PÁGINA 1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
Discurso
de Eduardo Galeano cuando fue declarado primer ciudadano ilustre del Mercosur
(2008)
Brasil,
pongamos por caso: paradójicamente, el Aleijadinho, el hombre más feo del
Brasil, creó las más altas hermosuras del arte de la época colonial;
paradójicamente, Garrincha, arruinado desde la infancia por la miseria y la
poliomelitis, nacido para la desdicha, fue el jugador que más alegría ofreció
en toda la historia del fútbol y, paradójicamente, ya ha cumplido cien años de
edad Oscar Niemeyer, que es el más nuevo de los arquitectos y el más joven de
los brasileños.
- - -
O
pongamos por caso, Bolivia: en 1978, cinco mujeres voltearon una dictadura
militar. Paradójicamente, toda Bolivia se burló de ellas cuando iniciaron su
huelga de hambre. Paradójicamente, toda Bolivia terminó ayunando con ellas,
hasta que la dictadura cayó.
Yo había
conocido a una de esas cinco porfiadas, Domitila Barrios, en el pueblo minero
de Llallagua. En una asamblea de obreros de las minas, todos hombres, ella se
había alzado y había hecho callar a todos.
–Quiero
decirles estito –había dicho–. Nuestro enemigo principal no es el imperialismo,
ni la burguesía ni la burocracia. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo
llevamos adentro.
Y años
después, reencontré a Domitila en Estocolmo. La habían echado de Bolivia, y
ella había marchado al exilio, con sus siete hijos. Domitila estaba muy
agradecida de la solidaridad de los suecos, y les admiraba la libertad, pero
ellos le daban pena, tan solitos que estaban, bebiendo solos, comiendo solos,
hablando solos. Y les daba consejos:
–No sean
bobos –les decía–. Júntense. Nosotros, allá en Bolivia, nos juntamos. Aunque
sea para pelearnos, nos juntamos.
- - -
Y cuánta
razón tenía.
Porque,
digo yo: ¿existen los dientes, si no se juntan en la boca? ¿Existen los dedos,
si no se juntan en la mano?
Juntarnos:
y no sólo para defender el precio de nuestros productos, sino también, y sobre
todo, para defender el valor de nuestros derechos. Bien juntos están, aunque de
vez en cuando simulen riñas y disputas, los pocos países ricos que ejercen la
arrogancia sobre todos los demás. Su riqueza come pobreza y su arrogancia come
miedo. Hace bien poquito, pongamos por caso, Europa aprobó la ley que convierte
a los inmigrantes en criminales. Paradoja de paradojas: Europa, que durante
siglos ha invadido el mundo, cierra la puerta en las narices de los invadidos,
cuando le retribuyen la visita. Y esa ley se ha promulgado con una asombrosa
impunidad, que resultaría inexplicable si no estuviéramos acostumbrados a ser
comidos y a vivir con miedo.
Miedo de
vivir, miedo de decir, miedo de ser. Esta región nuestra forma parte de una
América latina organizada para el divorcio de sus partes, para el odio mutuo y
la mutua ignorancia. Pero sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo
que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la
resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos, a escupir al
espejo, a copiar en lugar de crear.
- - -
Todo a lo
largo de la primera mitad del siglo diecinueve, un venezolano llamado Simón
Rodríguez anduvo por los caminos de nuestra América, a lomo de mula, desafiando
a los nuevos dueños del poder:
–Ustedes
–clamaba don Simón–, ustedes que tanto imitan a los europeos, ¿por qué no les
imitan lo más importante, que es la originalidad?
Paradójicamente,
era escuchado por nadie este hombre que tanto merecía ser escuchado.
Paradójicamente, lo llamaban loco, porque cometía la cordura de creer que
debemos pensar con nuestra propia cabeza, porque cometía la cordura de proponer
una educación para todos y una América de todos, y decía que al que no sabe, cualquiera
lo engaña y al que no tiene, cualquiera lo compra, y porque cometía la cordura
de dudar de la independencia de nuestros países recién nacidos:
–No somos
dueños de nosotros mismos –decía–. Somos independientes, pero no somos libres.
- - -
Quince años
después de la muerte del loco Rodríguez, Paraguay fue exterminado. El único
país hispanoamericano de veras libre fue paradójicamente asesinado en nombre de
la libertad. Paraguay no estaba preso en la jaula de la deuda externa, porque
no debía un centavo a nadie, y no practicaba la mentirosa libertad de comercio,
que nos imponía y nos impone una economía de importación y una cultura de
impostación.
Paradójicamente,
al cabo de cinco años de guerra feroz, entre tanta muerte sobrevivió el origen.
Según la más antigua de sus tradiciones, los paraguayos habían nacido de la
lengua que los nombró, y entre las ruinas humeantes sobrevivió esa lengua
sagrada, la lengua primera, la lengua guaraní. Y en guaraní hablan todavía los
paraguayos a la hora de la verdad, que es la hora del amor y del humor.
En
guaraní, ñeñé significa palabra y también significa alma. Quien miente la
palabra traiciona el alma.
Si te doy
mi palabra, me doy.
- - -
Un siglo
después de la guerra del Paraguay, un presidente de Chile dio su palabra, y se
dio.
Los
aviones escupían bombas sobre el palacio de gobierno, también ametrallado por
las tropas de tierra. El había dicho:
–Yo de
aquí no salgo vivo.
En la
historia latinoamericana, es una frase frecuente. La han pronunciado unos
cuantos presidentes que después han salido vivos, para seguir pronunciándola.
Pero esa bala no mintió. La bala de Salvador Allende no mintió.
Paradójicamente,
una de las principales avenidas de Santiago de Chile se llama, todavía, Once de
Setiembre. Y no se llama así por las víctimas de las Torres Gemelas de Nueva
York. No. Se llama así en homenaje a los verdugos de la democracia en Chile.
Con todo respeto por ese país que amo, me atrevo a preguntar, por puro sentido
común: ¿No sería hora de cambiarle el nombre? ¿No sería hora de llamarla
Avenida Salvador Allende, en homenaje a la dignidad de la democracia y a la
dignidad de la palabra?
- - -
Y
saltando la cordillera, me pregunto: ¿por qué será que el Che Guevara, el
argentino más famoso de todos los tiempos, el más universal de los
latinoamericanos, tiene la costumbre de seguir naciendo? Paradójicamente,
cuanto más lo manipulan, cuanto más lo traicionan, más nace. El es el más nacedor
de todos.
Y me
pregunto: ¿No será porque él decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No
será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en este mundo donde las
palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se
saludan, porque no se reconocen?
- - -
Los mapas
del alma no tienen fronteras, y yo soy patriota de varias patrias. Pero quiero
culminar este viajecito por las tierras de la región, evocando a un hombre
nacido, como yo, por aquí cerquita.
Paradójicamente,
él murió hace un siglo y medio, pero sigue siendo mi compatriota más peligroso.
Tan peligroso es que la dictadura militar del Uruguay no pudo encontrar ni una
sola frase suya que no fuera subversiva y tuvo que decorar con fechas y nombres
de batallas el mausoleo que erigió para ofender su memoria.
A él, que
se negó a aceptar que nuestra patria grande se rompiera en pedazos; a él, que
se negó a aceptar que la independencia de América fuera una emboscada contra
sus hijos más pobres, a él, que fue el verdadero primer ciudadano ilustre de la
región, dedico esta distinción, que recibo en su nombre.
Y termino
con palabras que le escribí hace algún tiempo:
1820,
Paso del Boquerón. Sin volver la cabeza, usted se hunde en el exilio. Lo veo,
lo estoy viendo: se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se aleja
flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda.
Usted no
dice adiós a su tierra. Ella no se lo creería. O quizás usted no sabe, todavía,
que se va para siempre.
Se agrisa
el paisaje. Usted se va, vencido, y su tierra se queda sin aliento.
¿Le
devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen?
Quienes de esa tierra broten, quienes en ella entren, ¿se harán dignos de
tristeza tan honda?
Su
tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Cada vez
que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la crean
muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, general de
los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho.
PÁGINA 2 – NUESTRA
POESÍA
RUBEN
VEDOVALDI
(Capitán
Bermúdez-Santa Fe-Argentina)
MANERAS
DE DECIR
La
poesía no el huevo de Colón.
La
poesía no es contante ni sonante.
Para
muestra de la poesía no vale un botón.
La
poesía no es de buena fe, ni de mala.
La
poesía no es para uno de cada diez.
La
poesía no hace antesala.
La
poesía no es un consultorio sentimental.
La
poesía no es una agencia de turismo.
La
poesía no se jacta de serlo.
Sólo
el poema
ES.
ES.
RICARDO ANGEL MINETTI
(Sarmiento-Santa Fe-Argentina)
HIJO DEL FUEGO
Yo, hijo del fuego,
desde un tiempo remoto
busco un lugar donde dejar mi hoguera.
Todo mi ser es llama, cuerpo
de llamas tengo.
Es un ardor tremendo
que me han encomendado,
pero yo ya no puedo.
No sé qué leño puede alimentarlo:
En la noche las llamas
se levantan al cielo
y opacan el fulgor de las estrellas.
Ninguna lluvia pudo darle mengua,
ningún océano logró apagarlo nunca.
No abrasa los resecos espinales,
ni quiere consumir pajares o papeles.
Oh más que Aldebarán,
más que Antares!
¿Quién me ha dado la antorcha?
¿Quién habrá de heredarla?
ROSA
LÍA CUELLO
(Cañada
de Gómez-Santa Fe-Argentina)
ESTARÁ
POR AHÍ…
“Dios se desnuda en la
lluvia
como una caricia
innumerable”
Juan L. Ortiz
y alguien con lenta monotonía
fijará su vista en la ventana
para verla mojar los techos de la ciudad
y es posible que se precipite
y genere vahos que saldrán de las bocacalles
y correrá libre e inesperada
como corre alguna sustancia en la noche.
Nadie
la detendrá con fusiles de viento
ni
habrá gárgolas de bocas abiertas
para
contar su recorrido
ni
la cansarán las distancias
ni
las maldiciones de los desprevenidos
ni
el pájaro ciego que vive en lo profundo
deseoso
de reflejarse en algún charco.
Estará
ahora por ahí esta lluvia
oyendo
el canto de los hambrientos
y
su propia melodía que se repite
a
través de los siglos…
MIRYAM
COLOMBOTTO DE SEIA
(Gálvez-Santa
Fe-Argentina)
IDENTIDAD
Exiliada
de ti, de la grandilocuencia.
Con
un simple vestido de atardeceres
y
molinos de viento como albergue.
Con
largas caminatas buscando el trébol
de
la cuarta hoja
la
pluma del caburé y su magia
la
esotérica piedra de la revelación.
No
eran para mí esos hallazgos.
Mucho
menos descubrir la alquimia
de
las palabras.
Su
cauce. Sus tiempos. Sus estancias.
Exiliada
de ti, sentada a orillas
de
mi silencio -no el que calla
sino
el que escucha, atento-
remonto
el curso del agua
y
los amo.
Soy
yo en ellos.
MARÍA LYDA
CANOSO
(Casilda-Santa
Fe-Argentina)
CAMPO QUE
PASA POR LA VENTANILLA
2
el
micro orilla la tormenta
los
tubos fluorescentes se encienden en el cielo titilando mi primera casa
uno
dos tres
muerte
muerte
la
creación estalla
como el primer día
como el primer día
-¿Cuándo fue ese primer día?
-No sé, hace ya muchos, muchos años.
-No sé, hace ya muchos, muchos años.
-Yo no había nacido.
-Yo tampoco.
-Yo tampoco.
PÁGINA 3 – CUENTO
JOSÉ LUIS ENCISO
(México DF-México)
EL MAGO Y LA MARIONETA
Hubo golpecitos de
martillo que sonaron igual a las teclas de un piano y luego vino el silencio.
El mago irguió la cabeza; la punta de su gorro alargado y oscuro dibujó la
trayectoria de una cometa; al fondo, un firmamento gris de acuarela. Entre la
profusión de barbas encanecidas sus labios finos y rojos formaban una línea
horizontal de satisfacción aun sin llegar a convertirse en sonrisa. Fijó su
mirada en la obra que estaba a punto de terminar. El artífice contempló las
manitas perfectas que acababa de clavetear. Hizo que se movieran como alas de
ave y como patas de arácnido. Al compararlas con las suyas se estremeció. Eran
más finas y menos torpes. Sus ojos refulgieron con un brillo melancólico de
cristal. Cogió el pequeño martillo, dio un par de golpecitos armónicos más y
volvió a colocarlo junto a los diminutos clavos que habían hecho posible la
unión de las extremidades del muñeco. Pasó su diestra rígida por el cuerpecito
que yacía sobre la mesa de trabajo de la misma forma en que un pájaro insomne
bordea el horizonte en la penumbra. Al lado del montón de clavos cogió un rollo
de cuerda. Jaló algunas líneas, las midió y las ató a las manitas. En tal acto
hubo amor en forma de paciencia y precisión. Hizo varias pruebas con el fin de
verificar que las amarras no se enredaran entre sí al moverse. En la sala se
escuchó algo similar a un improbable murmullo. Al escenario lo rodeaban
cortinas grisáceas y púrpuras a las que apenas llegaban residuos de la luz
exterior que se colaba por el techo desvencijado y caía sobre la mesa donde
trabajaba ese hombre oscuro, bañando el centro del montaje. Levantó el
cuerpecillo al que daba vida y tirando de las cuerdas le infundió movimiento.
Contempló de qué manera se meneaban los piecitos, los minúsculos zapatos
todavía sin pintar, las manos, los brazos y la cabeza. Movió la cruz desde la
cual pendían las amarras y el cuerpecillo danzó con una armonía insospechada,
acorde al ritmo de una melodía hermosa. Un bisbiseo, tal vez de admiración, se
escapó de entre las butacas. En el escenario, dos, tres pasos, una manita que
saludó y la otra que lanzó un beso al aire arrancaron alguna risa y el intento
de un aplauso. Indiferente, el fusco titiritero cogió al cuerpecillo y lo
colocó de nuevo en la mesa. Eligió el pincel más fino de entre sus utensilios y
empezó a delinear los ojos de su creación. Continuó con los labios y en ellos
plasmó una expresión que, en otro tiempo, seguramente hubiera sido apreciada
enigmática y perfecta. Maquilló las mejillas, la frente, la carita entera y al
hacerlo puso un empeño grave, convencido de que él nunca sería dueño de una
vitalidad igual a la que imprimía al cuerpo que estaba haciendo nacer. Al pasar
una brocha por el rostro de la marioneta en ésta surgió un rubor tan vivo que
hacía suponer que el artífice en vez de retocar borraba una máscara de polvo y
serrín. Al final pintó los zapatos y el resto de las partes. La tarea le llevó
pocos minutos. Levantó al muñeco. Lo contempló durante unos instantes y exhaló,
preludiando que el acto se aproximaba al final. Con una languidez inefable se
llevó la diestra a la boca como si fuera a beber agua, se inclinó sobre la
marioneta y sopló. Entonces el muñeco levantó la cara, movió la cabeza en
dirección de su artífice y, después, mirando hacia la galería, sonrió. Un rayo
de luna parecía estar enfocado sólo en ese rostro alegre y agradecido. Y así,
con lentitud, por la obstrucción de una nube, se fue apagando. Con la penumbra
total estallaron cientos de aplausos en la sala derruida casi en su totalidad.
La ovación continuó durante un par de minutos. Las luces del foro no se
encendieron. Las grietas en las paredes y en el techo dejaron que el rayo de
luna se colara de nuevo cuando el cielo se despejó. Fue como si el telón se
reabriera. La carita mantenía la sonrisa, los ojos irradiaban y entre sus manos
diminutas apenas podía sostener el cuerpo inanimado de quien había interpretado
el papel del oscuro creador, para quien pedía aplausos, mientras doblaba los
ropajes negros, el gorro alargado, peinaba las barbas blancas de nailon,
cuidaba de no enredar las amarras con las que había manipulado al otro, y
guardaba ceremoniosamente al mago dentro de un baúl entre clamores y aplausos
atronadores en ese teatro vacío.
PÁGINA 4 – RESEÑA
SIMÓN
S. ESAIN
(Maipú-Buenos
Aires-Argentina)
ESCRIBO
SOBRE ‘LEO Y ESCRIBO’
PREVIATURA
Comienza con una confesión. Sigue con otra.
Revagliatti hermanado; tierno pero no esquelético; de una manera esquelética y
tierna, lo confiesa al señor Pickwick. Tanto, que el diablo helado es
destinatario. Todo, todo consta en los papeles de Revagliatti. De cada cual
tiene anotado; de tanto en tanto se hace preguntas que son como pájaros; no
están lejos de un nido.
En la ciudad absorben la paradoja de que
la materia libre viva sin estar muy atenta o sujeta al devenir de sus
prisioneros. Batallones de uniformados por la neurosis se encargan de la
conservación de edificios y vías públicas. Que la ciudad se pone en marcha no
es metáfora. Su ambiente es literario por inevitable. Tarde o temprano pasa por
las páginas de un texto. Aun sin sospecharlo, cualquiera es un personaje.
Revagliatti lo ha sospechado de todos y
trama probarlo. Arma otra mundana ciudad literaria con similares
características a las de la ciudad real. Y sucede como si todos supiésemos que
aquella ciudad también funciona.
Revagliatti le escribe motivos, anécdotas,
contradicciones, argumentos, sin recurrir a la epístola o al servicio de
correos. Les da cuerda a sus habitantes; nos hace sentir que los palmea; los
distribuye. Ni Parque Norte, ni Parque Chas, ni parque cerrado ni para cuando.
Parque portátil.
Hace decir a Borges: Nadie es un
energúmeno; todos lo somos.
Como Buenos Aires, la urbanidad de
Revagliatti crece. Se amplía y eleva. RR es el demandado intendente de este
crecer.
Todo el mundo tiene algo de Buenos Aires
a partir de ahora. Ese país, ese compás.
Tanto, que me lleva a preguntarme ¿por
qué no le habrá dedicado un poema a “Los Premios”?, de un tal Cortázar.
- Me asaltó tu ciudadanía – le dice a
Norah Lange – Para los cronistas este mapa gentil –
Algo que catan los huesos de un porteño.
Está Discépolo en la esquina. Esto lo dice todo.
…¡Ah! “Noches de las cosas, mitad del
mundo” es, para mí, el mejor de estos poemas. Sugestivamente lo es, para mí.
EPÍLOGO
Si Revagliatti se ha propuesto escribir
algunas frases e ideas favorecidas por la lectura de ciertos libros no tengo
nada que decir. Sobre todo de una lista tan heterogénea como la compuesta.
Prefiero pensar que ha intentado otra cosa. ¿Dónde se para uno, cómo se ubica
de cara a libros escritos, publicados y leídos, de la variedad de autores aquí
reunida? Lo hace como puede, porque se lo plantea como un ejercicio personal.
¿Por qué digo esto? Porque los libros
ajenos le arman semejante escenario para su condición de duende. Prefiero
pensar que Revagliatti se ha buscado un
comportamiento antes que otra cosa. Se pone calzas oscuras, algo en la cabeza,
y concita seriedad. Sólo seriedad, y profesional. Ojo.
A este nuevo emprendimiento suyo, me
pregunto: ¿Lo habrá iniciado a partir de unos cuantos buenos poemas, o de
algunos poemas de su maldad?
Revagliatti me pone hiperbólico. Me puede.
Me antipodoyea.
Si suponemos que una biblioteca universal
es algo parecido al cosmos, Revagliatti le ha devuelto el caos.
He distinguido un modo a partir del
oportunismo de sus lecturas, al que agrega fácilmente el capricho de su
plectro. Este es su estilete. Corta para ver como le sangra. Sabemos que RR es
un cirujano frustrado que empezó a practicar con una amiguita, y se distrajo.
Como no hubiera podido ser de otro modo. El afanoso escalpelo es su herramienta
favorita. Sueña con hacernos un tajo desde la garganta hasta debajo del ombligo
y ver cómo se vuelve afuera lo de adentro. Tajos aquí y allá para ver como
sangra el universo que supimos brindarle. Debemos agradecerlo.
Niño terrible; he aquí el universo
concéntrico de Revagliatti. Una persona de pie, esperando con algunas de sus
tripas en la mano. Otras, tal cual ella, hasta donde la vista alcanza,
completan el panorama.
Es uno de los libros. Un libro que cabe en
otro. Este otro contiene un panorama de personas de pie, en espera, con puñados
de tripas tibias en sus manos, etc. En opinión de Revagliatti la gente no
necesita morir. Todos somos como prototipos de escritor célebre. No necesitamos
de la muerte y por tanto nos resistimos a ella con nuestras evidencias. Lo
mismo pasa con los libros. Un tajo aquí, un tajito allá y algún velo le descorren a la inmortalidad.
Como no podía ser de otro modo, la
avaricia que le pertenece no se priva de nada. En un mismo plato hace coincidir
vivos y muertos, talantes y talentos, ausencias y presencias. Ahora se ha
servido una ración y le ha puesto aceite, y al aceite vinagre.
Creo que se ha preguntado: Si picar ¿por
qué no rascar? Si sentir ¿por qué no devolver? Si leer ¿por qué no morder? Y le
ha salido esta caótica para la calle Méjico.
( - Buenos días, don Leopoldo. Don Jorge,
buenos días - )
Es que él siempre se coloca más allá. ¡Lo
pickwickea a Dickens! ¡Cómo puede ser! ¡Cómo no sentirse ultratentado a
ponernos más acá de Revagliatti! Si el único asiento que te deja es a su
izquierda. Se coloca detrás de la obra publicada por el autor, que ha quedado
como al desnudo imposible después de ponerse detrás de nosotros. Le arranca las
tapas, que es como mirar desde la tramoya. Al autor no lo destituye, ¡lo
destitula! ¡Lo acomete de entrada! ¡Fijensé! A ese cubo transparente pretende
empinarse y asomarse. ¿Para? No para sorprenderse ni soñarlo. ¡Para
sorprendernos!
Si la culpa produce conciencia ¿por qué
no sentirnos culpables de que hayamos escrito o de que seamos escribidos?
En este trabajo Revagliatti ha jugado a
que es posible. Como le quedamos desnudos y de espaldas, nos caricaturiza. Es
inevitable que le salga. O le sale a él o le sale al otro, que es el juego que
más le gusta.
Y ya no puede taparse lo destapado. Yo le
preguntaría a Dickens si no se sentiría.
Escrita y publicada, cada obra ha pasado
a resultar una pilita de ropas que el empinado Revagliatti pisa, enumera o
glosa de acuerdo a la luz que entre en la habitación. Es capaz de tentarse con
nuestros calzoncillos para hacerse de un título.
Para disimular se muestra frío por donde
lo miremos. Impávido. Lo dice y lo hace, necesariamente. Él no ríe de las
caricaturas. En el peor de los casos agregaría una fotografía de su seriedad
porque le pertinentea al que está detrás del que está detrás del que está
detrás. Y que no se ve, ni se ve ni se ve.
CONCLUSIÓN
DEL EPÍLOGO:
¡Ah,
no! ¡Las Meninas, no! ¡Detrás estás ti, no tú! ¿Entendés?
Lo
que nosotros diríamos ¡Vos! ¡Vos!
Yo
sabía jugar a ‘la mancha’. ¡Piedra libre para Revagliatti!
PÁGINA 5 – NUESTRA
POESÍA
ARIEL
FERNÁNDEZ
(Villa
Constitución-Santa Fe-Argentina)
FEROCIDAD
¿En qué lugar
habita la soledad
que rodea a la muerte?
Son los restos
de los ojos
descompuestos
los que lanzan
las palabras como ratas
que se resisten
a ser despojadas
del barco que se hunde.
¿Ahora a dónde te quedas?
¿Ahora,
justo ahora,
en qué lugar
acotas tu locura
de animal muerto?
Las explicaciones
son carne
para la boca
de los lobos
que no quieren
ser amaestrados.
Sólo te corresponde
alejarte
y ocultar el dolor
que penetra
en mi mirada.
¿En qué lugar
habita la soledad
que rodea a la muerte?
Son los restos
de los ojos
descompuestos
los que lanzan
las palabras como ratas
que se resisten
a ser despojadas
del barco que se hunde.
¿Ahora a dónde te quedas?
¿Ahora,
justo ahora,
en qué lugar
acotas tu locura
de animal muerto?
Las explicaciones
son carne
para la boca
de los lobos
que no quieren
ser amaestrados.
Sólo te corresponde
alejarte
y ocultar el dolor
que penetra
en mi mirada.
CARINA
SEDEVICH
(Santa
Fe-Argentina)
19
Yo
se que en algún lado nuestro amor existe
como
existen los esteros y los ríos.
Ajeno
a nosotros como si fuera un hijo.
Un
hijo que se fue.
Y
lo pensamos.
En
algún lado, le damos nuestro cuerpo.
Le
damos todavia nuestros gestos.
Nos
preguntamos.
En
nuestra memoria es tan distinto
como
cada día que tuvimos.
Hasta
podemos saborear su sangre
como
después de un puñetazo.
Porque
hoy nuestro amor no nos asiste.
Aunque
esté erigido en algún sitio
o
fluya sobre un cauce
o
se haga brasa.
BELKYS
SORBELLINI
(Santa
Fe-Argentina)
Sé
que me has llamado una, dos, tres y cien veces
Sé
que me has pedido que asistiera, que estuviese presente
Pero
aquí estoy, contando mis costillas, hurgando entre mis huesos
Y
entiendo que no alcanza, no llego, aunque lo cuente
una,
dos, tres y cien veces.
Sé
que necesitas mi presencia, que mis partes completen tu figura
Que
mi sombra se sumerja en la tuya y juntas oscurezcan la pálida pared
Del cuarto en que me citas.
Ahora
no puedo comprender por qué la ausencia.
Ahora
no puedo separar las formas, aún siento tus costillas en las mías
Aún
silbo por las noches cuando la luna aparece y creo que subes presurosa.
Sé
que prometí alcanzarte, más no pude, el ocaso me atrapó en sus fauces.
Sé
que prometí no escabullirme, pero el trazo no es firme, los pasos no me llevan
a ninguna parte y tus pies no se acomodan.
Siento
que una piedra en tus zapatos alejan tus pasos de los míos.
SANDRA
GUDIÑO
(Santa
Fe-Argentina)
GOTERAS
(A Clelia Bercovich)
Enero.
Llueve sobre París.
Lluevo.
La melancolía
tira al blanco
apresa la memoria
entre cuchillas:
mi rostro
no me recuerda
y el lápiz
que me escribe
enturbia los cristales.
Tristezas ancestrales
me lloran de corrido
congoja de agua
me nazco
de una lágrima.
Goteo.
Corazón de pájaro
tengo una sed de otoño
en cada mano:
golondrino de regreso.
¡Y esta lluvia
que no cesa!
Ahora sé
que nada quedará
como legado
dice el ángel
sólo un mar
de polvo y escombros
dice.
Llueve sobre París.
Lluevo.
La melancolía
tira al blanco
apresa la memoria
entre cuchillas:
mi rostro
no me recuerda
y el lápiz
que me escribe
enturbia los cristales.
Tristezas ancestrales
me lloran de corrido
congoja de agua
me nazco
de una lágrima.
Goteo.
Corazón de pájaro
tengo una sed de otoño
en cada mano:
golondrino de regreso.
¡Y esta lluvia
que no cesa!
Ahora sé
que nada quedará
como legado
dice el ángel
sólo un mar
de polvo y escombros
dice.
Y
levanta el ala
de mi huella.
de mi huella.
PAULINA RIERA
(Santa Fe-Argentina)
Salgo a la
calle y allí están:
Simuladores de serotonina sin stock a la vista.
Obligados peregrinos de cornisas y abismos.
Como yo.
Como yo y tantos otros,
ansiosos buscadores de certezas.
Porque así vamos, los humanos,
andando vida, con el engranaje afirmado en la cabeza
y un reloj demandante que nos dirige el tránsito.
En el frente, una sonrisa con código de barra,
como etiqueta promoviendo la venta,
exponiendo, a la jauría de afuera,
las bondades que se ofertan a quien compre.
Pero debajo de la piel de la apariencia
golpea las compuertas
la pura adrenalina que nos llena la sangre,
al ver en nuestro espejo a ese ser de carencias que habitamos,
navegando
por un hoy
inseguro
y un mañana improbable.
PÁGINA 6 – CUENTO
EMILIO
PÉREZ MIGUEL
(Montevideo-Uruguay)
HEMISFERIOS
Ella
esperaba. Ya no deseaba volverse palabras. Deseaba ser desahogo y rendición,
pero no un fragmento de ese inicio que solo algunos logran aprehender pero que
todos transitan y que reconocen como propio, aun más que quienes lo han
forjado. Por momentos sus dedos jugaban en la baranda. Se movían como si
quisieran reconstruir algo – algo que ellos recordaban, pero que su memoria
nunca había llegado a decidir del todo. Adriana sentía que el cielo la
perseguía con sus huesos de ángeles nuevos, mientras las sirenas de los barcos
se perdían en la ausencia que deja la tarde cuando la tarde es una elección
premeditada, esa clase de elección que empieza en ―Yo‖;para terminar en
―Mi.
Las sirenas se enmudecían conscientemente, pero sin sentir el efecto que
ocasionaban. Eran como una versión del alma. ―La historia no existe‖, se dijo a sí misma.
―Si nadie cuenta la historia, la historia no existe”. Lo repitió para sus
adentros, una y otra vez. Buscando aprobación. Buscando repudio. Buscando
algo, queriendo hallar un poco, anhelando perder un poco de algo. No sintió la
puerta cuando se cerró. Tampoco sintió los pasos ni la voz de Álvaro, ni su
piel lenta. Pero sabía que había vuelto. Y pensaba que habría de volver un
centenar de veces más. ―Si nadie cuenta la historia, la historia no existe‖. Se lo dijo a sí
misma nuevamente. No sabía que ya nunca repetiría esas palabras invariables. La
lluvia comenzó a caer entonces.
–o0o–
No
importaba qué tan suave o fuerte se cerrara el zaguán, el ruido que hacía era
siempre como un cañonazo en un salón de ecos rotos. Álvaro lo había empujado
apenas cuando salió de la casa de sus padres, y el estruendo desparramó palomas
por el rojo de la tarde, un rojo conjurado en la paleta de un Van Gogh que
nunca llegó a cercenarse. Y entonces todo enmudeció, como si la espiral del
mundo hubiera pronunciado su sentencia final. Álvaro se quedó de pie por unos
minutos frente al zaguán, mirando las ventanas huecas en esa calle añosa, en
ese barrio que siempre le pareció una cárcel donde los presos son libres de
marcharse, pero no de irse. Adriana ignoraba que él sabía, que supo desde un
principio, y que siempre iba a saber, que el conocimiento lo enceguecía como
destellos en un mar de navajas, navajas que marcaban su piel con la desgracia
implacable de ser lo que uno hace. Sin dejar de observar las ventanas, Álvaro
se puso la mano en el bolsillo. Y corroboró que todo era cierto. Éste sería el
único desenlace posible para el vendaval de cordura que lo enfebrecía. Y
entonces, se echó a andar. Cuando llegó a su cuadra, vio que Adriana estaba en
el balcón, esperando. Ella no reparó en él. Miraba al cielo sin hacer ningún
ademán de moverse, con la expresión de alguien que siente nostalgia de cosas
que nunca tuvo. Al verla, Álvaro recostó su espalda contra la pared. Respiraba
con dificultad. Volvió a poner la mano en su bolsillo. Sintió de nuevo la fría
empuñadura del revólver que había sacado del escritorio de su padre hacía un
rato. Se pasó la otra mano por la cara. Estaba empapada. Todavía no empezaba a llover.
PÁGINA 7 – RESEÑA
SILVIA
LOUSTAU
(Mar
del Plata-Argentina)
DEL
OTRO LADO DEL MAR
MERCÉ
RODOREDA Y LA MAGIA DE SU
ESTILO
Mercè
Rodoreda nació en 1908 en el barrio de Sant Gervasi de Cassoles, Barcelona.
Hija única, su padre era contable, amante de la poesía y a menudo le recitaba
poemas cuando era niña. Murió durante la guerra civil en un bombardeo. Su madre
vivió hasta 1964.
Escribió poemas, una obra de teatro ya desaparecida y
publicó varias novelas. En 1938 publica Alorna,
que obtiene el premio Crexells de novela, obra que reescribe y publica de nuevo
en 1969. Acabada la Guerra Civil Española escapa de Barcelona , exiliándose
por muchos años.
Conoce
a Armand Obiols, del "grupo de Sabadell", en el castillo de Roissy.
Aunque él está casado y tiene una hija, inician una relación amorosa y se van a
vivir a Burdeos y a París.ëste es perído
agráfo en su vida..
En
1954 se traslada a vivir a Ginebra, trabajando como traductora en la Unesco y
vuelve a escribir, poemas y cuentos. Cinco años después escribe su primera
novela de posguerra, Jardí vora la mar
, seguida por La plaça del diamant, Mirall trencat y comienza La mort i la primavera( que quedará inconclusa).
A
partir de 1972 comienza a frecuentar Romanyá de la Selva, Gerona, donde pasará
sus últimos años. En 1974 se publica Mirall trencat, una de sus novelas más
ambiciosas, y en 1978 Semblava de seda i
altres contes. En 1980 recibe el Premi
d'honor de les lletres catalanes
y se publica Quanta, quanta
guerra.
Fallece
en 1983 en Gerona
SU ESTILO
Muchos
son los elementos que dan cohesión a su producción literaria, tanto en lo que
respecta al estilo como en la utilización de ciertos tópicos que se van
repitiendo constantemente. En primer lugar, podemos destacar que los personajes
más relevantes de sus obras son femeninos, la escritora nos ofrece un abanico amplio
y variado de la figura de la mujer, tanto en lo que concierne a la edad como al
estatus social, nivel cultura, cuyo único elemento de relación, además de su
sexo, es la ubicación en Barcelona. Todos sus personajes tienen también en
común la capacidad de reflexionar sobre ellos mismos y sobre su modo particular
de ver el mundo que las rodea. Son frecuentes los planteamientos existenciales
como la búsqueda de identidad, la soledad o la libertad, que en ocasiones
llegan a provocar incluso la histeria; todo ello siempre desde una perspectiva
femenina, marcada por la maternidad, casi siempre conflictiva, cuyo enfoque
responde a la idea que, sobre este aspecto, nos da Julia Kristeva. Por esa
adopción de un punto de vista femenino complejo, y por el rechazo en la
reproducción de estereotipos simplificadores su obra literaria da una imagen
más cercana de la psiqué de la mujer contemporánea.
Otros
subtemas que giran alrededor de la escritura femenina son: las complejas
relaciones madre-hija, vistas siempre desde distintos puntos de vista, el
jardín, las flores, las relaciones familiares, la figura del tío-marido o la
soledad.
Muchos
de estos tópicos se convierten en símbolos personales por la fuerte trabazón
que mantienen con la propia vida de la escritora y por su aparición repetitiva
incluso machacona; entre dichos símbolos se produce en ocasiones una relación
estrecha fácilmente interpretable; es el caso de la pérdida de la infancia a
los doce años y la consiguiente pérdida de la felicidad que coincide con la obsesión
por la sangre que a menudo lo impregna todo a través del color de ciertas
flores y la evocación de recuerdos; junto a ellos, el descubrimiento del mundo
y, en consecuencia, la toma de conciencia de falta de libertad. Otro ejemplo
podría ser el valor simbólico de los nombres de las mujeres o su relación con
símbolos florales, presentes en casi todas sus obras y exentos todos ellos de
la candidez e ingenuidad que les atribuye la tradición; por contra, la
crueldad, en sus diferentes manifestaciones, es casi omnipresente.
Junto
al jardín, otro de los escenarios preferentes en las novelas de Rodoreda es la
casa, ambos acabarán convirtiéndose en la imagen de la mujer que los habita y
en un reflejo de la evolución de su propia vida; de ahí la importancia del paso
del tiempo como un fenómeno en muchas ocasiones degradador que incluso
condiciona los recuerdos hasta el punto de llegar a modificar la imagen del
pasado.
Esta
evolución de los personajes paralela a la casa y al jardín adquiere tal
importancia en las novelas que la conciencia del transcurso del tiempo viene
proporcionada por los cambios que se producen en esa la realidad exterior más
cercana.
SU TÉCNICA
Pero
la calidad de un escritor no se reconoce por la utilización de ciertos tópicos
o la evolución de los mismos en símbolos, que, aunque numerosos en Rodoreda,
son siempre limitados. Su reconocimiento como novelista contemporánea viene
dado por el dominio de las técnicas narrativas, su capacidad para utilizar
distintas posiciones enunciativas incluso dentro de una misma novela y la
maestría en el uso de la polifonía en su producción más madura. Estamos ante
una escritora en continuo proceso de evolución que comenzó escribiendo cuentos
con gran maestría pero no quiso limitarse a las posibilidades sintéticas de
este género sino que indagó en las capacidades discursivas de la novela.
Así,
comenzó con el uso de la tercera persona en novelas de juventud como Aloma, pero aventurándose en un
narrador equisciente que mostrara un conocimiento del mundo limitado e ingenuo,
el de su propia protagonista.
En
La plaça del Diamant, sin embargo,
tenemos una narradora en primera
persona que exhibe en su propio discurso rasgos que la definen y caracterizan;
así, a través de un denso monólogo interior, Colometa cuenta su propia vida,
pero exhibiendo una total pasividad ante el mundo que la rodea, sin conciencia
alguna de responsabilidad o actitud positiva. La impresión que ofrece al lector
la incapacidad de controlar y conducir su propia existencia.
Dichas
posiciones enunciativas ofrecerían pocas posibilidades a una escritora
perfeccionista y con grandes aspiraciones. Por ello probablemente escribiera
una novela totalmente realista, con ciertas dosis de naturalismo: Mirall trencat, contada en su totalidad
por un narrador omnisciente, fuera del universo de la historia, que, desde una
posición ajena a los sucesos, manipula los personajes, las acciones, el
tratamiento del tiempo.
La adopción de una técnica tradicional no
resta, sin embargo, modernidad a un relato en el cual se encuentran ciertos
rasgos estilísticos propios del momento en que fue escrito, como son el
perfeccionamiento en el uso del estilo indirecto libre, la multifocalización,
el acceso mental de alternancia limitada, la ironía, etc. Rodoreda se apoya en
formas literarias instituidas por la escritura masculina que, no obstante,
quedan subvertidas al ser utilizadas como instrumentos de transmisión de
experiencias femeninas.
En
muchas de sus novelas se transmite la sensación de que la historia de la protagonista
no tiene un interlocutor definido, con lo que se refuerza el vacío existencial
de la narradora-protagonista. Además, es frecuente la narración personal
disonante caracterizada porque en el discurso aparecen claramente dos ejes : el
que se sitúa cronológicamente en el momento de la enunciación, y el que se
apoya estructuralmente en un tiempo pasado, por lo que existe una distancia
temporal entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso. La escritora
contemporánea indaga, por tanto, en las posibilidades que su palabra ofrece
para la expresión de un mundo oculto y percibido como individual y diferente,
de ahí el uso frecuento de la corriente de conciencia. Esto la diferencia de la
novela escrita por mujeres de épocas anteriores, cuya finalidad básica
consistía en que no se percibiera a través de la escritura la condición
femenina de la autora y, de este modo, exponer una visión de la realidad
ficticia que no difiriera de la ya expuesta.
En
casi todas las narradoras contemporáneas se percibe una preocupación por
indagar en las diferencias por razón de sexo y por determinar el proceso a
partir del cual el individuo se convierte en mujer. De ahí que sea frecuente
que los relatos se retrotraigan a la época de pubertad de las protagonistas,
dado que la adquisición de la conciencia de la diferencia marca un punto de
inflexión en la vida de los personajes femeninos. Al dar la palabra al
personaje femenino, la descripción de los hechos difiere de la realizada por
los personajes masculinos.
Como
otros muchos escritores en el exilio, Rodoreda escribe inspirándose en su
tierra, pero desde una observación a distancia que provoca una visión de la
realidad a menudo deformada por la selección de recuerdos e idealizada por la
añoranza, pero enriquecida por la perspectiva y por las vivencias de otras
realidades distintas a las vividas en su espacio propio.
PÁGINA 8 – POESÍA
ARGENTINA
ROGELIO
RAMOS SIGNES
(San
Juan-Argentina)
POSOLOGÍA
Ni
siquiera sé si este sueño
cabe dentro de una cama,
pero hay una mujer que ingresa en él
con vestidos de otros tiempos.
Alguien susurra un nombre
y el nombre es Mercedes.
Ella no intenta detenerse.
Avanza sin pasión. Atraviesa los muros.
cabe dentro de una cama,
pero hay una mujer que ingresa en él
con vestidos de otros tiempos.
Alguien susurra un nombre
y el nombre es Mercedes.
Ella no intenta detenerse.
Avanza sin pasión. Atraviesa los muros.
Creo
que sería conveniente
no dejar este sueño al alcance de los niños.
no dejar este sueño al alcance de los niños.
TERESA
LEONARDI HERRÁN
(Salta-Argentina)
EL
CORAZÓN TATUADO
Por
haber viajado por tu sangre
Conozco
muchedumbre de soles
Oh
viejo Ptolomeo celebro tu verdad
El
universo gira alrededor de este animal terrestre:
El
ciego y haraposo niño eterno que habita entre nosotros
Ahora
que no estás
Llego
al puerto de una Hiroshima devastada
Se
desovilla el invierno nuclear
Estalla
la memoria del paraíso que me habitó
Los
días mezclan sus aguas
Ignoro
si aún navego o he varado
"Amor
construye un cielo
en
la desesperación del infierno"
escribió
Blake hace un siglo con tinta en mi corazón.
SILVIA
LOUSTAU
(Mar
del Plata-Buenos Aires-Argentina)
I
una sombra
roja
me
cava el pecho como un descendimiento
todo
me parece un vagar empedernido
por
el líquido articular del dígase amor propio
dígase
egoísmo
dígase
umbral eterno entre las cosas.
SONIA
RABINOVICH
(Córdoba-Argentina)
VIENTO
DE ORIENTE
Mariposas
enlazadas en una rama
Explosión de belleza por siete días
hasta lloverse al mundo
y volver al viento que las sopló.
¿Así será la vida? ¿Seremos eso?
¿Pétalos que se pierden
en el viento de oriente?
Explosión de belleza por siete días
hasta lloverse al mundo
y volver al viento que las sopló.
¿Así será la vida? ¿Seremos eso?
¿Pétalos que se pierden
en el viento de oriente?
RODOLFO
ALONSO
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
HIROSHIMA
MON AMOUR
una
mujer desciende envuelta en desesperado orgullo del aire de su
/casa
como hija de la lástima feroz de la furia pequeña
/provincial
el mundo contento arde quieto a su alrededor
canta en el interior de esa mujer el mundo como
/una boca de fuego
un hombre lejano la contempla con ojos de
/desesperado amor
ese hombre es otros hombres es el mismo amor
/cantando para sobrevivir
el mundo contento arde veloz a su alrededor
canta en el interior de ese hombre el mundo
/como una boca de fuego
cuando la palabra amor no tenga necesidad de ser
/pronunciada
amor en todos los cuerpos desesperados ardiendo
/tranquilos
el mundo contento como una boca de fuego
una mujer y un hombre lentamente a su alrededor
/casa
como hija de la lástima feroz de la furia pequeña
/provincial
el mundo contento arde quieto a su alrededor
canta en el interior de esa mujer el mundo como
/una boca de fuego
un hombre lejano la contempla con ojos de
/desesperado amor
ese hombre es otros hombres es el mismo amor
/cantando para sobrevivir
el mundo contento arde veloz a su alrededor
canta en el interior de ese hombre el mundo
/como una boca de fuego
cuando la palabra amor no tenga necesidad de ser
/pronunciada
amor en todos los cuerpos desesperados ardiendo
/tranquilos
el mundo contento como una boca de fuego
una mujer y un hombre lentamente a su alrededor
PÁGINA 9 – CUENTO
GUSTAVO VALLE
(Caracas-Venezuela)
BAJO TIERRA
Hay mucha gente buscando a otra gente y eso se
siente, de verdad que se siente. Explicar esto no tiene
importancia. Las cosas perdidas suelen llevarse consigo el motivo de su
pérdida, y si las recuperamos suele ser demasiado tarde para reclamar explicaciones.
La noche del terremoto yo, Sebastián
C. recién nacido, bajaba las escaleras del hospital en brazos de mi padre.
Escaleras oscuras, gente atropellándose, gritos, y un hombre y su hijo
escapando a toda prisa del temblor. Cuando pienso en esto no pienso en mí sino
en mi padre, presa del pánico, con un bebé en brazos. Desde entonces su
miedo es mi propio miedo y la historia del terremoto es mi propia historia.
Pero hay otra. Siempre hay otra historia.
Doce años después, en 1979, mi viejo
desapareció en la excavación de un túnel. Él era un inmigrante que había
llegado a Venezuela en los años cuarenta. Dedicó su vida a estudiar el subsuelo
de Caracas para los proyectos viales del Ministerio de Obras Públicas. Extraía
muestras de la tierra, las piedras y el lodo que teníamos bajo nuestros pies.
Un día, mientras trabajaba en la perforación de un viejo túnel del Metro,
desapareció. Minutos antes sus colaboradores lo vieron meterse en el agujero,
minutos después ya no estaba, se había esfumado.
Lamento ser tan escueto pero no tengo
otro remedio: mi viejo se metió dentro de un túnel y no volvimos a verlo más.
El suceso tuvo una repercusión escasa: ocupó un par de renglones en dos de los
periódicos de mayor circulación del país. El Colegio de Ingenieros publicó un
comunicado, y a pedido de mi madre se abrió una investigación que, al cabo de
unos meses, terminó archivada. Varias hipótesis se barajaron en aquel momento:
el hampa común, la venganza, el accidente fatal, problemas psicológicos,
militancia política, abandono de hogar, deudas, suicidio. Pero nosotros, su
familia, sabíamos que ninguna de esas hipótesis podía explicar nada. Creo que
en el fondo estábamos convencidos de que la muerte, esa vez, había tomado una
forma imprevista.
Para colmo, al año después de
desaparecido, mi vieja decidió enterrarlo. Y lo digo literalmente. Ignoro cómo
fue el trámite, pero se ofició un entierro sin su cuerpo en un cementerio a las
afueras de Caracas.
Como es de suponer, mi madre, mi
hermano y yo sufrimos el vacío que dejó esta sorpresiva ausencia. No quiero
hablar por los demás, pero en mi caso el asunto me marcó para siempre. Quizás
porque yo sólo tenía doce años, y a esa edad uno está saliendo del sueño de la
infancia para meterse en el sueño de la vida, o quizás porque nunca entendí qué
diablos había pasado, ni por qué.
Desde ese momento esta historia
comenzó a contarse sola. Casi siempre ocurre así, las historias se cuentan
solas. Uno cree que uno es quien las cuenta, pero no, uno solamente las agarra,
las recorta, pero no las cuenta. Contarlas es otra cosa. Contar una historia
es, en el fondo, un trabajo imposible. Quizás por eso este libro no comienza
con la desaparición de mi viejo, sino veinte años después, el día en que salí a
buscarlo en diciembre de 1999, y más exactamente el día en que Gloria y yo
conocimos a Mawari. Pero de esto hablaré más adelante.
“Salir a buscarlo” quizás no sea la
expresión exacta. Más que buscarlo a él, salí a buscar el vacío que dejó, el
agujero de ese vacío. En un momento dado (tardé veinte años en darme cuenta)
supe que yo debía ir tras él. Por eso, más que buscarlo (nunca tuve la estúpida
ilusión de encontrarlo, de dar con sus huesos) lo que pretendía era hacer el
mismo camino que él hizo, seguirle los pasos.
Por supuesto esto no podía hacerlo,
desde la conciencia de saber que lo estaba haciendo, pues eso hubiese
significado la locura o el suicidio. Lo hice, ahora lo pienso así, como el niño
que va a la playa sin preguntarse nada, o casi nada, e incluso sin tener mucha
conciencia de su deseo de ir a la playa, y sin embargo llega a la playa.
Por último debo decir que nunca antes
había sentido la necesidad de buscar a nadie y mucho menos de contar una
historia. Creo que sólo se siente esa necesidad cuando lo que uno busca, o
pretende contar, ha desaparecido del todo.
PÁGINA 10 – CUENTOS
BREVES
NORA
MÉNDEZ
(San
Salvador-El Salvador)
CUENTOS
DE LEMON TWIST
EL
ENFERMO IMAGINARIO
Había estado en el Ejército de El Salvador, peleó durante toda la guerra. Los psiquiatras que lo habían atendido coincidían en decir que no estaba enfermo pues se consideraba a sí mismo un enfermo imaginario. Pero ni aún con los diagnósticos que descartaban la locura se lo llevaban preso. Había matado a cientos de personas en un río, cuando iban huyendo hacia Honduras.
-Yo
no he matado a nadie – decía - lo que vi eran animales y eso era parte del
operativo tierra arrasada donde todo lo que se movía moría. Yo no maté gente,
maté animales – terminaba siempre gritando.
Finalmente
un médico aceptó su teoría. Debía ir a una cárcel imaginaria, pues en su mente
no había matado a nadie, no sentía culpa, todo lo había imaginado. Imaginado
que mataba animales, tal como le dijeron en la Academia de Las Américas donde
armaron a todos esos enfermos imaginarios. Le preguntaron si conocía el
zoológico pero nunca lo llevaron de niño. Entonces le preguntaron si podía
imaginarse una jaula con leones, a lo que respondió asertivamente.
Lo
metieron en la jaula de los leones, una noche del mes de enero, y todo el mundo
imaginó cómo se lo comían. Ni él mismo pudo imaginarse tal desenlace.
VAMOS
A LA VUELTA DE TORO TORO GIL
Toro
Gil era un muchacho del Partido Comunista que agarró La Guardia en 1986. Lo subieron
en un auto a darle vueltas todo el día alrededor de la Universidad para que
identificara a otros cuadros del partido, a la fuerza.
Cuando
lo bajaron quedó tan mareado y acostumbrado que se metió todo lo que pudo para
seguir así: alcohol, anfetaminas, marihuana, coca, crack y un largo etcétera,
hasta que nadie pudiera reconocerlo.
Un
día de tantos se cansó. Ahora escribe sus memorias en un círculo literario.
EL
PERRO
Siempre
me gustaron los perros. El día que me asesinaron en el volcán, los compañeros
no tuvieron tiempo de sacarme del campo de batalla y el enemigo se quedó con mi
cuerpo varios días, haciendo posta para atrapar a mis familiares.
Cuando
se cansaron de que no llegara nadie, me dejaron en el mismo lugar. Ya no tenía
ojos ni dedos pues los cuches me los habían comido. Unos campesinos que me
habían visto y eran cristianos como yo, se apiadaron, y a pesar del miedo a los
soldados me enterraron, con la mala suerte que me dejaron un pie de fuera, el
pie necio que usaba para golear.
Como
si fuera mi bandera quedó ondeando en la tierra.
Un
perro que andaba por ahí lo vió y comenzó a mordérmelo y aunque estaba muerto y
siempre me gustaron los perros, no pude aguantar más ultrajes y le pegué una
patada.
HABEAS
CORPUS
A
Norma Guirola y a treinta mujeres más se las llevaron de una casa de seguridad
en San Jacinto la madrugada del 12 de noviembre de 1989. Estaban sin armas,
pues los compañeros que las llevaban se perdieron. Las agarraron cuando tiraron
una bengala sobre la zona y vieron a varias en el patio. Los soldados no saben
cuál de todas es Norma Guirola, a la que están buscando para matarla.
Las
metieron en un calabozo del Cuartel El Zapote; las insultaron y las
dejaron solas un rato. Más tarde volvió un hombre y encendió un foco que
estaba al medio de la mazmorra.
-¿Quién
es Norma Guirola?- gritó. Y todas las mujeres, por reflejo y sin querer, la
miraron.
DESPEDIDA
Bajo
el olor de las flores confundidas con las bestias, los sonidos empacados de
rutina nocturna, el vecino aúlla solitario el marasmo de un mundo que olvida
todo, menos olvidar. Vamos a despedir al amigo, que se embarcó sobre heno
fresco y neblina adolescentes, un navío de fuego para nuestros pasos, aquellos
que remábamos de espaldas, sin remordimientos, tiempo en que pensábamos al sol
para secar nuestro futuro. Hemos venido a poner los átomos a aquel cóctel de
la estampida, estamos casi curvas, sumario, cabrones, caminos sin lealtad,
floja la cuerda tensa en el ideal, espumas, salivas y una mesa raída para
sentarnos a hablar, todos al mismo tiempo, vemos arder al amigo de ayer como
una vela, explotar como petardo en la fiesta de diciembre, y dejar un polvo
negro untado en la pared.
PÁGINA 11 – POESÍA
ARGENTINA
PATRICIA
DAJRUCH
(Córdoba-Argentina)
RIELES
En
las postrimerías del día
es
cuando crecen los rieles
hacia
horizontes ciegos,
y
el tren parte rasgando el aire.
Nunca
se en que vagón viaja mi alma,
con
la frente pegada a la ventanilla
observo
respiro
sueño.
Voy
dejando atrás árboles
cielos
alunados, y arlequines macabros.
A
veces el paisaje se transforma
en
trigales peinados por el viento
o
en semillas recién brotadas
o
en flores amatistas.
De
vez en cuando los rieles
cruzan
el corazón de la montaña
y
sepulta lo sepultado bajo otras rocas desconocidas.
Sigo
partiendo,
apurada
recojo el último beso
el
último apretón de manos
y
los guardo en mi ilusorio bolsillo de recuerdos.
Juego
creo
sonrío
lloro.
Parto
siempre
estoy partiendo
las
estaciones asfixian
en
las grandes conglomeraciones
de
humos, de caos, de voceríos.
Tragedias,
puñales,
sangre
pieles
zurcidas
relojes
rotos
ojos
vacíos.
Parto
nunca
llego.
Estoy
siempre de paso.
AMELIA
ARELLANO
(San
Luis-Argentina)
SALVACIÓN
Es
tan extraño, amor, es tan extraño.
Tan
peregrino. Sutil y doloroso.
Es
tan extraño este pensar, dormida.
Este
soñar, despierta.
Es
la hora de la flor y el insecto.
Del
regreso de la paloma al arca.
Y
me salen violetas de los ojos.
Y
pasan en tropel, los álamos descalzos
Y
un toro negro y una yegua blanca.
Y
se buscan a ciegas y se encuentran.
Y
beben.
Y
se beben y tragan el néctar de sus belfos.
Y
no es la gloria de la carne.
Ni
el corazón del muro.
Ni
el semental. Ni el útero.
Es
algo tan imperioso, tan urgente.
Es tan extraño, este salvarse de la muerte.
MONICA
VOLPINI
(General
Pico-La Pampa-Argentina)
PRETÉRITO
IMPERFECTO
Es
imposible no recordar cuánto te amé.
Eras
hombre. Eras fuego. Eras palabra.
Pero
Dios borró mi nombre de tu agenda.
Así…
Tu
último beso fue el primero.
Tus
primeras caricias aún me queman.
Y
quedé inmersa en la ironía de tu ausencia.
-ebria
por la dulzura de tus ojos-
Y
así te amé.
A
sabiendas de que tu corazón gritaba adioses.
Con
mil suspiros que me borraron la conciencia.
Hasta
llegar a ese final que conocemos…
Y
aún soy mujer. Y sigo estando loca.
Y
soy tormenta.
MÓNICA LAURENCENA BERRAZ
(Entre Ríos-Argentina)
ARBOLEANDO TRINARES
Sube un perfume a lima
y va la arboleda verdeando
enclavada en medio del morro.
Atrás el mar...extenso
inasible presencia, persiste
en lo eterno.
Todo huele a ese verdioleaje
y se sube a mi cabeza.
Las olas están allí
como una inalterable verdad.
Infinitud de la arena.
La tarde se llena de pájaros.
Trina el morro de Bombinhas.
Arboleando cantos me voy
dormitando, con el olor a limas...
La luz del cielo es belleza singular.
Sube un perfume a lima
y va la arboleda verdeando
enclavada en medio del morro.
Atrás el mar...extenso
inasible presencia, persiste
en lo eterno.
Todo huele a ese verdioleaje
y se sube a mi cabeza.
Las olas están allí
como una inalterable verdad.
Infinitud de la arena.
La tarde se llena de pájaros.
Trina el morro de Bombinhas.
Arboleando cantos me voy
dormitando, con el olor a limas...
La luz del cielo es belleza singular.
MANUEL
LOZANO
(San
Francisco-Córdoba-Argentina)
"LA
ROSA AÚREA"
Un
imperio de salvaje amor, un nácar dorado
teje
las bienaventuranzas
desde
el barro a la semilla.
La
flor nace de las grietas
en
el paradero de las anunciaciones.
El
niño no duerme en el día del siglo.
Mira
a su madre y le señala
la
raíz intransferible de la esfera.
PÁGINA 12 – CUENTO
SLAVKO ZUPCIC
(Valencia-Venezuela)
DÍAS DE SUERTE
—Juéguese
el cuatrocientos cuarenta y ocho —dijo para mi sorpresa la cajera de la
panadería cuando terminó de darme el vuelto.
Yo le
había pagado con un billete de diez mil y ella no sólo me daba dos o tres
billetes y algunas monedas, sino que también un número para jugar en la
lotería, como si supiera que yo estaba a punto de presentar un libro con textos
ludopáticos.
—Gracias
—fue lo único que dije—. Muchas gracias. Cuatrocientas cuarenta y ocho gracias.
—No hay
de qué, mi amor. Pero que sea por la lotería de Caracas. En el sorteo de las
once de la mañana.
—Okey —le
dije esta vez y caminé torpemente hacia el carro: tenía que ir a lo del libro.
Antes de
entrar en la autopista, el anciano que pide dinero en el semáforo me lo volvió
a repetir. A cambio de las monedas que la cajera me había dado, claro.
—El
cuatro cuatro ocho. Lotería del Táchira. Sorteo de las siete.
Eran las
siete y cinco y el bautizo estaba pautado para las siete y media: ya lo de la
lotería sería para el día siguiente. Era necesario llegar al museo. Que si
patatín, que si patatán. Los saludos de rigor, algún discurso. Se trataba de
una presentación colectiva y el único libro ludopático era el mío.
Mientras
presentaban la colección, como había mucha gente y demasiado calor, me senté
junto a las plantas, aproximadamente a diez metros de la tarima.
Inmediatamente
se acercó una morena, interesante aunque con el pelo teñido de amarillo y un
libro de Fernández Retamar en la mano izquierda.
—¿Puedo?
—apenas dijo en lo que yo entendí como una pregunta destinada a saber si podía
sentarse a mi lado.
—Claro,
¿cómo no? —le dije apretando las piernas y haciendo desaparecer los codos.
Ella se
sentó y comenzó a abanicarse con el libro. Luego lo colocó sobre sus piernas,
lo abrió y se detuvo en una página en blanco, donde estaba garabateada la
dedicatoria.
—¿Es del
autor? —le pregunté.
—No sé,
el libro no es mío, es del amigo con que vine —dijo mostrándome un centímetro
de papel donde decía clarito: “Retamar”—. ¿Tú también lees?
—Un poco,
sí.
—¿Y
escribes?
—Un
poquito menos.
—¿Y
tienes suerte?
Le iba a
responder, pero en seguida me llamaron para que me tomara una foto con el libro
en la mano, como si fuera un diploma.
A los dos
minutos regresé.
—Tengo
suerte a veces, depende de la compañía —le dije pensando en un amigo que
siempre ocasiona desgracias, verdaderas desgracias.
—¿Y
llevas dinero contigo?
—Es
posible, creo que sí.
—Entonces
llévame a un bingo.
—¿Y tu
amigo?
—No
importa, yo le devuelvo el libro.
Todavía
no sé muy bien por qué, pero inmediatamente salí del museo con la morena de
pelo pintado. Retroceso, primera, segunda, en apenas cinco minutos llegamos al
bingo y, en uno más, estábamos junto a las maquinitas.
—¿Tú
sabes que en el libro casualmente se habla de estas máquinas?
—Ah, ¿sí?
Yo me voy a meter en esta máquina.
La
máquina en cuestión estaba decorada con carritos y flores.
—Si me
tocan los tres carritos, me da quince jugadas gratis —dijo mientras metía el
segundo billete en la ranura tragabilletes.
A mi
lado, un desdichado peleaba con una máquina llena de muñequitos de Disney:
—Que me
toquen tres Barneys, por favor. Que me salgan los tres Barneys.
No pude
evitar girarme completamente para ver su rostro.
Lo que vi
justificaba la visita al bingo. Era mi profesor de historia de la psiquiatría,
un médico de Maracay que se había educado vendiendo panelas de San Joaquín.
Fingí no
reconocerlo y continué dándole dinero a la morena de pelo teñido.
Cuando el
dinero estaba a punto de acabarse, aparté un billete de veinte y lo introduje
en uno de los bolsillos de la chaqueta.
—¿Por qué
haces eso, papi? Mira que trae mala suerte.
—No te
preocupes, mi vida. Es para pagar el estacionamiento —le dije pensando que
antes de doce horas jugaría el vuelto al cuatrocientos cuarenta y ocho.
PÁGINA 13 – ENSAYO
MIGUEL
ÁNGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
JORGE
AMADO: UN FACTOR DE LECTURAS
En esos
caminos ajenos fluyen voces, colores, manos y labios que nunca besaremos,
surgen profanos, los contornos que amaremos una sola vez y se diluyen las
formas de lo que ya nunca podremos tener. Esa complejidad del acto de
lectura nos ubica en el vaivén de la palabra del otro, nos doblega y nos
inunda, nos llama y nos abandona.
Jorge Amado es de los escritores que uno destina para leer cuando “tenga tiempo”. Es un narrador víctima de esa muletilla de las horas libres, descuidadas y desobligadas que nunca llegan pero que se desean como la mejor recompensa. Digo, de esos momentos de espaldas al trajín diario donde la lectura puede ser la mejor ocupación de los desocupados; donde nuestra única intención es no querer ser nada más que unos pobres sujetos sumados en el desconcierto de la calma. Porque somos, a esas horas, el último pináculo de la rebeldía en que corre final y fatal, la memoria de los días perdidos.
Entonces, nos detenemos a mirar los libros como retos encuadernados, partes de un universo detenido en los estantes de la biblioteca, esperando que alguien se acerque a vivir sus historias. O a revivirlas. El tiempo parece no pasar en las repisas pero sigue pasando con su ritmo susurrado de papel que se herrumbra, con su fatiga en la fatiga de las horas. A través de los libros el tiempo se doblega. Es una batalla desigual, tan pretérita como el deseo, como la rabia o el sueño, pero que a la vez nos llama manteniéndonos erguidos detrás de la pereza, por encima y además de cualquier renunciación.
Este verano fue uno de esos en que el tiempo se detiene y nos dialoga al oído. Nos incita a parar, nos da una tregua, nos entrega la tranquilidad necesaria para leer los tan postergados textos a los que nunca les dimos importancia.
Porque eso es lo que me pasó con Jorge Amado: no le di importancia. Nunca se toma en serio lo que es comercial, esos títulos que se escuchan de boca en boca, mientras viajamos en ascensor o caminamos hacia la oficina. Son nombres o autores a los que con solo ver la cara de quien los nombra con admiración, ya se nos derrumban o, peor aún, pasan a engrosar el depósito de lo que consideramos la literatura chatarra o pasatista.
Yo había comprado en una época muchos títulos de Jorge Amado. Había visto dos películas, “Doña Flor y sus dos maridos” y “Gabriela clavo y canela”. Ninguna de las dos me parecieron grandes obras cinematográficas pero no obstante cierto trabajo de los personajes como el perfil de los maridos de Doña Flor, o la descripción aparentemente jocosa de la sociedad provinciana realizada en “Gabriela...” me despertaron curiosidad por ese autor del que todos hablaban en los colectivos, en los mercados, las mujeres en las peluquerías y los hombres en las estaciones de servicio. La década del ’80 estuvo sumamente empapada por la felicidad caliente de Amado. Yo me acuerdo que la gente hablaba de sus textos y gozaba repitiendo pasajes de ellos. Amado, de alguna forma había tocado una fibra de la sociedad latina al centrar sus novelas y cuentos en la pobreza de las favelas o en los barrios proletarios de Bahía, su Bahía, proyectando esa visión de la decadencia al resto de América y del mundo, como si fuera una forma del ritmo, un jolgorio. Amado resemantiza el significado de la miseria, lo filtra a través de un cedazo de vitalidades y de deseos hasta hacer de esa temática decadente una forma de celebrar la vida.
Amado protesta desde la felicidad de los oprimidos. El autor encapsula el dolor, el pesar, la decadencia y los abusos dentro de una burbuja de ritmos que sin dejar de ser sensuales hacen de ese objeto que se denuncia el germen central del goce. Vale decir: el bahiano de Amado se impulsa desde su dolor para hundirse y justificar su contento.
El autor toma el camino más árido puesto que opta por el goce de los sentidos para denunciar la falta de sentido de los poderosos; se asoma a los actos carnales por intermedio de sus prostitutas, mujeres simples que se enorgullecen de hacer favores y dar el cariño que las esposas ya no pueden dar, para llegar a valorizar el verdadero amor, ese sin tregua, sin tapujos, sin consuelo que delira y hace delirar. En Amado el sexo es el hilo conducente para hablar del amor puro, del desinterés absoluto de toda relación, del desbocado abandono en los brazos del otro. Apresa la lujuria y la transforma en código de gestos, en goces de miradas, en seducción llena de mares y de mujeres que se obstinan por alcanzar la dicha.
La obra de este autor tiene dos características fundamentales: es extensa y es compleja. Su misma extensión complejiza la obra ya que resulta difícil recortar un corpus de análisis sabroso para su estudio y representativo de una propuesta literaria. Pero, como ventaja de esa extensión, tenemos que la obra de Amado es temáticamente variada.
Dentro de su producción encontramos desde la novela romántica (“Doña Flor...·”, “Gabriela...”, “Teresa Batista cansada de guerra”), pasando por la histórica (“Romance de castro Alves”) y por la de costumbres (“El país del carnaval”, “Tienda de Milagros”), hasta llegar a la de hondo contenido social donde profundas discrepancias políticas ubican a la enunciación en la no siempre recomendable tribuna de la denuncia (“Capitanes de la Arena”, “Agonía de la noche”). Digo ‘no siempre recomendable’ puesto que los textos de denuncia traen en sí una saturación, un límite que lo impone la denuncia misma, que va en desmedro muchas veces del potencial artístico de la obra. “Capitanes de la arena” constituye a mi criterio el punto más alto en la narrativa social de Amado, no solamente por el fresco cultural que logra, donde las convulsiones de una sociedad de valores destruidos o en plena destrucción se imbrican y se tuercen, se cortan y se ahogan entre sí, hasta transformar la vida en un estertor de moribundos, en un lecho embarrado como la playa donde pululan los niños que protagonizan la historia; sino porque es una novela hermosa, es un bello trabajo literario en donde la realidad que se figura no sojuzga los recursos expresivos de una pluma brillante.
Si bien la crítica social está presente en todos sus textos, es en las novelas en donde no se plantea hacer un panegírico de la lucha del pueblo bahiano, en donde está más viva la crítica hacia cualquier forma de totalitarismo y abuso político.
Pongo por ejemplo el caso de “Teresa Batista...”. En ella hay una parte donde Teresa, siendo niña es vendida por su tía a un terrateniente rico que abusa sexualmente de ella hundiéndola en un mar de violencia física y sicológica que la anula hasta reducirla a la bestialidad. Esa relación forzada, no es más que un pasaje de la historia pero sintetiza un conflicto social del que el propio Amado fue testigo. La novela cuenta en esta parte el enfrentamiento desajustado de dos fuerzas: los que ostentan el poder y los que son carne de cañón de ese poder.
Teresa Batista, niña, huérfana, salvaje, desprovista de toda maldad, brutalmente hermosa representa al Brasil grosero, ventral, asfixiado entre olores de hebras y sudores de carnavales deshojados en noches de fiesta. Es el grito. Contrariamente, Justiniano Duarte Da Rosa, el hombre imponente del traje blanco, que lleva una cadena al cuelo en la que cada eslabón es cada una de las muchachas vírgenes que él violó en circunstancias análogas a las de Teresa, configura el poder descontrolado, atropellador taimado, es un poder de pies embarrados y barrigas llenas. Es el que seduce a través del golpe, del latigazo pespunteando la carne de los caídos. Ese poder de masacre en un Brasil que abre los ojos en mitad de una nube de miedo y silencio.
Teresa le dará resistencia hasta que todo su orgullo de ser humano se doblegue ante el dominador. El final de la contienda lo marca Justiniano cuando le quema los pies a la niña con un bracero completando con su caída, el dominio del rebelde.
Si bien hay un recupero de la fuerza del pueblo Bahiano cuando Teresa mata a Justiniano de una puñalada, varios capítulos después; es éste enfrentamiento de la primera violación el que más fija el panorama de la lucha.
Más adelante aparece Daniel, el muchacho rico que enamora a Teresa y que precipita el desenlace. En este nuevo juego de opuestos establecido entre el joven y Justiniano, Amado especifica que, sin embargo estar enfrentados, Teresa y Justiniano son los verdaderos hijos del lugar, ambos son la bastardía de la barbarie, y ambos quieren algo de Daniel: Justiniano, un lugar en la clase acomodada, ese sitio al que ni siquiera su dinero le permite llegar; Teresa, un amor correspondido, un arrullo aunque sea débil que la ayude a continuar en su rol de descastada.
El novelista tiene esa curiosa virtud de hacer luchar a sus personajes desde el amor. El amor refugio y exilio. Quien se enamora de verdad en el mundo de Amado queda automáticamente preso en un ambiente sofocante de pelea y descanso, de contienda y exceso, de placidez y desolación. A su vez, el sexo en este autor es arma y delito. En el acto sexual se repliega y se expande la alevosía de los que participan.
Ese ejército de prostitutas comprensivas, que arrullan a sus clientes como si fueran niños de pecho; esas mujeres que se pasean casi desnudas por sus novelas, imponentes morenas que sacuden su inocencia como una provocación; esos muchachos que compran noches viejas de placeres abigarrados en camas pobres, constituyen tópicos en donde la lucha carnal es una lucha de poder, de imposición y destierro de perdurabilidad por encima del otro y de muerte.
Por eso en sus novelas proliferan las camas. Lechos desvencijados donde se derriten los cuerpos, llanuras de edredones, almohadas como senos, rulos de cobertores como cuencos, enredos de fundas y cobijas, tensores de batistas y firuletes de monogramas, son síntesis de la ira de los que pelean, centinelas vitalicios de una lucha de clase que se resuelve con jadeos y pulsos repentinos, con golpes y tocamientos, con la potencia y la mesura más desbarrancadas del deseo.
Jorge Amado es de los escritores que uno destina para leer cuando “tenga tiempo”. Es un narrador víctima de esa muletilla de las horas libres, descuidadas y desobligadas que nunca llegan pero que se desean como la mejor recompensa. Digo, de esos momentos de espaldas al trajín diario donde la lectura puede ser la mejor ocupación de los desocupados; donde nuestra única intención es no querer ser nada más que unos pobres sujetos sumados en el desconcierto de la calma. Porque somos, a esas horas, el último pináculo de la rebeldía en que corre final y fatal, la memoria de los días perdidos.
Entonces, nos detenemos a mirar los libros como retos encuadernados, partes de un universo detenido en los estantes de la biblioteca, esperando que alguien se acerque a vivir sus historias. O a revivirlas. El tiempo parece no pasar en las repisas pero sigue pasando con su ritmo susurrado de papel que se herrumbra, con su fatiga en la fatiga de las horas. A través de los libros el tiempo se doblega. Es una batalla desigual, tan pretérita como el deseo, como la rabia o el sueño, pero que a la vez nos llama manteniéndonos erguidos detrás de la pereza, por encima y además de cualquier renunciación.
Este verano fue uno de esos en que el tiempo se detiene y nos dialoga al oído. Nos incita a parar, nos da una tregua, nos entrega la tranquilidad necesaria para leer los tan postergados textos a los que nunca les dimos importancia.
Porque eso es lo que me pasó con Jorge Amado: no le di importancia. Nunca se toma en serio lo que es comercial, esos títulos que se escuchan de boca en boca, mientras viajamos en ascensor o caminamos hacia la oficina. Son nombres o autores a los que con solo ver la cara de quien los nombra con admiración, ya se nos derrumban o, peor aún, pasan a engrosar el depósito de lo que consideramos la literatura chatarra o pasatista.
Yo había comprado en una época muchos títulos de Jorge Amado. Había visto dos películas, “Doña Flor y sus dos maridos” y “Gabriela clavo y canela”. Ninguna de las dos me parecieron grandes obras cinematográficas pero no obstante cierto trabajo de los personajes como el perfil de los maridos de Doña Flor, o la descripción aparentemente jocosa de la sociedad provinciana realizada en “Gabriela...” me despertaron curiosidad por ese autor del que todos hablaban en los colectivos, en los mercados, las mujeres en las peluquerías y los hombres en las estaciones de servicio. La década del ’80 estuvo sumamente empapada por la felicidad caliente de Amado. Yo me acuerdo que la gente hablaba de sus textos y gozaba repitiendo pasajes de ellos. Amado, de alguna forma había tocado una fibra de la sociedad latina al centrar sus novelas y cuentos en la pobreza de las favelas o en los barrios proletarios de Bahía, su Bahía, proyectando esa visión de la decadencia al resto de América y del mundo, como si fuera una forma del ritmo, un jolgorio. Amado resemantiza el significado de la miseria, lo filtra a través de un cedazo de vitalidades y de deseos hasta hacer de esa temática decadente una forma de celebrar la vida.
Amado protesta desde la felicidad de los oprimidos. El autor encapsula el dolor, el pesar, la decadencia y los abusos dentro de una burbuja de ritmos que sin dejar de ser sensuales hacen de ese objeto que se denuncia el germen central del goce. Vale decir: el bahiano de Amado se impulsa desde su dolor para hundirse y justificar su contento.
El autor toma el camino más árido puesto que opta por el goce de los sentidos para denunciar la falta de sentido de los poderosos; se asoma a los actos carnales por intermedio de sus prostitutas, mujeres simples que se enorgullecen de hacer favores y dar el cariño que las esposas ya no pueden dar, para llegar a valorizar el verdadero amor, ese sin tregua, sin tapujos, sin consuelo que delira y hace delirar. En Amado el sexo es el hilo conducente para hablar del amor puro, del desinterés absoluto de toda relación, del desbocado abandono en los brazos del otro. Apresa la lujuria y la transforma en código de gestos, en goces de miradas, en seducción llena de mares y de mujeres que se obstinan por alcanzar la dicha.
La obra de este autor tiene dos características fundamentales: es extensa y es compleja. Su misma extensión complejiza la obra ya que resulta difícil recortar un corpus de análisis sabroso para su estudio y representativo de una propuesta literaria. Pero, como ventaja de esa extensión, tenemos que la obra de Amado es temáticamente variada.
Dentro de su producción encontramos desde la novela romántica (“Doña Flor...·”, “Gabriela...”, “Teresa Batista cansada de guerra”), pasando por la histórica (“Romance de castro Alves”) y por la de costumbres (“El país del carnaval”, “Tienda de Milagros”), hasta llegar a la de hondo contenido social donde profundas discrepancias políticas ubican a la enunciación en la no siempre recomendable tribuna de la denuncia (“Capitanes de la Arena”, “Agonía de la noche”). Digo ‘no siempre recomendable’ puesto que los textos de denuncia traen en sí una saturación, un límite que lo impone la denuncia misma, que va en desmedro muchas veces del potencial artístico de la obra. “Capitanes de la arena” constituye a mi criterio el punto más alto en la narrativa social de Amado, no solamente por el fresco cultural que logra, donde las convulsiones de una sociedad de valores destruidos o en plena destrucción se imbrican y se tuercen, se cortan y se ahogan entre sí, hasta transformar la vida en un estertor de moribundos, en un lecho embarrado como la playa donde pululan los niños que protagonizan la historia; sino porque es una novela hermosa, es un bello trabajo literario en donde la realidad que se figura no sojuzga los recursos expresivos de una pluma brillante.
Si bien la crítica social está presente en todos sus textos, es en las novelas en donde no se plantea hacer un panegírico de la lucha del pueblo bahiano, en donde está más viva la crítica hacia cualquier forma de totalitarismo y abuso político.
Pongo por ejemplo el caso de “Teresa Batista...”. En ella hay una parte donde Teresa, siendo niña es vendida por su tía a un terrateniente rico que abusa sexualmente de ella hundiéndola en un mar de violencia física y sicológica que la anula hasta reducirla a la bestialidad. Esa relación forzada, no es más que un pasaje de la historia pero sintetiza un conflicto social del que el propio Amado fue testigo. La novela cuenta en esta parte el enfrentamiento desajustado de dos fuerzas: los que ostentan el poder y los que son carne de cañón de ese poder.
Teresa Batista, niña, huérfana, salvaje, desprovista de toda maldad, brutalmente hermosa representa al Brasil grosero, ventral, asfixiado entre olores de hebras y sudores de carnavales deshojados en noches de fiesta. Es el grito. Contrariamente, Justiniano Duarte Da Rosa, el hombre imponente del traje blanco, que lleva una cadena al cuelo en la que cada eslabón es cada una de las muchachas vírgenes que él violó en circunstancias análogas a las de Teresa, configura el poder descontrolado, atropellador taimado, es un poder de pies embarrados y barrigas llenas. Es el que seduce a través del golpe, del latigazo pespunteando la carne de los caídos. Ese poder de masacre en un Brasil que abre los ojos en mitad de una nube de miedo y silencio.
Teresa le dará resistencia hasta que todo su orgullo de ser humano se doblegue ante el dominador. El final de la contienda lo marca Justiniano cuando le quema los pies a la niña con un bracero completando con su caída, el dominio del rebelde.
Si bien hay un recupero de la fuerza del pueblo Bahiano cuando Teresa mata a Justiniano de una puñalada, varios capítulos después; es éste enfrentamiento de la primera violación el que más fija el panorama de la lucha.
Más adelante aparece Daniel, el muchacho rico que enamora a Teresa y que precipita el desenlace. En este nuevo juego de opuestos establecido entre el joven y Justiniano, Amado especifica que, sin embargo estar enfrentados, Teresa y Justiniano son los verdaderos hijos del lugar, ambos son la bastardía de la barbarie, y ambos quieren algo de Daniel: Justiniano, un lugar en la clase acomodada, ese sitio al que ni siquiera su dinero le permite llegar; Teresa, un amor correspondido, un arrullo aunque sea débil que la ayude a continuar en su rol de descastada.
El novelista tiene esa curiosa virtud de hacer luchar a sus personajes desde el amor. El amor refugio y exilio. Quien se enamora de verdad en el mundo de Amado queda automáticamente preso en un ambiente sofocante de pelea y descanso, de contienda y exceso, de placidez y desolación. A su vez, el sexo en este autor es arma y delito. En el acto sexual se repliega y se expande la alevosía de los que participan.
Ese ejército de prostitutas comprensivas, que arrullan a sus clientes como si fueran niños de pecho; esas mujeres que se pasean casi desnudas por sus novelas, imponentes morenas que sacuden su inocencia como una provocación; esos muchachos que compran noches viejas de placeres abigarrados en camas pobres, constituyen tópicos en donde la lucha carnal es una lucha de poder, de imposición y destierro de perdurabilidad por encima del otro y de muerte.
Por eso en sus novelas proliferan las camas. Lechos desvencijados donde se derriten los cuerpos, llanuras de edredones, almohadas como senos, rulos de cobertores como cuencos, enredos de fundas y cobijas, tensores de batistas y firuletes de monogramas, son síntesis de la ira de los que pelean, centinelas vitalicios de una lucha de clase que se resuelve con jadeos y pulsos repentinos, con golpes y tocamientos, con la potencia y la mesura más desbarrancadas del deseo.
PÁGINA 14 – POESÍA
ARGENTINA
MARIA
BENICIA COSTA PAZ
(Cipolletti-Río
Negro-Argentina)
LA
VIDA
La
vida:
diario
en hojas esculpidas
sobre polvo volátil;
ajadas
de tantas
historias
releídas,
rastreo
obsesivo
del
ser que se oculta
entre
vientos que alternan
en
espacios distintos,
en
tiempos fantásticos.
Una
vuelta a la edad primera
la
de la ternura dolida,
las
capas ocultan
el
misterio perpetuo
de
ser y no saber qué
ni
hasta cuándo.
LILIANA ANCALAO
(Comodoro
Rivadavia-Chubut-Argentina)
SOLICITUD DE DESAMPARO
habiendo
reunido cada requisito
en mis treinta y años residiendo estable
llegada a esta instancia
este día lunes seis de la mañana
con un sol certero que se me ha clavado
justo en la parada
solicito a ustedes innovar
así casi formalmente
una firma apenas que me dé permiso
unas cuantas lunas
hace rato siento que me está faltando
la sangre en la sangre
y me he permitido tramitar un viaje
hasta mis regiones las más abisales
por si me demoro
por si tarda el lago en recuperarme
con imagen clara
tengan comprobante de que fue a pedido
y no sientan pena de cubrir vacante
adjunto las copias de certificados
de buena salud y de buena conducta
los estudios hechos no me han detectado
amor mal curado
ni es delito probo el haber parido hijas como el fuego
sin quedar a espera y por triplicado
saludo señores señores señores
en mis treinta y años residiendo estable
llegada a esta instancia
este día lunes seis de la mañana
con un sol certero que se me ha clavado
justo en la parada
solicito a ustedes innovar
así casi formalmente
una firma apenas que me dé permiso
unas cuantas lunas
hace rato siento que me está faltando
la sangre en la sangre
y me he permitido tramitar un viaje
hasta mis regiones las más abisales
por si me demoro
por si tarda el lago en recuperarme
con imagen clara
tengan comprobante de que fue a pedido
y no sientan pena de cubrir vacante
adjunto las copias de certificados
de buena salud y de buena conducta
los estudios hechos no me han detectado
amor mal curado
ni es delito probo el haber parido hijas como el fuego
sin quedar a espera y por triplicado
saludo señores señores señores
LAURA PONCE
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
ESA MUJER
Esa mujer no
soltaba su pájaro
ni roía su hueso. No quebraba su ala.
Ni soltaba su pájaro.
Esa mujer creía tenazmente insistía
en la perduración de la materia,
fiel a sí misma idéntica. Inmutable.
¿Bajo qué cielo creciste, madre?
¿No sabías, acaso,
que las fulguraciones del verano son
tan cambiantes y breves
como el verano mismo?
ni roía su hueso. No quebraba su ala.
Ni soltaba su pájaro.
Esa mujer creía tenazmente insistía
en la perduración de la materia,
fiel a sí misma idéntica. Inmutable.
¿Bajo qué cielo creciste, madre?
¿No sabías, acaso,
que las fulguraciones del verano son
tan cambiantes y breves
como el verano mismo?
JOSÉ ANTONIO CEDRÓN
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
Fue
de noche, tan frío, entre columnas anchas
después
de habernos dado en la boca
en
los dientes
como
un temblor nos vimos,
había
tanto y poco como en este presente
pasado
sin saber.
Recogimos
vestido para el viaje,
resistente
vitualla, zapatos que duraran
la
pasión del camino, días y noches semejantes.
Nos
llevamos las cartas, los planos, embarcamos
y
nunca imaginamos que aquellas pertenencias
fundarían
ciudades, darían hijos, vientos,
estaciones
de lluvia.
Aquello
que era apenas una ilusión formada
a
orillas de tu cama –donde pasan los ríos de un país–
crearía
un delirio jamás domesticado.
Nunca
pensé que fueras un espesor de sombras
que
turbara los ojos,
el
matiz de una ausencia que no puede escribirse.
Pasamos
turbulencias, el azar intrigaba
yo
tenía gitanas en mis manos
cruzaban
por sus líneas
y
eran como el olvido
que
venía a buscarnos
y
nunca supo nada de nosotros.
KATO MOLINARI
(Alta Gracia-Córdoba-Argentina)
DIEZ PRUEBAS EN FAVOR DE LA
EXISTENCIA DE DANILO
Me telefonea varias veces al día,
con aproximaciones onomatopéyicas de casos.
Se ocupa de mi alimentación.
Prometió regalarme un par de zapatos, cuando cobrara.
No quiere que yo fume ni que diga palabrotas.
Procura inculcarme fe religiosa.
Me lleva al letto día por medio.
cronométrico,
exultante,
dominador.
Me colma de jabones, perfumes,
pañuelos,algodón y dentífrico.
Niégase a leer "Rayuela".
Preocúpase, debidamente, por mejorar mi pronunciación
del italiano.
Asegura que la mamma es una, irrepetible y sacra.
Me telefonea varias veces al día,
con aproximaciones onomatopéyicas de casos.
Se ocupa de mi alimentación.
Prometió regalarme un par de zapatos, cuando cobrara.
No quiere que yo fume ni que diga palabrotas.
Procura inculcarme fe religiosa.
Me lleva al letto día por medio.
cronométrico,
exultante,
dominador.
Me colma de jabones, perfumes,
pañuelos,algodón y dentífrico.
Niégase a leer "Rayuela".
Preocúpase, debidamente, por mejorar mi pronunciación
del italiano.
Asegura que la mamma es una, irrepetible y sacra.
PÁGINA 15- CUENTO
MÓNICA
RUSSOMANNO
(Santa
Fe-Argentina)
MATERIALISTAS
He
de reconocer que últimamente descubrí que soy una mujer apegada a lo material.
Lejos de bastarme el disfrute de las palabas dichas y escuchadas, el placer de
las imágenes únicas que se recogen en los atestados ómnibus o las veredas
transitadas. Lejos, digo, de bastarme el placer de ser testigo de estas
magnificencias del espectáculo de la vida, intento obcecadamente llevar estas
impresiones efímeras al papel, la madera tallada, incluso a la humildad de un
postre a tres colores armado en una copa de vidrio.
Porque
no me basta ser testigo del transcurrir del mundo, he descubierto que deseo
hacer muescas en él, detenerlo un momento, añadir algún signo sobre la roca
muda.
Y
he descubierto que recelosa de los abrazos y las efusiones notorias, debo construir
un alhajero para Ross, empanadas dulces para Gabriela, un postre suculento para
Alfredo, un posapavas de intrincado mosaico para Mandy.
Tengo
que urdir una cazuela para Rodolfo y Guillermo, un texto convergente para mi
madre. Y tengo que, necesito, construir una mesita junto a Myriam,
martillándonos los dedos llenitos de torpezas.
Hacer
y hacer para otros, esa es la encontrada felicidad de estos días. Cortar las
cerámicas halladas en la calle con mi pinza anaranjada, resonar a la noche con
mi martillo guiando a la gubia contra la veta de la madera.
He
descubierto en este tiempo mi gran propensión a los objetos, mi eterna
necesidad de belleza en ellos. Como los hombres del Paleolítico, que con
necesidades, con cortas vidas, con innumerables trabajos y luchas en sus
jornadas, tallaban un pajarillo innecesario en el mango de su arma de hueso.
Como los aborígenes que no solamente se resignaban a modelar utilitarias
tinajas de barro, sino que las fabricaban maravillosamente armónicas y exquisitamente
decoradas.
He
descubierto en estos días que tengo tanto por hacer, tan poco tiempo, y que los
días se escurren entre los dedos.
Veo
a Gaby amasando la harina con la levadura fragante, ocupación que remite a los
siglos y la historia, a la otra Gaby regalándonos un banquete de verduras
sabrosas sabiamente asadas a la chapa sobre brasas, veo a Silvia pintando un
mandala que girará en el aire, a Alfredo en soledad escribiendo para todos
nosotros un cuento.
Madera,
tinta, pinceles, ingredientes. Palabras que no me remiten al trabajo obligado
sino a poesía. Ni mariposas ni alondras ni rosas en los versos de mi vida hoy.
Cinceles, cedro, vidrios estallados en pequeños fragmentos de luz, cebollas y
manzanas verdes.
Dando
un salto acrobático, una voltereta en el aire, puedo decir de mis amigos que
sí, que no hay dudas, que estamos transidos de materialismo.
PÁGINA 16 – ENSAYO
SERGIO
DE MATTEO
(Santa
Rosa-La Pampa-Argentina)
OLGA OROZCO: UNA
ESCRITURA DESDE LEJOS
Sólo es
posible ultrajar (del lat. ultratĭcum, de ultra, más allá) lo que ha quedado
escrito; y lo es en su doble vertiente: camino de iniciación y camino de
recordación. En el primero se apelará al palimpsesto, escritura sobre
escritura, práctica de la escritura: que deviene en literatura. En la segunda
opción, que se vertebra con la primera, habría una instancia de reconocimiento,
la anagnórisis helénica: instante de revelación en que la ignorancia da paso al
conocimiento.
“Y un poco más acá de lo visible, debajo de esta lengua que celebra el silencio y escarba en la prohibida oscuridad, ¿no comienzan también las canteras del verbo, las roncas fundiciones de la poesía, el acceso a las altas transparencias que hacen palidecer la pregunta y la respuesta?
Duro brillo, este oráculo mudo”.
“Duro brillo, mi boca”, en Museo Salvaje, 1974
El trabajo con la “palabra” requiere un proceso, que no sólo conlleva su asimilación sino también su uso, porque esa palabra nos ha sido donada en un acto de aprendizaje, hablamos con la palabra del Otro, hemos sido construidos por la Otredad.
En ese reconocimiento hay a su vez una apropiación de la palabra; el escritor, o el poeta, podrían considerarse como canales por donde fluye el discurso social que, en definitiva, será la materia prima, el sustrato, de su obra. Por lo tanto se escribe con los otros, porque el discurso es dialógico, y está cruzado, contaminado, por un sinnúmero de voces; en la escritura emerge la polifonía, los coros, las pluralidades.
En efecto hay un desplazamiento en la grafía que nos señala el lugar o el punto donde sería permisible hacer encajar otra cosmovisión del mundo. En ese transcurrir, en donde se amontonan las capas de la experimentación, el artista se reconoce, a su vez que se ultraja (en ese más allá) a sí mismo, enfrentando el fantasma, para poder escribir su homenaje a la Diosa Blanca.
La escritura de Olga Orozco es profética y ritual. Apela a diferentes tropos para canalizar su itinerario, (como ejemplo técnico) abunda el oxímoron, donde se armonizan dos términos opuestos para formar un tercer concepto. El anclaje principal es la memoria, junto al espacio y el tiempo, el sueño y el trance, porque funciona a modo de buhardilla en donde todas las experiencias, las sensaciones y las lecturas fulguran hasta que son convocadas. Siempre hay proyección: las palabras como claves o llaves que abren puertas a posibles reinos (en su estética siempre “en el fondo de todo hay un jardín”). El poema se transforma en una pulsación en donde los símbolos adquieren textura y se densifican; la escritora (o la sacerdotisa) intenta asir lo desconocido, intenta descifrar.
“Noches y días con los ojos abiertos bajo el insoportable parpadeo del sol,
atisbando en el cielo una señal,
la sombra de un eclipse fulgurante sobre el rostro del tiempo,
una fisura blanca como un tajo de Dios en la muralla del planeta.
Algo con que alumbrar las sílabas dispersas de un código perdido
para poder leer en estas piedras mi costado invisible”.
“Densos velos te cubren, poesía”, en Mutaciones de la realidad, 1979
Nos dirá el psicoanalista francés Jacques Lacan que el síntoma se forja en un proceso de escritura, en la exploración profunda de la lengua. Y agrega en el Seminario 1: “El síntoma se presenta en primer lugar como un trazo borrado, es aproximándose a él como se verá el sentido”. Es decir, que si se ubica el síntoma como el sentido de un trazo borrado puede encontrarse su ubicación entre lo simbólico y lo real; o sea la misma imaginación creando. Aquí se tendría el sin sentido profundo de todo síntoma, porque ya existe todo lo creado, sólo se agregan variaciones sobre el original. Sin embargo, es posible interpretar a la significación, como sentido comprensible, entre lo imaginario y lo simbólico, es decir lo real en su verdadera urgencia del devenir. Por eso la exploración suspendida (levitante) rodea los tópicos existentes y trata de resignificar su parcela en medio de la sucesión interpretativa. Ese sin sentido le hará decir a Orozco en el poema citado: “Un puñado de polvo, mis vocablos”. Pero a pesar del fracaso todo suma para que se explicite la obra, el sinthome únicamente estará resuelto cuando se anuden lo real, lo simbólico y lo imaginario, y por lo tanto, se funde el nombre: Olga Orozco.
Aunque el escritor intuya cierto dominio sobre las formas, siempre estará atrapado en una indefinición, acosado por la sombra tutelar de la lengua, porque por más maestría que interponga no puede manipular de modo completo al lenguaje. Escribe en el poema “En la brisa, un momento”: “…y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,/ esos que solamente Dios conoce…”. Nos revela el Seminario 2: “El sentido consiste en que el ser humano no es el amo de ese lenguaje primordial y primitivo. Fue arrojado a él, metido en él, está apresado en su engranaje”. Fundamentalmente el hacedor crea sobre los restos de lo publicado y el sedimento de épocas anteriores, interpola con la materia heredada, y fija su patrón emergente.
La misión de la poesía para los románticos alemanes es recrear el lenguaje primitivo, restituir la primera presencia de las cosas, esa palabra mesiánica advocada por Benjamin. El poeta se halla en constante desafío (“Mi peste pertinaz es la palabra”), frente al abismo y la dispersión de su búsqueda; porque debe reunir los fragmentos dispersos y reconstituir la unidad perdida, no obstante no ser el dueño del lenguaje primigenio.
“No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón la corriente secreta de los grandes ríos”.
“Con esta boca, en este mundo”, en Con esta boca, en este mundo, 1995
La escritura es un complemento de la vivencia y opera como intermediaria; y en la vigilia de Olga Orozco, en su universo, la escritura es comprendida como acto de discernimiento, de juego peligroso.
Nos advierte Lacan: “Para que haya síntoma es necesario, al menos, que haya dos conflictos en causa, uno actual y otro antiguo”. En ese correlato se halla transida la poeta nacida en Toay; y resuelve ese conflicto en la compleja síntesis del poema. Por eso emergen y se articulan en su voz: invocaciones, emisarios, utensilios, sustancias, cartas, que se conjugan junto a los nombres y lugares que dan referencia a lo real pero que la palabra poética destrona y expande como manifestaciones de lo desconocido; conjuga pasado, presente y futuro. Entonces sus filiaciones con la magia y la religión, aunque parezcan dos opciones antípodas, confluyen en la concreción de su poética, la cual funciona a modo de “oración” incantatoria y los versículos anudan el jardín, el inframundo y el reino de Dios.
Hay producciones poéticas de distintas épocas que un fino hilo mantiene unidas. Reverberan con una luz inusitada mostrando en su proyección el camino que trazan los textos fundamentales, y eso sólo se debe, en consecuencia, al trabajo meticuloso e infatigable del bardo. En 1917, en su ensayo sobre “La tradición y el talento individual”, el poeta inglés Thomas Stearns Eliot declaró:
“Ningún poeta, ningún artista de ningún arte, tiene completo significado solo. Su significado, es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos”.
Olga Orozco desafía la concepción del autor de "La tierra yerma", la incinera en su propia lengua, al nominarse ella misma en la categoría de los muertos: “Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero”; y es ahí que los convoca y escribe con ellos, dialoga con sus predecesores, mitiga en la poesía sus ausencias.
La autora de "Las muertes" ha tenido que explicar, de una u otra manera, tanto su existencia como su devenir en el mundo, una tarea ardua y compleja con todo lo que implica; ya que la cosmovisión que compone su pensamiento no le ha sido dada de inmediato y para siempre como si fuera una iluminación, sino que se ha realizado, sin realizarse definitivamente, en el trajinar mismo. Aceptar en sí la existencia, el ser ahí, es estar signado entre la existencia y la esencia, por lo que en dicha juntura y fricción brota la voluntad de vivir, de historiar, de ser proyecto. Olga Orozco escogió la escritura.
Estas son algunas de las reflexiones que podemos acercar a la obra de Orozco, considerando lo filosófico y psicoanalítico, además de lo intrínsecamente literario; porque su poética merodea la muerte, el paraíso perdido, conversa y especula sobre las contingencias existenciales en cada uno de sus libros y por eso la búsqueda, esa búsqueda particular, la que cierre el círculo, ha sido, es, y será a través de la práctica poética.
Søren Kierkegaard, el pensador danés, distingue como un modo de ser de la existencia humana los estadios estéticos, éticos y religiosos. El sujeto elige uno de estos estadios y se compromete. Porque él no los conceptualiza por medio de abstracciones sino como determinaciones existenciales regidos por una ley que los relaciona como alternativa: o lo uno o lo otro. Entonces agrega que “el concepto de existencia estética es el modo de lo estético como expresión de una determinada situación del hombre en el ser”. Los textos de Orozco tienen como aditamento lo religioso, conjuga elementos paganos y místicos, pero su experiencia es poética, responde, sin duda, a la literariedad, si bien todo ese suplemento responde a la necesidad de la función poética.
En un artículo María Antonia Solaro expresa: “En el estadio estético el hombre se siente arrojado a los límites de la experiencia entre lo decible y lo indecible, expulsado al desierto sin referencias, el lenguaje poético se vuelve violento, subversivo; porque en las fronteras del decir, de la misma razón, en el entrevero de la locura, de la visión y alucinación, el poeta abre todo el universo con un bisturí, ahí prueba su propio temple. La vivencia profunda de la belleza se muestra como un éxtasis de destrucción producido por la seducción erótica de la Muerte”. En Orozco, la muerte fue siempre el objeto más preciado, el lugar más buscado de su ronda espiritual.
“Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?”
Toda poética se destaca sobre otras cuando logra la conquista de un estilo, porque es la propia práctica la que consolida la escritura, la exploración estética y es, justamente, en donde se vuelca la cosmovisión del mundo que posee determinado autor. Por lo tanto el libro es el lugar de las convocatorias, un centro implosionado de símbolos y signos en el que emerge la imaginación creadora, la invención. La hoja en blanco funciona a modo de confesionario, en donde se masculla la metafísica y se desnuda el alma. También irrumpe la razón instrumental de una psique, y es en donde los intertextos hacen referencia a la deuda que se tiene con la tradición, pues repercute, destilada, la voz de los antecesores descubiertos en la lectura, canibalizados en la imitación y el plagio creativo.
Olga Orozco busca ese Reino (o Jardín) del cual el alma guarda una secreta memoria, y como todo penitente hace su enmienda, se ultraja para reencontrarse, trasmigra desde lejos en el rito de iniciación y reconocimiento que condescienden los cuerpos poéticos.
“Y un poco más acá de lo visible, debajo de esta lengua que celebra el silencio y escarba en la prohibida oscuridad, ¿no comienzan también las canteras del verbo, las roncas fundiciones de la poesía, el acceso a las altas transparencias que hacen palidecer la pregunta y la respuesta?
Duro brillo, este oráculo mudo”.
“Duro brillo, mi boca”, en Museo Salvaje, 1974
El trabajo con la “palabra” requiere un proceso, que no sólo conlleva su asimilación sino también su uso, porque esa palabra nos ha sido donada en un acto de aprendizaje, hablamos con la palabra del Otro, hemos sido construidos por la Otredad.
En ese reconocimiento hay a su vez una apropiación de la palabra; el escritor, o el poeta, podrían considerarse como canales por donde fluye el discurso social que, en definitiva, será la materia prima, el sustrato, de su obra. Por lo tanto se escribe con los otros, porque el discurso es dialógico, y está cruzado, contaminado, por un sinnúmero de voces; en la escritura emerge la polifonía, los coros, las pluralidades.
En efecto hay un desplazamiento en la grafía que nos señala el lugar o el punto donde sería permisible hacer encajar otra cosmovisión del mundo. En ese transcurrir, en donde se amontonan las capas de la experimentación, el artista se reconoce, a su vez que se ultraja (en ese más allá) a sí mismo, enfrentando el fantasma, para poder escribir su homenaje a la Diosa Blanca.
La escritura de Olga Orozco es profética y ritual. Apela a diferentes tropos para canalizar su itinerario, (como ejemplo técnico) abunda el oxímoron, donde se armonizan dos términos opuestos para formar un tercer concepto. El anclaje principal es la memoria, junto al espacio y el tiempo, el sueño y el trance, porque funciona a modo de buhardilla en donde todas las experiencias, las sensaciones y las lecturas fulguran hasta que son convocadas. Siempre hay proyección: las palabras como claves o llaves que abren puertas a posibles reinos (en su estética siempre “en el fondo de todo hay un jardín”). El poema se transforma en una pulsación en donde los símbolos adquieren textura y se densifican; la escritora (o la sacerdotisa) intenta asir lo desconocido, intenta descifrar.
“Noches y días con los ojos abiertos bajo el insoportable parpadeo del sol,
atisbando en el cielo una señal,
la sombra de un eclipse fulgurante sobre el rostro del tiempo,
una fisura blanca como un tajo de Dios en la muralla del planeta.
Algo con que alumbrar las sílabas dispersas de un código perdido
para poder leer en estas piedras mi costado invisible”.
“Densos velos te cubren, poesía”, en Mutaciones de la realidad, 1979
Nos dirá el psicoanalista francés Jacques Lacan que el síntoma se forja en un proceso de escritura, en la exploración profunda de la lengua. Y agrega en el Seminario 1: “El síntoma se presenta en primer lugar como un trazo borrado, es aproximándose a él como se verá el sentido”. Es decir, que si se ubica el síntoma como el sentido de un trazo borrado puede encontrarse su ubicación entre lo simbólico y lo real; o sea la misma imaginación creando. Aquí se tendría el sin sentido profundo de todo síntoma, porque ya existe todo lo creado, sólo se agregan variaciones sobre el original. Sin embargo, es posible interpretar a la significación, como sentido comprensible, entre lo imaginario y lo simbólico, es decir lo real en su verdadera urgencia del devenir. Por eso la exploración suspendida (levitante) rodea los tópicos existentes y trata de resignificar su parcela en medio de la sucesión interpretativa. Ese sin sentido le hará decir a Orozco en el poema citado: “Un puñado de polvo, mis vocablos”. Pero a pesar del fracaso todo suma para que se explicite la obra, el sinthome únicamente estará resuelto cuando se anuden lo real, lo simbólico y lo imaginario, y por lo tanto, se funde el nombre: Olga Orozco.
Aunque el escritor intuya cierto dominio sobre las formas, siempre estará atrapado en una indefinición, acosado por la sombra tutelar de la lengua, porque por más maestría que interponga no puede manipular de modo completo al lenguaje. Escribe en el poema “En la brisa, un momento”: “…y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,/ esos que solamente Dios conoce…”. Nos revela el Seminario 2: “El sentido consiste en que el ser humano no es el amo de ese lenguaje primordial y primitivo. Fue arrojado a él, metido en él, está apresado en su engranaje”. Fundamentalmente el hacedor crea sobre los restos de lo publicado y el sedimento de épocas anteriores, interpola con la materia heredada, y fija su patrón emergente.
La misión de la poesía para los románticos alemanes es recrear el lenguaje primitivo, restituir la primera presencia de las cosas, esa palabra mesiánica advocada por Benjamin. El poeta se halla en constante desafío (“Mi peste pertinaz es la palabra”), frente al abismo y la dispersión de su búsqueda; porque debe reunir los fragmentos dispersos y reconstituir la unidad perdida, no obstante no ser el dueño del lenguaje primigenio.
“No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón la corriente secreta de los grandes ríos”.
“Con esta boca, en este mundo”, en Con esta boca, en este mundo, 1995
La escritura es un complemento de la vivencia y opera como intermediaria; y en la vigilia de Olga Orozco, en su universo, la escritura es comprendida como acto de discernimiento, de juego peligroso.
Nos advierte Lacan: “Para que haya síntoma es necesario, al menos, que haya dos conflictos en causa, uno actual y otro antiguo”. En ese correlato se halla transida la poeta nacida en Toay; y resuelve ese conflicto en la compleja síntesis del poema. Por eso emergen y se articulan en su voz: invocaciones, emisarios, utensilios, sustancias, cartas, que se conjugan junto a los nombres y lugares que dan referencia a lo real pero que la palabra poética destrona y expande como manifestaciones de lo desconocido; conjuga pasado, presente y futuro. Entonces sus filiaciones con la magia y la religión, aunque parezcan dos opciones antípodas, confluyen en la concreción de su poética, la cual funciona a modo de “oración” incantatoria y los versículos anudan el jardín, el inframundo y el reino de Dios.
Hay producciones poéticas de distintas épocas que un fino hilo mantiene unidas. Reverberan con una luz inusitada mostrando en su proyección el camino que trazan los textos fundamentales, y eso sólo se debe, en consecuencia, al trabajo meticuloso e infatigable del bardo. En 1917, en su ensayo sobre “La tradición y el talento individual”, el poeta inglés Thomas Stearns Eliot declaró:
“Ningún poeta, ningún artista de ningún arte, tiene completo significado solo. Su significado, es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos”.
Olga Orozco desafía la concepción del autor de "La tierra yerma", la incinera en su propia lengua, al nominarse ella misma en la categoría de los muertos: “Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero”; y es ahí que los convoca y escribe con ellos, dialoga con sus predecesores, mitiga en la poesía sus ausencias.
La autora de "Las muertes" ha tenido que explicar, de una u otra manera, tanto su existencia como su devenir en el mundo, una tarea ardua y compleja con todo lo que implica; ya que la cosmovisión que compone su pensamiento no le ha sido dada de inmediato y para siempre como si fuera una iluminación, sino que se ha realizado, sin realizarse definitivamente, en el trajinar mismo. Aceptar en sí la existencia, el ser ahí, es estar signado entre la existencia y la esencia, por lo que en dicha juntura y fricción brota la voluntad de vivir, de historiar, de ser proyecto. Olga Orozco escogió la escritura.
Estas son algunas de las reflexiones que podemos acercar a la obra de Orozco, considerando lo filosófico y psicoanalítico, además de lo intrínsecamente literario; porque su poética merodea la muerte, el paraíso perdido, conversa y especula sobre las contingencias existenciales en cada uno de sus libros y por eso la búsqueda, esa búsqueda particular, la que cierre el círculo, ha sido, es, y será a través de la práctica poética.
Søren Kierkegaard, el pensador danés, distingue como un modo de ser de la existencia humana los estadios estéticos, éticos y religiosos. El sujeto elige uno de estos estadios y se compromete. Porque él no los conceptualiza por medio de abstracciones sino como determinaciones existenciales regidos por una ley que los relaciona como alternativa: o lo uno o lo otro. Entonces agrega que “el concepto de existencia estética es el modo de lo estético como expresión de una determinada situación del hombre en el ser”. Los textos de Orozco tienen como aditamento lo religioso, conjuga elementos paganos y místicos, pero su experiencia es poética, responde, sin duda, a la literariedad, si bien todo ese suplemento responde a la necesidad de la función poética.
En un artículo María Antonia Solaro expresa: “En el estadio estético el hombre se siente arrojado a los límites de la experiencia entre lo decible y lo indecible, expulsado al desierto sin referencias, el lenguaje poético se vuelve violento, subversivo; porque en las fronteras del decir, de la misma razón, en el entrevero de la locura, de la visión y alucinación, el poeta abre todo el universo con un bisturí, ahí prueba su propio temple. La vivencia profunda de la belleza se muestra como un éxtasis de destrucción producido por la seducción erótica de la Muerte”. En Orozco, la muerte fue siempre el objeto más preciado, el lugar más buscado de su ronda espiritual.
“Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?”
Toda poética se destaca sobre otras cuando logra la conquista de un estilo, porque es la propia práctica la que consolida la escritura, la exploración estética y es, justamente, en donde se vuelca la cosmovisión del mundo que posee determinado autor. Por lo tanto el libro es el lugar de las convocatorias, un centro implosionado de símbolos y signos en el que emerge la imaginación creadora, la invención. La hoja en blanco funciona a modo de confesionario, en donde se masculla la metafísica y se desnuda el alma. También irrumpe la razón instrumental de una psique, y es en donde los intertextos hacen referencia a la deuda que se tiene con la tradición, pues repercute, destilada, la voz de los antecesores descubiertos en la lectura, canibalizados en la imitación y el plagio creativo.
Olga Orozco busca ese Reino (o Jardín) del cual el alma guarda una secreta memoria, y como todo penitente hace su enmienda, se ultraja para reencontrarse, trasmigra desde lejos en el rito de iniciación y reconocimiento que condescienden los cuerpos poéticos.
PÁGINA 17 – POESÍA
AMERICANA
MARIANELA
PUEBLA
(Valparaíso-Chile)
EL
DESPERTAR DE LOS COLOSOS
Volvieron
los fantasmas dormidos
con
sus carcajadas de agua y barro.
Se
deslizaron estruendosamente sobre la ciudad callada,
devorando
todo a su paso.
Los
ríos Salado, Copiapó y el Elqui,
abrieron
sus fauces hambrientas
por
tantos años perdidos en ayuno.
Los
ríos despertaron de improviso
de
una amnesia dañina y devastadora
arrasando
con torrente desorbitado
los
pueblos, sus casas y su gente.
Buscaban
sus antiguos lechos vacíos
en
donde ahora se alzaban las viviendas.
Pero
llegó la noche inesperada en que las aguas
reclamaron
sus dominios ocupados.
Los
ríos bajaron las montañas de arena y metales
por
quebradas escondidas, solitarias,
un
aluvión de terror y desenfreno
arreó
las nieves eternas en una parafernalia
de
locura e inundó todo en su camino.
Los
colosos con su inmenso caudal de muerte
destruyeron
caminos, relaves, faenas mineras,
arrasando
todo el Norte Chico y sus villorrios.
Tierra
Amarilla, Los Loros, Diego de Almagro,
Alto
del Carmen,
Paipote,
Los Choros, La Higuera, Chañaral,
Copiapó,
Antofagasta,
yacen
bajo un alud de lodo, deshechos y de ruina,
todo
aquello que los ríos arrancaron a su paso.
Las
casas destruidas como barcos sin comandos
navegaban
ese espeso torrente por las calles
y
dejaron su miseria en cualquier parte.
Hoy
después de tantos gritos, lucha,
de
tanto llanto,
los
deudos recogen a sus muertos,
y
buscan incansables
a
muchos desaparecidos que siguen entre el lodazal.
Otro
día más de sufrimiento
rescatando
unos pocos enseres y unas tablas,
mientras
la solidaridad llega de a poco,
con
brigadistas y jóvenes voluntarios,
los
pueblos, no se mueren, se levantan,
entre
el barro y las catástrofes que les caen.
GLORIA
CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)
LA
COLOMBIA QUE YO QUIERO
La
Colombia que yo quiero
de
la cabeza al talón
la
que me quita el sombrero
y
me abrocha el cinturón
no
es esta niña vestida
de
terciopelo y olán
ni
esta dama desteñida
ni
este torcido galán.
La
patria que me desvela
lejos
vuela.
Me
duelen los moretones
rojos
de fin de semana
el
hambre de los rincones
la
desnudez de la cama.
Me
abre huecos en el cielo
la
mujer en entredicho
la
que es flor de desconsuelo
la
que es pasto de capricho.
La
mujer sin esperanza
que
no avanza.
Patria
rica para el rico
serena
para el sereno
patria
con alas y pico
según
el tiempo del trueno.
Colombia
de mis dolores
de
mi ceniza y mi fuego
de
mi abrazo y mis sudores
de
mi adiós y mi hasta luego.
De
responsos y guitarras
sin
amarras.
Adiós
negrita desnuda
boga
de la Magdalena
adiós
chachajo de ruda
y
ensortijada melena
adiós,
adiós. El retrato
de
marimba y alabaos
de
cununo y vallenato
de
iglesias y de mercados
se
va borrando en la sombra
carnicera
que te apaña
en
el eco que te nombra
en
la niebla que te engaña.
Como
a mi madre, te siento
como
a mi almohada, te abrazo
duerme
mi primer momento
en
la nuez de tu regazo.
Colombiecita
trizada
Colombieja,
Colombina,
viajera
desorbitada
en
el envés de mi espina.
En
la caja de mi mente
zumba
como
un eco recurrente
tumba
como
un amor insurgente
zumba
tumba.
RONALD
BONILLA CARVJAL
(San
José-Costa Rica)
II
Yo te pongo en la balanza
entre el amor y la nostalgia.
Te reinvento -azul planicie–
para que cohabitemos en el ángulo desnudo
de la alcoba.
Te desarmo...
y te estoy apuntando hacia el poniente.
Acaso eres de nuevo la desconocida
que se ató a mis brasas, mis cenizas,
mis maderos naufragando,
mis barandales de fe ciega en las derrotas.
EMILIA
MARCANO QUIJADA
(Ciudad
Ojeda-Zulia-Venezuela)
Amo
a tal grado mis pandemias
que mis manos se inflaman,
la temperatura sube, mi piel se eriza,
suda, plasma, brota
en milésimas porciones de mi carne,
en el hijo nonato,
el futuro que no es mío,
la lengua que me ofende,
la canción muy vieja
en postigos y ventanas al sol
mientras sigo adelante, mientras sigo
transpirando
cómo si fuera a morirme
el virus lacerante de escribir.
que mis manos se inflaman,
la temperatura sube, mi piel se eriza,
suda, plasma, brota
en milésimas porciones de mi carne,
en el hijo nonato,
el futuro que no es mío,
la lengua que me ofende,
la canción muy vieja
en postigos y ventanas al sol
mientras sigo adelante, mientras sigo
transpirando
cómo si fuera a morirme
el virus lacerante de escribir.
ROSSANA
AICARDI CAPRIO
(Pando-Canelones-Uruguay)
PAPELES
VIEJOS
Fluyes
del torrente
acompasado
inundando
mi esencia
llenando
recuerdos
ya
vencidos.
Colmando palabras
en
papeles viejos
esculpiendo ojos
al
poniente de fuego
que
una vez, ya hoy olvido
grabó
con cada gota de amor
mi
cuerpo nuevo.
PÁGINA 18 – CUENTO
MOISÉS
PASCUAL
(Ciudad
de Panamá-Panamá)
"ELEGÍA
CONTRA LA MUERTE"
A Ignacio Ortega
Santizo, in memorian
Quizás yo no tenga derecho a escribir palabras sobre tu epitafio, poeta. Tu muerte no será noticia en CNN ni en la BBC. Las astrólogas ya sabían de tu final y callaron. No hay piedra para tanto adiós anticipado.
El
mundo está hecho de pirámides y pájaros, de sangre y abrazos. Estuve en tu casa
como en la mía una tarde y una noche. No sé. El Vich pintaba soles negros y
Miriam estaba en Brasil. Brasil huele a sudor y café. A esclavitud y lujo. Y yo
me quedé solo en medio de los libros, los tambores y las campanas. Los otros
estaban en sus escondrijos bajo las sombras cuidando a sus críos. Era tarde y
no me fui. Me quedé, esperando la orden de ir a otro mundo. Palmieri tocaba el
piano como un ángel sin isla. Olía a madera y viento. A poemas de viejos amores
entre trampas. No sé. Imagino, escribo. La botella estaba más abajo de la
mitad, pero yo seguía en las nubes. No había agua en el caserón y todos
hablábamos de hacer una revolución en el lugar. ¿Recuerdas? No importa memorizar
días de fiestas. Quizá ya basten y sobren el polvo y sus desiertos, donde el
viento canta. Tú no tienes tumba en esta tierra. El universo es un mapa de
mundos nuevos, calles azules por descubrir en las telarañas de los cometas y
las lunas sin nombrar. Nos hundimos en un hoyo oscuro como casa de ratón. No es
nada nuevo. Siempre hablamos de lo mismo, entre risas y velas encendidas. Te
parecías a Cortázar en París. Me niego a aceptar que la vida es solo un paisaje
de rosas y escombros. Somos campeones de boxeo y también poetas. Qué de golpes
la vida, para vencer en el último asalto. Las cenizas no alcanzan para medir
las rebeldías del amor. Si la vida no gana somos eternos perdedores. Tú lo
sabes. No soy quién para tanto entusiasmo de vivir y morir en un solo verbo.
Eres esa guitarra sonriente en la ventana de los hoteles de madera. La lluvia y
su fertilidad. Un puño en los balcones rotos de la alegría. Una bandera roja en
el azul del cielo, en la claridad de un noviembre bailando entre trompetas y
banderas de plástico. La queja del indio, el negro y la mujer. La risa del
niño, las manos abiertas del vagabundo sin tren. La mariposa y el árbol,
moribundos, en el parque. O quizá, sin saberlo, eras un ángel empuñando tu
espada de amor y fuego. Una metralla de adjetivos alegres. Nunca se sabrá, si
el mundo es ingrato, donde más valen las cosas que los besos sin dientes. Las
tristes miradas, las esperas. Los poetas, como tú bien sabes, porque eso solo
lo saben los poetas, vamos del amor al olvido en la rumba en una noche.
Parecemos santos y hierbas. Huelen a incienso. Breve estadía de frutas dulces,
efímeros veranos, sexo y ron. Somos de esos espíritus errantes que cien años
después serán –seremos- rescatados del polvo mientras le cantamos a la vida y
al amor junto a la luz de las alcobas y los vinos. Alguien siempre nos
recordará, de un modo más feliz. Cierto. No puedo exigir nada, de mis propias
locuras. Confieso que yo también por amor a vivir he sido suicida en las
penumbras de un siglo de muerte y gloria. Virus incurables. Letras de uranio y
humo. Hoy soy uno más de esos poetas que escribe contra la muerte. Uno más.
Otro. Los poetas somos así, débiles y desvergonzados. Sublimes y útiles.
Fáciles de amar y odiar. Y la muerte siempre es un buen tema, para hacer dinero
y fama. Perdone usted señora, no es nada personal, pero debo y quiero,
nombrarla y maldecirla. Es un honor, lo sé. Le temo, pero la odio. Sepa que no
lo hago con rabia, la rabia es apenas una espuma de canes, una venganza de
dioses muertos. Esto es mucho más, algo que está mucho más adentro que la
simple rabia. No tiene piel no tiene huesos. No tiene límites. Es algo que va
por dentro sin poder nombrarla en francés o inglés, portugués o sueco. Como una
mujer o el viento. Esto es el colmo, diría usted. Algo así como un
existencialismo posmoderno. Una utopía sin tácticas. No me jodan, ya sé que las
terminologías pueden ser caprichosas. Ser marciano, marxista o anarquista. Ser
hippie o del barrio, esperando un amor en la esquina que va a la tienda por canela
para la avena. Llevar heridas hondas y no morir. No me importa. Sobrevivo a mil
rayos. A todas las resacas. Que yo sepa, no existe sobre la tierra poeta que en
tiempo alguno no haya escrito algo contra tan inverosímil animal. Vistas las
cosas, así, la muerte es un mito más, otro, un FMI, o un minotauro que persigue
Icaros alados que vuelan al sol. El sol es luz y es vida, aunque a veces
también quema. Me pregunto, casi a diario, y en silencio, para que mis
pensamientos no sean escuchados por los ignorantes y los idólatras, mis
enemigos, si dios existe, y creo que debe existir, no me preguntes cómo, si
existe, por qué dios permite tan impunemente que la muerte se burle de la vida
y sus injusticias. ¿No es eso una derrota? ¿Una contradicción teológica? ¿Un
loco vacío? ¿Un ir en vano? ¿Un dejar solo el paraíso, sin Eva? Creo que ya es
tiempo, desde hace mucho quería decirlo, que dios sepa que la muerte es
una inutilidad de la materia. Polvo intrascendente. Una hipótesis. Buen oficio
es ser enfermera de hospitales o curar heridas en el trópico del Tercer Mundo.
Una locura sin ataduras. ¿Paradigma? Nada. Nada. ¡Váyanse al diablo! Sepa que
la materia no se crea ni se destruye sino que se transforma, como nos enseñaron
en el bachillerato. Somos átomos, poeta. Partículas que hacen un todo. Amebas
bajo el microscopio. Hermosos dinosaurios caminando en la llanura. Energía de
ríos crecidos. Nervios. Huesos. Carne de amores que se tocan. Paladares. Pieles
lejanas. Cenizas que aman entre las cenizas. Retículos entretejidos como
colchas de ancianas. Sí. Eso, ni más ni menos. Creo que la primera vez que vi a
Cáncer Ortega en 1970 y algo, sobre un escenario, era más hermoso que un dios
griego, yo era un niño con los ojos grandes, un arquero sin flechas, y pensé
que aquel hombre joven era dios, pero con afro. No puede ser, me dije. Dios no
puede ser así. Era un coro de planetas en colisión. Una cosa como un big bang,
musical. Un ser de otro mundo que cantaba y era humano. No sé. Fuerza,
convicción, entusiasmo, protesta contra un mundo muy bajo y una patria muy
boba, un mundo robado, un país muerto. Un inclaudicable demonio de amor y
verdad. Manoteaba como San Agustín. Como Marx, pero sin ser judío. Yo quiero
ser así, yo, me dije. Entero. Un todo. Quiero ser yo, sin teatros. Permítanme,
gozar esta vida y sufrir esta muerte, a mi manera. Si fuera pianista tocaría el
piano, y si fuera pintor pintaría de colores nuevos todos los muros del mundo
hasta borrarlos. Pero solo soy poeta. Pobre poeta. Sepan, pues, que soy este
poeta que se queda solitario en la otra orilla del mundo incierto, sin derechos
de constituciones absurdas. Poeta sin carro ni ataúd. Atrapado entre cuatro
paredes. Todavía hoy no lloro ni doy el grito, confieso, ese que se esconde en
algún lugar del corazón como una escalera de naipes, pero ya me llegará la hora
del gran alarido. Estoy en eso. Escribo, hoy, el cielo se ha puesto negro, y
pronto sé que va a llover, o si no mañana en la mañana, en la piel del rocío.
En la noche mientras cierro los ojos. Lloverá, lo sé. ¿Para qué llorar, pues?
Si ya la vida y sus elementos lo hacen todos los días y los domingos. Pido
perdón por ello y no de rodillas. Por otra parte, es estúpido o absurdo pensar
que se pueda derrotar a la muerte con unos versos libres. No es que tenga nada
contra la muerte, pero por qué siempre se lleva a mis amigos. Por qué mejor no
llevarse a los que todo lo tienen y ya son felices desde la antigüedad, si ya
tienen el gozo de vivir. Entonces, si entiendo la vida, por qué maldecirla me
digo, si ella paciente realiza su oscuro trabajo de tiempo. No tengo excusas
aunque me cabree con la muerte y ella tenga sus metafísicas razones. Hoy soy
uno de esos humanos que tarde dice adiós cuando ya el fuego no existe. Adiós,
mañana o nunca. La vida puede ser un viaje en ferrocarril hacia la nada o un
retorno a la memoria en un triciclo sin piel o caminando. La infancia es el más
hermoso de los jardines. La verdad, no sé qué decir cuando tendría un millón de
cosas que decir. Quizá la muerte es un puñado de cenizas en la boca. Una
ceguera. Es como si de pronto todas las palabras se hubieran ido de este mundo,
lejos, a esos países que todavía no existen, así, como esas olas que poco a
poco se alejan al mar y te dejan en la playa en solitario mirando que lejos muy
lejos hay una isla que es como un sueño detrás de la niebla, un espejo de la
vida, una imborrable memoria de pasos sobre las arenas del mundo. Divago. Piso
tierra firme. Voy mirando hacia atrás, en el autobús hacia Managua, a pan y
agua, feliz y con miedo, es diciembre, 1989, con unas infinitas ganas de
llegar, como un marinero a puerto, ebrio de alegría, sin arpón, y luego Cáncer
canta con su guitarra de palo, me da valor, miro árbol a árbol, ciudad a
ciudad, miro que la tierra tiene ojos como lagos, lágrimas como niños, y sólo
así entiendo que solo esta voluntad de amar y entregarse puede transformar en
luz este mundo de sombras, hasta que al fin algo calla mi boca de sorpresas,
cruzando las fronteras, porque al fin hemos llegado a la otra vida. La ciudad
está hecha de abrazos, de hermanos, luces, gente que te recibe con puños
abiertos, hermosos corazones que saltan como chispas, llenos de agua y flores.
Amaneceres que lentamente cierran las heridas del dolor, ríos que van al mar
con la sapiencia de un terrestre deber cumplido. Volcanes de fuego. Patrias sin
cifras. Una insurrección de ángeles desnudos con las armas del amor y los
sueños. Me abrazo al sueño, como un escarabajo. Escupo gobiernos. Quemo
ciudades. Siembro árboles de luz verde. Esto no es un show, mira, un pacto
de intereses comunes, mira, una guerra de pillajes. Siente. Es simplemente un
adiós a un amigo. Encendemos un pito entre ojos prohibidos y pasa por el cielo
de Centroamérica Chuchú en su aeroplano sin tirar bombas. No está muerto. Los
poetas nunca mueren. Palabras, palabras como esas con que los poetas a veces
golpean a la vida contra la muerte y sus pobres lágrimas. Eso. No hay otra
forma. Sólo otras formas como nubes y libros de reminiscencias. Nostalgias para
después. Respiro, respiro, por ti. Respiramos y seguimos. Estamos aquí. El
tiempo se ha detenido entre las olas y las palmeras. Huele a coco el mundo. Sé
que nunca te harán en la plaza una estatua sobre tu verde caballo, pero aun, lo
sé, y sépase, serás, espada de justicia y amor, la canción de nosotros los
pobres de la tierra. Los que sin pan cantamos. Los que amamos todos los amores.
Los de abajo, los descalzos, los del barro y el maíz. El viento que azota como
un huracán. Los que esperamos a golpes de tambor entrar a la vida en los corazones
abiertos como puertas de nidos que serán pájaros. Porque, sí, tú lo sabes, sí,
la libertad no podrá ser derrotada ni por la muerte ni por los hombres. Nada
hay más allá del amor. No hay sombras. Hay un hambre en el mundo que se llenará
de ti y de todo el amor de todos los poetas del mundo. Y sin oír tu voz ya
escucho que el reino de los cielos está aquí en la tierra. Aquí. Aquí en donde
estás con tus voces de seguir vivo y coleando, con tu grotesca voz de Goya y
sus disparates, dibujando rostros y hermosas formas de mujer con alas.Entonces,
penetrando el misterio como una vulva, de miel, vamos de las tinieblas hacia la
luz, sabiendo que después del tercer día tú también serás vida más allá de la
muerte y su decir, y que la música lo envolverá todo como un cuerpo en el
primer día del mundo oscuro triste y sin alas, y que sonriente hoy la muerte
también estará llorando, mientras tu voz gira y gira sin cesar en un nunca
acabar de 33 revoluciones por minuto. No sé. Imagino. Escribo. Y es como vivir.
Un piano toca himnos en silencio, comandante, hermano, amigo. El tiempo pasa y
se queda, girando, en órbita, y todo tiene el color de las sonrisas en las
paredes pintadas como amorosos bisontes rupestres. Mangos y azucenas. Nadie,
nada, pregunta por ahí, sólo busca, huye, regresa, encuentra, nadie podrá
arrebatarnos eso que llevamos de verdad por dentro y para siempre, poeta. Es
así. Imagino. Otros mundos. Mañana al alba una luz encenderá nuestros corazones
hasta arder por una vida nueva como ayer tu canción profetizó el amor desde el
fondo del hombre, esta nuestra elegía contra la muerte. Entonces no será
necesario morir, si ya cenizas somos, si polvo fuimos, si piedras hay para la
historia con los puños cerrados, y sólo amar, amar, bastará, aquello que desde
siempre fue amado sin olvidos, más hoy cuando duelen las palabra y son lanzas
en el costado.
PÁGINA 19 – ENSAYO
EDUARDO LAGO
(Madrid-España)
ACERCA DE LA CRÍTICA
Nada peor que una
crítica ambigua, que exige leer entre líneas
La
crítica es un servicio público. El crítico se tiene que acercar a la obra para
hacer de intermediario o embajador entre autor y lector. Es importante mantener
para ello criterios de objetividad. Aunque es inevitable hablar desde la propia
poética, el crítico debe buscar la objetividad y, sobre todo, tiene la
obligación de actuar en defensa del lector, descodificando lo que hay detrás de
la obra, y detrás de la obra hay muchos intereses: editoriales, comerciales,
etcétera.
El
crítico tiene que estar a la altura de la responsabilidad que supone ser
considerado por los lectores como un experto, y en este sentido está obligado a
manifestarse con claridad. Nada peor que una crítica ambigua, que exige leer
entre líneas. Al crítico no hay que descifrarlo, es él o ella quien ha de
descifrar honestamente a la autora o el autor. En España la crítica no es
independiente, salvo en contados casos, muy reducidos. El crítico es muy
consciente de los códigos a los que tiene que prestar atención. Está sometido a
demasiadas presiones. Un ejemplo claro y bastante constante es la tiranía de
los nombres consagrados. Es una estafa al público lector que una y otra vez es
bombardeado con reseñas que le recuerdan que Fulanito o Menganita son poco
menos que unos genios. Son muy pocos los que se atreven a tirar de la manta.
También ocurre que muchas veces los críticos hacen las veces de peones que
otros utilizan para hacer guerras extraliterarias.
En
el mundo anglosajón, en el que yo me muevo, sí se advierte más independencia.
Si se ha de decir que una novela de Philip Roth ha salido mal, se dice, de un
modo razonado. Y el primero en aceptarlo es Philip Roth. Recuerdo una crítica
devastadora de James Wood sobre Paul Auster en el New Yorker. En
esencia venía a decir que hace mucho que escribía basura. En este caso hay que
reconocer que el autor no se lo tomó a bien, cosa perfectamente comprensible
por otra parte. No se trata tanto de atacar a nadie, la lección en este caso es
que es efectivamente posible y normal hacer una crítica así. El hecho de que en
España esto no sea moneda de uso común se traduce en el hecho de que los
lectores no se fían de las críticas. Detectan un tufillo que les hace sospechar.
Eso es muy interesante: el crítico ensalza a un autor, pero el lector no se
fía. Tiene que interpretar la reseña. Otro caso que se suele dar es la falta de
generosidad con los que empiezan o son poco conocidos. Ahí sí que se ensañan,
porque el enemigo es pequeño. Y es exactamente la otra cara de la moneda. En
resumidas cuentas, que la crítica es un oficio de gran responsabilidad, y quien
la ejerce está obligado a ser claro y razonar sus opiniones. Un crítico digno
del nombre ha de ser alguien muy bien preparado, que debe cultivar la
generosidad y la independencia en un difícil equilibrio. En España los críticos
que reúnen todas estas condiciones son muy pocos.
PÁGINA 20 – POESÍA
AMERICANA
CRISTINA
PERI ROSSI
(Montevideo-Uruguay)
El
viernes trece de febrero del 2015
A las nueve de la noche.
Yo estaba en la sala de urgencias
Del hospital de Barcelona
Con ciento treinta pulsaciones por minuto
Y la tensión por las nubes
Pero me había puesto una pastilla cardiaca bajo la lengua
De modo que todo estaba descendiendo
Momento ideal para morirme
Pensé
Todos los seres querido lejos
Todo el presente ya pasado
Apagado el móvil
A las nueve de la noche.
Yo estaba en la sala de urgencias
Del hospital de Barcelona
Con ciento treinta pulsaciones por minuto
Y la tensión por las nubes
Pero me había puesto una pastilla cardiaca bajo la lengua
De modo que todo estaba descendiendo
Momento ideal para morirme
Pensé
Todos los seres querido lejos
Todo el presente ya pasado
Apagado el móvil
Ninguna
obligación
Ninguna demanda
Todo lejano
Todo distante
Salvo mi empleada doméstica
A diez euros la hora
Buen momento para morirme
Todos los seres queridos lejos
Todo el presente ya pasado
Pero no tendré la suerte de morirme ahora
Pensé
Silenciosamente y sin molestar a nadie
Entonces la empleada domestica
Mr acarició la mejilla
Era la caricia mas suave
Mas tierna que yo había recibido
En mucho tiempo
Una caricia dulce y sin palabras
Que valía mas que diez euros la hora
De modo que cuando la médica rubia y simpática
Me auscultó
Mis pulsaciones y mi tensión
Ya eran regulares
"Puede irse a casa " me dijo
Y nunca olvide aquella caricia
Ni el bienestar que me causo
Y no estaba prevista
En el contrato
A diez euros la hora diaria.
Ninguna demanda
Todo lejano
Todo distante
Salvo mi empleada doméstica
A diez euros la hora
Buen momento para morirme
Todos los seres queridos lejos
Todo el presente ya pasado
Pero no tendré la suerte de morirme ahora
Pensé
Silenciosamente y sin molestar a nadie
Entonces la empleada domestica
Mr acarició la mejilla
Era la caricia mas suave
Mas tierna que yo había recibido
En mucho tiempo
Una caricia dulce y sin palabras
Que valía mas que diez euros la hora
De modo que cuando la médica rubia y simpática
Me auscultó
Mis pulsaciones y mi tensión
Ya eran regulares
"Puede irse a casa " me dijo
Y nunca olvide aquella caricia
Ni el bienestar que me causo
Y no estaba prevista
En el contrato
A diez euros la hora diaria.
ARABELLA
SALAVERRY
(San
José-Costa Rica)
NO
ME CONTENGO
vaso
colmado
disparo
en diagonal
y
hago un círculo perfecto
hacia
el delirio
No
me contengo
tampoco
alcanzo a colocar correctamente
los
clavos para sostener estrellas
No
me contengo
desaparezco
en hostigada ruta
total
incontinencia de mí misma
CARLOS
LUIS IBÁÑEZ TORRES
(Pamplona-Colombia)
CANCIÓN
PARA ISABEL
Sirena
que regresas de la infancia,
trayendo
un cesto con recuerdos
un
pedazo de luna, un pájaro altivo
y
mi mirada de niño atrapada
en
el blanquísimo encaje de tu falda.
Isabel
mujer:
La
vida es ahora un mar
que
me envejece la mirada.
Lejos
está el arroyo de la infancia
y
soy un naufrago
con
cara de amapola avergonzada.
GRACIELA
GUERRERO GARAY
(Las
Tunas-Cuba)
REENCUENTRO
Me
gusta tu silencio compartido,
tu
esperanza de ser y tu alegría.
Degusto
aplastar lo que he sufrido
entre
el hierro de ser, por tu osadía.
Asusta
los espasmos. Cruje fiero.
Duerme
al olvido que destruye.
Desgarra
las cuerdas del crucero,
convulsiona
despierto. Luego, huye.
BENJAMÍN
LEÓN
(La
Serena-Chile)
POEMA
XI, LA LUZ DE LOS METALES
Lágrima
que despoja mi tesón, oscuro germinar
de
la insistencia.
Sé
que los árboles reviven, que el viento abre sus
fauces
y se inunda, que el fuego se destiñe en su
prisión.
Debajo
de la noche, una jauría corre veloz a sus
cuarteles:
entonces yo te amo.
En
la fertilidad aúllas, crujes, abres sonidos llenos
de
quebranto y hasta el silencio asciendes.
Un
funeral de luz cruza tu cuerpo.
PÁGINA 21
– CUENTO
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
LAS NUBES
Para Toto
Míguez y Roberto Vega
Las nubes
en aquel tiempo viajaban como algodones sobre el alto cielo al capricho del
viento.
A veces
eran muy blancas y a veces iban como sucias y anunciaban las lluvias. Si
mirábamos a lo alto, inevitablemente encontrábamos caprichosas figuras sobre
las cuales no siempre coincidíamos.
Si nos
acostábamos sobre la gramilla que era rala en invierno y muy profusa en los
veranos, podíamos ver otras cosas. Los pájaros, sobre todo o la luz del sol que
las hojas y los gajos de los fresnos o los paraísos filtraban dándonos al
rostro una coloratura extraña y que podíamos calificar también de
fantasmagórica.
Si lo
hacíamos a pleno aire y sol, es decir sin otro obstáculo entre nuestra mirada y
esa lámina chata veíamos el vuelo de los pájaros. Algunos volando muy bajo,
como las calandrias, los gorriones o los tordos, pero había otros como las
tijeretas o las golondrinas que comenzaban sus vuelos muy bajo, pero que iban
espaciándose de a poco, en forma tal que su alejamiento de la tierra era
percibido luego, cuando formaban puntitos negros, apenas móviles, hasta
desaparecer en esa distancia que era razonable pensar como “la inmensidad”,
según alentó en versos sublimes aquel poeta inolvidable que fue Jaime Dávalos.
Esto tuvo
que ver en otro tiempo, no creo que la infancia de hoy en los pequeños pueblos
se viva de ese modo tan íntimamente con la naturaleza relativamente domesticada
que nos tocó.
De
aquella barrita desmañada sólo quedan en el pueblo dos firmes y queridos
exponentes. Porque “los otros vinieron luego”, como certeramente escribió
Héctor Negro.
Lo bueno
es que a veces nos solemos juntar; todavía tenemos ganas de vernos, y cuando
eso sucede, es decir estar ante un asado y un tinto, fluyen las anécdotas como
si el tiempo no hubiera pasado, y estuviera detenido en la sierra penetrante de
las cigarras que seccionaban el verano sin siquiera hacerse ver entre las ramas
y las hojas increíblemente verdes de los fresnos. Cualquier motivo entonces es
bueno para seguir con los recuerdos o alguna anécdota compartida que cada cual
cuenta según su recuerdo o la percepción que le quedó de aquel suceso tan
remoto que sale cálido de las cenizas que albergaron brasas rojas y que son en
las manos como gemas guardando su fulgor. Ese fulgor que nos ponía alertas en
los amaneceres de verano, cuando el sol asomaba ya casi quemando en ese cielo
limpio y nosotros nos juntábamos con nuestras tramperas para cazar pájaros,
listos y de pronto en caravana hacia el campo, donde los pechitos colorados se
tiraban en la banda amarilla de los trigales que pronto sería hollado por las
“fauces hambrientas de las trilladoras” con sus perros y su carrito aguatero.
Esas
mañanas que desde la retina niña nos aparece como la huella más indeleble que
guarda la memoria.
PÁGINA 22 – CUENTOS
BREVES
JORGE
M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
DEL
CELULOIDE
En
una tienda de teatro compró el peluquín. Justo el apropiado. Se lo coloca los
fines de semana cuando la piazza está
llena de turistas y, entre susurros y gritos, lo confunden con Marcello
Mastroianni y lo persiguen.
El
cine de Spoletto cerró hace diez años. En sus dos carteleras continúan, más o
menos legibles, los afiches de Casablanca y de Cleopatra, la Reina del Nilo.
Ninguno de los que pasan dejan de mirar a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart y a
esa enigmática Liz Taylor que sonríe tras un rostro semioculto, junto a Richard
Burton. Ninguno de los que pasan olvida que allí se cobijaron sueños. Se
tejieron romances. Se robaron besos. Y se inmolaron cien almas.
Vive
pendiente de Bette Davis y de Joan Crawford, cómo lloran, cómo se desvanecen,
las bofetadas que reciben. Y los besos. Las tiene fijadas en la retina: una en
cada ojo. Y a ver cuál la hace llorar más con sus abismos. ¡Cómo se sufre con
ellas! A veces piensa que no es justo que todavía no hayan encontrado un galán
maduro que las haga felices. Tonta: tendrían que irse de Hollywood, dice su
amiga…
No
fue más al biógrafo desde el día que Greta Garbo mostró al mundo que sabía
hablar.
La
última vez que vi una película de Gary Cooper advertí que le costaba pronunciar
las erres y las eses. Me dio la impresión como que hubiera tenido labio
leporino, la forma suya frente a ciertas dicciones. Si es así, tendrían que
cuidarse más en los estudios de filmación. Tanto hacen para seleccionar actores
y aceptan algunos que tienen defectos. A mí, precisamente a mí, no me
perdonaron la dislalia.
Mi
abuelo, Cecil B. De Mille, aseguraba que cualquier cadalso era más
misericordioso que ser ahorcado por la diva de turno.
PÁGINA
23 – POESÍA AMERICANA
YANARYS VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)
PREGUNTAS UNIVERSALES
Otra vez vuelvo a mis antiguos tics, mis
manías,
pellizco una y otra vez mi rostro
mientras escucho,
siempre escucho atenta,
pero estoy más allá.
Devoro las carne de mis uñas,
el dolor tiene la apariencia de borrar
todo a su paso.
Retorno a lugares que temo,
a ese sitio que siempre se asemeja a un
cubo impecable
que me detiene y encierra.
Regreso a este espacio reducido,
medianamente oscuro.
La dicha no es algo de paso, pero
tampoco es definitiva;
la dicha ocurre cuando crees en la
belleza
de lo que de por si es incierto,
cuando ves luz en las personas puras, en
lo insalvable.
cuando tienes fe en que todos somos en
realidad, tan buenos,
y tan apasionados.
Lo que ocurre es otra maldición a
nuestra estirpe,
es así que me adentro en estos
laberintos de mi alma,
de mi mente apagada, aburrida de tratar
de justificarlo todo,
de encontrar una respuesta certera,
inamovible,
una respuesta de esperanza.
Otra vez me adentro en ese cubo perfecto
donde arrojo mis preguntas
y mi vida
y él me devuelve lo que más temo,
todas las respuestas.
RUI CAVERTA
(México DF-México)
BUDA DE MADERA
Nos venerarán en el futuro,
Como al Buda de Nara.
Mis agrietados labios sobre tu cuello
Serán el vendaval
Que haga habitable el desierto.
Las pestañas serán el hombre:
pendientes sobre una línea
Que entona algo parecido al
miedo.
El arco del tendón
Será cuerda eterna ;
Inquisidora del pecado ;
Y nuestro vaivén es el mundo,
Que se agita,
Rechina,
Comiendo a dos manos,
vida y muerte.
JORGE VINITZKY
(Montevideo-Uruguay)
Nocturno XXXl
Conozco la noche.
He transpuesto
los umbrales del sueño
para vivirla por completo.
Noche para amar…
para soñar.
He vagado
entre solitarias callejas
penumbrosas.
Entre luces y multitudes,
entre bailes y vértigo.
Conozco la noche.
He atravesado lo onírico,
para soñar despierto.
Amo la noche.
He desandado por ella,
la mágica senda
del atardecer…
a la madrugada.
(Soy de inspiración nocturna)
Conozco la noche.
Amo sus secretos.
Sé de sus virtudes…
Y sus miedos.
Conozco la noche.
He transpuesto
los umbrales del sueño
para vivirla por completo.
Noche para amar…
para soñar.
He vagado
entre solitarias callejas
penumbrosas.
Entre luces y multitudes,
entre bailes y vértigo.
Conozco la noche.
He atravesado lo onírico,
para soñar despierto.
Amo la noche.
He desandado por ella,
la mágica senda
del atardecer…
a la madrugada.
(Soy de inspiración nocturna)
Conozco la noche.
Amo sus secretos.
Sé de sus virtudes…
Y sus miedos.
ASPASIA WORLITZKY
(Quebec-Montreal/Canadá)
DIÁLOGO
¿Hijo, te acuerdas de la Margarita?
¿cuando te cambiaba de ropa
para llevarte a pasear al cerro?
Tal vez no recuerdas.
Había un sauce llorón
en medio de la parcela
donde a veces me instalaba
a escribir poemas,
a observarte de lejos.
Te arrancabas del perro
tropezando en los terrones,
recogiendo a tu paso damascos y ciruelas.
¿Te acuerdas de tu escuela,
del overol casero,
los cerdos intrusos
que atravesaban la cerca?
¿Te acuerdas de tu maestra pequeñita
que te enseñaba las letras?
Tal vez no recuerdas.
Tu abuelo en la terraza
liando un cigarrillo,
tu padre en reunión de Partido
y yo cosiendo un parche
de tu pantalón dominguero.
De pronto, un ruido extraño
atronando el cielo entero,
los aviones, los soldados,
un llanto largo y mucho miedo.
¿Te acuerdas hijo
del día que te dije adiós
porque partía al destierro?
En mis manos, la pelota de trapo
que el Juan te había hecho,
“ya vuelvo ligerito, la abuelita te cuida”.
Esa pena de siglos,
esa incertidumbre
quemándome por dentro.
Tal vez no recuerdas
y prefiero que así sea,
que ahora vivas la vida
con la misma entrega honesta
que tus padres aprendieron
en otros tiempos
y en otras guerras.
Quiero que no lo sepas,
puede llegar un día
a destruir tu existencia.
¿Hijo, te acuerdas de la Margarita?
¿cuando te cambiaba de ropa
para llevarte a pasear al cerro?
Tal vez no recuerdas.
Había un sauce llorón
en medio de la parcela
donde a veces me instalaba
a escribir poemas,
a observarte de lejos.
Te arrancabas del perro
tropezando en los terrones,
recogiendo a tu paso damascos y ciruelas.
¿Te acuerdas de tu escuela,
del overol casero,
los cerdos intrusos
que atravesaban la cerca?
¿Te acuerdas de tu maestra pequeñita
que te enseñaba las letras?
Tal vez no recuerdas.
Tu abuelo en la terraza
liando un cigarrillo,
tu padre en reunión de Partido
y yo cosiendo un parche
de tu pantalón dominguero.
De pronto, un ruido extraño
atronando el cielo entero,
los aviones, los soldados,
un llanto largo y mucho miedo.
¿Te acuerdas hijo
del día que te dije adiós
porque partía al destierro?
En mis manos, la pelota de trapo
que el Juan te había hecho,
“ya vuelvo ligerito, la abuelita te cuida”.
Esa pena de siglos,
esa incertidumbre
quemándome por dentro.
Tal vez no recuerdas
y prefiero que así sea,
que ahora vivas la vida
con la misma entrega honesta
que tus padres aprendieron
en otros tiempos
y en otras guerras.
Quiero que no lo sepas,
puede llegar un día
a destruir tu existencia.
ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)
PATRONES
mundos clonados en lastimosa repetición
tránsfugas puñaladas de los espejos
que trepanan nombres sin identidad
hay penas sin gloria
glorias que no valen la pena
fuegos con flamas de piedra
rostros esclavos de la mueca
seres silenciados
por sus propias mentiras
mentiras convertidas en seres
otras son las dimensiones
que fluyen como la sal en los ríos
donde la transparencia encarna
la verdad de los siglos en la sangre
el viento que escupe la maldición de los
espejos
la mentira del llanto de los relojes
hay almas de seres sin patrones
intimidades que no abrazan las excusas
huracanes donde el sol encuentra su nido
manantiales sin tiempo para el vacío
otros seres en la médula de la búsqueda
que aprenden devotos el designio de los
locos
almas sin patrones que se redimen solas
dolores con vía de cometas
porque la libertad es el dominio de las
soledades
PÁGINA 24 – CUENTO
NECHI
DORADO
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
ELLA
CREE Y NO CREE
Ella
va por la vida con paso cansado arrastrando penas y alegrías, portando como
autodefensa permanente una sola arma bien cargada, prolijamente controlada como
para que nunca falle si hace falta: su sonrisa.
Ella
cree que hay castigos y no juicios pero
no cree en dioses ni en demonios aunque crea que algo, más allá de lo
tangible, puede andar circundando
cada momento que transcurre mientras el
tren de la vida tritura guijarros con dirección efectiva entre las vías.
Ella
sabe que hay gente que se viste con piel
de cordero pero es lobo feroz. Y sabe que existen flores y también, plantas carnívoras pero no cree que devoren
hombres, sino insectos.
Cree
en entelequias pero no cree en perfecciones aunque jamás profundizó en esquemas
filosóficos.
Ella
cree que hay noche y que hay día, que hay luna, hay sol y que hay estrellas.
Que hay amor y que hay odio, que hay bien y hay mal. Que hay sinceridad e
hipocresía.
Ella
no cree que lo blanco siempre es bueno o que lo negro, indefectiblemente, es malo; ella no cree en estigmatizaciones
aunque sabe muy bien que sí, existen.
Ella
anda sola aunque a su lado caminen montones de personas, siendo esa soledad su
amiga inseparable por esas cosas tan extrañas de los andares. No
acostumbra pedir, rogar y mucho menos
suplicar, trata de ser racionalmente irracional, o quizás, irracionalmente
racional aunque en realidad cree que no lo ha logrado, todavía.
Podrá
parecer extraña, misteriosa, trashumante,
pero yo miro sus ojos y leo en ellos como quien dirige su mirada a un libro abierto. Y conozco su pena, la
última, la más desgarradora entre otras no menos desgarrantes. La que le
permitió deducir, sin tanto esfuerzo,
que una gran pena arruina, muchas veces, a la más bella alegría. Lo aprendió
como quien asimila una lección dictada a cachetazos un día en que frente al mar
se le ocurrió contarme que ella cree y no cree cuando se trata de diferenciar a
la vida de la muerte.
Me
contó que hubo una vez en la que un pequeño colibrí le susurró al oído antes de
emprender un viaje hacia la nada.
-Mi pequeño colibrí, me dijo ella:
-Fue una mañana de aquellas que uno no
quisiera sufrir de ningún modo. Quedó como tatuada a fuego sobre los jirones de
un alma incinerada, que era mía.
-Fue
una mañana de esas en las que como frente al golpe artero de
un
hachazo, se derrumbaron esperanzas
amasadas.
-Mi
pequeño colibrí alzó su vuelo incierto, no se, rumbo a cualquier
estrella
de fuego. Voló con la fuerza de un águila imparable
rumbo
a algún pozo insondable que no estaba
abierto, en mis sueños.
-Ni
imaginado siquiera. Y siguió contándome:
-Mi
pequeño colibrí alzó su vuelo confundido entre nunca de olvidos y siempre de recuerdos. Y ya no pude verlo,
¡tan alto que voló y yo lo esperaba con mis brazos abiertos, ensayando caricias
para darle, ni bien llegara a este mundo tan complejo!
-No
me dejó mecerlo. Tampoco pude cantarle alguna nana tal como hiciera mi abuela
cuando me acunaba entre sus brazos tiernos.
-Mi
pequeño colibrí alzó algún vuelo dislocado, errante, abandonado
de
mi mano, en la que hoy falta la suya.
-Y
yo, -¡tan fuerte yo, según me creen! No
fui capaz de seguir ese vuelo, tan solo quedé observándolo de lejos,
paralizada, inmóvil, enredada en una nube de pánico asfixiante.
-Y
él, tan pequeño, indefenso, solitario, pudo cargar en su piquito de oro
un
trozo del alma rota, que era mía.
-¡Tan
solo estaba mi pequeño colibrí! ¡Tan solo estaba! que alzó su vuelo eterno sin
darme tiempo, siquiera, para entregarle un beso. Apenas pude bañarlo con mi
llanto.
-Se
alejó dejándome los ojos oxidados, el
corazón sangrando casi yermo y esta tristeza infinita que no cesa, anclada en
mis sentidos.
-Por
eso creo y no creo, dijo ella, porque no
encuentro explicación cuando de los ojos brotan lágrimas y alguien dice que
apenas si son pruebas a las que debés aceptar, ser sometido.
-Es
entonces, amiga mía, continuó diciendo, cuando tu alter ego se formula mil
preguntas que nadie habrá de poder responder de ningún modo. Sin embargo, pese
a todo, sigo creyendo que es ilusorio
que los conejos vivan en el estómago de las galeras. Pero no creo que el sol
pretenda clandestinizar a gritos a la
luna.
PÁGINA 25 – ENSAYO
RODOLFO ALONSO
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
¿PARA QUÉ SIRVE HOY LA POESÍA?
La sociedad de consumo, la sociedad del espectáculo, nos han
embebido en su atmósfera estridente y demagógicamente chata, que se ha
convertido en el aire que respiramos, en una seudo-cultura populista y no
popular producida seductoramente por los grandes medios masivos de
incomunicación.
Si la poesía tiene todavía algún sentido, en estos tiempos
de miseria, es cuando continúa encarnando, a pesar de todo, aquello a lo que
Wallace Stevens aludió tan cabalmente en sus Adagia: “la dicha del lenguaje”.
La sociedad de consumo, la sociedad del espectáculo, nos han embebido en su
atmósfera estridente y demagógicamente chata, falsa en el doble sentido de
imitadora y deshonesta, que se ha convertido en el aire que respiramos, en una
seudo-cultura populista y no popular producida seductoramente por los grandes
medios masivos de incomunicación. Con sus efectos deletéreos sobre la
espontaneidad creadora de la gente, inclusive del lenguaje, especialmente del
lenguaje.
La cuestión es que si decae el lenguaje humano, decae la
condición humana. Porque no usamos el lenguaje, insisto, somos lenguaje. Y cuanto menos lenguaje
somos, somos menos humanos, menos hombre. Hemos vivido acaso sin percibirlo una
mutación, y ahora estamos inmersos no sólo en una civilización cuyo centro ya
no es el lenguaje sino que incluso ataca las fuentes del lenguaje. La crisis
actual de la poesía no es entonces quizá tan sólo la de un mero género
literario sino que, algo muchísimo peor, es la manifestación máxima de una
carencia muy profunda en cuanto a la espontánea capacidad creadora de lenguaje
por parte de los hombres.
Cada vez que hubo una gran poesía, por alquitarada y
elitista que pareciera, siempre estuvo secretamente ligada, aunque fuera por
oscuros meandros, con una lengua viva realmente hablada por un pueblo, por una
comunidad. Ante la amenazante posibilidad de extinción de la gran literatura
¿cada uno de nosotros debería, como ya lo anticipó Ray Bradbury en su Fahrenheit
451, esconderse para preservar vivo, aprendido de memoria, el
texto de un gran libro? ¿O será suficiente seguir escribiendo el poema?
Porque “la palabra no sería deliciosa si no significase una
calidad”, ¿no es cierto, Gabriel Miró? Y el hombre que labra amorosamente el
lenguaje que es a la vez suyo y general, íntimamente propio y al mismo tiempo
de la especie, el solitario que cumple después de todo la más significativa y
necesaria función social, pudo ser nítidamente percibido por Michel Butor, ya a
comienzos de la década de los sesenta: “El poeta es aquel que tiene conciencia
de que la lengua, y con ella todas las cosas humanas, está en peligro.”
Me parece sin duda evidente que la comprensible y valerosa
reacción mundial de los ecologistas (a la cual hemos visto sumarse hace poco
tantos partidarios de la paz) ha logrado, hoy, llamar la atención sobre las
consecuencias deletéreas que la adicción suicida por el poder global y la
riqueza obscena ha tenido sobre la calidad de la vida humana y de la vida sin
más en nuestro planeta, poniendo el acento sobre los daños geográficos,
ambientales, concretos y visibles. Pero me temo que todavía no se ha percibido
la enormidad del daño psíquico, cultural, estético y esencialmente humano que
hemos sufrido para adaptarnos a esta maquinaria que ha enloquecido, cuyo único
y delirante objetivo es hacer más dinero del dinero, hasta el infinito. Y que,
en consecuencia, sería necesaria también una lucha ecológica a favor de la
condición humana, de la calidad humana de la vida humana. Sin abandonar en
absoluto lo otro, por supuesto. Hay un agujero de ozono pero también un abismo
(si es que no un cáncer) en el espíritu.
Como casi todas las cosas del planeta, la poesía ha sido hoy
completamente desacralizada. Y si tal pudo ser acaso el objetivo de las
vanguardias de comienzos del siglo XX, seguramente no lo fue en el sentido
actual. No creo por ejemplo que la fuente-mingitorio de Duchamp tenga la misma
longitud de onda y la misma orientación de sentido que tantas “instalaciones”
en frío y tanto supuesto “arte conceptual” hoy extrañamente asumido como
neo-academicismo, casi siempre de carácter oficial y con patrocinadores multinacionales
que nada tienen que ver, ciertamente, por ejemplo con gente como Lorenzo de
Medicis. Después de todo, ya en el siglo XVI, Francis Bacon podía decir que “La
verdad surge más fácilmente del error que de la confusión”. Y sobre todo del
error que es errar, errante. En lo profundo, en lo visceral, cuando nos
quedamos a solas y se acallan los ruidos y se apagan las luminarias, Rimbaud
sigue en cuestión, y cuestionándonos.
Y para concluir, al menos por ahora, enfrentemos nuevamente
aquella misma consabida pregunta, de una inocencia demoledora, que alguna vez
me planteó en público un colega venezolano: “En la época que vivimos, ¿qué
misión le asigna usted al poeta?”. ¿Cómo evitarse decir que quisiéramos que el
poeta fuera capaz con su trabajo a la vez de realizarse como persona y de
ayudar a todos sus hermanos, de enunciar la palabra necesaria, imprescindible y
única, la palabra a la vez tan íntima y secreta, húmeda todavía del silencio de
los orígenes, emergiendo en una orilla virgen del universo, y a la vez general,
compartida, fraterna, solidaria, no tan sólo ofrecida sino también aceptada por
los otros, que entonces la harían suya y le darían destino, aunque ese destino
fuera el no poco glorioso de volverse saludablemente anónima, ya sin autor ni
tiempo, encarnada en el fluir mismo de la vida y de lo humano? Ni traicionarse,
pues, ni traicionar a los otros; y además, no traicionar la propia lengua, el
propio idioma, el sonido que uno ha venido a traer al mundo. Y siendo uno ser
la especie, tan bellamente bárbara e intuitiva como trágicamente condicionada
por las culturas que se ha hecho o le han impuesto. Y ser la esperanza de un
mañana mejor, la luz de la utopía sin la cual no merece la pena vivir. Y ser
también, al mismo tiempo, la conciencia de nuestra irrisoria pero desmedida
condición. Lo que somos, lo que podríamos ser, quizá lo que seremos. Pero bien
sabemos que, por ahora, la única gloria honestamente deseable ya no es siquiera
ni la de vivir en el corazón de los otros, de algún otro, sino más humilde y
sabiamente el honor y el placer, la angustia y la ansiedad de haber escrito,
de haber sido capaz del
poema, que por nosotros circuló y ahora está vivo, fragante y tibio, latente
carne de lenguaje, recién amanecido, temblorosamente inclinado, tendido, hacia
los otros, hipócritas o no, semejantes, hermanos.
PÁGINA 26 – POESIA
AMERICANA
JIMMY
VALDEZ-OSAKU
(Nueva
York-Estados Unidos)
POR SUPUESTO ELLA
Para desafiar a la muerte me puse un
piano en la sien, un clavicordio atronador, inexpugnable. Subí hasta el barcón,
grité todos los agujeros de un solo golpe, respirando un aire lánguido y
sombrío, pero frecuente. Pensaba en Galileo y la oferta de planetas
aplanados, el silencio de Dios desvergonzadamente a carcajadas, la misma teoría
del dos más dos más la certeza de que la piel de cabra sirve para
disfrazar la mordedura de las serpientes.
Me escucho. Comienzo a ser siniestro como
un zaguán oscuro, desde la mañana he sido todas las cosas, y la embriaguez
juega su papel efervescente:
Qué hermosa es la ciudad en su implacable
bostezo de día festivo, mi cuerpo cae en un brevísimo otoño de hojas.
RUTH VEGA PUÑAL.
(Cuzco-Perú)
Enmarañada a los vientos
que azuzan las hebras
Destruyo mis dientes intentando devorarme un corazón
Mientras la humedad persigue las estelas de los espasmos
Destruyo mis dientes intentando devorarme un corazón
Mientras la humedad persigue las estelas de los espasmos
Criaturas de tierra y
agua
Al fin solo barro
Engendros de huesos, fibra y glándulas
Al fin solo materia
Al fin solo barro
Engendros de huesos, fibra y glándulas
Al fin solo materia
Sonoridad hiriente
fagocitando el silencio
Violento desborde de lacrimales
Decantan un desvariado mar Muerto
De órbita en órbita donde flotan los cadáveres del alma.
Violento desborde de lacrimales
Decantan un desvariado mar Muerto
De órbita en órbita donde flotan los cadáveres del alma.
MARGARITA
MUÑOZ
(Chihuahua-México)
RIOVERDE
Noviembre se acerca y hace frío
Hoy quiero regresar
Noviembre se acerca y hace frío
Hoy quiero regresar
recobrar el otro lado de los sueños
Los eucaliptos conservan la nostalgia
Sus siluetas tratan de alcanzar el cielo
Se cimbran y mecen en lo alto
Los eucaliptos conservan la nostalgia
Sus siluetas tratan de alcanzar el cielo
Se cimbran y mecen en lo alto
las
ramas cargadas de recuerdos
acarician un silencio de voces infantiles
grabadas en los muros de ladrillo
acarician un silencio de voces infantiles
grabadas en los muros de ladrillo
de
mi casa
La memoria es un aroma de leche hervida
escanciada en pocillos de aluminio
de pan horneándose en la estufa de leña
de fuego crepitando en el hogar
Eres tú Madre
La memoria es un aroma de leche hervida
escanciada en pocillos de aluminio
de pan horneándose en la estufa de leña
de fuego crepitando en el hogar
Eres tú Madre
buscando el resplandor de una sonrisa
Es un frágil instante
una tibia ráfaga de amor que resucita
en el olor frutal de un té
Es un frágil instante
una tibia ráfaga de amor que resucita
en el olor frutal de un té
de flores de naranjo
MIGUEL
CRISPÍN SOTOMAYOR
(Santiago
de Cuba-Cuba)
AMORES
Ese
viento que te besa el rostro
y
golpea al intruso, lo amo.
Como
amo la lluvia que empapa
y
recorre tu cuerpo sin excusas.
Amo
la soledad que grita y espera
que
aparezcas desde algún lado de la sombra
y
a la Luna, con solo imaginar que la estés mirando.
Amo
el tiempo que muere y se lleva con él
los
mejores recuerdos y a los amigos
que
están, pero ya no se ven.
Amo
y sueño la revolución que se desgrana
porque
dio mucho más y no podía.
CARLOS
LÓPEZ DZUR
(Orange
County-California-USA)
CONTRARIO A LOS INDIVIDUOS
Contrario a los individuos,
nacidos para ser almas solares,
elohims de sol que construyen la patria,
las comunidades, avisan que
el trastorno avanza con su angustia violenta
y movimiento de cognición alterada
y función disruptiva.
En conato de emociones,
la comunidad saca su lengua de perro agotado,
su salivosa sarna y pugna neurodegenerativa
porque parece que anticipa
60 años de fracaso, 60 años
en función autónoma / de crisis /
yendo a la muerte en residenciales
del pobre y al autoaniquilamiento discreto
que cunde ya los barrios ricos.
No se discuta ya sobre el Sol de Helios
en la mañana de los radicales
con sietes fuegos que plenamente
el amor restauran. Ya no.
No se espere en la noche de Vesta
compañía de la más amada
señal de luz, en fragua colectiva.
Contrario a los individuos,
nacidos para ser almas solares,
elohims de sol que construyen la patria,
las comunidades, avisan que
el trastorno avanza con su angustia violenta
y movimiento de cognición alterada
y función disruptiva.
En conato de emociones,
la comunidad saca su lengua de perro agotado,
su salivosa sarna y pugna neurodegenerativa
porque parece que anticipa
60 años de fracaso, 60 años
en función autónoma / de crisis /
yendo a la muerte en residenciales
del pobre y al autoaniquilamiento discreto
que cunde ya los barrios ricos.
No se discuta ya sobre el Sol de Helios
en la mañana de los radicales
con sietes fuegos que plenamente
el amor restauran. Ya no.
No se espere en la noche de Vesta
compañía de la más amada
señal de luz, en fragua colectiva.
PÁGINA 27 – CUENTO
ORLANDO
VAN BREDAM
(Villa
San Marcial-Entre Ríos-Argentina)
CUENTO
DE HORROR
Esta misma mañana, hace unos
momentos, usted encontró un cadáver en el baúl de su automóvil. Al espanto, le
siguió el gesto instintivo de soltar con violencia la tapa y retroceder unos
metros. Con el pulso acelerado, se acercó hasta el coche y contó hasta diez,
incrédulo, antes de abrir el baúl nuevamente.
No había dudas, era un
cadáver. Bastante desfigurado el rostro, con sangre todavía fresca que se
deslizaba por la alfombra hacia el guardabarro izquierdo. Un muerto
desconocido. Jamás había visto esa cara, ese torso pálido, esas piernas largas
y velludas flexionadas con torpeza, seguramente por el homicida que colocó el
cuerpo en el baúl. Un hombre semidesnudo (apenas unos calzoncillos y unas medias)
de unos cuarenta años, con una herida sangrante, tal vez de un balazo, en la
sien derecha, y varios hematomas y en su automóvil. En el automóvil que usted
todos los días utiliza para ir a la oficina. En el automóvil que ha permanecido
(como usted cree) toda la noche en el garage.
Ahora recuerda que abrió el
baúl para cerciorarse de que en el lavadero no habían olvidado cargar el gato
como alguna vez sucedió. Entonces piensa en el lavadero. Le entregaron el auto
ayer, a última hora. ¿Y si el homicida es alguien del lavadero? ¿Y si el
cadáver estuvo toda la tarde y la noche en el baúl? Sin embargo, parece sangre
fresca. ¿Y cómo sabe usted si es sangre fresca?
Primero piensa que lo mejor
es avisar a la policía. Después advierte que no será fácil explicar el hallazgo.
Necesita un abogado. Se acuerda, entonces, de un amigo. Después de cerrar por
segunda vez el baúl, abre la puerta que comunica al garage con el living. Y en
el living ve, con horror, una camisa y unos pantalones que no son suyos, que
levanta del piso para comprobar, también con horror, que están manchados con
sangre.
A esta altura usted ve
alejarse la posibilidad de llamar a la policía. Sobre todo cuando sigue las
gotas de sangre hasta el dormitorio donde su mujer todavía descansa.
-¿Por qué volviste?-pregunta
ella.
-Encontré un cadáver en el
baúl del coche- contesta usted con fingida naturalidad.
-Ah, ¿era eso?-contesta ella-
pensé que te habías olvidado del resumen de la tarjeta de crédito. Ah...y no te
olvidés que hoy vence la luz y el teléfono.
Encontré un
cadáver...-insinúa usted no muy convencido.
Te escuché- dice ella,
inmutable- la semana pasada fue un ahorcado en el jardín, hace tres días un
ovni debajo del limonero.
¿Pensás que estoy loco?-
usted pierde pie, se desbarranca.
Te creo-lo consuela ella-
pero sucede que hay tantas cosas urgentes que solucionar en esta casa.
PÁGINA 28 – ENSAYO
ROSINA
VALCÁRCEL
(Lima-Perú)
TOMÁS BORGE: POESÍA AL VIENTO
a propósito de Poesía Clandestina Reunida
Es
para mí una alegría participar en este encuentro de homenaje a nuestro querido
amigo comandante Tomás Borge, integrante y dirigente de las fuerzas
independientes de Nicaragua, enarbolada por el Sandinismo.
Para mí Tomás Borge tiene una significación muy particular, pues, lo vi accidentalmente en la casa de mis padres, en una de esas llegadas sorpresivas de hija casada. Mi padre, abierto a conversaciones, despierta mi interés de conocer a este hombre libre de no callar sus inquietudes políticas y revolucionarias. Entendí su estadía cuando mi padre me dijo en la despedida: «No comentes que has visto a Tomás Borge». Me retiré con las imágenes de Carlos Fonseca Amador, Silvio Mayorga y tantos otros fundadores del Frente Sandinista. ¡Qué cálido fue Tomás aquel día! Ese fue mi primer encuentro y mi comprensión del Frente en boca de su líder. Como también, y por qué no, descubrí parte de su alma poética, sus imágenes, como chispazos líricos, me perseguían sus poetas: Lorca, Alberti, Hernández, Aleixandre, Neruda. Así me formé de él, con el correr del tiempo, su integridad fuerte y sensible.
Luego, de esa clandestinidad de años atrás, ya en La Habana, en 1987, en el Palacio de la Revolución, en un recinto aparte nos sorprendieron Fidel y Tomás. Después del saludo protocolar de Fidel con el grupo selecto de compañeras del Frente Continental de Mujeres, recibí un fuerte abrazo inesperado y, como siempre, las palabras halagadoras del nicaragüense: «Qué gusto de verte peruanita linda».
Nuestros encuentros fortuitos pero cariñosos dejaron hálitos de pláticas truncas y esperanzas pendientes, como colgadas en los cordeles de ropa para retornar por ellas. Y en el corazón de Miraflores, en una cafetería, charlamos como viejos amigos, con el tú a tú de camaradas, y me sentí bien. Hablamos del genocida y ahora condenado Fujimori, de su gobierno, de los presos políticos, de los desaparecidos. Y le regalé el poemario Una mujer canta en medio del caos (1991), y hablamos de Nicaragua. Y los silencios hablaban de historia, de desarraigo, de ausencias, también de proyectos y contradicciones. Era el icono turbador, el hombre con sus pies fatigados sobre esta tierra de aparecidos. Tomás y la Historia que arde y nos desgarra. Él, temerario y sus remembranzas. Y me susurra casi al oído: «¿Recuerdas Reportaje al pie del patíbulo?», y guardó silencio. «Sí, claro, Julius Fucik, el checo, la prisión, el ángel de la alegría», le respondí. Él tenía algo de violento, pero más de alegre y audaz. Me habló de Cortázar, de Gabo, de Amado. Confesó como un adolescente: "Amo los crepúsculos y odio a los traidores. Amo a los pintores intensos casi marginales, soy inmune a las balas y al temor al infierno".
¡Cuánto de común tienen los sueños, las revoluciones y la poesía!
Hay una fuerza en el hombre que determina su destino de modo irremediable. Este impulso poético se torna evidente a cada instante a través de las expresiones del amor, impulso que tiende a trascender en una comunión con el todo, con sus propias leyes irreductibles a las pinceladas cartesianas. Así la poesía florece como voz de ese impulso hacia un destino vital, y la providencia se manifiesta en la poesía como un hecho indiscutible.
Ahora encuentro «libre» su Poesía clandestina reunida, ya no clandestina, secreta, la que viajó por montes, selvas latinoamericanas, la que llevaba en el bolsillo, en el corazón, en el rifle. Y las coplas perduraron gracias a las compañeras que lo amaron.
Para mí Tomás Borge tiene una significación muy particular, pues, lo vi accidentalmente en la casa de mis padres, en una de esas llegadas sorpresivas de hija casada. Mi padre, abierto a conversaciones, despierta mi interés de conocer a este hombre libre de no callar sus inquietudes políticas y revolucionarias. Entendí su estadía cuando mi padre me dijo en la despedida: «No comentes que has visto a Tomás Borge». Me retiré con las imágenes de Carlos Fonseca Amador, Silvio Mayorga y tantos otros fundadores del Frente Sandinista. ¡Qué cálido fue Tomás aquel día! Ese fue mi primer encuentro y mi comprensión del Frente en boca de su líder. Como también, y por qué no, descubrí parte de su alma poética, sus imágenes, como chispazos líricos, me perseguían sus poetas: Lorca, Alberti, Hernández, Aleixandre, Neruda. Así me formé de él, con el correr del tiempo, su integridad fuerte y sensible.
Luego, de esa clandestinidad de años atrás, ya en La Habana, en 1987, en el Palacio de la Revolución, en un recinto aparte nos sorprendieron Fidel y Tomás. Después del saludo protocolar de Fidel con el grupo selecto de compañeras del Frente Continental de Mujeres, recibí un fuerte abrazo inesperado y, como siempre, las palabras halagadoras del nicaragüense: «Qué gusto de verte peruanita linda».
Nuestros encuentros fortuitos pero cariñosos dejaron hálitos de pláticas truncas y esperanzas pendientes, como colgadas en los cordeles de ropa para retornar por ellas. Y en el corazón de Miraflores, en una cafetería, charlamos como viejos amigos, con el tú a tú de camaradas, y me sentí bien. Hablamos del genocida y ahora condenado Fujimori, de su gobierno, de los presos políticos, de los desaparecidos. Y le regalé el poemario Una mujer canta en medio del caos (1991), y hablamos de Nicaragua. Y los silencios hablaban de historia, de desarraigo, de ausencias, también de proyectos y contradicciones. Era el icono turbador, el hombre con sus pies fatigados sobre esta tierra de aparecidos. Tomás y la Historia que arde y nos desgarra. Él, temerario y sus remembranzas. Y me susurra casi al oído: «¿Recuerdas Reportaje al pie del patíbulo?», y guardó silencio. «Sí, claro, Julius Fucik, el checo, la prisión, el ángel de la alegría», le respondí. Él tenía algo de violento, pero más de alegre y audaz. Me habló de Cortázar, de Gabo, de Amado. Confesó como un adolescente: "Amo los crepúsculos y odio a los traidores. Amo a los pintores intensos casi marginales, soy inmune a las balas y al temor al infierno".
¡Cuánto de común tienen los sueños, las revoluciones y la poesía!
Hay una fuerza en el hombre que determina su destino de modo irremediable. Este impulso poético se torna evidente a cada instante a través de las expresiones del amor, impulso que tiende a trascender en una comunión con el todo, con sus propias leyes irreductibles a las pinceladas cartesianas. Así la poesía florece como voz de ese impulso hacia un destino vital, y la providencia se manifiesta en la poesía como un hecho indiscutible.
Ahora encuentro «libre» su Poesía clandestina reunida, ya no clandestina, secreta, la que viajó por montes, selvas latinoamericanas, la que llevaba en el bolsillo, en el corazón, en el rifle. Y las coplas perduraron gracias a las compañeras que lo amaron.
Tomás
Borge cantó a la Revolución y al amor, a sus amigos y enemigos, a su Nicaragua
querida y a Sandino, a sus ascendientes y descendientes. No podían faltar un
José Martí, un sueño con Carlos Fonseca, un Bolívar con su Manuelita Sáenz, un
Salvador Allende; y Marcela, Camila, Juan, Sebastián: sus amores. Todos estaban
en la gran mesa a la hora de compartir su poesía, a la hora de distribuir su
amor. Y entre juegos poéticos desafía sus dudas, en contrapié con Dios y el
ateísmo confeso. Gracias a Flaubert se enamoró de las piernas de Madame Bovary,
hasta que llegó Marcela / bella amada / con su voz de violín y sus ojos de vino
tinto[1].
Como todo poeta y revolucionario deja en claro sus preferencias, los gustos estéticos en Confesiones: Odio a los traidores… // Me gusta el crepúsculo… // Prefiero las metáforas / imperfectas y locas… // Las pinturas intensas / aunque al pie de los colores / la firma sea desconocida…[2]
Su poesía no es ajena a la muerte, en Esto no es un Testamento: …Voy a morir / sigan ustedes / que la vida es hermosa / Es un animal en celo / la gran fiesta verdadera // Voy a morir / para seguir viviendo[3], pero ante todo está la vida con sus bosques, ríos, volcanes, abejas, que se fusionan con metáforas humanas. Pero en general, está presente el amor y la mujer como eje preponderante en la poesía de Tomás Borge. Su poesía recorre el cuerpo erótico de la mujer en Lo que ella dijo: …Soy una mujer / de aceite / y clavos de olor / de estrellas / laterales / para husmear…[4]; como también por el deseo profundo de la contemplación o del éxtasis en Declaraciones: …Amo la frambuesa / escondida en la raíz / de tus cabellos / La lentitud de tus muslos / de tus caderas / transparentes…[5]
La frescura del poeta reside en el alma joven, sin edad, como Goethe, y Borge nos lleva en Pergamino: Ya estoy viejo / pero mi amor es joven… // Es un caballo / que salta murallas y come flores…[6].
Finalmente, Tomás Borge nos deja su huella, su traza de Lima en En Lima: Al otro lado Pizarro / el convento / el río hablador / unos balcones hechos para mirar / esta bravía historia… Y vuelcan en su memoria la sensibilidad revolucionaria y poética de dolor humano: Lejos / los cuerpos / descuartizados / de guerreros y poetas / escarban mi ternura… Y retorna sosegado al presente: …Aquellos sueños regresan / para despertarme en este jardín / donde los héroes abundan / como gente / ruiseñores / palabras nuevas.[7] Así Borge nos dejó su impresión de nuestra Lima, también su Lima.
Como todo poeta y revolucionario deja en claro sus preferencias, los gustos estéticos en Confesiones: Odio a los traidores… // Me gusta el crepúsculo… // Prefiero las metáforas / imperfectas y locas… // Las pinturas intensas / aunque al pie de los colores / la firma sea desconocida…[2]
Su poesía no es ajena a la muerte, en Esto no es un Testamento: …Voy a morir / sigan ustedes / que la vida es hermosa / Es un animal en celo / la gran fiesta verdadera // Voy a morir / para seguir viviendo[3], pero ante todo está la vida con sus bosques, ríos, volcanes, abejas, que se fusionan con metáforas humanas. Pero en general, está presente el amor y la mujer como eje preponderante en la poesía de Tomás Borge. Su poesía recorre el cuerpo erótico de la mujer en Lo que ella dijo: …Soy una mujer / de aceite / y clavos de olor / de estrellas / laterales / para husmear…[4]; como también por el deseo profundo de la contemplación o del éxtasis en Declaraciones: …Amo la frambuesa / escondida en la raíz / de tus cabellos / La lentitud de tus muslos / de tus caderas / transparentes…[5]
La frescura del poeta reside en el alma joven, sin edad, como Goethe, y Borge nos lleva en Pergamino: Ya estoy viejo / pero mi amor es joven… // Es un caballo / que salta murallas y come flores…[6].
Finalmente, Tomás Borge nos deja su huella, su traza de Lima en En Lima: Al otro lado Pizarro / el convento / el río hablador / unos balcones hechos para mirar / esta bravía historia… Y vuelcan en su memoria la sensibilidad revolucionaria y poética de dolor humano: Lejos / los cuerpos / descuartizados / de guerreros y poetas / escarban mi ternura… Y retorna sosegado al presente: …Aquellos sueños regresan / para despertarme en este jardín / donde los héroes abundan / como gente / ruiseñores / palabras nuevas.[7] Así Borge nos dejó su impresión de nuestra Lima, también su Lima.
Gracias,
Nicaragua y Marcela Pérez Silva, por darnos la grata satisfacción de la
publicación del libro Poesía clandestina reunida, labor ardua que demandó
tiempo y dedicación, con notas esclarecedoras. Impecable edición, gracias a
Lucía Arellano.
Gracias, Nicaragua, por tu tradición literaria, por tu Rubén Darío, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Juaquín Pazos, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Rosario Murillo y otros. Gracias, Nicaragua, por el poeta y revolucionario Tomás Borge.
Gracias, peruanos y latinoamericanos lectores, por compartir este libro que acoge más aún al comandante Tomás Borge como hijo ilustre adoptivo del Perú y de Latinoamérica. Hasta pronto querido Tomás.
Gracias, Nicaragua, por tu tradición literaria, por tu Rubén Darío, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Juaquín Pazos, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Rosario Murillo y otros. Gracias, Nicaragua, por el poeta y revolucionario Tomás Borge.
Gracias, peruanos y latinoamericanos lectores, por compartir este libro que acoge más aún al comandante Tomás Borge como hijo ilustre adoptivo del Perú y de Latinoamérica. Hasta pronto querido Tomás.
Lima,
agosto, 2014.
-----------
[1] Borge, Tomás Poesía clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014. Madame Bovary, Manuela, Marcela y las otras, pág. 53
-----------
[1] Borge, Tomás Poesía clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014. Madame Bovary, Manuela, Marcela y las otras, pág. 53
[2] Borge, Tomás Poesía
clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014. Confesiones, págs. 12 y 13
[3] Borge, Tomás Poesía
clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014.Esto no es un testamento, págs.
10 y 11
[4] Borge, Tomás Poesía
clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014.Lo que dijo ella, pág. 153
[5] Borge, Tomás Poesía
clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014.Lo que dijo ella, pág. 124
[6] Borge, Tomás Poesía
clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014.Pergamino, pág. 82
[7] Borge, Tomás Poesía
clandestina reunida. 1era. Edición. Julio 2014.En Lima, págs.40 y 41
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PÁGINA 29 – POESIA
EUROPEA
ANDONI
K. ROSS
CONSTERNACIÓN.
¡Qué harán el siete y el dieciséis por vosotros!...
¿Qué harían todos aquellos catorces de abriles fríos?...
Yacer, yacer, yacer en lo irrenunciable
y estimular estambres de consternación infinitos.
No digo de la destemplanza en los andenes gélidos,
ni de la que sienten los amantes
cuando la luz ha roto lo que queda de dos;
no hablo de la consternación del sicario
ni de la del traidor del Partido o del Sindicato, ni de la del cuerpo
que no ha sido propuesto al fuego purificador.
Digo del ‘antes’, de lo que ha acaecido antes del ayer,
hablo de la desolación de los guarismos
raíz, en la soledad de los conjuntos;
de la perenne certeza de una vida sin amanecer.
FLAVIA COSMA
(Bucarest-Rumania)
traduccion de Luis Raúl Calvo
LOS HUEVOS
De donde he acumulado anoche tantos huevos,
que en mi sueño se rompían ruidosamente
al mezclarlos, transformándolos en una pasta blanda,
como un corazón herido, confundido por la añoranza.
La gente se amontonaba para el festín,
los huevos chisporroteaban en el sartén,
y yo pensaba: que pena
destruir de una vez tantas semillas
que habrían podido un día dar vida
a tantos pájaros
pues toda la gente sabe
que si con pájaros vas a soñar
amor vas a encontrar.
ISABEL REZMO
(Úbeda-Jaén-España)
ALEJAMIENTO
Aleja
el vaho en su sonido,
inmensamente torpe como la vida
en su ramaje, en su placidez de escarcha.
Se aleja entre mares rocosos,
entre la frialdad de una pestaña,
y en el cuerpo inerte de las rosas,
deja un sendero de roces.
Cuerpo...cuerpo, ronquido superfluo
entre las notas y las dunas.
El mar se está callando en los sonidos
y el alma es un álbum de cromos
donde luchar los segundos.
Entre azul lo pones
y en el rojo lo quitas.
¡Ay el alma como se agita
en el frasco de formol
de las olas!
y la muchacha duerme en paralelo
a la meditación, o la piel.
Suspiros en torpes azucenas
y la violación es un hecho consumado de las batallas.
inmensamente torpe como la vida
en su ramaje, en su placidez de escarcha.
Se aleja entre mares rocosos,
entre la frialdad de una pestaña,
y en el cuerpo inerte de las rosas,
deja un sendero de roces.
Cuerpo...cuerpo, ronquido superfluo
entre las notas y las dunas.
El mar se está callando en los sonidos
y el alma es un álbum de cromos
donde luchar los segundos.
Entre azul lo pones
y en el rojo lo quitas.
¡Ay el alma como se agita
en el frasco de formol
de las olas!
y la muchacha duerme en paralelo
a la meditación, o la piel.
Suspiros en torpes azucenas
y la violación es un hecho consumado de las batallas.
MAHMUD
DARWISH
(Acre-Palestina)
CONFESION
Soñé
con la boda de la infancia.
Soñé
con dos ojos enormes.
Soñé
con la chica de la trenza.
Soñé
con un olivo que no se vende
por
unas pocas piastras.
Soñé
con las imposibles murallas de tu historia.
Soñé
con el aroma de los almendros
prendiendo
la tristeza de los largos nocturnos.
Soñé
con mi familia,
y
el brazo de mi hermana
ciñéndome
con un cinto de heroísmo.
Soñé
con una noche de verano,
con
un cesto de higos.
Soñé
mucho,
muchísimo...
¡Perdóname
por ello!
NORTON
CONTRERAS ROBLEDO
(Malmö-Suecia)
RENACIMIENTO
Ahí
estás
suspendida
en los laberintos
del momento
que te dejaron…
perpetuada…
inmóvil
de perfil sublime
levemente inclinada
hacía atrás
el cabello
semi cubriendo un ojo
aspecto de
femme fatale
sonriendo
lujuriosa
tu boca
tentación
tu labios
en los limites
de mi desesperación…
mis ansias…
mordiendo mi gana de ti
suspendida en la lujuria
de tu mirada…
mi deseo urgente
explosión volcánica
me inmolo
en la calidez de tu ser
el tiempo
es el ritmo
de tu pasión
tu cuerpo
tu cintura
tus caderas….
explosión
Vía Láctea.
Sucumbimos
en medio
del epicentro
de tu geografía…
renacemos
en las constelaciones
de una nueva
Galaxia.
suspendida
en los laberintos
del momento
que te dejaron…
perpetuada…
inmóvil
de perfil sublime
levemente inclinada
hacía atrás
el cabello
semi cubriendo un ojo
aspecto de
femme fatale
sonriendo
lujuriosa
tu boca
tentación
tu labios
en los limites
de mi desesperación…
mis ansias…
mordiendo mi gana de ti
suspendida en la lujuria
de tu mirada…
mi deseo urgente
explosión volcánica
me inmolo
en la calidez de tu ser
el tiempo
es el ritmo
de tu pasión
tu cuerpo
tu cintura
tus caderas….
explosión
Vía Láctea.
Sucumbimos
en medio
del epicentro
de tu geografía…
renacemos
en las constelaciones
de una nueva
Galaxia.
PÁGINA 30 – CUENTO
AMANDA
PEDROZO CIBILS
(Asunción-Paraguay)
EL
SEÑOR DE LA NOCHE .
Rosalí estuvo todos esos días pensativa. Miraba desde su sillón de mimbre a su nieta que cantaba, perdida en un sueño repetido, donde se le aparecía el amante nocturno con su olor a monte y misterio, destapándola despacito para ir hundiéndose después con fuerza en su cuerpo, sin decir una sola palabra. La nieta Atilana había cambiado desde entonces. Ella, la tristona, estaba loca de contento. Ella, la que no paraba de contar sus penas, callaba tercamente ahora, pero en vano: se le notaba a la legua que andaba en amores...
Rosalí estuvo todos esos días pensativa. Miraba desde su sillón de mimbre a su nieta que cantaba, perdida en un sueño repetido, donde se le aparecía el amante nocturno con su olor a monte y misterio, destapándola despacito para ir hundiéndose después con fuerza en su cuerpo, sin decir una sola palabra. La nieta Atilana había cambiado desde entonces. Ella, la tristona, estaba loca de contento. Ella, la que no paraba de contar sus penas, callaba tercamente ahora, pero en vano: se le notaba a la legua que andaba en amores...
El
tronco como desnudo de la nieta, los pasos que no se oían al borde de la cama,
sino más lejos y como afuera bajo los mangos, el olor a sobaco húmedo que
quedaba pegado hasta en las paredes de tacuara y barro colorado después de que
el amado intruso hurgara bajo el camisón de bombasí rosado de Atilana, sin que
ésta hiciera nada, salvo exhalar su olor nuevo para juntarlo con el otro aroma
casi desvanecedor, fueron haciendo el injusto milagro de rejuvenecer a la
anciana sin lograr traerla devuelta de su carne machucada sin remedio.
De
día, no podía dormir. Quería apropiarse con los ojos de Atilana. A veces le
dolían las arrugas cuando con su escasa vista percibía un arañazo en los
hombros carnosos de la muchacha o un moretón azulado en el cuello. De noche,
tampoco podía, porque esperaba con los ojos prendidos en la oscuridad el andar
extraño que no se podía oír, sino sentir solamente. Se había llegado a comer un
poco de tabaco que él, en su silenciosa puntualidad nocturna, dejó tirado en el
borde del catre.
A
Rosalí le sirvió la pequeña sustancia marrón para el día entero. Se la pasó
mascando de a puchitos, hasta que tuvo que resignarse a tragarse con la saliva
terrosa el último resto de sueño que le quedaba. Después se quedó pensativa en
el sillón de mimbre, fraguando la felicidad, el colmo, el desespero amoroso.
Esa
noche iba a concretar la locura. Ni pudo tragarse el guiso de pájaros que
Atilana preparó casi sin darse cuenta. La muchacha así venía haciendo todas las
cosas en los últimos días, desde que empezó a florecer en la humedad de la
noche. Así que Rosalí enredó tanto las cosas, inventó las mil y una, y entre
vuelta y vuelta de cuentos que iba soltando a la nieta, ésta no pudo rechazar
un vasito de guaripola. A un vasito siguió otro, y finalmente Atilana terminó
durmiendo en la cama de su abuela, y ésta se tumbó en el catre de la muchacha,
envuelta en el camisón rosado de bombasí que olía a una flor y a un cielo
cargado de lluvia.
LLegada
la medianoche, Rosalí tenía el cuerpo dispuesto, aunque el cuerpo no hacía
honor a su arrebato. Primero, en la noche, se sintió una alteración de gallinas
desde la esquina del tatakua. Después, el viento pareció detenerse sobre la
puerta y Rosalí sintió con el olfato que él, el amado silencioso, ya estaba
allí, que la tocaba casi, que lo tenía encima, hurgándole el camisón rosado de
bombasí con una violencia increíble, que la arrojó sobre sí misma y la replegó
con su sorpresa y locura. En el centro mismo de un relámpago, tuvo todas las
certezas en un solo instante.
Lo
vio, más fuerza que cuerpo, más negro que el más oscuro de los pecados, más
húmedo que la respiración del abuelo cuando el asma lo sumía en la demencia.
Puro pelos y ojos encendidos, el amado sustraído por una noche, el apenas
entrevisto, silbó una sola vez, y la estranguló. Dijeron al día siguiente los
otros nietos, que el Señor de la Noche, aquel cuyo nombre en guaraní no debía
ser jamás pronunciado, había estado en la casa, y que había matado a Rosalí
para violar a Atilana, que empezó a vagar su delirio incurable desde ese
momento y para siempre, bajo los mangos frondosos y la dudosa soledad del
tatakua.
PÁGINA 31 – CUENTO
CARLOS ORIEL
WYNTER MELO
(Ciudad de
Panamá-Panamá)
EL ESCAPISTA
Conocí a Vitorio
Casagrande en una cantina. Sí, bebiéndose litros y litros de alcohol. Aunque
rodeado de mujeres, se veía harto. Abordaba una, conversaban y, después de
mirarla y remirarla, después de no encontrar algo buscado con insistencia, la
despedía. Regresaba a las botellas. Si volvía a armarse de ganas, tomaba a una
mujer diferente y repetía el procedimiento. Nada. Luego me aseguraría su
esperanza de ser sorprendido. La sorpresa era muy importante para él; como en
aquella cantina, la perseguía en cada cosa. Al final de la noche, se fue
renqueando; para mí sólo era un borracho más.
No supe de su
fama hasta que asistí a su espectáculo. Fue una presentación sublime. Vitorio
ataviado de negro, se metía en una caja del mismo tono. Silencio y todo el
asunto, sólo la figura de su asistente, vestida de hada madrina, mantenía el
lugar vivo. Luego quitar la caja negra descubriendo una caja negra de menor
tamaño, quitar la nueva caja y que pasara lo mismo, y de nuevo, como en las
muñequitas rusas donde una esconde siempre otra, hasta que se llegó a una
cajetilla como para cerillos. Y ¿dónde estaba Vitorio si antes de que lo guardaran
se revisó el suelo y se mostró el interior de la caja? El público soltó un
¡aaahh! de admiración. El hada madrina mantenía la caja de cerillos a la vista
de todos. La lanzó al suelo. Surgió una llamarada como con chispas y humo.
Vitorio apareció, vestido de blanco y con una sonrisa vacía. Es decir, yo sentí
su sonrisa vacía, como la noche de las botellas y las mujeres, tan de hastío.
En ese tiempo yo
tenía un hambre de revelación metafísica, que a todo le ponía significado.
Percibí el acto de Vitorio como un viaje. Los misterios, como las cajas de la
presentación, son negros. El detalle laberíntico, tipo muñequita rusa, me
pareció simbólico. Tanto me agradaron esas imágenes que decidí meterme a su
camerino y conocerlo, decirle que yo compartía su visión y que agradecía su
forma hermosa de comunicarla. Me deslicé entre la gente, como yendo a los
baños, crucé un pasillo y llegué a la puerta. Me miraban las letras doradas:
"Vitorio
Casagrande. Escapista".
Al principio me
decepcionó: yo hablaba mientras él fingía bostezos y se limaba las uñas. Le
parecí un frívolo buscador de autógrafos. Le dije que su acto era
impresionante. Y me dijo que no si lo había visto la semana pasada. Le dije que
el show era trascendente y contestó: "Comercio, hijo, comercio, cuando se
repite para que la gente se lo aprenda el asunto es comercio". Pero me
prestó atención cuando le hablé de lo alegórico. "...Usted viste de negro
al principio, con las tinieblas de la ignorancia, se lanza a un dédalo de
misterios, el mundo tal vez, su búsqueda llega a la ansiada profundidad, que
resulta ser la nadidad, entonces lo toca la gracia, la que usted de manera
concordante representó con un hada madrina, y con ella, por medio de ella,
ocurre la iluminación: reaparece pero vestido de luz, de blanco, de
sabiduría". Durante mi explicación se había recostado en el asiento. Me
miraba desde ahí con una ligera sonrisa. Exclamó: "Tenemos un filósofo
entre nosotros, ¡aleluya!, invitémosle un trago".
Nos fuimos a un
prostíbulo cualquiera. Nos sentamos en la barra y despues de pedir dos whiskys,
me soltó más o menos estas cosas: "¿Así que te gustó mi acto?",
asentí con la cabeza, "pero si te he dicho que es comercio: ya no hay
sorpresa y la gente perezosa, la que quiere las vainas masticadas, lo compra. Por
supuesto, no me refiero a ti, filósofo: tú le diste un giro que te asombró.
¿Cómo era lo que me decías del negro y los misterios y el hada madrina..? Si es
verdad que no era la idea del acto decirte todo eso, también lo es que a veces
se meten ese tipo de cosas, deseos, fantasmas, como duendes. Yo había soñado
con un hada madrina que, no me lo vas a creer, me tocaba con su varita mágica y
me llevaba a lugares increíbles. Después de eso, preparé mi acto y salió lo que
tú interpretaste. Y me ha pasado varias veces, tantas que he perdido la cuenta.
Trato de cambiar el acto lo más pronto posible y de que tenga algo de mí,
íntimo. Me entristece el tedio, ver a la gente pasmada con lo mismo. ¿Me
creerías que prefiero cuando no entienden, cuando se quedan, como con algunos
actos nuevos, tan desconcertados que el agrado no les llega hasta después? Es
que eso es vivir, eso es vida. Yo tengo que arrancársela a los callejones, al
fondo de un vaso, a las putas, y se la sirvo a mi público en bandeja de plata,
en la comodidad de sus asientos, espantando el fastidio: ¡qué más quieren! ¡Hay
tanto tedio en la calle, hombre, tanto tedio..!".
Mientras él
pedía otra bebida, un vodka ("ya me cansó el whisky de mierda este"),
yo le hablo de las metáforas: cosas que representan otras cosas.
"Encuentras diferentes significados a la vida por medio de las metáforas.
¿Sabes lo que significa eso, hombre? No más tedio;
vi-da-nue-va-ca-da-ma-ña-na".
Él niega con la
cabeza, con energía: "Yo he probado todas las metáforas. Yo soy un
"metaforeador". Y te voy a decir algo, son finitas, tarde o temprano
te encuentras con el tedio, el todo poderoso tedio, la-vi-da-li-mi-ta-da".
Y eso discutimos el resto de la noche, en un bar, en un restaurante, finalmente
en la acera. Nos fuimos a dormir.
Algunos días
después volví a colarme en su camerino. Se alegró mucho de verme:
"¡Filósofo!", gritó, "siéntate, hombre, siéntate. Tienes que
salvarme: dime algo nuevo, interpreta mis presentaciones. Ahora sí estoy
aburrido, aburrido en serio. ¿Crees que en Europa o en Oceanía o en Australia
haya sorpresas para mí? Si te has dado cuenta, no se me ha ocurrido ningún
espectáculo: sigo con lo de la caja negra, la cajita negra y el hada madrina. y
¿sabes qué es lo más doloroso?, que a la gente le gusta cada vez más. Algunos
son los mismos, cada noche. ¿Puedes concebir semejante estupidez? Ya saben lo
que viene: cuando entro en la caja, acompañan el redoble del tambor; cuando el
hada lanza la cajetilla, ya tienen los ojos cubiertos. ¡Hazme el favor,
filósofo..! Pero, ¿sabes dónde empieza el problema? En mí. El problema medular,
filósofo, es que yo estoy vacío, no encuentro inspiración en la calle ni en las
putas, nada me llena. Esto es grave, filósofo, muy grave...".
—Cálmate, hombre
—le digo—. Esto no es más que una crisis y la crisis es la antesala del cambio.
Se quedó
viéndome. Apareció su ligera sonrisa.
—Me gusta eso,
filósofo, me gusta. Fíjate que tiene mucho que ver con algo que me ha pasado:
sigo soñando con el hada madrina. Sí, cada noche aparece y me toca con su
varita mágica, me transforma. Yo tengo muchas ganas de que sea más que un
sueño, de que una mañana mientras me afeito o tomo el desayuno, aparezca el
hada, pero de carne y hueso, con poderes reales, y me lleve lejos de este
eterno hastío. ¿Qué interpretación le das a mi sueño, filósofo? ¿Qué metáfora
le encuentras?
Se me ocurrieron
varios significados al estilo de Jung. Pero él sólo se alegraba con uno: un
cambio en su vida estaba a punto de ocurrir.
Dwé de ver a
Casagrande durante varios meses. Noté que me evitaba y supuse que me había
sumado a la rutina que desecha. Me molestó y hasta me dolió: me había
encariñado con el hombre y creí que él se había encariñado conmigo. Dejé de
buscarlo pero lo que sí me digné hacer, fue verlo de lejos. Por un tiempo siguió
como siempre: en todo tipo de cantinas y alternando con cualquier persona;
persiguiendo la borrachera y a las prostitutas más raras. Durante el trabajo,
variaba lo más posible sus presentaciones. Después fue otro. Se le veía poco
pero con una sonrisa enorme, andaba desaliñado y distraído.
Estaba yo en
algún bar cuando escuché su voz:
—¡Filósofo, qué
gusto me da verte! ¿Sabes que te he estado buscando?
Lo miré con
indiferencia.
—Vamos, hombre,
no me mires así. Entre tú y yo no caben esas miradas: nosotros entendemos. ¿Te
acuerdas de las metáforas? ¡Cómo no las vas a recordar! Pues ellas son las
únicas que caben ahora. Esos ojos que chispean son para los que ignoran.
Le dije que
estaba bien, que yo entendía y que soltara lo que tenía que decir. Se acercó para
adoptar tono de confidencia. Me susurró algo. Desconcertado, pregunté:
"¿Que vas a hacer qué?". Y me soltó el más increíble plan que he
escuchado en mi vida.
Me dije, pero no
le dije, que estaba loco: que había llegado a su delirium tremens (ya era tiempo
con lo que tomaba). Le dejé seguir por un rato y lo abandoné a la siguiente
copa.
Dejamos de
vernos nuevamente. Una vez que estuve a punto de entrar en su camerino, lo
escuché mandando a todo y a todos a la mierda. La asistente temblaba en la
entrada. El administrador del teatro trataba de calmarlo, pero con cuidado,
porque de vez en vez volaban botellas de vodka, de whisky, de ginebra. Yo
retrocedí, convencido de lo inoportuno de la visita.
Un tiempo
después, aparecieron carteles anunciando el último acto de Vitorio. El
escapista tenía pensado retirarse de la vida pública por razones desconocidas.
También se decía que el acto sería único en la historia de la magia. La
curiosidad se extendió como pólvora.
No me asombró la
noticia. Hasta me produjo alivio. Vitorio cargaba una frustración del tamaño
del mundo y no podía seguir así. Era mejor que descansara. El pobre quería
cambiar su acto y nada le venía a la cabeza; daba su mano derecha por irse a
otro lugar, ver nuevas cosas, y se revolcaba en los mismos sitios, como
queriendo sacarles nuevos rostros a fuerza de recorrerlos. Si no fuera por sus
sueños, si no fuera por esa locura inminente que le daba luz, quién sabe qué
sería de él.
Llegó el día de
la presentación. Aseguré mi lugar en primera fila. Salieron él y su ayudante.
Saludaron entre aplausos. Vitorio vestía un frac blanco y lo iluminaba una
sonrisa de oreja a oreja. Me guiñó el ojo. Yo estaba tan impresionado con el
ambiente que sonreí con todas mis ganas. Lo primero que hicieron fue descubrir
la caja, ahora elegantemente pintada y con una serie de dibujos escarchados, un
unicornio, me pareció ver algunos ángeles. Luego, después de que Vitorio
efectuó pases que parecieron rezos, su ayudante lo encadenó: tres cadenas,
cuatro candados. Él ponía tal cara de aflicción, que parecía estar
representando algo, comunicando al público algún tipo de sufrimiento. Vitorio
se metió en la caja. La ayudante quedó sola. Música de fondo y descubrir cajas
más pequeñas, con rítmicos y estudiados movimientos. Cada caja destapada tenía
unicornios pintados. En la última caja, mientras redoblaban los tambores, se
encontró un pequeño avión de papel, de papel dorado. El pequeño avión se perdía
entre los dedos del hada madrina. Lo lanzó. Todos miramos con ojos de sorpresa
cómo la nave, aun con zigzagueante vuelo, se elevaba a las alturas del teatro y
se perdía en lo oscuro de la marquesina. La gente aplaudió, aplaudieron mucho.
Luego esperar la reaparición. ¿Y Vitorio? ¿Dónde está Vitorio? Pero hombre,
¿cuándo va a aparecer el escapista? Hasta la ayudante estaba desconcertada.
Vitorio no
apareció. Ay Vitorio, ¿qué es eso de escaparse para siempre? Como debes suponer
todavía algunos no cierran la boca, esperan pacientes en sus butacas que
alguien vaya a explicarles; esos perezosos que lo quieren todo masticado. ¿Cómo
iba tu plan? ¿Eso de soñar pero no dormir? ¿Eso de traerte al hada, a la
verdadera, a esa que le pedirías Oceanía, Europa y Australia? ¿Cómo iba? La
verdad es que sigo sin creerlo del todo, pero como la gota de agua horada la
roca, no lo descarto. Espero, sin mucha ilusión, una postal de París, Roma o
Sydney. ¿Un avioncito de papel? ¡Qué metáfora, hombre, hermosa metáfora!
PÁGINA 32 – POESÍA EUROPEA
MÓNICA IVULICH
(Madrid-España)
VENTANA LOBUNA
Cuando dos lobos esteparios se encuentran, ya no pueden disimular. Terminan abrazándose y más. Los une aquel desprecio social y ese temor a ser desleales a sí mismos. Un lobo estepario es molesto, pero dos son insoportables y, a la vez, invencibles ante la hipocresía.
Es la razón por la que vamos muy juntos por la vida, cuidándonos las espaldas y prestos a huir, atacar o reír a carcajadas ante la más mínima insinuación.
Mi lobo estepario preferido no se aparta de mi lado, aunque no esté cerca, nos une ese sentimiento pasional de reconocernos, de sabernos dueños de la estepa solitaria y de estar perdidos en la selva mundana, en la urdimbre hipócrita de la sociedad.
No queremos provocar, aunque nuestra sola presencia eriza los bellos de los más fuertes. Y seguimos avanzando, tratando de ser invisibles, pero nuestra intensa mirada nos delata y condena.
Por eso salimos poco, hablamos lo mínimo y después de compartir el vino nos retiramos casi sin saludar. Somos poco afectos a dar explicaciones, nuestros amigos nos tienen por locos y solo se enteran un poco cuando se asoman a nuestra ventana de lobo, en luna llena.
Cuando dos lobos esteparios se encuentran, ya no pueden disimular. Terminan abrazándose y más. Los une aquel desprecio social y ese temor a ser desleales a sí mismos. Un lobo estepario es molesto, pero dos son insoportables y, a la vez, invencibles ante la hipocresía.
Es la razón por la que vamos muy juntos por la vida, cuidándonos las espaldas y prestos a huir, atacar o reír a carcajadas ante la más mínima insinuación.
Mi lobo estepario preferido no se aparta de mi lado, aunque no esté cerca, nos une ese sentimiento pasional de reconocernos, de sabernos dueños de la estepa solitaria y de estar perdidos en la selva mundana, en la urdimbre hipócrita de la sociedad.
No queremos provocar, aunque nuestra sola presencia eriza los bellos de los más fuertes. Y seguimos avanzando, tratando de ser invisibles, pero nuestra intensa mirada nos delata y condena.
Por eso salimos poco, hablamos lo mínimo y después de compartir el vino nos retiramos casi sin saludar. Somos poco afectos a dar explicaciones, nuestros amigos nos tienen por locos y solo se enteran un poco cuando se asoman a nuestra ventana de lobo, en luna llena.
TANIA
LIBERTAD
(Elche-España)
Soy
el designio
entre
la lluvia de la mañana
que
premonizará tu día,
ser
la bailarina
que
danza en tu cama
y
que vagabundeaba con las frases en mano
haciendo
correr el rumor monótono
de
ya no ser la princesa vendida al cualquier postor.
Así
vendida.
Raudo
cuchillo que penetra.
Así
vendida. A vos.
Entre
las espesuras y plumas.
Buscar
la entrada de las almas mediocres,
¿Esperar
hasta cuando?
Entra.
Déjame
escuchar la canción de tu sexo,
ave
que plaga de ecos mi boca, mi piel.
Entra.
Para
recorrer los caminos mudos de tu cuerpo,
tantearte
en las tinieblas.
Estas
ahí.
Como
la flor que crece entre tus dedos
desencadenando
en tu cara el irascible
sabor
ignominioso de la lujuria.
Entra.
Recurramos
a los favores carnales
y
lávame del aire corrupto de mis poros,
ser
otra vez la niña, la dulce.
Despójame
de la sotana, el hábito
y
viólame entre los hologramas.
Olamos
lo humano
cuando
me revuelque en las magnamidades
de
la sábana en este infierno divino,
con
el frío de la muerte en mis ojos.
Vuelvo
y me confieso ante vos.
Cerrando
las grietas de mi carne,
cavando
hondamente en tus placeres.
Entra.
Es
ya de noche.
Cierra
la puerta.
XIMENA
GAUTIER GREVE
(París-Francia)
MÉXICO
LA HERIDA.
México,
fabuloso cimiento americano
te conocí en esos labios húmedos
como selvas, en profundidades
celestes como ojos de los cenotes,
anunciados en los vestigios lapidarios
de un mundo extraordinario.
te conocí en esos labios húmedos
como selvas, en profundidades
celestes como ojos de los cenotes,
anunciados en los vestigios lapidarios
de un mundo extraordinario.
México,
siempre cuna de revolución,
de cultura y literatos, esperanza cantando
en guitarrones orgullosos y trompetas tronadoras
abrazo inmortal de América india y libertaria.
de cultura y literatos, esperanza cantando
en guitarrones orgullosos y trompetas tronadoras
abrazo inmortal de América india y libertaria.
Hoy
tu suelo respira asesinatos
y cada día cuento tus fosas y tus torturados
y la Cordillera está ofendida, su alma clama
y los pueblos llevan esta marea oceánica
a tus puertas, hasta que se abra la verdad
y cada día cuento tus fosas y tus torturados
y la Cordillera está ofendida, su alma clama
y los pueblos llevan esta marea oceánica
a tus puertas, hasta que se abra la verdad
y puedas ser libre nuevamente.
GABRIEL
IMPAGLIONE
(Cerdeña-Italia)
PREGUNTO:
¿DÓNDE ESTÁN LOS NIÑOS?
He visto las mismas bombas que astillaron Bagdad
como una antigua magnífica cerámica
caer con su bramido de roja singladura
sobre Beirut.
¿Es verdad que el miedo se espesa
hasta hacer coraza de la piel ardida?
¿Cuánta muerte, Andrés, amigo mío,
significa Israel partida por la rabia?
¿Se puede medir la gravedad del miedo,
la profundidad de la sangre?
¿Cómo se dice: ¡Basta! para que se entienda?
¡Cuántos muertos sin muerte en los refugios
donde también se apilan desmemorias!
¿Es verdad que en Beirut las calles
conducen sólo a una gran tumba abierta?
¿Dónde están los niños?
¿Han sobrevivido las muchachas que resplandecían
detrás de los inmensos ojos negros?
¿Va de cadáver en cadáver la poesía
que abrió las ventanas del Líbano
a paisajes de andamios y de pájaros?
¿Dónde esta los niños?
¡Dónde!
¡Dónde están los niños!
Generales, mercaderes de armas, traficantes
de banderas, secuaces del imperio:
¡dónde están los niños!
Si es verdad que las heridas
lloran gotas de respuestas rotas, el aire
es espada que destroza la mano que la empuña.
¿Porqué Joumana los verdugos
cuando todo pedía por el canto?
¡Dónde están los niños!
¿Junto a los huesos de sus padres en las cárceles
y los centros de tortura?
¿Bajo la lluvia de plomo a mansalva?
¿En las orillas de las ciudades sitiadas por el odio?
Las mismas bombas que una vez y otra
se repiten imbéciles, ciegamente imbéciles
sobre plazas, mercados, aulas y cocinas,
sobre los niños del Líbano y Palestina,
sobre todas las conciencias
también caen ahora sobre mi casa.
He visto las mismas bombas que astillaron Bagdad
como una antigua magnífica cerámica
caer con su bramido de roja singladura
sobre Beirut.
¿Es verdad que el miedo se espesa
hasta hacer coraza de la piel ardida?
¿Cuánta muerte, Andrés, amigo mío,
significa Israel partida por la rabia?
¿Se puede medir la gravedad del miedo,
la profundidad de la sangre?
¿Cómo se dice: ¡Basta! para que se entienda?
¡Cuántos muertos sin muerte en los refugios
donde también se apilan desmemorias!
¿Es verdad que en Beirut las calles
conducen sólo a una gran tumba abierta?
¿Dónde están los niños?
¿Han sobrevivido las muchachas que resplandecían
detrás de los inmensos ojos negros?
¿Va de cadáver en cadáver la poesía
que abrió las ventanas del Líbano
a paisajes de andamios y de pájaros?
¿Dónde esta los niños?
¡Dónde!
¡Dónde están los niños!
Generales, mercaderes de armas, traficantes
de banderas, secuaces del imperio:
¡dónde están los niños!
Si es verdad que las heridas
lloran gotas de respuestas rotas, el aire
es espada que destroza la mano que la empuña.
¿Porqué Joumana los verdugos
cuando todo pedía por el canto?
¡Dónde están los niños!
¿Junto a los huesos de sus padres en las cárceles
y los centros de tortura?
¿Bajo la lluvia de plomo a mansalva?
¿En las orillas de las ciudades sitiadas por el odio?
Las mismas bombas que una vez y otra
se repiten imbéciles, ciegamente imbéciles
sobre plazas, mercados, aulas y cocinas,
sobre los niños del Líbano y Palestina,
sobre todas las conciencias
también caen ahora sobre mi casa.
DOLORS
ALBEROLA
(Sueca-Valencia)
I
Ya
hemos vuelto de nuevo al invierno de la lluvia.
Tocamos la gran piedra y su alquimia
nos redujo a cenizas.
De nada sirve, pues, la espesa tundra
de pensamientos firmes que tuvimos.
Hemos bajado al cálculo, nosotros,
los que erigimos torres
y fingimos silencios previamente.
Nuestras manos comienzan a diluirse, empero,
no quedó ningún verso capaz de pervivirnos.
Hemos vuelto al silencio,
al oscuro exactísimo que nadie deseamos.
Las gacelas no vierten sus más ligeros pasos
y hace un frío de vidrio que penetra los huesos.
De regreso al lugar donde nos sobra el nombre,
nosotros, los oscuros, no tenemos ya tiempo.
Los hijos, espantados, huyeron tercamente
y sólo somos miedo en las horas nocturnas.
Hemos vuelto a verter, entre la falda
pútrida de la tierra, nuestras viejas pasiones.
Aquí yacen ahora los más deseados pechos,
las narices perfectas de algún actor de moda,
los pinceles secretos que guardara el pintor
más dentro de sus ojos,
la moral predilecta de algún hijo de Dios
cuyo hábito podrido nos muestra los jirones
de la ambigua materia.
Aquí se desparraman niños,
vaginas no tocadas convierten en caminos
de larvas su pureza,
se desafora el pánico de no ser más besado,
se diluye la fe
como en un territorio de dioses pequeñísimos
que corroen la carne, impunemente.
Hemos vuelto de nuevo al jardín del invierno
a convertirnos tercos en suicidas rosales.
Si existe el jardinero que cuide nuestros tallos
habrá llegado tarde,
la nieve de la duda ahogó todos los cálices
y en el lugar secreto de la corola muerta
flotan lágrimas frías.
Tocamos la gran piedra y su alquimia
nos redujo a cenizas.
De nada sirve, pues, la espesa tundra
de pensamientos firmes que tuvimos.
Hemos bajado al cálculo, nosotros,
los que erigimos torres
y fingimos silencios previamente.
Nuestras manos comienzan a diluirse, empero,
no quedó ningún verso capaz de pervivirnos.
Hemos vuelto al silencio,
al oscuro exactísimo que nadie deseamos.
Las gacelas no vierten sus más ligeros pasos
y hace un frío de vidrio que penetra los huesos.
De regreso al lugar donde nos sobra el nombre,
nosotros, los oscuros, no tenemos ya tiempo.
Los hijos, espantados, huyeron tercamente
y sólo somos miedo en las horas nocturnas.
Hemos vuelto a verter, entre la falda
pútrida de la tierra, nuestras viejas pasiones.
Aquí yacen ahora los más deseados pechos,
las narices perfectas de algún actor de moda,
los pinceles secretos que guardara el pintor
más dentro de sus ojos,
la moral predilecta de algún hijo de Dios
cuyo hábito podrido nos muestra los jirones
de la ambigua materia.
Aquí se desparraman niños,
vaginas no tocadas convierten en caminos
de larvas su pureza,
se desafora el pánico de no ser más besado,
se diluye la fe
como en un territorio de dioses pequeñísimos
que corroen la carne, impunemente.
Hemos vuelto de nuevo al jardín del invierno
a convertirnos tercos en suicidas rosales.
Si existe el jardinero que cuide nuestros tallos
habrá llegado tarde,
la nieve de la duda ahogó todos los cálices
y en el lugar secreto de la corola muerta
flotan lágrimas frías.
PÁGINA 33-CUENTOS
INOLVIDABLES
JORGE LUIS BORGES
Argentina: 1899-1986
EL EVANGELIO SEGÚN MARCOS
El hecho sucedió en la estancia Los Álamos, en el partido de
Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su
protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinosa. Podemos
definirlo por ahora como uno de tantos muchachos porteños, sin otros rasgos
dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un
premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi ilimitada bondad. No
le gustaba discutir; prefería que el interlocutor tuviera razón y no él. Aunque
los azares del juego le interesaban, era un mal jugador, porque le desagradaba
ganar. Su abierta inteligencia era perezosa; a los treinta y tres años le
faltaba rendir una materia para graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que
era librepensador, como todos los señores de su época, lo había instruido en la
doctrina de Herbert Spencer, pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le
pidió que todas las noches rezara el Padrenuestro e hiciera la señal de la
cruz. A lo largo de los años no había quebrado nunca esa promesa. No carecía de
coraje; una mañana había cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres
puñetazos con un grupo de compañeros que querían forzarlo a participar en una
huelga universitaria. Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o
hábitos discutibles: el país le importaba menos que el riesgo de que en otras
partes creyeran que usamos plumas; veneraba a Francia pero menospreciaba a los
franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que
hubiera rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son
mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo,
le propuso veranear en Los Álamos, dijo inmediatamente que sí, no porque le
gustara el campo sino por natural complacencia y porque no buscó razones
válidas para decir que no.
El casco de la estancia era grande y un
poco abandonado; las dependencias del capataz, que se llamaba Gutre, estaban
muy cerca. Los Gutres eran tres: el padre, el hijo, que era singularmente tosco,
y una muchacha de incierta paternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo
que tiraba a rojizo y de caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del
capataz había muerto hace años.
Espinosa, en el campo, fue aprendiendo
cosas que no sabía y que no sospechaba. Por ejemplo, que no hay que galopar
cuando uno se está acercando a las casas y que nadie sale a andar a caballo
sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo llegaría a distinguir los
pájaros por el grito.
A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse
a la capital para cerrar una operación de animales. A lo sumo, el negocio le
tomaría una semana. Espinosa, que ya estaba un poco harto de las bonnes
fortunes de su primo y de su infatigable interés por las variaciones
de la sastrería, prefirió quedarse en la estancia, con sus libros de texto. El
calor apretaba y ni siquiera la noche traía un alivio. En el alba, los truenos
lo despertaron. El viento zamarreaba las casuarinas. Espinosa oyó las primeras
gotas y dio gracias a Dios. El aire frío vino de golpe. Esa tarde, el Salado se
desbordó.
Al otro día, Baltasar Espinosa, mirando
desde la galería los campos anegados, pensó que la metáfora que equipara la
pampa con el mar no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson
había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la
cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura. La lluvia no
cejaba; los Gutres, ayudados o incomodados por el pueblero, salvaron buena
parte de la hacienda, aunque hubo muchos animales ahogados. Los caminos para
llegar a la estancia eran cuatro: a todos los cubrieron las aguas. Al tercer
día, una gotera amenazó la casa del capataz; Espinosa les dio una habitación
que quedaba en el fondo, al lado del galpón de las herramientas. La mudanza los
fue acercando; comían juntos en el gran comedor. El diálogo resultaba difícil;
los Gutres, que sabían tantas cosas en materia de campo, no sabían explicarlas.
Una noche, Espinosa les preguntó si la gente guardaba algún recuerdo de los
malones, cuando la comandancia estaba en Junín. Le dijeron que sí, pero lo
mismo hubieran contestado a una pregunta sobre la ejecución de Carlos Primero.
Espinosa recordó que su padre solía decir que casi todos los casos de
longevidad que se dan en el campo son casos de mala memoria o de un concepto
vago de las fechas. Los gauchos suelen ignorar por igual el año en que nacieron
y el nombre de quien los engendró.
En toda la casa no había otros libros que
una serie de la revista La Chacra, un manual de veterinaria, un
ejemplar de lujo del Tabaré, una Historia del Shorthorn en
la Argentina, unos cuantos relatos eróticos o policiales y una novela
reciente: Don Segundo Sombra. Espinosa, para distraer de algún modo
la sobremesa inevitable, leyó un par de capítulos a los Gutres, que eran
analfabetos. Desgraciadamente, el capataz había sido tropero y no le podían
importar las andanzas de otro. Dijo que ese trabajo era liviano, que llevaban
siempre un carguero con todo lo que se precisa y que, de no haber sido tropero,
no habría llegado nunca hasta la Laguna de Gómez, hasta el Bragado y hasta los
campos de los Núñez, en Chacabuco. En la cocina había una guitarra; los peones,
antes de los hechos que narro, se sentaban en rueda; alguien la templaba y no
llegaba nunca a tocar. Esto se llamaba una guitarreada.
Espinosa, que se había dejado crecer la
barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al
pensar que en Buenos Aires aburriría a los muchachos con el relato de la
inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y
no iría: una esquina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de
mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén
con piso de baldosa que no sabía muy bien dónde estaba. En cuanto a sus
hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado -la palabra,
etimológicamente, era justa- por la creciente.
Explorando la casa, siempre cercada por
las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las páginas finales los Guthrie
-tal era su nombre genuino- habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de
Inverness, habían arribado a este continente, sin duda como peones, a
principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con indios. La crónica
cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. Al cabo
de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el castellano, cuando
Espinosa los conoció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero en su sangre
perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las
supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no
escucharon.
Hojeó el volumen y sus dedos lo abrieron
en el comienzo del Evangelio según Marcos. Para ejercitarse en la traducción y
acaso para ver si entendían algo, decidió leerles ese texto después de la
comida. Le sorprendió que lo escucharan con atención y luego con callado
interés. Acaso la presencia de las letras de oro en la tapa le diera más
autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le ocurrió que los
hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un
bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de
un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las clases de elocución
en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.
Los Gutres despachaban la carne asada y
las sardinas para no demorar el Evangelio.
Una corderita que la muchacha mimaba y
adornaba con una cintita celeste se lastimó con un alambrado de púa. Para parar
la sangre, querían ponerle una telaraña; Espinosa la curó con unas pastillas.
La gratitud que esa curación despertó no dejó de asombrarlo. Al principio,
había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los
doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él
había tomado su lugar y daba órdenes tímidas, que eran inmediatamente acatadas.
Los Gutres lo seguían por las piezas y por el corredor, como si anduvieran
perdidos. Mientras leía, notó que le retiraban las migas que él había dejado
sobre la mesa. Una tarde los sorprendió hablando de él con respeto y pocas
palabras. Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que
faltaban; el padre le pidió que repitiera el que ya había leído, para
entenderlo bien. Espinosa sintió que eran como niños, a quienes la repetición
les agrada más que la variación o la novedad. Una noche soñó con el Diluvio, lo
cual no es de extrañar; los martillazos de la fabricación del arca lo
despertaron y pensó que acaso eran truenos. En efecto, la lluvia, que había
amainado, volvió a recrudecer. El frío era intenso. Le dijeron que el temporal
había roto el techo del galpón de las herramientas y que iban a mostrárselo
cuando estuvieran arregladas las vigas. Ya no era un forastero y todos lo
trataban con atención y casi lo mimaban. A ninguno le gustaba el café, pero
había siempre un tacita para él, que colmaban de azúcar.
El temporal ocurrió un martes. El jueves
a la noche lo recordó un golpecito suave en la puerta que, por las dudas, él
siempre cerraba con llave. Se levantó y abrió: era la muchacha. En la oscuridad
no la vio, pero por los pasos notó que estaba descalza y después, en el lecho,
que había venido desde el fondo, desnuda. No lo abrazó, no dijo una sola
palabra; se tendió junto a él y estaba temblando. Era la primera vez que
conocía a un hombre. Cuando se fue, no le dio un beso; Espinosa pensó que ni
siquiera sabía cómo se llamaba. Urgido por una íntima razón que no trató de
averiguar, juró que en Buenos Aires no le contaría a nadie esa historia.
El día siguiente comenzó como los
anteriores, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se
dejó matar para salvar a todos los hombres. Espinosa, que era librepensador
pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó:
-Sí. Para salvar a todos del infierno.
-Sí. Para salvar a todos del infierno.
Gutre le dijo entonces:
-¿Qué es el infierno?
-Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.
-¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?
-Sí -replicó Espinosa, cuya teología era incierta.
-¿Qué es el infierno?
-Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.
-¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?
-Sí -replicó Espinosa, cuya teología era incierta.
Había temido que el capataz le exigiera
cuentas de lo ocurrido anoche con su hija. Después del almuerzo, le pidieron
que releyera los últimos capítulos. Espinosa durmió una siesta larga, un leve
sueño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia
el atardecer se levantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:
-Las aguas están bajas. Ya falta poco.
-Ya falta poco -repitió Gutrel, como un eco.
-Las aguas están bajas. Ya falta poco.
-Ya falta poco -repitió Gutrel, como un eco.
Los tres lo habían seguido. Hincados en
el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo
escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Espinosa
entendió lo que le esperaba del otro lado de la puerta. Cuando la abrieron, vio
el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: es un jilguero. El galpón estaba sin
techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz.
PÁGINA 34-RELATO
NORMA
SEGADES-MANIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LOS
CABALLOS SALVAJES.
Solamente
los ojos puros de las doncellas pueden verlos vagando por los bosques, ocultos
en la hondura del silencio, libres como los vientos del otoño entre las
arboledas.
Galopan
los arroyos salpicando de espuma los helechos, sacudiendo las crines sobre el
cuello, bufando la inquietud desde los belfos, piafando la sospecha detrás de
la maraña… Porque siempre establecen la cautela. Ella es su fortaleza, su
refugio, el baluarte insondable que su especie no rinde a la mirada de la raza
humana, la que perdió sus privilegios por corromper las leyes
Los
cubre como un manto la esfera del misterio, ese ambiente poblado por los granos
que expulsan las anteras para reproducirse. Porque la vida gira en remolinos
junto a sus cuerpos briosos, nacidos de una estirpe de leyendas.
Son
airosos, magníficos, de sangre aristocrática. Blancos como azucenas o
rododendros blancos debajo de la nieve.
Los
poetas les cantan en las noches de luna, cuando la luz se filtra en los ramajes
y destella en el asta que les nace en mitad de la frente. Aunque no puedan
verlos porque ha pasado el tiempo del asombro.
Si
alguna vez la luz los proyectara en el descalzo espejo de tu sueño, no dejes
que te vean. Tus ojos de ternura inusitada podrían capturarlos.
Y
ellos sucumbirían si les quitan la magia escondida en su cuerno.
PÁGINA 35-POESÍA
MARÍA ELENA WALSH
(Buenos Aires-Argentina)
EL ZOO LOCO
Una vaca que come con cuchara
y que tiene un reloj en vez de cara,
que vuela y habla inglés,
sin duda alguna es
una vaca rarísima, muy rara.
y que tiene un reloj en vez de cara,
que vuela y habla inglés,
sin duda alguna es
una vaca rarísima, muy rara.
Si una tortuga
llega de Neuquén
a Buenos Aires en un santiamén
lo más probable es
a Buenos Aires en un santiamén
lo más probable es
que no viajara a pie
Seguro que fue en ómnibus o en tren.
Seguro que fue en ómnibus o en tren.
Un hipopótamo tan chiquitito
que parezca de lejos un mosquito,
que se pueda hacer upa
y mirarlo con lupa,
debe de ser un hipopotamito.
que parezca de lejos un mosquito,
que se pueda hacer upa
y mirarlo con lupa,
debe de ser un hipopotamito.
Un canario que ladra si está triste,
que come cartulina en vez de alpiste,
que se pasea en coche
y toma sol de noche,
estoy casi seguro que no existe.
Si cualquier día vemos una foca
que junta mariposas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
que llamen al doctor: la foca es loca.
Hace tiempo que tengo una gran duda:
hay una vaca que jamás saluda
le hablo y no contesta.
Pues bien, la duda es ésta:
que come cartulina en vez de alpiste,
que se pasea en coche
y toma sol de noche,
estoy casi seguro que no existe.
Si cualquier día vemos una foca
que junta mariposas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
que llamen al doctor: la foca es loca.
Hace tiempo que tengo una gran duda:
hay una vaca que jamás saluda
le hablo y no contesta.
Pues bien, la duda es ésta:
¿será mal educada o será muda?
PÁGINA 36-CUENTO
ILDIKO
NASSR
(Jujuy-Argentina)
CUENTO
BREVE
PRIMER
DÍA
Tomás
espera en la puerta de su casa. Su familia todavía está desayunando. Siente
cosquillas en la panza. Siempre dice que el colegio no le gusta. Pero, hoy, el
primer día de clases, está ansioso por volver a ver a sus compañeros ¿habrá
alguno nuevo? ¿quiénes serán sus seños este año? ¿en qué aula tendrán clases?
Las preguntas se le agolpan en la cabeza y estallan en las mariposas de su estómago.
Todos los textos,
fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de
sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos
las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente
procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en
valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.