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NÚMERO HOMENAJE A VINCENT WILLEM VAN GOGH
NÚMERO HOMENAJE A VINCENT WILLEM VAN GOGH
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1 – REFLEXIONES
EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
DEFENSA DE LA PALABRA
7.
Nuestro propio destino de escritores latinoamericanos está ligado a la
necesidad de transformaciones sociales profundas. Narrar es darse: parece obvio
que la literatura, como tentativa de comunicación plena, continuará bloqueada
de antemano mientras existan la miseria y el analfabetismo y los dueños del
poder sigan realizando impunemente su proyecto de imbecilización colectiva a
través de los medios masivos de comunicación. No comparto la actitud de quienes
reivindican para los escritores un privilegio de libertad al margen de la
libertad de los demás trabajadores. Grandes cambios, hondos cambios de
estructura serán necesarios en nuestros países para que los escritores podamos
llegar más allá de las ciudadelas cerradas de las élites y para que podamos
expresarnos sin mordazas visibles o invisibles. Dentro de una sociedad presa,
la literatura libre sólo puede existir como denuncia y esperanza. En el mismo
sentido, creo que sería un sueño de una noche de verano suponer que por vías
exclusivamente culturales podría llegar a liberarse la potencia creadora del
pueblo, desde temprano adormecida por las duras condiciones materiales y las
exigencias de la vida. ¿Cuántos talentos se extinguen, en América Latina, antes
de que puedan llegar a manifestarse? ¿Cuántos escritores y artistas no llegan
ni siquiera a enterarse de que lo son?
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2 – CUENTO
EL TIO
CARRIL
(La
Plata-Buenos Aires-Argentina)
DEUDAS PENDIENTES
Qué alguien se ponga mal porque un amigo acaba de suicidarse es
algo relativamente normal, o en todo caso, esperable. Está, además, dentro de
lo que corresponde a los parámetros éticos para la mayoría de la gente que
comparte criterios más o menos vulgares sobre ciertos sentimientos como la
amistad o el amor. No era el caso de mi exasperante amiga Fiorella cuando me
llamó para narrarme su angustia ante la decisión de un viejo amigo de la
escuela primaria de colgarse de una soga y poner por una vez sentido, o al
menos notoriedad a su seguramente insignificante existencia.
No era el caso, no. Bien sabía yo que Fiorella era completamente
incapaz de evitar el llanto ante el deceso de un sujeto que tal vez hubiera
querido en la infancia y al cual no veía durante meses, o años. Yo no me
burlaba de esa imposibilidad para distinguir entre sentimientos, presente,
fantasmas, recuerdos e idealizaciones. En primer lugar, porque esa invalidez
era hija de la forma más noble de tenerle miedo a la muerte, que es la de
añorar vivir todas las vidas. Fiorella no vivía ninguna por querer más de una a
la vez y en eso no era menos vulgar que todos los demás. En segundo lugar,
porque su ineptitud para la taxonomía jerárquica de sus relaciones le hacían
pasar del estado amiga al de amante y viceversa sin mayores complicaciones, lo
cual resultaba particularmente beneficioso, para mí, claro.
Pero no era este caso y debí de haberme dado cuenta ante la
divergencia que había entre su urgencia por que fuera y el tono de sus
palabras. El imperativo reclamo había elaborado rápidamente en mi cerebro la
siguiente escena, a saber: a) llanto desconsolado intermitente, risa nerviosa,
en un lapso relativamente corto, b) intermedio de angustia promedio para charla
de café o mate en cocina de su casa y c) abrazo consolador que, según la forma
en que me apoyara la teta y/o el grado de humedad con que resoplara por encima
de mi hombro, garantizaban un polvo básico con algunos chiches de promoción y
sin demasiado trabajo.
Nada de eso, y menos la opción c), porque me había hecho a la
idea en base a los prejuicios que yo tenía sobre ella y no al tono extasiado de
su voz cuando me habló. Al llegar entendí. El tipo en cuestión se había
suicidado ahí mismo, es decir en el departamento de ella. Pasó que al tipo se
le ocurrió acabarme por todo el cuerpo y por eso me había metido a ducharme y
cuando volví lo encontré así. Y a la pregunta sobre desde cuándo andabas con
éste me respondió que no, que se acordó que en la secundaria al occiso lo
habían bautizado Anaconda y que ella nunca, porque por hache o por be y que
ahora que estaba al filo de los cuarenta y que quien sabe si te pegás un cáncer
o qué y entonces que no quería dejar cuentas pendientes y se tenía que sacar la
duda.
Vivir la vida pensé, y la felicité, además, porque había saldado
la cuestión. Con la lengua afuera y los pantalones cagados, el morocho colgaba
de una viga del tinglado del techo corredizo del patio techado del ph, y bien
ganado el apodo, macana. No te creas, semejante tarasca y acaba rápido. Bueno,
como acabar, acabó, me dijo, pero yo te llamaba por otra cosa, fijate cómo se
mueve.
Y era verdad, se movía como el final de “Un Mundo Feliz” de
Huxley: los pies giraban hacia la derecha: norte, nordeste, este, sudeste, sur,
sudsudoeste; después se detenían, y, al toque, giraban hacia la izquierda: sur,
suroeste, sur, sudeste, este, etc. Hace media hora que está así, quería
compartirlo con alguien antes de llamar a la cana.
Ahí fue cuando me rajé a pesar de que empezó con la secuencia
a), b) etc. pero yo ya estaba consumido por la fiebre de la angustia
existencial. Semejante tarasca bamboleándose había impactado en mi conciencia.
Yo también tenía que saldar deudas. Ya no pensaba volver a la oficina y tenía
un buen rato antes de que las nenas salieran del colegio. Llamé a casa y me
atendió el contestador, pero igual dejé el mensaje, voy en camino, por si mi
mujer estaba enfiestada, cosas normales después de veinticinco años de
matrimonio, pero yo no podía afrontar una escena como esa en ese momento porque
estaba urgido y más que para lo único que iba a casa era para manotear la
Beretta 92 y salir para el Once.
Cacé el primer 57 a Luján y en menos de una hora estaba en
Rodríguez, en la parada de La Serenísima, a cinco cuadras de mi infancia y
adolescencia de mierda y con dos acciones por cumplir. La primera, cruzarlo al
forro de Fabián M. Lo mío era injusto, porque me había cagado a trompadas en
buena ley, en la puerta del colegio, con cita a la salida, como se debe, fin de
séptimo grado. Pero fue porque era más petiso pero yo más cobarde y ahora lo
iba arreglar. Después me dije, para qué la Beretta, cagón, un cinturón negro de
jiu-jitsu, pero igual la agarré. La segunda, ir hasta la despensa de Cecilia M.
o de su familia, y si la encontraba, declararle mi amor e incluso tratar de
cogérmela in situ. Aunque yo la amaba de verdad, pero en la primaria, además de
cobarde era pelotudo y nunca me le declaré, y en la secundaria no cambié mucho.
Siempre iba a la despensa a comprar algo sólo para saludarla, íbamos a
distintas escuelas y no tenía mucho trato, ella era macanuda y si yo no hubiera
sido tan boludo capaz que la tenía de señora en lugar de la que tengo ahora.
Al Fabián lo encontraría en la remisería que quedaba a dos
cuadras de la despensa de Cecilia, ahí el noventa por ciento de la gente labura
en el negocio del padre y se casa, más o menos reglamentariamente, y el resto
se va al carajo como yo, para volver de tanto en tanto, a felicitarse por haber
huido. Pero cuando entré no me lo encontré a él sino a una foto de él que
coronaba el lugar, como de gerente de empresa japonesa. Miré para un lado y
para otro y otra vez, foto de acá, foto de allá. El tipo que me atendió tenía
cara conocida y me saludó como tal. Después me di cuenta de que era el Tano
Giacoia, que estaba hecho mierda, o tan hecho mierda como seguramente él me
veía a mí. Le pregunté por Fabián, no te enteraste, de qué me tenía que enterar
si yo no vivo ahí, ni soy de ahí. Se mató con la moto, hace dos meses. Chocó,
pregunté, mientras digería y el tano me explica que no, que el boludo quiso
hacer willy sin casco y aceleró la moto tanto que se fue para atrás y se
desnucó contra el asfalto.
Pedazo de hijo de remil putas!, diez años de jiu-jitsu hasta que
tomé coraje por culpa de la chota de un suicidado y el infeliz se me viene a
piantar a la quinta del ñato de esa forma. El tano me preguntó qué andaba
haciendo y yo me excusé con un pasaba nomás, de tanto en tanto, la familia, que
tal los tuyos, saludos, etc, cualquier día nos vemos, y me fui, ya consternado,
a la despensa.
Cáncer, fue que dijo la vieja, cáncer de útero, pobrecita, luchó
como diez años. Y claro, el boludo había llegado después, cuando la amada ya se
pudría en la tierra o adentro de un cajón. Fiorella tenía razón y yo, como un
desconsiderado con mi amiga, ni siquiera le había preguntado si había podido
acabar ella. No, norte, nordeste, este, sudeste, sur, sudsudoeste era todo lo
que me había quedado boyando en la conciencia. Ahora estaba casi perdido, el
hombre que más había odiado y la mujer que más había amado eran carne de los
gusanos y se habían ido para siempre sin saber de mí. De pronto me surgió una
catarata de acontecimientos por afrontar, cuestiones por resolver, la vida se
me iba y yo seguía masturbándome el espíritu.
Algo se había quebrado, nada sería igual. La vieja seguía
contándome de la quimioterapia cuando de repente se encontró con el caño de la
Beretta en la frente. No entendió y me empezó a dar toda la plata de la caja.
Le tuve que encajar un castañazo para que me hiciera caso. Trescientos pesos
era todo lo que quería, todo lo que necesitaba, ni un peso más. Agarré los tres
billetes de Roca y salí caminando rápido para la remisería.
Trescientos pesos salía el viaje a Buenos Aires y quería llegar
rápido. Por ahí tenía suerte y lo enganchaba al Tano, tenía un rato de viaje
para conversar.
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3 – NUESTRA POESÍA
MARIANA VACS
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
ENFERMEDAD
Las palabras pierden
consistencia
y el dolor es sólo una metáfora
confusa.
Me preocupa que el termómetro que mide
cual es la distancia ideal entre dos cuerpos
se haya roto esta mañana.
y el dolor es sólo una metáfora
confusa.
Me preocupa que el termómetro que mide
cual es la distancia ideal entre dos cuerpos
se haya roto esta mañana.
Voy curando la
enfermedad
que repite tu
nombre.
Ya no duele el silencio.
Ya no lloran las noches.
Ya no se emborrachan los poemas.
No pude encontrar
el gen que provoca el mal
dentro de mi cuerpo.
Así te expulsaría para siempre
y sin secuelas.
Ya no duele el silencio.
Ya no lloran las noches.
Ya no se emborrachan los poemas.
No pude encontrar
el gen que provoca el mal
dentro de mi cuerpo.
Así te expulsaría para siempre
y sin secuelas.
BICICLETAS PINTADAS
Alguien
olvidó la sombra
de su bicicleta
en la pared.
Me mira
con sus ruedas inútiles
con su número puesto
igual que un N.N.
con sus pedales
de gueto
me mira.
abandonada y muda
como un muerto .
1
Zumbido
Turbinas arrancan
los oidos a la mañana.
Explotan vidrios
implosionan edificios
No es la guerra
pero se le parece.
Turbinas arrancan
los oidos a la mañana.
Explotan vidrios
implosionan edificios
No es la guerra
pero se le parece.
2
Estallan las palabras
antes de llegar al subsuelo
se desgarran sustantivos
ocultos en escombros.
Los nombres tienen cuerpo
y eso duele.
3
La rueda de la fortuna
se detuvo en esta ciudad.
Todo
cae
en su peso específico.
Dimos la vuelta al mundo
de la peor manera.
VISIBILIDAD
La
niebla
esconde
al campo.
Un
hornero
cede
su cansancio
a
la tranquera.
Pero
no lo veo.
SIRENA
Dentro del cenote,
tu cuerpo es sirena y canta.
Escucho tus melodías de infancia,
no es desaire mi mudez,
es que el aire hace rondas en la memoria
y me estaca.
AMÉRICA LATINA
Miraba un documental
sobre Latinoamérica,
tenía doce años.
Se estrenaba TV color
en la Argentina
y el locutor contaba
con voz de agua
las maravillas más
lejanas del mundo.
Machu Picchu,
Amazonas, Iguazú,
la cascada del Angel,
inalcanzable
y oculta. Mayas y
Aztecas, pirámides en la selva.
Latinoamérica, es
verde, dije.
Miré por mis
costados. El río tapialado
por el puerto, el
asfalto.
Cuando sea grande
quiero ir a Latinoamérica,
le dije a mi madre.
- Ya estás ahí, fue
su respuesta.
MASCARA
Hoy, al levantarme,
me puse esta máscara de niña.
Me oculta del rumor del agua,
de la esfinge que vigila el camino;
y no es que quiera negar quién soy:
El problema
no es a quién le digo,
sino quién se entera.
MIGUEL
ANGEL GAVILAN
(Santa
Fe-Santa Fe-Argentina)
HOSPITAL
ITURRASPE
El
pasillo del hospital Iturraspe florece por la noche.
Derrama
en lenta perpetuidad de algodones
su
vida alcanforada.
Como el tumor que crece adormecido,
almibarado,
por
los aceites de la quimioterapia.
Como
tentáculos que se vuelven trampas,
ateridos,
en
las cuevas de la carne.
Como
esas masificaciones que forman deltas,
cortan corrientes,
degluten islotes malignos
en
un ensanche venoso.
La
voz de los que esperan
muta
en la garganta,
agranda
cavernas,
dispara ronquidos.
Y
la fiebre,
impetrada
como defensa,
(“es bueno tenerla
para no morirse pronto,
tanto,
de una perdigonada,
de una recaída en el centro del
buen ánimo”),
ovilla
estampas de santos
mientras
se piensa
que
la fe es lo mejor que puede pasar.
Los
bancos se reproducen
en
la media sombra
de
un silbido que llega de afuera.
Adquieren
familia,
drenan
sangre,
se
convierten en un remanso de casual compañía.
Y
las salas blancas ilustran
lo
blanco de la nada.
Sin
fin,
como
si la muerte no existiera.
Aunque
una vieja vestida de harapos
espere
que
el tiempo se achique como un trébol,
un
pasto pisoteado,
ese
cascote
que
se empuja con el borde de la suela
al
fondo de un charco.
Aunque
la niña de ojos de hollín
pretenda
que terminó
la
destrucción en la madera,
el
horadar parejo de la carcoma,
la
cuchara en el plato,
el
hule de flores,
limpio,
después
del almuerzo,
(la mesa, el domingo
armada para sufrir -de nuevo-
la alegría).
Aunque
un hombre cabecee entre diarios y morfinas.
Repita
“mañana” como un loco
y
empuñe rosarios
en
un siempre perpetuo.
Incluso,
aunque
no se crea
que
lo cotidiano
es
el frío
(compacto)
de
las chaquetillas,
y
que lo habitual
es
ese estropicio de silencio
solo
interrumpido
por
una gota de suero
en
la piel agrisada.
Aunque
resulte ineludible,
-irreparable-
alguna
vez,
alimentar
esa ruta de sonámbulos
(culebreo rectilíneo
donde nadie duerme,
donde nadie es nadie. Y sólo eso).
CHICLE
BAZOOKA
En
un cartel
la
frente limpia y llena de arrugas.
El
suelo picaneado de puchos,
una
pareja de bolitas
vende
pouloveres Mar del Plata en el límite del sueño.
Las
flores de tela se ponen mustias.
Mudas,
traspasan
el centro del
aire.
Se
inclinan por el hambre, a favor de la suerte.
Indagan
entre ellas
el
sudor que pasó hace tantos inviernos.
Y
un panel de tergopol
narra
que alguien quiere a alguien
con
sed y todo.
Mascado
chicle Bazooka
en el
zapato,
unta el suelo de menta.
Desmiente
que esa forma
sea
la frescura de una boca
sin dientes.
Por
la plaza Pringles
(sin
cabeza las estatuas),
el
coche con Morrison hasta las ventanillas.
Saca,
con brea de la noche recién empezada,
un ventarrón azul
del
pavimento.
Las
chicas cruzan pensando la risa.
El
traje de lentejuelas,
lentejas
lentas,
juegan por
bochorno hasta el suelo.
(Disolvente
prontitud de escarcha).
“¿Alguien
sabe dónde comer un poco de tiempo que sobre?
Digo,
hasta
que llegue
la
voz famélica de la compañía?”
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4 – ENSAYO
GABRIEL
CHÁVEZ CASAZOLA
(Santa
Cruz-Bolivia)
LA
POESÍA PUDO MÁS
...cuando la Muerte te
haga prisionero / tu casa / ¿de qué te servirá? / aunque esté hecha de
ladrillos / ¿de qué te servirá?, se preguntaba Juan Gelman en un poema. Pero,
¿y si la casa estuviera hecha de palabras? ¿Construida con palabras de belleza
y verdad capaces de trascender, de encandilar a la misma Muerte?
Después de conocerse su partida, miles de personas, entre escritores y lectores –lectores de a pie, pues su poesía, en toda su profundidad, era sencilla y próxima- han llenado las redes con poemas del autor de Velorio del solo, despidiéndose de él y demostrando que su obra continúa, acaso aún con más fuerza, diciéndose entre nosotros.
no lo olvides cuando estés allá abajo / contestando al notario de la Muerte / ¿hablarás / ya desnudo? / ni bienes ni parientes te servirán / ellos / no te acompañarán, prosigue el poema. Pero, ¿y si te acompañaran tus libros, tus papeles escritos? ¿Y si tus poemas respondieran, al notario de la Muerte, por ti?
Después de conocerse su partida, miles de personas, entre escritores y lectores –lectores de a pie, pues su poesía, en toda su profundidad, era sencilla y próxima- han llenado las redes con poemas del autor de Velorio del solo, despidiéndose de él y demostrando que su obra continúa, acaso aún con más fuerza, diciéndose entre nosotros.
no lo olvides cuando estés allá abajo / contestando al notario de la Muerte / ¿hablarás / ya desnudo? / ni bienes ni parientes te servirán / ellos / no te acompañarán, prosigue el poema. Pero, ¿y si te acompañaran tus libros, tus papeles escritos? ¿Y si tus poemas respondieran, al notario de la Muerte, por ti?
LA
FRAGILIDAD Y LA FIRMEZA
Me gusta ahora mismo imaginar a Juan, frágil pero firme –o a la inversa- como era en estos años últimos, llegar a las orillas del Aqueronte y pagarle al barquero con una moneda de escritura, acaso con ese poema casi final, del último octubre, donde le habla a su esqueleto saqueado, y le dice: pronto / no estorbará tu vista ninguna veleidad. / Aguantarás el universo desnudo.
No es el único texto en el que habla del instante final. En el poema que vengo citando, y que enhebra estas ideas, escribe: ¿a quién pertenecés? / o sea / ¿quién te pertenece? / cuando te fundas con la última pureza / tampoco lo sabrás. / corazón obstinado: te hacés el que no entiende / aunque mil veces perseguiste / las huellas del poema en el agua.
Sospecho, a estas alturas, que Gelman ya no se pertenece porque nos pertenece a todos. O mejor, porque nos pertenece a todos, ahora se pertenece más que nunca. Y nos pertenece no solo por su poesía, sino también por su vida, seguro no exenta de errores, como la de cada quien, pero que ha sido una clara muestra de integridad y firmeza.
El dolor, el mal, lo atroz, tocaron sus puertas y hollaron su casa, pero no pudieron con él (te voy a matar, derrota); es más, nos mostró que la poesía era posible aun después del horror y contra el horror. Pero además, su derrota de la derrota no se tiñó de amargura ni de soberbia. Quienes tuvimos el privilegio de conversar con él, sabemos cuán próximo y sencillo era, como su poesía. Y cuán transparente su mirada, y cuán afable su voz.
LOS
RECUERDOS
En Aguascalientes, tras conocernos en una lectura, nos fumamos un cigarrillo de buenas a primeras. Luego vendrían otros encuentros y otros cigarrillos y otros whiskies, y sin saberlo nos despedimos en Quito el pasado junio, cuando recibió el premio Paralelo Cero. Esa noche dio una inolvidable lectura, seguramente una de sus últimas lecturas públicas, ante un auditorio abarrotado y conmovido, y luego conversamos con él hasta muy entrada la noche, junto a Mara, su pareja, y a poetas y amigos de diversas latitudes.
Quiero seguirlo recordando con su sonrisa pícara, su cigarrillo en la boca y la melena plateada al viento, alejándose en la barca de Caronte y convirtiéndose de pronto su voz en un pío-pío, en el pío-pío de su poema sobre la muerte del tío Juan, esa hermosa fábula sobre la poesía, donde asevera que lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío / en las más raras circunstancias, y que no ve por qué la muerte sea un motivo para no cantar.
Ahora su voz se aleja –“adiós adiós" decía- cantando por el río, sacudiendo su corazón como un pañuelo. Adiós al corazón que vuela y al vuelo del corazón
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5 – CUENTO
EVA
MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)
UNA
REVELACIÓN
Cuando
entré en la galería, una sala pequeña, bastante oscura, había poca gente. El
pintor no estaba. Sobre un taburete, folletos. Cogí uno. Me lo guardé,
dirigiéndome al primer cuadro con el mismo recogimiento con el que se comulga.
En cuanto Xaime llegó, viéndome frente a su «Costa da Morte», me dijo que lo
había pintado en cabo Touriñán, el más occidental de la península ibérica, y no
el de Finisterre como se decía.
Me acerqué al cuadro. Eran brochazos despreocupados que, cuando te alejabas, cobraban realidad. Me confesó el toque impresionista, y algo expresionista, que algunos críticos de arte habían visto en su obra.
Me acerqué al cuadro. Eran brochazos despreocupados que, cuando te alejabas, cobraban realidad. Me confesó el toque impresionista, y algo expresionista, que algunos críticos de arte habían visto en su obra.
Yo
sólo veía la fuerza, la rabia, de ese mar contra las rocas. Le pregunté sobre
ello. Sin contestarme, siguió con los críticos. Miré el cuadro alejándome un
poco a la izquierda. En segundos, atrapé el significado simbólico. Trascendía
detrás de esa luz sobre la ola más cercana; la espuma tan blanca. Reflejaba la
lucha de dos poderes. Aunque uno de ellos fuese desgastando, poco a poco, al
otro, y pareciese el más fuerte, no lo era, porque roca y mar eran la misma
cosa; el hombre luchando contra la sinrazón de su propia existencia. Xaime me
contaba cuanto tardó en pintarlo, la vida tan dura del artista. La «náusea» nos
acechaba, pensé, sin poder escapar, porque formábamos parte de ella; nosotros
éramos la «náusea». Me acordé de Kafka, de ese pobre K. de El proceso, que
éramos todos nosotros, buscando una explicación en un mundo inexplicable. Me vi
formando parte de ese mar y esas rocas. Nada se podía hacer. El mar era la humanidad
luchando contra un muro; su propia existencia.
«Hay
pocos genios», continuó, mientras yo me imaginaba a Van Gogh, saliendo de
madrugada al campo, con sus lienzos volteados por el aire, y a Kafka, de
regreso del trabajo, escribiendo en una mesa pequeña frente a una pared gris.
Salí
de allí con la sensación de que el descubrimiento de ese acantilado alegórico
no podía revelarlo a nadie. Sería como destapar una olla exprés antes de que se
enfriase. Sufriré por todos, me dije, sonriendo a San Manuel.
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6 –POESÍA ARGENTINA
CARINA
SEDEVICH
(Villa
María-Córdoba-Argentina)
10
Veo
las fotos de los escritores
siempre
cabizbajos
mirando
un papel o un horizonte.
En
mis fotos sonrio porque salgo mejor.
Y
ademas saco pecho
como
si fuera a bailar.
Decididamente
estas fotos no sirven.
11
Se
anunciaba la lluvia
en
un soplo lento en las ventanas,
como
de caireles secos.
El
dia de la pausa se abria paso
con
una claridad opaca
que
me hacia pensar en una arana
encendida
bajo el polvo.
Cualquier
arana vieja
hasta
la mas sencilla
es
adorable para mi.
Puede
suplir al sol perfectamente.
12
Dormir
de tarde
por
dos horas de olvido.
El
pesado sueno de la rabia
urdido
como un mimbre.
Ojo
conmigo.
Me
levanto a terere lavado.
*
Si
fuera feliz
nunca
escribiria.
Soy
de esa gente que
no
tiene que perder.
Como
los hombres que viven
en
las plazas
no
temo que vean mi miseria.
La
humillacion es contagiosa:
no
me apena.
Mi
rencor es como un rio.
Y
mi moral es blanda.
Lloro
siempre porque
soy
de agua.
Ojo
conmigo.
Calibro
mal el dolor.
*
Ya
no recuerdo todo,
pero
no hace falta.
Dos
o tres nombres,
dos
o tres armas lacerantes.
Ojo
conmigo.
No
creo en nada.
Y
mi dolor mal calibrado vuelve
como
cuando tenia cinco anos.
*
No
me recuerdo.
Lloro
en silencio,
odio
profusamente.
Mi
odio es una cana voladora
de
chicos pobres a la siesta.
*
Miento
para ver que pasa.
Elijo
los senuelos,
los
arranco de mi propia carne.
Es
que estoy templada como un te.
Ojo
conmigo.
No
guardo una pasion,
no
guardo nada.
Como
una vieja loca
ya
empece a resolverlo todo.
13
Existe
lo soportable
y
lo insoportable existe.
Nada
mas.
El
tiempo
es
apenas un pozo de agua.
Mi
ojo siniestro ve un sexto del pasado,
mi
ojo diestro una septima parte del futuro.
Si
pudiera delimitar el tiempo
como
un arco de futbol de potrero
entre
palo y palo habria lo mismo:
algunas
chispas en la oscuridad.
CLAUDIA AINCHIL
(Ciudad Autónoma de
Buenos Aires-Argentina)
CREO Y NO CREO
Creo y no creo.
Como una contradicción estética
mundo enfurecido
que entrevista sombras exageradas
o itinerarios que nunca cumplo
por si acaso.
Después, las voluntades de la mariposa
perspectiva circular, tan momentánea
grotesco silencio apurado
contextos indescifrables
en el alma rara desquiciada
la gramática no me salva
cada mafia de eso que dice ser aire
esta atestado de palabras
inmóviles cuando deberían ser trueno
y tsunami que extingue la calma chicha del
desierto.
¿Te asilas en un cuerpo nocturno?
¿Cómo obtener el trazo que divida al viento?.
Llevar la condena a rastras
buscar siempre buscar
y la nada orilla.
Moscas.
Soy cuando menos lo espero en la antesala
esa nada a la cual acepto
cierta trompeta induciéndome
por karmas acalambrados en las venas.
Ir manoseando abismos
ojos claros precipicios perforan iris
ojos negros no se resguardan en la pantalla
se hacen chiquitos analfabetos
no advierten el significado de las reproducciones
humanas
la opacidad del quizás quizás.
Mi mirada me excede.
Creo y no creo en las palabras
ellas giran 180 grados
y las evoco
ellas vuelven
y a veces no me encuentran
ALERTAS
Acaso todo sucedió así
desmedidos arquetipos y recopilaciones de extraños
circularon al revés
viajes sin proyecciones frenéticas
siendo temporal implicado.
El definitivamente no existe
ha trepado al vértice donde se reciclan alertas
y se unen infinitos sin llaves
…insertar el punto estático en la cornisa
el alerta del viento
de la duda, del instante feliz
unos cuantos exilios
esa luminiscencia de tus ojos
en alerta roja al escuchar señales …
el destino es el hacedor
quien erige
el siempre
y el jamás
y nosotros somos ese aluvión de estaciones
con calles subterráneas.
MIRADA
Inmediatas pequeñeces
magnéticas nimiedades seduciendo
una cornea
la pared hueca que oscila
tambaleo
no poder detener la inacabable desmesura.
Como en un circo de espectadores
ávidos de sangre licuada
detectives perdiéndose a medianoche
para no encontrar un algo que nos convierta
la inteligente orilla
lo real del resplandor
desierto doble visión.
Una cornea se imposibilito a si misma
apretó lluvias y desmanes
diría que fue solo un vestigio
telenovela de tardes sin otros.
Y en los peldaños, alejada, la cornea que no fue
deslumbrada
observando teórica fría
acostumbrada a la disección feroz
realismo carente de explosión ni ahora.
Un sitio en venta, unos ojos nuevos irregulares
empezar otra vez a sorbos…como siempre…
alas que no tienen nombre y apellido
vapor sin oscuridad
risas contaminando
luz
mucha luz
de pronto luciérnagas
cuando el mundo simula ser una caja de pandora
que ha olvidado las miradas
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7 – ENSAYO
JORGE RENDÓN VÁSQUEZ *
(Lima-Perú)
WINSTON EL ALFARERO, UNO
DE LOS POETAS MAYORES DE NUESTROS DÍAS
A
mediodía del sábado 16 de noviembre, las nubes dejaron pasar los tibios rayos
del Sol sobre la Plaza de Barranco. Las casas, la Biblioteca y los añosos
árboles se iluminaron alegremente y la Primavera declamó sus multicolores
pensamientos, petunias, geranios, rosas y claveles, agitándolos a coro en sus
parterres. Frente al peristilo de blancas columnas una audiencia colmaba los
asientos. Estaba allí, en este mágico escenario, porque Winston Orrillo iba a
presentar su reciente libro “Poesía esencial”, una antología de cincuenta años.
Conozco
a Winston desde los ya antiguos, pero perdurables tiempos de la Casona de San
Marcos.
Como
poeta, como intelectual y como ciudadano siempre han latido en él como valores
guías: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la generosidad y la bondad,
que ha compartido con sus amigos
Una
antología de la obra poética de cincuenta años, vale decir de toda una vida, es
una de las tareas más difíciles, porque, como él mismo dice: hay que sufrir
“los desgarramientos que supone el dejar de lado a algunos de nuestros
«consentidos»”. Esta pequeña asamblea de elegidos es sólo una muestra de su
producción Y, sin embargo, constituye una prospección sincera de su ya largo
recorrido parnasiano, recordando a cada paso cómo cada uno de sus poemas “era
una victoria contra la nada, contra la muerte”.
¿Hay
una cumbre cronológica en la poesía de Winston?
Es
difícil decirlo. Cada poema suyo tiene su ADN.
Así
como al ver un cuadro de Picaso se sabe instantáneamente que pertenece a este
gran pintor, al leer un poema de Winston se entra de inmediato en comunicación
con él, como si estuviéramos viéndolo y oyéndolo recitarlo.
En
este ya largo caminar se advierte una progresión hacia una madurez más madura
aún de la que ya exhibía al partir, cuando tenía veinte años y empezaba a
poemar, una progresión alérgica a las caídas.
¿Que
caracteriza, a mi juicio, a la poesía de Winston Orrillo?
Lo
diré esquemáticamente.
Su
poesía está embebida de transparencia; no se encuentra en ella las
trashumantes opacidades de la bruma.
Hacer el amor
/
con el pálido / altar de / tus dos pechos, repisa / donde albergo / mi sed / de berebere; / con el árbol, / los pájaros / y el río /que nacen / cuando yaces / debajo de mi sueño. (Epitalamio, 1982)
Su
poesía no está hecha de palabras aglutinadas con cierta gracia. La forman
imágenes conceptuales, se diría esencias. Alguien dijo alguna vez que la poesía
era el culto de la palabra. Fue una declaración con la audacia de las falacias.
Si así fuera sería sólo la adoración de los sonidos vocales y sus resonancias
onomatopéyicas. La poesía es cualitativamente más que eso. Es la creación y la
recreación de la imagen, como juicio lógico compuesto de conceptos reunidos
para expresar algo distinto de su significación ordinaria.
Luego
de varias muertes, les /
juro, amigos míos, yo /
volveré a estar vivo. /
[…]
/ No lo sé / como sea. /
Vivir sin / periscopios sin
luces
/ de peligro sin / zócalos ni aduanas. / […] /
(Reincidir en la vida, 1991)
Winston
posee el secreto órfico de tutearse con esas esencias, un raro privilegio de la
inteligencia, gracias a la cual pudo advertir, en algún temprano momento de su
vida, que podía percibirlas. Y así nació el poeta.
Los
poemas de Winston son como pequeñas historias, en las que inevitablemente habrá
un epílogo con la misión de justificar todo el poema, es decir, la reflexión,
la exclamación o el grito del poeta.
Muchas gracias, buen padre, / por estos huesos
largos / y estos ojos cansados / Que un día me donaste. / […] / Te agradezco,
buen padre, / y al padre de tu padre / y a todas las raíces / que en mi se
avecindaron / y hoy azuzan a mi hijo / ¡para hacerle que siga / robándonos el
fuego! / (Prometeo, 1981)
Y
ya instalado en ese laboratorio de la imagen, Winston comienza a subir sus
escalones hacia los niveles más trascendentes para dar a conocer desde allí el
mensaje confiado a cada imagen: lo que él desea que también sintamos, llevado
de su indoblegable vocación ciudadana, inconforme y visionaria, que no abdica
jamás de su sino popular y culto.
En
la poesía de Winston Orrillo los personajes son el amor, aun a “León” y a
“Benita”, sus engreídos e irreverentes gatos, la condición humana, la condición
social; lo que somos y lo que deberíamos ser.
Amo a / una mujer / parecida / a un ciclón. // Me trajo / hasta la vida. / Me empapa. / Con su vida. / Me arranca / del insomnio / y me engrilla / en el día / allende mis / noctívagos / arabescos / autistas. / […] //Yo aquí honro / a aquella lumbre / con que escalo / hasta el cielo / que está / en el crisantemo / que tiene / entre las piernas. /(Poema mujer ciclón, 2013)
En
muchos de sus poemas emerge su mensaje socialista de protesta, como el relente
en los campos al amanecer, y nos comunica, en seguida, una sutil convocatoria a
la acción.
Así
lo dice en su Poema “Un floripondio”, una flor de su infancia que su mamá
cuidaba con amor y defendía, distinta de otra con la que se topó años después
por azar, en Miraflores, que le hizo descubrir que también entre las flores
había diferencias sociales.
He visto un floripondio en Miraflores. / Yo he
nacido en los barrios populares. / En la calle Naranjos he atisbado / catorce
inviernos juntos (¡cómo duelen!). // Y allí en mi vieja casa, y esmaltado, / un tibio floripondio como amigo. / Mamá lo
defendía de los bichos. / Mis hermanos jugaban a su sombra. / […] / ¡Mucho tuve
que andar sobre la tierra / buscando un floripondio y un amigo! / Y ahora está
a metro y medio de mis manos: / en un lacio jardín de Miraflores. // Lo separan
de mí las alambradas, / una placa en la puerta, un apellido, / un áspero
mastín, todo un Sistema.
El
poeta Winston Orrillo pertenece cronológicamente a la generación del 60, por
haber nacido en 1941. Pero él se eleva sobre esa adscripción. Su obra no se
quedó en la década del sesenta. Nunca dejó de producir.
Pienso
que el registrar a una persona en un grupo determinado, reunido por el hecho
del nacimiento, puede ser un sigiloso medio de encubrir los contrabandos, de
mezclar a los buenos con los malos. Yo, por ejemplo, anduve por los claustros
de la Casona de San Marcos de 1952 a 1954, cuando despuntaba lo que luego se
llamó la generación literaria del 50. Y, sin embargo, tenía muy poco de común
con ella, excepto que éramos alumnos de la misma Universidad y nos cruzábamos
en sus patios. Nunca vi a esos literatos en ciernes en las batallas callejeras,
en los cenáculos conspirativos contra la dictadura, en las páginas de algún
periódico de protesta que tenía que ser clandestino y, por supuesto, nunca
fueron huéspedes de las prisiones. Eran conscientes de que su silencio
constituía el requisito para tramitar el pasaporte que les permitiría ingresar
a los diarios y las revistas del poder mediático. ¿Qué de común podíamos tener
con ellos, los que combatíamos? Tampoco Winston, alineado en la generación del
sesenta, tiene nada que ver con ciertos poetas y narradores que coincidieron
con él en su tránsito por la década del sesenta e incluso en los patios de San
Marcos.
Hace
mucho que Winston Orrillo ha ingresado a la academia ciudadana de la poesía,
consagrado por cada uno de sus poemas.
Los
vasos y las ánforas líricas de Winston, el Alfarero (que como tal firma sus
correos), están hechos de una sustancia amiga del tiempo, y ostentan el sabor
añejo de la técnica y al mismo tiempo la tozuda frescura de su rebelde espíritu
juvenil.
Túpac Amaru, cacique claro, / cuatro caballos o
cuatro truenos / no consiguieron desembarcarte / del heroísmo, que fue tu nave.
// Fue en Tungasuca donde la afrenta / se hizo vindicta, fruta madura, / espiga
indemne. Fue en Sangarara // donde la Historia, como doncella, /
quitó sus velos, hizo la venia / y a la miríada de poblaciones // llegó
la nueva: Túpac Amaru, / cacique claro, espuela al viento, / con la justicia se
ha desposado. / (Cántiga por Túpac
Amaru, 1973)
*(Profesor
Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos)
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8 – CUENTO
ANA
PATRICIA MOYA
(Córdoba-España)
LA
COSTUMBRE
Me despierto cuando la
luz, a través de la ventana, me da directamente en la cara; malhumorada, miro
el reloj, es muy temprano, refunfuño por lo bajo – odio levantarme a estas
horas, y más en vacaciones – y noto molestias en la espalda cuando me estiro.
Lógico: he dormido encogida en el sillón de esta casa. Me incorporo, despacio,
con cuidado de que alguna vértebra no se descoloque, me alboroto el pelo –
definitivamente, de hoy no pasa, esta tarde a la peluquería a cortarme las
greñas – me acaricio la nuca, en un intento frustrado de calmar este dolor que
en horas sucesivas serán un incordio; retiro la manta al suelo, que no ha
conseguido protegerme completamente del frío propio de Febrero. Carraspeo.
Estornudo. Genial. Aparte de estar con la espina dorsal jodida, el resfriado me
adornará con una cara de perros, una nariz irritada por culpa de los mocos, y
quizás, una frente ardiendo. Me siento, despacio, y agarro de nuevo la manta y
me cubro con ella. Sorbo fuerte por la nariz. Joder. El mal humor matutino
tiene que desaparecer, porque me conozco, sé que soy bipolar, y de la mala
leche puedo pasar en cuestión de segundos a la depresión profunda. Comienza un
nuevo día y tengo que recargar las pilas: hay un montón de tareas que concluir.
Necesito un café, tostadas con aceite… y una pastilla, o mejor, una tortilla de
pastillas, ya siento como me cruje la cintura y la garganta me arde. Pero me da
vergüenza rastrear en hogar desconocido: de hecho, en mi propia casa, pido
permiso hasta para coger un vaso de agua, este aspecto de mi carácter le pone
los nervios de punta a mis padres. No sé si esperar o levantarme, envuelta en
mi gruesa capa protectora: la ropa está dentro de su cuarto – y el tabaco, otra
cosa importante que ahora me vendría muy bien - y no puedo entrar, soy
respetuosa con el sueño ajeno y no quiero despertarle. Mierda. A saber a que
hora se levantará. Y yo no puedo perder el tiempo: el autobús pasa cada treinta
minutos y no tengo dinero suficiente para un taxi. ¿Qué hacer? Me miro los
brazos: la piel de gallina. Siento un ligero latigazo al final de mi espalda,
me cubro la boca con la mano, vuelvo a toser. Decidido: aunque sea una falta de
educación, rebusco en la cocina a ver si encuentro alguna caja de aspirinas, me
serviré aunque sea un vaso de leche fresquita y luego, entraré a vestirme. Al
levantarme torpemente, escucho sonidos al fondo del pasillo: menos mal, ya está
en píe. Un alivio. Resuena mi nombre en las paredes del apartamento, pero yo no
respondo, por la maldita ronquera; aparece por el salón, con mi camiseta
puesta, sonriendo ante mi cómico aspecto de fantasma tembloroso; yo la miro, muy
seria, y tocando suavemente mi cuello, le digo, con voz bajita, que tengo que
marcharme, que si es tan amable de darme un Ibuprofeno o un Nolotil, lo que
sea. Ella, en silencio, me observa, con esos ojos de un azul profundo; yo me
pierdo en ellos, me quedo quieta en mi sitio, eso sí, un poco extrañada,
esperando una reacción. Me pregunta que por qué no me he quedado a dormir con
ella en su cama de matrimonio, más cómoda que ese pequeño sofá destartalado que
me ha destrozado los huesos. Y yo le aclaro, suspirando, que después de tantos
años de soledad, se me hace raro dormir con alguien a mi lado.
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9 – POESÍA ARGENTINA
FANNY TRAINER
(Humahuaca-Jujuy-Argentina)
AHOGOS MÍTICOS
Al Planeta, cuando las
aguas
invadan la Tierra
El sonido de los durmientes
recuerda el peligro de desaparición,
procesual extinción en agonía.
Él irá con traje guindo de terciopelo;
ella, con vestido de nácares y sedas.
¿Quiénes se vestirán de nuevo?
¿Se dormirán unos con otros,
con las manos juntas,
y
con roncas rondas
danzarán de noche?
Tal vez, será la sal y el agua
las que invadirán sus sábanas.
¿En dónde estará el alto suelo prometido,
aquél narrado por abuelos junto al fuego?
¿En dónde será que gritarán-clamarán los ropajes?
¿En dónde no se mojarán los ruedos,
los bordados con encajes negros?
¿Cómo podrán nadar la cama,
las nubes, las nieves más altas,
hasta encontrar al Illimani?
Poesía. Descripción
de
lábil sentido.
Narración
de relatos
sin
cantos,
sin
sonidos antiguos,
sin…,
ay…, compromisos continuos;
son
son,
son, ton, ton;
tachín,
tachín;
son
germinaciones ausentes
de
pasiones austeras.
Poesía
plana,
llama
sin túnica;
Irrecuperados
cóndores de oros
con bordados en el pecho
y
laureles en la frente.
Replicar al quetzal
alejará a los graznidos
tediosos
de los cuervos
y
de la muerte.
SECRETO
La levedad de la lluvia
en la
suave tersura de la tarde
oculta
el secreto del reloj de arena;
es allí donde el
mutismo
mastica el afónico sigilo del sosiego.
En la
sequedad de ese misterio,
se pondera a la injusta
caída de las hojas en otoños
y a las tediosas lloviznas en las
tardes.
BARRIO: LUGAR COMÚN
A la tía
Delia
un día
después de su muerte
3/02/13,
Rosario
Acompañamos ayer a la tía
Delia
a su última morada
(lugar común
llamado cementerio);
sin embargo,
hoy, al
mediodía,
estaba sentada con María
-su
vecina de hace cuarenta años-
en un sillón de cuero veneciano,
en la vereda de su casa;
se hamacaban;
se miraban;
se reían;
parloteaban sobre la minifaldera rubiteñida
parada en la esquina;
ésa, la esposa del zapatero.
Sonreían y miraban ahora hacia el Sur, hacia la otra esquina;
veían al viejo Dr. Anselmo, de la otra cuadra, acercarse lascivo
y genuflexo
a las rodillas anchas
y a las pantorrillas con zapatillas.
¿En qué momento tía Dalia
se escapó para charlar con María?
A tía Dalia,
después de
10 años
de su muerte
en Posadas
A Edelweiss
SE
TRATA DE MUJERES
DE
MUJERES SE TRATA
TRATA
DE MUJERES
El
trato dado a las mujeres
impide
percibir lo circundante,
las
circunstancias “propias y ajenas”
e
inhibe asistir, acoger , socorrer
a
las vaginas desgarradas
a
las mías, a las tuyas.
Sordera,
sordedaz de lamento- llanto
de niñas,
de
bebas.
¿Me
preguntas de qué se trata?
De
asuntos sin tacto
de
bebedores de sus propias babas,
de
blasfemadores conscientes sin blasones;
son
los adoradores de sus tractos- anales.
Tratos
silentes pactos
entre
soeces lumbres de amaneceres groseros
tra… tra
tra… tra
tra… tra
tra…
son
machis
-cabríos fagocitadores.
-¿De
qué?
-¿No
te acuerdas?
Sin
embargo…, no me olvides
cuando de mujeres se
trata.
JORGE CARLOS ALEGRET
(Río Grande-Tierra del
Fuego-Argentina)
ONELLIANAS
4
Incierto amanecer de rojo plomo
en las pupilas, y un destello de sol frío
en las comisuras de la boca sellada.
Ceniza de luz entre las copas de los árboles.
Es la hora de la ginebra, la estrategia
para cancelar el día, por si acaso.
5
Hoy soy un tanto básico, con los ojos
de sol híbrido de estrella y poeta leyendo sus poemas
con los pies fríos; hoy soy un esquizoparanoide
ilustrado, un santo sin riñones, soy una escalera
de cien escalones, soy un viejo elemental retratado
con sus relojes rotos y un millón de monigotes en la
arena,
¿alguien va a recoger las partes para algún museo
del petróleo?; soy apenas el óleo borroso de mí mismo
incendiando hoteles, almorzando con los crotos pescado
frito entre los médanos, pero no hoy, que soy poco,
andando entre las manchas de aceite de las quinientas
rotiserías de la Onelli, un inventario obsesivo, y ajeno,
y falso, como este sol mediático en el ascensor.
6
Se sabe poco de los extremos, se sabe poco del tránsito.
Un chino se ha vuelto peruano en dieciseis cuadras,
un perro se ha vuelto paloma y volado a morir en el lago;
un asesino serial se hizo mormón al cruzar un semáforo,
y hay mutaciones de carnicerías en farmacias, de
cibercafés
en santerías; lo que queda es la necedad del asfalto
y un gato en la cumbre que, dicen, era un cirujano
/plástico.
7
Una ráfaga de viento le ha arrancado el rostro, que ahora
planea como una bolsita de La Anónima que hubiera
transportado, digamos, carne picada. La gente, discreta,
mira el rostro flotando sobre los techos de los autos. Se
escucha desde un taxi: “no me vendría mal”. El sujeto
sin rostro ve su cara quedarse enganchada en un cable
de teléfono. Se queda en medio de la calle y produce
un embotellamiento, hasta que un camión de lácteos lo
atropella.
8
El espejo es el verdadero culo del diablo.
Proverbio francés.
Cuándo ves el espejo?
Volpi.
En la lista ha de asentarse un espejo convexo,
una pantalla, media botella de jb y las vértebras
de una mujer en las ventanas, afuera,
en el balconcito cubierto de cristalitos de nieve.
Vértebras grises, atemporales, juegos de serpiente,
y mi boca huérfana de manzanas pierde-paraísos.
Además, habrá que anotar las sirenas de la policía
y la locura de mi madre en el armario, esa babosa
de treinta kilos verde que canta flamenco al alba;
habrá que incluir un muestrario de pesadillas weber
y un libro de artaud, una silla de mimbre, un colchón
viejo donde sueño una flor de amancay bajo la lluvia,
mientras vivaldi; y una nada ni romántica ni bukowski
ni andahazi, ni bohemia, digo, una nada oneliana
hecha de hielo negro, de colisiones de carne y metal,
de huesos frontales frizados, una nada con anemia
y palabra débil, y una estufa a leña rugiendo en el
éxtasis
surreal de la miseria.
9
Solo, con la dentadura móvil del lobo viejo
un poco carroñero, ladino lobo de edificios basura
ahora duele en las clavículas el agua fría del lago,
y pensar en irse para que solo no sea una cualidad
sino cosa arqueológica, porque este SOLO
es ser superpoblado, un habitar del desterrado
entre apariciones de jagger y pessoa promediados,
porque falla el olfato, pero queda crepúsculo en la
sangre
como las formas que apenas adivino cuando cruzo
la calle, en una soledad de barro y artesanos borrachos
bajo cúpulas de plástico; hay tantas manos solas
y ciegas buscándose y mudando el encuentro
Poetiqa 3ra Prueba.indd 37 03/05/2011 16:20:53
38 por fugaces bellezas para el desván, donde suceder
hecho Yo de costados perdidos, Yo multipolar y agrio
de puro mirar periférico en el crimen cotidiano de durar
sabiéndose enfermo ambulatorio y dolorosamente presente
y denso y material, tan estepario y tan dislocado,
hecho de voz disfónica en la subasta de palabras
donde cada vez más alimañas, mi amor, más mierda
/digital
en la que voy chapoteando solo, el viejo lobo que come
/puré
de papas, sitiado por tres roedores y una paloma anciana
mientras las imágenes se van a otra parte donde Yo
sea definitiva cosa.
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10 – ENSAYO
MARIO BOJÓRQUEZ
(Los Mochis-Sinaloa-México
LIZALDE O LA POESÍA DEL
RESENTIMIENTO
Cuando leemos un poema
estamos leyendo toda la poesía universal; este trabajo en colaboración implica
al idioma y a la experiencia vital del hombre sobre la Tierra. Cuando leemos a
un poeta leemos también a aquellos otros que dieron testimonio de su vida y,
aún más, los poemas que aún no han sido escritos por autores que aún no nacen.
En la poesía de Eduardo Lizalde encontramos rasgos inequívocos de la obra de
Ramón López Velarde. Esta influencia ha sido analizada y comentada por la
crítica a partir de la publicación de El tigre en la casa y confirmada
en Caza mayor y otros libros. La figura del tigre, se ha dicho, le ha
llegado a Borges por Blake y a Lizalde por Darío. Esto puede ser cierto; de
Borges sabemos su gusto por el trocaico tigre que “en las selvas de la noche es
un brillo ardiente”, y en Lizalde recordamos su diálogo con Darío en “las
fieras se acarician, Rubén,/ bajo las vastas selvas primitivas” que nos remiten
al poema “Estival”. Sin embargo, nosotros creemos que es del texto “Obra
maestra”, de Ramón López Velarde, que viene su final filiación; ya Vicente
Quirarte ha apuntado a principios de la década de los noventas: “El tigre es el
gran mendigo cósmico, el solterón lopezvelardeano, el de la inaudita belleza
que atrae y que repugna”, y en otro momento Ramón Xirau se refiere así a El
tigre en la casa: “Nace, ahora cercana a López Velarde –nuevamente punto de
partida– ‘la amada’, pero surge en el ‘resentimiento’– ¿se trata de un
re-sentimiento, un nuevo sentir?” Sí, nos parece que se trata de un nuevo
sentir; pensamos que la poesía de Eduardo Lizalde ha renovado el discurso
amoroso en la poesía española contemporánea, ha logrado inyectarle esa fiereza
que viene de “Obra maestra”, esa desesperación que en el vértigo se abisma, ese
girar sobre el signo del infinito. Desesperado, furioso, colérico, conocedor de
la potencia que la naturaleza ha dispuesto en su semilla, pero al mismo tiempo
excedido por no lograr la perfección, la indigencia espiritual que en racimos
de ira, de odio en peso, en vilo, lacera las paredes del alma, injerta garras
de amargo y dorado odio. Ya la perra enorme ha dado al dogo fiel vástagos de
puerca en El tigre en la casa, y en Caza mayor la tigra destruirá
a la camada y compartirá, con el tigre real, el amo, el sol, el solo, el
soltero, las tiernas carnes del filicidio. En López Velarde leemos “El tigre
medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se
da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del
infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra
los barrotes, sangra de un solo sitio. El soltero es el tigre que escribe ochos
en el piso de la soledad.” He aquí retratada la fiereza del tigre de Lizalde,
su descarnada furia, que destruye porque la piedad no es un atributo de la
belleza; aquí su maquinal fatalidad, su engrasada maquinaria de odio y de
placer rencoroso; aquí el retrato del tigre-soltero: “El tigre en celo/ es como
un pozo de semen,/ como un brazo de río:/ más de cincuenta veces en un día/
copula y se descarga largamente en la hembra,/ como un cielo encendido en
éxtasis perpetuo,/ una tormenta de erecciones.”
Un poeta romántico mexicano casi desconocido para
las nuevas generaciones, un autor digamos de culto, es quizá una de las fuentes
del lenguaje injuriante en la poesía mexicana. Muchos poetas nuestros han
establecido una suerte de diálogo con la obra de Antonio Plaza, pero será sin
duda el poeta Eduardo Lizalde quien mejor reflejará esta influencia literaria.
Su libro, El tigre en la casa, conserva rasgos definitivos de la
escritura de “A una ramera”, el tema de la amada como el ser más vil y vicioso:
en Plaza, la ramera; en Lizalde, la perra: “La perra más inmunda/ Es noble
lirio junto a ella/ Se vendería por cinco tlacos a un caimán/ Es prostituta
vil, artera zorra/ Y ya tenía podrida el alma a los cuatro años./ Pero su peor
defecto es otro:/ Soy para ella el último de los hombres.”
Mientras que en Antonio Plaza reconocemos la
devoción del amor por un ser manchado en el desprecio social, en Eduardo
Lizalde esta visión se ha modernizado, incide en el destino de un hombre que ha
tenido que sutilizar su amorosa entrega a alguien por quien él mismo siente ese
desprecio: “¡Ámame tú también! seré tu esclavo,/ tu pobre perro que doquier te
siga./ Seré feliz si con mi sangre lavo/ tu huella, aunque al seguirte me
persiga/ ridículo y deshonra; al cabo, al cabo,/ nada me importa lo que el
mundo diga./ Nada me importa tu manchada historia/ si a través de tus ojos veo
la gloria.”
En sus poemas “Lamentación por una perra” y “La
ciudad ha perdido su Beatriz”, Eduardo Lizalde consigue ir más allá en el uso
violento del lenguaje con expresiones que causan pasmo en el sorprendido
lector: “También la pobre puta sueña./ La más infame y sucia/ y rota y necia y
torpe,/ hinchada, renga y sorda puta,/ sueña.” Con expresiones de amargo y
ácido desencanto va colocando el repertorio de injurias: “despreciable perra”,
“cloaca ambulante”, “perra innoble”, “perra sin límites”, “perra impune”, y aun
las prostitutas al lado de esa “perra” se ven como decentes señoritas:
“¡Grandes hetairas,/ qué pequeñas sois junto a ella!/ qué despreciables,/ qué
puras.” En tanto que Antonio Plaza logra una mezcla agridulce de injurias y
devoción enferma evidenciado en el uso del contraste, tal como en Petrarca
reconocemos el tema de los contrarios en el amor con su Pace non trovo…,
donde a cada proposición positiva en el discurso se alterna una proposición
negativa en sus valores más eminentemente morales: “Mujer preciosa para el bien
nacida,/ Mujer preciosa por mi mal hallada,/ Perla del solio del Señor caída/ Y
en albañal inmundo sepultada;/ Cándida rosa en el Edén crecida/ Y por manos
infames deshojada;/ Cisne de cuello alabastrino y blando/ En indecente bacanal
cantando.”
Una de las figuras plásticas más impresionantes en
la obra de Eduardo Lizalde es la de la mutilación y el desgarramiento; en el
poema 3 del Retrato hablado de la fiera. Dice que “el amor era una fiera
lentísima:/ mordía con sus colmillos de azúcar/ y endulzaba el muñón al
desprender el brazo”. Y en el poema “Bellísima” de La zorra enferma
afirma: “Si fuera usted un poco menos bella/ si tuviera un defecto en algún
sitio/ un dedo mutilado y evidente.” Y más adelante insiste: “Y desespera
comprender/ que aun la mutilación la haría más bella/ como a ciertas estatuas.”
La referencia mexicana a este uso poético, donde se unen belleza y mutilación, la
podemos encontrar en un hermoso poema, “Delicta Carnis”, de Amado Nervo,
donde el poeta nayarita se duele en oración por su alma que se pierde entre los
tormentos de la pasión carnal; rechaza a la Afrodita impura para alcanzar el
sosiego de los justos, pero en sueños temibles la Venus de Milo lo persigue y
desea: “Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo,/ y en mis noches,
pobladas de febriles quimeras,/ me persigue la imagen de la Venus de Milo,/ con
sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo/ y las combas triunfales de sus
amplias caderas.”
Cuando leemos un poema leemos también de nuevo al
hombre en su simpleza, en la modesta convencionalidad no heroica de sus ínfimos
actos; leemos en ese verso la misma pulsión que gobernó el latido del aeda, y
leemos al poeta futuro, aquel que volverá a cantar con nuevos acentos las
melodías antiguas. Cuando nos acercamos a la obra de un poeta verdadero, como
Eduardo Lizalde, nos acercamos a la historia del alma humana.
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11 – CUENTO
FABIANA IGLESIAS
(Málaga-España)
GOLPE DE SUERTE
Lo primero que llamó la atención
del hombre fueron las piernas. Eran enormes; parecían gruesos troncos de
árboles. El resto del cuerpo estaba embutido en un vestido negro pasado de
moda; aunque el color no podía hacer el milagro de quitarle kilos a aquella
mole descomunal. ¿Cuánto pesaría? ¿Una tonelada?
El hombre estuvo a punto de sonreír, hasta que un brillo atrajo su mirada especulativa. «Ajá» pensó. Aquel fenómeno de mujer lucía pendientes de oro, al igual que los anillos que lanzaban destellos en sus manos rechonchas.
El individuo giró la cabeza a un lado para hacer una señal a su compañero, ubicado a pocos metros de distancia, quien con cara de aburrido mataba el tiempo escarbándose la nariz en medio de la acera sucia.
De inmediato ambos comenzaron a seguir sin disimulo a la mujer hasta su casa. Cuando ella sacó las llaves de su cartera, uno de los sujetos la abordó por detrás, y con una navaja la pinchó en el cuello, al tiempo que susurró:
–No chilles o te mato.
La mujer hizo un ruido como de un fuelle buscando aire, y entró a trompicones, seguida por los dos hombres. El que la apuntaba con la navaja la obligó a entregarle las joyas que ella llevaba puestas, mientras su compañero comenzó a abrir cajones y volcar su contenido en el suelo.
–¿Dónde tienes la pasta? ¡Venga, que no tenemos todo el día! –gritó a la mujer.
Ella, temblorosa e incapaz de hablar, lo llevó a la cocina y le indicó con un gesto una lata de galletas en lo alto de la alacena. El delincuente se abalanzó sobre el mueble para coger la lata, en tanto que el otro hombre abrió la nevera carcajeando:
–¡Eh, «foca», esto está vacío! ¿Dónde escondes la comida?
Ambos daban la espalda a la mujer, quien por primera vez habló con una sorprendente voz de barítono:
–¿Cómo me has llamado?
Al instante cogió una cuchilla de carnicero y la hundió en el vientre del primer sujeto. Mientras este caía al suelo, la mujer atacó al segundo hombre con increíble agilidad; lo tumbó boca arriba de un golpe en la mandíbula, y se le echó encima, con una pesada rodilla sobre el cuello que le aplastaba la tráquea, al tiempo que con la cuchilla trazaba un tajo desde el esternón hasta el bajo vientre. El hombre tenía los ojos en blanco y su cuerpo se sacudía en espasmos. La atacante se inclinó para susurrarle:
–Te has equivocado, guapo. Aquí dentro hay una joven esbelta y fuerte, ¿lo ves?
Después se incorporó y comenzó a trabajar.
Había tenido mucha suerte; por fin volvería a llenar la nevera.
El hombre estuvo a punto de sonreír, hasta que un brillo atrajo su mirada especulativa. «Ajá» pensó. Aquel fenómeno de mujer lucía pendientes de oro, al igual que los anillos que lanzaban destellos en sus manos rechonchas.
El individuo giró la cabeza a un lado para hacer una señal a su compañero, ubicado a pocos metros de distancia, quien con cara de aburrido mataba el tiempo escarbándose la nariz en medio de la acera sucia.
De inmediato ambos comenzaron a seguir sin disimulo a la mujer hasta su casa. Cuando ella sacó las llaves de su cartera, uno de los sujetos la abordó por detrás, y con una navaja la pinchó en el cuello, al tiempo que susurró:
–No chilles o te mato.
La mujer hizo un ruido como de un fuelle buscando aire, y entró a trompicones, seguida por los dos hombres. El que la apuntaba con la navaja la obligó a entregarle las joyas que ella llevaba puestas, mientras su compañero comenzó a abrir cajones y volcar su contenido en el suelo.
–¿Dónde tienes la pasta? ¡Venga, que no tenemos todo el día! –gritó a la mujer.
Ella, temblorosa e incapaz de hablar, lo llevó a la cocina y le indicó con un gesto una lata de galletas en lo alto de la alacena. El delincuente se abalanzó sobre el mueble para coger la lata, en tanto que el otro hombre abrió la nevera carcajeando:
–¡Eh, «foca», esto está vacío! ¿Dónde escondes la comida?
Ambos daban la espalda a la mujer, quien por primera vez habló con una sorprendente voz de barítono:
–¿Cómo me has llamado?
Al instante cogió una cuchilla de carnicero y la hundió en el vientre del primer sujeto. Mientras este caía al suelo, la mujer atacó al segundo hombre con increíble agilidad; lo tumbó boca arriba de un golpe en la mandíbula, y se le echó encima, con una pesada rodilla sobre el cuello que le aplastaba la tráquea, al tiempo que con la cuchilla trazaba un tajo desde el esternón hasta el bajo vientre. El hombre tenía los ojos en blanco y su cuerpo se sacudía en espasmos. La atacante se inclinó para susurrarle:
–Te has equivocado, guapo. Aquí dentro hay una joven esbelta y fuerte, ¿lo ves?
Después se incorporó y comenzó a trabajar.
Había tenido mucha suerte; por fin volvería a llenar la nevera.
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12 – POESIA ARGENTINA
JORGE FALCONE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)
DEBAJO DE BIRIMBÓ
Yo quiero un domicilio
bajo el árbol más frondoso.
Este que por vez primera
a las narices del amor dice “siempre“
quiere decir lo mismo
ante las fauces de la muerte:
Yo de acá no me voy.
Yo de acá no me voy.
Yo viviré en Birimbó,
el árbol que da más sombra.
Porque estimo que gané
el derecho a yacer debajo
de donde mis nietos corran,
a que hagan cosquilla las lombrices
sobre lo que el tiempo me convierta en raíces,
hacia el cielo mis brazos-ramas
para solaz de los colibríes.-
POBRE DEL NIÑO ORIEL
Pobre del niño Oriel,
que vive en calle de tierra y
no mira nunca TV !
Pobre del niño que digo,
sin compactera o DVD
ni más remedio que leer !
Pobre del niño Oriel,
criando perro y pajarita
y dando la espalda a Internet !
TRUCO - QUIERO! (*)
Una mirada tunecina basta
a veces
para decirlo todo,
y uno
se predispone pues a la sorpresa,
como si fuera necesario musitar
“y tu
qué te traes?”.
Entonces
una bocanada de vapor
nubla la imagen de ambos
y enciende la espera…
Ya lo plantearon Weaver y Shannon
y Jacobson lo ajustó:
Comunicarse es enunciar un mensaje y
provocar una reacción.
Y aburre recordar que no todos
los lenguajes a nuestro alcance
son meramente verbales.
Yo nunca paladeé
- es un ejemplo –
esos platelmintos que hervís vos
y no obstante
siento curiosidad por saber
adónde te dirigís o
- como decía la Coca –
qué pretendés de mí
picando ese verdeo,
dorando tanta cebolla,
sumando
el ajo que
- sabemos –
es mejor si nunca falta…
No finjas ignorar que me afano
por ser un viejito cool y
con vos al lado
nunca bajo ni un puto gramo.
Ya ensayó Laura Esquivel en
“Como agua para chocolate” que
cocinar también es una forma
de prodigarse amor,
un arte
(culinario como dicen) pero
muy parecido a la alquimia
de buscar en vez
de piedras filosofales un sabor
capaz de resultar desconocido.
Acaso el que convoca desde
una cazuela de barro con solo
inhalar, perder el equilibrio, y
caer dentro de ese abismo.
No me dejás
palabras ni pretendo,
al punto que te contesto
rehogando más cebolla
en oliva y agregando
la inefable dupla de pimiento y ajo,
a ver si sos capaz de soportar
una pechuga que se embeba
en eso y en vino blanco,
jugos de la carne mediante.
Pero como sé tu flanco y procuro
en la contienda escarmentarte,
no sellaré la tapa
de mi mejor olla a vapor sin cubrir
lo dicho con rodajas de papa.
Ahora sólo se trata
de cederle turno al fuego
para que haga
su paciente sortilegio.
Amar sin palabras requiere
un poco más de paciencia:
Respetar el tiempo de cocción
en un diálogo cuerpo a cuerpo para
que no nos eche de menos la pasión.-
Para Andrea
(*) Desafío y réplica, en nuestro juego criollo de naipes.-
EN EL SILENCIO VIVE LO SAGRADO
Ya no acostumbro a exponer.
Mientras riego nísperos y alimento
algún perro sin hogar,
esta pizarra en que me narro
no busca posteridad.-
LO QUE NO FIGURABA EN MIS PLANES
“Cuántas veces me he preguntado si era posible
ligarse a una masa sin haber amado a nadie?”
Antonio Gramsci
Lo que no figuraba en mis planes
es que el mundo de Mubarak,
de Baby Doc,
y el Tea Party
fuera a su vez un paraje hermoso.
Donde encontrara el noble su sitio
y el justo fuera dichoso.
Donde el sol que nutre al mandarino
entibiara también nuestro amor…
Ahora sé que si es posible,
la culpa la tenés vos.-
LILI
MUÑOZ
(Neuquén-Neuquén-Argentina)
ME
HAS PARIDO
Mano,
voz, lengua
silencios
en
la noche
arden
queman
distancias
afiebran
lejanías
Puños
al viento nos guían
bocas
que escupen el frío
arcoiris
tus labios
son
a mi hambre.
Te
quiero
locura
interminable
has
parido sin fin
con
la palabra amor entre tus ojos
has
dado a luz
me
has sacudido con el grito.
ENTRAS
POR MIS POROS
Sé
que me quieres
y
ese amor me llena
entra
en mis poros
lo
aspiro
me
desbordas
lanzas
un
te quiero de silencios
y
en el quiebre virtual
recibo
tanto
que
me forjas y forjo
tanta
seguridad
en
las palabras
temple
y temblor nosotros
mixtura
de nosotros mismos
eros
consuma los rituales
vos
y yo
la
vida en la escritura.
ECOS
Hubo
un eco muy bajo
fue
tu voz al comienzo
tu
voz dijo energía
ternura
desnudez
de lo incierto
vuelvo
a leer
no
te oigo
te
percibo
en el sabor inicial de tus palabras
en
el clamor primero
letras
que titilan
barquitos
de papel
siento
la
candidez sin par
sin
control ni censura
de
haberte conocido
de
haber sido algo más
que
la imagen de un chat
hombre
y mujer fuimos
eternidad
instante
de rescoldo y silencio
no
tregua
mucho
menos olvido.
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13 – ENSAYO
LIC.
WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ
(Irapuato-Guanajuato-México)
JOSÉ
EMILIO PACHECO, EL HAIKU Y MI HOMENAJE
Humilde homenaje al
escritor José Emilio Pacheco
(Ciudad de México
30-6-1939- Ciudad de México D.F 26-1-2014)
El
escritor mexicano José Emilio Pacheco que recibiera el Premio Cervantes de
Literatura en el año 2009, ha sido descrito por algunos críticos como un poeta
pesimista y vital. Me remito a sus palabras: “Escribir poesía es una forma de
resistencia contra la barbarie”.
Fue
conocido en círculos literarios, su gusto por la lectura y análisis del haiku.
Poesía japonesa que es marcada en su contenido profundamente por la naturaleza.
En Japón, la adopción y posterior mezcla del budismo y confucionismo chino dio
como resultado el sintoísmo japonés.
La
característica principal del mismo es el profundo amor por la naturaleza o por
todas las cosas que crecen y fluyen y esa filosofía se ve profundamente
reflejada en el haiku. Según Pacheco esto,
“a diferencia de nuestra cultura, que está inspirada en el odio y la
destrucción de la naturaleza”.
Obviamente
que esa adoración de la belleza no vista como algo extraordinario o milagroso
sino simplemente como algo cotidiano, es la clave del fundamento para entender
lo que significa el haiku. El escritor mexicano, considera que el budismo zen
“trata de meditar en la irrealidad del yo, el cual es causa del deseo, y como
sabemos casi todos quedan insatisfechos”.
“Así,
meditar es destruir poco a poco el yo y las ilusiones que engendra, entonces el
haiku se nos presenta como una forma activa y poética de meditación, por medio
de la cual se alcanza la iluminación que nos lleva al Nirvana, experiencia
mística de la que la poesía puede darnos un vislumbre”
Es
importante tomar en cuenta que en el haiku no encontramos como existe en el
español, rima ni versificación acentuada. El origen del haiku comenzó como un
pasatiempo de sociedad, que posteriormente el poeta Busho reconvirtió en poesía
popular.
La
característica del haiku para su escritura es respetar la estructura de tres
líneas de cinco, siete y cinco sílabas. Según Pacheco lo maravilloso “es que no
son textos poéticos cerrados, pues el lector puede continuarlos y dar su propia
versión”.
Uno
de los temas que aparece muy poco en el haiku tradicional, es el amor, hoy la
“occidentalización” de Japón ha hecho que el mismo aparezca con asiduidad. La
profunda significación filosófica del haiku es el silencio. “El haiku viene del
silencio y va al silencio”.
Aunque
antes de caer en ese silencio, el haiku producirá alguna forma de iluminación y
siempre por más triste que sea el tema un haiku va a ofrecer una sensación de
alegría o asombro por que estamos vivos.
Al
decir de José Emilio Pacheco, el haiku permite “buscar lo maravilloso en lo
cotidiano, como buscar el alma y el sentido de las cosas”.
Como
humilde aportación y homenaje a este gran escritor mexicano quiero compartir
una serie de haikus de mi autoría:
Fina
campana
el
trino del zenzontle
por
la mañana.
Azul
en vuelo
las
gaviotas hermanan
el
mar al cielo.
La
golondrina
presenta
sus tijeras
es
primavera.
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14 – CUENTO
PAULINA
MOVSICHOFF
(Córdoba-Argentina)
EL
JARDÍN DE LA PALABRA
Aunque
no lo sepamos, la escritura siempre está. Sólo debemos encontrar los conjuros,
aplicarnos en los hechizos mágicos que nos harán encontrarla. Porque ella está
fabricada con palabras, esas monedas de dos caras. Palabra-Amor, Palabra-Deseo,
Palabra-Vida. En ella buscamos refugio para cualquier momento de la vida, antes
de entrar en el gran silencio de donde ha surgido.
¿Y de qué otra cosa podría ocuparse la escritura sino del amor? Y todo amor precisa de un objeto para orientarse. Como en el Cantar de los cantares, la palabra sale de noche para encontrar al amado. Y luego dice: "Morena soy pero hermosa, hijas de Jerusalén. Por eso me ha amado el rey y me conducido a su cámara". Habría que ocuparse de la negritud de la palabra, de esa palabra que irradia en el poema. Porque ella se diferencia de las otras, de sus hermanas menores, en que es negra, es decir diferente y por eso muy pocos quieren conocerla.
Iremos al jardín de la palabra. Pero tan sólo pueden encontrarlo los iniciados. Allí está la fuente de la vida. Y la palabra sale de ella fresca y recién lavada, preparada para llevar de la mano a quienes quieran adentrarse en sus misterios.
La palabra es la rescatadora del olvido. Nos permite recrear nuestra vida a nuestro antojo, imaginar la propia historia. Nos da la prueba de nuestra existencia. El Verbo se hace carne una vez más.
Detrás de una palabra hay otra, y otra, y otra. Para atravesar su laberinto sólo necesitamos del hilo del deseo. Él es quien nos empuja a ese viaje incesante.
¿Y de qué otra cosa podría ocuparse la escritura sino del amor? Y todo amor precisa de un objeto para orientarse. Como en el Cantar de los cantares, la palabra sale de noche para encontrar al amado. Y luego dice: "Morena soy pero hermosa, hijas de Jerusalén. Por eso me ha amado el rey y me conducido a su cámara". Habría que ocuparse de la negritud de la palabra, de esa palabra que irradia en el poema. Porque ella se diferencia de las otras, de sus hermanas menores, en que es negra, es decir diferente y por eso muy pocos quieren conocerla.
Iremos al jardín de la palabra. Pero tan sólo pueden encontrarlo los iniciados. Allí está la fuente de la vida. Y la palabra sale de ella fresca y recién lavada, preparada para llevar de la mano a quienes quieran adentrarse en sus misterios.
La palabra es la rescatadora del olvido. Nos permite recrear nuestra vida a nuestro antojo, imaginar la propia historia. Nos da la prueba de nuestra existencia. El Verbo se hace carne una vez más.
Detrás de una palabra hay otra, y otra, y otra. Para atravesar su laberinto sólo necesitamos del hilo del deseo. Él es quien nos empuja a ese viaje incesante.
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15 – POESÍA ARGENTINA
LUCÍA
CARMONA
(Chilecito-La
Rioja)
6
Los
cuerpos tienen
otro
relieve,
ya
han dejado de ser
arboles
con neuronas
que
deambulan al sol.
Hoy,
justamente hoy
algo
ha cambiado
y
es distinta la dimensiòn
desde
la que se espìan
las
señales.
Hoy
cada uno
se
parece a su origen
y
al mismo tiempo
es
extranjero
con
ojos y con manos
que
ya no caben
en
el sitio dispuesto.
Hoy
cada uno
se
ha mudado a sì mismo
aunque
tambièn un hilo de extrañeza
demora
la llegada.
7
¡Ay
Lucìa,
mi
madre de claveles!,
¡Ay
mi madre,
tanto
pudor viviendo
en
un solo suspiro!!
8
Sin
palabras, sin nombre,
Ni
pasos hacia el mundo.
Te
llamas como te llamabas
o
es que acaso la muerte
ha
izado sus banderas
en
mitad de tu frente
y
aùn estás despierta
custodiando
el hallazgo?
9
Con
què armas lucharè contra el tiempo,
con
cuàles derrotarè
al
magistral enemigo
y
a què hora?
Ya
la piel de las flores
se
tiñe de ceniza,
ya
no es de fuego el cuerpo
sino
de claroscuro .
Alucino
las
màrgenes del viento,
me
desentiendo de los adioses,
abrazo
mi violenta fantasìa.
De
què modo vencerlo,
de
què modo?
Por
la curva del cìrculo
quedamos
ciegos
no
se puede ascender o descender.
Es
la ceguera
que
han poseìdo los genes de los genes.
Allì
se olvida el nombre
las
formas, las pasiones.
Es
lo que resta a la primera estatura,
la
mentira que forma parte de las verdades
incuestionables,
lo
que nos hace nutrientes de la nada.
10
No
encuentro màs refugio
que
esta lluvia,
soy
yo misma
una
densa expiación
de
mis pecados
o
la absuelta inocente sin.memoria
Después,
continuar
el camino
con
la ebriedad de lo imperfecto
Importante
es la lucha,
la
sangre,
la
vigilia…
11
ELEGIA
Estás
presa de todas las fronteras
Y
han huído poemas
Por
canales angostos
Hacia
un río profundo
Sin
sonidos.
Cuando
piensas
Se
desatanlos nidos
De
pàjaros ausentes
Y
el silencio
Avanza
hacia la nada
Cae
sobre su propio cuerpo enfermo
Y
no es màs que silencio
Lo
que queda.
Cuando
quieres recordar
Te
asalta una marea inexplicable,
Tan
sólo entrelazados
Fragmentos
de pasado,
Trozos
de hoy
Volviéndote
la espalda.
LUIS
MARÍA LETTIERI
(Temperley-Buenos Aires-Argentina)
(Temperley-Buenos Aires-Argentina)
HUESOS.
Por la memoria relativa de los huesos
y los humos que invaden nuestras noches,
nada es tan importante al antojadizo día
como restarle importancias a las cosas.
Hay relojes invisibles degollando minutos,
truncas escaleras de caracol sin faros
hurgando la infinitud celeste.
En vano, todo eso es en vano...
Las huellas confusas del pasado,
el sol lamiendo la desértica salina,
y la lluvia, cayendo sobre el pinar incendiado.
El barro infausto de los dioses,
los túmulos y los altares consagrados,
el amor que nos hemos tenido,
el fuego del verano, el frío de invierno...
el oro de la carne, que se avieja y sufre
el cristalino mirar enredado en la opacidad
de los secretos tules que bordan
las noches y entre sí sufilan los días.
Qué fuimos? nosotros que nos creímos todo...
Qué resta? me pregunto, al borde del abismo
y sé que dentro mío ya no queda nada.
Oigo el eco de los viejos juramentos
junto al muro de estuco, la corona de laureles:
de aquella fausta gloria sólo quedan las espinas,
y los juramentos se han vuelto remisas palabras.
Me intrusan la vigilia memorias inasibles,
son quizás las mismas que merodean la noche,
hechas con confusos trazos de tiza
dibujando sueños finales, y pesadillas.
Pero hay rutas en los huesos, astillas
que rumorean victorias o derrotas.
Ahí yace el último recuerdo de la vida,
esa mueca siniestra de la calavera
mirando absorta cielos invisibles
y sonriendo, con sus dientes amarillos.
Me recuerda que todo es posible
aún la felicidad efímera y viajera,
pero dando por segura, sólo a la muerte.
Huesos y bronces, mármoles y glorias
componen y descomponen nuestra historia.
Así, quizás mis huesos huelan a café
a gardenias degolladas a las 6 en punto,
laderas de lavandas e ignominias.
Y tus huesos huelan a malhabidos billetes
a la plata de Judas, al oro de Midas
o al hierro vetusto de las rejas
donde gime tu alma encarcelada.
Hay en la críptica intimidad de los espejos
runas y voces reservadas a pocos, vedadas a ninguno,
formas sutiles, curvas, prismas adamantinos
que azulan a los ojos la blancura de los haces.
Una febril inteligencia perversa trama
la sombra detrás de las siluetas,
y la muerte, allende la vida.
Nos hemos quedado solos, a pelo,
en páramos helados por la indiferencia,
las dagas que afila el odio ya brillan
en el cielo rojo de la tarde, y caen
como dragones, buscando lagos de fuego y sangre.
Solos y callados.
en patíbulos moribundos
vacíos, anudados a voraces horcas,
nudos finales, sobre horcas caudinas.
Entonces quedarán un tiempo más , ellos,
los huesos, surgiendo de las hedientas carnes.
Los tarsos diminutos, los fémures torcidos.
las sinceras costillas y las falsas,
la pátina sepia de las calaveras
los húmeros, asidos al sudario.
Brotarán de mis dulces tuétanos
blancas azucenas, carnosos geranios,
abriéndose paso entre la grama
para que coma el pájaro de mi quieta mano
o vuelva el cielo a mis ojos apagados.
Huesos que aparecen en escena
para la vista de quienes en vida
los han negado, con su proclama callada
y su millón y medio de silencios.
Nadie podrá entonces decir qué fue de mi vida,
al tiempo que nadie podrá ignorar
que entre las cosas que fueron
una vez, en un tiempo, en un lugar
yo también, a mi modo, he sido.
Me irás olvidando, en cada parpadeo,
y cada paso que des, te irás alejando,
todo beso que me has dado lleva
el falso sabor de uno más,
siendo que todo beso que se da,
siempre es un beso menos.
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16 – ENSAYO
MIJAIL
LAMAS
(Culiacán-Sinaloa-México)
EDUARDO LIZALDE Y SU
FECUNDO RAYO
Alejado
ya de la militancia comunista y cuatro años después de publicar su extenso
poema Cada cosa es babel (1966), que reflexiona sobre el lenguaje y la
función enunciativa de la poesía, el poeta mexicano Eduardo Lizalde publica un
libro fundamental para la poesía en lengua española: El tigre en la casa (1970).
Éste ha sido reeditado en 2013 por Valparaiso Ediciones, editorial española que
dirige el poeta Javier Bozalongo.
Con El tigre en la casa Eduardo Lizalde construye una estética inusitada, que toma sin reservas elementos de la poesía de Charles Baudelaire así como del romanticismo español de Gustavo Adolfo Bécquer; una poesía que conjuga la eficacia verbal de Salvador Díaz Mirón y la escalofriante plasticidad del Isidore Ducasse.
Al fijar el procedimiento de su poética personal, Eduardo Lizalde elige la figura del tigre como el símbolo inequívoco de la desgracia amorosa; en esta bestia se conjugan "le plus beu" y la "fearful symmetry", gracia y flexibilidad conjugadas al servicio del homicida.
La equilibrada bipolaridad del tigre, su carnicera figura imperturbable se antepone a la perra, como contraparte efectiva del mismo signo. Alguna vez Lizalde declaró que "la humanidad es soltera y huérfana, por lo que el ser humano tiene algo de tigre"; esta declaración nos remite inmediata al otro poeta mexicano fundamental, Ramón López Velarde.
Me explico, el tigre de Lizalde es una alusión a la desgracia amorosa, esta naturaleza alegórica del tigre es cercana entonces a la que Ramón López Velarde bosqueja en su poema Obra Maestra donde "el soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza".
Si en Ramón López Velarde el tigre es el soltero que ha decidido evitar la paternidad, en Lizalde "el tigre real, el amo, el solo, el sol" lo es como fiera que no acepta compañía, el tigre caza solo, pero ambos tigres comparten el ámbito doméstico de su encierro.
El tigre en la casa nos ha modificado, no sólo como lectores de poesía; su fecundo rayo "moteado y asonante", nos ha acompañado en las más distintas etapas de nuestra juventud, y nos sigue regalando visiones insólitas de la condición humana, cada vez más próximas. Su sólida construcción, el asalto infalible de sus versos y esa estructura múltiple que se aleja de la manida e inflexible unidad temática que suele imperar en algunos libros contemporáneos, nos sigue fascinando a casi cuarenta años de su publicación.
La obtención de Eduardo Lizalde del X Premio de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca sólo reafirma la dimensión de una obra ejemplar que desde hace tiempo reclama un merecido reconocimiento más allá de las fronteras.
Con El tigre en la casa Eduardo Lizalde construye una estética inusitada, que toma sin reservas elementos de la poesía de Charles Baudelaire así como del romanticismo español de Gustavo Adolfo Bécquer; una poesía que conjuga la eficacia verbal de Salvador Díaz Mirón y la escalofriante plasticidad del Isidore Ducasse.
Al fijar el procedimiento de su poética personal, Eduardo Lizalde elige la figura del tigre como el símbolo inequívoco de la desgracia amorosa; en esta bestia se conjugan "le plus beu" y la "fearful symmetry", gracia y flexibilidad conjugadas al servicio del homicida.
La equilibrada bipolaridad del tigre, su carnicera figura imperturbable se antepone a la perra, como contraparte efectiva del mismo signo. Alguna vez Lizalde declaró que "la humanidad es soltera y huérfana, por lo que el ser humano tiene algo de tigre"; esta declaración nos remite inmediata al otro poeta mexicano fundamental, Ramón López Velarde.
Me explico, el tigre de Lizalde es una alusión a la desgracia amorosa, esta naturaleza alegórica del tigre es cercana entonces a la que Ramón López Velarde bosqueja en su poema Obra Maestra donde "el soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza".
Si en Ramón López Velarde el tigre es el soltero que ha decidido evitar la paternidad, en Lizalde "el tigre real, el amo, el solo, el sol" lo es como fiera que no acepta compañía, el tigre caza solo, pero ambos tigres comparten el ámbito doméstico de su encierro.
El tigre en la casa nos ha modificado, no sólo como lectores de poesía; su fecundo rayo "moteado y asonante", nos ha acompañado en las más distintas etapas de nuestra juventud, y nos sigue regalando visiones insólitas de la condición humana, cada vez más próximas. Su sólida construcción, el asalto infalible de sus versos y esa estructura múltiple que se aleja de la manida e inflexible unidad temática que suele imperar en algunos libros contemporáneos, nos sigue fascinando a casi cuarenta años de su publicación.
La obtención de Eduardo Lizalde del X Premio de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca sólo reafirma la dimensión de una obra ejemplar que desde hace tiempo reclama un merecido reconocimiento más allá de las fronteras.
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17 – COMENTARIOS DE LIBROS
(Bragado-Buenos
Aires-Argentina)
PLANTAR
UNA LENGUA
Libro:
GALLITO CIEGO
Autor:
HERNÁN SCHILLAGI (1976, San Martin, Mendoza, Argentina)
Editorial:
LIBROS DE PIEDRA INFINITA, 2013
Una
secreta trama unifica estos poemas en los que la escritura, y sus ideas afines:
mensajes, textos, cartas, palabras, intentan plantar una lengua para escribir
al futuro. En los versos del epígrafe -extraídos de un poema de Boccanera- está
la primera clave de lectura: “escribir con la mano del deseo, ese libro que
mañana hablará como un hijo”.
Como
en el juego del gallito ciego al que remite el título, el poeta intenta
orientarse hasta encontrar las palabras que alumbren las zonas de oscuridad,
que lo devuelvan a la aldea de la infancia de donde fue desterrado, que lo
ayuden a improvisar la última palabra.
Poesía
que remite a otros textos, emanada de un lector que se guarda personajes para
luego compartirlos. “arqueología del café” remite al comienzo de El
coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, “Strogoff” es una
clara alusión a la novela de Julio Verne, Strogoff, el mensajero del rey. En
ambos textos se busca que la palabra defina, evoque, abra un paréntesis.
He
aquí la segunda clave, la poesía como mensaje cifrado, como un enhebrar
palabras con los ojos vendados, un aferrarse al idioma sin soltarse para
entender la existencia.
El
libro de poemas de Hernán Schillagi resplandece en imágenes, algunas nos
remiten a actos cotidianos: encender una salamandra, rallar una manzana, viajar
en colectivo, pero detrás de los gestos sencillos, están las historias sin
contar, esa “ficción que sangra y late en los gestos rotos”
Poemas
que remiten no a los iluminados lugares que idealizamos sino a sus zonas más
oscuras donde merodea la muerte como expresa el poeta en “el sabor de lo
perdido recuperado”. Porque la palabra es aquí un rayo que hiere pero
también libera al silencio (“lengua suelta”)
Poemas
en los que las metáforas se construyen desde la observación de acciones
mínimas trazando una escritura imposible de traducir como es toda
experiencia humana y que solo se conserva en los dedos que “son la memoria del
tiempo”
Una
escritura que intenta nombrar el mundo como sólo un poeta puede hacerlo. Sólo
él puede oír la música de las palabras aun en los periódicos usados para
envolver un ladrillo que paliará el frío del invierno y que permitirá ahuyentar
a los monstruos.
Construcción
imaginaria de una lengua que pueda descifrar los secretos, los sueños, el
quiebre de la inocencia, el amor y la muerte.
SILVINA MARSIMIAN [*]
(Córdoba-Argentina)
HABÍA UNA VEZ
Título: UN PEQUEÑO LIBRO DE TAPAS AZULES
Título: UN PEQUEÑO LIBRO DE TAPAS AZULES
Texto: MARÍA TERESA
ANDRUETTO
Ilustraciones: Claudia Legnazzi
Colección "Líneas de arena"
Edición: Judith Wilhelm
Diseño: Dina Pérez
Buenos Aires, Calibroscopio, 2012
“¿Qué puede hacer una niña tímida, que tiene nariz grande, piernas flacas, ropa deslucida y que se sabe invisible para sus compañeras de grado? ¿Qué puede hacer esa niña a la que su madre ha contado cuentos cuando ella era la niña de la niña que hoy es, sino leer, leer desaforadamente todo lo que hay en su casa?”, dice María Teresa Andruetto, en “ABC de lectura”, artículo aparecido en la revista Piedra Libre y compilado luego en su libro de ensayos Hacia una literatura sin adjetivos (Comunicarte, 2009). Estas palabras autobiográficas pueden, quizás, explicar el punto en que se ubica la imaginación de una escritora para dar origen a un libro pequeño y azul, guardado en un estuche también azul, que apenas deja descubrir el lomo que nos observará a los lectores desde un estante de la biblioteca. Todo en él es azul. Como los sueños. De esos que viajan en láminas traslúcidas a través de un espacio lejano y hacia un tiempo fuera del tiempo.
Este pequeño e inquietante libro es Había una vez. Una de las últimas producciones de la ganadora del Premio Hans Cristian Andersen 2012, se inspira en el Libro de las mil y una noches y en una voz legendaria: Scheherezade (“hija de la ciudad”), joven hermosa que entretenía al rey degollador de mujeres, contándole historias sin fin para evitar la muerte. Como es bien sabido, la hechicera había leído los anales y las leyendas de los reyes antiguos; además, poseía innumerables crónicas de pueblos remotos y de sus poetas. Esta suerte de figuración bibliográfica era muy elocuente y daba tanto gusto oírla que el rey olvidaba cada noche ajusticiarla para conocer cómo continuaba la atrapante historia que dejaba en suspenso. Podría decirse que Andruetto es un poco Scheherezade, la “mujer inteligente y sensible” con vocación de narradora. Y Scheherezade a veces se llama Anú, se llama Saläh, se llama Ghuta, se llama Sura. Cada una de las historias contadas por estas y otras mujeres es “extraña y misteriosa”: basta decir “había una vez”, para que se despliegue el mundo en que las mujeres viven “para siempre”.
Mujer. Voz. Ficción. Mundo. Infinito. Cinco palabras que organizan una literatura que Andruetto destina a los niños y a los adultos por igual. Cada uno con sus propias búsquedas. Cada cual con lo que van pudiendo encontrar. En ese itinerario hecho de fantasías, silencios y lengua madre, las ilustraciones de Legnazzi invitan a construir una nueva mirada de lector azorado. El país lejano, hermoso, extraño, remoto, espacio mágico en que se originan las historias, transita por diversas gamas de colores, desde los más luminosos hasta los que diseñan la paleta del atardecer y la declinación definitiva del día; todo él está constituido por edificios ondulantes con sus ventanitas en piedra tejida; cúpulas alargadas hacia el cielo y la luna; y alrededor de las casas con secretos habitantes, esféricos mundos naturales y en pleno florecimiento. Agua y vida. Una tierra surcada por las mujeres que narran, imaginadas como volátiles seres de sugerentes ojos, envueltos en velos y sobre alfombras voladoras. Cultivando un lenguaje visual que desestima la representación realista y profundiza en lo simbólico, la ilustración, que siempre se resuelve a doble página, es como una ventana a través de la que miramos o desde la que nos miran. Ficción del personaje y realidad del lector, en efecto, parecen remitirse mutuamente.
En su conferencia “Las mil y una noches”, Borges nos recuerda que Oriente es el lugar en que sale el sol y que es también una palabra en que, por una feliz casualidad, está el oro, el oro de la primera mañana. Tales connotaciones se las debemos a los cuentos de Scheherezade. Origen de la imaginación, ilustre literatura, obra de diversos autores, aquel primer relato oriental se prolonga en este librito de tapas azules, porque donde hay alguien que dice “Había una vez” todo puede empezar de nuevo.
[*] Profesora. Editora. Miembro de Número de la Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil (AALIJ)
Ilustraciones: Claudia Legnazzi
Colección "Líneas de arena"
Edición: Judith Wilhelm
Diseño: Dina Pérez
Buenos Aires, Calibroscopio, 2012
“¿Qué puede hacer una niña tímida, que tiene nariz grande, piernas flacas, ropa deslucida y que se sabe invisible para sus compañeras de grado? ¿Qué puede hacer esa niña a la que su madre ha contado cuentos cuando ella era la niña de la niña que hoy es, sino leer, leer desaforadamente todo lo que hay en su casa?”, dice María Teresa Andruetto, en “ABC de lectura”, artículo aparecido en la revista Piedra Libre y compilado luego en su libro de ensayos Hacia una literatura sin adjetivos (Comunicarte, 2009). Estas palabras autobiográficas pueden, quizás, explicar el punto en que se ubica la imaginación de una escritora para dar origen a un libro pequeño y azul, guardado en un estuche también azul, que apenas deja descubrir el lomo que nos observará a los lectores desde un estante de la biblioteca. Todo en él es azul. Como los sueños. De esos que viajan en láminas traslúcidas a través de un espacio lejano y hacia un tiempo fuera del tiempo.
Este pequeño e inquietante libro es Había una vez. Una de las últimas producciones de la ganadora del Premio Hans Cristian Andersen 2012, se inspira en el Libro de las mil y una noches y en una voz legendaria: Scheherezade (“hija de la ciudad”), joven hermosa que entretenía al rey degollador de mujeres, contándole historias sin fin para evitar la muerte. Como es bien sabido, la hechicera había leído los anales y las leyendas de los reyes antiguos; además, poseía innumerables crónicas de pueblos remotos y de sus poetas. Esta suerte de figuración bibliográfica era muy elocuente y daba tanto gusto oírla que el rey olvidaba cada noche ajusticiarla para conocer cómo continuaba la atrapante historia que dejaba en suspenso. Podría decirse que Andruetto es un poco Scheherezade, la “mujer inteligente y sensible” con vocación de narradora. Y Scheherezade a veces se llama Anú, se llama Saläh, se llama Ghuta, se llama Sura. Cada una de las historias contadas por estas y otras mujeres es “extraña y misteriosa”: basta decir “había una vez”, para que se despliegue el mundo en que las mujeres viven “para siempre”.
Mujer. Voz. Ficción. Mundo. Infinito. Cinco palabras que organizan una literatura que Andruetto destina a los niños y a los adultos por igual. Cada uno con sus propias búsquedas. Cada cual con lo que van pudiendo encontrar. En ese itinerario hecho de fantasías, silencios y lengua madre, las ilustraciones de Legnazzi invitan a construir una nueva mirada de lector azorado. El país lejano, hermoso, extraño, remoto, espacio mágico en que se originan las historias, transita por diversas gamas de colores, desde los más luminosos hasta los que diseñan la paleta del atardecer y la declinación definitiva del día; todo él está constituido por edificios ondulantes con sus ventanitas en piedra tejida; cúpulas alargadas hacia el cielo y la luna; y alrededor de las casas con secretos habitantes, esféricos mundos naturales y en pleno florecimiento. Agua y vida. Una tierra surcada por las mujeres que narran, imaginadas como volátiles seres de sugerentes ojos, envueltos en velos y sobre alfombras voladoras. Cultivando un lenguaje visual que desestima la representación realista y profundiza en lo simbólico, la ilustración, que siempre se resuelve a doble página, es como una ventana a través de la que miramos o desde la que nos miran. Ficción del personaje y realidad del lector, en efecto, parecen remitirse mutuamente.
En su conferencia “Las mil y una noches”, Borges nos recuerda que Oriente es el lugar en que sale el sol y que es también una palabra en que, por una feliz casualidad, está el oro, el oro de la primera mañana. Tales connotaciones se las debemos a los cuentos de Scheherezade. Origen de la imaginación, ilustre literatura, obra de diversos autores, aquel primer relato oriental se prolonga en este librito de tapas azules, porque donde hay alguien que dice “Había una vez” todo puede empezar de nuevo.
[*] Profesora. Editora. Miembro de Número de la Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil (AALIJ)
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18 – CUENTOS BREVES
JUAN ALBERTO JOSÉ ENNIS
(Olavarría-Buenos Aires-Argentina)
SUEÑOS
El
pequeño Cristóbal Colón se duerme en todos los lados redondos que encuentra
cada vez que deambula por las calles angostas de la ilusión. Lo hace de noche y
de día. Y no es que duerma por dormir; es su modo de soñar, su soñar redondo.
Cristobalito no se puede sacar del inconsciente ese almirante deseo de navegar.
En el mundo de los sueños, navega dando vueltas y vueltas navegando el mundo, y
para lograrlo sin caerse del planeta tiene el loco sueño de que la Tierra es
redonda. Pero no se crean que anda por allí y por acá comentando esta idea, él
sabe que lo apuntarían como un loco.
Desde el
siglo III a. C., el astrónomo Eratóstenes, de la Antigua Grecia, sueña con un
marino que surca los mares por todo el planeta Tierra (descubriendo otros
mundos). En aquel futuro, ciertamente, Eratóstenes sueña: enormes barcos, rudos
tripulantes y un almirante audaz; todo lo enunciado demostrará más tarde que
este planeta que habitamos es una esfera.
Cristóbal
ha crecido y hoy es almirante. La reina de España necesita creerle y por eso le
financia la aventura. Ella sueña con extender sus dominios (siempre y cuando la
Tierra sea redonda como dice su almirante).
En Abya
Yala, a la sombra de un árbol centenario, duerme Yala Kuna, un joven miembro de
la familia Kuna, y sueña que es un pájaro. Siempre sueña que es un ave, o un
pez, y vuela o nada, según convenga. Solo que en este sueño, aparece un ser
monstruoso que hiere al pájaro hasta darle muerte.
Por esa
costumbre que tienen los dioses, esa de levantarse con la pantufla derecha
algunos días, estos sueños se cumplen, todos a la vez. Sí. La Tierra es redonda
y también el Tiempo es redondo.
Hoy todos
han cumplido sus sueños. Sí.
Y la
Muerte, también.
EL SIGLO DE ORO DE KID ATÓN
El
arqueólogo John Joe Smith fue injustamente opacado por Howard Carter que
descubrió la tumba de Tutankamón. Por eso vale la pena su reivindicación, y dar
a conocer que John descubrió varios años antes la tumba de un señor que, cuando
todavía era Atón el dios de aquella civilización, había realizado incomparables
hazañas, según lo ilustran los papiros antiquísimos cuya autenticidad algunos
envidiosos ponen en duda.
Al mando
de las tropas aliadas de la tribus melónidas y sandíacas, este sub faraón
intrépido, conocido como KidAtón, derrotó al poderoso ejército de Tomátides el
rojo, poniendo fin a la cruenta guerra de los siete años –así llamada para
disimular que en realidad duró siete días, pero hubo mucho viático que
justificar- Murieron ocho millones de civiles, niños y mujeres, todos
calificados “post mortem” de terroristas apátridas- Dos mil degenerales, mil de
cada bando, fueron ascendidos a terratenientes degenerales, y sin rasguños
prejubilados con asignaciones de privilegio.
La
religión pepinuchoteísta se declaró la única autorizada, y se prohibio pensar
después de la caída del solepípedo. José Glutenberg imprimió las sagradas
mentituras, y se impuso la excomunión y el destierro para cualquiera que
intentase leer otra cosa.
El siglo
de oro no duró un siglo ni fue de oro, pero KidAtón hizo lo que pudo, y
traducido por un experto enólogo, el discurso encontrado por nuestro arqueólogo
y atribuido al sub faraón, así decía: “¡Hermanos y hermanas de mi patria! Un
medicastro a la derecha, un veterinárido a la izquierda, un gasistérico
matriculado al diome! ¡Vengan santos en mi ayuda, no los voy a defraudar. Todos
los que apostaron a nuestro fracaso ganarán. Los niños pobres que tiene hambre
serán hombres con más hambre si sobreviven. Los niños ricos que tienen tristeza
tendrán ataques de pánico. Cerraremos los cabarés, las cárceles, los colegios,
los hospitales, los cuarteles, los estadios de fulbo, los boliches bailables,
los peloteros, con quienes estén adentro, y los prenderemos fuego para Nerón
que lo mira por tevé. Fundaremos un gran movimiento político opositor porque
todas estas barbaridades tendrán que terminar. Derrotaremos nuestra tiranía
estableciendo un nuevo gobierno con nueva salud, nueva educación, nueva
seguridad, tirando a los viejos por las ventanas de las plantas bajas para que
no se lastimen. Y habrá manicomios para los cuerdos, sillas de ruedas para los
ciegos y audífonos para los paralíticos.”.
Contaron
en los más altos ámbitos académicos que muchas de estas iniciativas fueron
imitadas, cuando no plagiadas por conductores de las más diversas comunidades,
durante siglos.
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19 – POESÍA ARGENTINA
LYDIA
ALFONSO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
TERCERA
CARTA
Andar contigo era andar de cómplice
arañándole a la sombra las abejas
de luz, los arabescos caprichosos
del color y la luz
en rascacielos.
Andar de buen aire en las caderas
peleadoras,
sintiéndote estallar la sangre
en tangos,
la voz en júbilo
creador,
en ciudad
terca
y desvelada,
bucearle al tango una ciudad entera,
una muchacha
buenos aires, un surtidor
de sueños rezongones
que el pulso del aire te instrumenta.
Era encubrirte el fuelle corajudo,
andar contigo y noche a calle abierta,
a sótanos, contigo,
a irrespetuoso alcohol en jetas
tristes buenos aires
y qué llanto carcajeándole las penas.
Era cobrate el vino de algún beso
con terrazas,
con locura,
con estrellas.
Y qué más,
qué más que ser tu cómplice,
andar contigo de hurto compañera
y un buen día embolsarnos buenos aires
en tu bandoneón caliente hasta que suba
macho mordiéndole las tetas a la noche
muchachamente vieja.
Andar contigo era andar de cómplice
arañándole a la sombra las abejas
de luz, los arabescos caprichosos
del color y la luz
en rascacielos.
Andar de buen aire en las caderas
peleadoras,
sintiéndote estallar la sangre
en tangos,
la voz en júbilo
creador,
en ciudad
terca
y desvelada,
bucearle al tango una ciudad entera,
una muchacha
buenos aires, un surtidor
de sueños rezongones
que el pulso del aire te instrumenta.
Era encubrirte el fuelle corajudo,
andar contigo y noche a calle abierta,
a sótanos, contigo,
a irrespetuoso alcohol en jetas
tristes buenos aires
y qué llanto carcajeándole las penas.
Era cobrate el vino de algún beso
con terrazas,
con locura,
con estrellas.
Y qué más,
qué más que ser tu cómplice,
andar contigo de hurto compañera
y un buen día embolsarnos buenos aires
en tu bandoneón caliente hasta que suba
macho mordiéndole las tetas a la noche
muchachamente vieja.
CUARTA
CARTA
Qué
esquinas de esperarte las mañanas
sin un bostezo tuyo en el costado.
porque la luz empieza en vos,
la pone en órbita
tu ojo
glotón
del sueño
si asomado apenas
le anuda un claro tiento en cada
párpado.
Y tanto amor es yapa, amor,
es yapa
esta ciudad que me ha crecido tanto,
es yapa buenos aires con un río
mazapán en la garganta
y otro río de música
en tus brazos.
Pero amanecida así, sin tu bostezo,
sin tu cuerpo ovillándome los flancos,
sin tu costumbre de alargar la noche
desde un cacho de sueño acorralado,
o tu costumbre de ensanchar el día
abriéndome en el cuerpo
surcos largos.
Amanecida, digo, así,
Verticalmente,
con este hueco increíble en el costado,
me pone buenos aires como un puño,
como un ojo de fiebre, un ojo
terco de esperar que vengas
todo de esquinas dóciles el paso.
sin un bostezo tuyo en el costado.
porque la luz empieza en vos,
la pone en órbita
tu ojo
glotón
del sueño
si asomado apenas
le anuda un claro tiento en cada
párpado.
Y tanto amor es yapa, amor,
es yapa
esta ciudad que me ha crecido tanto,
es yapa buenos aires con un río
mazapán en la garganta
y otro río de música
en tus brazos.
Pero amanecida así, sin tu bostezo,
sin tu cuerpo ovillándome los flancos,
sin tu costumbre de alargar la noche
desde un cacho de sueño acorralado,
o tu costumbre de ensanchar el día
abriéndome en el cuerpo
surcos largos.
Amanecida, digo, así,
Verticalmente,
con este hueco increíble en el costado,
me pone buenos aires como un puño,
como un ojo de fiebre, un ojo
terco de esperar que vengas
todo de esquinas dóciles el paso.
PATRICIA
ELENA VILAS
(La
Plata-Buenos Aires-Argentina)
SUCESOS
Cuántas
cosas suceden
en
la vida de una persona,
cuántas
cosas sucederán
en
los próximos años,
tal
vez sean buenas, tal vez no,
nunca
se sabrá.
Si
ves una figura a lo lejos
no
temas, soy yo
que
busco en el horizonte
un
nuevo amanecer.
Si
tú ves un resplandor a lo lejos
no
temas, soy yo
que
estallo de alegría
ante
la llegada de un nuevo amor.
Si
tú ves un sombrío amanecer,
no
temas, soy yo
que
lloro la pérdida
de
ese amor tan ansiado.
Si
algún día me encuentras
y
no te miro, descuida,
contra
tí no tengo nada,
tristes
pensamientos se apoderan de mi alma.
Si
algún día me encuentras
y
te brindo mi mejor sonrisa
es
porque siento una gran alegría al verte
y
junto a mí,
tenerte.
V I D A
Sólo
tú sabes cuánto he llorado
y
la tristeza que me embarga.
Sólo
tú sabes cuánto añoro
la
felicidad perdida.
Sólo
te pido ahora
paz
para mi espíritu
y
que ella sea el nido
de
esa felicidad tan anhelada.
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20 – ENSAYO
MILCÍADES ARÉVALO
(Chía-Cundinamarca-Colombia)
POESÍA COLOMBIANA
Jaime Jaramillo Escobar (l932), tan lúcido
como Heráclito, estudioso de los Proverbios, de Blake, de Whitman, de las Mil y
una noches, “surgido en medio del apocalipsis nadaísta, se ha convertido así,
paradoja última, en el autor de una obra que sin renegar del nadaismo lo
prosigue en un nivel más alto y a la vez más profundo: el de la auténtica
poesía” (6). Ahí están por ejemplo “Los
Poemas de la Ofensa”. En uno de sus poemas, Telegrama de Cuero, nos resuelve
toda una noche de bodas:
“Era el bazar del amor y los mozos disfrazados de gitanos
agitaban panderetas y pañuelos rojos
en
memoria de una gota de sangre”.
Jotamario Arbeláez (l940), a su modo y de
manera genial, rompe los lazos del sortilegio de la edad media de las
vanguardias anteriores y su poesía “evoluciona y se hace vibrante, un tanto
absurda y saltarina” al decir de Armando Romero o como lo advirtió Aldo
Pelligrini en su Antología de la Poesía Viva Latinoamericana: “se sumerge en el
surrealismo para arañar su propio cielo poético, aunque también aprende mucho
de Altazor y de sus saltos al vacío, o del aluvión orgiástico de Henry Miller,
ya que su obra vuelve mucho sobre sí mismo revisándose para inventarse
públicamente” (7):
“Dios
creó el mundo
Creo
también todas las cosas
Pero el
poeta les nombre
Le dijo
Dios a Dios
Al mundo
mundo
Le dijo
cosa a cada cosa”
Pero esta corriente poética no daba tregua,
ni los movimientos poéticos tampoco y surge “La Generación Sin Nombre”, que
entre sus integrantes estaba entre otros: Harold Alvarado Tenorio, Darío
Jaramillo Agudelo, Juan Gustavo Cobo
Borda y unos cuantos más. Juan Gustavo Cobo, tratando de ser amable con el
poetariado colombiano, les pregunta desde el fondo de un salón de té:
“Como escribir ahora poesía
por qué no callarnos
definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles”.
Sin embargo es Darío Jaramillo Agudelo
(l947) quien mejor nos ilustra acerca de la “generación sin nombre”, y del tono
generacional de la nueva poesía colombiana:
“Tu lengua, látigo sagrado, brasa dulce”
“Cuando se habla de la Generación sin nombre,
se suele mencionar muy a la ligera el nombre de Miguel Méndez Camacho (1942).
Grave error. Supo Miguel Méndez muy pronto que lo suyo era lo urbano, cantar la
exaltación del momento, volver lo efímero perdurable. Si Rogelio Echavarría con
“El Transeúnte” los nadaistas ya habían
abierto una nueva puerta de la poesía colombiana hacia una región desconocida
para ella, lo coloquial, atreverse a cantar a una ciudad sin maquillaje,
inventar una poética de lo sórdido y del milagro, fue con Mario Rivero quien
con “Poemas Urbanos” le dio carta de ciudadanía a este nuevo registro, aspecto
que sería de gran utilidad para el joven Méndez Camacho quien a su vez
consideró que cualquier asunto, inclusive el más amargo y cruel, por
antipoético que sea, puede alcanzar la estatua de la alta poesía”. (8)
La caricia es culpable
que
te vuelvas gacela y amazona
pantera en celo
potra
rebelde
paloma quejumbrosa,
Juan Manuel Roca (l946), que ya estaba
grandecito para enfrentarse al poema, nos salió al paso con “La mujer que lava
el agua”, y comenzó a deslumbrarnos con
el preciosismo de su magia surrealista de ambiente latinoamericano, entremezclando lecturas de ebriedad con Rimbaud e
imágenes oníricas con formulas secretas de Tralk. A partir de allí la poética colombiana se despierta en otra
cama y Juan Manuel Roca publica
“Fabulario Real”, donde dice cosas que sólo él ha visto en sueños:
“El colibrí era también otro temblor del aire”.
“El arte de Juan Manuel está definido por
la imagen, como responsable de la permanente transmutación de la realidad. Su
poesía es un fabuloso ejercicio de la imaginación, no sólo como creador, sino
también por la capacidad de su verso para someter al lector a las reglas
fantásticas de su universo poético, que sin embargo nos remite siempre a lo
bello o lamentable de nuestra condición de ciudadanos de la violenta realidad
del sueño. El resultado de leer a Roca es el de quedarnos atrapados en la
riqueza de posibilidades significativas de sus poemas, en la actualización de
sus muchos sentidos. Es tan fuerte su mundo mágico, poderosamente imaginativo y
onírico, tan visual y sensitivo, que uno podría olvidarse de que el poema está
hecho de palabras cuando entra a ser habitante de un país surreal. Que sigue
siendo el nuestro” (9)
Después de Roca comienzan a aparecer
poetas en todos los rincones del país, la mayoría apenas con buenas intenciones, pero otros,
muy pocos, con muchos aciertos. Ya no se
trataba de cambiar de oficio sino de reafirmarse en el oficio. Su verdad no era
otra que la poesía y echaban llamaradas por la boca, incendiándonos. El
porvenir comenzaba ahora mismo. Era como si los oficiantes del verbo se
hubieran reunido en un concilio para delirar
por la belleza. José Manuel Arango, “desde su primer libro, desde su
primer poema, parecía estrenar un mundo
e inaugurar un tono que serían, en adelante, inconfundibles. Lo melodioso de la
versificación, asordinada, como si fuese un efecto natural de las palabras, los
acentos casi disueltos en el fluir del verso, las aliteraciones sabiamente
dispuestas y atenuadas para evitar toda estridencia. Desde el primer poema,
unas constantes: temas, metros, acentos, imágenes. Cambia, si, Crece,
asimilando, incorporando nuevas sustancias. Conserva el timbre, la calidez de
una voz que conocemos y reconocemos, aun en los momentos en que ciertas
urgencias de lo inmediato lo obligan a hablar de sangre, de torturas, de la
muerte en la calle... La poesía de Arango no se torna protesta, si por tal se
entiende una opinión expresada en verso acerca de la situación del país. Fiel a
su poética, sus poemas son imágenes o relatos: aterradores, sin
embellecimientos que disimulen la crueldad, sin sublimaciones. Su poesía surge,
entonces, de lo preciso de la visión, de lo tenso del lenguaje. Y la protesta
queda en los labios del lector, no en el texto del poema” (10).
En medio de ese huracán de poetas que pretendían dejar su huella en
la década del 80, se oyó la voz de un fauno que vivía a la orilla del Sinú,
componiendo versos delirantes, comiendo mango biche y que se la pasaba
tirándole piedrecitas al fondo del
cielo. El acento visceral de su poesía era violento, tan corajudo y violento
como él solo. Sus versos nos adentraban en su delirio rompiéndonos la brújula
del destino. Iluminado como Rimbaud, loco como Artaud, sagrado como Blake.
Hablo de Raúl Gómez Jattin (l946 -1997). No estaba afiliado a ninguna escuela
ni creía en él mismo. Únicamente en la vida, si es que su vida pudo llamarse
eso: una tragedia. Es cosa de volverse loco.
“La poesía me ha deparado locura, pobreza y soledad. Pero también me ha
traído a mi vida ocio, amistad y gran alegría” me explicó una tarde. Yo no sé por qué a veces la vida y la
muerte nos parecen la misma cosa. ¡Yo no sé!
Airoso en su
galope
levantó la
mano armada
hasta su sien
y disparó:
suave
derrumbe
del caballo
al suelo
Doblado sobre
un muslo
cayó
y sin un
gemido
se fue a
galopar
a las
praderas del cielo
Jaime Jaramillo Escobar, con la misma sutileza de un jardinero de Dios, celebró
los versos de Raúl con estas
encendidas palabras que son pura dinamita: “Eres el viento, eres un
potrillo, eres el río que arrasa, no limitas con nada, no tienes cuñados en el
cielo, no tienes participación en la bolsa de valores, eres un bruto, eres
Atila, eres el mismísimo Adán, Dios en persona completamente loco deshojando
bosques y tirándoles las hojas al aire, eres el ciclón, la barriga pelada, el
escándalo furioso, todo lo que yo no soy ni hay aquí poeta que lo sea, eres el
fauno, el unicornio, el centauro, el volcán, eres el putas!” (l1).
“Los poetas que vienen después del auge del
nadaismo y que comienzan a publicar sus primeros libros a fines de la década
del 70, hablan de la generación sin nombre, la antipoesía, la poesía política,
la poesía de la imagen y la poesía en prosa. La utilidad descriptiva de su
clasificación alude más a influjos que al carácter específico de cada escritor.
Mediante su lectura podríamos detectar el influjo de poetas tales como Cavafy,
Borges, Octavio Paz, Lezama Lima, Ernesto Cardenal, Alejandra Pizarnik, los surrealistas, los beatnik, la más
reciente poesía latinoamericana, la vertiente latinoamericana del surrealismo,
y un desdén inexplicable por la tradición poética española. Flotamos, entonces,
en la luz, perdidos en el asombro de la dicha, incrédulos de que la felicidad sea por fin esa palabra
que podemos palpar como quien acaricia un cuerpo, tan resistente como
vulnerable, tan fragmentario como único” (12).
A lo largo de este viaje por la poesía
colombiana, he conocido a muchos poetas cuyas propuestas me asombran, entre
otros Giovanni Quessep, William
Ospina, Helí Ramírez, Víctor Manuel
Gaviria, Guillermo Martínez González, Rómulo Bustos, Fernando Linero, Horacio
Benavides, Winston Morales Chavarro, Felipe García Quintero, Ramón Cote
Baraibar, Juan Felipe Robledo, Federico Díazgranados y muchos más. La poesía es como un pez en un
espejo, una búsqueda incesante que todos
los días empieza. Los que leen poesía
con sentido crítico, a lo sumo pierden el tiempo porque la poesía se debe leer como un canto. Y el que no canta es que no es poeta o el
pájaro está muerto. A los malos poetas
los veréis siempre en todas partes, hasta dando declaraciones por televisión.
Guillermo Martínez González (l952), tan
sereno como los versos de Aurelio Arturo, sonoro como la voz de un hombre solo
vagando por los caminos de la noche,
hizo pública su “Declaración de amor a las ventanas” (l98l), y esto dijo en uno de sus versos,
solemnemente, como suelen ser los discursos cuando alguien se gradúa de poeta:
“Bebiéndome la
luna
ebrio de vinos
nocturnos
yo el
trasnochador
recorro la
ciudad hasta el alba
comiendo fábulas
en la sombra”.
Cuando a Gabriel García Márquez le dieron
el premio Nobel, lo mejor que pudo decir esa noche en que
casi toda Colombia estaba en Suecia, fue su discurso en honor a la poesía.
Porque todo lo que el hombre tiene de bestia y de humano está en la poesía.
Porque todo lo creado y lo imaginado y aún lo soñado está en la poesía. El
poeta es un dios como Prometeo y también
tan elemental como Francisco el hombre, capaz de soñar un mundo a su medida, no para competir
con Dios sino para dar testimonio de la vida, del cielo y del infierno,
acrecentando la fantasía, haciendo más grato
el universo humano. Porque sin
poesía no hay mar y sin el aire el pájaro no vuela. Cuando el arte está
domesticado no comunica ni crea nuevos mundos. La poesía toda debe
servirnos para completar la historia del
hombre sobre la tierra. El oficio del
poeta es hacer verdadera poesía. Si bien es cierto que nuestro es un país de
poetas, la verdad es que no hay tan buenos poetas como quisiéramos, pero los
hay. Búsquenlos en la provincia, en las páginas de las revistas marginales de
literatura y en esos libritos que aparecen
por ahí sin ganas de hacerle mal a nadie
Otro punto muy importante que hay que
destacar en la poesía colombiana, es la
existencia de una producción poética femenina, “particularmente valiosa
no solo como actitud sino que ya se concreta en realizaciones apreciables”,
como señala Juan Gustavo Cobo Borda. Ahí están
las voces inconfundibles de Laura Victoria, María Mercedes Carranza,
Piedad Bonnet Vélez, Orietta Lozano, Lucía Estrada, Lauren Mendinueta, Tallulah
Flórez, etc. Resulta innecesario
nombrarlas a todas aquí, pero cada una va por el mundo con su poema a
cuestas, con su verdad, con su
vanidad y sus sueños entretejidos con
telarañas y aburrimientos domésticos que nos ponen en contacto con una poesía
muy particular, con nombre propio, más intensa y más viril, si se quiere, que
la de tantos poemas supuestamente eróticos escritos por hombres. Veamos dos
semblanzas:
“La pirueta lírica de María Mercedes
Carranza (l945) causa tanto asombro como desconcierto. Una amplia cultura se
adivina detrás de estos versos sin bellezas formales pero con mucho talento
unido a un evidente sentido poético. Realista, amarga a veces, con angustia
real –contenida- ante la muerte, irónica –por contraste- ante las cosas
cotidianas, ha sabido buscar una vena poética muy original, personalísima, Es
muy auténtica en todo ello, incluso en su actitud ante el amor, que es en
realidad nueva dentro de la poesía más reciente. También son auténticas su
rebeldía, su insubordinación. Y, muy de cerca del nihilismo, se salva por su
confianza en la amistad y en el amor” (13).
“Como si nada las personas van y
vienen
Por las
habitaciones en ruinas,
Hacen el amor,
bailan, escriben cartas”.
Orietta Lozano (l956), quien pacientemente
ha venido ocupando un lugar honroso en la poesía colombiana, y más
exactamente, en la poesía erótica, toca
la cotidianidad de nuestras vidas con
una sutil aprehensión erótica, como si temiera hacernos daño, pero está probado
que el amor no hace daño, tampoco el erotismo. Orietta es transparente, así nos
desbarate la razón. Lo ha demostrado
en tres de sus poemarios: “Fuego
Secreto”, “Memoria de los Espejos” y “El
Vampiro Esperado”, como también en su novela “Luminar”. No sé si para entregarnos su
cuerpo, para gritar en la soledad de un
cuarto vacío o para desbaratarnos el alma, dijo en uno de sus poemas:
“La noche vuelve
secreta
a tentar mi
cuerpo
me penetra lenta
y suave
me abro
como una flor
nocturna”.
Octavio Gamboa, al referirse a la poesía
de Orietta dice: “Ella busca su sitio en la luz, sin preocuparse por lo que
pueda ocurrir más allá de la frontera de lo tenebroso. Por eso su poesía es
elevada y sencilla al mismo tiempo, ilógica y clara, llena de seres
transparentes y de oscuros gemidos nocturnos. Es una poesía que participa de
todos los dones del cielo y de la tierra y, yo no diría que está más cerca de
la felicidad que de la angustia” (l4).
La poesía está en todas partes, lo dicen
los que viven a la orilla del mar y los que viven en las altas montañas de los
Andes. Las voces de la poesía colombiana
son tan múltiples como sus imágenes. No me corresponde verificar el rumbo ni nombrar a
sus creadores ni alabar sus aciertos o desmentir sus desaciertos, sino tender un puente entre la poesía y los
poetas, para que la belleza y la vida
sigan su curso.
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21 – CUENTO
JUAN CARLOS VECCHI
(Olavarría-Buenos Aires-Argentina)
LOS HÉROES GRIEGOS: MITAD DIOSES, MITAD
ZAFIOS...
Al lado
de una puerta del Olimpo donde alguien clavó un cartel que dice “DIOSES”,
la mitología griega ha puesto en escena a un gran número de personajes de
segundo orden conocidos con el nombre de “héroes”.
Seres
superiores al común de los cualunques por sus hazañas o por sus virtudes, los
cuales lograron -gastando una fortuna en promociones y avisos publicitarios-,
ser considerados como semejantes a dioses. Eran hijos de un dios y de una
simple mujer, y se sabe de un solo caso en que la madre fue una diosa y el
padre un simple mortal. Tal cual el caso de Eneas, nacido de los amores de la
diosa Afrodita, aquella que surgió de la media mitad de Urano arrojada al mar
junto a su hermana Lombrisa, y Anquises. Anquises trabajaba como cajero en un
banco de Troya y más allá del hecho que jamás un cliente se quejó por su
atención (e incluso algunos parroquianos afirmaron que Anquises era incapaz de
quedarse con una moneda del cambio), no se le reconoce ninguna virtud
significativa. Podía recorrer la distancia entre su morada hasta el banco, unos
450 metros, en tres minutos. Sin correr, a paso de cigüeña. Pero, además de lo
ridículo que se lo veía, este habitual comportamiento no se consideraba como
una proeza. También debemos considerar la vestimenta que Anquises utilizaba en
su trabajo: sábana plegada, sandalias de pescador, medias tres cuarto y una
corbata anudada a su cuello: Anquises no era un dios para nada.
En Homero
los héroes son más bien hombres que se han distinguido por su fuerza, su valor
o su sabiduría. Por ejemplo, Sísifo, hijo de Eolo y de María Romina Gutiérrez
de Espinosa, fundador de Efira, la antigua Corinto, fue capaz de demostrar su
condición de héroe: ordenó colocar a doce elefantes en fila india y una vez que
la docena de paquidermos se dispuso de acuerdo a su mandato, se paró orgulloso
frente al primero de la fila, y dirigiéndose a la multitud presente, exclamó:
"Pero, oh bestias populares... ¿a quién diablos se le ocurre que yo
pueda comerme toda esta carne?". Evidentemente, Sísifo, poseía una gran
sabiduría.
Otro
ejemplo de héroe, según la concepción que de ellos tenía Homero, fue
Belerofonte, hijo de Glauco, rey del Epiro, y de Roxana Miloja, costurera de
Macedonia. Belerofonte, logró derrotar a un pulpo en una serie completa de ocho
pulseadas. Por su hazaña, si bien las crónicas antiguas nunca pudieron
determinar si en realidad Belerofonte doblegó al pulpo porque los cefalópodos
carecen de codos, el héroe del Epiro, a partir de entonces, fue reconocido como
uno de los más vigorosos.
Y Fauno,
hijo de Pancracio y nieto de Saturno, de Marisa Ponce, también nieto de Doña
Rosaura, considerado como uno de los primeros reyes de Lacio. Fauno fue un
super- desarrollado desde el punto de vista fecundante. Bajo el nombre de
Lupercus, tenía un templo en el Palatino donde se realizaron las primeras
donaciones de esperma en forma masiva.
En
cambio, Hesíodo, generaliza la idea del superhombre de acuerdo a su origen.
Según Hesíodo los héroes provendrían de la cuarta generación de hombres
místicos. Es decir, la generación que conoció la guerra frente a los muros de
Troya y la lucha junto a Tebas. En esta época, efectivamente, dioses y hombres
simples vivían en la mayor intimidad. Algunos de ellos, compartiendo el mismo
lecho. Otros, combatiendo codo a codo, frente al defensor troyano. Tal fue el
caso de los hermanos siameses Eurialo y Tomás, el primero dios y el segundo
vulgar jardinero. Para ellos, durante uno de los innumerables ataques a Troya,
el destino actuó de manera irónica e irremediable. Porque Eurialo fue batido
por una lanza troyana y Tomás finalizó la sangrienta contienda con una curitas
en la frente. Esta desgracia a medias obligó a Tomás, por el resto de su vida,
llevar a la rastra a su hermano fallecido a donde fuera. Por supuesto, también
arrastraba por el piso la lanza clavada. (detalle anecdótico: si bien a Eurialo
no pudieron enterrarlo por razones obvias, nunca le faltaron flores gracias al
trabajo de Tomás).
Ahora
bien, el culto que se rendía a los héroes se distinguía en muchos aspectos del
que se tributaba a los dioses. Antes de degollar las víctimas ofrecidas a
los héroes se inclinaba hacia la tierra la cabeza del animal quedando su rabo o
cola apuntando hacia la lostananza, mientras que en los que se hacían en honor
de los dioses la cabeza del animal se doblaba hacia el cielo, y desde el rabo
que apuntaba hacia la tierra, se podía observar que salía un cable hacia esta
última. Se temía algún tipo de descarga a causa de la carga eléctrica que
solían poseer los dioses con sus tridentes, sus rayos y relámpagos
acostumbrados.
Los
animales ofrecidos en sacrificio a los héroes eran el toro, el carnero y a
veces el caballo. En ocasiones, la musaraña enana. Incluso, si el homenajeado
no había hechos grandes hazañas en vida, se le ofrecía un quelonio. Todos los
animales debían ser negros. Al quelonio lo pintaban negro. Además, debían ser
peludos o lanudos. Al quelonio le pegaban los pelos o la lana en su caparazón
con pegamento. Podían ser de corta estatura y ahí andaba bien el quelonio.
Cornudos, si nos referimos al toro. Esquilados, antes del verano, si era un
carnero. Nadie podía tocar la carne del animal sacrificado hasta que la quema
de la víctima era completa. Entonces, los presentes podían tocar el suelo.
Cuando el animalito sacrificado era un quelonio, nunca faltaba el que salía
corriendo al grito de "¡por fin tengo un plato sopero!".
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22 – POESÍA AMERICANA
ARABELLA
SALAVERRY
(Sabanilla-San
José-Costa Rica)
SÓLO
EL AMOR
Se han regado
las constelaciones por el suelo
iluminan el mapa difuso de la tierra
Impávida la noche
se refleja en sí misma
Hay voces que acuden
desde irreflexivas galaxias
marchan tropezando con cruces encendidas
Escuchas atiendes
salta solitario ese aterido rumor
dibujas espejos
para conjurar soledades
Miras oteas
se desliza una interrogación
que no termina
Allá arriba
ya no habitan estrellas
las voces se pierden
envueltas en sudarios
y todo vacío
y todo vértigo
Entonces sólo el amor te salva
de las oblicuas profundidades
del azogue
Te asomas a las estelas anónimas
de un cometa
siembras vértigo
pero el amor allí
Sólo el amor te salva
Al bordear las simas siderales
de la ausencia
sólo el amor te salva
Cuando te miras en agujeros negros
sólo el amor
solo el amor te salva
Solo el amor
solo el amor te salva
del espanto
Se han regado
las constelaciones por el suelo
iluminan el mapa difuso de la tierra
Impávida la noche
se refleja en sí misma
Hay voces que acuden
desde irreflexivas galaxias
marchan tropezando con cruces encendidas
Escuchas atiendes
salta solitario ese aterido rumor
dibujas espejos
para conjurar soledades
Miras oteas
se desliza una interrogación
que no termina
Allá arriba
ya no habitan estrellas
las voces se pierden
envueltas en sudarios
y todo vacío
y todo vértigo
Entonces sólo el amor te salva
de las oblicuas profundidades
del azogue
Te asomas a las estelas anónimas
de un cometa
siembras vértigo
pero el amor allí
Sólo el amor te salva
Al bordear las simas siderales
de la ausencia
sólo el amor te salva
Cuando te miras en agujeros negros
sólo el amor
solo el amor te salva
Solo el amor
solo el amor te salva
del espanto
CARMEN
HERNÁNDEZ PEÑA
(Ciego
de Ávila-Cuba)
CINE
DE ENSAYO
Esa
mujer tan triste bebe una cerveza tras otra, y cuando se terminan las cervezas,
el dinero, llora, se bebe las lágrimas que con una pizca de lúpulo y cebada,
serían tan buenas como las que tomó toda la tarde.
Perece
que esa mujer estuvo en Sarajevo arrojando granadas contra los enemigos, que
aún no se sabe quiénes son. Es tan triste la guerra, el camuflaje, una nueve
milímetros, que sólo sirve para ser apoyada en el cielo de la boca del dueño de
la boca y de la mano. Infinitamente menos de un segundo. El disparo. El gris
simulador manchando las paredes.
Después, dulce, la muerte.
Pobre
Marlon Brando, muerto. Su piel de víbora colgando de un perchero; la gabardina
de Corleone, mercada al estilo del prepucio de Cristo, distribuido en siete mil
ochocientos noventa y cuatro relicarios por los seis continentes, si tenemos en
cuenta que la mar es un continente donde navegan trasatlánticos piadosos. En
Sicilia, los botones de la gabardina valen un millón cada uno. La Yakuza
organiza un comando suicida por sólo la solapa. A Yasser Arafat no le pudieron
arrancar de las garras el bolsillo derecho, en el que Don Vito guardaba las
monedas. Cuánta falta hubiera hecho a Patrice Lumumba un fajo de billetes. Los
brujos congoleses habrían conjurado la sequía. Pero Brando, con penacho de
plumas, a los pies del tótem, tan muerto y tan ajeno.
Veo
los pensamientos de la mujer muy triste, parece mujer de ghetto. Pero en
verdad, la mujer de ghetto soy yo. Ella sólo está triste y bebe una cerveza.
(camino de Santiago)
En
la tierra firme hay caminos que llevan a Santiago
pero
yo vivo en una isla donde los caminos polvorientos
conducen
a otros caminos polvorientos
que
se abren al mar.
No
hay en mi isla caminos que lleven a Santiago
para
hacerme una santa o una bruja en los senderos salvajes
o
en los ríos
siempre
a los pies del santo que a lo mejor no se llamó Santiago
ni
era santo.
Tal
vez Santiago fue un guerrero celta
que
sacrificaba toros blancos junto al sagrado roble
y
cortaba con una hoz de oro las ramas de muérdago y acebo.
—Me
empeño en verlo con sus vestidos blancos
como
una luz plateada desafiando a los lobos—.
Quiero
arrancar su túnica y su espada
en
las primeras lloviznas del otoño
—aunque
dicen que en Santiago llovizna tenazmente
no
importa si en otoño o primavera—.
Las
lloviznas de otoño
arrastran
el polvo de las rosas, de las flores silvestres,
el
polvo cruel que inunda los veranos.
Comienzo
a hablar entonces de mi isla, no de Santiago
y
de unas rosas que no he podido ver
aunque
«una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa»
pero
no me inmovilices en las rosas
porque
nada tengo yo que ver con ellas.
Evócame
en el muérdago, el guijarro tenaz
que
inunda los caminos.
Qué
más da que viva en una isla
o
que en el mar no haya caminos que lleven a Santiago
si
cada quien es el camino.
CONFESIONES
DE UNA PROSTITUTA
I
[...] a orillas del Támesis [...] la primera vez que un
hombre me tuvo entre sus brazos [...] Arthur [...] estudiante de
literatura. Grave era su voz, azules sus ojos. Pero me desgarró como a una
liebre. El miedo anidó en mi corazón[...] odié a los hombres todos, por su
brutalidad, por sus olores [...] mi padre llegó a casa borracho, yo
estaba sola [...] cayó sobre mí como una
tromba, y lo maté a navajazos, sin que mis manos temblaran ni mi corazón cesara
en su latido [...] huyendo varios meses
por los campos. Muerta de hambre y de frío, regresé a Londres [...] me dio la mano en los
que pensé serían mis últimos momentos [...] gentil, un caballero. Me llevó hasta una
casa humilde, y allí me dio de comer y de beber, y me compró vestidos y [...] sin pedir nada a cambio. Volví a ser la mujer
hermosa [...] Una noche mi señor
llegó asustado y cubierto de sangre, «Marie, Marie, te amo, pero nunca más me
miraré en tus ojos», y salió. [...] me lancé a la calle, a
prestar mis caricias por algunas monedas. Mientras los hombres usaban mi
cuerpo, yo miraba a lo lejos con los ojos cerrados y pensaba en [...] que me salvó del frío,
en sus manos tan blancas, en sus olores a heno y a lavanda [...] mientras me desgarraban
como a la misma liebre que he sido y que seré, veía solamente el brillo de sus
ojos.
II
[...] horror acometió a las
mujeres de mi oficio. Un loco [...]
en las callejuelas, las destazaba como a bestias. No sólo les quitaba la
vida, que es lo de menos, sino [...]
Aquella tarde, me fui temprano a casa. Era noviembre y un viento helado
arrasaba Londres y [...] dormida cuando alguien
cayó sobre mi cuerpo [...] arrancaron las sábanas
con las que me cubría [...] una boca lamió mis
pezones [...] vida entera en esa boca
[...] gimió sobre mi cuerpo.
Me aplastó dulcemente, todo él dentro de mí [...] ganas de llorar, de cantar, de hacer una
oración, no al Dios de la Reina Victoria, sino a los otros dioses que invocaba
mi madre en las piedras del bosque [...] nunca antes sentí que vivir valía la
pena [...] me besó, apenas
rozándome los labios, apenas enredando mi lengua con la suya [...] escasa luz que entraba,
pude entrever sus manos [...] aquellas que tanto
conocía [...] habló ahogado por un
llanto más excitante incluso que su cuerpo desnudo: «Perdóname, Marie, no
podría evitarlo». [...] me cortó limpiamente el
cuello, como a una cierva, como a una liebre [...] sangre se escapó y mojó
las sábanas, y sus ropas y sus manos, y él bebió de mi sangre como un niño que
bebe leche del seno de la madre [...] yo miraba desde arriba, absorta [...] toda la pasión [...] no en la calle, como a
las otras, vagabundas, que no conocieron [...] pero lo espero para morir miles de veces
más, siempre en sus brazos.
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23 – ENSAYO
PABLO
MONTANARO
(Neuquén-Neuquén-Argentina)
FIEL
COMPAÑERA DE UN VIAJE LITERARIO
En
“La historia de mi máquina de escribir”, el novelista Paul Auster rescata esa
relación de fidelidad que lo une a su Olympia, que ha utilizado desde la década
del ’70 para escribir sus mejores novelas, relatos y poemas. Los textos de este
bellísimo libro reeditado por Seix Barral (la primera edición data del año
2002), son acompañados por los dibujos de Sam Messer, pintor que consiguió
plasmar la fascinación que siente por la máquina de escribir, el autor de “La
música del azar”. Según Auster, el pintor logró convertir un objeto “inanimado”
en un “ser con una presencia en el mundo”.
Mientras sus amigos se sumaban a la era digital, Auster continuaba aferrado a su Olympia portátil (fabricada en Alemania Occidental, que en 1971 le costó 40 dólares), desoyendo las advertencias de la pérdida de tiempo que significaba estar tecleando. Y esgrimía una justificación: “Yo empecé a parecer un enemigo del progreso, el último pagano aferrado a las antiguas costumbres en un mundo de conversos digitales".
Los retratos de la máquina, sus teclas, los ojos de Auster, cigarrillos, papeles, lapiceras aparecen desplegados en este libro de la mano de Messer, que obliga al escritor a ver de otra manera a esa vieja compañera de escritura y confidente de sus relatos de toda una vida.
También aparecen a lo largo de este relato, los problemas con los que el autor empezaba a enfrentarse, “presintiendo que se acercaba el final” de esa relación. Así fue que encargó de Kansas City cincuenta cintas para su Olympia que, de esta forma, se convertía “en uno de los últimos artefactos que aún quedaban del homo scriptorius del siglo XX”.
Auster describe todos los lugares en donde, durante más de un cuarto de siglo, esa máquina de escribir estuvo siempre a mano: Manhattan, Nueva York, Brooklyn, California, Maine, Minnesota, Massachusetts, Vermont… Y siempre esa fiel compañía a pesar de que la consideraba anticuada. Una “reliquia de una época que rápidamente está desapareciendo de la memoria” y que ha “desgranando con aire entrecortado su música antigua y familiar. Letra a letra, he ido viendo cómo escribía estas palabras”.
Mientras sus amigos se sumaban a la era digital, Auster continuaba aferrado a su Olympia portátil (fabricada en Alemania Occidental, que en 1971 le costó 40 dólares), desoyendo las advertencias de la pérdida de tiempo que significaba estar tecleando. Y esgrimía una justificación: “Yo empecé a parecer un enemigo del progreso, el último pagano aferrado a las antiguas costumbres en un mundo de conversos digitales".
Los retratos de la máquina, sus teclas, los ojos de Auster, cigarrillos, papeles, lapiceras aparecen desplegados en este libro de la mano de Messer, que obliga al escritor a ver de otra manera a esa vieja compañera de escritura y confidente de sus relatos de toda una vida.
También aparecen a lo largo de este relato, los problemas con los que el autor empezaba a enfrentarse, “presintiendo que se acercaba el final” de esa relación. Así fue que encargó de Kansas City cincuenta cintas para su Olympia que, de esta forma, se convertía “en uno de los últimos artefactos que aún quedaban del homo scriptorius del siglo XX”.
Auster describe todos los lugares en donde, durante más de un cuarto de siglo, esa máquina de escribir estuvo siempre a mano: Manhattan, Nueva York, Brooklyn, California, Maine, Minnesota, Massachusetts, Vermont… Y siempre esa fiel compañía a pesar de que la consideraba anticuada. Una “reliquia de una época que rápidamente está desapareciendo de la memoria” y que ha “desgranando con aire entrecortado su música antigua y familiar. Letra a letra, he ido viendo cómo escribía estas palabras”.
Un
ruido que jamás se olvida
En una entrevista a fines del año pasado, Paul Auster aseguró que sólo usaba la computadora para escribir sus guiones cinematográficos, “porque no me gusta cómo es el teclado de la computadora al tacto”.
El escritor estadounidense consideró que su vieja máquina de escribir tiene “cierta resistencia” y además porque todo el tiempo “está desarrollando mis músculos mientras que la computadora lastima mis manos porque no hay resistencia en las teclas”.
Grandes obras maestras de la literatura universal fueron elaboradas con máquinas de escribir como la Olympia de Auster o las Underwood y Remington. Para muchos escritores aquel ruido al teclear las máquinas de escribir es uno de los sonidos más hermosos que existen. Así lo reflejó otro estadounidense, Don DeLillo, quien confesó que “la materialidad de un tecleo tiene un peso, es como si usara martillos para esculpir las páginas; es como si labrara el mármol, me gusta ver las palabras y las frases cuando van tomando forma”.
En una entrevista a fines del año pasado, Paul Auster aseguró que sólo usaba la computadora para escribir sus guiones cinematográficos, “porque no me gusta cómo es el teclado de la computadora al tacto”.
El escritor estadounidense consideró que su vieja máquina de escribir tiene “cierta resistencia” y además porque todo el tiempo “está desarrollando mis músculos mientras que la computadora lastima mis manos porque no hay resistencia en las teclas”.
Grandes obras maestras de la literatura universal fueron elaboradas con máquinas de escribir como la Olympia de Auster o las Underwood y Remington. Para muchos escritores aquel ruido al teclear las máquinas de escribir es uno de los sonidos más hermosos que existen. Así lo reflejó otro estadounidense, Don DeLillo, quien confesó que “la materialidad de un tecleo tiene un peso, es como si usara martillos para esculpir las páginas; es como si labrara el mármol, me gusta ver las palabras y las frases cuando van tomando forma”.
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24 – MICROFICCIONES
J.
M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
DE
BIBLIOTECAS
Halló
al fin el volumen de Centurias, de Nostradamus. Ajado, roto en muchas de sus
páginas, deslomado. Manos que lo han maltratado, sin duda, o muchos lectores a
través de los años. Buscó el capítulo de las astrologías remotas. Había páginas
arrancadas. Se preguntó qué significado tenían esos apremios. No obtuvo
respuesta alguna. En cambio, cuando consultó
los libros de los hijos del astrólogo, César y Miguel, de su hermano
Juan, advirtió que estaban intactos, con páginas sin esfoliar…También el
misterio está escrito.
El
monje Lucas de Calatrava piensa en la oquedad del silencio. Silencio siniestro,
que le es familiar desde hace décadas.Desde hace décadas siente la presión de
las estanterías,
en
el ámbito de las ediciones secretas.De este lado, los incunables miniados a
mano, crujientes de pergaminos, con
capas de polvo. Del otro, los primeros hijos de la imprenta, las Biblias
y el Salterio, las ediciones de Juan Fust, de Schöffer, las del afamado
Gutenberg. Las palabras de unos y otros
se enfrentan, abren batalla en la gran biblioteca de Maguncia, gritan en sus
gargantas vacías.El monje suspira hondo y suspende -por la eternidad de un
minuto- el destino de los libros.
Los
estantes vacíos denuncian una conjura. Alguien ha sacado los volúmenes, cientos
de volúmenes. En el círculo de lectores nadie osa hacer un vaticinio. Hasta los
bibliotecarios han desaparecido. Y en la calle, los murmullos son inaudibles.
Anoche, frente a la fogata inmensa e imprecisable, todos ahogaron el grito.
Todos ahogaron el grito, hoy también, cuando las estanterías volvieron a
cubrirse de los libros de siempre. Junto a los impertérritos bibliotecarios de
siempre.
Soy
el único lector. El de las tardes. El que no requiere de bibliotecarios. Llego,
acomodo mis cosas y saco de allí, donde me aguarda al alcance de mis manos, el
tomo en que están reunidas las Dulcineas de la literatura, desde aquélla del
Toboso. Todas me esperan con impaciencia. Y con todas, con cada una, hago el
amor.
HILOS
DE ARIADNA
No
te busqué. Es cierto, no te busqué porque en mi cabeza alentaban otras ideas.
Pensaba tomar un barco sin rumbo y llegar a alguna isla donde no me encontrara
nadie. Pero no se dio ni lo uno ni lo otro. En cambio, tú me encontraste. Sí,
me encontraste en el preciso momento en que la policía cerraba mis pasos y tu cuerpo, tu cuerpo exánime, era la mejor
prueba de mi ira incontrolada.
El
tesoro buscado estaba allí, donde lo marcaban los mapas. Mezcla de desilusión y
de bronca los inunda en lo más hondo. Después de veintidós años, en sus manos
las monedas de cobre, los bronces herrumbrados, los jirones de vestidos de
seda. Y una espada rota. Y un astrolabio sin aguja. Cierran el cofre y lo devuelven al mar. Para
que lo busquen otros.
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25 – POESÍA AMERICANA
CARLOS LUIS IBÁÑEZ TORRES
(Pamplona-Colombia)
PIEL ADENTRO
SEGUNDA PIEL
ANIVERSARIO
Sentado en la mesa vacía de mis sueños
sorbo a sorbo he gastado el vino de los años
Ausente convidado al festín de las cosas
en la copa del día me bebo lentamente.
LO QUE YO SÉ
Sé de la noche que transita el rostro
de las manos que tejen sueños
de los ojos que ven pasar los años
de horas que caen como piedras
de niños que colorean sombras
de hombres que abultan
el silencio de su desgracia
Sé de una ciudad donde a diario
nos demuele la vida
Y que existo en ella sin remedio
MELANCOLIA
Firme
su pie sobre el pedal,
atentos
sus ojos a cada puntada,
centímetro
a centímetro,
me
enseñó mi madre a confeccionar la vida.
Juntos
ella y yo
viajamos
por el mundo,
tardes
enteras,
noches
completas,
fabricando
sueños,
cortando
tristezas,
hilvanando
esperanzas,
devanando
silencios.
A
bordo de su antigua máquina;
de
su inolvidable máquina de coser
POEMA ALREDEDOR DEL FUEGO
Hay un extraño hilar
de cosas viejas
Te oigo girar apresuradamente
Corazón, Corazón ebrio
Tu licor quema mi sangre
Deja de girar apresuradamente
Corazón
Mi vida cuelga de, ti hecha llamas
DANIEL
MONTOLY
(Montecristi-República
Dominicana)
EL AMANTE LEJANO DE VIRGINIA WOOLF
Las últimas horas de Virginia Woolf
no fueron suyas, tampoco
aquel espíritu censor
que se comió el blanco de sus ojos.
Y quiso escribir un soneto amoroso
como William Shakespeare
para quebrar el mito de la inocencia
apoderádonse de su tiempo
pero el viento de aquel valle
odia a los poetas con la tenacidad
de relámpago pagano.
Prefiere a hombres con manos rudas,
ojos de alfileres y con aliento
a cebolla agria.
Las últimas horas de Virginia Woolf
no fueron suyas, como tampoco
lo serán estas palabras.
ELLA BAILA SOLA.
Y ellos me deprendieron
la última gota roja
del vientre
con estrépitos
de balas
en los dientes
ensangrentados
llevándoselo
con la fuerza
espartana
de sus uñas.
Su sangre
que se hizo carne
con mi forma
desprendida
del aliento
materno
de estos muslos
temblorosos.
¿A cuál deriva
me arrastrará
el consuelo
dedicándome
canciones
de latimera
utopía masoquista?
Estas lágrimas
despojadas
de signos
húmedos
convertidas
en azufre negro
para que
no haya perdón
en sus olvidos
o silencio
con alas volubles
dentro
de sus vidas.
No permitiré
que
por ingenuidad
la lluvia arrase
mi dolor
lavando
las arrugas
de los verdugos
asesinos
de mi útero.
Yo seguiré bailando
con la soledad
en esta plaza
con astillas de llovizna
clavadas en mis pies
desnudos.
ROMANCE CON UNA MUJER PÁJARO
Le firmé
el contrato, para no oirla resabiar
como las nubes
de aquel Septiembre negro
pero la tregua duro muy poco
sólo lo suficiente
para encontrar a otra
que gimiera más que ella
como las nubes
o como su pájaro.
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26 – ENSAYO
CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)
BUENOS AIRES: “SERÁ POR ESO QUE LA QUIERO TANTO”
Asalta la
mirada aquella Buenos Aires con sus barrios viejos y seductoras callecitas, con
su gran río de tantas extranjerías y llegadas, testigo de músicas, nostalgias,
melancolías.
La primera vez que la visité, sentí la ciudad envuelta en un verano
interminable. La vi llena de infinitos papeles arrojados desde altas
edificaciones. Alguien dijo: “Hoy es 30 de diciembre”, y explicó el suceso:
“Cada oficina lanza desde las ventanas documentos burocráticos, los aburridos
memorandos de todo un año”. Era diciembre. En un viejo hotel de la calle Juan
Domingo Perón, mi mujer y yo sentimos bajo el sopor de esos días la magia de la
extraña y bella Buenos Aires. Ahí estaba con sus leyendas, una y otra vez
leídas o escuchadas, sobre sus audaces poetas y cantores de arrabal, de
viajeros, exilios y destierros.
Es tan difícil descifrarte Buenos Aires; tan injusto definir tus
múltiples olores en frase alguna. Sin embargo, allí están tus barrios: La Boca,
San Telmo, El Abasto, Palermo, Belgrano, ambiguos y únicos, con calles que
cargan todo tu origen. Todavía se escuchan las voces del recién llegado de
ultramar, sus lentos y melancólicos pasos por el empedrado. Aún se oyen los
recuerdos de viejos marineros, de mujeres hermosas llegadas de lejanas
comarcas. En los míticos lugares del tango y la milonga, en tus arrabales y
conventillos, viven legendarios cantores, músicas de tristes patrias, tonadas
de ausentes, presencia de un amor en la memoria.
Desde el malecón observo oxidados buques, encallados en un antiguo
puerto. ¿De qué soñados y dolorosos países llegaron con su carga de música,
sabores y paisajes? Muchos descendieron para vivir, amar y enterrar aquí sus
huesos. Su imagen palpita todavía en esta nativa y extranjera provincia,
calidoscopio de trágica belleza.
Tan extraña y misteriosa eres Buenos Aires. Así te llamó Manuel Mujica
Laínez al descifrar tu secreta historia. Sensual e ingrávida como una danza de
tango; real y violenta como tu duro pasado. Y ahora estás ante mis ojos,
mirándome en los ojos de todos, paseando conmigo por Sanjuán y Boedo, por todo
el cielo, contorneándote como una muchacha, terrible y seductora igual a un
ángel de pie.
Entonces, recuerdo unos versos: No
nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto.Son del
viejo Borges, el iluminado. He pronunciado en voz alta el poema de este lúcido
ciego, y me he detenido en una esquina de la Calle Corrientes, la misma por la
cual Alejandra Pizarnik deambulaba solitaria, padeciendo estos lugares del
centro, diciéndose: Es que ¡Oh
señor! Yo no soy una muchacha: soy un muestrario de los pecados capitales; repitiéndose una y otra vez, indudablemente el mundo externo es
una amenaza, cuando buscaba aquella poesía que dijera lo indecible, un
silencio, una página en blanco.
Alejandra ¿hacia dónde vas Alejandra? Esta lúgubre manía de vivir/ esta
recóndita humorada de vivir/ te arrastra Alejandra no lo niegues./ Hoy te
miraste en el espejo/ y te fue triste/ estabas sola/ la luz rugía el aire
cantaba/ pero tu amado no volvió.
Sí, Alejandra, tú lo habías escrito. Estabas Cansada del estruendo mágico de las
vocales/ Cansada de inquirir con los ojos elevados/… Cansada de aquel amor que
no sucedió/… Cansada de la insidiosa fuga de preguntas/… Cansada de abrir la
boca y beber el viento/ Cansada de sostener las mismas vísceras/… ¡Cansada de
Dios!/ Cansada por fin de las muertes de turno/ a la espera de la hermana
mayor/ la otra la gran muerte/ dulce morada para tanto cansancio.
Te observo pasar fugaz por Callao y recuerdo cómo peleaste con las
palabras como si fueran tu propia muerte. Te encargaste de hacerlas presentes,
visibles después de tu partida. Sabías que demasiada angustia hace que las palabras se suiciden. Tú, la siempre rebelde, entendías
que la rebelión consiste en
mirar una rosa/ hasta pulverizarse los ojos. Y los pulverizaste en una gran
explosión de amor, llena de miedos y de soledad, de mucho extravío, buscando,
excavando en las palabras sin llegar a ninguna parte. Nadie apagó el furor de
tu cuerpo elemental. Sólo tu suicidio en septiembre de 1972; sólo las lilas y
ese sueño infantil con huérfanas muñecas, te acompañaron en el traumático
viaje. Lo escribiste, como suplicando desde el fondo de tu herida: Señor/ La jaula se ha vuelto
pájaro/ y se ha volado/ y mi corazón está loco/ porque aúlla a la muerte/ y
sonríe detrás del viento/ a mis delirios// Qué haré con el miedo/ Qué haré con
el miedo (…) Señor// Es el desastre/ Es la hora del vacío no vacío/ Es el
instante de poner cerrojo a los labios/ oír a los condenados gritar/ contemplar
a cada uno de mis nombres/ ahorcados en la nada. (…) ¿Cómo no me suicido frente
a un espejo/ y desaparezco para reaparecer en el mar/ donde un gran barco me
esperaría/ con las luces encendidas?
Ahora las lilas colorean vientos y todavía hay mucho abismo como el
que abarcaste, mucha pesadilla en la luz, sombras muertas petrificadas en los
muros.
Alejandra, Alejandra ¿Hacia dónde vas? La muerte siempre al lado,
decías, todo para morir de tanta vida. Nadie te ocultó del combate ni las
mismas palabras. Vieja niña con tu camisa en llamas. ¿Quién te entiende ahora?
¿Quién lee tu misterioso y sombrío abecedario? ¿Quién recita tu poema de
ausente, tu jardín prohibido?
Pasas efímera por estas callecitas porteñas como una niña de tiza rosada en un
muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia…Como quien no quiere la cosa.
Ninguna cosa. Boca torcida, párpados cosidos… Adentro el viento. Todo cerrado y
el viento adentro”. Y vas
diciendo: “Toda la noche
escucho el llamamiento de la muerte, toda la noche escucho el canto de la
muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama… La
muerte es una palabra.
Alejandra, Alejandra ¿a dónde vas Alejandra?
Con ella me voy por los rinconcitos y los bares ocultos, dejándome
guiar por Diego Molinas, un joven amigo porteño que cuenta otras historias de
dolor, de torturas y asesinatos. De repente una placa nos recuerda al chico y a
la chica desaparecidos en esta esquina por la nefasta dictadura de los
militares. En cualquier lugar, en los galpones y sitios donde se instauró el
tormento, los argentinos han levantado símbolos al no olvido, a un “nunca más”,
con la confianza de que la justicia esta vez será cierta o no lo será. “Memoria
y justicia” dice la voz del amigo que nos relata tanto dolor comunitario;
“memoria y justicia” se oye en las bocas de los que padecieron las heridas.
En la Plaza de Mayo todavía las madres buscan a sus hijos convertidos
en humo de tirano.
He aquí tu ambigua figura Buenos Aires, dolorosa y fugaz, trágica y
hermosa, con esa cicatriz que aún te desangra.
Dejarse ir por esos rinconcitos del “qué sé yo”, de seducción y
peligro. Dejarse ir sin queja alguna y decirte: Buenos Aires, eres nostálgica
como una zamba, como un tango, una milonga; así te vivimos desde el primer día;
así te sigo cantando cuando te abrazo y poseo.
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27 – CUENTO
MÓNICA
RUSSOMANNO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)
JEROGLÍFICOS
Un
hombrecito moreno sostiene un pincel con pintura negra. Debe pintar un ojo en
el muro. Ha visto, en su vida de artista observador, miles de ojos diferentes,
con los párpados arqueados, arrugados, escondidos, con el iris marrón oscuro,
claro, con intrincadas venitas rojas, con destellos amarillentos o verdosos;
ojos oblicuos, pequeños, enormes, separados o extraordinariamente juntos; ha
notado asimetrías y formas puras o mezquinas. Ha visto miles de ojos con sus
particularidades y miradas diferentes.
El
hombrecito sostiene con firmeza el pincel, y con absoluta seguridad pinta un
ojo lineal, simple y claro, idéntico al que pintaba su padre, su abuelo, su
bisabuelo. Está, él mismo, enseñando a su hijo la exacta manera de representar
un ojo.
Ana
sale de su casa, suena una musiquita, y sabe por ella que su amiga Laura le ha
mandado un mensaje. En la pantallita aparece la imagen de un animalito
llorando, se ven las lágrimas que rodean su cabeza. Laura está triste. Ana le
envía la imagen de un arcoíris entre nubecitas, las nubecitas nítidamente
dibujadas con las curvas de una mano infantil.
Ana
va a desayunar, mira las fotografías de los combos que se ofrecen, y señala a
la empleada el combo cuatro. El combo cuatro consiste en un café con leche, una
medialuna y un vasito de jugo de naranja, todo ello claramente representado en
la fotografía.
El
hombrecito moreno en un solo movimiento delinea eficientemente el ojo tal y
como el ojo debe ser. Renunciando al desmesurado ojo de Picasso, al imposible
ojo rojo y azul de un artista fauve, al ojo naturalista de Dalí, que coloca la
realidad en medio del sueño. Renuncia al ojo estilizado de Giotto y al ojo de
violento claroscuro de Caravaggio. Renuncia, el hombrecito moreno, a su propia
experiencia para ceñirse a un lenguaje fijo, inmóvil y pautado. Pinta con
incomparable precisión el mismo ojo. Exactamente el mismo ojo que el lenguaje
oficial del faraón requiere, establecido por los sacerdotes y avalado por la
tradición del imperio, que fija el tiempo deteniéndolo en un único instante,
retiene las estrellas y asegura que el orden del mundo sea eterno e invariable.
Ana
no necesita preguntar nada a nadie. Un cartel le indica la parada del autobús,
las flechas en las paredes le marcan el camino, un tenedor le dice que hay un
restaurante en esa dirección, un hombrecito y una mujercita esquemáticos le
aseguran que por allí hallará baños.
Hemos
vuelto a una esquematización del mundo. La infografía se va normalizando hasta
constituir el verdadero lenguaje universal. Simple, claro, eficaz. Más
extendido que el inglés, carente de complejidades. Expone verdades indudables y
lima las desagradables aristas de la variedad de los seres y los objetos.
Ana
sabe poner el dedo en un botón ficticio de su pantallita cuando suena una
música, sabe que una nota anuncia que el ascensor llegó al piso cinco, sabe
quién es el héroe, el villano, el personaje gracioso o la mujer bella. Todo eso
se desprende con suma facilidad de unas cuantas notas indicativas en el rostro
y la vestimenta.
El
pintor de hace cuatro milenios renunció a la inconmensurable cantidad de ojos
posibles para pintar uno, y sólo uno, durante toda su vida. No vaya a ocurrir
como cuando Akenatón permitió en su reinado la libertad para los artistas, y se
liberaron los dibujos y los cabellos, y los pensamientos, y ocurrió en esos
tiempos que los sacerdotes perdieron el poder, y la capital del imperio se
mudó, y hubo que volver atrás luego, y romper la piedra labrada, enterrar las
flautas, y perder en el desierto los monumentos y el recuerdo de la época
peligrosa que demostró que se puede cambiar la historia.
Simplificar,
eliminar opciones, enrasar para que ninguna cima se eleve, ninguna sima atraiga
con esa cosa absurda de deseo que causan los abismos. Poner un orden en los
pensamientos, las palabras. Dar múltiple choice como forma de contactarse con
la inagotable riqueza del universo.
Ana
camina con seguridad. Nada la va a sorprender. Tiene la destreza de un mico de
laboratorio para accionar los botones correspondientes. Lleva su teléfono móvil
que la identifica con un número. Escucha la canción que pasan en todas las
emisoras, mira el show que se comenta en todos los programas, se viste
cuidadosamente con las ropas que le informan los medios que se usan en la
temporada. Y Ana, como el lejano egipcio, no puede pensar en la posibilidad de
que su sociedad desacomode las piezas, dé las barajas nuevamente, tome un
sendero en vez de seguir la doble línea marcada en el ancho pavimento.
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28 – POESÍA AMERICANA
CARMEN AMATO
(Ciudad Juárez-México)
XI
Era
un amor extraño,
desconocido
para mí lo que nombraba.
Allí
estaban sus manos vaciándose en las mías,
La
gracia de su aliento viajando en mis sentidos,
destilando
del fondo de mi palidez la fuerza,
puliendo
el aro de mis pensamientos,
podando
la maleza de mi miedo, diciendo
a
cada instante con sus actos: vive
y
yo viviendo intensamente.
Naciendo
de los ríos que fluían de su cuerpo.
XII
Ante
mis ojos indefensos
movió
su mano vertical y abierta
y
no volví a mirarlo.
Las
auras del rencor
ondearon
cerca,
quede
crucificada,
sedienta
en el desierto,
expuesto
el corazón al viento ardiente
cubierto
levemente el sexo,
el
pecho desangrado, el seno seco.
Igual
que tú morí un viernes santo
Con
la certeza y el dolor
De
una muerte inútil.
YESICA MOYRA
(San
Ramón-Costa Rica)
boceto Ñ ñañaras
falar-urías
palabrerías
engatusamientos
patrañas
mentiras
heridas
y quién las sana?
ella misma
por qué?
porque al hombre por entre las venas no le corre
sangre sino ego
jaja que ni con pétalos entonces porque la
realidad evidencia
hematomas
asesinatos
violaciones
traumas
ñañaras!
por qué son tan ingratos?
contesta!!!!!!!! y no vale decir que por naturaleza
si son humanos tienen conciencia
haber
dime intrépido Mozart?
dime ingenuo Farinelli?
dime indomable Enrique VII?
dime implacable Bonaparte?
dime infiel Johny Cash?
dime eufórico Axl Roses?
dime orgulloso Agamenon?
dime cruel Odiseo?
dime Pacheco?
dime ---?
boceto O orgullo
aptitud incrédula para tu bienestar
no presumas sólo defiende tu integridad
aplaude tu libertad
abofetea tu opresión
recrea tu misión
no te avergüence tu ignorancia
entre las infinitas trampas
porque eres comprobad-ora
de todo sacas experiencia y evidencia
boceto P promesas
si cada mujer contara su versión
recaudaría una antología inédita
de lo que escribo
de lo que demando
de lo que tengo juicio
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29 – ENSAYO
MARÍA TERESA ANDRUETTO.
(Arroyo
Cabral-Córdoba-Argentina)
EL GENIO EN LOS MÁRGENES: DANIEL MOYANO
La publicación de Un sudaca en la Corte, del riojano
Daniel Moyano, viene a producir “cierta reparación en la obra de un escritor
mayúsculo”.
En noviembre pasado se
presentó en Córdoba Un sudaca en la Corte, (Caballo negro, 2012)
con lo que sumado a la edición de la nouvelle En la Atmósfera (El
Mensú, 2012) y la reedición deTres golpes de timbal (Colección
Archivos, con el apoyo del centro de Investigación de Poitiers/Alción, 2012),
con revisión, crítica y génesis a cargo de Marcelo Casarín, un libro de casi 600
páginas que incluye la novela + anotaciones + un dvd con diversos documentos,
se produce una cierta reparación a la obra de un escritor mayúsculo que todavía
no tiene el lugar que le corresponde en nuestra literatura. Moyano (Buenos
Aires 1930, Madrid 1992) es uno de los escritores más potentes de la generación
post Borges, por completo diferente a todos sus contemporáneos, autor de una
obra cuyo descentramiento social, experiencial y geográfico ha pagado —paga
todavía hoy— con sus condiciones de circulación. Si todo escritor tiene
un arco de sensibilidad fuera del cual nada existe, como dijo alguna vez
Wallace Stevens, el de Moyano abreva en lo humano más profundo sin aspavientos
ni ostentaciones, sin explicaciones ni explicitaciones, corrido de toda corrección
política. Interrogando las condiciones de la vida en provincia y de la vida en
los márgenes como quizás ninguna otra obra de nuestra literatura, este
escritor, siempre en los bordes difusos y en su caso únicos entre realismo y
fantasía, refleja zonas de nuestra identidad que muy poco han ido a parar a
nuestras ficciones: territorios y criaturas olvidadas que él rescató por amor y
conocimiento cabal, a partir de su propia vida, una vida de condiciones tan
difíciles que haber construido con ella la obra que construyó parece todavía un
milagro. Un sudaca en la corte contiene cinco relatos breves
que oscilan entre la ficción y lo autobiográfico y en los que Moyano se interna
en la fantasía de los pobres (Un agujero en la pantalla), la música como
arma de transformación y lucha (El oboe que se escondió y La
Follía, conmovedora remembranza en torno a la sonata homónima de Arcángelo
Corelli), el universo mestizo (dicen que cierta vez le dijo a Cortázar: “Yo
necesito a América Latina: necesito que exista, porque no soy ni italiano
como mi abuelo, ni indio como mi padre. Soy mezcla”), núcleo estructurador
de sus ficciones (Caballo de izquierda y El
habitante, donde Moyano da un giro a la leyenda norteña de El
familiar, ese monstruo que, encerrado en una casa de ricos, devora a los
pobres), y la nouvelle que da título al libro, que estaba revisando al momento
de su muerte.
Un sudaca en la
corte, la nouvelle,
permite, plena de ironía y de gracia, lecturas múltiples en las que el sudaca
del título, un hombre de a pie, un escritor argentino perdido y olvidado en el
exilio español, recibe una carta del Rey invitándolo a la fiesta de cumpleaños
de Cervantes, en lo que pronto entendemos como la entrega del premio homónimo,
recaído a la sazón en un escritor latinoamericano. En la ocasión, los
asistentes de Su Majestad comienzan a rastrear a cuando sudaca escritor
encuentran por ahí. La invitación dispara una desopilante sucesión de absurdos
que tiene su correspondencia en la historia de nuestro continente, la conquista
española de América y la tensión dominantes dominados, todo en deliciosa clave
humorística, desde la búsqueda del traje que reclama la etiqueta, la opción de
reemplazo del convencional traje negro por uno tornasolado, más económico, los
problemas que el sudaca tiene con los zapatos, las convenciones sociales y
tantas otras cuestiones por el estilo. Indocumentado hasta la mayoría de
edad, obrero, plomero y músico, en todo ello autodidacta desde que no pudo ir a
la escuela en Córdoba, donde vivió en casas de diversas tías que intentaban
reparar la profunda orfandad que lo habitó, Moyano lleva adelante aquí, con
gracia y levedad, un censo de nuestras tragedias, humillaciones y vejámenes. En
el tránsito de la lectura, se siente todo el tiempo el delicado, divertido,
contrapunto entre lo irreal y lo histórico, la encantadora ingenuidad, ese
equilibrio que él encontró como nadie, entre candor y cuestionamiento,
inocencia y lucidez, sueño y fábula, un mundo de fantasía necesaria para
atenuar el exilio, la pobreza, el desamparo. Los habituales lectores de Moyano
encontrarán en Un sudaca en la Corte, en envase pequeño, casi
todos los temas y muchas de las estrategias que el riojano desarrolló en sus
novelas: la fiesta como escenario y lugar de recreación de realidades y
fantasías, el exilio, la migración, la expulsión, la marginación. Los que aun
no lo han leído bien podrían, creo yo, comenzar por aquí, por el pobre invitado
al cumpleaños de Cervantes que va a la fiesta con la media que se le corre en
el zapato y, para no hacer ruido, aprende a caminar de otra manera. Un
sudaca en la corte, un libro entrañable escrito, como dijo el escritor
Augusto Porporato en la presentación, por “un narrador que descubría los hilos
de sus argumentos escribiendo sin un plan previo, para lo cual utilizó más su
fantasía que su memoria, recurrió más al invento que al recuerdo, más al sonido
que al sentido y, para lograrlo, se tomó todas las libertades con el tiempo, el
espacio y las palabras”.
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30 – CUENTO
RICARDO
JUAN BENÍTEZ
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
HUMAREDAS
“Dios
no juega a los dados” (Albert Einstein)
Un
probable destino es tan irracional como el supuesto azar. Entonces la
pretendida existencia de uno no debería negar la presencia del otro. De hecho,
si el tiempo fluye desde algún pasado hacia el hipotético presente y desde ese
presente al incierto futuro, nada parecería indicar que desde ese futuro se
haya tejido un plan inmutable hasta llegar a él. Pero, ¿si incluso pudiéramos
saber con certeza cómo van a caer los dados? ¿Cuál sería la diferencia? Azar y
destino parecerían ser dos vías paralelas y alternativas que echan a suerte
nuestras vidas.
Siempre
descreí de las casualidades, por lo tanto debe haber sido una serie de
prodigiosas causalidades las que me depositaron en el cuarto de aquel hostel
sobre Atlantic Avenue, en esa parte de Brooklyn conocida como Bed-Stuy
(Bedford-Stuyvesant); un juego de palabras y pronunciaciones que se podría
traducir como “permanecer en cama”.
Hacía
el año 1936 el metro neoyorquino construyó la extensión de la línea de la calle
Fulton: la línea A. Conectaba, atravesando desde el norte de Manhattan hasta el
oriente de Brooklyn, el Harlem con Bedford, por ese motivo muchos
afroamericanos decidieron mudarse a Bed-Stuy, que estaba menos superpoblado. Un
acontecimiento cultural que quedaría perpetuado años más tarde en un jazz
estándar de Billy Strayhorn llamado “Take the A train” (“Toma el tren A”), que
a la postre resultó ser un clásico de apertura a los shows de Duke Ellington y
Ella Fitzgerald.
Por
lo tanto Bed-Stuy tenía, para mi gusto, un agregado socioantropológico cultural
más interesante que el componente meramente turístico. Nunca me atrajo
demasiado buscar la estatua de “Alicia en el País de las Maravillas” en el
Central Park, ni allegarme hasta la entrada del Dakota Building o, por caso,
conocer el Frank Sinatra Park en Oboken.
Mis
mañanas comenzaban bien entradas las 10 am, por lo tanto otra de mis
misteriosas causalidades había logrado que estuviera antes de las 7 am en la
esquina de Atlantic Av. con Clinton Street para ser testigo de una de esas
escenas donde la realidad transcribe a la ficción. Un hombre de mediana
estatura, algo enjuto, calzado con zapatillas de tenis, ataviado con jeans, una
sudadera azul con capucha y una gorra de los Mets, estaba acomodando en un
trípode una cámara fotográfica, que a la distancia me pareció una vieja Leica
de 35 milímetros, apuntando a la ochava este del cruce de la avenida con la
calle Clinton. Por instinto miré mi reloj de pulsera, faltaba poco más de cinco
minutos para las siete de la mañana en punto. Contuve la respiración y quedé
expectante como un cazador que acecha a través de tupidos centenos.
Paradójicamente, mi supuesta presa también adoptó la pose típica del predador.
La tensión que se reflejaba en los músculos del cuello, la intensa pasividad
corporal y la mirada concentrada en su objetivo. A las siete antes de meridiano
exactas escuché el inconfundible sonido metálico del disparador de la cámara.
El tipo sonrió satisfecho, guardó la cámara en un estuche de cuero, cargó el
trípode al hombro y marchó rumbo a Court Street.
—¿Será
él?
Decidí
que no tenía nada más interesante que hacer aquel día y lo seguí.
El
sujeto dobló por la calle Court hacía la derecha, como si fuera al complejo del
metro Court-Borough Hall, pero a unas pocas cuadras se detuvo frente a un
negocio cerrado. Era un drugstore especializado en tabacos. Con parsimonia
abrió los cerrojos y entró cargando sus aparatos. Al rato acomodó en la vereda
una máquina expendedora de golosinas, de esas que traen premios, y con una
larga vara bajó el toldo de la entrada.
Sin
pensarlo demasiado me dirigí a paso vivo hacía aquel negocio. Al entrar sonó la
típica campanita colgada sobre el dintel. El hombre estaba detrás del mostrador
acomodando algunas mercaderías.
—Good
morning —saludó.
—Good
day —respondí.
Me
miró algo extrañado, para luego seguir con sus tareas.
El
almacén, aunque incomparable, era tal y como lo había imaginado. Estaba
abarrotado hasta el techo de todo tipo de menudencias, licores, bocadillos,
refrescos y cigarros. Además disponía de algunas mesas para tomar un desayuno,
una comida ligera o un trago. Las neveras atiborradas de latas de cerveza,
sándwiches envasados al vacío, legumbres congeladas y sorbetes. En el extremo
del mostrador había un exhibidor de puros, pipas y tabaco para las mismas. En
el centro del escaparate estaba el tesoro que yo intuía que no debía faltar:
unos delicados puritos holandeses.
—Can
I help you?
En
mi inglés, poco menos que decente, le dije que sí; que deseaba un emparedado de
jamón y queso, un café negro sin azúcar y una dona glaseada.
Poco
a poco iban llegando los primeros clientes de la mañana. Algún viejo, en
apariencia jubilado; con su pijama, las pantuflas y el periódico abajo del
brazo. Un par de taxistas bulliciosos que, luego de trabajar toda la noche,
iban a desayunar antes de acostarse. Una mujer luchando con su bolso, el atado
de cigarrillos y un niño que había decidido tomar por asalto el exhibidor de
golosinas. Tuve la inefable sensación de que en cualquier momento entraría un
tipo alto, de ojos saltones y aspecto de intelectual para reclamar por sus
cigarritos holandeses.
El
hombre se acercó con mi pedido. Acomodó con prolijidad la taza con café, el
sándwich y la dona. Luego me ofreció un periódico y si deseaba algo más. A
decir verdad, sí lo deseaba:
—Disculpe,
¿usted es Auggie?
Me
dedicó una mirada intensa mientras sopesaba la respuesta.
—No,
yo no me llamo Auggie.
Pasó
un trapo sobre la mesa y se retiró para atender a otros clientes.
Estuve
escudriñando el periódico tratando de desentrañar las informaciones que, debido
al rudimentario uso del idioma, me llegaban fragmentadas. No dejaba de ser un
ejercicio interesante.
Cuando
consideré que ya me había aburrido lo suficiente le solicité la cuenta, la cual
trajo presuroso.
—¿De
dónde es usted? —interrogó secamente.
—De
Argentina —respondí con su misma sequedad.
—¿Qué
hace tan lejos del hogar?
—Verá,
soy escritor —dije forzando mi capacidad lingüística al límite—. Me gusta
viajar, conocer otras culturas, encontrar nuevos ambientes y escuchar
historias.
El
hombre se sentó a mi mesa pues el almacén estaba en un momento de relativa
calma.
—¿Le
gusta escuchar historias? —dijo con un brillo pícaro en la mirada—. Aquí lo que
sobra son historias.
—¿Por
ejemplo? —respondí con aire conspirativo.
—¿Por
ejemplo? —quedó pensativo—. Historias de rateros huidizos, de carteras
perdidas, ancianas ciegas o de cenas navideñas entre solitarios. Usted elige.
En
principio pensé que se estaba burlando, que era algún tipo de espíritu
bromista.
—Aunque
usted no lo crea, en esta misma mesa, lo ayudé a un famoso escritor que sufría
un bloqueo a concluir una historia que no deseaba escribir. ¿Le interesa?
Pese
al brillo malévolo de sus ojos, yo sabía que aquel tipo no se burlaba ni estaba
fantaseando.
—¿O
prefiere ver mis álbumes de fotos?
Decidí
aceptar el convite.
Volví
a la hora del cierre. Mi anfitrión me esperaba con los álbumes prolijamente
apilados sobre una mesa y un par de Budweiser heladas al lado.
Las
fotos eran tal como las había imaginado. Retazos de vida aprisionados en blanco
y negro. Los rostros, con diferentes expresiones y estados de ánimo,
repitiéndose a la misma hora durante meses y años. Un meticuloso estudio
antropológico de la rutina abrumadora de la gran ciudad.
Estaba
analizando los retratos del tercer álbum cuando reparé en una fotografía que
era a color, algo desvaída y ajada y que no guardaba relación con el resto de
la obra. Estaba pegada al final de la carpeta.
—¿Y
esta? —pregunté.
—Bueno,
los vecinos saben que soy fotógrafo aficionado —susurró con tono cansado—.
Además tengo un pequeño laboratorio de revelado. Son pocas las personas que
siguen usando el método artesanal de revelado, ahora todo es digital. Entonces
suelen traer viejos negativos para restaurar...
La
fotografía en cuestión era un cuadro familiar de extraña composición en un
jardín pletórico. Parecía un matrimonio con sus dos hijas. Las niñas miraban a
cámara sonrientes. Daba la sensación de que estuvieran por hacer alguna
payasada que la toma dejó trunca. La madre, por el contrario, parecía mirar a
sus hijas. Pero no se veía felicidad en su rostro, sólo una mirada ausente y
pensativa. Pero la pose más rara era la del padre. No miraba ni a las hijas ni
a la esposa. Tampoco sonreía. Su mirada angustiada se perdía hacía un costado,
como si viera alguna cosa amenazante por detrás de la cámara fotográfica. Su
pose daba la sensación de tender a la invisibilidad, casi como si fuera un
fantasma.
—Me
la trajo una vecina que vivía cerca de aquí —agregó sin que yo hiciera más
preguntas—. Esa foto tiene una historia que comienza en su país.
—¿En
Argentina? ¿Cómo? —pregunté incrédulo.
Parece
que había estado esperando aquel momento. Dio un largo sorbo al porrón y
comenzó la historia.
—La
familia de la foto vivía en Argentina. Ella, Rebecca, era arquitecta y él,
David, ingeniero. Tenían un estudio compartido y abundante trabajo. Pero a
finales de los setenta y comienzos de los ochenta en su país la situación
social y política era insostenible.
—La
guerra sucia, el terrorismo de Estado —balbuceé.
—Exacto
—asintió con la cabeza—, ellos eran judíos y un probable blanco de los
paramilitares de derecha. Decidieron emigrar a Israel ayudados por algunos
familiares. Comenzaron una nueva vida y no les iba nada mal. Las niñas se
adaptaron a las nuevas amistades. Tampoco sufrieron con el cambio de los planes
de estudio, ya que hablaban inglés y hebreo con fluidez. Ellos consiguieron
trabajo en una constructora internacional que desarrollaba nuevos barrios en
Palestina. Todo parecía bajo control.
—¿Parecía?
—Una
noche una pareja de amigos los invitó a cenar a un restaurante árabe en Tel
Aviv —prosiguió como si no me hubiera escuchado—. En un momento de la velada
Rebecca debe acudir a los sanitarios. Cuando está regresando escucha un
griterío y una voz que se alza sobre las demás: “Alá es grande”. Su último
recuerdo es una terrible explosión, pedazos de mampostería que caen sobre ella
y una ola de calor que la abrasa. Despertó algunos días más tarde en una sala
del Assuta Hospital de Tel Aviv. David no pudo sobrevivir al ataque terrorista.
—¿Qué
pasó con Rebecca?
—Ahora
vive en París —entornó los ojos antes de agregar—, se volvió a casar con un
concertista francés. La vida resiste, aun con la cercanía de la muerte.
—¿Y
las hijas? —pregunté.
—Hanna
vive en un kibbutz cerca de Haifa, está casada y tiene dos niñas —hizo una
breve pausa—. Sara era mi vecina. La que me trajo la foto para restaurar.
—Era
su vecina —dije pensativo—, ¿se mudó?
—No
—su mirada pícara se apagó antes de agregar—, trabajaba en la Torre Dos del
World Trade Center.
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31 – CUENTO
ANA
MARIA MANCEDA
(San Martín de los
Andes-Neuquen-Argentina)
DESDE
EL ÁRBOL ROJO
La luz rojiza fluye a través de las
cortinas, iluminando de manera intermitente las perfectas caras de variadas
y exóticas muñecas dispuestas en el anaquel. Algo despertó a Helena, no
tenía conciencia de la hora, el calor que irradiaba la calefacción hacia pesada
la atmósfera. Aún media dormida captó la belleza que provocaba la luz en
las imágenes de las muñecas. De pronto escuchó un llanto de persona adulta,
sonaba único en el silencio nocturno de la ciudad. A los tropezones se fue acercando
a la ventana, su grácil cuerpo de trece años recibía los flashes de la luz
rojiza, como si en su andar un duende la fuera fotografiando.
Su cuarto queda en el primer piso de la casa paterna, desde esa posición
se observa el inmenso cartel luminoso que se encuentra en el negocio de
la acera de enfrente, dominando el paisaje urbano. La calle estaba mojada por
la pertinaz lluvia invernal, pero lo que más le atrajo la atención fue el
soberbio Arce que disimulaba su desnudez emitiendo la luz del cartel. Al bajar
la vista vio a un hombre sentado a los pies del arce, las manos en la cabeza,
llorando. Transmitía tanta soledad que la niña sintió deseos de bajar y poder
consolarlo ¡Imposible! Luego de un rato el desconocido se fue tambaleando. Helena
ya no podía dormir, sintió vergüenza de ir hacia sus padres, prendió la
luz y buscó un libro para entretenerse, miró el reloj, era casi la una de la
mañana. Al fin decidió anotar en su cuaderno de “Memorias” lo sucedido,
la había impactado el dolor del hombre y la belleza de las imágenes.
Desde esa noche, Helena encontró una necesidad misteriosa de esperar la
oscuridad, ver el juego de luces que brillaban en las muñecas y la posibilidad
que regresara el extraño al árbol rojo. Su joven mente fantaseaba con distintas
historias en las que involucraba al desconocido. Hasta que una noche escuchó en
la calle murmullos y quejidos, saltó de la cama y corrió hacia la ventana. Una
pareja se besaba apasionada bajo el árbol, sus cuerpos fusionados
se movían rítmicamente. En una de las contorsiones que los amantes ejecutaban,
la niña pudo ver el rostro de la mujer, éste tenía una expresión que Helena
jamás había visto en ninguna persona, sus ojos abiertos, claros, transmitían un
éxtasis cercano al sufrimiento. Toda la escena parecía irreal, la soledad de la
calle, el árbol desnudo y la pasión de la pareja delatada por los
destellos rojos que jugaban entre las ramas invernales. Luego que se
fueron, no pudo dormir, ni leer, ni escribir. Sentía sensaciones
nuevas, sus manos recorrían el joven cuerpo sorprendido, la noche se le hizo
interminable.
Los padres de Helena se sorprendieron ante sus cambios de actitud. Se la veía
más determinante, sus posturas de niña mimada e hija única se diluían ante una
mirada que transmitía ferocidad y rebeldía. Por las noches se iba
tarde a acostar, se negaba a estar pendiente si la pareja volvía. Una
noche volvió a acontecer lo del hombre llorando, pero lo más sorprendente
aconteció un lunes. El cansancio luego de una jornada escolar intensa hizo que
fuera más temprano a su cuarto. Luego de leer un rato apagó la luz y al mirar a
las muñecas su sorpresa fue muy grande al ver que las mismas
brillaban bajo una luz azulada. Se acercó a la ventana y descubrió que el
cartel de propaganda ya no era el mismo, lo suplió otro, de distintas
características que emitía una luz azul. Anunciando la primavera, el arce lucía
sus ramas con brotes como si fueran millares de zafiros. A los pies
del árbol yacía una joven tapada con una capa negra, en partes abierta, por la
que sé entrevía un vestido de tules, como de bailarina. Buscó su cara, cuando
la luz azul la mostró, reconoció a la amante desconocida, estaba desfigurada
y con una expresión de terror. Helena se fue a acostar, esta
escena la había impresionada de tal manera que sintió su niñez
huyendo para siempre, se tapó la cabeza con la almohada y lloró.
Los días primaverales comenzaron a alegrar la vida, el invierno dejó su energía
para que ésta se desplegara. Las noches eran tranquilas, solo rompía la armonía
el aullido de las sirenas policiales y de las ambulancias. Una tarde, casi
a la finalización de las clases, Helena volvía del colegio, los pájaros
aturdían en el frondoso arce, unas vecinas pasaban con sus compras, conversando
de manera alterada.- Ella lo mató -¿Quién, la bailarina? - Sí, se querían
mucho, pero él la celaba y parece que le pegaba, llegó a desfigurarla. Helena
no quiso escuchar más, aparecieron en su mente imágenes dispersas, caras de
sufrimiento, el tul de la mujer bajo la capa, su cara de terror. Aceleró
el paso, no podía contener las lágrimas, sintió asco y rechazo hacia algo
pegajoso que se adhería a su cuerpo adolescente. Sintió la necesidad de
estar con sus padres y sentirse de nuevo pequeña, muy pequeña.
PÁGINA
32 – POESÍA AMERICANA
ERNESTO R. DEL
VALLE
(Camagüey-Cuba)
1ER COROLARIO
La sangre. Ese
liquido espeso y azul -rojo al ponerse
en contacto con
el oxigeno- es la temática de este poemario.
La sangre no es
solamente nuestra identidad personal,
es también
historia grupal, el antecedente de nuestros
antepasados.
Cuando una pareja hace el amor,
la sangre de
ambos confluyen en otro ser que los
identifica y
los hacen ser uno y a la vez el todo de una raza
2DO
COROLARIO
No es gran
historia la que cuento, pero caramba, lo
común palpita y estremece paredes y deidades.
común palpita y estremece paredes y deidades.
No es gran cosa
rendirle pleitesía a la cotidianidad, pero a veces
sucede, que la sangre ahoga los intentos de ser solo alguien
o una persona más sobre las nubes.
sucede, que la sangre ahoga los intentos de ser solo alguien
o una persona más sobre las nubes.
EL HOY DE AYER SE HIZO MAÑANA
Decineto
Alejandrino
Vivimos el
presente de un hoy tan respetable,
tan bien vestido el pobre, tan necio y elegante,
que al tributar sus aguas de tiempo relevante
se hara triunfo o fracaso, según de quien se hable.
tan bien vestido el pobre, tan necio y elegante,
que al tributar sus aguas de tiempo relevante
se hara triunfo o fracaso, según de quien se hable.
Para unos fue una fiesta de sexos y de vinos,
de turbios engranajes y brumosos caminos,
de efimeros amores sin besos ni campana.
Mas fue el ayer
vivido a sangre y a coraje,
a fuego redivivo sin tiempo ni paisaje
viviendo cada hora pensando en el mañana
a fuego redivivo sin tiempo ni paisaje
viviendo cada hora pensando en el mañana
EL HOMBRE
“Esos pies que
lo traen y que lo llevan.”
1
1
La sangre que
en las venas lo desgarra.
Estas alas internas que lo elevan.
Aquello que es, y unanime congrega.
Su aire mortal, y dosis de mortaja.
Estas alas internas que lo elevan.
Aquello que es, y unanime congrega.
Su aire mortal, y dosis de mortaja.
Viene con su infeliz hoja de parra
a ocultar lo de todos conocido:
la sombra del sexo en los concilios
del alma. Ese, señores… es el Hombre..
Vil inmundicia,
drogas y temores
y en la voz, la
mentira, el escondrijo
2
Mas yo estoy
con el Hombre paralelo
a la salida del
sol y de la rosa,
y deja su
coraje en cada cosa
que hace en
Paz, con amor y con recelo
Estruendo
secular y solidario
Junto a la
hembra que ama y fertiliza
que por ella y
junto a ella canaliza
el breviario de
su vida en el planeta
Ese es el
hombre que en todo es poeta
Breviario de la
llama y la ceniza.
TRIBUTOS EN
MI AUSENCIA
¿A quién molestará la mosca de mi
muerte?
¿A quién impugnará en su vuelo?
¿A cuántos alcanzará con su
hedor a mi mortaja?
Quienes llevan
la sangre cercana a mis latidos
rasgarán sus vestiduras.
la sangre cercana a mis latidos
rasgarán sus vestiduras.
Clamarán por mi presencia.
Estrujarán en sus pechos mis libros
editados.
Besarán mi rostro en las fotos.
Archivarán mis poemas sueltos
y en cada amanecer estaré en sus
recuerdos.
Mis colegas alzarán la copa
para el brindis en nombre del amor y de la vida
Pero tú, entre todas,
conocerás a partir de entonces
la sombra de mis caricias,
el valor eterno de los besos.
El dolor que encierra la palabra Amor
en nuestras vidas.
ALBORADA
INTERIOR
(Decineto dodecasílabo)
Al nacer el día, con su impronta
magia,
de la sangre pende la razón del pulso.
Si a la página llega de flor y mortaja
la alquimia del verso, inocente y puro.
Y en esa vendimia del desasosiego,
queda el alma muda, queda el verso ciego
de la sangre pende la razón del pulso.
Si a la página llega de flor y mortaja
la alquimia del verso, inocente y puro.
Y en esa vendimia del desasosiego,
queda el alma muda, queda el verso ciego
con esa vigencia de sabor a
luto.
Mas la sangre viva que en mi copa escruto,
la que fiel defiendo, la que no discuto
me arde en las venas si traidor la niego.
Mas la sangre viva que en mi copa escruto,
la que fiel defiendo, la que no discuto
me arde en las venas si traidor la niego.
LA SANGRE INAGOTABLE
La sangre
inagotable de la que hablaba Benedetti.
la defiendo en mi tazón contemporáneo
la defiendo en mi tazón contemporáneo
donde vierto también las brumas de lo mítico
y las pezuñas
del gato globalizado
que el montevideano
alcanzo a conocer
aunque sabia ciertamente
que todas las aguas del mundo
eran una abuela.
La sangre separada
alcanzo a conocer
aunque sabia ciertamente
que todas las aguas del mundo
eran una abuela.
La sangre separada
en sus fuegos mas latentes,
en sus mas permanentes atributos familiares
me confirma su sensual raíz,
su eterna diadema de genes seculares.
La sangre febril, yacente o tributaria,
La sangre febril, yacente o tributaria,
en sus
bastiones de cósmica arrogancia,
hoy bulle en las arterias, se inflama
de recuerdos, apura
de recuerdos, apura
su almendra ante el golpe y la violencia.
Se aviva!
Se aviva!
Crece!
Salta!
TRINO
BARRANTES
(San
Ramón de Alajuela-Costa Rica)
Salmo
V
"Junta
el agua del mar como un frasco
y almacena
las aguas del océano"
Salmo. 33
Estoy
mojado
por
tanta memoria encharcada
en los refugios del olvido.
en los refugios del olvido.
Mientras
pasa la tormenta
me
renaceré obligadamente
entre gota y gota
entre página y página
de un buen texto.
entre gota y gota
entre página y página
de un buen texto.
Un
mariposario de nubes
anuncian
el alba,
el
movimiento, la música,
hay
chubasco, cilampa, neblina
el
olor a tierra abierta
aplaza
el nacimiento del maíz.
Salmo
VI
La
extensión de las ventanas
abren
el debate
al
manifiesto liminar
de la lluvia,
de la lluvia,
los
cielos han proclamado
una
larga huelga
en
el tránsito de los mensajes
que llevan los truenos.
que llevan los truenos.
El
cielo es un firmamento
de ciervos guardianes
de ciervos guardianes
agradables
sonidos
que
se destejen en las rocas
y
los acantilados
al murmullo del agua.
al murmullo del agua.
El
sol comienza a manifestarse,
enjuga
su cara asustada
en
la llovizna milenaria,
un
nuevo grito de aliento
en este invierno da sus primeros
en este invierno da sus primeros
pasos
en el viacruces de las metáforas.
Rompió
el cielo, rompió la lluvia
en su despedida mañanera
en su despedida mañanera
pero
la tarde anuncia sus retazos
para
un largo aliento de aguaceros.
Salmo
VII
En
el agua está la vida
y
por ella veremos el rito
de la nueva cosecha.
de la nueva cosecha.
Hay
en el árbol
un
pájaro de inútiles huelgas
con
su garganta agotada
invocando
el invierno.
Las
gotas cascabelean
la
ruta caprichosa de las canoas
impulsan
los nuevos verbos
contra la hojarasca,
contra la hojarasca,
de
tiempo en tiempo
estas humedades
estas humedades
nos
dejan almácigos de palabras
en
las estibas infatigables
que tejen las sombras.
que tejen las sombras.
Me
amanezco húmedo
he
escampado en el sereno
de las raíces del madroño
de las raíces del madroño
y
el agua en su larval rito
se
desnuda una vez más
tejiendo el polen
tejiendo el polen
para
la nueva vida.
PÁGINA 33 – CUENTO
GREGORIO ECHEVERÍA
(Tigre-Buenos Aires-Argentina)
PRELUDIO Y MUERTE DE AMOR
Yo, el miserable picapedrero Parakos de Selinunte, hijo de Nicias el talabartero, inscribo estos plomos a dos amaneceres de cumplirse la sentencia impuesta por el prefecto romano de la alcudia, desde mi celda excavada en la muralla que da la cara al río. Es poco probable que mi muerte logre alterar el pulso de esta población, aplicada con esmero a los pequeños quehaceres de cualquier aldea costera. Vida en verdad monótona al margen de estar siempre pendientes de la seca, el acopio de agua dulce proveniente del hielo de la sierra y lo que les deja la benevolencia del mar. Los labriegos se ocupan de proveer granos, los hortelanos verdura y fruta. Los desocupados se turnan en la muela del común de donde brota la harina que han de amasar las mujeres y el afrecho para los gorrinos y los gansos. El horno de piedra permanece caliente entre luna y luna y da abasto para el poblado y para los vecinos de La Escuera. Cada primavera fondean detrás de la albufera goletas ligeras de Trinacria, alguna carraca de
Carthago o balandros que costean de ida y de vuelta entre Ifach y Mastia.
Italiotas, griegos y púnicos comercian aquí sus linos del Nilo, el vino áspero de Rhodas y los agrios bastetanos, por nuestro aceite y los fardos de pescado charqueado que almacenan las cuevas y los hórreos. Unos vientos traen desde levante su misterio y sus historias y otros vientos de poniente empujan detrás del horizonte nuestros apetitos y algunas ilusiones. Ilusiones traía por todo equipaje al dejar Selinunte hace ya cinco veranos, más el oficio bien aprendido de cantero y pulidor adquirido a sudor y hambre en la Cave di Cusa. Ser ciudadano libre no basta para solventar los viajes que el delirio dibuja en nuestros sueños. Soñando se viaja nada más pensarlo y salta uno de Cusa a Korinthos y de Acragas a Tesalónika y hasta puede uno darse el lujo de desayunar en el Ponto y a mediodía estar sentado en una amable taberna de Tiro, echar una siesta al son de panderos y rabeles en el puerto de Halycarnaso y llegar a tiempo para encargar una cena como para un príncipe en cualquier burdel de la costa eubea. Confieso haber pasado muchas noches saboreando cestas de higos rubios de Smyrna con hogazas de pan negro palermitano y queso agrio del que fermentan los camelleros libios, todo regado por buenas cráteras de chianti de Taranto o ese morapio traicionero que se decanta en las cubas de piedra de la Bastetania. Alguna noche fui reclutado a la salida de una taberna tracia por agentes de un rey macedonio que se aprestaba a cruzar los estrechos en busca de la gloria. Cierta madrugada en la costa de Trebizonda pasaron sobre mi tienda los camellos de una caravana del Gran Khan y los cascos insolentes de su caballería. Qué no puede la imaginación de un hombre sano y robusto cuando el vino abriga su garguero y las caderas de una bella bailarina hacen cantar su corazón. En realidad, hasta aquel día ya lejano en que avié como pude mis alforjas para engrosar la tripulación de un gaulo que rumbeaba hacia Tarsis, mi viaje más atrevido había sido salir de mi casa con el sol del amanecer camino a la Cave y regresar casi entrada la noche, hambriento de un bocado caliente y un jergón donde echarme a soñar. Bien es cierto que el menestral de la cantera, un simio siracusano que fungía a la vez de capataz y de mentor de los rapaces más avispados, me alentó a tallar por mi cuenta y a mi provecho una de las columnas que habría de sostener el templo de Hera empezado a demarcar a treinta estadios de la Acrópolis. Los griegos de la diáspora llevamos un género de vida bien distante por cierto del que disfrutan los compadres atenienses y tebanos. Para ellos la vida es un fluir de mieles parloteando cuanto les acomoda y asistiendo a diario a los debates políticos y al teatro, sin poner nunca la mano sobre un yunque y sin saber lo que es hachar y desbastar un palo de cedro para la arboladura de las embarcaciones que recorren la costa jonia o las que habrán de engrosar la flota de un rey libio o un tirano italiota. Las tareas manuales son para ellos ocupación de esclavos y gentes de baja ralea, pues no conocen otro negocio que el de su política. Pero en las colonias la historia es muy distinta y el ser griego no le da de comer a nadie, a menos que se avenga a echar los bofes en las canteras o en los campos, por una paga miserable que luna tras luna le da para llenar a medias el buche, sin soñar con extravagancias ni con lujos. Conque bien me pareció la idea de afrontar ese desafío que podía permitirme —según cálculo de mi mentor— un ahorro de no menos de diez denarios de plata. Suma con la cual un labriego o un artesano pueden considerarse si no ricos, al menos dueños de darse algún gusto o encarar un modesto emprendimiento. Mi maestro había licitado la provisión de media docena de columnas, con lo cual hube de ver en su consejo un gesto de apreciable bondad. Ya para entonces estaban mis manos habituadas a la alcotana y al cincel, pero recordando aquellas larguísimas jornadas en la cave vuelven a mi frente los sudores y el cansancio a mis espaldas. La columna que habría de darme al fin la posibilidad de salir a ver mundo era una pieza dórica robusta de dieciocho codos de talla y el arquitecto rhodio que había trazado los planos del templo se ocupaba de que los contratistas contaran con todos los croquis necesarios.
Dos años lunares me demandó la obra, que dejó en mi espíritu huellas profundas: la suavidad engañosa de la arenisca compacta que mis herramientas iban modelando y el rostro de la diosa, esculpido en una de las metopas, a cargo de otro de los oficiales de Cusa. Se trata de una escena en que la deidad arroja hacia Apolo un cuero de venado, azuzando a dos perros para que lo destrocen. Pero mi sujeción a esa divina mujer se hizo irreversible a partir de una charla con el rhodio, quien sorprendido de mi devoción me mostró dibujos en los cuales la diosa aparecía de frente en todo su esplendor. Y esa había de ser la imagen que me quedara prendida en la piel y que habría de resultar al cabo mi perdición y causa de mi condición actual. Hasta pienso posible que un hado funesto hubiera amañado mi penuria, puesto que en cuanto tocamos fondo en la costa ilicitana, un lugareño subió a bordo preguntando de parte de su señor si acaso entre los tripulantes se contaba algún maestro en el tallado de la piedra. Hoy comprendo que debí haber sido más cauto, pero lo cierto es que me despedí con premura del capitán de la nave y bajé a tierra siguiendo a mi guía. Caminamos cosa de cinco estadios hasta dar con la casa de quien habría de ser para desgracia mi próximo (y último) patrón, ubicada según pude apreciar en un punto principal del lugar y destacándose de las viviendas que la rodean por su porte que señala la elevada posición social de su propietario. El criado me confió que el nombre de su amo era Melmas y que podía aguardarlo sentado en un banco de piedra, en uno de los patios interiores. Tiempo que aproveché para observar detalles que hablaban si no de buen gusto al menos de un cómodo pasar. Ya el sirviente se había ocupado de informarme que su señor era algo así como el encargado de negocios del poblado, por cuyas manos pasaban todas las transacciones comerciales con el interior del país y con numerosos puertos de ultramar. Al fin llegó el momento de conocer a este importante personaje, quien me saludó con amables muestras de afecto y me hizo servir un refrigerio antes de entrar a exponer sus deseos. Me habló brevemente de sus actividades, se interesó por mis circunstancias personales y por fin confesó su idea de tener un busto de su esposa en tamaño natural tallado en piedra, de esos monumentos funerarios que suelen llevar la espalda excavada para alojar las cenizas.
Cuestión si se quiere lúgubre pero se sabe que un cantero tiene familiaridad con el tema.
Más aún los nativos de Trinacria, poblada por gentes que mantienen sus necrópolis con menos mezquindad de la que cuidan sus propias aldeas. En fin, se fijaron detalles y se establecieron condiciones, una de ellas el pedido de alojarme en la mansión, donde contaría con un cuarto para dormir y un anexo bien iluminado de muros altos, apto para organizar mi taller. Se discutieron honorarios y se fijó un plazo de ocho meses lunares para la conclusión de la obra, con un adelanto de dinero para compra de herramientas y acopio de materiales. Mis gastos, desde la comida hasta el aceite para las lámparas, corrían a cargo de Melmas. Todo lo cual fue registrado por un escriba que al día siguiente presentó las tablillas de plomo con el contrato listo para la firma. Nos abrazamos en signo de acuerdo por lo tratado y pude retirarme a descansar hasta la hora de la cena. Brillaba ya en el cielo la estrella vespertina cuando fui guiado a la sala donde estaba servida la comida. Apenas reparé en los detalles del lugar, capturada mi atención por la esposa de Melmas, a quien mi anfitrión presentó con muestras de amor y de orgullo. Estaba preparado para conocer a una mujer joven, pues Melmas no pasaría de los treinta años. Pero para nada hubiera imaginado la arrasadora perfección de ese rostro, los enormes ojos oscuros levemende rasgados, la nariz delicada, los labios plegados esbozando una casi sonrisa, los párpados apenas entrecerrados procurando velar el brillo profundo de la mirada. La saludé con una ligera inclinación de cabeza y sin decir palabra, como es norma entre personas libres y educadas. Correspondía a
Melmas hacer la presentación de su esposa al huésped y luego un conciso elogio de mi persona y de los motivos de mi presencia en la casa. El silencio que me exigía la etiqueta sirvió para disimular mi turbación a la vez que me permitió observar con detenimiento su perfecta belleza. Solo me privaron los dioses de escuchar su voz, que adiviné un suave gorjeo de timbres seductores. Gurnia —ese era su nombre— no pronunció palabra en toda la noche, aunque creí percibir que le fastidiaba el proyecto de su esposo y acaso la circunstancia de tener en su hogar a un extraño durante tantas semanas. En fin, Melmas se ocupó de que la conversación no decayera. Habló de sus negocios y de lugares distantes que visitaba de continuo, haciendo notar la importancia que atribuía al ocuparse personalmente de los mínimos detalles, desde la redacción de los contratos que revisaba cláusula por cláusula hasta que cada palabra quedaba inscripta a su entera satisfacción. Confeccionar listas de la mercadería más diversa, precios, lugares y fechas de entrega, fletes, órdenes de embarque, arriendo de almacenes, en fin, un cúmulo de obligaciones y responsabilidades propias del envidiable estado de sus negocios. Que incluía por supuesto la pelea constante con alcabaleros y recaudadores de tributos, contando los que percibía la guarnición romana de la alcudia.
El resto de esta historia lo revivo como un sueño —una pesadilla— en la penumbra húmeda de mi celda. La cuidadosa elección del peinado y el tocado, cada detalle del maquillaje, etapas de las que participaba mirándola con arrobamiento pero sabiendo que a quien en verdad contemplaba era a la imagen de mi diosa que el rhodio me obsequiara al despedirnos. No solo la llevo entre mis ropas sino dentro de mi corazón y aún es ella quien alumbra la negrura de mi alma y de mis noches. Si Gurnia era naturalmente bella sin afeites, no tengo palabras para describirla en el esplendor de sus ropas, el peinado, las larguísimas trenzas arrolladas con cuidado dentro de las ruedas sostenidas por el casquete de cuero repujado. Hube de forjarme la idea de que se trataba de una deidad y mis ojos no podían mirarla con otra mirada sino la que podemos poner en nuestros dioses. El prisma de arenisca calcárea se erguía sobre una banqueta sólida en medio del taller. Gurnia ocupaba durante horas cada día el sillón de cedro al costado de una ventana que miraba a levante, por lo cual recibía hasta mediodía esa luz algo lechosa que llega a Ilici desde el oriente luego de atravesar el mar. Cinceles y gubias no eran sino la prolongación de mis manos que palpaban y mis dedos que acariciaban largamente la piedra ocre que poco a poco develaba sus tesoros y sus formas. Escasa fue por cierto nuestra conversación, pues la enfermedad apenas le permitía las penosas horas de quietud delante de la piedra. Era un secreto que ella, Melmas y yo compartíamos en silencio, ella por la consciencia de abandonar la vida en plena exaltación de su juventud y su belleza. Melmas arrasado por la verdad demoledora de que su fortuna nada podía contra la terquedad del destino. Y yo acorralado entre la letra de un contrato que mil veces maldije antes de concluir mi obra. La cual ni soñaba en mis momentos más amargos, que habría de otorgarle —a ella no a mí— el doloroso privilegio de la inmortalidad. Cuando daba los últimos toques al esmalte de sus pupilas, ya bien entrado el invierno, abordé con angustia la cláusula más terrible de mi pacto con Melmas. No llegará al próximo verano, pero sus últimas semanas serán muy dolorosas.
En cuando hayas dado fin a tu obra, la dejarás dormir en paz. Yo me ocuparé de embarcarte hacia el destino que elijas y con la bolsa provista para no afligirte por dinero hasta el fin de tus días. Gurnia decaía hora tras hora. La palidez del rostro, las aletas de su nariz cada mañana más delgadas por el esfuerzo de respirar un aire que apenas le llegaba a la garganta, el esfuerzo terrible para contestar sí o no, hasta que terminamos entendiéndonos por leves gestos de su cabeza o de las manos. Yo sería llegado el momento el encargado de administrarle la pócima del supremo consuelo, porque era el único paso que Melmas no se atrevía a dar por sí mismo. Un precioso perfumero de jade conteniendo el elixir descansaba junto a mis herramientas, siempre a mi alcance. Gurnia nunca preguntó qué contenía, aunque más de una vez la sorprendí observando con un asomo de interés el frasquito oscuro. Concluida mi tarea con la piedra, me arrodillé abrazado a sus piernas sin pronunciar palabra. Ella colocó una mano sobre mi cabeza y ambos lloramos largo rato en silencio al amparo de las sombras. Al fin sus labios murmuraron una suave plegaria. Haz lo que debas hacer y si no tuvieras otros motivos que te muevan, hazlo por amor a mí.
Cumplí lo prometido pero de todos modos quebranté una parte del pacto. Al sentirla desmayarse en mis brazos, la llevé hasta su alcoba y estando Melmas de viaje, di breves instrucciones a los sirvientes. Luego recorrí a la carrera los estadios que median hasta la alcudia y pedí hablar de inmediato con el prefecto. Fastidiado por lo intempestivo de mi presencia y lo avanzado de la hora, el jefe de la guarnición escuchó mi confesión en silencio. Sin otro comentario, me informó que practicadas las necesarias averiguaciones acerca de mis dichos, sería sometido a un juicio sumario y accedió a cumplir mi último pedido. Quiero —dije— que el busto de piedra sea emparedado en la muralla, en la misma celda en que pasaré los días que medien hasta mi muerte. Confío en que Melmas me comprenda y los dioses me perdonen.
PAGINA
34 – ENSAYO
MARÍA ROSA LOJO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
EL BANQUETE DE LEOPOLDO MARECHAL
Leopoldo Marechal es desde hace tiempo
un clásico hispanoamericano y un escritor argentino universal. Se lo sigue
leyendo, se lo sigue estudiando más allá de nuestro país como un renovador. Es
más: como el fundador de la literatura argentina moderna. Ese precisamente fue
el tema del más reciente y tal vez más importante encuentro académico
internacional que tuvo lugar en octubre de este año, realizado hasta ahora
sobre el autor de Adán Buenosayres.
La cita fue en Jena: una bella ciudad
rodeada de montañas, en el corazón de la Alemania del Romanticismo. La
Universidad Friedrich Schiller ofició de anfitriona, con la infatigable
organizadora de este evento: Claudia Hammerschmidt, catedrática de la casa,
especialista en literatura latinoamericana y autora, en su momento, de una
tesis sobre Marechal.
Los invitados llegaron desde diversos puntos,
aunque los de Argentina, como era casi lógico, fuimos mayoría (Ana María
Zubieta, Graciela Maturo, Adriana Mancini, Ester Andradi, Marta Nesta, Jorge
Monteleone, Enrique Foffani, Raquel Maciucci, Fernanda Bravo Herrera, Mariela
Blanco y quien esto firma). Pero no faltó la representación de otros países
donde también la obra de este gran escritor es conocida: España (Javier de
Navascués), Italia (Marisa Martínez Pérsico), Canadá (Norman Cheadle), Cuba
(Ernesto Sierra), México (Rose Corral), Alemania (la misma Hammerschmidt,
Ulrike Kröpfl, Andrea Pagni, Jorge Locane, Carolin Voigt). Claudio Ongaro
Haeltermann (Universidad de Firenze) y Marián Semilla Durán (Universidad de
Lyon) estuvieron ausentes por razones de fuerza mayor. Más que invitada, alma mater,
María de los Angeles Marechal, presidenta de la Fundación Leopoldo Marechal y
principal custodia del legado de su padre, fue una presencia clave. Junto a la
Fundación Marechal, apoyaron el coloquio convocado por Hammerschmidt la
Deutsche Forschungsgemeinschaft, la Ernst-Abbe-Stiftung y la Embajada de la
República Argentina.
Si algo quedó en evidencia desde el
principio, con solo leer el programa, fue la versatilidad del escritor
abordado, en su calidad de poeta, novelista, ensayista y dramaturgo, así como
la pluralidad de los enfoques de sus críticos. Adán Buenosayres (1948), no
obstante, siguió siendo el texto más citado y frecuentado, como hito de la
novelística latinoamericana. Las distintas voces convocadas adujeron numerosas
buenas razones: despliega en clave narrativa el programa de la vanguardia y a
la vez lo interpela desde adentro; cuestiona el canon nacional reciclando los
estereotipos populares y poniendo en valor la cultura plebeya, deconstruye las
dicotomías tradicionales y anticipa la nueva novela de Latinoamérica e incluso
la novela postmoderna; utiliza la parodia como eje revolucionario de otra
visión del mundo y la literatura; propone la nación argentina misma como una
gran metáfora vanguardista, creadora de identidades nuevas con los elementos
dispares y distantes provenientes de una inmigración ecuménica.
Uno de los aportes destacables del
coloquio fue sin duda la atención prestada a una figura no menos inspiradora
que la de Macedonio Fernández para la generación de la revista Martín Fierro.
Se trata del multifacético artista Xul Solar (su verdadero nombre era Alejandro
Schulz Solari), que se trasluce en un personaje clave del Adán: el astrólogo
Schulze, demiurgo de Cacodelphia. Pintor y visionario, Xul es objeto de
estudios cada vez más diferenciados a partir de los años ’80 del siglo XX. La
ponencia de Andrea Pagni recordó su intensa circulación entre los
martinfierristas, así como su peculiar “política de la lengua” y la invención
del idioma “neocriollo” que Marechal recoge en su novela. Los múltiples vasos
comunicantes entre el ideario de Xul Solar y el Adán Buenosayres permiten
pensar –añado– que en esta “novela total” se realiza de alguna manera la
panlingua soñada por Xul. Lejos de escribir su epitafio, la novela rescataría,
antes bien, el legado más radical del grupo Martín Fierro, apuntó Pagni en sus
conclusiones.
Otra singularidad estética del Adán fue
puesta de relieve en el trabajo del canadiense Norman Cheadle sobre su teoría y
práctica de la imagen, omnipresente y avasallante en todo el texto. Una “guerra
de imágenes” (en lucha por la “identidad argentina”) es lo que se desata en el
arrabal de Saavedra, donde arquetipos a veces caricaturescos se proyectan
contra la noche como figuras de un teatro de sombras o de cartoon. Entre la
iconofilia y la iconoclastia (formas acaso complementarias de la misma
idolatría, del mismo deslumbramiento), Adán, el poeta, libra su batalla
personal contra el tiempo para salvar su amor de la caducidad.
EL MENU
DE JENA
Aunque el Adán fue el “plato principal”
en el banquete de Jena, no faltaron alternativas. Antígona Vélez, soslayada en
la enumeración de las Antígonas hecha por Steiner, fue el objeto de los
trabajos de Adriana Mancini (la estética de la muerte que redime el horror en
la belleza) y de Ester Andradi (la lectura de la construcción histórica
nacional como negación absoluta del otro). Los estudios de Enrique Foffani y
Jorge Monteleone abordaron especialmente la poesía, en un recorrido integrador
y exhaustivo. Foffani recuperó la primera obra poética: Los aguiluchos,
marcando la continuidad de modernismo y vanguardia y la importancia de la
alegoría cristiana, trabajada por Baudelaire, en el autor argentino. Monteleone
dibujó su tránsito de la vanguardia al arquetipo, colocando la metáfora sorprendente
en el lugar de una tradición ahistórica.
De manera informal, pero elocuente, se
presentó también Valoración múltiple: Leopoldo Marechal (2011), una antología
internacional al cuidado de Ernesto Sierra, editada por Casa de las Américas,
de La Habana, que reúne un vasto panorama de opiniones de escritores y
fragmentos de estudios críticos sobre el autor.
Adán Buenosayres fue revisitado además
por otros motivos. En la mesa de apertura Javier de Navascués se refirió a su
nueva edición de la novela, que acaba de lanzarse en la Colección EALA
(Ediciones Académicas de Literatura Argentina), siglos XIX y XX, de Corregidor,
dirigida por mí y co-dirigida por Jorge Bracamonte. Se trata de la primera
edición crítico-genética de esta obra publicada en la Argentina, y cuenta ahora
con una base de pre-textos y manuscritos originales (casi la totalidad) que no
estuvo disponible para las ediciones anteriores. Entre otros problemas propios
de esta labor, Navascués abordó el de las notas al pie, dadas las casi innumerables
correcciones establecidas por un autor minucioso al extremo. ¿Sería realmente
necesario marcar todos esos cambios? El editor optó por una selección de lo que
le pareció verdaderamente significativo. Aun así, la obra, precedida de un
fundamental estudio preliminar, incluye más de cuatrocientas notas, entre las
léxicas y generales, y aquellas específicas sobre el proceso genético.
Alijerandro, una obra de teatro de
Marechal nunca publicada antes, compuesta presumiblemente entre 1950 y 1955, se
presentó en el mismo coloquio, como “cierre estelar” de la mesa de balance que
tuvo lugar en la Embajada Argentina en Berlín el último día. Pero es solo la
punta del iceberg en un territorio inexplorado. María de los Angeles Marechal
comentó la existencia de varias obras dramáticas nunca dadas a conocer en el
archivo que las hijas y herederas del escritor lograron recuperar en 2008,
después de una ardua lucha: Estudio en Cíclope (que el autor decidiría llamar
Polifemo), El arquitecto del honor, El Mesías, Muerte y epitafio de Belona (que
podría considerarse un apéndice del Adán), Don Alas o la virtud, Un destino
para Salomé, La mona de oro, Gregoria Funes y Tu vida en la balanza (estas dos
últimas incompletas).
Se han recobrado asimismo los
manuscritos y pretextos de sus otras dos novelas, lo cual permitiría realizar,
como se ha hecho en el caso del Adán Buenosayres, nuevas ediciones de índole
crítica y crítico-genética iluminadoras del proceso creativo, siempre
intrincado y complejo en el caso marechaliano. También algunas conferencias
completas e incompletas. Lamentablemente, no todas son buenas noticias en este
rubro.
En efecto, parte del material inédito,
textual y pretextual, según declaró María de los Angeles Marechal, se halla
hoy, junto con lo que resta de la biblioteca del autor, en una sala de la
Universidad Nacional de Rosario (Facultad de Filosofía y Letras), aún sin
catalogar y en situación de riesgo.
La investigadora Marisa Martínez
Pérsico publicó este año un extenso estudio en la revista Cartaphilus, cuyo
título habla por sí mismo: “Biblioclastia por incuria: la biblioteca personal
de Leopoldo Marechal en Rosario”. La “biblioclastia por incuria”, define,
siguiendo a Umberto Eco, no es sino el abandono y el olvido al que son
sometidos algunos textos, en este caso, los libros y los manuscritos que fueron
objeto de una donación realizada años después de la muerte de Marechal y no
autorizada por sus hijas. Las fotos del material, exhibidas en el coloquio por
María de los Angeles, también se expresaron por sí mismas con elocuencia
suficiente. Durante su última visita en 2012 –señaló–, después de sortear
múltiples impedimentos burocráticos, las condiciones de conservación no habían
mejorado.
En el caso de los libros, por lo que
parece, no son todos los que están, ni están todos los que son. Algunos, muy
posteriores al año de su muerte, no pudieron pertenecer al escritor. Por otra
parte, otros títulos brillan por su ausencia. Faltan los textos vanguardistas
de Borges, Güiraldes, Girondo. No hay nada de Cortázar, admirador de
primerísima hora del Adán Buenosayres y con quien Marechal mantuvo
correspondencia. Tanto Martínez Pérsico como Horacio Zabala, en su folleto
pionero El expolio del legado de un escritor argentino, destacan las
excedencias y las faltas.
Por otra parte, dentro de cinco cajas
sin inventariar, se acumulan, al decir de los investigadores, manuscritos,
fotos y cartas todavía por descubrir y describir. Martínez Pérsico llegó a
realizar un estudio de sesenta y dos fichas ológrafas, que constituyen materiales
pre-textuales de Adán Buenosayres. Se trata de una colección de refranes,
proverbios y lugares comunes del folklore oral que se resignificarían luego en
la novela con originalidad poderosa.
Un tema no menos delicado, que también
surgió en el contexto del coloquio, atañe a las alteraciones realizadas después
del fallecimiento del autor en los manuscritos conservados; esto había sido
marcado por los filólogos que trabajaron con los originales de Adán
Buenosayres. Pero las modificaciones podrían haber afectado incluso a su última
novela, Megafón o la guerra, publicada en forma póstuma, según adujo en su
ponencia la investigadora alemana Ulrike Kröpfl. Ha sido posible ya comprobar
en parte una hipótesis temprana de la misma Kröpfl: que el final de la novela
fue en efecto intervenido con añadidos que no están en los manuscritos pasados
en limpio. Como se sabe, la novela se publicó en forma póstuma y no fue su
autor quien revisó sus segundas pruebas.
En el caso de Alijerandro, Javier de
Navascués destacó en su edición crítica las correcciones efectuadas sobre los
manuscritos por una mano claramente ajena a la caligrafía del escritor, que
someten la obra a una “operación desmarechalizadora”. Así, el nombre del
protagonista se convierte en Cristóbal, el título se reemplaza por “Los
mecanismos del vuelo”. Y se realizan otras alteraciones que “actualizan” la
época probable en que la obra fue compuesta, como reemplazar tranvías (que
dejaron de funcionar en 1963) por colectivos, o suprimir el anticuado “quemador
de magnesio” cuando se refiere a la cámara de fotos.
Aun en el caso de los libros
depositados en la Universidad de Rosario, los investigadores señalan
tachaduras, marcas y sobreescrituras discordantes con respecto al sistema de
lectura que podría identificarse como propio del autor.
El coloquio de Jena de 2013 se
recordará sin duda como un hito en los estudios sobre Leopoldo Marechal:
resumen de lo hecho hasta hoy y comienzo de una nueva etapa en la difusión
internacional del autor argentino.
Después de este encuentro queda sobre
el tapete una verdadera agenda de trabajo y de asignaturas pendientes para los
estudios marechalianos, entre ellas, las más elementales: bregar por la
conservación, en las condiciones adecuadas, de su biblioteca personal; lograr
los recursos para catalogar el frondoso archivo inédito, tanto el que se halla
bajo custodia de la Fundación que lleva su nombre, como del que se aún se
encuentra en Rosario, y que las herederas de Marechal reclaman para su
preservación e inventario.
A partir del cumplimiento de esta
agenda, se podrá proceder a la edición de los inéditos desconocidos, al
establecimiento riguroso de autoría en el caso de obras publicadas bajo otro
nombre (y que se presume podrían ser de Marechal) y al estudio exhaustivo de
todos los manuscritos para determinar, sin que haya lugar a dudas, las posibles
manipulaciones de los mismos; también se enriquecerá el mapa de los originales,
los bocetos, los pretextos que podrán utilizarse en ediciones más complejas y
refinadas de los textos que ya se publicaron.
Marechal, el moderno, sigue dando
sorpresas, y su obra, lejos de estar cerrada, se abre desde archivos todavía
secretos que tienen algo de baúl de tesoro y de caja mágica, a la espera de sus
descubridores.
PÁGINA
35 – POESÍA ALLENDE EL MAR
MAHMUD DARWISH
(Birwa-Galilea-Palestina)
¿CUÁNTAS
VECES TERMINARÁ LO NUESTRO?
(1995)
(1995)
Contempla
sus días en el humo de los cigarros,
mira el reloj de bolsillo: si pudiera, pausaría su sonido
para aplazar la maduración de la avena. Él sale de sí mismo agotado, impaciente.
El tiempo de la mies ha llegado.
Las espigas son pesadas, las hoces descuidadas
y el país
se aleja ahora de su puerta profética.
El verano del Líbano me habla de
mis viñas en el Sur.
El verano del Líbano me habla
del más allá de la naturaleza,
pero mi camino hacia Dios comienza
desde una estrella en el Sur...
- ¿Me hablas, padre?
- Ellos han fijado una tregua en la isla de - Rodas, hijo.
- ¿Y qué tenemos nosotros que ver con eso, padre?
- Y se ha terminado todo.
- ¿Cuántas veces terminará lo nuestro, padre?
- Ya se ha terminado. Han cumplido con su deber: - Han disparado con fusiles rotos contra los aviones
enemigos.
Hemos cumplido con nuestro deber. Nos hemos alejado de
los acedaraques para no mover la gorra del jefe militar.
Hemos vendido los anillos de nuestras mujeres
para que cazaran pájaros, hijo.
- ¿Pero entonces, padre, nos quedaremos aquí,
bajo el sauce del viento,
entre los cielos y el mar?
- Hijo mío, todo aquí - se asemejará a algo de allí. Seremos a nuestra imagen y semejanza
por las noches,
y la estrella eterna de la semejanza
nos consumirá.
- Padre, aligérame del peso de tus palabras.
- He dejado las ventanas abiertas al arrullo
de las palomas,
he dejado mi rostro en el brocal del pozo,
he dejado a las palabras charlando a su antojo,
colgadas en el armario, he dejado a la oscuridad en su noche,
envuelta en la lana de mi espera, he dejado a las nubes tendiendo sus zaragüelles
en la higuera,
he dejado al sueño engendrando al sueño
y he dejado a la paz sola, allí en la tierra...
- ¿Estabas soñando en mi vigilia, padre?
- Levántate. Regresaremos, hijo mío.
(Traducción de María Luisa Prieto)
mira el reloj de bolsillo: si pudiera, pausaría su sonido
para aplazar la maduración de la avena. Él sale de sí mismo agotado, impaciente.
El tiempo de la mies ha llegado.
Las espigas son pesadas, las hoces descuidadas
y el país
se aleja ahora de su puerta profética.
El verano del Líbano me habla de
mis viñas en el Sur.
El verano del Líbano me habla
del más allá de la naturaleza,
pero mi camino hacia Dios comienza
desde una estrella en el Sur...
- ¿Me hablas, padre?
- Ellos han fijado una tregua en la isla de - Rodas, hijo.
- ¿Y qué tenemos nosotros que ver con eso, padre?
- Y se ha terminado todo.
- ¿Cuántas veces terminará lo nuestro, padre?
- Ya se ha terminado. Han cumplido con su deber: - Han disparado con fusiles rotos contra los aviones
enemigos.
Hemos cumplido con nuestro deber. Nos hemos alejado de
los acedaraques para no mover la gorra del jefe militar.
Hemos vendido los anillos de nuestras mujeres
para que cazaran pájaros, hijo.
- ¿Pero entonces, padre, nos quedaremos aquí,
bajo el sauce del viento,
entre los cielos y el mar?
- Hijo mío, todo aquí - se asemejará a algo de allí. Seremos a nuestra imagen y semejanza
por las noches,
y la estrella eterna de la semejanza
nos consumirá.
- Padre, aligérame del peso de tus palabras.
- He dejado las ventanas abiertas al arrullo
de las palomas,
he dejado mi rostro en el brocal del pozo,
he dejado a las palabras charlando a su antojo,
colgadas en el armario, he dejado a la oscuridad en su noche,
envuelta en la lana de mi espera, he dejado a las nubes tendiendo sus zaragüelles
en la higuera,
he dejado al sueño engendrando al sueño
y he dejado a la paz sola, allí en la tierra...
- ¿Estabas soñando en mi vigilia, padre?
- Levántate. Regresaremos, hijo mío.
(Traducción de María Luisa Prieto)
GEORGES
BRASSENS
(Sète-Francia)
(Sète-Francia)
SÚPLICA
PARA SER ENTERRADO EN LA PLAYA DE SÈTE
La muerte, que nunca me perdonó
por haber sembrado flores en los agujeros de su nariz,
me persigue con un recelo imbécil.
Así que rodeado de cerca por los entierros,
me pareció bien poner al día mi testamento,
pagarme un testamento.
Moja en la tinta china azul del Golfo de Lion,
moja, moja tu pluma, oh, mi viejo notario,
y con tu más bella escritura
anota lo que tendrá que ocurrir con mi cuerpo,
cuando mi alma y él ya sólo estén de acuerdo
en un solo punto: la ruptura.
Cuando mi alma emprenda su vuelo hacia el horizonte,
junto a la de Gavroche y la de Mimi Pinson,
las de los primates y los jilgueros.
Que ante el tierra natal mi cuerpo sea llevado,
en un coche-cama de Paris-Mediterráneo,
con terminal en la estación de Sète.
Mi panteón de familia, vaya! no está muy nuevo,
vulgarmente hablando, está lleno como un huevo,
y de aquí que alguien salga,
puede que se haga tarde y yo no puedo esperar
decidle a estas bravas gentes: apretaos un poco,
dejad sitio a los jóvenes, de alguna forma.
Justo al borde del mar, a dos pasos del oleaje azul
cavad si es posible un pequeño agujero mullido,
un buen nicho pequeño.
Cerca de mis amigos de infancia, los delfines,
a lo largo de este arenal donde la arena es tan fina,
en la playa llamada La esquina.
Es una playa donde incluso en sus momentos furiosos
Neptuno nunca es tomado en serio,
donde cuando un barco naufraga
el capitán grita: "Soy el jefe a bordo!
sálvese quien pueda, el vino y el anís primero,
cada uno a lo suyo y coraje".
Y es ahí que en otro tiempo, con 15 años cumplidos,
a esa edad donde divertirse solo no es suficiente
conocí el primer amor.
Al lado de una sirena, una mujer-pez,
recibí del amor la primera lección,
tragué la primera espina.
Con todo el respeto hacia Paul Valéry
yo como humilde trovador sobre él sobresalga,
el buen maestro me lo perdone.
Y que al menos si sus versos valen más que los mios,
mi cementerio sea más marino que el suyo,
y no desagrade a los habitantes.
Es mucho pedir: sobre mi pequeña parcela,
plantar, os lo pido una especie de pino,
pino parasol de preferencia.
Que sabrá prevenir contra la insolación,
a los buenos amigos venidos a hacer sobre mi concesión
reverencias de afecto.
Esta tumba sándwich entre el cielo y el agua,
no dará una sombra triste al cuadro,
sino un encanto indefinible.
Las bañistas la utilizarán como biombo,
para cambiar de ropa y los niños pequeños
dirán: qué bueno, un castillo de arena!
Tanto venidos de España y tanto de Italia,
todos cargados de perfumes, de bellas músicas,
El Mistral y la Tramontana,
sobre mi último sueño derramarán los ecos,
de villanela, un día, un día de fandango,
de tarantelle, de sardana.
Y cuando tomando mi loma como almohada
una ondina venga gentilmente a dormitar,
con menos que nada por vestido.
Pido perdón de antemano a Jesús,
si la sombra de su cruz se posa un poco encima,
para un pequeño placer póstumo.
Pobres reyes faraones, pobre Napoleón,
pobres grandes desaparecidos que yacen en el Panteón,
pobres cenizas importantes,
tendréis envidia un poco del eterno veraneante,
que hace surf sobre la playa soñando,
que pasa su muerte de vacaciones.
La muerte, que nunca me perdonó
por haber sembrado flores en los agujeros de su nariz,
me persigue con un recelo imbécil.
Así que rodeado de cerca por los entierros,
me pareció bien poner al día mi testamento,
pagarme un testamento.
Moja en la tinta china azul del Golfo de Lion,
moja, moja tu pluma, oh, mi viejo notario,
y con tu más bella escritura
anota lo que tendrá que ocurrir con mi cuerpo,
cuando mi alma y él ya sólo estén de acuerdo
en un solo punto: la ruptura.
Cuando mi alma emprenda su vuelo hacia el horizonte,
junto a la de Gavroche y la de Mimi Pinson,
las de los primates y los jilgueros.
Que ante el tierra natal mi cuerpo sea llevado,
en un coche-cama de Paris-Mediterráneo,
con terminal en la estación de Sète.
Mi panteón de familia, vaya! no está muy nuevo,
vulgarmente hablando, está lleno como un huevo,
y de aquí que alguien salga,
puede que se haga tarde y yo no puedo esperar
decidle a estas bravas gentes: apretaos un poco,
dejad sitio a los jóvenes, de alguna forma.
Justo al borde del mar, a dos pasos del oleaje azul
cavad si es posible un pequeño agujero mullido,
un buen nicho pequeño.
Cerca de mis amigos de infancia, los delfines,
a lo largo de este arenal donde la arena es tan fina,
en la playa llamada La esquina.
Es una playa donde incluso en sus momentos furiosos
Neptuno nunca es tomado en serio,
donde cuando un barco naufraga
el capitán grita: "Soy el jefe a bordo!
sálvese quien pueda, el vino y el anís primero,
cada uno a lo suyo y coraje".
Y es ahí que en otro tiempo, con 15 años cumplidos,
a esa edad donde divertirse solo no es suficiente
conocí el primer amor.
Al lado de una sirena, una mujer-pez,
recibí del amor la primera lección,
tragué la primera espina.
Con todo el respeto hacia Paul Valéry
yo como humilde trovador sobre él sobresalga,
el buen maestro me lo perdone.
Y que al menos si sus versos valen más que los mios,
mi cementerio sea más marino que el suyo,
y no desagrade a los habitantes.
Es mucho pedir: sobre mi pequeña parcela,
plantar, os lo pido una especie de pino,
pino parasol de preferencia.
Que sabrá prevenir contra la insolación,
a los buenos amigos venidos a hacer sobre mi concesión
reverencias de afecto.
Esta tumba sándwich entre el cielo y el agua,
no dará una sombra triste al cuadro,
sino un encanto indefinible.
Las bañistas la utilizarán como biombo,
para cambiar de ropa y los niños pequeños
dirán: qué bueno, un castillo de arena!
Tanto venidos de España y tanto de Italia,
todos cargados de perfumes, de bellas músicas,
El Mistral y la Tramontana,
sobre mi último sueño derramarán los ecos,
de villanela, un día, un día de fandango,
de tarantelle, de sardana.
Y cuando tomando mi loma como almohada
una ondina venga gentilmente a dormitar,
con menos que nada por vestido.
Pido perdón de antemano a Jesús,
si la sombra de su cruz se posa un poco encima,
para un pequeño placer póstumo.
Pobres reyes faraones, pobre Napoleón,
pobres grandes desaparecidos que yacen en el Panteón,
pobres cenizas importantes,
tendréis envidia un poco del eterno veraneante,
que hace surf sobre la playa soñando,
que pasa su muerte de vacaciones.
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36 - CUENTO
JORGE
LUIS BORGES
(Argentino-1899/1986)
EL MILAGRO SECRETO
La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las piezas y el tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó. Cesaron los estruendos de la lluvia y de los terribles relojes. Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga.
El diecinueve, las autoridades recibieron una denuncia; el mismo diecinueve, al atardecer, Jaromir Hladík fue arrestado. Lo condujeron a un cuartel aséptico y blanco, en la ribera opuesta del Moldau. No pudo levantar uno solo de los cargos de la Gestapo: su apellido materno era Jaroslavski, su sangre era judía, su estudio sobre Boehme era judaizante, su firma delataba el censo final de una protesta contra el Anschluss. En 1928, había traducido el Sepher Yezirah para la editorial Hermann Barsdorf; el efusivo catálogo de esa casa había exagerado comercialmente el renombre del traductor; ese catálogo fue hojeado por Julius Rothe, uno de los jefes en cuyas manos estaba la suerte de Hladík. No hay hombre que, fuera de su especialidad, no sea crédulo; dos o tres adjetivos en letra gótica bastaron para que Julius Rothe admitiera la preeminencia de Hladík y dispusiera que lo condenaran a muerte, pour encourager les autres. Se fijó el día veintinueve de marzo, a las nueve a.m. Esa demora (cuya importancia apreciará después el lector) se debía al deseo administrativo de obrar impersonal y pausadamente, como los vegetales y los planetas.
El primer sentimiento de Hladík fue de mero terror. Pensó que no lo hubieran arredrado la horca, la decapitación o el degüello, pero que morir fusilado era intolerable. En vano se redijo que el acto puro y general de morir era lo temible, no las circunstancias concretas. No se cansaba de imaginar esas circunstancias: absurdamente procuraba agotar todas las variaciones. Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la misteriosa descarga. Antes del día prefijado por Julius Rothe, murió centenares de muertes, en patios cuyas formas y cuyos ángulos fatigaban la geometría, ametrallado por soldados variables, en número cambiante, que a veces lo ultimaban desde lejos; otras, desde muy cerca. Afrontaba con verdadero temor (quizá con verdadero coraje) esas ejecuciones imaginarias; cada simulacro duraba unos pocos segundos; cerrado el círculo, Jaromir interminablemente volvía a las trémulas vísperas de su muerte. Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces; naturalmente, acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos. Miserable en la noche, procuraba afirmarse de algún modo en la sustancia fugitiva del tiempo. Sabía que éste se precipitaba hacia el alba del día veintinueve; razonaba en voz alta: Ahora estoy en la noche del veintidós; mientras dure esta noche (y seis noches más) soy invulnerable, inmortal. Pensaba que las noches de sueño eran piletas hondas y oscuras en las que podía sumergirse. A veces anhelaba con impaciencia la definitiva descarga, que lo redimiría, mal o bien, de su vana tarea de imaginar. El veintiocho, cuando el último ocaso reverberaba en los altos barrotes, lo desvió de esas consideraciones abyectas la imagen de su drama Los enemigos.
Hladík había rebasado los cuarenta años. Fuera de algunas amistades y de muchas costumbres, el problemático ejercicio de la literatura constituía su vida; como todo escritor, medía las virtudes de los otros por lo ejecutado por ellos y pedía que los otros lo midieran por lo que vislumbraba o planeaba. Todos los libros que había dado a la estampa le infundían un complejo arrepentimiento. En sus exámenes de la obra de Boehme, de Abnesra y de Flood, había intervenido esencialmente la mera aplicación; en su traducción del Sepher Yezirah, la negligencia, la fatiga y la conjetura. Juzgaba menos deficiente, tal vez, la Vindicación de la eternidad: el primer volumen historia las diversas eternidades que han ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Parménides hasta el pasado modificable de Hinton; el segundo niega (con Francis Bradley) que todos los hechos del universo integran una serie temporal. Arguye que no es infinita la cifra de las posibles experiencias del hombre y que basta una sola "repetición" para demostrar que el tiempo es una falacia... Desdichadamente, no son menos falaces los argumentos que demuestran esa falacia; Hladík solía recorrerlos con cierta desdeñosa perplejidad. También había redactado una serie de poemas expresionistas; éstos, para confusión del poeta, figuraron en una antología de 1924 y no hubo antología posterior que no los heredara. De todo ese pasado equívoco y lánguido quería redimirse Hladík con el drama en verso Los enemigos. (Hladík preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte.)
Este drama observaba las unidades de tiempo, de lugar y de acción; transcurría en Hradcany, en la biblioteca del barón de Roemerstadt, en una de las últimas tardes del siglo diecinueve. En la primera escena del primer acto, un desconocido visita a Roemerstadt. (Un reloj da las siete, una vehemencia de último sol exalta los cristales, el aire trae una arrebatada y reconocible música húngara.) A esta visita siguen otras; Roemerstadt no conoce las personas que lo importunan, pero tiene la incómoda impresión de haberlos visto ya, tal vez en un sueño. Todos exageradamente lo halagan, pero es notorio -primero para los espectadores del drama, luego para el mismo barón- que son enemigos secretos, conjurados para perderlo. Roemerstadt logra detener o burlar sus complejas intrigas; en el diálogo, aluden a su novia, Julia de Weidenau, y a un tal Jaroslav Kubin, que alguna vez la importunó con su amor. Éste, ahora, se ha enloquecido y cree ser Roemerstadt... Los peligros arrecian; Roemerstadt, al cabo del segundo acto, se ve en la obligación de matar a un conspirador. Empieza el tercer acto, el último. Crecen gradualmente las incoherencias: vuelven actores que parecían descartados ya de la trama; vuelve, por un instante, el hombre matado por Roemerstadt. Alguien hace notar que no ha atardecido: el reloj da las siete, en los altos cristales reverbera el sol occidental, el aire trae la arrebatada música húngara. Aparece el primer interlocutor y repite las palabras que pronunció en la primera escena del primer acto. Roemerstadt le habla sin asombro; el espectador entiende que Roemerstadt es el miserable Jaroslav Kubin. El drama no ha ocurrido: es el delirio circular que interminablemente vive y revive Kubin.
Nunca se había preguntado Hladík si esa tragicomedia de errores era baladí o admirable, rigurosa o casual. En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo. Era la última noche, la más atroz, pero diez minutos después el sueño lo anegó como un agua oscura.
Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego, buscándola. Se quitó las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó.
Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver quien las dijo. Se vistió; dos soldados entraron en la celda y le ordenaron que los siguiera.
Del otro lado de la puerta, Hladík había previsto un laberinto de galerías, escaleras y pabellones. La realidad fue menos rica: bajaron a un traspatio por una sola escalera de fierro. Varios soldados -alguno de uniforme desabrochado- revisaban una motocicleta y la discutían. El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había que esperar que dieran las nueve. Hladík, más insignificante que desdichado, se sentó en un montón de leña. Advirtió que los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para aliviar la espera, el sargento le entregó un cigarrillo. Hladík no fumaba; lo aceptó por cortesía o por humildad. Al encenderlo, vio que le temblaban las manos. El día se nubló; los soldados hablaban en voz baja como si él ya estuviera muerto. Vanamente, procuró recordar a la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau...
El piquete se formó, se cuadró. Hladík, de pie contra la pared del cuartel, esperó la descarga. Alguien temió que la pared quedara maculada de sangre; entonces le ordenaron al reo que avanzara unos pasos. Hladík, absurdamente, recordó las vacilaciones preliminares de los fotógrafos. Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes de Hladík y rodó lentamente por su mejilla; el sargento vociferó la orden final.
El universo físico se detuvo.
Las armas convergían sobre Hladík, pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro. Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco. Pensó el tiempo se ha detenido. Luego reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento. Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa cuarta égloga de Virgilio. Imaginó que los ya remotos soldados compartían su angustia: anheló comunicarse con ellos. Le asombró no sentir ninguna fatiga, ni siquiera el vértigo de su larga inmovilidad. Durmió, al cabo de un plazo indeterminado. Al despertar, el mundo seguía inmóvil y sordo. En su mejilla perduraba la gota de agua; en el patio, la sombra de la abeja; el humo del cigarrillo que había tirado no acababa nunca de dispersarse. Otro "día" pasó, antes que Hladík entendiera.
Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud.
No disponía de otro documento que la memoria; el aprendizaje de cada hexámetro que agregaba le impuso un afortunado rigor que no sospechan quienes aventuran y olvidan párrafos interinos y vagos. No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía. Minucioso, inmóvil, secreto, urdió en el tiempo su alto laberinto invisible. Rehizo el tercer acto dos veces. Borró algún símbolo demasiado evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso, optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel; uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del carácter de Roemerstadt. Descubrió que las arduas cacofonías que alarmaron tanto a Flaubert son meras supersticiones visuales: debilidades y molestias de la palabra escrita, no de la palabra sonora... Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.
Jaromir Hladík murió el veintinueve de marzo, a las nueve y dos minutos de la mañana.
CONTRATAPA: AUTORES SANTAFESINOS
ELDA
MASSONI (1938-2001). Poeta, escritora y periodista. Nació en Ataliva y
falleció en Rafaela, localidades ambas de la provincia de Santa Fe. Colaboró en
el diario "La Opinión" y fue directora de la revista de
cultura "Sensación". Coordinó talleres literarios. En 1992, su
poemario "La llanura tiene dioses"obtuvo el Premio de la
Secretaría de Cultura de la Nación; dos años antes, el Movimiento Alicia Moreau
de Justo la había distinguido por sus contribuciones en el periodismo y en la
literatura. La suya es una poesía límpida, serena, que en una mirada abarcativa
sabe fundir el paisaje exterior con el propio interior. Otros libros de
poesías: "La piel del siglo", "Los límites de la
memoria", "Huellas en el llano".
SIMPLE
MEMORIA
Simple memoria. Lasciva memoria.
Prodigiosa. Sal y sol. Caricia, latigazo, horizonte.
Ya poco cabe entre las manos.
Se han perdido las gargantas umbrías
dueñas de los lagartos
y ahora beben devotamente las bestias
en un plato de sopa.
Qué delirio.
Memoria de fracciones, de olvidos,
de amores, uñas, algarrobos y crisálidas.
Y una lluvia suspendida entre los ojos.
Cómo decir amarilis, abeja, andén.
Como olvidar los rostros de aquellos niños mudos
o la gravidez del verano
o el espacio infinito.
La memoria cuelga de los bolsillos
-ala escindida-
y una sombra de cenefas
apacigua los retornos.
La línea miope de los ojos
concluye en las grandes manchas verdes;
allí conviven arbustos y fugas.
Pero los párpados
-persianas de colihue-
señalan la hora de ponerse de pie
y seguir cavando laberintos.
Simple memoria. Lasciva memoria.
Prodigiosa. Sal y sol. Caricia, latigazo, horizonte.
Ya poco cabe entre las manos.
Se han perdido las gargantas umbrías
dueñas de los lagartos
y ahora beben devotamente las bestias
en un plato de sopa.
Qué delirio.
Memoria de fracciones, de olvidos,
de amores, uñas, algarrobos y crisálidas.
Y una lluvia suspendida entre los ojos.
Cómo decir amarilis, abeja, andén.
Como olvidar los rostros de aquellos niños mudos
o la gravidez del verano
o el espacio infinito.
La memoria cuelga de los bolsillos
-ala escindida-
y una sombra de cenefas
apacigua los retornos.
La línea miope de los ojos
concluye en las grandes manchas verdes;
allí conviven arbustos y fugas.
Pero los párpados
-persianas de colihue-
señalan la hora de ponerse de pie
y seguir cavando laberintos.
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