Imágenes:
Beautiful world
PÁGINA
1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
EL
VUELO DE LOS AÑOS
Cuando llega el otoño,
millones y millones de mariposas inician su largo viaje hacia el sur, desde las
tierras frías de la América del Norte.Un río fluye, entonces, a lo largo del cielo: el suave oleaje, olas de alas, va dejando, a su paso, un esplendor de color naranja en las alturas. Las mariposas vuelan sobre montañas y praderas y playas y ciudades y desiertos.
Pesan poco más que el aire. Durante los cuatro mil quilómetros de travesía, unas cuantas caen volteadas por el cansancio, los vientos o las lluvias; pero las muchas que resisten aterrizan, por fin, en los bosques del centro de México.
Allí descubren ese reino jamás visto, que desde lejos las llamaba.
Para volar han nacido: para volar este vuelo. Después, regresan a casa. Y allá en el norte, mueren.
Al año siguiente, cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje…
PÁGINA
3 – NUESTRA POESÍA
HECTOR
BERENGUER
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
SONATA
DE OTOÑO
Es tarde
ya se que no vendrás madre.
El niño ávido que fui
interroga a lo improbable del recuerdo
que parte mi vida
en dos historias.
Yo me arrojé al abismo madre.
Te llamo aun como cuando era de noche y tenía fiebre.
Nunca pude conformarme...
Siento aveces que vivir
es una venganza contra lo vivido.
Es sábado y estoy solo,
es la hora en que se detienen los relojes
la insoportable hora del suicida y del bendito.
Desde las antiguas fotos la vida duerme su sueño eterno
¿Es acaso lo más amado, lo que nos hace vulnerables, lo que nos detiene ?
Releo cartas imposibles de descifrar
la escritura minúscula y ligera
hecha en noches como esta, donde no se tiene nada que perder
porque todo se fue perdiendo lentamente entre nosotros.
Confesiones en francés: Taquigrafía difícil y rápida
mezclada con latín y citas de la biblia.
Incrustaciones de mundos tan diversos
hechas antes de la locura como para que nadie entendiera tus misterios.
Te veo más tarde ya vencida con las uñas moradas
mientras yo me enfermaba por cualquier motivo.
Es duro decirlo
no pude volver nunca más de tus misterios.
Hay un cielo ciego allí donde interpretar la vida
se intenta con el arte y la escritura.
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
GALERIA
CHAJA
CORREA
Nos
criamos juntos
juntos
hicimos
la
primaria entera.
Mientras
íbamos
hacia
la escuela
alborotábamos
pájaros
a
cascotazo limpio.
Hicimos
también
todas
las travesuras
juntos,
menos una.
CHORCHI
LOPEZ
Era
el más rápido
en
todas las carreras
y
la huida al robar las frutas de las quintas.
También
el que se fue
más
rápido.
Tengo
en mis retinas
su
cara redonda
su
flequillo al viento
y
su fácil agilidad
para
treparse los tejidos
y
advertir al dueño
del
hurto
cuando
ya tenía
la
fruta en el bolsillo
HECTOR
DOMINGO
Su
jopito rubio
la simpatía pronta
de
sus ojos pequeños
y
la eterna sonrisa
lo
hacían evidentemente
envidiado
entre
los varones del curso.
Pero
fabulaba mucho
y
el colmo fue cuando
nos
dijo, que desde su casa
se
veían las manadas
de
tigres azules.
PÁGINA 4 – ENSAYO
MARTA DÍAZ PETENATTI
(Elortondo-Santa Fe-Argentina)
CONDUCTAS HUMANAS
Es
interesante observar cómo el ser humano reacciona ante las mismas incidencias.
A veces uno no entiende el por qué de reacciones tan disímiles. ¿Qué hace que
los comportamientos humanos sean tan discrepantes?, ¿qué elemento movilizador
impulsa a actuar de distintas maneras ante la misma situación?
El factor primordial influyente es la genética, sumado a la sociedad donde fue insertado, incluyendo cultura, familia, amistades, institutos educativos, situaciones de vida, creencias religiosas, ídolos, posición económica y un sinnúmero de situaciones que influyen sobre el individuo, van formando el carácter y por ende, la conducta.
La palabra conducta proviene del latín que significa conductus = conducir. Se refiere al modo de conducirse de una persona en las relaciones con los demás según normas morales, sociales y culturales.
Ya Platón dijo que “la sociedad es el medio de vida natural del hombre y el mismo se identifica con su vida social”.
Es imposible seguir enumerando los variables mensurables que influyen en la composición de la conducta, pero lo que sí se puede decir es que todo es incrementable, a veces para bien, otras no.
Existen también fuerzas internas de las que las mismas personas no están conscientes, algunos psicólogos llaman a eso “Inconsciente estructural”, explicando que es aquél que el ser humano trae biológicamente desde su nacimiento, que es una fuerza que nos impulsa a ir en busca de aquello que puede causarnos dolor, que es como un extraño que vive dentro de nosotros y nos hace hacer cosas que “no” queremos hacer.
A veces algunas reacciones o actitudes llegan al consciente, otras no lo hacen jamás. Lo interesante es saber que están ahí y que en cualquier momento podrían llegar a aflorar y a hacernos partícipes de conductas que jamás hubiéramos pensado protagonizar, sin siquiera ser capaz de utilizar nuestros propios frenos inhibitorios.
Es también interesante dilucidar de qué manera los medios de comunicación inciden en las conductas de las personas. ¿Cuántas creen en todo lo que oyen, ven o leen sin siquiera analizarlo?
A veces oímos comentarios increíbles que son considerados como ciertos sólo porque lo han leído o escuchado, sin pensar mínimamente en su cuota de credibilidad. ¿Y la redes sociales?, ¿no influyen acaso en las conductas, especialmente en la de los adolescentes?
En ese punto me pregunto dónde está el raciocinio, la credibilidad, la capacidad propia de pensar y discernir si lo oído es creíble o no, como así también la mesura al comentar si en realidad se desconoce el tema tratado.
¿Quién no se ha dado cuenta de situaciones como ésta?, ¿quién no se ha preguntado alguna vez: ¿Tendrá idea esta persona de lo que está diciendo? ¿cómo puede creer y decir semejante barbaridad?
Y sí, puede, y lo hace porque tiene “su idea”, tan diferente a la de muchos como real para ella.
Entonces me cuestiono nuevamente: ¿Su idea es mejor, peor, o igual que la mía?
Comenzando así la duda, la eterna duda, aquella que movilizó a Descartes al tratar de demostrar su existencia, y es precisamente ahí cuando podemos reconocer las limitaciones del otro, pero también tener la humildad para reconocer las propias.
Debemos aplicar la inteligencia, la capacidad, la aptitud para desmenuzar el problema o situación, entenderla, analizarla y luego dar nuestra opinión, sabiendo aún antes de darla que muy bien puede, o no, ser la verdadera, sabiendo también que la verdad no es absoluta y menos aún en cuestión de interpretaciones, pero sí sabernos perfectibles y que podemos mejorar a lo largo del tiempo en todas nuestras dimensiones.
Si cada cual ocupara su inteligencia, instinto o capacidad para que las conductas sean acordes a todas las situaciones, adaptándolas a ellas y aceptando, explicando, entendiendo, enseñando, quizá el mundo pudiera llegar a ser diferente; quizá la violencia podría evitarse y quizá la paz no sería guerra.
El factor primordial influyente es la genética, sumado a la sociedad donde fue insertado, incluyendo cultura, familia, amistades, institutos educativos, situaciones de vida, creencias religiosas, ídolos, posición económica y un sinnúmero de situaciones que influyen sobre el individuo, van formando el carácter y por ende, la conducta.
La palabra conducta proviene del latín que significa conductus = conducir. Se refiere al modo de conducirse de una persona en las relaciones con los demás según normas morales, sociales y culturales.
Ya Platón dijo que “la sociedad es el medio de vida natural del hombre y el mismo se identifica con su vida social”.
Es imposible seguir enumerando los variables mensurables que influyen en la composición de la conducta, pero lo que sí se puede decir es que todo es incrementable, a veces para bien, otras no.
Existen también fuerzas internas de las que las mismas personas no están conscientes, algunos psicólogos llaman a eso “Inconsciente estructural”, explicando que es aquél que el ser humano trae biológicamente desde su nacimiento, que es una fuerza que nos impulsa a ir en busca de aquello que puede causarnos dolor, que es como un extraño que vive dentro de nosotros y nos hace hacer cosas que “no” queremos hacer.
A veces algunas reacciones o actitudes llegan al consciente, otras no lo hacen jamás. Lo interesante es saber que están ahí y que en cualquier momento podrían llegar a aflorar y a hacernos partícipes de conductas que jamás hubiéramos pensado protagonizar, sin siquiera ser capaz de utilizar nuestros propios frenos inhibitorios.
Es también interesante dilucidar de qué manera los medios de comunicación inciden en las conductas de las personas. ¿Cuántas creen en todo lo que oyen, ven o leen sin siquiera analizarlo?
A veces oímos comentarios increíbles que son considerados como ciertos sólo porque lo han leído o escuchado, sin pensar mínimamente en su cuota de credibilidad. ¿Y la redes sociales?, ¿no influyen acaso en las conductas, especialmente en la de los adolescentes?
En ese punto me pregunto dónde está el raciocinio, la credibilidad, la capacidad propia de pensar y discernir si lo oído es creíble o no, como así también la mesura al comentar si en realidad se desconoce el tema tratado.
¿Quién no se ha dado cuenta de situaciones como ésta?, ¿quién no se ha preguntado alguna vez: ¿Tendrá idea esta persona de lo que está diciendo? ¿cómo puede creer y decir semejante barbaridad?
Y sí, puede, y lo hace porque tiene “su idea”, tan diferente a la de muchos como real para ella.
Entonces me cuestiono nuevamente: ¿Su idea es mejor, peor, o igual que la mía?
Comenzando así la duda, la eterna duda, aquella que movilizó a Descartes al tratar de demostrar su existencia, y es precisamente ahí cuando podemos reconocer las limitaciones del otro, pero también tener la humildad para reconocer las propias.
Debemos aplicar la inteligencia, la capacidad, la aptitud para desmenuzar el problema o situación, entenderla, analizarla y luego dar nuestra opinión, sabiendo aún antes de darla que muy bien puede, o no, ser la verdadera, sabiendo también que la verdad no es absoluta y menos aún en cuestión de interpretaciones, pero sí sabernos perfectibles y que podemos mejorar a lo largo del tiempo en todas nuestras dimensiones.
Si cada cual ocupara su inteligencia, instinto o capacidad para que las conductas sean acordes a todas las situaciones, adaptándolas a ellas y aceptando, explicando, entendiendo, enseñando, quizá el mundo pudiera llegar a ser diferente; quizá la violencia podría evitarse y quizá la paz no sería guerra.
PÁGINA 5 – CUENTO
BEATRIZ
MINICHILLO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
SEXO
ORAL
Todo
empezó por el teléfono. Se hablaban. No se conocían o tal vez se conocían un
poco. Las voces, la tonalidad, el color, algún gesto imaginado en el aire, sólo
imaginado. Más de allí no llegaban.
Intentaron por internet pero la distancia era mayor. No querían llegar a
verse. Lo excitante estaba allí, en las modulaciones, en las pausas. A veces un
silencio hacía temblar esos intervalos, los cargaba de una connotación
especial, una connotación que solo ellos dos sabían descubrir y colonizar.
En
otro momento era el entusiasmo de las sílabas que se agolpaban detrás de los
labios, la lengua que acechaba e irrumpía insolente. Las respectivas historias
fluían en oportunidades como ríos torrentosos, en otras, como tranquilos lagos.
Cuando uno de los dos callaba flotaba en el aire la respiración del otro.
Desplegaban historias pasadas, o recientes, mucho no querían aclarar, a ellos
eso les bastaba. La conversación subía y bajaba como un termómetro ante un
inesperado ataque febril. El mercurio ondulaba, crepitaba, se aquietaba,
siempre en el borde, pero no lo trasponía.
En
alguna ocasión ella podía imaginar un ojo atento, él una mano audaz, se
distraían con eso. Las imágenes detalladas sin embargo, cuidaban su voltaje.
Ahora estaban sintiendo algo conjunto, ahora una suspensión. El en su afán de
seducción se enredaba en sus propias historias, o las repetía. Ella se alegraba
de que no pudiera ver su cara de fastidio en ese instante puntual. Pero al cabo
se reiniciaba el juego y ambos volvían a caer en su abismo ígneo. Uno quizá
quería salir del juego, pero el otro, insistentemente, no se lo permitía. Y los
dos gemían sin gemidos, con una corriente interior que los atravesaba.
Cortaban
la comunicación, pero a los pocos días se reanudaba, como una enfermedad que
deja secuelas y parecía que ninguno de ellos quería curarse. Podría decirse que
no se animaban a darse el alta mutuamente, como dos especialistas muy
conscientes de su trabajo.
El
juego era excitante pero le faltaba un condimento: el tacto. Los dos tal vez lo
deseaban pero al mismo tiempo lo temían. Tenían una imagen somera de cada uno
pero ¿si esa voz que los unía, los elevaba, los hacía transitar por distintas
escalas, fuera solo un fraude? Esa pregunta se la hacían ambos interiormente
pero jamás la manifestaban ante el otro. ¿Si se conocieran no se acabaría el
encantamiento? Como en las mil y unas noches las historias proseguían cada vez
con más entusiasmo y se interrumpían justo en el punto máximo. Ambos quedaban como
suspendidos. Retornaban a sus vidas individuales pero luego volvían a caer en
su costumbre como una especie de círculo vicioso que nunca se cerraba, que
siempre tenía una hendija por la cual escaparse. De tanto intentarlo ya
conocían sus cuerpos sin haberse tocado o casi. Porque era como si las manos o
la boca penetraran realmente las pieles y aún más, respiraran el deseo, un
deseo silencioso que crecía y crecía pero al que ellos sabían ponerle un
límite, aunque el limite se esfumara como un dibujo mojado.
Cuando
algún conocido de cada uno de ellos les mencionaba las palabras sexo oral,
ellos, por separado no podían evitar una sonrisa enigmática. Sexo oral no era
lo que los demás imaginaban o hacían, era esa comunión telefónica que los
acercaba y los alejaba, como si accedieran a casi orgasmos, orgasmos reprimidos
que nunca terminaban porque siempre había un hilo invisible que los sustentaba.
Hasta
que un día decidieron que era ahora o nunca. Se citaron con temor, pero se
citaron. Y se encontraron, primero en un café, se miraron, aunque las miradas
confirmaron lo que ya sabía uno del otro. Luego fueron a un lugar más íntimo,
sin testigos. Se quitaron la ropa. Las manos, los ojos, las bocas, comenzaron
el reconocimiento confirmatorio de tantas sensaciones compartidas por la vía
telefónica. Pero, ¡ay! Los caminos se bifurcaban, los gestos equivocaban la
trayectoria, los ojos se desafiaban, las bocas empezaban a delinear un rictus
que no era el acordado, las manos más que buscarse parecían atacarse, como defendiéndose.
Pero obstinados siguieron adelante y terminaron convencionalmente con una
sonrisa de compromiso. Hasta que uno de los dos no pudo más y soltó las
palabras que se le agolpaban en la garganta: ¿y esto era todo? ¿Llegamos hasta
aquí para esto nada más? El otro no articuló frase alguna. Solo se limitó a
esbozar un gesto, un encogimiento de hombros, una mirada vacía. Y así fue como
ambos, rechazados, confundidos, estafados en su propia persona, decidieron algo
salomónico. No se volverían a ver. Se dedicarían solo al sexo oral, al sexo telefónico, su
sexo oral, el verdadero y cuando alguien les preguntara sobre sus costumbres
sexuales cada uno de ellos, por separado y sin inmutarse dirían: Sí, yo tengo
sexo, sexo del mejor, sexo oral guardando muy bien la acepción oral para el
significado que ambos le daban.
Solamente lo interrumpirían si ocurría algo con la línea telefónica,
pero eso era una posibilidad muy remota. Mientras tanto podían seguir
dedicándose a su pasatiempo favorito: la pornografía oral, una pornografía que
solo ellos entendían. Bastaba con cerrar los ojos, transportarse y sentir, solo
sentir sin sentir. Ese seguramente era el verdadero sexo oral y nadie podía
discutírselos a ellos, que eran expertos en la materia.
PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA
ROLANDO
REVAGLIATTI
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
HACIA LA MONOGAMIA
Giro ahora con 8
como antes lo hiciera con 16
Mañana giraré con 4
pasado solamente con 2
Y por fin con UNA
saludaré
en el atrio.
“TU BOCA PUEDE MÁS QUE MI CORDURA”
Todas
son para mí
la tentación
que me tortura
¡Vaya!
¡Mi cordura!...
Las llamas
me llaman.
LA
FLECHA DE CUPIDO
La flecha de Cupido que tan de lleno
en la garganta me dio
agarganto
¿Y qué naturaleza de poeta Cupido es?
¿Y qué género de poema
al darme
es esta flecha?
ZULMA LILIANA SOSA
(Formosa-Argentina)
¿qué
atraen estas piedras / con su música de jirón calmadas / impresionadas de
asombro frente a la piel de uso diario /al hueso que va y viene, siempre en el
mismo tren / donde solo sobrevive / fuegos que queman en el aire?
no lo se. / quizás, estoy en la hora en que el cielo perdió su sol y yo gané / corazones sin asociaciones turbulentas / comencé a sonreirme / entre nuevos pasos / distraídamente con la ternura de la tierra / y el vino, que sabe tan distinto entre mujeres desnudas / que se abrazan-me abrazan / como si supieran mi hambredad de música / de ternuras vagas.
se que en la casa ví sus ojos sonreírme / con dos palabras / de costado / distraídamente / con la ternura de la tierra...¿ viste Sosa cómo los Diablos se fueron de tu cuerpo / doblaron todos por la misma esquina /y los gatos de tu cara de selva espesa, recuperaron para los días que venían / ese mar de paz que siempre huele en la hora azul donde el amor / sacó a la tarde del otoño de la turbación / un abrazo largo para el siglo de adelante / y una lucecita / encendida para siempre.
no lo se. / quizás, estoy en la hora en que el cielo perdió su sol y yo gané / corazones sin asociaciones turbulentas / comencé a sonreirme / entre nuevos pasos / distraídamente con la ternura de la tierra / y el vino, que sabe tan distinto entre mujeres desnudas / que se abrazan-me abrazan / como si supieran mi hambredad de música / de ternuras vagas.
se que en la casa ví sus ojos sonreírme / con dos palabras / de costado / distraídamente / con la ternura de la tierra...¿ viste Sosa cómo los Diablos se fueron de tu cuerpo / doblaron todos por la misma esquina /y los gatos de tu cara de selva espesa, recuperaron para los días que venían / ese mar de paz que siempre huele en la hora azul donde el amor / sacó a la tarde del otoño de la turbación / un abrazo largo para el siglo de adelante / y una lucecita / encendida para siempre.
PÁGINA 7 – ENSAYO
JORGE
CARRASCO
(Carahue-Chile)
LA
MUJER EN LA OBRA DE BORGES Y NERUDA
Para
nadie es un secreto que Borges y Neruda fueron hombres muy diferentes. Muy
pocas cosas, más allá de la devoción por la obra de Walt Whitman y la
genialidad, los unían. Uno, Borges, acomete la labor de expresar el mundo a
partir de la erudición y el juego intelectual. Neruda prefiere una absorción
material del mundo y rescata del universo cultural sólo su aspecto humano.
Una
diferencia fundamental fue la presencia de la mujer en sus obras. Virginia Wolf
manifestó, a principios de siglo, que los hombres se ocupan más de las mujeres
que éstas de los hombres. Esta verdad, extraída de la historia literaria, no se
puede extraer con regularidad de las obras de todos los autores.
Para
Neruda el amor entre el hombre y mujer es la fuerza que le da sentido a la
existencia. Para Borges, es un elemento más, del cual se puede prescindir sin
alterar sustancialmente el curso del devenir humano.
En
la obra de Neruda la mujer es una protagonista esencial. Es la fuente y la
depositaria de sus pasiones y es la compañera en sus luchas ideológicas. Así lo
plasma en el libro Los versos del Capitán. Y más adelante, cuando el poeta
había entrado en su etapa posmoderna, en el libro La espada encendida concibe,
en el final de la Historia, la salvación de la especie humana a través de la
unión corporal y espiritual del último sobreviviente de la catástrofe terrestre
y de la mujer escapada de la ciudad de los Césares. Es decir, dentro y fuera de
la Historia, la mujer es una fuerza activa, íntegra, imprescindible.
Volodía
Teitelboim, amigo del poeta y uno de sus biógrafos, sostiene: ¨Al menos entre
los poetas contemporáneos en lengua castellana, es el enamorado por
antonomasia. Nadie tocó, nadie por escrito se dejó llevar por el amor con
tantas ganas, con tanta delicadeza y desvergüenza, con tanta diversidad y
obstinación, de principio a fin, de cabeza a pies. El amor le sacudía las
entrañas, pasándole siempre su corriente por el alma. Amó a unas cuantas, por
no decir muchas. A todas las quiso con una sinceridad que no significa garantía,
monopolio ni sinónimo de eternidad. Fue un memorión de sus pasiones. Nutrió con
ellas páginas y páginas. A menudo volvió a contarlas, a cantarlas, a revivirlas
¨.
Y
continúa Teitelboim: ¨ En esencia, no le interesa la mujer objeto. Le atrae en
ella todo lo que es su personalidad completa. La mujer pone la fascinación, el
encantamiento. El pondrá lo demás. Sentará en el trono a la plebeya y
convertirá a la fea o a la inadvertida en la más hermosa e importante. Hará de
la callada la elocuencia sin palabras, porque la palabra mágica la dirá el
poeta tocado por la gracia ¨.
En
cambio, en los cuentos de Borges la presencia femenina es mínima y
desconcertante. Algunos personajes (como la pelirroja del cuento El muerto y la
Lujanera de Hombre de la esquina rosada) son mujeres que carecen de
individualidad, dóciles al hombre que se impone en la pelea o da muestras de
mayor coraje. Cada una es un objeto transferible, trofeo al que dirige sus
derechos quien se impone en una contienda. Benjamín Otárola, el protagonista de
El muerto, sabe que ¨ la mujer, el apero y el colorado son atributos o
adjetivos de un hombre que él aspira a destruir ¨. Son, en suma, fieles
ejemplos de la selección sexual postulada por Darwin.
En
otro cuento, La intrusa, los protagonistas (dos hermanos) comparten el amor de
una china. La presencia de la mujer actuó como obstáculo en la relación
armoniosa que ambos hermanos compartían. Para volver a la situación anterior
los hermanos deciden matarla y así eliminar el motivo de la discordia. La mujer
– una pieza sin voluntad ni pudor – será asesinada sin tener conciencia del
plan de los hermanos. Alicia Jurado, amiga de Borges y una de sus biógrafas,
escribió: ¨Pocos relatos son más atroces que este magnífico cuento, que ninguna
mujer puede leer sin indignación y horror ¨.
La
misma autora agrega: ¨ En muchos relatos no aparece ningún personaje femenino;
en otros, pone a las mujeres en escena como un director teatral mandaría
colocar un jarrón o una silla, porque agregan verosimilitud al ambiente, pero
son borrosas o casuales o, a lo sumo, indiferenciadas y pasivas ¨.
Los
personajes femeninos de Borges, como todos sus personajes, carecen de
individualidad. Representan un carácter, un arquetipo, un símbolo, y dentro de
la trama cumplen un rol accesorio, salvo la protagonista del cuento Emma Zunz
que, movida por su afán de venganza, se hace violar para encubrir el asesinato
de quien le quitó el honor a su padre ¨. Un rol nada agradable en un cuento
cuyo argumento le pertenece a un amigo de Borges.
Pero
estamos hablando, sobre todo, de sus obras. En la ficción se permite todo,
hasta la incoherencia. El autor de El informe de Brodie fue, en la vida real,
un hombre muy dependiente de las mujeres. Su madre, Leonor Acevedo, tuvo una
influencia decisiva, condicionante sobre el poeta, al igual que su polémica
compañera, María Kodama. Con las mujeres entabló también entrañables lazos de
amistad. Las apreciaba por muchas razones y no solamente por su curiosidad
intelectual. Con ellas escribió varias obras en colaboración, un hecho poco
común en las letras castellanas. Recuerdo, por ejemplo, los nombres de Esther
Zemborain, María Esther Vásquez, Alicia Jurado, Margarita Guerrero, Luisa
Mercedes Levinson, Silvina Bullrich, Delia Ingenieros, entre otras.
El
caso de Pablo Neruda no es menos contradictorio. El poeta, además de amarlas y
respetarlas, las iba desechando a medida que su corazón inconstante lo empujaba
a un nuevo rumbo. Todas sus mujeres, momentánea o definitivamente, sufrieron el
abandono amoroso. De reinas pasaron a ser recuerdos de un soberano que se
afligía por perderlas, pero que respetaba su destino de amante omnívoro.
Enfrentar
la vida a la obra permite un conocimiento más fiable del pensamiento real de
los autores. En Borges y Neruda está la prueba de que lo irreconciliable se
atenúa cuando se toman en cuenta los avatares de su contingencia existencial.
La conjetura de que los destinos humanos mantienen entre sí una unidad
esencial, aparece repetida en la obra de Borges. En el final del cuento Los teólogos,
dice: ¨ Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la
insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el
aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola
persona ¨. Los protagonistas (individuos que profesaron en sus vidas ideas
antitéticas) van al cielo y se presentan ante Dios, que los confunde.
Podemos
pensar entonces que, en un hipotético cielo, Neruda y Borges sean, más allá de
sus diferencias terrestres, una sola persona.
PÁGINA 8 – CUENTOS BREVES
CARMEN MARINA RODRÍGUEZ
SANTANA
(Santa
Cruz de Tenerife-España)
RETAZOS
DE HARI MAGUADA…
DOS
KILOS Y MEDIO
Hace
tiempo que me he muerto y aún no te he olvidado. No importa que nunca me
presentaran tu rostro pues sabría reconocerte aunque te hallases escondida en
los entresijos laberínticos de un ejército de querubines. Porque las cuarenta
semanas que habitaste mi vientre resultaron suficiente adiestramiento para que
quedaras marcada a fuego en la parte de los sesos que rige sobre mi corazón. Y
todo lo que ahora deseo es que nos encontremos entre este mar de almas llamado
Paraíso que para mí, de no cumplirse, no dejará de ser mi propio infierno. Que
dejemos de ser tan extrañas como si hubiésemos vivido a una distancia de
milenios. Y que con la muerte herede el regalo que la vida caprichosamente me
negó.
EL
TILO
Echo
de menos sentir la adrenalina de ver morir a otra víctima y observar ese último
brillo de sus ojos que estará iluminando alguna idea agazapada detrás de su
iris. ¡Es tan bella la enfermera que me atiende por las noches! ¡Es su cuello
tan delicado! Que en ocasiones, cuando se me acerca a acomodarme los
almohadones, me asalta la idea de morderlo hasta que se desangre. Pero el tilo
está ahí, firme, imperante, acechándome, para que recuerde incesantemente la
película de mi vida.
MOSTO
DE PASAS
para
que cuando ambas comenzabais a vivir con esa naturalidad y paz interior por una
especie de milagro que se hizo patente con la llegada de su bebé, la cuerda de
ella fuera segada por las manos del violento cuya sangre en sus venas fluyó
como vinagre, presa de los malignos virus que lo hicieron estremecer con las
fiebres del delirio, la violencia, el control y los celos; y todo lo que ahora
deseas es que sus huesos destilen putrefacción entre los muros olvidados de su
claustrofóbica celda y que tu nieto y él se conviertan en perfectos extranjeros
recíprocos, tan extraños como si hubieran vivido a una distancia de milenios y
que el asesino herede involuntariamente la soledad, el sufrimiento y el
desconocimiento para aquél a quien engendró.
ESCRITOS
SOBRE EL ABISMO
El
todavía tibio cuerpo del sacerdote yacía muerto en el suelo, sobre un espeso
charco de sangre que iba subiendo su marea por minutos. Le partió el cráneo en
dos. Esta vez no pudo contenerse. Como siempre, le sirvió la merienda y, cuando
mojaba entusiasmado las magdalenas en el café con leche, le atizó con toda su
rabia con la cafetera de seis tazas que aún resoplaba vapor caliente. El cura
cayó al suelo retorciéndose con espasmos y convulsiones durante varios minutos
para, finalmente, quedar tumbado boca arriba con los ojos abiertos y la boca
cerrada, como si quisiera verlo todo en el último instante sin decir nada.
EL
TEMPLO DEL MANÁ
Cuando
sus ojos se abrieron de nuevo, se encontró dentro de una tienda cubierta por
pieles y esteras de cestería, y las maderas que la soportaban poseían textos
grabados en tifinagh que llenaban de contenido simbólico la tienda familiar.
Ella se halló desnuda sobre un lecho con soportes de madera y patas que lo
alzaban del suelo, con una abertura en el centro en la que reposaba una jofaina
para recoger los líquidos del puerperio. A su lado, Iferouane felizmente
dormido. En la zona oriental de la tienda observó una silla de montar, un
escudo, una lanza y una espada; en el lado opuesto, un gabinete y una silla con
ropas propias de mujer además de algunos recipientes para la leche y el agua,
un mortero para los cereales, platos, cucharas, y sacos con grano y dátiles.
Finalmente, observó dos mujeres a la entrada que la velaban. Le trajeron
alimento y la incitaron a descansar, sin preocupación por nada.
PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA
©
SONIA RABINOVICH
(Córdoba-Argentina)
PALIMPSESTOS
a Simón A...
El barco llegó de Kiev
Lea miraba la pequeñas manitos
del menor de sus hijos
envuelto en mantilla de Rusia
Escaparon de Kiev
no escapaste del tiempo, pienso
con tu mano en mi mano,
ramales arqueados,
pliegues de la pena
Solo, único, último de todos
Sin recordar la nieve
DE ABANDONO
Nunca supe su historia
abuela la cortaba con un llanto final
pero ella me hablaba al
oído
me hablaba de su soledad
entre la nieve
y de su sangre rota en el
barco que partía
yo buscaba en la mesa familiar
con los ojos saliendo del
borde de una taza
el silencio que hablara
de las penas
De la hermanita de
aquella bisabuela
de quien sostengo el
nombre
en el nudo apretado
de ese pañuelo negro de Rusia
De abandono.
Suelta la cara sobre la almohada,
se suelta,
los muslos se pegan al vientre del escriba,
cierra los ojos
y todo deviene página en blanco,
arena blanca
donde él se sumerge tantas veces
hasta recordarle el nombre de un dios
que se oculta entre los días.
El nombre sagrado que ella olvidará muy pronto.
XIV
Se abrieron las ventanas.
El viento armó las cortinas como velas.
Ël estiró su cuerpo.
Ella quedó fetal sobre las sábanas.
La pequeña muerte, dijo
o no lo dijo.
Los signos le pesaban sobre la mente en blanco.
Los cuerpos fueron cuerpos
y el vacío ocupó lugar
en la garganta.
SUSANA INÉS NICOLINI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
*
“Desnuda, callada
ebria
deshabitada
absurda
preciso volver, ahora
a la noche
al inseguro silencio,
a la eternidad de lo pasajero.
Desarmar mi castillo de arena
y tu sosiego
con esas voces antiguas
fugitivas y perpetuas…”
ebria
deshabitada
absurda
preciso volver, ahora
a la noche
al inseguro silencio,
a la eternidad de lo pasajero.
Desarmar mi castillo de arena
y tu sosiego
con esas voces antiguas
fugitivas y perpetuas…”
CON
TU SOLEDAD
En las hojas del viento
se arrastra la alegría
de las últimas ferias.
La campana de pié
se deja escuchar como nunca…
se arrastra la alegría
de las últimas ferias.
La campana de pié
se deja escuchar como nunca…
Ibas trémula
con repique soñador
llorando, desfalleciendo.
Murmurabas sílabas de fuego
entre suspiro y temblor.
Ibas como destinada,
a encontrar el relámpago
en ese crepúsculo frío,
inclinada hacia el oleaje,
como bruma, como ajena…
Tu, que traías un sol
nacido en otro universo.
Tu, que copulabas con ángeles.
Tu, que como jardín regado
en mayo, conocías
el caos sublime de
palabras y poemas,
ibas ahora sin pluma y sin aura,
madrugando, con los ojos
muy abiertos y sin escalas posibles.
Yo te vi,
ibas como destinada
hacia la crespa rompiente
hacia el sur de tu duelo
hacia tu más puro silencio:
con repique soñador
llorando, desfalleciendo.
Murmurabas sílabas de fuego
entre suspiro y temblor.
Ibas como destinada,
a encontrar el relámpago
en ese crepúsculo frío,
inclinada hacia el oleaje,
como bruma, como ajena…
Tu, que traías un sol
nacido en otro universo.
Tu, que copulabas con ángeles.
Tu, que como jardín regado
en mayo, conocías
el caos sublime de
palabras y poemas,
ibas ahora sin pluma y sin aura,
madrugando, con los ojos
muy abiertos y sin escalas posibles.
Yo te vi,
ibas como destinada
hacia la crespa rompiente
hacia el sur de tu duelo
hacia tu más puro silencio:
inclinada
pequeña
lívida
presagiando
pequeña
lívida
presagiando
otros te intuyeron altiva,
serena
aparente
sublime
aparente
sublime
como sea, naufragaste
en la nostalgia y el designio.
Era la noche y tal vez
ese mar, como tu único dios,
en ese instante, no antes,
supo lo que es llorar.
(para Alfonsina)
PÁGINA 10 – ENSAYO
MÓNICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)
MORIR POR LA CAUSA
Cuando
se trata de dar la vida por un cierto ideal, podría levantarse del Campo de la
Gloria el ensangrentado granadero Cabral, quien se interpuso en todos los
libros escolares para salvar la vida de su General, y permitió que éste
continuase la lucha por la liberación de un enorme territorio americano. Y nos
conmovería hasta el ojo lloroso y el nudo en la garganta con su gesto de
valentía y renunciamiento.
Podríamos
hallar entre nubes de gloria y honor a las mujeres que tomaron los fusiles de
sus hombres para defender Madrid y retrasar un poco el aplastamiento de la
joven República española. Y escribiríamos grandes epitafios para todos aquellos
que relegaron su propia existencia para que algo más grande y de relevancia
social ocurriese.
Mártires.
Alguno de nosotros se plantearía, llegado el caso, poner la propia
supervivencia por debajo de alguna utopía con visos de tomar forma y prosperar.
No me cabe duda.
El
convencimiento de la necesidad de llevar la lucha hasta el extremo de sucumbir
por ella es parte de la humanidad, y acaso no sea lo más prosaico sino que se
halle entre lo sublime y redentor.
Ahora
bien, qué pasa cuando no es uno el destinado a la inmolación, no es alguien de
la propia generación que al fin y al cabo es alguien como uno, sino que el
mandato de renuncia a la existencia se traslada a un hijo. Todo cambia.
El
idealista maravilloso, convencido y firme, ese que no temblaría al poner el
pecho a lo que impide la venida de la era dorada, se empequeñece, y duda, y
llora entre bambalinas.
Y
qué decir del juzgamiento social, qué decir de la forma en que evaluamos a
quien entrega su descendencia a la máquina trituradora.
¿Pero
no es acaso la misma utopía? ¿No son los mismos ideales que justifican el
renunciamiento?
El
árabe que envía a su hijo a cometer un atentado suicida es un fanático. Los que
envían a sus hijos al muere son obnubilados irracionales, menos que animales.
Los animales protegen a su prole. Eso decimos, con el dedo en alto y voz
segura.
Pero
y entonces cómo. En qué momento cambió la luz para que el mismo acto se
transforme, y la esencial pureza mute en lo más vil y despreciable. Imagino a
la madre del granadero Cabral gritando por sobre el estruendo del choque de las
espadas, y si ella lo insta a arrojarse del caballo no me gusta, me repele. Y
por qué, si razonamos con lógica fría, por qué.
Los
héroes caídos no tienen madre ni padre, no tienen hijos. Entendemos el
desprecio a la vida cuando es la propia, fundamental sinsentido si es que los
ideales son tan redentores.
Me
planteo entonces la cuestión del costo vital, de hasta dónde llega la luz del
sol y comienza lo umbrío. De cómo cambia la consideración del mártir según
acordemos o no con la causa que este sostiene. Héroes o fanáticos, personas
justas y nobles o dementes enceguecidos.
Y
la cuestión generacional de lo aceptable, y la fundamental verdad o no de las
búsquedas cuando depende del vínculo familiar que consideremos apropiado o
depravado mandar al muere a otro ser humano.
Puedo
dar mi vida por esto, mi hijo debe dar su vida por esto. Ni con mucho es lo mismo.
Pero entonces qué, entonces cómo. Cada católico promete en el bautismo de su
niño que ese bebé sonriente será un soldado de Cristo, y pertenecerá al Señor
de los Ejércitos. Pero no cavila sobre ello ni piensa que dicha promesa deba
cumplirse eventualmente. Es cosa del pasado. Pero lo promete aunque no piense
en la palabra empeñada. Tiempo hubo en que dicho juramento implicaba martirio y
persecución.
Vuelvo
a la extrañeza, vuelvo a la pregunta. En qué momento dar la vida es algo
aconsejable si sirve para uno pero no para los descendientes. Cómo sostenemos
causas que se deslían si no las defendemos nosotros sino los jóvenes sucesores.
Hasta dónde lo digno y desde dónde la necedad.
No
tengo respuestas, me refugio en el caótico universo.
PÁGINA 11 – CUENTO
EVA
MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)
SER
EL OTRO
Es
una mujer corriente, pero hay algo en ella que me arrastra. Noto que mis ojos
empiezan a escrutarla de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo;
acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta negra oculta un
cuerpo consumido, nada atractivo. Pelo castaño, largo, separado por una línea
central recta. Nariz aguileña, trozos de carne casi inexistentes moviendo su
boca. ¿Es esto lo que busco? No, creo que no. Oigo el sonido del zoom
acercándose a unos ojos que parpadean. ¡Su mirada, es su mirada! Que ha vuelto
de un lugar árido, oscuro, frío, muy frío. Mis ojos se dirigen a ella,
abstrayéndose del resto de realidad cercana. Un, dos, tres. Ya está, ya es mía.
La
mujer de chaqueta negra y nariz aguileña grita. Sus ojos, de un azul muy claro,
casi blanco, me acechan preguntándome qué ha pasado. No contesto y salgo.
Llego
a otro andén. Ruido de raíles chirriantes. El tren estaciona. Se abren las
puertas. El movimiento de la masa me introduce en el vagón.
Cuando
el espacio se desahoga, me fijo en un chico que está de pie, agarrado a la
barra metálica. Me atrae, algo me atrae. Me sujeto a la misma barra y me oigo:
moreno, nariz chata; no, no es eso. Los ojos, la boca. Tampoco. Miro sus manos.
Entonces surgen las imágenes, tiesas, arrítmicas, de unos dedos enguantados
negros sobre otros marrones. La misma atmósfera pesada. Siento que mis dedos se
mueven, intentando rozar los del chico. No me lo puedo quitar de la cabeza.
En
la calle, lo veo hablando con un amigo. Me quedo detrás. Doy pasos cortos, miro
con frecuencia el reloj y me apoyo en la pared.
Lo
miro, examinando a modo de autopsia cada detalle, radiografiando su interior
para extraer aquello que busco. Tenso los dedos, los aprieto, los estiro. Su
figura dentro de mi pupila; ocupándola, haciéndose más grande; negra, cada vez
más negra.
Un
golpe seco. El chico yace en el suelo. Su amigo intenta reanimarlo. Gente
alrededor. Corro, preguntándome qué le habré quitado. ¿Qué me atrajo de él? Subía
las escaleras del metro deprisa, de dos en dos; esos dedos al agarrarse a la
barra, los brazos, los músculos tensos…
Entro
en un parque. Una niña salta, otros se columpian. Un niño, de unos cinco años,
juega a la guerra con sus dedos. Lo observo. Se da cuenta y me sonríe. Le
devuelvo la sonrisa y le enseño un papel y un lápiz que saco
del bolsillo trasero del pantalón. Hago un dibujo. El niño se acerca y lo mira.
Oigo: «columpios, mamá, yo, señor». Con los ojos humedecidos lo levanto,
sentándolo en mis piernas. Trotes de caballo. El niño se ríe. Arriba abajo,
arriba abajo. Viene una mujer que coge al pequeño, arropándolo en su pecho.
«Degenerado. Aprovecharse así de un niño. Yo os encerraba a todos. Pervertido».
No digo nada, solo bajo la cabeza. «Te lo tengo dicho, no te alejes ni juegues
con extraños, menudo susto, y deja de berrear, me vas a dejar sorda».
Bajo
la calle sonriendo. Me fijo en dos adolescentes. Se besan, caminan, se vuelven
a besar, y entran en una cafetería. Los sigo.
Son
como lapas, como no paren de besarse imposible averiguar lo que quiero. Me lo
están poniendo difícil, ¡críos de mierda!
Me
acerco a ellos.
−Perdonad
que os moleste, ¿no tendréis un cigarro?
−No
–dice él.
−No
fumamos –dice ella.
−Mejor,
mejor…
Vuelvo
a la barra y los miro. La chica tiene algo, no es guapa pero tiene algo. Se me
cae el café, que limpio con servilletas. Una voz me dice que son sus labios lo
que deseo. Unos labios carnosos, grandes, con esa forma perfecta, como los
pintó Rossetti. Capaces de las mayores desgracias. Te los voy a quitar
princesa. Sudo. El sudor por la frente, las cejas. Son casi míos. Me
pertenecen, ya son parte de mí. Un grito, la chica. Sus labios sangran. El
camarero la atiende. El chico, paralizado. Ella continúa gritando. Salgo del
bar sintiendo que algo me falta. ¡El pelo del chico! Lo quiero, esa melena
rubia va a ser mía, ¡mía!
Cuando
llego a casa me tumbo en el sofá. Me quedo dormido.
Al
despertar siento un ligero temblor, que desecho estirando brazos y piernas. Voy
al baño. Me echo agua en la cara, bebo del grifo y me miro al espejo. Llevo una
peluca rubia, lentillas de un azul muy claro, mi boca, pintada de un rojo
chillón corrido por los bordes, y unas hombreras debajo de la camiseta. La
imagen me paraliza. Qué era aquello, ¿una broma?
Mientras
pienso qué hacer, me fijo en una luz roja, intermitente, que sale del
dormitorio. Retiro la cortina, escondiéndome detrás, y veo una furgoneta; con
esa luz tan molesta. ¿La policía? El chico podría haber muerto, la mujer
quedarse ciega, el niño sin alegría, los adolescentes…
Llaman
a la puerta. La peluca, al suelo. Me quito las lentillas. Me limpio la boca con
la mano y tiro las hombreras. Las ideas se me amontonan; las deshecho.
Llego
a la puerta con los oídos latiendo. Miro por la mirilla y pregunto. Me llaman
por mi nombre. Dicen que abra. La policía, pienso. Corro. Me cogen antes de
llegar a la escalera. «No he sido, yo no he sido», grito. Me dicen que ya lo
saben.
«Pórtate
bien», oigo, «y no te pondremos la camisa». Uno de ellos se sienta a mi lado.
Es un hombre corriente, pero hay algo en él que me arrastra. Noto que mis ojos
empiezan a escrutarlo de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo;
acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta y pantalones
blancos...
PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA
SILVIA
LOUSTAU
(Mar
del Plata-Buenos Aires-Argentina)
XXIX
el día
como un mantel de viento
alimenta
la memoria.
este día
látigo de cristal afiebrado
todo estalla
en las escenas
ya vividas.
siempre
hay alguien
que se peina
en las esquinas del miedo.
de pronto
anuncian
los indicios de los huesos
el peso de las sombras
recuerda
el aquelarre
de las voces
bailando solitarias
a las orillas del mar.
vencidos cuerpos
de los muertos
impenetrable hoguera
se levanta
lejos
y trae las voces
envueltas
en el mantel del viento
el día
como un mantel de viento
alimenta
la memoria.
este día
látigo de cristal afiebrado
todo estalla
en las escenas
ya vividas.
siempre
hay alguien
que se peina
en las esquinas del miedo.
de pronto
anuncian
los indicios de los huesos
el peso de las sombras
recuerda
el aquelarre
de las voces
bailando solitarias
a las orillas del mar.
vencidos cuerpos
de los muertos
impenetrable hoguera
se levanta
lejos
y trae las voces
envueltas
en el mantel del viento
ROGELIO RAMOS SIGNES
(San
Juan-Argentina)
HABLAR
EN FEMENINO
Con la puesta del sol no es EL día lo que concluye
es LA jornada de trabajo.
Es LA manija de tirar la que cierra la puerta,
sea o no sea EL picaporte.
Lo masculino del discurso
se desvanece en lo femenino de la palabra.
EL asiento es LA silla;
EL anochecer, LA tardecita;
EL muro, LA pared.
Si sabemos que EL llanto está formado por LAS lágrimas,
que EL cariño apela a LAS caricias
¿a qué tanto discurso tontamente disfrazado?
si los genitales del hombre, a veces,
también tienen nombres femeninos.
No hace falta dar ejemplos
cuando El habla es LA lengua.
Si EL velador y LA lámpara conviven en el mismo oficio,
si EL tema y LA canción gozan de la misma música,
si EL rostro y LA cara ocupan idéntico espacio
¿a qué tanta expropiación?
¡Compañía, ciudadanos, compañía!
EL badajo sin LA campana sería un machete represor,
un palo de mortero, un pisapapeles sin papel.
Y vayamos concluyendo.
Cuando decimos EL mundo ¿estamos refiriéndonos a LA Tierra?
Con la puesta del sol no es EL día lo que concluye
es LA jornada de trabajo.
Es LA manija de tirar la que cierra la puerta,
sea o no sea EL picaporte.
Lo masculino del discurso
se desvanece en lo femenino de la palabra.
EL asiento es LA silla;
EL anochecer, LA tardecita;
EL muro, LA pared.
Si sabemos que EL llanto está formado por LAS lágrimas,
que EL cariño apela a LAS caricias
¿a qué tanto discurso tontamente disfrazado?
si los genitales del hombre, a veces,
también tienen nombres femeninos.
No hace falta dar ejemplos
cuando El habla es LA lengua.
Si EL velador y LA lámpara conviven en el mismo oficio,
si EL tema y LA canción gozan de la misma música,
si EL rostro y LA cara ocupan idéntico espacio
¿a qué tanta expropiación?
¡Compañía, ciudadanos, compañía!
EL badajo sin LA campana sería un machete represor,
un palo de mortero, un pisapapeles sin papel.
Y vayamos concluyendo.
Cuando decimos EL mundo ¿estamos refiriéndonos a LA Tierra?
EL
ORIGEN DEL MUNDO,
(Gustave Courbet, 1866)
Esta es la caverna primera y primordial
de todos los sueños. Entremos en ella.
Suavecita y muelle. Recóndita. Nutritiva,
nada malo puede sucedernos aquí.
Su música de extraños decibeles
se escucha con la lengua, se cata con los ojos.
La lluvia ocurre en sus paredes sin descanso
y su oscuridad es el sol de los tiempos.
Este es el jardín salvaje al que siempre volveremos.
El portal de la desmesura. La certeza de Dios.
(Gustave Courbet, 1866)
Esta es la caverna primera y primordial
de todos los sueños. Entremos en ella.
Suavecita y muelle. Recóndita. Nutritiva,
nada malo puede sucedernos aquí.
Su música de extraños decibeles
se escucha con la lengua, se cata con los ojos.
La lluvia ocurre en sus paredes sin descanso
y su oscuridad es el sol de los tiempos.
Este es el jardín salvaje al que siempre volveremos.
El portal de la desmesura. La certeza de Dios.
LA
CANCIÓN DEL ENCASTRE
Ahora iniciarán los cuerpos
un diálogo sin tregua y en fisura.
Ahora se hará carne literal
aquello de “lo mío es tuyo”
y su irresistible viceversa.
Ahora vendrá la sangre de la vida,
el aire que quita la respiración.
Ahora nos bautizaremos mutuamente.
Ahora pondremos a trabajar
hasta el más alejado poro de frontera.
Ahora iniciarán los cuerpos
un diálogo sin tregua y en fisura.
Ahora se hará carne literal
aquello de “lo mío es tuyo”
y su irresistible viceversa.
Ahora vendrá la sangre de la vida,
el aire que quita la respiración.
Ahora nos bautizaremos mutuamente.
Ahora pondremos a trabajar
hasta el más alejado poro de frontera.
PÁGINA 13 – ENSAYO
CARLOS
DARIEL
(Haedo-Buenos
Aires-Argentina)
DE
LA TRADICIÓN A LA VANGUARDIA
Poeta
errante, baqueano de caminos y autodidacta, Juan Carlos Bustriazo Ortiz es, muy
posiblemente, una de las voces poéticas más singulares y, a la vez, de menor
difusión de la poesía argentina. Con una extensa obra que el mismo autor
denominó Canto Quetral y que incluye cerca de 80 títulos, la mayoría
inéditos ya que sólo se publicaron cinco, su trazo poético ha dejado una huella
de particular presencia en el decurso de la poesía argentina.
Obra
impar que desde lo regional trasciende a lo universal, en lo temático, y de la
tradición a la ruptura, en el tratamiento del lenguaje, a tal punto que al
profesor Ricardo Nervi le ha hecho preguntarse: “¿Podría constituirse Bustriazo
Ortiz en una de las voces más íntegras, auténticas y originales de la
Argentina?” y al poeta Cristian Aliaga decir de su poética: “Su relación de hondura
metafísica con el paisaje, su empatía con los habitantes del campo y los
arrabales –y en definitiva su precisión verbal para revelar realidades
profundas a través de un lenguaje de efecto chamánico o encantatorio-, sitúan
su obra en un lugar impar dentro de la de sus contemporáneos”.[I]
Bustriazo
Ortiz nació en Santa Rosa, provincia de La Pampa, en 1929. Su padre era oficial
de policía y como lo destinaban con frecuencia a distintos pueblos, la familia
entera se trasladaba y vivía en variopintos lugares de la región. Esto tal vez
signó el carácter itinerante que iba a colorear la vida posterior del poeta.
A
los 19 años se incorpora a la Policía del Territorio como radiotelegrafista y
lo hace durante once años, al término de los cuales renuncia para comenzar a
realizar diferentes oficios: es aprendiz de tipógrafo y linotipista en el
diario Arena de Santa Rosa, y más tarde corrector de pruebas, en ese mismo
diario y en el diario Río Negro.
Fue
también minero e integró grupos de trabajo en campamentos durante labores
topográficas.
Por
esa misma época abrazó la vocación arqueológica y recorría los médanos de Santa
Rosa buscando restos indígenas, piedras y elementos de alfarería utilizados por
los nativos en otros tiempos.
Entre
tanto escribe poemas, va a peñas y conoce músicos, muchos de los cuales
musicalizan varias de sus composiciones. Bustriazo Ortiz se hace peregrino
nocturno y ese peregrinaje lo lleva a conocer muchos de los personajes e
historias que formarían gran parte del material de su obra.
Sus
primeros escritos datan de mediados de los 50.
Por
su parte, la editorial Amerindia se propone iniciar la edición sistemática de
su obra completa, tal cual ha sido definida y ordenada por el autor. Así, a
fines de 2008 aparece el tomo I de Canto Quetral que reúne los primeros seis
volúmenes de su obra: Los poemas puelches, Huellas de la pampa honda, Aires de
cobre y sal, Zambas del Piedra Juan, Canciones del campamento y Últimas zambas
del Piedra Juan.
El
mundo poético de Bustriazo Ortiz se construye como una cosmovisión en torno a
un territorio central en el que las cosas y los seres establecen una
comunicación vital que los entrelaza y los reúne bajo un mismo aliento sagrado.
Ese territorio es La Pampa, la vasta llanura que el autor recorrió buscando historias
y paisajes que le proveyeran el material de sus poemas. Todo un conjunto
compuesto de piedras, plantas, animales, astros, vientos, nieblas, hombres y
mujeres que el poeta invoca para que encarnen su mundo poético. Así, a lo largo
de su obra son convocados diferentes elementos como la pifulca , instrumento
musical hecho de hueso, piedra o madera o el chamal, antigua prenda mapuche,
plantas y arbustos propios de la región como el tamarisco y la chilca, animales
como el jote -ave similar al cuervo- o el puma, el más grande de los carnívoros
de la región y por supuesto el humano, no el humano abstracto, el humano
conceptual, lo que la voz poética de Bustriazo Ortiz presenta es la mujer y el
hombre con nombre y apellido, a través de pequeñas historias que los sitúan en
su vida cotidiana, personal, para revelarnos sus goces y sufrimientos, sus
misterios y humillaciones. No faltarán tampoco, el compañero de peña, el músico
amigo, la mujer amada y el machi, autoridad religiosa entre los mapuches, cuyo
concepto es equivalente al de brujo o chamán.
Esta
constelación de seres y cosas configuran, si me permiten decirlo así, el
contenido material del mundo poético que supo forjar la voz de Bustriazo Ortiz.
Pero para que esto sea posible el poeta necesitó construir un lenguaje propio,
provisto de una vitalidad tal, capaz de dotar de ser a lo que nombra. Un
lenguaje que se nos revela, entonces, como el componente formal de ese mundo.
Así,
la poética de Bustriazo Ortiz avanza por un camino que comporta un creciente y
profundo trabajo de recreación idiomática, en donde lo semántico, lo sonoro, lo
simbólico se relacionan y fusionan para refundar un sistema de singular
significación. Toda una variedad de tratamiento lúdico de la palabra se
manifiesta en novedosas formas mediante neologismos, condensación de vocablos,
yuxtaposiciones, etc. Aquí se adjetiva un sustantivo, allá un adjetivo se
verbaliza.
Este
lenguaje de ruptura va a hacer aparición con máximo fulgor a partir de Elegías
de la piedra que canta, no obstante, ya en sus primeros poemarios, como Últimas
zambas del Piedra Juan o Canciones del campamento, donde se manifiestan de
pleno composiciones poéticas que guardan formas tradicionales del lenguaje
asociadas a ritmos y técnicas propias del folclore popular y cercanas a la
canción, también vamos a encontrar las primeras manifestaciones de ese “otro”
lenguaje que haría eclosión en obras posteriores.
Sin
embargo, una lectura atenta no tardará en encontrar un tratamiento de las
palabras que trastoca o subvierte la función gramatical de las mismas.
Por
ejemplo el sustantivo puelche, que en mapuche significa “gente del Este” y así
eran llamados los indios argentinos por parte de sus pares chilenos, en
Bustriazo Ortiz es empleado usualmente como adjetivo, como por ejemplo en este
fragmento:
Ahí viene don
Benavídez/del rancho del bajo verde; /la nochecita lo encuentra/ pensando en el
agua puelche. [IV]
Hilacha del cielo
puelche, /arena loca, /la copla se me hace de agua/cuando te nombra. [V]
Pero
también este sustantivo es utilizado, simbólicamente, como nombre propio, tal
como aparece en el siguiente estribillo:
Ay, Rosa Puelches,
perdida, /tajamar de mi canción! /El agua canta y no tengo, /ay, Rosa, tu
corazón! [VI]
Esta
utilización de un sustantivo como nombre propio se observa también en algunos
títulos de las obras del autor como en Zambas del Piedra Juan y Ultimas zambas
del Piedra Juan.
Pero
nuestro autor sorprende más aún cuando de un adjetivo crea una forma verbal:
Caminito bayo, /greda,
vieja flor… /Overea el cuero/de tu corazón…
Aquí,
overea es la forma verbal que el autor emplea, derivada del adjetivo overo
(color parecido al del melocotón que aparece en algunos caballos).
Y
por último una forma singular de adjetivación mediante el uso de sustantivos en
oposición:
Las miradas de mi
copla/tocan tu tiempo mojado, /y un viento puma te ronda/ por los adobes
amargos. [VII]
Esta
construcción, viento puma, que carga la significación o el acento regional y
determina el valor de la expresión, es muy utilizada por el autor y ejemplos de
ello abundan en sus primeras obras: soles mahuidas (sierras), luna huinca
(extranjero), tarde pifulca (instrumento musical), cielo machi (brujo, chamán).
Todas
estas novedosas apariciones del lenguaje en sus primeras obras son el anticipo
de ese “otro lenguaje” que, como ya dijimos, hará eclosión a partir de Elegías
de la piedra que canta, publicado en 1969 y donde se reunirán lo ancestral y la
vanguardia, lo sagrado y lo encantantorio dando forma a una poética inaugural
que se irá consolidando y acrecentando en las obras posteriores, hasta alcanzar
su máximo punto de ruptura en El libro del Ghempin, en 2004.
Veamos
dos ejemplos:
TAN HUESOLITA QUE TE
IBAS /tan envidiada de qué sombras la tierra ardía huesolita/la siesta ardía
melodiosa tan como ibas tu sonrisa era/una piedra arrobadora y era otra piedra
mi costilla/dulcequeamarga solasola cuajada de alta pedrería eran/tus voces tan
palomas eran tus manos piedras finas/guitarra tan azuladiosa eras la piedra que
acaricia piedra/te ibas quién te roba última brisa de la brisa o/flauta mía o
leja y rota tan huesolita que te ibas tan/de la gracia mucha y poca si cuando
vuelvas ves mis/días oh piedra llena llaga hermosa! [VIII]
En
este poema las diferencias con el anterior (El regreso) son más que evidentes:
el verso libre reemplaza a la métrica formal de la copla, se prescinde de la
puntuación y del uso de la mayúscula, éste sólo reservado para el título.
Irrumpe
la yuxtaposición de vocablos: dulcequeamarga, solasola, azuladiosa; la
adjetivación de un sustantivo: eran tus voces tan palomas y aparece también un
neologismo creado por condensación y fusión de un sustantivo con un adjetivo:
huesolita.
El
mismo autor nos cuenta sobre esta necesidad de crear palabras:
“He
inventado muchas palabras, sí. Lo hice porque yo quería decir alguna cosa y no
podía con las otras palabras existentes y tenía que inventar una palabra para
poder decir correctamente lo que quería decir, y por eso empecé a inventar
tantas palabras.”[IX]
De
este relato de Bustriazo Ortiz se desprende que su necesidad de una nueva
palabra estaba al servicio del decir y no al de la mera búsqueda de efecto.
Habíamos
dicho que el punto máximo de ruptura con el tratamiento tradicional del
lenguaje se observa en El libro del Ghempin. Aquí, además de los recursos ya
descriptos y de los neologismos, aparecen otros tratamientos diferenciales: en
algunos poemas se emplea la mayúscula al final de las palabras o de los versos,
en otros las palabras no están separadas por un espacio o están escritos todo
en mayúscula y en otros se enlazan varias palabras mediante guiones, semejando
a cuentas enlazadas de un collar que forma un producto de significación.
CUADRAGÉSIMA TERCERA
PALABRA/Adónde vas, poeta nochernícola, /de austera sal, de halo melancólico?
/Y el primo amor, o bien, el tu penúltimo? /Y el vaso azul? Erótico y
arqueólogo, /te sientes bien, mi vate, muy católico? /Eres o no el
juglar, el archimítico,/el facedor maniático, elegíaco/de tu canción? O estrilas
de neurótico/talante, o vas de túnica, de báculo/por la vastura de la noche
eólica?/Ay semoviente, austral humano mágico,/nómade Juan, desnudo en lo
fonético! (Ruta 5, divagando bajo el pánfilo viento). [X]
PÁGINA
14 – CUENTO
Para entonces yo todavía no me había casado pero mantenía una relación de años con una compañera de facultad con la que teníamos planes de formar una familia. Ella, Dina, era una mujer independiente, llena de iniciativas, pero muy afectuosa y romántica. Un día saqué el tema y ella quedó muy afligida. Me dijo que no podía entender que pasaran esas cosas y que algo había que hacer, que no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. Traté de calmarla haciéndole ver que no tenía pruebas y tal vez solo se tratara de chismes de barrio.
Hasta que un día yo también escuché el escándalo.
Gritos, llantos, ruidos. Y después un silencio ominoso, que dolía.
A la mañana siguiente el barrio era un hervidero.
-¿Escucharon el kilombo de anoche?
-Y, otra vez hubo biaba.
-Dios mío, pobre mina.
-¿Pobre? Pero no te das cuenta que es una masoca.
-Al día siguiente del terremoto no se asoma ni a la vereda y si alguna vez sale anda toda tapada y con anteojos.
-Pero por qué no se raja.
-Qué se va a rajar. Si le gusta, seguro que le gusta. Después deben terminar con una festichola y chau pinela.
-Pero quién se lo podía imaginar de un tipo como él, tan atildado, con tan buenos modales, amable con todo el mundo...
-Y, el tipo no tiene la culpa, seguro que la jermu lo saca de quicio. Esas mosquitas muertas son las peores.
-Che, ¿pero no tendríamos que avisar a la poli?
-Largá, ¿qué decís? En estas cosas no hay que meterse, son asuntos de familia.
-Sí, pero, si un día ocurre algo malo...
-Cortala, fatalista ¡qué va a pasar!
Desde ese día no digo que pasé a ingresar la larga fila de chismosos pero debo reconocer que la idea me rondaba muy seguido. Muchas noches me descubría conteniendo la respiración para escuchar mejor todos los ruidos que venían de afuera y así fue como en varias ocasiones los golpes sordos que sonaban en la casa de tejas rojas y grandes ventanales, no me dejaban conciliar el sueño. Yo sentía que Dina tenía razón cuando hablaba de hacer algo, de intervenir. Pero confieso que no me animaba a tomar una decisión. Creo que me daba un poco de vergüenza y tal vez en el fondo, muy en el fondo, esos preconceptos machistas de los que es tan difícil deshacerse, me impedían moverme.
Ella salía muy poco. No trabajaba afuera ya que el marido era un empresario al que no le iban nada mal las cosas. Alguien me dijo que pintaba. Ella, mi vecina, pintaba cuadros.
Un día leí en la agenda cultural del diario que había una exposición de Ema Quirós. Era ella. Fui hasta la galería, no porque me interese demasiado el arte sino para verla. Pero las pinturas me conmovieron. Eran figuras desgarradoras, tan desvalidas que uno se asfixiaba al verlas y necesitaba correr hacia la calle para tomar aire. La muestra fue un éxito, todo el mundo comentaba la aparición de un nuevo pincel talentoso. Cuando me presenté diciéndole que era su vecino un ínfimo temblor la perturbó, pero fue sólo un instante, la breve duración de un parpadeo y un suspiro levemente prolongado. De inmediato se recompuso y charlamos nimiedades.
Al regresar a casa mil interrogantes me acuciaban. Se la veía entera, segura de sí misma. Para nada mostraba la imagen de una mujer débil, maltratada. Entonces comencé a reflexionar acerca de los seres humanos, de cuánto mentimos, del personaje que representamos para los demás. Y al llegar me miré en el espejo tratando de desentreñar quién era yo en realidad y si los otros verían al que yo suponía ser o me miraban con otros ojos.
No logré responderme con certeza y en medio de esas cavilaciones me quedé dormido.
De cuando en cuando me cruzaba con Ema pero ella simulaba no conocerme, miraba para otro lado, apuraba el paso y desaparecía.
Una noche sus gritos me despertaron pero en lugar de llamar a la policía, encendí el equipo para no escuchar.
A la mañana siguiente pasé por sus ventanales y vi la imagen de uno de sus cuadros. Pero era ella misma, tan desgarradora y desvalida como sus pinturas. Sus ojos color caramelo clamaban ayuda. Yo sentí que me ahogaba, como aquel día en la exposición.
Esa noche los ruidos se repitieron, pero eran otros ruidos, más sordos, más trágicos. Y no hubo un solo grito. Desperté con una terrible jaqueca que me duró varios días. La casa de tejas rojas con jacarandá en el patio estaba completamente cerrada. Pocos días después apareció la policía haciendo preguntas. El marido había denunciado la desaparición de Ema. Nadie sabía nada. Los rumores siguieron corriendo pero eran solo eso, rumores. Nadie tenía pruebas.
Al llegar el invierno vimos con zozobra que habían talado el jacarandá, para ampliar la casa, según parece. El marido de Ema instaló su oficina en ese lugar. Todo el antiguo patio quedó cubierto de mampostería. Algunas madres anticuadas asustaban a sus hijos con el viejo de la casa de tejas rojas.
Han pasado los años, he cambiado de barrio y nunca más oí hablar de esa mujer pero no pude olvidarla. Algo parecido a la culpa me corroe el alma. Y sobre todo recuerdo sus ojos. Sus ojos color caramelo chorreando sobre un vidrio que nunca nadie se atrevió a limpiar.
PÁGINA
15 – POESÍA ARGENTINA
CARLOS
ALDAZÁBAL
(Salta-Argentina)
TODA
RESURRECCIÓN LLEVA SU TIEMPO
No crecerá un jardín en este páramo,
ni algas ni corales, ni especies invencibles,
ni siquiera algún musgo verdeciendo lo negro.
Todo el barro se mezclará en la arena,
toda la arena triturada en el vidrio,
y el polvo en el metal, y la vida en la muerte.
Las turbinas que vuelan encienden tuberías,
absurdos toboganes de lo que no se encuentra.
Pero se puede ver un halcón a lo lejos
que conoce el sabor y el olor de las ratas.
No crecerá un jardín, ni siquiera una selva.
Tal vez cañaverales como huesos que brotan,
huesos que como dedos escribirán los nombres
de los mismos verdugos que arrasaron los puentes
para que muera el río.
No crecerá un jardín en este páramo.
El viento sopla lejos sobre un bosque.
Las piedras acarician el agua.
La luna por el cielo.
Y ranas a la orilla con su canto estridente
anunciando, por fin, el inicio de todo.
No crecerá un jardín en este páramo,
ni algas ni corales, ni especies invencibles,
ni siquiera algún musgo verdeciendo lo negro.
Todo el barro se mezclará en la arena,
toda la arena triturada en el vidrio,
y el polvo en el metal, y la vida en la muerte.
Las turbinas que vuelan encienden tuberías,
absurdos toboganes de lo que no se encuentra.
Pero se puede ver un halcón a lo lejos
que conoce el sabor y el olor de las ratas.
No crecerá un jardín, ni siquiera una selva.
Tal vez cañaverales como huesos que brotan,
huesos que como dedos escribirán los nombres
de los mismos verdugos que arrasaron los puentes
para que muera el río.
No crecerá un jardín en este páramo.
El viento sopla lejos sobre un bosque.
Las piedras acarician el agua.
La luna por el cielo.
Y ranas a la orilla con su canto estridente
anunciando, por fin, el inicio de todo.
LA POESÍA ACTUAL
He
visto la destrucción de los naranjos
y en el incendio
una triste magnolia compungida.
(¿Quién se robó el color de los cerezos?
¿Quién arrasó los pastos del poema?)
y en el incendio
una triste magnolia compungida.
(¿Quién se robó el color de los cerezos?
¿Quién arrasó los pastos del poema?)
Alguien
dijo
que matan estas plantas
con vapor rancio de poesía actual,
esa impotencia que eructa
contra el rugido del tigre
trampas de lodazal atrapa quejas.
que matan estas plantas
con vapor rancio de poesía actual,
esa impotencia que eructa
contra el rugido del tigre
trampas de lodazal atrapa quejas.
Así
se vio de lejos:
Un
poeta lloviendo en las cenizas
para que la magnolia se transforme en naranjo.
para que la magnolia se transforme en naranjo.
HAMACA
Es
que el misterio empieza con una sacudida,
un shock de sombra que estremece la escandalosa iluminación de la _ escena.
Otra probabilidad es que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de rugido debe conservar,
algo de toro enfurecido por la sangre.
un shock de sombra que estremece la escandalosa iluminación de la _ escena.
Otra probabilidad es que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de rugido debe conservar,
algo de toro enfurecido por la sangre.
Cuando
digo “misterio” no me refiero solamente a tus ojos
o a la obvia pregunta sobre lo invisible,
salvo que lo invisible sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de misterio, sino de olvido.
o a la obvia pregunta sobre lo invisible,
salvo que lo invisible sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de misterio, sino de olvido.
No:
por misterio me refiero al estremecimiento, al vaivén,
eso que puede ser vals, aunque no solamente,
eso que puede ser sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena, por ejemplo,
pero más de Odiseo que de ambulancia,
eso que puede ser vals, aunque no solamente,
eso que puede ser sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena, por ejemplo,
pero más de Odiseo que de ambulancia,
aunque
para Ulises también hubieran sido misteriosos
esos colores rápidos, desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.
esos colores rápidos, desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.
¿Y
si el misterio no empieza?
Eso
es lo inexplicable.
Ni
sombra, ni luz, ni animal interior, ni esperanza, ni sangre.
Sólo
una calma chicha, sobradamente conocida por otros navegantes,
los que anhelaron el misterio antes que el olvido,
pero recibieron el olvido,
los que esperaron la gotita de sombra en la luz centelleante,
pero fueron encandilados por el sol:
atados a su mástil, aguardando sus sirenas sin la suerte del griego,
mientras el mar los ahogaba, sin hamacarlos nunca.
los que anhelaron el misterio antes que el olvido,
pero recibieron el olvido,
los que esperaron la gotita de sombra en la luz centelleante,
pero fueron encandilados por el sol:
atados a su mástil, aguardando sus sirenas sin la suerte del griego,
mientras el mar los ahogaba, sin hamacarlos nunca.
ANAHÍ LAZZARONI
(Ushuaia-Tierra
del Fuego-Argentina)
GRAFFITI
Alguien
debería dibujar de un modo impecable
el
mapa de una ciudad loca
a
la que abofetea el viento.
Bordeada
por un mar gris y murallas de piedra,
con
gentes de poco hablar
navegando
sus propios océanos.
Nombro
una ciudad que no está muerta ni viva.
30
DENARIOS
La
ciudad está abierta al mar y a la codicia que devora incautos.
Nieva
en este agosto de pocos viajeros
por
momentos es la lluvia la que roza el bosque.
Los
rumores son confusos:
¿quién
es quién en esta ciudad de memorias delgadas?
Casi
todos llegan con sus maletas hundidas y sus máscaras.
Forasteros
siempre, forasteros varados.
PÁGINA
16 – ENSAYO
CRISTIAN
VITALE
(La
Plata-Buenos Aires-Argentina)
PUNTO
DE FUGA
Voy
a proceder con inocencia, con una pretensión excesiva. Aquella de ser, sin
rubor, contemporáneo al deseo. Contemporáneo también de mis límites, de mis
lecturas y de sus faltas, de los errores de lecturas, de mi vocación siempre
cándida de ser nuevo, momentáneamente, quiero decir, de escribir en la ficción
de lo increado, estar de lleno en un “mientras tanto” que, es posible, acabe
con el texto, sino antes.
Quiero decir, insisto, que voy a intentar dejar el esbozo de un diagrama a la altura
de mi estricta necesidad híperactual, de una urgencia, a saber, leer un texto.
Algunas imágenes me ayudarán a vadear ciertos charcos en los que no me quiero
hundir. Pretendo sortear conceptos como los de autor o sujeto de la
enunciación, pero también fintear categorías tales como las de personaje,
narrador, o sujeto del enunciado, esgrimidas en pos de las columnas
fundacionales de una lectura.
Me explico. Quiero leer, con la mayor justicia posible, un texto que me exige
la postulación de una mano que, no por estar ausente de él, le es del todo
ajena. Un punto desde el cual el texto viene hacia mí, se dirige, como una
piedra en el aire, cuya dirección advierto, imagino o supongo, pero cuyo punto
de tiro, la honda, queda afuera de todo paisaje visible. Quiero hablar de una
fuente.
Leo y siento el tironeo, la demanda, la exigencia, la vocación. Por no decir el
llamado. Leo y atiendo, por momentos, un viento que sopla desde afuera,
intangible, cada uno de los hilos que se mueven adentro. La trama misma parece
urdida por él, moldeada, soplada, requerida o volcada. Leo y por debajo de cada
cercanía oigo el perfume de una lejanía que todo lo tiñe, que todo lo empapa,
lo humedece, que todo lo enluta o lo florece. Esa es la madre fuente.
Veo (o me parece ver, o quiero ver, o estoy limitado a ver), veo,
digo, una piedra etérea, toda sustancia e inmaterial, caída sin estrépito en el
agua de cuyas ondas concéntricas fluidas sobre el texto es madre. Me interesa
la piedra, la madre piedra, la madre centro. Es un vientre, como se ve, lo que
me importa.
Claro que todo esto es “anterior” al texto. (Y si pongo comillas es porque
quiero desligarme del costado temporal del término.) Digo “anterior” como
podría decir “oriental”, “meridional” al texto. Lo que intento significar es un
punto “más acá” o “más allá” del paisaje visible de la letra. Todo entre
comillas, porque no pienso en categorías espaciales o temporales. Pienso en un
punto de fuga imaginarios, o varios, adonde van a parar todas y cada una de las
líneas (esto es una exageración didáctica o estilística) de la textualidad
evidente. Imagino un sujeto tácito, entrevisto en las declinaciones o en los
pronombres de la letra, es decir, en los restos de una lengua muerta , o,
mejor, innacida, pero rastreable en los coletazos del pez inapresable pero
vivo, táctil, que se mueve en la fugacidad del discurso.
Es que hay otro Pez. El gran pez que explica las burbujas de la superficie del
agua, la sangre ascendente, la leve marea, los olores, la ausencia, la
presencia o la fuga de todos los demás peces.
Busco, porque necesito, una fuerza. Un color blanco invisible causa, motor o
llama de todo retazo de arcoiris, movimiento o chispa acaecido en el paño
resultante de la hoja. Busco, porque me falta, la silueta imaginada de una
mano. Para explicar cada una de las piedras, las lanzas, cada uno de los
vidrios llegados que hacen ruido sobre el libro.
Leo y veo las sombras. Los cuerpos en realidad, con color y masa de sombra. Y
yo busco un Sol, Madre, por afuera del texto, de tan adentro. Una carne única
para todos los conejos, para todos los perros, los payasos, los trompetistas y
las danzas casi levitantes de las bailarinas.
Todo bastante antropomórfico, es verdad, todo a la altura de un hombre. Pero no
un hombre. Es un Silencio lo que rastreo por los intersticios de signos,
silencio madre de todos los gritos y las vulgaridades del lenguaje paterno, de
las miles de lenguas hijas, o los cientos de miles, mejor, de hijos de la
Lengua. Un cielo natal, letrado, culto, es decir, caído en tierra. Y sí, a la
altura de un hombre, de su obligado silencio. Porque lo que añoro, creo, es un
deseo. Y el deseo, como sabemos, nunca es pasto de las fieras. Como todo lo
importante, el deseo, porque no habla, queda afuera.
Un
deseo, un silencio, una piedra o un hueco, un sol madre, una fuerza madre, un
vientre, una fuerza desde adentro, una fuente prístina, primordial o arcana,
Oriente, una Soledad, podría agregar, que den sentido a la harina palpable de
los signo, que adivinen, desvelen, construyan o inventen una raíz última de
todos los árboles, madre de todas las hojas, semen fecundo de un semivacío, de
un semiolvido, de un signo.
PÁGINA
17 – COMENTARIOS DE LIBROS
JAVIER
ÚBEDA IBÁÑEZ
(Jatiel-Teruel-España)
LA
ELEGANCIA DEL ERIZO
Autor:
Muriel Barbery
Traducción
del francés: Isabel González-Gallarza
Editorial:
Seix Barral
Colección:
Biblioteca Formentor
Portada:
Serifa / Aurora Iraita
Género:
Narrativa / Ficción literaria / Novela
Año
de edición: 2007
ISBN:
978-84-322-2821-6
Encuadernación:
Tapa blanda
Páginas:
364
La
elegancia del erizo fue publicada en el año 2006 en Francia por la editorial
Gallimard (ISBN: 978-2-07-078093-8).
La
elegancia del erizo, de la escritora y profesora de filosofía Muriel Barbery
(Bayeux, 1969), se convirtió rápidamente en Francia en un fenómeno literario,
en un auténtico best-seller, corroborado por sus ventas millonarias; de hecho,
se mantuvo un año entero en la lista de los más vendidos. Y, de un día para
otro, Muriel Barbery pasó a convertirse en una escritora revelación, a la que
se le concedió el “Premio de los Libreros” en el año 2007.
La
elegancia del erizo, libro valorado positivamente por la crítica y apreciado
por los lectores, fue la segunda novela de Muriel Barbery, la primera sería Una
golosina, publicada en el año 2000.
Esta
segunda novela de la autora nos narra la historia de unos personajes solitarios
que viven escondidos en un caparazón que, sabia y voluntariamente, se han ido
tejiendo con el transcurrir del tiempo, y que de alguna forma enmascara una
crítica implacable hacia la clase alta francesa; estrato social que vive
atrincherado en unos férreos convencionalismos caducos, y que juzga a las
personas según sus apariencias y su poderío económico. Por ese motivo, en La
elegancia del erizo nada es lo que parece, y lo que parece, absolutamente nada
tiene que ver con la realidad.
Para
crear esa atmósfera ácida, la escritora rescató de Una golosina a un personaje
que aparecía sólo de forma fugaz o episódica, y lo convirtió en el protagonista
indiscutible de La elegancia del erizo.
Renée,
portera de un edificio burgués, situado en el Nº 7 de la calle Grenelle de
París, es el eje por el que se comienza a tejer la trama de este libro mordaz,
repleto de cavilaciones filosóficas, citas literarias rusas, máximas francesas
y cultura japonesa. La solitaria portera ha creado un cerco insondable
alrededor de su apariencia -es gorda, fea y antipática- y de su personalidad.
Por un lado, y de cara a los vecinos para los que trabaja, ejerce a la
perfección el rol que se espera de ella; entre otras muchas cosas, mantiene
siempre encendida una televisión que nunca ve mientras esconde bajo sus
faldones su verdadera pasión, la cultura.
De
puertas para dentro, la realidad es bien distinta; Renée es una amante
incondicional de la literatura, del arte y de la música. Escucha a Mozart, lee
a Proust y a Tolstoi -su gato responde al nombre de León en honor al gran
escritor ruso-, saca con asiduidad libros de filosofía de la biblioteca, es una
experta en gramática, sabe apreciar la sensibilidad de las naturalezas muertas
holandesas, y es una admiradora incondicional del cine del director japonés
Ozu, lo mismo que la autora de libro, Muriel Barbery.
Nadie
podría imaginar que la antipática y poco agraciada portera del Nº 7 de la calle
Grenelle es un pozo de sabiduría. Sólo una de sus vecinas, Paloma, una niña
adinerada de doce años, es consciente de la excelsitud de Renée; ella puede ver
su coraza protectora:
“La
señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas,
una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo
refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes,
tremendamente solitarios y terriblemente elegantes”.
Paloma
es una solitaria como ella, dotada de una inteligencia privilegiada, que harta
de la hipocresía de la sociedad que la rodea, vive aislada en su particular
mundo y en su cuaderno de haikús, y es que todo el libro rinde pleitesía a la
cultura oriental, ciertamente apreciada por la autora. Agotada de la
superficialidad y la falsedad de su entorno, decide suicidarse el día que
cumpla trece años, el 16 de junio. Como Reneé, también representa con esmero un
papel en la función llamada vida.
Renée
y Paloma se protegen, como el erizo, por una fortaleza de púas fabricadas a
conciencia por ellas mismas; púas que las impermeabilizan de lo que se cuece en
el exterior. Ninguna de las dos tiene el mínimo interés por integrarse y darse
a conocer a los demás, y se limitan a transitar por la clandestinidad de los
afectos.
Las
dos poseen dificultades para establecer relaciones personales porque no se
sienten capaces -en las distancias cortas- de dar una versión distinta de lo
que son, y también por un hondo temor hacia lo desconocido; por ese motivo, son
capaces de reconocerse, mutuamente, y de establecer entre ellas una conexión al
nivel de las almas gemelas.
La
existencia de las dos mujeres -una niña y, la otra, una señora madura- que se
sienten marginadas por una sociedad que las etiqueta. Por dos mujeres, como
decíamos, que comparten idénticos anhelos intelectuales: “La inteligencia es
algo transversal a todos los estratos sociales”, según palabras de la autora,
dará un giro de 180 grados cuando aparezca en escena un nuevo vecino en el
número 7 de la calle Grenelle: el japonés Kakuro Ozu, un jubilado emparentado,
de lejos, con el conocido director japonés Yazujiro Ozu; director por el que
Renée siente verdadera devoción.
Kakuro
Ozu consigue reblandecer, poco a poco, las corazas emocionales de Paloma y
Renée, y cuando ésta última se quita sus púas y sus miedos para dejarse conocer
por el culto y afable japonés, la tragedia llama a su puerta de una forma cruel
e inesperada.
La
elegancia del erizo, contada en capítulos cortos -estrategia narrativa que
define la particular forma de escribir y de contar historias de Muriel
Barbery-, es un canto a la amistad y a la complicidad entre personas que,
aparentemente, no tienen nada en común.
PÁGINA
18 – CUENTO
PATRICIA
ELENA VILAS
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
ESPERANDO
LA NOCHE...
Esperando la noche. Tal vez no vuelvas nunca.
Anoche, al despedirnos, te vi caminar lentamente hacia el horizonte, cabizbajo,
taciturno, mordisqueando palabras sin sentido, vaya a saber Dios qué decías.
El sol se iba poniendo lentamente, y
su color rojo anaranjado iba tiñendo mi alma y mi mente. Caminaba sin cesar,
sin rumbo fijo, pensando tal vez en la última puerta del destino que debe
abrirse próximamente.
Tú, inquieto y triste; yo, inquieta
y anhelante por el futuro.
Nuestros horizontes, tal vez en
algún punto del universo, se abran para separarse eternamente.
¿Hubo amor? No sé. Pero sí afirmo
con todo el corazón, que en el medio de
nuestras vidas existieron seres que intentaron perjudicarnos abiertamente.
Sabedores de tus defectos, los usaron en beneficio propio.
Nunca sabrán ni por un instante el daño y el dolor que
causaron. Por eso, debes saber que no todo aquél que se dice “amigo”, es
verdaderamente amigo.
No te olvides de mí durante mi larga
ausencia. Sólo los duendes saben qué será de mi destino, ya que escuchan los
designios de Dios y mis ruegos,
lamentos, momentos de desesperanza, y deseos de encontrar amores escondidos,
quién sabe dónde, para sentir el apoyo de un alma gemela, que me brinde su
compañía y caricias.
He
empezado a creer que el mundo es un túnel oscuro, largo y sinuoso que me atrapa
en forma silenciosa, sin que yo me dé cuenta.
Terror es lo que me paraliza cada vez que me pierdo
en interminables vericuetos pensantes y que quizás, tal vez, muchos de ellos no
se realicen; pero de momento, la incertidumbre es la madre del terror.
Debería
saber que la vida es alegría y sin embargo, dónde está?
El
altar profundo del alma no tiene fondo. Es una garganta a la que todavía no le
encuentro forma.
Dónde
está la niña de entonces?
Dónde
está la vida que siempre soñé?
No sé. Quizás, esperando
entrar en algún momento.
PÁGINA
19 – POESÍA AMERICANA
ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)
AEROMANCIA
hay que buscar
la médula vital de
las formas
las combinaciones
orgánicas
de la geología
el caracol de la
historia
la rosa de los
vientos
la casa
la cuna
y la tumba de las
estrellas
la osamenta del
tiempo
lo que hay para
descarnar
de las verdades
incendiar las goletas
amarnos en el filo de
las noches
destilar a cuenta
gotas la espalda del futuro
colgar los péndulos
en las ventanas
acoger el corazón de
nuestra arqueología
dar uso de puente a los sueños
COPÉRNICO
solo se necesitan dos
cuerpos
para hacer al mundo girar
hacer de la certidumbre
otra forma de adivinar
LA MÉDULA DE CRONOS
el amor existe, porque muere
las cenizas
son la desmenuzada
carne del fuego
hay que desnudar la
aurora
abrazar el terror de
la noche
hasta que caigan las
estrellas
en la entraña del medio
día
cada nacimiento
es una metáfora de la
muerte
la muerte es la
trinchera del tiempo
hay que buscar las
formas
de renacer entre
nuestras muertes
porque el cielo tiene
entrañas
y el fundamento del
grito es el silencio
cada caricia es un
eco desde dentro
es enraizar el gemir
del deseo
el recuerdo como
fruto de la historia
hay que vivirnos hoy
y siempre
en el hechizo de las
carnes del tiempo
porque solo el
instante es nuestro
y las sirenas el espejismo del olvido
cada muerte
se parece a su dueño
como cada ave
se parece a su vuelo
todo lo que perece se parece
LAS PREGUNTAS EN LAS VENTANAS
eres
una pregunta
que
afanosa guarda sus respuestas
cuando
en la piel
llevo
la simiente de mi propia interrogación
eres
y no eres
pregunta
y respuesta
del
viento que parece caminar
en
avance y retroceso
saltando
de los pasos a las huellas
del
eco a la voz
de
la sombra a tu luz
hoja
que vuela sin raíz
raíz
que se me hunde sin el follaje de tu piel
en
días la pregunta me crece
como
una respuesta de medusas
cuando
pienso mirarte llegar
porque
pienso debería haber
como
tú
ventanas
hacia adentro y hacia afuera
ecos
que acaricien desde la memoria
o
colores penetrando el vientre de las sombras
te
me adentras extraño tatuaje
un
azar en racimo de preguntas
que
si el río tuviera raíces
te
treparía en el flujo de su deseo
o
se guardaría en tus hendiduras
la
voz y el color de un nítido instante
el
eco en tu y en su piel
para
continuar preguntándose
qué
tan lejos llega un grito
qué
tan cerca
el
susurro llega a la devoción
o
qué tanto es necesario
de
uno mismo
para
posibilitarse ser la pregunta de tu sueño
porque
el deseo es una inclemente pregunta
y
el sueño puede ser la trampa del amar
piel
adentro una enramada de preguntas
qué
puede hacer el espejismo
para
llegar como manantial al horizonte
cómo
sería posible
tatuarse
en el alma de tus sueños
no
vivirte como un testimonio
y
existir floreciendo en tu libertad
cómo
volverme una pregunta profunda
en
la respuesta de un río
creciendo
en ti sus raíces
tal
flujo incesante de insoldables creaciones
bifurcarme
en tu piel como exploración
del
cometa que soñó fundirse con el mar
como
una pregunta
que
encuentra en el tiempo tus instantes
ANA ISTARÚ
(San
José-Costa Rica)
ES
MUY DIFÍCIL
Es muy difícil
ser
como quien es para mis padres
y mis tías,
como quien es para caminar
por las aceras
con piel de señorita
y de estudiante
que se marchita la tarde
recogiendo la vida
que le dan los textos
y las antologías,
con piel de virgen mansa,
del silencio de tinta
que me exigen las aulas,
sabiendo que mi corazón
se ha quedado en la esquina
rezagado y perdido,
grillo irreverente y harto
que lamen el violento dibujo
de este mundo
hasta desvanecerse y achicarse,
grito de tormenta
pálido y dormido.
IV
(LA ESTACIÓN DE FIEBRE)
Ahora que el amor
es una extraña costumbre,
extinta especie
de la que hablan
documentos antiguos,
y se censura el oficio desusado
de la entrega;
ahora que el vientre
olvidó engendrar hijos,
y el tobillo su gracia
y el pezón su promesa feliz
de miel y esencia;
ahora que la carne se anuda
y se desnuda,
anda y revolotea
sobre la carne buena
sin dejar perfumes, semilla,
batallas victoriosas,
y recogiendo en cambio
redondas cosechas;
ahora que es vedada la ternura,
modalidad perdida de las abuelas,
que extravió la caricia
su avena generosa;
ahora que la piel
de las paredes se palpan
varón y mujer
sin alcanzar el mirto,
la brasa estremecida,
ardo sencillamente,
encinta y embriagada.
Rescato la palabra primera
del útero,
y clásica y extravagante
emprendo la tarea
de despojarme.
Y amo.
ALGÚN
DÍA
Algún día
algún misterioso día húmedo
me volcaré en mí misma para siempre,
y no podrá nadie llamarme
por mi nombre,
porque seré un encierro de paz,
único y eterno.
Algún día húmedo,
con el sello infinito de dos palabras:
no volveré.
Y la vida abierta y dolorosa
bajará rodando por las gradas.
PÁGINA 20 – ENSAYO
SUSANA
GRIMBERG.
Psicoanalista
y escritora
(San
Juan-Argentina)
“No maquines ningún mal contra aquel que tiene confianza en ti. No litigues sin razón alguna contra el que no te ha hecho mal alguno. Nunca digas a tu amigo: vuelve mañana y te daré lo que pides, si puedes dárselo hoy”. Talmud
Las imágenes de la feroz golpiza propinada por una adolescente de 16 años a otra de quince, filmada a través de un celular por uno de los amigos de las involucradas, y por él mismo subida a las redes sociales, nos dejan sin palabras. La golpiza me hizo recordar el dicho idish: “Una pelea es como una picazón: cuando más uno se rasca, más pica”. Es decir: cuando más se pega, cuanto más dolor se inflige en el otro, más se goza.
Tengo que insistir, como escribí en otras notas, que es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina y en el resto del mundo, han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir su deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros?
Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, conforme a su propia historia, por haber tenido un padre, puede y debe ejercer esa función. Esta función es la que pone en juego el No. El “No” como límite. Necesaria prohibición que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. Es a partir del “No” que puede sostenerse el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.
Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí misma.
Sigmund Freud, en “El malestar en la cultura”, nos plantea que uno de los reclamos ideales de la sociedad: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; no deja de despertar, un sentimiento de asombro y extrañeza. ¿Por qué hacer eso? ¿De qué valdría? ¿Cómo llevarlo a cabo?
El amor es algo valioso y no se puede desperdiciar sin pedir cuentas. El sujeto humano piensa que si ama a otro, él debe merecerlo de alguna manera. Y lo merece sí, en aspectos importantes, se le parece tanto que puede amarse a sí mismo en él. De no ser así, no es sólo que ese extraño es indigno del amor por él, sino que se hace más acreedor de la hostilidad, del odio.
Este proceder es el que muchos pudieron ver, cuando, la televisión mostró la violencia ejercida por una adolescente sobre la otra muchacha. El goce de golpearla hasta verla caer desvanecida, goce alentado por los amigos, recuerda a las patotas que mientras, turnándose uno a uno, violan a una mujer.
Freud, da un ejemplo muy interesante al recordar lo acontecido en el Parlamento francés cuando se trataba la pena de muerte: “Un orador acababa de abogar apasionadamente en favor de su abolición. Una tormenta de aplausos apoyó su discurso, hasta que desde la sala una voz prorrumpió en estas palabras: “Que messieurs les assassins commencent!”.
La patota, película de Daniel Tinayre (1960), que anticipa los hechos de violencia de nuestros tiempos, narra la historia de una profesora de filosofía, atrozmente violada por sus alumnos de la escuela nocturna. Hoy, las patotas las arman los mismos compañeros con la intención de violentar, humillar, agredir, incluso violar a una compañera multiplicando la violencia en las escuela, ocultada, negada y silenciada durante años.
Comprobamos, día a día, que el ser humano no es un ser manso, amable que, a lo sumo, es capaz de defenderse si lo atacan, sino que le atribuye a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. Freud, dice claramente que el prójimo no es sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. ¿Quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, se pregunta Freud, osaría poner en entredicho tal apotegma? Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie. Quien evoque los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción.
La existencia de esta inclinación agresiva, inherente a la hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución, dice Freud.
La urgencia del “No”
Dije en otras oportunidades que la mejor manera de limitar a un hijo, es no ponerle límites. Los padres han confundido autoridad con autoritarismo. Los padres, por rehusarse a reprimir, por asociarlo a una acción propia de la dictadura militar aún cuando sería necesario hacerlo, están mal-educando a los hijos de modo tal que los han formado como dictadores. Incluso, por temor a caer en lo autoritario, los padres se han puesto de rodillas frente a los hijos. Esa actitud, conduce, inevitablemente a la violencia. Una violencia que excede la agresividad constitutiva del sujeto.
Freud nos enseña que al comienzo de la vida, el odio (la más antigua de las pasiones humanas), es previo al amor. Este odio, indisociable del miedo, es esencialmente, también un miedo de sí. Miedo y odio comparten la misma raíz, y se arraigan en la fragilidad e indefensión del individuo. Esta incapacidad de elaborar este miedo y este odio respecto de sí mismo hace que se los proyecte afuera. Es más, Freud dice que lo odiado coincide con el mundo exterior porque suelen compartir lo displacentero. Por este mecanismo surge una configuración de la realidad muy particular: el mal está afuera, en el otro, siendo por esto que puede adjudicarse al otro el estado de desorden, de confusión, de desasosiego que el mismo sujeto puede sentir.
Entonces, en el sujeto humano existe desde que nace un lugar para el mal, está allí, en él, y no afuera. Mal contra nosotros mismos y contra el otro. El primero puede conducir al suicidio, que es un crimen contra sí mismo y el segundo al homicidio. El mal que nos habita no lo podemos erradicar, solamente podemos apaciguarlo, tranquilizarlo.
El ser humano convive con el mal, pertenece a su naturaleza. Sin embargo, se pueden encontrar formas más armoniosas de vivir con él. Una enorme virulencia nos habita, y es necesario regularla. Cuando la libido se concentra en este punto de odio, el sujeto busca un chivo expiatorio: el otro, diferente de mí, es el que no me permite desarrollarme.
La violencia es hoy un componente cotidiano en nuestras vidas y sucede en todos los niveles sociales, económicos y culturales. Los padres, deben poder decir No al hijo cuando este se excede o pone en riesgo su vida pero, también, deben tener presente que lo más importante es educar con el ejemplo.
Quiero concluir con las palabras de Albert Einstein: "Dar el ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera".
PÁGINA 21 – CUENTO
EMILCE
STRUCCHI
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
EL
OTRO LADO
Había
llegado el momento en que el silencio es homenaje, la hora en que la tarde se
desgaja en colores y casi todo enmudece. El paisaje impreciso me cubrió de
nostalgia, sentimiento arraigado en el centro de lo que no consiguió ser
indestructible: la gloria perseguida, alcanzada y extraviada en un espacio
terrestre tan breve que apenas pude disfrutar de ella (como si fuera una de
esas mujeres arpías y aprovechadoras que luego de un efímero placer, terminan
denunciándote inmediatamente por una paternidad dudosa). En fin, así es la
nostalgia de transcurrir entre pérdidas.
Permanecí
allí, como petrificado, con la mirada puesta en el horizonte, tratando de
adivinar ese otro lado de la pampa que siempre imaginaba pero jamás había
conocido. Porque mi lugar era ése y la gente reclamaba que yo me quedara para
su protección. No podía fallarles, bastantes versiones maliciosas y chismes
circulaban ya como para cometer más desprolijidades.
A
mis espaldas el caserón totalmente blanco con su alero de madera crujiente se
me antojó de principios del siglo XIX. Sus salones inmensos donde se
disfrutaban las mejores comidas preparadas en la moderna cocina construida con
los últimos adelantos, las habitaciones donde se alojaban desde políticos hasta
renombrados artistas, el gran jardín y las hectáreas de tierra donde pastaban
los animales, todo era igual a entonces. Hasta yo, con mi traje del ejército,
limpio y brillante como recién estrenado. Me pareció escuchar un sonido lejano
y pensé que estaría más seguro si entraba. Entonces reconocí un viento de
caballos al galope, cada vez más cerca. Si bien mi razón me empujaba hacia
adentro de la casa para cobijarme, el cuerpo no respondía. Ellos seguían
acercándose y levantando una oscura polvareda. Se podían escuchar gritos y
relinchos. El olor a tierra seca era intenso. De pronto, haciendo un esfuerzo
descomunal pude trasladarme al interior. Rápidamente clausuré puertas y ventanas.
Permanecí en la oscuridad, aterrado como ahora, seguro ya de que jamás vería el
otro lado.
"El
malón prendió fuego al granero y siguió adelante en la creencia de que la
vivienda estaría deshabitada y el caudillo habría huido", dijeron. Lo que
no sospechan es que todavía estoy aquí. Temo que regresen.
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
ANA
MARÍA RODAS
(Guatemala-Guatemala)
Premio Nacional de
Literatura Miguel Ángel Asturias 2000
*
La
gramática miente
(como
todo invento masculino)
Femenino
no es género, es un adjetivo
que
significa inferior, inconciente, utilizable,
accesible,
fácil de manejar,
desechable.
Y sobre todo
violable.
Eso primero, antes que cualquier
otra
significación preconcebida.
*
El
más perfecto amor
Podría
durar quizás tres años.
Te
lo aseguro yo
que
ya asistí a varios entierros.
Pero
todo está bien
si
al menos escribiste algunos poemas.
*
Dijeron
que un poema
debería
ser menos personal
que
eso de hablar de tú o de yo
es
cosa de mujeres.
Que
no es serio.
Por
suerte o por desgracia
todavía
hago lo que quiero.
Quizá
algún día utilice otros métodos
y
hable en abstracto.
Ahora
sólo sé que si se dice algo
debe
ser sobre tema conocido.
Yo
sólo soy sincera —y ya es bastante—
hablando
de mis propias miserias y alegrías
puedo
contar que me gustan las fresas
Por
ejemplo
y
que algunas personas
me
caen mal por hipócritas, por crueles
o
simplemente porque son estúpidas.
Que
no pedí vivir
y
que morir no es algo que me atraiga
excepto
cuando me hallo deprimida.
Que
esoy hecha
sobre
todo
de
palabras.
Que
para poder manifestarme
uso
tinta y papel a mi manera.
No
puedo remediarlo.
Por
más que trate
no
escribiré un ensayo
sobre
la teoría de conjuntos.
Tal
vez más adelante
encuentre
otras formas de expresarme.
Pero
eso no me importa ahora
hoy
vivo aquí y este momento
y
yo soy yo
y
como tal actúo.
Por
lo demás lamento no complacer a todos.
Creo
que ya es bastante mirar hacia mí misma
y
tratar de aceptarme
con
huesos con músculos
con
deseos con penas.
Y
asomarme a la puerta y ver pasar el mundo
y
decir buenos días. Aquí estoy yo.
Aunque
no les guste.
Punto.
*
Asumamos
la actitud de vírgenes.
Así
nos
quieren ellos.
Forniquemos
mentalmente
suave,
muy suave
con
la piel de algún fantasma.
Sonriamos
femeninas
inocentes.
Y
a la noche, clavemos el puñal
y
brinquemos al jardín
abandonemos
esto
que apesta a muerte.
ANTONIO PRECIADO BEDOYA
(Esmeraldas-Ecuador)
SU
VOZ
A
ver, yo soy Manuel,
morí
dormido
con
un viejo dolor en la mirada.
Tú
viniste a mi entierro
—¿lo
recuerdas?—
con
un ramo de dardos bajo el alma.
Hoy
dejo aquí a tu puerta
una
viva raíz recién sembrada,
yo
llegaré a regarla cada día
con
la gota de rocío más temprana.
ALGO
ASÍ COMO HUMANO
Cuando
le hicieron sitio,
ya
fue tarde,
porque
le había crecido otro cabello
y
tenía en la lengua otra palabra.
También
le habían crecido las uñas
y
los dientes,
y,
como es hombre,
le
había salido punta en la esperanza.
Desde
entonces se vive solitario,
se
entretiene tejiendo
un
látigo terrible con su barba,
cantando
ese murmullo indescifrable,
mascando
roca,
vigilando
el alba
o
atrapando luciérnagas
para
hacerse un farol como la luna
y
un faro para hormigas extraviadas,
cortando
escamas de hojas,
para
peces,
o
parchando el tonel para sus lágrimas.
Cuando
le hicieron sitio,
ya
fue tarde.
Dicen
que por las noches
se
desata la piel
y
que la cuelga
de
la caña de azúcar de la entrada;
bebe
un poco de hiel de sus panales
y
se acuesta en el aire
con
su viejo brasero como almohada,
que
duerme a ojos abiertos
y
que sueña,
qué
sueñan los que sueñan,
y
de mañana,
al
minuto del sol,
cierra
los ojos,
empieza
su canción
y
se levanta.
MATÁBARA
DEL HOMBRE MALO
Siete
cielos sobre el cielo,
cielo
negro,
noche
mala,
y
nueve profundos cuervos
sobre
la nube más alta.
Cátala
catún balé,
catún
balé caté cátala.
Tengo
una hoguera que sube,
son
siete lenguas de llama,
malabón
caramba aché,
cien
ojos de gente mala,
un
vaso de sangre azul,
veinte
lenguas putrefactas,
un
corazón,
lodo
y pus
de
las más bajas entrañas.
Nueve
alfileres de hueso,
veneno
de tres arañas,
y
ahora sí que ya te mueres,
fantasma
de la oscurana.
¡Cátala
catún balé,
catún
balé caté cátala!
PÁGINA 23 – ENSAYO
IVAN
THAYS.
(Lima-Perú)
¿PARA
QUÉ LEER?
En
el libro El encantador: Nabokov y la felicidad, Lila Azam Zanganeh titula su
prólogo con contundente franqueza: "¿Por qué leer este libro o cualquier
otro?" Así contesta a su propia pregunta: "La respuesta, a mi juicio,
siempre ha sido meridianamente clara: leemos para renovar el encanto del mundo.
Desde luego, hay un precio, incluso para el más diestro de los lectores.
Descifrar sentidos, internarse trabajosamente en regiones desconocidas, abrirse
paso entre un intrincado laberinto de frases, tinieblas inquietantes, plantas y
animales desconocidos. No obstante, si persistimos con obstinada curiosidad y
espíritu de conquista, de vez en cuando surge un panorama magnífico, un paisaje
bañado por el sol, rutilantes criaturas marinas¨.
Reconozco
que me gustaría sentir que cada vez que leo se renueva mi encanto por el mundo.
No voy a negar que he sido feliz leyendo, ni tampoco que esa curiosidad y
espíritu de conquista se ha apropiado de mí otras veces, pero lamentablemente
mi experiencia como lector está muy lejos de esos hallazgos fabulosos de
Zanganeh. La respuesta para qué o por qué leer siempre ha sido, para mí, tan
complicada de responder como a aquella "por qué escribes". Tengo la
impresión de que, en principio, ambas respuestas son parecidas. Aquella
profunda decepción ante el orden del mundo, el descubrimiento del caos y de
aquello que no funciona, el motor de la escritura según Vargas Llosa, moviliza
también al lector. Lectores y escritores comparten las mismas fracturas. Leemos
para encontrarnos con un mundo, si no mejor, al menos capaz de responder a un
orden y cuyo dios o demiurgo, por más genial que sea, es un ser más cercano a
nosotros que cualquier divinidad mística: el autor.
El
francés Charles Dantzig, editor, traductor de Francis Scott Fitzgerald y Oscar
Wilde, además de narrador, poeta y ensayista, organiza un extraordinario libro
calidoscópico en torno a la pregunta “¿Por qué leer?”, que responde con
inteligencia y buen gusto pero también con bromas, ironía o provocación.
Algunos de los títulos de los capítulos bastan para mostrar a qué nos
enfrentamos: “Leer para encontrarse (sin haberse buscado)”, “Leer para estar
articulado”, “Leer para no dejar que los cadáveres descansen en paz”. “Leer por
amor”. “Leer por odio”, “Leer para pasar la mitad del libro”, “Leer por
títulos”, “Leer para dejar de ser la reina de Inglaterra”, “Leer para
masturbarse”, “Leer para contradecirse”, “Leer para guardar las formas”, “Leer
para aprender”, “Leer por consolarse”, “Leer para descubrir lo que el autor no
ha dicho” o mi favorito: “Leer para saber que con leer no se mejora”.
Existen
grandes lectores que son, además, personas muy cultas, inteligentes, sensibles
y tienen excelente ortografía y redacción. Pero es un error pensar que, por
consiguiente, la lectura te hace más culto, inteligente, sensible o mejora tus
tildes. Leer con un fin utilitario, ya sea gramatical o espiritual, es una
pérdida de tiempo. Puedo imaginarme a Hitler leyendo una novela de Knut Hamsum
con placer, pero me resulta difícil pensar en la madre Teresa leyendo algo que
no sea la Biblia o un libro didáctico. Si leer no nos hace mejores personas,
insisto, ¿para qué leer?
En
uno de los capítulos Dantzig anuncia que el lector es un egoísta.“Se lee para
comprender el mundo, se lee para comprenderse uno mismo. Y si se es un poco
generoso, ocurre que también se lee para comprender al autor. Creo que eso solo
les ocurre a los más grandes lectores, una vez que se han saciado las dos
primeras necesidades, la comprensión del mundo y la comprensión de sí mismos.
Leer hace cantar a las momias, pero no se lee para eso. No se lee para el
libro, se lee para uno mismo. No hay nada más egoísta que un lector”.
Estoy
de acuerdo. Para eso leo, para apropiarme de las palabras de los demás. Leo
porque esas palabras me pertenecen. Los libros que han dejado más huella en mí
no son necesariamente las obras cumbres, sino aquellos cuya piel he logrado
traspasar hasta hacerla mía. Leo para mi placer, mi gozo, para apartarme del
mundo y sumergirme en mí mismo. Leo para mí. En un mundo donde todo es
esperanza de futuro, o donde el pasado asoma y me atormenta constantemente, el
único momento donde estoy en el presente es cuando leo. Leer es meditar con
palabras de otras personas, dije en un post anterior. Por eso leo. Leo para
saber qué pienso, qué opino, qué sé o debería saber, qué he olvidado. No
leo para identificarme con un autor sino para permitir que sus palabras se
identifiquen conmigo, adquieran sentido gracias a mí. Cada lector reconstruye,
o mejor dicho inventa, la literatura universal.
Recuerdo que, hace años,
leí un texto de mitología celta escrito por W.B. Yeats donde encontré la frase
"tan sosegado que parece triste". De inmediato la inserté en un
cuento de veinte páginas que había escrito y que le di a leer a un amigo. Este
amigo dijo que el cuento era infumable, pero subrayó la frase robada diciéndome
con, cierta condescendencia, "sin embargo, en esta frase es se nota que
tienes talento". Nunca le dije que esa frase la había escrito Yeats, no
era necesario. Es natural que en el estado de meditación en que nos introduce la
lectura aparezcan frases o escenas que nos remitan a nosotros mismos y resulta
natural apropiarnos de ellas. En realidad, nos pertenecen tan igual como si las
hubiésemos escrito, porque nuestra existencia es la que les da sentido: sin
nosotros solo serían líneas negras sobre blanco. Por ello, jamás leo por
curiosidad hacia mundos o épocas distintas a las mías, sino por curiosidad por
mí mismo. Leo para saber quién soy.
PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES
RICARDO
MARTIN
(Argentina/Costa
Rica)
PENULTIMO
INFORME
Tengo ahora escasa popularidad a bordo. La tripulación, imitando el desdén del Almirantazgo, me ha dado la espalda. Se afilan las cuchillas. A lo largo de estos dos últimos meses de desgracia no pude equiparar mis proezas con las que históricamente esculpieron mi prestigio. ¿La razón? Falta de apoyo logístico. Pero mis desleales prefieren ignorarlo; no es este un barco razonable. La obediencia que se me debe le fue transferida al alto mando que me abandona. Así como se extingue la luz hacia la noche, se esfumó la solidaridad. Se afilan también las hachas. Intento ingresar en la ruina con dignidad, pero mi entereza ofende. Son irrespetadas mis extremidades. Estas y otros pedazos de mí van a parar al agua oceánica. La marinería firma con el poder un pacto de sangre, con mi sangre. Precedidos por mi corazón (más pesado a causa de las decepciones que lo tripulan), mis segmentos se resisten a dispersarse. Durante el hundimiento, mis ojos graban en folios de arrecife los rostros de aquellos infames. Porque querrá recordarlos mi justicia cuando estas partes mías dispongan reunirse y ser nuevamente yo.
EL MITO DE LOS BARCOS FANTASMA
Antes contaba con los auxilios de la razón, pero ya no tengo argumentos para negar la existencia de los barcos fantasma. No tengo razón. Hemos sido derrotados y ahora la oscuridad y otros factores han borrado nuestras cartas de navegación. Me visto de gala, subo a cubierta e intento vociferar una explicación racional de lo acontecido. Es imposible. Resuenan todavía los cañonazos y los ayes y los mástiles quebrándose, y es evidente que navegamos en sentido contrario. Mis valientes degollados no me prestan atención. Cae mi voz por la borda de mis labios y se ahoga en el espacio. ¿O en el tiempo? Ya no importa. Junto a nosotros y en sentido correcto pasa un gigantesco navío diseñado dentro de doscientos años. Su tripulación nos observa con estupor y espanto.
ESCRIBIRA ACERCA DE MI
Llueve en la estancia sobre las tres mil vacas. Miro la lluvia con nostalgia. Soy Sofía Lange, mi abuela materna. De chica fui alemana. Eduqué a mis hijos en París para que me llorasen en francés. Todo saldrá mal. Los campos serán atomizados por la ley de la herencia. Tres González Lange dilapidarán mi fortuna en mesas de póker. Y mi nieto, yo, que no sabrá nada de estancias ni de vacas, escribirá acerca de mí.
EL SILLON
El sillón estaba sentado. Era mi abuela. Abuela continuaba en la caña y en la felpa. Nos observaba. ¿Qué ha pasado desde que morí? Escombros. Deberían cuidar más la casa. Pastos altos, divorcios, paredes rajadas, malos parentescos. La casa es el honor. Un temporal lo arrastró por el jardín, lo puso patas arriba. Siete años estuvo así. Después vino un camión de muebles usados compro. Pusieron el piano encima de la mesa y a Abuela encima del piano. No volví a saber nada del sillón.
LA MARIPOSA
Para la mariposa el vidrio es aire congelado, tiempo en el que ya no vuela el tiempo. Con sólo posarse en él, simula la eternidad. El señor González se ha quedado mirándola, como eternizado en ese instante inmóvil y amarillo que se posó en la ventana del Ministerio.
Tengo ahora escasa popularidad a bordo. La tripulación, imitando el desdén del Almirantazgo, me ha dado la espalda. Se afilan las cuchillas. A lo largo de estos dos últimos meses de desgracia no pude equiparar mis proezas con las que históricamente esculpieron mi prestigio. ¿La razón? Falta de apoyo logístico. Pero mis desleales prefieren ignorarlo; no es este un barco razonable. La obediencia que se me debe le fue transferida al alto mando que me abandona. Así como se extingue la luz hacia la noche, se esfumó la solidaridad. Se afilan también las hachas. Intento ingresar en la ruina con dignidad, pero mi entereza ofende. Son irrespetadas mis extremidades. Estas y otros pedazos de mí van a parar al agua oceánica. La marinería firma con el poder un pacto de sangre, con mi sangre. Precedidos por mi corazón (más pesado a causa de las decepciones que lo tripulan), mis segmentos se resisten a dispersarse. Durante el hundimiento, mis ojos graban en folios de arrecife los rostros de aquellos infames. Porque querrá recordarlos mi justicia cuando estas partes mías dispongan reunirse y ser nuevamente yo.
EL MITO DE LOS BARCOS FANTASMA
Antes contaba con los auxilios de la razón, pero ya no tengo argumentos para negar la existencia de los barcos fantasma. No tengo razón. Hemos sido derrotados y ahora la oscuridad y otros factores han borrado nuestras cartas de navegación. Me visto de gala, subo a cubierta e intento vociferar una explicación racional de lo acontecido. Es imposible. Resuenan todavía los cañonazos y los ayes y los mástiles quebrándose, y es evidente que navegamos en sentido contrario. Mis valientes degollados no me prestan atención. Cae mi voz por la borda de mis labios y se ahoga en el espacio. ¿O en el tiempo? Ya no importa. Junto a nosotros y en sentido correcto pasa un gigantesco navío diseñado dentro de doscientos años. Su tripulación nos observa con estupor y espanto.
ESCRIBIRA ACERCA DE MI
Llueve en la estancia sobre las tres mil vacas. Miro la lluvia con nostalgia. Soy Sofía Lange, mi abuela materna. De chica fui alemana. Eduqué a mis hijos en París para que me llorasen en francés. Todo saldrá mal. Los campos serán atomizados por la ley de la herencia. Tres González Lange dilapidarán mi fortuna en mesas de póker. Y mi nieto, yo, que no sabrá nada de estancias ni de vacas, escribirá acerca de mí.
EL SILLON
El sillón estaba sentado. Era mi abuela. Abuela continuaba en la caña y en la felpa. Nos observaba. ¿Qué ha pasado desde que morí? Escombros. Deberían cuidar más la casa. Pastos altos, divorcios, paredes rajadas, malos parentescos. La casa es el honor. Un temporal lo arrastró por el jardín, lo puso patas arriba. Siete años estuvo así. Después vino un camión de muebles usados compro. Pusieron el piano encima de la mesa y a Abuela encima del piano. No volví a saber nada del sillón.
LA MARIPOSA
Para la mariposa el vidrio es aire congelado, tiempo en el que ya no vuela el tiempo. Con sólo posarse en él, simula la eternidad. El señor González se ha quedado mirándola, como eternizado en ese instante inmóvil y amarillo que se posó en la ventana del Ministerio.
PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA
CAMILA CHARRY NORIEGA
(Bogotá-Colombia)
Una extremidad
apoyado sobre la montaña
el río celeste.
Shiki Masaoka
apoyado sobre la montaña
el río celeste.
Shiki Masaoka
Mira como
tiembla
la gota de agua en los ojos del erizo
la hoja del sauce sobre el viento
el viento en la mirada que descubre y quiebra todo;
como antes jamás será después;
sortilegio,
palabras que tiemblan y se estrellan
todos los incendios que estallan a lo lejos
todas las montañas que azules se mecen
bajo la febril mirada que las confunde con el mar.
la gota de agua en los ojos del erizo
la hoja del sauce sobre el viento
el viento en la mirada que descubre y quiebra todo;
como antes jamás será después;
sortilegio,
palabras que tiemblan y se estrellan
todos los incendios que estallan a lo lejos
todas las montañas que azules se mecen
bajo la febril mirada que las confunde con el mar.
Para Juan Sánchez
*
El perro muestra frenético sus dientes
y corre
con su presa entre la boca
llanura
adentro;
ha sido
largo el suspiro exhalado por el que ahora es un cadáver
banquete
que entre mordiscos el hambre y el instinto riñen.
El
perro cruza luego la noche
la
tiniebla que para él resulta el mundo humano.
Jadea,
lame las magulladuras de sus días
sabe
entiende
qué son
la soledad y el destierro
pero
desconoce la función del tiempo
su
impostergable cometido;
envejecerlo
todo acabarlo todo.
Como el
perro
mis
labios riñen con la vida y tragan luz
jamás
sacian su hambre,
ya
adentro la luz es un rayo
y se
extiende por las entrañas del cuerpo
que
también cruza la noche
magullado
solitario
consciente
de que será cadáver
banquete
del tiempo;
ese
otro perro
que
llanura adentro noche adentro todo lo devora.
Yo escribo como hablo
desde
la desgarradura de la tarde
cuando
el último pájaro trina
en una
rama
mientras
lo imagino.
Habrá que hacer
como las hojas en otoño
caer sin retorno y esperar el tránsito de lo desconocido
que surca y esquiva
el
recuerdo del árbol que un día se habitó.
De lejos vi que la montaña ardía;
eran
fuegos y veranos los que brillaban en mis ojos.
Era
acá, en este cuerpo
en
donde ese espejismo
era
el deseo y su recuerdo perdido.
Una tiniebla se enreda entre su boca
y
libera desde un mar remoto
criaturas
feroces y acuáticas
que
devoran mi piel.
Él ha
querido reunirse consigo mismo
-dice-
y ha
silenciado con su tropel de espinas
todos
mis credos.
Yo le
muestro con disimulo
mi sexo
otra
criatura acuática y feroz
que
antes devoró su piel.
Él sabe
que el deseo es siempre una tiniebla
que a
veces se acomoda sobre el tiempo y se fractura
soltando
reflejos
claridades
espejismos.
Los dos
sabemos que en lo profundo de este mar
está la
vida
que día
a día
todo
lo deslíe, todo lo olvida.
GIOCONDA BELLI
(Managua-Nicaragua)
CANTO
AL NUEVO TIEMPO
a mis hermanos del FSLN
a Tomas, que sobrevivió para verlo
Me levanto
yo,
mujer sandinista,
renegada de mi clase,
engendrada entre suaves almohadas
y aposentos iluminados;
sorprendida a los 20 años
por una realidad
lejana a mis vestidos de tules y lentejuelas,
volcada a la ideología de los sin pan y sin tierra,
morenos forjadores de la riqueza,
hombres y mujeres sin más fortuna que su vigor
y sus bruscos movimientos.
Me levanto a cantar
sobre los terremotos
y las voces chillonas, desesperadas,
de algunos de mis parientes,
reclamando sus por siempre perdidos derechos,
rabiosos ante los desposeídos
que han invadido plazas, teatros, clubes, escuelas,
y que ahora se desplazan, pobres aun,
pero dueños de su Patria y su destino,
orgullosos entre los orgullosos,
volcanes emergiendo del magma de la guerra
arboles crecidos en el fragor de la tormenta.
Me levanto
sobre el cansancio del trabajo,
sobre los muertos que aún viven entre nosotros,
con los que nunca mueren,
hacia la cumbre de la montaña,
desnudando mi apellido, mi nombre,
abandonándolo entre los matorrales,
soltándome de ropas, de despojos brillantes,
para atisbar el horizonte infinito
de la clarinera madrugada de los trabajadores,
que van haciendo los camino
con sus azadones y machetes y palas,
atronando el día con las rotas cadenas de los siglos
dejadas caer a sus espaldas,
y las mujeres con sus faldas de maíz
-todos los ríos sueltos en sus brazos-
acunando a los niños venidos al tiempo de la esperanza
niños que dejaron atrás la orfandad de los ranchos destruidos
y los padres asesinados.
Viene riendo la gente
con su cargamento de mañanas por construir
y yo canto poseída por las guitarras de la Historia
que se anuncia gozosa,
que amanece preñada de dulzura
en los campanarios de los pueblos,
en los reparte-leche, los vende-queso, los echa-tortillas,
los cortadores, los campesinos,
los sencillos vencedores de la oscuridad
y las trampas de los politiqueros
-tantos años vendiendo patria, regalando tierra,
concesiones, honra-
derrotados ahora por esta masa turbulenta
que se agita, ondea, se disperasa,
grita a voz en cuello sin temor, ni vergüenza,
redimidos de su condición de no decir,
de ser todo sin derecho a nada;
leones soltando al sol
la furia de su belleza.
Canto,
Cantemos,
para que no se detenga jamás el sonido de estos pasos estallando,
haciendo trizas el pasado,
el brillo de las bayonetas bordeando las fronteras
como una muralla de madres protectoras,
celosamente cuidando a su criatura.
Que manen de la tierra los frutos fértiles
de estos hermosos campos
y resplandezcan las máquinas
trabajando a todo vapor en las fábricas
y salga el sol desparpajado
rompiendo aberturas de puertas y ventanas,
para que tomemos de las crines al tiempo
-alumbre de vientos que barran la miseria-
hombres, mujeres, nacidos con el futuro en andas;
que triunfe la poesía, el amor y venga la bonanza,
la tapisca del oro y las mazorcas,
la cosecha de palabra y ejemplo,
el trueno decidiendo a los inciertos.
Reino de la alegría, el jubilo, los besos,
te hemos venido haciendo tanto tiempo,
gestando el sol,
¡ardiéndonos por dentro!
a mis hermanos del FSLN
a Tomas, que sobrevivió para verlo
Me levanto
yo,
mujer sandinista,
renegada de mi clase,
engendrada entre suaves almohadas
y aposentos iluminados;
sorprendida a los 20 años
por una realidad
lejana a mis vestidos de tules y lentejuelas,
volcada a la ideología de los sin pan y sin tierra,
morenos forjadores de la riqueza,
hombres y mujeres sin más fortuna que su vigor
y sus bruscos movimientos.
Me levanto a cantar
sobre los terremotos
y las voces chillonas, desesperadas,
de algunos de mis parientes,
reclamando sus por siempre perdidos derechos,
rabiosos ante los desposeídos
que han invadido plazas, teatros, clubes, escuelas,
y que ahora se desplazan, pobres aun,
pero dueños de su Patria y su destino,
orgullosos entre los orgullosos,
volcanes emergiendo del magma de la guerra
arboles crecidos en el fragor de la tormenta.
Me levanto
sobre el cansancio del trabajo,
sobre los muertos que aún viven entre nosotros,
con los que nunca mueren,
hacia la cumbre de la montaña,
desnudando mi apellido, mi nombre,
abandonándolo entre los matorrales,
soltándome de ropas, de despojos brillantes,
para atisbar el horizonte infinito
de la clarinera madrugada de los trabajadores,
que van haciendo los camino
con sus azadones y machetes y palas,
atronando el día con las rotas cadenas de los siglos
dejadas caer a sus espaldas,
y las mujeres con sus faldas de maíz
-todos los ríos sueltos en sus brazos-
acunando a los niños venidos al tiempo de la esperanza
niños que dejaron atrás la orfandad de los ranchos destruidos
y los padres asesinados.
Viene riendo la gente
con su cargamento de mañanas por construir
y yo canto poseída por las guitarras de la Historia
que se anuncia gozosa,
que amanece preñada de dulzura
en los campanarios de los pueblos,
en los reparte-leche, los vende-queso, los echa-tortillas,
los cortadores, los campesinos,
los sencillos vencedores de la oscuridad
y las trampas de los politiqueros
-tantos años vendiendo patria, regalando tierra,
concesiones, honra-
derrotados ahora por esta masa turbulenta
que se agita, ondea, se disperasa,
grita a voz en cuello sin temor, ni vergüenza,
redimidos de su condición de no decir,
de ser todo sin derecho a nada;
leones soltando al sol
la furia de su belleza.
Canto,
Cantemos,
para que no se detenga jamás el sonido de estos pasos estallando,
haciendo trizas el pasado,
el brillo de las bayonetas bordeando las fronteras
como una muralla de madres protectoras,
celosamente cuidando a su criatura.
Que manen de la tierra los frutos fértiles
de estos hermosos campos
y resplandezcan las máquinas
trabajando a todo vapor en las fábricas
y salga el sol desparpajado
rompiendo aberturas de puertas y ventanas,
para que tomemos de las crines al tiempo
-alumbre de vientos que barran la miseria-
hombres, mujeres, nacidos con el futuro en andas;
que triunfe la poesía, el amor y venga la bonanza,
la tapisca del oro y las mazorcas,
la cosecha de palabra y ejemplo,
el trueno decidiendo a los inciertos.
Reino de la alegría, el jubilo, los besos,
te hemos venido haciendo tanto tiempo,
gestando el sol,
¡ardiéndonos por dentro!
PÁGINA 26 – ENSAYO
ENRIQUE
SOLINAS
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
EXTASIS
Y ENTASIS EN EL LIBRO “MISALES” DE MAROSA DI GIORGIO
Marosa
di Giorgio (1932-2004) es una de las voces literarias ineludibles en el
panorama de la literatura latinoamericana. Su obra presenta un corpus
indiferenciado de textos híbridos, donde poesía y narrativa se iluminan entre
sí, conversan, y ofrecen un mundo totalmente original. Influida por el
modernismo de Darío y de Herrera y Reissig, por el surrealismo, la fábula como
modelo a desarrollar y el cuento fantástico, ha dejado una obra deslumbrante que está en inicios de
investigación.
Misales
es el primer libro de narraciones que publicó
Marosa di Giorgio en 1993. Está compuesto por 35 narraciones de variada
extensión, cuyo eje central y común
denominador es un planteo sexual. Ante el éxtasis que atraviesa el libro, le
sucede el éntasis hindú, y ambos se suceden en una continuidad que propicia una
dimensión mística, que en apariencia se opone, pero que en un nivel reflexivo
está en concordancia con el espacio espiritual creado.
EL
MISAL
La
palabra misal se aplicó por primera vez al Missale Romanum, libro que
contiene ceremonias, lecturas y
oraciones para la celebración de la Santa Misa, según el rito romano. Se trata
del libro litúrgico oficial de la Iglesia Católica, compuesto por tres partes:
el ordinario de misa, el santoral y las misas de difuntos. Pese a que los
misales existen desde la Alta Edad Media, la codificación definitiva de la
liturgia romana llegó en 1570, por iniciativa del Concilio de Trento.
Si
nos atenemos, en forma rigurosa, al concepto de Misal, comprobaremos que el
libro de Marosa di Giorgio no coincide con el tipo textual expuesto, por lo que
su título sería llamativo y transgresor, en relación a su temática. Por esta
razón consideramos que las narraciones de Misales están construidas en relación
al concepto de liturgia, del latín liturgīa, a su vez derivada del griego
λειτουργία, que significa “servicio público”. Se trata del orden y la forma con
que se realizan las ceremonias de culto en una religión, término extendido a
otras ceremonias y/o actos solemnes que no son religiosos. Tanto un bautismo,
un acto escolar, un casamiento o un cumpleaños, forman parte de una liturgia
que obedece a ciertas reglas explícitas o tácitas.
En
el libro Misales la autora juega con estos dos conceptos de manera alternada,
donde el espacio simbólico elegido y nominado existe en relación al culto
católico (Misa de Pascua, El Alhelí de la misa, Hortensias en la misa, Misal de
la novia, Misal del cura, Misal del novio, Insectos en la misa, Misal de la
Virgen, Carnes en la misa, Misal final en traje de novia), pero que responde a
la idea extendida de liturgia.
“Salió un perro-zorro y
vino al ruedo. Tenía el hocico largo, trotó un poco y robó un huevo de los que
estaban en las ventanas, de regalo. Lo llevaba entre los dientes sin apretar.
Volvió por otro y otro.
Lo llevaba y volvía en la hora oscura del alba. Trabajando cautelosamente, con
el hocico largo y húmedo y humectante…” (Misa de Pascua, p.13)
Este
fragmento pertenece a la apertura del libro. El texto en sí no hace referencia
a un lugar de culto, sino que el escenario planteado es un espacio abierto,
cotidiano, un pueblo rural. Esto se debe a que, para Marosa di Giorgio, el
mundo creado y expresado es el gran espacio sagrado, de naturaleza exuberante y
ambigua, donde la vida sucede en constante y terrible resplandor.
EXTASIS
Y ÉNTASIS
Entendemos
por éxtasis un estado de arrobamiento del sujeto unido a su objeto, que produce
la suspensión de los sentidos. La palabra griega significa concretamente “salir
fuera de sí”, y es un estado de plenitud que dura un instante, asociado a la
lucidez intensa y a la satisfacción. Por otra parte, éntasis es su
consecuencia. Es común que se utilice ambos conceptos como sinónimos, pero no
lo son en la óptica adoptada para este trabajo. Considerado el éntasis como una
de las fases del proceso del yoga, es la retirada del alma en sí misma para
orar. En el budismo representa una etapa hacia el nirvana. Es la unión por la
concentración destinada a lograr la base de la paz interior. Si tomamos ambos
conceptos, uniendo oriente y occidente, llegaremos a la idea de lo que
conocemos como éxtasis místico. El salirse fuera de sí para entrar en sí.
Roberto
Echavarren (2005) afirma que “Di Giorgio abre un aura sagrada y a la vez
libertina, un amor casto y profano, una convivencia de lo místico y de lo
carnal". Ana Inés Larre Borges
(1993) observa que “La perturbadora sensualidad que define toda su creación se
transforma, en estos relatos, en franco erotismo”. Consideramos que el proceso
que describe Echavarren en el libro Misales sucede de manera inversa: lo carnal
es un camino hacia lo místico. Además, la sensualidad destacada por Larre
Borges no queda traducida en un erotismo explícito, sino que lo trasciende. Ya
como ejemplo podemos tomar el Cantar de los cantares, donde contemplamos la
pérdida de lo impersonal con el placer del cuerpo. Pero esto no significa que
el texto desea expresar ese placer y allí se queda, sino que lo expresa como
deseo de unión con Dios. Para que esto suceda, es necesario despojarse de sí, olvidarse,
desintegrar el yo. El erotismo, nada
más, es la representación de la unión mística.
En
Misales, un narrador omnisciente se encarga de relatarnos las distintas
historias que siempre tendrán una alusión sexual.
“Hay un vuelo y como si
buscaran flores entran de golpe, insectos sexuales, gloriosos y temibles.”
(Insectos en la misa, p.60)
El
uso de un narrador protagonista hubiera confirmado el anclaje en el deseo
erótico, pero este narrador realiza el primer movimiento hacia la búsqueda de
aquello que está más allá de los hechos.
“Descendió el marido.
Ella descendió.
- Sálveme.
Contestó el Ángel: - Aniquilaré al marido.
Ella tembló.
-Y lo reemplazaré yo.
Ella tembló más.
-Ya lo aniquilé, y ya.
Todo quedó oscuro y diferente. Y todo se alumbró.
Ella miró.
Vio la figura alta, vaporosa, que había venido en la
rueda (y que parecía su propia cola de novia), el rostro, los ojos de miosotis
del cielo, pero ardientes, y la rosada lengua que ya le hacía una pavorosa
señal.” (Misa final en traje de novia, p. 116)
El
sexo adquiere aquí un matiz bestial (Misa final con murciélago, p. 76). Todos
los seres se vinculan sexualmente de manera violenta, pero estas descripciones
sirven para expresar la vida que existe en constante movimiento, la ebullición
de los seres que a cada instante se conocen, se relacionan, se unen y mueren,
para dar lugar a otros seres de la creación.
“Se oía en el fondo de
los bosques, gritos de mujeres que tenían pasiones con los bichos. Algunas eran
mordidas y casi asesinadas y se salvaban de un solo manotazo…” (La canción de
los puercoespines, p. 105)
Pero
este movimiento no tiene sentido en sí mismo, sino que se trata de la energía
vital que hace perdurar al mundo. Lo masculino y lo femenino se confunden, se
fusionan, para borrar así las características que los diferencian.
Por
estas razones, tanto éxtasis como éntasis se retroalimentan, dos elementos que
no pueden existir de manera independiente, sino en eterna concordancia.
LA
CREACIÓN Y EL ÉXTASIS
El
punto de contacto entre el libro Misales y la literatura mística es que la vía
contemplativa e iluminativa es utilizada para acceder a la unión mística. Las
representaciones que crea y conforman su universo literario se vuelven uno con
el sujeto y es un medio para acceder a la vía unitiva. Lo notable de esta
creación es que Marosa di Giorgio logra la naturalización de las acciones que
forman parte de estos relatos. La vida, el sexo, la muerte, son descriptos con
serenidad inquietante. Si bien podemos apreciar este camino trazado en los
relatos, el espacio espiritual no aparece de manera evidente, sino que se
instala en aquello que es brutal. Lo importante no es el acceso a lo
trascendental, sino que una vez que accedemos a lo espiritual, qué es lo que
podemos hacer con eso.
“El fuego venía rodeado
de humo, de cosas, y casi la borroneaba, encendida como un ascua, todavía
sentada al pie de la cama, sin acostarse. Y lo anulaba a él, del que quedaban
allá arriba los ojos celestes.
Ella, antes de volverse
nada, pelusa, oyó que él decía: - Mi nombre es Dios, no me reconociste.
Y quedó allá lejos, como
lo que era, una estrella fija.” (Misa de Pascua, p. 21)
Hay un sentido de vacío en la
imagen, como señala Heinrich Suso, en tanto ésta no coincide con lo que debería
ser o con la imagen del deseo. Por esta razón, el éxtasis expuesto en Misales,
es una forma de placer que encuentra las formas del horror, Los personajes
terminan aceptando el abuso, el crimen, la injusticia, la frustración, de la
misma forma que aceptarían la felicidad. Terminan siendo una consecuencia de
los avatares de la naturaleza. La creación, en tanto descriptiva, conduce al
umbral del éxtasis místico.
CONCLUSIONES
El
éxtasis que subyace en Misales de Marosa di Giorgio presenta en apariencia un
primer nivel de lectura que transgrede las convenciones, en tanto a la forma en
relación con su contenido (lo religioso y lo profano). Pero en un segundo nivel
podemos comprobar que ese éxtasis está en relación al éntasis que convive y se
fusiona con éste, para transformarse en un éxtasis místico. Lo curioso es que –
a pesar de no estar frente a una literatura mística en la acepción más clásica
– estos textos podrían ubicarse en el pórtico del éxtasis místico, ya que éste
no termina de suceder. El resultado es una consecuencia propia de la naturaleza
que es propicia y al mismo tiempo, nefasta. Y las imágenes creadas, por
insuficientes, por no coincidir con lo que espera el deseo, representan la
nada, el vacío.
Lo
erótico conduce a lo religioso, pero esta dimensión se presenta incompleta,
injusta, feroz, frustrante. Y las escenas narradas terminan convirtiéndose en
preguntas que cada cual deberá responder.
PÁGINA 27 – CUENTO
ROBERTO
FONTANARROSA
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
PALABRAS
INICIALES,
“Puto el que lee esto.”
Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.
Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. “Puto el que lee esto”, y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...” Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.
Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.
No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el inútil de Tolstoi. Yo sigo la línea marcada por un grande, Carlos Monzón, el fantástico campeón de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el piñazo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo decía claramente, con esa forma tan clara que tenía para hablar. “Para mí el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos.” Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.
El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Así de simple. Todo lo demás es cartón pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librería, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el más perfecto de los cobardes. Allí tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. “Puto el que lee esto.” Que sienta un golpe en el pecho y se dé por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones.
“Es un golpe bajo”, dirá algún crítico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y están suscriptos en Le Monde Diplomatique. ¡Sí, señor –les contesto–, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atención de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es increíble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribirán. Y los que han muerto, los cementerios están repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus épocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos querían la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que aún joden y joden en los estantes de las librerías. Nadie decidió, modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: “Me voy con rumbo a la quinta del Ñato y me llevo conmigo todo lo que escribía, no los molesto más con mi producción”, no. Ahí están los libros de Molière, de Cervantes, de Mallea, de Corín Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todavía en las mesas de saldos.
Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que tenían: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deberían seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. “Me voy, me muero, cagué la fruta –podría ser el postrer anhelo–. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estaré allí cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches.” Que los quemen, qué tanto. Es lo que voy a hacer yo, téngalo por seguro, señor lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de señoras al pedo que decidían escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para enseñar cómo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboretás, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no podían abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mecánicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqué de la vital adhesividad de la pasta para las encías, señoras evolucionadas que pensaron que los niños no podrían llegar a desarrollarse sin leer cómo el gnomo Prilimplín vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hacía lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por día para aflojar el vientre, biólogos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuidás te la agarra con la mano.
Allí, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, señores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los redaños mismos de nuestros riñones. Allí, a ese interminable mar de volúmenes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de víctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atención del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tardío, distraído, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aquí y allá por una tapa más luminosa, un título más acertado, una faja más prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudición y, quizás, interés. Está atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea frívolamente el último best-seller, a la señora todavía pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gurú de turno. Si es niño, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.
Y el libro está solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con él para venderse. Sabe, con la sabiduría que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Después, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no resultó seductora, saldrá de la mesa exclusiva de las novedades VIP diríamos, para aterrizar en algún exhibidor alternativo, luego en algún estante olvidado, después en una mesa de saldos y por último, en el húmedo y oscuro depósito de la librería, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros –le advierten–, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.
No desaparecerá tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un símbolo de la cultura, un icono de la erudición, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso específico que una empanada, una corbata o una licuadora. Irá, eso sí, con otros millones, al depósito oscuro y maloliente de la librería. No te extrañe incluso que vuelva un día, como el hijo pródigo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede allí, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, teflón y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.
De última, reaparecerá de nuevo, Lázaro impreso, en la mano de algún boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por única vez y en carácter de exclusividad, a bordo de un ómnibus de línea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de mí una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cinturón, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja.
“Puto el que lee esto.”
John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ahí, creo que en El mundo según Garp: “Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia”. Buena, John, me gusta eso. Te están contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te está contando, por ejemplo en el club, cómo al imbécil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodríguez. Vos te tenés que ir, porque tenés que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de órdago si de nuevo llegás tarde como la vez pasada. Pero te quedás, carajo. Te quedás porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te está explicando cómo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodríguez cada vez que se inclinaba a servirle vino y él pensaba que Rodríguez no lo veía. No te podés ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mirás el reloj como buen dominado que sos, le pedís a Chiquito que la haga corta, calculás que ya te habrá llevado el auto la grúa, que ya se te habrá carbonizado la comida en el horno, pero te quedás ahí porque querés eso que el maricón de John Irving decía con tanta gracia: querés saber cómo termina la historia, querido, eso querés.
Entonces yo, que soy un literato, que he leído a más de un clásico, que he publicado más de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narración, que estudio concienzudamente cómo se describe y cómo se lee, que me he quemado las pestañas releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad más pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilación alguna cuándo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, señores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel francés con cualquier boludo. Mi libro tendrá, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de cómo cultivar la calabaza y al horóscopo coreano de Sabrina Pérez, junto a las cien advertencias gastronómicas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las contó a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estaré allí yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desdén obtuso en su carita: “Éste es el libro. Éste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sandía, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra soñada que nunca le ha dado bola”.
Y allí estará la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monzón en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompadón insigne que sacude la cabeza hacia atrás y hacia adelante como perrito de taxi y un montón de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. “Puto el que lee esto.” Aunque después el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva plañidero. Aunque la novela después sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea después un recetario de cocina que incluya alimentos macrobióticos.
No esperen, de mí, ética alguna. Sólo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y lágrimas en mis escritos. El apetito por más y la ansiedad por saber qué es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qué lo afirmo, por qué tengo autoridad para decirlo y por qué conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho más de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. Sí, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aquí, el que está temiendo, en suma, aparecer en el renglón siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo.
“Puto el que lee esto.”
Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.
Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. “Puto el que lee esto”, y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...” Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.
Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.
No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el inútil de Tolstoi. Yo sigo la línea marcada por un grande, Carlos Monzón, el fantástico campeón de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el piñazo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo decía claramente, con esa forma tan clara que tenía para hablar. “Para mí el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos.” Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.
El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Así de simple. Todo lo demás es cartón pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librería, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el más perfecto de los cobardes. Allí tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. “Puto el que lee esto.” Que sienta un golpe en el pecho y se dé por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones.
“Es un golpe bajo”, dirá algún crítico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y están suscriptos en Le Monde Diplomatique. ¡Sí, señor –les contesto–, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atención de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es increíble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribirán. Y los que han muerto, los cementerios están repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus épocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos querían la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que aún joden y joden en los estantes de las librerías. Nadie decidió, modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: “Me voy con rumbo a la quinta del Ñato y me llevo conmigo todo lo que escribía, no los molesto más con mi producción”, no. Ahí están los libros de Molière, de Cervantes, de Mallea, de Corín Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todavía en las mesas de saldos.
Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que tenían: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deberían seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. “Me voy, me muero, cagué la fruta –podría ser el postrer anhelo–. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estaré allí cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches.” Que los quemen, qué tanto. Es lo que voy a hacer yo, téngalo por seguro, señor lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de señoras al pedo que decidían escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para enseñar cómo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboretás, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no podían abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mecánicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqué de la vital adhesividad de la pasta para las encías, señoras evolucionadas que pensaron que los niños no podrían llegar a desarrollarse sin leer cómo el gnomo Prilimplín vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hacía lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por día para aflojar el vientre, biólogos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuidás te la agarra con la mano.
Allí, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, señores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los redaños mismos de nuestros riñones. Allí, a ese interminable mar de volúmenes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de víctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atención del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tardío, distraído, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aquí y allá por una tapa más luminosa, un título más acertado, una faja más prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudición y, quizás, interés. Está atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea frívolamente el último best-seller, a la señora todavía pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gurú de turno. Si es niño, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.
Y el libro está solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con él para venderse. Sabe, con la sabiduría que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Después, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no resultó seductora, saldrá de la mesa exclusiva de las novedades VIP diríamos, para aterrizar en algún exhibidor alternativo, luego en algún estante olvidado, después en una mesa de saldos y por último, en el húmedo y oscuro depósito de la librería, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros –le advierten–, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.
No desaparecerá tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un símbolo de la cultura, un icono de la erudición, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso específico que una empanada, una corbata o una licuadora. Irá, eso sí, con otros millones, al depósito oscuro y maloliente de la librería. No te extrañe incluso que vuelva un día, como el hijo pródigo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede allí, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, teflón y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.
De última, reaparecerá de nuevo, Lázaro impreso, en la mano de algún boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por única vez y en carácter de exclusividad, a bordo de un ómnibus de línea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de mí una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cinturón, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja.
“Puto el que lee esto.”
John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ahí, creo que en El mundo según Garp: “Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia”. Buena, John, me gusta eso. Te están contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te está contando, por ejemplo en el club, cómo al imbécil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodríguez. Vos te tenés que ir, porque tenés que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de órdago si de nuevo llegás tarde como la vez pasada. Pero te quedás, carajo. Te quedás porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te está explicando cómo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodríguez cada vez que se inclinaba a servirle vino y él pensaba que Rodríguez no lo veía. No te podés ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mirás el reloj como buen dominado que sos, le pedís a Chiquito que la haga corta, calculás que ya te habrá llevado el auto la grúa, que ya se te habrá carbonizado la comida en el horno, pero te quedás ahí porque querés eso que el maricón de John Irving decía con tanta gracia: querés saber cómo termina la historia, querido, eso querés.
Entonces yo, que soy un literato, que he leído a más de un clásico, que he publicado más de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narración, que estudio concienzudamente cómo se describe y cómo se lee, que me he quemado las pestañas releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad más pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilación alguna cuándo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, señores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel francés con cualquier boludo. Mi libro tendrá, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de cómo cultivar la calabaza y al horóscopo coreano de Sabrina Pérez, junto a las cien advertencias gastronómicas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las contó a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estaré allí yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desdén obtuso en su carita: “Éste es el libro. Éste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sandía, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra soñada que nunca le ha dado bola”.
Y allí estará la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monzón en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompadón insigne que sacude la cabeza hacia atrás y hacia adelante como perrito de taxi y un montón de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. “Puto el que lee esto.” Aunque después el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva plañidero. Aunque la novela después sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea después un recetario de cocina que incluya alimentos macrobióticos.
No esperen, de mí, ética alguna. Sólo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y lágrimas en mis escritos. El apetito por más y la ansiedad por saber qué es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qué lo afirmo, por qué tengo autoridad para decirlo y por qué conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho más de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. Sí, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aquí, el que está temiendo, en suma, aparecer en el renglón siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo.
PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
GABRIEL
IMPAGLIONE
(Sardegna-Italia)
ANOTACIONES
EN EL AGUA
Abril 18, 2030
No llueve sino un
retumbar de huecos en los techos
alguna vez fue
agua que vertió la medianoche, ahora
apagado rumor,
como si viento del pasado en su furia
viniese a
pisotear la tierra, a reclamar la sangre.
Abril 19, 2030
Con
la piedra de este bosque alzaremos la torre
para llegar primero a la
gota
que
venga.
Abril 20, 2030
Descubrió silbo de agua y de rodillas
adoró el trazo lánguido, la fugacidad
- eco
de los dioses
preocupados de otra cosa-
la esperanza que abrirá templo
hasta el no se sabe.
Abril 21, 2030
Se dice que era hierba, ondulaciones
en caida vertical de pura luz, alboroto
de pájaros, germinación.
Cuesta creer que en esta piedra
los hijos jugaran al centelleo del pez
florecieran las vírgenes en brazos
de la luna
celebraran los hombres
el vino y el trabajo.
Abril 22, 2030
Se desagua la tierra con tristeza
lenta y dura
tren oscuro la desgracia
aplasta durmientes horarios
el trazo paralelo
del hombre y el planeta.
Inexorablemente
de una estación a otra.
Abril 23, 2030
En aquel río que ya no es el mismo
los niños y los peces saltaban en la tarde
barcos de papel buscaron nuevos mundos
el misterio de una orilla a otra dibujó
con sus anillos la dimensión del mundo.
Cuando corre el viento muy de prisa
raspa aquello que fue cauce y desnuda
las huellas de quienes fuimos
como el río
otras lejanas criaturas
del agua.
IVAN RAFAEL
(Madrid-España)
EL
SILENCIO DE LOS ÁRBOLES.
Algo
callan los árboles de las calles de Madrid.
Algo callan.
Algo callan.
Sólo
en los viarios
-sin contar los parques y jardines-
casi trescientos mil ejemplares
de doscientas diez especies distintas
sentados en silencio desde sus alcorques
contemplan a la gente de camino
al mercadillo
al mercado
al supermercado
al hipermercado
y al cubo de la basura
del centro comercial.
-sin contar los parques y jardines-
casi trescientos mil ejemplares
de doscientas diez especies distintas
sentados en silencio desde sus alcorques
contemplan a la gente de camino
al mercadillo
al mercado
al supermercado
al hipermercado
y al cubo de la basura
del centro comercial.
Algo
callan los árboles de las calles de Madrid
contemplando sentados a la gente
contemplando sentados a la gente
sin
decir
ni una sola fruta.
ni una sola fruta.
Algo
callan.
ALREDEDOR
DE LA CANDELA
A Txus, Muna, Olga, Elsa
y Asier
Cortelazor, noviembre de 2012
Cortelazor, noviembre de 2012
Así
como brotan de la tierra los gurumelos
levantando el encinar.
levantando el encinar.
Así
como crecen los limones en el patio
entre el olor de las hojas verdes
y las espinas.
entre el olor de las hojas verdes
y las espinas.
Así
como los membrillos colorean el árbol hasta su nombre.
Así,
como caen los frutos del castaño,
abiertos.
como caen los frutos del castaño,
abiertos.
Mientras
lloran las tejas de barro
en carcajadas contra el suelo
y las piñas,
las ramas,
los troncos
bailan alrededor de la candela,
así,
desnudos como los alcornoques.
en carcajadas contra el suelo
y las piñas,
las ramas,
los troncos
bailan alrededor de la candela,
así,
desnudos como los alcornoques.
RECUERDO
LA DEMOCRACIA
Recuerdo
la democracia como un día de fútbol.
Las
alineaciones.
Los pronósticos.
Las quinielas.
Las discusiones en la barra del bar.
Las colas de las taquillas.
La radio dando los resultados.
Las ruedas de prensa.
Las lágrimas.
Las banderas.
Los pronósticos.
Las quinielas.
Las discusiones en la barra del bar.
Las colas de las taquillas.
La radio dando los resultados.
Las ruedas de prensa.
Las lágrimas.
Las banderas.
Recuerdo
la democracia como un día de fútbol.
Y
los lunes sin haber tocado bola.
Y los lunes jugando en otra Liga.
Y los lunes
con ganas de saltar al césped
a darle patadas
a una urna.
Y los lunes jugando en otra Liga.
Y los lunes
con ganas de saltar al césped
a darle patadas
a una urna.
PÁGINA 29 – ENSAYO
JULIO
CORTAZAR
(Argentino-1914/1984)
CORREOS
Y TELECOMUNICACIONES
de cuando en cuando una empanada de carne, todo esto a cargo de mi padre que además les recitaba a gritos los mejores consejos del viejo Vizcacha. Entre tanto mis hermanos, a cargo de la ventanilla de encomiendas, las untaban con alquitrán y las metían en un balde lleno de plumas. Luego las presentaban al estupefacto expedidor y le hacían notar con cuánta alegría serían
recibidos los paquetes así mejorados. «Sin piolín a la vista», decían. «Sin el lacre tan vulgar, y con el nombre del destinatario que parece que va metido debajo del ala de un cisne, fíjese». No todos se mostraban encantados, hay que ser sincero. Cuando los mirones y la policía invadieron el local, mi madre cerró el acto de la manera más hermosa, haciendo volar sobre el público una multitud de flechitas de colores fabricadas con los formularios de los telegramas, giros y cartas certificadas. Cantamos el himno nacional y nos retiramos en buen orden; vi llorar a una nena que había quedado tercera en la cola de franqueo y sabía que ya era tarde para que le dieran un globo.
PÁGINA 30 – CUENTO
MARIA
ROSA LOJO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
PLEGARIAS
ATENDIDAS
-¿No
se te ocurrió llevarlo al Gauchito? Es el más milagroso.
Eso
le había dicho Rita mientras ambas miraban a Nicolás. Hablaban en voz alta, sin
cuidarse de que él las oyera. En realidad, no podía. Estaba conectado a la play
station, las orejas tapadas por los auriculares, mientras unos seres veloces
-animaciones casi idénticas a seres humanos- se tiroteaban en la pantalla.
"Cada
vez los hacen mejor", pensó Sara. Trabajados con todos los volúmenes de la
vida, pero ligeros, elásticos, sin peso. Invulnerables, no a la muerte ni al
daño virtuales (a cada rato uno caía, herido o aniquilado), pero sí al dolor,
una condición exclusiva de la realidad carnal. "Pues no hay dolor más
grande que el dolor de ser vivo", se dijo, citando a un poeta que ningún
joven mencionaría ya, leído en sus años de secundaria.
-Rita,
por favor. No creo en esas cosas.
-Si
no te convence, basta ir, y mirar los exvotos. La gente agradece de todo y por
todo. ¿Qué perdés? La molestia del viaje. Tomalo como un paseo.
Nicolás
se sacó por fin los auriculares, dando un grito de alegría. Jugaba con
ferocidad y concentración y no se perdonaba las derrotas.
Tuvieron
una cena tranquila. La sonrisa iba y venía en la cara de su hijo entre bocado y
bocado, como el eco de un resplandor que no acababa de borrarse.
Sara
lo decidió esa noche. La luz de la luna llena había quedado encendida en el
balcón y se filtraba por la pequeña claraboya ornamental, sobre el marco de la
ventana. Los séptimos hijos transformados en lobizones estarían acechando en
las esquinas de la ciudad, menos crueles que los vampiros. Al fin y al cabo sus
metamorfosis eran siempre temporarias, y sus víctimas, si las había, morían de
una vez, sin condenarse a una inmortalidad oscura y congelada. Bajo la luz de
esa luna, todo parecía posible, lo maravilloso y lo siniestro.
Irían
al santuario en las afueras de Mercedes, en las vacaciones de enero, para la
fiesta del Gauchito. No había necesidad de hablarle a Nicolás de ningún
milagro. Lo entendería solo. O no lo entendería, y sería, para los dos, nada
más que una excursión folklórica hacia la tierra adentro.
ßßß
Inmune
al calor, la camioneta avanzaba por la ruta. Era una cápsula fresca y dura,
rodeada por tierras blandas de esteros y palmares, cercada por nubes de
mosquitos y otros insectos que se estrellaban contra el parabrisas. La había comprado
hacía unos años, poco después del accidente. Había lugar de sobra para la silla
de ruedas y sus accesorios. También para que Nicolás se recostara a descansar,
si los viajes lo fatigaban. Ahora que ya tenía dieciocho, la adaptarían para
que pudiera manejarla. O la cambiarían por una nueva, con las franquicias
especiales para discapacitados. Quizás -hubiera sostenido Rita- si el viaje
daba resultado, ninguna de las dos cosas sería necesaria.
Miró
de reojo a su copiloto. No lo hacía mal. Cebaba mate, seleccionaba y ponía
música, incluso al gusto de su madre. A veces, pocas, le daba conversación.
Solía hablar mucho más con el padre, que se complacía en enseñarle los secretos
del camino mientras ella dormitaba en el asiento de atrás. Eso la había salvado.
La cabina delantera terminó aplastada brutalmente bajo el micro. Velaron a
Luis, su marido, con el cajón cerrado; imposible devolverles a esa cara, a ese
torso, una forma humana. Nicolás, en cambio, estaba intacto de la cintura para
arriba.
No
se explayaba con ella como con Luis, aunque el padre inhábil había sido incapaz
de desviar la embestida del ómnibus. Exiliado en el lugar de donde nadie
regresa, apenas podía, en todo caso, hacerse cargo de su propia muerte. Nunca
iba a responderle por las piernas de Nicolás.
Llegaron
casi de noche al hotel que Sara se había preocupado de reservar tiempo antes
(todo se llenaba con la fiesta del Gauchito). Había aires en las habitaciones,
instalados hacía poco, pero la antigüedad del edificio se trasparentaba en las
paredes con un brillo sepia y un olor melancólico bajo la capa de pintura
reciente. En el patio central, las hojas de encaje de los helechos colgantes
tocaban el piso. Desde algún lugar, la música de chamamé ya anticipaba el baile
de las jornadas próximas.
Salieron
hacia el santuario después del desayuno. Nicolás iba animado pero en silencio.
Dependiente de ella para casi todo, se vengaba encerrando sus pensamientos y
sus sentimientos como tesoros peligrosos, así como ella, herida, encerraba los
suyos. Sexo, amor, futuro -los de Nicolás, pero también los de Sara- estaban
escondidos en cajas secretas que ninguno de los dos abriría para el otro.
Fuera
de su trabajo en la empresa bioquímica, sólo existía ese hijo único y un poco
tardío que quizá no la miraba. Parecía limitarse a ver, a través de ella -la
herramienta útil que le organizaba los límites de su vida, la subsistencia, la
ropa, los estudios- un horizonte desconocido donde todas las cosas tenían otro
color.
Iban
avanzando entre las moscas, bajo los tolditos de plástico de los puestos de
comida. Sus manos boqueaban como peces fuera del agua, sin los guantes del
laboratorio. Con tal que a Nicolás no se le ocurriera pedir algo de lo que se
asaba o se freía sobre las parrillas chorreantes de grasa, o en las sartenes
tiznadas. Tenía miedo de enfrentar su ira demasiado rápida, siempre que ella le
criticaba deseos que cualquier otro, no inválido, hubiera podido satisfacer
inmediatamente por sus propios medios. El sol salvaje había devorado todas las
sombras, y hasta la visera de su gorra deportiva colgaba inútil, como una oreja
mordida y arrancada.
Lo
que esa gente llamaba santuario le pareció una colección pintoresca de
construcciones precarias donde los tributos al santo y las mercaderías para
vender a los peregrinos convivían en un cordial desorden. Farolitos chinos,
elegidos por su color rojo, se balanceaban entre los mates de hueso o de
carpincho, sobre los tapices y los pósters donde Antonio Gil, siempre con la
mano sobre el pecho, sufría su pasión y muerte vestido con camisa celeste y
pañuelo punzó contra la cruz de Cristo.
-Son
los colores de la unión -acotó, sorprendente, Nicolás-. El celeste de los
liberales que lo reclutaron a la fuerza; el rojo de la Federación. Él era
federal y desertó. Pero no sólo para no matar otros federales. Fue para no
entrar de nuevo en la guerra civil.
Detrás
de una especie de fanal, bajo varias hileras de velas encendidas, había una
estatua del gaucho que sus fieles aclamaban como santo.
-Acá
fue donde lo colgaron de un algarrobo, boca abajo, y lo degollaron sin llevarlo
a juicio. La sangre cayó y empapó toda la tierra. El Gauchito había dicho antes
que era la sangre de un inocente, y que Dios ayudaría a los que pidieran en su
nombre. Ahora dame la vela.
¿Acaso
Nicolás tenía toda la fe que a ella le faltaba? ¿Sería ésa una de sus
confidencias negadas, inaccesibles? Sara le alcanzó uno de los cirios que había
comprado. Su hijo, sin embargo, no iba a poder levantarse de la silla para
encenderlo.
-¿A
senhora permite?
La
voz era dulce y como cantada, pero clara. Un hombre joven, robusto y alto,
acababa de tomar y prender el cirio rojo con la llama de otra vela. Se inclinó
despacio sobre Nicolás y le puso, casi paternalmente, una mano sobre el hombro.
-Muito
miraculoso, o santinho.
La
luz del mundo vino y se fue, concentrada en un guiño del ojo gris. Reverberó y
resbaló en las monedas de la rastra que llevaba a la cintura, como los paisanos
argentinos, o los gaúchos de Rio Grande do Sul. Lucía un buen sombrero, de paja
fina, trenzada como un tiento. Bordeando el anacronismo, inclinó apenas la
cabeza y lo rozó con la mano derecha, para saludarla con deferencia.
Pasaron
juntos todo ese día y el siguiente, que era el de la fiesta. Habían sido
felices. Las manos de Sara dejaron de sentir nostalgia de los guantes
asépticos. Compró un mate de pezuña de vaca, que le pareció una rareza, y una
cinta ancha y roja para colgar de la camioneta, con una imagen facetada y
fosforescente del Gauchito que podía verse en la oscuridad, como una brújula.
El
otro gaucho, el brasileño, se llamaba Oswaldo. Manejaba un camión propio: un
Mercedes, casi nuevo; se los mostró con orgullo. Levantó a Nicolás, que lo dejó
hacer sin protestas, para colocarlo en el asiento del acompañante. Pasearon los
dos durante una hora que para Sara no terminaba de trascurrir. Se metió bajo
los toldos con la gorra entre las manos, y llegó de nuevo al lugar del
sacrificio para hacer su propia plegaria y su promesa.
Era
la primera vez, después del accidente, que los acompañaba un hombre extraño a
la familia. Nunca había querido mezclar en sus vidas a un amante. Ni siquiera
se atrevía a mencionar esa palabra: amante, para sí misma. Claro que no hubiera
elegido a Oswaldo para eso. Nada, ni valores, ni hábitos, ni intereses,
parecían vincularla con ese varón mayor que su hijo, pero menor que ella.
Excepto Nicolás. Un ser desconocido, con curiosidades y pasiones ignoradas,
brotaba bajo la piel del anterior cuando él y Oswaldo hablaban de autos,
fútbol, caballos, viajes por las rutas del Brasil y la Argentina, hasta llegar
a las tierras donde terminaba el mundo.
Esa
noche compartió a su hijo no sólo con el brasileño, sino con la multitud. Los
tres se sentaron en el piso para ver a los otros, como si la silla de ruedas
fuera sólo el recuerdo de una vida pasada. Bailaban chamamés, polkas, corridos.
Las empanadas y el vino parecían multiplicarse como los panes y los peces en el
Sermón de la Montaña. Pero no había sermones. Los cuerpos hablaban con los pies
y las voces rezaban con cuerdas de guitarra. Oswaldo se reía a carcajadas y su
hijo se reía con él. "Vas a ver que el Gauchito te va a cumplir", le
había dicho el gaúcho, en portuñol; "mañana vamos a estar bailando
juntos".
Los
dos pares de ojos, grises y castaños, se habían enlazado como cuerpos danzantes,
y la mano de Oswaldo había acariciado la cabeza enrulada y oscura de Nicolás,
para quedarse, al descuido, sobre el hombro que se le abandonaba.
La
resaca golpeaba el cráneo de Sara como un parche de tambor. Se incorporó,
saturada de ritmo. No recordaba cómo ni cuándo habían vuelto al hotel. Pero
tenía el camisón puesto y había logrado sacarse las sandalias.
Descorrió
las cortinas. Era mediodía. La luz meridiana borraba los encantamientos y las
fabulosas promesas de la noche. Rompía los hechizos y llevaba las cosas y los
seres -distorsionados, enajenados, exóticos para sí mismos- a su medida y sus
dimensiones verdaderas.
Se
calzó las chinelas y golpeó la puerta de Nicolás. Había pasado la hora de
salida. Tenían que volver a la vida real. A la rutina del laboratorio, a los
estudios de Nicolás, que podría ir a la Universidad de todos modos, sobre las
ruedas de la silla.
No
hubo respuesta. Insistió. Puso la mano sobre el picaporte. La puerta cerrada,
pero sin llave, se abrió de par en par. El cuarto estaba ordenado, la cama
hecha. No había rastros de él. Buscó la silla y la encontró frente al placard,
con un papel encima.
La
letra de la hoja era de su hijo. La leyó lentamente, sentada sobre la cama,
doblada en dos por el alivio y el dolor de las plegarias atendidas
PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR
KIRMEN URIBE
(Euskal
Herria)
TE
QUIERO, NO
Aunque trabajó durante cuarenta años
en los Altos Hornos,
en su interior había todavía un labrador.
En octubre, asaba pimientos rojos
con su soldador
en el balcón de su casa de barrio.
Su voz era capaz de hacer callar
a cualquiera.
Sólo su hija se atrevía con él.
Él nunca decía te quiero.
El tabaco y el polvo de acero quemaron
sus cuerdas vocales.
Dos amapolas a punto de caer.
Cuando se jubiló, su hija se casó a otra ciudad.
Él le hizo un regalo.
No eran rubíes, ni siquiera seda roja.
Había ido sacando piezas de la fábrica.
Poco a poco, sus manos
soldaron una cama de acero.
Él nunca decía te quiero.
Aunque trabajó durante cuarenta años
en los Altos Hornos,
en su interior había todavía un labrador.
En octubre, asaba pimientos rojos
con su soldador
en el balcón de su casa de barrio.
Su voz era capaz de hacer callar
a cualquiera.
Sólo su hija se atrevía con él.
Él nunca decía te quiero.
El tabaco y el polvo de acero quemaron
sus cuerdas vocales.
Dos amapolas a punto de caer.
Cuando se jubiló, su hija se casó a otra ciudad.
Él le hizo un regalo.
No eran rubíes, ni siquiera seda roja.
Había ido sacando piezas de la fábrica.
Poco a poco, sus manos
soldaron una cama de acero.
Él nunca decía te quiero.
DEVOLVEDLO
Y
el día en que el viento sur me lleve
devolved
mi cuerpo a la tierra en que nací,
enterradlo
cerca del mar, junto a mis amigos,
rodeado
de gente de buena voluntad:
con
los marinos,
con
los heroinómanos,
con
el poeta.
PIA TAFDRUP
(Copenhague-Dinamarca)
BLANCO ENCABRITADO
Sangre
roja, sangre blanca, sangre negra,
llenan
el cerebro
hacen estallar el cráneo.
La
tierra se agrieta, noche estrellada
sobre
los campos cosechados de mi padre
donde
siete caballos blancos nos llaman a que salgamos
con
potentes relinchos.
-Esa
gota en la memoria
es
un océano lleno a rebosar.
Sangre
roja, sangre blanca, sangre negra,
allí
en el campo los caballos encabritados se detienen –
huidos
de
un circo ambulante
o enviados, ¿de dónde?
Nosotros
no tenemos caballos en la granja,
pero
¡han venido a nosotros!
Sin
sillas ni jinetes…
Estoy
despierta
hasta
el tuétano de mi espinazo,
estoy
galopantemente despierta.
Los
poros de la piel se abren
desbocados,
la
noche entra, fresca, clara.
Me
ciegan
las
panzas de blanco lunar de los caballos,
los
oigo relinchar cuando nos ven
a
mi padre y a mí.
Por
un segundo descendente
los
caballos levantan mi corazón
más alto –
de
lo que nunca antes he volado en el espacio.
Caballos
preparados a entrar de un salto en la noche,
salir fuera de un salto.
No
hay cartel que ponga
Prohibida
la entrada a los caballos
este
planeta es un territorio abierto de par en par.
Todo
puede pasar.
-
Un océano de fuego y sal
lo
inunda todo.
Pesados
golpes de cascos se alejan,
después
insuperable
crepúsculo. Retumbante.
ESCRITO A MANO
Soñé
que mi padre tenía un ventanuco
en
el techo,
la única abertura
por
la que podía mirar al exterior.
En
la habitación los muebles estaban amontonados
como
en un trastero.
El
ventanuco estaba casi completamente tapado
con
un gran pedazo de cartón
color gris de tormenta.
A
pesar de ello mi padre estaba tratando
de
abrirse camino
deslizándose
entre armarios, cajones y un secreter
-estaba de puntillas
con
el fin de mirar a través de la última rendija,
por
la que aún entraba
un rayo de luz.
No
se quejaba, pero yo busqué indignada
a
las enfermeras por los pasillos
de
linóleo de colores de emergencia
y
un dolor dulzarrón enfermizo
a fruta podrida.
Había
también otro problema:
¡la
escritura de mi padre!
Estaba
a punto de desaparecer –
o
¿ es que escribía
con tinta de nieve?
El
hecho de que yo no pudiese descifrar los últimos restos
de
sus escritos
me
preocupaba tanto como
el
panorama que le faltaba y del que no podía disfrutar.
Les
pedí a las enfermeras
que
le devolviesen a mi padre su escritura.
Ellas
buscaron consejo en la biblioteca del olvido,
pero
todos los libros estaban prestados .
Además
la llave
de
la caja de las plumas y el papel
era
demasiado corta,
la esperanza es cosa del pasado,
se
lamentaron levantando la mirada hacia el cielo vacío.
CARAVANA
A
mi hermana
Campos
de hielo, bosques de nieve
helada ardiendo bajo la piel
No hay senderos que seguir
sólo llanuras que cruzamos solitarios
y distantes uno detrás del otro
Apenas si levantamos los pies
es la tierra la que nos transporta
Vivimos —
lo que significa:
Luchar contra la muerte
en todas sus formas
Todo lo que decimos será usado en nuestra contra
pero lo mismo pasa con lo que no decimos
Campos de hielo, bosques de nieve
un cielo que oscuro se adensa
como un muro de lamentos
Cielo de nieve, un cementerio judío
piedras blancas por kilómetros
en los pinares de las afueras de Kiev
Por cada copo que contemplo
sueño que lentamente estoy aquí:
alma en la sangre en la nieve en el mundo
Adentro
arder sin escrúpulos
y así, en lo blanco, desaparecer.
helada ardiendo bajo la piel
No hay senderos que seguir
sólo llanuras que cruzamos solitarios
y distantes uno detrás del otro
Apenas si levantamos los pies
es la tierra la que nos transporta
Vivimos —
lo que significa:
Luchar contra la muerte
en todas sus formas
Todo lo que decimos será usado en nuestra contra
pero lo mismo pasa con lo que no decimos
Campos de hielo, bosques de nieve
un cielo que oscuro se adensa
como un muro de lamentos
Cielo de nieve, un cementerio judío
piedras blancas por kilómetros
en los pinares de las afueras de Kiev
Por cada copo que contemplo
sueño que lentamente estoy aquí:
alma en la sangre en la nieve en el mundo
Adentro
arder sin escrúpulos
y así, en lo blanco, desaparecer.
EL LAPICERO
Si son los barcos o los cargueros llenos hasta reventar
—que a lo largo del día pasan frente a mi ventana que da al este,
desde donde el ardiente sol de la mañana envía chorros de fuego
que atraviesan mi corazón—
los que por las noches me hacen soñar
con un pene irguiéndose tan maravillosamente
que tengo que tocarlo,
o si es un mar olvidado que ha invadido mi lapicero
y que ahora desemboca en su punta
para hacerme escribir algo distinto a lo que
había imaginado, eso no lo sé;
pero por la presente envío mis excusas
a la ciudad portuaria cuyo cielo nocturno
yo, desflorada por la luz, el sonido y los aromas,
importunase con los sueños más improcedentes
extraídos de una jungla de tinta negra
que no sabía que yo tuviese muy dentro de mí,
allí donde ingenuamente, lo veo bien, yo imaginaba
que todo era tan brillante como la lanza
que se abre camino en la médula de cristal de la palabra,
y no moldeado como las olas
que ahora parten y se reúnen en una furiosa
urdimbre de agua, arena y espuma,
en una cadena que se suelta y se aferra,
olas que me golpean como una caricia
y que lamen la playa, lenguas que acosan
y que en la arena reflejan el inicio y el retorno.
PÁGINA 32 – ENSAYO
CARLOS
FAJARDO FAJARDO
(Santiago
de Cali-Colombia)
COLOMBIA.
LA UNIVERSIDAD LIQUIDADA
En
el año 2001, publiqué un artículo titulado "La Universidad amenazada"
(1) donde anunciaba, a grandes rasgos, el desmonte por parte del neoliberalismo
de una academia crítica, contestataria y propositiva. Hoy en día la Universidad
no solo está amenazada sino liquidada. La tal llamada autoevaluación y
acreditación universitaria se ha constituido para la academia en una orden
inexorable, en una imposición autoritaria: o la ejecutan o la ejecutan. No hay
ni existe tercera vía. Este perverso plan trata de exterminar las apuestas
críticas que sostuvieron a la Universidad durante décadas como centro de
construcción del debate activo y de saberes a contracorriente. A los viejos
académicos polemistas se les ha marginado del ágora universitaria,
arrinconándolos en la soledad de sus cátedras y reemplazándolos por jóvenes con
"espíritu nuevo" vigorosos, eficaces, eficientes, emprendedores,
progresistas y "realistas". ¿Pero de qué realismo se nos habla? ¿Cuál
es la concepción de realidad y de ejercicio de la misma que se propone y se
valora? La respuesta la encontramos en las entrañas empresariales y financieras
de los mercados. "Sed realistas" es su eslogan, es decir, sed
indulgentes con la dictadura de los mercados.
De
por sí la Universidad, desde la década del noventa, comenzó a desmontar todo
andamiaje teórico, crítico, que impidiera la entrada de dicho realismo
mercantil, hegemónico y totalitario. Se impuso entonces un deber ser cínico y
perverso: la Universidad para el mercado, considerando insensato a cualquier
opositor atento y prevenido ante semejante catástrofe. Todas las pocas conquistas
de autonomía de los saberes fueron consideradas caducas, y se acusó a la
Universidad tradicional de no saber instruir en enseñanzas y aprendizajes de
punta, y de no consolidar espacios para "aprender a aprender" las
lógicas mercantiles dinámicas, acordes a los tiempos de una globalización
activa, voraz y triunfante.
Los
procesos de acreditación de "alta calidad" han sumido en un
autoritarismo funcional de gestión a multitud de profesores, quienes ven
desaparecer lentamente su condición intelectual, reflexiva y analítica. La
estrategia es perversa: liquidar los pocos espacios de pensamiento crítico que
aún quedan en las Universidades; prevenir- a través del ahogo administrativo y
gestional- cualquier brote de actividad contracorriente colectiva. Es claro que
el autoritarismo capitalista aprendió bien las lecciones dejadas en los años
sesenta y setenta, cuando las universidades y los estamentos educativos se
convirtieron en un fortín de protestas emblemáticas. Entonces se propusieron,
sistemáticamente, a desarticular los núcleos académicos productores de
discursos divergentes y contestatarios. Casi cuatro décadas después la
estrategia neoliberal, de ahogar a docentes y estudiantes con procesos de
acreditación empresarial, ha dado sus beneficios: neoesclavitud laboral,
miseria ética e intelectual; adaptación deliciosa y un dique poderoso a las
protestas.
Así,
por ejemplo en los procesos de autoevaluación con fines de Acreditación de Alta
Calidad de los posgrados (especializaciones, maestrías y doctorados) el Consejo
Nacional de Autoevaluación (CNA) en Colombia, propone, si no impone, un modelo
que consta de varios factores, características e indicadores, los cuales cada
universidad adopta a sus condiciones particulares. En el Modelo del CNA (2),
los factores son las áreas amplias del desarrollo institucional y de sus
currículos (Visión, Misión, estudiantes, profesores, procesos académicos y
lineamientos curriculares, investigación, articulación con el entorno,
internacionalización y redes científicas globales, bienestar y ambiente
institucional, egresados, recursos físicos (ver cuadro general de Factores). A
su vez, las características se definen como los procesos particulares con los
cuales se evalúa la "calidad" de cada factor (varían según las
instituciones, pero llegan a un número aproximado de 30 características, entre
3 a 6 por factor. (Ver cuadros Factores 2 y 3) Los indicadores son los datos
empíricos, cuantitativos, con los cuales se valoran las características a
través de fuentes de información tanto documentales, como de opinión
(encuestas, talleres, eventos, entrevistas, tablas estadísticas). En algunos
acasos, los indicadores llegan a un número aproximado de 130, de 10 a 15
indicadores para cada característica, que se deben procesar estadísticamente,
generando un esquema demasiado instrumental, empirista y de cuadrología
empresarial, lo que obliga a los profesores dedicarle la mayor parte de su
tiempo a dichos procesos, tiempo que debería estar destinado a su producción
intelectual y académica.
En
tanto a las fases metodológicas del proceso (ver cuadro Fases Metodológicas del
proceso) estas se proyectan para que el trabajo de acumulación de datos sea
permanente y perpetuo, dejando casi sin ambiente académico a los implicados.
Los procesos de ponderación de los factores, la recolección de información, la
generación de juicios esquemáticos sobre los mismos, la construcción final del
documento, todo ello genera un agotamiento paulatino. Aunque las fases del
proceso tienen un tiempo destinado para su ejecución, en realidad el trabajo se
prolonga cada vez más a medida que se complejizan los datos estadísticos,
tornándose abrumador y tedioso. Cada año, para los programas curriculares,
viene con algún nuevo proceso: autoevaluación, seguimiento del plan de
mejoramiento, renovación del registro calificado, acreditación de alta
calidad..., que se reinician permanentemente, lo que abruma a la academia, la
destierra de sus verdaderos horizontes.
De
esta manera, la Universidad fue subordinándose al lenguaje y a los intereses de
los sectores empresariales y financieros, liquidando sus escasas fuentes de
autonomía académica. En esta era de las rentabilidades la Universidad ha
quedado reducida a una eficiente empresa de servicios, ofertados a un
estudiante-cliente. Es la mercantilización y privatización de la enseñanza
contra la socialización democrática de la misma. Se obliga así a las
Universidades a buscar financiamiento propio, "ir a tocar el timbre a las
empresas, pedir donaciones por medio de los contactos de ex alumnos, aumentar
los aranceles de inscripción, en fin, 'venderse'. Tales son en sustancia las
nuevas atribuciones ganadas por las Universidades. Ahora bien, ¿qué es lo que
tienen para vender las Universidades? Como los conocimientos emancipadores considerados
bienes comunes ya no son rentables, ahora se cosifican en productos que se
pueden patentar, y la enseñanza, en carreras individualizadas, capaces de dar
una 'profesionalidad' que desemboque en algún diploma redituable" (3).
EDUCAR PARA LAS EXIGENCIAS
DEL MERCADO
La
Universidad, como prestadora de servicios, se propone liquidar lo académico e
introducir lo empresarial, es decir, educar para las competencias, destrezas y
habilidades que exige el mercado. Tal es el realismo que exige el capital, su
realización en la era de las privatizaciones. Se cumple de esta forma con las
necesidades de la empresa y no con las exigencias propias de una academia
edificada desde y para el debate de ideas. La pedagogía queda reducida a un
lenguaje instrumental, cuántico, alejada de sus contenidos propiamente
cognitivos, epistémicos, éticos y estéticos. Por lo tanto, "las
Universidades pasan a competir por la demanda de estudiantes, vendiéndose a
criterios extraacadémicos: Los estudiantes están obligados a demandar lo que
los empresarios demandarán de ellos en el futuro. Las Universidades están
obligadas a ofrecer lo que quieran los estudiantes, pero los estudiantes están
obligados a querer lo que quieran sus empleadores. Y los empleadores están
obligados a querer beneficios" (4). Al convertir a la educación en un
servicio por el que hay que pagar, ésta sólo queda para unos pocos
privilegiados (5).
La
Universidad, tanto pública como privada, ha caído en manos de tecnicismos
administrativos y de tecnócratas con apariencia apolítica, pero legitimadores a
ultranza de las políticas de pauperización de la misma. Servidores en la
sociedad de la administración, dichos tecnócratas son entusiastas defensores de
los procesos de autoevaluación y acreditación, denominados por ellos de
"alta calidad". Pero ¿Alta calidad de qué y para quién? La respuesta
se hace evidente: alta calidad para las exigencias de la empresa y la sociedad
mercantil (6). De esta manera, los estudiantes-clientes realizan sus compras de
carreras universitarias convertidas en mercancías, en ofertas según la
preferencia del cliente. Es el negocio de la educación donde la mal llamada
"calidad" se paga, y bien alto. De ciudadanos con derechos
democráticos, a estudiantes usuarios de un servicio que se paga. La educación
se asume así sólo como una inversión rentable.
Son
las nuevas sensibilidades educadas para legitimar las lógicas de los
mercaderes, que imponen un "capitalismo cognitivo" el cual obliga a
las investigaciones universitarias a tener "un impacto social", es
decir, que sean económicamente rentables. De modo que el conocimiento se mide
desde una caja registradora, fomentada por las lógicas de la urgencia, la
competitividad y la rentabilidad. En palabras de Polo Blanco "los
'criterios de calidad' que vendrán a aplicarse al contenido teórico y
científico de la Universidad no habrán de ser sino criterios mercantiles, pues
ahora a la Universidad se le exigirá que, para seguir existiendo, tiene que
producir conocimiento valorizable económicamente, conocimiento rentable para la
innovación y la competitividad empresarial. Dentro de la academia, aquello que
no cumpla semejante 'criterio de calidad', sencillamente habrá de
desaparecer" (7).
Bajo
las lógicas del mercado, tomadas como un absoluto, la tercerización de la
Universidad se hace evidente. La educación constituida en un sector de
servicios y su dependencia al sector financiero, junto a la llamada sociedad
del conocimiento, han dejado a la Universidad acéfala de autonomía real. Ante
el Leviatán globalizante de la sociedad mercantil "la educación de hoy,
escribe Marco Raúl Mejía, es una educación para la empleabilidad, no hay más
educación laboral ni trabajo en el sentido tradicional. ¿Y qué es la
empleabilidad? La empleabilidad es formar seres humanos con las competencias,
unas capacidades de saber hacer, para salir a disputar los pocos puestos de
trabajo que hay en la sociedad. Pero estas competencias ya no son para la
sociedad, son individuales, es el individuo quien las porta" (8).
Se
educa para la flexibilidad y el todo terrenismo, es decir para una sociedad
donde nada es duradero sino desechable y, por lo tanto, lo mejor, en esta
condición líquida, al decir de Zygmunt Bauman, es aprender a estar en todas
partes y en ninguna, es decir, practicar surfing laboral, capacitarse para
cualquier actividad, ser jovial, obediente, comunicativo, comprable, ofertado y
vendible, legitimador de los discursos empresariales. Al ser solicitado el
futuro empleado para realizar cualquier forma de trabajo, hacer este surf
camaleónico es la exigencia del mercado educativo.
De
manera que se le impone y se le exige al estudiante poseer unas competencias
cognitivas individualistas y técnicas que aniquilan, sin consideración, el
saber por el saber y exaltan un saber-hacer empírico- pragmatista. Son las
competencias para gestionar todos los procesos instrumentales y funcionales de
una educación programada sólo para llevar a cabo el despotismo delicioso,
globalitario.
Tanto
en la acreditación universitaria, como en los arbitrajes de artículos de las
revistas indexadas y no indexadas, se manifiestan todos estos procesos de
origen empresarial con un trasfondo de control estadístico. La proliferación de
censos y de cuadrologías cuantitativas, es decir, de un positivismo pseudocientífico,
son las directrices de los arbitrajes académicos y de evaluaciones y
autoevaluaciones universitarias con nomenclatura ecónoma.
Estos
procedimientos de control académico, que pululan en esta época de
reglamentaciones instrumentales, han legitimado un modelo de evaluación
vertical jerárquica en tiempos de pensamientos únicos y administrativos. Son
los tiempos de una universidad "emprendedora", "dinámica",
liquidada.
CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS
IRMA BIGNON
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)
HISTORIA DEL TEATRO VIEUX-COLOMBIER
Jacques Copeau
Escritor y hombre
de teatro francés
(1879-1949), tiene la oportunidad
de ver representadas obras muy
diversas y darse cuenta de la mala orientación que había tomado el teatro
francés: éxitos fáciles, dramas adulterados, comedias vulgares, exceso de obras puramente
comerciales. “Pero, ¿qué han hecho del teatro desde Shakespeare, desde Molière,
desde Musset?” – se preguntaba.
Denuncia
el mercantilismo y la vulgaridad. Quiere hacer conocer obras importantes a un público - el más numeroso posible- que pagará las
entradas menos caras de Paris.
Sin
dinero, sin medios, sin otros recursos que su coraje y su fe, comienza por
reunir algunos jóvenes en el jardín de su casa. No se deja llevar por las
apariencias talentosas, sino por la calidad de una sonrisa, por un gesto
captado fuera de escena, ante una
palabra que el corazón haya tal vez dictado. “En este exámen, yo no contaba con
profundos conocimientos técnicos – confesaba – pero sí con un instinto que
siempre me ha guiado”.
El elenco
que acompaña a Copeau en esta empresa es muy joven. Está formado por los
actores Charles Dullin, Suzanne Bing, Louis Jouvet, Roger Karl, Blanche Albane - que llegaría a ser la
señora de Georges Duhamel. Roger Martin-du-Gard ocuparía el hoyo del
apuntador, y Georges Duhamel se encargaría del vestuario.
Jacques Copeau ve la realización
de su sueño el 23 de octubre de 1913,
cuando la joven compañía dirigida por él, hace su primera actuación en
la antigua sala del teatro
Athénnée-Saint-Germain, nombre que enseguida cambia por el de teatro
Vieux-Colombier. “Una especie de
granero” es el comentario que se lee en un diario. En efecto, la sala es
pequeña, la acústica detestable. La escena es moderna, desnuda, unida directamente
con el público, permitiendo la
comunión entre actores y
espectadores que ya los griegos habían dejado como principio. Los periodistas
bromean: “interpretar a Shakespeare entre cuatro paredes”. “¿Para qué cargar con adornos inútiles un teatro de
palabras y gestos?” - decía Copeau y agregaba – “como no hay nada, las palabras
se ven”.
Los
comentarios seguían siendo para nada favorables. Se leía en diarios y revistas: “es una especie de granja” …
“un granero de heno …” “ es el colmo interpretar a Shakespeare entre
cuatro telones vacíos …” El mismo
Copeau que debutaba sin pretensiones, como un
actor más, reconocía: “la sala es pequeña, la acústica detestable”
…. Y agregaba: “Yo estaba mal
vestido. Una peluca demasiado importante sombreaba mi
rostro y curiosamente lo atontaba. Además el sombrero de fieltro era de ala muy
ancha. Yo saludaba lo menos posible, temiendo levantar junto con el sombrero,
mi peluca…”
Pero Léon Daudet –
hijo de Alphonse, el escritor
– como buen profeta, fue el
primero en darse cuenta de queParis era testigo de un gran acontecimiento
artístico. “¡He aquí el teatro del
futuro!” – escribía en los periódicos.
El público,
por su lado, reaccionaba sin mayor entusiasmo. “Será nuestra tarea la de
revelarle un arte que ignoran –decía Copeau – de apartarlo de sus hábitos, de
agruparlos, de interesarlos, de transmitirles como una herencia, aquellos grupos de teatro que nos han
precedido”.
LA TRASCENDENCIA DE
MOLIÈRE (1622-1673)
Copeau es
el primer hombre de teatro en comprender que la más mínima farsa de Molière
está diseñada como un ballet, que es la fórmula más perfecta del teatro, y que
es necesario fundir armoniosamente el elemento gimnástico con el elemento
verbal. En el espacio de la escena, el lenguaje refleja exactamente los
movimientos del cuerpo y los desplazamientos rítmicos. Se nota en sus obras, a
qué punto el dialogo, así como la composición de las escenas, se asemejan a los
movimientos de la danza.
Es Molière
el que guiará los primeros pasos de la joven compañía, el que enseñará las
reglas de juego. Sin ignorar las tendencias modernas, pero permaneciendo
siempre bien francesa, la joven compañía comenzó interpretando las farsas de
Molière, para luego seguir con las obras de Musset, Cocteau, Shakespeare,
Giraudoux, Arthur Miller, Ghéon, Obey.
Muy
lentamente, un público formado por estudiantes y profesores, por intelectuales,
y por un grupo grande de amigos, aprendía a conocer el camino que conducía a
todos a la sala del Vieux - Colombier.
La
primera temporada del teatro terminó con un triunfo. El 18 de mayo de 1914, “La
Noche de los reyes” de Shakespeare conmovió la historia de la puesta en escena.
Copeau conoció horas felices. La crítica inglesa publicaba: “Hemos quedado
estupefactos descubriendo que los actores franceses interpretan mejor a
Shakespeare que los nuestros…”
Pero,
repentinamente la guerra se declara. El desplazamiento de los actores fue
evidente. Jouvet enfermero, Dullin y Karl al frente, y de esa manera, la
compañía entera se disgregó.
Francia
necesitaba propagandistas en el extranjero. Clemenceau hizo venir a Copeau a su
escritorio y le propuso emprender una misión cultural de propaganda en el
extranjero, precisamente en los Estados Unidos de Norte América. Copeau aceptó.
En octubre
de 1917 llegaba a Nueva York con una parte de su compañía. No le quedaron más
que recuerdos negros de ese período de su vida. Efectuó una labor sobrehumana y
vivió como si estuviera en exilio. Había que producir mucho. Un éxito llamaba a
otro. Desde noviembre de 1917 hasta junio de 1919, presentó 50 obras, algunas
hasta de cinco actos. Todo ese trabajo salía únicamente de su mente y de sus
manos: libretos, decorados, accesorios y los más mínimos detalles. Dirigió un
total de 300 representaciones.
Volvió a
Paris agotado el 6 de julio de 1919. André Gide lo esperaba en el aeropuerto
del Havre. Una vez en Paris decía: “Retomo fuerzas y respiro en esta pequeña
plaza, sentado al lado de este cantero
de rosas, ¡qué delicia!”.
De esa
experiencia relataba: “Dejamos en América un ejemplo, una reputación que no se
borrarán jamás. Yo traigo una sofocante cosecha de precisamente, esas
experiencias…”
LA CRISIS DEL VIEUX-COLOMBIER
Cuando
Copeau volvió a abrir la puerta del teatro, cerrada con candado durante casi
cuatro años, no tenía el mismo entusiasmo que en 1913. Se sentía cansado; su salud flaqueaba, su
espíritu no era el mismo. Su primera decepción
era la pérdida de Dullin que lo deja para tentar él mismo su suerte.
Para
comenzar, debía explicar los textos a representar. Luego, estudiar
profundamente las aptitudes de los nuevos actores. Después venía la puesta
en escena perfeccionándola de ensayo en
ensayo, corrigiéndola constantemente. Además no faltaban los problemas de los
decorados, del vestuario, de la iluminación, y esperar el efecto obtenido.
Copeau escribía: “Nuestras grandes alegrías en el Vieux- Colombier se
encontraban en el trabajo de cada día, y en la infatigable buena voluntad…”
Por su
lado, los comediantes franceses aman la vecindad, la voz al oído, el contacto
físico, la palabra agradable, el gesto que ilumina, alguna que otra disputa, y
mucha cortesía. Copeau escribía: “Mientras
mi vida se mantenía mezclada igualmente de dolor y placer, he creído ser felíz. Pero hoy que
estoy agobiado de pena, sin poder contar con ningún momento de
satisfacción, me doy cuenta que hay que
irse”.
En mayo de
1924, un domingo a la noche, Copeau actuó haciendo el papel de Alceste del
“Misántropo” de Molière. El afiche de la puerta del teatro anunciaba
melancólicamente: Última Representación.
Copeau
dijo: “Poco importa quien será la persona que salvará el teatro con tal de que
lo haga”.
Cerrado en
1972, el teatro Vieux-Colombier volvió a abrir sus puertas en 1993 bajo la
autoridad del administrador general de la Comedia Francesa.
Y desde entonces, su escenario se ilumina
para las grandes actuaciones.
Todos los
textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son
Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de
los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria
solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural
interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus
contemporáneos.