Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 84– Noviembre de 2013– Año VII – Nº 11

GACETA LITERARIA Nº 84– Noviembre de 2013– Año VII – Nº 11


Imágenes: BEAUTIFUL WORLD

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

DEFENSA DE LA PALABRA (4)

Uno escribe para despistar a la muerte y estrangular los fantasmas que por dentro lo acosan; pero lo que uno escribe puede ser históricamente útil sólo cuando de alguna manera coincide con la necesidad colectiva de conquista de la identidad. Esto, creo, quisiera uno: que al decir: "Así soy" y ofrecerse, el escritor pudiera ayudar a muchos a tomar conciencia de lo que son. Como medio de revelación de la identidad colectiva, el arte debería ser considerado un artículo de primera necesidad y no un lujo. Pero en América Latina el acceso a los productos de arte  y cultura está vedado a la inmensa mayoría. Para los pueblos cuya identidad ha sido rota por las sucesivas culturas de conquista, y cuya explotación despiadada sirve al funcionamiento de la maquinaria del capitalismo mundial, el sistema genera una "cultura de masas". Cultura para masas, debería decirse, definición más adecuada de este arte degradado de circulación masiva que manipula las conciencias, oculta la realidad y aplasta la imaginación creadora. No sirve, por cierto, a la revelación de la identidad, sino que es un medio de borrarla o deformarla, para imponer modos de vida y pautas de consumo que se difunden masivamente a través de los medios de comunicación. Se llama "cultura nacional" a la cultura de la clase dominante, que vive una vida importada y se limita a copiar, con torpeza y mal gusto, a la llamada "cultura universal", o lo que por ella entienden quienes la confunden con la cultura de los países dominantes. En nuestro tiempo, era de los mercados múltiples y las corporaciones multinacionales, se ha internacionalizado la economía y también la cultura, la "cultura de masas", gracias al desarrollo acelerado y la difusión masiva de los medios. Los centros de poder nos exportan máquinas y patentes y también ideología. Si en América Latina está reservado a pocos el goce de los bienes terrenales, es preciso que la mayoría se resigne a consumir fantasías. Se vende ilusiones de riqueza a los pobres y de libertad a los oprimidos, sueños de triunfo para los vencidos y de poder para los débiles. No hace falta saber leer para consumir las apelaciones simbólicas que la televisión, la radio y el cine difunden para justificar la organización desigual del mundo. Para perpetuar el estado de cosas vigente en estas tierras donde cada minuto muere un niño de enfermedad o de hambre, es preciso que nos miremos a nosotros mismos con los ojos de quien nos oprime. Se domestica a la gente para que acepte "este" orden como el orden "natural" y por lo tanto eterno; y se identifica al sistema con la patria, de modo que el enemigo del régimen resulta ser un traidor o un agente foráneo. Se santifica la ley de la selva, que es la ley del sistema, para que los pueblos derrotados acepten su suerte como un destino; falsificando el pasado se escamotean las verdaderas causas del fracaso histórico de América Latina, cuya pobreza ha alimentado siempre la riqueza ajena: en la pantalla chica y en la pantalla grande gana el mejor, y el mejor es el más fuerte. El derroche, el exhibicionismo y la falta de escrúpulos no producen asco, sino admiración; todo puede ser comprado, vendido, alquilado, consumido, sin exceptuar el alma. Se atribuye a un cigarrillo, a un automóvil, a una botella de whisky o a un reloj, propiedades mágicas: otorgan personalidad, hacen triunfar en la vida, dan felicidad o éxito. A la proliferación de héroes y modelos extranjeros, corresponde el fetichismo de las marcas y las modas de los países ricos. Las fotonovelas y los teleteatros locales transcurren en un limbo de cursilería, al margen de los problemas sociales y políticos reales de cada país; y las series importadas venden democracia occidental y cristiana junto con violencia y salsa de tomates.


PÁGINA 2 – CUENTO

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

PABLO DE ESPUMA, PABLO DE ARENA

Aquí nomás, a pocas cuadras de donde el mar rinde su fuerza  ante la arena, duran los días de un niño-hombre que se me ocurre de espuma.
Que se me ocurre de arena.
Su cuerpo esmirriado cumplió  diecisiete años,  su cerebro, protegido por una maraña empiojada de pelos negros, se plantó en huelga de brazos caídos por tiempo indefinido atorándose en los siete.
Tiene los ojos oscuros de mirada vacía como urgueteando un pasado que lo marcó para siempre dejando huellas de fuego sobre su alma casi errante, tan hueca como dicen que es la nada.
Me acompaña cuando salgo a hacer las compras, ese es su pasaporte diario  que le permitirá la entrada al kiosco donde habrá de saciar sus ganas infantiles con alguna golosina inaccesible para él, de otra manera.
-Tené cuidado con ese pibe, me dicen algunos de los pocos vecinos residentes en este pueblo de turistas veraniegos. Anda en malas juntas, te va a afanar en cualquier momento, agregan.
(Por qué será, me pregunto, que la pobreza siempre se enlaza, como ley inexorable, con el delito. Por qué será, me pregunto, que la marginación  representa, para muchos, un vínculo entrelazado con la degradación humana. Por qué será, me pregunto, que los verdaderos degenerados de la historia pasada y la presente: los chupasangre, los expoliadores, los saqueadores,  nunca ofrezcan un mínimo de sospechas, pese a ser los colaboradores inmediatos para que sigan vagando Pablo de espuma, Pablo de arena.)
Pablo  me cuenta historias de un ayer desgarrador, habla de su madre ahogada en alcohol, prostituta, fallecida una noche de excesos con estómago vacío.  Habla también de su padre “suicidado” en una cárcel donde pagan sus culpas los que han sido cazados, también, por ser de espuma y arena, como el niño-hombre inacabado.
Suele agarrarse a trompadas con otros chicos porque:
-Me puteó a mi madre y eso no puedo dejarlo pasar, doña,  dice justificando sus arranques de ira demasiado asiduos, tanto como lo son las agresiones que recibe de hijos de buenas familias que no dudan en recordarle su historia a este pequeño “animalito” abandonado a su (mala) suerte.
Me cuenta que cuando termine la escuela, cuando supere el segundo grado donde se encuentra anclado desde hace tantos años, quiere ser policía para poner orden en el pueblo.
Me cuenta que todas las noches da vueltas por la calle comercial para avisarle a la cana cuando andan los chorros. Y hace “vigilancia” también por mi vereda.
-Porque yo patrullo, doña y te cuido, comienza su monótono,  repetitivo relato todas las tardes al regresar de la playa.
-Hoy faltó la maestra, miente, cuando durante semanas enteras anda por la arena jugando con su perro tan callejero como él. Tan de espuma, tan de arena, tan sin nada como el niño-hombre. Sin control de ningún tipo. ¡De ningún tipo! Sin asistencia, sin caricias, con la panza empachada de ausencias.
Pablito y yo pasamos horas conversando pero su mente divaga, se dispara como flecha enloquecida, da en el centro del blanco del absurdo y vuelve a contarme que ya se anotó en la escuela de policía para cuando termine de cursar sus años detenidos en un ayer.
-Yo te cuido, doña, repite cada vez que nos encontramos. El sigue mis tiempos,  espera que abra mi ventana para demostrarme que es cierto, que él me protege para que no me pase nada.
-Claro Pablo, vos sos mi guardaespaldas, respondo, mientras su perrito mueve la cola dándome también los buenos días, creo que comprende el vínculo que se generó entre nosotros.
-Tené cuidado con ese pibe, me repiten los vecinos que ya han puesto un sello de delito inminente sobre ese cuerpecito donde la vida transcurre rodeada de vacío.
Pablo de espuma, Pablo de arena,  sonríe dejando ver el espacio sin nada donde el abandono expulsó a sus dos dientes centrales. Va con un palo en la mano que imagina un garrote de policía. Corre gaviotas, desafía al miedo patea caracoles y espera un mendrugo de pan viejo, como el que le dan en la escuela donde no llega el pan fresco para los pobres.
Y por esas paradojas que aparecen cuando la hipocresía rodea la cintura de la vida, los ladrones conocidos, protegidos, asalariados oficiales, de mirada siniestra pero no vacía, siguen caminando por las calles desoladas sin ofrecer ningún tipo de sospecha.
Aquí nomás, a pocas cuadras de donde el mar rinde sus fuerzas ante la arena, todos saben, todos callan, todos miran desde el  silencio que cobija al miedo. Y me alertan sobre  este Pablo esquelético que anda por la vida rodeado de soledad y estancamiento.
Y yo, que aprendí que en la vida no todo es como me lo cuentan, sigo pensando qué carajos hago para que este niño hombre deje de  arrastrar su cruz por esta vida que lo llenó de estigmas, convirtiéndolo en sospechoso de un mañana sin sol y noches sin lucero.
-Yo te cuido, doña, dice con ternura mientras arroja piedras contra un árbol reseco como su piel y sigue su tiempo de sueños abortados. Pablo de espuma, Pablo de arena. ¡Pablo de nadie!


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
(Venado Tuerto-Santa Fe-Argentina)

INSOLENTES ALMOHADAS

Vos me decías
que querías mudarte a la casa de la isla
y que ansiabas la llegada de olores arrebolados.
Reclamabas lapiceras para garabatear poemas,
rincones para soñar y llorar a gritos.
Pedías que no falten mariposas embarazadas
ni sembradíos de caricias o neblinas reveladoras,
botellas vacías desperdigadas,
manzanas que inciten al pecado,
camas donde nuestras desnudeces floten
y lenguas encarnadas en rosales.
Demandabas insolentes almohadas que interpelen
melodías incrustadas en los techos
y vestigios triunfantes de un ritual de espasmos.

Mientras vos seguías con tu manifiesto de imágenes
yo tenía una precaria certeza:
mi única casa era tu cuerpo.

ANOCHECER DERROTADO

Seguramente faltó saber
que anduvimos largo tiempo
sobre la superficie leve de las cosas,
y no nos tomamos en serio,
porque nos seducía la risa,
nos atravesaba el champán.
Hagamos este ejercicio de inquietud.
Vayamos a ese mágico espacio
donde todo tiene su consecuencia.
Hablemos de episodios reales,
contemos nuestras derrotas.
Entremos a ese paraíso
donde reina el temblor de tu muslo
donde se declara derrotado el anochecer
sabiendo que luego hay noche para rato.

TAREA IMPOSIBLE

Cómo puedo producir versos
te pregunto
si cada noche
cuando la meta es buscar laboriosamente la palabra,
tu cuerpo se sienta en mi lecho de poemas
tu cintura se alza buscando el horizonte
y una sombra imprecisa me hace naufragar.
En ese instante
me desconsuelo
y para olvidarlo
mis mordiscos comienzan la tarea.
Las palabras quedan reemplazadas
por conceptos terrenales y salvajes.


MIGUEL ÁNGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Argentina)

LA CONSTANCIA DE LAS MARIPOSAS

Acobarda la espera.
Se confunde con mugre
esto de desvestir recuerdos
que bajan por tu carpeta de clases,
chocan con un tema de Uriel Lozano
y se duermen
en la última risa
que te vi después del desayuno.

El miedo insemina la cueva de tu búsqueda.
Agría el regusto de  tanto empresario trucho
colectando estrellas de los bares
donde las mocosas
estrenan peinados y vestidos.

¿Quién pintarrajeó tu descuido con mentiras?
¿Quién te llevó de mí
en alguno de los coches
que cruzan el terraplén,
                                      las avenidas,
que escupen tentaciones de murga
a la salida de la escuela,
o recogen su diezmo
de cerveza y queso fresco
en un almacén coreano?

¿Quién te midió con la vara de la carne?
¿Quién te puso de mordaza
la pulsera del boliche,
y te acribilló de sueños en pastillas
la memoria de tus pasos hacia mí,
de tu regreso,
un campo de suicidas amarillos,
una razón por dejarnos?

Cada día
marco el tallo de mi edad
con tu apodo.
Trato de comprender
cuál de las polleras de cuero
no te pertenece,
en que pesebre de whisky
te duermen y te usan,
te usan y te duermen,
así,
en vaivén de arenas
contra un cielo de aceite.

Pero, mirá.
La prisa se desvive de fotógrafos
que me llaman.
Exponen mi cara a los informes,
marchan a mi costa
en manifestaciones “que venden”
(“que pegan”).
Afirman que ser justo
es encontrarte,
que ser humano
es no saberte
violada,
perdida,
ahogada,
en un barrizal de luz y purpurina,
abierta de vientre,
aventada de flor, de puta o de doncella.

¿Pero quién puede transformar en sueño
esta vuelta de vos,
esta negativa de saberte otra.
Otra entre lobos,
otra en el cardo,
otra en el pinche de la indiferencia
otra torva, hostil
hija de la calle que no eras,
que no serás.
Otra cautiva.

Un puño cerrado,
una mano entre los dientes
pueden más que llorar hasta la sal de las quimeras.

Pero
¿quién te obligó a confiar en las caricias?
¿Quién te habló de hogar
mientras te palpaba las piernas?
¿Quién te confundió
con que el amor era el escape,
una combi donde el cariño se engolosina de a chupadas
y los novios-amantes-fiolos
se demoran en la niebla?

Acobarda la espera.
Y encima este mundo macho
que ruboriza hasta la constancia de las mariposas.


PÁGINA 4 – ENSAYO

LIANA FRIEDRICH
(Rafaela-Santa Fe)

UNA APROXIMACIÓN AL CORPUS LITERARIO DE ESTHER ANDRADI

          ¿Quién es Esther Andradi?... Es una escritora coterránea nuestra, puesto que nació en Ataliva (Santa Fe) y estudió “Ciencias de la Comunicación” en Rosario, pero su espíritu andariego e quieto la llevó a buscar otros rumbos: en 1975 emigró a Lima, Perú, donde ejerció el periodismo y publicó su primer libro.  En 1980, tiene oportunidad de viajar a Europa, entonces decide radicarse en Berlín (Alemania), donde se dedicó nuevamente a la escritura, pero esta vez, produciendo guiones y reportajes para radio y TV. En 1995 retorna a nuestro país, residiendo en Buenos Aires durante ocho años. Pero a partir del año 2003, regresa a Berlín, donde no sólo se ejerce su profesión, publicando artículos y entrevistas en diversos medios de Europa y América, sino que prioriza el “oficio de escritora”, como ensayista, narradora y compiladora. Sus libros  Come éste es mi cuerpo, Tanta vida y Sobre Vivientes, fueron editados en Buenos Aires, y Ser mujer en el Perú y Chau Pinela, en Lima.

           A mis manos llegaron sus otros dos últimos: la novela Berlín es un cuento (2007, Córdoba, Alción Editora), y una compilación de textos narrativos en habla hispana, provenientes de distintas latitudes: Comer con la mirada (2008, Buenos Aires, Ediciones del IMFC). La contratapa de la novela revela la preocupación que todo(a) escritor(a) experimenta ante el acicate de la inspiración que atormenta la razón y enciende el alma (ese fenómeno que algunos denominan el “síndrome de la página en blanco”): Durante años soñó con esta historia. Se despertaba por las noches con el comienzo preciso, las palabras exactas, el primer párrafo. Después volvía a dormirse. Las preguntas la desvelaban, y las respondía escribiendo textos en el aire, infinitas cuartillas mentales que jamás se hacían reales, y volvía a dormirse. Había una punta. Tenía que comenzar a contar desde la ciudad que fue. Entonces escribió Berlín. El resultado fue una “reescritura”, producida desde su particular mirada de literaturidad, que se sitúa en la última ciudad amurallada de occidente, gracias al artificio del texto –ese mecanismo perezoso- como práctica significante, el cual, según Roland Barhtes, no es un objeto: es un trabajo y un juego; no es un conjunto de signos cerrados, sino un volumen de huellas en trance de desplazamiento. La textura se complejiza entrelazando historias de amor y exilio, de ocupas y neonazis, donde política y utopía, ciencia y fantasía configuran un espacio distorsionado por los sueños y las pasiones, y una textura donde todos los géneros parecen tener cabida: novela, cuento, cartas, poesía… Es así como Berlín es un cuento, logra impactarnos con la “estocada de la sospecha”, echando por tierra la idea de que los signos son naturales e inocentes y que significan simplemente aquello que denotan, para instaurar una práctica significante corporizada en la encrucijada de múltiples voces (esa multivocidad  a la que se refería Bajtin  desde el hipertexto), que remiten a una lectura “perversa”, porque revierten y alteran el discurso. Esther Andradi se suma al grupo de escritoras que intenta, a través del decurso literario, despertar el goce estético desde una “lógica razonada”, para incentivar una actitud crítica por parte de los lectores-destinatarios, quienes puedan comparar la noción de realidad con la de los escenarios posibles que plantea la novela: un mundo ficcional que exhuma el estatuto pragmático del discurso narrativo factual, ya que se trata de una novela de denuncia social, contestataria, comprometida con un “habitus”  donde prima la injusticia y la discriminación, y donde lo artesanal-literario escapa a los requerimientos del mercado editorial masivo, pues su meta es presentar conflictos que tienen que ver con uno de los aspectos más alienantes de la psiquis humana: la defensa irrestricta de la libertad (coincidiendo con la hipótesis formulada por otro semiólogo, Verón, definida como “la dimensión significante de los fenómenos sociales”). Igual que en las “cajas chinas” o en las “muñecas rusas”, los fragmentos de ficción cuasilíricos de “la  Bella, la Gorda y la Vieja”, se entretejen con la trama novelística, instando –perlocutoriamente- al interlocutor múltiple (léases “lectores”) a “armar el rompecabezas” inserto en la realidad existencial de esta modernidad líquida del “vale todo”, del “todos contra todos”, donde “la convivencia se esfuma” y “el futuro se disuelve”, hasta convertirnos irremediablemente, en “polvo de estrellas”…

                  En el Prólogo de Comer con la mirada, Esther Andradi expresa: No sé si es posible escribir la historia al margen de las comidas. ¿Hubo alguna vez una revolución, una huelga, una guerra, una exploración, una aventura o la ciencia, que no tuviera como disparador la comida o su ausencia? ¿Se debate algo más que comer en el mundo de hoy? ¿Hay acaso algo que no ocurra entre desayunos y almuerzos, entre sopas y tallarines, entre fastos y desechos? Todo pasa finalmente por la cocina… Y a ella volvemos siempre con nuestras dietas y nuestras hambres; hurgando en las sobras o solazándose en el derroche, la comida es la síntesis de la civilización. Y lo que resta de ella… En efecto: mucho se ha dicho sobre el poder evocador que tienen las palabras; a través de ellas podemos recordar aromas de la infancia, viajes y lugares, momentos dichosos y otros que no lo fueron tanto… ¡hasta podemos volar con la imaginación hacia mundos desconocidos!... en fin: evocar todo un universo encerrado “entre líneas”. También mucho se ha hablado sobre la fuerza creadora que tiene la Palabra (así, con mayúscula) porque desde el principio –llamémosle “Génesis” en el lenguaje bíblico- sabemos que la palabra divina tenía el don de trastocar el caos en cosmos, y luego, de instaurar la vida con aquel toque mágico de: “Y dijo Dios: sea la luz, y fue la luz”, germen de todas las cosas, hasta que “el Verbo se hizo hombre. Y habitó entre nosotros”, en el Nuevo Testamento, con la profética llegada –para gran parte de la humanidad- del Hijo y mensajero del Dios Padre… En el caso de Comer con la mirada, (título que reedita la frase hecha, pero con una connotación especial) es posible, también mágicamente, a través de las palabras, “degustar” los sabores más exóticos (a veces casi olvidados tras sucesivas capas de tiempo, o desconocidos para los lectores de lengua hispana, radicados en latitudes alejadas en la dimensión espacial). Como en la recordada novela de la mejicana Laura Esquivel, a veces los relatos se vuelven intimistas, porque exhuman el sabor de los ancestros o porque se tiñen con los sentimientos de sus protagonistas; otras, las “recetas” adquieren fuerza dramática, al movilizarse gracias al animismo telúrico de sus ingredientes; muchas más, los aderezos y componentes principales se constituyen en instrumentos movilizadotes de la acción, es decir, en el motor que produce el avance de los acontecimientos o el vehículo que enlaza las situaciones del “pathos” narrativo. Por eso es que las palabras no son simplemente “fría letra escrita”, ya que no sólo poseen vida, sino que están dotadas de alma… La escritora Luisa Valenzuela –parafraseando un cuento maravilloso tradicional- habla de “la densidad de las palabras”, es decir, de esa fuerza ilocucionaria que logra materializarse en “sapos y culebras”… pero que también puede dar rienda suelta a la ensoñación y el desborde más eufórico: “bailo al compás de mis palabras y las voy escribiendo con los pies en una caligrafía alucinada”… Es por ello que, en este ramillete narrativo, compilado por E. Andradi, en Comer con la mirada, las palabras no solamente se hacen densas, opacas, cargadas de efectos (y afectos), sabores y aromas, sino que se vuelven hasta… ¡masticables!


PÁGINA 5 – CUENTO

EVA MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)

BLANCO SOBRE NEGRO

Tenía todo preparado. Los folios, a la izquierda. Bolígrafos, dos de cada color −rojo, azul y negro−, a mi derecha. El ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de la mesa, con el cojín para los riñones, dos paquetes de cigarrillos y un vaso de whisky con hielos. Así me imaginaba la mesa de un escritor, aunque todo revuelto. Caótico.

Mezclé los bolígrafos con las hojas. Se cayeron folios y bolígrafos. Les di una patada. Escritor maldito, me dije con sonrisa diabólica. Encendí un cigarrillo, que saqué de uno de los paquetes de Marlboro que había comprado esa mañana. Imaginé que me entrevistaban, para El País o El Mundo, y puse posturas de gran intelectual; ahora con la mano izquierda, en la frente, apretando las sienes, ahora con el cigarrillo en la boca intentando decir algo ingenioso tras la tos. Tiré la ceniza, que cayó dentro y fuera del cenicero. Cogí el vaso de whisky. Lo moví, circularmente, necesitaba oír el clic, clic de los hielos. Me lo llevé a la nariz y bebí. No me gustó el sabor, tampoco el del tabaco, pero daba un toque especial, de artista.

Dejé que el cigarrillo se consumiese, que los hielos se deshicieran y me acerqué el portátil. Los dedos en el aire, como pianista al comienzo de un concierto. Estaba en tensión; demasiada tensión para una buena escritura. Le di dos sorbos al whisky. El nombre del personaje. Ricardo. Me gustaba, tenía fuerza. Ricardo Corazón de León. Ricardo III. 

Di a la «r»; una, dos, tres veces. Mantuve el dedo presionado. Las erres fueron uniéndose hasta llenar la pantalla. Las borré. Pensé en lo difícil que era escribir. Solo sentarse frente a una pantalla tan blanca atemorizaba; parecía que las palabras, las ideas, huyesen, como esas erres que ya había borrado.

Antes de retirar el ordenador y probar con el papel, di a la «r» y la guardé como documento. Me hizo gracia mi hazaña, que celebré con caladas al cigarrillo y un buen trago de whisky. Cogí folios y el bolígrafo negro. «Espalda recta, ojos al frente», me dije acordándome de la mili, «al objetivo». El objetivo era escribir algo, lo que fuese, aunque estuviera mal escrito. Sentir que a un sujeto sigue un verbo, que los complementos se van arrimando a la frase, que a una frase sigue otra, que hay armonía entre ellas, que van casi de la mano. Encendí un cigarrillo y contemplé el humo. Cuántas veces había soñado desaparecer de una manera tan elegante. Adquirir esa materia volátil.

Cómo empezar. Ricardo, a sus treintaicinco años. Horrible. Ricardo, hombre sincero y robusto. Hombre sincero y robusto. ¡Dios! Las taché. Los críticos lo reprobarían. Mientras pensaba en el argumento, dibujé erres; mayúsculas, minúsculas, alargadas. Cuando me cansé, arrugué la hoja y la tiré a la papelera. Hice una buena canasta. Apagué cigarrillo y portátil, y fui al baño.

Mientras me subía los pantalones, me vi en el espejo. Tenía más ojeras. Lo blanco de los ojos con venas rojas. Me dolía la garganta. Saqué la lengua; amarillenta. No quise seguir indagando.

Fui al salón. Me dejé caer en el sofá. Puse los pies sobre la mesa, pensando que mañana, mañana empezaría la novela.   


PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

SANDRA G. GUDIÑO.
(Santa Fe-Argentina)

VIAJE SIN ENCUENTRO

Noviembre se lleva tu nombre, mi alegría
y en el mar se celebra el don de la palabra.

Compartimos hasta hoy la estación de la piel
regocijo que se llama llanto.
Cuando el sol baje rojo
a lavar su cara en el río
daré rienda suelta
a las llamas del desconsuelo.

Profanarás mi espalda
a la hora señalada
un agujero azul profundo
regurgitará tu nombre.

Se callarán los ojos,
boca abajo sollozaré
la imperfecta cercanía
de la distancia
y el puente oxidado librará
una última batalla
para tus besos descalzos.

Noviembre se lleva mi nombre, tu alegría
en el mar ya no se celebra el don de la palabra.

47

Surco mi historia.

Descalza.
Sin prisa, ni promesas.

Tengo la vida tatuada por dentro
y la piel astillada en sal.

Soy añoranza
vestida de mí.


ROSTRO

Una mañana fría
se acalambra en mis manos,
sobre el invierno del pecho
se resguarda un puñado de silencios azules,
sus ojos no conocen el amanecer.

Necesito recordar te.

Dibujé una luna
bosquejé las formas de mi tiempo infinito
y me senté a escuchar
el laxo movimiento
de mis manos en tu rostro.

Pasajero de mis horas sin tempo
necesito recordar te.

Las ráfagas de viento emigraron
desde mi última sonrisa,
se callaron todas las ramas
y me senté a esperar
después del primer olvido.

Todo se acumula
apilo soledades viejas,
recorro la colección de tristezas sin colores
y cuando la terca rutina
viene a buscarme le canto:
"je me souviens de toi".

Necesito recordar te.

Voy hacia tus gestos una y otra vez,
tu rostro es un largo misterio
que bebe mi néctar sin pestañear,
el delirio sobrevuela mis canas
y percibo apenas la luz de tus ojos
que late por mis uñas.

Necesito recordar te.

Será que sólo soy un horno de sangre
galopando de cara al corazón?
Tu signo me ha marcado la espalda,
camino hacia tu voz con esperanza.
No sé cuando me abriré a tu rostro.
La cuestión es la llave.

MIRYAM COLOMBOTTO
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)

ACCIONES DEL ÁNGELUS

El sol declina, sus rayos
perforan en oblicuo nubes espesas
y tocan la tierra.
Presagios de ángel refleja
el azogue del aire, trae
señales a esta parte del suelo.

Esa luz cruzada palpa
los rasgos del atardecer,
suaviza las calles su hálito
y el campo se vuelve a sí mismo
verde y concentrado…
su piedad me alcanza.
Danza el Ángelus
en el paisaje secreto del alma,
urde lento despliegue de signos
que insumisa, puedo no advertir.

Llega como epílogo del día
reiterando su perdón de luz.

SE ABRIÓ PASO LA VIDA

Desde un patio gritón de malvones
atravesado por soles inocentes
hasta formar esta trama de ocasos
que conjugan el presente,
se abrió paso la vida.
Aquí, donde las huellas pesan
y a menudo los dioses no llegan
a recordarnos
por estar tan lejos.
Mi infancia exime de culpas
las mariposas muertas que aún
alcanzan a rozarme con total pureza.
Con ellas…dejarme ir con ellas
por la eventual libertad de las palabras
que completan el ritual de mi mandala.

Mientras el capullo del verso brotaba
se abrió paso la vida…
y mudó el orden de lo ileso.
Ella nos trae consigo
como un sol que amanece, luego
vemos su luz
bajando sobre las paredes.
Implacable.

(Me niego a caer en la sombra profunda
Voy a salvarme. Allanaré la oscuridad
con la piadosa luz que encuentro
en la constante residencia del verso).

Fruto de silencios

lluvia
... instrumento de percusión
sobre mi desbordada espera
la que triza relojes con el cuarzo
de una lágrima, esa
que sueña a destajo
sin darle permiso a las ausencias
agua...
... intrusa imperdonable cuando llegas
al borde de mi sed y te alejas
alzas, castigas, derrochas tu fuerza
contra mi vulnerable espera,
la que nunca está sola
porque supo alimentarse
con fruto de silencios
y de inestables mieles.

En mi pueblo, llueve.


PÁGINA 7 – ENSAYO

PAULA BRUNO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
  
V. TENDENCIAS ACTUALES DE HISTORIA CULTURAL

Actualmente, las imágenes de caos, crisis y pluralismo son recurrentes a la hora de analizar el campo de la historiografía. El escenario configurado suscita diversos juicios, pero por lo general se presenta el panorama como desordenado, inorgánico y fragmentario; en su interior, las Ciencias Sociales transitan un estado de confusión metodológica y teórica traducido en una sensación de pluralismo desmesurado.
Tal vez este hecho deba atribuirse a la ausencia de paradigmas historiográficos hegemónicos que señalen los caminos a seguir -metodología, teoría y definición del objeto- en las últimas décadas, que sean capaces de organizar la colección de tendencias configuradas en la nueva historiografía, como habían sido, entre 1940 y 1980, Annales y otras corrientes de explicación global, como el estructuralismo y el marxismo.
Ante la configuración de una apariencia crítica de la Historia, provocada por la caducidad de los que eran considerados paradigmas totalizantes, resurgieron antiguas tensiones e incertidumbres. Teniendo en cuenta esta realidad es de esperar que, en estos momentos de indefinición en el campo de la disciplina histórica, aflore una multiplicidad de tendencias que intentan imponerse definiendo sus objetos y sus metodologías, y que los historiadores actuales, insertos en este clima, se encuentren una vez más en la necesidad de optar por una gran variedad de caminos a seguir.
A este hecho se suma que, en la actualidad, diversos elementos de las corrientes de pensamiento consolidadas durante las décadas del ‘60, ‘70 y ‘80 están presentes las ciencias sociales que parecen no ser tan estrictamente encasillables como antaño. En el contexto de las disciplinas sociales afloraron distintas perspectivas que reformulan antiguas metodologías e incluso, en algunos casos, redefinen sus objetos. De este modo, surgió un sinnúmero de aproximaciones y prácticas historiográficas y, en las dos últimas décadas, se produjeron grandes cambios en lo que respecta a los ámbitos de la historiografía cultural.
Mencionar algunos rasgos comunes de las tendencias historiográficas actuales es una operación que puede hacerse por la negativa. Las nuevas búsquedas y los intereses de los historiadores parecen enmarcarse en una oposición a las corrientes mencionadas en las secciones anteriores. Por un lado, las perspectivas de análisis, a la hora de elegir sus objetos de estudio, se distancian en forma significativa de las acciones de personalidades descollantes –rasgo característico de la primera etapa analizada-; por otro, las estructuras generales y los grandes procesos sociales –objeto predilecto de la segunda etapa aquí descripta- también dejaron de ser núcleos de interés para los historiadores profesionales. Así, nuevos temas, inusitados objetos de estudio y originales estrategias de investigación e interpretación se presentan en un escenario no tan homogéneo como los válidos anteriormente.
En el campo de la historia de las ideas, se han delineado nuevos abordajes que plantean lo que se ha dado en llamar el problema del objeto. Focalizando la atención en la rama de la disciplina histórica que se ocupa de historizar las formas de pensamiento, muchos historiadores profesionales contemporáneos han comenzado a revisar las formas de hacer la historia de lo que los hombres pensaron, dado que en la práctica cambiaron considerablemente en el tiempo, y es, por lo tanto, de fundamental importancia no perder de vista su propia historicidad.
El problema del objeto radica en que las ideas pueden considerarse de formas múltiples, definidas como simples abstracciones, existentes sólo desde el momento de su encarnación o materialización, productos de individualidades, expresiones colectivas, parte de sistemas formales de pensamiento, construcciones conscientes y autónomas o reflejos de condiciones materiales, por mencionar sólo algunas posibilidades.
De este modo, la definición del objeto de la historia intelectual trae aparejada una serie de cuestiones teórico-metodológicas que deben ser definidas. En consonancia con estos llamados de atención, en la actualidad surgieron nuevas tendencias historiográficas que revisan y refundan las formas de practicar la historia intelectual, tendencias que no pueden considerarse en forma monolítica ya que presentan diferencias nacionales y matices significativos en cuestiones epistemológicas. Es interesante señalar que las variadas formas de afrontar la historia intelectual, si bien han aparecido en distintos momentos y contextos, no se han anulado entre sí; de hecho en la actualidad es clara la coexistencia de formas disímiles de practicarla.
Simultáneamente, en el ámbito de la historia de las imágenes, se formularon en las dos últimas décadas debates acerca de las imágenes mismas como objeto de estudio. También aquí se abre un abanico de posibilidades a la hora de definir la especificidad de las imágenes como objeto, considerándose alternativamente como obras de espíritus superiores, productos individuales o productos de una época, percibidas como una unidad con coherencia propia e intrínseca o como una suma de íconos con significados dados por las referencias externas a la obra en sí, entre otras posibles definiciones.
De este modo vemos cómo hoy se configuró un escenario en el que los debates y la variedad de ópticas conviven con cierta indefinición y yuxtaposición de enfoques. Prueba de ello es la aparición de obras de carácter histórico en las que emergen distintas influencias provenientes de otras disciplinas, como la lingüística, la antropología cultural y los aportes provenientes del denominado giro lingüístico o desafío semiótico, entre otros. A continuación describimos tres tendencias destacadas que se inscriben en el amplio marco de los abordajes de historia de la cultura contemporáneos: la historia intelectual en su versión anglosajona, la nueva historia cultural en su vertiente francesa y la microhistoria, vinculada estrechamente con la historiografía italiana.
El representante más sobresaliente de la vertiente anglosajona de la historia intelectual es el historiador norteamericano Robert Darnton, cuya obra más destacada es La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia cultural francesa (1984). Este historiador intentó aplicar elementos provenientes de la antropología cultural a sus estudios históricos. Así, su pretensión principal es estudiar las creencias colectivas como un objeto etnográfico, es decir, explicar los hechos históricos buscando su contenido simbólico. Entre las influencias que se destacan en su obra se encuentran las provenientes del denominado programa geertziano –postulados propuestos por el antropólogo Clifford Geertz, inscripto dentro de la corriente de antropología de la cultura interpretativa-. En relación con estos postulados, esta vertiente de la historiografía considera a la cultura como una entidad semiótica, se la caracteriza como un “campo de comunicación” en el cual se producen y reproducen los significados en un infinito juego de interpretaciones. De este modo, la cultura es vista como el producto simbólico de expresiones concretas de los sujetos sociales y su análisis se basa en la observación e interpretación de las diferencias que hacen que cada comunidad contenga sus especificidades.
En lo que respecta al escenario francés y la nueva historia cultural, debe destacarse la labor de Roger Chartier, quien encarna el proyecto de pasar “desde la historia social de la cultura a la historia cultural de la sociedad”. El historiador propone realizar una historia de las representaciones colectivas del mundo cultural. De este modo, la exploración de la cultura actúa como una entrada para responder preguntas sobre la sociedad, y la interpretación de la misma se concreta por el medio del análisis de las representaciones, que muestran las formas en las que el mundo es dotado de sentido por los individuos y los grupos. El objeto de la historia cultural, tal como lo define Chartier, es el estudio de la articulación entre las obras producidas dentro del espacio particular de la producción cultural y el contacto de éstas con el mundo social, donde son llenadas de sentidos dados por las prácticas. Este historiador expuso y manifestó en forma sistemática sus intenciones teóricas y metodológicas en una serie de escritos producidos entre 1982 y 1990 reunidos en El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación.
También dentro del ámbito francés se destaca la tarea de la historiadora Natalie Zemon Davis. Entre las obras de esta autora se destacan Sociedad y Cultura en la Francia moderna (1975) y Ficción en los archivos (1987). A lo largo de sus producciones, lleva a cabo una reconstrucción histórica que intenta alejarse de todo tipo de determinismo mecanicista y de abstracta generalización. Para realizar esta empresa utiliza diversos procedimientos metodológicos, entre los que se destaca el de la imaginación histórica,  principio que apunta a lograr una interpretación allí donde la documentación del proceso a estudiar sea exigua. Así, esta historiadora, cuando no cuenta con fuentes que le permitan rastrear la situación que le compete, utiliza materiales que le dan información sobre el contexto. La reconstrucción contextual actúa como dadora de significados probables, y permite visualizar una gama de posibilidades entre las que debe optar el historiador. La elección de una posibilidad en detrimento de otras es la que trazará el camino a seguir a la hora de dar una interpretación sobre los procesos estudiados.
Otra vertiente historiográfica consolidada en las últimas décadas, sobre todo en el marco de la historiografía italiana, es la denominada microhistoria. En líneas muy generales, puede sostenerse que esta apuesta historiográfica apunta a una reducción de la escala de observación a la hora de realizar una investigación. El objetivo principal de esta forma de abordaje es obtener información acerca de cómo los hombres y las mujeres, insertos en determinado contexto espacial y temporal, experimentaron sus condiciones de vida, es decir, se intenta rastrear las características y la dinámica de las experiencias vitales de determinados actores históricos. Las dos obras más destacadas dentro de esta vertiente son El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (1976) de Carlo Ginzburg, y La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo XVII (1985) de Giovanni Levi.
Existen otras tantas manifestaciones que pueden inscribirse dentro de la nueva historia cultural, todas ellas producidas y difundidas desde la década del ochenta. Prueba de ello es la gran variedad de análisis históricos referidos a los sectores populares o a los grupos subalternos, así como también los estudios de género y los referidos a los grupos considerados tradicionalmente “marginales”. Los éxitos editoriales que en Europa tuvieron colecciones como la Historia de la vida privada –edición conformada por cinco volúmenes dirigidos por Philippe Ariès y Georges Duby que abordan la historia occidental desde la Antigüedad Clásica hasta el siglo XX y que comenzaron a publicarse en 1985- o la Historia de las mujeres en Occidente –en la que participaron historiadoras e historiadores de renombre internacional como Arlette Farge, Joan Scott,  Natalie Zemon Davis y Georges Duby- actúan como parámetro indiscutido a la hora de evaluar la multiplicidad de campos por la que está atravesando la historia de la cultura.
Existen además otras tendencias historiográficas que se delinearon y consolidaron en las últimas dos décadas, dentro de las cuales se incriben, sólo por mencionar algunos ejemplos, los estudios que focalizan su atención en los diversos espacios de sociabilidad –política y no-política, como cafés, clubes, centros de reunión, etc.- retomando algunas propuestas concretadas por el historiador francés Maurice Agulhon en sus trabajos presentados en Historia vagabunda (1994). A su vez, se difundieron prácticas de reconstrucción histórica basadas en las diferentes corrientes de la historia oral, entre cuyos exponentes más sobresalientes puede mencionarse a la historiadora italiana Luisa Passerini, autora de Turín obrera y fascismo (1984).
En lo que concierne a la historia vinculada con el arte, el horizonte de investigaciones también se amplió y se diversificó en función del uso de un nuevo concepto, el de “material visual”, que nuclea disitintas manifestaciones creativas e incluye las redes de relaciones de producción, circulación y apropiación de las mismas. En función de esta ampliación de perspectivas, se generaron algunas obras de historiadores que no utilizan las imágenes como un elemento de carácter meramente ilustrativo sino que las incorporan en estudios que las abordan y, simultáneamente, las trascienden. En esta dirección puede considerarse una destacada obra del ya mencionado Carlo Ginzburg: Pesquisa sobre Piero. El bautismo. El ciclo de Arezzo. La flagelación de Urbino (1981).
Es evidente que la variedad de objetos y metodologías se intensificó en forma muy significativa en los últimos veinte años. Estas distintas formas de hacer la historia se difundieron en formas disímiles y con ritmos desparejos en los distintos ámbitos nacionales, dado que las recepciones de las nuevas corrientes nunca son pasivas y la dinámica que asumen está condicionada por las particularidades de cada una de las comunidades académicas de historiadores.


PÁGINA 8 – CUENTO

 MÓNICA RUSSOMANNO.
(Santa Fe-Argentina)

ALREDEDOR DE NABAM

Yo soy yo, la que escribo y no la que escribió. Algunas veces, cuando releo la novela de ella tiendo a confundir las identidades y creo ser la otra, la que se obsesionó con ese personaje extraño y maravilloso que fue apareciendo apunte por apunte, en esas noches de insomnio en las cuales la historia le fue aconteciendo como dictada, como si ese ser imposible se escribiese y describiese a sí mismo, apareciendo pleno y corpóreo, ajeno a su imaginación.
La cosa comenzó a partir de un artículo del "Diccionario infernal" de Collin de Plancy, libro que pacientemente la esperaba en un anaquel de la biblioteca familiar desde antes de que naciera.
Siempre había estado allí, lo descubrió en la infancia leyéndolo a escondidas de sus padres, y desde entonces esporádicamente releía algunos artículos, con la curiosidad incrédula que conviene a nuestros tiempos y la satisfacción por el estilo y el lenguaje antiguos. También allí, desde siempre, la aguardaba quizás Nabam para manifestarse.
En la página dedicada a los conjuros se recetan las palabras, signos y condiciones para invocar a los demonios, y tan bien organizadas se encuentran las huestes infernales, con sus capitanes, sus legiones y sus cadenas de mando, que a cada día de la semana corresponde un demonio, un horario para efectuar la ceremonia, una ofrenda que debe ser preparada con celo para entregar al compareciente.
La escritora no otorgaba fe a la brujería, pero le pareció que el tema era adecuado para crear una novela, y la primera noche hizo una descripción de Nabam, el demonio de los martes.
"Lo miro parado y es más bajo de lo que parece estando sentado. Esa falsa impresión la causa una cierta desproporción entre el cuerpo y los brazos, que resultan demasiado largos. Me desagrada.
Tiene un exterior brutal desmentido por una delicadeza extrema en los dedos y la forma en que manipula los objetos. Desearía que fuese simplemente bestial sin esa cualidad falsa de cuidadosa cortesía.
Cuando habla, agacha la cabeza, lo que hace que aparezca una línea blanca debajo de sus iris. Ojos celestes, o grises, o verdes.
Difíl definición. El inicio de cada frase le provoca una sacudida y un adelantar el torso hacia mí, que en cada uno de sus avances retrocedo. Me llega su aliento a cigarrillo y alcohol, y algún aroma más como a perfume y transpiración. (Y flores marchitas).
Me mira con una intensidad que me pone nerviosa. Respondo apurada, equivoco las palabras y mis expresiones me resultan estúpidas en el mismo momento de decirlas.
Siempre igual. Serpiente encantadora de pajarillos. Pero yo no soy un pequeño pajarito; sin embargo frente a él soy un ser informe.
Me desprecio. Cada vez que estoy contenida en su mirada, con su cuerpo atento y ominoso, me siento en la zona de trampa. Digámoslo de una vez, el hombre me resulta intolerablemente atractivo porque me repugna."

Este primer retrato se le dio como una revelación, como si hubiese visto realmente a Nabam, y al otro día la imagen del demonio se le presentaba constantemente, reclamando su atención aun mientras ejecutaba sus tareas cotidianas.
Tenía, entonces, al personaje. Cómo sería el desarrollo de la novela no era tan claro, excepto que le resultaba evidente que se enamoraría de él con secreto horror. En síntesis, una mujer invoca al demonio en una ceremonia hecha por broma, el demonio se presenta, se declara suyo, esta mujer debe convivir con él y se consignan las vicisitudes y los diálogos que se dan entre ellos.
En algunos borradores utilizó un narrador omnisciente, en otros la tercera persona, pero los desechó y finalmente escogió el relato en primera persona, siendo la narradora una mujer que era ella misma, disfrazada apenas por detalles dispares o concesiones tenues a un intento de ocultamiento. Se puede notar sin ninguna dificultad al leer el libro cómo esos pueriles disfraces se diluyen a medida que la relación avanza, y finalmente aparece la escritora claramente retratada a través de sus palabras. Así, Nabam iba tomando forma y peso, y ella se despojaba de imposturas para reconocerse como protagonista del drama.
"No soy más que una mujer. Una patética mujer. No puedo escribir sobre sentimientos porque caería en la deplorable zona de la novela rosa, no no no no no no no. ¿Qué se puede decir que no haya sido dicho admirablemente por otros?."
Este párrafo se encuentra en su diario, y por la fecha corresponde a las primeras etapas de escritura. No deseaba escribir una historia de amor, y era eso sin embargo el fondo de la trama, la secreta seducción del demonio. Sin embargo, un segundo leimotiv ejercía un contrapunto constante, y era la relación del demonio con Dios, la imposibilidad de probar la existencia de Dios aún ante la presencia del demonio, igual de ignorante que las demás creaturas de los secretos designios del creador.
Así, este personaje en principio fantástico e increíble se va mostrando como ser arrojado al mundo, dotado de escasos poderes y aún más escasos conocimientos del más allá, siendo que al entrar en este territorio, al franquear la puerta de nuestra existencia pierde la memoria sobre las maravillas o espantos del otro lado.
Todo esto lo escribía ella sin consultarse a sí misma, con rapidez, finalizando capítulo tras capítulo casi sin efectuar correcciones posteriores.
"No me extrañaría para nada comenzar a escribir en lenguas.
Jamás había sentido igual urgencia por otro relato, ni tanta seguridad al poner las palabras, que se siguen unas a otras como dotadas de una necesaria ordenación. Recuerdo un documental sobre el autismo, en el que un niño dibujaba un gallo copiando la imagen fielmente de su memoria, trazando líneas aparentemente azarosas, caóticas, hasta que como por milagro se completó la figura. Se explicaba que las líneas no tenían sentido para él, y que aleatoriamente podía realizar un trazo del ala, luego una pata, luego una pluma de la cola y el pico, pero que el gallo surgiría completo y perfecto al final, siempre igual al primer modelo, sin importar el orden o aparente desorden de la operación. Me pregunto si no estaré dibujando algo que tiene una existencia propia, me pregunto qué rostro aparecerá cuando coloque el punto que cierre el último capítulo, y si podré mirar ese rostro que me estará devolviendo la mirada".
Esa sensación de ser mera transcriptora, acaso de estar realizando un acto más de medium que de creadora la acompañó todos los meses en los cuales los capítulos se sucedían velozmente unos a otros, en los cuales el demonio narraba historias, reflexionaba sobre la humanidad desde su condición de creatura ajena, se instalaba con su rostro y su cuerpo detalle por detalle en las palabras y en esa realidad paralela que tomaba una consistencia de cosa cierta.
Y Nabam, claro, era hermoso y terrible, orgulloso, soberbio y completo en sí mismo, una enorme fuerza agazapada y acaso mentida en su presencia confortable. La violencia probable, la posibilidad de una súbita detonación hacía que el horror por su condición demoníaca permaneciera como bajo contínuo por detrás de la melodía tranquilizadora de los diálogos calmos y la convivencia cotidiana.
El demonio se presentaba con una corporeidad en el relato que al principio le hizo dejar las luces encendidas por las noches y se resolvió luego en una especie de espera insensata.
"Me he descubierto en la calle mirando insistentemente los portales y las veredas, buscando la imagen familiar de mi demonio recostado contra el umbral de una casa o fumando silenciosamente desde la silla de un bar, libro en mano, sentado con esa actitud de dejarse estar, con ese reposo de animal cazador que reconocería de inmediato.
Me ha parecido verlo, y no me he asombrado. Sería natural y fácil caminar hacia él y saludarlo, aceptando su comparecencia como algo necesario.
Cuando escribo lo siento a mi lado, puedo percibir ese olor que le es característico, y no tengo miedo sino expectación. Frente al teclado de mi computadora, mientras describo cómo me seduce lentamente, soy seducida, ¿me seduzco?. Y cómo lo extraño cuando lo busco en las habitaciones silenciosas y descubro que él no está aquí, que no puedo rodear su cuerpo ominoso con mis brazos.
Ayer, cuando llegaba a casa, la imagen de Nabam aguardándome, espalda en la pared, cigarrillo humeante en la mano de estatua, esa imagen era tan nítida y precisa que la decepción de no encontrarlo me sumió en una depresión que hube de conjurar continuando con la novela, donde vive respira actúa habla, me habla."

Reconociendo el grado de obsesión que su personaje le provocaba, la escritora no se alarmó por ella sino se limitó a disfrutarla, pues no creía en realidad en la existencia de los cielos o infiernos del catecismo. Pensaba, como lo consignó en otros apuntes, que esta momentánea suspensión de la incredulidad era el
resultado de haber encontrado un carácter y una historia interesantes, cosas que favorecerían la obra, que prometía ser buena o en el peor de los casos menos mala que sus anteriores producciones, las que reconocía resignadamente como mediocres y carecientes de ese impacto que obliga al lector a mantener la atención en las páginas, y distrae del artificio del estilo y los mecanismos del relato.
"No te asustes, que cuando te dije que lo busco y me parece escuchar sus pasos demorados por las habitaciones, sé perfectamente que no va a ocurrir. Sólo es un sentimiento de posibilidad de la maravilla pero como juego. Dejame ser feliz con su compañía imaginaria mientras dure. No te preocupes, que no me estoy volviendo loca. Lo que pasa es que es tan hermoso."
Este fragmento de un mail a una amiga da cuenta de la alarma de ésta por esa inmersión en la irrealidad, y del intento de la escritora por tranquilizarla y quizás tranquilizarse a sí misma.
Luego del frenesí de escritura de los primeros tiempos, hubo una súbita detención en correcciones mínimas y agregado o sustitución de palabras o frases que no alteraban la obra sustancialmente, sino que demoraban el desenlace.
"No he continuado con la novela. No puedo decir mi novela porque es suya, es la zona donde él camina y respira y me acaricia distraídamente. Me he percatado de que esta suspensión no se debe a falta de inspiración. Demasiado sé que ya el último capítulo está completo línea por línea, y es el miedo a la finalización, a escribir las palabras lo que me amedrenta. Sé que puesto el punto final, esto acaba, Nabam se transforma en un personaje con presentación, nudo, desenlace, y que narrar el desenlace equivale a darle fin a él junto con la novela. Está vivo mientras escribo, lo relegaré al pasado cuando concluya su historia. Me demoro en separarme de su presencia cotidiana, no me resigno a aceptar que sus últimas palabras sean consignadas y se resuelva finalmente en una foto más del álbum, que desaparezca como esos amigos que se van y se diluyen en la memoria."
Pero, resignadamente, luego de corregir una y otra vez pasajes ya revisados, en un solo día completó lo que restaba y colocó el temido punto último que equivalía al punto de muerte para la relación íntima con su personaje.
"Ya está, la cosa está hecha. Nabam está terminado, qué feo me suena. Ahora, a intentar vivir sin mi demonio. Pero qué dramática, yo que deploro las tragedias y esa penosa magnificación de las cosas, me entrego a la lástima por mí misma y por nada.
Pero me engaño. Es el pudor, siempre ese pudor por los sentimientos lo que me obliga a intentar mentirme a mí misma. Los sentimientos me avergüenzan como la exhibición de las tragedias o la demostración de que al fin y al cabo yo tomo, también, seriamente mis sufrimientos, aunque éstos sean bastante lastimosos y dignos más de una sonrisa que de una lágrima. No es que no haya ocurrido nada, lo que me sucedió no sucedió en el terreno de lo diurno, de lo tangible, pero esta desazón, este pesar no son ficticios. Es un abandono, una carencia, y duele, me duele.
A veces siento el impulso de retomar Nabam, de agregar otro capítulo, de fingir que puedo tocarlo cuando íntimamente sé que está completo y no puedo manipularlo sin perjudicar esa cosa de bruñido ya realizado."
Quizás resulte innecesario referir que ella estaba enamorada de Nabam. Se había enamorado de ese ángel caído hermoso y taciturno que página a página iba definiéndose como un ser negado al amor. Era la seducción del amado inaccesible, acaso la más perversa porque al no ser factible su satisfacción la transforma en una obsesión imposible de conjurar. Ella sólo podía depositar su amor en ese demonio, y el demonio sólo podía amar a Dios, que lo había expulsado de su amor.
Situación refleja, simétrica, insensata porque el demonio a fin de cuentas no existía.
"Te extraño mi Nabam, cómo te extraño. Y no es casual que extraño sea lo ajeno, lo diferente, lo alejado de uno y de sus costumbres, y utilicemos el verbo extrañar para expresar el intolerable vacío, la urgencia, el desesperado hueco que alguien deja en nosotros al marcharse. Cuando uno extraña, es porque el extrañado se ha convertido en ajeno, alejado, diferente, en un extraño."
Pasado un tiempo, dijo a sus amigos en tono de broma que poco a poco había remitido la enfermedad, y que ya no buscaba a su personaje por las calles ni esperaba hallarlo sentado en la silla de hierro de la cocina. Contó que había comenzado a escribir algunos cuentos, y que tenía la idea de una nueva novela.
Hay apuntes de esa novela, que recomenzó varias veces, sin hallar el tono justo ni la forma de narrar la historia. Los borradores revelan una escritura desganada, carente de inspiración, más de trabajo de redacción impuesto que de novelista.
"No hallo placer en la escritura, no puedo dejar el estilo de Nabam, su castellano antiguo, su fría observación a través de frases corteses. No puedo creer en estos nuevos personajes intrascendentes, meros personajes y no otra cosa, marionetas con los hilos al descubierto. Cómo habría sonreído Nabam, siempre tan pronto a burlarse de mí, si hubiese leído la frase `marionetas con los hilos al descubierto'. Sin su mirada no puedo soslayar estas frases estúpidas y gastadas. Para qué engañarme, no puedo escribir este libro sin sombra, esta historia anecdótica e insustancial que tanto esfuerzo me demanda y que tan poco vale."
No destruyó los borradores, pero los guardó definitivamente y no volvió a escribir.
Sus conocidos dicen que ya no hablaba de Nabam, y que continuó su vida sin demostrar la íntima sensación de vacío de la que habla en su diario. Era quizás tan penosa para ella que no quería compartirla, y más aun cuanto que pensaba que no había verdaderos motivos, ya que se repetía que el demonio había sido un personaje en una trama y no había razones reales para sentirse abandonada. Cabría preguntarse qué es la realidad, qué significa esa palabra aplicada a los sentimientos.
"Trato de salir, de ver amigas, de volver a la realidad. Me persigue un vacío helado, una soledad que me atemoriza, la vergüenza de admitir ante mí misma que me enamoré de un ser inexistente y al que yo misma di forma sólo con palabras. Cómo decir esto, como admitir esto si no puedo confesármelo sin saber que es absurdo. Sin embargo, no es menos doloroso por ser absurdo. No, no duele menos."
Fue entonces que tomó la resolución de invocarlo. Tal vez lo meditó durante semanas, tal vez fue un impulso repentino. Como sea, ningún rastro escrito queda de ello, y cada uno puede formarse su propia opinión al respecto.
Repitiendo al personaje, repitiéndose a sí misma si convenimos finalmente en que ella era el personaje de la novela, con una tiza dibujó el círculo mágico y el pantaclo en el suelo, y pronunció su pedido de comparecencia a la noche del martes, al aire inmóvil de la habitación, a los improbables habitantes de esas oscuras regiones invisibles en las cuales no creía.
Sabemos que su pedido fue satisfecho, y también sabemos que no fue su demonio familiar, su doméstico acompañante quien apareció atraído formado o conjurado por la letanía. Qué terrible espanto se alzó frente a ella Dios nos guarde de saberlo. No fue posible reconocerla, pues su cadáver estaba desperdigado en jirones de carne y cabello y vísceras ensangrentadas. De nada había servido la pueril barrera de la línea de tiza, y la protección que asegura el conjuro es seguramente un engaño más de los demonios, que se complacen en juegos de esa naturaleza.
Ahora, en mis manos se encuentra la novela, y me hallo con súbito horror buscando la figura de Nabam recostado en algún muro, fumando en la silla de algún bar, respirando quedamente mientras hojea un libro. Línea por línea conozco su rostro y su cuerpo, y es tan hermoso. Es tan hermoso.


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

NORA NANI
(Córdoba-Argentina)

VILLAS

La gran farsante
con placas de lata en el cerebro,
coronada por machimbres asquerosos
y  telas desarrapadas,
la sola plural,
alquimista de tinieblas,
la que arrastra como una condena
la prole de su sangre interdicta,
mamacita de los cubos
que podrían algún día extraviarse,
cobrar formas y altura,
pensar a la distancia del origen y la ferocidad,

ay … si fuera posible…

Villa, favela, muchedumbre
que arracima sus cuerpos y sus almas
a  espaldas del futuro,
con nebulosos solsticios de invierno
y  descarados molinos de chapa
tañendo primaveras inexistentes.

Yo  fui  tu huésped y tu víctima.
Yo viví en colchones mugrosos rodeada de críos
allá, por San Martín arriba,
cuando la solidaridad era una sábana horizontal
que nos cubría y nos achataba,
cuando el preludio de la fuga
era una imposible aleación
que nos tronchaba manos y brazos,
piernas sin espacio,
aire distraído en su propia asfixia,

qué lugar le corresponde a la luz,
qué hacer con la palabra piedad,
cómo encontrar la punta del hilo
y  tirar, tirar
para destejer la infamia,
para que sea digno el perdón que nos merecemos
por haber permitido tanto caos y tanto dolor
tanta indiferencia inconsciente,
tanta naturalidad envenenada…

Ay, si fuera posible…
Niños que se vuelvan niños
Y hombres que amplíen sus horizontes.
Escuelas, escuelas, hospitales.

Ay, si fuera posible.
El niño que ampara mi corazón
lo está esperando.

POEMA
-a Mercedes Tranchet-

Al final partió la bruja.
La brujita buena.
Con sus malabares, su ternura y sus dolores...

Ella puso la fecha:

madeja que destejió la luna
hebra por hebra,
entre risa y llanto
jugó a quedarse,
pidió los rostros amados,
los astros deshechos en el llanto de la noche,
galopó temeraria los corceles del alba,
sacudió su lecho
ebrio de amantes clandestinos
y le puso norte a la tormenta de su corazón.

Ya desastrada,
despidió a su ángel cotidiano
y le gritó piedra libre
a la eternidad.

BALADA  DEL  INSOMNIO

La noche es un manojo de tinieblas.
Un gran, esperanzado, desesperado
manojo de tinieblas.
Cuando la sombra invoca mi pecho
yo comienzo a desentrañar fantasmas:

el lecho solo
que una vez fue carne amotinada,
las paredes que pinto con los ojos
hasta lastimar el gris y las pupilas,
los muebles dormitando memorias
en prendas inverosímiles,
leyendas del noble anzuelo
que desguaza un libro
en el panteón del velador,
y mi perra,
ortopédica casi,
viva como yo de vida sobrante...

Pero espero la penumbra.
Solo entonces
puedo mirar mi alma de frente
sin la luz que invade con su brillo los contornos.

La miro y le cuento los nombres,
los abandonos,
las tertulias del alba
-puro pájaro de bronce solapado-,
la miro y le apuro los instantes,
los desgrano,
los distraigo,
le juego olvidos en cofres de ordenador,
le gano,
me gana.

Hasta que el sueño
como un gran trapecio
me cuelga de su cintura
y oscilo bendita entre mundos dispares,
ya cayendo hacia lo alto,
ya cerrando catedrales de abismo,
fetalmente desafiante
y obstinada,
con píldoras que perforan mi orfandad
y me vuelcan
desnuda
hasta el sitio
en que todo desaparece,
me aplasta y me olvida.


MARIEL MONENTE
(San Isidro-Buenos Aires-Argentina)

ACICALADA

Acicalada
por los disturbios primaverales
me aferré
cada vez más al suelo pedregoso
en cuyo lecho adormecía.
 Trinos vestidos de luz
limaron incipientes espinas.

Ensortijada por  azahares
creí ser
          Diva
           Prenda de amor
           Reliquia.

Mi savia hecha de suspiros
henchida en frutos
me irguió de penas
y corrigió mi lagrimal oblicuo
para evitar que viese
el momento de ser despojada,
en el final
del estío.

LA PIEL SE DESMORONA

Y ahora lo imposible
                                      Es sostener
Este abrigo de pétalos
                                        Amapolas
Que da cobijo
                                         La piel se desmorona.
La piel se desmorona
                                                 En la llamada
Como la turba es azotada
                                                  Por la historia
Igualmente improcedente


Igualmente improcedente
                                      Cuando transformas
Lágrimas de plomo
                                      En bautismos de sal
                                                    Para mañana
Crecer furtiva


Crecer furtiva
En remansos de falso torbellino
                                      Con un trébol allí
Vestir de ortigas
                                        Que  cimentaron
Y ahora lo imposible


PÁGINA 10 – ENSAYO

DIANA MILOSLAVICH TUPAC
(Huancayo-Perú)

ROSINA VALCÁRCEL, AUTORA PERUANA

Audre Lorde, poeta negra norteamericana, decía que para las mujeres la poesía no es un lujo, sino una necesidad vital, definía la calidad de la luz bajo la cual formulamos nuestras esperanzas y sueños de cambio que se plasman en palabras, ideas y por fin en una acción tangible. La poesía, explicaba, es el instrumento mediante el cual nombramos lo que no tiene nombre para convertirlo en objeto de pensamiento. Los más amplios horizontes de nuestras esperanzas y miedos están empedrados con nuestros poemas, labrados en la roca de nuestras experiencias cotidianas.

Los padres blancos, apuntaba Lorde, nos dijeron: Pienso, luego existo, la madre negra que todas llevamos dentro, la poeta, susurra en nuestros sueños, siento luego puedo ser libre. La poesía acuña el lenguaje con el que expresa e impulsa esta exigencia revolucionaria, la puesta en práctica de la libertad.

Lucy Irigaray, de otro lado, sostiene que de nada sirve atrapar a las mujeres en la definición exacta de lo que quieren decir, hacer que (se) repitan para que quede claro, ellas están ya en un lugar distinto de la maquinaria discursiva en la que pretendían sorprenderlas, han vuelto en sí mismas. Para Irigaray volver en sí mismas, quiere decir, en la intimidad, de ese tacto silencioso, múltiple, difuso, como el de nuestra autora Rosina Valcárcel.

Manuel Baquerizo subrayó que Rosina recrea las furias y las penas y, Esther Castañeda, escribió: que el universo poético tradicional había estallado con la llegada de poetas como Rosina-- pues el hecho de ser mujer con ellas, adquiere otros significados.

Rosina nos escribe, ahora, para vencer el agobio, recomponer sus afectos,  reconocer los cronocopios que persisten de pie.

El poemario, Contradanza de RosinaValcárcel está organizado en seis partes, Álbum de Familia, Carta Surrealista, La pradera reverdece entre libros y música de Bach, Contradanza, Visiones Nocturnas y Zona Liberada. Son 53 poemas  en estacontradanza. En esta primera lectura he ordenado mi intervención por temas: Padre, memoria, tango, muerte, locura, pintura, cuerpo, lo social y político.

I. PADRE

El libro comienza con el poema sobre el padre—En busca de sus viejos ojos. Y la última sesión del libro la inicia, con el poema Mi Padre un círculo rojo...  El primer poema fue  publicado por Tomas Escajadillo el año 1965, en la “Gaceta Sanmarquina”.

Leamos: Cierra los ojos/ lloro a su lado/ Y le escondo los zapatos/, más 
adelante-- /Me pide sus zapatos/ le pregunto: / Papá, ¿adónde vas?/ --a 
buscar mis viejos ojos/ y se va papá/vuelve en la noche/vuelve al día 
siguiente/y se vuelve a ir/tras sus viejos ojos.  Ella busca cotidianamente al padre y él busca sus ojos perdidos. En este poema, el padre, no puede verla, porque ha perdido sus ojos. No es que no quiera, sino que no puede.

En el segundo poema, del año 1991, rescatado por Carlos Ostolaza—Mi Padre 
un Circulo Rojo. Está la intención, el esfuerzo  de establecer una cercanía entre la hija y el padre, pregunta: / Y reclamé- ¿Por qué eres tan callado como el búho? Y agrega: / Naciste desierto, eres espejismo y te alejas bajo el sol / “Se está acabando el pisco --me dijo alarmado-- y aun no llegas al meollo” / Habla repliqué/ Mas mi padre calló y pensó en Góngora /

Frente al silencio: literatura. Pensó en la poesía, colocó la poesía como distancia entre ambos y sin embargó, era lo que los unía, poesía, páginas libres, horas de lucha y relámpagos de fuego.

El homenaje a González Prada es un reconocimiento como cronopio, y también de alguna manera un reconocimiento al padre, porque publica a MGP, para que sus palabras permanezcan dice: /Me admiraste calladita mientras tu padre editaba mis libros/

Hay una admiración frente los grandes cambios y su modo de sentirlos. 
Dice, en otro momento, /Al caer el muro de Berlín registra / --“Qué dolor y ni un solo disparo”/. Resalta que sus pulcras manos obstinadas eran efecto de los sueños, su mágica pluma, sus sonetos excelsos y cantares a los obreros. En este libro, Rosina se reencuentra con el padre.

II. MEMORIA

Está colocada la idea de la memoria en el sensible poema a su hermano Marcel, /Tengo su mundo/. Es la afirmación que lo vivido juntos, queda, por ello más adelante dice: /No hay tiempo perdido//Su ojo guarda memoria/le entrego mi sombra /Y cimbro el revés de su destino/. Es interesante ver que en este caso frente a la posibilidad de la muerte, el consuelo, es la memoria, el tiempo vivido con el hermano el consuelo que encuentra.

III. TANGO
 
Esta la  imagen del tango anclada en la imagen de sus padres bailando. Es una imagen del amor, son esas imágenes de niña que subsisten como fotografía. En el poema Tango, /Padre sorprende a mama, soberbio/ Coge por la cintura/ Y baila la Comparsita /Esa constelación intacta / más adelante-/Madre resplandece y le agarra/ el oscuro cabello/ hacen una espada bajo el cielo/

En el poema, Tango Vertical II. /Duelo de luciérnagas, elevación profana /Mira de reojo como si le perdiera/ En la bruma el voltea seductor/ Tango en vertical, cuerpos en diagonal, enigmas confusos/ y termina no hay fin para esta melodía. Es como un recuerdo constante.

En el poema,  Libertango, El tango dispar que somos como definición. Para el Tango2, /Soy una lechuza animada mis ojos están rotos y mi corazón vacío soy una piedra imantada y el tango me pone en fa. De alguna forma el baile anima,  aun bailando con alguien que no conoces. Para el poema Tango 3 el tango incendia y finalmente en la despedida al padre: él Danza un tango con la muerte/  El tango aparece en la imagen del padre, del amor, y del deseo. No anima, en este poemario sin primaveras, más en otoños, inviernos y sólo un verano asoma: en el poema “Luana”.

IV MUERTE

El conjunto de poemas sobre la muerte, salvo los de su padre están agrupados en la sesión Carta Surrealista. Una interpelación con la muerte a través de la pérdida de sus amigos y amigas. En el poema Águeda, vuelve a recordar a A. Castañeda, poeta inédita de su barrio de Lince, que muere ahogada a inicios de los años 70 y que aparece, subliminalmente, a lo largo de la mayoría de los libros de Valcárcel. Se pregunta. /Adónde vas, muchacha ¿Adónde? Eres una caracola de nácar y  Dios no existe/

En el poema, Luis Fernando Vidal, escritor sanmarquino. /Y todo se hizo  silencio para ti, todo no fue más que un clavel mudo sobre tu tumba/  En  el poema a Pepe Luciano, /Cuéntame la historia de tu sangre, vuelve a preguntarse: /A que lejana tierra partiste, que arrecife te detiene, que bongó hace danzar tus huesos/-  Y en el poema Al Fin del Mundo, termina /Ay cuando volverán los padres/ Pueden haberse ido al fin del mundo/

Ya en el poema Niña, se ríe de la muerte: ¿Me rio de la muerte/ me rio de?¿ Me rio? Me / voy ciega bajo la luz de los amantes al borde del precipicio

Y, sí encuentra alguna respuesta es en el poema a Pablo Guevara. /Solo tú Pablo, puedes ver el cielo abierto y arrancar luz, al vacio del infinito  (En el poema “Cielo abierto”).

El poema a Juan Ramírez Ruiz, menciona un dicho popular/“algo se muere 
en el alma cuando un amigo se va”. Y  concluye, Te recordamos mucho, Poeta 
amigo de putamadre. ¡Que más, que más? Solo un verso limpio y justo en tu corazón. Lamuerte, en Valcárcel, una luz en el vacío del infinito, un verso 
limpio en el corazón.

V. LOCURA

Leonora Carrington, pintora, escribe sus Memorias de Abajo sobre una  instancia en el infierno. Aquí, Rosina, en el texto a Juan Ramírez, en un poema muy sentido, aunque ya, también irónico en otro tono aparece en Orfeo el lamento /Estoy en el inframundo/ en condición precaria/ Y camino entre melodías.

En este poema indica: Hoy, querido Juan, te esperábamos sobre el frío de unas sillas duras bajo el laberinto gris de nuestra mente vacía. /Mas adelante: /me han confinado en este húmedo cuartel de plata y ceniza antigua/

Alejandra Pizarnik en su libro Extracción de la piedra de la locura, conocido como La cura de la Locura, construye el yo poético como una figura del sufrimiento metafísico y emocional al igual que Valcárcel lo hace en el poema Juan Ramírez Ruiz.

VI  PINTURA

Valcárcel, al igual de Pizarnik toma la pintura como motivo de inspiración 
y denuncia. En el poema 1885 aparecen Los comedores de patatas de Van 
Gogh /Y a la luz de la lámpara un grupo de campesinos come papas con los 
dedos/  Y en el horizonte el desaliento, el furor del equinoccio, la brizna la melodía el linaje, un reino de peregrinos desnudos con barro y nombre y pies fogosos y bocas vacías. Es acaso una mención a la Miseria que toca la puerta todas las mañanas en otro poema y que persiste desde mil ochocientos a pesar de que la papa ayudara en esos años a superar la hambruna en Europa.

VII CUERPO

El cuerpo ha sido un temática trabajada por la autora, aquí nos anuncia. /Me antoje de abandonar mi cuerpo/Como eldiluvio deja su navío entre corales y algas. En el poema Carta Surrealista, hay una mención /El  amor está en la tierra. Solo tu cuerpo y el mío, solos/.

VIII LO SOCIAL Y POLÍTICO

Dispara Girasoles: (dedicado a Juan Cristóbal) es un poema muy social y político que cierra un ciclo: Un niño sublevado, dispara girasoles, volantes, puchos, en medio de fantasmas que alucinan lemas subversivos.  Frente a Carta Surrealista donde hay nostalgia Y me preguntaba por la Revolución, los                                                                                                                                                 bolcheviques y el barrio de San Eugenio. Hay evocación a históricos personajes de la política pero con nostalgia.

Para finalizar deseo destacar, al decir de Pizarnik, la autora se da en fragmentos, se hunde en el lenguaje y existe en las palabras, en la poesía. La poesía de Valcárcel es la estructura que sustenta su vida. Es ella la que pone los cimientos de un mundo diferente, porque parafraseando a Lorde, las mujeres y los poetas así hemos sobrevivido.

Sobrevivido a la muerte de sus padres, padre y madre, al susto de su hermano, la pérdida de sus amigos y amigas, el descenso a los infiernos, y recuperada por la llegada del verano con Luana y con la poesia.

Más que álbum de familia, lazos de familia, que van del padre, a la madre /las cejas escriben designios que sus ojos no dejan ver/, a sus hijas Odette y Milena /Yo soy la llovizna que calma tu dolor cuando duermes/ /… deja que dibuje tu rostro con mi corazón confuso/ o a Luana, su nieta: /Disfruta la ventisca. El valle de tus ancestros/-

Como la autora confiesa -en entrevista- su homenaje a Cortázar, a propósito de este libro, vale acabar recordando qué es ser Cronocopia, “es ser contrapelo, contraluz, contradanza, contratado, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosas que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley. Cortázar escribe:“Los cronocopios que no deseaban ningún mal a las esperanzas las ayudaban a levantarse y les regalaban pedazos de mangueras rojas. Así las esperanzas pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso anhelo: regar los jardines verdes con mangueras rojas”.

Este es un poemario para las esperanzas que nos invita para volver a regar los jardines verdes con mangueras rojas.


PÁGINA 11 – CUENTO

 GONZALO SALESKY
(Córdoba-Argentina)

ROSAS ROJAS

En la puerta del hospital de urgencias, donde estacionan las ambulancias, había una pelea entre dos hombres. Me llamó la atención porque solamente uno de los dos golpeaba al otro, que no caía al piso a pesar de los tremendos puñetazos que le aplicaban en el rostro.
Habían comenzado dentro de un taxi y bajado de él a los tumbos. Quien recibía los golpes ni siquiera sacaba las manos de sus bolsillos, como si en ellos estuviera protegiendo algo valioso. No ofrecía ningún tipo de resistencia, sólo buscaba evitar los impactos. Pero no lograba hacerlo del todo, y el que golpeaba de manera feroz –que por su ropa parecía ser el taxista– le asestó varias trompadas más hasta que el agredido, al fin, se decidió a correr.
Me pareció extraño que no hubiera intentado defenderse o al menos, alejarse cuanto antes.
Perdí de vista a los dos hombres y seguí caminando. Entré al hospital por una de las puertas laterales. Venía bastante apurado, como siempre. Iba a visitar a un pariente internado y sólo llevaba un ramo de rosas rojas en mi mano derecha.

Unos segundos después, sentí que me empujaban desde atrás. Trastabillé y casi caigo al suelo. En una de las galerías, cerca de la terapia intensiva, el mismo hombre que había recibido los golpes me tomó del brazo y con un arma pequeña apuntó a mi pecho.
Haciendo ademanes, me obligó a acompañarlo. No dudé un segundo. Estaba muy lastimado y de su ojo izquierdo parecía caer sangre. Su camisa blanca, llena de pequeñas manchas de color oscuro. Y sus dientes...
Corrimos un largo trecho. La gente se horrorizaba al ver su cara destrozada y el revólver que llevaba en su mano derecha. Parecía algo grotesco, un hombre desequilibrado corriendo al lado de otro que seguía sosteniendo, como si fuera un trofeo, un ramo de flores. No entiendo por qué en ese momento no pude soltarlo.
Entramos a un pequeño ascensor. Allí bajó su arma y me miró a los ojos por primera vez. Sacó de su bolsillo una pequeña caja de color blanco, cerrada con cinta adhesiva, y me la entregó sin decir nada.
Al detenernos en el segundo piso, volvió a tomarme del brazo y así corrimos hasta el borde de un balcón que se encontraba unos pasos delante de nosotros.
Abajo, la gente había empezado a congregarse. Extrañamente, a pesar de todo, yo me encontraba tranquilo y seguro de que no iba a lastimarme. Algo en su mirada lo decía. Pero aún no llegaba a entender por qué me había dado la caja.
– No la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos errores que yo.
Habló como si estuviera leyendo mi mente.
No tuve tiempo de preguntarle nada. Acercó la punta del revólver a su garganta, debajo de la nuez de Adán, y disparó.
Se desplomó sobre mí. Y la sangre... ¡por Dios! Tanta sangre a borbotones sobre mi ropa, mis zapatos y el ramo de flores.
Me lo saqué de encima. Sentía vergüenza de pensar más en el asco que me producía ensuciarme que en la locura y el drama de ese pobre hombre.
En pocos minutos llegó la policía. Tarde, como en las películas. Sólo atiné a quedarme sentado, apoyado contra la pequeña pared que nos rodeaba.
Guardé la caja en el bolsillo. Tuve la tentación de dejarla tirada o de esconderla en el pantalón del suicida, pero preferí respetar su último deseo. Cuando todos se fueran, la abriría.

Ya en mi departamento, cerca de las cinco, aún no había podido almorzar. Seguía asqueado por la horrible sensación de la sangre caliente sobre mi cuerpo. Volvía a verla, manando con violencia, mojando mis manos y mis pies.
Me senté en el living. Acababa de llamar la policía para pedir algunos datos y ver si podía aportar algo más. De paso, me avisaron que el psicópata no había muerto todavía. Estaba muy grave, internado en el mismo hospital de esta mañana. Era prácticamente imposible que sanara o despertara, según el comisario a cargo de la investigación.
Sin embargo, algo me impulsó a ir a verlo. Para saber más de él o de su vida. Además, me tentaba la idea de dejar la cajita blanca de bordes plateados entre sus pertenencias.
Pero no iba a poder hacerlo.

Unos minutos más tarde estaba camino del hospital, por segunda vez en pocas horas.
Llegué a la sala de terapia intensiva pero dos oficiales me impidieron el paso. Estaban parados al lado de la puerta, uno de cada lado.
Me preguntaron si tenía relación con él, si era familiar o pariente. No quise decirles mi nombre, sólo contesté que lo había conocido hace poco tiempo. El más joven me dio el pésame por anticipado y me informó que podía quedarme por allí, para esperar el obvio desenlace.
Les agradecí. Di media vuelta y busqué la salida. Había sido un día bastante largo.

Después de subir a un taxi para volver a casa, tomé la caja y me decidí a abrirla. De una vez por todas.
Nunca hubiera podido imaginarme lo que contenía.

Tenía que entregársela a alguien. Pero no a cualquiera. Alguien que fuera capaz de llevar a cabo lo que la caja pedía.
Vi por el espejo retrovisor que el taxista había observado lo mismo que yo. Y supe que comenzó a desearla, con todas sus fuerzas.
Estacionó a los pocos metros, cerca del sector de entrada y salida de ambulancias, y giró hacia mí. Me exigió la caja y no quise dársela. Por eso mismo comenzó a golpearme. En el rostro, en los oídos, en el estómago… pero no la solté. La guardé en mi bolsillo, a salvo de todo.
Tratando de esquivar sus trompadas, bajé del auto. Sin saber hacia dónde iba, empecé a buscar al próximo destinatario.
Advertí que desde lejos nos estaban mirando. Era un hombre calvo, como yo, que parecía llevar algo pesado en sus manos.
Lo seguí. Enceguecido por el impulso de compartir con alguien especial el contenido de la caja, fui hacia la galería donde se encontraba. Aún sin saber cómo iba a convencerlo de que aceptara.
Se me ocurrió quitarle el arma a un guardia del hospital. Lo hice y corrí con todas mis fuerzas por uno de los pasillos. Mi corazón latía cada vez más rápido.
La sangre ensuciaba mi camisa. Tenía el ojo izquierdo semicerrado y mis dientes…
Encontré al calvo y lo tomé del brazo. Con la pistola apunté a su pecho y lo obligué a correr junto a mí, para alejarnos de todo.
Nos refugiamos en un ascensor. Cuando bajamos en el segundo piso, casi sin aliento, le di la caja y le indiqué:
– No la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos errores que yo.
No tuvo tiempo de preguntarme nada. Allí mismo, cerca del balcón, acerqué la punta del pequeño revólver a mi garganta y disparé.
Caí sobre él. Y mi sangre... por Dios, tanta sangre a borbotones sobre su ropa, sus zapatos y el ramo de rosas rojas que él seguía sosteniendo entre sus manos, como si fuera un maldito trofeo.


PÁGINA 12 – POESIA ARGENTINA

JULIO CARABELLI
(Tucumán-Argentina)

A PESAR DE TODO

El escritor sabe
que él y todo lo que lo rodea
se perderá
tragado por el mar amenazante.
Entonces
sentado sobre la balsa moribunda
toma su sangre
y empieza a escribir.

RANITIDINA

Mi mujer come dragones
los mastica treinta veces
mientras ellos echan fuego
después ella también suele echar fuego
porque así es la digestión
que provocan los dragones.

EL ESPANTAPÁJAROS

Antes de que el sol desista
cuando el viento
los surcos y la mano de greda
bautice a los pájaros
con su violín anárquico
él saludará blandiendo el espejo de sus ojos
el espejo
que la lluvia acaricia
con la misma paciencia
que dedicaba a las vírgenes
aquellas que jugaban allá en la vieja casa
donde quedaron los rostros expectantes
como las hilachas del zonda o
las acequias
ahora entubadas por un olvido
que no cabe en sus ojos buscadores
los que ahora
sin que nadie se explique cómo
se volvieron a mirar la vieja casa.


MARIA ROSA LOJO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA LUZ ARGENTINA

En esta tierra no había oro ni plata,
No había palacios ni templos ni teatros ni pirámides
Ni grandes escaleras ceremoniales que llevaran al encuentro de Dios
Ni príncipes enjoyados como aves del Paraíso
Ni calendarios de piedra que señalasen la ruta de los planetas.

Los que llegaban del otro lado del mar
Buscaron los metales, las ciudades, los templos.
Pero las raíces de la selva bebieron el hierro y el verdín
De sus armaduras
Y los caranchos de la pampa devoraron los ojos
De las cabezas muertas
Y en los caminos más altos de la montaña
Donde no cambia la nieve
Quedaron sus cuerpos de congelados centinelas.

No había plata en la tierra de la plata.
Pero en los torrentes secretos de la selva,
En las lagunas del llano,
En los cauces tan anchos como un mar
la luna y las estrellas crecen de noche
Y tiñen de blanco fulgor el agua verde.
Los cuerpos que se sumergen arden sin fuego
con una luz tranquila que no ciega.
Es la luz de los ríos de la plata,
La luz argentina,
Sin peso ni medida,
La luz de todos
Que fluye como el tiempo y que permanece.


PÁGINA 13 – ENSAYO

VICENTE VERDU
(Elche-España)

ESCRITORES GRAVEMENTE HERIDOS

A lo mejor, no estamos completamente muertos pero sí, desde luego, muy malheridos. Los letraferidos de hace un siglo respiraban por esas aberturas que, como rendijas de buzones, les dejaban los libros que fervientemente engullían. Nosotros hoy, los hijos de aquéllos santos personajes, observamos nuestros pisos tapiados por estanterías cargadas de miles de libros. Libros quietos que ya no nos caben adentro pero que tampoco nos dejan conversar afuera. Son como piezas de una muralla que se ha levantado entre nosotros y el curso corriente del mundo exterior.
No solo los editores se encuentran moribundos, las librerías al borde del desahucio y los distribuidores sin destino. Los escritores hemos pasado de la perplejidad a la desolación y, si se va a ver, al sinsentido. Toda la vida en esta meticulosa labor de elegir palabras, letra a letra, y ahora los ejemplares se venden por kilos o se acuchillan como una maligna excrecencia de la cultura. ¿De la cultura?
Ni siquiera sabemos con claridad, nosotros los viejos escritores, cómo podría existir cultura sin libros pero ¿cómo negar que algo de algo debe de haber? Recuerdo el caso de tantos colegas que trabajábamos como devotos penitentes. El sustantivo, el adjetivo, el verbo, la coma, el punto y seguido, la precisión. Todo ello constituía una labor tan solitaria que, en ocasiones, la acentuábamos pidiendo aislarnos en algún lugar apartado, para hacerlo aún más concentradamente. Aislarnos para escribir mejor y, al cabo, para comunicar más a fondo el fondo.
Este ejercicio era como una destilación o camino de perfección que no dudábamos en sentir como un trabajo duro. Ahora que yo pinto, no pretendiendo ser Kandinsky y menos a la manera en que antes (escribiendo) procuraba ser Kafka (de hecho, prefería ser Kafka muerto que Vicente Verdú vivo), percibo la diferencia. Mientras pintar es el gozo que hoy me premia o no, libremente, escribir solo era un gozo tras haber penado para por lo escrito. Le preguntaban a Gil de Biedma por qué escribía y contestaba: “Escribo para haber escrito”. Así, el sentimiento de culpa disminuía
Ahora lo que cuenta es cómo será el intrigante final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas
La escritura se presentaba como una tupida foresta, sagrada y vocacional, que solo los muy elegidos traspasaban silbando. Los demás lo hacíamos sudando. Pero bien, cuándo ya nos parecía a algunos de este sudado pelotón haber alcanzado la dicha de poder decir justamente lo que queríamos decir, ahora va y nos cierran la boca o no se oye el valor de lo escrito.
Años y años buscando decir mejor y ahora apenas importa si la página está peor o mejor escrita. Ahora lo que cuenta, lo que se ve, es cómo será el intrigante final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas. Las líneas que algunos de nosotros trazábamos con los cinco sentidos, ahora solo poseen el sentido de raíles para viajar por la trama y a cuanta mayor velocidad mejor. La perfección de la escritura es una antigualla lentificadora que solo compartimos los viejos veteranos. Pero además, si se muestra una evidente perfección en una obra de arte es señal de que no se está al día. Excepto en algunos productos audiovisuales de alta velocidad de paso, lo otro, las ofertas para la contemplación y delectación, ha perdido el tren, por despacioso.
Toda meditación, toda reflexión, todo pensamiento suelen parecer demasiado largos y morosos. Frente a la meditación la intuición, frente a la reflexión la acción, frente al pensamiento el movimiento. Pero no voy a empeorar las cosas lamentando mucho estos cambios. Los cambios cambios son. Y toda evolución, se dice, es para mejor. O sea que estábamos en lo peor y gracias a Dios ya no servimos prácticamente para nada. ¿Acuchillarnos? Paradójicamente la tapia que forman nuestras estanterías cargadas de miles de libros nos salvan de una muerte violenta y aunque solo a cambio de caer más tarde como ácaros. Ácaros del griego acari, “diminuto”, “que no se corta”. Apegados al libro sangrante, pero aún vivo, que mañana será o no será.


PÁGINA 14 – CUENTO

MARIA LYDA CANOSO
(Casilda-Santa Fe-Argentina)

EL BARCO ERA UN ENJAMBRE

Papá se había retirado unos pasos del foco de la despedida, dejando que las mujeres lloraran a sus anchas, y en un sillón hojeaba el diario. Las noticias ya no eran novedad pero inquietaban. La bomba atómica arrojada esa madrugada desde un B-36 que volaba a considerable altura sobre los campos de prueba de Nevada, había bañado un vastísimo sector del desierto con luz blanca durante unos cinco segundos para luego formar la bola de fuego. La explosión de hoy, undécima de la serie de primavera, fue visible en Los Ángeles. El fogonazo enceguecedor fue registrado en los ojos de los conejos, que tenían un ojo cubierto y el otro destapado expuesto a la explosión y con un despertador fueron despertados en el momento preciso. Además se usaron perros y ratones a diversa distancia. Los cronistas están de acuerdo en que esta explosión supera en mucho a cualquiera de las treinta anteriores realizadas en el desierto de Nevada.
Imagino que fue en alguna de esas playas que por tiempo se mantuvieron radioactivas, donde una amiga de mamá, a la par de haber experimentado escenas paradisíacas dignas del más rutilante musical en technicolor, contrajo un mal de los huesos que la llevó a la muerte.

El barco Eva Perón era un enjambre de gente despidiendo a otra gente. La tía Fulvia, alentada con bromas melancólicas, abrazos y previsibles frases de coraje, ya sentía el desgarro que significaría escuchar por el altoparlante la inevitable invitación: primer aviso de descender los visitantes. Ya el remolcador había comenzado a tomar su lugar para empezar con la maniobra, y la tía terminaba de despedirse sostenida por hermanos y cuñados, sobrinos y alguna pariente más lejana. Mamá estaba tristísima porque sabía que esta separación seguramente se iría a prolongar indefinidamente, quizá más que lo que ambas iban a poder resistir. No encontrando otro adjetivo que pudiera expresar su dolor, que era muy grande, en casa luego hubo de confesar que verla partir en ese barco que se iba alejando más y más le había producido una tristeza in-des-crip-ti-ble.

Volviendo a ese día y ese barco, el tío había desaparecido y nadie había podido despedirlo. El tiempo nos confirmaría luego que, efectivamente, esa habría sido la última vez que lo viéramos.  Lo busqué por los lugares permitidos, y ya casi anunciaban el retiro de la planchada cuando subí una de las tantas escaleritas blancas, recién pintadas. Crucé el salón y, antes que al tío, encontré su reflejo a medio perfil en el espejo de la barra. Nos dimos un estrecho abrazo, él me acarició con cariño la cabeza y con sus ojos turbios me ordenó que bajara con el resto de la familia. Me fui casi corriendo, ya el locutor anunciaba el último aviso y presurosos comenzaban a descender los familiares.

Lloré porque se iba, pero creo que también porque con mis doce años estaba despidiendo, de manera ostentosa, el mundo de la infancia.
Con su gin tonic en la mano y una mirada de cariño hacia mí que jamás pude olvidar, por el espejo el tío me hizo el último gesto. Por el espejo también pude advertir que, en el fondo del bar, el retrato de una Evita majestuosa, enorme, presidía la pared tal como seguramente presidiría el barco, nuestras vidas, y el mundo conocido. Y también mucho de lo que la vida, de ahí en más, me fuera revelando, a medida que una y otra vez ella volviera hasta ser millones. Mundo que, en medio de innumerables contradicciones, comenzaba yo a vislumbrar.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

MIGUEL ANGEL MORELLI
(Coronel Suárez-Buenos Aires-Argentina)

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO


la bruma y el incienso ocultan el horizonte
confundiendo a los viajeros de la muerte

algunos creen estar en el paraíso | y cantan
otros gimen y maldicen al infierno

como un ángel furioso | rimbaud
se arranca los ojos y comprende:
dios y el demonio llevan la misma máscara

2. ACTO III, ESCENA IV

ser para no ser
para dejar de ser
para ser la nada

ser para que otros olviden
como yo he olvidado
a aquellos que fueron

ser para el dolor
de dejar de ser
cuando sea olvido

ser para no ser
oh dios
para ser la nada

3. LOS SIGNOS DE FUEGO

al hombre no le ha sido dado demorarse en los espejos:
¿cómo soportar la mirada de dios sin que los ojos se nos incendien?

al hombre no le ha sido dado demorarse en los umbrales:
¿cómo es posible edificar el mundo sin apoyarse en su movimiento?

al hombre no le ha sido dado prescindir de la nada:
¿cómo podría la vacuidad del ser suprimir el objeto que lo consume?

al hombre no le ha sido dado despojarse de las palabras:
¿cómo eludir la tarea de nombrar y exigir luego que haya mundo?

como a dioses exiliados de dios muy pocas cosas le han sido dadas:
un balbuceo apenas | un atisbo de infinito | un temblor | una mirada

(a jorge luis j.)


AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)

ORÁCULO DE GREDA

“...El gran frío del mundo, el poco amor que encuentro
me mueven a buscarte, mujer, en cierto bosque de latidos calientes...”
Gabriel Celaya

Llegó a la hora en que los amantes se cubren de polen y amapolas.
Venía con la sed a cuestas, la noche y sus ardientes soles.
Era el mensajero de antiguas, sacrosantas memorias.
Cruzó llanuras. Montes. Se detuvo en los ríos.
Evadió sutiles vigilancias, espectros, osamentas.
Yo lo escuché llegar: Detente corazón, escucha.
Traía su pasión de tierra, el fervor de su sangre y la simiente.
Entró calladamente, como un ladrón.
Todo un silencio. Un ardor. Un zumo de inocencia.
Recorrió con su pulso el mapa de mi especie de hembra.

Reconstruyó silencios, ecos, sabores y palomas.

Cabalgó despacio, tan despacio.
Lento, rápido, desenfrenadamente.
Al este, siempre mirando al este.
Bebimos del mismo grial, la sed, la sal y la misericordia.
Luego, se fue. Se fue como llegó.
Calladamente. Como un ladrón.

Llegarán desterrados días. Roca que oprime el pecho.
Miraremos al Este. Cerraremos los ojos.
Y podremos descifrar. Penetrar. Releer. Empaparnos.
Grafías escritas para siempre.
Grabadas en este, nuestro cuerpo: Infinito oráculo de greda.

PALABRAS EN EL VIENTO

“No digas que no sé atrapar el viento y tú en la distancia;/alguien vino y violó la cerradura.”
Cristina Larco

No, no  me escribas palabras en el viento.
Se convierten en cuervos.
Picotean sin piedad mis intensos girasoles.
Luego dices que no se atraparlas.

A veces se transforman en noche.
Descienden por mis hombros.
Mueren en la curva de mi espalda.
Luego me dices que mi nombre es Edith.

No escribas palabras en el viento.
El viento es un tristísimo extranjero.
No me condenes a ser mujer de sal.
A ser ángel de arena.

Borra la fecha, el lugar, la hora.
Quita a septiembre de tu calendario.

Sé, una vez más, mi casa.
Mi puente derribado, mi lirio blanco.

No digas que mi puerta está cerrada.
“No digas que no sé atrapar el viento”
La puerta de  mi alcoba abierta está.
El aliento del viento, tan cercano.        
Tan ardiente, tan ebrio, tan febril.
Y tú, tan lejos.
Tan irreal y escribiendo palabras en el viento.

PECES

“Otro es hombre de medio cuerpo arriba, y el resto, pez”
Herman Hesse

No te recuerdo por las palabras de las que tanto hablaste.
Te recuerdo más, por las que has callado.
No te recuerdo por ser tú, sino por ser otro.

Por ejemplo, no se a que huele el regazo de tu madre.
Quien enjugó tu lágrima primera, en tu primera vida.

De tus lejanas fiebres, de silencios oscuros.
De piedras escondidas, donde comienza el niño.
No me has hablado del cansancio de tu padre.
Del tren que se llevó tus infantiles pasos.
De qué color era la esquina de tus lunas.
Cual fue tu primera muerte.

Quien te dio un apretón de manos en la funeraria.

Del cuerpo inaugural que bebió el temblor tu núbil deseo.
De quien, la primera gota en senos de mujer.
Cual, el inicial follaje que cubrió tus páginas en blanco.
La fuente primigenia de tu pena.

Te recuerdo por lo que tanto dices cuando callas.

A mí, quizás, me recuerdes por lo que digo.
Sabes, por ejemplo que nací  espejo bifocal, con alas.
Que llevo en mis manos crepúsculos de golondrinas muertas.
Que solo fui una pausa en el deseo.
Que rescribo mis pasos en calles silenciosas.
Que no lloré cuando murió mi padre, si, cuando murió mi perro.
Que los lobisones se alojan en mi lecho.

Que las madreselvas se enredan en mi pelo.

Que tengo el poder de convocar la lluvia.
Que soy mujer, oscura y azulada.
Uva y sangre en tu boca. Piel arisca y pulpa blanda.
Sabes, de mi obstinada afición a cábalas, mitos, profecías.

Palabras que hablan cuando callan.
Palabras que callan cuando hablan.
Crípticas.

Una pecera.
Afrodita y Eros entre sus brazos.
Y una constelación de peces que me multiplican, me redimen.
Me salvan del diluvio universal...
“...De medio cuerpo arriba, el resto, pez


PÁGINA 16 – ENSAYO

HERNANDO GUERRA TOVAR
(Bogotá-Colombia)

EL TRASFONDO DE LA SOMBRA DE JAIRO ALBERTO LÓPEZ

El mundo que vemos es el efecto de nuestra proyección o extensión desde un yo oculto en el inconsciente. Todo está en el interior del ser. Percibimos el exterior en congruencia con nuestras más caras obsesiones. Fundamos el mundo físico. Ello explica la individualidad y el especialismo -el ego- en que el ser se debate desde la fabricación del cuerpo, el tiempo y el espacio –la forma-, la cual prevalece frente al contenido, en un universo de apariencias.

Desde esta premisa la poesía es un viaje que se inicia en la más profunda interioridad del hombre, constituyendo su tesoro más preciado: la autenticidad. Aquí está su valor. En este hecho afortunado radica su posibilidad humana, vindicadora del ser, del genuino ser con su carga de visiones, palabras en la forma, pero con alto contenido de silencio. El artilugio queda proscrito. Claro, como toda creatura, la palabra llega con sedimentos que el poeta debe limpiar, pero esta decantación no aparta la revelación primigenia contenida, y por lo tanto no traiciona la certeza interior, que es la verdad.

Es en este territorio donde El trasfondo de la sombra (Colección Los conjurados, 2011) de Jairo Alberto López, nacido en Aranzazu, Caldas, Colombia, en 1964, irrumpe con su itinerario de destellos. Ya en 2005 nos había sorprendido con El grito de los muros (Editorial Domingo atrasado), y desde entonces asistimos a la feliz comprobación de una voz nueva, que nos confirma la persistencia de la Palabra en una nación fragmentada, hecha de violencia, banalidades y retazos, en un tiempo casi detenido, inerte, como el poeta advierte en el poema Puente: “Tiempo congelado del río. / Señal de nuestros vacíos / ante el fugitivo horario del alba. / Puerto para migración de crepúsculos. / Evocas a mis suicidas / y precipitas / el último de los sueños.”

En El grito de los muros, el poeta Jairo Alberto López traza su derrotero por la palabra oscura, ávida de luz, que da cuenta de su sensibilidad, de su obsesión por el alba, en donde los colores transparentan la noche e inauguran el esplendor de la vigilia, lejos del agujero negro que le asedia: “Veo que mi soledad posee su escondite, / un hoyo negro en el infinito tal vez. / Posiblemente todavía me torture / con la primera aparición de la luz.” (Lobreguez). Y, es éste último verso el puente que cruza el río congelado de la vida para dar continuidad al símbolo en la noche infinita de su poética, en el segundo libro, El Trasfondo de la sombra. Aún la sombra le persigue y le perseguirá, y de ello somos beneficiarios sus lectores, secta invisible que le sigue para beber de las tinieblas el licor de su brebaje.

No en vano el poeta López arranca este nuevo poemario, que no es nuevo propiamente, sino la perplejidad de su devenir oscuro, con este verso: “Camino con la duda que los actos producen.” El poeta sabe que la incertidumbre es puerta al camino de un universo a otro, de un sueño a otro, que al final es el mismo. Si bien esta circularidad conduce a ninguna parte en términos metafísicos, en el lugar de la poética sí genera un movimiento que se traduce en el crecimiento de la propuesta estética: “¿Quién anda ahí? / -pregunto a la oscuridad-. / Nadie responde. / Cautelosamente / mi sombra se ausenta.” (La desnudez de la costumbre).

Si la sombra se aleja para regresar una y otra vez, también es cierto que hay un fluir cercano que el poeta contempla extasiado como para musitar estos versos estremecidos: “Un río transita frente a mi ventana. / (…) Nada veo después de esta imagen. / Soy yo tras mi sospecha.” (Sueño). Las preguntas que a la vez invocan, como una plegaria, el advenimiento de la luz, desde la profunda interioridad existencial que es, repito, constante en la breve pero esencial obra de López, concurren al acierto de su visión, o si se prefiere de su sospecha iluminada, elemento significativo en toda propuesta estética, aquí y en cualquier lugar, es decir, que le confiere universalidad: “¿Hacia dónde voy con este cuerpo / y su evocación? / (…) ¿Cómo reconstruir la memoria / que nos devuelva al primer nacimiento?

Poeta que se respete indaga su génesis. Esta mirada interior hace parte de su condición mística. La videncia que le es propia al artista se plantea en la certidumbre de su propósito revelador, acto de creación, y para ello se vale del candil, lámpara ancestral que encuentra luz entre la sombra más propicia, hallazgo o comunión necesaria en el esquivo silencio de la noche: “Ha empezado a desnudarme / la lámpara con la que busco mi orilla. / Sufro los días interminables.” (Oquedad). Y en el poema Candil: “En la casa / (…) ¿El laberinto que conduce hacia sus cuartos / conocerá el final de mis pasos? / (…) Allí mi cuerpo es lámpara: / refleja lo que contiene; / transforma mi alma para danzar / en la plenitud de los reencuentros.”

Como en la alegoría de Platón, El trasfondo de la sombra puede ser una caverna en donde se proyecta, distorsionado (toda proyección es irreal) el tránsito del mundo externo (- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados...) Aunque Platón lo expulsara de su República, aquí el poeta, como el filósofo, es el liberado que trae o lleva noticias de la luz desatadora de las cadenas de sus compañeros, pero nadie le cree, sólo su angustia: “Navego, pero una amarga ola / vive en mí como sombra maldita.” Así, el reencuentro de la libertad hace una pausa de siglos en el instante de la eternidad, se congela en el dolor de la ausencia, y entretanto la sombra prosigue su reinado: “La herida que cicatriza / se nutre con la herida que se inaugura.”

Con El trasfondo de la sombra, en una bella edición ilustrada por el mismo autor, prologado por la poeta, narradora, ensayista y gestora cultural, Amparo Osorio, la obra de Jairo Alberto López, incluido en la reciente Antología preparada por el Profesor Fabio Jurado Valencia, “Poesía colombiana 1931-2011” (Colección Los Conjurados), alcanza un nivel de madurez entre las más recientes voces, y le sitúa dentro de la tendencia contemporánea en nuestro país, que hace de la poesía un conjuro contra la dictadura de la sinrazón: “Aprende a concebir lo imperceptible. Despoja de su máscara a la muerte.” (Poeta).

PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

CARLOS BARBARITO
(Del Viso-Buenos Aires-Argentina)

Libro: LAS PIEZAS DE UN TEATRO
Autor: ROLANDO REVAGLIATTI
Editor: RUNDINUSKÍN - BUENOS AIRES - ARGENTINA

Rolando:
               El arte no está exento de peligros. Todo lo contrario, es un terreno sumamente peligroso. ¿No dice acaso la leyenda que el pintor chino Wu Daozi desapareció en la bruma de un paisaje que acababa de pintar? Construimos un mundo, pugnamos con mayor o menor eficacia por transmitir nuestras pulsaciones, nuestra respiración al Vacío que nos aguarda en forma de hoja en blanco, de escenario, de tela virgen. Y no creo que haya maniobra más riesgosa porque en ella se nos va la vida, en ella perdemos algo de nosotros mismos y con frecuencia el salario es mísero o sencillamente no existe. Pintamos la bruma y acabamos desapareciendo en esa bruma, como Orfeo tras Eurídice, sombras tras una respuesta, y tal vez ya no haya regreso, no hay regreso, porque del Infierno se sale con una respuesta o no se sale y la respuesta se niega como una rata fosforescente siempre adelante del gato.

              Entre los chinos, el cuadro terminado es un universo en sí. Desenrollarlo (hecho que adquiere en la China ribetes sagrados) es desenrollar un mundo. Un poema, una obra de teatro son también mundos con leyes propias, con criaturas peculiares que son y no son nuestras y leer el poema o asistir a una obra de teatro es desenrollar un universo, confirmar una vez más que son espacios vivientes que, una vez desenrollados como una pintura, adquieren espesor y movimiento.

              Por más que nos vistamos siempre, en el arte, estamos desnudos. Como Du Fu ante el Emperador, siempre –al escribir un poema o una obra de teatro- estamos harapientos o ni siquiera con harapos ante Eso que nos solicita más y más respiración, más y más latidos. Y aunque seamos nosotros, personas, con vanidad y orgullo, los que escribamos siempre el arte nos envuelve con sus olas y llamas y sábanas y nos arrastra, confundidos y temblorosos, sin brújulas ni pronombres personales.

               Tu libro manifiesta un universo, el tuyo. Pero, ambos lo sabemos, toda obra no acaba en sus vastos o exiguos límites. Sus pulsaciones que son las pulsaciones del creador se despegan de la hoja, de la tela, del escenario para sumergirnos en su magma, en su sustancia que es siempre recién nacida. Si no fuese así sería imposible estar hablando de tu teatro, ya que es a causa de la prodigiosa particularidad que posee el arte de participar –a través de hilos conductores, de hilos desde su mundo hasta el mundo por lo Invisible-, de participar, dije, con sus movimientos de los movimientos de la realidad exterior es que puedo opinar, referirme a tu obra y no tengo que conformarme con ser sólo testigo de un fenómeno que empieza y acaba y se resuelve nada más que en los siempre estrechos límites del soporte.

                Mientras leía tus obras pensaba en Kierkegaard. En su noción esencial de la existencia como un interminable diálogo con Dios hasta la disolución. Con un Dios absolutamente desconocido que alguna vez un poema mío concibió como sordo y ciego ya que no posee oídos ni ojos de carne, no puede oír ni ver al hombre. Concepto que  Sartre, en la misma dirección, transformara en un interminable diálogo del hombre con el hombre hasta la muerte del hombre. Creo que el monólogo no existe, nunca estamos hablando a nadie, quien habla solo habla consigo mismo, “espera hablar con Dios algún día”, dice Machado, y aquellos que encontramos en los cafés y en las estaciones hablando solos en realidad le están hablando al mismo tiempo al Gran y Vasto y Profundo Vacío que es el mundo y se están hablando a sí mismos –como hacemos también nosotros cuando escribimos o pintamos o actuamos-, lo que resulta ser una misma cosa.

                 Tu teatro es, en ese aspecto, profundamente kierkegariano. Los personajes hablan consigo mismos todo el tiempo y no se trata de un ejercicio masturbatorio sino un acto desesperado. Creo que vivimos desde los días del filósofo danés, y más ahora que en esos días, un tiempo de diálogo abolido donde, ya ni hablemos del diálogo con los otros, el diálogo con nosotros mismos ya no existe o casi no existe. Más bien, si ese diálogo con nosotros mismos fuese recuperado, el diálogo con los otros automáticamente volvería a adquirir entidad. Si algo busca tu teatro, entre otras cosas, es la recuperación del diálogo del hombre consigo mismo, eso que el hombre ha olvidado del todo o casi del todo, y que se manifiesta en la lucha despiadada, desesperada de sus personajes que, por todos los medios de que disponen –siempre escasos, míseros, muy míseros- apelan a palabras que han sido vaciadas, despojadas de entidad, desgarradas en su centro, pero las únicas palabras posibles, y las gritan en medio del Vacío que es el mundo con el deseo de oír de sí mismos, de los otros una respuesta a sus preguntas, de poder por fin expresarse y que los demás le expresen de un modo más alto, pleno de significaciones.

                Pero por ahora tus personajes –que son los míos también en mi poesía- reducen sus vidas –como nosotros- a un interminable hablar sin respuesta, sin respuesta de nosotros mismos y de los otros, apelando a las palabras que nos han dejado como única herencia y que, desinfladas como un odre seco, incapaces de dar vida, les pudren la lengua. Pero ellos, como nosotros, necesitan hablar y hablan, y al hacerlo desesperan ya que sienten que están contribuyendo al Vacío y por ello es que -siempre en el límite- intentan devolverle a las palabras lo que les han quitado, el poder que les han quitado.

                 Hay que inventar un nuevo idioma. Éste ya está seco y desinflado y no comunica nada, sólo confirma la prepotencia del Vacío. Me parece que ese es el mensaje –odio hablar de mensaje pero no encuentro otro término- de tu teatro. Pero, creo que tu obra no cae en ese error, esa invención no puede ser una mera acumulación de neologismos sin más, debe ser una invención que atienda estrechamente a las demandas de comunicación y relación del hombre, a la imperiosa demanda de un hombre que ya casi es un mísero productor de ondas de aire sin vida y no aquel hombre que al nombrar a las criaturas las despierta de sus profundos sueños de barro. Me parece que ese nuevo idioma está en éste y que lo que se necesita es trabajar en repotenciarlo, en cargarlo de significaciones, en repensar sus límites y alcances, en ponerlo a salvo de aquellos que están para vaciarlo, en convertirlo de nuevo en un vehículo apto para la comunicación, la relación y el acceso a niveles más altos del conocimiento. Y, sobre todo, Rolando, como un medio para la transformación de una realidad que está a punto de tragarnos para siempre. Aunque nos perdamos en la bruma habrá sido un intento porque creo que no hay peor infierno del que no hace nada y deja que se lo coman las hormigas.

                  Todo esto está en tu teatro. Soy un beckettiano apasionado y hay Beckett en tu propuesta, pero no un Beckett dictatorial, más bien hay un Beckett que propone algunos elementos que vos disponés sabiamente. En la escena, junto con otros elementos que son de tu propiedad. Además, ¿es posible hacer teatro en Occidente sin algún eco al menos de Beckett, o Adamov, o Ionesco, o Artaud, por citar a algunos? Es una pregunta que te hago y de la que adivino la respuesta.

                   En unas páginas de un filósofo francés llamado Luc Ferry encuentro una afirmación que quiero traer a estas líneas: “La obra ya no es el reflejo del mundo, sino una expresión del universo íntimo de su autor. Lo bello no es algo que es necesario descubrir, como en el pasado, sino algo que hay que inventar.” (Las cursivas son mías.) Creo que en el arte lo bello sigue siendo un concepto esencial, pero se trata de una belleza subjetiva, interior y por lo tanto que debe ser inventada y no descubierta, sí, pero también un modo diferente de la belleza, una belleza que estos tiempos exigen: desnuda, sangrante, furiosa, terrible. Una belleza que sólo cuenta con su carne, tantas veces violentada, y que ha pasado, no sin sufrir mengua sino todo lo contrario, por campos de concentración, tumbas colectivas, persecuciones, dictaduras, apartheis, y que persigue no sin dolores ni angustias la vida que se le escapa.

                  El arte, como el amor, nos hace maduros para enfrentar la vida y también para enfrentar la muerte. Quien no está maduro para la vida y la muerte es porque creyendo que hace arte sólo hace garabatos como un niño. Quien no asume la peligrosidad de hacer arte no hace arte, permanece en sus orillas sin atreverse a entrar en el agua y por lo tanto no nada. Sos un nadador, Rolando, que no tiene miedo de ahogarse. Desenrollás tu mundo y que pase lo que tenga que pasar, que la niebla te envuelva, que el mar te arrastre contra las rocas.

                   Hablás no de modo automático sino por un motivo distinto y que es fruto de una íntima e insoportable carga que tenés adentro. A partir de eso se desatan todos los peligros.


DR. CARLOS MANUEL VILLALOBOS
Director Escuela de Filología, Lingüística y Literatura,
Universidad de Costa Rica

SED DE TODAS LAS PALABRAS

 Libro: SED DE OTRAS PIEDRAS
Autor: RONALD BONILLA
Editorial: UNIVERSIDAD ESTATAL A DISTANCIA (UNED)

Tenía entonces la edad de las preguntas y el asombro.  Tenía apenas ocho años y ya padecía de una extraña sed por las palabras. No sabía bien qué mundo era la poesía, ni tenía claro el misterio de las danzas que se asoman por este modo de soñar despierto, pero le anunció a su familia que sería poeta y no hubo nada ni nadie nunca que pudiera desviarle el paso hacia otra vocación.
Esta es la historia de un poeta que quería ser poeta y que lo fue. Es la historia de un niño que quería volar un papalote y dedicó la vida entera a escribir los hilos de este vuelo. Esta es la historia de Ronald Bonilla Carvajal: el poeta.
Su primera edición de poesía no fue en un impreso de papel. Fue en una pizarra del colegio Castella adonde su sed de palabras y metáforas, en vez de calmarse se incrementaba.  Y ahí como en un altar,  sus primeros poemas recibieron la bendición de todos los ojos colegiales y el aplauso de sus profesores.
Un día llegaron al Castella tres poetas. Eran, en el sentir de aquel muchacho, como decir tres magos de la palabra. No pudo evitarlo. Fue como si una función circense de gitanos en Macondo lo convenciera de volverse un nómada y seguirlos por los errantes mundos de esta sed sin cura.
Los tres poetas eran Jorge Debravo, Laureano Albán y Julieta Dobles. Avisaron que tenían un taller literario e invitaron a los jóvenes poetas, pero don Arnoldo Herrera, el inolvidable director del Conservatorio, no les dio autorización oficial, pues no había vinculación con el Colegio.   Entonces Ronald violó las disposiciones y, de modo clandestino, ingresó al taller. Era tanta la sed de todas las palabras que el aprendiz de literato siguió asistiendo y pronto se convirtió en el benjamín de aquella agrupación.   El libro adolescente: Las manos de amar (1971) será el primer paso de un largo camino que lo llevará por los senderos de esta piedra pulida que se llama poesía.
La historia literaria de Ronald se divide en dos etapas que bien podríamos bautizar como  dos efervescencias: la de la juventud y la de la madurez.  Inició con Manos de amar cuando tenía apenas 20 años. Luego en 1974 publicó  Consignas en la piedra y en 1977,  Soñar de frente le mereció  el Premio Joven Creación. Ese mismo año, Bonilla es cómplice de un manifiesto poético llamado “trascendentalista”, que suscribe con los poetas Laureano Albán, Julieta Dobles y Carlos Francisco Monge.  Se consagra entonces como uno de los fundadores del más importante movimiento literario de Costa Rica: el más sonado y por lo tanto el más mordido por los hambrientos lobos de la envidia.
 Luego padeció del susto ya consabido de ganarse un premio nacional y guardó silencio, pero no la sed de otras palabras. En 1999 –casi veinte años después– retoma su camino e instala definitivamente su vocación lírica.  Entonces aparece  Un día contra el asedio y dos años más tarde su libro Porque el tiempo no tiene sombra, con el que obtiene el Premio Aquileo Echeverría.  Como siempre ocurre, algunas serpientes de la inquina, pocas en este caso, pero siempre venenosas, saltaron a decir que era trasnochado premiar a un poeta del trascendentalismo. Pero Ronald, justicias del destino, dejó a todos los detractores en silencio: ese mismo año su poemario  A instancias de tu piel recibió el Premio Rogelio Sinán, uno de los más importantes reconocimientos centroamericanos.  Con estos dos premios y con la saga de sus libros, Bonilla sentencia para la historia de Costa Rica y más allá, su sed de gran poeta.  Su nombre ahora es inevitable en cualquier lugar que uno diga poesía de Costa Rica.
Pues bien, de este poeta es esta sed que hoy tiene su bautizo en esta sala. Es un libro nuevo y es al mismo tiempo la continuación de un trabajo mayor. Son poemas, eso sí, de muy alta conciencia lírica, con un ritmo que sabe galopar sin que haya tropiezos en el decir, con imágenes que saltan a la imaginación como hechizos de un mago que sabe hipnotizar.  He aquí una prueba de lo que digo:
“No es una gota /No es una piedra en ebullición,/ no es el tiempo ni el movimiento mismo,/ Ni siquiera son tus manos/ Dichosas y asombradas./ Es sola el alma/ prendida al instante/ Con sed de permanencia. (p. 21)

En el desierto de Mojave en California existe un misterio que tiene con la boca abierta a los científicos: existen ahí en lo que casi es el ombligo mismo del Infierno, unas piedras caminantes que un día están en un lado y a la mañana siguiente aparecen cien o más metros a la distancia. Se sabe que se mueven porque dejan un surco como el de una gran tortuga sobre la arena.  Esas piedras parecen tener una sed incontrolable y sus almas, seguramente en pena, han sido condenadas a lo errante.
Algo así ocurre con la palabra cuando la dejan muda y quieren silenciarla en la boca de un poeta. Simple y sencillamente es imposible que se quede inmóvil. Las palabras se mueven, musitan y bullen. Se sabe que esto sucede porque van dejando un surco misterioso que se llama verso. ¿Existen leyes científicas para explicar este fenómeno? No, no existen.  La poesía pertenece a la dimensión de lo intuitivo. Por eso no es un discurso que atice silogismos o tesis comprobables en algún laboratorio.  Ronald Bonilla expone este misterio y lo explica de este modo:
“Y si de todo debiese hacer un verso/ acaso cabría en la palabra/ el pájaro, la piedra, el agua,/ la sonrisa y el mar,/ la luz o la penumbra…/ El milagro de Dios que en la palabra vive”. (21)

La palabra piedra como signo es polivalente: es fundación, dureza, muerte, herida, enseñanza, soporte y mucho más. Según los bribris las piedras pueden ser masculinas o femeninas. Las de género macho son redondas y son huidizas, las de hembra son aplanadas y son estables.
Las piedras de Bonilla existen desde su primera efervescencia: están ya en el título de su segundo libro Consignas en la piedra. Por eso este libro se llama “Sed de otras piedras”, pues viene a ser una nueva incursión en el mismo tema. 
Las piedras que Bonilla expresa representan la memoria. Escuchémolo: “La memoria la pongo en el lugar del sueño. /Yo estoy con ella en esta piedra oteando: acaso el horizonte es este mismo beso, este instante que no acaba mientras  pasa y pasa/todavía” (p.8).
Estas piedras-palabra son materia indestructible del tiempo. Es por eso que este libro es una historia personal y familiar del poeta, un autorretrato, como dice Julieta Dobles en el prólogo.  Aquí están los antepasados, los padres, los hermanos, los hijos y los nietos. Es el trillo de la sangre que va escalando por las piedras de la vida. Hay dolores de luto como en el poema “Cómplices del duelo” (p. 15) donde la muerte es predominio del olvido y hay cantos a la vida como “En cabeza de sed es la alborada” (p. 21).
Pero las palabras-piedra de este canto también son besos en la piel de los amores y son los pasos cotidianos del ser humano por el mundo. Son las huellas existenciales que va dejando la poesía cuando habla por la voz de este poeta.
Muchas veces, sobre todo en el imaginario del modernismo, la poesía se comparó con una piedra preciosa. Es también otra manera de entender el acto de lo lírico. Como si el poeta fuera un minero que excava en lo profundo y va sacando hermosas joyas que habrá de lucir la historia cultural de la humanidad. 
Estas piedras son un trabajo de fina joyería verbal. Y eso es también lo que significa el trabajo que nos ofrece Bonilla en este libro.  Son palabras delicatesen llamadas a emocionar.
Quiero finalmente agradecerle a Ronald por la oportunidad de decir estas palabras: son, digamos, mi modo de poner en equilibrio las piedras rituales de un ofertorio ceremonial para darle la bienvenida a un libro mágico, es decir, a un libro de poesía.
Solo espero que este poemario les provoque tanta sed, que no tengan otro remedio que correr a adquirirlo y beberlo de un solo sorbo hasta saciar el alma.


ALFREDO LUNA
(Catamarca-Argentina)

Libro: EL OJO ASTILLADO
Autor: HUGO FRANCISCO RIVELLA
Género: Poesía
Editorial: ALCIÓN EDITORA

HUGO RIVELLA: UNA MIRADA DESDE LA ROTURA

una mirada desde la alcantarilla,
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
Alejandra Pizarnik

Escribir un poema es acto heroico y doloroso. Es heroico, porque conmina al poeta a  enfrentarse  con sus propios fantasmas, y es doloroso  porque entrega un corazón que nadie ha pedido.
 Hugo Francisco Rivella, es un autor prolífico: “Algo de mi muerte”, “Agua de mis manos”,  “Caballos en la lluvia”, “La carretera y otros poemas”, “Zona de otros días”, “Yo, el toro”, “Putas (La cacería del ángel)”, “Piedra del ángel” entre otros títulos, dan cuenta que  Rivella es  un animal condenado escribir y ruge: una jauría de palabras lo sueña, lo persigue y despierta en convulsiones, por eso con inusual intensidad y coraje construye una poética rotunda.  
La magnitud de su obra es  reconocida con importantes premios en Latinoamérica y España
y valorada con justicia por destacados Poetas; por eso,  alcanzó un lugar sobresaliente en la Poesía argentina contemporánea.
Ahora nos convoca a compartir su mirada del mundo con el “Ojo astillado”.
Creo que desde el primer poema, presenta su propio libro al enunciar certeras definiciones cuando dice: “ este libro es un hombre con llagas al viento, /  una flor en  la fiebre del caballo y sus belfos, / ... un laberinto con salida a la noche .. un niño con mariposas celestes en la lengua / … La mujer destellando, /  los secretos del àngel en la piel de sus manos. / (…)”.

Esto no me impide reflexionar acerca de las resonancias que suscitan nuevas lecturas
En este libro, se expresa con un lenguaje  por momentos exuberante que devora todo lo que toca y hace gala de un rigor estético y hondura espiritual  sorprendentes. Sin embargo, como en un ritual quirúrgico, rebana las palabras para descifrarse desde lo más recóndito de su ser y  dice “…/ puedo escuchar al ojo afilando su lengua”; traspasa su universo interior con bravía precisión y autenticidad y  encuentra sangre desolada: una visión del mundo que convierte su palabra no solamente en lugar de producción de subjetividad, sino también un  hacer político en tanto que sus preocupaciones por los problemas del mundo lo conminan a denunciar lo insoportable cuando dice: “ … / las calles de Kabul, la favela y el trópico, las fauces de la noche,/ la flor del limonero, el poema de Lorca, la mesera, el aliento del/ maratonista, el beso de la loba… / poco importa a la mano que destruye el planeta / (…)  o “… El día comienza así, limpio y absurdo, / luego lo ensucia el hambre con sus bestias, / la radio con el grito del enano, la mentira del cura y sus espasmos. / Lo mancha / el cazador, el prestamista con su piel de cuervo, / (…) ;  estas ideas se desarrollan desde un yo poético autobiográfico. En ese sentido, sus textos son memoria. Hollada memoria.

La congoja, es como una sombra radiante flota y se desplaza a lo largo del libro con infrecuentes imágenes: “Ojo astillado” está poblado de versos luminosos, donde las cosas dejan de ser cosas y se materializan en la lengua hasta grados de absoluta sublimidad estética en la que están en movimiento perpetuo los símbolos del Agua, el Aire, la Tierra y el Fuego.
La flexibilidad de su verso libre en su obra, cincela un ritmo que estalla y se propaga hacia cumbre y abismo; por eso lo nombrado y lo sugerido con sorprendentes metáforas e imágenes alcanzan estatura de significantes.
Justo es decirlo, también en “Ojo astillado” encontramos versos de un fulgurante erotismo, de una jerarquizada sensualidad cuando afirma: … / un ratito fuiste huracán. / Tormenta. / Piedra. / Nieve. / Amé tus pechos como si el mañana fuera a no existir / y el hoy fuera el instante de la eternidad. Nos amamos / tendidos como las palabras que nos desbordaban. / (…)”  o cuando dice “… / el hueco de sus piernas / que me traga igual que un remolino de cristales / el hueco de su piel / como un ungüento por mis ojos de reyes /destronados / (…)
La poesía es el altavoz con el que denuncia que a pesar de la belleza, el mundo se está quemando, pero de las cenizas, renace la Poesía y con ella, el mundo.
Para completar nuestra lectura de la poesía de Rivella, otra vez recurro a Alejandra Pizarnik para escuchar aquella advertencia que dice “… la palabra dice lo que dice, además màs y otra cosa” y Hugo Francisco Rivella, lo sabe.


PÁGINA 18 – CUENTO

DANIEL CAMPODÓNICO
(Montevideo-Uruguay)

EL HOMBRE INFINITO

-¡Es increíble la ventaja que le lleva a los demás competidores! y se aproxima al último tramo donde acelera aún más y cruza la meta… la carrera de los cien metros planos, olimpíadas 2084 a terminado, y como se esperaba: el corredor japonés a impuesto un nuevo record bajando la marca, al increíble tiempo de dos segundos cuatro décimas, ¡sí, escucharon bien!, dos segundos cuatro décimas para correr cien metros; y me pregunto: ¿Tendrá sentido seguir compitiendo ahora?

-¿Yo no sé si habrá más olimpíadas después de esta?, pero que este año nos vamos a llevar varias sorpresas… no tengo dudas.

-¿Cuáles sorpresas?, si los japoneses, americanos y demás, van a arrasar en todas las competencias, la sorpresa sería: ¿si algún atleta normal, del tercer mundo, lograse al menos clasificar?

El viejo apagó el televisor apretando un botón en el control remoto; aquello era una reliquia que conservaba desde su juventud. Se levantó con dificultad del sillón, que le quedaba muy bajo para sus piernas largas, entumecidas, atravesó el salón arrastrándolas, pasito a pasito y ya cansado; se paró al pie de una larga escalera a observar los muchos peldaños que subían hasta su dormitorio; respiró hondo, y subió despacio, esas escaleras, ya le costaba, poder respirar, jadeaba a cada, paso que daba, y se paró:; (nunca había, estado tan, tan, agitado) pensó y se desvaneció rodando escaleras abajo.

Bip…, Bip…, despertó en un cuarto blanco, Bip…, Bip…, era el único sonido que escuchaba; con su vista, todavía algo nublada, observó a su alrededor y creyó hallarse en el quirófano de un moderno y muy costoso hospital, por el cual él, nunca había pagado; sacó su mano derecha de entre las sábanas y la artritis, que se la había dejado deforme y casi inmóvil, ya no estaba; apretó su puño con tanta fuerza como cuando tenía veinte años… ¿quizás más?; supo entonces lo que había ocurrido y cerró sus ojos: -Señor…, y en su cabeza resonaba: (Sé que no te he hablado en mucho tiempo, pero espero que me escuches ahora…), y su oración se vio interrumpida por la repentina aparición de una enfermera, cuyos labios parecían fresas… esperando ser mordidas.

-¡Padre!…, hay un agente de la Federación que desea hablar con usted; le diré que pase…

…Ni bien terminó de decir esto, el cura quedó solo en la habitación; aún desde su camilla, comenzó a observar a su alrededor con mayor detenimiento; no hacía falta ser médico para saber que los equipos que allí se encontraban eran de última generación, de hecho… (¡Creo que ni siquiera hay de estos en la Tierra! y… ¿quién habrá pagado todo esto por…)

-Padre.

-¡Diablos! casi me matas de un susto.

-Soy un Agente de la Federación…

-…de las Naciones Espaciales, ¡ya lo sé!

-¿Habrá notado entonces su mejoría física?

-Sí… ¡parece que hicieron un buen trabajo con este viejo, un poco más y muerdo a la enfermera!

-Padre, ¡Por favor! Técnicamente, Ud. Ya estaba muerto cuando lo encontramos; un infarto y dos huesos rotos, ¿recuerda?

-¡Las escaleras!… si

-Pues aquí no hay escaleras, y ni siquiera tendrá que caminar, aunque podrá hacerlo si lo desea.

-Acércate un poco… ¡para poder tocarte!

-¿Tocarme…?

-Sí… ¿para saber si eres de verdad? —mientras pensaba: (¿La enfermera también lo será?)

-Soy real Padre, todo esto es muy real –y se lo dijo, invitándolo con sus manos a mirar alrededor.

-Pues allá abajo se dicen muchas cosas de esta ciudad espacial, porque aquí es donde estamos ahora… ¿verdad?

-En el hospital de la ciudad para ser precisos… sí.

-¿Y quién pagó por mi?… ¿la iglesia?, ¡No lo creo!

-No se preocupe Padre, Ud. fue seleccionado.

-¿Seleccionado… para qué?

-Vera, la terraformación de Marte está en tu etapa final; ya hay científicos y personal militar viviendo allí, en Marte, desde hace más de diez años, y pronto llevaremos a los primeros colonos, familias enteras que precisarán de su… guía espiritual.

-Hijo… en este mundo hay miles de sacerdotes, y si hubieras hecho tu trabajo, sabrías que yo he tenido algunas discusiones… con la administración de la iglesia últimamente.

-Sí, sabemos que rechazó una propuesta del propio Papa, para ser sacerdote aquí, en la ciudad espacial, y por eso decidimos operarlo, pensamos que tal vez… si viera el lado bueno de todo esto, podría cambiar de opinión.

-O sea que fue la iglesia la que pagó.

-No, la iglesia no está nada conforme con que sea usted el nuevo sacerdote de Marte, perdón; dije sacerdote, quise decir Obispo.

-Ya veo que si me sigo negando, me van a ofrecer el Papado a punta de revolver.

-Tiene usted un gran sentido del humor, Padre.

-Pues dígale, a quien sea que halla pagado, que lo siento mucho; pero que se equivocó de hombre. Les devuelvo la operación y ¡déjenme en donde me encontraron!

-Padre, le recuerdo que lo encontramos muerto.

-Si así lo quiso el Señor, ¡que así sea!

-Le diré lo que haremos, si no quiere venir con nosotros lo devolveremos a la superficie, en cuanto a la operación, ya está paga, tómela como un obsequio.

-¿No sé por qué desconfío de estos regalos?

-Vístase Padre, lo acompañaré al elevador que lo llevará de regreso a la Tierra.

Ambos caminaron en silencio por el corredor vacío, las luces del piso se encendían mientras avanzaban, las paredes cubiertas de tuberías, el techo apenas se podía ver, más delante estaba todo oscuro y detrás, oscuro también. Al llegar al lugar, la puerta del transporte se abrió automáticamente.

-¿Esta cosa nos va a llevar a la tierra?

-Esta belleza, sube y baja por un cable de acero, hay cinco de ellos que nos anclan a la superficie terrestre, funciona como los viejos elevadores, sólo que este lo hace un poco más rápido; por cierto Padre, siempre tuve curiosidad… aquí arriba también se dicen muchas cosas de lo que ocurre en la tierra y…

-¿Que?, ¿Nunca estuviste allí ?!!!

-No, pero tendré oportunidad de hacerlo cuando valla a visitarlo, el mes próximo, para saber si ha cambiado de opinión.
El Padre ingresó silencioso, callado y taciturno al transporte.

-¡Ahórrate el viaje! –le dijo estando dentro.

-¡No veremos en treinta días! –se apresuró a responder mientras se cerraban las puertas.

Efectivamente, el elevador espacial lo trajo en menos de cinco minutos, de vuelta a la superficie terrestre y apenas se bajó, este ascendió nuevamente a toda velocidad, aunque para su desgracia... Tenía que ser en el medio del maldito desierto donde engancharon el cable, y ahora ¿cómo diablos voy a volver a casa?, maldecía el Padre mientras caminaba, lento al principio, acostumbrado a su ancianidad, pero no tardó en notar la agilidad que tenían ahora sus piernas y aceleró el paso; a poco comenzó a trotar, no muy rápido al principio, tocaba sus músculos, no estaba muy seguro de lo que estos pudieran resistir, pero al cabo de unos minutos ya estaba corriendo a toda velocidad y corrió y corrió y siguió corriendo, hasta atravesar todo el maldito desierto, luego de siete horas de carrera, estaba ya próximo a su casa… y entró, apenas cansado; fue directo a su biblioteca, un antiguo mueble de madera medio apolillado y repleto de libros, pero no tomó ninguno de los que estaban a la vista, sin lentes, ya no los necesitaba, abrió un cajón y sacó de allí, un grueso ejemplar que hacía mucho tiempo no veía; ¡La acarició!, ¡Con cariño!, ¡La extrañaba!
Después de todo, ese ejemplar le había acompañado durante toda su vida, lo abrió de golpe en una página al azar y leyó la primera frase donde cayeron sus ojos:

“Juan, versículo 16: “Y los pobres heredarán la tierra”


PÁGINA 19 – POESÍA ARGENTINA

ALEJANDRA  DÍAZ
(Tucumán –Argentina)

SUBLIME

levedad / un rayo de luz
atraviesa la mirada / detiene la respiración
abraza
palabras sueltas salpicando la voz
como decir bollito de papel arrojado al agua
graznidos secos - alaridos de Antígona
el hermano-réquiem )
palabras sueltas en hilera sobrevienen
del tiempo de los libros
callan ya / se duermen
con ese canto del pétalo que cae en la tierra
o la hoja que convierte en un mandala
su caída en el agua casi tiesa
-qué lejos queda la avenida
por la que se cruzó anchamente sin mirar
sin pies ni manos / sin identidad -
soledad del existir / sonidos del silencio
la boca que roza otra boca
calla la palabra
volviéndose beso
cuerpo / identidad
-un tuquito
bicho-luz se queja despacio
cierra la palma de su mano
un demiurgo / desaparece
todo
todo.

OTOÑO

nada por aquí nada por allá
es posible
que uno recueste su cabeza en la almohada
o baje las escaleras como si fuese
a tomar el último tren
y sin dejar de preguntarse
cómo diría la palabra "amor" /
si no hubiera otro modo de nombrarla
es posible también
el latido acompasado
amando la penumbra
esetúntún
esa bella melodía que precede al estallido

pienso que caías despacio como un árbol
cada vez que recuerdo
cómo decías adiós de distintas maneras

un banco de plaza
te elije para mirar pasar
el alma de un hombre

el que caía despacio como un árbol
para volverse esa barca radiante
que cruzó
el río lejos de mí
mansamente

Final del formulario
NEGRO

la   lluvia  negra  que  brota  de  los  cañaverales
pintó  las  calles  del  pueblo  donde  nací  /
cómo  tratan  algunas  mujeres  de  devolverles
el  color  a  las  veredas / allí  ya  no  se  diferencian
las  flores  caídas  de  los  jacarandás   de  las  cenizas  /
poco a  poco  van  ennegreciendo

mi  padre  ya  no  ve  casi  nada /  salvo
el  dragón  de  la  obsesión  que  lo  sujeta  a  ese  lugar 

DEMIURGA

el payaso del circo hace magia
cierra su puño / la niña sopla
conjura / aparece ante sus ojos
un pañuelo color arcoiris
que deja caer sobre la tierra
mandrágoras / selvas
sutiles parpadeos de sol
sobre la pista del circo

cada día la vida despierta
una y otra vez
conjura

COMO  SÍSIFO

Ella  sale 
A buscar  un  corazón
Entre  las  piedras
Sin  opciones
Sísifo  observa  desde  el  rabillo  del  ojo
Comprensivo

-          Primera  vez  en  siglos
-          Alguien  lo  acompaña 


LUCIA SERRANO
(Tigre-Buenos Aires-Argentina)

AMABA LA CARCEL DONDE HABITABAS

Te amé, lo reconozco, con toda la furia y la locura de los
iniciados.
Mi cuerpo de mujer abierto a los deseos claros, se alteró
por tus celos de tenues sonidos imaginarios, y una feroz humi-
llación atacó la ternura, hasta hacerte un extraño en mi vida.
Para olvidarte, no encontré las fórmulas precisas.
Mi piel encadenada a inolvidables momentos, amaba la
cárcel donde habitabas con legajo de cadena perpetua.
Sin querer retroceder, acepté el sobreentendido tentador, la
posibilidad constante de un encuentro en libertad.
La memoria que convocaba mi insistencia, poseía un desa-
fío desmedido: “no amar la traición” y asistida por mágicas
razones, quise ser más que una mujer.
Noches encantadas del universo quimérico que pasé a tu
lado, me hicieron un jugador y seguí apostando.
Imposibilitada de cambiar de rumbo, una voluntad sagra-
da, me obliga a comprender el tiempo que nos une.
Todo fue imposible, no alcanzó ninguna palabra, ningún
gesto, ningún acuerdo, ni siquiera ningún adiós.
Hoy, deseo que nadie comprometa mi tristeza.

ANGEL MIO

                        A mi hijo Emiliano

Angel mío,
cristal de la noche,
encuentra:
sueños en las noches,
flores en las noches,
vientos en las noches.
Después,
apaga la luz
y acróbata del tiempo,
duerme.

CORAZON SALVAJE

Húmeda la noche, intenta enfurecida encontrar los caminos
de un corazón abandonado.
Perfumado canto que no tiembla.
Cuerpo suspirando primaveras en todos los inviernos.
Raíces de sus alas vuelven.
Caminante, ¡dime alguna mentira para que palpite mi corazón salvaje!
Junto al mar, entre los marineros que esperan, descanso de las calles.
Engarzo en la espuma, círculos que marcan la línea de combate.
¡Tradúceme el canto de los cuerpos más bellos que navegan
con la luna nueva, los que no tienen miedo!
Amante marino sin cadenas, acuéstate a mi lado sin detener el pulso.
Traspásame el azul de tus ojos abiertos.
En la otra orilla, guardo una lágrima antigua para ti.
Estelares pensamientos, despertarán mañana al corazón salvaje.
Hoy los fantasmas ascienden conmigo al firmamento y aguardan
a mi lado, el tiempo donde resuene el eco.
Soy un extraño en este mundo, un demente en las profundidades
que ascienden desnudas.
Salgo a encontrar la luz, el mundo de los genios.
Los latidos de un corazón salvaje, hacen que las debilidades pierdan
poder y ciego de sí mismo, intoxicado, estremecido y agitado,
grita: ¡Amor ven a buscarme, te amo!
El que viene a rescatarme es un desconocido y me promete en su
ausencia los siglos futuros, el fuego eterno de mis mejores sueños.
Compruebo una vez más, que no hay tentación para un corazón
salvaje.
Esta deidad que me acompaña, toma posesión de mí y me
esconde entre las nubes para poseerme siempre, mientras dice:
¡Sígueme!, no tengo palacios para darte, sólo alas para
encontrar el recorrido.


PÁGINA 20 – ENSAYO

ANA MARÍA RAMB

(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

 

VISITA GUIADA, ANTOLOGÍA PERSONAL DE MARCOS SILBER

 

Me lo dijo Rimbaud, cuando todavía no era traficante y vivía en estado de poesía. Me di cuenta de inmediato que él, el joven Arthur, hablaba de Marcos Silber: El poeta es el ladrón del fuego.
Eso dijo Rimbaud, y se embarcó rumbo a Java, o a Abisinia, acaso eso no importa ahora. El hecho es que en el puerto dejó abandonada a la poesía, a la que nunca volvió. Y a mí, me dejó esa frase quemante, como para que lo pensara. Pero yo ya lo sabía: Marcos Silber es uno de los más conspicuos ladrones del fuego.
Sí: Marcos Silber es un ladrón principal del fuego.
Se sabe que el rapto primero y original lo hizo Prometeo, que robó la sabiduría de las artes junto con el fuego, y se las otorgó a los mortales. Porque sin el fuego, la sabiduría de las artes es casi inocua, inactiva, infructuosa, insignificante, casi inerte: pólvora mojada. Los lectores de Marcos Silber somos afortunados, porque él tomó la posta de Prometeo, blandió la antorcha y la hizo incandescente. Marcos alimenta el fuego de su discurso poético, no con parafina, tampoco con otros derivados del petróleo, sino con su experiencia de lo real, lo que hubiese hecho feliz a Rainer María Rilke, que en “Carta a un joven poeta” recomendaba:
Trate de expresar como un primer hombre lo que ve y experimenta, y ama y pierde.
Si la obra de arte es una forma de conocimiento, el arte poética de Marcos Silber es una experiencia grande, un conocimiento del mundo que aprehendemos gracias al “amor intelectualis” del que hablaba Baruj Spinoza mientras pulía lentes en su taller de óptico. “Amor intelectualis” es, siempre según Spinoza, inductor del acompañamiento emocional en la adquisición de un conocimiento que nos inquieta. En la poesía, se trata de un conocimiento que no es explicación, es parte viviente del ser humano. La poesía es la vida. La vida debe vivirse, y la poesía, también. Silber vive ambas, sin que ninguna tenga celos de la otra.
En su interpretación de “Las meninas”, Michel Foucault descarta el contexto histórico para explicar la obra como una estructura de conocimiento en la que el espectador se hace partícipe dinámico de su representación. Porque el espectador está situado dentro de este enigmático cuadro, en el que no se sabe si Diego Velázquez, su autor, está retratando a los reyes que se ven espejo, y la infanta Margarita junto con sus azafatas está de visita en el taller, o viceversa. Por allí, en el fondo de la escena, el punto de fuga de la composición, un misterioso personaje aparece al fondo abriendo una puerta, iluminado por un foco de luz. Ese personaje puede ser Pablo Picasso, que revisitó la obra de Velázquez en 58 obras suyas. Y puede ser también Marcos Silber, el poeta, que a su vez revisita a los dos pintores en un tríptico.
Imaginamos a Marcos escribiendo en soledad, pero con una presencia explícita: la del interlocutor. Hay en la escritura del poeta una co-presencia entre hablante y oyente, atravesados por supuestas coordenadas compartidas (o a compartir); coordenadas de tiempo y espacio que envuelven el coloquio entre poeta y lector u oyente. En cuanto a este último, si por razones de edad poco sabe de lo ocurrido en octubre de 1917, habrá de saberlo en la afiebrada actividad de ese hombre de barba en candado que haría saltar todos los cerrojos porque soñaba con una sociedad libre e igualitaria. Un hombre que sopla el fuego y vuela, como dice el poeta. Entendemos que es porque está forjando una revolución, como en su momento lo hizo Prometeo. A pesar de la elipsis contextual, y aunque Vladimir Illich sea nombrado apenas en el último verso del poema “Octubre”, el interlocutor sabe de quién se trata y en qué momento histórico vive. Y sabrá también o intuirá quién es la solícita Krupskaya, la discreta mujer que ofrece Vladimir una pausa en la revolución al ofrecerle una taza de té.
Es que Silber tiene la particular capacidad admitida por Raúl González Tuñón, que consiste en aprisionar un momento de la vida que transcurre y hacer de eso un poema trascendente. Como trascendente es una taza de té que se mantiene caliente en el samovar, mientras se planifican aquellos diez días de octubre que en el siglo XX conmovieron al mundo. De allí a los grandes temas de la poesía de todos los tiempos, median unas pocas páginas y un gran trabajo de orfebre.
El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte. El triunfo del Eros sobre Tánatos. De la fascinación del poeta por haber rozado la muerte, como en “Emergencias” o como en el poema inédito que comienza con: “Una vez me morí”, sobreviene una y otra vez el desorden de la felicidad, “el desarreglo de todos los sentidos”, como decía Rimbaud, poeta abandónico. Y Silber, poeta obstinado y fiel, escribe: Felicidad. La mojadita. Ardores. Rinoceronte. La Lobita de Boca a boca. El poeta realimenta el fuego de su tea ardiente y restituye el lugar del deseo. El ser amado es para el amante la transparencia del mundo. Y se hace más evidente que nunca que las palabras son raras gemas que Marcos Silber talla con pasión. “la mujer de mis sueños”. “Del tiempo circular”.
Hacia el final, el poeta nos sorprende con una Cantata rante y rea en la sutil paronomasia de “versos perversos”, como inspirados por un Carlos de la Púa de tablón, barra brava lunfardo y habitante atravesado y duro de espacios despiadados. El poema fue interpretado en forma magistral por la extraordinaria actriz Claudia Lapacó, en ocasión de presentar Visita guiada en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorin, el 6 de agosto de 2013. Inolvidable. Silber agota aquí, como querría Rimbaud, el veneno, y se queda con su quintaesencia. La Cantata nos dejó trepidando. No es común citar en nuestros días a Rubén Darío, pero recordemos aquí estas palabras suyas, que nos permiten un cierre circular: Aquel que lleve el fuego en el pecho, que termine la quemadura.


PÁGINA 21 – CUENTO

AMANDA PEDROZO CIBILS
(Asunción-Paraguay)

EL APEPÚ

No es que Toma'i fuera mudo ni escaso de entendimiento. Pero andaba por el mundo como pandorga sin liña. Terminaron por dejarlo en el único lugar capaz de calmar su llanto y esos gemidos como de deudo de muerto. Entonces instalaron al niño frente a la máta (18) de apepú (19), y desde ese momento todos pudieron desentenderse de su presencia sin gran esfuerzo. Tardes hubo en que el mita'i (20) se negaba a entrar a la casa. Lo sabían por el silencioso estironeo que los ponía fuera de sí, lo sabían al ver que el enojo le rompía en dos el moco de la cara.
Poco tiempo pasó para que dejaran de esforzarse por quererlo, lo que hicieron sin sentimiento de culpa porque en eso se apoyaban unos a otros y después de todo el niño parecía no querer a nadie. Su delirio acabó con toda la paciencia que había en la casa de una sola vez. Se cansaron verdaderamente y mediante eso Toma'i pudo tenderse en paz los días enteros junto a la planta, sobando con sus deditos el nacimiento de las raíces, sin que nadie perdiese los estribos por eso. La desidia familiar había llegado hacía rato al colmo, pero él parecía agradecido cada vez que olvidaban meterla a la casa cuando llegaba la noche. La abuela Tomasa era la única que se pasaba los días persiguiendo con los ojos la obsesión de la criatura. La abuela Tomasa vivía llena de humillaciones y miedos. Se sentaba en su corredorcito en una hamaca. Se hurgaba la nariz, armaba su rodete con ayuda de un aropi (21) de oro que cuidaba más [34] que su vida o frotaba por sus piernas ensumidas (22) un pedazo de grasa de gallina que nadie más que ella podía tocar. La abuela Tomasa cayó en desgracia desde cierto rapto de taradez que tuviera como fruto de los cuatro vasitos de licor de huevo que se tomó sin respirar en memoria de tío Ceferino, quien murió pidiendo que le acercaran un traste (23) de mujer para no irse al otro mundo con las ganas. Fue cuando eso que la familia aprovechó para confinarla a una piecita en el fondo del patio, y jamás volvió a tomarla en serio aunque ella no volvió a reírse en toda su vida.
A medida que los otros se las arreglaron para no acordarse más de la molestia, Inocencia Socorrida enloquecía de pavor cada vez que veía a su hijo prendido a la planta de apepú. Le corría por la mente la idea de cortar el árbol pero las cuatro veces su intención chocó con las manitas llenas de tierra de la criatura. Inocencia Socorrida terminó haciendo la señal de la cruz cada vez que veía desde la cocina a Toma'i prendido al árbol de sus pesadillas.
La abuela Tomasa miraba cuanto iba aconteciendo y cada vez el rodete le salía más apretado y tenía que pasarse más veces el pedazo de grasa de gallina por las piernas ensumidas si quería contentarse. El apepú ese año reventó de flores y era tan intenso el olor en esa parte del patio, que únicamente Toma'i era capaz de aguantarlo. Juntaba minuciosamente los pétalos blancos que caían en círculo y reconstruía flores sobre las raíces del árbol. Mientras duró el tiempo de las frutas Toma'i se alimentó exclusivamente de la pulpa y hasta las hojas, lo que alivianó a todos del trabajo de llevarle de vez en cuando algo que comer y tomar. A medida que las manos se le quedaban amarillas y agrias el niño fue centrando su silencio y cuando la abuela notó su desesperación se instaló del todo en la hamaca esperando lo que había de pasar sin falta.
La lluvia del Viernes Santo comenzó con un rayo que echó [35] abajo la planta de apepú, momento exacto en que abuela y nieto llevaron corriendo su ansiedad hasta el árbol arrancado de cuajo. Toma'i empezó a cavar con apuro en medio de un llanto que le corría a chorros por el alma y que sólo la abuela podía ver porque era como si tuviera memoria de esas cosas desde antes, hasta que sus manos amarillas y agrias sacaron del todo la cajita de madera podrida que tenía dentro un poquito de tierra y unos cuantos huesos como de paloma muerta.
La abuela Tomasa se acostó esa noche tranquila por primera vez, después de acunar entre sus brazos a Toma'i para irle contando con esmero aquella vieja historia familiar que terminaba con un angelito enterrado en una cajita de madera, hasta esa lluvia del Viernes Santo que comenzó con un rayo


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

RONALD BONILLA
(San José-Costa Rica)

SER INFINITIVO

Ver, oir, palpar, quizá sangrar.
Reir, llorar, adelgazarse, quizá volver.
Dormir, soñar y peinarme, quizá nadar.
Comer, tragar, atragantarse, quizá escupir.
Volverse uno de espaldas,
trancar la soledad con más de ti.
Esperar, espectar, auscultar, quizá cantar,
entorpecer la voluntad, acarrear la fe,
manejar el estrés,
desintoxicarme de ciudad.
Acaso ser el soberano de los azules imposibles.
Caer y doblegar la ansiedad y levantarse,
Poner los nudillos en el rostro de alguien
o besar y besar
hasta que se te suban los espasmos.
Amanecer, anochecer, ser uno más:
un camino difícil de sesgar.
Ser tan solo infeliz o reir a carcajadas,
granjearse la amistad de los ausentes,
arremolinarse, conceder, ser
ese desconocido, un extranjero pobre,
un Caín arrepentido, un guerrero miedoso,
un sabio desmemoriado, un comediante inocuo,
el trágico burlado, la servidumbre entera
de una mansión ya desolada,
uno más del ejército de los desempleados,
ser o no ser, sino estadística,
actor a la deriva, poeta inédito,
ratón de biblioteca,
voyeurista empedernido
o travesti pudoroso.

Callar, decir la misa,
volver a piropearte,
bajar por tus cabellos,
morir en la palmera,
desafiar en fin la gravedad, ser ese grave,
ese sombrero,
ese oscuro que no sabe adónde irá,
quizá la luz que transgrediste
para unirme con la sed de tus dos labios.
Mírame, ríñeme,
no me deseches. Se oclusiva
y verosímil, esperándome.
No exhibas la tristeza sino la transparencia,
la del vino, la del cielo,
la llave que nos lleva a la lujuria.
Amar, amar...quizá sangrar.


ROSA CHÁVEZ
Guatemala
Poeta maya Quiche 

Cuestan las deudas
cuestan caro
con la vida
la de los otros
la nuestra
cuesta pagar la existencia
la cuenta abierta del aire y los sueños
los conceptos, la ternura, los signos,
cuesta porque todo vale
y la miseria es una sombra que se extiende
tétrica inorgánica transgénica
en este país que me devuelve lo que se traga
no hay tiempo para pensar
en este imperio que me devuelve lo que se traga
la historia vomita y se traga de nuevo.


PÁGINA 23 – ENSAYO

WINSTON MORALES CHAVARRO
(Cartagena-Colombia)

PASEOS DE OLLA

Extraño los paseos de olla, aquellos periplos al río, en donde lo común era la comitiva, el almuerzo de barrio, la compra colectiva de gallina, yuca y arroz. Eran los años de nuestra puericia, el encuentro fortuito con nuestra vecina de cuadra, aquella muchacha que, como diría Marcel Proust, estaba a flor de piel, se encontraba en sus años mejores, cuando su cabello parecía una enredadera de perfumes y sus curvas fragorosas provocaban tantos accidentes en nuestro humano vehículo.

Rememoro también, esas comitivas a las alturas del barrio Calixto, en donde hermosos chaparros nos resguardaban con su sombra y hacían más apacibles nuestras conversaciones, casi todas acompañadas de escenas concupiscentes, donde lo normal era el temblor, el mucho temblor, el sudor, la humedad. Les van a brotar pelos de las manos, recuerdo que sentenciaba, con cierta ironía, la abuela Isabel.

La creatividad se nos salía de la ropa. Eran los días del “importaculismo”, en donde cobrábamos sueldos de hijos y después de desayunar quedábamos desocupados. Ninguna preocupación nublaba nuestro cielo: no existía el X-box, el Internet, la tele por cable. Entonces leíamos a Kaliman, Arandú, El Santo, Superman, El hombre araña. Jugábamos al soldadito libertador, al teléfono roto –allí supe, lastimosamente, que una vecina había perdido su virginidad-, al ponchado, la 21, el escondite americano (donde el premio consistía en un ansiado beso a la niña más agraciada del sector).

Hoy por hoy, los paseos de olla –por lo menos en las modernidades periféricas- han sido remplazados por una canasta virtual (el teléfono celular, el computador, el Internet, las agendas digitales, la música en formato Mp3) y los centros comerciales. Entonces la gente se apiña en El Éxito; el Éxito parece un mar, un océano de automóviles y motos. ¿Dónde cabrá tanto individuo? -me pregunto-, mientras una estela de llantas y espejos se difumina en la distancia. Ese paseo de domingo se ha traslado al Caribe Plaza (Cartagena), al Perisur (Ciudad de México), al San Pedro Plaza (Neiva); la gente tiene la ventaja de resumir todas sus aspiraciones y expectativas en quinientos metros cuadrados. Allí se encuentra desde una llanta hasta un granizado de café, desde una bicicleta para bajar de peso, hasta una memoria usb. Cosa seria, La Caverna de José Saramago se ha quedado pequeña. Ese No Lugar en donde todo el mundo se encuentra (incluso el viejo elefante de izquierda hace sus compras allí, mientras ostenta una camiseta que dice: ¡abajo el TLC!, y se ufana de odiar el imperialismo), nos hace más fácil las cosas, nos resume la felicidad, nos garantiza el bienestar y el confort.

Qué curioso, los centros comerciales, como el río, no son excluyentes. Allí convergen hombres de izquierda y de derecha, se cruzan el ateo, el agnóstico, el cristiano. El río nos ofrecía sus aguas, el centro comercial su océano de mercancías. En los dos, lo que importa es la entrega, la disposición a desnudarnos.
En el río quedábamos a merced de la corriente, en el centro comercial en manos del consumo y la compra. En el río deseábamos SER, en este último deseamos Tener –y entre más, mejor-. Parece que esa sentencia del viejo Heráclito de Éfeso está más vigente que nunca. Si antes decíamos Nadie se baña dos veces en el mismo río, hoy debemos decir: Nadie compra la misma mercancía dos veces: el valor nunca será el mismo, el comprador tampoco. Todo es movimiento y cambio, cambio y movimiento en las aguas de la historia.


PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES

JORGE M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

SE TRATA DE DISFRACES

Afrodita o Venus. Ese es su sueño de fémina desairada por la naturaleza. Es verdad que no es bella y que, para disimularlo, pone un aire de arrogancia que le quita toda simpatía.
Pero es auténtica. Y lo da todo de sí, sacándose los lienzos y mostrando con orgullo los errores de su anatomía.


Que de funcionario no tiene nada el Dr. Rodríguez de la Canal. Pero el impertinente no se le cae de su nariz, aunque haga un siglo que nadie usa. Y las polainas, cubriendo la delgadez de sus tobillos. Y ese corbatón ridículo, a lo poeta o a lo pintor del dieciocho. Y la rúbrica, señor, la rúbrica, que pone a su firma en el pináculo del arabesco. Que de funcionario no tiene nada, aunque, educado, se quite los guantes de color patito al saludar



Nadie concurrió a ese baile. Y los dueños de casa terminaron bebiendo largas copas de vino, ensimismados. Nadie concurrió a ese baile porque, precisamente, la tarjeta decía vengan disfrazados de lo que más se parezcan.



Al entrar, ve aterrorizado, un mono acostado en la cama de matrimonio. Un mono no, parece un gorila por lo grande. Aleja toda sospecha, porque ella no está. Pero el animal tiene un arito en la oreja. Y los pies con medias. Sale despacio. Olvida que es carnaval, porque a veces es preferible caer en el desapercibimiento…



El disfraz de árbol no fue una buena idea. Los perros se lo demostraron..

EVASIONES Y ALCOHOLES


Va con frecuencia al puente del Viento y de la Lluvia. Es de madera y lo construyeron, sin un solo clavo, tres generaciones. Su abuelo y su padre estuvieron allí. El va a pensarlos, en los crepúsculos.Alguna vez  ha oído la voz de uno de ellos, sin distinguirlo. El toca la madera como si tocara otra mano. Y es ahí cuando oye ese lamento. Su mujer lo tranquiliza: es el puente del Viento y de la Lluvia, por eso oyes lo que oyes.



Como Verlaine, es adicto al ajenjo. No escribe poemas, pero viaja mucho con la mente y a veces le resulta difícil el retorno. Los otros días, no más, sintió que a la quinta copa se subía a un espacio desconocido.No había ni una sola nube para agarrarse.Y sin embargo, la luz lo enceguecía. Después, sólo después, se dio cuenta que había trepado al arcoiris…



No reniega de su condición de matemático, si bien sus evasiones están siempre llenas de hipotenusas.



La verdad está en el vino, ya lo decían los romanos. Y en el vino se reencuentra y es capaz de alcanzar latitudes. Su mujer quiere convencerlo que con las copas sólo logrará fracturarse el alma. Pero él, sabio en los intervalos, advierte que en cada botella está encerrado el genio de la felicidad. Se llama como él, una vez que la botella está vacía y lo tiene dentro.…


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

MARIA LUZ CREVOISIER MENDIZABAL
(Cusco-Perú)

POEMAS DEL OLVIDO Y DEL SILENCIO

POEMA

La noche es una fiera
Con las fauces abiertas.

Aquí, en este templo
Un muchacho encogido
De frío
Estira la mano,
Nadie le da una limosna.

En la Plaza Mayor
Impertérrito queda el Palacio
De Gobierno,
Rodeado de promesas
Mendigos y manifestantes.

Es la noche, noche bizca
De Lima
Y yo estoy sola

POEMA 2

Canaval y Moreyra,
Calles 3, 4, 5
La luna es un brillante suspendido
Sobre el edificio verde de vidrios
Que reflejan la noche.

Calle 3,
Los árboles se cuelan en la brisa
Moviendo apenas su estatura.

Me siento libre,
Lo soy.

Ningún pintor hizo este collage
Pop art, con los vehículos
Recorriendo una distancia de colores
Y de luces.

Me saludan:”Buenas noches, poeta”
“Buenas noches, Mayo”, respondo.

Ningún silencio en este sonido
Discordante
Donde los transeúntes practicamos
El voyerismo mirando de soslayo
A los cafés y a sus gentes.

Canaval y Moreyra;
Atrás queda el Ministerio del Interior
Al frente, la avenida República de Panamá.

Es de noche
Y estoy bien

POEMA TRES

El hombre muere solo
Y queda su sombra
Larga y triste
Como luna entre las retamas

Hombre de soledad inerte
Sin manos
Ni pies
Con que acostarse en la noche

Hombre tan solo
Como canción de quena
En la tarde; hombre, payaso de la calle
Y tristeza del invierno

El hombre muere solo
Y Dios apenas,
Se acaricia la barba y punto.


POR ÚLTIMO

El mar,
Un paisaje de lámina verde
Detrás de esta playa
Salpicada de barcas.

Te sigo,
Mirando con arrobo
Tu figura esbelta
Como la de un
Orfeo negro,
Que se aleja mansamente
Perseguida por el chillido
De las gaviotas
Y estas ansias de tenerte
Entre mis brazos.

Después,
La tarde se precipita
Por una pendiente
De soles naranja
Y no sé más de ti,
De tu sombra morena
Y de esa risa
Que me envolvía como
Las alas de un pájaro
Mítico.

De aquél paraje
Y esta distancia
Sólo recuerdo
Los versos de Rosalía de Castro:
“Son las viudas de hombres vivos
Y muertos
Que nadie consuela”,

Los repito lentamente
Apoyada en la ventana,
Mientras cae la tarde
A mis espaldas.


IRIS VARGAS
(Caguas-Puerto Rico)

DISECCIÓN

En tu quietud abierta
ostento comprender 
el movimiento.
De tu cuerpo cerrado, 
completo e intocable:
la expresión; el intento.

¿Cómo es que los pies
escandalosamente desnudos 
de la estatua de Balzac son más
perfectamente humanos
que los tuyos, los míos,
y cualquier otro par de pies?

PALOMA

A tu cerebro
posaron en mis manos 
como a cualquier paloma.
No lo he podido olvidar.

Fue como tener frente a sí
La Gran Historia escrita
sobre un papel mojado, 
con la tinta del texto
corrida entre los párrafos. 

Jamás tuvo tanto poder
quien ya no poseía ninguno.

TUS MANOS

No habríamos empezado por tu rostro
― demasiado personal―deliberamos
―tus labios,
tus ojos,
tu frente, igual―.
Comenzaríamos, entonces, por tus manos.

Fue un error. 


PÁGINA 26 – ENSAYO

SERGIO DE MATTEO
(Santa Rosa-La Pampa)

LA LITERATURA

Ante todo debería reconocer y traer a un presente que se desvanece en el aire algunos datos de la pasada infancia, aquellos nudos fuertes que, sin predemitación consciente, nos amarran a un lugar para poder comenzar a desandar camino. Entonces, acercando una que otra confesión, uno se ha ido acercando a los libros porque alguien sembró la semilla y despertó el interés por deshojar historias. Teniendo en cuenta esta observación tengo que decir que las que me pusieron en la senda de la lectura fueron mis abuelas que, luego, fermentaría en la misma escritura, y ese acercamiento ha sido a través del obsequio de la colección "Billiken" y "Robin Hood", también hay que agregar las extensas visitas a la Biblioteca en la que trabaja mi madre. Ahí, quizá estén los indicios que más tarde, en algún momento del tiempo, desbarrancaron en el papel en blanco, en la misma mirada sobre la vida, esa cosmovisión estética que se tiene sobre el mundo; de otro modo, considero que sería imposible elaborar un poema, una obra, sin esa perspectiva de asombro y descubrimiento del universo. De alguna u otra manera es interesante reflexionar sobre el proceso de escritura, articularlo también con las otras voces que ponen en evidencia su modo de laborar un texto, en fin la propia construcción de una poética. La escritura es algo que uno no puede contener, es decir, cuando tiene que emerger ella misma exige el momento y el lugar en donde hacerlo; uno solo está con el oído atento para intentar retener y plasmar lo poco que los sentidos pueden captar; por eso se insiste, se reitera el proceso, se vuelve a esperar, a buscar ese instante en que pareciera que se van a develar los misterios del mundo, de la vida misma, donde, quizá, se habrá de desarrollar la batalla final con el fantasma que nos habita. Por eso no existe el lugar perfecto, porque la misma poesía es la intemperie sin fin ha dicho sabiamente Juanele Ortiz, entonces, sus hacedores inscribirán sus dictados en cualquier sitio y de cualquier modo. Ante todo el proceso, la vivencia, el estado de éxtasis, luego, quedan las anotaciones liminares, una nutrida hojarasca es lo que justifica la experiencia de trance de lo mucho que pudo haber llegado a decirse y sentirse. Entonces, acorde a lo expresado, escribo todavía sobre papel, con lapiceras comunes, tacho y corrijo en la misma hoja para luego encarar el filtrado en la computadora, ahí también hay otra depuración, otro reacomodamiento de lo que se quiere hacer decir al texto. Pero el poema, el buen poema, el que es necesario que sea escrito –Rilke dixit- habla por sí solo, encuentra a su hacedor y habla; si uno lo cala muy hondo termina perdiéndolo, se malogra y hay que tirarlo al cesto de papeles. La última instancia de prueba, en mi caso, es cuando se lo somete a la oralidad, incluso ante el público, donde la carga semántica y sintáctica devuelve algo de lo pretendido en el momento supuesto de la "inspiración". Porque territorio de palabras es el poema, yuxtaposición de imágenes, proceso aleatorio de signos, creación y recreación de símbolos, un vínculo que busca trascender la misma operación de escritura y, entonces, parte, abandona su lugar pasivo, y se derrama ante la lectura del otro: busca siempre una correspondencia esencial entre los hombres, el religar. Porque los signos y símbolos utilizados por el escriba son una de las pruebas auténticas de que el lenguaje es un medio de tratar con lo indecible y lo arcano. La palabra operaría, por lo tanto, como una prolongación del cuerpo y del alma del poeta, es un entrañamiento desde el fondo de uno mismo que incorpora y se funde con su semejante. Esa es la tarea primordial: reconciliar al hombre consigo mismo; ampliar sus límites, bucear en lo desconocido, haciéndose vidente, si fuera posible, como propusiera en su famosa carta Arthur Rimbaud. La palabra con la que trabaja el poeta es la construcción de un camino: el de la propia poesía, única e inefable, y que, además, constituye una de las tantas oportunidades de conocimiento, de tantear de nuevo el sortilegio primitivo que conlleva el verbo; sería, pues, la fundación de la casa del ser —según Heidegger—, la belleza-verdad —conforme a John Keats—, la intemperie sin fin —agregará Juanele Ortiz—, y el pampeano Bustriazo Ortiz, transmutado en la voz que sabe de embrujos e inspiraciones, dirá "soy el ghenpín: ordenósle hacer la magia". Y todos nosotros, sus seguidores —incipientes creadores— confabulamos y continuamos la misma dirección...En cuanto al horario, mi preferencia es a la noche, es la zona en la que fluye con la densidad de las sombras aquello que uno quiere manifestar, poética nocturna, maldita; algo así, cargada de mito; pero también determinada por la rutina, por el trabajo y las relaciones sociales. Uno dispone pero la poesía decide. También a la mañana temprano, cuando recién despunta el alba, podemos señalar ahí una poética solar, quizá, porque no unir ambos extremos, y que en el choque produzcan esa chispa que manifiesta el malestar en la cultura, en fin, opuestos complementarios que pretenden hablar del hombre, de la vida, del universo. El poeta no responde a un horario, es decir, al horario de producción del capitalismo, el poeta-filósofo argentino Roberto Juarroz refiere: "Y hasta el tiempo es distinto. La duración auténtica es la del instante creador o poético. O como diría Bachelard: El tiempo no dura sino mientras uno inventa"; en consecuencia las palabras que conforman el cuerpo de una literatura se ajustan mucho menos a tal convención, porque son azarosas, esquivas, contraproducentes, molestas, revolucionarias, anárquicas. Por lo tanto el horario, el lugar, la circunstancia, quedan solapados ante la importancia real, ante la pasión real del instante de poetización. La literatura es un signo de la cultura que manifiesta directa o tangencialmente los temas medulares de la humanidad. Por eso toda obra literaria ofrece determinada cosmovisión del mundo a través de cierto código estilístico; cada producción simbólica se compone de un discurso. Dentro de las prácticas discursivas que constituyen el correlato de una comunidad —con sus entrecruzamientos y resignificaciones sociales— se encuentra una que es de especial interés para los productores e investigadores culturales, debido a que ha logrado erigir dentro del campo intelectual ciertas instituciones que la legitiman en su categoría de generadora de sentidos. En la representación de lo que es la esfera cultural —estructura multiforme e itinerante—, opera la construcción simbólica referida de manera tal, que, a pesar de nutrir y nutrirse con los demás campos del conocimiento, se diferencia de las otras bellas artes tajantemente. Es bajo tales circunstancias individualizadoras que en algunos casos especiales y por determinados rasgos característicos se la considera como "literatura". Es una entidad autónoma engendrante de ideologemas que se insertan en la red social del discurso —inventando ficciones, reclamando verosimilitud—, pero, a su vez, existen elementos verbales friccionándose en la interrelación cotidiana que se introducen en su cuerpo —oral y escrito— para dar un reflejo del sentimiento y del pensamiento de una determinada época, de una mensurada región, de una incipiente ebullición espiritual.
Y si focalizamos en la escritura en sí, tengo procesos, continuidades y también períodos de incontinencia para la misma; no me obligo, espero, cuando surge algo voy a lo profundo del meollo, leo mucho, investigo, contamino, hago funcionar todo el caudal que tenemos para que eso sea literatura, aunque tenga su parte mágica, misteriosa y velada la poesía, no podemos desconocer la huella que dejaron Pound, Elliot, Vallejos, Borges, Pizarnik, entre otros; construir y deconstruir el texto, es decir, no hay fuera de texto, todo cae bajo su imperio, todo sirve para balbucear, entonar, llegar a la traducción de lo interior-exterior, palear nuestra perplejidad; por eso hablamos de una manifestación artística, estética, artificial, aunque a veces, a muchos poetas se les ha ido la vida en la experiencia. En síntesis, me tomo mucho tiempo para elaborar, mucho más para corregir, para probar palabras, matices, colores. Tal vez, esa densidad se deba a la carga metafísica que conlleva mi escritura; entonces los tonos, las melodías son filosas, barrocas, quizá, pesadas; entonces cada palabra pertenece a una familia que si no le es acorde desentona; en esa disputa con el lenguaje emerge como quería Baudelaire "el éxtasis de la vida y el horror de la vida". Y la música es indispensable para mí, es como una prolongación de la vivencia, así como también el silencio es un anclaje desde donde reflexionar cuando uno siente que tiene entre manos una canción. Silvio Rodríguez dice "el que tenga una canción tendrá tormenta", y es así, la poesía, la literatura, la experiencia estética exige sacrificios y paga con malos salarios (los salarios del ímpio dirá Gelman). Pero es el derrotero que hemos elegido para estar y decir algo en el mundo y es el sayo que hay que soportar para ser parte del teatro de la crueldad.


PÁGINA 27 – CUENTO

SUSANA SWARC
(Quitilipi-Chaco-Argentina)

SOBRE JAZMINES

Que a muchos, a muchas, nos gusten los jazmines es cosa conocida. Sin embargo le regalé jazmines a la vecina de andén y una de sus hijas dijo: “qué olor asqueroso”. Desde ese día esa nena me cae horrible, de tanto hacer como que no la veo, no la veo. El clima con los vecinos quedó tenso, ni frío ni calor, nunca.
Te decía, intentaba no fumar, no queda otra, a veces, que adherirse a las modas. Mucha gente había dejado de fumar y encontrar colillas se estaba volviendo difícil. Me enteré de un curso gratuito y me anoté. Tuvimos que escribir por qué dejaríamos de fumar. Pensé, pensé, es decir di vueltas de un lado a otro de la vereda, bajé y subí las escaleras del subte montones de veces y no encontraba un motivo completamente válido. Hasta que encontré dos. Pero el que me pareció de verdadera importancia fue, y así lo dije en el curso: sería capaz de delatar por ausencia de colillas.
Creo que no captaron ni el médico ni los compañeros del curso la seriedad de mi frase porque se rieron como si hubiera contado, yo, un buen chiste. Me gustó que rieran. Cuando contaba un chiste no obtenía la risa de los demás pero la cuestión es que había llegado la época de los jazmines. Miraba los ramos, los olía –sin olvidar la frase de la vecinita –y después, despacio –sin que me vieran- sacaba un pedazo de pétalo y lo mascaba como a un chicle, lo tragaba como a un caramelo. Me entretenía de tal manera que me olvidaba de fumar. Sin embargo –era diciembre –y, eso pensé al comienzo, el calor, el intenso calor, comenzó a envolverme en una especie de sueño, de sopor, de bruma. Me dormía.
Le conté a una amiga:
-Me duermo en cualquier parte.
-¿Te parece que estás deprimida?
-No sé, ¿vos creés que estoy?
-Me preocupa, así empezaron los otros, las otras.
-¿Y?
-Se suicidaron.
Me imaginé una inmensa mesa. No, mejor un inmenso banco de plaza, sí, una especie de banco mundial donde los agotados, agobiados de guerras, secretos, despechos, sin techos, lastimaduras incurables, se quedaban quietos, sentados hasta el suicidio.
-Pero yo no pensé en suicidarme, sólo quiero dormir.
-¿Hacés algunas cosas raras? ¿Distintas?
No quise decirle que comía pétalos de jazmines.
-Creo que no.
-¿Soñás?
-Casi no, pero el otro día me desperté contando las sílabas de las palabras hambre,éxodo y adicciones mientras me reía.
-Me suena grave. Yo que vos llamo al número de ayuda al suicida.
Y ahí nomás me dio un número de teléfono.
Tener un número gratuito, un número para llamar sin preocuparse de los pulsos, es realmente uno de los tantos regalos del sistema. Esa palabra me gustaba y trataba de usarla en cuanta ocasión fuera posible. Ni bien estuve sola, busqué un teléfono público y marqué el 0, el 800 y los que seguían. Esperé. Una voz dijo, no recuerdo si “hola” o “buenas tardes”, no le di tiempo a preguntar algo porque dije mi frase reiterada tantas veces este último tiempo: quiero dormir.
Desde el otro lado quien escuchaba supuso que mis dos palabras hacían un desvío, creyó que yo hablaba del sueño eterno.
-¿Cómo te dormirías? –preguntó, neutro, serio.
No era muy cómodo hablar desde este teléfono ahora que había comenzado a llover.
-¿Creés que me dejarán hablar desde un locutorio?
-Claro. Decí que llamás a ayuda al suicida.
Pero no llamé. Me fui encontrando con un montón de conocidos que, como yo, querían protegerse de tanta lluvia.
Llamé al día siguiente. No era la misma voz, entonces corté.
Durante días, en distintas horas, probaba en ese número gratuito hasta que reapareció la voz.
-Soy yo –dije- la que quiere dormir.
-No sos la única.
Nos causó gracia. De todos modos el recuperó su tono neutro- serio e insistió:
-¿Cómo te dormirías? –recalcó el “te”.
Él seguía creyendo que era yo la que causaría la acción del dormir. Le quise dar el gusto.
-Así-dije. Y ya cerraba mis ojos.
-Esperá, no lo hagas. Llamás para hablar, no para dormirte.
¿Tendría razón? ¿Buscaba esa voz para hablar o para que escuchara mi sueño?
Bajé los ojos y en el espacio del locutorio, en ese pequeñito espacio donde se prohibía fumar, encontré medio cigarrillo. Lo escondí debajo de mi pie.
El silencio se hizo largo.
-¿Estás ahí?
¿Por qué habremos dicho la frase juntos? Yo estaba en este espacio sin jazmines. ¿Habría paisaje en el lugar del ayuda?
-¿Hay ventanas donde trabajás?-
-Sí, se ve un trozo de cielo. Parece que no hay nubes.
Me dio tristeza que alguien estuviera así, solo, viendo durante horas una parte de cielo sin ninguna certeza de lluvia o de sol. Era lógico que el ayuda también quisiera dormir.
Tenía que inventarle un paisaje.
-Desde aquí se ve un árbol muy verde, si se sigue con la mirada muy lejos se alcanza a un jacarandá todo violeta. Había un pájaro, una calandria, creo. Cantó durante días sobre el árbol verde, un fresno, hasta que otro pájaro se le acercó. Hicieron su juego amoroso. Y el que cantaba, dejó de cantar. Silencioso se quedaba allí como esperando, y el otro pájaro llegaba, las alas de los dos en despliegue. Aunque desde esa lluvia grande se fueron del árbol. Se fueron así, sin avisar.
En ese momento me di cuenta de que había empezado con las mejores intenciones, inventarle al ayuda un paisaje de película y ahora le estaba contando algo triste. Pero él no se amedrentó.
-Los pájaros no hablan –dijo.
-Claro, pero podrían haberme avisado de alguna forma. Algún ruido, algún movimiento para mí.
-No sabían que vos los mirabas.
Su razonamiento me estaba irritando. El del locutorio me miraba, abusivo, usar una cabina en forma gratuita.
-Tengo que irme-dije.
-Entonces, hasta mañana.
La voz neutra-seria me seguía como el sopor. Me había olvidado el medio cigarrillo en el locutorio. No me animaba a volver. Decidí no buscar colillas por un rato. Fui hasta lo de Silvia, tal vez tendría algo para comer. En ese camino de umbral en umbral, una risa grande me nació, me gustó escucharme reír. Hubiese querido llamar al ayuda para darle un poco de ese sonido. Pero prefería demorarme, tener algo para extrañar. Y tal vez él había comenzado a extrañarme.
Me dio risa pensar que no nos moriríamos de exceso de humo. De unos cuantos dirían: muertos de hambre. No, nadie diría nada. No se hablaría, no hablarían. Sin despedidas, como los pájaros.
Se me ocurrió entrar al macdonald. Era el baño que quedaba más cerca del lugar de Silvia. Ahí nos podíamos refrescar, estar tranquilas. No había ese horrible cartel “baño para uso exclusivo de los clientes”. Pero, las personas que entran a un bar y toman un café, ¿son clientes?, ¿acaso no son-por un rato- habitantes de ese lugar? Conversan, leen, escriben en servilletitas de papel, miran por las ventanas, algunos hasta llevan un ramo de jazmines.
En el recorrido por el macdonald hasta el baño, encontré un globo suelto, perdido. Busqué al dueño del globo. Nadie parecía buscarlo. Lo fui llevando con el pie.
Estaba Silvia. Y estaba la rumana con su hijo. El globo resultó perfecto. La rumana usaba unos vestidos preciosos que había traído de allá, a veces nos prestaba su ropa y vestíamos de lo mejor. Sabíamos poco de ella. Fue maestra en su país. No nos contaba nada más. A veces nos leía poemas, los leía primero en rumano. Para que escuchen la música, decía. Después, con una tonada especial, cambiaba el idioma. Yo tenía mi preferido, me lo había aprendido de memoria: “El sueño y el despertar” de Nichita Stanescu. Al día siguiente se lo dije al ayuda:
“Nos hemos confesado uno frente al otro/el más oculto secreto: que existimos…/Pero era de noche y, ay, por la mañana, terrible descubrimiento, / me había despertado con la sien sobre ti, /amarilla, gavilla, trigo. // Y he pensado: Dios mío, / ¿qué clase de pan estaré siendo/yo/y para quién?//
Creo que le gustó tanto como a mí.


PÁGINA 28 – POESÍA AMERICANA

JORGE CAMPOS
(Managua-Nicaragua)

CRIMEN
a Moisés Palacios

Que tus labios no lo intenten pronunciar
calma mis miedos,
pero es tu mirada la que tajante
y con frenesí absoluto
descarga su filo criminal
en mi pecho.

VENDRÁS CON ALAS DESPLUMADAS BAJO UN REBOZO DESTEÑIDO

En espera temblorosa vendrán tus besos fragantes
a flores rojas, helando el paso fatigado de la noche,
embalsamando horas en el peso de lo incierto, en las sombras
despavoridas de su pelo marchito

vendrás con alas desplumadas bajo un rebozo desteñido
a su lecho desnudo con boca de hoguera,
tapando su memoria descocida
a cerrar sus ojos secos, sus oídos anegados
a sellar el hueco doliente de la existencia

vendrás a esculpir la piedra primigenia en páramos
donde el viento inmutable espera tu beso complaciente,
allá en un lecho frío donde esa mujer levanta su frente ajada
y su sombra se abraza a la muerte.

AQUELARRE EN LOS ESCOMBROS DE UNA JAULA

Me despiertan esos demonios
en profunda noche parlera
que gime adolorida en mis llagas
sudantes
me arrastran a ese aquelarre
que abraza mi cuerpo
donde la soledad arde mustia
donde las plumas ensangrentadas de pájaros
asilados en mis manos
escriben las palabras que han muerto

REMINISCENCIA SECULAR

De una herida abierta
profana e indolente
brota el esperma
progenitor de ángeles
blancos
negros
en la extracción fugaz
de una herida que se seca
al sol implacable de los ecos
mis alas se vuelven de piedra

INMOLACIÓN CON CIGARROS A MEDIO FUMAR

Seven devils in my house
see they were there when I woke up this morning
I'll be dead before the day is done 
Florence Welch

Bifurcando mi cuerpo desde la pelvis
hasta el pecho
salieron espinas como misiles
envenenados de salitre, abriendo fuego
de esperma errante en versos halógenos, izando la soga
de intestinos, esa que ciñe afablemente
memorias y mi voz marchita en el altar
de piedra afilada

asalta la noche entumida
noche
noche
noche
quema cerebro con cigarros a medio fumar
dormido
noche
noche
sobre témpanos resplandecientes.


ROBERTO FERNANDEZ RETAMAR
(La Habana-Cuba)

LLAMA GUARDADA

Cómo podía él saber que su poema,
Encontrado una noche blanca de vago andar,
En un país distante que ella aún no conocía,
Era en los ojos de ella que se haría realidad.

Recuerda que buscaba esa noche a alguien o algo,
Recuerda la avenida de su lento paseo,
Y recuerda la vuelta a la alcoba vacía,
Y después las palabras como un amargo espejo.

Solitario él, perdido, esperaba anhelante
En vano una respuesta de aquella noche blanca.
Y los dos ignoraban que entonces lejos, cerca,
Para él ella cuidaba su honda llama guardada.

ÉSTE ES UN DÍA FELIZ

Éste es un día feliz, un día salvado,
Un día de campana, un día con sol,
Porque siento que entre las tinieblas
Está llegando un poema. Quizá sea amargo.
Quizá sea doloroso. Quizá me nuble los ojos.
Pero es un poema y siento que está llegando,
Que está abriendo sus alas. Éste es un día feliz.

El agradecimiento de Gaceta Virtual a David de San Andrés


PÁGINA 29 – ENSAYO

HELIOS BUIRA
(Moreno-Buenos Aires-Argentina)

DE LO SUPERFICIAL EN EL ARTE. Y HERBERT READ

Leyendo a Herbert Read, uno puede concluir en pensamientos a favor o en contra de lo que él dice, pero, siempre, este hombre deja huella en quien lo lee.
Habla, por momentos, de un arte sin concentración, que abandona las guías filosóficas, un arte sin relación, un arte que se jacta de su inconsecuencia, de su incoherencia y dice, sin tapujos, que eso no es de ningún modo arte.
En los años que he trabajado en el Centro Cultural Recoleta, he visto mucho de lo que menciona Read: liviandades fenomenales, con un reconocimiento efímero, quedando fuera de moda al poco tiempo de haber sido expuestos esos trabajos. Porque buscan la moda, quienes lo hacen.
Y cuánto escribieron críticos y presentadores de artistas, tratando de explicar lo inexplicable, intentando con palabras difíciles, raras, darle sentido a ese sin sentido que allí se exponía.
Para saber de qué se trata, basta con ver anuncios de artistas que dan clases de arte naif, o de arte abstracto. Un despropósito. Y allí se observan los mamarrachos que hicieron los pobres discípulos.
Dice Read:
El arte es una actividad que a la vez refina los sentidos e inventa y perfeccionas los símbolos del discurso; estos dos aspectos de la vida humana: la autointegración y la intercomunicación, son inseparables.
Pero creo que lo visto, y sobre lo que menciono, en nada refina sentido alguno. Al contrario, se me hace que mucho de lo que se expone, genera un rechazo notorio en el espectador, pero, un rechazo no provocado por la obra, como sería por su contenido y su factura, sino rechazo porque nada dice, o sea, rechazo por una nada.
Están dentro de esos expositores, los que agreden al espectador, con formas que pretenden mostrar la crisis del hombre o con abstracciones corpóreas que proponen zonas punzantes, como si se tratara de la violencia instalada en la sociedad, pero no es otra cosa que la violencia del propio autor la que se manifiesta.
Consiguen claro es, que los críticos opinen y tal vez, sea eso lo que pretenden, pero pocos caen en la trampa de tomar en serio esas manifestaciones “artísticas”
He visto en una sala vacía, las paredes blancas, un breve texto escrito con marcador negro y en la entrada un larguísimo texto con un lenguaje críptico, tratando de decirle algo a quienes visitaban la muestra, que, debo decir por si no se entendió, era la frase genial que había escrito el artista en una de las paredes.
El comentario de algunos que entraron a la sala, era: “Pensar que hay verdaderos artistas que no pueden exponer sus obras por carecer de recursos económicos y este infeliz, se da el lujo de escribir una estupidez en la pared pretendiendo que se lo llame artista”
Vi mucho. Algún día escribiré sobre ello, a modo de “memorias de alguien que trabajó por años en el Centro Cultural Recoleta”


PÁGINA 30 – CUENTO

FABIANA IGLESIAS
(Santa Fe-Argentina)

LA PROMESA

El hombre estaba a punto de partir a las lejanas tierras del Amazonas. La tarde previa al viaje, puso todo su empeño en dejar por escrito instrucciones precisas a su mujer, en el caso de que ocurriese cualquier imprevisto durante aquella aventura. Era un explorador con la suficiente experiencia como para no subestimar nunca los riesgos de su misión.
Las instrucciones, con todo, fueron breves: «si el resultado de este viaje es la muerte, no dejéis mi cadáver en tierras extrañas. Rescatad mis restos, y enterradme boca abajo en la tierra, durante el ciclo de la luna nueva».
Por más que su esposa pidió explicaciones ante aquella extraña petición, el hombre se negó a aclarar el tema; tan solo insistió en la importancia de que ella cumpliese sus deseos en el caso de un desenlace fatídico.
No se marchó hasta conseguir el juramento de su mujer, que selló con un beso de despedida. Después dio la espalda a la llorosa esposa y partió.
Pasaron varios meses de escuetos telegramas hasta que se hizo el silencio, y la esposa comenzó a tener pesadillas que la hacían gritar en medio de la noche.
Ella recordaba comentarios sobre los nativos de aquellas tierras: había tribus caníbales; algunas tenían la costumbre de sacrificar a sus enemigos en altares paganos, y de devorar sus corazones en rituales de sangre y muerte.
Como si de un nefasto conjuro se tratase, poco después de que comenzara a tener pesadillas sobre altares y cuchillos, la mujer recibió la cruel noticia: su intrépido marido había muerto.
Creían que había sido devorado por una fiera salvaje. No hallaron su cadáver; solo algunas pertenencias desperdigadas en un rincón de aquella selva indomable.
A pesar de esto, la mujer removió cielo y tierra en un intento de cumplir las instrucciones que había recibido de su cónyuge poco antes de partir; aunque todos sus esfuerzos fueron en vano. Tras meses de intensa búsqueda, la afligida viuda debió afrontar el hecho de que era imposible cumplir la extravagante petición de su difunto marido.
De modo que organizó la celebración de un discreto funeral, y en el pequeño cementerio local hizo colocar una bonita lápida para honrar su memoria.
Entonces regresaron las pesadillas. Esta vez no recordaba su contenido; pero los efectos la hacían temer por su cordura: en más de una ocasión despertó de madrugada, en medio del jardín de su casa, helada de frío. Algunas noches se descubría arañazos en los brazos, provocados por ella misma...
Acudió a un especialista y este le recetó pastillas para dormir, con escasos resultados.
Su propia madre insistía en que abandonara aquella casa y se fuera a vivir con ella, pero esta oferta no era una opción.
La mujer, en su interior, albergaba una esperanza imposible.
Transcurrieron varios meses. Una fría noche de invierno regresó de visitar a su madre y vio que la entrada de su casa estaba abierta. Se detuvo en el umbral: había huellas de barro que se dirigían al interior.
No llamó a la policía; no fue a pedir ayuda a los vecinos. En cambio, como una sonámbula, soltó el bolso que llevaba en la mano dejándolo caer allí mismo, y con movimientos lentos entró en la casa y cerró la puerta.
No se molestó en encender la luz. Siguió las huellas hasta el dormitorio principal, el que había compartido con su esposo cuando vivían juntos.
Al llegar allí vio una alta silueta recortada contra la luz opaca que entraba por la ventana. Esta se acercó a ella y el sonido de sus pies llenó la habitación.
La mujer cerró los ojos.
Al día siguiente un vecino la descubrió en el jardín. Estaba boca abajo, semienterrada en un hoyo poco profundo.
La policía no sabía qué pensar: el cadáver tenía una gran herida en el pecho.  A simple vista parecía que alguien había arrancado de cuajo el corazón.
Aquella noche comenzaba el ciclo de la luna nueva.


PÁGINA 31 – POESÍA AMERICANA

CARLOS LUIS IBÁÑEZ TORRES
(Pamplona-Colombia)

LA CASA

Por ella, como si fuera una ciudad,
Caminábamos descubriendo el mundo,
para entonces gobernado por los abuelos,
habitantes  de comienzos de siglo,
aferrados a la tradición de la cruz y de la espada.
La casa era el país familiar,
el útero que nos resguardaba del mundo,
sus corredores, como avenidas, se llenaban de luz
y por entre el barro moldeado de sus tejas,
entraba vagabundo el viento,
con noticias frescas desde el páramo.

Las mañanas olían a pan y a esperanza,
en nuestros juegos infantiles,
imaginábamos la casa como un enorme barco
atravesando el océano desconocido de los días.

Las tardes se vestían de grises
y entraban por la ventana cargadas de rumores,
de silbos, de olores a tierra fecunda;
se abría el portón y un desfile de mulas
traía los frutos de la tierra;
los arrieros llenaban con su algarabía la tarde,
y convertían la casa en una enorme plaza,
era el festival de la cosecha.

Los corredores, como nuestros sentidos,
se mezclaban con el olor de la papa,
del fique, del sudor de la mula y del arriero,
y corría el café como un río por las gargantas secas,
hasta que una a una las mulas y los arrieros,
salían a terminar la jornada.

Entonces venía la noche y entre el claroscuro de luna y los tenues bombillos, la papa tandada, se hacia montaña, pasaje, recodo, esquina, fantasmas, leyenda, mito;
la casa, era entonces, un mundo mágico,
el viento cantaba, y, en los oídos infantiles,
su canto se transformaba en
música de ocarina,
de sirena, en lenguaje, ese que hoy hemos olvidad
que sólo es nostalgia y añoranza,
ese que jamás conocerán nuestros hijos.

EL CAMINO (SENDERO REAL)

Fiel a la ruta,
abría generoso su mapa
por donde se llegaba a sus tantos destinos.
Era una avenida interplanetaria,
su senda, conducía a la estación de la Mancha
en las tardes de abril,
donde Quijotes, Sanchos,
Dulcineas y Julietas,
iban y venían del pueblo a la vereda,
de la vereda a la plaza mayor,
por entre cimientos besados de luna en primavera,
trigos pródigos, soles de hojalata,
y, en estación de invierno,
barro de amasar los sueños hecho vasija ,
“tiesto”, ocarina, suave arcilla musical.
Detrás de la montaña, en la colina, en la llanura,
el camino era la línea de contacto, principio  y fin del día;
en las noches, agujereado de luz, viajaba en La memoria…
Fue una fiesta de verdes,
una ruta segura entre el sol y la luna
y en sus tramos paralelos al río,
como flores de algodón, pastaban las “ovejas”,
danzaban los sauces, y corrían potrillos de sangre audaz.

El camino fue realidad, color, espacio, vida,
hoy es memoria, añoranza,
viejo camino transido de nostalgias,
como esos sueños a los que aún no llegamos.


LA VENTANA

Fue el oído de la casa
Su ojo mágico, el buzón.
Por ella, llegaban noticias secretas,
y se colaban, escapados,
los espíritus errantes de los antepasados .
Los domingos, era pantalla gigante
por donde vestidos de multicolores sueños,
asistimos en primera fila al maravilloso mercado
del trueque, a la irrepetible ceremonia de la palabra cabal,
al rudo desacuerdo, llevado en ocasiones al límite,
a los tiernos amores de mirar y no tocar, de suspirar…
Al mágico mundo del lenguaje de los sombreros y las ruanas,
de los impecables driles que brillaban como armaduras
en la fantástica glorieta del parque en los bazares de parroquia
donde cada caballero defendía el honor de su vereda,  en el baile,
el tiro al blanco, la ejecución del tiple o la bandola,
o sencillamente, bajo el abnegado pañolón, por donde asomaban
los rostros femeninos fecundados por la voz de la luna.
Por su imborrable cinta magnetofónica de tiempo, pasaron milímetro a milímetro los maravillosos días de una infancia sin dolor, desde donde  fueron filmados para siempre, en la memoria feliz de nuestra vida, nuestros viejos paisanos campesinos.


CARMEN AMATO
(Ciudad Juárez-México)

XIII
                                   No te eches a llorar, o vete por Dios,
                                   Que yo no te detengo ni te mancho.
                                                           Alberto Blanco.

Más vale que el corazón asuma hoy tu muerte.
Si mi sed se agiganta no es tu culpa.
Olvidaré la paz que se me fue del pecho
siguiendo el ocre abismo de tus ojos.
Olvidaré también tus labios
el rojo mar de tus palabras
que abrían con su promesa el paraíso.
Por favor no me toques.

Tu muerte me daba la certeza
de cantar el fin de un doloroso salmo,
te arrancaba de mí  pero en ella
me seguías perteneciendo. Pero
no es la muerte la que de mí te arranca,
y hoy el recuerdo del amor no es suficiente
ni hay promesa que valga.
            Por favor no me toques.

Yo que perdí en tu luz mi propia luz,
y quise hacer con mi cuerpo tu sudario,
yo que velé a la puerta del sepulcro
esperando que pasara el sábado.
Te pido ahora
          Por favor no me toques.

XIV

Me hizo daño el temor de tu posible olvido,
tu posible desprecio.  Habité diez siglos
en la gruta del tedio,  en medio de la náusea
días y noches completos.  Te busque
entre los vivos,  te lloré entre los muertos,
me retiré buscando respuestas en los libros,
preguntando al augur sobre tu vuelo incierto.
Entre el llanto y el sueño penetré un mundo rojo
de estanques pestilentes, como ríos detenidos.
Cerré los ojos tan fuerte que se me fueron
cayendo para adentro. Al fondo, en la parte
más alta del desierto mire otro mundo
insoportablemente blanco: Un país de hielo.

Recurrí a la memoria para hallar el instante
o recordar al menos donde perdí tu rastro,
seres desconocidos me tendieron sus brazos
mas yo sólo distinguía la señal de tus dedos.
Cerrada en mí,  alrededor la soledad, 
Supe que es azul la aceptación.
Mi propio centro se abrió y en medio de él giré.
Ya no fue miedo mi miedo, fue terror,
y dolor puro mi cuerpo.  Desperté.

Mis ojos se posaron en la luz, ¿o fue la luz
la que en mis ojos se posó?  Un tulipán
se abrió en mí, y en el centro estabas tú,
en ese cáliz creciendo,  como una semilla
abriéndose, fermentándose,
igual que un perfume, ardiendo.

Tantos siglos de dolor para entender
Que más fuerte que la muerte es el amor.

XV

La muerte es el abrazo que funde,
el océano que se extiende
la puerta que se abre,
pero el amor  es el que surge,
el que navega,
el que pasa,
el que prende otra vez
en el vástago del viejo árbol.


PÁGINA 32 – SANTAFESINOS

PREMIO DE CUENTO ELDA MASSONI – ESCRITORES RAFAELINOS AGRUPADOS

PRIMER PREMIO
CLAUDIO DAMIÁN MARCUCCI
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

TRES SUJETOS Y DOS MUERTES A OSCURAS

         Un viejo coche conduce por la periferia de la ciudad. Sigiloso con los faroles apagados, es apenas visible entre la oscuridad de la noche. El río invernal parece ser es el único que transita solitario las desoladas calles. El sujeto A conduce el automóvil y aprieta el volante con sus temblorosas manos. Parece estar impaciente, no logra encender su último cigarrillo. Disminuye su marcha hasta detenerse en medio de un desvalido suburbio.
            El sujeto C se encuentra leyendo. Nada más confortante y acogedor que un buen libro en noches frías como ésta. Aparenta estar disfrutando de la lectura en medio de la oscuridad. Sobre la mesa una taza humeante de té de un color que se asemeja al de manzanilla. Sobre el platito reposan tres terrones de azúcar aún no vertidos dentro de la taza. Sujeto C escucha un ruido proveniente del exterior, es ese mismo ruido el que interrumpe su lectura. Aparenta tratarse del crujir de las bisagras al abrirse.
            Sujeto A desciende del coche dejando la puerta semiabierta. Se dirige a la parte trasera del auto auto antes de echarle un vistazo al lugar. Decide terminar con su cigarrillo al arrojarlo a varios metros de distancia. En el mismo momento en que abre la puerta del baúl del auto, dirige su mano a su cintura para empuñar un arma.
            El sujeto B es forzado agresivamente a bajar del baúl. Su cabeza se encuentra cubierta por una capucha negra que le imposibilita su visión. Aparenta estar débil ya que apenas logra mantenerse en pie. No emite palabra, solo se logra escuchar un resignado sollozo. Camina un par de metros hasta caer derribado y quedar de rodillas.
            Sujeto A aferra el arma con ambas manos. Al encontrarse juntas el temblor parece potenciarse aún más. Lentamente extiende sus brazos en el aire y exhala por su boca un extendido suspiro color blanco. Lleva el dedo índice al gatillo en el mismo momento en que algo parece distraerlo y voltea su cabeza hacia una casilla próxima.
            Tiene incertidumbre, percibe que algo está sucediendo allá afuera. Sujeto C enciende las luces de su casa. Con su libro en mano se dirige junto a la ventana. Se ubica detrás del cortinado para poder saber qué ocurre. Sin darse cuenta del peligro al que se exponía.
            Sujeto A continúa con sus brazos extendidos manteniendo su dedo sobre el gatillo del arma. Observa con inquietud la silueta del aquel hombre que se encuentra a muy escasos metros observando la escena. Algo de lo que no estaba planeado.
            Se continúa escuchando un leve sollozo por debajo de la capucha. Sujeto B continúa de rodillas, sin poder ver y sin entender lo que pasa. La demora no hace más que acrecentar su tortuosa espera. Su cabeza cubierta no deja de experimentar un sacudido temblor. Lo sabe, no tiene ninguna duda de que se acerca su muerte; sin poder verla llegar.
            El sujeto C, quien hasta hace pocos minutos se encontraba leyendo plácidamente un libro, ahora se encuentra de alguna manera involucrado en un posible homicidio. Corre las cortinas y abre su ventana. Parece no temer y afrontar su nuevo rol de testigo.
            Con una mirada sumamente impaciente no sabe cómo responder al imprevisto. Sujeto A analiza a sus dos adversarios. Si mediar palabra, los observa a uno y a otro irritado, sin bajar el arma.
            Sujeto B sigue sin entender qué es lo que sucede. La espera ya le es insostenible, decide romper el silencio con una fingida carcajada diciendo:
-  ¿Qué sucede? ¿No tenés las agallas para hacerlo? Hazlo de una vez...-
            Desde la ventana el sujeto C continúa impávido, inamovible.
            El sujeto A parece haber tomado una decisión, decide cargar el arma. Luego el accionar del gatillo.
            Un llanto desgarrador detrás de la capucha y el sonido del disparo. Una perforación ensangrentada sobre la tela negra que lo cubría.
            Un segundo disparo sobre el sujeto C lo desploma. Queda tendido junto a su libro.
            Antes de marcharse algo lo lleva al sujeto A a ingresar en la casilla. En su interior encuentra tendido el cadáver, y junto a éste un  libro. Al abrirlo su rostro fue de un punzante estupor.
            Se encuentra sentado dentro del coche. Mientras con su mano izquierda sostiene el libro, su derecha se posa sobre las hojas ensangrentadas. Las yemas de sus manos recorren los bajorrelieves de las palabras cecografiadas. Suavemente sus dedos se deslizan mientras la percepción de su tacto parece sensibilizarlo. Era la primera vez que posaba sus dedos sobre un sistema braille. No recordaba haberlo hecho nunca.
            Aún estupefacto, el sujeto A enciende el motor y se marcha del lugar dejando dos muertes a oscuras...

SEGUNDO PREMIO
MIRTA RAQUEL ZEHNDER
(Humboldt - Santa Fe-Argentina)

LOCA POR LA CIENCIA

Investigar dónde se escondía la noche cuando el día se adueñaba de la vida del pueblo era su nuevo desafío. El primer congreso científico realizado en la localidad, que había congregado instituciones de toda la región, la había dejado sedienta de investigación, casi al borde de la locura. Ávida por verla destruida, no concilió el sueño pensando en deshacerse de la noche para siempre.
Notó que la oscuridad – aliada de la noche -  deambulaba espesa por la casa, y no se ausentaba sino hasta que las ventanas eran abiertas por la mañana. En ciertas oportunidades, los restos de ella quedaban  pegados en los rincones. Y se impregnaban en el interior de los placares, de la alacena, del chifonier,  y de cuanto mueble con puerta o tiradores existiese. Ese fue el primer hallazgo de la investigación: todo lo que tenga puerta o cajones puede ser considerado dador de asilo y ser tomado como cómplice de la noche.
Luego se dio cuenta de que la muy astuta se escondía también en las latas vacías, en los floreros opacos, en la caja de caramelos, en el cofre alhajero, en el habitáculo del reloj carrillón, en el estuche de la raqueta de tenis, en la valija del acordeón, en el hueco del sofá, en el tubo del teléfono, en el interior del bombo. Ese fue el segundo avance de la investigación: todo lo que posea tapa, cierre o cobertor debe ser acusado de encubridor de la noche.
Cuando creyó que ya no quedaban rincones de la casa por explorar, se percató de que la muy hábil la seguía burlando: había encontrado el amplio espacio entre el techo y el cielorraso. Allí podía dormir, desperezarse y estirarse cómodamente a lo largo y a lo ancho de doscientos metros cuadrados, sin ser vista. Este fue el tercer punto clave: todo lo que fuese hueco cedía lugar a la noche agazapada.
Después de pasar varias horas tomando nota de las revelaciones, consideró que era momento de actuar: abrió todas las puertas y ventanas de la casa, destapó las latas, frascos y cofres, quitó las puertas de los placares y alacenas, retiró los cajones, rompió los floreros, cortó en pedazos la funda de la raqueta; desarmó el sofá, el teléfono, el reloj carrillón, la valija del acordeón y el acordeón también; destrozó el bombo y la alcancía; buscó un formón carpintero y quitó las maderas del cielorraso. Exhausta caminó hacia el patio y observó la figura de la cámara séptica. No dejó registro escrito de este hallazgo; consideró que lo podía incluir en el tercer punto. La rompió a mazazos.
Transcurrida ya la siesta repasó los pasos de la investigación. Debía transmitir su descubrimiento al resto de la población e instarlos a que hicieran lo mismo. No eran demasiados. Sería fácil convencerlos.
El pueblo era largo y estrecho. Elongaba sus calles de Norte a Sur y contraía de Este a Oeste. Al atardecer, la noche se hacía presente en el Oriente unos segundos antes que en el Occidente. Esa fue la cuarta fase a tener en cuenta: si aparece del lado del naciente, significa que también se oculta por allí.
Un chispazo hizo eco en su cabeza. ¡El cementerio! ¿Cuántas tumbas contabilizaría esa mini-aldea ubicada trecientos metros al Este de su casa? ¿Cuántos escondites se erigían allí a merced de la noche triunfante? No había tiempo para detenerse a pensar. Recogió la maza y se dirigió hacia allí corriendo. Ni siquiera leyó la lápida de la primera tumba con la que se topó. Ensañada la golpeó hasta destruirla. Sudaba. Ojeó cuántas quedaban todavía por derrumbar y temió no llegar a tiempo. Lejos de desmoralizarse, abordó la segunda con más energía y a mayor velocidad. Daba comienzo a la tercera cuando se vio rodeada de tres agentes de policías. Mientras la esposaban, trató de explicarles que no se trataba de una profanación sino que era parte de un  proceso de investigación científica. Nadie la entendió, hecho que acrecentó su ego pues los científicos tardan en ser comprendidos. Lo mismo le había sucedido a Galileo Galilei.
Sentada en el banco de una celda oscura, invadida por la noche, se sintió temporariamente vencida. La noche, la noche que ella tanto detestaba la acompañaría por mucho tiempo. Sin embargo no tenía dudas de que cuando llegase el momento de la primera indagatoria se darían cuenta de que habían caído en un grave error: ella no estaba loca. Ese sería el momento de comenzar la segunda parte de su investigación científica: cómo hacer desaparecer el día.


PÁGINA 33 – CUENTO

 JOSE LUIS PAGÉS

(Santa Fe-Argentina)

 

NADA DE NADA

                                                                               

¿Fue por un soplo del viento, por acción de un mecanismo automático o una mano negra?  No encontraba la respuesta. Lo único que Tomás sabía con certeza era que esa puerta se cerró apenas él entró en el panteón de la familia Flores.
Ahora, esa puerta: ¿pesaba una tonelada, se había atascado o simplemente estaba equipada con el mecanismo de las viejas heladeras que sólo abren hacia afuera?
Las hojas de hierro estaban tan cubiertas por la hiedra y las telarañas que apenas podía vislumbrar a través de un resquicio el interminable y solitario pasillo que minutos antes había recorrido en la penumbra crepuscular.
A última hora Tomás había recibido un mensaje del director y _conocedor el hombre del camino y la tarea a realizar_, consideró innecesario anunciarse en la guardia.
De modo que ingresó con paso rápido y recorrió el pasillo cargando con el soplete a gas y su pesada caja de herramientas, las mismas que ahora, por obra de la casualidad, un olvido imperdonable o mala leche, había olvidado afuera.
Aquella mañana el coche de una funeraria norteña había bajado del norte para depositar un ataúd, o sea, el mismo cajón que Tomás debía abrir dos o tres veces a la semana para desoldar las chapas de cinc, sin preguntas y con la mayor discreción, porque para eso le pagaban bien.
La tarea era sencilla y aunque no le agradaba la idea de trabajar a la hora del crepúsculo en la soledad de un cementerio y encerrado en un panteón, la cantidad de dinero que el día después ingresaba a su cuenta de ahorro le quitaba al asunto cualquier sombra de dramatismo.
Estaba tendido en la cama junto a Leonor cuando esa tarde de marzo recibió la llamada. “¿Tomás?” _era la voz del director- “Tenemos una urgencia”. El solo respondió “Claro”, y cortó la comunicación. “Un día vas a meterte en problemas con esa gente”, advirtió Leonor.
“Así son  estas _pensó él_  Con la mayor inocencia te empujan a la guerra y después  te cargan de culpas la vida entera”
_Y no tardes demasiado. Te voy a estar esperando. Mañana salimos a navegar temprano,
_ No demoro _prometió, apuró un trago de vodka y metió la remera azul adentro del pantalón vaquero, Leonor _tendida en la cama componía un cuadro de belleza perturbadora_, le recordaba las islas, su cita semanal con el aire libre. Ciertamente su vida había dado un vuelco afortunado en poco menos de tres años.
Sin embargo su incómoda, por no decir exasperante situación actual le recordaba que su trabajo si bien era de fácil ejecución entrañaba peligros para él, para su vida, para su libertad.
“Qué olor a muerto”, pensó. Pero él no sabía, desconocía por completo, que guardaba ese ataúd, porque nunca había querido preguntar. “Mejor no saber”, se había dicho. De todos modos eso no importaba ahora, cuando no tenía entre sus manos un misero destornillador para librarse del encierro.
Después, algunas horas después, cuando todo estaba en sombras, creyó  escuchar pasos y sintió alivio. No lo habían olvidado. Esperó aguzando el oído, anhelante. Alerta, con todos los sentidos.
Esperó en silencio durante segundos interminables y por fin los latidos del corazón se confundieron con el sonido metálico de la llave que giró haciendo crujir los engranajes de la cerradura.
Entonces, respiró. Habría gritado de alegría, pero no lo hizo por la misma razón que no lo había hecho antes, por temor al ridículo. Qué diría el director, qué no  inventaría el último sepulturero.
El calor era sofocante. Con el pañuelo secó el sudor de la frente, enseguida acomodó la remera en el pantalón y con la palma de las manos se alisó los cabellos. Empujó hacia afuera.
 La puerta no cedió. El sonido de la llave que en medio de su ofuscación  había festejado con entusiasmo había hecho un efecto por completo contrario al esperado.
Ahora sí que estaba encerrado, y bajo dos vueltas de llave. Estuvo al borde de soltar un grito cuando recordó que aquella era una noche de viernes y comienzo de un fin de semana largo. ¿Nadie regresaría hasta el martes?
Entonces Tomás golpeó con los nudillos, tímidamente, como quien llama a la puerta de un desconocido a la hora de la siesta. No tuvo respuesta. Después acercó los labios y susurró contra el frío metal: “¿Alguien escucha ahí afuera?”. Empezaba a dolerle el cuello, el techo era bajo.
Por lo demás, el panteón era tan estrecho que si apenas entraba de pie menos entraría sentado. Le dolían las piernas. ¿Se habrían llevado su caja de herramientas?
Le nació gritar, pero se contuvo apenas pensó que por aquellas horas podrían confundirlo con un ladrón de tumbas. En el mejor de los casos lo guardias privados que nada sabían de él lo golpearían hasta el cansancio y luego lo entregarían a los policías que lo volverían a golpear, de puro gusto nomás.
Sin embargo no logró evitar el puntapié que soltó contra la puerta. Esperó aterrado, con el oído atento, pero tampoco, nadie lo escuchó. A falta de herramientas en el depósito encontró una vieja escoba. Tomás era habilidoso con las manos, con ellas y mucho de oficio se ganaba la vida. De modo que en cuestión de segundos partió el palo y tuvo una palanca.
 No obstante la puerta estaba emperrada y no cedió al ingenio ni a la fuerza. La palanca se destrozó por completo cuando en medio de la desesperación imaginó que el ataúd guardaba las armas que harían saltar la puerta en pedazos.
 Eso ocurrió cuando paseaba el filo de la precaria herramienta recién construida por arriba y por abajo de la tapa buscando una ranura, pero a la más mínima presión aquella lámina delgada estalló en sus manos.
 No quedaba otra alternativa que probar suerte con la cerradura. Ah…si al menos tuviera un alambre, una linterna, un cinturón con hebilla…, pero no, todo le jugaba en contra esa calurosa noche de viernes, comienzo de un fin de semana largo.
Pensó en la laguna, imaginó el sobrevuelo de las gaviotas sobre el espejo de agua, le pareció escuchar el zumbido del motor. El aire golpeaba en su cara y despeinaba a Leonor, pero ahora mismo se estaba ahogando.
El ojo de la cerradura era la única abertura que todavía lo conectaba al mundo exterior. La confusión se había apoderado de él y con furia incontenible hundió y partió la última astilla, obturando definitivamente ese ojo único y maldito.
Después, no sabría decir si uno o dos días después, alguien abrió la puerta y Tomás, deslumbrado por el sol de la mañana solo distinguió algunas siluetas, humanas mientras  un perro gigantesco se acercaba a él para olfatearlo y lamer las heridas de sus manos.
Otras manos fuertes lo tomaron por los brazos, lo sacaron del panteón y lo mantuvieron de pie mientras alguien, por detrás, le cubría la cabeza con su propia remera. Poco después escuchó el zumbido de un motor y un ramalazo de aire fresco le pegó en la cara.
No sabía quiénes eran aquellos tipos tan silenciosos como ejecutivos, tampoco imaginó adonde lo llevaban, pero “Mejor no saber”, se repitió Tomás, “Mejor no saber nada”.”Nada”.


PAGINA 34 – ENSAYO

CRISTIAN VITALE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

LAS RUINAS DE LA LITERATURA

Hace tiempo que en las tramas de la red circula una serie de fotografías bajo el estentóreo nombre de Los 40 lugares abandonados más bellos del planeta. Y a pesar del ruido un tanto presuntuoso del título, cabe decir que gran parte de la serie no es para nada ajena a dos de sus promesas: abandono y belleza. Y, revisando la colección, podríamos dar alguna precisión: un antiguo esplendor, un presente deterioro, vale decir, una ruina.
     Una casa abandonada en el desierto de Numidia, con el desierto adentro; un barco abandonado en aguas australianas, en cuyo casco crecen sin orden el óxido y los árboles; una estación de trenes abandonada en Cincinnati, con trenes a medio frenar o a medio partir; un lujoso yate sumergido en las heladas aguas de la Antártida, y otras imágenes por el estilo, con la misma singularidad: la belleza de lo caído.
     Se piensa primero en la fascinación del hombre por la ruina. Cómo es que se puede gozar con la contemplación de un objeto cuya historia no pudo dejar de ser dolorosa. Pero de este interrogante se ingresa a una constatación, que es lo que concierne mejor a estas líneas. La confirmación, en parte caprichosa, por cierto, de que lo que se ha dado en llamar “la literatura occidental”, o peor, “los grandes libros” de Occidente, cosa que no decimos sin culpa pero decimos, la confirmación, decía, de que gran parte de esta tradición textual está construida menos de esplendores que de ruinas. Pasemos lista.
     Notemos primero que el primer recorte lo hace Homero, ya en la puerta de acceso de esta tradición. Notemos que La Ilíada, en palabras del vate, no contará la gran guerra entre troyanos y aqueos sino “la cólera de Aquiles” y sus nefastas secuelas. Es decir, de Aquiles, el de los pies ligeros, del divino Aquiles, importa menos la virtud guerrera que su ira. Vale decir, su costado vulnerable, tan mortal, esa parte del cuerpo que Tetis no logró embeber en aguas milagrosas.
     Y de Ulises algo parecido. El poeta ciego, años más tarde, enciende su cámara justo después de la genialidad del rey lúcido, porque no le interesa su gloria, parece, sino su descenso, tanto, que podríamos decir que la Odisea es la relación de la degradación demorada de un rey en mendigo. Y bien sabemos que su victoria final, su restitución, es la parte más prescindible de la obra, y además dura poco.
    Hay dos grandes libros que parecen, a primera vista, contradecir esta vaga hipótesis de la familiaridad de la literatura con las ruinas. Un libro es político, el otro religioso. El primero de ellos narra la historia de un dudoso héroe que se escapa del fuego griego para fundar Roma. El segundo, el camino ascendente de un poeta guiado por otro hasta llegar al Paraíso. Pero la verdad de los textos es más compleja. De la Eneida, el primero de los libros, nadie recuerda la tibia victoria final de Eneas sobre Turno, rey de los rútulos, pero nos resulta inolvidable, por ejemplo, aquel cuarto libro que relata la tragedia amorosa entre una Reina traicionada y un Príncipe de dios obediente, el suicidio final de la mujer y la triste, resignada partida del héroe. El resto cabe menos en una historia de la literatura que en una de la política. En el caso del libro de Dante sucede algo similar. Todos recordamos los fragmentos en los que aún se narra la derrota, la traición, las miserias. Luego, quizá en el mismo momento en que su guía latino, el lector le suelta la mano. Acaba de entender que el costado más edénico de La Comedia es el Infierno.
     Y la lista es larga. Avancemos unos siglos hasta El Quijote. No son los heroicos libros de caballería los que han pasado a la Historia sino su sátira, su parodia, en fin. Alonso Quijano es una ruina de un pasado glorioso que no existió, o  para decirlo mejor, quizá desde la ética de su lógica, una ruina de sí mismo.
    Y yendo más acá lo tenemos a Kafka, que encuentra a los hombres cuando se vuelven cucaracha; a Borges, que se degrada hasta un sótano argentino para ver a su muerta; a Rulfo, que sólo concibe una ciudad de hombres más o menos muertos; a Faulkner, que relata una nostalgia; a Proust, el de lo perdido, a Joyce, a Conti, a Saer, a Walsh.
    Más allá de los caprichos de quien esto escribe, hay algo que parece incontrastable. La literatura bebe más y mejor un vino envejecido que añejo; festeja, si se me permite, menos el ascenso que la caída. Sus materiales, parece, propende a las ruinas. Claro que con ellas levanta monumentos más que el bronce perenne.


PÁGINA 35 – POESÍA ALLENDE EL MAR

MARTHA R. ZABALETA
(Londres-Reino Unido)

HEMORRAGIAs
         
a mi querido cumpa, Julián Bastías

Con menstruación permanente
dibujaba todo el espacio
de las torturas.

¿Pensaba
que la vida
se esfumaría así, rápidamente?

El cabo cuando me llevaba al baño 
se paró y me gritó:
-¿Es posible que usted sea la Sra. de Hinrichsen?

Pude haberle respondido
-Sí, mi cabo.
Pero callé.

Al orinar, la sangre
se arrebató en borbotones
y le ensució las botas.

-Conteste,
hija de puta,
aulló entonces.

Y fue su culpa
por no dejarme a solas.
Mi vómi
to le ensangrentó el bigote.

RENACER DEL CHE GUEVARA

Lloran de mi jardín las hojas muertas, aun calientes, y pasando mis dedos por los labios, me repito su nombre.
Vuelve el eco y silenciando los ruidos de la muerte, trae sus palabras.
Quedaron entroncadas en cañas de las viñas, jugueteando en los brincos de la aurora. Transmutándose de río en cordillera, de pampa en isla y esperanza.
Suya es la calidez que habita bajo todos los suelos.
Un cuerpo vacío acompañó al cortejo. No te vencieron porque estabas ausente.
Tejías ya como pueblo la próxima pelea.
Como hojas muertas que se vuelven verdes, tú floreces.
Tu recuerdo abona mundos nuevos.


ANNA BANASIAK
(Zgierz-Polonia)

Hay gente
que mira en el espejo buscando su sombra perdida.
Por la mañana
los ciudadanos de la ciudad eterna
gritan,
murmuran,
cierran los ojos
como si fueron solamente los rostros de la pequeñez del ser,
actuan.
Para acabar el día,
calmando el grito de la inseguridad,
tratan de sumergirse en el lago salvaje.

ooOoo

Hace unos años
mi cuerpo felino tenía el rostro de una niña,
ni bastante madura ni jovencita
para continuar el círculo salvaje de la vida.
El tiempo
seguía fluyendo
como si nada hubiera podido ocurrir.
Las gotas de la lluvia
que correrían en mi cara,
fluyendo más en el cuerpo cansado
por haber madurado tan pronto,
eran como el rayo de la luz matinal.
Casi cada día soñaba con abrir los ojos
y ver  una de estas caras iluminadas,
rodeadas por el pelo casi negro,
con los ojos tan azules que transparentes,
escuchar los sonidos de la lengua incompresible,
sentir el olor imposible a describir con  las palabras conocidas.
Un día
sin ninguna advertencia
me desperté
como una nimfa,
la mujer,
un ser siendo lista para prolongar el dolor puramente existencial.


PÁGINA 36 - CUENTO

MARTA ORTIZ
 (Rosario-Santa Fe-Argentina)

EL CIELO

Nuestro planeta azul ardía tinieblas bermejas. Viscosas y vistosas. Veíamos asentarse esos velos, ni sangre ni tierra el color, envolturas de cebollas.
Cuanto se movía devenía sombra. Un debate sin rumbo asolaba las conciencias también opacas de los sobrevivientes. A la sombra de lo artificial, el orden de lo natural se replegaba: las macrocatedrales denominadas shopping absorbían multitudes a partir del cebo de sus góticas cúpulas vidriadas y negocios también vidriados donde al pasar nos espejábamos.
Lejos, el viejo Mare Nostrum arrojaba cadáveres desertores a las costas de Africa Un gong interior detonaba cada segundo la muerte de un niño. Sangraba el cielo en las comarcas del Levante donde se libraban las guerras. Olas como edificios carcomían las costas asiáticas y la sequía alzaba polvaredas y borraba cauces naturales. Supe de un navegante solitario en su barco colorado: hundía a fondo los remos en el caldero de inabarcables, estériles llanuras de peces muertos.
Llovieron huracanes, así como cuenta la letra sagrada que cenizas, ranas y pestes se abatieron sobre Egipto en tiempos de Moisés. Una ciudad en Louisiana, sede del mardi gras y del vudú, vagó por mudos espejos de agua; día y noche flotaron los techos desvinculados de sus paredes. Azules, rojos, negros, engarzados al desborde acuático como los nenúfares de Monet al estanque de su casa en Giverny. Olía a limo fétido, mezcla de detritus y cadáveres. El grito extraviado de algún pájaro revelaba la hondura del vacío.
¿Se habrán guardado a tiempo, los magos del jazz, en las cavidades de sus tubas y trompetas como el caracol de una sola contracción se retrae en su refugio de nácar? La intemperie sobre el Mississippi tendía caravanas vivas a los cuatro vientos. Buscaban un espejismo, el paraíso imaginado carecía de lugar propio.
Los sobrevivientes sabemos (prefiero decir sé; ignoro si hay otros), que no se puede contar este cuento así como se contaría una parábola. No inventamos nada ni hay qué enseñar, fuera de la terca obstinación que nos impulsa (me impulsa) a recuperar la vida que supe/supimos tener. El día a día no ayuda. Enreda sus tramas, alimenta el caos. Sin embargo, pensadas en términos de crónica, tal vez pueda la anarquía ordenar una forma coherente. Pero sospecho: ni crónica ni parábola; cualquier rastreo del género oportuno es un esfuerzo inútil. Arracimadas, desenfocadas, deslenguadas se copian y se pegan idénticas aquí y allá las volantas, los títulos, las imágenes; bocetos de un laberinto gráfico y verbal sobre el arbitrario trazado noticioso del planeta. No hay segundo libre de tragedia; las generaciones venideras no nos creerán porque ahora pensemos este galimatías como se piensa un quiste. Como se piensan los errores largamente anunciados. Si vienen, las generaciones que vienen.
Casandra resiste, profetiza, pero a sus palabras como margaritas se las comen los cerdos. No obstante se advierte un nuevo principio de realidad: las profecías ya no duermen entre telarañas. Despiertan en los bosques ardidos, en desiertos de hielo, en el muro de ceniza que nos aísla. Detrás, lo sabemos, languidece el sol. El último verano, como funesto antecedente de la niebla que hoy nos cubre, la isla ardió frente a Rosario y el viento arrastró humaredas que enturbiaron la ciudad y respiramos por igual la pelusa que largan los plátanos y el humo.
No obstante la hostilidad que el nuevo mapa gotea y a pesar de la media luz sanguinolenta y el miedo al vacío, ensayé paso a paso desplazarme más allá de lo turbio. Mi búsqueda empecinada, a contrapelo de la envoltura púrpura, se orientaba al casi invisible reflejo de un aura, una antigua claridad olvidada.
Una mañana, tras infinitos tanteos en lo difuso, ocurrió el milagro. Sin que se descolgase de la nada ni pudiese confundirse con un desvarío. Por un instante pensé que alucinaba (o que alucinábamos; la placa que abovedaba el cielo era rojiza, oscurecía todo y no me dejaba saber si yo era uno, yo solo, o muchos, o unos pocos como yo). Pero me encandiló súbita una claridad de resolana (¿guiño del destino? ¿había, entonces, un destino?), y niebla y dudas se disiparon al instante. Casi había olvidado la desaparecida luz natural, pero pude reinstalarla en mi vida con naturalidad, no sin un dejo de nostalgia, así como se acepta la luz de un recuerdo.
Hoy sé que la bruma respeta este lugar, se limita al paciente mordisqueo de los bordes. A los lados del cartel donde se lee "El Cielo" bar fileteado en letras bermellón y añil, crecen dos fresnos que el otoño amarillea. Advertí, y quiero que conste en estos escritos, que en medio del caos, una cruda mañana de sol apenas entrevisto detrás de los muros de ceniza que un viento radical demolía, la vida, por error, por piedad, o no sé por qué clase de misterio, dibujó un trazado inédito: la firme silueta de Amatista impuso resuelta esa mañana su contorno con bandeja, taza de café, azúcar y humo entre la barra y la mesa a la que me había sentado donde yo recuperaba mi antigua afición a leer y a escribir lo que fuera, a condición de que se tratase de una página en blanco o escrita. Miré alrededor y descubrí que sí había "otros", recelosos y porfiados como yo en otras mesas, aunque éramos pocos). Y el prodigio de aquella mirada celeste, mediadora y salvoconducto, ancló por primera vez en la mía, lavó mis pecados y mitigó y suturó los pecados del mundo.
No he vuelto a desayunar en la umbrosa galería de mi casa debajo de los pampanitos secos. Da pena ver colgando enmohecidas las hojas de la parra. Además, para qué. En El Cielo ella abre cada día sus alas arcangélicas como ojos zarcos, momento intraducible que elijo para ingresar y perderme en la espiral. Entonces inicio mi sobrevuelo de valles y remansos. Chapotean garzas moras y cigüeñas de patas rosadas a ras del agua. Siriríes y patos capuchinos liberan vuelos de filigrana. Hibiscos bermellón furioso, orquídeas y frutos.
Alucinación, vértigo, fantasía.
Sobre el último tramo al final del viaje, Amatista acaba de dibujar con su brazo derecho la curva perfecta que describe la taza de café al despegarse de la bandeja y apoyar en la mesa. Me sonríe la pregunta de siempre:
—¿Con azúcar?
—Con azúcar —le contesto.
Y un leve rocío de lapislázuli me cubre de la cabeza a los pies.


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

IRMA BIGNON
(Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

MICHEL ONFRAY
¿Puede la filosofía llegar a ser feroz?

Incisivo investigador de teorías filosóficas, amante del arte, esteta refinado, ético pero alérgico a los discursos moralistas, Michel Onfray es uno de los más celebrados filósofos franceses contemporáneos.
Nace el 1º de enero de 1959. Describe el lugar de su nacimiento en un magnífico pasaje en uno de sus libros: Soy nativo de una Normandía pegada a la región de Auge, una tierra de tarjeta postal con vacas marrones y blancas que rumian en medio de pastizales verdes o de huertos de manzanos vencidos por el peso de las frutas redondas y rojas. Mi pueblo natal se encuentra en la intersección de ese paisaje y de una llanura modesta en la que se cultivan los cereales ondulantes, trigo y cebada, avena y maíz. Y siempre el agua, en todas sus formas: la lluvia, el rocío, la llovizna, los charcos, las charcas, los arroyos, los ríos, todo el conjunto dando a los verdes normandos sus magníficas tonalidades” …
Doctor en filosofía, es profesor del Liceo Técnico de la ciudad de Caen entre 1983 y 2002. Luego de reconocer que la educación simplemente transmite la historia oficial de la filosofía y no enseña a filosofar, dimite en 2002 y crea la Universodad popular de Caen. Él mismo escribe los principios del manifiesto que lleva por título La comunuidad filosófica.
Onfray sostiene que no hay filosofía sin sicoanálisis, sin sociología, sin ciencias, y que un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; de lo contrario, se halla fuera de la realidad.
De 1989 a 2003 escribe veintidós libros de filosofía, y en 2004 aparece en Ediciones Galilée La filosofía feroz.
Pues tendremos la filosofía feroz … La frase corresponde al poema en prosa Democracia de Arthur Rimbau, publicado por primera vez en volumen en Iluminaciones en el año 1886: La bandera va por el paisaje inmundo, y nuestra jerga provinciana ahoga el tambor./ En los centros alimentaremos la prostitución más cínica. Masacraremos las revueltas lógicas.¡En las regiones pimenteras y empapadas! Al servicio de las más monstruosas explotaciones industriales o militares./ Hasta la vista aquí, no importa dónde. Reclutas de la buena voluntad, tendremos la filosofía feroz, ignorantes para la ciencia, astutos para el confort; que el resto del mundo reviente. Ése es el verdadre camino. ¡Adelante, en marcha!
En su libro, nuestro escritor aborda los temas de actualidad. En consecuencia, Europa, el euro, el fin de los Estados-naciones, el advenimiento de un gobierno planetario, las reacciones nacionalistas, la peligrosidad intrínseca del Islam. En cuanto a
Los Estados Unidos, reflexiona sobre el imperialismo planetario, la guerra neo-colonial, y la violencia liberal.
Considera que el euro, como moneda única, actúa como siniestro acelerador del proceso liberal dominante. Creemos que la moneda común no justifica la moneda única,
ya que la banca electrónica y las tarjetas bancarias disponen hace tiempo de una real moneda planetaria.
Explica que las guerras revelan el grado cero de la inteligencia. Que surgen cuando el hombre ha fallado y la bestia toma la posta; cuando el derecho falta, cuando el verbo permanece impotente ante la destrucción masiva de los pueblos.
Nuestro escritor nos advierte que ya los mercados, las transacciones y la circulación de flujos que ignoran las naciones se burlan de las fronteras y de las patrias. Por lo tanto, todos aquéllos que sufren, víctimas del capitalismo, se dan cuenta que están frente a una nueva religión. Existieron las pirámides egipcias, los templos griegos, los foros romanos y las catedrales europeas. De aquí en más habrá que contar con el caudal de las megalópolis. El liberalismo es una religión, el euro su profeta, el planeta su territorio.
Volvemos entonces a Rimbaud con su profecía inducida: tendremos la filosofía feroz.

Pero no todo es filosofía feroz en la obra de Michel Onfray. Hace un culto de las leyes de hospitalidad y amor al prójimo. Considera que la hospitalidad proviene de un mundo agrario, de campesinos, de pastores con sus rebaños en tiempo de Homero. Supone la puerta abierta para todo caminante que solicite cama y comida. Nadie pregunta de dónde viene, ni adónde va, ni quién es, ni qué hace. ¿Qué razones obligan al pobre a abrir su despensa, compartir su pan, presentar su cama, hacer lo necesario para que a un desconocido no le falte nada mientras está en su casa, bajo su propio techo?
Él mismo responde en su libro que aquéllo que hace que la hospitalidad y el amor al prójimo sea necesario, sagrado, absoluto, es la mirada de Dios. La generosidad vale como un seguro de vida para después de la vida. Ese gesto es un anticipo para la salvación.

El tiempo de un pensador como él no es vertical, es cilíndrico: es tiempo-espacio. Es un pensamiento que habita el mundo y el mundo por venir.
¿Qué le resta por investigar? ¿Qué le falta conocer y profundizar? Creemos que nada. Él dice: Todo.


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