el infierno?
-Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.
-¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?
-Sí -replicó Espinosa, cuya teología era incierta.
Había
temido que el capataz le exigiera cuentas de lo ocurrido anoche con su hija.
Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos. Espinosa
durmió una siesta larga, un leve sueño interrumpido por persistentes martillos
y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se levantó y salió al corredor.
Dijo como si pensara en voz alta:
-Las aguas están bajas. Ya falta poco.
-Ya falta poco -repitió Gutrel, como un eco.
-Las aguas están bajas. Ya falta poco.
-Ya falta poco -repitió Gutrel, como un eco.
Los
tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición.
Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha
lloraba. Espinosa entendió lo que le esperaba del otro lado de la puerta.
Cuando la abrieron, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: es un jilguero.
El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz.
PÁGINA 29– POESÍA
EUROPEA
YVETTE
SCHRYER
(Raanana-Israel)
AL
HIDALGO DE LA MANCHA
Caballero
sin mancha ,que venero,
admite mi presencia en toda andanza
detrás de tu escudero Sancho Panza,
al sol de julio y en el crudo enero.
Desmazalado hidalgo de alma pura
deseo ser la sombra de tu sombra
esa voz que te sigue y no te nombra
por no dar más razón a tu locura
A Rocinante curaré la herida
después de tus embates contra el viento
cuando duermas soñando la embestida.
Embrujado desde el primer llamado
en que me invocas*, ya sin dudas siento
ser tu servil “lector desocupado” .
*”Desocupado lector,” son las primeras palabras del prólogo del Quijote
admite mi presencia en toda andanza
detrás de tu escudero Sancho Panza,
al sol de julio y en el crudo enero.
Desmazalado hidalgo de alma pura
deseo ser la sombra de tu sombra
esa voz que te sigue y no te nombra
por no dar más razón a tu locura
A Rocinante curaré la herida
después de tus embates contra el viento
cuando duermas soñando la embestida.
Embrujado desde el primer llamado
en que me invocas*, ya sin dudas siento
ser tu servil “lector desocupado” .
*”Desocupado lector,” son las primeras palabras del prólogo del Quijote
XIMENA GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)
© SEIS LETANIAS PARA
VIOLETA
(dedicadas a Violeta Parra)
IV.
¡ Vuelta!
Por faldeos
precordilleranos
navega otra vez tu
puerta abierta
Violeta agua de yerba
riendo
tañerá tu guitarra en mi
piano
otra vez cantando la
cueca
como Beethoven la
cadencia
Violeta pensar de paloma
Violeta humilde ramito
Violeta del aire fresco
del pajarillo naciente
Violeta de la bandera
Violeta de Chile ausente
Violeta del alto La
Reina
pasionaria lejana
ausente
símbolo del destierro
de las esperanzas
perdidas
hijos, hijas, golondrina
Violeta de la carta
angustia
cogollito sin respuesta
Violeta Parra.
TANIA LIBERTAD
(Elche-España)
Cuando
vos te vayas,
cuando
siga estando sola
y
sólo mis muertos y las cloacas
me
acompañen.
Cuando
la pulcritud se vuelva parte de mi.
Como
algo natural.
Me
arrepentiré de lo que no fuimos,
de
las paredes que no pintamos,
las
sillas vacías.
Arrepentirme
por dejar de usarnos.
Siendo
secuestrada
por
el misterio,
por
los espacios tan grandes
donde
juntos nos devorábamos
y
a bocados nos estafábamos con la mirada,
sin
juicio alguno,
buscándonos
entre la multitud del aire,
para
revolcarnos entre la tierra
y
convertirnos en cartógrafos
de
nuestras islas. Tus mares.
Cuando
vos te vayas
y
se vincule lo efímero con lo eterno
auspiciando
que el espíritu
de
nuestros cuerpos
violen
en el frío y la oscuridad
de
la habitación
la
respiración agitada
de
tu pelo en las sabanas
yuxtaponiendo
tus labios en mi piel
mientras
columpiamos
las
vértebras del silencio
en
la penumbra.
Cuando
vos te vayas
despertaré
de este sueño
para
renacer entre las mesas
y
sobre los sillones floreados,
renacer
como el sonido,
los
niños, abriendo y cerrando las puertas
que
cultivan en mi piel,
Tu
imagen.
MAHMUD
DARWISH
(Acre-Palestina)
ENAMORADO DE PALESTINA
Tus ojos son una adorada
y dolorosa espina en el
corazón.
Que preservo del viento,
y que clavo muy hondo,
más allá del dolor y de
la noche.
Con cuya luz alumbran
los candiles
y se hace mañana mi
presente.
Y yo olvido al instante
-al encontrarse el ojo
con el ojo-
que una vez fuimos dos
tras de la puerta.
ISABEL REZMO
(Úbeda-Jaen-España)
NEBULOSA
Iniciando la
noche,
Suben los
bellos corceles,
Ataviados de
cítaras,
Bordeando la
sal
Emergen como
luciérnagas,
Lucen como
sirenas.
Amanece como
los suspiros.
Nítido tiempo
en el descaro,
Aplaudiendo
entre las mieles,
Bebiendo el
néctar de las flores,
Elevan sus
voces al tiempo,
Libres en la
ternura.
Mar adentro en
tus abrazos,
Amor entre
mariposas
Ríos en
ardiente calma,
Isla eterna
donde
Amarte es mi
paciencia.
(A mis hijas)
PAGINA 30 – ENSAYO
ÁNGEL
ROSENBLAT
(Polonia
/Venezuela-1902/1984)
LA
PALABRA POÉTICA
Mito,
magia, poesía, religión, razón, lenguaje, están íntimamente amalgamados en la
historia y en la vida del hombre. Son hilos —dice Ernst Cassirer— de la inmensa
red que constituye el universo simbólico en que se desenvuelve el hombre. La
existencia misma del lenguaje, ¿no es un hecho mágico? ¿Cómo puede la palabra,
un soplo sonoro —«aire herido», según Fernando de Herrera, el Divino; «humo de
la boca», que se desvanece en el aire según el jeroglífico chino—, transmitir
el amor, el odio, la alegría o el dolor, las ideas más intemporales y
abstractas, el deseo y la voluntad, de una persona a otra? ¿Y además, fijarse
ese soplo en papel, pergamino o celuloide, y viajar por todas las lejanías y
perpetuarse por los siglos de los siglos?
La
palabra es creadora del mundo, o creadora de mundos, en los viejos textos
religiosos. Y los viejos textos religiosos son textos poéticos, o los viejos
textos poéticos son textos religiosos. Su virtud y eficacia reside en la
pronunciación y recitación fiel de cada verso, de cada sílaba. La palabra en
ellos tiene valor sacramental, y su poder se mantiene si no se contamina con el
uso cotidiano, si se fija en los moldes misteriosos o herméticos de la vieja
lengua sabia, que encarna, para los fieles, la lengua misma de la divinidad (el
hebreo bíblico, el latín de la Iglesia, el eslavo antiguo). De ahí la
tradicional resistencia ortodoxa a que se incorporen a la profanadora lengua
general. Los musulmanes creen que el Corán conserva toda su fuerza divina en el
texto original, y que la pierde en la traducción, en lo cual no les falta
razón. La traducción es siempre una profanación. Desprendida de la fuente
divina, el destino de la palabra es la constante secularización o profanación.
Con todo, la palabra conserva siempre, más o menos oculto, el sello de la creación original. El filólogo, desde la antigüedad griega, se afana por buscar, detrás de la máscara de cada una, la palabra etimológica, es decir, la verdadera (tò étimon). El filósofo, la palabra elemental, la palabra única que abarque y explique todas las otras («conservar en su verdad la fuerza de las palabras más elementales, en las que nuestra Realidad se expresa a sí misma», es su misión, según Heidegger). Y el poeta, la palabra esencial («La creación poética —ha dicho Gerhard Hauptmann— consiste en dejar oír detrás de cada palabra la palabra esencial»). La poesía crea sus mundos con la materia sutil e inasible de la palabra. Degas, desencantado de la pintura, quiere hacer versos, porque tiene ideas. Pero en vano. Mallarmé le advierte: «La poesía no se hace con ideas; se hace con palabras». Cuando es auténtica, nos transporta a los tiempos en que era canto mágico o religioso. Porque el poeta, además de ser poietés, artesano creador, ha sido vate, es decir, oráculo, augur, profeta. Así lo sentía don Ramón del Valle Inclán:
Con todo, la palabra conserva siempre, más o menos oculto, el sello de la creación original. El filólogo, desde la antigüedad griega, se afana por buscar, detrás de la máscara de cada una, la palabra etimológica, es decir, la verdadera (tò étimon). El filósofo, la palabra elemental, la palabra única que abarque y explique todas las otras («conservar en su verdad la fuerza de las palabras más elementales, en las que nuestra Realidad se expresa a sí misma», es su misión, según Heidegger). Y el poeta, la palabra esencial («La creación poética —ha dicho Gerhard Hauptmann— consiste en dejar oír detrás de cada palabra la palabra esencial»). La poesía crea sus mundos con la materia sutil e inasible de la palabra. Degas, desencantado de la pintura, quiere hacer versos, porque tiene ideas. Pero en vano. Mallarmé le advierte: «La poesía no se hace con ideas; se hace con palabras». Cuando es auténtica, nos transporta a los tiempos en que era canto mágico o religioso. Porque el poeta, además de ser poietés, artesano creador, ha sido vate, es decir, oráculo, augur, profeta. Así lo sentía don Ramón del Valle Inclán:
Son
las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo.
Matrices cristalinas, en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron
y nosotros ya no podemos ver, por nuestra limitación mortal, aun cuando todas
las imágenes y todos los verbos sean eternidades en el seno de la luz, como
explicaba el mago Apolonio de Tyana. Para el iniciado que todas las cosas crea
y ninguna recibe en herencia, la luz es numen del Verbo. Las palabras en su
boca vuelven a nacer puras como en el amanecer del primer día, y el poeta es un
taumaturgo que transporta a los círculos musicales la creación luminosa del
mundo.
Y
aún agregaba:
El
idioma de un pueblo es la lámpara de su Karma. Toda palabra encierra un oculto
poder cabalístico: es Grimorio y Pentáculo... El pensamiento toma su forma en
las palabras como el agua en la vasija.
En
la poesía —«el más inocente de los menesteres», decía, no sin ironía,
Hölderlin— revive el poder mágico de la palabra, «el más peligroso de los
bienes», como agregaba él mismo. La palabra recobra en ella su vieja carga de
misterio y terror. Lo que parece hoy menester del poeta era en otros tiempos
fervorosa e ingenua devoción. Todavía en nuestros días se detiene ante la
palabra un escritor tan representativo como Jean-Paul Sartre. Para él es
sagrada cuando es uno el que la dice («indica una trascendencia más allá del
mundo») y es mágica cuando otro la oye, pues ejerce su acción a distancia
(L'être et le néant). Y cuando Sartre quiere reconstruir (o construir) su
infancia, y hablarnos de sus primeras lecturas y sus primeras creaciones y
sueños de escritor, titula su libro: Las palabras (Les mots, París, 1964).
Sartre confiesa que descubrió el mundo a través del lenguaje, y que por eso
tomaba el lenguaje como si fuese el mundo. Existir era para él tener un nombre
en las Tablas infinitas del Verbo; escribir era grabar en ellas seres nuevos o
cautivar las cosas vivas en las redes de las frases. No amaba —dice— más que
las palabras, y le parecía que su destino era «levantar catedrales de palabras
bajo el ojo azul de la palabra cielo».
SUPLEMENTO
INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA
30 -CUENTO
NORMA
SEGADES-MANIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LA
DAMA VERDE.
Pertenece
a la raza de las aladas hijas de la tierra. Se afinca en espesuras cercanas a
los bosques o paredes de fosos y castillos que miran hacia el sur.
Tal
vez entre los mármoles quebrados de antiguos cementerios. Siempre en el sitio
exacto donde las nieblas trepan las mañanas con sus dedos de calmas y sigilos.
Contaban
los abuelos que en la maraña de su pelo rojo se extravían las almas de los
elfos.
Surgió
en los torbellinos de las primeras luces, desde el útero mismo de una luna
perfecta, antes de que el silencio pronunciara los nombres de la vida.
Tiene
ojos de esmeralda y sonrisa traviesa.
Una
vez, cuando andaba la inocencia corriendo por mis venas y sólo el corazón era
el amo y señor de mis miradas, pude ver el contorno de su rostro hundido en las
texturas de la hiedra. En la pared de musgos y yesqueros. Cercana a los racimos
bien olientes. Donde dormían los diamelos.
Vigila
el mundo atávico en el que afloran identidad de frondas, de florestas.
A
veces se enamora de los hombres y aguarda a que la noche le permita hallarlos
en la médula del sueño para robar su savia, sus semillas…
Entonces
secretea, enciende pájaros, establece susurros de raíces, de campos
satisfechos, de septiembre hecho lluvia despeñándose en pactos renovados y
aromas y frescuras y promesas. Embriagada de luz y primavera es feliz como
nunca.
Y
nacen de su risa todas las mariposas.
PÁGINA 31– POESÍAS
NELVY BUSTAMANTE
(Marcos
Juárez-Córdoba-Argentina)
CORAZÓN MOLINO
A Matías
En un pastito seco
la avispa hace equilibrio y sueña sueños de agua.
Una mariposa se hamaca en la campanilla. Tiene números en las alas y no sabe contar.
Y no le importa; las flores le cuentan sus secretos.
Yo muerdo el jugo verde del hinojo. Un panadero me besa.
Mi corazón es un molino de viento.
Una mariposa se hamaca en la campanilla. Tiene números en las alas y no sabe contar.
Y no le importa; las flores le cuentan sus secretos.
Yo muerdo el jugo verde del hinojo. Un panadero me besa.
Mi corazón es un molino de viento.
PUERTAS O BARCAS
¿Y si las puertas
al mar
no se abren con palabras?
Sería mejor entonces
que en la boca del viento
fueran barcas violetas
mis palabras.
no se abren con palabras?
Sería mejor entonces
que en la boca del viento
fueran barcas violetas
mis palabras.
PÁGINA
32 – CUENTO
BEATRIZ ACTIS
(Sunchales-Santa Fe-Argentina)
EL CARRO DE BABEL
Un señor tenía un
pato que ladraba. Lo metió en un canasto con tapa y se fue a recorrer las
plazas de los pueblos.
Le decía a la gente que tenía un pato que ladraba, pero nadie le creía. “Si me dan una moneda”, les decía, “se los muestro. Si no ladra, les devuelvo la moneda y les doy otra más”.
Entonces sacaba al pato (que como estaba un poco confundido no ladraba), le hablaba en la oreja para convencerlo y el pato ladraba.
Con el dinero que ganó gracias al pato, el señor se compró una motoneta (para él) y un carrito (para el pato).
El carrito tenía una sola rueda e iba enganchado a la motoneta como un sidecar. También le compró un casco al pato.
Un buen día, el señor encontró un gato que hacía mu, y también lo metió adentro del carrito. Se llevaba muy bien con el pato.
Le decía a la gente que tenía un pato que ladraba, pero nadie le creía. “Si me dan una moneda”, les decía, “se los muestro. Si no ladra, les devuelvo la moneda y les doy otra más”.
Entonces sacaba al pato (que como estaba un poco confundido no ladraba), le hablaba en la oreja para convencerlo y el pato ladraba.
Con el dinero que ganó gracias al pato, el señor se compró una motoneta (para él) y un carrito (para el pato).
El carrito tenía una sola rueda e iba enganchado a la motoneta como un sidecar. También le compró un casco al pato.
Un buen día, el señor encontró un gato que hacía mu, y también lo metió adentro del carrito. Se llevaba muy bien con el pato.
Después encontró un perro que hacía miau y tuvo que agrandar el carrito. En realidad, lo cambió por otro más grande (un carro, y no un carrito). Compró dos cascos más. Fue entonces cuando encontró la vaca que hacía cua y tuvo que comprar un carromato de circo para que entraran todos. (Los cascos ya no eran necesarios). En el viaje los animales conversaban, porque si no, se aburrían. Se hicieron muy amigos.
En medio de la larga travesía por la llanura, el pato le enseñó a ladrar al perro, el perro le enseñó a maullar al gato, el gato le enseñó a mugir a la vaca y la vaca le enseñó a parpar al pato.
Entonces se dieron la mano, abrieron la puerta del carromato y cada uno se fue por la vida con rumbo distinto.
Ahora que eran bilingües podían trabajar como traductores (sobre todo el pato, el gato y el perro) o como secretaria ejecutiva (sobre todo la vaca).
También podían publicar un diccionario vaca-gato, gatovaca; pato-perro, perro-pato; etcétera.
El señor les vendió el carromato a los gitanos y se fue con su motoneta a buscar algún gladiolo con olor a jazmín o bien, alguna mandarina con gusto a banana.
No sabemos qué tal le fue.
Todos los textos,
fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de
sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos
las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente
procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en
valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.