Número dedicado a la memoria de nuestra
querida amiga y colaboradora
IRMA BIGNON, Viuda de LÓPEZ ROSAS,
fallecida en la Ciudad de Santa Fe el día
28 de setiembre de 2014
GACETA LITERARIA Nº 95–
Octubre de 2014– Año VIII – Nº 10
Imágenes:
VLADIMIR VOLEGOV (Khabarovsk-Rusia)
PÁGINA 1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
Vaya uno
a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única certeza: si
todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado, y, peor
todavía, seremos gente del pasado milenio.Sin embargo, aunque no podemos
adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El
derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones
Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él, y por las aguas
que da de beber, los demás derechos se morirían de sed.
Deliremos,
pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies:
- En las
calles, los automóiles serán pisados por los perros.
- El aire
estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que
la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones.
- La
gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora,
ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor.
- El
televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado
como la plancha o el lavarropas.
- La
gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar.
- En
ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio
militar, sino los que quieran hacerlo.
- Los
economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo ni
llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas.
- Los
cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas.
- Los
historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos.
- Los
políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas.
- El
mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la
industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre
jamás.
- Nadie
morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión.
- Los
niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá
niños de la calle.
- Los
niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños
ricos.
- La
educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla.
- La
policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla.
- La
justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas,
volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda.
- Una
mujer, negra, será presidenta de Brasil, y otra mujer, negra, será presidenta
de los Estados Unidos de América. Una mujer india gobernará Guatemala, y otra,
Perú.
- En
Argentina, las locas de la Plaza de Mayo serán un ejemplo de
salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia
obligatoria.
- La
Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas de las piedras de Moisés. El
sexto mandamiento ordenará: "Festejarás el cuerpo". El noveno, que
desconfía del deseo, lo declarará sagrado.
- La
Iglesia también dictará un undécimo mandamiento, que se le había olvidado al
Señor: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte".
- Todos
los penitentes serán celebrantes, y no habrá noche que no sea vivida como si
fuera la última, ni día que no sea vivido como si fuera el primero.
PÁGINA 2 – NUESTRA
POESÍA
GRACIELA MITRE
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
Suelta las últimas hiladas
y se aleja
en su nueva nada no hay quietud
cava hundiéndose en el fango
de una lluvia que no cesa.
en tanto yo braceo
me enardezco por hallar la otra orilla
y recomenzar a hilar.
**********
Cuando el nudo se deshaga
quedarán a la deriva
serpentearán como un río nuevo
o tal vez braceen
ciegos y sin memoria.
**********
He
visto un río
ahogado
en si mismo
braceando
desolado
en
la grumosa
sombra
del agua
buscando
a ciegas
la
compuerta
por
donde huyen
los
desesperados.
BEATRIZ
CHIABRERA DE MARCHISONE
(Clucellas-Santa
Fe-Argentina)
DIGO
TU NOMBRE
A mi pueblo
Digo
tu nombre casi en un susurro
y
sin embargo retumba aquí en mi pecho,
porque
en tu nombre resuenan los arados,
zumban
las tipas de la plaza y silba el viento.
Digo
tu nombre, sólo lo pronuncio,
y
una niñez asoma desde lejos
con
los perfumes de las travesuras
que
abrazaban el alma
en
las siestas colmadas de silencio.
Digo
tu nombre y suena a primavera,
huele
a tierra mojada
que
moja mis recuerdos,
que
me salpica con las tradiciones,
que
me gasta en abrazos,
que
me arrulla
con
la calidez de pueblo.
Pues
con tu nombre afloran las raíces,
se
oyen las payanas y se asoma un tejo,
y
una campana, en medio de la tarde,
aún
repica fuerte, regalando un recreo.
Y
una vez más, tu nombre tiene hechizo,
llena
los ojos con colores nuevos,
vuela
cometas con olor a infancia
y
a bicicletas que remontan vuelo.
Porque
tu nombre guarda navidades,
tiene
fiestas con abuelos,
tiene
sabor a pan horneado de mañana,
a
fruta recién cortada
robada
del patio de los sueños,
tiene
la luz del paso de la virgen
andando
por tus calles en septiembre,
al
final del invierno.
Y
sigo andando, con tu nombre entre mis labios,
saboreando
espacios que quedaron lejos
encendiendo
luces en todos los rincones,
donde
quedó la magia,
donde
quedaron prendidos los recuerdos.
GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
YA
NO SER EL PUÑAL
Las piedras el escorpión y cada gránulo de arena
en el impávido desierto
son testigos de aquella marcha
arrancando desde el costado herido de un mar
que aún no era sangre y
se partiera al golpe
de mi báculo frente a la adrenalina de los
carros
fui daga lanza espada
lastimando con fuego y hambre
las espaldas del Nilo antes de la promesa y la
venganza
luego el ayuno y el maná
y la fiebre de la desesperanza
besando los genitales de oro del becerro y el
pantocrator
decretando la diáspora
de los cuarenta siglos que al cabo
se han cumplido y el regreso a la arena infinita
y el mismo
mar y los escorpiones y
las piedras / postrados de rodillas
ante los genitales del becerro y la furia del
dedo
en la montaña erosionada
por los colmillos babeantes.
Yo que fui el ángel exterminador de esta tierra
maldita
por mi apetito y mi
egoísmo / descubro con espanto
al sonar las trompetas que no soy el puñal sino
la herida.
OSCAR A. AGÚ
(Hercilia-Santa
Fe-Argentina)
EL RÍO DEL
TIEMPO
El río del tiempo no cede.
No
les es propio ceder. Nos arrulla
nos devora
nos mece
y
se apaga en mi, en vos
para
seguir en otros.
Somos
sus habitantes
somos
su territorio.
Quizás…
quizás
en otros mundos no exista
y
no exista porque no estamos.
Sin territorio humano no hay tiempo.
ROSA
FASOLIS
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
INTUICIÓN EN VOS
Yo sé que hay un mundo en el que abundas
eco de otros ecos
producto inacabado de erróneas alquimias
y metalurgias fraguadas en rayos y centellas.
Yo sé que ese mundo que concretas
colisiona de tanto en tanto con el mío
y dibuja pentágonos y fabrica estrellas
en ordenada mutación de otras constelaciones,
de otras celestes estelas,
de un pulso que se expande en magníficas canciones,
en cópulas ardientes que en el desbordado Aqueronte
horadan fronteras para apagar con fuego
las hogueras de nuestras arcanas fabulaciones.
O, acaso, para abrir nuevas huellas.
Yo sé que hay un mundo en el que abundas
arteria de otras arterias
y que un día no anhelado por mí, sino por otros
el adiós, furioso y sin alhajas,
dejará abierto el camino
para volver a casa.
PÁGINA 3 – CUENTO
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
A
FAVOR DE SAER*
Nada
mejor que comenzar esta intervención con una cita del propio Saer.
“La
poesía es naturaleza, no lenguaje. El lenguaje es una opresión. Cuando
despertamos a la poesía la poesía ya estamos dentro del lenguaje.
La
poesía busca en el lenguaje esos sedimentos, esas puertas que persisten en él y
permiten el acceso a la naturaleza. Toda poesía es un palimpsesto en el que se
superponen y se confunden naturaleza e historia, pero es únicamente a
través de la lectura que el lenguaje de la poesía reencuentra su historicidad”
Saer
también sostuvo que la experiencia en la escritura, es decir su propio proceso
obedece a un hecho individual y voluntario que tiende a expandirse y crear su
propia práctica y su propia base de ideas ,como si cada vez se gestara una
nueva escritura como una tarea recurrente que en cada nueva puesta en proceso
de borramiento entre los géneros hasta atreverse a aseverar que un día
escribiría una novela en verso, algo que como sabemos no llegó a producir
porque se fue antes de tiempo de la vida, dejándonos a sus leales lectores en
un grado de desazón y un duelo que perdura y que de vez en cuando nos lleva a
tomar uno de sus libros al azar y encontrar algunas de las mejores páginas
escritas en un rioplatense plagado de carnadura, de sentido y de
redescubrimiento.
La
lengua literaria, decía además, sólo se enriquece cuando incluye en ella la
lengua privada, no otra cosa hizo Bartolomé Hidalgo, que escribe en una lengua
que es y no es español en sus Cielitos y Diálogos patrióticos En ese magma
histórico, multicultural, plurilingüístico que lo formó con el aborigen,
castellano, portugués, andaluz y gallego. Esos versos populares, festivos,
escritos para arengar al gauchaje en su pelea contra el Rey de España, que
lleva la amenaza, la sangre y la muerte. No tan curiosamente la gauchesca
terminará siendo lo único original que se produce en el Río de la plata hasta
culminar en el Martín Fierro.
Cuál
es el efecto de fascinación que nos produce la obra de Saer.
Esa
idea original de borrar las fronteras entre prosa y poesía, ese sostener que si
uno no pensara en modificar el curso de la historia de la literatura no valdría
la pena siquiera intentarlo, lograr esa autonomía que le atribuía a los grandes
como por ejemplo Juan L. Ortiz. Porque el obra debe ser un acontecimiento
irrepetible y el proceso creativo por el cual se generan esas obras literarias
es un acto que está en permanente modificación, lo que se opone a la idea de la
literatura que debe someterse al canon del mercado.
Cuando
uno lee a un autor como Saer es como abrevar en una cantera inagotable, tanto
que es imposible lidiar con ella y no es esa mi intención, sino manifiesta que
es muy probable que me haya influido, tal me han dicho los amigos que me
quieren beneficiar. Porque uno obtiene siempre de ese torrente de ideas y de
pulsiones, un aliciente para mi propio trabajo o al menos un placer que se ve
renovado cada vez.
Voy
a referirme brevemente a un texto que por su alto contenido poético lo traigo
aquí y porque es digamos así, una temática que me ha fascinado siempre.
Se
trata del texto La Tardecita, de su libro Lugar. Donde la
precisión de la llanura aparece como en una forma de extrañamiento, para exhibir
el grado de poesía y de recuerdo. En mi último libro que se llama
precisamente El sentir de la llanura, hago referencia al texto saeriano.
Porque
si digo sentir la llanura, no conceptualizo, me resulta imposible, porque es un
sentimiento, no un concepto. No se puede razonarlo.
La
llanura es algo plano, que no tiene nada trascendente, nada que, por decirlo
así llame la atención.
El
paisaje de la llanura está en mí y el texto de Saer justamente marca una
historia que comienza la mañana en que Barco (que acaba de cumplir 52 años,
precisa el narrador) buscando algún texto corto para leer antes del almuerzo,
encontró la ascensión del Monte Ventoux, de Petrarca.
Que
oficia como suele suceder de disparador de los recuerdos.
Pero
esos son recuerdos personales, los que dispara esa lectura. Escribe el narrador
“no advino ni el éxtasis ni una revelación, sino algo más intimo y querido: un
recuerdo”. “Existe—escribe Saer—siempre durante el acto de leer un intenso y
plácido a la vez en que la lectura se trasciende a sí misma y en lo que lee,
abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su propio ser”. Y
relata que Barco inicia el viaje con su hermano mayor hacia un pueblo de
llanura y al bajar en la ruta tiene que caminar varios kilómetros hasta ese pueblo,
en un paisaje barroso tirado en la llanura como un puñado de manzanas
geométricas divididas por un par de vías del ferrocarril. Eso que para nosotros
podría ser un recuerdo compartido para Barco pudo ser el paraíso. Pero resulta
que ese paisaje que le era familiar de pronto se transforma en algo extraño,
casi metafísico.
En
esta zona de su literatura donde percibo que ese borramiento, esa disolución
entre prosa y poesía desplaza hacia la lírica narrativa, que él habría
descubierto en su maestro Juanele Ortiz.
Ese
paisaje habitual que habría sido hasta ese momento se estaba volviendo
irreconocible y extraño.
Como
si gradualmente, capas y capas de experiencia, como sucesión de marcas de
pintura sobre una imagen odiosa, terminarían por hacérsela olvidar, hasta que
esa
mañana
la lectura de Petrarca la trajo de nuevo a la luz viva del recuerdo.
PÁGINA 4 – NUESTRA
POESÍA
CARINA
SEDEVICH
(Santa
Fe Capital-Argentina)
ENCIENDO
LA LÁMPARA DE SAL DE LA MONTAÑA
junto a mi cama.
Me suelto el pelo
recordando las canas invisibles.
Me acuesto entre las sábanas de hilo
con la bata dorada de la China.
Debajo mi piel blanca no desea
ni en sus botones rosados
ni en sus lunares pálidos.
Sobre la almohada se escuchan mis anillos
porque está fresco, quizás,
y se afinaron mis dedos.
El oro, la plata, la amatista.
Afuera la noche se ha espesado
porque terminó la luna llena.
Empieza el mes que precede al invierno.
Qué ligera que soy sin tus deseos.
Qué dulce corre el alma
en mi esqueleto.
Qué cierta es esta cara y estos flancos
qué ciertos que son,
qué delicados.
Me admira mi gata, blanca y parda,
y yo la admiro a ella en su silencio.
Hasta el perfume rojo de las flores
tengo.
Qué ligera que soy sin mis deseos.
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
BOCETO
Me desperté de madrugada
deseando tener un vestido blanco.
[…] Era un deseo intenso
y lúcido.
ClariceLispector
En
primer plano un borde rocoso se acantila
amplíael
viento mi vestido blanco.
Al
pie del farallón /el bramido azulísimo del mar.
No
recuerdo en qué película
de
pie sobre el humus
–húmedo–
hundía
mi huella
la
traición en vilo / el paso en falso:
álgido
arabesco y posterior caída,
la
tela vaporosa abría un embudo
perdíasus
plumas.
Un
toque de maquillaje y a escena.
La
secuencia sobre papel de estraza,
boceto a plumín y tinta
china.
La
misma.
Siempre.
MARTA
GODDIO
(San
Jerónimo Norte-Santa Fe-Argentina)
ESTA NOCHE
A Jorge Luis Estrella
En la estatura justa de la madrugada
con el silencio preciso
Cuando reflejos lunares latigan desamparos
Mientras alguien –innombrado-
morirá de frío
Allá
Afuera
Esta noche
un poeta de blanca barba
derriba mis muros, mis presumidas trincheras
me espeja en su nombre, me nombra
me saca a la calle
me deja al descampado horizonte del hombre
luego abandona su cuerpo al descanso
y se arropa en el sueño posible
de una bandera que a todos abrigue
Mientras tanto
no hay poema que salve
Alguien morirá de frío
Allá
Afuera
Esta noche
FLORENCIA
LO CELSO
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
la
piel
lacerada
se
estremece
abre
sus
demonios
con
el deseo
de
un amante
primerizo;
entretanto
la mano
se
conmueve y
llega
a
otras latitudes
que
sobreviven
al
poema
MARIANA
VACS
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
MÁSCARA
Hoy,
al levantarme,
me
puse esta máscara de niña.
Oculta
mi cara del rumor del agua
y
de la esfinge que vigila el camino.
No
es que quiera negar quién soy.
El
problema
no
es a quién le digo,
sino
quién se entera.
PÁGINA 5 – CUENTO
MÓNICA
RUSSOMANNO.
(Santa
Fe Capital-Argentina)
DIGO
LA REALIDAD
Podríamos
decir que la felicidad entre dos seres que se hallan dura un rato, apenas
el tiempo de contar los primeros relatos, descubrir el olor de la piel y
la textura del cabello.
Podríamos
decir con sorna, y seríamos unos sornosos pero podríamos, realmente, podríamos
decir y decirnos que el encanto dura precisamente lo que los encantos;
hasta que el hechizo desaparece. Y diríamos con secreta fruición que siempre el
hechizo termina por desvanecerse. Siempre.
Diríamos
a quien quisiera prestarnos oído que la realidad es esto que acontece tal como
debe, esta confección con hilván a la vista y corta de mangas. Que la vida es
lucha y sufrimiento y que todo acercamiento entre personas que se encandilan
puede evitarse portando lentes para sol; que en realidad y dejando que la vista
se acostumbre, ni lentes hacen falta para que la luz sorprendente en los otros
ojos se transforme en un reflejo apenas notable.
Y
diríamos entonces que de nada sirve atrapar una cintura con los brazos, porque
somos grandes, hemos visto mucho, sabemos que el abrazo se transformará como en
las malas fábulas en el estrangular de la enredadera al árbol fascinado.
Si
yo anduve siempre en amores, qué me van a hablar de amor.
Cantaríamos
con voz desengañada el tango triste.
Y
la vida es esto pibe, no te engañes. La vida es el camino al laburo a la mañana
pibe, el beso desganado, la compañía sufrida con resignación de aquel o aquella
que una vez fue hermoso y único pero ya es una sombra más en el pavimento, esa
voz que nos recrimina por boletas impagas del pasado obscuro, esa carne que ya
no se encabrita debajo de la mano.
Diríamos
que las cosas son así. Que la tristeza es endémica, que toda flor turgente es
un futuro papel quebradizo sobre la lápida de un cierto mármol. Y tendríamos
razón. Pero quién me saca la sonrisa que se me va para adentro y se me abre
en el pecho. Y quién me dice que la realidad no es este pequeño instante,
este precioso momento entre los momentos, que su belleza depende precisamente
de su futura desaparición.
El
sentido común me haría decir muchas cosas sensatas. Digo la realidad es este
paso en la ancha acera, esta única libélula sostenida en un pedacito de
firmamento, este intervalo cardíaco, este breve amanecer.
Y
si después cae la sombra, no borrará la luz de la memoria. Si los milagros
fuesen perdurables, no formarían parte de la maravilla.
No
podrá negarlos la inexorable acumulación del tiempo ni el que la marea desgaste
y redondee las aristas.
Aquí
están. Hay que atraparlos al vuelo, montarlos hasta que desciendan, atreverse a
morir un poco cada vez que toquen tierra. Y creer con ingenuidad que la
realidad es esta cosa que acontece tan de vez en vez, tan esporádica. Que lo
demás es falso, que la verdad es la piedra con musgo en el medio, justo en el
medio del pedregal estéril.
Diría
que lo real es el páramo si mi alma no cantase de alegría posada en el mínimo
verde.
Digo
entonces "creo en el barco y no en la ancha mar, creo en ese silencio
resplandeciente y no en la abrumadora masa sonora, creo en este instante,
en este minúsculo instante creo en vos".
Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA
ALFREDO
LUNA
(Catamarca-Argentina)
esta
embriaguez en sístole es el agualuminosa de mi boca
tanto
tiempo susurrando conmigo en mi madre
y
a la intemperie
guaridad
milagrosa donde
eras
una bumbuna entre las sábanas
te
olvidé por culpa del ruido
de
estas ingratas palabras
y
del frío que sostengo
estoy
de luto, compañero.
ahora
la nostalgia es el pan maldito que me nutre
y
te guardo pocos días de revancha
por
ese resiste corazón, resiste
para
que seas mi único asesino.
ADRIANA
AGRELO
(Avellaneda-Buenos
Aires-Argentina)
Y
ella
transita caminos
se
tiende al sol
se
despereza
cada
día intenta vestirse de esperanza
desaparece
entre pliegues
y
en realidad resbaladiza
planta
su bandera
el
viento la hace ondear
y
ella cree
que
vive
sueña
porque
hay movimiento
y
no sabe que oscila
la
vida
laberinto
sin centro
y
perdida
sueña
que avanza
transita
los días
se
tiende al sol
despereza
caminos
se
viste entre pliegues
y
planta
semilla
que no brota
y
entrega
al
aire su raíz
y
ondear es moverse
vida
en movimiento
viento
cinta
de moebius
y
en el centro de su propio laberinto
tira
redes
pierde
la punta
del
ovillo y se enreda como gata en el juego
panza
arriba mirando el cielo
se
enreda
ALEXIS COMAMALA
(Córdoba
Capital-Argentina)
lo
que merece ser dicho es tu nombre
lo borrado se escribirá de vuelta en el reverso del cielo
lo acallado será puesto en boca de los peces
lo encerrado se dispersará por los campos abiertos
entonces sabrás
que existió un día en que todo fue degolladero
callar y aceptar el abismo
como una oración que emerge del estómago
pensás adormecido que lo que flota es pasado
buscás una cifra que dé tu destino
un vacío en la ofrenda para caer despacio
sin pena ni gloria, solo muertos dados al canto
trazás nuevas líneas para recordar
y si hoy abro ese lugar de larva
y nos mareamos juntos
debajo allí debajo
estamos protegidos de un mundo
y de su reverso que emergerá
he incendiado un mapa y renunciado a los rezos
algo volverá de los cuervos
nada quedará del filo del hacha
resucitará el grito y la piedra
la infancia es un jardín sin escrúpulos,
algo se dinamita, algo crece en la otra orilla
lo borrado se escribirá de vuelta en el reverso del cielo
lo acallado será puesto en boca de los peces
lo encerrado se dispersará por los campos abiertos
entonces sabrás
que existió un día en que todo fue degolladero
callar y aceptar el abismo
como una oración que emerge del estómago
pensás adormecido que lo que flota es pasado
buscás una cifra que dé tu destino
un vacío en la ofrenda para caer despacio
sin pena ni gloria, solo muertos dados al canto
trazás nuevas líneas para recordar
y si hoy abro ese lugar de larva
y nos mareamos juntos
debajo allí debajo
estamos protegidos de un mundo
y de su reverso que emergerá
he incendiado un mapa y renunciado a los rezos
algo volverá de los cuervos
nada quedará del filo del hacha
resucitará el grito y la piedra
la infancia es un jardín sin escrúpulos,
algo se dinamita, algo crece en la otra orilla
ALICIA
MÁRQUEZ
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
EN
LAS ESQUINAS
En
las esquinas,
hay
chicas y muchachos que se besan.
No
sólo en las esquinas.
Se
besan también a mitad de la cuadra,
esperando
el subte,
en
las aburridas paradas de los colectivos,
en
el tren.
Parece
que se despiden.
O
que llegan de la guerra.
Parece
que están tristes
con
los ojos húmedos y
las
manos como helechos temblorosos.
Pero
no.
Sólo
se besan y se hablan al oído
prometiéndose
el cielo.
Se
besan interminablemente.
Se
descubren.
No
existe nada más.
Ni
árboles, ni autos, ni gente.
Gente
que pasa rapidísimo
y
que, de repente,
se
para,
los
mira
y
se vuelve sombría.
O
les da vergüenza.
¿Cuánto
dura ese beso interminable,
esos
ojos cerrados,
ese
suspiro infinito?
¿Cuánto
dura ese amor
que
se desmaya en las esquinas,
en
los zaguanes,
al
borde de la vía.
A
la noche. De día.
Con
frío?
¿Cuánto
dura el amor para siempre?
AUGUSTO
ENRIQUE RUFINO
(Salta
Capital-Argentina)
REGRESO
No
era el fin…
Todavía…
Debí
regresar
Con las rodillas dobladas
Arrastrando maletas
de fracasos y heridas
Para re-encontrarme
Ya
no existía
La lluvia
danzando
cristalina
Ni la rosa
con su perfume esperanzador
Ni el sol
asomando en el alba
su presagio de vida
Debí
re-encontrarme
En mi lecho de niño
En mis calles de lapachos y azahares
Para encontrarte…
Volver a soñar auroras
y noches alucinantes
para fundar nuestro
paisaje.
No
era el fin…
Todavía…
PÁGINA 7 – RESEÑA
GRISELDA
GARCÍA
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
Libro:
INFAMÉLICA
Autor:
ROLANDO REVAGLIATTI
Si alguien en la ciudad
de Roma ignora el arte de amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus
versos. Ovidio, El arte de amar
Famélico:
del latín famelicus, hambriento, muy delgado, con aspecto de pasar hambre.
Infame: del latín infamis, que carece de honra, crédito y estimación; muy malo
y vil en su especie.
Una
flaca mala, qué mejor. Cualquiera se enamoraría de ella. A pesar de que la
mayoría de las mujeres llevan el imperativo “sé buena” como una marca, la
maldad es tan refrescante…
La
virtud de Infamélica es decir mucho con pocas palabras. De ser leído en clave
de ars amandi puede llevarnos a buenos puertos en la conquista amorosa. En la
travesía aprenderemos, por ejemplo, que es posible vivir una pequeña vida junto
a una mujer y no conocerla: “No es imposible que sean treinta/ los años que
hace que no la veo// Con ella convivo/ -no es imposible-/ desde hace treinta
años// Mi ceguera/ y ella: / nada es imposible.”
¿Para
qué busca un hombre conocer a una mujer si no es para dominarla? A las mujeres
no hay que entenderlas, hay que amarlas, dijo alguien que puede ser desde Oscar
Wilde hasta Ricardo Arjona. “No hay modo de conocerte/ no hay tampoco modo de
desconocerte// No hay modo de conocerte/ en el sentido de que no hay modo de
atesorarte/ si es que sólo accederé a conocerte.” Y es que el único modo de
conocer es renunciar a atesorar. Como dice Mario Trejo, los recuerdos se hacen
de mujeres perdidas. Sólo es nuestro lo perdido.
Quien
se construye como mujer es habitada por una pequeña multitud. Revagliatti da
cuenta de un variado catálogo de personajes femeninos vistos desde un yo
poético fuerte, que no habla solamente, sino que además dice.
Estos
poemas desmienten el carácter “básico” del deseo masculino. Si en algunos casos
el ser hombre es un acto continuo de demostración de que se es valiente y se
puede, en Infamélica la voz se asimila a la de un antihéroe, ese individuo
común sin atributos especiales que es por eso mucho más atractivo.
En
el macro mundo que plantea esta voz, el sexo no es utilizado para eludir la
intimidad sino para propiciarla y conectar con las emociones, terreno escarpado
para algunos hombres: “Yo/ no te propongo/ ahondar el vínculo: / te propongo/
vincular las honduras.”
Cuánto
hace que no me sorprendía un libro de poemas. Cuánto hace que no me dejaban
pensando algunos juegos de palabras, con lo desprestigiados que están. Son los
juegos de alguien que ama el lenguaje y no lo destroza como sí hacen algunos
lacanianos tristes. Además, este libro me hizo reír. Y de quien nos hace reír
no nos olvidamos.
Ojo
con la vida no vivida hecha literatura, pienso a veces. Contagia y no hay
vacuna admisible. Estos poemas desbordan plena vida vivida, tienen calle, hay
un exceso que se hizo arte y eso es para celebrar.
¿Para
qué voy a leer un libro que no me desea?, se pregunta Barthes. Infamélica
destila deseo.
PÁGINA 8 – POESÍA
ARGENTINA
MÁXIMO
SIMPSON
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
A
FIN DE CUENTAS
aún
no he podido arborecer,
y
mi charla fue siempre un balbuceo,
ambiguo,
sospechoso.
Algo
les falta aún a mis sentidos
para
olfatear la dicha,
la
fe de los creyentes,
esa
fe que resiste
la
prueba irrefutable del más ronco alarido.
Soy
un hombre inconcluso,
y
ya es un poco tarde para intentar de nuevo
mejorar mis reflejos,
o
esperar con paciencia
el
crecimiento firme de aletas y de branquias,
de
ruedas vigorosas,
pues
la nada me espera en cualquier sitio,
tal
vez en la cocina,
tal
vez mientras escribo
esta
trivial noticia de mis días.
AMELIA
ARELLANO
(San
Luis Capital-Argentina)
PALABRAS
QUE VIENEN DE LEJOS
Han
cortado mil veces las ramas de un hachazo y otras mil veces su ombligo ha
florecido en vuelos.
Ha sido bruja primigenia, urna con secretas
pócimas.
Selva
oscura y lujuriosa. Rama que acaricia el
agua y florece en lluvia.
Paloma y
mujer. Espléndida en su desnudez de rosa.
Porque es otoño ya y las hojas caen en
persistente llovizna. Y a las ramas les duele la ausencia, y llora el tronco,
la raíz, el hombre.
Porque el amor duele, como duelen los grandes
goterones de tristeza que quedan suspendidos en el rostro ajado de la
Pachamama.
Porque en los acantilados del deseo los claveles
blancos y celestes, quedan mustios en la arena seca. Y no hay agua en el cielo,
ni en la tierra.
Porque el mayor temor es el miedo, un miedo
viscoso que se adhiere a la piel y a los huesos. Un miedo solo comparable a la
muerte… o la vida y por el cual han sido cometidos los mas horrendos hechos de
la Historia.
Porque aun temiendo enfrentamos al miedo. Porque
somos mujeres y rama. Vuelo de lluvia y paloma al mismo tiempo.
Porque de lejos nos viene el legado de las
doncellas aborígenes y aun, como ellas, danzamos, golpeamos, suavemente la cara
del agua para que el maleficio de la sequía no la atormente.
Porque nuestra profesión más antigua no es el de
prostituta, sino de paridoras de vida y de memoria. Por todo esto, entre palomas, ramas y
exorcismos surgen estos pobres poemas. Son tuyos, cuídalos.
LILIANA
ANCALAO
(Comodoro
Rivadavia-Chubut-Argentina)
HIJAS
I
yo
andaba
tan derramada por la vida
dando lástima imagino
qué dirían de mí
tan regalada al mar
y me nacieron
dos hijas madrugadas
de innumerables ojos
brillantes impacientes
vinieron a juntarme
me ordenaron los días
en estantes de leche
trivisol
y vitina
sin consultar siquiera
me invadieron
II
tan derramada por la vida
dando lástima imagino
qué dirían de mí
tan regalada al mar
y me nacieron
dos hijas madrugadas
de innumerables ojos
brillantes impacientes
vinieron a juntarme
me ordenaron los días
en estantes de leche
trivisol
y vitina
sin consultar siquiera
me invadieron
II
nacieron
y los peces relampaguearon en la oscuridad
y hubo fauces por los cuatro costados
aprendimos el lacerante miedo
de no tener pan
y abrigo
para ustedes
III
y los peces relampaguearon en la oscuridad
y hubo fauces por los cuatro costados
aprendimos el lacerante miedo
de no tener pan
y abrigo
para ustedes
III
qué
resistencia de personitas
al acecho
de un resquicio una fisura
por donde filtrar su luz
su desbandada luz
su verdad insoportable
justo a nosotros
que nos hacemos los fuertes
justo a nosotros
y nos quedan grandes
IV
al acecho
de un resquicio una fisura
por donde filtrar su luz
su desbandada luz
su verdad insoportable
justo a nosotros
que nos hacemos los fuertes
justo a nosotros
y nos quedan grandes
IV
y
cuando ya no puedo
cuando el viento me arroja paladas de ceniza
y ya casi me tiene
ahí apagada
abren a gritos la puerta más pesada
pasan a risas sobre el silencio más sordo
y me traen ¿para mí?
una flor amarilla de esas
que pegotean su perfume en el baldío
se van
tras el amigo nuevo que junta cascarudos
yo me quedo así
recordada
como una piedra
quién lo diría
voy a estar aquí
cada vez que vuelvan
cuando el viento me arroja paladas de ceniza
y ya casi me tiene
ahí apagada
abren a gritos la puerta más pesada
pasan a risas sobre el silencio más sordo
y me traen ¿para mí?
una flor amarilla de esas
que pegotean su perfume en el baldío
se van
tras el amigo nuevo que junta cascarudos
yo me quedo así
recordada
como una piedra
quién lo diría
voy a estar aquí
cada vez que vuelvan
MARIA
BENICIA COSTA PAZ
(Cipolletti-Río
Negro-Argentina)
DESTINO
Comienza
la lluvia.
Serpenteo
de gotas
se
juntan en venas,
fútil
reguero.
Al
caer entonan
estribillos
tiernos,
ritmo,
algarabía.
Resbalan
las aguas
por
escalinatas,
atajos
marcados
fuertes
pendientes.
Al
final, desbordan.
Los
barros encharcan,
anegan
veredas.
Coros
de tenores
acunan
mis sueños,
que
huyen febriles
por
la alcantarilla.
Al
mar.
MARÍA TERESA ANDRUETTO
(Arroyo Cabral-Córdoba-Argentina)
HOSTERÍA EN LAS SIERRAS
Tras
la ventana del hotel caen las hojas amarillas,
flotan
semimuertas sobre el agua de la piscina,
como
en un cuento de Cheever. En la memoria
alguien
arrastra una silla hacia el agua sucia,
sin
embargo es de oro esta luz y ella sabe que puede
no
verla más. Cuando era chica quería ser pianista.
Iba
con otra de la mano, iba con El clave
bien temperado
bajo
el brazo, hacia una casa de la calle Francia.
Saludaba
camino del conservatorio a los vecinos,
pensando
que su música era para esa gente.
Alguna
vez tocaré preludios en un teatro, se decía,
y
aplaudirán los vecinos, la buena gente
del
pueblo.
Historia
de vida suya, pero remota.
Más
tarde quiso ser como la puta de Fassbinder,
ésa
que hacía feliz a todo el mundo. No la maldita,
no
la estrella incandescente, no la artista consumida,
sino
la monja de clausura, la que alivia al peregrino,
la
que no le quita a nadie nada. No hay distancia
entre
lo íntimo y lo público, las calamidades
históricas
convergen con las privadas. La buena
gente
asesina a los débiles y mantener abierta
la
herida es la única esperanza.
Historia de vida remota,
pero suya.
Cuando
escribe en la noche, crece el murmullo
de
tantos y tantos que vienen llegando, un torrente
que
avanza y se dilata, que grita Go Home,
Go Home, necesito un lugar en
el mundo. ¡Y ella
que
no quería quitarle a nadie nada!
PÁGINA 9 – CUENTO
NECHI
DORADO
(CABA-Argentina)
EL
TUVO UN SUEÑO
-Anoche
soñé con vos, le dijo alguien a la mujer que estaba más
acostumbrada a escuchar frases con fuerza imperativa
como:
-Hacé,
andá, traé, ayudame, escuchame… Y ella se quedó pensando, que
justamente esa noche, no había podido pegar un ojo. Recordó ese
viejo mito popular que dice que “cuando el sueño no llega en las noches es
porque uno está en el sueño de otra persona”.
-¡¿Pucha,
será tan así, entonces”?! Se preguntó. Sonrió, siguió
haciendo, andando, trayendo, escuchando…durante toda la tarde, repitiendo la
misma frase.
-Digo,
pensó envuelta en una sonrisa picaresca comparable a la de un niño cuando está
elucubrando su próxima travesura, ¿qué tendrá que ver que sueñen con uno? Es
tan amplio el catálogo de sueños no impreso que darle importancia a ese
comentario me parece casi adolescente. Pero, ¿por qué no mantener aunque sea
esporádicamente un pensamiento más acorde a la mocedad que a la madurez? ¿Es
que acaso tendrá fuerza de ley el que los años se devoren
todo? Anoche soñé con vos, me dijo, y no me molestó el
comentario sino todo lo contrario.
Cuando
cayó la tarde y el silencio volvía a recuperar su espacio perdido durante las
horas anteriores, cansada de andar por cada rincón de la casa como si fuera una
autómata, se sentó frente a su computadora para echar un último vistazo a esa
página de noticias donde el mundo se veía tan desnudo como no lo mostraban en
otros sitios informativos.
Es
que la verdad siempre reditúa más cuando se la modifica; o cuando se
la toca por arriba; o cuando directamente se la tergiversa. Esa
página abierta durante todo el día y hasta bien entrada la
madrugada era su espacio de trabajo con conciencia militante.
Extraño trabajo a juzgar por más de uno que no concibe la vida sin dinero
mediante.
-Como
todo en la cotidianeidad, lo que menos problemas acarrea es mentir, la verdad
duele, hiere, lastima, no obstante la prefiero, aseguró como hablando para sí
misma. Estaba tan segura de ello que no dudó al pensarlo, en realidad la duda
no era su fuerte cuando algo se instalaba en esa parte del cuerpo donde
sobreviven las ideas. Comenzó a recorrer cada letra, imaginando escenas,
indignándose, preocupándose y no era para menos.
-“Sigue
el genocidio nazi en Palestina”, es cada vez mayor la cantidad de niños
masacrados que de no terminar tendidos en charcos de sangre,
seguramente, con los años serían los futuros “terroristas” al decir
y pensar de más de un imbécil ¿Qué duda puede quedar de que esos criminales
sionistas son nazis? ¿Qué duda puede quedar si es más que evidente que están
reeditando un holocausto padecido por ellos mismos, años
atrás? ¿Quién parará ese martirio si acaso quisieran pararlo?
Murmuraba desde esa argamasa que se forma cuando la bronca y la angustia patalean
en el alma.
-Colombia:
“Nueve jefes paramilitares que asesinaron a quince mil seiscientas sesenta y
siete personas salen en libertad habiendo pagado su condena con apenas siete u
ocho años de cárcel”, anunciaba otro titular. Además, ese aparato
criminal para estatal se está rearmando como ejército en algunas zonas de esa
geografía sangrante. En las otras nunca dejó de actuar apoyado como siempre
estuvo por el propio estado.
–¡Qué
poco vale el espanto, qué poco vale la vida para un gobierno si se permite
semejante atrocidad bajo el paraguas de una burlesca pseudo democracia
genocida! Así dice buscar la paz ese gobierno cuando en realidad está
demorando cualquier intento de conciliación. Así también hay quienes vieron la
panacea esperanzadora en esa administración que está mostrando la
hilacha que nunca ocultó. Me preocupa la continuidad de los Diálogos de Paz en
esa tierra hermana herida, tanto como me indigna la debilidad de más de un
luchador histórico hoy actuando como si fueran serpientes encantadas por un encantador
famélico, truculento, ilusionista. Siguió recorriendo las
noticias, una peor que la otra, como siempre, pero que había que
decirlas.
-“Un
congresista norteamericano especuló con la posibilidad de que menores
centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera con EEUU fueran portadores
del virus del ébola, mientras que la Organización Mundial de la
Salud reconoce que el tratamiento contra ese virus no alcanzará a los más
desfavorecidos”, siguió leyendo.
-Así
que ahora empiezan a preocuparse por ese virus que desde 1976 y de la mano del
hambre está causando desastres en el África. Tenía que llegar al norte de
América y dejar tendido a un par de blancos para que adquiera fuerza de
flagelo. De seguir perfeccionándose la manipulación de los laboratorios en
pocos años estaremos en condiciones de publicar en grandes títulos: “No hay más
miseria en el mundo, gracias a virus extremos lanzados al aire como
serpentinas, murieron todos los pobres, sobre todo los de raza
negra” ironizó la mujer.
-“ Honduras:
Asesinan a Margarita Murillo, dirigenta campesina y co fundadora del FNRP” fue
otra de las noticias publicadas en la página contra informativa.
Siguió
recorriendo cada renglón y los reportes eran similares, todos hablaban del
descaro de un sistema que se sabe agónico, pero que aún
muriendo sigue dejando su baba de veneno cada vez más criminal.
Fondos buitres chupando dinero, esfuerzo y sangre de pueblos que no eligieron
apoyarse en esos. Empresas contaminantes, tierra desangrada, alimentos
transgénicos, indígenas expulsados de su territorio tal como hace tantos años.
Guerras que continúan y guerras que se anuncian. Empresas para la
reconstrucción de países instaladas “previsoramente” mucho antes que
las contiendas comiencen. Farmacológicas a punto de quiebras se salvan gracias
a la “colaboración humanitaria” del bioterrorismo.
Realizado
el recorrido, señalizando los artículos que debía abordar el día
siguiente, apagó la computadora y se preparó para retirarse a descansar.
-Anoche
soñé con vos, volvió a recordar la frase que alguien le dijera esa tarde fría
de un agosto que tenía medio recorrido transitado. Cuatro letras
que parecían haber adquirido casi, casi, la fuerza de un mantra.
-Volvió
a sonreír mientras cepillaba su cabello como todas las noches. Tal vez, dijo
mirando su propia imagen en el espejo, con un poquito de suerte hoy tampoco
pueda dormir… aunque no quiso contarme qué papel protagónico ocupé en su sueño.
Lo que sí, me aseguró, fue que no me convertí en una pesadilla.
Y
yo le creo ¿ por qué no?
PÁGINA 10 – POESÍA
ARGENTINA
CARLOS
MÜLLER
(Salta
Capital-Argentina)
PELIGRO
de EXTINCIÓN
Ahora
son pocos
los
que conocen los himnos
de
aquellas almas que volaban
como
chispas prolíficas
surgidas
de un volcán que arrojaba
desde
su corazón de magma
un
futuro incandescente
de
piedras azuladas.
Dicen
que éste es otro tiempo
sin
Ulises y sin Sirenas.
Ahora
son pocos
los
que alguna vez amaron sin límite
Son
pocos los que todavía
En
una plaza cualquiera
Buscan
un banco Se sientan en él
Y
de repente la lengua
se
les pone en movimiento
Y
hablan con una voz
ya
muerta.
ENRIQUE
MOLINA
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
TAMBIÉN NOSOTROS
Sí, zarparemos con los últimos barcos.
Al mar también le duelen las piedras que lo ciñen,
cuando su ronca cólera no basta
a estremecer la muerte del pequeño marisco.
Apartadme de mí, de mi larga estadía.
Siempre el rostro las manos, el sueño y el espejo.
Podrías recordarme como al humo:
para eso hay muelles de dulce declive.
Eternas criaturas de la tierra,
seguiremos andando debajo de las flores,
con ligeras estrías azules en el hombro.
Y acaso reconozcan nuestros nietos por su pelo
arbolado,
por sus ojos de tristes nadadores,
y su manera de decir: “Otoño...”
FERNANDO
BELOTTINI
(San
Jorge-Santa Fe-Argentina)
LO
QUE LAS PIEDRAS DICEN
Tanto a mi hijo como a mí
nos gustan mucho las piedras
también a mi padre
sospechamos que guardan algo
en su memoria
y que han visto lo posible
desde la inmovilidad
y podrían contar
atractivas aventuras
Nadie nos dijo que así fuera
es un augurio genético
y lo vamos transmitiendo
cópula mediante
de generación en generación
Cuando mi hermano
venga a visitarnos
sé que saldrá a juntar piedras
y dirá ¿viste esta? ¿y esta?
y traerá las que supone
fueron árboles o raíces
o querrá encontrar incrustado
el resto fósil de un pez
o de un escarabajo
y se las llevará a su casa
más allá del peso y del color
o de que antes hayan sido
pez, vegetal o escarabajo
y por las noches
esperará en silencio
como los demás
que ellas le hablen.
DARIO VILLALBA
(Salta
Capital-Argentina)
LA
SILLA FRENTE AL MAR
Hace
tiempo otra silla fue vecina de ella
pero
ya no está y frente al mar
ha
quedado sola
Tiene
la delicadeza de una durmiente
Yo
veo la austeridad de sus partes erguirse
cuando
en la abundancia de su alrededor
comienzan
a aletear las sombras
y
poco a poco se va derrumbando el griterío
En
su obstinado esfuerzo por permanecer
de
vez en cuando la brisa
le
inventa pequeñas posibilidades de movimiento
La
costumbre del persistir tal vez esté en los clavos
en la intensa pasión de la madera
La
parca silueta aguanta la severidad de la luz
el
salto encrespado del agua
la
constante formulación de la rutina
Pasan
los años y sigue quedándose
aunque
ya no esté en varias partes de su entramado
Igual contenida
en su saciada inmovilidad se queda
quizás
porque sabe que no se puede corregir la ausencia
Por
las noches bajo la luna
a
ras del agua una víbora plateada le murmura
La
silla frente al mar parece preguntarse
cómo
se mancha uno de azul
mientras
serena
se
queda sobre la orilla
aprendiendo
lentamente el ahogo
GUSTAVO CASO ROSENDI
(Esquel-Chubut-Argentina)
¿Dónde estás, Miguel,
tan injustamente desabrigado;
ahora que el viento
toca tu triste guitarra,
mientras sigue creciendo
la Rosa en la vereda de la
comisaría como hace
veintiún años?
¿A dónde diablos
te escondió el Diablo?.
¿Dónde buscar? ¿es tan
difícil encontrarte? si el mundo
es un pañuelo, apenas.
Un pañuelo muy mojado.
Ya van a llegar. Ese día
y vos. Los dos, bien juntos;
tomados de la mano.
tan injustamente desabrigado;
ahora que el viento
toca tu triste guitarra,
mientras sigue creciendo
la Rosa en la vereda de la
comisaría como hace
veintiún años?
¿A dónde diablos
te escondió el Diablo?.
¿Dónde buscar? ¿es tan
difícil encontrarte? si el mundo
es un pañuelo, apenas.
Un pañuelo muy mojado.
Ya van a llegar. Ese día
y vos. Los dos, bien juntos;
tomados de la mano.
PÁGINA 11 – CUENTO
FERNANDO
SORRENTINO
(CABA-Argentina)
ESENCIA
Y ATRIBUTO
El
25 de julio, al querer apretar la letra A, advertí en el meñique de mi mano
izquierda una tenue verruga. El 27 me pareció considerablemente mayor. El 3 de
agosto logré, con ayuda de una lupa, discernir su forma. Era una suerte de
diminuto elefante: el elefante más pequeño del mundo, sí, pero un elefante
cabal hasta en su ínfimo rasgo. Estaba adherido a mi dedo por la extremidad de
su colita. Así, prisionero de mi meñique, gozaba, sin embargo, de libertad de
movimientos, salvo que su traslación dependía por completo de mi voluntad.
Con
orgullo, con temor, con dudas, lo exhibí ante mis amigos. Sintieron asco,
dijeron que no podía ser bueno tener un elefante en el meñique, me aconsejaron
consultar a un dermatólogo. Desprecié sus palabras, no consulté a nadie, rompí
relaciones con ellos, me dediqué por entero a estudiar la evolución del
elefante.
Hacia
fines de agosto ya era un lindo elefantito gris, de la longitud de mi meñique,
aunque bastante más voluminoso. Yo jugaba todo el día con él. A veces me
complacía en fastidiarlo, en hacerle cosquillas, en enseñarle a dar volteretas
y a saltar mínimos obstáculos: una cajita de fósforos, un sacapuntas, una goma
de borrar.
En
esa época me pareció oportuno bautizarlo. Pensé en varios nombres tontos y, en
apariencia, tradicionalmente dignos de un elefante: Dumbo, Jumbo, Yumbo… Por
último, ascéticamente, preferí llamarlo Elefante, a secas.
Me
encantaba alimentar a Elefante. Yo diseminaba sobre la mesa migas de pan, hojas
de lechuga, trocitos de césped. Y, allá lejos, en el borde, un pedacito de
chocolate. Elefante, entonces, pugnaba por llegar a su golosina. Pero, si yo
ponía firme la mano, Elefante jamás podría alcanzarla. De este modo, yo
ratificaba que Elefante no era más que una parte —y la más débil— de mí mismo.
Poco
tiempo después —digamos, cuando Elefante había adquirido el tamaño de una rata—
ya no pude gobernarlo con tanta facilidad. Mi meñique resultaba demasiado flaco
para resistir sus ímpetus.
En
ese entonces yo aún conservaba la idea errónea de que el fenómeno sólo
consistía en el crecimiento de Elefante. Me desengañé cuando Elefante fue tan
grande como un cordero: ese día también yo fui tan grande como un cordero.
Esa
noche —y algunas más todavía— yo dormí boca abajo, con la mano izquierda fuera
de la cama: en el suelo, a mi lado, dormía Elefante. Después debí dormir —boca
abajo, mi cabeza en su grupa, mis pies en su lomo— sobre Elefante. Casi en
seguida me resultó suficiente un fragmento de su anca. Después, la cola.
Después, la puntita de la cola, donde yo sólo era una pequeña verruga, del todo
imperceptible.
Entonces
temí desaparecer, dejar de ser yo, ser un mero milímetro de la cola de
Elefante. Luego perdí ese miedo, recobré el apetito. Aprendí a alimentarme con
perdidas miguitas, con granos de alpiste, con briznas de pasto, con insectos
casi microscópicos.
Claro
que eso era antes. Ahora he vuelto a ocupar un espacio más digno en la cola de
Elefante. Es cierto que aún soy aleatorio. Pero ya puedo apoderarme de
galletitas enteras y contemplar —invisible, inexpugnable— a los visitantes del
Jardín Zoológico.
A
esta altura del proceso soy muy optimista. Sé que ha comenzado la reducción de
Elefante. Por eso, me inspiran un anticipado sentimiento de superioridad los
despreocupados paseantes que nos tiran golosinas, creyendo sólo en el obvio
Elefante que tienen ante sí, sin sospechar que él no es más que un atributo
futuro de la latente esencia que aún acecha, agazapada.
PÁGINA 12 – POESÍA
ARGENTINA
ANIBAL
DE GRECIA
(Oberá-Misiones-Argentina)
-¿PUEDO?
Tengo
al mundo atravesado en la garganta
¿cómo
hago para entrar en mí sin fastidiar la digestión?
Pesadez
estomacal; el mundo, yo, el otro yo
me
indigestan hasta el hartazgo.
Estoy
pensando en vos
y
tus besos de Hepatalgina para desfrustrar un poco los días.
CARLOS
PIRRO AGUILAR
(Córdoba
Capital-Argentina)
OCTUBRE
INTERIOR
I
Augurios
de Octubre
en
las estancias de la sangre.
El
agua brinca.
La
caléndula esplende.
La
portulaca estalla.
II
Ajorcas.
Dulzor
de tobillos
mojados
por la luz,
Mañana
de prodigios:
el
sol canta
en
el jardín amanecido
del
deseo.
CARLOS
J. ALDAZÁBAL
(Salta
Capital-Argentina)
Felino
sí.
Probablemente
puma o simple gato:
la
madera tallada no transmite verdades
y
a un tigre de madera no se le ven dibujos.
Faltaría
un pintor, alguien que con minucia
le
decore el hocico, las patas, los costados,
para
que la madera forme al tigre,
espejismo
de rayas, pura voluntad de artesanía.
Luego
sí, vendrá algún domador hecho de plomo:
acercará
la silla, y al oído del tigre
escupirá
verdades hasta formar la jaula.
Con
un poco de alambre cubierto de algodones
construirá
un gran aro para que el tigre salte
y
el fuego lo consuma, como consume el fuego la madera.
¿Y
si el tigre le ruge? ¿y si el tigre no salta?
¿si
la silla se rompe y el domador tropieza?
¿y
si el fuego perdona los colores del tigre
y
se encarga del plomo y lo convierte en río,
y
el tigre va y se baña, como hacen los tigres
que
no son de madera, y se queda sin jaula?
¿Entonces
se sabrán los dibujos del tigre?
¿O
será por el agua, su devenir, sus ríos,
que
Heráclito hablará de las certezas?
DIEGO ELIE
(Ciudad Autónoma de Buenos
Aires-Argentina)
¡No entres, a ese cuarto..!
las paredes te devoraran,
sombras de la casa
en los corredores,
miles de agujas, en tus poros
clavaran ,
La parra, cubre el patio, degradada
luz de aurora,
en ese lugar, fui feliz,
las nueve etapas del sueño,
once años a tu lado,
las manos de mi madre,
la recia mirada de la abuela.
Pantanal acuoso,
depravados vahos,
páramo del ansia.
En el nido huero de mi equilibrio,
acuesta tu veneno,
quiero soñar,
dejare mi lobo suelto,
soñare,
sueñan las raíces en invierno,
el otoño, siempre fue mas fuerte que
yo,
hoz que sega mi primavera,
apila, seca, quema,
toda mi labor .........
En la espera,
te encontré en el brillo,
de una rosa amanecida,
en el costa,
arrastrando caracoles por la orilla,
abrí miles de puertas,al extremo de
la vida,
solo para ver tu rostro.
He tenido, en mis palmas,
sueños descalzos, y
moribundos,
he regado mis prados,
con lagrimas de hierro, y corazón
fundido
y los cadáveres de esta
historia,
graban epitafios dentro mio
FANNY
TRAINER
(San
Salvador de Jujuy-Jujuy-Argentina)
Fue
una vez
hace
mucho tiempo
-historia
repetida-
cuando
un poeta
escribía
sobre hojas
-todas
muertas y amarillas-
-todas
sucias y engrasadas-
fue
entonces
cuando
vino de puntillas
y
en alpargatas
la
paz envolvente
de
los sueños.
Fue
entonces produciendo
aquel
poeta ya sin alma
el
último poema.
Dijo
todo lo que existe
sobre
el hambre
y
el dolor de la partida,
de
la incongruencia
de
SER ¿qué? ¿quién?
sobre
la Tierra.
PÁGINA 13 – RESEÑA
Carlos
Fajardo, La ciudad del poeta, Crónica, Fundación Común Presencia,Colección los
Conjurados, Bogotá, 2013Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz
La Ciudad del poeta, libro
de crónicas poéticas de Carlos Fajardo Fajardo,
acaba de ser publicado por la Colección los Conjurados. El libro es un periplo poético por casi 20ciudades
reales, soñadas, mitificadas y reinventadas, como un homenaje a los poetas - y
alas ciudades- donde ellos escribieron, vivieron, amaron
y que el autor ha recorridobuscando sus huellas secretas. La
presente es una reseña sobre el libro en mención: La Ciudad del poeta, libro
de crónicas poéticas de Carlos Fajardo Fajardo, acaba de
ser publicado por la Colección
los Conjurados. El libro es un periplo poético por casi 20
ciudades reales, soñadas, mitificadas y reinventadas, como un homenaje a los
poetas - y a las ciudades- donde ellos escribieron, vivieron, amaron y que el
autor ha recorrido buscando sus huellas secretas. La presente es una reseña
sobre el libro en mención.
La
palabra crónica -para los amantes de la etimología, como Borges y otros
hermeneutas- proviene de griego, khronos, tiempo, es decir
que se trata de una historia que sigue el orden de los tiempos.
Pero, ¿cuál orden, el lineal, que utiliza los dígitos del calendario o discurre
en las manecillas del reloj, en forma convencional, o el otro, el de las
anacronías que, como en el sueño, apunta más bien a un desorden, suerte de
entropía que permite relativizar, entreverar, el pasado, presente y futuro del
devenir cósmico y humano?
Una
crónica en sentido literal apuntaría al primer interrogante, en tanto que un
cuento,un poema, un monólogo interior, con fuerte fluir de conciencia, estarían más cercanos al
territorio del desorden ordenado, para diferenciar las audacias de la
creatividad -desviaciónde la norma, entrecruce de géneros- del simple
disparate. El libro que ahora discurre por mis ojos y mi entendimiento, si bien
tiene el rótulo genérico de crónica, pertenece más bien a ese ejido gitano de
las prosas apátridas -aporte de JulioRamón Ribeyro-, es decir, un tejido
(texto) construido con diversas formas, tonos, ritmos, cadencias y estilos, de
los llamados géneros discursivos, visión más amplia y abarcadora que la
tradicional de géneros literarios.
La
Ciudad del Poeta es un periplo por ciudades reales, soñadas, mitificadas,
sufridas y reinventadas por un emisor poético -alter ego del autor real- y uno,
a veces varios, interlocutores, poetas y artistas que le hacen la segunda a la
voz primordial, con aportes de sus textos, evocados oportunamente por el poeta
vigía. Al recorrer el libro, con apacible fruición, a veces trastornada,
evoqué Midnigth in Paris, esa hermosa fantasía de Woody Allen
cuando recrea, no, mejor recuerda (volver a pasar por el corazón) a la Ciudad
Luz que vio desfilar por sus calles y puentes, bulevares y galerías, bares y
encrucijadas, a loshombres y mujeres que construyeron Las Vanguardias, tan
gratas a nuestros imaginariosestéticos e ideológicos.
En La
Ciudad del Poeta la artesanía textual funciona creando la ilusión del
encuentro, cara a cara, entre Carlos Fajardo y el poeta o artista, que de
alguna manera se ha convertido en ícono de la ciudad caminada y homenajeada.
Toda lectura que devuelve la página es unhomenaje, un querer pisar las huellas
que plasmó el artista.
Dos
logros, entre otros, destaco en La Ciudad del Poeta.
El
primero consiste en recordar, desde el poema mismo, a una figura emblemática de
la ciudad, sin caer en la tentación de escoger al ungido por todos: no la
Santiago de Neruda, sino la de Jorge Teillier, no la Lima de Vallejo, sino la
de Oquendo de Amat, no la Habana de Lezama Lima, sino la de Eliseo Diego, no la
Montevideo de Onetti, sino la de Lautremont, no la México de Octavio Paz, sino
la de ese juglar que se puso en bandolera los amores y desamores del mestizo
americano, macho y sensible a la vez: José Alfredo Jiménez.
La
segunda virtud reside en esa especie de estética de la recepción que convoca
diferentes autores y estilos, diversos momentos históricos y sociales, variadas
subjetividades, en un diálogo sostenido y matizado desde la Poesía, en sus
múltiples vertientes y manifestaciones.
El
verosímil se hace tangible porque cuando un lector entra al universo de un
poeta, a despecho del tiempo y de la muerte, no hace otra cosa que levantar con
él un puente dialógico.
En
mi ya larga romería por los signos y los símbolos, siento que Homero, desde
Ítaca o desde Esparta me confiesa sus desvelos por Aquiles, su paciencia con
Ulises, su consideración por el duelo de Néstor, ante el cadáver degradado de
Héctor, en torno a la muralla. De igual manera, Kafka, a media voz me relata la
génesis de Gregorio Samsa,
su peregrinar de humano a insecto,
cuando frente
a un espejo velado nos asombra el propio
rostro y los miembros, damnificados por una guerra o un atroz desengaño. Tu
historia es lo que sueñas, ha dicho el poeta Quessep, vale decir, lo que lees,
lo que imaginas, lo que dialogas, con
otro ser humano que se atrevió a cifrar en “humanas, míseras palabras”, un
retazo
de vida que se parece a la tuya, en una ciudad, cuyo puente, ermita o árbol
talado, te devuelven la tuya, con sus infiernos y sus paraísos.
Insisto,
leer es dialogar, sentarse en la misma mesa, paladear las mismas angustias,
esperar los mismos trenes, descifrar idénticos exilios que luego deletreó cada
uno de nuestros poetas amados. La memoria fue un género
literario desde antes de que naciera la escritura, ha dicho
Eugenio Montale; bien lo supo Tiresias, en su diáfano oráculo, así lo padeció
Funes, antes de perderse en su laberinto de cifras.
Libro
para viajeros, curiosos de la palabra y sus epopeyas cotidianas, no para
turistas o coleccionistas de postales y videos. Sólo se precisa un poco de fe,
una espera vehemente para que al sonar el gong de
la medianoche, te recoja una cuadriga de caballos blancos
y te lleve, hechizado, por esas callecitas de Buenos Aires, que cifró el
bandoneón de Piazzola,
o por la rúa Augusta para que
Fernando Pessoa, o alguno de sus múltiples dialogantes-heterónimos-
te recuerde algún pasaje del Desasosiego, o bien para que Joan Manuel Serrat
desde su playa de infancia recupere a esa mujer perfumadita de brea y te
vayas con ella,caminando por las playas del mundo, desde Juanchaco hasta
Ipanema, mientras le confiesasal oído que la belleza es fundamental.
En
la orilla, un guiño de Vinicius de Moraes te hará sonreír frente a la ola o
frente a la página.
PÁGINA 14 – POESÍA
ARGENTINA
CLAUDIA AINCHIL
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
PODIO ZÓCALO
En ocasiones episodios rodantes
pactan
hacen trato desconociendo preguntas
la existencia y esa viscosa neblina.
Por el corredor convidan performances
distintas clases de alegoría enredan y oprimen
vibran espejos como no entendiendo que sucede
se abren gargantas en éxtasis
transformándose solo por una gota o chicle
que se pega tritura
quizás es la enajenación del podio zócalo
ese antifaz de pulsaciones repetido
en estos tiempos.
Me aparto, la boca del estómago aúlla
solo es copia, digo
ligereza delineada en opacos métodos
del que llega primero
trepar y trepar escaleras
sin importar dedos pisados
cuantas palabras estrujadas rechinan
un trozo del alma se reduce.
Cara a cara no siempre es signo y símbolo
avidez circulando en bocas como estalactitas
extraño suceder donde lo borroso es rey.
En el río cotidiano inclemencias advierten
quienes somos
es tic tac
ese serrucho de imágenes
que atraviesa lo vano
una radiografía de gacelas en celo
o submundo que no es munDO.
hacen trato desconociendo preguntas
la existencia y esa viscosa neblina.
Por el corredor convidan performances
distintas clases de alegoría enredan y oprimen
vibran espejos como no entendiendo que sucede
se abren gargantas en éxtasis
transformándose solo por una gota o chicle
que se pega tritura
quizás es la enajenación del podio zócalo
ese antifaz de pulsaciones repetido
en estos tiempos.
Me aparto, la boca del estómago aúlla
solo es copia, digo
ligereza delineada en opacos métodos
del que llega primero
trepar y trepar escaleras
sin importar dedos pisados
cuantas palabras estrujadas rechinan
un trozo del alma se reduce.
Cara a cara no siempre es signo y símbolo
avidez circulando en bocas como estalactitas
extraño suceder donde lo borroso es rey.
En el río cotidiano inclemencias advierten
quienes somos
es tic tac
ese serrucho de imágenes
que atraviesa lo vano
una radiografía de gacelas en celo
o submundo que no es munDO.
CONSTANTINO MPOLÁS ANDREADIS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
A
JACQUES PREVERT
te
busqué en el mercado de /esclavos
y
no estabas ahí
te
busqué en los escaparates
entre
las prostitutas
y
no estabas ahí
entonces
te busqué donde no /estabas
no
en el mercado de esclavos
y
tampoco entre las prostitutas
ni
entre las vendedoras de labios r/ojos
ni
en las verdulerías
ni
en las iglesias
en
esos lugares
no
te podría encontrar
y
yo estaba apurado
y
no tenía tiempo que perder
perdí
tanto tiempo buscándote
que
sólo me quedaba la eternidad
y
de ella
sólo
un poco
por
eso es que te busqué
donde
no /estabas
y
entonces te encontré
y
te perdí
te
encontré en el mercado de /esclavos
y
te encontré entre las prostitutas
y
entre las vendedoras de labios /pintados
y
en las iglesias
y
en los bares
te
encontré en las verdulerías
y
en los salones estrechos
y
en los amplios
sentada
al lado mío en el colectivo
y
mirándome desde la ventanilla de /un taxi
y
en todos esos lugares te /encontré
y
te perdí sólo que esta vez te perdí
para
/siempre
y
aunque te siga buscando y /encontrando
ahora
sé que te volveré a perder
y
te volveré a buscar
y
a encontrar
sólo
ahora lo sé
recién
ahora lo sé
y
lo sé como lo supe desde /siempre
desde
el momento en que te conocí
/y aún antes
siempre
supe que para encontrarte /te tendría que inventar
y
lo hice
y
al hacerlo te perdí
para
no perderte
para
encontrarte
debí
haberme resignado a no /encontrarte
a
buscarte
sin
esperanzas
y
ya ves
no
lo hice
y
ahora
lo
único que me queda es continuar /buscándote
donde
estás
y
donde no estás
y
volver a inventarte
y
volver a perderte
así
como así
como
si no te buscara
como
si no me importaras
como
si no te quisiera como te /quiero
como
si no fueras
mi
único amor
como
si nos paseáramos del brazo
/y
tuviéramos una casa
y
tuviéramos o no tuviéramos hijos
HILDA
ANGÉLICA GARCÍA
(Catamarca-Argentina)
La casa era de sueños
cuando
madre regaba los geranios.
El agua deslizaba por las hojas
sus
gotas transparentes.
El jardín a la
calle
florecía
mientras
ella barría la vereda
con
el aire en su piel, en su cintura.
Iba su escoba
aventando
gorriones
saludando
a las hojas.
La casa era
de sueños
cuando
madre limpiaba las mañanas.
ILDIKO
NASSR
(San
Salvador de Jujuy-Argentina)
MUJERES
estamos
hechas de voces
infinitas
que se reproducen
con el
silencio
algunos
pasos dan cuenta
de lo
solas que estamos
oímos
cómo los fantasmas
">
se
sumergen en nuestras camas
y
deambulan habitándonos
solas
solas solas
a la
orilla del delirio
y la
desesperación
JORGE ARIEL MADRAZO
(Ciudad Autónoma deBuenos
Aires-Argentina)
JURAN los
malpensados
que
ella flamea
alas
y no brazos
nada
ortodoxas alas
es
verdad
pero
de tal levísima sustancia
que
al correr a estrechar
con
dulzura a mi amiga y
rogarle:
“Ven, breve mensajera
de
la delicadeza”
tintinea
ella sus manitas
-¿sus
alas, acaso?- y
se eleva
hasta
disolverse más luego en
la
niebla.
Jamás
diré cuánto la extraño.
Desorientado
en
la alta noche
ya
no sé
qué
es
peor:
si
oir que no me ama
o
saber que ahora
perte-
nece
PÁGINA 15 – CUENTO
ABEL
ESPIL
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
LA
MUÑECA
" Las bombas, desde
el inicio de la agresión el 8 de julio pasado, alcanzaron a nueve periodistas
que daban cobertura en Gaza".
Gaza
queda tan lejos, o acaso tan cerca, que el dolor de una imagen es
potente.
Me
averguenzo de nuestros niños, que están limpios , sus muñecas impecables , los
juguetes les sobran , tienen a papá y a mamá, también hermanos, abuelos,
nunca caminan por calles en donde explotan bombas. Si tienen hambre comen, si
tienen sueño duermen en calentitas camas, papá o mamá, leyéndole el
cuento de todas las noches."
-Pero
Julián, en nuestro país, no es todo así-.
Él
-corresponsal internacional del diario Perfil- no dejaba de hablarme.
Somos
colegas y tratamos de contarnos lo más relevante que vemos , en los lugares
adonde nos envían.
En
un momento del relato, Julián se puso a llorar. Le manifesté mi asombro, porque
ambos conocemos casi todo el Universo. Hemos estado juntos o separados,
en el centro de guerras civiles. En 1982 trabajamos en la guerra de Argentina
con Inglaterra, por las Islas Malvinas. Las imágenes que quedan en nuestra
retina, supera a las fotos que enviamos a los diarios . Las crónicas que
escribimos cuando en Chile lo mataron -padeciendo una guerra- a Salvador Allende y en una cancha a Victor
Jara, le cortaron las manos y asesinaron a Violeta Parra.
Lo
dejé en la puerta de su casa, tenía urgente que asistir a Casa de Gobierno,
para la conferencia de prensa que iba a dar la presidente Cristina Kichnner.
Llegué
a casa bastante agotado. Vivo solo. Hace cinco años que estoy viudo. No tuvimos
hijos .
Por
mi trabajo, he dejado sola a mi mujer largos periodos. Por suerte, ella
siempre me comprendió. Al no tener hambre, no cené.
Prendí
la televisión, me preparé un café doble, y al sentarme para pasar un rato de
distracción, el canal Crónica emitía una información URGENTE : "Una bomba
de extremo poder cayó en el principal hospital de Gaza."
Lo
llamo a mi amigo y él me transmite que lo estaba mirando.
Me
pide por favor que prenda la compu, porque me quiere enviar una foto. Hacía un
día, la había tomado en la calle principal de Gaza .
Veo
a una niña de cinco o seis años, con la cara y las manos muy sucias.
Los cabellos ausentes de higiene, abrazando y tapando los ojos a una
mugrienta muñeca con su manito izquierda regordeta.
El
amor hacia su nena, para que no viera las monstruosidades de los
hombres.
Apagué
la compu.
Cargué
la pipa, la encendí y pensé. Los hombres de Israel o de Palestina ¿no
tienen una muñeca que vea sus horrores?
PÁGINA 16 – POESÍA ARGENTINA
INÉS
LEGARRETA
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
SUEÑO
XI
Emanaba
una luz tranquilizadora, como cuando un niño juega en la plaza, se aleja un
poco de la madre, empieza a sentirse perdido entre la gente, pero levanta la
vista y la ve. Así que yo andaba entre escombros sabiendo del amor. Entonces
aparecieron tres poetas, entraron en la casa, no había engaño ni maquillaje y
yo me dije: "¡Dios mío, mis sueños se llenan de poetas!". Usé ese
verbo: llenar. Ellos y yo, vaya a saber quién puede a quién, somos un agujero
por donde entran las palabras que no sirven ni tienen fin.
JULIO RICARDO ESTEFAN
(Córdoba-Argentina)
No sólo causa penas ese disco ambarino
que pone en mi café una pieza de plata
a veces trae la risa, la locura, el milagro,
el recuerdo, el desvelo, la nostalgia y tus ojos.
Somos tantos insomnes buceando la penumbra
—cada uno está solo sin bastarse a sí mismo—
como peces hambrientos, como soles sin brillo,
como quietos montículos de tierra y de agua.
Hoy tengo un rayo nuevo que atraviesa mi frente
no hay nubes esta noche de plenilunio errante
miro por la ventana los últimos vestigios
de la ciudad que duerme con increíble calma.
LEONOR
MAUVECIN
(Córdoba-Argentina)
PALOMAS
DE HARINA
Le doy forma y me creo
Dios
Glauce
Baldovin
Mis
manos son palomas de harina cuando amasan.
Vuelan
sobre la mesa, dibujan un nido
pongo
allí los huevos, y la blancura
acuna
el sol y la vida, como una moneda dorada.
Estiro
la masa, hundo las manos en ella
le
doy forma y me creo Dios.
Un
perfume a monte ahúma la tarde.
Un
olorcito a pan
invade
la casa.
Entonces
como
un aroma suave, me consuela
el
olvido.
LAURA
YASÁN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
noticias
de mi vida
si
alguien pregunta estoy en la frontera
pruebo
los documentos de un cadáver
que
amontona ladrillos en el patio de atrás
sus medallitas clavadas a la lengua
horas
memorizando las fallas del terreno
un
idioma en desuso y ahora es miedo
la
manera más pura de medir
si
alguien pregunta necesito analgésicos
algo
para aguantar el clima extremo
sigo
tratando de escapar
cavando
un túnel con una cucharita
demorada
en la red de un policial
donde
cae la noche y los forenses mienten
MARIA ESTER CHAPP
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
VÉRTIGO
AZUL
el alma teje en el cuerpo
un tapiz con hilitos de luz
veloces hebras blanquecinas
casi agua fresca
el vidente ve en el laúd
agua fresca corre entre las piedras
el cuerpo
este cuerpo tiembla
los huesos te amarran a la costa
la
coronilla duele
un ave escribe
alguien le dicta
desde
el espacio
vuela hacia el líquido
con
tintas de colores
dibuja señales
en las manos
ángeles tejen con tu cabellera
ritos del
vértigo azul
tejen y tejen
con
tu respiración
los secretos telares
del mundo
PÁGINA 17 – CUENTO
EDUARDO
PÉRSICO
(Lanús-Buenos
Aires-Argentina)
DESVARIOS
CON BORGES Y GARDEL.
…y cantada por Gardel,
cuanto mejor luciría
una imperfecta milonga mía…
Y
fue por ahí cuando el Jorge Luis Borges, que tanto descollara como payador en
el almacén de doña Rosa en Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su
extraña muerte. Es sabido que los poetas se lucen cuando les parece, pero no
era fácil la trémula voz de alguien con la vista opaca y casi respirando en la
frase venidera, con sus manos en el
mástil de la guitarra charlando ‘de esas utopías que adoran los pueblos, como
Carlos Gardel’.
-
Cada historia exige sugerir tanto como su texto- se oyó en aquel bodegón oloroso de aceitunas y vino
moscato. Más al reiterar el escriba
Jorge Luis 'Gardel habita esa neblina de la imaginación y el mito', hamacando
su bastón como una guitarra agregaría ‘sin creer en don Quijote y Sancho Panza
la historia de España no tendría pies ni cabeza’. Así que tras su modesto ‘yo
creo’ se silenció el entorno y el Jorge Luis reiteró lo antes dicho como
contando un cuento; sin recordarlo pero repitiendo las voces para decirlo. ..
En tanto los demás querían conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal
nutricia de la certeza’, Borges les acentuaría que la muerte gardeliana en
junio del '35 ‘tenía sombras de verdad y
cada tanto, ni siquiera eso’...
-
Mucho se dijo que Carlos Gardel muriera
en un accidente de aviación en Colombia,
aunque aquello sería incompleto’, tartamudeó el Jorge Luis Borges. El
mismo que mucho anhelara ser un payador en el Camino de las Tropas y en el
espacio sin renglones de su realidad,
decidiera morirse en Suiza por negarle al gentío los ritos de su velorio,
el llanto televisivo y el fúnebre jadeo de su instante sin retorno.
Y
es así que como les digo, señores, en los momentos previos al vuelo desde
Medellín hubo olvidables desvaríos de sobremesa, que hasta culparían del
accidente a ese mozo Alfredo Lepera, - tan adicto al cantor como abrevador de
Amado Nervo- que por un enredo de polleras arremetiera a balazos con toda la
concurrencia. Como también hubieron rumores que para demostrar el buen humor argentino al piloto o
ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión. Esos más demás decires de
entrecasa en propiciar a un Gardel sin magia gardelera hundido en los turbios
callejones del olvido – redondeó el dicente Jorge Luis y se contuvo a juntar
aire.
- Señores, Carlos Gardel artista malversado por turbios imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango, supo retirarse a tiempo. Y usaba una memoria tan anticipada que solía temer por su voz luego de incinerarse en Medellín y acaso hasta temiera ‘ser un muñeco publicitario’; como igualmente temiera que su inflexión arrabalera fuera deformada por los desafinados que nunca faltan. Que sin demora anunciarían actuaciones de Carlos Gardel en Quito y Bogotá, desfigurado por el incendio, - o ‘ircerdio’- y aclamado al entonar su primera estrofa.
- Esa y mucha otra tontería sería glosada por los congeladores del arte al predecir que nadie cantaría como él. Por supuesto, y le confío que yo mismo, Borges y ahora, deduzco cuánto mejorarían en su voz mis imperfectas milongas. Algo que lamento y envidio tanto como no haber escrito el ‘percanta que me amuraste’ de ese mozo Pascual Contursi. Pero así fueron las cosas….
- Señores, Carlos Gardel artista malversado por turbios imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango, supo retirarse a tiempo. Y usaba una memoria tan anticipada que solía temer por su voz luego de incinerarse en Medellín y acaso hasta temiera ‘ser un muñeco publicitario’; como igualmente temiera que su inflexión arrabalera fuera deformada por los desafinados que nunca faltan. Que sin demora anunciarían actuaciones de Carlos Gardel en Quito y Bogotá, desfigurado por el incendio, - o ‘ircerdio’- y aclamado al entonar su primera estrofa.
- Esa y mucha otra tontería sería glosada por los congeladores del arte al predecir que nadie cantaría como él. Por supuesto, y le confío que yo mismo, Borges y ahora, deduzco cuánto mejorarían en su voz mis imperfectas milongas. Algo que lamento y envidio tanto como no haber escrito el ‘percanta que me amuraste’ de ese mozo Pascual Contursi. Pero así fueron las cosas….
Y
ahí se sonrió apenas el Jorge Luis al imaginar a un Gardel de lustroso smoking
o de chambergo inclinado aquel audaz
atuendo de gaucho palaciego, según, pero siempre él ajeno a mucha pobre
gente negociadora de un Gardel producto terminado.
-
Porque ese modernizador nunca sería cómico del varieté televisivo - dijo y se
tomó resuello-. Y a quien una noche lejos de mi patria le escuché cantar un
deleznable tango que yo nunca apreciaría, pero al oírlo me hizo revivir mi
calle de Palermo y una madreselva adherida a una tapia, y de pronto sentí que
estaba llorando. Acaso con ese llanto de la hombría acorde a la voz compadre de Gardel; y ahí
presumo que lo popular es un secreto que los pueblos aprenden desde adentro.
Y
ahí se interrumpió el Jorge Luis Borges - antes o después de morirse en
Ginebra, algo que menos importa- luego
de redondear que ‘no habría Gardel posible sin poesía de eternidad; esa magia
que persiste en el rincón sensual que
uno prefiera’. (2014)
PÁGINA 18 – POESÍA
AMERICANA
KARLA SANCHEZ BARRETO
(Managua-Nicaragua)
ACUARELA
A veces el murmullo tempranero del chagüite
atempera el discurso del silencio, que dice frases largas. Reveladoras. En
ocasiones, es un muro dando volteretas en el aire y la escalera de palabras
escurre la gota de los pájaros que imperan. También brota sin razón un chorro
interior cuya fuerza dibuja un celaje de intensos naranjas envueltos por el
rayo diáfano de sol.
ROSINA
VALCÁRCEL
(Lima-Perú)
¿QUIÉN
DUERME AHORA?
a Gloria Mendoza Borda
La jauría anda allí, afuera, se siente su presencia malévola, tras el triste cantar de los grillos. Óscar Amaya Armijo
Cierto, no nos apocan la miseria ni la ceniza del desierto Mascamos la vigilia, nuestros ideales, el runrún de las parejas y el gruñir de las señales en el teclado Cómo negar la conspiración Hoy coreamos algo similar con este ayuno Sí, en este lado de la capital, arrullados entre libros y olas marinas somos fragmentos de generaciones de conspiradores insomnes, apremiados de claveles, amor, libertad y revolución Qué sentido tiene dormir Si al margen de la orilla el país es un pálido animal decapitado ¿Puedes dormir? No. Anhelo pensar, escribir y cuidar el aura de las mujeres, hombres y jóvenes que dedicaron la existencia a custodiar sus mitos Como nosotros, esta medianoche, los compañeros y hermanas están velando otros amados rebeldes, desaparecidos, torturados, presos, muertos. Esta noche ya tiene siglos de haber principiado y nos punzan los ojos y perciben fatiga estos pálidos cuerpos. Sin embargo, ajados y enfermos aquí estamos Quién
sueña hoy, quién podrá dormir Las hierbas secas musitan ¿Los traidores? Si dormitan es pueril su sueño Nuestro insomnio, es real, mas no vano Solo velamos la patria alegre que deseamos como herencia para los infantes anónimos de aldeas y pueblos remotos, para los niños que pasan y sonríen, para los que transitan y están mudos, para nuestros hijos y su prole. Nuestro insomnio, entonces, es utópico La cámara no miente Nuestro desvelo infringe Contra los que tienen la visión perversa Contra los que están cavando su propia tumba extendemos el eco de nuestra guitarra al hombro.
a Gloria Mendoza Borda
La jauría anda allí, afuera, se siente su presencia malévola, tras el triste cantar de los grillos. Óscar Amaya Armijo
Cierto, no nos apocan la miseria ni la ceniza del desierto Mascamos la vigilia, nuestros ideales, el runrún de las parejas y el gruñir de las señales en el teclado Cómo negar la conspiración Hoy coreamos algo similar con este ayuno Sí, en este lado de la capital, arrullados entre libros y olas marinas somos fragmentos de generaciones de conspiradores insomnes, apremiados de claveles, amor, libertad y revolución Qué sentido tiene dormir Si al margen de la orilla el país es un pálido animal decapitado ¿Puedes dormir? No. Anhelo pensar, escribir y cuidar el aura de las mujeres, hombres y jóvenes que dedicaron la existencia a custodiar sus mitos Como nosotros, esta medianoche, los compañeros y hermanas están velando otros amados rebeldes, desaparecidos, torturados, presos, muertos. Esta noche ya tiene siglos de haber principiado y nos punzan los ojos y perciben fatiga estos pálidos cuerpos. Sin embargo, ajados y enfermos aquí estamos Quién
sueña hoy, quién podrá dormir Las hierbas secas musitan ¿Los traidores? Si dormitan es pueril su sueño Nuestro insomnio, es real, mas no vano Solo velamos la patria alegre que deseamos como herencia para los infantes anónimos de aldeas y pueblos remotos, para los niños que pasan y sonríen, para los que transitan y están mudos, para nuestros hijos y su prole. Nuestro insomnio, entonces, es utópico La cámara no miente Nuestro desvelo infringe Contra los que tienen la visión perversa Contra los que están cavando su propia tumba extendemos el eco de nuestra guitarra al hombro.
JAVIER FLORES LETELIER
(Santiago
de Chile-Chile)
II
Lo
busco desde las diásporas de los barrios
que sobrevivieron
a la sospechosa solemnidad del enrolamiento.
que sobrevivieron
a la sospechosa solemnidad del enrolamiento.
Le
di de comer alguna vez
cuando no podía darse cuenta de las manchas rojas en mi camisa
blanca, sedienta y terrosa
como las banderas de los países al borde de desintegrarse
en la suerte tangible del caos.
cuando no podía darse cuenta de las manchas rojas en mi camisa
blanca, sedienta y terrosa
como las banderas de los países al borde de desintegrarse
en la suerte tangible del caos.
Busco
el cuerpo, aquel que tiene una estrella
deformada en el pecho
pidiendo que la razón mantenga la profundidad de los secretos
por los que no confía en el destino exhibido
en la antorcha de las leyes.
deformada en el pecho
pidiendo que la razón mantenga la profundidad de los secretos
por los que no confía en el destino exhibido
en la antorcha de las leyes.
Alguien,
niño y rapaz grita
-no esperen a perder la potestad
de sus hogares levantados
sobre el alimento puro de la tierra ilícita,
la verdad y el derecho sobre los callejones en los que se forja
el capital de las naciones,
no esperen las lágrimas en las mejillas del santo de la cumbre
para decidir tomar las armas,
no releguen a las instituciones la ritual labor de construirlas-.
-no esperen a perder la potestad
de sus hogares levantados
sobre el alimento puro de la tierra ilícita,
la verdad y el derecho sobre los callejones en los que se forja
el capital de las naciones,
no esperen las lágrimas en las mejillas del santo de la cumbre
para decidir tomar las armas,
no releguen a las instituciones la ritual labor de construirlas-.
Te
he traído tu manto, general
esta vez para que permanezcas frente
a los grabados de los pilares
y escuches los ruidos
del arte que siendo creado para los templos
en su destrucción
formula su mensaje auténtico:
escribe el libro de la ira y la salvación
imitando la belleza lóbrega del ciclo de los elementos.
esta vez para que permanezcas frente
a los grabados de los pilares
y escuches los ruidos
del arte que siendo creado para los templos
en su destrucción
formula su mensaje auténtico:
escribe el libro de la ira y la salvación
imitando la belleza lóbrega del ciclo de los elementos.
Te
he traído tu manto, general
y la daga que explica
en la figura de su excitación
la causa única.
No me des aquel puñal que hiciste tuyo,
la fábula tergiversada incitando una nueva conjura
contra los puños del mundo primigenio
renacidos en nuestra intuitiva negación
a bailar sin pesar ni furia,
revividos en el instinto de buscar el engaño
del diagrama de los nuevos continentes:
y la daga que explica
en la figura de su excitación
la causa única.
No me des aquel puñal que hiciste tuyo,
la fábula tergiversada incitando una nueva conjura
contra los puños del mundo primigenio
renacidos en nuestra intuitiva negación
a bailar sin pesar ni furia,
revividos en el instinto de buscar el engaño
del diagrama de los nuevos continentes:
El
depredador no ataca en nombre de la moral
que redime la culpa por la pobreza,
lo hace desde el frío de la fe.
que redime la culpa por la pobreza,
lo hace desde el frío de la fe.
Soy
tan traidor como tú al aceptar las leyes de la naturaleza,
por no tener el valor para escuchar y crear
la ciencia de los pueblos.
por no tener el valor para escuchar y crear
la ciencia de los pueblos.
MONICA IVULICH
(Nueva York-Estados Unidos)
UN DIA DE ESOS
Era uno de esos simples días callados
cuando solo los inocentes cantan
cuando los pájaros vuelan en rondas
y las nubes no se deciden a estar…
Era un día insulso, sin color definido,
sin olores ni movimientos claros.
Si, un día insípido y sin nombre,
cuando llegó, tenue, la ráfaga de tu voz.
Y en un instante el escenario todo,
los sentimientos, la vida, el cielo,
los colores y las miradas cruzadas
Todo cambió para y por siempre.
Desde entonces llueven flores rojas
y corazones de papel planean suaves
en un cielo diferente, lleno de ofrendas
y de sonrisas multiplicadas en la gente.
Hay un eco permanente de ‘te amo’
Hay pájaros atrevidos rondando cuerpos
Y las espaldas se contonean serpenteando
Al compás de la caricia adivinada en la niebla.
Solo se necesitaba la magia de tu nombre,
solo se esperaba la decisión del reloj eterno,
y un engranaje precisamente desordenado
nos ataba de, buena gana, al carro del amor.
ANDREA
VICTORIA ALVAREZ
(Caracas-Venezuela)
SUDESTADA
La libertad de un
hombre,
ha de ser como libertad
de un pueblo,
o eso que llamamos
“Democracia”
AVA
Afuera,
el viento chilla como gato herido
su
mano invisible tuerce persianas,
y
ciñe conciencias
sin
dejar nada a la imaginación
la desnuda.
Yo
lo percibo inquieto,
ojos tiempo, cuerpo intransitable
lo
más parecido a la sensación de vuelo
de pueblo
libre.
Y
me sujeto a esa idea,
al vocablo
del viento
indetenible,
autónomo y curioso
que
suele chillar como gato herido
allá,
en las alturas.
PÁGINA 19 – ENSAYO
HERNAN
SCHILLAGI
(San
Martín-Mendoza-Argentina)
PÉRDIDA
Y RECUPERACIÓN DE UN POETA
Umbral
de salida. Un lector de poemas es una especie de arqueólogo de la palabra,
es decir, los libros de poesía solo son hallados luego de una exhaustiva
búsqueda, de excavar de manera impenitente en las cuevas o las fosas comunes de
las librerías. Ante esto, el escritor Pedro Mairal dice, con algo de
resignación y más ironía, que el espacio dedicado a la lírica siempre está en
un rincón: «en general, el tamaño de la sección de poesía es inversamente
proporcional al tamaño de la librería». En los pasillos oscuros, o en los
subsuelos ominosos de los locales me he tenido que arrodillar sobre alfombras
apelmazadas tanto como trepar a escaleras tambaleantes, hasta una vez me tuve
que arrastrar cual Juanse en el video de «Vicio» (sí, porque la poesía es un
vicio). Así, he salido blanco por el polvo dormido en los cantos y me he
sentado a lo indio haciéndome un picnic con los libros de poemas. Todo eso y
mucho más, debido a que las librerías de Mendoza y de varias ciudades por las
que he escarbado a punta de pala colocan el estante de poesía en los lugares
más inverosímiles. El género, también, es un animal vivo y mutante. Entonces,
los libreros saben que deben ocultarlo en las jaulas de la indiferencia. Porque
la poesía está allí agazapada para el que cree que la ha encontrado, pero en
realidad es el lector el que cae en su trampa eterna.
Sin
embargo, en tantos años de rastreo alocado, nunca me encontré con un poeta
fundamental para el idioma que se habla en esta parte del mundo: Jorge Leonidas
Escudero. En parte, por lo que apunta Valeria Melchiorre: «Escudero no suma a
la práctica del poema otros modos de intervención en el campo intelectual,
forma de la renuencia que no hace más que evitar todo atajo posible hacia la
visibilización. Por lo pronto, se desentiende de cualquier tipo de activismo o
de polémica sonante en el terreno de lo político o en el de lo estético…». Pero
por otro lado, las continuas zancadillas del azar hicieron que mi lectura se
disipara hacia escrituras a veces notables, a veces fútiles. Antes de que algún
ratón bibliófilo levante su garra acusadora, quiero contar la crónica personal
de un desencuentro.
Senderear. Como
cualquiera sabe -Wikipedia mediante- Escudero nació en San Juan en 1920 y
comenzó a editar recién cuando había cumplido los 50 años. Pero no cobró cierta
notoriedad nacional hasta bien entrado el siglo XXI, cuando Ediciones en Danza
decidió publicar una de sus obras y sostenerlo en el tiempo en las solapas de
su catálogo. El escritor sanjuanino ya tenía un halo de misterio que lo
precedía, pero qué poeta de provincia no es mitológico. Así han sucedido
«descubrimientos» algo tardíos -desde la inevitable mirada centralista- como
los de Juan L. Ortiz, de Entre Ríos, o del pampeano Bustriazo Ortiz (dos
grandes poetas que coincidieron más en la marginalidad que en el apellido). Así
y todo, el nombre del «Chiquito» Escudero y su poesía no se me habían
presentado con la fuerza suficiente como para montar una búsqueda intensiva, a
pesar de que Canto Rodado, una épica editorial mendocina, había dado a luz uno
de sus poemarios en el 2000. En una entrevista a Gabriela Cabezón Cámara el
autor confiesa con respecto a sus indagaciones poéticas: «Cuando estuve en
Mendoza, que me quedé empleado ahí cinco años, iba a la biblioteca y leía
algunos libros de los poetas españoles, la llamada generación del 27. Entonces
me gustaba leer, pero ahora se me han olvidado hasta los nombres. Y bueno, pero
me quedó algún empuje, para alguna vez manifestarme yo mismo…». Los lectores, y
más los de poesía, somos tan cómplices como veletas, pero nada desagradecidos:
leemos/amamos/plagiamos a un poeta hasta la extenuación, para después saludarlo
de reojo. Pero quizás por cuestiones de intereses lectores del momento, o de
ciertas afinidades electivas más cercanas a la «moda» de la llamada Poesía de los
noventa, Escudero se me aparecía como un señor bastante mayor, con unos títulos
tan inquietantes, sonoros y estrafalarios (Aguaiten, Endeveras, Caballazo a la
sombra). Para colmo utilizaba términos regionalistas cuyanos, a los que todo
poeta joven les escapa como a la peste. Allí lo perdí de vista a Escudero por
vez primera (y voluntaria). Lo dicho: la poesía sabe esperar.
Atisbos. El
tiempo pasa para todos, aunque para los poetas sea diferente. Cuántas veces se
lo suele llamar «poeta joven» a un cuarentón pelado y de anteojos bifocales.
Fue así como, a poco de cumplir los 30, me avisaron que Jorge Leonidas Escudero
venía a Mendoza, pero no a cualquier ciudad, sino a la mía: San Martín. Para
ser más precisos, a la escuela donde yo había terminado la secundaria. Me subí
a la bicicleta, agarré unos pocos pesos y me fui a verlo, mejor dicho, a
escucharlo. A partir de ese momento fue que se me empezó a escabullir. Llegué
agitado, ya todo el mundo estaba sentado: profesoras de Literatura, directores,
alumnos cautivos, algún que otro poeta local. Una alarma a lo Cenicienta me
tenía preocupado: a la hora tenía que rajar a dar clases. Mesa con mantel
blanco, flores recién compradas al pie del micrófono y ahí lo vi, entre dos
escritores de la zona que lo secundaban. El viejito, que ya pasaba los 85 años,
estaba esculpido en piedra, enjuto, preciso en los rasgos, hermoso en cuanto al
semblante. Los otros dos hicieron los honores. Uno leyó un análisis detallado
de la obra y el otro habló de la personalidad a partir del nada rebuscado
oxímoron «el gran Chiquito». Escudero sonreía con insoslayable vergüenza tímida
ante los elogios tan merecidos como cuantiosos. Llegó el momento de pasarle el
micrófono al poeta, pero las campanadas de la escuela nocturna hacía diez minutos
que habían doblado para que yo me convirtiera en calabaza y entrara a clases.
Salí con un nudo en la garganta y casi me llevé por delante una mesita con
libros. «Vendeme uno, flaco, que me tengo que ir», mascullé frente al alumno
que lo habían empernado allí. «No puedo. Ya están todos encargados por las
profesoras». Guardé un par de blasfemias en el tintero y me fui.
Dos
años después, en el filo del invierno de 2008, la Biblioteca San Martín
organizó un «Encuentro de Integración de Escritores argentinos y chilenos». La
propuesta era tan sencilla como estimulante: armar mesas de lectura entre
poetas de ambos lados de la cordillera. Don Jorge Escudero era uno de los
invitados rutilantes. Yo era uno de los poetas que participaba como el «aguante
provincial». Ya tenía las palabras pensadas para presentarme ante él, hacerle
un seudochiste sobre mi huida la vez pasada. Iba a comprarle un libro y rogarle
que me lo firmara. Una nevada letal al estilo El Eternauta comenzó a
caer la tarde anterior. Resultado: cierre del túnel internacional y suspensión,
por consejo médico, de la llegada del engripado poeta desde San Juan.
Le
dije y me dijo. Tan equivocado no estaba al comienzo de esta historia de
negación y extravíos. Si hasta el reconocido crítico Mario Goloboff concuerda
conmigo al presentar al poeta de este modo: «En el campo literario argentino,
donde a veces brillan hasta las estrellas más fugaces, parece mentira que el
gran poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero sea tan poco conocido, a pesar de
que viene escribiendo desde hace décadas una de las mejores poesías de
América…». No obstante, yo quería conocerlo, entrar en su poesía como un
explorador consumado. Había hecho unos escarceos efímeros por internet que
habían dado como fruto un anodino archivo de Word titulado «Poemas de JLE». Al
mismo tiempo se empezó a dar el fenómeno de las peregrinaciones escuderas:
jóvenes poetas (y no tanto) iban en caravana a su casa y de allí la naciente
leyenda urbana: que tiene un jardín lleno de plantas, que atesora una colección
de piedras de su época de minero, que la biblioteca es pequeña con los libros
que los poetas viejos (y no tanto) le regalan, que su hija es un filtro tan
amable como recio, que todavía va al casino, que te manda por correo sus libros
con dedicatorias inolvidables. En el medio, los más que ganados reconocimientos
de la intelectualidad, los números especiales en revistas de poesía, las
entrevistas consagratorias, algún que otro Doctorado Honoris Causa, mención en
los Premios Nacionales de Literatura (con una polémica y todo) y hasta una
distinción del Concejo Deliberante del Municipio de General San Martín como
Visitante Ilustre del Departamento, en un evento anunciadísimo al que, por
supuesto, no pude asistir por motivos tan triviales que no merecen ser
contados. A veces, los poetas manipulan tanto con el azar que se nos vuelve en
contra.
Hasta
aquí, Escudero se me presentaba siempre retractilado, es decir, como
envuelto al vacío en un nylon transparente, a la vista y al alcance de la mano,
pero impenetrable. A un extremo tal que en setiembre de 2013 fue elegido como
el poeta homenajeado para el Primer Festival de Poesía de Mendoza (otra vez, yo
era uno de los que representaba a la provincia) y, a último momento, los
doctores le prohibieron realizar cualquier tipo de traslado por su delicada
salud. De más está decir que cuando quise ver el documental Oro nestas
piedras, que refleja su vida, el horario de proyección se superponía con mi
lectura.
Verlas
venir. Ese mismo mes recibí de manos del grupo Ale Caterva el
libro Viaje.Justamente en uno de los cuentos escrito por Edmundo Beltrán
se narra la historia de un oficinista de pueblo que, enamorado, parte en un
recorrido iniciático hacia la intensidad de la poesía; ya que su destino solo
lo podrá vislumbrar un hombre nacido en San Juan: Jorge Leonidas Escudero. No
pude más que sonreír cuando cerré el libro. Otra vez «El código Escudero» como
un enigma a resolver, o más bien, como una deuda a saldar. ¿Somos los lectores
un ejército de culposos vencidos antes del primer disparo? Nos vamos a ir de
este mundo, seguramente, mortificados por lo que no alcanzamos a leer y no
dignificados por lo leído, a costa de perder la vista en el camino.
Como
quien no quiere la cosa, a principios de este año me llegó un mensaje de la
revista virtual Poesía Argentinal, donde se disculpaban porque el libro que tenían que
enviarme para que reseñara se había extraviado en las inextricables rutas del
Correo Argentino. «¿Te parece que te mandemos el último del sanjuanino
Escudero?», terminaba con inocencia el texto. Los dedos se me anudaron para
responder afirmativamente. «No te me vas a escapar otra vez», pensé. A los
cuatro días, por correo postal certificado, llegó un paquete más que prometedor.
Tembloroso, destrocé el papel madera y no solo apareció el
libro Sobrevenir,sino que también estaba acompañado por Atisbos,
publicado en 2011. La alegría se mezcló con la sorpresa y me lancé a leer como
loco. Esa noche en la cama le fui diciendo en voz alta los poemas a mi esposa.
«Escuchá esto», y la sacaba del duermevela con fraseos que podrían también
despertar a un muerto: «Parece que la inmensidad /quiere decirme un secreto y
al ver /que todavía falta mucho en mí /queda muda…». Así, con una fiebre
lúcida, pude escribir la reseña más feliz que alguien puede hacer. Porque los
materiales en la poesía de Escudero son inusitadamente conocidos: los minerales
y el oficio de minero como metáfora encarnada, el asombro de lo cotidiano, los
juegos de azar relacionados con una existencia oscilante, los amigos del pasado
y los personajes del barrio, la escritura poética, el humor incombustible de
alguien que ha visto mucho con «loj ojitos», pero que ha escuchado mejor la voz
de la superficie. Porque es a la vez un poeta con lengua propia y compartida.
Un lenguaje que ha sido fundado muy cerca de la corteza terrestre a punta de
pico y pala, con un oído atento a los inesperados accidentes. Como también lo
observa Ivonne Bordelois en La palabra amenazada: «La violencia que ejerce
el poeta contra el lenguaje inerte y cosificado con el cual tiene que medirse
es la violencia de los dolores de parto que anuncian la creación de un nuevo
lenguaje en el lenguaje, contra el lenguaje…». Así se van desprendiendo
valiosos fragmentos del habla popular y golpean la perpleja cabeza del lector:
«Y ahora volvamos a esa soledá / que me asustó tanto, tanto porque / m’estaba
dando cuenta del vacío / donde había caído». Inesperadas corrientes
de aire fresco y sonoro para un idioma al borde de la fosilización: «Na noche»,
«E esto», «podís», «abreboca». Expresiones que no intentan ser un registro del
color local cuyano (como yo, imberbe, había prejuzgado), sino todo un
testimonio de oralidad irreverente. Para, luego, reflejarlo en lo más complejo
y arisco: la sintaxis conversacional no culta. Aquí es donde se derrumba el
lugar común de tildar al viejito de «sencillo y claro», ya que cada
construcción/verso es una maravillosa afrenta a la gramática tradicional, como
lo es todo diálogo verdadero: «pero hoy / se me vino escribirlo y es esto: iba
a, / siendo niño, a una familia amiga…». Así y todo, el resultado es revelador,
porque además Escudero no abruma, esencializa el decir. Charla en vez de
cantar, reflexiona con rudeza, en lugar de llorar lo vivido.
Finalmente,
ahora estoy en un nuevo plan con varias aristas: ir con mi esposa y un amigo a
visitar a Escudero en la primavera, ahorrar moneda tras moneda para comprarme
la Poesía completa, robarle a este amigo justamente el libro que reúne toda
la obra poética y perseguir a cuanta persona me preste la oreja para leerle un
poema de este pibe de 94 años como si se tratara de un minero que vuelve con
las manos vacías, pero tiene la certeza de haber estado cerca del oro. Mejor lo
dice el poeta: «pronto en casa / mi mujer grita:—¿Y? ¿Estamos como siempre? /
—Silencio—le contesto—, / hemos tenido años de esperanza...».
PÁGINA 20 – POESÍA
AMERICANA
ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)
TONTO CORAZÓN
me enamoré de una
entre tantas otras
soledades
y no hay soledad que
se le parezca
una soledad que se
acompaña
de otra soledad
solitariamente
ASTRID
SOFÍA PEDRAZA DE LA HOZ
(Puerto
Colombia-Colombia)
SIN
LOS AÑOS SUFICIENTES.
Mujer,
matriz del mundo.
Tu
rostro, surcado por el cansancio.
Refleja
la indolencia del tiempo.
Sin
los años suficientes te hicieron madre.
No
te enseñaron: Que ser madre,
Es
quebrantar, por siempre las entrañas.
Es
dejar de ser…Para no ser.
Es
arañar la tierra, morder el polvo,
Para
dar de comer.
Llorar
impotente,
Ante
el maltrato del hombre.
A
quien no le enseñaron
Valorar
la mujer.
Cofre
santo y sagrado.
Y quien sufre tú misma
Metamorfosis
de vida.
Un
hombre, que puede ser
Él
que llevas ahora dentro de tu vientre.
Un
hombre, que nacerá con dolor.
Sin
oportunidades.
Porque
así lo diseñaron
Los
arrebatadores de sueños, Los buitres del espacio.
LUIS ÁNGEL ZOLA
(Medellín–Colombia)
(Medellín–Colombia)
Deshoras # IX
Una tarde más
que deja ver sus párpados hinchados
sus manos nerviosas sobre los objetos
y el recuerdo entre relámpagos oscuros
Una tarde más que se despide
edificando ciudades
recibiendo cartas vacías
Una tarde más que no lleva tu nombre
ni el brillo sereno de la brisa sobre el agua.
que deja ver sus párpados hinchados
sus manos nerviosas sobre los objetos
y el recuerdo entre relámpagos oscuros
Una tarde más que se despide
edificando ciudades
recibiendo cartas vacías
Una tarde más que no lleva tu nombre
ni el brillo sereno de la brisa sobre el agua.
VÍCTOR HUGO ARÉVALO JORDÁN
(Cochabamba-Bolivia)
DESPERTARON LOS ÁNGELES MALVAS
Despertaron los ángeles
malvas
y sospeché que Dios estaba
presente
cuando llovía en la tarde
blanca.
Un ángel de mármol se
adormecía,
las rodillas juntas y las
manos juntas,
con el éxtasis en los
labios
del cáliz y la oración de
mis pobrezas.
Se separaron los ángeles
malvas
de ojos llorosos y cielo
implorante;
Dios contemplaba complacido
en la lejana noche
de los comulgados en Él.
No de quienes perdieron la
sonrisa.
Nacieron rumores distantes
de ojos cerrados en carnes
y huesos desnudos,
de ojos mustios y hundidos,
esperando que llueva el
maná celeste.
Sospeché que a Dios le
gustaron las flores
de la procesión enlutada,
las notas agudas de la
banda musical,
el paso entrenado de los
cadetes,
el llanto aburrido de las
beatas,
la falsa santidad de los honorables.
Despertaron los ángeles de
malvas
y la tarde quedó hecha un
cuerpo triste
de largos costados heridos
y colgantes cabellos de
agua cristalina,
la tarde agonizó con dolor
y luto
dejando las aspas
de la Cruz.
Crecieron ante mis ojos
notas aburridas de aves
ausentes
que dieron a mi barro
fornicado
la cicuta y el coágulo
empedernido.
Sospecho que Dios estaba
presente
cuando despertaron los
ángeles malvas
en la tarde de lluvia
prendida en su manto
como nubes de sueño vacío
cubriendo su silencio y mi
tumba.
La Santa Soledad sin
descanso
sospechaba si se lograra
ver
resoplando el canto divino
las penumbras que rodearon
mi locura.
Se pararon los ángeles
malvas
cuando Dios quedó suspenso
en la luz
disimulando su sonrisa
galante,
en nuestras lágrimas abandonadas.
YANARYS
VALDIVIA MELO
(Ciego
de Ávila-Cuba)
CASAS
DE PAPEL
I
Los
viejos temen el invierno,
el
rugido del mar contra sus carnes.
Los
viejos temen al recuerdo
justo
al lado de una joven durmiente.
Los
viejos temen el pasado que evocan
las
mujeres que duermen, los olores
que
arrojan a través del tiempo.
Los
viejos temen despertar
al
lado de una muchacha muerta.
Temen
la puesta del sol,
que
obliga la estancia en una casa secreta
donde
ver morir o estar muertos.
II
Las
mujeres aman las casas,
por
la seguridad del interior, sus decorados.
Las
mujeres aman lo cercano y todo
lo
que puede encerrarse tras cortinas rojas.
Las
mujeres aman dormir al calor de hombres viejos,
no
recordar luego quién esta a su lado.
Aman
la desmemoria, el sueño narcotizante
en
el que bellas jóvenes duermen en compañía
de
hombres viejos de los que no se acordarán.
En
cambio ellas serán recordadas por siempre,
el
rojo bañando sus mejillas, el calor y
los
olores húmedos de la niñez, impregnados
en
los interiores de las casas que aman las mujeres,
que
parecen nunca despertar o haber muerto.
Soy
Cuba
Los
muchachos comen pizzas en moneda nacional,
son
los primeros que rasgan el silencio
de
mis manos.
El
viejo cercenado me ha hecho recordar,
aún
cuando miro entretenida las escandalosas vestimentas,
los
millares de lentejuelas cosidas en este cielo de noche intermitente.
Soy
Cuba
y
este lugar no me pertenece, yo no soy en lo que me he convertido.
El
viejo se acerca a las luces de las carrozas de fuego,
las
bailarinas exóticas, que demuestran a los de fuera “cuan cubana soy”.
Busca
el carnaval de años antes, el sueño parecía realizable,
pero
solo se contenta con la botella de agua, sin mar,
la
recoge y con ella la poca alma de esta ciudad;
él
es su único “habitante”, su única certeza.
Soy
Cuba
mas
no puedo borrar lo que quedó grabado
y
continúa reproduciéndose en movimiento circular.
Ese
que comparte mis ancestros siempre escapa de mí
y
cuando leo este poema nunca llego a alcanzar toda su imagen,
su
alma.
PÁGINA 21 – CUENTOS
BREVES
JORGE
M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa
Fe Capital-Argentina)
HILOS
DE ARIADNA
No
te busqué. Es cierto, no te busqué porque en mi cabeza alentaban otras ideas.
Pensaba tomar un barco sin rumbo y llegar a alguna isla donde no me encontrara
nadie. Pero no se dio ni lo uno ni lo otro. En cambio, tú me encontraste. Sí,
me encontraste en el preciso momento en que la policía cerrab mis pasos y tu
cuerpo, tu cuerpo exánime, era la mejor prueba de mi ira controlada.
El
tesoro buscado estaba allí, donde lo marcaban los mapas. Mezcla de desilusión y
de bronca los inunda en lo más hondo. Después de veintidós años, en sus manos
las monedas de cobre, los bronces herrumbrados, los jirones de vestidos de
seda. Y una espada rota. Y un astrolabio sin aguja. Cierran el cofre y lo
devueven al mar. Para que lo busquen otros.
DISTANTES
MUERTES
Viajan
a Dresden para la reinhumación de sus restos. Confían que esta sea la última
vez, el destino final. No le cayó bien el Per Lachaise, de París, ni el
cementerio de Bologna. La familia jura que ya no le volverán a hacer caso.
No
lo encuentra en esta geografía. Ni en aquella otra. No siente que haya pasado
por estos caminos de la desesperanza. Y sin embargo sabe que está, más allá de
sus pensamientos. En algún lado está. Latiendo. En cierta esquina del tiempo la
espera. Su niño.
Cabe
en su mano la palabra muerta. El vuelo roto. La distancia surcada. No ha
cerrado los o9jos. Porque todavía el cielo.
La
noticia de la muerte llegó escrita en un papel arrugado. Finalmente Lucía había
logrado su eternidad. La que nunca hirió los pensamientos de una vida opaca. La
que jugó de perdedora para no quitarle nada a nadie. La que siempre supo que
sus pasos jamás alcanzarían caminos abiertos, por desconocer la luz. Lucía, la
olvidada del mundo.
¡Tiene
alas! ¡Tiene alas!, repiten los chicos alrededor del cuerpo tirado en medio de
la plaza. No se acercan mucho, pero se dan cuenta que no respira y que lleva
una túnica de aire y los pies desnudos. Cuando llega el placero, los aparta y
dice con gravedad no lo toquen. Es el segundo ángel que cae y se golpea con el
monumento.
Esas
muertes no tienen importancia, no necesitan ser explicadas. En el Diccionario
de las Inhumaciones de Celebridades, leí que en general los grandes suelen
quejarse de su destino osario. Allí, el profesor H:J:Steinmeier razona que los
pobres de espíritu retozan en sus tumbas por falta de vuelo emocional. Hyacen
allí lo que no supieron hacer en vida. El profesor Steinmeier recuerda haberlo
comprobado más de una vez, al visitar el mausoleo de sus padres…
Hoy
hace diez años que se liberó. ¿Las muertes liberan? Liberan de la vida, pero no
de los vivos. Y eso es lo que Hortensia no logra descifrar. Lo tiene al lado
todas las noches, todas. El vuelve a sacudir su cuerpo, a dejarle la cara
amoratada, a escupirla. Porque lo tiene bien asumido: no es sudor el que moja
su cuerpo…
Hokusai
elige una mortaja rosada, del color de los cerezos. Le dan el gusto y en la
ceremonia – voces bajas y miradas furtivas – nadie habla del muerto, fascinados
por el secreto brillo de la seda.
Gasta
los últimos peniques para postergar su muerte no se los da al médico ni al
sacerdote. Tampoco al sepulturero. Confía en cambio en la palabra del chamán.
Huye
de los hornos de Treblinka sorteando infranqueables alambrados. Su cuerpo
ensangrentado, su carne destrozada. Los perros, los perros lo persiguen y ya no
da más. El primero que llega, le clava los colmillos y le arranca una mano. Con
la otra, con una fuerza de no sabe dónde, le toma el cuello y aprieta. Cuando
el animal cae, él mira al cielo y hace lo propio…
PÁGINA 22 – POESÍA
AMERICANA
FERNANDO
REYES FRANZANI
(Talca-Chile)
A
VECES LAS TARDES SON ASÍ
(a S.D.V. que me aconsejó que lo dejara leer.)
Cuando
la tarde caía como silencio espeso
cubriendo
el desencanto,
y
los contornos, de la pasada experiencia,
esfumados
producían del día la mejor hora,
cuando
pareciera que todo es nítido,
como
pecado recién deleitoso,
y
resalta la etérea vacuidad,
un
rayo de luz perdida
vino,
por un instante, a fijar el tiempo
de
la tarde que huía:
y,
sin embargo, estaba.
¿Quién
puede venir desde lo profundo
de
los sueños arrasados como una luz desgarrada?
¿Quién
retorna y golpea abriendo la esperanza
sino
esta tarde espesa de experiencia;
sino
esa luz silenciosa
como
faro inmóvil en la huida del tiempo
y
su retorno?
¿Quién
ha venido dando significado
a
tanta otra tarde pasajera?
¿Quién
pudiera congelar esta hora, la mejor,
cuando
solo el marco del encuentro es nítido
y
persiste efímero como vida renovada?
Ah
la noche!
Ah,
la noche que llega.
Descadena
la espera del día por venir
y
ya nadie sabe si habrá luz nuevamente
o
sólo cosas desencajadas
o
silencios
o
fantasmas de huida
o
tardes y tardes:
Y
otras persistencias, sin mayor importancia,
llenas
de amenazantes significados.
PEDRO ARTURO ESTRADA
(Colombia/Nueva York)
VINO GRIEGO
Bebo por ti
cuando el día se ha ido y en la habitación
reverbera aún el eco de tus palabras
Tu vino quedó a la mitad de la copa
pero la mía vuelve a llenarse
a tu salud en la hora donde ignoro
la noche de tus pasos
de tu ir hacia orillas
de otro mundo
otras gentes
otra verdad tal vez
una nueva alegría que no conoceré
o la definitiva tristeza
que te aniquilará
Bebo la coalescencia
dorada de la luz que respiramos
hasta el fondo
hasta la incertidumbre de no saber
si es esta la noche última
si era este todo el tiempo
destinado por dioses innombrables ahora
si era esta toda la vida
si fue esto
—todo el amor.
PAURA
RODRÍGUEZ LEYTÓN.
(Santa Cruz de la Sierra-Bolivia)
PARA
TU FÉMUR OLVIDADO
Cómplice
es mi boca
Que
cierra la ventana estafa do silencio
y
enmudece la Luz
de
las Flores amarillas Que del tanto del quiero.
Pestañeo
intermitentemente
pecar
Llegar al tren de la Tarde,
pecado
Siquiera sable de los Vagones oxidados.
Cómplice
del olvido es this boca hermética
Que
No sabe del patio Sembrado de losetas y grama.
Alli
pasto CRECIA en la piedra y en el zinc.
(Casa
de fantasmas deshabitada).
Letra
a letra
copiare
tu Rostro,
desdibujaré
El los guiños.
Nunca
atardece
del
Mismo Modo
En
que Avanzan tus Dedos Hacia el Interruptor.
Un
poema Podria Ser El Mejor refugio párr tus huesos,
Para
Tu fémur Olvidado.
MARGARITA
MUÑOZ
(Chihuahua-México)
LA
HIERBA ALTA
La
hierba alta
Apaga
el murmullo
De
los amantes
Oigo
el canto de los grillos
Susurrando
recuerdos
Cantemos
a la luna
Podría
llegar la tristeza
ÓSCAR
WONG
(México
DF-México)
Esta es la frontera de la luz,
estas mis manos que germinan.
Este es el grito que centellea
como luciérnaga en el fondo del deseo.
He aquí el cansancio,
el ronco viento en la garganta del mundo,
la atadura del cielo,
la terca pesadumbre.
Aquí se pervierte la ternura.
ASPASIA
WORLITZKY
(Lval-Quebec-Canadá)
VANCOUVER
Hay un camino que se pierde en la montaña,
y otro que nace más allá de la madrugada.
Me sitúo al medio, donde las piedrecitas
se encuentran,
allí donde se desvanece el agua.
Escarbo para ver si encuentro,
nada.
Recojo, de humedades tibias,
inundo los suaves entornos,
estoy sola, más sola que un perro.
A lo lejos distingo un enredo de hombres
que se afanan en pescar con moscas,
circula el aire, atraviesa la soga,
agarra, no agarra, el vocerío aumenta.
Mis pies se hunden en arena extranjera,
el río corre para llegar ligero
a juntarse con el frenesí salado,
no me ve, corre y tropieza,
ignora las sombras de los troncos despreciados
a la orilla del Fraser.
Circulan por mi mente atolondrada
las caprichosas espumas del Danubio
y me siento de nuevo confundida
en aquella tierra hostil del primer exilio.
Luego viví otros ríos,
me espantaron nuevas corrientes
sin transparencias azules,
donde reposé mis miembros fatigados
muriéndome de frío.
El Sena ilusión, el Sena sueño, distorsión.
Y de pronto me surge, claramente y sin prisa,
aquel frágil hilo, estéril, del Mapocho sangriento.
Los hombres en el barco no sospechan,
disfrutan vanamente de momentos fugaces.
Les digo que estoy contenta
y me enfilo las botas de goma
hasta más allá de las rodillas.
Luego penetro con mi caña a cuestas,
un dibujo en el cielo cercano a las cabezas,
un tirón y el enorme salmón debatiéndose
se entrega,
queda enterito aprisionado en las cuerdas,
se queda quieto.
Al atardecer en el fogón se saborea.
Nadie sabe,… que nadie sepa.
PÁGINA 23 – CUENTO
MARIANELA PUEBLA
(Valparaiso-Chile)
ÉL
Él se levanta entre sueños y camina ensimismado
atraído por el canto de algún ave al pasar. Aún no entiende este comienzo. No
es el mismo de ayer, ahora es diferente, ha cambiado, lo sabe, aunque no
tiene reflejo. Repentinamente se palpa el rostro, es otro se dice, incluso
la rudeza de sus manos tienden a ser más suaves.
Mira el paraje, el verdor de la naturaleza le envuelve
sutil, como un beso. Dibuja una sonrisa maravillado, el color de las flores
lo encantan y va hacia ellas embelesado por tanta fragancia.
Una inquietud asoma en su mente, algo formula una pregunta que titila en el
fondo de su garganta sin poder salir. ¿Será real? Suena como un eco, se
va entre las hojas y quita algunas flores al pasar, ¿qué es aquello? ¿Una
ráfaga de su aliento? ¿La brisa que escondida entre los árboles le viene a
saludar, o es el viento? No lo sabe, todavía su mente no se
acomoda, su cuerpo ya no le pertenece, por eso sabe que es otro, tal vez,
sólo sea el comienzo de un largo sueño. Recuerda que alguien mencionaba
esa tesis, somos sólo viandantes, nada más que aquello deambulando
dimensiones.
¿En cuál de ellas estará ahora?, cómo saberlo si su
mente apenas tiene algunos recuerdos y piensa que a medida que avanza por aquel
sendero, su memoria se va quedando atrás, muy atrás, mientras
nuevas cosas aparecen en su mente, son pensamientos furtivos que va
adquiriendo al tiempo que se deshojan los antiguos al continuar
caminando. Ya no le importa, siente que está en paz, aceptando la nueva etapa,
o como se llame. Más allá ve montañas, bandadas de aves que pasan piando,
algunas se posan en los árboles y matorrales, no le temen, por el contrario,
algunos están al alcance de sus invisibles manos. Piensa que quiere seguir allí,
continuar disfrutando, sin contratiempos ni dolores, esa tranquilidad que lo
rodea no tiene límites, circula por aquel paraíso.
De pronto una intensa luz le ciega la vista, se queda
petrificado por un momento sin poder moverse y luego siente que una fuerza
terrible lo arrastra hacia el comienzo, trata de asirse a alguna rama, pero
nada , la fuerza que lo aspira no le permite movimiento propio.
El temor lo acongoja, sabe que tendrá que volver a la
realidad y lucha sin tener las fuerzas para oponerse a esa irreverente
atracción y cae, cae, hasta sentir que bruscamente, ya está allí,
respirando con desesperación en esa sala de operaciones. Escucha unas voces que
repiten emocionadas, ¡lo logramos, lo logramos!...
PÁGINA 24 – POESÍA
AMERICANA
AMANDA
PEDROZO
(Asunción-Paraguay)
II
Si
uno fuera por un segundo el otro
ése a quien se ama desmedidamente
y pudiera recibir de pronto
el mismo inoportuno amor
y toda el ansia desesperada
y sintiera así en la lengua la llama
que tanto se quiere dar
y tanto es rechazada.
ése a quien se ama desmedidamente
y pudiera recibir de pronto
el mismo inoportuno amor
y toda el ansia desesperada
y sintiera así en la lengua la llama
que tanto se quiere dar
y tanto es rechazada.
Si
uno fuera por un segundo el otro
y se pudiera entonces, en un solo
instante irrepetible
descifrar el motivo
del amor desde adentro,
si uno fuera por un segundo el otro
y se pudiera transgredir entonces
cómo dolería la otra mirada,
ésa que no fue nuestra
y que no será nunca.
y se pudiera entonces, en un solo
instante irrepetible
descifrar el motivo
del amor desde adentro,
si uno fuera por un segundo el otro
y se pudiera transgredir entonces
cómo dolería la otra mirada,
ésa que no fue nuestra
y que no será nunca.
ANDREA
VICTORIA ALVAREZ
(Caracas-Venezuela)
A
MI PADRE
Padre,
nuestra casa
se
llenó de sombras -y te digo-
hay
que dejar que crezcan las paredes
como
crecen los hijos..
y
al dolor de los recuerdos
mandarlo
a patear
sus angustias al patio.
Que
todo el vendaval de las caricias ausentes
posen
su sol de luz sobre este techo
y
nos caldeen el alma.
Permitirle
a las plantas que floreen,
y
en las mañanas
brindarle
a los ido su desplegar de pétalos
y
así, entre risas aromas y colores
alegrarle
la paz a nuestros muertos.
XAVIER
OQUENDO TRONCOSO
(Ambato-Ecuador)
DE
CÓMO EL POETA REGRESA A LOS “TIEMPOS MOZOS”
Otra
vez la juventud luego de años
mirándome
desde los otros.
Otra
vez esa especie de mueca,
ese
espasmo que se queda con uno
hasta
que el efecto eche raíz en el recuerdo.
Una
canción de ayer
hace
como ripio mis paredes
La
juventud me erupciona:
una fotografía
una ráfaga de dulce
una rosa en la mitad justa de una estación de
tren
un ósculo azul en la boca
amada
una bofetada agria y limonera
en la mejilla opuesta de la luna.
Pero
ya uno se cansa también de recordar
y
más bien nos vamos a dormir
porque
hace frío,
porque hace viento
y
porque sí.
CARMEN HERNANDEZ PEÑA
(Ciego de Ávila-Cuba)
CINE DE ENSAYO
Esa mujer tan triste bebe una cerveza tras otra, y
cuando se terminan las cervezas, el dinero, llora, se bebe las lágrimas que con
una pizca de lúpulo y cebada, serían tan buenas como las que tomó toda la
tarde.
Perece que esa mujer estuvo en Sarajevo arrojando
granadas contra los enemigos, que aún no se sabe quiénes son. Es tan triste la
guerra, el camuflaje, una nueve milímetros, que sólo sirve para ser apoyada en
el cielo de la boca del dueño de la boca y de la mano. Infinitamente menos de
un segundo. El disparo. El gris simulador manchando las paredes. Después, la muerte, dulce.
Pobre Marlon Brando, muerto. Su piel de víbora
colgando de un perchero; la gabardina de Corleone, mercada al estilo del
prepucio de Cristo, distribuido en siete mil ochocientos noventa y cuatro
relicarios por los seis continentes, teniendo en cuenta, claro, que la mar es
un continente donde navegan trasatlánticos piadosos. En Sicilia, los botones de
la gabardina valen un millón cada uno. La Yakuza organiza un comando suicida
por sólo la solapa. A Yasser Arafat no le pudieron arrancar de las garras el
bolsillo derecho, en el que Don Vito guardaba las monedas. Cuánta falta hubiera
hecho a Patrice Lumumba un fajo de billetes. Los brujos congoleses habrían
conjurado la sequía. Pero Brando, con penacho de plumas, a los pies del tótem,
tan muerto y tan ajeno.
Veo los pensamientos de la mujer muy triste, parece
mujer de ghetto. Pero en verdad, la mujer de ghetto soy yo. Ella sólo está
triste y bebe una cerveza.
PÁGINA 25 – ENSAYO
RODOLFO ALONSO
(Ciudad Autónoma de
Buenos Aires-Arhentina)
EN EL AURA DE SAER
Esta
historia no comienza con esas líneas perdidas, casi tangenciales, de aquel
libro inicialmente por encargo que él supo convertir en texto clave para
cualquier argentino honrado: El río sin orillas, donde Juan José Saer
(1937-2005) alude de sopetón, como al pasar, a cierto sauce que visitaba en
forma asidua, a orillas del Sena, en una esquina detrás de Nôtre Dame. Para
entonces ya lo habíamos perdido, recientemente, y esa fidelidad suya a orígenes
que me fue dado compartir, esa inesperada presencia tan activa del árbol que
más ama el agua me conmovió superando, con mucho, los alcances del concepto
metáfora.
Nacido en la pequeña Serodino, de
inmigrantes sirios (a los que precisamente dedica El río sin orillas), la
llegada del niño Saer a la ciudad de Santa Fe se me hace como la de aquellos
jóvenes protagonistas campesinos de Cesare Pavese (él mismo nacido en la casi
aldea de Santo Stefano Belbo) que imaginaban rutilante a Turín. Pero la ciudad
de Santa Fe está implantada en eso que llamamos Litoral, mucho más que región,
un mundo de aguas y aguas que se entrecruzan a orillas de las enormes “aguas
varonas” del río Paraná, al que da la cara desde enfrente otra capital
homónima, la de Entre Ríos. Pero todo ese mundo de aguas, de luz, de verdes,
donde el sauce se inclina para mojar las hojas de sus largas ramas en la eterna
corriente, constituye un universo de peculiares intensidades y fecundos
matices, al cual sin duda alude, en absoluto retóricamente, el primer título de
Saer: En la zona.
No menos hijo de inmigrantes, nacido
porteño pero ya desde niño orgánicamente compelido a conocer la mayor parte del
país en que me habían hecho nacer, llegué a esos lares de la mano de otro
santafesino, Paco Urondo, algo mayor que yo y con el cual compartíamos entonces
una intensa amistad, y también la aventura de una singular revista de
vanguardia: poesía buenos aires. Así me tocó conocer a Hugo Gola, a un casi
niño y ya algo rezongón Juan José Saer y, cruzando en los lanchones el ancho
lomo del Paraná, descubrir en su Paraná del otro lado al inefable Juan L.
Ortiz, mucho más que el poeta de esas aguas, de esos ríos, la prueba viviente
de aquello con que nos emocionaba Tristan Tzara: “Hacer de la poesía una manera
de vivir”.
El sauce entonces, bellamente
emblemático, de tan tierna y discreta y límpida grandeza, bien podía encarnar
como símbolo, como mito, sin duda a todo eso. Y permítanme recaer en la
irremisible obviedad: En el aura del sauce bautizó nada menos que Juan L.
Ortiz, a la primera edición de su poesía completa.
Aquel sucinto apunte de Saer, entonces,
ese indicio de lo que para él significaba, de infancia a infancia, de lo que
para su ser más profundo investía ese sauce que descubrió inclinando, o más
bien derramando sobre el Sena su cabellera verde, me llevó a buscarlo, a
buscarlos: a él y a ese prójimo árbol, durante el primer viaje que me tocó
hacer a París, con la irrefrenable ansiedad de imaginarme compartiendo todavía con
él algo tan inefable como hondo. Y cuando lo encontré exactamente donde dijo,
detrás de Nôtre Dame, y lo descubrí tan alto y amplio y bello, con su verde
cabellera bien hundida en el Sena, casi pierdo el avión porque no podía
despegarme del bistró Esmeralda, que le está haciendo esquina, como si la
sombra del querido Juani fuera a venir a encontrarme, caminando por la vereda
de enfrente, hacia el sauce, junto a las rejas del jardín posterior que
continúan el enorme paredón gris de Nôtre Dame, buscando aquella luz de
infancia que nos dio, hasta a mí, porteño claro, el Litoral. ¿O es que el Mar
Dulce, el río sin orillas, el Río de la Plata, no se hace mezclando el Paraná y
el Uruguay? Donde los sauces brillan en su luz que canta.
Pero esta historia como suele ocurrir
no concluyó así. Uno o dos años después, otra vez en París, lo primero que se
me ocurrió fue ir a reencontrarme con el sauce de Saer sobre el Sena. Llegué al
bistró Esmeralda, miré hacia donde había estado, y sólo encontré el vacío. De
inmediato sentí el dolor de una ardiente injusticia, de una infamia ultrajante.
Al balbuceo entrecortado de mis preguntas, nadie supo responder con alguna
exactitud. No sé entonces si el culpable fue la acostumbrada desidia municipal
o la supuesta razón científica. Sólo sé que al ancho muñón liso como de
guillotina donde había estado el bello árbol, que yo vi y fotografié pleno de
vida, desbordante de vida, era enmarcado por el mismo cielo donde París había
permitido erigirse al único rascacielos que, por ahora, ofende su perspectiva.
Los dioses ciegan a los que quieren perder. Y la luz de ese sauce sólo intenta
cantar ahora en ciertas líneas de poesía y en algunos testimonios fotográficos.
Para consolarme, quizá, me dijeron que
los sauces reviven, rebrotan, aún de esos muñones burdamente talados. Confiemos
entonces, consolémonos, con otra luz, no menos inefable y no menos orgánica: la
de la resiliencia. O que acaso, también, ¿por qué no?, hasta los burócratas
replanten sauces jóvenes. Así sea.
* Poeta, traductor, ensayista.
PÁGINA 26 – POESÍA
AMERICANA
PEDRO
ABRIZ
(México
DF-México)
ESPEJO
ROTO.
Cuchillos
a través de los espejos,
ilos
que cortan el pan de vida en pedazos desiguales.
Insesante
lluvia de pájaros atemorizados,
que
se saben presa deseada;
y
en las garras de la fiera también hay ternura.
El
instinto de caín su marca y su bravura.
El
león ruge de miedo, y el lobo es nostálgico.
porque
hay más valor en un pájaro desnudo,
en
un pájaro-David,
en
un pájaro-honda,
en
un pájaro indignado.
Ya
cantan ruiseñores al destierro de la fiera,
cantan,
cantan, el sueño en los colmillos.
¿Porqué
atraviesan las navajas?
Se
sabe espejo roto,
Imagen
destrozada por si misma,
realidad
que flota por la mente.
Es
ángel y demonio, sombra y sol,
es
fiera y ternura, es valiente ruiseñor.
Es
solo paloma.
Se
busca y no se haya;
en
su dualidad se pierde,
se
pierde en el pasado.
Cantillo
de negra marejada.
Sueño
dulce de juventud,
disgregando
el viaje de la muerte.
La
suerte está hechada ya.
Ha
sido fiera.
Hoy
solo presa.
Y
no desmayara hasta ser paloma.
Solo
paloma paz.
FRANK
PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)
OLVIDOS
Un puñado de olvidos
son mis vocablos,
son
como tu aroma,
que tiene silueta
de púrpura obsesiva,
al sobrevivir
a la sustancia del alba,
para tomar
algún trozo de cielo
con el último ardor de tus besos.
Derechos Reservados © Copyright
LUISA FERNANDA TRUJILLO AMAYA
(Bogotá-Colombia)
PUNTO CIEGO
Que se agite el pañuelo en la distancia
hasta verlo convertido punto ciego
en el recuerdo
Que las hormigas detengan su andar
y estacionadas a la orilla de la madriguera
cuenten sus patas perdidas al restar camino
Que este olor a calle
a mendicidad escarbando la basura
abandone su parada orgánica
deje de alimentar el hambre
de agujerear escombros
de desdoblar papeles
en busca de señales
Que el granizo acabe y cese de estrellarse
contra las aceras
Que lo marchito de la flor se hunda de una buena vez
en el agua estancada de las alcantarillas
a ver si la agonía de los pies deja su peregrinaje
y acaba con la jerigonza de los pasos
por las avenidas
(Popayán-Colombia)
EL AMANTE
Y
en una de esas calles sombrías
el
amante inventó la risa y la escritura.
Cuando
él te ama
encuentras
en el espejo el rostro que buscabas
esa
mezcla esplendorosa de un sol de primavera
y
el misterio feliz de los amaneceres de la infancia.
Cuando
él te ama brotan de tus palabras
los
poemas que anhelabas escribir
y
te invade el impulso de caminar libre bajo el cielo
como
su igual.
Tus
pasos desnudos
se
entregan al deleite de recorrer la casa
flotando
sobre el mundo como con él lo haces
y
palpas con minucia
y
saboreas con gula
y
susurras mensajes tan nuevos y secretos
como
los gritos de tu amante en tu cuello de ahorcada.
La
soledad es una diosa que te habita feliz cuando él te ama
y
despierta en tu garganta la sed de vino y alegría.
Y
escuchas sus canciones mojadas y lluviosas
hundiéndote
en la noche como en su cuerpo oscuro
en
esa calle larga
desnuda
y solitaria
cifrada
en el deseo que a él te une.
ARABELLA
SALAVERRY
(San
José-Costa Rica)
SÓLO
DE PALABRAS
Sólo
en la palabra me alimento
Sólo
en el destierro del silencio
ante las hojas vacías me redimo
Sólo
de palabras
Para
compartir con las exhaustas
las
que habitan el país de la clausura
las
que no saben cómo se deletrea
el
término futuro
Sólo
en la palabra la sílaba en la letra
en
el esquema de vocablos
En
la bofetada abierta a los silencios
Sólo
en la palabra me restauro
PÁGINA 27 – CUENTO
LUIS
ALFONSO MONASTERIOS TORRES
(Maracaibo-Zulia-Venezuela)
ESPEJO,
ESPEJO
Querida
Cristina
Prometí
escribirte hace tiempo. Disculpa. No pude o no quise. Ahora, tengo algo
sorprenderte que decirte; tal vez pienses que son mis delirios y alucinaciones
de siempre. Y puede que tengas razón, no sé. Nunca me he sentido tan confundido
y desolado como ahora. Te darás cuenta, cuando termines de leer.
Mi
alma no tiene descanso, ni el más mínimo. No hay paz, ni rezos. No hay nada.
Tengo miedo, mi querida Cristina. No sé cuánto tiempo ha pasado, no sé si todo
es una terrible pesadilla kármica, originada por mis propios fantasmas. Pero,
algo pasó, está pasando conmigo en este momento. Trataré de contarte. Quizás no
me dé tiempo terminar. Quizás sea lo último que te diga.
¿Recuerdas
la vieja casa abandonada, cerca del Tecnológico? Bien. Pasaba por ahí, vi a una
mujer entrando, una mujer bastante joven.
Llevaba
el pelo largo y desordenado, es lo único que recuerdo con claridad de ella. Sólo la vi un breve momento. Entró con rapidez. La seguí.
Dejó la puerta abierta, así que entré también. La llamé varias veces, no me
respondió. La casa de tres pisos, estaba, —al parecer—, solitaria y además
cubierta de polvo por todas partes. Subí al tercer piso; escuché, —o creí
escuchar—, murmullos en la última habitación. Abrí la puerta con cierto susto,
no había nadie. En el suelo encontré una bolsa de tela, la revisé, dentro había
arena roja, pestilente; vomité lo poco que contenía mi estómago. Vi un marco
vacío, al principio eso creí, luego, me di cuenta que era un espejo negro, de
cuerpo entero, todo negro, con un marco de fina madera, olorosa a incienso
milenario, muy en contraste con la maldita arena rojiza de la bolsa. Por
supuesto, el espejo no reflejaba nada. Di varios golpes suaves, con mi puño, en
la superficie negra. Escuché con bastante claridad a mi espalda, una voz suave
y femenina: “—Sácame…” giré y no vi a nadie. Golpeé una vez más y otra, escuché
la voz suave, pero, no giré, me quedé mirando el espejo. Escuché:
—Sácame
y serás inmortal…
En
ese momento giré lo más rápido que pude, —y claro—, no había nadie. Pero, al
mirar el espejo, este se puso como líquido y fosforescente, donde había golpeado
con mi puño. Empezó a oírse desde su fondo, una música extraña: como un lamento
distante o como una maldita letanía. Todas mis fuerzas, —o lo que de ellas
quedaba—, mentales y físicas, me abandonaron. Caí inconsciente por algunas
horas.
Hay
algo que no te he dicho. Traté de suicidarme. La madrugada anterior de cuando
entré en la casa. Con pastillas, fallé claro. Ni siquiera morirme me sale bien.
Sé que varias veces lo discutimos y casi llegas a convencerme. Aún así, lo
intenté. Traté de vencer mi insomnio para siempre, salir de la responsabilidad
de ser hombre. Tomé las pastillas que encontré, no sé de cuáles. Dormí, soñé
contigo, Cristina. Compartimos un helado. ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
Marzo 21. Equinoccio de primavera. Nos conocimos en la escuela de arte.
Amaneció. Desperté. Llegué al vestíbulo del infierno y me regresaron. Tal vez
no tenía pasaporte. Te podrás imaginar el malestar. Vomité una y otra vez. Casi
sin defensas sicológicas, decidí salir a caminar, ya sabes a donde llegué.
Cuando
desperté, la habitación estaba en penumbras. La única claridad entraba de la
calle, por las rendijas de la ventana cerrada. Pensé que todo había sido una
alucinación, por efecto de las pastillas. Sudaba, me tranquilicé un poco para
irme.
Oí
otra vez la música extraña, el espejo resplandeció, cegándome por completo e
iluminando toda la habitación por unos segundos. No me reflejaba, ni a la
habitación tampoco. En cambio, si podía ver a través de él; un pasillo lleno de
puertas a cada lado; unas abiertas, otras cerradas, se perdían en la distancia.
La música no cesaba. Una mujer hermosa salió de algún lugar; de cabello negro y
largo, se detuvo frente a mí, sus ojos a la altura de los míos, me dijo:
—Sácame
y serás inmortal… dame tu mano… y arroja un puñado del polvo contenido en la
bolsa de tela… sobre el espejo…
Lo
hice. Le di la mano. Lo que sucedió luego, no tengo fuerzas para contártelo.
¿Delirio? ¿Alucinación? ¿Karma por jugar con los dos filos? No sé. No quiero
lastimar a nadie. No quiero llevar a nadie al infierno conmigo. Estoy solo en
absoluto, Cristina mía.
“Mañana
será otro día”; decía mi abuela. Aléjate de mí, pero no me dejes solo. Debo
irme. El espejo empieza a resplandecer otra vez.
PÁGINA 28 – POESÍA
AMERICANA
GRACIELA
GUERRERO GARAY
(Las
Tunas-Cuba)
SIGILO
Quién
sabe qué pasará ahora por tu mente,
cuando
el silencio te envuelve y me devora.
Quién
sabe, caramba, quién sabe,
si
el reloj es un grito callado que se ahoga.
Tal
vez no importa el tiempo ni acaso este sigilo.
Quizás
vuelvan los mares y se tiñan de azul,
en
esta ausencia tuya, necesaria y punzante,
no
hay barcos en el puerto y ya nada es igual.
Quién
sabe, caramba, quién sabe.
Estas
garras de miel salpicadas de sangre,
escalando
invisibles el otro amanecer.
Desnuda
la esperanza; las manos, sin la piel.
Qué
pasará cuando el amor se agite y me despierte.
Sonámbula
perdida, borrada la mujer.
Tu
figura es un monte, sin veredas ni trillos.
El
mar quedó de blanco y no puede volver.
NARA
CANINO SALGADO
(Vega
Baja-Puerto Rico)
EN
GUERRA
Más duras que el yeso, para mí,
son las palabras que se suspenden
como obstáculos cuando más quiero…
Niña desdichada de las albas,
correr al infinito para alcanzar el horizonte
¡Cuántas veces me han detenido!
y he vuelto de mi viaje herida de su cal,
de su cal que tanto me entusiasmo
cuando yo soñaba hacer mi sábana
y arropar nuestros cuerpos en un viaje eterno
Pero mi desengaño ha sido triste;
porque creí que con él terminaría
en el cielo
pero mi viaje se quedo en la tierra
donde mis ojos se cansaron de vagar,
donde mis pies se cansaron tras el horizonte,
donde mi alma se sentó a esperar…
He vuelto a la tierra a la guerra conmigo misma
como una niña, detrás de ti, en el sinfín de mi horizonte
está mirándome que vaya por él
Quisiera destruir sus duras cales,
porque mi niñez, ahora se ha arropado
de infinito
hoy cenizas, por ti soy, con una crueldad opaca
contra mi frente.
con un castigo de umbría en el corazón
con la indiferencia de piedra sobre el suspiro
Cenizas hoy, cuándo ayer fui fuego que abrazo tu pasión,
cenizas en la dureza más remota de donde brota
la ternura de la fuente, pensar que ayer hermané mi nostalgia
a tus cantos pluviales. Hoy cenizas, que me hacen pensar,
que su altura es la altura de mi cuerpo bajo tierra,
el comienzo mismo de mi vuelo
para lograr la altura de mi alma
De congojas la existencia me sorprende
y el canto de ese hombre que no puede
desgranar sus mentiras, pero quiere…
Resuenen sus truenos desbocados a tropeles,
mi guerra es inminente,
mi arma es el amor más impaciente
que está más en mi carne que la muerte
que está más en mi espíritu que ausente
desde mi dolor reciente
Sin embargo, siento una derrota
en el batir de alas de mi anhelo,
la impaciencia se desalienta
se rebela el hastío…
Un pájaro en el cielo escribe
“La paz entre nosotros mi amor guerrero”
¡Ay hallazgo sin nombre de la amistad!
Más duras que el yeso, para mí,
son las palabras que se suspenden
como obstáculos cuando más quiero…
Niña desdichada de las albas,
correr al infinito para alcanzar el horizonte
¡Cuántas veces me han detenido!
y he vuelto de mi viaje herida de su cal,
de su cal que tanto me entusiasmo
cuando yo soñaba hacer mi sábana
y arropar nuestros cuerpos en un viaje eterno
Pero mi desengaño ha sido triste;
porque creí que con él terminaría
en el cielo
pero mi viaje se quedo en la tierra
donde mis ojos se cansaron de vagar,
donde mis pies se cansaron tras el horizonte,
donde mi alma se sentó a esperar…
He vuelto a la tierra a la guerra conmigo misma
como una niña, detrás de ti, en el sinfín de mi horizonte
está mirándome que vaya por él
Quisiera destruir sus duras cales,
porque mi niñez, ahora se ha arropado
de infinito
hoy cenizas, por ti soy, con una crueldad opaca
contra mi frente.
con un castigo de umbría en el corazón
con la indiferencia de piedra sobre el suspiro
Cenizas hoy, cuándo ayer fui fuego que abrazo tu pasión,
cenizas en la dureza más remota de donde brota
la ternura de la fuente, pensar que ayer hermané mi nostalgia
a tus cantos pluviales. Hoy cenizas, que me hacen pensar,
que su altura es la altura de mi cuerpo bajo tierra,
el comienzo mismo de mi vuelo
para lograr la altura de mi alma
De congojas la existencia me sorprende
y el canto de ese hombre que no puede
desgranar sus mentiras, pero quiere…
Resuenen sus truenos desbocados a tropeles,
mi guerra es inminente,
mi arma es el amor más impaciente
que está más en mi carne que la muerte
que está más en mi espíritu que ausente
desde mi dolor reciente
Sin embargo, siento una derrota
en el batir de alas de mi anhelo,
la impaciencia se desalienta
se rebela el hastío…
Un pájaro en el cielo escribe
“La paz entre nosotros mi amor guerrero”
¡Ay hallazgo sin nombre de la amistad!
LEON
GIL
(Medellin-Colombia)
CROMOGRAFÍA*
Hoy
me desayuné con rojo
violeta
azul amarillo y verde
y
en lugar de café con crema
me
bebí la sangre
y
alma de cada lámpara
entonces
yo
era un arco iris
y
una antorcha
pero
me dolía terriblemente
porque
has de saber
mi
querido Theo
cuesta
mucho ser una estrella
*El poema alude a la
ocasión en que Vincent intentó suicidarse ingiriendo el contenido de sus tubos
de color y el combustible de las lámparas del manicomio donde se encontraba.
JENNY
LONDOÑO.
(Quito-Ecuador)
OBSIDIANA
ANCESTRAL
Soy
caracola que sobrevive al viento
cargada
con su almena inquebrantable
arcilla
tricolora que amalgaman los siglos
quicullo
tierno que corona los riscos.
Cripta
de colisiones, de cántaros guardados
donde
truenan las voces de charangos y quenas
de
raíces y tallos, de corales y huallcas
obsidiana
que guarda su gel en ocarinas.
Soy
filón ancestral de rituales ocultos
de
vasijas cocidas con sudor milenario
marimbas
que crepitan sobre el ébano tierno
cununos
y tambores de negritud dormida.
Candombe
y danza que ondula mi cintura
lascivia
sideral que explota en mis arterias
convertida
en murmullo de gaitas y zampoñas
bocinas,
rondadores que germinan en grito.
PÁGINA 29 – CUENTO
OSVALDO SORIANO
(Mar del
Plata-Buenos Aires-Argentina)
GENEVIÈVE
En medio de la clase de física, cuando llegaba la primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes, el Flaco Martínez, que era el profesor más querido del colegio, tiraba la tiza sobre el escritorio descalabrado y decía: "Y ahora, a visitar la materia". Los alumnos sabíamos lo que quería decir. Los primeros aplausos y vivas venían de los bancos de atrás, de los mayores que repetían por tercera vez el año y estaban en edad de conscripción.
Guardábamos carpetas y libros y el Flaco Martínez levantaba las manos pidiendo silencio para que el director y el celador no nos oyeran. El director era un tipo bien trajeado que sabía manejar la sonrisa y el rigor; estaba al tanto, pero toleraba las escapadas porque temía el desgano de los mejores jugadores de fútbol en la gran final intercolegial de noviembre.
Era sabido que cada año apostaba su aguinaldo completo a favor de "sus muchachos". Con la llegada de la primavera florecía también su carácter jovial, tolerante, y la disciplina se relajaba y los exámenes eran menos imperativos y aquellos que nos sabíamos ya integrantes del equipo nos sentíamos con derecho a olvidar las matemáticas y la química para entrenar en la cancha vecina.
Entonces salíamos caminando despacio, casi arrastrando los pies para no darles envidia a los pibes de primer año que tenían matemáticas en el aula del zaguán, la puerta entreabierta porque ya no soplaba el viento del oeste y el silencio calmaba los nervios como un puñado de aspirinas. Por entonces las calles no estaban pavimentadas y un viejo camión regador pasaba dos veces por día para aquietar el polvo. Cuando el viento callaba, como aquella tarde, el pueblo chato y gris parecía cubrirse de ruidos que no conocíamos. El Flaco Martínez caminaba adelante, el pucho entre los labios, su pálida cara de tuberculoso afrontando un sol dañino. Era, creo, tan pobre como nosotros: llevaba siempre el mismo traje azul lustroso que planchaba extendiéndolo bajo el colchón de la pensión y se ponía cualquier corbata cortita a la que nunca le deshacía el nudo. Se decía que era timbero y mujeriego y que por eso lo habían transferido de un respetable colegio de Bahía Blanca a nuestro remoto establecimiento de varones solos, adonde sólo se llegaba por castigo o por aventura.
Éramos más de veinte en el curso, pero la asistencia nunca pasaba de doce o catorce; los mejores alumnos, serios y bien vestidos, y nosotros, los que teníamos el boletín lleno de amonestaciones pero jugábamos bien al fútbol.
No era fácil seguir al Flaco Martínez que tenía las piernas largas como mástiles. Subía la cuesta y encaraba por la ruta asfaltada que separaba a los malos de los buenos ciudadanos del pueblo. Al sol, su pelo largo al estilo de un bohemio pasado de moda se ponía rojo y todos nos dábamos cuenta de que la física le importaba tanto como a nosotros. Pero nadie, nunca, se animó a tutearlo. En los momentos más dramáticos de una partida de billar se le alcanzaba la tiza acompañandola de un "señor" que jamás sonó socarrón.
Aquélla no era su tierra y estaba claro que despreciaba cada grano de arena que respiraba o se le metía en los zapatos. Pero se había resignado a ella como los hombres solos se resignan a las noches interminables.
Bajando la cuesta, al otro lado de la ruta, se veían esparcidas las primeras casas cuadradas y el café con billares y barajas del turco Saúl Asir. A esa hora, las calles del barrio estaban desiertas y sólo los camiones cargados de manzanas pasaban dejando una polvareda que se quedaba flotando hasta que una brisa nos la apartaba del camino y el sol volvía a cocinar las acequias y los espinillos. En el bar, el Flaco Martínez se tomaba una sola ginebra y nos hacía vaciar los bolsillos. Como siempre, el Rengo Mores tenía apenas lo justo para pagarse la vuelta en ómnibus hasta Centenario, que quedaba entre las bardas, a cuarenta kilómetros. Casi todos vivíamos lejos y atravesábamos el río en colectivo, o en bicicleta, o colados en algún camión. Los que faltaban a clase se habían quedado pescando cerca del puente porque todavía no era tiempo de sacarse la ropa y tirarse a nadar.
Juntábamos el primer viernes de cada mes lo que ganábamos al truco, o en trabajos de ocasión. El Flaco Martínez reunía los billetes y hasta alguna moneda, agregaba lo suyo que no era mucho, y se iba a parlamentar con la gorda Zulema que era nuestra virgen protectora. La Zulema era dulce y sabia, paciente y comprensiva, y amaba su profesión como jamás he visto que otra mujer la amara. No conocía el egoísmo ni las pequeñas miserias que otros toman por virtudes. Su orgullo era la heladera eléctrica, la única de ese costado maldecido de la ribera, que había hecho traer en un vagón de encomiendas desde Buenos Aires. No es que alardeara de ella, ni que la mezquinara, pero nadie tenía derecho a abrirla sin su presencia y consentimiento.
Una noche de sopor en la que todos estuvimos de acuerdo en que llovería, la abrió delante de mí y del Negro Orellana. Aparte de una botella de refresco y una pechuga de pollo, había un largo collar de perlas de imitación y un paquete de cartas envueltas en una cinta rosa. Eran fantasmas del pasado y la Gorda Zulema quería que se conservaran frescos e intactos como un postre de chocolate.
Hubo otra noche en que yo estaba triste, un poco borracho e impotente, y ella me pasó la mano por la cabeza y me acarició los párpados y no me dijo las estúpidas palabras que tenían preparadas las otras mujeres del barrio. Me hizo sentar al borde de la cama, que era grande como una pista de baile, apoyó su cabeza contra mi espalda para que no nos viéramos las caras y me contó alguna cosa de su vida que nos hizo llorar a los dos mientras los otros clientes esperaban en el vestíbulo.
Supe esa noche que se llamaba Geneviève, que era francesa de verdad y no como otras, que arrastraban la erre para darse corte. Buscó las cartas en la heladera. Los sobres desteñidos de tinta violeta estaban escritos con una caligrafía varonil e imperativa. Un detalle añadía a la distancia un reproche velado: no conforme con escribir Neuquén, Argentine, el hombre agregaba inútilmente Patagonie, Amérique du Sud. El sobre traía ya una sospecha de selvas o desiertos. De fin del mundo.
Geneviève se había ocultado detrás de Zulema en Buenos Aires, donde había pasado algunos años de gloria mientras Europa se desangraba. Su contribución al esfuerzo de guerra de sus compatriotas había sido firme y decidida: hasta la liberación de París ningún hombre de nacionalidad alemana se tendió sobre sus sábanas.
La decadencia y las arrugas la trajeron a nuestro pueblo y secretamente sabía que su tierra ya estaba tan lejana como su juventud. Barajó los sobres como si fuera a repartir las cartas y en ellas estuviera escrito el destino, el de ella -que soñaba en vano con volver a ver el Mediterráneo- y el mío, que alguna vez me llevaría a su Francia natal.
No habló del hombre que se quedó en el puerto de Marsella: cuando la correspondencia dejó de llegar empaquetó el pasado y lo guardó en la heladera, como otras mujeres lo conservan el el rictus amargo de los labios.
Pero aquella tarde de primavera en que llegamos con el Flaco Martínez, todavía no habíamos mirado la heladera por dentro ni habíamos llorado juntos. Zulema era gorda y opulenta y Federico Fellini hubiera gustado de ella. A su lado, el Flaco Martínez parecía una escoba abandonada junto a un camión cisterna. Hablaron un rato sin manosear dinero ni levantar la voz. Al otro lado de la calle nosotros esperábamos, ansiosos como si el Flaco estuviera por tirar un penal. Un movimiento de cabeza, una risa comprensiva de la Gorda Zulema y empezamos a saltar como si el Flaco hubiera hecho el gol.
Tirábamos los turnos a la suerte, revoleando dos monedas a la vez y el sistema era complicado porque la empresa era seria. Si alguien reclamaba prioridad por su dinero, el Flaco prometía hacerle explicar la fusión de ya no sé qué materia y el egoísta se calmaba. Después, al caer la tarde, con la lengua desatada por la emoción, íbamos a jugar al billar a lo del Turco y teníamos un hambre feroz y ni una moneda para un sándwich.
Cuando recuerdo aquellos años, cuando reviven las imágenes del Flaco Martínez y de la Gorda Zulema, imagino que el corresponsal de Marsella escribiría sus cartas temiendo que el corazón de su Geneviève se endureciera en aquel desierto hostil. Pues no. Es hora de que ese hombre obstinado, si vive todavía, lo sepa. Valía la pena esperarla. Aun esperarla en vano. En aquel paisaje en el que éramos extranjeros ( es decir, inocentes), todo era irrealidad: no había elefantes que rodearan el valle, ni el avión negro de Perón llegó nunca. Las manzanas y las vidas florecían pero las ilusiones, como los relojes baratos que llevábamos en la muñeca, se entorpecían y luchaban por abrirse paso entre la arenisca que volaba desde el desierto.
Hace unos años, cuando fui por última vez, mis amigos de entonces me habían enterrado: corrió la noticia que me daba como descabezado en un accidente de tránsito. Fue curioso ver las caras azoradas frente a una aparición de ultratumba.
Por fin, cuando hicimos el recuento de vidas y muertes, de hazañas y cobardías, de sueños realizados y matrimonios hechos y deshechos, pregunté por el Flaco Martínez. "El Flaco también se murió -dijo alguien-; se fue al sur, a Santa Cruz, y lo agarró la pulmonía, pobre Flaco."
La Zulema era un recuerdo que se nombraba en voz baja. Muchos se habían construido un edificio personal que los abrigaba de un pasado de pobreza y la Gorda Zulema estaba sepultada en los cimientos. ¿Qué importancia podía tener entonces aquel primer viernes de cada mes, cuando era primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes?
En medio de la clase de física, cuando llegaba la primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes, el Flaco Martínez, que era el profesor más querido del colegio, tiraba la tiza sobre el escritorio descalabrado y decía: "Y ahora, a visitar la materia". Los alumnos sabíamos lo que quería decir. Los primeros aplausos y vivas venían de los bancos de atrás, de los mayores que repetían por tercera vez el año y estaban en edad de conscripción.
Guardábamos carpetas y libros y el Flaco Martínez levantaba las manos pidiendo silencio para que el director y el celador no nos oyeran. El director era un tipo bien trajeado que sabía manejar la sonrisa y el rigor; estaba al tanto, pero toleraba las escapadas porque temía el desgano de los mejores jugadores de fútbol en la gran final intercolegial de noviembre.
Era sabido que cada año apostaba su aguinaldo completo a favor de "sus muchachos". Con la llegada de la primavera florecía también su carácter jovial, tolerante, y la disciplina se relajaba y los exámenes eran menos imperativos y aquellos que nos sabíamos ya integrantes del equipo nos sentíamos con derecho a olvidar las matemáticas y la química para entrenar en la cancha vecina.
Entonces salíamos caminando despacio, casi arrastrando los pies para no darles envidia a los pibes de primer año que tenían matemáticas en el aula del zaguán, la puerta entreabierta porque ya no soplaba el viento del oeste y el silencio calmaba los nervios como un puñado de aspirinas. Por entonces las calles no estaban pavimentadas y un viejo camión regador pasaba dos veces por día para aquietar el polvo. Cuando el viento callaba, como aquella tarde, el pueblo chato y gris parecía cubrirse de ruidos que no conocíamos. El Flaco Martínez caminaba adelante, el pucho entre los labios, su pálida cara de tuberculoso afrontando un sol dañino. Era, creo, tan pobre como nosotros: llevaba siempre el mismo traje azul lustroso que planchaba extendiéndolo bajo el colchón de la pensión y se ponía cualquier corbata cortita a la que nunca le deshacía el nudo. Se decía que era timbero y mujeriego y que por eso lo habían transferido de un respetable colegio de Bahía Blanca a nuestro remoto establecimiento de varones solos, adonde sólo se llegaba por castigo o por aventura.
Éramos más de veinte en el curso, pero la asistencia nunca pasaba de doce o catorce; los mejores alumnos, serios y bien vestidos, y nosotros, los que teníamos el boletín lleno de amonestaciones pero jugábamos bien al fútbol.
No era fácil seguir al Flaco Martínez que tenía las piernas largas como mástiles. Subía la cuesta y encaraba por la ruta asfaltada que separaba a los malos de los buenos ciudadanos del pueblo. Al sol, su pelo largo al estilo de un bohemio pasado de moda se ponía rojo y todos nos dábamos cuenta de que la física le importaba tanto como a nosotros. Pero nadie, nunca, se animó a tutearlo. En los momentos más dramáticos de una partida de billar se le alcanzaba la tiza acompañandola de un "señor" que jamás sonó socarrón.
Aquélla no era su tierra y estaba claro que despreciaba cada grano de arena que respiraba o se le metía en los zapatos. Pero se había resignado a ella como los hombres solos se resignan a las noches interminables.
Bajando la cuesta, al otro lado de la ruta, se veían esparcidas las primeras casas cuadradas y el café con billares y barajas del turco Saúl Asir. A esa hora, las calles del barrio estaban desiertas y sólo los camiones cargados de manzanas pasaban dejando una polvareda que se quedaba flotando hasta que una brisa nos la apartaba del camino y el sol volvía a cocinar las acequias y los espinillos. En el bar, el Flaco Martínez se tomaba una sola ginebra y nos hacía vaciar los bolsillos. Como siempre, el Rengo Mores tenía apenas lo justo para pagarse la vuelta en ómnibus hasta Centenario, que quedaba entre las bardas, a cuarenta kilómetros. Casi todos vivíamos lejos y atravesábamos el río en colectivo, o en bicicleta, o colados en algún camión. Los que faltaban a clase se habían quedado pescando cerca del puente porque todavía no era tiempo de sacarse la ropa y tirarse a nadar.
Juntábamos el primer viernes de cada mes lo que ganábamos al truco, o en trabajos de ocasión. El Flaco Martínez reunía los billetes y hasta alguna moneda, agregaba lo suyo que no era mucho, y se iba a parlamentar con la gorda Zulema que era nuestra virgen protectora. La Zulema era dulce y sabia, paciente y comprensiva, y amaba su profesión como jamás he visto que otra mujer la amara. No conocía el egoísmo ni las pequeñas miserias que otros toman por virtudes. Su orgullo era la heladera eléctrica, la única de ese costado maldecido de la ribera, que había hecho traer en un vagón de encomiendas desde Buenos Aires. No es que alardeara de ella, ni que la mezquinara, pero nadie tenía derecho a abrirla sin su presencia y consentimiento.
Una noche de sopor en la que todos estuvimos de acuerdo en que llovería, la abrió delante de mí y del Negro Orellana. Aparte de una botella de refresco y una pechuga de pollo, había un largo collar de perlas de imitación y un paquete de cartas envueltas en una cinta rosa. Eran fantasmas del pasado y la Gorda Zulema quería que se conservaran frescos e intactos como un postre de chocolate.
Hubo otra noche en que yo estaba triste, un poco borracho e impotente, y ella me pasó la mano por la cabeza y me acarició los párpados y no me dijo las estúpidas palabras que tenían preparadas las otras mujeres del barrio. Me hizo sentar al borde de la cama, que era grande como una pista de baile, apoyó su cabeza contra mi espalda para que no nos viéramos las caras y me contó alguna cosa de su vida que nos hizo llorar a los dos mientras los otros clientes esperaban en el vestíbulo.
Supe esa noche que se llamaba Geneviève, que era francesa de verdad y no como otras, que arrastraban la erre para darse corte. Buscó las cartas en la heladera. Los sobres desteñidos de tinta violeta estaban escritos con una caligrafía varonil e imperativa. Un detalle añadía a la distancia un reproche velado: no conforme con escribir Neuquén, Argentine, el hombre agregaba inútilmente Patagonie, Amérique du Sud. El sobre traía ya una sospecha de selvas o desiertos. De fin del mundo.
Geneviève se había ocultado detrás de Zulema en Buenos Aires, donde había pasado algunos años de gloria mientras Europa se desangraba. Su contribución al esfuerzo de guerra de sus compatriotas había sido firme y decidida: hasta la liberación de París ningún hombre de nacionalidad alemana se tendió sobre sus sábanas.
La decadencia y las arrugas la trajeron a nuestro pueblo y secretamente sabía que su tierra ya estaba tan lejana como su juventud. Barajó los sobres como si fuera a repartir las cartas y en ellas estuviera escrito el destino, el de ella -que soñaba en vano con volver a ver el Mediterráneo- y el mío, que alguna vez me llevaría a su Francia natal.
No habló del hombre que se quedó en el puerto de Marsella: cuando la correspondencia dejó de llegar empaquetó el pasado y lo guardó en la heladera, como otras mujeres lo conservan el el rictus amargo de los labios.
Pero aquella tarde de primavera en que llegamos con el Flaco Martínez, todavía no habíamos mirado la heladera por dentro ni habíamos llorado juntos. Zulema era gorda y opulenta y Federico Fellini hubiera gustado de ella. A su lado, el Flaco Martínez parecía una escoba abandonada junto a un camión cisterna. Hablaron un rato sin manosear dinero ni levantar la voz. Al otro lado de la calle nosotros esperábamos, ansiosos como si el Flaco estuviera por tirar un penal. Un movimiento de cabeza, una risa comprensiva de la Gorda Zulema y empezamos a saltar como si el Flaco hubiera hecho el gol.
Tirábamos los turnos a la suerte, revoleando dos monedas a la vez y el sistema era complicado porque la empresa era seria. Si alguien reclamaba prioridad por su dinero, el Flaco prometía hacerle explicar la fusión de ya no sé qué materia y el egoísta se calmaba. Después, al caer la tarde, con la lengua desatada por la emoción, íbamos a jugar al billar a lo del Turco y teníamos un hambre feroz y ni una moneda para un sándwich.
Cuando recuerdo aquellos años, cuando reviven las imágenes del Flaco Martínez y de la Gorda Zulema, imagino que el corresponsal de Marsella escribiría sus cartas temiendo que el corazón de su Geneviève se endureciera en aquel desierto hostil. Pues no. Es hora de que ese hombre obstinado, si vive todavía, lo sepa. Valía la pena esperarla. Aun esperarla en vano. En aquel paisaje en el que éramos extranjeros ( es decir, inocentes), todo era irrealidad: no había elefantes que rodearan el valle, ni el avión negro de Perón llegó nunca. Las manzanas y las vidas florecían pero las ilusiones, como los relojes baratos que llevábamos en la muñeca, se entorpecían y luchaban por abrirse paso entre la arenisca que volaba desde el desierto.
Hace unos años, cuando fui por última vez, mis amigos de entonces me habían enterrado: corrió la noticia que me daba como descabezado en un accidente de tránsito. Fue curioso ver las caras azoradas frente a una aparición de ultratumba.
Por fin, cuando hicimos el recuento de vidas y muertes, de hazañas y cobardías, de sueños realizados y matrimonios hechos y deshechos, pregunté por el Flaco Martínez. "El Flaco también se murió -dijo alguien-; se fue al sur, a Santa Cruz, y lo agarró la pulmonía, pobre Flaco."
La Zulema era un recuerdo que se nombraba en voz baja. Muchos se habían construido un edificio personal que los abrigaba de un pasado de pobreza y la Gorda Zulema estaba sepultada en los cimientos. ¿Qué importancia podía tener entonces aquel primer viernes de cada mes, cuando era primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes?
PÁGINA 30 – POESÍA
EUROPEA
DOLORS ALBEROLA
(Valencia-España)
TORSO ANÓNIMO
Se parecía a ti aquel torso tumbado
entre las aspidistras y los pies de los
sauces.
Aquel invierno todo, se parecía a ti,
hasta la lluvia aquella enramándose lenta
por las lentas riberas de los charcos.
Aquel invierno todo tenía tu textura,
los mármoles, las bellas vasijas ya
deshechas,
los resecos laureles coronando
las ilustres cabezas y los pozos.
Todo iba anunciándote,
como una lenta calle que va alzando sus
casas,
sus balcones, sus atrios ateridos.
Las colmenas
dejaban escapar abejas con tus ojos,
repletas sus mil patas de miel, de tus
inciertos
labios que eran de cera.
De todo aquello iba elevándose el cuerpo,
desnaciendo la nada de tu sombra,
envolviéndose el tiempo.
Se parecía a ti, aunque desnudo,
era la misma forma altísima de llevar tú la
ropa,
la misma piedra blanca de dibujar tu gesto,
la misma arboladura de tus piernas,
el mismo pedestal de tu sonrisa.
Acaso sólo fuera distinta la inscripción
que, ya medio borrada,
parecía querer gritar tu nombre
entre aquellas arcadas de piedras
inclinándose
hacia aquel corredor de columnas, de losas,
rectangulares losas que se alzaban
apenas sin poder,
recortadas por esas
manos que tiene el tiempo,
por esas uñas secas de los siglos
que las viene arañando en su textura.
Yo me hubiera sentado
delante de aquel torso,
me hubiera perpetuado
en la delgada sensación que se iba
clavando en mi costado,
me hubiera detenido para siempre en su
piedra, p
pensando que, ya siempre, estaría en la tuya,
pensando que, ya siempre, me quedaría en ti,
pensando que, ya siempre,
se detendrían todos los calendarios,
siempre, los vientos detenidos,
siempre la misma lluvia hiriéndose en tu
espalda,
cortándose en tu espalda,
muriéndose en tu espalda.
Aquel torso tenía,
la fuerza inmemorable de todo un coliseo,
el salvaje jadeo del león,
el quejido del público, ya muerto,
que llenaba las gradas.
Aquel, tu torso, el mismo
que ahora veo cruzar mi memoria y la niebla.
FABIANA IGLESIAS
(Málaga-España)
PRESENCIA
Me basta tu
presencia
cuando todo se
disuelve
cuando la tierra se
hunde
y lo que es se
desintegra.
Me basta tu
presencia
cuando todos ya se
han ido,
y a lo largo del
camino
tan sólo quedan las
piedras.
Me basta tu
presencia
cuando la carne me
dice
que ya ha llegado
al límite
de la total impotencia.
Me basta tu
presencia
en las manos
extendidas,
en los pasos
vacilantes,
en la sed de una
caricia.
Me basta tu
presencia
en la ciudad y el
desierto,
entre rejas, y en
el viento
en el llanto y en
la risa.
Me basta tu
presencia,
aunque pierda la
memoria
aunque todo me
señale
que sólo queda la
ausencia.
Me basta tu
presencia
en el fondo del
olvido,
entre lo más
escondido
de mis oscuras
esperas.
SILVIA
FAVARETTO
(Venecia-Italia)
NOCTURNO
4
En
la noche marina
pintada con pinceladas azul cobalto,
sobre este mar oscuro
que respira.
¿Dónde terminó
la promesa de Zefiro?
¿Cuándo cesará
este aullido en el tórax
que te llama?
¿Cómo haré para callarlo
sin matar
mi propio corazón?
¿Existe un lugar
suficientemente lejos
adónde huir
si aquello de que huyo
es el correr de mi sangre?
Y si el matar al corazón
no hace morir también el alma,
¿Dónde habrá otro mar gris
donde, viuda, pueda yo correr
sin tener que aguantar
el estruendo de estas estrellas
y el violento recuerdo
que clava las uñas
en mi piel demasiado clara
para soportar otros rayos de luna?
pintada con pinceladas azul cobalto,
sobre este mar oscuro
que respira.
¿Dónde terminó
la promesa de Zefiro?
¿Cuándo cesará
este aullido en el tórax
que te llama?
¿Cómo haré para callarlo
sin matar
mi propio corazón?
¿Existe un lugar
suficientemente lejos
adónde huir
si aquello de que huyo
es el correr de mi sangre?
Y si el matar al corazón
no hace morir también el alma,
¿Dónde habrá otro mar gris
donde, viuda, pueda yo correr
sin tener que aguantar
el estruendo de estas estrellas
y el violento recuerdo
que clava las uñas
en mi piel demasiado clara
para soportar otros rayos de luna?
TANYA
TINJÄLÄ
(Helsinki-Finlandia)
POLVOS
Me
echo el polvo
de
tus libros leídos en vano
la
ceniza
de
tus cabellos dorados
la
escarcha
de
tus ojos aurora boreal.
el
rocío de tus lágrimas
que
no supe beber
los
retazos de los días y las horas
que
pasaré contemplando el vacío
la
marca de tu cuerpo
al
otro lado de la cama
el
pliegue de la sábana
que
ya no te contiene
tu
risa rota
tus
caricias inaudibles
tus
besos raptados.
Polvo eres
y en tu polvo
reposaré
SILVIA
DELGADO FUENTES
(Bilbao-Euskal
Herria)
EL
PRECIO
¿Cuánto
valen los cuerpos muertos de los niños palestinos tiroteados sin descanso?
Menos que un niño rubio, lejano y triste, que se aburre a la sombra del muro de los lamentos.
¿Cuánto valen los ojos reventados, los brazos diseminados, los corazones agonizantes de los niños palestinos?
Menos que el valor que tiene el prepucio de los niños rubios que van risueños a rezar o a aprender salmos.
¿Cuánto vale la muerte de los niños palestinos que caen y caen y caen con su pena grande, con su sed muy honda, con su infancia galopando entre el miedo y los sables?
Menos que el valor del zapato con el que camina el niño rubio sobre la tierra robada a los hijos de otros dioses.
Menos que un niño rubio, lejano y triste, que se aburre a la sombra del muro de los lamentos.
¿Cuánto valen los ojos reventados, los brazos diseminados, los corazones agonizantes de los niños palestinos?
Menos que el valor que tiene el prepucio de los niños rubios que van risueños a rezar o a aprender salmos.
¿Cuánto vale la muerte de los niños palestinos que caen y caen y caen con su pena grande, con su sed muy honda, con su infancia galopando entre el miedo y los sables?
Menos que el valor del zapato con el que camina el niño rubio sobre la tierra robada a los hijos de otros dioses.
PAGINA 31 – ENSAYO
CHRISTY
WAMPOLE
(Ciudad
de Nueva York-Estados Unidos)
LA
ENSAYIFICACIÓN DE TODO
Traducción del inglés de
Patricia Torres
Es
posible que últimamente hayan notado la avalancha de artículos y
libros que se interesan por el ensayo como una forma literaria flexible y muy
humana. Entre estos se encuentran The Wayward Essay y las reflexiones
de Phillip Lopate sobre las relaciones entre el ensayo y la duda; libros tales
como How to Live, la singular semblanza de Sarah Bakewell sobre Montaigne,
el patriarca del género nacido en el siglo XVI, y un volumen editado por Carl
H. Klaus y Ned Stuckey-French bajo el título Essayists on the Essay:
Montaigne to Our Time.
Parece
como si, aun en medio de la proliferación de nuevas formas de escritura y
comunicación que tenemos ante nosotros, el ensayo se hubiese convertido en un
talismán de nuestros tiempos. ¿Qué se esconde detrás de nuestra atracción por
él? ¿Serán acaso las propiedades terapéuticas del ensayo? ¿Será porque el
ensayo brinda pequeños placeres a quien lo escribe y a quien lo lee? ¿Porque es
lo suficientemente pequeño para que quepa en nuestro bolsillo y es fácil de
transportar, como nuestras propias experiencias?
Creo
que el ensayo debe su longevidad hasta hoy principalmente a este hecho: el
género y su espíritu constituyen una alternativa al pensamiento dogmático que
domina gran parte de la vida social y política en la sociedad norteamericana
contemporánea. De hecho, quisiera abogar por una utilización consciente y más
reflexiva del espíritu del ensayo en todos los aspectos de la vida, como una
resistencia contra la fervorosa intransigencia de las mentes rígidas. Y a esta
utilización le daré el nombre de “la ensayificación de todo”.
*
Pero,
¿qué quiero decir con esta expresión tan rimbombante?
Empecemos
por el inicio de la forma. La palabra que Michel de Montaigne eligió para
describir sus reflexiones en prosa publicadas en 1580 fue “essais”, la cual, en
esa época, significaba solo “tentativas”, en la medida en que el género aún no
había sido codificado. Esta etimología es significativa pues apunta hacia la
naturaleza experimental de la escritura ensayística: una escritura que supone
el complejo proceso de tratar de poner algo a prueba. Más tarde, a finales del
siglo XVI, Francis Bacon importó al inglés el término francés, a manera de
título para su prosa más formal y solemne. Y así fue como se acuñó el término:
esos escritos eran ensayos y como ensayos se quedarían. Solo había un problema:
la discrepancia en estilo y asunto entre los textos de Montaigne y Bacon era, al
igual que el Canal de la Mancha que los separaba, lo suficientemente profunda
como para ahogarse en ella. Yo siempre he militado en el equipo de Montaigne,
ese tipo que podía mostrarte su desazón, echarte un par de chistes subidos de
tono y preguntarte qué pensabas sobre la muerte. Me imagino, tal vez
equivocadamente, que el equipo de Bacon tiende a atraer una base de seguidores
más reservados y seguros de sí mismos, con todo aquello de “Quien posee mujer e
hijos ha entregado rehenes a la fortuna, pues ellos son impedimentos para las
grandes empresas” y otras cosas por el estilo.
Con
progenitores tan divergentes, el ensayo nunca se ha recuperado de esa vaguedad
crónica. Siendo un género que surgió para acoger las necesidades expresivas del
hombre del Renacimiento, el ensayo mantiene necesariamente a su disposición
todas las herramientas y habilidades. El ensayista mezcla más que un dj: un
bucle épico aquí, una pequeña remembranza lírica allá, una pausa polivocal y
citas del magnífico pasado, todo eso recubierto por unos cuantos rayones
característicos.
Sin
duda, el asunto de qué es un ensayo, y qué no, constituye un tema
controversial. En general, he descubierto que para cada regla que logro
establecer a propósito del ensayo aparecen enseguida una docena de excepciones.
Recientemente dicté un seminario sobre el tema y, al final del curso, ante la
pregunta “¿Qué podemos decir sobre el ensayo con absoluta certeza?”, todos,
armados con nuestra panoplia de teorías canónicas sobre el ensayo y nuestras
propias conjeturas, tuvimos que admitir que la respuesta era: “Casi nada”. Pero
esa es la potencia del ensayo: te fuerza a enfrentar lo que no se puede
establecer ni refutar. Te pide que aprendas a sentirte cómodo con la
ambivalencia.
Cuando
digo “ensayo” me refiero a un texto breve de no ficción, escrito en prosa, que
tiene como núcleo central un tema de reflexión y muestra una tendencia a huir
de la certeza. Muchos de los textos que encontramos hoy clasificados como
“ensayos”, o “especie de ensayos”, son todo menos eso. Esos textos incluyen la
clase de escritura que esperas encontrar en los exámenes de admisión a la
universidad, en trabajos para seminarios, disertaciones, críticas profesionales
y otros escritos académicos; textos comprometidos políticamente u otras formas
de escritura perentoria que insisten en sus tesis y no dejan espacio alguno
para la incertidumbre; u otra clase de textos breves en prosa en los cuales la
subjetividad del autor ha sido deliberadamente borrada o camuflada. Lo que
estos textos suelen tener en común es, en primer lugar, la tímida ocultación
del yo bajo un velo de objetividad. Se supone que uno pretenda que sus
opiniones o hallazgos han emanado de alguna agencia con acceso a una verdad
irrefutable, en la cual el rigor y la ciencia son los gerentes encargados.
En
segundo lugar, estos textos son lo contrario de una tentativa: estos textos
saben lo que quieren argumentar desde antes de comenzar y presentan sus razones
habilidosamente, anticipándose a cualquier objeción y buscando el hermetismo.
Estos textos no son búsquedas, son la exposición de ideas obstinadas. Son
fortalezas. Y al dejar al lector por fuera del banquete textual, el escritor
aclara que él o ella prefieren beber solos.
Quizás
lo más interesante del ensayo es lo que sucede cuando desborda sus límites
genéricos y se extiende, más allá de su forma de texto breve en prosa, hacia
otros formatos tales como la novela ensayística, la película-ensayo, la
fotografía-ensayo y la vida misma. En su novela inconclusa El hombre sin
atributos, el escritor austríaco de comienzos del siglo XX, Robert Musil, acuñó
un término para este desbordamiento. Lo llamó “ensayismo” (“essayismus” en
alemán), y a quienes viven según el ensayismo los denominó “posibilitaristas”
(“möglichkeitsmenschen”). Una forma de vida definida por la contingencia y la
tendencia a probar las cosas por medio de divagaciones, siguiendo este u otro
camino, tanteando la vida sin tener una ambición específica: no con el fin de
hacer un descubrimiento ni una conquista, ni de demostrar algo, sino
simplemente por el gusto de intentarlo.
El
posibilitarista es un virtuoso de lo hipotético. Uno de los consejeros para mi
disertación, Thomas Harrison, escribió un atractivo libro sobre el tema
titulado Essayism: Conrad, Musil and Pirandello, en el cual argumenta que
el ensayismo que Musil quería describir era una “solución para problemas sin
solución”, una vaga respuesta a la precariedad de Europa durante los años en
que él trabajó en su interminable obra maestra. Yo diría que en nuestra sociedad
contemporánea somos muchos los que tenemos proclividad hacia el ensayismo, en
distintas formas, pero siempre animados por el espíritu de la exploración
abierta e ilimitada, y manteniendo serias reservas hacia la posibilidad de
comprometernos con una sola cosa, cualquiera que sea.
El
ensayismo consiste en un sentimiento subjetivo y ensimismado acerca de la vida,
en ejercer lo que Theodor Adorno llamó la “intención tanteadora del ensayo”, en
acercarse a todo de manera tentativa y dedicándole una atención limitada, en
establecer analogías entre lo particular y lo universal. Fenómenos banales y
cotidianos: lo que comemos, las cosas con que nos cruzamos, las cosas que nos
interesan, se codean implícitamente con las grandes preguntas: ¿cuáles son las
implicaciones de la experiencia humana?, ¿cuál es el significado de la vida?,
¿por qué es mejor algo que nada? Al igual que el padre del ensayo, dejamos que
la mente y el cuerpo revoloteen de una cosa a la otra, haciendo clic de un
hipervínculo mental a otro: si Montaigne viviera hoy, tal vez él también sería
diagnosticado con un síndrome de déficit de atención.
Al
ensayista le interesa pensar en él mismo mientras piensa sobre las cosas.
Creemos que nuestras opiniones sobre todo, desde la política hasta las pizzerías,
son de gran importancia. Esto explica nuestra generosidad al ofrecérselas a
absolutos desconocidos. Y así como la cultura del “hágalo usted mismo”
encuentra hoy su propio lenguaje, podemos reconocer en esta la afirmación que
hizo Arthur Benson en 1922, según la cual “un ensayo es algo que alguien hace
por sí mismo”.
En
italiano, la palabra para decir ensayo es “saggio” y contiene la misma raíz que
el vocablo “assaggiare”, que significa picar, probar o mordisquear algo de
comer. Hoy día nos gusta picar, probar o mordisquear experiencias: buscar
pareja por internet, hacer citas rápidas o mediante el sistema de multicita,
comprar por internet o amparados en el sistema de garantía de satisfacción, las
aplicaciones web híbridas y el muestreo digital, la satisfacción total o la
devolución de nuestro dinero, los tatuajes temporales, las pruebas de
conducción, la posibilidad de utilizar gratuitamente un programa para probarlo.
Si no estamos satisfechos con nuestro producto, nuestra escritura, nuestro
cónyuge, podemos devolverlo / borrarla / divorciarnos. Al igual que muchos de
nosotros, el ensayo es definitivamente evasivo.
Ciertamente
no quiero afirmar que nadie se comprometa en estos días; solo se necesitan unos
pocos momentos de exposición al discurso político norteamericano contemporáneo
para darse cuenta de la magnitud del compromiso que algunos tienen con este u
otro partido, con esta u otra plataforma. Sin embargo, para muchos, la certeza
con la que los dogmáticos hacen sus pronunciamientos se siente cada vez más
como un fatigoso vestigio del pasado. Podemos aferrarnos rígidamente a la
disolución de las categorías, o podemos dejarnos bañar por la ambivalencia y
permitir que su marea nos lleve hacia nuevas configuraciones vitales que eran
inconcebibles hace solo veinte años. El ensayismo, cuando se concibe como una
aproximación constructiva hacia la existencia, es una manta de posibilidades
que recubre conscientemente el mundo.
*
El
ensayismo se basa al menos en tres cosas: la estabilidad personal, la
estabilidad tecnocrática y la inestabilidad social.
Montaigne
ciertamente gozaba de la primera. Creció en una familia privilegiada, habló
latín antes que francés y tenía los medios educativos, económicos y sociales
para llevar una vida de compromiso cívico, dedicada a la escritura. Mientras
que la mayoría de nosotros no hablábamos con fluidez el latín cuando pequeños
(y nunca lo haremos) y no nos hallamos en una posición que favorezca el que nos
convirtamos en servidores públicos de alto rango, sí tenemos una tasa de
alfabetismo relativamente alta y contamos con un acceso sin precedentes a las
tecnologías de la comunicación y las reservas del conocimiento. Además, a
manera de contrarrelato a nuestra supuesta saturación de actividades, existe
abundante evidencia de que tenemos mucho tiempo libre en nuestras manos. A
pesar de nuestra búsqueda de cualquier forma de distracción, esas horas ociosas
nos brindan tiempo para contemplar las dificultades de la vida contemporánea.
Si les damos los medios, las ideas simplemente surgen.
En
cuanto a la tecnocracia, el desarrollo de la cultura de la imprenta en el
Renacimiento significó que los grandes textos de la Antigüedad y escritos
filosóficos, literarios y científicos más recientes podían llegar a una
audiencia más amplia, aunque compuesta principalmente por gentes privilegiadas.
Los expertos en ciencia y tecnología de aquella época se apropiaron de parte
del poder que hasta el momento había sido monopolizado por la Iglesia y la
Corona. Hoy día podríamos hacer la misma analogía: Silicon Valley y las
compañías de tecnología siguen forzando a la Iglesia y el Estado a compartir
gran parte de su poder cultural. El ensayo prospera bajo esas condiciones.
En
cuando a la inestabilidad social, la vida afuera del castillo de Montaigne no era
color de rosa: las guerras religiosas entre católicos y protestantes arrasaron
a Francia a partir de la década de 1560. Agitación e incertidumbre, dogmatismo
y sangre: esas circunstancias hacen que uno tienda a reflexionar sobre el
significado de la vida, pero a veces es muy difícil abordar esa pregunta
directamente. En lugar de eso, uno se hace la pregunta indirectamente
reflexionando sobre aquellas pequeñeces que constituyen la experiencia humana.
Hoy día, asuntos sin resolver en temas como las clases sociales, la raza, el
género, la orientación sexual, la afiliación política y otras categorías han
creado una dinámica social volátil y, además con nuestra inestabilidad
económica actual, no es ninguna sorpresa que el hecho de lanzarnos ciegamente a
la defensa de cualquier idea o empresa en particular nos parezca a muchos una
propuesta arriesgada. Por último, las terribles guerras en torno a la religión
y la ideología siguen arrasando al mundo aun hoy. A comienzos del siglo XX,
cuando el escritor francés André Malraux predijo que el siglo XXI sería un
siglo de renovado misticismo, Malraux quizás no se imaginó que la búsqueda de
Dios terminaría tomando una forma política tan volátil.
El
ensayismo, como modo de expresión y forma de vida, es capaz de albergar nuestras
inseguridades, nuestro egocentrismo, nuestros placeres sencillos, nuestras
enervantes preguntas y la necesidad de comparar y compartir nuestras
experiencias con otros humanos. Diría que el componente más débil en el
ensayismo no textual actual es su deficiencia meditativa. Sin el aspecto
meditativo, el ensayismo deriva hacia el egoísmo vacío y hacia una falta de
voluntad o incapacidad de comprometerse, un tímido aplazamiento del momento
particular. Nuestra rapidez con frecuencia irreflexiva significa que pasamos
poco tiempo interrogando cosas que hemos mencionado de pasada. Sencillamente
tenemos experiencias que después abandonamos. El verdadero ensayista prefiere
un enfoque más acumulativo; nunca abandona realmente nada, solo lo hace a un
lado temporalmente, hasta que su mente vagabunda vuelve a convocarlo para
mirarlo de una forma y de otra, bajo una luz distinta, para ver qué sentido
tiene. El verdadero ensayista ofrece un modelo de humanismo que no busca
ganancias ni progresos y no propone una solución para la vida sino que más bien
le plantea una lista interminable de preguntas.
Necesitamos
una respuesta convincente al renovado dogmatismo del escenario político y
social contemporáneo, y nuestra atracción instintiva hacia el ensayo puede
estarnos encaminando hacia este género y su espíritu como una solución
provisional. La tendencia ensayística de hoy –una serie de intentos a menudo
superficiales y relativamente carentes de pensamiento—no está a la altura de
este potencial en su manifestación actual, pero una versión más reflexiva y
moderada, à la Montaigne, nos empujaría hacia un tranquilo reconocimiento
de la vida sin el reflejo automático de tener siempre la razón. La
ensayificación de todo significa convertir la vida misma en una tentativa
ampliada.
El
ensayo, como este, es una forma de poner a prueba lo que hasta ahora no se ha
puesto a prueba. Su espíritu se opone al pensamiento intransigente y jerárquico
y estimula tanto al escritor como al lector a posponer su veredicto sobre la
vida. Es una invitación a mantener la elasticidad de la mente y a sentirnos
cómodos con la ambivalencia inherente al mundo. Y, lo más importante, es un
imaginativo intento de pensar en lo que no es pero podría ser.
©
2013 The New York Times Company
SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA 32 -COMENTARIO DE LIBRO
ROBERTO SOTELO
(Munro-Buenos Aires-Argentina)
PIEDRAS VOLANDO SOBRE EL AGUA
Marcelo Birmajer
Ilustraciones de Mariano Lucano.
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2000.
Colección Alfaguara juvenil.
Ilustraciones de Mariano Lucano.
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2000.
Colección Alfaguara juvenil.
En
los dos cuentos que contiene este libro, Marcelo Birmajer recrea el género
fantástico desde una perspectiva muy cercana al joven lector: la realidad de
todos los días. El ámbito de las historias, sus personajes y las circunstancias
en las que éstos se desenvuelven permiten una identificación instantánea de
quien lee. Y cuando todo parece normal y cotidiano irrumpe el elemento
fantástico (en ambos casos de la mano de un ser querido de los protagonistas),
imponiendo un giro inesperado a las historias. A los lectores memoriosos o a
los que buscan las relaciones entre las cosas, los cuentos de Birmajer
acercarán el grato recuerdo de aquellos Cuentos
asombrososde Steven Spielberg.
En
"Piedras volando sobre el agua" —el cuento que da título al libro—,
un ingenuo y absurdo (pero muy creíble), desafío-competencia entre varones
estrechará la relación entre un adolescente y su abuelo.
El
niño protagonista de "29 es Nochebuena", haciendo gala de la
tenacidad y el ingenio de un detective, descubrirá el secreto que esconde su
familia desde tiempos remotos.
En
síntesis, las dos historias de Piedras
volando sobre el agua no
defraudarán a quien busque pasar un buen momento con un libro entre las manos.
Recomendado
a partir de los 12 años.
PÁGINA 33 –
CUENTO
PABLO DE SANTIS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
LA INSPIRACIÓN
Cuento
inédito, publicado en Imaginaria por gentileza y autorización
del autor.
El
poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado
muerto en su habitación. El médico de la corte decretó que la muerte había sido
provocada por alguna substancia que le había manchado los labios de azul. Pero
ni en las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas
de veneno.
El
consejero literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de Siao,
que ordenó llamar al sabio Feng. A pesar de la fama que le había dado la
resolución de varios enigmas —entre ellos la muerte del mandarín Chou y los
llamados "crímenes del dragón"— Feng vestía como un campesino pobre.
Los guardias imperiales se negaron a dejarlo pasar, y el consejero literario
tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la
habitación del muerto.
Sobre
una mesa baja se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el
pincel de pelo de mono, el papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que
acostumbraba a sellar sus composiciones.
—Mis
conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao
era un famoso poeta, y que sus poemas se contaban por miles —dijo Feng—. ¿Por
qué todo esto está casi sin usar?
—Sabio
Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un
ideograma y cayó fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la
inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo mató.
Feng
pidió al consejero quedarse solo en la habitación. Durante un largo rato se
sentó en silencio, sin tocar nada, inmóvil frente al papel de bambú, como un
poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido de
esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.
—Sé que
nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del emperador —dijo
Feng apenas despertó—. ¿Tenía Siao enemigos?
El
consejero imperial demoró en contestar.
—La
vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer en él.
Pero en el pasado, Siao tuvo cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta,
porque ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo. Y un
poema dirigido contra Ding, quien se llama a sí mismo "el poeta
celestial", le ganó su odio. Pero ni Tseng ni Ding se acercaron a la
habitación de Siao en los últimos días.
—¿Y se
sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
—La
policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el emperador
le envió a uno de sus médicos para que se ocupara de él. En cuanto a Ding, está
fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo. Había varios jóvenes
discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa.
—¿Y
dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana?
Si,
justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de Ding
tal vez no respeten ninguna de nuestras antiguas reglas, pero no creo que
alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas!
—¿Un
rayo?
—Caprichos
de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng, tengo un gusto
anticuado, y no puedo juzgar las nuevas costumbres literarias del palacio.
Feng
destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche anunció que
tenía una respuesta. El consejero imperial se reunió con él en las habitaciones
del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y completó el
ideograma que había comenzado a trazar Siao.
—"Cometa
en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao
recuperar la inspiración?
—Siao
trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se detiene
el rumor de las cigarras, la visión de una estatua dorada entre la niebla, una
mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su poesía. Aquí en
el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin
usar desde hacía meses. Ding puso allí el veneno, y con la suficiente
anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao, como todos
los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por
primera vez, para ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron en la tinta.
Esa fue una de las armas de Ding.
—Imagino
que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
—Ding
sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la inspiración
volvería al viejo Siao.
Feng
tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una
cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla
un momento y se apaga.
Así la
injusta fama del mediocre Ding.
—Mis
dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema que
hubiera elegido Siao —Feng limpió con cuidado el pincel—. Como poeta Ding
rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a un
poeta eligió la poesía.
PÁGINA 34 – POESÍAS
MARIA ELENA WALSH
(Argentina-1930/2011)
COMO LA CIGARRA
Tantas veces me mataron
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.
Tantas veces me borraron
tantas desaparecí
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la última vez
y volví cantando.
Tantas veces te mataron
tantas resucitarás
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
SERENATA PARA LA TIERRA DE UNO
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.
Tantas veces me borraron
tantas desaparecí
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la última vez
y volví cantando.
Tantas veces te mataron
tantas resucitarás
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
SERENATA PARA LA TIERRA DE UNO
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy.
Por todo y a pesar de todo
yo quiero vivir en vos.
Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo al desarraigo
de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable,
mi amor, yo quiero vivir en vos.
Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
pero me muero si me voy.
Por todo y a pesar de todo
yo quiero vivir en vos.
Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo al desarraigo
de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable,
mi amor, yo quiero vivir en vos.
Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
CANCIÓN DE CUNA PARA UN GOBERNANTE
Duerme tranquilamente que viene un sable
a vigilar tu sueño de gobernante.
América te acuna como una madre
con un brazo de rabia y otro de sangre.
Duerme con aspavientos, duerme y no mandes
que ya te están velando los estudiantes.
Duerme mientras arriba lloran las aves
y el lucero trabaja para la cárcel.
Hombres, niños, mujeres, es decir: nadie,
parece que no quieren que tú descanses.
Rozan con penas chicas tu sueño grande.
Cuando no piden casas, pretenden panes.
Gritan junto a tu cuna.
No te levantes aunque su grito diga: «Oíd, mortales».
Duermete oficialmente, sin preocuparte,
que sólo algunas piedras son responsables.
Que ya te están velando los estudiantes
y los lirios del campo no tienen hambre.
Y el lucero trabaja para la cárcel.
PÁGINA 35 – ENSAYO
PABLO DE SANTIS
Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
UNA CUESTIÓN DE GÉNERO
El
beneficio de la duda. Una de las exigencias teóricas que se le hacen a la literatura
juvenil es que dé cuenta de su relación (culpable) con el lector. Pero el de la
literatura juvenil no es más que un caso particular de las limitaciones de la
literatura para dar cuenta de sus lectores. La estrategia de la verdadera
literatura es, creo, no terminar nunca de definir a quien lee; porque al
capturarlo en una figura exacta lo petrifica. Por eso la condición de la
literatura juvenil de tener de antemano un lector resulta sospechosa. La
solución a esta condición es, creo, rechazar toda idea de certeza con respecto
a quien está del otro lado. El escritor se equivoca si cree que conoce a su
lector; sólo en la medida en que persista su duda, su oscuridad, el texto puede
funcionar.
El
beneficio de la duda II. Aunque uno suponga un lector determinado, no por eso se dispersa
la oscuridad básica de toda escena de escritura; permitirse esa tranquilidad es
un engaño. Lector y autor se encuentran siempre en sus incertidumbres y no en
sus seguridades.
Los
condicionamientos. Un texto tiene siempre un primer horizonte (de mercado, de
lengua, de género, de colección) y nada le impide ir más lejos, excepto las
limitaciones de ese mismo texto. Pero ojalá no desaparezcan las críticas al
género juvenil; para nosotros, los escritores, siempre será más fácil echarle
la culpa al género antes que a nuestras limitaciones.
Los
condicionamientos II. Si lo pensamos bien, las limitaciones de un género determinado
son un pobre consuelo desde que Umberto Eco escribió, a propósito de la
historieta: "Por ello, a la afirmación de que la finalidad comercial y el
sistema de distribución del producto historieta determinan su naturaleza,
podría responderse que, aún en ese caso y como siempre ocurre en la práctica
del arte, el autor de genio es el que sabe convertir los condicionamientos en
posibilidades".
Libertad
absoluta. Quienes impugnan la literatura juvenil como género proponen
tácitamente la existencia de un verdadero escribir que es natural y que no supone
limitación alguna. El gran autor, argumentan, es el que cuenta siempre con la
Libertad Absoluta. Desgraciadamente, nuestra libertad siempre es condicional y
es mejor tenerlo presente. Las poéticas de la libertad dieron origen a los
peores excesos del surrealismo y del teatro absurdo, a la acumulación, la
oscuridad y el aburrimiento; las poéticas de la constricción, en cambio,
produjeron a Navokov, a Perec, a Borges, a Calvino.
La
lengua extranjera. Una de las ventajas del escribir para adolescentes es el cultivo
de la forma, en relación con la eficacia. El escritor no tiene teorías en qué
ampararse; no puede decirle al lector, justificando la ausencia de argumento:
"practico la literatura de la nimiedad". Está como un pintor en un
país extranjero cuya lengua ignora: puede mostrar sus pinturas; pero no
convencer a nadie a quien su cuadro no haya convencido.
La
nouvelle. La literatura juvenil es una excusa para rescatar textos que no
tienen lugar en el presente editorial; en particular una forma exiliada: la
nouvelle. Hace muchos años, existían colecciones como Cuadernos de la Quimera,
de Emecé, donde aparecían relatos de menos de cien páginas que hoy no tendrían
ninguna posibilidad de publicación. En colecciones juveniles, en cambio,
aparecieron nouvelles comoCostumbres de los muertos de Fernando Sorrentino (un gran
escritor olvidado por las editoriales), o El
sistema de huida de la cucaracha de
Gonzalo Carranza, libros que no fueron especialmente escritos para jóvenes,
pero que hoy encuentran en este público a sus lectores. Alfaguara reeditó en
una colección juvenil los excelentes cuentos breves de La sueñera, de Ana María Shua,
agotado desde hacía años.
Editar
un libro para adultos en una colección juvenil no es un modo de condicionarlo,
sino de llamar a nuevos lectores; las colecciones son señales para que los
textos puedan encontrar a sus lectores en otro punto del camino.
La
ley de la complejidad: cuanto más complejo es un libro
(sobre todo dentro de la obra de un mismo autor) menos vende. Afortunadamente,
lo mismo pasa con el resto de la literatura; como toda ley demasiado general,
impide que se saque de ella alguna conclusión satisfactoria.
Ley
de la mesa redonda: quien publica un libro para adolescentes será invitado dos o
tres veces por año a una mesa redonda con el título: "¿Por qué los jóvenes
no leen?"
Se
dará por sentado que los adultos sí leen, y que los jóvenes, antes, leían
muchísimo.
Ley
de James Joyce: En toda mesa redonda reunida bajo el título: "¿Por qué los
jóvenes no leen?" alguien levantará la mano para decir que no tiene
sentido escribir para adolescentes, ya que él/ella leyó a los diez años la
edición anotada del Ulises y en su idioma original.
La
semejanza: Al releer lo anterior descubro en qué se parece la práctica de
géneros no del todo aceptados a la vida cotidiana: vivimos justificándonos.
Artículo
extraído, con autorización de los editores, de la revista La Mancha N° 7; Buenos Aires, agosto de 1998.
Todos los textos,
fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de
sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos
las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente
procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en
valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.