Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA VIRTUAL Nº 89–Abril de 2014– Año VIII – Nº 4


Imágenes: GUSTAV KLIMT

EN MEMORIA DE GABRIEL GARCÍA MARQUEZ
(Colombia-1927/2014)

LA SOLEDAD DE AMÉRICA LATINA
Discurso íntegro al recibir el Premio Nobel en Literatura - 1982


Antonio Pigatetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa.

 Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.


Muchas gracias.




PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

DEFENSA DE LA PALABRA

9-

No siempre los datos de tiraje o venta dan la medida de la resonancia de un libro. A veces la obra escrita irradia una influencia mucho mayor que su difusión aparente; a veces responde con años de anticipación a las preguntas y necesidades colectivas, si el creador ha sabido vivirlas previamente como dudas y desgarramientos dentro de sí. La obra brota de la conciencia herida del escritor y se proyecta al mundo: el acto de creación es un acto de solidaridad que no siempre cumple su destino en vida de quien lo realiza.

PÁGINA 2 – CUENTO

LUISA FERNANDEZ
(Fuenlabrada-Madrid-España)

EL POLO DE LIMÓN                                

La primera vez que te vi pensé que eras la cosita más preciosa que mis ojos habían visto jamás. Llevabas un vestidito azul con un ancho lazo de raso y mangas de farol que dejaba ver tus bracitos perfectos. Tus zapatos eran blancos y tus medias caladas. Recuerdo que al agacharte a recoger la moneda que se te cayó, se te vieron las bragas. Un diminuto encaje asomó al dobladillo de tu falda. Por entonces deberías de tener unos cinco años. También tengo grabado a fuego tu pelo castaño sujeto en dos trenzas y tus ojos dorados. Nunca he vuelto a ver ojos como los tuyos. Ni verdes ni castaños; oro líquido brotando de un rostro bronceado de callejear. Era domingo, y el sol estaba alto en el cielo.

Me dijiste:
—¿Está cerrado, señor? —tu voz era cristal.

Y te miré como se mira el mar cuando se descubre por primera vez, con la pasión salvaje de un náufrago que ignora que será devorado por él.

—Lo está, pequeña. Es la hora de comer —te dije intentando que mi voz no se quebrara por la emoción—. Pero para ti está abierto. Ven, entra.

Sonreíste. Tus dientecitos de leche brillaron blancos, purísimos. No dudaste un segundo y, a un gesto de mi mano, escuché tus pasos rítmicos acercándose hasta mí. Pero no me mirabas. Tus preciosos ojos se perdían en el cartel anunciador que tenía clavado en el cerco del kiosco. Se movían ansiosos a través de las fotografías de los helados. Tu dedito se detuvo en una de ellas.

—Quiero uno de limón —indicaste, mostrándome la moneda—. ¿Cuánto vale?
—¿Cuánto tienes? 
—Un duro.
—¿Solo un duro?
—No tengo nada más —enarcaste las cejas, creo que desalentada.

Me levanté despacio. Tú elevaste el rostro para seguir mirándome a la espera de un veredicto.

—Ven, acércate —susurré.
Te mordiste el labio nerviosamente. Me agaché a tu altura.
—Si quieres, podemos hacer un trato. ¿Cómo te llamas?
—Laura Ortega Vivas… —dijiste de carrerilla, acunándote como si tu nombre fuese la letra de una canción infantil.
—Llevas un vestido muy bonito, Laura.
—Me lo ha hecho mi abuelita.

Y toqué su trama suave con un hormigueo en mis dedos. Un escalofrío me recorrió la espalda. Abrí la cámara frigorífica y saqué el polo de limón. Te lo enseñé y me senté de nuevo en la banqueta. Luego le quité el papel y te lo ofrecí.

—Ven aquí, Laura.
Obedeciste echándote el pelo hacia atrás. Parecías una pequeña helena.
—Toma. Te lo regalo, pero con una condición.

Tus ojos se iluminaron y asentiste con fuerza al tiempo que cogías el helado con gesto rápido.

—Tienes que tomártelo aquí. No quiero que ningún niño sepa que te lo he dado. Si alguien se enterara, vendrían a pedirme. Mira —señalé la puerta—, voy a cerrar con pestillo para que no puedan verte. ¿Te parece bien?

Asentiste de nuevo, mientras tu lengua lamía el hielo adherido al polo. Luego volví a sentarme en la banqueta y te atraje hacia mí con delicadeza. No quería que te espantara el tacto áspero de mis manos al pasar por debajo de tu graciosa falda.

Me recordabas demasiado a mi hija Anita. Demasiado. Era tan tentador...


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

MIGUEL ANGEL GAVILAN
(Santa Fe-Argentina)

FIESTA DE LOS ‘80

Las chicas se mueven.
Enseñan la pureza del divorcio
                                                  recién estrenado.
Los tipos posan
                          trabados de gim
                                                    donde se escapa del jean la panza cervecera.
Vagancia de noche libre
                                          pervierte lo gomoso
                                                                            de la tregua.
Escapados brillos de pelada
                                               se infiltran por la puerta del galpón.
Ajustan remeras y botines
                                          balbucean “Bariloche”
                                                                             con los pibes, románticos tarrrrdíos.

Así pasó el tiempo.

Y ahora
              el recuerdo vuelve
                                             transformado.
                                                                    Berrinche de solterona.
Se deposita quieto
                               en el paladar
                                                        del último beso.

En el escenario,
                          patea porrones vacíos y espuma de fernet,
                                                                                              uno baila como Maiquel.
Canas que se vuelven faroles
                                               (al ojo del otro)
y un amasijo de  rechazos
                                          premia con la nada del silencio.

El labial corrido
                           besa vasos
                                                ahí donde la vergüenza se vuelve audacia
Y los lentos
                     conceden
                                       a la gorda de calzas doradas
                                                                                      su culebreo de gracia.

Por una noche, nadie se atreve a llorar.


SUJETOS

Como aquel que disciplina una planta
para que florezca,
en revoltijo verde,
un corazón agazapado.

Como aquél que enhebra gajos de hierro
para componer el alma de una puerta
y así volver albergue
ese rincón contaminado de ojos,
                                                            de hiedra y de correos.

Como aquel que, ciego,
salta un vacío pensando:
“Ahí está el rumbo.
No es un camino invisible
sino más bien otra forma
de saber el movimiento”.

Una vez se animó a desobedecer  las órdenes de su mandante.
Se animó a dirigir el egoísmo hacia sí.
Se dijo:
este es mi pelo, mi aliento,
este es el sabor de mi paladar
                                               enorme,
como un campo amarillo.

Y acostumbrado ya al desánimo,
tímidamente,
como en falta,
confesó que el lustre de algunos muebles
le desagradaba tanto
como la idolatría
de los que han sido puestos en línea,
heridos para herir,
obligados a la bondad del silencio.

(Cuesta tanto volver atrás
cuando se ha inaugurado
una diferencia).

Se supo mitológico y sabio.
Un pez nadando de panza,
un cristal que se destriza,
un pedazo de corcho que no flota.

Y anduvo por las calles casi feliz,
identificando ‘dinosaurio’ en lugar de ‘colectivo’,
burbujas de vidrio
en el sitio donde se acumulan
bancos y parejas de mormones,
casas con techos de pájaros
y cables que llevan rocío
en lugar de luz.

Hasta llegó a caminar varias cuadras
sin acordarse que ahora era un vagabundo,
un hombre para no extrañar.
Había perdido la mano que lo podaba,
la forja que lo unía a otros
en plan de utilidad,
la precisa ligazón
que domina
lo necesario del impulso.

Fue raíz en una tierra seca,
un absurdo en el reverso de la gente,
un odiado falsificador de sí mismo.
Casi una piedra.

Pero cuando llegó la noche
y todo estuvo preparado para olvidar
(los hijos de los hijos, los padres de los perros,
la caricia de la palma, la ranura del calce).
En fin,
cuando el rebelde fue perfectamente sujeto
y se supo
único y con miedo
en el terreno azaroso de las compañías,
buscó nuevamente a su mandante.
Gritó un apellido
esperando la orden
que lo haría otra vez “un hombre libre”,
que lo devolvería al óxido milagrero
de la rutina.

Pero estaba solo.
Y lloró lo que nunca se animaría a reír.

Eso fue poco antes de perder el alivio.
Poco antes de caer rendido a los pies del mundo,
                                                                       ( a sus propios pies)
sin un terror para ponerse en los labios,
sin una molestia que simplificara las cosas.


HÉCTOR BERENGUER
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

FEDERICO N. EN SILLZ-MARIA

El amor esa la miel de las tinieblas te ha dejado solo
La mujer es un bello sueño eterno 
que adormece el alma del guerrero
Amar siempre esta más allá de todo bien
Ahora conoces la suprema ebriedad : Somos la memoria del trueno
Las bellas nupcias de un fuego encendido en otro fuego
Ya nadie reconoce el altivo gesto de sus muertos
¿Quien cargará las últimas piedras de un dios que se derrumba?
No hay umbral que espere al gran viajero que acomete su destino de errancia
¿ Cuando podrá crearse otra vez tanta demencia para el canto?
Un ser altivo más allá de la balanza
Aire de bodas en las sedientas venas.
Ha vida sin osadía 
razón sin osadía...
¡Que raro bien es este! Que ya no puedes con la pura dulzura del aire... 
Por el sol que arde en tus manos
que abrazarán la tierra como raíces amargas
Por este instante eterno que enciende el aire de rara felicidad
Puedes saber ahora 
que hombre e infinito son amantes.
Ahora que huido de la casa de los sabios ya escribes con tu propia sangre
Puedes bailar enloquecido como un dios
ardes y no quemas

SOLO EL VIENTO

¿ Que busca el hombre en el borde de su vida?

¿ El olor acre de la carne florecida ?

¿ La voz de una palabra irrefutable ?

¿ Lo rígido que es máscara y conmueve?

Miro con ojos extasiados 
en la larga espera.

Bocas resecas 
habituadas al hambre.

Estoy allí donde nadie me puso
perdido entre preguntas.

Despreciando el mercado del consuelos.

De un abismo a otro va la vida 
imaginándose.

Después uno sueña ser es que se es 
o nunca pasó nada.

Solo el viento.

SINCERITAS



La humilde palabra levantándose del abismo
la palabra que nos nombra y define nuestra vida
¿Cuales son los cimientos de ese templo?
Nombrar fue dado al hombre
Gobierno,Libertad, poema...
Todo comienza y finaliza
con el gobierno de las palabras
Shuo Jen :
Palabras vacuas en corazones vacíos.
¿Y cual es el valor de la palabra que defenderemos ?
SINCERITAS : Estar al lado de la palabra empeñada,
el ideograma chino
representa más de lo que las palabras pueden decir,
la figura humana ,boca abierta,
definición precisa
-La responsabilidad del poeta-
La mismísima vida de la poesía depende de ello
lo demanda-
Poesía ese templo atendido por monjes poetas y maestros,
hacedores de cultura de donde nace toda practica sagrada
lo que consumado llamamos tradición.
El arte de vivir dentro de un poema
ser su circulación esperanzada.




PÁGINA 4 – ENSAYO

BEATRIZ CHIABRERA
(Clucellas-Santa Fe-Argentina)

¿QUÉ ES EL REALISMO MÁGICO?

El realismo mágico es una corriente literaria de mediados del siglo XX que se caracteriza por la narración de hechos insólitos, fantásticos e irracionales en un contexto realista. 
El término fue acuñado en 1925 por el crítico de arte e historiador alemán Franz Roh en en su libro “Postexpresionismo: los problemas de la nueva pintura europea” para describir un movimiento pictórico que incorpora aspectos mágicos a la realidad. 
Más adelante, Arturo Uslar Pietri usó el término para referirse a una nueva tendencia en la literatura hispanoamericana en la que la realidad coexiste con la fantasía. Surgió entre 1930 y 1940, y llegó a su auge en las décadas de 1960 y 1970. En las novelas y cuentos mágico-realistas, el narrador presenta hechos improbables, oníricos e ilógicos de manera natural, sin asombrarse por ellos ni darle al lector una explicación como si pertenecieran a la realidad.
En el realismo mágico confluyen la influencia del psicoanálisis y del surrealismo europeo, que hacen hincapié en los sueños, el inconsciente y el irracionalismo, y la influencia de las culturas indígenas precolombinas con su tradición de leyendas y mitos en los que se producen hechos fantásticos. Este movimiento surge tras una época imperada por literatura de protesta. Por ejemplo, se halla denuncia social en Cien años de soledad (1967), novela de Gabriel García Márquez que generalmente se considera la obra emblemática de esta corriente. Otros escritores importantes del realismo mágico son Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Julio Cortázar y Arturo Uslar Pietri.
Algunos críticos agregarían a esta lista a Alejo Carpentier, quien usó el término "real maravilloso" en la introducción a su novela “El reino de este mundo” (1949) para describir su nueva estética. La discrepancia se debe a que a veces real maravilloso se usa como sinónimo de realismo mágico, sin embargo hay varios críticos que afirman que estos dos términos no se deben usar indistintamente ya que no son iguales. Por ejemplo, a diferencia del lenguaje claro y preciso del realismo mágico, Carpentier emplea un estilo barroco lleno de adornos y artificios. Otra diferencia es que el realismo mágico es una corriente internacional que apareció por primera vez en Europa, mientras que lo real maravilloso está más arraigado en las culturas indígenas y africanas de las Américas.
Ejemplo de realismo mágico
Como ya hemos dicho, “Cien años de soledad” es la obra cumbre del realismo mágico en la que abundan episodios insólitos como éste:
[...]Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella estaba trasparentada por una palidez intensa.
--¿Te sientes mal? --le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima. --Al contrario --dijo--, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, casi ciega ya, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.
Los forasteros, por supuesto, pensaron que Remedios, la bella, había sucumbido por fin a su irrevocable destino de abeja reina, y que su familia trataba de salvar la honra con la patraña de la levitación. Fernanda, mordida por la envidia, terminó por aceptar el prodigio, y durante mucho tiempo siguió rogando a Dios que le devolviera las sábanas.


PÁGINA 5 – CUENTOS BREVES

RITA RODRÍGUEZ
(Barcelona-España)

RENACER

Presentía que los sonámbulos pensamientos una vez más invadirían su mente que desde hacía tiempo se había convertido en un recipiente hermético del que en vano intentaban huir. Intuía aquel martilleo en sus sienes durante inamovibles horas mientras él, ajeno, yacía a su lado.

Pero esa misteriosa noche de abril sin saber muy bien el porqué no opuso resistencia y tendida en la cama, con los ojos fijos en el techo, los esperó serena.

Un halo de luz se filtró por la lúgubre habitación que hasta entonces había sido su cerebro y, vencidos por la luminosidad, los pensamientos resbalaron inertes como arena entre los dedos.

Desde esa región inhabitada, una inmensa paz la acunó hasta sumergirla en un profundo y eterno sueño del que renació con el nuevo día.
 

Fue entonces cuando en silencio le dijo adiós para siempre. 
 


MOMENTOS

Supongamos por un momento, emulando a un poeta, que encuentras un alma a la que quieres asomarte, como a una ventana llena de sol.

Supongamos por un momento que el deseo de saborear su boca crece vertiginosamente como piedra que rueda desde la cima de un nevado monte sin conocer su destino.

Supongamos por un momento que el ardor que sientes al imaginar la caricia de su mano despojando de ropa tu cuerpo de mujer avanza alegre como riachuelo de agua fresca aumentando su caudal por el camino.

Supongamos por un momento que no piensas que la nieve que cubre la piedra se acabará fundiendo o que el agua dulce del río se mezclará con la salada del mar.

Supongamos por un momento que solo importa el momento.

Por un momento supongamos que esto lo escribes para esa alma y que en este momento lo está leyendo.


EL MAR

Paseo sobre el vaivén de tus caricias en mis pies. Te acercas, tus dedos rozan mis tobillos, luego te vas. Doy unos pasos más y tu mano fría recorre mis muslos, tu firme brazo mi vientre, mi cintura. Tu fuerza me hipnotiza y me adentro más en tu batir, en ese subir y bajar sobre mis pechos. Un poco más y siento la blanca espuma que asciende por mi cuello erizándome la piel. Más... y me hundo en ti para que me poseas entera, sin dejar un resquicio. 


PÁGINA 6 –NUESTRA POESÍA

NORMA SEGADES-MANIAS
(Santa Fe-Argentina)

MUJERES QUE ME HABITAN

Nacieron del hastío. /
De una trama de historias tejidas por las lobas /en tiempos de parábolas y zarzales de fuego y sanciones atroces. /
Cuando arrancaron seres de costados salvajes. /
Cuando la sexta luna diseminó su esperma /sobre desfiladeros de noches bautismales.
Cuando la voz del amo pronunció los conjuros, /estremeció las pléyades con látigos de escarcha /y la genealogía pudo al fin inscribirse /por encima de helechos y ciénagas brumosas y el monótono acorde de las ranas. /
Cuando extrañas esporas remontaban el aire pulsando la memoria /y mis plantas descalzas erraban los jardines estrenando inocencias. /
Como si mi designio fuera estrenar los días. /
Como si cada evento tatuara una condena. /
Como si algún inepto arrojara las piezas encima del tablero, sin instrucciones previas. /
Improvisaron códigos /ordenando con premios o severos castigos la observancia de roles, /como un experimento de imprudencias tempranas, /como un ensayo previo en sus laboratorios de ciega indiferencia, /como un esparcimiento para los herederos de su raza. /
Propiciando reflejos desde procedimientos de antisepsia científica. /
Registrando estadísticas, inventarios azules, probetas en desuso. /
A sabiendas de que éramos los rostros apartados, /relegados por siempre de derechos flagrantes. /
Aceptando legados de condenas injustas. /
Promocionando credos de eterna mansedumbre. /
Amaneciendo antes que despuntara el alba, /vigilando la hoguera, devocionando al macho, sus caprichos oscuros, los placeres carnales raramente oportunos. /
Silenciando las sílabas con mordazas de hartura. /
En tanto, a pura culpa, paríamos los moldes de los padres remotos /a través de solsticios, clepsidras y matrices. /
En esas soledades de conciencias dormidas, /las proscritas intuimos una brizna de engaño. /
Levantamos en vilo pancartas de osadía. /
Flagelamos mejillas con azotes de rabos. /
Derrumbamos figuras de ídolos homicidas escondidos en nichos /detrás de los altares. /
Meditamos acerca de ficciones forzadas /cuando fue necesario suscribir preferencias, tender impunidades, otorgar el arbitrio. /
Sospechamos de rastros dejados en la piedra. /
Impresiones de huellas que no pueden ventearse. /
Vestigios imposibles de escudriñar siquiera /y una ausencia palpable de fórmulas concretas /o marañas de mantras desandando el perfil de sus pisadas./
Percibimos carencia de emociones genuinas, máscaras inclementes, ternuras de cartón apenas esbozadas /y espectros indiscretos sucumbiendo de sed entre los folios finos de sus libros sagrados. /
Y los ratificamos injustos como pocos, /amos de una liturgia que siempre nos defrauda. /
No tuvimos noticias de genomas absurdos implosionando arterias, /dividiendo espesuras de sierpes enroscadas, /entregando atavismos a su mismo linaje. /
No hallamos el cadáver de alguna mitocondria en medio de las células sin mácula. /
No obstante, desde entonces, /muchas mujeres moran los encierros forzosos de sus llagas. /
Abandonan los claustros para salir al huerto, descalzas, despeinadas, /a desviar arroyuelos de sermones sexistas con total desvergüenza en su frente irredenta. /
Y aunque sorprenda al mundo de los favorecidos, acordaron ser otras. /
Nunca más prisioneras. /
Nunca más defraudadas. /
Porque el sexo es legado de la carne gozosa /y el placer agonía compartida en espasmos a iguales porcentajes. /
En las noches vehementes, en que el sexo bravío deambula laberintos, /hembras de grito fiero, cabalgan a la grupa de potros azabaches. /
En la distancia rugen los tigres del instinto. /
Se advierten sus zarpazos rompiendo mandamientos /guardados en los rollos del mar que nadie nombra porque su nombre les está vedado. /
Amantes voluptuosas abandonan penumbras /y aunque no se reflejan en las lunas de azogue, /las concubinas danzan con sus pubis ardientes, menean sus caderas delicadas. /
Acuden al llamado de la madre insistente /entre las cicatrices del insomnio amoroso, /con la urgencia y la fiebre y el incendio en las vísceras. /
Sin pensarlo concurren a sus convocatorias /con la misma locura, el mismo desvarío, los mismos arrebatos.
Sus jadeos convulsos rescinden los convenios. /
Poluciones crispadas descorren sus cerrojos de carne agonizante. /
Para yacer exhaustas, gozosas, satisfechas al llegar la mañana. /
En el tiempo preciso en que estallan racimos y se incuban milagros, /séquitos de señoras serenas como el cielo sereno de la magia buscan darnos alcance. /
Emergen si alguien llega a cubrir azucenas con diezmos de ternura, /si llovizna el espeso mandato de la savia velando sus embriones con espermas maduros. /
En el tiempo del péndulo penetrando corolas. /
Cuando la herencia entona sus endechas profundas. /
Cuando atizan arcanos las llamas de una hoguera encendiéndole el habla /y despiden las túnicas un aroma sagrado. /
En el tiempo apacible, el tiempo del enigma, /la calma compartida, el sosiego prudente, las miradas distantes, derramando caricias sobre convexidades, /transitan galerías modulando los cánticos en la vital presencia de la gracia. /
Acuden presurosas /a tapizar de musgos los nidos escarlatas donde alojamos pájaros. /
Si hay clepsidras lejanas goteando sus ausencias hacia bulbos cerrados, las militantes llegan nimbadas por la cólera. /
Esquivan la mirada del ojo sin membrana. /
Gimen en el silencio un dolor que supura desde llagas infectas. /
Porque las mutilaron con esquirlas atroces latentes en las fauces del jodido desierto. /
Porque la vida muere como mueren las vidas /a puro fogonazo, a puro privilegio, a pura dentellada. /
Cargan en sus mochilas los rostros de los ángeles que quedaron dormidos /sin siquiera haber visto el perfil agorero de hechiceros seriales /cortando el filamento de la vida con sus uñas de lata. /
Cargan en sus mochilas la inocencia sangrando entre promiscuidades. /
Y paredes de tablas. /
Y el viento en las hendijas. /
Y la pulcra certeza de no tener a nadie, de no contar con nada. /
Porque todos lo saben. /
Una vez rescindida la alianza primigenia, /no sirven talismanes ni sirven evangelios ni sirven las plegarias. /
¿Y adónde van las vírgenes? /
¿Adónde van aquellas que siguieron la ruta de preceptos /cumpliendo prohibiciones a cambio de promesas quebrantadas? /
Porque en las oquedades de su entraña sedienta /atesoran el rostro de ese hijo que emerge a sus vigilias cuando nadie las mira. /
¿Y si el amor no llega a construir una presa, /esclusas que contengan el aluvión de sangre coagulada con que los calendarios derrotan sus mareas? /
¿Pues la única compuerta es esa que contiene su reguero de lágrimas?/
¿Y los viejos demonios de la maledicencia reptan por las arrugas de pulidas nostalgias/a puro regocijo, a desamor ardiente, a roncas carcajadas?/
Puesto que no ha podido cumplir con el mandato. /
¿No les queda otra cosa que levantar velámenes de estrictas azucenas /y hacerse a los océanos en los negros navíos de la desesperanza? /
Mientras todo sucede, /en sus templos vacíos, /los amos ni sospechan, que hay mujeres llorando.
¿Y adónde van las otras?/
¿Adónde van las plácidas varonas que protegen la médula del sueño?/
¿Esas que salvaguardan los corazones frágiles de cualquier intemperie?/
Vienen a amordazarnos el llanto en la garganta y el hambre en los desvelos. /
Para que nada llegue a empañarnos metáforas. /
Ni los mocos goteando ni las greñas hostiles. /
Ni la dura batalla contra pórticos secos. /
Ni los peregrinajes de la diaria miseria. /
Cegadas por cendales de densas telarañas el universo entero se presenta más justo, /el miedo es solamente un fantasma destruído /y hasta la puta infancia ya no nos duele tanto. /
Entonces es sencillo escuchar las palabras de agentes entusiastas/vendiéndonos su reino de entelequias gastadas /para el momento exacto en que ya no nos quede una fracción, un ápice, un harapo de vida. /
Hincarnos en la esencia de los duros maderos /suplicando mendrugos de estrictos optimismos,/sollozando reclamos delante de desnudos tabernáculos. /
Rogando en los domingos de solidaridades /para que la limosna no ofrende más harapos, alimentos vencidos, juguetes destrozados. /
Y el aseo no sea un vocablo gastado. /
Las nunca bienamadas adoran los espejos. /
A pesar de que el mundo cotice los desprecios al contado injurioso. /
Las vendan como carne en las taquillas llenas de algún teatro de barrio. /
Les arrienden un mundo de pantallas histéricas. /
Les convoquen usuarios para sus asambleas denigrantes. /
Exhiban sus polímeros desde escotes audaces y ceñidos atuendos en los glúteos recientes. /
Oferten con sus guiños y mohínes grotescos, el febril paraíso de un amor pasajero. /
Para ellas harían falta raciones de rocío, /enjambres de promesas flotando en las orillas de lagos transparentes, /horizontes azules debajo de los párpados. /
Tal vez una guitarra agrietando recelos no sea mala idea. /
Porque en el artificio de sonrisas perfectas /proyectan una dicha que no llega a encenderle la mirada. /
A veces dicen NO pero nadie lo advierte. /
A veces lo reiteran. /
Sin embargo los amos se niegan a escucharlas. /
A veces lo repiten hasta llegar al grito. /
A veces forcejean, oponen resistencia, /pero igual las dominan, pero igual las penetran, pero igual las agravian con esa prepotencia del machismo insultante /pensando que comprende lo que esconde el lenguaje al dorso de lo dicho. /
Y en esa impunidad sin miramientos se sienten apoyados por las complicidades /violándolas de nuevo, /cada interrogatorio, /cada hombre analizando la urdimbre de su trama, /cada juez de la causa apoyando prejuicios a plena prepotencia. /
Porque son sus secuaces, /afines asistentes a la tortura infame de las embarazadas en tiempos de batracios y obsecuentes verdugos. /
Cuando todo tenía razones atenuantes /y la justicia estaba porque era necesario sobrevolar las aguas profundas de la patria. /
Y aún ignoran que NO carece de sinónimos. /
Que indica prohibición, oposición, rechazo. /
Les guste o no les guste a los amos del sexo /que rompen osamentas y magullan los músculos y desnucan los sueños y lesionan el alma. /
Mientras mueren los árboles talados por negocios de avaricia afilada. /
Mientras se incendia el orbe, desbordan maremotos, estremecen la tierra los sismos homicidas, /la voz de los profetas se pierde en los fragores que siguen al relámpago. /
Como si alguien hubiera capturado el silencio tapiando a cal y canto las sílabas que dicen. /
Como una identidad nunca antes escuchada intentando explicar sus filiaciones./
Como si el objetivo fuera nacer de nuevo el día en que retorne la madre de los dioses a tomar posesión de sus espacios. /
Y culminen los siglos de sumisión amarga, de frente cabizbaja, de silencios vasallos y corazón inerme, /la lucha de las hembras será reivindicada. /
Cabalgaremos libres, a horcajadas, en pelo, sobre potros indómitos /con la palabra al viento. /
De historias contenidas en tabletas de arcilla, /de perdidas leyendas talladas en pirámides, /de cuevas clandestinas donde los elegidos enmudecieron pruebas en odres de cerámica, /de sitios sumergidos bajo la superficie de los mares, /de antiguas ciudadelas coronadas de nubes, /nacieron las mujeres que me habitan el alma. /



BELKYS SORBELLINI
(Santa Fe-Argentina)

-Padre, hay un hombre con sombrero de musgo-
Dile que venga, padre y me inunde la boca.
Que me muera…que me viva.
Que me tiemble la boca como hoja de tilo.
Que me deje dormir, que me sorba…que sueñe con él.
Espero
Verano, ya me voy. Y me dan pena
Las manitas sumisas de tus tardes
Llegas devotamente; llegas viejo;
Y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
César Vallejo.

Si has de llegar con bendiciones acércate a mí 
Dulzor de tus besos que mis labios absorben
Ansiando tus caricias en mi cuerpo dormido que
Aunque silencioso, yo estaré escuchando atentamente
El palpitar de tu corazón que en alborozo llegue.
Yo sentiré en mi piel las sensaciones que provocas
Y tus humores inundarán la vieja habitación ya sin decoro
Y no importa si me río o lloro, porque he de sentir la primavera
Aunque mi corazón estalle de alegría 
y mis manos recorran tu cuerpo en llagas,
viva, exultante como en una elegía.
Vivo o muerto de amor y de pasión, en septiembre 
en mi puerta detendrás tu paso.
Y llegarás preñada de miel y de esperanza.
Anúnciate septiembre, llueve primavera
Mi corazón henchido de amor por ti espera.

Y las mujeres son hermosas 
Cuando sus manos cargadas de caricias
recorren presurosas la piel de su destino.
Y las mujeres son hermosas cuando su rostro se ilumina
y sus ojos de estrellas anuncian su ternura.
Cuando le dan sentido a su vida
y luchan día a día por sus ideales.
Cuando caminan con la frente alta haciendo 
gala de su maternal sabiduría .
Y aún cuando nadan en un mar de inseguridades, 
sacan de la galera una sonrisa y pronuncian un te amo, 
dándole fuerzas al más débil de los hombres.
Una mujer hermosa teje ilusiones con realidades
borda pliegues de esperanza en cotidianidades
y tiñe de colores nuestro cielo.
Una mujer hermosa, es sólo una mujer entera 
que es capaz de transmutar sus alas y volar.

PARA ENCONTRARME

Sobrevivir, sostenerme en el vacío
Para no caer más allá de mí.
Sobrevivir, para sostenerme en el vacío,
Para volver a ser,
Para nacer de nuevo
Y volver a creer.

Sobrevivir
Recrearme y crearme
Desandar los caminos
Y volver a transitar la vida

Sobrevivir
Para no caer más allá de mí.
Para encontrarme.


PÁGINA 7 – COMENTARIO DE LIBRO

 TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ
(Caracas-Venezuela)

Libro: HABRÍA QUE ABRIR
Autor: ROLANDO REVAGLIATTI
De lectura gratuita en http://www.revagliatti.net

EL CONDICIONAL ABRIENDO

          ¿Dónde anda la memoria de Rolando Revagliatti? ¿Acaso internada en los esquemas del latín clásico y haciendo una transferencia en el español medieval para llegarnos hasta ahora, a la reconstrucción de la lengua española en unos versos de penetración del infinito? Abre en variedad morfémica invitando al desastre que posteriormente describe. ¿Acaso esa memoria estaba interceptada por Berceo? ¿Tomó versos alejandrinos para diluir prótasis y apódosis? Pero no, el condicional no está después, está al inicio. Luego no hace sino confirmar. Podemos divagar sobre las relaciones temporales de los verbos con la realidad exterior del discurso y abandonar la morfología allí, en el pasado de las lecturas.

          ¿Lo que va detrás y lo que va delante? ¿O debemos detenernos en la relación de los condicionales con las causales? No hay otro uso condicional – digo ahora- en el resto del texto. “Habría” muestra en el poema inicial la presencia simple de una posibilidad frente a la cual el poeta parece soberano. Si realmente lo intenta no estaría mostrando una voluntad pues lo haría “como quien no quiere”, más bien “como quien detesta”. Es más, si la apertura se produce, lo que realmente sucede, como lo comprobamos al ver el cúmulo de palabras que siguen a este poema y que constituyen este libro, aun ella tiene condicionamientos previos en contradicciones que –advertidos estamos- no dependen de su voluntad dado que la envoltura del acto es impremeditada y, claro está, se torna irrepudiable. La aparente contradicción se anula dado que, como queda suspendido sobre el libro, la única posibilidad es que lo que hay que abrir se abra sin abrirse.

          Ahora estamos frente a lo que se abrió sin abrirse: Frente a lo que queda el poeta reitera su combate. No acepta los calificativos externos que puedan endilgarle. Reitera su acción soberana sobre la palabra. Y advierte que tiene por hábito venir de la luz, pues a los abismos sólo a asomarse.

          Es reiterativo en Revagliatti el no asentamiento de una realidad imperturbable. La realidad –y aquí reaparece el condicional entremezclado entre una voluntad y una fuerza superior- se mueve sinuosa. Para él la palabra dedos múltiples coordinados por todos los sentidos que, de mutuo acuerdo, le encuentran el proyecto de moldeo.

          La voz del poeta sobre sí mismo implica un desleimiento, pero nadie busque en su palabra lo contrario, pues él está en otra parte que es desleimiento. El hecho inocultable de su muerte en el momento de la muerte no puede autorizarlo a hacerse realidad mortal, pues, como queda muy claro, el llegar tarde al comienzo es la obligación permanente…poesía. Reverso y anverso, traducción y traición, referencia e inferencia, persecución y quietud, repetición e innovación…palabra.

          Aún así, los poetas intentamos una y otra vez autodefinirnos y como estamos en viaje sostenido tenemos la facultad de ver las cicatrices incluso desde el anterior momento filoso de su causa y aún tenemos el espacio requerido para hacer la advertencia a los hombres que la palabra causada provino de su causa.

          La fractalidad del prisma permite la multiplicidad de visiones, hay que mirarlas todas desde la conjunción de los signos, no hay tiempo, no es menester dilapidarlo en la espera del más allá del Yo, que los hombres hagan de su supuesta eficacia la admisión de su supuesta eficacia. Frente a ella el poeta se reserva al misterio y vuelve a condicionar reservándolo a la palabra. A la opacidad del mundo opone su luz fractalizada.

          Las interrogaciones no desaparecen. El poeta vuelve sobre ellas y las sopla en la noche. Cada palabra es una hoja que cae y en los otros encuentra lo que no es, pero cuánto pesar por haberse escondido y la manera de exorcizar es reconociéndose uno de ellos, aún y a pesar de saberse otro, el diferente. Y todo poeta sabe que ha pasado. La verificación de no estar solo es quizás el primero de los naufragios. Y el balance se asoma: ha podido hacerlo sin los sentidos porque ellos fabricaron el sentido. Ha habido en el proceso un exceso de lucidez; haberla permitido, haberla dejado entrar desde los vidrios rotos en su multiplicidad atosigante ha sido una negligencia. “Que esta lucidez perezca”, dejé escrito en algún verso, pero sin ella no hubiésemos podido ser lo que estábamos condenados a ser. Uno no se entiende entendiéndose, de manera que resulta inútil explicarlo.

          Siempre creemos haberlo dicho todo ya sobre la condición humana. Empezamos muy temprano, en el origen, y desde el origen hemos caminado infinitas veces el camino. Pensamos habernos excedido y por ello estamos solos al tiempo que comprobamos nuestra pequeñez en el diagnóstico, olvidando sólo que otro relámpago nos hace ver que sobrevolamos y hemos hecho esfuerzos notables por merecernos la muerte, palabra de seis signos, una que en traducción traidora sólo significa que seguiré contando. Se contará en la nada y para ella no hay definición a no ser nada. Esto es, la luz nos hace oscuridad.


          Aturde, lo sé. Tengo con Revagliatti una diferencia: he abierto su libro abriéndolo. Lo que no sé es si he abierto. Menos si estas palabras que serán llamadas prólogo son irreversibles. Como Rolando, tengo una “pronunciada propensión al aturdimiento”.



PÁGINA 8 – CUENTO

GREGORIO ECHEVERRIA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

ESTE NEGRO VACÍO DE MI PECHO

"La fantasía, abandonada de la razón, produce monstruos imposibles;
unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas."
Francisco de Goya y Lucientes:
Epígrafe de su puño y letra al pie de uno de los Caprichos, Madrid 1799.

Qué no dijera en esta hora lúgubre, tan desgarrado por la privanza de tu piel espléndida y casi ciego por no tener ante mí la luz provocadora de tus ojos, dulce paloma montaraz. Si no me fueran tan odiosas las copias y los plagios, me anticiparía a las endechas que varios siglos por delante desgranará un juglar por estas mismas tierras. Todo pasa y todo queda…
Pero es que sólo pasa lo que ha sido. Y lo nuestro no ha sido sino un sueño. Esto me decías cada atardecer cuando el relente del crepúsculo nos traía por los ventanales el perfume de los agrios y el rumor de las fuentes. Que empalidecía al rumor de tus enaguas y al crujido de tus corpiños. Ay Cayetana, quisiera el cielo eternizar el tiempo que corre entre una y otra pincelada. No, claro, que no pudo ser ese mi discurso. Ay señora mía quisiera el cielo eternizar el tiempo que corre entre una y otra pincelada. Ese era el trato que me podías permitir entonces. Y repasar una y otra vez la textura de tus volados y la gracia con que el ruedo de tus vestidos insinuaba y retaceaba a un tiempo los tesoros encerrados. Fruto de ningún huerto tuvo guarda más fina ni senderos más apetecidos.
— Me miráis de un modo extraño, maestro.
— Perdonadme, señora, en pensamientos más lejanos estaba puesta mi atención. Y sabéis creo -en todo caso- que la vida no ha tenido aún conmigo los mimos del tal magisterio, que a vuestra mera gentileza debo agradecer.
— Maestro eres desde ya para mí y no lo tomes como un cumplido. Pero no es tu arte en la réplica de los lazos y puntillas lo que te hace magistral a mi fantasía.
— Pues estáis clavando en mi alma una recia estocada, muy señora mía.
— Con la misma reciedumbre con que tú clavas banderillas en la mía, si es que hemos de pagar franqueza con franqueza.
— Nos os rebajéis al valor de un novillo, señora. Ni pongáis mi humilde arte por faena de diestros. Hay espacios que no conviene transitar y distancias que no es prudente acortar.
— Es que lo que escapa casi de mis labios y lo que leo en tu mirada poco tienen que ver con la prudencia. Y una vez que te atreves a cruzar esos espacios, ni las distancias ni las conveniencias tienen ya el menor significado.
— Platicadme pues si os place de vuestras fantasías.
— Pues que me he preguntado más de una vez si sería tu pincel más hábil en reflejar lo que ves o en plasmar lo que a escondidas imaginas y con lujurioso imperio desearías que se mostrara ante tus ojos.
— Este trabajo estará terminado en una semana. Si para entonces no han mudado de orientación vuestras fantasías, os prometo poner a vuestros pies todos los oropeles de mi oficio para despejar tanta inquietud.
Cómo pude, Dios, acercar de tal modo mi cabeza al hacha del verdugo. Loco debí estar lo confieso. Aunque mucho más despreciablemente loco hubiera sido no recoger aquel delicado guante. El choricero ni hubiera pestañeado. Mas lejos estaba yo de su mucho desparpajo y vasta experiencia en estas lides. Siendo como soy en cambio un palurdo para nada acostumbrado al bifronte protocolo de una corte que vivía besando el crucifijo y desvirgando palomas. Qué semana, virgen santa. Siete días de suplicio en que no volvimos a tocar el tema. Aunque la cuestión brillaba en sus ojazos oscuros como una brasa del infierno. Maldita y adorable zorra. Que le hiciera el favor de ajustarle el pasacintas de las calzas. Que le asentara a mi gusto los plisados de la pechera. Que le arreglara la caída de las mangas. Pero de lo otro ni una palabra. Al punto que terminé dudando si aquella charla había en verdad tenido lugar en la realidad del taller o en lo tenebroso de mis devaneos nocturnos. Fueron en verdad casi dos semanas. Pues no atinando a poner los pies en la realidad de aquella historia ni a huirme por el atajo de las pesadillas, me vi forzado a demorarme en detalles por sobre los cuales pude haber pasado con toda holgura. Pues en cuatro días a partir de la tarde fatal, Cayetana brillaba ya en todo su esplendor desde mi lienzo. Dando pie al subido comentario que los cotilleos de palacio le atribuían a un franchute, según para quien no había un solo cabello de la duquesa que no encendiera el más abrasador y lujurioso de los deseos. Abrasador y arrasador, agregara yo de haber tenido siquiera la intuición de que mi cabeza malamente se sostenía sobre mis hombros desde la primera tarde de comenzada la obra. Escaso esfuerzo llegado el caso le demandara al verdugo quitarla de sus goznes y dejarla rodar por el aserrín del patíbulo para regocijo de la chusma. Pero es que estar de pie delante de aquella porcelana indolente que me escudriñaba desde lo hondo de sus ojazos felinos que prometían el cielo augurando a un mismo tiempo los infernales precipicios me daba vahídos. De los cuales me hubiera librado al punto con sólo cerrar los ojos un instante. ¡Vano intento fuera! Conformárame en todo caso con dominar el temblor de mis párpados, el leve aleteo de mi nariz y el palpitar de mi barbilla. Pero quitar la vista de encima de aquella mata renegrida, de aquella displicente y desvergonzada turgencia ora insinuada más que expuesta, ora expuesta más que adivinada, tarea era en todo superior a mis desfallecientes intentos.
De mí sólo tengo conciencia de mis ojos entrecerrados. La suave penumbra del local dilataba mis pupilas bebiéndome como un poseso su mirada que me inmovilizaba con la eficacia con que la serpiente paraliza al pajarillo que se apresta a devorar. Devórame mas no te muevas ni te alejes de mí, hechicera de mi alma. Fascíname y sea yo la más pasmada avecilla enredada en la urdimbre pecaminosa de tus redes.
— Pues debo reconocer que por ser un rústico te sabes al dedillo las artimañas del oficio, maestro mío. Dejadme apreciar de cerca vuestro arte.
— Os ruego contengáis por algunas jornadas vuestra impaciencia, señora. Los detalles que faltan son el remate de lo que tan generosamente llamáis mi oficio.
— ¡Qué sabes tú, querido pastorcillo mío, qué impávidas ciudadelas, cuán arrogantes barbacanas han rendido sus pendones a la fiebre abrumadora de esa impaciencia a la que aludes con tanto desparpajo!
— No he querido ofenderos, os lo juro.
— Ni hubieras podido, eso ténlo por seguro. Delante de mí me ofenderás cuando yo lo disponga y te retractarás en cuanto te lo ordene. Ahora calla y déjame contemplar tu obra en paz. No sea que hayamos malbaratado en esta covacha las mejores tardes de la estación.
Ah, cuánto duele ahora el evocarte, casquivana corzuela. Batida y abatida por monteros y arcabuceros y diestros de puño más ceñudos y soberbios que los infantes de tu difunto dueño. Que si a todo lo ancho de las Europas se allegaron los alaridos de triunfo de nuestros tercios flamencos, no hay rincón del reino adonde no resonaran tus insaciables aullidos y los impertinentes reclamos de tu gula. Oficio me exigiste y mi oficio te di como en igual medida no lo diera si de la Santísima Virgen se hubiera tratado el negocio, válame Dios. Me acosaste en tertulias y salones y a la mediasombra de los despachos. Y mucho me equivoco o también bajo el dosel de tu cámara y al calor de tus sábanas fuiste entretejiendo la telaraña en la que tenía tu capricho dispuesto enredarme. No en vano repiten en voz baja los servidores de palacio y otras gentes de mayor alcurnia que más puede uno solo de tus rizados bucles que la desnudez de cuerpo entero de la bruja de Parma. Todo lo hiciste tuyo con un gesto displicente de niña consentida. Con tu inimitable mueca de terquedad y coquetería. He pensado que un retrato hecho por vos pondría un toque de interés en nuestra finca de verano. Lo diste por resuelto y no volviste a dirigirme la palabra. Ni la migaja de una mirada. Dos meses más tarde empezó el que habría de resultar el peor suplicio de mi vida. Mi desgraciada lucha entre la moral y la carne. Lejos aún mi cabeza de los monstruos que años después habrían de acosarla, haciendo de mi razón un sórdido amasijo de rencores y lealtades. Me sabías vencido de antemano, ni qué decirlo. Aún me engañan mis pobres oídos haciéndome pensar que escucho en este instante el tumultuoso batir de mis arterias al acomodarte en la postura que te daría la gloria y a mí me sumiría en el mayor y más acre desasosiego. Vigila tus torpes manos, pintor. No quisiera que tus colores impetuosos y tus óleos ordinarios ensuciaran mis vestidos. Fue la primera muestra de tu paciente cacería. Mostrando y escondiendo, avanzando y retrocediendo, ofreciendo y negando me fuiste acorralando como el matador abruma al toro antes de rematar la faena. Y qué remate, virgen santa. Más de diez años han pasado y revivirlo me escuece aún lo hondo de la médula. Mi pequeño pintor de santos de alcoba, me espetabas entreabriendo con una gracia inigualable las valencianas de aquel escote por donde mi sensatez terminó desbarrancándose.
— Acércate a tu modelo y hurga en mí como yo he hurgado en los pormenores de ese lienzo. Nada más siguiendo el rastro de tus pinceladas. Buscando la huella de tus dedos. Fisgoneando aquí y allá por cada pliegue que tus ojos se cansaran de valorar en sus sombras y en sus luces. Ven ahora a mi lado y convéncete hasta dónde ignoras la tormentosa resolana de mis playas.
Qué feroces premoniciones no atenazaron mi alma en aquel mismo instante. Ajeno a las argucias de la montería e ignorante asimismo de lo que acontecía en lo recóndito del ruedo, habiendo la anchura de un mundo entre las gradas y la arena. Mas no fuera esa la dificultad para cerrar los ojos e imaginarme allí dentro de rodillas, abandonando la muleta y empuñando el acero con la mirada fija en aquellas cuencas encendidas. Mal momento para develar, sin que me temblara la mano, cuánto de ira había en los sombríos tizones y cuánto de lujuria. Puesta mi memoria en ese momento en un episodio de palacio, me vi delante de la imagen del anciano Carlos. Pienso que los nobles están más a salvo de las infidelidades que los plebeyos, majestad. Porque no abundan las estampas principescas que puedan atraer a sus esposas. Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto eres. Y al volver a la realidad, esfuerzo hube de hacer para quitar de mi cabeza la visión del miura y la del viejo rey. Y para disipar la sequedad de mi garganta.
— Os percibo distante, diría yo como enfurruñado, amigo mío.
— No tal, señora, no tal. Quién elegiría estar distante de vos, siendo como sois centro de todo encanto y asiento de cuanta complacencia pudiera apetecer el más quisquilloso de vuestros servidores.
— A tu servicio y tanto me tienes tú desde hace meses. No es que te lo reproche, qué va. Estas paredes son testigos de lo mucho y de lo tanto. Tanto que temo hayamos incurrido en excesos que ni esta sociedad hipócrita y mohina dejará de pasarnos la factura al menor soplo de esos vientecillos sin los cuales la corte sería un mortal aburrimiento.
— Malo fuera para vos que nuestros negocios se ventilaran en el Rastro. Y no lo digo pensando en mi honra, que poco importa a la hora de las pócimas la honra de un rústico. Mas la vuestra, que os habéis quitado de encima con la misma gracia con que echáis sobre la otomana para mi maravilla vuestras gasas y hopalandas, Cayetana.
— Pues ayúdame a deshacerme de estos refajos y háblame de tus sienas y tus ocres, que te escucho con la cabeza y el corazón temblando como una cervatilla mientras me mimas y me enciendes como tú bien te sabes.
Me dicen que has muerto. Que tu luminosa blancura ya no refleja ni la codicia ni el hartazgo de este mundo, Cayetana. Y no puedo imaginar mustios unos frutos que estallaron de vida entre mis manos. Me resisto a pensar fláccidos esos músculos de tu cuerpo bravío arqueándose en el supremo gesto del rechazo y el envite. Te amé, Dios me perdone. Me amaste me sopla el incordioso diablillo que se cura de rejonear mis recuerdos y mi sueño. ¡Mis sueños, válame la eterna condenación! Sueños de una locura que mi locura llamara los sueños de la razón. Sabes que no pero aún piensas que te amaba. Pincha y pincha demonio. Hinca y rejonea, que no es en la carne sino en el corazón donde más duele, pequeño somorgujo. Roe mis entrañas, deshilacha mi piel, hiende con tus colmillos este vacío de mi pecho que han llenado de penumbras y de lutos las misivas agoreras.
Ignoro aún si has sido sólo un caprichoso sueño de mi razón atormentada. O si por lo contrario fuera yo la intrascendente y efímera razón de tu capricho. Develarlo no atenuaría la quemazón del hierro que me roe ni aclararía la luctuosa sinrazón del fuego que me siembra tu memoria.
Ignoro si las tinieblas que me acechan son las formas vivas de los esperpentos y fantasmas que he plasmado en mis días de delirio o es que de mi propia mente van brotando las sombras y en brotando soplan sobre el rescoldo de la impaciencia que nos dimos y las distancias que no guardamos.
Ignoro -en fin- cuya fue la primera verónica y cuya la postrimera embestida sobre esta arena que impúdicamente ha devorado las pastoriles ambiciones y las nobiliarias fiebres, a despecho de los estatutos y las bulas.
Mas no ignoren la corte y el reino todo y las Españas, mi pequeña zorra de madreperlas, que ha sido tu vientre de alabastro el acalorado lienzo de mis más gloriosas pinceladas


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

MIGUEL GAYA
(Ayacucho-Buenos Aires-Argentina)

I
Un cuarto propio, una voz reconocible,
el cielo por asalto, ¡cuánta pedantería!
Caminamos por un sendero estrecho,
 
nuestra mente es estrecha, y la tumba a la que bajaremos
será estrecha.
 
Y poco tiempo nos recordarán, en un rincón estrecho
de una mente ajena, ocupada febrilmente
en otros menesteres.

Pero a la noche nos volveremos a empeñar
en palabras que son aire, en música leve
y sentidos oscuros,
solo para ver crecer dentro nuestro
 
y fuera nuestro
algo diferente y tenue
con una suave gracia.

Solo nosotros sabemos tantear
la inmensidad,
 
y aún así apoyamos
nuestra tonta cabeza
en su regazo.
 

II

De todas las cosas del mundo,
prefiero el mundo.
De todo mundo posible,
prefiero las cosas.
 
Hay en mí un apego ramplón a lo que existe
que elimina toda prevención en el mirar, se desguarece
frente al universo
que se extiende impávido ante mí
y más frío
 
que el frío de las estrellas
cuando mueren y caen
sobre mi cabeza, incesantes,
polvo cósmico al que saludan mis huesos
como a viejos conocidos,
como a miembros de la familia que vuelven fatigados
junto al fuego
y se persignan
antes de comer.
 

Es posible, finalmente, que hable solo,
que no reciba visitas, ni los rayos
de las luces de las estrellas me atraviesen el pecho
bajo la bóveda celeste.
Yo sin embargo los saludo y, la verdad, los aguardo,
 
pero como si fueran,
como si el universo fuera,
apenas la pátina aceitosa y leve
de un lago oscuro
escondido en un bosque
y donde brilla la luna y, apenas,
las estrellas fugaces.
 

III

EL PARAÍSO DE LOS RENOIR

Tenemos sobre los Renoir una hipótesis inquietante:
La tristeza del padre fue a parar a sus hijos, las heridas de la guerra
declarada por él,
destinadas a él,
 
mordieron otros miembros
 
de esa familia
desgraciada
que vive en el paraíso.

¿Y es que acaso el padre, todo padre, no atina solo a sacudirse de sí el sufrimiento
no ya como padre sino, apenas, como hombre, y cae todo
(el sufrimiento, la finitud, la incompletud) en el hijo
no tanto como hijo, entonces, sino apenas, creo, como hombre?
Pero ese hombre, Renoir, el padre,
 
tiene puestos en las piernas, en las manos, en los brazos
el dolor y la pena y la enfermedad
 
y en un gesto de magia
a orillas del río que atraviesa el paraíso,
a la sombra del árbol del conocimiento que crece en el paraíso
las arroja
al viento de tramontana que atraviesa el paraíso
 
y las transmite, da en herencia,
a los hijos
 
por la mitad,
porque a uno le duele solo el brazo, y solo la pierna al otro,
 
y ese dolor fue causado
por el padre
 
¿y para quién? pregunta el menor de los hijos y el más dolorido
por no saber señalar con qué dolor
lo señaló el padre,
 
tal vez con el dolor de no poder
dejar de ver,
 
cuando el padre eligió para sí,
 
para que no doliera, eligió mirar
 
lo que él mismo se pintaba para ver.

Y entonces, dice el hijo,
no es del árbol del conocimiento
 
que el dolor viene,
dice él,
el menor, el menos indicado,
sino del otro árbol,
de la arboleda absurda
de la creación,
que se mece a la suave brisa
del orgullo
y la pena.
Árboles engañosos, dice,
innecesarios
y por eso incesantes
como tumores del mundo,
repartiendo el dolor
que dicen ocultar.

Y el hijo menor dice,
doliéndose de lo que el padre le brinda
 
de beber,
que ojalá el padre
reviente
del dolor suyo
y que el dolor ese
 
no le llegue a él,
ya que él solo quiere
ahora
irse del paraíso de una vez,
de la casa del padre,
para ensuciarse los pies
en el camino.
 

¿Tienen entonces los hijos la culpa
del dolor del padre, aunque lo deseen?
No.
¿Tiene el padre la culpa
del dolor del hijo, aunque le espante?
Sí.

Rudas maneras de vivir
el paraíso
 
donde todo sucede
una sola vez
y nos marchamos
dejando detrás nuestro
 
delante nuestro
retahílas de padres y de hijos
baldados
y caminando.



ZULMA LILIANA SOSA
(Formosa-Argentina)

VARSOVIA CERCA DE TREBLINKA
I
hombre / los colores / los objetos que esperan en las 
casas / la antigüedad del golpe / atravesando el disgusto
de aplacarse / la mùsica mendigando sonidos a la congoja
del mendigo / y de frac està el patètico con su fetiche /
y de llagas el cuerpecito muerto / proyectando la inocencia 
de su imagen / ese enorme esfuerzo de quedarse / entre
Dios / su mirada y la estrella que cabìa en la hierba.
¿por qué el órgano de las hembras lograron contener el feto /
y divulgan ahora / holocaustos de niebla sobre el chupete del niño? /
¿ son ellos los rostros de la tierra / que inverna invicta / mientras
amanece entre deshuesos y rígidas siluetas / con su pudor en 
celo / en celo y sin alivio?
II
la carretilla / carreta / transporta / tira / fosa /
su forma de vida / su economía / sus costumbres /
el otro aspecto del salvaje / el bàrbaro rapiña / fuego /
los muros de los olores / el hocico / la penetración 
del olfato / sexo / el delirio de auxiliarse con la ropa /
sombra /¿ quièn desviste después a la desnuda?
mano toco la absolución de la estatua / la fuga del 
movimiento / foto / la tregua de la limosna / la 
pesadumbre del asombro / mano quieta / mano sin la
caricia que hervìas como promesas / escàndalo para
què cuerpo / escàndalo / si suda sola la coagulación
de la mano.


PÁGINA 10 – COMENTARIO DE LIBRO

EVA MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)

CUENTO Y APARTE DE JUAN CRUZ 

Un hombre amnésico vomita notas de libros hasta quedarse vacío. Otro hombre se pierde en el color de un cuadro. El dolor engendra locura. A Elías le gusta caminar por los bordillos, verse solo, poner en juego su yo más profundo. La soledad engendra locura. En una secta sus miembros quieren liberar al mundo de toda utopía. La realidad engendra locura.

«La muerte es inocente», nos dice el autor, «la muerte no aprieta el gatillo, no clava una estaca, la muerte no sabe abrir la espita de gas y tampoco te aplasta la cabeza de un martillazo». En «Holocausto» su protagonista ve en la muerte su forma de salvación.

La ficción se come a los personajes, masticándolos despacio, y después escupe restos de ojos, cejas, bocas, y algún zapato viejo. La línea que separa ficción y realidad se desdibuja; cuerpos que salen de los libros, tipos de letras que luchan para ser ellas las que cuenten la historia. Lo fantástico escurriéndose entre paredes cotidianas.
 

La necesidad de reinventarse cada día, de ese exilio del que nos habla Juan Cruz; verse al otro lado del espejo. Un espejo opaco, con manchas negras en los bordes. Un espejo en el que cuesta tanto reconocerse…
 

A Juan Cruz el mundo, infinito, inabarcable le cabe en una mano; mano que cierra, apretando fuerte, muy fuerte, hasta ver trocitos de cabezas, de ropa,saliendo entre sus dedos. Si Dios no ha sido piadoso, piensa el escritor mientras sigue estrujando su mano, ¿por qué lo voy a ser yo?
 

El autor nos dice, «la carretera lo es todo. El paisaje también», mientras sus personajes se sienten presos en lo finito, repeliendo lo cotidiano. En «Literadura» un hombre dentro de un laberinto nos pregunta: «¿Cómo se puede habitar un camino?», y él mismo se contesta afirmando: «Se trata de hacer de la búsqueda un hogar definitivo». En «Negros» unos escritores intentan «robarle tiempo al camino».

Reencuentros, libros, teorías, juegos, sueños… La felicidad cogida con pinzas en el sabor erróneo de un café, y ese intentar escribir algo que atestigüe que la vida mereció la pena. «Toda creación», piensa el escritor, «lleva dentro el testimonio de lo marchito, de la muerte».
 

La vida vista como un puzzle viejo; las esquinas de muchas de sus piezas dobladas, el dibujo descolorido, algunas rotas, y faltan tantas… Y el autor tan cansado de mirar debajo del sofá.




PÁGINA 11 – CUENTO
 
ANTONIO DAL MASETTO
(Intra-Italia)

ANNA

El hombre ha salido a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de luna, tibios reflejos de faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las veredas y, al doblar una esquina, una figura parada en la mitad de cuadra, un descubrimiento para el hombre que vaga por la ciudad vacía.
La muchacha permanece detenida, vuelta hacia él y parecería que lo mirara o lo aguardara, tiene flores en las manos y sus ojos están en sombra. También el hombre se detiene y ahí permanecen, observándose, mientras transcurren los segundos y el hombre sabe, súbitamente, como en una revelación, que el nombre de la muchacha es Anna y que las flores quizás sean para él.
Después ella da media vuelta y comienza a caminar y el hombre la sigue y no acorta distancia y allá van por calles y calles, entre las casas mudas y los gatos, y siempre hay nubes arriba y temblores de luna y de tanto en tanto la muchacha gira la cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa detrás de ella, tal vez para incitarlo a que no abandone la persecución. Y el hombre, a la distancia, comienza a conversar con la muchacha y su discurso es confuso y es lento y no pasa de ser un susurro, aunque está seguro de que ella, allá adelante, lo escucha. Murmura: En esta tierra rica fundamentalmente de cosas perdidas, tierra de atrocidades, indiferencias y miserias, no me resultará fácil hablarte. El hombre intenta e intenta y se esfuerza por construir una historia coherente. Y así avanzan y hay más calles y faroles y jardines y plazas.
Y ya no importa si esta necesidad de confesión es apenas un torpe ronroneo en el gran silencio que lo rodea. El hombre comprende que la muchacha que lo precede ha venido a convocarlo, que éste no es un paseo gratuito. Comprende que es tiempo de balances, rendiciones de cuentas. El aire está poblado de señales, voces rotas, llamados difusos, rubores de la memoria, nombres trabajosamente rescatados, enarbolados ahora por encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías, nombres que vuelven intermitentes con los rumores que el viento trae un instante y arroja nuevamente a las aguas de la noche.
Ya no importa la torpeza, la confusión, las palabras que no acuden o que la imaginación niega. Ya no importa nada de eso. Porque ahora ahí está la muchacha marcando camino, guiando, abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de la muchacha nocturna, imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de derrotas, pero sí de firmezas y permanencias y sin duda de una obstinada libertad.
Paso ligero de la muchacha a través de la ciudad dormida, reverenciando, rescatando, enalteciendo para la noche del hombre que la sigue, para sus horas futuras, las imprevisibles, las fuertes oscilaciones de la vida. Entonces, una vez más, alrededor del hombre, la noche vibra de significados nuevos, alberga años y sabor de juventudes y caminar detrás de la muchacha por calles nuevamente familiares, después de tantos voluntarios o forzados exilios, en este septiembre cambiante, es retomar viejas sendas y descubrirse entero y dispuesto, sacudido por estremecimientos olvidados, inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de otros tiempos.
La hora se carga de certezas, aquella figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en el silencio de los días. Y nuevamente la muchacha gira la cabeza, muestra brevemente su perfil y avanza y todo el tiempo parecería decir: También éste, como siempre, como todos, precisamente éste, es el momento decisivo.


PÁGINA 12 – POESIA ARGENTINA

SUSANA CABUCHI
(Jesús María-Córdoba-Argentina)

ALAS

A la cima
del monte Kassium
ascienden
el silencio
y mi pena.

Cuándo la mano
que recorra la fiebre?
Cuándo la extendida piedad?
El viento entre las moras?

Un ave.

A sus alas,
no a mi pena,
reverencia la tarde.

OFICIO

A Marta Roldán

Hay horas bienaventuradas:
festejo
las figuras del polvo
a contraluz,
el sabor de la lluvia.
Pero hay días oscuros
que aguardan entretanto
con nombres y con fechas.
Entonces
guardo mis muertos
en cajitas de fósforos,
de zapatos, de arroz.
Mis muertos
y mis muertes.

ÁLBUM FAMILIAR

Los padres
fueron una vez
a Mendoza.
Me dejaron
una foto con nieve
a orillas del camino
con un gran auto negro
y con amigos.
Me dejaron
una foto con nieve
y este frío.


AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)

TEMBLORES DE TILO.

Mi vida. Te evoco en esta noche exacta.
Y no me importa la vicisitud de las pasiones
Si esa pasión encarroña mis hiedras ,mis culebras sagradas
Si la cerrazón trae una oposición binaria.
Se, soy parte del terror y el horror de nuestra historia.
No obstante acecho tus trenes de cementerio santo.
Espero, el preludio del ojo de tu aurora.
Mi conciencia vuela por los caminos de las zarzas.
Mi animal se arrastra por las puras tinieblas.
Espero. ¿Qué pasajeros vendrán en tu tristeza aurora?
Te veo, parado de pié sobre mi lecho.
Y me enciendo, me abraso, me inflamo.
-Lástima, padre vos solo apagabas fuegos fatuos-
Mis pechos solo adoptan la forma de tus manos.
La tierra, el lodo, la forma de tus ojos tiene.
-Padre, hay un hombre con sombrero de musgo-
Dile que venga, padre y me inunde la boca.
Que me muera…que me viva.
Que me tiemble la boca como hoja de tilo.
Que me deje dormir, que me sorba…que sueñe con él.
Y que sueñe con él y me tiemble y me duerma.
Y me duerma.

CAPRICORNIO.

Es de noche. Tú sabes. En los desfiladeros del silencio, 
Muerden fauces salvajes las violetas 
perdidas.
Norma Segades

La muerte es un alacrán nocturno.
Capricornio, la ve llegar. Sin miedo.
Una estrella en el cielo. Ruega por ella.
Harapos. Mordiscones de ausencia.
Aun sin nombre. Hembra .Solo hembra.
Páramo. Desnuda niña. Desnuda luz del cielo.
Una grieta. Un desterrado padre. 
Un grial con semen derramado.
Blanco mortal en medio de dos pechos inmolados.
Y bebía, por una urgente necesidad de vida.
Bebía...y se decía...no estoy muerta.
Es cierta esta tibieza.
Este zumo, este sabor a lágrimas.
Un descarnado enero, atrae lagartijas.
Aleja salmos y “violetas perdidas”
Ni un gemido la nombra.
Ni un rezo, ni una lejanía.
¿Acaso se ha caído en el río Jordán?
¿Naufraga en pilas bautismales?
La sagrada familia no la nombra.,
Nombra, si, al padre, al hijo y al espíritu santo.
Niña sin nombre extraviada en el monte.
Isletas, tigres y serpientes.
Lirio. Rehén. Frente de pan. Ángel desolado.
Alguien puso en sus pechos una rama almendro.
Allí supo su nombre, llevaría la a.

SEMILLAS DE GRANADA.

Un pájaro ciego ha huido de mi pecho. 
Picotea frutos de arbustos carnívoros.
¿Qué haré sin vos pájaro de lluvia?
Mi madre me ha iniciado en el arte de la poda.
Estoy de pie. Frente al espejo que refleja al lobo.
Un hombre, otro hombre, uno más.
Me sigue su mirada de animal derrotado.
Diosa y Satán. Habitante de la noche. Soy.
Ven…revuélcate en mi fango.
Yo, usurera de amores. 
Enfrento al tribunal del inframundo.
Talo cabezas, sandías y “las flores del mal”
Podo todo lo que sobra y falta.
A vos y a mi nos falta un hipocampo.
¡Llora sobre mi pecho ángel de arena!
Dispersa tus migajas en mi cama.
Bebe mí vino. Trinca .Traga.
Ven… hombre universal, guarda las monedas.
En huesos ásperos, la carne se consume
El mundo que nos habita es una babosa.
No, hijo mío, no toques los albores, aguas vivas, son.
Las siento en mi pubis y en mis voces.
¿Quién arrojó este fuego en mi frontera de agua?
¿Quién me cubrió de esta tristeza insomne?
Líquida. Como una lágrima.
Un jadeo, un beso de amante.
Una hembra ávida de lobos .Soy.
Devuelvo diente por ojo. Ojo por boca.
No creo es los milagros. Bendíceme, oscuridad.
Apaga la luz y las antorchas.
Hay un campanario que pronuncia mi nombre.
Él me ama así. Mujer lóbrega. Umbrosa.
Atrincherada en improvisados lechos. 
Lágrimas de cocodrilo. “Nanas de la cebolla”
No hay pañuelos para el desamparo.
Roja, rojiza, sangra la granada.


PÁGINA 13 – ENSAYO

GLORIA CEPEDA VARGAS
(Popayán-Colombia)

SEDUCCIÓN DE LO INTANGIBLE

A la obra de Gabriel García Márquez bien podrían aplicarse las palabras de José Domingo Choquehuanca: Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina.  Esto en atención al  abundante arsenal de panegíricos y zalemas que bulle en las cuatro esquinas cardinales del planeta. Gabo novelista, poeta, periodista,  aventurero,  cima de la literatura castellana, émulo de Cervantes en eso de romper los entreveros de la lengua solo apertrechado con jarana y nostalgia. Al fondo zigzagueante, el relámpago que escapa al encasillamiento de la crítica.
Ahí reside el secreto de su supervivencia. Las palabras,  que libres y escandalosas como una bandada de guacamayas madrugadoras invaden cielos nuevos, son apenas el cauce por donde discurre el caudal mágico, si magia significa despertar ese monstruo que duerme en lo profundo de   un tiempo sin raíz.
Las normas gramaticales no definen el rumbo a los gigantes literarios. Desprovistas del encanto de lo impredecible, su misión es la del capataz, no la del alpinista.
Toda palabra nace neutra y descolorida, dicen por ahí. La identidad la impone el explorador de adentro.  ¿Dónde reside entonces la clave de esta hipnosis colectiva que desde las callejuelas de Aracataca hasta el Palacio de Conciertos de Estocolmo, desarticula todo lo que toca? ¿Encabalgamiento sin costuras? ¿Semántica construida por la sabiduría de Salomón o arboladura del primer galeón que surcó la sal retumbante del mundo?
El vehículo que utiliza el escritor para exponer su obra es el mismo que opera en tabernas y academias,  diatribas y panegíricos,  textos escolares y salmos litúrgicos. Entonces ¿Por qué ésta deslumbra y aquella no? Sencillamente porque ejercesu oficio en absoluta libertad. El absurdo es una trampa vestida de azul y desmesura. Por eso el arte arma y desarma este  juego  de espejos refractores. Por eso la utopía es una palabra siempre en futuro y esta literatura sajada por un bochorno redoblante, está condenada a hervir sin desaparecer.
El tiempo medra al amparo de los símbolos. La muerte  es  alegoría de la vida y el amor el emblema más contradictorio de las bondades del edén. Las leyes que rigen la marcha ciudadana nacieron de momentos alucinados y por eso son inaplicables. Soportamos el hielo del recuerdo  solo por intangible.
Cuando se pretende trazar la semblanza de este escritor, lo primero que se enarbola es el Premio Nobel de Literatura que obtuvo en 1982. Casi todos los que intentan reconstruirlo, traen al papel ese dato como una revelación   que lo llevó a ganarle la partida  a las torceduras del tiempo. Pero sucede que ese acontecimiento no es más que un liquiliqui colgado en el ropero. Lo que en verdad lo convierte en pieza exclusiva, es su genial irracionalidad. Ese apetito que devoró sin indigestarse lombrices y mujeres de belleza criminal y lo hizo amigo de un gitano que tenía el  poder de morir y resucitar.
Esa turba fantasmal también es pobladora de uno que otro espacio alimentado con los espejismos de la palabra y la acción. Juan Rulfo y Saint-Exupery la acompañan con su travieso cascabeleo. Se diría que una Comala surtida en los desmadres del camino y un Principito leve como flor de harina, son junto a ella, osadía y fiereza  en eso de abrir  jaulas y destripar volcanes.
No es cuestión de galardones literarios o escuelas bendecidas por dioses consagrados. Tampoco  canciones arrebatadas en noches roncas como mar de invierno. Ni siquiera el hecho de viajar bajo la tormenta a bordo de un tren sin luces. Tampoco el desenfado que lo volvió sensato.Lo suyo es el zarandeo a esa bocanada de aire articulado que narra  el proceso nutriente y evolutivo de la especie. Suerte de lámpara de Aladino, luz para adivinar en el vacío del olvido lo que autoriza a envejecer sin remordimiento.
Intentemos evaluar como es debido su memoria hecha de fallas humanas y libros oraculares. Tuvo acceso a  territorios donde todo milagro tiene cabida. Fue como el horizonte del desierto, como la música del mar. Ahora  vuelve a su centro este colombiano lugareño y universal, feliz e indocumentado.



PÁGINA 14 – CUENTO

DAVID SLODKY
(Salta-Argentina)

EL PASEO

Fueron caminando por las vías. Partieron desde donde alguna vez estuvo la vieja estación (ahora es sólo un dibujo en la pared que la evoca, una locomotora a vapor como homenaje). Cuando chico venía con sus hermanos y primos a la hora en que llegaba el tren, apostaban cuántos vagones traía y el que ganaba tenía por premio darle un puntapié a cada uno de los perdedores.
Con su mujer y sus dos pequeños hijos de nueve y seis años, habían regresado hacía poco de un largo exilio y el padre quería mostrarles los territorios de su niñez, darle un lugar a la nostalgia, reconstruir su memoria, proyectarse en ellos.
El pueblo había sido el lugar de veraneo familiar en su infancia, cuando el médico recomendara que los pulmones delicados del hijo menor necesitaban el aire puro de la montaña. Allá, en el portal de los Andes, con el verdor todavía exuberante del Valle de Lerma, habían saboreado el verano año tras año, alquilando una casita, y el padre recordaba ahora el olor untoso del matadero donde juntaban las orejas de los animales sacrificados, donde miraban con ojos enormemente abiertos los hombres que bebían la sangre caliente de los animales recién degollados, donde se las ingeniaban para robarse las vejigas inflándolas luego para jugar al fútbol entre gritos salvajes, mimetizados con el primitivo ritual; rememoraba el bañarse alegre y temerariamente en los canales que llevaban las turbias aguas del Toro, a veces las cristalinas del Blanco, hasta el remanso de esa especie de garita kilómetros abajo, desde donde bajaban precipitadamente por un tobogán hacia las turbinas de la usina; evocaba entonces el mareo que le producían esas aguas vertiginosas, el temor y la atracción de caer en ellas. ¡Cuántos deleitosos miedos se asociaban a cada uno de los lugares, de los olores, de los colores de ese privilegiado lugar de los valles de su infancia! Como mirar tapándose los ojos, pero dejando un resquicio para seguir aterrándose con ese extraño goce que provocan las películas de miedo.

A menos de un kilómetro de caminar, las vías son bordeadas a su derecha por un cerro. El hombre divisa a la izquierda lo que resta de la represa misteriosa de sus estadías veraniegas: está seca. Mira los caranchos que sobrevuelan el hoy árido terreno; recuerda la comadreja muerta, flotando en las aguas, que lo estremeciera tantos años atrás. Observa las inútiles manivelas que comandan las compuertas ya inexistentes, semejando timones de barcos abandonados. Allí jugaban, allí los Tigres de la Malasia, Sandokan y Yánez, maniobraban las intrépidas naves. Se ven todavía los canales que desembocaban en el estanque, en los que se bañaba cuando muy pequeño agarrado de las manos de su madre, siempre temeroso de que alguna súbita correntada lo arrastrara hacia el fondo barroso y enramado del embalse. “¡Pero no, si te estoy cuidando, nada te va a pasar!” –lo reconvenía amorosamente la sonriente matrona.
“Por acá me llevaba a cococho mi papá” –les dice mientras avanzan por las vías y siguen alejándose del pueblo.
“¿Te llevaba a qué...?” –pregunta el mayor de los hijos.
“Sobre los hombros, a babucha. Acá le decimos cococho” –responde el padre, contento de participar a sus hijos uno de sus remotos códigos. Con una distendida sonrisa les cuenta que el abuelo siempre recordaba que en una de esas incursiones, un desagradable olor le advirtió que su pequeño había depositado sobre su cuello un fecal obsequio, mientras repetía “nene caca”. Los chicos ríen. “Cagón” –bromea su mujer, mientras lo abraza por la cintura.
“Hablando de ‘cagón’ -dice el hombre- ¡qué miedo me daba cuando mi padre me azuzaba para que cruce con él este puente!”
Habían llegado al primer puente ferroviario que cruza el Toro, en el inicio de la quebrada. Abajo corre crecido el río, arremolinando sus marrones y fragorosas aguas por el encajonamiento que producen las columnas de piedra del puente carretero, metros más allá.
“¡Vamos, lo crucemos, ya no pasan trenes por estas vías!” –los anima ante el gesto de duda de los niños. “Ni ferrocarriles dejaron en este país.”
Comienzan a caminar por los durmientes. ¡Otra vez el vértigo placentero, ahora compartido con sus hijos! Entre travesaño y travesaño, las rumorosas aguas que se ven allá abajo marean levemente. Avizora una de las hermosas casonas del callejón de Río Blanco. ¿Estará todavía esa tenebrosa capilla de aires góticos, que poblara de temores nocturnos sus sueños infantiles? ¿Florecerán todavía esas majestuosas bella-hortensias rosadas y violáceas? ¿Estarán tapizados de musgos los enrojecidos ceibos? ¿Azularán las campanillas los bordes del camino? ¡Les hará con ellas collares a los hijos, como le hiciera tiempo allá su hermana, cada temporada!
A la mitad del puente, siente el lejano bisbiseo de un motor. Mira el camino que remonta hacia los Andes, buscando divisar el camión que seguramente produce ese ruido en la subida.
La locomotora aparece de golpe desde la curva. Ve el gesto de terror que paraliza a sus hijos. Trata desesperadamente de aferrarlos.
El grito desgarrador de la madre tapa el poderoso silbato.


PÁGINA 15 – ENSAYO

JORGE MAHECHA G
(Medellín-Colombia)

QUINIENTOS AÑOS DE SOLEDAD

“En el mundo están ocurriendo cosas increíbles. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como burros.”
José Arcadio Buendía.

Muchos de los estados altamente desarrollados incluyeron siglos atrás en sus constituciones artículos referentes al valor de la ciencia y a la necesidad del desarrollo de los recursos humanos. Esto forma parte de un movimiento que data de los siglos XVII y XVIII, cuando en Europa y EEUU se inicia el desarrollo de la gran industria.

El 17 de septiembre de 1787 se firmó la Constitución de Filadelfia en los recién creados Estados Unidos de América, la cual es considerada uno de los más grandes resultados del movimiento de “la ilustración“. En la convención constitucional participaron con gran influencia el filósofo James Madison y el científico Benjamín Franklin. En uno de los artículos se señala la obligación del congreso de los Estados Unidos de promover el progreso de la ciencia.

Es evidente que el poderío económico y militar de los Estados Unidos en la actualidad está indisolublemente ligado al desarrollo de la ciencia y la tecnología, y tiene su germen en la visión futurista de sus fundadores.

En 1867 cayó el gobierno de los Shogunes feudales en el Japón y se inició la “restauración Meiji” o restauración de la ilustración. En uno de sus párrafos la constitución japonesa de 1869 señala:

“El conocimiento será buscado y adquirido de cualquier fuente por todos los medios a nuestra disposición, para la grandeza del Japón Imperial “.

El primer ministro príncipe Ito declaró en 1886 que “La única manera de mantener el poderío de la nación y de garantizar a perpetuidad el bienestar de nuestro pueblo es por medio de los resultados de la ciencia... Las naciones sólo prosperan si aplican la ciencia... Si deseamos colocar nuestro país sobre bases seguras, garantizar su prosperidad futura, igualarlo a las naciones más avanzadas, debemos incrementar nuestros conocimientos y no dejar pasar ni un momento sin desarrollar la investigación científica“.

No es necesario demostrar que estos propósitos han ejercido una verdadera influencia sobre ese país en estos 120 años... lo cual contrasta con la carencia de propósitos similares en la constitución colombiana de 1886.

La historia de la ciencia en nuestro país, en los últimos quinientos años, mostraría unos cuantos esfuerzos “circenses“ orientados al logro de admiración hacia los científicos por parte de sus ignorantes allegados y, en los mejores casos, estériles esfuerzos de pacientes individuos aislados tratando de descubrir cosas que la humanidad ya conoce. Esto lo podemos alegóricamente comparar con la actividad de algunos Buendía en el laboratorio de alquimia de Macondo...

La inteligencia en la especie humana no es la suma aritmética de las inteligencias de los individuos. El cerebro de un individuo aislado se basa en las redes formadas por millones de neuronas que interactúan. Una neurona aislada no posee una “fracción“ de la inteligencia total, pues la inteligencia es un “modo colectivo“ de la red neuronal. Similarmente, la inteligencia de la sociedad se basa en redes formadas por millones de cerebros.

Las naciones prósperas han desarrollado un potente cerebro colectivo que les ha permitido llegar a ser líderes. Puede ocurrir que la inteligencia promedio de los individuos de un pueblo desarrollado sea inferior al correspondiente promedio en un pueblo subdesarrollado, pero esos promedios no definen la inteligencia social, sino las redes de la inteligencia colectiva. Algunas de esas redes son las escuelas de pensamiento, que existen y se desarrollan gracias a unas claras políticas de estado para la ciencia y la tecnología.

Aparentemente en el mundo moderno se está produciendo una bifurcación dentro de la especie humana. Por un lado están los pueblos que poseen una inteligencia proveniente de una gigantesca red neuronal social, y por otro están aquellos cuya inteligencia total es una simple suma aritmética de las inteligencias de los individuos aislados. La diferencia en el desarrollo de la inteligencia de esas dos clases de pueblos crece vertiginosamente, y a largo plazo podría ocurrir la aniquilación de la menos desarrollada o la aparición de dos nuevas especies que tendrían diferencias comparables a las existentes actualmente entre los humanos y los chimpancés.

Como señala el profesor Abdus Salam (1926-1996), premio Nóbel de Física en 1979, “Aquello que distingue a los países del “Norte“ y del “Sur“ se llama Ciencia y Tecnología“.

Es claro que en esta oportunidad que tenemos de adoptar una nueva constitución, no podemos limitarnos a recoger tardíamente los principios que ignoramos siglos atrás, sino que debemos dar un “salto“ y reconocer que si bien la Colombia actual está aún en muchos aspectos en el siglo XVI, vive en el mundo de finales del siglo XX y debe por lo tanto ponerse a tono con la época, y proyectarse al tercer milenio de nuestra era. Con ello tal vez no se cumpla la profecía según la cual no nos queda una segunda oportunidad sobre la tierra.

La ciencia y la tecnología tienen cabida en la Constitución Nacionalen varios lugares. En el preámbulo es necesario resaltar que una de las funciones del estado es promover el desarrollo de la ciencia y del intelecto en general como pilar fundamental de la libertad y la grandeza de la nación.

En segundo lugar, debe definirse explícitamente la exigencia de cualidades intelectuales para ejercer cargos políticos y técnicos en el estado y la prohibición del “clientelismo“ con todas sus nefastas consecuencias.

En tercer lugar, la ciencia y la tecnología constituyen una herramienta básica para la dirección de la sociedad en forma racional puesto que la sociedad es un sistema regido por leyes sinergéticas.

La sinergética es la ciencia que estudia los sistemas que constan de muchas partes en interacción. Las abejas y las termitas, por ejemplo, tienen un comportamiento colectivo que no es explicable a partir de los individuos como tales. Los rasgos específicos que tienen las comunidades humanas no impiden su descripción en términos sinergéticos. James Madison a finales del siglo XVIII describió un comportamiento sinergético: “... en cada individuo la fuerza de sus convicciones y opiniones y el grado en que sus opiniones influyen en su conducta práctica, en su actuación, dependen en gran medida decuántos hombres cree que opinan igual que él. La razón humana, el hombre en general, es muy temeroso y prudente cuando se sientesólo, y se vuelve más fuerte y confiado en la medida en que cree quemuchos otros piensan igual que él“.

En cuarto lugar, como la ciencia de hoy es la tecnología del mañana, los intereses estratégicos de la nación exigen que desarrollemos nuestra propia tecnología, o que si optamos por transferencia de alguna tecnología siempre tomemos medidas para la correspondiente transferencia de ciencia.

Al respecto es muy ilustrativo el profesor Salam: “Pocos gobiernos de nuestros países han puesto dentro de los propósitos nacionales el luchar por una confianza en la tecnología del propio país. Hemos puesto poca atención a la base científica de la tecnología, o sea a la verdad evidente de que la transferencia de ciencia debe acompañar siempre a la transferencia de tecnología, si se opta a favor de la transferencia de tecnología. Así, cuando algunos de nuestros gobernantes y empresarios industriales afirman estar estimulando la transferencia de tecnología, muchas veces esto sólo significa la importación de diseños, máquinas, personal técnico y algunas veces hasta materias primas procesadas“.

Poco hay de que enorgullecerse por comprar la fibra óptica para la telefonía rural, o el supercomputador CRAY-3, si está por fuera de nuestras posibilidades el producirlos, o tan siquiera imaginar como llegaron otros seres humanos a producirlos. Ciertamente la expresión de la vida cotidiana “lo importante no es saber hacer empanadas sino saber quien las vende bien buenas“, deja de ser válida cuando se la extrapola al campo de la transferencia de tecnología.

Los ejemplos de Japón, EEUU, Rusia, Corea,... nos plantean el reto de cambiar nuestra estrategia de desarrollo económico. Las medidas monetaristas y salariales, las medidas sobre empleo y los préstamos externos, la apertura económica y la privatización de las empresas del estado, y todas las medidas imaginables, por sí solas, no valen nada sin este requisito esencial: El desarrollo de la calidad de los recursos humanos por medio de enormes inversiones en educación, la dotación de elementos científicos a la administración, el esfuerzo comparable al de esos países en el campo de la formación de científicos y técnicos. Como se ve, llegar a ser “el Japón de Suramérica“ no es asunto de deseos o de declaraciones.

Tenemos un grado de desarrollo inferior al de muchos países dotados de escasas riquezas naturales pero que poseen un enorme desarrollo de la inteligencia. Pero brillante sería nuestro porvenir si lográramos un nivel de desarrollo intelectual que nos permitiera ejercer una verdadera soberanía sobre nuestros enormes recursos naturales.

El futuro próximo deparará a la humanidad nuevos problemas junto con nuevas esperanzas. La forma de vida sufrirá cambios drásticos debidos al deterioro del medio ambiente y al agotamiento total de las reservas de petróleo y otros combustibles fósiles. Pero a la vez la ciencia (¿sin nuestra participación?) abrirá nuevas posibilidades al desarrollo de la humanidad (¿o de una de sus dos sub-especies?), que tendrá como principales protagonistas a la biotecnología, al implante de átomos, a la teoría matemática de la sociedad y la psicología matemática, a la llamada inteligencia artificial, a la fusión termonuclear, a la fotónica,... y, por qué no, a la astronáutica y la astrofísica.

Un aporte de José Arcadio Buendía a la ciencia, más importante que su descubrimiento de que la tierra es redonda o su proyecto de usar la lupa como arma de guerra, fue el intento de construir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos. Sabía que la inteligencia es un fenómeno sinergético.


PÁGINA 16 – CUENTOS BREVES

J. M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)


VOCES DE LO INNOMBRABLE

Adentro, sólo fugaces sombras. Afuera, el brillo del cristal, que enceguece. Sin embargo allí está encerrada el alma. Bastó un frasco para contenerla.




En lo más alto de la montaña el águila vigila. Todo está en orden.Cuando aparecen los andinistas, su pata hace un movimiento y caen las primeras piedras del alud.




No puede recuperar la memoria. Qué eran esos brillos. De dónde partían los aplausos. Y ese olor a animales vivos…Tirado en el camastro, partido en dos, su cuerpo se ha liberado de un destino de aire: trapecista de circo.



Llama a los demonios y se le presentan serafines. Tiene una duda: su capacidad de comunicación tiene los cables cambiados.


PÁGINA 17 – POESÍA ARGENTINA

CLAUDIA AINCHIL
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)



DE MAÑANA

Circulan mercaderes 
advierto duplicidades
planos entreverados en las venas
minas de un oro humano
conquistando simbología y espadas
frente al ventanal las nubes algo melancólicas
estacionan reubican
un café somnoliento con leche
reloj en medio de la bruma
un pan y queso crema
arboles eruditos de flores rapaces
en el imperio de hábitos
donde hay sed
poco rocío
no sé si cada clase de abandono
agranda el muro
diluye filosofías baratas
o incrusta alfileres momentáneos.
Tiemblo.
Zarandeo la piedra imán
en casos de urgencia es inevitable
recomenzar, otra vez el número uno.
Asoma dentro el grillo
impaciente.
Es temprano, ojos cautivos en sí mismos
cortas palabras…
cuando salga el sol cuando despunte
hojas de pelos erizados empuñarán observaciones
del cómo y el porque
reaparecerán formatos de guerrera
almacenados.
Unas cuantas cruzadas.


Doy un paso y en un instante
se disponen en fila
las prisiones cotidianas
no puedo detenerme y sin embargo
el alma se hace oír
vendedores exaltan su estructura
para que otros crean lo que no existe
exportan toneladas huecas
en un vitral
“estas cerca”- dicen
y el humo de diferentes tonos
va ubicándose como el gran soberano.
Hay lapsos en los  que caigo apresada
en esa red elástica de mercaderes ruidosos
como una ingenua niña
que aturdida le cuesta aceptar
tanto camuflaje rapaz…
Tal vez un laberinto legendario
permite descubrir auténticas pisadas.


A continuación numerosas pinceladas
el mundo como parte de una publicidad
que se repite
por momentos la energía metálica
apura secuencias que se han visto
encadenamiento de imágenes distorsionan muecas
en el espejo retrovisor se apiñan comprimidas
las básicas y realistas.
Tal vez un trozo de cartón descubra
el episodio correcto.
Cuando el mundo tiembla
entrecortadas voces intentan
que despierte el molino
la orilla que nos toca.


MARIANO SHIFMAN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

VATE

De una vez y para siempre,
Elizabeth, la poeta del frío
develó, sin mirarme a los ojos
los secretos del arte de perder.

Elizabeth Bishop
su nombre aquí recuerdo
y un lírico gemido, no
a qué dolor se refería.

Sin mirarme, sin saber
si yo era árbol seco, nido
o la ocasión de repetir sus versos.

Entre nosotros, triunfe la verdad;
tampoco yo aprendí sus letanías
sino a través de mi propia voz.

He ahí una de las bellas artes:
hablar cada uno del otro
aunque sólo cuente su propia caída.

LA SENDA PEATONAL

Cruzando Carlos Pellegrini
se miraron.
Eran jóvenes, bellos,
queridos de sí mismos.

En otras circunstancias,
incitados por el alcohol
y las chispas de la noche,
el cruce hubiera engendrado pasión,
más tarde un hijo y quizá 
(porque el tiempo no se detiene)
un par de abandonos.

En esta ocasión,
urgidos por la hora del almuerzo
y sus sendas oficinas,
se desviaron del instinto
y siguieron, respetuosamente,
las luces titilantes del semáforo.

HENRY FORD

¡Bienvenido al país de la cadena!
(cadena en libertad, si lo resumo):
dividiendo el trabajo, solo sumo
próspero capital, mejor faena.

Nadie me ama en mi industrial colmena,
se excitan con mi miel, eso lo asumo:
jornales generosos -¡dios consumo!-
brindan a América su gracia plena…

El obrero es un hombre y un cliente:
le veo brillar su apetitosa aureola;
¿es acaso un iluso o un inconsciente

quien le colma el bolsillo y lo controla?
Alimento a la mágica serpiente
que muerde en mi favor su propia cola.



PÁGINA 18 – ENSAYO

MARUJA VIEIRA
(Manizales-Colombia)

HAITI

Haití es la figura borrosa, entre leyenda y sueño, de Toussaint L’ Ouverture. Es el ruido lejano del tam tam, que, con los ritos del vudú, enciende hogueras paganas en la frente civilizada del siglo xx.

Es Henri Christophe (el Emperador Jones de O'Neill) que guarda para su corazón la última bala, la bala de plata .Es la fortaleza de La Ferriere, levantada junto a las nubes.

Tierra de inagotables y extrañas dualidades, clavada en el mar de Gonaives. La pisaron las plantas ligeras y alegres de Paulina Bonaparte, hermana del Gran Corso, la Venus de Cánova. Los lindos pies de Paulina, cantados por Teodoro de Bainville, tuvieron que abandonar la isla, huyendo en medio de una pesadilla de incendios y rostros hostiles.

Las palmeras misteriosas de Haití vieron pasar a Simón Bolívar, luchador de libertades, con su mano tendida hacia la mano generosa de Petion. Derroche de luz, colores, sombra y misterio, atrayente y siniestro punto de intersección de razas de América, Europa y África.

Haiti... de sus selvas calurosas brotaron, en río oscuro, los dos mil soldados harapientos que batieron la escuadra del Gran Emperador. Mucho le debe nuestra Independencia a Haití. Es justicia que vele entre los arboles de la Quinta de Bolívar el rostro - bronce y bronce- del presidente haitiano. En ninguna parte de la tierra mejor que en la isla heroica se podía en aquel instante comprender lo que entraña el vocablo libertad, que es como la sangre en las venas de un pueblo.

Maravillosa y terrible tierra haitiana. No la he visto nunca. No la veré jamás. Estuve unida a ella por lazos que, en un tiempo, fueron hondos. Se diría que la recuerdo... Alguien en Haití escribió hace muchos años, un poema que dice:

En el Haití de fuego, Junto a la mar circuida
De rojizos celajes, triste y crepuscular,
Su Boutillier de pinos juntaba sobre el monte
Tu presencia embriagante con mi honda soledad.

Recuerdo que una tarde, en las verdes montañas
de Kenscoff, que en su rojo "manto de San Francisco"
La placidez cobijan del mar de Gonaives
sentí tu mar subiendo hacia el mar de mí mismo..

Mi primer contacto con Haití fue el libro "Los Gobernadores del Rocío" de Emile Roumer.Más tarde me interné en la cálida y lenta voz de Jacques Roumain y me sacudió el latido oscuro de "Canapé Vert" de Toby-Marcelin. Alejo Carpentier me llevó por las páginas de "El reino de este mundo" y horas que no tendràn olvido me abrieron las puertas iniciales de "El reino de Christoph".

Haití, de su dulzura enmarañada
extrae pétalos patéticos,
rectitud de jardines, edificios
de la grandeza, arrulla
el mar como un abuelo oscuro
su antigua dignidad de piel y espacio.... (Neruda)

En “El Cielo en el Río,” Carlos López Narváez abrió para el habla hispana el horizonte de la poesía del reino de Christophe y la voz de los poetas haitianos se escuchó por primera vez en nuestro ámbito.

El poeta venezolano Neftalí Noguera Mora, fue el medio del que los poetas haitianos se valieron para convencer a Carlos López Narváez de que los tradujera. La “enmarañada dulzura que arrulla el mar” de que habla Pablo Neruda en el “Canto General” está presente en las páginas de “El Cielo en el Río”. Allí se encuentran los nombres que, como serena lluvia, salpican de luz el recuerdo: Emile Roumer, Ignace Nau, Jacques Roumain, Louis Morpeau…


PÁGINA 19 – CUENTO
 
JORGE LUIS BORGES
(1899-1986)

LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed.
La gloria sea con aquel que no muere.


PÁGINA 20 – POESÍA AMERICANA

WILMA BORCHERS CARRASCO
(Los Vilos-Chile)


BARBAZUL

Puedes oler el miedo,

Lo oyes avanzar gota a gota
sobre tu frente inclinada ante lavazas o verduras.

Puedes oler el miedo desprovista,
Sin ángel de la guarda.


Es otro día de harapos y manantiales tóxicos,
De la repetición sin tregua de las torres de la ira.

¡Silencio!

Se avecina una tormenta.

El río de la locura posee territorios de aguas venenosas
y desovan mosquitos bajo la piel incubando odios.

Barbadura,
Barbazúl,

Se acerca en el tranvía apestando a vino rancio,
A gasolina y goma de neumáticos.

Gruñen sus sólidos zapatos en la grava del jardín,
Y mientras hace girar la llave:

Te encoges como una caracola.

LOS SUEÑOS QUE ME VISTEN

Tú, que andas en mis bolsillos,
 
en las solapas de la tarde,
 
pregonando virtudes y acuarelas.
 

Tú, que saltas los manantiales de la sospecha,
 
con una copa de agua clara.

 Tú, que acaramelas la nostalgia
 
distribuyendo bienvenidas y navíos.

Tú, haciendo equilibrio en mis tobillos,
 
el que se apersona con cerezas y relámpagos.

Tú, que me navegas de alba en alba,
para mirar con mis pupilas los sueños que me visten.

Tú puedes ordeñar estrellas y regalarme
un trozo de luz para llevar en la frente.

CABALLO DE BATALLA

Me cierro de súbito en la herida,
como planta nocturna empecinada.
La compasión despliega sus dones,
me obliga a insistir uniendo piezas:
la pata rota, el ojo vacío.
Así armo de nuevo mi caballo de batalla
y salgo a recoger salpicaduras,
gotas de leche que se descuelgan,
cuando las estrellas, nodrizas de la alegría,
amamantan a los seres condenados
que hacen equilibrio al borde de la nada.
Diminuta dicha, manojo de luz envuelta en niebla,
que inundará al amanecer por un segundo,
la gris cerrazón de los zaguanes.
Ángeles y demonios se bañan en la misma fuente,
donde las muchachas lavan ajuares y remiendos,
donde al anochecer el ciego enjuaga el velo de sus ojos
y el imitador de pájaros hace gárgaras a gruesos sorbos
allí, donde algún día beberán mi sombra y mi caballo.


JENNY LONDOÑO
(Quito-Ecuador)

DESPIDIENDO LOS TRINOS

Destierro involuntario, la maldición caínica.
El hacer de maletas se adelanta a la fuga.
Adiós al barrio viejo de portales vencidos
y a la casa olorosa a mamey y a naranjas.

Adiós a los paseos nocturnos por el puerto,
y a las carreras locas persiguiendo una rana,
con el sabor meloso de piñas y papayas,
chorreándose en las manos de mi infancia.

Adiós al malecón, espejo de la luna,
que salpicó mi rostro de sal y de cigarras.
Hoy empieza el destierro y el alma está de luto.
Hay algo que se muere y no tiene mortaja.

HACIA  LA  CUMBRE

La oscuridad acecha con su manto azabache,
madrugan los olores a salitre y cachaza.
El mareo me sube por el cuerpo dormido.
Ondula sobre el agua la barcaza.

El puerto se despierta coronado de luces,
hombres humildes corren como hormigas arrieras.
Cambiamos la chalana por la locomotora
y una línea de hierro substituye a la ría.

Bailan ante mis ojos las llanuras y charcos
bosques enmarañados de pájaros y duendes,
corren como el cangrejo, se quedan a la zaga,
y se asoman brumosas las montañas del Ande.

Me atonta el traqueteo del tren que se desliza,
como boa piafante, reptando sus vagones.
Al llegar, el bostezo del "taita" Chimborazo
cristaliza mis huesos con su puñal de hielo.

Una lluvia silente nos da la bienvenida.
Los indios sudorosos llevan el equipaje.
Y la pregunta necia se me escapa  en la noche,
-¿Por qué ellos cargan, madre?

SOBRE MI LECHO, TU OLA.

Llevo mi mar a cuestas,
Me cabe en una jaula su corazón de espuma.
Se acomoda en la carpa de un circo de gitanos
y me borda de azahares cuando cae la lluvia.

Llevo un mar que me habla,
es un gran campanario que endulza mis mañanas
y abarrota mi cama de corales y anémonas,
marcándome las horas con su gusto salobre.

Llevo un mar en los ojos,
porque nací en su cresta mirando al horizonte,
cargado de alboradas y fuegos de crepúsculos
y no me intimidaron montañas ni colinas.

Llevo un mar en la sangre,
que me impulsa a la vida como bongó imparable.
Nadie puede arrancarme su rito de corales.
Tempestad que me baña borrándome las penas.

Llevo un mar clandestino,
ronronea en mi almohada como gato de seda
y es amante furtivo que espera mi llegada,
lujurioso en mi lecho de sal y de cerveza.       





PÁGINA 21 – ENSAYO

GLORIA CEPEDA VARGAS
(Popayán-Colombia)

¿POR QUÉ NOS ASOMBRAMOS?

La destrucción del rostro y parte del cuerpo de Natalia Ponce de León el pasado viernes 28 de marzo en Bogotá, mediante una diabólica mezcla de ácido y pegante que le fue atornillada por la insania de uno de los tantos criminales que deambulan a sus anchas  por calles y plazas del mundo, ha despertado momentáneamente la indignación nacional. Un coro tardío de promesas y  estupor aúlla en los medios de comunicación ante la tragedia de la víctima número 927 de esta demostración de salvajismo acaecida a lo largo de los últimos diez años colombianos.
No entiendo por qué deberíamos asombrarnos. Las mujeres, señores y señoras, fuimos vejadas hasta el esqueleto desde los primeros balbuceos de la humanidad. Su tragedia, originada en una historia leída con ojos fundamentalistas y mentalidad misógina, arranca en las venerables canteras de esas mitologías que con el nombre de doctrinas religiosas, la condenaron al silencio, la servidumbre y el olvido. Esta saga infamante quedó grabada en documentos que van desde las antiguas escrituras hasta las tablas estadísticas actuales. Ni siquiera nacimos del cerebro masculino. Surgimos de algo tan prosaico como su costillar  convertidas  en  apéndice cultural o abrevadero de ocasión. Comodín o mar donde desagua toda la deformación sexual de la especie, lucen como demostración de fariseísmo elevado a la enésima potencia estos golpes de pecho que durarán lo que un merengue en la puerta de una escuela.
Lo que sucede es que el rostro constituye la fachada, el pasaporte, la cédula de identidad y por eso hace más ruido que la infinita legión de mujeres (incluidas bebés, adolescentes y débiles mentales) violadas, asesinadas, golpeadas, destruidas  puertas  adentro en ese aquelarre enmascarado que se denomina violencia intrafamiliar. ¿Y las cancioncitas donde el macho le pone letra y música a todas sus torceduras mentales? ¿Y los chascarrillos “de salón” donde el animal que ruge piel adentro da rienda suelta a su  cobardía e ineptitud deformando morbosamente genitalidad y decoro femeninos?¿Y la promiscuidad masculina aceptada y hasta celebrada? ¿Y las burkas sudorosas que a duras penas respiran? ¿Y los clítoris infantiles bárbaramente amputados en pleno siglo cibernético e interespacial?
La proliferación de ataques con ácido no es más que el resultado de torpezas  implantadas como patrones culturales o lo que es peor: como sinónimo de hombría o feminidad en una sociedad de machos en celo y  mujeres sin autoestima.
Todo se le permitió al hombre, hasta el título de propiedad ejercido en otro  ser humano. ¿Por qué nos desconciertan entonces sus alardes forajidos defendiendo lo que en nombre de  una doble moral,  le adjudicamos desde tiempos sin memoria, como si fuera serrallo, feudo o rebaño de su propiedad?


PÁGINA 22 – CUENTO 

DIANA POBLET
(Viedma-Río Negro-Argentina)

DIEZ MINUTOS DE LUTO

Cada vez que alguien muere recuerdo a Federico y es como si todo volviese a suceder.
Regresa el Jacaranda del patio a ufanarse de sus flores azules; la hora tibia y pegajosa de la siesta adónde todo era posible; las alcahueterías de mi hermano siempre dispuesto a atestiguar en mi contra, los picados de fútbol en el baldío, la bicicleta roja, la primera cita a la que nunca llegué, casualmente, por culpa de Federico.
El día del accidente había mala visibilidad, era uno de esos días opacos que no se ve ni a veinte metros, salimos de casa en mi bicicleta, él iba parado en el portaequipajes como era su costumbre y desde ahí le iba gritando a todo el mundo, era muy divertido, con él era imposible aburrirse.
A lo largo de mi vida, he logrado hacer muy pocos amigos con su chispa y genialidad, a pesar de ser dos años mayor que yo, nunca me pasó la factura y por falta de tiempo no se lo agradecí lo suficiente. Cuando se es niño no es frecuente relacionarse con alguien de más edad sin sentirse disminuido intelectual o físicamente, hasta que la relación por alguna de las dos causas, fracasa.
Lo más extraño fue que él nunca se bajaba en aquella esquina, frené porque el semáforo estaba rojo y aprovechó para largarse, hasta me gritó algo que no alcancé a oír y pedaleé al doble de revoluciones porque llegaba tarde a inglés y el profesor me tenía entre ojos.
Desde la cuadra siguiente escuché el chirrido de la frenada y cuando me di vuelta Federico estaba tirado en el asfalto; arrojé la bicicleta a un lado y a los gritos me metí entre la gente que invariablemente en esas circunstancias exhibe una curiosidad indiferente.
Sin saber qué hacer, atragantado con mis lágrimas corrí hacia mi casa, por Dios, llamen a la policía, detengan a ése conductor borracho, llamen a una ambulancia, a los bomberos, a mis amigos. No lo dejen morir, ¡Federico se me está muriendo en el medio de la calle!.
Eran las once y ésa misma tarde lo sepultamos.
Qué tristeza.
Jamás nada dolió tanto.
Fue entonces cuando decreté los diez minutos de luto.
Federico había compartido con todos y era justo que tuviese un funeral de lujo.
Llamé a Carlos, a Nora, al Flaco, a Rocío y a Juanjo éramos como siete y todos lo apreciaban aunque ninguno lo amaba como yo.
A mí me correspondió ir detrás del féretro porque era el más doliente.
El féretro finalmente, fue una caja de zapatillas Nike número 44, de mi viejo, así no tuvimos que doblar demasiado las plumas de la cola. La atamos con cinta de regalo y fue arrastrada despaciosamente por el triciclo de mi hermano que en el portaequipaje llevaba ramitos de trébol y alguna margarita robada a la vieja de enfrente; detrás marchaban de a pie Nora y Rocío con mantillas negras sobre la cabeza y el Flaco y Juanjo en sus bicis.
Sólo se escuchaban nuestros pasos y algún resoplido producido por los vehículos de tracción a sangre.
Todo fue muy protocolar.
Hablar lo que dice hablar, hablé yo. Dije que Federico había sido muy buen loro como para empacharlo de palabras y, que dada la triste circunstancia, estaría acertado efectivizar diez minutos de luto antes de enterrarlo bajo el nogal. Yo creía que desde ese lugar no sería tan traumático su vuelo hacia el paraíso de las cotorras, ya que siempre había tenido predilección por las nueces.
Aún no he perdido a nadie que me haya producido aquella angustiosa sensación de soledad, ésa tristeza insondable que sólo es posible sentir en la infancia.
Y es por eso que cuando alguien muere, indefectiblemente, recuerdo a Federico.



PÁGINA 23 – POESÍA AMERICANA

ENRIQUE LIHN
(Santiago de Chile-Chile)
(1929-2988)

SI SE HA DE ESCRIBIR CORRECTAMENTE POESÍA

Si se ha de escribir correctamente poesía
no basta con sentirse desfallecer en el jardín
bajo el peso concertado del alma o lo que fuere
y del célebre crepúsculo o lo que fuere.
El corazón es pobre de vocabulario.
Su laberinto: un juego para atrasados mentales
en que da risa verlo moverse como un buey
un lector integral de novelas por entrega.
Desde el momento en que coge el violín
ni siquiera el Vals triste de Sibelius
permanece en la sala que se llena de tango.

Salvo las honrosas excepciones las poetisas uruguayas
todavía confunden la poesía con el baile
en una mórbida quinta de recreo,
o la confunden con el sexo o la confunden con la muerte.

Si se ha de escribir correctamente poesía
en cualquier caso hay que tomarlo con calma.
Lo primero de todo: sentarse y madurar.
El odio prematuro a la literatura
puede ser de utilidad para no pasar en el ejército
por maricón, pero el mismo Rimbaud
que probó que la odiaba fue un ratón de biblioteca,
y esa náusea gloriosa le vino de roerla.

Se juega al ajedrez
con las palabras hasta para aullar.
Equilibrio inestable de la tinta y la sangre
que debes mantener de un verso a otro
so pena de romperte los papeles del alma.
Muerte, locura y sueño son otras tantas piezas
de marfil y de cuerno o lo que fuere;
lo importante es moverlas en el jardín a cuadros
de manera que el peón que baila con la reina
no le perdone el menor paso en falso.

Quienes insisten en llamar a las cosas por sus nombres
como si fueran claras y sencillas
las llenan simplemente de nuevos ornamentos.
No las expresan, giran en torno al diccionario,
inutilizan más y más el lenguaje,
las llaman por sus nombres y ellas responden por sus
nombres
pero se nos desnudan en los parajes oscuros.
Discursos, oraciones, juegos de sobremesa,
todas estas cositas por las que vamos tirando.

Si se ha de escribir correctamente poesía
no estaría de más bajar un poco el tono
sin adoptar por ello un silencio monolítico
ni decidirse por la murmuración.
Es un pez o algo así lo que esperamos pescar,
algo de vida, rápido, que se confunde con la sombra
y no la sombra misma ni el Leviatán entero.
Es algo que merezca recordarse
por alguna razón parecida a la nada
pero que no es la nada ni el Leviatán entero,
ni exactamente un zapato ni una dentadura postiza.


CARMEN HERNÁNDEZ PEÑA
(Ciego de Ávila-Cuba)

(atávica)

Él yace junto a mí, dormido y vulnerable. Resopla como si fuera un niño y hasta una sonrisa se dibuja en sus labios.
Una mujer druída le asaetearía el pecho con el alfiler de su prendedor. Bebo su sangre. Solamente un pequeño sorbo de su sangre que fortalecen cuerpo y espíritu. Quiero decir mi cuerpo, quiero decir mi espíritu; el hombre apenas abre los ojos por la picadura que parece de insecto, se abandona para siempre a mi abrazo. Yo, mujer celta, miembro del clan de mi hombre, me convierto en el clan, me convierto en mi hombre.
Él yace junto a mí, dormido y vulnerable. Un hombre dormido es apenas piedra de templo. Por eso, mujer mexica, abro su pecho con un cuchillo de obsidiana. No tiene tiempo de gritar, de defenderse, apenas un suspiro escapa de sus labios cuando le arranco el corazón. Grande y rojizo, latiendo aún, caliente por la vida que lo anidaba sólo un momento antes. Allí, frente a sus ojos que nunca se abrirán, junto a su brazo que no se armará otra vez contra los enemigos, devoro el corazón como manjar de diosas. En diosa me convierto y en guerrero, nadie podrá vencerme con el corazón de mi hombre en las entrañas.
Él yace junto a mí, dormido y vulnerable. Los vapores del vino aletargaron su alma. El vino de Isis, dueña de la mies, es eficaz. No sabe que es mi esposo y mi hermano y mi hijo, que soy su dueña en todos los senderos. Por eso, con la hoz, siego el fruto entre sus piernas, con el que gozaba hasta hace breves horas. La sangre busca el río. De sus labios, huye el ka y asciende. Sobre una rama verde, se escurrirá al sol hasta no ser sino polvo, abono de la diosa. El ritual dice: «No comerás la ofrenda». Es una lástima. Si pudiera, más grande que Osiris sería esta mujer. 

Él yace junto a mí, dormido y vulnerable. «Toco su boca, con un dedo toco el borde de su boca, y voy dibujándola...» Abandono a Cortázar, el que aumentó el caudal del Sena con el llanto por Buenos Aires. Pero en París llorar es otra cosa. No toco con el dedo el borde de su boca. Pongo la palma de mi mano muy cerca, como si  la palma de mi mano fuera un espejo, para atrapar su aliento. Respira. El que duerme, comulga con la muerte. Podría sofocarlo. Pintarle espantajos en el ombligo, y él nunca lo sabría. Andaría en su cuerpo como una serpiente hasta lo más recóndito. Puedo darle el beso negro y despertarlo así, entre mis brazos y mis piernas.
Respira y está vivo. Tan sólo duerme. Por eso, con la sapiencia  de todas las mujeres que me han antecedido, con la punta de mi lengua le dibujo en el pecho, en el pubis, las piernas, flores bellísimas que nunca nadie ha visto y mapas y diosas y colinas huecas.

 (al estilo quizás de liadam de corkney)

Después de aquella noche, Curithir, a la sombra de los sagrados árboles, en tu casa, El Corazón del Cielo, en donde habitan los sidhes y las banshees, bajo la presencia inmortal de Angus, Dagda y Briggitta; allí, donde las colinas huecas albergan los ecos del pasado, y me coronaste Reina de la cerveza, elegida entre los mejores ollaves de la tierra, comprendí que no había nacido para tener blasones ni ganado, ni las joyas opulentas, forjadas por el mismo Thor. Ni para la veneración de los discípulos que marchan tras mis pasos por sólo oír un verso caprichoso que sale de mis labios.  No quiero «ser fogata de todas las colinas», arpa de oro y de plata que no puede vibrar.  Nací Curithir, señor del clan McLeod, para que me estrecharas en tus brazos.
Puede sobrevenir la helada y la pobreza. El desbarranco de mi clan. La muerte. Ya nada importa, señor del Corazón del Cielo.
Entre tus brazos. Que de esa forma me recuerden los siglos. 


PÁGINA 24 – ENSAYO

ARMANDO OROZCO TOVAR
(Bogotá-Colombia)

CUANDO CRUZÓ EL CARIBE CIEN AÑOS DE SOLEDAD

“(…) Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo. Gabriel García Márquez

Qué iba a imaginar Gabo el autor de “Cien años de soledad”, y continuador de Cervantes en nuestra lengua, al que se le negó la “visa” para venir a conseguir trabajo a Cartagena de Indias-porque en su tierra se moría de hambre-que su libro viajaría clandestino a Cuba. Resulta que estas cosas extrañas le suceden a los libros extraordinarios. Digamos, los que son imprescindibles de leer, los que siempre paran en lugares insólitos porque tienen vida propia.  Fue así como el libro capital del costeño genial, se embarcó en el primer desvío aéreo de Colombia realizado por miembros del ELN- Ejército de Liberación Nacional- los cuales un día de los “años maravillosos”, resolvieron como mula retrechera arriarse un avión de hélices. 
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…” Entrevisté con grabadora en mano de periodista bisoño a una de las participantes de esa maniobra. La cual entre sus tantas aventuras y desventuras me contó, que antes de abordar la nave con sus otros compañeros de viaje, en una librería del aeropuerto se embolsilló la primera edición de la obra del macondiano, que en Colombia no le publicaron, sacándola en Argentina, la cual años después le daría gloria y fortuna. Esa primera edición de “Cien años…” del Premio Nobel, que cumple treinta años este 2013, en su portada tenía impresa la imagen de un galeote del siglo XVI, similar al que vendría Cervantes a Cartagena de Indias, y donde  de seguro escribiría El Quijote, que nos hubiera dado la inmortalidad dos veces. Así fue como su novela atravesó el Caribe, metida en el maletín de mano, el el cual la “Elena” (de Troya) además de armas llevaba, una toalla, cepillo de dientes, crema dental marca “Cágate”, y unos cucos de repuesto por si se cagaba del susto. Y entre todas estas cosas estaba la obra de Gabo hurtada a la librería.
Cuando el pájaro de lata aterrizó en la isla libre de capitalismo salvaje se tranquilizó. Ubicados al poco tiempo por la seguridad cubana en una enorme casona de un sector    residencial, la mansión  tenía  pisos marmóreos, y  una enorme piscina azul de aguas diáfanas. Aquel sería el momento en que la guerrillera se sumergió ebria de dicha en la alberca sin fondo y alucinante del libro, el cual en todos sus años de aventurera, jamás en la memoria se le descuadernaría como le pasó a su país.
Nadie puede predecir el destino de un libro una vez sale de la imprenta. Porque años después al encontrarme en la Carrera Séptima de Bogotá, con la personaje, pero ya sin   una pasión tan radical por cambiar el mundo, ni tampoco con una mínima pensión, como le ocurre a la mayoría de los colombianos, y ubicada esta vez “frente al pelotón de fusilamiento” de un transitorio puesto público, con todas sus guerras u compañeros de lucha extraviados, me dijo con voz quebrada por la emoción del encuentro.: “Periodista, le cuento, que el textos de Gabo me siguió hasta  una de las “cárceles del pueblo” del M19, que ayude a construir en los años setentas cuidando gente, que la organización investigaba por sus delitos contra el pueblo… Es el mismo ejemplar de mis tenaces aventuras de adolescente”  subrayó con nostalgia.. Y añadió: “Todo este tiempo después de la operación con el avión lo he conservado, y está bastante trajinado. Tanto que ni San Librario lo compraría.: Tiene quemaduras de cigarrillo, manchones  de todo tipo por todas partes…  Pero aún así con todas sus heroicas marcas, quiero me lo firme Gabo antes  que muera, porque me han contado que él pone, en cada libro que firma unas dedicatorias geniales…”


PÁGINA 25 – CUENTO

EDUARDO FRANCISCO COIRO.
(Temperley-Buenos Aires-Argentina)

NOS VEREMOS OTRA VEZ

Llueve, y llueve fuerte. Afuera de la ventanilla el horizonte esta velado por una cortina de agua.
Nos queda intentar arreglar las cosas desde la literatura piensa el hombre.
El arquitecto Ricardo Klepta acaba de ver a Irene entrando al vagón. Le hace señas para que se siente al lado de él. Irene que tarda en reaccionar, pasaron casi 20 años. El pasado es otra persona, otro mundo al que ya no pertenecemos, y eso incluye a las personas que quedaron allí apresadas en esas capsulas congeladas.

Pero el saludo es emotivo, abrazo, besos. Esa sensación de vértigo que da el no ver al otro en décadas.

¿Cómo me reconociste? –Pregunta Irene.

-Sos vos, igualita antes del tiempo, solo te falta el cigarrillo en los labios y el humo dejando fantasmas.

-Me prohibieron el cigarrillo, pero yo fumo a escondidas, es un ritual personal y no voy a renunciar mientras el cuerpo me lleve hasta un kiosco y pueda comprar los cigarrillos por mi misma.

Ricardo recuerda esa imagen en el estudio de arquitectura donde ambos trabajaban. La vista fija de Irene en la ventana, como no viendo o viendo otra cosa. Ese aire a la Pizarnik que descubrió cuando la vio leyendo un libro con la foto de Alejandra en la tapa.
Irene que le dice con aquel libro en mano y su infaltable cigarrillo en la boca:

-Decidí que iba a fumar una tarde a los 11 años viendo a mi abuelo fumar en el patio.
“Veía a mi abuelo fumando solo en el patio. Esa concentración de estatua viviente imposible de describir: ¿en que pensaba?
Viéndolo con ese hilo de humo que se disipaba en el aire dejando siluetas que jugaba a descubrir mi abuelo era una locomotora mansa. Era de los viejos de antes, macizos, parecían invulnerables. Esos bigotes tipo manubrio de bicicleta que después descubrí que eran igualitos a los de Hindenburg.
Como los abuelos de muchos otros niños mi abuelo había sido foguista ferroviario.
El abuelo armaba sus propios cigarrillos sin filtro o fumaba en pipa, pero yo empecé a fumar en la adolescencia los negros
Parisiennes, éramos minoría las mujeres que fumábamos negros”.

En un momento se funden los recuerdos con la palabra presente de Irene que evoca los momentos compartidos: me encantaban esas horas donde no pasaba nada o no había trabajo y se hablaba, se fumaba y se tomaba mate hasta la hora de irse cada cual a su casa.

Llueve mucho che, el tren parece un barco. En este momento ya debe haber gente con el agua al cuello. –dice Ricardo volviendo por un instante la mirada a la ventanilla

¿Te acordas del proyecto de la casa-barco? Dice Irene.

-Vendría bien retomarlo, todavía tengo cuadernos con apuntes y los planos enrollados.

De memoria : “El barco casa es una unidad transportable, pensada para ser utilizada como vivienda en medios urbanos manteniendo sus características de flotabilidad ante situaciones de inundación extrema” recuerdo la risa de los dueños del estudio, “ni en el Delta lo usarían”.

-Vos terminabas indignado Ricardo.

-Algunas veces los maldecía en polaco y otras en ruso. Y si me preguntaban, les decía: consíganse traductor a mí me pagan por proyectista.

La música funcional del tren les acerca a Serú Girán.

¿Te acordas cuando lo desafinábamos a dúo? –dice Irene abriendo bien grandes sus ojos verdeagua.

Si te hace falta quien te trate con amor
Si no tenés a quien brindar tu corazón
Si todo vuelve cuando más lo precisás
Nos veremos otra vez

Un encuentro casual puede ser fulgor. Alegría imprecisa. Un puente sobre el tiempo que puede ser a la vez una promesa.
La estación Emita como futuro impredecible esta todavía lejos.



PÁGINA 26 – POESÍA AMERICANA

GONZÁLO ROJAS
(Chile-1917/2011)

PERDÍ MI JUVENTUD EN LOS BURDELES...

Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.

Me acostaba contigo,
mordía tus pezones, furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.

Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.

Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.

Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.

A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.

Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.

Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.

Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.

No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.


ROSINA VALCARCEL
(Lima-Peru)

FANTASÍAS II
a Carolina Ocampo

Un hombre atolondrado silba
Sin ton ni son
Paseo por el parque de San Eugenio
Y tú no estás, bienamada
Te duele la sien bajo el crepúsculo
En un pañuelo rosa te dan éter
Y te calmas
Cuando ju juu juue juuee juegas
Tic tic tic giran las piedras
Las vuelves sortijas, aretes, pulseras
La torre de la quinua se torna dulce
Retorna y descansa su canto en el viento
Hija de Afrodita
En tus manos doradas lo inerte es vida
Halo que ansío cuando te acercas
El dolor de la soledad no gravita en ti
Ni vives fuegos extraños, ya no
Tu huella es sólo esta carta
Esta miga de pan, fantasías y retamas.

ANTES DEL FINAL

El hilo de oro se escurre como todos
Quién eres tú qué muge despacio
Era preciso ver tu rostro cada día
Pero me arrojaste una flecha ácida
Temblando
Antes del final
Halo el Minotauro en el corazón
16 de febrero de 2013.
Tu rostro de bronce
Peregrino se cansa de mi tristeza
Pero tú no
Eres la tierra y la muerte
La aldea sumergida
Eres fiel compañero
Me pides poemas
Beso tu mejilla izquierda
Dibujo versos al desnudo
Sonrío como una tonta
Y tu rostro de bronce
Es el viento que agita
El techo de mi casa
El rubor
Cuando llega la tarde
Náufraga
Ondeada entre dos caballos
Soy una náufraga
Asomas como un dios sin rostro
Das y quitas el sol
De la sonrisa
Quitas y das el almíbar
Del abrazo
Entonces me rindo
En el fragor de los ciegos

EJERCICIO
al poeta Walter Curonisy

Cómo lo quise sin entenderlo
De día era color oriental que huye
De noche sin prisa ni doblez
Cerca al amor era fucsia De tarde
Cuando tejía las palabras y los nombres
Era lozano y temible Cuando reía
No era el viento que llora al catar el cianuro.



PÁGINA 27 – ENSAYO

MARIA ROSA LOJO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EL ESCRITOR QUE NOS HIZO CONOCER EL HIELO

Cuando alguien le echaba en cara desmesuras fantásticas, porfiaba García Márquez que nunca había escrito sino sobre la realidad, y sobre la realidad latinoamericana y colombiana en particular. Cabe recordar que no sólo se inició en las letras como periodista (y publicó su primer cuento en un diario), sino que jamás dejó de lado este oficio.
Su Relato de un náufrago (1955), que recoge catorce crónicas aparecidas en El Espectador, es una pequeña joya del género testimonial, que articula de manera eficaz y conmovedora la historia contada por el náufrago Luis Alejandro Velasco en ciento veinte horas de entrevistas. Marinero del destructor Caldas, de la armada colombiana, Velasco cae por la borda junto con otros compañeros cuando el barco de guerra escora violentamente, antes de arribar a Cartagena. Se lo da por muerto hasta que una pareja de campesinos lo encuentra en una playa apartada, a la que llega nadando con sus últimas fuerzas. Su increíble reaparición lo convierte en una celebridad condecorada por el gobierno y halagada por la publicidad. Pero se tergiversan las verdaderas causas de la caída de los tripulantes.
En las antípodas de la retórica militar, el relato de Velasco, héroe que tuvo "el valor de demoler su propia estatua", erige una entrañable épica de la supervivencia. Su único mérito, declara el entrevistado, es haberse resistido a la muerte durante diez días sin comida ni alimento a bordo de una balsa. Firmado originalmente por el mismo náufrago (lo importante era el suceso y no la pluma del entonces desconocido escritor), publicado por entregas, con una graduación magistral del suspenso, el texto revela claramente la impronta de García Márquez y anticipa los rasgos de su mundo imaginario (junto con la ficción La hojarasca, del mismo año, donde aparece por primera vez Macondo).
En el testimonio del náufrago emergen las aldeas pobres, aisladas del progreso tecnológico, la sociedad tradicional y devota, la avidez de novedades (más de seiscientas personas terminan acompañando al casi resucitado, llevado a pie y en hamaca hasta el pueblo más cercano, en el que una multitud desfilará para verlo como una atracción de circo); el mismo náufrago habla todas las noches, en la balsa solitaria, con su compañero Jaime Manjarrés, que se le presenta de manera inexplicable. También se plantea la atroz ironía situacional que atravesará la obra del autor: no es una tormenta en el Caribe sino el peso de la corrupción (el contrabando alojado en la nave de guerra) lo que ha provocado la caída de los marinos.
Si Velasco pierde "su gloria y su carrera" por atreverse a contar toda la verdad, García Márquez debe marchar al exilio (eran los tiempos del dictador Gómez Pinilla) como corresponsal de su diario en París, lo que en definitiva lo lanzó al mundo y terminó redundando en su beneficio. Fundador de la revista Alternativa, creador de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, seguiría siempre vinculado a la prensa independiente y a la formación de nuevos cronistas. Cinco tomos que recopilan su obra periodística entre 1948 y 1984 dan fe de esta pasión perdurable.
A ellos se suman diversos libros de crónicas y ensayos. De interés especial es La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile (1972), larga entrevista al cineasta que vuelve con nombre falso a su país para filmar un documental cuando ya han transcurrido doce años de dictadura pinochetista.
Noticia de un secuestro (1996), sobre el narcoterrorismo, ha sido definida por su autor como novela-reportaje. Crónica de una muerte anunciada (1981), una de sus más difundidas novelas, basada en hechos reales, presenta una marcada hibridación genérica con el relato de investigación periodística y el policial. Ambas obras fueron llevadas al cine. También el autor estableció lazos estrechos con este arte (hubiera querido ser él mismo director cinematográfico y realizó guiones).La bendita manía de contar (1994) recoge los imperdibles debates sostenidos en su calidad de director de un taller de guionistas en la Escuela Internacional de Cine y Televisión cubana.

EL LENGUAJE EN ESTADO MÁGICO

Si algo distingue particularmente la escritura de García Márquez es su capacidad de provocar asombro y deslumbramiento. "Suspende y maravilla" (para usar un verso de Cervantes), retrotrae a una visión inaugural y liminar del mundo que recrea en sus páginas. Creo que conocí el hielo a los diecinueve años, al abrir mi primera edición de Cien años de soledad, que todavía conservo en la biblioteca. Si antes lo concebía en forma de cubitos que refrescan las bebidas, o lo asociaba a las tarjetas postales con un paisaje de altas cumbres, los ojos del niño Aureliano Buendía y de su padre, José Arcadio, me lo devolvieron en forma de prodigio. El hielo era un tesoro inconcebible, custodiado en un cofre de pirata: "Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo".
Del mismo modo, el arte de García Márquez transforma para sus atónitos lectores toda la percepción de la realidad. El "realismo mágico" (concepto aportado por Franz Roh), lo "real maravilloso" de Alejo Carpentier, son categorías que se han usado para definir este viraje. Entiendo que el procedimiento va aún más allá del extrañamiento artificioso provocado con destreza. Tampoco se trata siempre y necesariamente de la apelación a determinadas creencias o experiencias de lo sobrenatural que impregnan la cotidianeidad de los personajes. El mito, sin la censura racional, podrá ser un elemento constitutivo de la cultura pasada y presente de América latina. Pero García Márquez aborda ese horizonte común también desde otro ángulo: en ese límite fundador, genético, donde confluye con el hecho poético.
Es que los conceptos (nos recuerda Ernst Cassirer) comienzan a construirse de la misma manera en el mito y en el lenguaje, iluminando las afinidades secretas que la emoción descubre en las cosas. Por eso la poesía, para Gérard Genette, no sería sino el lenguaje en su estado original, es decir, en estado mágico. García Márquez rescata con genialidad esa condición primaria de la percepción y de la lengua, del mito y de la poesía.
La magia no consiste sólo en que Remedios La Bella ascienda a los cielos (Cien años de soledad), o en que un ángel anciano y deteriorado ("Un señor muy viejo con unas alas enormes") recale en el patio de una casa, en un pueblito, después de una tormenta. Además (y a través) de los juegos, siempre sorprendentes, con lo maravilloso y legendario ya acuñado por las religiones, los cuentos de hadas, los mitos, la fuerza transfiguradora de su imaginación logra mostrarnos el mundo fuera de las rutinas utilitarias y los carriles ya trazados. Como si todo lo existente comenzara recién a ser nombrado y reconfigurado desde una lengua y una mirada prístinas y fluidas, con poderes de encantamiento.
Esa: la fluidez, la naturalidad, es otra de las características centrales de la prosa garciamarquiana. Sus vastas lecturas no están citadas, exhibidas, discutidas, en sus ficciones, sino íntimamente procesadas en un torrente narrativo de rica sensorialidad, que se desliza sin aparente esfuerzo ni impostación, aun en sus textos más barrocos. Pero bien se sabe el inmenso trabajo requerido para obtener lo que Garcilaso de la Vega llamaba "el arte natural", resultado, en verdad, de una decantación y depuración extremas.
Por otro lado, esta prosa tersa puede articularse en arquitecturas narrativas muy complejas, por la multiperspectiva en las miradas y en las voces, por el intrincado manejo de la temporalidad: Cien años de soledad (1967) o El otoño del patriarca (1975) son buenos ejemplos.

HISTORIA Y MITO

No por ser exponente fundamental del realismo mágico, que abreva en el mito, la narrativa de García Márquez ignora los procesos históricos. Su más famosa novela, Cien años de soledad, no sólo es un redescubrimiento poético del mundo, sino un mapa simbólico de la historia de Colombia. Como nuestro "Matadero", Macondo se erige en tanto "simulacro en pequeño" de lo que ocurre en el país a través de varias generaciones de los Buendía. No hay fechas precisas ni cronologías, pero sí emergen episodios traumáticos reconocibles, así como las pautas constructivas y los valores de una sociedad marcada por la violencia intestina. A tal punto que se han designado corrientemente "Pequeña violencia" y "La Violencia" los sanguinarios enfrentamientos de la década de 1930 y de 1948-1962, herederos de la serie de guerras civiles del siglo XIX y de la Guerra de los Mil Días (1898-1902).
Aunque los Buendía viven en un medio en principio "arcádico" (bien lo sugiere ya el nombre del patriarca fundador, José Arcadio), no escaparán a las generales de una ley que parece ser la fatalidad nacional. Por el contrario, más bien la representan. Baste recordar que la primera escena del libro nos retrotrae a la imagen de Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento (aunque su destino no fuese, al fin, la muerte por las armas). Macondo se crea a raíz de un crimen y para escapar de un fantasma más triste que vengativo: el de Prudencio Aguilar (asesinado por José Arcadio Buendía en un lance de honor). Pero la familia no eludirá la maldición endogámica del incesto ni podrá mantenerse al margen de la guerra que convierte a algunos de sus miembros en militares y en caudillos dictatoriales. El progreso con sus fabulosos inventos, que tanto ilusiona al primer José Arcadio, termina mostrando su cara más siniestra cuando la United Fruit Company se instala con pretensiones depredadoras y son masacrados miles de trabajadores, episodio que la historia oficial condenó al olvido.
El humor punzante suele teñir la desmesura hiperbólica de los sucesos narrados. Como los que convierten la vida del antes pacífico y sedentario Aureliano Buendía, el orfebre, en una monstruosa sucesión de hechos bélicos y lances amorosos: "Promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche (...). Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un caballo". La increíble supervivencia de Aureliano (que lo vincula con los indestructibles héroes del cartoon) empalma con la masculinidad exacerbada de su hermano José Arcadio, un gigantón cavernario que parece extraído de una caricatura.
Por otro lado, el poder que parece estar sólo en manos de los hombres violentos es reclamado y ejercido por una matriarca como Úrsula Iguarán, la verdadera cabeza de familia. Ella es la única que logra detener los abusos de Arcadio, su nieto, convertido en dictador aldeano. Y lo hace sacudiéndolo a vergajazos: "Sin misericordia, lo persiguió hasta el fondo del patio, donde Arcadio se enrolló como un caracol". "A partir de entonces, fue ella quien mandó en el pueblo." El sentido común de la realidad y la vocación de paz y justicia señalan a Úrsula, empeñada en mantener vínculos de afecto y deber cuando todo orden se despedaza. La situación de las mujeres: matriarcas o prostitutas esclavizadas, sometidas a códigos de honra, madres de hijos ilegítimos engendrados por hombres irresponsables y errantes, condenadas a la frigidez por la moral al uso en las clases altas, es objeto permanente de interés en el relato y parte de su crítica implícita a los valores de una sociedad machista.
García Márquez también incursionó abiertamente en la ficción histórica con El general en su laberinto (1989), una novela centrada en el viaje de Bolívar desde Bogotá hasta la quinta de san Pedro Alejandrino, en la costa caribeña, donde finalmente muere sin iniciar su programado exilio europeo. El libro dibuja un Bolívar estragado por su incierta y fatal enfermedad (presumiblemente la tuberculosis), envejecido en forma prematura, y acentúa, como es habitual en las nuevas novelas del género, la intimidad física y sentimental, los ritos del cuerpo y su decadencia, las fragilidades y contradicciones del héroe (lo que le valió ser colocada en el ojo de la polémica). Lejos de la perfección, su Bolívar es un hombre intemperante, impulsivo, afectivamente inestable, muchas veces arbitrario y con sed de poder a pesar de sus renuncias.
La novela permite adivinar no sólo el futuro de discordia interna que espera a toda la región, sino también, en Bolívar mismo, el germen de los futuros dictadores que se proyectan en El otoño del patriarca. Si al Libertador lo redimen su inteligencia e ilustración, su grandeza de miras, su apasionado idealismo, su enorme desprendimiento y generosidad, estas virtudes desaparecerán en líderes posteriores, donde la tentación totalitaria dominará todo y creará pseudorrepúblicas gobernadas por el terror.

DEBATES Y BALANCES

¿Construyó Gabriel García Márquez una visión de América latina estereotipada, for export, que generó repeticiones en serie? ¿Oscureció con su presencia dominante otras poéticas diversas y valiosas de autores contemporáneos? Éstas son algunas de las críticas recurrentes cuando se analiza su impacto.
A nuestro entender, ningún escritor original (como él lo fue y en grado sumo) tiene la culpa de sus epígonos ni tampoco de los recortes que otras miradas puedan hacer de un campo cultural (que no es por cierto una América latina monolítica, sino matizada y varia), o de las políticas editoriales e institucionales que se centran en figuras únicas.
Profundamente representativo de su cultura caribeña, García Márquez alcanzó desde ella repercusión universal. Su magnífica prosa y el denso tejido simbólico de su imaginario dieron cuenta, con acento específico, de los núcleos problemáticos que atañen al sujeto humano. El poder, la violencia, la identidad, el amor y el erotismo, la revolución y la tradición, se ven en sus libros a la vez con la lupa y con el catalejo del mago Melquíades y vuelven a interrogarnos sobre la extrañeza del mundo y de la Historia


PÁGINA 28 – POESÍA AMERICANA

RAÚL HENAO
(Santiago de Cali-Colombia)

EL PASEANTE SOLITARIO

 A mi memoria acude el pensamiento de mis paseos solitarios
en la ciudad.
La muchacha como un claro de luna
Con la que conversaba en el café Las Sombras
Vuelve a repetirme enojada:
“Sólo puedo amarlo cuando lo busco sin encontrarlo”.

Pero cada día la ciudad está de mudanza
A mí alrededor ya faltan los amigos
De otro tiempo, Los lugares  de otro tiempo.
Confieso que también me falta la nostalgia
Y nada lamento.

A solas en la habitación miro crecer el cactus recostado
a la ventana del patio.
Y cada mañana, la araña de jardín teje imperturbable
Su tela de gotas de rocío. El sueño me aconseja.
Para  Margarita Vásquez.

ELLAS

En el patio interior del apartamento tamborilea
la lluvia otoñal
luego de una mañana soleada,
donde la vejez se retrasa
a espaldas nuestras en el paisaje
suburbano,
pero sólo para acentuar más la ausencia
que ellas han dejado a su paso
en nuestras vidas.
Ellas siempre presentes en las palabras
más íntimas o recónditas
esas palabras que aluden, entre líneas,
al dolor o la dicha pasajera.

En el patio interior del apartamento tamborilea
la lluvia de hilos de plata.
Crece en el rincón un manojo de hierbas
silvestres
que  florecerán, a lo mejor, al finalizar el año
cargado de sucesos mínimos y contradictorios,
de lencería barata  y servilletas manchadas
de pasos o voces del pasado, que van y vienen
en la helada brisa del alba.
Ellas las únicas intercesoras entre el dolor
y la felicidad, entre la carne  y el espíritu.


LA CONFIDENTE

El día comienza por correr tras la estela de una bandada de tórtolas
                                     tempranas.
En apariencia soleado,  presenta súbitamente
la joroba de una nube, una aleta de tiburón sobre las aguas
en abanico o baraja del paisaje circundante

y al azar de las calles, la figura de una mujer de ojeras sombrías
que más tarde,  volvemos a encontrar
desdibujada  en las esquinas citadinas,
en el parque nocturno, al claro de luna;
reuniendo en la llama azul de un abrazo
las dos caras del tiempo, el desatino o destino de vivir.


Dejándonos a deshoras el carmín de un beso en la ventana de la habitación.


RICARDO CUÉLLAR VALENCIA
(Manizales-Colombia)

VOCES DEL AZAR

Ella iba imperturbable, con serena fatiga,
 Entre  un aura de aves  que yo veía de lejos, a su paso
Y  coros de aromas, reales, audibles, palpables

 Venía por los caminos de la vida a la deriva, segura,
Como el viento de la primavera de marzo
Con una divisa roja en cada mano: libertad

Yo caminaba entre sueños delirantes
Por las mansiones del paisaje andino,
Esquivo,  escribano de mis soledades

En una esquina  desconocida, solos,
Fascinados, nerviosos,
Nos sorprendimos:
El asombro se pintó de realidad

El azar siempre elegía, maniático,
Sin cálculos de la razón o la moral

La realidad  real fluía
 Inventándose  en nosotros,
Entre  torrentes de deseos  deseados
En inmemorial movimiento
 Surgían en rondas indistintas
Aves del Desastre y  la Calumnia
En  boca de los Ardientes Caballeros de la Envidia

Dulce y fatigadamente tú
Entre palabras  precisas, urgentes,
Tal vez innecesarias,
Y silencios conspirados en juegos de ternura
Dejabas caer una magnifica, cerífica gracia
Que envolvía en sus armonías y ritmos emergentes
 Las pieles, convulsamente evanescentes

La sed del azar se deslizaba entre nuestros cuerpos
En un tiempo sin fechas ni teléfonos
En el río fresco de abril y mayo…
En esos sabios días que nos pertenecen
Como un goce que ofrece la vida a sus amantes

El Divino Azar tendía sus tiendas,
Recuerdo,
En un camino, una calle, un zaguán, una esquina,
Un patio,  un parque, un bus, un taxi, una ciudad…
En la clara y dulce frescura del amanecer,
En una tarde lluviosa, neblinosa, en la grácil  e inocente noche

Ella era otra,
Sobre todo insumisa,
Soberana y sabia sobre sus instintos
Delicada, plena de sí
Cada vez que  dejaba volar
Las magias de su cuerpo creador

Vivía a su manera, sin ataduras,
Leyendo o sola, entre ensueños y fantasías
Era la solitaria perfecta

Nos  amábamos sin ninguna condición, regla o norma,
Nunca nos importó frecuentar a nadie

La mayoría de los días¡ imposible!
No la veía
No sufría
¡Dicha exquisita!
Jamás la busqué ni interrumpí
Ella menos

Sabíamos, secretamente, en los cuerpos,
Siempre lo comentamos con encanto,
El momento elegido por el azar
Cuando sus alas borboteantes, dulces,
Danzaban entre las venas y los huesos,
En los sueños herméticos, en las visiones perturbadoras

El lenguaje secreto, cifrado de los cuerpos
Era el  cartero, el que nos hablaba
Desde  y para nuestras soledades
Lo escuchábamos con extrema turbación fascinante
Y obedecíamos inalterables, instintivamente

Salíamos, cada uno, ciertas veces, sin  rumbo,
Obedeciendo,
Sin suponer nada,
Conducidos por fuerzas desconcertadas,
Así  íbamos a la cita elegida y anunciada
Secretamente por las voces del azar

Vivimos una exquisita ebriedad
Nueve meses floreciendo, en feliz inocencia

Nos amábamos por la extrañeza de conocernos
Los abismos que nos cruzaban
Detrás de las palabras no pronunciadas
La fina mirada, cristalina, del deseo inventándonos
En un jardín de delirios creado por los furores de la poesía
En un insondable ímpetu, sólo suspendido
En las horas impuestas por el sueño

II

Te vi antes
 En soledad mía irritada por insoportable
Siempre caminado sola, delgada, alta, blanca,
 De pelo corto,  negro,  de ojos  de miel, brillantes,
De labios rosados, levemente  carnosos,
Elegante en los pasos seguros y lentos,
Vestida de colores frescos, con  perfume natural,
Cabizbaja, pensativa o leyendo,
Siempre sola Tú y tu vida

Eres mi amor del azar
-alegría  fluyente en la sangre-
Me dijiste la última vez

Decías tú
Con ojos de sol:
Creo en el destino
Como   una mariposa  al nacer
Dibujando en sus alas insumisas,
Cifras, rostros, perplejidades

Por eso te amé
Gloria Inés
Entre los fascinantes ocasos y auroras de Manizales
 Amada total, única

Nuestra realidad era decididamente surreal
No teníamos citas previas, llamadas, recados, terceros
Sólo el Divino Azar escogía la hora del sol o de la luna
Y allí estábamos en el minuto elegido, frescos,
Buscándonos, afirmándonos,
Ante nuestras delicias,
Más solos que nunca,
Ebrios de ser hijos de azar



PÁGINA 29 – CUENTO

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
(Colombia-1927/2014)

LA LUZ ES COMO EL AGUA

En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.
-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.
Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?
-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.
La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.
Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.
De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.
-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.
-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.
El padre le reprochó su intransigencia.
-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.
Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.
En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.
El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.
-Es una prueba de madurez -dijo.
-Dios te oiga -dijo la madre.
El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.
Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.
Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.


PÁGINA 30 – POESÍA ALLENDE EL MAR

RODICA GRIGOR

(Sibiu-Rumania)
Breve antología de la poesía rumana contemporánea

MARIN SORESCU (1936 – 1996)

HIMNO

Los árboles tienen, en vez de raíces,
unos santos
que se levantan de la mesa
y se arrodillan debajo de la tierra
para rezar.

Solamente los nimbos
se han quedado afuera, -
estos árboles,
estas flores.

Nosotros a la vez también seremos
unos santos,
rezando que nuestra tierra
permanezca redonda y bendita
para siempre.

BAILAS

¡ Baila, alma mía!
Abre la puerta de la biblioteca y baila
entre tantos hombres tan sabios
que han dejado  sus cabezas
sobre los libros
como sobre la bandeja de Salomé.

Ellos son tus mejores amigos.
Y todos te dicen ahora que bailes
porque solo tú eres capaz de hacer todos los movimientos
que ellos empezaron,
y la belleza del juego
no se debe perder.

HE DIVISADO LA LUZ…

He divisado la luz en la tierra
y nací yo mismo
para ver como estáis.

¿Sanos? ¿Valientes?
¿Cómo la pasáis con la felicidad?

Gracias, no me respondes.
No tengo tiempo para respuestas,
apenas puedo hacer preguntas.

Pero me gusta aquí.
Hace calor y esta bien
y hay tanta luz que
la misma hierba comienza a crecer.

Y aquella chica, ¡ Eh aquí!
Me mira con su propia alma.
No, querida, no te molestes en amarme.

Sin embargo, solo tomaré un café.
Solamente de tu mano.
Me gusta cómo sabes prepararlo
muy amargo, de veras.


JAVIER ÚBEDA IBÁÑEZ
(Jatiel-Teruel-España)

A TIENTAS

Me asomo a la ventana de madrugada,
a contemplar la vida, sólo a tientas,
para no despertarte.

El rocío espabila mis sentidos
y limpia mi vista
con sus diminutas
y mágicas gotas colocadas
por el nuevo día.

Escucho el canto de las aves
ante el amanecer.
¡Cuántos recuerdos me traen sus cantos!
Ese gorjeo alegre es vital en mi existencia.

Unas gaviotas se posan encima del agua.
De lejos parecen una ilusión óptica,
un festejo para la imaginación.

El paisaje del mar es infinito;
me pierdo en su horizonte anaranjado
que, lentamente, y a tientas,
da la bienvenida al sol
con sus imponentes olas. 

Miro el horizonte,
y te miro a ti.

Tú eres, amor, mi mejor panorámica:
El refugio de mis penas y de mis alegrías.
La calma de mis días y de mis noches.

No tengo ni tendré nunca ni mares, ni soles,
ni amaneceres, ni trinos de pájaros
suficientes para expresarte todo
lo que te quiero y te deseo.

A tientas, me acerco hasta ti,
a tientas, te beso suavemente
en los labios, y tú te despiertas.

DE LUNAS Y DESEOS

De las lunas de tus ojos emerge una fuente que gotea deseos
anaranjados que resbalan hasta tu boca
y salpican tu rostro,
              meciendo tus pecas,
                            removiéndote hasta dentro y por dentro…
La distancia no olvida nunca
cuando el amor es verdadero.
La distancia te amarra,
te agita  y  te araña con sus uñas.
Las
       distancias
                         no
                                 existen                
cuando el amor late lunas y deseos
y te siento
tan cerca
               que te puedo tocar.
Te toco.
En las lunas de mis ojos acaban de acampar unas gotas:
desveladas,
   hambrientas,
        sinuosas,
            provocativas,
                                  verdes y
                                              amarillas,
                                                            que esparciéndose                               
                                                            te buscan.
Una de ellas cruje,
le tiembla la vida.
Luego se abre,
                    me trae tu voz:
“Te sigo esperando”, me dice
mientras me observa
y yo la acuno con mimos y ternuras,
                                 la acaricio con miradas, le doy mi vida.
“Y yo a ti, amor”, le contesto en silencio.


PÁGINA 31 – CUENTO

SYLVIA IPARRAGUIRRE
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EL DUEÑO DEL FUEGO

La mañana ya había empezado con un pequeño malestar. O por lo menos esto es lo que la ordenada mente de la doctora Dusseldorff pensaría más tarde al salir del aula. El edificio era antiguo y frío; altísimas persianas de hierro dejaban pasar como a desgano esa ambigua claridad del invierno que obligaba a encender las luces, a no mirarse las caras, a hablar sin levantar la voz. En un rincón, el portero forcejeaba con la estufa a kerosene. Los asistentes a la clase de etnolinguística de la doctora Dusseldorff, en efecto, hablaban sin mirarse, en voz muy
-¡Coño! -dijo el portero. La estufa exhibía un mecherito desarticulado y anacrónico. Una llama azul aparecía y desaparecía con pequeñas explosiones intermitentes. De golpe se apagó. Todos miraron a la doctora. El portero se levantó y dijo-: Ya vuelvo, voy hasta mi casa y traigo la mía. No se nos vaya a enfermar el aborigen.
El pronombre reflexivo o algo en el acento espafiol del portero provocó discretas sonrisas entre los linguistas y antropólogos. La clase, Lengua y Cultura del Chaco Argentino, debía comenzar en unos minutos. Se contaba con un indio: el toba Marcelino Romero. No podía tardar. Considerando que viajaba desde Villa Insuperable, el trayecto le llevaba poco más de una hora.
A las diez y media en punto apareció en la puerta del aula. Era bajo y corpulento con una convencionalmente inexpresiva cara de indio. El pelo, renegrido y largo, contenido detrás de las orejas. Su aspecto era muy pulcro; llevaba medias y alpargatas. Murmuró un saludo y se dirigió a su asiento, a un costado del escritorio de la doctora. Sobre el pizarrón, un cuadro repetía en griego y castellano, la leyenda. "El hombre es la medida de todas las cosas". La doctora salió del aula. Cuando volvió, escoltada por el portero y el antropólogo de la cátedra, ya era, definitivamente, la doctora y profesora Brigitta Inge Dusseldorff, de la Universidad de Mainz, especialista en lenguas amerindias, cuya tesis Einige linguistiche indizien des Kurtunwandels in NordostNeuquinea (München, 1965) había impresionado vivamente a especialistas de todo el mundo. Otro de sus trabajos, Der Kulturwandel bei de Indianen des Gran Chaco (Sudamerika) seit der Konkista-Zeit (Mainz, 1969), era fervientemente citado por los alumnos de la Facultad quienes deseaban desentrañar algún día sus profundos conceptos. La doctora Dusseldorff era alta, huesuda, de pelo muy corto; anteojos y pies enormes. La universidad argentina se conmovía con su presencia. El portero, un paso detrás de ella, no le llegaba al hombro.
-Gracias -dijo en correctísimo castellano-. Puede retirarse.
Todos se acomodaron en sus asientos; el antropólogo también. La clase comenzaba.
-La clase anterior-dijo la doctora a quien le gustaba ir directamente al punto-, habíamos llegado hasta la parte de caza y pesca, armas e implementos, ¿verdad?
Todos dieron cabezadas afirmativas.
-Bien, hoy no usaremos cintas grabadas dijo la doctora-. Vamos a retomar con el propio informante la parte correspondiente a pesca, Por favor, señor Marcelino, ¿cómo se dice "pescar"?
El indio los miró, después miró inexpresivamente la pared y dijo:
-Sokoenagan.
-Muy bien. Así que esto es "pescar".
El indio sacudió la cabeza. -No -dijo-. Yo voy a pescar.
-Ah, bien, la primera persona verbal. Entonces, usted va a pescar. -Lo señaló pero el indio no dijo nada-. Bien, pero, ¿cómo se dice "pescar"?, solamente eso.
-Sokoenagan -dijo el indio.
La doctora quedó con el bolígrafo en alto.
-Intentemos con la tercera persona. ¿Cómo decimos "él pesca"?
-Niemayó-rokoenagan -dijo el indio.
-Perfectamente -dijo la doctora y se explayó en consideraciones fonéticas. Durante los siguientes veinte minutos la clase avanzó muy lentamente.
-Recapitulemos -dijo, por fin, la doctora-. Pescar: sokoenagan; yo pesco: sokoenagan; tú pescas: aratá-sokoenagan; él pesca: niemayé-rokoenagan. Existe una glotalización con valor distintivo en...
El indio decía que no con la cabeza. Parecía que lo recapitulado no era correcto.
-¿Cómo? Dijo la doctora.
-Está sentada, todavía no fue -dijo el indio. Hubo un breve silencio.
-Un tiempo continuo o un elemento espacial en la conjugación -avisó la doctora a la clase-. Explíquese -dijo severamente. Por un momento pareció que iba a agregar "buen hombre" pero no fue así.
-Está sentado, pero todavía no fue a pescar. Está pensando -dijo el indio-, está pensando en ir a pescar. Lo estoy viendo cerca.
Alumnos y profesores se movieron inquietos. El informante no facilitaba las cosas hoy. Una de las alumnas intervino con evidentes deseos de coincidir con la doctora Dusseldorff. Era la alumna más adelantada. Había tenido la oportunidad de hablar a solas con la doctora y se había mencionado la posibilidad de una beca; hasta, quizás, un viaje a Alemania.
-¿Podrá ser, tal vez, un subsistema de presencia/ausencia del objeto nombrado?
-No creo que sea el caso dijo, con frialdad, la doctora.
El antropólogo, joven, pálido, de traje y bufanda, con experiencia de campo, intervino :
-Permítame, doctora. -Era un hombre que sabía manejarse con los indios.- ¿Qué querés decir cuando decís que lo estás viendo, Marcelino? -El antropólogo tuteaba al toba aunque debía tener veinte años menos. La doctora aprobó con una inclinación de cabeza la eficaz intervención masculina.
-Si no lo veo, digo de una manera distinta -dijo el indio. Y agregó:- Pero no pesca; va a ir a pescar.
Hubo un suspiro de alivio general. El antropólogo daba explicaciones a unas alumnas sentadas a su alrededor. Fumaba elegantemente. Conocía las últimas corrientes teóricas; sin embargo, añoraba la época de la Antropología Clásica y soñaba con reeditar a uno de aquellos refinados y eruditos dandies ingleses, capaces de internarse en lo más profundo y salvaje de la jungla, todo por la ciencia. El mismo ya había estado en el Impenetrable. Esto le otorgaba una secreta superioridad sobre la doctora, que sólo había trabajado con estadísticas, lenguajes procesados y computadoras. Los murmullos se generalizaron.
-Muy bien, Marcelino -dijo el antropólogo. Su tono contenía un premio.
La clase continuó. El indio permanecía sentado, inmóvil; la espalda, recta, no tocaba el respaldo de la silla.
-Pasemos a la caza -dijo la doctora, acomodándose los anteojos. El antropólogo sintió nuevamente que le correspondía tomar la palabra.
-Vos salías a cazar con tu abuelo, ¿no, Marcelino?
-Sí -dijo el indio.
-¿Había algún rito... -el antropólogo titubeó-, quiero decir, alguna reunión alguna ceremonia, antes de que fueran a cazar? Tu abuelo, ¿qué decía de esto?
-No -dijo el indio y miró vagamente a su alrededor.
Se produjo un corto silencio. La doctora intervino. Manifestó su interés en preguntar sobre la terminología referida a la caza. El antropólogo estuvo totalmente de acuerdo. Pero antes de que la doctora pudiese formular la primera pregunta, el toba, inesperadamente, comenzó a hablar. Hablaba en voz baja, con la mirada clavada en el piso. Explicó la enfermedad que se podía contraer por maleficio del animal perseguido. El se había enfermado de ese modo. La ciudad se parecía a la selva, dijo. Allá había que cuidarse de los bichos; acá hay que cuidarse de la gente. Recordó a su padre y a su abuelo, cuando lo llevaban a cazar. Ellos le habían enseñado cómo hacerlo. Pero él, después, había querido venirse. Salir del Chaco, de la tierra firme, y venirse, porque se había peleado con el capataz que era paraguayo y les daba trabajo nada más que a los paraguayos. No a los hermanos tobas, no a los argentinos.
La última palabra sonó extraña en el aula. Los presentes miraban al indio como si acabara de decir algo fuera de lugar, o como si empezaran a descubrir en él una cualidad que antes no habían percibido. En el aire flotaba una observación notable: ese indio era argentino.
-Me fui un domingo a hablarle -proseguía el toba. No había variado su actitud y su mirada permanecía fija en el suelo-. Y me pelié. Trabajábamos toda la semana, no había domingo.
Estudiando su cuaderno de notas, la doctora dijo:
Creo que nos vamos del tema. No se trata de historia personal sino de reconstrucción cultural. Miró al antropólogo que acudió otra vez en su auxilio.
-Está bien, Marcelino -dijo el antropólogo con cierta advertencia en el tono de su voz; tenía experiencia de campo y sabía cómo hablar con los indios-, está muy bien -ahora parecía dirigirse a una criatura-, pero queremos que nos cuentes cuando ibas a cazar; qué armas usabas,
cómo se llamaban, ¿te acordás? Vos tenías dieciocho años cuando te viniste del Chaco.
-Sí, me vine -dijo el indio-. Yo no quise entrar en la transculturación. -Como llevadas por un mismo impulso, todas las cabezas se inclinaron; se tomó nota de esta palabra tan correctamente asimilada por el toba-. Yo reboté porque me pelié con el capataz. Llovía y mi abuelo y yo habíamos cargado todo el domingo. Mi abuelo y yo, entreverados con los otros, cargamos los vagones con los fardos, aunque llovía. Entonces me pelié y me vine a la ciudad, al Hotel de Inmigrantes; pero la pieza era muy chica, todo era muy chico. Uno quiere ver campo y no. Ve nada más que ciudad, por todos lados.
La clase estaba en suspenso. La doctora, impaciente, miró al indio y dijo con tono autoritario:
-Vamos a continuar con implementos y armas, pero antes probaremos con dos palabras para retomar la parte fonética. -Miró otra vez al indio.¿Cómo se dice "pez"?
El indio suspiró y se apoyó en el respaldo de la silla; después, metió las manos en los bolsillos del pantalón y cruzó una pierna sobre otra. No pareció un gesto oportuno en el contexto de la clase. Miró de frente a la doctora.
-Naiaq -dijo.
-Bien, entonces podríamos establecer: sokoenagan naiaq: yo pesco un pez. Observen que hay dos nasales en contacto -dijo con algo que podía parecerse al entusiasmo, la doctora.
-Si el pez está ahí y yo lo veo, sí -interrumpió el indio-, si no, no. -Todos lo miraron.- Hay otra forma -concluyó, finalmente, el toba.
-¿Cuál?-preguntó la doctora Dusseldorff. Sus ojos se habían achicado detrás de los enormes anteojos.
-Lacheogé-mnaiaq-ñiemayé-dokoeratak -dijo el indio. Algunos de los presentes creyeron advertir una sombra de sonrisa en su cara pétrea, pero sus ojos estaban serios y fijos.
-Parece que el informante no está bien dispuesto hoy para la parte linguística. Si quierre, profesorr podemos continuarr con implementos y armas -dijo la doctora, marcando tremendamente las erres.
Todos se relajaron. Sería lo mejor. La clase en pleno se daba cuenta de que la doctora estaba ligeramente fastidiada. Cuando esto ocurría, su lengua materna subía a la superficie. El informante debía colaborar, de otro modo era imposible organizar adecuadamente la parte fonética.
-Un merecido receso, doctora -dijo, sonriente, el antropólogo. Todos rieron. Una de las alumnas se ofreció para traer café. El antropólogo y la doctora se retiraron a un rincón, a hablar en voz baja. Dos estudiantes se acercaron al indio que permanecía sentado en su silla.

-Andá al punto, Marcelino, no te vayas por las ramas que esto va a durar todo el día. -Le ofrecieron un cigarrillo y el toba aceptó, pero no se levantó de su silla. Cada tanto, un rápido parpadeo le modificaba la expresión.

-Así que la ciudad no te gusta -le dijo uno de los estudiantes-, sin embargo vos acá podés trabajar y mantener a tu familia, ¿no Marcelino? Estás mejor que en el Chaco.
El indio dijo que sí con la cabeza. Miraba la punta del cigarrillo: -Pero cuando uno quiere ver campo, ve nada más que ciudad -dijo-, por todos lados ciudad.
Diez minutos más tarde, el antropólogo golpeó las manos académicamente.
-Continuamos -dijo.
Mientras todos se ubicaban, él mismo salió y se dirigió a Arqueología. Cuando volvió a entrar traía dos arcos, varias flechas, tres lanzas de diferentes tamaños y un lazo hecho de fibras vegetales con complicados nudos en los extremos.
-Bueno, Marcelino -dijo el antropólogo, colocándose frente al toba-, reconocés estos elementos, estas armas... sostenía el arco y las flechas delante de los ojos del indio. Desde la silla, el toba miró los objetos. Levantó una mano y tocó con la punta de los dedos el arco. Bajó la mano.
-Sí-dijo-, sí.
-¿Alguno te llama la atención en forma especial? -continuó preguntando el antropólogo. El indio tomó una de las flechas, la más chica, sin plumas en el extremo.
-Esta es una flecha para pescar.
-Perfectamente. ¿Se utiliza con este arco? La clase pasada dijiste que tu abuelo tenía todas estas cosas guardadas en su casa.
De repente, el indio se puso de pie y se inclinó sobre el antropólogo. Todos se sorprendieron; el antropólogo dio un brusco paso hacia atrás. E1 indio le habló en voz baja.
-Por supuesto, Marcelino -el antropólogo intentaba reír- por supuesto. -Marcelino pide permiso para quitarse el saco y estar más cómodo para reconocer el arco -informó a la clase.
Se oyeron unas risas aisladas, nerviosas. La doctora, completamente seria, anotaba algo en su libreta de apuntes. El indio colocó cuidadosamente el saco en el respaldo de la silla. Después tomó el arco. En las manos del indio, el arco dejó de ser una pieza de museo y se volvió un objeto vivo. Sus manos, anchas y morenas, lo recorrían parte por parte. No había ninguna afectación en ese reconocimiento. Su disposición era la de alguien que sabe muy bien lo que va a hacer. Con una mano sostuvo el arco y con la otra tomó las flechas.
-Esta es de caza -dijo sin dirigirse a nadie. Paradójicamente se veía mucho más corpulento sin el saco. Su cuello y sus hombros eran poderosos. En su frente, inclinada para observar mejor los objetos, se marcaba una vena desde el entrecejo hasta el nacimiento del pelo. Todos lo miraban con curiosidad. No parecía el mismo que hacía unos minutos contestaba pasivamente las preguntas de la doctora-. Y ésta es la de guerra. Al decirlo el indio miró al antropólogo. La flecha que sostenía era la más grande, con un penacho de plumas de colores en el extremo.- Mi abuelo decía que Peritnalik nos mandaba a la guerra a los hermanos. -Miró otra vez al antropólogo y después a todos; antes de que el antropólogo hablara, dijo.- Peritnalik, Dios, El Gran Padre, el que manda los espíritus a la llanura del indio.
Algunos tomaban notas. La mayoría clavaba una mirada ansiosa en el toba. No podía decirse que estuviera haciendo nada impropio, pero algo había en su manera de pararse y de tomar el arco que sobrepasaba los límites de una clase en el Instituto. El antropólogo se había sentado cerca de la puerta, a un costado del indio, y lo observaba. Trataba de aparentar interés pero era evidente que estaba algo desconcertado e incómodo.
El toba, con una destreza sorprendente, tensó la cuerda y la amarró al extremo del arco. Todos los ojos estaban fijos en sus manos. Una ligera inquietud se pintó en las caras. En realidad, nadie conocía bien a ese indio. Habían dado con él por casualidad y había resultado particularmente oportuno para ilustrar las clases de la doctora Dusseldorff. Como para retomar el hilo perdido de la clase, el antropólogo preguntó:
-Cómo se dice "flecha", Marcelino.
El indio levantó bruscamente la cabeza. Hichqená -dijo.
-Podemos establecer una comparación con la terminología mataca que...
El antropólogo debió interrumpirse. El indio, con las piernas separadas y firmemente plantado, tensaba el arco como probándolo. Una parte de su pelo, renegrido y duro -de tipo mongólico, pensó automáticamente el antropólogo- se había deslizado de atrás de su oreja y le caía sobre la cara. La mano oscura alrededor de la madera se veía enorme. Una energía insospechada hasta entonces -en las clases anteriores el indio había permanecido siempre respetuosamente sentado en su silla- irradió de su cuerpo, una fuerza recíproca entre su brazo y la tensión del arco, una especie de potencia masculina, en fin, que fastidiaba especialmente a la doctora Dusseldorff, habituada a las jerarquías asexuadas de la ciencia. Con voz gutural, el toba dijo:
-Kal'lok-y repitió más fuerte-, Kal'lok.
Nadie anotaba ya las palabras. Con una agilidad que dejó a todos en suspenso, el indio se agachó y tomó una flecha, la más larga, con el penacho de plumas. El antropólogo se levantó de su silla. Estaba pálido. La doctora había dejado su cuaderno de notas sobre el escritorio.
-Creo que no es necesario... -empezó a decir.
-¡Ena...! ¡Ená...! ¡Peritnalik! -la voz profunda del toba rebotó en las paredes.
Varios cuadernos de notas cayeron al suelo. El indio había colocado la flecha de guerra en el arco y volvía a tensar la cuerda. Había quedado de perfil a la clase y en esa actitud era muy fácil imaginar su torso desnudo, como en un sobrerrelieve. La flecha ocupaba exactamente el vacío de la tensión. Su punta alcanzó casi la altura de los ojos del antropólogo. La doctora tenía la boca abierta.
-Hanak ená ña'alwá ekorapigem ramayé mnorék, ramayé lacheogé, ramayé pé habiák... murmuró la voz ronca del indio. Estaba inmóvil. Sólo sus ojos describieron, lentamente, un semicírculo que los abarcó a todos. Algunas cabezas iniciaron el movimiento de ocultarse tras la espalda de los que tenían delante. En el fondo del aula, una chica se puso de pie.
-Kal'lok -dijo el indio.
El silencio pesó como una losa.
El toba bajó, despacio, el brazo y destensó el arco. Con delicadeza sacó la flecha y la colocó junto a las otras. Apoyó el arco en el respaldo de la silla. Retiro el saco y se lo colgó del antebrazo.
El aula, de a poco, empezó a cobrar vida. Hubo carraspeos, personas que se inclinaban buscando en el suelo sus cuadernos de notas, algunas toses aisladas. El antropólogo, todavía pálido, encendió un cigarrillo y se aproximó al indio.
-Perfectamente, Marcelino, perfectamente -dijo.
Esto devolvió a la clase su capacidad de expresión. En general, se intentaba averiguar quién había tomado notas. Recorrió el aula la información de que lo dicho por el toba había sido una oración a Peritnalik. Algo como "... el dueño del fuego, el dueño de la noche y de la selva..." y también algo más, pero no se podía asegurar.
Rápidamente, se reunió el dinero con que se pagaba la colaboración de Marcelino Romero. Uno de los alumnos se lo entregó sin mirarlo.
El antropólogo y la doctora Dusseldorff salieron últimos. La clase no había sido satisfactoria. Consideraban, académicamente, la posibilidad de conseguir otro informante. Tal vez un mataco con mayor disposición. La buena disposición es fundamental para los fines científicos.



CONTRATAPA: SANTAFESINOS

HUGO MANDÓN
(Larrechea-Santa Fe)
(1929/1981)

CESA LA LLUVIA

Cerrar el libro otra vez
encender el cigarrillo sin placer
mirar el humo azul de pura pereza
mirar la puerta cerrada, bien cerrada
tomar la copa y beber el fuego efímero
no tener ya nada que hacer
ni siquiera esperar
afuera cesa la lluvia
se piensa descuidadamente
‘los paraguas gotean’
o bien ‘en la tierra negra brotarán los hongos’
no abras nuevamente el libro
apaga el cigarrillo, no mires la puerta
no bebas, no esperes
no pienses en paraguas ni hongos
la
lluvia ha cesado

eso es todo.

TRISTEMENTE UNO

Te saludo en esta tarde
pobre y solitario
sin veredas casi
con un poema en la oreja izquierda
y un clavel memorable en la derecha
te digo, mi amada pequeña y llena de frío
porque es julio
que te arropes
porque es julio
y las nubes son grises
increíbles y lentas
y los humos apenas se disuelven en el poco viento
y abajo
y muy lejos, mi amada, discurre el río
que titubea
se detiene
que se va y se queda a la vez.
Hoy, pequeña amada
no hay barcos en el puerto
no hay sueños pues
pero te tengo en los ojos
y entonces te tengo entera
ahora no somos dos
a partir de este m
omento

apenas
tristemente uno.

ADULTERIOS SOLEMNES


A la pobreza y a la indiferencia de ciertos cuartos
íntimos, les corresponde testimoniar
con toda la ferocidad de la lupa desnuda
de la mudez sin atenuante
del registro sin esperanza
sobre la solemnidad de ciertos adulterios
la tristeza de los cuerpos absurdos
el espanto de las sonrisas congeladas.
A nadie comunicarán algo tales cuartos pobres e indiferentes.
Ellos contendrán la solemnidad almidonada para siempre
más allá del testimonio en la palpitación de su luz miserable
en alguna grieta, en algún ojo de humedad sin tiempo.
Habrán de conservar
la brevedad de las conversaciones, cierta melancólica estolidez
del adúltero esforzado y victorioso a su pura manera.
Acerca de ella -pobrecita ella, la dulce y complaciente ella-
tampoco habrán de comunicar sobre la forma de su espalda
ni el marfil de sus talones ni su ropa de colegiala.
Nada se sabrá nunca de los solemnes adulterios
entre el tío y la sobrina o la profesora y el alumno
la vecina y el tenedor de libros, la señorita administrativa
y el señor de anteojos y paraguas que utiliza sólo taxímetros.
Tanta solemnidad, tanto juego entre los cuerpos diversos y renovados
que transitan, transcurren como agua de los sentidos y las costumbres.
Tanta furtivez, tanta harina de sigilo será hecha pan de discreción.
Toda la solemnidad de tales adulterios
será sepulta bajo la pobreza y la indiferencia de tale
s cuartos

íntimos y desolados.




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