Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 78– Mayo de 2013– Año VII – Nº 5


Imágenes: Beautiful world

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

EL VUELO DE LOS AÑOS

Cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje hacia el sur, desde las tierras frías de la América del Norte.
Un río fluye, entonces, a lo largo del cielo: el suave oleaje, olas de alas, va dejando, a su paso, un esplendor de color naranja en las alturas. Las mariposas vuelan sobre montañas y praderas y playas y ciudades y desiertos.
Pesan poco más que el aire. Durante los cuatro mil quilómetros de travesía, unas cuantas caen volteadas por el cansancio, los vientos o las lluvias; pero las muchas que resisten aterrizan, por fin, en los bosques del centro de México.
Allí descubren ese reino jamás visto, que desde lejos las llamaba.
Para volar han nacido: para volar este vuelo. Después, regresan a casa. Y allá en el norte, mueren.
Al año siguiente, cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje…



PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

HECTOR BERENGUER
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

SONATA DE OTOÑO

Es tarde
ya se que no vendrás madre.
El niño ávido que fui
interroga a lo improbable del recuerdo
que parte mi vida
en dos historias.
Yo me arrojé al abismo madre.
Te llamo aun como cuando era de noche y tenía fiebre.
Nunca pude conformarme...
Siento aveces que vivir
es una venganza contra lo vivido.
Es sábado y estoy solo,
es la hora en que se detienen los relojes
la insoportable hora del suicida y del bendito.
Desde las antiguas fotos la vida duerme su sueño eterno
¿Es acaso lo más amado, lo que nos hace vulnerables, lo que nos detiene ?
Releo cartas imposibles de descifrar
la escritura minúscula y ligera
hecha en noches como esta, donde no se tiene nada que perder
porque todo se fue perdiendo lentamente entre nosotros.
Confesiones en francés: Taquigrafía difícil y rápida
mezclada con latín y citas de la biblia.
Incrustaciones de mundos tan diversos
hechas antes de la locura como para que nadie entendiera tus misterios.
Te veo más tarde ya vencida con las uñas moradas
mientras yo me enfermaba por cualquier motivo.
Es duro decirlo
no pude volver nunca más de tus misterios.
Hay un cielo ciego allí donde interpretar la vida
se intenta con el arte y la escritura.


JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

GALERIA

CHAJA CORREA

Nos criamos juntos
juntos hicimos
la primaria entera.
Mientras íbamos
hacia la escuela
alborotábamos pájaros
a cascotazo limpio.
Hicimos también
todas las travesuras
juntos, menos una.

CHORCHI LOPEZ

Era el más rápido
en todas las carreras
y la huida al robar las frutas de las quintas.
También el que se fue
más rápido.
Tengo en mis retinas
su cara redonda
su flequillo al viento
y su fácil agilidad
para treparse los tejidos
y advertir al dueño
del hurto
cuando ya tenía
la fruta en el bolsillo

HECTOR DOMINGO

Su jopito rubio
 la simpatía pronta
de sus ojos pequeños
y la eterna sonrisa
lo hacían evidentemente
envidiado
entre los varones del curso.
Pero fabulaba mucho
y el colmo fue cuando
nos dijo, que desde su casa
se veían las manadas
de tigres azules.


PÁGINA 4 – ENSAYO

MARTA DÍAZ PETENATTI
(Elortondo-Santa Fe-Argentina)

CONDUCTAS HUMANAS

Es interesante observar cómo el ser humano reacciona ante las mismas incidencias. A veces uno no entiende el por qué de reacciones tan disímiles. ¿Qué hace que los comportamientos humanos sean tan discrepantes?, ¿qué elemento movilizador impulsa a actuar de distintas maneras ante la misma situación?

El factor primordial influyente es la genética, sumado a la sociedad donde fue insertado, incluyendo cultura, familia, amistades, institutos educativos, situaciones de vida, creencias religiosas, ídolos, posición económica y un sinnúmero de situaciones que influyen sobre el individuo, van formando el carácter y por ende, la conducta.

La palabra conducta proviene del latín que significa conductus = conducir. Se refiere al modo de conducirse de una persona en las relaciones con los demás según normas morales, sociales y culturales.

Ya Platón dijo que “la sociedad es el medio de vida natural del hombre y el mismo se identifica con su vida social”.

Es imposible seguir enumerando los variables mensurables que influyen en la composición de la conducta, pero lo que sí se puede decir es que todo es incrementable, a veces para bien, otras no.
Existen también fuerzas internas de las que las mismas personas no están conscientes, algunos psicólogos llaman a eso “Inconsciente estructural”, explicando que es aquél que el ser humano trae biológicamente desde su nacimiento, que es una fuerza que nos impulsa a ir en busca de aquello que puede causarnos dolor, que es como un extraño que vive dentro de nosotros y nos hace hacer cosas que “no” queremos hacer.

A veces algunas reacciones o actitudes llegan al consciente, otras no lo hacen jamás. Lo interesante es saber que están ahí y que en cualquier momento podrían llegar a aflorar y a hacernos partícipes de conductas que jamás hubiéramos pensado protagonizar, sin siquiera ser capaz de utilizar nuestros propios frenos inhibitorios.

Es también interesante dilucidar de qué manera los medios de comunicación inciden en las conductas de las personas. ¿Cuántas creen en todo lo que oyen, ven o leen sin siquiera analizarlo?

A veces oímos comentarios increíbles que son considerados como ciertos sólo porque lo han leído o escuchado, sin pensar mínimamente en su cuota de credibilidad. ¿Y la redes sociales?, ¿no influyen acaso en las conductas, especialmente en la de los adolescentes?

En ese punto me pregunto dónde está el raciocinio, la credibilidad, la capacidad propia de pensar y discernir si lo oído es creíble o no, como así también la mesura al comentar si en realidad se desconoce el tema tratado.

¿Quién no se ha dado cuenta de situaciones como ésta?, ¿quién no se ha preguntado alguna vez: ¿Tendrá idea esta persona de lo que está diciendo? ¿cómo puede creer y decir semejante barbaridad?

Y sí, puede, y lo hace porque tiene “su idea”, tan diferente a la de muchos como real para ella.

Entonces me cuestiono nuevamente: ¿Su idea es mejor, peor, o igual que la mía?

Comenzando así la duda, la eterna duda, aquella que movilizó a Descartes al tratar de demostrar su existencia, y es precisamente ahí cuando podemos reconocer las limitaciones del otro, pero también tener la humildad para reconocer las propias.

Debemos aplicar la inteligencia, la capacidad, la aptitud para desmenuzar el problema o situación, entenderla, analizarla y luego dar nuestra opinión, sabiendo aún antes de darla que muy bien puede, o no, ser la verdadera, sabiendo también que la verdad no es absoluta y menos aún en cuestión de interpretaciones, pero sí sabernos perfectibles y que podemos mejorar a lo largo del tiempo en todas nuestras dimensiones.

Si cada cual ocupara su inteligencia, instinto o capacidad para que las conductas sean acordes a todas las situaciones, adaptándolas a ellas y aceptando, explicando, entendiendo, enseñando, quizá el mundo pudiera llegar a ser diferente; quizá la violencia podría evitarse y quizá la paz no sería guerra.


PÁGINA 5 – CUENTO

BEATRIZ MINICHILLO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

SEXO ORAL

Todo empezó por el teléfono. Se hablaban. No se conocían o tal vez se conocían un poco. Las voces, la tonalidad, el color, algún gesto imaginado en el aire, sólo imaginado. Más de allí no llegaban.  Intentaron por internet pero la distancia era mayor. No querían llegar a verse. Lo excitante estaba allí, en las modulaciones, en las pausas. A veces un silencio hacía temblar esos intervalos, los cargaba de una connotación especial, una connotación que solo ellos dos sabían descubrir y colonizar.
En otro momento era el entusiasmo de las sílabas que se agolpaban detrás de los labios, la lengua que acechaba e irrumpía insolente. Las respectivas historias fluían en oportunidades como ríos torrentosos, en otras, como tranquilos lagos. Cuando uno de los dos callaba flotaba en el aire la respiración del otro. Desplegaban historias pasadas, o recientes, mucho no querían aclarar, a ellos eso les bastaba. La conversación subía y bajaba como un termómetro ante un inesperado ataque febril. El mercurio ondulaba, crepitaba, se aquietaba, siempre en el borde, pero no lo trasponía.
En alguna ocasión ella podía imaginar un ojo atento, él una mano audaz, se distraían con eso. Las imágenes detalladas sin embargo, cuidaban su voltaje. Ahora estaban sintiendo algo conjunto, ahora una suspensión. El en su afán de seducción se enredaba en sus propias historias, o las repetía. Ella se alegraba de que no pudiera ver su cara de fastidio en ese instante puntual. Pero al cabo se reiniciaba el juego y ambos volvían a caer en su abismo ígneo. Uno quizá quería salir del juego, pero el otro, insistentemente, no se lo permitía. Y los dos gemían sin gemidos, con una corriente interior que los atravesaba.
Cortaban la comunicación, pero a los pocos días se reanudaba, como una enfermedad que deja secuelas y parecía que ninguno de ellos quería curarse. Podría decirse que no se animaban a darse el alta mutuamente, como dos especialistas muy conscientes de su trabajo.
El juego era excitante pero le faltaba un condimento: el tacto. Los dos tal vez lo deseaban pero al mismo tiempo lo temían. Tenían una imagen somera de cada uno pero ¿si esa voz que los unía, los elevaba, los hacía transitar por distintas escalas, fuera solo un fraude? Esa pregunta se la hacían ambos interiormente pero jamás la manifestaban ante el otro. ¿Si se conocieran no se acabaría el encantamiento? Como en las mil y unas noches las historias proseguían cada vez con más entusiasmo y se interrumpían justo en el punto máximo. Ambos quedaban como suspendidos. Retornaban a sus vidas individuales pero luego volvían a caer en su costumbre como una especie de círculo vicioso que nunca se cerraba, que siempre tenía una hendija por la cual escaparse. De tanto intentarlo ya conocían sus cuerpos sin haberse tocado o casi. Porque era como si las manos o la boca penetraran realmente las pieles y aún más, respiraran el deseo, un deseo silencioso que crecía y crecía pero al que ellos sabían ponerle un límite, aunque el limite se esfumara como un dibujo mojado.
Cuando algún conocido de cada uno de ellos les mencionaba las palabras sexo oral, ellos, por separado no podían evitar una sonrisa enigmática. Sexo oral no era lo que los demás imaginaban o hacían, era esa comunión telefónica que los acercaba y los alejaba, como si accedieran a casi orgasmos, orgasmos reprimidos que nunca terminaban porque siempre había un hilo invisible que los sustentaba.
Hasta que un día decidieron que era ahora o nunca. Se citaron con temor, pero se citaron. Y se encontraron, primero en un café, se miraron, aunque las miradas confirmaron lo que ya sabía uno del otro. Luego fueron a un lugar más íntimo, sin testigos. Se quitaron la ropa. Las manos, los ojos, las bocas, comenzaron el reconocimiento confirmatorio de tantas sensaciones compartidas por la vía telefónica. Pero, ¡ay! Los caminos se bifurcaban, los gestos equivocaban la trayectoria, los ojos se desafiaban, las bocas empezaban a delinear un rictus que no era el acordado, las manos más que buscarse parecían atacarse, como defendiéndose. Pero obstinados siguieron adelante y terminaron convencionalmente con una sonrisa de compromiso. Hasta que uno de los dos no pudo más y soltó las palabras que se le agolpaban en la garganta: ¿y esto era todo? ¿Llegamos hasta aquí para esto nada más? El otro no articuló frase alguna. Solo se limitó a esbozar un gesto, un encogimiento de hombros, una mirada vacía. Y así fue como ambos, rechazados, confundidos, estafados en su propia persona, decidieron algo salomónico. No se volverían a ver. Se dedicarían  solo al sexo oral, al sexo telefónico, su sexo oral, el verdadero y cuando alguien les preguntara sobre sus costumbres sexuales cada uno de ellos, por separado y sin inmutarse dirían: Sí, yo tengo sexo, sexo del mejor, sexo oral guardando muy bien la acepción oral para el significado que ambos le daban.  Solamente lo interrumpirían si ocurría algo con la línea telefónica, pero eso era una posibilidad muy remota. Mientras tanto podían seguir dedicándose a su pasatiempo favorito: la pornografía oral, una pornografía que solo ellos entendían. Bastaba con cerrar los ojos, transportarse y sentir, solo sentir sin sentir. Ese seguramente era el verdadero sexo oral y nadie podía discutírselos a ellos, que eran expertos en la materia.


PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

ROLANDO REVAGLIATTI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

HACIA LA MONOGAMIA 

Giro ahora con 8 
como antes lo hiciera con 16 

Mañana giraré con 4 
pasado solamente con 2 

Y por fin con UNA 
saludaré 
               en el atrio. 

 “TU BOCA PUEDE MÁS QUE MI CORDURA”

Todas 
son para mí 
la tentación 
que me tortura 

¡Vaya! 
¡Mi cordura!... 

Las llamas 
me llaman. 

LA FLECHA DE CUPIDO

La flecha de Cupido que tan de lleno 
en la garganta me dio 
agarganto 

¿Y qué naturaleza de poeta Cupido es? 
¿Y qué género de poema 
al darme 
es esta flecha?

ZULMA LILIANA SOSA
(Formosa-Argentina)

¿qué atraen estas piedras / con su música de jirón calmadas / impresionadas de asombro frente a la piel de uso diario /al hueso que va y viene, siempre en el mismo tren / donde solo sobrevive / fuegos que queman en el aire?
no lo se. / quizás, estoy en la hora en que el cielo perdió su sol y yo gané / corazones sin asociaciones turbulentas / comencé a sonreirme / entre nuevos pasos / distraídamente con la ternura de la tierra / y el vino, que sabe tan distinto entre mujeres desnudas / que se abrazan-me abrazan / como si supieran mi hambredad de música / de ternuras vagas.
se que en la casa ví sus ojos sonreírme / con dos palabras / de costado / distraídamente / con la ternura de la tierra...¿ viste Sosa cómo los Diablos se fueron de tu cuerpo / doblaron todos por la misma esquina /y los gatos de tu cara de selva espesa, recuperaron para los días que venían / ese mar de paz que siempre huele en la hora azul donde el amor / sacó a la tarde del otoño de la turbación / un abrazo largo para el siglo de adelante / y una lucecita / encendida para siempre.


PÁGINA 7 – ENSAYO

JORGE CARRASCO
(Carahue-Chile)

LA MUJER EN LA OBRA DE BORGES Y NERUDA

Para nadie es un secreto que Borges y Neruda fueron hombres muy diferentes. Muy pocas cosas, más allá de la devoción por la obra de Walt Whitman y la genialidad, los unían. Uno, Borges, acomete la labor de expresar el mundo a partir de la erudición y el juego intelectual. Neruda prefiere una absorción material del mundo y rescata del universo cultural sólo su aspecto humano.

Una diferencia fundamental fue la presencia de la mujer en sus obras. Virginia Wolf manifestó, a principios de siglo, que los hombres se ocupan más de las mujeres que éstas de los hombres. Esta verdad, extraída de la historia literaria, no se puede extraer con regularidad de las obras de todos los autores.

Para Neruda el amor entre el hombre y mujer es la fuerza que le da sentido a la existencia. Para Borges, es un elemento más, del cual se puede prescindir sin alterar sustancialmente el curso del devenir humano.

En la obra de Neruda la mujer es una protagonista esencial. Es la fuente y la depositaria de sus pasiones y es la compañera en sus luchas ideológicas. Así lo plasma en el libro Los versos del Capitán. Y más adelante, cuando el poeta había entrado en su etapa posmoderna, en el libro La espada encendida concibe, en el final de la Historia, la salvación de la especie humana a través de la unión corporal y espiritual del último sobreviviente de la catástrofe terrestre y de la mujer escapada de la ciudad de los Césares. Es decir, dentro y fuera de la Historia, la mujer es una fuerza activa, íntegra, imprescindible.

Volodía Teitelboim, amigo del poeta y uno de sus biógrafos, sostiene: ¨Al menos entre los poetas contemporáneos en lengua castellana, es el enamorado por antonomasia. Nadie tocó, nadie por escrito se dejó llevar por el amor con tantas ganas, con tanta delicadeza y desvergüenza, con tanta diversidad y obstinación, de principio a fin, de cabeza a pies. El amor le sacudía las entrañas, pasándole siempre su corriente por el alma. Amó a unas cuantas, por no decir muchas. A todas las quiso con una sinceridad que no significa garantía, monopolio ni sinónimo de eternidad. Fue un memorión de sus pasiones. Nutrió con ellas páginas y páginas. A menudo volvió a contarlas, a cantarlas, a revivirlas ¨.

Y continúa Teitelboim: ¨ En esencia, no le interesa la mujer objeto. Le atrae en ella todo lo que es su personalidad completa. La mujer pone la fascinación, el encantamiento. El pondrá lo demás. Sentará en el trono a la plebeya y convertirá a la fea o a la inadvertida en la más hermosa e importante. Hará de la callada la elocuencia sin palabras, porque la palabra mágica la dirá el poeta tocado por la gracia ¨.

En cambio, en los cuentos de Borges la presencia femenina es mínima y desconcertante. Algunos personajes (como la pelirroja del cuento El muerto y la Lujanera de Hombre de la esquina rosada) son mujeres que carecen de individualidad, dóciles al hombre que se impone en la pelea o da muestras de mayor coraje. Cada una es un objeto transferible, trofeo al que dirige sus derechos quien se impone en una contienda. Benjamín Otárola, el protagonista de El muerto, sabe que ¨ la mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir ¨. Son, en suma, fieles ejemplos de la selección sexual postulada por Darwin.

En otro cuento, La intrusa, los protagonistas (dos hermanos) comparten el amor de una china. La presencia de la mujer actuó como obstáculo en la relación armoniosa que ambos hermanos compartían. Para volver a la situación anterior los hermanos deciden matarla y así eliminar el motivo de la discordia. La mujer – una pieza sin voluntad ni pudor – será asesinada sin tener conciencia del plan de los hermanos. Alicia Jurado, amiga de Borges y una de sus biógrafas, escribió: ¨Pocos relatos son más atroces que este magnífico cuento, que ninguna mujer puede leer sin indignación y horror ¨.

La misma autora agrega: ¨ En muchos relatos no aparece ningún personaje femenino; en otros, pone a las mujeres en escena como un director teatral mandaría colocar un jarrón o una silla, porque agregan verosimilitud al ambiente, pero son borrosas o casuales o, a lo sumo, indiferenciadas y pasivas ¨.

Los personajes femeninos de Borges, como todos sus personajes, carecen de individualidad. Representan un carácter, un arquetipo, un símbolo, y dentro de la trama cumplen un rol accesorio, salvo la protagonista del cuento Emma Zunz que, movida por su afán de venganza, se hace violar para encubrir el asesinato de quien le quitó el honor a su padre ¨. Un rol nada agradable en un cuento cuyo argumento le pertenece a un amigo de Borges.

Pero estamos hablando, sobre todo, de sus obras. En la ficción se permite todo, hasta la incoherencia. El autor de El informe de Brodie fue, en la vida real, un hombre muy dependiente de las mujeres. Su madre, Leonor Acevedo, tuvo una influencia decisiva, condicionante sobre el poeta, al igual que su polémica compañera, María Kodama. Con las mujeres entabló también entrañables lazos de amistad. Las apreciaba por muchas razones y no solamente por su curiosidad intelectual. Con ellas escribió varias obras en colaboración, un hecho poco común en las letras castellanas. Recuerdo, por ejemplo, los nombres de Esther Zemborain, María Esther Vásquez, Alicia Jurado, Margarita Guerrero, Luisa Mercedes Levinson, Silvina Bullrich, Delia Ingenieros, entre otras.

El caso de Pablo Neruda no es menos contradictorio. El poeta, además de amarlas y respetarlas, las iba desechando a medida que su corazón inconstante lo empujaba a un nuevo rumbo. Todas sus mujeres, momentánea o definitivamente, sufrieron el abandono amoroso. De reinas pasaron a ser recuerdos de un soberano que se afligía por perderlas, pero que respetaba su destino de amante omnívoro.

Enfrentar la vida a la obra permite un conocimiento más fiable del pensamiento real de los autores. En Borges y Neruda está la prueba de que lo irreconciliable se atenúa cuando se toman en cuenta los avatares de su contingencia existencial. La conjetura de que los destinos humanos mantienen entre sí una unidad esencial, aparece repetida en la obra de Borges. En el final del cuento Los teólogos, dice: ¨ Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona ¨. Los protagonistas (individuos que profesaron en sus vidas ideas antitéticas) van al cielo y se presentan ante Dios, que los confunde.

Podemos pensar entonces que, en un hipotético cielo, Neruda y Borges sean, más allá de sus diferencias terrestres, una sola persona.


PÁGINA 8 – CUENTOS BREVES

CARMEN MARINA RODRÍGUEZ SANTANA
(Santa Cruz de Tenerife-España)

RETAZOS DE HARI MAGUADA…

DOS KILOS Y MEDIO

Hace tiempo que me he muerto y aún no te he olvidado. No importa que nunca me presentaran tu rostro pues sabría reconocerte aunque te hallases escondida en los entresijos laberínticos de un ejército de querubines. Porque las cuarenta semanas que habitaste mi vientre resultaron suficiente adiestramiento para que quedaras marcada a fuego en la parte de los sesos que rige sobre mi corazón. Y todo lo que ahora deseo es que nos encontremos entre este mar de almas llamado Paraíso que para mí, de no cumplirse, no dejará de ser mi propio infierno. Que dejemos de ser tan extrañas como si hubiésemos vivido a una distancia de milenios. Y que con la muerte herede el regalo que la vida caprichosamente me negó.


EL TILO

Echo de menos sentir la adrenalina de ver morir a otra víctima y observar ese último brillo de sus ojos que estará iluminando alguna idea agazapada detrás de su iris. ¡Es tan bella la enfermera que me atiende por las noches! ¡Es su cuello tan delicado! Que en ocasiones, cuando se me acerca a acomodarme los almohadones, me asalta la idea de morderlo hasta que se desangre. Pero el tilo está ahí, firme, imperante, acechándome, para que recuerde incesantemente la película de mi vida.


MOSTO DE PASAS

para que cuando ambas comenzabais a vivir con esa naturalidad y paz interior por una especie de milagro que se hizo patente con la llegada de su bebé, la cuerda de ella fuera segada por las manos del violento cuya sangre en sus venas fluyó como vinagre, presa de los malignos virus que lo hicieron estremecer con las fiebres del delirio, la violencia, el control y los celos; y todo lo que ahora deseas es que sus huesos destilen putrefacción entre los muros olvidados de su claustrofóbica celda y que tu nieto y él se conviertan en perfectos extranjeros recíprocos, tan extraños como si hubieran vivido a una distancia de milenios y que el asesino herede involuntariamente la soledad, el sufrimiento y el desconocimiento para aquél a quien engendró.


ESCRITOS SOBRE EL ABISMO

El todavía tibio cuerpo del sacerdote yacía muerto en el suelo, sobre un espeso charco de sangre que iba subiendo su marea por minutos. Le partió el cráneo en dos. Esta vez no pudo contenerse. Como siempre, le sirvió la merienda y, cuando mojaba entusiasmado las magdalenas en el café con leche, le atizó con toda su rabia con la cafetera de seis tazas que aún resoplaba vapor caliente. El cura cayó al suelo retorciéndose con espasmos y convulsiones durante varios minutos para, finalmente, quedar tumbado boca arriba con los ojos abiertos y la boca cerrada, como si quisiera verlo todo en el último instante sin decir nada.


EL TEMPLO DEL MANÁ

Cuando sus ojos se abrieron de nuevo, se encontró dentro de una tienda cubierta por pieles y esteras de cestería, y las maderas que la soportaban poseían textos grabados en tifinagh que llenaban de contenido simbólico la tienda familiar. Ella se halló desnuda sobre un lecho con soportes de madera y patas que lo alzaban del suelo, con una abertura en el centro en la que reposaba una jofaina para recoger los líquidos del puerperio. A su lado, Iferouane felizmente dormido. En la zona oriental de la tienda observó una silla de montar, un escudo, una lanza y una espada; en el lado opuesto, un gabinete y una silla con ropas propias de mujer además de algunos recipientes para la leche y el agua, un mortero para los cereales, platos, cucharas, y sacos con grano y dátiles. Finalmente, observó dos mujeres a la entrada que la velaban. Le trajeron alimento y la incitaron a descansar, sin preocupación por nada.


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

© SONIA RABINOVICH
(Córdoba-Argentina)

PALIMPSESTOS

a Simón A...                 

El barco llegó de Kiev
Lea miraba la pequeñas manitos
del menor de sus hijos
envuelto en mantilla de Rusia
Escaparon de Kiev
no escapaste del tiempo, pienso
con tu mano en mi mano,
ramales arqueados,
pliegues de la pena
Solo, único, último de todos
Sin recordar la nieve

DE ABANDONO

Nunca supe su historia
abuela la cortaba con un llanto final
pero ella me hablaba al oído
me hablaba de su soledad entre la nieve
y de su sangre rota en el barco que partía
yo  buscaba en la mesa familiar
con los ojos saliendo del borde de una taza
el silencio que hablara de las penas
De la hermanita de aquella bisabuela
de quien sostengo el nombre
en el nudo apretado                                                 
de ese  pañuelo negro de Rusia
De abandono.

VIII
 
Suelta la cara sobre la almohada,
se suelta,
los muslos se pegan al vientre del escriba,
cierra los ojos
y todo deviene página en blanco,
arena blanca
donde él se sumerge tantas veces
hasta recordarle el nombre de un dios
que se oculta entre los días.
El nombre sagrado que ella olvidará muy pronto.
 
XIV
 
Se abrieron las ventanas.
El viento armó las cortinas como velas.
Ël estiró su cuerpo.
Ella quedó fetal sobre las sábanas.
 
La pequeña muerte, dijo
o no lo dijo.
Los signos le pesaban sobre la mente en blanco.
Los cuerpos fueron cuerpos
y el vacío ocupó lugar
en la garganta.



SUSANA INÉS NICOLINI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

*

 “Desnuda, callada
ebria
deshabitada
absurda
preciso volver, ahora
a la noche
al inseguro silencio,
a la eternidad de lo pasajero.
Desarmar mi castillo de arena
y tu sosiego
con esas voces antiguas
fugitivas y perpetuas…”

CON TU SOLEDAD

En las hojas del viento
se arrastra la alegría
de las últimas ferias.
La campana de pié
se deja escuchar como nunca…

Ibas trémula
con repique soñador
llorando, desfalleciendo.
Murmurabas sílabas de fuego
entre suspiro y temblor.
Ibas como destinada,
a encontrar el relámpago
en ese crepúsculo frío,
inclinada hacia el oleaje,
como bruma, como ajena…
Tu, que traías un sol
nacido en otro universo.
Tu, que copulabas con ángeles.
Tu, que como jardín regado
en mayo, conocías
el caos sublime de
palabras y poemas,
ibas ahora sin pluma y sin aura,
madrugando, con los ojos
muy abiertos y sin escalas posibles.
Yo te vi,
ibas como destinada
hacia la crespa rompiente
hacia el sur de tu duelo
hacia tu más puro silencio:
inclinada
pequeña
lívida
presagiando

otros te intuyeron altiva,
serena
aparente
sublime

como sea, naufragaste
en la nostalgia y el designio.

Era la noche y tal vez
ese mar, como tu único dios,
en ese instante, no antes,
supo lo que es llorar.

(para Alfonsina)


PÁGINA 10 – ENSAYO

MÓNICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

MORIR POR LA CAUSA

Cuando se trata de dar la vida por un cierto ideal, podría levantarse del Campo de la Gloria el ensangrentado granadero Cabral, quien se interpuso en todos los libros escolares para salvar la vida de su General, y permitió que éste continuase la lucha por la liberación de un enorme territorio americano. Y nos conmovería hasta el ojo lloroso y el nudo en la garganta con su gesto de valentía y renunciamiento.
Podríamos hallar entre nubes de gloria y honor a las mujeres que tomaron los fusiles de sus hombres para defender Madrid y retrasar un poco el aplastamiento de la joven República española. Y escribiríamos grandes epitafios para todos aquellos que relegaron su propia existencia para que algo más grande y de relevancia social ocurriese.
Mártires. Alguno de nosotros se plantearía, llegado el caso, poner la propia supervivencia por debajo de alguna utopía con visos de tomar forma y prosperar. No me cabe duda.
El convencimiento de la necesidad de llevar la lucha hasta el extremo de sucumbir por ella es parte de la humanidad, y acaso no sea lo más prosaico sino que se halle entre lo sublime y redentor.
Ahora bien, qué pasa cuando no es uno el destinado a la inmolación, no es alguien de la propia generación que al fin y al cabo es alguien como uno, sino que el mandato de renuncia a la existencia se traslada a un hijo. Todo cambia.
El idealista maravilloso, convencido y firme, ese que no temblaría al poner el pecho a lo que impide la venida de la era dorada, se empequeñece, y duda, y llora entre bambalinas.
Y qué decir del juzgamiento social, qué decir de la forma en que evaluamos a quien entrega su descendencia a la máquina trituradora.
¿Pero no es acaso la misma utopía? ¿No son los mismos ideales que justifican el renunciamiento?
El árabe que envía a su hijo a cometer un atentado suicida es un fanático. Los que envían a sus hijos al muere son obnubilados irracionales, menos que animales. Los animales protegen a su prole. Eso decimos, con el dedo en alto y voz segura.
Pero y entonces cómo. En qué momento cambió la luz para que el mismo acto se transforme, y la esencial pureza mute en lo más vil y despreciable. Imagino a la madre del granadero Cabral gritando por sobre el estruendo del choque de las espadas, y si ella lo insta a arrojarse del caballo no me gusta, me repele. Y por qué, si razonamos con lógica fría, por qué.
Los héroes caídos no tienen madre ni padre, no tienen hijos. Entendemos el desprecio a la vida cuando es la propia, fundamental sinsentido si es que los ideales son tan redentores.
Me planteo entonces la cuestión del costo vital, de hasta dónde llega la luz del sol y comienza lo umbrío. De cómo cambia la consideración del mártir según acordemos o no con la causa que este sostiene. Héroes o fanáticos, personas justas y nobles o dementes enceguecidos.
Y la cuestión generacional de lo aceptable, y la fundamental verdad o no de las búsquedas cuando depende del vínculo familiar que consideremos apropiado o depravado mandar al muere a otro ser humano.
Puedo dar mi vida por esto, mi hijo debe dar su vida por esto. Ni con mucho es lo mismo. Pero entonces qué, entonces cómo. Cada católico promete en el bautismo de su niño que ese bebé sonriente será un soldado de Cristo, y pertenecerá al Señor de los Ejércitos. Pero no cavila sobre ello ni piensa que dicha promesa deba cumplirse eventualmente. Es cosa del pasado. Pero lo promete aunque no piense en la palabra empeñada. Tiempo hubo en que dicho juramento implicaba martirio y persecución.
Vuelvo a la extrañeza, vuelvo a la pregunta. En qué momento dar la vida es algo aconsejable si sirve para uno pero no para los descendientes. Cómo sostenemos causas que se deslían si no las defendemos nosotros sino los jóvenes sucesores. Hasta dónde lo digno y desde dónde la necedad.
No tengo respuestas, me refugio en el caótico universo.


PÁGINA 11 – CUENTO

EVA MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid-España)

SER EL OTRO

Es una mujer corriente, pero hay algo en ella que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a escrutarla de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta negra oculta un cuerpo consumido, nada atractivo. Pelo castaño, largo, separado por una línea central recta. Nariz aguileña, trozos de carne casi inexistentes moviendo su boca. ¿Es esto lo que busco? No, creo que no. Oigo el sonido del zoom acercándose a unos ojos que parpadean. ¡Su mirada, es su mirada! Que ha vuelto de un lugar árido, oscuro, frío, muy frío. Mis ojos se dirigen a ella, abstrayéndose del resto de realidad cercana. Un, dos, tres. Ya está, ya es mía.
La mujer de chaqueta negra y nariz aguileña grita. Sus ojos, de un azul muy claro, casi blanco, me acechan preguntándome qué ha pasado. No contesto y salgo.
Llego a otro andén. Ruido de raíles chirriantes. El tren estaciona. Se abren las puertas. El movimiento de la masa me introduce en el vagón.
Cuando el espacio se desahoga, me fijo en un chico que está de pie, agarrado a la barra metálica. Me atrae, algo me atrae. Me sujeto a la misma barra y me oigo: moreno, nariz chata; no, no es eso. Los ojos, la boca. Tampoco. Miro sus manos. Entonces surgen las imágenes, tiesas, arrítmicas, de unos dedos enguantados negros sobre otros marrones. La misma atmósfera pesada. Siento que mis dedos se mueven, intentando rozar los del chico. No me lo puedo quitar de la cabeza.
En la calle, lo veo hablando con un amigo. Me quedo detrás. Doy pasos cortos, miro con frecuencia el reloj y me apoyo en la pared.
Lo miro, examinando a modo de autopsia cada detalle, radiografiando su interior para extraer aquello que busco. Tenso los dedos, los aprieto, los estiro. Su figura dentro de mi pupila; ocupándola, haciéndose más grande; negra, cada vez más negra.
Un golpe seco. El chico yace en el suelo. Su amigo intenta reanimarlo. Gente alrededor. Corro, preguntándome qué le habré quitado. ¿Qué me atrajo de él? Subía las escaleras del metro deprisa, de dos en dos; esos dedos al agarrarse a la barra, los brazos, los músculos tensos…
Entro en un parque. Una niña salta, otros se columpian. Un niño, de unos cinco años, juega a la guerra con sus dedos. Lo observo. Se da cuenta y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y le enseño un papel y un lápiz que saco del bolsillo trasero del pantalón. Hago un dibujo. El niño se acerca y lo mira. Oigo: «columpios, mamá, yo, señor». Con los ojos humedecidos lo levanto, sentándolo en mis piernas. Trotes de caballo. El niño se ríe. Arriba abajo, arriba abajo. Viene una mujer que coge al pequeño, arropándolo en su pecho. «Degenerado. Aprovecharse así de un niño. Yo os encerraba a todos. Pervertido». No digo nada, solo bajo la cabeza. «Te lo tengo dicho, no te alejes ni juegues con extraños, menudo susto, y deja de berrear, me vas a dejar sorda».

Bajo la calle sonriendo. Me fijo en dos adolescentes. Se besan, caminan, se vuelven a besar, y entran en una cafetería. Los sigo.
Son como lapas, como no paren de besarse imposible averiguar lo que quiero. Me lo están poniendo difícil, ¡críos de mierda!
Me acerco a ellos.
−Perdonad que os moleste, ¿no tendréis un cigarro?
−No –dice él.
−No fumamos –dice ella.
−Mejor, mejor…
Vuelvo a la barra y los miro. La chica tiene algo, no es guapa pero tiene algo. Se me cae el café, que limpio con servilletas. Una voz me dice que son sus labios lo que deseo. Unos labios carnosos, grandes, con esa forma perfecta, como los pintó Rossetti. Capaces de las mayores desgracias. Te los voy a quitar princesa. Sudo. El sudor por la frente, las cejas. Son casi míos. Me pertenecen, ya son parte de mí. Un grito, la chica. Sus labios sangran. El camarero la atiende. El chico, paralizado. Ella continúa gritando. Salgo del bar sintiendo que algo me falta. ¡El pelo del chico! Lo quiero, esa melena rubia va a ser mía, ¡mía!
Cuando llego a casa me tumbo en el sofá. Me quedo dormido.
Al despertar siento un ligero temblor, que desecho estirando brazos y piernas. Voy al baño. Me echo agua en la cara, bebo del grifo y me miro al espejo. Llevo una peluca rubia, lentillas de un azul muy claro, mi boca, pintada de un rojo chillón corrido por los bordes, y unas hombreras debajo de la camiseta. La imagen me paraliza. Qué era aquello, ¿una broma?
Mientras pienso qué hacer, me fijo en una luz roja, intermitente, que sale del dormitorio. Retiro la cortina, escondiéndome detrás, y veo una furgoneta; con esa luz tan molesta. ¿La policía? El chico podría haber muerto, la mujer quedarse ciega, el niño sin alegría, los adolescentes…
Llaman a la puerta. La peluca, al suelo. Me quito las lentillas. Me limpio la boca con la mano y tiro las hombreras. Las ideas se me amontonan; las deshecho.
Llego a la puerta con los oídos latiendo. Miro por la mirilla y pregunto. Me llaman por mi nombre. Dicen que abra. La policía, pienso. Corro. Me cogen antes de llegar a la escalera. «No he sido, yo no he sido», grito. Me dicen que ya lo saben.
«Pórtate bien», oigo, «y no te pondremos la camisa». Uno de ellos se sienta a mi lado. Es un hombre corriente, pero hay algo en él que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a escrutarlo de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta y pantalones blancos...


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

SILVIA LOUSTAU
(Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

XXIX

el día
como un mantel de viento
alimenta
la memoria.

este día
látigo de cristal afiebrado
todo estalla
en las escenas
ya vividas.
siempre
hay alguien
que se peina
en las esquinas del miedo.

de pronto

anuncian
los indicios de los huesos
el peso de las sombras
recuerda
el aquelarre
de las voces
bailando solitarias
a las orillas del mar.
vencidos cuerpos
de los muertos
impenetrable hoguera
se levanta
lejos
y trae las voces
envueltas
en el mantel del viento


ROGELIO RAMOS SIGNES
(San Juan-Argentina)

HABLAR EN FEMENINO

Con la puesta del sol no es EL día lo que concluye
es LA jornada de trabajo.
Es LA manija de tirar la que cierra la puerta,
sea o no sea EL picaporte.
Lo masculino del discurso
se desvanece en lo femenino de la palabra.
EL asiento es LA silla;
EL anochecer, LA tardecita;
EL muro, LA pared.
Si sabemos que EL llanto está formado por LAS lágrimas,
que EL cariño apela a LAS caricias
¿a qué tanto discurso tontamente disfrazado?
si los genitales del hombre, a veces,
también tienen nombres femeninos.
No hace falta dar ejemplos
cuando El habla es LA lengua.
Si EL velador y LA lámpara conviven en el mismo oficio,
si EL tema y LA canción gozan de la misma música,
si EL rostro y LA cara ocupan idéntico espacio
¿a qué tanta expropiación?
¡Compañía, ciudadanos, compañía!
EL badajo sin LA campana sería un machete represor,
un palo de mortero, un pisapapeles sin papel.
Y vayamos concluyendo.
Cuando decimos EL mundo ¿estamos refiriéndonos a LA Tierra?

EL ORIGEN DEL MUNDO,
(Gustave Courbet, 1866)

Esta es la caverna primera y primordial
de todos los sueños. Entremos en ella.
Suavecita y muelle. Recóndita. Nutritiva,
nada malo puede sucedernos aquí.
Su música de extraños decibeles
se escucha con la lengua, se cata con los ojos.
La lluvia ocurre en sus paredes sin descanso
y su oscuridad es el sol de los tiempos.
Este es el jardín salvaje al que siempre volveremos.
El portal de la desmesura. La certeza de Dios.

LA CANCIÓN DEL ENCASTRE

Ahora iniciarán los cuerpos
un diálogo sin tregua y en fisura.

Ahora se hará carne literal
aquello de “lo mío es tuyo”
y su irresistible viceversa.

Ahora vendrá la sangre de la vida,
el aire que quita la respiración.

Ahora nos bautizaremos mutuamente.

Ahora pondremos a trabajar
hasta el más alejado poro de frontera.


PÁGINA 13 – ENSAYO

CARLOS DARIEL  
(Haedo-Buenos Aires-Argentina)

DE LA TRADICIÓN A LA VANGUARDIA

Poeta errante, baqueano de caminos y autodidacta, Juan Carlos Bustriazo Ortiz es, muy posiblemente, una de las voces poéticas más singulares y, a la vez, de menor difusión de la poesía argentina. Con una extensa obra que el mismo autor denominó  Canto Quetral y que incluye cerca de 80 títulos, la mayoría inéditos ya que sólo se publicaron cinco, su trazo poético ha dejado una huella de particular presencia en el decurso de la poesía argentina.
Obra impar que desde lo regional trasciende a lo universal, en lo temático, y de la tradición a la ruptura, en el tratamiento del lenguaje, a tal punto que al profesor Ricardo Nervi le ha hecho preguntarse: “¿Podría constituirse Bustriazo Ortiz en una de las voces más íntegras, auténticas y originales de la Argentina?” y al poeta Cristian Aliaga decir de su poética: “Su relación de hondura metafísica con el paisaje, su empatía con los habitantes del campo y los arrabales –y en definitiva su precisión verbal para revelar realidades profundas a través de un lenguaje de efecto chamánico o encantatorio-, sitúan su obra en un lugar impar dentro de la de sus contemporáneos”.[I]
  
Bustriazo Ortiz nació en Santa Rosa, provincia de La Pampa, en 1929. Su padre era oficial de policía y como lo destinaban con frecuencia a distintos pueblos, la familia entera se trasladaba y vivía en variopintos lugares de la región. Esto tal vez signó el carácter itinerante que iba a colorear la vida posterior del poeta.
A los 19 años se incorpora a la Policía del Territorio como radiotelegrafista y lo hace durante once años, al término de los cuales renuncia para comenzar a realizar diferentes oficios: es aprendiz de tipógrafo y linotipista en el diario Arena de Santa Rosa, y más tarde corrector de pruebas, en ese mismo diario y en el diario Río Negro.
Fue también minero e integró grupos de trabajo en campamentos durante labores topográficas.
Por esa misma época abrazó la vocación arqueológica y recorría los médanos de Santa Rosa buscando restos indígenas, piedras y elementos de alfarería utilizados por los nativos en otros tiempos.
Entre tanto escribe poemas, va a peñas y conoce músicos, muchos de los cuales musicalizan varias de sus composiciones. Bustriazo Ortiz se hace peregrino nocturno y ese peregrinaje lo lleva a conocer muchos de los personajes e historias que formarían gran parte del material de su obra.

Sus primeros escritos datan de mediados de los 50.
Por su parte, la editorial Amerindia se propone iniciar la edición sistemática de su obra completa, tal cual ha sido definida y ordenada por el autor. Así, a fines de 2008 aparece el tomo I de Canto Quetral que reúne los primeros seis volúmenes de su obra: Los poemas puelches, Huellas de la pampa honda, Aires de cobre y sal, Zambas del Piedra Juan, Canciones del campamento y Últimas zambas del Piedra Juan.

El mundo poético de Bustriazo Ortiz se construye como una cosmovisión en torno a un territorio central en el que las cosas y los seres establecen una comunicación vital que los entrelaza y los reúne bajo un mismo aliento sagrado. Ese territorio es La Pampa, la vasta llanura que el autor recorrió buscando historias y paisajes que le proveyeran el material de sus poemas. Todo un conjunto compuesto de piedras, plantas, animales, astros, vientos, nieblas, hombres y mujeres que el poeta invoca para que encarnen su mundo poético. Así, a lo largo de su obra son convocados diferentes elementos como la pifulca , instrumento musical hecho de hueso, piedra o madera o el chamal, antigua prenda mapuche, plantas y arbustos propios de la región como el tamarisco y la chilca, animales como el jote -ave similar al cuervo- o el puma, el más grande de los carnívoros de la región y por supuesto el humano, no el humano abstracto, el humano conceptual, lo que la voz poética de Bustriazo Ortiz presenta es la mujer y el hombre con nombre y apellido, a través de pequeñas historias que los sitúan en su vida cotidiana, personal, para revelarnos sus goces y sufrimientos, sus misterios y humillaciones. No faltarán tampoco, el compañero de peña, el músico amigo, la mujer amada y el machi, autoridad religiosa entre los mapuches, cuyo concepto es equivalente al de brujo o chamán.

Esta constelación de seres y cosas configuran, si me permiten decirlo así, el contenido material del mundo poético que supo forjar la voz de Bustriazo Ortiz. Pero para que esto sea posible el poeta necesitó construir un lenguaje propio, provisto de una vitalidad tal, capaz de dotar de ser a lo que nombra. Un lenguaje que se nos revela, entonces, como el componente formal de ese mundo.

Así, la poética de Bustriazo Ortiz avanza por un camino que comporta un creciente y profundo trabajo de recreación idiomática, en donde lo semántico, lo sonoro, lo simbólico se relacionan y fusionan para refundar un sistema de singular significación.  Toda una variedad de tratamiento lúdico de la palabra se manifiesta en novedosas formas mediante neologismos, condensación de vocablos, yuxtaposiciones, etc. Aquí se adjetiva un sustantivo, allá un adjetivo se verbaliza.

Este lenguaje de ruptura va a hacer aparición con máximo fulgor a partir de Elegías de la piedra que canta, no obstante, ya en sus primeros poemarios, como Últimas zambas del Piedra Juan o Canciones del campamento, donde se manifiestan de pleno composiciones poéticas que guardan formas tradicionales del lenguaje asociadas a ritmos y técnicas propias del folclore popular y cercanas a la canción, también vamos a encontrar las primeras manifestaciones de ese “otro” lenguaje que haría eclosión en obras posteriores.
  
Sin embargo, una lectura atenta no tardará en encontrar un tratamiento de las palabras que trastoca o subvierte la función gramatical de las mismas.

Por ejemplo el sustantivo puelche, que en mapuche significa “gente del Este” y así eran llamados los indios argentinos por parte de sus pares chilenos, en Bustriazo Ortiz es empleado usualmente como adjetivo, como por ejemplo en este fragmento:

Ahí viene don Benavídez/del rancho del bajo verde; /la nochecita lo encuentra/ pensando en el agua puelche. [IV]
Hilacha del cielo puelche, /arena loca, /la copla se me hace de agua/cuando te nombra. [V]

Pero también este sustantivo es utilizado, simbólicamente, como nombre propio, tal como aparece en el siguiente estribillo:

Ay, Rosa Puelches, perdida, /tajamar de mi canción! /El agua canta y no tengo, /ay, Rosa, tu corazón! [VI]

Esta utilización de un sustantivo como nombre propio se observa también en algunos títulos de las obras del autor como en Zambas del Piedra Juan y Ultimas zambas del Piedra Juan.

Pero nuestro autor sorprende más aún cuando de un adjetivo crea una forma verbal:

Caminito bayo, /greda, vieja flor… /Overea el cuero/de tu corazón…

Aquí, overea es la forma verbal que el autor emplea, derivada del adjetivo overo (color parecido al del melocotón que aparece en algunos caballos).

Y por último una forma singular de adjetivación mediante el uso de sustantivos en oposición:

Las miradas de mi copla/tocan tu tiempo mojado, /y un viento puma te ronda/ por los adobes amargos. [VII]

Esta construcción, viento puma, que carga la significación o el acento regional y determina el valor de la expresión, es muy utilizada por el autor y ejemplos de ello abundan en sus primeras obras: soles mahuidas (sierras), luna huinca (extranjero), tarde pifulca (instrumento musical), cielo machi (brujo, chamán).

Todas estas novedosas apariciones del lenguaje en sus primeras obras son el anticipo de ese “otro lenguaje” que, como ya dijimos, hará eclosión a partir de Elegías de la piedra que canta, publicado en 1969 y donde se reunirán lo ancestral y la vanguardia, lo sagrado y lo encantantorio dando forma a una poética inaugural que se irá consolidando y acrecentando en las obras posteriores, hasta alcanzar su máximo punto de ruptura en El libro del Ghempin, en 2004.

Veamos dos ejemplos:

TAN HUESOLITA QUE TE IBAS /tan envidiada de qué sombras la tierra ardía huesolita/la siesta ardía melodiosa tan como ibas tu sonrisa era/una piedra arrobadora y era otra piedra mi costilla/dulcequeamarga solasola cuajada de alta pedrería eran/tus voces tan palomas eran tus manos piedras finas/guitarra tan azuladiosa eras la piedra que acaricia piedra/te ibas quién te roba última brisa de la brisa o/flauta mía o leja y rota tan huesolita que te ibas tan/de la gracia mucha y poca si cuando vuelvas ves mis/días oh piedra llena llaga hermosa! [VIII]

En este poema las diferencias con el anterior (El regreso) son más que evidentes: el verso libre reemplaza a la métrica formal de la copla, se prescinde de la puntuación y del uso de la mayúscula, éste sólo reservado para el título.
Irrumpe la yuxtaposición de vocablos: dulcequeamarga, solasola, azuladiosa;  la adjetivación de un sustantivo: eran tus voces tan palomas y aparece también un neologismo creado por condensación y fusión de un sustantivo con un adjetivo: huesolita.
El mismo autor nos cuenta sobre esta necesidad de crear palabras:
“He inventado muchas palabras, sí. Lo hice porque yo quería decir alguna cosa y no podía con las otras palabras existentes y tenía que inventar una palabra para poder decir correctamente lo que quería decir, y por eso empecé a inventar tantas palabras.”[IX]

De este relato de Bustriazo Ortiz se desprende que su necesidad de una nueva palabra estaba al servicio del decir y no al de la mera búsqueda de efecto.

Habíamos dicho que el punto máximo de ruptura con el tratamiento tradicional del lenguaje se observa en El libro del Ghempin. Aquí, además de los recursos ya descriptos y de los neologismos, aparecen otros tratamientos diferenciales: en algunos poemas se emplea la mayúscula al final de las palabras o de los versos, en otros las palabras no están separadas por un espacio o están escritos todo en mayúscula y en otros se enlazan varias palabras mediante guiones, semejando a cuentas enlazadas de un collar que forma un producto de significación.

CUADRAGÉSIMA TERCERA PALABRA/Adónde vas, poeta nochernícola, /de austera sal, de halo melancólico? /Y el primo amor, o bien, el tu penúltimo? /Y el vaso azul? Erótico y arqueólogo, /te sientes bien, mi vate, muy católico? /Eres o  no el juglar, el archimítico,/el facedor maniático, elegíaco/de tu canción? O estrilas de neurótico/talante, o vas de túnica, de báculo/por la vastura de la noche eólica?/Ay semoviente, austral humano mágico,/nómade Juan, desnudo en lo fonético! (Ruta 5, divagando bajo el pánfilo viento). [X]

Todos estos recursos son modos de adentrarse en un decir que, paradójicamente, va más allá de lo formal y apuesta, mediante la fusión del sentido con lo fónico, a alcanzar la hondura de lo mágico y sagrado. Singular decir que hace de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, juglar noctámbulo, arqueólogo de la palabra futura, el hacedor de una poética fundacional.


PÁGINA 14 – CUENTO

OLGA LILIANA REINOSO
(General Pico-La Pampa-Argentina)

LA CASA DE TEJAS ROJAS SIN JACARANDÁ EN EL PATIO

Cuando me mudé a ese barrio todo el mundo rumoreaba. Con la morbosidad propia de las mentes poco cultivadas que solo encuentran atractivo husmeando en la vida ajena, se juntaban en la vereda o en el mercado y con la liviandad de quien no piensa en las consecuencias, comentaban las novedades, sacaban conclusiones, agregaban detalles seguramente inventados y parecían entretenerse y hasta regodearse con los dolores ajnos, quizá para tapar sus propias miserias. Yo siempre he sido muy prudente y reservado, de manera que mientras pude me mantuve al margen. Pero era tanto el comentario que no pude menos que sentir cierto interés en comprobar si las habladurías tenían fundamento. Claro que a mí me movían otros intereses, casi científicos podría decir. Me interesaba la personalidad del hombre, porque yo había sido educado de otra manera. Mi padre, un descendiente de irlandeses, siempre me aconsejaba en ese aspecto y sentenciaba sabiamente que un hombre que se precie de tal jamás cometería esa cobardía.
Para entonces yo todavía no me había casado pero mantenía una relación de años con una compañera de facultad con la que teníamos planes de formar una familia. Ella, Dina, era una mujer independiente, llena de iniciativas, pero muy afectuosa y romántica. Un día saqué el tema y ella quedó muy afligida. Me dijo que no podía entender que pasaran esas cosas y que algo había que hacer, que no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. Traté de calmarla haciéndole ver que no tenía pruebas y tal vez solo se tratara de chismes de barrio.
Hasta que un día yo también escuché el escándalo.
Gritos, llantos, ruidos. Y después un silencio ominoso, que dolía.
A la mañana siguiente el barrio era un hervidero.
-¿Escucharon el kilombo de anoche?
-Y, otra vez hubo biaba.
-Dios mío, pobre mina.
-¿Pobre? Pero no te das cuenta que es una masoca.
-Al día siguiente del terremoto no se asoma ni a la vereda y si alguna vez sale anda toda tapada y con anteojos.
-Pero por qué no se raja.
-Qué se va a rajar. Si le gusta, seguro que le gusta. Después deben terminar con una festichola y chau pinela.
-Pero quién se lo podía imaginar de un tipo como él, tan atildado, con tan buenos modales, amable con todo el mundo...
-Y, el tipo no tiene la culpa, seguro que la jermu lo saca de quicio. Esas mosquitas muertas son las peores.
-Che, ¿pero no tendríamos que avisar a la poli?
-Largá, ¿qué decís? En estas cosas no hay que meterse, son asuntos de familia.
-Sí, pero, si un día ocurre algo malo...
-Cortala, fatalista ¡qué va a pasar!
Desde ese día no digo que pasé a ingresar la larga fila de chismosos pero debo reconocer que la idea me rondaba muy seguido. Muchas noches me descubría conteniendo la respiración para escuchar mejor todos los ruidos que venían de afuera y así fue como en varias ocasiones los golpes sordos que sonaban en la casa de tejas rojas y grandes ventanales, no me dejaban conciliar el sueño. Yo sentía que Dina tenía razón cuando hablaba de hacer algo, de intervenir. Pero confieso que no me animaba a tomar una decisión. Creo que me daba un poco de vergüenza y tal vez en el fondo, muy en el fondo, esos preconceptos machistas de los que es tan difícil deshacerse, me impedían moverme.
Ella salía muy poco. No trabajaba afuera ya que el marido era un empresario al que no le iban nada mal las cosas. Alguien me dijo que pintaba. Ella, mi vecina, pintaba cuadros.
Un día leí en la agenda cultural del diario que había una exposición de Ema Quirós. Era ella. Fui hasta la galería, no porque me interese demasiado el arte sino para verla. Pero las pinturas me conmovieron. Eran figuras desgarradoras, tan desvalidas que uno se asfixiaba al verlas y necesitaba correr hacia la calle para tomar aire. La muestra fue un éxito, todo el mundo comentaba la aparición de un nuevo pincel talentoso. Cuando me presenté diciéndole que era su vecino un ínfimo temblor la perturbó, pero fue sólo un instante, la breve duración de un parpadeo y un suspiro levemente prolongado. De inmediato se recompuso y charlamos nimiedades.
Al regresar a casa mil interrogantes me acuciaban. Se la veía entera, segura de sí misma. Para nada mostraba la imagen de una mujer débil, maltratada. Entonces comencé a reflexionar acerca de los seres humanos, de cuánto mentimos, del personaje que representamos para los demás. Y al llegar me miré en el espejo tratando de desentreñar quién era yo en realidad y si los otros verían al que yo suponía ser o me miraban con otros ojos.
No logré responderme con certeza y en medio de esas cavilaciones me quedé dormido.
De cuando en cuando me cruzaba con Ema pero ella simulaba no conocerme, miraba para otro lado, apuraba el paso y desaparecía.
Una noche sus gritos me despertaron pero en lugar de llamar a la policía, encendí el equipo para no escuchar.
A la mañana siguiente pasé por sus ventanales y vi la imagen de uno de sus cuadros. Pero era ella misma, tan desgarradora y desvalida como sus pinturas. Sus ojos color caramelo clamaban ayuda. Yo sentí que me ahogaba, como aquel día en la exposición.
Esa noche los ruidos se repitieron, pero eran otros ruidos, más sordos, más trágicos. Y no hubo un solo grito. Desperté con una terrible jaqueca que me duró varios días. La casa de tejas rojas con jacarandá en el patio estaba completamente cerrada. Pocos días después apareció la policía haciendo preguntas. El marido había denunciado la desaparición de Ema. Nadie sabía nada. Los rumores siguieron corriendo pero eran solo eso, rumores. Nadie tenía pruebas.
Al llegar el invierno vimos con zozobra que habían talado el jacarandá, para ampliar la casa, según parece. El marido de Ema instaló su oficina en ese lugar. Todo el antiguo patio quedó cubierto de mampostería. Algunas madres anticuadas asustaban a sus hijos con el viejo de la casa de tejas rojas.
Han pasado los años, he cambiado de barrio y nunca más oí hablar de esa mujer pero no pude olvidarla. Algo parecido a la culpa me corroe el alma. Y sobre todo recuerdo sus ojos. Sus ojos color caramelo chorreando sobre un vidrio que nunca nadie se atrevió a limpiar.



PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

CARLOS ALDAZÁBAL
(Salta-Argentina)

TODA RESURRECCIÓN LLEVA SU TIEMPO

No crecerá un jardín en este páramo,
ni algas ni corales, ni especies invencibles,
ni siquiera algún musgo verdeciendo lo negro.
Todo el barro se mezclará en la arena,
toda la arena triturada en el vidrio,
y el polvo en el metal, y la vida en la muerte.

Las turbinas que vuelan encienden tuberías,
absurdos toboganes de lo que no se encuentra.
Pero se puede ver un halcón a lo lejos
que conoce el sabor y el olor de las ratas.
No crecerá un jardín, ni siquiera una selva.
Tal vez cañaverales como huesos que brotan,
huesos que como dedos escribirán los nombres
de los mismos verdugos que arrasaron los puentes
para que muera el río.
No crecerá un jardín en este páramo.

El viento sopla lejos sobre un bosque.
Las piedras acarician el agua.
La luna por el cielo.

Y ranas a la orilla con su canto estridente
anunciando, por fin, el inicio de todo.

LA POESÍA ACTUAL

He visto la destrucción de los naranjos
y en el incendio
una triste magnolia compungida.
(¿Quién se robó el color de los cerezos?
¿Quién arrasó los pastos del poema?)
Alguien dijo
que matan estas plantas
con vapor rancio de poesía actual,
esa impotencia que eructa
contra el rugido del tigre
trampas de lodazal atrapa quejas.
Así se vio de lejos:
Un poeta lloviendo en las cenizas
para que la magnolia se transforme en naranjo.

HAMACA

Es que el misterio empieza con una sacudida,
un shock de sombra que estremece la escandalosa iluminación de la _ escena.
Otra probabilidad es que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de rugido debe conservar,
algo de toro enfurecido por la sangre.
Cuando digo “misterio” no me refiero solamente a tus ojos
o a la obvia pregunta sobre lo invisible,
salvo que lo invisible sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de misterio, sino de olvido.
No: por misterio me refiero al estremecimiento, al vaivén,
eso que puede ser vals, aunque no solamente,
eso que puede ser sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena, por ejemplo,
pero más de Odiseo que de ambulancia,
aunque para Ulises también hubieran sido misteriosos
esos colores rápidos, desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.
¿Y si el misterio no empieza?
Eso es lo inexplicable.
Ni sombra, ni luz, ni animal interior, ni esperanza, ni sangre.
Sólo una calma chicha, sobradamente conocida por otros navegantes,
los que anhelaron el misterio antes que el olvido,
pero recibieron el olvido,
los que esperaron la gotita de sombra en la luz centelleante,
pero fueron encandilados por el sol:
atados a su mástil, aguardando sus sirenas sin la suerte del griego,
mientras el mar los ahogaba, sin hamacarlos nunca.


ANAHÍ LAZZARONI
(Ushuaia-Tierra del Fuego-Argentina)

GRAFFITI

Alguien debería dibujar de un modo impecable
el mapa de una ciudad loca
a la que abofetea el viento.

Bordeada por un mar gris y murallas de piedra,
con gentes de poco hablar
navegando sus propios océanos.

Nombro una ciudad que no está muerta ni viva.

30 DENARIOS

La ciudad está abierta al mar y a la codicia que devora incautos.

Nieva en este agosto de pocos viajeros
por momentos es la lluvia la que roza el bosque.

Los rumores son confusos:
¿quién es quién en esta ciudad de memorias delgadas?

Casi todos llegan con sus maletas hundidas y sus máscaras.

Forasteros siempre, forasteros varados.

Fugitivos quietos soñando con fiebres desconocidas y denarios de plata.


PÁGINA 16 – ENSAYO

CRISTIAN VITALE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

PUNTO DE FUGA

Voy a proceder con inocencia, con una pretensión excesiva. Aquella de ser, sin rubor, contemporáneo al deseo. Contemporáneo también de mis límites, de mis lecturas y de sus faltas, de los errores de lecturas, de mi vocación siempre cándida de ser nuevo, momentáneamente, quiero decir, de escribir en la ficción de lo increado, estar de lleno en un “mientras tanto” que, es posible, acabe con el texto, sino antes.
     Quiero decir, insisto, que voy a intentar dejar el esbozo de un diagrama a la altura de mi estricta necesidad híperactual, de una urgencia, a saber, leer un texto.
     Algunas imágenes me ayudarán a vadear ciertos charcos en los que no me quiero hundir. Pretendo sortear conceptos como los de autor o sujeto de la enunciación, pero también fintear categorías tales como las de personaje, narrador, o sujeto del enunciado, esgrimidas en pos de las columnas fundacionales de una lectura.
     Me explico. Quiero leer, con la mayor justicia posible, un texto que me exige la postulación de una mano que, no por estar ausente de él, le es del todo ajena. Un punto desde el cual el texto viene hacia mí, se dirige, como una piedra en el aire, cuya dirección advierto, imagino o supongo, pero cuyo punto de tiro, la honda, queda afuera de todo paisaje visible. Quiero hablar de una fuente.
     Leo y siento el tironeo, la demanda, la exigencia, la vocación. Por no decir el llamado. Leo y atiendo, por momentos, un viento que sopla desde afuera, intangible, cada uno de los hilos que se mueven adentro. La trama misma parece urdida por él, moldeada, soplada, requerida o volcada. Leo y por debajo de cada cercanía oigo el perfume de una lejanía que todo lo tiñe, que todo lo empapa, lo humedece, que todo lo enluta o lo florece. Esa es la madre fuente.
     Veo (o me parece ver, o quiero ver, o estoy limitado a ver), veo, digo, una piedra etérea, toda sustancia e inmaterial, caída sin estrépito en el agua de cuyas ondas concéntricas fluidas sobre el texto es madre. Me interesa la piedra, la madre piedra, la madre centro. Es un vientre, como se ve, lo que me importa.
     Claro que todo esto es “anterior” al texto. (Y si pongo comillas es porque quiero desligarme del costado temporal del término.) Digo “anterior” como podría decir “oriental”, “meridional” al texto. Lo que intento significar es un punto “más acá” o “más allá” del paisaje visible de la letra. Todo entre comillas, porque no pienso en categorías espaciales o temporales. Pienso en un punto de fuga imaginarios, o varios, adonde van a parar todas y cada una de las líneas (esto es una exageración didáctica o estilística) de la textualidad evidente. Imagino un sujeto tácito, entrevisto en las declinaciones o en los pronombres de la letra, es decir, en los restos de una lengua muerta , o, mejor, innacida, pero rastreable en los coletazos del pez inapresable pero vivo, táctil, que se mueve en la fugacidad del discurso.
     Es que hay otro Pez. El gran pez que explica las burbujas de la superficie del agua, la sangre ascendente, la leve marea, los olores, la ausencia, la presencia o la fuga de todos los demás peces.
     Busco, porque necesito, una fuerza. Un color blanco invisible causa, motor o llama de todo retazo de arcoiris, movimiento o chispa acaecido en el paño resultante de la hoja. Busco, porque me falta, la silueta imaginada de una mano. Para explicar cada una de las piedras, las lanzas, cada uno de los vidrios llegados que hacen ruido sobre el libro.
     Leo y veo las sombras. Los cuerpos en realidad, con color y masa de sombra. Y yo busco un Sol, Madre, por afuera del texto, de tan adentro. Una carne única para todos los conejos, para todos los perros, los payasos, los trompetistas y las danzas casi levitantes de las bailarinas.
     Todo bastante antropomórfico, es verdad, todo a la altura de un hombre. Pero no un hombre. Es un Silencio lo que rastreo por los intersticios de signos, silencio madre de todos los gritos y las vulgaridades del lenguaje paterno, de las miles de lenguas hijas, o los cientos de miles, mejor, de hijos de la Lengua. Un cielo natal, letrado, culto, es decir, caído en tierra. Y sí, a la altura de un hombre, de su obligado silencio. Porque lo que añoro, creo, es un deseo. Y el deseo, como sabemos, nunca es pasto de las fieras. Como todo lo importante, el deseo, porque no habla, queda afuera.
     Un deseo, un silencio, una piedra o un hueco, un sol madre, una fuerza madre, un vientre, una fuerza desde adentro, una fuente prístina, primordial o arcana, Oriente, una Soledad, podría agregar, que den sentido a la harina palpable de los signo, que adivinen, desvelen, construyan o inventen una raíz última de todos los árboles, madre de todas las hojas, semen fecundo de un semivacío, de un semiolvido, de un signo.


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

JAVIER ÚBEDA IBÁÑEZ
(Jatiel-Teruel-España)

LA ELEGANCIA DEL ERIZO

Autor: Muriel Barbery
Traducción del francés: Isabel González-Gallarza
Editorial: Seix Barral
Colección: Biblioteca Formentor
Portada: Serifa / Aurora Iraita
Género: Narrativa / Ficción literaria / Novela
Año de edición: 2007
ISBN: 978-84-322-2821-6
Encuadernación: Tapa blanda
Páginas: 364

La elegancia del erizo fue publicada en el año 2006 en Francia por la editorial Gallimard (ISBN: 978-2-07-078093-8).

La elegancia del erizo, de la escritora y profesora de filosofía Muriel Barbery (Bayeux, 1969), se convirtió rápidamente en Francia en un fenómeno literario, en un auténtico best-seller, corroborado por sus ventas millonarias; de hecho, se mantuvo un año entero en la lista de los más vendidos. Y, de un día para otro, Muriel Barbery pasó a convertirse en una escritora revelación, a la que se le concedió el “Premio de los Libreros” en el año 2007.

La elegancia del erizo, libro valorado positivamente por la crítica y apreciado por los lectores, fue la segunda novela de Muriel Barbery, la primera sería Una golosina, publicada en el año 2000.

Esta segunda novela de la autora nos narra la historia de unos personajes solitarios que viven escondidos en un caparazón que, sabia y voluntariamente, se han ido tejiendo con el transcurrir del tiempo, y que de alguna forma enmascara una crítica implacable hacia la clase alta francesa; estrato social que vive atrincherado en unos férreos convencionalismos caducos, y que juzga a las personas según sus apariencias y su poderío económico. Por ese motivo, en La elegancia del erizo nada es lo que parece, y lo que parece, absolutamente nada tiene que ver con la realidad.

Para crear esa atmósfera ácida, la escritora rescató de Una golosina a un personaje que aparecía sólo de forma fugaz o episódica, y lo convirtió en el protagonista indiscutible de La elegancia del erizo.

Renée, portera de un edificio burgués, situado en el Nº 7 de la calle Grenelle de París, es el eje por el que se comienza a tejer la trama de este libro mordaz, repleto de cavilaciones filosóficas, citas literarias rusas, máximas francesas y cultura japonesa. La solitaria portera ha creado un cerco insondable alrededor de su apariencia -es gorda, fea y antipática- y de su personalidad. Por un lado, y de cara a los vecinos para los que trabaja, ejerce a la perfección el rol que se espera de ella; entre otras muchas cosas, mantiene siempre encendida una televisión que nunca ve mientras esconde bajo sus faldones su verdadera pasión, la cultura.

De puertas para dentro, la realidad es bien distinta; Renée es una amante incondicional de la literatura, del arte y de la música. Escucha a Mozart, lee a Proust y a Tolstoi -su gato responde al nombre de León en honor al gran escritor ruso-, saca con asiduidad libros de filosofía de la biblioteca, es una experta en gramática, sabe apreciar la sensibilidad de las naturalezas muertas holandesas, y es una admiradora incondicional del cine del director japonés Ozu, lo mismo que la autora de libro, Muriel Barbery.

Nadie podría imaginar que la antipática y poco agraciada portera del Nº 7 de la calle Grenelle es un pozo de sabiduría. Sólo una de sus vecinas, Paloma, una niña adinerada de doce años, es consciente de la excelsitud de Renée; ella puede ver su coraza protectora:

“La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes”.

Paloma es una solitaria como ella, dotada de una inteligencia privilegiada, que harta de la hipocresía de la sociedad que la rodea, vive aislada en su particular mundo y en su cuaderno de haikús, y es que todo el libro rinde pleitesía a la cultura oriental, ciertamente apreciada por la autora. Agotada de la superficialidad y la falsedad de su entorno, decide suicidarse el día que cumpla trece años, el 16 de junio. Como Reneé, también representa con esmero un papel en la función llamada vida.

Renée y Paloma se protegen, como el erizo, por una fortaleza de púas fabricadas a conciencia por ellas mismas; púas que las impermeabilizan de lo que se cuece en el exterior. Ninguna de las dos tiene el mínimo interés por integrarse y darse a conocer a los demás, y se limitan a transitar por la clandestinidad de los afectos.

Las dos poseen dificultades para establecer relaciones personales porque no se sienten capaces -en las distancias cortas- de dar una versión distinta de lo que son, y también por un hondo temor hacia lo desconocido; por ese motivo, son capaces de reconocerse, mutuamente, y de establecer entre ellas una conexión al nivel de las almas gemelas.

La existencia de las dos mujeres -una niña y, la otra, una señora madura- que se sienten marginadas por una sociedad que las etiqueta. Por dos mujeres, como decíamos, que comparten idénticos anhelos intelectuales: “La inteligencia es algo transversal a todos los estratos sociales”, según palabras de la autora, dará un giro de 180 grados cuando aparezca en escena un nuevo vecino en el número 7 de la calle Grenelle: el japonés Kakuro Ozu, un jubilado emparentado, de lejos, con el conocido director japonés Yazujiro Ozu; director por el que Renée siente verdadera devoción.

Kakuro Ozu consigue reblandecer, poco a poco, las corazas emocionales de Paloma y Renée, y cuando ésta última se quita sus púas y sus miedos para dejarse conocer por el culto y afable japonés, la tragedia llama a su puerta de una forma cruel e inesperada.
La elegancia del erizo, contada en capítulos cortos -estrategia narrativa que define la particular forma de escribir y de contar historias de Muriel Barbery-, es un canto a la amistad y a la complicidad entre personas que, aparentemente, no tienen nada en común.


PÁGINA 18 – CUENTO

PATRICIA ELENA VILAS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

ESPERANDO LA NOCHE...

Esperando la noche. Tal vez no vuelvas nunca. Anoche, al despedirnos, te vi caminar lentamente hacia el horizonte, cabizbajo, taciturno, mordisqueando palabras sin sentido, vaya a saber Dios qué decías.
            El sol se iba poniendo lentamente, y su color rojo anaranjado iba tiñendo mi alma y mi mente. Caminaba sin cesar, sin rumbo fijo, pensando tal vez en la última puerta del destino que debe abrirse próximamente.
            Tú, inquieto y triste; yo, inquieta y anhelante por el futuro.
            Nuestros horizontes, tal vez en algún punto del universo, se abran para separarse eternamente.
            ¿Hubo amor? No sé. Pero sí afirmo con todo el corazón,  que en el medio de nuestras vidas existieron seres que intentaron perjudicarnos abiertamente. Sabedores de tus defectos, los usaron en beneficio propio.
            Nunca sabrán  ni por un instante el daño y el dolor que causaron. Por eso, debes saber que no todo aquél que se dice “amigo”, es verdaderamente amigo.
            No te olvides de mí durante mi larga ausencia. Sólo los duendes saben qué será de mi destino, ya que escuchan los designios de Dios y  mis ruegos, lamentos, momentos de desesperanza, y deseos de encontrar amores escondidos, quién sabe dónde, para sentir el apoyo de un alma gemela, que me brinde su compañía y caricias.
He empezado a creer que el mundo es un túnel oscuro, largo y sinuoso que me atrapa en forma silenciosa, sin que yo me dé cuenta. 
Terror  es lo que me paraliza cada vez que me pierdo en interminables vericuetos pensantes y que quizás, tal vez, muchos de ellos no se realicen; pero de momento, la incertidumbre es la madre del terror.
Debería saber que la vida es alegría y sin embargo, dónde está?
El altar profundo del alma no tiene fondo. Es una garganta a la que todavía no le encuentro forma.
Dónde está la niña de entonces?
Dónde está la vida que siempre soñé?
No sé. Quizás, esperando entrar en algún momento.


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)

AEROMANCIA

hay que buscar
la médula vital de las formas
las combinaciones orgánicas
de la geología

el caracol de la historia
la rosa de los vientos
la casa
la cuna
y la tumba de las estrellas
la osamenta del tiempo
lo que hay para descarnar
de las verdades
incendiar las goletas
amarnos en el filo de las noches
destilar a cuenta gotas la espalda del futuro
colgar los péndulos en las ventanas
acoger el corazón de nuestra arqueología
dar uso de puente a los sueños

COPÉRNICO

solo se necesitan dos cuerpos
para hacer al mundo girar
hacer de la certidumbre
otra forma de adivinar

LA MÉDULA DE CRONOS

el amor existe, porque muere

las cenizas
son la desmenuzada carne del fuego
hay que desnudar la aurora
abrazar el terror de la noche
hasta que caigan las estrellas
en la entraña del medio día

cada nacimiento
es una metáfora de la muerte

la muerte es la trinchera del tiempo
hay que buscar las formas
de renacer entre nuestras muertes

porque el cielo tiene entrañas
y el fundamento del grito es el silencio

cada caricia es un eco desde dentro
es enraizar el gemir del deseo
el recuerdo como fruto de la historia

hay que vivirnos hoy y siempre
en el hechizo de las carnes del tiempo
porque solo el instante es nuestro
y las sirenas el espejismo del olvido

cada muerte
se parece a su dueño
como cada ave
se parece a su vuelo
todo lo que perece se parece

LAS PREGUNTAS EN LAS VENTANAS

eres una pregunta
que afanosa guarda sus respuestas
cuando en la piel
llevo la simiente de mi propia interrogación

eres y no eres
pregunta y respuesta
del viento que parece caminar
en avance y retroceso
saltando de los pasos a las huellas
del eco a la voz
de la sombra a tu luz
hoja que vuela sin raíz
raíz que se me hunde sin el follaje de tu piel

en días la pregunta me crece
como una respuesta de medusas
cuando pienso mirarte llegar
porque pienso debería haber
como tú
ventanas hacia adentro y hacia afuera
ecos que acaricien desde la memoria
o colores penetrando el vientre de las sombras

te me adentras extraño tatuaje
un azar en racimo de preguntas
que si el río tuviera raíces
te treparía en el flujo de su deseo
o se guardaría en tus hendiduras
la voz y el color de un nítido instante
el eco en tu y en su piel
para continuar preguntándose
qué tan lejos llega un grito
qué tan cerca
el susurro llega a la devoción
o qué tanto es necesario
de uno mismo
para posibilitarse ser la pregunta de tu sueño
porque el deseo es una inclemente pregunta
y el sueño puede ser la trampa del amar

piel adentro una enramada de preguntas
qué puede hacer el espejismo
para llegar como manantial al horizonte
cómo sería posible
tatuarse en el alma de tus sueños
no vivirte como un testimonio
y existir floreciendo en tu libertad

cómo volverme una pregunta profunda
en la respuesta de un río
creciendo en ti sus raíces
tal flujo incesante de insoldables creaciones
bifurcarme en tu piel como exploración
del cometa que soñó fundirse con el mar
como una pregunta
que encuentra en el tiempo tus instantes


ANA ISTARÚ
(San José-Costa Rica)

ES MUY DIFÍCIL

Es muy difícil
ser
como quien es para mis padres
y mis tías,
como quien es para caminar
por las aceras
con piel de señorita
y de estudiante
que se marchita la tarde
recogiendo la vida
que le dan los textos
y las antologías,
con piel de virgen mansa,
del silencio de tinta
que me exigen las aulas,
sabiendo que mi corazón
se ha quedado en la esquina
rezagado y perdido,
grillo irreverente y harto
que lamen el violento dibujo
de este mundo
hasta desvanecerse y achicarse,
grito de tormenta
pálido y dormido.

IV (LA ESTACIÓN DE FIEBRE)

Ahora que el amor
es una extraña costumbre,
extinta especie
de la que hablan
documentos antiguos,
y se censura el oficio desusado
de la entrega;
ahora que el vientre
olvidó engendrar hijos,
y el tobillo su gracia
y el pezón su promesa feliz
de miel y esencia;
ahora que la carne se anuda
y se desnuda,
anda y revolotea
sobre la carne buena
sin dejar perfumes, semilla,
batallas victoriosas,
y recogiendo en cambio
redondas cosechas;
ahora que es vedada la ternura,
modalidad perdida de las abuelas,
que extravió la caricia
su avena generosa;
ahora que la piel
de las paredes se palpan
varón y mujer
sin alcanzar el mirto,
la brasa estremecida,
ardo sencillamente,
encinta y embriagada.
Rescato la palabra primera
del útero,
y clásica y extravagante
emprendo la tarea
de despojarme.
Y amo.

ALGÚN DÍA

Algún día
algún misterioso día húmedo
me volcaré en mí misma para siempre,
y no podrá nadie llamarme
por mi nombre,
porque seré un encierro de paz,
único y eterno.
Algún día húmedo,
con el sello infinito de dos palabras:
no volveré.
Y la vida abierta y dolorosa
bajará rodando por las gradas.


PÁGINA 20 – ENSAYO

SUSANA GRIMBERG.
Psicoanalista y escritora
(San Juan-Argentina)

SIN LÍMITES

“No maquines ningún mal contra aquel que tiene confianza en ti. No litigues sin razón alguna contra el que no te ha hecho mal alguno. Nunca digas a tu amigo: vuelve mañana y te daré lo que pides, si puedes dárselo hoy”. Talmud

Las imágenes de la feroz golpiza propinada por una adolescente de 16 años a otra de quince, filmada a través de un celular por uno de los amigos de las involucradas, y por él mismo subida a las redes sociales, nos dejan sin palabras. La golpiza me hizo recordar el dicho idish: “Una pelea es como una picazón: cuando más uno se rasca, más pica”. Es decir: cuando más se pega, cuanto más dolor se inflige en el otro, más se goza.

Tengo que insistir, como escribí en otras notas, que es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina y en el resto del mundo, han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir su deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros?
Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, conforme a su propia historia, por haber tenido un padre, puede y debe ejercer esa función. Esta función es la que pone en juego el No. El “No” como límite. Necesaria prohibición que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. Es a partir del “No” que puede sostenerse el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.
Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí misma.

Sigmund Freud, en “El malestar en la cultura”, nos plantea que uno de los reclamos ideales de la sociedad: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; no deja de despertar, un sentimiento de asombro y extrañeza. ¿Por qué hacer eso? ¿De qué valdría? ¿Cómo llevarlo a cabo?
El amor es algo valioso y no se puede desperdiciar sin pedir cuentas. El sujeto humano piensa que si ama a otro, él debe merecerlo de alguna manera. Y lo merece sí, en aspectos importantes, se le parece tanto que puede amarse a sí mismo en él. De no ser así, no es sólo que ese extraño es indigno del amor por él, sino que se hace más acreedor de la hostilidad, del odio.
Este proceder es el que muchos pudieron ver, cuando, la televisión mostró la violencia ejercida por una adolescente sobre la otra muchacha. El goce de golpearla hasta verla caer desvanecida, goce alentado por los amigos, recuerda a las patotas que mientras, turnándose uno a uno, violan a una mujer.
Freud, da un ejemplo muy interesante al recordar lo acontecido en el Parlamento francés cuando se trataba la pena de muerte: “Un orador acababa de abogar apasionadamente en favor de su abolición. Una tormenta de aplausos apoyó su discurso, hasta que desde la sala una voz prorrumpió en estas palabras: “Que messieurs les assassins commencent!”.

La patota, película de Daniel Tinayre (1960), que anticipa los hechos de violencia de nuestros tiempos, narra la historia de una profesora de filosofía, atrozmente violada por sus alumnos de la escuela nocturna. Hoy, las patotas las arman los mismos compañeros con la intención de violentar, humillar, agredir, incluso violar a una compañera multiplicando la violencia en las escuela, ocultada, negada y silenciada durante años.

Comprobamos, día a día, que el ser humano no es un ser manso, amable que, a lo sumo, es capaz de defenderse si lo atacan, sino que le atribuye a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. Freud, dice claramente que el prójimo no es sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. ¿Quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, se pregunta Freud, osaría poner en entredicho tal apotegma? Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie. Quien evoque los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción.
La existencia de esta inclinación agresiva, inherente a la hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución, dice Freud.

La urgencia del “No”
Dije en otras oportunidades que la mejor manera de limitar a un hijo, es no ponerle límites. Los padres han confundido autoridad con autoritarismo. Los padres, por rehusarse a reprimir, por asociarlo a una acción propia de la dictadura militar aún cuando sería necesario hacerlo, están mal-educando a los hijos de modo tal que los han formado como dictadores. Incluso, por temor a caer en lo autoritario, los padres se han puesto de rodillas frente a los hijos. Esa actitud, conduce, inevitablemente a la violencia. Una violencia que excede la agresividad constitutiva del sujeto.
Freud nos enseña que al comienzo de la vida, el odio (la más antigua de las pasiones humanas), es previo al amor. Este odio, indisociable del miedo, es esencialmente, también un miedo de sí. Miedo y odio comparten la misma raíz, y se arraigan en la fragilidad e indefensión del individuo. Esta incapacidad de elaborar este miedo y este odio respecto de sí mismo hace que se los proyecte afuera. Es más, Freud dice que lo odiado coincide con el mundo exterior porque suelen compartir lo displacentero. Por este mecanismo surge una configuración de la realidad muy particular: el mal está afuera, en el otro, siendo por esto que puede adjudicarse al otro el estado de desorden, de confusión, de desasosiego que el mismo sujeto puede sentir.
Entonces, en el sujeto humano existe desde que nace un lugar para el mal, está allí, en él, y no afuera. Mal contra nosotros mismos y contra el otro. El primero puede conducir al suicidio, que es un crimen contra sí mismo y el segundo al homicidio. El mal que nos habita no lo podemos erradicar, solamente podemos apaciguarlo, tranquilizarlo.
El ser humano convive con el mal, pertenece a su naturaleza. Sin embargo, se pueden encontrar formas más armoniosas de vivir con él. Una enorme virulencia nos habita, y es necesario regularla. Cuando la libido se concentra en este punto de odio, el sujeto busca un chivo expiatorio: el otro, diferente de mí, es el que no me permite desarrollarme.
La violencia es hoy un componente cotidiano en nuestras vidas y sucede en todos los niveles sociales, económicos y culturales. Los padres, deben poder decir No al hijo cuando este se excede o pone en riesgo su vida pero, también, deben tener presente que lo más importante es educar con el ejemplo.
Quiero concluir con las palabras de Albert Einstein: "Dar el ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera".



PÁGINA 21 – CUENTO

EMILCE STRUCCHI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EL OTRO LADO

Había llegado el momento en que el silencio es homenaje, la hora en que la tarde se desgaja en colores y casi todo enmudece. El paisaje impreciso me cubrió de nostalgia, sentimiento arraigado en el centro de lo que no consiguió ser indestructible: la gloria perseguida, alcanzada y extraviada en un espacio terrestre tan breve que apenas pude disfrutar de ella (como si fuera una de esas mujeres arpías y aprovechadoras que luego de un efímero placer, terminan denunciándote inmediatamente por una paternidad dudosa). En fin, así es la nostalgia de transcurrir entre pérdidas.
Permanecí allí, como petrificado, con la mirada puesta en el horizonte, tratando de adivinar ese otro lado de la pampa que siempre imaginaba pero jamás había conocido. Porque mi lugar era ése y la gente reclamaba que yo me quedara para su protección. No podía fallarles, bastantes versiones maliciosas y chismes circulaban ya como para cometer más desprolijidades.
A mis espaldas el caserón totalmente blanco con su alero de madera crujiente se me antojó de principios del siglo XIX. Sus salones inmensos donde se disfrutaban las mejores comidas preparadas en la moderna cocina construida con los últimos adelantos, las habitaciones donde se alojaban desde políticos hasta renombrados artistas, el gran jardín y las hectáreas de tierra donde pastaban los animales, todo era igual a entonces. Hasta yo, con mi traje del ejército, limpio y brillante como recién estrenado. Me pareció escuchar un sonido lejano y pensé que estaría más seguro si entraba. Entonces reconocí un viento de caballos al galope, cada vez más cerca. Si bien mi razón me empujaba hacia adentro de la casa para cobijarme, el cuerpo no respondía. Ellos seguían acercándose y levantando una oscura polvareda. Se podían escuchar gritos y relinchos. El olor a tierra seca era intenso. De pronto, haciendo un esfuerzo descomunal pude trasladarme al interior. Rápidamente clausuré puertas y ventanas. Permanecí en la oscuridad, aterrado como ahora, seguro ya de que jamás vería el otro lado.
"El malón prendió fuego al granero y siguió adelante en la creencia de que la vivienda estaría deshabitada y el caudillo habría huido", dijeron. Lo que no sospechan es que todavía estoy aquí. Temo que regresen.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

ANA MARÍA RODAS
(Guatemala-Guatemala)
Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2000

*

La gramática miente
(como todo invento masculino)
Femenino no es género, es un adjetivo
que significa inferior, inconciente, utilizable,
accesible, fácil de manejar,
desechable. Y sobre todo
violable. Eso primero, antes que cualquier
otra significación preconcebida.

*

El más perfecto amor
Podría durar quizás tres años.
Te lo aseguro yo
que ya asistí a varios entierros.

Pero todo está bien
si al menos escribiste algunos poemas.

*

Dijeron que un poema
debería ser menos personal
que eso de hablar de tú o de yo
es cosa de mujeres.
Que no es serio.

Por suerte o por desgracia
todavía hago lo que quiero.

Quizá algún día utilice otros métodos
y hable en abstracto.
Ahora sólo sé que si se dice algo
debe ser sobre tema conocido.

Yo sólo soy sincera  —y ya es bastante—
hablando de mis propias miserias y alegrías
puedo contar que me gustan las fresas
Por ejemplo
y que algunas personas
me caen mal por hipócritas, por crueles
o simplemente porque son estúpidas.
Que no pedí vivir
y que morir no es algo que me atraiga
excepto cuando me hallo deprimida.
Que esoy hecha
sobre todo
de palabras.
Que para poder manifestarme
uso tinta y papel a mi manera.
No puedo remediarlo.
Por más que trate
no escribiré un ensayo
sobre la teoría de conjuntos.

Tal vez más adelante
encuentre otras formas de expresarme.
Pero eso no me importa ahora
hoy vivo aquí y este momento
y yo soy yo
y como tal actúo.

Por lo demás lamento no complacer a todos.
Creo que ya es bastante mirar hacia mí misma
y tratar de aceptarme
con huesos con músculos
con deseos con penas.
Y asomarme a la puerta y ver pasar el mundo
y decir buenos días. Aquí estoy yo.
Aunque no les guste.
Punto.

*

Asumamos la actitud de vírgenes.
Así
nos quieren ellos.

Forniquemos mentalmente
suave, muy suave
con la piel de algún fantasma.

Sonriamos
femeninas
inocentes.

Y a la noche, clavemos el puñal
y brinquemos al jardín
abandonemos
esto que apesta a muerte.


ANTONIO PRECIADO BEDOYA
(Esmeraldas-Ecuador)

SU VOZ

A ver, yo soy Manuel,
morí dormido
con un viejo dolor en la mirada.
Tú viniste a mi entierro
—¿lo recuerdas?­—
con un ramo de dardos bajo el alma.
Hoy dejo aquí a tu puerta
una viva raíz recién sembrada,
yo llegaré a regarla cada día
con la gota de rocío más temprana.

ALGO ASÍ COMO HUMANO

Cuando le hicieron sitio,
ya fue tarde,
porque le había crecido otro cabello
y tenía en la lengua otra palabra.
También le habían crecido las uñas
y los dientes,
y, como es hombre,
le había salido punta en la esperanza.
Desde entonces se vive solitario,
se entretiene tejiendo
un látigo terrible con su barba,
cantando ese murmullo indescifrable,
mascando roca,
vigilando el alba
o atrapando luciérnagas
para hacerse un farol como la luna
y un faro para hormigas extraviadas,
cortando escamas de hojas,
para peces,
o parchando el tonel para sus lágrimas.
Cuando le hicieron sitio,
ya fue tarde.
Dicen que por las noches
se desata la piel
y que la cuelga
de la caña de azúcar de la entrada;
bebe un poco de hiel de sus panales
y se acuesta en el aire
con su viejo brasero como almohada,
que duerme a ojos abiertos
y que sueña,
qué sueñan los que sueñan,
y de mañana,
al minuto del sol,
cierra los ojos,
empieza su canción
y se levanta.

MATÁBARA DEL HOMBRE MALO

Siete cielos sobre el cielo,
cielo negro,
noche mala,
y nueve profundos cuervos
sobre la nube más alta.
Cátala catún balé,
catún balé caté cátala.
Tengo una hoguera que sube,
son siete lenguas de llama,
malabón caramba aché,
cien ojos de gente mala,
un vaso de sangre azul,
veinte lenguas putrefactas,
un corazón,
lodo y pus
de las más bajas entrañas.
Nueve alfileres de hueso,
veneno de tres arañas,
y ahora sí que ya te mueres,
fantasma de la oscurana.
¡Cátala catún balé,
catún balé caté cátala!


PÁGINA 23 – ENSAYO

IVAN THAYS.
(Lima-Perú)

¿PARA QUÉ LEER?

En el libro El encantador: Nabokov y la felicidad, Lila Azam Zanganeh titula su prólogo con contundente franqueza: "¿Por qué leer este libro o cualquier otro?" Así contesta a su propia pregunta: "La respuesta, a mi juicio, siempre ha sido meridianamente clara: leemos para renovar el encanto del mundo. Desde luego, hay un precio, incluso para el más diestro de los lectores. Descifrar sentidos, internarse trabajosamente en regiones desconocidas, abrirse paso entre un intrincado laberinto de frases, tinieblas inquietantes, plantas y animales desconocidos. No obstante, si persistimos con obstinada curiosidad y espíritu de conquista, de vez en cuando surge un panorama magnífico, un paisaje bañado por el sol, rutilantes criaturas marinas¨.
Reconozco que me gustaría sentir que cada vez que leo se renueva mi encanto por el mundo. No voy a negar que he sido feliz leyendo, ni tampoco que esa curiosidad y espíritu de conquista se ha apropiado de mí otras veces, pero lamentablemente mi experiencia como lector está muy lejos de esos hallazgos fabulosos de Zanganeh. La respuesta para qué o por qué leer siempre ha sido, para mí, tan complicada de responder como a aquella "por qué escribes". Tengo la impresión de que, en principio, ambas respuestas son parecidas. Aquella profunda decepción ante el orden del mundo, el descubrimiento del caos y de aquello que no funciona, el motor de la escritura según Vargas Llosa, moviliza también al lector. Lectores y escritores comparten las mismas fracturas. Leemos para encontrarnos con un mundo, si no mejor, al menos capaz de responder a un orden y cuyo dios o demiurgo, por más genial que sea, es un ser más cercano a nosotros que cualquier divinidad mística: el autor.  
El francés Charles Dantzig, editor, traductor de Francis Scott Fitzgerald y Oscar Wilde, además de narrador, poeta y ensayista, organiza un extraordinario libro calidoscópico en torno a la pregunta “¿Por qué leer?”, que responde con inteligencia y buen gusto pero también con bromas, ironía o provocación. Algunos de los títulos de los capítulos bastan para mostrar a qué nos enfrentamos: “Leer para encontrarse (sin haberse buscado)”, “Leer para estar articulado”, “Leer para no dejar que los cadáveres descansen en paz”. “Leer por amor”. “Leer por odio”, “Leer para pasar la mitad del libro”, “Leer por títulos”, “Leer para dejar de ser la reina de Inglaterra”, “Leer para masturbarse”, “Leer para contradecirse”, “Leer para guardar las formas”, “Leer para aprender”, “Leer por consolarse”, “Leer para descubrir lo que el autor no ha dicho” o mi favorito: “Leer para saber que con leer no se mejora”.
Existen grandes lectores que son, además, personas muy cultas, inteligentes, sensibles y tienen excelente ortografía y redacción. Pero es un error pensar que, por consiguiente, la lectura te hace más culto, inteligente, sensible o mejora tus tildes. Leer con un fin utilitario, ya sea gramatical o espiritual, es una pérdida de tiempo. Puedo imaginarme a Hitler leyendo una novela de Knut Hamsum con placer, pero me resulta difícil pensar en la madre Teresa leyendo algo que no sea la Biblia o un libro didáctico. Si leer no nos hace mejores personas, insisto, ¿para qué leer?
En uno de los capítulos Dantzig anuncia que el lector es un egoísta.“Se lee para comprender el mundo, se lee para comprenderse uno mismo. Y si se es un poco generoso, ocurre que también se lee para comprender al autor. Creo que eso solo les ocurre a los más grandes lectores, una vez que se han saciado las dos primeras necesidades, la comprensión del mundo y la comprensión de sí mismos. Leer hace cantar a las momias, pero no se lee para eso. No se lee para el libro, se lee para uno mismo. No hay nada más egoísta que un lector”.
Estoy de acuerdo. Para eso leo, para apropiarme de las palabras de los demás. Leo porque esas palabras me pertenecen. Los libros que han dejado más huella en mí no son necesariamente las obras cumbres, sino aquellos cuya piel he logrado traspasar hasta hacerla mía. Leo para mi placer, mi gozo, para apartarme del mundo y sumergirme en mí mismo. Leo para mí. En un mundo donde todo es esperanza de futuro, o donde el pasado asoma y me atormenta constantemente, el único momento donde estoy en el presente es cuando leo. Leer es meditar con palabras de otras personas, dije en un post anterior. Por eso leo. Leo para saber qué pienso, qué opino, qué sé o debería saber, qué he olvidado. No leo para identificarme con un autor sino para permitir que sus palabras se identifiquen conmigo, adquieran sentido gracias a mí. Cada lector reconstruye, o mejor dicho inventa, la literatura universal.
Recuerdo que, hace años, leí un texto de mitología celta escrito por W.B. Yeats donde encontré la frase "tan sosegado que parece triste". De inmediato la inserté en un cuento de veinte páginas que había escrito y que le di a leer a un amigo. Este amigo dijo que el cuento era infumable, pero subrayó la frase robada diciéndome con, cierta condescendencia, "sin embargo, en esta frase es se nota que tienes talento". Nunca le dije que esa frase la había escrito Yeats, no era necesario. Es natural que en el estado de meditación en que nos introduce la lectura aparezcan frases o escenas que nos remitan a nosotros mismos y resulta natural apropiarnos de ellas. En realidad, nos pertenecen tan igual como si las hubiésemos escrito, porque nuestra existencia es la que les da sentido: sin nosotros solo serían líneas negras sobre blanco. Por ello, jamás leo por curiosidad hacia mundos o épocas distintas a las mías, sino por curiosidad por mí mismo. Leo para saber quién soy.


PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES

RICARDO MARTIN
(Argentina/Costa Rica)

PENULTIMO INFORME

Tengo ahora escasa popularidad a bordo. La tripulación, imitando el desdén del Almirantazgo, me ha dado la espalda. Se afilan las cuchillas. A lo largo de estos dos últimos meses de desgracia no pude equiparar mis proezas con las que históricamente esculpieron mi prestigio. ¿La razón? Falta de apoyo logístico. Pero mis desleales prefieren ignorarlo; no es este un barco razonable. La obediencia que se me debe le fue transferida al alto mando que me abandona. Así como se extingue la luz hacia la noche, se esfumó la solidaridad. Se afilan también las hachas. Intento ingresar en la ruina con dignidad, pero mi entereza ofende. Son irrespetadas mis extremidades. Estas y otros pedazos de mí van a parar al agua oceánica. La marinería firma con el poder un pacto de sangre, con mi sangre. Precedidos por mi corazón (más pesado a causa de las decepciones que lo tripulan), mis segmentos se resisten a dispersarse. Durante el hundimiento, mis ojos graban en folios de arrecife los rostros de aquellos infames. Porque querrá recordarlos mi justicia cuando estas partes mías dispongan reunirse y ser nuevamente yo.

EL MITO DE LOS BARCOS FANTASMA

Antes contaba con los auxilios de la razón, pero ya no tengo argumentos para negar la existencia de los barcos fantasma. No tengo razón. Hemos sido derrotados y ahora la oscuridad y otros factores han borrado nuestras cartas de navegación. Me visto de gala, subo a cubierta e intento vociferar una explicación racional de lo acontecido. Es imposible. Resuenan todavía los cañonazos y los ayes y los mástiles quebrándose, y es evidente que navegamos en sentido contrario. Mis valientes degollados no me prestan atención. Cae mi voz por la borda de mis labios y se ahoga en el espacio. ¿O en el tiempo? Ya no importa. Junto a nosotros y en sentido correcto pasa un gigantesco navío diseñado dentro de doscientos años. Su tripulación nos observa con estupor y espanto.

ESCRIBIRA ACERCA DE MI

Llueve en la estancia sobre las tres mil vacas. Miro la lluvia con nostalgia. Soy Sofía Lange, mi abuela materna. De chica fui alemana. Eduqué a mis hijos en París para que me llorasen en francés. Todo saldrá mal. Los campos serán atomizados por la ley de la herencia. Tres González Lange dilapidarán mi fortuna en mesas de póker. Y mi nieto, yo, que no sabrá nada de estancias ni de vacas, escribirá acerca de mí.

EL SILLON

El sillón estaba sentado. Era mi abuela. Abuela continuaba en la caña y en la felpa. Nos observaba. ¿Qué ha pasado desde que morí? Escombros. Deberían cuidar más la casa. Pastos altos, divorcios, paredes rajadas, malos parentescos. La casa es el honor. Un temporal lo arrastró por el jardín, lo puso patas arriba. Siete años estuvo así. Después vino un camión de muebles usados compro. Pusieron el piano encima de la mesa y a Abuela encima del piano. No volví a saber nada del sillón.

LA MARIPOSA

Para la mariposa el vidrio es aire congelado, tiempo en el que ya no vuela el tiempo. Con sólo posarse en él, simula la eternidad. El señor González se ha quedado mirándola, como eternizado en ese instante inmóvil y amarillo que se posó en la ventana del Ministerio.


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

CAMILA CHARRY NORIEGA
(Bogotá-Colombia)

Una extremidad
apoyado sobre la montaña
el río celeste.
Shiki Masaoka

Mira como tiem­bla
la gota de agua en los ojos del erizo
la hoja del sauce sobre el viento
el viento en la mirada que des­cubre y quiebra todo;
como antes jamás será después;
sor­ti­le­gio,
pal­abras que tiem­blan y se estrel­lan
todos los incen­dios que estal­lan a lo lejos
todas las mon­tañas que azules se mecen
bajo la febril mirada que las con­funde con el mar.
Para Juan Sánchez

*
El perro muestra frenético sus dientes
y corre con su presa entre la boca
llanura adentro;
ha sido largo el suspiro exhalado por el que ahora es un cadáver
banquete que entre mordiscos el hambre y el instinto riñen.
El perro cruza luego la noche
la tiniebla que para él resulta el mundo humano.
Jadea, lame las magulladuras de sus días
sabe entiende
qué son la soledad y el destierro
pero desconoce la función del tiempo
su impostergable cometido;
envejecerlo todo acabarlo todo.
Como el perro
mis labios riñen con la vida y tragan luz
jamás sacian su hambre,
ya adentro la luz es un rayo
y se extiende por las entrañas del cuerpo
que también cruza la noche
magullado solitario
consciente de que será cadáver
banquete del tiempo;
ese otro perro
que llanura adentro noche adentro todo lo devora.

Yo escribo como hablo
desde la desgarradura de la tarde
cuando el último pájaro trina
en una rama
mientras lo imagino.

 Habrá que hacer como las hojas en otoño
caer sin retorno y esperar el tránsito de lo desconocido
que surca y esquiva
el recuerdo del árbol que un día se habitó.

De lejos vi que la montaña ardía;
eran fuegos y veranos los que brillaban en mis ojos.
Era acá, en este cuerpo
en donde ese espejismo
era el deseo y su recuerdo perdido.

Una tiniebla se enreda entre su boca
y libera desde un mar remoto
criaturas feroces y acuáticas
que devoran mi piel.
Él ha querido reunirse consigo mismo
-dice-
y ha silenciado con su tropel de espinas
todos mis credos.
Yo le muestro con disimulo
mi sexo
otra criatura acuática y feroz
que antes devoró su piel.
Él sabe que el deseo es siempre una tiniebla
que a veces se acomoda sobre el tiempo y se fractura
soltando reflejos
claridades
espejismos.
Los dos sabemos que en lo profundo de este mar
está la vida
que día a día
todo lo deslíe, todo lo olvida.


GIOCONDA BELLI
(Managua-Nicaragua)

CANTO AL NUEVO TIEMPO

a mis hermanos del FSLN
a Tomas, que sobrevivió para verlo


Me levanto
yo,
mujer sandinista,
renegada de mi clase,
engendrada entre suaves almohadas
y aposentos iluminados;
sorprendida a los 20 años
por una realidad
lejana a mis vestidos de tules y lentejuelas,
volcada a la ideología de los sin pan y sin tierra,
morenos forjadores de la riqueza,
hombres y mujeres sin más fortuna que su vigor
y sus bruscos movimientos.
Me levanto a cantar
sobre los terremotos
y las voces chillonas, desesperadas,
de algunos de mis parientes,
reclamando sus por siempre perdidos derechos,
rabiosos ante los desposeídos
que han invadido plazas, teatros, clubes, escuelas,
y que ahora se desplazan, pobres aun,
pero dueños de su Patria y su destino,
orgullosos entre los orgullosos,
volcanes emergiendo del magma de la guerra
arboles crecidos en el fragor de la tormenta.
Me levanto
sobre el cansancio del trabajo,
sobre los muertos que aún viven entre nosotros,
con los que nunca mueren,
hacia la cumbre de la montaña,
desnudando mi apellido, mi nombre,
abandonándolo entre los matorrales,
soltándome de ropas, de despojos brillantes,
para atisbar el horizonte infinito
de la clarinera madrugada de los trabajadores,
que van haciendo los camino
con sus azadones y machetes y palas,
atronando el día con las rotas cadenas de los siglos
dejadas caer a sus espaldas,
y las mujeres con sus faldas de maíz
-todos los ríos sueltos en sus brazos-
acunando a los niños venidos al tiempo de la esperanza
niños que dejaron atrás la orfandad de los ranchos destruidos
y los padres asesinados.
Viene riendo la gente
con su cargamento de mañanas por construir
y yo canto poseída por las guitarras de la Historia
que se anuncia gozosa,
que amanece preñada de dulzura
en los campanarios de los pueblos,
en los reparte-leche, los vende-queso, los echa-tortillas,
los cortadores, los campesinos,
los sencillos vencedores de la oscuridad
y las trampas de los politiqueros
-tantos años vendiendo patria, regalando tierra,
concesiones, honra-
derrotados ahora por esta masa turbulenta
que se agita, ondea, se disperasa,
grita a voz en cuello sin temor, ni vergüenza,
redimidos de su condición de no decir,
de ser todo sin derecho a nada;
leones soltando al sol
la furia de su belleza.
Canto,
Cantemos,
para que no se detenga jamás el sonido de estos pasos estallando,
haciendo trizas el pasado,
el brillo de las bayonetas bordeando las fronteras
como una muralla de madres protectoras,
celosamente cuidando a su criatura.
Que manen de la tierra los frutos fértiles
de estos hermosos campos
y resplandezcan las máquinas
trabajando a todo vapor en las fábricas
y salga el sol desparpajado
rompiendo aberturas de puertas y ventanas,
para que tomemos de las crines al tiempo
-alumbre de vientos que barran la miseria-
hombres, mujeres, nacidos con el futuro en andas;
que triunfe la poesía, el amor y venga la bonanza,
la tapisca del oro y las mazorcas,
la cosecha de palabra y ejemplo,
el trueno decidiendo a los inciertos.
Reino de la alegría, el jubilo, los besos,
te hemos venido haciendo tanto tiempo,
gestando el sol,
¡ardiéndonos por dentro!


PÁGINA 26 – ENSAYO

ENRIQUE SOLINAS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EXTASIS Y ENTASIS EN EL LIBRO “MISALES” DE MAROSA DI GIORGIO

Marosa di Giorgio (1932-2004) es una de las voces literarias ineludibles en el panorama de la literatura latinoamericana. Su obra presenta un corpus indiferenciado de textos híbridos, donde poesía y narrativa se iluminan entre sí, conversan, y ofrecen un mundo totalmente original. Influida por el modernismo de Darío y de Herrera y Reissig, por el surrealismo, la fábula como modelo a desarrollar y el cuento fantástico, ha dejado una obra  deslumbrante que está en inicios de investigación.
Misales es el primer libro de narraciones que publicó  Marosa di Giorgio en 1993. Está compuesto por 35 narraciones de variada extensión, cuyo eje central  y común denominador es un planteo sexual. Ante el éxtasis que atraviesa el libro, le sucede el éntasis hindú, y ambos se suceden en una continuidad que propicia una dimensión mística, que en apariencia se opone, pero que en un nivel reflexivo está en concordancia con el espacio espiritual creado.

EL MISAL
La palabra misal se aplicó por primera vez al Missale Romanum, libro que contiene  ceremonias, lecturas y oraciones para la celebración de la Santa Misa, según el rito romano. Se trata del libro litúrgico oficial de la Iglesia Católica, compuesto por tres partes: el ordinario de misa, el santoral y las misas de difuntos. Pese a que los misales existen desde la Alta Edad Media, la codificación definitiva de la liturgia romana llegó en 1570, por iniciativa del Concilio de Trento.
Si nos atenemos, en forma rigurosa, al concepto de Misal, comprobaremos que el libro de Marosa di Giorgio no coincide con el tipo textual expuesto, por lo que su título sería llamativo y transgresor, en relación a su temática. Por esta razón consideramos que las narraciones de Misales están construidas en relación al concepto de liturgia, del latín liturgīa, a su vez derivada del griego λειτουργία, que significa “servicio público”. Se trata del orden y la forma con que se realizan las ceremonias de culto en una religión, término extendido a otras ceremonias y/o actos solemnes que no son religiosos. Tanto un bautismo, un acto escolar, un casamiento o un cumpleaños, forman parte de una liturgia que obedece a ciertas reglas explícitas o tácitas.
En el libro Misales la autora juega con estos dos conceptos de manera alternada, donde el espacio simbólico elegido y nominado existe en relación al culto católico (Misa de Pascua, El Alhelí de la misa, Hortensias en la misa, Misal de la novia, Misal del cura, Misal del novio, Insectos en la misa, Misal de la Virgen, Carnes en la misa, Misal final en traje de novia), pero que responde a la idea extendida de liturgia.

“Salió un perro-zorro y vino al ruedo. Tenía el hocico largo, trotó un poco y robó un huevo de los que estaban en las ventanas, de regalo. Lo llevaba entre los dientes sin apretar.
Volvió por otro y otro. Lo llevaba y volvía en la hora oscura del alba. Trabajando cautelosamente, con el hocico largo y húmedo y humectante…” (Misa de Pascua, p.13)

Este fragmento pertenece a la apertura del libro. El texto en sí no hace referencia a un lugar de culto, sino que el escenario planteado es un espacio abierto, cotidiano, un pueblo rural. Esto se debe a que, para Marosa di Giorgio, el mundo creado y expresado es el gran espacio sagrado, de naturaleza exuberante y ambigua, donde la vida sucede en constante y terrible resplandor.

EXTASIS Y ÉNTASIS
Entendemos por éxtasis un estado de arrobamiento del sujeto unido a su objeto, que produce la suspensión de los sentidos. La palabra griega significa concretamente “salir fuera de sí”, y es un estado de plenitud que dura un instante, asociado a la lucidez intensa y a la satisfacción. Por otra parte, éntasis es su consecuencia. Es común que se utilice ambos conceptos como sinónimos, pero no lo son en la óptica adoptada para este trabajo. Considerado el éntasis como una de las fases del proceso del yoga, es la retirada del alma en sí misma para orar. En el budismo representa una etapa hacia el nirvana. Es la unión por la concentración destinada a lograr la base de la paz interior. Si tomamos ambos conceptos, uniendo oriente y occidente, llegaremos a la idea de lo que conocemos como éxtasis místico. El salirse fuera de sí para entrar en sí.
Roberto Echavarren (2005) afirma que “Di Giorgio abre un aura sagrada y a la vez libertina, un amor casto y profano, una convivencia de lo místico y de lo carnal".  Ana Inés Larre Borges (1993) observa que “La perturbadora sensualidad que define toda su creación se transforma, en estos relatos, en franco erotismo”. Consideramos que el proceso que describe Echavarren en el libro Misales sucede de manera inversa: lo carnal es un camino hacia lo místico. Además, la sensualidad destacada por Larre Borges no queda traducida en un erotismo explícito, sino que lo trasciende. Ya como ejemplo podemos tomar el Cantar de los cantares, donde contemplamos la pérdida de lo impersonal con el placer del cuerpo. Pero esto no significa que el texto desea expresar ese placer y allí se queda, sino que lo expresa como deseo de unión con Dios. Para que esto suceda, es necesario despojarse de sí, olvidarse, desintegrar el yo.  El erotismo, nada más, es la representación de la unión mística.
En Misales, un narrador omnisciente se encarga de relatarnos las distintas historias que siempre tendrán una alusión sexual.

“Hay un vuelo y como si buscaran flores entran de golpe, insectos sexuales, gloriosos y temibles.” (Insectos en la misa, p.60)

El uso de un narrador protagonista hubiera confirmado el anclaje en el deseo erótico, pero este narrador realiza el primer movimiento hacia la búsqueda de aquello que está más allá de los hechos.

“Descendió el marido. Ella descendió.
- Sálveme.  
            Contestó el Ángel: - Aniquilaré al marido.
            Ella tembló.
            -Y lo reemplazaré yo.
            Ella tembló más.
            -Ya lo aniquilé, y ya.
            Todo quedó oscuro y diferente. Y todo se alumbró.
            Ella miró.
            Vio la figura alta, vaporosa, que había venido en la rueda (y que parecía su propia cola de novia), el rostro, los ojos de miosotis del cielo, pero ardientes, y la rosada lengua que ya le hacía una pavorosa señal.” (Misa final en traje de novia, p. 116)

El sexo adquiere aquí un matiz bestial (Misa final con murciélago, p. 76). Todos los seres se vinculan sexualmente de manera violenta, pero estas descripciones sirven para expresar la vida que existe en constante movimiento, la ebullición de los seres que a cada instante se conocen, se relacionan, se unen y mueren, para dar lugar a otros seres de la creación.

“Se oía en el fondo de los bosques, gritos de mujeres que tenían pasiones con los bichos. Algunas eran mordidas y casi asesinadas y se salvaban de un solo manotazo…” (La canción de los puercoespines, p. 105)

Pero este movimiento no tiene sentido en sí mismo, sino que se trata de la energía vital que hace perdurar al mundo. Lo masculino y lo femenino se confunden, se fusionan, para borrar así las características que los diferencian.  
Por estas razones, tanto éxtasis como éntasis se retroalimentan, dos elementos que no pueden existir de manera independiente, sino en eterna concordancia.
           
LA CREACIÓN Y EL ÉXTASIS
El punto de contacto entre el libro Misales y la literatura mística es que la vía contemplativa e iluminativa es utilizada para acceder a la unión mística. Las representaciones que crea y conforman su universo literario se vuelven uno con el sujeto y es un medio para acceder a la vía unitiva. Lo notable de esta creación es que Marosa di Giorgio logra la naturalización de las acciones que forman parte de estos relatos. La vida, el sexo, la muerte, son descriptos con serenidad inquietante. Si bien podemos apreciar este camino trazado en los relatos, el espacio espiritual no aparece de manera evidente, sino que se instala en aquello que es brutal. Lo importante no es el acceso a lo trascendental, sino que una vez que accedemos a lo espiritual, qué es lo que podemos hacer con eso.

“El fuego venía rodeado de humo, de cosas, y casi la borroneaba, encendida como un ascua, todavía sentada al pie de la cama, sin acostarse. Y lo anulaba a él, del que quedaban allá arriba los ojos celestes.
Ella, antes de volverse nada, pelusa, oyó que él decía: - Mi nombre es Dios, no me reconociste.
Y quedó allá lejos, como lo que era, una estrella fija.” (Misa de Pascua, p. 21)

            Hay un sentido de vacío en la imagen, como señala Heinrich Suso, en tanto ésta no coincide con lo que debería ser o con la imagen del deseo. Por esta razón, el éxtasis expuesto en Misales, es una forma de placer que encuentra las formas del horror, Los personajes terminan aceptando el abuso, el crimen, la injusticia, la frustración, de la misma forma que aceptarían la felicidad. Terminan siendo una consecuencia de los avatares de la naturaleza. La creación, en tanto descriptiva, conduce al umbral del éxtasis místico. 

CONCLUSIONES
El éxtasis que subyace en Misales de Marosa di Giorgio presenta en apariencia un primer nivel de lectura que transgrede las convenciones, en tanto a la forma en relación con su contenido (lo religioso y lo profano). Pero en un segundo nivel podemos comprobar que ese éxtasis está en relación al éntasis que convive y se fusiona con éste, para transformarse en un éxtasis místico. Lo curioso es que – a pesar de no estar frente a una literatura mística en la acepción más clásica – estos textos podrían ubicarse en el pórtico del éxtasis místico, ya que éste no termina de suceder. El resultado es una consecuencia propia de la naturaleza que es propicia y al mismo tiempo, nefasta. Y las imágenes creadas, por insuficientes, por no coincidir con lo que espera el deseo, representan la nada, el vacío.
Lo erótico conduce a lo religioso, pero esta dimensión se presenta incompleta, injusta, feroz, frustrante. Y las escenas narradas terminan convirtiéndose en preguntas que cada cual deberá responder.


PÁGINA 27 – CUENTO

ROBERTO FONTANARROSA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

PALABRAS INICIALES,

“Puto el que lee esto.”
Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.
Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. “Puto el que lee esto”, y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...” Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.
Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.
No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el inútil de Tolstoi. Yo sigo la línea marcada por un grande, Carlos Monzón, el fantástico campeón de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el piñazo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo decía claramente, con esa forma tan clara que tenía para hablar. “Para mí el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos.” Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.
El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Así de simple. Todo lo demás es cartón pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librería, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el más perfecto de los cobardes. Allí tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. “Puto el que lee esto.” Que sienta un golpe en el pecho y se dé por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones.
“Es un golpe bajo”, dirá algún crítico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y están suscriptos en Le Monde Diplomatique. ¡Sí, señor –les contesto–, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atención de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es increíble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribirán. Y los que han muerto, los cementerios están repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus épocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos querían la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que aún joden y joden en los estantes de las librerías. Nadie decidió, modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: “Me voy con rumbo a la quinta del Ñato y me llevo conmigo todo lo que escribía, no los molesto más con mi producción”, no. Ahí están los libros de Molière, de Cervantes, de Mallea, de Corín Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todavía en las mesas de saldos.
Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que tenían: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deberían seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. “Me voy, me muero, cagué la fruta –podría ser el postrer anhelo–. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estaré allí cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches.” Que los quemen, qué tanto. Es lo que voy a hacer yo, téngalo por seguro, señor lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de señoras al pedo que decidían escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para enseñar cómo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboretás, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no podían abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mecánicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqué de la vital adhesividad de la pasta para las encías, señoras evolucionadas que pensaron que los niños no podrían llegar a desarrollarse sin leer cómo el gnomo Prilimplín vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hacía lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por día para aflojar el vientre, biólogos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuidás te la agarra con la mano.
Allí, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, señores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los redaños mismos de nuestros riñones. Allí, a ese interminable mar de volúmenes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de víctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atención del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tardío, distraído, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aquí y allá por una tapa más luminosa, un título más acertado, una faja más prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudición y, quizás, interés. Está atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea frívolamente el último best-seller, a la señora todavía pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gurú de turno. Si es niño, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.
Y el libro está solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con él para venderse. Sabe, con la sabiduría que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Después, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no resultó seductora, saldrá de la mesa exclusiva de las novedades VIP diríamos, para aterrizar en algún exhibidor alternativo, luego en algún estante olvidado, después en una mesa de saldos y por último, en el húmedo y oscuro depósito de la librería, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros –le advierten–, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.
No desaparecerá tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un símbolo de la cultura, un icono de la erudición, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso específico que una empanada, una corbata o una licuadora. Irá, eso sí, con otros millones, al depósito oscuro y maloliente de la librería. No te extrañe incluso que vuelva un día, como el hijo pródigo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede allí, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, teflón y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.
De última, reaparecerá de nuevo, Lázaro impreso, en la mano de algún boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por única vez y en carácter de exclusividad, a bordo de un ómnibus de línea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de mí una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cinturón, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja.
“Puto el que lee esto.”
John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ahí, creo que en El mundo según Garp: “Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia”. Buena, John, me gusta eso. Te están contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te está contando, por ejemplo en el club, cómo al imbécil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodríguez. Vos te tenés que ir, porque tenés que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de órdago si de nuevo llegás tarde como la vez pasada. Pero te quedás, carajo. Te quedás porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te está explicando cómo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodríguez cada vez que se inclinaba a servirle vino y él pensaba que Rodríguez no lo veía. No te podés ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mirás el reloj como buen dominado que sos, le pedís a Chiquito que la haga corta, calculás que ya te habrá llevado el auto la grúa, que ya se te habrá carbonizado la comida en el horno, pero te quedás ahí porque querés eso que el maricón de John Irving decía con tanta gracia: querés saber cómo termina la historia, querido, eso querés.
Entonces yo, que soy un literato, que he leído a más de un clásico, que he publicado más de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narración, que estudio concienzudamente cómo se describe y cómo se lee, que me he quemado las pestañas releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad más pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilación alguna cuándo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, señores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel francés con cualquier boludo. Mi libro tendrá, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de cómo cultivar la calabaza y al horóscopo coreano de Sabrina Pérez, junto a las cien advertencias gastronómicas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las contó a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estaré allí yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desdén obtuso en su carita: “Éste es el libro. Éste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sandía, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra soñada que nunca le ha dado bola”.
Y allí estará la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monzón en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompadón insigne que sacude la cabeza hacia atrás y hacia adelante como perrito de taxi y un montón de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. “Puto el que lee esto.” Aunque después el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva plañidero. Aunque la novela después sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea después un recetario de cocina que incluya alimentos macrobióticos.
No esperen, de mí, ética alguna. Sólo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y lágrimas en mis escritos. El apetito por más y la ansiedad por saber qué es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qué lo afirmo, por qué tengo autoridad para decirlo y por qué conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho más de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. Sí, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aquí, el que está temiendo, en suma, aparecer en el renglón siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

GABRIEL IMPAGLIONE
(Sardegna-Italia)

ANOTACIONES EN EL AGUA


Abril 18, 2030

No llueve sino un retumbar de huecos en los techos

alguna vez fue agua que vertió la medianoche, ahora
apagado rumor, como si viento del pasado en su furia
viniese a pisotear la tierra, a reclamar la sangre.


Abril 19, 2030

Con la piedra de este bosque alzaremos la torre
para llegar primero a la
gota
que
venga.


Abril 20, 2030

Descubrió silbo de agua y de rodillas
adoró el trazo lánguido, la fugacidad

- eco
de los dioses
preocupados de otra cosa-

la esperanza que abrirá templo
hasta el no se sabe.


Abril 21, 2030

Se dice que era hierba, ondulaciones
en caida vertical de pura luz, alboroto
de pájaros, germinación.

Cuesta creer que en esta piedra
los hijos jugaran al centelleo del pez
florecieran las vírgenes en brazos
de la luna    celebraran los hombres
el vino y el trabajo.


Abril 22, 2030

Se desagua la tierra con tristeza
lenta y dura

tren oscuro la desgracia
aplasta durmientes    horarios
el trazo paralelo
del hombre y el planeta.

Inexorablemente
de una estación a otra.


Abril 23, 2030

En aquel río que ya no es el mismo
los niños y los peces saltaban en la tarde
barcos de papel buscaron nuevos mundos
el misterio de una orilla a otra dibujó
con sus anillos la dimensión del mundo.

Cuando corre el viento muy de prisa
raspa aquello que fue cauce y desnuda
las huellas de quienes fuimos
como el río
otras lejanas criaturas del agua.


IVAN RAFAEL
(Madrid-España)

EL SILENCIO DE LOS ÁRBOLES.

Algo callan los árboles de las calles de Madrid.
Algo callan.
Sólo en los viarios
-sin contar los parques y jardines-
casi trescientos mil ejemplares
de doscientas diez especies distintas
sentados en silencio desde sus alcorques
contemplan a la gente de camino
al mercadillo
al mercado
al supermercado
al hipermercado
y al cubo de la basura
del centro comercial.
Algo callan los árboles de las calles de Madrid
contemplando sentados a la gente
sin decir
ni una sola fruta.
Algo callan.

ALREDEDOR DE LA CANDELA

A Txus, Muna, Olga, Elsa y Asier
Cortelazor, noviembre de 2012

Así como brotan de la tierra los gurumelos
levantando el encinar.
Así como crecen los limones en el patio
entre el olor de las hojas verdes
y las espinas.
Así como los membrillos colorean el árbol hasta su nombre.
Así,
como caen los frutos del castaño,
abiertos.
Mientras lloran las tejas de barro
en carcajadas contra el suelo
y las piñas,
las ramas,
los troncos
bailan alrededor de la candela,
así,
desnudos como los alcornoques.

RECUERDO LA DEMOCRACIA

Recuerdo la democracia como un día de fútbol.
Las alineaciones.
Los pronósticos.
Las quinielas.
Las discusiones en la barra del bar.
Las colas de las taquillas.
La radio dando los resultados.
Las ruedas de prensa.
Las lágrimas.
Las banderas.
Recuerdo la democracia como un día de fútbol.
Y los lunes sin haber tocado bola.
Y los lunes jugando en otra Liga.
Y los lunes
con ganas de saltar al césped
a darle patadas
a una urna.


PÁGINA 29 – ENSAYO

JULIO CORTAZAR
(Argentino-1914/1984)

CORREOS Y TELECOMUNICACIONES

Una vez que un pariente de lo más lejano llegó a ministro, nos arreglamos para que nombrase a buena parte de la familia en la sucursal de Correos de la calle Serrano. Duró poco, eso sí. De los tres días que estuvimos, dos los pasamos atendiendo al público con una celeridad extraordinaria que nos valió la sorprendida visita de un inspector del Correo Central y un suelto laudatorio en La Razón. Al tercer día estábamos seguros de nuestra popularidad, pues la gente ya venía de otros barrios a despachar su correspondencia y a hacer giros a Purmamarca y a otros lugares igualmente absurdos. Entonces mi tío el mayor dio piedra libre, y la familia empezó a atender con arreglo a sus principios y predilecciones. En la ventanilla de franqueo, mi hermana la segunda obsequiaba un globo de colores a cada comprador de estampillas. La primera en recibir su globo fue una señora gorda que se quedó como clavada, con el globo en la mano y la estampilla de un peso ya humedecida que se le iba enroscando poco a poco en el dedo. Un joven melenudo se negó de plano a recibir su globo, y mi hermana lo amonestó severamente mientras en la cola de la ventanilla empezaban a suscitarse opiniones encontradas. Al lado, varios provincianos empeñados en girar insensatamente parte de sus salarios a los familiares lejanos, recibían con algún asombro vasitos de grapa y
de cuando en cuando una empanada de carne, todo esto a cargo de mi padre que además les recitaba a gritos los mejores consejos del viejo Vizcacha. Entre tanto mis hermanos, a cargo de la ventanilla de encomiendas, las untaban con alquitrán y las metían en un balde lleno de plumas. Luego las presentaban al estupefacto expedidor y le hacían notar con cuánta alegría serían
recibidos los paquetes así mejorados. «Sin piolín a la vista», decían. «Sin el lacre tan vulgar, y con el nombre del destinatario que parece que va metido debajo del ala de un cisne, fíjese». No todos se mostraban encantados, hay que ser sincero. Cuando los mirones y la policía invadieron el local, mi madre cerró el acto de la manera más hermosa, haciendo volar sobre el público una multitud de flechitas de colores fabricadas con los formularios de los telegramas, giros y cartas certificadas. Cantamos el himno nacional y nos retiramos en buen orden; vi llorar a una nena que había quedado tercera en la cola de franqueo y sabía que ya era tarde para que le dieran un globo.



PÁGINA 30 – CUENTO

MARIA ROSA LOJO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

PLEGARIAS ATENDIDAS

-¿No se te ocurrió llevarlo al Gauchito? Es el más milagroso.
Eso le había dicho Rita mientras ambas miraban a Nicolás. Hablaban en voz alta, sin cuidarse de que él las oyera. En realidad, no podía. Estaba conectado a la play station, las orejas tapadas por los auriculares, mientras unos seres veloces -animaciones casi idénticas a seres humanos- se tiroteaban en la pantalla.
"Cada vez los hacen mejor", pensó Sara. Trabajados con todos los volúmenes de la vida, pero ligeros, elásticos, sin peso. Invulnerables, no a la muerte ni al daño virtuales (a cada rato uno caía, herido o aniquilado), pero sí al dolor, una condición exclusiva de la realidad carnal. "Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo", se dijo, citando a un poeta que ningún joven mencionaría ya, leído en sus años de secundaria.
-Rita, por favor. No creo en esas cosas.
-Si no te convence, basta ir, y mirar los exvotos. La gente agradece de todo y por todo. ¿Qué perdés? La molestia del viaje. Tomalo como un paseo.
Nicolás se sacó por fin los auriculares, dando un grito de alegría. Jugaba con ferocidad y concentración y no se perdonaba las derrotas.
Tuvieron una cena tranquila. La sonrisa iba y venía en la cara de su hijo entre bocado y bocado, como el eco de un resplandor que no acababa de borrarse.
Sara lo decidió esa noche. La luz de la luna llena había quedado encendida en el balcón y se filtraba por la pequeña claraboya ornamental, sobre el marco de la ventana. Los séptimos hijos transformados en lobizones estarían acechando en las esquinas de la ciudad, menos crueles que los vampiros. Al fin y al cabo sus metamorfosis eran siempre temporarias, y sus víctimas, si las había, morían de una vez, sin condenarse a una inmortalidad oscura y congelada. Bajo la luz de esa luna, todo parecía posible, lo maravilloso y lo siniestro.
Irían al santuario en las afueras de Mercedes, en las vacaciones de enero, para la fiesta del Gauchito. No había necesidad de hablarle a Nicolás de ningún milagro. Lo entendería solo. O no lo entendería, y sería, para los dos, nada más que una excursión folklórica hacia la tierra adentro.
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Inmune al calor, la camioneta avanzaba por la ruta. Era una cápsula fresca y dura, rodeada por tierras blandas de esteros y palmares, cercada por nubes de mosquitos y otros insectos que se estrellaban contra el parabrisas. La había comprado hacía unos años, poco después del accidente. Había lugar de sobra para la silla de ruedas y sus accesorios. También para que Nicolás se recostara a descansar, si los viajes lo fatigaban. Ahora que ya tenía dieciocho, la adaptarían para que pudiera manejarla. O la cambiarían por una nueva, con las franquicias especiales para discapacitados. Quizás -hubiera sostenido Rita- si el viaje daba resultado, ninguna de las dos cosas sería necesaria.
Miró de reojo a su copiloto. No lo hacía mal. Cebaba mate, seleccionaba y ponía música, incluso al gusto de su madre. A veces, pocas, le daba conversación. Solía hablar mucho más con el padre, que se complacía en enseñarle los secretos del camino mientras ella dormitaba en el asiento de atrás. Eso la había salvado. La cabina delantera terminó aplastada brutalmente bajo el micro. Velaron a Luis, su marido, con el cajón cerrado; imposible devolverles a esa cara, a ese torso, una forma humana. Nicolás, en cambio, estaba intacto de la cintura para arriba.
No se explayaba con ella como con Luis, aunque el padre inhábil había sido incapaz de desviar la embestida del ómnibus. Exiliado en el lugar de donde nadie regresa, apenas podía, en todo caso, hacerse cargo de su propia muerte. Nunca iba a responderle por las piernas de Nicolás.
Llegaron casi de noche al hotel que Sara se había preocupado de reservar tiempo antes (todo se llenaba con la fiesta del Gauchito). Había aires en las habitaciones, instalados hacía poco, pero la antigüedad del edificio se trasparentaba en las paredes con un brillo sepia y un olor melancólico bajo la capa de pintura reciente. En el patio central, las hojas de encaje de los helechos colgantes tocaban el piso. Desde algún lugar, la música de chamamé ya anticipaba el baile de las jornadas próximas.
Salieron hacia el santuario después del desayuno. Nicolás iba animado pero en silencio. Dependiente de ella para casi todo, se vengaba encerrando sus pensamientos y sus sentimientos como tesoros peligrosos, así como ella, herida, encerraba los suyos. Sexo, amor, futuro -los de Nicolás, pero también los de Sara- estaban escondidos en cajas secretas que ninguno de los dos abriría para el otro.
Fuera de su trabajo en la empresa bioquímica, sólo existía ese hijo único y un poco tardío que quizá no la miraba. Parecía limitarse a ver, a través de ella -la herramienta útil que le organizaba los límites de su vida, la subsistencia, la ropa, los estudios- un horizonte desconocido donde todas las cosas tenían otro color.
Iban avanzando entre las moscas, bajo los tolditos de plástico de los puestos de comida. Sus manos boqueaban como peces fuera del agua, sin los guantes del laboratorio. Con tal que a Nicolás no se le ocurriera pedir algo de lo que se asaba o se freía sobre las parrillas chorreantes de grasa, o en las sartenes tiznadas. Tenía miedo de enfrentar su ira demasiado rápida, siempre que ella le criticaba deseos que cualquier otro, no inválido, hubiera podido satisfacer inmediatamente por sus propios medios. El sol salvaje había devorado todas las sombras, y hasta la visera de su gorra deportiva colgaba inútil, como una oreja mordida y arrancada.
Lo que esa gente llamaba santuario le pareció una colección pintoresca de construcciones precarias donde los tributos al santo y las mercaderías para vender a los peregrinos convivían en un cordial desorden. Farolitos chinos, elegidos por su color rojo, se balanceaban entre los mates de hueso o de carpincho, sobre los tapices y los pósters donde Antonio Gil, siempre con la mano sobre el pecho, sufría su pasión y muerte vestido con camisa celeste y pañuelo punzó contra la cruz de Cristo.
-Son los colores de la unión -acotó, sorprendente, Nicolás-. El celeste de los liberales que lo reclutaron a la fuerza; el rojo de la Federación. Él era federal y desertó. Pero no sólo para no matar otros federales. Fue para no entrar de nuevo en la guerra civil.
Detrás de una especie de fanal, bajo varias hileras de velas encendidas, había una estatua del gaucho que sus fieles aclamaban como santo.
-Acá fue donde lo colgaron de un algarrobo, boca abajo, y lo degollaron sin llevarlo a juicio. La sangre cayó y empapó toda la tierra. El Gauchito había dicho antes que era la sangre de un inocente, y que Dios ayudaría a los que pidieran en su nombre. Ahora dame la vela.
¿Acaso Nicolás tenía toda la fe que a ella le faltaba? ¿Sería ésa una de sus confidencias negadas, inaccesibles? Sara le alcanzó uno de los cirios que había comprado. Su hijo, sin embargo, no iba a poder levantarse de la silla para encenderlo.
-¿A senhora permite?
La voz era dulce y como cantada, pero clara. Un hombre joven, robusto y alto, acababa de tomar y prender el cirio rojo con la llama de otra vela. Se inclinó despacio sobre Nicolás y le puso, casi paternalmente, una mano sobre el hombro.
-Muito miraculoso, o santinho.
La luz del mundo vino y se fue, concentrada en un guiño del ojo gris. Reverberó y resbaló en las monedas de la rastra que llevaba a la cintura, como los paisanos argentinos, o los gaúchos de Rio Grande do Sul. Lucía un buen sombrero, de paja fina, trenzada como un tiento. Bordeando el anacronismo, inclinó apenas la cabeza y lo rozó con la mano derecha, para saludarla con deferencia.
Pasaron juntos todo ese día y el siguiente, que era el de la fiesta. Habían sido felices. Las manos de Sara dejaron de sentir nostalgia de los guantes asépticos. Compró un mate de pezuña de vaca, que le pareció una rareza, y una cinta ancha y roja para colgar de la camioneta, con una imagen facetada y fosforescente del Gauchito que podía verse en la oscuridad, como una brújula.
El otro gaucho, el brasileño, se llamaba Oswaldo. Manejaba un camión propio: un Mercedes, casi nuevo; se los mostró con orgullo. Levantó a Nicolás, que lo dejó hacer sin protestas, para colocarlo en el asiento del acompañante. Pasearon los dos durante una hora que para Sara no terminaba de trascurrir. Se metió bajo los toldos con la gorra entre las manos, y llegó de nuevo al lugar del sacrificio para hacer su propia plegaria y su promesa.
Era la primera vez, después del accidente, que los acompañaba un hombre extraño a la familia. Nunca había querido mezclar en sus vidas a un amante. Ni siquiera se atrevía a mencionar esa palabra: amante, para sí misma. Claro que no hubiera elegido a Oswaldo para eso. Nada, ni valores, ni hábitos, ni intereses, parecían vincularla con ese varón mayor que su hijo, pero menor que ella. Excepto Nicolás. Un ser desconocido, con curiosidades y pasiones ignoradas, brotaba bajo la piel del anterior cuando él y Oswaldo hablaban de autos, fútbol, caballos, viajes por las rutas del Brasil y la Argentina, hasta llegar a las tierras donde terminaba el mundo.
Esa noche compartió a su hijo no sólo con el brasileño, sino con la multitud. Los tres se sentaron en el piso para ver a los otros, como si la silla de ruedas fuera sólo el recuerdo de una vida pasada. Bailaban chamamés, polkas, corridos. Las empanadas y el vino parecían multiplicarse como los panes y los peces en el Sermón de la Montaña. Pero no había sermones. Los cuerpos hablaban con los pies y las voces rezaban con cuerdas de guitarra. Oswaldo se reía a carcajadas y su hijo se reía con él. "Vas a ver que el Gauchito te va a cumplir", le había dicho el gaúcho, en portuñol; "mañana vamos a estar bailando juntos".
Los dos pares de ojos, grises y castaños, se habían enlazado como cuerpos danzantes, y la mano de Oswaldo había acariciado la cabeza enrulada y oscura de Nicolás, para quedarse, al descuido, sobre el hombro que se le abandonaba.
La resaca golpeaba el cráneo de Sara como un parche de tambor. Se incorporó, saturada de ritmo. No recordaba cómo ni cuándo habían vuelto al hotel. Pero tenía el camisón puesto y había logrado sacarse las sandalias.
Descorrió las cortinas. Era mediodía. La luz meridiana borraba los encantamientos y las fabulosas promesas de la noche. Rompía los hechizos y llevaba las cosas y los seres -distorsionados, enajenados, exóticos para sí mismos- a su medida y sus dimensiones verdaderas.
Se calzó las chinelas y golpeó la puerta de Nicolás. Había pasado la hora de salida. Tenían que volver a la vida real. A la rutina del laboratorio, a los estudios de Nicolás, que podría ir a la Universidad de todos modos, sobre las ruedas de la silla.
No hubo respuesta. Insistió. Puso la mano sobre el picaporte. La puerta cerrada, pero sin llave, se abrió de par en par. El cuarto estaba ordenado, la cama hecha. No había rastros de él. Buscó la silla y la encontró frente al placard, con un papel encima.
La letra de la hoja era de su hijo. La leyó lentamente, sentada sobre la cama, doblada en dos por el alivio y el dolor de las plegarias atendidas


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

KIRMEN URIBE
(Euskal Herria)

TE QUIERO, NO

Aunque trabajó durante cuarenta años
en los Altos Hornos,
en su interior había todavía un labrador.

En octubre, asaba pimientos rojos
con su soldador
en el balcón de su casa de barrio.

Su voz era capaz de hacer callar
a cualquiera.
Sólo su hija se atrevía con él.

Él nunca decía te quiero.

El tabaco y el polvo de acero quemaron
sus cuerdas vocales.
Dos amapolas a punto de caer.

Cuando se jubiló, su hija se casó a otra ciudad.
Él le hizo un regalo.
No eran rubíes, ni siquiera seda roja.

Había ido sacando piezas de la fábrica.
Poco a poco, sus manos
soldaron una cama de acero.

Él nunca decía te quiero.

DEVOLVEDLO

Y el día en que el viento sur me lleve
devolved mi cuerpo a la tierra en que nací,
enterradlo cerca del mar, junto a mis amigos,
rodeado de gente de buena voluntad:
con los marinos,
con los heroinómanos,
con el poeta.


PIA TAFDRUP
(Copenhague-Dinamarca)

BLANCO ENCABRITADO

Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,
llenan el cerebro
                      hacen estallar el cráneo.
La tierra se agrieta, noche estrellada
sobre los campos cosechados de mi padre
donde siete caballos blancos nos llaman a que salgamos
con potentes relinchos.
-Esa gota en la memoria
es un océano lleno a rebosar.
Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,
allí en el campo los caballos encabritados se detienen –
huidos
de un circo ambulante
                               o enviados,  ¿de dónde?
Nosotros no tenemos caballos en la granja,
pero ¡han venido a nosotros!
Sin sillas ni jinetes…
Estoy despierta
hasta el tuétano de mi espinazo,
 estoy galopantemente despierta.
Los poros de la piel se abren
                                                desbocados,
la noche entra, fresca, clara.
Me ciegan
las panzas de blanco lunar de los caballos,
los oigo relinchar cuando nos ven
a mi padre y a mí.
Por un segundo descendente
los caballos levantan mi corazón
                                               más alto –
de lo que nunca antes he volado en el espacio.
Caballos preparados a entrar de un salto en la noche,
                                                             salir fuera de un salto.
No hay cartel que ponga
Prohibida la entrada a los caballos
este planeta es un territorio abierto de par en par.
Todo puede pasar.
- Un océano de fuego y sal
lo inunda todo.
Pesados golpes de cascos se alejan,
después
insuperable crepúsculo. Retumbante.


ESCRITO A MANO

Soñé que mi padre tenía un ventanuco
en el techo,
                la única abertura
por la que podía mirar al exterior.
En la habitación los muebles estaban amontonados
como en un trastero.
El ventanuco estaba casi completamente tapado
con un gran pedazo de cartón
color gris de tormenta.
A pesar de ello mi padre estaba tratando
de abrirse camino
deslizándose entre armarios, cajones y un secreter
-estaba de puntillas
con el fin de mirar a través de la última rendija,
por la que aún entraba
un rayo de luz.
No se quejaba, pero yo busqué indignada
a las enfermeras por los pasillos
de linóleo de colores de emergencia
y un dolor dulzarrón enfermizo
a fruta podrida.
Había también otro problema:
¡la escritura de mi padre!
Estaba a punto de desaparecer –
o ¿ es que escribía
                        con tinta de nieve?
El hecho de que yo no pudiese descifrar los últimos restos
de sus escritos
me preocupaba tanto como
el panorama que le faltaba  y del que no podía disfrutar.
Les pedí a las enfermeras
que le devolviesen a mi padre su escritura.
Ellas buscaron consejo en la biblioteca del olvido,
pero todos los libros estaban prestados .
Además la llave
de la caja de las plumas y el papel
era demasiado corta,
                  la esperanza es cosa del pasado,
se lamentaron levantando la mirada hacia el cielo vacío.


CARAVANA
A mi hermana

Campos de hielo, bosques de nieve
helada ardiendo bajo la piel
No hay senderos que seguir
sólo llanuras que cruzamos solitarios
y distantes uno detrás del otro
Apenas si levantamos los pies
es la tierra la que nos transporta
Vivimos —
lo que significa:
Luchar contra la muerte
en todas sus formas
Todo lo que decimos será usado en nuestra contra
pero lo mismo pasa con lo que no decimos
Campos de hielo, bosques de nieve
un cielo que oscuro se adensa
como un muro de lamentos
Cielo de nieve, un cementerio judío
piedras blancas por kilómetros
en los pinares de las afueras de Kiev
Por cada copo que contemplo
sueño que lentamente estoy aquí:
alma en la sangre en la nieve en el mundo
Adentro
arder sin escrúpulos
y así, en lo blanco, desaparecer.

EL LAPICERO

Si son los barcos o los cargueros llenos hasta reventar
—que a lo largo del día pasan frente a mi ventana que da al este,
desde donde el ardiente sol de la mañana envía chorros de fuego
que atraviesan mi corazón—
los que por las noches me hacen soñar
con un pene irguiéndose tan maravillosamente
que tengo que tocarlo,
o si es un mar olvidado que ha invadido mi lapicero
y que ahora desemboca en su punta
para hacerme escribir algo distinto a lo que
había imaginado, eso no lo sé;
pero por la presente envío mis excusas
a la ciudad portuaria cuyo cielo nocturno
yo, desflorada por la luz, el sonido y los aromas,
importunase con los sueños más improcedentes
extraídos de una jungla de tinta negra
que no sabía que yo tuviese muy dentro de mí,
allí donde ingenuamente, lo veo bien, yo imaginaba
que todo era tan brillante como la lanza
que se abre camino en la médula de cristal de la palabra,
y no moldeado como las olas
que ahora parten y se reúnen en una furiosa
urdimbre de agua, arena y espuma,
en una cadena que se suelta y se aferra,
olas que me golpean como una caricia
y que lamen la playa, lenguas que acosan
y que en la arena reflejan el inicio y el retorno.


PÁGINA 32 – ENSAYO

CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)

COLOMBIA. LA UNIVERSIDAD LIQUIDADA

En el año 2001, publiqué un artículo titulado "La Universidad amenazada" (1) donde anunciaba, a grandes rasgos, el desmonte por parte del neoliberalismo de una academia crítica, contestataria y propositiva. Hoy en día la Universidad no solo está amenazada sino liquidada. La tal llamada autoevaluación y acreditación universitaria se ha constituido para la academia en una orden inexorable, en una imposición autoritaria: o la ejecutan o la ejecutan. No hay ni existe tercera vía. Este perverso plan trata de exterminar las apuestas críticas que sostuvieron a la Universidad durante décadas como centro de construcción del debate activo y de saberes a contracorriente. A los viejos académicos polemistas se les ha marginado del ágora universitaria, arrinconándolos en la soledad de sus cátedras y reemplazándolos por jóvenes con "espíritu nuevo" vigorosos, eficaces, eficientes, emprendedores, progresistas y "realistas". ¿Pero de qué realismo se nos habla? ¿Cuál es la concepción de realidad y de ejercicio de la misma que se propone y se valora? La respuesta la encontramos en las entrañas empresariales y financieras de los mercados. "Sed realistas" es su eslogan, es decir, sed indulgentes con la dictadura de los mercados.

De por sí la Universidad, desde la década del noventa, comenzó a desmontar todo andamiaje teórico, crítico, que impidiera la entrada de dicho realismo mercantil, hegemónico y totalitario. Se impuso entonces un deber ser cínico y perverso: la Universidad para el mercado, considerando insensato a cualquier opositor atento y prevenido ante semejante catástrofe. Todas las pocas conquistas de autonomía de los saberes fueron consideradas caducas, y se acusó a la Universidad tradicional de no saber instruir en enseñanzas y aprendizajes de punta, y de no consolidar espacios para "aprender a aprender" las lógicas mercantiles dinámicas, acordes a los tiempos de una globalización activa, voraz y triunfante.

Los procesos de acreditación de "alta calidad" han sumido en un autoritarismo funcional de gestión a multitud de profesores, quienes ven desaparecer lentamente su condición intelectual, reflexiva y analítica. La estrategia es perversa: liquidar los pocos espacios de pensamiento crítico que aún quedan en las Universidades; prevenir- a través del ahogo administrativo y gestional- cualquier brote de actividad contracorriente colectiva. Es claro que el autoritarismo capitalista aprendió bien las lecciones dejadas en los años sesenta y setenta, cuando las universidades y los estamentos educativos se convirtieron en un fortín de protestas emblemáticas. Entonces se propusieron, sistemáticamente, a desarticular los núcleos académicos productores de discursos divergentes y contestatarios. Casi cuatro décadas después la estrategia neoliberal, de ahogar a docentes y estudiantes con procesos de acreditación empresarial, ha dado sus beneficios: neoesclavitud laboral, miseria ética e intelectual; adaptación deliciosa y un dique poderoso a las protestas.

Así, por ejemplo en los procesos de autoevaluación con fines de Acreditación de Alta Calidad de los posgrados (especializaciones, maestrías y doctorados) el Consejo Nacional de Autoevaluación (CNA) en Colombia, propone, si no impone, un modelo que consta de varios factores, características e indicadores, los cuales cada universidad adopta a sus condiciones particulares. En el Modelo del CNA (2), los factores son las áreas amplias del desarrollo institucional y de sus currículos (Visión, Misión, estudiantes, profesores, procesos académicos y lineamientos curriculares, investigación, articulación con el entorno, internacionalización y redes científicas globales, bienestar y ambiente institucional, egresados, recursos físicos (ver cuadro general de Factores). A su vez, las características se definen como los procesos particulares con los cuales se evalúa la "calidad" de cada factor (varían según las instituciones, pero llegan a un número aproximado de 30 características, entre 3 a 6 por factor. (Ver cuadros Factores 2 y 3) Los indicadores son los datos empíricos, cuantitativos, con los cuales se valoran las características a través de fuentes de información tanto documentales, como de opinión (encuestas, talleres, eventos, entrevistas, tablas estadísticas). En algunos acasos, los indicadores llegan a un número aproximado de 130, de 10 a 15 indicadores para cada característica, que se deben procesar estadísticamente, generando un esquema demasiado instrumental, empirista y de cuadrología empresarial, lo que obliga a los profesores dedicarle la mayor parte de su tiempo a dichos procesos, tiempo que debería estar destinado a su producción intelectual y académica.

En tanto a las fases metodológicas del proceso (ver cuadro Fases Metodológicas del proceso) estas se proyectan para que el trabajo de acumulación de datos sea permanente y perpetuo, dejando casi sin ambiente académico a los implicados. Los procesos de ponderación de los factores, la recolección de información, la generación de juicios esquemáticos sobre los mismos, la construcción final del documento, todo ello genera un agotamiento paulatino. Aunque las fases del proceso tienen un tiempo destinado para su ejecución, en realidad el trabajo se prolonga cada vez más a medida que se complejizan los datos estadísticos, tornándose abrumador y tedioso. Cada año, para los programas curriculares, viene con algún nuevo proceso: autoevaluación, seguimiento del plan de mejoramiento, renovación del registro calificado, acreditación de alta calidad..., que se reinician permanentemente, lo que abruma a la academia, la destierra de sus verdaderos horizontes.

De esta manera, la Universidad fue subordinándose al lenguaje y a los intereses de los sectores empresariales y financieros, liquidando sus escasas fuentes de autonomía académica. En esta era de las rentabilidades la Universidad ha quedado reducida a una eficiente empresa de servicios, ofertados a un estudiante-cliente. Es la mercantilización y privatización de la enseñanza contra la socialización democrática de la misma. Se obliga así a las Universidades a buscar financiamiento propio, "ir a tocar el timbre a las empresas, pedir donaciones por medio de los contactos de ex alumnos, aumentar los aranceles de inscripción, en fin, 'venderse'. Tales son en sustancia las nuevas atribuciones ganadas por las Universidades. Ahora bien, ¿qué es lo que tienen para vender las Universidades? Como los conocimientos emancipadores considerados bienes comunes ya no son rentables, ahora se cosifican en productos que se pueden patentar, y la enseñanza, en carreras individualizadas, capaces de dar una 'profesionalidad' que desemboque en algún diploma redituable" (3).

EDUCAR PARA LAS EXIGENCIAS DEL MERCADO

La Universidad, como prestadora de servicios, se propone liquidar lo académico e introducir lo empresarial, es decir, educar para las competencias, destrezas y habilidades que exige el mercado. Tal es el realismo que exige el capital, su realización en la era de las privatizaciones. Se cumple de esta forma con las necesidades de la empresa y no con las exigencias propias de una academia edificada desde y para el debate de ideas. La pedagogía queda reducida a un lenguaje instrumental, cuántico, alejada de sus contenidos propiamente cognitivos, epistémicos, éticos y estéticos. Por lo tanto, "las Universidades pasan a competir por la demanda de estudiantes, vendiéndose a criterios extraacadémicos: Los estudiantes están obligados a demandar lo que los empresarios demandarán de ellos en el futuro. Las Universidades están obligadas a ofrecer lo que quieran los estudiantes, pero los estudiantes están obligados a querer lo que quieran sus empleadores. Y los empleadores están obligados a querer beneficios" (4). Al convertir a la educación en un servicio por el que hay que pagar, ésta sólo queda para unos pocos privilegiados (5).

La Universidad, tanto pública como privada, ha caído en manos de tecnicismos administrativos y de tecnócratas con apariencia apolítica, pero legitimadores a ultranza de las políticas de pauperización de la misma. Servidores en la sociedad de la administración, dichos tecnócratas son entusiastas defensores de los procesos de autoevaluación y acreditación, denominados por ellos de "alta calidad". Pero ¿Alta calidad de qué y para quién? La respuesta se hace evidente: alta calidad para las exigencias de la empresa y la sociedad mercantil (6). De esta manera, los estudiantes-clientes realizan sus compras de carreras universitarias convertidas en mercancías, en ofertas según la preferencia del cliente. Es el negocio de la educación donde la mal llamada "calidad" se paga, y bien alto. De ciudadanos con derechos democráticos, a estudiantes usuarios de un servicio que se paga. La educación se asume así sólo como una inversión rentable.

Son las nuevas sensibilidades educadas para legitimar las lógicas de los mercaderes, que imponen un "capitalismo cognitivo" el cual obliga a las investigaciones universitarias a tener "un impacto social", es decir, que sean económicamente rentables. De modo que el conocimiento se mide desde una caja registradora, fomentada por las lógicas de la urgencia, la competitividad y la rentabilidad. En palabras de Polo Blanco "los 'criterios de calidad' que vendrán a aplicarse al contenido teórico y científico de la Universidad no habrán de ser sino criterios mercantiles, pues ahora a la Universidad se le exigirá que, para seguir existiendo, tiene que producir conocimiento valorizable económicamente, conocimiento rentable para la innovación y la competitividad empresarial. Dentro de la academia, aquello que no cumpla semejante 'criterio de calidad', sencillamente habrá de desaparecer" (7).

Bajo las lógicas del mercado, tomadas como un absoluto, la tercerización de la Universidad se hace evidente. La educación constituida en un sector de servicios y su dependencia al sector financiero, junto a la llamada sociedad del conocimiento, han dejado a la Universidad acéfala de autonomía real. Ante el Leviatán globalizante de la sociedad mercantil "la educación de hoy, escribe Marco Raúl Mejía, es una educación para la empleabilidad, no hay más educación laboral ni trabajo en el sentido tradicional. ¿Y qué es la empleabilidad? La empleabilidad es formar seres humanos con las competencias, unas capacidades de saber hacer, para salir a disputar los pocos puestos de trabajo que hay en la sociedad. Pero estas competencias ya no son para la sociedad, son individuales, es el individuo quien las porta" (8).

Se educa para la flexibilidad y el todo terrenismo, es decir para una sociedad donde nada es duradero sino desechable y, por lo tanto, lo mejor, en esta condición líquida, al decir de Zygmunt Bauman, es aprender a estar en todas partes y en ninguna, es decir, practicar surfing laboral, capacitarse para cualquier actividad, ser jovial, obediente, comunicativo, comprable, ofertado y vendible, legitimador de los discursos empresariales. Al ser solicitado el futuro empleado para realizar cualquier forma de trabajo, hacer este surf camaleónico es la exigencia del mercado educativo.

De manera que se le impone y se le exige al estudiante poseer unas competencias cognitivas individualistas y técnicas que aniquilan, sin consideración, el saber por el saber y exaltan un saber-hacer empírico- pragmatista. Son las competencias para gestionar todos los procesos instrumentales y funcionales de una educación programada sólo para llevar a cabo el despotismo delicioso, globalitario.

Tanto en la acreditación universitaria, como en los arbitrajes de artículos de las revistas indexadas y no indexadas, se manifiestan todos estos procesos de origen empresarial con un trasfondo de control estadístico. La proliferación de censos y de cuadrologías cuantitativas, es decir, de un positivismo pseudocientífico, son las directrices de los arbitrajes académicos y de evaluaciones y autoevaluaciones universitarias con nomenclatura ecónoma.

Estos procedimientos de control académico, que pululan en esta época de reglamentaciones instrumentales, han legitimado un modelo de evaluación vertical jerárquica en tiempos de pensamientos únicos y administrativos. Son los tiempos de una universidad "emprendedora", "dinámica", liquidada. 


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

IRMA BIGNON
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)  

HISTORIA DEL TEATRO VIEUX-COLOMBIER
Jacques Copeau

       Escritor  y  hombre  de  teatro  francés  (1879-1949), tiene  la  oportunidad  de  ver representadas obras muy diversas y darse cuenta de la mala orientación que había tomado el teatro francés: éxitos fáciles, dramas adulterados, comedias  vulgares, exceso de obras puramente comerciales. “Pero, ¿qué han hecho del teatro desde Shakespeare, desde Molière, desde Musset?” – se preguntaba.
      Denuncia el mercantilismo y la vulgaridad. Quiere hacer conocer obras  importantes a un público -  el más numeroso posible- que pagará las entradas menos caras de Paris.
      Sin dinero, sin medios, sin otros recursos que su coraje y su fe, comienza por reunir algunos jóvenes en el jardín de su casa. No se deja llevar por las apariencias talentosas, sino por la calidad de una sonrisa, por un gesto captado  fuera de escena, ante una palabra que el corazón haya tal vez dictado. “En este exámen, yo no contaba con profundos conocimientos técnicos – confesaba – pero sí con un instinto que siempre me ha guiado”. 
      El elenco que acompaña a Copeau en esta empresa es muy joven. Está formado por los actores Charles Dullin, Suzanne Bing, Louis Jouvet, Roger Karl,   Blanche Albane - que llegaría a ser la señora de Georges Duhamel. Roger Martin-du-Gard ocuparía  el hoyo del  apuntador, y Georges Duhamel se encargaría del vestuario.
      Jacques  Copeau ve la realización de su sueño el 23 de octubre de 1913,  cuando la joven compañía dirigida por él, hace su primera actuación en la antigua  sala del teatro Athénnée-Saint-Germain, nombre que enseguida cambia por el de teatro Vieux-Colombier. “Una  especie de granero” es el comentario que se lee en un diario. En efecto, la sala es pequeña, la acústica detestable. La escena es moderna, desnuda, unida  directamente  con  el público, permitiendo   la  comunión entre  actores y espectadores que ya los griegos habían dejado como principio. Los periodistas bromean: “interpretar a Shakespeare entre cuatro paredes”. “¿Para qué  cargar con adornos inútiles un teatro de palabras y gestos?” - decía Copeau y agregaba – “como no hay nada, las palabras se ven”.
      Los comentarios seguían siendo para nada favorables. Se leía en diarios y  revistas: “es una especie de granja” … “un  granero de heno …” “ es  el colmo interpretar a Shakespeare  entre  cuatro telones vacíos …”  El mismo Copeau  que debutaba sin pretensiones,  como un  actor más, reconocía: “la sala es pequeña, la acústica detestable” ….  Y agregaba: “Yo estaba mal vestido.  Una    peluca demasiado importante sombreaba mi rostro y curiosamente lo atontaba. Además el sombrero de fieltro era de ala muy ancha. Yo saludaba lo menos posible, temiendo levantar junto con el sombrero, mi peluca…”     
Pero Léon Daudet –  hijo de Alphonse, el escritor    como buen profeta, fue el primero en darse cuenta de queParis era testigo de un gran acontecimiento artístico.  “¡He aquí el teatro del futuro!” – escribía en los periódicos.
     El público, por su lado, reaccionaba sin mayor entusiasmo. “Será nuestra tarea la de revelarle un arte que ignoran –decía Copeau – de apartarlo de sus hábitos, de agruparlos, de interesarlos, de transmitirles como una herencia,  aquellos grupos de teatro que nos han precedido”.

LA TRASCENDENCIA DE  MOLIÈRE  (1622-1673)

Copeau es el primer hombre de teatro en comprender que la más mínima farsa de Molière está diseñada como un ballet, que es la fórmula más perfecta del teatro, y que es necesario fundir armoniosamente el elemento gimnástico con el elemento verbal. En el espacio de la escena, el lenguaje refleja exactamente los movimientos del cuerpo y los desplazamientos rítmicos. Se nota en sus obras, a qué punto el dialogo, así como la composición de las escenas, se asemejan a los movimientos de la danza.
      Es Molière el que guiará los primeros pasos de la joven compañía, el que enseñará las reglas de juego. Sin ignorar las tendencias modernas, pero permaneciendo siempre bien francesa, la joven compañía comenzó interpretando las farsas de Molière, para luego seguir con las obras de Musset, Cocteau, Shakespeare, Giraudoux, Arthur Miller, Ghéon, Obey. 
      Muy lentamente, un público formado por estudiantes y profesores, por intelectuales, y por un grupo grande de amigos, aprendía a conocer el camino que conducía a todos a la sala del Vieux - Colombier.
       La primera temporada del teatro terminó con un triunfo. El 18 de mayo de 1914, “La Noche de los reyes” de Shakespeare conmovió la historia de la puesta en escena. Copeau conoció horas felices. La crítica inglesa publicaba: “Hemos quedado estupefactos descubriendo que los actores franceses interpretan mejor a Shakespeare que los nuestros…” 
      Pero, repentinamente la guerra se declara. El desplazamiento de los actores fue evidente. Jouvet enfermero, Dullin y Karl al frente, y de esa manera, la compañía entera se disgregó.
      Francia necesitaba propagandistas en el extranjero. Clemenceau hizo venir a Copeau a su escritorio y le propuso emprender una misión cultural de propaganda en el extranjero, precisamente en los Estados Unidos de Norte América. Copeau aceptó.
      En octubre de 1917 llegaba a Nueva York con una parte de su compañía. No le quedaron más que recuerdos negros de ese período de su vida. Efectuó una labor sobrehumana y vivió como si estuviera en exilio. Había que producir mucho. Un éxito llamaba a otro. Desde noviembre de 1917 hasta junio de 1919, presentó 50 obras, algunas hasta de cinco actos. Todo ese trabajo salía únicamente de su mente y de sus manos: libretos, decorados, accesorios y los más mínimos detalles. Dirigió un total de 300 representaciones.
      Volvió a Paris agotado el 6 de julio de 1919. André Gide lo esperaba en el aeropuerto del Havre. Una vez en Paris decía: “Retomo fuerzas y respiro en esta pequeña plaza, sentado al lado de este  cantero de rosas, ¡qué delicia!”.
      De esa experiencia relataba: “Dejamos en América un ejemplo, una reputación que no se borrarán jamás. Yo traigo una sofocante cosecha de precisamente, esas experiencias…”

LA CRISIS DEL VIEUX-COLOMBIER
     
      Cuando Copeau volvió a abrir la puerta del teatro, cerrada con candado durante casi cuatro años,  no tenía el mismo  entusiasmo que en 1913.  Se sentía cansado; su salud flaqueaba, su espíritu no era el mismo. Su primera decepción  era la pérdida de Dullin que lo deja para tentar él mismo su suerte.
      Para comenzar, debía explicar los textos a representar. Luego, estudiar profundamente las aptitudes de los nuevos actores. Después venía la puesta en  escena perfeccionándola de ensayo en ensayo, corrigiéndola constantemente. Además no faltaban los problemas de los decorados, del vestuario, de la iluminación, y esperar el efecto obtenido. Copeau escribía: “Nuestras grandes alegrías en el Vieux- Colombier se encontraban en el trabajo de cada día, y en la infatigable buena voluntad…”
      Por su lado, los comediantes franceses aman la vecindad, la voz al oído, el contacto físico, la palabra agradable, el gesto que ilumina, alguna que otra disputa, y mucha cortesía. Copeau escribía: “Mientras  mi vida se mantenía mezclada igualmente de dolor y  placer, he creído ser felíz. Pero hoy que estoy agobiado de pena, sin poder contar con ningún momento de satisfacción,  me doy cuenta que hay que irse”. 
      En mayo de 1924, un domingo a la noche, Copeau actuó haciendo el papel de Alceste del “Misántropo” de Molière. El afiche de la puerta del teatro anunciaba melancólicamente: Última Representación.
      Copeau dijo: “Poco importa quien será la persona que salvará el teatro con tal de que lo haga”.
      Cerrado en 1972, el teatro Vieux-Colombier volvió a abrir sus puertas en 1993 bajo la autoridad del administrador general de la Comedia Francesa.
      Y desde entonces, su escenario se ilumina para las grandes actuaciones.


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