Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 104– AGOSTO de 2015– Año IX – Nº 8


Imágenes:  RICHARD S. JOHNSON (Chicago-Estados Unidos)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)

DEFENSA DE LA PALABRA

3.
Mucho se ha discutido en torno de las formas directas de censura bajo los diversos regímenes sociales y políticos que en el mundo son o han sido, la prohibición de libros y periódicos incómodos o peligrosos y el destino de destierro, cárcel o fosa de algunos escritores y periodistas. Pero la censura indirecta actúa de un modo más sutil. No por menos aparente es menos real. Poco se habla de ella; sin embargo, en América Latina es la que más profundamente define el carácter opresor y excluyente del sistema que la mayoría de nuestros países padece. ¿En qué consiste esta censura que nunca osa  decir su nombre? Consiste en que no viaja el barco porque no hay agua en el mar: si un cinco por ciento de la población latinoamericana puede comprar refrigeradores, ¿qué porcentaje puede comprar libros? ¿Y qué porcentaje puede leerlos, sentir su necesidad, recibir su influencia? Los escritores latinoamericanos, asalariados de una industria de la cultura que  sirve al consumo de una elite ilustrada, provenimos de una minoría y escribimos para ella. Esta es la situación objetiva de los escritores cuya obra confirma la desigualdad social y la ideología dominante; y es también la situación objetiva de quienes pretendemos romper con ellas. Estamos bloqueados, en gran medida, por las reglas de juego de la realidad en la que actuamos. El orden social vigente pervierte o aniquila la capacidad creadora de la inmensa mayoría de los hombres y reduce la posibilidad de la creación - antigua respuesta al dolor humano y a la certidumbre de la muerte - al ejercicio profesional de un puñado de especialistas. ¿Cuántos somos, en América Latina, esos "especialistas"? ¿Para quiénes escribimos, a quiénes llegamos? ¿Cuál es nuestro público real? Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.


PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

ALEJANDRA MENDEZ BUJONOK 
(San Cristóbal-Santa Fe-Argentina)

DE LA MANERA EN QUE ME SALVO

No uso reloj en la muñeca
(es triste el mundo de los ajustados)

No uso gafas oscuras de sol
(es triste el mundo de los escondidos)

No uso paraguas de la lluvia
(es triste el mundo de los protegidos)

Me salvo así
(o eso creo)

De pensar el control de los objetos.
De pensar la distancia de los otros.
De pensar que la lluvia es una maldición.

LIANA FRIEDRICH
(Rafaela-Santa Fe)

EXPIACIÓN

Un activista por la paz
creó la dinamita
y el desierto desbordó
de arenas putrefactas.
Su testamento
no tiene nombre
porque hiede la culpa
encarcelada en hangares
de sueños  sin alas.
Arde la mentira
en las pantallas
del propio yo,
hasta resquebrajarse
con verdes escupitajos.

MIRTA GAZIANO
(Santa Fe-Argentina)

COMO LAS ALAS

Lábil, tenue
se desplaza feliz la mariposa

no atino a nada que cambie ese momento
mi mirada se pierde entre el follaje
donde en leves zigzagueos se ha metido.

Fluye mi pensar como esas alas en perfecta libertad
para enlazar palabras a un poema.

Será etéreo
quizás menudo como el cuerpo del insecto
tendrá alternancias
tomará descansos entre frase y frase
dará su esencia
concretará una idea
o sumará nostalgia
por su intangible brote de sugerencias nuevas.

Será un poema que vuele
de mano en mano
de mirada a mirada
cumplirá su destino para lo que fue creado.

MIRYAM COLOMBOTTO DE SEIA
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)

DIVERSA

Soy la voz
apenas audible
eligiendo palabras
que cubran
la desnuda soledad de mis playas.
Diversa
añorante
apenas con tiempo de segar la tarde.

Pero también me declaro
rescoldo
que aún respira bajo las cenizas
clandestina
anónima.

Sobrevivo
descortezando el aire.
Que respire la flor
atardecida
en mi talle.

HECTOR BERENGUER
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

Espuma y agua nuestros días
remotos surcos donde se tejen y destejen
las horas en sus secretas nervaduras.
Fuimos una promesa,
¿Pero quiénes fuimos y qué prometimos ?
Es tarde para explicar nuestra niñez
un libro abierto en la línea del tiempo
donde todo se cumple pero de otra manera.
¿Cuál fue nuestra secreta dinastía ?
¿Cuál nuestro legado?
¿Qué voces vinimos a escuchar ?
¿Si todo el mundo escucha voces ?
Nosotros solo las voces de la vida .
Tiempo que humedeces el pan como la carne
en el lento acuerdo de las horas.
¡ Déjanos un ojo abierto para mirar el cielo !
El otro ya lo donamos a la tierra.
Semillas encarnadas
vimos la muerte terrible en los retratos
y juntos abrazamos lo que estaba perdido.
Así vivimos los unos en los otros sin saberlo.
Tu casa sigue allí,
entre las enormes piedras
donde Luz me enseñó a encontrar violetas
en el oscuro cauce del arroyo de los guindos.
Somos ya dos tallos del viejo manzano
que aun da frutos entrado el otoño
clara la mirada guardián de la inocencia.
Aun nos queda asombro.
Dedicado a Alicia Montagnini 


PÁGINA 3 – CUENTO

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

ELIANA FRENTE AL ESPEJO

Abrió la ventana de su cuarto, una capa blanca esparcida sobre el verde del césped confirmaba lo que sintió al salir de la cama tibia para comenzar el día. El jardín helado demostraba que el frío no era una sensación sino una cruda realidad. Preparó su desayuno mirando  un sol todavía débil, los junquillos en flor parecían estacas, la blancura de las camelias clandestinizaba el color de la escarcha sobre las flores que asomaban tímidamente y de a dos como vanguardia de la explosión de vida que anunciaba el período de floración.
Hacía días que Eliana se sentía como un papel al viento, le parecía girar enredada en una telaraña de brisa caprichosa, autoritaria, despótica, que le impedía sentirse libre, dueña de sus propias decisiones equivocadas o no, pero suyas. Hacía días, también, que no sabía si era ella o eran otros los que habitaban su cuerpo menudo del que la masa muscular fuera exiliándose lentamente cuando las hojas del calendario se desprendían sumisas sobre el escritorio de madera oscura.
Afuera de la casa comenzaba a despertar la calle; en el interior, la cafetera cumplía obediente su tarea. Eliana tendió la mesa y se paró frente al espejo para poner orden a la rebeldía de sus cabellos lacios que en las noches, mientras ella dormía, daban rienda suelta a sus antojos despatarrándose sobre su cabeza. De pronto se sintió invadida por una oleada de sorpresa que hizo lugar también para la aparición de un cierto temor. ¡No podía creer qué cosa estaba viendo, allí, donde esperó encontrarse ella, como siempre!
El espejo no le devolvió su rostro, solo reflejaba un papel escrito que bailoteaba desplazándose por la habitación. La hoja amarillenta se movía  dentro del perímetro que delimitaba la frontera entre la realidad y una fantasía no visibilizada hasta ese momento. Algo, como una brisa extraña,  hacía girar la cuartilla como si estuviera buscando una posición determinada donde detener su anárquico desplazamiento. De pronto se ubicó hacia la parte izquierda del marco donde aparecieron imágenes de un pasado lejano y otro que no lo era tanto.
Emergieron,  del otro lado del cristal, rostros queridos y otros intimidantes lo que le produjo un escozor que la alejó  por un momento del lugar, pero era tal la curiosidad despierta que la empujó hacia adelante dando su nariz contra el vidrio como si quisiera analizar cada cosa que iba apareciendo.
 Lo primero que vio fue a una niña muy rubia jugando entre signos de interrogación cuyas puntas pinchaban sus deditos pequeños.
¿Será que los interrogantes no tienen respuesta para la niña? Pensó Eliana sin dejar de observar con la misma extrañeza,  lo que parecía pertenecer a un mundo extraño del que no formaba parte o al menos eso creía.
A unos centímetros de la niña  una mujer muy bella, joven,  hacía señas dulcemente a la pequeña. La niña que sostenía uno de los signos  preguntaba por su padre al que no veía desde hacía muchos días. Al fondo de la habitación una anciana con cabellos canos que parecían ríos de plata, abrió sus brazos queriendo acurrucar a la criatura que corrió a refugiarse allí. Eliana sonrió con tristeza como si intuyera quién era esa niña.
El papel dentro del espejo volvió a desplazarse,  lo hizo hacia la derecha dejando estática a la imagen anterior. Ella seguía sin encontrarse, como si el cristal se resistiera a reproducirla. Como si alguna situación extraña estuviera devorando su presente.
Fijó la vista tratando de descubrir qué apariencia se asomaba desde la luneta enmarcada entre varillas de bronce lustrado y fue cuando divisó tres picos montañosos de roca sólida erguidos sobre un hermoso prado. Flores de colores brillantes bordeaban la serranía como empuntillando las laderas de las montañas. Una luz tenue iluminaba los picos descendiendo de las redondeces de una luna ausente y de un sol también invisible.
Otra luna, mucho más cercana  aportaba su resplandor envolviendo las elevaciones y acariciando la pradera. Creyó ver su rostro difuso en ese planeta estático pero la visión no demoró nada en esfumarse.
Dos capullos celestes descansaban  sobre la hierba entre las flores, al pie de los montículos  y a lo lejos dos arco iris parecían custodiar su sueño plácido resaltando la belleza de la alegoría. Atrás de la imagen un grupo de mariposas blancas entonaba una canción de cuna que a Eliana le recordaba algo, pero no pudo saber qué.
Eliana estiró su mano como queriendo introducirla para acariciar el paisaje, quería ser parte viva de esa visión, tomar entre sus manos los capullos que seguían descansando como si estuvieran protegidos dentro de un sueño de amor.
Fijó su mirada en el centro del espejo esperando que el papel se detuviera allí, sin embargo seguía sin encontrar su rostro, su cuerpo, su mirada. Algo que le permitiera sentirse viva, humana, quería recuperar a  la mujer que fuera y que últimamente parecía estar escapando de su propia realidad.
No logró verse, las imágenes anteriores se fueron borrando despacito. El papel se acercó lentamente al marco hasta quedar en un primer plano absoluto. Solo, completamente vacío,  sin signos gráficos enlazados formando algún extraño mensaje no legible, pero mensaje al fin.
Afuera la helada se iba derritiendo, adentro de la casa, en la base del espejo, una arrugada hoja de papel escrito que parecía haber andado mucho por los vericuetos del tiempo, se acurrucó entre los pies de la mujer que lo pisó sin querer,  dejándolo aplastado sobre el mármol.
Eliana lo recogió, pasó sus dedos sobre la superficie ajada llevándola hacia su pecho, como la abuela a la niña dentro de la escena impactante ya dormida. Las lágrimas brotaron de los ojos de la mujer que derramaron lágrimas que parecían perlas de nácar y ausencias.


PÁGINA 4 – RESEÑA

ILDIKO NASSR
(Jujuy-Argentina) 

ALGUNAS PALABRAS

La dinámica de la propuesta es sencilla. Se había solicitado con anterioridad que los interesados trajeran dos poemas: uno propio y otro de un autor que les agrade. La convocatoria excedió todas las posibilidades de largas devoluciones o diálogos sobre las lecturas. Más de treinta personas reunidas con el propósito de leer poesía, de compartir un poco de un universo particular. Para preguntarnos acerca de lo que la poesía significa para cada uno. Porque ‘poesía’ es uno de esos términos plurívocos que despiertan múltiples interpretaciones y abren caminos a veces insospechados. Mirar. Lo aparente. Sentimientos. Una forma de decir. El poder de las palabras. La voz de mi madre. La infancia. El amor. Inasible. Algo que se escapa. Magia. Conocimiento. Música. Creación. Amor. Cadencia.
Sentido. Lectura. Una forma de compartir. La poesía es todo eso y más. Y es amor y son palabras. Y con cada lectura, nos sumergimos en un océano desconocido. Y nos encontramos. Más de treinta personas abstraídas de las bombas por el festejo de los 83 años de Gimnasia y Esgrima de Jujuy. En un círculo mágico donde las palabras de los otros se hicieron carne en las voces que resucitaron y resignificaron unos pocos que tuvimos la intención de utilizar la poesía para homenajear a la poesía. Unos pocos con una necesidad de compartir y de conocer ese arte tan esquivo y difícil de definir (pero fácil de disfrutar). 
Escuchamos las voces de Gioconda Belli, Pablo Neruda, Nazim Hizmet, Edmundo García Caffarena, Arturo Capdevilla, el rey David, Luis Alberto Spinetta, Alfonsina Storni, Julio Cortázar, Manuel J. Castilla, Federico García Lorca, Mario Benedetti, Amado Nervo, Domingo Zerpa, Dora Treggini y muchas otras.
Y como bien nos aclaró Susana Quiroga: ‘La poesía tiene que movernos, conmovernos, tocarnos’. ¿Por eso será tan difícil de definir? ¿O será su carácter esquivo y cambiante lo que nos impide asirla y se
escapa en su interminable afán de libertad?
Maravillados. Sorprendidos. La poesía emerge desde diferentes estéticas y temáticas, y nos reúne en ese círculo en el que los lectores parecemos iguales, pero con diferentes árboles creciendo adentro. Así, contenido,cadencia, mensaje y sentimiento, se unen en una invitación para nuevas lecturas (o escrituras).


PÁGINA 5 – CUENTO

ABEL ESPIL
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

MONTEVIDEO
                                                                                                 
La primera ves que fui a conocerla, viaje toda una noche. El vapor de la carrera, avanzaba a andar despacio, como  para que el deseo de llegar fuera creciendo en cada uno de sus tripulantes.
Nos recibió un amanecer fresco y nublado.
Esperando la entrega de los autos, aprecié el pequeño puerto de Montevideo. No habíamos cenado nada bien la noche anterior.
Por ese motivo conocimos las diversas parriladas, debajo de un enorme techo de chapa. Nos sentamos en unos altos taburetes y desde allí íbamos señalando en la parrilla, lo que queríamos degustar.
La experiencia era atípica. Son muchas las  que ofrecen surtidas y ricas carnes.
Al ascender al auto, -previo a preguntar- , fuimos rumbo a recorrer la extensa rambla. El día estaba queriendo homenajearnos con un sol que salía y se escondía.
Nos pareció que lo mejor era  caminarla un poco. Vimos una arena blanca, finita, pura, disfrutando el refrescarse en las aguas del Río de la Plata. 
En ese instante, sentí que a esta ciudad la iba a amar .
Caminamos bastante y pasamos por un lugar donde había un humilde y nada prolijo cartel, que decía: ¡ Cholo! Pescados Frescos. 
Al lado nuestro pasaban cada tanto, gentes de diversas edades, efectuando trotes suaves y acompasados.
A los pocos días de la estadía, ya habíamos conocido el hermoso edificio del Teatro Solís. Nos perdimos infinidades de veces en las diagonales y cortas calles, acompañadas de avenidas. 
No recuerdo el hacedor del comentario a que fuéramos, pero el primer domingo de estar allí, comimos las muy ricas pastas de La Pasiva.
Ese mismo día fue el que aprovechamos y visitamos la enorme feria llamada Tristan Narvaja. Podíamos comprar desde un auto viejo derruido, hasta un kilo de naranjas.
Montevideo, es una ciudad que sabe esperar. Su tiempo lo pasa de cara al Río de la Plata.
Ella y sus habitantes se reconocen como una ciudad pequeña, de pocos habitantes.
De noche, al mirar al cielo, se observa un volar de notas que generan la única, la sin igual armonía, de sus grupos corales.
El que no nació ahí, no puede, le es casi imposible imitarlos.
En un amplio rincón de Montevideo, se eleva el cerro, donde habita la gente pobre. A la madrugada, los sonidos de los tambores suenan reclamando pan e igualdad.
Los pobres en está ciudad, sufren , padecen, pero tienen algo distinto al resto de Buenos Aires, París, Londres, Asunción, Santiago, Madrid...
Muchas fueron las veces en que los vi y necesitaba descubrir lo distinto.
De la mano de un ex presidente reciente creo haberlo descubierto: son un pueblo orgulloso de su ciudad, de su país.
A los negros, Figari los ensalzó en sus bailes y de la mano de Carlos Páez Vilaro, descubrieron que los colores son muchos más de los que vemos.
Una ciudad es un todo con sus edificios y sus gentes.  
Despacio me voy, pero mucho me estoy llevando. En algún rincón del alma, escucho sonar de tambores y siento que el negro Rada me está cantando un hasta luego...hasta luego...
Tengo miedo de perder tantas emociones. Es entonces cuando cierro y aprieto mis ojos, para querer grabar tantas imagenes, sonidos y olores montevideanos.
Siento que alguien me toca la cintura, me doy vuelta y veo a una niña pequeña, morena, llevando en sus bracitos una canasta de empanadas: ¿Señor no quiere dos y paga una?
Sonrío, recordando la publicidad de una empresa de farmacias que existe en Argentina. 
Disfrutando las muy ricas empanadas uruguayas, asciendo al Buquebus, esperando volver pronto.
Había pensado ir a tomar un café, en El Café Brasilero. Al comentárselo a mi compañero de viaje, me dijo: "Creo que Eduardo Galeano ha salido a una gira muy muy larga".


PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

MIRIAM CAIRO
(San Nicolás de los Arroyos-Buenos Aires-Argentina)

MORDER AL PEZ

A mi amiga dragona no le importa tanto el qué dirán como lo que piensa para sí misma, por eso se deja fotografiar con un cigarrillo en la boca o alimentando lobos recién nacidos en algún cuarto de hotel, sin que se altere su estado natural de ensimismamiento.
Quizás no tenga una escarapela muy brillante, pero la oscuridad está dentro de sus cálculos porque, lo diré con toda confianza: mi amiga dragona no es alguien que brilla o deja de brillar como cualquier estrella mortal. A ella, luz y calor la vuelven un ser de duraciones diversas que van desde una fracción de segundo hasta la eternidad simultánea.
Una se siente tentada de morder el pez del insomnio y decir que mi amiga dragona es una alucinación poco concreta, o bien que los lobos recién nacidos la alimentan a ella. Sin embargo, esas ideas le arrojan piedras a otras ideas mejores. Hay mucha competencia ideológica. Y no es casual que surja aquí el tema de las piedras y el tema del insomnio, cuando en realidad quiero hablar de mi amiga dragona que alimenta lobos recién nacidos con un cigarrillo en la boca.
Yo la admiro por eso, y por muchas otras cosas. Pero esta noche hablo de esto, porque para eso están viniendo las palabras. También podría ser que ellas vinieran por lo otro, por lo que no he dicho todavía e iré diciendo a medida que las patas de lo que siento vayan abriendo un camino desde el insomnio hasta la cintura, de la cintura a la vía láctea, de la vía láctea al corazón, del corazón a la poesía.
Hablo aquí y ahora de mi amiga dragona, como si éste fuera el
espacio tiempo de su revelación porque no hay otra noticia mejor para la noche, pero en realidad, no sólo de la noche vive su luna.
Cuando me surge la duda de para qué escribo, digo que escribo para traer noticias de los lobos recién nacidos en un cuarto de hotel, aunque no hay nada definitivo en esta afirmación.
A veces escribo para que las noticias desaparezcan.
A veces, para inventar a mi amiga dragona que no existe.
A veces, para que mi amiga dragona deje de existir y se vaya definitivamente con los ángeles.
A veces para volcar en el cuenco llamado amiga dragona un sinfín de cosas imposibles.
A veces, para que el cuenco se derrame sobre mí.
Esa noche, ese miedo, esa hermosura.
A veces escribo para que nazcan, de una vez por todas, la palabra noche, la palabra lobo, la palabra hermosura.
Pero ahora, que puedo darle la espalda a lo que escribo, digo que escribir sobre mi amiga dragona es una manera de agrandar más el misterio de escribir.
Intentemos decirlo de otro modo.
Es como si vinieran truenos del norte y yo advirtiera que si no estalla la tormenta moriré de asfixia. Entonces, cuando el ronquido de las palabras me llena de placer, me llena de terror, el aire de la habitación se impregna de aromas a lluvia. La escritura aparece.
Pero sigue siendo más complejo aún.
En el cuenco de mi amiga dragona hay una semilla que alguien podría llamar musa. Y es cierto también que esa musa murió de la manera más triste. Pero por esta cosa de la ideología y las piedras, por este amor a los lobos recién nacidos en los cuartos de hotel, la resurrección de mi amiga dragona fue inmediata. Y ha transmutado en una musa que nadie más que yo puede reconocer en sus infinitas transmutaciones dragónicas.
Y también es cierto que lloré, lloré, lloré, con el verbo llorar conjugado en pasado, presente y futuro, pero ahora mi amiga dragona vuelve a alimentar a los lobos recién nacidos en un cuarto de hotel.
Y mientras ella muere a pata ancha, yo la resucito en el instante de la palabra eternidad.
Y ella me dirá una y otra vez: no te entiendo, Miriam, no te entiendo.
Y yo contestaré: no puedo escribir bien porque te fuiste.
Pero eso nunca fue ni será verdad.
Simplemente escribo mal porque no puedo escribir bien.
Porque escribir así es mi manera de salir del punto muerto.

ERNESTINA ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)

RÉQUIEM POR LAURA MOYANO

Hoy salieron las bestias de los armarios
sus corazones de trapo y falso brillo
salieron de sus cuevas
con sus miserias de estraza untándoles las nalgas
y el desamor pegado a sus braguetas
salieron al ruedo del crimen a besarlo en la boca
por eso hoy
voy a escribir cortaplumas
tramontina catana filo cutter
por eso hoy
voy a escribir prejuicio mierda
rencor resentimiento odio
por eso hoy
voy a escribir trava transexual
puto homosexual
hoy hoy hoy hoy hoy hoy
voy a escribir mutilación saña
abuso violación castración
hoy voy a escribir para que la eternidad
grite tu nombre
para que lavemos en él nuestras miserias
para que tu nombre Laura Moyano
nos recuerde que la humanidad a veces es capaz de amar.

ALDO LUIS NOVELLI
(Neuquén-Argentina)

NINGUNO DE ELLOS

cuando todo esté definitivamente perdido
ni los gobernantes
ni los militares
ni los integrantes de las fuerzas de seguridad estatal
ni los matones de las empresas de seguridad privada
ni los jueces
ni los amigos del juez
ni los fiscales de la nación
ni los empresarios
ni los gerentes de las empresas
ni los políticos
ni los funcionarios
ni los comerciantes
ni los religiosos
ni los obispos
ni el papa
ni los abogados
ni los contadores
ni los ingenieros
ni los arquitectos
ni los informáticos
ni los psicólogos
ni los sociólogos
ni los ambiciosos
ni los egoístas
ni los miserables
ni los individualistas
ni los triunfadores
ni los próceres de cartón
ni los intelectuales
ni los pensadores
ni los filósofos
ni los doctores
ni los sanadores truchos
ni los comunicadores televisivos
ni los periodistas
ni los escritores
podrán hacerlo...
sólo los poetas
los verdaderos poetas:
revoucionarios luchadores carpinteros lavanderas obreros empleados estudiantes maestros de vocación chamanes planchadoras pescadores panaderos borrachos militantes sociales locos decadentes peones curas barriales villeros escribidores artesanos artistas auténticos quinteros labriegos plomeros albañiles herreros enfermeros pintores de brocha gorda enfermos terminales mujeres y hombres solidarios humildes y utopistas
salvarán el mundo.-

MANUEL LOZANO GOMBAULT
(San Francisco-Córdoba-Argentina)

INFIERNOS PRIVADOS PARA EL MONSTRUO
Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos...   Marcos, 9:3   

Prisiones se cierran a tu paso.
De mimbre rojo son los dedos del malabarista.
Vastas progenies me cercan.
¿No se reflejan suntuosas las entretelas del crimen,
aun cuando el silencio siembra  temor y temblor?
Himnos de Adán negro suben desde los ojos. 
La cabeza es de hierro, moribundo amarillo
hasta la cercanía.
Un diminuto sol cae sobre el desierto blanco.
Así, el niño inscribe fisura y permanencia.
¿Cuál será el lujo de abandono en este Paraíso?
Turmalina y topacio y luego este oleaje.
Has abierto las puertas de lino.
Muelles donde dibujas la sed.

ALEJANDRA DÍAZ 
(Tucumán-Argentina)

ESCRIBIR

la  palabra  es  una   utopía 
cuando  uno  se  aproxima  a  nombrar
no  alcanza ....
entonces  uno  camina
aparece  en  el  frutero
el vendedor  de  diarios
la  vecina  y  los  perros
acurrucados  en  la  escarcha 

puede  decirse  niño  y   seguir  teniendo  una  sombra
que  no abarca  al  niño /
pero  la  historia  es  un  indudable  concierto
tiene  alas  de  papel   y  un  ruido
de  hoja   labrada    a  veces  con  sangre
a veces  con    luces
de  palabras  escritas  en  el agua
del  mundo
en  el  fuego  del  mundo

 en   un  grafitti   que  es  el  mundo -  mudo
de  quienes  lo inventan  día  a día


PÁGINA 7 – CUENTO

CRISTINA VILLANUEVA
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

BIBLIOTECA CUERPO CASA

Los  libros se aduelan de la casa que es como un adueñarse con pena porque  son nómades, libres, no esperan ser amos, les gusta desparramarse como el agua,  van desde  la multiplicidad hacia las manos y los ojos y  se derivan en tiempo, azar, deseo, memoria. Hay una biblioteca que sube  escalón por escalón a la promesa de cielo, siempre  incumplida. Estantes blancos que abrazan los vacíos. Mis libros preciados, están adelante, enfrentados con  el jardín, abriendo diálogos vegetales. Se cuentan un origen común. En ese espacio que es como un balconeo de cuerpo femenino  nutricio. Libros que hablan sobre libros, miniaturas de cuentos,  fragmentos y esas lecturas de placeres textuales, los que producen cierta exaltación, van y vuelven, a la cama, al sillón rojo del dormitorio .Hay varios en juego, para darles pequeños mordiscos, o tocarles las páginas hasta que suelten un olor, un secreto, una caricia.. Son los elegidos que comparten ese amoroso abrazo con la biblioteca del dormitorio, la de adelante se pronuncia, me incita. La de atrás, poesía; la del consultorio, psicoanálisis. La de otro mueble biblioteca,  temas sociales,  los libros del ausente, sus marcas, los que nunca leí. Hay una biblioteca, viva, vital y otra que casi no se toca y otra más, detrás de un mueble como un secreto inmovilizado, mudo. Porqué dejaremos en la oscuridad ciertas zonas, ciertos libros, en este caso la dificultad de acceso  parece justificarlo, aunque lo perdido, lo soslayado, no siempre tiene lógica. Pensarlo angustia, esa ciudad que no vimos, el lugar al que no llegamos, lo que ya no conoceremos. Los  oscuros- claros, la civilización y la barbarie, el cerrado espacio sin salida. Del lado de la luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene cajitas que guardan poemas y pequeños textos que convido. Como bombones. En un labrado porta Corán se ofrecen  servilletas  y  poemas, asoma un Borges  dando  inesperados giros. A veces, a  cierta distancia, me parece ver un barco entre los libros. Me gustaría tomarlo, escribir lo que queda del día, navegar ese mar de lenguaje y convidar. Convidar palabras, muelle, mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra  como un palacio de las 1000 y una y contar, leer, escribir, infinitos cuentos. Una noche más  para gozar de la felicidad clandestina de los libros que se pierden y recobran. Una noche más, que han quedado tantos sin leer en los recovecos de mi propia casa. Una noche más.


PÁGINA 8 – RESEÑA

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

LUIS GUDIÑO KRAMER NOS HABLA DE CAMINOS

Mi amigo, el poeta Carlos Piccioni, me acaba de confiar su pensamiento: nosotros "ya somos bichos urbanos". Dicho a manera de conclusión es como para no insistir con una respuesta.
El, mi amigo Carlos Piccioni, no deja de ser, por eso, como yo, un hombre de los pueblos, lo que en algún momento se llamó la tierra adentro y ahora se nomina "el país del interior". Yo me pregunto entonces, ¿cuál es el país del exterior? Tal vez la gran metrópoli que le ha hecho escribir a otro poeta amigo, en este caso de la provincia de Entre Ríos, Miguel Angel Federik convencido que los únicos con derecho al gentilicio "argentino" son los porteños. Los demás somos simplemente mendocinos, salteños, correntinos, entrerrianos, santafesinos o rosarinos, etc.
En la fresca deriva de esta mañana en que arañamos ya el Otoño, recordé algunos textos que son casi la sangre de uno, porque aquello que nos produce placer, conocimiento o un momento agradable que agrega algo a su vida y "le viene como agua de mayo", suelen decir en España y lo incorpora a ese fluir vital. Y me sucede en este momento en que acabo de recibir, gracias a la gentil bondad de mis amigos de la Universidad Nacional del Litoral, un libro de don Luis Gudiño Kramer, en impecable edición como ellos nos tienen acostumbrados y con el plus de un excelente, concienzudo prólogo de María Eugenia De Zan. Celebrada esta selección que reinstala uno de los autores fundamentales de nuestra cultura, pero yo quiero exaltar su figura desde otro lugar. El de haberse dado a la tarea, encomiable por cierto, de fundar una región.
Gudiño Kramer es un hombre que quiso saber cómo somos, qué somos en esta región, en esta llanura, y sobre todo nos habla de caminos. Pero no se queda en el paisaje. Si bien escribe, para decirlo en el discurso de los entendidos, o describe "el camino de la costa y su collar de pueblos perdidos en aquel su tiempo. Algún crítico lo adscribió como cultor del "realismo crítico", otros al "realismo pedagógico". Es probable que estas indicaciones tengan formas de probarse "fundar una región", aludida certeramente en el prólogo. Diseñar una topografía literaria, justo él, que era topógrafo de profesión, y que la ejerció sumado a otras tareas muy diversas que hizo en su vida, hasta recalar en el trabajo de periodista del diario El Litoral, de Santa Fe, donde dio sobradas pruebas de eficiencia y rigor. Lo interesante es que no se queda en lo meramente descriptivo, sino que indaga en la psicología de esos hombres, de esas mujeres, de esos seres angustiosamente solitarios que intentan ponerle algo más a sus vidas que un mero transcurrir. Hugo Gola ha escrito: "ni para gozar ni para sufrir estamos aquí. La vida tiene el sentido que nosotros logremos añadirle, no tiene otro". Los personajes de Gudiño Kramer nunca logran ese cometido porque en el lugar histórico donde ellos transitan no encuentran otro norte que la subsistencia. Pescadores, puesteros, gente de las hondas y antiguas estancias de entonces, son puestos de relieve, tratados con infinito respeto por este escritor que sin embargo marca constantemente ese estado de injusticia y postergación. Sus personajes tienen carnadura, casi siempre los pone de relieve con su habla particular, con sus tics, y esa inmediatez que produce el uso de la lengua privada. No son los grandes temas los que aparecen, sino los de todos los días rodeados de esas tremendas soledades y del hosco aislamiento de esos seres de aquellos tiempos históricos, él los rescata sin estridencias y se pone amorosamente a disposición de sus criaturas y deplora de los escritores que los explotan como si ya no los explotaran sus patrones reales.
Indefectiblemente don Luis Gudiño Kramer termina produciendo con sus recursos de estilo incomparable una gran sinfonía de sentidos.
"Nuevamente el camino y otros textos", se llama esta esperada reaparición tan bienvenida, para que las nuevas generaciones disfruten de la felicidad que nos ha producido este hombre con sus cuentos y relatos.


PÁGINA 9 – CUENTO

LEO CASTILLO
(Costa Caribe-Colombia)

VISITACIONES ONÍRICAS.
Sueños con Borges

I

Al despertarme no recuerdo el instante exacto en que aparece Borges ante "nosotros" (dos o tres personas, vagamente, parientes con quienes interactué en la infancia.) Lo que se dijo inicialmente lo he olvidado. Estamos sentados en el pretil de la casa, la de mi niñez. Luego yo me encuentro solo en la cocina en penumbras, que está separada del resto de la casa, buscando algo de comer. Hay arepas de maíz con queso pero no alcanzo a tomar nada de esto, pues veo aparecer a Borges de improviso, alto, algo más de su estatura real, avanzando con premura desde el patio hacia la entrada del comedor, primera división de la casa propiamente dicha en viniendo desde el patio. Viene desde el límite oriental de la casa, lindando con vecinos parientes. Sé que viene de esta casa vecina, pero no necesariamente porque venga del lado en que ésta se halla ubicada. El piso del patio es de tierra suelta, salitrosa y a la entrada de la casa hay un bordillo de 40 centímetros que la circuye. Borges entra aprisa, con seguridad pisa en el bordillo y entra sin titubear; no me ha visto en su "precipitación", acaso porque es de noche, pero, en todo caso, no me hallo en su radio de visión siempre que mire al frente. Yo me apresuro tras él, y exclamo, "¡Borges!", todo ello cayendo, extrañado, en la cuenta de que siendo ciego, ha caminado y levantado el pie con tanta premura y seguridad al pisar el bordillo. Esto me produce una sensación incómoda, como si sorprendiera, con algo de vergüenza, a Borges en una mentira. De hecho, siempre había creído que su ceguera no era absoluta, sino que veía bultos, fantasmas de cosas y de personas envueltas en una niebla, pues quería parecerse a Homero, ciego. En seguida ya estamos caminando en la calle, casi al centro, pero un poco más hacia la acera derecha, avanzando hacia poniente. Alguien, uno de esos primos (cuyo nombre, France, ahora hallo peregrino), lleva a Borges del brazo, o Borges lo toma a él. Al unírmeles intento tomar a Borges del lado izquierdo; noto que luce saco azul celeste. Borges se incomoda, pues es excesivo que dos hombres lo lleven de esta manera, de modo que no le queda un brazo libre, aunque su incomodidad, expresada levantando tenso el hombro y apretando el brazo contra su flanco, de modo que evita que mi mano llegue a ceñirlo, pudiera ser un gesto hostil que personalmente me dirige. Pienso en este momento que no está bien llevarlo del brazo a él, sino que Borges, como todos los ciegos, prefiere tomar del brazo a su lazarillo. Seguimos andando, me parece que en silencio, hasta quebrar en la esquina a la izquierda. En este punto de nuestro trayecto mi primo ha desparecido y noto que alguien, viniendo desde atrás, caminando un poco más rápido que nosotros casi se nos ha unido. La expresión de su  rostro es risueña y se trata del ex de I. Ya al notarlo, me sentí embargado de cierto orgullo, pues me veía acompañado de Borges y el aguijón de la vanidad me atiza el pecho. Este sentimiento me causa un poco de vergüenza dada la sana expresión, sin la más leve vislumbre de envidia, del ex de I. La “hostilidad” de Borges ha dado paso a una cercanía cordial desde que desparece France, aunque no por este hecho. Luego ya estamos solos Borges y yo, llegando ante una casa, y nos hacemos junto portón. Borges se sienta en el desgastado pretil, muy bajo y eso no me parece bien; experimento alguna aprehensión. Simultáneamente o casi en seguida yo me siento ante él en cuclillas y le digo, o ya le venía diciendo e insisto, que escuche un poema mío. Borges no parece interesado, desatento a esto, como displicente incluso. Luego vamos atravesando el patio de esta casa, hacia el ángulo oriental. Entonces parece convenir en que le lea el poema, o más bien resignarse. Yo busco en mi memoria -ya lo venía haciendo- uno de mis poemas, trato de recordar algún título al azar. Lo tengo, pero dudo un instante acerca del título. Me alegra pensar que a Borges el título le va a encantar, pero de repente ya no parece querer que le diga el poema, y yo deseo decir el título y explicárselo -Versos hallados tallados en cayado prehomérico camino de Colono. Al cabo pregunto si conoce alguno de mis textos y mientras responde que conoce mis "líneas -o palabras- de oro", lo que me complace sobremanera, va dejando de ser Borges y se le superpone otra persona, un viejo amigo de tertulia literaria, Henry Stein. Esto me desagrada y desmotiva, de modo que me despierto. 


PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

HERNÁN SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)

ESCRITO EN EL AGUA

el rencor es un monstruo de acero
que vence cualquier navío de guerra
aunque pesa demasiado
entonces decías 
«por momentos quiero que venga alguien 
para contarle mi verdadera historia 
quiero también que unos náufragos lleguen
y me necesiten yo los ayudaría de manera oculta
como debería ser toda ayuda
pero otras veces ante la cercanía de algún buque inglés
fantaseo con hacer estallar el nautilus 
un faro subacuático en medio de la noche 
lo iluminaría todo por unos instantes 
para luego sumirse en la oscuridad del mar»
tal vez esa sea la forma 
más parecida a un recuerdo

HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

POETA

Soy un poeta.
La trama del ahorcado.
No atino a responder otra cosa cuando alguien me pregunta de qué vivo.
No soy ni fui lo que sepulta el tiempo en mi camisa,
el saltarín pintado en la pared del bar,
las copas de cerveza que se pierden en el codo empinado del borracho.
Quizás soy el pasquín escrito con la tinta del nochero,
el retrato del viejo
chamuscando la lengua en la muchacha que por dos rublos le acercó su cuerpo.
Escribidor de cartas sin membretes,
el roce del silicio en la garganta,
la piel atiborrada de espejismos y el hueso de la sangre derramada.
Soy una cala
un trapo una maraca
el retazo de polvo que ha dejado la huella de dios cuando se iba.

KATO MOLINARI
(Alta Gracia-Córdoba-Argentina)

LLEGADO EL CASO

Si yo amara los hidratos de carbono
como amo lo etílico -me explicó
aquel borracho consuetudinario
vecino de mis tías- tendría un
cuerpo próspero y compacto y...

Yo ya estaba detrás del picaflor
que mis prejuicios de joven de buena familia
habían posado en el aire
para poder alejarme de semejante compañía.

LAURA YASAN
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

eva test

de mujer a  mujer ¿cuál fue la clave de tu éxito?
el arte de negar pasó de moda
y hay que ser más que una rubia tarada
para creer que las serpientes hablan
de mujer a mujer ¿cuántos adanes hubo?
lo del pecado se complicó
tuvimos que inventar el matrimonio
tuvimos que inventar la esclavitud
de mujer a mujer no te perdiste nada
ahora hay una ropa que es divina
y un millón de productos para el lavado
es un plan imperfecto
¿creías que lo tuyo fue traumático?
la inquisición nos prendió fuego
no han entendido nada
no hay escuelas para perder la juventud
la manzana fue siempre un fruto popular
de mujer a mujer
eva es tan tarde

que el latex nos ampare

MARTHA OLIVERI
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

INERME

Qué minúscula esta huella
de música y palabras
qué pena tanta belleza
qué compasión la trama
de la vida que hilamos
con la fe irreductible
que nos forja la angustia
como fragua de inmensos
y taciturnos náufragos
haciendo el nuevo rayo
que nos legara Efesto.

Cuánta pena que tiene
el corazón en hueco
de puro amor y tiempo
de sepia y celuloide...
la cinta inacabable
odisea individual de la nostalgia.

Qué inermes esos ojos que la pena
hoy ha vuelto horizonte.


PÁGINA 11 – CUENTO

IRMA VEROLÍN
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

6.

       Mi abuela y yo hablamos de la desnudez. Nos hemos sentado, como siempre, cada una en el extremo de una mesa que no es rectangular ni redonda, una mesa alargada con un semicírculo que da  hacia el norte y otro hacia el sur. Hablamos de la desnudez así, de un modo descarnado, como bien podríamos estar hablando de la muerte,  lo que, desde ya, hemos hecho hasta cansarnos, pero no hoy. Hoy, por lo visto, le toca el turno a la desnudez. El tema apareció recortado entre un montón de palabras que mi abuela lanzó al azar  igual que se echa un conjunto de piedras que en el  ínterin se convierte en una bandada de pájaros. Lo que muerte y desnudez tienen en común es el cuerpo. Desnudez: percance o contrariedad que el cuerpo suele sufrir de una manera más reiterativa aunque no menos casual que el de la muerte. Mi abuela se ha puesto solemne y dice:
          - Desnuda, lo que se dice desnuda, tu abuelo no me vio nunca.
    Cuesta creerlo, pero yo sé que es la purísima verdad.  Lo cierto es que a esa frase la escuché desde que era chica hasta el cansancio. Mi abuela la ha repetido  para  patentizar su honorabilidad, aunque también podría considerarse una muestra de su capacidad huidiza, prestidigitadora de la luz y de los  múltiples escabullimientos de su persona. No cualquiera logra que al cabo de setenta y pico de años un hombre no la sorprenda en algún minúsculo e impertinente momento en ese estado en que la gente llega inevitablemente al mundo. Pues bien. A ella no.  Claro que mi abuelo no está vivo para confirmarlo. Porque, pensándolo bien,  ¿no podría mi abuelo haberla visto en su desnudez sin que ella lo supiera? Bueno, eso ya no importa, lo que importa es que mi abuela está situada en el extremo opuesto de esta mesa que no es redonda ni cuadrada hablando de la desnudez del cuerpo o, quién sabe, tal vez hablando solo del cuerpo sin el adorno o el cultural encubrimiento de la ropa. Es posible que a estas alturas mi abuela lamente haber consagrado su vida entera a mi abuelo o, lo que es peor, que mi abuelo se hubiese adueñado de ella de pies a cabeza, de adentro y de afuera, así que su único desquite fue privarlo de su desnudez.
  Y parece no importar que en playas, en la televisión, en las revistas o en Internet las mujeres se floreen desnudas, mi abuela ha sacado el tema como si lo extrajese de una galera sin fondo. Le da el mismo tratamiento que al tema de la muerte, enfatiza las frases con la misma apretada circunspección. Me muerdo para no decirle nada, empezando con la elección del tema en sí. Ella da su elocución. Dice lo  que ya le he escuchado decir desde hace  cincuenta años y entonces me siento fuera de lugar en el extremo de esta mesa. Se está hablando de lo que únicamente puede ser visto y no narrado, se intenta ponerle un corsé a la vida y, en el forcejeo, las palabras nacen intrincadas, tristes, venidas a menos. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿De qué estamos hablando?  La desnudez del cuerpo no es ni buena ni mala, no es un atributo humano, ni siquiera es un incidente sino un estado natural que la ropa encubre. Es como si dobláramos nuestros pensamientos e intentáramos penetrar en la dobladura.  Y no se trata de que mi abuela esté  sufriendo alguna clase de demencia senil, su enfoque ante las cosas ha sido siempre el mismo, darlo vuelto todo, hacer tumba carnero con los asuntos  para sacarles el jugo y luego quedarse con nada. “Nada”, dije, mientras mi abuela continuaba echando palabras al aire y gesticulando. Mi cabeza, mis pensamientos, el andamiaje de mi cultura y hasta mi memoria celular se apoyaban en ese despropósito, hablar de lo que fue puesto cabeza abajo y luego presentarlo  con el aspecto más natural. Hablar de la muerte convirtiéndola en vida, hablar de lo malo presentado como bueno. Hablar, hablar, hablar, inventar al mundo de nuevo cerrando los ojos. No es un mecanismo del absurdo sino un gesto de impecabilidad que aplasta a garrotazos el aspecto inconmovible  de lo real. Entre lo percibido y lo que mi abuela afirmaba ha existido un abismo   y yo tuve que situarme en medio de ese abismo.
     Desde este lado de la mesa, le digo a mi abuela que estoy cansada, que me voy. Ella saca a relucir esos ojos de anciana que no quiere quedarse sola.  Pienso que no se anima a implorarme que me quede y no porque añore mi compañía sino porque mi persona le brinda la excusa de hablar. Lo que mi abuela necesita es sentirse acompañada por el sonido de su propia voz, por el sentido peculiar de sus palabras que reinventan el mundo a cada rato. La fuerza de lo real es tan potente que ella sabe que es preciso que la contrariedad de sus palabras continúe y continúe contrarrestando lo que sus ojos ven. La desnudez de un cuerpo es eso que de repente avasalla cuando la luz se entromete entre  nuestros ojos y el panorama que nos rodea. Mi abuela, ahora lo sé, quiere hablar de lo que se ve y lo que no se ve.  Quiere que yo siga viendo a través de sus ojos y eso, además de imposible, sería sencillamente insoportable.


PÁGINA 12 – ENSAYO

LILIANA BODOC
(Santa Fe-Argentina)

HABLAR A LOS MALVONES

            El arte no puede existir sino a través de una distorsión, de un quiebre, de una revisión de la normalidad. La música es una alteración de los sonidos habituales. La alfarería es una alteración del barro. La literatura es una alteración del lenguaje. Y del silencio.

            Pensado así, parece que el arte es, por definición, una instancia transformadora. Cuanto menos podemos pensar que, para adentrarnos en la propuesta del arte, es necesario desensillar el caballo de la pura, extrema y urgente cotidianeidad, de la denotación, y de la prisa. El arte, cualquiera de las disciplinas artísticas que conocemos, necesita una aceptación de lo extra-cotidiano. Nos necesita capaces de saber y creer que el sentido de las cosas está plegado como un abanico, que lo que a diario solemos ver es solo el abanico plegado.

            Para adentrarse en la palabra poética y literaria hace falta correrse del lenguaje con el que, hasta recién, hablábamos con nuestro hijo, con nuestra vecina…
            ¿Para hablar con palabras absurdamente coquetas? ¿Para decir blondo en vez de rubio? ¿Para saturarnos de adjetivos? Claro que no, por supuesto que no. Para hablar desde otro sitio y con otro propósito. Como suelen hablarles algunos a sus plantas.
            Hablar a los malvones es palabra poética. No importa si le decimos "Mirá qué grandes están las margaritas" o "Buen día, qué lindo amanecimos" o "Pobrecito, te meó el gato".
            Es palabra poética por el origen y por el propósito.     
            Le hablamos a los malvones desde lo ancestral, desde el viejo chamán que habita nuestra historia, desde la fe. Hablamos con lo que no es evidente, hablamos para romper las barreras de lo posible. No hablamos para adornar la realidad sino para accionar sobre ella. Para que crezcan los malvones. Y es bien sabido, los malvones florecen mejor cuando alguien les habla.

            Hay ciertos versos en los que me quedaría a vivir. Porque proponen mucho más que una línea musical y semántica. Porque proponen un mundo.
            "Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido" Escribió Miguel Hernández. Y yo quiero vivir en ese mundo

            "¿Por qué he de empeñarme en que Dios sea una cosa mejor que este día?" Escribió Walt Whitman

            "Esa es tu pena. Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras"  Escribió Olga Orozco.

            Son mundos.  O en todo caso, ensanchan el mundo. Son impugnaciones de la normalidad.

            El tiempo que nos fue otorgado, aun en los extremos de la longevidad, es muy poco para tanta alma. Muy poquita cosa para todo lo que añoramos ser, ver. Para todas las navegaciones y los naufragios que desearíamos experimentar.

            Sin que sea tan evidente, ni factible de ser probado con el método científico, creo que la palabra poética es una dimensión posible.

            Vivir sin poesía es vivir menos. Menos vida, menos gente, menos posibilidades. Como si tuviésemos una casa con sótano y altillo, y jamás los visitáramos.
            Los sótanos y los altillos no son cómodos, asustan, ensucian. Uno llega ahí y ya están los fantasmas. Recuerdos, promesas incumplidas, papeles fechados por una mano ya muerta… Pero son parte de nuestra casa, de nuestra vida. 

            Ni nosotros, ni nuestros jóvenes, ni nuestros niños, ni nuestros malvones podemos vivir sin poesía.
            ¿Qué más da que sea arduo? ¿Qué importa si se resisten a leer? ¿Cómo van a amedrentarnos las nuevas tecnologías?

            La poesía nos enseña a respirar de otro modo. Más pausado y más cierto.
            Todos tenemos un verso en el cual nos quedaríamos a vivir. Un verso destinado a ser nuestro lugar en el mundo. Hay que encontrarlo.    

               Y después, hasta podemos ver que hay otros habitando ese verso. Que un verso es también un barrio. Que encontramos pares allí.  Uno al que le brillan los ojos igual que a mí me brillan. Una que pronuncia bajito igual que yo pronuncio.

            "Te recuerdo como eras en el último otoño"
            "Hablaban de un caballo, yo creo que era un ángel"
            "Conmigo se volvió loca la anatomía. Yo soy todo corazón"
            "Solo porque un amigo es la vida dos veces"
          "No sé qué tiene la aldea donde vivo y donde muero, que de venir de mí mismo vivo más lejos"
            "Los caminos perderán sus ciudades para verte"

            Y para terminar, yo me pregunto: ¿No sigue viva, asombrosamente viva la flor que guardamos entre las páginas de un libro?


PÁGINA 13 – CUENTO

MARTA ORTIZ
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

BOSSA NOVA

Amenazó lluvia todo el día, pero a eso de las diez de la noche una firme cúpula de estrellas sostuvo bien alta la estructura del cielo.
En el bar, el espectáculo da comienzo. Sobre la pared de ladrillos, a un lado del escenario, tres pinturas en tonos de azul. La silueta de la cantante se dibuja intensa bajo una red de luces calidoscópicas. La bossa nova aceita el rítmico cabeceo del público y recala sus acordes tibios en él, que la mira a ella con un brillo ardido en la mirada.
El avance del show lo predispone al éxito: el pacto secreto con ángeles obsecuentes le prometió una cita con la cantante, o mejor, le prometió la cantante misma. Sin proponérselo la imagina de aquí para allá en el interior de una casita de azúcar con techo de oblea a dos aguas donde un día vivirán juntos. Ella cuidará un heliotropo, lo regará todos los días a la misma hora.
Desde el rectángulo que define uno de los cuadros en la pared de ladrillos, la cabeza geométrica de un carnero lo mira a los ojos, azul.
Ella canta “Tú no me conoces”, de Ray Charles. Él frota sus manos hasta sacarles chispas. Pide un bis, otro café y una cerveza. A ella la voz se le hace agua, más íntima y dulce; pero él, sin saber por qué, de golpe sombrío, piensa que a pesar de las imágenes que lo atraviesan, es cierto, él no la conoce y ella a él tampoco.
La voz de terciopelo, ajena al desaliento del hombre, promete, transgrede, sonoriza el vacío, se hace caracol, interpreta a Baden Powell, Toquinho, Vinicius. Él sonríe y de nuevo el brillo ardido en la mirada hecha péndulo: de la cantante al neón verde y azul en el cartel de Quilmes y del neón verde y azul otra vez a la cantante.
“No podemos ser amigos”, insiste ella, y entonces él, que todo el tiempo ha interpretado un solo de ilusión, más que nunca duda y se siente obligado a bajar de un trago la cerveza, imprevistamente perdido ante el vacío que no acaba de abrirse a sus pies. “Desafinado”, de Bom Jovim marca el final y la lluvia de una cálida retórica de aplausos antecede el último par de temas pactados.
La cantante se despide con una sonrisa y el abrazo de sus brazos extendidos, pero a él ni lo mira. No obstante, aferrado a la quimera de un recital cantado sólo para él, sonríe como si esperara algo: un souvenir, un regalo de la casa. ¿Acaso no le prometieron presentarle a la cantante ni bien acabara el recital?
No sin estrépito y vidrios rotos regresa de su alocado circunloquio mental y la ve a ella abrazada al guitarrista que en un gesto posesivo y fugaz le besa el cuello. Antes de abandonar el local, ella se detiene, gira la cabeza y le sonríe un saludo póstumo que él siente como la última moneda que tintinea al fondo de la gorra pordiosera. La puerta vaivén queda temblando unos segundos y la cantante se pierde en los túneles de la noche.
El cielo encapotado a última hora responde firme al pronóstico de lluvia. El hombre se levanta el cuello del abrigo, hay viento. Mira el cielo. Ni una estrellita en lo alto de su página.


PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

 HORACIO PETTINICCHI
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

Por el sendero hecho de luz de luna, vestida de miel y rocío ella caminaba, derramando sueños en las noches de los hombres,
sembrando estrellas en el vasto cielo, caminaba,
vestida de flores y hojas ella se escondía en los curvas de la luna, moviendo los labios, musitando palabras,
ella ofrendaba antiguas plegarias a diosas olvidadas,
perdidas dulzuras amanecían en su cara,
desnuda de todo, vestida de luna y ardores, ella caminaba,
una legión de mariposas estremecía sus muslos,
su vientre aguardaba, toda ella aguardaba,
presintiendo tal vez las pequeñas muertes que le serian dadas,
esperaba.-
mujer de luna-

SUSANA LAGE
(San Juan-Argentina)

MUERTOS

Más allá de mí,
de mis contornos,
están mis muertos mirándome de frente.
Mi infancia de poemas y lombrices,
un amor de tus ojos,
mi abuelo casi pájaro
y mi perro.
Más allá de mí
están todos los fantasmas carceleros
que no me dejan volar,
y me aprisionan
en el furor de la impotencia.
Más allá, tan allá de mis contornos,
borrándose, inseguros,
ellos me tienden una mano fatal.
Volver al aire tibio y luminoso
de ser germen feliz
dentro del cuenco
de mi infancia
de tus ojos
de mi abuelo
de mi perro.

TERESA LEONARDI HERRÁN
(Salta-Argentina)

OPERACIÓN “PLOMO FUNDIDO”

1937, abril 27, Guernica es incendiada desde el cielo
2008, diciembre 27, se inicia en Palestina otra lluvia de fuego

Hijos de la Shoá
(ese holocausto inscripto como mancha indeleble
en la piel de la historia)
¿son ustedes ahora
los que en el aire cavan tumbas para los niños
y renuevan el ciclo del hierro y la barbarie?
¿Con cuál llave abriremos la puerta del mañana?
¿Podrá crecer el árbol que dé luz y esperanza?
¿Qué Luxun nos dirá palabras-jabalinas
para de muerte herir este sol negro?
¿Qué Darwich regresará a cantarnos
su poema-intifada que derroque al infierno?
El amor derrotado
huye entre escombros que humean
y cuerpos que apagaron su resplandor carnal
¡No desesperen madres dolorosas del mundo!
Esta épica impura se hará ardiente memoria
y el viejo topo de las catacumbas
su insomne caminar seguirá terco
hasta que estalle el día de otro mundo posible

ROGELIO RAMOS SIGNES
(San Juan-Argentina)

ACTITUDES INCORRECTAS

Hagámonos promesas imposibles,
confiémonos secretos innecesarios,
preparemos recetas indebidas,
busquemos documentos inservibles,
digámonos frases indecentes.


Y entonces sí
vayamos a dormir de un modo indeclinable
en paz con nosotros mismos,
sabiendo que en la mutua intimidad
los viejos cuerpos rezan como pueden.


ANAMARÍA MAYOL
(Victorica-La Pampa-Argentina)

ESTAS PALABRAS

Estas palabras  se retuercen
se enroscan en las vísceras
forman galaxias
constelaciones de olvidos
impulsan memorias

 se desarman
se duelen en las manos
se reinventan 

forman cruces serpientes
espirales cuchillos
no alcanzan a explicar el horror
cuando miro el mundo .


PÁGINA 15 – CUENTO

JOSÉ LUIS PAGÉS
(Santa Fe-Argentina)

PROTOCOLO

Ellos por llegar y yo acá con el caballo. Ellos son gente seria. Manuel usa gemelos de oro y corbatas de seda. Su mujer es muy distinguida, apenas se ríe, nunca llora y me trata de usted.

No se que hacer con esta bestia. Esta puede ser mi ruina social. Si no logro encerrarlo en el placard estaré perdido. Si se tratara de otra gente lo compartiría. Hasta lo prestaría pára una vuelta por el living y el pobre no sería más que un pedazo de naturaleza desnuda o un poco de humo azul, según se lo quiera ver.

Y la culpa de esto la tiene la muchacha. Es ella que abre las ventanas mientras se pasea con la escoba de una punta de la casa a la otra. Es ella, distraída, Mil y una vez le he dicho que deje la casa cerrada, pero es como si nada. Estoy harto de hurgar en los bolsillos y encontrar zorzales o calandrias en lugar de anteojos o pañuelos.

La última vez que vino Manuel tuve que disimular una gallina debajo del saco. Durante toda cena hice eso. Fue muy molesto. Apenas si probé bocado. Ella, la muchacha, se reía.

Ahora está esto del caballo que no entra en el placard. Animal porfiado. Me duelen las piernas de tanto patearlo. Y me da mucha tristeza y rabia. Tristeza por él, porque no se merece este trato. No tiene para nada la culpa de nada. Y rabia, porque no me queda otra cosa que hacer que ocultar las cosas que quiero.

Aunque podría convencerlos. Convencerlos por ejemplo de la conveniencia práctica de tener un caballo en el departamento, pero a decir verdad no tendría como empezar. Yo mismo no se la encuentro. O decir que es habitual, común y corriente este hecho, pero todos saben que no es así, y si lo fuera, la cosa no iría más alla de de una justificación estadística.

Podría aducir una cuestión de gusto, pero entraríamos en los terrenos de la estética y aquí no solamente no estaríamos de acuerdo sino que Manuel se daría por ofendido, él que usa corbatas de seda y gemelos de oro porque es lo que estéticamente prefiere. Por lo demás, también son dogmáticos.

Y es que de frente no entra y menos entra de perfil. Sólo queda probar sobre el ropero. Pero allí, me parece, la muchacha ha dejado una bolsa con naranjas y ya no resistiría tanto peso.

Ellos están por llegar, podría dejarme de tantas cavilaciones, abrir las ventanas y ponerlo a este en libertad, que se vaya por donde vino. Pero es que creo que no quiero deshacerme de él. Otra vez me quedaría solo con mi sombra citadina.

Me parece que voy a dejarlo con nosotros. Que esté con nosotros. Que ande entre nostros. Que se siente en una silla junto a nosotros. Que beba con nosotros. Aunque después nos señalen y se rían, y él se coma las flores del mejor mantel.


PÁGINA 16 –  ENSAYO

JENNY LONDOÑO LÓPEZ
(Quito-Ecuador)

LAS MUJERES ECUATORIANAS Y LAS FUERZAS ARMADAS

Las sociedades patriarcales se desarrollaron en torno a un proceso cultural androcéntrico, giraban en torno a la concepción de que el paradigma de la cultura, del conocimiento, de las ciencias y del progreso, era el hombre. La mujer estaba más cerca de la naturaleza, de los instintos primarios, de los sentimientos y lejos de la razón, lo que generó una subordinación histórica de la mujer, que pasó a ser el otro polo de la relación binaria, en condiciones de inferioridad y dependencia (hombre-mujer, fuerte-débil, cultura-naturaleza, razón-sentimientos, dominio-sumisión).  Esta discriminación también tenía una relación intrínseca con la “fuerza física”, pues siempre se consideró que las mujeres teníamos menos fortaleza física que los hombres y esa justamente fue la causa para que la mujer siempre fuese rechazada en los ejércitos.
Sin embargo existen múltiples casos en los que las mujeres rompieron el tabú de su supuesta incapacidad para participar en la guerra y una de las más conocidas es la historia de Juana de Arco, quien dirigió al ejército francés con apenas 17 años y entre 1929 y 1930 venció a los ingleses en la Batalla de Patay y otras. Posteriormente, fue capturada y entregada a los Ingleses, quienes la condenaron por herejía y la quemaron viva en Ruan, con la anuencia de la iglesia Católica. El castigo conllevaba un mensaje para todas las mujeres que osaran romper sus roles tradicionales. La iglesia la convirtió en Santa, veinte años después para expiar su culpa en aquel horrendo crimen.  Habría que agregar las múltiples luchadoras en todas las guerras de exterminio del mundo, y en los procesos de liberación, aunque la mayoría no hubiesen pasado a la historia.
Por un principio humanista estoy en contra de las guerras porque conllevan la violencia y las imposiciones del bando más poderoso, pero si lo vemos desde el otro lado, tenemos que aceptar que es un derecho de todos los países el tener unas fuerzas Armadas que les permitan su defensa, en caso de un ataque alevoso de otro país. En ese sentido, reivindico el derecho de las mujeres que así lo desearan a conformar esas Fuerzas Armadas, y a prepararse para defender al país. En ese ámbito el Ecuador ha avanzado mucho, pues goza de unas Fuerzas Armadas profesionales y ha abierto sus puertas a las mujeres desde hace algunos años.  Sin embargo, es importante que existan reglas claras para que las mujeres no sufran abusos ni violencia de género en esta institución.
Las mujeres hicieron parte de los ejércitos mundiales en tareas como las de enfermería y atención en salud y en otras tareas logísticas. La Primera Guerra Mundial obligó a los ejércitos a recibir  mujeres para cumplir con diversas tareas, pero también en la producción para reemplazar la mano de obra de los hombres que estaban dedicados a la guerra. En URSS, durante la 2da. Guerra Mundial, las mujeres debieron reemplazar a los millares de hombres muertos en la conflagración para sacar al país de la hambruna.
En 1998, en Ecuador, ingresaron las primeras 16 mujeres al Ejército, y hubo que cambiar la infraestructura para recibirlas. En 2010, el Ejército ecuatoriano hizo una convocatoria a mujeres bachilleres, pero también a mujeres profesionales sobre todo en el área de la salud. En el mismo año tuvimos a la primera mujer piloto graduada en las FFAA, Rosy Granja Benítez. En 2011 ya teníamos la primera promoción de 41 mujeres soldados especialistas del Ejército.
El actual gobierno de Rafael Correa sentó un precedente importante al haber nombrado en sus varios gabinetes a un alto número de ministras de Estado, y por otro lado, el inusual nombramiento de varias mujeres capaces en el Ministerio de Defensa. Otro hecho destacable ha sido la elección de tres mujeres en las más altas funciones del poder Legislativo y de muchas juezas en el poder Judicial, lo que ha influido en un cambio de mentalidad y ha permitido una revalorización de los roles femeninos en el Estado y en la sociedad ecuatoriana.
Finalmente, lo más importante es que los conceptos formativos de los soldados, sean hombres o mujeres, conlleven una visión estructural del ser humano, de sus libertades, del respeto a su vida y a su dignidad, a sus derechos constitucionales y a su pensamiento y de la obligación de defender nuestro territorio de todo intento de invasión o ataque de poderes externos y de ayudar en todo momento a la sociedad ecuatoriana en las múltiples tareas de un desarrollo equilibrado y humanístico.


PÁGINA 17 – CUENTO

ALEJANDRO ORELLANA
(Guaymallén-Mendoza-Argentina)

CALLEJERA

Piernas largas, caminar sensual que se entremezcla con torpeza, tacos alto sobre una vereda irregular y una pollera corta de cuero por el centro de Mendoza, es la postal escondida, el secreto popular, la rosa mas espinosa. Pleno verano, siete de la tarde, hablamos de unos treinta y cinco grados a la sombra, pero el trabajo es el trabajo y la misión es cumplirlo. Para la bella Juana el dinero en el bolsillo es un descanso para su mente y para un desesperado cliente, los servicios de esta dama merecen lo que ella quiere.
La esquina circunvalada por la movediza mujer, que siendo experimentada en la profesión la desespera la desolación. Un automóvil se acerca a preguntar el precio y el servicio, la respuesta lo supera y marcha a su casa en busca de comida casera. Ella comienza a olfatear un mal día y la patrulla eso no respeta, el oficial se baja con un temple socarrón y saluda como un respetable servidor. Juana reacciona acida al saludo y comienza a defender su lugar en la sociedad, el uniformado la hace enmudecer con un gesto manual y saca su garrote con ánimos de intimidar. Al no haber dinero para pagar la seguridad es cargada al móvil policial, aquello que empezó mal, se puso peor.
La comisaria, a cinco cuadras del lugar, no fue el destino sugerido por el oficial hacia el chofer de la patrulla y una plaza donde nadie concurría se frenó el coche, para la otra propuesta de abono. La mujer se negó a dar su astucia en el sexo a un patán miserable y fue obligada a entregar sin costo su estantería más cotizada con tomas que el don aprendió en la academia.
Golpeada y con un zapato volvió a su casa, rengueaba el mal trago, los bolsillos vacios hacían más penas las penas y el recuerdo se enfrentaba a la necesidad, que era amiga de la miseria. La soledad de ser de otros pagos la hacían más débil, aunque la calle le proporcionó la temeridad de los sobrevivientes. 
La noche la invitó a promocionar su servicio y el maquillaje atrevido pudo aparentar sanidad en su semblante. Muchos navegantes en el mar de lo fingido pudieron hacer que la cartera de Juana se abriera y se cerrara varias veces. Cinco de la mañana hora de aterrizar en una cama sin que las moscas molesten, pero el recaudador fue informado por el búho  y la nocturna se había contabilizado, personal especializado para un trabajo paralelo, de quien hace que cuida. Dos golpes en la barriga dejan arrodillada a Juana, el dinero se le escapa y se introduce en la billetera del que goza el laurel en su gorra. El chófer de la patrulla la mira de manera penosa y cobardemente hace vista gorda.
Juana rumbea para su hogar, con dos billetes y con un par de golpes del rufián, la caminata erguida, a pesar del cansancio de una noche agitada. La mujer siente pasos que se acercan, ella apura su andar, pero de un brazo es capturada, el conductor del móvil policial quería horas extras y a ella… un par de billetes no le alcanza, negocian la cama y surge la mano de obra de la pasión falsa.
El extremo comportamiento de Juana lleva al hombre a la cima, allá donde la sexualidad se hace credo rabioso y al razonar lo aturde, dejándolo fuera de servicio. Aparece la táctica de la simulada debilidad, las uñas comienzan a crecer y nada será  igual que ayer.
El mediodía invita a comer y en el almuerzo la mujer comienza a tejer pensamientos, la punta del ovillo la encuentra, el final sólo lo espera, no es pretensiosa, no le interesa como venga.
El ocaso del atardecer se presenta, la ansiedad sin ser la mejor moneda la moviliza en el mercado de la entrega. Su mejor ropa hace la presentación y su negocio ambulante comienza a moverse como pantera. Niega cada propuesta de trabajo y el recaudador con uniforme se acerca, pide el tributo y se lo niegan, opera por la segunda forma de pago y la mujer acepta.
En el asiento trasero de la patrulla se produce el desembolso, el oficial comienza la sesión de manera grotesca y el  chófer siendo veedor de la secuencia, como una maquina manejada de forma externa, dispara su arma reglamentaria, depositando dos balas en la cabeza de su jefe, disputando un amor que no era, aunque para él era fe ciega. Ella con un no estruendoso asusta al matador y en huida del subalterno ella negó a dios, con el odio de los manso que le tienen al que abusa de su inacción.
El ateísmo fundamentado en un momento de su existencia, nadie muere sintiéndose deseado siendo rapiña en la tierra… salvo que dios no exista, palabras que repitió por mucho tiempo. Un ser en su vientre cambio la historia, los pañales y comida agotaron su parte media. La calle en la noche no se enteró de nada, la mujer vende su cuerpo, el uniformado con otro rostro recauda,  el vecino se queja, la sanidad está en falta y la meretriz sigue siendo una mujer olvidada, que sólo la recuerdan como un tóxico de los que dicen que se aman.


PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

WLADIMIR ZAMBRANO
(Guayaquil-Ecuador)

Día 7
(Test de evacuación)

a) Miento
     y no he parado de hacerlo desde que aprendí a hablar

b)  A veces la mirada de los santos
     que caminan por las noches
     donde se copia el hambre…  
                                                          
c)  Subo a lo más bajo:                              me purifico en  lo más sucio…
    Esta es la noche en que te digo: silencio…
    Se acercan mis temores como una bandada de pájaros…

d)  A veces los nervios que se conjugan con el agua,
     con los golpes que hunden los barcos
     de la antigüedad más remota…

e) Dibújame  plagado de neblina
     y encerrado con una pistola diminuta

 f)  Otra vez es la noche en que te  digo silencio
      se acercan mis temores como una bandada de pájaros   

Quítate los lentes…

Mírame
con tus ojos humanos

FRANK PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)

INVENTARIO

Se derrama el grito
y tu mirada sigue como ráfaga ardiente
por la ranura del cielo,
tu lengua interroga la mudez de mi piel.

Tus manos suscitan
lentejuelas fugaces.

Tu boca
acierta el furor de mis labios.

Somos apenas
dos matices del rocío.

JORGE VINITZKY
(Montevideo-Uruguay)

DOS HERMANOS

Fuimos por los nuestros.
No estaban donde los dejamos.
Fuimos por sus huesos,
al último paraje.
Allí donde los enterramos.
La tierra habrá descarnado
sus amados cuerpos.
Fuimos a llorarlos.
Fuimos a venerarlos.
Fuimos por sus huesos,
y allí estaban ellos.
Pudimos sentirlos.
Nos miramos uno a otro
por poder verlos.
Fuimos por su recuerdo.

GLORIA CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)

DE CARA AL CIELO

¡Ay mi madre! y el soldado
se quedó de cara al cielo
el labio  desencajado
bruma, hielo.
El río de los lamentos
arde.
Es el rojo pavimento
en el muro de la tarde
con el último alarido
del caído.
¡Ay mi madre! ¡Ay mi bandera!
¡Ay el pobre uniformado
la anónima lanzadera
el patio crucificado
llenando con su delirio
esta historia mal escrita
esta guerra de martirio,
esta hinchazón infinita!
que solo cierra el camino
 campesino.

Veredas abandonadas
senderos sin gentilicio
Colombias irrespetadas
desconocido suplicio
coja va la muchedumbre
cojo el perro, cojo el día
se está volviendo costumbre
la constelación vacía
el despojo
el cielo rojo
el grito, la podredumbre.
Como una canción ya oída
o una cara conocida
se van volviendo costumbre.
El secuestrado
enjaulado
es una fiera demente
o una perdida contienda
lentamente
lentamente
se está volviendo leyenda.
Guerra que solo levanta
el pobre y el olvidado
es  una gota que canta
sin cesar en el tejado
o una llave
llena de canas y herrumbre
¿Qué hacer con la pesadumbre?
Nada
se volvió
costumbre.

 RONALD BONILLA CARVJAL 
(San José-Costa Rica)

 V
(HUACALILLO)


Hay un extraño sortilegio en todo,
un abalorio que no tiene precio,
un juego con niños que nunca acaba.

Y en medio, un pedestal para algún salto,
y al fondo, un grafiti en muro equivocado.

Hay un extraño que conjura y nos bendice.
El agua hace un recorrido lento
por dentro de la piedra.
Un juego de niños que no acaba.

Cantan las estrellas, desde el piso,
acostados a la orilla de la alberca.
El mar sonando como un sonámbulo olvidado.
Quizás no quede más que estas baldosas,
un paño,
un bombillo gastándose en la noche,
las botellas musicales de un guindajo,
la nasa de los viejos pescadores,
el ruido de las lapas del almendro,
los congos bostezando.
Un juego con niños
del que aún no me despierto.


PÁGINA 19 – CUENTO

AMANDA PEDROZO CIBILS
(Asunción-Paraguay)

EL APEPÚ

No es que Toma'i fuera mudo ni escaso de entendimiento. Pero andaba por el mundo como pandorga sin liña. Terminaron por dejarlo en el único lugar capaz de calmar su llanto y esos gemidos como de deudo de muerto. Entonces instalaron al niño frente a la máta (18) de apepú (19), y desde ese momento todos pudieron desentenderse de su presencia sin gran esfuerzo. Tardes hubo en que el mita'i (20) se negaba a entrar a la casa. Lo sabían por el silencioso estironeo que los ponía fuera de sí, lo sabían al ver que el enojo le rompía en dos el moco de la cara.
Poco tiempo pasó para que dejaran de esforzarse por quererlo, lo que hicieron sin sentimiento de culpa porque en eso se apoyaban unos a otros y después de todo el niño parecía no querer a nadie. Su delirio acabó con toda la paciencia que había en la casa de una sola vez. Se cansaron verdaderamente y mediante eso Toma'i pudo tenderse en paz los días enteros junto a la planta, sobando con sus deditos el nacimiento de las raíces, sin que nadie perdiese los estribos por eso. La desidia familiar había llegado hacía rato al colmo, pero él parecía agradecido cada vez que olvidaban meterla a la casa cuando llegaba la noche. La abuela Tomasa era la única que se pasaba los días persiguiendo con los ojos la obsesión de la criatura. La abuela Tomasa vivía llena de humillaciones y miedos. Se sentaba en su corredorcito en una hamaca. Se hurgaba la nariz, armaba su rodete con ayuda de un aropi (21) de oro que cuidaba más [34] que su vida o frotaba por sus piernas ensumidas (22) un pedazo de grasa de gallina que nadie más que ella podía tocar. La abuela Tomasa cayó en desgracia desde cierto rapto de taradez que tuviera como fruto de los cuatro vasitos de licor de huevo que se tomó sin respirar en memoria de tío Ceferino, quien murió pidiendo que le acercaran un traste (23) de mujer para no irse al otro mundo con las ganas. Fue cuando eso que la familia aprovechó para confinarla a una piecita en el fondo del patio, y jamás volvió a tomarla en serio aunque ella no volvió a reírse en toda su vida.
A medida que los otros se las arreglaron para no acordarse más de la molestia, Inocencia Socorrida enloquecía de pavor cada vez que veía a su hijo prendido a la planta de apepú. Le corría por la mente la idea de cortar el árbol pero las cuatro veces su intención chocó con las manitas llenas de tierra de la criatura. Inocencia Socorrida terminó haciendo la señal de la cruz cada vez que veía desde la cocina a Toma'i prendido al árbol de sus pesadillas.
La abuela Tomasa miraba cuanto iba aconteciendo y cada vez el rodete le salía más apretado y tenía que pasarse más veces el pedazo de grasa de gallina por las piernas ensumidas si quería contentarse. El apepú ese año reventó de flores y era tan intenso el olor en esa parte del patio, que únicamente Toma'i era capaz de aguantarlo. Juntaba minuciosamente los pétalos blancos que caían en círculo y reconstruía flores sobre las raíces del árbol. Mientras duró el tiempo de las frutas Toma'i se alimentó exclusivamente de la pulpa y hasta las hojas, lo que alivianó a todos del trabajo de llevarle de vez en cuando algo que comer y tomar. A medida que las manos se le quedaban amarillas y agrias el niño fue centrando su silencio y cuando la abuela notó su desesperación se instaló del todo en la hamaca esperando lo que había de pasar sin falta.
La lluvia del Viernes Santo comenzó con un rayo que echó [35] abajo la planta de apepú, momento exacto en que abuela y nieto llevaron corriendo su ansiedad hasta el árbol arrancado de cuajo. Toma'i empezó a cavar con apuro en medio de un llanto que le corría a chorros por el alma y que sólo la abuela podía ver porque era como si tuviera memoria de esas cosas desde antes, hasta que sus manos amarillas y agrias sacaron del todo la cajita de madera podrida que tenía dentro un poquito de tierra y unos cuantos huesos como de paloma muerta.
La abuela Tomasa se acostó esa noche tranquila por primera vez, después de acunar entre sus brazos a Toma'i para irle contando con esmero aquella vieja historia familiar que terminaba con un angelito enterrado en una cajita de madera, hasta esa lluvia del Viernes Santo que comenzó con un rayo. 


PÁGINA 20 – ENSAYO

UMBERTO ECO
(Alessandria-Piamonte)

LA MEMORIA VEGETAL

¿Hay diferencias entre la primera galaxia Gutenberg y la segunda? Muchas. La primera de todas: sólo los hoy arqueológicos procesadores de textos de comienzos de los ochenta proporcionaban una comunicación escrita lineal. Hoy las computadoras no son lineales; ofrecen una estructura hipertextual. Curiosamente, la computadora nació como una máquina de Turing, capaz de hacer un solo paso a la vez, y de hecho, en las profundidades de la máquina, el lenguaje todavía opera de ese modo, mediante una lógica binaria, de cero-uno, cero-uno. Sin embargo, el rendimiento de la máquina ya no es lineal: es una explosión de proyectiles semióticos. Su modelo no es tanto una línea recta sino una verdadera galaxia, donde todos pueden trazar conexiones inesperadas entre distintas estrellas hasta formar nuevas imágenes celestiales en cualquier nuevo punto de la navegación. Sin embargo, es exactamente en este punto donde debemos empezar a deshilvanar la madeja, porque por estructura hipertextual solemos entender dos fenómenos muy diferentes.Primero tenemos el hipertexto textual. En un libro tradicional debemos leer de izquierda a derecha (o de derecha a izquierda, o de arriba a abajo, según las culturas), de un modo lineal. Podemos saltearnos páginas; llegados a la página 300, podemos volver a chequear o releer algo en la página 10. Pero eso implica un trabajo físico. Por el contrario, un texto hipertextual es una red multidimensional o un laberinto en los que cada punto o nodo puede potencialmente conectarse con cualquier otro nodo. En segundo lugar tenemos el hipertexto sistémico. La Web es la Gran Madre de Todos los Hipertextos, una biblioteca mundial donde podemos, o podremos a corto plazo, reunir todos los libros que deseemos. La Web es el sistema general de todos los hipertextos existentes. Esta diferencia entre texto y sistema es enormemente importante. Por ahora déjenme terminar con la más ingenua de las preguntas que suelen hacernos, una pregunta donde la diferencia a la que aludimos no se advierte con total claridad. Pero respondiéndola podremos clarificar otra posterior. La pregunta ingenua es: "Los disquetes hipertextuales, Internet o los sistemas multimedia, ¿volverán obsoleto al libro?". Y así llegamos al último capítulo de la historia de esto-matará-a-aquello. Pero aun esta pregunta es confusa, puesto que puede ser formulada de dos maneras distintas: a) ¿Desaparecerán los libros en tanto objetos físicos?; y b) ¿Desaparecerán los libros en tanto objetos virtuales?
Déjenme contestar primero la primera. Aún después de la invención de la imprenta, los libros nunca fueron el único medio de adquirir información. También había pinturas, imágenes populares impresas, enseñanzas orales, etcétera. El libro sólo demostró ser el instrumento más conveniente para transmitir información. Hay dos clases de libros: para leer y para consultar. En los primeros, el modo normal de lectura es el que yo llamaría "estilo novela policial". Empezamos por la primera página, en la que el autor dice que ha ocurrido un crimen, seguimos el derrotero hasta el final y descubrimos que el culpable es el mayordomo. Fin del libro y fin de la experiencia de su lectura. Luego están los libros para consultar, como las enciclopedias y los manuales. Las enciclopedias fueron concebidas para ser consultadas, nunca para ser leídas de la primera a la última página. Generalmente tomamos un volumen de una enciclopedia para saber o recordar cuándo murió Napoleón, o cuál es la fórmula química del ácido sulfúrico. Los eruditos usan las enciclopedias de manera más sofisticada. Por ejemplo, si quiero saber si es posible que Napoleón conociera a Kant, tengo que tomar el volumen K y el volumen N de mi enciclopedia. Y descubriré que Napoleón nació en 1769 y murió en 1821, y que Kant nació en 1724 y murió en 1804, cuando Napoleón era emperador.


PÁGINA 21 – CUENTOS BREVES

J.M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

LÁGRIMAS Y DUELOS

Vacíos por dentro y por fuera, lloran con los ojos secos. Están perdidos sin ella. Están perdidos. Y sin embargo, Eloísa era tan sólo una musa. Podría haber sido del tiempo de Musset. De tan devaída y frágil. Es que con ella se nos va la tristeza. Entiéndanlo. Sin ella perderemos para siempre el spleen, esa forma de estar fuera de las formas tocables. Eloísa no era de este mundo: por eso la lloramos.


Decretaron duelo por tres días cuando murió el elefante. El circo ya no será más 4el mismo. A los payasos se les corrieron las pinturas de la cara. Y los pumas aullaron las tres noches sin función. Un enigma todavía no resuelto: dónde, cómo y cuándo lo enterrarán.


Hemos llorado mucho. Pero hoy, más calmos, comprendemos que todo había de suceder así. Mamá ya no lo amaba. Y papá había perdido la razón por otra mujer. Entonces, la hipótesis pudo tener visos de realidad. Cuando lo trajo, nos pareció muy joven para ella. Pero estaba feliz y nada dijimos. Nada dijimos cuando vino la otra. Nada dijimos cuando se armó un cuadrilátero doloroso. Nada dijimos cuando papá ultimó a la nueva pareja de ella. Y nada dijimos cuando, arma en mano, mamá hizo lo propio con la otra.


Ninguno de los dos hizo duelo. Y no fue extraño, para nosotros, que mamá le enviara mensajes de amor desde su celda y papá  le contestara con hermosas palabras desde el presidio distante.


Alforjas vacías. Nada para llevar; nada para traer. Y sin embargo, vuelven serenos a recomenzar el camino. Como si nunca hubiera estado trazado. Todos se han ido lo más lejos posible y nadie quiere recordar. Borrando la memoria, el duelo es menos cruel. Y sin embargo, allá, sobre la línea del horizonte, aún humean los hornos.
                              

PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

EMILIA MARCANO QUIJADA
(Ciudad Ojeda-Zulia-Venezuela)

¿Y tú, todavía lloras? Deberías curarte de eso. 
A los velorios van tu madre, la mía, la de ellos.
y en lugar de llorar por el de turno, lloran 
por ti, por mi, por ellos 
como si hubiéramos muerto ese día.
No somos tan pendejos,
nosotros si sabemos 
que estamos muertos desde hace años,
desde que nos marcó la piedra,
pero ellas se enteraron
apenas ahora.

MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)

ABISMOS

Precipicios del silencio abren sus fauces
en donde voces agónicas  emergen.
Imploran desde sus profundidades con gritos tácitos,
milenarios crujidos de corteza en su estado primordial.
Flores de magma en constante  movimiento
suben por las grietas sofocadas de impaciencia
y despliegan sus alas, mariposas engarzadas
en líquidos  metales.

Los elementos, arquitectos de los abismos,
cumplen sus designios con admirable destreza
y apaciguan las voces de la tierra desplegando
lágrimas del cosmos sobre sus heridas abiertas.

En la espiral del tiempo
hemos venido una y otra vez a enlazar
nuestros destinos,
caemos en los precipicios de la muerte
y clamamos desde sus abismos por otra oportunidad.
Alguien dice que los dioses no están contentos,
que todo este torbellino es irreversible.

En su mudo deambular eterno
la tierra da a luz esperanzada, lanza su aullido perpetuo
abriendo sus entrañas a la nueva vida
y en ese momento, todo lo pretérito cae
absorbido por la profundidad irascible del espasmo.
La voz de la llaga convertida en polvo
toma el vuelo buscando su origen más allá de las estrellas.

La partícula dios,
manipula a su antojo los destinos de la humanidad
en hallar   una nueva fórmula,
la receta con los ingredientes perfectos de la existencia,
su origen, la creación y posible  destrucción.
Sin embargo, los abismos guardan sus secretos con alevosía
y no darán respuesta,
cerrarán sus profundidades, acallarán los clamores
antes de que el humano en su incesante búsqueda
apriete el botón  del exterminio.
Por eso,
será sólo un repicar de campanas grises anunciando
la voz que no queremos escuchar.

GRACIELA GUERRERO GARAY
(Las Tunas-Cuba)

NEXOS

El  corazón del mar clama tu nombre.
Las olas zarpan sobre el muelle vacío,
una lechuza hambrienta tiene frio.
En el pasto dorado, muere un hombre.

Conquistaron la tierra los leones,
marchitaron el oro y la neblina.
Ya no son puntiagudos los pezones,
donde el rey sembraba su pamplina.

Titila un vaho oscuro en las montañas,
Homero esculpió el aire en un papel,
una mujer de verde hace mañas
por calentar su nido con la miel.

Acá retoza un niño entre pañales.
El hielo calentó el cielo amarillo,
los peces crecen en lagos albañales
mientras tu beso lo lavan con membrillo.

yanarys VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)

EPÍLOGO

Período de duelo,
una constante que signa mi existencia.
Gafas oscuras, para no ser descubierta,
cliché repetido hasta el cansancio por nosotros.

Hubo muchas palabras,
luego el silencio se apoderó de nuestras manos.
Nos ahogamos entre la lluvia de nuestros ojos
y la cama que ahora te abandona.

El amor, como yo, se fue alejando
hasta que ya no pude reconocer las señales
que me guiaran de vuelta.
Me perdí y conmigo arrastré
a los que siempre me sedujeron.

Si no existe la perfección del amor
mi destinoestá sellado.
Me convertiré en la sombra de mí misma,
en el recuerdo de la inocencia,
en los retratos que perdí intencionalmente,
en la tristeza y en algo solo
que se deteriorará con el tiempo.

GUSTAVO PEÑALOSA CASTRO
(México D.F.-México)

4

No quedaba mucho tiempo. En el sobre iban guardadas
sus monedas, su llave, la tarjeta y el aroma deslavado
De su pañuelo
Bajamos la vista y el tren pareció detenerse
Bajamos la vista necesariamente porque se trataba de nosotros
Condensamos recuerdos de este lado del río
Apagamos las luces y no dijimos nada después
Los vimos llevarse las hojas secas, y las nubes
echaron encima un vaho caliente y humedad y tiempo
y la gente cruzó de un lado a otro y bajaron la cabeza
y las tortugas, en ese verdor de la saliva sobre la yerba
transparente indiferencia de techo de olvido
el pañuelo, el pelícano, la herida
de los hijos que miraban el pasado
con los ojos cerrados
y recostaban la cabeza en el pecho blanco
de un mediodía de sol profundo
mientras ellas buscaban debajo de la ropa
el suelo intacto que soñaron la víspera
antes de cruzar la acera
y miraron los retratos que nadie reconocería
Y la sal, juntábamos la sal y tocábamos la frente a cada uno
y acariciábamos las palmas de las manos
antes de la ejecución



PÁGINA 23 – CUENTO

MIGUEL ÁNGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Argentina)

SOLOS

Sale de la casa y se encuentra sola. Con su vestido de flores apretadas y su bolso gris. Pero sola. Se ve buscando a un hombre en mitad de su vida. Muy pintada, los cabellos ya entrecanos camuflados bajo el color rojo chillón de la tintura y las uñas mordidas en el fragor de la ansiedad. En la puerta, el barrio es el de siempre: una larga calle arbolada y los chalecitos con maseteros y malvones que vuelven cálida la soledad de las tardes. Cierra el portillo y corre el pasador, después baja el escalón de granito y mira la vereda que el sol dejó hace rato de sonrosar. Acostó a su madre, las mesas de noche cargadas con frascos de remedios y perfumes, como un ídolo obeso, de oro y pedrería en el centro de la cama. Habitualmente, antes de salir, la maquillaba y le anudaba un pañuelo de encajes en la cabeza. Le ponía sus collares y sus anillos grandes, de fantasía, que en la mano regordeta, parecían luces de navidad. Procuraba disimularle las ojeras negras con esmero, sabiendo imposible acallar esas manchas profundas y viejas con cremas y polvos. La vejez estaba ahí, había hecho nido y ya no se movería de esos párpados. Por más que frotara, sin consuelo, la vejez también estaba en ella, en su rostro de cuarentona fea y solterona, lo mismo que un gusano que taladraba la piel hasta la llaga.
Camina haciendo sonar los tacos en las baldosas. Los autos doblan y algunos conductores la miran de reojo. Las flores de su vestido brillando ante el fogonazo de las luces. Quiere mostrarse decidida aunque la forma de aferrar la cartera delate su debilidad. Toda la noche en los hombros, piensa. Siempre le había fascinado la noche, esa espesura de silencio en el borde del aire, ese miedo que le daban las estrellas como ojos o como perforaciones sucias de blanco. En la esquina había una parada de taxis. Ahí esperaría al gordo de los miércoles, ese que conoció bailando tangos en un boliche del bajo, que le mentía amor en la pieza de un hotel haciéndola sentir cobarde.
Aquel hombre siente la soledad como nunca. Como una goma que se le pega en el cuerpo hasta sofocarlo. Siente que se le acumula en la carne formando un callo entre los pliegues, donde se juntan los gestos, los guiños, las miradas. Lo envuelve, lo acosa, lo mantiene lejos de la cordura. No le permite reponerse del desorden del miedo. Está atrapado. Se siente idiota al reconocerse indudablemente solo en medio de todos los que dicen quererlo. Toma pastillas, bebe. Se consuela viendo viejas películas, se habla de lo canalla que fue cuando tuvo la posibilidad de ser querido y se hizo a un lado, sin empaque, entregado en el desangre. Lee periódicos, manda mails, se deja caer en la web, hundiéndose en el estallido del chat donde otros hombres buscan señales que se parezcan al cariño, hiriéndose para sentirse vivos, regodeándose en la masacre de los nombres para hacer del nick elegido una salida terca de la monotonía. Su soledad es un bloque de cemento que se le clava en los costados, que tiene puntas y lo invita a caer. Pero se levanta. Quiere morir, pero algo lo aleja de esa idea. Un impulso, un improperio, una rebeldía única, nunca sentida, colándosele dentro de las costillas como un viento envenenado pero salvador. Las escenas de la película pasan ligeras, perversas. Isabel Sarli de guardapolvo blanco, la luz salvaje, la actuación impúdicamente mala, la mujer bella pero grotesca al fingir una calentura fatal. “Que pretende usted de mí” borrando todo argumento. Sin entusiasmo, el hombre bosteza. Es lo único que le pueden provocar esas contorsiones, esas lumbalgias de senos puestos de pie ante la cámara. Al terminar de ver, recorre con los ojos la breve habitación, encoge los hombros como si sintiera frío, aunque el calor es insoportable. Afuera la gente también finge ser feliz. Inventa razones para la dicha, planea encuentros, se ama, se busca, resbala en esa inercia de la amistad que va quedando como una costumbre similar al afecto. La gente tiene más armas que él para creerse feliz. Porque con la soledad se pierden las dimensiones de la dicha ajena, es necesario convertirse en espectador de ella, ver mejillas iluminadas de alegría, risas, el otro con el otro, para poder decir: “eso es lo que no tengo”, eso es lo que otros tienen y yo lo dejé escapar, una simpleza, manos que se juntan, calor en las bocas, la alegría, nada más, un bar, una conversación, vestirse para otro, para que otro distinto complete el cuadro que queda trunco si nadie mira, si nadie dice, estás hermosa o hermoso, sos mi amor, sos mi vida, sos, simplemente. Se pone la camisa y sale. No sabe que se encontrará con esa mujer, en el banco de cemento. Tan lastimosamente él en otro sexo.
Se convence de que el gordo de los miércoles no vendrá recién cuando ve al hombre acercarse, pálido, como si el tiempo le hubiera lavado la sangre dejándolo así, muerto y apagado en esa prontitud de sueño. Tiene los ojos chicos de espiar la vida desde un lugar cerrado. Ella sabe de esas cosas. El gordo es casado, mentiroso y da lástima arriesgarse a tenerle cariño. Ella pensaba todo en función de su madre, hasta se sorprendió una noche midiendo si su amante entraría en la cama de la vieja una vez que esta muriera. Se ríe de verse tan pobre intentando atrapar las migajas que alimentan el resentimiento. Quiere que ese hombre la vea, aunque sea ese, para no volver tan sin levante, tan despiadadamente no elegida otra vez. Por eso cruza las piernas con lastimada premura.
Sin expresión el hombre se sienta al lado. Y se le presenta una casa gris, él llegando de la oficina, la habitación a oscuras, una mujer en bata, un hombre desnudo, un asombro, o dos, una pregunta que no se contesta, que no es necesario responder, el adiós. Piensa ¿cómo matar lo que nunca tuvo vida?, ¿cómo hacerse cargo de un sueño, cuando todos se han terminado? Y piensa también en el reposo de la mujer del banco, esa entrega, los ojos esquivos, la duda y un tajo de labios rojos a modo de sonrisa que quiere ser agradable.
El hombre huele a alcohol, a ropa transpirada y vuelta a transpirar. Recuerda a la madre que le echaba los candidatos y ella que la dejaba hacer por comodidad, por culpa. Y ahora ese, que no era lo que ella buscaba pero que está ahí, que debía verla como una puta para facilitarle las cosas, para que el amor no naciera, como no nació aquel único hijo que le hicieron y que tuvo que abortar porque los hombres las quieren vírgenes, los hombres no las quieren rotas, la madre llorando las faltas de una hija díscola, perdida.
—¿Vamos a algún lado?— propone.
Cuando se reclina en el banco, sabe que esa mujer no le va a servir. Porque nadie entiende que para odiar, para el rencor se necesita un asco, como comer bichos, algo más deshonroso que encontrar a la propia esposa en brazos de otro o pensar que aún alguien podía amar al burócrata disfrazado de marido que traía flores a la casa y hablaba de las vacaciones. Es necesario sentir que la carne se desgarra en cólera, no soñada sino viva, un asco destructivo, como estrellar un puño contra la cara de alguien alguna vez deseado. Esa mujer es honesta. Tiene una pena sentida y cierta, por más que proclame ser una cualquiera, por más que vaya casa por casa diciendo su deseo, pidiendo mitigar sus calores de loca, la inocencia se le desborda tras cada caricia. No le servirá, no. Ni esa noche ni ninguna. Ni en el recuerdo, ni en la anemia de esas horas pasadas frente a la computadora buscando otras hembras odiables y felices, otras putas a las que dejar sin amor. Defraudado prepara la respuesta.
—Vivo cerca. Vamos a mi casa.


PÁGINA 24 – ENSAYO

CONSTANTINO MPOLÁS ANDREADIS
(CABA-Argentina)

RODOLFO WALSH – OPERACIÓN MASACRE

Esta novela, esta realidad, esta ficción a contrapelo, esta verdad. Qué quiere decir obra maestra. Yo no soy quién, yo me lavo las manos, yo no estoy aquí para dictaminar. Yo a lo que he venido es a callarme, a levantar una estatua con los ojos, a derribar un muro, es decir a arribar. A llegar, o sin querer, a la otra orilla. Y no hay río ni orilla, ni barco ni barrio ni ciudad. Lo que hay es un jueguito de palabras, torpes palabras, meras palabras que vienen o que van. La cuestión es adónde, el tema y el poema es ese adónde, pero que conste, ya que después de todo, ¿y si no sobrevive la palabra? Qué más da, después de tanto, esto no es un poema, ni una estatua, aunque sí una noticia, y más que una noticia, un desvalido y superfluo titular. Lo que quiero decir porque no puedo, no sólo no decirlo sino impedir que lo diga mi boca por mi mano, mi voz por esta tinta con que escribo, mi corazón al fin, desde el principio: “Operación masacre” es una novela magistral. Si hace honor a las letras argentinas, suframos, pataleemos, demos vuelta las cosas, el tiempo como un guante, pero la cosa es que Rodolfo Walsh ya no está. Y no está pero pudo haber estado. Y es eterno pero está muerto y enterrado. Y no sólo es eterno, y no sólo está vivo, sino que se murió y es inmortal. Murió en combate, como su hija, por una causa en la creyó hasta el final. Y yo no justifico ni condeno. Yo soy un hombre, un pobre hombre, encorvado ante un libro, y asombrado, que se saca el sombrero, y las ideologías o los dados, y saluda, y reverencia y llora, de rabia, de dolor, de impotencia ante el hecho consumado, y ya no hablo del libro, rebuzno por los libros, que pudo haber escrito, que debió haber escrito, o tal vez escribió, y el ciego es el que escribe, el hombre que ahora escribe, que está escribiendo esta crónica o disculpas, o justificación o cobardía, o alevosía de la hipocresía, o vaya a saber uno de quién es la verdad. Pero permítanme que me baje del caballo, y a la distancia, no para ver mejor sino para que este elogio sea entendido, en su justa medida, y en su oscura verdad, afirmar mientras sudo de vergüenza, de vergüenza profunda, de sudor natural, que más allá de lo que pueda separarnos, y a estas alturas ya casi no distingo que está bien o está mal, que el escritor Rodolfo Walsh es todo un hombre, y aunque siempre un muchacho, esta novela, ficción o testimonio, ficción o juicio, sentencia o realidad, es ejemplo y belleza, árbol y fruto, vino en la copa y copa en su verdad. Y si repito tantas veces esta antigua palabra, traidora y traicionera, y cruel por neutral, no vayan a tomarla como suena, y si literalmente, yo pido para ella no el canto ni la excusa, sino que se la lea y se la juzgue, literalmente, literariamente, como lo que es, una palabra, como campana, o buenos días, o pañuelo o paloma, uva, tranvía, calesita, soledad.
No vayan a pensar, los que me desconocen, los que no me conocen, que esto que les digo no es verdad.


PÁGINA 25 – CUENTO

ALFREDO DI BERNARDO
(Santa Fe-Argentina)

EL CHICO CON EL QUE NADIE SE REÍA

Mientras el guitarrista melenudo, joven talento del barrio, entusiasma a la concurrencia cantando una chacarera, Ramón espía al público que se ha juntado en la placita. Oculto a un costado del escenario, observa todo con ojos de niño grande. Tiene 30 años, pero los festivales al aire libre todavía le provocan el mismo cosquilleo de excitación que le causaban cuando era chico, como si estos ratos de alegría popular fuesen el testimonio concluyente de que Dios aún se acuerda de sus hijos. De todos. 

Es una tarde radiante de invierno y la placita se ha llenado de gente que, sea por auténtico interés, por curiosidad o para disolver el aburrimiento de los domingos, viene a ver los diferentes espectáculos que se están ofreciendo. Algunos están sentados sobre el césped; otros han traído desde sus casas los sillones plegables y el equipo de mate. Hay banderas y racimos de globos ondeando en lo alto de las farolas, y un grupo de niños que cada tanto se aleja del escenario y vuelve a correr detrás de una pelota.

 La escena le trae el recuerdo de una tarde similar en la plaza de su barrio, Santa Rosa de Lima. Ramón tenía entonces 15 años y su vida era un inventario de los lugares comunes que suelen jalonar la marginalidad. Pero a Ramón lo distinguía, además, una timidez monumental. Parco al extremo, podía pasar largos ratos entre la gente sin emitir palabra alguna, y cuando no le quedaba otro remedio que abrir la boca, lo hacía pronunciando monosílabos en voz muy baja.

 Cuando el hombre del aro en la oreja llegó al barrio con intenciones de reclutar pibes en situación de riesgo para armar con ellos un grupo de teatro callejero, Ramón estuvo en la reunión inicial sólo por inercia, arrastrado por el entusiasmo de su primo Andrés, que integraba una murga en Yapeyú desde hacía unos meses y venía llenándole la cabeza hablando maravillas de su experiencia con el redoblante, la pintura y el disfraz. A la semana siguiente, sin embargo, Ramón fue al primer ensayo por propia decisión. No supo muy bien qué buscaba, sólo sabía que el hombre del aro en la oreja lo había mirado a los ojos y sin desprecio.

 La timidez, sin embargo, le jugó en contra desde el principio. Se enredaba aún en los parlamentos más simples, tartamudeaba, le costaba modular la voz para que sus palabras resultaran audibles y, sobre todo, se quedaba duro, sin reacción, ante el menor traspié. Preocupado por no poder revertir tamaño grado de inexpresividad, el hombre del aro en la oreja optó por recurrir a lo básico: “Vamos a hacer lo siguiente, Ramón”, le dijo una tarde, poniéndole una mano en el hombro, con la actitud típica de los directores técnicos que dan instrucciones al jugador suplente que está por ingresar. “Cuando yo le grite al Gato ‘Me voy’, vos vas a entrar llevando unas cajas, entonces yo te atropello, vos tirás las cajas para arriba y te caés de espalda”. Ramón no lo dijo, pero sintió un profundo alivio al saber que, por lo menos, no tendría que aprenderse un texto de memoria y repertirlo delante de todos los vecinos. Pero las dificultades no se acabaron allí: la primera vez que ensayaron la escena, Ramón cayó mal y no se desnucó por milagro. Con una paciencia a prueba de contratiempos, el hombre del aro en la oreja le enseñó la técnica circense para caer sin golpearse y, de a poco, las cosas empezaron a salir con mayor fluidez.

 La tarde prevista para la representación era similar a esta. Hubo música, títeres, hubo una taza de chocolate caliente para todos los chicos y hasta actuó la murga de Yapeyú en la que tocaba Andrés. Cuando llegó el momento de la obra, Ramón se ubicó detrás de unos carteles y, en involuntaria imitación de la estatua viviente que había visto una vez en la peatonal, se quedó parado con las cajas listas en la mano, como si le hubiesen confiado una reliquia y tuviese miedo de arruinarla o de perderla. Estaba asustado; un pececito inquieto empezó a retorcerse en su pecho, retaceándole el aliento. Era como si le hubiesen puesto el alma en una prensa. Cuando escuchó que le daban el pie, creyó que le iba a reventar el corazón. Tragó saliva y salió de las sombras con esa dosis fugaz de inconsciencia de quien se tira a un precipicio. Tal cual estaba previsto, el hombre del aro en la oreja vino corriendo hacia él y se lo llevó por delante. Ramón se desparramó aparatosamente sobre el piso mientras las cajas volaban. Escuchó las carcajadas del público. Tendido, mirando el cielo luminoso de julio, escuchó las carcajadas y se sorprendió, como quien descubre en un recodo del camino un paisaje inesperado. Escuchó las carcajadas y fue como si unos brazos tibios lo abrigaran. Escuchó las carcajadas y hubiese querido quedarse así para siempre, atesorándolas, pero el Gato, con nula sutileza, se encargó de recordarle por lo bajo que la obra seguía y que él debía salir de escena.

 “Che, ¿por qué te quedaste tanto tiempo tirado en el suelo?”, le preguntó el hombre del aro en la oreja un rato más tarde, cuando todo habia terminado y la plaza ya estaba sumida en esa melancolía viscosa que sucede a toda fiesta. “Estaba escuchando la risa de la gente”, explicó él. Y enseguida, sin sospechar el desamparo sideral que evidenciaban semejantes palabras en boca de un chico de 15 años, agregó: “Nunca nadie se había reído conmigo”.

 El guitarrista melenudo concluye su actuación y los vecinos lo ovacionan. Ramón se desentiende bruscamente de los recuerdos y se concentra en el ahora, en el trajín de la gente del sonido, que trabaja cerca de él. El presentador pasa a su lado y consulta: “¿Estás listo?”, Ramón asiente y ve cómo el hombre camina hacia el centro del escenario, toma el micrófono y comienza a hablarle al público con énfasis festivalero. Él se queda aguardando expectante. La timidez no lo ha abandonado y todavía siente el aleteo del pececito en los minutos previos, pero no le importa porque ya se acostumbró: hace años que visita hospitales y recorre los barrios más pobres de Santa Fe con su vocación solidaria a cuestas.

 “Con ustedeeeees…”, anuncia el presentador. Ramón se acomoda el sombrero por última vez y verifica que la nariz roja esté bien ajustada. Después, traga saliva y sale a escena. El chico con el que nadie se reía finge que se tropieza y realiza una acrobática pirueta. Un centenar de carcajadas llega hasta él para abrigarlo.


PÁGINA 26 – ENSAYO

FERNANDO G. TOLEDO
(San Martín-Mendoza-Argentina)

EL POETA, EL INSECTO

Hay poetas constantes y poetas estacionales. Los primeros, claro está, escriben siempre, donde y cuando sea. Suelen ser prolíficos y no hay día, hora o clima que perjudique o beneficie su escritura. Otros somos más bien poetas «estacionales»: lidiamos durante todo el año con la prosa de los días, del trabajo y las obligaciones, y, quizá porque necesitamos tener los músculos de la lírica descansados, solemos escribir poemas sólo cuando estamos de vacaciones. A Gustav Mahler le pasaba lo mismo cuando quería componer. Debía dejar a un lado las obligaciones propias del mejor director de orquesta de su tiempo para, recién entonces, imaginar y poner en partitura esas sinfonías oscuras, estremecedoras y hermosas que trazó en sus retiros veraniegos de Steinbach o Maiernigg [1].

Ser poetas estacionales, y cuya savia de versos se estimula en el verano, nos pone a la altura de los insectos. Esto sucede cuando, bajo la lámpara que nos acompaña en las «rondas nocturnas» a la caza de un poema, somos de pronto golpeados por un bicho volador. Al levantar la vista descubrimos el enjambre de desquiciados seres que giran como satélites perdidos alrededor de la luz, criaturas que golpean el farol, que incluso sacrifican sus pobres vidas breves con tal de tocar –como ícaros que no aprendieron la lección– esa irresistible fuente de energía.

Es cierto que lo primero que hacemos al interrumpir nuestra faena es combatir esa invasión. Usamos las manos o el insecticida. Cerramos la ventana o, ya en el límite de la desesperación, apagamos la lámpara. Allí es cuando descubrimos a nuestros semejantes: no lo sabíamos, pero habíamos estado haciendo lo mismo. Como los insectos, los poetas aparecemos ex nihilo en las noches, bajo las lámparas que guían nuestro desorbitado vuelo. Fabio Morábito , dice que siempre se escribe en silencio, aunque haya ruido a nuestro alrededor [2]. Creo que también siempre se escribe de noche, con la guía de una luz tenue que no lleva a otra parte más que a su propio resplandor. Cada verso es un golpe contra el candil. El canto de la mano corre con violencia un insecto que se ha pegado al papel –o a la pantalla de la computadora portátil–, y corre de algún modo lo erróneo de otro canto (lírico), el que estamos escribiendo.

Si no estuviéramos inmersos en el mundo parasitario de la poesía, la luz apenas nos serviría para iluminar el camino. Pero somos poetas estacionales, insectos, bichos de luz, y queremos más que eso. Hacemos lo que Horacio Castillo escribió, tal vez bajo el haz de una lámpara larvada, en ese magnífico poema: «...luchamos, sí, / pero apenas por un poco más de luz, / la dignidad de haberlo intentado» [3]. Entendemos que hay un daño implícito, pero como Jacobo Regen («Sé dura, oh luz, conmigo») preferimos lastimarnos («hiere profundo, profundo») [4].

Y sólo de a ratos, en medio de un verso recién escandido o al concluir un poema, al percibir la mañana que despunta, miramos de nuevo la lámpara y nos llega una oportunidad. Ahí están los versos o la página en blanco; ahí, la incandescencia. Y hay que decidirse. Tendremos que elegir entre chocar contra el destello o sobrevivir a la próxima noche.

Notas
[1] Walter, Bruno. Gustav Mahler. Alianza Música, 2007.
[2] Morábito, Fabio. El idioma materno. Gog & Magog, 2014.
[3] Castillo, Horacio. «Apenas por un poco más de luz», en Por un poco más de luz. Obra poética 1974-2005. Brujas, 2005.
[4] Regen, Jacobo. «10», en Umbroso mundo. Fondo Editorial de Salta, 2013.


PÁGINA 27 – CUENTO

MONICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Argentina)
INOCENCIA

El siempre ha habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha deambulado largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo, en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.
Solo es. La dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La lluvia limpia el universo cada vez.
No conoce la pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta simetría de las telas de araña.
Ah la alegría de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.
Solo es. La soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo mantiene salvo de su oscuro veneno.
Siente el gozo de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo cóncavo.
Solo es. Nada lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente. Nada lo inquieta.
El ojo de agua en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen. No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.
Único y completo, solo es.
En su universo habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente una muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha entrevista, entredormida, entresoñada.
Súbita muchacha en el lecho de trébol húmedo.
Jóvenes brazos de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.
El bosque expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura blanda. De pronto el bosque expone su secreto.
Es la doncella florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su expresión en una criatura que lo resume.
Se acerca con pasos breves.
La recorre tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes. Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.
El bosque es esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.
Se acerca con pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es separación y lejanía.
Ha recibido la amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.
Decir que los hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.


PÁGINA 28 – CUENTO

JORGE LUIS BORGES
(Argentina:1899/1986)

EL EVANGELIO SEGÚN MARCOS

El hecho sucedió en la estancia Los Álamos, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinosa. Podemos definirlo por ahora como uno de tantos muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi ilimitada bondad. No le gustaba discutir; prefería que el interlocutor tuviera razón y no él. Aunque los azares del juego le interesaban, era un mal jugador, porque le desagradaba ganar. Su abierta inteligencia era perezosa; a los treinta y tres años le faltaba rendir una materia para graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que era librepensador, como todos los señores de su época, lo había instruido en la doctrina de Herbert Spencer, pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le pidió que todas las noches rezara el Padrenuestro e hiciera la señal de la cruz. A lo largo de los años no había quebrado nunca esa promesa. No carecía de coraje; una mañana había cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres puñetazos con un grupo de compañeros que querían forzarlo a participar en una huelga universitaria. Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o hábitos discutibles: el país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que usamos plumas; veneraba a Francia pero menospreciaba a los franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo, le propuso veranear en Los Álamos, dijo inmediatamente que sí, no porque le gustara el campo sino por natural complacencia y porque no buscó razones válidas para decir que no.
El casco de la estancia era grande y un poco abandonado; las dependencias del capataz, que se llamaba Gutre, estaban muy cerca. Los Gutres eran tres: el padre, el hijo, que era singularmente tosco, y una muchacha de incierta paternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo que tiraba a rojizo y de caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del capataz había muerto hace años.
Espinosa, en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba. Por ejemplo, que no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas y que nadie sale a andar a caballo sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito.
A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse a la capital para cerrar una operación de animales. A lo sumo, el negocio le tomaría una semana. Espinosa, que ya estaba un poco harto de las bonnes fortunes de su primo y de su infatigable interés por las variaciones de la sastrería, prefirió quedarse en la estancia, con sus libros de texto. El calor apretaba y ni siquiera la noche traía un alivio. En el alba, los truenos lo despertaron. El viento zamarreaba las casuarinas. Espinosa oyó las primeras gotas y dio gracias a Dios. El aire frío vino de golpe. Esa tarde, el Salado se desbordó.
Al otro día, Baltasar Espinosa, mirando desde la galería los campos anegados, pensó que la metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura. La lluvia no cejaba; los Gutres, ayudados o incomodados por el pueblero, salvaron buena parte de la hacienda, aunque hubo muchos animales ahogados. Los caminos para llegar a la estancia eran cuatro: a todos los cubrieron las aguas. Al tercer día, una gotera amenazó la casa del capataz; Espinosa les dio una habitación que quedaba en el fondo, al lado del galpón de las herramientas. La mudanza los fue acercando; comían juntos en el gran comedor. El diálogo resultaba difícil; los Gutres, que sabían tantas cosas en materia de campo, no sabían explicarlas. Una noche, Espinosa les preguntó si la gente guardaba algún recuerdo de los malones, cuando la comandancia estaba en Junín. Le dijeron que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una pregunta sobre la ejecución de Carlos Primero. Espinosa recordó que su padre solía decir que casi todos los casos de longevidad que se dan en el campo son casos de mala memoria o de un concepto vago de las fechas. Los gauchos suelen ignorar por igual el año en que nacieron y el nombre de quien los engendró.
En toda la casa no había otros libros que una serie de la revista La Chacra, un manual de veterinaria, un ejemplar de lujo del Tabaré, una Historia del Shorthorn en la Argentina, unos cuantos relatos eróticos o policiales y una novela reciente: Don Segundo Sombra. Espinosa, para distraer de algún modo la sobremesa inevitable, leyó un par de capítulos a los Gutres, que eran analfabetos. Desgraciadamente, el capataz había sido tropero y no le podían importar las andanzas de otro. Dijo que ese trabajo era liviano, que llevaban siempre un carguero con todo lo que se precisa y que, de no haber sido tropero, no habría llegado nunca hasta la Laguna de Gómez, hasta el Bragado y hasta los campos de los Núñez, en Chacabuco. En la cocina había una guitarra; los peones, antes de los hechos que narro, se sentaban en rueda; alguien la templaba y no llegaba nunca a tocar. Esto se llamaba una guitarreada.
Espinosa, que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Aires aburriría a los muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y no iría: una esquina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien dónde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado -la palabra, etimológicamente, era justa- por la creciente.
Explorando la casa, siempre cercada por las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las páginas finales los Guthrie -tal era su nombre genuino- habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de Inverness, habían arribado a este continente, sin duda como peones, a principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con indios. La crónica cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. Al cabo de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el castellano, cuando Espinosa los conoció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no escucharon.
Hojeó el volumen y sus dedos lo abrieron en el comienzo del Evangelio según Marcos. Para ejercitarse en la traducción y acaso para ver si entendían algo, decidió leerles ese texto después de la comida. Le sorprendió que lo escucharan con atención y luego con callado interés. Acaso la presencia de las letras de oro en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las clases de elocución en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.
Los Gutres despachaban la carne asada y las sardinas para no demorar el Evangelio.
Una corderita que la muchacha mimaba y adornaba con una cintita celeste se lastimó con un alambrado de púa. Para parar la sangre, querían ponerle una telaraña; Espinosa la curó con unas pastillas. La gratitud que esa curación despertó no dejó de asombrarlo. Al principio, había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes tímidas, que eran inmediatamente acatadas. Los Gutres lo seguían por las piezas y por el corredor, como si anduvieran perdidos. Mientras leía, notó que le retiraban las migas que él había dejado sobre la mesa. Una tarde los sorprendió hablando de él con respeto y pocas palabras. Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre le pidió que repitiera el que ya había leído, para entenderlo bien. Espinosa sintió que eran como niños, a quienes la repetición les agrada más que la variación o la novedad. Una noche soñó con el Diluvio, lo cual no es de extrañar; los martillazos de la fabricación del arca lo despertaron y pensó que acaso eran truenos. En efecto, la lluvia, que había amainado, volvió a recrudecer. El frío era intenso. Le dijeron que el temporal había roto el techo del galpón de las herramientas y que iban a mostrárselo cuando estuvieran arregladas las vigas. Ya no era un forastero y todos lo trataban con atención y casi lo mimaban. A ninguno le gustaba el café, pero había siempre un tacita para él, que colmaban de azúcar.
El temporal ocurrió un martes. El jueves a la noche lo recordó un golpecito suave en la puerta que, por las dudas, él siempre cerraba con llave. Se levantó y abrió: era la muchacha. En la oscuridad no la vio, pero por los pasos notó que estaba descalza y después, en el lecho, que había venido desde el fondo, desnuda. No lo abrazó, no dijo una sola palabra; se tendió junto a él y estaba temblando. Era la primera vez que conocía a un hombre. Cuando se fue, no le dio un beso; Espinosa pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Urgido por una íntima razón que no trató de averiguar, juró que en Buenos Aires no le contaría a nadie esa historia.
El día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres. Espinosa, que era librepensador pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó:

-Sí. Para salvar a todos del infierno.
Gutre le dijo entonces:

-¿Qué es el infierno?

-Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.

-¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?

-Sí -replicó Espinosa, cuya teología era incierta.
Había temido que el capataz le exigiera cuentas de lo ocurrido anoche con su hija. Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos. Espinosa durmió una siesta larga, un leve sueño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se levantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:

-Las aguas están bajas. Ya falta poco.

-Ya falta poco -repitió Gutrel, como un eco.
Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Espinosa entendió lo que le esperaba del otro lado de la puerta. Cuando la abrieron, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: es un jilguero. El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz.


PÁGINA 29– POESÍA EUROPEA

YVETTE SCHRYER
(Raanana-Israel

 AL HIDALGO DE LA MANCHA

Caballero sin mancha ,que venero,
admite mi presencia en toda andanza
detrás de tu escudero Sancho Panza,
al sol de julio y en el crudo enero.

Desmazalado hidalgo de alma pura
deseo ser la sombra de tu sombra
esa voz que te sigue y no te nombra
por no dar más razón a tu locura

A Rocinante curaré la herida
después de tus embates contra el viento
cuando duermas soñando la embestida.

Embrujado desde el primer llamado
en que me invocas*, ya sin dudas siento
ser tu servil “lector desocupado” .

*”Desocupado lector,” son las primeras palabras del prólogo del Quijote

XIMENA GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)

© SEIS LETANIAS PARA VIOLETA
(dedicadas a Violeta Parra) 

IV.

¡ Vuelta!
Por faldeos precordilleranos
navega otra vez tu puerta abierta
Violeta agua de yerba riendo
tañerá tu guitarra en mi piano
otra vez cantando la cueca
como Beethoven la cadencia
Violeta pensar de paloma
Violeta humilde ramito
Violeta del aire fresco
del pajarillo naciente
Violeta de la bandera
Violeta de Chile ausente
Violeta del alto La Reina
pasionaria lejana ausente
símbolo del destierro
de las esperanzas perdidas
hijos, hijas, golondrina
Violeta de la carta angustia
cogollito sin respuesta
Violeta Parra.

TANIA LIBERTAD
(Elche-España)

Cuando vos te vayas,
cuando siga estando sola
y sólo mis muertos y las cloacas
me acompañen.
Cuando la pulcritud se vuelva parte de mi.
Como algo natural.
Me arrepentiré de lo que no fuimos,
de las paredes que no pintamos,
las sillas vacías.
Arrepentirme por dejar de usarnos.

Siendo secuestrada
por el misterio,
por los espacios tan grandes
donde juntos nos devorábamos
y a bocados nos estafábamos con la mirada,
sin juicio alguno,
buscándonos entre la multitud del aire,
para revolcarnos entre la tierra
y convertirnos en cartógrafos
de nuestras islas. Tus mares.

Cuando vos te vayas
y se vincule lo efímero con lo eterno
auspiciando que el espíritu
de nuestros cuerpos
violen en el frío y la oscuridad
de la habitación
la respiración agitada
de tu pelo en las sabanas
yuxtaponiendo tus labios en mi piel
mientras columpiamos
las vértebras del silencio
en la penumbra.

Cuando vos te vayas
despertaré de este sueño
para renacer entre las mesas
y sobre los sillones floreados,
renacer como el sonido,
los niños, abriendo y cerrando las puertas
que cultivan en mi piel,
Tu imagen.

MAHMUD DARWISH

(Acre-Palestina)

ENAMORADO DE PALESTINA

Tus ojos son una adorada
y dolorosa espina en el corazón.
Que preservo del viento,
y que clavo muy hondo,
más allá del dolor y de la noche.
Con cuya luz alumbran los candiles
y se hace mañana mi presente.
Y yo olvido al instante
-al encontrarse el ojo con el ojo-
que una vez fuimos dos
tras de la puerta.

ISABEL REZMO
(Úbeda-Jaen-España)

NEBULOSA

Iniciando la noche,
Suben los bellos corceles,
Ataviados de cítaras,
Bordeando la sal
Emergen como luciérnagas,
Lucen como sirenas.

Amanece como los suspiros.
Nítido tiempo en el descaro,
Aplaudiendo entre las mieles,
Bebiendo el néctar de las flores,
Elevan sus voces al tiempo,
Libres en la ternura.

Mar adentro en tus abrazos,
Amor entre mariposas
Ríos en ardiente calma,
Isla eterna donde
Amarte es mi paciencia.
(A mis hijas)



PAGINA 30 – ENSAYO

ÁNGEL ROSENBLAT
(Polonia /Venezuela-1902/1984)

LA PALABRA POÉTICA

Mito, magia, poesía, religión, razón, lenguaje, están íntimamente amalgamados en la historia y en la vida del hombre. Son hilos —dice Ernst Cassirer— de la inmensa red que constituye el universo simbólico en que se desenvuelve el hombre. La existencia misma del lenguaje, ¿no es un hecho mágico? ¿Cómo puede la palabra, un soplo sonoro —«aire herido», según Fernando de Herrera, el Divino; «humo de la boca», que se desvanece en el aire según el jeroglífico chino—, transmitir el amor, el odio, la alegría o el dolor, las ideas más intemporales y abstractas, el deseo y la voluntad, de una persona a otra? ¿Y además, fijarse ese soplo en papel, pergamino o celuloide, y viajar por todas las lejanías y perpetuarse por los siglos de los siglos?
La palabra es creadora del mundo, o creadora de mundos, en los viejos textos religiosos. Y los viejos textos religiosos son textos poéticos, o los viejos textos poéticos son textos religiosos. Su virtud y eficacia reside en la pronunciación y recitación fiel de cada verso, de cada sílaba. La palabra en ellos tiene valor sacramental, y su poder se mantiene si no se contamina con el uso cotidiano, si se fija en los moldes misteriosos o herméticos de la vieja lengua sabia, que encarna, para los fieles, la lengua misma de la divinidad (el hebreo bíblico, el latín de la Iglesia, el eslavo antiguo). De ahí la tradicional resistencia ortodoxa a que se incorporen a la profanadora lengua general. Los musulmanes creen que el Corán conserva toda su fuerza divina en el texto original, y que la pierde en la traducción, en lo cual no les falta razón. La traducción es siempre una profanación. Desprendida de la fuente divina, el destino de la palabra es la constante secularización o profanación.
Con todo, la palabra conserva siempre, más o menos oculto, el sello de la creación original. El filólogo, desde la antigüedad griega, se afana por buscar, detrás de la máscara de cada una, la palabra etimológica, es decir, la verdadera (tò étimon). El filósofo, la palabra elemental, la palabra única que abarque y explique todas las otras («conservar en su verdad la fuerza de las palabras más elementales, en las que nuestra Realidad se expresa a sí misma», es su misión, según Heidegger). Y el poeta, la palabra esencial («La creación poética —ha dicho Gerhard Hauptmann— consiste en dejar oír detrás de cada palabra la palabra esencial»). La poesía crea sus mundos con la materia sutil e inasible de la palabra. Degas, desencantado de la pintura, quiere hacer versos, porque tiene ideas. Pero en vano. Mallarmé le advierte: «La poesía no se hace con ideas; se hace con palabras». Cuando es auténtica, nos transporta a los tiempos en que era canto mágico o religioso. Porque el poeta, además de ser poietés, artesano creador, ha sido vate, es decir, oráculo, augur, profeta. Así lo sentía don Ramón del Valle Inclán:
Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo. Matrices cristalinas, en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron y nosotros ya no podemos ver, por nuestra limitación mortal, aun cuando todas las imágenes y todos los verbos sean eternidades en el seno de la luz, como explicaba el mago Apolonio de Tyana. Para el iniciado que todas las cosas crea y ninguna recibe en herencia, la luz es numen del Verbo. Las palabras en su boca vuelven a nacer puras como en el amanecer del primer día, y el poeta es un taumaturgo que transporta a los círculos musicales la creación luminosa del mundo.
Y aún agregaba:
El idioma de un pueblo es la lámpara de su Karma. Toda palabra encierra un oculto poder cabalístico: es Grimorio y Pentáculo... El pensamiento toma su forma en las palabras como el agua en la vasija.
En la poesía —«el más inocente de los menesteres», decía, no sin ironía, Hölderlin— revive el poder mágico de la palabra, «el más peligroso de los bienes», como agregaba él mismo. La palabra recobra en ella su vieja carga de misterio y terror. Lo que parece hoy menester del poeta era en otros tiempos fervorosa e ingenua devoción. Todavía en nuestros días se detiene ante la palabra un escritor tan representativo como Jean-Paul Sartre. Para él es sagrada cuando es uno el que la dice («indica una trascendencia más allá del mundo») y es mágica cuando otro la oye, pues ejerce su acción a distancia (L'être et le néant). Y cuando Sartre quiere reconstruir (o construir) su infancia, y hablarnos de sus primeras lecturas y sus primeras creaciones y sueños de escritor, titula su libro: Las palabras (Les mots, París, 1964). Sartre confiesa que descubrió el mundo a través del lenguaje, y que por eso tomaba el lenguaje como si fuese el mundo. Existir era para él tener un nombre en las Tablas infinitas del Verbo; escribir era grabar en ellas seres nuevos o cautivar las cosas vivas en las redes de las frases. No amaba —dice— más que las palabras, y le parecía que su destino era «levantar catedrales de palabras bajo el ojo azul de la palabra cielo».

SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL

PÁGINA 30 -CUENTO

NORMA SEGADES-MANIAS
(Santa Fe-Argentina)

LA DAMA VERDE.

Pertenece a la raza de las aladas hijas de la tierra. Se afinca en espesuras cercanas a los bosques o paredes de fosos y castillos que miran hacia el sur.
Tal vez entre los mármoles quebrados de antiguos cementerios. Siempre en el sitio exacto donde las nieblas trepan las mañanas con sus dedos de calmas y sigilos.
Contaban los abuelos que en la maraña de su pelo rojo se extravían las almas de los elfos.
Surgió en los torbellinos de las primeras luces, desde el útero mismo de una luna perfecta, antes de que el silencio pronunciara los nombres de la vida.
Tiene ojos de esmeralda y sonrisa traviesa.
Una vez, cuando andaba la inocencia corriendo por mis venas y sólo el corazón era el amo y señor de mis miradas, pude ver el contorno de su rostro hundido en las texturas de la hiedra. En la pared de musgos y yesqueros. Cercana a los racimos bien olientes. Donde dormían los diamelos.
Vigila el mundo atávico en el que afloran identidad de frondas, de florestas.
A veces se enamora de los hombres y aguarda a que la noche le permita hallarlos en la médula del sueño para robar su savia, sus semillas…
Entonces secretea, enciende pájaros, establece susurros de raíces, de campos satisfechos, de septiembre hecho lluvia despeñándose en pactos renovados y aromas y frescuras y promesas. Embriagada de luz y primavera es feliz como nunca.
Y nacen de su risa todas las mariposas.


PÁGINA 31– POESÍAS

NELVY BUSTAMANTE
(Marcos Juárez-Córdoba-Argentina)

CORAZÓN MOLINO
A Matías

En un pastito seco la avispa hace equilibrio y sueña sueños de agua.
Una mariposa se hamaca en la campanilla. Tiene números en las alas y no sabe contar.
Y no le importa; las flores le cuentan sus secretos.
Yo muerdo el jugo verde del hinojo. Un panadero me besa.
Mi corazón es un molino de viento.

PUERTAS O BARCAS

¿Y si las puertas al mar
no se abren con palabras?
Sería mejor entonces
que en la boca del viento
fueran barcas violetas
mis palabras.


PÁGINA 32 – CUENTO

BEATRIZ ACTIS
(Sunchales-Santa Fe-Argentina)

EL CARRO DE BABEL

Un señor tenía un pato que ladraba. Lo metió en un canasto con tapa y se fue a recorrer las plazas de los pueblos.

Le decía a la gente que tenía un pato que ladraba, pero nadie le creía. “Si me dan una moneda”, les decía, “se los muestro. Si no ladra, les devuelvo la moneda y les doy otra más”.

Entonces sacaba al pato (que como estaba un poco confundido no ladraba), le hablaba en la oreja para convencerlo y el pato ladraba.

Con el dinero que ganó gracias al pato, el señor se compró una motoneta (para él) y un carrito (para el pato).

El carrito tenía una sola rueda e iba enganchado a la motoneta como un sidecar. También le compró un casco al pato.

Un buen día, el señor encontró un gato que hacía mu, y también lo metió adentro del carrito. Se llevaba muy bien con el pato.

Después encontró un perro que hacía miau y tuvo que agrandar el carrito. En realidad, lo cambió por otro más grande (un carro, y no un carrito). Compró dos cascos más. Fue entonces cuando encontró la vaca que hacía cua y tuvo que comprar un carromato de circo para que entraran todos. (Los cascos ya no eran necesarios). En el viaje los animales conversaban, porque si no, se aburrían. Se hicieron muy amigos.

En medio de la larga travesía por la llanura, el pato le enseñó a ladrar al perro, el perro le enseñó a maullar al gato, el gato le enseñó a mugir a la vaca y la vaca le enseñó a parpar al pato.

Entonces se dieron la mano, abrieron la puerta del carromato y cada uno se fue por la vida con rumbo distinto.

Ahora que eran bilingües podían trabajar como traductores (sobre todo el pato, el gato y el perro) o como secretaria ejecutiva (sobre todo la vaca).

También podían publicar un diccionario vaca-gato, gatovaca; pato-perro, perro-pato; etcétera.

El señor les vendió el carromato a los gitanos y se fue con su motoneta a buscar algún gladiolo con olor a jazmín o bien, alguna mandarina con gusto a banana.

No sabemos qué tal le fue.



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