Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 77– Abril de 2013– Año VII – Nº 4

GACETA LITERARIA Nº 77– Abril de 2013– Año VII – Nº 4



Imágenes: BEAUTIFUL WORLD

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

EL PUERTO

La abuela Raquel estaba ciega cuando murió. Pero tiempo después, en el sueño de Helena, la abuela veía.
En el sueño, la abuela no tenía un montón de años, ni era un puñado de cansados huesitos: ella era nueva, era una niña de cuatro años que estaba culminando la travesía de la mar desde la remota Besarabia, una emigrante entre muchos emigrantes. En la cubierta del barco, la abuela pedía a Helena que la alzara, porque el barco estaba llegando y ella quería ver el puerto de Buenos Aires.
Y así, en el sueño, alzada en brazos de su nieta, la abuela ciega veía el puerto del país desconocido donde iba a vivir toda su vida.


PÁGINA 2 – CUENTO

RUI CAVERTA
(México DF-México)

EN ALGÚN LUGAR

En algún lugar la muerte observó con ojos profundos y silenciosos. Esperó y rió.

En algún lugar lo vio y el niño lo sabía. No estaba junto a los asistentes al funeral ni junto al rudo y cerrado cejo de la madre o las manos temblorosas del padre pero la muerte sabía. Se reía en algún lugar.

El cortejo pasaba por delante de su casa, nada fuera de lo común. Estaba acostumbrado a ver pasar miles de procesiones por el camino de barro junto a ella—Desventaja de vivir cerca de un cementerio. Pero mientras iban pasando el cortejo se detuvo y los familiares del muerto lo observaron fijamente.  Oyó diversos comentarios,“es de la edad perfecta”, “apenas un niño, no hay mejor oportunidad”, cuchicheados entre ellos mientras lo veían. Cuando el niño se dio cuenta, ya estaban sobre él.

Lo acercaron al ataúd y lo abrieron lentamente dejando ver su contenido. Ahí había una niña sin vida, tan blanca como el nácar y con una cabellera de inciertos colores veraniegos. Su belleza era difícil de describir; principalmente porque, bien diría un trompetista francés, estaba muerta. El niño no podía olvidar la sentencia del padre “Por favor, que nunca olvide su condición de niña, tampoco su hermosura. Encárgate de que su cuerpo nunca lo olvide”

Mientras los centímetros se recogían con calma alrededor del cadáver y sus labios, el niño apretaba más sus facciones. No entendía cómo un beso podía causar tanto dentro de una niña…una niña muerta. La besó. La gente pareció tranquilizarse y de nuevo volvió a sentir su calmo dolor. Reanudaron la marcha al cementerio.

Al parecer su misión estaba cumplida. Observó a lo lejos las duras facciones de la madre y las temblorosas manos del padre que le había encargado una salvación incierta. Una pizca de locura asomó por los ojos del niño. La muerte reía en algún lugar lejano.


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

GALERIA
                                                                      
LALO REYES

Me dicen que murió
que lo mataron
¿Pero es eso posible?

Si ayer corría
con nosotros
cazando mariposas,
jugando al fútbol,
robando frutas de
las quintas.

Estaba siempre alerta,
como gallito de pelea.

RICARDITO SPINA

Pequeño y moreno
lo recuerdo
silbando entre aquellos
hinojales altos,
mientras buscaba
nidos de pájaros
en los paraísos tristes
que yo perdí
en la infancia.

TOTO MÍGUEZ

Delgado y ágil
trepó más alto
y más rápido
todos los árboles
del barrio.
Me enseñó a matar
pájaros, a usar una gomera.
Hoy nos vemos poco
de vez en cuando
un café humeante
o un asado nos reúne
en las mesas del Club.


GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

YA NO SER EL PUÑAL

Las piedras el escorpión y cada gránulo de arena
en el impávido desierto son testigos de aquella marcha
arrancando desde el costado herido de un mar
que aún no era sangre y se partiera al golpe
de mi báculo frente a la adrenalina de los carros
fui daga lanza espada lastimando con fuego y hambre
las espaldas del Nilo antes de la promesa y la venganza
luego el ayuno y el maná y la fiebre de la desesperanza
besando los genitales de oro del becerro y el pantocrator
decretando la diáspora de los cuarenta siglos que al cabo
se han cumplido y el regreso a la arena infinita y el mismo
mar y los escorpiones y las piedras / postrados de rodillas
ante los genitales del becerro y la furia del dedo
en la montaña erosionada por los colmillos babeantes.

Yo que fui el ángel exterminador de esta tierra maldita
por mi apetito y mi egoísmo / descubro con espanto
al sonar las trompetas que no soy el puñal sino la herida.


PÁGINA 4 – ENSAYO

MARCOS SILBER
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

CONDENSACIÓN DEL SENTIDO

          Si la palabra poética es palabra de violencia contra la palabra establecida, entonces la de Revagliatti acude con títulos más que habilitantes a la escena de la POESÍA a la que accede por la puerta ancha. Leo y siento. Acuso recibo de una de las máximas virtudes: me inquieta. Leo y oigo: color, luz, ritmo que me remite -Dios sabe cómo- al RAP. Y de la mejor manera. El trámite sonoro que asiste con logro creativo superando los riesgos de la "tentación ingeniosa". Juego de palabras-siempre-sobre sólidos discernimientos. Musicalidad caprichosa de melodías que atrapan y cursan por ríos de excitante y gozoso fluir. Valentía de rupturas no como acrobacia exhibicionista sino como propuesta de responsable invención. Opera sobre los vocablos con solvencia alquimista. Digo que los toma, los domina, los puede. El toque irónico, la referencia social, el dato histórico, la suerte de la especie como objetivo superior de la  preocupación generadora. Destacable la frase acuñada de lo cotidiano anecdótico manejado con lenguaje "callejero". Se interroga y se responde con enumeración en cascada. El lunfardo -hábilmente dosificado- asoma oportuno, enriqueciendo la construcción formal  y la esencia de lo conceptual. Lejos -felizmente- de tediosas transcripciones literarias del pensamiento o de la emoción, es una poética de condensación del sentido. Lejos también de toda señalización docente y pontificante.

          El trabajo de R.R. ratifica aquello de que la poesía se define más por la lejanía que por las certezas. Nada le dicta consignas a esta obra. Como en todo arte que se respeta, la forma se libera, emana aires emancipadores contra esquemas de asfixia o normativas carcelarias. Se ve genuino, auténtico, creíble. En cuanto a la orientación  central y final del texto, nada permite dudar de que se trata de una apuesta ligada a la vida, a la aventura de la gente, a lo más trascendente de la humana condición. Bienvenido el despropósito, la "desprolijidad" de la actitud que abre, que ilumina, que sacude, que llama a la puerta racional y emocional del salón de la revelación.
Bienvenido lo contestatario, lo rebelde, lo insurrecto que dona originalidad, y dona una otra flamante mirada: la representación del mundo de un nuevo modo, único, singular.


PÁGINA 5 – CUENTO

GUSTAVO DUFAU
(Barcelona-España)

VENGO

Del abismo abierto entre dos mares,  del río de espirales que nos devora,  de  cataratas de sueños sepultados,  del resplandor vencido de viejas cicatrices, de un big bang pequeño y profundo... Tal vez, tal vez de allí vengo yo.  Tal vez de aquel ejército de fantasmas que cruzaba una y otra vez  Los Andes y liberaba a Chile de otros fantasmas... Tal vez, vencido, con la sombra de Belgrano, sudando en Ayohuma o muriendo para siempre en un viejo barco que cruzaba todos los océanos... o desde las manos ajadas de un pulpero que esperaba desde la noche de Tucumán a los duendes de Artigas. O seré la lanza que enarbolaba cabezas, como trofeos, mientras los centauros invadían Buenos Aires... Quise ser un caminante, destrozando alpargatas, cruzando calles, inventando puentes, soñando con Evita,  antes de Evita y con el general cuando era coronel. Y el che no murió, el che no murió, te digo hijo de puta que el che no murió mientras me reventabas los dientes con un culatazo y un niño lloraba porque nacía huérfano  en medio de la noche... Tal vez sea la carta con sabor a pólvora que dibujaba Rodolfo o el ataque suicida a la cancha de River que pintaba Oesterheld... "Te acordás hermano..." me suena ese tango, ese tango desdibujado, ese tango de bayoneta calada, de cabecera de playa, de cabeza de gurka, de cabeza rapada, de cabeza insolente, de cuerpo a tierra,  de cabeza que estalla... No sé, no sé qué hago danzando, no sé qué hago danzando, no sé qué llanto inconsolable, que destino inagotable de pañuelos blancos, de palomas silenciosas, de muñecos sin rostro, de marionetas sin manos... Y no sé qué hago rendido, como un viejo trapo azul y blanco ante un señor con la cara pintada de negro... Qué vergüenza si soy, el fantasma de Facundo, con mi corbata, mi despacho, mi delirio liberal, que vergüenza después de tanta sangre... Por eso prefiero el exilio, prefiero ser uruguayo, español, yanki, después de tanta vergüenza... Argentino hasta la muerte, he nacido en Buenos Aires, no me importan los desaires con que me trata la suerte, bendito César, bendito hierro que nos quema la frente... No disparen que queremos comer, no disparen... y el helicóptero que nos salvó de la horca y qué sé yo que nueva utopía, entre éste y aquel, entre el negro y el rubio, entre los que dicen saberlo todo, entre los chupamedias que lo alaban todo, entre los que luchan como si el mundo se acabara mañana,  entre los que quieren que se acabe mañana, entre los truchos, los dignos, los corruptos, los que saben, los que callan, los que ignoran, los que aún disparan impunemente, allí estoy yo otra vez renaciendo...


PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

GERARDO ACOSTA
(Bigand-Santa Fe-Argentina)

DOBLE VIDA

Tengo, mi querida inocencia, el vaivén de la utopía
mareando mis adentros.
y una loable doble vida de ostra por un lado
y de bullicio findeañero por el otro
Toda esa melange de rasgos ciclotómicos
embutida en un humilde cuero
de serpiente agazapada.
Sé que mis contradiciones
alteran al as de los siquiatras,
que mis espaldas, sin dudas,
irán a erosionar al diván mas mentado
y cuando todo se aclare
como se aclara el alba
solo seré objetido de estúpidas pedradas.
Todo lo que acontece me agrada y me desgarra,
me atosiga y me alivia, me agobia y me distiende.
Pero veo que es así
y no creo ser el culpable de estos desplantes
naturales en un imberbe.
Es que a esta doble vida de ermita y carnaval
la han tallado los muchos que se dicen austeros,
imparciales, severos, objetivos y justos,
mensajeros del bien, salvadores del pueblo.
Me atormenta pensar, mi querida inocencia,
que habrá de terminarse en el preciso instante
en que los genuflexos de galera y bastón
abandonen el séquito y se llamen a sosiego.
O sea cuando las vacas sepan surcar el cielo.

EL TRISTE FINAL DEL PEON NARCISO IRIARTE

Se fue como llegó, por jornalero,
forzando decisón, rumiando broncas,
maltratando su orgullo, agachando la cresta,
esquivando el ardor de la derrota.

Ni un alma se acercó a roer su lástima
ni un perro ni un buchón de los que andan
oliendo la osamenta, mostrando sus heridas
detrás de quien del morbo hace su causa.

Nadie se percató de su virtual silencio.
Solo la cerrazón regó su entraña.
Nunca trepó a los muros que separan su mundo
de lo que un ser normal supone trampa.

Se arrinconó la luz obviando su morada
a metros del final, como en un prisma
que disgrega en retazos su efímera presencia
y en el cortante espectro halló la calma.

Ni las moscas zumbaron a su suerte vencida
como el réquiem cansino que obligado convoca
a elaborar el duelo, a cumplir el deseo
patético y final: tensar la horca.-


RUBEN VEDOVALDI
(Capitán Bermúdez-Santa Fe-Argentina)

TENGA CUIDADO, AMIGO

eso que tiene a tiro es la humanidad
en la persona de alguien, cualquiera
tenga el mayor cuidado siempre
porque lo humano es tan fuerte y tan frágil
tan sensible al amor en cualquiera de sus formas
tan vulnerable al desamor tan pájaro

tenga tacto en el trato
             con esa delicada criaturita
puede matar al ángel
puede helar para siempre la sonrisa
puede arruinar al niño dentro del hombre
o malograr al hombre dentro del niño
puede romper tan fácilmente un alma
y es tan difícil después reparar

tenga piedad al ver su torpe modo
su gran error su más querido vicio
al oír su mentira o su verdad
la hora de su puño o de su canto

tenga cuidado incluso antes que nada
con usted mismo a solas para sí
en el espejo en el lecho del sueño
en el trabajo en el recreo mire

cada humano conduce a un amor
y cada odio conduce a un infierno

no le prohíbo odiar ni me prohíbo
también eso es humano
sólo me pido y le encomiendo amigo
         mucho cuidado con esa materia

LOS PÁJAROS MAÑANA

todavía está muy oscuro aquí abajo
hace mucho frío y la soledad es enorme
casi pareciera un sepulcro todo esto 

a simple vista no se ve
pero hay un sueño
arde un sueño  creciente  inarrancable

ojo salvaje  sí   
neurona libre

a simple vista todo es cada vez peor
o siempreigualdemalynuncacambiará
pero el jaulón es viejo
tiene herrumbre

los pájaros que rompen el cascarón
son cada vez más
cada vez más
cada vez más pese al silencio

casi no tienen cielo los pájaros
no encuentran con qué alimentarse ni donde trinar
pero hará falta un infierno
más grande que el sistema planetario
para tenerlos muertos de miedo ahí
de alas caídas
un nudo en la garganta
pegados a la herida de su sombra

faltará espacio donde tenerlos atrapados
y tiempo para controlar a cada uno

un sueño anónimo crece y se expande 
y faltará cemento
                             armado
                                            para enterrarlo


PÁGINA 7 – ENSAYO

ANDRÉ CRUCHAGA
(El Salvador)

VIAJE INÚTIL

sur la table de travail dans un vague désert muet
je deviens fou de rage, d’humeu noire…
ÁLVARO MIRANDA

Las distancias existen. ¿Dónde queda la tinta del poeta cuando la voz
se extingue? Mi viaje jamás tuvo odio, solamente sequía, hambre por el mar
de los velámenes. ¿Fueron los torvos bolsillos del crepúsculo
los que me volvieron apátrida, y tránsfuga del azúcar?
Soy hombre y no pertenezco a marcas ni patentes: tengo la verdad
por horizonte y las manos limpias de limosnas. A nadie insulto, ni al guitarrón
que zumba como duro presagio entre el tragaluz de los aleros.
Soy esas extrañas palabras inabarcables,
la palabra que por costumbre habita la nostalgia, la palabra inventario
en las esculturas de la lluvia, la pared de la noche en los anillos grises
de la tarde, el paladar que adivina los estatutos del vinagre y el jengibre.
Siempre he sido esa rara avis dibujada en el cuaderno de la ceniza.
La noche desnuda todos mis inviernos y es triste, es triste como todos
los fantasmas que llevas en tu propio vuelo.
Es triste ver los ojos fuera de su órbita, en las fauces atropelladas del pañuelo.

(Las distancias existen, como existen desorbitadas las cuerdas del reloj, como la marea del eco en el aullido de los coyotes. ¿Adónde va la muerte prematura y el bregar dentro del canasto del arcoíris? —Sólo fue noche el lamparazo del rocío, la hoja verde del temblor de los peces, el sol que se perdió en la sombra del deletreo, días y días en el pasto de un pasamontañas, fósforos grises al borde la noche. Las distancias existen. Existe la muerte prematura. En medio de los cáñamos de las sombras, la difícil tarea de salir ileso. Ya me he ido con la furia de las cruces en un campanario de niebla. Se oye el estrépito cuando cae la escalera y se rompen las llagas del alfabeto.)



PÁGINA 8 – CUENTO

EDUARDO PÉRSICO
(Lanús-Buenos Aires-Argentina)

TERNURA Y MALVÓN.
                            
         Al fragor del jardín crece la tarde. Conciliando colores y algún  pájaro en fuga nos propone esa urdimbre de paisaje con palabras que abusan de su enigma. Un tal vez de ironía las ordena, se entrelazan sonriendo y pronto se niegan y alejan de sí mismas; más cuando se  disponen y así como al desgaire, ellas llegan precisas, acordes, oportunas y henchidas orgullosas de integrar el conjunto. Se dice y no se sabe todavía, que su entramado en renglones sensibles al idioma es algo por su cuenta; las palabras conciben su espíritu y valor y el modo de sentir su vida propia. Y una frase es destello de lo mismo.    
        
         Más en el jardín y un sol a iniciar su retirada, palabras en manojos vienen para quedarse. O sólo se aproximan de curiosas aunque propias sencillas repetidas y de alinear de a una, forcejean ida y vuelta al ocultarse para seguir volviendo, según es su costumbre. Cierta fugacidad de tiempo imperceptible, pero útil para entender que una sola palabra indoblegable y en un jardín atardecido con olvidos que insisten en quedarse, tiene gusto a tristeza y tiempo transcurrido.

        Por allí y sin anuncio, una hermosa palabra joven adolescente, tan alegre y sonriente saltarina palabra, se cayó de un malvón hacia el silencio. Desde lo alto de esa flor a ratos lánguida, melancólica y casi temerosa, se derrumbó esa palabra tan juvenil vital y necesaria. Que según se dijera tenía toda la vida por delante y decidió tirarse, eso nunca se sabe. Pero esa íntima voz de la ternura a musitar a veces, un silencio entre dos, al caer del malvón se tornó un sin retorno tan mustio y desgarrado. Y allí recién acaso pronunciara algo a saber de la juventud y la tristeza. (Nov.10)       


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

SILVIA LOUSTAU
(Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

SEMILLA DE VEINTIOCHO DÍAS

Las algas eran viñas entrelazadas.
Pulsos de colibríes estáticos. Un cielo submarino.
Escucho un canto de escamas esmaltadas.
Me deslizo entre símbolos. Desde un ojo de buey un pirata espía.
Me deslizo hacía un caldero de cobre verdecido; han escondido en el aguamarinas y una fusta de oro fino.
Una fusta de siete cuerdas. En sus puntas descubro escapularios. Un rostro blanco, sutil. Alguien lo busca.
Me deslizo.
Libélulas trasnochadas me rodean.
Allí queda la memoria de mi cuerpo.
Me deslizo entre las glaucas aguas.
Un silfo canta un aria.
Se eleva altiva, una herida abierta en los pensamientos del cielo.
Entristezco. Busco el silencio, lamiéndome, como si fuese una ninfa. Una mariposa marina.
Avanzo.
Relampaguea un pez, lento, adormecido.
Hay una grieta. Te busco en los estanques breves del mar.
Me deslizo.
Agua sinuosa. Luz. Aura.
Cueva de ágata titilante.
Me deslizo. Entre rizomas tiernos veo al niño.
Juega con caballitos de mar.
Reina azul, murmura. En la levedad del abismo lo beso: tiene tu rostro.

Me despierto guardada en un abrazo ardiente.
La luna sugiere sangre entre mis piernas.
El mar me lava.
Frío.
Sufriente, arrastra la semilla.
Huella de veintiocho días.

BUENOS AIRES- ÁMSTERDAM- BUENOS AIRES

a Ana Frank
y en ella a mis compañeras

te encontré en mi infancia
entre mis propias enfermedades
y catástrofes familiares.
te imaginé paseando / algún domingo /
en una pequeña embarcación /
entre la bruma de Amsterdam /
mientras yo me ahogaba en la niebla
de este sur.
escuché tu voz pequeña /
como envuelta en un pañuelo de seda.
observé
como crecíamos
la piel tan lisa /
de hostia transparente
sobre un pubis que iba anocheciendo.
te vi
te perdí y te encontré
entre alambradas
con tu corazón irradiando luz.
clara / como una estrella entre cristales.
me acompañaste en mis desastres
más incorruptibles/
con dedos de humo
me sostuviste el alma
en los desolados tiempos del chacal.
nos encontraremos algún día /
ostentado nuestro aspecto distraído /
entrando en un bar /
en Amsterdam o en Buenos Aires /
y nos abrazaremos con todos los amigos /
en un brindis final.


PABLO JAVIER RESA
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

HACE TANTO SIN VOS
(a cuanta Juliette)

Al otro lado estaba el mundo sin vos
allí suelta su basura y se obliga a verla
tiene que dejar de decir ahí dentro
nunca hablaban de vos la hermana era la cárcel
hay que aprenderlo aunque cueste a quién
mataste mujer mutismo nadie debe enterarse

a ese cuadro lo llaman dolor este otro es su preferido
tiene su venganza ella presa de su marco y él
que la visita cada vez que quiere

detrás de aquella puerta el vacío un día
anunciaron visita esa noche como siempre
sola pero en cambio su mano en la tuya

no quiso un hijo de su vientre fue por vos
la vida nos cambia se volvió loca quiere
que cuides de sus hijas que se lo cuentes vos

la luna se alzaba redondo vientre de mujer

nadie debe vivir solo dijo una historia difícil
una niña pequeña un río un pasado feliz
hay tanta cosa que se nos escapa

quién es la domadora la agente del Mossad

a veces la línea es muy delgada la más trágica
verdad puede ser el sarcasmo oportuno
qué saben del asesinato no saben nada nada
es tan difícil explicar un recomienzo se olvidó de vos
abrirte abrirte un poco caminaste
un patio durante quince años

la llamaban la ausente a veces
un libro ayuda más a veces la gente mata

ya no la llamen mamá está tan sola
llevála a la casa pequeña Juliette

se pegó un tiro en la boca del Orinoco
tan lejos fue a morir tan cerca y al otro lado
del pueblo están dando a luz
así es la vida

un jardín bajo la lluvia es tan triste
como su amorcito sin vos

sabrás que es demasiado tarde
cuando muriéndolo la asfixia hasta la súplica
cuando abrazándolo vos hasta el amanecer
qué habrían hecho qué otra cosa hablan sólo hablan
contálo todo hablálo vos cómo era
una gran fiesta apenas se movía
después culpable nada importó de todos modos
de allí no se sale nunca allí la peor prisión

siempre te quiso
tanto te quiso

estás ahí está con vos
estás ahí ahí
estás al fin ahí
las mutuas las hermanas manos
madres manos al fin de regreso.  


PÁGINA 10 – ENSAYO

ROBERTO BARAHONA
(Wittlich-Rheinland-Pfalz-Alemania)

¿PARA QUÉ SIRVE LA UTOPÍA?

¿Para qué sirve la utopía? Para sacar el sentido. Frente al presente, a mi presente, la utopía es un segundo término que permite hacer funcionar el resorte del signo: el discurso sobre lo real se hace posible, salgo de la afasia en que me hunde todo lo que anda mal dentro de mí, en este mundo que es el mío.
La utopía es familiar al escritor porque el escritor es un dador de sentido: su tarea (o su goce) es dar sentidos, dar nombres, y sólo puede hacerlo si hay paradigma, desencadenamiento del sí/no, alternancia de dos valores: para él el mundo es una medalla, una moneda, una superficie doble de lectura en la que su propia realidad ocupa el reverso y la utopía el anverso. El Texto, por ejemplo, es una utopía; su función –semántica– es hacer significar a la literatura, al arte, al lenguaje presente, en tanto se los declara imposibles; otrora, se explicaba la literatura por su pasado; ahora, por su utopía: el sentido está fundado en el valor: la utopía permite esta nueva semántica.
Los escritos revolucionarios siempre representaron precariamente y mal la finalidad cotidiana de la Revolución, la manera como ésta contempla que vivamos mañana, ya sea porque esta representación corre el riesgo de edulcorar o futilizar la lucha presente, ya sea porque, con más justeza, la teoría política tiende sólo a instaurar la libertad real de la cuestión humana, sin prefigurar ninguna de sus respuestas. La utopía sería entonces el tabú de la Revolución, y el escritor estaría encargado de transgredirlo; sólo él podría arriesgarse a esta representación; como un sacerdote, asumiría el discurso escatológico; cerraría el broche ético, respondiendo con una visión final de los valores a la elección revolucionaria inicial (a aquello por lo que uno se hace revolucionario) .
En el Grado cero, la utopía (política) tiene la forma (ingenua?) de una universalidad social, como si la utopía no pudiese ser más que el contrario estricto del mal presente, como si, a la división, sólo pudiese responder, más tarde, la indivisión; pero desde entonces ha empezado a salir a la luz, aunque vaga y llena de dificultades, una filosofía pluralista: hostil a la masificación, que hace hincapié en la diferencia, en suma, fourierista; la utopía (que se sigue defendiendo) consiste entonces en imaginar una sociedad infinitamente parcelada, cuyas divisiones no serían ya sociales y, por ello, tampoco conflictivas.


PÁGINA 11 – CUENTO

EDUARDO R. AYLLÓN
(Madrid- España)

ECOS

Un chucho de color canela y hocico  largo, corriendo como un demonio, rompió el silencio de la noche con el sonido de sus jadeos y el repiqueteo de sus uñas sobre el suelo. En su carrera tropezó con un caminante, haciéndole caer. Sin detenerse un instante llevó sus pasos hasta el final de una calle, que flanqueada a izquierda y derecha por varias naves muy grandes, acababa en un muro. La pared, ilustrada con el dibujo de un bosque de hayas, le cerraba el paso; la profundidad y exactitud de la pintura la hacían parecer real. El perro saltó dentro del dibujo del muro y desapareció por el trampantojo cambiando de color como un camaleón.

En ese instante la luna nueva se transformó en llena, reflejando su luz blanca en la cortina de lluvia fina y persistente que comenzó a caer de forma inesperada. Un grupo de alocados bailarines, provistos de sombreros y paraguas, comenzaron  a saltar de un lado al otro de la calle. Al cesar la lluvia los bailarines se fueron y el agua huyó por  los sumideros. El caminante, incorporándose empapado, entró en una de las naves para secarse; dentro varios focos, formando juntos un sol amarillo intenso, daban luz y calor a la fina arena de una playa con un mar de cartón piedra, donde varias sirenas con pechos de  mazapán acariciaban el torso dorado de un marino amotinado, huido de un barco cercano. Sonó una claqueta y el sol se fue, llevándose consigo al marino y a las sirenas con pechos de mazapán.

El caminante siguió su marcha, ascendió a la cima de un pequeño monte y volviendo la vista atrás vio desde la distancia, en medio de la soledad del  páramo, la calle con sus naves derruidas ya casi inexistentes, invadidas por la vegetación y medio ocultas;  los restos del muro pintado que apenas dejaban ver algún vestigio de su bosque de hayas. A lo largo de la calle,  caídos y casi enterrados, tramos de vías, jirafas, grúas, algunos focos y una claqueta vieja con un texto borroso: “…escena 3 toma 5”.

Algunas noches, en sus sueños, el perro de color canela y hocico largo se acerca a su oído y le pide que vuelva a la olvidada y  perdida calle  del páramo.


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

MARÍA DEL CARMEN COLOMBO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA EDAD NECESARIA

II

La locura de la palabra es el lenguaje
                 que advierto en mi voz

Ella habla la fantasía del silencio
                 cuando no estoy dormida
y se alimenta de la salida misteriosa
de mis manos por su vestido

Gesticula mi verdadera muerte
       en esta soledad
                            y te llama
para que no me dejes.

III

La loca se hace mi cuerpo y echa las velas
             púrpuras sobre el lazo de seda
Alguien duerme
cuando el otoño es una mejilla húmeda y el
             viento tu canción
La muerte siempre amanece en el primer lugar

Detrás del miedo el mundo es sangre seca, la
              edad en ruinas
mi perdida estación.

IV

En qué rueca la voz arma su tejido para que la
          expulsada sea una llama de leche
una novia con los ojos de arena saliendo
         de su llave

En qué mundo los dijes empiezan a sonar tocando
          melodías sobre el sueño de un músculo
En qué lugar la arcilla se transforma en espacio   
 donde el grito ha dejado su plumaje de cóndor

En qué jardín entierro los silencios, en qué
          cielo levanto las palabras
Desde dónde te llamo.

V

Yo no digo que vengas

Digo que me lleves por un lado del corazón
adonde tu jardín murmura la bruma tabacal
del otoño

Abril es hoy y toso en el viejo vestido amatorio
          de las estaciones
como una hembra en desuso. Y caigo a veces de
          este cuerpo
porque me pesa en sangre el hervor de lo que
          deseo

Por eso dejo mi nombre en esta carta
para que me rescates de los sueños perdidos

XII

Donde el silencio llega como lengua de piedra
            caídas precipicios guardo
también la soga que ha colgado mi corazón
            en medio de la calle

Desnudo este pañuelo  cubriendo mi ceguera
          así lo guardo
y a despecho del dolor el viento eriza
         la palabra perdida   la palabra gastada
la palabra


CARLOS GARRO AGUILAR
(Córdoba-Argentina)

CAE LA LLUVIA

Ahora está la lluvia
su piadosa plegaria
retornando.

Pero ajena es la casa.
No son nuestros sus cuartos,
hostiles son los rostros
y las calles.

¿Quiénes somos,
qué labios son estos que murmuran
y van llevando entre los dias
nuestros pasos,
esta ternura insomne que no cesa?

En un jardín 
de una casa que habita en la memoria
cae la lluvia.

Un niño observa 
el poderío del verano
apaciguándose.

En las habitaciones
abuela Lola
ha encendido las lámparas.

 EL HIJO

A Agustìn.

Miras
mientras afuera crece
el furor obsceno de las calles
y los periòdicos esputan
la renovada violencia
del planeta.

Miras
y adentro estàn los bosques
milenarios, solos,
con su rumor de pàjaros
y el agua amanecida donde lavo mi rostro
para poder mirarte y regresar,
por un momento limpio,
por un momento vivo,
hacia las sombras.


PÁGINA 13 – ENSAYO

MARÍA ROSA LOJO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LOS TUDOR EN EL SIGLO XXI

Los placeres de pasar un caluroso enero en Buenos Aires incluyen la posibilidad de ver, de un tirón y gracias a un módico abono, las series que la actividad del año y los horarios del cable no nos permitieron seguir con regularidad en su momento. The Tudors era una de mis asignaturas pendientes. Esta mega producción, filmada en Irlanda, con un elenco anglo-irlandés, y proyectada en TV cable desde 2007 a 2010, es el último eslabón en una larga cadena de versiones televisivas y cinematográficas del reinado de Enrique VIII (1491-1547) y sus seis esposas. La desmesura de Enrique, el decapitador serial (no solo de sus mujeres sino de súbditos nobles “traidores” o disidentes), atrajo desde siempre la atención de todos los públicos y en especial la mía propia. He seguido, creo, todas las filmaciones sobre el tema accesibles en la Argentina hasta la fecha, desde los tiempos de aquella serie memorable de la BBC, “Las seis esposas de Enrique VIII” (1970), que nosotros vimos todavía en blanco y negro.

La imagen física de Enrique hoy se ha transformado notoriamente. Lejos del personaje con sobrepeso pintado por Holbein, que solía ser la gran fuente inspiradora de sus retratos en la pantalla, las versiones actuales, como The Other Boleyn Girl (2008), y especialmente The Tudors, prefieren mostrar a un hombre delgado y apuesto, al que los años envejecen y deterioran, pero no engordan. El irlandés Jonathan Rhys Meyers (1977), que lo encarna con solvencia dramática, no solo es actor, sino modelo profesional, y mantiene una belleza inalterable hasta el final de la serie, apenas avejentada, como la pátina de los cuadros antiguos, por una dosis de maquillaje y el enronquecimiento de una voz antes colérica y jovial, en un proceso similar al del “padrino” interpretado por Marlon Brando. La verdad es que el rey –por los efectos del sedentarismo y de una dieta rica en grasas e hidratos de carbono— iría ganando kilos (o libras) en forma alarmante, sobre todo en la última década de su vida.

El cambio de physique du rol, en una serie donde se multiplican los primeros planos de cuerpos semidesnudos, puede obedecer a decisiones tanto estéticas como de márketing. Pero quizá, después de todo, esa nueva imagen resulte algo más justa con la totalidad de la vida del monarca inglés, que fue durante bastantes años un pelirrojo alto y fuerte, aficionado a todos los deportes, desde la equitación y el proto-tenis hasta las justas medievales, con armadura puesta y lanza en ristre. Precisamente en una de ellas, hacia 1536, sufrió un grave accidente que le impediría volver a las andanzas deportivas y dispararía su tendencia a la obesidad. Especulaciones médicas retrospectivas le adjudican, entre otras enfermedades, una probable diabetes tipo 2, que explicaría las continuas ulceraciones en las piernas (largo padecimiento que sí se muestra en la serie y aporta lo suyo, desde luego, a la personalidad cada vez más atrabiliaria del protagonista).

Como siempre que se trabaja en el terreno de la ficción histórica (novelística o cinematográfica), no han faltado las críticas a los anacronismos y las inexactitudes, por parte de los historiadores profesionales. La prensa se ha hecho cargo de señalarlas, no sin mordacidad. Incluso existen varias páginas en la web donde se detallan las inexactitudes en las que se incurre: desde armas o carruajes que no existían en la época, hasta la fusión de las dos hermanas de Enrique VIII: Mary y Margaret, en un solo personaje de este nombre, a quien se le atribuye un matrimonio nunca llevado a cabo con un anciano y decrépito rey de Portugal. En la serie, Margaret –al fin y al cabo digna hermana de Enrique— se libera rápidamente de este incómodo marido sofocándolo con una almohada, para casarse de inmediato con el recién ennoblecido duque de Suffolk, del que se ha prendado durante el viaje a su destino portugués. Tristán e Isolda reescrito, pero con un final feliz, aunque solo temporariamente –el mujeriego Suffolk no resulta ser la mejor elección posible para Margaret, que pronto sufre sus infidelidades y muere de tuberculosis, pero también, se infiere, del disgusto-

La andanada criticona replantea, por enésima vez, una eterna cuestión: ¿dónde están los límites de la verosimilitud aceptable para el género? Su contrato establece que ciertos hechos y personajes de existencia documentada fuera de la ficción, coincidan (en mayor o menor medida) con lo aportado por el conocimiento histórico. Pero no es menos cierto que cada mirada artística replantea sus héroes y heroínas, de tal modo que las versiones de los diferentes escritores y cineastas llegan a diferir entre sí de manera notoria, tal vez como miembros de la misma familia, vinculados por el apellido, aunque a la vez singulares y distintos según quien los haya construido y comprendido.

El anacronismo, por lo demás, más allá de los detalles, es un ingrediente esencial e inevitable en el pacto de la ficción histórica. Quizá no hay género –se ha dicho, no sin razón-- que represente más y mejor nuestro presente, sus valores y sus ejes de interés. Se revisita el pasado, pero desde la mirada del hoy, y también para hablar del hoy a través de ese espejo oblicuo.

Si uno de los reparos con respecto a esta serie, por ejemplo, atañe a la proliferación de escenas sexuales que algunos críticos juzgan innecesarias, mostrar la vida sexual es una de las obsesiones de nuestra época. Y la sexualidad y el erotismo, en su despliegue, se asocian en nuestros días (cuando no se trata de parodia o sátira) a la juventud y a la belleza que, acaso por eso, aquí se niegan a desprenderse de la persona de Enrique. Estamos frente a una de las marcas de la contemporaneidad que revierte sin duda sobre la composición de ambiente y personajes en The Tudors. Hollywoodense o no, sobreabundante o no, el grado de “exhibicionismo sexual esteticista” que hay en la serie nos representa.

Es cierto que The Tudors podría haber elegido también el camino de la sátira y la parodia. Enrique VIII en sus últimos años hubiera dado para eso (y ese enfoque se ha tomado antes en otras versiones para la pantalla). Pero no es el tono general de la obra, que –fuera de algunas escenas de comedia vodevilesca— favorece el enfoque lírico y trágico y por momentos la épica grandiosa. The Tudors acierta cuando describe a Enrique con todas las luces y las sombras del príncipe renacentista que fue: humanista versado, políglota, protector de las artes, constructor del fabuloso palacio Non Such, gozador del esplendor carnal de la vida, adorador de la belleza, pero también dispuesto a ejercer el poder sin tregua y sin escrúpulos, “maquiavélico” avant la lettre, en fin. Por eso la referencia a El Príncipe, que aparece en forma prematura, aunque no se atenga a la rigurosa cronología histórica, es simbólicamente adecuada.

En esto: en la potencia y la adecuación simbólica radica la eficacia estética y conceptual de la ficción histórica, que –en tanto ficción— se toma libertades inaceptables en el pacto historiográfico-científico, tales como la creación de personajes totalmente imaginarios que actúan al lado de aquellos que sí tienen un correlato empírico, o la incorporación de documentos apócrifos, o –por razones que hacen a necesidades narrativas o dramáticas-- la modificación de la cronología, la elisión de ciertos hechos, la simplificación de otros.

Uno de los aspectos más elogiables de esta versión es la densidad de los personajes y su capacidad de cambio (en consonancia también, con la rueda de la fortuna que los lleva hacia el poder y la gloria o los precipita en la ruina y la deshonra, todo en el curso de una misma vida). Las polaridades están matizadas, los caracteres evolucionan, los mejores tienen puntos oscuros, y los malvados pueden mover también a compasión. Aun aquellos seres de admirable integridad moral, como Catalina de Aragón o Tomás Moro, no se hallan a cubierto de cierta hamartía, de la falla trágica que dimana de sus mismas virtudes. Moro, amado por el Rey, en la cumbre de la estima y el privilegio, prefiere afrontar la ejecución antes que traicionar su fe. Pero la misma inflexibilidad que lo lleva a sacrificar su propia vida para honrar sus principios, también lo conduce a considerar (y practicar) la quema de herejes como “solución purificadora” extrema. La bondad, afabilidad e ilustración de este eminente humanista, caritativo, buen padre de familia, convencido promotor de la educación femenina, encuentran aquí una zona ciega, siniestra. Por otra parte, Catalina de Aragón defiende hasta un extremo conmovedor sus derechos de esposa y de reina, siempre rehusándose a que su sobrino, el emperador Carlos V, se alce en guerra contra el pueblo inglés para defender esas prerrogativas. Si bien la dignidad y la grandeza de este personaje femenino rozan lo sublime, no podemos menos que pensar cuán útil le hubiera sido (a ella y a su hija, la desdichada y resentida María), una perspectiva más astuta y realista, como la de la flamenca Ana de Cléveris, cuarta esposa que se apresuró a convenir en la anulación matrimonial y ganó mucho con el cambio. El profundo y obstinado amor de Catalina hacia Enrique (antes correspondido), su orgullo de hija de reyes, son también, de cierta manera, el defecto trágico que le impide reconocer y aceptar los límites impuestos por las exigencias de la sucesión dinástica y el cambio irreversible en los sentimientos de su desconsiderado esposo.

Por otro lado, vemos cómo el irresponsable play boy Charles Brandon, duque de Suffolk, hace un giro en su vida después de la muerte de Margarita, a la que llora, y empieza a transitar (no sin algunas recaídas) el camino de la fidelidad y el compromiso junto a su nueva y joven desposada. Contrafigura de Moro en muchos sentidos, es el hombre de acción pura, que no opina en cuestiones de fe, y que pone la lealtad al rey por encima de todo. Esto también tiene su costo. Honrando la “obediencia debida”, Brandon actúa contra su conciencia, traiciona pactos, masacra a hombres, mujeres y niños para sofocar la rebelión religiosa y paga por ello: perderá el amor de su mujer, y deberá convivir, el resto de su vida, con los fantasmas de sus víctimas.

Enrique, la estrella masculina, apura, hasta el fondo y el exceso, los alcances del poder monárquico contra quienes considera traidores o traidoras, si bien su culpabilidad aparece hasta cierto compartida con sus sucesivos consejeros y aduladores (Wolsey, Cromwell, los Bolena, los Seymour). Su conducta intemperante y megalómana se funda también en un modelo arcaico, que no por ello ha dejado de operar: la identificación primitiva del poder del rey con el de Dios mismo. Esta identificación emerge claramente en dos momentos de singular intensidad: cuando impone las manos y reparte limosna a los mendigos enfermos, que imploran de él la curación, y, hacia el final, cuando le ordena a Charles Brandon que sane de su mortal enfermedad. Esta vez, naturalmente, la orden real no puede ser cumplida. Es entonces cuando Enrique, socavado por diversas dolencias, se prepara también para la propia muerte, no sin antes exigirle a Holbein que su retrato no lo refleje en su decadencia y sus debilidades sino en la plenitud magnífica que corresponde a un rey. Otra de las inexactitudes (ya que el famoso cuadro había sido pintado unos diez años antes), pero justificada porque el guión la coloca en el momento simbólico más oportuno.

La galería femenina de seis esposas, dos hijas y algunas amantes, dibuja mujeres muy distintas entre sí. Todas, en conjunto, nos hablan de la subordinación que sufren como colectivo genérico, y las diferentes estrategias: frontales o sutiles, intelectuales o eróticas, con las que tratan de neutralizarla.

Afean la serie, eso sí, unas cuantas inaccuracies completamente gratuitas, tosquedades sin sentido alguno, que podrían haberse evitado en una producción de esta envergadura. Las más molestas son las idiomáticas. Como no se priva de señalarlo The Guardian, los supuestos hablantes nativos españoles pronuncian con gran esfuerzo un castellano de turistas, E incurren, esto lo agrego, en errores gramaticales, como “Una día, una día, tú serás reina”, dicho por Catalina de Aragón a su hija Mary, o en cómicos coloquialismos (además de la inverosimilitud en el mismo contenido de la frase), como el “no sabía que V. hablaba cristiano”, propio de un payador gauchesco, enrostrado por el duque de Nájera a Mary Tudor. Es inconcebible que no se haya tenido en cuenta el asesoramiento idiomático cuidadoso en cuanto a lenguas extranjeras y la posibilidad de un doblaje para evitar los duros acentos de los actores y actrices.

Otras cosas criticadas, como el hecho de que no siempre se respeta el lenguaje inglés de la época, en cambio no son objetables. Una serie completamente hablada en el inglés de los Tudor traería la ingrata consecuencia de distanciar, en vez de acercar, al público actual. Cierto anacronismo imprescindible, mezclado con “toques arcaizantes”, suele dar la justa medida tanto en el cine como en la novela histórica. Y los toques se sienten: en el glosario, en las expresiones, en la conjugación verbal: “I like her not” (dicho por Enrique, refiriéndose a Ana de Cléveris), “I am with child” (por amantes y esposas de Enrique) entre otras similares.

Más allá de ciertas torpezas, The Tudors es una muy atractiva opción para los adictos a la poesía trágica de la Historia y al “estupefaciente imagen”, administrado aquí con generosidad y deslumbramiento.


PÁGINA 14 – CUENTO

MARÍA BENICIA COSTA PAZ
(Cipolletti-Rio Negro-Argentina)

LA RIQUEZA DE LOS POBRES                                    
A Estefanía González

Parte del ADN de los pueblos ha sido siempre la veneración de los dioses. Cuando el hombre sufre busca su protección, implora por sus necesidades, y crea un regazo suave donde recalar, desconsolado y sufriente, del confuso estrato donde la fe y la razón borran sus orillas.

Este fue el caso del “Viejo” Aguilar, cuya dura vida de cosechero de algodón lo había dotado de insospechada edad. ¡Pucha! si se ganaba plata en las enardecidas tierras del Chaco. El pobre era piel y huesos, piel calcinada por los tórridos soles de los algodonales; los músculos fibrosos quedaban al descubierto, como torrentes de anhelos insatisfechos.

Todos cosechaban,  hasta los chicos, enrojeciendo las manitas con las púas despiadadas de los blancos capullos recogidos.  Allí fue donde el “Viejo” conoció a Estefanía, mujer baja como buena toba y de garra. Al cabo de estrelladas noches llegó el fruto, que a su debido tiempo se anunció niña, Ramona.

El “Viejo” era trabajador, pero el sistema estaba hecho para menguar el producido de sus esfuerzos. El mucho ganar era una ilusión. La comida exigua valía fortunas y ni hablar de los vicios, el tabaco y el alcohol; todos provistos por el patrón.

Después vino la ida a la capital de Corrientes, enclavándose en los confines; casa de chapa con trapos como puerta; en un terreno en la inmensidad … cuidadosamente cercado con palos y algún alambre evanescente.

Entonces Ramonita se enfermó. Para las altas fiebres, un té de yuyos. La cabeza le dolía muchísimo, para ello eran las rodajas de papa en las sienes. El médico era un personaje inexistente en el horizonte de estos compatriotas.  La pequeña nunca se curó del todo: quedó rara. Tenía ataques y se ponía tiesa, vaya a saber qué extraño espíritu la había habitado.

Por eso, cuando pudieron, se fueron para Itatí. Eran 60 kilómetros desde la capital. Consiguieron ir con allegados en una carreta con bueyes. El trayecto se hacía en una noche pero ese peregrinar era entretenido. Para empezar, iban muchos; lo hacían en  carretones, otros a caballo y la mayoría a pie. La marcha era lenta y por la noche  los asados se prolongaban y el trago,  impaciente, no se hacía esperar.

Pasaba lo de siempre: vinos, miradas, y ahí nomás a los hechos. “Cristo, ten piedad de nosotros” se rezaba de tanto en tanto como lánguida letanía, que se volvía incomprensible por su monótona reiteración. Se conversaba mucho; lo más atrayente eran los cuentos de aparecidos. La imaginación era tenue red que se expandía en la noche, cebada por innombrables miedos infantiles. Y nuevamente el chamamé, y los sapukays, tan machistas, tan sonoros. Las pícaras miradas otra vez en entrecruces. Y cuando no, una pelea a cuchillo, como para galantear desdeñando a los malos espíritus.

Estefanía quería llegar de una vez, mucho había codiciado la llegada a la Basílica. Cómo hacer para que la Virgen escuche. ¡Es tan milagrosa!;  sí, que cure a Ramonita.

La llegada era siempre una fiesta. Cantidades de carretones de todos los puntos de la provincia se ubicaban formando ondas vaporosas con sus luces de farol en el descampado. Los últimos vahos de alcohol todavía se tumbaban en el humo de la noche anterior, mezclados con olor a bosta, a pura suciedad.

En las escalinatas del templo había tanta gente que era imposible avanzar. Para colmo, las autoridades pujaban por salir para hacer su procesión (que no era la de los pobres), alrededor de la plaza. La gente cantaba monótonamente. Por los altavoces se anunciaba la salida del Obispo y del Gobernador. Estefanía que iba a contramano, estaba por desfallecer. Alguien le tocó el brazo y le dijo “Espere, Doña, a que salgan todos. Después será más fácil”. Se quedó allí, bajo el árbol, con la mano de Ramonita apretada, enlazando coraje para presentarse al ruedo.

Finalmente entró a la Basílica, se puso de rodillas persignándose varias veces. La emoción le cerraba la garganta, rezaba con todo, en silencio. Ramona la miraba, abierta a algo grande que iba a pasar. De golpe, la emoción le jugó una mala pasada a Estefanía. Cayó para adelante casi desvanecida. Varias manos la quisieron sentar pero ella, firme y dura como garrote, se puso de rodillas. Esta gente no entiende. Me van a “cortar” la promesa. Sacando fuerzas de vaya a saber dónde, siguió avanzando de rodillas camino al altar. Cuando llegó estaba exhausta, pero radiante. Ahora la Virgencita haría lo suyo. Ella, pobre alma, había cumplido.

El viaje de vuelta fue casi igual. Los bailes, los cantos, la bebida, los hombres que, con impaciencia, apuraban el trámite. Pero Estefanía estaba en otra frecuencia. Su fe infantil y primitiva era fuerte como la sangre. Ahora todo sería mejor. Miraba a Ramonita, esperanzada.

Y de hecho, al cabo del tiempo, la niña se fue tranquilizando. Ya no tenía más esos ataques en que quedaba dura. Comenzó a hablar y a usar más palabras. Para Estefanía el milagro se había concretado. Es que la Virgencita de Itatí no falla, y menos en su día.        
                          
                                                            #    #    #    #

En horas de terrible soledad, en el páramo de una fe pequeña, corroída por lo cotidiano, el Obispo imploraba: “Señor, ¿de dónde sacan estos hijos tuyos el fervor que no se apaga?  ¿Cómo pueden soportar…?  ¡Dame fe para verte atrás de todo!

Y yo, cronista taciturno de milagros repetidos, no logro poner en blanco y negro los enigmas. Indudablemente la gente cree en ellos, vive con ellos para seguir viviendo, ¿para no morir del todo?

La hondura de estas experiencias está a flor de piel  en los que sufren.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

 CLAUDIA MASIN
(Resistencia-Chaco-Argentina)

CRÍA CUERVOS
                               (a Greta)

Los niños, como los gatos, podemos ver en la oscuridad.
Vigías que saben que no pueden deslumbrarse
con su propio sueño, pasamos las horas
tejiendo una tela finísima alrededor
de nuestro miedo. Después, muchos años después,
solía decirme, llega el olvido y podemos dormir
sin sobresaltos. Yo aún no he olvidado.

Cada noche, nos intercambiamos historias
como joyas. Esta te queda bonita,
esta le sienta bien a tu piel, a tus ojos:
Había una niña que era tan pequeña
que cabía en la palma de una mano.
Si yo fuera esa niña -pienso- elegiría
vivir en tu mano. Podrías cerrarla
y dejarme sin nada, pero toda buena historia
necesita una tragedia, un vuelco inesperado
en la trama. No quiero que llegue el fin
de tu relato, que la noche se acabe. No sé qué hay
del otro lado. La vida es una imagen
que va desdibujándose, perdiendo los contornos
día a día. Crecer es el tránsito de la imagen precisa
a la distorsión. Quiero seguir siendo niña
para conservar la vista.

PARÍS, TEXAS

Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra el parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.


DIANA POBLET
(Río Negro-Argentina)

DETALLES

I

Es la soledad
esa multitud amordazada
que habita a la izquierda de mí
y te llama sin nombre
en esta ciudad que bulle
desconocida
y feroz.

II

Es la soledad
último artilugio
piedra nómada
claridad inútil
cuando será tu ausencia
todo el caos.

III

En paréntesis de silencio 
escribo
ausente a la cita
predico soles
extraviado el avatar
huérfana la estrella
que ovacionó tu nombre
torero sin arena


PÁGINA 16 – ENSAYO

WINSTON MANRIQUE SABOGAL
(Madrid-España)

UN SIGLO DE VANGUARDIA CON HUIDOBRO

“Leía un libro lleno de jugo de lirios,/ De gotas de sangre,”, así empieza el poema El libro del silencio de Vicente Huidobro, uno de los primeros poetas latinoamericanos que se abrió paso en la jungla literaria del aún nuevo siglo XX con palabras, versos y formas vanguardistas que innovaron la poesía en español. Y puso a Chile en el mapa de la literatura universal. Nacido en Santiago de Chile en 1893 y muerto en la Cartagena de su país en 1948, Huidobro fue uno de los pioneros del creacionismo. Aunque hace su debut en 1911 con Ecos del alma, es hace un siglo, en 1913, con tan solo 20 años, cuando se revela como una voz renovadora y singular en el libro La gruta del silencio, del que forma parte el poema que abre este artículo, aunque su fama y popularidad se inmortalizarían en 1931 con Altazor.
Sobre su importancia y la estela de su poesía, cuatro poetas españoles miran la obra del autor chileno y crean una suerte de prisma literario para apreciar mejor su poética:

ORIGEN Y CREACIONISMO, por José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes: “Escribir con apenas veinte años un libro como La gruta del silencio tiene algo de prematura afirmación de la singularidad. Así lo atestiguó Vicente (García) Huidobro (Fernández) hace ahora un siglo y así se acredita hoy todavía. Aunque la inocencia hereditaria del modernismo predomina obstinadamente en esos poemas, ya se insinúa de pronto esa tentativa principal de la poesía de Huidobro: la de sondear en lo desconocido en busca de lo nuevo, un empeño que venía de Baudelaire y conduciría al creacionismo. Pero en La gruta del silencio, y sobre todo en la serie de cuartetos alejandrinos que jalonan el libro, se advierte todavía esa tonalidad simbólicamente visual que proviene del culto a la belleza de los parnasianos. Tal vez pueda afirmarse que el autor de Altazor, poeta atrabiliario, aturdido por la egolatría, experto en enigmas, ya intuía en 1913 que ‘toda poesía es un desafío a la razón”.

COSMOPOLITISMO Y UNIVERSALIDAD, por Juan Antonio González Iglesias: “Un siglo es una unidad de medida poética que empieza a mostrar las cosas con exactitud. La gruta del silencio aparece ahora como un libro renovador en lengua española que pertenece al imperio literario francés. Verlaine, Baudelaire y Mallarmé son sus modelos, aunque habría que tirar del hilo sutil que conecta a Huidobro con Góngora. (pienso en “rasgando nubes y segando estrellas”). Cosmopolitismo y universalidad son dos valores que hacen que el Nuevo Mundo tenga una nueva poesía. Sin desarraigarse de la tradición grecolatina (hay memoria de Horacio en “el desprecio brutal hacia las turbas”) y cristiana. Es curioso que se defina como “poeta por la gracia de Dios”, en latín más de Virgilio que de la Iglesia, "Dei gratia vates". Más allá de los ismos importa la fuerza de la metáfora. Me llaman la atención los instantes costumbristas en un proyecto tan cosmopolita. Lo definitivo es la determinación con que está escrito el libro, con la fuerza de un gran poeta que escribió sabiendo que lo era, en un época en la que todavía había sacralidad poética, eso se respeta en cada página. En LGDS no sólo está el Huidobro futuro, sino el futuro, cosa que sucede en todo libro poético audaz. Por eso le dice a su hija ‘sé tú misma con toda tu aristocracia / la gran aristocracia de los bosques”.

VANGUARDIA Y RIVALIDAD, por Antonio Colinas: “Es curioso que el centenario de un libro como La gruta del silencio, de Vicente Huidobro, coincida con el de su caligrama Triángulo armónico, que ya tempranamente nos habla de qué visión poseía él -en forma y fondo- de la poesía. Siempre tendremos presente su rivalidad con Neruda, pero a Huidobro no se le puede negar ese afán de que la poesía sea algo más que una mera copia de la realidad, que un testimonio fotográfico de ella. Su provocador deseo (algo que, a veces, se nos recuerda desde Platón) de que el poeta es “un pequeño dios” y el verso una llave que “abre mil puertas”, nos hablan de su original y fecundo radicalismo; ese mismo radicalismo que ha hecho de él el primer vanguardista de nuestra lengua. Aunque he sido un apasionado lector del mejor Neruda, nunca he dejado de reconocer estos méritos de la poesía de Huidobro, ese tipo de poeta-revulsivo que a veces tan necesario es en ese mundo de las poéticas de lo plano y lo simple que, a veces (¿por vagancia creativa?) tanto gustan en nuestros días”.

PRECURSOR Y POLEMISTA, por Luis García Montero: “Si respetamos la lógica vanguardista que tanto propagó, Vicente Huidobro no podrá enfadarse conmigo cuando afirmo que, sobre todo, me parece un gran precursor. Sus libros forman parte de ese afán de renovación que sirvió para alumbrar procedimientos líricos y voluntades metafóricas muy características del primer tercio del siglo XX. Quien falsificó fechas de libros para ser el más adelantado, no puede incomodarse con el grado de precursor. No discuto que tenga poemas importantes, pero su valor real se debe al papel histórico que jugó dentro de la evolución de la poesía hispánica. Otros se encargarían en darle largo recorrido a lo que fueron golpes cubistas de ingenio y callejones sin salida. Como Huidobro fue también un gran polemista, no le importará que yo mantenga vivas sus polémicas y confiese de forma clara que soy más de Neruda”.
La herencia de Huidobro la ha recogido la Fundación Banco Santander en un volumen con lo mejor de su poética bajo el título Vicente Huidobro. Poesía y creación. La selección y el prólogo corren por cuenta del hispanista italiano Gabriele Morelli, que rescata un poema inédito y una carta a Federico García Lorca. Un recorrido por las ideas y vericuetos poéticos a los que hoy se rinden homenaje. Un asomó a La gruta del silencio, escrita hace un siglo, se aprecia en poemas como este:

EL LIBRO SILENCIOSO
"Leía un libro lleno de jugo de lirios,
De gotas de sangre,
De un helado sudor martirio,
De un susurro de tarde.
Las palabras, reptiles de la gruta del alma,
Se retorcían de dolor y de espanto,
Se enroscaban y huían a través de las páginas
Y ante el blanco
Silencio salmodiaban un canto.
Era un libro empapado de un milagro doliente,
Los misterios en él se cruzaban,
Se caía a las manos la frente,
Se morían de tarde las almas.
A la orilla del libro me acerqué yo una tarde
Y aspiré de sus lotos el perfume amargado,
Y vi en su remanso las gotas de sangre,
Y escuché el dialogar de los astros.
Allí vi el modo de pasarme a solas
Los sesenta fastidios de la hora,
Y vi cómo se mece en el Recuerdo
El lirio azul de los ideales muertos.
Este libro es un libro, poeta enigmático,
Es tu libro que vierte la luz del ocaso,
Higuera que da sombra, en el camino grave,
Como una tristeza de madre".

Una de las personas que mejor define la obra de Huidobro, como recuerda Morelli, en la introducción del libro, es precisamente su compatriota Pablo Neruda, que dijo: “Huidobro es un poeta de cristal. Su obra brilla por todas partes y tiene una alegría fascinadora. En toda su poesía hay un resplandor europeo que él cristaliza y desgrana con un juego pleno de gracia e inteligencia. Lo que más me sorprende de su obra es su diafanidad. Este poeta literario que siguió todas las modas de una época enmarañada y que se propuso desoír la solemnidad de la naturaleza, deja fluir a través de su poesía un constante canto de agua, un rumor de aire y hojas y una grave humanidad que se apodera por completo de sus penúltimos y últimos poemas”.


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

NELLY ELÍAS DE BENAVENTE
(Tucumán-Argentina)

Libro: Un espejo de la narrativa del Noroeste
Textos ganadores del Concurso Regional Norte Cultura.

Este libro compendia los trabajos de los ganadores  del  Primer Concurso  Regional  de  cuentos organizado por el Consejo Regional  Norte Cultura, organización integrada  por las provincias del NOA que "tiene por objeto promover y coordinar la actividad cultural en general, en base a objetivos y políticas concordantes y concurrentes para el desarrollo armónico de la región" según se advierte en  la solapa.  Un buen diseño de tapa de Grit  Kirstin Koeltzsch  nos  introduce  a  imágenes paisajísticas del NOA.  
El volumen está integrado  por  diez cuentos, dos por cada provincia y un Gran Premio Regional,  galardón otorgado al tucumano Rogelio Ramos Signes por  "Pécora Quichi a destajo", cuento que,  con  sencillez y coherencia,  nos introduce en la vida de  dos hombres martirizados por un pasado, por penas que los atraviesan identificándolos  aunque no se conocen,  y  un fantasma latiendo en sus rutinas, un ente que los horroriza y que finalmente los atrapa  en el mismo carril uniéndolos más allá del tiempo.
"La daga de bronce", del catamarqueño  Héctor Omar Quijano es un relato bien estructurado  que atrapa desde el comienzo y nos introduce en la cruda historia de  víctimas de la Mazorca.
"La verdad sobre la muerte de los pájaros", de José Mariano García  (Jujuy), es la historia de una desesperada búsqueda de la ofrenda  prometida en el intento de cumplir con un pacto demoníaco y su eterna  condena  ante el misterio que lo vapulea. 
"Por qué no se debe escribir frente a un espejo",  del salteño Emanuel Hernán Carrizo, plantea los profundos miedos y  fantasmas  que asedian al momento de la creación literaria. 
"Telaraña", de María Pía Danielsen (Santiago del Estero), describe la relación enfermiza de una madre con su hijo y sus graves consecuencias psicológicas en una atmósfera densa que marca la vida del joven. La autora, con  marcada  imaginación  y destreza narrativa,  va desarrollando  la fobia que  fusiona al protagonista  con el trágico final.
"El árbol de poesía  de Leandro Álvarez", del tucumano Pablo Cerone, plantea la necesidad de proyectar la esencia de la poesía y describe la relación entre dos  seres que se desgrana en torno a los libros. "El rápido de los sueños", de Sara Graciela Rivas (Tucumán), plasma, con armonía en el manejo textual y la temporalidad, el anhelo de tres viejos ferroviarios por  reactivar la locomotora "Angelita" para llevarla a Buenos Aires. Remite al terror de otra época, al momento en que cerraron los talleres ferroviarios. 
Cuentos del Noroeste es  un espejo de la narrativa actual del Noroeste. Con diferentes estilos, tonos, formas y valores da visibilidad a autores, la mayoría hasta ahora desconocidos, que anuncian un futuro  promisorio para nuestra literatura.


JORGE ARIEL MADRAZO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

Autora: SUSANA SZWARC
Libro: La mesa roja

Detrás, o por debajo, de la escritura de Susana Szwarc bulle un secreto. Que seduce y se resiste a ser dicho. Como ese Real indecible que ella invoca en un poema de “En lo separado” (“…lo Real / salido de cauce/ nos ahoga”), un Real que finge cobrar cuerpo en los millones de seres y cosas de la mal llamada “realidad”. Pero la misma Susana escritora, tiene un secreto. Creo que lo descubrí: en momentos muy especiales, abre dentro de sí las ventanillas de un tren fantasma, quizás el mismo tren capaz de estar simultáneamente en todos los sitios y todas las épocas en el relato “El aire justo”. Entonces, la poeta mira hacia adentro del tren, y vagón tras vagón van sucediéndose pogroms y exilios, hombres y mujeres llegados al Chaco natal desde el otro lado de la tierra, baldes vacíos que pesan más que llenos (ya sea porque portan el agua bienhechora de lo imaginario, o porque cargan el drama de la sequía). Y pasan por la pantalla vocablos en lengua indígena o en polaco alternando con charcos barrosos donde nadan dos largas trenzas infantiles, o el sombrero que navega por el río y es de pronto inundado por la lluvia, más árboles, cosecheros golondrinas, la Reservación indígena, algas enroscadas en la falta de comida, y el ensueño de mujeres a quienes los hombres llaman prostitutas para no dolerse por la separación: Bárbara, Sheila, Luva, Mara…

Por si fuera poca toda esa maravilla que fulgura en el aleph de la poeta, tanta mixtura de belleza y angustia es acunada de pronto por la insólita voz de un saxo –pero ¿qué hace un saxo allí?- mientras las niñas salen de los ranchos. Como algo natural se juntan las lenguas, mientras Madre, con un pañuelo rojo que funge de escenario, remonta su teatro interior para contar y recontar, como en una quemante autoparodia, cada hito del desarraigo y de la memoria. O bien, Madre llora calladita en el cine. Porque “el tiempo no se queda quieto. Sopla”. Y la hija reprocha: “¿Por qué no llora bajo el peso de la luz?”. En el libro Una felicidad liviana, de 2007, hay un cuento que me parece muy revelador del trabajo de Susana con la imaginación; lo que equivale a decir: con el fluir de la conciencia, y con las transposiciones y dislocamientos espaciales y sintácticos del lenguaje. Y no perdamos de vista que toda sintaxis es una visión del mundo. Según ese cuento, Luciana , en una plaza, recuerda (o inventa el recuerdo) de una canción: “¿Adónde se iba el
lmundo cuando yo cerraba los ojos?”. Consecuencia: acostada sobre el pasto cierra fuerte los ojos. Un amigo, Facundo, de paso para el gimnasio, habla con ella alguna palabras, alude con sobria nostalgia a su provincia, le regala una crema para el pelo. En un súbito cambio de escena, Luci se sienta en un banco libre de la plaza. Va otra vez a cerrar los ojos cuando cae Jorge, que se ha puesto a vender ropa usada, cuenta que extraña a su pueblo y: “Te traje esta blusa”. Luci ahora está de gran palique con la mamá de un chico a quien se le había escapado un globo, y la señora suelta una bella palabra: “incordio”. Las luces de la plaza se confunden de a poco con la últimas del sol. De inmediato está frente a ella su amiga Mercedes, empleada en el bar de la esquina; debe entregar unas empanadas, le ofrece: “¿Querés una? Bueno”. Comentan de Eduardo, que pasa corriendo “cada vez más rápido”. Más tarde, dentro de ese peculiar caleiscopio de imágenes y encuentros fugaces, aparece Darío. Luci interroga: “¿Te gusta mi blusa?” “Sí.” “Entonces llevame a tomar un café”. Después Luci va a otra plaza, vuelve a pasar Eduardo, el corredor. Le dice: “Estoy corriendo” y Luci responde: “Sí, te ví en la otra plaza. Pero ¿cómo hacés para estar en dos plazas a la vez?”. Luci piensa que él, todos ellos, sus amigos, son dioses, dioses que logran hacer cosas imposibles. Aunque, se dice, dioses deprimidos. Escucha una bocina y la voz de Darío: -Vení, Lucita, te llevo a dormir. Luci contesta: –Mejor llevame a otra plaza. Quiero ver el amanecer-. Con esas palabras, concluye el breve y mágico relato.

Y bien: en éste y en otros textos de Susana Szwarc creo percibir un movimiento que provoca en mí múltiples resonancias. Por un lado, la fragmentación o disociación del hilo discursivo, su agrupamiento en bloques aparentemente autónomos y que irrumpen de modo explosivo, fotogramas de una película con enigmas y tramos oscuros. Como si fueran exclamaciones o hilaciones erráticas. Por otro, me hace vivir la sensación de la simultaneidad: es una poética, me atrevo a sugerir, acaso no muy alejada de aquel verso de Gertrude Stein: “Una rosa es una rosa es una rosa”, una rosa ilógica –por la redundancia- para el sentido común, pero que está viva y va transmutándose dentro del devenir temporal. Como los rostros simultáneamente de frente y de perfil –rostros que ocupan, al mismo tiempo, tiempos diferentes- de las mujeres de Picasso. Recurrencia tautológica que logra que la rosa de Stein sea roja de verdad, como pocas veces en la historia de la poesía. En la línea abierta por Apollinaire y Max Jacob.

Circularidad, poema que se muerde la cola como el dragón Ouroboros de los alquimistas, que se piensa a si mismo mientras se despliega, que jadea y se construye o deconstruye como cuerpo vivo en el espacio. Mejor dicho: lo que aquí percibimos son los órganos, las sílabas o letras de ese cuerpo-poema, separándose, rompiéndose y reuniéndose en sorprendente interacción. Así, escribe, o susurra, Susana, en el poema Definición (Bailen las estepas, 1999): “Alza el balde. Se pregunta / cuál pesa menos, un lleno / o un vacío. No alcanza / la respuesta porque ve / otros ojos…”. Acoto: Me fascina, ya en estas pocas líneas del comienzo, la capacidad de elipsis, de saltarse la referencialidad, de irradiar tanto con lo mínimo. Y en este exacto punto se produce una ruptura porque la atención se dirige a alguien que observa (¿será el aludido por la línea anterior: “ve / otros ojos”?). Cito: “El observador determina / que semejante situación: / la sequía, el calor, pero / sobre todo el largo trayecto / con baldes repletos, / es dramática para una mujer.” El poema no dice: “el observador piensa”, sino que “determina”: ahí se determina para el lector que la situación es dramática, sin necesidad de imágenes supuestamente dramáticas. Para continuar así: “Mientras la mira / caminar con los baldes / le informa: es un drama.” (Notable: esto se asemeja a esas anotaciones al pie, distanciadoras y como confidencias al lector, en las novelas de Arlt).Y sigue: “Pesa vacío. Lleno pesa menos, / dice, la del balde / y ofrece agua. Silencio. // Junta. / Envuelta en la mirada / que le avisó, su andar se hace/ pesado. Tiene sed.”

Confieso mi admiración por la enigmática circularidad y la austera riqueza de lenguaje (valga la paradoja) así como la floración imaginativa de este poema –como en todos los demás- de Szwarc. Todo sucede en él a partir del misterio, casi crístico, de ese balde que ¿se auto-colma? ¿ofrece ella el agua que no carga en su balde vacío, aunque para el observador está repleto, y hay más de un balde, son “baldes repletos”, o quizás ofrece el agua que habrá de juntar? Y a pesar de tanta alusión al “agua” la palabra “agua” se dice una sola vez. Y no obstante tanto girar alrededor de la idea “agua”, ella tiene sed. Una rosa es una rosa es una rosa…

Esta escritura me resulta muy fiel a una gestualidad interior: mientras leo o escucho los poemas de Susana creo estar viendo sus gestos en el aire, hacia adentro, como quien teje, o disparados de pronto en un breve aleteo hacia otro punto del espacio, de la letra, como la sintaxis disruptiva de un colibrí. Son textos activos, cuasi teatrales. En ellos, los grises o fulgores de la domesticidad, de la privación y de los pequeños lujos de poseer algo, sea un pan o un amor, palpitan contra el telón de fondo de escenas brumosas unidas por el vaivén de la conciencia. O de esa memoria donde vuelven Bujara, Siberia y “los campos que concentran”. O del sueño. Y la resignada constatación de que la vida desgasta, en su vacío o su plenitud. Y el hambre, que la lleva a preguntarse: “¿Por eso, al comer, tragan / con una alegría que lastima”?

Mucho tiempo, muchas palabras han transcurrido para Susana Szwarc desde aquella “niña flaca, decimal con su flor / roja al ladito del borde”. Y muchos cuerpos, que se trasuntan en esta escritura donde acontecen cuerpos en riesgo o ante distintos desenlaces posibles. Como ese relato donde esboza varios finales. No me parece casual que uno de estos poemas se titule Telón, y concluya: “Pero mis ojos están fijos / en el telón que cae. / Ya no se ve // Afuera, la frase estará contenta”. Pestañeo, vuelvo a Leer: “Afuera, la frase estará contenta”. Poesía de jugarse el todo en el lenguaje. Porque Susana Szwarc sabe, y lo dice, que es “…una costumbre de mujeres, hacer acto la palabra”. Un acto ejemplar, el de esta mujer/poeta. El de esta escritura que conmueve, moviliza, transforma.


PÁGINA 18 – CUENTO

GLADIS COLLADO MEDINA
(Arequipa-Perú)

LOS  PLAZOS   SIEM­PRE LLE­GAN

Frente a su imagen en el espejo, los ojos umbrosos  de su rostro demacrado  parecían  no pertenecerle, escrutaban cada rincón como si percibieran la falta de algo; sin embargo, todo estaba en su lugar.  Se descubría nebulosa frente al espejo con ese rictus ahora habitual en sus labios, cerró los ojos en inspiró todo el aire que pudo. - Soy yo-  dijo, es hora de terminar, son demasiadas cosas, lejanas, reincidentes, adheridas a mi piel; es hora.

Sus manos alisa­ban los cabe­llos lacios y negros, una y otra vez, sus labios volvieron a murmurar "los plazos siempre lle­gan", ese susurro, cortaba el aliento quedo muy quedo. Y tal como se había sentado, frente a su imagen, pausadamente escribió una nota y quedó jugando con el bolígrafo entre los dedos, por un momento su organis­mo se volvió a es­treme­cer. La nausea le comprimía el estómago. Había un vaso con agua cerca del espejo, ella lentamente lo bebió y una pastilla se deslizó suave­mente por su garganta. Respiró profunda­mente hasta sentirse aplasta­da por sus pro­pios senti­dos. Su cere­bro parecía estallar.

Los  acordes sordos de frus­traciones dieron paso al silencio. Y al golpe mecánico de sus latidos golpeaba también el bolígrafo entre sus dedos, tal como sus sienes cada vez más y más. Su piel húmeda adormitaba su cere­bro. Pesadamente sus ojos negros se entreabrie­ron para observar aquella cama don­de se encontraba él, con aquella respi­ración rítmica que indica un sueño tranquilo. Una sonrisa irónica se le dibujo en el rostro, luego otra vez aquella densidad en su mira­da; vertiginosa­mente, le pasó por la memoria toda su vida, esa agridulce gama de experiencias que jugueteaba en su memoria, movió la cabeza.

Esa historia, pro­mesas y esperanzas yertas desde el día que murió la abuela y todos fueron a casa de mami; todos menos él; que presuroso salió hasta llegar al por­tón del cementerio y ella corrió para darle alcance.  ¿Qué haría entre los familiares de la madre de su suegra?, se sujeto como de cos­tumbre al brazo de él. - ¿vamos a casa de mami amor?- ¿Por qué me sigues? ¡ vete, tengo cosas que hacer Mientras esas pala­bras reso­naban en sus oí­dos, se sintió arrastrada  por rápi­dos pasos. Sus brazos quedaron exten­didos en el pavimento y mientras su esposo se ale­jaba, algu­nas perso­nas se arremolinaban a su alrededor  y otras gritaban ¡la señora se desmayó!, es tan joven.

Todo pasó rá­pido, para ella era un vídeo lento; flo­taba, flotaba entre pasadizos de ventanas altas, mandiles blancos, fras­cos, equipos, agu­jas y sobre todo ese dolor en el vien­tre desgarrándole las entrañas y luego la oscuri­dad. En aquel silencio había perdido a su bebé. Momentos que debiera haber olvida­do,  pero de vez en cuando, un sabor amargo le re­co­rría la boca. Su vida no tenía sentido. ¿Cómo vivirla? Ella lo supo desde aquel momento que decidió estu­diar una carrera, y a pesar de tanto obstácu­lo, terminó por graduarse en la Facultad de Educa­ción en la Universidad. Ahora él estaba allí, en aquella cama de la cual pasaba a la silla de ruedas, desde hace unos cuantos meses era así. Movió la ca­beza y los recuerdos del piso de maternidad volvieron. Aquel día de repro­ches, " fue tu culpa, eres tan débil,  dijo él”. Desde aquel entonces había transcurrido algunos años, y casi uno desde que él se ha­bía com­prado unas pe­sas e imple­menta­do un gimnasio en la habi­tación de "junior". Soberbio se pa­seaba frente a ella con aquellas pequeñas pesas que a veces deja­ba a sus pies, o frente al jardín, o en el pasadizo del segundo piso, a pesar de las protes­tas de Alejandra. -  No  las dejes allí por favor. - Qué, tienes miedo a tropezar, no me extrañaría eres tan torpe, siempre fuiste torpe. Ella como siempre quedaba en silen­cio.

Aquella madrugada, exactamente hace tres meses, despertó abruptamente y entre sueños escuchó un ensordecedor ruido que venía del pasa­dizo, al salir un gato asustado saltó por el jardín. Allí se encontraba una de las pesas,- ¿dónde estará la otra?- se pre­guntó. Trató de dormir, era muy tarde y como todos los fines de semana, él no había llegado y lo más probable es que no volve­ría sino hasta el do­mingo muy tarde, o el lunes por la madruga­da, ya se había habi­tuado a estas ausencias. Rayaba la aurora cuando escuchó que al­guien se quejaba en el jardín. Salió presu­rosa su esposo estaba tirado, abajo junta a una pesa. Había rodado por las escaleras.

Una vez más se contemplaba en el espe­jo, pero esta vez, el dolor de cabeza de mu­chos años había desapa­recido, volvió a leer aquella  nota " Los plazos siempre llegan. Así te respondí en la maternidad " todos te­ne­mos un niño muerto en los brazos que nos negamos a ente­rrar, hoy mi niño descansará en paz. Ale­jan­dra". Mecánicamente untó su cara con algu­nas cre­mas, luego de algunos  minutos el  maqui­lla­je quedaba perfectamente alinea­do, alisó sus cabellos nuevamen­te. Una sonri­sa extraña di­bujaba su rostro. Levantó sus vali­jas y aquel memorándum donde la cita­ban a una es­cuela de provincia. La nota, el lapice­ro, el frasco de aspirinas y él, queda­ron allí, mien­tras la puerta de la habitación se cerra­ba y un paja­rillo anunciaba un nuevo día.


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

 ANA ISTARÚ
(San José-Costa Rica)

LA NOCHE DE GRAFITO

Una mujer
presiente el eco de la tierra en sus entrañas.
Agita su pandero, su cúpula de carne.
La están nombrando a voces.
Hay sirenas barrocas que rondan por su cuarto,
un nudillo invisible,
un ariete que empuja y quiere tocar el aire,
salir para mirarla, morder el verbo madre,
asaltarle los pechos,
ser colibrí.

Una mujer
se abalanza a la noche,
viaja en un riel de plata,
no le importa la lluvia ni el fragor del silencio.
El corazón le escuece como un verbo indomable.
Rememora el fermento de esposo que bebiera,
las nueve lunas lánguidas.

Una mujer
ha atravesado el aura de una ciudad que duerme,
la noche de grafito.
Desanuda su claustro, se adentra en sus entrañas.
No espera más.
No vuelve más.
Emite el canto azul de las ballenas.
Está jurando amor
por un desconocido.
Una mujer
celebra
un himeneo de fuego
con la vida.

LA MUERTE ES UN REPLIEGUE

Todos seremos despeñados
en álgido preludio hacia el adiós,
la oscuridad, la nube indescifrable.
Llegar a ser no ser
ni nada de la nada.
A quién tender el viaje umbilical
de la nostalgia,
decirle sollozantes,
ya nos vamos, que voy, me voy.
Estamos en la muerte chapoteando,
enrarecidos.
Lleva el filo de este beso a la testuz
poblada de la fresa,
al polvo calcinado por el brillo,
al punto sacro sobre este territorio
donde por vez primera vi y así lo supe:
este es mi amado,
rozando, tangencial, el infinito. El sol,
los mármoles celestes,
los que viajan aún: los argonautas
que elevan la sangre azul del mundo.


CAMILA CHARRY NORIEGA
(Bogotá-Colombia)

LUGAR DE ENCUENTRO

Después de todo
parece que el lugar de nue­stro encuen­tro es el desamor.
Dirás que el mundo tiene la culpa;
el ir y venir de tu casa al tra­bajo     del tra­bajo a la tarde
la culpa es de la llu­via       de los ado­les­centes que se resisten a apren­der
de los horar­ios    del dinero que no alcanza
jamás de tu silen­cio.
De lejos te observo y con­firmo     que el amor que uno des­cubre en uno
se olvida de uno y se escapa para habitar soli­tario
bajo la oscuri­dad que un día lo incendió;
mi amor por ti se aleja y me aban­dona 
se va con­tigo y yo me quedo sola.
Qué sola he estado desde que te amé
Qué incierta se volvió la vida
Qué largas las horas de la noche
cuando tu mirada me con­vierte en un fan­tasma
y te ale­jas y me olvi­das.
Nunca la certeza             sólo la cari­cia que retiene y  mata
la noche a tu lado sin esperar un mañana
mi cuerpo ten­dido  atento   despierto;
nunca he estado más viva y más con­sciente de la muerte
nunca  con seguri­dad
más inde­fensa
como cuando tus pal­abras saltan a mi corazón como furiosos ani­males
y debo res­ig­n­arme y esperar
en este pre­sente ciego en que te tengo
frágil
en este pre­sente que se quiebra con una pal­abra
con un gesto
en donde cualquier seguri­dad es una ame­naza que me lanza el tiempo
y me recuerda que no siem­pre te ten­dré.
Y tú lo sabes
no es el desamor el que hace daño
es sospechar,
intuir   saber   no querer saber
que nunca me has amado.
Aun así
tú sabes que hubo noches en que mi cuerpo y mi voz
te apartaron por un segundo de ti mismo y de la vida
y fuimos felices pero tam­bién y siem­pre lejanos
y sabes tam­bién que aque­llo que se alz­aba 
suave     vaporoso    bril­lante
a través de la noche     a través de nue­stro cuerpo
no era pre­cisa­mente el amor que volvía a mí     que record­aba su ori­gen
no era tam­poco la com­pañía
ni la pal­abra tierna y des­cuidada que se te escapaba
ni tu nom­bre;
no era tam­poco tu nom­bre que me dabas
para que pudiera con­vo­carte en medio de los días tristes.
No.
No era eso y no lo es
porque seguimos acá     
en el mismo punto
de la misma forma
yo en estas pal­abras   tú desde tu silen­cio   en tu casa
lleno de ti mismo 
sin temor    sin miedo a que al fin llegue el desamor
y me vaya.
Parece que el único lugar de encuen­tro entre los dos es el olvido
el olvido que pueda hacer de ti otros ros­tros y otras voces que aún desconozco;
no la calle emp­inada hasta tú casa 
no la cama     ni la voz al telé­fono que te dice que te ama
que te pide que me quieras   que me calmes    que me escuches
porque después de todo no me has visto
no me has visto cuando he creído
con esa ale­gría absurda que pro­duce el amor
que al fin me habías encontrado.
Ahora  en el pre­sente triste de esta noche
lo único que espero es que llegue el día en que el desamor
ocupe todos los espa­cios de mi cuerpo
todos los pen­samien­tos
todas las pal­abras que ocu­pas tú.


PÁGINA 20 – ENSAYO

MARIA PIA DANIELSEN
(Santiago del Estero-Argentina)

EL DESEO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

En los últimos meses hemos sido testigos de una especie de explosión de la literatura erótica, que llega a colocar varios ejemplares en la lista de los más vendidos, todo ello impulsado, en parte por el auge de las redes sociales, el apartamiento de los conceptos de reprobación o pecado que en otros tiempos este tipo de lecturas llevaban implícitos, el marketing y el éxito indiscutido de la novela erótica “Cincuenta sombras de Grey” de la autora británica E. L. James que ha vendido más de 31 millones de copias en todo el mundo.
La literatura erótica siempre ha existido. El erotismo y el sexo han estado asociados a la sociedad y la cultura del hombre desde los inicios de los tiempos, y el caso de la literatura no es una excepción, si bien a menudo se ha visto sometida a la censura por considerarse reprochable o inmoral.
¿Qué es lo que hace erótico a un cuento o una novela? ¿Se las puede caracterizar meramente como una narración o descripción de actos sexuales? ¿O tal vez resulte que el objeto de representación de la literatura erótica no sea el acto sexual en sí mismo, sino el deseo?
Nada mejor que recurrir a Mario Vargas Llosa, autor de poderosas escenas eróticas en sus textos: “Elogio a la madrastra” o “Travesuras de la niña mala”, quien dijo que “una literatura que es sólo erótica difícilmente llega a ser grande, debido su necesaria monotonía temática”.
Despuntamos entonces otro concepto que subyace entre críticos, autores y lectores: la literatura erótica se suele considerar un hermano pequeño de la literatura, aunque existan historias que, contadas por manos expertas y empleando en su elaboración evidente talento literario, perduran y perdurarán más allá de censuras y de modas.
Si la pornografía en la literatura es narrar o describir meramente actos sexuales, puede resultar ser monótona o aburrida. Pero nada de ello sucede en la literatura erótica, cuyo objeto de representación no es el acto sexual sino el deseo, cuyas formas son, literalmente, infinitas.
Actualmente la mujer ha pasado de ser musa de inspiración a protagonista en la creación de obras literarias y la literatura erótica. En la producción narrativa femenina el registro de la experiencia erótica ha venido cobrando más y más importancia. Una de las primeras mujeres en ingresar en el campo de la literatura erótica es la novelista americana, nacida en Francia e hija de padres cubano y española, Anaïs Nin, famosa por su obra Delta de Venus (1940). Allí expone diferentes temas sobre sexualidad, algunos considerados tabú como el abuso, incesto, homosexualidad, prostitución, infidelidad y pedofilia, pero sin perder el foco sobre su trabajo que es el estudio y la descripción de la mujer.
En 1954, Anna Desclos usando el pseudónimo de Pauline Rèage, obtuvo un enorme éxito con la publicación de “Historia de O”, no exento de la habitual polémica e intentos de prohibición que conlleva el erotismo, y en la que describe cómo una joven y enamorada parisina es adentrada en los conceptos del sadomasoquismo. En esta obra la autora consigue dar un nuevo enfoque a la sensualidad, colocando al lector entre cadenas, látigos y demás artilugios del ritual “BDSM”, sin descuidar la trama.
La escritora francesa Marguerite Duras, quien tras más de cuarenta años de carrera literaria, publicó en 1984 “El amante”, el cual supuso un enorme éxito editorial. En dicho libro la escritora recuerda su juventud y describe de forma apasionada y apasionante la relación entre una adolescente y un rico comerciante chino de 26 años, que provoca una madurez prematura en la protagonista.
Autores argentinos se atrevieron al género como Silvina Ocampo, Eduardo Gudiño Kieffer, David Viñas, Abelardo Castillo, Ana María Shua y Angélica Gorosdischer, distribuyendo cuentos en las sugerentes páginas de los libros “La Venus de papel” y “Sex-Shop”. También Federico Andahazi, famoso por sus novelas de tinte erótico como “El Anatomista” y “Las Piadosas” que tuvieron amplia repercusión literaria y fueron muy exitosos en las ventas.
Personalmente no he tenido acceso a la lectura de autores santiagueños que cultiven el género erótico, aunque existen párrafos de narrativa o poesías de indudable valor literario y altamente sensuales escritos por comprovincianos.
En cuanto al boom literario “Cincuenta sombras de Grey” de E. L. James, la novela se destaca por sus escenas explícitamente eróticas, con elementos de las prácticas sexuales que involucran: bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo, masoquismo (BDSM). Sin ser crítica literaria y respetando profundamente las diferentes opiniones de lectores y autores, puedo manifestar que no considero su texto como una obra literaria de arte. Resulta fácil de leer por el lenguaje llano, el argumento lineal, la simpleza de los personajes y además la trama recorre todos los lugares comunes de las historias de amor rosas con el agregado del BDSM explícito. Encaja en el género romántico motivado por relatos de doncellas, hombres trastornados y temáticas de sumisión y dominación.
Su lectura no ha dejado impronta en mí, tal como lo hiciera la novela “El amante” de Margarite Duras por el cual la escritora recibió el prestigioso Premio Goncourt. En ella el lector goza de una rara atracción literaria. La estética seduce, el ritmo atrapa y en cada palabra hay un secreto guardado de Duras que uno no llegará a comprender jamás, pero que indudablemente revela la alta calidad literaria y el talento indiscutible de su autora. Y para muestra, un breve y seductor párrafo: “Ella no lo mira a la cara. No lo mira. Lo toca. Toca la dulzura del sexo, de la piel, acaricia el color dorado, la novedad desconocida. Él gime, llora. Está inmerso en un amor abominable. Y llorando, él lo hace. Primero hay dolor. Y después ese dolor se asimila a su vez, se transforma, lentamente arrancado, transportado hacia el goce, abrazado a ella. El mar, informe, simplemente incomparable.”


PÁGINA 21 – CUENTO

PABLO M. ANTÚNEZ 
(Durango-México)

LECCIONES DEL CUERVO

Era un muchacho ciego que solía pedir limosna en la entrada de una pequeña capilla. Su vigorosa piel sugería su edad alrededor de quince años. Era común verlo los sábados y domingos sentado o parado en los escalones de la capilla.
Una mañana, cuando entré a la ermita, miré muy cerca del altar al muchacho. Un bolso de cuero colgaba de su hombro izquierdo donde introducía unas monedas que traía en la mano derecha. Cualquiera hubiera pensado que estaba contando las monedas.
Sin ponerle mucha atención, caminé al Santísimo y me senté en un banco.
El muchacho con cierta dificultad se acercó al altar y con su bastón localizó un asiento. Se sentó no muy lejos de donde yo estaba.
Circunstancialmente dirigí la mirada a la ventana y miré un cuervo aproximándose a gran velocidad. Sin la menar oportunidad de reaccionar llegó hasta la ventana de vidrio y se introdujo  a través de ella dejando un agujero.
El cuervo permaneció un rato en el piso. Posiblemente estaba inconsciente, pero después de un tiempo comenzó a encoger la membrana que cubría sus ojos.  Los cuales eran enormes y amarillentos con pequeñas rayas azules alrededor. Estiró sus patas y levantó la cabeza, se paró sin mucha prisa y sacudió sus alas. Giró hacia mí, luego hacia el muchacho. Se impulsó contra el suelo y voló en círculos alrededor del muchacho como unas tres veces, y sin más, se arrojó  cómo una lanza contra el muchacho, encajándole su pico en el ojo derecho. El cuervo quiso sacar su pico de inmediato, y al ver que no era fácil, sacó sus garras y empujó con fuerza dejando profundos cortes en la cara del muchacho.
El animal volvió a tomar vuelo, ahora giraba en sentido contrario alrededor de su víctima. Cuando sintió suficiente ímpetu, nuevamente se proyectó contra el muchacho, esta vez su pico lo incrustó en el ojo izquierdo e hizo caer al muchacho de espaldas.
El cuervo voraz comenzó a picotear a ambos ojos del muchacho.
Pensé espantarlo, pegarle un manotazo o agarrarle las patas y arrojarlo contra el piso; pensé incendiarle las plumas con una veladora, pero recordé su mirada amenazante y el color de sus ojos, daban escalofrío mirarlo. Eso me detuvo. Por un instante dejó de picotear al muchacho y volteó hacia mí. Parecía que adivinaba mi intención.
El cuervo tomó aire, por espacio de unos segundos, luego prosiguió su maniobra con más enjundia. Ahora le daba de picotazos alrededor de la boca y en los cachetes.
Esta vez me levanté decidido a enfrentar al animal sin importarme si se abalanzaba contra mí.
– Si no hago nada, lo matará. Me dije.
Sin pensar en las posibles consecuencias caminé muy de prisa dispuesto a agarrarle el pescuezo y arrojarlo lejos del muchacho.
Pero cuando estuve muy cerca de la pelea, miré que el muchacho había prensado la cabeza del cuervo con sus dientes.
Los dos comenzaron a convulsionar. Ahora parecía que los dos necesitaban mi ayuda.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)

PERTENENCIA

tengo más palabras en el alma
que en el lápiz
más sonidos en los poros de mi piel
que plan en mi futuro
los pasos que me van marcando
la vigilia del tacto y el amanecer

tengo tanto que decir dentro mi silencio
que las palabras son de submarino
metástasis de ecos medulares en mis huesos
un aventurarse solo en las cavernas de mi amar
como una latencia de simiente
un río nocturno buscando su estero en el mar
océano de siempre
con el rostro del tiempo
máscara de espuma
eco de silencio vuelto sal

tengo y no tengo
nada que se parezca a nadie
memoria con sangre de humo
palabras que inscriben
pétalos de piel
espinas en espiral
rosas enterradas en los vientos
como piedras sembradas
en el instinto de cruzar fronteras
para nacer desde siempre en cualquiera

tengo otra forma de decir
otra forma de morir
cada vez que cruzo el portal de mi soledad

otra forma de vivir
cuando escribiendo
encuentro el eco de la espina
y el grito de la forma en el mar
como si el camino
fuera un consejo
o un duende de arena
que juega conmigo
a desaparecer palabras
como si fuesen estrellas perdidas en el mar

CIMIENTE

todo saludo es una despedida
tal como todo río es el mar
cuando todo tome su lugar
hasta que muchas veces sea ninguna
tal cual como mueren los capullos
porque solo ellos saben cuando florecer



ANGEL FERRERO MACHADO
(Paraná-Entre Ríos-Argentina)

Cómo comprender la rueca de la vida,
cómo desgranar las tuercas sin partir tornillos,
cómo avanzar sin ruedas tantas millas, exangüe de...
tanta piedra y roca, tanta ágata sin centro, tanto espanto.
No quise ocasionar tanta molestia
ni embarullar las aparentes calmas de mayores.
No quise apabullar las mansas arenas,
arremolinar las siestas en callada presencia.
Por eso callé mirando zapatillas de lona
desgastadas de tanta quietud pateando piedras
hacia un invisible arco ovacionado.
Por eso un día exausto del silencio
inventé un grito misterioso
parturiento y loco.
Supe hacer reír y morder rabia,
supe distraer a distraídos,
simular vestidos y disfraces casi exactos.
Cómo destejer andando raudo entre titanes,
cómo reaprender el hilo contra hilo,
macramé fatal, pendiendo agujas.
Cuántas fantasías, artesanías mi insanìa teje,
cuencas vacías descubriendo sesos.
Cóncavo existir, fetal arrullo interrumpido a veces,
las madres de los huérfanos sangran leches
y los huérfanos mueren de tristeza entre arreboles.
Nadie entiende el por qué, nadie cuestiona,
se desliza como nota en un piano triste y emociona.
yo tampoco brillo, ni luzco medallas o diplomas .
Sólo llevo un traje de cebra, cojeo entre fantasmas,
me encabrito a veces,
soplo fuerte y bostezo.
El inmundo mundo me titula indiferente,
los astros ignoran mis plegarias.
No soy yo ni tampoco él
la primera persona de esta historia,
es la rueca de la vida
en su ilusorio vaivén que tambalea
las sapiencias cultas ocultadas.
Denme una rosa roja, un clavel de ojal,
un nomeolvides tieso.
Denme los harapientos niños su rencoroso ojo.
Denme un dedal vacío y pondré mi brazo,
denme amor y calmaré mi infinita sed.
El amor salva al peor de los reos,
el amor es la estrella mesiànica.
¿Lo sabías?


PÁGINA 23 – ENSAYO

LILIANA DÍAZ MINDURRY
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA MALDICIÓN DE LA LITERATURA: Violencia y literatura

Bachelard se refería a una poética del aire, del agua, de la tierra, del fuego. Me gustaría agregar que una poética del aire es de tendencia metafísica, el agua lleva a la sensualidad, el fuego a los misticismos y blasfemias (sean o no de índole religiosa), la tierra a la vida cotidiana. Pero ese fuego devorador, lo pasional en el sentido de padecimiento y de infligir violencia a las mismas estructuras gramaticales está en la naturaleza poética. La poesía (término que incluye los otros géneros literarios y descartando lo poetizante en el peor sentido de altisonancia) muestra el caos falsamente ordenado por el lenguaje que se imagina a sí mismo referencial, al producir violencia en el centro mismo del decir. Digo esto para decir lo otro y para decir sucesivas cosas y para atacar la linealidad gramatical (que no es más que la reproducciones de las estructuras lineales del pensamiento) y para eviscerar las palabras cortadas y hasta corrompidas como en la divertida y singular novela El orden alfabético de Millás, de escritura liviana que depara sorpresas. Violencia en el sentido de quebrantar y violar. De forzar el lenguaje hasta vaciarlo y tergiversarlo. Atropellar las palabras para que expulsen contenidos íntimos, secretos, paradojas. No respetar palabras ni convenciones, sabiendo que la primera convención es la palabra y es necesario demostrar su falsedad en nuevas y nuevas convenciones igualmente falsas hasta que toda convención quede rota por sucesivas violaciones que siempre muestren el agujero en el sistema. Disfrazar para desnudar, desnudar para disfrazar, para desnudar, es decir, para disfrazar. En otras palabras, proferir maldiciones contra el mismo Mal-Decir del lenguaje, demostrar toda su categoría de instrumento infernal. Hasta aquí hablamos de atropellar a la palabra. Ahora hablemos de atropellar el sentido. Mostrar la extrañeza radical de todo presunto sentido a través de palabras que muestran la desnudez del Agujero. Una fuerza impersonal nos lleva a cualquier parte. Llamarlo inconsciente no nos ayuda. La misma muerte aparece como sentido fundamental de todo y es una muerte que no es muerte. Es la violencia de no terminar de morir y de no saber qué es ese extraño sentido porque no se puede escribir o decir la muerte. Como hacerlo si la muerte es lo esencialmente extraño. Como la palabra. También la palabra es lo esencialmente extraño. ¿Cómo? ¿La palabra no era un puente con el mundo exterior? ¿No era la forma de alcanzar al Otro? ¿Se trata ahora de violentarla para distanciarse del Otro? ¿Para mostrar con más fuerza que el puente está dinamitado? ¿O esa violencia es para mostrar su engaño, pero también para desencadenar sus poderes mágicos? ¿Arrancar los poderes mágicos? ¿Arrancar el encantamiento del mundo para formar un nuevo mundo, un nuevo encantamiento? ¿Hay un mundo exterior? ¿Diremos con Nietzsche que no hay hechos sino interpretaciones? ¿O con Derrida que antes de la representación hubo una repetición? (Repetition: ensayo). ¿Ese es el mito del eterno retorno? Tal vez si hubo un hecho fue matado por la palabra, quebrado en mil pedazos y sólo queda la interpretación de la interpretación. Como diría Foucault: si la interpretación es infinita es que no hay nada que interpretar. La máxima violencia: saber que la palabra es necesariamente un monstruo de dos caras y que no se trata del equívoco ocasional o inclusive corriente sino del equívoco del equívoco. ¿Transparente por poco sentido? ¿Opaca por mucho sentido o porque no dice nada? Cuando San Juan de la Cruz dice deseando nada está diciendo violentamente muchas cosas. Por ejemplo: que la literatura es deseo de nada. Que ese deseo de nada es deseo de Dios, es decir, deseo de nada, es decir, deseo de Dios. Que la palabra es nada y dice nada y con ella el escritor desea decir eso: la nada, que es como decir todo. Que es infinito lo que quiere decir, y como no hay palabras para decir el infinito desea nada. Y todos los caminos que se pueden abrir, tantos como pasiones que leen. Porque hace falta eso: la pasión. Y la pasión es la violencia maravillada, en éxtasis. Como si fuera lo contrario de la violencia. Pero la palabra literaria es violencia, de mayor calibre que una injuria o un insulto. Porque es amor violento, violentado, que violenta, viola. Deseo. Y de nada. Se trata de un idioma sagrado, con la sacralidad y la brutalidad del fenómeno religioso. Su sentido es secreto porque implica todos los sentidos. Y es tan humano como bestial.


PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES

ALEJANDRO CARRIQUE
(Olivos-Buenos Aires-Argentina)

VERANO MALVADO

Es verano, de noche, hace un calor que no se puede vivir. Además me separé de mi novia, la extraño, y encima me fundí, estoy sin un centavo. Tengo ansiedad e insomnio y… ¡carajo! un mosquito viene siempre a visitarme. Aunque no sé si es el mismo porque no se cuanto tiempo viven, pero al fin y al cabo un mosquito viene siempre a visitarme. Yo sacudo la almohada por el aire para espantarlo, ni gasto en artilugios químicos para matarlo o matarlos, espantarlo o espantarlos. A veces, cuando escucho su zumbido enano que en las noches es muy alto, me tapo por completo con una sabana y le entrego sólo una mano; me da lástima que no coma, si total no me está matando. Y si a veces me enojo y lo mato de un sopapo, no importa, sólo quedará tapado.

LOS MUERTOS

Los muertos quedan tapados, en silencio, en pausa, en… un no se sabe, porque nosotros no sabemos. Quedan acostados, como con túnicas fantásticas que desintegran y hacen polvo mágico.
Los muertos forman luego trombas que van y vienen del espacio. Se ríen de nosotros, y cuando llueve nos salpican todos sus abrazos.

EL AMOR Y EL COHETE DE RON

Es un lindo día el día de los enamorados. Uno se levanta, riega un poco el infierno para que no queme tanto, se mira al espejo, acomoda improvisadamente sus sesos, desayuna recuerdos, se tira en el sofá del living y recuerda como todos los días que hay que limpiar la estufa con estopa y pelo de payaso, y luego sí, se lanza al mundo a buscar el amor. Observa el sol y se enamora de Dios que en verano no usa barba porque se caga de calor.
Una chica te mira. Hacés de tu corazón una flor.
El amor es un invento absurdo, pero te hace volar rumbo al sol en un cohete de Ron.




PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

CARLOS LUIS IBÁÑEZ TORRES
(Pamplona-Colombia)

BAJO LA PIEL DEL ÁRBOL

Lo vi nacer en la cuna
que le preparó  un labriego de mi tierra,
bajo un pródigo firmamento.

Tomó toda la luz, la voz de la luna,
lo preñó de sueños cuando era un niño de frágil tallo;
Crecimos juntos, nuestro origen fue la tierra ancestral,
la herencia húmeda del río que nos fortificó,
que nos hizo fecundos.

Sabemos de la noche andina
porque en el oído de nuestras almas,
se quedaron para siempre,
los espíritus sagrados
con sus voces míticas,
nuestros antepasados, los poderosos,
los cabales, los heroicos Muiscas.

Tengo la misma edad del árbol,
la misma geogenia, la igual armadura de sueños,
somos hermanos de suelo, de cuna, de viento,
de paisaje, la vida nos marcó una distancia en espacio
pero crecimos paralelamente, nos sabíamos hermanados,

nuestras pieles se forjaron con la misma necesidad,
bajo la misma intemperie a golpes de soledad y de silencios,
porque a él lo plantaron, como a mí me concibieron, lejos del camino, solitarios a merced de la lluvia, bajo la dádiva de luz de los soles andinos, en la ruta donde los pájaros  no anidan.

Soy hermano de un árbol que aún me habita la memoria,
que  percibo en pie, venciendo valeroso el paso de las estaciones,
solitario entre el cielo y la tierra.

Y siento que mis sueños, viven aún bajo la piel del árbol.

EL RIO

Cruzó por nuestras vidas lavándonos el tedio;
fue la ruta por donde mandamos al olvido las penas,
allí, en sus calles de agua,
en sus pozos,
que eran nuestras glorietas,
nos volvimos peces, conocimos el poder de sus aguas,
el encanto de correr libres, desnudos como árboles
construyendo bosques encantados,
compartiendo la destreza de atravesar a nado
su cuerpo transparente;
sobre su caudal,
quedaron nuestras primeras lágrimas,
esas que salaron sus aguas,
que pintaron sus espumas con el tenue color de las tristezas;
parte de la infancia, aún navega en su corriente,
y sigue tiritando en la memoria, nuestro cuerpo al viento.
Bajo los rústicos troncos que hicieron de puente,
Lo vimos pasar muchas veces, con su traje enfurecido de invierno, soportando la condena de golpear con más fuerza las piedras, hasta hacerlas sonar adoloridas, hasta mover su entraña; lo vimos vestirse de cristal en los diciembres,
de frágiles coronas de eucaliptos en los mayos,
y también de lunas conquistadas ya por la osadía de los hombres.
En sus orillas aprendimos a caminar de la mano de los pensamientos,
a saber, que en el fondo, la vida, es sólo un afluente del mar del silencio, del olvido.



ENRIQUE SOLINAS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

CAMBIOS CLIMÁTICOS

Padre,
hoy te vuelvo a encontrar
en esta ciudad desesperada.
Charlemos sobre el tiempo
que es mejor
a conversar sobre otras cuestiones.
Hablemos de la lluvia o el sol
pero no me preguntes
sobre la muerte que nos sucede ahora.

La idea de parecerme a Jean Paul Sartre
aun me seduce
como el sonido de un cuchillo,
atravesando la realidad
(y no te lo digo).

Toda muerte
primero sucede en las palabras
para luego llevarse a cabo
en los ojos
(y no te lo digo).

Padre,
hoy te veo
y al mismo tiempo veo al que seré,
pero distinto.

Ya nada se puede hacer.
Es necesario.
Mejor,
                 charlemos sobre el tiempo

EL ROSTRO DE DIOS

a mi madre, in memoriam

Esa mujer
extendida hasta nunca debajo de la sábana
no muestra signos de respiración.
Apenas es el resto de una imagen,
el personaje principal en bastidores
no disponible para despedidas.
Hacia los costados,
sus brazos se alargan y tocan el infinito.
Las manos se apoyan en oriente y occidente
sin ganas ya,
sin intención.

Descorro la sábana y al mismo tiempo
vuela una mosca como ninfa sorprendida.
He aquí la cuestión:
sus labios entreabiertos y la piel extraña
contrastan con el gesto de una sonrisa,
y el único signo de vitalidad
es la mosca
que ha bebido toda su respiración.

Si la mujer sonríe es porque sabe algo
que nunca terminó de decir.
Si la mujer sonríe
es porque nos ha engañado
y nunca sabremos el motivo.
Pasa el tiempo como la vida pasa,
como pasa lo bello y lo triste.
Luego la abrirán en dos
para saber la causa de su fallecimiento.
Luego,
su rostro cambiará y será otra,
alguien desconocido.

Ahora sé que éste es el rostro de Dios:
una mujer que se va y la mosca que sonríe,
compartiendo la misma despedida.
Tan sólo nos queda
cubrir el cuerpo de la desesperanza
y contemplar el aire de la noche,
fatal y divino


PÁGINA 26 – ENSAYO

GABRIEL IMPAGLIONE


LA POESÍA NACE CON EL HOMBRE

Sin el hombre, qué harán los Mercados, tan celosos de las pequeñas perturbaciones del aire y los geranios...

... los dioses del marketing y su servidumbre hacen lo imposible para que las ideas duerman todas en sus jaulitas, o tras los umbrales del nuncajamás, como es debido. Pero ¿qué sucederá cuando el Olimpo del Moneymoney se descubra rodeado por hordas cantoras del abajo, esa malolienteatea comunista libresexual inmigrante clandestina pobre y hambrienta anarcoincendiaria y salvaje poesía?

¡Ah que no pueda meterse en un cajón! ¡Gobernar su impulso de brote y de viento!

Ella pregunta: ¿de qué vale un misíl de largo alcance? ¿En qué cosa es útil un tirano? ¿Cual es el valor de la fórmula tener + tener + tener más?

El “esto-es-mío” de los dueños del mundo ¿es más importante que un manojo de versos en la calle?

Digo: es que los tanques, que parecen tan importantes también en el tercer milenio, ¿son los que distribuyen amor en el planeta?- Ella (irónicamente) asiente, los Mercados treman.

Los binoculares infrarrojos de los marines no están hechos para ver el vuelo de la mariposa sobre las lavandas en flor, para estas cosas se necesitan ojos, un diálogo interior que amanece con la palabra. Pero son más útiles los binoculares. Los diarios hablan de ellos con mayor énfasis que de la poesía. De mariposas sobre la lavanda, a excepción de poetas y algunas tías, no habla nadie. Qué tipo de comunión establece con la vida un cañón? Hay quienes quieren/se permiten escuchar a los poetas, y hay mayorías que prefieren el telenoticiero central... más de lo mismo de lo de siempre. Más para seguir siendo menos, más del jarabe para ahondar el gran vacío de un tiempo ganado por la apatía, la superficialidad, el no me importa; oh individualismo del consumo. Ella pregunta: ¿Sirven los telenoticieros en el tercer milenio?

Digo: La poesía sirve para entender que la luna cabe en una mano. La poesía es el signo de interrogación más elocuente. Sirve para revelar horizontes. Para ver donde se camina. Para encontrar la puerta de salida y la de entrada. Digo, para encontrar y encontrarse. Sirve para rebelar horizontes.

Es llave a veces: una llave sirve para abrir puertas, cajones, baúles, armarios, candados, jaulas y perímetros blindados... una llave es la poesía. La poesía es la voz de la naturaleza.

La poesía es subversiva, viene del otro lado a morderle los tobillos al bronce instaurado en la cima. Dice pan y dice paz. Es subversiva. Digo la Poesía, ingobernable caricia del amor que no se mete en salones de lentejuelas.

La poesía es idioma de realidad en su belleza y en su dramaticidad, es imposible sin el compromiso del hombre con su aquí/ahora y con el futuro. Poesía es palmo de tierra donde fracasan imbéciles, vanales, mercaderes de todas las cosas. Se puede hablar de poesía revolucionaria, de poesía en resistencia, de poesía social, no se puede hablar de poesía mercantil, poesía de la bolsa de valores, poesía capitalista. No se puede hablar de mercado para la poesía porque la poesía no acepta mercados. La poesía respira en la gente. Para los Mercados nada más lejano que las personas, sólo se entiende con clientes. Todo cliente no lo es para Poesía sino para Mercado. Sirven los mercados de lectores? Qué es un mercado lector? Se vende la poesía?- (Los Mercados treman; los Tanques solidarios se ponen en guardia.- Los tanques sí que salen en los diarios).

Digo: La poesía nace con el hombre. Ella dice: -el primer nombre de la primera cosa nació de metáfora.-

La metáfora es poesía. Poesía es arte originario – como los pueblos-, la primera gran maravilla humana, revelación primordial. Escultora de la memoria. Tiranos, usureros y otros residuos no han podido con ella. Con la Poesía. ¿Sirve la libertad? La libertad es poesía. –(Los Mercados treman, los tanques enfurecen.)

La poesía es ejemplo universal de justicia. La poesía como la piedra sirven para decir basta. La poesía no es pensamiento político correcto. Es belleza, también testimonio ante la barbarie. Busca la esencia del hombre, nos advierte. La poesía crea y recrea, inclusive a los dioses. (Los Mercados enloquecen.) Inventa y reinventa máquinas, planetas y animales fabulosos, ángulos perdidos, amapolas y pájaros, luces que no se terminan, nuevas rosas de los vientos. La poesía Emociona. Ella Es. Es poesía el niño que le dice al rey: “Usted va desnudo”. La poesía no es la Sissi de los salones, es una muchacha cualquiera de un pueblo cualquiera bajo lluvia sin tiempo... a Poesía no le caen bien las reverencias, ni sarcasmos detrás del abanico... ni pelucas entalcadas, corsets, espejitos de responder ustedeslamásbella. La poesía asiste a los bailes de máscaras para mostrar el rostro descubierto. La poesía sirve para inventar la rueda cuando tenemos necesidad de una rueda. ¿Sirve la rueda en el tercer milenio?



PÁGINA 27 – CUENTO

OSVALDO BARBIERI
(Santa Fe-Argentina)

ESPECTROS DEL MIEDO

Pasaron dos días desde que Lucio tuvo el insólito altercado con sus padres y su hermano mayor. Esa mañana, él salió temprano con su bicicleta, rumbo al colegio, donde cursaba el último año del bachillerato. Hizo dos cuadras hasta la plaza, y ahí vio un grupo de personas alrededor del monumento a San Martín. Se acercó intrigado. Bicicleta en mano, entre la gente, supo de qué se trataba. Sobre el piso de la base circular, al pie del prócer, yacía el cadáver desnudo de un muchacho. En el sitio, ya acordonado, trabajaba la policía. Ante las huellas de la tortura bestial sufrida por aquel joven, Lucio no pudo evitar un fuerte gemido a causa del impacto. Ese quebranto acalló los murmullos por un instante. Entre los rastros del martirio, él vio que habían quemado sus dedos para eliminar las huellas digitales. “No es de aquí, nadie lo conoce”, comentó un hombre; “esto es un aviso para nosotros”, dijo otro. Llegó una ambulancia, y el cuerpo desapareció en ella. Los curiosos fueron alejándose. Unos pocos cuchicheaban sus temores, pero la mayoría se iba rapidito, como huyendo de esa estampa terrorífica.
Aún conmovido, Lucio montó su bicicleta. Había decidido faltar al colegio, y enfiló hacia la casa de Marisa, su novia. Tenía que contarle esa espantosa experiencia, tenía que mostrarle su indignación, tenía que revelarle lo ocurrido con sus padres y su hermano Joel, tenía que…
Lucio encontró a Marisa estudiando en la galería del chalet. Dejó el rodado en el jardín, y fue hasta ella. Tras un beso ligero, debió esperar que su agitación amenguara. En la mujer asomaron preguntas urgidas. Se dieron un tiempo. Cuando él pudo hablar, menos desencajado, le empezó a referir lo acontecido en la plaza. Pero su relato fue algo enfático, con interjecciones constantes, tanto que demudó el asombro de Marisa.
– ¡Eso tiene que ver con lo que me pasó hace dos días! – dijo, aún exaltado –. No lo sabés porque el fin de semana no nos vimos. El viernes, a medianoche, escuché gritos de auxilio y golpes en la puerta de casa. Desde la ventana del living, entre las tablitas de la cortina, pude ver a un muchacho pidiendo, desesperado, que lo dejaran entrar. Mis viejos y mi hermano aparecieron cuando yo quise abrirle. Ellos frenaron el impulso, Joel me agarró de un brazo, alejándome de la puerta, ¡estás loco, vos! ¡qué querés hacer, tarado!, fue su reacción. Yo empecé a temblar, no sé qué le dije, había perdido el control por aquellos gritos que parecían alaridos. Mi mamá apagó las luces, y quedamos casi a oscuras. Enseguida se oyeron frenadas de coches, órdenes amenazantes, escuché el ajetreo policial, y antes que el silencio volviera, pude zafarme. Por las hendijas de la cortina alcancé a ver cómo se llevaban al tipo. Y, ¿sabés?, ¡en las casas de enfrente, en todas, también habían apagado las luces! Pero lo más terrible para mí fue haber visto, ahora, al mismo muchachito, masacrado en su desnuda humanidad.
Marisa, sin salir de su estupor, lo abrazó como a un niño asustado. Le costaba comprender esa conducta de Lucio. ¿No sabía lo que estaba ocurriendo? Sí, lo sabía, pero ahora le tocó vivirlo de cerca. Golpearon a la puerta de su conciencia. ¡Qué ingenuo! ¡Pretendió ayudarlo! ¡Ocultarlo! Bueno, siempre lo supe. Aunque, más que ingenuo es un ser ultrasensible, de una pureza primitiva. Debo aceptarlo, ¿no es acaso por esa pureza que estoy prendada de él?
A partir de esa mañana, Lucio empezó a recelar de su entorno, como si hubiera cambiado la piel, y con ella detectase otra realidad. Ante su familia, sentado a la mesa, casi no hablaba. Sus seres queridos eran sombras parlantes y risueñas, fantasmas de un sentimiento lejano.
A la tarde fue a visitar algunos vecinos, cerca de su casa. Les preguntaba si no habían oído nada el viernes a medianoche, si no escucharon los gritos y la barahúnda del operativo policial. Con la extrañeza que provocaba esa inquietud, todos respondieron que no se enteraron de nada. Excepto uno que, con sorna, dijo haber oído el alboroto. ¡Por supuesto, no me asomé! ¡Qué me voy a meter!
Esa noche, volvió a estar con Marisa. Discutieron. Lucio no podía aceptar que en ella repercutiera tan poco aquel suceso. Al final le gritó, un tanto desaforado: ¡Ese joven pude haber sido yo!
En el colegio, durante el recreo, Lucio estuvo con sus compañeros más confidentes. Les describió su desquiciante experiencia en la plaza. ¡Ahí estaba el cadáver destrozado! ¡Un muchacho como cualquiera de nosotros! Ellos no sabían nada. ¿Cómo puede ser? ¿Nadie les habló del asunto? Ante su vehemencia en el relato, ya repetido, los amigos le dejaron una sonrisa condescendiente como si fuera un deschavetado.
Buscó ansioso la noticia del crimen en el semanario regional. No apareció. ¡Claro! Al no haber identificación del occiso, al no contar con un nombre, el individuo no existía, y el hecho no ocurrió. Cínico pretexto del miedo. ¿En qué mundo él agitaba su alma? ¿Qué sucedía en esa civilidad cristiana, donde papá y mamá eran devotos católicos? Su fe, ardiente pábilo novicio, se iba apagando. El oxígeno del promocionado amor parecía escaso, enrarecido.
Durante una semana, Lucio no fue al colegio. En cambio, salía a deambular por plazas y calles ignotas. Buscaba…, qué…, qué quería encontrar…, a quién… Tal vez a un ser donde pudiera reflejar su conciencia devastada. Un lunes, al amanecer, volvió a la plaza San Martín. Bajo el monumento, en la base circular, halló intacta la silueta del cadáver, que la policía hizo con una tiza. Ahí estaba, y así se mantendría. Nunca el tiempo iba a borrarla del todo.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

KEPA MURUA
(Zarautz-Euskal Herria)

UN DIA NEGRO

Te diré lo que es un día perdido.
Pensar en el sol cuando llueve.
En el calor cuando hace frío.
En el vacío cuando no eres nadie.
Te diré lo que es un día extraño.
Reprimir una lágrima con fuerza.
Pegar una bofetada al aire.
Escuchar de tu boca un grito.
Te diré lo que es un día sin aliento.
Salir por salir a la calle.
Besar una lengua sintiéndola seca.
Mirarte y no reconocerte en el espejo.
Te diré lo que es aciago por dentro.
Permanecer callado ante lo evitable.
Confundir el mundo con el engaño.
Pensar que todo está en orden.
Te diré lo que da de sí un maldito día.
Quedarte quieto cuando tienes miedo.
Sentirte salvado mientras no te salvan.
Silenciarte la boca para no equivocarse.
Te diré lo que es un día herido.
Rodar por la zanja del tiempo.
Vendarte los ojos para que te perdonen.
Pensar que todo está dicho.
Te diré lo que es sentirse aislado.
Ser un poeta a todas horas.
Ser un hombre a plena luz del día.
Pensar que nada tiene remedio.



MARTA TIKKANEN
(Helsinki-Finlandia) 

1. 

AUNQUE sé
que los seres humanos mueren
por falta de seres humanos
casi no aguanto
los gritos y las voces,
las carcajadas y la cháchara y las exigencias y el amor,
las aglomeraciones, la proximidad,
todo eso que se abalanza sobre mi
en cada instante.
Astuta y taimada
revolucionaria y temeraria
me consigo como sea
unas horas de soledad en el sofá
en mitad de la noche.

2.

A MÍ NADIE me pegó
nunca

Cuando era pequeña
me daban
en los dedos y me decían
¡No!
Entonces ya no tocaba más los libros
de la biblioteca

Cuando me hice mayor
y quería estar fuera de casa
hasta las tres de la noche
cuando yo tenía quince años
Entonces pronto dejó de ser importante
estar con ellos
por la noche

Cuando un día
hace ya muchos años
me perseguiste con el atizador
borracho
no te tuve ningún miedo
porque no fue mi nombre
el que gritaste
al levantar el atizador
y enseguida te calmaste
cuando te cogí la mano
y te hablé
y oíste
que era mi voz

A mí no me pegó nunca nadie
y nunca tuve
miedo físico
de nadie que hubiese podido tener la intención
de pegarme

hasta que tú me pegaste

Tienes realmente motivos
para tener miedo
de mí.


PÁGINA 29 – ENSAYO

ABELARDO CASTILLO
(San Pedro-Buenos Aires-Argentina)

SER ESCRITOR

Podrás beber, fumar o drogarte. Podrás ser loco, homosexual, manco o epiléptico. Lo único que se precisa para escribir buenos libros es ser un buen escritor. Eso sí, te aconsejo no escribir drogado ni borracho ni haciendo el amor ni con la mano que te falta ni en mitad de un ataque de epilepsia o de locura.

• Un albañil puede habitar la casa que construye, decía más o menos Sartre, un sastre usar el traje que ha hecho; un escritor no puede ser lector de su propio libro. Un libro es lo que los lectores ponen en él. Ningún escritor puede agregar un sentido nuevo a sus propias palabras. Si puede hacerlo, debería escribir el libro otra vez.

• El decálogo de Horacio Quiroga está muy bien, siempre y cuando seas cuentista. Pero, por favor, no tomes en serio eso de querer a tu arte como a tu novia. Quiroga lo escribió para enamorar a una alumna suya del secundario.

• Lo mejor que se ha dicho sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Esa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.

• Lo que dice Borges sobre los sinónimos es verdad: no existen. “Can” no es lo mismo que “perro” ni la palabra “ramera” tiene la dignidad de la palabra “puta”. Pero yo te recomiendo un buen diccionario de sinónimos. Uno quiere escribir: “habló en voz baja”. Como eso no le gusta lo reemplaza por “voz queda”, que es espantoso. Hojea el diccionario de sinónimos al azar y en cualquier parte encuentra la palabra “pálida”. Entonces escribe: “habló con voz pálida”, lo que está muy bien.

• Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: “Era una montaña titánica, enorme, alta.” Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos.

• Podrás corregir tus textos o no corregirlos. Tolstoi escribió siete veces Guerra y paz; Stendhal terminó Rojo y negro en cincuenta días. El único problema es cómo se las arregla uno para ser Tolstoi o Stendhal.

• Nadie escribió nunca un libro. Sólo se escriben borradores. Un gran escritor es el que escribe el borrador más hermoso.

• No te preocupes demasiado por las erratas. En el Ulises de Joyce hay cerca de trescientas y los profesores les siguen encontrando sentido.

• Nunca escribas que alguien tomó algo con ambas manos. Basta con escribir las manos y a veces es suficiente una sola. La gente en general tiene cara, no rostro. No asciende las escaleras, sube por ellas. No penetra a las recámaras, entra en los dormitorios. Evitarás los ventanales y sobre todo los grandes ventanales. Dicho sea de paso, las ventanas no son de cristal: son de vidrio. Lo mismo los vasos. No digas que alguien empezó a cantar o a vestirse si no estás dispuesto a que termine de hacerlo. En los libros la gente empieza a reírse o a llorar en la página tres y da la impresión de seguir así hasta que se muere. Sé ahorrativo: si lo que viene al galope es un jinete, no hace falta el caballo. La inversa no se cumple. La palabra caballo viene misteriosamente sin jinete.

• Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga.

• Los cuentistas afirman que el cuento es el género más difícil. Tampoco les creas. Sólo es más corto. El cuento es difícil únicamente para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo: para Cortázar, Chejov o Hemingway también.

• No te dejes impresionar porque hayan existido Dante, Cervantes o Shakespeare. Todo ocurre siempre por primera vez; también tu libro.

• Deberás pensar por lo menos una vez por día en esta frase de Nietzsche: “Un escritor debería ser considerado como un criminal que, solo en casos rarísimos, merece el perdón o la gracia; esto sería un remedio contra la invasión de los libros”.

• No intentes ser original ni llamar la atención. Para conseguir eso no hace falta escribir cuentos o novelas, basta con salir desnudo a la calle.

• Si la palabra mercado te hace pensar “persa”, quizá no seas muy original pero todavía estás a tiempo. Si la palabra mercado te hace pensar en la venta de tu libro, no insistas con la literatura.

• Cuidado con las computadoras. Todo se ve tan prolijo que parece bien escrito.

• Tal vez seas envidioso, rencoroso, un poco estúpido, avaro, mal amigo. No te preocupes. Un buen libro siempre es mejor que la persona que lo escribe.

• En general cuesta tanto trabajo escribir una gran novela como una novela idiota. El esfuerzo, la pasión, el dolor, no garantizan nada. Es desagradable pero es así. No abandones la cama sin meditar en esto.
. Nunca tengas los libros que has escrito en tu biblioteca. El lugar de tu libro es la biblioteca de otro.

• Vas a morirte, nuestro planeta gira agónicamente alrededor de una estrella que ya cumplió la mitad de su vida, el universo entero está condenado a desaparecer. Si eso no te quita las ganas de ser escritor, ¿cuál es el problema?

• De tanto en tanto recordarás esta historia. Alguien le llevó un manuscrito a Anton Chejov y le preguntó: -¿Que hago, maestro? ¿Lo publico o lo tiro a la basura? -Publíquelo -dijo Chejov ; de tirarlo a la basura ya se van a encargar los lectores.

• Podrás escribir: “Volvió a verla tres días más tarde”, peso sólo a condición de saber perfectamente (aunque no lo digas) qué le pasó a tu personaje en esos tres días, y por qué fueron tres días y no una semana o un año.

• No es lo mismo ambigüedad que confusión. Una historia debe tener siempre un único final. Si quisiste sugerir dos o más desenlaces, esos desenlaces son un único final: se llama ambigüedad. Si nadie entiende ni medio se llama confusión.

• No describas sino lo esencial. La posición de un pie, en casi todos los casos, es más importante que el color de los zapatos.

• No confundas imaginar con combinar. La imaginación es una locura lúcida. La combinatoria sirve pare elegir corbatas.

• Gide decía que con buenas intenciones se escriben malos libros. La verdad completa es que con malas intenciones también se escriben malos libros. Lo que nadie sabe es cómo se escriben los buenos.

• No cualquier cosa, por el mero hecho de haberte sucedido, es interesante para otro. Esto vale tanto para escribir como para conversar.

• Los sueños ajenos son invariablemente aburridos. Nunca olvides que tus propios sueños, para el otro, son ajenos.

• No defiendas tu libro argumentando que los críticos son escritores frustrados. Lo verdaderamente peligroso de un crítico es que sea un crítico frustrado.

• Leer una gran novela o un gran cuento es tan hermoso como haberlos escrito. Si nunca lo sentiste, no escribas ficciones ni, por el amor de Dios, te dediques a la crítica literaria.

• Isadora Duncan decía: “Quiero bailar ese sillón”. Tal vez ella pudiera. Pero un novelista, un cuentista, un dramaturgo, no quieren bailar ni pintar ni hacer música con sus palabras. Quieren contar una historia.

• Montaigne decía que él empezaba a pensar cuando se sentaba a escribir; Edgar Poe, que mas vale no sentarse a escribir sin haber terminado pensar. En el fondo es igual. Se puede pensar con la cabeza o sobre un papel. Pero a pensar sobre el papel no lo llames “escribir”. Se llama “primer borrador”.

• No publiques todas las estupideces que escribas. Tu viuda se encargará de eso.

• Dijo Poe: “No es lo mismo la oscuridad de expresión que la expresión de la oscuridad.” Un escritor contemporáneo, tal vez distraído, dijo lo mismo con las mismas palabras. No importa. Lo que debe importarte es que es verdad.

• Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir “ahí está la ventana” que “la ventana está ahí”. En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda sintaxis es una concepción del mundo.

• En el origen del conocimiento y de la literatura está el acto de contar. La crítica de la razón pura nos cuenta lo que Kant pensaba de los límites de la razón; los versos de La Eneida, la epopeya del Lacio; el teorema de Pitágoras, el cuadrado de la hipotenusa. El hombre es el único animal que cuenta.

• Escribir como se quiere es destreza. Escribir lo que se debe, probidad. El más grande y el peor de los escritores se parecen en una sola cosa: únicamente escriben como y lo que pueden.

• Nunca pidas que te presten un buen libro. Los buenos libros se compran o se roban.

• Si un libro te gusto mucho, podrás regalarlo. Pero nunca lo prestes: vas a necesitar desesperadamente releerlo esa misma noche.

• Un hombre que dedique toda su vida a casi cualquier cosa puede llegar a ser una eminencia de algún tipo. Dedicarse toda la vida a escribir novelas solo garantiza dolor de espaldas.

• Hay cierta clase de grandes escritores a los que uno, después de leerlos, quisiera llamar por teléfono. Esto lo decía Salinger, y Salinger, justamente, es uno de esos escritores. Hay otra clase de grandes escritores a los que mejor no conocer: son la mayoría.

• Cortazar solía decir que empezaba sus cuentos sin saber adónde iba. No le creas. En sus mejores cuentos lo sabía perfectamente, aunque no supiera que lo sabía.

• Los grandes novelistas aconsejan ignorar el final de la historia, no tener nada claro qué hará el personaje en el próximo capítulo, no atarse a un plan previo. A ellos sí podrás creerles, pero con moderación. Digamos, hasta llegar a la página ciento cincuenta. Más allá de eso, saber tan poco de tu propio libro ya es mera imbecilidad.

• Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así; era así.

• No creas en las máximas de los escritores. Tampoco en estas. Lo que cautiva de una máxima es su brevedad: es decir, lo único que no tiene nada que ver con la verdad de una idea.


PÁGINA 30 – CUENTO

MARIO CAPASSO
(Villa Martelli-Buenos Aires-Argentina)

PIEDRAS ABAJO

Cae la llovizna y el hombre, que ya ni repara en ella, apostado en la terraza, con el cuerpo levemente inclinado hacia la derecha, apunta con su arma a uno de los que ahí abajo, en la calle, no se queda quieto ni un momento y coloca una piedra tras otra. Si al menos se detuviera un instante, si cualquiera de ellos se detuviera un instante, se ilusiona el hombre del arma, que sacude la cabeza para desprenderse de las gotitas y que enseguida se pregunta si él entonces tendría el valor o la suerte de disparar. ¿Y si tuviera alguna de esas cosas? ¿Y si además acertara con el tiro justo y derribara a alguno por la vía de un balazo en la frente? ¿Qué pasaría entonces? ¿Qué harían los otros? Los otros, sí, los que no ha podido contar de tan iguales y construyen ese empedrado bajo la llovizna que no cesa y el cielo que nunca aclara. Confusamente reconoce no saberlo, el hombre del arma apunta y no acierta con las respuestas, y tampoco sabe, o no lo recuerda ahora, cuándo fue que empezó todo, y todo es este presente en el que los de "la cuadrilla", como él llama al grupo, van colocando una piedra y luego otra y otra más y sin embargo la construcción parece no avanzar, como si cada piedra reemplazara a una anterior y así. Y así. Entonces el hombre en la terraza, que ha pensado todas estas cosas, que ha dejado de apuntar, que ha colocado el arma en el piso, apoyada contra la pared, lanza al aire un resoplido y repite el gesto de sacudir la cabeza, trata de fijar mejor la vista, intenta concentrar su atención y comprender los movimientos de los que están ahí abajo, en la calle, y una vez más no lo logra, falla como ha venido fallando hasta ahora. Tiene al menos una certeza, y eso lo tranquiliza un poco, pues los de "la cuadrilla", como él los llama, jamás elevarán la vista para mirarlo, la experiencia de esas jornadas se lo ha enseñado, porque ellos permanecen más bien distantes, indiferentes, lo ignoran o quizá simulan ignorarlo, y eso que alguna vez les ha gritado, si hasta los insultó aquella tarde de hace algunas semanas, pero ellos siguieron y siguen reconcentrados en su trabajo diurno. Diurno sí, porque durante las noches. Las noches ahí abajo son otra cosa, esa es la verdad, pero, se dice enseguida, mejor no pensar ahora en lo que será la noche, y menos justo ahora que la hija ha subido y le ha traído una taza con café o algo que debería parecerse, la hija no debe ni siquiera sospechar lo que sucede durante las noches allí abajo. Abajo, el insoportable abajo de las noches, cuando la oscuridad es casi total, apenas casi, porque la luz de la luna, aun con las nubes, le permite entrever lo que pasa en la calle y es terrible y, pero basta ya de pensar en eso, que la hija se moja también y le está preguntando algo y él en lugar de contestar le pregunta si ha dormido bien, y también si ha estudiado, y la hija parpadea y se encoge de hombros y dice para qué, y agrega que mamá ha dicho que le diga matalos, decile a tu papá que los mate, que los mate a todos, que hoy, que eso ha ordenado su madre, y el que hoy vuelve a sonar, implacable, definitivo. Entonces el hombre expulsa un suspiro, mira hacia las otras terrazas, y se da cuenta o acaso apenas intuye que ya no habrá un disparo para absolverlo, que ya los otros han dejado de vigilar y de apuntar a los de "la cuadrilla", como él los llama, o tal vez quede todavía alguno en algún lugar que él no alcanza a observar, eso podría ser, se esperanza, eso podría ser, se repite, y así entonces quizás podría surgir de alguna otra parte el fogonazo salvador, el movimiento que pusiera en juego una ficha nueva en ese tablero en el que los de abajo ponen piedras en la calle y los de arriba vigilan y apuntan y no hacen fuego y esperan, eso si es que a esta altura queda alguno, alguno como él, que no se va a dar por vencido, y cuando se da vuelta y quiere decirle algo la hija se ha marchado y la llovizna sigue, entonces agarra la taza y bebe el café, que a todo esto se ha enfriado, cada gota se ha puesto más negra y se ha enfriado en ese invierno que parece no irá a terminar jamás, mientras el ruido de las piedras abajo sigue. De un trago, o dos, no más, el hombre ha bebido y ya está de nuevo apuntando, o más bien tratando de apuntar a la cabeza de alguno que, hijo de puta, no se queda quieto ni un instante, ni uno, y se agacha y coloca una piedra y luego otra y él intenta tenerlo en la mira y tal vez un solo tiro bastaría. Así las horas de la mañana pasan y pasan, como piedras.
Ahora es el mediodía, deduce el hombre en la terraza, abajo nada ha cambiado pero ha subido su mujer siempre con el mismo vestido y le ha traído algo para que coma. Es lo que hay, le ha dicho o es lo que él ha creído oír. La mujer se ha quedado algo alejada, no se asoma para nada a la calle y permanece algo rígida y lo mira, y cuando él mueve los labios ella abre la boca y le dice matalos, qué esperás para matarlos, no ves acaso lo que va a pasar si vos no los matás de una vez por todas, y cuando el hombre escucha las palabras, antes de que las palabras se terminen, deja de apuntar y apoya el arma a su derecha, contra la pared, y comienza a dejar que el pan se moje en su mano, el pan que le han traído, uno sólo hoy, apenas uno y tan breve, piensa, aunque no pregunta nada y el pan se moja en la lluvia que no cesa, y el hombre le dice a la mujer por qué no me trajiste ropa seca, y la mujer se da media vuelta y se aleja, y ya casi desaparece pero antes le dice te dije bien clarito que los mataras, y escupe con violencia y dice otra vez yo te lo dije y se va. La mujer ya no está y el hombre mira la terraza vacía y casi no la reconoce, tal vez por la bruma que crea la llovizna y que desdibuja todas las cosas. Luego come, despacio, el pan entra mojado en el cuerpo mojado. El cielo sigue igual y la llovizna sigue igual. El hombre termina de masticar sin apuro ese pan que le han traído y ahora le duelen las piernas, por momentos el dolor se le mezcla con el recuerdo del dolor, tal vez el de hace un rato cuando aún no se había dado cuenta que las piernas le dolían, o quizás el de hace unos años, cuando los dolores todavía no se le mezclaban. Trata de olvidar el dolor y se asoma y allí están nomás, las piedras, los hombres moviéndose y el paisaje de las piedras infinitas, y uno de los hombres ahora se está secando la frente con un trapo, guarda el trapo en el bolsillo y parece que va a mirarlo a él, pero no, se da vuelta apenas un poco y en apariencia habla con el que está al lado, y el que está al lado sonríe, asiente con la cabeza y no dice nada y se agacha y coloca una piedra, otra piedra que no agrega nada.
Es noche ahora y la llovizna sigue. Las piedras están quietas. Las mujeres han llegado y los hombres de "la cuadrilla", como él los llama, comienzan a meterse en ellas, que van pasando de mano en mano, de cuerpo en cuerpo, una tras otra, y las mujeres se dejan caer una tras otra. Hasta el ruido de la noche es similar al que se escucha durante los días, un ruido seco y duro, y él que no cede, allí arriba, en la terraza, empapado en lluvia y sudor, sin descanso posible espera que su mujer o su hija le alcancen algo para comer y alguna ropa seca. Mientras tanto, fuerza la vista y ni siquiera alcanza a distinguir aunque sea una de las caras de las mujeres, al menos una de las que cada vez parecen ser más y más, es así, no hay vuelta que darle, como si cada noche alguna se sumara, o más de una. Pero las caras se le borronean sin remedio en el interior de la neblina mientras él se sigue mojando ahí arriba y ya hace rato que no apunta, no apunta y oye las risas de los hombres de abajo, que parecen esta noche renovarse y festejar algo, como si a la fiesta hubiera llegado el último invitado. El que permanece arriba sufre con las risas de los hombres que no dejan de moverse y de penetrar en las mujeres y no lo miran nunca.
Ha sido una noche terrible, piensa el hombre, quizás la peor que le ha tocado presenciar, pero en algún impreciso momento advierte que por suerte ha terminado, un leve cambio en la luz del amanecer, o tal vez la señal haya sido el hecho de que las mujeres ya no están en la calle y están las piedras, lo que para el de arriba es casi lo mismo, salvo por las risas y el jadear de los hombres, porque el ruido es siempre igual, un ruido seco y duro, de piedras o de mujeres que se van incrustando. Y entonces, aunque llueve igual que los otros días y el cielo sigue tan oscuro como siempre y las horas han pasado tan iguales, el hombre se da cuenta de que algo ha cambiado. La hija no ha subido, y no hay café esa mañana y hay más viento, un viento arremolinado que lo hace tiritar. Y pensar. Tendría que disparar, ahora, ¿qué puede pasar?, o a lo mejor convendría esperar, ¿qué podría pasar?, con apenas un tiro la pesadilla habrá terminado, o comenzará a terminarse, se dice, pero no dispara, no dispara y las horas del día transcurren con los minutos cada vez más pesados, una carga por momentos insoportable, se dice, y encima nadie le ha traído ni bebida ni comida ni ropa seca, y que no importa, se dice el hombre en la terraza, no importan ni el frío ni el hambre ni el cansancio, ya nada tiene la menor importancia, ni siquiera el viento y la llovizna, se dice. Él no se va a dar por vencido, jamás, y apenas alguno se quede quieto apuntará bien y apretará el gatillo, se dice. Están atrapados, se dice.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

PIA TAFDRUP
(Copenhague-Dinamarca)

LA MANO DE MI MADRE

Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
— Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena
o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.

LOS CABALLOS DE TARKOVSKI

En esa belleza que un caballo
despliega
cuando está al sol
en un prado,
en el que estoy cruzando ahora en tren,
unos días después
de la muerte de mi padre—
de repente lo vuelvo a ver.
La travesía
del verdor…
Con la misma exaltada paz
que irradiaban
los caballos de Tarkovski
en las escenas finales
de la película El juicio final
está presente mi padre,
descansando en sí mismo.
Ha sido amortajado
en llamas,
y yo he llevado
su urna al sepulcro.
La existencia no es
ser
sin dolor.
A él lo llevo
dentro de mí
como una nueva autoridad.
La fuerza de la lengua—
Eurídice canta.
Algo en la esencia del caballo
le hace aparecer.
Brilla una sombra,
ahora él simplemente ESTÁ aquí.


SOFÍA CASTAÑÓN
(Gijón-España)

NORWEGIAN WOOD

Con cada palabra equivocada
quemaría mi casa, empezaría
bajo cero.

De cada canción con prisas
haría torbellino y calma.
Dejaría los pies desvalidos

entre la ceniza, las astillas.

Que en mi cuarto no quede nada oculto,
que el comienzo sea limpio
y aún no nos conozcamos.

INSTRUCCIONES PARA JUGAR
A SALTAR CHARCOS

Éste fue el plan desde el principio:
salpicarnos, reírnos, volver a los primeros
ritos. Luego
aceptamos convertir el juego
en rutina,
aburrirnos de los pies mojados.
Así nos llegó el olvido
y ya no sabemos qué número
de botas calza el otro.

Estamos secos, pero fríos.
Estamos a salvo, pero no sirve.

TAN INTENSO

Sólo te pido que no seas
tan intenso
sólo
que si llego tarde
y no hay calma en el pasillo
y la gata se enganchó con las cortinas
y tú con el cable inexiste del teléfono
no seas tan intenso

rompe
una taza un plato un espejo
mi vinilo del Morrison Hotel
y grita
asomado al balcón
en busca de las dos horas perdidas
del pedazo de vida que yo tengo
y tú no

pero te pido
que no se te vidrien los ojos
ni enrojezcas la nariz
ni sientas vértigo
ni llores por la cena especial que preparaste

te pido que no seas
tan intenso porque es difícil
vivir
y aceptar el paro las distancias los atascos las subidas
el precio de un pedazo de vida
que unos tienen
y otros no

no seas tan intenso:
Baudelaire
no pagaba nuestro crédito


PÁGINA 32 – ENSAYO

ALDO NOVELLI
(Neuquén-Argentina)

LA SED. TERRITORIO DEL POEMA

La poesía es un territorio luminoso en el centro del desierto.

Llegar a la poesía implica atravesar el desierto, el inmenso y sediento desierto.

Después de caminar un largo tiempo sin brújula por ese desierto, después de perderse innumerables veces entre las dunas y las tormentas de arena, un inesperado día, emocionado y perplejo, el poeta ve a lo lejos un resplandor, y vislumbra en esa lejanía engañosamente cercana, la región de la poesía, ese oasis que es la poesía, y entonces, ahora, con un objetivo brillante a la vista, emprende el viaje por ese terreno áspero y violento.

Ese inmenso desierto, que se debe recorrer, es el territorio del poema.

El poema es la sed.

Uno no escribe “poesías”, en el mejor de los casos, escribe “algo” que el otro puede recibir y sentir como un poema, o sea, uno escribe meros artefactos verbales, que podrán o no entrar en el canón establecido por la academia, en el aparato crítico, la tradición, o los marcos generales de una lectura, establecida y aceptada como válida, para definir “lo poético”.

Se escribe en la soledad del desierto, caminando por ese desierto, bajo un sol agobiante durante el día, bebiendo de las escasas gotas que nos da la lengua, nuestro pobre conocimiento de la lengua, pero también, nuestra cosmovisión personal en esa lengua, o en el frío insoportable de la noche, sin más cobijo que las gastadas y deshilachadas palabras de la cotidianeidad.

Muchos poetas, al vislumbrar ese resplandor, urgidos por llegar, emprenden una carrera desesperada, hasta caer exhaustos y morir de sed o perecer de inanición poética en medio de ese arenoso desierto.

Otros, al ver lo arduo del viaje, el largo trayecto a recorrer, se quedan en su lugar, arman una carpa, traen agua envasada, compran mercancías y allí mismo establecen su “casita poética”, y desde allí, desde ese artificioso espacio, lanzan sus palabras en innumerables e innecesarios libros.

La búsqueda de ese territorio luminoso, es también ir en busca de un lenguaje, buscar entre la ruinas de la lengua actual “el habla de la tribu”, tratar de percibir, como dice el poeta Debrik Andrukovich, a la poesía, como “el lenguaje de la luminosidad humana”.

El poeta, el verdadero poeta, busca permanentemente entre los despojos del idioma, el lenguaje de la tribu, de su propia tribu.

Ese, que debería ser, tal vez, el primer paso: escribir con el lenguaje de nuestra tribu, no basta. La poesía, insondable y escurridiza como es, exige más, exige sumergirse profundamente en el ser, hacer un viaje oscuro y recóndito por ese otro erial, que nos acerque al lenguaje primordial, a ese lenguaje ágrafo oculto en la memoria genética del ser, a ese lenguaje que es el habla primordial de la tribu, recuperar la oralidad anterior a la palabra escrita, a la palabra cristalizada y comunicacional, recoger cuidadosa y temblorosamente, esos pequeños guijarros negros y brillantes, esparcidos entre la innumerable arena, en suma, recobrar el habla ancestral del chamán, o sea, el habla del primer poeta del mundo.

Personalmente, después de la gran emoción que me provocó, vislumbrar esa región luminosa e inalcanzable, he emprendido el viaje por ese desierto hace mucho tiempo, y sigo caminando bajo las estrellas, o arrastrándome bajo el calcinante sol, ajeno a las estridencias y rumores que me rodean, pero debo confesar acá, que después de la conmoción inicial, que sentí aquel día, que divisé a lo lejos, ese oasis en medio del desierto, anida en mi ser, la insoportable duda de saber, si voy camino a ese anhelante oasis, o se trata tan solo, de un engañoso espejismo.-



CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS                                                                                            

IRMA BIGNON
(Santa Fe-Argentina)

LUIS IX LLAMADO SAN LUIS

      A la muerte del rey de Francia Luis VIII, su hijo mayor tenía apenas doce años. Comenzó a reinar bajo la tutela de su madre, la reina Blanca de Castilla, que llevaba un coraje de hombre dentro de su corazón de mujer.

      Tomó su tarea con decisión. Llevó rápidamente su hijo a la ciudad de Reims y lo hizo coronar.

      El viaje y la ceremonia se hicieron en medio de una gran ostentación militar: las milicias de las comunas escoltaron la corte y trescientos caballeros armados, montados sobre sus caballos de combate, asistieron a la coronación. Todos los asistentes juraron fidelidad al rey y presentaron  homenaje a su madre.

      Luis IX comenzó entonces, en el año 1236, un reinado iluminado de virtudes.   
 
      Se encontraba en presencia de tres poderes establecidos: la Iglesia, la Comuna y el Feudalismo.     

      Nadie dudaba de su piedad. Tenía para con los obispos, intérpretes del Evangelio, el respeto absoluto y la ingenua confianza de un hombre de fe.

      Este rey no era servil. Sabía ser rey. Sabía dividir con obediencia el dominio de la Iglesia y el dominio del Estado.     

      Debió reprimir una revuelta feudal apoyada por el rey de Inglaterra Enrique III. Venció en la batalla de Taillebourg, comuna de Charente-Marítima. Más tarde, venció en Saintes, ciudad a la orilla derecha del río Charante, al oeste de Francia (1242).     

      Confiando la regencia a su madre, partió con la séptima cruzada a Egipto. Tomó Damiette, ciudad situada sobre la orilla  derecha del Nilo, pero fue vencido en Mansoura (Bajo-Egipto) y cayó prisionero (1250).

      Luego de cumplir su condena, viajó a Siria. Y desde allí, como peregrino, llegó a Tierra Santa. Permaneció cuatro años brindando todo tipo de ayuda, distribuyendo sumas importantes de dinero y haciendo reconstruir las murallas de las ciudades que se encontraban dañadas.

      Como rey fue al mismo tiempo, administrador y legislador. Prohibió las guerras privadas, los torneos y los duelos. Implantó orden  por todos  lados. Confió a los legistas la autoridad para hacer justicia (fue el origen del Parlamento).

      Reglamentó  el conflicto con Inglaterra firmando el  Tratado de Paris, cediendo a los ingleses tres  provincias: Limousin,  Périgord y Quercy, contra las pretenciones que tenían ellos de tomar Normandía.     

      En Paris, hizo construir la Sainte-Chapelle del Palacio,  para él poder escuchar misa desde la ventana de su cuarto. Confirmó la fundación de la Sorbona (1257). Paris conoció un brillo y un resplandor fascinante, tanto intelectual como artístico y moral.

      Fue siempre consecuente con los pobres y con todos aquéllos que sufrían. Era costumbre verlo llegar  cargando grandes paquetes de carne, pescado, pan y vino.

      En cuaresma y durante el adviento, la cantidad de pobres crecía. El mismo les acercaba los alimentos y ante ellos cortaba el pan y les alcanzaba las rodajas con sus propias manos.

      En las afueras de Paris, camino a Saint-Denis, hizo edificar dos casas: una, llamada  la Casa de los Ciegos y la otra llamada la casa de las Hijas-Dios que abría sus puertas  a una gran multitud de mujeres que pecaban de lujuria por pobreza.    
      
      En varios lugares  de su  reino  había  hecho  construir  conventos  para  las novicias, asignándoles una renta para vivir. Además, ayudaba a las jóvenes que querían hacer  que querían hacer voto de castidad.

      Los comentarios de sus familiares y allegados comenzaron a hacerse oir y  eran muy fuertes. Criticaban las grandes sumas de dinero que él disponía para ayudar, que los gastos eran enormes, que despilfarraba,  que gastaba  sin control,  sin diferenciar a nadie y que las limosnas que él daba podían distanciar a muchos. Entonces él respondía: “Prefiero que el exceso de los grandes gastos que hago sea por  amor a Dios  y no por lujo ni por la gloria vana de este mundo.”

      Ya hacía veinticinco años  que  el  reinado  de Francia permanecía en paz, cuando el rey,  accediendo al  pedido de su hermano, el ambicioso Carlos de Anjou, rey de Sicilia, lo persuadió para que iniciara  una  nueva  cruzada,  afirmándole que el sultán de Túnez estaba dispuesto a convertirse al cristianismo.

      Luis IX emprende la octava cruzada  rumbo a Africa. Instalado  cerca  de  los muros  de Cartago, en una playa desnuda, agobiado por el calor,  abrasado por los rayos del sol, acosado por los infieles, privado de víveres y de ayuda, vió morir a sus soldados. Y él mismo fue atacado por  una enfermedad infecciosa muy grave debido al bacilo de Yersin, que se trasmite por medio de las ratas o las pulgas: la peste.

      El lunes por la mañana del 25 de agosto de 1270, ya había perdido la palabra. Se hizo acostar sobre un lecho de cenizas, con los brazos en cruz. A las tres de la tarde, con los ojos abiertos elevados hacia el cielo expiró apaciblemente murmurando: “Padre, encomiendo mi espíritu a tu cuidado”.

      Dejó a su pueblo el recuerdo de sus favores. Y a sus sucesores, la autoridad de sus ejemplos.




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