GACETA
LITERARIA Nº 81– Agosto de 2013– Año VII – Nº 8
PÁGINA
1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
DEFENSA
DE LA PALABRA
1.
Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que da alegría. Uno escribe contra la propia soledad y la soledad de los otros. Uno supone que la literatura transmite conocimiento y actúa sobre el lenguaje y la conducta de quien la recibe; que nos ayuda a conocernos mejor para salvarnos juntos. Pero "los demás" y "los otros" son términos demasiado vagos; y en tiempos de crisis, tiempos de definición, la ambigüedad puede parecerse demasiado a la mentira. Uno escribe, en realidad, para la gente con cuya suerte, o mala suerte, uno se siente identificado, los malcomidos, los maldormidos, los rebeldes y los humillados de esta tierra, y la mayoría de ellos no sabe leer. Entre la minoría que sabe, ¿cuántos disponen de dinero para comprar libros? ¿Se resuelve esta contradicción proclamando que uno escribe para esa cómoda abstracción llamada "masa"?
MIGUEL
ÁNGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Santa Fe-Argentina)
REGRESO
Cuando llegó al pueblo le vimos algo en los
ojos, en la facha, en el andar mendicante, como un resabio de tormenta que la
alejaba de la piedad. Eso de buscar la comprensión y el afecto de los
desconocidos, como si llevar el miedo, o la culpa, o los dos, destrozándole los
días y los insomnios, la diferenciara de nosotros. En un pueblo como el
nuestro, lo diferente, lo diverso, termina por resultar desapacible, sin
esperanza de salvación.
Ni bien bajó del ómnibus con esa bolsa del
mercado llena de ropa, agrisada por la tierra de la ruta, esos zapatos de niña,
hebillas y charol rajado, el vestido de flores absolutamente abiertas y
celestes sobre un fondo verde, supimos que todo en ella era lamentable sin
vuelta atrás y que aparentaba cargar con cientos de años en apenas los
diecinueve o veinte que tendría.
Al entrar en la proveeduría de Juárez, se
arregló el cabello. Habló con la hosquedad débil de quien ha perdido el orgullo
y aún no lo sabe.
-Vengo porque el turco Halim me dijo que anda
necesitando sirvienta.
Elsa la miró un rato. Apoyó los ojos en esos
hombros arqueados, en el escote imposible de llenar y se detuvo en el vientre
que acusaba la preñez avanzada de la que parecía estar huyendo tapándola con el
abrigo, portándola como un mal agüero. Elsa, después, explicó que no se animó a
echarla, que se detuvo en las disculpas. Cuando Juárez volvió de hacer el
reparto, le presentó a la nueva sirvienta y la chica saludó, sin darle la mano
ni poner la cara para el beso, con esa sonrisa de dientes desparejos que no buscaba
complacer, sino más bien pasar por disculpa.
-Esa mujer es un peligro- le decía Juárez a Elsa
viéndola barrer el negocio. La escoba formaba un arco de tierra que la
chica juntaba en un cartón y tiraba en la calle pero el viento devolvía la
mugre al local con la misma prontitud con que la habían juntado.
Ya estaba entre nosotros. Con su pequeñez y su
olor a cuero lavado una y otra vez con el jabón grasiento de la miseria. Elsa
la hacía trabajar hasta dejarla sin fuerzas. Desde el mostrador, los pelos en
la cara, las manos debajo de las tetas, rascándose el tobillo del pie con el
pie contrario, la vieja analizaba cuánto podía durar la lozanía de la intrusa
tras cada esfuerzo.
A los pocos días se descompuso. Tampoco la
lástima estuvo allí. Juárez la encontró en el suelo, los ojos lacrimosos,
agarrándose el vientre sin entender el dolor. Esa noche parió ante la soledad
sin caricias ni lágrimas de sus patrones. Cuando el médico se fue, ni tiempo
dio de llegar al hospital, un parto largo, con mucha sangre y gritos, la mujer
le pidió a Elsa que le alcanzara una bolsa de nylon del ropero. De allí
sacó una manta tejida con la que envolvió al niño.
-Era para él- se justificó.-Así deben ser
las cosas.
No había ternura en ese acto, no. Más bien, la
actitud de quien ahorra un aborto para copiar la vida.
El nacimiento no trajo nuevos motivos para
aceptarla. Juárez dijo que un niño en la casa era un abuso pero echarla a la
calle era peor, así que, sin alternativa, la dejaron como a un mueble, en
silencio tardes enteras.
No sabemos qué le vio a ese viejo destruido por
la borrachera, que llegaba cada siesta a la proveeduría reclamando su vaso de
vino, a vaciar ausencias y mirar por la ventana la huella de los veranos. No
sabemos, no supimos que hizo esa condenada por el hombre que no quería seguir
viviendo. Desde que empezó a tomar hasta el momento en que la sierva se
atravesó en sus ojos, sólo había tenido tiempo para esperar la muerte. Un día
se hablaron. Elsa y Juárez los vieron juntos en la vereda. Él comentó cosas simples
mientras ella amamantaba una criatura escuálida y rosa. De pronto se reían. Con
esas risas que no duran porque son puro impulso, puro ruido sin dicha.
-Están perdidos-murmuró Elsa con el fastidio que
la despertaba cada día.
Tenía razón en odiarlos porque lo inexplicable
causa odio cuando es bello, impotencia, congoja, un sentimiento que no se
espanta como las moscas con el repasador mojado.
El viejo le preguntó de quién era el niño y la
mujer habló de un hombre que la llevaba de su casa a la quinta donde cosechaba
verduras. Una vez detuvo el camión y la hizo bajar. Después no necesitó
obligarla, no necesitó buscarla en su casa, no necesitó siquiera llevársela
lejos. Bastaba tenerle ganas para que la mujer lo saciara presta. Cuando se dio
cuenta estaba gruesa y sola, con un bollo de ropa usada por toda maleta, en un
colectivo rumbo a algún pueblo lejos, donde nacer un hijo sin levantar rumores.
No contó que el camionero era casado, que se despidieron con pocas palabras,
que era de noche y que él la dejó en la ruta con un sándwich y dos billetes.
La borrachera del viejo acompañaba bien la
sumisión de la mujer. Después de cambiarle los pañales a la cría, ayudaba al
hombre en el camino hasta la cama, un cuarto ruin, sin pintar, en el fondo de
la única pensión del pueblo, asfixiada de humedad y resacas espantadas con
nuevas borracheras. La dueña de la pensión contaba que eran respetuosos entre
sí esos extraños. Que ni bien el viejo caía en la cama, ella le acariciaba la
frente y se quedaba sonriéndole hasta que el hombre se dormía.
-No se quieren. Se precisan.-afirmaba Elsa. Y
eso era cierto porque para decir que vivían era menester necesitarse, aunque
fuera en el juego de levantar un niño famélico en el aire o de hablar de los
orígenes del vástago. Se precisaba otro conmovido, presente, otro que
preguntara las soledades, las decepciones del abandono. Se hicieron parte del
paisaje y como una fruta que se pudre o un árbol al que devoran las hormigas,
la atención se perdió de ellos. De a poco ya nadie los tenía en cuenta. Nadie,
reparaba por las calles en las tres siluetas de la siesta. Se murieron de
memoria, como lo hacían habitualmente las personas que no importaban.
Lo definitivo, lo curioso, lo trágicamente
curioso fue que se amaron. Sí. El viejo y la puta fea madre del recién nacido,
en algunos actos, en miradas que el viento dispersa, afrontaban una suerte de
amor. Distinto, pero tan parecido al amor verdadero que se hacía evidente y por
eso mismo imposible de ser creído.
-Qué vergüenza ese viejo-decían en el boliche.
Pero no era vergüenza, no. Era rabia lo que brotaba de nosotros, al comprobar
que el mundo inaudito de esos dos nos estaba vedado.
-Pero esa turra, esa loca haciéndose la
modosita- decía otro en el mercado sin querer decir eso en realidad, sino
consintiendo que la admiraba, que por suerte a ella, le había tocado eso
que a pocos le toca en la vida: ser entendida en el cariño.
Los verdaderos sentimientos se camuflaban en
rencores. Solían quedar tapados tras expresiones gigantes que confirmaban
el derecho que se tenía sobre lo juzgado, sobre aquello que incomodaba por ser
el revés de uno, la dicha que no se alcanzaba, la compañía que el tiempo
decidía alejarnos.
Fue un alivio cuando llegó una mañana un camión
destartalado al pueblo. Se detuvo en la proveeduría y bajó un hombre, abultados
los párpados de buscar a alguien que por fin se había hallado. La chica,
el crío prendido de su teta mascada y pecosa, habló con el camionero en
el patio del negocio. Se reprocharon, sin herirse, las mutuas decisiones.
Después, ella fue a la pieza y cargó en la misma bolsa sus trapos escasamente
blancos. Salieron juntos. Elsa vio que el hombre la ayudó a subir al camión. Se
los tragó la ruta, sin adioses.
El borracho de la pensión volvía cada tarde a
beberse el trago de los locos. Nunca preguntó por la joven madre. El día de la
partida, revisó con los ojos el bar, al no ver a la chica, se hundió en un
silencio de vino. Después fue a la pensión a dormir, sin sueño, la pesadilla de
haber amado.
Lo descarnado, lo curioso y descarnado de
todo aquello fue lo que contó Juárez a Elsa el día en que el borracho murió y
la chica volvió al pueblo para un velorio decente, con el feto transformado en
un niño aseado. Habló sabiendo la verdad contada por el muerto en una tarde de
confesiones bochornosas. Habló con la convicción necesaria para que no se
perdiera nada del odio que debe sentirse en esos casos, aunque prevaleciera
cierta ternura en el relato. Después no tuvimos más interés en esa historia.
Nunca se entiende qué vínculo, qué atrocidad sin
límite renueva la necesidad del otro. Ni siquiera la de un padre, él, el
muerto, el borracho, de su hija, esa loca, esa puta preñada que vuelve, que
volvió para ofrecerse en cariño y después írsele, sin más, sin anuncio,
satisfecha o insultante, para no olvidarlo nunca.
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
GALERIA
EL
MARLERITO MANSILLA
Cuando
quiero
recordarlo
sólo
retengo
su
melena
sobre
la frente
tirándose
entre los palos
defendiendo
el arco
“Jazminero”
del barrio.
Luego
vienen
la
niebla
y
la ceniza
porque
se fue
pronto
del pueblo
y
temprano de la vida.
JUSTITO
PEZZINO
Menudo,
con el pelo
corto
y el flequillo
sobre
la frente,
la
picardía inocente
en
sus ojos verdes.
Lo
veo en esa tarde
en
que convirtió
un
gol, cuando ganamos
cómodos
y lo vimos
gritarlo
brazo en alto.
Mucho
antes
lo
vi cruzar
aquella
calle ancha
y
solitaria del pueblo
con
una granada
partida
en una mano
ÑANGÁ
GÓMEZ
Con
ansiedad
lo
esperábamos
porque
él tenía
una
pequeña
pelota
de cuero.
Era
nervioso
y
flaco y jugaba
en
la defensa
se
enojaba siempre
y
en lugar de decir
“salí
de aquí”,
decía
“Ñangá de acá”.
Muy
chico
se
nos fue del pueblo.
¿Adónde
andará
el
“Ñangá”
con
su mal genio
y
sus canillas flacas?
JULIO CORTAZAR
(Argentino-1914/1984)
PÉRDIDA
Y RECUPERACIÓN DEL PELO
Para
luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines
útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de
la cabeza, hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero
del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos
agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista. Sin malgastar
un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera
operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha
enganchado en alguna de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay
que poner en descubierto el tramo de caño que va del sifón a la cañería de
desagüe principal. Es seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá
que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en
busca del
nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja
extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.
nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja
extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.
Llegará
el día en que podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante
meses viviremos rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos
mojados, así como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente
para que busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin
de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una
etapa mucho más vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las
cloacas mayores de la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos
a deslizarnos por las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una
linterna poderosa y una máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores
y mayores, ayudados si es posible por individuos del hampa, con quienes
habremos trabado relación y a los que tendremos que dar gran parte del dinero
que de día ganamos en un ministerio o una casa de comercio. Con mucha
frecuencia tendremos la
impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos pelo (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga
permanencia en una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda. Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.
impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos pelo (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga
permanencia en una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda. Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.
EVA
MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)
PSIQUIÁTRICO
Abrí los ojos. Todo blanco. El blanco se
extendía del techo a las paredes y llegaba hasta la cama a través de las
sábanas. Noté un picor en uno de los brazos. La vía, que trataba de ocultarse
tras los esparadrapos. Cerré los ojos; quería encontrar las imágenes, pero solo
había negrura.
La puerta de la habitación se abrió. Una
enfermera, me traía pastillas. Me preguntó qué tal estaba y le contesté con un
«estupendamente» raro. «Es-tu-pen-da-men-te». El ritmo, la aceleración de las
sílabas, que se repitieron decelerándose con un tono de burla.
«Es-tu-pen-da-men-te». Luego resonaba en mi cabeza en un modo interrogativo que
producía risa y el acento cambiaba de una a otra sílaba y con cada cambio el
significado variaba. Y yo frente a la palabra dicha, como si la hubiera
pronunciado otra persona, sacada de una conversación de la calle o de una
escena de alguna película en blanco y negro.
Necesitaba ir al baño. ¡Qué coñazo! Con el suero
a cuestas. Era un castigo, ese trozo de plástico que se agarraba al brazo.
Parecía succionarme; quitar en vez de dar. Me levanté de la cama. Los músculos
como si hubieran sido apaleados; me costaba moverlos sin que doliesen. Con la
mano derecha agarré el suero por la barra de metal que lo sujetaba y fui
arrastrando los pies hasta llegar al baño. Me bajé los pantalones con lentitud.
Una imagen me vino a la mente. Una mujer se acercaba, parecía decirme algo al
oído. Debía de ser gracioso porque no paraba de reírme. Sentí dolor, bajé los
ojos y vi su mano enroscada en mi pene. Me echaba hacia atrás, dolía pero me
reía; me hacía tanta gracia. Yo, contra la pared, sin calzoncillos, los
pantalones en el suelo. De la mujer solo recordaba su pelo negro alborotado y
unos labios carnosos de un rojo fuerte que se extendía por toda la cara. Seguía
en el váter. Antes de subirme los pantalones del pijama, me fijé en el pene;
estaba morado. Tiré de la cadena y cogí el suero. Al pasar por el espejo, el
reflejo de mi cara me inmovilizó. Unos ojos saturados, como si lo visto se
fuera derramando por los bordes y ya no pudieran o no quisieran ver más. Las
cuencas de los ojos muy hundidas, las ojeras casi negras y unos pómulos hacia
dentro, que resaltaban la mandíbula. Me alejé, arrastrando unos pies que
parecían ir sobre raíles en una vía de tren abandonada. Fui hacia el otro lado
de la cama. Dejé el suero a la derecha y me senté en el sillón negro. Miré el
líquido incoloro. Me asaltó la imagen de una lavadora y mi cuerpo, diminuto,
acurrucado, dentro. Y la lavadora daba vueltas y vueltas, y yo repetía los
mismos movimientos, veía la misma ropa y un exterior tan irreal, tan alejado.
En esta imagen alargaba la mano, como si quisiera tocar algo de ese exterior.
¿Saldré de aquí?, me preguntaba. Y una voz me contestaba que no, pero otra me
decía, cuando te recuperes. Cerré los ojos apretando los párpados con fuerza;
intentaba acallar las voces. Las voces se fueron alejando, pero ese «¿saldré?»
zumbaba en mi mente.
Llevaba un rato en el comedor. Miraba la comida.
Trozos de carne grisácea, con grasa, y unas patatas fritas que parecían de
cera; rígidas como cadáveres. Me fijé en los demás; tampoco comían. Las caras,
nunca olvidaría esas caras. Los ojos, como si los hubiesen vaciado,
recubriéndolos con una capa de cemento transparente; ya estaban seguros, allí
nada podían temer. Y esas muecas histriónicas que simulaban sonrisas. Esas
muecas me producían ganas de vomitar, como si en la pared de enfrente hubiera
un espejo y constatase que yo también participaba en ese juego diabólico. Un
toque en mi hombro derecho me recordó que estaba allí para comer. Contesté con
un movimiento de cabeza y el tenedor se introdujo en la carne escarchada de una
patata. Me vi trepando una pared. Después, mi cuerpo en el suelo. Encima del
tejado un gato. Me daba rabia no acordarme bien de lo ocurrido, tener huecos.
El plato de carne y patatas seguía allí, como si se burlara de mi suerte. Tengo
que irme, me dije, pero ¿adónde?
Salí al pasillo. Lo recorrí de arriba abajo.
Luego entré en una sala pequeña, al lado de los servicios. Había un hombre con
barba sentado al borde de una silla, balanceándose como si acunase a un bebé.
No hablaba. Ya me había fijado en él. Todas las tardes, a la misma hora en la
misma silla. Si alguien se había sentado allí, pataleaba hasta que le dejasen
su sitio. Me acordé de la mujer del mango de paraguas y el marco sin foto. Los
llevaba siempre. En el comedor trataban en vano de guardárselos; comía con
ellos sobre la falda.
Me fui de la sala. Pasé al lado de la escalera y
un grupo de hombres y mujeres me pidieron tabaco. «Un cigarrillo, un
cigarrillo». Manos, muchas manos. Grandes, pequeñas, oscuras, más claras. Ese
agarrar y soltar. Las marcas del pasado. Lo que estaba escrito en esas manos.
Me apoyé en la pared, cerré los ojos. Cuánta necesidad había allí de que les
diesen; que les dieran y, cuánto más, mejor. ¿Soy yo así? Preferí no contestar
y seguir caminando como si nada hubiese ocurrido. Me alejé, yendo hacia el otro
extremo del pasillo. Al volver, algunos de ellos se apoyaban en las paredes con
desesperación. Los veía como si fueran bolos esperando la inercia de una esfera
que les hiciera caer; que la caída de uno provocase la del otro, y, aunque
supieran lo que iba a ocurrirles, esperasen con indiferencia ese final.
Fui a mi cuarto, cerré la puerta y me senté en
el sillón. Mi cabeza giraba. Las ideas iban y venían. Las imágenes,
diapositivas de un viaje diabólico; un viaje en el que nunca pensé que
participaría. «¡Dios mío, qué hago aquí!», dije mientras me cogía la cabeza
entre las manos, apretando para que todo aquello muriera. Pero ahora los
dementes daban vueltas alrededor, como perros sabuesos en busca de su presa.
Unos ojos vacíos me miraban. Un hombre gritaba, «mi silla, mi silla». Manos,
muchas manos intentando agarrarme. Y yo, apretaba con fuerza para que esas
imágenes desaparecieran. Fuerte, cada vez más fuerte.
MARIA
BEATRIZ BOLSI
(Ceres-Santa
Fe-Argentina)
LA
ESPERA
Viene de pétalos húmedos
azulclareando el aire
tatuada de polen y en falda de brotes
la nueva tarde
de esta primavera.
Viene de mecer
el norte de los ríos
el viaje incierto de una helada estrella
sobre la llanura.
Viene de luz
de otros cristales
a descorrer cortinas
en armoniosa majestad de lluvia.
Viene de andar la espera
del invierno
de calentar su claridad de alba,
tan de dolida sombra
de cenicienta desnudez de vuelo,
tan de eclipse de verdes y
pleamares de viento.
Viene de prodigar milagros en las
rubias esquinas
azulclara
en falda de brotes
la nueva tarde
de esta primavera.
OFRENDA
Hoy ha dejado el ceibo
su centenaria ofrenda.
Con los brillos del alba
ha modelado en ráfagas
de pétalo sangrante
los charquitos pequeños
los bancos
las hamacas.
Y siente el caminante
un milagro de alfombra
enrojecida
sobre los silenciosos caminos de la plaza
después de la tormenta.
LA SÍLABA QUE ELIGE
el alfarero
nombra
el círculo del tiempo que retorna;
otra, la línea recta
al infinito.
Aquélla traza, “en un batir de alas la uve
de los vuelos”
más lejos dibuja “bocas que muerden frutos”
o duerme, horizontal,
su eterno sueño.
La palabra es arcilla, esclava misteriosa
que responde al latido y cabalga a la grupa
de los versos nuevos.
El mundo no es el mismo después que él lo ha nombrado.
Así labraba Oreste sus poemas
semillas en el surco.
Entero, “por el camino de las heridas”,
alfarero de voces
derrotando al olvido.
PAULA
SEUFFERHELD
(Palmira-Mendoza-Argentina)
EN
BUSCA DE LA MUSA
Si
la terapia sirve para algo, queridos lectores, es para definir búsquedas. Fue
así que emprendí una de mis nuevas búsquedas vitales: hallar a la Musa y no
cualquiera: a la poética más precisamente. Salí de mi covacha y en la calle me
tomé un taxi. «A la Musa, por favor», le dije al trabajador del volante.
Silencioso, hizo como 100 cuadras y tuve que pagarle con todos los billetes y
monedas que llevaba. Me dejó en la esquina de La Pampa y La Vía. Debo decirles
que el lugar estaba atestadísimo. Me acerqué a una chica más pálida que yo,
vestida de negro que cantaba una melancólica canción en inglés. Todo el tiempo
recogía papeles del piso y anotaba su contenido. «¿Viniste por la Musa?», me
preguntó. Sonrió al verme asentir y me pasó su libreta: «Acá está: arbitraria,
real y sucia». Leí: sugus – pico dulce – si querés aprender computación vení a
– total: $14,30 – la bolsa de Japón cayó - ¿nos rateamos mañana? «¿Ves mi
poema?», me preguntaba con insistencia, «¿Lo ves?, ¿lo ves?». Asustada, me fui
corriendo después de tirar al piso a un anciano que le recitaba a la luna,
parado en un banquito.
El
viejo, antes de que comenzara mi rauda huida, me detuvo con su mano huesuda de
parca y me invitó a que tomáramos unas ginebras en el bar de la esquina.
Sentados y al abrigo de nuestros vasos, lancé mi interrogante infernal: «¿Dónde
diantre está la Musa poética?». Su respuesta no se hizo esperar: «Cuando
joven, querida, la Musa se me presentaba con forma de mujer de generosas
proporciones, era una Bardot susurrante que me dictaba al oído letras pegadizas
y sensuales. Después, en los años duros del desamor y la madurez en soledad,
fue un fantasma que se aliaba con la noche para inspirarme un atado de poemas
que cargo en mis espaldas. Amiga, busque en los cuerpos, inquiera a la noche,
salte al alcohol y sus posibilidades; quizás su Musa esté esperándola sentada
en un bar como este. Ahora me voy. Tantas añoranzas me han inspirado sin
necesidad de luna ni de banquito».
En
la calle de nuevo, pensé que el lirismo romántico del anciano poeta atrasaba
100 años. «Cualquiera puede escribir un poema si tiene algo que decir», intenté
autoconvencerme mientras me encaminaba lentamente y más confiada, casi con el
ritmo de un soneto, hacia el taller literario del grupo de poesía vocacional Erato
y Euterpe. Allí me recibió la fundadora de esta pléyade, Renata Rufini de
Ortega, con encantadores modales. «La Musa, querida joven, está en todo lo que
nos rodea. El creador, en su infinita bondad, ha puesto al alcance de nuestros
sentidos la perfección de la Naturaleza para inspirarnos humildes versos. Mire
la variación de colores que el paso del día imprime en la montaña, escuche el
rumor del agua en las acequias, huela la madera noble del vino, pruebe sus
graves esencias aterciopeladas, aceche a las palomas en las plazas e intente un
vuelo con ellas, camine los surcos arrugados de una hilera, sienta la sed
aturdidora del desierto...», «Sí, sí, Renata, tomaré en cuenta sus dichos», le
grité desde lejos mientras huía en dirección contraria. Minutos después,
todavía podía oírse la voz de la coqueta dama enumerando la vastedad del
universo.
Por
fin, recalé en el bunker de unos poetas amigos. «La poesía es trabajo y lo de
la Musa un verso malo», afirmaron todos al unísono. «También es lectura,
empaparse de los otros para encontrar la propia voz». «El esfuerzo comienza
acá», dijeron dos señalando su cabeza, otra el corazón y uno sus partes
pudendas. La variedad de sitios no me desconcertó, supuse que la poesía no solo
era mental sino, esencialmente, visceral. Los dejé escribiendo / corrigiendo y
decidí por unos días seguir el consejo de todos los consultados: recogí papeles
y anoté prolijamente su contenido en columnas; imaginé que la poesía era un
macho cabrío y tuve sexo con el patovica de un boliche; aguanté dos noches de
insomnio tomando alcohol puro; subí al techo un día de lluvia invernal para ver
los colores de la montaña; recorrí toda Mendoza para encontrar una acequia con
agua; fui al desierto y conocí la ferocidad de las hormigas coloradas (¿o eran
alacranes?, el médico nunca me dio una certeza); aceché a las palomas y… lo del
vuelo es material para otra crónica. Después de 20 días de infecciones,
picaduras, dos ingresos al hospital por coma profundo y neumonitis aguda;
después de dejar a mi hígado gravemente comprometido y sin haber escrito un
solo verso, volví a mi covacha. En la tranquilidad de mi espacio privado, me
puse a leer, a pensar, a escribir. Surgieron algunos poemas que curaron las
heridas de mis andanzas. Finalmente, agradecí tener amigos sensatos que
cortaran mi carrera suicida hacia la Musa.
DIANA
POBLET
(CABA-Buenos
Aires-Argentina)
LA
PREVIA
Dicen
que te fuiste.
Recuerdos
brumosos rescatan tus calles que también eran las mías.
Cuando
la vida se nos escurría con un vértigo de golondrina y éramos tan inexpertos
como somos a los quince. Con esa prisa huérfana de motivos y masticables
promesas que jamás cumplimos rebalsándonos la boca.
Siempre
es extraño decir adiós.
Se
arrojan los besos desenfundándose los silencios.
En
esos pueblos, todos los días ocurren iguales pero un día amanece diferente y
nos olvidamos a nosotros mismos guardados en un cajón del escritorio. Ahí
estaremos quietos, plegados, siendo un secreto a gritos.
Y
no será bronca ni desamor.
Como
testimonio, conservaremos sobres con nuestros nombres, sin atrevernos a releer
las cartas. Aparentando pericia con el entrenamiento del olvido mientras
tragamos cucharadas de clavos.
Sabré
no sé cómo, que te fuiste lejos.
Sabrás
no sé cómo, que me fui más lejos aún.
Sabré
no sé cómo de tu vida y sabrás no sé cómo de la mía.
Pero
aquel fulgor de estrella que tuvieron mis ojos, se habrá perdido para siempre,
río abajo, arrastrando tus esperas en la esquina cuando la sangre era un galope
desbocado.
Sin
una palabra. Nos abandonamos con fugacidad de cometa. En un verano que parecía
inofensivo y nos partió, cruzándonos aquella sonrisa de tajo. Para que hoy,
pase casi inadvertida la profundidad de la huella.
MARÍA
DEL CARMEN COLOMBO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
CARTA
A PAPÁ
miserable estratagema
para tenerte: parecerme
a vos
ser en espejada lejanía
lo que brilla por ausencia
una estrella
miserable estratagema
para tenerte: parecerme
a vos
ser en espejada lejanía
lo que brilla por ausencia
una estrella
¿sabías?
ausencia es ese algo
de nada que hace falta
en el mar
como los muertos
en corazón sensible
no me llames ilusa, no me mires
con cara de víctima
nerviosa, estoy arriba
reina de la nada
ardiendo en mis heridas
soy tu pequeño espejismo
qué peor atadura
ah, si quisieras llegar hasta aquí
y entraras en esta luz vacía
en todo caso, si así fuera, querido mío
la luz hiere, la luz es realidad
LA MONTAÑA
de nada que hace falta
en el mar
como los muertos
en corazón sensible
no me llames ilusa, no me mires
con cara de víctima
nerviosa, estoy arriba
reina de la nada
ardiendo en mis heridas
soy tu pequeño espejismo
qué peor atadura
ah, si quisieras llegar hasta aquí
y entraras en esta luz vacía
en todo caso, si así fuera, querido mío
la luz hiere, la luz es realidad
LA MONTAÑA
Si
fuera segura
como
una montaña --las cosas
claras,
la palabra
precisa--.
Si fuera calma, una
piedra
de quietud, mi derrotero
culminaría
--seguramente--
en
la cima de cordura
y
así colmada miraría
desde
allí
un
ojo de vértigo, el otro
abismo.
ESPERGESIA
quiero
el agua
del
paraíso, dice, alba
blanca,
pura luz mirando el
reflector
dice llena
luna
sin culpas
el
balde de mi alma
hasta
el colmo
como
quien toma del gollete
celestial
actriz finge
la
gota terrenal cuando
enjuga
con la punta
del
manto una sed de rocío: ella
cree
en la eficacia
del
vacío y representa
la
escena pensada por dios
para
salvarnos.
La virgen está ocupada
muy ocupada en arreglarse
las enaguas y el velo
nupcial
más hermosa que nunca
ella brilla
y el susurro barrial
prende estrellas
en su estola de tul
una víbora
el collar de rezos
que se enrosca
a los pies
sube y sube
serpiente bailarina
de penas y dolores
tiemblan las monedas
como la multitud
pero la virgen
se mira en el espejo
vamos a casa papi
la eternidad
suelta su pelo
despreocupado
sobre el mundo.
EUGENIA
CABRAL
(Córdoba-Argentina)
A
33 años del fallecimiento del poeta español Juan Larrea.
JUAN
LARREA
Bilbao,
España, 13 de Marzo de 1895 -
Córdoba,
Argentina, 9 de Julio de 1980
“…se
ha ido por transparencia como las vagas promesas
de
un río más bien banal
Hacía
un calor de héroes mas el tiempo era pálido…”
Juan
Larrea
ADAGIO
EN LA NIEBLA
Su
nieto, Vicente Luy, con María Eugenia Courtade y otro par más de adolescentes,
entre coca-colas, sándwiches, migas, cigarrillos, esperan sobre la cama de
acompañante en la clínica donde está internado, hace varios días, el poeta
español Juan Larrea. Armando Zárate, un antiguo colaborador en la Facultad de
Filosofía y Humanidades, ha ido a donarle sangre. Su enfermedad es terminal. Él
habla de sus proyectos literarios. Él sigue fluyendo desde las venas abiertas
de su España republicana ideal, hacia los inmensos paisajes del Nuevo Mundo
americano. Desde el cabo de Finisterre, en La Coruña , hasta las costas de
Perú, México, Nueva York o Buenos Aires.
El
frío invernal de julio, gris, húmedo, parece una metonimia del clima social que
se vive en Argentina. Cenizas de libros incinerados, vidas ultimadas en la
penumbra, pérdida de nombres y referencias, cárceles inexpugnables.
En
el mundo, las estructuras políticas han sufrido torceduras en su andamiaje. Ya
no es la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética : son años de
rebelión en los países de Europa del Este; pero tampoco es el gobierno
franquista que expulsa a los españoles hacia América: es la dictadura militar
argentina que provee de exiliados a diferentes rumbos geográficos.
Juan
Larrea ha dejado huellas que por poco sucumbirán a esta invasión de niebla
cultural. Las ha marcado aquí mismo, en la Universidad Nacional de Córdoba, con
sus oceánicos estudios sobre César Vallejo. Antes las hubo impreso en Italia y
España, con la edición de Versión celeste, su inefable y único libro de poemas.
En Estados Unidos, con la interpretación de la pintura Guernica, de Pablo
Picasso. En Méjico, con su participación en los Cuadernos americanos. En Paris,
al exponer la colección de arte precolombino que después dará nacimiento en
Madrid al Museo de las Américas. Y en estos últimos años los críticos e
historiadores de la literatura han empezado a mirar y reconocer sus huellas, a
leerlas como a sistemáticos y lúcidos mensajes.
Pero
otra niebla, la niebla donde intentó dilucidar el futuro de la antigua Europa,
va cubriendo los estantes de su biblioteca, las pinturas y esculturas que
ocupan lugar de recuerdos amorosos en su pasado, el retrato de su hija tomado
por Jorge Schneider, cuando su hija era todavía sueño del futuro y no pesadilla
de la muerte. Pero la niebla donde se diluyen los puertos y aeropuertos de su
peregrinaje, se va instalando en sus huesos, en sus vísceras.
Larrea
mira dentro de esa niebla y sigue viendo el futuro: es esa Teleología de la
cultura en la que se jugó, al decir de Alejo Carpentier, “la temible carta de
una fe”, en su debate con el aparato cultural del Partido Comunista. Esa
teleología que, probablemente, sea otro nombre de aquel viaje, aquella evasión
que preside la obertura de Versión celeste bajo la advocación de Peer Gynt, y
que culmina, coherente, al final del libro en los versos de Sin Límites, donde
perfila su ilimitado compromiso con el espíritu humano:
“Ya
no puede uno perderse lo imposible
se
torna muy dulcemente inevitable.”
Y
aquel día de patriotismos frenéticos de la dictadura que ha ensangrentado a
Córdoba, tierra que le dio cobijo como antes lo hiciera con Manuel De Falla,
Juan Larrea clausura su peregrinaje por continentes y bibliotecas. Aparte de
Vicente Luy Larrea y los jóvenes que han acompañado sus horas de agonía, tres
amigos, según se dice, acompañan sus alas desgajadas: Finisterre la soledad del
abismo.
EN
LA NIEBLA
En
la niebla raza de nuestra raza domicilio
de
las faltas de convicción de nuestros fantasmas
desde
los gendarmes hasta las hipótesis más atrevidas
hasta
los almendros obligados a presagiar el porvenir de nuestra
Europa
la
nuestra la de los diplomáticos
que
subordinan las flores a las secretas inclinaciones de nuestra
piel
guardando
un equilibrio exento de ociosidad
occidente
bello occidente
antes
que el sol encuentre la máscara que busca
entre
las ramas y que ya se inclina a recoger
El
hombre es la más bella conquista del aire
ALEJANDRO
ORELLANA
(Guaymallén-Mendoza-Argentina)
INSEGURIDAD
PROMISCUA
Cuando alguien es culpable por si acaso el resultado es que ande defendiéndose por las dudas. Así fue que una y otra vez el disparo se fue haciendo una costumbre. El Chirola era un perro de la calle, ladraba poco y con dientes de pólvora se iba comiendo a los otros perros, que no eran tan manso, habían nacido con rabia, dicen que los contagió el despojo y el olvido.
Muchos perros de la calle jugaban para el Chirola y algún que otro gato disfrazado de político. Un día los de siempre faltaron y cayó en la trampa. Luego se enteró que veinte años no es nada, comentario que un juez plasmó en un papel. Al Chirola le cerraba la idea de haber sido asesinado de por vida. Comenzó a jugar a los zombis, en la ciudad de los zombis, hasta que alguien comió parte de su cerebro. Después de esa tragedia, casi gustosa para los tiempos que vivía, la usía lo mandó al país de los alienados. El agua a duras penas llegaba al tanque y lo poco que subía bajaba bruscamente. Los estudios siquiátricos detectaron que el derecho penal no es remedio para un loco y con golosina sintética le adormecieron la ira.
En intervalos lúcidos buscaba la fórmula para morir eternamente, eso de andar muriendo de vez en cuando no era caramelo para un niño. La seda es resistente y el director del neuropsiquiátrico era de andar corbateando la camisa.
Una corbata y un árbol alejado del suelo solventaban la matemática suicida. Entre rama y rama el Chirola quedó avistando a las afuera, una calle silenciosa lo invitaba a dejar de participar. Una dama miraba desde abajo él indagaba desde arriba. Ella había bajado de su automóvil, una de sus ruedas no tenía tres de sus cuatro tuercas. Él aconsejaba sacar una pieza de cada rueda restante, mientras tanto acomodaba la corbata para no fallar en el intento.
En el ensayo de llevar adelante la sugerencia del Chirola, la mujer lastimaba su mano. La corbata caía del cielo para hacer de venda. Chirola acusaba un gesto poco usual en su persona, pero ella era más de lo ya conocido. No usó la corbata para curarse. Al ver la marca y el material guardó la prenda para nunca más entregarla. Usó un pañuelo para cubrir su mano herida y se fue raudamente.
El Chirola bajo del árbol y se entregó al encierro. Antes habló con el director en carácter de víctima, cuestión que estrenaba, denunció el afano menos pensado. Dijo que alguien había robado su muerte. El director contempló el acto como de quien viene.
Cuando alguien es culpable por si acaso el resultado es que ande defendiéndose por las dudas. Así fue que una y otra vez el disparo se fue haciendo una costumbre. El Chirola era un perro de la calle, ladraba poco y con dientes de pólvora se iba comiendo a los otros perros, que no eran tan manso, habían nacido con rabia, dicen que los contagió el despojo y el olvido.
Muchos perros de la calle jugaban para el Chirola y algún que otro gato disfrazado de político. Un día los de siempre faltaron y cayó en la trampa. Luego se enteró que veinte años no es nada, comentario que un juez plasmó en un papel. Al Chirola le cerraba la idea de haber sido asesinado de por vida. Comenzó a jugar a los zombis, en la ciudad de los zombis, hasta que alguien comió parte de su cerebro. Después de esa tragedia, casi gustosa para los tiempos que vivía, la usía lo mandó al país de los alienados. El agua a duras penas llegaba al tanque y lo poco que subía bajaba bruscamente. Los estudios siquiátricos detectaron que el derecho penal no es remedio para un loco y con golosina sintética le adormecieron la ira.
En intervalos lúcidos buscaba la fórmula para morir eternamente, eso de andar muriendo de vez en cuando no era caramelo para un niño. La seda es resistente y el director del neuropsiquiátrico era de andar corbateando la camisa.
Una corbata y un árbol alejado del suelo solventaban la matemática suicida. Entre rama y rama el Chirola quedó avistando a las afuera, una calle silenciosa lo invitaba a dejar de participar. Una dama miraba desde abajo él indagaba desde arriba. Ella había bajado de su automóvil, una de sus ruedas no tenía tres de sus cuatro tuercas. Él aconsejaba sacar una pieza de cada rueda restante, mientras tanto acomodaba la corbata para no fallar en el intento.
En el ensayo de llevar adelante la sugerencia del Chirola, la mujer lastimaba su mano. La corbata caía del cielo para hacer de venda. Chirola acusaba un gesto poco usual en su persona, pero ella era más de lo ya conocido. No usó la corbata para curarse. Al ver la marca y el material guardó la prenda para nunca más entregarla. Usó un pañuelo para cubrir su mano herida y se fue raudamente.
El Chirola bajo del árbol y se entregó al encierro. Antes habló con el director en carácter de víctima, cuestión que estrenaba, denunció el afano menos pensado. Dijo que alguien había robado su muerte. El director contempló el acto como de quien viene.
IRENE
MARKS
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
NEGRA
DIOSA BLANCA
“Al
rato de nacer se hicieron uno con el ritmo de la tierra,
creciendo
al tiempo del aguaribay, al compás lento del sauce
grande,
aquel sauce que acariciaba con sus brazos ramas la
orilla
del río ancho.”, Pablo Solís
Hoy
hubiera sido un buen día para hablar con Diosa Blanca.
Pero
el horizonte se crea también con los propios huesos
apilados
hasta el último montículo de la flota naciente.
La
Diosa Blanca emite sus señales – son pequeñas y queman
en
los ojos de los amantes de la soledad-
La
Diosa Blanca canta desde lámparas arrojadas al mar por
peligrosas-
la lluvia roja suena con mensajes de guerra en los
timbales
del corazón.
La
Blanca Diosa ha de llamar con piel de medianoche, ha de
tocar
el centro de la furia con suavísima boca de endecha
derretida
en milagros.
La
Diosa Blanca es mulata de barro, semilla derramada sobre
tierra
que llama su calor de vasija- la Negra
Diosa Blanca
pulsa
los ojos de los gatos, cubre su lisa piel con la caricia
de
los tigres, pero sueña
con trovador de viento
con
el que abre la puerta de una lengua perdida
en
música de estrellas.
Ráfagas
azotan las murallas de piedra.
La
Diosa Blanca quita
los
barrotes que separan el día de la noche.
Entonces
la ventana deja pasar los largos cabellos negros
del
trovador maléfico y hermoso, encantador de lunas, rey de
piratería
que conduce la fragata del viento, camino deshojado
en
las horas del Sol, tierra tras tierra en las alforjas de camellos
que
conducen la estéril caravana de parias, los que añoran
la
luz de Diosa Blanca
cuando
ella
fundida
con el Sol,
hacía
brillar el centro del círculo de piedras
en
imanes blanquísimos.
Y
danzaba la tribu
invocando
su nombre:
Blanca
Diosa hecha mano de Sol – llena de pieles,
vegetal
en la savia, Diosa Verde,
Diosa
Roja en el túmulo de cada sacrificio,
marrón
entre los últimos resplandores de otoño.
La Diosa Blanca es Oro que se filtra
desde las altas ramas de los bosques
Y
sonríe, misterio que se vuelca, fuerza viva
que
enciende
la carne de los hombres.
EL
MUNDO DE LOS TÚNELES
Como
piedras.
Como
lágrimas rojas.
Aquí
se anda por túneles.
Quién
conociera el cielo- me dijeron los hijos de los árboles.
Pero
el cielo no existe en esta zona.
Vi
caer gotas de sol entre las hendiduras,
vi
bailar la ceniza de fuegos superiores que no conoceré,
vi
navegar el humo no las llamas.
Aquí
se está en diluvio, en océano solo
entre
alimañas que se mueren de frío.
Amo
con todo el corazón sus grandes ojos de lágrimas sin rumbo.
En
el centro de este reino de túneles hay una estrella verde
(quien
la toque ha de morir ahogado,
sólo
puede ponérsela en la frente la Reina de las Sombras).
El
recinto donde lanza la estrella sus vientos musicales
está
vedado a todos.
Pero
yo vi la estrella
antes
de que me condujeran a los últimos túneles
donde
escucho los ecos de los gritos
de
los que arrojan a los cocodrilos.
Dicen
que si me muevo iré con ellos.
(yo
no sé que habrán hecho, pero a veces escucho que nombran
a
la luz, y algo que llaman Luna. Madre, Madre, le dicen. Envía
una
marea poderosa para quebrar los túneles)
Como
piedras.
Como
lágrimas rojas.
Aquí
se está en negrura sin descanso.
Aquí
no se celebra jamás.
(Deberías
saberlo, prisionero.)
ROSA FASOLÍS
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
EL JARDINERO DE LA ROSA
A setenta años de la aparición de “El principito”
Antoine de Saint
Exupéry… Inevitable asociar su nombre a la pequeña, sutil presencia de ese
Principito que deconstruye y construye con aparente sencillez y total poesía
las sustancias éticas que residen en el recinto más vulnerable y sublime del
ser: el alma. Podría decirse que El Principito es la síntesis vital de la obra
de Saint Exupéry; lo cierto es que no admite una lectura de superficie, y que
el conocimiento de todo lo escrito por su autor favorece y amplía la
comprensión de un texto incomparable. En efecto: adentrarse en la plenitud del
mensaje de Saint Exupéry es emprender un vuelo desde el que observaremos con
nueva mirada el lugar del que dice el piloto: “Morada de los hombres, ¿quién
te fundará sobre la razón? ¿Quién será capaz según la lógica, de
construirte? Existes y no existes. Eres y no eres. Estás hecha de materiales
dispares; pero es preciso inventarte para descubrirte”. (De “Ciudadela”,
Cap. IV).
Volamos con Saint Exupéry
hacia el territorio de los interrogantes, y sentimos con él la angustia de
nuestra existencia, la sed de lo eterno e incognoscible, el hambre de paz y justicia.
Y nos sumergimos en honduras insondables: “El que interroga busca antes que
nada el abismo”. (De “Ciudadela”, Cap. II). No será pues un vuelo
plagado banalidades, ni será un vuelo del todo feliz, porque Antoine tiene el
comando de la nave y nos ha de llevar (como Valéry, como Paul Morand) al dolor
de sabernos ciudadanos de un “mundo caduco”, seres anhelantes de saciar
el hambre de eternidad. En una de sus últimas cartas (a su amigo Pierre
Delloz) escribe Antoine: “Si me derriban, no lamentaré absolutamente nada.
El futuro me espanta y detesto la virtud de sus robots. Yo he sido
creado para ser jardinero”. Jardinero… el Jardinero de la Rosa, el
hombre que arribó a este mundo un día 29 de junio del año 1900, en Lyon,
Francia, en el seno de una aristocrática familia; un ser de excepción que
sintió como un imperativo el andar por esos cielos de Dios… El hombre que, de
vivir en estos días, acaso hubiera aumentado aún más su propìa angustia al
observar que el “termitero” no ha sido sino industria de la guerra,
alimento de las fieras del poder, territorio del hambre genocida de las islas
de pobreza, y que la “virtud de sus robots” no ha logrado (no lo ha
intentado siquiera) “convertir al hombre a su propia grandeza”.
Grandeza, la de Antoine, cuya leyenda empezó a tejerse ya a sus doce años,
cuando tuvo su bautismo de aire en compañía de Védrine, famoso piloto de la
aviación europea. Luego, la primera guerra mundial, y Antoine cursando estudios
en Suiza; luego preparando (sin éxito) su ingreso a la Escuela Naval de París;
más tarde, intentando la carrera de arquitectura. Pero no eran para él los
mares ni la tierra, sino los cielos y las palabras, palabras con las que fue
edificando una ciudadela en el corazón de los hombres, aunque supiera él que
una construcción así nunca puede ser acabada definitivamente.
Es en su
servicio militar donde Antoine aprende las primeras lecciones de pilotaje; es
en Rabat donde, en 1921, se diploma como piloto civil; es en Istres donde
obtiene el diploma de piloto militar; es en el aeropuerto de Le Bourget donde
el subteniente reservista Antoine de Saint Exupéry sufre su primer (y serio)
accidente. Otras actividades (burocráticas, acaso sin sentido para él) lo
apartan de las alas, a las que retorna con el medio más tangible y más
poderoso: la palabra, y lo hace con la novela “El aviador”, que aparece
en 1926 en la revista “Le naviere de Argent”. El destino, ese desmesurado
hierofante, provee a Antoine, ese mismo año, de alas concretas: ingresa en la
Compañía Aérea Francesa, de la que pasa a la Sociedad Aérea de Latécoere, de
Tolouse. De allí, a Casablanca (1927) como piloto de la línea de correo
Tolouse-Casablanca, Casablanca-Dakar. Vuela, y vuelan también sus ideales
románticos, su definida vocación de ser un hombre ético en el sentido profundo
de la palabra. En “Correo Sur” escribe: “¡Qué mundo tan ordenado
desde los 3.000 metros!. Ordenado como la majada en su redil. Humildes
felicidades parceladas, mundo en vitrina, demasiado expuesto, demasiado
desplegado”. Y dice: “Para el obrero que cada día comienza a
construir el mundo, el mundo comienza cada día”. Porque Antoine ama al que
construye, pero al que construye con cuerpo y alma: “Sólo el espíritu puede
crear al hombre”; “Se muere por una casa. No por los objetos o
por los muros. Se muere por una catedral. No por las piedras. Se muere por un
pueblo. No por una multitud. Se muere por amor al Hombre, cuando es la piedra
angular de una Comunidad” (De “Ciudadela”).
La leyenda toma forma
en la línea de Tolouse: comienza la fama de Antoine como héroe, como
pacificador. De esta época, sus propias palabras en “Correo Sur”, novela
publicada en 1929; en ese año ha llegado a nuestro país, la Argentina. En
Buenos Aires organiza el Correo Aéreo Argentino. “Tras la hélice tiembla un
paisaje de alba”, dice en “Correo Sur”. Un paisaje sin
fronteras en el que se adentra el piloto de la Aeropostal volando al Sur de
nuestro continente. Escribió al respecto Blaise Cendrars; “Entonces, era él
quien yo veía pasar una vez por semana por el cielo de Rio de Janeiro,
cualquiera que fuese el tiempo y con una regularidad tal que los dos millones
de habitantes de Río rectificaban sus relojes cuando pasaba el avión con los
colores franceses, como hacían en otro tiempo los habitantes de Koenigsberg al
paso de Emmanuel Kant cuando éste se dirigía a hora fija a la Universidad para
dar su clase de metafísica”.
Vuela, Antoine,
vuela. Mientras vuelas, te condecora el Gobierno de Francia, en 1930; mientas
vuelas, también ese año, salvas la vida del piloto Guillaumet en la Cordillera
de los Andes; mientras, pasas del Correo Argentino al vuelo nocturno en la
línea Francia-Sudamérica; mientras, escribes: en 1931 aparece tu “Vuelo
Nocturno”, del que ha dicho André Gide: “Este relato, cuyo valor literario
admiro tanto, tiene, por otra parte, el valor de un documento, y esas dos
cualidades, tan inesperadamente unidas, dan su excepcional importancia”.
“Para el
piloto, esa noche no tenía ribera alguna” (de “Vuelo Nocturno”). La
noche, Antoine… la noche sin riberas… Tú, el Jardinero de la Rosa. Tú, que por
entonces eras conocido en todo el mundo. Tú, “gentilhombre de vieja raza sin
ser reaccionario, amante del deporte, inventor, soldado (…) y hasta mago,
cuando se piensa en sus hallazgos matemáticos, en su habilidad para los jugos
de manos con los naipes”. Esto dijo de ti René Tavernier (“Cuadernos”, Nº 32,
1958). Y agregó: “… es el único entre todos los escritores modernos que aparece
como un caballero, sin haber intentado imponer ese ideal a los demás”. Es
verdad: Antoine no intenta imponer sus ideas; sólo actúa, sólo escribe; a la
manera de un Quijote, persigue sus propias utopías, sus paisajes de
inalcanzable paz, sus playas de eterno amanecer. Y continúa el vuelo, en la
nueva compañía Air France, y enfrenta otra vez a la muerte en Libia, en 1935.
Mas es Antoine un hombre valiente, aunque al respecto diga, en una carta
dirigida a Gide cuando hacía el servicio Casablanca-Dakar, sobrevolando
Mauritania, después de haber salvado un avión junto a los moros, oyendo las
balas silbar sobre su cabeza: “Es que no está formado (el valor) por muy
hermosos sentimientos: algo de rabia, algo de vanidad, mucho de testarudez y
un vulgar placer deportivo. (…). Jamás volveré a admirar a un hombre que sea
sólo valeroso”.
Otro accidente grave
(Guatemala, 1938), mas no deja Antoine de volar. Ni de escribir: 1939 y “Tierra
de hombres”, y el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, al tiempo
mismo que la gran tragedia: la segunda guerra mundial. Antoine se traslada a los
Estados Unidos; allí escribe “Piloto de guerra”; luego, “Carta a un
rehén”. En 1943, aparece la joya sin precio: “El Principito”. Ese
año Antoine vuelve a ocupar su puesto en el grupo Nº 2/33· de Argelia;
ascendido a Comandante, se retira del servicio … para remontarse, en un vuelo
de reconocimiento sobre Francia, hasta el lugar del que no regresa, no al menos
en la forma física habitual. Antoine de Saint Exupéry desaparece en los cielos
de esta tierra de hombres el 31 de julio de 1944. Dice León Paul Fargue: “Tuvo
una breve vida romántica, en la que había tanto de cruzado como de iluso”. Vida
que continúa, sin embargo, en libros póstumos, textos que fueron como enviados
desde otra dimensión; entre otros, “Ciudadela” (1948, con un particular
estilo que recuerda a los narradores árabes, exuberante en su búsqueda de
convicciones, poéticamente conmovedora): “Cartas de juventud” y
“Cartas del amigo inventor” (1953): “Cartas a la madre” (1955) y “Un
sentido a la vida” (1956).
“¿Para qué
sirve fijar los ojos en el Este, donde vive el sol?. Había entre ambos tal
profundidad de noche, que jamás podría remontarla”. Tus palabras, Antoine,
en “Vuelo nocturno”, cuando Fabien “pensaba en el alba como en
una playa de arena dorada, donde había encallado después de esta dura
noche”. Y, ¿sabes, Antoine?. Todos somos tu Fabien, todos hemos pasado
alguna vez (¡tantas veces!) por la más oscura de las noches, en la ¿ilusoria?
búsqueda de la playa apacible donde nada –nada- encadene nuestra libertad.
Antoine de Sait Exupéry: el Jardinero de la Rosa. Y El Principito, ese legado
incomparable, el diamante único, la palabra embebida en los goces y las
congojas y los sueños del alma, con la síntesis perfecta de una prosa limpia,
clara como el agua de un manantial. El Principito, a cincuenta (ahora, a
setenta) años de su aparición; el Pequeño Príncipe que nos dice cada día en un
susurro destinado al alma: “Detente, tómate tu tiempo, haz un alto en
el camino”. El mismo que se desgarra cuando imagina atado a su cordero…(“¿Atarlo?
¡Qué idea tan rara!”) porque ama, por sobre todo, la libertad; el mismo
que, en el quinto planeta, nos dice que el trabajo del farolero “…por lo
menos tiene sentido. Cuando enciende el farol, es como si hiciera nacer una
estrella más, o una flor. Cuando apaga el farol, hace dormir a la flor o a la
estrella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda”.
Ah, amado Antoine, tu Principito señalándonos la utilidad de la belleza, dando
por tierra con la utilidad puramente pragmática. Respóndenos: ¿del farolero al
poeta?. Dinos: ¿la poesía es el más hermoso de los desvaríos?. Porque has
escrito, nombrando a las estrellas: “cositas doradas que hacen desvariar a
los holgazanes”. Pero no, no me equivoco, sé muy bien que pusiste
esas palabras en el hombre de negocios, el del cuarto planeta, el que, según el
Principito, “razona como el ebrio”. Sí, Antoine: tienes razón. Quien
piensa en el poder del dinero, piensa en poseer las estrellas para sacarles
provecho, pero el Pequeño Príncipe y tú y quienes aún creemos en la poesía como
en la íntima expresión del alma, no queremos poseerlas, sólo las admiramos, las
amamos desde lejos. Tanto como tratamos de comprender y amar al atormentado
corazón del hombre cuando no pedimos explicaciones porque éstas no dejan hablar
a los sentimientos, y entonces los ojos no sirven para ver lo que hay dentro de
una boa cerrada.
Antoine: estés donde
estés, te digo: te amo. Por todas tus palabras, pero más aún por El
Principito. Soy una persona grande: perdóname por ello. Pero mírame; no me
siento importante como un baobab. Y amo la libertad, la paz, la amistad. Y amo.
Simplemente eso: amo. Tal vez por esta razón me conmueves tanto cuando dices: “Es
triste olvidar a un amigo”. O: “La prueba de que El Principito
existió es que era encantador, que reía, y que quería un cordero. Querer
un cordero es prueba de que se existe”. Querer, amar… qué enigma tan
espléndidamente planteado por ti en la rosa del Principito, esa flor “tan
conmovedora”; por ti que nos dices que el amor debe saber ver más allá de
las palabras. “Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus
palabras. Me perfumaba y me iluminaba. No debí haber huido
jamás.” Y pones en boca de Bernis, en “Correo Sur”: “Encontré el
manantial. Era ella la que me hacía falta para descansar del viaje. Ella está
presente. Las demás…”. ¿Cuál tu rosa, Jardinero?. ¿Cuál tu única rosa?. “Ve
y mira nuevamente a las rosas”, dijo el Zorro al Principito, y agregó: “Comprenderás
que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te
regalaré un secreto”. Y fue el Principito, a ver a las rosas, y les
dijo: “No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún.
Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi
zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi
amigo y ahora es único en el mundo. Sois bellas pero estáis vacías. No se puede
morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os
parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras puesto que ella es
la rosa a quien he regado, a quien escuché quejarse, o alabarse, o, aún,
algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa”. Ah, Antoine, ¿es ése
el secreto del amor?. Y luego, Antoine, tu voz en otra voz, la piedra única
tallada en las palabras del Zorro: “he aquí mi secreto. Es muy simple: no se
ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”… “El tiempo
que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. El
zorrito, ese zorro del que el soldado de la Ciudadela dice: “Es preciso
mucha paciencia, no para cazarlo, sino para quererlo”, el soldado
que viste morir “por haberse defendido con indiferencia en el curso de una
emboscada” porque “después, un día se escapaba en la arena el zorro
elegido de su amor” (De “Ciudadela”, Cap. X). El zorro elegido de su
amor, la rosa elegida de su amor, el tiempo perdido por la flor, tan importante
porque “tal flor es, en primer lugar, una refutación de todas las
flores” (De “Ciudadela”, Cap. VI). “Los hombres han olvidado esta
verdad” dice el zorro al Principito, y agrega: “pero tú no debes
olvidarla”. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
Eres responsable de tu rosa”.
Sí, Antoine, así es.
Somos seres de amor. Queremos ser domesticados, queremos crear lazos, tener
amigos. Y comprendemos bien las palabras que pusiste en boca del zorrito: “Como
no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si
quieres un amigo, ¡domestícame!”.
Te fuiste de la
morada aún antes de que muchos de nosotros naciéramos, pero nunca nos dijiste
adiós, sino hasta siempre. Por eso eres nuestro amigo: ya nos habías domesticado.
Así lo quisimos. Y nuestras son tus palabras, por las horas ocupadas en ellas.
Antes, y ahora, a cincuenta (setenta) años de la aparición de El Principito. El
tiempo no pasa: pasamos nosotros. Y hemos pasado por tus libros, y tus libros
han quedado en nosotros, sobre todo cuando, como Bernis en “Correo Sur”,
preguntamos: “Dime, pues, qué es lo que busco y por qué contra mi ventana,
apoyado en la ciudad de mis amigos, de mis deseos, de mis amores, me
desespero? ¿Por qué, por primera vez, no descubro ningún manantial y me siento
tan lejos del tesoro? ¿Qué es una promesa oscura que se me ha hecho y que un
dios oscuro no mantiene?”.
Y tú, Antoine,
respondes en “Arenas, cumbres y estrellas”: “Pero son muchos
los que nunca abren los ojos al milagroso sol de esas mañanas sin nubes. Sólo
el Espíritu, soplando sobre la arcilla, puede crear al Hombre”.
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14 – CUENTO
ANTONIO
DAL MASETTO
(Intra-Italia)
ENCUENTRO
En un viaje reciente al pueblo donde viví de chico me detuve en una esquina, cerca de la estación de trenes, donde todavía resiste una vieja casa de ladrillos sin revoque y una vez más me vino a la cabeza el nombre de Borges.
En aquella época de mi adolescencia la casa era un almacén que funcionaba también como boliche y seguramente tenía unas piezas al fondo donde los paisanos podían alquilar una cama. Ahí, una tarde, mientras pasaba en mi bicicleta de reparto, vi salir a dos hombres y detenerse bajo el sol y sacar sus cuchillos.
Yo acababa de llegar al pueblo desde otro continente. Había cruzado el océano en un barco de emigrantes y en nuestros bultos, entre las escasas pertenencias, había algunos libros de Emilio Salgari. Me pertenecían y habían llenado mi infancia de aventuras. Durante la travesía, yo sentía que esas aventuras comenzaban a perfilarse como posibles y parado en la proa del barco soñaba con una América mítica y confusa donde se mezclaban los indios sioux, el México legendario, el Amazonas y los Andes. Es probable que, cuando llegamos, aquél pueblo chato me desilusionara un poco. Lo que descubrí fueron silenciosos hombres de a caballo y que llevaban cuchillos en la cintura. El cuchillo era una herramienta de trabajo para los hombres de campo, pero también servía para dirimir oscuras reyertas en cualquier calle de las orillas del pueblo. Supe de muchas peleas y algunas habían alcanzado estatura de leyenda. Y aquella tarde vi mi propia pelea. Tal vez sentí que la aventura había llegado por fin a buscarme. También es posible que aquel enfrentamiento bajo el sol me haya parecido una ceremonia triste. En esos días apenas masticaba algunas palabras del nuevo idioma y hacía mi aprendizaje recorriendo las páginas de revistas viejas. Sé que una de las primeras historias que pude leer entera -o tal vez fue una de las primeras que me impresionó- trataba de dos hombres que se enfrentaban a cuchillo. El autor se llamaba Borges. Aquello que había visto meses antes en una esquina volvía a encontrarlo en las páginas de una revista o de un libro. Este acercamiento doble, mi experiencia por un lado y las palabras escritas por otro, ahora asociados, abrían una perspectiva nueva, le conferían al hecho una importancia que yo todavía no hubiese podido definir, pero cuya magia comenzaba a seducirme. Tal vez descubrí ahí, sin saberlo, la fascinante alquimia del traspaso de la realidad a la ficción, la realidad rescatada y perpetuada en la literatura. Después, mucho después, accedería a los libros de Borges y volvería a enfrentarme con otros rituales donde la violencia y un par de hojas afiladas eran los principales protagonistas. Y tal vez pude especular, igual que otros, con la inútil reflexión de que esa pasión por los cuchillos, que atraviesan tantas de sus páginas, no sea más que la manifestación nostálgica de un hombre condenado al hábito de las ideas; nostalgia por un mundo donde lo que importa es el riesgo y el coraje físico.
Descubriría también que las historias de Borges no estaban hechas sólo de puñales y hombres que los esgrimían. Su literatura era mucho más que eso y me deslumbré con sus juegos, su humor, sus laberintos y su inteligencia.
Pero para mí, aquel hallazgo inicial siguió teniendo peso propio. El recuerdo de los dos hombres parados bajo el sol de una calle de mi adolescencia irían acompañados siempre por la fuerte resonancia del nombre de un escritor. Y me remitirían a él tanto o mucho más que las catedrales elaboradas por su prodigiosa fantasía. Estas cosas sentí en mi última visita al pueblo, parado frente a aquella vieja esquina. Volví a pensar que ahí había comenzado efectivamente una aventura y que esa aventura todavía me acompañaba. Pensé también que esa contraposición o esa alianza entre la barbarie del cuchillo y la delicadeza del pensamiento se convirtieron después en una imagen válida para definir la América que descubriría con el pasar del tiempo.
En un viaje reciente al pueblo donde viví de chico me detuve en una esquina, cerca de la estación de trenes, donde todavía resiste una vieja casa de ladrillos sin revoque y una vez más me vino a la cabeza el nombre de Borges.
En aquella época de mi adolescencia la casa era un almacén que funcionaba también como boliche y seguramente tenía unas piezas al fondo donde los paisanos podían alquilar una cama. Ahí, una tarde, mientras pasaba en mi bicicleta de reparto, vi salir a dos hombres y detenerse bajo el sol y sacar sus cuchillos.
Yo acababa de llegar al pueblo desde otro continente. Había cruzado el océano en un barco de emigrantes y en nuestros bultos, entre las escasas pertenencias, había algunos libros de Emilio Salgari. Me pertenecían y habían llenado mi infancia de aventuras. Durante la travesía, yo sentía que esas aventuras comenzaban a perfilarse como posibles y parado en la proa del barco soñaba con una América mítica y confusa donde se mezclaban los indios sioux, el México legendario, el Amazonas y los Andes. Es probable que, cuando llegamos, aquél pueblo chato me desilusionara un poco. Lo que descubrí fueron silenciosos hombres de a caballo y que llevaban cuchillos en la cintura. El cuchillo era una herramienta de trabajo para los hombres de campo, pero también servía para dirimir oscuras reyertas en cualquier calle de las orillas del pueblo. Supe de muchas peleas y algunas habían alcanzado estatura de leyenda. Y aquella tarde vi mi propia pelea. Tal vez sentí que la aventura había llegado por fin a buscarme. También es posible que aquel enfrentamiento bajo el sol me haya parecido una ceremonia triste. En esos días apenas masticaba algunas palabras del nuevo idioma y hacía mi aprendizaje recorriendo las páginas de revistas viejas. Sé que una de las primeras historias que pude leer entera -o tal vez fue una de las primeras que me impresionó- trataba de dos hombres que se enfrentaban a cuchillo. El autor se llamaba Borges. Aquello que había visto meses antes en una esquina volvía a encontrarlo en las páginas de una revista o de un libro. Este acercamiento doble, mi experiencia por un lado y las palabras escritas por otro, ahora asociados, abrían una perspectiva nueva, le conferían al hecho una importancia que yo todavía no hubiese podido definir, pero cuya magia comenzaba a seducirme. Tal vez descubrí ahí, sin saberlo, la fascinante alquimia del traspaso de la realidad a la ficción, la realidad rescatada y perpetuada en la literatura. Después, mucho después, accedería a los libros de Borges y volvería a enfrentarme con otros rituales donde la violencia y un par de hojas afiladas eran los principales protagonistas. Y tal vez pude especular, igual que otros, con la inútil reflexión de que esa pasión por los cuchillos, que atraviesan tantas de sus páginas, no sea más que la manifestación nostálgica de un hombre condenado al hábito de las ideas; nostalgia por un mundo donde lo que importa es el riesgo y el coraje físico.
Descubriría también que las historias de Borges no estaban hechas sólo de puñales y hombres que los esgrimían. Su literatura era mucho más que eso y me deslumbré con sus juegos, su humor, sus laberintos y su inteligencia.
Pero para mí, aquel hallazgo inicial siguió teniendo peso propio. El recuerdo de los dos hombres parados bajo el sol de una calle de mi adolescencia irían acompañados siempre por la fuerte resonancia del nombre de un escritor. Y me remitirían a él tanto o mucho más que las catedrales elaboradas por su prodigiosa fantasía. Estas cosas sentí en mi última visita al pueblo, parado frente a aquella vieja esquina. Volví a pensar que ahí había comenzado efectivamente una aventura y que esa aventura todavía me acompañaba. Pensé también que esa contraposición o esa alianza entre la barbarie del cuchillo y la delicadeza del pensamiento se convirtieron después en una imagen válida para definir la América que descubriría con el pasar del tiempo.
ROBERTO
GOIJMAN
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires- Argentina)
EL
OTRO PAÍS
Son las mismas marcas en los mismos productos
son las mismas señas en las mismas señales.
Es el mismo habla en las mismas habladurías
es el mismo asfalto, en distintas calles
con los mismos nombres.
Pero aquí no hubo trolebuses, ni tranvías,
ni mucho menos adoquines.
Sin embargo a pesar de la distancia
siempre dijeron que las leyes y derechos
eran los mismos
que teníamos los mismos colores y monedas
y que por eso nos descontaban la misma
deuda externa.
MUERTE DE RAÍZ
Una bala entró en la raíz de tu ojo /
cerámico / muscular / ayunado en divisas.
Agujereado en formas microscópicas /
lacerado de vientos / acuna miseria.
La raíz de tu ojo / el último
miembro vivo de este infierno.
EL REY DE LA PATAGONIA
Resucitó de la simiente / avanzó /
acusó el desafuero del oleaje
y dijo:
hombres del sur / aquí yo soy rey /
ahora todos ustedes gozarán de derechos /
sus sonrisas serán pueblo / herida abierta /
como yo / que vuelve de ser espejo.
EL DOLOR
Duele pensar que quiero ser el hombre.
Duele el alma / entristece en pedazos.
Duele el cuerpo cuando escapa de mis huesos.
Y duele la saliva amarga.
El mundo / es un antro de culebras / y
malabaristas / que bordean las corrientes.
El amor / es una montaña de cosas /
donde sobresalen los pies /
donde sobran los zapatos.
Ahora con tu costilla enriquecida /
das vueltas por mis surcos.
La piel se abre / y tus ojos /
muerden la soledad del silencio.
DE CRISTO
Cabellera innata de ojos verdes
caídos de viento.
Por qué preguntas y respondes
crueldades verdades.
Acaso nosotros, los desposeídos
no pertenecemos al mundo?
Dime que tu sueño camina en mis peldaños.
Prueba el sabor amargo,
sequedad del cuerpo de la tierra,
fauna abierta.
Dime qué sientes cuando mascullas soledad.
Cabellera innata de ojos verdes
caídos de viento.
Son las mismas marcas en los mismos productos
son las mismas señas en las mismas señales.
Es el mismo habla en las mismas habladurías
es el mismo asfalto, en distintas calles
con los mismos nombres.
Pero aquí no hubo trolebuses, ni tranvías,
ni mucho menos adoquines.
Sin embargo a pesar de la distancia
siempre dijeron que las leyes y derechos
eran los mismos
que teníamos los mismos colores y monedas
y que por eso nos descontaban la misma
deuda externa.
MUERTE DE RAÍZ
Una bala entró en la raíz de tu ojo /
cerámico / muscular / ayunado en divisas.
Agujereado en formas microscópicas /
lacerado de vientos / acuna miseria.
La raíz de tu ojo / el último
miembro vivo de este infierno.
EL REY DE LA PATAGONIA
Resucitó de la simiente / avanzó /
acusó el desafuero del oleaje
y dijo:
hombres del sur / aquí yo soy rey /
ahora todos ustedes gozarán de derechos /
sus sonrisas serán pueblo / herida abierta /
como yo / que vuelve de ser espejo.
EL DOLOR
Duele pensar que quiero ser el hombre.
Duele el alma / entristece en pedazos.
Duele el cuerpo cuando escapa de mis huesos.
Y duele la saliva amarga.
El mundo / es un antro de culebras / y
malabaristas / que bordean las corrientes.
El amor / es una montaña de cosas /
donde sobresalen los pies /
donde sobran los zapatos.
Ahora con tu costilla enriquecida /
das vueltas por mis surcos.
La piel se abre / y tus ojos /
muerden la soledad del silencio.
DE CRISTO
Cabellera innata de ojos verdes
caídos de viento.
Por qué preguntas y respondes
crueldades verdades.
Acaso nosotros, los desposeídos
no pertenecemos al mundo?
Dime que tu sueño camina en mis peldaños.
Prueba el sabor amargo,
sequedad del cuerpo de la tierra,
fauna abierta.
Dime qué sientes cuando mascullas soledad.
Cabellera innata de ojos verdes
caídos de viento.
CARLOS
FAJARDO FAJARDO
(Santiago
de Cali-Colombia)
EL POETA ANTE LAS ACTUALES TIRANÍAS
"El
poeta es un demócrata nato no sólo gracias a la precariedad de su posición,
sino también porque su obra va destinada a toda la nación y emplea su lengua”
afirmaba Joseph Brodsky en su hermoso y sugerente ensayo sobre Anna Ajmátova.
Sí, y cuando las tiranías hacen su entrada violenta por las puertas de la
historia, entonces la poesía está allí para denunciarlas y escribir contra
ellas. “Escribiremos contra los tiranos creando su confusión”, reza un verso
del poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio.
Aficionadas
al poder, todas las tiranías, sean militares, civiles, económicas o mediáticas,
tratan de no perder su popularidad entre los súbditos. Se actualizan siempre
gracias a la utilización estratégica de la propaganda y de lo video-político,
con un espeluznante cinismo demagógico. De igual manera, las tiranías se hacen
sentir como una necesidad irremediable. La idiocia y la estolidez son sus
signos, la manipulación ideológica su feroz estrategia. Estructurar, ordenar,
masificar, sistematizar, simplificar la vida de las mayorías son sus
actividades compulsivas. Cualquier síntoma de distanciamiento e indiferencia es
peligroso en medio de este tumulto. Entrega y lealtad, obediencia e identidad,
he allí sus exigencias. Un pequeño desacuerdo con esta legislación pone a
funcionar la censura, la desaparición, el silencio y hasta el asesinato.
Toda
tiranía sabe como incomodar al descarriado. Con su audacia lo convierte en
verdugo del orden y del sistema, es decir, invierte las proposiciones: ella se
transforma en víctima de aquel que ha ejercido su derecho a disentir, a “abrir
la boca” ante la maquinaria gregaria, global opresora. “El poder es repulsivo
como los dedos de un barbero”, escribía el poeta ruso Osip Mandelstam. Los
dedos de un barbero en el cuello del incómodo, del que echa sal en las llagas
pútridas de los tiranos.
No
ajena a las condiciones de su época, la poesía, sin embargo, mantiene una
activa distancia crítica con lo cual supera el encasillamiento autoritario en
dogmas, sectas, escuelas o doctrinas políticas, religiosas, literarias,
académicas. La poesía nunca es una cuestión de segunda importancia. No admite
ser esclava de dictámenes tiránicos. Su ganada autonomía en la modernidad, le
permite tener la valentía y la altivez suficiente para vivir en confrontación
con aquellos que la utilizan, ningunean o desprecian. Esta es una apuesta que
une al poeta con aquel intelectual que perturba el statu quo, con el que
desacraliza los imaginarios marmóreos de la cultura estandarizada, los
estereotipos anquilosados del pensamiento y de la sensibilidad.
Más
que buscar consensos, el poeta y el intelectual deben procurar establecer
disensos con los lenguajes de las actuales tiranías cuyos discursos se han
convertido en espectáculos mediáticos, efectistas e impactantes. Mantener una
actitud de confrontación y aprovechamiento. He allí la activa ambigüedad del
poeta y del intelectual: estar dentro de la globalización y en la periferia de
la misma. En el adentro como críticos no conciliadores; en la periferia como sujetos
reflexivos, combativos, resistentes, no escapistas.
Estar
adentro y afuera. Estrategia del caballo de Troya ante los mecanismos de
autoridad y de conservación. Ello significa aislamiento y solidaridad,
fortaleza y vulnerabilidad, lucidez y riesgo. Claro, el precio que se paga por
asumir dicha estrategia es el ser considerado un indeseable social, no
cooperante, un paria antipatriota. Quizá el distanciamiento crítico sea también
su mayor ganancia, mayor que la de obtener recompensas, premios y reconocimientos
por las instituciones, las cuales muy poco tendrán en cuenta su incómoda obra.
Sin embargo, esta postura, nos lo advierte Edgard Said, permite “ver cosas que
habitualmente pasan inadvertidas a quienes nunca han viajado más allá de lo
convencional y lo confortable”, a la vez que produce la satisfacción de “ser
capaz de experimentar ese destino no como una privación o como algo que debe
lamentarse, sino como una especie de libertad, como un proceso de
descubrimiento en el que realizas cosas de acuerdo con tu propia pauta”.
Tomar
este riesgo intelectual es asumir la contienda y el debate como fuerzas que
motivan para seguir creciendo y pensando al filo de las navajas. Contienda
contra los esquemas sectarios y discriminatorios que no aceptan la alteridad ni
la diferencia. Peligrosa opción que asumen el poeta y el intelectual cuando
defienden la heterodoxia y la discrepancia, la pluralidad y diversidad de
opiniones dentro del pluralismo totalitario global y en los regímenes de
tiranías mediáticas y mercantiles contemporáneos. Riesgosa condición, pues en
su ethos no está el evadir la responsabilidad que les
corresponde como creadores y pensadores, ni el de recluirse en la función del
hiper-especialista académico el cual ignora los estruendos que a su alrededor
la historia produce. Expectantes y activos, dubitativos y escépticos, su
actitud de mantenerse en el adentro como sujetos no conciliadores, y en la
intemperie como combativos no escapistas, queda
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17 – COMENTARIOS DE LIBROS
HERNÁN
SCHILLAGI
(San
Martín-Mendoza-Argentina)
LAS
PUERTAS CERRADAS DE LA VIOLENCIA
LIBRO:
Siempre será después
AUTORA:
Marisa Silva Schultze
EDITORIAL:
Alfaguara, Buenos Aires, 2013, 128 págs.
Hacia qué secretos del cuerpo abren las puertas de un espacio vacío. En Siempre
será después de la escritora, ensayista y poeta uruguaya Marisa Silva Schultze
(1956) se abren las páginas como una puerta doble: Álvaro trabaja en una
inmobiliaria y de día muestra los departamentos para luego, de noche,
convertirse en un okupa transitorio y habitarlos con sus recuerdos más salvajes
y oscuros.
La
historia, por lo tanto, está estructurada en dos tiempos. En el presente, el
protagonista es interpelado por el narrador en sus miedos, sus deseos, sus
recorridos nocturnos por los distintos espacios donde imagina escenas virtuales
de una vida paralizada: “En el vacío, nada se va oscureciendo a no ser por el
aire y vos mismo. No te ves, no podés saber cómo es ese rostro tuyo sin luz y
nada puede ponerte nostálgico ni desolado ni perdido”. Por otro lado, es el
pasado el que se agita con violencia. Aquí el narrador cambia y nos muestra
desde afuera a un Álvaro siendo niño que vive solo con su madre y a un padre
que no acepta la separación. Madre e hijo son asediados a la hora de la cena
por este marido que exige, tras una puerta cerrada, lo que cree que le
pertenece por derecho masculino. Así, los insultos, peleas y agresiones van
abriendo heridas en el pequeño que, en la actualidad, son puertas entornadas
donde no hay cerradura que clausure o cicatrice tanto dolor.
Porque,
con una poesía precisa y envolvente, Silva Schultze narra un episodio de
violencia de género, además de sus resonancias futuras en un joven que
revive permanentemente los daños, ya que la trágica historia familiar se
va colando en los umbrales del presente. Así, los tiempos se mezclan para
ser uno solo: “La bala no te mató. Solo escuchás el estampido. Un ruido breve y
brutal. Ni los platos ni los vasos ni los tenedores están en su sitio. No están
en ningún lado”. Aquí la puerta busca cerrarse como una cicatriz, como una
revelación. Aunque no siempre sea posible.
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18 – CUENTO
ZULMA
LILIANA SOSA
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
ETÉREOS
Y DESNUDOS
Fue cuando el río escupía con fuerza de brujas pedazos de piel, generando la ciudad de su cuerpo en relinchos pequeños que reiteraban llamadas y la niña pisaba por vez primera, en la misma tierra, en la misma orilla, faros sin límites para resistir el viento atroz, sin ruido. Solo penetrado por hilos de agua.
¿Cómo tocar con amor y pánico lo que guarda secretamente el misterio? El pelo de ella entraban en la boca de las axilas mordisqueada de hábito se selva, de respiración repetida antes de ser gata, negra de barro en pleno verano y su extravío por acumular sentimientos. Ventana pequeña era para tanta curiosa necesidad, sus pedazos de cuerpo protegido con metales, que agitaban almas estalladas en miles de caminos perdidos y por ésta, su guerra, adentrito mismo del sexo non sanscto que ardía, proponiendo un amor fantástico como rendición de ese semen verde musgo que ella recreaba mansa y se lo chupaba, la desgraciada.
Padre había prometido y ahí estaba, dando pequeños golpes, echando al aire las patas para atrás. ¿De qué dividida, reiterada, reinventada soberbia cabeza, afloraron las crines con ese lenguaje de calendario en celo, contra la propiedad exclusiva de la tierra, empujando las leyendas soberbias, de la que vos, te reías, maleducado, te reías?
Padre miraba el pasado de la arena en la arena y como en falta, la acarició a ella y antes que su mano fuera la suma de colores que disponían sus zonas musicales, la vio, fatal y desosegada, en el lomo del potro, y oyó el galope como cuando miraba las palabras que no había pronunciado. Cabalgaba su niña rozando apenas el cuerpo de él, con el tenue tacto que la conduciría para siempre, sobre el aire del asombro, transportando sonidos para los que aun no han llegado y deben partir.
Así, ordenando los colores como si fueran palabras, se fueron entendiendo. Existieron de furias de la boca hasta el pie, se tocaron los pelos erizados, a veces lacios. Supieron de manos eléctricas y piel candente, conocieron sonidos tan extraños como el siglo anterior a la humanidad y vieron hembras de indios, hembras criollas, chupadoras y bebedoras del veneno irresistible del hombre que por blanco, no paraba de matar.
¿Cuánto cabalga un potro con una niña lejana para volverla irresistiblemente mujer?
Cuando los mosquitos construían un geométrico ataque con sus patas infernales y esas agujitas clavadoras de historias secretas aguardaban tratando de llegar a Buenos Aires, el animal resbaló de idiomas para las religiones del perfume de ella. Supo que se iba cuando su mano tenía más de mil años y le acercó el cuerpecito flaco de una jovencita morena, que se quedó bella para siempre. Olía a zapato, a ropa sin el vino rubio de sus leyendas molidas. Olía a ciudades y caballeros y señoras.
Largo rato cabalgó solo adentrándose al río. El Bermejo era un hereje paisaje de pelos mojados. Cuando volvió, volvió arrastrando camalotes que arrojaban flechas heridas y un pasaje para la entrada a la herejía.
“entonces tomé tu boca, enferma como la mía”
Fue cuando el río escupía con fuerza de brujas pedazos de piel, generando la ciudad de su cuerpo en relinchos pequeños que reiteraban llamadas y la niña pisaba por vez primera, en la misma tierra, en la misma orilla, faros sin límites para resistir el viento atroz, sin ruido. Solo penetrado por hilos de agua.
¿Cómo tocar con amor y pánico lo que guarda secretamente el misterio? El pelo de ella entraban en la boca de las axilas mordisqueada de hábito se selva, de respiración repetida antes de ser gata, negra de barro en pleno verano y su extravío por acumular sentimientos. Ventana pequeña era para tanta curiosa necesidad, sus pedazos de cuerpo protegido con metales, que agitaban almas estalladas en miles de caminos perdidos y por ésta, su guerra, adentrito mismo del sexo non sanscto que ardía, proponiendo un amor fantástico como rendición de ese semen verde musgo que ella recreaba mansa y se lo chupaba, la desgraciada.
Padre había prometido y ahí estaba, dando pequeños golpes, echando al aire las patas para atrás. ¿De qué dividida, reiterada, reinventada soberbia cabeza, afloraron las crines con ese lenguaje de calendario en celo, contra la propiedad exclusiva de la tierra, empujando las leyendas soberbias, de la que vos, te reías, maleducado, te reías?
Padre miraba el pasado de la arena en la arena y como en falta, la acarició a ella y antes que su mano fuera la suma de colores que disponían sus zonas musicales, la vio, fatal y desosegada, en el lomo del potro, y oyó el galope como cuando miraba las palabras que no había pronunciado. Cabalgaba su niña rozando apenas el cuerpo de él, con el tenue tacto que la conduciría para siempre, sobre el aire del asombro, transportando sonidos para los que aun no han llegado y deben partir.
Así, ordenando los colores como si fueran palabras, se fueron entendiendo. Existieron de furias de la boca hasta el pie, se tocaron los pelos erizados, a veces lacios. Supieron de manos eléctricas y piel candente, conocieron sonidos tan extraños como el siglo anterior a la humanidad y vieron hembras de indios, hembras criollas, chupadoras y bebedoras del veneno irresistible del hombre que por blanco, no paraba de matar.
¿Cuánto cabalga un potro con una niña lejana para volverla irresistiblemente mujer?
Cuando los mosquitos construían un geométrico ataque con sus patas infernales y esas agujitas clavadoras de historias secretas aguardaban tratando de llegar a Buenos Aires, el animal resbaló de idiomas para las religiones del perfume de ella. Supo que se iba cuando su mano tenía más de mil años y le acercó el cuerpecito flaco de una jovencita morena, que se quedó bella para siempre. Olía a zapato, a ropa sin el vino rubio de sus leyendas molidas. Olía a ciudades y caballeros y señoras.
Largo rato cabalgó solo adentrándose al río. El Bermejo era un hereje paisaje de pelos mojados. Cuando volvió, volvió arrastrando camalotes que arrojaban flechas heridas y un pasaje para la entrada a la herejía.
“entonces tomé tu boca, enferma como la mía”
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19 – POESÍA ARGENTINA
JULIO
CARABELLI
(Tucumán-Argentina)
JURISDICCIÓN
DE LA LLUVIA
Las manos de la lluvia
me abrazan como una vieja prostituta.
En algún momento ha de parar
en algún momento
cuando dejen de cantar bailar mis uñas
y salga de este bar
desde el que miro
a la necesidad con impermeable
esquivar el costado de los charcos.
Nunca se va con la cabeza tan baja
como cuando llueve.
Las manos de la lluvia
me abrazan como una vieja prostituta.
En algún momento ha de parar
en algún momento
cuando dejen de cantar bailar mis uñas
y salga de este bar
desde el que miro
a la necesidad con impermeable
esquivar el costado de los charcos.
Nunca se va con la cabeza tan baja
como cuando llueve.
En mi país
por las cabezas bajas
parece que lloviera desde antes del diluvio.
Siempre que llovió paró
mienten los satisfechos
mirando regocijados sus testículos secos
y un ombligo de plástico que ríe
pensando
que para los otros que van a lo de siempre
esta puta tormenta
no ha de parar jamás.
LYNNDIEN ENGLAND EN IRAK
No hay caso
hay gente
que no puede apreciar lo emocionante
o lo conmovedor si se prefiere.
Yo
mirando esa foto
esa foto hermosa y hogareña
mirando
a Kenneth y Terrie England
esos padres felices
con muebles felices
vestimentas felices
mirando
asombrado
yo asombrado mirando
esas paredes felices
esos rostros felices
esos brazos felices
rodeando a esa hija que se graduó
en el 2001 se graduó
en el Franfort High School
en el Short Gap de West Virginia se graduó
no en la Escuela de las Américas
no se graduó
en la Esma
no se graduó en El Olimpo
se graduó como cualquier chica americana
que sabe hacer jugo de naranja
o freír tocino para el desayuno
y acaba de desayunar con copos
tibios copos de maíz
tibios copos como sus labios
tal vez
como las yemas de sus dedos
quizá
y sonríe en la foto con dientes de perla labios de rubí
sonríe
junto al árbol de navidad que no tienen los herejes
que no tienen
ni sus dientes
ni sus muebles
ni sus vestimentas tienen
porque ella los prefiere desnudos a la hora de torturar.
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20 – ENSAYO
MARTA
DÍAZ PETENATTI
(Elortondo-Santa
Fe-Argentina)
CONDUCTAS HUMANAS
Es interesante observar cómo el ser humano reacciona ante las mismas incidencias. A veces uno no entiende el por qué de reacciones tan disímiles. ¿Qué hace que los comportamientos humanos sean tan discrepantes?, ¿qué elemento movilizador impulsa a actuar de distintas maneras ante la misma situación?
El factor primordial influyente es la genética, sumado a la sociedad donde fue insertado, incluyendo cultura, familia, amistades, institutos educativos, situaciones de vida, creencias religiosas, ídolos, posición económica y un sinnúmero de situaciones que influyen sobre el individuo, van formando el carácter y por ende, la conducta.
La palabra conducta proviene del latín que significa conductus= conducir. Se refiere al modo de conducirse de una persona en las relaciones con los demás según normas morales, sociales y culturales. Ya Platón dijo que “la sociedad es el medio de vida natural del hombre y el mismo se identifica con su vida social”.
Es imposible seguir enumerando los variables mensurables que influyen en la composición de la conducta, pero lo que sí se puede decir es que todo es incrementable, a veces para bien, otras no.
Existen también fuerzas internas de las que las mismas personas no están conscientes, algunos psicólogos llaman a eso “Inconsciente estructural”, explicando que es aquél que el ser humano trae biológicamente desde su nacimiento, que es una fuerza que nos impulsa a ir en busca de aquello que puede causarnos dolor, que es como un extraño que vive dentro de nosotros y nos hace hacer cosas que “no” queremos hacer.
A veces algunas reacciones o actitudes llegan al consciente, otras no lo hacen jamás. Lo interesante es saber que están ahí y que en cualquier momento podrían llegar a aflorar y a hacernos partícipes de conductas que jamás hubiéramos pensado protagonizar, sin siquiera ser capaz de utilizar nuestros propios frenos inhibitorios.
Es también interesante dilucidar de qué manera los medios de comunicación inciden en las conductas de las personas. ¿Cuántas creen en todo lo que oyen, ven o leen sin siquiera analizarlo?
A veces oímos comentarios increíbles que son considerados como ciertos sólo porque lo han leído o escuchado, sin pensar mínimamente en su cuota de credibilidad. ¿Y la redes sociales?, ¿no influyen acaso en las conductas, especialmente en la de los adolescentes?
En ese punto me pregunto dónde está el raciocinio, la credibilidad, la capacidad propia de pensar y discernir si lo oído es creíble o no, como así también la mesura al comentar si en realidad se desconoce el tema tratado.
¿Quién no se ha dado cuenta de situaciones como ésta?, quién no se ha preguntado alguna vez: “¿tendrá idea esta persona de lo que está diciendo?”, ¿cómo puede creer y decir semejante barbaridad? Y sí, puede, y lo hace porque tiene “su idea”, tan diferente a la de muchos como real para ella. Entonces me cuestiono nuevamente: ¿su idea es mejor, peor, o igual que la mía? Comenzando así la duda, la eterna duda, aquella que movilizó a Descartes al tratar de demostrar su existencia, y es precisamente ahí cuando podemos reconocer las limitaciones del otro, pero también tener la humildad para reconocer las propias.
Debemos aplicar la inteligencia, la capacidad, la aptitud para desmenuzar el problema o situación, entenderla, analizarla y luego dar nuestra opinión, sabiendo aún antes de darla que muy bien puede, o no, ser la verdadera, sabiendo también que la verdad no es absoluta y menos aún en cuestión de interpretaciones, pero sí sabernos perfectibles y que podemos mejorar a lo largo del tiempo en todas nuestras dimensiones.
Si cada cual ocupáramos nuestra inteligencia, instinto o capacidad para que las conductas sean acordes a todas las situaciones, adaptándolas a ellas y aceptando, explicando, entendiendo, enseñando, quizá el mundo pudiera llegar a ser diferente; quizá la violencia podría evitarse y quizá la paz no sería la guerra.
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21 – CUENTO
FERNANDO
OMAR VECCHIARELLI
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
LAS
CUCARACHAS
Recojo
como todas las mañanas el periódico y preparo un café italiano sin azúcar ni
edulcorantes permitidos, me acomodo en la silla de la cocina y siento esa
inquietud de presencia no esperada que me recorre la espalda, en el
dintel de la puerta está presente la intromisión vestida de negro de una
cucaracha, la observo con la aprensión de siempre, la veo quieta moviendo sus
antenas en círculos, aparece otra más grande la imagino un macho y no me
equivoco, gira en derredor de la más pequeña hasta tocar con sus antenas a la
que imagino hembra, la pequeña corre hacia el suelo de mármol de la
cocina, la robusta la sigue y ambas se quedan inmóviles por un instante, él
macho se acerca y gira hasta las patas traseras de la hembra se sube
deslizándose sobre ella y comienza un acto de reproducción de ambas cucarachas
negras.
Yo
las observo me levanto y me acerco, ambas están de espalda a mi silenciosa
presencia, levanto mi pie abotinado y descargo mi fuerza en forma de suela de
goma negra sobre ellas, en un acto de barbarie y soberbia, en un acto de pura
divinidad y crueldad, hasta sentir un ruido de insectos aplastados, retiro mi
pie y solo veo una masa negra envuelta en un líquido blancuzco y denso.
En
un punto pienso que ambas murieron por amor, en un pacto secreto compartido por
los tres.
Luego
recojo los cadáveres y los boto a la basura, desinfecto el lugar y limpio el
piso como si nada hubiera ocurrido, a nadie le he de contar mi hazaña, a nadie
le importa dos cucarachas muertas.
Leo
en el diario que en una fábrica han despedido sesenta obreros y que una
automotriz ha suspendido mil setecientos operarios por falta de ventas y
pienso en ese instante. Lo enorme que es el zapato del capitalismo…
Esta
mañana me he vestido de negro.
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22 – POESÍA AMERICANA
CARLOS
LÓPEZ DZUR
(Orange
County-California-Estados Unidos)
«UNA VIRGEN ESPLENDIDA APARECE»
«De pronto, como en alas de la brisa,
una virgen esplédida aparece»:
José de Jesús Domínguez (1843-1898)
¿Cuál es y dónde la región encantadora
donde una espléndida virgen aparece,
donde Osmalín se fascina,
«donde todo es divino en el comjunto
y todo primoroso en el detalle»?
... porque estoy entre fuerzas opuestas
y se abre ante mí...
la octava crisis
que Erikson teorizara
y no he visto a la virgen de cabello milagroso,
«en hebras de azabache luminoso»,
¿podrá ser en el Caribe que la vea?
El Caribe extasía, me provoca
mas aun nadie me dice,
«fiel apóstol de ciencia secreta
ven conmigo a los sitios fecundos».
UNA TORRE O CANAL REDONDO PARA EL SER
«Entonces festejan las nupcias hombres y dioses / las festejan todos
los vivientes, / y equilibrado por un momento está el destino»:
Friedrich Hölderlin [1770-1843], en «El Rhin»
Hágase la Torre Redonda
la torre del Destino, torre del equilibrio.
Alta como una glande parada
profunda para que toque la vulva
del submundo y resista el fuego
Abrase el hueco a lo que se oculta como tal
y si es la apropiación [de sí],
háganla que acontezca
«como llamado a pertenecer al acontecer mismo
a la fundación del dominio de decisión del Ser
en tanto que Da-sein / en tanto que Destino /
en tanto que el lugar de la verdad
y lo sagrado, sea un despliegue del mundo.
Bajen a tierra, cabrones, algan por un boquete.
Y ustedes, los no semidioses,
caven el boquete para que salga
el que lo es, sean colaboradores.
Edifíquese la torre redonda
para que suban. La mujer espera.
Liani quiere boda con los trabajadores.
Hágase ese pozo que enemista
a seres apropiados por la Nada
y herederos de Acab,
gentuza tentada que fornica
con la Maya de los míopes
y la tarántula panteonera
de los infelices.
LUGARES DONDE YA NO ESTAS
«Arawaks women probably had a tremendous influences on the structure
of Carib society, since the socialization of the mixed offspring
within the family would have relected stron Arawaks costum and some
degree of bilingual and bcultura skills on the part of the women.
Moreover, the predominance of Arawak women probably explains the
presence of Arawak artifacts in Carib middens excavated by some
archeologists. (...) Given the information which we have for the
Caruibe and the Arawaks, it appears that bth societies were cklosely
affiliated culturally»: Obed
Liani / Ella / que es enemiga de la Maya
y contra-tarántula panteonera de la muerte,
ella que es rival desde el útero
(ella que es todas las mujeres
civilizantes del Caribe)
ella que condena condena
a dirigencias enfermas
y examina sus temblores mórbidos
en los yucayeques,
ella contra la Miopía
y tentaciones de los hijos mongos
de Acab, ella / paridora de muchos colores,
madre del alcoiris, principio femenino,
complemento de Sol, la que puja
el proyecto de país y de geo-imago,
identidad como antilla y da voces
cuando el cambio social de optimidad
en la comunidad se empoza,
ella / rival de economía depresiva
por contubernios de malvecinos,
lombrices / chupasangres /
Ella dispersa como un riachuelo
percola hasta lo subterráneo
del pozo puro del espíritu
este mensaje que sube como vaho
y vuelve y cae con lluvia de tormenta:
«ya no puedo estar aquí,
ya no puedo estar aquí».
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23 – ENSAYO
CARLOS
ENRIQUE LASSO CUEVAS
(Loja-Ecuador)
SOBRE
LA INAUTENTICIDAD
Si las consideraciones precedentes son acertadas, hay ya algunas razones de peso para poner en duda la consistencia de este mestizaje cultural, que en el momento presente es más bien una expectativa, un proyecto, una posibilidad; una meta a la cual tenemos que llegar, antes que un hecho cierto y bien configurado ya.
Para reforzar esta aseveración, es tiempo de que volvamos a la clase media, que aún en sus estratos más altos carece de personalidad cultural como enseguida pasamos a ver con un ejemplo.
Existe un barrio de Quito conocido en sus dos zonas con los nombres de “Simón Bolívar” y “Mariscal Sucre”. Se formó en este siglo y por lo tanto su desarrollo coincide con el desarrollo de la mediana burguesía, robustecida al amparo del régimen liberal. Si indagamos la extracción social de quienes ahora lo habitan, su profesión y ocupación, el nexo que acaba de establecerse se verá corroborado; viven en ese barrio, principalmente profesionales liberales, burócratas de alguna categoría, medianos comerciantes, militares, etc.
Hay desde luego excepciones: la casucha desahuciada de algún pobre, presente en el sector como para mostrar que por doquier existen en Ecuador; pero sobre todo los “chalets” de la periferia, bellas mansiones de aristócratas o grandes burgueses totalmente asimilados a la aristocracia, situadas en las avenidas Colón y 6 de Diciembre especialmente. Sin duda, estas mansiones fueron construidas con alguna anterioridad al poblamiento del “corazón” del barrio, pues su estilo, marcadamente español, revela el viejo sueño de nuestra aristocracia –abandonado después, a medias, en beneficio de otros sueños- de asimilarse a la clase alta de “su” Madre Patria (la abundancia de detalles en estas residencias habla además, lo señalo de paso, de cuán barata era la mano de obra en aquel entonces). Hay que decir que luego de contemplarlas detenidamente, uno llega a la conclusión de que sus dueños por lo menos estaban seguros de lo que querían imitar, y encuentra una razón histórica de su presencia.
No puede decirse igual cosa del “corazón” del barrio, del sector mediano-burgués. En éste se observa una variedad de estilos y no-estilos, de edificios tan extravagantes e insólitos que van desde los seudo castillos de toda índole, hasta ese monumento gótico de cemento armado de Santa Teresita, que uno se pregunta si está caminando de veras por un barrio real o contemplando figuras de caleidoscopio (quisiera tener la facilidad de describir de algunos novelistas, o los conocimientos arquitectónicos necesarios para hacerlo).
Sin embargo, la impresión primera se interrumpe con la presencia de algunas casas visiblemente construidas en serie en la parte central del barrio. Se trata de las que fueron hechas por la Caja del Seguro (en buena hora); asi como de otras de estilo francamente americano (las últimas edificadas).
Este barrio resume a maravilla la historia de las clases media y alta en el siglo XX. Mejor, a no dudarlo, que todo cuanto se haya escrito al respecto. Estos muros, techos, puertas, ventanas, verjas, adornos y jardines tan poco seguros de si mismos, pretencioso equivalente burgués de la heteroclidad que se advierte en las manifestaciones de otros grupos sociales, son testigos aparentemente taciturnos pero que nos cuentan la historia auténtica y secreta de sus dueños, su drama íntimo adulterado tal vez en escritos y conversaciones, pero no en algo que goza de la presunción de silencio.
Hasta fines del siglo pasado y primeros años del actual, los miembros de nuestras clases altas no dudaban de lo que querían ser: se consideraban españoles desterrados, a pesar de la independencia política. Tenían pues “su” tradición, que determinaba la orientación de sus actos sin vacilaciones: a eso responde el seguro estilo español de las casas periféricas. Pero el caso de la mediana burguesía ha sido diferente. Ella no tenía ninguna tradición y por eso venía definiéndose (hablo en pasado) más bien en torno a la negación de ciertos valores de la aristocracia. En algún momento trató, mejor dicho trataron sus hombres más lúcidos, advirtiendo el vacío cultural de la clase a la que pertenecían, de colmarlo rescatando lo que quedaba de las civilizaciones aborígenes. Pero fue únicamente el intento pionero de unos pocos, que no un afán colectivo, y apenas si se logró recuperar algo del pasado sumergido con la poesía de la palabra o la magia del color. Mas con eso no pueden levantarse edificios; y porque nada era, ni europea, ni indígena, ni mestiza, en el momento de levantar su mirada la mediana burguesía mostró su objetividad vacilante, vacía. Pudo ser tomada por el primer ocupante, cautivada por el primer “estilo” que le ofreciesen (Alguien me hacía notar que esa variedad increíble de estilos obedece a que las casas fueron hechas por arquitectos extranjeros. Si; es posible que asi sea; pero no por eso deja de ser curioso que ellos hayan venido a dar rienda suelta a su imaginación precisamente en Quito).
Sobre este campo se levantan los barrios por los que hoy transitamos, absurdos para quien quisiese buscarles una razón de ser cultural (o positiva) o aunque solo fuera funcional.
La salvación del barrio fue la llegada de la técnica. Salvación no total, desde luego, puesto que no impidió la construcción de Santa Teresita (obra superflua, ostentosa, todo monumento se ubica más allá de la técnica); pero si porque limitó algunas “fantasías” al convertir el problema, de medianamente estético que era, en claramente económico funcional. El nuevo aspirante a propietario de una casa ya no tenía ahora que devanarse los sesos tratando de hallar el estilo conveniente, pues un empleado de la Caja le señalaba el tipo más funcional de vivienda a que podía aspirar por esa suma. Un buen momento para todos.
Pro la burguesía ha progresado desde entonces y también la arquitectura. Aquella sabe ahora lo que quiere; del período de zozobra e indecisión ha pasado al de “reasentamiento” –hoy aspira a ser en todo como los americanos del Norte-. Por eso, si en los últimos años de gloria absoluta la aristocracia levantó monumentos al sueño de la hispanidad que se desvanecía; y en su período de encumbramiento la pequeña burguesía permitió que el primer venido sentara reales en su ser baldío; luego de un intermedio puramente técnico tenemos hoy, solución a la vez técnica y estética (de Estados Unidos no nos viene sólo una manera de hacer, sino también un estilo), que esta clase en apogeo, convertida con el correr del tiempo en mediana burguesía bien pensante, ha resuelto construir edificios semejantes a los de la tierra prometida.
Sé muy bien que la arquitectura puede, en rigor, recibir una respuesta puramente técnica, al menos cuando se trata de construir casas de habitación u oficinas: la he tomado solamente como simbólico ejemplo. Pero no sucede lo mismo con la cultura como fenómeno total. Aquí no cabe una respuesta de esta índole, por más que algún profesor yanqui nos asegure que “el futuro no (va) a ser dominado por el mestizo, sino por economistas, expertos agrónomos, ingenieros y técnicos de todas las razas y de ninguna”
El problema fundamental de la clase media radica en su inautenticidad. En ello quiero hacer hincapié porque este grupo social, a diferencia de los inferiores que son los verdaderamente aplastados por el sistema, ha tenido y tiene mayores posibilidades de forjar una cultura. Si sólo lo ha hecho de manera tímida, vacilante, es porque no ha sido capaz de encontrarse a si misma y, a través de él, los hontanares de nuestro ser.
Por eso, no debe asombrarnos el hecho de que, a pesar de tener la clase media casi tres cuartos de siglo de participación activa en la vida política y cultural del país y constituir algo asi como la cuarta parte de la población nacional, sus intelectuales no hayan reflexionado aún, profunda, serenamente sobre la realidad socio-cultural de dicha clase que debería ser el continente por excelencia de la cultura mestiza. Más bien han alimentado –salvo contadas excepciones abonables a la cuenta de la poca buena literatura – una conciencia mistificada y mistificadora por medio del cotidiano ditirambo que, como todos sabemos, es moneda corriente en el vivir nacional. Indicio, éste, que nos lleva a creer que existe en tal grupo social un apenas embozado deseo –conveniencias a corto plazo- de inautenticidad.
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24 – CUENTOS BREVES
JORGE M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)
JORGE M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)
SE
TRATA DE VACÍOS
Fuera
del costurero en que hilos, agujas, broches y elásticos llevan un obsesivo
orden, su vida no tiene ni un antes ni un después. La familia la deja hacer lo
que quiera y como quiera, pero ella no sabe concretamente qué. Entonces inventa
situaciones (que no son delirios) y viaja lejos, con los ojos bien abiertos.
Hoy, con el tobillo vendado, respondió que se cayó de las escalinatas de un
templo en Singapur.
Alcanza
la distancia y se persigna. Siente que está en presencia de Dios. Alarga la
mano, con los ojos cerrados. Vacía la mente. Y de pronto voces celestiales lo
sumergen en el más excelso plano de reconciliación consigo mismo. (No siempre,
pero con frecuencia, el director del Coro Polifónico entra en ese éxtasis y
todos, con miradas cómplices, lo dejan hacer).
En
las orillas del Gólgata del Bautista, recoge piedras de colores. A veces,
pasa horas. Es el padre Matías, que ya no da misa en el convento. Está un poco
ido, dicen, y lo dejan que salga por ahí. Entre las piedras, cuando nadie lo
ve, suele deslizar algún crucifijo de bronce, se persigna rápido y continúa con
los guijarros de colores…
Lo
consultó con el psicólogo, pero no tuvo respuestas. Cuando pasa por una
juguetería, se descoloca. Mira cada uno de los juguetes y los hace andar, les
pone cuerda en su mente, se desliga del mundo de las convenciones. Puede estar
media hora o un día. Alguna vez un policía lo sacó del negocio, de sospechoso
que resultaba. Y aún llevado del brazo con fuerza, siguió haciendo girar el
trompo…
ENTRE
DUDAS Y CERTEZAS
No
hay diagnóstico para ninguna de las dos hermanas. Están graves y hasta los mismos
médicos se preguntan quién morirá primero. Todos los estudios son negativos.
Pero ellas se están muriendo Y finalmente mueren juntas –el mismo día y a
la misma hora- como buenas gemelas.
Está
seguro: este año se graduará de médico, rendirá la última materia y le
entregará el diploma. No importa qué haga con él su abuelo. Y si lo abraza o
no. El, simplemente, tirará todos los libros y se irá para siempre. Tiene la
certeza que en Somalía necesitan enfermeros.
Soy
Juan Sin Tierra, hijo de Enrique II y Leonor de Aquitania, hermano de
Ricardo Corazón de León. Desde niño escribo, y así como para mi
hermano la espada es su gloria, yo me refugio en la pluma. Entre guerras y
Cruzadas él es elegido rey de Inglaterra. Y cuando el trono me llega, pienso en
lo que el pueblo espera de mí. Escribo entonces la Carta Magna para los nobles
y –sin una gota de sangre derramada- confío en que la historia me dé un hábeas
corpus de perdón.
Los
dos dudan en responder. ¿Acaso está escrito que deban hacerlo? No han firmado
nada. Sin embargo, hoy los vienen a buscar los gendarmes: están acusados de
haber liberado la malicia en el barrio, la concupiscencia, la desconfianza.
Ambos se miran sin entender nada. No obstante, les muestran unos papeles en
blanco y les ponen esposas.
Le
han traído de las Indias dos pares de primorosas medias tejidas con hilos de
telas de arañas. Son tan suaves como la piel de un niño. Las mira, las toca y
finalmente, por las dudas que estén contaminadas por los bárbaros de esas
tierras, Carlos III las tira al fuego.
Hoy
abriré el album familiar y veré si es cierto. No creo que las fotos digan más
que las palabras que alguna vez oí detrás de una puerta. ¿Cómo develar el
misterio de las genealogías? Mi abuela dice que su padre era hijo natural del
mulato Bernardino Rivadavia, en cuyo caso, yo sería chozno de él. ¿Por eso
tengo los labios gruesos y el pelo ensortijado? Por un lado me hincho de
orgullo: desciendo de un presidente. Por el otro, me inquietan los orígenes. Y
el pelo ensortijado.
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25 – POESÍA AMERICANA
JENNY
LONDOÑO
(Quito-Ecuador)
LA
VIDA
Medellín,
hinchando mis pulmones
con
su olor de café recién colado.
Medellín,
con sus paisas parlanchines
que
derrochan su gracia en la palabra.
Medellín,
con sus noches de tiples y guitarras
locura
de bambucos y aguardiente de caña.
Yo
era una niña pálida que husmeaba en los rincones
normal
e intrascendente como pájaro.
Deshojaba
los días con preguntas inéditas,
mordisqueaba
palabras, descifraba misterios,
La
vida era un ciclón que me arrastraba
y
maduraba rápido mis alas.
Yo
era una niña pálida.
Me
miraba al espejo con obsesión de duende,
para
ver si aquel espantapájaros
se
trocaba en princesa, una mañana.
RAICES
DE AUSENCIA
La
ausencia nos azota, con látigo de fuego,
oscurece
el recuerdo, hasta volverlo incierto.
La
nostalgia posee un cuerpo de culebra
se
alarga, se encabrita, se espesa, se pasea.
La
soledad se vuelve a veces paranoia,
sus
tallos retorcidos nos hunden en la bruma.
Guardamos
en el pozo sin fin de la memoria
los
rostros que dejamos en cada nueva fuga.
El
tiempo petrifica los rostros, las señales,
nos
impone un ritual de exorcismo continuo.
Llevamos
incansables una mortaja a cuestas
para
enterrar aquello que nos mató el olvido.
AL
RITMO DE BAMBUCOS
Un
viaje que no acaba, de cimarrón en fuga
y
una ciudad alegre al fin de la jornada.
Los
bambucos columpian camadas de gorriones
y
un concierto de bosques me da la bienvenida.
La
tierra montañera revienta de magnolias,
cafetales
maduros exigen la cosecha,
campesinos
con ponchos que bandean al viento.
Hombres
que abren la trocha con sus manos de
roble.
Andariegos
que tejen su trajín de sudores,
y
descabezan sueños al lado del machete.
Tierra
que canta y baila al cortejo de tiples
rompiendo
los pudores de la noche antioqueña.
¡Ah
Medellín!, de pájaros y flores,
de
verba generosa y corazón abierto.
Me
abriste tu corola de tibia primavera
y
un aroma de orquídeas despertó mis sentidos.
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26 – ENSAYO
JULIO
OBESO GONZÁLEZ
(Gijón-España)
EL
AMAESTRADOR DE LIBROS
Existen libros fruto del oficio de los amaestradores. No contienen páginas de ininterrumpida visibilidad, ni en su exterior hay signos distintivos. Son, en cualquier género o autor, seleccionados bajo la consideración que las tres grandes verdades se repetirán hasta el último hombre.
Cerrad los ojos ahora. Pensad si alguna vez os ocurrió alguno de estos sucesos.
Sois meticulosos con vuestros libros. En las estanterías les dais orden de biblioteca. Con lápices datáis la fecha de compra, el nombre de quien os lo regaló. Un buen día al entrar o salir de la sala, volvéis sobre vuestros pasos. Algo no encaja: Ese libro no debería estar ahí. Puede tratarse de un poemario de Rilkie, un ensayo de Borges, una novela de Günter Grass, relatos de Juan Ramón Jiménez… El anacronismo no será la única alerta. Evidentemente cogéis el tomo para recolocarlo. Lo visualizáis por encima (para recordar la temática), no tiene apunte alguno sobre su origen, vuestra propiedad sobre él. Quedáis enganchados de su lectura. De pronto, palabras, frases, párrafos enteros encajan en vuestro momento, como una respuesta largamente esperada.
¿Casualidad?
Pudiera ocurrir otro caso. El libro de cabecera; el más recurrente, leído, revisado. Esa noche os resultará un extraño. Será un párrafo, un capítulo, la dedicatoria, la ilustración de la portada. Al modo de un haz de luz que destaca el protagonismo de un actor en la escena, así resaltará ese texto, esa imagen.
¿Casualidad?
En una conversación entre amigos se habla de un libro; uno que ha sido lectura común. Cada cual va expresando a los otros una impresión generalizada, un pasaje concreto, una situación, a su entender, especialmente clarificadora. Uno de ellos dice: “No, te estás equivocando, eso que comentas no es de ese libro”. Alguien queda en minoría y sin embargo, no miente o se despista. La obra que él leyó fue amaestrada. Sólo para ese hombre, un capítulo concreto se extendió, otro pudo ser suprimido. Los motivos están siempre en el lector, en el tiempo del que dispone para el sueño, en el punto exacto donde se encuentra la encrucijada de su vida. Como las certezas íntimas que uno posee, no tratará de demostrar su razón.
Claro que se podría hablar de azar sino supiésemos de la existencia del amaestrador.. Hay trazas de su faena que nos remiten a la noche de los tiempos; al primer pergamino escrito bajo el auspicio de una proyección eterna. Algunos autores hablan de infiltrados en la tradición oral. Otros consideran que San Pablo, Paulo de Tarso, jamás cayó de su caballo, que es una metáfora y sí fue derribado por alguna experiencia de las antes citadas.
Los amaestradores son seres exquisitos, viajan por sus venas un sobrenatural conocimiento y la rara virtud de conseguir la confianza de lo escrito. De ninguna otra manera se daría el prodigio. Entrenan a las obras que tendrán ese destino, con la dedicación sin horas de los padres a los hijos; y como tales les lloran si un acto inhumano malogra su destino.
Hago aquí un inciso. Cuando hablé de “seres”, quise eliminar la absurda idea, de que sólo hombres o mujeres puedan desarrollar tan mágico oficio. Conocemos por Sam Savage que los animales están en esa categoría, también la practican otras criaturas fantásticas; leed si no “El libro de los seres imaginarios”.
Después de convencer, ilusionar, de enseñados los atajos de la traslación invisible o la impregnación de la negrita, los amaestradores deben elegir con intención y codicia el destino de sus discípulos. La mayoría de los escritores desconocen que su creación, está destinada a un solo hombre. De hecho rara vez, a lo largo de la historia, coincidieron autor y amaestrador en el mismo ente. Esta vinculación no es siempre para bien. Ocasionalmente un error de evaluación conlleva la aparición de monstruos o desencadena, indeseables acontecimientos. Alguno de los grandes dictadores, de los más apestosos crímenes, deriva de este hecho, afortunadamente ocasional, como ya he dicho.
Se especula sobre la certeza o no de un códice, un libro donde los amaestradores pueden disipar sus dudas. Muchos gobiernos, y potencias eclesiales han buscado y buscan esa posibilidad. (¿Sabías que el Concilio de Trento y sus conclusiones, fueron sólo una tapadera? El verdadero debate se sostuvo sobre si el “gran profano” estaba escrito, y de ser así: ¿Dónde?) Personalmente y sin ánimo de influir, me inclino por la teoría de la ciencia infusa, del conocimiento adquirido sin ilustración, como única realidad, como defensa del instinto.
El libro perfecto existe, es aquel capaz de leer a un hombre. Nada predecirá de su futuro, una lectura desde su ser hasta el momento, ésa es su capacidad. El último capítulo de un hombre es el segundo por el que transita, hasta ahí un libro puede leer, hasta ahí un hombre existe. En realidad es una acción que ocurre de forma simultánea, lo leído, lector, el lector, lo leído. Los dos hermanados, confusos, “en sí y en tú misma dos”. Lo más parecido al amor verdadero entre dos seres que se tienen, se comprenden y se miran.
Existen libros fruto del oficio de los amaestradores. No contienen páginas de ininterrumpida visibilidad, ni en su exterior hay signos distintivos. Son, en cualquier género o autor, seleccionados bajo la consideración que las tres grandes verdades se repetirán hasta el último hombre.
Cerrad los ojos ahora. Pensad si alguna vez os ocurrió alguno de estos sucesos.
Sois meticulosos con vuestros libros. En las estanterías les dais orden de biblioteca. Con lápices datáis la fecha de compra, el nombre de quien os lo regaló. Un buen día al entrar o salir de la sala, volvéis sobre vuestros pasos. Algo no encaja: Ese libro no debería estar ahí. Puede tratarse de un poemario de Rilkie, un ensayo de Borges, una novela de Günter Grass, relatos de Juan Ramón Jiménez… El anacronismo no será la única alerta. Evidentemente cogéis el tomo para recolocarlo. Lo visualizáis por encima (para recordar la temática), no tiene apunte alguno sobre su origen, vuestra propiedad sobre él. Quedáis enganchados de su lectura. De pronto, palabras, frases, párrafos enteros encajan en vuestro momento, como una respuesta largamente esperada.
¿Casualidad?
Pudiera ocurrir otro caso. El libro de cabecera; el más recurrente, leído, revisado. Esa noche os resultará un extraño. Será un párrafo, un capítulo, la dedicatoria, la ilustración de la portada. Al modo de un haz de luz que destaca el protagonismo de un actor en la escena, así resaltará ese texto, esa imagen.
¿Casualidad?
En una conversación entre amigos se habla de un libro; uno que ha sido lectura común. Cada cual va expresando a los otros una impresión generalizada, un pasaje concreto, una situación, a su entender, especialmente clarificadora. Uno de ellos dice: “No, te estás equivocando, eso que comentas no es de ese libro”. Alguien queda en minoría y sin embargo, no miente o se despista. La obra que él leyó fue amaestrada. Sólo para ese hombre, un capítulo concreto se extendió, otro pudo ser suprimido. Los motivos están siempre en el lector, en el tiempo del que dispone para el sueño, en el punto exacto donde se encuentra la encrucijada de su vida. Como las certezas íntimas que uno posee, no tratará de demostrar su razón.
Claro que se podría hablar de azar sino supiésemos de la existencia del amaestrador.. Hay trazas de su faena que nos remiten a la noche de los tiempos; al primer pergamino escrito bajo el auspicio de una proyección eterna. Algunos autores hablan de infiltrados en la tradición oral. Otros consideran que San Pablo, Paulo de Tarso, jamás cayó de su caballo, que es una metáfora y sí fue derribado por alguna experiencia de las antes citadas.
Los amaestradores son seres exquisitos, viajan por sus venas un sobrenatural conocimiento y la rara virtud de conseguir la confianza de lo escrito. De ninguna otra manera se daría el prodigio. Entrenan a las obras que tendrán ese destino, con la dedicación sin horas de los padres a los hijos; y como tales les lloran si un acto inhumano malogra su destino.
Hago aquí un inciso. Cuando hablé de “seres”, quise eliminar la absurda idea, de que sólo hombres o mujeres puedan desarrollar tan mágico oficio. Conocemos por Sam Savage que los animales están en esa categoría, también la practican otras criaturas fantásticas; leed si no “El libro de los seres imaginarios”.
Después de convencer, ilusionar, de enseñados los atajos de la traslación invisible o la impregnación de la negrita, los amaestradores deben elegir con intención y codicia el destino de sus discípulos. La mayoría de los escritores desconocen que su creación, está destinada a un solo hombre. De hecho rara vez, a lo largo de la historia, coincidieron autor y amaestrador en el mismo ente. Esta vinculación no es siempre para bien. Ocasionalmente un error de evaluación conlleva la aparición de monstruos o desencadena, indeseables acontecimientos. Alguno de los grandes dictadores, de los más apestosos crímenes, deriva de este hecho, afortunadamente ocasional, como ya he dicho.
Se especula sobre la certeza o no de un códice, un libro donde los amaestradores pueden disipar sus dudas. Muchos gobiernos, y potencias eclesiales han buscado y buscan esa posibilidad. (¿Sabías que el Concilio de Trento y sus conclusiones, fueron sólo una tapadera? El verdadero debate se sostuvo sobre si el “gran profano” estaba escrito, y de ser así: ¿Dónde?) Personalmente y sin ánimo de influir, me inclino por la teoría de la ciencia infusa, del conocimiento adquirido sin ilustración, como única realidad, como defensa del instinto.
El libro perfecto existe, es aquel capaz de leer a un hombre. Nada predecirá de su futuro, una lectura desde su ser hasta el momento, ésa es su capacidad. El último capítulo de un hombre es el segundo por el que transita, hasta ahí un libro puede leer, hasta ahí un hombre existe. En realidad es una acción que ocurre de forma simultánea, lo leído, lector, el lector, lo leído. Los dos hermanados, confusos, “en sí y en tú misma dos”. Lo más parecido al amor verdadero entre dos seres que se tienen, se comprenden y se miran.
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27 – CUENTOS BREVES
ANA
LUCÍA MONTOYA RENDÓN
(Palmira-Valle
del Cauca-Colombia)
HILO DE SEDA
no quiero ese el hilo tramposo, susurrante. me lleve y me saque por el eterno laberinto. en el carrete hay suficiente y de doble calibre, para bajar a los infiernos. no quiero usar adefesios, porque así, subiendo y bajando, en medio de sudores y parafina, se hacen buenas velas. una buena vela es el último fuego de los muertos, junto con su novenario y la cara de acontecimiento de todos los dolientes. y, aún sabiendo esto, el demonio seguirá indagando sobre qué es el amor. pues digo que es un acertijo. ¿y para qué sirve? para conocer cielos e infiernos, también para ejercitar las alas de las mariposas y de los vampiros. el único hilo que vale la pena, es el de seda y su gusano, no el de Ariadna que es tan esotérico.
HILO DE SEDA
no quiero ese el hilo tramposo, susurrante. me lleve y me saque por el eterno laberinto. en el carrete hay suficiente y de doble calibre, para bajar a los infiernos. no quiero usar adefesios, porque así, subiendo y bajando, en medio de sudores y parafina, se hacen buenas velas. una buena vela es el último fuego de los muertos, junto con su novenario y la cara de acontecimiento de todos los dolientes. y, aún sabiendo esto, el demonio seguirá indagando sobre qué es el amor. pues digo que es un acertijo. ¿y para qué sirve? para conocer cielos e infiernos, también para ejercitar las alas de las mariposas y de los vampiros. el único hilo que vale la pena, es el de seda y su gusano, no el de Ariadna que es tan esotérico.
DE
NEGRO
como tizne, así lo quiere. que la manche, que la raye, que la marque. no huye. espera la masacre. envalentonada, quiere batallas cuerpo a cuerpo. y, ojalá, el campo de guerra sea ardiente, como un dulce infierno. nada de algodones y angelitos rozagantes, ni redondos, ni inocentes. quiere picardías. quiere partos en luna nueva. se escriba su historia en los muros, a la sombra de una gesta. la lean todos, el día de juicio, en su carne, en sus huesos, en su sangre. parirá a sus hijos a la orilla de máximos apetitos, serán neo natos hermosos quienes tendrán el color del amor.
¿PECADO?
¿pecado? ése sonríe cuando escucha letanías. se sacude con burlones estertores cuando visten de lino a su querida. el pecado requiere de su piel desnuda para hacerla suya, en y por miles de puntos cardinales. él la necesita y ella, empecinada, en su única búsqueda también lo llama. lo llama para que desenreden una historia de carne, de entrañas, y de mieles.
el pecado necesita de la hembra, y desdeña abadesas de colmena. el pecado es un zángano divino, que muere por tener con ella una ventura, ¡solo una!
LA BEATA
la Seriedad vive aperezada, solo observa y bosteza. por su vera taconea la Partogénesis. va acongojada porque barrunta a las feromonas que tongonean juguetonas un aire dulce de erotismo. desdibujada su sonrisa en trozos huraños de cóncavos espejos, se desliza hasta el borde infame de la Plenitud, que la rehuye, como si fuese un monstruo. todas las noches gime de hambre. para saciarla, acomoda en su cintura la cola flagelante del gameto, lo aprieta con soberbia entre sus piernas para que la preñe, pero, todo es vano, nunca conocerá el goce, porque el pobre ante su asedio cae... ¡se hace... el desmayado¡
las feromonas burlonas, dicen que la asexuada Partogénesis es beata, que morirá sin los millones de mordiscos de la dicha.
VIENTRE SOLIDARIO
ella es así, sufribunda y terca. sin que nadie ni nada enderece la joroba de deseos que la agobia.
acanalada, retráctil y calidoscópica su mirada tierna sobre los anhelos, los ve cómo escapan por un rayo de luz verde, a través del gigantesco lente del observatorio que da a la la puerta trasera del hospicio. sí, ve a las madres remendando a la poliandría y se desgarra el vientre. entrega millones de gametos masculinos que tuvo guardados por edades en su entraña. ese esperma había besado con dicha sus ovarios. así, las remendonas, fueron muy felices porque entendieron que la patria potestad es un invento del algún paranoico o esquizofrénico mono desnudo...
hoy, frenéticas gozan y aullan de placer en cada parto, porque les recuerda el momento dichoso de la concepción.
ya no sufre por amor.
SILENCIO INCOHERENTE
por el silencio maldije aquel paisaje.
por el silencio, en una alforja, encerré a un travieso duende que de inmediato, se puso a patalear incoherencias. de pronto, el hilo de Ariadna fue un enredo. con trozos de ese frágil hilo, el alfayate cosía y descosía las pupilas de los gatos. así, desde los rojos tejados de la ausencia, se desplomó el celo hasta el vientre de una virgen que parió por obra y gracia con sudores aguarapados un engreído ombligo.
¡así de graciosas son las vírgenes e incoherentes sus partos!
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28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
GABRIEL IMPAGLIONE
(Sardegna-Italia)
¿QUÉ LA PATRIA?
¿El sudor inútil que regresa de un andamio desvencijado?
¿Un águila guerrera?
¿Los hijos frente al altomuro del futuronoexiste?
¿Cada excelencia con discurso?
¿Los embozados picaneros embotados?
¿Qué la patria?
¿Los huesos apaleados de la historia?
¿Los jamases diarios?
¿La Society Rural?
¿Qué la patria?
¿Los barcos, las fronteras, azulunala?
¿Los bancos las bancas los bingos la bamba?
¿Cada día triste de caminar descalzo?
¿Los superdinosaurios de la patagonia?
¿Las sillas, las casillas, los casilleros de la polítiquería?
¿El sudor inútil que regresa de un andamio desvencijado?
¿Un águila guerrera?
¿Los hijos frente al altomuro del futuronoexiste?
¿Cada excelencia con discurso?
¿Los embozados picaneros embotados?
¿Qué la patria?
¿Los huesos apaleados de la historia?
¿Los jamases diarios?
¿La Society Rural?
¿Qué la patria?
¿Los barcos, las fronteras, azulunala?
¿Los bancos las bancas los bingos la bamba?
¿Cada día triste de caminar descalzo?
¿Los superdinosaurios de la patagonia?
¿Las sillas, las casillas, los casilleros de la polítiquería?
¿Qué
la patria?
¿El gatillo fácil, laguitafácil, la picanafácil,
los pecados los pescados los pesados las pisadas
los pasados errores, las posadas del pecado?
¿los suelditos de votameonocomés?
¿Los colectivos llenos de los actos, los colectivos llenos
de andarse de casa, los trenes blancos, llenos de esosnegritos?
¿Las misas en medio de la peste la peste en la misa la misa
de la peste las pestes en la misa?
¿O las mesas donde boquean las masas las musas y las mozas?
¿Qué la patria?
¿La esma, el sie, la cgt, el pen, la afa, el dni, los hdep,
los gauchos de luxe 4X4, la Sojera Company?
¿Los descamisados con secretaria privada fulltime?
¿Altaenelcielo?
¿Choclo locro polo coso con toco non probo
los pocos chorros con todo?
¿Los churros el mate la lópez pereyra?
¿Qué la patria?
¿Puertomadero?
¿Los patroncitos de las comunas? ¿Los sindicalistas
de la patronal, los patrones de los padrones, los padrinos
en sus padrenuestros del todoesnuestro y nuestronomás?
¿Una sandía en el arroyito mientras se fritan las mojarritas?
¿Qué la patria?
¿Los elegantes del nometoquenelbolsillo?
¿Las estatuas de las plazas, las playas empetroladas
o las ojeras disimuladas en las manos en la cara
de quien busca y no encuentra una gota de aire una gota
de agua una gota de trabajo o día posible?
¿Qué la patria?
¿Los imbéciles delatv? ¿La tvimbécil? ¿Esa máquina imbécil
de clonar imbéciles? ¿Los imbéciles dueños de la tvimbécil?
¿El Bronce que sonríe junando bajo el ala del sombrero?
¿Malena canta el tango?
¿Caminito? ¿San Telmo? ¿La quinta de Olivos? ¿Villa Socorro?
¿El sol del 25 viene asomando?
¿Qué la patria?
¿El Hotel de Inmigrantes?
¿La trágica Patagonia?
¿La Forestal, la ingestión de Roca, La Mansión Seré?
¿Los fusilamientos de José León Suárez?
¿El bombardeo de Plaza de Mayo?
¿Los descamisados o los camisas negras?
¿El déme dos o los dos feroces orejudos,
el petiso y el cipayo?
¿La revolución del Parque?
¿Qué la patria?
¿Anclao en Paris?
¿La felicidad ja ja ja ja?
¿Co-mu-ni-ca-do- nú- me-ro- u-no?
¿Los monseñores de los campos de exterminio?
Como no cobro no tomo no como voto sobro.
¿Qué la patria?
¿Baleros, bolitas, boludos, boleadoras?
¿Borceguíes, busecas, bagayos, bodrios y bajones?
¿El por-algo-será?
¿O juremos con gloria morir?
¿Los pequebúes los yupis, la gilada de la City?
¿Hubo un tiempo que fue hermoso?
Las ollas se machucaban en los griteríos
y corrían espantadas hienas, gusanos
monos con carnet, las especies parásitas
o los parásitos especiales.
Todos corrían a sus cavernas y desde allí
miraban el gentío del quesevayantodos
viento que parecía trueno fundando el mundo.
Fundiéndolo y refundándolo. Fundiéndose.
¿Qué la patria?
¿El lastre de-no-poder con nosotros mismos?
¿Otra vez los todos que debieron irse
son la patria?
¿Qué la patria?
¿El gatillo fácil, laguitafácil, la picanafácil,
los pecados los pescados los pesados las pisadas
los pasados errores, las posadas del pecado?
¿los suelditos de votameonocomés?
¿Los colectivos llenos de los actos, los colectivos llenos
de andarse de casa, los trenes blancos, llenos de esosnegritos?
¿Las misas en medio de la peste la peste en la misa la misa
de la peste las pestes en la misa?
¿O las mesas donde boquean las masas las musas y las mozas?
¿Qué la patria?
¿La esma, el sie, la cgt, el pen, la afa, el dni, los hdep,
los gauchos de luxe 4X4, la Sojera Company?
¿Los descamisados con secretaria privada fulltime?
¿Altaenelcielo?
¿Choclo locro polo coso con toco non probo
los pocos chorros con todo?
¿Los churros el mate la lópez pereyra?
¿Qué la patria?
¿Puertomadero?
¿Los patroncitos de las comunas? ¿Los sindicalistas
de la patronal, los patrones de los padrones, los padrinos
en sus padrenuestros del todoesnuestro y nuestronomás?
¿Una sandía en el arroyito mientras se fritan las mojarritas?
¿Qué la patria?
¿Los elegantes del nometoquenelbolsillo?
¿Las estatuas de las plazas, las playas empetroladas
o las ojeras disimuladas en las manos en la cara
de quien busca y no encuentra una gota de aire una gota
de agua una gota de trabajo o día posible?
¿Qué la patria?
¿Los imbéciles delatv? ¿La tvimbécil? ¿Esa máquina imbécil
de clonar imbéciles? ¿Los imbéciles dueños de la tvimbécil?
¿El Bronce que sonríe junando bajo el ala del sombrero?
¿Malena canta el tango?
¿Caminito? ¿San Telmo? ¿La quinta de Olivos? ¿Villa Socorro?
¿El sol del 25 viene asomando?
¿Qué la patria?
¿El Hotel de Inmigrantes?
¿La trágica Patagonia?
¿La Forestal, la ingestión de Roca, La Mansión Seré?
¿Los fusilamientos de José León Suárez?
¿El bombardeo de Plaza de Mayo?
¿Los descamisados o los camisas negras?
¿El déme dos o los dos feroces orejudos,
el petiso y el cipayo?
¿La revolución del Parque?
¿Qué la patria?
¿Anclao en Paris?
¿La felicidad ja ja ja ja?
¿Co-mu-ni-ca-do- nú- me-ro- u-no?
¿Los monseñores de los campos de exterminio?
Como no cobro no tomo no como voto sobro.
¿Qué la patria?
¿Baleros, bolitas, boludos, boleadoras?
¿Borceguíes, busecas, bagayos, bodrios y bajones?
¿El por-algo-será?
¿O juremos con gloria morir?
¿Los pequebúes los yupis, la gilada de la City?
¿Hubo un tiempo que fue hermoso?
Las ollas se machucaban en los griteríos
y corrían espantadas hienas, gusanos
monos con carnet, las especies parásitas
o los parásitos especiales.
Todos corrían a sus cavernas y desde allí
miraban el gentío del quesevayantodos
viento que parecía trueno fundando el mundo.
Fundiéndolo y refundándolo. Fundiéndose.
¿Qué la patria?
¿El lastre de-no-poder con nosotros mismos?
¿Otra vez los todos que debieron irse
son la patria?
¿Qué la patria?
¿Los
eslabones perdidos caminan
por el salón de los pasos perdidos?
¿Dónde está el futuro?
¿Más adelante? ¿En esta o aquella dirección?
¿Detrás de un árbol jugando a las escondidas
con nosotros niños
de “un pais jardín de infantes”?
Qué la patria?
¿Sólo todos los pocos cosos con oro?
¿Cada mañana a trabajar, sal, santa paz,
a casa, calma, pantalla banana, hasta mañana?
por el salón de los pasos perdidos?
¿Dónde está el futuro?
¿Más adelante? ¿En esta o aquella dirección?
¿Detrás de un árbol jugando a las escondidas
con nosotros niños
de “un pais jardín de infantes”?
Qué la patria?
¿Sólo todos los pocos cosos con oro?
¿Cada mañana a trabajar, sal, santa paz,
a casa, calma, pantalla banana, hasta mañana?
¿Qué
la patria?
¿“libros no, alpargatas si”?
¿La patria es la Casa de Gobierno?
¿Los viáticos especiales y los fondos reservados?
¿Los fondos a la izquierda?
¿La derecha omnipresente, aquella
del somos derechos y humanos?
¿“libros no, alpargatas si”?
¿La patria es la Casa de Gobierno?
¿Los viáticos especiales y los fondos reservados?
¿Los fondos a la izquierda?
¿La derecha omnipresente, aquella
del somos derechos y humanos?
¿Qué
la patria?
¿El jardín de la República con tirano a sueldo?
¿El Gran Buenos Aires de la cosa nostra?
¿Bombo, loco, bombo con los monchos, bombo?
¿La santa máscara, plata plata a la santa máscara?
¿No nos preocupemos que los goles ya van a venir?
¿Qué la patria?
¿El jardín de la República con tirano a sueldo?
¿El Gran Buenos Aires de la cosa nostra?
¿Bombo, loco, bombo con los monchos, bombo?
¿La santa máscara, plata plata a la santa máscara?
¿No nos preocupemos que los goles ya van a venir?
¿Qué la patria?
¿La
frustración que trepa el día en su enredadera
contaminada, los pibes invirtiendo la vida recién
estrenada por las avenidas de la limosna?
¿El fosforecente cardumen que no sabe
qué cosa es la patria pero le prende velas
la discursea, enumera, la blande y bastardea
en defensa del american life que debe ser la patria?
¿Los que se cambiaron de vereda porqué
por una moneda baila el mono?
¿Los arrepentidos de haber vivido?
¿Los que en aquella loca juventud fueron comunistas?
¿Los que del Monte evolucionaron a la City?
¿Qué la patria?
¿Caritaspintadas, boquitaspintadas, peligro, recien pintado?
¿Dulcineas que acuchillan a Marat, blancanieves
oficiales demorando la juventud en un pozo negro?
¿Changuitos con la gorrita de los chicagobulls?
¿Las remeritas con la imagen del Che en los shoppings?
¿Qué la patria?
¿Los ricos dicen la lucha de clases es cosa del pasado
y los pobres asienten, si Don, tiene razón?
Y tras cartón, más explotación.
¿El discurso progresista de los congresistas
que viven en los country?
¿Los poetas sagrados que cantan a los gatos
de la primera dama?
¿Un silencio infinito que llega desde el ángulo
sombrío del nomeacuerdo?
¿Los himnos latentes en las rosas, las rosas
marchando hacia el día, el día que se abre
como un pan, el pan que hará justicia?
¿Cuándo la patria?
contaminada, los pibes invirtiendo la vida recién
estrenada por las avenidas de la limosna?
¿El fosforecente cardumen que no sabe
qué cosa es la patria pero le prende velas
la discursea, enumera, la blande y bastardea
en defensa del american life que debe ser la patria?
¿Los que se cambiaron de vereda porqué
por una moneda baila el mono?
¿Los arrepentidos de haber vivido?
¿Los que en aquella loca juventud fueron comunistas?
¿Los que del Monte evolucionaron a la City?
¿Qué la patria?
¿Caritaspintadas, boquitaspintadas, peligro, recien pintado?
¿Dulcineas que acuchillan a Marat, blancanieves
oficiales demorando la juventud en un pozo negro?
¿Changuitos con la gorrita de los chicagobulls?
¿Las remeritas con la imagen del Che en los shoppings?
¿Qué la patria?
¿Los ricos dicen la lucha de clases es cosa del pasado
y los pobres asienten, si Don, tiene razón?
Y tras cartón, más explotación.
¿El discurso progresista de los congresistas
que viven en los country?
¿Los poetas sagrados que cantan a los gatos
de la primera dama?
¿Un silencio infinito que llega desde el ángulo
sombrío del nomeacuerdo?
¿Los himnos latentes en las rosas, las rosas
marchando hacia el día, el día que se abre
como un pan, el pan que hará justicia?
¿Cuándo la patria?
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29 – ENSAYO
PABLO
PANIAGUA
(Zamora-Michoacán-México)
“El
Borges hablado, ese Borges de conversaciones, de conferencias, de entrevistas,
y también el de los ensayos y las críticas, siempre me ha parecido pobre, y más
bien superficial. En Argentina me citaban a menudo como excelentes las frases
ingeniosas de Borges. Pues bien, siempre sufría una decepción. Aquello sólo era
literatura, y ni siquiera de la mejor.” Witold Gombrowicz
Así
de fuerte suena: “Yo, me meo en Borges”. He de reconocer que soy punk. “No hay
futuro” gritaba Johnny Rotten, y estoy de acuerdo con él. Miro a mi alrededor y
comprendo a la perfección Del inconveniente de haber nacido de Emile Cioran. No
hay futuro, eso lo tengo claro, y para expresar dicho sentimiento me meo en
Borges, en el pedestal donde le tienen como si fuera un dios, como perro
callejero; y también me cago sobre su broncínea imagen, con corrosivo
excremento blanco de paloma. Y es que Jorge Luis Borges encarna la tradición de
una “cultura oficial” semejante a una excrecencia del sistema fracasado que nos
gobierna: icono que ahora me permito derribar.
Detesto
al Borges que apoyó con vehemencia a las dictaduras militares de Argentina y
Chile; condeno al Borges clasista que miraba con desprecio a los obreros y
trabajadores que sacaban adelante a sus familias con sueldos de miseria;
censuro al Borges apegado a la élite institucional y cultural de su país; no me
gusta el Borges continuador de una tradición literaria sin rupturas; maldigo al
Borges incapacitado para escribir una novela; me avergüenzo del Borges sumiso
ante las faldas de su madre, al Borges con complejo de Edipo; no me gusta el
Borges impotente sexual, el asexuado, el que nunca supo comprobar la humedad de
una vagina; rechazo al Borges formal y modesto en apariencia, el hipócrita de
voz tierna, el Borges simulador que al final nos desenmascara Bioy Casares;
desprecio al Borges ataviado con saco y corbata, con el atuendo de la
formalidad, el que ya siendo un adulto pedía permiso a su madre para llegar
tarde o salir con una mujer.
Reconozco
que Jorge Luis Borges escribió cuentos maravillosos, pero en su producción no
todos alcanzan dicha excelencia: en ellos se distingue la misma estrategia
repetida hasta la saciedad, el truco y el artificio, la pirotecnia. Borges fue
capaz de escribir los mejores cuentos pero también los peores, tanto como el
mismo Aleph que lo representa: una mediocre narración con un final para
asombrar a los tontos. Pero incluso, ahí, la crítica no condena ese monumento
de cartón piedra: la percepción de un escritor sobrevalorado. Si la figura del
intelectual contemporáneo se significa por su independencia frente al poder,
cuestionar la realidad, capacidad de disentir y generar corrientes de opinión,
en Borges predomina lo contrario, pues él personifica al escritor sumiso ante
el poder, el que acepta los convencionalismos sociales, el cobarde que rechaza
el sexo, el escritor de buena factura estilística que se vende al sistema para
justificarlo, o sea, el antiintelectual perfecto. Si otros escritores miraban
hacia fuera, hacia el mundo para explicarlo o analizarlo, viendo la creación
literaria como un canto a la libertad, Borges, por el contrario, se canta a sí
mismo, sólo especula con las ideas rechazando cualquier posición crítica, para
así asumirse como el escritor de la oficialidad, razón por la cual a Borges se
le ha perdonado todo: sus coqueteos y alabanzas para las dictaduras militares
de derechas, las que proponía, como teórico de lo abismal, para todo el
continente Americano y acaso para el mundo. A Borges, repito, se le ha
perdonado todo, no como a Ferdinand Céline por su antisemitismo y muy a pesar
de haber escrito un monumento literario como Viaje al fin de la noche, donde
asume el papel del intelectual genuino que tanto molesta al poder.
“Yo,
me meo en Borges”, insisto. Soy punk y prefiero la otra tradición, la que
siempre cuestiona, la que se enfrenta al poder, la malportada, la directa, la
inconformista, la iconoclasta… Prefiero a Franz Kafka con sus novelas
inacabadas, a Henry Miller durmiendo al cobijo de un puente en París, a Antonin
Artaud en el manicomio, a Allen Ginsberg redactando Aullido bajo los efectos
del LSD, a Jack Kerouac de viaje hacia California por la Ruta 66, a William S.
Burroughs quemando en una cuchara su dosis de heroína, a Jim Morrison en
éxtasis sobre el escenario, al profeta Bob Marley con sus canciones de amor y
paz, a Johnny Rotten gritando “no hay futuro” y al replicante albino de Blade
Runner muriendo bajo la lluvia.
Cuando
te enfrentas a Borges como lector te deslumbra, pero cuando lo haces como escritor
descubres sus trucos, sus debilidades de estilo, y la tan mentada “inteligencia
borgiana” se transforma es una pose, una simulación bien disfrazada, pues esa
inteligencia de desploma con el Borges antiintelectual que justifica, con
razones míseras, superficiales y torpes, a las dictaduras militares de derechas
que pisotearon la democracia y la libertad. Yo, me meo en Borges. Viajo hasta
el cementerio en la ciudad Ginebra, allí donde está enterrado, y lo hago sobre
su tumba. Soy punk. Prefiero mil veces a Omar Viñole con su vaca y sus escritos
irreverentes, y al Witold Gombrowicz marginal con sus rupturas experimentales
diciendo: “Maten a Borges”.
Con
este escrito sé que importuno a las mentes convencionales, pero no voy a
permanecer callado, prefiero mil veces seguir meándome en Borges una y otra
vez, seguir escribiendo lo que siento y pienso, a pesar del parecer de los
alienados por el sistema y su cultura oficial. “A mí, no me dan gato por
liebre.”
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30 – CUENTO
GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
ANATOMÍA DE LA MANO
Por
el tunel del carpo pasan los cuatro tendones del flexor profundo de los dedos,
los cuatro tendones del flexor superficial de los dedos, el tendón del flexor
largo del pulgar y el nervio mediano.
La
mano duerme en la oscuridad. La oscuridad es una textura grumosa de partículas
impalpables hechas de sombra. Sombra que se estira y se encoge alrededor de la
mano y se extiende mucho más allá de la mano hasta donde la textura grumosa se
parece mucho a un alquitrán espeso listo para volcar sobre el tramo de
carretera donde los baches ponen en peligro la estabilidad de los camiones. La
mano sueña inmersa en la oscuridad. Rodeada por la oscuridad sueña la mano.
Sueña que el tendón del flexor profundo de su dedo índice señala con voluntad
judiciaria algo que la mano no percibe con claridad pero adivina más allá de la
sombra. La oscuridad no tiene manos ni carpos ni tendones ni flexores pero
dormita a la espera del advenimiento de vendavales y desgracias que contraigan
los flexores de la mano que retuerzan la ambición y precipiten cataratas de
resentimiento a través del túnel del carpo. La sombra no se conforma con rodear
la mano. La sombra sueña con deslizarse como una corriente oscura dentro de los
tendones y los nervios que gobiernan los movimientos de la mano. La sombra
sospecha que si empieza dominando los movimientos de la mano, algún día llegará
a dominar a la cabeza que gobierna las ambiciones de la sombra. La mano sonríe
dentro del sueño porque necesita la fuerza de la sombra para hacerse de la luz
y la energía que controlan la cabeza. La cabeza pronuncia una palabra y los
protones blancos de la luz rodean a los electrones negros de la sombra. Los
camiones naufragan en un bache de brea sin esperanza y sin orillas. El filo de
una uña traza relámpagos en la oscuridad. La mano relaja sus tensores y todos
los flexores y cae al bache de alquitrán debajo de las ruedas para más nunca.
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31 – POESÍA ALLENDE EL MAR
DOLORS
ALBEROLA
(Valencia-España)
UNICORNIO EN BAGDAD
Miran negras mujeres con niños en sus brazos,
enjutísimos rostros con la pena,
con la sonrisa estática,
mas todavía aprietan en sus manos
el clavo del amor. Miran, tales viudas
de una guerra perenne. Hoy, en Bagdad,
saquean los ladrones la alegría.
Cementerios de cosas destrozadas,
fuegos que nunca nadie robara. Prometeos
absurdos amarrados
a un delirio, y ciegos, muchos ciegos.
La criatura, rota,
igual que un vil cadáver, que un guiñapo
-una niña doliente que ya no es ni niña-,
la muerte, abierta en cruz, con sondas en sus manos,
y al lado una muchacha, camiseta y vaqueros
-fruto de una costumbre del progreso-
donde se lee “Unicorn , made in U.S.A.”.
La niña con los rostros de otros niños muriendo.
La niña, sin futuro, la ciudad calcinada.
Estrechos corredores de hospital,
vertederos insólitos,
guerra, no más que guerra, guerra, guerra,
y la sangre corriendo por las calles,
la multitud corriendo por las calles,
los ladrones haciendo de Bagdad
una noche de fuegos impertérritos.
Las mujeres, de negro, con muertos en sus faldas,
muertos que aún respiran,
con cuerpos que ya nunca podrán tener seis años,
ni amor en sus caderas ni abalorios
sobre esos pechos jóvenes que nunca
florecerán. Los pubis de esas madres vertieron
cadáveres a un mundo miserable.
Negras mujeres, rosas
con pétalos sangrientos en sus brazos,
y la joven que lleva el unicornio,
y el terror en sus ojos, nada dice,
porque, a veces, las guerras
no son cosa de nadie. Los ladrones
se alejan con las vidas y en el suelo
quedan sacos de yute con letreros
rezando “Made in U.S.A.” y sangre, mucha sangre,
corriendo por los ojos y los labios.
DOMUS
MISERICORDIAE
y se nos cae el pueblo
se nos cae la vida en tanto hileras de menesterosos piden
carnet en mano la augusta concesión del paro
se nos cae la cara de la dicha
la cara del deseo de saber en qué y en cómo malgastamos la vida
la cara de los niños se nos queda más chica
y se nos cae el pueblo
se nos cae el derecho que nos trajo a nacer en otros márgenes
en los ríos convexos que no traducen agua
en las alas vencidas de un vencejo que forcejea el vuelo
se nos cae la noche
se nos derrite el cielo y la lluvia nos huye
y se está ahogando el mar
el mar que nos contuvo y ahora nos reclama
hacia esa arena térrea de los días perdidos
se está volando el viento y en sus alas discurren
amplias generaciones de poetas silentes
de callados pintores que odian gritos
guerras
trasnochadas liturgias en días de descanso
se está fundiendo el tiempo
se nos cae hasta el pueblo
se nos cae la pluma y a su silencio arriba un infante que muere
un humano que salta y en su volar explota
un arcángel que llora y de su luz emerge más fuerte aún lo incierto
se nos cae la casa e incluso aquel ventano donde dormía el gato
se nos cae el impuesto como una gota fría
se nos muere la voz y en sus entierros renacen las ciudades
se nos cae hasta el pueblo se nos cae hasta el pueblo
y se nos cae el pueblo
se nos cae la vida en tanto hileras de menesterosos piden
carnet en mano la augusta concesión del paro
se nos cae la cara de la dicha
la cara del deseo de saber en qué y en cómo malgastamos la vida
la cara de los niños se nos queda más chica
y se nos cae el pueblo
se nos cae el derecho que nos trajo a nacer en otros márgenes
en los ríos convexos que no traducen agua
en las alas vencidas de un vencejo que forcejea el vuelo
se nos cae la noche
se nos derrite el cielo y la lluvia nos huye
y se está ahogando el mar
el mar que nos contuvo y ahora nos reclama
hacia esa arena térrea de los días perdidos
se está volando el viento y en sus alas discurren
amplias generaciones de poetas silentes
de callados pintores que odian gritos
guerras
trasnochadas liturgias en días de descanso
se está fundiendo el tiempo
se nos cae hasta el pueblo
se nos cae la pluma y a su silencio arriba un infante que muere
un humano que salta y en su volar explota
un arcángel que llora y de su luz emerge más fuerte aún lo incierto
se nos cae la casa e incluso aquel ventano donde dormía el gato
se nos cae el impuesto como una gota fría
se nos muere la voz y en sus entierros renacen las ciudades
se nos cae hasta el pueblo se nos cae hasta el pueblo
domus
meretricis
te ofrezco la maraña de mis noches como un fino cabello
allí te invito pues a desnudarte entero
a gritar las verdades sin que el pánico recubra tus tejidos
atrévete repito
di que no a tanta guerra a tanto labio muerto
y derramado
di que no a ese fervor de los que llaman héroes en campos de batalla
di que la vida es bella y la estamos cagando con el miedo
con el miedo a gritar a revelarnos puros
a decir que los muros nos sobran que nos sobran los números
que queremos ser ícaro juan salvador gaviota
que abajo bombarderos que nos sobran las alas
que nos basta la pluma para engendrar más sueños
que la tarde es angosta y pasa un rayo de luz por las ventanas
que levantan los árboles en medio de los bosques
te ofrezco la maraña de mis tardes como un pubis inmenso y vespertino
ahí ahí te invito entero a derramarte
a componer los himnos de tu carne y recitar los versos de tus dudas
ahí crece un jardín y en sus remansos retoza la alegría
a cada instante
allí elevamos pájaros tormentas de cristal vocabularios densos
compartidos
ya me queman los días que pasados anulan tantos seres de mil formas
y me quema el silencio y tantas voces que no sirven de paz
que van diciendo estupideces huecas como letras podridas en su alambre
ya me atrae el después
el simple ahora
las calles de los sueños
los fantasmas de un futuro que nace y con un diente
nos pide ver crecer en nuestros brazos
y me atrae ese frío de la arena y esa tierra mojada de la playa
y me atrae ese lago que en tu vientre es más humano aún
que todas las verdades
te ofrezco la maraña de mis noches como un fino cabello
allí te invito pues a desnudarte entero
a gritar las verdades sin que el pánico recubra tus tejidos
atrévete repito
di que no a tanta guerra a tanto labio muerto
y derramado
di que no a ese fervor de los que llaman héroes en campos de batalla
di que la vida es bella y la estamos cagando con el miedo
con el miedo a gritar a revelarnos puros
a decir que los muros nos sobran que nos sobran los números
que queremos ser ícaro juan salvador gaviota
que abajo bombarderos que nos sobran las alas
que nos basta la pluma para engendrar más sueños
que la tarde es angosta y pasa un rayo de luz por las ventanas
que levantan los árboles en medio de los bosques
te ofrezco la maraña de mis tardes como un pubis inmenso y vespertino
ahí ahí te invito entero a derramarte
a componer los himnos de tu carne y recitar los versos de tus dudas
ahí crece un jardín y en sus remansos retoza la alegría
a cada instante
allí elevamos pájaros tormentas de cristal vocabularios densos
compartidos
ya me queman los días que pasados anulan tantos seres de mil formas
y me quema el silencio y tantas voces que no sirven de paz
que van diciendo estupideces huecas como letras podridas en su alambre
ya me atrae el después
el simple ahora
las calles de los sueños
los fantasmas de un futuro que nace y con un diente
nos pide ver crecer en nuestros brazos
y me atrae ese frío de la arena y esa tierra mojada de la playa
y me atrae ese lago que en tu vientre es más humano aún
que todas las verdades
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32 – SANTAFESINOS EN LA MEMORIA
ROBERTO
FONTANARROSA
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
AFORISMOS
DE ERNESTO ESTEBAN ECHENIQUE
Cinco
años han pasado desde la muerte de Roberto Fontanarrosa.
Hoy
compartimos unos aforismos del libro Nada del otro mundo.
No
juzgar a los hombres por sus actos. Condenarlos.
La
perfección es obsesiva. Y eso es un defecto.
También
el rudo buey fue débil cordero.
Haz
como el beduino, que arma su tienda y no se queja.
Si
tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda… desconfía de su amistad.
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33 – CUENTOS BREVES
IRMA VEROLÍN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
BALCONES
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
BALCONES
Se espiaban de balcón a balcón a media tarde cuando
ella salía a regar sus plantas y él a leer el diario. Los días pasaban serenos
y ni un saludo, ni un gesto, nada. Sin mirarse directamente cada uno sabía que
el otro estaba allí. Ella con su delantal manchado y él con sus lentes pegados
con cinta scotch. La distancia resultaba perfecta. Después, cada uno en su
pequeño departamento imaginaba la vida del que fue espiado con mucha ilusión.
Una sola, una única vez se cruzaron en la calle y no se reconocieron, quizá por
el calor del asfalto, el ruido de los coches o el exceso de hollín.
EL
VIAJE
Cuenta mi abuela que en año veintiocho ella iba
con su hija en brazos en el asiento delantero de un coche Fort T. Quien
manejaba era un vecino acaudalado que había insistido en llevarlas hasta un
campo cercano. Cruzaron la ciudad y de pronto: una embestida. El coche había
chocado con un carro a caballo. La cabeza del caballo entró por la ventanilla
abierta y su respiración de animal, pegajosa, densa, se confundió
con la de mi abuela, entrecortada o balbuceante. Los hombres discutían
afuera, y el caballo respirando. Mi abuela sólo dice recordar eso y después
casi nada. Salvo que su niña murió aquel verano. Aliento de animal tiene la
vida, dice mi abuela.
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34 – ENSAYO
PAULA
BRUNO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
APUNTES
HISTORIOGRÁFICOS
SOBRE
LA HISTORIA DE LA CULTURA
I.
INTRODUCCIÓN
El
objetivo del siguiente trabajo es revisar algunas cuestiones vinculadas con la
historia cultural, para lo cual focalizamos la atención en su historicidad, en
sus vertientes más destacadas y en sus rasgos particulares y distintivos.
El
texto se abre con algunas consideraciones generales acerca del concepto de
“cultura”, con la intención de evidenciar la pluralidad de significados que
puede denotar el concepto en cuestión y tomar distancia de la naturalización de
su significado.
Posteriormente,
se realiza un recorrido cronológico de la historiografía de la historia de la
cultura, poniendo el énfasis en algunas etapas de la misma. La concreción de
este recorrido, que abarca más de un siglo, permite rastrear y evidenciar las
rupturas y las continuidades existentes en lo que respecta a las formas de
abordaje de la cultura concretadas por los historiadores profesionales. El
seguimiento de este itinerario está dividido en tres bloques temporales que
están relacionados estrechamente con las transformaciones de los contextos de
producción y, simultáneamente, con las repercusiones de estos cambios en el
interior del ámbito de la disciplina histórica.
La
primera etapa que describimos –de comienzos del siglo XIX a 1930,
aproximadamente- se caracteriza por el predominio de una concepción de la
historia muy ligada a los ámbitos del poder, cuyos relatos ponen el acento en
la historia de carácter excluyentemente político. La segunda etapa –desde la
segunda posguerra hasta la década de 1980- tiene como rasgo característico la
preponderancia de explicaciones históricas que apuntan a dar prioridad a lo
sociocultural y lo económico. Por último, presentamos una tercera etapa -que
llega hasta nuestros días-, cuyo rasgo central es la de presentar un gran
abanico de perspectivas posibles a la hora de concretar y de difundir los
estudios históricos referidos a la cultura.
Mientras
realizamos esta exploración, procuramos evidenciar cómo las distintas
acepciones del concepto de cultura y sus recepciones variadas en diferentes
contextos de producción incidieron en el ámbito de la configuración de los
conocimientos históricos.
II.
CONSIDERACIONES PREVIAS ACERCA DEL CONCEPTO DE “CULTURA”
El
concepto de “cultura” presenta una polisemia prácticamente inabarcable, a lo
cual debe sumarse la variación del término a lo largo de la historia y la
variedad de definiciones que el mismo asume en diversos marcos geográficos.
Intentando ilustrar esta polisemia, a continuación presentamos dos definiciones
de este concepto que pueden polarizarse y que nos permiten intuir la gran
variedad de matices potencialmente existentes entre ambas [1] .
El
significado más tradicional de la palabra “cultura” se refiere a un cierto
nivel educativo, a atributos relacionados con el placer por escuchar clásicos
musicales o concretar lecturas de obras cumbres de la literatura, o bien, a
cierto estilo de consumo y pautas de comportamiento. Dentro de esta
perspectiva, la cultura aparece como un elemento privativo de los grupos
sociales privilegiados. Es decir, se entiende el término cultura como sinónimo
de la expresión “cultura alta” o “cultura de elite”.
Asumir
esta noción condujo, por mucho tiempo, a concretar una historia cultural que se
traducía en una historia de elites o de grupos dirigentes. Todas las
manifestaciones provenientes de los otros sectores de la población quedaban en
un segundo plano siendo consideradas parte de un todo amorfo que no merecía ser
abordado en forma sistemática ni analítica.
Este
concepto tradicional de cultura comenzó a ser cuestionado desde distintos
ángulos, en el contexto europeo, en el escenario de la segunda posguerra. Desde
las diferentes disciplinas sociales se empezó a prestar mayor atención a las
expresiones de carácter cultural de los múltiples y heterogéneos segmentos que
configuran sociedades complejas.
Esta
actitud de apertura se relacionó estrechamente con los avances que tuvieron
lugar en el campo de la antropología, en tanto disciplina social [2] , y también con la difusión de las
producciones historiográficas de la corriente de historiadores marxistas
ingleses [3] –como Edward P. Thompson, Eric
Hobsbawm y Christopher Hill-. Desde la perspectiva sostenida por estos últimos,
se hacía necesario prestar atención a la historia de "los de abajo",
a sus acciones, a sus representaciones y a sus prácticas. Por tanto, la cultura
de estos sectores, anteriormente excluidos del escenario, se convirtió en un
objeto de estudio privilegiado dentro del campo de sus análisis y de los de un
número significativo de historiadores [4] .
Estas
transformaciones en el campo de las Humanidades, entre tantas otras,
repercutieron fuertemente en lo concerniente al concepto que nos ocupa, y así
se comenzó a modelar una ampliación de la definición de lo que significa
“cultura”. De esta forma, se delineó una noción del término que en la
actualidad cuenta con mayor aceptación y difusión; ésta hace referencia a la
cultura como una especie de marco que contiene las formas de pensamiento, las
creencias y las prácticas, las actividades cotidianas, los objetos realizados
por distintos grupos sociales, las formas en que se establecen relaciones
interpersonales, los hábitos, las costumbres, las tradiciones, entre otros
elementos.
Asumiendo
esta perspectiva, la cultura dejó de ser patrimonio exclusivo de un sector
social y pasó a ser acervo de la sociedad toda, es decir, un elemento que
configura las identidades colectivas. Así, se ha asumido que la cultura es
constitutiva de la sociedad en su conjunto, pese a que cada uno de los sectores
que la componen puede contar con sus propias lógicas culturales.
Complementariamente,
debe considerarse que si bien el proceso de globalización abarca las diversas
esferas de la vida humana, existe “por debajo” de este fenómeno una realidad
cargada de heterogeneidad y de fragmentaciones que afloran en el intrincado
conglomerado de diversidades sociales, económicas, étnicas y religiosas
existentes [5] y ponen en evidencia que el
escenario mundial configurado a lo largo del siglo XX se complejizó en forma
muy significativa.
Todos
estos procesos socio-históricos repercutieron en la conformación y difusión del
segundo concepto de cultura que elegimos presentar como concepto ampliado y
diferenciado del primero. La adopción del mismo produjo como efecto un
despliegue del abanico de objetos de estudio a abordar por quienes realizan una
historia cultural u otros estudios culturales.
Considerando
este paisaje ampliado de objetos de estudio -que abarcan desde las prácticas
más cotidianas hasta las creencias más inconscientes- que los historiadores
culturales transitan actualmente, decidimos hacer hincapié en esta exposición
en uno de los objetos que ocupará –y ocupa- un rol central en los cambios
protagonizados por la historia cultural: las ideas. Complementariamente,
realizamos algunas referencias a otro objeto destacado: las imágenes, con el
fin de visualizar cierto registro compartido de transformaciones. La elección
de estos elementos encuentra su fundamento en un principio: ambos elementos se
nos presentan como actividades inherentes a la humanidad y son manifestaciones
distintivas de la misma.
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35 – POESÍA ALLENDE EL MAR
FEDERICO
GARCÍA LORCA
(Fuente
Vaqueros-Granada-España)
TU
INFANCIA EN MENTÓN
Si,
tu niñez ya fábula de fuentes.
Jorge Guillén
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Tu soledad esquiva en los hoteles
y tu máscara pura de otro signo.
Es la niñez del mar y tu silencio
donde los sabios vidrios se quebraban.
Es tu yerta ignorancia donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.
Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruina, te afilabas
para los breves sueños indecisos.
Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
índices y señales del acaso.
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan.
Pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que no te entiende,
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que llevas.
Allí, león, allí furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.
Si, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Jorge Guillén
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Tu soledad esquiva en los hoteles
y tu máscara pura de otro signo.
Es la niñez del mar y tu silencio
donde los sabios vidrios se quebraban.
Es tu yerta ignorancia donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.
Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruina, te afilabas
para los breves sueños indecisos.
Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
índices y señales del acaso.
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan.
Pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que no te entiende,
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que llevas.
Allí, león, allí furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.
Si, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
NORMA
Y PARAÍSO DE LOS NEGROS
Odian la sombra del pájaro
sobre el pleamar de la blanca mejilla
y el conflicto de luz y viento
en el salón de la nieve fría.
Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida,
la aguja que mantiene presión y rosa
en el gramíneo rubor de la sonrisa.
Aman el azul desierto,
las vacilantes expresiones bovinas,
la mentirosa luna de los polos.
la danza curva del agua en la orilla.
Con la ciencia del tronco y el rastro
llenan de nervios luminosos la arcilla
y patinan lúbricos por aguas y arenas
gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.
Es por el azul crujiente,
azul sin un gusano ni una huella dormida,
donde los huevos de avestruz quedan eternos
y deambulan intactas las lluvias bailarinas.
Es por el azul sin historia,
azul de una noche sin temor de día,
azul donde el desnudo del viento va quebrando
los camellos sonámbulos de las nubes vacías.
Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan la desesperación de la tinta,
los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles
y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas.
ODA
AL REY DE HARLEM
Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Tenía la noche una hendidura
y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre,
y los muchachos se desmayaban
en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata
junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón
por las heladas montañas del oso.
Aquella noche el rey de Harlem,
con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.
Negros, Negros, Negros, Negros.
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.
Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.
Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.
Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.
A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.
Negros, Negros, Negros, Negros.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
DANZA
DE LA MUERTE
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo viene del África a New York!
Se fueron los árboles de la pimienta,
los pequeños botones de fósforo.
Se fueron los camellos de carne desgarrada
y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.
Era el momento de las cosas secas,
de la espiga en el ojo y el gato laminado,
del óxido de hierro de los grandes puentes
y el definitivo silencio del corcho.
Era la gran reunión de los animales muertos,
traspasados por las espadas de la luz;
la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza
y de la gacela con una siempreviva en la garganta.
En la marchita soledad sin honda
el abollado mascarón danzaba.
Medio lado del mundo era de arena,
mercurio y sol dormido el otro medio.
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
!Arena, caimán y miedo sobre Nueva York!
Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío
donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.
Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,
con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,
acabó con los más leves tallitos del canto
y se fue al diluvio empaquetado de la savia,
a través del descanso de los últimos desfiles,
levantando con el rabo pedazos de espejos.
Cuando el chino lloraba en el tejado
sin encontrar el desnudo de su mujer
y el director del banco observando el manómetro
que mide el cruel silencio de la moneda,
el mascarón llegaba al Wall Street.
No es extraño para la danza
este columbario que pone los ojos amarillos.
De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso
que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.
El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,
ignorantes en su frenesí de la luz original.
Porque si la rueda olvida su fórmula,
ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos:
y si una llama quema los helados proyectos,
el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.
No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.
El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,
entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados
que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces,
¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,
tendida en la frontera de la nieve!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York!
Yo estaba en la terraza luchando con la luna.
Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.
En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.
Y las brisas de largos remos
golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.
La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro
para fingir una muerta semilla de manzana.
El aire de la llanura, empujado por los pastores,
temblaba con un miedo de molusco sin concha.
Pero no son los muertos los que bailan,
estoy seguro.
Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.
Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;
son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,
los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,
los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,
los que beben en el banco lágrimas de niña muerta
o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.
¡Que no baile el Papa!
¡No, que no baile el Papa!
Ni el Rey,
ni el millonario de dientes azules,
ni las bailarinas secas de las catedrales,
ni constructores, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.
Sólo este mascarón,
este mascarón de vieja escarlatina,
¡sólo este mascarón!
Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,
que ya vendrán lianas después de los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy pronto.
¡Ay, Wall Street!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo escupe veneno de bosque
por la angustia imperfecta de Nueva York!
ANOCHECER
EN CONEY ISLAND
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mi!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.
Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.
New York, 29 de diciembre de 1929
NOCTURNO
DE BROOKLYN BRIDGE
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
PÁGINA
36 - CUENTO
JUAN
RULFO
(Apulco-Jalisco-México)
NOS HAN DADO LA TIERRA
Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.
Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:
-Son como las cuatro de la tarde.
Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: "Somos cuatro". Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos, pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más que este nudo que somos nosotros.
Faustino dice:
-Puede que llueva.
Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: "Puede que sí".
No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.
Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.
¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?
Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.
No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.
Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.
Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con "la 30" amarrada a las correas. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina.
Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tapetate para que la sembráramos.
Nos dijeron:
-Del pueblo para acá es de ustedes.
Nosotros preguntamos:
-¿El Llano?
- Sí, el llano. Todo el Llano Grande.
Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano.
Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:
-No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.
-Es que el llano, señor delegado...
-Son miles y miles de yuntas.
-Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
-¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.
- Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
- Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.
- Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el Llano... No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho... Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos...
Pero él no nos quiso oír.
Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terregal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.
Melitón dice:
-Esta es la tierra que nos han dado.
Faustino dice:
-¿Qué?
Yo no digo nada. Yo pienso: "Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos."
Melitón vuelve a decir:
-Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas.
-¿Cuáles yeguas? -le pregunta Esteban.
Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él. Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.
Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto:
-Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?
-Es la mía- dice él.
-No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?
-No la merqué, es la gallina de mi corral.
-Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?
-No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.
-Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.
Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:
-Estamos llegando al derrumbadero.
Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no golpearle la cabeza contra las piedras.
Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajara por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.
Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes. Eso también es lo que nos gusta.
Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.
Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.
-¡Por aquí arriendo yo! -nos dice Esteban.
Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.
La tierra que nos han dado está allá arriba.-
CONTRATAPA:
NOTAS DE PARÍS
IRMA
BIGNON
(Santa
Fe-Argentina)
FRANÇOISE
D´AUBIGNÉ Y LA ESCUELA DE SAINT-CYR
Nació en Niort, capital del departamento Deux-Sèvres en la región de Poitou, el
27 de noviembre de 1635.
Nieta del célebre escritor calvinista Agrippa
d´Aubigné, perdió muy pronto a sus padres y fue criada por su madrina Madame de
Neuillant, quien la ubicó en el convento de las Ursulinas para
que renunciara a su fe calvinista y
se volviera a convertir al catolicismo.
Ni bien cumplido sus 16 años, la casó con el poeta Paul
Scarron, veinticinco años mayor que ella, lisiado,
grotesco, de corazón tierno y de
humor alegre. Lisiado y grotesco, estamos de acuerdo. Pero fue también
uno de los hombres más espirituales de su tiempo.
Con él, Françoise comenzó a frecuentar los salones donde se reunían los grandes
escritores. Entre las damas, conoció a Madame de Sévigné, a Madame
de la Fayette, a Mme. de Grignan, Mme. de Scudery, así como a novelistas,
críticos y autores del momento.
Scarron se enamoró perdidamente de su esposa. Su único deseo era verla feliz.
Su esposa amaba los salones donde se reunian los escritores a hablar de libros
y ediciones.
Pues,
entonces, él comenzó a reunir escritores en su casa.
Convertida en Madame Scarron, ella fue la dama principal del salón abierto de
su marido, rápidamente frecuentado por gente de letras.
Paul Scarron enfermó y murió el 7 de octubre de 1660. Las deudas se
fueron acumulando.
A los veinticinco años, viuda y sin recursos, su situación era penible.
Pero ella se impuso por su dignidad y sobre todo, por sus eminentes
cualidades de educadora. Se sintió feliz de conseguir un trabajo en la
Corte como gobernanta de los niños del rey Luis XIV.
Para recompensarla, el rey le otorgó las tierras de Maintenon con el título de
marquesa y toda la dignidad moral que ella merecía. Convertirse en Madame
de Maintenon le hizo decir: “Mi felicidad en este momento es brillante”…
Hacía tiempo que había comenzado a interesarse en la educación de las niñas
nobles sin fortuna. En 1684 su anhelo se cumplió y fundó la casa de Saint-Cyr.
Logró alojar cien niñas. Llegó a tener doscientas cincuenta. El rey
consintió en acordar becas y una dote para cada una de ellas.
Su gran preocupación fue siempre la administración de la casa de Saint-Cyr.
Ella misma creaba los reglamentos, preparaba los cursos, elegía las
maestras y los métodos de enseñanza, inspeccionaba, examinaba, daba
instrucciones.
Como educadora, no solamente enseñaba a leer y a escribir sino también creó un
método directo de lecciones de moral, preparando a sus niñas para ser buenas
madres de familia.
De avanzada edad, Madame de Maintenon se retiró diciendo: “Estos muros que
cierran mi alejamiento serán también los que cierren mi tumba”…
Murió en 1719. Sus restos quedaron sepultados en los verdes jardines de
la casa de Saint-Cyr.
Dejó escritas sus memorias en largos capítulos sobre la amistad, cortesía,
alegría, delicadeza, indiscreción; sobre el amor, el matrimonio, la moral.
Se publicaron sus obras con los siguientes títulos: “Cartas y entrevistas sobre
la educación”, “Cartas edificantes”, “Memorias de las damas de Saint-Cyr”.
El alma y el pensamiento de un gran siglo permanecen aún hoy en sus Cartas y
Memorias.
Saint-Cyr
Escuela. Casa de educación creada por
Madame de Maintenon en 1684. Transformada en 1808 en escuela
militar especial por Napoleón Bonaparte. La escuela fue destruida
en 1944 y transferida a Coëtquidan, campo militar al oeste de Francia en
la región de Bretaña. En 1966, en el
lugar de la antigua escuela se encuentra el liceo
militar
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las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente
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