Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 95– Octubre de 2014– Año VIII – Nº 10

Número dedicado a la memoria de nuestra querida amiga y colaboradora
IRMA BIGNON, Viuda de LÓPEZ ROSAS,
fallecida en la Ciudad de Santa Fe el día 28 de setiembre de 2014

GACETA LITERARIA Nº 95– Octubre de 2014– Año VIII – Nº 10



Imágenes:  VLADIMIR VOLEGOV (Khabarovsk-Rusia)


PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado, y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.Sin embargo, aunque no podemos adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed.
Deliremos, pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies:
- En las calles, los automóiles serán pisados por los perros.
- El aire estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones.
- La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor.
- El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas.
- La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar.
- En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio militar, sino los que quieran hacerlo.
- Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas.
- Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas.
- Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos.
- Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas.
- El mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás.
- Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión.
- Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle.
- Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos.
- La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla.
- La policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla.
- La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda.
- Una mujer, negra, será presidenta de Brasil, y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América. Una mujer india gobernará Guatemala, y otra, Perú.
- En Argentina, las locas de la Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.
- La Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas de las piedras de Moisés. El sexto mandamiento ordenará: "Festejarás el cuerpo". El noveno, que desconfía del deseo, lo declarará sagrado.
- La Iglesia también dictará un undécimo mandamiento, que se le había olvidado al Señor: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte".
- Todos los penitentes serán celebrantes, y no habrá noche que no sea vivida como si fuera la última, ni día que no sea vivido como si fuera el primero.



PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

GRACIELA MITRE
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

Suelta las últimas hiladas
 y se aleja
en su nueva nada no hay quietud
cava hundiéndose en el fango
de una lluvia que no cesa.
en tanto yo braceo
me enardezco por hallar la otra orilla
y recomenzar a hilar.

**********
Cuando el nudo se deshaga
quedarán a la deriva
serpentearán como un río nuevo
o tal vez braceen
ciegos y sin memoria.

**********
He visto un río
ahogado en si mismo
braceando desolado
en la grumosa
sombra del agua
buscando a ciegas
la compuerta
por donde huyen
los desesperados.

BEATRIZ CHIABRERA DE MARCHISONE
(Clucellas-Santa Fe-Argentina)

DIGO TU NOMBRE
A mi pueblo

Digo tu nombre casi en un susurro
y sin embargo retumba aquí en mi pecho,
porque en tu nombre resuenan los arados,
zumban las tipas de la plaza y silba el viento.
Digo tu nombre, sólo lo pronuncio,
y una niñez asoma desde lejos
con los perfumes de las travesuras
que abrazaban el alma
en las siestas colmadas de silencio.
Digo tu nombre y suena a primavera,
huele a tierra mojada
que moja mis recuerdos,
que me salpica con las tradiciones,
que me gasta en abrazos,
que me arrulla
con la calidez de pueblo.
Pues con tu nombre afloran las raíces,
se oyen las payanas y se asoma un tejo,
y una campana, en medio de la tarde,
aún repica fuerte, regalando un recreo.
Y una vez más, tu nombre tiene hechizo,
llena los ojos con colores nuevos,
vuela cometas con olor a infancia
y a bicicletas que remontan vuelo.
Porque tu nombre guarda navidades,
tiene fiestas con abuelos,
tiene sabor a pan horneado de mañana,
a fruta recién cortada
robada del patio de los sueños,
tiene la luz del paso de la virgen
andando por tus calles en septiembre,
al final del invierno.
Y sigo andando, con tu nombre entre mis labios,
saboreando espacios que quedaron lejos
encendiendo luces en todos los rincones,
donde quedó la magia,
donde quedaron prendidos los recuerdos.

GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

YA NO SER EL PUÑAL

Las piedras el escorpión y cada gránulo de arena
en el impávido desierto son testigos de aquella marcha
arrancando desde el costado herido de un mar
que aún no era sangre y se partiera al golpe
de mi báculo frente a la adrenalina de los carros
fui daga lanza espada lastimando con fuego y hambre
las espaldas del Nilo antes de la promesa y la venganza
luego el ayuno y el maná y la fiebre de la desesperanza
besando los genitales de oro del becerro y el pantocrator
decretando la diáspora de los cuarenta siglos que al cabo
se han cumplido y el regreso a la arena infinita y el mismo
mar y los escorpiones y las piedras / postrados de rodillas
ante los genitales del becerro y la furia del dedo
en la montaña erosionada por los colmillos babeantes.

Yo que fui el ángel exterminador de esta tierra maldita
por mi apetito y mi egoísmo / descubro con espanto
al sonar las trompetas que no soy el puñal sino la herida.

OSCAR A. AGÚ
(Hercilia-Santa Fe-Argentina)

EL RÍO DEL TIEMPO

El río del tiempo no cede.

            No les es propio ceder. Nos arrulla

nos devora

nos mece

            y se apaga en mi, en vos
            para seguir en otros.
            Somos sus habitantes
            somos su territorio.

Quizás…
            quizás en otros mundos no exista
            y no exista porque no estamos.

Sin territorio humano no hay tiempo.

ROSA FASOLIS
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

INTUICIÓN EN VOS

Yo sé que hay un mundo en el que abundas
eco de otros ecos
producto inacabado de erróneas alquimias
y metalurgias fraguadas en rayos y centellas.
Yo sé que ese mundo que concretas
colisiona de tanto en tanto con el mío
y dibuja pentágonos y fabrica estrellas
en ordenada mutación de otras constelaciones,
de otras celestes estelas,
de un pulso que se expande en magníficas canciones,
en cópulas ardientes que en el desbordado Aqueronte
horadan fronteras para apagar con fuego
las hogueras de nuestras arcanas fabulaciones.
O, acaso, para abrir nuevas huellas.
Yo sé que hay un mundo en el que abundas
arteria de otras arterias
y que un día no anhelado por mí, sino por otros
el adiós, furioso y sin alhajas,
dejará abierto el camino
para volver a casa.


PÁGINA 3 – CUENTO

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

A FAVOR DE SAER*

Nada mejor que comenzar esta intervención con una cita del propio Saer.
“La poesía es naturaleza, no lenguaje. El lenguaje es una opresión. Cuando despertamos a la poesía la poesía ya estamos dentro del lenguaje.
La poesía busca en el lenguaje esos sedimentos, esas puertas que persisten en él y permiten el acceso a la naturaleza. Toda poesía es un palimpsesto en el que se superponen y se confunden naturaleza e historia,  pero es únicamente a través de la lectura que el lenguaje de la poesía reencuentra su historicidad”
Saer también sostuvo que la experiencia en la escritura, es decir su propio proceso obedece a un hecho individual y voluntario que tiende a expandirse y crear su propia práctica y su propia base de ideas ,como si cada vez se gestara una nueva escritura como una tarea recurrente que en cada nueva puesta en proceso de borramiento entre los géneros hasta atreverse a aseverar que un día escribiría una novela en verso, algo que como sabemos no llegó a producir porque se fue antes de tiempo de la vida, dejándonos a sus leales lectores en un grado de desazón y un duelo que perdura y que de vez en cuando nos lleva a tomar uno de sus libros al azar y encontrar algunas de las mejores páginas escritas en un rioplatense plagado de carnadura, de sentido y de redescubrimiento.
La lengua literaria, decía además, sólo se enriquece cuando incluye en ella la lengua privada, no otra cosa hizo Bartolomé Hidalgo, que escribe en una lengua que es y no es español en sus Cielitos y Diálogos patrióticos En ese magma histórico, multicultural, plurilingüístico que lo formó con el aborigen, castellano, portugués, andaluz y gallego. Esos versos populares, festivos, escritos para arengar al gauchaje en su pelea contra el Rey de España, que lleva la amenaza, la sangre y la muerte. No tan curiosamente la gauchesca terminará siendo lo único original que se produce en el Río de la plata hasta culminar en el Martín Fierro.
Cuál es el efecto de fascinación que nos produce la obra de Saer.
Esa idea original de borrar las fronteras entre prosa y poesía, ese sostener que si uno no pensara en modificar el curso de la historia de la literatura no valdría la pena siquiera intentarlo, lograr esa autonomía que le atribuía a los grandes como por ejemplo Juan L. Ortiz. Porque el obra debe ser un acontecimiento irrepetible y el proceso creativo por el cual se generan esas obras literarias es un acto que está en permanente modificación, lo que se opone a la idea de la literatura que debe someterse al canon del mercado.
Cuando uno lee a un autor como Saer es como abrevar en una cantera inagotable, tanto que es imposible lidiar con ella y no es esa mi intención, sino manifiesta que es muy probable que me haya influido, tal me han dicho los amigos que me quieren beneficiar. Porque uno obtiene siempre de ese torrente de ideas y de pulsiones, un aliciente para mi propio trabajo o al menos un placer que se ve renovado cada vez.
Voy a referirme brevemente a un texto que por su alto contenido poético lo traigo aquí y porque es digamos así, una temática que me ha fascinado siempre.
Se trata del texto  La Tardecita, de su libro Lugar. Donde la precisión de la llanura aparece como en una forma de extrañamiento, para exhibir el grado de poesía y de recuerdo. En mi último libro que se llama precisamente El sentir de la llanura, hago referencia al texto saeriano.
Porque si digo sentir la llanura, no conceptualizo, me resulta imposible, porque es un sentimiento, no un concepto. No se puede razonarlo.
La llanura es algo plano, que no tiene nada trascendente, nada que, por decirlo así llame la atención.
El paisaje de la llanura está en mí y el texto de Saer justamente marca una historia que comienza la mañana en que Barco (que acaba de cumplir 52 años, precisa el narrador) buscando algún texto corto para leer antes del almuerzo, encontró la ascensión del Monte Ventoux, de Petrarca.
Que oficia como suele suceder de disparador de los recuerdos.
Pero esos son recuerdos personales, los que dispara esa lectura. Escribe el narrador “no advino ni el éxtasis ni una revelación, sino algo más intimo y querido: un recuerdo”. “Existe—escribe Saer—siempre durante el acto de leer un intenso y plácido a la vez en que la lectura se trasciende a sí misma y en lo que lee, abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su propio ser”. Y relata que Barco inicia el viaje con su hermano mayor hacia un pueblo de llanura y al bajar en la ruta tiene que caminar varios kilómetros hasta ese pueblo, en un paisaje barroso tirado en la llanura como un puñado de manzanas geométricas divididas por un par de vías del ferrocarril. Eso que para nosotros podría ser un recuerdo compartido para Barco pudo ser el paraíso. Pero resulta que ese paisaje que le era familiar de pronto se transforma en algo extraño, casi metafísico.
En esta zona de su literatura donde percibo que ese borramiento, esa disolución entre prosa y poesía desplaza hacia la lírica narrativa, que él habría descubierto en su maestro Juanele Ortiz.
Ese paisaje habitual que habría sido hasta ese momento se estaba volviendo irreconocible y extraño.
Como si gradualmente, capas y capas de experiencia, como sucesión de marcas de pintura sobre una imagen odiosa, terminarían por hacérsela olvidar, hasta que esa
mañana la lectura de Petrarca la trajo de nuevo a la luz viva del recuerdo.


PÁGINA 4 – NUESTRA POESÍA

CARINA SEDEVICH
(Santa Fe Capital-Argentina)

ENCIENDO LA LÁMPARA DE SAL DE LA MONTAÑA

junto a mi cama.
Me suelto el pelo
recordando las canas invisibles.
Me acuesto entre las sábanas de hilo
con la bata dorada de la China.
Debajo mi piel blanca no desea
ni en sus botones rosados
ni en sus lunares pálidos.
Sobre la almohada se escuchan mis anillos
porque está fresco, quizás,
y se afinaron mis dedos.
El oro, la plata, la amatista.
Afuera la noche se ha espesado
porque terminó la luna llena.
Empieza el mes que precede al invierno.

Qué ligera que soy sin tus deseos.

Qué dulce corre el alma
en mi esqueleto.
Qué cierta es esta cara y estos flancos
qué ciertos que son,
qué delicados.
Me admira mi gata, blanca y parda,
y yo la admiro a ella en su silencio.
Hasta el perfume rojo de las flores
tengo.

Qué ligera que soy sin mis deseos.

MARTA ORTIZ
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

BOCETO

Me desperté de madrugada deseando tener un vestido blanco. 
[…] Era un deseo intenso y lúcido.
ClariceLispector

En primer plano un borde rocoso se acantila
amplíael viento mi vestido blanco.
Al pie del farallón /el bramido azulísimo del mar.

No recuerdo en qué película
de pie sobre el humus
–húmedo–
hundía mi huella

la traición en vilo / el paso en falso:
álgido arabesco y posterior caída,
la tela vaporosa abría un embudo
perdíasus plumas.

Un toque de maquillaje y a escena.
La secuencia sobre papel de estraza,
boceto a plumín y tinta china.
La misma.
Siempre.

MARTA GODDIO
(San Jerónimo Norte-Santa Fe-Argentina)

ESTA NOCHE

A Jorge Luis Estrella

En la estatura justa de la madrugada
con el silencio preciso
Cuando reflejos lunares latigan desamparos
Mientras alguien –innombrado-
morirá de frío
Allá
Afuera
Esta noche
un poeta de blanca barba
derriba mis muros, mis presumidas trincheras
me espeja en su nombre, me nombra
me saca a la calle
me deja al descampado horizonte del hombre
luego abandona su cuerpo al descanso
y se arropa en el sueño posible
de una bandera que a todos abrigue
Mientras tanto
no hay poema que salve
Alguien morirá de frío
Allá
Afuera
Esta noche

FLORENCIA LO CELSO
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

la piel
lacerada
se estremece

abre
sus demonios
con el deseo
de un amante
primerizo;

entretanto

 la mano
se conmueve y

llega

a otras latitudes
que sobreviven

al poema

MARIANA VACS
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

MÁSCARA

Hoy, al levantarme,
me puse esta máscara de niña.
Oculta mi cara del rumor del agua
y de la esfinge que vigila el camino.

No es que quiera negar quién soy.

El problema
no es a quién le digo,
sino quién se entera.


PÁGINA 5 – CUENTO

MÓNICA RUSSOMANNO. 
(Santa Fe Capital-Argentina)

DIGO LA REALIDAD

Podríamos decir que la felicidad entre dos seres que se hallan dura un  rato, apenas el tiempo de contar los primeros relatos, descubrir el olor de  la piel y la textura del cabello.
Podríamos decir con sorna, y seríamos unos sornosos pero podríamos, realmente, podríamos decir y decirnos que el encanto dura precisamente lo  que los encantos; hasta que el hechizo desaparece. Y diríamos con secreta fruición que siempre el hechizo termina por desvanecerse. Siempre.
Diríamos a quien quisiera prestarnos oído que la realidad es esto que acontece tal como debe, esta confección con hilván a la vista y corta de mangas. Que la vida es lucha y sufrimiento y que todo acercamiento entre personas que se encandilan puede evitarse portando lentes para sol; que en realidad y dejando que la vista se acostumbre, ni lentes hacen falta para que la luz sorprendente en los otros ojos se transforme en un reflejo apenas notable.
Y diríamos entonces que de nada sirve atrapar una cintura con los brazos, porque somos grandes, hemos visto mucho, sabemos que el abrazo se transformará como en las malas fábulas en el estrangular de la enredadera al árbol fascinado.
Si yo anduve siempre en amores, qué me van a hablar de amor.
Cantaríamos con voz desengañada el tango triste.
Y la vida es esto pibe, no te engañes. La vida es el camino al laburo a la mañana pibe, el beso desganado, la compañía sufrida con resignación de aquel o aquella que una vez fue hermoso y único pero ya es una sombra más en el pavimento, esa voz que nos recrimina por boletas impagas del pasado obscuro, esa carne que ya no se encabrita debajo de la mano.
Diríamos que las cosas son así. Que la tristeza es endémica, que toda flor turgente es un futuro papel quebradizo sobre la lápida de un cierto mármol. Y tendríamos razón. Pero quién me saca la sonrisa que se me va para adentro y se me abre en  el pecho. Y quién me dice que la realidad no es este pequeño instante, este precioso momento entre los momentos, que su belleza depende precisamente de su futura desaparición.
El sentido común me haría decir muchas cosas sensatas. Digo la realidad es este paso en la ancha acera, esta única libélula sostenida en un pedacito de firmamento, este intervalo cardíaco, este breve amanecer.
Y si después cae la sombra, no borrará la luz de la memoria. Si los milagros fuesen perdurables, no formarían parte de la maravilla.
No podrá negarlos la inexorable acumulación del tiempo ni el que la marea desgaste y redondee las aristas.
Aquí están. Hay que atraparlos al vuelo, montarlos hasta que desciendan, atreverse a morir un poco cada vez que toquen tierra. Y creer con ingenuidad que la realidad es esta cosa que acontece tan de vez en vez, tan esporádica. Que lo demás es falso, que la verdad es la piedra con musgo en el medio, justo en el medio del pedregal estéril.
Diría que lo real es el páramo si mi alma no cantase de alegría posada en el mínimo verde.
Digo entonces "creo en el barco y no en la ancha mar, creo en ese silencio resplandeciente y no en la abrumadora masa sonora, creo en este  instante, en este minúsculo instante creo en vos".
Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com


PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

ALFREDO LUNA
(Catamarca-Argentina)

esta embriaguez en sístole es el agualuminosa de mi boca


tanto tiempo susurrando conmigo en mi madre 
y a la intemperie
guaridad milagrosa donde
eras una bumbuna entre las sábanas

te olvidé por culpa del ruido
de estas ingratas palabras
y del frío que sostengo

estoy de luto, compañero.

ahora la nostalgia es el pan maldito que me nutre
y te guardo pocos días de revancha
por ese resiste corazón, resiste
para que seas mi único asesino.

ADRIANA AGRELO
(Avellaneda-Buenos Aires-Argentina)

Y

ella transita caminos
se tiende al sol
se despereza
cada día intenta vestirse de esperanza
desaparece entre pliegues
y en realidad resbaladiza
planta su bandera
el viento la hace ondear
y ella cree
que vive
sueña
porque hay movimiento
y no sabe que oscila
la vida
laberinto sin centro
y perdida
sueña que avanza
transita los días
se tiende al sol
despereza caminos
se viste entre pliegues
y planta
semilla que no brota
y entrega
al aire su raíz
y ondear es moverse
vida en movimiento
viento
cinta de moebius
y en el centro de su propio laberinto
tira redes
pierde la punta
del ovillo y se enreda como gata en el juego
panza arriba mirando el cielo
se enreda

ALEXIS COMAMALA
(Córdoba Capital-Argentina)

lo que merece ser dicho es tu nombre
lo borrado se escribirá de vuelta en el reverso del cielo
lo acallado será puesto en boca de los peces
lo encerrado se dispersará por los campos abiertos

entonces sabrás
que existió un día en que todo fue degolladero
callar y aceptar el abismo
como una oración que emerge del estómago

pensás adormecido que lo que flota es pasado
buscás una cifra que dé tu destino
un vacío en la ofrenda para caer despacio
sin pena ni gloria, solo muertos dados al canto

trazás nuevas líneas para recordar

y si hoy abro ese lugar de larva
y nos mareamos juntos
debajo allí debajo
estamos protegidos de un mundo
y de su reverso que emergerá
he incendiado un mapa y renunciado a los rezos
algo volverá de los cuervos
nada quedará del filo del hacha
resucitará el grito y la piedra

la infancia es un jardín sin escrúpulos,
algo se dinamita, algo crece en la otra orilla

ALICIA MÁRQUEZ
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EN LAS ESQUINAS

En las esquinas,
hay chicas y muchachos que se besan.
No sólo en las esquinas.
Se besan también a mitad de la cuadra,
esperando el subte,
en las aburridas paradas de los colectivos,
en el tren.
Parece que se despiden.
O que llegan de la guerra.
Parece que están tristes
con los ojos húmedos y
las manos como helechos temblorosos.
Pero no.
Sólo se besan y se hablan al oído
prometiéndose el cielo.
Se besan interminablemente.
Se descubren.
No existe nada más.
Ni árboles, ni autos, ni gente.
Gente que pasa rapidísimo
y que, de repente,
se para,
los mira
y se vuelve sombría.
O les da vergüenza.
¿Cuánto dura ese beso interminable,
esos ojos cerrados,
ese suspiro infinito?
¿Cuánto dura ese amor
que se desmaya en las esquinas,
en los zaguanes,
al borde de la vía.
A la noche. De día.
Con frío?
¿Cuánto dura el amor para siempre?

 AUGUSTO ENRIQUE RUFINO
(Salta Capital-Argentina)

REGRESO

No era el fin…
                      Todavía…

Debí regresar
    Con las rodillas dobladas
    Arrastrando maletas
                    de fracasos y heridas

                     Para re-encontrarme

Ya no existía
      La lluvia
                    danzando cristalina
      Ni la rosa
                    con su perfume esperanzador
      Ni el sol
                    asomando en el alba
                                     su presagio de vida

Debí  re-encontrarme
      En mi lecho de niño
      En mis calles de lapachos y azahares

                    Para encontrarte…

      Volver a soñar auroras
       y noches alucinantes
                    para fundar nuestro paisaje.
                        
No era el fin…
                      Todavía…


PÁGINA 7 – RESEÑA

GRISELDA GARCÍA
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

Libro: INFAMÉLICA 
Autor: ROLANDO REVAGLIATTI

Si alguien en la ciudad de Roma ignora el arte de amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus versos. Ovidio, El arte de amar

Famélico: del latín famelicus, hambriento, muy delgado, con aspecto de pasar hambre. Infame: del latín infamis, que carece de honra, crédito y estimación; muy malo y vil en su especie.
Una flaca mala, qué mejor. Cualquiera se enamoraría de ella. A pesar de que la mayoría de las mujeres llevan el imperativo “sé buena” como una marca, la maldad es tan refrescante…
La virtud de Infamélica es decir mucho con pocas palabras. De ser leído en clave de ars amandi puede llevarnos a buenos puertos en la conquista amorosa. En la travesía aprenderemos, por ejemplo, que es posible vivir una pequeña vida junto a una mujer y no conocerla: “No es imposible que sean treinta/ los años que hace que no la veo// Con ella convivo/ -no es imposible-/ desde hace treinta años// Mi ceguera/ y ella: / nada es imposible.”
¿Para qué busca un hombre conocer a una mujer si no es para dominarla? A las mujeres no hay que entenderlas, hay que amarlas, dijo alguien que puede ser desde Oscar Wilde hasta Ricardo Arjona. “No hay modo de conocerte/ no hay tampoco modo de desconocerte// No hay modo de conocerte/ en el sentido de que no hay modo de atesorarte/ si es que sólo accederé a conocerte.” Y es que el único modo de conocer es renunciar a atesorar. Como dice Mario Trejo, los recuerdos se hacen de mujeres perdidas. Sólo es nuestro lo perdido.
Quien se construye como mujer es habitada por una pequeña multitud. Revagliatti da cuenta de un variado catálogo de personajes femeninos vistos desde un yo poético fuerte, que no habla solamente, sino que además dice. 
Estos poemas desmienten el carácter “básico” del deseo masculino. Si en algunos casos el ser hombre es un acto continuo de demostración de que se es valiente y se puede, en Infamélica la voz se asimila a la de un antihéroe, ese individuo común sin atributos especiales que es por eso mucho más atractivo.
En el macro mundo que plantea esta voz, el sexo no es utilizado para eludir la intimidad sino para propiciarla y conectar con las emociones, terreno escarpado para algunos hombres: “Yo/ no te propongo/ ahondar el vínculo: / te propongo/ vincular las honduras.”
Cuánto hace que no me sorprendía un libro de poemas. Cuánto hace que no me dejaban pensando algunos juegos de palabras, con lo desprestigiados que están. Son los juegos de alguien que ama el lenguaje y no lo destroza como sí hacen algunos lacanianos tristes. Además, este libro me hizo reír. Y de quien nos hace reír no nos olvidamos.
Ojo con la vida no vivida hecha literatura, pienso a veces. Contagia y no hay vacuna admisible. Estos poemas desbordan plena vida vivida, tienen calle, hay un exceso que se hizo arte y eso es para celebrar.
¿Para qué voy a leer un libro que no me desea?, se pregunta Barthes. Infamélica destila deseo.


PÁGINA 8 – POESÍA ARGENTINA

MÁXIMO SIMPSON
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

A FIN DE CUENTAS

aún no he podido arborecer,
y mi  charla fue siempre un balbuceo,
ambiguo, sospechoso.

Algo les falta aún a mis sentidos
para olfatear la dicha,
la fe de los creyentes,
esa fe que resiste
la prueba irrefutable del más ronco alarido.

Soy un hombre inconcluso,
y ya es un poco tarde para intentar de nuevo
mejorar  mis reflejos,
o esperar con paciencia
el crecimiento firme de aletas y de branquias,
de ruedas vigorosas,
pues la nada me espera en cualquier sitio,
tal vez en la cocina,
tal vez mientras escribo
esta trivial noticia de mis días.

AMELIA ARELLANO
(San Luis Capital-Argentina)

PALABRAS QUE VIENEN DE LEJOS

Han cortado mil veces las ramas de un hachazo y otras mil veces su ombligo ha florecido en vuelos.
 Ha sido bruja primigenia, urna con secretas pócimas.
Selva oscura y lujuriosa. Rama  que acaricia el agua y florece en lluvia.
Paloma y mujer. Espléndida en su desnudez de rosa.

Porque es otoño ya y las hojas caen en persistente llovizna. Y a las ramas les duele la ausencia, y llora el tronco, la raíz, el hombre.

Porque el amor duele, como duelen los grandes goterones de tristeza que quedan suspendidos en el rostro ajado de la Pachamama.

Porque en los acantilados del deseo los claveles blancos y celestes, quedan mustios en la arena seca. Y no hay agua en el cielo, ni en la tierra.

Porque el mayor temor es el miedo, un miedo viscoso que se adhiere a la piel y a los huesos. Un miedo solo comparable a la muerte… o la vida y por el cual han sido cometidos los mas horrendos hechos de la Historia.

Porque aun temiendo enfrentamos al miedo. Porque somos mujeres y rama. Vuelo de lluvia y paloma al mismo tiempo.

Porque de lejos nos viene el legado de las doncellas aborígenes y aun, como ellas, danzamos, golpeamos, suavemente la cara del agua para que el maleficio de la sequía no la atormente.

Porque nuestra profesión más antigua no es el de prostituta, sino de paridoras de vida y de memoria.  Por todo esto, entre palomas, ramas y exorcismos surgen estos pobres poemas. Son tuyos, cuídalos.

LILIANA ANCALAO
(Comodoro Rivadavia-Chubut-Argentina)

HIJAS

I

yo andaba
tan derramada por la vida
dando lástima imagino
qué dirían de mí
tan regalada al mar

y me nacieron

dos hijas madrugadas
de innumerables ojos
brillantes impacientes

vinieron a juntarme
me ordenaron los días
en estantes de leche
trivisol
y vitina

sin consultar siquiera
me invadieron

II

nacieron
y los peces relampaguearon en la oscuridad
y hubo fauces por los cuatro costados

aprendimos el lacerante miedo
de no tener pan
y abrigo
para ustedes

III

qué resistencia de personitas
al acecho
de un resquicio una fisura
por donde filtrar su luz
su desbandada luz
su verdad insoportable

justo a nosotros
que nos hacemos los fuertes
justo a nosotros
y nos quedan grandes

IV

y cuando ya no puedo
cuando el viento me arroja paladas de ceniza
y ya casi me tiene
ahí apagada

abren a gritos la puerta más pesada
pasan a risas sobre el silencio más sordo
y me traen ¿para mí?
una flor amarilla de esas
que pegotean su perfume en el baldío

se van
tras el amigo nuevo que junta cascarudos

yo me quedo así
recordada
como una piedra

quién lo diría
voy a estar aquí
cada vez que vuelvan

MARIA BENICIA COSTA PAZ
(Cipolletti-Río Negro-Argentina)

DESTINO

Comienza la lluvia.
Serpenteo de gotas
se juntan en venas,
fútil reguero.

Al caer entonan
estribillos tiernos,
ritmo, algarabía.

Resbalan las aguas
por escalinatas,
atajos marcados
fuertes pendientes.

Al final, desbordan.
Los barros encharcan,
anegan veredas.

Coros de tenores
acunan mis sueños,
que huyen febriles
por la alcantarilla.

Al mar.

MARÍA TERESA ANDRUETTO
(Arroyo Cabral-Córdoba-Argentina)

HOSTERÍA EN LAS SIERRAS

Tras la ventana del hotel caen las hojas amarillas,
flotan semimuertas sobre el agua de la piscina,
como en un cuento de Cheever. En la memoria
alguien arrastra una silla hacia el agua sucia,
sin embargo es de oro esta luz y ella sabe que puede
no verla más. Cuando era chica quería ser pianista.
Iba con otra de la mano, iba con El clave bien temperado
bajo el brazo, hacia una casa de la calle Francia.
Saludaba camino del conservatorio a los vecinos,
pensando que su música era para esa gente.
Alguna vez tocaré preludios en un teatro, se decía,
y aplaudirán los vecinos, la buena gente
del pueblo.
         Historia de vida suya, pero remota.
Más tarde quiso ser como la puta de Fassbinder,
ésa que hacía feliz a todo el mundo. No la maldita,
no la estrella incandescente, no la artista consumida,
sino la monja de clausura, la que alivia al peregrino,
la que no le quita a nadie nada. No hay distancia
entre lo íntimo y lo público, las calamidades
históricas convergen con las privadas. La buena
gente asesina a los débiles y mantener abierta
la herida es la única esperanza.
Historia de vida remota, pero suya.
Cuando escribe en la noche, crece el murmullo
de tantos y tantos que vienen llegando, un torrente
que avanza y se dilata, que grita Go Home,
Go Home, necesito un lugar en el mundo. ¡Y ella
que no quería quitarle a nadie nada!


PÁGINA 9 – CUENTO

NECHI DORADO
(CABA-Argentina)

EL TUVO UN SUEÑO

-Anoche soñé con vos, le dijo alguien a la mujer que estaba más acostumbrada  a escuchar frases con fuerza  imperativa como:
-Hacé, andá, traé, ayudame, escuchame…  Y ella se quedó pensando, que justamente esa noche, no había podido  pegar un ojo. Recordó ese viejo mito popular que dice que “cuando el sueño no llega en las noches es porque uno está en el sueño de otra persona”.
-¡¿Pucha, será tan así, entonces”?!  Se preguntó.  Sonrió, siguió haciendo, andando, trayendo, escuchando…durante toda la tarde, repitiendo la misma frase.
-Digo, pensó envuelta en una sonrisa picaresca comparable a la de un niño cuando está elucubrando su próxima travesura, ¿qué tendrá que ver que sueñen con uno? Es tan amplio el catálogo de sueños no impreso que darle importancia a ese comentario me parece casi adolescente. Pero, ¿por qué no mantener aunque sea esporádicamente un pensamiento más acorde a la mocedad que a la madurez? ¿Es que acaso tendrá fuerza de ley el que los años se devoren todo?  Anoche soñé con vos, me dijo, y no  me molestó el comentario sino todo lo contrario.
Cuando cayó la tarde y el silencio volvía a recuperar su espacio perdido durante las horas anteriores, cansada de andar por cada rincón de la casa como si fuera una autómata, se sentó frente a su computadora para echar un último vistazo a esa página de noticias donde el mundo se veía tan desnudo como no lo mostraban en otros sitios informativos.
Es que la verdad siempre reditúa más cuando se la modifica;  o cuando se la toca por arriba;  o cuando directamente se la tergiversa. Esa página abierta durante todo el día y hasta bien entrada la madrugada  era su espacio de trabajo con conciencia militante. Extraño trabajo a juzgar por más de uno que no concibe la vida sin dinero mediante.
-Como todo en la cotidianeidad, lo que menos problemas acarrea es mentir, la verdad duele, hiere, lastima, no obstante la prefiero, aseguró como hablando para sí misma. Estaba tan segura de ello que no dudó al pensarlo, en realidad la duda no era su fuerte cuando algo se instalaba en esa parte del cuerpo donde sobreviven las ideas. Comenzó a recorrer cada letra, imaginando escenas, indignándose, preocupándose y no era para menos.
-“Sigue el genocidio nazi en Palestina”, es cada vez mayor la cantidad de niños masacrados que de no terminar  tendidos en charcos de sangre, seguramente,  con los años serían los futuros “terroristas” al decir y pensar de más de un imbécil ¿Qué duda puede quedar de que esos criminales sionistas son nazis? ¿Qué duda puede quedar si es más que evidente que están reeditando un holocausto padecido por ellos mismos, años atrás?  ¿Quién parará ese martirio si acaso quisieran pararlo? Murmuraba desde esa argamasa que se forma cuando la bronca y la angustia patalean en el alma.
-Colombia: “Nueve jefes paramilitares que asesinaron a quince mil seiscientas sesenta y siete personas salen en libertad habiendo pagado su condena con apenas siete u ocho años de cárcel”, anunciaba otro titular. Además,  ese aparato criminal para estatal se está rearmando como ejército en algunas zonas de esa geografía sangrante. En las otras nunca dejó de actuar apoyado como siempre estuvo por el propio estado.
–¡Qué poco vale el espanto, qué poco vale la vida para un gobierno si se permite semejante atrocidad bajo el paraguas de una burlesca pseudo democracia genocida! Así dice buscar la paz ese gobierno cuando en realidad está demorando cualquier intento de conciliación. Así también hay quienes vieron la panacea esperanzadora  en esa administración que está mostrando la hilacha que nunca ocultó. Me preocupa la continuidad de los Diálogos de Paz en esa tierra hermana herida, tanto como me indigna la debilidad de más de un luchador histórico hoy actuando como si fueran serpientes encantadas por un encantador famélico, truculento, ilusionista. Siguió recorriendo las noticias,  una peor que la otra, como siempre, pero que había que decirlas.
-“Un congresista norteamericano especuló con la posibilidad de que menores centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera con EEUU fueran portadores del virus del ébola,  mientras que la Organización Mundial de la Salud reconoce que el tratamiento contra ese virus no alcanzará a los más desfavorecidos”, siguió leyendo.
-Así que ahora empiezan a preocuparse por ese virus que desde 1976 y de la mano del hambre está causando desastres en el África. Tenía que llegar al norte de América y dejar tendido a un par de blancos para que adquiera fuerza de flagelo. De seguir perfeccionándose la manipulación de los laboratorios en pocos años estaremos en condiciones de publicar en grandes títulos: “No hay más miseria en el mundo, gracias a virus extremos lanzados al aire como serpentinas,  murieron todos los pobres, sobre todo los de raza negra” ironizó la mujer.
-“ Honduras: Asesinan a Margarita Murillo, dirigenta campesina y co fundadora del FNRP” fue otra de las noticias publicadas en la página contra informativa.
Siguió recorriendo cada renglón y los reportes eran similares, todos hablaban del descaro de un sistema que se sabe agónico,  pero que aún muriendo  sigue dejando su baba de veneno cada vez más criminal. Fondos buitres chupando dinero, esfuerzo y sangre de pueblos que no eligieron apoyarse en esos. Empresas contaminantes, tierra desangrada, alimentos transgénicos, indígenas expulsados de su territorio tal como hace tantos años. Guerras que continúan y guerras que se anuncian. Empresas para la reconstrucción de países instaladas “previsoramente”  mucho antes que las contiendas comiencen. Farmacológicas a punto de quiebras se salvan gracias a la “colaboración humanitaria” del bioterrorismo.
Realizado el recorrido,  señalizando los artículos que debía abordar el día siguiente, apagó la computadora y se preparó para retirarse a descansar.
-Anoche soñé con vos, volvió a recordar la frase que alguien le dijera esa tarde fría de un agosto que tenía medio recorrido transitado. Cuatro letras que  parecían haber adquirido casi, casi, la fuerza de un mantra.
-Volvió a sonreír mientras cepillaba su cabello como todas las noches. Tal vez, dijo mirando su propia imagen en el espejo, con un poquito de suerte hoy tampoco pueda dormir… aunque no quiso contarme qué papel protagónico ocupé en su sueño. Lo que sí, me aseguró, fue que no me convertí en una pesadilla.
Y yo le creo ¿ por qué no?


PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

CARLOS MÜLLER
(Salta Capital-Argentina)

PELIGRO de EXTINCIÓN

Ahora son pocos
los que conocen los himnos
de aquellas almas que volaban
como chispas prolíficas
surgidas de un volcán que arrojaba
desde su corazón de magma
un futuro incandescente
de piedras azuladas.

Dicen que éste es otro tiempo
sin Ulises y sin Sirenas.

Ahora son pocos
los que alguna vez amaron sin límite
Son pocos los que todavía
En una plaza cualquiera
Buscan un banco    Se sientan en él
Y de repente la lengua
se les pone en movimiento
Y hablan con una voz
ya muerta.

ENRIQUE MOLINA
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

TAMBIÉN NOSOTROS

Sí, zarparemos con los últimos barcos.
Al mar también le duelen las piedras que lo ciñen,
cuando su ronca cólera no basta
a estremecer la muerte del pequeño marisco.

Apartadme de mí, de mi larga estadía.
Siempre el rostro las manos, el sueño y el espejo.
Podrías recordarme como al humo:
para eso hay muelles de dulce declive.

Eternas criaturas de la tierra,
seguiremos andando debajo de las flores,
con ligeras estrías azules en el hombro.
Y acaso reconozcan nuestros nietos por su pelo
arbolado,
por sus ojos de tristes nadadores,
y su manera de decir: “Otoño...”

FERNANDO BELOTTINI 
(San Jorge-Santa Fe-Argentina)

LO QUE LAS PIEDRAS DICEN

Tanto a mi hijo como a mí
nos gustan mucho las piedras
también a mi padre
sospechamos que guardan algo
en su memoria
y que han visto lo posible
desde la inmovilidad
y podrían contar
atractivas aventuras
Nadie nos dijo que así fuera
es un augurio genético
y lo vamos transmitiendo
cópula mediante
de generación en generación
Cuando mi hermano
venga a visitarnos
sé que saldrá a juntar piedras
y dirá ¿viste esta? ¿y esta?
y traerá las que supone
fueron árboles o raíces
o querrá encontrar incrustado
el resto fósil de un pez
o de un escarabajo
y se las llevará a su casa
más allá del peso y del color
o de que antes hayan sido
pez, vegetal o escarabajo
y por las noches
esperará en silencio
como los demás
que ellas le hablen.

DARIO VILLALBA
(Salta Capital-Argentina)

LA SILLA FRENTE AL MAR

Hace tiempo otra silla fue vecina de ella
pero ya no está y frente al mar
ha quedado sola
Tiene la delicadeza de una durmiente
Yo veo la austeridad de sus partes erguirse
cuando en la abundancia de su alrededor
comienzan a aletear las sombras
y poco a poco se va derrumbando el griterío
En su obstinado esfuerzo por permanecer
de vez en cuando la brisa
le inventa pequeñas posibilidades de movimiento

La costumbre del persistir tal vez esté en los clavos
en la intensa pasión de la madera
La parca silueta aguanta la severidad de la luz
el salto encrespado del agua
la constante formulación de la rutina

Pasan los años y sigue quedándose
aunque ya no esté en varias partes de su entramado
Igual       contenida en su saciada inmovilidad se queda
quizás porque sabe que no se puede corregir la ausencia

Por las noches   bajo la luna
a ras del agua una víbora plateada le murmura
La silla frente al mar parece preguntarse
cómo se mancha uno de azul
mientras serena
se queda sobre la orilla
aprendiendo lentamente el ahogo

GUSTAVO CASO ROSENDI
(Esquel-Chubut-Argentina)

¿Dónde estás, Miguel,
tan injustamente desabrigado;
ahora que el viento
toca tu triste guitarra,
mientras sigue creciendo
la Rosa en la vereda de la
comisaría como hace
veintiún años?
¿A dónde diablos
te escondió el Diablo?.
¿Dónde buscar? ¿es tan
difícil encontrarte? si el mundo
es un pañuelo, apenas.
Un pañuelo muy mojado.
Ya van a llegar. Ese día
y vos. Los dos, bien juntos;
tomados de la mano.


PÁGINA 11 – CUENTO

FERNANDO SORRENTINO
(CABA-Argentina)

ESENCIA Y ATRIBUTO

El 25 de julio, al querer apretar la letra A, advertí en el meñique de mi mano izquierda una tenue verruga. El 27 me pareció considerablemente mayor. El 3 de agosto logré, con ayuda de una lupa, discernir su forma. Era una suerte de diminuto elefante: el elefante más pequeño del mundo, sí, pero un elefante cabal hasta en su ínfimo rasgo. Estaba adherido a mi dedo por la extremidad de su colita. Así, prisionero de mi meñique, gozaba, sin embargo, de libertad de movimientos, salvo que su traslación dependía por completo de mi voluntad.
Con orgullo, con temor, con dudas, lo exhibí ante mis amigos. Sintieron asco, dijeron que no podía ser bueno tener un elefante en el meñique, me aconsejaron consultar a un dermatólogo. Desprecié sus palabras, no consulté a nadie, rompí relaciones con ellos, me dediqué por entero a estudiar la evolución del elefante.
Hacia fines de agosto ya era un lindo elefantito gris, de la longitud de mi meñique, aunque bastante más voluminoso. Yo jugaba todo el día con él. A veces me complacía en fastidiarlo, en hacerle cosquillas, en enseñarle a dar volteretas y a saltar mínimos obstáculos: una cajita de fósforos, un sacapuntas, una goma de borrar.
En esa época me pareció oportuno bautizarlo. Pensé en varios nombres tontos y, en apariencia, tradicionalmente dignos de un elefante: Dumbo, Jumbo, Yumbo… Por último, ascéticamente, preferí llamarlo Elefante, a secas.
Me encantaba alimentar a Elefante. Yo diseminaba sobre la mesa migas de pan, hojas de lechuga, trocitos de césped. Y, allá lejos, en el borde, un pedacito de chocolate. Elefante, entonces, pugnaba por llegar a su golosina. Pero, si yo ponía firme la mano, Elefante jamás podría alcanzarla. De este modo, yo ratificaba que Elefante no era más que una parte —y la más débil— de mí mismo.
Poco tiempo después —digamos, cuando Elefante había adquirido el tamaño de una rata— ya no pude gobernarlo con tanta facilidad. Mi meñique resultaba demasiado flaco para resistir sus ímpetus.
En ese entonces yo aún conservaba la idea errónea de que el fenómeno sólo consistía en el crecimiento de Elefante. Me desengañé cuando Elefante fue tan grande como un cordero: ese día también yo fui tan grande como un cordero.
Esa noche —y algunas más todavía— yo dormí boca abajo, con la mano izquierda fuera de la cama: en el suelo, a mi lado, dormía Elefante. Después debí dormir —boca abajo, mi cabeza en su grupa, mis pies en su lomo— sobre Elefante. Casi en seguida me resultó suficiente un fragmento de su anca. Después, la cola. Después, la puntita de la cola, donde yo sólo era una pequeña verruga, del todo imperceptible.
Entonces temí desaparecer, dejar de ser yo, ser un mero milímetro de la cola de Elefante. Luego perdí ese miedo, recobré el apetito. Aprendí a alimentarme con perdidas miguitas, con granos de alpiste, con briznas de pasto, con insectos casi microscópicos.
Claro que eso era antes. Ahora he vuelto a ocupar un espacio más digno en la cola de Elefante. Es cierto que aún soy aleatorio. Pero ya puedo apoderarme de galletitas enteras y contemplar —invisible, inexpugnable— a los visitantes del Jardín Zoológico.
A esta altura del proceso soy muy optimista. Sé que ha comenzado la reducción de Elefante. Por eso, me inspiran un anticipado sentimiento de superioridad los despreocupados paseantes que nos tiran golosinas, creyendo sólo en el obvio Elefante que tienen ante sí, sin sospechar que él no es más que un atributo futuro de la latente esencia que aún acecha, agazapada.


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

ANIBAL DE GRECIA
(Oberá-Misiones-Argentina)

-¿PUEDO?

Tengo al mundo atravesado en la garganta
¿cómo hago para entrar en mí sin fastidiar la digestión?

Pesadez estomacal; el mundo, yo, el otro yo
me indigestan hasta el hartazgo.

Estoy pensando en vos
y tus besos de Hepatalgina para desfrustrar un poco los días.

CARLOS PIRRO AGUILAR
(Córdoba Capital-Argentina)

OCTUBRE INTERIOR

I

Augurios de Octubre
en las estancias de la sangre.

El agua brinca.
La caléndula esplende.
La portulaca estalla.

II

Ajorcas.
Dulzor de tobillos
mojados por la luz,

Mañana de prodigios:
el sol canta
en el jardín amanecido
del deseo.

CARLOS J. ALDAZÁBAL
(Salta Capital-Argentina)

Felino sí.
Probablemente puma o simple gato:
la madera tallada no transmite verdades
y a un tigre de madera no se le ven dibujos.

Faltaría un pintor, alguien que con minucia
le decore el hocico, las patas, los costados,
para que la madera forme al tigre,
espejismo de rayas, pura voluntad de artesanía.

Luego sí, vendrá algún domador hecho de plomo:
acercará la silla, y al oído del tigre
escupirá verdades hasta formar la jaula.
Con un poco de alambre cubierto de algodones
construirá un gran aro para que el tigre salte
y el fuego lo consuma, como consume el fuego la madera.

¿Y si el tigre le ruge? ¿y si el tigre no salta?
¿si la silla se rompe y el domador tropieza?
¿y si el fuego perdona los colores del tigre
y se encarga del plomo y lo convierte en río,
y el tigre va y se baña, como hacen los tigres
que no son de madera, y se queda sin jaula?

¿Entonces se sabrán los dibujos del tigre?

¿O será por el agua, su devenir, sus ríos,
que Heráclito hablará de las certezas?

DIEGO ELIE
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

¡No entres, a ese cuarto..!
las paredes te devoraran,
sombras de la casa 
en los corredores,
miles de agujas, en tus poros clavaran ,

La parra, cubre el patio, degradada luz de aurora,
en ese lugar, fui feliz,
las nueve etapas del sueño, 
once años a tu lado,
las manos de mi madre,
la recia mirada de la abuela.

Pantanal acuoso, 
depravados vahos,
páramo del ansia.

En el nido huero de mi equilibrio,
acuesta tu veneno,
quiero soñar,
dejare mi lobo suelto,
soñare,
sueñan las raíces en invierno,
el otoño, siempre fue mas fuerte que yo,
hoz que sega mi primavera,
apila, seca, quema,
toda mi labor .........

En la espera,
te encontré en el brillo,
de una rosa amanecida,
en el costa,
arrastrando caracoles por la orilla,
abrí miles de puertas,al extremo de la vida,
solo para ver tu rostro.

He tenido, en mis palmas,
sueños descalzos, y moribundos, 
he regado mis prados,
con lagrimas de hierro, y corazón fundido
y los cadáveres de esta historia, 
graban epitafios dentro mio

FANNY TRAINER
(San Salvador de Jujuy-Jujuy-Argentina)

Fue una vez
hace mucho tiempo
-historia repetida-
cuando un poeta
escribía sobre hojas
-todas muertas y amarillas-
-todas sucias y engrasadas-
fue entonces
cuando vino de puntillas
y en alpargatas
la paz  envolvente
de los sueños.
Fue entonces produciendo
aquel poeta ya sin alma
el último poema.
Dijo todo lo que existe
sobre el hambre
y el dolor de la partida,
de la incongruencia
de SER ¿qué? ¿quién?
sobre la Tierra.


PÁGINA 13 – RESEÑA

Carlos Fajardo, La ciudad del poeta, Crónica, Fundación Común Presencia,Colección los Conjurados, Bogotá, 2013Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz

 La Ciudad del poeta, libro de crónicas poéticas de Carlos Fajardo Fajardo, acaba de ser publicado por la Colección los Conjurados. El libro es un periplo poético por casi 20ciudades reales, soñadas, mitificadas y reinventadas, como un homenaje a los poetas - y alas ciudades- donde ellos escribieron, vivieron, amaron y que el autor ha recorridobuscando sus huellas secretas. La presente es una reseña sobre el libro en mención: La Ciudad del poeta, libro de crónicas poéticas de Carlos Fajardo Fajardo, acaba de ser publicado por la Colección  los Conjurados. El libro es un periplo poético por casi 20 ciudades reales, soñadas, mitificadas y reinventadas, como un homenaje a los poetas - y a las ciudades- donde ellos escribieron, vivieron, amaron y que el autor ha recorrido buscando sus huellas secretas. La presente es una reseña sobre el libro en mención.
La palabra crónica -para los amantes de la etimología, como Borges y otros hermeneutas- proviene de griego, khronos, tiempo, es decir que se trata de una historia que sigue el orden de los tiempos. Pero, ¿cuál orden, el lineal, que utiliza los dígitos del calendario o discurre en las manecillas del reloj, en forma convencional, o el otro, el de las anacronías que, como en el sueño, apunta más bien a un desorden, suerte de entropía que permite relativizar, entreverar, el pasado, presente y futuro del devenir cósmico y humano?
Una crónica en sentido literal apuntaría al primer interrogante, en tanto que un cuento,un poema, un monólogo interior, con fuerte fluir de conciencia, estarían más cercanos al territorio del desorden ordenado, para diferenciar las audacias de la creatividad -desviaciónde la norma, entrecruce de géneros- del simple disparate. El libro que ahora discurre por mis ojos y mi entendimiento, si bien tiene el rótulo genérico de crónica, pertenece más bien a ese ejido gitano de las prosas apátridas -aporte de JulioRamón Ribeyro-, es decir, un tejido (texto) construido con diversas formas, tonos, ritmos, cadencias y estilos, de los llamados géneros discursivos, visión más amplia y abarcadora que la tradicional de géneros literarios.
La Ciudad del Poeta es un periplo por ciudades reales, soñadas, mitificadas, sufridas y reinventadas por un emisor poético -alter ego del autor real- y uno, a veces varios, interlocutores, poetas y artistas que le hacen la segunda a la voz primordial, con aportes de sus textos, evocados oportunamente por el poeta vigía. Al recorrer el libro, con apacible fruición, a veces trastornada, evoqué Midnigth in Paris, esa hermosa fantasía de Woody Allen cuando recrea, no, mejor recuerda (volver a pasar por el corazón) a la Ciudad Luz que vio desfilar por sus calles y puentes, bulevares y galerías, bares y encrucijadas, a loshombres y mujeres que construyeron Las Vanguardias, tan gratas a nuestros imaginariosestéticos e ideológicos.
En La Ciudad del Poeta la artesanía textual funciona creando la ilusión del encuentro, cara a cara, entre Carlos Fajardo y el poeta o artista, que de alguna manera se ha convertido en ícono de la ciudad caminada y homenajeada. Toda lectura que devuelve la página es unhomenaje, un querer pisar las huellas que plasmó el artista.
Dos logros, entre otros, destaco en La Ciudad del Poeta.
El primero consiste en recordar, desde el poema mismo, a una figura emblemática de la ciudad, sin caer en la tentación de escoger al ungido por todos: no la Santiago de Neruda, sino la de Jorge Teillier, no la Lima de Vallejo, sino la de Oquendo de Amat, no la Habana de Lezama Lima, sino la de Eliseo Diego, no la Montevideo de Onetti, sino la de Lautremont, no la México de Octavio Paz, sino la de ese juglar que se puso en bandolera los amores y desamores del mestizo americano, macho y sensible a la vez: José Alfredo Jiménez.
La segunda virtud reside en esa especie de estética de la recepción que convoca diferentes autores y estilos, diversos momentos históricos y sociales, variadas subjetividades, en un diálogo sostenido y matizado desde la Poesía, en sus múltiples vertientes y manifestaciones.
El verosímil se hace tangible porque cuando un lector entra al universo de un poeta, a despecho del tiempo y de la muerte, no hace otra cosa que levantar con él un puente dialógico.
En mi ya larga romería por los signos y los símbolos, siento que Homero, desde Ítaca o desde Esparta me confiesa sus desvelos por Aquiles, su paciencia con Ulises, su consideración por el duelo de Néstor, ante el cadáver degradado de Héctor, en torno a la muralla. De igual manera, Kafka, a media voz me relata la génesis de Gregorio Samsa, su peregrinar de humano a insecto,  cuando frente  a un espejo velado nos asombra el propio rostro y los miembros, damnificados por una guerra o un atroz desengaño. Tu historia es lo que sueñas, ha dicho el poeta Quessep, vale decir, lo que lees, lo que imaginas, lo que dialogas,  con otro ser humano que se atrevió a cifrar en “humanas, míseras palabras”, un
retazo de vida que se parece a la tuya, en una ciudad, cuyo puente, ermita o árbol talado, te devuelven la tuya, con sus infiernos y sus paraísos.
Insisto, leer es dialogar, sentarse en la misma mesa, paladear las mismas angustias, esperar los mismos trenes, descifrar idénticos exilios que luego deletreó cada uno de nuestros poetas amados. La memoria fue un género literario desde antes de que naciera la escritura, ha dicho Eugenio Montale; bien lo supo Tiresias, en su diáfano oráculo, así lo padeció Funes, antes de perderse en su laberinto de cifras.
Libro para viajeros, curiosos de la palabra y sus epopeyas cotidianas, no para turistas o coleccionistas de postales y videos. Sólo se precisa un poco de fe, una espera vehemente para que al sonar el gong de la medianoche, te recoja una cuadriga de caballos blancos y te lleve, hechizado, por esas callecitas de Buenos Aires, que cifró el bandoneón de Piazzola, o por la rúa Augusta para que  Fernando Pessoa, o alguno de sus múltiples dialogantes-heterónimos- te recuerde algún pasaje del Desasosiego, o bien para que Joan Manuel Serrat desde su playa de infancia recupere a esa mujer perfumadita de brea y te vayas con ella,caminando por las playas del mundo, desde Juanchaco hasta Ipanema, mientras le confiesasal oído que la belleza es fundamental.
En la orilla, un guiño de Vinicius de Moraes te hará sonreír frente a la ola o frente a la página.


PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

CLAUDIA AINCHIL
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

PODIO ZÓCALO

En ocasiones episodios rodantes pactan
hacen trato desconociendo preguntas
la existencia y esa viscosa neblina.
Por el corredor convidan performances
distintas clases de alegoría enredan y oprimen
vibran espejos como no entendiendo que sucede
se abren gargantas en éxtasis
transformándose solo por una gota  o chicle
que se pega tritura
quizás es la enajenación del podio zócalo
ese antifaz de pulsaciones repetido
en estos tiempos.
Me aparto, la boca del estómago aúlla
solo es copia, digo
ligereza delineada en opacos métodos
del que llega primero
trepar y trepar escaleras
sin importar dedos pisados
cuantas palabras estrujadas rechinan
un trozo del alma se reduce.
Cara a cara no siempre es signo y símbolo
avidez circulando en bocas como estalactitas
extraño suceder donde lo borroso es rey.
En el río cotidiano inclemencias advierten
quienes somos
es tic tac
ese serrucho de imágenes
que atraviesa lo vano
una radiografía de gacelas en celo
o submundo que no es munDO.

CONSTANTINO MPOLÁS ANDREADIS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

A JACQUES PREVERT

te busqué en el mercado de /esclavos
y no estabas ahí
te busqué en los escaparates
entre las prostitutas
y no estabas ahí
entonces te busqué donde no /estabas
no en el mercado de esclavos
y tampoco entre las prostitutas
ni entre las vendedoras de labios r/ojos
ni en las verdulerías
ni en las iglesias
en esos lugares
no te podría encontrar
y yo estaba apurado
y no tenía tiempo que perder
perdí tanto tiempo buscándote
que sólo me quedaba la eternidad
y de ella
sólo un poco
por eso es que te busqué
donde no /estabas
y entonces te encontré
y te perdí
te encontré en el mercado de /esclavos
y te encontré entre las prostitutas
y entre las vendedoras de labios /pintados
y en las iglesias
y en los bares
te encontré en las verdulerías
y en los salones estrechos
y en los amplios
sentada al lado mío en el colectivo
y mirándome desde la ventanilla de /un taxi
y en todos esos lugares te /encontré
y te perdí sólo que esta vez te perdí
para /siempre
y aunque te siga buscando y /encontrando
ahora sé que te volveré a perder
y te volveré a buscar
y a encontrar
sólo ahora lo sé
recién ahora lo sé
y lo sé como lo supe desde /siempre
desde el momento en que te conocí
 /y aún antes
siempre supe que para encontrarte /te tendría que inventar
y lo hice
y al hacerlo te perdí
para no perderte
para encontrarte
debí haberme resignado a no /encontrarte
a buscarte
sin esperanzas
y ya ves
no lo hice
y ahora
lo único que me queda es continuar /buscándote
donde estás
y donde no estás
y volver a inventarte
y volver a perderte
así como así
como si no te buscara
como si no me importaras
como si no te quisiera como te /quiero
como si no fueras
mi único amor
como si nos paseáramos del brazo
/y tuviéramos una casa
y tuviéramos o no tuviéramos hijos

HILDA ANGÉLICA GARCÍA
(Catamarca-Argentina)

    La casa era de sueños
cuando madre regaba los geranios.
    El agua deslizaba por las hojas
sus gotas transparentes.
                               El jardín a la calle
florecía
mientras ella barría la vereda
con el aire en su piel, en su cintura.
                               Iba su escoba
aventando gorriones
saludando a las hojas.
                                   La casa era de sueños
cuando madre limpiaba las mañanas.

ILDIKO NASSR
(San Salvador de Jujuy-Argentina)

MUJERES

estamos hechas de voces
infinitas que se reproducen
con el silencio
algunos pasos dan cuenta
de lo solas que estamos
oímos cómo los fantasmas
"> se sumergen en nuestras camas
y deambulan habitándonos
solas solas solas
a la orilla del delirio
y la desesperación

JORGE ARIEL MADRAZO
(Ciudad Autónoma deBuenos Aires-Argentina)

JURAN los malpensados
que ella flamea
alas y no brazos
nada ortodoxas alas
es verdad
pero de tal levísima sustancia
que al correr a estrechar
con dulzura a mi amiga y
rogarle: “Ven, breve mensajera
de la delicadeza”
tintinea ella sus manitas
-¿sus alas, acaso?- y
                                   se eleva
hasta disolverse más luego en
la niebla.

Jamás diré cuánto la extraño.
Desorientado
en la alta noche
ya no sé
qué es
peor:
si oir que no me ama
o saber que ahora
perte-
nece
al aire.



PÁGINA 15 – CUENTO

ABEL ESPIL  
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA MUÑECA

" Las bombas, desde el inicio de la agresión el 8 de julio pasado, alcanzaron a nueve periodistas que daban cobertura en Gaza".

Gaza queda tan lejos, o acaso tan cerca,  que el dolor de una imagen es  potente.
Me averguenzo de nuestros niños, que están limpios , sus muñecas impecables , los juguetes les sobran , tienen a papá y a mamá, también hermanos,  abuelos, nunca caminan por calles en donde explotan bombas. Si tienen hambre comen, si tienen sueño duermen en calentitas camas,  papá o mamá, leyéndole el cuento de todas las noches."
-Pero Julián, en nuestro país, no es todo así-.
Él -corresponsal  internacional del diario Perfil- no dejaba de hablarme.
 Somos colegas y tratamos de contarnos lo más relevante que vemos , en los lugares adonde nos envían.
En un momento del relato, Julián se puso a llorar. Le manifesté mi asombro, porque ambos  conocemos casi todo el Universo. Hemos estado juntos o separados, en el centro de guerras civiles. En 1982 trabajamos en la guerra de Argentina con Inglaterra, por las Islas Malvinas. Las imágenes que quedan en nuestra retina, supera a las fotos que enviamos a los diarios . Las crónicas que escribimos cuando en Chile lo mataron -padeciendo una guerra-  a Salvador Allende y en una cancha a Victor Jara, le cortaron las manos y asesinaron a Violeta Parra.
Lo dejé en la puerta de su casa, tenía urgente que asistir a Casa de Gobierno, para la conferencia de prensa que iba a dar la presidente Cristina Kichnner.
Llegué a casa bastante agotado. Vivo solo. Hace cinco años que estoy viudo. No tuvimos hijos . 
Por mi trabajo, he dejado sola a mi mujer largos periodos. Por suerte, ella siempre me comprendió. Al no tener hambre, no cené. 
Prendí la televisión, me preparé un café doble, y al sentarme para pasar un rato de distracción, el canal Crónica emitía una información URGENTE : "Una bomba de extremo poder cayó  en el principal hospital de Gaza."
Lo llamo a mi amigo y él me transmite que lo estaba mirando. 
Me pide por favor que prenda la compu, porque me quiere enviar una foto. Hacía un día, la había tomado en la calle principal de Gaza .
Veo  a una niña de cinco o seis años, con la cara y las manos muy sucias.  Los cabellos ausentes de higiene, abrazando y tapando los ojos a una mugrienta muñeca con su manito izquierda regordeta. 
El amor  hacia  su nena, para que no viera las monstruosidades de los hombres. 
Apagué la compu.
Cargué  la pipa, la encendí y pensé. Los hombres de Israel o de Palestina ¿no tienen una muñeca que vea sus horrores?


PÁGINA 16 –  POESÍA ARGENTINA

INÉS LEGARRETA
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

SUEÑO XI

Emanaba una luz tranquilizadora, como cuando un niño juega en la plaza, se aleja un poco de la madre, empieza a sentirse perdido entre la gente, pero levanta la vista y la ve. Así que yo andaba entre escombros sabiendo del amor. Entonces aparecieron tres poetas, entraron en la casa, no había engaño ni maquillaje y yo me dije: "¡Dios mío, mis sueños se llenan de poetas!". Usé ese verbo: llenar. Ellos y yo, vaya a saber quién puede a quién, somos un agujero por donde entran las palabras que no sirven ni tienen fin.


JULIO RICARDO ESTEFAN
(Córdoba-Argentina)

CANCIÓN LUNAR

No sólo causa penas ese disco ambarino
que pone en mi café una pieza de plata
a veces trae la risa, la locura, el milagro,
el recuerdo, el desvelo, la nostalgia y tus ojos.

Somos tantos insomnes buceando la penumbra
—cada uno está solo sin bastarse a sí mismo—
como peces hambrientos, como soles sin brillo,
como quietos montículos de tierra y de agua.

Hoy tengo un rayo nuevo que atraviesa mi frente
no hay nubes esta noche de plenilunio errante
miro por la ventana los últimos vestigios
de la ciudad que duerme con increíble calma.

LEONOR MAUVECIN 
(Córdoba-Argentina)

PALOMAS DE HARINA

Le doy forma y me creo Dios
Glauce Baldovin   

Mis manos  son palomas de harina cuando amasan.
Vuelan sobre la mesa, dibujan un nido
pongo allí los huevos, y la blancura
acuna el sol y la vida, como una moneda dorada.

Estiro la masa, hundo las manos en ella
      le doy forma y me creo Dios.
Un perfume a monte ahúma la tarde.
Un olorcito a pan
                invade la casa.
Entonces
como un  aroma suave, me consuela
                                              el olvido.

LAURA YASÁN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

noticias de mi vida

si alguien pregunta estoy en la frontera
pruebo los documentos de un cadáver
que amontona ladrillos en el patio de atrás
sus medallitas clavadas a la lengua                 
horas memorizando las fallas del terreno
un idioma en desuso y ahora es miedo
la manera más pura de medir

si alguien pregunta necesito analgésicos
algo para aguantar el clima extremo

sigo tratando de escapar
cavando un túnel con una cucharita
demorada en la red de un policial
donde cae la noche y los forenses mienten

MARIA ESTER CHAPP
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

VÉRTIGO AZUL

el alma teje en el cuerpo
un tapiz con hilitos de luz
veloces hebras blanquecinas

casi agua fresca
el vidente ve en el laúd

agua fresca corre entre las piedras

el cuerpo     este cuerpo tiembla
los huesos te amarran a la costa
             la coronilla duele

un ave escribe    alguien le dicta
          desde el espacio
vuela hacia el líquido
          con tintas de colores
dibuja señales
               en las manos

ángeles tejen con tu cabellera
       ritos del vértigo azul
tejen y tejen
           con tu respiración
los secretos telares

                    del mundo


PÁGINA 17 – CUENTO

EDUARDO PÉRSICO
(Lanús-Buenos Aires-Argentina)

DESVARIOS CON BORGES Y GARDEL.

…y cantada por Gardel, cuanto mejor luciría                                                         
una  imperfecta milonga mía…

Y fue por ahí cuando el Jorge Luis Borges, que tanto descollara como payador en el almacén de doña Rosa en Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su extraña muerte. Es sabido que los poetas se lucen cuando les parece, pero no era fácil la trémula voz de alguien con la vista opaca y casi respirando en la frase venidera,  con sus manos en el mástil de la guitarra charlando ‘de esas utopías que adoran los pueblos, como Carlos Gardel’.

- Cada historia exige sugerir tanto como su texto-  se oyó en aquel  bodegón oloroso de aceitunas y vino moscato.  Más al reiterar el escriba Jorge Luis 'Gardel habita esa neblina de la imaginación y el mito', hamacando su bastón como una guitarra agregaría ‘sin creer en don Quijote y Sancho Panza la historia de España no tendría pies ni cabeza’. Así que tras su modesto ‘yo creo’ se silenció el entorno y el Jorge Luis reiteró lo antes dicho como contando un cuento; sin recordarlo pero repitiendo las voces para decirlo. .. En tanto los demás querían conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal nutricia de la certeza’, Borges les acentuaría que la muerte gardeliana en junio del '35 ‘tenía sombras de verdad  y cada tanto,  ni siquiera eso’...
- Mucho se dijo  que Carlos Gardel muriera en un accidente de aviación en Colombia,  aunque aquello sería incompleto’, tartamudeó el Jorge Luis Borges. El mismo que mucho anhelara ser un payador en el Camino de las Tropas y en el espacio sin renglones de su realidad,  decidiera morirse en Suiza por negarle al gentío los ritos de su velorio, el llanto televisivo y el fúnebre jadeo de su instante sin retorno.

Y es así que como les digo, señores, en los momentos previos al vuelo desde Medellín hubo olvidables desvaríos de sobremesa, que hasta culparían del accidente a ese mozo Alfredo Lepera, - tan adicto al cantor como abrevador de Amado Nervo- que por un enredo de polleras arremetiera a balazos con toda la concurrencia. Como también hubieron rumores que para  demostrar el buen humor argentino al piloto o ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión. Esos más demás decires de entrecasa en propiciar a un Gardel sin magia gardelera hundido en los turbios callejones del olvido – redondeó el dicente Jorge Luis y se contuvo a juntar aire.

- Señores, Carlos Gardel artista malversado por turbios imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango,  supo retirarse a tiempo. Y usaba una memoria tan anticipada que solía temer por su voz luego de incinerarse en Medellín y acaso hasta temiera ‘ser un muñeco publicitario’; como igualmente temiera  que su inflexión arrabalera fuera deformada por los desafinados que nunca faltan. Que sin demora anunciarían actuaciones de Carlos Gardel en Quito y Bogotá, desfigurado por el incendio, - o ‘ircerdio’- y aclamado al entonar su primera estrofa.
- Esa y mucha otra tontería sería glosada por los congeladores del arte al predecir que nadie cantaría como él. Por supuesto, y le confío que yo mismo, Borges y ahora, deduzco cuánto mejorarían en su voz  mis  imperfectas milongas. Algo que lamento y envidio tanto como no haber escrito el ‘percanta que me amuraste’ de ese mozo Pascual Contursi. Pero así fueron las cosas….

Y ahí se sonrió apenas el Jorge Luis al imaginar a un Gardel de lustroso smoking o de chambergo inclinado aquel audaz  atuendo de gaucho palaciego, según, pero siempre él ajeno a mucha pobre gente negociadora de un Gardel producto terminado.
- Porque ese modernizador nunca sería cómico del varieté televisivo - dijo y se tomó resuello-. Y a quien una noche lejos de mi patria le escuché cantar un deleznable tango que yo nunca apreciaría, pero al oírlo me hizo revivir mi calle de Palermo y una madreselva adherida a una tapia, y de pronto sentí que estaba llorando. Acaso con ese llanto de la hombría  acorde a la voz compadre de Gardel; y ahí presumo que lo popular es un secreto que los pueblos aprenden desde adentro.

Y ahí se interrumpió el Jorge Luis Borges - antes o después de morirse en Ginebra,  algo que menos importa- luego de redondear que ‘no habría Gardel posible sin poesía de eternidad; esa magia que  persiste en el rincón sensual que uno prefiera’.  (2014)


PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

KARLA SANCHEZ BARRETO
(Managua-Nicaragua)

ACUARELA

A veces el murmullo tempranero del chagüite atempera el discurso del silencio, que dice frases largas. Reveladoras. En ocasiones, es un muro dando volteretas en el aire y la escalera de palabras escurre la gota de los pájaros que imperan. También brota sin razón un chorro interior cuya fuerza dibuja un celaje de intensos naranjas envueltos por el rayo diáfano de sol.

ROSINA VALCÁRCEL
(Lima-Perú)

¿QUIÉN DUERME AHORA?
a Gloria Mendoza Borda

La jauría anda allí, afuera, se siente su presencia malévola, tras el triste cantar de los grillos. Óscar Amaya Armijo

Cierto, no nos apocan la miseria ni la ceniza del desierto Mascamos la vigilia, nuestros ideales, el runrún de las parejas y el gruñir de las señales en el teclado Cómo negar la conspiración Hoy coreamos algo similar con este ayuno Sí, en este lado de la capital, arrullados entre libros y olas marinas somos fragmentos de generaciones de conspiradores insomnes, apremiados de claveles, amor, libertad y revolución Qué sentido tiene dormir  Si al margen de la orilla el país es un pálido animal decapitado ¿Puedes dormir? No. Anhelo pensar, escribir y cuidar el aura de las mujeres, hombres y jóvenes que dedicaron la existencia a custodiar sus mitos Como nosotros, esta medianoche, los compañeros y hermanas están velando otros amados rebeldes, desaparecidos, torturados, presos, muertos. Esta noche ya tiene siglos de haber principiado y nos punzan los ojos y perciben fatiga estos pálidos cuerpos. Sin embargo, ajados y enfermos aquí estamos Quién
 sueña hoy, quién podrá dormir Las hierbas secas musitan ¿Los traidores? Si dormitan es pueril su sueño Nuestro insomnio, es real, mas no vano Solo velamos la patria alegre que deseamos como herencia para los infantes anónimos de aldeas y pueblos remotos, para los niños que pasan y sonríen, para los que transitan y están mudos, para nuestros hijos y su prole. Nuestro insomnio, entonces, es utópico La cámara no miente Nuestro desvelo infringe  Contra los que tienen la visión perversa  Contra los que están cavando su propia tumba extendemos el eco de nuestra guitarra al hombro.

JAVIER FLORES LETELIER
(Santiago de Chile-Chile)

II

Lo busco desde las diásporas de los barrios
que sobrevivieron
a la sospechosa solemnidad del enrolamiento.
Le di de comer alguna vez
cuando no podía darse cuenta de las manchas rojas en mi camisa
blanca, sedienta y terrosa
como las banderas de los países al borde de desintegrarse
en la suerte tangible del caos.
Busco el cuerpo, aquel que tiene una estrella
deformada en el pecho
pidiendo que la razón mantenga la profundidad de los secretos
por los que no confía en el destino exhibido
en la antorcha de las leyes.
Alguien, niño y rapaz grita
-no esperen a perder la potestad
de sus hogares levantados
sobre el alimento puro de la tierra ilícita,
la verdad y el derecho sobre los callejones en los que se forja
el capital de las naciones,
no esperen las lágrimas en las mejillas del santo de la cumbre
para decidir tomar las armas,
no releguen a las instituciones la ritual labor de construirlas-.
Te he traído tu manto, general
esta vez para que permanezcas frente
a los grabados de los pilares
y escuches los ruidos
del arte que siendo creado para los templos
en su destrucción
formula su mensaje auténtico:
escribe el libro de la ira y la salvación
imitando la belleza lóbrega del ciclo de los elementos.
Te he traído tu manto, general
y la daga que explica
en la figura de su excitación
la causa única.
No me des aquel puñal que hiciste tuyo,
la fábula tergiversada incitando una nueva conjura
contra los puños del mundo primigenio
renacidos en nuestra intuitiva negación
a bailar sin pesar ni furia,
revividos en el instinto de buscar el engaño
del diagrama de los nuevos continentes:
El depredador no ataca en nombre de la moral
que redime la culpa por la pobreza,
lo hace desde el frío de la fe.
Soy tan traidor como tú al aceptar las leyes de la naturaleza,
por no tener el valor para escuchar y crear
la ciencia de los pueblos.

MONICA IVULICH
(Nueva York-Estados Unidos)

UN DIA DE ESOS

Era uno de esos simples días callados
cuando solo los inocentes cantan
cuando los pájaros vuelan en rondas
y las nubes no se deciden a estar…

Era un día insulso, sin color definido,
sin olores ni movimientos claros.
Si, un día insípido y sin nombre,
cuando llegó, tenue, la ráfaga de tu voz.

Y en un instante el escenario todo,
los sentimientos, la vida, el cielo,
los colores y las miradas cruzadas
Todo cambió para y por siempre.

Desde entonces llueven flores rojas
y corazones de papel planean suaves
en un cielo diferente, lleno de ofrendas
y de sonrisas multiplicadas en la gente.

Hay un eco permanente de ‘te amo’
Hay pájaros atrevidos rondando cuerpos
Y las espaldas se contonean serpenteando
Al compás de la caricia adivinada en la niebla.

Solo se necesitaba la magia de tu nombre,
solo se esperaba la decisión del reloj eterno,
y un engranaje precisamente desordenado
nos ataba de, buena gana, al carro del amor.

ANDREA VICTORIA ALVAREZ
(Caracas-Venezuela)

SUDESTADA
La libertad de un hombre,
ha de ser como libertad de un pueblo,
o eso que llamamos
“Democracia”

AVA

Afuera, el viento chilla como  gato herido
su mano invisible tuerce  persianas,
y ciñe conciencias
sin dejar nada a la imaginación
                                 la desnuda.

Yo lo percibo inquieto,
ojos  tiempo, cuerpo intransitable
lo más parecido a la sensación de vuelo
de   pueblo  libre.

Y me sujeto a esa idea,
al  vocablo  del viento
indetenible, autónomo  y curioso
que suele chillar como gato herido
allá, en las alturas.


PÁGINA 19 – ENSAYO

HERNAN SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)

PÉRDIDA Y RECUPERACIÓN DE UN POETA

Umbral de salida. Un lector de poemas es una especie de arqueólogo de la palabra, es decir, los libros de poesía solo son hallados luego de una exhaustiva búsqueda, de excavar de manera impenitente en las cuevas o las fosas comunes de las librerías. Ante esto, el escritor Pedro Mairal dice, con algo de resignación y más ironía, que el espacio dedicado a la lírica siempre está en un rincón: «en general, el tamaño de la sección de poesía es inversamente proporcional al tamaño de la librería». En los pasillos oscuros, o en los subsuelos ominosos de los locales me he tenido que arrodillar sobre alfombras apelmazadas tanto como trepar a escaleras tambaleantes, hasta una vez me tuve que arrastrar cual Juanse en el video de «Vicio» (sí, porque la poesía es un vicio). Así, he salido blanco por el polvo dormido en los cantos y me he sentado a lo indio haciéndome un picnic con los libros de poemas. Todo eso y mucho más, debido a que las librerías de Mendoza y de varias ciudades por las que he escarbado a punta de pala colocan el estante de poesía en los lugares más inverosímiles. El género, también, es un animal vivo y mutante. Entonces, los libreros saben que deben ocultarlo en las jaulas de la indiferencia. Porque la poesía está allí agazapada para el que cree que la ha encontrado, pero en realidad es el lector el que cae en su trampa eterna.

Sin embargo, en tantos años de rastreo alocado, nunca me encontré con un poeta fundamental para el idioma que se habla en esta parte del mundo: Jorge Leonidas Escudero. En parte, por lo que apunta Valeria Melchiorre: «Escudero no suma a la práctica del poema otros modos de intervención en el campo intelectual, forma de la renuencia que no hace más que evitar todo atajo posible hacia la visibilización. Por lo pronto, se desentiende de cualquier tipo de activismo o de polémica sonante en el terreno de lo político o en el de lo estético…». Pero por otro lado, las continuas zancadillas del azar hicieron que mi lectura se disipara hacia escrituras a veces notables, a veces fútiles. Antes de que algún ratón bibliófilo levante su garra acusadora, quiero contar la crónica personal de un desencuentro.

Senderear. Como cualquiera sabe -Wikipedia mediante- Escudero nació en San Juan en 1920 y comenzó a editar recién cuando había cumplido los 50 años. Pero no cobró cierta notoriedad nacional hasta bien entrado el siglo XXI, cuando Ediciones en Danza decidió publicar una de sus obras y sostenerlo en el tiempo en las solapas de su catálogo. El escritor sanjuanino ya tenía un halo de misterio que lo precedía, pero qué poeta de provincia no es mitológico. Así han sucedido «descubrimientos» algo tardíos -desde la inevitable mirada centralista- como los de Juan L. Ortiz, de Entre Ríos, o del pampeano Bustriazo Ortiz (dos grandes poetas que coincidieron más en la marginalidad que en el apellido). Así y todo, el nombre del «Chiquito» Escudero y su poesía no se me habían presentado con la fuerza suficiente como para montar una búsqueda intensiva, a pesar de que Canto Rodado, una épica editorial mendocina, había dado a luz uno de sus poemarios en el 2000. En una entrevista a Gabriela Cabezón Cámara el autor confiesa con respecto a sus indagaciones poéticas: «Cuando estuve en Mendoza, que me quedé empleado ahí cinco años, iba a la biblioteca y leía algunos libros de los poetas españoles, la llamada generación del 27. Entonces me gustaba leer, pero ahora se me han olvidado hasta los nombres. Y bueno, pero me quedó algún empuje, para alguna vez manifestarme yo mismo…». Los lectores, y más los de poesía, somos tan cómplices como veletas, pero nada desagradecidos: leemos/amamos/plagiamos a un poeta hasta la extenuación, para después saludarlo de reojo. Pero quizás por cuestiones de intereses lectores del momento, o de ciertas afinidades electivas más cercanas a la «moda» de la llamada Poesía de los noventa, Escudero se me aparecía como un señor bastante mayor, con unos títulos tan inquietantes, sonoros y estrafalarios (Aguaiten, Endeveras, Caballazo a la sombra). Para colmo utilizaba términos regionalistas cuyanos, a los que todo poeta joven les escapa como a la peste. Allí lo perdí de vista a Escudero por vez primera (y voluntaria). Lo dicho: la poesía sabe esperar.

Atisbos. El tiempo pasa para todos, aunque para los poetas sea diferente. Cuántas veces se lo suele llamar «poeta joven» a un cuarentón pelado y de anteojos bifocales. Fue así como, a poco de cumplir los 30, me avisaron que Jorge Leonidas Escudero venía a Mendoza, pero no a cualquier ciudad, sino a la mía: San Martín. Para ser más precisos, a la escuela donde yo había terminado la secundaria. Me subí a la bicicleta, agarré unos pocos pesos y me fui a verlo, mejor dicho, a escucharlo. A partir de ese momento fue que se me empezó a escabullir. Llegué agitado, ya todo el mundo estaba sentado: profesoras de Literatura, directores, alumnos cautivos, algún que otro poeta local. Una alarma a lo Cenicienta me tenía preocupado: a la hora tenía que rajar a dar clases. Mesa con mantel blanco, flores recién compradas al pie del micrófono y ahí lo vi, entre dos escritores de la zona que lo secundaban. El viejito, que ya pasaba los 85 años, estaba esculpido en piedra, enjuto, preciso en los rasgos, hermoso en cuanto al semblante. Los otros dos hicieron los honores. Uno leyó un análisis detallado de la obra y el otro habló de la personalidad a partir del nada rebuscado oxímoron «el gran Chiquito». Escudero sonreía con insoslayable vergüenza tímida ante los elogios tan merecidos como cuantiosos. Llegó el momento de pasarle el micrófono al poeta, pero las campanadas de la escuela nocturna hacía diez minutos que habían doblado para que yo me convirtiera en calabaza y entrara a clases. Salí con un nudo en la garganta y casi me llevé por delante una mesita con libros. «Vendeme uno, flaco, que me tengo que ir», mascullé frente al alumno que lo habían empernado allí. «No puedo. Ya están todos encargados por las profesoras». Guardé un par de blasfemias en el tintero y me fui.

Dos años después, en el filo del invierno de 2008, la Biblioteca San Martín organizó un «Encuentro de Integración de Escritores argentinos y chilenos». La propuesta era tan sencilla como estimulante: armar mesas de lectura entre poetas de ambos lados de la cordillera. Don Jorge Escudero era uno de los invitados rutilantes. Yo era uno de los poetas que participaba como el «aguante provincial». Ya tenía las palabras pensadas para presentarme ante él, hacerle un seudochiste sobre mi huida la vez pasada. Iba a comprarle un libro y rogarle que me lo firmara. Una nevada letal al estilo El Eternauta comenzó a caer la tarde anterior. Resultado: cierre del túnel internacional y suspensión, por consejo médico, de la llegada del engripado poeta desde San Juan.

Le dije y me dijo. Tan equivocado no estaba al comienzo de esta historia de negación y extravíos. Si hasta el reconocido crítico Mario Goloboff concuerda conmigo al presentar al poeta de este modo: «En el campo literario argentino, donde a veces brillan hasta las estrellas más fugaces, parece mentira que el gran poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero sea tan poco conocido, a pesar de que viene escribiendo desde hace décadas una de las mejores poesías de América…». No obstante, yo quería conocerlo, entrar en su poesía como un explorador consumado. Había hecho unos escarceos efímeros por internet que habían dado como fruto un anodino archivo de Word titulado «Poemas de JLE». Al mismo tiempo se empezó a dar el fenómeno de las peregrinaciones escuderas: jóvenes poetas (y no tanto) iban en caravana a su casa y de allí la naciente leyenda urbana: que tiene un jardín lleno de plantas, que atesora una colección de piedras de su época de minero, que la biblioteca es pequeña con los libros que los poetas viejos (y no tanto) le regalan, que su hija es un filtro tan amable como recio, que todavía va al casino, que te manda por correo sus libros con dedicatorias inolvidables. En el medio, los más que ganados reconocimientos de la intelectualidad, los números especiales en revistas de poesía, las entrevistas consagratorias, algún que otro Doctorado Honoris Causa, mención en los Premios Nacionales de Literatura (con una polémica y todo) y hasta una distinción del Concejo Deliberante del Municipio de General San Martín como Visitante Ilustre del Departamento, en un evento anunciadísimo al que, por supuesto, no pude asistir por motivos tan triviales que no merecen ser contados. A veces, los poetas manipulan tanto con el azar que se nos vuelve en contra.

Hasta aquí, Escudero se me presentaba siempre retractilado, es decir, como envuelto al vacío en un nylon transparente, a la vista y al alcance de la mano, pero impenetrable. A un extremo tal que en setiembre de 2013 fue elegido como el poeta homenajeado para el Primer Festival de Poesía de Mendoza (otra vez, yo era uno de los que representaba a la provincia) y, a último momento, los doctores le prohibieron realizar cualquier tipo de traslado por su delicada salud. De más está decir que cuando quise ver el documental Oro nestas piedras, que refleja su vida, el horario de proyección se superponía con mi lectura.

Verlas venir. Ese mismo mes recibí de manos del grupo Ale Caterva el libro Viaje.Justamente en uno de los cuentos escrito por Edmundo Beltrán se narra la historia de un oficinista de pueblo que, enamorado, parte en un recorrido iniciático hacia la intensidad de la poesía; ya que su destino solo lo podrá vislumbrar un hombre nacido en San Juan: Jorge Leonidas Escudero. No pude más que sonreír cuando cerré el libro. Otra vez «El código Escudero» como un enigma a resolver, o más bien, como una deuda a saldar. ¿Somos los lectores un ejército de culposos vencidos antes del primer disparo? Nos vamos a ir de este mundo, seguramente, mortificados por lo que no alcanzamos a leer y no dignificados por lo leído, a costa de perder la vista en el camino.

Como quien no quiere la cosa, a principios de este año me llegó un mensaje de la revista virtual Poesía Argentinal, donde se disculpaban porque el libro que tenían que enviarme para que reseñara se había extraviado en las inextricables rutas del Correo Argentino. «¿Te parece que te mandemos el último del sanjuanino Escudero?», terminaba con inocencia el texto. Los dedos se me anudaron para responder afirmativamente. «No te me vas a escapar otra vez», pensé. A los cuatro días, por correo postal certificado, llegó un paquete más que prometedor. Tembloroso, destrocé el papel madera y no solo apareció el libro Sobrevenir,sino que también estaba acompañado por Atisbos, publicado en 2011. La alegría se mezcló con la sorpresa y me lancé a leer como loco. Esa noche en la cama le fui diciendo en voz alta los poemas a mi esposa. «Escuchá esto», y la sacaba del duermevela con fraseos que podrían también despertar a un muerto: «Parece que la inmensidad /quiere decirme un secreto y al ver /que todavía falta mucho en mí /queda muda…». Así, con una fiebre lúcida, pude escribir la reseña más feliz que alguien puede hacer. Porque los materiales en la poesía de Escudero son inusitadamente conocidos: los minerales y el oficio de minero como metáfora encarnada, el asombro de lo cotidiano, los juegos de azar relacionados con una existencia oscilante, los amigos del pasado y los personajes del barrio, la escritura poética, el humor incombustible de alguien que ha visto mucho con «loj ojitos», pero que ha escuchado mejor la voz de la superficie. Porque es a la vez un poeta con lengua propia y compartida. Un lenguaje que ha sido fundado muy cerca de la corteza terrestre a punta de pico y pala, con un oído atento a los inesperados accidentes. Como también lo observa Ivonne Bordelois en La palabra amenazada: «La violencia que ejerce el poeta contra el lenguaje inerte y cosificado con el cual tiene que medirse es la violencia de los dolores de parto que anuncian la creación de un nuevo lenguaje en el lenguaje, contra el lenguaje…». Así se van desprendiendo valiosos fragmentos del habla popular y golpean la perpleja cabeza del lector: «Y ahora volvamos a esa soledá / que me asustó tanto, tanto porque / m’estaba dando cuenta del vacío / donde había caído».  Inesperadas corrientes de aire fresco y sonoro para un idioma al borde de la fosilización: «Na noche», «E esto», «podís», «abreboca». Expresiones que no intentan ser un registro del color local cuyano (como yo, imberbe, había prejuzgado), sino todo un testimonio de oralidad irreverente. Para, luego, reflejarlo en lo más complejo y arisco: la sintaxis conversacional no culta. Aquí es donde se derrumba el lugar común de tildar al viejito de «sencillo y claro», ya que cada construcción/verso es una maravillosa afrenta a la gramática tradicional, como lo es todo diálogo verdadero: «pero hoy / se me vino escribirlo y es esto: iba a, / siendo niño, a una familia amiga…». Así y todo, el resultado es revelador, porque además Escudero no abruma, esencializa el decir. Charla en vez de cantar, reflexiona con rudeza, en lugar de llorar lo vivido.

Finalmente, ahora estoy en un nuevo plan con varias aristas: ir con mi esposa y un amigo a visitar a Escudero en la primavera, ahorrar moneda tras moneda para comprarme la Poesía completa, robarle a este amigo justamente el libro que reúne toda la obra poética y perseguir a cuanta persona me preste la oreja para leerle un poema de este pibe de 94 años como si se tratara de un minero que vuelve con las manos vacías, pero tiene la certeza de haber estado cerca del oro. Mejor lo dice el poeta: «pronto en casa / mi mujer grita:—¿Y? ¿Estamos como siempre? / —Silencio—le contesto—, / hemos tenido años de esperanza...».


PÁGINA 20 – POESÍA AMERICANA

ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)

TONTO CORAZÓN

me enamoré de una
entre tantas otras soledades

y no hay soledad que se le parezca
una soledad que se acompaña
de otra soledad

solitariamente

ASTRID SOFÍA PEDRAZA DE LA HOZ
(Puerto Colombia-Colombia)

SIN LOS AÑOS SUFICIENTES.

 Mujer, matriz del mundo.
Tu rostro, surcado por el cansancio.
Refleja la indolencia del tiempo.
Sin los años suficientes te hicieron madre.
No te enseñaron: Que ser madre,
Es quebrantar, por siempre las entrañas.
Es dejar de ser…Para no ser.
Es arañar la tierra, morder el polvo,
Para dar de comer.
Llorar impotente,
Ante el maltrato del hombre.
A quien no le enseñaron
Valorar la mujer.
Cofre santo y sagrado.
Y  quien sufre tú misma
Metamorfosis de vida.
Un hombre, que puede ser
Él que llevas ahora dentro de tu vientre.
Un hombre, que nacerá con dolor.
Sin oportunidades.
Porque así lo diseñaron
Los arrebatadores de sueños, Los buitres del espacio.

LUIS ÁNGEL ZOLA
(Medellín–Colombia)

Deshoras # IX

Una tarde más
que deja ver sus párpados hinchados
sus manos nerviosas sobre los objetos
y el recuerdo entre relámpagos oscuros

Una tarde más que se despide
edificando ciudades
recibiendo cartas vacías

Una tarde más que no lleva tu nombre
ni el brillo sereno de la brisa sobre el agua.

VÍCTOR HUGO ARÉVALO JORDÁN
(Cochabamba-Bolivia)

DESPERTARON LOS ÁNGELES MALVAS

Despertaron los ángeles malvas
y sospeché que Dios estaba presente
cuando llovía en la tarde blanca.
Un ángel de mármol se adormecía,
las rodillas juntas y las manos juntas,
con el éxtasis en los labios
del cáliz y la oración de mis pobrezas.
Se separaron los ángeles malvas
de ojos llorosos y cielo implorante;
Dios contemplaba complacido
en la lejana noche
de los comulgados en Él.
No de quienes perdieron la sonrisa.
Nacieron rumores distantes
de ojos cerrados en carnes y huesos desnudos,
de ojos mustios y hundidos,
esperando que llueva el maná celeste.
Sospeché que a Dios le gustaron las flores
de la procesión enlutada,
las notas agudas de la banda musical,
el paso entrenado de los cadetes,
el llanto aburrido de las beatas,
la falsa santidad de los honorables.

Despertaron los ángeles de malvas
y la tarde quedó hecha un cuerpo triste
de largos costados heridos
y colgantes cabellos de agua  cristalina,
la tarde agonizó con dolor y luto
dejando las aspas de la Cruz.

Crecieron ante mis ojos
notas aburridas de aves ausentes
que dieron a mi barro fornicado
la cicuta y el coágulo empedernido.

Sospecho que Dios estaba presente
cuando despertaron los ángeles malvas
en la tarde de lluvia prendida en su manto
como nubes de sueño vacío
cubriendo su silencio y mi tumba.

La Santa Soledad sin descanso
sospechaba si se lograra ver
resoplando el canto divino
las penumbras que rodearon mi locura.

Se pararon los ángeles malvas
cuando Dios quedó suspenso en la luz
disimulando su sonrisa galante,
en nuestras lágrimas abandonadas.

YANARYS VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)

CASAS DE PAPEL

I
Los viejos temen el invierno,
el rugido del mar contra sus carnes.
Los viejos temen al recuerdo
justo al lado de una joven durmiente.
Los viejos temen el pasado que evocan
las mujeres que duermen, los olores
que arrojan a través del tiempo.
Los viejos temen despertar
al lado de una muchacha muerta.
Temen la puesta del sol,
que obliga la estancia en una casa secreta
donde ver morir o estar muertos.

II
Las mujeres aman las casas,
por la seguridad del interior, sus decorados.
Las mujeres aman lo cercano y todo
lo que puede encerrarse tras cortinas rojas.
Las mujeres aman dormir al calor de hombres viejos,
no recordar luego quién esta a su lado.
Aman la desmemoria, el sueño narcotizante
en el que bellas jóvenes duermen en compañía
de hombres viejos de los que no se acordarán.
En cambio ellas serán recordadas por siempre,
el rojo bañando sus mejillas, el calor y
los olores húmedos de la niñez, impregnados
en los interiores de las casas que aman las mujeres,
que parecen nunca despertar o haber muerto.

Soy Cuba

Los muchachos comen pizzas en moneda nacional,
son los primeros que rasgan el silencio
de mis manos.

El viejo cercenado me ha hecho recordar,
aún cuando miro entretenida las escandalosas vestimentas,
los millares de lentejuelas cosidas en este cielo de noche intermitente.

Soy Cuba
y este lugar no me pertenece, yo no soy en lo que me he convertido.

El viejo se acerca a las luces de las carrozas de fuego,
las bailarinas exóticas, que demuestran a los de fuera “cuan cubana soy”.
Busca el carnaval de años antes, el sueño parecía realizable,
pero solo se contenta con la botella de agua, sin mar,
la recoge y con ella la poca alma de esta ciudad;
él es su único “habitante”, su única certeza.

Soy Cuba
mas no puedo borrar lo que quedó grabado
y continúa reproduciéndose en movimiento circular.

Ese que comparte mis ancestros siempre escapa de mí
y cuando leo este poema nunca llego a alcanzar toda su imagen,
su alma.


PÁGINA 21 – CUENTOS BREVES

JORGE M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe Capital-Argentina)

HILOS DE ARIADNA

No te busqué. Es cierto, no te busqué porque en mi cabeza alentaban otras ideas. Pensaba tomar un barco sin rumbo y llegar a alguna isla donde no me encontrara nadie. Pero no se dio ni lo uno ni lo otro. En cambio, tú me encontraste. Sí, me encontraste en el preciso momento en que la policía cerrab mis pasos y tu cuerpo, tu cuerpo exánime, era la mejor prueba de mi ira controlada.


El tesoro buscado estaba allí, donde lo marcaban los mapas. Mezcla de desilusión y de bronca los inunda en lo más hondo. Después de veintidós años, en sus manos las monedas de cobre, los bronces herrumbrados, los jirones de vestidos de seda. Y una espada rota. Y un astrolabio sin aguja. Cierran el cofre y lo devueven al mar. Para que lo busquen otros.

DISTANTES MUERTES

Viajan a Dresden para la reinhumación de sus restos. Confían que esta sea la última vez, el destino final. No le cayó bien el Per Lachaise, de París, ni el cementerio de Bologna. La familia jura que ya no le volverán a hacer caso.


No lo encuentra en esta geografía. Ni en aquella otra. No siente que haya pasado por estos caminos de la desesperanza. Y sin embargo sabe que está, más allá de sus pensamientos. En algún lado está. Latiendo. En cierta esquina del tiempo la espera. Su niño.


Cabe en su mano la palabra muerta. El vuelo roto. La distancia surcada. No ha cerrado los o9jos. Porque todavía el cielo.


La noticia de la muerte llegó escrita en un papel arrugado. Finalmente Lucía había logrado su eternidad. La que nunca hirió los pensamientos de una vida opaca. La que jugó de perdedora para no quitarle nada a nadie. La que siempre supo que sus pasos jamás alcanzarían caminos abiertos, por desconocer la luz. Lucía, la olvidada del mundo.


¡Tiene alas! ¡Tiene alas!, repiten los chicos alrededor del cuerpo tirado en medio de la plaza. No se acercan mucho, pero se dan cuenta que no respira y que lleva una túnica de aire y los pies desnudos. Cuando llega el placero, los aparta y dice con gravedad no lo toquen. Es el segundo ángel que cae y se golpea con el monumento.


Esas muertes no tienen importancia, no necesitan ser explicadas. En el Diccionario de las Inhumaciones de Celebridades, leí que en general los grandes suelen quejarse de su destino osario. Allí, el profesor H:J:Steinmeier razona que los pobres de espíritu retozan en sus tumbas por falta de vuelo emocional. Hyacen allí lo que no supieron hacer en vida. El profesor Steinmeier recuerda haberlo comprobado más de una vez, al visitar el mausoleo de sus padres…


Hoy hace diez años que se liberó. ¿Las muertes liberan? Liberan de la vida, pero no de los vivos. Y eso es lo que Hortensia no logra descifrar. Lo tiene al lado todas las noches, todas. El vuelve a sacudir su cuerpo, a dejarle la cara amoratada, a escupirla. Porque lo tiene bien asumido: no es sudor el que moja su cuerpo…


Hokusai elige una mortaja rosada, del color de los cerezos. Le dan el gusto y en la ceremonia – voces bajas y miradas furtivas – nadie habla del muerto, fascinados por el secreto brillo de la seda.


Gasta los últimos peniques para postergar su muerte no se los da al médico ni al sacerdote. Tampoco al sepulturero. Confía en cambio en la palabra del chamán.


Huye de los hornos de Treblinka sorteando infranqueables alambrados. Su cuerpo ensangrentado, su carne destrozada. Los perros, los perros lo persiguen y ya no da más. El primero que llega, le clava los colmillos y le arranca una mano. Con la otra, con una fuerza de no sabe dónde, le toma el cuello y aprieta. Cuando el animal cae, él mira al cielo y hace lo propio…


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

FERNANDO REYES FRANZANI
(Talca-Chile)

A VECES LAS TARDES SON ASÍ
 (a S.D.V. que me aconsejó que lo dejara leer.)

Cuando la tarde caía como silencio espeso
cubriendo el desencanto,
y los contornos, de la pasada experiencia,
esfumados producían del día la mejor hora,

cuando pareciera que todo es nítido,
como pecado recién deleitoso,
y resalta la etérea vacuidad,

un rayo de luz perdida
vino, por un instante, a fijar el tiempo
de la tarde que huía:

y, sin embargo, estaba.

¿Quién puede venir desde lo profundo
de los sueños arrasados como una luz desgarrada?

¿Quién retorna y golpea abriendo la esperanza
sino esta tarde espesa de experiencia;
sino esa luz silenciosa
como faro inmóvil en la huida del tiempo
y su retorno?

¿Quién ha venido dando significado
a tanta otra tarde pasajera?

¿Quién pudiera congelar esta hora, la mejor,
cuando solo el marco del encuentro es nítido
y persiste efímero como vida renovada?

Ah la noche!
Ah, la noche que llega.

Descadena la espera del día por venir

y ya nadie sabe si habrá luz nuevamente
o sólo cosas desencajadas
o silencios
o fantasmas de huida
o tardes y tardes:

Y otras persistencias, sin mayor importancia,
llenas de amenazantes significados.

PEDRO ARTURO ESTRADA
(Colombia/Nueva York)

VINO GRIEGO

Bebo por ti
cuando el día se ha ido y en la habitación
reverbera aún el eco de tus palabras

Tu vino quedó a la mitad de la copa
pero la mía vuelve a llenarse
a tu salud en la hora donde ignoro

la noche de tus pasos
de tu ir hacia orillas
de otro mundo
otras gentes
otra verdad tal vez
una nueva alegría que no conoceré

o la definitiva tristeza
que te aniquilará

Bebo la coalescencia
dorada de la luz que respiramos
hasta el fondo

hasta la incertidumbre de no saber
si es esta la noche última

si era este todo el tiempo
destinado por dioses innombrables ahora

si era esta toda la vida

si fue esto
todo el amor.

PAURA RODRÍGUEZ LEYTÓN.
(Santa Cruz de la Sierra-Bolivia)

PARA TU FÉMUR OLVIDADO

Cómplice es mi boca
Que cierra la ventana estafa do silencio
y enmudece la Luz
de las Flores amarillas Que del tanto del quiero.

Pestañeo intermitentemente
pecar Llegar al tren de la Tarde,
pecado Siquiera sable de los Vagones oxidados.

Cómplice del olvido es this boca hermética
Que No sabe del patio Sembrado de losetas y grama.
Alli pasto CRECIA en la piedra y en el zinc.
(Casa de fantasmas deshabitada).
Letra a letra
copiare tu Rostro,
desdibujaré El los guiños.
Nunca atardece
del Mismo Modo
En que Avanzan tus Dedos Hacia el Interruptor.
Un poema Podria Ser El Mejor refugio párr tus huesos,
Para Tu fémur Olvidado.

MARGARITA MUÑOZ
(Chihuahua-México)

LA HIERBA ALTA

La hierba alta
Apaga el murmullo
De los amantes

Oigo el canto de los grillos
Susurrando recuerdos

Cantemos a la luna
Podría llegar la tristeza

ÓSCAR WONG
(México DF-México)

Esta es la frontera de la luz,
estas mis manos que germinan.
Este es el grito que centellea
como luciérnaga en el fondo del deseo.

He aquí el cansancio,
el ronco viento en la garganta del mundo,
la atadura del cielo,
la terca pesadumbre.

Aquí se pervierte la ternura.

ASPASIA WORLITZKY
(Lval-Quebec-Canadá)

VANCOUVER

Hay un camino que se pierde en la montaña,
y otro que nace más allá de la madrugada.
Me sitúo al medio, donde las piedrecitas
se encuentran,
allí donde se desvanece el agua.

Escarbo para ver si encuentro,
nada.
Recojo, de humedades tibias,
inundo los suaves entornos,
estoy sola, más sola que un perro.

A lo lejos distingo un enredo de hombres
que se afanan en pescar con moscas,
circula el aire, atraviesa la soga,
agarra, no agarra, el vocerío aumenta.

Mis pies se hunden en arena extranjera,
el río corre para llegar ligero
a juntarse con el frenesí salado,
no me ve, corre y tropieza,
ignora las sombras de los troncos despreciados
a la orilla del Fraser.

Circulan por mi mente atolondrada
las caprichosas espumas del Danubio
y me siento de nuevo confundida
en aquella tierra hostil del primer exilio.
Luego viví otros ríos,
me espantaron nuevas corrientes
sin transparencias azules,
donde reposé mis miembros fatigados
muriéndome de frío.

El Sena ilusión, el Sena sueño, distorsión.
Y de pronto me surge, claramente y sin prisa,
aquel frágil hilo, estéril, del Mapocho sangriento.
Los hombres en el barco no sospechan,
disfrutan vanamente de momentos fugaces.
Les digo que estoy contenta
y me enfilo las botas de goma
hasta más allá de las rodillas.

Luego penetro con mi caña a cuestas,
un dibujo en el cielo cercano a las cabezas,
un tirón y el enorme salmón debatiéndose
se entrega,
queda enterito aprisionado en las cuerdas,
se queda quieto.

Al atardecer en el fogón se saborea.
Nadie sabe,… que nadie sepa.


PÁGINA 23 – CUENTO

MARIANELA PUEBLA
(Valparaiso-Chile)

ÉL

Él se levanta entre sueños  y camina ensimismado atraído por el canto de algún ave al pasar. Aún no entiende este comienzo. No es el mismo de ayer, ahora  es diferente, ha cambiado, lo sabe, aunque no tiene reflejo. Repentinamente se palpa el rostro, es otro se dice, incluso la  rudeza de sus manos  tienden a ser más suaves.
Mira el paraje, el verdor de la naturaleza le envuelve sutil, como un beso. Dibuja una sonrisa maravillado, el color de las flores lo  encantan y  va hacia ellas  embelesado por tanta fragancia. Una inquietud asoma en su mente, algo formula una pregunta que titila en el fondo  de su garganta sin poder salir. ¿Será real? Suena como un eco, se va entre las hojas y quita algunas flores al pasar, ¿qué es aquello? ¿Una ráfaga de su aliento? ¿La brisa que escondida entre los árboles le viene a saludar, o es el viento? No lo sabe,  todavía su  mente no se  acomoda, su cuerpo ya no le pertenece,  por eso sabe que es otro, tal vez, sólo sea  el comienzo de un largo sueño. Recuerda que alguien mencionaba esa tesis, somos sólo viandantes, nada más que aquello deambulando  dimensiones.
¿En cuál de ellas estará  ahora?, cómo saberlo si su mente apenas tiene algunos recuerdos y piensa que a medida que avanza por aquel sendero,  su memoria se va quedando atrás, muy atrás, mientras nuevas  cosas aparecen en su mente, son pensamientos furtivos que va adquiriendo al tiempo que se deshojan los antiguos  al continuar caminando. Ya no le importa, siente que está en paz, aceptando la nueva etapa, o como se llame. Más allá ve montañas, bandadas de aves que pasan piando, algunas se posan en los árboles y matorrales, no le temen, por el contrario, algunos están al alcance de sus invisibles manos. Piensa que quiere seguir allí, continuar disfrutando, sin contratiempos ni dolores, esa tranquilidad que lo rodea no tiene límites, circula por aquel paraíso.
De pronto una intensa luz le ciega la vista, se queda petrificado por un momento sin poder moverse y luego siente que una fuerza terrible lo arrastra hacia el comienzo, trata de asirse a alguna rama, pero nada , la fuerza que lo aspira no le permite movimiento propio.
El temor lo acongoja, sabe que tendrá que volver a la realidad y lucha sin tener las fuerzas para oponerse a esa irreverente atracción y cae, cae, hasta sentir que bruscamente, ya está allí,  respirando con desesperación en esa sala de operaciones. Escucha unas voces que repiten emocionadas, ¡lo logramos, lo logramos!...


PÁGINA 24 – POESÍA AMERICANA  

AMANDA PEDROZO
(Asunción-Paraguay)

II

Si uno fuera por un segundo el otro
ése a quien se ama desmedidamente
y pudiera recibir de pronto
el mismo inoportuno amor
y toda el ansia desesperada
y sintiera así en la lengua la llama
que tanto se quiere dar
y tanto es rechazada.

Si uno fuera por un segundo el otro
y se pudiera entonces, en un solo
instante irrepetible
descifrar el motivo
del amor desde adentro,
si uno fuera por un segundo el otro
y se pudiera transgredir entonces
cómo dolería la otra mirada,
ésa que no fue nuestra
y que no será nunca.

ANDREA VICTORIA ALVAREZ
(Caracas-Venezuela)

A MI PADRE

Padre, nuestra casa
se llenó de sombras -y te digo-
hay que dejar que crezcan las paredes
como crecen los  hijos..
y al  dolor de los   recuerdos
mandarlo a  patear  sus  angustias al patio.

Que todo el vendaval de las caricias ausentes
posen su sol de luz sobre este techo
y nos caldeen el alma.

Permitirle a las plantas que floreen,
y en las mañanas
brindarle a los ido  su desplegar de pétalos
y así, entre risas aromas y  colores
alegrarle la paz a nuestros muertos.

XAVIER OQUENDO TRONCOSO
(Ambato-Ecuador)

DE CÓMO EL POETA REGRESA A LOS “TIEMPOS MOZOS”


Otra vez la juventud luego de años
mirándome desde los otros.

Otra vez esa especie de mueca,
ese espasmo que se queda con uno
hasta que el efecto eche raíz en el recuerdo.

Una canción de ayer
hace como ripio mis paredes

La juventud me erupciona:
una fotografía
una ráfaga de dulce
una rosa en la mitad justa de una estación de tren
un ósculo azul en la boca amada
una bofetada agria y limonera
en la mejilla opuesta de la luna.

Pero ya uno se cansa también de recordar
y más bien nos vamos a dormir
porque hace frío,
                        porque hace viento

y porque sí.

CARMEN HERNANDEZ PEÑA
(Ciego de Ávila-Cuba)

CINE DE ENSAYO

Esa mujer tan triste bebe una cerveza tras otra, y cuando se terminan las cervezas, el dinero, llora, se bebe las lágrimas que con una pizca de lúpulo y cebada, serían tan buenas como las que tomó toda la tarde.
Perece que esa mujer estuvo en Sarajevo arrojando granadas contra los enemigos, que aún no se sabe quiénes son. Es tan triste la guerra, el camuflaje, una nueve milímetros, que sólo sirve para ser apoyada en el cielo de la boca del dueño de la boca y de la mano. Infinitamente menos de un segundo. El disparo. El gris simulador manchando las paredes.  Después, la muerte, dulce.
Pobre Marlon Brando, muerto. Su piel de víbora colgando de un perchero; la gabardina de Corleone, mercada al estilo del prepucio de Cristo, distribuido en siete mil ochocientos noventa y cuatro relicarios por los seis continentes, teniendo en cuenta, claro, que la mar es un continente donde navegan trasatlánticos piadosos. En Sicilia, los botones de la gabardina valen un millón cada uno. La Yakuza organiza un comando suicida por sólo la solapa. A Yasser Arafat no le pudieron arrancar de las garras el bolsillo derecho, en el que Don Vito guardaba las monedas. Cuánta falta hubiera hecho a Patrice Lumumba un fajo de billetes. Los brujos congoleses habrían conjurado la sequía. Pero Brando, con penacho de plumas, a los pies del tótem, tan muerto y tan ajeno.
Veo los pensamientos de la mujer muy triste, parece mujer de ghetto. Pero en verdad, la mujer de ghetto soy yo. Ella sólo está triste y bebe una cerveza.


PÁGINA 25 – ENSAYO

RODOLFO ALONSO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Arhentina)

EN EL AURA DE SAER

Esta historia no comienza con esas líneas perdidas, casi tangenciales, de aquel libro inicialmente por encargo que él supo convertir en texto clave para cualquier argentino honrado: El río sin orillas, donde Juan José Saer (1937-2005) alude de sopetón, como al pasar, a cierto sauce que visitaba en forma asidua, a orillas del Sena, en una esquina detrás de Nôtre Dame. Para entonces ya lo habíamos perdido, recientemente, y esa fidelidad suya a orígenes que me fue dado compartir, esa inesperada presencia tan activa del árbol que más ama el agua me conmovió superando, con mucho, los alcances del concepto metáfora.
Nacido en la pequeña Serodino, de inmigrantes sirios (a los que precisamente dedica El río sin orillas), la llegada del niño Saer a la ciudad de Santa Fe se me hace como la de aquellos jóvenes protagonistas campesinos de Cesare Pavese (él mismo nacido en la casi aldea de Santo Stefano Belbo) que imaginaban rutilante a Turín. Pero la ciudad de Santa Fe está implantada en eso que llamamos Litoral, mucho más que región, un mundo de aguas y aguas que se entrecruzan a orillas de las enormes “aguas varonas” del río Paraná, al que da la cara desde enfrente otra capital homónima, la de Entre Ríos. Pero todo ese mundo de aguas, de luz, de verdes, donde el sauce se inclina para mojar las hojas de sus largas ramas en la eterna corriente, constituye un universo de peculiares intensidades y fecundos matices, al cual sin duda alude, en absoluto retóricamente, el primer título de Saer: En la zona.
No menos hijo de inmigrantes, nacido porteño pero ya desde niño orgánicamente compelido a conocer la mayor parte del país en que me habían hecho nacer, llegué a esos lares de la mano de otro santafesino, Paco Urondo, algo mayor que yo y con el cual compartíamos entonces una intensa amistad, y también la aventura de una singular revista de vanguardia: poesía buenos aires. Así me tocó conocer a Hugo Gola, a un casi niño y ya algo rezongón Juan José Saer y, cruzando en los lanchones el ancho lomo del Paraná, descubrir en su Paraná del otro lado al inefable Juan L. Ortiz, mucho más que el poeta de esas aguas, de esos ríos, la prueba viviente de aquello con que nos emocionaba Tristan Tzara: “Hacer de la poesía una manera de vivir”.
El sauce entonces, bellamente emblemático, de tan tierna y discreta y límpida grandeza, bien podía encarnar como símbolo, como mito, sin duda a todo eso. Y permítanme recaer en la irremisible obviedad: En el aura del sauce bautizó nada menos que Juan L. Ortiz, a la primera edición de su poesía completa.
Aquel sucinto apunte de Saer, entonces, ese indicio de lo que para él significaba, de infancia a infancia, de lo que para su ser más profundo investía ese sauce que descubrió inclinando, o más bien derramando sobre el Sena su cabellera verde, me llevó a buscarlo, a buscarlos: a él y a ese prójimo árbol, durante el primer viaje que me tocó hacer a París, con la irrefrenable ansiedad de imaginarme compartiendo todavía con él algo tan inefable como hondo. Y cuando lo encontré exactamente donde dijo, detrás de Nôtre Dame, y lo descubrí tan alto y amplio y bello, con su verde cabellera bien hundida en el Sena, casi pierdo el avión porque no podía despegarme del bistró Esmeralda, que le está haciendo esquina, como si la sombra del querido Juani fuera a venir a encontrarme, caminando por la vereda de enfrente, hacia el sauce, junto a las rejas del jardín posterior que continúan el enorme paredón gris de Nôtre Dame, buscando aquella luz de infancia que nos dio, hasta a mí, porteño claro, el Litoral. ¿O es que el Mar Dulce, el río sin orillas, el Río de la Plata, no se hace mezclando el Paraná y el Uruguay? Donde los sauces brillan en su luz que canta.
Pero esta historia como suele ocurrir no concluyó así. Uno o dos años después, otra vez en París, lo primero que se me ocurrió fue ir a reencontrarme con el sauce de Saer sobre el Sena. Llegué al bistró Esmeralda, miré hacia donde había estado, y sólo encontré el vacío. De inmediato sentí el dolor de una ardiente injusticia, de una infamia ultrajante. Al balbuceo entrecortado de mis preguntas, nadie supo responder con alguna exactitud. No sé entonces si el culpable fue la acostumbrada desidia municipal o la supuesta razón científica. Sólo sé que al ancho muñón liso como de guillotina donde había estado el bello árbol, que yo vi y fotografié pleno de vida, desbordante de vida, era enmarcado por el mismo cielo donde París había permitido erigirse al único rascacielos que, por ahora, ofende su perspectiva. Los dioses ciegan a los que quieren perder. Y la luz de ese sauce sólo intenta cantar ahora en ciertas líneas de poesía y en algunos testimonios fotográficos.
Para consolarme, quizá, me dijeron que los sauces reviven, rebrotan, aún de esos muñones burdamente talados. Confiemos entonces, consolémonos, con otra luz, no menos inefable y no menos orgánica: la de la resiliencia. O que acaso, también, ¿por qué no?, hasta los burócratas replanten sauces jóvenes. Así sea.
* Poeta, traductor, ensayista.


PÁGINA 26 – POESÍA AMERICANA

PEDRO ABRIZ
(México DF-México)

ESPEJO ROTO.

Cuchillos a través de los espejos,
ilos que cortan el pan de vida en pedazos desiguales.
Insesante lluvia de pájaros atemorizados,
que se saben presa deseada;
y en las garras de la fiera también hay ternura.
El instinto de caín su marca y su bravura.
El león ruge de miedo, y el lobo es nostálgico.
porque hay más valor en un pájaro desnudo,
en un pájaro-David,
en un pájaro-honda,
en un pájaro indignado.
Ya cantan ruiseñores al destierro de la fiera,
cantan, cantan, el sueño en los colmillos.
¿Porqué atraviesan las navajas?
Se sabe espejo roto,
Imagen destrozada por si misma, 
realidad que flota por la mente.
Es ángel y demonio, sombra y sol,
es fiera y ternura, es valiente ruiseñor.
Es solo paloma.
Se busca y no se haya;
en su dualidad se pierde,
se pierde en el pasado.
Cantillo de negra marejada.
Sueño dulce de juventud,
disgregando el viaje de la muerte.
La suerte está hechada ya.
Ha sido fiera.
Hoy solo presa.
Y no desmayara hasta ser paloma.
Solo paloma paz.

FRANK PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)

OLVIDOS

Un puñado de olvidos
son mis vocablos,
son
como tu aroma,
que tiene silueta
de púrpura obsesiva,
al sobrevivir
a la sustancia del alba,
para tomar
algún trozo de cielo
con el último ardor de tus besos.
Derechos Reservados © Copyright

LUISA FERNANDA TRUJILLO AMAYA
(Bogotá-Colombia)

PUNTO CIEGO

Que se agite el pañuelo en la distancia
hasta verlo convertido punto ciego
en el recuerdo

Que las hormigas detengan su andar
y estacionadas a la orilla de la madriguera
cuenten sus patas perdidas al restar camino

Que este olor a calle
a mendicidad escarbando la basura
abandone su parada orgánica
deje de alimentar el hambre
de agujerear escombros
de desdoblar papeles
en busca de señales

Que el granizo acabe y cese de estrellarse
contra las aceras

Que lo marchito de la flor se hunda de una buena vez
en el agua estancada de las alcantarillas

a ver si la agonía de los pies deja su peregrinaje
y acaba con la jerigonza de los pasos
por las avenidas

ELVIRA ALEJANDRA QUINTERO
(Popayán-Colombia)

EL AMANTE

Y en una de esas calles sombrías
el amante inventó la risa y la escritura.

Cuando él te ama
encuentras en el espejo el rostro que buscabas
esa mezcla esplendorosa de un sol de primavera
y el misterio feliz de los amaneceres de la infancia.
Cuando él te ama brotan de tus palabras
los poemas que anhelabas escribir
y te invade el impulso de caminar libre bajo el cielo
como su igual.
Tus pasos desnudos
se entregan al deleite de recorrer la casa
flotando sobre el mundo como con él lo haces
y palpas con minucia
y saboreas con gula
y susurras mensajes tan nuevos y secretos
como los gritos de tu amante en tu cuello de ahorcada.
La soledad es una diosa que te habita feliz cuando él te ama
y despierta en tu garganta la sed de vino y alegría.
Y escuchas sus canciones mojadas y lluviosas
hundiéndote en la noche como en su cuerpo oscuro
en esa calle larga
desnuda y solitaria
cifrada en el deseo que a él te une.

ARABELLA SALAVERRY
(San José-Costa Rica)

SÓLO DE PALABRAS

Sólo en la palabra me alimento

Sólo en el destierro del silencio
 ante las hojas vacías me redimo

Sólo de palabras

Para compartir con las exhaustas
las que habitan el país de la clausura
las que no saben cómo se deletrea
el término futuro

Sólo en la palabra la sílaba en la letra
en el esquema de vocablos

En la bofetada abierta a los silencios
Sólo en la palabra me restauro


PÁGINA 27 – CUENTO

LUIS ALFONSO MONASTERIOS TORRES
(Maracaibo-Zulia-Venezuela)

ESPEJO, ESPEJO

Querida Cristina
Prometí escribirte hace tiempo. Disculpa. No pude o no quise. Ahora, tengo algo sorprenderte que decirte; tal vez pienses que son mis delirios y alucinaciones de siempre. Y puede que tengas razón, no sé. Nunca me he sentido tan confundido y desolado como ahora. Te darás cuenta, cuando termines de leer.
Mi alma no tiene descanso, ni el más mínimo. No hay paz, ni rezos. No hay nada. Tengo miedo, mi querida Cristina. No sé cuánto tiempo ha pasado, no sé si todo es una terrible pesadilla kármica, originada por mis propios fantasmas. Pero, algo pasó, está pasando conmigo en este momento. Trataré de contarte. Quizás no me dé tiempo terminar. Quizás sea lo último que te diga.

¿Recuerdas la vieja casa abandonada, cerca del Tecnológico? Bien. Pasaba por ahí, vi a una mujer entrando, una mujer bastante joven.

Llevaba el pelo largo y desordenado, es lo único que recuerdo con claridad de ella. Sólo la vi un breve momento. Entró con rapidez. La seguí. Dejó la puerta abierta, así que entré también. La llamé varias veces, no me respondió. La casa de tres pisos, estaba, —al parecer—, solitaria y además cubierta de polvo por todas partes. Subí al tercer piso; escuché, —o creí escuchar—, murmullos en la última habitación. Abrí la puerta con cierto susto, no había nadie. En el suelo encontré una bolsa de tela, la revisé, dentro había arena roja, pestilente; vomité lo poco que contenía mi estómago. Vi un marco vacío, al principio eso creí, luego, me di cuenta que era un espejo negro, de cuerpo entero, todo negro, con un marco de fina madera, olorosa a incienso milenario, muy en contraste con la maldita arena rojiza de la bolsa. Por supuesto, el espejo no reflejaba nada. Di varios golpes suaves, con mi puño, en la superficie negra. Escuché con bastante claridad a mi espalda, una voz suave y femenina: “—Sácame…” giré y no vi a nadie. Golpeé una vez más y otra, escuché la voz suave, pero, no giré, me quedé mirando el espejo. Escuché:
—Sácame y serás inmortal…
En ese momento giré lo más rápido que pude, —y claro—, no había nadie. Pero, al mirar el espejo, este se puso como líquido y fosforescente, donde había golpeado con mi puño. Empezó a oírse desde su fondo, una música extraña: como un lamento distante o como una maldita letanía. Todas mis fuerzas, —o lo que de ellas quedaba—, mentales y físicas, me abandonaron. Caí inconsciente por algunas horas.

Hay algo que no te he dicho. Traté de suicidarme. La madrugada anterior de cuando entré en la casa. Con pastillas, fallé claro. Ni siquiera morirme me sale bien. Sé que varias veces lo discutimos y casi llegas a convencerme. Aún así, lo intenté. Traté de vencer mi insomnio para siempre, salir de la responsabilidad de ser hombre. Tomé las pastillas que encontré, no sé de cuáles. Dormí, soñé contigo, Cristina. Compartimos un helado. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Marzo 21. Equinoccio de primavera. Nos conocimos en la escuela de arte. Amaneció. Desperté. Llegué al vestíbulo del infierno y me regresaron. Tal vez no tenía pasaporte. Te podrás imaginar el malestar. Vomité una y otra vez. Casi sin defensas sicológicas, decidí salir a caminar, ya sabes a donde llegué.

Cuando desperté, la habitación estaba en penumbras. La única claridad entraba de la calle, por las rendijas de la ventana cerrada. Pensé que todo había sido una alucinación, por efecto de las pastillas. Sudaba, me tranquilicé un poco para irme.

Oí otra vez la música extraña, el espejo resplandeció, cegándome por completo e iluminando toda la habitación por unos segundos. No me reflejaba, ni a la habitación tampoco. En cambio, si podía ver a través de él; un pasillo lleno de puertas a cada lado; unas abiertas, otras cerradas, se perdían en la distancia. La música no cesaba. Una mujer hermosa salió de algún lugar; de cabello negro y largo, se detuvo frente a mí, sus ojos a la altura de los míos, me dijo:
—Sácame y serás inmortal… dame tu mano… y arroja un puñado del polvo contenido en la bolsa de tela… sobre el espejo…

Lo hice. Le di la mano. Lo que sucedió luego, no tengo fuerzas para contártelo. ¿Delirio? ¿Alucinación? ¿Karma por jugar con los dos filos? No sé. No quiero lastimar a nadie. No quiero llevar a nadie al infierno conmigo. Estoy solo en absoluto, Cristina mía.

“Mañana será otro día”; decía mi abuela. Aléjate de mí, pero no me dejes solo. Debo irme. El espejo empieza a resplandecer otra vez.



PÁGINA 28 – POESÍA AMERICANA

GRACIELA GUERRERO GARAY
(Las Tunas-Cuba)

SIGILO

 Quién sabe qué pasará ahora por tu mente,
cuando el silencio te envuelve y me devora.
Quién sabe, caramba, quién sabe,
si el reloj es un grito callado que se ahoga.

Tal vez no importa el tiempo  ni acaso este sigilo.
Quizás vuelvan los mares y se tiñan de azul,
en esta ausencia tuya, necesaria y punzante,
no hay barcos en el puerto y ya nada es igual.

Quién sabe, caramba, quién sabe.
Estas garras de miel salpicadas de sangre,
escalando invisibles el otro amanecer.
Desnuda la esperanza; las manos, sin la piel.

Qué pasará cuando el amor se agite y me despierte.
Sonámbula perdida, borrada la mujer.
Tu figura es un monte, sin veredas ni trillos.
El mar quedó de blanco y no puede volver.

NARA CANINO SALGADO
(Vega Baja-Puerto Rico)

EN GUERRA

Más duras que el yeso, para mí,
son las palabras que se suspenden
como obstáculos cuando más quiero…
Niña desdichada de las albas,
correr al infinito para alcanzar el horizonte

¡Cuántas veces me han detenido!
y he vuelto de mi viaje herida de su cal,
de su cal que tanto me entusiasmo
cuando yo soñaba hacer mi sábana
y arropar nuestros cuerpos en un viaje eterno

Pero mi desengaño ha sido triste;
porque creí que con él terminaría
en el cielo
pero mi viaje se quedo en la tierra
donde mis ojos se cansaron de vagar,
donde mis pies se cansaron tras el horizonte,
donde mi alma se sentó a esperar…
He vuelto a la tierra a la guerra conmigo misma
como una niña, detrás de ti, en el sinfín de mi horizonte
está mirándome que vaya por él

Quisiera destruir sus duras cales,
porque mi niñez, ahora se ha arropado
de infinito
hoy cenizas, por ti soy, con una crueldad opaca
contra mi frente.
con un castigo de umbría en el corazón
con la indiferencia de piedra sobre el suspiro

Cenizas hoy, cuándo ayer fui fuego que abrazo tu pasión,
cenizas en la dureza más remota de donde brota
la ternura de la fuente, pensar que ayer hermané mi nostalgia
a tus cantos pluviales. Hoy cenizas, que me hacen pensar,
que su altura es la altura de mi cuerpo bajo tierra,
el comienzo mismo de mi vuelo
para lograr la altura de mi alma

De congojas la existencia me sorprende
y el canto de ese hombre que no puede
desgranar sus mentiras, pero quiere…
Resuenen sus truenos desbocados a tropeles,
mi guerra es inminente,
mi arma es el amor más impaciente
que está más en mi carne que la muerte
que está más en mi espíritu que ausente
desde mi dolor reciente

Sin embargo, siento una derrota
en el batir de alas de mi anhelo,
la impaciencia se desalienta
se rebela el hastío…
Un pájaro en el cielo escribe
“La paz entre nosotros mi amor guerrero”
¡Ay hallazgo sin nombre de la amistad!

LEON GIL
(Medellin-Colombia)
  
CROMOGRAFÍA*

Hoy me desayuné con rojo
violeta azul amarillo y verde
y en lugar de café con crema
me bebí la sangre
y alma de cada lámpara
entonces
yo era un arco iris
y una antorcha
pero me dolía terriblemente
porque has de saber
mi querido Theo
cuesta mucho ser una estrella

*El poema alude a la ocasión en que Vincent intentó suicidarse ingiriendo el contenido de sus tubos de color y el combustible de las lámparas del manicomio donde se encontraba.

JENNY LONDOÑO.
(Quito-Ecuador)

OBSIDIANA ANCESTRAL

Soy caracola que sobrevive al viento
cargada con su almena inquebrantable
arcilla tricolora que amalgaman los siglos
quicullo tierno que corona los riscos.

Cripta de colisiones, de cántaros guardados
donde truenan las voces de charangos y quenas
de raíces y tallos, de corales y huallcas
obsidiana que guarda su gel en ocarinas.

Soy  filón ancestral de rituales ocultos
de vasijas cocidas con sudor milenario
marimbas que crepitan sobre el ébano tierno
cununos y tambores de negritud dormida.

Candombe y danza que ondula mi cintura
lascivia sideral que explota en mis arterias
convertida en murmullo de gaitas y zampoñas
bocinas, rondadores  que germinan en grito.


PÁGINA 29 – CUENTO

OSVALDO SORIANO
(Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

GENEVIÈVE

En medio de la clase de física, cuando llegaba la primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes, el Flaco Martínez, que era el profesor más querido del colegio, tiraba la tiza sobre el escritorio descalabrado y decía: "Y ahora, a visitar la materia". Los alumnos sabíamos lo que quería decir. Los primeros aplausos y vivas venían de los bancos de atrás, de los mayores que repetían por tercera vez el año y estaban en edad de conscripción.
Guardábamos carpetas y libros y el Flaco Martínez levantaba las manos pidiendo silencio para que el director y el celador no nos oyeran. El director era un tipo bien trajeado que sabía manejar la sonrisa y el rigor; estaba al tanto, pero toleraba las escapadas porque temía el desgano de los mejores jugadores de fútbol en la gran final intercolegial de noviembre.
Era sabido que cada año apostaba su aguinaldo completo a favor de "sus muchachos". Con la llegada de la primavera florecía también su carácter jovial, tolerante, y la disciplina se relajaba y los exámenes eran menos imperativos y aquellos que nos sabíamos ya integrantes del equipo nos sentíamos con derecho a olvidar las matemáticas y la química para entrenar en la cancha vecina.
Entonces salíamos caminando despacio, casi arrastrando los pies para no darles envidia a los pibes de primer año que tenían matemáticas en el aula del zaguán, la puerta entreabierta porque ya no soplaba el viento del oeste y el silencio calmaba los nervios como un puñado de aspirinas. Por entonces las calles no estaban pavimentadas y un viejo camión regador pasaba dos veces por día para aquietar el polvo. Cuando el viento callaba, como aquella tarde, el pueblo chato y gris parecía cubrirse de ruidos que no conocíamos. El Flaco Martínez caminaba adelante, el pucho entre los labios, su pálida cara de tuberculoso afrontando un sol dañino. Era, creo, tan pobre como nosotros: llevaba siempre el mismo traje azul lustroso que planchaba extendiéndolo bajo el colchón de la pensión y se ponía cualquier corbata cortita a la que nunca le deshacía el nudo. Se decía que era timbero y mujeriego y que por eso lo habían transferido de un respetable colegio de Bahía Blanca a nuestro remoto establecimiento de varones solos, adonde sólo se llegaba por castigo o por aventura.
Éramos más de veinte en el curso, pero la asistencia nunca pasaba de doce o catorce; los mejores alumnos, serios y bien vestidos, y nosotros, los que teníamos el boletín lleno de amonestaciones pero jugábamos bien al fútbol.
No era fácil seguir al Flaco Martínez que tenía las piernas largas como mástiles. Subía la cuesta y encaraba por la ruta asfaltada que separaba a los malos de los buenos ciudadanos del pueblo. Al sol, su pelo largo al estilo de un bohemio pasado de moda se ponía rojo y todos nos dábamos cuenta de que la física le importaba tanto como a nosotros. Pero nadie, nunca, se animó a tutearlo. En los momentos más dramáticos de una partida de billar se le alcanzaba la tiza acompañandola de un "señor" que jamás sonó socarrón.
Aquélla no era su tierra y estaba claro que despreciaba cada grano de arena que respiraba o se le metía en los zapatos. Pero se había resignado a ella como los hombres solos se resignan a las noches interminables.
Bajando la cuesta, al otro lado de la ruta, se veían esparcidas las primeras casas cuadradas y el café con billares y barajas del turco Saúl Asir. A esa hora, las calles del barrio estaban desiertas y sólo los camiones cargados de manzanas pasaban dejando una polvareda que se quedaba flotando hasta que una brisa nos la apartaba del camino y el sol volvía a cocinar las acequias y los espinillos. En el bar, el Flaco Martínez se tomaba una sola ginebra y nos hacía vaciar los bolsillos. Como siempre, el Rengo Mores tenía apenas lo justo para pagarse la vuelta en ómnibus hasta Centenario, que quedaba entre las bardas, a cuarenta kilómetros. Casi todos vivíamos lejos y atravesábamos el río en colectivo, o en bicicleta, o colados en algún camión. Los que faltaban a clase se habían quedado pescando cerca del puente porque todavía no era tiempo de sacarse la ropa y tirarse a nadar.
Juntábamos el primer viernes de cada mes lo que ganábamos al truco, o en trabajos de ocasión. El Flaco Martínez reunía los billetes y hasta alguna moneda, agregaba lo suyo que no era mucho, y se iba a parlamentar con la gorda Zulema que era nuestra virgen protectora. La Zulema era dulce y sabia, paciente y comprensiva, y amaba su profesión como jamás he visto que otra mujer la amara. No conocía el egoísmo ni las pequeñas miserias que otros toman por virtudes. Su orgullo era la heladera eléctrica, la única de ese costado maldecido de la ribera, que había hecho traer en un vagón de encomiendas desde Buenos Aires. No es que alardeara de ella, ni que la mezquinara, pero nadie tenía derecho a abrirla sin su presencia y consentimiento.
Una noche de sopor en la que todos estuvimos de acuerdo en que llovería, la abrió delante de mí y del Negro Orellana. Aparte de una botella de refresco y una pechuga de pollo, había un largo collar de perlas de imitación y un paquete de cartas envueltas en una cinta rosa. Eran fantasmas del pasado y la Gorda Zulema quería que se conservaran frescos e intactos como un postre de chocolate.
Hubo otra noche en que yo estaba triste, un poco borracho e impotente, y ella me pasó la mano por la cabeza y me acarició los párpados y no me dijo las estúpidas palabras que tenían preparadas las otras mujeres del barrio. Me hizo sentar al borde de la cama, que era grande como una pista de baile, apoyó su cabeza contra mi espalda para que no nos viéramos las caras y me contó alguna cosa de su vida que nos hizo llorar a los dos mientras los otros clientes esperaban en el vestíbulo.
Supe esa noche que se llamaba Geneviève, que era francesa de verdad y no como otras, que arrastraban la erre para darse corte. Buscó las cartas en la heladera. Los sobres desteñidos de tinta violeta estaban escritos con una caligrafía varonil e imperativa. Un detalle añadía a la distancia un reproche velado: no conforme con escribir Neuquén, Argentine, el hombre agregaba inútilmente Patagonie, Amérique du Sud. El sobre traía ya una sospecha de selvas o desiertos. De fin del mundo.
Geneviève se había ocultado detrás de Zulema en Buenos Aires, donde había pasado algunos años de gloria mientras Europa se desangraba. Su contribución al esfuerzo de guerra de sus compatriotas había sido firme y decidida: hasta la liberación de París ningún hombre de nacionalidad alemana se tendió sobre sus sábanas.
La decadencia y las arrugas la trajeron a nuestro pueblo y secretamente sabía que su tierra ya estaba tan lejana como su juventud. Barajó los sobres como si fuera a repartir las cartas y en ellas estuviera escrito el destino, el de ella -que soñaba en vano con volver a ver el Mediterráneo- y el mío, que alguna vez me llevaría a su Francia natal.
No habló del hombre que se quedó en el puerto de Marsella: cuando la correspondencia dejó de llegar empaquetó el pasado y lo guardó en la heladera, como otras mujeres lo conservan el el rictus amargo de los labios.
Pero aquella tarde de primavera en que llegamos con el Flaco Martínez, todavía no habíamos mirado la heladera por dentro ni habíamos llorado juntos. Zulema era gorda y opulenta y Federico Fellini hubiera gustado de ella. A su lado, el Flaco Martínez parecía una escoba abandonada junto a un camión cisterna. Hablaron un rato sin manosear dinero ni levantar la voz. Al otro lado de la calle nosotros esperábamos, ansiosos como si el Flaco estuviera por tirar un penal. Un movimiento de cabeza, una risa comprensiva de la Gorda Zulema y empezamos a saltar como si el Flaco hubiera hecho el gol.
Tirábamos los turnos a la suerte, revoleando dos monedas a la vez y el sistema era complicado porque la empresa era seria. Si alguien reclamaba prioridad por su dinero, el Flaco prometía hacerle explicar la fusión de ya no sé qué materia y el egoísta se calmaba. Después, al caer la tarde, con la lengua desatada por la emoción, íbamos a jugar al billar a lo del Turco y teníamos un hambre feroz y ni una moneda para un sándwich.
Cuando recuerdo aquellos años, cuando reviven las imágenes del Flaco Martínez y de la Gorda Zulema, imagino que el corresponsal de Marsella escribiría sus cartas temiendo que el corazón de su Geneviève se endureciera en aquel desierto hostil. Pues no. Es hora de que ese hombre obstinado, si vive todavía, lo sepa. Valía la pena esperarla. Aun esperarla en vano. En aquel paisaje en el que éramos extranjeros ( es decir, inocentes), todo era irrealidad: no había elefantes que rodearan el valle, ni el avión negro de Perón llegó nunca. Las manzanas y las vidas florecían pero las ilusiones, como los relojes baratos que llevábamos en la muñeca, se entorpecían y luchaban por abrirse paso entre la arenisca que volaba desde el desierto.
Hace unos años, cuando fui por última vez, mis amigos de entonces me habían enterrado: corrió la noticia que me daba como descabezado en un accidente de tránsito. Fue curioso ver las caras azoradas frente a una aparición de ultratumba.
Por fin, cuando hicimos el recuento de vidas y muertes, de hazañas y cobardías, de sueños realizados y matrimonios hechos y deshechos, pregunté por el Flaco Martínez. "El Flaco también se murió -dijo alguien-; se fue al sur, a Santa Cruz, y lo agarró la pulmonía, pobre Flaco."
La Zulema era un recuerdo que se nombraba en voz baja. Muchos se habían construido un edificio personal que los abrigaba de un pasado de pobreza y la Gorda Zulema estaba sepultada en los cimientos. ¿Qué importancia podía tener entonces aquel primer viernes de cada mes, cuando era primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes?


PÁGINA 30 – POESÍA EUROPEA

DOLORS ALBEROLA
(Valencia-España)

TORSO ANÓNIMO

Se parecía a ti aquel torso tumbado
entre las aspidistras y los pies de los sauces.
Aquel invierno todo, se parecía a ti,
hasta la lluvia aquella enramándose lenta
por las lentas riberas de los charcos.
Aquel invierno todo tenía tu textura,
los mármoles, las bellas vasijas ya deshechas,
los resecos laureles coronando
las ilustres cabezas y los pozos.
Todo iba anunciándote,
como una lenta calle que va alzando sus casas,
sus balcones, sus atrios ateridos.
Las colmenas
dejaban escapar abejas con tus ojos,
repletas sus mil patas de miel, de tus inciertos
labios que eran de cera.
De todo aquello iba elevándose el cuerpo,
desnaciendo la nada de tu sombra,
envolviéndose el tiempo.
Se parecía a ti, aunque desnudo,
era la misma forma altísima de llevar tú la ropa,
la misma piedra blanca de dibujar tu gesto,
la misma arboladura de tus piernas,
el mismo pedestal de tu sonrisa.
Acaso sólo fuera distinta la inscripción
que, ya medio borrada,
parecía querer gritar tu nombre
entre aquellas arcadas de piedras inclinándose
hacia aquel corredor de columnas, de losas,
rectangulares losas que se alzaban
apenas sin poder,
recortadas por esas
manos que tiene el tiempo,
por esas uñas secas de los siglos
que las viene arañando en su textura.
Yo me hubiera sentado
delante de aquel torso,
me hubiera perpetuado
en la delgada sensación que se iba
clavando en mi costado,
me hubiera detenido para siempre en su piedra, p
pensando que, ya siempre, estaría en la tuya,
pensando que, ya siempre, me quedaría en ti,
pensando que, ya siempre,
se detendrían todos los calendarios,
siempre, los vientos detenidos,
siempre la misma lluvia hiriéndose en tu espalda,
cortándose en tu espalda,
muriéndose en tu espalda.
Aquel torso tenía,
la fuerza inmemorable de todo un coliseo,
el salvaje jadeo del león,
el quejido del público, ya muerto,
que llenaba las gradas.
Aquel, tu torso, el mismo
que ahora veo cruzar mi memoria y la niebla.

FABIANA IGLESIAS
(Málaga-España)

PRESENCIA

Me basta tu presencia
cuando todo se disuelve
cuando la tierra se hunde
y lo que es se desintegra.
Me basta tu presencia
cuando todos ya se han ido,
y a lo largo del camino
tan sólo quedan las piedras.
Me basta tu presencia
cuando la carne me dice
que ya ha llegado al límite
de la total impotencia.
Me basta tu presencia
en las manos extendidas,
en los pasos vacilantes,
en la sed de una caricia.
Me basta tu presencia
en la ciudad y el desierto,
entre rejas, y en el viento
en el llanto y en la risa.
Me basta tu presencia,
aunque pierda la memoria
aunque todo me señale
que sólo queda la ausencia.
Me basta tu presencia
en el fondo del olvido,
entre lo más escondido
de mis oscuras esperas.

SILVIA FAVARETTO
(Venecia-Italia)

NOCTURNO 4

En la noche marina
pintada con pinceladas azul cobalto,
sobre este mar oscuro
que respira.
¿Dónde terminó
la promesa de Zefiro?
¿Cuándo cesará
este aullido en el tórax
que te llama?
¿Cómo haré para callarlo
sin matar
mi propio corazón?
¿Existe un lugar
suficientemente lejos
adónde huir
si aquello de que huyo
es el correr de mi sangre?
Y si el matar al corazón
no hace morir también el alma,
¿Dónde habrá otro mar gris
donde, viuda, pueda yo correr
sin tener que aguantar
el estruendo de estas estrellas
y el violento recuerdo
que clava las uñas
en mi piel demasiado clara
para soportar otros rayos de luna?

TANYA TINJÄLÄ
(Helsinki-Finlandia)

POLVOS

Me echo el polvo
de tus libros leídos en vano
la ceniza
de tus cabellos dorados
la escarcha
de tus ojos aurora boreal.
el rocío de tus lágrimas
que no supe beber
los retazos de los días y las horas
que pasaré contemplando el vacío
la marca de tu cuerpo
al otro lado de la cama
el pliegue de la sábana
que ya no te contiene
tu risa rota
tus caricias inaudibles
tus besos raptados.
                                   Polvo eres
                                   y en tu polvo
                                   reposaré

SILVIA DELGADO FUENTES
(Bilbao-Euskal Herria)

EL PRECIO

¿Cuánto valen los cuerpos muertos de los niños palestinos tiroteados sin descanso?
Menos que un niño rubio, lejano y triste, que se aburre a la sombra del muro de los lamentos.
¿Cuánto valen los ojos reventados, los brazos diseminados, los corazones agonizantes de los niños palestinos?
Menos que el valor que tiene el prepucio de los niños rubios que van risueños a rezar o a aprender salmos.
¿Cuánto vale la muerte de los niños palestinos que caen y caen y caen con su pena grande, con su sed muy honda, con su infancia galopando entre el miedo y los sables?
Menos que el valor del zapato con el que camina el niño rubio sobre la tierra robada a los hijos de otros dioses.


PAGINA 31 – ENSAYO

CHRISTY WAMPOLE
(Ciudad de Nueva York-Estados Unidos)

 LA ENSAYIFICACIÓN DE TODO
Traducción del inglés de Patricia Torres

Es posible que últimamente hayan notado la avalancha de artículos y libros que se interesan por el ensayo como una forma literaria flexible y muy humana. Entre estos se encuentran The Wayward Essay y las reflexiones de Phillip Lopate sobre las relaciones entre el ensayo y la duda; libros tales como How to Live, la singular semblanza de Sarah Bakewell sobre Montaigne, el patriarca del género nacido en el siglo XVI, y un volumen editado por Carl H. Klaus y Ned Stuckey-French bajo el título Essayists on the Essay: Montaigne to Our Time.
Parece como si, aun en medio de la proliferación de nuevas formas de escritura y comunicación que tenemos ante nosotros, el ensayo se hubiese convertido en un talismán de nuestros tiempos. ¿Qué se esconde detrás de nuestra atracción por él? ¿Serán acaso las propiedades terapéuticas del ensayo? ¿Será porque el ensayo brinda pequeños placeres a quien lo escribe y a quien lo lee? ¿Porque es lo suficientemente pequeño para que quepa en nuestro bolsillo y es fácil de transportar, como nuestras propias experiencias?
Creo que el ensayo debe su longevidad hasta hoy principalmente a este hecho: el género y su espíritu constituyen una alternativa al pensamiento dogmático que domina gran parte de la vida social y política en la sociedad norteamericana contemporánea. De hecho, quisiera abogar por una utilización consciente y más reflexiva del espíritu del ensayo en todos los aspectos de la vida, como una resistencia contra la fervorosa intransigencia de las mentes rígidas. Y a esta utilización le daré el nombre de “la ensayificación de todo”.
Pero, ¿qué quiero decir con esta expresión tan rimbombante?
Empecemos por el inicio de la forma. La palabra que Michel de Montaigne eligió para describir sus reflexiones en prosa publicadas en 1580 fue “essais”, la cual, en esa época, significaba solo “tentativas”, en la medida en que el género aún no había sido codificado. Esta etimología es significativa pues apunta hacia la naturaleza experimental de la escritura ensayística: una escritura que supone el complejo proceso de tratar de poner algo a prueba. Más tarde, a finales del siglo XVI, Francis Bacon importó al inglés el término francés, a manera de título para su prosa más formal y solemne. Y así fue como se acuñó el término: esos escritos eran ensayos y como ensayos se quedarían. Solo había un problema: la discrepancia en estilo y asunto entre los textos de Montaigne y Bacon era, al igual que el Canal de la Mancha que los separaba, lo suficientemente profunda como para ahogarse en ella. Yo siempre he militado en el equipo de Montaigne, ese tipo que podía mostrarte su desazón, echarte un par de chistes subidos de tono y preguntarte qué pensabas sobre la muerte. Me imagino, tal vez equivocadamente, que el equipo de Bacon tiende a atraer una base de seguidores más reservados y seguros de sí mismos, con todo aquello de “Quien posee mujer e hijos ha entregado rehenes a la fortuna, pues ellos son impedimentos para las grandes empresas” y otras cosas por el estilo.
Con progenitores tan divergentes, el ensayo nunca se ha recuperado de esa vaguedad crónica. Siendo un género que surgió para acoger las necesidades expresivas del hombre del Renacimiento, el ensayo mantiene necesariamente a su disposición todas las herramientas y habilidades. El ensayista mezcla más que un dj: un bucle épico aquí, una pequeña remembranza lírica allá, una pausa polivocal y citas del magnífico pasado, todo eso recubierto por unos cuantos rayones característicos.
Sin duda, el asunto de qué es un ensayo, y qué no, constituye un tema controversial. En general, he descubierto que para cada regla que logro establecer a propósito del ensayo aparecen enseguida una docena de excepciones. Recientemente dicté un seminario sobre el tema y, al final del curso, ante la pregunta “¿Qué podemos decir sobre el ensayo con absoluta certeza?”, todos, armados con nuestra panoplia de teorías canónicas sobre el ensayo y nuestras propias conjeturas, tuvimos que admitir que la respuesta era: “Casi nada”. Pero esa es la potencia del ensayo: te fuerza a enfrentar lo que no se puede establecer ni refutar. Te pide que aprendas a sentirte cómodo con la ambivalencia.
Cuando digo “ensayo” me refiero a un texto breve de no ficción, escrito en prosa, que tiene como núcleo central un tema de reflexión y muestra una tendencia a huir de la certeza. Muchos de los textos que encontramos hoy clasificados como “ensayos”, o “especie de ensayos”, son todo menos eso. Esos textos incluyen la clase de escritura que esperas encontrar en los exámenes de admisión a la universidad, en trabajos para seminarios, disertaciones, críticas profesionales y otros escritos académicos; textos comprometidos políticamente u otras formas de escritura perentoria que insisten en sus tesis y no dejan espacio alguno para la incertidumbre; u otra clase de textos breves en prosa en los cuales la subjetividad del autor ha sido deliberadamente borrada o camuflada. Lo que estos textos suelen tener en común es, en primer lugar, la tímida ocultación del yo bajo un velo de objetividad. Se supone que uno pretenda que sus opiniones o hallazgos han emanado de alguna agencia con acceso a una verdad irrefutable, en la cual el rigor y la ciencia son los gerentes encargados.
En segundo lugar, estos textos son lo contrario de una tentativa: estos textos saben lo que quieren argumentar desde antes de comenzar y presentan sus razones habilidosamente, anticipándose a cualquier objeción y buscando el hermetismo. Estos textos no son búsquedas, son la exposición de ideas obstinadas. Son fortalezas. Y al dejar al lector por fuera del banquete textual, el escritor aclara que él o ella prefieren beber solos.
Quizás lo más interesante del ensayo es lo que sucede cuando desborda sus límites genéricos y se extiende, más allá de su forma de texto breve en prosa, hacia otros formatos tales como la novela ensayística, la película-ensayo, la fotografía-ensayo y la vida misma. En su novela inconclusa El hombre sin atributos, el escritor austríaco de comienzos del siglo XX, Robert Musil, acuñó un término para este desbordamiento. Lo llamó “ensayismo” (“essayismus” en alemán), y a quienes viven según el ensayismo los denominó “posibilitaristas” (“möglichkeitsmenschen”). Una forma de vida definida por la contingencia y la tendencia a probar las cosas por medio de divagaciones, siguiendo este u otro camino, tanteando la vida sin tener una ambición específica: no con el fin de hacer un descubrimiento ni una conquista, ni de demostrar algo, sino simplemente por el gusto de intentarlo.
El posibilitarista es un virtuoso de lo hipotético. Uno de los consejeros para mi disertación, Thomas Harrison, escribió un atractivo libro sobre el tema titulado Essayism: Conrad, Musil and Pirandello, en el cual argumenta que el ensayismo que Musil quería describir era una “solución para problemas sin solución”, una vaga respuesta a la precariedad de Europa durante los años en que él trabajó en su interminable obra maestra. Yo diría que en nuestra sociedad contemporánea somos muchos los que tenemos proclividad hacia el ensayismo, en distintas formas, pero siempre animados por el espíritu de la exploración abierta e ilimitada, y manteniendo serias reservas hacia la posibilidad de comprometernos con una sola cosa, cualquiera que sea.
El ensayismo consiste en un sentimiento subjetivo y ensimismado acerca de la vida, en ejercer lo que Theodor Adorno llamó la “intención tanteadora del ensayo”, en acercarse a todo de manera tentativa y dedicándole una atención limitada, en establecer analogías entre lo particular y lo universal. Fenómenos banales y cotidianos: lo que comemos, las cosas con que nos cruzamos, las cosas que nos interesan, se codean implícitamente con las grandes preguntas: ¿cuáles son las implicaciones de la experiencia humana?, ¿cuál es el significado de la vida?, ¿por qué es mejor algo que nada? Al igual que el padre del ensayo, dejamos que la mente y el cuerpo revoloteen de una cosa a la otra, haciendo clic de un hipervínculo mental a otro: si Montaigne viviera hoy, tal vez él también sería diagnosticado con un síndrome de déficit de atención.
Al ensayista le interesa pensar en él mismo mientras piensa sobre las cosas. Creemos que nuestras opiniones sobre todo, desde la política hasta las pizzerías, son de gran importancia. Esto explica nuestra generosidad al ofrecérselas a absolutos desconocidos. Y así como la cultura del “hágalo usted mismo” encuentra hoy su propio lenguaje, podemos reconocer en esta la afirmación que hizo Arthur Benson en 1922, según la cual “un ensayo es algo que alguien hace por sí mismo”.
En italiano, la palabra para decir ensayo es “saggio” y contiene la misma raíz que el vocablo “assaggiare”, que significa picar, probar o mordisquear algo de comer. Hoy día nos gusta picar, probar o mordisquear experiencias: buscar pareja por internet, hacer citas rápidas o mediante el sistema de multicita, comprar por internet o amparados en el sistema de garantía de satisfacción, las aplicaciones web híbridas y el muestreo digital, la satisfacción total o la devolución de nuestro dinero, los tatuajes temporales, las pruebas de conducción, la posibilidad de utilizar gratuitamente un programa para probarlo. Si no estamos satisfechos con nuestro producto, nuestra escritura, nuestro cónyuge, podemos devolverlo / borrarla / divorciarnos. Al igual que muchos de nosotros, el ensayo es definitivamente evasivo.
Ciertamente no quiero afirmar que nadie se comprometa en estos días; solo se necesitan unos pocos momentos de exposición al discurso político norteamericano contemporáneo para darse cuenta de la magnitud del compromiso que algunos tienen con este u otro partido, con esta u otra plataforma. Sin embargo, para muchos, la certeza con la que los dogmáticos hacen sus pronunciamientos se siente cada vez más como un fatigoso vestigio del pasado. Podemos aferrarnos rígidamente a la disolución de las categorías, o podemos dejarnos bañar por la ambivalencia y permitir que su marea nos lleve hacia nuevas configuraciones vitales que eran inconcebibles hace solo veinte años. El ensayismo, cuando se concibe como una aproximación constructiva hacia la existencia, es una manta de posibilidades que recubre conscientemente el mundo. 
*
El ensayismo se basa al menos en tres cosas: la estabilidad personal, la estabilidad tecnocrática y la inestabilidad social.
Montaigne ciertamente gozaba de la primera. Creció en una familia privilegiada, habló latín antes que francés y tenía los medios educativos, económicos y sociales para llevar una vida de compromiso cívico, dedicada a la escritura. Mientras que la mayoría de nosotros no hablábamos con fluidez el latín cuando pequeños (y nunca lo haremos) y no nos hallamos en una posición que favorezca el que nos convirtamos en servidores públicos de alto rango, sí tenemos una tasa de alfabetismo relativamente alta y contamos con un acceso sin precedentes a las tecnologías de la comunicación y las reservas del conocimiento. Además, a manera de contrarrelato a nuestra supuesta saturación de actividades, existe abundante evidencia de que tenemos mucho tiempo libre en nuestras manos. A pesar de nuestra búsqueda de cualquier forma de distracción, esas horas ociosas nos brindan tiempo para contemplar las dificultades de la vida contemporánea. Si les damos los medios, las ideas simplemente surgen.
En cuanto a la tecnocracia, el desarrollo de la cultura de la imprenta en el Renacimiento significó que los grandes textos de la Antigüedad y escritos filosóficos, literarios y científicos más recientes podían llegar a una audiencia más amplia, aunque compuesta principalmente por gentes privilegiadas. Los expertos en ciencia y tecnología de aquella época se apropiaron de parte del poder que hasta el momento había sido monopolizado por la Iglesia y la Corona. Hoy día podríamos hacer la misma analogía: Silicon Valley y las compañías de tecnología siguen forzando a la Iglesia y el Estado a compartir gran parte de su poder cultural. El ensayo prospera bajo esas condiciones.
En cuando a la inestabilidad social, la vida afuera del castillo de Montaigne no era color de rosa: las guerras religiosas entre católicos y protestantes arrasaron a Francia a partir de la década de 1560. Agitación e incertidumbre, dogmatismo y sangre: esas circunstancias hacen que uno tienda a reflexionar sobre el significado de la vida, pero a veces es muy difícil abordar esa pregunta directamente. En lugar de eso, uno se hace la pregunta indirectamente reflexionando sobre aquellas pequeñeces que constituyen la experiencia humana. Hoy día, asuntos sin resolver en temas como las clases sociales, la raza, el género, la orientación sexual, la afiliación política y otras categorías han creado una dinámica social volátil y, además con nuestra inestabilidad económica actual, no es ninguna sorpresa que el hecho de lanzarnos ciegamente a la defensa de cualquier idea o empresa en particular nos parezca a muchos una propuesta arriesgada. Por último, las terribles guerras en torno a la religión y la ideología siguen arrasando al mundo aun hoy. A comienzos del siglo XX, cuando el escritor francés André Malraux predijo que el siglo XXI sería un siglo de renovado misticismo, Malraux quizás no se imaginó que la búsqueda de Dios terminaría tomando una forma política tan volátil.
El ensayismo, como modo de expresión y forma de vida, es capaz de albergar nuestras inseguridades, nuestro egocentrismo, nuestros placeres sencillos, nuestras enervantes preguntas y la necesidad de comparar y compartir nuestras experiencias con otros humanos. Diría que el componente más débil en el ensayismo no textual actual es su deficiencia meditativa. Sin el aspecto meditativo, el ensayismo deriva hacia el egoísmo vacío y hacia una falta de voluntad o incapacidad de comprometerse, un tímido aplazamiento del momento particular. Nuestra rapidez con frecuencia irreflexiva significa que pasamos poco tiempo interrogando cosas que hemos mencionado de pasada. Sencillamente tenemos experiencias que después abandonamos. El verdadero ensayista prefiere un enfoque más acumulativo; nunca abandona realmente nada, solo lo hace a un lado temporalmente, hasta que su mente vagabunda vuelve a convocarlo para mirarlo de una forma y de otra, bajo una luz distinta, para ver qué sentido tiene. El verdadero ensayista ofrece un modelo de humanismo que no busca ganancias ni progresos y no propone una solución para la vida sino que más bien le plantea una lista interminable de preguntas.
Necesitamos una respuesta convincente al renovado dogmatismo del escenario político y social contemporáneo, y nuestra atracción instintiva hacia el ensayo puede estarnos encaminando hacia este género y su espíritu como una solución provisional. La tendencia ensayística de hoy –una serie de intentos a menudo superficiales y relativamente carentes de pensamiento—no está a la altura de este potencial en su manifestación actual, pero una versión más reflexiva y moderada, à la Montaigne, nos empujaría hacia un tranquilo reconocimiento de la vida sin el reflejo automático de tener siempre la razón. La ensayificación de todo significa convertir la vida misma en una tentativa ampliada.
El ensayo, como este, es una forma de poner a prueba lo que hasta ahora no se ha puesto a prueba. Su espíritu se opone al pensamiento intransigente y jerárquico y estimula tanto al escritor como al lector a posponer su veredicto sobre la vida. Es una invitación a mantener la elasticidad de la mente y a sentirnos cómodos con la ambivalencia inherente al mundo. Y, lo más importante, es un imaginativo intento de pensar en lo que no es pero podría ser.
© 2013 The New York Times Company 

SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL


PÁGINA 32 -COMENTARIO DE LIBRO

ROBERTO SOTELO
(Munro-Buenos Aires-Argentina)

PIEDRAS VOLANDO SOBRE EL AGUA

Marcelo Birmajer
Ilustraciones de Mariano Lucano.
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2000.
Colección Alfaguara juvenil.

En los dos cuentos que contiene este libro, Marcelo Birmajer recrea el género fantástico desde una perspectiva muy cercana al joven lector: la realidad de todos los días. El ámbito de las historias, sus personajes y las circunstancias en las que éstos se desenvuelven permiten una identificación instantánea de quien lee. Y cuando todo parece normal y cotidiano irrumpe el elemento fantástico (en ambos casos de la mano de un ser querido de los protagonistas), imponiendo un giro inesperado a las historias. A los lectores memoriosos o a los que buscan las relaciones entre las cosas, los cuentos de Birmajer acercarán el grato recuerdo de aquellos Cuentos asombrososde Steven Spielberg.
En "Piedras volando sobre el agua" —el cuento que da título al libro—, un ingenuo y absurdo (pero muy creíble), desafío-competencia entre varones estrechará la relación entre un adolescente y su abuelo.
El niño protagonista de "29 es Nochebuena", haciendo gala de la tenacidad y el ingenio de un detective, descubrirá el secreto que esconde su familia desde tiempos remotos.
En síntesis, las dos historias de Piedras volando sobre el agua no defraudarán a quien busque pasar un buen momento con un libro entre las manos.
Recomendado a partir de los 12 años.


PÁGINA 33 – CUENTO

PABLO DE SANTIS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA INSPIRACIÓN

Cuento inédito, publicado en Imaginaria por gentileza y autorización del autor.
El poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado muerto en su habitación. El médico de la corte decretó que la muerte había sido provocada por alguna substancia que le había manchado los labios de azul. Pero ni en las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas de veneno.
El consejero literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de Siao, que ordenó llamar al sabio Feng. A pesar de la fama que le había dado la resolución de varios enigmas —entre ellos la muerte del mandarín Chou y los llamados "crímenes del dragón"— Feng vestía como un campesino pobre. Los guardias imperiales se negaron a dejarlo pasar, y el consejero literario tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la habitación del muerto.
Sobre una mesa baja se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el pincel de pelo de mono, el papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que acostumbraba a sellar sus composiciones.
—Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao era un famoso poeta, y que sus poemas se contaban por miles —dijo Feng—. ¿Por qué todo esto está casi sin usar?
—Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un ideograma y cayó fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo mató.
Feng pidió al consejero quedarse solo en la habitación. Durante un largo rato se sentó en silencio, sin tocar nada, inmóvil frente al papel de bambú, como un poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido de esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.
—Sé que nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del emperador —dijo Feng apenas despertó—. ¿Tenía Siao enemigos?
El consejero imperial demoró en contestar.
—La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer en él. Pero en el pasado, Siao tuvo cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta, porque ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo. Y un poema dirigido contra Ding, quien se llama a sí mismo "el poeta celestial", le ganó su odio. Pero ni Tseng ni Ding se acercaron a la habitación de Siao en los últimos días.
—¿Y se sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
—La policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el emperador le envió a uno de sus médicos para que se ocupara de él. En cuanto a Ding, está fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo. Había varios jóvenes discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa.
—¿Y dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana?
Si, justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de Ding tal vez no respeten ninguna de nuestras antiguas reglas, pero no creo que alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas!
—¿Un rayo?
—Caprichos de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng, tengo un gusto anticuado, y no puedo juzgar las nuevas costumbres literarias del palacio.
Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche anunció que tenía una respuesta. El consejero imperial se reunió con él en las habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.
—"Cometa en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao recuperar la inspiración?
—Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se detiene el rumor de las cigarras, la visión de una estatua dorada entre la niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin usar desde hacía meses. Ding puso allí el veneno, y con la suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao, como todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por primera vez, para ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron en la tinta. Esa fue una de las armas de Ding.
—Imagino que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
—Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la inspiración volvería al viejo Siao.
Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla un momento y se apaga.
Así la injusta fama del mediocre Ding.
—Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema que hubiera elegido Siao —Feng limpió con cuidado el pincel—. Como poeta Ding rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a un poeta eligió la poesía.


PÁGINA 34 – POESÍAS

MARIA ELENA WALSH
(Argentina-1930/2011)

COMO LA CIGARRA

Tantas veces me mataron
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.

Tantas veces me borraron
tantas desaparecí
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la última vez
y volví cantando.

Tantas veces te mataron
tantas resucitarás
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

SERENATA PARA LA TIERRA DE UNO

Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy.
Por todo y a pesar de todo
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo al desarraigo
de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable,
mi amor, yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

CANCIÓN DE CUNA PARA UN GOBERNANTE

Duerme tranquilamente que viene un sable 
a vigilar tu sueño de gobernante. 

América te acuna como una madre 
con un brazo de rabia y otro de sangre. 

Duerme con aspavientos, duerme y no mandes 
que ya te están velando los estudiantes. 

Duerme mientras arriba lloran las aves 
y el lucero trabaja para la cárcel. 

Hombres, niños, mujeres, es decir: nadie, 
parece que no quieren que tú descanses. 

Rozan con penas chicas tu sueño grande. 
Cuando no piden casas, pretenden panes. 

Gritan junto a tu cuna. 
No te levantes aunque su grito diga: «Oíd, mortales». 

Duermete oficialmente, sin preocuparte, 
que sólo algunas piedras son responsables. 

Que ya te están velando los estudiantes 
y los lirios del campo no tienen hambre. 

Y el lucero trabaja para la cárcel. 


PÁGINA 35 – ENSAYO

PABLO DE SANTIS
Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

UNA CUESTIÓN DE GÉNERO

El beneficio de la duda. Una de las exigencias teóricas que se le hacen a la literatura juvenil es que dé cuenta de su relación (culpable) con el lector. Pero el de la literatura juvenil no es más que un caso particular de las limitaciones de la literatura para dar cuenta de sus lectores. La estrategia de la verdadera literatura es, creo, no terminar nunca de definir a quien lee; porque al capturarlo en una figura exacta lo petrifica. Por eso la condición de la literatura juvenil de tener de antemano un lector resulta sospechosa. La solución a esta condición es, creo, rechazar toda idea de certeza con respecto a quien está del otro lado. El escritor se equivoca si cree que conoce a su lector; sólo en la medida en que persista su duda, su oscuridad, el texto puede funcionar.
El beneficio de la duda II. Aunque uno suponga un lector determinado, no por eso se dispersa la oscuridad básica de toda escena de escritura; permitirse esa tranquilidad es un engaño. Lector y autor se encuentran siempre en sus incertidumbres y no en sus seguridades.
Los condicionamientos. Un texto tiene siempre un primer horizonte (de mercado, de lengua, de género, de colección) y nada le impide ir más lejos, excepto las limitaciones de ese mismo texto. Pero ojalá no desaparezcan las críticas al género juvenil; para nosotros, los escritores, siempre será más fácil echarle la culpa al género antes que a nuestras limitaciones.
Los condicionamientos II. Si lo pensamos bien, las limitaciones de un género determinado son un pobre consuelo desde que Umberto Eco escribió, a propósito de la historieta: "Por ello, a la afirmación de que la finalidad comercial y el sistema de distribución del producto historieta determinan su naturaleza, podría responderse que, aún en ese caso y como siempre ocurre en la práctica del arte, el autor de genio es el que sabe convertir los condicionamientos en posibilidades".
Libertad absoluta. Quienes impugnan la literatura juvenil como género proponen tácitamente la existencia de un verdadero escribir que es natural y que no supone limitación alguna. El gran autor, argumentan, es el que cuenta siempre con la Libertad Absoluta. Desgraciadamente, nuestra libertad siempre es condicional y es mejor tenerlo presente. Las poéticas de la libertad dieron origen a los peores excesos del surrealismo y del teatro absurdo, a la acumulación, la oscuridad y el aburrimiento; las poéticas de la constricción, en cambio, produjeron a Navokov, a Perec, a Borges, a Calvino.
La lengua extranjera. Una de las ventajas del escribir para adolescentes es el cultivo de la forma, en relación con la eficacia. El escritor no tiene teorías en qué ampararse; no puede decirle al lector, justificando la ausencia de argumento: "practico la literatura de la nimiedad". Está como un pintor en un país extranjero cuya lengua ignora: puede mostrar sus pinturas; pero no convencer a nadie a quien su cuadro no haya convencido.
La nouvelle. La literatura juvenil es una excusa para rescatar textos que no tienen lugar en el presente editorial; en particular una forma exiliada: la nouvelle. Hace muchos años, existían colecciones como Cuadernos de la Quimera, de Emecé, donde aparecían relatos de menos de cien páginas que hoy no tendrían ninguna posibilidad de publicación. En colecciones juveniles, en cambio, aparecieron nouvelles comoCostumbres de los muertos de Fernando Sorrentino (un gran escritor olvidado por las editoriales), o El sistema de huida de la cucaracha de Gonzalo Carranza, libros que no fueron especialmente escritos para jóvenes, pero que hoy encuentran en este público a sus lectores. Alfaguara reeditó en una colección juvenil los excelentes cuentos breves de La sueñera, de Ana María Shua, agotado desde hacía años.
Editar un libro para adultos en una colección juvenil no es un modo de condicionarlo, sino de llamar a nuevos lectores; las colecciones son señales para que los textos puedan encontrar a sus lectores en otro punto del camino.
La ley de la complejidad: cuanto más complejo es un libro (sobre todo dentro de la obra de un mismo autor) menos vende. Afortunadamente, lo mismo pasa con el resto de la literatura; como toda ley demasiado general, impide que se saque de ella alguna conclusión satisfactoria.
Ley de la mesa redonda: quien publica un libro para adolescentes será invitado dos o tres veces por año a una mesa redonda con el título: "¿Por qué los jóvenes no leen?"
Se dará por sentado que los adultos sí leen, y que los jóvenes, antes, leían muchísimo.
Ley de James Joyce: En toda mesa redonda reunida bajo el título: "¿Por qué los jóvenes no leen?" alguien levantará la mano para decir que no tiene sentido escribir para adolescentes, ya que él/ella leyó a los diez años la edición anotada del Ulises y en su idioma original.
La semejanza: Al releer lo anterior descubro en qué se parece la práctica de géneros no del todo aceptados a la vida cotidiana: vivimos justificándonos.
Artículo extraído, con autorización de los editores, de la revista La Mancha N° 7; Buenos Aires, agosto de 1998.


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