Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 82– Setiembre de 2013– Año VII – Nº 9




Imágenes: BEAUTIFUL WORLD

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

DEFENSA DE LA PALABRA

2.
No hemos nacido en la luna, no habitamos el séptimo cielo. Tenemos la dicha y la desgracia de pertenecer a una región atormentada del mundo, América Latina, y de vivir un tiempo histórico que golpea duro. Las contradicciones de la  sociedad de clases son, aquí, más feroces que en los países ricos. La miseria masiva es el precio que los países pobres pagan para que el seis por ciento de la población mundial pueda consumir impunemente la mitad de la riqueza que el mundo entero genera. Es mucho mayor la distancia, el abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos; y son más salvajes los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia. El desarrollo de una industria restrictiva y dependiente, que aterrizó sobre las viejas estructuras agrarias y mineras sin alterar sus deformaciones esenciales, ha agudizado las contradicciones sociales en lugar de aliviarlas. La habilidad de los políticos tradicionales, expertos en las artes de la seducción y la estafa, resulta hoy insuficiente, anticuada, inútil; el juego populista que permitía otorgar para manipular ya no es posible, o revela su peligroso doble filo. Las clases y los países dominantes recurren a la maquinaria represiva. ¿De qué otra manera podría sobrevivir sin cambios un sistema social cada vez más parecida a un campo de concentración? ¿Cómo mantener a raya, sin alambradas de púas, a la reciente legión de los malditos? En la medida en que el sistema se siente amenazado por el desarrollo sin tregua de la desocupación, la pobreza y las tensiones sociales y políticas derivadas, se abrevia el espacio disponible para la simulación y los buenos modales: en los suburbios del mundo el sistema revela su verdadero rostro. ¿Por qué no reconocer un cierto mérito de sinceridad en las dictaduras que oprimen, hoy por hoy, a la mayoría de nuestros países? La libertad de los   negocios implica, en tiempos de crisis, la prisión de las personas. Los científicos latinoamericanos emigran, los laboratorios y las universidades no tienen recursos, el "know how" industrial es siempre extranjero y se paga  carísimo, pero ¿por qué no reconocer un cierto mérito de creatividad en el  desarrollo de una tecnología del terror? América Latina está haciendo inspirados aportes universales en cuanto al desarrollo de métodos de torturas, técnicas del asesinato de personas e ideas, cultivo del silencio, multiplicación de la impotencia y siembra del miedo. Quienes queremos trabajar por una literatura que ayude a revelar la voz de los que no tienen voz, ¿cómo podemos actuar en el marco de esta realidad? ¿Podemos hacernos oír en medio de una cultura sorda y muda? Las nuestras son repúblicas del silencio. La pequeña libertad del escritor, ¿no es a veces la prueba de su fracaso? ¿Hasta dónde y hasta quiénes podemos llegar? Hermosa tarea la de anunciar el mundo de los justos y los libres; digna función la de negar el sistema del hambre y de las jaulas visibles o invisibles. Pero, ¿a cuántos metros tenemos la frontera? ¿Hasta dónde otorgan permiso los dueños del poder?



PÁGINA 2 – CUENTO

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

AQUELLOS ABUELOS
A Miguel Fredi

            Mi abuelo –cuenta Miguel Fredi- se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba una taza de café negro, comía un pedazo de queso y salía al amanecer. Tocaba con sus manos callosas el mango de la azada que había dejado sumergida en un balde de agua para que la madera se hinchara y la azada quedara firme y se iba hasta la quinta a desmalezar los tomatales. Tenía ochenta años. Mi abuela lo seguía detrás, como una sombra. Con su delantal negro, que no se quitaba nunca. ¿Por qué iba a cambiar a esa edad, no es cierto? –Pregunta como afirmando sobre esa pasión casi religiosa que trajeron los inmigrantes del otro lado del mar. A veces estos hombres duros se hacían un tiempo  para poder caminar bajo los árboles, pero no siempre.
            Yo recuerdo a mi propio abuelo, cuando recorría las parvas o los chiqueros, y buscaba un asiento donde quedarse un rato. Podría ser un tronco, el asiento de un arado en abandono, ponía la mano en el bolsillo y sacaba una naranja. Del otro sacaba un cortaplumas y se ponía  a pelarla. Si yo estaba cerca me daba los primeros gajos, y luego de a uno se los iba metiendo en la boca, sin que el jugo le chorreara por la barba o le mojara los bigotes.
            En ocasiones era un pedazo de pan o de queso, pero se nota que a esa costumbre la traía del otro lado del mar, porque  lo vi en otros inmigrantes: todos  tenían la misma costumbre. Otras veces, sacaba una pequeña pipa, luego la tabaquera de cuero crudo, llenaba el hornillo con minucia y dedicación y encendía el tabaco con un fósforo hasta que la primera humareda subiera hacia el cielo y se  sentaba como mirando el mar. Sólo que aquí no era de agua sino de trigo, maíz o alfalfa.
            Pensar en esos hombres, es circunscribir aquellos años de la niñez en un aura que se agranda con el tiempo y la distancia, lo instala en un espacio casi mágico, que corre el albur de convertir algo tal vez simple, tal vez trivial, tal vez basto en una mitología digna de mejor causa para otros. No es mi caso, porque qué sería de tanta vida anónima si nadie recuperara en un gesto reparador todo aquel tiempo en que el trabajo estaba en primer término, estaba por sobre todas las cosas, la propia diversión estaba mal vista por los inmigrantes,  como si el sólo hecho de habilitar el goce estuviera prohibido en su biblia particular y la de sus ancestros.
            Mi padre me contaba alguna vez, que en el año cuarenta siendo mensual de la chacra de Domingo Cléreci, vino a la cancha de paleta  del Club Huracán un exitoso acordeonista llamado Antonio Bizio y como el baile era en verano se escuchaba la música en las chacras cercanas.
            Mi padre, que había ido al baile, al otro día tuvo que aguantase las reprimendas -no sin sonreírse- del viejo Chiquín.
            -Te creés que yo no escuchaba desde aquí “al acordeón del vicio” –le dijo, usando muy bien la fonética para entender esa ambigüedad semántica que la permitía su aparente confusión.
            A él, a  Chiquín, inmigrante sufrido y estoico le habrá parecido el colmo del desenfreno que en un lugar perdido de la pampa un grupo no  muy numeroso de muchachas y muchachos soñaran un rato haciendo un alto en sus tareas, a la que seguramente nadie era esquivo.
            Por eso la anécdota de mi amigo Miguel me gusta, por lo que cuenta de su abuelo ya octogenario que no sabía hacer otra cosa que trabajar, como lo habría hecho desde su aldea natal, en aquella península ya cada vez más difusa en su memoria. Y siempre seguido por esa sombra, su mujer. Por que trabajar para ellos no era un problema de sexo, todo se hacía a la par.
            Habían trocado entonces aquellas aldeas perdidas junto al mar o la montaña, algunos había hecho la guerra y en general venían perseguidos  por el hambre, un futuro incierto para sus hijos y en general llegaban a lugares donde tenían un ser querido, un pariente, algún paisano que le sirviera de referencia en este país tan lejano que veían como provisorio y para ellos seguro que lo era, aunque la estabilidad la consiguieran con seguros sacrificios y también es seguro que el abuelo de Miguel, el mío y el de tantos otros amigos hubieran elegido a su tierra natal estos cielos altos, estos soles anchos, esta luminosidad sobre el verde furioso de toda la llanura que ellos cultivaron con una pasión tan minuciosa y posesiva que me hace dudar si pudieron disfrutar del vuelo alto y seguro de aquella garza mora que cosió el horizonte para siempre delante de sus ojos.


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

MIRTA GAZIANO
(Santa Fe-Argentina)

NATALICIO

Cabe una lágrima en la palma de mi mano
suma nostalgia mi encendido vuelo
llama fecunda
pasos desandados.

Trasnochados despertares
anunciando
despejando
blandiendo nubes
alzando el ansiado amanecer.

Para que pueda verte
resurgiendo entre las capas de cenizas
enteramente nuevo
en efervescentes gotas de rocío.

OCASO

Sucesivas y pendulares ráfagas
derrapan por bordes encumbrados.

Atraviesan blancos lamparones
con variables de cientos de pigmentos.

 La luces
con sus múltiples matices
eternizan los albores de la vida
contrastan figuras
en radiante resplandor en el poniente
abren caminos en la línea de horizonte
confieren calma,
expanden el pecho en total melancolía.

SIN BRÚJULAS

No sabiendo, solo ignorando
ando así desaprensiva.

En lo más espeso de mis pensamientos
voy buscando señales
notas, estrategias que me indiquen,
 me arrojen luz  sobre la ferviente humanidad
esperanzada.

No sabiendo, con solo presentirlo
allá voy con el deseo de vislumbrar cambios
convincentes.
Conservo lo mejor acumulado como tesoros,
cómo ofrendas

Avanzando a cada día
Estoy yendo por caminos alternados
sin brújulas…
son mis guías, solo el viento o el color del firmamento.

Mis llamadas de ángeles o diablos…
Conspirando con cábalas y resurgimientos.

Ignorando…
Solo ignorando, conservo
mi efímera semblanza de paz,
por seguir sin saber…acumulando.


JORGE DIPRÉ
(Ceres-Santa Fe-Argentina)

QUIÉN

Quién puede
nombrarse soldado de dios
guerrillero o astronauta?
Quién
en el avatar
recorre los caminos
para olvidar el futuro
o desmembrar la memoria
flema de lo vivido?.
Quién puede
alzar la espada
arrogarse la lucidez implacable
o la visión extrema?.
Quién
en la cuarteada semblanza
se dibuja como el amante inacabable
o el inspirador de tu orgasmo contenido
tu solitario exprés de espaldas al espejo
el lunar en el borde del labio?.
Quién
de lo complejo hace un culto
de la desgracia el mensaje
y del arbitrio
el desatanudos de la patria?.
Quién puede
llamarse a sí mismo
agente del mal o del bien
soplo o influjo
encarnación de la Idea
eje o pivote
centro del mundo
plaza de mi pueblo
efeméride
redentor de la misma memoria desmembrada?
¿Acaso yo?

SEIS BALAS

Soñé que me compraba un revolver.

Vendí los zapatos de mis hijos
viejos juguetes
una caja de libros que compramos con Alejandra
con el dinero que nos regalaron cuando nos casamos
algunas otras chucherías
y con eso fui y compré un revolver usado.
Elegí uno con el que habían matado primero a una adúltera
y luego a un policía que intentó robar una panadería.
Pasión y delito, me dije, saqué la bolsa con los billetes y las monedas
y me llevé el fierro guardado cerca del corazón.
Tenía muy claro para qué lo quería
pero desperté de golpe.
La persiana había quedado entreabierta
y un rayo de luz cruzaba la habitación
para darme de lleno en la cara.
A mi lado dormía aún ella
y desde la calle llegaban los ruidos de un día a medio hacer.
Recordé el revolver
y me pregunté para qué lo querría.
No me gusta cazar, no he matado ni a un pájaro en toda mi vida
mis odios no son tenaces
sin embargo, la vigilia súbita, plegada aún al sueño
me llegaba con una calidez, una sensación de completitud
que me sobrecogió.
En la mesa de luz se apilaban los libros
que entregaban sus historias de a tramos.
Repasé cada carátula sentado en la cama
antes de levantarme y meterme en el baño.
El espejo devolvió el rostro de un hombre de
casi cincuenta años, desnudo, con la barba desprolija
demasiados pelos en el cuerpo
los ojos aún hinchados, algo excedido de peso
con ilusiones masticadas como chicle
y aliento a perro.
Trago amargo a esta hora del domingo
cuando el cepillo de dientes te reclama el abandono
y la cabeza no logra decirle al cuerpo que otro día
que otro día
mientras, en la mesa de luz,
en el cajoncito, junto a las medias y un viejo reloj
duermen seis balas
para ningún revolver.

POEMA

El camello
y yo
hemos pasado
una vez
por el ojo de la aguja.
Uno y Otro
no somos todos.


PÁGINA 4 – ENSAYO

ANNA ARENT DE BANASIAK
(Polonia)

A ORILLAS DE PARANÁ JULIÁN CONTÓ  SU HISTORIA

Muchos de los investigadores polacos, tan historiadores, tan filósofos como críticos literarios, tratan de buscar en todo lashuellas los polacos  el mundo. Una de las causas de este fenómeno es el resultado de la necesidad muy profunda de encontrar las pruebas olvidadas de la magnitud de su país.

Recientemente he tenido la oportunidad para encontrar la sombra de Irene Gretkowska. Sin duda, Raúl del Pozo es uno de los contemporáneos escritores españoles más conocidos, galardonados y leídos. Tengo que admitir que una de sus ultimas novelas, El reclamo, ha sido un descubrimiento para mis ojos.

Normalmente suelo empezar con la presentación del resumen y los elementos más importantes del texto. Uno de los críticos presentó la historia diciendo que:
“A orillas del río Paraná donde vive exiliado Julián, un antiguo guerillero español, ha acudido un historiador estadounidense que está investigando  las partidas de maquis que operaron en España después de la Guerra Civil”[1]

Hojeando o leyendo las siguentes páginas conocemos los recuerdos y pensamientos de Julián. Un lugar muy importante en su vida parece ocupar su amiga y compañera, ua polaca Irene Gretkowska:
“Irene: eslava, y católica, procedente de un país frío de catedrales”. [2]

A la primera vista el protagonista es diferente de la mujer. Pero él mismo admite que:
“Tenemos biografias diferentes, pero desencantos juntos. Peleábamos en los astilleros para que llegara la libertad y llegaron los tanques con soldados de piel de conejo”.[3]

Los dos se hallaron en el momento y al final fueron forzados a buscar o crear el nuevo.

En el siglo XX hay muchas paralelas entre la historia de Polonia e España. Los dos países tenían que elegir la nueva identidad después de la serie de los movimientos, ideas y cambios ocurridos en los años 30. En cuanto a Polonia, renacida en el año 1918 después los 123 años de la falta de la independiencia, la primera mitad del siglo XX fue un etapa tan dura y exigente como bella y fascinante.

En España, en el año 1918 hubo que enfrentarse con las huelgas y muchas problemas sociales. Como escribe Manuel Tuñón de Lara:
“La perdición de la autoridad y pequeña operatividad de los partidos políticos causaron que aparte del año 1918 fueron creados solamente los GAN o los conservativos”.[4]

Todos los procesos mencionados fueron una de las causas de los movimientos que estremecieron el país. De todos modos,  en los tempestuosos años 30 se nota las obras de autores tales como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Pedro Salinas. La estructura de este mundo cayó en la ruina en el resultado de la Guerra Civil, la cual sigue siendo la inspiración para los artistas de muchas generaciones.

Alguien dijo que no hubo nada peor que la crueldad y la guerra entre los habitantes del mismo país. Cada inicio del conflicto bélico es una de las cosas más peores para imaginar. Siempre ha sido así. Pero en el siglo XX nuestro mundo ha cambiado mucho porque:
“En las guerras antiguas, a los héroes se les enterraba junto a las armas que usaron en la batalla. Aquí se les enterró a todos en secreto”. [5]

Hemos perdido el respeto  a la vida y la muerte. Según  Raúl del Pozo  la causa de  la tragedia es la justificación de matar. Julián confiesa:
“Soy culpable no solo de haber matado sino de haberlo justificado, porque no hay ninguna justificación, ninguna teoría que autorice a saltarle a nadie la tapa de los          sesos”. [6]

El reclamo en gran parte está dedicado a la Guerra Civil pero el lector también conoce tan cantavidadores fragmentos como éste, dedicado a la experiencia del cuerpo femenino:
“Siempre he visto el cuerpo desnudo de una mujer como un enigma, como un premio inmerecido”[7]

o al sexo:
“incluso cuando nos íbamos a la cama, para lo cual tardamos mucho tiempo porque yo me desvelaba en la cama, estaba acostumbrado a dormir en el suelo”[8]

Sin embargo  todos los elementos mencionados tienen mucho que ver con la experiencia de la guerra, siendo a la vez la causa y el fondo. Raúl del Pozo no solamente introduce los detalles históricos, pues también muestra los rincones de la mente y conciencia humana.

[1] La nota editorial
[1] R. del Pozo, El reclamo, Espasa Libros 2012, p. 52.
[1] R. del Pozo, El reclamo, Espasa Libros 2012, p. 53.
[1] M. Tuñón de Lara,  J. Valdeón Baruque, A. Domínguez Ortiz, Historia de España, Barcelona 1991, p. 532.
[1] R. del Pozo, El reclamo, Espasa Libros 2012, p. 166.
[1] R. del Pozo, El reclamo, Espasa Libros 2012, p. 205.
[1] R. del Pozo, El reclamo, Espasa Libros 2012, p. 97.
[1] R. del Pozo, El reclamo, Espasa Libros 2012, p. 31.


PÁGINA 5 – CUENTO

MARÍA LYDA CANOSO
(Casilda-Santa Fe-Argentina)

LA CARTELERA DEL MODERNO.

Claro que las fotografías de las películas de Esther Williams eran a pleno color, una piscina en ruuu-tiii-laaan-teee technicolor, fotos brillantes de cartelera que daban cuenta de una piscina nacarada y bañistas abriéndose en flor o en abanico de cuyo centro emergía una Esther Williams sonriente y saludando, toda ella plumas y guirnaldas, arquitectura sustentada por el discreto andamiaje que permitía una apariencia de equilibrio firme en medio de tanta agua coloreada. Focos de luces, también de colores, que seguían los sinuosos movimientos acuáticos y de pronto iluminaban surtidores y hasta llamaradas.
Bigotito fino Xavier Cugat de maracas y perrito chihuahua en un fastuoso escenario Hollywood Hollywood, ¡oh, Hollywood!, la banda a todo ritmo y cálida esa rumba Bim Bam Boom o el Tico Tico. Pero lo que hizo verdadero suceso fue Alma Llanera.
Cuadros perfectos de nadadoras haciendo figuras dentro del agua. Visor que permite tomas de contorsiones resistidas o impulsadas por el agua turquesa de filtros en la luz y filtros en la cámara, color que también se reproducía en los atuendos de las espectadoras que ya disfrutaban a pleno la moda de los tonos más variados del color pastel.
Cuando con mis amigas vi por primera vez Escuela de Sirenas en la pantalla del Moderno, no se me ocurrió pensar que la piscina de la película debía tener una pared de vidrio o que alguien como un buzo se hubiera sumergido con la cámara, sólo así podían tomarse esos primeros planos gloriosos de la Williams que venía de competencias olímpicas. Pero lo mejor de ella eran los ojos, que jamás se irritaban, abiertos cuando nadaba, ojos que concordaban con el turquesa del agua, sonriente y disfrutando la Williams de esa falta de gravidez que la favorecía y hacía mover de manera majestuosa, con gestos lentos de sirena en esa masa líquida.

Porque cuando bajo el agua dábamos una vuelta de campana para regresar hacia el centro, apenas si nos veíamos en esa agua verde casi Nilo, ligeramente turbia, tibia pero algo más fresca que esos orines en los que no se podía dejar de pensar cuando uno atravesaba, buceando, las superpuestas capas de agua, cada una a su temperatura, hasta llegar al fondo, casi rozando la rejilla (límite con esa zona zumbante a plena muerte, emparentada con los remansos traicioneros del Carcarañá) desde donde un motor siniestro tiraba para adentro con esa fuerza oscura de querer engullirse algún bañista.
Alguien que volvió de Norte América una vez dijo que allá había salido a la venta un producto que, combinado con el orín, hacía mudar de color el agua. Que si lo echaban en la pileta sin advertir a los bañistas, lo más probable era que alrededor de alguno el agua comenzara a colorearse de rojo, como si la persona se desangrara o le sobreviniera repentinamente una desmedida menstruación. Pero eso era allá.
Yo sentía la masa de agua de nuestra pileta del club como un líquido amniótico que en esa dimensión nos sostenía, daba sentido a nuestro tedioso verano, porque nadar era un fin en sí mismo para nosotras en esas desmedidas cuatro de la tarde en llamas. 

Todo lo que aparecía en la película era firme y real, propio de esa vida exótica que desplegaba diversidad de artillería apuntando directo a nuestros sentimientos. Las adolescentes soñadoras creíamos con vehemencia que lo que veíamos en ese mundo cinematográfico era una proyección anticipada de aquello mágico y hermoso que alguna vez nos habría de suceder. Los insatisfechos por edad o por rutina iban al cine a soñar con todo aquello que, en definitiva, les faltaba.  Ver películas era como vivir un sueño. Pero cuando la cinta terminaba quedaba una gran insatisfacción, todo a nuestro alrededor nos parecía tan mediocre...
Pero había más. Se nos generaba la sensación de que cuando el filme finalizara, los protagonistas, allí, no en la pantalla sino en esa lejana Culver City California, seguirían ese romance que aparentaba desarrollarse en una ciudad de ensueño, pero que sabíamos de manera fehaciente que tales escenarios podían ser localizados en sets de filmación con telones pintados y casas de utilería. Y eso no importaba, porque eran muy fuertes las imágenes que ese truco lograba armar para nuestra seducción.
Cuando prendían las luces del Moderno uno quería esconder los ojos lagrimosos, no tanto por el dolor sino por la emoción, emoción que tan bien estos brujos hollywoodenses sabían construir porque tenían clarísimo el conocimiento de qué resorte tocarnos. Emoción que también se les producía a los hombres, pero ellos se levantaban antes de la butaca, y daban la espalda al amontonamiento que se encaminaba hacia la salida y entonces, con naturalidad y para poder borrar toda huella de lágrima, desplegaban el pañuelo y se sonaban a todo ruido las narices. Qué rara era nuestra emoción...

A partir de Escuela de Sirenas no hubo concurso que no ostentara un engominado cantante que se plantara extendiendo los brazos y la mirada al futuro, arremetiendo con “Yooo nacííí en esa ribeeera laralála, laralá...la...” asegurando, con esas modulaciones salidas del doble o triple fondo de sus pulmones, el aplauso cerrado que devendría en consagración a cuatro vientos a través de la radio cerealera de Rosario.
Después de ese fin de semana a plena sala en que el Moderno proyectó Escuela de Sirenas, a mi madre, a quien jamás oí tararear, le quedó pegada la melodía de Muñequita Linda, de María Grever. Cosa curiosa, mamá nunca cantaba las letras: ese era un aspecto más de la concepción natural que tenía del buen gusto y que aplicaba con buen tino en casi todos los órdenes de su vida. Eso tal vez contribuía a que uno la percibiera refinada, aunque debo admitir que también la hacía distante.
La proyección fue a sala llena; hubo gente que se quedó afuera y, en consideración a ello, el empresario tuvo que alterar la programación y volver a pasar la película. Yo la vi dos veces, y hubo amigas que hasta la vieron tres. La primera, la vimos con ingenuidad, embaucadas por mágicos artificios que se desplegaban, uno tras otro, uno dentro de otro. Ya en la segunda vista nos dedicamos a ver en detalle el ballet acuático, con la atención de quien mira una pareja de profesores de tango para sacar el paso.

Con las chicas del club ensayamos una y otra vez la escena acuática, dispuestas flotando tomadas en estrella, los pies pataleando al centro, y a partir de allí y siempre de cara al cielo salir nadando para atrás, siempre fuerte la patada, entonces desde la terraza alguien que grita que el cuadro está perfecto mientras el roce del agua con el cuerpo que se desliza, un poco más a cada brazada, nos hace sentir una casi felicidad. Una módica felicidad de pueblo chico de verano
Y luego el regreso: pisar con desconfianza la rígida escalerita de metal musgoso, resbaladizo, sacar de un envión el cuerpo del agua al calor y correr al vestuario a ponernos el bronceador de coco y entonces extender la toalla en el suelo y tirarse a tomar sol boca arriba, y cuando empezaba a tensarse la piel, voltearse boca abajo, en la terraza áspera del vestuario, que era nuestro solario, tal como en un spiedo achicharrándonos.


PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

GITO MINORE
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LOS ÚNICOS PRIVILEGIADOS

Sujeto a la irrealidad
que supone
representar el sopor profuso
del pasado evocado,
podría afirmar
que el cielo en aquel entonces
carecía de horizonte.
Era como sí
Ítaca del Mirador
hubiese estado
suspendida del aire,
solamente
rodeada suavemente
por la avenida limítrofe en el espacio
ex Iparraguirre,
ahora Eva Perón.
Y en ese territorio irredento
de los sueños
simplemente volábamos en las hamacas,
con los ojos cerrados,
sacudidos por los colores
que el brillo del sol
provocaban en nuestras retinas.
Mientras tanto
lo único real eran
las palabras del General
decorando un paredón
donde unas caricaturas corrían.
Éramos los únicos privilegiados,
los niños.

LABOR POÉTICA

Labor poética
No se inventa nada. No.
En el escenario mismo de la vida
se despliega pura, primitiva y bruta
la literatura.
Un escritor simplemente es
un mecánico aplicado
que monta y desmonta
fragmentos crudos de realidad,
un administrativo de confianza
cuya labor principal
consiste en acomodar
puntos, comas
y algunos acentos.
De la eficacia de esta ardua faena
resulta el genio.
Trabajo. Trabajo. Trabajo.
No más que eso.

LA VIDA ENTERA
La vida entera
y un rato más
destinamos a alimentar
las bocas de este sueño.
Entregando las noches,
los días y los mediodías,
a la noble causa
de arremangarse el alma
para meter los brazos
en la bosta cotidiana y así sacar
algún que otro tesoro,
escondido entre tanto
espanto.
No nos asustaron
el hambre, ni el cansancio,
ni el desánimo
ni la mirada réproba
de quienes nos señalaban con el dedo
por no decidirnos a ser
conformes infelices
y ya.
Nos iluminó la sonrisa
una estrella de la que no teníamos
ni idea de su existencia,
pero que estaba.
Resistimos,
persistimos,
insistimos.
Por eso,
tampoco nos amedrentó
el temor que nos impusieron,
la paliza que nos prometieron,
ni el bozal con el que intentaron
acallar todas
las bocas todas de nuestra idiosincrasia plural.
Fuimos felices por el simple hecho
de madrugar y prepararnos valientes
para la batalla diaria
sin más armas
que la flor de nuestra juventud
entregada.
La vida entera
y la de los nuestros
convencidos
dedicamos a encontrarnos
en aquello que
aún mañana
seguramente vivos,
más allá de esta vida,
seguiremos soñando.


ALBERTO E MAZZOCCHI
(Córdoba-Argentina 1937/1960)

OLVIDABA DECIRTE

que el mar guarda el secreto
que yo no escribí en las piedras mi nombre
ni dejé a propósito una huella en el suelo
encontré la verdadera tristeza en estos cadáveres de pájaros
pero si también he apartado la arena
fue por algo
no temas que las hierbas divulguen mi muerte
las hierbas guardan el secreto
y si he perdido alguna medalla hace mucho
en ellas no hay ninguna leyenda
no temas que en las medallas se diga algo de mi muerte
las medallas son demasiado pequeñas
para escribir en ellas una leyenda
as gaviotas no saben nada
saben de sus nidos y del día
y del alimento que flota en el agua
pero tú sabes que muchos bosques han desaparecido
pero en esos caminos lo único que puedes hallar
es la soledad
no temas
es la soledad que se nutre
y no mi manto ni mi blusa
ni un cabello mío que ha quedado en alguna rama
el viento también guarda el secreto
si inclina los árboles las ramas altas de los árboles
y desparrama las hojas pequeñas de los pinos
o si despeina un niño pobre
o si sacude la falda de una mujer pobre
no es para decir mi nombre
la noche está allá en el barranco
donde estuvo siempre allá en el barranco
este mar guarda el secreto
no dirá a nadie que he muerto.

EPÍSTOLA A DYLAN THOMAS

Te escribiré
que en todos los países hay ríos
mediodías sombras espíritus que se juntan
calabazas llenas de agua para que beban los que se han ido
maderos disecados y extraños de esquifes
donde se aferran las mujeres para llorar
donde sube un cangrejo
diversas muertes que aún no han terminado
medianoches
instintos
máscaras
raíces

nostalgias emponzoñadas que reposan en los vientres
lejos aún de todo incrustadas
árboles que nos recuerdan lo que hemos abandonado
un cocktail distinto todos los días
ruedas de caucho dudas vergüenzas.

Y esto es todo lo que tienes
mientras no hay nadie
y esto es todo lo que tienes
hace tanto que las chovas desveladas han huído
y nada poseías
sólo el frío de tus carnes.

Quédate
ya nunca más
sólo la esperanza necesaria de los pobres.

Estábamos ebrios
desnudos o con las mangas mojadas
así llovía sobre nosotros
y así simplemente éramos hombres
habíamos comido y llorado.

Ahora ya todo está demasiado endurecido
ni los rostros besados.

Te escribiré
que en todos los países hay ríos
y además encontrarás
tu cara de gusano
tatuada en la falda de una mujer inglesa
o en un vaso de cristal.-


PÁGINA 7 – ENSAYO

JULIO CORTÁZAR
(Argentino-1914/1984)

EL SURREALISMO

¨El surrealismo fue mi camino de Damasco, me arrancó de la sensiblería post-romántica de la Argentina de los años treinta, me enseñó a atacar la palabra, a batallar amorosa y críticamente con ella, a fiarme de lo absurdo y a rechazar la sensatez sistemática, a creer en una esquizofrenia creadora (no son los términos que se usaban entonces, pero los lectores de hoy comprenderán). Después vi anquilosarse poco a poco el surrealismo, convertirse en escuela, casi en Iglesia con André Breton como Papa. Yo, por muchas razones, no calzo con las iglesias. Pero el verdadero surrealismo es indestructible, es una actitud, un modo de conocer que se da diariamente de mil maneras que, por suerte, no son forzosamente literarias¨.



PÁGINA 8 – CUENTO

EDUARDO PÉRSICO.
(Lanús-Buenos Aires-Argentina)

AGUA CALIENTE A LA IZQUIERDA, IGUAL QUE EN ZURICH.
                
          La avenida de Mayo en Buenos Aires parece no existir hasta el cruce con Florida; ahí todavía sin muchas pretensiones de ser exclusiva y distante es ajetreada por caminantes del apuro bancario. Y nada exhibe allí la reminiscencia histórica de imaginarios paraguas del 25 de mayo de 1810 cuando ‘el pueblo quiere saber de qué se trata’, ni  las palomas ahuyentadas a multitud y bombo de las bullangueras marchas con sabor a revancha.

        A dos veredas de esos ecos de vivas y juramentaciones, en un bar con sillones canasta límites del Cabildo el Quelo Varela apuraba a pura sonrisa, verso y camelo, a una rubia azafata suiza que conociera en el trámite de cambiar unos dólares el día anterior y se negara a ser regresada en taxi a su hotel. Pero que le anotaba a Quelo su dirección en una servilleta de papel: Freni Dietz, Kloten, Zurich, Él  en verdad leía ‘Vreni’ y ella aplicando sus dientes al labio inferior le repitió ‘Freni’.
- Is my name - y él en tarzánico inglés y le preguntó ‘¿do you like another whisky?’ Y acaso mejor sonaría 'juiski' pero si esta viajera al fondo del mapamundi entendiera la cierta intención de su ¿do you like?, no se escandalizaría. ‘Sí Quelo, no cualquiera actúa de exponente tribal ante una auténtica rubia europea que te diera su dirección en Zurich como si te  invitara a verla ahí cualquier tarde de estas’. Así que sin esperar dispuso llevarla a conocer Buenos Aires, y ser ‘Quelo protector de azafata indefensa en la riesgosa ciudad, en repentina y apreciable ocurrencia’.
 
      -¿Ves? Por aquí sucedió el Cabildo Abierto de 1810; esta es la diabólica Plaza de Mayo donde los guarangos se lavaron las patas en la fuente en octubre del ’45 y durante años las Madres de los treinta mil Desaparecidos nos siguen espabilando una vez por semana que tengamos más memoria y eso muchos no lo entiendan. En esa Casa Rosada trabajan las autoridades nacionales, -es una manera de decir- te mostraré la Recoleta el barrio que desafía todo a puro lujo y ese desperdicio de cemento es el Monumental Estadio de Fútbol que pagamos a tanto por gol para disimular nuestro arrabal no capitalista. Esa confitería casi en sombras es la más costosa del planeta, very expensive, Freni, too much, pero allí hoy no entraremos porque /mirá que casualidad/, este es mi departamento. Donde debemos entrar sigilosos y en voz baja porque  mi cama solitaria es ancha y ajena como la pampa y antes que me olvide, si querés ducharte la llave de agua caliente está a la izquierda, to the left, Freni, igual que en Zurich.

- ¿Vos sabías que los sudacas no somos seres tan distintos? Ustedes, cronométricos que miden en décimas de micrones y nosotros, miserables de tanta inmensidad toda diferencia la mensuramos en hectáreas, y aquí vos y yo por mandato de la especie ajena a cualquier mapa, quizá tenemos ese mismo temblor de muestro primer apareo hace un milloncito de años en una íntima selva. Por eso y sin temor usemos nuestra  encendida piel envuelta en acrobacias de tigre silencioso y pequeñas palabras, sin que tu rubor no sea fingido, Freni, y no sigas tensa en la habitación con sonrisa apenas y rubor de hembra sorprendida en silencio. Es tiempo de no temblar al besarnos y si tu sonrojo iguala a este ataque adolescente que me llegó de golpe, nuestra tímida escena  defraudaría al espejismo que tienen de nosotros los países rubios. Y vos no dejes de ser Freni Dietz, alhaja suiza de mi corazón hablándome del cantón donde naciste y cómo te peinaban cuando eras chica antes de oír misa en la iglesia de Schauffhauser, igual que una piba de mi barrio. O apretada, muy apretada a mí pecho, me digas de aquel novio que inauguró tu ternura al llevarte en la bici tras el puentecito del Rhin, y no sigamos distrayendo nuestra desnudez recreando el pasado y averiguar de paso nuestra pasada  historia. No vale renunciar a esta hora inolvidable, Freni, y ya probemos con suiza precisión que el amante argentino es de buena perfomance y poco rechazo de fabricación… Esa otra ficción nacional de ganadores imbatibles del principio al fin, así nos va en la vida... Dulce, te cuento que entre nosotros hacer el amor es el modo de seguir en el mundo, por bisnietos de algunos que hace un siglo enriquecieron a los sastres londinenses comprando trajes por docena y dando un saltito al Canal de la Mancha, coparon los burdeles de Francia a punta de guita y vaca llevada en el barco. Reprimido y represor morocho y argentino rey de París, Freni, estancieros millonarios con olor a bosta llenando los prostíbulos y despreciado por los rubiecitos de ojos azules, como los tuyos.

          Y no te rías mi amor de este secreto nacional porque vos, mujer hermosa del mundo civilizado conmovida si te beso los párpados y los dos en lenguaje mezclado lamentamos tanta demora en conocernos. Nos equivocamos, amor, vos no viajaste a Buenos Aires a lagrimear sobre mi pecho y a tatuarme una melancolía que ya presiento. Vos llegaste aquí a ver malambo con boleadoras y conocer a vetustos tangueros disfrazados con pañuelo al cuello; vos viniste a mi Buenos Aires querido para dejarme tu nombre en una servilleta de papel que al subirte al avión y por mucha añoranza que le inventemos, se borrará de olvido. ¿Eso no lo imaginaste, Freni? A nuestra final ternura de los dos en el aeropuerto la llenaremos de un futuro que bien pronto sentirá el olvido de otras nuevas miradas;  y este nuestro intento de amarnos de fuga y contrafuga se llenará de tiempo… 

         Recién despierto y ya la luz detenida en el corazón de la mañana, Quelo Varela miró a Freni replegada sobre su propio cuerpo. Un mechón de pelo desordenaba el blanco de la almohada y al quitarle una mano sobre su vientre, la besó tiernamente en un hombro. Una inigualable noche de  olvido inevitable había pasado y él se refugió en un cinismo doloroso y absurdo: ‘era cierto, las azafatas suizas también son seres humanos’. 


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

¡ARRIBA LAS MANOS!

El joven se levanta cuando la mañana
se confunde con el pliegue de la tarde.
Va remendando sueños por pasillos
alfombrados de tierra apelmazada,
donde el amor se esconde tras cascotes
entre ratas y alimañas.
De dos patas.

Saldrá con sol estrellas lluvia vientos.
Con luceros y sin ellos.
Saldrá como quien sale a bofetadas
con la vida y con la muerte que
acaricia sus mejillas todo el día.
¡Todo el día!

A las trompadas se levanta.
A cachetazos con la gente
y a palazos contra el perro
que es el único que nunca
lo abandona.
Si  no conoce el calor de una caricia,
¿quién pretende que la diera?
¡Algún imbécil!

Y dura el joven, un poco niño, muy muy muy viejo.
Solo dura.

Algo le dice en voz baja
que hace falta que los pobres
sufran mucho antes de entrar al cielo
por el ojo de una aguja.
La mentira  susurra en sus oídos
taponados por el polvo.
Las escuelas se cerraron,
pero otras puertas se abrirán.

Será ese el premio cuando la muerte
Se lo lleve para siempre.
Si, claro. Para siempre.
¡Alto el precio!
Me parece.

En su bolsillo raído, tan deshilado como su alma,
lleva la foto de un santito milagrero.
Dicen, que si le reza cada noche,
hará un milagro.
Pero el santo distraído no lo escucha
no lo mira ni bendice
ni le arrima unas monedas
¡Nunca, nunca!
¡Tal vez, acaso, cuando llegue al cielo…!

Y el joven, tratando de jugar carreras
en esa compulsiva maratón contra los días,
acaricia una pistola y una faca.
Alguna de las dos, seguro que no falla.

Se empuja, envejecido como está,
antes de tiempo,
a robar a maltratar a asesinar
O a cualquier cosa. La que sea.
La que obligan los extraños
Paradigmas.

El hambre se revuelve en esa panza
Que hace ruido y se retuerce
estrujando la esperanza.
¡Acá todo es igual! Dicen que dijo.
Todo es igual.
Gritó: ¡Arriba las manos!
¡Y se le escapó el tiempo!


CARINA SEDEVICH
(Córdoba-Santa Fe)

4

Esa manana escuchaba el quejido
de la puerta del mueble en la cocina.
La puerta donde esta el tacho de basura.
Esa manana hacia frio todavia.
En mi utero habia sangre todavia
mientras oia, inmovil en la cama,
el ruido de la puerta en la cocina.
Pude cerrar los ojos y no ver como te ibas
pero no pude dejar de oir aquella puerta.
Algo viniste a decirme, que te perdonara.
Dentro mio la sangre coagulaba
los ovulos, todos, se morian.
Ahora en la cocina, cada manana,
cuando desgrano una fruta
para mi cuerpo sin nido
me doblo como un gato al que alcanzo
una flecha
para dejar caer mi resto en la basura.
Una cascara, un corazon, una semilla.
Con ellos va el perdon que puedo darte.

5

Esa tarde en Andratx, en el pequeno auto
llegamos al espigon despues de ir al faro
y no habia mas azul ni mas verde que desear
porque el mar ya lo habia deseado todo.
Cada curva rocosa se acostaba
de lado a lado, entre los muelles.
Parecian mujeres y asi olian,
como apretadas de noche en el haren.
Las embarcaciones esperaban
porque sobre las aguas que clarean
y despues se oscurecen como en ronda
es mejor esperar y estar callada.
Te abrazaba, pero estaba con el aire
con los colores y con los pescadores.

6

Es dificil horadar el alma.
Es dificil incluso aproximarse
como hace el sauce sobre el agua.
Cerca o lejos nunca fue importante.
Ni dentro o fuera
ni tuyo ni mio fue importante.
Lo importante era mirar el sauce
como se batia sobre el agua.


PÁGINA 10 – ENSAYO

ERICA GONZALEZ
(Viedma-Chubut-Argentina)

ESCRITURA Y PSICOANALISIS

“¿Para qué se escribe y para qué se lee
sino para tratar, infructuosamente,
de penetrar el silencio de los cuerpos?”
Graciela Montes

“Me dije siempre que uno escribe sobre el cuerpo
muerto del mundo, y también sobre el cuerpo
muerto del amor. Que es en los estados de ausencia
donde se hunde el escrito, no para reemplazar nada de lo
que ha sido vivido o supuestamente ha sido, sino para
consignar el desierto dejado por ello”
Marguerite Duras

Es el intento de este escrito abordar la cuestión de los efectos que produce la creación, específicamente la escritura creativa, sobre los sujetos. Lo haré desde una perspectiva psicoanalítica. Un intento modesto, porque si bien es un tema que provoca mi pasión (he sido “apestada” en igual medida por el psicoanálisis y la literatura), a pesar de los esfuerzos que invierta en abordarla, me esquiva permanentemente las respuestas. Así es que sólo puedo transmitir algo de lo que a mí se me ha develado. Se tratará entonces de respuestas fragmentarias, pedazos de respuestas, que lejos de cerrar la cuestión la abren a nuevos interrogantes.
Como me faltan palabras recurriré permanentemente a las de mis Otros: psicoanalistas y poetas. No temo hacer uso (y abuso) de ellas, porque las palabras no nos pertenecen. Las heredamos, las recibimos en calidad de préstamo con la condición de ser “devueltas” a quienes nos suceden. Pocas veces asistimos a la maravilla de producir alguna propia, original. También ahí tenemos el deber de transmitirla para que produzca sus efectos.
A los psicoanalistas los escuché teorizando, a los poetas escribiendo más cerca de su propio cuerpo.
Es Freud quien ubica al psicoanálisis más cercano a la literatura que a la ciencia y dice que “los poetas son valiosísimos aliados, cuyo testimonio debe estimarse en alto grado, pues suelen conocer muchas cosas existentes entre el cielo y la tierra y que ni siquiera sospecha nuestra filosofía. (...) En la psicología sobre todo, se hallan muy por encima de nosotros, pues beben en fuentes que no hemos logrado aún hacer accesibles a la ciencia”.1 Ubica entonces a los poetas “por encima” del “hombre vulgar” en función de un Saber.
Me pregunto ¿ese saber es del poeta o es un saber de la escritura? Y en todo caso, ¿de qué saber se trata? Me respondo que se trata de un saber que se sabe en la escritura, “un saber no sabido” que sorprende a quien lo escribe desde sus propias letras, produciendo muchas veces un efecto siniestro.2
Dice Michele Montrelay: “...aquella que hoy se llama escritura, y que consiste en atenerse a la juntura de las palabras, allí donde sus golpes, sus roturas, sus permutaciones determinan y solo ellas, la verdad de lo que se escribe.”
La verdad queda dicha en la escritura, pero ¿qué efectos produce esta verdad que no existía antes de ser escrita? Podríamos ser más básicos y preguntarnos: ¿produce algún efecto? Existen infinidad de testimonios que dan cuenta de ello.
Se lo ha escuchado decir a Cortázar que si no hubiera escrito Rayuela se hubiera arrojado al Sena, y lo curioso es la sospecha de que algo de eso sucede con uno de sus personajes principales. También Cortázar confiesa en “Revelaciones de un Cronopio” haber sido sorprendido por el hecho de superar una “obsesión” con relación a la comida al poco tiempo de haber concluido “Circe”. Más conocidas aún son las historias de Joyce, Marguerite Duras, el Conde de Lautréamont y probablemente ustedes recuerden otros casos o tengan ejemplos de sus historias personales.
Por lo dicho hasta acá, es posible pensar que si Freud ubica al psicoanálisis más cercano a la literatura que a la ciencia, lo hace en relación a un saber hacer con la palabra. Que si bien son diferentes, reúnen a veces del mismo lado al escritor, al poeta, y al psicoanalista. Porque arte y psicoanálisis se encuentran, sin que ninguno pretenda cubrir el campo del otro ni del vacío que los causa. Y del mismo lado también, algunas veces, cuando algún efecto de la lectura lo permite, a la escritura y la subjetividad. Puede tratarse de un historial clínico, de un cuento o una novela. Sus personajes se igualan como nombres que existen en un relato. “Las hebras de sus palabras tejen con nudos el lugar de cada uno. No es pues la biografía que cuenta el valor del texto, romántica ilusión antigua, sino la letra que decide el destino y anuncia las marcas que del sujeto se escriben como nombre.”3

1. Freud, Sigmund. En “El delirio y los sueños en La Gradita de Jensen” (1907). Obras Completas.
2. Lo siniestro es el término considerado más adecuado por Ballesteros para la traducción de “Das unheimliche”, artículo publicado por Freud en 1919. Ballesteros se esfuerza en largas citas tratando de precisar los sentidos posibles del vocablo que no tiene traducción al español, siendo lo “siniestro” quien contempla mayor cantidad de acepciones, pero no todas las que encierra en alemán. Para aproximar algo relativo al concepto, lo siniestro sería “aquella suerte de espantoso, que siempre incluye la angustia, y que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás”. La vivencia de lo siniestro se da cuando complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión exterior, o cuando convicciones primitivas superadas parecen hallar una nueva confirmación. Es una aproximación muy acotada por lo que sugiero la lectura del texto freudiano.
3. Vegh, Isidoro (1989). Prólogo a “Escritura y femineidad”, de Pura Cancina.



PÁGINA 11 – CUENTO

ARIADNA ARAGÓN
(Córdoba-Argentina)

ZORRO ROJO

La casa estaba a oscuras. Todos dormían. Dejó la cama sigilosamente. Llegó a la planta baja de su casa, abrió la puerta de la cocina, no quiso encender la luz. Tanteó los cajones y abrió el primero.
Sacó del compartimento secreto su pistola Beretta. El panel que emitía un sonido casi inaudible adherido subrepticiamente a su mesa de luz, había encendido los puntos rojo y verde, que delataban un forcejeo de las puertas principal y trasera.
Cuando bajó la escalera, desconectó los censores infrarrojos que se activaban en los pisos. Se colocó el visor de mirada nocturna y, entre los arbustos que rondaban la galería vio las sombras, y las sombras lo vieron a él.
-Zorro rojo, zorro rojo- alcanzó a escuchar, casi un murmullo sordo. Y detonaron todos los recuerdos.
Había nacido en Salta en 1939. Sus padres emigraron de Alemania luego de la quema de las sinagogas la noche de las camisas pardas. Se vieron venir la hecatombe. Al terminar la guerra, su padre quiso vivir en Israel, y se asentaron en el Kibbutz Yehiam, a una hora de Haifa. Encontró amigos en el poder e hizo relaciones y terminó en el Mozad, donde también terminaría él muchos años después.
Era joven cuando el grupo comando secuestró a Eichman en Buenos Aires, por la data de un pobre tipo que mando seis cartas pidiendo la recompensa por su captura y terminó torturado. Después le terminaron pagando un dinero en cuotas, pero su vida estaba destruída. Eso lo asqueó. Pero no te podés ir de la organización sin saludar.
Y más tarde, le hicieron recorrer el mundo, para seguirle los pasos al nazi más famoso de todos, al Ángel de la Muerte, pasos que ya seguía Simon Wiesenthal y varios servicios de inteligencia.
En 1954 viajó a Argentina, Inteligencia lo había encontrado allí, trabajando como médico con el nombre falso de Helmuth Gregor-gregori, pero recién el 5 de julio de 1959, el departamento de asuntos extranjeros de Bonn publicó una orden de arresto contra Menguele y ordena su extradición a Alemania.
El 30 de diciembre de ese año fue ubicado por el abogado Hermann Langbein, secretario general del comité internacional de Auschwitz, quien notificó a la embajada alemana en Argentina que el requerido vivía en la calle Vértiz 968, Olivos, con su verdadero nombre. Esto se filtró, la cacería se tornó una maratón endiablada, en la que todos competían, pero la perdiz siempre salía airosa.
Es más, la empresa Karl Menguele e Hijos adquirió en Buenos Aires el cincuenta por ciento de Frado Agrícola kg sa., dedicada a la fabricación de tractores, lo que hacía suponer que siempre estuvo protegido por el dinero de su familia y el poderío y las conexiones de Odessa con los gobiernos de derecha de América latina.
Parecía un juego demoníaco, cuando todos los datos y las fuentes estaban sobre pistas válidas Menguele ya estaba en Paraguay, protegido por Stroessner, donde se nacionalizó y hasta visitó luego Bariloche.
Después el nazi viajó a Egipto. Él se entrevistó en El Cairo con Al Yasif, quedaron en encontrarse en el Marriot a las diez de la noche de aquel Enero de 1961. Lo Esperaban, sabían que Menguele iría tras Nasser. Montaron una vigilancia impresionante. Pero aunque el presidente no le dio asilo, si le cuidó la espalda, entró y salió sin que nadie supiera.
En 1964, un comando denominado de los doce, todos sobrevivientes del campo, estuvo a punto de secuestrarlo mientras pernoctaba en la habitación 26 del hotel Tirol, cerca de Hohenau, colonia alemana asentada al Este de Paraguay, pero una vez más logró fugarse. Cuando se enteró de lo del Tirol, quería matarse, dos días antes se había alojado a dos cuadras de allí, con una data falsa.
Tanto él, como la inteligencia israelita, y todos los que lo buscaban, le pisaban una y otra vez los talones.
Hasta que se radicó en Brasil, y allí todos le perdieron el rastro, se cambió el nombre por Wolfgang Gerhard y aparentemente vivió con una familia en Bertioga, y se ahogó en una playa cercana a San Pablo en 1979.
Pero fue recién en 1985, cuando consiguíó descansar, los científicos compararon la sangre de su hijo Rolf, con los restos del cadáver enterrado por Gesa Bossert en el cementerio de Ambú.
Después de eso, presentó su renuncia indeclinable a la organización por razones de salud, estaba paranoico, paranoico sin remedio.
Se fue de Israel, intentó vivir en varios lugares, en París, en Londres, en España, pero no podía sacarse la sensación constante de estar vivilado, de tener ojos perforándole la nuca, la espalda, la apremiante necesidad de correr porque si, el caminar por una plaza cualquiera y sentir que el tipo que leía el diario en un banco era su pesquisa, o el de las hojas secas, o el que saca fotos a los niños.
Hasta que en el 99, ya con sesenta años, decidío volver a Salta, tenía mucho dinero. Al año, conoció a Marita, una maestra jardinera veinte años más joven, de quién se enamoró, y con quién tuvo una hija, Lara, y recuperó parte de la cordura perdida.
El hombre que había sido, activó de pronto todos los reflectores que rodeaban la espaciosa casa estilo español que había hecho florecer en ese terreno casi desértico, como a las flores y a los árboles, como a su familia, y donde intentara enterrar las hebras del pasado.
Entre los sonidos habituales de búhos y coyotes que herían el silencio de la noche, escuchó los inconfundibles sonidos del benteveo y la urraca de Filkenstein y Bucovich, sus mejores amigos de antaño.
Abrió la puerta, con una Metralleta Ak 47, salió a la luz cegadora y dijo en voz alta:
-a los que anden por allí les digo que los zorros que moraban en un tiempo por aquí, ya no existen, esta zona ya no es coto de caza. El tipo que vendía pieles murió hace muchos, muchos años, pueden irse en paz.
Esperó, y cuando escuchó el motor del coche sobre la grava del camino reseco, entró, guardó las armas, conectó las alarmas, se acostó y abrazó a su mujer con un nuevo deleite, como agradeciendo a la vida esa recta final. Su mujer despertó y dijo:
-¿Qué pasó, quiénes eran?
-Unos turistas, que andaban perdidos- respondió él, acariciándole el pelo.



PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

OLGA LONARDI
(Gualeguaychú-Entre Ríos-Argentina)

DAFNE

Los despiadados
no miden el tamaño
de la noche
miserias oscurecen en ellas

sólo avanzan a contraluz,
en las tinieblas

avanzan sobre el lomo
del hambre
más insaciado de la tierra

trepan por la oscuridad
en un acecho de trampa
que huele a miedo

la víctima huye
pierde fuerzas en la fuga
se fatiga

no posee las aguas
del Peneo, como Dafne
para implorar
a Dios la salvación
metamorfosis
de Ninfa en árbol de laurel

la hondura del abismo
se acentúa,
los despiadados
ignoran súplicas
y niegan el silencio
que les habla

un rumor a soledad
recorre los jardines
donde deambulan
abandonados Vincent
con cartas para Theo
erigidos en sus propias ausencias

olvidados Kafkas
arrastran dolor
transmutan en insecto

está tan lejana la noche
del último poema
el muro de palabras
que Alejandra saltó
hacia la otra orilla

queda sola la voz
huérfano el instante
donde la parábola traza
la curva de la historia

los despiadados trenzan
coronas de laureles
para pronunciar
sus propias glorias
vaciadas en sí mismas

la vida
apenas una parábola en fuga
como Dafne.


/ dedicado a las mujeres que padecen
violencia de género y a los hombres
sometidos


JORGE CARLOS ALEGRET
(Río Grande-Tierra del Fuego-Argentina)

De nuestras premoniciones quedan
los próximos instantes cancelados,
también una colección de cerrojos,
mímicas en los vidrios blindados
el flujo de los cuerpos que corroe
y digiere lo que el otro secuestra
en sus gestos; y amén, Madre,
por la ceguera de los interiores,
donde cesar y ser una sombra en escena.
Espacios que se sostienen
en las garras enguantadas,
las que mienten el deseo
en el vientre de las brujas, formas de ser
en cerros triples y carroña de dios.
Un habitar donde sólo habitan las cosas
–en el habla sin espesura–
con la densidad del amante desencantado.
¿Quién pena en los pasillos a medianoche?
Es el verdugo, que siempre pasa de largo, Señora.
Huele a sagrado en las escaleras,
la muerte de los muertos es el sentido,
ellos están en la sala y son puras siluetas
los perfiles afilados haciendo tajos
en los relatos de sí, en finos pliegues cristalinos
que desaparecen en crímenes elegantes,
en el templo mazmorra de los bienaventurados:
demonios y santos viejos que jalan juntos
polvo de alma. Entonces, es un saber
de sueños inversos, de cuerpo presente
o de tiempo recuperado en estatuas de sal
y retratos de damas con siete estigmas
con los pechos ardiendo en crepúsculos falsos
o en las bahías enfermas de piratas
nostálgicos de la muerte fácil del hierro
con los pulmones como sacos de brea.
Ahí vas, de azar vencido por las alfombras
quemadas de canabis, las bocas trémulas
de tanta fe de extravío. Cuerpos que se repliegan
en los cuerpos, enmascaramientos de postura
y buenos modales, las cabezas inmóviles
con sus rosarios y luceros vespertinos,
cabezas mudas de silencio cargado de greda
con pensares de clivajes fríos, bordes helados
y cristalitos que dibujan rostros en las ventanas
tan sucias de siglos sucias,
con tanta rapiña de vacío
en el afuera hecho dentro
(en la habitación sin puertas alguien husmea
la entrepierna carbonizada de una mucama)
Esos no pueden morirse, están de paso anclados,
¿qué mañana teorizar si junio no quiere irse,
si en la habitación repleta de bandurrias
se piensan los abriles fusilados?
¿Cuál es el nombre del hombre ciego?
No tienen nombres las miradas, mi Señora.
Siempre la canción de cuna del caos,
de aquella que se llamó Dolorosa
y fue la vía de la piedra en la espuma de mar,
hongos y escarabajos en las llagas de la tierra,
el velo que nos hace impenetrables
aunque coronados de orgasmos e imperios caídos
y sólo deja epifanías baratas,
como la mujer que se fue a Conneticut,
y ya no me duelas, joder, no te finjas de alba
o tan cenital, que ya estoy harto de la sombra
de los parientes, de la baraja de lo decisorio
y ese rincón en el tercer piso con otro cristo
vomitando humanidad inútil.
Duele lo trivial, la trampa del horizonte
abierto a tus ansias, con los pasillos al norte
para vejarte al oeste, mientras traición al sur
y pasajeros que se tratan de mercancía
mientras hablan de un dios en fuga (un vandermark,
ebrio de bordes), tan amables en el vaho
de cordero hervido con comino,
y discretos cuando los gemidos tras las puertas.
Componer tu papel en el film. Vas desnudo
vas herido de muerte, y no hay mueble que valga,
sólo un spot que te quema los ojos
y te saca los huesos afuera,
te disfraza de monstruo moribundo, la forma rota
al fin, esencia de vos buscando una boca
donde respirar, un discurso donde durar
un poco más, con tu nostalgia de Armani negro
y atmósferas sanguíneas, ella en la silla sujeta,
ojos de Garbo y axilas Kenzo. La nombrás
y ella te ofrece el secreto de lo grave,
y está todo tan sucio tras los cortinados de plomo.
Tonterías binarias, como cielo e infierno,
aquí Lucifer recuerda su primera escritura,
un solo rastro suave sobre las negras aguas,
y luego ser arrojado, como se arroja el Mundo,
para beber tragos y escupir novelas.
Si uno puede observar todos los acontecimientos
queda el póker en el segundo piso
mirar autos del ´50 derrapando sobre el ripo,
volteando maniquíes y donboscos,
esperando putas de cinco dólares,
u obispos vendiendo monjas canadienses.
El tiempo aquí es leve.
Por eso el amor se calcifica, Señora.
Es que todo lugar es escena, efectos
de nevizca en la nuca, mientras pasan las sombras,
las verdades del nombre cuando se desmonta.
No tengas miedo,
sólo son sombras entre el hedor de la juerga.
Hay niños encerrados en úteros artificiales,
y allí retozan con sus púas y explosivos;
no tengas miedo, podremos atravesarnos y ser mezclas
y humo drenando hacia el sur, a lo que de sur queda
cuando la mirada disuelta en la desmesura,
para ser agua, piedra, fuego o niebla, sur al fin,
asfixiado de avatares cartesianos, más o menos
aleatorios:/
el suicida es el modelo de pasajero,
educado en la muerte sorprendida, ya no más tiempo
comprimido/
como mi alma que se fue, sin trucos de uña y paladar
ni calvario que valga. Gente de hotel esta,
siempre de paseos inconclusos, buscando las presas
prometidas,/
las encías inflamadas, ojitos suspicaces en botellas de
vodka,/
lo que mata en lo profundo de las alambradas,
en los espejos mordidos por las pesadillas de los
conquistadores/
y los conquistados en la escenografía de los barrancos
y pistas de aterrizaje donde volverse materia política,
a quién le importa de qué lado del revólver estar?
si del origen sólo queda lo Obvio y la Forma
tus traducciones de Elliot
de las tardes de lluvia con mis muertos
enunciados en magia sucia,
gris de teodiceas, que así es el lunes atascado
sabiéndome de luto
amnésico y enamorado
repleto de hipnóticos y un romancero ilegible
con mis manías de eucaliptus sosteniendo el cielo
mis mareos de oporto y las piernas de mi prima
así jadeo, tan múltiple mientras “el hígado crece,
el cerebro envejece y hay algo muy raro en mi plato.
Dulce cadena, dulce condena. “Dios es todo
(no puede progresar)”. Y nadie abre.
Las ánimas reptan mostrando sus colmillos
entre la llovizna de polvo.
No vienen a buscarme.
Estar perdido no es suficiente, Señora.
Y pasan los que penan lo tangible,
los que penan en los baños de sal
los que penan en el catre de procusto
los que regresaron a buscar sus almas
y sembraron metano y abortos espontáneos.
Hotelito de diablos cojos, de calenturas contrariadas:
alguien traduce a Bridges y se le cruzan miembros
/totémicos
un párrafo de american psicho, un puente sobre el río
endurecido de agosto. Traduce lo que devora su intestino.
Apenas le queda la taza rozada por los labios de la reina
/muerta
la madre de los pueblos con sus cementerios confusos
metidos en las salas de estar y bajo la enagua de la abuela.
¿Qué palabras quedan en tu vientre de molle seco?
Sueñan con una pileta de morfina sus dilemas
entre íconos negros y una mesa para trece
donde se pudre la cena,
¿quién no quiere aquí robarle al dios
alguna revelación para vender en el extranjero?
Sí, extranjería, y entonces un poco de Schumman,
o la esperanza de una habitación vacía
donde encerrar las apariciones,
la repentina fisura en la piel de lo real
para entonces montar flamencos y crear islas y etcétera.
Pero no, sólo prójimo cancelado, dicho está,
odio microscópico
y la conspiración de los objetos que se quieren
reflejos desnudos. Ea, que aquí no valen carontes,
ni mujeres en las librerías de París. Sólo es mundo arrojado,
con sus puñales de geomería y espíritu de fineza
con sus milagros de hambre multiplicada, hambre de irse,
las que hablan de lo que no ha de hablarse
las que no tienen causa ni sucesión, las que te negarán
dándote tiempo de pájaro
y lengas barbadas a cambio de los despojos de ser
(allá afuera sólo pervive el saber de lo putrescible).
Mientras, se deshilacha un monólogo por el micrófono
de carbón
detrás de Joplin y los contrapuntos de las comadres
cubiertas con las mantillas negras que las protegen
del mal de ojo y de todo futuro.
Tal vez tendrás cierta densidad de sujeto productivo
alguna entidad para disolver imperativos
pero en este carnaval frío llevarás antifaz y peluca
por la sala de los espejos, signos para fingirte móvil
y jugar a las colisiones de amor y poder
con tus disfraces de Hamlet o Herzog, abandonado
con un abandono que se hace fe.
Nos estamos disipando.
No crea en todo lo que dice la radio, Señora.
Son pequeños colapsos en los que las relaciones peligrosas
se han reducido a amoblamientos y ciclos lunares. En fin,
barroco, realista, minimal, coloquial, místico, ideólogo,
qué más dá?
para un verbo que se torsiona en gato o lago o silogismo.
Mirar planetas sobre la estepa nevada,
creerse siempre en otra parte, migrando entre
habitaciones impares./
asustando con temores previsibles que aburren hasta la
muerte.
Ahora digo:
asciende tu falda
y cuánta religión hay
en las táctica de la cópula
grietas hambrientas
sed de exilio
tal vez herencia y basura de tiempo
en la que aparearse entre ratas
suponiendo tácticas de poder
y que te abandono, y que te reclamo
y que te secuestro, y que te legislo
en cajitas de madera te embrujo
y así te llevo a la noche junto al alerce
que la luz es ilusión de los que van a morir
y he de convencerte de la majestuosa locura del orden
por eso los relatos, las formas de ser lejanos
clavándonos en las alturas desiertas
donde viven las mujeres de metileno
y hombres cuya carne humea signos
volando sobre las ciudades en guerra
con sus bestias de párpados petrificados
ebrias de traiciones y de tedio, rodeando al mesías
que llora perdido por las calles vacías de su imperio.
Todos letras afuera
entre arenas negras
y un albatros de marfil,
en la intemperie de soles frígidos,
margen de voces rotas
que suenan a trenes
llevándose almas al río,
que es destino de alga
de escritura expulsada
o de ángel caído:
materia de estepa nunca mirada
letra afuera, el Desvío.
Diremos, pues, de las historias en reversa
y nos diremos de historia atravesados,
ya han huido los testigos
queda memoria molida
y volutas de pecados mortales
que el sol mece e incinera con dulzura.
Necesito salir.
Nunca salga hacia arriba, Señora.
Esteparios, andrajos que los vientos abandonan
entre las fiebres de argumento,
juegos de cadáveres ingeniosos
y claroscuros morales, un saxo aquí, un disparo,
la bella y el General, la cama del Juez,
quizás la polvareda de un falcon en Jaramillo,
pero están las ráfagas en los cristales
con sus lenguas lamiéndote las entrañas
con pasión de enfermedad terminal
entre madrugadas de borrachera
y el regreso a alguna mujer preñada
de greda y guijarros negros,
que son los argumentos para distraer lo sólido,
palabras para conjurar el barro que todo lo sostiene
(la falsa postura de una revolución mal parida)
¿dónde estaba lo otro cuando te miré a los ojos?
Quedan reflujos, vacío que gesta: serás la hendidura
(el sentido de lo divino es la finitud)
y, desde luego, el efecto final
con sus anhelos de fusión
de estar en vilo al borde las ingles
con arabescos de humo que adornan umbrales
donde suenan palmas siempre sincopadas.
De este lado, los pasajeros sueñan cortijos
con rodillas ávidas, los códigos secretos del escultor y el
/torero
circulando mudos entre los parloteos metálicos del viento
explicando el fin del mundo que, por incompleto,
siempre regresa.
Luego, ¿de qué hablan los kaikenes en julio?
Son secretos sobre piedras azules
chismorreos sobre los que de extravíos hicieron fundaciones
los que esperan el estío y escapar del cielo venido abajo.
Hablan de vos afuera
de cuerpo deshabitado
y te difaman de arcángel
o de idiota resurrecto, las retinas fundidas
y la mano izquierda amputada por si acaso.
–Ya nos vamos?
–Sólo otro escalón, Señora.
De manera que ya lo sabes:
las formas son clandestinas
lo que queda de la garganta desmontada por el espanto
algunos pasos leves de paraíso perdido
y tus escrituras de telaraña;
por eso insiste la razón, en simultáneo,
y hay condenas de lucero
dolorosos descensos a lo inerte.
Ya encienden las velas y suben las escaleras
los sujetos de lo seco y de la altura
son los relatos invisibles con ritmo de árbol muerto
las criaturas del sur en celo.


PÁGINA 13 – ENSAYO



MIGUEL ANGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

TRUMAN CAPOTE

El joven increpa desde la fotografía de Cartier Bresson, con la traza imprudente del que nació para el escándalo. Está sentado en un banco de hierro; a su espalda tiene unas plantas penumbrosas que dan frescura al rostro trasnochado.

Se crió hipócrita y triste como una navidad sureña. Nacido en Nueva Orleans, le tocaron dos provocaciones ineludibles: la primera, una madre hermosa, avergonzada de la fealdad de su hijo. La segunda, los libros.

Es curioso: la niñez fue una marea de escollos para el chico que admiraba a los hombres desde lejos. Sin embargo, en sus historias más poéticas, esa etapa se vivifica con dulzura de estampa.  Cuentan (los que saben que su egoísmo no conoció límites) que en las noches donde se encontraba con el condenado a muerte al que enamoró para escribir su mejor novela, en plan de distracciones le refería las fiestas en Nueva Orleans, las de su infancia, donde las mujeres parecían jacintos y el deseo se dormía entre plañideros mensajes de paz.

Jugará mal las últimas cartas de la mentira. Justamente cuando quiera ser honesto. Los snobs neoyorquinos le darán la espalda ante la imprudente “Plegarias atendidas”, un intento por rascar resabios de verdad para salir del ahogo de su personaje. Porque definitivamente será un excelente actor. Y aunque en “Música para camaleones” afirme que la escritura es un don y un látigo para auto flagelarse, él siempre sabrá huir de Dios, evitándose los golpes.

Dos ojos como dos pozos de furia y una obra que se diluye en evocación de borracheras.

Pero la niñez perdura en sus cuentos como un territorio inconquistable, genuinamente suyo. Recuerdo a Geraldine Page haciendo pasteles de frambuesas, milagreando la miseria como si fuera un regalo divino. La veo sonreír en “Un recuerdo de Navidad”, con la añoranza que confunde desconocidos con familia.

Fantasmas que invaden la vejez, que revelan lo que fuimos, que anuncian nuestra propia mugre (“Miriam” quizás su mejor cuento, es un anhelante relato de la desdicha). Niños que respiran ira mientras besan a sus padres, que traicionan con un sobrio “Adiós mami” desde la ventanilla de un coche, que derrotan el monótono mundo de los adultos, apenas con señalar un juguete o preguntar un nombre.

Como Capote. Previendo venganzas desde la foto.
  

PÁGINA 14 – CUENTO

ALICIA CORA FERNÁNDEZ
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

PANAMÁ CON PIEL DE PANTERA

Yo chateo, vos chateas, los dos chateamos, aprendemos a conjugar todas las noches el impredecible verbo amar en idioma internauta.
Suprimimos la vergüenza, ya que no podemos vernos y superamos la timidez porque impunemente el teclado nos da coraje.
Por un rato el pasado se va de viaje y el presente es una borrachera de sueños.
Nos tiramos al vacío sin paracaídas aun sabiendo que a veces el improvisar trae la equivocación,
Cada letra escrita entre dos destinatarios invisibles, teje en la pantalla las quimeras y utopías del misterio.
Después de casi un año, una noche explota en el monitor tu propuesta… ”¿qué tal si nos vemos?”…
Pido permiso a mi conciencia y te respondo con un sí entre paréntesis miedosos.
…”El domingo nos vemos entonces”… mi cabeza asiente mientras el corazón me clausura la boca.
Es domingo y estoy reciclando el viejo vestido informal, que no por demodé es menos insinuante.
Las sandalias de taco alto aumentan mi autoestima y me embeleso tirándome besos frente al espejo que rescata algo de aquella que fui
Salgo a tu encuentro con una consigna, una rosa roja en mi escote y vos ese sombrero Panamá que decís te queda muy bien.
El colectivo de todas las mañanas, se desliza en la calle sin tránsito, llevando mi expectativa y mis ganas de saber.
Un Tortoni casi vacío a las tres de la tarde, suda en sus espejos el Carnaval de un verano infernal e impiadoso.
La mesa del rincón me permite otear todo el salón, pido un café y le doy mil vueltas al llavero de casa que modera la inquietud de mis manos.
Sobre Av, de Mayo la puerta se abre silenciosamente y deja pasar tu oscuridad, pero el sombrero Panamá ladeado te delata.
Frenás tu búsqueda a mi lado y tu sonrisa blanca se acomoda en mí, levantás la mano tocando su ala y sin permiso te acomodás en mi mesa como un gato junto a la estufa.
En este momento pongo en práctica lo que declamaba sin haberlo confirmado nunca, soy indudablemente antirracista.
Veo una pantera de piel lustrosa, dientes de piano y ojos color miel que gateando buscan mi sonrisa de bienvenida.
El reflejo en los míos es decididamente negro y los colores de tu ropa hablan de costumbres no usuales en mi país.
Nuestro beso de cortesía me llena de curiosidad, algo que ya había descartado de mi vida.
¿Qué pedimos? No importa, ahora estamos mirándonos sin pestañear, hasta que nos duelen las pupilas.
La pesadez del día se va transmitiendo a los pies cansinos del mozo que acerca en su bandeja dos tacitas de café.
Empezamos a hablar y sin darnos cuenta, consumimos horas y cafés y abrimos paisajes, saboreando por igual el mar y el cielo.
Tu piel, con la llegada de la noche se funde con ella, te miro y no le temo a la oscuridad.
Sin darme cuenta me estoy delatando, me muero por besarte y mi deseo va a tener su premio.
Te inclinás sobre la mesa, tu sombrero descansa sobre la silla que sobra y con tus manos sobre mi cara abrís ante mí un mundo nuevo, lleno de expectativas.
Tu beso sabe a Mar Caribe, a playas infinitas llenas de sal, arena y sol.
Seguimos hablando casi dos horas más, llega el momento de irnos y la promesa de una nueva cita abre rutas no exploradas y somos dos sedientos viajeros en el centro de un desierto que va más allá de sus arenas.
Ahora, lejos de la amalgama de tu cuerpo y tu sombra, bendigo Internet, que le dio el aire que le faltaba a mi vida y la escasa esperanza que por fin puedo tocar, porque te pienso y soy nuevamente aquella niña rubia como el oro que soñó alguna vez en ser feliz y hoy sabe que la felicidad acaba de llegar de la mano de una pantera, negra como aquel rey Baltazar de su infancia, al que le pedía simplemente la muñeca de sus sueños.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

CLAUDIO SESIN
(Catamarca-Argentina)

A MEDIA VOZ

Sueña la noche un sol en la llanura
para que el miedo tenga precipicio,
y cubra con el manto de lo limpio
este débil sostén de la cordura.

Pero retumban furias y locuras,
como un río entroncando sus crecientes,
excitando las guerras de la mente
por los extraños campos de la luna.

Por las nieblas del mundo, emocionada,
el alma se despide del pasado,
y florece en mi suerte, a mi costado,
esta canción de sombras y de brumas.
Soy el que a media muerte fue tocado
y a media voz enciende la penumbra.


JORGE FALCONE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

VISITA GUIADA HACIA EL PRESENTE

Vos vieras lo que es esto, viejo…
Niños que nacen con nuevas destrezas,
Generación Nintendo.
Se viaja con teléfono,
no se revelan fotos
y se extinguió el cartero.
Un video social de 15
comienza por la ecografía y
termina en este momento.
Vos no sabés
lo que te estás perdiendo!
Si tenés un accidente,
la ambulancia te escanea y
llegás diagnosticado a
una guardia competente.
Lo que se graba ahora
consigue verse al instante
en cualquier continente.
El arquitecto te muestra
la maqueta impalpable
del edificio inteligente.
Todo lugar del planeta
queda en tu barrio si das
con el link correspondiente.
Si bien la Enseñanza Media
se aprueba con Wikipedia,
vos vieras que no es tan duro el
ocaso de nuestra especie,
Primates del Siglo XX:
También puede la red de redes
llenar las plazas de gente.-

ME NEGARÁS TRES VECES

Ya que lo veo,
quería decirle
cómo no se le ocurre
pegarle al combatiente,
ahora que se puede…
Mire qué fácil:
Me apoltrono
en la democracia formal,
sin moros a la vista,
torno más módicas
las ideas de otrora,
gano becas,
firmo autógrafos,
cada tanto me ensaño
con el anónimo que hundió
su quilla en tierra
porque razonó blindado,
cuestionó impuntualidades o
estuvo dispuesto al suicidio
para no perjudicar a nadie.
Déle, que a esta hora
él también es nadie
y no tiene
voz ni voto,
ni posteridad a hombro de todos.
Qué puede costar entonces
denostarlo,
espetarle en ausencia
que la social no es guerra,
endilgarle
azuzar a los carniceros
diciendo basta.
Aproveche la distracción
masiva y sálvese solito,
afirme que usted se borró temprano,
pague peaje a las mieles
del éxito barato.
Abjurar de la intransigencia
es moda y
casi nadie va a notarlo.-

COMO TÚPAC AMARU

Como Túpac Amaru
vivo descuartizado.

Conviven en mí
el riguroso y el colgado.

Duro fui con los ricos y
tierno convivo con bichos.

Para el intelectual resulto un grasa
y el pobrerío mi verba destaca.

No me arraigué en capital
ni pude volver a La Plata.

Trabajo en la enseñanza privada
y mi calle no está asfaltada.

Como Túpac Amaru
vivo descuartizado.


PÁGINA 16 – ENSAYO

JORGE RENDÓN VÁSQUEZ
(Arequipa-Perú)

¿ES LA NOVELA UNA MENTIRA?

En la introducción de su libro La verdad de las mentiras[1] —una colección de comentarios a treinta y cinco novelas de autores distintos—, Mario Vargas Llosa afirma rotundamente que “las novelas mienten —no pueden hacer otra cosa—”, “Porque jugar a las mentiras, como juegan el autor de una ficción y su lector, a las mentiras que ellos mismos fabrican bajo el imperio de sus demonios personales, es una manera de afirmar la soberanía individual y de defenderla cuando está amenazada”.
A pesar de la aparente osadía de la tesis, ella no es original. Antes ya la había proferido el novelista francés Jean Lartéguy en el epígrafe de su novela Los reyes mendigos[2], aunque sin tomarse el trabajo de justificarla. “En esta novela todo es falso —dice—, todo es mentira. Lo afirmo yo que soy, como todos los narradores de historias, un gran mentiroso. Marzo de 1957”.
En busca de apoyo, el laureado escritor peruano se remonta a los tiempos de la Inquisición. “Al prohibir no unas obras determinadas sino un género literario en abstracto —escribe—, el Santo Oficio estableció algo que a sus ojos era una ley sin excepciones: que las novelas siempre mienten, que todas ellas ofrecen una visión falaz de la vida. (…) En efecto, las novelas mienten —prosigue— no pueden hacer otra cosa …”
 Mario Vargas Llosa no llega a probar, sin embargo, su afirmación central, tomada en préstamo, en las treinta y dos páginas de esta introducción, desbordante de asertos, ejemplos y comparaciones, como un relleno literario, ni le interesa hacerlo.
Para formular una afirmación tan categórica debería haber partido de la definición de los conceptos verdad y mentira. Pero los ignora. Y esto le permite divagar.
La verdad es la afirmación de que los hechos materiales e ideales son como realmente se presentan o suceden, o como cree el sujeto que son. Contrariamente, la mentira es la afirmación deliberada de que esos hechos son distintos a como son o han sido en realidad.
Por ejemplo, si la puerta de la casa contigua a la mía está abierta y yo digo que lo está, expreso la verdad; si una persona me desagrada y lo digo, también expreso la verdad. Si, por el contrario, digo que la puerta está cerrada o que esa persona me agrada, miento.
No se miente, en cambio, cuando se hace una afirmación errónea por desconocimiento; en este caso, la persona se equivoca.
Los hechos son objetivamente. Constituyen la realidad exterior a nosotros o existen en nuestra conciencia. Las que pueden ser verdaderas o falsas son las afirmaciones sobre ellos.
Las novelas relatan y describen a personajes, cosas y sucesos imaginados, aunque no totalmente ideales. Por más inventados que sean, como en las de ciencia ficción, se basan en ciertos hechos reales. Los personajes actúan en una ciudad o en otro medio, visten de alguna manera, realizan acciones que por lo general son semejantes a los de personas reales, etc. Es mayor la confluencia de la realidad con la imaginación en las novelas históricas, en las que sobre ciertos sucesos realmente acaecidos o que se presume ciertos se construye una trama creada y se inventa personajes, situaciones y cosas. Es evidente que León Tolstoy para escribir La guerra y la paz tuvo que documentarse muy bien con datos de la historia. Se puede decir otro tanto de Margaret Mitchell respecto de su magistral novela Lo que el viento se llevó, que es una recreación de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos. En una y otra novela, los personajes y la trama son imaginarios, pero el fondo en el que actúan y se desarrollan es en gran parte real.
Obviamente, la ficción en general no es una mentira, porque no niega deliberadamente la realidad.
El escritor puede escribir lo que quiera y hasta mentir. El lector, si está informado de los hechos reales elegidos como sustrato de la trama, juzgará si son verdaderos o falsos.
La obra ficcional se convierte, al contrario, en real. Es una creación del espíritu y, como tal, comienza a existir desde el instante en que es escrita y, con mayor razón, si es publicada. Es como la música que comienza su existencia al ser compuesta.
La afirmación sobre una novela, una poesía, una sinfonía o una canción sería una mentira si se les atribuyese ex profesamente caracteres que no poseen objetivamente. Por ejemplo, si se dijera a sabiendas respecto de la novela Los miserables, que Jean Valjean perseguía a Javert para hacerlo encerrar en una prisión, cuando es a la inversa: era Javert el perseguidor. O si se afirmase que la Novena Sinfonía no fue compuesta por Beethoven, sino por Schubert.
La novela se acerca a la realidad en grado diverso. Las hay que son casi crónicas de sucesos reales, como A sangre fría de Truman Capote, que narra el horrendo asesinato de una familia, realmente acaecido, la pesquisa, el juicio y la ejecución de los acusados convictos. La primera novela de León Uris, Grito de Guerra, es una crónica de las mortíferas batallas de Midway y Guadalcanal en el Pacífico, donde perdieron la vida decenas de miles de marines de los Estados Unidos y de soldados japoneses. Uris recuerda: “Para hacer justicia a una historia del Cuerpo de Infantería de Marina consideré que lo más adecuado era apoyarse en una sólida base histórica. La Segunda División de Marines, sus batallas y sus movimientos, son materia de dominio público. Hay muchos casos en que se ha introducido un elemento de ficción en los acontecimientos, en aras de la continuidad del relato y del efecto dramático.” Y él estuvo allí como marine cuando eso sucedió.
Mario Vargas Llosa sólo acude a dos novelas suyas, como ejemplos, menos épicos y dramáticos que los citados: La ciudad y los perros y La tía Julia y el escribidor. En la primera, el escenario es el Colegio Militar Leoncio Prado, y los personajes representan a cadetes de éste. Uno y otros existían y siguen existiendo. Pero el ambiente y varios personajes son reproducciones, por decirlo con un término indulgente, de la novela del escritor austriaco Robert Musil Las tribulaciones del joven Törless (1906).[3] Vargas Llosa atribuye a sus cadetes ciertos caracteres ajenos a sus modelos. Él fue alumno de este Colegio. ¿Miente al considerarlos tan inciviles y desalmados como los internos del Reformatorio de Menores, situado en la misma avenida? Él dice que sí, que mintió, y no miente al decirlo. ¿Y si mintió fue para agraviarlos? ¿Por qué? ¿Qué le hicieron? Me salen estas preguntas como ex alumno del Colegio Militar Leoncio Prado. “Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones —parece responder—: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones (…) Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida.” En La tía Julia y el escribidor, la narración de sus amores arrebatadamente juveniles y matrimonio con su tía política Julia Urquidi, doce años mayor que él, es cierta, en cambio, párrafo tras párrafo. La repite en El pez en el agua, con otros términos. Y ese relato ya no es, por lo tanto, una novela, aunque la interpole con la historia del pobre escribidor Camacho; es parte de su autobiografía.
Lo que quedaría en claro con su afirmación de que la novela es una mentira es su intención de justificar su conducta como narrador y como articulista. “La novela es, pues, un género amoral —afirma—, o, más bien, de una ética sui géneris, para la cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos”. Él, como el agente 007 en otro campo, cree tener licencia para mentir, en particular si de atacar a gobiernos populares se trata, en artículos bien pagados.
Con la introducción que comento es posible que Mario Vargas Llosa haya logrado su propósito de épater les bourgeois (asombrar, escandalizar a los burgueses), incluidos sus admiradores, literatos o no, declarados y vergonzantes, de la llamada izquierda. Es parte de la función que se ha impuesto como ocupante de uno de los asientos, cada vez más vacíos, de la academia literaria de la derecha.

[1] Edición de Santillana Ediciones Generales, S.L, Lima, 2002, 2007.
[2] Buenos Aires, Ediciones Emecé, 1976.
[3] Ed. Oveja Negra, 1984.


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

MIRYAM E. GOVER DE NASATSKY
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

Autor: LUIS ALBERTO AMBROGGIO. [*]
Título: HOMENAJE AL CAMINO
Editorial: Alción Editora, 2012. 104 p. (Córdoba)

En el título metafórico, el camino connota el recorrido que realiza la poesía al reconstituir en forma transgresora la realidad humana. Ambroggio, en el Prólogo, aborda el tema filosóficamente ya que filosofía y poesía, a pesar de la “fragilidad comunicativa del símbolo”, están “emparentadas en la búsqueda y expresión del sentido de las cosas”. Se detiene en la conceptualización de la “naturaleza de la memoria poética como visión del ser humano en el tiempo”, estableciendo sus vínculos con la realidad y la fantasía.
El homenaje que se cristaliza en los poemas del libro, tiene como eje la refiguración de sus recuerdos en imágenes en las que las palabras cobran una sugerente significación. Serán desarrollo y síntesis de vivencias que son al mismo tiempo individuales y universales.
El poeta alude al sentimiento del amor, al primerbebé, al misterio de su ciudad que no podrán “descubrir, con su ciencia, los geógrafos”. Evoca “…con afecto el rostro manso” del  “primer profesor de inglés, / oriundo de Irlanda”. Celebra los noventa años del padre agradeciéndole su existencia, su presencia y su ejemplo.
Plasma la naturaleza tratando de capturar un instante en el extenso poema Paseo junto al río donde, invadido por su calma, percibe “la dignidad inmutable / de las piedras, los arrecifes / o la muerte.” Considera al río “cómplice de realidad y sueños” y un símbolo del camino y del devenir,coincidiendo con Borges,  Heráclitoy Machado, a quienes cita. Sabe que el río es “uno y muchos”. Descubre la “trashumancia” en su estela. Aflora en algunas poesías la duda existencial de saber quién es cada uno ya que, como expresa en Lilith, la creación: “Dicen que de un sueño / todos hemos salido.”
Es tal su preocupación por el odio que produce tantas víctimas en el mundo que, en Oración, ruega: “Dios, ¡dános paz! / -te imploramos hasta el cansancio”… “Sólo te ofrecemos la saliva débil / de quienes tenemos sed / de amor/ para volver al edén / y no sabemos / cómo hacerlo.” En Queremos respirar paz pregunta “¿Por qué no más amor o tolerancia, / que entierre el odio de las muertes y de las balas…? …Paz, palabra breve, maternal deseo / de una sola raíz de alma…”
Como corolario de todos sus cuestionamientos, en Punto de partida, último poema del libro, leemos: “Uno camina la ida y el regreso, a lo largo de cadenas de espejismos / con la fluidez de coincidencias, aproximaciones y otros pecados…ya que no alcanzaremos “el privilegio de llegar”
Tal cual se puede apreciar en los versos citados, la metáfora es uno de los principales recursos que utiliza el poeta para intensificar el significado de las imágenes líricas. Son muy sugerentes por la profundidad filosóficaya que encierran conceptos e ideas. Otras estrategias discursivas que emplea son las enumeraciones, personificaciones y una sobria adjetivación.
En el último capítulo, titulado Epílogo de preguntas eternas, para abordar si la obra  artística es arte o mentira, recurre a conceptos de Aristóteles, Ricouer, Barthes, Horacio, Hegel y Heidegger, entre otros pensadores. Ambroggio llega a la conclusión de que el arte poético “establece un puente…entre verdad y mentira,… entre memoria y experiencia” Una extensa Bibliografía convalida el planteo.
Los epígrafes de Melville, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, Paul Celan, Macedonio Fernández y César Vallejo, entre otros, son evocaciones intertextuales que refuerzan el sentido de sus palabras y orientan la interpretación.


PÁGINA 18 – CUENTO

MIGUEL GAYÁ
(Ayacucho-Buenos Aires-Argentina)

GENTE FERROVIARIA

Si usara categorías de los pieles rojas de los westerns, diría que pertenezco a una estirpe de caballeros de hierro. De caballeros de caballos de hierro. Mi padre y mi abuelo eran maquinistas de ferrocarril, y yo también. Tal vez la estirpe muera conmigo, o tal vez no. De eso estamos discutiendo ahora.
Contra la creencia general, la gente del ferrocarril no es aventurera, y me parece que ni siquiera necesariamente viajera. Es, ante todo, gente de orden. Personas que se rigen por horarios impresos, planillas, rutas predeterminadas, señales repetidas, protocolos estrictos. Que no solo cumplen las reglas, sino que están además orgullosos de ello y opinan, cuando opinan, que el mundo estaría mucho mejor si también se atuviese a reglas estrictas.
Claro, cada cual, cada generación, sigue las reglas de su tiempo. Mi abuelo fue socialista, mi padre, peronista, y yo, como miembro de una generación agónica, siempre he sido un poco anarco, un poco inconformista. Tal vez porque sospeché muy pronto que lo mío era un oficio condenado, o porque me tocaron tiempos difíciles. Aunque siempre los tiempos son difíciles.
Así y todo mi padre y mi abuelo se jubilaron como maquinistas de tren; se pusieron los sacos grises, se calzaron las gorras, miraron los relojes que les regalaron en la oportunidad (de bolsillo uno, de pulsera el otro) y se sentaron a esperar, en sus casas y con calma, que llegara su hora, como quien llega a destino.
Conmigo fue distinto. A mí me expulsaron, me dejaron sin tren, y sin ferrocarril. Cerraron todo y nos mandaron a la puta calle. Como tantos otros, rodé un poco, me caí un poco, y cuando quise acordar llegué, con mi mujer y mi hijo de la mano, a Madrid. Como si fuera un chiste, o una tabla de salvación, terminé manejando el metro. No lo digo mal, no lo digo con rencor, pero lo mío era las locomotoras, no los subterráneos. Pero no me quejo. Tuve una vida, tuve una trabajo, que no una identidad, y ahora me jubilé. También creció mi hijo, y no fue maquinista de tren. Dice “gilipollas” y “joder” con una jota raspada, y se recibió de algo así como ingeniero en sistemas, si no lo entendí mal. Pero a los trenes sólo sube si tiene el billete en la mano.
El año pasado no sé qué me pasó. Tal vez no tendría que haber vuelto. Tal vez mejor quedarse allá, y haber dejado esto por cerrado, dejarlo muerto. Pero no sé, tal vez me tentó la diferencia de cambio, o me deprimió el divorcio, o me llamó la tierra. El caso es que vine; me volví, mejor dicho. Y una vez acá no pude resistirme y empecé a merodear por las vías, por los galpones. A atisbar desde los alambrados, y a saltar alambrados. Y a tentarme, claro. ¿Cómo no tentarse si estaba todo ahí, para que uno se sirviera?
Les juro que no pensé en nada en particular, que no tenía propósito alguno. Al principio, digo. Ahora no sé, pero no puedo parar, no puedo bajarme. Ahora cada noche agarro un bolso, la gorra y la linterna, y me afano una locomotora. De donde sea, de lugares distintos, de estaciones distintas, de provincias donde no se lo esperan. Y me voy al carajo en tren. Corro y corro por vías desiertas, por vías segadas, prohibidas, enajenadas.
Ahora por las noches atravieso el cielo de la patria haciendo tronar el ferrocarril olvidado, la memoria sepulta, y cruzo los pueblos dormidos haciendo sonar la bocina del tren, arrojando humo y vapor. Soy una celebridad fantasma, un héroe esquivo. Y con los días contados, supongo.
Así que no me sorprendió ver llegar a mi hijo, joven y gallardo, recién bajado de un avión. No sé si vino por la propia, o lo mandó su madre, pero sé que viene a llevarme. Viene a llevarse al viejo loco de vuelta a casa. Lejos de ese tren de locura.
Hoy nos encerramos en casa a conversar, a tomar mate y vino. Creo que nunca lo habíamos hecho antes, que nunca lo habíamos hecho así, pero hablamos mucho. A la madrugada, o mejor dicho, en lo más alto de la noche, salimos los dos, con gorra y linterna, a buscar el tren. Mi hijo me acompaña. Se me sale el corazón del gozo, del miedo.
Pero sé que todos los vigilantes están alertas, que se me busca, y que no se me perdona. Nos deslizamos entre los paredones de la playa de maniobras abandonada, sabiendo que están ahí, que nos esperan. Entonces los veo. Son dos, y nos cortan el paso. Son oscuros, decididos. No diría pesados, porque parecen más la condensación de la noche que cuerpos compactos.
El que habla es mi viejo. Mi abuelo se queda más atrás, estirándose el bigote, pero le brillan los ojos. No llevan armas, como pensé, sino herramientas. Pesadas, de las de antes. Que lo deje al pibe tranquilo, me dice el viejo, que yo me vuelva también, que ya está, que ya lo hice. Que ya todos me vieron, o mejor dicho, ya vieron el tren. Ahora resta un poco más de ruido, un poco de memoria, pero que de eso se encargan ellos.
Me hubiera gustado ir también, por supuesto, pero andá a convencerlos. Así que asiento, y me doy la vuelta. Me voy alejando con la mano en el hombro de mi hijo, y al mirar hacia atrás creo adivinarlos, desdibujándose entre las sombras, transformándose en sombras.
El resto ya lo conocen. Esa noche salieron, y las siguientes. Con sus pesadas herramientas, sus uniformes antiguos y sus viejas locomotoras. Pitando, echando vapor, tirando humo y chispas en mitad de la pampa, por caminos de hierro, por rieles olvidados y hasta levantados hace tiempo. Sin que los puedan detener, sin que los puedan ocultar, atravesando la noche, yendo al día.


PÁGINA 19 – POESÍA ARGENTINA

LUIS BENÍTEZ
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

DEL ÚTERO A LA TUMBA UN SUEÑO TE LLEVARÁ

Del útero a la tumba un sueño te llevará,
desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la misma
seda.
Un sueño con mejillas de pétalos que martillea en tu
mente,
un beso helado, un golpe en la nuca dado
por un desconocido con guanteletes de hierro,
sonando tras tu puerta en el cerrojo.
Fantasma de metal tu cuerpo,
desde los cortos pantalones al bastón del viejo
transitado por extranjeros que se acercan a escrutar
tus vísceras
y las señales del cielo con sus dedos de muerte,
verás asombrado cómo la cuchara colmada
deposita por igual besos y mordiscos en tu alma
cóncava.
Del útero a la tumba,
clavado a la tierra que sólo se abre dos veces,
tus ojos noviando con las fotografías
verán al niño libre de pecado y cicatrices,
diáfano, aunque su llanto presienta
y al hierro del amor marcándote la ingle
y al molino del olvido girando, por un viento de huesos.
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
las riendas hechas trizas en ese torbellino,
en dos segundos de setenta años,
sólo una muesca, en un reloj enorme.


LAURA YASÁN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

GENEALÓGICA

Las hijas del nuevo mundo
son blancas como las luces de los shoppings
pálidas como los panes de mc donald's
translúcidas lágrimas finales de best sellers

las madres huérfanas de las hijas del nuevo mundo
fuimos oscuras habitantes de hotel
tuvimos negras maneras de mirar
queríamos la vida en símbolos extraños
películas de bergman

las paridoras frígidas de las madres huérfanas de las hijas del nuevo mundo
querían una historia sumergida en channel
casarse vírgenes con una réplica de cary grant
tener muñecas rubias de mejillas rosadas
mascadoras de chicle leyendo mujercitas

las hijas huérfanas de las madres frígidas del viejo mundo
queríamos las curvas mullidas de la marylin
y el aspecto latino de una amante del che

pero ellas
las nietas de la decadencia
las hijas del imperio del nuevo mundo
sólo desean ser
delgadas como un tallo
livianas como el ala de una mariposa
anhelan despertar
con los dedos más largos cada día
para hundirlos hasta el fin de sus amígdalas
y vomitar sin voluntad
lo que resta del siglo.


PÁGINA 20 – ENSAYO

MÓNICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

MAÑANA, EL HOY MEJORARÁ

     Como a tantas generaciones, se nos cayeron las palabras de las manos y quedaron irremediablemente maculadas.
     Ya no hubo forma de recomponer el héroe quebrado en fragmentos, de repintar la deslucida felicidad, de recuperar la honestidad así sin sentirse un tonto, esa palabra honestidad que rodó debajo de una pila de papeles sucios y cáscaras de naranja.
     No hemos tenido desde entonces más que recuerdos de bellos conceptos que fueron hecho y vida en el pasado, pero son hoy, para nosotros, nostalgia y recuerdo. Nada es lo que fue, las frutas se nos pudren en los árboles.
     Cuántas veces he leído “somos enanos en hombros de gigantes”, gigantes los antepasados, gigantes aquellos hombres y mujeres de proporciones épicas, gloriosos en un ayer iluminado como un cielo que tiene la llama viva del atardecer glorioso y a la vez es ocaso de tiernos, intimistas dorados.
     Cuántas veces, al través de los libros y las épocas, hemos escrito la decepción de ver a una juventud sumida en la desintegración y la desidia, mientras que nos enorgullecemos de las indudables virtudes de nuestros abuelos. Nuestros abuelos trabajaron de sol a sol, se esforzaron, sacaron adelante a sus hijos, construyeron y sembraron, no como estos jóvenes que tienen todo servido pero son débiles, inconstantes, desagradecidos.
     Pero quien añora un pasado feliz e impoluto añora lo que visto de lejos, engaña. El río Paraná en un día de sol y desde el puente, es celeste, brillante, reluciente de reflejos cristalinos. Espeja el cielo. Desde la orilla, sin embargo, es marrón como todo río que transita pesado y meandroso por la llanura. Y el río es siempre el mismo río, pero no obtenemos la misma impresión desde distintos observatorios.
     Así, no vemos en nuestros días más que la corrupción y el desorden, mientras que suponemos que hubo un pasado, alguna vez, en el que las cosas eran justas y razonables. El río espeja el cielo, hacemos que el reflejo de ese pasado nos muestre lo que deseamos, lo que necesitamos ver.
     Recuerdo un extenso panegírico de la primera mitad del siglo veinte, de la vida simple, los fuertes valores, la seguridad de los niños jugando en la calle, de la luz en los hogares que no expulsaban a sus viejos ni se desintegraban en divorcios, la comida saludable en cocinas llenas de frascos de vidrio, los juguetes de trapo, la blanca mesa enharinada para amasar, los patios con malvones, la solidez de las maderas macizas en los muebles hechos para durar varias generaciones. En fin, que uno acuerda y se solaza en una visión de la vida como fue y como debería ser. Por debajo, sin embargo, de tanta maravilla, por debajo del reflejo del cielo, del celeste prestado por el cielo, esto es, por la pátina que pone la evocación sobre los hechos concretos, podríamos referirnos a esa primera mitad del siglo con dos guerras mundiales, hornos crematorios, las mujeres sometidas, los pobres analfabetos, los judíos y negros denigrados, despreciados los inmigrantes, miles de niños trabajando en los campos y las fábricas, comunidades aborígenes pereciendo, padres de familia tiranos y violentos con su esposa y su prole. Todo estuvo allí, también, junto a las navidades con cintas y las alegres comparsas.
     El pasado fue, el presente es, el futuro será, y la gente sigue cometiendo abominaciones y actos de una majestad redentora. Siempre estamos al final de los tiempos, siempre estamos en la disolución de la sociedad, en el trastocamiento generalizado de las costumbres. Porque el mundo muta y se recompone como las fantásticas composiciones aleatorias de los caleidoscopios, y nosotros, subidos al filo del hoy, queremos que la máquina deje de girar, que la escena se fije en un único instante que corresponde a la brevedad de nuestras pobres vidas.
     Y somos tan héroes, tan cobardes, tan traidores, tan generosos y tan humanos como siempre, enanos sobre enanos o gigantes sobre gigantes, qué más da, depende de quién mire y desde cuál atalaya.


PÁGINA 21 – CUENTO

MARIANA MIRANDA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

BICHO

     Todos sabían que en la casa teníamos un altillo.
     Todos sabían también que el altillo estaba permanentemente cerrado. Pero también sospechaban (todos) que había alguien que habitaba el altillo al cual nosotros queríamos mantener oculto.
     A veces, en las noches quietas de luna clara, algunos habían jurado escuchar ruidos extraños provenientes de allí.
     Eran ruidos poliformes, polifónicos, esporádicos, extraños. A veces parecían gruñidos de algún animal desconocido, casi un monstruo. A veces eran como el chirrido del engranaje de una máquina estéril, caótica y lejana, completamente desconocida.
     Nadie se animaba a preguntarnos.
     Era un secreto a voces.
     Como tantos otros secretos que andan por ahí.
     Nosotros le dábamos de comer.
     Era, según sus gustos. A veces traíamos bebés chiquitos y se los dejábamos en la ventana. Él sabía agarrarlos bien y devorárselos. A veces, más rápido que otras veces, se los acababa según su grado de ternura y de inocencia espiritual. A veces tardaba más porque los encontraba no tan cándidos, un poco ya como tocados por la avaricia, por la mezquindad, por el egoísmo individualista que nos gobierna a todos. Prefería los bebés de los humanos, eso estaba mucho más que claro. Los encontraba más tiernitos y comérselos le implicaba consolidar una suerte de venganza ancestral. A veces no conseguíamos, era un poco difícil robarlos, de los orfelinatos, los hospitales y las casas de mamás recién estrenadas. Entonces le traíamos cachorritos de perros o gatos, a veces pollitos. Eran los más tiernos, pero no era lo mismo. Nosotros sabíamos que en su escala de preferencias los cachorritos de humanos eran los más preciados.
     Sin embargo había épocas en las que prefería comer vegetales, cactus, espinas de Cristo, a veces Aloe, para preservarse, todos quieren mantener su juventud a toda costa, sean bichos o no. Algunas veces nos pedía chatarra, de los autos, de las industrias. Él sabía entenderse con nosotros, nadie sabía cómo pero él siempre lo lograba. Todos los que vivíamos en la casa lo entendíamos y habíamos empezado a comprenderlo, ésa era la parte peor. A veces nos pedía cosas siniestras. Como por ejemplo una viejita cuadripléjica para poder pasar una noche de sexo explícito. Total, en la madrugada la devolvía, eso sí, no en el perfecto estado en el que se la habíamos dejado, un poco más maltrecha, pero vivita y con un dejo de felicidad en la mirada que denotaba, como siempre, que un buen orgasmo (sea con un bicho o no) valía mucho más que todas las pastillas y los tratamientos médicos del mundo.
     A veces nos pedía basura industrial para hacerse un buen banquete, a veces, desechos biológicos (fetos, tumores extirpados, miembros amputados).
     Algunas veces, cuando quería ayunar, nos pedía toneladas de frutas, y con eso, nada más, se conformaba.
     Era raro verlo consumir leche, pero a veces, como para desintoxicarse también, la consumía en cantidad.
     El problema eran sus desechos. Eran desechos orgánicos, porque él era un bicho, un animal. Eso sí, un animal desconocido y extraño al que todos teníamos miedo y al que nadie había podido (por no tolerar el montante de angustia que eso conllevaba) ver en su totalidad.
     Nosotros teníamos indicios de que él existía: los ruidos, en casa se escuchaban más que afuera, los olores, en casa eran mucho más nauseabundos que en el resto del vecindario, los gruñidos, a veces de dolor, a veces de tristeza, muchas veces de tedio, a veces (¿por qué no?) de agradecimiento.
     De todos modos y sea como fuera él era un bicho, pero antes que nada era un animal que estaba encerrado.
      Eso sí, no le faltaba nada. Nosotros procurábamos que no le faltara nada desde el primer día que llegó a la casa, huyendo por los tejados y las terrazas, perseguido por policías y gendarmes, por ogros, gnomos y brujitas celestes.
     Él era un bicho medianamente normal. No molestaba más que lo indispensable. Papá dijo de hacerle un lugar en el altillo porque era el lugar de la casa más acorde con su fisonomía: allí, entre las bicis con las gomas pinchadas y reventadas, las herramientas de carpintería que nadie usó jamás, los tachos de pintura viejos y resecos y el aguarrás quasievaporado de las botellas de vidrio, él sabría ubicarse y acomodarse a su propio gusto. Allí podría reinar sin molestar al resto de la familia. Pero, de todos modos, y como dije antes, él era un bicho encerrado. A veces se hartaba. Quería salirse y por ello, era mejor reforzar las puertas y las ventanas. Era mejor que no se supiera en el barrio que nosotros teníamos un bicho instalado, conviviendo con nosotros. Si se sabía, era seguro que vendrían los de Seguridad Animal, también los de la SIDE y, de paso y si podían, mandaban a la CIA.
     De todos modos, era cierto que estando en el altillo él casi no molestaba y también era cierto que esa era la parte de la casa que casi nunca nadie usaba. La teníamos de depósito de porquerías, nada más.
     Como dije antes, el problema eran sus desechos. Orgánicos. Olorosos. Mamá dijo de alcanzarle algo así como una pelela, pero de más está decir que con una pelela no alcanzaba: él era un bicho grande. Trajimos un balde, después otro, al final, le alcanzamos un fuentón bien grande, como los que se usaban antes para dejar la ropa en remojo y después lavarla a mano. Ese parece que le gustó. Se lo apropió de una. El problema es que él hacía de lo sólido y de lo líquido. Es decir pipí y popó. Y que así como comía, así evacuaba. El tema era retirar el fuentón, lavarlo, y después alcanzárselo de nuevo. A veces, en ese trajín, él se nos escapaba, porque debíamos para ello abrir y cerrar la puerta, la única puerta que el altillo tenía. Entonces se escondía en los lugares más insólitos: detrás del lavarropas, detrás de la heladera, detrás de las palmeras y las Santas Ritas del fondo, detrás de los cristaleros del comedor. Nos dábamos cuenta por el olor, sabíamos escucharle, por más que él la contuviera, el sonido pesado y ventilado de su respiración difícil.
     Después lo encontrábamos y nada más que con una seña, algunas veces con una orden, nunca con un grito, él volvía, manso y tranquilo, al lugar de donde había salido, nuestro altillo.
     También era muy cierto que habíamos llegado a lograr cierta armonía entre todos. Por ejemplo, nunca nos hicimos daño, ni nunca nos faltamos el respeto, nunca nos gritamos, ni nos peleamos, ni nos agredimos verbal ni físicamente. Él era un bicho bueno, eso se notaba. Desde el primer día que llegó a la casa. Él lo único que quería era un lugar en donde lo dejaran vivir en paz. Y parece que en casa lo logró. También es cierto que nos terminamos queriendo. Nosotros lo queríamos y él también a nosotros. No entendíamos la vida sin él. Él tampoco entendería su vida desprendida de la nuestra. Sabía de todos los movimientos de la casa. De todos sus habitantes. De los parientes y los amigos. De nuestros horarios. De los horarios de los otros. Nos quería. Nos queríamos.
     Tratábamos siempre de no dejarlo solo. Entre otras cosas porque sabíamos que él no podía bastarse por sí mismo y dependía de nosotros.
     Era por eso que tratábamos de salir en distintos turnos. De los amigos, a clases, a trabajar, de vacaciones. Él era como nuestro bebé grande. Aunque fuera un bebé de bicho. Sabíamos que dependía de nosotros. Lo teníamos a cargo.
     Era nuestra responsabilidad. Porque queríamos. Nada más. Siempre supimos que podíamos desligarnos de él cuando tuviéramos la voluntad. El tema es que esa voluntad no nos llegó nunca. Preferimos guardarlo en el altillo y tenerlo. Como el engendro real de nuestro propio imaginario. Cuidándolo. Cuidándonos. Para que nunca le falte nada. Para que nunca nos falte nadie.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

SALVADOR PLIEGO
(Ciudad de México-México)

Y qué es enamorarse, sino ese permiso
de reinventarse en otros brazos y otra boca,
dejarse morir y revivir en cada toque, en cada palpitación,
jugar a los silencios cuando el mimo
y darles nombres sutiles o de pájaros
que se acurrucan en las cavidades de los labios.
Entonces, y solamente entonces,
nos duele como un beso.
¡Tal vez será por eso!

VIII
ALAS DE LOS VERSOS

Subo sin límites, sin alas,
donde los bordes se doblegan,
donde las cimas empequeñecen
sus picos y vertientes,
más allá de la altura imprevisible
o los linderos que fabrican
con sus cercas las rutas ascendentes
hacia la absoluta libertad del tiempo,
hacia la sola salvedad de saberse uno mismo.

¡Oh cálamos del verso columpiándose
en las constelaciones multitudinarias,
o en los arcos puros de los navegantes seres
que el espacio desprendiera de sus inmortales soles!
¡Oh letras de los astros que destellan
para ofrendar la luz al vuelo
y a la semilla regalarle el éxtasis
de ver el fruto columpiándose en sus ramas!

Sigmas de las columnas
que con sus grafos heredaron
la sideral memoria
para perdurar entre mayúsculas
en los ancestrales alfabetos:
voy hacia las gredas
donde el viaje llama al aroma
o al aserrín desde su propia cueva,
donde el Coatzacoalcos florece
sus extensos brazos
para regalar piedras de quetzales y tapires.
Sobre el corazón que vuela
(ancha letra desprendida),
mi cabellera se hace lacia de veredas y andadores,
y se posa en las candelas de las coplas y sentinas.

Bordes de la mira
apuntalando al todo y a los claros,
como si el amarillo fuera su corazón
y su seducción volcánica,
o la misma oscuridad de la tierra
en la palpitación de sus veneros;
como si sus manos, colgadas de los cipreses y abismos
o de los pétalos nacidos de la divinidad
de los colores en sus marmóreos capullos agostados,
crecieran desde lo más hondo de la vida.
Díganme: ¿qué pájaro fui?,
¿qué parte del arbusto y de la greda?,
¿qué mímica de los sonidos?
¿qué número entre las sumas
que contaron la fragancia y la pureza?
¿qué hombre entre los hombres
y qué individuo fui entre ustedes?

No soy yo el poeta de las aves,
ni de los arrullos,
ni de las partículas de luna alumbrada,
ni de la flor que al pétalo le hablara
cuando en la superficie de los sueños ya volaba,
o navegaba en tantos mares,
o sobre la magnitud de piedras colosales.
Pero vengo a hacerme parte,
apuntando y anotando,
escribiendo los preclaros
en un telar de cien palabras,
de mil noches con su espuma abrazada,
de mil calandrias palpitadas,
de mil niños balbuceando.

Déjenme mostrarles:
éste es el corazón,
y voy sintiendo… y va volando...
hacia el mar, ¡lo sé!...
hacia la costa descubierta,
hacia la vida… escalando,
hacia la hechura de lo humano.
Voy a escribir el acero y el cobre ardiente
a que temple la herida de mi mano,
a apuntalar mi aorta con la viga
de un socavón que vio su joya
brotando de aquel barro,
de un ónix nuevo que, aún negro,
escúchole palpitando.
 
Éste es el corazón…
Hacia el mar, ¡lo sé!...
como un poeta de agua y sal,
como un bergantín que azul se va,
como una aurora que en la cresta sale a pescar,
como un jazmín de anzuelo para versar.

¡Hacia el mar… hacia el mar!
¡Éste es el corazón!…
¡Lo sé!

XIII
METONIMIA

Tengo un ángel. 
Pero es singular:
ni alas, ni bata blanca tiene.
Es más, se derrite ante la altura.
Su inverosímil porte lleva sedas
que su cintura le sostienen.
Dos guisantes son sus brazos
y su estatura es igual
al más o menos algo así.
También me dice que tiene un ángel: yo.
Compartimos las mismas señas
y el mismo torso abrumado.
¿Pecas? –me pregunta-.
Seguido –le respondo-.
Y una pícara sonrisa escapa
de su universo almendrado.
¿Y te gusta?...
Mucho –le contesto-.
Entonces acomoda su almohada
y se acurruca a mi lado.


MYRIAM LEAL
(Tucumán-Argentina)

MARÍA

Ella mira viejas fotografías
gesticula y habla bajito
mientras sus fantasmas de siempre la circundan
Su figura esmirriada
sobrevolada de moscas
aprendió a olvidar los aguijones del hambre
camino a cualquier esquina

**********

Suele beberse la mañana
mientras camina alrededor
del pino más solitario
almorzando algunas flores
A veces extraña
su carrito de mercado
los anteojos de sol sin vidrios s
us hermanos de botella
y aquél perro pulguiento
que le calentaba los pies
Aquí
en el invierno hay estufas
que no calientan los muros
Adentro
a veces
ella se pone triste
entonces
come hormigas

**********

Siempre le gustó
coleccionar elefantes
Ahora sonríe
y acomoda
su última adquisición violeta
Pretende guardarlos
junto a los labiales fucsias
en la caja de zapatos
Imposible hacerlo
con las manos en la espalda
Ellos
como acostumbran
escaparán por la ventana
cuando a las ocho en punto
entre el enfermero.

**********

El niño baila
limpia vidrios
y baila
bailan ruiseñores en sus pies
las mariposas
bostezan en su panza
Él baila
sorda música
en la esquina iluminada
los coches no lo ven
Baila que baila
el niño baila
le aletean los pies
El pegamento
en su pecho
se derrama
se derrama
se derrama

Bajo el puente
aletean sus pies
baila el niño baila
en el borde del sueño
baila
para no volver

EL COJO RAMÓN

Gatilla la segunda caja de tinto
Se queja su hígado
y le patea los pulmones
el corazón
y ése raro riñón derecho
que conoció tiempos mejores
que hasta recuerda las caricias
de mamá
cuando todavía
iba parejo por la vida
con su homólogo izquierdo
aún las muletas
hoy perdidas
como irremediablemente
perdida la adolescencia
desvastados
los harapos de la niñez
en los basurales
Remonta la tercera caja de tinto
No hay seguro disponible
Esta noche Ramón
correrá libre por campos celestes


PÁGINA 23 – ENSAYO 



JOSEFINA TOLEDO
(La Habana-Cuba)

PLENITUD CRÍTICA Y POÉTICA

Aproximación a la hermenéutica crítica de la Dra. Priscilla Rosario Medina
El ejercicio de la valoración crítica integral  --que asume el hecho artístico literario en el cruce de sus coordenadas intertextuales--  supone siempre un reto intelectual de sostenida persistencia.  Considerar la obra de un autor, en todos los géneros que ha cultivado, impone la necesidad de asumir el contexto familiar y sociocultural en que esa obra ha sido producida, y saber desentrañar esas influencias de variado matiz en la génesis misma de la tautología con que el artista asume cada género.  Este punto de partida presupone, obviamente, que vamos a aceptar –de manera convencional y ciertamente cómoda--  la existencia literaria de “géneros puros” como expresión literaria formal.

En el caso de artistas como Ernesto Álvarez las dificultades metodológicas referidas parecen potenciarse a partir de la propia riqueza y diversidad de su obra, tanto literaria como en las diversas manifestaciones de las Artes Plásticas que viene cultivando. Porque este artista es un creador vivo –gracias a Dios--  en madura “plenitud poética” como certeramente lo define la Dra. Priscilla Rosario en este paradigmático estudio.  Y, ciertamente,  este es acaso uno de los retos mayores y, en mi opinión, mejor sorteados de este ejercicio de valoración crítica integral.

La Dra. Priscilla Rosario Medina nos alerta, desde la primera página de su libro, sobre la necesidad de delimitar su objeto de estudio, ante la desmesura de la totalidad de la obra de Ernesto Álvarez:
Sería ambiciosa la empresa de comentar la obra de Ernesto Álvarez en su totalidad en un estudio breve, pues conocemos la amplitud de sus escritos. He iniciado este acercamiento dejándome guiar por tres obras que sirven para establecer las preferencias del artista, las cuales, a manera de constante, recogen la médula de su quehacer literario, y a la vez son la esencia de nuestra realidad puertorriqueña: Manuel  Zeno Gandía: Estética y sociedad,  En areyto y romance, poesía sobre el Descubrimiento; y  Obertura del mar.

A continuación la Dra. Rosario Medina nos expone de modo directo las muy válidas razones en que  sustenta su selección; es decir, la delimitación de su objeto de estudio:

Representan estos tres títulos al ensayista agudo, al antólogo de conciencia clara y al poeta que en sus  evocaciones ausculta en las raíces del pueblo caribeño las esencias del ser antillano.

Sin embargo, esta delimitación que ajusta el estudio crítico a las tres obras señaladas, deviene  simplemente delimitación metodológica porque el lector menos avisado descubre enseguida, en la prosa ágil y elegante de Rosario Medina, la profunda empatía de la autora de este estudio crítico con la totalidad de la obra, el entorno y la personalidad del artista por ella estudiado.  Y éste es, justamente, uno de los muchos méritos del libro Ernesto Álvarez: Plenitud poética.

En el primer estudio, dedicado al libro Manuel Zeno Gandía: Estética y sociedad,  la autora advierte el rigor metodológico de ese texto de Álvarez que aporta una visión novedosa de la novelística zenogandiana, al tiempo que  conjuga, paralelamente,  la validez de la crítica tradicional. En este sentido, puntualiza la Doctora Priscilla  Rosario Medina en relación con los aportes de Ernesto Álvarez:

Revela las claves y los códigos de su novelística para enmarcarlos dentro de una dimensión universal;  en el plano social estudia minuciosamente en el relato zenogandiano las estructuras sociales; desde las teorías contemporáneas, la nueva visión de los derechos humanos y el medioambiente en que se debaten los personajes. Desde el plano estético desvela en el autor arecibeño el ser partícipe de la búsqueda de una expresión artística a tono con las realidades americanas y en particular antillanas 

A partir de la crítica textual que realiza la experta Rosario Medina sobre el ensayo que estudia, puede percibirse que Ernesto Álvarez destaca y defiende apasionadamente los aportes del novelista Manuel Zeno Gandía a la renovación modernista, y asume la importante y ciertamente arriesgada opinión de Álvarez cuando señala en su ensayo:

En la prosa, en una extensa obra de conjunto, si bien Darío y Nájera habían producido cuentos en los cuales se notaba la renovación del idioma, es Manuel Zeno Gandía el que muestra, para un total desarrollo de las artes literarias en la América hispana, una obra novelesca en la que la visión renovadora del idioma cuenta tanto como los problemas de qué trata. Y no en un cuento corto, sino en toda una novela de extensión considerable, actitud que se nota en todas las cuatro que componen las Crónicas de un mundo enfermo. Todo esto sin hacer alardes de innovador

En su ensayo, como demuestra la aguda valoración crítica de la Doctora Priscilla Rosario Medina, Ernesto Álvarez evidencia ser un conocedor acucioso del particular entorno del modernismo, a partir tanto de sus figuras paradigmáticas como de su contexto histórico y socio cultural.  El ensayista destaca  el conocimiento de Zeno Gandía de la obra de Rubén Darío, de Gutiérrez Nájera y otros exponentes de la profunda renovación lingüístico literaria que define al modernismo, y destaca oportunamente la relación entre José Martí  --iniciador de esa renovación--  y Manuel Zeno Gandía, a quien nos presenta como su más alto exponente en la novelística puertorriqueña.  Álvarez recoge en su ensayo el testimonio  del propio don Manuel Zeno Gandía que nos narra, con la amena agilidad de su prosa, la forma en que conoció a José Martí, durante su etapa de estudiante de Medicina en Madrid, en la calle “Atocha, en el portal de mi maestro doctor don Pedro Velazco, nunca interrumpimos nuestra amistad.”

Ernesto Álvarez nos esclarece inmediatamente la importancia de la relación amistosa entre José Martí y Zeno Gandía, siempre a partir de los textos zenogandianos, de acentuados matices autobiográficos, que él ha podido consultar:
Conocí a Martí: fui su amigo. –escribe en su lúcida y avanzada madurez Zeno Gandía--  En dos épocas oí su voz y estreché su mano: en sus primeros y en sus últimos años. [...] En la matrícula en que empecé a estudiar medicina en la universidad de San Carlos de Madrid, era yo el único puertorriqueño. [...] en un corro de estudiantes en donde recuerdo estaban Santos Fernández, Gabriel Casuso, [...] Valdés Domínguez, [...], y otros, me dijo Fraga: Ese es Martí.
Después, una vida de intimidad y cariño creóse entre nosotros. [...]
Si a pesar de las tormentas hay días de sol, por grandes que sean las que a Cuba conmuevan, siempre el ejemplo de José Martí como un sol brillará en su historia.

Resalta la admiración zenogandiana por José Martí, quien había homenajeado en Nueva York,  en un hermoso discurso “al hermano de la otra Isla, ---al que recoge de la mano de Gautier, que es una mano que manda desde la sepultura, el laurel borinqueño, al señor Zeno y Gandía”.

Para concluir su minucioso análisis de las  aportaciones científicas de este fundamental ensayo de Ernesto Álvarez, la Dra. Priscilla Rosario Medina alude al erudito manejo de un corpus referencial, utilizado por el crítico, y que justamente le confiere objetividad científica a su análisis. Sentencia la Dra. Rosario Medina:
La revisión y el análisis de la crítica de Álvarez en torno a Zeno Gandía  son de carácter serio, de cuidadosa objetividad y de rigurosa mente científica. [...]  es muy claro en su posición de que todo estudio crítico debe cumplir con las exigencias de un método bien cuidado y la clara reflexión para situar en su justa perspectiva los productos literarios bajo análisis. 

Posteriormente, la experta Rosario Medina aplica los recursos de su hermenéutica a la antología que Ernesto Álvarez compiló bajo el sugerente título de En Areyto y romance: poesía puertorriqueña sobre el Descubrimiento.  Y nos alerta enseguida de que esta selección de trabajos poéticos “cuenta con los montajes y grabados del artista”. Es decir, se ofrecen al degustador del hecho artístico dos manifestaciones --la plástica y la literaria—armónicamente complementadas en el resultado final.  La antología de trabajos poéticos realizada por Álvarez ofrece como testimonio, según señala la Dra. Priscilla Rosario Medina, “un siglo de poesía puertorriqueña dedicada al descubrimiento y a la colonización de Puerto Rico, a la gesta y a la lengua castellana en el mundo antillano, con la visión del indio caribeño (1893-1993). 

La autora del ensayo crítico que comentamos nos previene de que En Areyto y romance: poesía puertorriqueña sobre el Descubrimiento no es una obra que simplemente agrupe poemas sobre el tema. Se trata  --señala--  de una selección de autores que han abordado diversos aspectos de la colonización de la Isla desde el punto de vista histórico, penetrando, sobre todo, en la génesis de la identidad puertorriqueña, a partir del encuentro y el choque de dos culturas; fenómeno también extensivo a todo lo que el conquistador europeo llamó “Nuevo Mundo”.

La última realización del artista Ernesto Álvarez, objeto de estudio de la Dra. Priscilla Rosario Medina, es el poemario Obertura del mar. Y es justamente en esta parte del estudio, por su propia naturaleza, donde el exquisito trabajo hermenéutico de la especialista encuentra inusitadas resonancias que la hacen salir invicta del trabajo,  en un campo  --el de la poesía de Ernesto Álvarez-- ya cultivado por algunas de las más prestigiosas figuras de la intelectualidad puertorriqueña. Pertrechada de todos los más actualizados instrumentos de análisis lexicológico, semántico y estilístico,  la Dra. Rosario Medina penetra en ese corpus poético en  profunda empatía con el poeta Ernesto Álvarez.  Esa empatía que agudiza su percepción queda establecida no sólo  --y acaso no tanto--  por el perfecto dominio del instrumento crítico, como por su exquisita sensibilidad poética.  Porque es muy difícil escribir y reflexionar sobre la  Poesía si no se disfruta  --como don precioso e insustituible--  de la sensibilidad  poética.  Es precisamente la simbiosis de estos instrumentos de análisis, en los planos científico y puramente lírico, o épico, lo que confiere al texto que reseñamos una elevada categoría conceptual y literaria.
El placer estético logrado con el análisis de los poemas, y el vivo deseo que nos despierta de leer otros, aparecen cumplimentados en este libro, como un grandioso cierre sinfónico, con la selección de poemas que complementan la crítica literaria integral realizada por la Dra. Priscilla Rosario Medina, quien accede, ya con este libro, a su plenitud crítica.


PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES

JORGE M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

INSANIA MENTIS

Después del segundo electroshock, se propuso dejar de hacerse el loco. (Nunca volvió a repetir aquello de recortar las nubes con tijeras para pegarlas en un álbum).



Es el que escribe cartas. Ocho o diez por día. En todas argumenta lo injusto de su situación y, por cierto, graves acusaciones contra la familia. Cientos de ellas están dentro de su mesa de luz de metal. Esperando que alguien les ponga finalmente el sello
y las envíe. Todas, sin excepción, tienen en el sobre escrito Al Lector.



Tras toda una vida buscándolo, hoy he encontrado el amor. Soy el hombre más feliz. No importa que mañana te den el alta: todo lo que nos ha ocurrido equivale a la eternidad.



Asdrúbal Fidanza ha trabajado con mediums. Y también escribió apologías del odio y un Breve Tratado sobre el Apocalipsis. Sus obras no han merecido difusión, de modo que en su casa, dicen, hay grandes pilas de libros en tres o cuatro habitaciones. Asdrúbal vive con su soledad. Y está conforme. Hasta el día en que por una carnicería de gatos del barrio, vienen a buscarlo hombres de guardapolvo blanco capitaneados por los de la Protectora.



Me resisto. Está bien que la Asamblea de 1813 haya resuelto en este país la abolición de la esclavitud. Pero me resisto con todos los argumentos a que desestimara los títulos de nobleza. Soy y seré el barón de La Fautrier hasta que mis huesos sean polvo. Hace más de quinientos años que nuestra casa probó su realeza. Y no voy a abdicar. Por ello, no respondo a nadie que no se dirija a mi como barón. Ni mis propios hijos. No respondo y no responderé. Por eso estoy aquí.



El hospital tiene una entrada chica, para proveedores. Por ella, con discreción, entra la mujer a visitar a su marido. Lleva años haciéndolo y años esperanzada en que el delirio de persecución termine y le dé tregua. Entonces, sí, entonces saldrá con él por el portón grande, para no volver nunca más.


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

ANDRÉ CRUCHAGA
(El Salvador)

TABURETE CON PARAGUAS

Sólo en los días de difuntos se necesitan paraguas en las manos.
Así queda dicho en mi propia lápida, así masturbaré las losas
frías y magulladas por la espina inefable de estos días:
el retrete a punto de colapsar en mi celda, habitaciones con ventanas
sofocantes, oídos con la pesadumbre de los moscardones,
perros hacinados en mi pecho,
masticando la moral de mi boca, lamiendo la ponzoña de mi saliva,
escarbando mientras empiezo a escribir el poema del día,
el de todos los días con una buena dosis de carburo para que maduren
aunque al final queden tetelques las palabras como los majonchos
verdes para mitigar el hambre, las piernas de las matas, de pronto
las urgencias, los muñones bramando en mis lóbulos,
colgados del vino rojo de los tomates: nunca faltan trenzas de pelos
en la boca, aunque uno no se hinque para rezar,
las Aves Marías, el Padre Nuestro, el Santo Rosario
y otras ataduras propias de los cargos de conciencia, redimidos
en un santiamén por la misma carne pesada de los caídos.
(Creo que a veces los pensamientos tienen el color de los purgantes;
La navegación de los analgésicos, por alguna razón que no sé,
me hacen recordar a Ulyses,
saltar el aro ula-ula de las imprecaciones, soñar en las salpicaduras
del olvido, en esa muerte lenta de los nidos,
al fin y al cabo, no dejo de ser boceto para otras ojos o miradas
próximas al borrador de la incertidumbre, cerca del río revuelto
de los pensamientos,
antipájaro con antiparras de duelo consuetudinario, predestinado
a tumbas, a fosas sin ningún futuro.
Creo que en las enredaderas de la eternidad, las esquinas
son de espuma y las mareas, soledad de besos y madera, humo
que en cierto modo hipoteca los pulmones, este diario trajinar
por los altares, buscando redención, dejar todas las cuentas claras
del sueño, en un momento donde hay que trepar en serio las escaleras,
perfeccionar el oxígeno,
movernos bien en las lecciones del orgasmo, asegurar la metáfora
insaciable de las ingles, —entonces, sólo entonces, podré morir
deliberadamente sobre el asalto al taburete, al espejo que me mira
desde adentro de su propia oscuridad.)
Sólo las fronteras del sí neutralizan los atardeceres: la privación
del bosque, el bello púbico de los itinerarios, esa grieta arremolinada
en mis manos, fúnebre, desequilibrante, inexplicable en la pira
del náufrago, negro proyectil del agua sobre el pez de la lengua.
Y mientras lo inaudito me socava, rostros, cajas negras del sueño,
me quedo pensando en el pan comido de los silencios,
en esos dedos que se hunden en la hoja húmeda del sexo.
Barataria, 06.IV.2011


LUIS ALBERTO AMBROGGIO
(Washington-Estados Unidos)

PASEO POR EL RÍO

Admiro junto al río
la provocación de sus corrientes,
el péndulo de las mareas,
remolinos,
causas de causas movedizas,
olas saltando como preguntas,
su inquietud continua;
el esqueleto flotando con cicuta
me clava con su interrogante.

Bebo con mis ojos
el larguísimo lenguaje del agua.

Bajo las pequeñas ondulaciones
de inocencia,
en su monólogo grisáceo,
presiento la elocuencia del cinismo,
la actitud escéptica
del saber que no se sabe,
descreer las respuestas
de no comprometerse
con la dignidad inmutable
de las piedras, los arrecifes
o la muerte.

Su calma me invade;
soy un estoico a su orilla,
para meterme luego
desnudo con la sensualidad
del descuido,
en el jardín de la sensatez,
como el mejor de los epicúreos.
No me importa sino la vida,
sus placeres húmedos,
cauces de dulces besos.
Recojo en mis manos
el logro iluso de la armonía,
pétalos caídos,
también el sol y la luna
que se multiplican
en los espejos de agua,
nadan como saludos infinitos,
en bella cadencia sin fatiga,
aluden a un teorema de Pitágoras
y muchos números, enigmas
aún por descifrarse.

Imito sus pasos,
todos en uno,
entono la tragedia,
la sabiduría ciudadana
de los mitos.

Las espumas sonoras que militan,
llevan sombras, dicen,
la profundidad de los reflejos.
Platón nos echó de la República
por debatir con sentimientos
su realidad de arquetipos,
la tiranía de las ideas y sus clases.
La verdad de la mentira,
dogmas impuestos
con togas o ritos de rutina.
La paradoja de la verdad
comprometida,
la sinceridad de quien
acepta que miente
en el  pozo de su saliva.

Peso,
en el devenir de sus esquelas,
el argumento ululante
de lo que, por ser visto, existe
o la realidad que la mente crea;
o simplemente lo que existe
porque sí, independiente
del fluir, de la mirada.

Nado en sus vaivenes
mi pensamiento
y mi existencia,
la explicación de repeticiones esquivas.
Porque soy pienso
o soy porque pienso,
con Decartes,
gusano de la duda,
gota animal de las aguas.

Aunque lleva el suicidio de Séneca,
Paul Celan, otros muertos,
y oscurece feliz su flora, fauna,
en el río, todo está bien,
me convenzo;
por una razón sucede,
para mejor,
y sigue su curso.
Whatever is, is right, poetizaba Pope,
pero ¿quién le absuelve
de los desastres que provoca,
de la brutalidad de sus conquistas
en las ciudades que atrae
a la trampa de sus riberas?

Compruebo que este río,
material y espíritu,
cristaliza versos y filosofía,
envuelve fundamentos,
postulados, alusiones,
mutaciones de fondo y apariencia,
intuiciones sensibles,
lava los absolutos,
desde la divinidad a la sabiduría,
en la libertad romántica
de su recorrido,
besando flores,
acumulando los rasgos del viento,
dando de beber vida al espíritu,
élan vital,
hasta desembocar en el mar
de la gracia,
de la transcendencia,
del siempre, del nunca
y de la nada.

Escucho en el sermón de su flujo,
la fiesta de los pájaros,
de que no existe nada fijo.

Hace unos años,
crecido y todopoderoso,
con sobredosis de lluvias;
hoy calmo, místico,
acunando su misterio,
casi con rigidez pragmática.

Seco lo miré en el verano.

Las eternidades son breves.

Observo cómo marcha
viendo a los astros
que no son ciegos
al presumir que nos rigen
y les conquetea
con los guiños pudorosos de sus olas;
carga en plural las relaciones
de los átomos revueltos
en lógica y rebeldía.

Río, aquí o allá, antes o ahora,
con capacidad de recrearse,
cómplice de realidad y sueños,
comienzo a preguntarle,
en su esencia líquida reflejado:

¿Qué cosa soy yo?
¿Un cuerpo hoy, otro mañana?
Nunca estanco.
¿Respondo o no a la nostalgia?
¿Me juego o no navegando
el deseo, la virtud y la esperanza,
la eternidad que surje del origen
y tal vez muere
en el océano de la búsqueda?

¿Eres el Dios que te hizo?
¿Te mueves sin libertad
hacia tu destino?
¿O elijes el accionar
de tu sendero?

Río que en Borges
trama agua y tiempo,
¿respondes a otro poderío?
Me convences empíricamente:
ser en el tiempo
te diluyes en el eterno caudal
de acaeceres,
del siempre cambiante
de tu existencia fluvial,
como te reflexionaba Heráclito.
Pasas, pasas,
dejando agua al pasar,
escucho en tus líneas
el canto de Cabral,
descubro en tu estela
la transhumancia
que nos define 
del realista Machado:
el camino
que se hace al andar.

Mientras
desfallezco ahogándome
en la contradicción ineludible
de ser o no ser,
allí en el instante
de ver o pensar,
de objetivarme en la aventura,
de volar en el todo abierto
de la consciencia sin límites…
te burlas de los códigos,
de mi seriedad estática
con sílabas mortales de utopía:
ya has pasado
siendo uno y muchos
en la evasión del momento,
dios y demonio fugitivo.

Te inventa, a veces,
una multitud de lágrimas
por culpa de nadie y de todos,
con cadáveres flotantes
hostiles a las mentiras,
amantes, víctimas
del placer,
de una fuerza sin sentido,
del imperativo categórico,
sus letárgicos caimanes,
o de un crimen ordinario.
En otras, me impresionas
como un manantial
de computación,
teléfono multifacético,
llamando, susurrando,
al fin, cascadas
de mensajes, fotos,
comunicaciones y cifras
de los seres en el ser,
sin días ni noches
que hablan, escuchan, ven,
informan, espían,
existen o no, mueren, 
con inteligencia soberana
capaz de reemplazarnos.

Tu lenguaje ¿qué habla?
¿Es público como un grito,
tejido de sensaciones compartidas,
sonidos seductores o mortales,
símbolos y juegos efímeros,
frágiles, potentes, aterradores,
comunicando tu mensaje,
a la deriva, en el espejo viviente
de tus múltiples cristales?

La felicidad que tarareas
con el ritmo de tus insomnes ondas
¿proviene de cumplir tu deber acuático
o porque gozas simplemente
la utilidad de tu existencia?

Devenir, tumba, cardumen,
exorcismo inatrapable,
cauce de orina, desperdicios,
náusea y basura existencialista,
exuda el todo, la culpa y la nada,
moja, enjuaga, inunda, explica,
divinidad suave o agitada.
Aunque hayan intentado usarlo
para limpiar la memoria,
el lecho donde se engendra la permanencia
no se presta como fosa de desechos;
sólo llora a voz viva el epitafio.

Se ve y no se ve lo que sucede
debajo de su superficie inquieta o mansa.
La penetramos para sentirla;
sumergiéndonos en su alma.

¿Descubriremos, por fin, la pieza
para resolver el rompecabezas del caos
y dejar de preguntarnos?
¿O será otro remanso pródigo
en la corriente de la pesquisa?

Tesis, antítesis, síntesis,
dibujan una geometría ad infinitum
en el diccionario transeúnte
de esta voz en movimiento,
el río,
al que me asomé hoy
para pescar asombros:
comprender y no comprender
lo que miro,
lo que me mira.

Junto a él, siento, Sor Juana,
que es imposible borrar el agua.


PÁGINA 26 – ENSAYO

JUAN FORN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EL ALMA RUSA

Miren esa vieja mujer que acepta sin chistar el turno noche en una fábrica soviética de provincias y va de máquina en máquina por ese taller desierto moviendo los labios inaudiblemente. ¿Saben qué está haciendo? Está recitando para sí los poemas de su marido. Eso hace hora tras hora, noche tras noche. Tiene en su cabeza más de mil poemas, y una sola misión en la vida: preservarlos en su memoria. La única manera de mantenerse con vida que tiene la viuda de un enemigo del pueblo es hacerse invisible al largo brazo del aparato represor soviético, y eso viene haciendo Nadiezhda Mandelstam desde que Stalin mandó a su marido a morir en Siberia en 1938. No puede vivir en ninguna ciudad grande de la URSS, tiene que huir a la menor señal de que alguien pueda denunciarla, en cada nuevo destino acepta los trabajos que nadie más quiere y sobrevive malamente, recitando todo el tiempo para sí, uno tras otro, los poemas de su marido.
Parte de esta historia ya la conté: el poeta Ossip Mandelstam compuso un epigrama vitriólico contra Stalin, sus amigos le pidieron horrorizados que no lo repitiese más (“Eso no es un poema; es una sentencia de muerte en 16 versos”), Stalin se enteró y lo hizo encarcelar en la Lubjanka y, cuando ya se temía lo peor, Mandelstam sólo fue desterrado al norte, una condena “vegetariana” (Stalin aceptó a regañadientes el ruego de Bujarin: “Hay que ser cautelosos con los poetas; la historia está siempre de su lado”). Mandelstam partió al destierro con Nadiezhda, pasaron cuatro años de penurias, el plan era que se quebrara solo, de a poco: le impedían trabajar o le daban encargos humillantes. A fines de 1937, con la soga al cuello, aceptó lo inaceptable: se sentó a escribir una segunda oda a Stalin. Quería apurar su condena y quería salvar a su mujer de la aniquilación. Intentó hacer un poema que dijese lo que era Stalin para él y que a la vez conformara a las autoridades. “Trató de afinarse como un instrumento, someterse con toda conciencia a la hipnosis general hasta dejarse embrujar por las palabras de la liturgia. Un salvaje experimento, por el que quizá yo no fui aniquilada”, escribió Nadiezhda treinta años después. Mandelstam logró entender como pocos la lógica del aparato represivo que se estaba construyendo: ya en 1922, poco antes de que se le prohibiera publicar, había sido invitado por Andreiev a colaborar en “la organización más grande y poderosa de la URSS, y todo se basará en la palabra, ¿quieres ser uno de los nuestros?”. Hablaba, por supuesto, de la Cheka, que luego sería el GPU, y luego la NKVD, y luego la KGB. “Hazte invisible. Si no te ven, si logras que se olviden de ti, acaso sobrevivas”, le dijo Ossip a Nadiezhda antes de que se lo llevaran a Siberia. Y eso hizo ella, durante los siguientes treinta años.
Recapitulemos su vida: tenía veinte cuando se casó y veintidós cuando a su marido le prohibieron publicar; durante diecisiete años fue la amanuense de cada poema de él, porque Mandelstam tenía una manera muy particular de escribir, que se intensificó cuando empezaron a perseguirlo: nunca necesitó mesa, escribía caminando (si podía, al aire libre; en caso contrario, yendo y viniendo por la habitación), después le dictaba a Nadiezhda, después escondían esas copias clandestinas con personas de su máxima confianza, después le hacía recitar a ella cada poema que se iba acumulando, porque esas copias podían ser incautadas. Imaginen diecisiete años de poemas acumulándose y después otros treinta, cuando ya era viuda, repitiendo esos poemas uno por uno, día por día, para que no se deshicieran en su memoria, hasta que vino el deshielo de Kruschev y los poemas de Ossip estuvieron a salvo.
Y entonces, cuando tenía sesenta y siete años, y pesaba apenas cuarenta y cinco kilos, y tenía que subir cada mañana cinco pisos por escalera los baldes de agua que necesitara esa jornada, Nadiezhda Mandelstam se sentó a escribir sus memorias, su versión de los hechos, un relevamiento asombroso de lo que había ocurrido en Rusia en todos esos años (en qué resquicios se refugiaba la dignidad cuando todo incitaba a la indignidad) y, a la vez, un testimonio extraordinario de lo que es vivir al lado de un poeta, respirar el aire que respira, asistir al momento en que una vibración interna pone en movimiento sus labios y sus piernas y no cesa hasta que el poema encuentra sus palabras definitivas y se desprende de su creador. Mandelstam decía que las alucinaciones auditivas eran una especie de enfermedad profesional para el poeta. También decía: “Canto cuando la conciencia no me hace trampa”. Por eso sus poemas son todos tan breves, y tan musicales también, como si cada uno de ellos existiera de antes, como si se tratara nomás de captar cada una de sus líneas con suma atención, encontrar las palabras precisas que los formaban y luego eliminar hasta el último vestigio de hojarasca, para que el poema fuera imposible de olvidar.
Cuando Nadiezhda pudo volver a Moscú y dejar de ser invisible, en los años en que escribía sin decirle a nadie las seiscientas páginas de sus memorias (que tituló Contra toda esperanza: contra toda esperanza de que sus compatriotas alcanzaran a ver alguna vez la enormidad de lo que habían padecido), se le empezaron a acercar tímidamente personas que habían guardado clandestinamente originales de Mandelstam que en su momento habían sido rechazados en revistas y editoriales. También se le acercaron sobrevivientes del gulag, que habían visto a su marido antes de que muriera en Siberia. Uno de ellos le contó que, en el calabozo de los condenados a muerte en Kolymá, estaban arañadas en la pared dos líneas de un poema suyo y que Mandelstam estuvo “contento y tranquilo unos días” cuando lo supo. Nadiezhda le pide al veterano de Kolymá que repita los versos. “¿Será posible que yo aún exista realmente / que esto que llega es la muerte verdadera?”, recita él. Nadiezhda entiende al instante la reacción de su marido: ella también ha sentido alivio al constatar que el poema no había padecido las deformaciones habituales que producía el boca en boca. Poco antes, en sus memorias, cuenta que iba en un colectivo lleno en Moscú que saltó al pasar por un pozo; ella se agarró del brazo de la persona que tenía al lado para no caerse y, al darse cuenta de que era otra viejita igual de esmirriada e inmaterial que ella, le pidió perdón con vergüenza, pero la otra viejita le contestó: “No es nada. Las mujeres como usted y como yo somos de hierro”. Dice Joseph Brodsky, que llegó a conocerla bien en esa época, que la última vez que la vio fue sentada fumando en un rincón de la ínfima cocina que habitaba en Moscú: “Era invierno y estaba haciéndose de noche a las tres de la tarde y lo único que se llegaba a ver era el leve resplandor de la brasa de su cigarrillo y de sus ojos. El resto, el diminuto cuerpo encogido bajo un chal, el óvalo pálido de su rostro y su cabello ceniciento estaban sumidos en la oscuridad. Recordaba a los restos de un gran incendio, unas ascuas que se encienden si las tocas”.


PÁGINA 27 – CUENTO

ALEJO URDANETA
(Venezuela)

EL MAESTRO

          Cuando salía de la Biblioteca, se topó con el maestro. Siempre lo ha venerado, por darle más que lecciones de filosofía y semántica. Es porque el maestro le ha abierto los sentidos hacia la sensualidad de la música, y ha emparentado la sabiduría del pensamiento abstracto con la presencia casi pétrea de una sinfonía o de un cuento literario.

Al maestro debe estas impresiones en su espíritu, y él trata de hablarle para conocerlo más, para saber de su vida,  porque nadie le ha dicho cómo es el maestro.

Sólo se repite en los pasillos de la Universidad que es austero y que vive con su madre; que ambos son melómanos y dedicados al ejercicio de las funciones del intelecto. Nadie conoce a la madre; sólo es la voz de las aulas la que afirma que es dama de estricta presencia que da a su hijo fuente de cono­cimiento para que enseñe lecciones de rígida moral dentro de formas preciosistas: la filosofía y el arte emparentados para ordenar la naturaleza humana.
         
Se ha propuesto acercarse mañana y decirle de sus inquietudes como aspirante a escritor, decirle también que comparte gustos como los que él y su madre disfrutan en solidaria comunión espiritual. Lo hará mañana.
         
La clase de filosofía acerca de la Fenomenología  de Husserl fue importante. La disyuntiva que ofrece la realidad al ser que piensa: ¿Existe por sí misma o requiere de la participación del otro para que sea verdadera realidad?   Había aceptado la tesis de Husserl y en cada recodo del camino a su casa se decía que esa piedra que veo no existe si no soy yo complemento de su existencia.

Decidió abordar al maestro al concluir la clase.
         
Reticencia al principio.  Los temas de clase ya son de todos, y pasar más allá no está permitido; pero deja abierta una posibilidad para más tarde: mañana o pasado mañana.

 Otra conversación en el parque al lado de una laguna. A solas, el pensamiento profundo es apetecible.

Le dice el maestro que el hombre es como un pequeño lago de gran profundidad cuyas aguas tienen distinta densidad: las de la superficie son claras y reciben el frescor de la montaña; las del fondo son obscuras y turbias, frías por la ausencia de claridad. Pero el alma deja que sus aguas se mez­clen, y las del fondo suben con turbiedad y frio para cambiarse con las cáli­das que abrazan el sol y el aire;  que ambas tengan oportunidad de proclamar existencia. El hombre es obscuro por sus llamados desconocidos y claro por su con­tacto con el aire: el ser humano pleno se apropia de la totalidad de su lago. Esa fue la conversación en el parque, obscurecido ya por el tiempo de lluvia.

 Se ha inicia­do una relación de curiosa humanidad.
         
Otro día aparece el motivo de la madre. Dice el maestro que es mujer de exigencias espirituales definidas: Bach, Beethoven, que ella toca en el severo piano; y conoce a Homero, a Eurípides. Todo el clasicismo en el pequeño estudio donde viven. El alumno imagina esa sala repleta de libros abiertos a la curiosidad, y piensa que la sonata treinta y dos de Beethoven que dio fin al género, puede escucharse de modo peculiar en esa sala de misterios, mientras el hijo maestro recoge la agonía del hombre, para llevarla luego al aula de la clase de  filosofía. Lo ha dicho casi forzado en confesión, porque el discípulo insiste.
         
El paso de los días alimenta la relación entre ambos. Cada vez se hacen más extensos los motivos de enfrentamiento intelectual, pero siempre en los pasillos de la Universidad, pues el maestro no quiere abrir su casa. Quedará oculta la sesión iniciática de música y pensamiento que se desarrolla en una silenciosa calle de la ciudad.  Los perros y el murmullo  de la noche serían únicos espectadores.
         
El alumno piensa un día que debe visitar al maestro. Se acerca la navidad y ese es un motivo para aproximársele, sobre todo después de tantas charlas en torno a los temas que los conmueven.  La explicación del quehacer del escritor en el mundo social; de nuevo la vanidad del que siente que las palabras han consagrado la gloria: el escritor tiene siempre proximidad con Dios, porque se proclama dueño del saber desde el pasado, o lo da a los contemporáneos que lo acompañan en el silencio y que secundan su obra, o espera la llegada del futuro. Siempre con la antorcha de la gloria.
         
Este es el día apropiado para visitar al maestro: conocerá su mundo reducido en espacio, inmenso en profundidad. Estará la madre frente al piano esbozando el segundo y último tiempo de la Sonata treinta y dos de Beethoven, y el hijo escuchará con devoción mientras compone algunas ideas en las que se mezcla el análisis filosófico con la inquietud del arte. Quizás un poema; tal vez la composición del ideario del buen decir y de la plena felicidad burguesa.

Estarán sentados en la pequeña sala, luces bajas y un silencio otro, porque sólo debe escucharse el arpegio que da el piano y el rasgar de la pluma.
         
Llega a la vieja casa de departamentos, visitada por el viento de la temprana noche, y halla en la puerta el aviso que anuncia la casa del maestro: tercer piso, Nº 3.  Sube las escaleras de madera, crujientes como el recuerdo, y alcanza el tercer piso. Sabe que no ha sido invitado pero que la acción de la amistad justifica el atrevimiento; y está ante la puerta y toca suavemente: sin respuesta. Toca de nuevo: sin respuesta. Una tercera vez le deja oír movimientos en el interior del departamento. Es como el golpe de una caja de piano ( o de ataúd), y después  un ominoso silencio. La espera de pocos minutos lo desespera, porque continúa el silencio después de aquel golpe inexplicable. ¿Qué debe hacer?  Devolverse sería lo más conveniente pues nadie lo ha visto llegar al edificio; pero la curiosidad lo excita a buscar sentido a la contradicción y todos sentimos el compromiso de ahogar las dudas.

Gira la manivela de la puerta y siente que cede. Abre con lentitud y encuentra la la semiobscuridad: apenas una lámpara amarilla de aceite deja ver muebles redondos de noche, cortinas plegadas, olor de humedad. Un espacio pequeño dominado por un piano, una mesa llena de libros, y estantes alrededor, en las paredes, también repletos de libros, periódicos, toda clase de impresos. Nada más a primera impresión. Pero algo vivo está en el ambiente; él percibe que en ese reducto de ideas se mueven calor y color: respira un perfume intenso y ve ropajes femeninos al fondo de la pieza.

 Al acercarse a un gran ropero en el borde de la habitación, escucha crujidos en el interior de madera y siente la ansiedad del miedo, pero no es su miedo sino el que emana de algo oculto allí. Ambos lo sienten ahora: el alumno, porque ha violado el secreto de la intimidad del maestro, y el armario por guardar la sorpresa que de repente se le viene encima, en el rostro pintado de carnaval que se presenta a sus ojos con el terror de haber sido descubierto.
    
De la penumbra del mueble surge una grotesca figura. La imagen parece ser de una mujer, no obstante su gruesa corpulencia: tiene el rostro pintado y vestida de lujuria. La aparición se arroja sobre el discípulo con violencia o vergüenza, y lo hace caer.

¿La madre?

Las paredes del refugio, iluminado tenuemente con el candil del aposento, están cubiertas de fotografías de una anciana de rostro adusto, con la expresión del espíritu de la filosofía.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

ZARA PATRICIA MORA VÁZQUEZ
(Chiclana de la Frontera-Cádiz-España)

“la luz que enciende la palabra”

A mis versos dio presencia.
La voz que ilumina los pasos.
Causa el señor el fracaso,
De los dichos deslenguados

Y es la luz que enciende la letra.
La que ilumina al poeta.
La que receta profetas.
Y enseña la letra a los niños,
De los Lares
Que más que tiernos seglares,
Parecen Ángeles celestiales.

*****

Y a ese efebo sin camino,
Dios le enseña el destino,
De una vida encadenada.
Al trabajo y la morada,
Pues la mejor respuesta,
No es la dada.
Es la que aprende el efebo,
Tras correr contra el destino.
Ya que siempre va detrás,
Cuando sigue ese camino.

Y es el espejo del alma,
Todo lo que el corazón aguarda,
La pareja enamorada,
Y esa luz que enciende las palabras.
Juramentos sagrados,
De amor y fe a la vida

*****

Si consigues ver la vida,
Como un juramento sagrado.
Serán tus palabras,
Tus manos sin duda,
El mejor legado.
Para seguir a bien el camino,
Y no perseguir la vida.

La luz ilumina mis pasos,
Es la que ilumina mis días.
Y convierte al ser humano,
En el mejor soldado,
Luchador de la palabra,
De la luz Entre marañas
De escondites y deseos

Mi arma es la palabra,
Y mi arco señor tus deseos,
Ilumíname el camino.
Y enciende mi palabra,
Para que en mi lucha,
Las únicas bajas.
Sean  las falsas apariencias.
La mentira y la falacia.

Y con esta humilde semblanza.
Te pido Dios que sea mi fe,
La luz que enciende la palabra,
Las palabras de un poeta.
Y que hagan fugaz la rabia.
Para encontrar la receta.
De esta vida encorsetada,
De la que perdí  indicaciones,
Una vez  me hice mayor.

Enciende mis palabras por siempre,
Enciende mis palabras.
Porque eres tú el autor,
Y yo el actor de esta obra de amor.


MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)

DESDÉN

Estoy en la cima de tu desdén,
de aquí puedo vislumbrar
que el desamor es una enfermedad
y ataca a la monotonía huérfana de palabras.

Hay sombras que navegan la noche y el día,
una comunicación rota de adrede
que lleva su timón a la deriva
sin encontrar puerto a sus mensajes.

Desdén te has apoderado del pensamiento,
manipulas la situación a tu antojo,
no das cabida a reconciliación,
palabra  borrada en su nacimiento,  
deja un espacio solitario
que batalla por ser ocupado.

Las palabras danzan en un concierto desarticulado,
se quedan vagando los espacio de la mente
desprovistas de calor, caen al abismo desaire,
mueren vírgenes, sin haber recuperado la pasión.

Tu desdén camina  derecho al precipicio
y con él mi corazón incomprendido sigue tus huellas,
aún no comprendes el significado del desamor
que estilas como lluvia de invierno.

Piensas que tal vez es toda mi culpa
y tú, la víctima incomprendida que busca otro pecho.
Pero no es así,  el desdén que camina por tus venas
te lleva por sendas peligrosas.

No habrá vuelta, cuando mi amor se desangre
en la  vereda olvidada de tus pasos.
No habrá reconciliación aunque el llanto  ahogue tus palabras,
mucho tiempo habrá  entre nosotros,
y el desdén estará reinando en tu corazón vacío.


PÁGINA 29 – ENSAYO

ROSA ALCAYAGA TORO
(Talcahuano-Chile)

STELLA DÍAZ VARÍN
Vencida y condenada por no hallar la palabra.

Bajo los cánones de la tradición judeo-cristiana que ha permeado toda la cultura occidental, la palabra pertenece al primer sexo. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, en tanto, divinidad masculina, es el depositario de la palabra. El problema que enfrentan las escritoras es como escribir con un lenguaje que ha sido creado para hablar en clave masculina, en donde la tradición literaria ha codificado los rígidos parámetros escriturales. Stella Díaz Varín presiente el obstáculo y se siente ‘Vencida y condenada /  Por no hallar la palabra que escondiste’. La autora lo reconoce en una entrevista en la revista Paula (2006): “Detrás de eso he andado yo: de la palabra escondida”. Para la poeta este empeño tiene que ver con el icarismo o ese arribismo existencial, como el deseo de lo absoluto dice ella, deseo que nunca llegue a darse. Nunca, repite la poeta. Por eso admite y así lo reitera, al recordar su poema LA PALABRA: “Ahí digo: ‘vencida y condenada, por no hallar la palabra”. Es un reclamo que cruza toda la poética de las mujeres-escritoras, así como la poeta argentina Alfonsina Storni en su soneto El ruego, como una Eva particular, una Eva/Alfonsina que quiere instalar ella los nombres: la que puso el todo en la poesía: “soñé un amor como jamás pudiera / soñarlo nadie; algún amor que fuera / la vida, toda la poesía”. Sin embargo, esa tarea se la encomienda Dios a Adán, el hombre prototipo, en el paraíso y antes de la caída, y aun antes de su nacimiento, es una labor que, como dice Josefina Ludmer (1994), corresponde al otro sexo-género, al primero. O bien cuando la poeta italiana Alda Merini confiesa “yo ya no tengo palabras”. ¿Existe un infierno más grande para un/una poeta que experimentar la ausencia atemporal de la palabra? Interrogante esencial planteado en el libro El canto de Eurídice. “El silencio de las mujeres se produce precisamente cuando la única arma que poseen para expresarse es un mundo de correlaciones de signos que les son extraños” (Di Bennardo, 2009). Pero no sólo a las mujeres-escritoras preocupa, desde otro punto de vista, este es un tema que los poetas vanguardistas conocen en su afán de romper con las estructuras canónicas, entre ellos, como Vicente Huidobro que en el prefacio a su libro Altazor escribe: “un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser”; en ese sentido, Nelly Richard (2008) habla de feminización de la escritura, puesto que extrapolando el concepto de lo femenino a todo aquel o aquella, hombre o mujer, que insurreccione el lenguaje literario y que, en su escritura rompa el sistema lógico-racional, deje en evidencia sus fisuras e interdicciones, subvierte el orden simbólico de la masculinidad dominante. Las mujeres-escritoras, sin embargo, a consecuencia de que la palabra no les ha pertenecido desde siglos, se mueven en un mundo ambiguo y en los márgenes, buscando ‘estrategias discursivas’, como sostiene Di Bennardo, que les permita evadir la censura o incluso, más común de lo que parece, por el contrario caen en la autocensura. 

‘Una sola será mi lucha / Y mi triunfo; / Encontrar la palabra escondida’, con esos tres dramáticos versos inicia Stella Díaz Varín su poema LA PALABRA sabiendo de antemano, como ella misma lo declara, que es un empeño vano y sin destino. La búsqueda de la palabra como el deseo de alcanzar lo absoluto, el sueño reservado para los dioses, sueño de un universo mágico, como escribe Baudelaire, “sueño ancestral semiahogado en el inconsciente” (Raymond: 12), que de los poetas románticos hasta los surrealistas intentaron aprehender a través de la analogía, sueño que en el caso de una mujer de acuerdo a las coordenadas masculino-dominantes, resulta ser un desafío titánico, irreverente e imposible. En este poema, Stella Díaz Varín, en primera instancia, no se reconoce como una paria en su empeño de encontrar la palabra, ella habla de la existencia de un ‘pacto secreto’ y alude a un tiempo concreto ‘a pocos días de terminar la infancia’: posiblemente un guiño a la infancia de la humanidad, en referencia al período antes de la caída, anhelo del regreso al origen o a la edad de oro, el paraíso perdido que ha sido el sueño de los poetas modernos, o de un paraíso anterior al paraíso cristiano (Eisler: 72), para recuperar realmente el derecho a la palabra que las mujeres intuyen como un antiguo privilegio: una vuelta a los orígenes, pero en sentido distinto, que intenta configurar lo que no está dentro de los cánones, para recuperar la lengua oral, la tradición del lenguaje hablado hecho de fisuras y quiebres, en el fogón/cocina, transmitido en los rincones, en el cuchicheo a escondidas para compartir los secretos aprendidos desde tiempos inmemoriales, en la oscuridad como la legendaria Scheherazade, y que Márgara Russotto califica de muy significativo, a la hora de indicar de cómo esta mujer-narradora “ejerciera su actividad siempre en la noche”, y que el poder de la palabra renaciera sólo en las tinieblas, o para recuperar la voz sagrada que, en algún tiempo, les perteneciera. “El silencio de las mujeres es misterioso y alusivo como los oráculos de Sibila: se intuyen trazas de un antiguo privilegio, de otro saber, sacro o doméstico”. (Di Bennardo: 34). En el poema de Díaz Varín, la hablante lírica deja expresa constancia que esconder la palabra fue producto de un pacto concertado, ella utiliza el pronombre de la primera persona, pero en sentido plural: ‘nuestro pacto secreto’. A pesar de ser un acuerdo implícito, entre dos, decidieron, siendo niños, mantener este secreto, la poeta revela, en su tiempo de adultez, ansiedad en esta búsqueda, si antaño era un juego, el hoy es una desesperanza, la poeta está hablando de toda su vida en las figuras metonímicas de casa, huerto y libros, como vuelta al revés ‘desarmada’, ‘forado permanente’, ‘hasta el deshilache’, lo que da cuenta de un juego irónico. Ironía entonces como reverso de la palabra es decir como la no-comunicación. La palabra poética termina en un aullido o en un silencio. “Las mujeres se vuelven a encontrar con el problema de cómo expresar el silencio con la lengua (y, en general, con la base cultural) que ha creado dicho silencio”. (Di Bennardo: 34). Da cuenta de la escisión de la sociedad en dos esferas, la esfera de lo privado (reproductivo) asignada a la mujer, en donde el silencioso mundo femenino busca formas nuevas de expresión y, por otro, la esfera de lo público (productivo) en donde el mundo masculino es el único que hace escuchar su palabra. Stella Díaz Varín, justamente, deja constancia al terminar el tiempo de la búsqueda que, si bien ella se declara ‘Vencida y condenada’ porque, en este caso, su interlocutor aparece como dueño de la palabra y no ha dicho donde encontrarla, aunque reconoce que ese fue el pacto, la hablante en una actitud denominada apostrófica acusa a un ‘tú’ que él ha sido el causante de tal desgracia: ‘la palabra que (tú) escondiste’. Y que la poeta creyó entrever, esperanzadamente, que también tenía ese poder; ella se lanza a la búsqueda de la palabra creadora al igual que Vicente Huidobro con su poema Altazor: ‘Debes recordar / donde la guardaste / Debiste pronunciarla siquiera una vez…/ Ya la habría encontrado’, como el pequeño Dios/Diosa creacionista compitiendo con el creador cristiano, pero ambos, Huidobro y Stella Díaz Varín, saben del fracaso de la empresa utópica-prometeica. Si, por un momento, la poeta vislumbra alcanzar el poder de la palabra en su poema cuando escribe: ‘Pero tienes razón ese era nuestro pacto’, asimismo puede percibirse la culpa que ella siente y que deposita en el otro, en ése a quien le corresponde el don de la palabra, porque así Dios lo quiso, por eso ella escribe apostrofándolo: ‘la palabra que (tú) escondiste’. Desde otro ángulo, la poeta estaría transfiriendo el sentido de responsabilidad al verdadero garante de su silencio. Perfectamente, podría ser un ‘tú’ de la poeta dirigido a Adán, hombre arquetipo, como el responsable de su no palabra, en un guiño al mito del Jardín del Edén. Si así fuese resulta aún más seductor traer a colación lo señalado en el libro Los mitos hebreos respecto del primer hombre de la humanidad, coherente con la necesidad de conservar incólume el prestigio del varón modelo frente a su minusválida consorte y para reproducir su poder sobre ella, en un relato que parece ser una versión más antigua del mito del Paraíso, escrito en el Génesis, en Job XV,7-8, en donde se cuenta que Adán nació antes que se formaran los montes y que él asistía al consejo divino y, ambicioso de una gloria todavía mayor, robó la sabiduría, haciendo así por su cuenta lo que, en la versión del Génesis, le indujeron a hacer Eva y la sutil serpiente. (Graves y Patai: 68). Su robo recuerda el mito griego del titán Prometeo, que robó el fuego del cielo como un don para los hombres, a los que él mismo había creado, y sufrió por ello el terrible castigo del omnipotente Zeus.
Colaboración de Luis E. Aguilera

Presidente de La Sociedad de Escritores de Chile


PÁGINA 30 – CUENTO

PATRICIA RODRÍGUEZ SARAVIA
(Ciudad de México-México)

TREINTA Y TRES:

 “Hay treinta y dos maravillosos senderos de sabiduría”
Sefer Yetzirah

        Yo, William McCarter, escribo este informe antes  de que mi cerebro  pierda todos sus recuerdos. El  domingo 28 de julio del año 2019  terminó  la espantosa agonía del mundo que   empezó  el martes 11 de septiembre del 2001 con el acto terrorista que derrumbó las Torres Gemelas de Nueva York, convirtió el Pentágono en un cuadrado abierto de manera caprichosa, y destruyó para siempre el ingenuo sentimiento de invulnerabilidad que tenían  los norteamericanos. Las escenas que fueron transmitidas    en las pantallas de todos los televisores del mundo,  en cámara lenta, con música de fondo y redobles de fusilamiento, eran terribles y magníficas al mismo tiempo. Ninguna película catastrófica logró inventar tan extraordinario escenario. Fue el principio de una nueva Guerra Santa en el seno del país que se había caracterizado por ser un crisol de razas. La violencia se propagó por el planeta como el fuego en un pastizal seco. Una larga lista de venganzas,  guerras intestinas y brutales violaciones a la naturaleza despobló a la Tierra de hombres, plantas y animales. La guerra bacteriológica arrasó  primero con los menores de 20 años, después con los viejos, y por último con  los adultos. Las aguas fueron envenenadas intencionalmente, los bosques devastados. Las playas se convirtieron  en cementerio de cetáceos, peces y moluscos,  que impregnaron  el planeta  de un fuerte olor a amoníaco.   Las guerras  formaron  ríos de sangre, los muertos se  apilaron en  montículos  pestilentes. Los  niños  portaban armas, los padres peleaban   contra los hijos, los hijos contra los padres, los hermanos contra los hermanos, pero los sobrevivientes, creían que el  Apocalipsis  estaba por venir…  también las cosas buenas.
El paraíso, que Erick Fromm describió como “un estado de unidad original con la naturaleza”,  y  George Wilhelm Friedrich Hegel  como un “estado de inocencia”, se perdió irremediablemente, y la serpiente, enroscada en un manzano de frutos rojos y apetitosos, no fue  la responsable.  Milton tendría que escribir otro “Paradise Lost”, en el que  los Adanes movidos por   codicia,  necesidad de poder,  y  el pueril deseo de acumular más de lo que se puede gastar en una vida, fueran los únicos  culpables.
Yo formaba parte del  grupo de científicos de la tercera edad  que  se refugió en un bunker a orillas del lago Baikal.  Éramos francmasones y habíamos anticipado la catástrofe por complicados cálculos astrológicos. El lago Baikal   era  el  más antiguo y  profundo del planeta, tenía  más volumen de agua dulce  que los cinco grandes lagos de América del Norte juntos. Los habitantes de la zona  lo consideraban un mar sagrado. Las 1300 especies que ahí existían no se encontraban en ninguna otra parte del globo. Entre ellas estaban el camarón de agua dulce,  conocido como Acanthogamarus Victori y  el Comechorus Baicalensis, un extraño pez abisal que vivía a más de 1000 metros de profundidad. En los otros  lagos no existía vida a más de 300 metros, pero las corrientes del Baikal llevaban  oxigeno a una profundidad tres veces mayor que en los demás. La combinación de flora y fauna  convirtió el lago en una meca para los científicos que recolectábamos muestras de sedimento en busca de explicaciones sobre el origen de la vida, mientras otros se ocupaban de terminar con ella
 Los viejos chamanes siberianos  atribuían virtudes mágicas a los abedules,  pero  sus virtudes no hubieran bastado si  los constructores del bunker no hubieran extremado las precauciones de seguridad. Los sobrevivientes  éramos originarios de distintos países del mundo y trabajábamos en proyectos secretos, tan secretos, que el mismo Kremlin  ignoraba su existencia. Uno de los sobrevivientes soy yo, el doctor William McCarter,   decano del Instituto  Roslin, de Edimburgo,  famoso por haber participado en las primeras clonaciones de ovejas. Soy  descendiente, por línea materna, de  sir William St. Clair, tercero y último príncipe de las Orcadas,  constructor de la misteriosa capilla de Rosslyn, ubicada en los confines del valle del Esk.  Desciendo, por rama paterna de  Randolph McCarter, originario de Aberdeen y contemporáneo de James Andersen, fundador de la Gran Logia de Londres,
de quien  nunca  se tuvo la certeza que hubiera sido un verdadero iniciado.  Yo era un científico reconocido en todo el mundo cuandoabandonéEscocia en el año 2000,  los diarios de Edimburgo atribuyeron  mi autoexilió  a  oscuros asuntos entre los que se mencionaban  sacrificios humanos.¡Pero eran  patrañas!
De niño me gustaba jugar en el sombrío cementerio de Rosslyn,  que  la tradición local  describía como el lugar de la Tierra en el que se estaba más cerca del cielo y del infierno.  Desde entonces me  interesaba descifrar los signos esotéricos esculpidos en la  columna del aprendiz y  en las abigarradas esculturas de la bóveda. Solía caer en un estado de mutismo que se podía confundir con la catatonia. Mis  padres me llevaron  al médico, preocupados de que  padeciera  algún  mal incurable de naturaleza psíquica. El galeno se limitó a recetarme  una cucharada al día de aceite de hígado de bacalao del famoso doctor Scott,   pero el remedio  no dio los resultados esperados.
A fines del siglo XX, un diario escocés  mencionó  el descubrimiento de húmedos túneles que unían el Instituto  Roslin con la cripta de la capilla de Rosslyn, pero el reportero que redactó el artículo y el descubridor de los túneles, murieron de manera extraña al poco tiempo y nunca se volvió a tocar el tema. Los francmasones de la Logia Escocesa sabíamos que eran  canales de agua  hechos por la mano del hombre desde la más remota antigüedad,  con el propósito de incrementar las fuerzas telúricas de esa región del planeta.
Después de la catástrofe me di a la tarea de repoblar el  planeta. A falta de humanos en edad reproductiva,  eché mano de la clonación, para la cual  se había acumulado suficiente experiencia en el mundo animal.  Cornelio Agrippa decía que el azar es una progresión desconocida y el tiempo una sucesión de números.  El azar y el tiempo deben servir en los cálculos cabalísticos para descubrir el final de un acontecimiento o el porvenir de un destino. Mi cerebro estaba invadido por  numerosas placas de amiloide  características de  la enfermedad de Alzheimer. Existía una medicina que retardaba el proceso, pero   olvidé tomarla durante varios meses. De nada sirvió que fumara   tres cigarrillos al día,  convencido  de  que la nicotina tenía un efecto retardador de la temible enfermedad.  Siempre fui defensor de la moderación, ya que  pienso que  es más difícil de alcanzar que   la   abstinencia.  Las circunvoluciones de mi   cerebro  perdían día con día  su
relieve, y en ellas anidaban valiosos conocimientos que venían desde la oscuridad de los tiempos. Atesoraban información de los rollos misteriosos, que llevaron  de Jerusalém  a Escocia los Templarios cuando fundaron en 1312 la logia de la Estricta Observancia,  a la que perteneció mi ancestro St. Clair, en cuyo seno  se impregnaron de conocimientos esotéricos  los científicos responsables de la clonación de Dolly, la primera oveja nacida por ese método.
El primer ser humano clonado de un tejido senil, nació el 9 de abril del 2020, en una primavera fría, bajo un cielo de acero que amenazaba nevada.  La nueva raza humana hubiera sido un éxito, si una placa amiloidea no hubiera hecho desaparecer de mi memoria un paso vital. Acababa de cumplir 86 años, cuando logré la primera clonación,  pero no esperaba que el recién nacido tuviera  90 años de edad.  Por un  insignificante olvido,  me convertí en el  padre de una humanidad de viejos.
Comprendí  de inmediato que si los nuevos humanos nacían casi centenarios morirían al regresar a la probeta. De esa manera todos conocerán la longitud de sus vidas y si algo  interrumpiera el proceso natural se dirá: “¡Es una pena que haya muerto tan viejo!”.  En ese nuevo orden  habrá un profundo rechazo por la infancia. Las palabras lactante e incubadora se evitarán en la conversación, por considerarse de mal gusto. Entre los 65 y los 55 años, las mujeres se embarazarán y verán sus vidas trastornadas radicalmente.  A los  50 años, hombres y mujeres vivirán gobernados por las hormonas de una manera tiránica. La crisis de los cincuentones ocurrirá a los 40 años, será el momento de valorar si  se ha cumplido  con las expectativas de  vida, y  habrá cambios dramáticos de vocación. Al paso del tiempo el cabello se oscurecerá. A los calvos les saldrá fuerte y vigoroso, se lo arrancarán  para conservar la cabeza lisa y brillante como una bola de billar.  Los adolescentes se pintarán canas y se dibujarán  arrugas en el rostro. Los hombres se enamorarán de mujeres mayores  para sentirse eternamente viejos. Después de la caída de las muelas del juicio y de los dientes que antes llamábamos definitivos, saldrán los dientes de leche, pequeños y afilados en sus bordes. Recibirán con temor la llegada de la pubertad. Los rasgos se harán redondos, la piel, lisa y turgente. Conforme transiten por la infancia  se les  recrudecerán las ganas de estar vivos un día más.
 Destinados a desaparecer en el interior de una probeta, no se podrá evitar el doloroso camino que  conduce de una manera o de otra al final de la existencia. Pero no estaré para ver   lo que ocurrirá en un mundo en el que el principio es el final y el final será el principio. Todos mis compañeros y amigos han muerto viejos. Sólo espero que la  muerte  no se olvide  de mí.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

NICULINA OPREA
(Negoiesti-Craiova-Rumania)

REFLEJOS DE AGUA

Reflejos de agua te han captado
dentro de la cual la memoria
derramó sus recuerdos

Esos tiempos
- Yo estoy hablando en los últimos años -
esta deslizando, se fijan la verdad sobre su cuello.

Mi temor da lugar al frío.

Las paredes de la sala se aprietan
En torno a la rosa japonesa
que desafía las leyes
y sin embargo
florece

No sé
qué lado oscuro te encuentras.

Impotente, me inclino
los bordes de lo desconocido.

Las caras de los objetos
están comenzando a interceptar
nuevas dimensiones:

Caigo en fragmentos
desde las disonancias perdidas de ruiseñores.

"El miedo es una mentira" – tú estabas diciendo.
Trato de entrar a la piel de esta memoria,
aunque el latido del corazón
esté forzando la arteria carótida.


ANGEL MUÑOZ RODRÍGUEZ
(Madrid-España)

1-de los problemas que van surgiendo en las relaciones largas

 “Quisiera que todas las mujeres me quisieran y quererte solo a ti” (Pedro Casariego)

construir muros
es la prueba de que en las onomatopeyas
también puedes encontrar cuerpos abatidos

la sencillez de rozar con los dedos
demacra en bastantes ocasiones un desagüe
que pese al esfuerzo
ya no succiona

el futuro no juega a encerrarse en cuatro paredes
desaprovechando los instantes muertos
en los que la intimidad no es capaz de ampararse

sesgar los hilos con la tijera de la sumisión

no puede arder la calma entre chapoteos de muchachos

se ha de afrontar la vergüenza antes de que nos salga al paso

omitir las cosas para otra ocasión
no consiste en apretarlas al fondo del trastero


2-de los pensamientos mientras en la cuesta del Cholo unas sidras


La popular Cuesta del Cholo (Cuesta’l Cholo) es uno de los lugares míticos de Gijón, cuya visita no puede pasarse por alto. Situada en el Barrio de Cimadevilla (Cimavilla), frente a la antigua rula…

(información extraída de internet)

“Es el recuerdo y no la noche
quien me priva de mí” (Joan de la Vega)

saber el momento en el que la tecnología no nos supera
descolgando el auricular con el simple motivo de echarnos a la calle

abandonar no es fácil aunque el esfuerzo sea básico

restos de poros
los suficientes para huir de las réplicas
sin olvidar que los monstruos son coetáneos
y una asfixia incapaz de serenarse


recordar el lugar del que venimos
como punto de fuga

un mar de plástico facilitará el retorno
y mientras preguntarnos quién y por qué nos colocó aquí

estar bien es saber elegir lo que puede ser distinto
de las complicaciones que inventamos

el resto es un presente

privarte de él sería estúpido


3-de una lectura de Guillevic

“Sin cita” (Ángel Muñoz)

el poema como consecuencia

vaciar el aljibe quedándose en lo básico del desnudo
y la vestimenta sea el agua
que forzada
se ocupa de escarificar otras pieles

arrojar los sentimientos
al igual que las mudas en las estaciones del año

releer estos versos
y con cada pase la mutación sea una aliada

tal vez me falten argumentos
y no compartamos camino
solo viajamos en idéntica dirección

sigo creyendo en el sinsentido de las consecuencias

las causas siempre serán las primeras en la cola
aunque la mesa se empeñe en repeler tus golpes


PÁGINA 32 – ENSAYO

PAULA BRUNO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

III. UNA HISTORIA DE HOMBRES CÉLEBRES

Diversos historiadores señalan que la Historia nació con la pretensión de legitimar el poder, y muchos de ellos sostienen que durante la Edad Media, quienes detentaban el dominio eran conscientes de la necesidad de una propaganda activa, que supo anclar sus argumentos en el pasado [6]. Esta hipótesis puede ser tenida por válida si consideramos que los señores feudales de la Edad Media buscaban legitimar y justificar su posición jerárquica con argumentaciones históricas, es decir, con artilugios discursivos que se remontaban al pasado.
Así, en torno al siglo XV, cuando se estaban delineando los Estados con características nacionales [7], surgieron los “historiadores oficiales”, y los relatos históricos se convirtieron en auxiliares primordiales del poder, ya que se encontraban al servicio de las monarquías absolutistas y sus necesidades de consolidarse y mantenerse en el poder.
Durante el Renacimiento, y en los siglos posteriores, esta tendencia de la historia de estar al servicio del poder político no hizo más que consolidarse. Así, pese a la existencia de una variedad de géneros para escribir la historia como la crónica monástica, o los tratados sobre antigüedades, durante siglos predominó la forma de la narración para dar cuenta de sucesos políticos y militares: la historia asumía como protagonistas indiscutibles a los miembros de las dinastías reales y a los héroes de los campos de batalla. Una muestra tangible de estos rasgos son las numerosas crónicas de ciudades como La crónica de Dino Compagni de las cosas ocurridas en su época (escrita entre 1310 y 1312), referida a los avatares de la política florentina, o los relatos Historia de Carlos VII e Historia de Luis XI (ambos escritos en la década de 1470) del francés Thomas Basin.
Esta tendencia comenzó a matizarse en el contexto del auge del Iluminismo, dado que fue puesta en cuestión la forma predominante de escribir la historia. Así, a mediados del siglo XVIII irrumpieron estudios históricos producidos por intelectuales de distintos lugares de Europa, que intentaban centrar su atención en un objeto que estuviera más allá de la guerra y la política, que pretendían captar la historia de la sociedad en general y no sólo la de los hombres célebres. Entre estos personajes se recorta el perfil de Voltaire, quien sostuvo, casi como un manifiesto, la necesidad imperiosa de escribir la historia de los hombres y no la de los reyes, y sus cortes; prioridad que concretó en su Ensayo sobre la historia general y sobre las costumbres y el espíritu de las naciones (1756). Pueden mencionarse como inscriptas dentro de esta tendencia la obra principal del filósofo napolitano Giambattista Vico, Principios de ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones (1725), además de Decadencia y caída del Imperio Romano (1776-1788), del historiador británico Edward Gibbon.
Sin embargo, esta tendencia a ampliar el objeto de estudio de los historiadores declinó en el siglo XIX. Durante la segunda mitad ese siglo tuvo lugar, en las sociedades europeas, el proceso de consolidación y redefinición de los Estados-nación [8] y, en ese contexto, asumió cierta relevancia la necesidad de crear historias nacionales sobre las que se construirían las identidades de cada nación con sus características propias, diferenciadas del resto.
En este escenario, el ejercicio de la disciplina histórica se convirtió en un elemento instrumental que dotó de legitimidad a los cimientos sobre los cuales se edificaron las naciones. Esta funcionalidad de la Historia tuvo un correlato institucional y ocupacional preciso: siguiendo el modelo de la Escuela alemana comenzaron a conformarse comunidades profesionales de historiadores que se encargaron de producir y difundir discursos válidos sobre el pasado.
El resultado de este fenómeno ampliado al escenario europeo convirtió al siglo XIX en “el siglo de la Historia”, dado que a lo largo del mismo se publicaron obras de personajes descollantes. Sólo por mencionar algunos ejemplos, en lo que respecta al ámbito francés pueden destacarse: Historia de Francia (1833-1846 y 1855-1867) del historiador Jules Michelet, El Antiguo régimen y la revolución (1856) del escritor y político Charles Alexis Clérel de Tocqueville, Historia de las instituciones de la antigua Francia (1875-1892) del catedrático Numa Denis Fustel de Coulanges y Los orígenes de la Francia Contemporánea (1875-1893) de Hyppolite Taine. Del contexto inglés se destaca Babington Macaulay y su Historia de Inglaterra (1848-1861), entre otros tantos [9].
Así, logró imponerse un estilo de discurso histórico cuyo exponente más destacado fue Leopold von Ranke, quien sostenía que la Historia debía dar cuenta de “lo que realmente sucedió”. Siguiendo este modelo, los historiadores profesionales, a diferencia de sus predecesores, comenzaron a seguir pautas cognitivas -metodólogicas y epistemológicas-, que eran aceptadas y legitimadas por las comunidades académicas a las que pertenecían, y desenvolvían sus actividades en instituciones específicas, como universidades y centros de estudios.
Fue en este momento cuando cristalizaron las características de la primera etapa que nos interesa describir. En el modelo que se convirtió en válido, toda historia que no fuera política quedaba absolutamente excluida, y se marginaban las temáticas sociales, económicas y culturales.
Otro rasgo distintivo de esta forma de hacer la Historia es que estaba absolutamente impregnada del paradigma historicista, que contaba con algunos rasgos vecinos al positivismo, que estaba atravesando por un momento de indiscutible apogeo. Así, se pretendía transportar al dominio de las Ciencias Humanas y Sociales los métodos de las Ciencias Experimentales, intentando ordenar el pasado como una serie de acontecimientos que formaban una cadena de causalidad continua. De este modo se consolidó el formato de relato histórico que hacía hincapié en las “causas” y las “consecuencias” [10].
Por otra parte, los formatos de presentación de esta historia preminentemente política eran de carácter narrativo, descriptivo y cronológico; por lo tanto, los acontecimientos políticos –tales como sucesiones monárquicas, tratados, fracturas inter-dinásticas, relaciones entre poderes rivales, entre otros- asumían una relevancia indiscutida. Además de los hechos políticos, los acontecimientos militares se convertían, por su articulación clara con los avatares del mundo de la política, en tópicos recurrentes, y así se organizaban detalladas galerías de personalidades, próceres y epopeyas.
El formato de los relatos históricos del período respondía a aquella conocida tripartición de vida, obra y legado de los hombres célebres. En ella, los grandes hombres políticos y militares contaban con un lugar privilegiado y excluyente.
En relación a las fuentes, a los documentos utilizados por los historiadores para concretar sus investigaciones, predominaban los oficiales, los materiales producidos por las administraciones estatales y eclesiásticas. Por lo tanto, la utilización de fuentes no escritas era casi inexistente y las voces de amplios sectores de la sociedad quedaban fuera de la historia. Simultáneamente, dada la exclusión total de los procesos históricos desenvueltos por fuera de la política, es decir, los fenómenos relacionados con las diversas esferas de acción de la vida humana, quedaban absolutamente desligados de los aspectos que podían echar luz acerca de las formas de vida del grueso de la población.
En esta primera etapa, el desarrollo de una historia de las ideas y de una historia de las imágenes contaba con un desenvolvimiento apenas incipiente que se traducía en una producción historiográfica fragmentaria y escasamente difundida.
En lo que respecta a la historia de las ideas, ésta se limitaba a las ideas políticas, rastreándose, dentro de un análisis superficial de las tradiciones intelectuales, solamente las influencias de ciertos pensadores políticos en otros hasta alcanzar una cadena de influencias que se retrotraía hasta los pensadores de la época clásica [11].
Esta historia de las ideas partía del supuesto de que las obras de los pensadores eran cristalizaciones de sistemas de ideas claros y sistemáticos y que, por lo tanto, eran manifestaciones transparentes de las intenciones de los autores. Entre las figuras destacadas de esta tendencia pueden mencionarse Benedetto Croce – y sus trabajos Ensayos sobre la literatura italiana de 1600 (1911) y Anécdotas y perfiles del "Settecento" (1914), entre otros- y Friedrich Meinecke –entre cuyas obras se destaca El historicismo y su génesis (1936)-.
Respecto de la historia relacionada con las imágenes, se practicaba lo que actualmente es considerado como una historia tradicional del arte, cuyo objeto de estudio eran las grandes obras pictóricas, monumentales o escultóricas y las biografías de los artistas destacados o de determinados estilos. Otra de las perspectivas de abordaje concretadas apuntaba a rastrear antecedentes e influencias de los artistas. El formato predominante en lo referido a la historia del arte respondía a una detallada catalogación de las obras [12]. Un estudio paradigmático de esta forma de comprender la historia del arte es la de Jakob Burckhardt, titulada La cultura del Renacimiento en Italia (1860).
Este tipo de concepción adquiría una evidencia clara en los ámbitos de exposición de las producciones artísticas, como los museos, que en este período eran grandes recintos de saber estático [13].

Referencias:
[6] Sobre este tema puede consultarse Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, La verdad sobre la Historia. Barcelona, Andrés Bello, 1999.

[7] Sobre este tema, véase Perry Anderson, El Estado absolutista, México, Siglo XXI, 1996.

[8] Esta afirmación es de carácter general; pensamos en el término de redefinición para casos puntuales como los de Francia y España y en el de consolidación para casos como el italiano y el alemán. Dado que mientras los primeros Estados mencionados contaban para el siglo XIX con una configuración de carácter nacional desde, por lo menos, el siglo XV, Italia y Alemania concretaron sus unidades territoriales e institucionales como Estados en la segunda mitad del siglo XIX.

[9] Un estudio clásico sobre los historiadores del siglo XIX es George Gooch, Historia e historiadores en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1977.

[10] Para un detallado análisis acerca de los cambios epistemológicos por los que transitaron las Ciencias Sociales, véase Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo, La inexplicable sociedad. Cuestiones de epistemología de las Ciencias Sociales, Buenos Aires, A-Z editora, 1998.

[11] Una descripción sobre la historia de las ideas políticas en el siglo XIX puede encontrarse en Jacques Julliard. “La política”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la Historia, vol. II: Nuevos enfoques, Barcelona, Laia, 1985, pp.237-257.

[12] Véase Henry Zerner, “El arte”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la Historia, vol. II: Nuevos enfoques. Barcelona, Laia, 1985, pp. 191-209.

[13] Cfr. Cristina Mantegari. “Museos y ciencias: algunas cuestiones historiográficas”, en Marcelo Montserrat (comp.), La ciencia en la Argentina entre siglos. Textos, contextos e instituciones, Buenos Aires, Manantial, 2000, pp. 297-308.


PÁGINA 33 – CUENTO

DIANA POBLET
(CABA-Buenos Aires-Argentina)

 EL CUALQUIERA

El  auto frenó a centímetros de los animales y su conductor asomado por la ventanilla gritó:
_ ¡Eh,  chiquillo! saca esas bestias de la carretera, ¿por dónde se supone que pasemos?
_ Ya, ya don, ahorita se los saco.
De inmediato colocó una vara delante de la yunta de bueyes y las tremendas bestias caminaron tras él despejando la ruta.
Un paisano de poncho lo observaba con inocultable orgullo.
_ Mira que te has venido todo un gaucho Juvencio y yo que me creí que nos saldrías dotor o abogao o algo de eso.
_ Qué tanto título Viejo, sólo los animales son para  los pobres, ¿adónde  ha visto un doctor con bueyes?
El viejo de poncho dio  tres cabezazos  y en su rostro zanjeado de cicatrices se evidenciaba  intemperie, viento y resolana, como para sí mismo asintió callando con una resignación de siglos, ya muy aprendida.
(Porque el Juvencio estudiara pá doctor, él hubiese vendido el arado, los bueyes y hasta la lechera vieja.
Pero el Juvencio dijo no, y cuando el Juvencio dice no, todo es inútil. Era no, nomás
Una lástima el crío, que sí era inteligente a decir de la maestra y hasta se terminó las dos escuelas, la básica y la otra. ¡Y cómo lo querían!…es bueno el chiquillo, ya lo decía la difunta: ” es un vaso e´ leche de sano”.
¿Y trabajador?, como naides. Si no lo paraba uno, se araba toda la tierra a  pata pelada en dos días...
Cuando la difunta quedó en estado, queríamos hombrecito, pa que ayude en el campo y así vino nomás, desde siempre sin problemas el gaucho, la María me lo parió al lao e´la lechera y yo mesmo le corté la tripa y le hice el nudo. La María era valiente también y sana como el crío…Lástima la nevazón del ´98, no me aguantó la pobrecita, se acabó la leña y pasamos un mes aislados a pura frazada nomás, nos calentábamos entre nosotros, apretados con los perros pa´ darnos más calor. Vino malo ése año, se nos murió el ternero y las dos batarazas que eran tan ponedoras: cuatro huevitos todos los días…las seis ovejas se nos congelaron de pie, parecían estatuas de plaza las pobres, yo digo que habrán sufrido hasta que se les heló la sangre…Mi María sí, que no sufrió nadita, se durmió a la noche y a la mañana, tremendos los ojos, y yo le dije: “¿qué me mirás Vieja?”, y como al rato me di cuenta que se me había difunteado y ahí sí, lloré tanto que se me mojó hasta el poncho, pucha qué es un dolor tan embromado el morirse. Dejé de llorar por el Juvencio, él no es llorador, se la aguanta. Es aguantador mi gaucho y pa´nada  pretencioso, ¿pa´comer?, toda la vida tortilla al rescoldo, si había, con chicharrones sino con mote nomás. Eso sí, leche pal Juvencio, siempre, todavía es bien ternero).
_ Juvencio, yo llevo los bueyes pa´la casa, anda al almacén por los fósforos, esta noche anda prometiendo frío.
_ Ya, pero no me prenda el fuego mi Viejo, yo vuelvo y se lo prendo bien rápido.
_ Juvencio…
_¿Ya?…
_ Nada, nada, puras tonteras de viejo, vaya nomás m’ijo...
Llegó corriendo hasta el caserío y entró apresurado al almacén de ramos generales.
Sintió el perfume fresco de los duraznos mezclado con el de alimento para gallinas, recordó que a veces doña Rosaura solía convidarle dulces cuando niño y lamentó que ahora ya estaba demasiado grande para convites.
_ Buenas, Doña, déme unos fósforos.
_Doscientos pesos Juvencio… Hoy estamos de fiesta por acá, chiquillas bien lindas, hasta se ha llegado gente citadina, ¿se vendrán a los festejos?…
_ No Doña, mi Viejo ya no sale de la casa… Anda bien mal de su lumbago.
_Pero ya puedes venirte solito…
_No, no estoy tranquilo cuando se queda solo, se pone a pensar tonterías de viejo.
_Y bueno, por si cambias de opinión…hay unas niñas muy bonitas postulando para el reinado, ¿te gustan las mujeres?…
_ Por supuesto Doña, de todas maneras.
Rosaura sonrió cómplice, a pesar de ser una bolsa de huesos, Juvencio ya era un lindo muchacho. Abochornado de sentirse observado el  joven tomó la caja de fósforos saliendo deprisa.
Los paisanos dicen que a esta hora de la tarde se le llama “la oración”,  porque es cuando las viejas rezan el rosario,  y la claridad está entre dos luces pero anocheciendo sin remedio.
Al salir del almacén Juvencio casi tropezó con ellos. Eran afuerinos, tal vez de la ciudad, pensó.Uno de ellos le tironeó del poncho.
_Hey, ¿tienes una luca?…
_No.
_¿Y media?…
_No, nada...
_ Ah, entonces… ¿Querís cobrar? …
Sin responder, intentó zafarse y proseguir su camino.
Eran dos, el más alto, lo levantó en vilo por el poncho y lo arrojó al piso mientras el otro, con los ojos desorbitados de alucinógenos, comenzó a darle puntapiés en la cara como un autómata. La vereda polvorienta comenzó  a absorber la sangre formándose un pequeño charco. Juvencio, hecho un ovillo, resguardaba la cabeza con sus brazos, manteniendo posición fetal mientras gritaba pidiendo ayuda. Pensó que estaban todos sordos, sólo el perro de Doña Rosaura gruñía incansable tras la cerca. El más alto, estimulado por la violencia de su acompañante, cruzó la calle de tierra acarreando forzadamente un bloque olvidado por el vecino Romualdo, cuando abortó la idea de ampliar su casa. Con la ayuda del de ojos desorbitados izaron el bloque entre ambos, estrellándolo contra la cabeza de Juvencio que quedó sepultada por el pesado adoquín, tornando roja la periferia.
La doña del almacén de ramos generales se asomó fastidiada por los ladridos.
Vislumbró dos sombras junto a un bulto, pero en la oscuridad, creyó que pateaban a un perro. Antes de entrar gritó:
_ ¡Cállate Guardián!, ¡no eres bueno para nada!, ¡cállate !… animal inservible.

El viejo comenzó a encender la cocina a leña haciendo pequeños bollos de papel para aprovechar mejor los  últimos fósforos.
Sonrió pensando que cuando llegara el Juvencio se enojaría…
(Raro que tardara tanto, alguna chiquilla debía ser…sólo una mujer podía demorarlo así a uno… si diosito ayudaba, algún día este rancho volvería a llenarse de críos oliendo a leche recién ordeñada, pucha, lástima que ya no esté la María pa´verlo…)
                                                   
El titular del diario  anunció en  enormes letras rojas, que en un ajuste de cuentas entre pandilleros había muerto Juvencio Torres de 18 años, desocupado y sin profesión conocida.


PAGINA 34 – ENSAYO

OCTAVIO PAZ
(México 1914/1998)

EL RITMO

Las palabras se conducen como seres caprichosos y autónomos. Siempre dicen "esto y lo otro" y, al mismo tiempo, "aquello y lo de más allá". El pensamiento no se resigna; forzado a usarlas, una y otra vez pretende reducirlas a sus propias leyes; y una y otra vez el lenguaje se rebela y rompe los diques de la sintaxis y del diccionario. Léxicos y gramáticas son obras condenadas a no terminarse nunca. El idioma está siempre en movimiento, aunque el hombre, por ocupar el centro del remolino, pocas veces se dacuenta de este incesante cambiar. De ahí que, como si fuera algo estático, la gramática afirme que la lengua es un conjunto de voces y que éstas constituyen la unidad más simple, la célula lingüística. En realidad, el vocablo nunca se da aislado; nadie habla en palabras sueltas. El idioma es una totalidad indivisible; no lo forman la suma de sus voces, del mismo modo que la sociedad no es el conjunto de los individuos que la componen. Una palabra aislada es incapaz de constituir una unidad significativa. La palabra suelta no es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos dispuestos al azar. Para que el lenguaje se produzca es menester que los signos y los sonidos se asocien de tal manera que impliquen y transmitan un sentido. La pluralidad potencial de significados de la palabra suelta se transforma en la frase en una cierta y única, aunque no siempre rigurosa y unívoca, dirección. Así, no es la voz, sino la frase u oración, la que constituye la unidad más simple del habla. La frase es una totalidad autosuficiente; todo el lenguaje, como un microcosmo, vive en ella. A semejanza del átomo, es un organismo sólo separable por la violencia. Y en efecto, sólo por la violencia del análisis gramatical la frase se descompone en palabras. El lenguaje es un universo de unidades significativas, es decir, de frases. Basta observar cómo escriben los que no han pasado por los aros del análisis gramatical para comprobar la verdad de estas afirmaciones. Los niños son incapaces de aislar las palabras. El aprendizaje de la gramática se inicia enseñando a dividir las frases en palabras y éstas en sílabas y letras. Pero los niños no tienen conciencia de las palabras; la tienen, y muy viva, de las frases: piensan, hablan y escriben en bloques significativos y les cuesta trabajo comprender que una frase está hecha de palabras. Todos aquellos que apenas si saben escribir muestran la misma tendencia. Cuando escriben, separan o juntan al azar los vocablos: no saben a ciencia cierta dónde acaban y empiezan. Al hablar, por el contrario, los analfabetos hacen las pausas precisamente donde hay que hacerlas: piensan en frases. Asimismo, apenas nos olvidamos o exaltamos y dejamos de ser dueños de nosotros, el lenguaje natural recobra sus derechos y dos palabras o más se juntan en el papel, ya no conforme a las reglas de la gramática sino obedeciendo al dictado del pensamiento. Cada vez que nos distraemos, reaparece el lenguaje en su estado natural, anterior a la gramática. Podría argüirse que hay palabras aisladas que forman por sí mismas unidades significativas. En ciertos idiomas primitivos la unidad parece ser la palabra; los pronombres demostrativos de algunas de estas lenguas no se reducen a señalar a éste o aquél, sino a "esto que está de pie", "aquel que está tan cerca que podría tocársele", "aquélla ausente", "éste visible", etc. Pero cada una de estas palabras es una frase. Así, ni en los idiomas más simples la palabra aislada es lenguaje. Esos pronombres son palabras frases. El poema posee el mismo carácter complejo e indivisible del lenguaje y de su célula: la frase. Todo poema es una totalidad cerrada sobre sí misma: es una frase o un conjunto de frases que forman un todo. Como en el resto de los hombres, el poeta no se expresa en vocablos sueltos, sino en unidades compactas e inseparables. La célula del poema, su núcleo más simple, es la frase poética. Pero, a diferencia de lo que ocurre con la prosa, la unidad de la frase, lo que la constituye como tal y hace lenguaje, no es el sentido o dirección significativa, sino el ritmo. Esta desconcertante propiedad de la frase poética será estudiada más adelante; antes es indispensable describir de qué manera la frase prosaica —el habla común— se transforma en frase poética. Nadie puede substraerse a la creencia en el poder mágico de las palabras. Ni siquiera aquellos que desconfían de ellas. La reserva ante el lenguaje es una actitud intelectual. Sólo en ciertos momentos medimos y pesamos las palabras; pasado ese instante, les devolvemos su crédito. La confianza ante el lenguaje es la actitud espontánea y original del hombre; las cosas son su nombre. La fe en el poder de las palabras es una reminiscencia de nuestras creencias más antiguas: la naturaleza está animada; cada objeto posee una vida propia; las palabras, que son los dobles mundo objetivo, también están animadas. El lenguaje, como el universo, es un mundo de llamadas y respuestas; flujo y reflujo, unión y separación, inspiración y espiración. Unas palabras se atraen, otras se repelen y todas se corresponden. El habla es un conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los astros y las plantas.Todo aquel que haya practicado la escritura automática —hasta donde es posible esta tentativa— conoce las extrañas y deslumbrantes asociaciones del lenguaje dejado a su propia espontaneidad. Evocación y convocación.
Les mots font l’amour, dice André Breton. Y un espíritu tan lúcido como Alfonso Reyes advierte al poeta demasiado seguro de su dominio del idioma: "Un día las palabras se coaligarán contra ti, se te sublevarán a un tiempo...". Pero no es necesario acudir a estos testimonios literarios. El sueño, el delirio, la hipnosis y otros estados de relajación de la conciencia favorecen el manar de las frases. La corriente parece no tener fin: una frase nos lleva a la otra. Arrastrados por el río de las imágenes, rozamos las orillas del puro existir y adivinamos un estado de unidad, de final reunión con nuestro ser y con el ser del mundo. Incapaz de oponer diques a la marea, la conciencia vacila. Y de pronto todo desemboca en una imagen final. Un mundo nos cierra el paso: volvemos al silencio. Los estados contrarios —extrema tensión de la conciencia, sentimiento agudo del lenguaje, diálogos en que las inteligencias chocan y brillan, galerías transparentes que la introspección multiplica hasta el infinito— también son favorables a la repentina aparición de frases caídas del cielo. Nadie las ha llamado; son como la recompensa de la vigilia. Tras el forcejeo de la razón que se abre paso, pisamos una zona armónica. Todo se vuelve fácil, todo es respuesta tácita, alusión esperada. Sentimos que las ideas riman. Entrevemos que pensamientos y frases son también ritmos, llamadas, ecos. Pensar es dar la nota justa, vibrar apenas nos toca la onda luminosa. La cólera, el entusiasmo, la indignación, todo lo que nos pone fuera de nosotros posee la misma virtud liberadora. Brotan frases inesperadas y dueñas de un poder eléctrico: "lo fulminó con la mirada", "echó rayos y centellas por la boca"... El elemento fuego preside todas esas expresiones. Los juramentos y malas palabras estallan como soles atroces. Hay maldiciones y blasfemias que hacen temblar el orden cósmico. Después, el hombre se admira y arrepiente de lo que dijo. En realidad no fue él, sino "otro", quien profirió esas frases: estaba "fuera de sí". Los diálogos amorosos muestran el mismo carácter. Los amantes "se quitan las palabras de la boca". Todo coincide: pausas y exclamaciones, risas y silencios. El diálogo es más que un acuerdo: es un acorde. Y los enamorados mismos se sienten como dos rimas felices, pronunciadas por una boca invisible.El lenguaje es el hombre, pero es algo más. Tal podría ser el punto de partida de una inquisición sobre estas turbadoras propiedades de las palabras. Pero el poeta no se pregunta cómo está hecho el lenguaje y si ese dinamismo es suyo o sólo es reflejo. Con el pragmatismo inocente de todos los creadores, verifica un hecho y lo utiliza: las palabras llegan y se juntan sin que nadie las llame; y estas reuniones y separaciones no son hijas del puro azar: un orden rige las afinidades y las repulsiones. En el fondo de todo fenómeno verbal hay un ritmo. Las palabras se juntan y separan atendiendo a ciertos principios rítmicos. Si el lenguaje es un continuo vaivén de frases y asociaciones verbales regido por un ritmo secreto, la reproducción de ese ritmo nos dará poder sobre las palabras. El dinamismo del lenguaje lleva al poeta a crear su universo verbal utilizando las mismas fuerzas de atracción y repulsión. El poeta crea por analogía. Su modelo es el ritmo que mueve a todo el idioma. El ritmo es un imán. Al reproducirlo —por medio de metros, rimas, aliteraciones, paronomasias y otros procedimientos — convoca las palabras. A la esterilidad sucede un estado de abundancia verbal; abiertas las esclusas interiores, las frases brotan como chorros o surtidores. Lo difícil, dice Gabriela Mistral, no es encontrar rimas sino evitar su abundancia. La creación poética consiste, en buena parte, en esta voluntaria utilización del ritmo como agente de seducción.La operación poética no es diversa del conjuro, el hechizo y otros procedimientos de la magia. Y la actitud del poeta es muy semejante a la del mago. Los dos utilizan el principio de analogía; los dos proceden con fines utilitarios e inmediatos: no se preguntan qué es el idioma o la naturaleza, sino que se sirven de ellos para sus propios fines. No es difícil añadir otra nota: magos y poetas, a diferencia de filósofos, técnicos y sabios, extraen sus poderes de sí mismos. Para obrar no les basta poseer una suma de conocimientos, como ocurre con un físico o con un chofer. Toda operaciónmágica requiere de una fuerza interior, lograda a través de un penoso esfuerzo de purificación. Las fuentes del poder mágico son dobles: las fórmulas y demás métodos de encantamiento, y la fuerza psíquica del encantador, su afinación espiritual que le permite acordar su ritmo con el del cosmos. Lo mismo ocurre con el poeta. El lenguaje del poema está en él y sólo a él se le revela. La revelación poética implica una búsqueda interior. Búsqueda que no se parece en nada a la introspección o al análisis; más que una búsqueda, es una actividad psíquica capaz de provocar la pasividad propicia a la aparición de las imágenes.


PÁGINA 35 – POESÍA ALLENDE EL MAR

PALOMA CORRALES
(Alicante-España)

MANOS DE PÁJARO

te tocaré
sabiendo que he perdido
tratando de volar
como si  yo tejiera plumas
cerca del corazón
lo haré despacio
ahora que se vierten las metáforas
y seguimos leyendo
sin adjetivos de agua
la página gastada
te tocaré
cuando llegue la nieve
para que alcances
la única verdad
que solivianta el mundo
y ese instante
alrededor del tacto
—que apenas nos desdice—
para mirar el miedo
y levantarnos.


HENDIDURA

una muerte sombría
en tu regazo
y el corazón latiendo
en las paredes
sólo un frío de venas precintadas
azul y mudo
un frío que se obstina
para que avances
con palabras sin himen
para que avances
desprendida de ti
sobre tus propias huellas.


UNA LENGUA DE NÁCAR

no sé si aguantaremos
ni si hemos de probar la resistencia
pero debo decir
(quizás
por materializar el aire)
que fue
un día fue
y hablamos otra lengua
una respiración en el declive
puro lenguaje sin materia.


ME ARREPIENTO

no necesito a Dios para esta alquimia,
si es posible
que se acerquen los ojos prematuros,
las bocas sin consuelo,
que se acerque la culpa lenta
—la de siempre—,
con su sombra de espinas y su vapor de helechos,

no necesito a Dios
para contar las veces que he callado,
hoy todas las palabras parecen monaguillos,

me arrepiento
por hacer un poema
mientras mueren de hambre 35.000 personas al día,
por desoír las voces de los cementerios,
por los zapatos rotos y vacíos,
por las palabras sin impacto,
en definitiva,
por el verso exquisito y cálido,

no necesito a Dios y me arrepiento.

SUGERENCIA

sonríe
y convoca la luz del mediodía,
la flor sin coartada, los pájaros despacio

(comprende así el origen de un poema,
el pan y su ternura,
el vaho que pronuncia lo exento de la vida),

sonríe más allá de las cosas,
no importa con quién, cómo ni cuándo,
tú y yo sabemos
que sólo si sonríes habremos traspasado,

sonríe
a la palabra tenue,
al velo que transita la plegaria,
a la puerta entornada,
a lo frágil de ser
y a todos los silencios que nombraste
desde antes de sabernos

(sonríe).

VINO Y DESCONCIERTO

No seré la primera
que camina descalza sinagogas,
voy desnuda y culpable sólo para encontrarme
con la misma mujer que llora hace dos años.
No seré la primera que pinta con su sangre
la piel de sus pezones,
no, no soy la primera que sustenta un poema
con rumbo a la tristeza
para reflexionar la propia muerte
como un contagio, como sin embargo.


MAHMUD DARWISH
(Birwa-Galilea-Palestina)

YO SOY UNO DE LOS REYES DEL FIN

Yo soy uno de los reyes del fin. Salto de mi
caballo en el último invierno. Soy el último suspiro del árabe.
No me asomo al arrayán sobre las azoteas y no
miro a mi alrededor por si me ve aquí alguien que me conozca
y sepa que he pulido el mármol de las palabras para que mi mujer atraviese
descalza campos de luz. No me asomo a la noche para
no ver una luna que iluminaba todos los secretos de Granada
cuerpo a cuerpo. No me asomo a la sombra para no ver
a alguien portando mi nombre y corriendo tras de mí: descárgame de tu nombrey dame la plata del álamo. No miro hacia atrás para no
recordar que pasé por la tierra. No hay tierra en
esta tierra desde que el tiempo se rompió en torno a mí, fragmento a fragmento.No estaba enamorado para creer que las aguas eran espejos,
como les dije a mis viejos amigos. Y no hay amor que interceda por mí.
Desde que he aceptado el pacto de paz no tengo presente
para pasar mañana cerca de mi ayer. Castilla izará
su corona sobre el alminar de Dios. Escucharé el tintineo de las llaves en
la puerta de nuestra edad de oro. Adiós a nuestra historia. ¿Seré yoquien cerrará la última puerta del cielo? Yo soy el último suspiro del árabe.
La tierra se estrecha para nosotros
La tierra se estrecha para nosotros. Nos hacina en el último pasaje y nos despojamos de nuestos miembros para pasar.La tierra nos exprime. ¡Ah, si fuéramos su trigo para morir y renacer! ¡Ah, si fuera nuestra madrepara apiadarse de nosotros! ¡Ah, si fuéramos imágenes de rocas que nuestro sueño portaracual espejos! Hemos visto los rostros de los que matará el último de nosotros en la última defensa del alma.Hemos llorado el cumpleaños de sus hijos. Y hemos visto los rostros de los que arrojarán a nuestros hijospor las ventanas de este último espacio. Espejos que pulirá nuestra estrella.
¿Adónde iremos después de las últimas fronteras? ¿Adónde volarán los pájaros después del últimocielo? ¿Dónde dormirán las plantas después del último aire? Escribiremos nuestros nombres con vaporteñido de carmesí, cortaremos la mano al canto para que lo complete nuestra carne.Aquí moriremos. Aquí, en el último pasaje. Aquí o ahí... nuestra sangre plantará sus olivos.

LOS VIOLINES

Los violines lloran con los gitanos que marchan a Andalucía.
Los violines lloran por los árabes que salen de Andalucía.
Los violines lloran por un tiempo perdido que no volverá.
Los violines lloran por una patria perdida que tal vez volverá.
Los violines prenden los bosques de esta oscuridad lejana, lejana.
Los violines ensangrientan los cuchillos y huelen mi sangre en la yugular.
Los violines lloran con los gitanos que marchan a Andalucía.
Los violines lloran por los árabes que salen de Andalucía.
Los violines son caballos sobre una cuerda de espejismo y un agua que gime.
Los violines son un campo de lilas salvajes que se aleja y se acerca.
Los violines son una fiera que tortura la uña de una mujer, la roza y se aleja.
Los violines son un ejército que construye un cementerio de mármol y de nahawand.
Los violines son la anarquía de los corazones que enloquece el viento en los pies de la bailarina.
Los violines son bandadas de pájaros que se escapan de la bandera incompleta. Los violines son el quejido de la seda arrugada en la noche del amante.
Los violines son la voz del vino lejano sobre un deseo vencedor.
Los violines me siguen, aquí y allí, para vengarse de mí.
Los violines me buscan para matarme allá donde me encuentren.
Los violines lloran por los árabes que salen de Andalucía.
Los violines lloran con los gitanos que marchan a Andalucía.

SOY YUSUF, PADRE

Soy Yusuf, padre.
Mis hermanos no me quieren,
no me desean entre ellos, padre.
Me agreden, me lanzan piedras e insultos.
Quieren que muera para hacerme un panegírico.
Me han cerrado la puerta de tu casa,
me han echado del campo,
han envenenado mis uvas
y han destrozado mis juguetes.
Cuando la brisa ha acariciado mi pelo al pasar,
me han envidiado y se han revuelto contra mí y contra ti.
¿Qué les he hecho yo, padre?
Las mariposas se han posado sobre mis hombros,
las espigas se han inclinado hacia mí
y los pájaros han volado sobre mis manos.
¿Qué he hecho yo, padre,
y por qué yo?
Tú me has llamado Yusuf
Y ellos me han arrojado al pozo y han acusado al lobo.
Y el lobo es más clemente que mis hermanos,
padre. ¿Acaso he ofendido a alguien cuando he dicho que
he visto once astros, el sol y la luna, y que los he visto
prosternados ante mí?
Traducciones de María Luisa Prieto 


PÁGINA 36 - CUENTO



GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

BAJO LA NOCHE INDIANA

Noche, lóbrega noche, eterno asilo
del miserable que esquivando el sueño
profundas penas en silencio gime.
[J.N.Gallego: El Dos de Mayo]

Está ahí. Colgado. Casi vivo. Casi jamón o pastel o matambre o budín. Casi a mi alcance. Presentimiento antes que visión, visión antes que idea. Gira de izquierda a derecha, retorciendo la cuerda de donde cuelga y de inmediato, en sentido inverso de derecha a izquierda, acompañando el giro y el contragiro con un movimiento pendular y simultáneo, según cambiantes meridianos. Sigo con atención las cicloides y catenarias que va trazando en el aire, con tanta eficacia como si plumines y punzones construyeran sobre infinitos planos cortes, alzadas, vistas y rebatimientos de un paraboloide continuamente mudable, permanentemente idéntico a sí mismo. O a nada.
Descubro que mientras gira hacia la derecha, el tiempo avanza, y retrocede mientras gira hacia la izquierda. Nada demasiado llamativo ni notable, al contrario. Acaso una pulsación, un latido, un cambio en el brillo, una distinta calidad en el modo de reflejar la luz, suficiente empero para insinuar impresiones de más duro, menos duro, suavidad o textura superficial. Incluso me parece (qué tontería) más vivo o menos vivo. Es y no es y en ese ser y no ser encandila con una acumulación de imágenes que me confunden, porque termino por no distinguir si es mi mente la que proyecta sobre ese sencillo volumen oscilante formas que provienen de mi experiencia anterior y subjetiva o si —por lo contrario— algo que era hace un instante una calabaza y después una redoma y enseguida una holoturia, de inmediato un jamón y una seta gigante y una clava de gimnasia y un florero y un alfil sobredimensionado, se plasma sobre mi imaginación vacía y receptiva como se asienta una imagen cinematográfica contra una pantalla blanca.
No acierto a decidir por lo uno o por lo otro. Sí, en cambio, tomo nota de que todas estas epifanías aluden a otra realidad cuya esencia ignoro y desestimo, convergentes todas en una idea de cosa comestible, apetecible, accesible, permisible. No a través de un discurso directo, no. El jamón no es completamente jamón, no sé cómo explicarlo. Es una simulación casi perfecta, tanto que su propia perfección convoca una idea de sabor que en realidad no está en ella sino en mí. La calabaza, por tomar otro ejemplo, tampoco lo es totalmente sino a través de un calco estereoscópico que induce en mi imaginación suavidades de puré o dulzuras de jarabe. Y así la seta no es una perfecta e íntegra seta sino en la medida en que mi mente le incorpora la carnosidad y el perfumado sabor de los más codiciables champiñones. Diría yo, para ver si me hago entender, un arquetipo que resume las esencias y las apariencias de todas las setas que fueron y son y serán en el mundo. En este o en cualquiera otro.
La mutación morfológica es incesante. Extrañamente las figuras cambian, se transforman y son reemplazadas hasta extinguirse. Pero con las cenestesias inducidas por estas formas en mí no sucede lo mismo. Mi conciencia se impregna de perfumes y sabores y sensaciones táctiles. Lo visual excita lo olfativo. Y lo olfativo atrae a primer plano la sensibilidad de labios y de lengua y de papilas gustativas. Soy una erupción de saliva y de pepsinas y de peptonas y de jugos gástricos y de humores biliares y pancreáticos.El juego de la luz se ha tornado en juego de la sombra. Pero lo que cambia es lo relativo, lo contingente. Se reducen los brillos. Se alargan las sombras. Se adelgazan algunos volúmenes.
Ahora la luna y el remoto reflejo de unos fuegos atacan el balanceo según cadencias y métricas que se me escapan, no porque no las advierta, sino porque he quedado petrificado, sólo boca, nariz y ojos, siguiendo las hipnóticas revoluciones y circunvoluciones, que pasan prestamente de la hipocicloide apretada a la más amplia y lenta traza de una cicloide, para rematar en la ecuación morosa y casi hiperbólica de la epicicloide. El cántico encapuchado de un centinela me sobresalta. Pierdo la amorosa relación entre el admirador y lo admirado, entre el adorador y lo adorado, entre el amante y lo amado, entre el deseante y lo deseado, entre el apetente y lo apetecido, entre el requirente y lo requerido. Recuperar el éxtasis me cuesta retorcer dedos, apretar mandíbulas, endurecer músculos, agarrotar miembros, clausurar ojos y oídos para todo lo ajeno a ese ritmo espeso que el crepúsculo nocturno adensa, encareciendo su morbidez. Sigue ahí. Colgado. Sujeto y objeto a un tiempo de una ceremonia cuyos contenidos últimos se me escapan. Pienso compases. Imagino itinerarios. Anticipo reflejos. Calculo diámetros y vértices. Estimo consistencias. Adivino coyunturas.
Espero. Los fuegos han crecido hacia la ceniza. Las brasas hacia el rescoldo. El grito del centinela se repite más quedo, más distante. Un gemido escaso. Respiro apenas. El céfiro y los calculados pases han hecho crisis. Caigo en una cóncava negrura desprovisto de cuerpo, de vísceras, de memoria. Sólo dientes y un afilado pedazo de acero toledano. Hijo de minerales extraídos a puño de las entrañas del Mul-hazem. Fundido y expurgado en las copelas gaditanas. Forjado a orillas del Tajo, en las cercanías del Tránsito. Duro afilado damasco engastado en un cabo sarraceno que para nada le corresponde. Hermandad de lo desigual. Ecuación de lo desparejo. Armonía de lo impar. Dos buenas cuartas bruñido filo y contrafilo. Servidor que ni titubea ni hace preguntas. Que puesto a ofender, ofende. Puesto a golpear, golpea. Y puesto a matar, mata. Sin aspavientos, sin alharacas. Taciturno, pienso. Sombrío (no hay prenda que no se parezca a su dueño). Buen pertrecho para un infante. No lo desdeñara un hidalgo. Lo tomé del cinto de un sevillano cachondo que paró el pellejo en el último asalto a las murallas de la Alhama. Vive de entonces cabe mí. Conmigo duerme y anda y reniega y vela. Me curo yo de su limpieza y de la finura de sus filos. Se cura él de mi salud y bienestar. Que bien es estar el estar vivo. Tanto no dijera, de no haberme salvado mi noble daga en más de una refriega. Apuñado por dos truhanes en una taberna napolitana. Apaleado en Corcyra por un marido malhumorado. Alanceado como un cabrito en una playa de Berbería. Mas merced a mi puñal, a Nuestro Señor siempre dado y en El salvo. Pensarlo y empuñarlo, para mí un todo es. Las falanges de mi diestra lo han buscado debajo del jubón, sobre la cintura. Lo han ceñido y lo han tornado en línea de mi brazo, apéndice de mi mano. Ah, tuno (pienso entre mí), presto te andas para amagar y entrar y hendir y lacerar y desangrar. Habráste de lucir esta noche en las artes cisorias, amigo. Buena cuenta te tiene hacerlo bien, si de ponerle punto a esta bulimia atroz se trata.
Está en calma el real. Duerme la tropa, si tropa pudiera llamarse este miserable rebaño de famélicos espantajos. Buena ventura le echaron a don Juan de Osorio los dados de la fortuna y los puñales de la traición. Morir por morir, más le valió quedar como quedó de cara al suelo en las playas del Janeyro. Ahorró al menos estos sudores de fundar y desenfundar. De prometer y de amenazar. De celibar por decencia y de amancebar por querencia. De encender y de apagar. De marchar y de desmarchar. De orar y de blasfemar. De acumular en el magín quiméricas atlántidas, áureos elíseos y argentinas cesáreas. Y encima de los pellejos piojos, tumores, fiebres, picaduras y pústulas. La tiña y el escorbuto diligentes recaudadores son; más siniestros y eficaces no los quisiera el Gran Rey. Todo hásenos concedido con largueza: la sed y el hambre, la forzosa continencia y la diarrea, la peste y la insolación, el encono de los naturales y las crueldades de Galán, los azotes y el cáñamo, los vergajazos y las puñaladas, la acidez y los escalofríos. ¿Quién reclama para sí la mejor tajada? Tocar podemos a rebatiña y a botín, que si clausurara por piedad la de la guadaña nuestros ojos, nunca más echara Pandora cerrojos o candados a sus alforjas y cajas y cornucopias. Tate, tate, Sebastianillo, a enjugar esas lágrimas y a enfundar la mandolina.

Negros nubarrones han cegado a la luna. No se ve un mulo a tres pasos. Los centinelas no se alejan del amorcillo de la lumbre. La canalla duerme. Dirá un juglar, al cabo de cuatro siglos "el músculo duerme, la ambición descansa."
Sólo que aquí la ambición no es de nobleza ni de fortuna. Ni de laureles, como no fuera para aderezar utópicos guisados. Bucólicos pucheros. Quiméricos minestrones. Tal ambición desemboca sin indulto en el desvarío. Que es el más breve de los caminos hacia el delirio. Por donde a su vez se arriba a la locura, monda, lironda y cachonda. Tal es el estado actual o el destino cercano de esta incalificable horda de zaparrastrosos, cuya fue la arrogante marcha sobre Flandes, cuyo fue el jolgorio apenas violentados los precintos de la puerta de Elvira, cuyo fue el jubileo en Famagusta.
Detén tu mano, Sebastián, pueda tu seso gobernar con acierto tus músculos, ya que no tus instintos. La detengo, y ojalá pudiera detener así el gemido de mis tripas, el clamoroso aullido de mi estómago, la impaciencia ingobernable de tanta víscera sin uso, de tanto órgano sin función. Porque pienso en esta cosa allí colgada y evoluciona sin timón mi pensamiento y es un perfumado quintal de morcilla jerezana. Mas apenas alcanza mi enflaquecido ánimo a imaginar el confortable dulzor de sus piñones, la incisiva picantez de sus granos de pimienta, la obsesiva consistencia de sus archipiélagos de grasa, cuando acceden simultáneamente al proscenio de mi adolorida conciencia los consecutivos asaltos del estragón y la melisa y el cardamomo y el tomatillo y la hierbabuena y el comino. Mas para entonces la morcilla no es ya morcilla, refundida en esencia y apariencia en esa sabia combinación de paleta de gorrino con lonchas de tocino curada a la sombra fresca y seca de los sótanos de cada finca faldeando la sierra Nevada y previamente salada con largueza y ahumada con ramas verdes de abedul, que los serranos llaman solomillo abencerraje y los de abajo jamón serrano. Y de ahí a cocerlo en un fragoroso torrontés, para arribar como quien no quiere la cosa a un abracadabrante jamón en dulce. Pero es que no hay en esta vida felicidad de durar ni jolgorio imperecedero, acaso cruel camino tanto como eficaz de que Nuestro Señor se vale para tenernos pendientes de lo celestial y eterno, mirando por transparencia a través de lo terreno e intrascendente.
Fuera o no esa la razón, cierto es que no llegan a sincronizarse mi olfato, mi lengua y mis ojos en el regodeo de contemplar las evoluciones del marrano encurtido, tórnase este sin causa o motivo suficiente en un prieto perfil de ciervo bermejo descornado, suspendido de sus cuartos traseros y presta la yugular rechoncha y acordonada para el tajo hábil que ha de poner en libertad el torrente de sangre tufienta y salvaje. Virgen Santa, que caigo ahora en la cuenta de que todo esto no es sino nadería de follones, abalorio de titiritero, artes de birlibirloque, fechizo de endemoniado, engañoso embeleco de trujamanes, artificio de tahures, oropel de brujos judaizantes y heréticos, mal ojo de egipciano, nefando sortilegio de Belzebú y su piara de irredentos cabrones. Quién sino este tenebroso camarada jugara de tal suerte con la estridente huelga de mis tripas y mi ofuscada lucidez de mosquetero sin mosquete, de caballero sin cabalgadura. De infante sin alabarda y sin adarga y sin rodela y sin guantelete y sin estoque. Quién sino este deforme engendro de los abismos disfrutara en amontonar el inexistente universo de sus visiones pantagruélicas sobre el persistente quejido de mi hambre y el inconsolable cuanto inútil castañeteo de mis colmillos. Quién que endriago o basilisco o anfisbena no fuera osaría perturbar mi razón con tan crueles encantamientos. Digo yo que ni un maestro alchimista atinara a montar este espejismo del olfato, esta alucinación del estómago, esta perversa confusión de la vista, esta truculenta escenografía de perdices y jamones y longanizas y salchichones y piernas de cordero y costillares de ciervo y lomos de jabalí. Y no siendo este embeleco menester apropiado a Nuestro Señor, ni para sus santos y arcángeles y cherubines, forzoso sea concluir que puesto que no proviene de lo alto, seguro es su cavernario y soterráneo origen.
Por si dudas me quedaran, pruebe yo en fin si tal es la consistencia de estos embutidos cual absoluta es la desolación de mis tripas y la desesperación de mi estómago. Que si no se esfumara esta tortuosa fantasmagoría con mis razones y exorcismos, fuércela yo a desaparecer con la aguzada punta de mi daga y con el prolijo brillo de sus filos. Ya echo mano al artificio, interrumpiendo sus pendulares paseos. Y atrayéndolo hacia mí hinco con decisión el hierro junto a una bien simulada articulación. Persiste el maleficio en afrentarme y equivocarme, puesto que lejos de disolverse en el aire como Dios manda, antes bien ofrece sólido y resistente camino a mi toledana herramienta.
La consistencia justa. La apropiada densidad. El jamón alfil resiste. La holoturia calabaza opone al acero vivaz una estolidez correosa, casi lítica. La seta clava rechaza con empeño la agresión de la daga. La morcilla redoma cuestiona la embestida del estoque con la pertinacia de sus cartílagos y la porfiada negativa de sus pellejos. Avanza el acero, imperturbable. Armoniosamente austero en el cumplimiento de su función. Fiel a su designio, dócil a la consigna. Cede al empuje nervioso de mi puñal una masa a un tiempo floja y tensa, simultáneamente esponjosa y consistente.
La alucinación es tan acabada, tan perfecta —si cabe definirla de tal modo— que por un momento me figuro que la incisión hubiera sido practicada en un cuerpo humano, resistiendo a la agresión del bisturí con todo el pudor y la indefensión de epidermis, grasa, músculo, cartílagos, huesos y tendones. Al fin la daga culmina su trajín en el aire. Después de las penínsulas adiposas. Más allá de los acantilados óseos. Fuera ya del campo de los archipiélagos de grasa. Libre. Ha corrido de norte a sur, a través de unos tejidos de una materia de un cuerpo (o elemento o poliedro) suspendido en parte de su original cordón umbilical y en parte por mi mano siniestra, cerrada con la fuerza de un irracional empeño, crispada con el desesperado coraje del hambre. Cercenados los vínculos, violentados los puentes, sostengo en mi mano, con menos interés que asombro, el confin o extremo del pendulante artificio que, librado a un tiempo de la dependencia ingobernable del peso que se ha quitado y de la extraña esclavitud de mi posesiva conducta, inicia una elongada circunvolución vagamente memoriosa de la coreografía del diávolo, de una circunspecta trayectoria de hiperboloide.
Héme de repente y a despecho de quier esfuerzo gravitatorio o maliciosa casualidad, dueño de la meridional geografía del solomillo, esposo de la más valerosa paleta de ciervo que Gargantúa alguno apeteciera, soberano del enervante flanco de la más estupefaciente y supergigantesca seta, patrón y soter de esa en fin holoturia o alfil o clava o Dios sabe qué, pero eso sí mórbida, voluptuosamente activa, atractivamente seductora, indecentemente turbadora. Ofrecida como en desnudez y descaro no se ofreciera la más desvergonzada cortesana. Tentadora como si en un todo inabarcable se unieran las excentricidades venéreas con la lasciva danza de las hetairas y el pantagruélico requerimiento de un banquete apto para seducir aunadamente ojos, olfato, paladar, imaginación y estómago. Presencia y cercanía que me ofuscan, aproximación que me exalta, insinuaciones que me conturban. De alguna manera irracional acierto a comprender que esta preciosa solidez, esta descabellada verosimilitud, esta —dígolo de una vez por todas— agresiva naturalidad, esta mortificante materialización de lo inmaterial, son acabada demostración de su malévola filiación. De su injurioso nacimiento. De su patibularia gestación. Aunque —esto piensa la otra mitad de mi azorado caletre— bien pudieran todos estos aspectos probar de igual modo su calidad providencial, su esencia angélica y carismática, su condición equivalente, en fin, a aquel maná que fue redención y beneplácito del pueblo hebreo errante por el desierto.
Cierro los ojos y con devoción solicito a Nuestro Señor y su Santa Madre hagan desaparecer de mi alcance y vista el esperpento, si maleficio o diabólica fábrica o artesanía de magia negra fuera. Mas ábrolos al punto y hélo más perfumado y próximo. Más contundente y apetecible. Más indiscutiblemente allegado a mis pecadoras manos en prenda misericordiosa de don y de perdón. Aceptarlo sea —entonces— ejercicio de humilde acatamiento, de modesto reconocimiento de que no por el escuálido bulto de mi virtud sino por la inaccesible gloria e inabarcable bondad de Nuestro Salvador, todo lo que no merezco se me otorga y soy, en esta ausencia de méritos, colmado. Piénsolo y acéptolo. Vuelve con ligereza mi diestra la daga al abrigo de mi cintura. Libre ya regresa para trazar, arrancando este gesto del insondable abismo de mis ancestros, la señal de la cruz sobre tan miraglosa architectura. Puesto en fin arriba lo de arriba y abajo lo de abajo, según lo adoctrina Nª Santa Madre, háceseme urgente dar piadosa conclusión a este negocio, so riesgo de desfallecer sin acabarlo.
Abro las fauces, babean mis papilas, clavo los colmillos, aprieto la quijada, muerdo, en suma, arranco, mastico y me apresuro y atraganto en roer y masticar; más no me apresurara si de tal premura la salvación eterna de mi alma pecadora dependiera. Excitado hasta la desesperación el aparato de mis olvidadas digestiones, saboreo y trago con los ojos entornados, por impedir que ajenas insinuaciones me sustraigan de este deleite de rejonear mis castigadas tripas con el provocativo zarandeo de la gula.
Vagorosas imágenes acuden desde el inescrutable pozo de mi memoria, según la agónica vaciedad de mis vísceras da paso a la tibia certidumbre de la saciedad. Asoma, en el sopor del hartazgo descontrolado, el rostro sin vida de Francisco mi hermano dos años apenas mayor, sumariamente juzgado y con igual diligencia ahorcado por orden del teniente de gobernador. Fue su único delito, según entiendo, echarle manos y dientes a un caballo asaetado por los indios. De nada le valieron los atenuantes ni la afiebrada defensa de fray Lorenzo, aludiendo a la inferior esencia del bruto y a la superior categoría de la necesidad. A la hora escasa colgaba Francisco del patíbulo, ya cadáver. Colgaba, pienso, y pensándolo vislumbro —mientras con pesadez apuro la masticatoria consigna de mis molares— el fantasmal viraje desde la palidez connatural de las semanas de hambruna y malas noches en las facciones del condenado, al arrebol ocasionado por el esfuerzo de mantenerse en equilibrio sobre el lomo de una yegua alazana, abrigada ya su garganta por la corrediza voluta de cáñamo y finalmente, espantada la cabalgadura por un aguijar de pica contra el atamborado pellejo de la panza, en obediencia a un apenas perceptible alzamiento de cejas del teniente de gobernador, la lívida confesión de asfixia, el tenebroso crujido de vértebras al ceder la resistencia del gaznate bajo el peso del cuerpo falto de apoyo y, después de un desairado rigodón resuelto en idas y venidas, girando por la diestra en amortiguadas evoluciones, desorbitados los ojos, abiertas las fauces, extraída totalmente fuera del angustiado paladar la lengua, alcanzar esa lóbrega negrura que con las horas iría adquiriendo, según la sangre dejara de transitarla, la específica y luctuosa palidez de la muerte, esa blancura amarillenta gemela en la textura y en el brillo a la cera de los velones.
Quedaron remolineando en el aire espesado del atardecer unas murmuradas plegarias del frayle, el concluyente gesto del gobernador y el chasquido de rebeldía de una docena de gargantas, chasquido que aunaba el retumbante testimonio del espanto con la profunda y juramentada promesa de venganza. Presencié la cosa en silencio, sostenido por ambas manos contra un madero hincado en tierra, a veinte pasos escasos del cadalso. Cerrada ya la noche, al dar Galán la orden de regreso a los vivaques, vencido por el espanto, el cansancio y el hambre, me desmayé.
Al recuperar el sentido lo vi. Estaba ahí. Colgado. Casi vivo. Casi a mi alcance



CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

IRMA BIGNON
(Santa Fe-Argentina)

NOTAS DE PARIS:
EL MUNDO DE LA FRANCOFONIA

      Hablando de los territorios donde el francés  es  practicado como lengua oficial o vehicular se encuentran Bélgica, Canadá, Confederación Suiza, África, cercano Oriente.

      A pesar del proceso de descolonización, Francia ha conservado de su imperio colonial algunas islas de ultramar, unas con la misma legislación de sus departamentos y otras se rigen con estatutos específicos concediéndoles cierta autonomía.

      La herencia colonial todavía marca muy fuertemmente esos lugares, en los planes económicos y culturales.

      El francés, lengua oficial, no es la mayoría de las veces la más usual. La lengua nativa es hablada en todas partes. No obstante la abolición de la esclavitud, las tensiones raciales aún persisten.

      Las islas de ultramar, tan lejos de Francia, son por lo general montañosas, de origen volcánico y de clima tropical.

      Antillas francesas en el Mar Caribe. América Central. Islas Guadalupe, Martinica, Guanahani,  Deseada, María Galante, San Bartolomé y muchas más.

      Guadalupe y Martinica. Poco extendidas pero muy pobladas. Riesgo de erupción volcánica o de ciclones son siempre posibles. La población es de raza negra, descendientes de esclavos africanos, de blancos que pertenecen a antiguas familias de colonos y de mestizos. Todos trabajan en las plantaciones de caña de azúcar. La zona norte de Martinica se cubre de flores silvestres en primavera. Se la llama Isla de las flores.       

      Guanahani, hoy Watling, cerca de Cuba, donde llega el navegante Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492, a la que bautiza con el nombre de San Salvador. Próxima al Trópico de Cáncer, la isla disfruta de un clima cálido promedio anual 23º,  temperado por los vientos y las corrientes marinas. Son frecuentes las turbonadas y los huracanes.
      La fuente de riqueza es el azúcar, el tabaco, el café, cacao, henequén, planta de hojas grandes y fibrosas  y amarilis, una clase de narcisos de flores de suave perfume. Merece igualmente mención la pesca de carey y las esponjas.
Habitantes : indios lucayos o taínos
Lenguas : nativa y francesa.

      Polinesia francesa en el Pacífico, al este de Australia
      Conjunto  de 130  islas  repartidas en 5 archipiélagos. Islas Bora Bora, Marquesas, Tuamotu, Tahiti y una enorme cantidad más.

      Bora Bora, situada en el centro de una vasta laguna. Pertenece al  archipiélago de la Sociedad. Clima tropical húmedo con precipitaciones  sobrepasando  los  2000mm.

      Marquesas. Conjunto de 12 islas muy cerca de Ecuador. Rodeadas de arrecifes coralíferos. Terrenos de palmeras y vainilleras.

      Tuamotu, al este de las islas de la Sociedad. Base de ensayos nucleares aéreos. Aeródromo. Bosques de palmeras.

      Tahiti es la isla más grande del archipiélago de la Sociedad. Pertenece al grupo de las islas del Viento. Se encuentra rodeada de arrecifes de coral. Dos antiguos conos volcánicos, profundamente recortados por tupidos valles, la protegen.

      Papeete es la capital de la Polinesia francesa, sede de la base aeronaval del Centro de Experimentaciones del Pacífico. Puerto exportador de coprah, nuez de coco, nácar y vainilla.

      Siguiendo con la Polinesia francesa, nos  encontramos  con las islas Wallis y Futuna descubiertas por el navegante británico Samuel Wallis en 1767. Pasaron a pertenecer al protectorado francés en 1886. Estas islas están rodeadas de varios islotes coralíferos, producto de un antiguo volcán que comenzó a hundirse, dejando aparecer corales. La capital es Mata-Utu. Clima tipo ecuatorial. Se compone de dos estaciones: una seca de abril a octubre con una temperatura de 25º, y la otra lluviosa de noviembre a marzo con 30º. Es la época del paso de los ciclones, de tormentas frecuentes y lluvias torrenciales, sobre todo en las vertientes expuestas a los alisios.

      Guayana francesa en la costa N.E. de América del Sur, sobre el Atlántico entre Surinam y Brasil. Islas cubiertas de una extensa selva virgen poblada por indios semi nómades. El resto de la población vive en la costa.

      Cayena: capital de guayana francesa. Centro administrativo. Importantes destilerías de ron. Puerto de exportación. Aeródromo en Rochambeau.
Cultivos: caña de azúcar, tabaco, café y frutas tropicales, ananá, banana, chirimoya.
Clima: las lluvias ciclónicas son beneficiosas para una vegetación tan exuberante.
Habitantes: cayenesos

      Islas del océano Índico, antiguamente llamado Mar de las Indias
      Madagascar, hoy República Malgache. Gran isla del océano Índico separada de África por el canal de Mozambique y atravesada por el trópico de Capricornio Produce arroz, mandioca, maíz, café. El ganado bovino es abundante. Las riquezas minerales son el uranio y el grafito.
Habitantes: malgaches
Lenguas: malgache, francés
Moneda: franco malgache.

      Isla de La Reunión. Macizo montañoso que la dividide en dos partes por los ríos torrenciales que reciben los aires del monzón. Se cultiva te, vainilla y plantas perfumadas como el amarilis,  narciso de flores grandes de suave perfume y la alhucema, planta de florecillas azules muy aromáticas cuya semilla se emplea como sahumerio.
     
      Córcega. Isla francesa del Mediterráneo. Capital Ajaccio. Rica en golfos, cabos y profundas gargantas. Clima seco y húmedo. Desde 1992 se rige por un Consejo ejecutivo de 7 miembros. Sede de la Asamblea nacional Corsa.
     
      La aglomeración de islas de ultramar de habla fracesa en el mundo es extrema. Ante arrecifes de coral, acantilados rojos, bosques de robles y castaños, un sin fin de caletas donde el color del agua se torna incomparable, la facultad de hablar escapa, la admiración persiste.

      Diríamos que vistas desde el cielo, se asemejan a un enorme puñado de papel picado de todos los colores arrojados al agua y movidos por el viento, los huracanes o por alguien.



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