GACETA
LITERARIA Nº 84– Noviembre de 2013– Año VII – Nº 11
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BEAUTIFUL WORLD
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1 – REFLEXIONES
EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
DEFENSA DE LA PALABRA (4)
Uno escribe para despistar a la muerte y estrangular los fantasmas que por dentro lo acosan; pero lo que uno escribe puede ser históricamente útil sólo cuando de alguna manera coincide con la necesidad colectiva de conquista de la identidad. Esto, creo, quisiera uno: que al decir: "Así soy" y ofrecerse, el escritor pudiera ayudar a muchos a tomar conciencia de lo que son. Como medio de revelación de la identidad colectiva, el arte debería ser considerado un artículo de primera necesidad y no un lujo. Pero en América Latina el acceso a los productos de arte y cultura está vedado a la inmensa mayoría. Para los pueblos cuya identidad ha sido rota por las sucesivas culturas de conquista, y cuya explotación despiadada sirve al funcionamiento de la maquinaria del capitalismo mundial, el sistema genera una "cultura de masas". Cultura para masas, debería decirse, definición más adecuada de este arte degradado de circulación masiva que manipula las conciencias, oculta la realidad y aplasta la imaginación creadora. No sirve, por cierto, a la revelación de la identidad, sino que es un medio de borrarla o deformarla, para imponer modos de vida y pautas de consumo que se difunden masivamente a través de los medios de comunicación. Se llama "cultura nacional" a la cultura de la clase dominante, que vive una vida importada y se limita a copiar, con torpeza y mal gusto, a la llamada "cultura universal", o lo que por ella entienden quienes la confunden con la cultura de los países dominantes. En nuestro tiempo, era de los mercados múltiples y las corporaciones multinacionales, se ha internacionalizado la economía y también la cultura, la "cultura de masas", gracias al desarrollo acelerado y la difusión masiva de los medios. Los centros de poder nos exportan máquinas y patentes y también ideología. Si en América Latina está reservado a pocos el goce de los bienes terrenales, es preciso que la mayoría se resigne a consumir fantasías. Se vende ilusiones de riqueza a los pobres y de libertad a los oprimidos, sueños de triunfo para los vencidos y de poder para los débiles. No hace falta saber leer para consumir las apelaciones simbólicas que la televisión, la radio y el cine difunden para justificar la organización desigual del mundo. Para perpetuar el estado de cosas vigente en estas tierras donde cada minuto muere un niño de enfermedad o de hambre, es preciso que nos miremos a nosotros mismos con los ojos de quien nos oprime. Se domestica a la gente para que acepte "este" orden como el orden "natural" y por lo tanto eterno; y se identifica al sistema con la patria, de modo que el enemigo del régimen resulta ser un traidor o un agente foráneo. Se santifica la ley de la selva, que es la ley del sistema, para que los pueblos derrotados acepten su suerte como un destino; falsificando el pasado se escamotean las verdaderas causas del fracaso histórico de América Latina, cuya pobreza ha alimentado siempre la riqueza ajena: en la pantalla chica y en la pantalla grande gana el mejor, y el mejor es el más fuerte. El derroche, el exhibicionismo y la falta de escrúpulos no producen asco, sino admiración; todo puede ser comprado, vendido, alquilado, consumido, sin exceptuar el alma. Se atribuye a un cigarrillo, a un automóvil, a una botella de whisky o a un reloj, propiedades mágicas: otorgan personalidad, hacen triunfar en la vida, dan felicidad o éxito. A la proliferación de héroes y modelos extranjeros, corresponde el fetichismo de las marcas y las modas de los países ricos. Las fotonovelas y los teleteatros locales transcurren en un limbo de cursilería, al margen de los problemas sociales y políticos reales de cada país; y las series importadas venden democracia occidental y cristiana junto con violencia y salsa de tomates.
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2 – CUENTO
NECHI
DORADO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
PABLO DE ESPUMA, PABLO DE ARENA
PABLO DE ESPUMA, PABLO DE ARENA
Aquí
nomás, a pocas cuadras de donde el mar rinde su fuerza ante la arena,
duran los días de un niño-hombre que se me ocurre de espuma.
Que
se me ocurre de arena.
Su
cuerpo esmirriado cumplió diecisiete años, su cerebro, protegido
por una maraña empiojada de pelos negros, se plantó en huelga de brazos caídos
por tiempo indefinido atorándose en los siete.
Tiene
los ojos oscuros de mirada vacía como urgueteando un pasado que lo marcó para
siempre dejando huellas de fuego sobre su alma casi errante, tan hueca como
dicen que es la nada.
Me
acompaña cuando salgo a hacer las compras, ese es su pasaporte diario que
le permitirá la entrada al kiosco donde habrá de saciar sus ganas infantiles
con alguna golosina inaccesible para él, de otra manera.
-Tené
cuidado con ese pibe, me dicen algunos de los pocos vecinos residentes en este
pueblo de turistas veraniegos. Anda en malas juntas, te va a afanar en
cualquier momento, agregan.
(Por
qué será, me pregunto, que la pobreza siempre se enlaza, como ley inexorable,
con el delito. Por qué será, me pregunto, que la marginación representa,
para muchos, un vínculo entrelazado con la degradación humana. Por qué será, me
pregunto, que los verdaderos degenerados de la historia pasada y la presente:
los chupasangre, los expoliadores, los saqueadores, nunca ofrezcan un
mínimo de sospechas, pese a ser los colaboradores inmediatos para que sigan
vagando Pablo de espuma, Pablo de arena.)
Pablo
me cuenta historias de un ayer desgarrador, habla de su madre ahogada en
alcohol, prostituta, fallecida una noche de excesos con estómago vacío.
Habla también de su padre “suicidado” en una cárcel donde pagan sus culpas los
que han sido cazados, también, por ser de espuma y arena, como el niño-hombre
inacabado.
Suele
agarrarse a trompadas con otros chicos porque:
-Me
puteó a mi madre y eso no puedo dejarlo pasar, doña, dice justificando
sus arranques de ira demasiado asiduos, tanto como lo son las agresiones que
recibe de hijos de buenas familias que no dudan en recordarle su historia a
este pequeño “animalito” abandonado a su (mala) suerte.
Me
cuenta que cuando termine la escuela, cuando supere el segundo grado donde se
encuentra anclado desde hace tantos años, quiere ser policía para poner orden
en el pueblo.
Me
cuenta que todas las noches da vueltas por la calle comercial para avisarle a
la cana cuando andan los chorros. Y hace “vigilancia” también por mi
vereda.
-Porque
yo patrullo, doña y te cuido, comienza su monótono, repetitivo relato
todas las tardes al regresar de la playa.
-Hoy
faltó la maestra, miente, cuando durante semanas enteras anda por la arena
jugando con su perro tan callejero como él. Tan de espuma, tan de arena, tan
sin nada como el niño-hombre. Sin control de ningún tipo. ¡De ningún tipo! Sin
asistencia, sin caricias, con la panza empachada de ausencias.
Pablito
y yo pasamos horas conversando pero su mente divaga, se dispara como flecha
enloquecida, da en el centro del blanco del absurdo y vuelve a contarme que ya
se anotó en la escuela de policía para cuando termine de cursar sus años
detenidos en un ayer.
-Yo
te cuido, doña, repite cada vez que nos encontramos. El sigue mis
tiempos, espera que abra mi ventana para demostrarme que es cierto, que
él me protege para que no me pase nada.
-Claro
Pablo, vos sos mi guardaespaldas, respondo, mientras su perrito mueve la cola
dándome también los buenos días, creo que comprende el vínculo que se generó
entre nosotros.
-Tené
cuidado con ese pibe, me repiten los vecinos que ya han puesto un sello de
delito inminente sobre ese cuerpecito donde la vida transcurre rodeada de
vacío.
Pablo
de espuma, Pablo de arena, sonríe dejando ver el espacio sin nada donde
el abandono expulsó a sus dos dientes centrales. Va con un palo en la mano que
imagina un garrote de policía. Corre gaviotas, desafía al miedo patea caracoles
y espera un mendrugo de pan viejo, como el que le dan en la escuela donde no
llega el pan fresco para los pobres.
Y
por esas paradojas que aparecen cuando la hipocresía rodea la cintura de la
vida, los ladrones conocidos, protegidos, asalariados oficiales, de mirada
siniestra pero no vacía, siguen caminando por las calles desoladas sin ofrecer
ningún tipo de sospecha.
Aquí
nomás, a pocas cuadras de donde el mar rinde sus fuerzas ante la arena, todos
saben, todos callan, todos miran desde el silencio que cobija al miedo. Y
me alertan sobre este Pablo esquelético que anda por la vida rodeado de
soledad y estancamiento.
Y
yo, que aprendí que en la vida no todo es como me lo cuentan, sigo pensando qué
carajos hago para que este niño hombre deje de arrastrar su cruz por esta
vida que lo llenó de estigmas, convirtiéndolo en sospechoso de un mañana sin
sol y noches sin lucero.
-Yo
te cuido, doña, dice con ternura mientras arroja piedras contra un árbol reseco
como su piel y sigue su tiempo de sueños abortados. Pablo de espuma, Pablo de
arena. ¡Pablo de nadie!
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3 – NUESTRA POESÍA
JUAN
CARLOS RODRÍGUEZ
(Venado
Tuerto-Santa Fe-Argentina)
INSOLENTES
ALMOHADAS
Vos
me decías
que
querías mudarte a la casa de la isla
y
que ansiabas la llegada de olores arrebolados.
Reclamabas
lapiceras para garabatear poemas,
rincones
para soñar y llorar a gritos.
Pedías
que no falten mariposas embarazadas
ni
sembradíos de caricias o neblinas reveladoras,
botellas
vacías desperdigadas,
manzanas
que inciten al pecado,
camas
donde nuestras desnudeces floten
y
lenguas encarnadas en rosales.
Demandabas
insolentes almohadas que interpelen
melodías
incrustadas en los techos
y
vestigios triunfantes de un ritual de espasmos.
Mientras
vos seguías con tu manifiesto de imágenes
yo
tenía una precaria certeza:
mi
única casa era tu cuerpo.
ANOCHECER
DERROTADO
Seguramente
faltó saber
que
anduvimos largo tiempo
sobre
la superficie leve de las cosas,
y
no nos tomamos en serio,
porque
nos seducía la risa,
nos
atravesaba el champán.
Hagamos
este ejercicio de inquietud.
Vayamos
a ese mágico espacio
donde
todo tiene su consecuencia.
Hablemos
de episodios reales,
contemos
nuestras derrotas.
Entremos
a ese paraíso
donde
reina el temblor de tu muslo
donde
se declara derrotado el anochecer
sabiendo
que luego hay noche para rato.
TAREA
IMPOSIBLE
Cómo
puedo producir versos
te
pregunto
si
cada noche
cuando
la meta es buscar laboriosamente la palabra,
tu
cuerpo se sienta en mi lecho de poemas
tu
cintura se alza buscando el horizonte
y
una sombra imprecisa me hace naufragar.
En
ese instante
me
desconsuelo
y
para olvidarlo
mis
mordiscos comienzan la tarea.
Las
palabras quedan reemplazadas
por
conceptos terrenales y salvajes.
MIGUEL
ÁNGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
LA
CONSTANCIA DE LAS MARIPOSAS
Acobarda
la espera.
Se
confunde con mugre
esto
de desvestir recuerdos
que
bajan por tu carpeta de clases,
chocan
con un tema de Uriel Lozano
y
se duermen
en
la última risa
que
te vi después del desayuno.
El
miedo insemina la cueva de tu búsqueda.
Agría
el regusto de tanto empresario trucho
colectando
estrellas de los bares
donde
las mocosas
estrenan
peinados y vestidos.
¿Quién
pintarrajeó tu descuido con mentiras?
¿Quién
te llevó de mí
en
alguno de los coches
que
cruzan el terraplén,
las
avenidas,
que
escupen tentaciones de murga
a
la salida de la escuela,
o
recogen su diezmo
de
cerveza y queso fresco
en
un almacén coreano?
¿Quién
te midió con la vara de la carne?
¿Quién
te puso de mordaza
la
pulsera del boliche,
y
te acribilló de sueños en pastillas
la
memoria de tus pasos hacia mí,
de
tu regreso,
un
campo de suicidas amarillos,
una
razón por dejarnos?
Cada
día
marco
el tallo de mi edad
con
tu apodo.
Trato
de comprender
cuál
de las polleras de cuero
no
te pertenece,
en
que pesebre de whisky
te
duermen y te usan,
te
usan y te duermen,
así,
en
vaivén de arenas
contra
un cielo de aceite.
Pero,
mirá.
La
prisa se desvive de fotógrafos
que
me llaman.
Exponen
mi cara a los informes,
marchan
a mi costa
en
manifestaciones “que venden”
(“que
pegan”).
Afirman
que ser justo
es
encontrarte,
que
ser humano
es
no saberte
violada,
perdida,
ahogada,
en
un barrizal de luz y purpurina,
abierta
de vientre,
aventada
de flor, de puta o de doncella.
¿Pero
quién puede transformar en sueño
esta
vuelta de vos,
esta
negativa de saberte otra.
Otra
entre lobos,
otra
en el cardo,
otra
en el pinche de la indiferencia
otra
torva, hostil
hija
de la calle que no eras,
que
no serás.
Otra
cautiva.
Un
puño cerrado,
una
mano entre los dientes
pueden
más que llorar hasta la sal de las quimeras.
Pero
¿quién
te obligó a confiar en las caricias?
¿Quién
te habló de hogar
mientras
te palpaba las piernas?
¿Quién
te confundió
con
que el amor era el escape,
una
combi donde el cariño se engolosina de a chupadas
y
los novios-amantes-fiolos
se
demoran en la niebla?
Acobarda
la espera.
Y
encima este mundo macho
que
ruboriza hasta la constancia de las mariposas.
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4 – ENSAYO
LIANA FRIEDRICH
(Rafaela-Santa Fe)
UNA
APROXIMACIÓN AL CORPUS LITERARIO DE ESTHER ANDRADI
¿Quién es Esther Andradi?... Es una
escritora coterránea nuestra, puesto que nació en Ataliva (Santa Fe) y estudió
“Ciencias de la Comunicación” en Rosario, pero su espíritu andariego e quieto
la llevó a buscar otros rumbos: en 1975 emigró a Lima, Perú, donde ejerció el
periodismo y publicó su primer libro. En
1980, tiene oportunidad de viajar a Europa, entonces decide radicarse en Berlín
(Alemania), donde se dedicó nuevamente a la escritura, pero esta vez,
produciendo guiones y reportajes para radio y TV. En 1995 retorna a nuestro
país, residiendo en Buenos Aires durante ocho años. Pero a partir del año 2003,
regresa a Berlín, donde no sólo se ejerce su profesión, publicando artículos y
entrevistas en diversos medios de Europa y América, sino que prioriza el
“oficio de escritora”, como ensayista, narradora y compiladora. Sus libros Come
éste es mi cuerpo, Tanta vida y Sobre Vivientes, fueron editados en Buenos
Aires, y Ser mujer en el Perú y Chau Pinela, en Lima.
A mis manos llegaron sus otros dos
últimos: la novela Berlín es un cuento (2007,
Córdoba, Alción Editora), y una compilación de textos narrativos en habla
hispana, provenientes de distintas latitudes: Comer con la mirada (2008, Buenos Aires, Ediciones del IMFC). La
contratapa de la novela revela la preocupación que todo(a) escritor(a)
experimenta ante el acicate de la inspiración que atormenta la razón y enciende
el alma (ese fenómeno que algunos denominan el “síndrome de la página en
blanco”): Durante años soñó con esta
historia. Se despertaba por las noches con el comienzo preciso, las palabras
exactas, el primer párrafo. Después volvía a dormirse. Las preguntas la
desvelaban, y las respondía escribiendo textos en el aire, infinitas cuartillas
mentales que jamás se hacían reales, y volvía a dormirse. Había una punta.
Tenía que comenzar a contar desde la ciudad que fue. Entonces escribió Berlín.
El resultado fue una “reescritura”, producida desde su particular mirada de
literaturidad, que se sitúa en la última ciudad amurallada de occidente,
gracias al artificio del texto –ese mecanismo
perezoso- como práctica significante, el cual, según Roland Barhtes, no es un objeto: es un trabajo y un juego; no es un conjunto de signos cerrados, sino
un volumen de huellas en trance de
desplazamiento. La textura se complejiza entrelazando historias de amor y
exilio, de ocupas y neonazis, donde política y utopía, ciencia y fantasía
configuran un espacio distorsionado por los sueños y las pasiones, y una
textura donde todos los géneros parecen tener cabida: novela, cuento, cartas,
poesía… Es así como Berlín es un cuento,
logra impactarnos con la “estocada de la sospecha”, echando por tierra la idea
de que los signos son naturales e inocentes y que significan simplemente
aquello que denotan, para instaurar una práctica significante corporizada en la
encrucijada de múltiples voces (esa multivocidad
a la que se refería Bajtin desde el hipertexto), que remiten a una
lectura “perversa”, porque revierten y alteran el discurso. Esther Andradi se
suma al grupo de escritoras que intenta, a través del decurso literario,
despertar el goce estético desde una “lógica razonada”, para incentivar una
actitud crítica por parte de los lectores-destinatarios, quienes puedan
comparar la noción de realidad con la de los escenarios posibles que plantea la
novela: un mundo ficcional que exhuma el estatuto pragmático del discurso
narrativo factual, ya que se trata de una novela de denuncia social,
contestataria, comprometida con un “habitus”
donde prima la injusticia y la discriminación, y donde lo
artesanal-literario escapa a los requerimientos del mercado editorial masivo,
pues su meta es presentar conflictos que tienen que ver con uno de los aspectos
más alienantes de la psiquis humana: la defensa irrestricta de la libertad
(coincidiendo con la hipótesis formulada por otro semiólogo, Verón, definida como
“la dimensión significante de los fenómenos sociales”). Igual que en las “cajas
chinas” o en las “muñecas rusas”, los fragmentos de ficción cuasilíricos de
“la Bella, la Gorda y la Vieja”, se
entretejen con la trama novelística, instando –perlocutoriamente- al
interlocutor múltiple (léases “lectores”) a “armar el rompecabezas” inserto en
la realidad existencial de esta modernidad líquida del “vale todo”, del “todos
contra todos”, donde “la convivencia se esfuma” y “el futuro se disuelve”,
hasta convertirnos irremediablemente, en “polvo de estrellas”…
En el Prólogo de Comer con la mirada, Esther Andradi
expresa: No sé si es posible escribir la
historia al margen de las comidas. ¿Hubo alguna vez una revolución, una huelga,
una guerra, una exploración, una aventura o la ciencia, que no tuviera como
disparador la comida o su ausencia? ¿Se debate algo más que comer en el mundo
de hoy? ¿Hay acaso algo que no ocurra entre desayunos y almuerzos, entre sopas
y tallarines, entre fastos y desechos? Todo pasa finalmente por la cocina… Y a
ella volvemos siempre con nuestras dietas y nuestras hambres; hurgando en las
sobras o solazándose en el derroche, la comida es la síntesis de la
civilización. Y lo que resta de ella… En efecto: mucho se ha dicho sobre el
poder evocador que tienen las palabras; a través de ellas podemos recordar
aromas de la infancia, viajes y lugares, momentos dichosos y otros que no lo
fueron tanto… ¡hasta podemos volar con la imaginación hacia mundos
desconocidos!... en fin: evocar todo un universo encerrado “entre líneas”.
También mucho se ha hablado sobre la fuerza creadora que tiene la Palabra (así,
con mayúscula) porque desde el principio –llamémosle “Génesis” en el lenguaje
bíblico- sabemos que la palabra divina tenía el don de trastocar el caos en
cosmos, y luego, de instaurar la vida con aquel toque mágico de: “Y dijo Dios:
sea la luz, y fue la luz”, germen de todas las cosas, hasta que “el Verbo se
hizo hombre. Y habitó entre nosotros”, en el Nuevo Testamento, con la profética
llegada –para gran parte de la humanidad- del Hijo y mensajero del Dios Padre…
En el caso de Comer con la mirada, (título
que reedita la frase hecha, pero con una connotación especial) es posible,
también mágicamente, a través de las palabras, “degustar” los sabores más
exóticos (a veces casi olvidados tras sucesivas capas de tiempo, o desconocidos
para los lectores de lengua hispana, radicados en latitudes alejadas en la
dimensión espacial). Como en la recordada novela de la mejicana Laura Esquivel,
a veces los relatos se vuelven intimistas, porque exhuman el sabor de los
ancestros o porque se tiñen con los sentimientos de sus protagonistas; otras,
las “recetas” adquieren fuerza dramática, al movilizarse gracias al animismo
telúrico de sus ingredientes; muchas más, los aderezos y componentes
principales se constituyen en instrumentos movilizadotes de la acción, es
decir, en el motor que produce el avance de los acontecimientos o el vehículo
que enlaza las situaciones del “pathos” narrativo. Por eso es que las palabras
no son simplemente “fría letra escrita”, ya que no sólo poseen vida, sino que
están dotadas de alma… La escritora Luisa Valenzuela –parafraseando un cuento
maravilloso tradicional- habla de “la densidad de las palabras”, es decir, de
esa fuerza ilocucionaria que logra materializarse en “sapos y culebras”… pero
que también puede dar rienda suelta a la ensoñación y el desborde más eufórico:
“bailo al compás de mis palabras y las voy escribiendo con los pies en una
caligrafía alucinada”… Es por ello que, en este ramillete narrativo, compilado
por E. Andradi, en Comer con la mirada, las
palabras no solamente se hacen densas, opacas, cargadas de efectos (y afectos),
sabores y aromas, sino que se vuelven hasta… ¡masticables!
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5 – CUENTO
EVA MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)
BLANCO SOBRE NEGRO
Tenía todo preparado. Los folios, a la
izquierda. Bolígrafos, dos de cada color −rojo, azul y negro−, a mi derecha. El
ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de la mesa, con el cojín para los
riñones, dos paquetes de cigarrillos y un vaso de whisky con hielos. Así me
imaginaba la mesa de un escritor, aunque todo revuelto. Caótico.
Mezclé los bolígrafos con las hojas. Se cayeron
folios y bolígrafos. Les di una patada. Escritor maldito, me dije con sonrisa
diabólica. Encendí un cigarrillo, que saqué de uno de los paquetes de Marlboro
que había comprado esa mañana. Imaginé que me entrevistaban, para El País o El Mundo, y puse posturas de gran intelectual; ahora con la mano
izquierda, en la frente, apretando las sienes, ahora con el cigarrillo en la
boca intentando decir algo ingenioso tras la tos. Tiré la ceniza, que cayó
dentro y fuera del cenicero. Cogí el vaso de whisky. Lo moví, circularmente,
necesitaba oír el clic, clic de los
hielos. Me lo llevé a la nariz y bebí. No me gustó el sabor, tampoco el del
tabaco, pero daba un toque especial, de artista.
Dejé que el cigarrillo se consumiese, que los
hielos se deshicieran y me acerqué el portátil. Los dedos en el aire, como
pianista al comienzo de un concierto. Estaba en tensión; demasiada tensión para
una buena escritura. Le di dos sorbos al whisky. El nombre del personaje.
Ricardo. Me gustaba, tenía fuerza. Ricardo Corazón de León. Ricardo III.
Di a la «r»; una, dos, tres veces. Mantuve el
dedo presionado. Las erres fueron
uniéndose hasta llenar la pantalla. Las borré. Pensé en lo difícil que era
escribir. Solo sentarse frente a una pantalla tan blanca
atemorizaba; parecía que las palabras, las ideas, huyesen, como esas erres que ya había borrado.
Antes de retirar el ordenador y probar con el
papel, di a la «r» y la guardé como documento. Me hizo gracia mi hazaña, que
celebré con caladas al cigarrillo y un buen trago de whisky. Cogí folios y el
bolígrafo negro. «Espalda recta, ojos al frente», me dije acordándome de la
mili, «al objetivo». El objetivo era escribir algo, lo que fuese, aunque
estuviera mal escrito. Sentir que a un sujeto sigue un verbo, que los
complementos se van arrimando a la frase, que a una frase sigue otra, que hay
armonía entre ellas, que van casi de la mano. Encendí un cigarrillo y contemplé
el humo. Cuántas veces había soñado desaparecer de una manera tan elegante.
Adquirir esa materia volátil.
Cómo empezar. Ricardo, a sus treintaicinco años. Horrible. Ricardo, hombre sincero y robusto. Hombre sincero y robusto. ¡Dios!
Las taché. Los críticos lo reprobarían. Mientras pensaba en el argumento,
dibujé erres; mayúsculas, minúsculas,
alargadas. Cuando me cansé, arrugué la hoja y la tiré a la papelera. Hice una
buena canasta. Apagué cigarrillo y portátil, y fui al baño.
Mientras me subía los pantalones, me vi en el
espejo. Tenía más ojeras. Lo blanco de los ojos con venas rojas. Me dolía la
garganta. Saqué la lengua; amarillenta. No quise seguir indagando.
Fui al salón. Me dejé caer en el sofá. Puse los
pies sobre la mesa, pensando que mañana, mañana empezaría la novela.
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6 – NUESTRA POESÍA
SANDRA G. GUDIÑO.
(Santa Fe-Argentina)
VIAJE
SIN ENCUENTRO
Noviembre se lleva tu nombre, mi alegría
y en el mar se celebra el don de la palabra.
Compartimos hasta hoy la estación de la piel
regocijo que se llama llanto.
Cuando el sol baje rojo
a lavar su cara en el río
daré rienda suelta
a las llamas del desconsuelo.
Profanarás mi espalda
a la hora señalada
un agujero azul profundo
regurgitará tu nombre.
Se callarán los ojos,
boca abajo sollozaré
la imperfecta cercanía
de la distancia
y el puente oxidado librará
una última batalla
para tus besos descalzos.
Noviembre se lleva mi nombre, tu alegría
en el mar ya no se celebra el don de la palabra.
Noviembre se lleva tu nombre, mi alegría
y en el mar se celebra el don de la palabra.
Compartimos hasta hoy la estación de la piel
regocijo que se llama llanto.
Cuando el sol baje rojo
a lavar su cara en el río
daré rienda suelta
a las llamas del desconsuelo.
Profanarás mi espalda
a la hora señalada
un agujero azul profundo
regurgitará tu nombre.
Se callarán los ojos,
boca abajo sollozaré
la imperfecta cercanía
de la distancia
y el puente oxidado librará
una última batalla
para tus besos descalzos.
Noviembre se lleva mi nombre, tu alegría
en el mar ya no se celebra el don de la palabra.
47
Surco mi historia.
Descalza.
Sin prisa, ni promesas.
Tengo la vida tatuada por dentro
y la piel astillada en sal.
Soy añoranza
vestida de mí.
Surco mi historia.
Descalza.
Sin prisa, ni promesas.
Tengo la vida tatuada por dentro
y la piel astillada en sal.
Soy añoranza
vestida de mí.
ROSTRO
Una mañana fría
se acalambra en mis manos,
sobre el invierno del pecho
se resguarda un puñado de silencios azules,
sus ojos no conocen el amanecer.
Necesito recordar te.
Dibujé una luna
bosquejé las formas de mi tiempo infinito
y me senté a escuchar
el laxo movimiento
de mis manos en tu rostro.
Pasajero de mis horas sin tempo
necesito recordar te.
Las ráfagas de viento emigraron
desde mi última sonrisa,
se callaron todas las ramas
y me senté a esperar
después del primer olvido.
Todo se acumula
apilo soledades viejas,
recorro la colección de tristezas sin colores
y cuando la terca rutina
viene a buscarme le canto:
"je me souviens de toi".
Necesito recordar te.
Voy hacia tus gestos una y otra vez,
tu rostro es un largo misterio
que bebe mi néctar sin pestañear,
el delirio sobrevuela mis canas
y percibo apenas la luz de tus ojos
que late por mis uñas.
Necesito recordar te.
Será que sólo soy un horno de sangre
galopando de cara al corazón?
Tu signo me ha marcado la espalda,
camino hacia tu voz con esperanza.
No sé cuando me abriré a tu rostro.
La cuestión es la llave.
Una mañana fría
se acalambra en mis manos,
sobre el invierno del pecho
se resguarda un puñado de silencios azules,
sus ojos no conocen el amanecer.
Necesito recordar te.
Dibujé una luna
bosquejé las formas de mi tiempo infinito
y me senté a escuchar
el laxo movimiento
de mis manos en tu rostro.
Pasajero de mis horas sin tempo
necesito recordar te.
Las ráfagas de viento emigraron
desde mi última sonrisa,
se callaron todas las ramas
y me senté a esperar
después del primer olvido.
Todo se acumula
apilo soledades viejas,
recorro la colección de tristezas sin colores
y cuando la terca rutina
viene a buscarme le canto:
"je me souviens de toi".
Necesito recordar te.
Voy hacia tus gestos una y otra vez,
tu rostro es un largo misterio
que bebe mi néctar sin pestañear,
el delirio sobrevuela mis canas
y percibo apenas la luz de tus ojos
que late por mis uñas.
Necesito recordar te.
Será que sólo soy un horno de sangre
galopando de cara al corazón?
Tu signo me ha marcado la espalda,
camino hacia tu voz con esperanza.
No sé cuando me abriré a tu rostro.
La cuestión es la llave.
MIRYAM COLOMBOTTO
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)
ACCIONES DEL ÁNGELUS
El sol declina, sus rayos
perforan en oblicuo nubes espesas
y tocan la tierra.
Presagios de ángel refleja
el azogue del aire, trae
señales a esta parte del suelo.
Esa luz cruzada palpa
los rasgos del atardecer,
suaviza las calles su hálito
y el campo se vuelve a sí mismo
verde y concentrado…
su piedad me alcanza.
Danza el Ángelus
en el paisaje secreto del alma,
urde lento despliegue de signos
que insumisa, puedo no advertir.
Llega como epílogo del día
reiterando su perdón de luz.
El sol declina, sus rayos
perforan en oblicuo nubes espesas
y tocan la tierra.
Presagios de ángel refleja
el azogue del aire, trae
señales a esta parte del suelo.
Esa luz cruzada palpa
los rasgos del atardecer,
suaviza las calles su hálito
y el campo se vuelve a sí mismo
verde y concentrado…
su piedad me alcanza.
Danza el Ángelus
en el paisaje secreto del alma,
urde lento despliegue de signos
que insumisa, puedo no advertir.
Llega como epílogo del día
reiterando su perdón de luz.
SE ABRIÓ PASO LA VIDA
Desde un patio gritón de malvones
atravesado por soles inocentes
hasta formar esta trama de ocasos
que conjugan el presente,
se abrió paso la vida.
Aquí, donde las huellas pesan
y a menudo los dioses no llegan
a recordarnos
por estar tan lejos.
Mi infancia exime de culpas
las mariposas muertas que aún
alcanzan a rozarme con total pureza.
Con ellas…dejarme ir con ellas
por la eventual libertad de las palabras
que completan el ritual de mi mandala.
Mientras el capullo del verso brotaba
se abrió paso la vida…
y mudó el orden de lo ileso.
Ella nos trae consigo
como un sol que amanece, luego
vemos su luz
bajando sobre las paredes.
Implacable.
(Me niego a caer en la sombra profunda
Voy a salvarme. Allanaré la oscuridad
con la piadosa luz que encuentro
en la constante residencia del verso).
Desde un patio gritón de malvones
atravesado por soles inocentes
hasta formar esta trama de ocasos
que conjugan el presente,
se abrió paso la vida.
Aquí, donde las huellas pesan
y a menudo los dioses no llegan
a recordarnos
por estar tan lejos.
Mi infancia exime de culpas
las mariposas muertas que aún
alcanzan a rozarme con total pureza.
Con ellas…dejarme ir con ellas
por la eventual libertad de las palabras
que completan el ritual de mi mandala.
Mientras el capullo del verso brotaba
se abrió paso la vida…
y mudó el orden de lo ileso.
Ella nos trae consigo
como un sol que amanece, luego
vemos su luz
bajando sobre las paredes.
Implacable.
(Me niego a caer en la sombra profunda
Voy a salvarme. Allanaré la oscuridad
con la piadosa luz que encuentro
en la constante residencia del verso).
Fruto
de silencios
lluvia
... instrumento de percusión
sobre mi desbordada espera
la que triza relojes con el cuarzo
de una lágrima, esa
que sueña a destajo
sin darle permiso a las ausencias
agua...
... intrusa imperdonable cuando llegas
al borde de mi sed y te alejas
alzas, castigas, derrochas tu fuerza
contra mi vulnerable espera,
la que nunca está sola
porque supo alimentarse
con fruto de silencios
y de inestables mieles.
En mi pueblo, llueve.
lluvia
... instrumento de percusión
sobre mi desbordada espera
la que triza relojes con el cuarzo
de una lágrima, esa
que sueña a destajo
sin darle permiso a las ausencias
agua...
... intrusa imperdonable cuando llegas
al borde de mi sed y te alejas
alzas, castigas, derrochas tu fuerza
contra mi vulnerable espera,
la que nunca está sola
porque supo alimentarse
con fruto de silencios
y de inestables mieles.
En mi pueblo, llueve.
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7 – ENSAYO
PAULA
BRUNO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
V. TENDENCIAS ACTUALES DE
HISTORIA CULTURAL
Actualmente, las imágenes de caos, crisis
y pluralismo son recurrentes a la hora de analizar el campo de la
historiografía. El escenario configurado suscita diversos juicios, pero por lo
general se presenta el panorama como desordenado, inorgánico y fragmentario; en
su interior, las Ciencias Sociales transitan un estado de confusión
metodológica y teórica traducido en una sensación de pluralismo desmesurado.
Tal vez este hecho deba atribuirse a la ausencia de
paradigmas historiográficos hegemónicos que señalen los caminos a seguir
-metodología, teoría y definición del objeto- en las últimas décadas, que sean
capaces de organizar la colección de tendencias configuradas en la nueva
historiografía, como habían sido, entre 1940 y 1980, Annales y otras
corrientes de explicación global, como el estructuralismo y el marxismo.
Ante la configuración de una apariencia crítica de
la Historia, provocada por la caducidad de los que eran considerados paradigmas
totalizantes, resurgieron antiguas tensiones e incertidumbres. Teniendo en
cuenta esta realidad es de esperar que, en estos momentos de indefinición en el
campo de la disciplina histórica, aflore una multiplicidad de tendencias que
intentan imponerse definiendo sus objetos y sus metodologías, y que los
historiadores actuales, insertos en este clima, se encuentren una vez más en la
necesidad de optar por una gran variedad de caminos a seguir.
A este hecho se suma que, en la actualidad,
diversos elementos de las corrientes de pensamiento consolidadas durante las
décadas del ‘60, ‘70 y ‘80 están presentes las ciencias sociales que parecen no
ser tan estrictamente encasillables como antaño. En el contexto de las
disciplinas sociales afloraron distintas perspectivas que reformulan antiguas
metodologías e incluso, en algunos casos, redefinen sus objetos. De este modo,
surgió un sinnúmero de aproximaciones y prácticas historiográficas y, en las
dos últimas décadas, se produjeron grandes cambios en lo que respecta a los
ámbitos de la historiografía cultural.
Mencionar algunos rasgos comunes de las tendencias
historiográficas actuales es una operación que puede hacerse por la negativa.
Las nuevas búsquedas y los intereses de los historiadores parecen enmarcarse en
una oposición a las corrientes mencionadas en las secciones anteriores. Por un
lado, las perspectivas de análisis, a la hora de elegir sus objetos de estudio,
se distancian en forma significativa de las acciones de personalidades
descollantes –rasgo característico de la primera etapa analizada-; por otro,
las estructuras generales y los grandes procesos sociales –objeto predilecto de
la segunda etapa aquí descripta- también dejaron de ser núcleos de interés para
los historiadores profesionales. Así, nuevos temas, inusitados objetos de
estudio y originales estrategias de investigación e interpretación se presentan
en un escenario no tan homogéneo como los válidos anteriormente.
En el campo de la historia de las ideas, se han
delineado nuevos abordajes que plantean lo que se ha dado en llamar el problema
del objeto. Focalizando la atención en la rama de la disciplina histórica que
se ocupa de historizar las formas de pensamiento, muchos historiadores
profesionales contemporáneos han comenzado a revisar las formas de hacer la
historia de lo que los hombres pensaron, dado que en la práctica cambiaron
considerablemente en el tiempo, y es, por lo tanto, de fundamental importancia
no perder de vista su propia historicidad.
El problema del objeto radica en que las ideas
pueden considerarse de formas múltiples, definidas como simples abstracciones,
existentes sólo desde el momento de su encarnación o materialización, productos
de individualidades, expresiones colectivas, parte de sistemas formales de
pensamiento, construcciones conscientes y autónomas o reflejos de condiciones
materiales, por mencionar sólo algunas posibilidades.
De este modo, la definición del objeto de la
historia intelectual trae aparejada una serie de cuestiones
teórico-metodológicas que deben ser definidas. En consonancia con estos
llamados de atención, en la actualidad surgieron nuevas tendencias historiográficas
que revisan y refundan las formas de practicar la historia intelectual, tendencias
que no pueden considerarse en forma monolítica ya que presentan diferencias
nacionales y matices significativos en cuestiones epistemológicas. Es
interesante señalar que las variadas formas de afrontar la historia
intelectual, si bien han aparecido en distintos momentos y contextos, no se han
anulado entre sí; de hecho en la actualidad es clara la coexistencia de formas
disímiles de practicarla.
Simultáneamente, en el ámbito de la historia de las
imágenes, se formularon en las dos últimas décadas debates acerca de las
imágenes mismas como objeto de estudio. También aquí se abre un abanico de
posibilidades a la hora de definir la especificidad de las imágenes como
objeto, considerándose alternativamente como obras de espíritus superiores,
productos individuales o productos de una época, percibidas como una unidad con
coherencia propia e intrínseca o como una suma de íconos con significados dados
por las referencias externas a la obra en sí, entre otras posibles
definiciones.
De este modo vemos cómo hoy se configuró un
escenario en el que los debates y la variedad de ópticas conviven con cierta
indefinición y yuxtaposición de enfoques. Prueba de ello es la aparición de
obras de carácter histórico en las que emergen distintas influencias
provenientes de otras disciplinas, como la lingüística, la antropología
cultural y los aportes provenientes del denominado giro lingüístico o desafío
semiótico, entre otros. A continuación describimos tres tendencias
destacadas que se inscriben en el amplio marco de los abordajes de historia de
la cultura contemporáneos: la historia intelectual en su versión
anglosajona, la nueva historia cultural en su vertiente
francesa y la microhistoria, vinculada estrechamente con la
historiografía italiana.
El representante más sobresaliente de la vertiente
anglosajona de la historia intelectual es el historiador norteamericano Robert
Darnton, cuya obra más destacada es La gran matanza de gatos y otros
episodios en la historia cultural francesa (1984). Este historiador intentó
aplicar elementos provenientes de la antropología cultural a sus estudios
históricos. Así, su pretensión principal es estudiar las creencias colectivas
como un objeto etnográfico, es decir, explicar los hechos históricos buscando
su contenido simbólico. Entre las influencias que se destacan en su obra se
encuentran las provenientes del denominado programa geertziano
–postulados propuestos por el antropólogo Clifford Geertz, inscripto dentro de
la corriente de antropología de la cultura interpretativa-. En relación con
estos postulados, esta vertiente de la historiografía considera a la cultura
como una entidad semiótica, se la caracteriza como un “campo de comunicación”
en el cual se producen y reproducen los significados en un infinito juego de
interpretaciones. De este modo, la cultura es vista como el producto simbólico
de expresiones concretas de los sujetos sociales y su análisis se basa en la
observación e interpretación de las diferencias que hacen que cada comunidad
contenga sus especificidades.
En lo que respecta al escenario francés y la nueva
historia cultural, debe destacarse la labor de Roger Chartier, quien
encarna el proyecto de pasar “desde la historia social de la cultura a la
historia cultural de la sociedad”. El historiador propone realizar una historia
de las representaciones colectivas del mundo cultural. De este modo, la
exploración de la cultura actúa como una entrada para responder preguntas sobre
la sociedad, y la interpretación de la misma se concreta por el medio del
análisis de las representaciones, que muestran las formas en las que el mundo
es dotado de sentido por los individuos y los grupos. El objeto de la historia
cultural, tal como lo define Chartier, es el estudio de la articulación entre
las obras producidas dentro del espacio particular de la producción cultural y
el contacto de éstas con el mundo social, donde son llenadas de sentidos dados
por las prácticas. Este historiador expuso y manifestó en forma sistemática sus
intenciones teóricas y metodológicas en una serie de escritos producidos entre
1982 y 1990 reunidos en El mundo como representación. Historia cultural:
entre práctica y representación.
También dentro del ámbito francés se destaca la
tarea de la historiadora Natalie Zemon Davis. Entre las obras de esta autora se
destacan Sociedad y Cultura en la Francia moderna (1975) y Ficción en
los archivos (1987). A lo largo de sus producciones, lleva a cabo una
reconstrucción histórica que intenta alejarse de todo tipo de determinismo
mecanicista y de abstracta generalización. Para realizar esta empresa utiliza
diversos procedimientos metodológicos, entre los que se destaca el de la imaginación
histórica, principio que apunta a lograr una interpretación allí
donde la documentación del proceso a estudiar sea exigua. Así, esta
historiadora, cuando no cuenta con fuentes que le permitan rastrear la
situación que le compete, utiliza materiales que le dan información sobre el
contexto. La reconstrucción contextual actúa como dadora de significados
probables, y permite visualizar una gama de posibilidades entre las que debe
optar el historiador. La elección de una posibilidad en detrimento de otras es
la que trazará el camino a seguir a la hora de dar una interpretación sobre los
procesos estudiados.
Otra vertiente historiográfica consolidada en las
últimas décadas, sobre todo en el marco de la historiografía italiana, es la
denominada microhistoria. En líneas muy generales, puede sostenerse que
esta apuesta historiográfica apunta a una reducción de la escala de observación
a la hora de realizar una investigación. El objetivo principal de esta forma de
abordaje es obtener información acerca de cómo los hombres y las mujeres,
insertos en determinado contexto espacial y temporal, experimentaron sus
condiciones de vida, es decir, se intenta rastrear las características y la
dinámica de las experiencias vitales de determinados actores históricos. Las
dos obras más destacadas dentro de esta vertiente son El queso y los
gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (1976) de Carlo
Ginzburg, y La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés
del siglo XVII (1985) de Giovanni Levi.
Existen otras tantas manifestaciones que pueden
inscribirse dentro de la nueva historia cultural, todas ellas producidas y
difundidas desde la década del ochenta. Prueba de ello es la gran variedad de
análisis históricos referidos a los sectores populares o a los grupos
subalternos, así como también los estudios de género y los referidos a los
grupos considerados tradicionalmente “marginales”. Los éxitos editoriales que
en Europa tuvieron colecciones como la Historia de la vida privada –edición
conformada por cinco volúmenes dirigidos por Philippe Ariès y Georges Duby que abordan
la historia occidental desde la Antigüedad Clásica hasta el siglo XX y que
comenzaron a publicarse en 1985- o la Historia de las mujeres en Occidente –en
la que participaron historiadoras e historiadores de renombre internacional
como Arlette Farge, Joan Scott, Natalie Zemon Davis y Georges Duby-
actúan como parámetro indiscutido a la hora de evaluar la multiplicidad de
campos por la que está atravesando la historia de la cultura.
Existen además otras tendencias historiográficas
que se delinearon y consolidaron en las últimas dos décadas, dentro de las
cuales se incriben, sólo por mencionar algunos ejemplos, los estudios que
focalizan su atención en los diversos espacios de sociabilidad –política
y no-política, como cafés, clubes, centros de reunión, etc.- retomando algunas
propuestas concretadas por el historiador francés Maurice Agulhon en sus
trabajos presentados en Historia vagabunda (1994). A su vez, se
difundieron prácticas de reconstrucción histórica basadas en las diferentes
corrientes de la historia oral, entre cuyos exponentes más
sobresalientes puede mencionarse a la historiadora italiana Luisa Passerini,
autora de Turín obrera y fascismo (1984).
En lo que concierne a la historia vinculada con el
arte, el horizonte de investigaciones también se amplió y se diversificó en
función del uso de un nuevo concepto, el de “material visual”, que nuclea
disitintas manifestaciones creativas e incluye las redes de relaciones de
producción, circulación y apropiación de las mismas. En función de esta ampliación
de perspectivas, se generaron algunas obras de historiadores que no utilizan
las imágenes como un elemento de carácter meramente ilustrativo sino que las
incorporan en estudios que las abordan y, simultáneamente, las trascienden. En
esta dirección puede considerarse una destacada obra del ya mencionado Carlo
Ginzburg: Pesquisa sobre Piero. El bautismo. El ciclo de Arezzo. La
flagelación de Urbino (1981).
Es evidente que la variedad de objetos y
metodologías se intensificó en forma muy significativa en los últimos veinte
años. Estas distintas formas de hacer la historia se difundieron en formas
disímiles y con ritmos desparejos en los distintos ámbitos nacionales, dado que
las recepciones de las nuevas corrientes nunca son pasivas y la dinámica que asumen
está condicionada por las particularidades de cada una de las comunidades
académicas de historiadores.
PÁGINA
8 – CUENTO
MÓNICA RUSSOMANNO.
(Santa
Fe-Argentina)
ALREDEDOR DE NABAM
Yo
soy yo, la que escribo y no la que escribió. Algunas veces, cuando releo la
novela de ella tiendo a confundir las identidades y creo ser la otra, la que se
obsesionó con ese personaje extraño y maravilloso que fue apareciendo apunte
por apunte, en esas noches de insomnio en las cuales la historia le fue
aconteciendo como dictada, como si ese ser imposible se escribiese y
describiese a sí mismo, apareciendo pleno y corpóreo, ajeno a su imaginación.
La
cosa comenzó a partir de un artículo del "Diccionario infernal" de
Collin de Plancy, libro que pacientemente la esperaba en un anaquel de la
biblioteca familiar desde antes de que naciera.
Siempre
había estado allí, lo descubrió en la infancia leyéndolo a escondidas de sus
padres, y desde entonces esporádicamente releía algunos artículos, con la
curiosidad incrédula que conviene a nuestros tiempos y la satisfacción por el
estilo y el lenguaje antiguos. También allí, desde siempre, la aguardaba quizás
Nabam para manifestarse.
En
la página dedicada a los conjuros se recetan las palabras, signos y condiciones
para invocar a los demonios, y tan bien organizadas se encuentran las huestes
infernales, con sus capitanes, sus legiones y sus cadenas de mando, que a cada
día de la semana corresponde un demonio, un horario para efectuar la ceremonia,
una ofrenda que debe ser preparada con celo para entregar al compareciente.
La
escritora no otorgaba fe a la brujería, pero le pareció que el tema era
adecuado para crear una novela, y la primera noche hizo una descripción de
Nabam, el demonio de los martes.
"Lo
miro parado y es más bajo de lo que parece estando sentado. Esa falsa impresión
la causa una cierta desproporción entre el cuerpo y los brazos, que resultan
demasiado largos. Me desagrada.
Tiene
un exterior brutal desmentido por una delicadeza extrema en los dedos y la
forma en que manipula los objetos. Desearía que fuese simplemente bestial sin
esa cualidad falsa de cuidadosa cortesía.
Cuando
habla, agacha la cabeza, lo que hace que aparezca una línea blanca debajo de
sus iris. Ojos celestes, o grises, o verdes.
Difíl
definición. El inicio de cada frase le provoca una sacudida y un adelantar el
torso hacia mí, que en cada uno de sus avances retrocedo. Me llega su aliento a
cigarrillo y alcohol, y algún aroma más como a perfume y transpiración. (Y
flores marchitas).
Me
mira con una intensidad que me pone nerviosa. Respondo apurada, equivoco las
palabras y mis expresiones me resultan estúpidas en el mismo momento de
decirlas.
Siempre
igual. Serpiente encantadora de pajarillos. Pero yo no soy un pequeño pajarito;
sin embargo frente a él soy un ser informe.
Me
desprecio. Cada vez que estoy contenida en su mirada, con su cuerpo atento y
ominoso, me siento en la zona de trampa. Digámoslo de una vez, el hombre me
resulta intolerablemente atractivo porque me repugna."
Este
primer retrato se le dio como una revelación, como si hubiese visto realmente a
Nabam, y al otro día la imagen del demonio se le presentaba constantemente,
reclamando su atención aun mientras ejecutaba sus tareas cotidianas.
Tenía,
entonces, al personaje. Cómo sería el desarrollo de la novela no era tan claro,
excepto que le resultaba evidente que se enamoraría de él con secreto horror.
En síntesis, una mujer invoca al demonio en una ceremonia hecha por broma, el
demonio se presenta, se declara suyo, esta mujer debe convivir con él y se
consignan las vicisitudes y los diálogos que se dan entre ellos.
En
algunos borradores utilizó un narrador omnisciente, en otros la tercera
persona, pero los desechó y finalmente escogió el relato en primera persona,
siendo la narradora una mujer que era ella misma, disfrazada apenas por
detalles dispares o concesiones tenues a un intento de ocultamiento. Se puede
notar sin ninguna dificultad al leer el libro cómo esos pueriles disfraces se
diluyen a medida que la relación avanza, y finalmente aparece la escritora
claramente retratada a través de sus palabras. Así, Nabam iba tomando forma y
peso, y ella se despojaba de imposturas para reconocerse como protagonista del
drama.
"No
soy más que una mujer. Una patética mujer. No puedo escribir sobre sentimientos
porque caería en la deplorable zona de la novela rosa, no no no no no no no.
¿Qué se puede decir que no haya sido dicho admirablemente por otros?."
Este
párrafo se encuentra en su diario, y por la fecha corresponde a las primeras
etapas de escritura. No deseaba escribir una historia de amor, y era eso sin
embargo el fondo de la trama, la secreta seducción del demonio. Sin embargo, un
segundo leimotiv ejercía un contrapunto constante, y era la relación del
demonio con Dios, la imposibilidad de probar la existencia de Dios aún ante la
presencia del demonio, igual de ignorante que las demás creaturas de los
secretos designios del creador.
Así,
este personaje en principio fantástico e increíble se va mostrando como ser
arrojado al mundo, dotado de escasos poderes y aún más escasos conocimientos
del más allá, siendo que al entrar en este territorio, al franquear la puerta
de nuestra existencia pierde la memoria sobre las maravillas o espantos del
otro lado.
Todo
esto lo escribía ella sin consultarse a sí misma, con rapidez, finalizando
capítulo tras capítulo casi sin efectuar correcciones posteriores.
"No
me extrañaría para nada comenzar a escribir en lenguas.
Jamás
había sentido igual urgencia por otro relato, ni tanta seguridad al poner las
palabras, que se siguen unas a otras como dotadas de una necesaria ordenación.
Recuerdo un documental sobre el autismo, en el que un niño dibujaba un gallo
copiando la imagen fielmente de su memoria, trazando líneas aparentemente
azarosas, caóticas, hasta que como por milagro se completó la figura. Se
explicaba que las líneas no tenían sentido para él, y que aleatoriamente podía
realizar un trazo del ala, luego una pata, luego una pluma de la cola y el
pico, pero que el gallo surgiría completo y perfecto al final, siempre igual al
primer modelo, sin importar el orden o aparente desorden de la operación. Me
pregunto si no estaré dibujando algo que tiene una existencia propia, me
pregunto qué rostro aparecerá cuando coloque el punto que cierre el último
capítulo, y si podré mirar ese rostro que me estará devolviendo la
mirada".
Esa
sensación de ser mera transcriptora, acaso de estar realizando un acto más de
medium que de creadora la acompañó todos los meses en los cuales los capítulos
se sucedían velozmente unos a otros, en los cuales el demonio narraba
historias, reflexionaba sobre la humanidad desde su condición de creatura
ajena, se instalaba con su rostro y su cuerpo detalle por detalle en las
palabras y en esa realidad paralela que tomaba una consistencia de cosa cierta.
Y
Nabam, claro, era hermoso y terrible, orgulloso, soberbio y completo en sí
mismo, una enorme fuerza agazapada y acaso mentida en su presencia confortable.
La violencia probable, la posibilidad de una súbita detonación hacía que el
horror por su condición demoníaca permaneciera como bajo contínuo por detrás de
la melodía tranquilizadora de los diálogos calmos y la convivencia cotidiana.
El
demonio se presentaba con una corporeidad en el relato que al principio le hizo
dejar las luces encendidas por las noches y se resolvió luego en una especie de
espera insensata.
"Me
he descubierto en la calle mirando insistentemente los portales y las veredas,
buscando la imagen familiar de mi demonio recostado contra el umbral de una
casa o fumando silenciosamente desde la silla de un bar, libro en mano, sentado
con esa actitud de dejarse estar, con ese reposo de animal cazador que
reconocería de inmediato.
Me
ha parecido verlo, y no me he asombrado. Sería natural y fácil caminar hacia él
y saludarlo, aceptando su comparecencia como algo necesario.
Cuando
escribo lo siento a mi lado, puedo percibir ese olor que le es característico,
y no tengo miedo sino expectación. Frente al teclado de mi computadora,
mientras describo cómo me seduce lentamente, soy seducida, ¿me seduzco?. Y cómo
lo extraño cuando lo busco en las habitaciones silenciosas y descubro que él no
está aquí, que no puedo rodear su cuerpo ominoso con mis brazos.
Ayer,
cuando llegaba a casa, la imagen de Nabam aguardándome, espalda en la pared,
cigarrillo humeante en la mano de estatua, esa imagen era tan nítida y precisa
que la decepción de no encontrarlo me sumió en una depresión que hube de
conjurar continuando con la novela, donde vive respira actúa habla, me
habla."
Reconociendo
el grado de obsesión que su personaje le provocaba, la escritora no se alarmó
por ella sino se limitó a disfrutarla, pues no creía en realidad en la
existencia de los cielos o infiernos del catecismo. Pensaba, como lo consignó
en otros apuntes, que esta momentánea suspensión de la incredulidad era el
resultado
de haber encontrado un carácter y una historia interesantes, cosas que
favorecerían la obra, que prometía ser buena o en el peor de los casos menos
mala que sus anteriores producciones, las que reconocía resignadamente como
mediocres y carecientes de ese impacto que obliga al lector a mantener la
atención en las páginas, y distrae del artificio del estilo y los mecanismos
del relato.
"No
te asustes, que cuando te dije que lo busco y me parece escuchar sus pasos
demorados por las habitaciones, sé perfectamente que no va a ocurrir. Sólo es
un sentimiento de posibilidad de la maravilla pero como juego. Dejame ser feliz
con su compañía imaginaria mientras dure. No te preocupes, que no me estoy
volviendo loca. Lo que pasa es que es tan hermoso."
Este
fragmento de un mail a una amiga da cuenta de la alarma de ésta por esa
inmersión en la irrealidad, y del intento de la escritora por tranquilizarla y
quizás tranquilizarse a sí misma.
Luego
del frenesí de escritura de los primeros tiempos, hubo una súbita detención en
correcciones mínimas y agregado o sustitución de palabras o frases que no
alteraban la obra sustancialmente, sino que demoraban el desenlace.
"No
he continuado con la novela. No puedo decir mi novela porque es suya, es la
zona donde él camina y respira y me acaricia distraídamente. Me he percatado de
que esta suspensión no se debe a falta de inspiración. Demasiado sé que ya el último
capítulo está completo línea por línea, y es el miedo a la finalización, a
escribir las palabras lo que me amedrenta. Sé que puesto el punto final, esto
acaba, Nabam se transforma en un personaje con presentación, nudo, desenlace, y
que narrar el desenlace equivale a darle fin a él junto con la novela. Está
vivo mientras escribo, lo relegaré al pasado cuando concluya su historia. Me
demoro en separarme de su presencia cotidiana, no me resigno a aceptar que sus
últimas palabras sean consignadas y se resuelva finalmente en una foto más del
álbum, que desaparezca como esos amigos que se van y se diluyen en la
memoria."
Pero,
resignadamente, luego de corregir una y otra vez pasajes ya revisados, en un
solo día completó lo que restaba y colocó el temido punto último que equivalía
al punto de muerte para la relación íntima con su personaje.
"Ya
está, la cosa está hecha. Nabam está terminado, qué feo me suena. Ahora, a
intentar vivir sin mi demonio. Pero qué dramática, yo que deploro las tragedias
y esa penosa magnificación de las cosas, me entrego a la lástima por mí misma y
por nada.
Pero
me engaño. Es el pudor, siempre ese pudor por los sentimientos lo que me obliga
a intentar mentirme a mí misma. Los sentimientos me avergüenzan como la
exhibición de las tragedias o la demostración de que al fin y al cabo yo tomo,
también, seriamente mis sufrimientos, aunque éstos sean bastante lastimosos y
dignos más de una sonrisa que de una lágrima. No es que no haya ocurrido nada,
lo que me sucedió no sucedió en el terreno de lo diurno, de lo tangible, pero
esta desazón, este pesar no son ficticios. Es un abandono, una carencia, y
duele, me duele.
A
veces siento el impulso de retomar Nabam, de agregar otro capítulo, de fingir
que puedo tocarlo cuando íntimamente sé que está completo y no puedo
manipularlo sin perjudicar esa cosa de bruñido ya realizado."
Quizás
resulte innecesario referir que ella estaba enamorada de Nabam. Se había
enamorado de ese ángel caído hermoso y taciturno que página a página iba
definiéndose como un ser negado al amor. Era la seducción del amado
inaccesible, acaso la más perversa porque al no ser factible su satisfacción la
transforma en una obsesión imposible de conjurar. Ella sólo podía depositar su
amor en ese demonio, y el demonio sólo podía amar a Dios, que lo había
expulsado de su amor.
Situación
refleja, simétrica, insensata porque el demonio a fin de cuentas no existía.
"Te
extraño mi Nabam, cómo te extraño. Y no es casual que extraño sea lo ajeno, lo
diferente, lo alejado de uno y de sus costumbres, y utilicemos el verbo
extrañar para expresar el intolerable vacío, la urgencia, el desesperado hueco
que alguien deja en nosotros al marcharse. Cuando uno extraña, es porque el
extrañado se ha convertido en ajeno, alejado, diferente, en un extraño."
Pasado
un tiempo, dijo a sus amigos en tono de broma que poco a poco había remitido la
enfermedad, y que ya no buscaba a su personaje por las calles ni esperaba
hallarlo sentado en la silla de hierro de la cocina. Contó que había comenzado
a escribir algunos cuentos, y que tenía la idea de una nueva novela.
Hay
apuntes de esa novela, que recomenzó varias veces, sin hallar el tono justo ni
la forma de narrar la historia. Los borradores revelan una escritura desganada,
carente de inspiración, más de trabajo de redacción impuesto que de novelista.
"No
hallo placer en la escritura, no puedo dejar el estilo de Nabam, su castellano
antiguo, su fría observación a través de frases corteses. No puedo creer en
estos nuevos personajes intrascendentes, meros personajes y no otra cosa,
marionetas con los hilos al descubierto. Cómo habría sonreído Nabam, siempre
tan pronto a burlarse de mí, si hubiese leído la frase `marionetas con los
hilos al descubierto'. Sin su mirada no puedo soslayar estas frases estúpidas y
gastadas. Para qué engañarme, no puedo escribir este libro sin sombra, esta
historia anecdótica e insustancial que tanto esfuerzo me demanda y que tan poco
vale."
No
destruyó los borradores, pero los guardó definitivamente y no volvió a
escribir.
Sus
conocidos dicen que ya no hablaba de Nabam, y que continuó su vida sin
demostrar la íntima sensación de vacío de la que habla en su diario. Era quizás
tan penosa para ella que no quería compartirla, y más aun cuanto que pensaba
que no había verdaderos motivos, ya que se repetía que el demonio había sido un
personaje en una trama y no había razones reales para sentirse abandonada.
Cabría preguntarse qué es la realidad, qué significa esa palabra aplicada a los
sentimientos.
"Trato
de salir, de ver amigas, de volver a la realidad. Me persigue un vacío helado,
una soledad que me atemoriza, la vergüenza de admitir ante mí misma que me
enamoré de un ser inexistente y al que yo misma di forma sólo con palabras.
Cómo decir esto, como admitir esto si no puedo confesármelo sin saber que es
absurdo. Sin embargo, no es menos doloroso por ser absurdo. No, no duele
menos."
Fue
entonces que tomó la resolución de invocarlo. Tal vez lo meditó durante
semanas, tal vez fue un impulso repentino. Como sea, ningún rastro escrito
queda de ello, y cada uno puede formarse su propia opinión al respecto.
Repitiendo
al personaje, repitiéndose a sí misma si convenimos finalmente en que ella era
el personaje de la novela, con una tiza dibujó el círculo mágico y el pantaclo
en el suelo, y pronunció su pedido de comparecencia a la noche del martes, al
aire inmóvil de la habitación, a los improbables habitantes de esas oscuras
regiones invisibles en las cuales no creía.
Sabemos
que su pedido fue satisfecho, y también sabemos que no fue su demonio familiar,
su doméstico acompañante quien apareció atraído formado o conjurado por la
letanía. Qué terrible espanto se alzó frente a ella Dios nos guarde de saberlo.
No fue posible reconocerla, pues su cadáver estaba desperdigado en jirones de
carne y cabello y vísceras ensangrentadas. De nada había servido la pueril
barrera de la línea de tiza, y la protección que asegura el conjuro es
seguramente un engaño más de los demonios, que se complacen en juegos de esa
naturaleza.
Ahora,
en mis manos se encuentra la novela, y me hallo con súbito horror buscando la
figura de Nabam recostado en algún muro, fumando en la silla de algún bar,
respirando quedamente mientras hojea un libro. Línea por línea conozco su
rostro y su cuerpo, y es tan hermoso. Es tan hermoso.
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9 – POESÍA ARGENTINA
NORA NANI
(Córdoba-Argentina)
VILLAS
La gran farsante
con placas de lata en el cerebro,
coronada por machimbres asquerosos
y telas
desarrapadas,
la sola plural,
alquimista de tinieblas,
la que arrastra como una condena
la prole de su sangre interdicta,
mamacita de los cubos
que podrían algún día extraviarse,
cobrar formas y altura,
pensar a la distancia del origen y la ferocidad,
ay … si fuera posible…
Villa, favela, muchedumbre
que arracima sus cuerpos y sus almas
a espaldas
del futuro,
con nebulosos solsticios de invierno
y descarados
molinos de chapa
tañendo primaveras inexistentes.
Yo fui tu huésped y tu víctima.
Yo viví en colchones mugrosos rodeada de críos
allá, por San Martín arriba,
cuando la solidaridad era una sábana horizontal
que nos cubría y nos achataba,
cuando el preludio de la fuga
era una imposible aleación
que nos tronchaba manos y brazos,
piernas sin espacio,
aire distraído en su propia asfixia,
qué lugar le corresponde a la luz,
qué hacer con la palabra piedad,
cómo encontrar la punta del hilo
y tirar,
tirar
para destejer la infamia,
para que sea digno el perdón que nos merecemos
por haber permitido tanto caos y tanto dolor
tanta indiferencia inconsciente,
tanta naturalidad envenenada…
Ay, si fuera posible…
Niños que se vuelvan niños
Y hombres que amplíen sus horizontes.
Escuelas, escuelas, hospitales.
Ay, si fuera posible.
El niño que ampara mi corazón
lo está esperando.
POEMA
-a Mercedes Tranchet-
Al final partió la bruja.
La brujita buena.
Con sus malabares, su
ternura y sus dolores...
Ella puso la fecha:
madeja que destejió la
luna
hebra por hebra,
entre risa y llanto
jugó a quedarse,
pidió los rostros amados,
los astros deshechos en
el llanto de la noche,
galopó temeraria los
corceles del alba,
sacudió su lecho
ebrio de amantes
clandestinos
y le puso norte a la
tormenta de su corazón.
Ya desastrada,
despidió a su ángel
cotidiano
y le gritó piedra libre
a la eternidad.
BALADA
DEL INSOMNIO
La noche es un manojo de tinieblas.
Un gran, esperanzado, desesperado
manojo de tinieblas.
Cuando la sombra invoca mi pecho
yo comienzo a desentrañar fantasmas:
el lecho solo
que una vez fue carne amotinada,
las paredes que pinto con los ojos
hasta lastimar el gris y las pupilas,
los muebles dormitando memorias
en prendas inverosímiles,
leyendas del noble anzuelo
que desguaza un libro
en el panteón del velador,
y mi perra,
ortopédica casi,
viva como yo de vida sobrante...
Pero espero la penumbra.
Solo entonces
puedo mirar mi alma de frente
sin la luz que invade con su brillo los contornos.
La miro y le cuento los nombres,
los abandonos,
las tertulias del alba
-puro pájaro de bronce solapado-,
la miro y le apuro los instantes,
los desgrano,
los distraigo,
le juego olvidos en cofres de ordenador,
le gano,
me gana.
Hasta que el sueño
como un gran trapecio
me cuelga de su cintura
y oscilo bendita entre mundos dispares,
ya cayendo hacia lo alto,
ya cerrando catedrales de abismo,
fetalmente desafiante
y obstinada,
con píldoras que perforan mi orfandad
y me vuelcan
desnuda
hasta el sitio
en que todo desaparece,
me aplasta y me olvida.
MARIEL
MONENTE
(San
Isidro-Buenos Aires-Argentina)
ACICALADA
Acicalada
por
los disturbios primaverales
me
aferré
cada
vez más al suelo pedregoso
en
cuyo lecho adormecía.
Trinos vestidos de luz
limaron
incipientes espinas.
Ensortijada
por azahares
creí
ser
Diva
Prenda de amor
Reliquia.
Mi
savia hecha de suspiros
henchida
en frutos
me
irguió de penas
y
corrigió mi lagrimal oblicuo
para
evitar que viese
el
momento de ser despojada,
en
el final
del
estío.
LA
PIEL SE DESMORONA
Y
ahora lo imposible
Es
sostener
Este
abrigo de pétalos
Amapolas
Que
da cobijo
La
piel se desmorona.
La
piel se desmorona
En la llamada
Como
la turba es azotada
Por la historia
Igualmente
improcedente
Igualmente
improcedente
Cuando
transformas
Lágrimas
de plomo
En
bautismos de sal
Para mañana
Crecer
furtiva
Crecer
furtiva
En
remansos de falso torbellino
Con un
trébol allí
Vestir
de ortigas
Que cimentaron
Y
ahora lo imposible
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10 – ENSAYO
DIANA
MILOSLAVICH TUPAC
(Huancayo-Perú)
ROSINA
VALCÁRCEL, AUTORA PERUANA
Audre Lorde, poeta negra norteamericana, decía que para las mujeres la poesía no es un lujo, sino una necesidad vital, definía la calidad de la luz bajo la cual formulamos nuestras esperanzas y sueños de cambio que se plasman en palabras, ideas y por fin en una acción tangible. La poesía, explicaba, es el instrumento mediante el cual nombramos lo que no tiene nombre para convertirlo en objeto de pensamiento. Los más amplios horizontes de nuestras esperanzas y miedos están empedrados con nuestros poemas, labrados en la roca de nuestras experiencias cotidianas.
Los padres blancos, apuntaba Lorde, nos dijeron: Pienso, luego existo, la madre negra que todas llevamos dentro, la poeta, susurra en nuestros sueños, siento luego puedo ser libre. La poesía acuña el lenguaje con el que expresa e impulsa esta exigencia revolucionaria, la puesta en práctica de la libertad.
Lucy Irigaray, de otro lado, sostiene que de nada sirve atrapar a las mujeres en la definición exacta de lo que quieren decir, hacer que (se) repitan para que quede claro, ellas están ya en un lugar distinto de la maquinaria discursiva en la que pretendían sorprenderlas, han vuelto en sí mismas. Para Irigaray volver en sí mismas, quiere decir, en la intimidad, de ese tacto silencioso, múltiple, difuso, como el de nuestra autora Rosina Valcárcel.
Manuel Baquerizo subrayó que Rosina recrea las furias y las penas y, Esther Castañeda, escribió: que el universo poético tradicional había estallado con la llegada de poetas como Rosina-- pues el hecho de ser mujer con ellas, adquiere otros significados.
Rosina nos escribe, ahora, para vencer el agobio, recomponer sus afectos, reconocer los cronocopios que persisten de pie.
El poemario, Contradanza de RosinaValcárcel está organizado en seis partes, Álbum de Familia, Carta Surrealista, La pradera reverdece entre libros y música de Bach, Contradanza, Visiones Nocturnas y Zona Liberada. Son 53 poemas en estacontradanza. En esta primera lectura he ordenado mi intervención por temas: Padre, memoria, tango, muerte, locura, pintura, cuerpo, lo social y político.
I. PADRE
El libro comienza con el poema sobre el padre—En busca de sus viejos ojos. Y la última sesión del libro la inicia, con el poema Mi Padre un círculo rojo... El primer poema fue publicado por Tomas Escajadillo el año 1965, en la “Gaceta Sanmarquina”.
Leamos: Cierra los ojos/ lloro a su lado/ Y le escondo los zapatos/, más
adelante-- /Me pide sus zapatos/ le pregunto: / Papá, ¿adónde vas?/ --a
buscar mis viejos ojos/ y se va papá/vuelve en la noche/vuelve al día
siguiente/y se vuelve a ir/tras sus viejos ojos. Ella busca cotidianamente al padre y él busca sus ojos perdidos. En este poema, el padre, no puede verla, porque ha perdido sus ojos. No es que no quiera, sino que no puede.
En el segundo poema, del año 1991, rescatado por Carlos Ostolaza—Mi Padre
un Circulo Rojo. Está la intención, el esfuerzo de establecer una cercanía entre la hija y el padre, pregunta: / Y reclamé- ¿Por qué eres tan callado como el búho? Y agrega: / Naciste desierto, eres espejismo y te alejas bajo el sol / “Se está acabando el pisco --me dijo alarmado-- y aun no llegas al meollo” / Habla repliqué/ Mas mi padre calló y pensó en Góngora /
Frente al silencio: literatura. Pensó en la poesía, colocó la poesía como distancia entre ambos y sin embargó, era lo que los unía, poesía, páginas libres, horas de lucha y relámpagos de fuego.
El homenaje a González Prada es un reconocimiento como cronopio, y también de alguna manera un reconocimiento al padre, porque publica a MGP, para que sus palabras permanezcan dice: /Me admiraste calladita mientras tu padre editaba mis libros/
Hay una admiración frente los grandes cambios y su modo de sentirlos.
Dice, en otro momento, /Al caer el muro de Berlín registra / --“Qué dolor y ni un solo disparo”/. Resalta que sus pulcras manos obstinadas eran efecto de los sueños, su mágica pluma, sus sonetos excelsos y cantares a los obreros. En este libro, Rosina se reencuentra con el padre.
II. MEMORIA
Está colocada la idea de la memoria en el sensible poema a su hermano Marcel, /Tengo su mundo/. Es la afirmación que lo vivido juntos, queda, por ello más adelante dice: /No hay tiempo perdido//Su ojo guarda memoria/le entrego mi sombra /Y cimbro el revés de su destino/. Es interesante ver que en este caso frente a la posibilidad de la muerte, el consuelo, es la memoria, el tiempo vivido con el hermano el consuelo que encuentra.
III. TANGO
Esta
la imagen del tango anclada en la imagen de sus padres bailando.
Es una imagen del amor, son esas imágenes de niña que subsisten
como fotografía. En el poema Tango, /Padre sorprende a mama, soberbio/
Coge por la cintura/ Y baila la Comparsita /Esa constelación intacta /
más adelante-/Madre resplandece y le agarra/ el oscuro cabello/ hacen
una espada bajo el cielo/
En el poema, Tango Vertical II. /Duelo de luciérnagas, elevación profana /Mira de reojo como si le perdiera/ En la bruma el voltea seductor/ Tango en vertical, cuerpos en diagonal, enigmas confusos/ y termina no hay fin para esta melodía. Es como un recuerdo constante.
En el poema, Libertango, El tango dispar que somos como definición. Para el Tango2, /Soy una lechuza animada mis ojos están rotos y mi corazón vacío soy una piedra imantada y el tango me pone en fa. De alguna forma el baile anima, aun bailando con alguien que no conoces. Para el poema Tango 3 el tango incendia y finalmente en la despedida al padre: él Danza un tango con la muerte/ El tango aparece en la imagen del padre, del amor, y del deseo. No anima, en este poemario sin primaveras, más en otoños, inviernos y sólo un verano asoma: en el poema “Luana”.
En el poema, Tango Vertical II. /Duelo de luciérnagas, elevación profana /Mira de reojo como si le perdiera/ En la bruma el voltea seductor/ Tango en vertical, cuerpos en diagonal, enigmas confusos/ y termina no hay fin para esta melodía. Es como un recuerdo constante.
En el poema, Libertango, El tango dispar que somos como definición. Para el Tango2, /Soy una lechuza animada mis ojos están rotos y mi corazón vacío soy una piedra imantada y el tango me pone en fa. De alguna forma el baile anima, aun bailando con alguien que no conoces. Para el poema Tango 3 el tango incendia y finalmente en la despedida al padre: él Danza un tango con la muerte/ El tango aparece en la imagen del padre, del amor, y del deseo. No anima, en este poemario sin primaveras, más en otoños, inviernos y sólo un verano asoma: en el poema “Luana”.
IV MUERTE
El conjunto de poemas sobre la muerte, salvo los de su padre están agrupados en la sesión Carta Surrealista. Una interpelación con la muerte a través de la pérdida de sus amigos y amigas. En el poema Águeda, vuelve a recordar a A. Castañeda, poeta inédita de su barrio de Lince, que muere ahogada a inicios de los años 70 y que aparece, subliminalmente, a lo largo de la mayoría de los libros de Valcárcel. Se pregunta. /Adónde vas, muchacha ¿Adónde? Eres una caracola de nácar y Dios no existe/
En el poema, Luis Fernando Vidal, escritor sanmarquino. /Y todo se hizo silencio para ti, todo no fue más que un clavel mudo sobre tu tumba/ En el poema a Pepe Luciano, /Cuéntame la historia de tu sangre, vuelve a preguntarse: /A que lejana tierra partiste, que arrecife te detiene, que bongó hace danzar tus huesos/- Y en el poema Al Fin del Mundo, termina /Ay cuando volverán los padres/ Pueden haberse ido al fin del mundo/
Ya en el poema Niña, se ríe de la muerte: ¿Me rio de la muerte/ me rio de?¿ Me rio? Me / voy ciega bajo la luz de los amantes al borde del precipicio
Y, sí encuentra alguna respuesta es en el poema a Pablo Guevara. /Solo tú Pablo, puedes ver el cielo abierto y arrancar luz, al vacio del infinito (En el poema “Cielo abierto”).
El poema a Juan Ramírez Ruiz, menciona un dicho popular/“algo se muere
en el alma cuando un amigo se va”. Y concluye, Te recordamos mucho, Poeta
amigo de putamadre. ¡Que más, que más? Solo un verso limpio y justo en tu corazón. Lamuerte, en Valcárcel, una luz en el vacío del infinito, un verso
limpio en el corazón.
V. LOCURA
Leonora Carrington, pintora, escribe sus Memorias de Abajo sobre una instancia en el infierno. Aquí, Rosina, en el texto a Juan Ramírez, en un poema muy sentido, aunque ya, también irónico en otro tono aparece en Orfeo el lamento /Estoy en el inframundo/ en condición precaria/ Y camino entre melodías.
En este poema indica: Hoy, querido Juan, te esperábamos sobre el frío de unas sillas duras bajo el laberinto gris de nuestra mente vacía. /Mas adelante: /me han confinado en este húmedo cuartel de plata y ceniza antigua/
Alejandra Pizarnik en su libro Extracción de la piedra de la locura, conocido como La cura de la Locura, construye el yo poético como una figura del sufrimiento metafísico y emocional al igual que Valcárcel lo hace en el poema Juan Ramírez Ruiz.
VI PINTURA
Valcárcel, al igual de Pizarnik toma la pintura como motivo de inspiración
y denuncia. En el poema 1885 aparecen Los comedores de patatas de Van
Gogh /Y a la luz de la lámpara un grupo de campesinos come papas con los
dedos/ Y en el horizonte el desaliento, el furor del equinoccio, la brizna la melodía el linaje, un reino de peregrinos desnudos con barro y nombre y pies fogosos y bocas vacías. Es acaso una mención a la Miseria que toca la puerta todas las mañanas en otro poema y que persiste desde mil ochocientos a pesar de que la papa ayudara en esos años a superar la hambruna en Europa.
VII CUERPO
El
cuerpo ha sido un temática trabajada por la autora, aquí nos anuncia. /Me
antoje de abandonar mi cuerpo/Como eldiluvio deja su navío entre corales y
algas. En el poema Carta Surrealista, hay una mención /El amor está
en la tierra. Solo tu cuerpo y el mío, solos/.
VIII LO SOCIAL Y POLÍTICO
Dispara Girasoles: (dedicado a Juan Cristóbal) es un poema muy social y político que cierra un ciclo: Un niño sublevado, dispara girasoles, volantes, puchos, en medio de fantasmas que alucinan lemas subversivos. Frente a Carta Surrealista donde hay nostalgia Y me preguntaba por la Revolución, los bolcheviques y el barrio de San Eugenio. Hay evocación a históricos personajes de la política pero con nostalgia.
Para finalizar deseo destacar, al decir de Pizarnik, la autora se da en fragmentos, se hunde en el lenguaje y existe en las palabras, en la poesía. La poesía de Valcárcel es la estructura que sustenta su vida. Es ella la que pone los cimientos de un mundo diferente, porque parafraseando a Lorde, las mujeres y los poetas así hemos sobrevivido.
Sobrevivido a la muerte de sus padres, padre y madre, al susto de su hermano, la pérdida de sus amigos y amigas, el descenso a los infiernos, y recuperada por la llegada del verano con Luana y con la poesia.
Más que álbum de familia, lazos de familia, que van del padre, a la madre /las cejas escriben designios que sus ojos no dejan ver/, a sus hijas Odette y Milena /Yo soy la llovizna que calma tu dolor cuando duermes/ /… deja que dibuje tu rostro con mi corazón confuso/ o a Luana, su nieta: /Disfruta la ventisca. El valle de tus ancestros/-
Como la autora confiesa -en entrevista- su homenaje a Cortázar, a propósito de este libro, vale acabar recordando qué es ser Cronocopia, “es ser contrapelo, contraluz, contradanza, contratado, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosas que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley. Cortázar escribe:“Los cronocopios que no deseaban ningún mal a las esperanzas las ayudaban a levantarse y les regalaban pedazos de mangueras rojas. Así las esperanzas pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso anhelo: regar los jardines verdes con mangueras rojas”.
Este es un poemario para las esperanzas que nos invita para volver a regar los jardines verdes con mangueras rojas.
VIII LO SOCIAL Y POLÍTICO
Dispara Girasoles: (dedicado a Juan Cristóbal) es un poema muy social y político que cierra un ciclo: Un niño sublevado, dispara girasoles, volantes, puchos, en medio de fantasmas que alucinan lemas subversivos. Frente a Carta Surrealista donde hay nostalgia Y me preguntaba por la Revolución, los bolcheviques y el barrio de San Eugenio. Hay evocación a históricos personajes de la política pero con nostalgia.
Para finalizar deseo destacar, al decir de Pizarnik, la autora se da en fragmentos, se hunde en el lenguaje y existe en las palabras, en la poesía. La poesía de Valcárcel es la estructura que sustenta su vida. Es ella la que pone los cimientos de un mundo diferente, porque parafraseando a Lorde, las mujeres y los poetas así hemos sobrevivido.
Sobrevivido a la muerte de sus padres, padre y madre, al susto de su hermano, la pérdida de sus amigos y amigas, el descenso a los infiernos, y recuperada por la llegada del verano con Luana y con la poesia.
Más que álbum de familia, lazos de familia, que van del padre, a la madre /las cejas escriben designios que sus ojos no dejan ver/, a sus hijas Odette y Milena /Yo soy la llovizna que calma tu dolor cuando duermes/ /… deja que dibuje tu rostro con mi corazón confuso/ o a Luana, su nieta: /Disfruta la ventisca. El valle de tus ancestros/-
Como la autora confiesa -en entrevista- su homenaje a Cortázar, a propósito de este libro, vale acabar recordando qué es ser Cronocopia, “es ser contrapelo, contraluz, contradanza, contratado, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosas que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley. Cortázar escribe:“Los cronocopios que no deseaban ningún mal a las esperanzas las ayudaban a levantarse y les regalaban pedazos de mangueras rojas. Así las esperanzas pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso anhelo: regar los jardines verdes con mangueras rojas”.
Este es un poemario para las esperanzas que nos invita para volver a regar los jardines verdes con mangueras rojas.
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11 – CUENTO
GONZALO SALESKY
(Córdoba-Argentina)
ROSAS
ROJAS
En
la puerta del hospital de urgencias, donde estacionan las ambulancias, había
una pelea entre dos hombres. Me llamó la atención porque solamente uno de los
dos golpeaba al otro, que no caía al piso a pesar de los tremendos puñetazos
que le aplicaban en el rostro.
Habían
comenzado dentro de un taxi y bajado de él a los tumbos. Quien recibía los
golpes ni siquiera sacaba las manos de sus bolsillos, como si en ellos estuviera
protegiendo algo valioso. No ofrecía ningún tipo de resistencia, sólo buscaba
evitar los impactos. Pero no lograba hacerlo del todo, y el que golpeaba de
manera feroz –que por su ropa parecía ser el taxista– le asestó varias
trompadas más hasta que el agredido, al fin, se decidió a correr.
Me
pareció extraño que no hubiera intentado defenderse o al menos, alejarse cuanto
antes.
Perdí
de vista a los dos hombres y seguí caminando. Entré al hospital por una de las
puertas laterales. Venía bastante apurado, como siempre. Iba a visitar a un
pariente internado y sólo llevaba un ramo de rosas rojas en mi mano derecha.
Unos
segundos después, sentí que me empujaban desde atrás. Trastabillé y casi caigo
al suelo. En una de las galerías, cerca de la terapia intensiva, el mismo
hombre que había recibido los golpes me tomó del brazo y con un arma pequeña
apuntó a mi pecho.
Haciendo
ademanes, me obligó a acompañarlo. No dudé un segundo. Estaba muy lastimado y
de su ojo izquierdo parecía caer sangre. Su camisa blanca, llena de pequeñas
manchas de color oscuro. Y sus dientes...
Corrimos
un largo trecho. La gente se horrorizaba al ver su cara destrozada y el
revólver que llevaba en su mano derecha. Parecía algo grotesco, un hombre
desequilibrado corriendo al lado de otro que seguía sosteniendo, como si fuera
un trofeo, un ramo de flores. No entiendo por qué en ese momento no pude
soltarlo.
Entramos
a un pequeño ascensor. Allí bajó su arma y me miró a los ojos por primera vez.
Sacó de su bolsillo una pequeña caja de color blanco, cerrada con cinta
adhesiva, y me la entregó sin decir nada.
Al
detenernos en el segundo piso, volvió a tomarme del brazo y así corrimos hasta
el borde de un balcón que se encontraba unos pasos delante de nosotros.
Abajo,
la gente había empezado a congregarse. Extrañamente, a pesar de todo, yo me
encontraba tranquilo y seguro de que no iba a lastimarme. Algo en su mirada lo
decía. Pero aún no llegaba a entender por qué me había dado la caja.
–
No la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos errores
que yo.
Habló
como si estuviera leyendo mi mente.
No
tuve tiempo de preguntarle nada. Acercó la punta del revólver a su garganta,
debajo de la nuez de Adán, y disparó.
Se
desplomó sobre mí. Y la sangre... ¡por Dios! Tanta sangre a borbotones sobre mi
ropa, mis zapatos y el ramo de flores.
Me
lo saqué de encima. Sentía vergüenza de pensar más en el asco que me producía
ensuciarme que en la locura y el drama de ese pobre hombre.
En
pocos minutos llegó la policía. Tarde, como en las películas. Sólo atiné a
quedarme sentado, apoyado contra la pequeña pared que nos rodeaba.
Guardé
la caja en el bolsillo. Tuve la tentación de dejarla tirada o de esconderla en
el pantalón del suicida, pero preferí respetar su último deseo. Cuando todos se
fueran, la abriría.
Ya
en mi departamento, cerca de las cinco, aún no había podido almorzar. Seguía
asqueado por la horrible sensación de la sangre caliente sobre mi cuerpo.
Volvía a verla, manando con violencia, mojando mis manos y mis pies.
Me
senté en el living. Acababa de llamar la policía para pedir algunos datos y ver
si podía aportar algo más. De paso, me avisaron que el psicópata no había
muerto todavía. Estaba muy grave, internado en el mismo hospital de esta
mañana. Era prácticamente imposible que sanara o despertara, según el comisario
a cargo de la investigación.
Sin
embargo, algo me impulsó a ir a verlo. Para saber más de él o de su vida.
Además, me tentaba la idea de dejar la cajita blanca de bordes plateados entre
sus pertenencias.
Pero
no iba a poder hacerlo.
Unos
minutos más tarde estaba camino del hospital, por segunda vez en pocas horas.
Llegué
a la sala de terapia intensiva pero dos oficiales me impidieron el paso.
Estaban parados al lado de la puerta, uno de cada lado.
Me
preguntaron si tenía relación con él, si era familiar o pariente. No quise
decirles mi nombre, sólo contesté que lo había conocido hace poco tiempo. El
más joven me dio el pésame por anticipado y me informó que podía quedarme por
allí, para esperar el obvio desenlace.
Les
agradecí. Di media vuelta y busqué la salida. Había sido un día bastante largo.
Después
de subir a un taxi para volver a casa, tomé la caja y me decidí a abrirla. De
una vez por todas.
Nunca
hubiera podido imaginarme lo que contenía.
Tenía
que entregársela a alguien. Pero no a cualquiera. Alguien que fuera capaz de
llevar a cabo lo que la caja pedía.
Vi
por el espejo retrovisor que el taxista había observado lo mismo que yo. Y supe
que comenzó a desearla, con todas sus fuerzas.
Estacionó
a los pocos metros, cerca del sector de entrada y salida de ambulancias, y giró
hacia mí. Me exigió la caja y no quise dársela. Por eso mismo comenzó a
golpearme. En el rostro, en los oídos, en el estómago… pero no la solté. La
guardé en mi bolsillo, a salvo de todo.
Tratando
de esquivar sus trompadas, bajé del auto. Sin saber hacia dónde iba, empecé a
buscar al próximo destinatario.
Advertí
que desde lejos nos estaban mirando. Era un hombre calvo, como yo, que parecía
llevar algo pesado en sus manos.
Lo
seguí. Enceguecido por el impulso de compartir con alguien especial el
contenido de la caja, fui hacia la galería donde se encontraba. Aún sin saber
cómo iba a convencerlo de que aceptara.
Se
me ocurrió quitarle el arma a un guardia del hospital. Lo hice y corrí con
todas mis fuerzas por uno de los pasillos. Mi corazón latía cada vez más
rápido.
La
sangre ensuciaba mi camisa. Tenía el ojo izquierdo semicerrado y mis dientes…
Encontré
al calvo y lo tomé del brazo. Con la pistola apunté a su pecho y lo obligué a
correr junto a mí, para alejarnos de todo.
Nos
refugiamos en un ascensor. Cuando bajamos en el segundo piso, casi sin aliento,
le di la caja y le indiqué:
–
No la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos errores
que yo.
No
tuvo tiempo de preguntarme nada. Allí mismo, cerca del balcón, acerqué la punta
del pequeño revólver a mi garganta y disparé.
Caí
sobre él. Y mi sangre... por Dios, tanta sangre a borbotones sobre su ropa, sus
zapatos y el ramo de rosas rojas que él seguía sosteniendo entre sus manos,
como si fuera un maldito trofeo.
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12 – POESIA ARGENTINA
JULIO
CARABELLI
(Tucumán-Argentina)
A
PESAR DE TODO
El
escritor sabe
que
él y todo lo que lo rodea
se
perderá
tragado
por el mar amenazante.
Entonces
sentado
sobre la balsa moribunda
toma
su sangre
y
empieza a escribir.
RANITIDINA
Mi
mujer come dragones
los
mastica treinta veces
mientras
ellos echan fuego
después
ella también suele echar fuego
porque
así es la digestión
que
provocan los dragones.
EL
ESPANTAPÁJAROS
Antes
de que el sol desista
cuando
el viento
los
surcos y la mano de greda
bautice
a los pájaros
con
su violín anárquico
él
saludará blandiendo el espejo de sus ojos
el
espejo
que
la lluvia acaricia
con
la misma paciencia
que
dedicaba a las vírgenes
aquellas
que jugaban allá en la vieja casa
donde
quedaron los rostros expectantes
como
las hilachas del zonda o
las
acequias
ahora
entubadas por un olvido
que
no cabe en sus ojos buscadores
los
que ahora
sin
que nadie se explique cómo
se
volvieron a mirar la vieja casa.
MARIA
ROSA LOJO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
LA
LUZ ARGENTINA
En
esta tierra no había oro ni plata,
No
había palacios ni templos ni teatros ni pirámides
Ni
grandes escaleras ceremoniales que llevaran al encuentro de Dios
Ni
príncipes enjoyados como aves del Paraíso
Ni
calendarios de piedra que señalasen la ruta de los planetas.
Los
que llegaban del otro lado del mar
Buscaron
los metales, las ciudades, los templos.
Pero
las raíces de la selva bebieron el hierro y el verdín
De
sus armaduras
Y
los caranchos de la pampa devoraron los ojos
De
las cabezas muertas
Y
en los caminos más altos de la montaña
Donde
no cambia la nieve
Quedaron
sus cuerpos de congelados centinelas.
No
había plata en la tierra de la plata.
Pero
en los torrentes secretos de la selva,
En
las lagunas del llano,
En
los cauces tan anchos como un mar
la
luna y las estrellas crecen de noche
Y
tiñen de blanco fulgor el agua verde.
Los
cuerpos que se sumergen arden sin fuego
con
una luz tranquila que no ciega.
Es
la luz de los ríos de la plata,
La
luz argentina,
Sin
peso ni medida,
La
luz de todos
Que
fluye como el tiempo y que permanece.
PÁGINA
13 – ENSAYO
VICENTE VERDU
(Elche-España)
ESCRITORES GRAVEMENTE HERIDOS
A
lo mejor, no estamos completamente muertos pero sí, desde luego, muy
malheridos. Los letraferidos de hace un siglo respiraban por esas
aberturas que, como rendijas de buzones, les dejaban los libros que
fervientemente engullían. Nosotros hoy, los hijos de aquéllos santos
personajes, observamos nuestros pisos tapiados por estanterías cargadas de
miles de libros. Libros quietos que ya no nos caben adentro pero que tampoco
nos dejan conversar afuera. Son como piezas de una muralla que se ha levantado
entre nosotros y el curso corriente del mundo exterior.
No
solo los editores se encuentran moribundos, las librerías al borde del
desahucio y los distribuidores sin destino. Los escritores hemos pasado de la
perplejidad a la desolación y, si se va a ver, al sinsentido. Toda la vida en
esta meticulosa labor de elegir palabras, letra a letra, y ahora los ejemplares
se venden por kilos o se acuchillan como una maligna excrecencia de la cultura.
¿De la cultura?
Ni
siquiera sabemos con claridad, nosotros los viejos escritores, cómo podría
existir cultura sin libros pero ¿cómo negar que algo de algo debe de haber?
Recuerdo el caso de tantos colegas que trabajábamos como devotos penitentes. El
sustantivo, el adjetivo, el verbo, la coma, el punto y seguido, la precisión.
Todo ello constituía una labor tan solitaria que, en ocasiones, la acentuábamos
pidiendo aislarnos en algún lugar apartado, para hacerlo aún más
concentradamente. Aislarnos para escribir mejor y, al cabo, para comunicar más
a fondo el fondo.
Este
ejercicio era como una destilación o camino de perfección que no dudábamos en
sentir como un trabajo duro. Ahora que yo pinto, no pretendiendo ser Kandinsky
y menos a la manera en que antes (escribiendo) procuraba ser Kafka (de hecho,
prefería ser Kafka muerto que Vicente Verdú vivo), percibo la diferencia.
Mientras pintar es el gozo que hoy me premia o no, libremente, escribir solo
era un gozo tras haber penado para por lo escrito. Le preguntaban a Gil de
Biedma por qué escribía y contestaba: “Escribo para haber escrito”. Así, el
sentimiento de culpa disminuía
Ahora lo que cuenta es cómo será el intrigante
final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas
La
escritura se presentaba como una tupida foresta, sagrada y vocacional, que solo
los muy elegidos traspasaban silbando. Los demás lo hacíamos sudando. Pero
bien, cuándo ya nos parecía a algunos de este sudado pelotón haber alcanzado la
dicha de poder decir justamente lo que queríamos decir, ahora va y nos cierran
la boca o no se oye el valor de lo escrito.
Años
y años buscando decir mejor y ahora apenas importa si la página está peor o
mejor escrita. Ahora lo que cuenta, lo que se ve, es cómo será el intrigante
final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas. Las líneas que algunos
de nosotros trazábamos con los cinco sentidos, ahora solo poseen el sentido de
raíles para viajar por la trama y a cuanta mayor velocidad mejor. La perfección
de la escritura es una antigualla lentificadora que solo compartimos los viejos
veteranos. Pero además, si se muestra una evidente perfección en una obra de
arte es señal de que no se está al día. Excepto en algunos productos
audiovisuales de alta velocidad de paso, lo otro, las ofertas para la
contemplación y delectación, ha perdido el tren, por despacioso.
Toda
meditación, toda reflexión, todo pensamiento suelen parecer demasiado largos y
morosos. Frente a la meditación la intuición, frente a la reflexión la acción,
frente al pensamiento el movimiento. Pero no voy a empeorar las cosas
lamentando mucho estos cambios. Los cambios cambios son. Y toda evolución, se
dice, es para mejor. O sea que estábamos en lo peor y gracias a Dios ya no
servimos prácticamente para nada. ¿Acuchillarnos? Paradójicamente la tapia que
forman nuestras estanterías cargadas de miles de libros nos salvan de una
muerte violenta y aunque solo a cambio de caer más tarde como ácaros. Ácaros
del griego acari, “diminuto”, “que no se corta”. Apegados al libro
sangrante, pero aún vivo, que mañana será o no será.
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14 – CUENTO
MARIA
LYDA CANOSO
(Casilda-Santa
Fe-Argentina)
EL
BARCO ERA UN ENJAMBRE
Papá
se había retirado unos pasos del foco de la despedida, dejando que las mujeres
lloraran a sus anchas, y en un sillón hojeaba el diario. Las noticias ya no
eran novedad pero inquietaban. La bomba atómica arrojada esa madrugada desde un
B-36 que volaba a considerable altura sobre los campos de prueba de Nevada,
había bañado un vastísimo sector del desierto con luz blanca durante unos cinco
segundos para luego formar la bola de fuego. La explosión de hoy, undécima de
la serie de primavera, fue visible en Los Ángeles. El fogonazo enceguecedor fue
registrado en los ojos de los conejos, que tenían un ojo cubierto y el otro
destapado expuesto a la explosión y con un despertador fueron despertados en el
momento preciso. Además se usaron perros y ratones a diversa distancia. Los
cronistas están de acuerdo en que esta explosión supera en mucho a cualquiera
de las treinta anteriores realizadas en el desierto de Nevada.
Imagino
que fue en alguna de esas playas que por tiempo se mantuvieron radioactivas,
donde una amiga de mamá, a la par de haber experimentado escenas paradisíacas
dignas del más rutilante musical en technicolor, contrajo un mal de los huesos
que la llevó a la muerte.
El
barco Eva Perón era un enjambre de gente despidiendo a otra gente. La tía
Fulvia, alentada con bromas melancólicas, abrazos y previsibles frases de
coraje, ya sentía el desgarro que significaría escuchar por el altoparlante la
inevitable invitación: primer aviso de descender los visitantes. Ya el
remolcador había comenzado a tomar su lugar para empezar con la maniobra, y la
tía terminaba de despedirse sostenida por hermanos y cuñados, sobrinos y alguna
pariente más lejana. Mamá estaba tristísima porque sabía que esta separación
seguramente se iría a prolongar indefinidamente, quizá más que lo que ambas
iban a poder resistir. No encontrando otro adjetivo que pudiera expresar su
dolor, que era muy grande, en casa luego hubo de confesar que verla partir en
ese barco que se iba alejando más y más le había producido una tristeza
in-des-crip-ti-ble.
Volviendo
a ese día y ese barco, el tío había desaparecido y nadie había podido
despedirlo. El tiempo nos confirmaría luego que, efectivamente, esa habría sido
la última vez que lo viéramos. Lo busqué
por los lugares permitidos, y ya casi anunciaban el retiro de la planchada
cuando subí una de las tantas escaleritas blancas, recién pintadas. Crucé el
salón y, antes que al tío, encontré su reflejo a medio perfil en el espejo de
la barra. Nos dimos un estrecho abrazo, él me acarició con cariño la cabeza y
con sus ojos turbios me ordenó que bajara con el resto de la familia. Me fui
casi corriendo, ya el locutor anunciaba el último aviso y presurosos comenzaban
a descender los familiares.
Lloré
porque se iba, pero creo que también porque con mis doce años estaba
despidiendo, de manera ostentosa, el mundo de la infancia.
Con
su gin tonic en la mano y una mirada de cariño hacia mí que jamás pude olvidar,
por el espejo el tío me hizo el último gesto. Por el espejo también pude
advertir que, en el fondo del bar, el retrato de una Evita majestuosa, enorme,
presidía la pared tal como seguramente presidiría el barco, nuestras vidas, y
el mundo conocido. Y también mucho de lo que la vida, de ahí en más, me fuera
revelando, a medida que una y otra vez ella volviera hasta ser millones. Mundo
que, en medio de innumerables contradicciones, comenzaba yo a vislumbrar.
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15 – POESÍA ARGENTINA
MIGUEL ANGEL MORELLI
(Coronel Suárez-Buenos Aires-Argentina)
UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO
la bruma y el incienso ocultan el horizonte
confundiendo a los viajeros de la muerte
algunos creen estar en el paraíso | y cantan
otros gimen y maldicen al infierno
como un ángel furioso | rimbaud
se arranca los ojos y comprende:
dios y el demonio llevan la misma máscara
2. ACTO III, ESCENA IV
ser para no ser
para dejar de ser
para ser la nada
ser para que otros olviden
como yo he olvidado
a aquellos que fueron
ser para el dolor
de dejar de ser
cuando sea olvido
ser para no ser
oh dios
para ser la nada
3. LOS SIGNOS DE FUEGO
al hombre no le ha sido dado demorarse en los espejos:
¿cómo soportar la mirada de dios sin que los ojos se nos incendien?
al hombre no le ha sido dado demorarse en los umbrales:
¿cómo es posible edificar el mundo sin apoyarse en su movimiento?
al hombre no le ha sido dado prescindir de la nada:
¿cómo podría la vacuidad del ser suprimir el objeto que lo consume?
al hombre no le ha sido dado despojarse de las palabras:
¿cómo eludir la tarea de nombrar y exigir luego que haya mundo?
como a dioses exiliados de dios muy pocas cosas le han sido dadas:
un balbuceo apenas | un atisbo de infinito | un temblor | una mirada
la bruma y el incienso ocultan el horizonte
confundiendo a los viajeros de la muerte
algunos creen estar en el paraíso | y cantan
otros gimen y maldicen al infierno
como un ángel furioso | rimbaud
se arranca los ojos y comprende:
dios y el demonio llevan la misma máscara
2. ACTO III, ESCENA IV
ser para no ser
para dejar de ser
para ser la nada
ser para que otros olviden
como yo he olvidado
a aquellos que fueron
ser para el dolor
de dejar de ser
cuando sea olvido
ser para no ser
oh dios
para ser la nada
3. LOS SIGNOS DE FUEGO
al hombre no le ha sido dado demorarse en los espejos:
¿cómo soportar la mirada de dios sin que los ojos se nos incendien?
al hombre no le ha sido dado demorarse en los umbrales:
¿cómo es posible edificar el mundo sin apoyarse en su movimiento?
al hombre no le ha sido dado prescindir de la nada:
¿cómo podría la vacuidad del ser suprimir el objeto que lo consume?
al hombre no le ha sido dado despojarse de las palabras:
¿cómo eludir la tarea de nombrar y exigir luego que haya mundo?
como a dioses exiliados de dios muy pocas cosas le han sido dadas:
un balbuceo apenas | un atisbo de infinito | un temblor | una mirada
(a
jorge luis j.)
AMELIA
ARELLANO
(San
Luis-Argentina)
ORÁCULO
DE GREDA
“...El
gran frío del mundo, el poco amor que encuentro
me mueven
a buscarte, mujer, en cierto bosque de latidos calientes...”
Gabriel
Celaya
Llegó a la hora en que los amantes se cubren de
polen y amapolas.
Venía con la sed a cuestas, la noche y sus
ardientes soles.
Era el mensajero de antiguas, sacrosantas
memorias.
Cruzó llanuras. Montes. Se detuvo en los ríos.
Evadió sutiles vigilancias, espectros,
osamentas.
Yo lo escuché llegar: Detente corazón, escucha.
Traía su pasión de tierra, el fervor de su
sangre y la simiente.
Entró calladamente, como un ladrón.
Todo un silencio. Un ardor. Un zumo de
inocencia.
Recorrió con su pulso el mapa de mi especie de
hembra.
Reconstruyó silencios, ecos, sabores y palomas.
Cabalgó despacio, tan despacio.
Lento, rápido, desenfrenadamente.
Al este, siempre mirando al este.
Bebimos del mismo grial, la sed, la sal y la
misericordia.
Luego, se fue. Se fue como llegó.
Calladamente. Como un ladrón.
Llegarán desterrados días. Roca que oprime el pecho.
Miraremos al Este. Cerraremos los ojos.
Y podremos descifrar. Penetrar. Releer.
Empaparnos.
Grafías escritas para siempre.
Grabadas en este, nuestro cuerpo: Infinito
oráculo de greda.
PALABRAS
EN EL VIENTO
“No digas que no sé atrapar el viento y tú en la distancia;/alguien vino
y violó la cerradura.”
Cristina Larco
No, no me
escribas palabras en el viento.
Se convierten en cuervos.
Picotean sin piedad mis intensos girasoles.
Luego dices que no se atraparlas.
A veces se transforman en noche.
Descienden por mis hombros.
Mueren en la curva de mi espalda.
Luego me dices que mi nombre es Edith.
No escribas palabras en el viento.
El viento es un tristísimo extranjero.
No me condenes a ser mujer de sal.
A ser ángel de arena.
Borra la fecha, el lugar, la hora.
Quita a septiembre de tu calendario.
Sé, una vez más, mi casa.
Mi puente derribado, mi lirio blanco.
No digas que mi puerta está cerrada.
“No digas que no sé
atrapar el viento”
La puerta de
mi alcoba abierta está.
El aliento del viento, tan cercano.
Tan ardiente, tan ebrio, tan febril.
Y tú, tan lejos.
Tan irreal y escribiendo palabras en el viento.
PECES
“Otro es hombre de medio
cuerpo arriba, y el resto, pez”
Herman Hesse
No te recuerdo por las palabras de las que tanto
hablaste.
Te recuerdo más, por las que has callado.
No te recuerdo por ser tú, sino por ser otro.
No te recuerdo por ser tú, sino por ser otro.
Por ejemplo, no se a que huele el regazo de tu
madre.
Quien enjugó tu lágrima primera, en tu primera
vida.
De tus lejanas fiebres, de silencios oscuros.
De piedras escondidas, donde comienza el niño.
No me has hablado del cansancio de tu padre.
Del tren que se llevó tus infantiles pasos.
De qué color era la esquina de tus lunas.
Cual fue tu primera muerte.
Quien te dio un apretón de manos en la
funeraria.
Del cuerpo inaugural que bebió el temblor tu
núbil deseo.
De quien, la primera gota en senos de mujer.
Cual, el inicial follaje que cubrió tus páginas
en blanco.
La fuente primigenia de tu pena.
Te recuerdo por lo que tanto dices cuando
callas.
A mí, quizás, me recuerdes por lo que digo.
Sabes, por ejemplo que nací espejo bifocal, con alas.
Que llevo en mis manos crepúsculos de
golondrinas muertas.
Que solo fui una pausa en el deseo.
Que rescribo mis pasos en calles silenciosas.
Que no lloré cuando murió mi padre, si, cuando
murió mi perro.
Que los lobisones se alojan en mi lecho.
Que las madreselvas se enredan en mi pelo.
Que tengo el poder de convocar la lluvia.
Que soy mujer, oscura y azulada.
Uva y sangre en tu boca. Piel arisca y pulpa
blanda.
Sabes, de mi obstinada afición a cábalas, mitos,
profecías.
Palabras que hablan cuando callan.
Palabras que callan cuando hablan.
Crípticas.
Una pecera.
Afrodita y Eros entre sus brazos.
Y una constelación de peces que me multiplican,
me redimen.
Me salvan del diluvio universal...
“...De medio cuerpo arriba, el resto, pez
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16 – ENSAYO
HERNANDO
GUERRA TOVAR
(Bogotá-Colombia)
EL
TRASFONDO DE LA SOMBRA DE JAIRO ALBERTO LÓPEZ
El
mundo que vemos es el efecto de nuestra proyección o extensión desde un yo
oculto en el inconsciente. Todo está en el interior del ser. Percibimos el
exterior en congruencia con nuestras más caras obsesiones. Fundamos el mundo
físico. Ello explica la individualidad y el especialismo -el ego- en que el ser
se debate desde la fabricación del cuerpo, el tiempo y el espacio –la forma-,
la cual prevalece frente al contenido, en un universo de apariencias.
Desde esta premisa la poesía es un viaje que se inicia en la más profunda interioridad del hombre, constituyendo su tesoro más preciado: la autenticidad. Aquí está su valor. En este hecho afortunado radica su posibilidad humana, vindicadora del ser, del genuino ser con su carga de visiones, palabras en la forma, pero con alto contenido de silencio. El artilugio queda proscrito. Claro, como toda creatura, la palabra llega con sedimentos que el poeta debe limpiar, pero esta decantación no aparta la revelación primigenia contenida, y por lo tanto no traiciona la certeza interior, que es la verdad.
Es en este territorio donde El trasfondo de la sombra (Colección Los conjurados, 2011) de Jairo Alberto López, nacido en Aranzazu, Caldas, Colombia, en 1964, irrumpe con su itinerario de destellos. Ya en 2005 nos había sorprendido con El grito de los muros (Editorial Domingo atrasado), y desde entonces asistimos a la feliz comprobación de una voz nueva, que nos confirma la persistencia de la Palabra en una nación fragmentada, hecha de violencia, banalidades y retazos, en un tiempo casi detenido, inerte, como el poeta advierte en el poema Puente: “Tiempo congelado del río. / Señal de nuestros vacíos / ante el fugitivo horario del alba. / Puerto para migración de crepúsculos. / Evocas a mis suicidas / y precipitas / el último de los sueños.”
En El grito de los muros, el poeta Jairo Alberto López traza su derrotero por la palabra oscura, ávida de luz, que da cuenta de su sensibilidad, de su obsesión por el alba, en donde los colores transparentan la noche e inauguran el esplendor de la vigilia, lejos del agujero negro que le asedia: “Veo que mi soledad posee su escondite, / un hoyo negro en el infinito tal vez. / Posiblemente todavía me torture / con la primera aparición de la luz.” (Lobreguez). Y, es éste último verso el puente que cruza el río congelado de la vida para dar continuidad al símbolo en la noche infinita de su poética, en el segundo libro, El Trasfondo de la sombra. Aún la sombra le persigue y le perseguirá, y de ello somos beneficiarios sus lectores, secta invisible que le sigue para beber de las tinieblas el licor de su brebaje.
No en vano el poeta López arranca este nuevo poemario, que no es nuevo propiamente, sino la perplejidad de su devenir oscuro, con este verso: “Camino con la duda que los actos producen.” El poeta sabe que la incertidumbre es puerta al camino de un universo a otro, de un sueño a otro, que al final es el mismo. Si bien esta circularidad conduce a ninguna parte en términos metafísicos, en el lugar de la poética sí genera un movimiento que se traduce en el crecimiento de la propuesta estética: “¿Quién anda ahí? / -pregunto a la oscuridad-. / Nadie responde. / Cautelosamente / mi sombra se ausenta.” (La desnudez de la costumbre).
Si la sombra se aleja para regresar una y otra vez, también es cierto que hay un fluir cercano que el poeta contempla extasiado como para musitar estos versos estremecidos: “Un río transita frente a mi ventana. / (…) Nada veo después de esta imagen. / Soy yo tras mi sospecha.” (Sueño). Las preguntas que a la vez invocan, como una plegaria, el advenimiento de la luz, desde la profunda interioridad existencial que es, repito, constante en la breve pero esencial obra de López, concurren al acierto de su visión, o si se prefiere de su sospecha iluminada, elemento significativo en toda propuesta estética, aquí y en cualquier lugar, es decir, que le confiere universalidad: “¿Hacia dónde voy con este cuerpo / y su evocación? / (…) ¿Cómo reconstruir la memoria / que nos devuelva al primer nacimiento?
Poeta que se respete indaga su génesis. Esta mirada interior hace parte de su condición mística. La videncia que le es propia al artista se plantea en la certidumbre de su propósito revelador, acto de creación, y para ello se vale del candil, lámpara ancestral que encuentra luz entre la sombra más propicia, hallazgo o comunión necesaria en el esquivo silencio de la noche: “Ha empezado a desnudarme / la lámpara con la que busco mi orilla. / Sufro los días interminables.” (Oquedad). Y en el poema Candil: “En la casa / (…) ¿El laberinto que conduce hacia sus cuartos / conocerá el final de mis pasos? / (…) Allí mi cuerpo es lámpara: / refleja lo que contiene; / transforma mi alma para danzar / en la plenitud de los reencuentros.”
Como en la alegoría de Platón, El trasfondo de la sombra puede ser una caverna en donde se proyecta, distorsionado (toda proyección es irreal) el tránsito del mundo externo (- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados...) Aunque Platón lo expulsara de su República, aquí el poeta, como el filósofo, es el liberado que trae o lleva noticias de la luz desatadora de las cadenas de sus compañeros, pero nadie le cree, sólo su angustia: “Navego, pero una amarga ola / vive en mí como sombra maldita.” Así, el reencuentro de la libertad hace una pausa de siglos en el instante de la eternidad, se congela en el dolor de la ausencia, y entretanto la sombra prosigue su reinado: “La herida que cicatriza / se nutre con la herida que se inaugura.”
Con El trasfondo de la sombra, en una bella edición ilustrada por el mismo autor, prologado por la poeta, narradora, ensayista y gestora cultural, Amparo Osorio, la obra de Jairo Alberto López, incluido en la reciente Antología preparada por el Profesor Fabio Jurado Valencia, “Poesía colombiana 1931-2011” (Colección Los Conjurados), alcanza un nivel de madurez entre las más recientes voces, y le sitúa dentro de la tendencia contemporánea en nuestro país, que hace de la poesía un conjuro contra la dictadura de la sinrazón: “Aprende a concebir lo imperceptible. Despoja de su máscara a la muerte.” (Poeta).
Desde esta premisa la poesía es un viaje que se inicia en la más profunda interioridad del hombre, constituyendo su tesoro más preciado: la autenticidad. Aquí está su valor. En este hecho afortunado radica su posibilidad humana, vindicadora del ser, del genuino ser con su carga de visiones, palabras en la forma, pero con alto contenido de silencio. El artilugio queda proscrito. Claro, como toda creatura, la palabra llega con sedimentos que el poeta debe limpiar, pero esta decantación no aparta la revelación primigenia contenida, y por lo tanto no traiciona la certeza interior, que es la verdad.
Es en este territorio donde El trasfondo de la sombra (Colección Los conjurados, 2011) de Jairo Alberto López, nacido en Aranzazu, Caldas, Colombia, en 1964, irrumpe con su itinerario de destellos. Ya en 2005 nos había sorprendido con El grito de los muros (Editorial Domingo atrasado), y desde entonces asistimos a la feliz comprobación de una voz nueva, que nos confirma la persistencia de la Palabra en una nación fragmentada, hecha de violencia, banalidades y retazos, en un tiempo casi detenido, inerte, como el poeta advierte en el poema Puente: “Tiempo congelado del río. / Señal de nuestros vacíos / ante el fugitivo horario del alba. / Puerto para migración de crepúsculos. / Evocas a mis suicidas / y precipitas / el último de los sueños.”
En El grito de los muros, el poeta Jairo Alberto López traza su derrotero por la palabra oscura, ávida de luz, que da cuenta de su sensibilidad, de su obsesión por el alba, en donde los colores transparentan la noche e inauguran el esplendor de la vigilia, lejos del agujero negro que le asedia: “Veo que mi soledad posee su escondite, / un hoyo negro en el infinito tal vez. / Posiblemente todavía me torture / con la primera aparición de la luz.” (Lobreguez). Y, es éste último verso el puente que cruza el río congelado de la vida para dar continuidad al símbolo en la noche infinita de su poética, en el segundo libro, El Trasfondo de la sombra. Aún la sombra le persigue y le perseguirá, y de ello somos beneficiarios sus lectores, secta invisible que le sigue para beber de las tinieblas el licor de su brebaje.
No en vano el poeta López arranca este nuevo poemario, que no es nuevo propiamente, sino la perplejidad de su devenir oscuro, con este verso: “Camino con la duda que los actos producen.” El poeta sabe que la incertidumbre es puerta al camino de un universo a otro, de un sueño a otro, que al final es el mismo. Si bien esta circularidad conduce a ninguna parte en términos metafísicos, en el lugar de la poética sí genera un movimiento que se traduce en el crecimiento de la propuesta estética: “¿Quién anda ahí? / -pregunto a la oscuridad-. / Nadie responde. / Cautelosamente / mi sombra se ausenta.” (La desnudez de la costumbre).
Si la sombra se aleja para regresar una y otra vez, también es cierto que hay un fluir cercano que el poeta contempla extasiado como para musitar estos versos estremecidos: “Un río transita frente a mi ventana. / (…) Nada veo después de esta imagen. / Soy yo tras mi sospecha.” (Sueño). Las preguntas que a la vez invocan, como una plegaria, el advenimiento de la luz, desde la profunda interioridad existencial que es, repito, constante en la breve pero esencial obra de López, concurren al acierto de su visión, o si se prefiere de su sospecha iluminada, elemento significativo en toda propuesta estética, aquí y en cualquier lugar, es decir, que le confiere universalidad: “¿Hacia dónde voy con este cuerpo / y su evocación? / (…) ¿Cómo reconstruir la memoria / que nos devuelva al primer nacimiento?
Poeta que se respete indaga su génesis. Esta mirada interior hace parte de su condición mística. La videncia que le es propia al artista se plantea en la certidumbre de su propósito revelador, acto de creación, y para ello se vale del candil, lámpara ancestral que encuentra luz entre la sombra más propicia, hallazgo o comunión necesaria en el esquivo silencio de la noche: “Ha empezado a desnudarme / la lámpara con la que busco mi orilla. / Sufro los días interminables.” (Oquedad). Y en el poema Candil: “En la casa / (…) ¿El laberinto que conduce hacia sus cuartos / conocerá el final de mis pasos? / (…) Allí mi cuerpo es lámpara: / refleja lo que contiene; / transforma mi alma para danzar / en la plenitud de los reencuentros.”
Como en la alegoría de Platón, El trasfondo de la sombra puede ser una caverna en donde se proyecta, distorsionado (toda proyección es irreal) el tránsito del mundo externo (- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados...) Aunque Platón lo expulsara de su República, aquí el poeta, como el filósofo, es el liberado que trae o lleva noticias de la luz desatadora de las cadenas de sus compañeros, pero nadie le cree, sólo su angustia: “Navego, pero una amarga ola / vive en mí como sombra maldita.” Así, el reencuentro de la libertad hace una pausa de siglos en el instante de la eternidad, se congela en el dolor de la ausencia, y entretanto la sombra prosigue su reinado: “La herida que cicatriza / se nutre con la herida que se inaugura.”
Con El trasfondo de la sombra, en una bella edición ilustrada por el mismo autor, prologado por la poeta, narradora, ensayista y gestora cultural, Amparo Osorio, la obra de Jairo Alberto López, incluido en la reciente Antología preparada por el Profesor Fabio Jurado Valencia, “Poesía colombiana 1931-2011” (Colección Los Conjurados), alcanza un nivel de madurez entre las más recientes voces, y le sitúa dentro de la tendencia contemporánea en nuestro país, que hace de la poesía un conjuro contra la dictadura de la sinrazón: “Aprende a concebir lo imperceptible. Despoja de su máscara a la muerte.” (Poeta).
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17 – COMENTARIOS DE LIBROS
CARLOS
BARBARITO
(Del
Viso-Buenos Aires-Argentina)
Libro:
LAS PIEZAS DE UN TEATRO
Autor:
ROLANDO REVAGLIATTI
Editor:
RUNDINUSKÍN - BUENOS AIRES - ARGENTINA
Rolando:
El arte no está exento de peligros. Todo
lo contrario, es un terreno sumamente peligroso. ¿No dice acaso la leyenda que
el pintor chino Wu Daozi desapareció en la bruma de un paisaje que acababa de
pintar? Construimos un mundo, pugnamos con mayor o menor eficacia por
transmitir nuestras pulsaciones, nuestra respiración al Vacío que nos aguarda
en forma de hoja en blanco, de escenario, de tela virgen. Y no creo que haya
maniobra más riesgosa porque en ella se nos va la vida, en ella perdemos algo
de nosotros mismos y con frecuencia el salario es mísero o sencillamente no
existe. Pintamos la bruma y acabamos desapareciendo en esa bruma, como Orfeo
tras Eurídice, sombras tras una respuesta, y tal vez ya no haya regreso, no hay regreso, porque del Infierno se
sale con una respuesta o no se sale y la respuesta se niega como una rata
fosforescente siempre adelante del gato.
Entre los chinos, el cuadro
terminado es un universo en sí. Desenrollarlo (hecho que adquiere en la China
ribetes sagrados) es desenrollar un mundo. Un poema, una obra de teatro son
también mundos con leyes propias, con criaturas peculiares que son y no son
nuestras y leer el poema o asistir a una obra de teatro es desenrollar un
universo, confirmar una vez más que son espacios vivientes que, una vez
desenrollados como una pintura, adquieren espesor y movimiento.
Por más que nos vistamos siempre,
en el arte, estamos desnudos. Como Du Fu ante el Emperador, siempre –al
escribir un poema o una obra de teatro- estamos harapientos o ni siquiera con
harapos ante Eso que nos solicita más y más respiración, más y más latidos. Y
aunque seamos nosotros, personas, con vanidad y orgullo, los que escribamos
siempre el arte nos envuelve con sus olas y llamas y sábanas y nos arrastra,
confundidos y temblorosos, sin brújulas ni pronombres personales.
Tu libro manifiesta un universo,
el tuyo. Pero, ambos lo sabemos, toda obra no acaba en sus vastos o exiguos
límites. Sus pulsaciones que son las pulsaciones del creador se despegan de la
hoja, de la tela, del escenario para sumergirnos en su magma, en su sustancia
que es siempre recién nacida. Si no fuese así sería imposible estar hablando de
tu teatro, ya que es a causa de la prodigiosa particularidad que posee el arte
de participar –a través de hilos
conductores, de hilos desde su mundo hasta el mundo por lo Invisible-, de
participar, dije, con sus movimientos de los movimientos de la realidad
exterior es que puedo opinar, referirme a tu obra y no tengo que conformarme
con ser sólo testigo de un fenómeno que empieza y acaba y se resuelve nada más
que en los siempre estrechos límites del soporte.
Mientras leía tus obras pensaba
en Kierkegaard. En su noción esencial de la existencia como un interminable diálogo
con Dios hasta la disolución. Con un Dios absolutamente desconocido que alguna
vez un poema mío concibió como sordo y ciego ya que no posee oídos ni ojos de
carne, no puede oír ni ver al hombre. Concepto que Sartre, en la misma dirección, transformara
en un interminable diálogo del hombre con el hombre hasta la muerte del hombre.
Creo que el monólogo no existe, nunca estamos hablando a nadie, quien habla
solo habla consigo mismo, “espera hablar con Dios algún día”, dice Machado, y
aquellos que encontramos en los cafés y en las estaciones hablando solos en
realidad le están hablando al mismo tiempo al Gran y Vasto y Profundo Vacío que
es el mundo y se están hablando a sí mismos –como hacemos también nosotros
cuando escribimos o pintamos o actuamos-, lo que resulta ser una misma cosa.
Tu teatro es, en ese aspecto,
profundamente kierkegariano. Los personajes hablan consigo mismos todo el
tiempo y no se trata de un ejercicio masturbatorio sino un acto desesperado.
Creo que vivimos desde los días del filósofo danés, y más ahora que en esos
días, un tiempo de diálogo abolido donde, ya ni hablemos del diálogo con los
otros, el diálogo con nosotros mismos ya no existe o casi no existe. Más bien,
si ese diálogo con nosotros mismos fuese recuperado, el diálogo con los otros
automáticamente volvería a adquirir entidad. Si algo busca tu teatro, entre
otras cosas, es la recuperación del diálogo del hombre consigo mismo, eso que
el hombre ha olvidado del todo o casi del todo, y que se manifiesta en la lucha
despiadada, desesperada de sus personajes que, por todos los medios de que
disponen –siempre escasos, míseros, muy míseros- apelan a palabras que han sido
vaciadas, despojadas de entidad, desgarradas en su centro, pero las únicas
palabras posibles, y las gritan en medio del Vacío que es el mundo con el deseo
de oír de sí mismos, de los otros una respuesta a sus preguntas, de poder por
fin expresarse y que los demás le expresen de un modo más alto, pleno de
significaciones.
Pero por ahora tus personajes
–que son los míos también en mi poesía- reducen sus vidas –como nosotros- a un interminable hablar sin respuesta, sin
respuesta de nosotros mismos y de los otros, apelando a las palabras que nos
han dejado como única herencia y que, desinfladas como un odre seco, incapaces
de dar vida, les pudren la lengua. Pero ellos, como nosotros, necesitan hablar
y hablan, y al hacerlo desesperan ya que sienten que están contribuyendo al
Vacío y por ello es que -siempre en el
límite- intentan devolverle a las palabras lo que les han quitado, el poder
que les han quitado.
Hay que inventar un nuevo
idioma. Éste ya está seco y desinflado y no comunica nada, sólo confirma la
prepotencia del Vacío. Me parece que ese es el mensaje –odio hablar de mensaje
pero no encuentro otro término- de tu teatro. Pero, creo que tu obra no cae en
ese error, esa invención no puede ser una mera acumulación de neologismos sin
más, debe ser una invención que atienda estrechamente a las demandas de comunicación
y relación del hombre, a la imperiosa demanda de un hombre que ya casi es un
mísero productor de ondas de aire sin vida y no aquel hombre que al nombrar a
las criaturas las despierta de sus profundos sueños de barro. Me parece que ese
nuevo idioma está en éste y que lo que se necesita es trabajar en
repotenciarlo, en cargarlo de significaciones, en repensar sus límites y
alcances, en ponerlo a salvo de aquellos que están para vaciarlo, en
convertirlo de nuevo en un vehículo apto para la comunicación, la relación y el
acceso a niveles más altos del conocimiento. Y, sobre todo, Rolando, como un
medio para la transformación de una realidad que está a punto de tragarnos para
siempre. Aunque nos perdamos en la bruma habrá sido un intento porque creo que
no hay peor infierno del que no hace nada y deja que se lo coman las hormigas.
Todo esto está en tu teatro.
Soy un beckettiano apasionado y hay Beckett en tu propuesta, pero no un Beckett
dictatorial, más bien hay un Beckett que propone algunos elementos que vos
disponés sabiamente. En la escena, junto con otros elementos que son de tu
propiedad. Además, ¿es posible hacer teatro en Occidente sin algún eco al menos
de Beckett, o Adamov, o Ionesco, o Artaud, por citar a algunos? Es una pregunta
que te hago y de la que adivino la respuesta.
En unas páginas de un
filósofo francés llamado Luc Ferry encuentro una afirmación que quiero traer a
estas líneas: “La obra ya no es el reflejo del mundo, sino una expresión del
universo íntimo de su autor. Lo bello no es algo que es necesario descubrir,
como en el pasado, sino algo que hay que inventar.”
(Las cursivas son mías.) Creo que en el arte lo bello sigue siendo un concepto
esencial, pero se trata de una belleza subjetiva, interior y por lo tanto que
debe ser inventada y no descubierta, sí, pero también un modo diferente de la
belleza, una belleza que estos tiempos exigen: desnuda, sangrante, furiosa,
terrible. Una belleza que sólo cuenta con su carne, tantas veces violentada, y
que ha pasado, no sin sufrir mengua sino todo lo contrario, por campos de
concentración, tumbas colectivas, persecuciones, dictaduras, apartheis, y que
persigue no sin dolores ni angustias la vida que se le escapa.
El arte, como el amor, nos
hace maduros para enfrentar la vida y también para enfrentar la muerte. Quien
no está maduro para la vida y la muerte es porque creyendo que hace arte sólo
hace garabatos como un niño. Quien no asume la peligrosidad de hacer arte no
hace arte, permanece en sus orillas sin atreverse a entrar en el agua y por lo
tanto no nada. Sos un nadador, Rolando, que no tiene miedo de ahogarse.
Desenrollás tu mundo y que pase lo que tenga que pasar, que la niebla te
envuelva, que el mar te arrastre contra las rocas.
Hablás no de modo automático
sino por un motivo distinto y que es fruto de una íntima e insoportable carga
que tenés adentro. A partir de eso se desatan todos los peligros.
DR. CARLOS MANUEL VILLALOBOS
Director Escuela de Filología, Lingüística y
Literatura,
Universidad de Costa Rica
SED DE TODAS LAS PALABRAS
Libro: SED DE OTRAS PIEDRAS
Autor: RONALD BONILLA
Editorial:
UNIVERSIDAD ESTATAL A
DISTANCIA (UNED)
Tenía
entonces la edad de las preguntas y el asombro. Tenía apenas ocho años y
ya padecía de una extraña sed por las palabras. No sabía bien qué mundo era la
poesía, ni tenía claro el misterio de las danzas que se asoman por este modo de
soñar despierto, pero le anunció a su familia que sería poeta y no hubo nada ni
nadie nunca que pudiera desviarle el paso hacia otra vocación.
Esta
es la historia de un poeta que quería ser poeta y que lo fue. Es la historia de
un niño que quería volar un papalote y dedicó la vida entera a escribir los
hilos de este vuelo. Esta es la historia de Ronald Bonilla Carvajal: el poeta.
Su
primera edición de poesía no fue en un impreso de papel. Fue en una pizarra del
colegio Castella adonde su sed de palabras y metáforas, en vez de calmarse se
incrementaba. Y ahí como en un altar, sus primeros poemas
recibieron la bendición de todos los ojos colegiales y el aplauso de sus
profesores.
Un
día llegaron al Castella tres poetas. Eran, en el sentir de aquel muchacho,
como decir tres magos de la palabra. No pudo evitarlo. Fue como si una función
circense de gitanos en Macondo lo convenciera de volverse un nómada y seguirlos
por los errantes mundos de esta sed sin cura.
Los
tres poetas eran Jorge Debravo, Laureano Albán y Julieta Dobles. Avisaron que
tenían un taller literario e invitaron a los jóvenes poetas, pero don Arnoldo
Herrera, el inolvidable director del Conservatorio, no les dio autorización
oficial, pues no había vinculación con el Colegio. Entonces Ronald
violó las disposiciones y, de modo clandestino, ingresó al taller. Era tanta la
sed de todas las palabras que el aprendiz de literato siguió asistiendo y
pronto se convirtió en el benjamín de aquella agrupación. El libro
adolescente: Las manos de amar (1971) será el primer paso de un largo
camino que lo llevará por los senderos de esta piedra pulida que se llama
poesía.
La
historia literaria de Ronald se divide en dos etapas que bien podríamos
bautizar como dos efervescencias: la de la juventud y la de la
madurez. Inició con Manos de amar cuando tenía apenas 20 años.
Luego en 1974 publicó Consignas en la piedra y en 1977, Soñar
de frente le mereció el Premio Joven Creación. Ese mismo año, Bonilla
es cómplice de un manifiesto poético llamado “trascendentalista”, que suscribe
con los poetas Laureano Albán, Julieta Dobles y Carlos Francisco Monge.
Se consagra entonces como uno de los fundadores del más importante
movimiento literario de Costa Rica: el más sonado y por lo tanto el más mordido
por los hambrientos lobos de la envidia.
Luego
padeció del susto ya consabido de ganarse un premio nacional y guardó silencio,
pero no la sed de otras palabras. En 1999 –casi veinte años después– retoma su
camino e instala definitivamente su vocación lírica. Entonces
aparece Un día contra el asedio y dos años más tarde su libro Porque
el tiempo no tiene sombra, con el que obtiene el Premio Aquileo
Echeverría. Como siempre ocurre, algunas serpientes de la inquina, pocas
en este caso, pero siempre venenosas, saltaron a decir que era trasnochado
premiar a un poeta del trascendentalismo. Pero Ronald, justicias del destino,
dejó a todos los detractores en silencio: ese mismo año su poemario A
instancias de tu piel recibió el Premio Rogelio Sinán, uno de los más
importantes reconocimientos centroamericanos. Con estos dos premios y con
la saga de sus libros, Bonilla sentencia para la historia de Costa Rica y más
allá, su sed de gran poeta. Su nombre ahora es inevitable en cualquier
lugar que uno diga poesía de Costa Rica.
Pues
bien, de este poeta es esta sed que hoy tiene su bautizo en esta sala. Es un
libro nuevo y es al mismo tiempo la continuación de un trabajo mayor. Son
poemas, eso sí, de muy alta conciencia lírica, con un ritmo que sabe galopar
sin que haya tropiezos en el decir, con imágenes que saltan a la imaginación
como hechizos de un mago que sabe hipnotizar. He aquí una prueba de lo
que digo:
“No
es una gota /No es una piedra en ebullición,/ no es el tiempo ni el movimiento
mismo,/ Ni siquiera son tus manos/ Dichosas y asombradas./ Es sola el alma/
prendida al instante/ Con sed de permanencia. (p. 21)
En
el desierto de Mojave en California existe un misterio que tiene con la boca
abierta a los científicos: existen ahí en lo que casi es el ombligo mismo del
Infierno, unas piedras caminantes que un día están en un lado y a la mañana siguiente
aparecen cien o más metros a la distancia. Se sabe que se mueven porque dejan
un surco como el de una gran tortuga sobre la arena. Esas piedras parecen
tener una sed incontrolable y sus almas, seguramente en pena, han sido
condenadas a lo errante.
Algo
así ocurre con la palabra cuando la dejan muda y quieren silenciarla en la boca
de un poeta. Simple y sencillamente es imposible que se quede inmóvil. Las
palabras se mueven, musitan y bullen. Se sabe que esto sucede porque van
dejando un surco misterioso que se llama verso. ¿Existen leyes científicas para
explicar este fenómeno? No, no existen. La poesía pertenece a la
dimensión de lo intuitivo. Por eso no es un discurso que atice silogismos o
tesis comprobables en algún laboratorio. Ronald Bonilla expone este
misterio y lo explica de este modo:
“Y
si de todo debiese hacer un verso/ acaso cabría en la palabra/ el pájaro, la
piedra, el agua,/ la sonrisa y el mar,/ la luz o la penumbra…/ El milagro de
Dios que en la palabra vive”. (21)
La
palabra piedra como signo es polivalente: es fundación, dureza, muerte, herida,
enseñanza, soporte y mucho más. Según los bribris las piedras pueden ser
masculinas o femeninas. Las de género macho son redondas y son huidizas, las de
hembra son aplanadas y son estables.
Las
piedras de Bonilla existen desde su primera efervescencia: están ya en el
título de su segundo libro Consignas en la piedra. Por eso este libro se
llama “Sed de otras piedras”, pues viene a ser una nueva incursión en el mismo
tema.
Las
piedras que Bonilla expresa representan la memoria. Escuchémolo: “La memoria
la pongo en el lugar del sueño. /Yo estoy con ella en esta piedra oteando:
acaso el horizonte es este mismo beso, este instante que no acaba mientras
pasa y pasa/todavía” (p.8).
Estas
piedras-palabra son materia indestructible del tiempo. Es por eso que este
libro es una historia personal y familiar del poeta, un autorretrato, como dice
Julieta Dobles en el prólogo. Aquí están los antepasados, los padres, los
hermanos, los hijos y los nietos. Es el trillo de la sangre que va escalando
por las piedras de la vida. Hay dolores de luto como en el poema “Cómplices del
duelo” (p. 15) donde la muerte es predominio del olvido y hay cantos a la vida
como “En cabeza de sed es la alborada” (p. 21).
Pero
las palabras-piedra de este canto también son besos en la piel de los amores y
son los pasos cotidianos del ser humano por el mundo. Son las huellas
existenciales que va dejando la poesía cuando habla por la voz de este poeta.
Muchas
veces, sobre todo en el imaginario del modernismo, la poesía se comparó con una
piedra preciosa. Es también otra manera de entender el acto de lo lírico. Como
si el poeta fuera un minero que excava en lo profundo y va sacando hermosas
joyas que habrá de lucir la historia cultural de la humanidad.
Estas
piedras son un trabajo de fina joyería verbal. Y eso es también lo que
significa el trabajo que nos ofrece Bonilla en este libro. Son palabras
delicatesen llamadas a emocionar.
Quiero
finalmente agradecerle a Ronald por la oportunidad de decir estas palabras:
son, digamos, mi modo de poner en equilibrio las piedras rituales de un
ofertorio ceremonial para darle la bienvenida a un libro mágico, es decir, a un
libro de poesía.
Solo
espero que este poemario les provoque tanta sed, que no tengan otro remedio que
correr a adquirirlo y beberlo de un solo sorbo hasta saciar el alma.
ALFREDO
LUNA
(Catamarca-Argentina)
Libro: EL OJO
ASTILLADO
Autor: HUGO FRANCISCO
RIVELLA
Género: Poesía
Editorial: ALCIÓN
EDITORA
HUGO
RIVELLA: UNA MIRADA DESDE LA ROTURA
una mirada desde la
alcantarilla,
puede ser una visión del
mundo
la rebelión consiste en
mirar una rosa
hasta pulverizarse los
ojos
Alejandra Pizarnik
Escribir
un poema es acto heroico y doloroso. Es heroico, porque conmina al poeta a enfrentarse
con sus propios fantasmas, y es doloroso
porque entrega un corazón que nadie ha pedido.
Hugo Francisco Rivella, es un autor prolífico:
“Algo de mi muerte”, “Agua de mis manos”,
“Caballos en la lluvia”, “La carretera y otros poemas”, “Zona de otros
días”, “Yo, el toro”, “Putas (La cacería del ángel)”, “Piedra del ángel” entre
otros títulos, dan cuenta que Rivella
es un animal condenado escribir y ruge:
una jauría de palabras lo sueña, lo persigue y despierta en convulsiones, por
eso con inusual intensidad y coraje construye una poética rotunda.
La
magnitud de su obra es reconocida con
importantes premios en Latinoamérica y España
y
valorada con justicia por destacados Poetas; por eso, alcanzó un lugar sobresaliente en la Poesía
argentina contemporánea.
Ahora
nos convoca a compartir su mirada del mundo con el “Ojo astillado”.
Creo
que desde el primer poema, presenta su propio libro al enunciar certeras
definiciones cuando dice: “ este libro es
un hombre con llagas al viento, / una
flor en la fiebre del caballo y sus
belfos, / ... un laberinto con salida a la noche .. un niño con mariposas
celestes en la lengua / … La mujer destellando, / los secretos del àngel en la piel de sus
manos. / (…)”.
Esto
no me impide reflexionar acerca de las resonancias que suscitan nuevas lecturas
En
este libro, se expresa con un lenguaje
por momentos exuberante que devora todo lo que toca y hace gala de un
rigor estético y hondura espiritual
sorprendentes. Sin embargo, como en un ritual quirúrgico, rebana las
palabras para descifrarse desde lo más recóndito de su ser y dice “…/
puedo escuchar al ojo afilando su
lengua”; traspasa su universo interior con bravía precisión y
autenticidad y encuentra sangre
desolada: una visión del mundo que convierte su palabra no solamente en lugar
de producción de subjetividad, sino también un
hacer político en tanto que sus preocupaciones por los problemas del
mundo lo conminan a denunciar lo insoportable cuando dice: “ … / las calles de Kabul, la favela y el trópico,
las fauces de la noche,/ la flor del limonero, el poema de Lorca, la mesera, el
aliento del/ maratonista, el beso de la loba… / poco importa a la mano que
destruye el planeta / (…) o “… El día comienza así, limpio y absurdo, / luego lo ensucia el
hambre con sus bestias, / la radio con el grito del enano, la mentira del cura
y sus espasmos. / Lo mancha / el cazador, el prestamista con su piel de cuervo, / (…) ; estas ideas se
desarrollan desde un yo poético autobiográfico. En ese sentido, sus textos son
memoria. Hollada memoria.
La
congoja, es como una sombra radiante flota y se desplaza a lo largo del libro
con infrecuentes imágenes: “Ojo astillado” está poblado de versos luminosos,
donde las cosas dejan de ser cosas y se materializan en la lengua hasta grados
de absoluta sublimidad estética en la que están en movimiento perpetuo los
símbolos del Agua, el Aire, la Tierra y el Fuego.
La
flexibilidad de su verso libre en su obra, cincela un ritmo que estalla y se
propaga hacia cumbre y abismo; por eso lo nombrado y lo sugerido con
sorprendentes metáforas e imágenes alcanzan estatura de significantes.
Justo
es decirlo, también en “Ojo astillado” encontramos versos de un fulgurante
erotismo, de una jerarquizada sensualidad cuando afirma: “… / un ratito fuiste huracán. / Tormenta. / Piedra. / Nieve. / Amé
tus pechos como si el mañana fuera a no existir / y el hoy fuera el instante de
la eternidad. Nos amamos / tendidos como las palabras que nos desbordaban. / (…)” o
cuando dice “… / el hueco de sus piernas
/ que me traga igual que un remolino de cristales / el hueco de su piel / como
un ungüento por mis ojos de reyes /destronados / (…)
La
poesía es el altavoz con el que denuncia que a pesar de la belleza, el mundo se
está quemando, pero de las cenizas, renace la Poesía y con ella, el mundo.
Para
completar nuestra lectura de la poesía de Rivella, otra vez recurro a Alejandra
Pizarnik para escuchar aquella advertencia que dice “… la palabra dice lo que
dice, además màs y otra cosa” y Hugo Francisco Rivella, lo sabe.
PÁGINA
18 – CUENTO
DANIEL
CAMPODÓNICO
(Montevideo-Uruguay)
EL
HOMBRE INFINITO
-¡Es increíble la ventaja que le lleva a los demás competidores! y se aproxima al último tramo donde acelera aún más y cruza la meta… la carrera de los cien metros planos, olimpíadas 2084 a terminado, y como se esperaba: el corredor japonés a impuesto un nuevo record bajando la marca, al increíble tiempo de dos segundos cuatro décimas, ¡sí, escucharon bien!, dos segundos cuatro décimas para correr cien metros; y me pregunto: ¿Tendrá sentido seguir compitiendo ahora?
-¿Yo no sé si habrá más olimpíadas después de esta?, pero que este año nos vamos a llevar varias sorpresas… no tengo dudas.
-¿Cuáles sorpresas?, si los japoneses, americanos y demás, van a arrasar en todas las competencias, la sorpresa sería: ¿si algún atleta normal, del tercer mundo, lograse al menos clasificar?
El viejo apagó el televisor apretando un botón en el control remoto; aquello era una reliquia que conservaba desde su juventud. Se levantó con dificultad del sillón, que le quedaba muy bajo para sus piernas largas, entumecidas, atravesó el salón arrastrándolas, pasito a pasito y ya cansado; se paró al pie de una larga escalera a observar los muchos peldaños que subían hasta su dormitorio; respiró hondo, y subió despacio, esas escaleras, ya le costaba, poder respirar, jadeaba a cada, paso que daba, y se paró:; (nunca había, estado tan, tan, agitado) pensó y se desvaneció rodando escaleras abajo.
Bip…, Bip…, despertó en un cuarto blanco, Bip…, Bip…, era el único sonido que escuchaba; con su vista, todavía algo nublada, observó a su alrededor y creyó hallarse en el quirófano de un moderno y muy costoso hospital, por el cual él, nunca había pagado; sacó su mano derecha de entre las sábanas y la artritis, que se la había dejado deforme y casi inmóvil, ya no estaba; apretó su puño con tanta fuerza como cuando tenía veinte años… ¿quizás más?; supo entonces lo que había ocurrido y cerró sus ojos: -Señor…, y en su cabeza resonaba: (Sé que no te he hablado en mucho tiempo, pero espero que me escuches ahora…), y su oración se vio interrumpida por la repentina aparición de una enfermera, cuyos labios parecían fresas… esperando ser mordidas.
-¡Padre!…, hay un agente de la Federación que desea hablar con usted; le diré que pase…
…Ni bien terminó de decir esto, el cura quedó solo en la habitación; aún desde su camilla, comenzó a observar a su alrededor con mayor detenimiento; no hacía falta ser médico para saber que los equipos que allí se encontraban eran de última generación, de hecho… (¡Creo que ni siquiera hay de estos en la Tierra! y… ¿quién habrá pagado todo esto por…)
-Padre.
-¡Diablos! casi me matas de un susto.
-Soy un Agente de la Federación…
-…de las Naciones Espaciales, ¡ya lo sé!
-¿Habrá notado entonces su mejoría física?
-Sí… ¡parece que hicieron un buen trabajo con este viejo, un poco más y muerdo a la enfermera!
-Padre, ¡Por favor! Técnicamente, Ud. Ya estaba muerto cuando lo encontramos; un infarto y dos huesos rotos, ¿recuerda?
-¡Las escaleras!… si
-Pues aquí no hay escaleras, y ni siquiera tendrá que caminar, aunque podrá hacerlo si lo desea.
-Acércate un poco… ¡para poder tocarte!
-¿Tocarme…?
-Sí… ¿para saber si eres de verdad? —mientras pensaba: (¿La enfermera también lo será?)
-Soy real Padre, todo esto es muy real –y se lo dijo, invitándolo con sus manos a mirar alrededor.
-Pues allá abajo se dicen muchas cosas de esta ciudad espacial, porque aquí es donde estamos ahora… ¿verdad?
-En el hospital de la ciudad para ser precisos… sí.
-¿Y quién pagó por mi?… ¿la iglesia?, ¡No lo creo!
-No se preocupe Padre, Ud. fue seleccionado.
-¿Seleccionado… para qué?
-Vera, la terraformación de Marte está en tu etapa final; ya hay científicos y personal militar viviendo allí, en Marte, desde hace más de diez años, y pronto llevaremos a los primeros colonos, familias enteras que precisarán de su… guía espiritual.
-Hijo… en este mundo hay miles de sacerdotes, y si hubieras hecho tu trabajo, sabrías que yo he tenido algunas discusiones… con la administración de la iglesia últimamente.
-Sí, sabemos que rechazó una propuesta del propio Papa, para ser sacerdote aquí, en la ciudad espacial, y por eso decidimos operarlo, pensamos que tal vez… si viera el lado bueno de todo esto, podría cambiar de opinión.
-O sea que fue la iglesia la que pagó.
-No, la iglesia no está nada conforme con que sea usted el nuevo sacerdote de Marte, perdón; dije sacerdote, quise decir Obispo.
-Ya veo que si me sigo negando, me van a ofrecer el Papado a punta de revolver.
-Tiene usted un gran sentido del humor, Padre.
-Pues dígale, a quien sea que halla pagado, que lo siento mucho; pero que se equivocó de hombre. Les devuelvo la operación y ¡déjenme en donde me encontraron!
-Padre, le recuerdo que lo encontramos muerto.
-Si así lo quiso el Señor, ¡que así sea!
-Le diré lo que haremos, si no quiere venir con nosotros lo devolveremos a la superficie, en cuanto a la operación, ya está paga, tómela como un obsequio.
-¿No sé por qué desconfío de estos regalos?
-Vístase Padre, lo acompañaré al elevador que lo llevará de regreso a la Tierra.
Ambos caminaron en silencio por el corredor vacío, las luces del piso se encendían mientras avanzaban, las paredes cubiertas de tuberías, el techo apenas se podía ver, más delante estaba todo oscuro y detrás, oscuro también. Al llegar al lugar, la puerta del transporte se abrió automáticamente.
-¿Esta cosa nos va a llevar a la tierra?
-Esta belleza, sube y baja por un cable de acero, hay cinco de ellos que nos anclan a la superficie terrestre, funciona como los viejos elevadores, sólo que este lo hace un poco más rápido; por cierto Padre, siempre tuve curiosidad… aquí arriba también se dicen muchas cosas de lo que ocurre en la tierra y…
-¿Que?, ¿Nunca estuviste allí ?!!!
-No, pero tendré oportunidad de hacerlo cuando valla a visitarlo, el mes próximo, para saber si ha cambiado de opinión.
El Padre ingresó silencioso, callado y taciturno al transporte.
-¡Ahórrate el viaje! –le dijo estando dentro.
-¡No veremos en treinta días! –se apresuró a responder mientras se cerraban las puertas.
Efectivamente, el elevador espacial lo trajo en menos de cinco minutos, de vuelta a la superficie terrestre y apenas se bajó, este ascendió nuevamente a toda velocidad, aunque para su desgracia... Tenía que ser en el medio del maldito desierto donde engancharon el cable, y ahora ¿cómo diablos voy a volver a casa?, maldecía el Padre mientras caminaba, lento al principio, acostumbrado a su ancianidad, pero no tardó en notar la agilidad que tenían ahora sus piernas y aceleró el paso; a poco comenzó a trotar, no muy rápido al principio, tocaba sus músculos, no estaba muy seguro de lo que estos pudieran resistir, pero al cabo de unos minutos ya estaba corriendo a toda velocidad y corrió y corrió y siguió corriendo, hasta atravesar todo el maldito desierto, luego de siete horas de carrera, estaba ya próximo a su casa… y entró, apenas cansado; fue directo a su biblioteca, un antiguo mueble de madera medio apolillado y repleto de libros, pero no tomó ninguno de los que estaban a la vista, sin lentes, ya no los necesitaba, abrió un cajón y sacó de allí, un grueso ejemplar que hacía mucho tiempo no veía; ¡La acarició!, ¡Con cariño!, ¡La extrañaba!
Después de todo, ese ejemplar le había acompañado durante toda su vida, lo abrió de golpe en una página al azar y leyó la primera frase donde cayeron sus ojos:
“Juan, versículo 16: “Y los pobres heredarán la tierra”
-¡Es increíble la ventaja que le lleva a los demás competidores! y se aproxima al último tramo donde acelera aún más y cruza la meta… la carrera de los cien metros planos, olimpíadas 2084 a terminado, y como se esperaba: el corredor japonés a impuesto un nuevo record bajando la marca, al increíble tiempo de dos segundos cuatro décimas, ¡sí, escucharon bien!, dos segundos cuatro décimas para correr cien metros; y me pregunto: ¿Tendrá sentido seguir compitiendo ahora?
-¿Yo no sé si habrá más olimpíadas después de esta?, pero que este año nos vamos a llevar varias sorpresas… no tengo dudas.
-¿Cuáles sorpresas?, si los japoneses, americanos y demás, van a arrasar en todas las competencias, la sorpresa sería: ¿si algún atleta normal, del tercer mundo, lograse al menos clasificar?
El viejo apagó el televisor apretando un botón en el control remoto; aquello era una reliquia que conservaba desde su juventud. Se levantó con dificultad del sillón, que le quedaba muy bajo para sus piernas largas, entumecidas, atravesó el salón arrastrándolas, pasito a pasito y ya cansado; se paró al pie de una larga escalera a observar los muchos peldaños que subían hasta su dormitorio; respiró hondo, y subió despacio, esas escaleras, ya le costaba, poder respirar, jadeaba a cada, paso que daba, y se paró:; (nunca había, estado tan, tan, agitado) pensó y se desvaneció rodando escaleras abajo.
Bip…, Bip…, despertó en un cuarto blanco, Bip…, Bip…, era el único sonido que escuchaba; con su vista, todavía algo nublada, observó a su alrededor y creyó hallarse en el quirófano de un moderno y muy costoso hospital, por el cual él, nunca había pagado; sacó su mano derecha de entre las sábanas y la artritis, que se la había dejado deforme y casi inmóvil, ya no estaba; apretó su puño con tanta fuerza como cuando tenía veinte años… ¿quizás más?; supo entonces lo que había ocurrido y cerró sus ojos: -Señor…, y en su cabeza resonaba: (Sé que no te he hablado en mucho tiempo, pero espero que me escuches ahora…), y su oración se vio interrumpida por la repentina aparición de una enfermera, cuyos labios parecían fresas… esperando ser mordidas.
-¡Padre!…, hay un agente de la Federación que desea hablar con usted; le diré que pase…
…Ni bien terminó de decir esto, el cura quedó solo en la habitación; aún desde su camilla, comenzó a observar a su alrededor con mayor detenimiento; no hacía falta ser médico para saber que los equipos que allí se encontraban eran de última generación, de hecho… (¡Creo que ni siquiera hay de estos en la Tierra! y… ¿quién habrá pagado todo esto por…)
-Padre.
-¡Diablos! casi me matas de un susto.
-Soy un Agente de la Federación…
-…de las Naciones Espaciales, ¡ya lo sé!
-¿Habrá notado entonces su mejoría física?
-Sí… ¡parece que hicieron un buen trabajo con este viejo, un poco más y muerdo a la enfermera!
-Padre, ¡Por favor! Técnicamente, Ud. Ya estaba muerto cuando lo encontramos; un infarto y dos huesos rotos, ¿recuerda?
-¡Las escaleras!… si
-Pues aquí no hay escaleras, y ni siquiera tendrá que caminar, aunque podrá hacerlo si lo desea.
-Acércate un poco… ¡para poder tocarte!
-¿Tocarme…?
-Sí… ¿para saber si eres de verdad? —mientras pensaba: (¿La enfermera también lo será?)
-Soy real Padre, todo esto es muy real –y se lo dijo, invitándolo con sus manos a mirar alrededor.
-Pues allá abajo se dicen muchas cosas de esta ciudad espacial, porque aquí es donde estamos ahora… ¿verdad?
-En el hospital de la ciudad para ser precisos… sí.
-¿Y quién pagó por mi?… ¿la iglesia?, ¡No lo creo!
-No se preocupe Padre, Ud. fue seleccionado.
-¿Seleccionado… para qué?
-Vera, la terraformación de Marte está en tu etapa final; ya hay científicos y personal militar viviendo allí, en Marte, desde hace más de diez años, y pronto llevaremos a los primeros colonos, familias enteras que precisarán de su… guía espiritual.
-Hijo… en este mundo hay miles de sacerdotes, y si hubieras hecho tu trabajo, sabrías que yo he tenido algunas discusiones… con la administración de la iglesia últimamente.
-Sí, sabemos que rechazó una propuesta del propio Papa, para ser sacerdote aquí, en la ciudad espacial, y por eso decidimos operarlo, pensamos que tal vez… si viera el lado bueno de todo esto, podría cambiar de opinión.
-O sea que fue la iglesia la que pagó.
-No, la iglesia no está nada conforme con que sea usted el nuevo sacerdote de Marte, perdón; dije sacerdote, quise decir Obispo.
-Ya veo que si me sigo negando, me van a ofrecer el Papado a punta de revolver.
-Tiene usted un gran sentido del humor, Padre.
-Pues dígale, a quien sea que halla pagado, que lo siento mucho; pero que se equivocó de hombre. Les devuelvo la operación y ¡déjenme en donde me encontraron!
-Padre, le recuerdo que lo encontramos muerto.
-Si así lo quiso el Señor, ¡que así sea!
-Le diré lo que haremos, si no quiere venir con nosotros lo devolveremos a la superficie, en cuanto a la operación, ya está paga, tómela como un obsequio.
-¿No sé por qué desconfío de estos regalos?
-Vístase Padre, lo acompañaré al elevador que lo llevará de regreso a la Tierra.
Ambos caminaron en silencio por el corredor vacío, las luces del piso se encendían mientras avanzaban, las paredes cubiertas de tuberías, el techo apenas se podía ver, más delante estaba todo oscuro y detrás, oscuro también. Al llegar al lugar, la puerta del transporte se abrió automáticamente.
-¿Esta cosa nos va a llevar a la tierra?
-Esta belleza, sube y baja por un cable de acero, hay cinco de ellos que nos anclan a la superficie terrestre, funciona como los viejos elevadores, sólo que este lo hace un poco más rápido; por cierto Padre, siempre tuve curiosidad… aquí arriba también se dicen muchas cosas de lo que ocurre en la tierra y…
-¿Que?, ¿Nunca estuviste allí ?!!!
-No, pero tendré oportunidad de hacerlo cuando valla a visitarlo, el mes próximo, para saber si ha cambiado de opinión.
El Padre ingresó silencioso, callado y taciturno al transporte.
-¡Ahórrate el viaje! –le dijo estando dentro.
-¡No veremos en treinta días! –se apresuró a responder mientras se cerraban las puertas.
Efectivamente, el elevador espacial lo trajo en menos de cinco minutos, de vuelta a la superficie terrestre y apenas se bajó, este ascendió nuevamente a toda velocidad, aunque para su desgracia... Tenía que ser en el medio del maldito desierto donde engancharon el cable, y ahora ¿cómo diablos voy a volver a casa?, maldecía el Padre mientras caminaba, lento al principio, acostumbrado a su ancianidad, pero no tardó en notar la agilidad que tenían ahora sus piernas y aceleró el paso; a poco comenzó a trotar, no muy rápido al principio, tocaba sus músculos, no estaba muy seguro de lo que estos pudieran resistir, pero al cabo de unos minutos ya estaba corriendo a toda velocidad y corrió y corrió y siguió corriendo, hasta atravesar todo el maldito desierto, luego de siete horas de carrera, estaba ya próximo a su casa… y entró, apenas cansado; fue directo a su biblioteca, un antiguo mueble de madera medio apolillado y repleto de libros, pero no tomó ninguno de los que estaban a la vista, sin lentes, ya no los necesitaba, abrió un cajón y sacó de allí, un grueso ejemplar que hacía mucho tiempo no veía; ¡La acarició!, ¡Con cariño!, ¡La extrañaba!
Después de todo, ese ejemplar le había acompañado durante toda su vida, lo abrió de golpe en una página al azar y leyó la primera frase donde cayeron sus ojos:
“Juan, versículo 16: “Y los pobres heredarán la tierra”
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19 – POESÍA ARGENTINA
ALEJANDRA
DÍAZ
(Tucumán
–Argentina)
SUBLIME
levedad
/ un rayo de luz
atraviesa
la mirada / detiene la respiración
abraza
palabras
sueltas salpicando la voz
como
decir bollito de papel arrojado al agua
graznidos
secos - alaridos de Antígona
el
hermano-réquiem )
palabras
sueltas en hilera sobrevienen
del
tiempo de los libros
callan
ya / se duermen
con
ese canto del pétalo que cae en la tierra
o
la hoja que convierte en un mandala
su
caída en el agua casi tiesa
-qué
lejos queda la avenida
por
la que se cruzó anchamente sin mirar
sin
pies ni manos / sin identidad -
soledad
del existir / sonidos del silencio
la
boca que roza otra boca
calla
la palabra
volviéndose
beso
cuerpo
/ identidad
-un
tuquito
bicho-luz
se queja despacio
cierra
la palma de su mano
un
demiurgo / desaparece
todo
todo.
OTOÑO
nada
por aquí nada por allá
es
posible
que
uno recueste su cabeza en la almohada
o
baje las escaleras como si fuese
a
tomar el último tren
y
sin dejar de preguntarse
cómo
diría la palabra "amor" /
si
no hubiera otro modo de nombrarla
es
posible también
el
latido acompasado
amando
la penumbra
esetúntún
esa
bella melodía que precede al estallido
pienso
que caías despacio como un árbol
cada
vez que recuerdo
cómo
decías adiós de distintas maneras
un
banco de plaza
te
elije para mirar pasar
el
alma de un hombre
el
que caía despacio como un árbol
para
volverse esa barca radiante
que
cruzó
el
río lejos de mí
mansamente
NEGRO
la
lluvia negra que
brota de los
cañaverales
pintó
las calles del
pueblo donde nací /
cómo
tratan algunas mujeres
de devolverles
el
color a las
veredas / allí ya no
se diferencian
las
flores caídas de
los jacarandás de
las cenizas /
poco a
poco van ennegreciendo
mi
padre ya no
ve casi nada /
salvo
el
dragón de la
obsesión que lo
sujeta a ese
lugar
DEMIURGA
el payaso del circo hace
magia
cierra su puño / la niña sopla
conjura / aparece ante sus ojos
un pañuelo color arcoiris
que deja caer sobre la tierra
mandrágoras / selvas
sutiles parpadeos de sol
sobre la pista del circo
cada día la vida despierta
una y otra vez
conjura
cierra su puño / la niña sopla
conjura / aparece ante sus ojos
un pañuelo color arcoiris
que deja caer sobre la tierra
mandrágoras / selvas
sutiles parpadeos de sol
sobre la pista del circo
cada día la vida despierta
una y otra vez
conjura
COMO SÍSIFO
Ella sale
A
buscar un corazón
Entre las
piedras
Sin opciones
Sísifo observa
desde el rabillo
del ojo
Comprensivo
-
Primera vez
en siglos
-
Alguien lo
acompaña
LUCIA SERRANO
(Tigre-Buenos Aires-Argentina)
AMABA
LA CARCEL DONDE HABITABAS
Te amé, lo reconozco, con toda la furia y la locura
de los
iniciados.
Mi cuerpo de mujer abierto a los deseos claros, se
alteró
por tus celos de tenues sonidos imaginarios, y una
feroz humi-
llación atacó la ternura, hasta hacerte un extraño
en mi vida.
Para olvidarte, no encontré las fórmulas precisas.
Mi piel encadenada a inolvidables momentos, amaba
la
cárcel donde habitabas con legajo de cadena
perpetua.
Sin querer retroceder, acepté el sobreentendido
tentador, la
posibilidad constante de un encuentro en libertad.
La memoria que convocaba mi insistencia, poseía un
desa-
fío desmedido: “no amar la traición” y asistida por
mágicas
razones, quise ser más que una mujer.
Noches encantadas del universo quimérico que pasé a
tu
lado, me hicieron un jugador y seguí apostando.
Imposibilitada de cambiar de rumbo, una voluntad
sagra-
da, me obliga a comprender el tiempo que nos une.
Todo fue imposible, no alcanzó ninguna palabra,
ningún
gesto, ningún acuerdo, ni siquiera ningún adiós.
Hoy, deseo que nadie comprometa mi tristeza.
ANGEL
MIO
A mi hijo Emiliano
Angel
mío,
cristal
de la noche,
encuentra:
sueños
en las noches,
flores
en las noches,
vientos
en las noches.
Después,
apaga
la luz
y
acróbata del tiempo,
duerme.
CORAZON SALVAJE
Húmeda la noche, intenta enfurecida encontrar
los caminos
de un corazón abandonado.
Perfumado canto que no tiembla.
Cuerpo suspirando primaveras en todos los
inviernos.
Raíces de sus alas vuelven.
Caminante, ¡dime alguna mentira para que
palpite mi corazón salvaje!
Junto al mar, entre los marineros que esperan,
descanso de las calles.
Engarzo en la espuma, círculos que marcan la
línea de combate.
¡Tradúceme el canto de los cuerpos más bellos
que navegan
con la luna nueva, los que no tienen miedo!
Amante marino sin cadenas, acuéstate a mi lado
sin detener el pulso.
Traspásame el azul de tus ojos abiertos.
En la otra orilla, guardo una lágrima antigua
para ti.
Estelares pensamientos, despertarán mañana al
corazón salvaje.
Hoy los fantasmas ascienden conmigo al
firmamento y aguardan
a mi lado, el tiempo donde resuene el eco.
Soy un extraño en este mundo, un demente en
las profundidades
que ascienden desnudas.
Salgo a encontrar la luz, el mundo de los
genios.
Los latidos de un corazón salvaje, hacen que
las debilidades pierdan
poder y ciego de sí mismo, intoxicado,
estremecido y agitado,
grita: ¡Amor ven a buscarme, te amo!
El que viene a rescatarme es un desconocido y
me promete en su
ausencia los siglos futuros, el fuego eterno
de mis mejores sueños.
Compruebo una vez más, que no hay tentación
para un corazón
salvaje.
Esta deidad que me acompaña, toma posesión de
mí y me
esconde entre las nubes para poseerme siempre,
mientras dice:
¡Sígueme!, no tengo palacios para darte, sólo
alas para
encontrar el recorrido.
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20 – ENSAYO
ANA MARÍA RAMB
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
VISITA
GUIADA, ANTOLOGÍA PERSONAL DE MARCOS SILBER
Me
lo dijo Rimbaud, cuando todavía no era traficante y vivía en estado de poesía.
Me di cuenta de inmediato que él, el joven Arthur, hablaba de Marcos Silber: El poeta es el ladrón del fuego.
Eso
dijo Rimbaud, y se embarcó rumbo a Java, o a Abisinia, acaso eso no importa
ahora. El hecho es que en el puerto dejó abandonada a la poesía, a la que nunca
volvió. Y a mí, me dejó esa frase quemante, como para que lo pensara.
Pero yo ya lo sabía: Marcos Silber es uno de los más conspicuos ladrones
del fuego.
Sí:
Marcos Silber es un ladrón principal del fuego.
Se
sabe que el rapto primero y original lo hizo Prometeo, que robó la sabiduría de
las artes junto con el fuego, y se las otorgó a los
mortales. Porque sin el fuego, la sabiduría de las artes es casi inocua,
inactiva, infructuosa, insignificante, casi inerte: pólvora mojada. Los
lectores de Marcos Silber somos afortunados, porque él tomó la posta de
Prometeo, blandió la antorcha y la hizo incandescente. Marcos alimenta el fuego
de su discurso poético, no con parafina, tampoco con otros derivados del
petróleo, sino con su experiencia de lo real, lo que hubiese hecho feliz a
Rainer María Rilke, que en “Carta a un joven poeta” recomendaba:
Trate de expresar como un primer hombre lo que ve y
experimenta, y ama y pierde.
Si
la obra de arte es una forma de conocimiento, el arte
poética de Marcos Silber es una experiencia grande, un conocimiento del mundo
que aprehendemos gracias al “amor intelectualis” del que hablaba Baruj Spinoza
mientras pulía lentes en su taller de óptico. “Amor intelectualis” es, siempre
según Spinoza, inductor del acompañamiento emocional en la adquisición de un
conocimiento que nos inquieta. En la poesía, se trata de un conocimiento que no
es explicación, es parte viviente del ser humano. La poesía es la vida. La vida
debe vivirse, y la poesía, también. Silber vive ambas, sin que ninguna tenga
celos de la otra.
En
su interpretación de “Las meninas”, Michel Foucault descarta el contexto histórico para explicar la obra como una
estructura de conocimiento en la que el espectador se hace partícipe dinámico
de su representación. Porque el espectador está situado dentro de este
enigmático cuadro, en el que no se sabe si Diego Velázquez, su autor, está
retratando a los reyes que se ven espejo, y la infanta Margarita junto con sus
azafatas está de visita en el taller, o viceversa. Por allí, en el fondo de la
escena, el punto de fuga de la composición, un misterioso personaje aparece al
fondo abriendo una puerta, iluminado por un foco de luz. Ese personaje puede
ser Pablo Picasso, que revisitó la obra de Velázquez en 58 obras suyas. Y puede
ser también Marcos Silber, el poeta, que a su vez revisita a los dos pintores
en un tríptico.
Imaginamos
a Marcos escribiendo en soledad, pero con una presencia explícita: la del
interlocutor. Hay en la escritura del poeta una co-presencia entre hablante y
oyente, atravesados por supuestas coordenadas compartidas (o a compartir);
coordenadas de tiempo y espacio que envuelven el coloquio entre poeta y lector
u oyente. En cuanto a este último, si por razones de edad poco sabe de lo
ocurrido en octubre de 1917, habrá de saberlo en la afiebrada actividad de ese
hombre de barba en candado que haría saltar todos los cerrojos porque soñaba
con una sociedad libre e igualitaria. Un hombre que sopla el fuego y vuela,
como dice el poeta. Entendemos que es porque está forjando una revolución, como
en su momento lo hizo Prometeo. A pesar de la elipsis contextual, y aunque
Vladimir Illich sea nombrado apenas en el último verso del poema “Octubre”, el
interlocutor sabe de quién se trata y en qué momento histórico vive. Y sabrá
también o intuirá quién es la solícita Krupskaya, la discreta mujer que ofrece
Vladimir una pausa en la revolución al ofrecerle una taza de té.
Es
que Silber tiene la particular capacidad admitida por Raúl González Tuñón, que
consiste en aprisionar un momento de la vida que transcurre y hacer de eso un
poema trascendente. Como trascendente es una taza de té que se mantiene
caliente en el samovar, mientras se planifican aquellos diez días de octubre
que en el siglo XX conmovieron al mundo. De allí a los grandes temas de la
poesía de todos los tiempos, median unas pocas páginas y un gran trabajo de
orfebre.
El
erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte. El triunfo del Eros
sobre Tánatos. De la fascinación del poeta por haber rozado la muerte, como en
“Emergencias” o como en el poema inédito que comienza con: “Una vez me morí”,
sobreviene una y otra vez el desorden de la felicidad, “el desarreglo de todos
los sentidos”, como decía Rimbaud, poeta abandónico. Y Silber, poeta obstinado
y fiel, escribe: Felicidad. La mojadita. Ardores. Rinoceronte. La Lobita de
Boca a boca. El poeta realimenta el fuego de su tea ardiente y restituye
el lugar del deseo. El ser amado es para el amante la transparencia del mundo. Y se hace más evidente que nunca que las
palabras son raras gemas que Marcos Silber talla con pasión. “la mujer de mis
sueños”. “Del tiempo circular”.
Hacia
el final, el poeta nos sorprende con una Cantata rante y rea en la sutil
paronomasia de “versos perversos”, como inspirados por un Carlos de la Púa de
tablón, barra brava lunfardo y habitante atravesado y duro de espacios
despiadados. El poema fue interpretado en forma magistral por la extraordinaria
actriz Claudia Lapacó, en ocasión de presentar Visita guiada en el Centro
Cultural de la Cooperación Floreal Gorin, el 6 de agosto de 2013. Inolvidable.
Silber agota aquí, como querría Rimbaud, el veneno, y se queda con su
quintaesencia. La Cantata nos dejó trepidando. No es común citar en
nuestros días a Rubén Darío, pero recordemos aquí estas palabras suyas, que nos
permiten un cierre circular: Aquel que lleve el fuego en el pecho, que
termine la quemadura.
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21 – CUENTO
AMANDA PEDROZO CIBILS
(Asunción-Paraguay)
EL APEPÚ
No
es que Toma'i fuera mudo ni escaso de entendimiento. Pero andaba por el mundo
como pandorga sin liña. Terminaron por dejarlo en el único lugar capaz de
calmar su llanto y esos gemidos como de deudo de muerto. Entonces instalaron al
niño frente a la máta (18) de apepú (19), y desde ese momento todos pudieron
desentenderse de su presencia sin gran esfuerzo. Tardes hubo en que el mita'i
(20) se negaba a entrar a la casa. Lo sabían por el silencioso estironeo que
los ponía fuera de sí, lo sabían al ver que el enojo le rompía en dos el moco
de la cara.
Poco tiempo pasó para que dejaran de esforzarse por quererlo, lo que hicieron sin sentimiento de culpa porque en eso se apoyaban unos a otros y después de todo el niño parecía no querer a nadie. Su delirio acabó con toda la paciencia que había en la casa de una sola vez. Se cansaron verdaderamente y mediante eso Toma'i pudo tenderse en paz los días enteros junto a la planta, sobando con sus deditos el nacimiento de las raíces, sin que nadie perdiese los estribos por eso. La desidia familiar había llegado hacía rato al colmo, pero él parecía agradecido cada vez que olvidaban meterla a la casa cuando llegaba la noche. La abuela Tomasa era la única que se pasaba los días persiguiendo con los ojos la obsesión de la criatura. La abuela Tomasa vivía llena de humillaciones y miedos. Se sentaba en su corredorcito en una hamaca. Se hurgaba la nariz, armaba su rodete con ayuda de un aropi (21) de oro que cuidaba más [34] que su vida o frotaba por sus piernas ensumidas (22) un pedazo de grasa de gallina que nadie más que ella podía tocar. La abuela Tomasa cayó en desgracia desde cierto rapto de taradez que tuviera como fruto de los cuatro vasitos de licor de huevo que se tomó sin respirar en memoria de tío Ceferino, quien murió pidiendo que le acercaran un traste (23) de mujer para no irse al otro mundo con las ganas. Fue cuando eso que la familia aprovechó para confinarla a una piecita en el fondo del patio, y jamás volvió a tomarla en serio aunque ella no volvió a reírse en toda su vida.
A medida que los otros se las arreglaron para no acordarse más de la molestia, Inocencia Socorrida enloquecía de pavor cada vez que veía a su hijo prendido a la planta de apepú. Le corría por la mente la idea de cortar el árbol pero las cuatro veces su intención chocó con las manitas llenas de tierra de la criatura. Inocencia Socorrida terminó haciendo la señal de la cruz cada vez que veía desde la cocina a Toma'i prendido al árbol de sus pesadillas.
La abuela Tomasa miraba cuanto iba aconteciendo y cada vez el rodete le salía más apretado y tenía que pasarse más veces el pedazo de grasa de gallina por las piernas ensumidas si quería contentarse. El apepú ese año reventó de flores y era tan intenso el olor en esa parte del patio, que únicamente Toma'i era capaz de aguantarlo. Juntaba minuciosamente los pétalos blancos que caían en círculo y reconstruía flores sobre las raíces del árbol. Mientras duró el tiempo de las frutas Toma'i se alimentó exclusivamente de la pulpa y hasta las hojas, lo que alivianó a todos del trabajo de llevarle de vez en cuando algo que comer y tomar. A medida que las manos se le quedaban amarillas y agrias el niño fue centrando su silencio y cuando la abuela notó su desesperación se instaló del todo en la hamaca esperando lo que había de pasar sin falta.
La lluvia del Viernes Santo comenzó con un rayo que echó [35] abajo la planta de apepú, momento exacto en que abuela y nieto llevaron corriendo su ansiedad hasta el árbol arrancado de cuajo. Toma'i empezó a cavar con apuro en medio de un llanto que le corría a chorros por el alma y que sólo la abuela podía ver porque era como si tuviera memoria de esas cosas desde antes, hasta que sus manos amarillas y agrias sacaron del todo la cajita de madera podrida que tenía dentro un poquito de tierra y unos cuantos huesos como de paloma muerta.
La abuela Tomasa se acostó esa noche tranquila por primera vez, después de acunar entre sus brazos a Toma'i para irle contando con esmero aquella vieja historia familiar que terminaba con un angelito enterrado en una cajita de madera, hasta esa lluvia del Viernes Santo que comenzó con un rayo
Poco tiempo pasó para que dejaran de esforzarse por quererlo, lo que hicieron sin sentimiento de culpa porque en eso se apoyaban unos a otros y después de todo el niño parecía no querer a nadie. Su delirio acabó con toda la paciencia que había en la casa de una sola vez. Se cansaron verdaderamente y mediante eso Toma'i pudo tenderse en paz los días enteros junto a la planta, sobando con sus deditos el nacimiento de las raíces, sin que nadie perdiese los estribos por eso. La desidia familiar había llegado hacía rato al colmo, pero él parecía agradecido cada vez que olvidaban meterla a la casa cuando llegaba la noche. La abuela Tomasa era la única que se pasaba los días persiguiendo con los ojos la obsesión de la criatura. La abuela Tomasa vivía llena de humillaciones y miedos. Se sentaba en su corredorcito en una hamaca. Se hurgaba la nariz, armaba su rodete con ayuda de un aropi (21) de oro que cuidaba más [34] que su vida o frotaba por sus piernas ensumidas (22) un pedazo de grasa de gallina que nadie más que ella podía tocar. La abuela Tomasa cayó en desgracia desde cierto rapto de taradez que tuviera como fruto de los cuatro vasitos de licor de huevo que se tomó sin respirar en memoria de tío Ceferino, quien murió pidiendo que le acercaran un traste (23) de mujer para no irse al otro mundo con las ganas. Fue cuando eso que la familia aprovechó para confinarla a una piecita en el fondo del patio, y jamás volvió a tomarla en serio aunque ella no volvió a reírse en toda su vida.
A medida que los otros se las arreglaron para no acordarse más de la molestia, Inocencia Socorrida enloquecía de pavor cada vez que veía a su hijo prendido a la planta de apepú. Le corría por la mente la idea de cortar el árbol pero las cuatro veces su intención chocó con las manitas llenas de tierra de la criatura. Inocencia Socorrida terminó haciendo la señal de la cruz cada vez que veía desde la cocina a Toma'i prendido al árbol de sus pesadillas.
La abuela Tomasa miraba cuanto iba aconteciendo y cada vez el rodete le salía más apretado y tenía que pasarse más veces el pedazo de grasa de gallina por las piernas ensumidas si quería contentarse. El apepú ese año reventó de flores y era tan intenso el olor en esa parte del patio, que únicamente Toma'i era capaz de aguantarlo. Juntaba minuciosamente los pétalos blancos que caían en círculo y reconstruía flores sobre las raíces del árbol. Mientras duró el tiempo de las frutas Toma'i se alimentó exclusivamente de la pulpa y hasta las hojas, lo que alivianó a todos del trabajo de llevarle de vez en cuando algo que comer y tomar. A medida que las manos se le quedaban amarillas y agrias el niño fue centrando su silencio y cuando la abuela notó su desesperación se instaló del todo en la hamaca esperando lo que había de pasar sin falta.
La lluvia del Viernes Santo comenzó con un rayo que echó [35] abajo la planta de apepú, momento exacto en que abuela y nieto llevaron corriendo su ansiedad hasta el árbol arrancado de cuajo. Toma'i empezó a cavar con apuro en medio de un llanto que le corría a chorros por el alma y que sólo la abuela podía ver porque era como si tuviera memoria de esas cosas desde antes, hasta que sus manos amarillas y agrias sacaron del todo la cajita de madera podrida que tenía dentro un poquito de tierra y unos cuantos huesos como de paloma muerta.
La abuela Tomasa se acostó esa noche tranquila por primera vez, después de acunar entre sus brazos a Toma'i para irle contando con esmero aquella vieja historia familiar que terminaba con un angelito enterrado en una cajita de madera, hasta esa lluvia del Viernes Santo que comenzó con un rayo
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22 – POESÍA AMERICANA
RONALD
BONILLA
(San
José-Costa Rica)
SER
INFINITIVO
Ver,
oir, palpar, quizá sangrar.
Reir,
llorar, adelgazarse, quizá volver.
Dormir,
soñar y peinarme, quizá nadar.
Comer,
tragar, atragantarse, quizá escupir.
Volverse
uno de espaldas,
trancar
la soledad con más de ti.
Esperar,
espectar, auscultar, quizá cantar,
entorpecer
la voluntad, acarrear la fe,
manejar
el estrés,
desintoxicarme
de ciudad.
Acaso
ser el soberano de los azules imposibles.
Caer
y doblegar la ansiedad y levantarse,
Poner
los nudillos en el rostro de alguien
o
besar y besar
hasta
que se te suban los espasmos.
Amanecer,
anochecer, ser uno más:
un
camino difícil de sesgar.
Ser
tan solo infeliz o reir a carcajadas,
granjearse
la amistad de los ausentes,
arremolinarse,
conceder, ser
ese
desconocido, un extranjero pobre,
un
Caín arrepentido, un guerrero miedoso,
un
sabio desmemoriado, un comediante inocuo,
el
trágico burlado, la servidumbre entera
de
una mansión ya desolada,
uno
más del ejército de los desempleados,
ser
o no ser, sino estadística,
actor
a la deriva, poeta inédito,
ratón
de biblioteca,
voyeurista
empedernido
o
travesti pudoroso.
Callar,
decir la misa,
volver
a piropearte,
bajar
por tus cabellos,
morir
en la palmera,
desafiar
en fin la gravedad, ser ese grave,
ese
sombrero,
ese
oscuro que no sabe adónde irá,
quizá
la luz que transgrediste
para
unirme con la sed de tus dos labios.
Mírame,
ríñeme,
no
me deseches. Se oclusiva
y
verosímil, esperándome.
No
exhibas la tristeza sino la transparencia,
la
del vino, la del cielo,
la
llave que nos lleva a la lujuria.
Amar,
amar...quizá sangrar.
ROSA
CHÁVEZ
Guatemala
Poeta maya Quiche
Cuestan
las deudas
cuestan caro
con la vida
la de los otros
la nuestra
cuesta pagar la existencia
la cuenta abierta del aire y los sueños
los conceptos, la ternura, los signos,
cuesta porque todo vale
y la miseria es una sombra que se extiende
tétrica inorgánica transgénica
en este país que me devuelve lo que se traga
no hay tiempo para pensar
en este imperio que me devuelve lo que se traga
la historia vomita y se traga de nuevo.
cuestan caro
con la vida
la de los otros
la nuestra
cuesta pagar la existencia
la cuenta abierta del aire y los sueños
los conceptos, la ternura, los signos,
cuesta porque todo vale
y la miseria es una sombra que se extiende
tétrica inorgánica transgénica
en este país que me devuelve lo que se traga
no hay tiempo para pensar
en este imperio que me devuelve lo que se traga
la historia vomita y se traga de nuevo.
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23 – ENSAYO
WINSTON
MORALES CHAVARRO
(Cartagena-Colombia)
PASEOS
DE OLLA
Extraño
los paseos de olla, aquellos periplos al río, en donde lo común era la
comitiva, el almuerzo de barrio, la compra colectiva de gallina, yuca y arroz.
Eran los años de nuestra puericia, el encuentro fortuito con nuestra vecina de
cuadra, aquella muchacha que, como diría Marcel Proust, estaba a flor de piel,
se encontraba en sus años mejores, cuando su cabello parecía una enredadera de
perfumes y sus curvas fragorosas provocaban tantos accidentes en nuestro humano
vehículo.
Rememoro
también, esas comitivas a las alturas del barrio Calixto, en donde hermosos
chaparros nos resguardaban con su sombra y hacían más apacibles nuestras
conversaciones, casi todas acompañadas de escenas concupiscentes, donde lo
normal era el temblor, el mucho temblor, el sudor, la humedad. Les van a brotar
pelos de las manos, recuerdo que sentenciaba, con cierta ironía, la abuela
Isabel.
La
creatividad se nos salía de la ropa. Eran los días del “importaculismo”, en
donde cobrábamos sueldos de hijos y después de desayunar quedábamos
desocupados. Ninguna preocupación nublaba nuestro cielo: no existía el X-box,
el Internet, la tele por cable. Entonces leíamos a Kaliman, Arandú, El Santo,
Superman, El hombre araña. Jugábamos al soldadito libertador, al teléfono roto
–allí supe, lastimosamente, que una vecina había perdido su virginidad-, al
ponchado, la 21, el escondite americano (donde el premio consistía en un
ansiado beso a la niña más agraciada del sector).
Hoy
por hoy, los paseos de olla –por lo menos en las modernidades periféricas- han
sido remplazados por una canasta virtual (el teléfono celular, el computador,
el Internet, las agendas digitales, la música en formato Mp3) y los centros comerciales.
Entonces la gente se apiña en El Éxito; el Éxito parece un mar, un océano de
automóviles y motos. ¿Dónde cabrá tanto individuo? -me pregunto-, mientras una
estela de llantas y espejos se difumina en la distancia. Ese paseo de domingo
se ha traslado al Caribe Plaza (Cartagena), al Perisur (Ciudad de México), al
San Pedro Plaza (Neiva); la gente tiene la ventaja de resumir todas sus
aspiraciones y expectativas en quinientos metros cuadrados. Allí se encuentra
desde una llanta hasta un granizado de café, desde una bicicleta para bajar de
peso, hasta una memoria usb. Cosa seria, La Caverna de José Saramago se ha
quedado pequeña. Ese No Lugar en donde todo el mundo se encuentra (incluso el
viejo elefante de izquierda hace sus compras allí, mientras ostenta una
camiseta que dice: ¡abajo el TLC!, y se ufana de odiar el imperialismo), nos
hace más fácil las cosas, nos resume la felicidad, nos garantiza el bienestar y
el confort.
Qué
curioso, los centros comerciales, como el río, no son excluyentes. Allí
convergen hombres de izquierda y de derecha, se cruzan el ateo, el agnóstico,
el cristiano. El río nos ofrecía sus aguas, el centro comercial su océano de
mercancías. En los dos, lo que importa es la entrega, la disposición a
desnudarnos.
En
el río quedábamos a merced de la corriente, en el centro comercial en manos del
consumo y la compra. En el río deseábamos SER, en este último deseamos Tener –y
entre más, mejor-. Parece que esa sentencia del viejo Heráclito de Éfeso está
más vigente que nunca. Si antes decíamos Nadie se baña dos veces en el mismo
río, hoy debemos decir: Nadie compra la misma mercancía dos veces: el valor
nunca será el mismo, el comprador tampoco. Todo es movimiento y cambio, cambio
y movimiento en las aguas de la historia.
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24 – CUENTOS BREVES
JORGE
M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
SE
TRATA DE DISFRACES
Afrodita
o Venus. Ese es su sueño de fémina desairada por la naturaleza. Es verdad que
no es bella y que, para disimularlo, pone un aire de arrogancia que le quita
toda simpatía.
Pero
es auténtica. Y lo da todo de sí, sacándose los lienzos y mostrando con orgullo
los errores de su anatomía.
Que
de funcionario no tiene nada el Dr. Rodríguez de la Canal. Pero el impertinente
no se le cae de su nariz, aunque haga un siglo que nadie usa. Y las polainas,
cubriendo la delgadez de sus tobillos. Y ese corbatón ridículo, a lo poeta o a
lo pintor del dieciocho. Y la rúbrica, señor, la rúbrica, que pone a su firma
en el pináculo del arabesco. Que de funcionario no tiene nada, aunque, educado,
se quite los guantes de color patito al saludar
Nadie
concurrió a ese baile. Y los dueños de casa terminaron bebiendo largas copas de
vino, ensimismados. Nadie concurrió a ese baile porque, precisamente, la
tarjeta decía vengan disfrazados de lo que más se parezcan.
Al
entrar, ve aterrorizado, un mono acostado en la cama de matrimonio. Un mono no,
parece un gorila por lo grande. Aleja toda sospecha, porque ella no está. Pero
el animal tiene un arito en la oreja. Y los pies con medias. Sale despacio.
Olvida que es carnaval, porque a veces es preferible caer en el
desapercibimiento…
El
disfraz de árbol no fue una buena idea. Los perros se lo demostraron..
EVASIONES
Y ALCOHOLES
Va
con frecuencia al puente del Viento y de la Lluvia. Es de madera y lo
construyeron, sin un solo clavo, tres generaciones. Su abuelo y su padre
estuvieron allí. El va a pensarlos, en los crepúsculos.Alguna vez ha oído la voz de uno de ellos, sin
distinguirlo. El toca la madera como si tocara otra mano. Y es ahí cuando oye
ese lamento. Su mujer lo tranquiliza: es el puente del Viento y de la Lluvia,
por eso oyes lo que oyes.
Como
Verlaine, es adicto al ajenjo. No escribe poemas, pero viaja mucho con la mente
y a veces le resulta difícil el retorno. Los otros días, no más, sintió que a
la quinta copa se subía a un espacio desconocido.No había ni una sola nube para
agarrarse.Y sin embargo, la luz lo enceguecía. Después, sólo después, se dio
cuenta que había trepado al arcoiris…
No
reniega de su condición de matemático, si bien sus evasiones están siempre
llenas de hipotenusas.
La
verdad está en el vino, ya lo decían los romanos. Y en el vino se reencuentra y
es capaz de alcanzar latitudes. Su mujer quiere convencerlo que con las copas
sólo logrará fracturarse el alma. Pero él, sabio en los intervalos, advierte
que en cada botella está encerrado el genio de la felicidad. Se llama como él,
una vez que la botella está vacía y lo tiene dentro.…
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25 – POESÍA AMERICANA
MARIA LUZ CREVOISIER MENDIZABAL
(Cusco-Perú)
(Cusco-Perú)
POEMAS
DEL OLVIDO Y DEL SILENCIO
POEMA
POEMA
La noche es una fiera
Con las fauces abiertas.
Aquí, en este templo
Un muchacho encogido
De frío
Estira la mano,
Nadie le da una limosna.
En la Plaza Mayor
Impertérrito queda el Palacio
De Gobierno,
Rodeado de promesas
Mendigos y manifestantes.
Es la noche, noche bizca
De Lima
Y yo estoy sola
POEMA 2
Canaval y Moreyra,
Calles 3, 4, 5
La luna es un brillante suspendido
Sobre el edificio verde de vidrios
Que reflejan la noche.
Calle 3,
Los árboles se cuelan en la brisa
Moviendo apenas su estatura.
Me siento libre,
Lo soy.
Ningún pintor hizo este collage
Pop art, con los vehículos
Recorriendo una distancia de colores
Y de luces.
Me saludan:”Buenas noches, poeta”
“Buenas noches, Mayo”, respondo.
Ningún silencio en este sonido
Discordante
Donde los transeúntes practicamos
El voyerismo mirando de soslayo
A los cafés y a sus gentes.
Canaval y Moreyra;
Atrás queda el Ministerio del Interior
Al frente, la avenida República de Panamá.
Es de noche
Y estoy bien
POEMA TRES
El hombre muere solo
Y queda su sombra
Larga y triste
Como luna entre las retamas
Hombre de soledad inerte
Sin manos
Ni pies
Con que acostarse en la noche
Hombre tan solo
Como canción de quena
En la tarde; hombre, payaso de la calle
Y tristeza del invierno
El hombre muere solo
Y Dios apenas,
Se acaricia la barba y punto.
POR ÚLTIMO
El mar,
Un paisaje de lámina verde
Detrás de esta playa
Salpicada de barcas.
Te sigo,
Mirando con arrobo
Tu figura esbelta
Como la de un
Orfeo negro,
Que se aleja mansamente
Perseguida por el chillido
De las gaviotas
Y estas ansias de tenerte
Entre mis brazos.
Después,
La tarde se precipita
Por una pendiente
De soles naranja
Y no sé más de ti,
De tu sombra morena
Y de esa risa
Que me envolvía como
Las alas de un pájaro
Mítico.
De aquél paraje
Y esta distancia
Sólo recuerdo
Los versos de Rosalía de Castro:
“Son las viudas de hombres vivos
Y muertos
Que nadie consuela”,
Los repito lentamente
Apoyada en la ventana,
Mientras cae la tarde
A mis espaldas.
IRIS VARGAS
(Caguas-Puerto Rico)
DISECCIÓN
En tu quietud abierta
ostento comprender
el movimiento.
De tu cuerpo cerrado,
completo e intocable:
la expresión; el intento.
¿Cómo es que los pies
escandalosamente desnudos
de la estatua de Balzac son más
perfectamente humanos
que los tuyos, los míos,
y cualquier otro par de pies?
PALOMA
A tu cerebro
posaron en mis manos
como a cualquier paloma.
No lo he podido olvidar.
Fue como tener frente a sí
La Gran Historia escrita
sobre un papel mojado,
con la tinta del texto
corrida entre los párrafos.
Jamás tuvo tanto poder
quien ya no poseía ninguno.
TUS MANOS
No habríamos empezado por tu rostro
― demasiado personal―deliberamos
―tus labios,
tus ojos,
tu frente, igual―.
Comenzaríamos, entonces, por tus
manos.
Fue un error.
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26 – ENSAYO
SERGIO
DE MATTEO
(Santa
Rosa-La Pampa)
LA
LITERATURA
Ante
todo debería reconocer y traer a un presente que se desvanece en el aire
algunos datos de la pasada infancia, aquellos nudos fuertes que, sin
predemitación consciente, nos amarran a un lugar para poder comenzar a desandar
camino. Entonces, acercando una que otra confesión, uno se ha ido acercando a
los libros porque alguien sembró la semilla y despertó el interés por deshojar
historias. Teniendo en cuenta esta observación tengo que decir que las que me
pusieron en la senda de la lectura fueron mis abuelas que, luego, fermentaría
en la misma escritura, y ese acercamiento ha sido a través del obsequio de la
colección "Billiken" y "Robin Hood", también hay que
agregar las extensas visitas a la Biblioteca en la que trabaja mi madre. Ahí,
quizá estén los indicios que más tarde, en algún momento del tiempo,
desbarrancaron en el papel en blanco, en la misma mirada sobre la vida, esa
cosmovisión estética que se tiene sobre el mundo; de otro modo, considero que
sería imposible elaborar un poema, una obra, sin esa perspectiva de asombro y
descubrimiento del universo. De alguna u otra manera es interesante reflexionar
sobre el proceso de escritura, articularlo también con las otras voces que
ponen en evidencia su modo de laborar un texto, en fin la propia construcción
de una poética. La escritura es algo que uno no puede contener, es decir,
cuando tiene que emerger ella misma exige el momento y el lugar en donde
hacerlo; uno solo está con el oído atento para intentar retener y plasmar lo
poco que los sentidos pueden captar; por eso se insiste, se reitera el proceso,
se vuelve a esperar, a buscar ese instante en que pareciera que se van a
develar los misterios del mundo, de la vida misma, donde, quizá, se habrá de
desarrollar la batalla final con el fantasma que nos habita. Por eso no existe
el lugar perfecto, porque la misma poesía es la intemperie sin fin ha dicho
sabiamente Juanele Ortiz, entonces, sus hacedores inscribirán sus dictados en
cualquier sitio y de cualquier modo. Ante todo el proceso, la vivencia, el
estado de éxtasis, luego, quedan las anotaciones liminares, una nutrida hojarasca
es lo que justifica la experiencia de trance de lo mucho que pudo haber llegado
a decirse y sentirse. Entonces, acorde a lo expresado, escribo todavía sobre
papel, con lapiceras comunes, tacho y corrijo en la misma hoja para luego
encarar el filtrado en la computadora, ahí también hay otra depuración, otro
reacomodamiento de lo que se quiere hacer decir al texto. Pero el poema, el
buen poema, el que es necesario que sea escrito –Rilke dixit- habla por sí
solo, encuentra a su hacedor y habla; si uno lo cala muy hondo termina
perdiéndolo, se malogra y hay que tirarlo al cesto de papeles. La última
instancia de prueba, en mi caso, es cuando se lo somete a la oralidad, incluso
ante el público, donde la carga semántica y sintáctica devuelve algo de lo pretendido
en el momento supuesto de la "inspiración". Porque territorio de
palabras es el poema, yuxtaposición de imágenes, proceso aleatorio de signos,
creación y recreación de símbolos, un vínculo que busca trascender la misma
operación de escritura y, entonces, parte, abandona su lugar pasivo, y se
derrama ante la lectura del otro: busca siempre una correspondencia esencial
entre los hombres, el religar. Porque los signos y símbolos utilizados por
el escriba son una de las pruebas auténticas de que el lenguaje es un medio de
tratar con lo indecible y lo arcano. La palabra operaría, por lo tanto, como
una prolongación del cuerpo y del alma del poeta, es un entrañamiento desde el
fondo de uno mismo que incorpora y se funde con su semejante. Esa es la
tarea primordial: reconciliar al hombre consigo mismo; ampliar sus límites,
bucear en lo desconocido, haciéndose vidente, si fuera posible, como propusiera
en su famosa carta Arthur Rimbaud. La palabra con la que trabaja el poeta
es la construcción de un camino: el de la propia poesía, única e inefable, y
que, además, constituye una de las tantas oportunidades de conocimiento, de
tantear de nuevo el sortilegio primitivo que conlleva el verbo; sería, pues, la
fundación de la casa del ser —según Heidegger—, la belleza-verdad —conforme a
John Keats—, la intemperie sin fin —agregará Juanele Ortiz—, y el pampeano
Bustriazo Ortiz, transmutado en la voz que sabe de embrujos e inspiraciones,
dirá "soy el ghenpín: ordenósle hacer la magia". Y todos nosotros,
sus seguidores —incipientes creadores— confabulamos y continuamos la misma
dirección...En cuanto al horario, mi preferencia es a la noche, es la zona en
la que fluye con la densidad de las sombras aquello que uno quiere manifestar,
poética nocturna, maldita; algo así, cargada de mito; pero también determinada
por la rutina, por el trabajo y las relaciones sociales. Uno dispone pero la
poesía decide. También a la mañana temprano, cuando recién despunta el
alba, podemos señalar ahí una poética solar, quizá, porque no unir ambos
extremos, y que en el choque produzcan esa chispa que manifiesta el malestar en
la cultura, en fin, opuestos complementarios que pretenden hablar del hombre,
de la vida, del universo. El poeta no responde a un horario, es decir, al
horario de producción del capitalismo, el poeta-filósofo argentino Roberto
Juarroz refiere: "Y hasta el tiempo es distinto. La duración auténtica es
la del instante creador o poético. O como diría Bachelard: El tiempo no dura
sino mientras uno inventa"; en consecuencia las palabras que conforman
el cuerpo de una literatura se ajustan mucho menos a tal convención, porque son
azarosas, esquivas, contraproducentes, molestas, revolucionarias, anárquicas.
Por lo tanto el horario, el lugar, la circunstancia, quedan solapados ante la
importancia real, ante la pasión real del instante de poetización. La
literatura es un signo de la cultura que manifiesta directa o tangencialmente
los temas medulares de la humanidad. Por eso toda obra literaria ofrece
determinada cosmovisión del mundo a través de cierto código estilístico; cada
producción simbólica se compone de un discurso. Dentro de las prácticas
discursivas que constituyen el correlato de una comunidad —con sus
entrecruzamientos y resignificaciones sociales— se encuentra una que es de
especial interés para los productores e investigadores culturales, debido a que
ha logrado erigir dentro del campo intelectual ciertas instituciones que la
legitiman en su categoría de generadora de sentidos. En la representación de lo
que es la esfera cultural —estructura multiforme e itinerante—, opera la
construcción simbólica referida de manera tal, que, a pesar de nutrir y
nutrirse con los demás campos del conocimiento, se diferencia de las otras
bellas artes tajantemente. Es bajo tales circunstancias individualizadoras que
en algunos casos especiales y por determinados rasgos característicos se la
considera como "literatura". Es una entidad autónoma engendrante de
ideologemas que se insertan en la red social del discurso —inventando ficciones,
reclamando verosimilitud—, pero, a su vez, existen elementos verbales
friccionándose en la interrelación cotidiana que se introducen en su cuerpo
—oral y escrito— para dar un reflejo del sentimiento y del pensamiento de una
determinada época, de una mensurada región, de una incipiente ebullición
espiritual.
Y
si focalizamos en la escritura en sí, tengo procesos, continuidades y también
períodos de incontinencia para la misma; no me obligo, espero, cuando surge
algo voy a lo profundo del meollo, leo mucho, investigo, contamino, hago
funcionar todo el caudal que tenemos para que eso sea literatura, aunque tenga
su parte mágica, misteriosa y velada la poesía, no podemos desconocer la huella
que dejaron Pound, Elliot, Vallejos, Borges, Pizarnik, entre otros; construir y
deconstruir el texto, es decir, no hay fuera de texto, todo cae bajo su
imperio, todo sirve para balbucear, entonar, llegar a la traducción de lo
interior-exterior, palear nuestra perplejidad; por eso hablamos de una
manifestación artística, estética, artificial, aunque a veces, a muchos poetas
se les ha ido la vida en la experiencia. En síntesis, me tomo mucho tiempo para
elaborar, mucho más para corregir, para probar palabras, matices, colores. Tal
vez, esa densidad se deba a la carga metafísica que conlleva mi escritura;
entonces los tonos, las melodías son filosas, barrocas, quizá, pesadas;
entonces cada palabra pertenece a una familia que si no le es acorde desentona;
en esa disputa con el lenguaje emerge como quería Baudelaire "el éxtasis
de la vida y el horror de la vida". Y la música es indispensable para mí,
es como una prolongación de la vivencia, así como también el silencio es un
anclaje desde donde reflexionar cuando uno siente que tiene entre manos una
canción. Silvio Rodríguez dice "el que tenga una canción tendrá
tormenta", y es así, la poesía, la literatura, la experiencia estética
exige sacrificios y paga con malos salarios (los salarios del ímpio dirá
Gelman). Pero es el derrotero que hemos elegido para estar y decir algo en el
mundo y es el sayo que hay que soportar para ser parte del teatro de la
crueldad.
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27 – CUENTO
SUSANA
SWARC
(Quitilipi-Chaco-Argentina)
SOBRE
JAZMINES
Que
a muchos, a muchas, nos gusten los jazmines es cosa conocida. Sin embargo le
regalé jazmines a la vecina de andén y una de sus hijas dijo: “qué olor
asqueroso”. Desde ese día esa nena me cae horrible, de tanto hacer como que no
la veo, no la veo. El clima con los vecinos quedó tenso, ni frío ni calor,
nunca.
Te
decía, intentaba no fumar, no queda otra, a veces, que adherirse a las modas.
Mucha gente había dejado de fumar y encontrar colillas se estaba volviendo
difícil. Me enteré de un curso gratuito y me anoté. Tuvimos que escribir por
qué dejaríamos de fumar. Pensé, pensé, es decir di vueltas de un lado a otro de
la vereda, bajé y subí las escaleras del subte montones de veces y no
encontraba un motivo completamente válido. Hasta que encontré dos. Pero el que
me pareció de verdadera importancia fue, y así lo dije en el curso: sería capaz
de delatar por ausencia de colillas.
Creo
que no captaron ni el médico ni los compañeros del curso la seriedad de mi
frase porque se rieron como si hubiera contado, yo, un buen chiste. Me gustó
que rieran. Cuando contaba un chiste no obtenía la risa de los demás pero la
cuestión es que había llegado la época de los jazmines. Miraba los ramos, los
olía –sin olvidar la frase de la vecinita –y después, despacio –sin que me
vieran- sacaba un pedazo de pétalo y lo mascaba como a un chicle, lo tragaba
como a un caramelo. Me entretenía de tal manera que me olvidaba de fumar. Sin
embargo –era diciembre –y, eso pensé al comienzo, el calor, el intenso calor,
comenzó a envolverme en una especie de sueño, de sopor, de bruma. Me dormía.
Le
conté a una amiga:
-Me
duermo en cualquier parte.
-¿Te
parece que estás deprimida?
-No
sé, ¿vos creés que estoy?
-Me
preocupa, así empezaron los otros, las otras.
-¿Y?
-Se
suicidaron.
Me
imaginé una inmensa mesa. No, mejor un inmenso banco de plaza, sí, una especie
de banco mundial donde los agotados, agobiados de guerras, secretos, despechos,
sin techos, lastimaduras incurables, se quedaban quietos, sentados hasta el
suicidio.
-Pero
yo no pensé en suicidarme, sólo quiero dormir.
-¿Hacés
algunas cosas raras? ¿Distintas?
No
quise decirle que comía pétalos de jazmines.
-Creo
que no.
-¿Soñás?
-Casi
no, pero el otro día me desperté contando las sílabas de las palabras
hambre,éxodo y adicciones mientras me reía.
-Me
suena grave. Yo que vos llamo al número de ayuda al suicida.
Y
ahí nomás me dio un número de teléfono.
Tener
un número gratuito, un número para llamar sin preocuparse de los pulsos, es
realmente uno de los tantos regalos del sistema. Esa palabra me gustaba y
trataba de usarla en cuanta ocasión fuera posible. Ni bien estuve sola, busqué
un teléfono público y marqué el 0, el 800 y los que seguían. Esperé. Una voz
dijo, no recuerdo si “hola” o “buenas tardes”, no le di tiempo a preguntar algo
porque dije mi frase reiterada tantas veces este último tiempo: quiero dormir.
Desde
el otro lado quien escuchaba supuso que mis dos palabras hacían un desvío,
creyó que yo hablaba del sueño eterno.
-¿Cómo
te dormirías? –preguntó, neutro, serio.
No
era muy cómodo hablar desde este teléfono ahora que había comenzado a llover.
-¿Creés
que me dejarán hablar desde un locutorio?
-Claro.
Decí que llamás a ayuda al suicida.
Pero
no llamé. Me fui encontrando con un montón de conocidos que, como yo, querían
protegerse de tanta lluvia.
Llamé
al día siguiente. No era la misma voz, entonces corté.
Durante
días, en distintas horas, probaba en ese número gratuito hasta que reapareció
la voz.
-Soy
yo –dije- la que quiere dormir.
-No
sos la única.
Nos
causó gracia. De todos modos el recuperó su tono neutro- serio e insistió:
-¿Cómo
te dormirías? –recalcó el “te”.
Él
seguía creyendo que era yo la que causaría la acción del dormir. Le quise dar
el gusto.
-Así-dije.
Y ya cerraba mis ojos.
-Esperá,
no lo hagas. Llamás para hablar, no para dormirte.
¿Tendría
razón? ¿Buscaba esa voz para hablar o para que escuchara mi sueño?
Bajé
los ojos y en el espacio del locutorio, en ese pequeñito espacio donde se
prohibía fumar, encontré medio cigarrillo. Lo escondí debajo de mi pie.
El
silencio se hizo largo.
-¿Estás
ahí?
¿Por
qué habremos dicho la frase juntos? Yo estaba en este espacio sin jazmines.
¿Habría paisaje en el lugar del ayuda?
-¿Hay
ventanas donde trabajás?-
-Sí,
se ve un trozo de cielo. Parece que no hay nubes.
Me
dio tristeza que alguien estuviera así, solo, viendo durante horas una parte de
cielo sin ninguna certeza de lluvia o de sol. Era lógico que el ayuda también
quisiera dormir.
Tenía
que inventarle un paisaje.
-Desde
aquí se ve un árbol muy verde, si se sigue con la mirada muy lejos se alcanza a
un jacarandá todo violeta. Había un pájaro, una calandria, creo. Cantó durante
días sobre el árbol verde, un fresno, hasta que otro pájaro se le acercó.
Hicieron su juego amoroso. Y el que cantaba, dejó de cantar. Silencioso se
quedaba allí como esperando, y el otro pájaro llegaba, las alas de los dos en
despliegue. Aunque desde esa lluvia grande se fueron del árbol. Se fueron así,
sin avisar.
En
ese momento me di cuenta de que había empezado con las mejores intenciones,
inventarle al ayuda un paisaje de película y ahora le estaba contando algo
triste. Pero él no se amedrentó.
-Los
pájaros no hablan –dijo.
-Claro,
pero podrían haberme avisado de alguna forma. Algún ruido, algún movimiento
para mí.
-No
sabían que vos los mirabas.
Su
razonamiento me estaba irritando. El del locutorio me miraba, abusivo, usar una
cabina en forma gratuita.
-Tengo
que irme-dije.
-Entonces,
hasta mañana.
La
voz neutra-seria me seguía como el sopor. Me había olvidado el medio cigarrillo
en el locutorio. No me animaba a volver. Decidí no buscar colillas por un rato.
Fui hasta lo de Silvia, tal vez tendría algo para comer. En ese camino de
umbral en umbral, una risa grande me nació, me gustó escucharme reír. Hubiese
querido llamar al ayuda para darle un poco de ese sonido. Pero prefería
demorarme, tener algo para extrañar. Y tal vez él había comenzado a extrañarme.
Me
dio risa pensar que no nos moriríamos de exceso de humo. De unos cuantos
dirían: muertos de hambre. No, nadie diría nada. No se hablaría, no hablarían.
Sin despedidas, como los pájaros.
Se
me ocurrió entrar al macdonald. Era el baño que quedaba más cerca del lugar de
Silvia. Ahí nos podíamos refrescar, estar tranquilas. No había ese horrible
cartel “baño para uso exclusivo de los clientes”. Pero, las personas que entran
a un bar y toman un café, ¿son clientes?, ¿acaso no son-por un rato- habitantes
de ese lugar? Conversan, leen, escriben en servilletitas de papel, miran por
las ventanas, algunos hasta llevan un ramo de jazmines.
En
el recorrido por el macdonald hasta el baño, encontré un globo suelto, perdido.
Busqué al dueño del globo. Nadie parecía buscarlo. Lo fui llevando con el pie.
Estaba
Silvia. Y estaba la rumana con su hijo. El globo resultó perfecto. La rumana
usaba unos vestidos preciosos que había traído de allá, a veces nos prestaba su
ropa y vestíamos de lo mejor. Sabíamos poco de ella. Fue maestra en su país. No
nos contaba nada más. A veces nos leía poemas, los leía primero en rumano. Para
que escuchen la música, decía. Después, con una tonada especial, cambiaba el
idioma. Yo tenía mi preferido, me lo había aprendido de memoria: “El sueño y el
despertar” de Nichita Stanescu. Al día siguiente se lo dije al ayuda:
“Nos
hemos confesado uno frente al otro/el más oculto secreto: que existimos…/Pero
era de noche y, ay, por la mañana, terrible descubrimiento, / me había
despertado con la sien sobre ti, /amarilla, gavilla, trigo. // Y he pensado:
Dios mío, / ¿qué clase de pan estaré siendo/yo/y para quién?//
Creo
que le gustó tanto como a mí.
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28 – POESÍA AMERICANA
JORGE CAMPOS
(Managua-Nicaragua)
CRIMEN
a Moisés Palacios
Que tus labios no lo intenten pronunciar
calma mis miedos,
pero es tu mirada la que tajante
y con frenesí absoluto
descarga su filo criminal
en mi pecho.
Que tus labios no lo intenten pronunciar
calma mis miedos,
pero es tu mirada la que tajante
y con frenesí absoluto
descarga su filo criminal
en mi pecho.
VENDRÁS CON ALAS
DESPLUMADAS BAJO UN REBOZO DESTEÑIDO
En espera temblorosa
vendrán tus besos fragantes
a flores rojas, helando el
paso fatigado de la noche,
embalsamando horas en el
peso de lo incierto, en las sombras
despavoridas de su pelo
marchito
vendrás con alas
desplumadas bajo un rebozo desteñido
a su lecho desnudo con boca
de hoguera,
tapando su memoria
descocida
a cerrar sus ojos secos,
sus oídos anegados
a sellar el hueco doliente
de la existencia
vendrás a esculpir la
piedra primigenia en páramos
donde el viento inmutable
espera tu beso complaciente,
allá en un lecho frío donde
esa mujer levanta su frente ajada
y su sombra se abraza a la
muerte.
AQUELARRE EN LOS ESCOMBROS DE UNA JAULA
Me despiertan esos demonios
en profunda noche parlera
que gime adolorida en mis llagas
sudantes
en profunda noche parlera
que gime adolorida en mis llagas
sudantes
me arrastran a ese aquelarre
que abraza mi cuerpo
donde la soledad arde mustia
donde las plumas ensangrentadas de pájaros
asilados en mis manos
escriben las palabras que han muerto
que abraza mi cuerpo
donde la soledad arde mustia
donde las plumas ensangrentadas de pájaros
asilados en mis manos
escriben las palabras que han muerto
REMINISCENCIA SECULAR
De una herida abierta
profana e indolente
brota el esperma
progenitor de ángeles
blancos
negros
profana e indolente
brota el esperma
progenitor de ángeles
blancos
negros
en la extracción fugaz
de una herida que se seca
al sol implacable de los ecos
mis alas se vuelven de piedra
de una herida que se seca
al sol implacable de los ecos
mis alas se vuelven de piedra
INMOLACIÓN CON CIGARROS A MEDIO FUMAR
Seven devils in my house
see they were there when I woke up this morning
I'll be dead before the day is done
see they were there when I woke up this morning
I'll be dead before the day is done
Florence Welch
Bifurcando mi cuerpo desde la pelvis
hasta el pecho
salieron espinas como misiles
envenenados de salitre, abriendo fuego
de esperma errante en versos halógenos, izando la
soga
de intestinos, esa que ciñe afablemente
memorias y mi voz marchita en el altar
de piedra afilada
asalta la noche entumida
noche
noche
noche
quema cerebro con cigarros a medio fumar
dormido
noche
noche
sobre témpanos resplandecientes.
ROBERTO
FERNANDEZ RETAMAR
(La
Habana-Cuba)
LLAMA
GUARDADA
Cómo
podía él saber que su poema,
Encontrado
una noche blanca de vago andar,
En
un país distante que ella aún no conocía,
Era
en los ojos de ella que se haría realidad.
Recuerda
que buscaba esa noche a alguien o algo,
Recuerda
la avenida de su lento paseo,
Y
recuerda la vuelta a la alcoba vacía,
Y
después las palabras como un amargo espejo.
Solitario
él, perdido, esperaba anhelante
En
vano una respuesta de aquella noche blanca.
Y
los dos ignoraban que entonces lejos, cerca,
Para
él ella cuidaba su honda llama guardada.
ÉSTE
ES UN DÍA FELIZ
Éste
es un día feliz, un día salvado,
Un
día de campana, un día con sol,
Porque
siento que entre las tinieblas
Está
llegando un poema. Quizá sea amargo.
Quizá
sea doloroso. Quizá me nuble los ojos.
Pero
es un poema y siento que está llegando,
Que
está abriendo sus alas. Éste es un día feliz.
El agradecimiento de
Gaceta Virtual a David de San Andrés
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29 – ENSAYO
HELIOS
BUIRA
(Moreno-Buenos
Aires-Argentina)
DE
LO SUPERFICIAL EN EL ARTE. Y HERBERT READ
Leyendo
a Herbert Read, uno puede concluir en pensamientos a favor o en contra de lo
que él dice, pero, siempre, este hombre deja huella en quien lo lee.
Habla,
por momentos, de un arte sin concentración, que abandona las guías filosóficas,
un arte sin relación, un arte que se jacta de su inconsecuencia, de su
incoherencia y dice, sin tapujos, que eso no es de ningún modo arte.
En
los años que he trabajado en el Centro Cultural Recoleta, he visto mucho de lo
que menciona Read: liviandades fenomenales, con un reconocimiento efímero,
quedando fuera de moda al poco tiempo de haber sido expuestos esos trabajos.
Porque buscan la moda, quienes lo hacen.
Y
cuánto escribieron críticos y presentadores de artistas, tratando de explicar
lo inexplicable, intentando con palabras difíciles, raras, darle sentido a ese
sin sentido que allí se exponía.
Para
saber de qué se trata, basta con ver anuncios de artistas que dan clases de
arte naif, o de arte abstracto. Un despropósito. Y allí se observan los mamarrachos
que hicieron los pobres discípulos.
Dice
Read:
El
arte es una actividad que a la vez refina los sentidos e inventa y perfeccionas
los símbolos del discurso; estos dos aspectos de la vida humana: la
autointegración y la intercomunicación, son inseparables.
Pero
creo que lo visto, y sobre lo que menciono, en nada refina sentido alguno. Al
contrario, se me hace que mucho de lo que se expone, genera un rechazo notorio
en el espectador, pero, un rechazo no provocado por la obra, como sería por su
contenido y su factura, sino rechazo porque nada dice, o sea, rechazo por una
nada.
Están
dentro de esos expositores, los que agreden al espectador, con formas que
pretenden mostrar la crisis del hombre o con abstracciones corpóreas que
proponen zonas punzantes, como si se tratara de la violencia instalada en la
sociedad, pero no es otra cosa que la violencia del propio autor la que se
manifiesta.
Consiguen
claro es, que los críticos opinen y tal vez, sea eso lo que pretenden, pero
pocos caen en la trampa de tomar en serio esas manifestaciones “artísticas”
He
visto en una sala vacía, las paredes blancas, un breve texto escrito con
marcador negro y en la entrada un larguísimo texto con un lenguaje críptico,
tratando de decirle algo a quienes visitaban la muestra, que, debo decir por si
no se entendió, era la frase genial que había escrito el artista en una de las
paredes.
El
comentario de algunos que entraron a la sala, era: “Pensar que hay verdaderos
artistas que no pueden exponer sus obras por carecer de recursos económicos y
este infeliz, se da el lujo de escribir una estupidez en la pared pretendiendo
que se lo llame artista”
Vi
mucho. Algún día escribiré sobre ello, a modo de “memorias de alguien que
trabajó por años en el Centro Cultural Recoleta”
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30 – CUENTO
FABIANA
IGLESIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LA
PROMESA
El hombre estaba a punto de partir a las lejanas
tierras del Amazonas. La tarde previa al viaje, puso todo su empeño en dejar
por escrito instrucciones precisas a su mujer, en el caso de que ocurriese
cualquier imprevisto durante aquella aventura. Era un explorador con la
suficiente experiencia como para no subestimar nunca los riesgos de su misión.
Las
instrucciones, con todo, fueron breves: «si el resultado de este viaje es la
muerte, no dejéis mi cadáver en tierras extrañas. Rescatad mis restos, y
enterradme boca abajo en la tierra, durante el ciclo de la luna nueva».
Por más que su esposa pidió explicaciones ante aquella extraña petición, el hombre se negó a aclarar el tema; tan solo insistió en la importancia de que ella cumpliese sus deseos en el caso de un desenlace fatídico.
No se marchó hasta conseguir el juramento de su mujer, que selló con un beso de despedida. Después dio la espalda a la llorosa esposa y partió.
Pasaron varios meses de escuetos telegramas hasta que se hizo el silencio, y la esposa comenzó a tener pesadillas que la hacían gritar en medio de la noche.
Ella recordaba comentarios sobre los nativos de aquellas tierras: había tribus caníbales; algunas tenían la costumbre de sacrificar a sus enemigos en altares paganos, y de devorar sus corazones en rituales de sangre y muerte.
Como si de un nefasto conjuro se tratase, poco después de que comenzara a tener pesadillas sobre altares y cuchillos, la mujer recibió la cruel noticia: su intrépido marido había muerto.
Creían que había sido devorado por una fiera salvaje. No hallaron su cadáver; solo algunas pertenencias desperdigadas en un rincón de aquella selva indomable.
A pesar de esto, la mujer removió cielo y tierra en un intento de cumplir las instrucciones que había recibido de su cónyuge poco antes de partir; aunque todos sus esfuerzos fueron en vano. Tras meses de intensa búsqueda, la afligida viuda debió afrontar el hecho de que era imposible cumplir la extravagante petición de su difunto marido.
De modo que organizó la celebración de un discreto funeral, y en el pequeño cementerio local hizo colocar una bonita lápida para honrar su memoria.
Entonces regresaron las pesadillas. Esta vez no recordaba su contenido; pero los efectos la hacían temer por su cordura: en más de una ocasión despertó de madrugada, en medio del jardín de su casa, helada de frío. Algunas noches se descubría arañazos en los brazos, provocados por ella misma...
Acudió a un especialista y este le recetó pastillas para dormir, con escasos resultados.
Su propia madre insistía en que abandonara aquella casa y se fuera a vivir con ella, pero esta oferta no era una opción.
La mujer, en su interior, albergaba una esperanza imposible.
Transcurrieron varios meses. Una fría noche de invierno regresó de visitar a su madre y vio que la entrada de su casa estaba abierta. Se detuvo en el umbral: había huellas de barro que se dirigían al interior.
No llamó a la policía; no fue a pedir ayuda a los vecinos. En cambio, como una sonámbula, soltó el bolso que llevaba en la mano dejándolo caer allí mismo, y con movimientos lentos entró en la casa y cerró la puerta.
No se molestó en encender la luz. Siguió las huellas hasta el dormitorio principal, el que había compartido con su esposo cuando vivían juntos.
Al llegar allí vio una alta silueta recortada contra la luz opaca que entraba por la ventana. Esta se acercó a ella y el sonido de sus pies llenó la habitación.
La mujer cerró los ojos.
Al día siguiente un vecino la descubrió en el jardín. Estaba boca abajo, semienterrada en un hoyo poco profundo.
La policía no sabía qué pensar: el cadáver tenía una gran herida en el pecho. A simple vista parecía que alguien había arrancado de cuajo el corazón.
Aquella noche comenzaba el ciclo de la luna nueva.
Por más que su esposa pidió explicaciones ante aquella extraña petición, el hombre se negó a aclarar el tema; tan solo insistió en la importancia de que ella cumpliese sus deseos en el caso de un desenlace fatídico.
No se marchó hasta conseguir el juramento de su mujer, que selló con un beso de despedida. Después dio la espalda a la llorosa esposa y partió.
Pasaron varios meses de escuetos telegramas hasta que se hizo el silencio, y la esposa comenzó a tener pesadillas que la hacían gritar en medio de la noche.
Ella recordaba comentarios sobre los nativos de aquellas tierras: había tribus caníbales; algunas tenían la costumbre de sacrificar a sus enemigos en altares paganos, y de devorar sus corazones en rituales de sangre y muerte.
Como si de un nefasto conjuro se tratase, poco después de que comenzara a tener pesadillas sobre altares y cuchillos, la mujer recibió la cruel noticia: su intrépido marido había muerto.
Creían que había sido devorado por una fiera salvaje. No hallaron su cadáver; solo algunas pertenencias desperdigadas en un rincón de aquella selva indomable.
A pesar de esto, la mujer removió cielo y tierra en un intento de cumplir las instrucciones que había recibido de su cónyuge poco antes de partir; aunque todos sus esfuerzos fueron en vano. Tras meses de intensa búsqueda, la afligida viuda debió afrontar el hecho de que era imposible cumplir la extravagante petición de su difunto marido.
De modo que organizó la celebración de un discreto funeral, y en el pequeño cementerio local hizo colocar una bonita lápida para honrar su memoria.
Entonces regresaron las pesadillas. Esta vez no recordaba su contenido; pero los efectos la hacían temer por su cordura: en más de una ocasión despertó de madrugada, en medio del jardín de su casa, helada de frío. Algunas noches se descubría arañazos en los brazos, provocados por ella misma...
Acudió a un especialista y este le recetó pastillas para dormir, con escasos resultados.
Su propia madre insistía en que abandonara aquella casa y se fuera a vivir con ella, pero esta oferta no era una opción.
La mujer, en su interior, albergaba una esperanza imposible.
Transcurrieron varios meses. Una fría noche de invierno regresó de visitar a su madre y vio que la entrada de su casa estaba abierta. Se detuvo en el umbral: había huellas de barro que se dirigían al interior.
No llamó a la policía; no fue a pedir ayuda a los vecinos. En cambio, como una sonámbula, soltó el bolso que llevaba en la mano dejándolo caer allí mismo, y con movimientos lentos entró en la casa y cerró la puerta.
No se molestó en encender la luz. Siguió las huellas hasta el dormitorio principal, el que había compartido con su esposo cuando vivían juntos.
Al llegar allí vio una alta silueta recortada contra la luz opaca que entraba por la ventana. Esta se acercó a ella y el sonido de sus pies llenó la habitación.
La mujer cerró los ojos.
Al día siguiente un vecino la descubrió en el jardín. Estaba boca abajo, semienterrada en un hoyo poco profundo.
La policía no sabía qué pensar: el cadáver tenía una gran herida en el pecho. A simple vista parecía que alguien había arrancado de cuajo el corazón.
Aquella noche comenzaba el ciclo de la luna nueva.
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31 – POESÍA AMERICANA
CARLOS LUIS IBÁÑEZ TORRES
(Pamplona-Colombia)
LA CASA
Por ella, como si fuera una ciudad,
Caminábamos descubriendo el mundo,
para entonces gobernado por los abuelos,
habitantes
de comienzos de siglo,
aferrados a la tradición de la cruz y de la
espada.
La casa era el país familiar,
el útero que nos resguardaba del mundo,
sus corredores, como avenidas, se llenaban de
luz
y por entre el barro moldeado de sus tejas,
entraba vagabundo el viento,
con noticias frescas desde el páramo.
Las mañanas olían a pan y a esperanza,
en nuestros juegos infantiles,
imaginábamos la casa como un enorme barco
atravesando el océano desconocido de los días.
Las tardes se vestían de grises
y entraban por la ventana cargadas de rumores,
de silbos, de olores a tierra fecunda;
se abría el portón y un desfile de mulas
traía los frutos de la tierra;
los arrieros llenaban con su algarabía la
tarde,
y convertían la casa en una enorme plaza,
era el festival de la cosecha.
Los corredores, como nuestros sentidos,
se mezclaban con el olor de la papa,
del fique, del sudor de la mula y del arriero,
y corría el café como un río por las gargantas
secas,
hasta que una a una las mulas y los arrieros,
salían a terminar la jornada.
Entonces venía la noche y entre el claroscuro
de luna y los tenues bombillos, la papa tandada, se hacia montaña, pasaje,
recodo, esquina, fantasmas, leyenda, mito;
la casa, era entonces, un mundo mágico,
la casa, era entonces, un mundo mágico,
el viento cantaba, y, en los oídos infantiles,
su canto se transformaba en
música de ocarina,
de sirena, en lenguaje, ese que hoy hemos
olvidad
que sólo es nostalgia y añoranza,
ese que jamás conocerán nuestros hijos.
EL CAMINO (SENDERO REAL)
Fiel a la ruta,
abría generoso su mapa
por donde se llegaba a sus tantos destinos.
Era una avenida interplanetaria,
su senda, conducía a la estación de la Mancha
en las tardes de abril,
donde Quijotes, Sanchos,
Dulcineas y Julietas,
iban y venían del pueblo a la vereda,
de la vereda a la plaza mayor,
por entre cimientos besados de luna en
primavera,
trigos pródigos, soles de hojalata,
y, en estación de invierno,
barro de amasar los sueños hecho vasija ,
“tiesto”, ocarina, suave arcilla musical.
Detrás de la montaña, en la colina, en la
llanura,
el camino era la línea de contacto,
principio y fin del día;
en las noches, agujereado de luz, viajaba en
La memoria…
Fue una fiesta de verdes,
una ruta segura entre el sol y la luna
y en sus tramos paralelos al río,
como flores de algodón, pastaban las “ovejas”,
danzaban los sauces, y corrían potrillos de
sangre audaz.
El camino fue realidad, color, espacio, vida,
hoy es memoria, añoranza,
viejo camino transido de nostalgias,
como esos sueños a los que aún no llegamos.
LA VENTANA
Fue el oído de la casa
Su ojo mágico, el buzón.
Por ella, llegaban noticias secretas,
y se colaban, escapados,
los espíritus errantes de los antepasados .
Los domingos, era pantalla gigante
por donde vestidos de multicolores sueños,
asistimos en primera fila al maravilloso
mercado
del trueque, a la irrepetible ceremonia de la
palabra cabal,
al rudo desacuerdo, llevado en ocasiones al
límite,
a los tiernos amores de mirar y no tocar, de
suspirar…
Al mágico mundo del lenguaje de los sombreros
y las ruanas,
de los impecables driles que brillaban como
armaduras
en la fantástica glorieta del parque en los
bazares de parroquia
donde cada caballero defendía el honor de su
vereda, en el
baile,
el tiro al blanco, la ejecución del tiple o la
bandola,
o sencillamente, bajo el abnegado pañolón, por
donde asomaban
los rostros femeninos fecundados por la voz de
la luna.
Por su imborrable cinta magnetofónica de
tiempo, pasaron milímetro a milímetro los maravillosos días de una infancia sin
dolor, desde donde fueron filmados para
siempre, en la memoria feliz de nuestra vida, nuestros viejos paisanos
campesinos.
CARMEN AMATO
(Ciudad Juárez-México)
XIII
No te eches a
llorar, o vete por Dios,
Que yo no te
detengo ni te mancho.
Alberto
Blanco.
Más
vale que el corazón asuma hoy tu muerte.
Si
mi sed se agiganta no es tu culpa.
Olvidaré
la paz que se me fue del pecho
siguiendo
el ocre abismo de tus ojos.
Olvidaré
también tus labios
el
rojo mar de tus palabras
que
abrían con su promesa el paraíso.
Por favor no me toques.
Tu
muerte me daba la certeza
de
cantar el fin de un doloroso salmo,
te
arrancaba de mí pero en ella
me
seguías perteneciendo. Pero
no
es la muerte la que de mí te arranca,
y
hoy el recuerdo del amor no es suficiente
ni
hay promesa que valga.
Por favor no me toques.
Yo
que perdí en tu luz mi propia luz,
y
quise hacer con mi cuerpo tu sudario,
yo
que velé a la puerta del sepulcro
esperando
que pasara el sábado.
Te
pido ahora
Por favor no me toques.
XIV
Me
hizo daño el temor de tu posible olvido,
tu
posible desprecio. Habité diez siglos
en
la gruta del tedio, en medio de la
náusea
días
y noches completos. Te busque
entre
los vivos, te lloré entre los muertos,
me
retiré buscando respuestas en los libros,
preguntando
al augur sobre tu vuelo incierto.
Entre
el llanto y el sueño penetré un mundo rojo
de
estanques pestilentes, como ríos detenidos.
Cerré
los ojos tan fuerte que se me fueron
cayendo
para adentro. Al fondo, en la parte
más
alta del desierto mire otro mundo
insoportablemente
blanco: Un país de hielo.
Recurrí
a la memoria para hallar el instante
o
recordar al menos donde perdí tu rastro,
seres
desconocidos me tendieron sus brazos
mas
yo sólo distinguía la señal de tus dedos.
Cerrada
en mí, alrededor la soledad,
Supe
que es azul la aceptación.
Mi
propio centro se abrió y en medio de él giré.
Ya
no fue miedo mi miedo, fue terror,
y
dolor puro mi cuerpo. Desperté.
Mis
ojos se posaron en la luz, ¿o fue la luz
la
que en mis ojos se posó? Un tulipán
se
abrió en mí, y en el centro estabas tú,
en
ese cáliz creciendo, como una semilla
abriéndose,
fermentándose,
igual
que un perfume, ardiendo.
Tantos
siglos de dolor para entender
Que
más fuerte que la muerte es el amor.
XV
La
muerte es el abrazo que funde,
el
océano que se extiende
la
puerta que se abre,
pero
el amor es el que surge,
el
que navega,
el
que pasa,
el
que prende otra vez
en
el vástago del viejo árbol.
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32 – SANTAFESINOS
PREMIO DE
CUENTO ELDA MASSONI – ESCRITORES RAFAELINOS AGRUPADOS
PRIMER PREMIO
CLAUDIO
DAMIÁN MARCUCCI
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
TRES SUJETOS
Y DOS MUERTES A OSCURAS
Un
viejo coche conduce por la periferia de la ciudad. Sigiloso con los faroles
apagados, es apenas visible entre la oscuridad de la noche. El río invernal
parece ser es el único que transita solitario las desoladas calles. El sujeto A
conduce el automóvil y aprieta el volante con sus temblorosas manos. Parece
estar impaciente, no logra encender su último cigarrillo. Disminuye su marcha
hasta detenerse en medio de un desvalido suburbio.
El
sujeto C se encuentra leyendo. Nada más confortante y acogedor que un buen
libro en noches frías como ésta. Aparenta estar disfrutando de la lectura en
medio de la oscuridad. Sobre la mesa una taza humeante de té de un color que se
asemeja al de manzanilla. Sobre el platito reposan tres terrones de azúcar aún
no vertidos dentro de la taza. Sujeto C escucha un ruido proveniente del
exterior, es ese mismo ruido el que interrumpe su lectura. Aparenta tratarse
del crujir de las bisagras al abrirse.
Sujeto
A desciende del coche dejando la puerta semiabierta. Se dirige a la parte
trasera del auto auto antes de echarle un vistazo al lugar. Decide terminar con
su cigarrillo al arrojarlo a varios metros de distancia. En el mismo momento en
que abre la puerta del baúl del auto, dirige su mano a su cintura para empuñar
un arma.
El
sujeto B es forzado agresivamente a bajar del baúl. Su cabeza se encuentra
cubierta por una capucha negra que le imposibilita su visión. Aparenta estar
débil ya que apenas logra mantenerse en pie. No emite palabra, solo se logra
escuchar un resignado sollozo. Camina un par de metros hasta caer derribado y
quedar de rodillas.
Sujeto
A aferra el arma con ambas manos. Al encontrarse juntas el temblor parece
potenciarse aún más. Lentamente extiende sus brazos en el aire y exhala por su
boca un extendido suspiro color blanco. Lleva el dedo índice al gatillo en el
mismo momento en que algo parece distraerlo y voltea su cabeza hacia una
casilla próxima.
Tiene
incertidumbre, percibe que algo está sucediendo allá afuera. Sujeto C enciende
las luces de su casa. Con su libro en mano se dirige junto a la ventana. Se
ubica detrás del cortinado para poder saber qué ocurre. Sin darse cuenta del
peligro al que se exponía.
Sujeto
A continúa con sus brazos extendidos manteniendo su dedo sobre el gatillo del
arma. Observa con inquietud la silueta del aquel hombre que se encuentra a muy
escasos metros observando la escena. Algo de lo que no estaba planeado.
Se
continúa escuchando un leve sollozo por debajo de la capucha. Sujeto B continúa
de rodillas, sin poder ver y sin entender lo que pasa. La demora no hace más
que acrecentar su tortuosa espera. Su cabeza cubierta no deja de experimentar
un sacudido temblor. Lo sabe, no tiene ninguna duda de que se acerca su muerte;
sin poder verla llegar.
El
sujeto C, quien hasta hace pocos minutos se encontraba leyendo plácidamente un
libro, ahora se encuentra de alguna manera involucrado en un posible homicidio.
Corre las cortinas y abre su ventana. Parece no temer y afrontar su nuevo rol
de testigo.
Con
una mirada sumamente impaciente no sabe cómo responder al imprevisto. Sujeto A
analiza a sus dos adversarios. Si mediar palabra, los observa a uno y a otro
irritado, sin bajar el arma.
Sujeto
B sigue sin entender qué es lo que sucede. La espera ya le es insostenible,
decide romper el silencio con una fingida carcajada diciendo:
-
¿Qué sucede? ¿No tenés las agallas para
hacerlo? Hazlo de una vez...-
Desde
la ventana el sujeto C continúa impávido, inamovible.
El
sujeto A parece haber tomado una decisión, decide cargar el arma. Luego el
accionar del gatillo.
Un
llanto desgarrador detrás de la capucha y el sonido del disparo. Una
perforación ensangrentada sobre la tela negra que lo cubría.
Un
segundo disparo sobre el sujeto C lo desploma. Queda tendido junto a su libro.
Antes
de marcharse algo lo lleva al sujeto A a ingresar en la casilla. En su interior
encuentra tendido el cadáver, y junto a éste un
libro. Al abrirlo su rostro fue de un punzante estupor.
Se
encuentra sentado dentro del coche. Mientras con su mano izquierda sostiene el
libro, su derecha se posa sobre las hojas ensangrentadas. Las yemas de sus
manos recorren los bajorrelieves de las palabras cecografiadas. Suavemente sus
dedos se deslizan mientras la percepción de su tacto parece sensibilizarlo. Era
la primera vez que posaba sus dedos sobre un sistema braille. No recordaba
haberlo hecho nunca.
Aún
estupefacto, el sujeto A enciende el motor y se marcha del lugar dejando dos
muertes a oscuras...
SEGUNDO
PREMIO
MIRTA RAQUEL
ZEHNDER
(Humboldt - Santa Fe-Argentina)
LOCA POR LA
CIENCIA
Investigar dónde se escondía la noche
cuando el día se adueñaba de la vida del pueblo era su nuevo desafío. El primer
congreso científico realizado en la localidad, que había congregado
instituciones de toda la región, la había dejado sedienta de investigación,
casi al borde de la locura. Ávida por verla destruida, no concilió el sueño
pensando en deshacerse de la noche para siempre.
Notó que la oscuridad – aliada de la
noche - deambulaba espesa por la casa, y
no se ausentaba sino hasta que las ventanas eran abiertas por la mañana. En
ciertas oportunidades, los restos de ella quedaban pegados en los rincones. Y se impregnaban en
el interior de los placares, de la alacena, del chifonier, y de cuanto mueble con puerta o tiradores
existiese. Ese fue el primer hallazgo de la investigación: todo lo que tenga
puerta o cajones puede ser considerado dador de asilo y ser tomado como
cómplice de la noche.
Luego se dio cuenta de que la muy
astuta se escondía también en las latas vacías, en los floreros opacos, en la
caja de caramelos, en el cofre alhajero, en el habitáculo del reloj carrillón,
en el estuche de la raqueta de tenis, en la valija del acordeón, en el hueco
del sofá, en el tubo del teléfono, en el interior del bombo. Ese fue el segundo
avance de la investigación: todo lo que posea tapa, cierre o cobertor debe
ser acusado de encubridor de la noche.
Cuando creyó que ya no quedaban
rincones de la casa por explorar, se percató de que la muy hábil la seguía
burlando: había encontrado el amplio espacio entre el techo y el cielorraso.
Allí podía dormir, desperezarse y estirarse cómodamente a lo largo y a lo ancho
de doscientos metros cuadrados, sin ser vista. Este fue el tercer punto clave: todo
lo que fuese hueco cedía lugar a la noche agazapada.
Después de pasar varias horas tomando
nota de las revelaciones, consideró que era momento de actuar: abrió todas las
puertas y ventanas de la casa, destapó las latas, frascos y cofres, quitó las
puertas de los placares y alacenas, retiró los cajones, rompió los floreros,
cortó en pedazos la funda de la raqueta; desarmó el sofá, el teléfono, el reloj
carrillón, la valija del acordeón y el acordeón también; destrozó el bombo y la
alcancía; buscó un formón carpintero y quitó las maderas del cielorraso.
Exhausta caminó hacia el patio y observó la figura de la cámara séptica. No
dejó registro escrito de este hallazgo; consideró que lo podía incluir en el
tercer punto. La rompió a mazazos.
Transcurrida ya la siesta repasó los
pasos de la investigación. Debía transmitir su descubrimiento al resto de la
población e instarlos a que hicieran lo mismo. No eran demasiados. Sería fácil
convencerlos.
El pueblo era largo y estrecho.
Elongaba sus calles de Norte a Sur y contraía de Este a Oeste. Al atardecer, la
noche se hacía presente en el Oriente unos segundos antes que en el Occidente.
Esa fue la cuarta fase a tener en cuenta: si aparece del lado del naciente,
significa que también se oculta por allí.
Un chispazo hizo eco en su cabeza. ¡El
cementerio! ¿Cuántas tumbas contabilizaría esa mini-aldea ubicada trecientos
metros al Este de su casa? ¿Cuántos escondites se erigían allí a merced de la
noche triunfante? No había tiempo para detenerse a pensar. Recogió la maza y se
dirigió hacia allí corriendo. Ni siquiera leyó la lápida de la primera tumba
con la que se topó. Ensañada la golpeó hasta destruirla. Sudaba. Ojeó cuántas
quedaban todavía por derrumbar y temió no llegar a tiempo. Lejos de
desmoralizarse, abordó la segunda con más energía y a mayor velocidad. Daba
comienzo a la tercera cuando se vio rodeada de tres agentes de policías.
Mientras la esposaban, trató de explicarles que no se trataba de una
profanación sino que era parte de un
proceso de investigación científica. Nadie la entendió, hecho que
acrecentó su ego pues los científicos tardan en ser comprendidos. Lo mismo le
había sucedido a Galileo Galilei.
Sentada en el banco de una celda
oscura, invadida por la noche, se sintió temporariamente vencida. La noche, la
noche que ella tanto detestaba la acompañaría por mucho tiempo. Sin embargo no
tenía dudas de que cuando llegase el momento de la primera indagatoria se
darían cuenta de que habían caído en un grave error: ella no estaba loca. Ese
sería el momento de comenzar la segunda parte de su investigación científica:
cómo hacer desaparecer el día.
PÁGINA
33 – CUENTO
JOSE LUIS PAGÉS
(Santa Fe-Argentina)
NADA DE NADA
¿Fue por un soplo del viento, por acción de un
mecanismo automático o una mano negra? No encontraba la respuesta. Lo
único que Tomás sabía con certeza era que esa puerta se cerró apenas él entró
en el panteón de la familia Flores.
Ahora, esa puerta: ¿pesaba una tonelada, se había
atascado o simplemente estaba equipada con el mecanismo de las viejas heladeras
que sólo abren hacia afuera?
Las hojas de hierro estaban tan cubiertas por la
hiedra y las telarañas que apenas podía vislumbrar a través de un resquicio el
interminable y solitario pasillo que minutos antes había recorrido en la
penumbra crepuscular.
A última hora Tomás había recibido un mensaje del
director y _conocedor el hombre del camino y la tarea a realizar_, consideró
innecesario anunciarse en la guardia.
De modo que ingresó con paso rápido y recorrió el
pasillo cargando con el soplete a gas y su pesada caja de herramientas, las
mismas que ahora, por obra de la casualidad, un olvido imperdonable o mala
leche, había olvidado afuera.
Aquella mañana el coche de una funeraria norteña había
bajado del norte para depositar un ataúd, o sea, el mismo cajón que Tomás debía
abrir dos o tres veces a la semana para desoldar las chapas de cinc, sin
preguntas y con la mayor discreción, porque para eso le pagaban bien.
La tarea era sencilla y aunque no le agradaba la idea
de trabajar a la hora del crepúsculo en la soledad de un cementerio y encerrado
en un panteón, la cantidad de dinero que el día después ingresaba a su cuenta
de ahorro le quitaba al asunto cualquier sombra de dramatismo.
Estaba tendido en la cama junto a Leonor cuando esa
tarde de marzo recibió la llamada. “¿Tomás?” _era la voz del director- “Tenemos
una urgencia”. El solo respondió “Claro”, y cortó la comunicación. “Un día vas
a meterte en problemas con esa gente”, advirtió Leonor.
“Así son estas _pensó él_ Con la mayor
inocencia te empujan a la guerra y después te cargan de culpas la vida
entera”
_Y no tardes demasiado. Te voy a estar esperando.
Mañana salimos a navegar temprano,
_ No demoro _prometió, apuró un trago de vodka y metió
la remera azul adentro del pantalón vaquero, Leonor _tendida en la cama
componía un cuadro de belleza perturbadora_, le recordaba las islas, su cita
semanal con el aire libre. Ciertamente su vida había dado un vuelco afortunado
en poco menos de tres años.
Sin embargo su incómoda, por no decir exasperante
situación actual le recordaba que su trabajo si bien era de fácil ejecución entrañaba
peligros para él, para su vida, para su libertad.
“Qué olor a muerto”, pensó. Pero él no sabía,
desconocía por completo, que guardaba ese ataúd, porque nunca había querido
preguntar. “Mejor no saber”, se había dicho. De todos modos eso no importaba
ahora, cuando no tenía entre sus manos un misero destornillador para librarse
del encierro.
Después, algunas horas después, cuando todo estaba en
sombras, creyó escuchar pasos y sintió alivio. No lo habían olvidado.
Esperó aguzando el oído, anhelante. Alerta, con todos los sentidos.
Esperó en silencio durante segundos interminables y
por fin los latidos del corazón se confundieron con el sonido metálico de la
llave que giró haciendo crujir los engranajes de la cerradura.
Entonces, respiró. Habría gritado de alegría, pero no
lo hizo por la misma razón que no lo había hecho antes, por temor al ridículo.
Qué diría el director, qué no inventaría el último sepulturero.
El calor era sofocante. Con el pañuelo secó el sudor
de la frente, enseguida acomodó la remera en el pantalón y con la palma de las
manos se alisó los cabellos. Empujó hacia afuera.
La puerta no cedió. El sonido de la llave que en
medio de su ofuscación había festejado con entusiasmo había hecho un
efecto por completo contrario al esperado.
Ahora sí que estaba encerrado, y bajo dos vueltas de
llave. Estuvo al borde de soltar un grito cuando recordó que aquella era una
noche de viernes y comienzo de un fin de semana largo. ¿Nadie regresaría hasta
el martes?
Entonces Tomás golpeó con los nudillos, tímidamente,
como quien llama a la puerta de un desconocido a la hora de la siesta. No tuvo
respuesta. Después acercó los labios y susurró contra el frío metal: “¿Alguien
escucha ahí afuera?”. Empezaba a dolerle el cuello, el techo era bajo.
Por lo demás, el panteón era tan estrecho que si
apenas entraba de pie menos entraría sentado. Le dolían las piernas. ¿Se
habrían llevado su caja de herramientas?
Le nació gritar, pero se contuvo apenas pensó que por
aquellas horas podrían confundirlo con un ladrón de tumbas. En el mejor de los
casos lo guardias privados que nada sabían de él lo golpearían hasta el
cansancio y luego lo entregarían a los policías que lo volverían a golpear, de
puro gusto nomás.
Sin embargo no logró evitar el puntapié que soltó
contra la puerta. Esperó aterrado, con el oído atento, pero tampoco, nadie lo
escuchó. A falta de herramientas en el depósito encontró una vieja escoba.
Tomás era habilidoso con las manos, con ellas y mucho de oficio se ganaba la
vida. De modo que en cuestión de segundos partió el palo y tuvo una palanca.
No obstante la puerta estaba emperrada y no
cedió al ingenio ni a la fuerza. La palanca se destrozó por completo cuando en
medio de la desesperación imaginó que el ataúd guardaba las armas que harían
saltar la puerta en pedazos.
Eso ocurrió cuando paseaba el filo de la
precaria herramienta recién construida por arriba y por abajo de la tapa
buscando una ranura, pero a la más mínima presión aquella lámina delgada
estalló en sus manos.
No quedaba otra alternativa que probar suerte
con la cerradura. Ah…si al menos tuviera un alambre, una linterna, un cinturón
con hebilla…, pero no, todo le jugaba en contra esa calurosa noche de viernes,
comienzo de un fin de semana largo.
Pensó en la laguna, imaginó el sobrevuelo de las
gaviotas sobre el espejo de agua, le pareció escuchar el zumbido del motor. El
aire golpeaba en su cara y despeinaba a Leonor, pero ahora mismo se estaba
ahogando.
El ojo de la cerradura era la única abertura que
todavía lo conectaba al mundo exterior. La confusión se había apoderado de él y
con furia incontenible hundió y partió la última astilla, obturando
definitivamente ese ojo único y maldito.
Después, no sabría decir si uno o dos días después,
alguien abrió la puerta y Tomás, deslumbrado por el sol de la mañana solo
distinguió algunas siluetas, humanas mientras un perro gigantesco se
acercaba a él para olfatearlo y lamer las heridas de sus manos.
Otras manos fuertes lo tomaron por los brazos, lo
sacaron del panteón y lo mantuvieron de pie mientras alguien, por detrás, le
cubría la cabeza con su propia remera. Poco después escuchó el zumbido de un
motor y un ramalazo de aire fresco le pegó en la cara.
No sabía quiénes eran aquellos tipos tan silenciosos
como ejecutivos, tampoco imaginó adonde lo llevaban, pero “Mejor no saber”, se
repitió Tomás, “Mejor no saber nada”.”Nada”.
PAGINA
34 – ENSAYO
CRISTIAN VITALE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)
LAS RUINAS DE LA LITERATURA
Hace tiempo que en las tramas de la red circula
una serie de fotografías bajo el estentóreo nombre de Los 40 lugares abandonados más bellos del planeta. Y a pesar del
ruido un tanto presuntuoso del título, cabe decir que gran parte de la serie no
es para nada ajena a dos de sus promesas: abandono y belleza. Y, revisando la
colección, podríamos dar alguna precisión: un antiguo esplendor, un presente
deterioro, vale decir, una ruina.
Una casa abandonada en el desierto de
Numidia, con el desierto adentro; un barco abandonado en aguas australianas, en
cuyo casco crecen sin orden el óxido y los árboles; una estación de trenes
abandonada en Cincinnati, con trenes a medio frenar o a medio partir; un lujoso
yate sumergido en las heladas aguas de la Antártida, y otras imágenes por el
estilo, con la misma singularidad: la belleza de lo caído.
Se piensa primero en la fascinación del
hombre por la ruina. Cómo es que se puede gozar con la contemplación de un
objeto cuya historia no pudo dejar de ser dolorosa. Pero de este interrogante
se ingresa a una constatación, que es lo que concierne mejor a estas líneas. La
confirmación, en parte caprichosa, por cierto, de que lo que se ha dado en
llamar “la literatura occidental”, o peor, “los grandes libros” de Occidente,
cosa que no decimos sin culpa pero decimos, la confirmación, decía, de que gran
parte de esta tradición textual está construida menos de esplendores que de
ruinas. Pasemos lista.
Notemos primero que el primer recorte lo
hace Homero, ya en la puerta de acceso de esta tradición. Notemos que La
Ilíada, en palabras del vate, no contará la gran guerra entre troyanos y aqueos
sino “la cólera de Aquiles” y sus nefastas secuelas. Es decir, de Aquiles, el
de los pies ligeros, del divino Aquiles, importa menos la virtud guerrera que
su ira. Vale decir, su costado vulnerable, tan mortal, esa parte del cuerpo que
Tetis no logró embeber en aguas milagrosas.
Y de Ulises algo parecido. El poeta ciego,
años más tarde, enciende su cámara justo después de la genialidad del rey
lúcido, porque no le interesa su gloria, parece, sino su descenso, tanto, que
podríamos decir que la Odisea es la relación de la degradación demorada de un
rey en mendigo. Y bien sabemos que su victoria final, su restitución, es la
parte más prescindible de la obra, y además dura poco.
Hay dos grandes libros que parecen, a
primera vista, contradecir esta vaga hipótesis de la familiaridad de la
literatura con las ruinas. Un libro es político, el otro religioso. El primero
de ellos narra la historia de un dudoso héroe que se escapa del fuego griego
para fundar Roma. El segundo, el camino ascendente de un poeta guiado por otro
hasta llegar al Paraíso. Pero la verdad de los textos es más compleja. De la Eneida, el primero de los libros, nadie
recuerda la tibia victoria final de Eneas sobre Turno, rey de los rútulos, pero
nos resulta inolvidable, por ejemplo, aquel cuarto libro que relata la tragedia
amorosa entre una Reina traicionada y un Príncipe de dios obediente, el
suicidio final de la mujer y la triste, resignada partida del héroe. El resto
cabe menos en una historia de la literatura que en una de la política. En el
caso del libro de Dante sucede algo similar. Todos recordamos los fragmentos en
los que aún se narra la derrota, la traición, las miserias. Luego, quizá en el
mismo momento en que su guía latino, el lector le suelta la mano. Acaba de
entender que el costado más edénico de La
Comedia es el Infierno.
Y la lista es larga. Avancemos unos siglos
hasta El Quijote. No son los heroicos
libros de caballería los que han pasado a la Historia sino su sátira, su
parodia, en fin. Alonso Quijano es una ruina de un pasado glorioso que no
existió, o para decirlo mejor, quizá
desde la ética de su lógica, una ruina de sí mismo.
Y yendo más acá lo tenemos a Kafka, que
encuentra a los hombres cuando se vuelven cucaracha; a Borges, que se degrada
hasta un sótano argentino para ver a su muerta; a Rulfo, que sólo concibe una
ciudad de hombres más o menos muertos; a Faulkner, que relata una nostalgia; a
Proust, el de lo perdido, a Joyce, a Conti, a Saer, a Walsh.
Más allá de los caprichos de quien esto
escribe, hay algo que parece incontrastable. La literatura bebe más y mejor un
vino envejecido que añejo; festeja, si se me permite, menos el ascenso que la
caída. Sus materiales, parece, propende a las ruinas. Claro que con ellas
levanta monumentos más que el bronce perenne.
PÁGINA
35 – POESÍA ALLENDE EL MAR
MARTHA
R. ZABALETA
(Londres-Reino
Unido)
HEMORRAGIAs
a mi querido cumpa, Julián Bastías
Con menstruación permanente
dibujaba todo el espacio
de las torturas.
a mi querido cumpa, Julián Bastías
Con menstruación permanente
dibujaba todo el espacio
de las torturas.
¿Pensaba
que la vida
se esfumaría así, rápidamente?
El cabo cuando me llevaba al baño
se paró y me gritó:
-¿Es posible que usted sea la Sra. de Hinrichsen?
Pude haberle respondido
-Sí, mi cabo.
Pero callé.
Al orinar, la sangre
se arrebató en borbotones
y le ensució las botas.
-Conteste,
hija de puta,
aulló entonces.
Y fue su culpa
por no dejarme a solas.
Mi vómito le ensangrentó el bigote.
que la vida
se esfumaría así, rápidamente?
El cabo cuando me llevaba al baño
se paró y me gritó:
-¿Es posible que usted sea la Sra. de Hinrichsen?
Pude haberle respondido
-Sí, mi cabo.
Pero callé.
Al orinar, la sangre
se arrebató en borbotones
y le ensució las botas.
-Conteste,
hija de puta,
aulló entonces.
Y fue su culpa
por no dejarme a solas.
Mi vómito le ensangrentó el bigote.
RENACER
DEL CHE GUEVARA
Lloran de mi jardín las hojas muertas, aun calientes, y pasando mis dedos por los labios, me repito su nombre.
Vuelve el eco y silenciando los ruidos de la muerte, trae sus palabras.
Quedaron entroncadas en cañas de las viñas, jugueteando en los brincos de la aurora. Transmutándose de río en cordillera, de pampa en isla y esperanza.
Suya es la calidez que habita bajo todos los suelos.
Un cuerpo vacío acompañó al cortejo. No te vencieron porque estabas ausente.
Tejías ya como pueblo la próxima pelea.
Como hojas muertas que se vuelven verdes, tú floreces.
Tu recuerdo abona mundos nuevos.
Lloran de mi jardín las hojas muertas, aun calientes, y pasando mis dedos por los labios, me repito su nombre.
Vuelve el eco y silenciando los ruidos de la muerte, trae sus palabras.
Quedaron entroncadas en cañas de las viñas, jugueteando en los brincos de la aurora. Transmutándose de río en cordillera, de pampa en isla y esperanza.
Suya es la calidez que habita bajo todos los suelos.
Un cuerpo vacío acompañó al cortejo. No te vencieron porque estabas ausente.
Tejías ya como pueblo la próxima pelea.
Como hojas muertas que se vuelven verdes, tú floreces.
Tu recuerdo abona mundos nuevos.
ANNA
BANASIAK
(Zgierz-Polonia)
Hay
gente
que
mira en el espejo buscando su sombra perdida.
Por
la mañana
los
ciudadanos de la ciudad eterna
gritan,
murmuran,
cierran
los ojos
como
si fueron solamente los rostros de la pequeñez del ser,
actuan.
Para
acabar el día,
calmando
el grito de la inseguridad,
tratan
de sumergirse en el lago salvaje.
ooOoo
Hace
unos años
mi
cuerpo felino tenía el rostro de una niña,
ni
bastante madura ni jovencita
para
continuar el círculo salvaje de la vida.
El
tiempo
seguía
fluyendo
como
si nada hubiera podido ocurrir.
Las
gotas de la lluvia
que
correrían en mi cara,
fluyendo
más en el cuerpo cansado
por
haber madurado tan pronto,
eran
como el rayo de la luz matinal.
Casi
cada día soñaba con abrir los ojos
y
ver una de estas caras iluminadas,
rodeadas
por el pelo casi negro,
con
los ojos tan azules que transparentes,
escuchar
los sonidos de la lengua incompresible,
sentir
el olor imposible a describir con las
palabras conocidas.
Un
día
sin
ninguna advertencia
me
desperté
como
una nimfa,
la
mujer,
un
ser siendo lista para prolongar el dolor puramente existencial.
PÁGINA
36 - CUENTO
MARTA
ORTIZ
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
EL
CIELO
Nuestro
planeta azul ardía tinieblas bermejas. Viscosas y vistosas. Veíamos asentarse
esos velos, ni sangre ni tierra el color, envolturas de cebollas.
Cuanto
se movía devenía sombra. Un debate sin rumbo asolaba las conciencias también
opacas de los sobrevivientes. A la sombra de lo artificial, el orden de lo
natural se replegaba: las macrocatedrales denominadas shopping absorbían
multitudes a partir del cebo de sus góticas cúpulas vidriadas y negocios
también vidriados donde al pasar nos espejábamos.
Lejos,
el viejo Mare Nostrum arrojaba cadáveres desertores a las costas de Africa Un
gong interior detonaba cada segundo la muerte de un niño. Sangraba el cielo en
las comarcas del Levante donde se libraban las guerras. Olas como edificios
carcomían las costas asiáticas y la sequía alzaba polvaredas y borraba cauces
naturales. Supe de un navegante solitario en su barco colorado: hundía a fondo
los remos en el caldero de inabarcables, estériles llanuras de peces muertos.
Llovieron
huracanes, así como cuenta la letra sagrada que cenizas, ranas y pestes se
abatieron sobre Egipto en tiempos de Moisés. Una ciudad en Louisiana, sede del
mardi gras y del vudú, vagó por mudos espejos de agua; día y noche flotaron los
techos desvinculados de sus paredes. Azules, rojos, negros, engarzados al
desborde acuático como los nenúfares de Monet al estanque de su casa en
Giverny. Olía a limo fétido, mezcla de detritus y cadáveres. El grito
extraviado de algún pájaro revelaba la hondura del vacío.
¿Se
habrán guardado a tiempo, los magos del jazz, en las cavidades de sus tubas y
trompetas como el caracol de una sola contracción se retrae en su refugio de
nácar? La intemperie sobre el Mississippi tendía caravanas vivas a los cuatro
vientos. Buscaban un espejismo, el paraíso imaginado carecía de lugar propio.
Los
sobrevivientes sabemos (prefiero decir sé; ignoro si hay otros), que no se
puede contar este cuento así como se contaría una parábola. No inventamos nada
ni hay qué enseñar, fuera de la terca obstinación que nos impulsa (me impulsa)
a recuperar la vida que supe/supimos tener. El día a día no ayuda. Enreda sus
tramas, alimenta el caos. Sin embargo, pensadas en términos de crónica, tal vez
pueda la anarquía ordenar una forma coherente. Pero sospecho: ni crónica ni
parábola; cualquier rastreo del género oportuno es un esfuerzo inútil.
Arracimadas, desenfocadas, deslenguadas se copian y se pegan idénticas aquí y
allá las volantas, los títulos, las imágenes; bocetos de un laberinto gráfico y
verbal sobre el arbitrario trazado noticioso del planeta. No hay segundo libre
de tragedia; las generaciones venideras no nos creerán porque ahora pensemos
este galimatías como se piensa un quiste. Como se piensan los errores
largamente anunciados. Si vienen, las generaciones que vienen.
Casandra
resiste, profetiza, pero a sus palabras como margaritas se las comen los
cerdos. No obstante se advierte un nuevo principio de realidad: las profecías
ya no duermen entre telarañas. Despiertan en los bosques ardidos, en desiertos
de hielo, en el muro de ceniza que nos aísla. Detrás, lo sabemos, languidece el
sol. El último verano, como funesto antecedente de la niebla que hoy nos cubre,
la isla ardió frente a Rosario y el viento arrastró humaredas que enturbiaron
la ciudad y respiramos por igual la pelusa que largan los plátanos y el humo.
No
obstante la hostilidad que el nuevo mapa gotea y a pesar de la media luz
sanguinolenta y el miedo al vacío, ensayé paso a paso desplazarme más allá de
lo turbio. Mi búsqueda empecinada, a contrapelo de la envoltura púrpura, se
orientaba al casi invisible reflejo de un aura, una antigua claridad olvidada.
Una
mañana, tras infinitos tanteos en lo difuso, ocurrió el milagro. Sin que se
descolgase de la nada ni pudiese confundirse con un desvarío. Por un instante
pensé que alucinaba (o que alucinábamos; la placa que abovedaba el cielo era
rojiza, oscurecía todo y no me dejaba saber si yo era uno, yo solo, o muchos, o
unos pocos como yo). Pero me encandiló súbita una claridad de resolana (¿guiño
del destino? ¿había, entonces, un destino?), y niebla y dudas se disiparon al
instante. Casi había olvidado la desaparecida luz natural, pero pude
reinstalarla en mi vida con naturalidad, no sin un dejo de nostalgia, así como
se acepta la luz de un recuerdo.
Hoy
sé que la bruma respeta este lugar, se limita al paciente mordisqueo de los
bordes. A los lados del cartel donde se lee "El Cielo" bar fileteado
en letras bermellón y añil, crecen dos fresnos que el otoño amarillea. Advertí,
y quiero que conste en estos escritos, que en medio del caos, una cruda mañana
de sol apenas entrevisto detrás de los muros de ceniza que un viento radical
demolía, la vida, por error, por piedad, o no sé por qué clase de misterio,
dibujó un trazado inédito: la firme silueta de Amatista impuso resuelta esa
mañana su contorno con bandeja, taza de café, azúcar y humo entre la barra y la
mesa a la que me había sentado donde yo recuperaba mi antigua afición a leer y
a escribir lo que fuera, a condición de que se tratase de una página en blanco
o escrita. Miré alrededor y descubrí que sí había "otros", recelosos
y porfiados como yo en otras mesas, aunque éramos pocos). Y el prodigio de
aquella mirada celeste, mediadora y salvoconducto, ancló por primera vez en la
mía, lavó mis pecados y mitigó y suturó los pecados del mundo.
No
he vuelto a desayunar en la umbrosa galería de mi casa debajo de los pampanitos
secos. Da pena ver colgando enmohecidas las hojas de la parra. Además, para
qué. En El Cielo ella abre cada día sus alas arcangélicas como ojos zarcos,
momento intraducible que elijo para ingresar y perderme en la espiral. Entonces
inicio mi sobrevuelo de valles y remansos. Chapotean garzas moras y cigüeñas de
patas rosadas a ras del agua. Siriríes y patos capuchinos liberan vuelos de
filigrana. Hibiscos bermellón furioso, orquídeas y frutos.
Alucinación,
vértigo, fantasía.
Sobre
el último tramo al final del viaje, Amatista acaba de dibujar con su brazo
derecho la curva perfecta que describe la taza de café al despegarse de la
bandeja y apoyar en la mesa. Me sonríe la pregunta de siempre:
—¿Con
azúcar?
—Con
azúcar —le contesto.
Y
un leve rocío de lapislázuli me cubre de la cabeza a los pies.
CONTRATAPA:
NOTAS DE PARÍS
IRMA
BIGNON
(Santa
Fe-Santa Fe/Argentina)
MICHEL
ONFRAY
¿Puede
la filosofía llegar a ser feroz?
Incisivo
investigador de teorías filosóficas, amante del arte, esteta refinado, ético
pero alérgico a los discursos moralistas, Michel Onfray es uno de los más
celebrados filósofos franceses contemporáneos.
Nace
el 1º de enero de 1959. Describe el lugar de su nacimiento en un magnífico
pasaje en uno de sus libros: Soy nativo de una Normandía pegada a la región de
Auge, una tierra de tarjeta postal con vacas marrones y blancas que rumian en
medio de pastizales verdes o de huertos de manzanos vencidos por el peso de las
frutas redondas y rojas. Mi pueblo natal se encuentra en la intersección de ese
paisaje y de una llanura modesta en la que se cultivan los cereales ondulantes,
trigo y cebada, avena y maíz. Y siempre el agua, en todas sus formas: la
lluvia, el rocío, la llovizna, los charcos, las charcas, los arroyos, los ríos,
todo el conjunto dando a los verdes normandos sus magníficas tonalidades” …
Doctor
en filosofía, es profesor del Liceo Técnico de la ciudad de Caen entre 1983 y
2002. Luego de reconocer que la educación simplemente transmite la historia
oficial de la filosofía y no enseña a filosofar, dimite en 2002 y crea la
Universodad popular de Caen. Él mismo escribe los principios del manifiesto que
lleva por título La comunuidad filosófica.
Onfray
sostiene que no hay filosofía sin sicoanálisis, sin sociología, sin ciencias, y
que un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; de lo
contrario, se halla fuera de la realidad.
De
1989 a 2003 escribe veintidós libros de filosofía, y en 2004 aparece en
Ediciones Galilée La filosofía feroz.
Pues
tendremos la filosofía feroz … La frase corresponde al poema en prosa
Democracia de Arthur Rimbau, publicado por primera vez en volumen en
Iluminaciones en el año 1886: La bandera va por el paisaje inmundo, y nuestra
jerga provinciana ahoga el tambor./ En los centros alimentaremos la
prostitución más cínica. Masacraremos las revueltas lógicas.¡En las regiones
pimenteras y empapadas! Al servicio de las más monstruosas explotaciones
industriales o militares./ Hasta la vista aquí, no importa dónde. Reclutas de
la buena voluntad, tendremos la filosofía feroz, ignorantes para la ciencia,
astutos para el confort; que el resto del mundo reviente. Ése es el verdadre
camino. ¡Adelante, en marcha!
En
su libro, nuestro escritor aborda los temas de actualidad. En consecuencia,
Europa, el euro, el fin de los Estados-naciones, el advenimiento de un gobierno
planetario, las reacciones nacionalistas, la peligrosidad intrínseca del Islam.
En cuanto a
Los
Estados Unidos, reflexiona sobre el imperialismo planetario, la guerra
neo-colonial, y la violencia liberal.
Considera
que el euro, como moneda única, actúa como siniestro acelerador del proceso
liberal dominante. Creemos que la moneda común no justifica la moneda única,
ya
que la banca electrónica y las tarjetas bancarias disponen hace tiempo de una
real moneda planetaria.
Explica
que las guerras revelan el grado cero de la inteligencia. Que surgen cuando el
hombre ha fallado y la bestia toma la posta; cuando el derecho falta, cuando el
verbo permanece impotente ante la destrucción masiva de los pueblos.
Nuestro
escritor nos advierte que ya los mercados, las transacciones y la circulación
de flujos que ignoran las naciones se burlan de las fronteras y de las patrias.
Por lo tanto, todos aquéllos que sufren, víctimas del capitalismo, se dan
cuenta que están frente a una nueva religión. Existieron las pirámides
egipcias, los templos griegos, los foros romanos y las catedrales europeas. De
aquí en más habrá que contar con el caudal de las megalópolis. El liberalismo
es una religión, el euro su profeta, el planeta su territorio.
Volvemos
entonces a Rimbaud con su profecía inducida: tendremos la filosofía feroz.
Pero
no todo es filosofía feroz en la obra de Michel Onfray. Hace un culto de las
leyes de hospitalidad y amor al prójimo. Considera que la hospitalidad proviene
de un mundo agrario, de campesinos, de pastores con sus rebaños en tiempo de
Homero. Supone la puerta abierta para todo caminante que solicite cama y
comida. Nadie pregunta de dónde viene, ni adónde va, ni quién es, ni qué hace.
¿Qué razones obligan al pobre a abrir su despensa, compartir su pan, presentar
su cama, hacer lo necesario para que a un desconocido no le falte nada mientras
está en su casa, bajo su propio techo?
Él
mismo responde en su libro que aquéllo que hace que la hospitalidad y el amor
al prójimo sea necesario, sagrado, absoluto, es la mirada de Dios. La
generosidad vale como un seguro de vida para después de la vida. Ese gesto es
un anticipo para la salvación.
El
tiempo de un pensador como él no es vertical, es cilíndrico: es tiempo-espacio.
Es un pensamiento que habita el mundo y el mundo por venir.
¿Qué
le resta por investigar? ¿Qué le falta conocer y profundizar? Creemos que nada.
Él dice: Todo.
Todos los textos,
fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de
sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos
las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede
a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar,
difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.