GACETA
LITERARIA Nº 90– Mayo de 2014– Año VIII – Nº 5
Imágenes:
JOAQUÍN SOROLLA Y BASTIDAS
Pienso en el cólera que se llevó a tu madre
ese sofocante verano de 1865;
en tu padre, muerto de tristeza tres días después
y en el mismo barrio de pescadores;
en el niño que fuiste
-enteramente huérfano a los dos años-
y pienso en tu pequeña hermana por las calles de Valencia
donde se habrá cruzado más de una vez con mi bisabuelo
-también niño-
corriendo sobre los volantes proféticos de los socialdemócratas;
en el adolescente que fuiste
al momento de sentir que la vida es pura luz,
Pienso en playas, pienso en fraguas y en verbenas,
pienso en bulevares, en el hijo póstumo del rey Alfonso XII,
en siestas, caballos, patios y jardines.
Pienso en veleros, en las flores de tu casa,
en niños desnudos al repliegue de las olas,
en don Benito retocando por última vez
el temple de Fortunata y el aplomo de Jacinta.
Pienso en Luis Pasteur venciendo al cólera
con veinte años de retraso para salvar a tu madre,
pienso en la grandeza parda de la llanura castellana,
en la casa de Cercedilla y ese agosto del 23.
Es hora de dejar en claro algunas cosas.
Si alguna vez dije -y fue en un sueño-
que no hay nada más español que el apóstol Santiago de Galicia,
debo denunciar esa equivocación. Corregirme.
Pienso que no hay nada más español que María la Guapa,
Joaquín Sorolla.
Y que sirva todo esto de disculpa.
TARDÍO RECONOCIMIENTO A JOAQUÍN SOROLLA
CONOCIDO TAMBIÉN COMO “LA LUZ”
ROGELIO RAMOS SIGNES
Pienso en el cólera que se llevó a tu madre
ese sofocante verano de 1865;
en tu padre, muerto de tristeza tres días después
y en el mismo barrio de pescadores;
en el niño que fuiste
-enteramente huérfano a los dos años-
y pienso en tu pequeña hermana por las calles de Valencia
donde se habrá cruzado más de una vez con mi bisabuelo
-también niño-
corriendo sobre los volantes proféticos de los socialdemócratas;
en el adolescente que fuiste
al momento de sentir que la vida es pura luz,
Pienso en playas, pienso en fraguas y en verbenas,
pienso en bulevares, en el hijo póstumo del rey Alfonso XII,
en siestas, caballos, patios y jardines.
Pienso en veleros, en las flores de tu casa,
en niños desnudos al repliegue de las olas,
en don Benito retocando por última vez
el temple de Fortunata y el aplomo de Jacinta.
Pienso en Luis Pasteur venciendo al cólera
con veinte años de retraso para salvar a tu madre,
pienso en la grandeza parda de la llanura castellana,
en la casa de Cercedilla y ese agosto del 23.
Es hora de dejar en claro algunas cosas.
Si alguna vez dije -y fue en un sueño-
que no hay nada más español que el apóstol Santiago de Galicia,
debo denunciar esa equivocación. Corregirme.
Pienso que no hay nada más español que María la Guapa,
Joaquín Sorolla.
Y que sirva todo esto de disculpa.
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1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
10.
No
comparto la actitud de los escritores que se atribuyen privilegios divinos no
otorgados al común de los mortales, ni la actitud de quienes se golpean el
pecho y rasgan sus vestiduras clamando el perdón público por vivir al servicio
de una vocación inútil. Ni tan dioses ni tan insectos. La conciencia de
nuestras imitaciones no es una conciencia de impotencia: la literatura, una
forma de la acción, no tiene poderes sobrenaturales, pero el escritor puede ser
un poquito mago cuando consigue que sobrevivan, a través de su obra, personas y
experiencias que valen la pena. Si lo que escribe no es leído impunemente y
cambia o alimenta, en alguna medida, la conciencia de quien lee, bien puede un
escritor reivindicar su parte en el proceso de cambio: sin soberbia ni falsa
humildad, y sabiéndose padecido de algo mucho más vasto. Me parece coherente
que renieguen de la palabra quienes cultivan el monólogo con sus propias
sombras y laberintos sin fin; pero la palabra tiene sentido para quienes
queremos celebrar y compartir la certidumbre de que la condición humana no es
una cloaca. Buscamos interlocutores, no admiradores; ofrecemos diálogo, no
espectáculo. Escribimos a partir de una tentativa de encuentro, para que el
lector comulgue con palabras que nos vienen de él y que vuelven a él como
aliento y profecía.
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2 – CUENTO
ANTONIO
DAL MASETTO
(Intra-Italia)
OTROS
FUEGOS
Los dolores comenzaron por la mañana, poco antes del mediodía. Después, habitación en el primer piso de la clínica, ventana que da al jardín, casas dispersas, techos de tejas en la neblina. Esperar las contracciones, controlar el reloj y mirar a través del vidrio. Aquel perro que corre sin parar de un extremo al otro de la terraza, yendo y viniendo, yendo y viniendo.
Toda la tarde oigo sin alterarme sus quejidos de dolor o de placer. Tal vez sufra, pero maneja el asunto bastante bien. Para eso hizo el curso de parto sin dolor.
Salgo al pasillo. Fumo. Fumo bien, con todo el cuerpo.
Tratar de descubrirse ante la inminencia de un hecho trascendental.
El perro no cesa de trotar. Oscurece sobre las tejas mojadas. Aparece la enfermera, controla. Aparece la partera, controla. Dice: "Vamos".
Sigo la camilla. Recorro el pasillo como si fuera otro. "No soy yo, es otro." Una puerta que se abre, una puerta que se cierra. Ya estamos, adelante, llegó la hora.
Ella no se sentaba ni se acostaba: se agazapaba.
Hay buen ambiente. Se bromea. Me alcanzan un saco blanco, me lo pongo.
Administro el oxígeno, le seco el sudor de la frente, hago lo que me ordenan. Ella, anestesiada, delira. Dice cosas graciosas. La partera, la enfermera y yo reímos. También desde esta ventana puedo ver al perro loco.
Cierta vez me asaltó un olor al cruzar una plaza. Un olor a hojas húmedas, a vegetales fermentados, a sombras, a cosas lejanas. Jamás pude olvidarlo.
En aquella época me había convertido en una especie de mudo, pero no en un tonto. Estaba más lúcido que un pez.
Pujar. La partera incita, alienta: "Vamos, fuerza, ahora, vamos muchacha".
"Ya viene." La partera me llama a los pies de la camilla para que vea la cabeza que comienza a asomar. Ultimo esfuerzo, sale. Gran suspiro. "Varón."
La partera me alcanza las tijeras. "Tome, corte usted." Está bien, soy el padre. Corto el cordón donde me indican. Ahí está, berrea, tiene la nariz achatada. Lo arropan, me lo dan.
Soy mis manos y mi lengua.
Me dicen: "Vaya a dar una vuelta, coma algo". Anocheció. Camino por una calle vacía: un galpón, un vivero, un gato, un baldío, restos humeantes de una fogata. Alimento el fuego y lo veo crecer.
El fuego arde en la noche de la ciudad, en el invierno de la ciudad, a pocos metros de donde alguien acaba de nacer. El fuego vive de cosas abandonadas: ramas, trapos, restos de cajones, desechos. Ilumina el terreno, pone sonidos secos y precisos en la quietud de los faroles y las casas ciegas rodeadas por jardines.
Bajo el cielo sin estrellas vuelvo a ser lo que he sido tantas veces: un tipo inmóvil y sin pensamientos espiando el movimiento de las llamas.
A poca altura, cruza una sombra, un pájaro nocturno.
Tengo que acordarme de todos los fuegos que vi arder. Aquella fogata de la noche de San Juan, el calor en las piernas desnudas, la muchacha que me tomó la mano. Recordar, ahora que es invierno y que a veces el presentimiento de estar al borde de un instante de felicidad se convierte en una tensión insoportable. (La muchacha del brazo de su compañero dio un paso adelante, se me puso al lado, tomó mi mano y la retuvo en la suya.)
Podría decir lo siguiente: todas mis horas presentes en este momento.
Podría, ante el vértigo de los años que me preceden, ponerme a gritar que este abandono me es perfectamente familiar, no hay de qué extrañarse, mi vida dictándome una vieja canción, una vieja tonada invernal, que no es portadora de emociones o asombros, sino la evidencia de una ley, cosas sabidas desde antiguo, lucidez que al fin y al cabo es sólo conciencia de ceguera, nada más que eso en mi tonada invernal, y tal vez, escondido, medido, regulado como con cuentagotas, un fondo de nostalgias, un velo agitándose sobre los ojos y las ideas.
Todos los desórdenes.
El fuego se extingue, es hora de volver. Vuelvo. La madre duerme, el hijo duerme. ¿Y aquel olor? Aquel olor era como un fuego. Algo vivo. Tan vivo como la llama subiendo en la noche. La llama que hipnotiza.
¿En ese fuego había cambio y había permanencia? ¿Era algo íntimo o algo que me trascendía? ¿Vivía en mí o me era ajeno? ¿Estaba ahí, sobre la tierra, o en otra parte? ¿Se ocultaba arriba o abajo? ¿Moría, renacía o se mantenía latente? ¿No era una representación del silencio, de la duda, del acecho, del ojo atento, del ojo ávido? ¿No se anulaba a sí misma esa llama? ¿No había también en ella una precariedad, una espera, un control, un pudor? ¿No se contradecía?
Y hoy que estás solo en la noche, lejos de la infancia, igualmente lejos de la madurez, habiendo perdido tanto la capacidad de amor como de odio, ¿qué te queda por hacer?
El dolor reemplaza al dolor y así se va robusteciendo.
¿A quién hablarle si no a él? Esbozos de mensajes, atisbos, manotazos, sondas lanzadas al vacío. Para quién este monólogo, este temblor. Y los ojos cansados a la espera de una revelación.
Pienso: cosa increíble los ojos.
Tal vez afuera, en el frío, el perro siga corriendo sobre la terraza, yendo y viniendo, yendo y viniendo.
También el perro podría entrar en esa carta que nunca logré escribir.
Estar ahí, mirando dormir y vivir al sin nombre, no es motivo de paz, sino el regreso de una sospecha. Frente a su cuerpo sin defensa, a las penas que lo esperan, no siento piedad por él.
Débil y feo.
Los faros de un coche iluminan la ventana y se van. De esta insistencia mía, de esta pelea contra el silencio, no queda sino una llamarada fugaz en los vidrios, menos que eso. Rumores, llamados dispersos bajo el cielo en ruinas. Señales que alarman.
Lo dijeron todos: fue un buen parto.
Ahora, permanecer quieto en la oscuridad, recordar la fogata en la noche, velar el sueño de la madre, velar el sueño del hijo.
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3 – NUESTRA POESÍA
MARÍA
LYDA CANOSO
(Casilda-Santa
Fe-Argentina)
NO
NO VOY A COMALA
astros
giratorios me dicen que no avance en la
noche
el mismo camino que sube para entrar sube para
salir dice el texto sagrado
no no me preguntes por qué Comala y por
qué ese camino que no conozco
noche
el mismo camino que sube para entrar sube para
salir dice el texto sagrado
no no me preguntes por qué Comala y por
qué ese camino que no conozco
sé de domingos de la muerte y sábados de agonía
de gran iglesia y calles diagonales
abandonadas como cementerios casas
panteones escapularios sudarios
semanarios falsarios dromedarios arios
de los olores el más fuerte que puedas imaginar si
estás en una habitación con un mapa en la
pared que parece el planisferio universal y
entonces tratás de ubicar esas islas a las que te
quisieras fugar pero no no aparecen islas
de fuga porque el planisferio se ha hecho de
agua que drena en alguna parte y no no no
no voy a ese lugar donde sucede el descontrol
de las aguas corrientes en una terminal que
parece el planisferio que está en una pared
donde confluye el plano horizontal con el plano
vertical
de los colores el que se ve borroso como rosado
pero gris pero ocre pero pero no me digas
que pero no
del sonido ni hablo porque no suena ni zumba ni
chirría ni ladra ni menos de todo la palabra
casi no voy
a Comala
ni iré
salvo que la tierra y el pasto y la luna y la nube
que pasa y la calle y ese árbol que está pintado
en el telón
que pasa y la calle y ese árbol que está pintado
en el telón
y yo
-Y yo
-Y yo
y yo
SIEMPRE
NUNCA
siempre nunca habrá un primer plano de chicos
jugando a construir un castillo
mar con viento y la arena sal amarga tan a
contraluz como la maledicencia
ella empieza el cuaderno azul intimidada por los
debe y los haberes
encuentra en lo escrito razones para creer que se
es feliz ¿alguien puede asegurarlo? no tanto
ahora que lo abre para que salgan los
moluscos que se le incrustan cuando de noche
el mar se mueve
batido del agua motor oceánico a tres tiempos
que no para de latir
corazón sobreactuado por quien le adjudica
víscera al milagro de la vida pero no
los mecanismos del amor pero no
motor que bombea el agua que alisa las pisadas y
borra heridas del alma te imaginarás que no de
todas ella se extiende y espera ola sin
esperanza
estuvo aquí exactamente
en esta arena otra en este mar otro que va y que
va recuerdo de lejano infierno de playas
idénticas eneros cargados de aceite de coco y
esas lonjitas de la piel
por el temor de dios se bate el agua a punto de
merengue maquinaria incesante nunca jamás
el mismo sol crece dos veces
la cuña del viento se clava y filtra zumbidos
hipnóticos por rendijas y grietas dactilares del
caparazón soleado
pájaro que sangra
ojo que castiga
miles de puñalcitos uno al lado del otro clavados
con total prolijidad
así es el mar guarda la memoria y deja que
uno sea siempre
atravesar macizos hormigonados y luego un
pastizal al ras y no encontrar las cavernas
no no encontrar las cavernas de la infancia
sí ver olas desconocidas arena en disposiciones
caprichosas y un cartel oxidado cocacola
-¿Será idea mía, madre? (nadie puede contestar)
el hotel majestuoso enorme ahora se muestra
afantasmado
la fiebre hace ver los corredores vacíos con
puertas alineadas sin falleba
el resplandor del resplandor del brillo del brillo
-Pero no.
jugando a construir un castillo
mar con viento y la arena sal amarga tan a
contraluz como la maledicencia
ella empieza el cuaderno azul intimidada por los
debe y los haberes
encuentra en lo escrito razones para creer que se
es feliz ¿alguien puede asegurarlo? no tanto
ahora que lo abre para que salgan los
moluscos que se le incrustan cuando de noche
el mar se mueve
batido del agua motor oceánico a tres tiempos
que no para de latir
corazón sobreactuado por quien le adjudica
víscera al milagro de la vida pero no
los mecanismos del amor pero no
motor que bombea el agua que alisa las pisadas y
borra heridas del alma te imaginarás que no de
todas ella se extiende y espera ola sin
esperanza
estuvo aquí exactamente
en esta arena otra en este mar otro que va y que
va recuerdo de lejano infierno de playas
idénticas eneros cargados de aceite de coco y
esas lonjitas de la piel
por el temor de dios se bate el agua a punto de
merengue maquinaria incesante nunca jamás
el mismo sol crece dos veces
la cuña del viento se clava y filtra zumbidos
hipnóticos por rendijas y grietas dactilares del
caparazón soleado
pájaro que sangra
ojo que castiga
miles de puñalcitos uno al lado del otro clavados
con total prolijidad
así es el mar guarda la memoria y deja que
uno sea siempre
atravesar macizos hormigonados y luego un
pastizal al ras y no encontrar las cavernas
no no encontrar las cavernas de la infancia
sí ver olas desconocidas arena en disposiciones
caprichosas y un cartel oxidado cocacola
-¿Será idea mía, madre? (nadie puede contestar)
el hotel majestuoso enorme ahora se muestra
afantasmado
la fiebre hace ver los corredores vacíos con
puertas alineadas sin falleba
el resplandor del resplandor del brillo del brillo
-Pero no.
RESTRICCIONES DEL PAISAJE DE CAMPO
todo verde todo verde sucio que a contraluz se
hace azul oscuro casi negro casi gris casi
marrón casi bordó de un auto o esos caños
recortado como una servilleta de confitería de
esas que ponen debajo de las tortas algo brilla
y es un techo no veo nada más en esta cinta
móvil toda igual espacio que transita el micro
hacia otro lugar idéntico pero más allá debí
haber tomado un micro que fuera de un paisaje
mental a otro pero no si eso hubiera sido las
paralelas convergirían hacia el punto de fuga en
el horizonte habría espejismo allí donde la vista
lo borronea todo y en el espejismo un oasis con
palmeras y dátiles y un pozo con brocal eso por
un lado por el otro iría de atenas al colegio de
wimbledon de una mano a otra mano de un
asado crepitante a un pastel de papas de sur a
norte y de norte a sur todo el tiempo todo a un
tiempo un expreso al frío y otro al fondo de la
pileta cerca de la rejilla allí donde eso zumba
zumba la proximidad del ahogo visión de
tablero y hoja en perfecta escuadra un árbol es
como otro un cilindro y un cubo el plano
horizontal fuga fuga fuga al infinito los autos
van todos en una misma dirección como en uno
de esos jueguitos alienados dejemos de lado
su color en el plano horizontal hay clavados
innumerables palitos una diagonal lleva un
camión ahora veo una pantalla de conos que
terminan en aguja gótica y que dan miedo
miedo de que suenen con el viento como el
llamador de ángeles del balcón de enfrente
hace azul oscuro casi negro casi gris casi
marrón casi bordó de un auto o esos caños
recortado como una servilleta de confitería de
esas que ponen debajo de las tortas algo brilla
y es un techo no veo nada más en esta cinta
móvil toda igual espacio que transita el micro
hacia otro lugar idéntico pero más allá debí
haber tomado un micro que fuera de un paisaje
mental a otro pero no si eso hubiera sido las
paralelas convergirían hacia el punto de fuga en
el horizonte habría espejismo allí donde la vista
lo borronea todo y en el espejismo un oasis con
palmeras y dátiles y un pozo con brocal eso por
un lado por el otro iría de atenas al colegio de
wimbledon de una mano a otra mano de un
asado crepitante a un pastel de papas de sur a
norte y de norte a sur todo el tiempo todo a un
tiempo un expreso al frío y otro al fondo de la
pileta cerca de la rejilla allí donde eso zumba
zumba la proximidad del ahogo visión de
tablero y hoja en perfecta escuadra un árbol es
como otro un cilindro y un cubo el plano
horizontal fuga fuga fuga al infinito los autos
van todos en una misma dirección como en uno
de esos jueguitos alienados dejemos de lado
su color en el plano horizontal hay clavados
innumerables palitos una diagonal lleva un
camión ahora veo una pantalla de conos que
terminan en aguja gótica y que dan miedo
miedo de que suenen con el viento como el
llamador de ángeles del balcón de enfrente
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
LOS
ASEDIOS DE LA LLUVIA
Llueve una lluvia de clavos
ateridos,
de paraguas incoloros,
de impetuosas vírgenes
violadas,
de pájaros pesados
que veo caer pesadamente,
llueve una lluvia
triste de tristeza,
llueve cabalgando peces velocísimos,
mordiendo frutales indefensos,
llueve esta lluvia sólida,
insolente,
alejada de una vez y para siempre
en mi soledad
en mi esternón, mi desamparo
ateridos,
de paraguas incoloros,
de impetuosas vírgenes
violadas,
de pájaros pesados
que veo caer pesadamente,
llueve una lluvia
triste de tristeza,
llueve cabalgando peces velocísimos,
mordiendo frutales indefensos,
llueve esta lluvia sólida,
insolente,
alejada de una vez y para siempre
en mi soledad
en mi esternón, mi desamparo
LIMITACIONES
Comprenderán ciertas limitaciones
con que juego,
en última instancia
no soy más que un mediocre
poeta de provincia;
acosado por lentas lecturas
que no he podido digerir muy bien,
ciertos muslos sensuales de muchacha
que me han quitado consecuentemente
el sueño o la vigilia,
algunas que otras frustraciones
que como una culpa arrastro,
vindicaciones que desde hace tiempo espero,
mientras hablo no sin cierto aburrimiento
de mí mismo y mis cositas.
con que juego,
en última instancia
no soy más que un mediocre
poeta de provincia;
acosado por lentas lecturas
que no he podido digerir muy bien,
ciertos muslos sensuales de muchacha
que me han quitado consecuentemente
el sueño o la vigilia,
algunas que otras frustraciones
que como una culpa arrastro,
vindicaciones que desde hace tiempo espero,
mientras hablo no sin cierto aburrimiento
de mí mismo y mis cositas.
LA
POESÍA
Todo incauto supone
que la poesía
es papel en blanco
y una máquina eléctrica.
Todo ingenuo
supone
que la llama hace el fósforo.
La poesía brilla
debajo del barro.
Todo incauto supone
que la poesía
es papel en blanco
y una máquina eléctrica.
Todo ingenuo
supone
que la llama hace el fósforo.
La poesía brilla
debajo del barro.
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4 – COMENTARIO DE LIBRO
LEANDRO CALLE
(Córdoba-Argentina)
“ESPINAS
EN LOS OJOS” DE HUGO FRANCISCO RIVELLA
Estoy
a punto de salir para el trabajo y me llama Hugo Francisco Rivella, sí, el
poeta. Que tengo un libro para vos, me dice. Concretamos unas cuantas
coordenadas de ubicación y al final nos tomamos un café en la misma cuadra de
mi casa. Me deja el libro, charlamos de varias cosas y me acerca hasta mi
trabajo. El libro me quema en las manos, así que hurto un poco de tiempo a lo
que debía hacer y leo su título: “Espinas en los ojos y siete poemas de barro”.
Leí el primer poema y no pude desprenderme hasta el final. Confirmado: uno de los mejores poetas de Córdoba. ¿Pero qué le pasa al “negro” que anda con tanto ojo en la poesía? Su último libro, se llamó “Ojo astillado”, ahora, “Espinas en los ojos”. Pero hermano, qué pasa, ¿Será la presbicia, una úlcera? Obvio que no, lo que está pasando acá es que se trata de la mirada. Y si de algo sabe Rivella es de la mirada, porque él mira con el corazón en una piedra, con todos los caballos andando por la lluvia, mira como el toro que es y que arremete. Rivella puede mirar las raíces de las cosas y eso solamente un poeta puede hacerlo.
Lo cierto es que me dejó el librito y se fue, sin mucha explicación. 37 poemas místicos. Sí, escuchó bien, místicos. El poemario fue finalista del premio Internacional de Poesía Mística Fernando Rielo. Y si hacen falta algunos argumentos de autoridad, es bueno saber que “el negro Rivella”, como le decimos cariñosamente, ha ganado el prestigioso premio Jaime Gil de Biedma en 2010 (España), el Gilberto Owen, 2011 (México) y muchos más. Sin embargo los diarios de Córdoba nunca hablan o hablan poco de Rivella. ¿Pero qué pasa en Córdoba? Un salteño-cordobés es reconocido en España, en México, en Ecuador, en Guatemala y aquí la cosa parece no importar.
Digamos que, en general, la poesía importa poco en los medios, pero convengamos que también, cuando importa, se escuchan los mismos nombres de siempre, ligados o directamente al periodismo, o a cuestiones particulares (nadie se ofenda).
Mencioné entre los países a Ecuador. Sí, porque el libro es de factura ecuatoriana (aunque se puede conseguir en donde solemos conseguir la poesía en Córdoba, usted me entiende en qué librerías... ¿no?) De entrada nomás uno se encuentra con un prólogo de Antonio Preciado, poeta esmeraldeño, poeta de la negritud, que visitó en dos oportunidades el Encuentro de Poetas con la Gente, de Cosquín (con un llamativo silencio de los medios cordobeses). Preciado, aparte de estar considerado como uno de los mejores poetas del Ecuador, fue ministro de Cultura del actual gobierno ecuatoriano y se desempeña como embajador del mismo gobierno en Nicaragua. Dice Preciado: “…leí `Espinas en los ojos´ recibiendo, a lo largo de todo el discurso poético, un impacto conmovedor, gozando la satisfacción del reencuentro con el mismo poeta tantas veces celebrado en mis adentros, y me sentí impelido a escribirle de inmediato un mensaje, diciéndole que el poema me había sacudido, que allí estaba él dando la cara y con sus huellas digitales, sus pisadas, su voz de inconfundible decir, Hugo Francisco Rivella de cuerpo entero, sin hacer concesiones acomodaticias, falseando un misticismo evanescente, etéreo, con deliquios pensados para la condensación de una desvaída mansedumbre frecuente en estos casos, como para acercarse al premio en una fingida postración; que reconocía al admirado poeta, rebelde y revelador, manteniendo esta vez una urdimbre embelesadora entre lo divino y lo terrenal, entre lo intemporal y lo cotidiano”.
Es cierto: Rivella se mete en la piel de un Cristo, en el soliloquio del ungido que colgado de la cruz habla con su padre, pero el padre no responde. La tensión se maneja a lo largo de los 37 poemas y se resuelve en el último poema, es más, se resuelve en el último verso. Pero el Cristo de Rivella es un Cristo poeta, un Cristo que tiene la preocupación de la mirada: “¿Podré mirar por estos ojos?” (Poema XXIX) Es que sí, tenemos espinas en los ojos, y es casi imposible volver a una mirada limpia. El ojo astillado, el ojo con espinas, habla de una mirada ya viciada de principio, como si la torcedura se hubiese instalado en nuestra naturaleza y anduviéramos nostálgicos de una mirada más pura (¿la de la poesía tal vez?) El verso final del poema anterior dice: “Vuelvo a los ojos niños en el que miro a Dios deshaciéndome”.
Rivella, desde el hablar poético, y sin ser un especialista en teología, da en el clavo, su Cristo asume los dolores del mundo y da por tierra la vieja concepción anselmiana de lo que en teología se llama la satisfacción vicaria. Me explico: desde tiempos de Anselmo de Canterbury, una rama de la teología coquetea con la vieja idea griega de aplacar la ira del dios. Entonces la muerte del Cristo vendría a ser el “pago”, el “rescate” de la humanidad ante un dios enojado con los hombres. En este sentido, un moderno teólogo como José Ignacio González Faus indica que Dios, sería, entonces, objeto de la redención y no sujeto. Nada más lejano a la predicación del evangelio de Jesús.
Haber tocado esta fibra teológica de la que dependen varias concepciones éticas y morales de la actualidad es un hallazgo, y es más hallazgo aun cuando no se lo hace desde un territorio teológico sino poético, es decir, que la belleza es quien nos revela (revela en sentido teológico) alguna brizna de luz para sondear el misterio. Poesía y mística son caras de una misma moneda desde tiempos inmemoriales. Algo semejante dice en la contratapa el poeta ecuatoriano Xavier Oquendo Troncoso: “El misticismo es la poesía pura porque es el reflejo, por naturaleza, de lo estéticamente perfecto, lo profundo entroncándose con lo sutil… Aquí está el poder de Hugo Rivella, poeta mayúsculo, enorme voz ferruginosa del altiplano americano, que con este libro quiere tocar las espinosas sedas del vocablo divino”.
Vale la pena este dístico del poema “Barro”, para quedarnos pensando: “Pudo el barro ser eso que apenas diviso/ adentro del corazón de Dios”.
Leí el primer poema y no pude desprenderme hasta el final. Confirmado: uno de los mejores poetas de Córdoba. ¿Pero qué le pasa al “negro” que anda con tanto ojo en la poesía? Su último libro, se llamó “Ojo astillado”, ahora, “Espinas en los ojos”. Pero hermano, qué pasa, ¿Será la presbicia, una úlcera? Obvio que no, lo que está pasando acá es que se trata de la mirada. Y si de algo sabe Rivella es de la mirada, porque él mira con el corazón en una piedra, con todos los caballos andando por la lluvia, mira como el toro que es y que arremete. Rivella puede mirar las raíces de las cosas y eso solamente un poeta puede hacerlo.
Lo cierto es que me dejó el librito y se fue, sin mucha explicación. 37 poemas místicos. Sí, escuchó bien, místicos. El poemario fue finalista del premio Internacional de Poesía Mística Fernando Rielo. Y si hacen falta algunos argumentos de autoridad, es bueno saber que “el negro Rivella”, como le decimos cariñosamente, ha ganado el prestigioso premio Jaime Gil de Biedma en 2010 (España), el Gilberto Owen, 2011 (México) y muchos más. Sin embargo los diarios de Córdoba nunca hablan o hablan poco de Rivella. ¿Pero qué pasa en Córdoba? Un salteño-cordobés es reconocido en España, en México, en Ecuador, en Guatemala y aquí la cosa parece no importar.
Digamos que, en general, la poesía importa poco en los medios, pero convengamos que también, cuando importa, se escuchan los mismos nombres de siempre, ligados o directamente al periodismo, o a cuestiones particulares (nadie se ofenda).
Mencioné entre los países a Ecuador. Sí, porque el libro es de factura ecuatoriana (aunque se puede conseguir en donde solemos conseguir la poesía en Córdoba, usted me entiende en qué librerías... ¿no?) De entrada nomás uno se encuentra con un prólogo de Antonio Preciado, poeta esmeraldeño, poeta de la negritud, que visitó en dos oportunidades el Encuentro de Poetas con la Gente, de Cosquín (con un llamativo silencio de los medios cordobeses). Preciado, aparte de estar considerado como uno de los mejores poetas del Ecuador, fue ministro de Cultura del actual gobierno ecuatoriano y se desempeña como embajador del mismo gobierno en Nicaragua. Dice Preciado: “…leí `Espinas en los ojos´ recibiendo, a lo largo de todo el discurso poético, un impacto conmovedor, gozando la satisfacción del reencuentro con el mismo poeta tantas veces celebrado en mis adentros, y me sentí impelido a escribirle de inmediato un mensaje, diciéndole que el poema me había sacudido, que allí estaba él dando la cara y con sus huellas digitales, sus pisadas, su voz de inconfundible decir, Hugo Francisco Rivella de cuerpo entero, sin hacer concesiones acomodaticias, falseando un misticismo evanescente, etéreo, con deliquios pensados para la condensación de una desvaída mansedumbre frecuente en estos casos, como para acercarse al premio en una fingida postración; que reconocía al admirado poeta, rebelde y revelador, manteniendo esta vez una urdimbre embelesadora entre lo divino y lo terrenal, entre lo intemporal y lo cotidiano”.
Es cierto: Rivella se mete en la piel de un Cristo, en el soliloquio del ungido que colgado de la cruz habla con su padre, pero el padre no responde. La tensión se maneja a lo largo de los 37 poemas y se resuelve en el último poema, es más, se resuelve en el último verso. Pero el Cristo de Rivella es un Cristo poeta, un Cristo que tiene la preocupación de la mirada: “¿Podré mirar por estos ojos?” (Poema XXIX) Es que sí, tenemos espinas en los ojos, y es casi imposible volver a una mirada limpia. El ojo astillado, el ojo con espinas, habla de una mirada ya viciada de principio, como si la torcedura se hubiese instalado en nuestra naturaleza y anduviéramos nostálgicos de una mirada más pura (¿la de la poesía tal vez?) El verso final del poema anterior dice: “Vuelvo a los ojos niños en el que miro a Dios deshaciéndome”.
Rivella, desde el hablar poético, y sin ser un especialista en teología, da en el clavo, su Cristo asume los dolores del mundo y da por tierra la vieja concepción anselmiana de lo que en teología se llama la satisfacción vicaria. Me explico: desde tiempos de Anselmo de Canterbury, una rama de la teología coquetea con la vieja idea griega de aplacar la ira del dios. Entonces la muerte del Cristo vendría a ser el “pago”, el “rescate” de la humanidad ante un dios enojado con los hombres. En este sentido, un moderno teólogo como José Ignacio González Faus indica que Dios, sería, entonces, objeto de la redención y no sujeto. Nada más lejano a la predicación del evangelio de Jesús.
Haber tocado esta fibra teológica de la que dependen varias concepciones éticas y morales de la actualidad es un hallazgo, y es más hallazgo aun cuando no se lo hace desde un territorio teológico sino poético, es decir, que la belleza es quien nos revela (revela en sentido teológico) alguna brizna de luz para sondear el misterio. Poesía y mística son caras de una misma moneda desde tiempos inmemoriales. Algo semejante dice en la contratapa el poeta ecuatoriano Xavier Oquendo Troncoso: “El misticismo es la poesía pura porque es el reflejo, por naturaleza, de lo estéticamente perfecto, lo profundo entroncándose con lo sutil… Aquí está el poder de Hugo Rivella, poeta mayúsculo, enorme voz ferruginosa del altiplano americano, que con este libro quiere tocar las espinosas sedas del vocablo divino”.
Vale la pena este dístico del poema “Barro”, para quedarnos pensando: “Pudo el barro ser eso que apenas diviso/ adentro del corazón de Dios”.
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5 – CUENTO
CARLOS LUIS IBÁÑEZ
TORRES
(Pamplona-Colombia)
EL HERMANO PACHO
Agosto llegó cubierto con un manto de lluvia y
de ventiscas inusual, un desfile de
mañanas grises y de frías tardes parecía revivir el escenario del rapto, que de
la bella Perséfone, hiciera el malvado Hades, así los árboles y las plantas
teñidos del gris invierno parecían morir de tristeza y la presencia de colores era usurpada por una
cortina de oscuridad y de frío.
A las cuatro y treinta concluyeron las exequias del
hermano pacho, los seminaristas en pequeños grupos fueron por la calle
principal dando la sensación de tristeza y de asombro, era increíble que aún
después de dejar a su maestro sepultado en el panteón de la comunidad
religiosa, algunos de ellos guardaran la esperanza de que solo estaban soñando
y que al regresar al claustro lo encontrarían esperando, en la puerta
principal, el ingreso de sus alumnos como lo hizo por más de quince años,
cuando llegó a regir los destinos espirituales y académicos del colegio
seminario.
Los primeros grupos encontraron al hermano
Diofanor, ecónomo y responsable de la cocina, con su inconfundible bigote
hitleriano, sus impecables sotana y cara redonda y colorada, por la que
asomaban dos pequeños puntos azules, haciendo las veces del hermano Francisco Javier de la buena
esperanza Zuloaga Jaramillo. Lo saludaron cabizbajos y se fueron dispersando
por los patios y corredores del seminario hasta que sonó la campana que
indicaba la hora de la cena.
Como un emperador abisinio, el Arzobispo
presidió la cena que abrió con una exclamación muy usada en los ámbitos
sagrados de la época, --“Danos señor buena vida para tener buena muerte”- y
cobijado bajo la sombra del mensaje, se
refirió a la repentina muerte de “-Nuestro querido hermano Francisco Javier de
la buena esperanza”- quien sirviera a Dios y a la Iglesia sin reserva alguna,
sacrificando incluso la vida de riquezas y poder que hubiese podido llevar al
lado de su familia, una de las más poderosas y respetadas del país de la cual
me honro ser amigo y allegado, a la que el hermano renunció sin duda cuando
hizo sus juramentos de pobreza, humildad y castidad para siempre-. El prelado
exhortó a los seminaristas a llevar una vida de humildad y renuncias, de
pobreza y de servicio, de castidad y de oración como única alternativa para
lograr la santidad y el camino señalado por el maestro, y concluyó su
intervención saludando al hermano fallecido como un nuevo huésped de la patria
celestial, por los méritos hechos en
vida. Repartiendo bendiciones y sonrisas abandonó el comedor y partió a su
palacio arzobispal a bordo de su lujoso automóvil conducido por el viejo
“chofer” de la curia…
La noche pasó entre delirios, sueños, recuerdos
y miedos que fueron expuestos en la mañana
por los seminaristas que confesaban haber soñado con el hermano Pacho,
otros aseguraban haber visto pasar por el corredor una silueta muy conocida,
otros recordaban los rostros tranquilos y apacibles de los padres del hermano
Pacho, de sus hermanas y demás
familiares; el hermano Severo, maestro de música y exégesis, dijo que las
personas adineradas y poderosas no lloran en público ni dan muestras de dolor
porque eso los hace débiles y no corresponde a la dignidad que representan, uno
de los seminaristas mayores sugirió que la familia nunca compartió la decisión
del hermano Francisco Javier de pertenecer a la comunidad con tantas y tan
difíciles renuncias. Una de las mujeres de la cocina, quien conocía a la
familia comentó que sus padres habían trabajado para esta familia y que se
decía que su fe católica era puesta en duda pues a los padres del hermano Pacho
no se les veía casi nunca en la iglesia. El hermano provincial Rdo. Abraham
Nácher, pronto fue informando de tales comentarios y prohibió cualquier
conversación y comentarios sobre el tema y llamó a los seminaristas a orar por
el alma del hermano Francisco y tomó su lugar como encargado del Colegio
seminario en tanto la comunidad designara el reemplazo del fallecido.
El tiempo transcurrió en calma las primeras
semanas, pero una noche un seminarista vio salir al hermano Pacho por la
escalera del tercer piso donde tenía su dormitorio y consultorio espiritual, lo
hizo de manera tan real, que de inmediato formó algarabía pero nadie más logró
ver nada, entonces fue sancionado
disciplinariamente y obligado a desmentir tal visión y a aceptar un ataque de nervios repentino. El fin de semana los
seminaristas se reunieron en la casa de retiros espirituales fuera de la
ciudad, en el colegio seminario únicamente quedaron los empleados y el
conductor del arzobispo, que era también jardinero y mensajero de la curia.
Mientras arreglaba el jardín sintió el eco de una puerta que se cerró
produciendo un sonido claro que le levantó la mirada hacia el tercer piso, y de inmediato vio pasar la figura del
hermano Pacho y perderse entre los arcos. No Tuvo valor de nada se sentó unos
minutos y oró por su alma, luego abandonó el colegio y fue a contar lo sucedido
al Arzobispo quien lo reprendió y lo hizo que se confesara y prohibió referir tal
asunto absolutamente. Las noches se volvieron mucho más largas para los
seminaristas que sentían una extraña presencia reforzada por los relatos que
desobedientes habían seguido haciendo el chofer y el seminarista, pero el
asunto estalló de manera definitiva la tarde que un grupo de estudiantes
encontró sobre sus camas notas escritas de puño y letra por el hermano
Francisco en las que pedía orar por su alma, y en algunos casos, libros
abiertos en los que se hablaba del juicio final, también notas con hermosos
recuerdos de la vida estudiantil y algunas fotografías de los equipo deportivos
y sus hazañas y títulos.
Las autoridades fueron informadas de lo sucedido
y se solicitó una exhaustiva investigación, pues la jerarquía eclesiástica no
admitió bajo ninguna circunstancia algún hecho paranormal, y por el contrario
endilgó la situación a malas intenciones de los enemigos de la iglesia; los estudiantes reunidos con
sus padres y familiares relataron los hechos y la comunidad religiosa y en la
comunidad en general, se optó esperar
los resultados de las investigaciones y atribuyó el hecho a posibles impostores
enemigos de la fe y de la educación religiosa y los internados escolares, y
puso en consideración la posibilidad de declarar el cierre temporal del colegio
para evitar cualesquier desenlace trágico. Finalmente se adecuó una nueva sede
para el colegio pero los seminaristas
desistieron de su vocación, entonces el claustro fue cerrado y desocupado en su totalidad.
A comienzos de octubre bajo una luna llena que
pendía de la cuerda azul trazada por el horizonte con los últimos destellos de
luz de la tarde, llegó al pueblo una delegación de arquitectos, promotores
turísticos, cocineros, decoradores y obreros a tomar posesión del edificio del
colegio seminario que había sido adquirido por una de las más poderosas y
respetadas familias del país, para plantar allí un lujoso hotel de turismo y
centro de convenciones, y se argumentó que la curia sería socia del nuevo
negocio, como una forma de no abandonar a su feligresía y seguir haciendo labor
y generando bienestar social.
En el que fuera el cuarto del hermano Pacho,
durante los trabajos de remodelación, bajo el piso de madera, se encontró un
diario escrito en tinta sepia en el que
relataba la tortuosa vida que el religioso hubo de pasar desde el junio
anterior a su desaparición, cuando se enteró involuntariamente al escuchar una
conversación telefónica en el palacio arzobispal, que el seminario había sido
vendido para el propósito comercial a su propia familia. En el diario pedía
perdón por no haber tenido fuerzas y valor para impedir la compra-venta,
admitir que junto a esa, había confirmado también, la noticia de que su
verdadero padre era el señor arzobispo, pero especialmente pedía perdón, por
haber usado el cordón de su hábito para estrangularse.
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6 – NUESTRA POESÍA
OSCAR
AGÚ
(Hersilia-Santa
Fe-Argentina)
ESA
MUJER EN BICICLETA
Esa
mujer en bicicleta bajo la lluvia
la
fría lluvia del incipiente otoño
marcaba
un ritmo lento y fugaz
junto
a las primeras sombras de la noche.
Blandía,
toda ella, un aire de zozobra
una
lentitud del cansancio
una
leve brisa de aún estoy.
Esa
mujer, bajo la lluvia, en esta ciudad
llevaba
todo el peso de la jornada
que
se disolvía entre un pedal y otro
entre
una gota y otra de la lluvia
se
disolvía y se espejaba en el lustroso asfalto,
entre
las luces refractadas y las sombras.
Esa
mujer, bajo la lluvia, persistía
como
loca ilusión en bicicleta
como
aventura haciéndose
como
constancia de la vida.
LUNA
NO CONQUISTADA
El
idiota que burbujea palabras
o
el inventor del invento,
el
que abre sus manos con aves flamígeras
o
el decorador de horizontes no dibujados,
el
que mata por derecho o por matar,
el
suicida
el
bien informado
el
enfermo de sol y arena
el
que simula vuelos que no tiene
el
que al cerrar los ojos no los cierra.
Todo
hombre sin importar rango,
color,
genética, continente, lengua,
océanos
atravesados, guerras hechas y por hacer,
lunas
conquistadas, colonias sometidas,
sueños
devorados, palabras inconclusas,
gestos
alucinados...
Todo
hombre, alto, flaco, bajo, gordo,
atlético,
deforme, sedentario.
Todo
hombre es una señal habitable,
es
un cosmos, es dios en su seno,
es
la terrible soledad de saberlo,
es
la libertad invernando,
es
la duda que mora en la respuesta,
es
la verdad inconclusa,
es
un cielo a dibujar, es una luna no conquistada.
Y
ELLA, MUY ELLA, SONRÍE
La
muerte aúlla afuera. Se trepa a las espaldas
escarba
en el hueco que cada uno tiene
y
se instala.
Uno,
después de andar caminos descubre
que
ella aullaba dentro. Lo otro, lo primero,
es
una estrategia a la que acude para no mostrar su rostro.
Ahora,
habiendo traspapelado memorias
acudo
a ella para consulta y le digo:
celebro
la vida, planto mi manzano,
alumbro
los afectos. Y ella, muy ella
sonríe.
ANGEL
No
hay por qué temerle a la muerte.
Ella
vayviene con nosotros, aprendemos
Juntos
hasta que, sin prisa, nos fundimos.
No
hay por qué temerle a la muerte.
Ella
nos sobrelleva y nace al instante.
Es
un ángel al que le asignamos esa desdicha.
No
hay por qué temerle a la muerte.
Es
una niña oculta que se asusta
de
los hombres que la siembran.
No
hay por qué temerle a la muerte.
Es,
apenas, una danza sutil
enhebrada
en la luz.
No
hay por qué temerle a la muerte.
No
existe sin nosotros.
*************
Los
elementos se disuelven en toda su gamada infinitud. Y convergen. Vocación sin
fin que brinda armonía a la danza. Somos, apenas, una convergencia que se
reintegrará. Una convergencia luminosa.
¿Con
qué vanidad tonta puedo esgrimir posesión?.
He
de morir conciente de que no muero. No pierdan su tiempo, amigos míos en
llorar. Saluden a los prados, a las montañas, a los insectos, a los hombres en
mi nombre, que es el nombre de ellos.
MARTA
ORTIZ
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
PÉTALOS
A
tientas lo atravieso: umbral de olvido al cascarón desierto.
Grumos
escuálidos / arena / en el cuenco de mi mano.
Solfeo
de tablillas desmenuzadas:
bajo
continuo debajo de mis pies
a
ras de agua / a ras de pozo.
Sopla
un viento lunar dobla los pasillos de la noche.
Silencio
de telaraña.
Hilachas,
la cortina de cretona floreada
master
piece de mi madre al pedal de la Singer.
Sin
parpadeos absorto en el recorte irregular
(astillas
de vidrio esmerilado)
resiste
el rumor sepia del paisaje / hasta secarme los ojos.
Nítidas
las
florecitas rehílan blanco /el patio de ladrillos,
su
antigua nevisca de ciruelo en primavera.
Pétalos
de cerezo caen: / ¿es belleza o ilusión? (*)
Cifra
de infancia y juventud,
gotea
/ el árbol
la
breve vía láctea
cubre
el piso de ladrillos.
(*)
El verso pertenece a Saigyo, (Kioto, Japón1118-1190).
NO PORQUE NO PUEDA SALIR DE MI CASA
hundirme
dócil en la vida diaria
al
fin y al cabo es vida conocida.
No
porque más allá del umbral
no
encuentre el mar azul
sino
mareas de herrumbre
o
porque no quiera abandonar mi depósito de libros
este
mundo de objetos entrañables
crecidos
entre mis papeles y yo:
fotografías,
cajitas de hojalata:
esa
de pastillas
Violet
de Flavigny
o
la de té:
Alice’s
adventures in wonderland, según Tenniel
en
las caras laterales;
o
la caja de cartón acanalado donde guardo pétalos
y
hojas de roble y otros árboles
que
enrojecen los otoños.
Por
ninguno de esos motivos
es
que no me ausento de mi casa
ni
siquiera
por
las páginas que leo:
Celan
y Chéjov
poemas
y cuentos:
“Vania”,
por ejemplo.
No
por tan antiguo vasallaje
sostengo
mi domesticidad,
no
salgo por otra razón:
afuera
está oscuro
garúa,
hace frío.
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7 – COMENTARIO DE LIBRO
LIDIA ROCHA.
(Trenque Lauquen-Buenos Aires-Argentina)
“LA MIRADA SONORA” DE
ALFREDO LUNA.
“La mirada sonora” anticipa un “escuchar con los ojos” o un “mirar con los oídos” como suele sugerir el poeta Leopoldo Castilla también una mirada que proyecta sonidos propios sobre las cosas.
"Quien añade conocimiento, añade dolor". Eclesiastés.
El primer acápite –del Eclesiastés- y el primer intertítulo “catecismo de tempestades” nos aproximan al ámbito de lo religioso, más específicamente, del Catolicismo. Y no de cualquier modo. El Eclesiastés es uno de los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento de La Biblia, que ha sido atribuido (pero sin certeza histórica), al rey Salomón. Se considera, sí, que su autor pertenecía a una clase ilustrada de judíos y que estaba en contacto con las corrientes del pensamiento griego helenístico, particularmente con los estoicos, cuya filosofía recomienda una actitud mesurada frente a la vida, de la cual tiene una visión pesimista. El pesimismo es innegable en el acápite (paratexto) del poema, dice: “quien añade conocimiento, añade dolor”. Por lo cual: el que más sabe, es el que más sufre. Conocimiento ligado a sufrimiento abre la puerta a un catecismo, esto es, un conocimiento religioso pero que se aplicará aquí a las “tempestades”, esto es, a los movimientos, de la naturaleza que causan destrucción.
Los poemas acceden desde allí a una atmósfera religiosa en una poesía que, desde la concisión lírica, intenta dialogar con Dios, cuya inexistencia se teme. El poeta presume, no sin rencor, que Dios mismo sea una mentira y, tomando el lugar de Dios, asume lo que más teme: que Dios no lo ame. Decide ser Dios y no amarse. El saber (de la inexistencia de Dios) es sostenido desde el dolor.
Dicen que el ateísmo es una religión invertida, a diferencia del agnosticismo, que prescinde de toda opinión respecto a los sagrado, los ateos, como el marqués de Sade, entablan con Dios una lucha a muerte donde ellos también son dichos. El poeta se acerca a Dios tan intensamente como un creyente fervoroso. Repite las palabras del rito religioso, se dirige al Cordero de Dios (Jesús) pero no para pedirle piedad ni amor sino para expulsarlo de su alma. El atrevimiento del ateo, como el del místico, por enfrentarse a otro sobrehumano, mueve a la compasión, por la disparidad de fuerzas. El ateo es un niño huérfano reclamándole al padre que lo haya abandonado: “sólo reclamé/ un padre para todas estas ausencias”. Su atrevimiento mueve también a sentir lo sagrado como una potencia insoportable. Lo sagrado ligado a lo Terrible.
Las religiones hablan del temor a Dios, como única forma de acceso al saber, por el temor el hombre puede aproximarse a la divinidad, ante la cual es minúsculo. “Delante de Dios, el hombre es nada y menos que nada”, dice San Juan. Por eso Rilke en su elegía agradece al Ángel que no lo destruya. Por eso los Dies irae religiosos anticipan el día de la “ira tremenda”, en el que Dios ordenará el Apocalipsis. El temor es el vínculo con el Poder Absoluto de lo Absolutamente Otro, del que no podemos escapar: “como los árboles/no podemos huir”. Es un miedo que nos habita y nos empuja más allá de los límites del pensamiento racional. El lenguaje poético facilita expresar esos contactos del alma con lo que la excede. Y la travesía para ir a ese lugar no es hacia fuera sino hacia adentro.
En su enfrentamiento con lo sagrado el poeta sólo tiene su voz (tiene fe en el “relámpago”). El ateo invierte los términos: Él es Dios y se juzga. No se ama, no se perdona.
Hay en estos poemas pausas, momentos de placer, donde el poeta percibe otras formas de tocar la divinidad del mundo: miró el universo “con ojos de árbol y nube”, se sintió colmado, embriagado. Pero ese placer es sólo una “demora”, una “tentación”, el Deseo por el Otro lo arrastra a una fe diferente, que le exige ponerse de rodillas, implorar y temer a la Sombra.
“La mirada sonora” anticipa un “escuchar con los ojos” o un “mirar con los oídos” como suele sugerir el poeta Leopoldo Castilla también una mirada que proyecta sonidos propios sobre las cosas.
"Quien añade conocimiento, añade dolor". Eclesiastés.
El primer acápite –del Eclesiastés- y el primer intertítulo “catecismo de tempestades” nos aproximan al ámbito de lo religioso, más específicamente, del Catolicismo. Y no de cualquier modo. El Eclesiastés es uno de los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento de La Biblia, que ha sido atribuido (pero sin certeza histórica), al rey Salomón. Se considera, sí, que su autor pertenecía a una clase ilustrada de judíos y que estaba en contacto con las corrientes del pensamiento griego helenístico, particularmente con los estoicos, cuya filosofía recomienda una actitud mesurada frente a la vida, de la cual tiene una visión pesimista. El pesimismo es innegable en el acápite (paratexto) del poema, dice: “quien añade conocimiento, añade dolor”. Por lo cual: el que más sabe, es el que más sufre. Conocimiento ligado a sufrimiento abre la puerta a un catecismo, esto es, un conocimiento religioso pero que se aplicará aquí a las “tempestades”, esto es, a los movimientos, de la naturaleza que causan destrucción.
Los poemas acceden desde allí a una atmósfera religiosa en una poesía que, desde la concisión lírica, intenta dialogar con Dios, cuya inexistencia se teme. El poeta presume, no sin rencor, que Dios mismo sea una mentira y, tomando el lugar de Dios, asume lo que más teme: que Dios no lo ame. Decide ser Dios y no amarse. El saber (de la inexistencia de Dios) es sostenido desde el dolor.
Dicen que el ateísmo es una religión invertida, a diferencia del agnosticismo, que prescinde de toda opinión respecto a los sagrado, los ateos, como el marqués de Sade, entablan con Dios una lucha a muerte donde ellos también son dichos. El poeta se acerca a Dios tan intensamente como un creyente fervoroso. Repite las palabras del rito religioso, se dirige al Cordero de Dios (Jesús) pero no para pedirle piedad ni amor sino para expulsarlo de su alma. El atrevimiento del ateo, como el del místico, por enfrentarse a otro sobrehumano, mueve a la compasión, por la disparidad de fuerzas. El ateo es un niño huérfano reclamándole al padre que lo haya abandonado: “sólo reclamé/ un padre para todas estas ausencias”. Su atrevimiento mueve también a sentir lo sagrado como una potencia insoportable. Lo sagrado ligado a lo Terrible.
Las religiones hablan del temor a Dios, como única forma de acceso al saber, por el temor el hombre puede aproximarse a la divinidad, ante la cual es minúsculo. “Delante de Dios, el hombre es nada y menos que nada”, dice San Juan. Por eso Rilke en su elegía agradece al Ángel que no lo destruya. Por eso los Dies irae religiosos anticipan el día de la “ira tremenda”, en el que Dios ordenará el Apocalipsis. El temor es el vínculo con el Poder Absoluto de lo Absolutamente Otro, del que no podemos escapar: “como los árboles/no podemos huir”. Es un miedo que nos habita y nos empuja más allá de los límites del pensamiento racional. El lenguaje poético facilita expresar esos contactos del alma con lo que la excede. Y la travesía para ir a ese lugar no es hacia fuera sino hacia adentro.
En su enfrentamiento con lo sagrado el poeta sólo tiene su voz (tiene fe en el “relámpago”). El ateo invierte los términos: Él es Dios y se juzga. No se ama, no se perdona.
Hay en estos poemas pausas, momentos de placer, donde el poeta percibe otras formas de tocar la divinidad del mundo: miró el universo “con ojos de árbol y nube”, se sintió colmado, embriagado. Pero ese placer es sólo una “demora”, una “tentación”, el Deseo por el Otro lo arrastra a una fe diferente, que le exige ponerse de rodillas, implorar y temer a la Sombra.
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8 – CUENTO
EDGAR
BORGES
(Caracas-Venezuela)
EL
ÚLTIMO ANIVERSARIO
La
noche del 11 de septiembre del año 2001, faltaban menos de tres horas para que
Eloisa y yo cumpliéramos lo que debía ser nuestro último aniversario. No
podíamos convivir nuevos años de matrimonio, ya no más tiempos de soledades
compartidas. Ahora la intención de cada uno sería terminar con el otro. Con esa
idea, todas las noches, Eloisa salía de su iluminado dormitorio viendo hacia
todos lados, intentando no tropezar su mirada con la mía; luego entraba a la
cocina, quizá para concretar, a través de la mala comida del día, mi muerte.
Entonces, yo partía rápidamente rumbo a mi habitación, que era la misma de
donde venía ella; revisaba con prisa cada una de las gavetas de su closet,
siempre con las ansias de encontrar aunque fuese una prueba que indicara las
causas de este fracaso. Uno, dos, cien, dos mil minutos y se repetía la
historia. No quedó registro alguno que nos permitiera determinar quién fue el
responsable. Se perdieron las cartas mal escritas, los documentos de
compromisos y las viejas fotografías. En un pasado, entre los dos, primero
fueron los gestos, siguieron las miradas, vinieron las flores, después las
promesas, enseguida llegó el amor, luego, entre ella y yo, reinó la
computadora; más tarde y por siempre, ni siquiera una máquina fue capaz de
revivir nuestras emociones. Fue la ausencia sobre la ausencia, el más allá de
las derrotas del día a día. No, por nada en el mundo podríamos permitir nuevos
aniversarios. Con esa intención, la noche del 11, salí del cuarto, dispuesto a
ponerle final al drama, pero con la angustia de presumir que Eloisa pudiera
encontrar la forma mucho antes que yo. Sus pasos de tacón sin ritmo me
advirtieron que se acercaba; me detuve con la cautela que me indicaba la
conciencia y me escondí detrás de una columna próxima a la cocina y anterior al
baño. Al fondo, en algún punto álgido del apartamento, estaría girando, sin
rumbo, la cama de los mil y un encuentros. Recuerdo que en ese instante me
llamó la atención, como hacía mucho tiempo no me ocurría, el afiche de nuestra
boda que en un pasado remoto sirvió para decorar un punto alto de aquella
pared. Y sin dudarlo, juré, por la intención del momento ahí revelado, que no
esperaría un año más para cerrar el ciclo de nuestros aniversarios. Mi
pensamiento fue sorprendido por Eloisa, cuando ella salía de la cocina llevando
una extraña sonrisa que simulaba la apoteosis de algún deseo. Sin demora,
retrocedí dos pasos. Seguramente, ella pensaba que mujer y hombre nacieron para
odiarse, jamás se han comprendido, sólo han vivido para sostener una mentira
social que habla de la convivencia entre dos sexos diferentes; pero entre mujer
y hombre las diferencias significan odios, nunca entendimientos, como dicen los
orientadores de culpas ajenas. Yo, en cambio, hasta hace poco creía que la
cuestión era educativa, ni hombres ni mujeres fuimos formados para integrarnos
en una relación de ternura, sexo y nobleza. Cultura, sociedad, familia, amigos
y los otros, los eternos otros, que día a día vemos pasar para entender que
siempre hay mejores que la persona que hoy y aquí nos acompaña. Es allí donde
los mejores se asoman en el rostro de nuestra pareja, se disfrazan y nos gritan
desde su sonrisa, desde su rutina, y nos engañan arrancándonos frescas
simpatías. Luego nos ofenden, diciéndonos que no son ellos, que sólo son
antifaces que pretendieron esconder el verdadero rostro de nuestra compañía
actual. No más fiestas, el carnaval terminó, los falsos invitados partieron,
nos han dejado danzando en solitario ante una áspera rutina. Enmascarada fue
que Eloisa tomó asiento en el sofá marrón de la sala; sofá que era marrón
porque en un comienzo ambos nos identificamos con el color de la tierra, éramos
activistas de la Madre Tierra. Pero Eloisa jamás fue madre, creo que ella pensó
que yo no merecía ser padre, cuando en realidad fue su condición de mujer divertida
la que no permitió que detuviéramos el paso para que vinieran las hijas y los
hijos. Unas, otros y todos los herederos que no vinieron, se burlan ahora desde
mi rostro, y se estrellan contra la humanidad de Eloisa. Ella me espera con
calma, sentada en el sofá, me ve de frente, con la misma media sonrisa, sólo
que ahora una o dos lágrimas bajan de sus ojos; pareciera dispuesta a dialogar
o tal vez a enfrentar la situación. Yo voy a su encuentro, con pasos lentos
pero ciertamente esperanzados. ¿Será acaso que está dispuesta a rectificar? -me
pregunto con los ojos abiertos en dirección a los de ella. Un tiempo presente a
punto de perpetuarse, la conjugación de un pasado sólo quedará para contarles
relatos a los nietos que algún día sonreirán dispuestos. Eloisa cruza las
piernas intentando recuperar su gracia perdida; doy tres pasos atrás, uno
adelante, imaginando que retornará el viejo galán. Los hechos indican que nos
entenderemos una vez más. De pronto, Eloisa se levanta y, con la mirada hacia
el suelo, camina velozmente, sin ritmo y sin paciencia, de nuevo rumbo a la
cocina. Yo la sigo, debo seguirla, debo enfrentarla a ver si se trata de una
debilidad temporal o de la declaración mortal de esta guerra matrimonialmente
suicida. Eloisa entra a la cocina, apaga la luz, me detengo. Gracias a la
claridad que viene de adentro, la sombra de ella se refleja en una pared: he
ahí su cuerpo sin forma ni fondo, sin alma ni rostro, como luce, sin
iluminación. Y en la mano derecha lleva un revolver. Yo lo presentía, Eloisa se
hace perseguir para darme el disparo fatal. Yo retrocedo, no puedo morir, ahora
menos que he descubierto que sus movimientos de entradas y salidas, a veces
disfrazados de lágrimas y otras de sonrisas, simplemente fueron el todo de una
gran trampa final. Lo mejor será salir del apartamento y recorrer la plaza
buscando alguna idea que me permita volver ante ella, con la muerte en una mano
o en algún pensamiento, esa será la suerte definitiva que me permita terminar
con su existencia, horas antes de que el reloj anuncie la entrada de ese
terrible aniversario que está por llegar. Con esa intención iba caminando en
dirección a la puerta, cuando de pronto un disparo detuvo mis pasos y la
conjugación de todos mis tiempos. Entonces corrí desesperado hacia el interior
de la vivienda, cargando con mi derrota, sin distinguir el pasado de todo lo
que estuviera por detonar. Y ahí, en la entrada de la cocina, en el suelo, en
medio de la oscuridad, estaba Eloisa; un charco de sangre le bajaba de la sien
y le cubría todas las lágrimas, todas las sonrisas.
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9 – POESÍA ARGENTINA
ROGELIO RAMOS SIGNES
(San Juan-Argentina)
CUANDO LA VIDA NO SEA VIDA
No soy rápido con las preguntas,
tampoco con las respuestas.
Soy rápido para hacer silencio,
para quedarme callado antes que los demás,
para hacer uso de mi derecho
a permanecer con la boca cerrada,
con las cuerdas vocales en reposo.
Soy rápido para no decir lo que otros dicen,
para callar en medio de la barahúnda.
Sólo sé decir “permiso” y “por favor” y “gracias”.
Eso me permite hacerme entender sin esfuerzo
en casi todo el mundo.
Eso me permite ignorar otras lenguas
por dominar la mía hasta el silencio.
Así voy preparándome sin apuro
para cuando la vida no sea vida,
y el ruido y todo este cacareo ya no tengan sentido.
No soy rápido con las preguntas,
tampoco con las respuestas.
Soy rápido para hacer silencio,
para quedarme callado antes que los demás,
para hacer uso de mi derecho
a permanecer con la boca cerrada,
con las cuerdas vocales en reposo.
Soy rápido para no decir lo que otros dicen,
para callar en medio de la barahúnda.
Sólo sé decir “permiso” y “por favor” y “gracias”.
Eso me permite hacerme entender sin esfuerzo
en casi todo el mundo.
Eso me permite ignorar otras lenguas
por dominar la mía hasta el silencio.
Así voy preparándome sin apuro
para cuando la vida no sea vida,
y el ruido y todo este cacareo ya no tengan sentido.
LA
MIRADA CÓMPLICE
Párate
frente al espejo
sin
miedo, sin ropa, sin complejos.
Acomoda
el orden vanidoso de tu pelo
con
algún ademán copiado de tu padre.
Como
si fueses tu hermano,
ensaya
un gesto de vigor.
Aspira
profundo. Mira de soslayo.
Perfúmate
las axilas y no sufras.
Es
tu madre quien te mira desde el espejo.
Todo
está en orden.
DE
FUTUROS JARDINES
“Tú eres la rosa que fue a nacer entre cardos,
como revancha.”
Joan Manuel Serrat
Llegabas
en silencio
a la fiesta de los otros
con
tu vestidito de supermercado
mucho
más linda que todas
aunque tan pobre,
humilde
como un animalito
abandonado en un jardín ajeno
diciendo
“Permiso” sin abrir la boca,
diciendo
“Disculpe”.
Nada
había para disculparte.
Los
ojos de esos hombres
que
miraban siluetas a la moda
no
te veían.
Estabas allí, princesa, y no te veían.
Se
arrepentirán con los años.
ANAMARÍA MAYOL
(Victorica-La Pampa-Argentina)
HACE SIGLOS QUE LLUEVE
esta lluvia en grises
descarga sobre los árboles
descarga sobre los árboles
trae tus ojos pozos
que soñaban con ella
y aquellas que llovieron
que soñaban con ella
y aquellas que llovieron
hace siglos que llueve
líquidas palabras precipitan
desde aquel tiempo
líquidas palabras precipitan
desde aquel tiempo
que aprendió a nombrarnos
ahondó recuerdos
anegó ternuras
ahondó recuerdos
anegó ternuras
hace siglos que llueve
hoy diluvia
hoy diluvia
INFANCIA
Tuve una infancia
plena de leyendas
plena de leyendas
en las siestas
seguía el rastro de las hormigas
para encontrar la magia
seguía el rastro de las hormigas
para encontrar la magia
hubo túneles de escape
laberintos
laberintos
pociones de colores para volar la tarde
cuando el viento huracanado
arrancaba eucaliptus
y el abuelo cerraba las ventanas
con trancas
cuando el viento huracanado
arrancaba eucaliptus
y el abuelo cerraba las ventanas
con trancas
Hubo escondites
lilas- casas de muñecas
lilas- casas de muñecas
ratones en la cómoda
que alimentábamos con queso
que alimentábamos con queso
se llevaban los dientes
a cambio de monedas
a cambio de monedas
hubo arenas sequías
carencias suplidas por sueños
carencias suplidas por sueños
pan horneado en la cocina a leña
manteca batida
manteca batida
Tuve una infancia de bosque
caldenes mutaban azules
en los otoños
espinas piedras piquillínes
en los otoños
espinas piedras piquillínes
una infancia viajera
hubo caminos
huellas polvaredas
huellas polvaredas
fósiles de la laguna Amarga
choclos cortados en los maizales
girasoles que miraban al sol
un río robado
choclos cortados en los maizales
girasoles que miraban al sol
un río robado
Tuve una infancia
plena de leyendas
plena de leyendas
hubo cardos libros prohibidos
duendes árboles
vientos arenas olivillos
duendes árboles
vientos arenas olivillos
largos atardeceres incendiaban el cielo
hubo lluvias
lloviendo voces poesía
cantores que cantaban a la tierra
amigos
lloviendo voces poesía
cantores que cantaban a la tierra
amigos
tuve una infancia
habitada por seres
que me asomaron al fuego
que me asomaron al fuego
SOÑABA EL VUELO
Yo enterré todas las muñecas
en el jardín
para que viajaran a la China
en el jardín
para que viajaran a la China
les perdí el rastro
pensaba que los túneles
abrirían caminos hacia otros sitios
abrirían caminos hacia otros sitios
y soñaba el vuelo de los pájaros
en el trapecio
colgado entre los árboles
en el trapecio
colgado entre los árboles
nunca pensé en desterrarlas
pero ellas no regresaron
vino la noche oscura
vino la noche oscura
enterramos los libros
que amábamos
para que se salvaran del saqueo
que amábamos
para que se salvaran del saqueo
les perdimos el rastro
(la huella sigue profunda en las entrañas)
(la huella sigue profunda en las entrañas)
ya no encuentro túneles
senderos de escape hacia otros sitios
ni tengo ese trapecio colgado
entre los árboles
senderos de escape hacia otros sitios
ni tengo ese trapecio colgado
entre los árboles
pero sueño otros vuelos
ADJETIVANDO
Nada más perfecto
en esta inédita noche
que esta luna llena
colgada en la ventana
como una marioneta
nada más logrado
que el policromo paisaje
en las laderas
marcando la precisión del tiempo
más rotundo
que la intensión de tus labios
cuando recorren mi piel
que se torna infinita
en los sentidos
más inmensurable
que las tristezas
colgando de las manos
de los huesos
No hay nada más insondable
que la oquedad
que llueve por los gestos
más hermético
que esta máscara con su mueca
clavada en mi rostro
y este silencio
con sus adioses cadáveres
deambulando el hastío
Nada más perfecto
en esta inédita noche
que esta luna llena
colgada en la ventana
como una marioneta
nada más logrado
que el policromo paisaje
en las laderas
marcando la precisión del tiempo
más rotundo
que la intensión de tus labios
cuando recorren mi piel
que se torna infinita
en los sentidos
más inmensurable
que las tristezas
colgando de las manos
de los huesos
No hay nada más insondable
que la oquedad
que llueve por los gestos
más hermético
que esta máscara con su mueca
clavada en mi rostro
y este silencio
con sus adioses cadáveres
deambulando el hastío
“GALLITO CIEGO” DE HERNÁN SCHILLAGI
“Gallito ciego” me parece una metáfora perfecta
sobre el hecho de escribir.
Cuando uno “decide” ser poeta, debe pasar por un
portal, el umbral de una casa en la que, como única condición para ser poeta,
le ponen a uno una venda en los ojos. “A jugar”, te dicen y allí te dejan.
La gran mayoría, intuyo, tiende a quedarse
estático, maldiciendo esa “imposibilidad” de no poder ver. Así no juego,
murmuran. Sin embargo, los poetas aceptan la condición de ciegos –y la de
gallitos- y empiezan a jugar. Porque lo malo no es ser ciego, lo peor es no
atreverse a caminar. Ya que de eso se trata escribir: de buscar a tientas, sin
saber qué se busca ni cómo hallarlo; sin más horizonte que la extensión de los
brazos, con la vaga promesa de que uno o cien o mil pasos más allá estará
“aquello” -el más alejado de los demostrativos-, eso que desconocemos pero
intuimos.
Y así se van formando los poetas, según el modo
en el que deciden jugar, tantos como distintos gallitos ciegos hay. Hay quienes
casi no caminan, esperando una revelación que difícilmente el estatismo
atraiga. También están los que dan pequeñísimos pasos, del mismo modo como hay
aquellos que corren desaforados, buscando el golpe que los redima. Otros
caminan buscando una pared para apoyarse o los que al encontrar aquello
retroceden tres pasos para volver a caminar y encontrarse con lo mismo. Obviamente,
también están los que hacen trampa y tratan de pispear por debajo de la venda,
pero de esos no es necesario hablar. Peor aún los poetas gallina, que picotean
hasta con el suelo barrido.
Hernán Schillagi es un gallito ciego hecho y
derecho. Hace de su venda –de su búsqueda- una aventura que no deja camino por
recorrer. Es un poeta que no se detiene ante un descubrimiento para gritar
“miren, miren lo que encontré”, como algunos gallitos con alma de gallos. H. S.
es ciego, como todos los poetas, pero es más gallito que cualquiera. Y siempre
buscando.
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11 – CUENTO
JAMES
JOYCE
(Dublín-Irlanda)
LA
CASA DE HUÉSPEDES
Mrs
Mooney era hija de un carnicero. Era mujer que sabía guardarse las cosas: una
mujer determinada. Se había casado con el dependiente de su padre y los dos
abrieron una carnicería cerca de Spring Gardens. Pero tan pronto como su
suegro murió Mr Mooney empezó a descomponerse. Bebía, saqueaba la caja
contadora, incurrió en deudas. No bastaba con obligarlo a hacer promesas: era
seguro que días después volvería a las andadas. Por pelear con su mujer ante
los clientes y comprar carne mala arruinó el negocio. Una noche le cayó atrás a
su mujer con el matavacas y ésta tuvo que dormir en la casa de un vecino.
Después de aquello se separaron. Ella se fue a ver al cura y consiguió una separación con custodia. No le daba a él ni dinero, ni cuarto, ni comida; así que se vio obligado a enrolarse de alguacil ayudante. Era un borracho menudo, andrajoso y encorvado, con cara ceniza y bigote cano y cejas dibujadas en blanco sobre unos ojitos pelados y venosos; y todo el santo día estaba sentado en la oficina del alguacil, esperando a que le asignaran un trabajo. Mrs Mooney, que cogió lo que quedaba del negocio de carnes para poner una casa de huéspedes en Hardwicke Street, era una mujerona imponente. Su casa tenía una población flotante compuesta de turistas de Liverpool y de la isla de Man y, ocasionalmente, artistas del music-hall. Su población residente estaba compuesta por empleados del comercio. Gobernaba su casa con astucia y firmeza, sabía cuándo dar crédito y cuándo ser severa y cuándo dejar pasar las cosas. Los residentes jóvenes todos hablaban de ella como La Matrona.
Los clientes jóvenes de Mrs Mooney pagaban quince chelines a la semana por cuarto y comida (cerveza o stout en las comidas excluidos). Compartían gustos y ocupaciones comunes y por esta razón se llevaban muy bien. Discutían entre sí las oportunidades de conocidos y ajenos. Jack Mooney, el hijo de la Matrona, empleado de un comisionista de Fleet Street, tenía reputación de ser un caso. Era dado a usar un lenguaje de barraca: a menudo regresaba a altas horas. Cuando se topaba con sus amigos siempre tenía uno muy bueno que contar y siempre estaba al tanto -es decir, que sabía el nombre de un caballo seguro o de una artista dudosa. También sabía manejar los puños y cantaba canciones cómicas. Los domingos por la noche siempre había reuniones en el recibidor delantero en casa de Mrs Mooney. Los artistas de music-hall cooperaban; y Sheridan tocaba valses, polcas y acompañaba. Polly Mooney, la hija de la Matrona, también cantaba. Así cantaba:
Después de aquello se separaron. Ella se fue a ver al cura y consiguió una separación con custodia. No le daba a él ni dinero, ni cuarto, ni comida; así que se vio obligado a enrolarse de alguacil ayudante. Era un borracho menudo, andrajoso y encorvado, con cara ceniza y bigote cano y cejas dibujadas en blanco sobre unos ojitos pelados y venosos; y todo el santo día estaba sentado en la oficina del alguacil, esperando a que le asignaran un trabajo. Mrs Mooney, que cogió lo que quedaba del negocio de carnes para poner una casa de huéspedes en Hardwicke Street, era una mujerona imponente. Su casa tenía una población flotante compuesta de turistas de Liverpool y de la isla de Man y, ocasionalmente, artistas del music-hall. Su población residente estaba compuesta por empleados del comercio. Gobernaba su casa con astucia y firmeza, sabía cuándo dar crédito y cuándo ser severa y cuándo dejar pasar las cosas. Los residentes jóvenes todos hablaban de ella como La Matrona.
Los clientes jóvenes de Mrs Mooney pagaban quince chelines a la semana por cuarto y comida (cerveza o stout en las comidas excluidos). Compartían gustos y ocupaciones comunes y por esta razón se llevaban muy bien. Discutían entre sí las oportunidades de conocidos y ajenos. Jack Mooney, el hijo de la Matrona, empleado de un comisionista de Fleet Street, tenía reputación de ser un caso. Era dado a usar un lenguaje de barraca: a menudo regresaba a altas horas. Cuando se topaba con sus amigos siempre tenía uno muy bueno que contar y siempre estaba al tanto -es decir, que sabía el nombre de un caballo seguro o de una artista dudosa. También sabía manejar los puños y cantaba canciones cómicas. Los domingos por la noche siempre había reuniones en el recibidor delantero en casa de Mrs Mooney. Los artistas de music-hall cooperaban; y Sheridan tocaba valses, polcas y acompañaba. Polly Mooney, la hija de la Matrona, también cantaba. Así cantaba:
Yo
soy pu …ra y santa.
Y tú no te enfades:
Lo que soy, ya sabes.
Y tú no te enfades:
Lo que soy, ya sabes.
Polly
era una agraciada joven de diecinueve años; tenía el cabello claro y sedoso y
una boquita llenita. Sus ojos, grises con una pinta verdosa de través, tenían
la costumbre de mirar a lo alto cuando hablaba, lo que le daba un aire de
diminuta madona perversa. Al principio, Mrs Mooney había colocado a su hija de
mecanógrafa en las oficinas de un importador de granos, pero como el
desprestigiado alguacil auxiliar solía venir un día sí y un día no, pidiendo
que le dejaran ver a su hija, la había traído de nuevo para la casa y puesto a
hacer labores domésticas. Como Polly era muy despierta, la intención era que se
ocupara de los clientes jóvenes. Además, que a los jóvenes siempre les gusta
saber que hay una muchacha por los alrededores. Polly, es claro, sateaba con
los jóvenes, pero Mrs Mooney, que juzgaba astuta, sabía que los hombres no
querían más que pasar el rato: ninguno tenía intenciones formales. Las cosas
se mantuvieron así un tiempo y ya Mrs Mooney había empezado a pensar en mandar
a Polly a trabajar otra vez de mecanógrafa, cuando se dio cuenta de que había
algo entre Polly y uno de los inquilinos. Vigiló bien a la pareja y se guardó
sus consejos.
Polly sabía que la vigilaban, pero todavía el persistente silencio de su madre no daba lugar a malentendidos. No había habido complicidad abierta entre la madre y la hija, ningún
entendimiento claro, y aunque la gente en la casa comenzaba a hablar del asunto, Mrs Mooney no intervenía aún. Polly comenzó a comportarse de una manera extraña y era evidente que el joven en cuestión estaba perturbado. Por fin, cuando juzgó llegado el momento oportuno, Mrs Mooney intervino. Ella lidiaba con los problemas morales como lidia el cuchillo con la carne: y en este caso ya se había decidido.
Era una clara mañana de domingo al comienzo de un verano que se prometía caluroso, pero. soplaba el fresco. Todas las ventanas de la casa de huéspedes estaban subidas y las cortinas de encaje formaban globos airosos sobre la calle bajo las vidrieras alzadas. Las campanas de la iglesia de San Jorge repicaban constantemente y las feligresas, solas o en grupos, atravesaban la diminuta rotonda frente al templo, revelando su propósito tanto por el porte contrito como por el breviario en sus enguantadas manos. Había terminado el desayuno en la casa de huéspedes y la mesa del comedor diurno estaba llena de platos en los que se veían manchas amarillas de huevo con gordos y pellejos de bacon. Mrs Mooney se sentó en el sillón de mimbre a vigilar cómo Mary, la criada, recogía las cosas del desayuno. Obligaba a Mary a reunir las costras y los mendrugos de pan para ayudar al pudín del martes. Cuando la mesa estuvo limpia, las migas reunidas y el azúcar y la mantequilla bajo doble llave, comenzó a reconstruir la entrevista que tuvo la noche anterior con Polly. Las cosas ocurrieron tal y como sospechaba: había sido franca en sus preguntas y Polly había sido franca en sus respuestas. Las dos se habían sentido algo cortadas, es claro. Ella se hallaba en una situación difícil porque no quiso recibir la noticia de manera muy desdeñosa o que pareciera que lo había tramado todo y Polly se sintió embarazada no sólo porque para ella alusiones como éstas eran siempre embarazosas, sino también porque no quería que pensaran que en su inocencia astuta ella había adivinado las intenciones de la tolerancia materna.
Mrs Mooney echó una ojeada instintiva al pequeño reloj dorado sobre la chimenea tan pronto como se hizo consciente a través de su recordatorio de que las campanas de la iglesia
de San Jorge habían dejado de tocar. Eran las once y diecisiete: tenía tiempo de sobra para arreglar el problema con Mr Doran y después alcanzar la breve de doce en Marlborough Street. Estaba segura de que saldría triunfante. Para empezar, tenía todo el peso de la opinión de su parte: era una madre ultrajada. Le había permitido a él vivir bajo su mismo techo, dando por sentada su hombría de bien, y él había abusado así como así de su hospitalidad. Tenía treinta y cuatro o treinta y cinco años de edad, de manera que no se podía poner su juventud como excusa; tampoco su ignorancia podía ser una excusa, ya que se trataba de un hombre que había corrido mundo. Simplemente se había aprovechado de la juventud y de la inexperiencia de Polly: ello era evidente. El asunto era: ¿Cuáles serían las reparaciones a hacer?
En tales casos había que reparar el honor, primero. Estaba muy bien para el hombre: se podía salir con la suya como si no hubiera pasado nada, después de disfrutar y de darse gusto, pero la mujer tenía que cargar con el bulto. Algunas madres se sentirían satisfechas de zurcir un parche con dinero: conocía casos así. Pero ella no haría nunca semejante cosa. Para ella una sola reparación podía compensar la pérdida del honor de su hija: el matrimonio.
Contó sus cartas antes de mandar a Mary a que subiera al cuarto de Mr Doran a decirle que desearía hablarle. Estaba segura de ganar. Era un joven serio, nada mujeriego o parrandero como los otros. Si se tratara de Sheridan o de Mr Meade o de Bantam Lyons, su tarea sería más difícil. Pensaba que él no podría encarar el escándalo. Los demás huéspedes de la casa conocían aquellas relaciones; algunos habían inventado detalles. Además de que él llevaba trece años empleado en la oficina de un gran importador de vinos, católico él, y la publicidad le costaría tal vez perder su puesto. Mientras que si se transaba, todo marcharía bien. Para empezar sabía que él tenía una buena busca y sospechaba que había puesto algo aparte.
¡Las y media casi! Se levantó y se pasó revista en el espejo entero. La decidida expresión de su carota florida la satisfizo y pensó en cuántas madres conocía que no sabían cómo librarse de sus hijas.
Mr Doran estaba de veras muy nervioso este domingo por la mañana. Había intentado afeitarse dos veces, pero sus manos temblaban tanto que se vio obligado a desistir. Una barba rojiza de tres días le enmarcaba la quijada y cada dos o tres minutos el vaho empañaba sus espejuelos tanto que se los tenía que quitar y limpiarlos con un pañuelo. El recuerdo de su confesión la noche anterior le causaba una pena penetrante; el padre le había sacado los detalles más ridículos del desliz y, al final, había agrandado de tal manera su pecado que casi estaba agradecido de que le permitieran la vía de escape de una reparación. El daño ya estaba hecho. ¿Qué podía hacer ahora excepto casarse o darse a la fuga? No podía ampararse en el descaro. Se hablaría del caso y de seguro se iba a enterar su patrón. Dublín es una ciudad tan pequeña: todo el mundo sabe lo de todo el mundo. Sintió que su agitado corazón se le ponía de un salto en la boca, al oír en su imaginación exaltada al viejo Mr Leonard llamándolo alterado con su voz de lija: A Mr Doran que haga el favor de venir acá.
¡Todos sus años de servicio perdidos por nada! ¡Toda su industriosidad y su diligencia malbaratadas! De joven había corrido mundo, claro: se había jactado de ser un libre-pensador y negado la existencia de Dios frente a sus amigos del pub. Pero eso era el pasado y el pasado estaba enterrado… no del todo. Todavía compraba su ejemplar del Reynolds Newspaper todas las semanas, pero cumplía con sus obligaciones religiosas y las cuatro quintas partes del año vivía una vida ordenada. Tenía dinero suficiente para establecerse por su cuenta: no era eso. Pero su familia la tendría a ella a menos. Antes que nada estaba el desprestigio del padre de ella y luego que la casa de huéspedes de la madre empezaba a tener su fama. Se le ocurrió que lo habían atrapado. Podía imaginarse a sus amigos comentando el asunto a carcajadas. En realidad, ella era un poco vulgar; a veces decía o séase y me han escribido. Pero, ¿qué importancia tenía la gramática si la quería de veras? No podía decidir si debía amarla o despreciarla por lo que hizo. Claro que él también tomó su parte. Su instinto lo compelía a mantenerse libre, a no casarse. Se decía, el que se casa, se desgracia.
Estando sentado inerme en un lado de la cama en mangas de camisa, tocó ella suavemente a la puerta y entró. Se lo contó todo; cómo se lo había confesado todo a su madre y que su madre iba a hablar con él esa misma mañana. Lloraba y le echó los brazos al cuello, diciendo:
-¡Oh, Bob! ¡Bob! ¿Qué voy a hacer? ¿Qué será de mí ahora?
Le juró que se mataría.
El la animó débilmente, diciéndole que no llorara, que no tuviera miedo, que todo se iba a arreglar. Sintió sus pechos agitados a través de la camisa.
No fue toda su culpa si pasó lo que pasó. Recordaba bien, con esa curiosa memoria paciente del célibe, las primeras caricias casuales que su vestido, su aliento, sus dedos le hicieron. Luego, una noche ya tarde cuando se desvestía para acostarse ella llamó a la puerta, toda tímida. Quería encender su vela con la de él, ya que la suya se la había apagado una ráfaga. Le tocaba el baño a ella esa noche. Llevaba un amplio peinador de franela estampada, abierto. Sus blancos tobillos relucían por la abertura de las zapatillas felpudas y su sangre vibraba tibia bajo la piel perfumada. Mientras encendía la vela, de sus manos y brazos se levantaba una tenue fragancia.
En las noches en que regresaba muy tarde ella era quien le calentaba la comida. Apenas se daba cuenta de lo que comía con ella junto a él, solos los dos, de noche, en la casa dormida. ¡Y qué considerada! Por la noche, ya fuera fría, húmeda o tormentosa, era seguro que ella le tenía preparado su vasito de ponche. Tal vez pudieran ser felices los dos…
Solían subir a los altos en puntillas juntos, cada uno con su vela, y en el tercer descanso se decían buenas noches a regañadientes. A veces se besaban. Recordaba muy bien sus ojos, la caricia de su mano y el delirio…
Pero el delirio pasa. Repitió su frase en un eco, para aplicársela a sí mismo: ¿Qué será de mí ahora? Ese instinto del célibe le avisó que se contuviera. Pero el mal estaba hecho: hasta su sentido del honor le decía que ese mal exigía una reparación.
Estando sentado con ella en un lado de la cama vino Mary a la puerta a decirle que la señora deseaba verlo en la sala. Se levantó para ponerse el chaleco y el saco, más desvalido que nunca. Cuando se hubo vestido se acercó a ella para consolarla. Todo iba a ir bien; no temas. La dejó llorando en la cama, gimiendo por lo bajo: ¡Ay, Dios mío!
Bajando la escalera sus espejuelos se empañaron tanto con su vaho, que tuvo que quitárselos y limpiarlos. Hubiera deseado subir hasta el techo y volar a otro país, donde nunca oyera hablar de nuevo de sus líos, y, sin embargo, una fuerza lo empujaba hacia abajo escalón a escalón. Las implacables caras de su patrón y de la Matrona observaban su desconcierto. En el último tramo se cruzó con Jack Mooney, que subía de la despensa cargando dos botellas de Bass. Se saludaron con frialdad; y los ojos del tenorio descansaron por un instante o dos en una grosera cara de perro bulldog y en dos brazos cortos y fornidos. Cuando llegó al pie de la escalera miró hacia arriba para ver a Jack vigilándole desde la puerta del cuarto de desahogo.
De pronto se acordó de la noche en que uno de los artistas del music-hall, un londinense rubio y bajo, hizo una alusión atrevida a Polly. La reunión por poco acaba mal por la violencia de Jack. Todo el mundo trató de calmarlo. El artista de music-hall, más pálido que de costumbre, sonreía y repetía que no hubo mala intención; pero Jack siguió gritándole que si alguien se atrevía a jugar esa clase de juego con su hermana él le iba a hacer tragar los dientes: de seguro.
Polly sabía que la vigilaban, pero todavía el persistente silencio de su madre no daba lugar a malentendidos. No había habido complicidad abierta entre la madre y la hija, ningún
entendimiento claro, y aunque la gente en la casa comenzaba a hablar del asunto, Mrs Mooney no intervenía aún. Polly comenzó a comportarse de una manera extraña y era evidente que el joven en cuestión estaba perturbado. Por fin, cuando juzgó llegado el momento oportuno, Mrs Mooney intervino. Ella lidiaba con los problemas morales como lidia el cuchillo con la carne: y en este caso ya se había decidido.
Era una clara mañana de domingo al comienzo de un verano que se prometía caluroso, pero. soplaba el fresco. Todas las ventanas de la casa de huéspedes estaban subidas y las cortinas de encaje formaban globos airosos sobre la calle bajo las vidrieras alzadas. Las campanas de la iglesia de San Jorge repicaban constantemente y las feligresas, solas o en grupos, atravesaban la diminuta rotonda frente al templo, revelando su propósito tanto por el porte contrito como por el breviario en sus enguantadas manos. Había terminado el desayuno en la casa de huéspedes y la mesa del comedor diurno estaba llena de platos en los que se veían manchas amarillas de huevo con gordos y pellejos de bacon. Mrs Mooney se sentó en el sillón de mimbre a vigilar cómo Mary, la criada, recogía las cosas del desayuno. Obligaba a Mary a reunir las costras y los mendrugos de pan para ayudar al pudín del martes. Cuando la mesa estuvo limpia, las migas reunidas y el azúcar y la mantequilla bajo doble llave, comenzó a reconstruir la entrevista que tuvo la noche anterior con Polly. Las cosas ocurrieron tal y como sospechaba: había sido franca en sus preguntas y Polly había sido franca en sus respuestas. Las dos se habían sentido algo cortadas, es claro. Ella se hallaba en una situación difícil porque no quiso recibir la noticia de manera muy desdeñosa o que pareciera que lo había tramado todo y Polly se sintió embarazada no sólo porque para ella alusiones como éstas eran siempre embarazosas, sino también porque no quería que pensaran que en su inocencia astuta ella había adivinado las intenciones de la tolerancia materna.
Mrs Mooney echó una ojeada instintiva al pequeño reloj dorado sobre la chimenea tan pronto como se hizo consciente a través de su recordatorio de que las campanas de la iglesia
de San Jorge habían dejado de tocar. Eran las once y diecisiete: tenía tiempo de sobra para arreglar el problema con Mr Doran y después alcanzar la breve de doce en Marlborough Street. Estaba segura de que saldría triunfante. Para empezar, tenía todo el peso de la opinión de su parte: era una madre ultrajada. Le había permitido a él vivir bajo su mismo techo, dando por sentada su hombría de bien, y él había abusado así como así de su hospitalidad. Tenía treinta y cuatro o treinta y cinco años de edad, de manera que no se podía poner su juventud como excusa; tampoco su ignorancia podía ser una excusa, ya que se trataba de un hombre que había corrido mundo. Simplemente se había aprovechado de la juventud y de la inexperiencia de Polly: ello era evidente. El asunto era: ¿Cuáles serían las reparaciones a hacer?
En tales casos había que reparar el honor, primero. Estaba muy bien para el hombre: se podía salir con la suya como si no hubiera pasado nada, después de disfrutar y de darse gusto, pero la mujer tenía que cargar con el bulto. Algunas madres se sentirían satisfechas de zurcir un parche con dinero: conocía casos así. Pero ella no haría nunca semejante cosa. Para ella una sola reparación podía compensar la pérdida del honor de su hija: el matrimonio.
Contó sus cartas antes de mandar a Mary a que subiera al cuarto de Mr Doran a decirle que desearía hablarle. Estaba segura de ganar. Era un joven serio, nada mujeriego o parrandero como los otros. Si se tratara de Sheridan o de Mr Meade o de Bantam Lyons, su tarea sería más difícil. Pensaba que él no podría encarar el escándalo. Los demás huéspedes de la casa conocían aquellas relaciones; algunos habían inventado detalles. Además de que él llevaba trece años empleado en la oficina de un gran importador de vinos, católico él, y la publicidad le costaría tal vez perder su puesto. Mientras que si se transaba, todo marcharía bien. Para empezar sabía que él tenía una buena busca y sospechaba que había puesto algo aparte.
¡Las y media casi! Se levantó y se pasó revista en el espejo entero. La decidida expresión de su carota florida la satisfizo y pensó en cuántas madres conocía que no sabían cómo librarse de sus hijas.
Mr Doran estaba de veras muy nervioso este domingo por la mañana. Había intentado afeitarse dos veces, pero sus manos temblaban tanto que se vio obligado a desistir. Una barba rojiza de tres días le enmarcaba la quijada y cada dos o tres minutos el vaho empañaba sus espejuelos tanto que se los tenía que quitar y limpiarlos con un pañuelo. El recuerdo de su confesión la noche anterior le causaba una pena penetrante; el padre le había sacado los detalles más ridículos del desliz y, al final, había agrandado de tal manera su pecado que casi estaba agradecido de que le permitieran la vía de escape de una reparación. El daño ya estaba hecho. ¿Qué podía hacer ahora excepto casarse o darse a la fuga? No podía ampararse en el descaro. Se hablaría del caso y de seguro se iba a enterar su patrón. Dublín es una ciudad tan pequeña: todo el mundo sabe lo de todo el mundo. Sintió que su agitado corazón se le ponía de un salto en la boca, al oír en su imaginación exaltada al viejo Mr Leonard llamándolo alterado con su voz de lija: A Mr Doran que haga el favor de venir acá.
¡Todos sus años de servicio perdidos por nada! ¡Toda su industriosidad y su diligencia malbaratadas! De joven había corrido mundo, claro: se había jactado de ser un libre-pensador y negado la existencia de Dios frente a sus amigos del pub. Pero eso era el pasado y el pasado estaba enterrado… no del todo. Todavía compraba su ejemplar del Reynolds Newspaper todas las semanas, pero cumplía con sus obligaciones religiosas y las cuatro quintas partes del año vivía una vida ordenada. Tenía dinero suficiente para establecerse por su cuenta: no era eso. Pero su familia la tendría a ella a menos. Antes que nada estaba el desprestigio del padre de ella y luego que la casa de huéspedes de la madre empezaba a tener su fama. Se le ocurrió que lo habían atrapado. Podía imaginarse a sus amigos comentando el asunto a carcajadas. En realidad, ella era un poco vulgar; a veces decía o séase y me han escribido. Pero, ¿qué importancia tenía la gramática si la quería de veras? No podía decidir si debía amarla o despreciarla por lo que hizo. Claro que él también tomó su parte. Su instinto lo compelía a mantenerse libre, a no casarse. Se decía, el que se casa, se desgracia.
Estando sentado inerme en un lado de la cama en mangas de camisa, tocó ella suavemente a la puerta y entró. Se lo contó todo; cómo se lo había confesado todo a su madre y que su madre iba a hablar con él esa misma mañana. Lloraba y le echó los brazos al cuello, diciendo:
-¡Oh, Bob! ¡Bob! ¿Qué voy a hacer? ¿Qué será de mí ahora?
Le juró que se mataría.
El la animó débilmente, diciéndole que no llorara, que no tuviera miedo, que todo se iba a arreglar. Sintió sus pechos agitados a través de la camisa.
No fue toda su culpa si pasó lo que pasó. Recordaba bien, con esa curiosa memoria paciente del célibe, las primeras caricias casuales que su vestido, su aliento, sus dedos le hicieron. Luego, una noche ya tarde cuando se desvestía para acostarse ella llamó a la puerta, toda tímida. Quería encender su vela con la de él, ya que la suya se la había apagado una ráfaga. Le tocaba el baño a ella esa noche. Llevaba un amplio peinador de franela estampada, abierto. Sus blancos tobillos relucían por la abertura de las zapatillas felpudas y su sangre vibraba tibia bajo la piel perfumada. Mientras encendía la vela, de sus manos y brazos se levantaba una tenue fragancia.
En las noches en que regresaba muy tarde ella era quien le calentaba la comida. Apenas se daba cuenta de lo que comía con ella junto a él, solos los dos, de noche, en la casa dormida. ¡Y qué considerada! Por la noche, ya fuera fría, húmeda o tormentosa, era seguro que ella le tenía preparado su vasito de ponche. Tal vez pudieran ser felices los dos…
Solían subir a los altos en puntillas juntos, cada uno con su vela, y en el tercer descanso se decían buenas noches a regañadientes. A veces se besaban. Recordaba muy bien sus ojos, la caricia de su mano y el delirio…
Pero el delirio pasa. Repitió su frase en un eco, para aplicársela a sí mismo: ¿Qué será de mí ahora? Ese instinto del célibe le avisó que se contuviera. Pero el mal estaba hecho: hasta su sentido del honor le decía que ese mal exigía una reparación.
Estando sentado con ella en un lado de la cama vino Mary a la puerta a decirle que la señora deseaba verlo en la sala. Se levantó para ponerse el chaleco y el saco, más desvalido que nunca. Cuando se hubo vestido se acercó a ella para consolarla. Todo iba a ir bien; no temas. La dejó llorando en la cama, gimiendo por lo bajo: ¡Ay, Dios mío!
Bajando la escalera sus espejuelos se empañaron tanto con su vaho, que tuvo que quitárselos y limpiarlos. Hubiera deseado subir hasta el techo y volar a otro país, donde nunca oyera hablar de nuevo de sus líos, y, sin embargo, una fuerza lo empujaba hacia abajo escalón a escalón. Las implacables caras de su patrón y de la Matrona observaban su desconcierto. En el último tramo se cruzó con Jack Mooney, que subía de la despensa cargando dos botellas de Bass. Se saludaron con frialdad; y los ojos del tenorio descansaron por un instante o dos en una grosera cara de perro bulldog y en dos brazos cortos y fornidos. Cuando llegó al pie de la escalera miró hacia arriba para ver a Jack vigilándole desde la puerta del cuarto de desahogo.
De pronto se acordó de la noche en que uno de los artistas del music-hall, un londinense rubio y bajo, hizo una alusión atrevida a Polly. La reunión por poco acaba mal por la violencia de Jack. Todo el mundo trató de calmarlo. El artista de music-hall, más pálido que de costumbre, sonreía y repetía que no hubo mala intención; pero Jack siguió gritándole que si alguien se atrevía a jugar esa clase de juego con su hermana él le iba a hacer tragar los dientes: de seguro.
Polly
permaneció un rato sentada en un lado de la cama, llorando. Luego, se secó los
ojos y se acercó al espejo. Mojó la punta de una toalla en la jarra y se
refrescó los ojos con agua fría. Se miró de perfil y se ajustó un gancho del
pelo encima de la oreja. Luego, volvió a la cama y se sentó para los pies. Miró
las almohadas un rato y esa visión despertó en ella amorosas memorias secretas.
Descansó la nuca en el frío hierro del barandal y se quedó arrobada. No había
ninguna perturbación visible en su cara en ese instante.
Esperó paciente, casi alegre, sin alarma, sus memorias gradualmente dando lugar a esperanzas, a una visión del futuro. Esa visión y esas esperanzas eran tan intrincadas que ya no vio la almohada blanca en que tenía fija la vista ni recordó que esperaba algo.
Finalmente, oyó que su madre la llamaba. Se levantó de un salto y corrió hasta la escalera.
-¡Polly! ¡Polly!
Esperó paciente, casi alegre, sin alarma, sus memorias gradualmente dando lugar a esperanzas, a una visión del futuro. Esa visión y esas esperanzas eran tan intrincadas que ya no vio la almohada blanca en que tenía fija la vista ni recordó que esperaba algo.
Finalmente, oyó que su madre la llamaba. Se levantó de un salto y corrió hasta la escalera.
-¡Polly! ¡Polly!
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12 – POESÍA ARGENTINA
ALEJANDRA DÍAZ.
(Tucumán-Argentina)
ISABELLE (le papillon )
como
tantos nombres de quienes buscan incansables
en la
noche crisálidas que devienen mariposas
así el
beso nombrando
esa
secreta palabra que encierra
amar el
alma hasta los huesos
levísimo
aleteo-parpadeo
que
besará mi boca / tu boca
el papel la
invisible tinta
ese
gemido capullito
que
deviene en alas
-y vivirá
tres días
y vivirá
tres noches-
para
perderse luego
sin decir
su nombre
sin decir
nada /
EL SOL
todo sucede
entre los dedos del sol
escurridiza la
vida se cuela
somos eso
un juego
de los dioses
un abrir
y cerrar de existencias
saboreando los
frutos del paraíso perdido
es decir
hambrientos
desmembrados
supervivientes
desmemoriados
intentando hacer como
si nada
sinembargo los
tics delatores acudirán
a desnudarnos
la
raíz / el alma
hasta los huesos
y a cada
exterminio sobrevendrá la historia
esa
imposibilidad de callar que tiene la
vida
a contrapelo
a contrapoder
se pueda
somos eso
el sol
nos delata
en su esplendor
lejos las
terrazas milenarias
cerca la
impaciencia de los invasores
los que
cambiaron
vida / razón /
gloria
por espejitos
de colores
los hijos
de la chingada
que cerramos los
ojos
sin conocernos /
ni saber
de dónde
venimos
hacia dónde vamos
DESAPEGO
es del
viento que uno aprende el desapego
ese manto
de olvido que se intenta
colocar sobre
las cosas perdidas
como el amor
/
esa distancia
como la
noche en que dejamos
las casas
de infancia /
los aromas
del abasto
las especias
el color de las frutas
verduras y
flores de estación /
los que
apuran un plato ligero
emboscados
en el
deseo de no pensar en nada
pueden tenerse
a mano
los mejores
libros la músiica
amigos desde
una pantalla
una perlícula
vieja de Subiela
aún desapegados
falta tanto tanto
- tengo una
soledad tan concurriida -
;">
dice Benedeti
y nos mira
era uno
acaso el que trataba
de llegar
al cielo en la rayuela?
eras vos ?
era yo ?
es del
viento que uno aprende el desapego
ese manto
que intenta de olvido
colocar sobre
las cosas perdidas/
de este
tanto desapego
uno queda
a veces sin nada
sin amor
sin casas
pero con
ganas tremendas
de tentar
otra vez
ese ritual
de rayuela.
HERNÁN
SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)
HOMBRE EN LA CIMA
la lluvia se detuvo como para hacer efectiva
una sentencia inequívoca y popular
entonces el hombre de la casa sube al techo
las goteras han desafiado su guarida
filtrado el barro de su seguridad
para dibujar a pulso mapas en el cielorraso
un territorio húmedo y ondulante
sobre la inexplorada cabeza familiar
a mayor altura menor infraestructura
y cada paso del hombre arriba cruje abajo
marca grietas al silencio de la siesta
pero impermeable avanza ante el sol
así tapa huecos como se borran los recuerdos
como se cubre un cadáver en la ruta sin arte
ni sangre que lo identifique porque este hombre
sobre el pecho siente toda la presión atmosférica
de estar siempre por encima de todos los problemas
ESLABÓN DE LUJO
la lluvia se detuvo como para hacer efectiva
una sentencia inequívoca y popular
entonces el hombre de la casa sube al techo
las goteras han desafiado su guarida
filtrado el barro de su seguridad
para dibujar a pulso mapas en el cielorraso
un territorio húmedo y ondulante
sobre la inexplorada cabeza familiar
a mayor altura menor infraestructura
y cada paso del hombre arriba cruje abajo
marca grietas al silencio de la siesta
pero impermeable avanza ante el sol
así tapa huecos como se borran los recuerdos
como se cubre un cadáver en la ruta sin arte
ni sangre que lo identifique porque este hombre
sobre el pecho siente toda la presión atmosférica
de estar siempre por encima de todos los problemas
ESLABÓN DE LUJO
un niño ayuda a su padre a tender la ropa
juntos hacen una cadena efímera de manos y
palabras
el niño pregunta y el padre cuelga las dudas
las aprisiona con los broches para que no se
vuelen
para que sea más fácil luego plancharlas
pero el niño se queda solo en el patio eleva la
cara
contra el sol así las gotas de las respuestas
golpean una a una en su cabeza esa piedra llena
de poros
olvido y caricias húmedas de cien por ciento
algodón
como si una fina lluvia en mangas de camisa
viniera a revelarle un deseo que ya conocía
y la piedra bajo un efecto de erosión inusitada
se abre para siempre.
LA MEDIANOCHE DE LOS GALLOS
porque un padre tiene siempre
la última palabra picotea el teclado
en una riña contra las letras y la noche
como si fuera un gallo que indaga
la tierra en busca del sustento diario
así deja muescas sobre el planeta táctil
de los hijos un sistema braille
que ciega la memoria y perfora
punto por punto el mapa de la lengua
materna porque un padre siempre
improvisa la última palabra
para recibir mientras todos duermen
el primero de los silencios que vendrán.
porque un padre tiene siempre
la última palabra picotea el teclado
en una riña contra las letras y la noche
como si fuera un gallo que indaga
la tierra en busca del sustento diario
así deja muescas sobre el planeta táctil
de los hijos un sistema braille
que ciega la memoria y perfora
punto por punto el mapa de la lengua
materna porque un padre siempre
improvisa la última palabra
para recibir mientras todos duermen
el primero de los silencios que vendrán.
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13 – ENSAYO
JAVIER
MARÍAS
(
Madrid-España)
LAS
LECCIONES DE LA IMAGINACIÓN
Ya
pasó Sant Jordi, el Día del Libro, y de aquí a un mes empezará la Feria
madrileña del mismo objeto, con las perspectivas más lúgubres en muchísimos
años. No es sólo que las librerías estén ahogadas por la crisis y por la
piratería en aumento. No es sólo que los editores busquen desesperadamente
algún título que arrastre a las masas a comprarlo, y que a la mayoría ya les dé
igual que se trate de una obra digna o de la enésima porquería más o menos
sadomasoquista, cateta y machista con origen en Internet, donde habrá cosechado
legiones de “seguidores” rudimentarios y descerebrados, de los que se limitan a
pedir “más”: más “sexo fuerte”, más violencia, más torturas gratuitas, poco a
poco –oh qué moderno– se vuelve a uno de los textos más soporíferos de la
historia de la literatura:Las 120 jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade,
escrito en 1785, reiterativo catálogo de atrocidades que acaba por arrancar
bostezos hasta a los más voluntariosos depravados. No es sólo que los autores
anden preocupados y deprimidos, al ver cómo sus nuevas novelas se venden
infinitamente menos que las anteriores (eso los que alguna vez han tenido un
número apreciable de lectores) o nacen ya muertas, destinadas a ser devueltas a
la distribuidora a las pocas semanas de aterrizar en los escaparates. La última
vez que me pasé por una librería y eché un vistazo a las novedades, vi no pocas
que superaban las seiscientas páginas y a las que, por su aspecto, o por la
descripción leída en las reseñas que las ensalzaban, o por la mera conjunción
de nombre, título, grosor y precio, uno no podía augurar más que una rápida
caída en el vacío. “Ojalá me equivoque”, pensé con escasa fe. “Ojalá cada una
de ellas sea un gran éxito; y sean leídas y discutidas por muchos y
recomendadas por los únicos que hoy gozan de verdadera influencia, los lectores
desconocidos”.
El
íntimo convencimiento de que no será así en casi todos los casos me produjo
melancolía. Precisamente porque también me dedico a escribirlos, sé cuánta
tarea y esfuerzo hay detrás de cada libro, los largos meses o años empleados en
sacarlo adelante; aunque sea malo, o esté hecho de cualquier manera, sólo
llenar esa cantidad de páginas requiere un monumental trabajo. No soy de los
que creen que fue mejor toda época pasada. Al contrario: estoy seguro de que
nunca se han leído (ni comprado) tantos libros como en nuestros tiempos; de que
siempre ha habido obras que han caído en el vacío; de que los grandes éxitos
jamás habían alcanzado ventas tan superlativas como ahora. Sin embargo sí creo
que la magnitud de la indiferencia nunca había sido tan mayúscula como la que
aguarda a los libros condenados a ella desde el principio. Y la mayoría de
éstos son –ay– los que se ha dado en llamar absurdamente “libros literarios”,
es decir, los que tienen ambición y voluntad de estilo, los que no se ciñen a
contar una historia más o menos interesante y santas pascuas. Los que tal vez
–tal vez– hacen que la gente piense o se fije en el funcionamiento del mundo,
los que en el espacio de unas cuantas horas –las que tardamos en leerlos– nos
brindan entendimiento y conocimientos que quizá no adquiriríamos por nuestra
cuenta ni en el transcurso de una vida completa.
Tengo
la sensación de que nos vamos adentrando en una de esas épocas en las que se
tiende a juzgar superfluo cuanto no trae provecho inmediato y tangible. Una
época de elementalidad, en la que toda complejidad, toda indagación y toda
agudeza del espíritu les parecen, a los políticos, de sobra o aun que estorban.
Y como los políticos, incomprensiblemente, poseen mucho más peso del que
debieran, detrás suele seguirlos la sociedad casi entera. Son tiempos en los
que todo lo artístico y especulativo se considera prescindible, y no son raras
las frases del tipo: “Miren, no estamos para refinamientos”, o “Hay cosas más
importantes que el teatro, el cine y la música, que acostumbran a necesitar
subvenciones”, o “Déjense de los recovecos del alma, que los cuerpos pasan
hambre”. Quienes dicen estas cosas olvidan que la literatura y las artes
ofrecen también, entre otras riquezas, lecciones para sobrellevar las
adversidades, para no perder de vista a los semejantes, para saber cómo
relacionarse con ellos en periodos de dificultades, a veces para vencer éstas.
Que, cuanto más refinado y complejo el espíritu, cuanto más experimentado (y
nada nos surte de experiencias, concentradas y bien explicadas, como las
ficciones), de más recursos dispone para afrontar las desgracias y también las
penurias. Que no es desdeñable verse reflejado y acompañado –verse
“interpretado”– por quienes nos precedieron, aunque sean seres imaginarios,
nacidos de las mentes más preclaras y expresivas que por el mundo han pasado.
Casi todos los avatares posibles de una existencia están contenidos en las
novelas; casi todos los sentimientos en las poesías; casi todos los pensamientos
en la filosofía. Nuestros primitivistas políticos tachan de inútiles estos
saberes, y hasta los destierran de la enseñanza. Y sin embargo constituyen el
mejor aprendizaje de la vida, lo que nos permite “reconocer” a cada instante lo
que nos está sucediendo y aquello por lo que atravesamos. Aunque sea no tener
qué llevar a casa para alimentar a los hijos. También esa desesperación se
entiende mejor si unos versos o un relato nos la han dado ya a conocer, y nos
han preparado para ella. Sí, no se desprecie: sólo imaginativamente. O nada
menos.
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14 – CUENTO
ALBERTO BEZOGA
(Lima-Perú)
EGUMENT. ATENEO Y LUCA.
23 de Abril de 1978.
Dos amigos
conversan en la plaza Aflotoktonía. Una plaza de Corinto, en
Corintia. Peloponeso, Grecia.
---De repente, un día, dejé de caer --- Añadió
Ateneo.
---Iríamos casi la mayoría --- dijo Egument.
---¿A ver, donde he caído? --- preguntó Ateneo.
---Es lo único que podríamos hacer, o --- no
respondió Egument. Pensaba en "Iríamos casi la mayoría"
---Apurarlos, no creo --- replicó Ateneo.
---En pintar, un cuadro, en mi familia --- Egument
miraba el tilo.
---¿Que has pensado? --- En la plaza Ateneo como
otras veces esa misma tarde bosquejaba en un bloc.
---En que deberías regresar, quemar todo lo hay en
mi cuarto --- Displicente Egument escupió hacia la fuente.
---Es tan frío el suelo que uno empieza a pisar ---
Dijo Ateneo, quien dejó sus sandalias debajo de la sombra de la luna del tilo.
Es el
momento que Egument y Ateneo han elegido para que Luca se suicide. La noche del
Día de San Jorge en las escaleras de la plaza Aflotoktonía, pero todo es tan
oscuro en las escaleras. Tan ásperas las escaleras. Luca se ha caído, le duele
tanto. Llora, ha recordado como lloraba de niño, se ha roto un brazo.
24 de Abril de 1978.
A la mañana siguiente tumbado a la bartola en la
hamaca.Luca fuma un cigarrillo en la terraza del piso 15 del Hotel Du Bunt.
Observa las mecedoras junto al telégrafo cubierto por un tapete. Observa las
margaritas, sus hojas festoneadas, sus corolas blancas. No hay pájaros en la
ventana. Luca termina de una bocanada de fumar el cigarrillo, y se sienta
frente a la maquinilla a continuar escribiendo su novela:
"Maldiciendo sus dicotomías Grand Fil se
cambia de camisa, se dirige al baño enjuagándose la boca,describiendo el ruido
de su estómago; (y si la depredación de ese manual efímero se debe a que el
cansancio divulga la excusa, Jhon Hind Terril tendrá que asumir su rol cuando
llegue al café y se encuentre con Don Caloyero) la premonición,(vendrán por mi
Vinia, estoy seguro que vendrán por mi) es entonces, el fin, el inicio, el
inicio, el fin, la relevancia; ese sonido, son ellos, ese golpe que escuchamos
que se ejecuta sobre la mesa, (Vinia, dime Vinia, tendrás que esperarme en el
sótano yo los sorprenderé en el dormitorio y usaré mi revolver)sobre el
frigorífico, esos pasos, en la madrugada, cuando no podemos dormir. Maldiciendo
las ramas de los árboles en la tarde cuando consigue la leña, dicotomía en cada
rama.Maldiciendo el interrogatorio en Gereinds, Grand Fil se acomoda la
corbata, se acomoda las agujetas, se acerca Vinia le dice que en Brooklyn todo
está bien. Sigue enjuagándose la boca, Grand Fil arroja la cocacola en el cubo
de la basura, Vinia le da un beso, insiste en que no se preocupe por el
documento,por ese que en su estómago se revuelve con los ciempiés,lo coge de la
mano. Grand Fil y Vinia logran sentarse cerca de un café dos horas después de
salir del Casino..."
Han exigido hospedarse en el Hotel Du Bunt desde
hace cuatro años, Egument, Ateneo y Luca. Encuentran maquinillas en los cuartos
de baño, Adler-Royal, Smith-Corona, Olivetti, encuentran carpetas en sus
escritorios cuando preparan la cinta entintada, muchísimas hojas amarillas, un
Director de un Periódico espera la historia, mejor aún, tiene la historia por
un contrato, irá en páginas centrales. Trabajan en la historia los tres que
trata el caso de Viablebout Dert.
---Apesta a plomo --- Carraspeó Ateneo. En el piso
10.
---¡El preámbulo! --- Gritó Egument impaciente en
la cocina.
En el piso 10. Se encuentran en la misma pieza, en
la pieza de Ateneo. Menos Lucas encerrado en el piso 15.
Ateneo conferencia frente al espejo, sus muecas en
el rostro, el empleo de las manos. Enciende la lámpara y empieza a recitar un
poema, apaga las luces del baño --se encuentra en el cuarto del baño desde la
mañana-- y con la lámpara mientras menciona el nombre de un puerto de oriente
coge una litografía y alumbra el dibujo del grabado.
27 de Abril 1987.
De pronto, empezó a garuar. Luca fuma en la azotea
del hotel Du Bunt, recostado en un canapé. Intrigado emplea frases persuadiendo
su creatividad, ha escrito 525 páginas de su novela, le falta 25 páginas para
terminar su obra y viajaría a Creta a encontrarse con Dida, a quién no ve desde
hace alguna temporada.
De una esquina salió un individuo, camina
encorvado; desplazándose a pasos cortos, perdiéndose entre la luz tenue del
único farol de todo el bulevar. Individuo sombrío y solitario, camina
cogitabundo, con las manos dentro de los bolsillos de su abrigo. Antes de
cruzar la calle, saca de uno de sus bolsillos del abrigo un minúsculo conjunto
de llaves y desapareció en la sombra de un jirón, el jirón Whuitehl.
Egument en la plaza apoyado al tilo lo señala.
---¿Porque crees que él haya sido? --- Susurró
Ateneo.
---Es un presagio --- Dijo Egument.
---Lo he visto andar a esta misma hora varias
veces. En media hora pasará de nuevo, dirigiéndose en dirección contraria ---
Dijo Ateneo.
---Fíjate en el betún de sus zapatos --- Replicó
Egument.
---Brilla ---Dijo Ateneo.
"Madrugada de Insomnio Número 48
En cuestión de la estación Número 11, existe una
creencia en la comedia.
Grand Fil en un cuarto de un edificio de la Avenida
Greend Tuire oye el ensayo del canto del gallo, el canto del gallo; quién de
repente no sabe que hace en su jaula, picotea, o quizá recuerda que ha estado
tendido en el serrín, sobre ese concilio (Grand Fil oye el canto del gallo, lo
imagina rodeado del resto de los gallos que callan) vertiéndose a lo que ve, a
lo que canta, y aparecerá eso que lo mueve, que lo cambia, cuando sale el
sol."
Luca encendió otro cigarrillo, continuó
escribiendo:
"O si nadie pudiera dormir, a detenerse el
ciclo de la naturaleza, producir sería un deseo atolondrado, que no culmina su
fuerza, y queda así, pendiente, como una extraña sensación que jugaría a
generar nostalgia, vértigo, falta de fe; como le sucede a nuestro querido Grand
Fil que ha amanecido insomne pensando en que va a decir ante Don Caloyero, en
Sicilia, dentro de unos días.
Todo salió bien en el café, Jhon Hind Terril y su
portafolio, y sus explicaciones, parsimonia cuando explica a Don Caloyero lo
sucedido en brooklyn, maldito. Vinia, tenías razón, preciosa Vinia,..."
Luca se detuvo de escribir, salió del hotel Du
Bunt, corrió con dos botellas de leche, el laberinto de patios de las casas que
se ubica en la parte de atrás del hotel Du Bunt, se dice Luca a si mismo, dio
de alimentar a unos gatos y perros recién nacidos, se sentó en el porche de una
casa indagando con una mujer negra, --quien le preguntó qué hacía -- quienes
habían dejado a estos animales.
Estuvo buen rato y salió en dirección a su hotel a
seguir escribiendo:
"en el subterráneo, gran cantidad de gente,
parecen atados para no separarse, caminando y guiándose, ¿si se les cubre lo
que no podrán soportar?, no convencionales gestionando un embarco, y en la
ventanilla de los boletos se separan. De lo que cayó sobre ellos, no especifica
características Grand Fil a un individuo que le pregunta la hora. Grandes filas
de gente, extensas filas, gente atenuada, aglomeradas, (haciendo una cola desde
temprano, señorita- fundamenta un anciano a una mujer joven-) y el encargo de
Tony aun inconcluso, (¡Tony!, lo recuerda, ¡recuerda a Tony!, a Tony del Bronx,
sus deudas, como prueba legítima de que Jhon Hind Terril es la escoria de la
ciudad de Chicago, debe decirselo a Don Caloyero antes de que Jhon Hind Terril
parsimonia explique algo, apenas llegue a Sicilia, Jhon Hind Terril estarás
enterrado en un desierto, yo Grand Fil estaré bien en Broklyn, y Vinia, Vinia.)
el parpadeo de un ojo, aparece Tony como un parpadeo de ojo, maldición; el
aroma a tierra, y la gente, avanzan lento, torpes.
A un costado de esa multitud, sobresale una
esfinge; faceta de verla sorbiendo de un envase. A manera de interludio o
propensa intuición se determina una inclinación por otra, nuestra noción que
nos define, a volcarse con demás ideas, objetos infiltrados, Mirar la ventana
con la esfinge y viajar. Grand Fil a encendido un cigarrillo, maldice de nuevo
sus dicotomías, aquella tarde en que cortaba las ramas de los arboles y recibió
la llamada de Boby Star informandole de acaecimientos sugerentes --en
Brooklyn-- que importarían a Don Caloyero. Maldice la estación número 11,
maldice tener que presentarse ante Don Caloyero, y esta mujer, que es una
esfinge,¿o que es?, Grand Fil termina desdichado de fumar su
cigarrillo,..."
29 de Abril de 1987. Jueves.
---Luca! --- Gritó Ateneo dando saltos observando
el suelo, deteniéndose en solo pisar las líneas de las baldosas.
---Debe estar ocupado escribiendo su novela ---
Egument se había pasado toda la mañana bebiendo vino -– cortándose con un
bisturí, piernas, brazos- y leyendo obras de Rabelais.
---Luca! ---Volvió a gritar Ateneo.
En el piso 15 del Hotel, desde una ventana, se
asomó Luca.
Arrojó un vaso que contenía cognac hacia donde se
encontraban Egument y Ateneo. Luca conoce que Egument y Ateneo lo buscan porque
esperan que se suicide.
---Res non verba --- Dijo Luca-
---¡No oímos nada! --- Grito Egument. Egument y
Ateneo habían pasado toda la madrugada en una campiña al oeste. Al regresar se
ubicaron en la plaza y dejaron las cosas que habían traído consigo cerca al
tilo.
Una vez en la plaza Ateneo y Luca se sentaron en un
banco cerca al Templete Blutuonet. Cual ocaso de la tarde observaba de pie
Egument quién respiraba el airecillo de la tarde.
.---En las Vegas jugaremos Bacarrá, veintiuno ---
Ateneo contenía en sus manos píldoras. Ateneo explicó novedades que el Director
del Periódico mencionó –- viajaríamos a las Vegas cuando entreguemos la
historia --- cuando se los encontró en el living del Hotel Du Bunt ayer en la
noche.
Egument se acercó a Luca. Se alejó de Luca, observó
el tilo a distancia, sonreía.
---Terminaré la novela el viernes. Ahora digan ---
Dijo Luca
---Las escaleras a oscuras Luca --- Murmuró Ateneo
-
---Pero esta vez usaremos sebo --- Añadió Egument-
Al anochecer Luca terminó de escribir su novela, y
quiso aventarse de la ventana, desde el piso 15 del Hotel Du Bunt.
Sudaba frio Luca, sudaba degenerado; degenerado
cogió el teléfono y habló con Dida.
---¿Porque no llamaste antes? --- Dijo Dida.
---Dida, ¿Qué hora es allá? ---
---3 de la mañana ---
---¿Nos veremos en Creta? ---
Luca encendió un cigarrillo.
---Sí cariño, nos veremos --- Dijo Dida.
---Te llamo el viernes --- Luca colgó el teléfono.
PÁGINA
15 – POESÍA ARGENTINA
HUGO
FRANCISCO RIVELLA
(Rosario
de la Frontera-Salta-Argentina)
ESTE LIBRO ES UN LABERINTO
Este libro es un hombre con las llagas al
viento,
una flor en la fiebre del caballo y sus belfos,
el miedo arrodillado del cobarde y sus trampas,
la voz en la pendiente del que va cuesta abajo.
Este libro es un laberinto con salida a la
noche,
el pabellón del frío en donde el reo sepulta sus
ojos
y le chillan los dientes con un ruido a monedas.
Puede arder en silencio, chisporrotear su
hondura,
puede pasar sereno como un viejo,
como un río serpentear por la selva
y arrojarse a los brazos del mar con sus
relámpagos.
Este libro es un niño con mariposas celestes en
la lengua,
los pasos del suicida en busca de una espada,
la mujer destellando,
los secretos del ángel en la piel de sus manos.
Este libro es el tiempo husmeándome los huesos.
LA PALABRA VA SIENDO
La palabra va siendo lo que el hombre. No
la refugian olvidos si antes no quebraron su
memoria
o la ahogaron en el mar con una piedra al
cuello.
¿A quién le hundo el cuchillo o le mido la sien
y la penumbra?
La persiguieron hasta la raspadura del día. Las
mujeres
la ocultan en la selva,
en los pueblos que el ojo resucita.
Puta palabra.
Hembra sagrada.
Cuando ya nada quede en equilibrio y sea la
muerte un reino en lo aparente,
la Palabra vendrá sola y sublime,
caminará el abismo,
parirá cuatro soles
para que el hombre resucite desde la eternidad
un dios de barro.
LA POESÍA
La Poesía
¿Qué será la Poesía?
¿Será esta rajadura del cráneo y la garganta
cuando la atora el hueso del desaparecido? ¿Será el agua inocente del niño y
sus juguetes que le cuidan el sueño cuando duerme?
¿Será esta piel tatuada por tu boca?
¿El faro en la bahía con la tormenta encima?
¿Será el fuego que rueda mansamente en el río?
¿Será el cuerpo indeciso de Lorca y tantos
otros?
¿Será el reino dormido de Dios entre chacales?
¿Será el brazo que estalla su lámpara en el
miedo?
La Poesía
¿Qué será la Poesía?
¿Será el verso que busca la palabra más pulcra o
el hombre acribillado en un país lejano? ¿Será el rinoceronte que deambula en
la noche buscando en el follaje la sombra de una rosa?
¿Será el grito del hambre que pone tieso el
aire?
¿Será el rastro del tiempo en las viejas
aldeanas?
¿Las arrugas del alma de un niño abandonado?
¿Será la luz desierta del ciego en una esquina?
¿El ojo enajenado del ladrón de caballos?
La Poesía ¿Qué será la Poesía?
¿Será esta garra oculta, su secreto a pedazos?
¿Aquello que me acecha en donde no imagino?
¿El barro que me piensa como un ángel caído?
¿La música del viento bajando de los astros?
¿Será la puñalada de dios en mi tristeza?
La Poesía
¿Qué será la Poesía?
¿Será lo que persigo, acoso o me destierra?
¿Será quien lava mi corazón cuando estoy
derrotado?
Quizás sea lo que ignoro, suficiente con eso.
LILIANA DÍAZ MINDURRI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
NO ME INTERESA QUIEN
Tal vez dormido sobre trapos, el lomo de lobo
comido en el túnel de los bosques,
En la calles crudas, escondido detrás de un
edificio,
como bestia asustada
conocedor de todas las intemperies, de todos los
abandonos concebibles,
bajo un luz aceitosa,
ese,
una figura cualquiera de una calle
cualquiera, de una ciudad cualquiera,
/en un sistema cualquiera, de tantos sistemas
concebibles,
se clavaba tranquilo en la mentira
del
mundo.
No sabía de gramáticas,
ni malentendidos ni ambigüedades o metáforas de
la metáfora,
feroz e idiota en su país de inventos.
No sabía maquinar conjurar ni extender manteles
deslumbrantes,
ni colgar de la negrura del cielo ninguna araña
de Versailles.
A la manera de los peces vivía la hondura del
instante,
en su plato de comida
masticaba el tiempo.
Y cuando reventaba en su cama entre parientes o
en las camas de hospital o adentro de las cavernas de la calle
los ojos se le volvían como piedritas lisas
el asco de las palabras, aún no
nacidas
pero por fin,
muertas del todo.
A LA FIGURA REPRESENTADA EN UN ACRÍLICO DE DOLORES ETCHECOPAR
Una cree
que hay un amanecer que mancha de rojo la
torpeza de los camiones,
que en el cajón duermen papeles, balas para
incrustarse en algún cerebro, locuras cegadas por los rayos del sol,
que los hombres avanzan con pasos, vacilantes,
forzados, atrapados en mecanismos más o menos idiotas o lúcidos
que la boca es una lastimadura que pronuncia
palabras,
que las hormigas custodian el Caos,
pacientes,
sin desmayo,
que las cabezas se llenan de infiernos y cielos
como espumas cambiantes,
que en las trampas de las arañas caen insectos,
pozos, proyectos de vida,
que hay reyes locos en palacios invisibles
clavando agujas en la luz,
que la tristeza tiene sabor a té con dulces,
que las frases se reúnen como alimañas
oscuras,
venenosas,
pero sólo está ella en su acrílico
pequeña nada
destruyendo cada día
las espesuras de la muerte.
PÉRDIDA
Como si uno mirara un gato y no supiera qué
hacer
el vacío caminaba por el desierto de una ciudad
rota, vencida
el vacío no entraba en las casas de la peste y
de las mariposas muertas
/clavadas en un álbum,
el vacío se comía cada mañana la cosa oscura de
la noche,
se llevaba la masa sospechosa del mundo, el
maullido de
/las olas del mar.
El vacío
que veía las situaciones del revés.
Cualquiera es copia errónea de un arquetipo
inconcebible, ya lo sabemos
pero el vacío
ese antiguo vacío
te ayudaba a llorar con el agua mansa de sus
ojos,
o te adelgazaba el sueño
para que pudieras guardarlo de una vez en tu
bolsillo.
En el agujero del mundo
era un poco de luz.
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16 – ENSAYO
LUIS PEROZO CERVANTES
(Maracaibo-Venezuela)
UNA POESÍA VENEZOLANA CONTEMPORÁNEA
¿Existe? No volvamos
a la diatriba existencia. ¿Está? No volvamos a las diatribas espaciales. ¿Es
ficción? Sí.
Vamos a ataviarnos de
poesía. Para una poesía contemporánea tenemos que adherirnos primero a la idea
de “una poesía”. Ciertamente, “habemos” en “una poesía”. Somos verbo. Somos
“haber” de poema. La poesía nos “habe”, o nos “ha” (aunque la sonoridad de la
primera me seduce). En la colectividad humana, geo-cultural, llamada Venezuela,
la poesía nos “ha”. Y en ese “ha” de “Hacer-Haber” nadamos. Desde aquellas
metáforas, que extirpadas con amor, nos mostraran que los cronistas tenía una
pasión poética genuina, hasta la más descarnada poesía que los “estudiantes”
creen estar gestando. Casi quinientos años de palabra-poética nos “ha”, nos “habita”
(a Bachelard le hubiera gustado hablar de un caracol).
Nadamos. En esa
poesía nadamos, y la atribuimos a nosotros porque nos habla. Nos habla en el
hablar de los pueblos, en su transformación a palabra. Entonces cuando vemos a
Rufino Blanco Fombona en un anaquel, creemos en su poder, en el nuestro, y nos
sentimos lectores de una literatura. Cuando una señora nos recita Ah
mundo la negra Juana o algún pasaje de Juan Bimba,
sabremos que “hubo” una poesía venezolana que el país aprehendió, que el país aprendió;
y tenemos así, una lejana, pero verídica poesía venezolana.
Pero, ¿La
contemporaneidad? ¿Es una enfermedad temporal?¿Un desquicio? ¿O el único
momento de brillo de una mayoría disoluta? Nuestra rivalidad con los patrones
nos hace decir que es más que un momento de gloria —autoconstruido—, en el que
los poetas vivos se ufanan de no estar muertos. Pero es contemporáneo esto que
decimos. Debemos ver el panorama de este universo poético, los problemas que
han, de una u otra forma, llevado a la “poesía venezolana” a un estado casi
cataléptico ante la lectura.
Hay un filtro
—crítico— que deja todo intento de contemporaneidad en los versos de Vicente
Gerbasi. A la noche vamos, quizá no se equivocaba. Pudo ser mucha
vanguardia poética y mucha televisión patética. Pudo ser algún burócrata
educativo que encarceló en currículo la palabra y nos sentenció a la más
silenciosa de las condenas. Puede ser, también (en nuestro afán por tener una
respuesta) y por mala suerte, el señor Pedro Díaz Seijas con su tan usado
manual, quien canonizara —calcinara— a los autores, ahora clásicos o
consagrados, de la literatura venezolana. Pero en definitiva es un problema
comunicativo. El poder del lenguaje poético contra el lenguaje más vocal —son
el mismo, usado con diferente intensidad—, la expresión más pobre e inmediata.
No hay repentismos en el poder del lenguaje poético, no
hay musa cantaría en este lenguaje. Pero, el habla necesitó
siempre la vinculación; los niveles del habla son muy variados, a más estudiantes
de arte seamos, más cerca de ese lenguaje poético pondremos nuestra
habla, fermenta y urbana. Valgan los sueños y las promesas para alcanzar una
poesía venezolana contemporánea.
En síntesis, existe
un cuerpo de poetas. Nacidos desde la década del cincuenta —con algunas
excepciones, como William Osuna, que nació en el año 1948—, quizás antes, para
quienes ya en Andrés Eloy Blanco no hay vanguardia. Ellos, más por un orden
temporal que espiritual, son los que consideramos “los poetas contemporáneos”.
Quizá evocaremos alguna risa cuando al sacar la cuenta, un señor de 60 años sea
un ejemplo de literatura contemporánea —la deuda de reconocimiento es muy
grande—, pero nosotros consideramos que Cósimo Mandrillo (1951), es uno de los
destacados poetas contemporáneos de Venezuela. No hablamos de poetas
contemporáneos de veinte años. Para ellos existe una palabra deprimente: novísimos.
Entonces, en esta
poesía contemporánea anotamos gente como: Laura Antillano (1950), María luisa
Lázaro (1950), Alexis Fernández (1952), Miguel James (1953), Pedro Ruiz (1953),
Luis Felipe Bellorín (1954), Ramón Elías Pérez (1954), Solage Rincón (1954),
Antonio Trujillo (1954), Blanca Elena Pantín (1957), Luis Emiro Romero (1957),
Carlos Brito (1958), Benito Mieses (1958), Juan Antonio Calzadilla (1959),
Laura Cracco (1959), Miltón Quero (1959), Leonardo Ruiz Tirado (1959), Gonzalo
Fragui (1960), Roger Herrera (1962), Jacqueline Goldberg (1964), Eleonora
Requena (1964), Tarek Williams Saab (1965), José Gregorio Vílchez (1965), José
Pérez (1966), Wafi Salih (1966), Freddy Nañez (1976), Rosana Marín, Luis Moreno
Villamediana, Daniel Pradilla, Adelfa Geovanny, Edda Armas, Milagros Haack,
Gabriel Jiménez Emán,
Entre muchos otros
que mi escasa biblioteca no posee o cuyos nombres no he incluido por ser, a mi
juicio —humano y errático— extremadamente malos. Nombro a estos poetas para
hacer un marco de la poesía contemporánea legible en Venezuela. Estos autores
—como deber de todos los contemporáneos— aún están a tiempo de sorprendernos —o
seguir haciéndolo— con la palabra. Esta obra en creación constante está en su
clímax, y desde este espacio (2010 digo) esperamos que siga en ascenso o se
mantenga.
Mediante esta
observación, una poesía contemporánea llega a sus haberes. En la poesía
contemporánea venezolana es un tanto complicado, ya que todas las voces distan
y confluyen tan espontáneamente —murió aquella cómoda tradición grupalista—,
que el sólo propósito de “pensar ser” se convierta en una tranca para leer
lo que se habla en versos. Atengámonos entonces a hablar de una poesía que
abunda, que se hace poliedro y transforma definitivamente en una manada de
silbantes. Una poesía que está dispuesta a entregarse al venezolano.
En este marco se
inserta el poeta Carlos Ildemar Pérez (1964), quien en su búsqueda, es un
ejemplo de ese enlace habla-poética que parirá la poesía del
mañana, que generará el pronunciar de la poesía venezolana,
que habrá en nosotros, que hay en la lectura
poética, ó definitivamente, habe en la poesía universal.
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17 – CUENTO
MALCOLM
PEÑARANDA YÁÑEZ
(Medellín-Colombia)
¿QUIÉN
TE DIJO A VOS QUE LAS PRINCESAS PLANCHABAN?
Patricia
es una de esas mujeres que impactan desde la primera vez que las ves.
Es
alta, bella, elegante y de nariz respingada esculpida por algún cirujano.
Habla
con propiedad y su conversación envuelve y entretiene.
Siempre
viste a la moda y se pone tacones muy altos que te duelen a vos, aunque sea
ella la que los lleve puestos. Tiene cuerpo de diosa y ambición de mortal.
Su
pelo es abundante y ondulado. A veces parece tener vida propia y te recuerda el
comercial del champú que hacía Farrah Fawcett.
Dejó
de cumplir años a los treinta y cinco y calcularle la edad requeriría de un
matemático, un esteticista, un antropólogo y una vieja chismosa.
Su
piel es tan lozana como la de una quinceañera y su maquillaje es suave,
resaltado por unos labios perfectamente delineados y humectados que
complementan un labial rosáceo que pone en evidencia una boca sutilmente
coqueta.
Sus
uñas tienen siempre un esmalte de un color indescriptible, de esos que
solamente conocen las mujeres y que a los hombres nos supera porque
difícilmente manejamos veinticuatro colores, los que traía la cajita de
Prismacolor que nos compraban en el primer año de escolaridad.
Nació
en un pueblo del suroeste antioqueño llamado Ciudad Bolívar, que aunque no
tiene nada de ciudad, tenés que denominar así porque los oriundos de dicho
lugar se emputan si le decís simplemente Bolívar. Es un pueblo grande y bonito,
enmarcado en las montañas majestuosas de nuestra zona cafetera y lleno de
árboles, caballos y mujeres hermosas.
Ella
siempre fue la más linda del pueblo, la más deseada, la novia perfecta para el
médico, el ganadero o el político que quería ser alcalde. Su padre era uno de
los ricos del pueblo y le dio una educación privilegiada en colegio de monjas.
Su
inteligencia destaca tanto como su belleza. Habría sido una excelente
economista y se habría podido ganar no un premio Nobel sino dos, porque su
habilidad económica la envidiaría cualquier empresa o entidad financiera. Pero
nunca quiso ir a la universidad. Ella no buscaba títulos, buscaba marrano, más
concretamente, un tontohermoso que la sacara del pueblo y la trajera a Medellín
a codearse con la alta sociedad.
Lo
encontró en Rafael, un empleado público de medio pelo que era hijo de otro rico
del pueblo y al que le veía un futuro brillante como ingeniero.
Princesa
de pueblo como era, Patricia se hizo la difícil y él tuvo que echar mano de
toda su galantería y de uno que otro bolero para poderla conquistar. Una vez me
contó que se le volvió un reto tan grande que cuando le dio el primer beso,
sintió que se había ganado una medalla de oro.
De
hecho se la ganó, porque cuando un hombre con cara de cliente fácil se casa con
una mujer tan bella e inteligente, su desarrollo profesional empieza a
dispararse.
Ella
lo sacó de sus círculos sabatinos y sus viernes parranderos y lo catapultó a
los clubes sociales, las fiestas donde comen cosas que él no sabe pronunciar y
las galerías de arte donde él bosteza mientras ella sonríe y de vez en cuando
le da un codazo para que no la haga quedar como un zapato.
Apenas
pudo lo obligó a crear una empresa de asesorías ingenieriles y lo empoderó con
una serie de contratos que les dieron casa en barrio fino, finca en sector
exclusivo y un apartamento en Cartagena que él compró a regañadientes pero que
hoy enfatiza como la mejor inversión de su vida. Ella tiene tanta visión que
debería ser inversionista o asesor financiero y no ama de casa.
Pero
es allí donde más despliega sus habilidades. Ir a su apartamento es una
experiencia para los sentidos. Lo ha decorado con tan buen gusto que te da
temor hasta sentarte en uno de sus sofás con cojines hindúes porque pensás que
vas a manchar de plebeyo los muebles de su castillo.
Su
hogar huele a una mezcla de medio oriente y campiña francesa. Su cuerpo también
lo perfuma con las carísimas fragancias de L’Occitane, una cadena francesa que
aquí tiene como clientela principal a las dediparadas.
Ella
es la perfecta anfitriona y sus fiestas hasta salen en las crónicas sociales
porque le encanta invitar a personalidades criollas y a uno que otro extranjero
que visita la ciudad y que ella conoce en conciertos, galas de beneficencia o
eventos académicos a los que invitan al marido.
Sus
fiestas las describe como “fantabulosas”, un adjetivo que quizás ella misma se
inventó para destacar que son fantásticas y fabulosas al mismo tiempo.
Es
entonces cuando me invita a su casa y lo hace a través del marido, quien
termina de convencerme recordándome que un par de veces me referenció un buen
cliente y que uno nunca sabe dónde puede encontrar clientes potenciales. Rafael
habla inglés montañero y me las ingenio para rescatarlo de sus metidas de pata
monumentales en las que confunde soccer con sucker o dice que un “electric
ingeniér”. Jamás me paga pero no me siento usado ni estafado porque sus fiestas
son un gana-gana. Él queda bien y yo me divierto observando la fauna social que
podría inspirarme muchas historias.
El
tipo hace lo que su princesita le manda y aunque no podría asegurar que todavía
la ama porque es un perruncho consumado que salta de cama en cama, jamás se
divorciaría de ella porque esa mujer está tan bien conectada que supera a la
mejor relacionista pública de cualquier empresa.
Ella
es una mujer de detalles y de fina coquetería. La ves en el funeral de la mamá
de un empresario, en el cumpleaños de un niño rico, en el prom de la vecina de
mejor familia, en el rescate de un parapentista que se quedó enredado en unos
cables eléctricos y hasta en la cena de las orquídeas, un evento de caridad que
congrega a lo más distinguido de la sociedad y al cuerpo consular de la ciudad.
Es
la dama bien hablada, bien vestida y bien emperifollada que quisieras tener de
amiga, pero ella siempre ha sido clara que “no tiene amigos sino amigas porque
las mujeres son más interesantes y complejas mientras que los hombres somos
seres predecibles que siempre pensamos con la “cabecita”, cambiamos el vino por
la asquerosa cerveza y desnudamos con la mirada a cualquier culiparada que nos
pasa por el lado”.
Ella
se esmera por hacerlos sentir especiales en sus fiestas y les echa piropos
sutiles porque sabe que alimentando el ego masculino los tendrá comiendo en su
mano y engordando la cuenta bancaria de su marido, quien le paga los viajes de
compras a Miami, las excursiones a Europa y a las civilizaciones antiguas donde
ella se identifica con faraones, zarinas y reinas caprichosas y por supuesto,
las cirugías que ya la hacen parecer hermana de su hija universitaria.
A
su marido en cambio, lo entretiene con un six-pack de cerveza, un televisor
gigante para ver los partidos de fútbol y una revista de “soft porn” a la que
lo suscribió una vez porque se la encimaban con su suscripción de Jet-Set, Hola
o cualquier revista de chismes que ella devora con avidez mientras comenta
cosas como “qué impresión!”, “me moríiiiiiiii con este papasote!” o “mirá vos,
quien ve a esta tan chiquita y tan cuqui-contenta!”.
Es
una impecable administradora del hogar y maneja a su servidumbre con una
campanita de cristal dándoselas de aristocrática. Merca en distintos
supermercados y plazas de mercado y hace rendir la plata como ninguna. Pero
jamás aprendió a hacer ningún oficio doméstico y ni siquiera sabe cocinar.
Cuando la empleada del servicio se enferma y no encuentra remplazo de última
hora, se lleva la familia entera a un restaurante o pide domicilios. Si su
esposo se pone pesado pidiéndole labores domésticas que derrumbarían su balcón
de Julieta tropical, ella le grita su espectacular frase de combate:
¿Quién
te dijo a vos que las princesas planchaban?
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18 – POESÍA ARGENTINA
ALFREDO
LUNA
(San
Fernando del Valle-Catamarca-Argentina)
EL
SILENCIO LATE COMO PIEDRA CONVULSA
en la Poesía, montaña ondulante,
algo es posible;
pero la lengua es el cuchillo de lo que no puede decir,
como un errante escalofrío
el lenguaje cristaliza.
cuánto debo morir, entonces,
para que suceda el poema?
en la Poesía, montaña ondulante,
algo es posible;
pero la lengua es el cuchillo de lo que no puede decir,
como un errante escalofrío
el lenguaje cristaliza.
cuánto debo morir, entonces,
para que suceda el poema?
LO
QUE OYEN MIS OJOS
sin alegría ni sosiego
me invade una creciente de palabras
que serpean riscos y presagios;
un sonámbulo artificio de signos,
para decir lo que no puedo.
mi mano forcejea
contra el caudal de musgo sonoro
y la Belleza, territorio cruel,
no me guarece.
sin alegría ni sosiego
me invade una creciente de palabras
que serpean riscos y presagios;
un sonámbulo artificio de signos,
para decir lo que no puedo.
mi mano forcejea
contra el caudal de musgo sonoro
y la Belleza, territorio cruel,
no me guarece.
SI
LAS SOMBRAS SE DEVORAN, NO HACEN LUZ
una jungla de palabras vibran indignadas
fraguan en mis pupilas para fugarse:
me empeño en rugir el aire de las cosas.
no seré dueño de mis ojos
hasta que no diga.
la noche me punza. tengo miedo que mi voz
se pudra
una jungla de palabras vibran indignadas
fraguan en mis pupilas para fugarse:
me empeño en rugir el aire de las cosas.
no seré dueño de mis ojos
hasta que no diga.
la noche me punza. tengo miedo que mi voz
se pudra
ULTIMA
CENA
la
mesa está llena del hambre de nosotros
y de la gula de esos forajidos que acechan
como fieras voluptuosas;
no es grial ni bandera este mantel:
es la sábana que anoche escondía
tus cántaros repletos de siglos de abstinencia.
montados en esta cruz de ficciones,
bandoleros del orden sagrado, a tiros de petraria
ceden a los estragos del olvido
y nos comen, bocado a bocado
en “la casa del Padre de los cielos” ─dicen─
Rabí: qué será de ese fulgor líquido en tu boca
pidiendo Justicia?
“cordero de Dios”, si es verdad “que quitas
los pecados del mundo”, cierra tus ojos
y deja de pastar en nuestras almas.
y de la gula de esos forajidos que acechan
como fieras voluptuosas;
no es grial ni bandera este mantel:
es la sábana que anoche escondía
tus cántaros repletos de siglos de abstinencia.
montados en esta cruz de ficciones,
bandoleros del orden sagrado, a tiros de petraria
ceden a los estragos del olvido
y nos comen, bocado a bocado
en “la casa del Padre de los cielos” ─dicen─
Rabí: qué será de ese fulgor líquido en tu boca
pidiendo Justicia?
“cordero de Dios”, si es verdad “que quitas
los pecados del mundo”, cierra tus ojos
y deja de pastar en nuestras almas.
SUSANA
LIZZI
(Gualeguaychú-Entre
Ríos)
7
Se congela su voz mientras
marcha con su vasta penumbra.
¡Ah, si pudiera quedarse en
su silla
mirando la madre que cose, ajena como la tranquilidad,
escuchando los ruidos comunes
-el agua que hierve en la pava
el chasquido del loro en su jaula
la baldosa pisada por su zapatilla
la puerta de chapa que golpea el vecino
un ladrido de perro
noticias de radio
la cama con bulla de niños
la cumbia de uno que pasa
mirando la madre que cose, ajena como la tranquilidad,
escuchando los ruidos comunes
-el agua que hierve en la pava
el chasquido del loro en su jaula
la baldosa pisada por su zapatilla
la puerta de chapa que golpea el vecino
un ladrido de perro
noticias de radio
la cama con bulla de niños
la cumbia de uno que pasa
un motor lejano,
si pudiera!
Marcha. Calada por la escoria
por la carencia
por la sombra misma.
Marcha. Calada por la escoria
por la carencia
por la sombra misma.
Toda lengua pronta a
trabajar,
toda cuerpo
toda llena de ganas de quedarse en su silla.
toda cuerpo
toda llena de ganas de quedarse en su silla.
8
Semidesnuda
seminaciente
baraja pasos
noche a noche
atenta a toda voz
que la requiera.
Antes del amanecer
se niega a sí misma
más de tres veces.
9
No encuentra a nadie a
veces
y es ridícula estaca
adolorida.
Los pulmones respiran aire de escasez,
los números no dan.
¿Quién va a hacerse cargo del bocado,
del té,
del guardapolvo
del gas o de la leña,
quién va a dejar la moneda en la canasta de la iglesia
quién va a poder tomar la comunión este domingo
a los nueve años
si ella se queda ahí
Los pulmones respiran aire de escasez,
los números no dan.
¿Quién va a hacerse cargo del bocado,
del té,
del guardapolvo
del gas o de la leña,
quién va a dejar la moneda en la canasta de la iglesia
quién va a poder tomar la comunión este domingo
a los nueve años
si ella se queda ahí
parada
sin cruzar la estupidez de su noche sin venta?
sin cruzar la estupidez de su noche sin venta?
“Dios mío
que llegue un cliente
que llegue un cliente
aunque sea uno.”
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19 – ENSAYO
MARUJA VIEIRA
(Manizales-Colombia)
RECUERDO DE PIERRE MORAVIAH
MORPEAU
Salud, amigo haitiano! Son
largos los caminos, anchos los mares entre tu paisaje febril, y esta lenta
ciudad pensativa. Pero has llegado a calles amigas y nos es grata y cordial tu
estampa trashumante. A tu paso vas despertando los ecos de viejas y nuevas
historias que unen a tu patria y la mía, tu paisaje y el nuestro, tu mano y
nuestra mano.
Anda contigo la sombra de
Toussaint L 'Ouverture. Contigo su corazón que cifró Pablo Neruda para el canto de América... Y
Henri Christophe... Su fortaleza de La Ferriere. Su palacio de Sans-Souci...Su
orgullo indomable que sólo pudo ser quebrado por una última bala de plata.
Los nombres haitianos se
van acercando, uno a uno: Roussan Camille con los versos profundos de Asalto a
la noche..Emile Roumer, Jacques Roumain..., Louis Morpeau.. Palpitación oscura
de tambores y de misterios indecibles, que viene entre las páginas de Canape
Vert y que ilumina en Los gobernadores del rocìo.
Saludamos a tu país, Pierre
Moraviah Morpeau y a ti.. A tus poemas de Los Claros Instantes, a La Flor del Sol
..A tu poema marino de Gonaives que nos hace recordar palabras sin olvido que
un dia fueron nuestras.
Maravillosa, terrible,
misteriosa tierra haitiana. No es necesario haberla visto nunca. Basta
presentirla. Está en la poesía del venezolano Neftalí Noguera Mora. Fue Neftalí
Noguera Mora el mediador para que los poetas haitianos llegaran a ser
traducidos por Carlos López Narváez. En El cielo en el río se abrió, para los
países de habla hispana, el horizonte de la poesía del reino de Christophe. La
voz de los poetas haitianos ,la “enmarañada dulzura que arrulla el mar” de que
habla Pablo Neruda en el Canto General, está presente en las páginas de El
cielo en el río, como lo estaría en El reino de Christophe, libro que el autor
venezolano dejó inédito al morir en 1973.
Haití se encuentra en Los
gobernadores del rocío, de Emile Roumer. Está en la cálida y rítmica voz de
Jacques Roumain, en el latido oscuro de Canapé Vert, de Toby – Marcelin. Alejo
Carpentier escribió las páginas magistrales de El Reino de este Mundo. Pero ese
libro inédito y perdido de Noguera Mora “El Reino de Christophe” era la más
lúcida puerta que se abría sobre la isla misteriosa.
HAITI
Es cierto que las casas desaparecieron,
pero quedó el mar. ¿Por qué no llora?
Quedaron las palmeras, el horizonte,
el cielo. ¿para qué sirven?
Los ríos ¿siguen insistiendo en cantar
entre las piedras?
El viento gime en los cañaverales
por donde van las almas de los muertos.
Los árboles esconden sus maderas.
Temen al hombre que los tala.
Los niños tienen hambre. Ahora son menos,
pero quieren volver a jugar, y cantan.
hacen muñecas y balones con lo que encuentran.
Las montañas, las rocas también están allí,
pero guardan un inverosímil silencio.
Están inmóviles como nosotros,
que no hacemos nada mientras Haití se muere.
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20 – CUENTO
MIGUEL
ANGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
LA
VERDAD
El sol le pegó en los ojos al bajar del
patrullero y la voz aquella de las advertencias y los presagios regresó con la
resolana:
-
Es inútil cerrarle los ojos a los muertos... que por más que uno se esfuerce,
una vez que están abajo de la tapa... se les abren igual y siguen viendo lo que
hacemos los vivos. Nos tienen vigilados hasta que nos morimos y somos como
ellos...
Su
madre, la que le decía estas cosas, estaba muerta hacía años y él, puro ojos
negros, de perro flaco y figura esmirriada, maltrecha, que se le fue poniendo
suave a fuerza de querer ser mujer, la había visto morir de tedio, de soledad,
de inercia.
La
hicieron pasar a una oficina. La risa se desplegó en las bocas con un reflejo
de asco. Algunos, se taparon con los expedientes; otros, más jugados,
presenciaron la llegada de la travesti con la curiosidad, morbosa y frontal, de
los que se equivocan al pensar que nada puede avergonzarlos. La juventud se le
estaba relavando como la tintura de los mechones canosos. En la remera
ajustada, sin flores, sin misterios, se adivinaba esa coquetería de murga,
copiada una y mil veces a la parte pública de la noche. Se sentó, cruzó unas
piernas de jeans y comenzó a mover las uñas plateadas: astillas de vidrio
encima de una carne débil. La piel, agredida de maquillaje, conservaba marcas
chinescas de llanto. Al hablar, miles de cigarrillos fumados en esquinas
desiertas, o en camas, o en autos, despertaron para hacer más imposible la
mujer denunciada por el nombre y por los meneos.
-
No te olvidés: hay que ser bueno en la vida... que siempre tenés que ayudar al
otro porque después Dios te dice, Dios se acuerda...
La
madre fregaba camisas de hombres que después se iban como lo había hecho su
padre. Huían apestados por el amor de esa ruina que daba consejos, las tetas
mascadas, abultado el vientre contra el plástico del fuentón.
-
Vos no sos mejor que nadie ¿sabés?... vos sos bueno y eso Dios lo ve.
Después
de su padre vino otro que le pegaba cada vez que lo pescaba disfrazándose
delante del espejo. Y después otro, que ni siquiera lo miraba, pero que cuando
la madre estaba muy borracha, lo buscaba y se acostaban juntos.
El
sumariante le preguntó el nombre. Hacía tanto que no lo usaba. Agustín, pero
siempre "La Colo". El alias hacía tan agradable la mentira. En la
calle soñaba con que un tipo de plata la levantara en un auto impecable y rojo,
siempre el rojo en sus sueños, y la llevara lejos de esa villa llena de sapos y
cunetas donde nadie podía ser feliz.
Recordó
el día en que su último padrastro se fue de la casa. Ejércitos de moscas
rondaban la carne recocida en la olla y los restos de grasa. Los ojos líquidos
de su madre se hacían lágrimas de vino sobre el mantel. El calor bajo el techo
de chapa, o el rencor o el miedo, falseaban la bondad de aquel Dios invocado en
la borrachera.
-
Tenés que ser bueno vos... cumplidito... para que el barbudo te ayude y los
muertos te quieran más y no te sigan.
El
sumariante leyó los hechos con velocidad de hélice. En un instante, cada minuto
del procedimiento se edificó enorme y brutal, sobre el escritorio. Leído así,
con distancia implacable, lo vivido se traducía en potestades legalistas y en
arrebatados empujones sin testigos. Y lo peor: se antojaba falso.
Lo
primero que hizo, ni bien juntó algo de plata, fue comprarle una heladera a su
mamá. La compró usada a una puta más vieja que se iba a vivir a Buenos Aires.
Ella misma repintó la puerta que estaba algo oxidada y la puso en la cocina,
donde los del barrio la admiraran, como un trofeo. Dos casas más adelante vivía
una piba joven, la Nicol, que hacía poco había tenido un bebé y le guardaba la
leche en una conservadora. La Colo pensaba que los chicos eran frescos, llenos
de colores suaves, de caricias pequeñas, así que le ofreció la heladera para
que pusiera ahí la comida del nene. Las moscas se fueron de la casa y la bondad
llenó la casilla como si fuera luz.
El
defensor le dijo que no hablara, que la droga estaba por todos lados, en las
camas, encima de la mesa, balanzas, pedazos de nylon, que se abstuviera le
dijo. Pero algo, una borra espesa, mordía en el pecho y era menester decirlo,
sacarlo afuera, para que no molestara.
La
Nicol empezó la historia con el pendejo.
-
Dice el Tranca que te conoce, que te ve siempre cuando vuelve de la obra. Y me
pregunta si vivís sola, si tenés lugar porque anda buscando donde quedarse.
Y
era cierto. La mujer lo había largado hacía unos meses. Le golpeó la puerta a
la Colo, campera de cuero negra en ese desparpajo de no pedir permisos para
conseguir lugares, trajo una cerveza que se tomaron pausadamente y en lo mejor
de las confesiones, le acarició la mano. Para la gente que nunca se ha sentido
amada vale un gesto, una broma con sabor a dicha, para volver a confiar. Y
además el Tranca era joven, se le acercaba con olor a limpio en la voz, no con
la cara verde por la sombra como los de la ruta. El Tranca, aunque la Colo
nunca logró definirlo, tenía algo de recién abierto a la vida. Si hasta le
traía flores y se las dejaba en la mesa para que él las viera al llegar en la
madrugada.
-
Pero nunca te enamores, nunca, porque eso Dios lo castiga. No hay que querer
más que a Diosito para irse sin mancha.... para no dejar a nadie en este mundo
sufriendo por uno.
-
¿De quién era la droga Rojas?
le preguntaron con persuasiva lentitud.
Pensarían
que poniendo frenos en la voz, la verdad se revelaba más rápido.
Eso
no lo previó. Ni se acordó de los consejos maternos cuando el muchacho se le
cayó en sus días. Dejó que se le metiera en la casa con sus suavidades y su
moto rugiente, su cinturón de calaveras y sus plásticos de colores. Un día
llevó la ropa y otro, una valija de cocaína. Aspiraban juntos y se llenaban de
sueños, se caían en un arroyo de abrazos, impalpable y blanco para despertar
fríos, como los muertos.
-
No te olvides que Dios ve todo, sabe todo, igual a los muertos que te dije...
Esa
noche pelearon. Por plata, por otro tipo, por la mujer que había vuelto y las
ganas de matarla o matarse al escuchar que el Tranca respondía a sus gritos con
justificaciones barrosas, miserables.
-
¿Qué querés? ¿Qué me siga cogiendo puntos para que vos seas feliz?
Discutieron
feo, sí. El Tranca le dijo viejo, marica de mierda y él quiso pegarle pero el
puño se le hizo paloma que se deshojó en vuelo.
-
Mañana vengo a buscar la merca. No se te ocurra cagarme Colo, porque te vas a
acordar de mí.
Parecía
premeditado. El silencio que debía guardar, la verdad que enturbiaba, los ojos
de Dios que la travesti reconocía a su lado, en ese despacho, entre las caras
que lo cercaban.
En
el relato había siempre algo cierto. Ella había abierto los paquetes de la
valija, ella había regado la droga por los lugares donde creyó que podrían
quererse con el chico, ella, andaba por la pieza, aspirando, queriendo tapar la
cara de la muerta que le advertía por los rincones:
-
Y no hablés de nadie. Menos de gente que quisiste. Es mejor guardar el cariño
para uno, así no duele tanto, así no te molesta.
No
escuchó nada. Ni el portazo, ni al Tranca que lo llamó loco y viejo y loco otra
vez, ni a la policía que llegó porque sus gritos habían alarmado a los vecinos.
Se veía en el hospital, cuando le cerró los ojos a su madre, sabiendo que
volverían a abrírsele en el cajón, para torturarlo.
-
¿De quién era la droga Colo?
En
el patrullero, el Tranca, sin esperar respuesta, le puso la mano en la rodilla
y lo miró de esa forma que lastimaba, de esa que la Colo nunca interpretó, o
interpretó mal, o quiso pensar que era la verdad buscada. Porque en definitiva:
¿qué era la verdad sino un papel en blanco que se llena a voluntad de unos
pocos; un engaño hecho para no escandalizar a los justos?
-
La droga era mía -murmuró en un renunciamiento, con descampada nobleza, mirando
los carbónicos en la máquina de escribir. El pendejo no tiene nada que ver. Déjenlo tranquilo.
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21 – POESÍA AMERICANA
RUTH VEGA
(Cuzco-Cusco-Perú)
I
Ha cruzado una mariposa gris frente a mis ojos
Justo cuando el sendero se enlodecia
He dado un salto imitando su aleteo
y he venido a parar sobre un campo de habas
Que reverdece y revienta sus legumbres en mis brazos
Abrense mis pulmones al aroma de los eucaliptos
Y me pregunto ¿Que me has hecho?
Algo acaricia mis rugosas y astilladas mejillas
Y los tejados de las casitas que levanto la luna anoche ven reflejado mi rostro
Ahora que el cielo se despinta transito sin prisa por el sendero fresco
Sobre el cascajo tierra arena y acaso ojos molidos
Mientras el trigo cuelga de millares de tallos
y unas flores blancas me sonríen con sus pétalos azules
Me persiguen una hiena despellejada y los tejados vidriosos con mis rostros desfigurados
Pequeñas callecitas se abren a mis costados sigo sobre el sendero de lo que venga
a un lado una vieja carreta al otro un atado de trigo fenecen
Parece que quieren ver cuando me encorvo
Una voz no ha dejado de llamarme y es más audible ahora que mi viajante se cansa
Miserable de mí que aunque te busque soledad
Me descubro siempre en una mirada vieja entre mis ojos
Ella ya no tiene dientes parece masticar siempre mi aire
Sé que me extravió en el tiempo
Y que llegado al abismo a donde he de caer
Olvidare mis retazos en el camino
finalmente se romperán solo mis huesos
Y esta piel que arrastro se desprenderá al viento
yo no fui hecha sobre la silueta de un ave
Mas un diluvio de plumas se clavaron en mi dorso
No lo sabía entonces pero conocí los límites del cielo
Y aquí estoy ahora deambulando en los confines de la nada
quedara acaso mi nombre aunque suene a granizo entre tus dientes
¡Viento déjame caer sobre el trigo que bailas!
Quiero rencontrar mi piel esa de la que fui tomada
elévame lo más que puedas y arrójame a la quebrada
déjame volver a las entrañas de mi madre
Donde crece el maíz y florecen los gorriones
prepárame el viaje que he cortado mis pies y se desangran
Justo cuando el sendero se enlodecia
He dado un salto imitando su aleteo
y he venido a parar sobre un campo de habas
Que reverdece y revienta sus legumbres en mis brazos
Abrense mis pulmones al aroma de los eucaliptos
Y me pregunto ¿Que me has hecho?
Algo acaricia mis rugosas y astilladas mejillas
Y los tejados de las casitas que levanto la luna anoche ven reflejado mi rostro
Ahora que el cielo se despinta transito sin prisa por el sendero fresco
Sobre el cascajo tierra arena y acaso ojos molidos
Mientras el trigo cuelga de millares de tallos
y unas flores blancas me sonríen con sus pétalos azules
Me persiguen una hiena despellejada y los tejados vidriosos con mis rostros desfigurados
Pequeñas callecitas se abren a mis costados sigo sobre el sendero de lo que venga
a un lado una vieja carreta al otro un atado de trigo fenecen
Parece que quieren ver cuando me encorvo
Una voz no ha dejado de llamarme y es más audible ahora que mi viajante se cansa
Miserable de mí que aunque te busque soledad
Me descubro siempre en una mirada vieja entre mis ojos
Ella ya no tiene dientes parece masticar siempre mi aire
Sé que me extravió en el tiempo
Y que llegado al abismo a donde he de caer
Olvidare mis retazos en el camino
finalmente se romperán solo mis huesos
Y esta piel que arrastro se desprenderá al viento
yo no fui hecha sobre la silueta de un ave
Mas un diluvio de plumas se clavaron en mi dorso
No lo sabía entonces pero conocí los límites del cielo
Y aquí estoy ahora deambulando en los confines de la nada
quedara acaso mi nombre aunque suene a granizo entre tus dientes
¡Viento déjame caer sobre el trigo que bailas!
Quiero rencontrar mi piel esa de la que fui tomada
elévame lo más que puedas y arrójame a la quebrada
déjame volver a las entrañas de mi madre
Donde crece el maíz y florecen los gorriones
prepárame el viaje que he cortado mis pies y se desangran
II
¿Donde están los ayes que no los oigo?
¿Donde flamean las cuerdas de su garganta?
se engullen los ríos hacia el epicentro del dolor
y se hacen fuego incendiando las paredes del estomago
arden los colosos y se desploman mas adentro
allí donde la mar es roja y hierve envenenada
desde allí arrasa el mármol y la hace arena
enreda enloquecido la fibra hasta partir en dos el alma
la risa revienta en un estallido de dientes de hierro
y se van a clavar sobre esos tus ojos negros que no me miran
castigo de látigos trenzados a piel de todavía hombre
estallaran las vísceras de tanto azotar la espalda de la nada
millares de neuronas necrosadas apestan el cráneo
niebla te levantas con sabor a podredumbre
te eriges en murallas engrilletando tobillos y muñecas
asesino homicida perseguidor de pétalos blancos
¡Si hoy me cuelga la lengua fétida!
hastiada estoy de atesorar la miseria
¡caigan sobre mi los muros del infierno!
pero liberen los corderos que nada sabían ni tenían
no quiero seguir el féretro blanco
no quiero sepultar sus manos ni sus ojos
todavía tiene que haber tiempo
aun debe salir un sol y matar aquella luna
todavía un segundo mas para trenzar el viento
piedad uno mas para envolverlo a sus huesos
y uno mas para asir de el y dejarlo volar un segundo mas.....
¿Donde flamean las cuerdas de su garganta?
se engullen los ríos hacia el epicentro del dolor
y se hacen fuego incendiando las paredes del estomago
arden los colosos y se desploman mas adentro
allí donde la mar es roja y hierve envenenada
desde allí arrasa el mármol y la hace arena
enreda enloquecido la fibra hasta partir en dos el alma
la risa revienta en un estallido de dientes de hierro
y se van a clavar sobre esos tus ojos negros que no me miran
castigo de látigos trenzados a piel de todavía hombre
estallaran las vísceras de tanto azotar la espalda de la nada
millares de neuronas necrosadas apestan el cráneo
niebla te levantas con sabor a podredumbre
te eriges en murallas engrilletando tobillos y muñecas
asesino homicida perseguidor de pétalos blancos
¡Si hoy me cuelga la lengua fétida!
hastiada estoy de atesorar la miseria
¡caigan sobre mi los muros del infierno!
pero liberen los corderos que nada sabían ni tenían
no quiero seguir el féretro blanco
no quiero sepultar sus manos ni sus ojos
todavía tiene que haber tiempo
aun debe salir un sol y matar aquella luna
todavía un segundo mas para trenzar el viento
piedad uno mas para envolverlo a sus huesos
y uno mas para asir de el y dejarlo volar un segundo mas.....
III
Me duele hasta el corazón que no tengo
dejare caer la hormiga que escalaba mis pechos
Tierra seras solo alimento abultando mi abdomen
Hoy Desgarro mis ojos de tu raíces
Vagare en ceguera lejos de tu orfandad
Tendré liza la piel sin los surcos de tu memoria
Caerán los cascos de mis pies me enquistare a la niebla
He de ser solo pasajero del aire de mis pulmones
Que nada me ate ni desate del viento
Y aunque todavia transpiro la tierra humeda
No tocare mas su olor resquebrajandose de sus fisuras muertas
Añejo es ya mi tiempo aunque mis pupilas no dejen de parir pétalos
Maldigo estas palabras que se trenzan con la paja
Para beberse hasta la ultima gota de sal roja
Me urge reventar los cristales del lago
Sumergirme en ella y asesinar los fetos de la luna
dejare caer la hormiga que escalaba mis pechos
Tierra seras solo alimento abultando mi abdomen
Hoy Desgarro mis ojos de tu raíces
Vagare en ceguera lejos de tu orfandad
Tendré liza la piel sin los surcos de tu memoria
Caerán los cascos de mis pies me enquistare a la niebla
He de ser solo pasajero del aire de mis pulmones
Que nada me ate ni desate del viento
Y aunque todavia transpiro la tierra humeda
No tocare mas su olor resquebrajandose de sus fisuras muertas
Añejo es ya mi tiempo aunque mis pupilas no dejen de parir pétalos
Maldigo estas palabras que se trenzan con la paja
Para beberse hasta la ultima gota de sal roja
Me urge reventar los cristales del lago
Sumergirme en ella y asesinar los fetos de la luna
ELVIRA
ALEJANDRA QUINTEROS
(Cali-Colombia)
TODO PASO
Se
anidan como la respiración del sosiego
Como la lluvia del pasado
Como la sombra, el sol, el eucalipto sin vértigo
Como el último sueño con caracoles y monedas musicales las frases que se dijeron ellos una tarde
Nadie los escuchaba sólo el cielo con su oleaje rebelado un poco antes de que hablaran los aguaceros
Todo pasa
Todo queda aquí en el no respiro que se impone como la caída de ciertas imágenes:
Se atan al caminar, al hacer, al reposo
A la desolada compañía de las palabras.
Como la lluvia del pasado
Como la sombra, el sol, el eucalipto sin vértigo
Como el último sueño con caracoles y monedas musicales las frases que se dijeron ellos una tarde
Nadie los escuchaba sólo el cielo con su oleaje rebelado un poco antes de que hablaran los aguaceros
Todo pasa
Todo queda aquí en el no respiro que se impone como la caída de ciertas imágenes:
Se atan al caminar, al hacer, al reposo
A la desolada compañía de las palabras.
NOMBRES
Los
nombres de las cosas que amo son los nombres de las cosas que anhelo.
Sin
embargo la vida me obliga a usar otras palabras por las que el mundo está
regido como si se negara, incorruptible, a establecer un orden contrario.
Así
los redondos días del trópico, toda su luz y la fuerza que ignora el desamparo
Antes
que alimentar la materia de mis huesos, se niegan a ser metáfora de los actos
que dan cuenta de mi deambular en ellos.
Deambulo.
Entonces
no camino.
Y
no me baño en las aguas claras como quisiera, sin un porqué y una vergüenza que
deba ser lavada.
Y
no logro mirar a la noche como la tierra del descanso prometido
El
lugar de la fiesta
Sino
con el horror de repetir la pesadilla.
Las
cosas que amo luchan sin sosiego para no ser apartadas de sus nombres.
Inventan
una nueva fe y salen como huracán a barrer calles
Y
transigen
Y
tramitan, desesperadas, la posibilidad de comenzar a ser, desde ahora, parte
con voz y voto en el mundo de afuera.
Y
yo miro su ingenuidad y la comparto.
LAS
VOCES DEL DÍA
Dejemos
que la luz se meta y acose hasta develar los secretos guardados.
Es lo que hace falta.
Están allí estorbando desde la vez que los aceptamos como aliados.
Sólo después volveremos a pisar la tierra con los pies descalzos y descifraremos el mensaje.
Que empiece a hablar el fuego y escoja lo que crea conveniente.
Que no dude en borrar.
Tal vez después bebamos a plenitud las aguas claras y bañemos en ellas nuestros cuerpos sin miedo al torrente.
Y que el viento se lo lleve todo y no nos diga el nombre de la otra ciudad.
Así no nos asaltará la tentación de repetirnos.
Es lo que hace falta.
Están allí estorbando desde la vez que los aceptamos como aliados.
Sólo después volveremos a pisar la tierra con los pies descalzos y descifraremos el mensaje.
Que empiece a hablar el fuego y escoja lo que crea conveniente.
Que no dude en borrar.
Tal vez después bebamos a plenitud las aguas claras y bañemos en ellas nuestros cuerpos sin miedo al torrente.
Y que el viento se lo lleve todo y no nos diga el nombre de la otra ciudad.
Así no nos asaltará la tentación de repetirnos.
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22 – ENSAYO
MARIO
BENEDETTI
(Montevideo-Uruguay)
JULIO
CORTÁZAR, ESE SER ENTRAÑABLE
Fuente: Casa de las
Américas, Edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, 1984. 1° edición en
Buenos Aires: Nuestra América, 2004, págs. 27-29.
Ignoro
si Julio Cortázar, en sus últimos días, habrá tenido conciencia de que se
acercaba inexorablemente a su privado final de juego; pero si fue así y
pudo hacer un balance de ciertas reacciones que en los últimos años provocó su
figura, tal vez haya sentido una cierta amargura en el fondo de su ser, tierno,
generoso, siempre más preocupado por los demás que de sí mismo. Es obvio que, a
partir de su decidido apoyo a los movimientos revolucionarios de Latinoamérica
y de su tajante denuncia de las dictaduras del Cono Sur, hubo una injusticia
esencial en el tratamiento dispensado a Cortázar por algunos medios de
comunicación, por ciertos sectores de la crítica y hasta por varios de sus
colegas.
Si
hubiera cedido a las presiones y se hubiera sumado al coro de detractores de
Cuba y Nicaragua, dos revoluciones que conocía de cerca y que siempre defendió,
las fichas biográficas pergeñadas con motivo de su muerte habrían incluido
seguramente toda una nómina de premios internacionales de primer rango. Pero
Cortázar se va sin premios, al menos en el área hispánica (los franceses
galardonaron El libro de Manuel). Es cierto que otros autores
latinoamericanos, políticamente afines a Cortázar, han sido favorecidos con
importantes recompensas, pero a él no se le perdonaban varias cosas: por lo pronto,
que, habiéndose iniciado como escritor en un marco literario (concretamente, el
de la revista Sur, de Buenos Aires), francamente conservador y hasta
reaccionario, asumiera luego tan definidas posiciones de izquierda, y también
que, siendo un escritor de temas fantásticos (la magia, la fantasía, los sueños
sirven hoy frecuentemente para escabullirse de la comprometedora realidad), se
vinculara tan estrechamente a muy concretas reivindicaciones del mundo real, a
tantas angustias de la América pobre.
No
obstante, Cortázar nunca fue un incondicional de las causas políticas que
defendía. Aquí y allá dejó expresa constancia de sus objeciones, de sus
críticas, de sus diferencias, tanto con respecto a Cuba como a Nicaragua, pero
también rescató fervorosamente en ambas revoluciones un promedio de
realizaciones que él consideraba altamente positivo para los hombres y mujeres
de esas tierras. Nunca aisló de su contexto las críticas ni los elogios, ya que
era consciente de que ese aislamiento puede ser una forma sutil de mentira o de
calumnia. Se le criticaba su acento y su ciudadanía francesa. Por su parte el
Departamento de Estado le incluyó entre sus indeseables, y en varias ocasiones
le negó el visado.
También
se ha dicho y escrito que, si bien en los primeros volúmenes de cuentos y
en Rayuela, Cortázar demostró ser un escritor de primer rango, todo cuanto
publicó a partir de la asunción de su compromiso político carecía virtualmente
de valor artístico. Lo cierto es que, como cualquier escritor de producción
constante, Cortázar tuvo altibajos de calidad, pero siempre a partir de un
nivel dignísimo. En cierta ocasión un periodista le recordó que sus últimos
relatos se había dicho que eran "los de un Cortázar personal, que
sobrevive a sus propios temas", y Julio respondió, sin alterarse: "Es
posible. Ésa es mi libertad de escritor". La verdad es que el peor de los
cuentos de Cortázar significaría, sin duda, un extraordinario progreso en la
trayectoria de algunos de sus implacables desacreditarores. Por otra parte, en
cualquiera de sus últimos libros hay relatos memorables, y nadie puede negar
que Deshoras, publicado hace algunos meses en España y México, está como
conjunto narrativo, a la altura de libros tan notables como Las armas
secretas o Todos los fuegos el fuego.
Mi
inicial vinculación con Cortázar fue con su obra. El primero de sus libros que
cayó en mis manos fueBestiario, allá por los años cincuenta, e inmediatamente
leí Final de juego, Las armas secretas y Los premios.
Recuerdo que el cuento “El perseguidor” me pareció particularmente
brillante, pero, sin duda, el gran deslumbramiento vino con Rayuela, y
creo que ese asombro se notaba cuando publiqué, en 1965, “Julio Cortázar, un
narrador para lectores cómplices”, en una época en que aún no conocía personalmente
a Julio. Desde el comienzo me conquistó en sus cuentos la difícil relación
fantasía-realismo, decisivo ingrediente de su tensión interior y también de su
indeclinable ejercicio del suspenso. No bien el lector se daba cuenta de que
este narrador no usaba exclusivamente lo real, ni exclusivamente lo fantástico,
quedaba para siempre a la angustiosa espera de los dos rumbos.
Si
se tiene la paciencia de efectuar una suerte de lectura colacionada de todos
sus cuentos, se verá que muchos de los elementos o recursos fantásticos usados
en los mismos son meras prolongaciones de lo real, o sea, que lo increíble no
parte de una raíz inverosímil, sino que proviene de un dato absolutamente
creíble y verificable en la realidad. Por ese entonces me pareció descubrir una
de las claves del quehacer narrativo de Julio, y la detecté en uno de sus
textos no narrativos. (“El cuento de la revolución”, 1963). Allí menciona que,
para su admirado Alfred Jarry, "el verdadero estudio de la realidad no
residía en las leyes, sino en las excepciones de esas leyes". La afinidad
esencial que une y orienta los cuentos de Cortázar pone el acento precisamente
en esa característica (la excepción), para la cual lo fantástico es sólo un
medio, un recurso subordinado.
Rayuela es,
como hoy todos los críticos lo admiten, una obra clave, no sólo de la
narrataiva cortazariana, sino de la novela latinoamericana del siglo XX. Creo
que este libro, además de la doble lectura que el autor, sagazmente, propone,
tuvo también un doble disfrute para todos nosotros. Por un lado, el rigor
artístico. Creo que es la lección más contundente y transmisible acerca de
cuáles deben ser las prioridades para alguien que pretende hacer literatura. En
ese sentido, Rayuela puede ser disfrutada en varias zonas, a saber:
la conformación técnica, el retrato de personajes, el estilo provocativo, la
alerta sensibilidad para las peculiaridades del lenguaje rioplatense, la
comicidad de palabras e imágenes, la sutil estrategia de las citas ajenas. Ese
contenido se brinda al lector en un impecable envase. Más de una vez le he oído
decir a Julio que la distinción entre forma y contenido era una falsa
dicotomía, y él se encargó de demostrar esa unidad esencial en una obra
como Rayuela.
Creo
que he leído todos los libros publicados por Julio, y me atrevo a afirmar que
no hay ninguno que carezca de ese toque esencial que compensa con creces la
lectura. Como pocos escritores de Latinoamérica, tiene el don de narrar, de
inventar historias, de sorprendernos, de dejarnos en vilo.
Lo
conocí personalmente en París, creo que allá por 1968, en casa de amigos
comunes, y ya entonces me pareció un tipo cálido, sin falsas modestias ni
caricaturas de vanidad. El posterior conocimiento, el frecuente trabajo
conjunto (por ejemplo, en el Comité Permanente de Intelectuales por la
Soberanía de los Pueblos de Nuestra América, que ambos integramos) y las muchas
horas de conversación mantenidas en diversos puntos del conturbado planeta me
confirmaron la actitud generosa, la sincera preocupación por su país y por toda
Latinoamérica, en una entrega de tiempo, de talento y de energías que en largos
lapsos le impidió seguir escribiendo. Alguna vez me dijo, entre preocupado y
enternecido: "¿Viste? Nos llaman porque somos escritores, y luego nos dan
tanto trabajo que no nos dejan seguir escribiendo".
Nadie
más empecinado que Cortázar en la crítica a los contenidos del lenguaje. Él
mismo ha aseverado que en Rayuela
"se cuestionan todos los parámetros de la civilización occidental dentro de la órbita capitalista. Rayuela ataca el orden social y mental de ese mundo, ataca el lenguaje de sus valores y busca una aproximación por un lenguaje diferente. Es necesaria la crítica a los contenidos del lenguaje, de las viejas maneras de decir, del idioma del enemigo. Cuando traducía para la UNESCO me veía obligado a trabajar en los discursos de los oradores que usaban su tribuna, y en ellos había gente que cuando se referían a la India decían invariablemente la India milenaria, y llamaban a la capital italiana la Roma eterna. Era como una broma".
"se cuestionan todos los parámetros de la civilización occidental dentro de la órbita capitalista. Rayuela ataca el orden social y mental de ese mundo, ataca el lenguaje de sus valores y busca una aproximación por un lenguaje diferente. Es necesaria la crítica a los contenidos del lenguaje, de las viejas maneras de decir, del idioma del enemigo. Cuando traducía para la UNESCO me veía obligado a trabajar en los discursos de los oradores que usaban su tribuna, y en ellos había gente que cuando se referían a la India decían invariablemente la India milenaria, y llamaban a la capital italiana la Roma eterna. Era como una broma".
Y
muchos años antes, en una carta que publicara la revista Señales, de
Buenos Aires, había expresado:
"Hace años que estoy convencido de que una de las razones que más se oponen a una gran literatura argentina de ficción es el falso lenguaje literario (sea relista y aun neorrealista, sea alambicadamente estetizante). Quiero decir que si bien no se trata de escribir como se habla en Argentina, es necesario encontrar un lenguaje literario que llegue, por fin, a tener la misma espontaneidad, el mismo derecho que nuestro hermoso, inteligente, rico y hasta deslumbrante estilo oral. Pocos, creo, se van acercando a ese lenguaje paralelo, pero ya son bastantes como para creer que, fatalmente, desembocaremos un día en esa admirable libertad que tienen los escritores franceses o ingleses de escribir como quien respira y sin caer por eso en una parodia del lenguaje de la calle o de la casa".
"Hace años que estoy convencido de que una de las razones que más se oponen a una gran literatura argentina de ficción es el falso lenguaje literario (sea relista y aun neorrealista, sea alambicadamente estetizante). Quiero decir que si bien no se trata de escribir como se habla en Argentina, es necesario encontrar un lenguaje literario que llegue, por fin, a tener la misma espontaneidad, el mismo derecho que nuestro hermoso, inteligente, rico y hasta deslumbrante estilo oral. Pocos, creo, se van acercando a ese lenguaje paralelo, pero ya son bastantes como para creer que, fatalmente, desembocaremos un día en esa admirable libertad que tienen los escritores franceses o ingleses de escribir como quien respira y sin caer por eso en una parodia del lenguaje de la calle o de la casa".
Cortázar
siempre intentó deslizarle casi secretamente al lector la semiconvicción de que
su oído era argentino (hasta sus personajes franceses hablaban como porteños),
por tanto, que el lenguaje del mundo se incorporaba a su ser a través de ese
oído. "En París todo le era Buenos Aires, y viceversa", escribió
Cortázar acerca de Oliveira, su personaje de Rayuela, pero la viceversa
apenas si se notaba.
Con
su muerte, probablemente se calmarán los desaforados enconos y surgirán las
tardías reivindicaciones. Curiosamente, Julio era un ser desprovisto de odios;
jamás respondía a los virulentos ataques, que pretendían ser literarios, pero
en el fondo eran políticos. Algunos pensarán que Cortázar muerto molesta menos
que Cortázar vivo. Se equivocan, claro. Cortázar les molestará siempre, ya que
su obra y su actitud seguirán marcando rumbos, abriendo caminos, y los
lectores, que siempre le fueron fieles, y particularmente los jóvenes de
Latinoamérica, los de hoy y los de mañana, seguirán acudiendo a sus páginas
como quien penetra en un mundo en que la realidad es un descubrimiento, y la
fantasía, un hecho cotidiano. La verdad escueta, irreversible, es que hemos
perdido a un ser entrañable que nos contaba historias inesperadas y asombrosas.
PÁGINA
23 – CUENTOS BREVES
MARIANA
MIRANDA
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
VERDAD
Al principio no se percató del asunto… Por
cada mentira que decía su nariz crecía un poquitito más… Y como decía muchas ya
era una nariz bastante larga… En realidad siempre lo supo, pasa que no quería
darse cuenta…. Gepetto se lo había dicho cuando terminó de ponerle los últimos
tornillos…. Tampoco quería reconocer que la tierna Coppelia no le creía cuando
él todos los días, a la medianoche, le
recitaba en dulces poemas de enamorado loco la inmensa magnitud de su auténtico
amor.
Tampoco quiso creer, mucho menos ver,
mucho menos oír, cuando los gemidos multiorgásmicos de ella estallaron en la
noche incendiándola de pasión y subiendo, in crescendo, hasta los cielos
inmensos en donde hasta las últimas estrellas del firmamento se preguntaron qué
hacía el tonto de Pinocho ahí declarándole su verdadero amor a ésa…
LUZ
El último estertor seco retumbó en el
firmamento inmenso. La noche negra y abierta crepitaba estrellas. Ella supo, en
ese momento, que toda su vida había estado sola. Pero ahora lo tenía que
decidir.
Armó un bolso con lo mínimo.
Abrió la puerta dejando el cadáver del
hombre tras sus espaldas mientras caminaba hacia el vasto mundo que se abría
delante suyo…
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24 – POESÍA AMERICANA
CARMEN
VÁSCONES
(Samborondón-Ecuador)
1
He
venido del mar
y
no de la boca de los hombres
que
engendraron mis hijos
con
la brutalidad de sus gestos.
Han
enterrado mi presencia
no
sé quién soy
Regreso
a la ternura de la ola.
2
Quien
ha visto llanto al mar
cuando
sueña el naufragio
Quién
ha visto sollozar al mar
tras
la roca
Quien
ha visto lágrimas al mar
para
dar de beber al navegante
Quién
ha visto llover al mar
junto
al ahogo del amante
Quién
ha visto salivar al mar
la
piel de sus dios
Quién
ha visto sudorar al mar
la
posesión de su cantor
Quién
ha visto traicionar al mar
ante
la mirada de otro espejo
Quién
ha oído al mar
La
perpetua orgía de su voz.
3
Refugiado
el crepúsculo en los rezagos de la duda
los
garabatos del sueño se apropian de la forma
La
autora recoge el telón
A
un lado la foto del mar
donde
la gaviota ignora su espectáculo
Imagino
su muerte
Golpea
la necedad en el vaivén de su fin
agarro
su vuelo su aliento sus ojos mortales
sólo
un grito queda
lentamente
cae
sus
alas envolviéndome
mi
tempestad no acaba
un
punto descendió más allá de toda espera
el
último movimiento se desprende de su cuerpo
siento
reventar la ola en mi vientre
El
candil consumió la luz
el
mar no devuelve la vida
Siglos
de pasión advienen al hombre
Goza
ilusiones de posesión
encadenado
al regreso temporal
el
dolor y la ternura por el resto de sus días
Perezco
en el dibujo
me
dejo llevar por el principio
Debuto
en la madriguera de la ficción
única
espectadora.
ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)
A TONTAS Y A LOCAS
hay días
en que se me escurre
la sal del sudor en
los huesos
días de marchitar el
ansia de los fragmentos
donde las horas
inútiles
destruyen la verdad de las tormentas
AGUA VENÉREA
tu
mirada abraza
es
un caricia de profundidad
encendida
en
el brillo de una enredadera
que
como venero de agua
se
ajusta al secreto
en
el deseo del viento
miro
en el abrazo de tus ojos
lo
que tiene de cierto
el
espejo en la mancha del sol
aquella
fuente del misterio
en
la hendidura de tus labios
todo
lo que es influjo bajo la piel
una
oscuridad que se prende
como
la flama a la hoja tendida en la ola
la
espuma que se hace filo del mar
que
mira también los reflejos en la sal
cuando
anuncia la humedad que se frota
en
todas las formas posibles de arena
y
toda posible transparencia sembrada
o
lo que el alma del tacto mira
en
unos instantes decididos al azar
mis
ojos oradan tus retinas
rastreando
huellas de tu luz
que
entre abierta crispa
la
forma de tus sombras
tal
arado sensible y sensual
un
acertijo de piel
una
confidencia táctil
que
hechiza con el color de conversación
cuando
más necesaria es la búsqueda
es
vivir prendido de otra memoria
devoto
a la devoción cutánea del otro
en
otro cualquier momento
y
contar una historia de tactos en rebelión
o
de sueños en comunión
te
miro como visión propia
entreverando
tu propia visión
y
ambas más que luz
o
crisol de formas
revela
al sueño como condición
o
una forma de enredadera
para
hacer del deseo
la
piel del tiempo
te
miro
como
el niño que ve nadar el cometa
o
el camino jugando a ser río
ESCRIBIENDO EN LOS ESPEJOS
los espejos son
páginas inéditas
donde la ilusión del
dominio de la luz
juega la trágica
gramática de las sombras
ahí parpadea sus
rutinas la razón última
del rayo que grita
los esténtores del eco
la silueta del tiempo
hecha reflejo
escribo sobre el
cristal
buscando la verdad de
sus fragmentos
me pierdo en el
reflejo oscuro
desatando los nudos
en refracción de la memoria
hay escrituras en los
espejos
sentencias contra la
impunidad del olvido
romances en verso de
la muerte
en los espejos la luz
sepulta horizontes
brillos que cercenan
la permanencia de los sueños
sombras que
maldicen el espejismo del futuro
hay espejos que como
cantos
corean la profundidad
del silencio
el llanto del recién
nacido
la intimidad de la
muerte ajena
el renacer en el
abrazo
el dolor y el gozo
fuera del vocabulario
en los espejos voy
encontrando
la memoria del olvido
la tragedia de lo
útil
el gozo de lo
incierto
el juego eterno de
los tiempos
la verdad infinita
del humo
lo que escribe la
rebeldía del viento
con letras
traslucidas de misterio
escribo la claroscura
consciencia del viento
donde los conceptos
reptan
el programa de la
muerte
y las arañas tejen la
trampa de los sueños
que inoculan la
vigilia del deseo
los espejos escriben
su propia historia
son la versión
invertida de una verdad mentirosa
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25 – ENSAYO
OCTAVIO PAZ, POETA RADICAL Y OCEÁNICO
Fuente: El universal, México
RUY SÁNCHEZ Y WEINBERGER CELEBRARON AL INTELECTUAL
MEXICANO
Octavio Paz fue un poeta radical en el
sentido aristotélico, un creador intenso y forjador de ideas, fue un
"poeta oceánico", opinaron el mexicano Alberto Ruy Sánchez y
el ensayista estadounidense Eliot Weinberger.
Los dos escritores participaron anoche en una sesión que conmemoró el
centenario del natalicio de
Octavio Paz (1914-1998), como parte de la Feria Internacional del Libro de
Bogotá, organizado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), filial Colombia.
Octavio Paz fue "un poeta creador y un intenso forjador de las
ideas, pero las ideas no ahogan la efervescencia creativa", afirmó Ruy
Sánchez, uno de los estudiosos de la obra del poeta mexicano y director de
Artes de México.
A su juicio, el Premio Nobel de Literatura 1990 fue un poeta radical que
escribió en el sentido aristotélico, de la "persona que habla de lo que
fue, de lo que podría suceder y de lo que debería suceder, o sea hay una serie
de hechos de elucubración y de ética".
El poema en prosa "El Mono Gramático", fue uno de los textos
que resultaron fundamentales en la formación de Ruy-Sánchez, una obra en la que
convergen dos escenarios: el camino de Galta, en la India, y un jardín de
Cambridge.
Este poema es una indagación en torno al sentido del lenguaje y sus
relaciones con la realidad fenoménica, en torno al juego de secretas
correspondencias entre idea y verbo, palabra y percepción, erotismo y
conocimiento.
"'El Mono Gramático' es uno de los libros que me han marcado, ha
sido poderoso, es un poema que al mismo tiempo es un relato de viaje, lo cual
es muy interesante. Pero al mismo tiempo, hay todo un mundo que se está
descubriendo", afirmó.
Contó que cuando escribió el ensayo "Una introducción a Octavio
Paz", que presentó en el Feria Internacional del Libro de Bogotá, empezó a
redescubrir al autor de "Luna Silvestre".
"Octavio Paz es un creador que en su momento absorbe todo lo que
encuentra, y se ve en los textos en el que habla de su propio recorrido",
anotó Ruy Sánchez, quien aseguró que la verdadera voz de poeta mexicano la
encontró en "Bajo Palabra".
Dijo que la persona que quiera hacer un recorrido por la historia de las
vanguardias en la literatura, debe leer a Octavio Paz, y en particular
"Bajo Palabra" y recordó que el narrador mexicano inventó los
anti-poemas, incluso antes de Nicanor Parra.
Para los lectores jóvenes, sostuvo, es importante la obra de Octavio
Paz, porque pueden ver en sus textos una "tremenda estética" y porque
él no tuvo una mirada, sino una visión del mundo".
Ahondó que "hablar de lo posible y hablar de lo que debería ser y
no sólo lo que fue, da un elemento de elucubración en su obra, es una
elucubración razonada, y eso hace que muchas de las cosas que Octavio Paz
escribió, son muy actuales".
En su oportunidad, Eliot Weinberger expuso que Octavio Paz le permitió
entrar a otro mundo que él no conocía, y calificó al escritor mexicano como un
"poema oceánico", por las diferentes y variadas formas de
conocimiento manifiestas en sus textos.
"Entonces para mí, esto era muy bueno, yo no fui a la universidad,
pero Octavio Paz era uno de mis profesores principales en mi formación",
enfatizó el ensayista neoyorquino, uno de los escritores más originales y brillantes
de lengua inglesa.
El homenaje a Octavio Paz finalizó en el Auditorio Principal de la Feria
Internacional del Libro de Bogotá, con una lectura de poemas del nobel y de los
poetas peruanos, colombianos y mexicanos: María Baranda, Micaela Chirif, Federico
Díaz-Granados, Mario Júrsich, Aurelio Major, Marco Martos, Alberto Ruy-Sánchez
y Julio Trujillo.
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26 – CUENTOS BREVES
JORGE
M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
HOGUERAS
DE VANIDAD
No
se cree Neptuno por el hecho de gustarle el mar.- Por ser navegante de
inmensidades, Por tirar las redes en profundidad. Tampoco ser hermano de
Júpiter, de Juno y de Plutón. Apostasías. Se cree Neptuno porque su barco lleva
a Anfitrite como mascarón de proa y ella, en su radiante desnudez, pone rumbo
cierto a puertos lejanos, por sobre tormentas y cartografías. Blanca de
espumas, Dorada de soles.
Bajo
la encina todo parece distinto. Tiene en su mano el Discurso del Método y
piensa que el alma es una transfiguración del cuerpo. Nada pesa el espacio que
ocupa. Su mano izquierda, distraída, arranca un trébol de cuatro hojas. Y se
imagina a Destartes haciendo un gesto similar, cien años atrás, bajo la misma
encina.
No
fue asombro, cuando entró al Libro de los Guinnes. Tampoco orgullo: sí vanidad.
¿Qué otro mortal puede reconocer veinticuatro hijos con veinticuatro mujeres
distintas y no tener que responder a reclamos de mantención alguno?
En
el campo nudista todas las vanidades caen por el suelo al caer las ropas. Sólo
Fedor Horowitz muestra con orgullo el
muñon de su brazo derecho y la pierna amputada. Medallas de guerra…
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27 – ENSAYO
GLORIA CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)
DESDE ACÁ, JUAN GELMAN
Así que por fin callaste, Juan Gelman, Juan-corazón,
Juan-coraje, Juan negado al escarceo y a la simulación.
En 1930 llegaste a leer
este mundo donde nunca calzaste del
todo. Y sería el Buenos Aires de Borges
y Gardel quien te atraparía en el aire. Venías andando por un furioso camino de
judíos y ucranianos remotos. En su equipaje de sudores y melancolías
blanqueabas como semilla en agraz para luego desdoblarte en lo que fuiste: un
árbol surcado por cicatrices y relámpagos.
Entre tanta voz
sincopada o sin rienda que martilla la poesía del mundo, la tuya se me queda. No
puedo sacármela del entrecejo. Y es que a más de poeta verdadero, fuiste un
hombre cabal. Ahí respiras como un
fuelle de seda desde lo inescrutable de
esas corrientes subterráneas que nos dan persistencia.
Ahora puedo decirte que
voy a echar de menos tu puño siempre en alto y tu tesón en la denuncia y el
sentido. A diferencia de tanta palabrería sin cintura que pringa el
decir poéticodel mundo, vas
seguro de tu conocimiento y de la fórmula que te permitió fraguar una de
las obras literarias más estremecedoras del continente.
Sé que fuiste un
contradictor implacable de la dictadura militar que entre 1976 y 1983,
oscureció tu país con sordideces innombrables. Tiempo de terrorismo de Estado,
tortura y desapariciones forzadas que saboreaste en tierra propia ya que Nora y
Marcelo, tus dos hijos y María Claudia, tu nuera con siete meses de embarazo,
fueron secuestrados el 24 de agosto de 1976 por la horda uniformada. ¡Qué dolor
encontrar el cadáver del hijo en un barril lleno de cemento como ejemplo de la putrefacción
que enrarecía el aire! Llorar para
adentro la desaparición definitiva de la hija y celebrar, después de un
rastreo de más de 25 años, la
recuperación de María Macarena, la nieta nacida en cautiverio, flor de esperanza, confirmación del derecho
inalienable del corazón!
¿Cuántos fueron tus
libros publicados? ¿Diez, veinte, treinta? Conozco algunos de sus nombres de
pila: “Violín y otras cuestiones” (1956) “En el juego que andamos” (1959)
“Gotan” (1962) “Los poemas de Sidney West” (1969) “Fábulas” (1970) “Salarios
del impío” (1993) “Sombra de vuelta y de ida” (1997) “Salarios del impío y
otros poemas” (1998). El oportunismo político y la hipocresía social no
pudieron contigo. A más de tres o cuatro galardones de primera línea, te
llevaste prendidos en el ojal,como claveles desafiantes, el Premio
Cervantes y los premios Nacional de
Poesía de Argentina y Reina Sofía de Poesía.
Quisiera hablar hasta
secarme de tu brillo y tu hombría. No
tengo espacio. Me despido entonces quemándomepoco a pocoen la hoguera de tus
palabras simples y complejas como la humanidad:“¿Quién dijo alguna vez/ hasta
aquí la sed, hasta aquí el agua?/ ¿Quién dijo alguna vez/ hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?/ ¿Quién dijo alguna vez/ hasta aquí el amor, hasta aquí el
odio?/ ¿Quién dijo alguna vez/ hasta aquí el hombre, hasta aquí no?/ solo la
esperanza de las rodillas nítidas/ sangra”.
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28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
DOMINGO F. FAÍLDE
(Jerez de la
Frontera-Andalucía-España/1948-2014)
A su memoria
JUGUETE CONCEPTISTA PARA UNA MUJER QUE TODO LO SABÍA
Pues sí que sabe usted, señora mía,
y bien me sé por qué todo lo sabe,
aunque no sé si sabe lo que sabe
o sabe sólo lo que yo me sé.
Que bien sé lo que sabe y el porqué
porque tanto saber apenas cabe
en un soneto, sin que menoscabe
con su ciencia la clásica armonía.
Yo no sé lo que sé ni si, sabiendo
todo lo que yo sé, sepa usted tanto,
que lo sepa usted todo hasta durmiendo.
Corramos, pues, un manto,
por no seguir así, yendo y viniendo,
con el saber a cuestas entretanto.
NO HABRÁ MANUMISIÓN
No habrá manumisión. Yo te he comprado
al aire y cada hora
un soplo de frescura desciende hasta mi cuerpo
y la estancia se llena de música y rosales.
Es el amor -me digo- mientras miro
la luna llena de tu piel durmiente
en la penumbra plácida de la tarde.
Mía, tanta belleza derramada, sumisa,
cautiva entre mis brazos
que ahora acunan su sueño.
Y el precio soy yo.
No habrá manumisión. Yo te he comprado
al aire y cada hora
un soplo de frescura desciende hasta mi cuerpo
y la estancia se llena de música y rosales.
Es el amor -me digo- mientras miro
la luna llena de tu piel durmiente
en la penumbra plácida de la tarde.
Mía, tanta belleza derramada, sumisa,
cautiva entre mis brazos
que ahora acunan su sueño.
Y el precio soy yo.
RENDEZ-VOUS
Se ha llenado la tarde de trenes silenciosos.
Por la mínima senda en que los días
descienden hasta el mar, flota un rumor de óxidos
y tú agitas la mano detrás de los cristales.
Quedan allí los pétalos, temblando,
que hemos hurtado al tiempo, como láminas
de algún metal rarísimo y hermoso,
superviviente luego de tanto cataclismo.
Y allí, mientras te alejas
a bordo de las nubes, del humo, se estremecen
los árboles cansinos de la melancolía
o esas horas desiertas que señalan tu ausencia.
Vuelvo entonces la espalda hacia el vacío
en que queda tu nombre tiritando,
las calles, los caminos, las tabernas,
¿quedamos este viernes? ¿sí? ¿a qué hora?
Y el mar cubre su lecho con las últimas luces.
Se ha llenado la tarde de trenes silenciosos.
Por la mínima senda en que los días
descienden hasta el mar, flota un rumor de óxidos
y tú agitas la mano detrás de los cristales.
Quedan allí los pétalos, temblando,
que hemos hurtado al tiempo, como láminas
de algún metal rarísimo y hermoso,
superviviente luego de tanto cataclismo.
Y allí, mientras te alejas
a bordo de las nubes, del humo, se estremecen
los árboles cansinos de la melancolía
o esas horas desiertas que señalan tu ausencia.
Vuelvo entonces la espalda hacia el vacío
en que queda tu nombre tiritando,
las calles, los caminos, las tabernas,
¿quedamos este viernes? ¿sí? ¿a qué hora?
Y el mar cubre su lecho con las últimas luces.
SILVIA DELGADO FUENTES
(Sopelana-Bilbao-Euskal Herria)
DECIDLE AL POETA
Pedidle
al poeta que no tenga miedo
a
cantar y a llorar a un mismo tiempo
por
los muertos rojos,
por
las rojas heridas,
por
las banderas rojas,
por
los rojos pueblos
que
sangran en este momento.
Pedidle
al poeta que dé un paso adelante
con
sus versos de acero,
con
su voz en pie,
con
su puño firme
con
su amor entero
por
la vida libre.
Decidle
que no se esconda,
que
no secuestre el poema,
que
no sepulte la canción,
que
no anude su garganta,
que
los muertos son más muertos
si
los poetas callan.
LEVÁNTATE
Y PIENSA
Levántate
y piensa, eres libre.
Algo de libertad te queda.
Atrévete,
pon a andar tu corazón, tu cabeza.
Levanta la palabra, las ideas,
mírate en la pobreza,
toca tus manos,
cura tu piel,
salva tu decencia.
Vamos a andar para que esta noche amanezca.
Vamos a andar rompiendo estas cadenas,
vamos a andar, paso a paso,
desafiando esta vida somnolienta.
Ven con nosotros a buscar la primavera.
Deja de oír los cantos de sirena,
mira de cerca,
está ausente el pan sobre la mesa,
el salario escasea,
y la casa es un lugar que no te pertenece.
Levántate, hombre, mujer,
levántate y piensa.
Algo de libertad te queda.
Atrévete,
pon a andar tu corazón, tu cabeza.
Levanta la palabra, las ideas,
mírate en la pobreza,
toca tus manos,
cura tu piel,
salva tu decencia.
Vamos a andar para que esta noche amanezca.
Vamos a andar rompiendo estas cadenas,
vamos a andar, paso a paso,
desafiando esta vida somnolienta.
Ven con nosotros a buscar la primavera.
Deja de oír los cantos de sirena,
mira de cerca,
está ausente el pan sobre la mesa,
el salario escasea,
y la casa es un lugar que no te pertenece.
Levántate, hombre, mujer,
levántate y piensa.
LA
SÁTIRA
Pronto
serán las elecciones europeas.
Vuelven
los cuentos de la buena pipa. Los escenarios se montan y desmontan a velocidad
de vértigo.
El
telón se levanta, la sátira comienza.
Caramelos
y globos para los niños, para los adultos, miedo.
Miedo
al pasado, al futuro, miedo.
Las
palabras se travisten.
La
barbarie con chaqueta de pana y vaqueros.
Algunos
temas no se tocan, es un pacto entre caballeros.
La
Europa más sucia representa el papel de la democracia.
El
público, en andrajos, escucha.
Piensa
que podrá participar de la farsa, piensa que al besar la urna, le saldrán
a sus pies descalzos unos zapatos.
Piensa
que podrá cambiar las cosas.
Pero
se hace de noche y el telón se baja.
Quedan
los pueblos más solos, aún más desesperados.
Sólo
frío, sólo estrellas, el show ha terminado.
Los
actores se desmaquillan, cambian su traje de faena por otro más adecuado y se
olvidan del público entregado que les regaló su voto y sus aplausos.
Teatro,
sólo era teatro.
Hasta
dentro de unos años que regresarán quizá con nuevo reparto, quizá con un nuevo
texto pero seguro que con las misma podredumbre en sus pensamientos.
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29 – CUENTOS BREVES
MIRIAM CAIRO
(San Nicolás-Buenos Aires-Argentina)
BREVES Y DIVERSOS
A FAVOR DE LOS AHORCADOS
Perdón, señor, dije, manteniéndome
humildemente de pie. ¿De dónde viene usted? me preguntó él, con palabras
subrayadas. Vengo de allá, respondí. El se abstrajo un momento y luego,
¡felicitaciones!, exclamó. Yo empecé a dudar si no habría sido conveniente
arriesgarme a decirle que venía de otro lado, pero ya se me había hecho un
hábito mentir. Sus felicitaciones me mantuvieron de pie, yo que estaba tan
acostumbrada a hacerme ovillo. Pensé que los relojes no dan, todos, la misma
hora y que no estaba segura de que ésa fuera la oficina de empleo para bueyes
perdidos. De todos modos me quedé allí, callada, porque haber hilado dos
oraciones sin ponerme roja, sin que se me encorvara la espalda ya había sido de
una terrible dignidad. Yo sabía que si conseguía ese empleo iba a poder
arrancar. ¿Usted se ha perdido lo suficiente?, me preguntó, y a mí me daba
vergüenza decirle que siempre había estado atada, por lo que volví a mentir:
Sí, mucho, dije. Siempre, reafirmé. Sin embargo tiene señas de haber vivido
atada, me reclamó, señalando con la nariz mis marcas invisibles. Haber estado
atada no me salvó de estar perdida, repliqué con una dignidad cada vez más
espantosa. Fue entonces cuando el empleador concibió el proyecto ingenioso de
mostrarme la salida. ¿Esto es un salvoconducto?, pregunté y por un instante
sentí que estaba a cargo de mi vida. Antes de que me despidiera, mencioné una
ley que le impedía dejarme sin empleo. Pero para este momento, otra vez, ya no
estaba segura de si esa ley era real o si yo la había inventado en mi libro
"A favor de los ahorcados".
SILENCIO
Andá a ver si he muerto, dije. El vino al
minuto y dijo: parece que sí. ¿Morí de día o de noche? No sé, había niebla,
dijo. ¿Estaba muy pálida? No, no, dijo. Qué raro, dije. Andá a ver si lloro. El
vino a los dos minutos y dijo: parece que no. Entonces estoy muerta. Parece que
sí, dijo. Me pregunto por qué habré tardado tanto. No sé, dijo. ¿Qué haré ahora
que estoy muerta? No sé, volvió a decir. Dame tres vueltitas de llave así nadie
entra. El volvió a los tres minutos y dijo: ya estás cerrada. ¿Me dolía la
garganta? Parece que no, dijo. Mmmm. Nunca estuve tan callada. Nunca, dijo.
¿Habré muerto de silencio o de oscuridad? Tal vez de ambas cosas, dijo. Andá a
ver si estoy justo en el centro. El volvió a los cuatro minutos: sí, en un
centro estás, dijo. ¿Necesitaría un telescopio para encontrarme? Sí, si fuera
necesario encontrarte, dijo. Yo prefiero decir que he muerto de oscuridad y de
silencio, porque morir de soledad es poca cosa. Sí, es cosa de los muertos,
dijo.
PLAGA
Un escritor pierde demasiado tiempo en
escribir y en orinar. No se compromete lo suficiente con el progreso del país
por atender sus dos necesidades básicas. ¿Cuántas horas de su vida pasa con la
cabeza puesta en tiestos y lucubraciones? ¿Cuántas palabras que bien podrían
estar dormidas, por su culpa pululan en los libros y en los diarios? Poco puede
hacer el diccionario para preservar el orden de los conceptos. Ya basta de
fingir. El escritor hace de las palabras sus mulas y las criminales, con sus
aires de corrección léxica y su portación de legítimos significados, trafican
los más insospechados sentidos. Hay un vacío legal que nos perjudica a los
lectores moderados. Y como siempre, el estado hace “la” gran Pilatos. Un
escritor no nos hace ganar más que disgustos. Todo era más o menos soportable
mientras ellos encerraban sus libaciones en los libros, pero no conforme con
ello, ahora aparecen en los diarios. Uno simplemente pretende desayunar con las
peores noticias y de repente aparecen en la contratapa sus títulos insidiosos,
sus textos corrosivos que meten el dedo en la llaga de la inercia emocional o
nos mueven a resucitar nuestra falleciente vida erótica. Por todo ello, un
escritor no merece un salario ni un baño dignos. ¿A quién se le ocurriría
facilitarle la vida?
Por el sólo hecho de tener la
irreverencia de dedicarse a orinar cuando le vienen ganas de orinar y por
escribir ante la necesidad de escribir, el diez por ciento de derecho de autor
y los pudendos baños del bar, se los tienen bien merecidos.
CONTRATAPA:
SANTAFESINOS EN LA MEMORIA
LERMO
RAFAEL BALBI
(Rafaela-Santa
Fe-Argentina)
EL EXILIO
Oh purísima, pura agua, lluvia de
marzo,
penetrante y fría en el temblor crujiente
de las últimas hojas. Nadie podía decirle tan fácilmente
adiós a esta tierra y luego borrar los días y desconocer
las huellas, los residuos, los bochornos, las afrentas
con pertinaz dolor anclado en la carne y la conciencia.
Purísima lluvia de marzo que vuelves blanco el día
y adelantas la noche en este horario que nos hace
temblar de espanto y soledad.
Nadie puede celebrar la despedida de otro modo,
la despedida del rostro en la ventana,
de la mano blanca y gélida en el adiós
que nos movió al llanto cuanto te dejamos, tierra sagrada,
oh sí, que nos movió al llanto tan doliente
en un marco acuoso y desvalido como hoy.
Cómo olvidar entonces la turbonada que fortalecía
salubre fragancia de tuscas y se deslizaba iridiscente
por las húmedas paredes de la casa,
con duendes campaneros, hormas imprecisas,
lumínicas locuras submarinas.
Por las paredes de nuestra amada casa ¿recuerdas?
encendida de lámparas temblantes
que agrandaban las sombras en los cristales
como una réplica de la noche estremecida
en la hondonada.
¿Recuerdas?, oh sí, recuerdas como yo
tantos tallos sedientos, tanta ceniza aplacada en la lluvia
fervorosamente clara, fría y límpida
sobre las relucientes hojas del naranjo.
Oh sí, recuerdas como yo, callada, tus vestidos hùmedos,
tu fundamental tibieza en el regazo
frente a la lumbre que los leños del monte
hermanaban con el cálido ensueño
de las últimas cigarras.
Y fue la hora para decir el nombre de una ciudad extraña,
extraña y diferente, y hablar del duro camino del exilio
para sostener la pena y el coraje
y sobrevivir el agravio y la calaña.
Entonces supimos decir adiós a nuestra patria,
al caserío que llegaba a hacerse oscuro y silente,
a nuestra figuración de empresas y bonanzas.
Hubimos de decirle adiós a nuestros humos, a las bestias de
la tarde,
al fervor de los caminos
en el estarcido vegetal de aquel otoño.
Penetrante y pura lluvia de marzo
como aquella que sepultó el verano en el desgarrado
camino a nuestro exilio.
penetrante y fría en el temblor crujiente
de las últimas hojas. Nadie podía decirle tan fácilmente
adiós a esta tierra y luego borrar los días y desconocer
las huellas, los residuos, los bochornos, las afrentas
con pertinaz dolor anclado en la carne y la conciencia.
Purísima lluvia de marzo que vuelves blanco el día
y adelantas la noche en este horario que nos hace
temblar de espanto y soledad.
Nadie puede celebrar la despedida de otro modo,
la despedida del rostro en la ventana,
de la mano blanca y gélida en el adiós
que nos movió al llanto cuanto te dejamos, tierra sagrada,
oh sí, que nos movió al llanto tan doliente
en un marco acuoso y desvalido como hoy.
Cómo olvidar entonces la turbonada que fortalecía
salubre fragancia de tuscas y se deslizaba iridiscente
por las húmedas paredes de la casa,
con duendes campaneros, hormas imprecisas,
lumínicas locuras submarinas.
Por las paredes de nuestra amada casa ¿recuerdas?
encendida de lámparas temblantes
que agrandaban las sombras en los cristales
como una réplica de la noche estremecida
en la hondonada.
¿Recuerdas?, oh sí, recuerdas como yo
tantos tallos sedientos, tanta ceniza aplacada en la lluvia
fervorosamente clara, fría y límpida
sobre las relucientes hojas del naranjo.
Oh sí, recuerdas como yo, callada, tus vestidos hùmedos,
tu fundamental tibieza en el regazo
frente a la lumbre que los leños del monte
hermanaban con el cálido ensueño
de las últimas cigarras.
Y fue la hora para decir el nombre de una ciudad extraña,
extraña y diferente, y hablar del duro camino del exilio
para sostener la pena y el coraje
y sobrevivir el agravio y la calaña.
Entonces supimos decir adiós a nuestra patria,
al caserío que llegaba a hacerse oscuro y silente,
a nuestra figuración de empresas y bonanzas.
Hubimos de decirle adiós a nuestros humos, a las bestias de
la tarde,
al fervor de los caminos
en el estarcido vegetal de aquel otoño.
Penetrante y pura lluvia de marzo
como aquella que sepultó el verano en el desgarrado
camino a nuestro exilio.
VOCATIVO
Lo que vale es decirle:
¡Rafaela!
tan quietamente
como se susurra el principio
de una larga carta de amor.
Después me sentiré libre
de todo el peso que me llena
porque mi boca
pudo confiarle el verso
que desde la piel me nace
para abarcarla
tal cual la pienso.
Lo que vale es decirle
que en los ojos tengo
todos sus árboles
y que a través de ellos conocí
de qué se sustentan las raíces
y de que sueño
duermen sus pájaros.
FISONOMIA
Mi ciudad es de una luz
naranja y verde
que va desde la mañana
al atardecer.
Yo transito todos sus horizontes
limpios
y me digo
que mi ciudad florece
de hojas y de grillos
en lo más profundo de la noche.
AMOR DE MI CIUDAD
(fragmento)
(fragmento)
Ciudad, te amo.
Este soy yo,
tengo un tiempo
que te he tomado
sin que lo adviertas,
tengo un cuadrado
con tus soles
y las células repletas
de tus vientos,
la melancolía de tus domingos
y la boca de tus palabras,,,
Un día
Salgo a su primavera
De hierbas
Y le digo:
Rafaela, nací en tu tierra
Y ya sé porqué
Te amo.
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