GACETA
LITERARIA Nº 76– Marzo de 2013– Año VII – Nº 3
Imágenes:
Beautiful World
PÁGINA
1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Montevideo-Uruguay)
EL
PASO DEL TIEMPO
Seis siglos después de su fundación, Roma decidió que el año empezaría el primer día de enero.
Hasta entonces, cada año nacía el 15 de marzo.
No hubo más remedio que cambiar la fecha, por razón de guerra.
España ardía. La rebelión, que desafiaba el poderío imperial y devoraba miles y más miles de legionarios, obligó a Roma a cambiar la cuenta de sus días y los ciclos de sus asuntos de estado.
Largos años duró el alzamiento, hasta que por fin la ciudad de Numancia, la capital de los rebeldes hispanos, fue sitiada, incendiada y arrasada.
En una colina rodeada de campos de trigo, a orillas del río Duero, yacen sus restos. Casi nada ha quedado de esta ciudad que cambió, para siempre, el calendario universal.
Pero a la medianoche de cada 31 de diciembre, cuando alzamos las copas, brindamos por ella, aunque no lo sepamos, para que sigan naciendo los libres y los años.
PÁGINA
2 – CUENTO
SUSANA
PERSELLO
(Recreo-
Santa Fe-Argentina)
LOS
VULNERABLES
Tribulaciones
de un lector
Tiene
una vasta biblioteca que abarca autores y obras de todas las épocas. No faltan
los clásicos, pero trata de actualizarla con lo que le resulte interesante. Si
bien lee todos los géneros, su preferencia gira hacia la narrativa, en
particular la novela y el cuento y si son realistas mejor. Es que la literatura
le provoca el efecto maravilloso de
vivir la vida de otros y en el mundo de otros, historias verdaderas o al menos
verosímiles.
Sentado
en su confortable sillón, inicia el viaje. Se apasiona con el relato de las
secuencias, las descripciones, las escenas, vive junto a los personajes la
felicidad o la angustia, los temores, los ultrajes, el dolor, la proximidad de
la muerte o la muerte misma. A veces el desenlace es favorable, otras adverso o incierto, pero cuenta con la
certeza de que con el punto final termina la lectura, y el libro vuelve a su
estante. Fin del viaje. Quedan los efectos: reflexiones, sensaciones,
evocaciones. Luego a elegir otro libro del mismo género o bien gozar de la
libertad de ir hacia la novela romántica, policial, de ciencia ficción, una antología de cuentos.
Pero
en su rutina de lector, cada día llega el momento en que en el mismo sillón
confortable, debe asumir su propia realidad, informarse. Lee el diario. Es su
aquí, ahora, con los otros, en este mundo. En su interior se presenta el mismo juego perverso de querer y no querer
saber. Al final siempre cede. Va pasando las páginas y van variando los
efectos, pero todo confluye en un estado anímico impreciso aunque, sin dudas,
de pesadumbre y aflicción. Hasta que lo abofetean los títulos de la crónica
policial y cree que ahí está el punto de su conflicto. Títulos que se repiten
en forma alarmante, historias tremendas, aberrantes con niños y adolescentes
como protagonistas-víctimas. Los vulnerables.
Entonces gira su mirada hacia la biblioteca y
ubica desde lejos, libros leídos tantas veces y que le dejaron huellas. Piensa
que muchos de los personajes atrapados en esas páginas se parecen a estos de
hoy, protagonistas de las noticias policiales. Superando tiempo, geografía y
contexto, allí, en los libros, están también los vulnerables. Niños y
adolescentes, maltratados, explotados, abusados. Oye la voz de la Cándida
Eréndira, de sólo trece años, cuya abuela la obligaba a prostituirse para pagar
una deuda; a la joven Laurencia, de Fuenteovejuna, acosada por el comendador
del pueblo; al Lazarillo de Tormes, quien desde niño fue entregado a varios
amos que lo explotaban; a Silvio Astier de El Juguete rabioso, adolescente sin
rumbo, sin guía, pensando mejores estrategias para delinquir, estuvo a punto de suicidarse; a la jovencita
Ana Frank, encerrada durante dos años junto a su familia por ser judía, al fin
murió pero dejó su diario, único confidente; a la niña Tacha del cuento de Rulfo,
llorando junto a su hermano varón,
porque la inundación le llevó su vaca, un capital que le aseguraba el
futuro, ahora tenía que irse de “piruja” como sus hermanas para poder vivir; al
reserito de Don Segundo Sombra con trece años vagando por los campos mendigando
abrigo, comida, empleo, y a los más cercanos Tacuara y Chamorro, maltratados y
explotados, imaginando astucias para sobrevivir en un medio hostil.
Vulnerables.
Presas fáciles de su propio mundo
espectral, o de vivos y abusadores que los esperan en alguna encrucijada de la
narración, adonde los lleve la inspiración del autor, o la imaginación en la
creación colectiva.
No
se conforma con el siempre pasó que le confiesan sus libros. Baja la vista a la
hoja del diario. Los protagonistas de la crónica policial no son personajes.
Son seres reales que comparten su mundo, su tiempo, y que lo involucran. El punto final del
cronista no cierra ni termina nada. Seguramente ya está escribiendo el título
de la próxima, semejante a la anterior.
El
sillón lo incomoda. Se rebela, sale a la calle como un quijote. Vocifera:
“Paren, con los chicos no, son vulnerables,
tienen derecho a crecer con amor y valores, basta de explotación y
abuso...” Es de noche, pasan dos o tres vecinos que lo miran preocupados porque
desde hace un tiempo actúa así, está raro. Sonríen y siguen indiferentes.
Él
entra y se desploma, abatido, en su sillón de lectura.
Obras citadas:
Tacuara y Chamorro, de Leopoldo Chizzini Melo ( Santa Fe-1956); El Lazarillo de
Tormes, anónimo (España- 1554; Ana Frank, su Diario (Holanda -1947); Roberto
Arlt ( El Juguete Rabioso, Buenos Aires-1926)
Ricardo Güiraldes (Don Segundo Sombra, Buenos aires- 1926), Gabriel
García Márquez (La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su
abuela desalmada, 1972); Juan Rulfo( Es que somos muy pobres, en El llano en
llamas
(México- 1953)
PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA
ESTELA
FIGUEROA
(Santa
Fe-Argentina)
PRINCIPIOS DE FEBRERO
No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo –te dije-
quiero permanecer.
Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.
Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos
¡Cómo agradecer el tazón
que rebosa de leche!
Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas,
sin habernos negado
a esas pasiones
que cada tanto
asaltan.
A
MANUEL INCHAUSPE, EN EL HOSPICIO
Las
nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste
tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
y yo casi no escribo.
De
allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
(Santa Fe-Argentina)
COMO SEGANDO UN CARIÑO OSCURO
1
Un
pedacito de tierra
sobre
el que todo está solo.
Mi
hijo está solo
mientras
siega
lo
que va quedando de los tientos
de
los sueños de aquel que se marchó.
Pobre
hijo mio
que
solo tiene una madre sola
mil
veces sola sobre un montón de tierra.
Pobre
hijo mio
a
quien no pude darle
algo
invencible
algo
inalterable
algo
más que pasos que se pierdan.
Las
mariposas, las abejas,
que
en otras primaveras le mostraba:
(espero,
sueño, habérselas mostrado)
¿habrán
guardado su sonrisa?
Pobre
niño sin padre
antes
y ahora
segando
solo la tierra que no es suya
como
segando un cariño oscuro
que
se fue cerrando como un puño.
2
He
decidido mirar por la ventana.
Todo
cae mientras yo miro por la ventana.
Mientras
me caliento el pecho con el sol.
Miro
las telarañas entre las rejas
finas,
tornasoladas.
Miro
las volutas de hierro, sencillas
las
que eligió Rodolfo.
He
decidido mirar por la ventana
de
esta casa enorme.
Acá
iba a crecer un hijo nuestro.
Las
piñas se amontonan en los árboles.
Acá
íbamos a tener una pileta.
Y
el color de las paredes iba a ser arena.
He
decidido mirar por la ventana.
Inmóvil
en la silla, como en un hospicio.
Ver
los rosales plantados y olvidados
que
crecieron sin darnos una flor.
Los
yuyos del invierno, las agujas
que
caen de los pinos, las gramillas.
El
gris de los ladrillos que costaron tanto.
He
decidido mirar por la ventana.
Repasar
en silencio la alegría perdida
con
esta ropa vieja de todos los inviernos.
3
Es
la hora en que es preciso escribir.
Hay
que salvar el día
de
hundirse. Hoy
vale
por tantas tardes que vi pasar
callando.
Hoy
no
es más triste que otras veces
esta
hora.
No
es mayor la soledad
sino
más vieja
como
si nadie nunca hubiera estado.
El
hueso del silencio
conocido
y raspado por mis manos.
El
hueso de ser una
sola,
durante todo el trecho.
El
hueso de haber sabido siempre.
Sin
embargo tuve la duda del amor…
Se
me ofreció en alguna de sus formas
y
vi salir el sol por el oeste
y
palpitar la tierra
y
edulcorarse el mar.
Hallé
que el frío no cortaba
que
ciertas flores supuraban
me
senté bajo un sauce para oirlo
y
me aburri.
Me
decía siempre que de mí
huían
las felicidades.
Me
llamaba siempre inmerecida.
Entonces
tuve la deuda del amor.
Y
no hay camellos que alcancen para eso
ni
arena caminada
ni
las piernas, ni las vulvas entregadas.
Nada
de eso
paga
la estafa del amor.
No
hay agua sobre la cual escribir
tantas
partidas.
Me
quitaron lo que nunca tuve
y
siempre supe que no había tenido.
Me
dieron y me rapiñaron
el
hueso de mi soledad.
ANTONIO
CRUZ
(Santiago
del Estero-Argentina)
LA
LECTURA EN EL TERCER MILENIO
Transitamos
tiempos complejos. Se me ocurre que nadie puede poner en duda que los
vertiginosos y turbulentos días que vivimos generan ansiedad e incertidumbre en
casi todos los aspectos de la vida del hombre. La Literatura (como disciplina o
como arte o si solamente la consideráramos, de manera arbitraria, como un
simple elemento lúdico) no está ajena a esa confusión más o menos generalizada.
Muchos de nosotros habremos escuchado o leído y quizás hasta participado de la
polémica acerca de si la televisión o Internet han relegado a la lectura como
hábito en las nuevas generaciones. Es más, he llegado a leer artículos en los
que pensadores reconocidos especulan con la desaparición del libro, al menos en
su formato impreso en papel, en no muy largo plazo.
¿Cuál
es el significado de la palabra leer? ¿Qué significa la palabra lectura?
Responder a estas preguntas no es tarea sencilla. A partir de los conceptos de
Roland Barthes se admite que, para que el círculo iniciado por el autor de un
texto literario se cierre, es indispensable que el lector le adjudique un
significado, pero debemos aceptar que siempre habrá una pluralidad de
interpretaciones porque los lectores no pueden evitar la participación
aleatoria de sus propios conocimientos (que son contingentes al texto y propios
para cada individuo) con lo que cada escrito determina una lógica
interpretativa diferente en cada persona que lee.
En
mi modesta opinión, si nos atenemos al concepto que sostiene que para leer es
indispensable tener un libro en las manos, probablemente los que sostienen
dicha teoría están en lo cierto; ahora, si nos basamos en algunas de las
diferentes definiciones de la palabra “leer” que pueden encontrarse (1. Pasar
la vista por lo escrito o lo impreso comprendiendo la significación de los caracteres
empleados; 2. Comprender el sentido de cualquier otro tipo de representación
gráfica; 3. Entender o interpretar un texto de determinado modo; 4. Comprender
o interpretar un signo o una percepción), dicho de otra manera, si entendemos
que lectura y escritura son formas de comunicación social, que el acto de leer
implica interactuar con un determinado texto para comprender su significado y
aceptamos que no solamente los libros pueden leerse sino también un anuncio
publicitario o un grafiti o cualquier otro texto, podemos concluir que también
leemos en la pantalla de nuestra computadora; por tanto, si me atrevo a
calcular cuántas personas “pasan su vista por diferentes textos, los
interpretan y comprenden sus signos” cotidianamente a través de Internet o en
sus propios archivos virtuales, es creíble la postura que sostiene un
incremento en la práctica de la lectura, aunque es imposible no aceptar que
este crecimiento de la cantidad de “lectores” es absolutamente anárquico y no
responde a ninguno de los cánones tradicionales de la “lectura”. Es un nuevo
tipo de lectura.
De
cualquier manera, más allá de una discusión que a prima facie se presenta como
“bizantina”, tengo la casi certeza de que, como sostengo al principio, la
literatura está sumergida en la misma confusión por la que atraviesan otras
actividades humanas.
Probablemente
los signos más importantes de estos tiempos son la velocidad (tal como expresa
Italo Calvino en sus seis propuestas para el nuevo milenio), o la fractalidad,
la brevedad, la fugacidad y la virtualidad de la literatura (según afirma Lauro
Zavala, quién también habla de la “fragmentariedad paratáctica” de la escritura
hipertextual propia de los medios electrónicos).
Es
menester aceptar que actualmente la vida se mueve por los anchos caminos de la
información y la necesidad de una comunicación rápida, concisa, inmediata, se
ha convertido en algo urgente e impostergable; en algo que no admite otra forma
que la hipertextual y virtual.
He
notado que muchos autores demonizan a Internet por su interferencia en los
mecanismos sociológicos de comunicación a los que estábamos habituados, como el
caso de la lectura, pero es menester decir que, si bien los riesgos del abuso
de la red son inconmensurables, la verdadera utilidad del sistema dependerá de
la concepción de quienes la usan.
Es
verdad que Internet es un arma peligrosa y un territorio que se presta a
múltiples transgresiones. Su lenguaje dista mucho de ser el ideal de acuerdo a
las tradicionales normas (el propio Calvino anticipa una “peste” del lenguaje,
que se ha vuelto vago, impreciso y vacío de contenido, lo que, según sostiene,
se debe a la pérdida de forma de la vida y a un extendido abandono de la
espiritualidad) pero también es cierto que los medios en general y en
particular los periódicos y sobre todo la televisión han variado la forma de
expresarse, lo que indudablemente contribuye a una mayor confusión.
Internet
nos ofrece una serie de textos que funcionan como si fuera un enorme texto
fragmentado en lo que se llama hipertexto, y al que se accede por formas
diferentes a la lectura convencional. En este inmenso hipertexto, el lector
puede elegir o descartar a voluntad aquellos fragmentos que no le interesan, lo
que deviene en múltiples lecturas que llevarán a una inevitable fragmentación
de las historias. Es, salvando las distancias, como si alguien que tiene un
libro en sus manos encuentra en el camino textos que le aburren o no le agradan
y que con el simple acto de cambiar su señalador de posición pudiese evitarlos.
Adelaide
Bianchini, en su artículo “Conceptos y definiciones de hipertexto”, sostiene
que “a diferencia de los libros impresos, en los cuales la lectura se realiza
en forma secuencial desde el principio hasta el final, en un ambiente
hipermedial la ‘lectura’ puede realizarse en forma no lineal, y los usuarios no
están obligados a seguir una secuencia establecida, sino que pueden moverse a
través de la información y hojear intuitivamente los contenidos por asociación,
siguiendo sus intereses en búsqueda de un término o concepto”.
Pero
más allá de esto, me gustaría llamar la atención sobre la posibilidad que nos
brinda Internet de acceder a la lectura de libros como la Biblia, el Corán, los
clásicos y, para no aburrir con mi lista, de autores contemporáneos de renombre
que, muchas veces, por diferentes motivos, como por ejemplo los mandatos de la
industria editorial, son inaccesibles para el hombre común; tampoco podemos
ignorar la posibilidad que tienen muchos escritores de colgar sus trabajos en
la red esquivando los numerosos inconvenientes de editar en papel (ya decía
Eugenio Montale que los editores muchas veces eligen aquello que más
posibilidad tiene de vender en lugar de elegir los trabajos mejores y más
valiosos, lo que impide a muchos poder hacer conocer sus textos). Se me ocurre
que esto no es tan malo.
No
desconozco los riesgos que encierra la red, pero quisiera dejar instalados los
interrogantes que por ahora, para mí al menos, deberíamos aspirar a resolver.
¿Es Internet la responsable de todos los males sociales? ¿No habrá también
mucho de “pereza” intelectual para generar que, de alguna manera, el hombre
pueda volver nuevamente su mirada hacia su propia esencia y descubrir la
riqueza de su vida interior? ¿No habrá llegado el momento de que la sociedad en
su conjunto y la familia en particular intenten una mirada diferente y más
amplia sobre el fenómeno de Internet y que, tal como sostienen múltiples
autores, sea en el hogar donde se ejerza un control estricto sobre el contenido
al que acceden sus integrantes? Por último, ¿no sería más coherente tratar de
aprovechar el fenómeno Internet, de volcarlo a favor de una recomposición
social y buscar un entorno menos denso y más agradable para todos?
OSVALDO
BARBIERI
(Santa
Fe-Argentina)
FINAL
DE ECLIPSE
En
aquella plaza estaban. Como en la cuna de sus ancestros. Componían un paisaje
viviente. Pieles terrosas, casquetes coloridos, pollerones vistosos, rostros
curtidos por la intemperie. Esperaban. Modelando figuras de barro, tejiendo
ponchos, pintando sus obras, atendiendo críos. Sin indignación, sin tristeza.
Nunca urdían revanchismos. Eran como esculturas móviles, rezagos de un culto
remoto. Parecían coexistir en un estado místico, cuya impronta reflejaba,
acaso, ese mirar frontal, limpio, sin parpadeos, y de emoción ausente. No
solían quejarse; pocas veces acusaban cansancio o dolor físico. Algunos
turistas los degradaban por ese estar inercial, y hasta eran vistos como una
subespecie carente de inteligencia.
Los
Oscuros, así llamados esos naturales del lugar, aún percibían espectros de la
heredad virreynal, quienes los confinaron a esa plaza desde lejanos lunarios.
Entonces, aquellas ánimas ensombrecieron sus mitos, como signadas por un
mandato divino. Los Oscuros resistieron la humillación y el desprecio de los
intrusos con especial hidalguía; es decir, sin que mellasen el temple de su
estirpe. Dejaban entrever que, tal vez, su mayor virtud era la paciencia. Con
los años, el quietismo iba a interpretarse como abulia de esa etnia. Esto fue
generando una desazón rencorosa en el ánima dominante, como quien se cansa de
torturar a quien no suplica piedad. Por ende, aquel rey fantasmal optó por
hacer visibles a los súbditos, pues ya era evidente que no habría riesgos para
ellos. Y fue así que éstos comenzaron a ejercer el poder con total impudicia,
cual vicarios en el ventanal de la soberbia.
En
la plaza estaban. Como equinos insomnes. Poco a poco veían pasar a esos nuevos
personajes, de raras vestimentas, por el balcón del cabildo. Acicalados, rubios
o trigueños, los extraños se entregaban a discursos incomprensibles, con tonos
enfáticos y ademanes perturbadores.
Esperaban,
sí. No un mesías. No un milagro del dios entronizado por los espíritus
foráneos. No esperaban por esperanza. Parecían encerrar una certeza que iba más
allá de las palabras. Albergaban la fe de quienes se sienten parte de un orden
cósmico. Para Los Oscuros, conocer y saber eran nociones muy diferentes.
Conocían sus imposibles, pero sabían lo posible como inscripto en sus cadenas
genéticas, una suerte de voz interior que los guiaba. Sabían, por ejemplo, que
la piedra, bajo un continuo torrente de agua se desgasta, se deforma, empieza a
perder sus cualidades, y termina por desaparecer.
Al
final de un invierno se dieron los primeros indicios. Un eclipse anocheció la
plaza. Los perros aullaron al sol como a una brasa de bordes encendidos. La
atmósfera creció en humedad, y por la carga estática se vio chispear el aire
sobre sus cabezas. Era la señal.
Frente
al cabildo cruzaban siluetas humanas, raudas como vampiros huyendo de sus
cavernas. En la penumbra, Los Oscuros supieron que era el fin de la espera.
Lentamente fueron levantando sus bártulos, las artesanías y los críos. Estaban
listos cuando el sol volvió a colorear los atuendos, descubriendo el nuevo
brillo de sus pupilas. Alucinados, comenzaron su andar cansino hacia el hombre
que, de pie, aguardaba frente a ellos, de espaldas al portal del cabildo. Ahí
se erigía aquel símbolo, como un tótem exhumado, después de esa breve noche, de
la noche secular que sumió a su raza.
JORGE
CARLOS ALEGRET
(Río
Grande-Tierra del Fuego-Argentina)
ONELLIANAS
1
Cristalitos
de agua que son
hablar
de lenguas blancas
y
debajo, las cosas latentes,
las
secretas cosas bajo la nieve
diciéndose
en susurros de gotas
sobre
las hojas muertas.
Se
despenan las miradas por la calle Onelli.
Maquillajes
de neón, verduras viejas, rumores
digitales
y cirujas gemidos de almitas frías
pidiendo
tabaco y un mesías bajo el cielo roto
de
las esquinas. La gente es toda espalda,
puro
irse circular.
Cristalitos
de agua son
modos
de ser la tierra y el cuerpo,
desvíos
de la palabra
donde
nos inscribe junio
hechos
de puro interior, ocultos
entre
los reflejos leves del ripio
bajo
la garúa.
Un
perro sueña la calle desierta. Un perro
sueña
la mano de un niño aleteando
en
el viento blanco. Un perro sueña
que
se lo llevan entre caricias a un mundo
en
llamas. Sueña que no es un perro,
que
es una elegante rama de pino en lo alto
y
no hay calle, ni caricias, ni niño.
Cristalitos
de agua, que hacen urdimbre
con
historias de amores y desencantos,
en
descensos leves de los labios
en
la fatalidad del orden y del caos
sucediéndose
entre las filigranas de humo
sobre
los árboles, donde los cristalitos hablan.
La
boca del hombre dice una A bajo cero. Agujas en los
/ojos
disueltos,
y sólo la A queda del hombre congelado,
que
una vez, se soñó perro en la calle. Ahora, ni eso.
2
Las
palomas se hamacan en los diecinueve cables negros
que
segmentan el cielo. Siluetas azabaches en la
oscuridad
tenue;
un
vapor de noche sobre los lomos de los gatos
hambrientos.
Las bolsas de basura oscilan, pendulan en
/racimo.
Una
guitarra eléctrica triza el espacio, disloca las placas
de
lo real, mientras alguien empuja un cuerpo sobre el
/barro
como
hierro florecido, y cumple el mandato más caro
/del
Amo.
3
En
los escaparates: zapatillas como animalitos
/abandonados,
relojes,
pantallas, discos, ropa de marcas adulteradas, las
/narices
como
piedras, lo que NO, lecturas de un cuento en las
/vidrieras
y
la que mira se desdobla, se multiplica, es un pulmón
/enfermo,
es
una madona, es un cuerpo extasiado frente a un plasma,
hay
humo, channel, seda, kerosén, dioses curanderos y
/glamorosos
profetas
de una calle que se vuelve virtual, indolora, seca
/casilla
de
madera y bronquíticos cachorros humanos hacinados,
/ser
múltiple,
ser hidra, ser hambriento que se sacia en otra
/parte
que
es ninguna parte, pero tanto progreso, hija, mirá
/esos
corpiños
y
esas tetas que nunca, pero podría, ¿por qué NO?, ¿por
/qué
yo
NO?,
seguro que sí hija, lo dijo el Pastor ayer mismo:
/nosotros
heredaremos
los escaparates.
Un
vals
resuena en la vereda.
Viene del sótano
con risas a mueble viejo.
Los ancianos
ausentes
cuidan su fonógrafo
en un barrio pituco
que no recuerda a nadie.
resuena en la vereda.
Viene del sótano
con risas a mueble viejo.
Los ancianos
ausentes
cuidan su fonógrafo
en un barrio pituco
que no recuerda a nadie.
******************
Desnudo sueño
del desove.
tu luz
que moja
los cristales del pudor.
*******************
Vuelvo
a mi primer pantalón corto
y todo es el principio
para reconciliarme
con este fin
que apenas comienza.
PÁGINA 7 – ENSAYO
DANIEL
GOROSITO
(Uruguay/México)
EN
ESPAÑA HALLAN TESORO DE BENEDETTI: DOS POEMAS INÉDITOS
Una
bibliotecaria de la Universidad de Alicante en Madrid fue quien descubrió este
tesoro literario. Corría el año 2006 cuando el escritor oriental entregó los
6000 volúmenes que integraban la biblioteca de su casa en la capital española a
dicha casa de estudios.
Durante
el arduo proceso de revisión y catalogación, entre las páginas de Insomnios y
duermevelas del poeta uruguayo, la bibliotecaria María José Giménez encontró
los poemas que estaban escritos a mano en una hoja suelta.Ambos poemas son
inéditos, pero “Miedo y coraje” fue recitado por el autor en la Feria del Libro
de Buenos Aires en el 2002.
Eva
Valero quien funge como directora del Centro de Estudios Iberoamericanos Mario
Benedetti de la Universidad de Alicante y el investigador José Rovira fueron
los encargados de comprobar o autentificar que la letra manuscrita de los
poemas correspondía a Mario Benedetti.
También
descubrieron que dentro de la obra de Benedetti hay un poema titulado “Coraje y
miedo”, pero que nada tienen que ver con “Miedo y coraje”, así como otro
denominado “Esperas”, que tampoco tiene similitud con el segundo poema
encontrado que se denomina igual.
Durante
su estadía en Buenos Aires para presentar en la Feria internacional del Libro
de esa ciudad, Insomnios y duermevelas, obra que reúne un importante número de
poemas y el cuento “Túnel en duermevela”, que cierra la obra, los eventos se
desarrollaron de la siguiente manera:
Esa
tarde, del 23 de abril del 2002, de acuerdo con una crónica publicada en el
periódico La Nación de la capital Argentina, Benedetti recitó los versos de
“Miedo y coraje”. (El miedo y el coraje son gajes del oficio/ pero si se
descuidan los derrota el olvido/ El miedo se detiene a un palmo del abismo/ y
el coraje no sabe qué hacer con el peligro…)
Los
investigadores españoles manejan la hipótesis que el escritor guardó ambos
poemas dentro del libro en Buenos Aires, ya que desde allí viajó a las
presentaciones en Madrid en julio, y en Alicante en octubre.
Eva
Valero consideró que: “Este itinerario permite conjeturar que posiblemente
Mario Benedetti leyó uno de esos poemas, no publicados en Buenos Aires y luego
lo llevaría dentro de uno de los ejemplares de Insomnios y duermevelas que
dejaría en su biblioteca de Madrid, que luego donaría a la Universidad de
Alicante”.
La
lectura que realizara en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de
Buenos Aires (Malba), no es el único punto de contacto de esta historia con la
República Argentina, primera escala del exilio que inició el escritor en 1973.
El
poema “Esperas” incluye un epígrafe con dos versos del pintor y poeta
bonaerense Enrique Molina. Descubramos en la lectura ese tesoro de reciente
hallazgo que forma parte de la prolífica obra de Mario Benedetti:
MIEDO
Y CORAJE
El
miedo y el coraje
son
gajes del oficio
pero
si se descuidan
los
derrota el olvido.
El
miedo se detiene
a
un palmo del abismo
y
el coraje no sabe
que
hacer con el peligro.
El
miedo no se atreve
a
atravesar el río
y
el coraje rechaza
el
mar del infinito.
No
obstante hay ocasiones
que
se abren de improviso
y
allí miedo y coraje
son
franjas de los mismo.
ESPERAS
Se
oyen pasos
de
alguien que no llega nunca.
Enrique
Molina
Uno
sigue esperando
sin
responder a nadie
entre
otras cosas porque
las
sombras no preguntan
uno
estira el silencio
abandonado
y torpe
con
los ojos abiertos
y
la esperanza inmóvil
el
cielo está tan lejos
y
la tierra tan cerca
que
no vale la pena
soñar
con el futuro.
En
secreto se aguardan
noticias
del vacío
y
sin embargo nadie
se
asoma entre la niebla.
MIGUEL
ÁNGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
AGUA
Los
sábados, pasadas las veinte, el Centro Cultural “Amigos de la italianidad”
cierra sus puertas como escuela de cerámica nativa y se transforma en café literario. Al edificio de aires toscanos, otrora casa de
costura, le basta su prosapia gringa para desentumecer la llanura conquistada.
Junto al busto de Dante Alighieri, la cartelera reza:”Hoy lectura de poemas de
Mario ‘El Jilguero’ Tolosa”.
El
poeta pide un whisky, hielo, y con voz cenicienta, comienza a deshilvanar sus
composiciones llenas de marineros y mujeres pasionales. Son poemas malos los
suyos. Porque no condenan ni prometen. Ni siquiera consuelan el descrédito de
la memoria. Los contados oyentes, vecinos modestos que se quedan al recital
porque no hay nada más interesante que hacer un sábado a la noche en el pueblo,
después de la velada, regresan a sus casas pensando que la poesía es, en esa
levedad del lugar común donde los ubicó Tolosa, una mera cuestión de vagos y
desocupados.
El
Jilguero era hijo de una maestra de San Justo y de un chacarero callado y gris.
La madre, que de pura audacia enseñaba algunas pautas de declamación, cuando
descubrió los primeros ejercicios poéticos del hijo, quiso creer que le había
nacido un genio. Desde entonces, lo atiborró de libros que compraba en “El
tesoro de saber” y le recitaba canciones gallegas para que el chico sintiera
que el arte lo acogía con beneplácito.
El
padre, en cambio, un prolijo analfabeto que veía en Mario la descendencia
segura para organizar el tambo y las vaquillas, al advertir que su esposa sumergía lentamente al vástago en un mundo de
versitos y rimas, sucumbió al temor de que Mario saliera maricón.
Ahí
empezaron las peleas y los reproches en el matrimonio. El tambero no podía
acostumbrar su parca sabiduría de corrales al arrobamiento cultural que lo iba
expulsando de la casa. De regreso del campo, los encontraba en el comedor. La
madre corrigiendo cuadernos y el hijo, dibujando jilgueros en una hoja de
papel. El hombre se arrimaba al dibujo, espiaba las manos de Mario, las
comparaba con las suyas y a fuerza de no encontrar parecidos entre ellas, se
supo un estorbo necesariamente eludible para conservar aquel equilibrio.
Los
padres del Jilguero se separaron en noviembre. El chacarero se refugió en el
campo y sólo veía a su hijo unas horas, para las fiestas.
Pero
contrariamente a los presagios paternos. Mario “Jilguero” Tolosa no torció su
hombría a favor de los muchachos. Con el tiempo, se construyó una fama de poeta
inabordable y esta pose de elegido lo volvía ganador con las chicas.
-¿Marito
tiene novia Doña Inés?
-Mi
hijo está casado con las letras.-respondía la vieja apurando el paso para no
seguir la charla.
Mario
solía interrumpir su sacerdocio literario para arrojarse a las tentaciones del
mundo con un anhelo más que de libertad, de descubrimiento. A corta edad ya
había probado hasta las putas más desmejoradas de la pensión de Doña Elvia, una
comadrona que daba cobijo a pendejas hambrientas, rejuntadas de pleno monte,
que recobraban el color de las mejillas con los guisos de arroz de la madama y
que ya nunca se alejaban de ella porque la gorda era protección y trabajo
seguro. Pagaba los servicios con poemas
que Doña Elvia enmarcaba en dorado y colgaba sobre la cómoda.
A
medida que pasaban los años, Tolosa iba reconociendo su mediocridad manifiesta.
Porque lo que al principio, el deseo por lo distinto hace pensar en un don se
que posee, el tiempo troca el anhelo, en sueño y luego, en imposibilidad
conciente. Lo que se creía influencia de Nervo o Espronceda, terminaba siendo
copia supina; lo que resultaba “tener un aire a”, concluía por no poder
articular una voz propia; lo que trasuntaba inspiración, se convertía en
repetición.
Pero
en lugar de dedicarse a menesteres más pragmáticos, Mario se propuso ser el
único poeta del pueblo. Para eso recurrió a un primo suyo, dueño del Diario “El
pregón”. El vate se ofreció a dirigir la página cultural del vespertino, la que
pasó a ser el escaparate excluyente desde donde la sombra de Tolosa se
proyectaba, absoluta, sobre la precaria confrontación estética de los
pobladores locales. Los tomó por sorpresa y no dieron batalla.
Con
el auspicio de la Tienda “Los Alerces” y de la ferretería de los hermanos
Arroyo, ambos patrocinantes conseguidos por la madre del poeta que asistía a
misa con las dueñas de esos comercios, la página daba para cuatro poemas y un
cuento breve, firmados todos con el seudónimo de “El Jilguero”.
Tolosa
hablaba de sus publicaciones como “un triunfo cultural” y cada sábado, vestido
de punta en blanco, se dirigía al kiosco de la plaza a comprar el diario para
que los vecinos reconocieran en su traza, a la lírica hecha persona.
Después
se iba de Doña Elvia a ejercitar un romanticismo octosilábico y pegadizo que
alguna de las pensionistas recordaba incluso después de contar los billetes.
-Volvé
poeta. Acá te espero.
Tolosa
enciende un cigarrillo, hace volutas con el humo y saca un texto que ha escrito
la noche anterior. Lo ha titulado:”Clepsidra de amor”. Poema nacido de la
soledad, habla de una mujer y de un corazón defraudado. Sonríe cómplice y
comienza la lectura.
Rosina
Morante era hija natural de una costurera italiana que se dedicaba a hacer
vestidos de novia. Fruto de un romance breve, quizás sentido, con un repartidor
de salamines, esa hija resumía el gólgota culposo de su madre. Rosina nunca
olvidaba a la modista acarreando rasos y encajes, de un cuarto al otro de la
casa, mientras rezaba para que la muerte la salvara de tanta vergüenza.
Las
dos mujeres solían tomar el agua que sacaban del pozo donde la Virgen del
Rosario había hecho su aparición. Iban juntas, una vez por semana a cargar
botellas de colores. La madre, de rodillas en el ojo de agua, se embarraba las
ropas, sudaba, y con el esfuerzo conjuraba advertencias.
-Novios,
no. Sino te toman por china y ya no te respetan.
Rosina
veía madurar sus ojos grandes y su carne blanca convencida de que los hombres
eran una caja cerrada, llena de miedo, que la miraban con lascivia, únicamente
para humillarla.
Hasta
que llegó a sus manos el suplemento cultural del diario “El pregón”. Se lo dejó
olvidado una de las clientas de su madre y a la muchacha le llamó la atención
el seudónimo del pájaro. Con las entregas, se transformó en una de las pocas
lectoras complacientes del Jilguero. Le perdonó la brusquedad de su almíbar, la
redondez ramplona de sus cuartetos, las imágenes forzadas e imposibles.
No
sabía decir qué le gustaba de esos poemas. Y aunque no opinaba porque sus
conceptos hubieran delatado ignorancia de escuela y de vida, Rosina espiaba el
puesto de diarios los sábados hasta que llegaba “El pregón”. Entonces sentía
que los muros de la casa se derrumbaban y el agua entraba a raudales por el
zaguán, desparramando monte entre las telas y los dobladillos, deteniendo el
pedaleo de su madre, rajando para siempre cualquier molesto rencor.
Tolosa
concluye “Clepsidra de amor” y ahora anuncia que seguirá con “Manos
mentirosas”. Una sonrisa se aclara en su boca. Con ese soneto se hizo acreedor
a la cuarta mención en el concurso comunal y es un orgullo compartirlo con ese
selecto auditorio.
-“Manos
mentirosas que una tarde/al estro parvulario de un deseo/tocaron la aldaba
silenciosa/ de tu puerta que replicó en un eco”.
Levanta
los ojos para capturar los efectos de sus dichos en los oyentes.
El
primer ramo lo encontró la madre del poeta en el umbral, un domingo, cuando
salía para la iglesia. Eran gajos de menta y cedrón ceñidos con un moño de puntillas. La mujer elogió esa prueba de
admiración hacia su hijo. Llenó un
florero con el agua de la Virgen y lo dejó en el escritorio de Mario, reprochándose
haber olvidado el nombre de aquella declamadora francesa a la que le ofrendaban
también flores en el teatro.
La
ceremonia se repitió durante meses. Cada domingo, un ramo nuevo perfumaba la
habitación del poeta. Dicen que esto se correspondió con la mejor época
literaria de Tolosa. A partir de los ramos, sus versos surgieron menos
afectados y sus narraciones hablaban de caballos sueltos y de casas
santificadas por el agua. Su genialidad
mentida se hizo una rajadura de sal. Y hasta un crítico de Santa Fe que siempre
lo había ignorado, elogió la producción del Jilguero y sus entregas sabatinas.
Para
cerrar su lectura, Tolosa dedica el último poema a la hermosa realidad
geográfica de la pampa gringa. Con “Manantiales de trigo” enarbola una verba
punteada de verdores, de oro encañado y de soles matinales.
Las
madres murieron el mismo año.
Para
el poeta la muerte de la suya trazó un paréntesis en su producción literaria.
El recuerdo de la mujer agonizando durante semanas y él sólo auxiliándola en
detalles tan vergonzantes como macabros, lo habían enfermado. No mandaba más colaboraciones
a “El pregón”. Se pasaba el día en los brazos de Doña Elvia babeando entre
alcoholes los recuerdos de la muerta. Decía buscarla por la casa, alumbrándose
con una vela, gritando su nombre o llorando un sueño de reencuentro que lo
devoraba. Los ojos de la madre se le engarfiaban a las palabras cada vez que
quería escribir y retomar sus publicaciones. Y lo peor: no habría ya mujer que
lo reconociera escritor.
Para
Rosina Morante la muerte de la modista tuvo el efecto de una caja que se
destapa. La breve agonía del corazón, unas oraciones junto a la enferma y
después nada.
Resuelto
el duelo y apagados los hachones que sobrevienen a la pérdida, Rosina donó a
las monjas todos los enseres de costura de su madre. Maniquíes y bordados,
moldes, ropa sin terminar. Por un tiempo alquiló el hall de la casa a un taller
de bicicletas. Con esa renta le sobraba.
Su
único desvelo era leer los poemas de Tolosa. La muchacha iba cada sábado al
quiosco en busca de su pájaro. Hurgaba con ansias y luego con enfado, la página
del diario donde debían estar los textos de los que vivía. Al no encontrarlos,
regresaba, con la cabeza baja, a esperar de nuevo el próximo sábado en su mundo
de asfixia.
Desde
el fondo del salón se escucha un aplauso famélico, de rigor. Uno de los
asistentes al acto pide otro poema. Entonces Mario Tolosa saca una hoja y comenta
que ese texto lo escribió apoyado sobre
la mejor mesa que puede tener un hombre: los muslos de una dama. Se titula:”Tu
valle lánguido”.
-Tengo
una negrita nueva Jilguero.
Doña
Elvia, los labios pintados de rojo como un hematoma, el batón de flores, lo
condujo al dormitorio, le dio un vaso de whisky, y apagó la luz. Al rato Tolosa
palpó una piel firme, acarició unos rulos, derramó bebida sobre una espalda
desconocida. Estaba concluyendo su duelo.
Rosina,
en cambio, habló de negocios con la
mujer. Le dijo que se iba, que le dejaba la casa para que recibiera otras
chicas del campo como pensionistas, que allí fuera el Jilguero a dormir, a
escribir.
-Es
un regalo.- aclaró ya de salida.
La
madama cerró los labios en una risa.
-Tanto
miedo le tenés…
Pero
la chica no contestó. Dicen que se fue a San Justo, donde nadie la conocía. Que
la panza se le notó después, cuando compró la máquina de coser y se dedicó
a los arreglos chicos.
-¿Y
la piba?- preguntó el poeta a la mañana siguiente.
Pero
Doña Elvia se limitó a cumplir con la palabra dada. Y cuando Tolosa tanteó
buscando la ropa para vestirse, chocó con el florero cargado de agua santa.
Y
con el ramo de menta y cedrón, sobre la mesa de noche.
AMELIA ARELLANO
(San
Luis-Argentina)
MI
CORAZÓN HA HABLADO
“El corazón nos corre a veces por todo el cuerpo, como si fuera un perro perseguido”.
F. García Lorca
Mi corazón ha dicho que soy noche y mujer en un caballo alado.
Que mis pechos se prodigan en magnolias blancas.
Que desenredo de tus cabellos los piojos y las liendres del miedo.
Que quiebro en tu cristal el grito moribundo del cuervo.
Mi corazón ha hablado y quizá me ha engañado.
Pero, he sentido en el pecho la resurrección de la paloma.
He conjugado en sangre el temblor de tu cuerpo.
La mujer que habla por mi estómago está hecha de sudor y grito.
Y besa con las piernas y duerme con la boca.
Entreabre la brecha por donde escapa la turbación y la cordura.
Te ha hecho un lugar en su manto de ausencia.
Y has dormido con ella, aun en lechos vacíos.
Mi corazón me ha dicho, que en el espejo de tu copa, la has visto
Que tus ojos no caben en la inmensidad de su fiebre
Que en un vino empecinado, la desnudas... y bebes.
Que la consumes en resacas y la ejecutas en el mar infinito, de tu cuerpo.
Que la has liberado pero vuelve en constelación boreal.
Mi corazón me ha dicho que la mujer ha elegido ser jinete de la noche.
Y se acopla a ti en un caballo rojo. En vid. En llamarada.
Tu corazón es una garganta de perros degollada.
Me ha dicho que sigue en ti, esa certeza tuya, tan desmesurada.
Que solo cabe en ti, tu insoportable amor aullido, a solas.
Mi corazón me ha dicho que la mujer huye, de la noche.
Inadvertidamente. Tan despacio, como una gota de agua en el desierto.
Dejándote la duda y la ilusión, tristísima ilusión.
Un sueño, un ladrido. Noches de fiebre, un delirio, un deseo.
Un deseo.
“El corazón nos corre a veces por todo el cuerpo, como si fuera un perro perseguido”.
F. García Lorca
Mi corazón ha dicho que soy noche y mujer en un caballo alado.
Que mis pechos se prodigan en magnolias blancas.
Que desenredo de tus cabellos los piojos y las liendres del miedo.
Que quiebro en tu cristal el grito moribundo del cuervo.
Mi corazón ha hablado y quizá me ha engañado.
Pero, he sentido en el pecho la resurrección de la paloma.
He conjugado en sangre el temblor de tu cuerpo.
La mujer que habla por mi estómago está hecha de sudor y grito.
Y besa con las piernas y duerme con la boca.
Entreabre la brecha por donde escapa la turbación y la cordura.
Te ha hecho un lugar en su manto de ausencia.
Y has dormido con ella, aun en lechos vacíos.
Mi corazón me ha dicho, que en el espejo de tu copa, la has visto
Que tus ojos no caben en la inmensidad de su fiebre
Que en un vino empecinado, la desnudas... y bebes.
Que la consumes en resacas y la ejecutas en el mar infinito, de tu cuerpo.
Que la has liberado pero vuelve en constelación boreal.
Mi corazón me ha dicho que la mujer ha elegido ser jinete de la noche.
Y se acopla a ti en un caballo rojo. En vid. En llamarada.
Tu corazón es una garganta de perros degollada.
Me ha dicho que sigue en ti, esa certeza tuya, tan desmesurada.
Que solo cabe en ti, tu insoportable amor aullido, a solas.
Mi corazón me ha dicho que la mujer huye, de la noche.
Inadvertidamente. Tan despacio, como una gota de agua en el desierto.
Dejándote la duda y la ilusión, tristísima ilusión.
Un sueño, un ladrido. Noches de fiebre, un delirio, un deseo.
Un deseo.
DUNAS
Estás parado en un universo hecho de piedra y dunas.
Nadie ha de salvarte.
Ni la agonía del polen, ni el parto de la rosa.
Ni las huellas en las ardientes colinas.
Ni la saciedad, ni el hambre.
Ni las ramas que brotan de tus ojos.
Ni los anillos de lluvia.
Ni lo negado, ni lo dado.
Ni la pupila cerrada del Bautista.
Ni la espada, de Damocles.
Ni el oro de Siddartha ,ni la plata de la traición abrazo.
Ni Lancelot, ni Gilgamesh. ni el caballo de Troya.
Nada habrá de salvarte.
Acaso los salmos de la historia
Que no has de conocer, hoy. Tal vez, nunca.
Estás parado en un universo hecho de piedra y dunas.
Nadie ha de salvarte.
Ni la agonía del polen, ni el parto de la rosa.
Ni las huellas en las ardientes colinas.
Ni la saciedad, ni el hambre.
Ni las ramas que brotan de tus ojos.
Ni los anillos de lluvia.
Ni lo negado, ni lo dado.
Ni la pupila cerrada del Bautista.
Ni la espada, de Damocles.
Ni el oro de Siddartha ,ni la plata de la traición abrazo.
Ni Lancelot, ni Gilgamesh. ni el caballo de Troya.
Nada habrá de salvarte.
Acaso los salmos de la historia
Que no has de conocer, hoy. Tal vez, nunca.
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
ANTOLOGÍA
DEL DESAMPARO
EL
ÚLTIMO ÁNGEL
L
Hasta
que el último ángel no naufrague
en
su otoño de plumas
y
luego caiga copo a copo la nieve angelical del vuelo
es
decir alguna cosa que aun su niño,
hombre
en víspera, no sabe
hasta
ese fatuo día que son todos los días
pero
tan ajenamente
que
simplemente vamos
y
vamos por la tierra entornando infinitos
clausurando
memorias, de vertical angustia
erguidos
en
la mueca natural de los que saben
que
hay dirección tiempo y sentido
porque
así lo decretan las vagas escrituras
esa
noble lección que nos legó en la infancia
aquel
noble inquisidor de optimismo
ll
Ah
mortal en tu línea
no
mires más allá
ni
más adentro
que
peligra el equilibro del precioso engranaje
del autista que hoy toma reino, cetro y corona
Y él dice” no”
a tu
zarza inflamando la rectitud del bien
que es menester la muerte de tu fuego
incendiario
“Sigue
el camino de la suave ceniza
que
al olvido va en soplos intangibles
niega
a tus manos la más ardiente de las piedras
toma
en cambio la tibia que tan fácil se templa
al
hueco de las palmas temerosas.
Pero
ten cuidado si una sombra de nieve
como
aspas de un vuelo te roza en remolino:
es
el sueño de un ángel que no admite el exilio
y
convoca otra vez la insurrección celeste
EL
OTRO PARAÍSO
Sólo me queda un cuenco de palabras
y una lejana urdimbre de canciones de cuna,
algo de aquel cincel que imaginó la vida
más inmensa que la vida misma.
Pocas cosas tengo ya: los años, sus errores
como cofres de equivocadas llaves,
una dulce penumbra donde aún cantan
los Ángeles que cada noche he reunido
y una dama violeta, como madre ensoñada
que siempre o casi siempre me encapulla.
Sólo me queda un cuenco de palabras
y una lejana urdimbre de canciones de cuna,
algo de aquel cincel que imaginó la vida
más inmensa que la vida misma.
Pocas cosas tengo ya: los años, sus errores
como cofres de equivocadas llaves,
una dulce penumbra donde aún cantan
los Ángeles que cada noche he reunido
y una dama violeta, como madre ensoñada
que siempre o casi siempre me encapulla.
II
El paraíso asombra y de tal modo
que es un asombro que llega hasta las lágrimas.
Nada más deslumbrante
que la penumbra piadosa de los templos,
Nada embriaga más en este mundo
que haber probado el fruto del alivio.
Y las alas que desde su cuna
la humana angustia puso al pie de sus sueños
pidiendo a los corteses magos de las fábulas
que no dejaran tan sola su torpeza de miembros
su vertical tortura hacia un cielo imposible.
III
De no haber ascendido vértebra a vértebra
hasta el erguido desmayo
que nos puso al acecho
y al mismo tiempo
al punto de un engañoso ascenso
hacia un refugio celeste que amparaba los ojos.
De haber sido terrenos
Veríamos que todo desde el cielo a la tierra
es profundidad al infinito
El edén de la hondura
La mirada inicial
El otro paraíso.
MARINA
TSVIETÁIEVA
(Rusia-1892/1941)
MÁGICAS
TRANSFORMACIONES DE UN ROSTRO QUERIDO
No tiene derecho a juzgar al poeta quien no ha leído cada uno de sus versos. La creación está hecha de herencia y de gradación.
Yo en 1915 me explico a mí misma en 1925. La cronología es la clave para la comprensión.
—¿Por qué sus versos son tan distintos?
— Porque los años son distintos.
Un lector ignorante toma por estilo una cosa incomparablemente más simple y más compleja: el tiempo. Esperar de un poeta los mismos versos en 1915 y en 1925, es lo mismo que esperar que también tenga en 1915 y en 1925 los mismos rasgos en el rostro.
— «¿Por qué ha cambiado tanto usted en diez años?» Esto, por resultar tan evidente, no me lo preguntaría nadie. No me lo preguntaría, lo constataría, y habiéndolo constatado, él mismo añadiría: «Ha pasado el tiempo».
Exactamente lo mismo ocurre con los versos. El paralelismo es tan completo, que lo proseguiré.
El tiempo, como es sabido, no embellece, si acaso en la infancia. Y nadie que me conoció a los veinte años me dirá a los treinta: «¡Qué bonita se ha puesto!». A los treinta años mis rasgos quizás sean más perfilados, más expresivos, más originales, — más hermosos, quizás. Más bonitos —no. Lo mismo que ocurre con los rasgos ocurre con los versos.
Los versos no son más bonitos con el tiempo. La frescura, la espontaneidad, la accesibilidad, la beauté du diable 6 del rostro poético ceden el paso a los rasgos.
«Usted antes escribía mejor» —¡lo oigo tan a menudo!—, significa únicamente que el lector prefiere mi beauté du diable a mi esencia . Lo bonito a lo hermoso. Lo bonito es la medida de lo exterior, lo hermos, de lo interior. Una mujer bonita, una mujer hermosa, un paisaje bonito, una hermosa música. Con la diferencia de que el paisaje puede ser también hermoso además de bonito (reforzamiento, sublimación de lo externo hasta lo interno), la música sin embargo además de hermosa no puede ser bonita (debilitación, degradación de lo interno hasta lo externo). Además, una vez que un fenómeno se sale del ámbito de lo visible y externo ya no le vale el término «bonito». Por ejemplo, un bonito paisaje de Leonardo. No se dice. «Música bonita», «versos bonitos» — es la medida de la ignorancia tanto musical como poética. Necio lenguaje popular.
Así pues, la cronología es la clave para la comprensión. Dos ejemplos: un juicio y el amor. El investigador y el amante van hacia atrás, desde el presente hasta el origen, hasta el primer día.
El investigador camina hacia atrás, hacia la huella anterior. No existe una acción aislada, sino la unión de todas las acciones: de la primera con todas las sucesivas. El momento actual es la suma de todos los precedentes y el origen de todos los momentos que vendrán después. La persona que no ha leído toda mi obra desde Álbum vespertino 7 (la infancia) hasta El cazador de ratas 8 (el día de hoy), no tiene derecho a juzgarme.
El crítico: es juez y amante.
Tampoco confío en aquellos críticos que están a medio camino entre el crítico y el poeta. No ha habido suerte, algo fracasó, no tienen ganas de abandonar este mundo de la poesía, pero permanecen en él resentidos, se sienten atraídos, no por su sabiduría, sino por su propia experiencia (fallida). Ya que yo no he podido, nadie puede ya que yo no tengo inspiración, ésta, en general, no existe. (Si hubiera sería el primero en tenerla.)
«Yo sé cómo se hace esto…»
Tú sabes cómo se hace, pero ignoras cómo conseguir el resultado. Por lo tanto no sabes cómo se hace. La poesía es un oficio, el misterio está en la técnica y el éxito depende del mayor o menor grado de Fingerfertigheit (destreza manual). De ahí la conclusión: el talento no existe. (¡Si existiera yo sería el primero en tenerlo!)
De estos fracasados generalmente salen los críticos — los teóricos de la técnica, los críticos de la técnica poética, los críticos-técnicos, en el mejor de los casos — escrupulosos. Pero la técnica, convertida en un fin en sí misma, es ella misma el peor de los casos.
Alguien, ante la imposibilidad de llegar a ser pianista (una distensión de los tendones), se convirtió en compositor. Ante la imposibilidad de lo más pequeño — lo grande. Admirable excepción de una triste regla: ante la imposibilidad de lo grande (ser creador), hacerse lo más pequeño («compañero de viaje»).
Es lo mismo que si una persona, habiendo perdido la esperanza de encontrar oro en el Rin,9 declarara que en el Rin no existe ningún oro y se dedicara a la alquimia . Se coge esto y esto otro y se obtiene oro. ¿Pero dónde está tu qué, ya que sabes cómo? Alquimista, ¿dónde está tu oro?
Nosotros buscamos el oro del Rin y creemos en él. Y al fin y a la postre — a diferencia de los alquimistas — lo encontraremos.
La estupidez es tan heterogénea y multiforme como la inteligencia, y tanto en la una como en la otra, todo son antagonismos.
Y la reconoces, al igual que a la inteligencia, por el tono.
Así, por ejemplo, a la afirmación: «No existe la inspiración, únicamente obra el oficio» («el método formal», es decir, una variación del bazarovismo 11), brota una respuesta instantánea de ese mismo campo (el de la estupidez): «no existe el oficio, únicamente obra la inspiración» (la «poesía pura», la «chispa divina», la «música auténtica», todos los lugares comunes del pequeño-burgués). Y el poeta en absoluto preferirá la primera afirmación a la segunda ni la segunda a la primera. Otra notoria mentira expresada en una lengua extraña.
NECHI
DORADO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
COMO
ME GUSTA LA OPALINA
Me
gusta la opalina. No se, tal vez porque es un poco como yo. O yo soy un poco
como la opalina. Ya se que esto que te digo va a parecerte loco, pero ¿y qué?
¿Hay mucha cordura en este mundo? ¿Sobra o está como exiliada? Yo diría que la
exoneraron, huyó espantada ante tanto doble discurso y ante tanta realidad,
abofeteada.
La
opalina, a simple vista, no sabés si es plástico o vidrio y si querés
comprobarlo tenés que arrimarte mucho. Es ahí cuando dicen poniendo la boca
como una O:
–Qué
lindo, ¿es de plástico? ¡Hay no, es opalina, qué belleza!
-¿Y
si era plástico qué, no era que te parecía lindo?
-No,
sí, pero es opalina ¡No es lo mismo, es mucho mejor, más caro, es de otra
calidad!
-No
pero sí… Claro que no es lo mismo, es más caro…pero tuviste que tocarlo para
sostener que es una belleza.
A
mi me parece que soy de opalina, porque nunca supe si soy feliz de
verdad, más o menos, mucho, o poco. Hasta me confundo a mi misma.
Más
bien que, en realidad, nunca supe qué cosa es ser feliz.
Cuando
me río, las más de las veces tengo una cosita acá, que es como un nudo y me
parece que lo desato un poco cuando empiezo a carcajear. Entonces, busco
acordarme de alguna de mis históricas metidas de pata que siempre mueven a risa
y es cuando el nudito se suelta. ¡Parece mágico!
Los
que me ven de lejos dicen que soy muy fuerte y yo, siento que no lo soy, sin
embargo, hasta tuve que creérmelo como para que la vida no termine de
aplastarme del todo. ¡Ni ahí!
Pero
de tanto que me dicen “sos tan fuerte”, casi que me convencieron.
Ahí,
siento que vuelvo a ser como la opalina. ¿Por qué? Porque confundo.
El
mundo, las circunstancias que lo conforman, la gente, los gobiernos, los
banqueros, los escritores, los obreros, vos, yo, los docentes creo
que todos somos un poco como de opalina.
Mostramos
una cosa, hacemos otra. (a veces las que nos permiten)
Pensamos
una cosa, sentimos otra. (eso no pueden impedirlo)
Si
no, fijate, te pongo un ejemplo: Cuando te presentan a alguien y te dicen, es
el licenciado Tal y vos sabés bien que el tipo, licenciado y todo, es de lo
peor, pero tenés que dibujarte una sonrisa y decir con la mayor cara de
hipócrita posible, sin que se note:
-Mucho
gusto, licenciado, yo soy Cual.
Y
sí, tal vez ahí es cuando uno se presenta tal como es.
Cuál.
¿Cuál
entre tantos de los que hoy somos simplemente un número?
¿Será
la que finge o la que no lo hace? ¿La que dice “mucho gusto” o la otra,
la que por dentro está pensando ¡“m’a qué mucho gusto, si sabemos que sos una
remierda, flaco”!
¡Claro!
Si el tipo saca un tema y sabés que te sobran argumentos para enrostrarle y te
animás porquetehiervelasangreysentísquesetenublalavistaynoaguantáslasganasderesponderleylelargásnomástodoloqueveníasconteniendodesdeel
momentoenquefalseastediciendo “mucho gusto, licenciado”, aunque pongas carita
de yo no fui, el tipo se dará cuenta de lo que sos realmente. Una persona que
vista desde lejos parecía ser de una manera pero en la realidad es de otra.
¡Sos
de opalina! hizo falta que se acerquen mucho para darse cuenta de tu verdadero
sentimiento, el que tantas veces tenemos que encapsular para no parecer
inadaptados ante las leyes de una sociedad pacata. Leyes que siempre vemos que
se cumplen a medias.
Las
leyes que se crean para una cosa pero que sirven para otras. O sea, para nada.
Y en el medio de esa rosca se va asfixiando la verdad.
Imaginate
diciéndole a algún “encumbrado” si tuvieras la suerte de que se te cruce:
-¡Buenos días, asesino!
O:
–¡Buenos días, corrupto!
O:
–¡Buenas tardes señor títere ¿hasta cuándo te vas a dejar manejar, tarado?!
Y
te morís por preguntarle: ¿en serio te creés que nos creemos que estás
interesado por el bienestar de tus compatriotas?
¿O
pensás que de verdad nos tragamos tu mentira cuando decís que estás interesado
por alcanzar la paz y multiplicás tu arsenal bélico como para que no vaya
a fallarte el tiro de gracia contra la vida?
¿O
pretendés que te creamos cuando lanzás tu sarta de mentiras y tranferís
tu verdadero sentimiento, comparable a la materia fecal de los depredadores,
tratando de hacer creer que los enemigos son otros?
Los
que no soportan tu hipocresía.
¡Es
más fácil imaginarte que es lo que no dirán de vos después de semejante
sinceridad, que imaginarte lo que sí, dirán!
Mínimamente:
¡es subversiva! Y andá a sacarte después ese rótulo… tratá de conseguir el
teléfono de Mandrake.
También
pensemos que podes decir, si por ahí te cruzás con alguno de esos sacerdotes
pederastas que bien sabés que sobran por el valle del señor y se te
ocurriera saludarlo:
-Oh,
¡que sorpresa señor obispo, ¿pudo apaciguar su instinto de pederasta? Y
te tenés que morder la lengua para no agregar: ¿Sabés que asco me das, reverendo
hdp?
Tenemos
que simular ser lo que no somos, a veces, con suerte, conseguimos parecer lo
que queremos parecer. Otras, ni siquiera eso nos sale: simular ser lo que a los
otros les gustaría que fuéramos.
Por
eso me gusta la opalina, me parece versátil, extraña, produce confusión,
hasta se me ocurre que desprejuiciada por la facilidad con que engaña y sin
complejos ni tabúes.
A
diferencia nuestra que somos tan hipócritas que hasta tenemos que
autocensurarnos siguiendo las normas de un jueguito auto-defensivo.
Porque
el mundo cambió. ¿Te acordás que bastaron dos impactos y decenas de cuerpos
volando por los aires para que a alguien se le ocurriera declarar con fuerza de
sentencia terminante: “Si no sos como yo es porque estás en contra mío”.
De
no serlo, andá preparando un agujero para meterte porque sin ser pitonisa, veo
un futuro muy triste sobre tu osamenta.
Por
eso te decía al principio, me gusta parecer de opalina, aunque me demande
tremendo esfuerzo eso de parecer algo, pero no serlo.
Porque
convengamos que el mundo se fue cubriendo de capas plásticas que invadieron
hasta los corazones.
Los
envolvieron, cambiaron sus latidos, tanto, que ahora el tuyo, el mío, el de los
otros, late con un tic tac diferente. Tan diferente que ya ni parece humano.
La
opalina, en cambio, sigue sonando como vidrio. Sí, claro que es más delicada,
tenés que arrimarte para darte cuenta, pero ya te lo dijeron, es más
hermosa…
HUGO
TOSCADARAY
(San
Antonio de Areco-Buenos Aires-Argentina)
PORMENORES
Ella duerme. Es bella la muchacha.
Sólo yo la observo.
El tren se ha detenido.
La lluvia no cesa.
En el andén, el hombre entristecido se sueña invisible.
Cruza un niño de bicicleta verde. Un árbol se conmueve.
Otro hombre, insulta a sus zapatos en el charco.
Los pájaros recuerdan en la lluvia, los barrotes
y enmudecen.
Una mujer pequeña mastica el silencio,
la sombra que despliega es roída por un perro.
El tren avanza. Pasa un paraguas.
Es bella la muchacha.
Sólo yo la observo.
Ahora abre sus ojos.
Sonríe la mañana.
PAGODAS
II
Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado,
buscando la huella del samurai perdido.
Yukio Mishima solía decir, que añoraba el pasado porque amaba el futuro.
Él sabía, o al menos presentía, que esa huella,
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras,
que su gente –dolorosamente- había olvidado.
Yukio Mishima comprendía, o se esforzaba por imaginar,
que con esa búsqueda, su pueblo, recobraría la felicidad.
Yukio Mishima –ahora el poeta Yukio Mishima- ingresó en el pabellón dorado, buscando la huella del samurai perdido
y encontró la rebelión y se hundió en harakiri.
Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado,
buscando la huella del samurai perdido.
Yukio Mishima solía decir, que añoraba el pasado porque amaba el futuro.
Él sabía, o al menos presentía, que esa huella,
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras,
que su gente –dolorosamente- había olvidado.
Yukio Mishima comprendía, o se esforzaba por imaginar,
que con esa búsqueda, su pueblo, recobraría la felicidad.
Yukio Mishima –ahora el poeta Yukio Mishima- ingresó en el pabellón dorado, buscando la huella del samurai perdido
y encontró la rebelión y se hundió en harakiri.
EL
MUERTO
Cuando caiga, decididamente cuando caiga
podrán revisar las rutas del vino
las huellas del tabaco
los tatuajes del orgasmo
los tótems gigantescos de cada derrota.
Cuando caiga, decididamente cuando caiga
habrán de hallar un sendero de pequeños guijarros
o de migas de pan o de trazos de orina
que conducen a esa ninguna parte de la desolación
que habité a los gritos.
Cuando caiga, decididamente cuando caiga
observando con paciencia, comprenderán, quizá,
los malos humores (de los que no conozco arrepentimiento)
las largas ausencias, los excesos, la fragilidad encubierta
y ciertas maneras que guardaba la tristeza
al posarse en mis hombros.
Sin embargo, si quieren conocer, en verdad, mi corazón
tendrán que mirar a través del agujero en mi frente
porque allí detrás, en el hueco abierto de la nuca
encontrarán un océano de islas, de estrellas y duraznos
y verán aquello que quise ser pero que, decididamente,
se tragaron las lluvias y los días.
Cuando caiga, decididamente cuando caiga
podrán revisar las rutas del vino
las huellas del tabaco
los tatuajes del orgasmo
los tótems gigantescos de cada derrota.
Cuando caiga, decididamente cuando caiga
habrán de hallar un sendero de pequeños guijarros
o de migas de pan o de trazos de orina
que conducen a esa ninguna parte de la desolación
que habité a los gritos.
Cuando caiga, decididamente cuando caiga
observando con paciencia, comprenderán, quizá,
los malos humores (de los que no conozco arrepentimiento)
las largas ausencias, los excesos, la fragilidad encubierta
y ciertas maneras que guardaba la tristeza
al posarse en mis hombros.
Sin embargo, si quieren conocer, en verdad, mi corazón
tendrán que mirar a través del agujero en mi frente
porque allí detrás, en el hueco abierto de la nuca
encontrarán un océano de islas, de estrellas y duraznos
y verán aquello que quise ser pero que, decididamente,
se tragaron las lluvias y los días.
(Neuquén-Argentina)
AÑO
2013, HORA CERO.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año.
Capítulo primero: del poeta.
El poeta deberá ser el reconstructor de la fábula originaria y el guardián de los campos de trigo.
AÑO 2013, DÍA UNO.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo segundo: fecundidad.
Los hijos del sol deberán emprender sin falta la tarea de iluminar las nuevas conciencias latinoamericanas.
Las hijas de la luna enseñarán el don de amar sin tapujos ni tabúes a los niños y niñas de la nueva humanidad.
Los hijos del viento, peregrinos, bastardos y locos solitarios del desierto del sur del mundo, enseñarán el camino al oasis, siguiendo el rumbo cósmico de las estrellas y las sendas invisibles de la innumerable arena.
AÑO 2013, DÍA SIETE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo tercero: de las tareas y los días.
Los hijos del sol clavaron la primer estaca en la tierra que fue casa y cobijo, fue hogar. Cavaron un pozo y plantaron el primer árbol que fue alimento y emoción: jugosas manzanas rojas permitidas.
Trabajaron todo el día, desde el alba al crepúsculo y en la noche se sentaron bajo la luna a invocar el agua mansa de los dioses.
Las hijas de la luna lloraron su soledad y las lágrimas fueron río caudaloso y cristalino.
Se desnudaron, dejaron sus amuletos en la tierra y entraron en sus aguas, bailaron y bebieron hasta agotar su sed primigenia y caer agotadas en su ribera.
Al despertar, el cauce abrió el surco en la estepa hasta el centro del desierto, que fue oasis. Y el oasis fue valle de las quimeras y refugio de peregrinos.
Hombre y Mujer danzaron la buena nueva, bebieron elixires terrenales y se acostaron en la tierra fecunda a engendrar los nuevos hijos del sol.
AÑO 2013, DÍA ONCE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo cuarto: alabanzas.
Los hijos del sol y las hijas de la luna bebieron el vino rojo de la tierra húmeda y elevaron sus ojos y manos al cielo y cantaron alabanzas a los astros.
Alabaron su luz y su oscuridad.
Alabaron su pródiga entrega a los hombres del surco y el puño en alto.
Y cantaron al aire hecho viento surero, su amor por la tierra y el agua, abrigados por el fuego amigo.
Agradecieron al oasis que fue valle de quimeras y al gran Árbol de la Nutrición por sus provechosos frutos.
Santificaron a los hijos del amor en la fecundidad de las horas y los bautizaron en las aguas cristalinas del río que viene de las cumbres del cóndor desde un tiempo inmemorial.
Sentenciaron a viva voz: “Éste es nuestro lugar en el mundo!”.
Y así fue.
AÑO 2013, DÍA VEINTE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo cinco: de la recompensa de los trabajos.
Al final del ciclo lunar, el agua del río se hizo diamantes naturales, cristales transparentes brillando en la noche de panteras.
Y el cóndor descendió de las alturas níveas, y se detuvo en la tierra a dialogar con el hombre.
Y el carbón fue fuego y final para la bestia que aplacó el hambre del hijo del sol y la hija de la luna.
Y la mujer se hizo espejo humano de la luna en la penumbra del valle querencial y calmó la sed del hombre y juntos se sumergieron es sus íntimas aguas y nadaron bajo el resplandor de las estrellas toda la noche.
Y hombre y mujer tendidos sobre la manta fecunda de la pachamama, elevaron la vista al cielo inaccesible y se hicieron infinitos.
AÑO 2013, DÍA CUARENTA Y NUEVE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo seis: del nuevo sol.
En el inicio del nuevo ciclo lunar, el hijo del sol parte hacia la aurora del horizonte.
Va con el cometido de calmar el hambre y abrigar el frío, del invierno que se aproxima subrepticiamente, a paso de puma.
Los hijos del sol no matan animales ni mueren árboles.
Cuando toman una bestia del monte como alimento, dejan una porción en la tierra para los animales más débiles y otra para los viejos.
Cuando un árbol muere y es fuego para abrigar los cuerpos y fogata para asar las bestias, entregan una semilla virgen al surco para fecundar la tierra en cada ciclo germinal.
La hija de la luna quedó en su ruca, en el dulce aire de la espera, para proteger durante nueve lunaciones, al nuevo hijo del sol que crece en su vientre.
AÑO 2013, DÍA TRESCIENTOS VEINTIDÓS.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo siete: del nacimiento del nuevo sol
Esa noche, sobre la cara visible de la luna, apareció la imagen de su rostro.
Piel de aceituna, grandes ojos rasgados color sol, boca de pan y cabellos de espigas.
Solo ellos lo vieron.
Ellos y algunos pocos peregrinos del mundo, de corazón puro, ni santos ni ángeles, simplemente seres que no anidan en su alma odio mortal o malsana envidia.
Juntos bajo la luz selenita, el hijo del sol y la hija de la luna destaparon una botella de roja vid, fermentada bajo el dios solar y añejada durante nueve lunaciones, y brindaron con el cielo y la tierra, y danzaron con el aire y el fuego.
Ha nacido el primer hijo de los hijos del sol y la luna.
A su alrededor un abanico interminable de estrellas iluminan su nacimiento.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año.
Capítulo primero: del poeta.
El poeta deberá ser el reconstructor de la fábula originaria y el guardián de los campos de trigo.
AÑO 2013, DÍA UNO.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo segundo: fecundidad.
Los hijos del sol deberán emprender sin falta la tarea de iluminar las nuevas conciencias latinoamericanas.
Las hijas de la luna enseñarán el don de amar sin tapujos ni tabúes a los niños y niñas de la nueva humanidad.
Los hijos del viento, peregrinos, bastardos y locos solitarios del desierto del sur del mundo, enseñarán el camino al oasis, siguiendo el rumbo cósmico de las estrellas y las sendas invisibles de la innumerable arena.
AÑO 2013, DÍA SIETE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo tercero: de las tareas y los días.
Los hijos del sol clavaron la primer estaca en la tierra que fue casa y cobijo, fue hogar. Cavaron un pozo y plantaron el primer árbol que fue alimento y emoción: jugosas manzanas rojas permitidas.
Trabajaron todo el día, desde el alba al crepúsculo y en la noche se sentaron bajo la luna a invocar el agua mansa de los dioses.
Las hijas de la luna lloraron su soledad y las lágrimas fueron río caudaloso y cristalino.
Se desnudaron, dejaron sus amuletos en la tierra y entraron en sus aguas, bailaron y bebieron hasta agotar su sed primigenia y caer agotadas en su ribera.
Al despertar, el cauce abrió el surco en la estepa hasta el centro del desierto, que fue oasis. Y el oasis fue valle de las quimeras y refugio de peregrinos.
Hombre y Mujer danzaron la buena nueva, bebieron elixires terrenales y se acostaron en la tierra fecunda a engendrar los nuevos hijos del sol.
AÑO 2013, DÍA ONCE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo cuarto: alabanzas.
Los hijos del sol y las hijas de la luna bebieron el vino rojo de la tierra húmeda y elevaron sus ojos y manos al cielo y cantaron alabanzas a los astros.
Alabaron su luz y su oscuridad.
Alabaron su pródiga entrega a los hombres del surco y el puño en alto.
Y cantaron al aire hecho viento surero, su amor por la tierra y el agua, abrigados por el fuego amigo.
Agradecieron al oasis que fue valle de quimeras y al gran Árbol de la Nutrición por sus provechosos frutos.
Santificaron a los hijos del amor en la fecundidad de las horas y los bautizaron en las aguas cristalinas del río que viene de las cumbres del cóndor desde un tiempo inmemorial.
Sentenciaron a viva voz: “Éste es nuestro lugar en el mundo!”.
Y así fue.
AÑO 2013, DÍA VEINTE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo cinco: de la recompensa de los trabajos.
Al final del ciclo lunar, el agua del río se hizo diamantes naturales, cristales transparentes brillando en la noche de panteras.
Y el cóndor descendió de las alturas níveas, y se detuvo en la tierra a dialogar con el hombre.
Y el carbón fue fuego y final para la bestia que aplacó el hambre del hijo del sol y la hija de la luna.
Y la mujer se hizo espejo humano de la luna en la penumbra del valle querencial y calmó la sed del hombre y juntos se sumergieron es sus íntimas aguas y nadaron bajo el resplandor de las estrellas toda la noche.
Y hombre y mujer tendidos sobre la manta fecunda de la pachamama, elevaron la vista al cielo inaccesible y se hicieron infinitos.
AÑO 2013, DÍA CUARENTA Y NUEVE.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo seis: del nuevo sol.
En el inicio del nuevo ciclo lunar, el hijo del sol parte hacia la aurora del horizonte.
Va con el cometido de calmar el hambre y abrigar el frío, del invierno que se aproxima subrepticiamente, a paso de puma.
Los hijos del sol no matan animales ni mueren árboles.
Cuando toman una bestia del monte como alimento, dejan una porción en la tierra para los animales más débiles y otra para los viejos.
Cuando un árbol muere y es fuego para abrigar los cuerpos y fogata para asar las bestias, entregan una semilla virgen al surco para fecundar la tierra en cada ciclo germinal.
La hija de la luna quedó en su ruca, en el dulce aire de la espera, para proteger durante nueve lunaciones, al nuevo hijo del sol que crece en su vientre.
AÑO 2013, DÍA TRESCIENTOS VEINTIDÓS.
El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:
Capítulo siete: del nacimiento del nuevo sol
Esa noche, sobre la cara visible de la luna, apareció la imagen de su rostro.
Piel de aceituna, grandes ojos rasgados color sol, boca de pan y cabellos de espigas.
Solo ellos lo vieron.
Ellos y algunos pocos peregrinos del mundo, de corazón puro, ni santos ni ángeles, simplemente seres que no anidan en su alma odio mortal o malsana envidia.
Juntos bajo la luz selenita, el hijo del sol y la hija de la luna destaparon una botella de roja vid, fermentada bajo el dios solar y añejada durante nueve lunaciones, y brindaron con el cielo y la tierra, y danzaron con el aire y el fuego.
Ha nacido el primer hijo de los hijos del sol y la luna.
A su alrededor un abanico interminable de estrellas iluminan su nacimiento.
NATALIE
GOLDBERG
(Brooklyn-Nueva York-USA)
(Brooklyn-Nueva York-USA)
VIVIR
DOS VECES
El escritor vive dos veces. Lleva su propia vida cotidiana y en ella corre como todo el mundo yendo a comprar, atravesando la calle, vistiéndose por la mañana para ir a trabajar. Pero el escritor ha entrenado, al mismo tiempo, otra parte de sí mismo. La que vuelve a vivir todo esto por segunda vez. La que se sienta y vuelve a recorrer mentalmente todo lo que ha sucedido, deteniéndose a observar su consistencia y sus detalles.
Cuando estalla un temporal, todos corren por las calles de aquí para allá con paraguas, impermeables, diarios en la cabeza. El escritor vuelve a salir bajo la lluvia con la libreta de apuntes en la mano y la pluma entre los dedos. El escritor observa los charcos, los ve llenarse, ve cómo las gotas de lluvia puntúan la superficie. Se podría decir que el escritor se ejercita en ser estúpido. Sólo un estúpido se quedaría bajo la lluvia mirando un charco. Si uno es listo, intenta no quedarse bajo la lluvia para evitar los resfriados y, de todas formas, en caso de enfermedad se ha asegurado de antemano. Si uno es tonto, se interesa más por los charcos que por su propia salud, las pólizas de seguro o la puntualidad en el trabajo.
Por último, uno está más interesado en volver a vivir su propia existencia escribiendo que en hacer dinero. Bueno, entendámonos: también a los escritores les gusta hacer dinero; también a los artistas, contrariamente a lo que normalmente se piensa, les gusta comer. Sólo que, para ellos, el dinero no es la motivación principal. Personalmente, si tengo tiempo para escribir me siento muy rica, mientras que me siento muy pobre si tengo un sueldo regular pero no tengo tiempo para mi verdadero trabajo. Pensad en ello. El patrono nos da un sueldo a cambio de nuestro tiempo. El tiempo es la mercancía de mayor valor que un ser humano tiene para ofrecer. Trocamos el tiempo de nuestra vida por dinero. El escritor se detiene en el primer paso, el propio tiempo, y le atribuye un valor aún antes de recibir a cambio un dinero. El escritor tiene muchísimo aprecio a su propio tiempo, y no tiene tanta prisa por venderlo. Es como heredar un terreno de la familia. Este terreno siempre ha pertenecido a la familia, desde tiempo inmemorial. Viene alguien y ofrece comprarlo. El escritor, si es listo, no venderá demasiado. Sabe bien que, una vez vendido el terreno, podrá comprarse un segundo coche, pero no tendrá un lugar donde refugiarse, ya no tendrá un lugar donde soñar.
Por eso, si queremos escribir, no es malo que seamos un poco tontos. Dentro de nosotros existe una persona a la cual no se le puede dar prisa, una persona que necesita tiempo y nos impide entregarlo todo. Esta persona necesita un sitio a donde ir, y nos obliga a mirar fijamente los charcos bajo la lluvia, casi siempre sin sombrero, y a sentir las gotas que caen sobre la cabeza.
RAÚL
O. ARTOLA
(Viedma-Río
Negro)
NOMBRES PROPIOS
“...muy engañado está quien crea que es fácil
pronunciar un nombre, en el amor, por primera vez”.
José Saramago
pronunciar un nombre, en el amor, por primera vez”.
José Saramago
Le
dijo que amar era poder decir el nombre de la persona amada. Le aclaró que de
esa manera el amante demostraba que reconocía al otro como un ser distinto de
él, con voluntad e inteligencia propias, que estaba dispuesto a respetar en
toda circunstancia.
Era
por eso, siguió explicándole, que él la nombraba muy seguido, hasta sin
necesidad, por el solo gusto de oír su nombre y para producir en ella los
beneficiosos efectos de una aceptación total de su ser, de su autonomía, de su
libertad.
Dicho
esto, le sugirió que intentara pronunciar su nombre más a menudo, llamarlo sin
un motivo concreto, para irse acostumbrando a la idea de que él no le pertenecía.
Ella
escuchó con mucha atención y prometió hacer un esfuerzo, aunque no dio la
impresión de haber comprendido cabalmente el profundo sentido de la solicitud.
Después
de ese episodio la vida de la pareja siguió transcurriendo con los auspicios de
una dicha casi sin sobresaltos ni interrupciones, salvo las discusiones menores
que distraen la rutina amorosa y consolidan los vínculos con húmedas
reconciliaciones.
Sin
embargo, pasado un tiempo, él volvió a observar que ella nunca lo llamaba por
su nombre, reemplazándolo casi siempre por las tiernas voces que los enamorados
creen inventar para exaltar sus sentimientos o las virtudes de la persona
amada.
Esta
comprobación lo sumió en un estado depresivo. Ella no hizo preguntas ni alteró
sus hábitos de conducta o el estilo de la relación, como si nada sucediera.
Él
tampoco habló sobre el asunto ni quiso preocuparla con sus visitas al médico
primero y al psicólogo después, siguiendo una recomendación de su padre.
También
se encargó de ocultarle que tomaba un preparado cada ocho horas, por lo que
debió disimular con oportunas salidas de escena la ingestión de algunas dosis,
cuando se encontraba con ella.
El
deterioro de la antigua felicidad era evidente, a pesar de que ambos procuraban
que pasaran inadvertidos sus signos más alarmantes.
Un
velo tan espeso facilitó el efecto de amarga sorpresa que se abatió sobre
familiares y amigos al conocerse la noticia de que él se había pegado un tiro
en la boca, en el baño de la casa de su novia, un atardecer de domingo.
Nadie
pudo explicarse, ni se atrevió a preguntar, por qué ella gritó su nombre un
momento antes de escucharse el disparo ni tampoco por qué no dejó de
acariciarlo durante la noche del velatorio, llamándolo quedamente con el
diminutivo cariñoso que lo distinguía de su padre desde chico.
ELIDA
MANSELLI
(Argentina-1941/2013)
I
Entre y cierre la puerta que detrás vienen los presagios.
Aquí no encontrará más que tristeza y pequeñas fatigas
azules buscándose como torres a larga distancia.
Entre y ubíquese en diagonal a las pesadillas, que para
estar tranquilo basta hacer el pan diariamente sin pausa
y retribuirlo para no quedarse solo.
Voy a encender el espectro del bosque.
Necesito una mirada que pueda más que el agua, que el
dominio del tiempo sobre la inteligencia, que ese fuerte
dolor a aguacero en lo sentidos.
Siéntese tal cual ha nacido, Con pocas palabras, que hoy
descubrí un capullo con diez años de antigüedad y conocerá
usted la belleza que nunca ha entrado por los ojos.
¿Siente el roce del planeta?
Pronto desplegará el cielo la fila de perdices, esos privilegios
de invierno en los campos.
Esta soledad que prepara el ángel.
IV
Ave de la pereza
tordo
chajá.
Rubio de la serpiente, partes de ángeles, alazán manos
blancas y la exactitud del aire.
¿Y la exactitud del aire?
He venido por ese tajo que florece sobre la frente, con el
oído sobre todos los oídos de la inmensidad.
He sentido la vida como la muerte sin ninguna venganza.
Sauce que mira largamente el orden, cuervos, testigos del
rastro de la conciencia.
Todo arde como un golpe en el viento del mundo.
En el encierro del fuego una especia levanta el camino hasta
los madrigales.
Una especie pegada hueso tras hueso en las claras durmientes
del cielo.
Aquí donde el Renacimiento vuelve al fuego de los renacimientos,
el agua dura sonríe a la pradera, al engranaje,
al declive…
Viendo el poro abierto de la reflexión sobre la tierra.
VII
Me detuve con la mirada y conté cada hierba del nido.
Donde pasaba el reloj todos los días y la caricia voladora
dejaba nuevas clemencias de luz, en lo profundo del
silencio.
Salí del nido con el embrión vegetal sobre la frente.
Volé busqué cuatro caminos, porque estaba la razón fijada
sobre mi plumaje antiguo, que sabía del sufrimiento del
árbol, del animal, del crecimiento plata pura de las
palabras nuevas.
Volé construí mejor los ojos, compartí como pude las nacientes
del espíritu, las sensaciones de noche y de tormenta,
la ciencia en el amanecer.
No fue la razón sino la dalia del espacio, la que hizo de
todos los paisajes mi nido.
En la rara pendiente….
(Comodoro
Rivadavia-Chubut-Argentina)
(hermano)
el viejo apoya el hombro al lado del vidrio /
mira a viento traer y llevar todo eso que no tiene voluntad /
piensa en que tiene que ir a treleo /
que cómo andará el hermano /
que no sabe por qué treleo //
piensa en la palabra hermano /
y se detiene como si viento no pudiera llevar y traer esa palabra /
no se acuerda bien de hermano /
es como una foto o algo así /
pegada a la palabra hermano esa cara que se le parece /
esa mirada dura y vidriosa como la de padre /
tierrita amarilla en la foto detenida en su palabra hermano //
le tiene que contar esto y saber cómo andará el hermano /
si pisará las huellas de cuando chicos /
de cuando le quedaban grandes las huellas y las sombras eran finas /
y no era en treleo sino en la isla /
ahí se corría a los arroyos / y a los días /
y el tiempo no sabía para qué //
ahora cómo andará /
tendrá la espalda encorvada / pelo blanco /
huesos duros / palabra hermano /
tendrá cobijo y mujer /
recordará la palabra hermano
tendrá foto con tierrita de otro color /
pisará huellas o dejará que las pisen hijos y consuelo /
sabrá por qué treleo //
el viejo cierra los ojos
deja de no mirar a viento /
que sigue enredando todo eso /
desparramando lo que no tiene voluntad /
como tierrita amarilla en la foto de hermano //
el viejo apoya el hombro al lado del vidrio /
mira a viento traer y llevar todo eso que no tiene voluntad /
piensa en que tiene que ir a treleo /
que cómo andará el hermano /
que no sabe por qué treleo //
piensa en la palabra hermano /
y se detiene como si viento no pudiera llevar y traer esa palabra /
no se acuerda bien de hermano /
es como una foto o algo así /
pegada a la palabra hermano esa cara que se le parece /
esa mirada dura y vidriosa como la de padre /
tierrita amarilla en la foto detenida en su palabra hermano //
le tiene que contar esto y saber cómo andará el hermano /
si pisará las huellas de cuando chicos /
de cuando le quedaban grandes las huellas y las sombras eran finas /
y no era en treleo sino en la isla /
ahí se corría a los arroyos / y a los días /
y el tiempo no sabía para qué //
ahora cómo andará /
tendrá la espalda encorvada / pelo blanco /
huesos duros / palabra hermano /
tendrá cobijo y mujer /
recordará la palabra hermano
tendrá foto con tierrita de otro color /
pisará huellas o dejará que las pisen hijos y consuelo /
sabrá por qué treleo //
el viejo cierra los ojos
deja de no mirar a viento /
que sigue enredando todo eso /
desparramando lo que no tiene voluntad /
como tierrita amarilla en la foto de hermano //
(miradores)
no
cualquiera puede
levantar
la cabeza y mirar una estrella / dice /
una
verdadera estrella /
de
esas que están ahí
justo
para ser vistas
sólo
por los ojos de los que levantan la cabeza
y
pueden mirarlas /
los
miradores de estrellas lo saben hacer / dice /
saben
que no es tarea cotidiana /
que
no se puede hacer siempre que tengan ganas /
porque
no siempre las estrellas quieren ser vistas /
y
porque no siempre están ahí /
los
miradores de estrellas lo saben hacer / dice /
porque
saben que las estrellas pueden llorar
y
también necesitan estar solas / a veces oscuras /
por
eso es que no cualquiera puede
levantar
la vista y mirar una estrella y listo / dice /
hay
que encontrar la que es de sus ojos //
(muerte)
de
toda noche siempre está a punto de morir /
quiere
irse /
y
ese irse es como un desasombro /
para
los ojos que han visto de más /
que
no hallan destello que corte a la oscura /
que
no descubren vuelos ni nubes nuevas /
que
tejen a las matas y los cerros mañanaeando //
de
toda noche siempre está a punto de morir /
quiere
irse /
y
duerme de toda muerte //
J.M.TAVERNA
IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
EJEMPLARIDAD
DE UN PENSADOR.
Este
mes de marzo se cumplen ciento once años del nacimiento de Don Luis Di Filippo:
un santafesino comprometido con su tiempo, intelectual alerta, pensador sin
concesiones.
La
obra de Di Filippo observa una línea reflexiva de incontrovertible coherencia.
El hilo del pensamiento crítico adquiere, en su palabra, una continuidad que
-por sobre aspectos analíticos determinados- revelan de manera inequívoca su
verbo preciso, un estilo directo y punzante, la seducción por la verdad.
Su
obra ofrece la fortaleza de un verdadero credo. No sólo por lo que aporta desde
su convicción y formación libertaria, sino fundamentalmente por su pasión para
abrir espacios de confrontación investigativa; por la fuerza de introducción en
túneles discursivos que revelen; por el rigor intelectual con que están
escritas todas y cada una de sus páginas.
La
política, quizá uno de los campos de la sociología más apasionante y polémica,
está en su obra casi como una constante. Parte él de la política para encontrar
un hombre nuevo; se posiciona en el poder para descubrir debilidades y
denunciar apostasías; convoca a los utopistas para abrir el abanico siempre
necesario de la esperanza. Su versación, su ánimo de estudioso, su permanente
inconformismo, construyen parte de una dialéctica enriquecida y a la vez
orientadora. Nunca su pluma se moja en falsas impostaciones de erudición o
enciclopedismo. Si está Sócrates, si está Platón o aparecen los humanistas del
Medioevo o del Renacimiento, por algo es. El discurso, su metodología
discursiva, va a veces apropiándose de conceptos ajenos, para dimensionar su propia
resolución. Así, le son familiares y muy queridos Tomás Moro, Pico de la
Mirándola y Campanella. Así también Macchiavelo entra en sus fervores tanto
como Marx y Engels. En cada uno avizora siempre la dignidad del hombre, sus
conflictos de lucha, sus posiciones e ideales.
Di
Filippo va, seguramente, tras el sentido de la existencia. Sin ser ateo ni ser
agnóstico, tiene conciencia de Dios. Y así como lee y se impregna de algunos
textos de sor Juana Inés de la Cruz para saber quién es el hombre, así también
puede citar con elocuente oportunidad a Santa Catalina de Siena o al pobrecito
de Asís, para tratar de discernir con prudencia acerca de las llamadas
sociedades organizadas.
¡Cuánto
respetó a Erasmo de Rotterdam, a Miguel de Unamuno, a Read, a Russell! ¡Cuánto
disintió con ellos! Abierto al trance polémico, a la lúcida confrontación,
jamás se sumergió en dialécticas farragosas y contradictorias, en caminos
cerrados. "Discordia", uno de sus libros primigenios, es una
auténtica lección del más puro pensamiento ideológico. A esa obra le seguirían
"La política y su máscara", "La ruta de la concordia",
entre tantos más. Y obras que, de pronto, constituyeron verdaderos ejercicios
de humor pensante: como "La antena hechizada", construida alrededor
de la noticia y su glosa, o su "Antología humorística del refranero":
un caudaloso río de paradojas e ingenio.
Alguna
vez afirmamos que Luis Di Filippo tuvo la estatura de un magíster, aunque no
dejara discípulos. Poseía la capacidad de convocar (como lo hacen los
auténticos pensadores), de incentivar el interés de los jóvenes, de propiciar
el diálogo esclarecedor o polemizante. Además, lograba contagiar el vicio de la
lectura: tal su punzante agudeza frente a determinados temas y la amplia gama
de sus aportes ante tiempos sociales del siglo que le tocó vivir.
Así,
no es extraño que su prosa, elegante e incisiva, abra la puerta a Sarmiento y a
Ortega, tanto como se nutra de los aportes y las posturas de Proudhon y de
Bakunin. ¡Con qué brillo reconquista alguna línea de Anatole France o de Emile
Zola! Humanista sereno y a la vez crítico empecinado, su trabajo ubica siempre
en primer plano el protagonismo que le cabe como hombre de su tiempo. Como
pensador sin claudicaciones. Como visionario y propulsor de una libertad sin
cerrojos.
Entre
sus muchos ensayos figura el profético "La agonía de la razón". En
tiempos como los que corren, en que tal marco pareciera constituir un abismo
cada vez más profundo e inexorable, ¡cuán necesitados estamos de voces como la
suya para alertar los ánimos, para despertar tantas conciencias dormidas!
MARTA
ORTIZ
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
FRONTERAS
PARA UNA TRAMA DELICADA Y TURBIA
El
camino de los viajeros, novela de la narradora argentina Irma Verolín, fue
distinguida en 1997 con el Premio Internacional de Novela Mercosur. Quince años
después, la UNL y el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de
Santa Fe, se unieron para coeditarla (colección Los Premios). Justa
reparación de lo injustificable, que los lectores celebramos ante la eventual
pérdida que hubiera significado la permanencia en la sombra de esta valiosa
materia narrativa.
“Viajábamos
con voracidad”, dice la primera línea del primer capítulo (nueve en total); y
agrega: “… arrastrar el cuerpo alrededor del mundo era lo único que parecía
justificarnos.” La narradora asume un yo maduro que se esfuerza por asir de
algún modo y comprender a la joven protagonista de una historia en la que las
palabras “viaje”, “frontera” y “mundo” son ejes capitales de la trama. Esta
mujer joven ha quedado lejos en el tiempo, una pieza más en la suma de mujeres
que componen a esta otra que cuenta, la que en el presente narrativo “es”.
Se
reconstruye a partir de unas cartas rescatadas, hasta entonces en poder de
Marcos, médico de frontera, ex pareja de Irene (nombre falso que él le dio y
único que nombra a la joven protagonista); cartas escritas en Buenos Aires
durante una estadía de Irene cuando la pareja residía en San Pedro, Misiones,
cerca de la frontera con Brasil.
Se
trata de un trabajo laborioso y difícil, ya que quien hoy narra, no se reconoce
en la mujer que escribe las cartas; disociada de su versión joven, no existe
puente que pueda reunirlas. A pesar de los explícitos datos temporales (años
ochenta en la Argentina, fines de la dictadura militar –evidencia que crea
un clima denso que lo contamina todo, que no se ve pero se siente o se sugiere–
) y espaciales (Tilcara, San Pedro, Buenos Aires, Córdoba, entre otros), la
novela recorre un tiempo interior que diluye cualquier atisbo de certeza;
abarca un largo cuestionamiento (a partir de los hechos que se recuerdan y se
rearman, como quien intenta marcar o reconocer un territorio propio a partir
del cuerpo, que es también memoria). El mundo, para quien se siente
extranjero, es inapresable, como lo es el monte misionero, límite a todo
intento de comprensión.
“El
principio se deshace en otros finales”, la frase intenta encontrar un comienzo
pero lo hace disolviendo el obvio límite entre principio y final; y así, la
sola y contundente afirmación, sumerge sin preámbulos al lector en la idea de
fugacidad, de impermanencia, marcando el territorio en el que se moverá la
novela: ambiguo, indefinible, cambiante, incierto; y continúa: fuimos
“dos personajes trágicos dispuestos a dar el primer paso hacia el foco más
intenso de luz”, hacia el desarrollo y culminación de una historia intensa, de
bordes siempre brumosos, que destaca la fragilidad de la relación asimétrica
entre dos seres que compartían el haber vivido una niñez compleja: “sombras
chinas de una mano gigante sobre la pared del mundo” , mundo por otra parte,
incapaz de sostenerlos: “…hecho de tiza, bastaba con soplar para que
desapareciera”.
En
la frontera la sensación es de inestabilidad: lugar de desorden, de mezcla de
idiomas, sitio donde se es y no se es, donde la realidad pesa más que cualquier
palabra; la fuerza de la naturaleza se refleja en ese monte impenetrable, eje
de toda conversación, mampara inconmovible, muro, dominio que todo lo traga, al
que a veces es mejor ignorar: “Dar la espalda, taparme los ojos ha sido el acto
de mayor protección que he encontrado en mi vida”, dice Irene: su espalda es su
muralla protectora, su frontera.
El
“mundo” se articula como teatro, sucesión de tablados o escenarios donde el
destino del hombre se juega, sujeto a vaivenes erráticos. Ante una relación
difícil y a un mundo hostil, la posibilidad del “viaje” brilla como llave
mágica que precipita la huída, antídoto contra el peligro, suspensión
momentánea de la vida, de la memoria. Basta desplegar el mapa, elegir un
destino, y la pareja viaja: “…subíamos impulsivamente a un micro o a un coche y
la historia dejaba de avanzar.” Abatida por la soledad Irene apela
simultáneamente a otra clase de “viaje” en el que las estaciones del itinerario
solo reflejan un profundo vacío.
Fumar
y beber trazan otro límite determinado por el aislamiento. Se relata una caída
en un pozo, como caer en un cono de sombra: desde su fondo oscuro, ella ve cómo
el mundo delimita su escenario, pero también, de inmediato, cómo retoma la
forma por ella conocida: “un gran pozo en el que mis oscuridades pasaban
desapercibidas.”
Un
giro inesperado a causa de la omnipresencia de “los milicos”–hombres que mueven
en bloque, armados y uniformados, denotando la clase de orden que reinaba en
ese momento en la Argentina y que en la frontera se vuelven más y más
amenazantes–, empuja la huida de la pareja a Córdoba, donde finalmente la
realidad descorre el último velo de una relación amorosa fallida, destinada al
fracaso.
“Casi
podría decir que ella escribe con el mismo gesto con que alguien se mira al
espejo: con la absoluta certeza de encontrar el rostro conocido, el propio, el
que ya conoce de memoria”, confiesa la narradora; desde luego Irma Verolín
sabe, como todo escritor de largo oficio, que hacer ficción de la experiencia
es el “viaje” por antonomasia de un escritor. “Sólo con palabras soy
capaz de entender lo que sucede”: el valor de la escritura dadora de
conocimiento, organizadora del caos, propio y ajeno.
En
El camino de los viajeros todo cobra una dimensión metafórica: la frontera, el
monte, el viaje, el mundo, el alcohol, las sierras, los milicos. Nada es
totalmente lo que parece, detrás siempre hay algo más que no se explicita; hay
límites infranqueables. Existe un plano tangible y otro intangible: también los
fantasmas circulan a voluntad: “habitaban la frontera de la casa, estaban justo
allí”. Todo está dicho a partir de una voz que reflexiona, indaga, se hamaca
cómoda en el pensamiento paradójico, deconstruye para volver a construir, las
certezas siempre provisorias. Prosa limpia, sin artificios inútiles, no exenta
del humor necesario que distancia.
La
línea que divide, el límite, es leitmotiv; alude, de un modo u otro, a una
misma gran frontera: la vulnerabilidad de la condición humana, que siempre
reaparece cuando queremos saber quiénes somos y adónde vamos. Tal certeza
parece ser el motor que impulsa a esta narradora-protagonista aplicada al
rescate de sí misma a partir de la escritura que recicla y alivia, posiblemente
para “llenar espacios y crear así una trama delicada y turbia que la sostenga”.
SUSANA
GRIMBERG
(San
Juan-Argentina)
VARIACIONES
PARA NO MORIR TEMPRANO
I-EL
GRITO DORMIDO
Grácil, ligera, transparente, la piedra de cuarzo le atrapó la mirada. El
artesano de piel cobriza se la había regalado en un estuche de palabras: “Te
dará fuerzas”. Incrédula, dejó primero que su mirada la tocara, después la
tomó, la apretó con fuerza, la guardó para sí. Era el último día de febrero,
precisamente un veintinueve.
Desde aquél instante, como llevada por un encantamiento, apenas abre los ojos,
estira la mano sobre la mesita de luz, tantea con sus dedos hasta atraparla, la
lleva hacia el pecho, la siente latir. La gota transparente tomó un lugar en su
vida.
Tamara había llegado a esas playas del sur de Brasil con un contrato para
trabajar como recepcionista en un hotel de cuatro estrellas. Fue seleccionada
por dominar varios idiomas: inglés, francés, portugués. El trabajo tenía varias
ventajas: poner en práctica sus conocimientos además de cultivar nuevas
relaciones. Por otra parte, en Jureré, todo parecía ser más fácil. Las aguas
eran tan calmas como su gente y ella necesitaba calma.
Un atardecer, llega al hotel un señor que pide hablar con Tamara. Ella no se
encuentra en ese momento. El desconocido parte sin dejar el nombre. El conserje
tampoco se lo pregunta pues el hombre asegura que volverá.
Tamara
termina el trabajo y vuelve a su casa, un bungalow en la playa. Pero, antes de
retirarse, enterada de la visita, autoriza a que le den el teléfono y la
dirección al que ha preguntado por ella, seguramente alguien de Buenos Aires,
un ex compañero de trabajo que, en marzo, dará una vuelta por Jureré.
Las horas en la cabaña, hojas caídas de un otoño dorado, se apilan al ritmo del
desconcierto. Nada es como antes.
La soledad no la inquieta. Es ese anochecer que, salpicado por una lluvia
quebradiza, cae oscuro sobre los pensamientos.
La inoportuna visita la ha desvelado. El tiempo, delicado barrilete que no
acierta a despegar, gira sobre sí mismo.
Quiere avanzar con la lectura de “El arrebato de Lole V. Stein”, de Marguerite
Durás, pero retorna al párrafo del cual no logra separarse:
“¿Qué
es ese cuerpo del que se siente provista de repente? ¿Dónde está el de alondra
infatigable que había sido el suyo hasta entonces?”
Tamara suele hacerse la misma pregunta cada día, hora, amanecer.
Se desliza las manos por las piernas. Le pesan. Existen, se dice. Las acaricia.
Acaricia cansancio, soledad, incertidumbre.
¿Quién habrá preguntado por ella?
La falta de respuesta se hace sed. Tamara se levanta, busca un vaso de agua (la
bebida más esperada), una voz la toma de la cintura.
Gabriel.
El dolor es tan intenso como el placer.
El congreso, donde trabajó como traductora simultánea, había llegado a su
fin.
El aeropuerto era tanto un punto de llegada como de partida.
Al despedirse, Tamara le dio a Gabriel su número de teléfono. El no se lo había
pedido. No le había pedido nada. Al menos en palabras. Gabriel no era de
hablar. La mirada decía por él. Decía acerca de un hombre que deseaba cualquier
variación para no morir temprano.
En los recesos, Tamara hubiera querido que algo distinto sucediera entre los
dos, algo que desbordara el tartamudeo, el callado intercambio de frases
alentado por ella. Desde lo más íntimo, hubiera querido que Gabriel la rozara
apenas.
Cuando le entregó el papel con su número, presintió por el resplandor, por la
inquietud, por el temblor, que él la llamaría enseguida.
El regreso a la casa la emocionó. Cada objeto parecía despertar de su ausencia.
Cada paso, suspiro, risa, estaba esperándola. Ahí estaba ella.
No había terminado de sacar la ropa de la valija cuando sonó el teléfono,
Gabriel la invitaba al cine, contestó que sí, terminó de acomodar la ropa, se
duchó, él tocó el timbre.
Abrió la puerta, intentaba recogerse el pelo, me falta un poco, dijo. Gabriel
la tomó de la cintura, Tamara lo sorprendió al besarlo en los labios. El le
respondió, ella le deslizó la lengua por la boca, era sabrosa. Apretándose
contra él, cerró la puerta. El levantó la remera, ella le entregó los pechos.
Gabriel la besó suavemente y, del mismo modo, paseo por su vientre hasta llegar
a los labios. Deseaba que siguiera besándola pero él le pidió entrar. Ella
también quiso. Se recostaron sobre la alfombra, Gabriel fue deslizándose adentro
de ella con la misma suavidad con la que la había besado. Tamara sintió que se
descontrolaba, que el cuerpo se le desprendía. Lo atrajo con fuerza hacia el
cuerpo desprendido.
Tamara, lastimada de placer. Gabriel fue el grito que tenía dormido desde hacía
mucho tiempo. Los dos habían unido sus goces más allá.
Hasta esa noche, Gabriel había sentido que cuando lograba dormirse cortaba su
vida con un cuchillo. Eso le dijo.
II-EL
GRITO DEL CUERPO
El mar, agitado, los despierta. La noche, intensa. El perfume de Tamara hace
que Gabriel la desee. Se moja los dedos para acariciarle la boca, se demora en
su lengua. Ella se despereza como un gato, se frota contra él. Al sentir el
roce de la almohada con ese olor ondulado a cerros, a camino sinuoso, a laderas
calientes, Tamara separa las piernas. Él entra en el lago escondido, nada en la
respiración de ella. Tamara grita el placer. Gabriel es tormenta, volcán,
suspiro.
El la mira como a una fotografía. Una fotografía que esta haciendo temblar su
historia. Eso le dice.
Los
primeros rayos de sol iluminan la habitación. Rozan los cuerpos. La piel.
Gabriel duerme.
Intenta no despertarlo, deja las sábanas. Se ducha, se pone la bikini celeste,
el color preferido de él, toma una manzana.
Camina por la arena húmeda. El aire del mar le devuelve la vida; suele sentir
que, en los sueños, otra mujer ha vivido por ella.
No quiere dejar de caminar. Descalza. Por la arena. Por el pasto. Por las
baldosas. No por la tierra cruda.
No quiere privarse de caminar porque necesita luchar contra ese algo invisible
que se apodera de sus piernas, que las ata.
Tamara
no se reconoce en esa llanura de percepciones extrañas. Nada había dicho de
esto. A nadie. Nadie le iba a creer. Ni siquiera ella misma.
Se
moja los pies en el mar. Bajo el agua cristalina, los dedos se ven más
pequeños. Tamara se echa a reír. Son graciosos.
Recuerda que después del congreso, habían vivido un tiempo juntos. Tres años.
Tan breves como intensos.
El era médico. En el hospital se respiraba hostilidad. Y él trasladaba ese aire
a la casa. Tamara no pudo evitar ser otra persona, insospechadamente brutal. Un
día, oprimidas las sienes hasta la obsesión, sacudidas las piernas por
temblores, aprovechó un viaje de trabajo para escapar.
Huyó. De todos. Ni ella misma supo más de ella.
Lo había extrañado más allá de lo soportable. Intentó barrer la respiración, el
cuerpo, las palabras de Gabriel, con una escoba sin dientes. Una pesadilla
doblada prolijamente en la valija verde, doblada como las blusas, remeras,
polleras, toda la ropa que llevó en aquel viaje.
Dolía
sostener una apariencia sin dolor.
Ser
lo que se fue.
Las
calles de Buenos Aires, interminables, fueron abriéndole paso a la realidad
de que las piernas no le obedecieran, a la realidad del día en que le
secuestraron al hermano y ella, sumida en la fiebre, nada pudo hacer para
evitarlo. Los ojos - separados de ella - volvían a verlo. Los oídos
- separados de ella - eran un grito. Las piernas, sin respuesta. El
cuerpo se le había quedado allí.
Sólo
restaba huir. Huir de Buenos Aires. De la Argentina.
III-LA
CARICIA DEL GRITO
Gabriel,
que la ha sentido escurrirse de la cama, la sigue. Cuando la ve salir del agua,
muy lentamente, demasiado, oye en los ojos de Tamara el grito de auxilio.
Su
propio grito lo despertó. Las cinco de la mañana; seguía aislado por la nieve,
acosado por la impotencia, la imposibilidad de contar el horror que los ojos,
separados de él, presenciaron. Después, el silencio, la estepa
siberiana.
Se levantó de un salto. Tenía las piernas acalambradas. No se había relajado.
Desvelado, fue al baño. Mientras orinaba los ojos seguían viendo las huellas
que las herraduras de los caballos marcaron sobre la nieve dura; los cosacos
habían partido dejando tras ellos, ríos de sangre.
Como le había pasado a su padre, él - en el sueño - había sobrevivido.
No lo tapaban ni el estiércol ni la paja desparramada. Oía - los oídos
separados de él - los mismos sollozos. Oía - los oídos separados de él
- a las mujeres gemir. Veía - los ojos separados de él - a
los hijos aferrarse a las piernas de las madres.
Cada cuerpo, un refugio contra el dolor.
Apuró un vaso de agua como si fuese la bebida más esperada.
Nunca dejaba de volver a esa aldea. Los autos, trazos sobre la humedad
del pavimento. Las sirenas, aire quebrado con aullidos. Ultimo día en Rusia. Un
día que nunca llegaba al final.
Había hecho suyas las pesadillas del padre. Para mantenerlo vivo, se decía. A
costa de la angustia.
Volvió a la cama. Tenía sueño, los calambres habían cesado por completo. Podía
dormir tranquilo. Tamara llegaría a Buenos Aires alrededor de las tres de la
tarde.
Nunca volvió. Nunca supo más de ella.
Supo que él había vivido sólo para sí. Desandando la vida. Buscando el lugar
que no iba a encontrar.
_ No me obedecen los pies – alcanza a decir Tamara antes de caer sobre la arena
húmeda, aferrada a la piedra de cuarzo con la que se ha hecho un colgante -.
Tengo que esperar.
_ ¿Esperar?
_ Ellos hacen lo que quieren.
_ ¿Por qué hablás en voz baja? ¿Es un secreto?
_ Era un secreto.
Gabriel, sin dejar de besarle la cara, la recuesta sobre la arena, le acaricia
los pies, las piernas. Acaricia con fiereza.
_ ¿Te estás atendiendo? - pregunta de golpe, mirándola a los
ojos.
_ Sí.
Las manos le aprietan las caderas, respiran el calor de los pechos. “No vuelvas
a dejarme”, exige.
Ese algo que le ata las piernas, desaparece en la arena.
Al menos por esos instantes.
Al menos.
ANTONIO
PRECIADO BEDOYA
(Esmeraldas-Ecuador)
DÁDIVA
Busco
al fondo de todos los cadáveres
sus
tesoros abiertos.
Los
que murieron niños
muestran
a flor de tierra
sus
recientes estrellas sepultadas.
¡Ah
esta suerte de topo que me dieron!
¡Ah
la confusa tierra que me llama!
¡Ah
mis ojos despiertos que ven luces
detrás
de las tinieblas más cerradas!
¡Un
muerto me dio cal
para
escribirle un claro verso al alba!
Ved
que al norte de mí
se
alza una hoguera pálida:
un
niño recién muerto quiere darme
su
anémica flor blanca
y
me guiña su tumba
con
la tímida luz de esa fogata.
de
“Más acá de los muertos” (1966)
ANDAN
Los
muertos andan
calculando
alaridos para el viento.
Cuando
cerráis los ojos,
sabedlo
de una vez,
los
muertos se alzan
y
caminan secretamente vivos,
sin
pisadas,
acomodando
signos en el aire,
liberando
palomas enterradas,
erigiendo
colores escondidos
en
la asomada cal de los fantasmas.
de
“Más acá de los muertos” (1966)
ÁNIMA
PRIMERA
Todas
las noches salgo
a
hablar con los fantasmas.
Todos
llegan a tiempo con el viento
agitando
sus nombres
en
una multitud desesperada.
¡Ah!
Juana
la lavandera
solo
anda en noches claras.
Siempre
me llega en lunas,
lunas,
lunas,
chapoteando
el agua.
Ved
que me lavan los ojos,
que
me enjuagan la palabra
veintiún
manos azucenas,
con
agua de nueve charcas.
Ángel,
¿quién enjabonó
trece
veces tus dos alas?
¿Entiendes,
Dios, la blancura
de
tu espléndida garnacha?
¡Guardián
del noveno cielo,
llueve
una lluvia de nácar,
porque
Juana ensangrentó
una
punta de su sábana!
de
“Más acá de los muertos” (1966)
Curandera y
shamán mazateca
(México).
MUJER
ÁGUILA.
Soy mujer que mira hacia adentro
Soy mujer luz del día
Soy mujer luna
Soy mujer estrella de la mañana
Soy mujer estrella dios
Soy la mujer constelación guarache
Soy la mujer constelación bastón
Porque podemos subir al cielo
Porque soy la mujer pura
Soy la mujer del bien
porque puedo entrar y salir del reino de la muerte.
Soy una mujer sin sangre
El pájaro me roba la sangre
El libro abierto me roba la sangre
El agua me roba la sangre
El aire me roba la sangre
La flor me roba la sangre
Me conocen los santos del cielo y los ángeles
Dios me conoce
El corazón de la Santísima Madre de Cristo
El corazón de Nuestro Señor Jesucristo.
Soy una mujer que llora
Soy una mujer que escupe
Soy una mujer que ya no da leche
Soy una mujer que habla
Soy una mujer que grita
Soy una mujer que da la vida
Soy una mujer que ya no pare
Soy una mujer que flota sobre las aguas
Soy una mujer que vuela por los aires.
Soy una mujer que ve en la tiniebla
Soy una mujer que palpa la gota de rocío posada sobre la yerba
Soy una mujer hecha de polvo y vino aguado
Soy una mujer que sueña mientras la atropella el hombre
Soy una mujer que siempre vuelve a ser atropellada
Soy una mujer que no tiene fuerza para levantar una aguja
Soy una mujer condenada a muerte
Soy una mujer de inclinaciones sencillas
Soy una mujer que cría víboras y gorriones en el escote
Soy una mujer que cría salamandras y helechos en el sobaco
Soy una mujer que cría musgo en el pecho y en el vientre
Soy una mujer a la que nadie besó jamás con entusiasmo
Soy una mujer que esconde pistolas y rifles en las arrugas de la nuca.
Soy mujer que hace tronar
Soy mujer que hace soñar
Soy mujer araría, mujer chuparrosa
Soy mujer águila, mujer águila dueña
Soy mujer que gira porque soy mujer remolino
Soy mujer de un lugar encantado, sagrado
Porque soy mujer aerolito.
PÁGINA 20 – ENSAYO
SOMBRAS ROBADAS
LECCIONES DE ABISMO
En el libro de Verne, "Viaje al centro de la tierra", el científico de la expedición le recomienda a su sobrino: "Observa y observa muy bien. ¡Hay que tomar lecciones de abismo!". La frase para mí nunca ha encerrado una expresión literal, sino más bien lírica y un tanto trágica. En tal sentido la frase me ha permitido considerar que la lectura de poetas como Ramos Sucre, Vallejo, Fernando Pessoa, Baudelaire, Rimbaud y Lautremont es una manera segura de tomar lecciones de abismo. La poesía es una manera de bordear los acantilados del alma, de contemplar ese vacío donde el viento es una luz que lo calcina todo, donde la soledad es un sol negro que lentamente carcome en las entrañas.
Algunos amigos poetas en Valencia me consideran sordo para la sutil música de la poesía. Ponen en solfa mi dureza a la hora de emitir juicios en torno al poema y su ejecutante. Trato de explicarles que mi sordera es producto de un trauma de juventud. Por supuesto que miento, pero para el caso es una buena estrategia y así campear el temporal.
En mi adolescencia granujienta y volátil como muchos jóvenes que se inician en la escritura lo hice como poeta. Bajo la influencia de los poetas malditos y el surrealismo escribí un centenar de poemas salvajes, llenos de quincallería erótica y mucha lúgubre visión del mundo. Como era un aprendiz azaroso, inculto y que metía pie con eso de la ortografía, en un dechado de audacia, bastante inusual en mi, consentí darle el legajo de papeles a mi profesora de castellano Josefina Castillo. Mujer no muy bella, pero gran lectora, con un cuerpo de serenas formas y una voz aterciopelada que de alguna manera me cautivaba. La profesora corrigió, con bien intencionada saña, mi alma, que es lo que a fin de cuenta era ese puñado de papeles escritos con el corazón iluminado de insomnes lecturas. Tachó con diligencia mis gazapos, colocó acentos e hizo anotaciones al margen sobre la gramática. En la conversación me dijo que los poemas no eran del todo malos, pero que eran algo incómodos. Me recomendó mucha lectura y que tratara de abrir las ventanas del amor para que entrara algo de su luz en mi escritura. Pero yo quería ser un maldito y no un ñoño que aglutina lugares comunes en columna. Algo dolido tomé mis poemas, y con otros camaradas de bohemia literaria, me dispuse al sacrificio. En una plaza amontoné la faja de papeles y le prendí fuego. Cuando los papeles volaron en la brisa nocturna como pájaros negros me sentí liberado, como si saliese a la superficie. Desde entonces mi visión de la poesía y de los poetas cambió de manera radical.
El poeta W. H Auden escribió: "La poesía no es magia. La trascendencia de la poesía, como la de cualquier otro arte, se encuentra en su capacidad para decir la verdad, para desencantar y desintoxicar". Desde este punto de vista la poesía es más un reto que una calistenia hormonal de juventud. La falta de fe puede llevarte muchas veces a Dios, pero la falta de poesía te conduce a la desolación más insondable, a la aridez espiritual más acabada. Uno no deja de escribir poesía. El mundo es un poema escrito que también nos escribe. Este árbol, aquel atardecer que se pierde en nuestra memoria, esa flor que se abre hacia dentro de nuestra mirada.
Hay un poema de la etnia indígena Piaroa que puede proporcionar alguna clave:
"El agua del río corre hacia el raudal /¿Corre?/Las nubes huyen /sobre el gran cerro,/como tapires cansados/ frente al hombre con arco./¿Sí?/Las hojas caminan/ con el viento, /y se mueve toda la selva./También tu canoa/ se mece sobre el río./ Solamente tú estás inmóvil/ bajo la gran Piedra Negra. /¡Y yo creía que por ti / vivían todas las cosas!"
El poeta trata de anotar el nexo del hombre con todo aquello que lo rodea, intenta, a través de la poesía, mostrar, desde la belleza del lenguaje, el trágico esplendor de aquello que vibra en la cuerda tensa, y frágil, de la vida. Octavio Paz postulaba: "La poesía no pretende revelar, como las religiones y las filosofías, lo que es y lo que no es sino mostrarnos, en los intersticios y resquebraduras, aquello que escapa a las generalidades, las clasificaciones y las abstracciones: lo único, lo singular, lo personal. Los reinos en perpetua rotación de las sensaciones y las pasiones, el mundo y trasmundo de los sentidos y sus combinaciones".
Para escribir poesía se necesita una buena dosis de abismo. El poeta ha ejercitado mucho sus lecciones de abismo para encontrar el camino de esa palabra exacta, de esa palabra en situación especial y liberada de su rol meramente informativo pues trata de revelar esa música interna donde el poema es un acto lingüístico que tiende un puente hasta nuestro espíritu y nuestra conciencia.
George Steiner escribió: "Donde reinan las mentiras o la censura, la poesía puede convertirse en fuente de noticias". De allí que eso de escribir poesía no sea un mero juego del intelecto y mucho menos un pasatiempo para eludir el bostezo. Por ese motivo para escribir poesía se necesitan muchas lecciones de abismo. Las lecciones nunca serán fáciles para el poeta que lo es de verdad y no un simple remedo, un mendaz muñeco de ventrílocuo que repite metáforas sabidas hace rato. Poetas entre comillas hay en cantidad y a veces sus poemas no son más que cantos disonantes de sus desmesurados egos. La divisa de Michel Houellebecq me ha curado de escribir deslucidos poemas: "La inteligencia no ayuda en absoluto a escribir buenos poemas; sin embargo, puede impedir que uno escriba poemas malos".
DAVID GONZÁLEZ
Soy mujer que mira hacia adentro
Soy mujer luz del día
Soy mujer luna
Soy mujer estrella de la mañana
Soy mujer estrella dios
Soy la mujer constelación guarache
Soy la mujer constelación bastón
Porque podemos subir al cielo
Porque soy la mujer pura
Soy la mujer del bien
porque puedo entrar y salir del reino de la muerte.
Soy una mujer sin sangre
El pájaro me roba la sangre
El libro abierto me roba la sangre
El agua me roba la sangre
El aire me roba la sangre
La flor me roba la sangre
Me conocen los santos del cielo y los ángeles
Dios me conoce
El corazón de la Santísima Madre de Cristo
El corazón de Nuestro Señor Jesucristo.
Soy una mujer que llora
Soy una mujer que escupe
Soy una mujer que ya no da leche
Soy una mujer que habla
Soy una mujer que grita
Soy una mujer que da la vida
Soy una mujer que ya no pare
Soy una mujer que flota sobre las aguas
Soy una mujer que vuela por los aires.
Soy una mujer que ve en la tiniebla
Soy una mujer que palpa la gota de rocío posada sobre la yerba
Soy una mujer hecha de polvo y vino aguado
Soy una mujer que sueña mientras la atropella el hombre
Soy una mujer que siempre vuelve a ser atropellada
Soy una mujer que no tiene fuerza para levantar una aguja
Soy una mujer condenada a muerte
Soy una mujer de inclinaciones sencillas
Soy una mujer que cría víboras y gorriones en el escote
Soy una mujer que cría salamandras y helechos en el sobaco
Soy una mujer que cría musgo en el pecho y en el vientre
Soy una mujer a la que nadie besó jamás con entusiasmo
Soy una mujer que esconde pistolas y rifles en las arrugas de la nuca.
Soy mujer que hace tronar
Soy mujer que hace soñar
Soy mujer araría, mujer chuparrosa
Soy mujer águila, mujer águila dueña
Soy mujer que gira porque soy mujer remolino
Soy mujer de un lugar encantado, sagrado
Porque soy mujer aerolito.
PÁGINA 20 – ENSAYO
GIANNI
SICCARDI
(Banfield-Buenos Aires-Argentina)
(Banfield-Buenos Aires-Argentina)
EL
POETA Y EL PESCADO
Se ha dicho que para el poeta es claro aquello que es oscuro para los otros. Yo creo que para el poeta es oscuro lo que es claro para todos. El poeta busca lo que todos ya han encontrado.
El hombre común da por sentado que hay cosas importantes y cosas fútiles, inútiles. El poeta no da nada por sentado; él no es un hombre de buen sentido. El poeta es alguien que no sabe, y desea saber, imperiosamente. No sabe qué cosas son importantes, está en estado de disponibilidad. Quizá descubra que algo de enorme trascendencia se produce cuando escucha la noche; quizá comprenda que la tierra no seguirá girando a menos que él encienda la lámpara del día; quizá decida ser un transeúnte por el filo de lo imposible; quizá cante la plegaria de la vida, quizá cante el salmo de la muerte; quizá detenga el sol para alimentar la fuente de las palabras ardientes; quizá ponga a rodar la piedra de la aventura; quizá rompa el cántaro de la leche natal del amor; quizá tome en sus manos el corazón profético de la amistad. Podrá hacer esto o aquello pero jamás dará nada por sentado, jamás será un hombre de buen sentido, porque para él es oscuro lo que es claro para todos.
El hombre común va al mercado y compra pescado. Se lo colocan en una bolsa de plástico y se lo envuelven con papel de diario. El poeta, camino de su casa, deshace el paquete, alisa la hoja de diario que ha sido arrugada en la pescadería, y encuentra la palabra "humedad". Y esto es bueno porque recién entonces -después de tanta búsqueda- descubre que es el llanto de Dios lo que humedece los cabellos de las víctimas inocentes. Esa misma mañana varios miles de personas han llevado a sus casas un pescado envuelto en una hoja de diario y no han logrado descubrir nada -sin embargo- acerca de la disposición de ánimo de Dios respecto a las víctimas inocentes. Este hallazgo refuerza en el poeta la idea de que no es conveniente dar por sentado que el pescado es lo importante y el envoltorio lo secundario.
Ahora bien, enterados de este hecho, algunos vecinos con pretensiones literarias han decidido que lo importante no es el pescado sino el envoltorio y han instituido la costumbre de leer cuidadosamente todo lo escrito en los envoltorios de sus compras. Ignoran que el poeta, unos días después, ha comprado una vez más pescado y ha vuelto a su casa con el paquete intacto, sin dirigir ni una mirada a esa hoja de diario. Es que en esa ocasión se ha dicho: un poema ronda mi cabeza, no es bueno que lea ahora el diario ya que esto ahuyentaría el perfume de esas palabras. Pero un vecino se cruza con él y advierte que no ha deshecho el envoltorio, y piensa: un holgazán, sin duda, tendría que estar leyendo esa hoja para encontrar la palabra necesaria para su trabajo, porque ahora todos sabemos que es más importante el envoltorio que el pescado.
Entre tanto, el poeta sigue su camino, oyendo sin escuchar, viendo sin mirar. Ha olvidado completamente lo que lleva en la mano. Está convencido de que ni el pescado ni su envoltorio tienen la menor importancia.-
Se ha dicho que para el poeta es claro aquello que es oscuro para los otros. Yo creo que para el poeta es oscuro lo que es claro para todos. El poeta busca lo que todos ya han encontrado.
El hombre común da por sentado que hay cosas importantes y cosas fútiles, inútiles. El poeta no da nada por sentado; él no es un hombre de buen sentido. El poeta es alguien que no sabe, y desea saber, imperiosamente. No sabe qué cosas son importantes, está en estado de disponibilidad. Quizá descubra que algo de enorme trascendencia se produce cuando escucha la noche; quizá comprenda que la tierra no seguirá girando a menos que él encienda la lámpara del día; quizá decida ser un transeúnte por el filo de lo imposible; quizá cante la plegaria de la vida, quizá cante el salmo de la muerte; quizá detenga el sol para alimentar la fuente de las palabras ardientes; quizá ponga a rodar la piedra de la aventura; quizá rompa el cántaro de la leche natal del amor; quizá tome en sus manos el corazón profético de la amistad. Podrá hacer esto o aquello pero jamás dará nada por sentado, jamás será un hombre de buen sentido, porque para él es oscuro lo que es claro para todos.
El hombre común va al mercado y compra pescado. Se lo colocan en una bolsa de plástico y se lo envuelven con papel de diario. El poeta, camino de su casa, deshace el paquete, alisa la hoja de diario que ha sido arrugada en la pescadería, y encuentra la palabra "humedad". Y esto es bueno porque recién entonces -después de tanta búsqueda- descubre que es el llanto de Dios lo que humedece los cabellos de las víctimas inocentes. Esa misma mañana varios miles de personas han llevado a sus casas un pescado envuelto en una hoja de diario y no han logrado descubrir nada -sin embargo- acerca de la disposición de ánimo de Dios respecto a las víctimas inocentes. Este hallazgo refuerza en el poeta la idea de que no es conveniente dar por sentado que el pescado es lo importante y el envoltorio lo secundario.
Ahora bien, enterados de este hecho, algunos vecinos con pretensiones literarias han decidido que lo importante no es el pescado sino el envoltorio y han instituido la costumbre de leer cuidadosamente todo lo escrito en los envoltorios de sus compras. Ignoran que el poeta, unos días después, ha comprado una vez más pescado y ha vuelto a su casa con el paquete intacto, sin dirigir ni una mirada a esa hoja de diario. Es que en esa ocasión se ha dicho: un poema ronda mi cabeza, no es bueno que lea ahora el diario ya que esto ahuyentaría el perfume de esas palabras. Pero un vecino se cruza con él y advierte que no ha deshecho el envoltorio, y piensa: un holgazán, sin duda, tendría que estar leyendo esa hoja para encontrar la palabra necesaria para su trabajo, porque ahora todos sabemos que es más importante el envoltorio que el pescado.
Entre tanto, el poeta sigue su camino, oyendo sin escuchar, viendo sin mirar. Ha olvidado completamente lo que lleva en la mano. Está convencido de que ni el pescado ni su envoltorio tienen la menor importancia.-
JUAN
CARLOS LAVARELLO
(General
Pacheco-Buenos Aires-Argentina)
SOY
O RECUERDO
He
despertado con la garganta seca, mi respiración semeja un fuego que entra y
sale por mi tráquea a un ritmo infernal.
He querido cerrar la boca, pasarme la lengua por los labios, pero mi
cuerpo no me obedece. Y la luz… La luz insoportable que me taladra los
párpados… ¿Qué párpados?, si me he dado cuenta de que tampoco me es posible
cerrar los ojos.
Aparentemente
es mediodía. Un mediodía ardiente y blanco, con todo el cielo en llamas sobre
mi cabeza y mi pobre cuerpo que parece no ser mío. No parezco sentir nada.
Salvo la vista, y las sensaciones de calor, pareciera que no me queda otro
sentido. Pero no, no es así. Poco a poco voy tomando conciencia de que estoy
tendido boca arriba, en un estado de parálisis, de semianestesia, sobre una
especie de cama hirviente de algo duro, quizá de piedra. De vez en cuando el
viento ardiente trae algo como un hedor, como un olor nauseabundo que penetra
por mis agujeros y se adueña de mis entrañas, algo repugnante que me ahoga, y
sin embargo me es familiar. ¿Familiar? ¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy?¿Qué me
pasa? ¿Por qué estoy aquí?
Mi
cabeza es un remolino de imágenes fuera de foco. Siento como una gran
borrachera que me impide ver las cosas con claridad. Recuerdo, entre el calor,
la luz y la agonía; recuerdo un hospital en Calcuta, olor a drogas y
excrementos, sangre y suciedad. Recuerdo un barco, mi madre regañándome por
haberme portado mal, un templo católico en Hyderabad, un templo budista en… ¿En
Dónde? Negras manchas cruzan el aire sobre mi cabeza, como grandes sombras
voladoras, lentas y amenazantes. Me he dado cuenta de que no veo bien. No puedo
distinguir qué son.
Debo
haber perdido el sentido. No sé cuántas horas han transcurrido, pero aún es de
día. Lo sé porque aún mis ojos perciben la claridad. Debe haber bajado bastante
la temperatura y sopla algo de viento. Las sombras vuelan más bajo y graznan
como buitres. Bajan, y salen del radio de mi visión. Oigo, veo, húyelo, siento
el calor y el frío. Mi lecho debe ser de piedra porque se ha enfriado. Estoy
vivo.
Anoche,
por momentos, estuve despierto pensando. ¿Es pensar tratar de recordar quién es
uno, cuál ha sido su pasado, por qué se encuentra en este extraño lugar rodeado
de luz y de silencio? Yo quisiera gritar, llamar, aunque fuera escupir, para
que los que me rodean se den cuenta de que estoy vivo. Quizás haya alguna
manera mediante la cual yo pueda demostrar… ¡Oh! Algo pesado y enorme, como un
buitre, ha aterrizado en mi pecho, y… ¡Ooohh! Mi cabeza ha cambiado de
posición. Veo a mi alrededor.
Otra
vez luz. Tal vez siento dolor, no lo puedo precisar. Estoy tranquilo. Recuerdo
un mar azul como el zafiro, y un barco lleno de ingleses vestidos de blanco.
Todo a mi alrededor es ahora blanco. Recuerdo un funeral, con la enorme pira
sin encender aún, cubierta de flores. Una carretera llena de hombres, vacas y
carretas, polvo y sol. Recuerdo algo como otro funeral. Sí. Sólo que esta vez
no quemaban al muerto, sino que lo colocaban en una Torre del Silencio. En una
torre redonda, alta y blanca, con una gran terraza circular rodeada de almenas,
donde anidan los buitres, y todo a lo largo de la pared, pero perpendicular a
ella, como dientes de un peine concéntrico, se van colocando los cadáveres para
que los seque el sol, y los buitres completen su trabajo. Torres que
representan la muerte higiénica, lo podrido es devorado por los buitres, los
huesos y los jugos son secados al sol. La soledad y el viento son los únicos
testigos de este drama macabro. Desde afuera parecen las torres blancos
palomares, anchas e inmensas columnas que comunican al hombre con la eternidad.
Algo
distingo a mi alrededor. Puede ser un gran patio o una terraza circular. Algo
que semeja un buitre me ha hundido su enorme pico en medio de la cara.
VERANO
BRISAS BRISAS
(Salgar-Antioquia-Colombia)
EL
REGRESO
¿En
qué olvidada región de mi cerebro
surge
como un sueño el recuerdo de mis viajes?
Encontrar
de nuevo el puerto abandonado
donde
viven aún, hambrientos y sin techo,
los
viejos marinos que me acompañaron
en
las ya lejanas travesías de mi juventud,
es
un caso de típica nostalgia
a
la que estamos debidamente acostumbrados
quienes
realizamos pecho a pecho las hazañas
en
lugar de imaginarlas.
En
barcos muy singulares nos entrábamos
por
los insólitos archipiélagos del mundo
en
busca de leyendas y otras piezas deseadas,
simulando
sabuesos de ultratumba,
entre
rocas, huracanes y tornados.
Muchos
compañeros,
en
persecución de naves enemigas o rebeldes,
se
batieron como fieras antes de morir partidos
por
las brillantes mandíbulas del rayo
y
las no menos afiladas de los tiburones.
Los
que lograron sobrevivir conmigo
aprovecharon
la mar precisa de los equinoccios
para
cabalgar sobre troncos y delfines
como
lo harían en tierra sobre las mujeres,
que
sin muchas ilusiones, pensativas,
esperaban
en el muelle su tácito regreso.
Detrás
de las líquidas montañas,
en
tardes ondulantes,
el
Sol se agachaba en el poniente
como
viejo lobo de fauces incendiadas,
hasta
que aparecía sonriendo como un efebo
en
un horizonte contrario del que había dejado.
Así,
por días y por noches, por meses y por años,
hice
correr mi vida sobre el rumor del agua.
Pirata
por vocación y por encanto fui, y soy;
también
humilde pescador, sensible como un niño,
embrujado
por sirenas y caballitos de mar.
Esta
bravura epidérmica que ahora exhibo,
con
la que no pudieron las olas,
los
vientos ni la crueldad de los dioses,
se
deshace irremisible frente a una lágrima tuya,
siempre
que sea sincera,
tranquila
o agitada como el inmenso mar.
(Pinar del Río-Cuba)
EXCESO DE EQUIPAJE
Tengo
demasiado amor dentro
tanto
que puedo perdonar tus pecados
que puedo repartir mis magras joyas
que puedo dar a quienes no me dan
que puedo.
Tengo el pecho inflamado de dicha
tanta
que me olvido ya del puñal que clavaste
que me olvido del llanto inundando mi espacio
que me olvido del tiempo perdido y no vuelto
que me olvido.
Tengo la esperanza renovada y lista
tanta
que deseo ya otra pena acechando
que deseo algún cuerpo danzando sobre el mío
que deseo comienzos y atajos del camino
que deseo.
tanto
que puedo perdonar tus pecados
que puedo repartir mis magras joyas
que puedo dar a quienes no me dan
que puedo.
Tengo el pecho inflamado de dicha
tanta
que me olvido ya del puñal que clavaste
que me olvido del llanto inundando mi espacio
que me olvido del tiempo perdido y no vuelto
que me olvido.
Tengo la esperanza renovada y lista
tanta
que deseo ya otra pena acechando
que deseo algún cuerpo danzando sobre el mío
que deseo comienzos y atajos del camino
que deseo.
QUE AUSENCIA NO QUIERA DECIR
OLVIDO
Llevo
tu ausencia conmigo
(que nunca quiera decir “jamás”
sino “algún día”)
la siento a mi lado en cines y teatros
de vez en vez, desvío la mirada de la escena
para echarle un vistazo
contemplo cómo sonríe
cómo hiere
pero así la prefiero antes que sea
olvido
(que nunca quiera decir “tinieblas”
sino “penumbras”)
(que nunca quiera decir “jamás”
sino “algún día”)
la siento a mi lado en cines y teatros
de vez en vez, desvío la mirada de la escena
para echarle un vistazo
contemplo cómo sonríe
cómo hiere
pero así la prefiero antes que sea
olvido
(que nunca quiera decir “tinieblas”
sino “penumbras”)
tu
ausencia: mi sombra
perro casero que se escapa y
me sigue
las aves suelen volver al nido
tu ausencia: ojalá el ave fénix.
perro casero que se escapa y
me sigue
las aves suelen volver al nido
tu ausencia: ojalá el ave fénix.
ANDRÉ CRUCHAGA
(Chalatenango-El
Salvador)
SÓLO
LEO LIBROS DE POESÍA
A mis jóvenes alumnos que me preguntaron un día de estos,
Cómo vivía yo la lectura y escritura de un poema.
Me perdonan pero sólo leo libros de poesía, página tras página, la neblina de la tinta. Frente a la ventana se cruzan las historias de la calle, el apetito crudo hacia las bocanadas de aire: luego papel y tinta, la geometría de las palabras, el humo del tabaco torciendo la garganta. El tiempo siempre concluye en la amontonada caligrafía del poema, es el tiempo que pausa y limpia el aliento.
A mis jóvenes alumnos que me preguntaron un día de estos,
Cómo vivía yo la lectura y escritura de un poema.
Me perdonan pero sólo leo libros de poesía, página tras página, la neblina de la tinta. Frente a la ventana se cruzan las historias de la calle, el apetito crudo hacia las bocanadas de aire: luego papel y tinta, la geometría de las palabras, el humo del tabaco torciendo la garganta. El tiempo siempre concluye en la amontonada caligrafía del poema, es el tiempo que pausa y limpia el aliento.
Siempre
vivo al límite de la madera y el fuego, y ocurre que siempre echo de menos los
litorales de las ingles de la letra mayúscula en las páginas de los bolsillos.
A diario, —ya como un rito ancestral— ojeo los libros usados que me trajeron
los barquitos del invierno, los de pasta aburrida y los elegantes que asoman
como ramas de la estantería hecha al borde del horizonte. Leo cada página con su
historia geométrica, cojo otro y otro: gráciles páginas, el mechón de tinta con
aroma a tierra, el polvo que roba mi olfato tras las primeras gotas de lluvia.
El mundo es como un mar inmenso; entre mis pies, Khloe, agachada, con su
oscuridad desteñida casi al punto de mi desvarío; con su noble gesto me
acompaña en mis largas jornadas de lectura y escritura, jamás dice no cuando
paso mi mano por su cuello, centellean los sentidos como luces fluorescentes.
Ya hace tiempo que le perdí el rumbo a las distancias, trabajo al ras de la
madera como un carpintero empedernido; en realidad, nunca he querido cambiar el
rumbo con mi escritura: en ocasiones, las palabras dilatan ese vientecillo que
se cuela a través de las ventanas. El poema, después de todo, es como salir a
la calle sin ropa y sin zapatos: basta confiar en un uno para proclamar el
alfabeto.
Lo
único que quiebra mi voz son las piedras grises de la noche, las muchachas que
florecen alígeras en el polen, el salto rudimentario de una silla al taburete,
a la acera o a la piedra. Sé, ahora, que son increíbles los libros de poesía:
parecen como peces saltando en mis ojos, me lanzan a voluntad propia hacia
cualesquiera de los puntos cardinales: en su ancha dentadura caben los brazos y
las adversidades, la llovizna y los cascos encabritados. Siempre me resulta
extraño el tiempo en los libros, extraño por el ritual de la escritura, extraño
por el vuelo desenfundado, extraño por el espesor de los verbos, extraño en
fin, por el grito humano, refugio de pañuelos y heridas. Al final, siento un
avispero encendido, y la boca con estallidos de luz: despierto a la altura del
último verso, mientras el sendero reacomoda su propia alegoría…
CARMEN MARINA RODRÍGUEZ SANTANA
(Santa
Cruz de Tenerife-España)
RETAZOS
DE HARI MAGUADA…
EL
PAÑOL ESTANCO
Terminada
la faena del día, llegaba lo peor dentro de la soledad del camarote: la
nostalgia. Las palabras no expresadas, los sentimientos envasados y los
silencios exagerados terminaban por calar en los hombres de la mar y surgir
espontáneamente más tarde, a destiempo, en tierra firme por inercia. Esta
minusvalía atrapaba a los marineros en una dualidad contradictoria por la que
quedaban condenados a perpetuidad a que cuando querían no podían, y cuando
podían... no podían.
SOMBRAS ROBADAS
Al
marcharnos me he dado cuenta de que en mi calle casi no quedan vecinos de los
que despedirnos y los pocos que quedan han hecho una fogata. Dice mamá que han
quemado sus sueños, todos los sueños, porque también a ellos les han robado sus
sombras. Yo no entiendo bien eso de quemar los sueños. Cuando yo duermo, sueño
que vuelo por encima de los edificios más altos y que la gente me mira con la
boca abierta porque ellos no saben cómo hacerlo y que los pájaros se mueren
sólo un rato porque si alguno cae sin vida, yo lo acaricio y volvemos juntos a
volar.
RUINAS
Toda
la casa, mientras bajo por la cuesta de la estación, me parece un reducto
sombrío de lo que fue, de lo que fue hasta seis meses, cuando vine a enterrar a
mi padre. A mi madre la he encontrado apoyada en el abedul, cubierta hasta la
cintura por una vegetación salvaje de jaramagos y hojas de malva. De pie, sobre
las ruinas del jardín que levantó a golpes de almocafre y que perfiló y amansó
a puro embate de tijeras. A los macizos de geranios y petunias, orquídeas y
gladiolos, parece habérselos llevado el viento de la tristeza y sólo quedan,
como memoria remota de lo que fueron, el trazo de piedras pulidas y redondas
que los limita, el espinazo agreste de alguna raíz que ha logrado perdurar a
los estragos del polvo y la desidia, la hierba salvaje, y los desbroces del
abedul. Sólo seis meses. Y el tiempo parece haberse precipitado como una
tormenta sobre la casa y sobre mi madre, ojerosa de insomnio y con la mirada
mate y perdida en no sé qué horizonte o en qué espera.
ESQUELETO
DE PAN
A
la mientras, yo, hija del achimencey Aguahuco, lloraba a mi padre, muerto a
manos del villano que resultaba homenajeado. Fue mi persona quien contando la
edad de dieciséis años se dispuso a mirlar el cuerpo de mi progenitor. Guardélo
en una cueva para que no se lo comieran los cuervos, guirres ni perros. Tendíle
sobre unas lajas y vaciéle el vientre. Cada día lavábale dos veces con agua
fría las partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, los dedos, las
narices, cuello y pulso. Después de lavados, untábalos con manteca de ganado y
echábale carcoma de pino y de brezo y polvos de piedra pómez. Y, estando el
cuerpo enjuto sin ponerle otra cosa, venían los parientes y con cueros de
cabras o de ovejas sobados envolvíanlo y liábanlo con correas muy luengas y
pusiéronlo junto a la momia de mi madre, quien había sido muerta horas después
de parirme, en la cueva que teníamos como destino de nuestros familiares
muertos.
SEVERINO
Pero
papá estaba realmente enfermo y necesitaba un trasplante. Así que desde ese
momento deambulaba como zombi por la casa con el corazón en la mano atravesado
por una flecha y llenando cubos con sus lágrimas que después reciclaba regando
las plantas. Y yo me metí dentro de mi ordenador.
WINSTON
MORALES CHAVARRO
(Cartagena-Colombia)
XX
CARTA DE UN ESCRIBA A MAGDALENA
Yo no sé de dobleces de campanas
De sanear o purificar sepulcros
Pero un torbellino de hojas secas me conduce hacia tu vientre
Y alguna parte de esa música secreta
Que tú reinventas y traduces.
Yo no sé de multiplicación de pájaros y peces
Ni siquiera escanciar las ánforas de vino
Pero busco tu cuerpo Magdalena
Como si fuera ese santuario
Donde redimir mis carnes y mis velas
Agobiadas por los golpes de las sombras.
Yo no sé de resurrecciones
-Acaso mi carne no soporte tantas instancias-
No se perdonar las querellas con el polvo
Pronosticar las épocas de lluvia
Pero estoy seguro Magdalena
Que mi amor te reivindica de las culpas
Y talla en tu ofertorio
Una parvada de pájaros azules
Donde sopesar tus deudas y tus vinos.
Yo no sé de estrellas y ovellones
De esferas cuyo fin esté más allá del cosmos,
Pero mi conocimiento en tu cabello
Quiebra los mapas
Y mis manos no poseen otro lenguaje
Que el mismo que tú diagramas
En el río de la muerte.
Desde las selvas sirias
Hasta el mar occidental,
Desde el monte Nebo
Hasta el río Rogitama
Irá mi ancho y dulce amor, bella Magdalena,
Revestido de luz para tus hombros
Y un collar de caracolas
Hará tejido con peces de distintas geografías
Para adornar tu pubis
Y tus cabellos crispados por los astros.
Yo no sé de oratorias y viejas enseñanzas
Mi lenguaje no supera los silencios de la tierra
Pero acaso me domina la palabra
Y un Te Amo
No sea otra respuesta
Que el peso enamorado de esta cruz.
RUTH ANA LÓPEZ CALDERÓN
CARTA DE UN ESCRIBA A MAGDALENA
Yo no sé de dobleces de campanas
De sanear o purificar sepulcros
Pero un torbellino de hojas secas me conduce hacia tu vientre
Y alguna parte de esa música secreta
Que tú reinventas y traduces.
Yo no sé de multiplicación de pájaros y peces
Ni siquiera escanciar las ánforas de vino
Pero busco tu cuerpo Magdalena
Como si fuera ese santuario
Donde redimir mis carnes y mis velas
Agobiadas por los golpes de las sombras.
Yo no sé de resurrecciones
-Acaso mi carne no soporte tantas instancias-
No se perdonar las querellas con el polvo
Pronosticar las épocas de lluvia
Pero estoy seguro Magdalena
Que mi amor te reivindica de las culpas
Y talla en tu ofertorio
Una parvada de pájaros azules
Donde sopesar tus deudas y tus vinos.
Yo no sé de estrellas y ovellones
De esferas cuyo fin esté más allá del cosmos,
Pero mi conocimiento en tu cabello
Quiebra los mapas
Y mis manos no poseen otro lenguaje
Que el mismo que tú diagramas
En el río de la muerte.
Desde las selvas sirias
Hasta el mar occidental,
Desde el monte Nebo
Hasta el río Rogitama
Irá mi ancho y dulce amor, bella Magdalena,
Revestido de luz para tus hombros
Y un collar de caracolas
Hará tejido con peces de distintas geografías
Para adornar tu pubis
Y tus cabellos crispados por los astros.
Yo no sé de oratorias y viejas enseñanzas
Mi lenguaje no supera los silencios de la tierra
Pero acaso me domina la palabra
Y un Te Amo
No sea otra respuesta
Que el peso enamorado de esta cruz.
RUTH ANA LÓPEZ CALDERÓN
(Santa Cruz de la
Sierra-Bolivia)
DESPIERTA
El frío golpea la copa de los árboles,
la ciudad amanece sumida en múltiples congojas,
deshecha en laberintos grises
voces de motores viejos y torpes
comienzan a poblar el silencio,
y las luces opacas alumbran
a pocos
deambulantes, ensimismados,
encadenados a sus voces,
paseando, negados a ver
más allá de las narices
los minutos lentan
presurosos,
impunes al dolor o al miedo,
a la soberbia,
ó a la deshonra,
cuerpos vestidos de cachemir y calzados
cuerpos semidesnudos,
cercenados por el gélido
aliento de noches desamparos
y almas bailan en su propio espejo
fétidas
y almas bailan llanto,
los extremos, los opuestos necesarios,
y los medios cabizbajos, atrapan
en sádico mutismo,
y nos jactamos, y nos jactamos,
de ser lo que no somos.
El frío golpea la copa de los árboles,
la ciudad amanece sumida en múltiples congojas,
deshecha en laberintos grises
voces de motores viejos y torpes
comienzan a poblar el silencio,
y las luces opacas alumbran
a pocos
deambulantes, ensimismados,
encadenados a sus voces,
paseando, negados a ver
más allá de las narices
los minutos lentan
presurosos,
impunes al dolor o al miedo,
a la soberbia,
ó a la deshonra,
cuerpos vestidos de cachemir y calzados
cuerpos semidesnudos,
cercenados por el gélido
aliento de noches desamparos
y almas bailan en su propio espejo
fétidas
y almas bailan llanto,
los extremos, los opuestos necesarios,
y los medios cabizbajos, atrapan
en sádico mutismo,
y nos jactamos, y nos jactamos,
de ser lo que no somos.
EL
LAGO DE LOS CISNES MUERTOS
Blanco tutú
bordado de sueños rotos,
triste desfallece
en el cajón del olvido,
ahí en el fondo
donde hace nido el abandono
donde los aplausos son gemidos
y las luces del escenario
no iluminan
las zapatillas
sofocadas con los lazos
que estrangulan
y matan los pliés
y los relevés, matan
y del cuerpo la espiga
ya no baila con el viento
el telón de telarañas,
y la bailarina
una momia sepulta
en polvo radioactivo.
Blanco tutú
bordado de sueños rotos,
triste desfallece
en el cajón del olvido,
ahí en el fondo
donde hace nido el abandono
donde los aplausos son gemidos
y las luces del escenario
no iluminan
las zapatillas
sofocadas con los lazos
que estrangulan
y matan los pliés
y los relevés, matan
y del cuerpo la espiga
ya no baila con el viento
el telón de telarañas,
y la bailarina
una momia sepulta
en polvo radioactivo.
LAZOS
La palidez detrás de los barrotes
Habla
De temores e incertidumbre,
De cansancio velado en la mirada.
Y confunde… ¡cuánto confunde!
La certeza de lo correcto
Pulverizada, fusionada en la espesa bruma
Que opaca el alma.
Pequeños atisbos de mi mundo en tu mundo
Inexplicable
Ese imperceptible lazo que aún nos une
En el leve roce de nuestros tiempos.
Días que se pintan de colores
Muy pocos
Días que se pierden en el negro más intenso
De las desazones
Mis ojos tallan.
PÁGINA 26 – ENSAYO
La palidez detrás de los barrotes
Habla
De temores e incertidumbre,
De cansancio velado en la mirada.
Y confunde… ¡cuánto confunde!
La certeza de lo correcto
Pulverizada, fusionada en la espesa bruma
Que opaca el alma.
Pequeños atisbos de mi mundo en tu mundo
Inexplicable
Ese imperceptible lazo que aún nos une
En el leve roce de nuestros tiempos.
Días que se pintan de colores
Muy pocos
Días que se pierden en el negro más intenso
De las desazones
Mis ojos tallan.
PÁGINA 26 – ENSAYO
CARLOS
YUSTI
(Valencia-Carabobo-Venezuela)
LECCIONES DE ABISMO
En el libro de Verne, "Viaje al centro de la tierra", el científico de la expedición le recomienda a su sobrino: "Observa y observa muy bien. ¡Hay que tomar lecciones de abismo!". La frase para mí nunca ha encerrado una expresión literal, sino más bien lírica y un tanto trágica. En tal sentido la frase me ha permitido considerar que la lectura de poetas como Ramos Sucre, Vallejo, Fernando Pessoa, Baudelaire, Rimbaud y Lautremont es una manera segura de tomar lecciones de abismo. La poesía es una manera de bordear los acantilados del alma, de contemplar ese vacío donde el viento es una luz que lo calcina todo, donde la soledad es un sol negro que lentamente carcome en las entrañas.
Algunos amigos poetas en Valencia me consideran sordo para la sutil música de la poesía. Ponen en solfa mi dureza a la hora de emitir juicios en torno al poema y su ejecutante. Trato de explicarles que mi sordera es producto de un trauma de juventud. Por supuesto que miento, pero para el caso es una buena estrategia y así campear el temporal.
En mi adolescencia granujienta y volátil como muchos jóvenes que se inician en la escritura lo hice como poeta. Bajo la influencia de los poetas malditos y el surrealismo escribí un centenar de poemas salvajes, llenos de quincallería erótica y mucha lúgubre visión del mundo. Como era un aprendiz azaroso, inculto y que metía pie con eso de la ortografía, en un dechado de audacia, bastante inusual en mi, consentí darle el legajo de papeles a mi profesora de castellano Josefina Castillo. Mujer no muy bella, pero gran lectora, con un cuerpo de serenas formas y una voz aterciopelada que de alguna manera me cautivaba. La profesora corrigió, con bien intencionada saña, mi alma, que es lo que a fin de cuenta era ese puñado de papeles escritos con el corazón iluminado de insomnes lecturas. Tachó con diligencia mis gazapos, colocó acentos e hizo anotaciones al margen sobre la gramática. En la conversación me dijo que los poemas no eran del todo malos, pero que eran algo incómodos. Me recomendó mucha lectura y que tratara de abrir las ventanas del amor para que entrara algo de su luz en mi escritura. Pero yo quería ser un maldito y no un ñoño que aglutina lugares comunes en columna. Algo dolido tomé mis poemas, y con otros camaradas de bohemia literaria, me dispuse al sacrificio. En una plaza amontoné la faja de papeles y le prendí fuego. Cuando los papeles volaron en la brisa nocturna como pájaros negros me sentí liberado, como si saliese a la superficie. Desde entonces mi visión de la poesía y de los poetas cambió de manera radical.
El poeta W. H Auden escribió: "La poesía no es magia. La trascendencia de la poesía, como la de cualquier otro arte, se encuentra en su capacidad para decir la verdad, para desencantar y desintoxicar". Desde este punto de vista la poesía es más un reto que una calistenia hormonal de juventud. La falta de fe puede llevarte muchas veces a Dios, pero la falta de poesía te conduce a la desolación más insondable, a la aridez espiritual más acabada. Uno no deja de escribir poesía. El mundo es un poema escrito que también nos escribe. Este árbol, aquel atardecer que se pierde en nuestra memoria, esa flor que se abre hacia dentro de nuestra mirada.
Hay un poema de la etnia indígena Piaroa que puede proporcionar alguna clave:
"El agua del río corre hacia el raudal /¿Corre?/Las nubes huyen /sobre el gran cerro,/como tapires cansados/ frente al hombre con arco./¿Sí?/Las hojas caminan/ con el viento, /y se mueve toda la selva./También tu canoa/ se mece sobre el río./ Solamente tú estás inmóvil/ bajo la gran Piedra Negra. /¡Y yo creía que por ti / vivían todas las cosas!"
El poeta trata de anotar el nexo del hombre con todo aquello que lo rodea, intenta, a través de la poesía, mostrar, desde la belleza del lenguaje, el trágico esplendor de aquello que vibra en la cuerda tensa, y frágil, de la vida. Octavio Paz postulaba: "La poesía no pretende revelar, como las religiones y las filosofías, lo que es y lo que no es sino mostrarnos, en los intersticios y resquebraduras, aquello que escapa a las generalidades, las clasificaciones y las abstracciones: lo único, lo singular, lo personal. Los reinos en perpetua rotación de las sensaciones y las pasiones, el mundo y trasmundo de los sentidos y sus combinaciones".
Para escribir poesía se necesita una buena dosis de abismo. El poeta ha ejercitado mucho sus lecciones de abismo para encontrar el camino de esa palabra exacta, de esa palabra en situación especial y liberada de su rol meramente informativo pues trata de revelar esa música interna donde el poema es un acto lingüístico que tiende un puente hasta nuestro espíritu y nuestra conciencia.
George Steiner escribió: "Donde reinan las mentiras o la censura, la poesía puede convertirse en fuente de noticias". De allí que eso de escribir poesía no sea un mero juego del intelecto y mucho menos un pasatiempo para eludir el bostezo. Por ese motivo para escribir poesía se necesitan muchas lecciones de abismo. Las lecciones nunca serán fáciles para el poeta que lo es de verdad y no un simple remedo, un mendaz muñeco de ventrílocuo que repite metáforas sabidas hace rato. Poetas entre comillas hay en cantidad y a veces sus poemas no son más que cantos disonantes de sus desmesurados egos. La divisa de Michel Houellebecq me ha curado de escribir deslucidos poemas: "La inteligencia no ayuda en absoluto a escribir buenos poemas; sin embargo, puede impedir que uno escriba poemas malos".
ANTONIO
DAL MASETTO
(Intra-Italia)
FUEGUITO
Es
una noche cualquiera. Usted esta en un lugar cualquiera, un bosque, la costa de
un río, el jardín de la casa de algún amigo. Junta hojas y ramas secas, hace
una buena pila. Se arrodilla sobre la tierra, acerca un fósforo a las hojas y
espera. Su figura -rápidamente lo descubre- tiene la reverente actitud de
alguien que aguarda un milagro. Tal vez se trate de una vieja ceremonia a la
que esta acostumbrado, y le baste forzar un poco la memoria para descubrir un
vasto mapa de de fogatas a lo largo de su historia. Pero esta noche -siempre
suele ser así- vuelve a sorprenderlo y a exaltarlo igual que la primera vez.
Ante el crepitar de la llama, usted se siente extrañamente en casa. Es como
volver de una larga ausencia. Un reencuentro en el que, con el concurso de la
noche y el silencio, se va desanudando un lenguaje al mismo tiempo familiar y
secreto, alimentado de certeza y plenitudes breves. El fuego crece y mantiene
un monologo en el que usted encuentra una correspondencia exacta. El fuego es
puro movimiento y usted no es más que sus ojos y el calor de su piel. Rodeados
por la oscuridad, protegidos, suspendidos, están en el centro del mundo. Usted
siente que nada puede tocarlo. Escucha su mente desbrozar trabajosamente una idea:
no soy el que fui ni soy el que seré. Simultáneamente toma conciencia de la
banalidad de todo pensamiento.
A
esta altura, usted es una sola cosa con el fuego, un presente inevitable. Se
entrega, se abandona. Sin embargo, cree comprender que de esa comunión se
desprende un sentimiento más amplio, que trasciende esta hora. A través del
trabajo del fuego parece surgir una medida de orden. Los ojos fijos, subyugado,
sin cambiar de posición, usted piensa que, detrás de su persistencia, el fuego
es fundamentalmente inocencia, un regreso a la limpidez del origen, al remoto
albergue de toda posibilidad. y comienza a percibirse usted mismo inocente,
como una hoja en blanco donde todo puede ser escrito, donde todo esta por ser
iniciado. Y acá es donde vuelve a reconocerse. Y a reconocer los términos que
han marcado sus pasos a través de los días, los meses y los años: permanecer
desposeído, abierto a lo imprevisto, alerta, en permanente sospecha. Son
principios de una doctrina que se ha ido forjando y cuyo sentido ahora el fuego
le devuelve. Comprende que también en usted ha ardido siempre parte de ese
fuego. Que esa es una llama de consumación. Una llama donde usted se ha
sacrificado siempre a si mismo, ha sacrificado su vida, las posibilidades de su
vida, los accidentes de su vida, tal vez con el único fin de deshacerse de su
historia o de construir una historia diferente. Es posible que oiga voces a
través del aire nocturno, sin saber si se trata de amigos que vienen a buscarlo
o si son llamados que llegan desde otros años, desde otros ámbitos, suscitados
por otros fuegos. Acomoda algunas ramas y piensa que cuando todo esta dicho es
bueno regresar al fuego, al origen.
Que
es bueno, muy bueno, volver a arrodillarse ante su voracidad, estudiar su
movimiento y el núcleo cambiante de su centro. Que es bueno para sus alegrías y
para sus dudas. Que ahí, libre de toda esperanza, puede limitarse a mirar y a
no pensar. y en esa llama sin tiempo ve arder también el ciclo que termina
precisamente esta noche, el ciclo que comienza, los muchos que vendrán con sus
cargas de confusiones y riquezas, lo que ha sido, lo que será, y todo cuanto
alberga la oscura, invencible memoria o nostalgia de la sangre.
MABEL
ESCRIBANO
(Barcelona-España)
DICEN
QUE NO
Me
duele donde dicen
que
no duele
trato
de localizar el dolor pero se me escapa
juega
conmigo a pincharme
en
otra parte
cuando
lo pillo en aquella.
Me
duele lo intangible
aquello
que sin mirarse se ve
en
la tristeza que dobla la espalda
en
la imagen que no reconoces
en
las calles que no importan
gimes
casi sin hacer ruido
caminas
hacia ninguna parte
piensas
en ayer
olvidas
el hoy
necesitas
olvidarle
y
el teléfono suena
haces
ver que no pasa nada
porque
nada pasa
que
no hubiera pasado ya
y
el recuerdo regresa
machaconamente
y
te mira
insiste
en mirarte
te
aturde mirándote
y
gritas que te deje en paz
que
es suficiente tormento
soportar
cuanto duele
eso
que dicen
no
duele.
AMOR
PASIONAL
Bajo
la tormenta
de
este sentimiento
desnudo
lo
que de mí queda
dejándome
poseer por el rayo
que
atraviesa mis sentidos.
Huracán
que amenaza
con
arrasarme
con
quemarme
en
el del magma
de
un volcán
que
creí muerto.
Volverme
río,
torrente,
tierra
yerma y barro
con
tal de llegar a ver
el
arco iris de su amor
dibujado
en el cielo del mío.
SOY
UN PAISAJE
Soy
un paisaje
un
cuadro pintado
sobre
un amanecer
cansado
de dar luz.
Una
canción
pasada
de moda.
Un
sonreír a la belleza
un
mirarte a los ojos
y
decirte, sin decirte…
Soy
agua
quiero
que me bebas .
Soy
fuego
para
calentarte .
Soy
un paisaje
mirando
tu cara
haciéndote
sitio
para
que te pinten
en
este amanecer
cansado
de dar luz
a
una soledad
como
la mía.
DAVID GONZÁLEZ
(Gijón-España)
CENSURA
Cuando
aún vivíamos
en
la otra casa,
una
vivienda en alquiler
de
principios de siglo,
veinte
quiero decir,
una
noche de invierno
en
que hacía tanto frío
que
ni los perros
paraban
por la calle,
mientras
le recitaba
a
mi pareja poemas
de
Marta Tikkanen,
de
su libro
La
historia de amor del siglo,
comprendí
con toda claridad,
a
medida que iba leyendo,
que
por desgracia
y
mal que me pese,
y
aunque me joda reconocerlo,
guardaba
un parecido asombroso
con
el marido de la poeta finlandesa:
borracho,
mentiroso,
sarcástico,
injusto …
Comencé
entonces,
en
primer lugar,
a
comerme palabras,
adjetivos
calificativos
principalmente,
y luego
a
saltarme versos,
estrofas
y poemas enteros,
y
después, por último,
como
quien no quiere la cosa
con
disimulo cerré el libro,
lo
dejé sobre la mesita
y
cambié de tema.
Sobre
las frías baldosas,
a
los pies de nuestra cama,
sin
deshacer, la maleta
DIÁLOGOS
la
televisión
estaba
puesta encima
de
la mesa
de
la cocina.
era
un televisor
en
blanco y negro,
de
14 pulgadas.
la
antena estaba rota
y
no se tenía de pie,
caía
para los lados,
había
que apoyarla
en
la pared.
baja
un poco la tele
me decía mi madre
cuando
acababa
de
recoger la cocina
y
se iba ya para la cama
mañana
tu padre
tiene
que madrugar
¡QUE
BAJES ESA TELE
ME
CAGO EN DIOS!
me
gritaba mi viejo
desde
su habitación
¿O
QUIERES QUE ME LEVANTE YO
A
BAJARLA?
tanto
la bajaba
que
al final
ya
no oía nada. fue entonces
cuando
empecé a inventarme
los
diálogos
de
las películas.
o
eso
o
apagar la tele
e
irme a dormir.
nunca
me enrollaron
las
películas mudas.
EL
REPROCHE
No
se molestaron en oír
los
zumbidos de la mar
en
mil orejas de puntillas
en
comprender que la regla astillada
castigaba
sus propias manos
en
contemplar en las pizarras
niños
de tiza
borrándose
BERLÍN
Hay
dos bares
y
enfrente de cada bar
un
muro.
En
uno se apalancan
estudiantes
que piran clase,
delincuentes
comunes,
jóvenes
radicales,
algún
que otro yonqui.
En
el otro se sientan
estudiantes
universitarios,
licenciados,
deportistas
y
matrimonios con sus hijos.
A
veces paso por allí,
pero
nunca me quedo
a
tomar nada.
Aún
no he decidido
en
cuál de los dos muros
me
tengo
que
sentar.
PABLO
ANADÓN
(Alta
Gracia-Córdoba-Argentina)
LA
POESÍA
Uno
no sabe muy bien qué hacer con la poesía. Ella es lo incierto, lo imprevisto,
lo indefinible, que para colmo vive, se alimenta, como un parásito, de nuestras
incertidumbres, nuestras imprevisiones, todo cuanto hay de indefinido e
indefinible en nosotros mismos. O bien, para decirlo con una comparación menos
ofensiva que la del parásito (nunca se sabe cómo nos retribuirá la ofensa), es
como esas mujeres que son pura imprevisibilidad y fragilidad, aparentemente (no
hay naturaleza más fuerte que la femenina), y que con su misma fragilidad y su
imprevisibilidad nos subyugan.
Decía antes que a la mujer, perdón, a la poesía, no conviene ofenderla porque sí, ni porque no, ya que nunca se sabe cuándo y cómo nos hará pagar la ofensa (la poesía, como la mujer, es memoriosa). Ahora, sin embargo, y ya desde hace un siglo, se estila entre los poetas eso de maltratarla un poco, o mucho, llegando a menudo al ultraje, a la violencia verbalmente física. Bueno, uno entiende que eso responde a la necesidad que hubo en un tiempo de contrarrestar la excesiva inclinación ―genuflexión― a contemplar a la poesía con una actitud tan devota, tan piadosa, tan reverencial, que lindaba a veces con la bobería, con la beatería o bien con el absorto masoquismo de la idealización adolescente. Pavese observaba en sí mismo los problemas de esta idealización, cuando apuntaba en sus diarios que su tendencia a idealizar colocaba a la mujer, a cualquier mujer, en un plano de tal superioridad que la transformaba ―aunque ella estuviera lejos de serlo― en una “femme fatale”, y a él en su necesaria víctima.
En fin, está claro que no conviene del todo ese trato con la poesía, porque puede derivar en impotencia creativa, en lírica excesivamente pura o, por el contrario, en poluciones poéticas nocturnas. La experiencia demuestra que un poco de displicencia, un poco de dureza y de distancia, aun haciéndose fuerza, son necesarios a la hora de tratar con la poesía. No está mal incluso, en ocasiones, una cierta rudeza (estoy hablando de rigor poético, se entiende); pero eso de tratar a la poesía como a una puta, si se me permite, un trato tan común en nuestros días, ya me parece excesivo, y nocivo para el ánimo del propio poeta, ya que tal actitud puede conducirlo ―lo conduce, a mi juicio, inevitablemente― al desdén hacia el propio arte, a la soberbia ignorante, a la ironía sistemática, estéril, y, por vía contraria a la anterior, también a la impotencia creativa, cuando no a esa especie de ingenio fácil o eyaculación precoz que hoy aqueja casi endémicamente a la fisiología poética nacional (aunque el fenómeno pareciera que tiene dimensiones planetarias).
Como decía al principio, uno no sabe muy bien qué hacer con la poesía. Pero uno no sabe tampoco qué hacer sin ella, como sin el amor a una mujer. Sé que a una y a otra les debo las mayores tribulaciones de mi vida, pero también sus más perdurables alegrías. La poesía, la mujer y los amigos son para mí parte de una misma experiencia. Hoy, sin ir más lejos, pude traducir en un café un hermoso poema de Boris Pasternak, y eso ya dio sentido a este domingo en que el calor reduce la existencia a un vago sopor detrás de los postigos. Y hoy ya soy feliz, anticipadamente, porque pasado mañana estaremos reunidos en casa con viejos y nuevos amigos, a quienes leo y admiro, hacen más dichosos mis días y me ayudan también a ir más honda y rigurosamente en mi vida y en mi poesía. La “amistad fundada en poesía”, al decir de Apollinaire, es uno de los tantos dones que le debo a este “arte arisco” y que hacen menos solitaria la solitaria tarea de escribirla.
Decía antes que a la mujer, perdón, a la poesía, no conviene ofenderla porque sí, ni porque no, ya que nunca se sabe cuándo y cómo nos hará pagar la ofensa (la poesía, como la mujer, es memoriosa). Ahora, sin embargo, y ya desde hace un siglo, se estila entre los poetas eso de maltratarla un poco, o mucho, llegando a menudo al ultraje, a la violencia verbalmente física. Bueno, uno entiende que eso responde a la necesidad que hubo en un tiempo de contrarrestar la excesiva inclinación ―genuflexión― a contemplar a la poesía con una actitud tan devota, tan piadosa, tan reverencial, que lindaba a veces con la bobería, con la beatería o bien con el absorto masoquismo de la idealización adolescente. Pavese observaba en sí mismo los problemas de esta idealización, cuando apuntaba en sus diarios que su tendencia a idealizar colocaba a la mujer, a cualquier mujer, en un plano de tal superioridad que la transformaba ―aunque ella estuviera lejos de serlo― en una “femme fatale”, y a él en su necesaria víctima.
En fin, está claro que no conviene del todo ese trato con la poesía, porque puede derivar en impotencia creativa, en lírica excesivamente pura o, por el contrario, en poluciones poéticas nocturnas. La experiencia demuestra que un poco de displicencia, un poco de dureza y de distancia, aun haciéndose fuerza, son necesarios a la hora de tratar con la poesía. No está mal incluso, en ocasiones, una cierta rudeza (estoy hablando de rigor poético, se entiende); pero eso de tratar a la poesía como a una puta, si se me permite, un trato tan común en nuestros días, ya me parece excesivo, y nocivo para el ánimo del propio poeta, ya que tal actitud puede conducirlo ―lo conduce, a mi juicio, inevitablemente― al desdén hacia el propio arte, a la soberbia ignorante, a la ironía sistemática, estéril, y, por vía contraria a la anterior, también a la impotencia creativa, cuando no a esa especie de ingenio fácil o eyaculación precoz que hoy aqueja casi endémicamente a la fisiología poética nacional (aunque el fenómeno pareciera que tiene dimensiones planetarias).
Como decía al principio, uno no sabe muy bien qué hacer con la poesía. Pero uno no sabe tampoco qué hacer sin ella, como sin el amor a una mujer. Sé que a una y a otra les debo las mayores tribulaciones de mi vida, pero también sus más perdurables alegrías. La poesía, la mujer y los amigos son para mí parte de una misma experiencia. Hoy, sin ir más lejos, pude traducir en un café un hermoso poema de Boris Pasternak, y eso ya dio sentido a este domingo en que el calor reduce la existencia a un vago sopor detrás de los postigos. Y hoy ya soy feliz, anticipadamente, porque pasado mañana estaremos reunidos en casa con viejos y nuevos amigos, a quienes leo y admiro, hacen más dichosos mis días y me ayudan también a ir más honda y rigurosamente en mi vida y en mi poesía. La “amistad fundada en poesía”, al decir de Apollinaire, es uno de los tantos dones que le debo a este “arte arisco” y que hacen menos solitaria la solitaria tarea de escribirla.
RAY
BRADBURY
(Estados
Unidos, 1920/2012)
CUENTO
DE NAVIDAD
El
día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de
naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo
que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban
que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar
el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el
arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy
importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la
terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales
interplanetarios.
--
¿Qué haremos?
--
Nada, ¿qué podemos hacer?
--
¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La
sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el
padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y
silencioso.
--
Ya se me ocurrirá algo --dijo el padre.
--
¿Qué...? --preguntó el niño.
El
cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de
fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un
lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los
pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de
medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y
dijo:
--
Quiero mirar por el ojo de buey.
--
Todavía no --dijo el padre--. Más tarde.
--
Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
--
Espera un poco --dijo el padre.
El
padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la
fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había
tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si
daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
--
Hijo mío --dijo--, dentro de medía hora será Navidad.
La
madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo
olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
--
Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometisteis.
--
Sí, sí. todo eso y mucho más --dijo el padre.
--
Pero... --empezó a decir la madre.
--
Sí --dijo el padre--. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un
momento. Vuelvo pronto.
Los
dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-- Ya es casi la hora.
-- Ya es casi la hora.
--
¿Puedo tener un reloj? --preguntó el niño.
Le
dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo
arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
--
¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
--
Ven, vamos a verlo --dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron
de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los
seguía.
-- No entiendo.
-- No entiendo.
--
Ya lo entenderás --dijo el padre--. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
--
Entra, hijo.
--
Está oscuro.
--
No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron
en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante
ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y
medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se
quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el
espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se
pusieron a cantar.
--
Feliz Navidad, hijo --dijo el padre.
Resonaron
los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la
nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato,
simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el
resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.
GABRIEL IMPAGLIONE
(Lanusei-Sardegna-Italia)
Traías
una música en el pelo
y te miraba
como a una maravilla atravesando el tiempo
de una punta a la otra de la tarde
sin palabra
apenas con lo puesto quieto te miraba
qué podía importarme la razón del eclipse
Marx una traducción de Quasimodo el viento
perdido en el follaje
venías con esa música en el pelo
y alrededor no sé no lo supe no me importaba
si se mecía el tiempo.
y te miraba
como a una maravilla atravesando el tiempo
de una punta a la otra de la tarde
sin palabra
apenas con lo puesto quieto te miraba
qué podía importarme la razón del eclipse
Marx una traducción de Quasimodo el viento
perdido en el follaje
venías con esa música en el pelo
y alrededor no sé no lo supe no me importaba
si se mecía el tiempo.
DEL
INVIERNO
al galope
en bestia invisible
por debajo de las puertas
su manifiesto escrito
a punta de cuchillo.
al galope
en bestia invisible
por debajo de las puertas
su manifiesto escrito
a punta de cuchillo.
CODICIA
Diluvio de óxidos donde barca alguna salve nada
agua roja de tajo de cañón y de billete
agua roja para la amapola y los grillos
agua roja para el niño y la mujer y para el río
sobre todas las casas y los campos
sobre cada paloma y cada palmo de ay y de socorro
un diluvio caliente de óxido con hueso quemado
sobre tierra dividida sobre manos caidas
colibríes peces algodón manzanas
sobre cada refulgencia ahogada en sí misma
sobre silencio fragmentado y alertas inútiles
sobre las hojas de los diarios impunes y los impunes
sobre las huellas en la arena y la hierba de las plazas
un diluvio caliente de terminante óxido
alzando vapor de hachas bocas rotas
sobre el viento de piedra de maquinaria negra
sobre refugios llantos refugiados
diluvio caliente de terminante óxido oxidófago
que completará la nada hasta que polvillo luego
como larga noche lenta y muerta
se acumule espeso brutal lleno de dientes
asfixie el sueño del humus borre cauces
grietas senderos cada vestigio de la historia
hasta establecer su gobierno de oquedades
el hueco de la metáfora destruida..
Diluvio de óxidos donde barca alguna salve nada
agua roja de tajo de cañón y de billete
agua roja para la amapola y los grillos
agua roja para el niño y la mujer y para el río
sobre todas las casas y los campos
sobre cada paloma y cada palmo de ay y de socorro
un diluvio caliente de óxido con hueso quemado
sobre tierra dividida sobre manos caidas
colibríes peces algodón manzanas
sobre cada refulgencia ahogada en sí misma
sobre silencio fragmentado y alertas inútiles
sobre las hojas de los diarios impunes y los impunes
sobre las huellas en la arena y la hierba de las plazas
un diluvio caliente de terminante óxido
alzando vapor de hachas bocas rotas
sobre el viento de piedra de maquinaria negra
sobre refugios llantos refugiados
diluvio caliente de terminante óxido oxidófago
que completará la nada hasta que polvillo luego
como larga noche lenta y muerta
se acumule espeso brutal lleno de dientes
asfixie el sueño del humus borre cauces
grietas senderos cada vestigio de la historia
hasta establecer su gobierno de oquedades
el hueco de la metáfora destruida..
(Valencia-España)
UNICORNIO
EN MATHAUSSEN
Yo, Lía Hermann, he encontrado un papel.
Miro con sobresalto ese dibujo
que encerré entre mi ropa esta mañana.
Anochecía ayer cuando a esas mujeres las llevaron
entre gritos y niños con ojeras, cerúleas.
Se abrió en par el pabellón y alguna
dejó caer la hoja, cuarteada de miedo.
Un extraño animal y, debajo, un versículo
sobre el nombre de Job.
Es un esbozo apenas,
unas líneas apenas, unos signos
de una mano que, apenas, supo trazar la forma.
Yo, Lía Hermann, creo
que la otra noche oí cómo bramaba un hombre
sobre una joven virgen delgada como un sauce,
y lo escuché toser entre el plural agobio
y entremezclar su júbilo con llantos.
Miro con amargura ese caballo,
tal si fuera un juguete de lujo, una sorpresa
con un tornado gélido en su frente.
Y escuché unas palabras y una respuesta rota
y una voz que parecía seda, ya ultimándose.
Luego, la vi llegar
-el pabellón estaba ya en la noche-
y sentarse encogida en un rincón.
Una extraña silueta fue acercándose
hasta quedar dormida en su regazo.
Yo, Lía Hermann, he encontrado un papel.
Miro con sobresalto ese dibujo
que encerré entre mi ropa esta mañana.
Anochecía ayer cuando a esas mujeres las llevaron
entre gritos y niños con ojeras, cerúleas.
Se abrió en par el pabellón y alguna
dejó caer la hoja, cuarteada de miedo.
Un extraño animal y, debajo, un versículo
sobre el nombre de Job.
Es un esbozo apenas,
unas líneas apenas, unos signos
de una mano que, apenas, supo trazar la forma.
Yo, Lía Hermann, creo
que la otra noche oí cómo bramaba un hombre
sobre una joven virgen delgada como un sauce,
y lo escuché toser entre el plural agobio
y entremezclar su júbilo con llantos.
Miro con amargura ese caballo,
tal si fuera un juguete de lujo, una sorpresa
con un tornado gélido en su frente.
Y escuché unas palabras y una respuesta rota
y una voz que parecía seda, ya ultimándose.
Luego, la vi llegar
-el pabellón estaba ya en la noche-
y sentarse encogida en un rincón.
Una extraña silueta fue acercándose
hasta quedar dormida en su regazo.
UNICORNIO
EN FAMILIA
Hubieras deseado. Quién habla de la luz,
de las cornisas claras donde pájaros,
de las calles amplísimas de la infancia.
Pero en la noche, tú, hubieras deseado
-como boca de lobo, decía la mamá;
duerme, duerme deprisa, Elvira, entre trabajos-,
hubieras bien querido, junto a la playa enorme
y esa isla pequeña, casi lejos, lejísimos,
donde aquellos delfines, donde el tornado mágico
que no fuera de magia sino muerte,
ruptura... y las luciérnagas...
Pobre niña delgada y enjuta hacia el abismo.
Pobre niña, con ojos
como la oscura noche, criatura
con los labios aún vírgenes, el cuerpo
deseando, en la sombra, la lujuria
que fuera entonces, lejos, un pecado, otra isla
en donde naufragar, los pechos
-corazones pintados, los muros de las playas
con iniciales. Bórralas, la vergüenza, el vestido...-
Hubieras deseado, cuando el padre, no eterno,
el que pescaba grandes
doradas sin la cola, el del despacho
de papeles extraños, el del beso
cuando al final de curso aprobabas, con creces,
las amargas materias. Hubieras deseado,
cuando la madre, antigua, enarbolaba, rotas,
palabras tan enormes: te llevará el demonio,
un día, por vosotros, perderé la cabeza,
me tiraré al abismo -los sueños que repiten
esas procacidades-; las monjas bendiciendo
todas las fantasías del después
y matando el ahora.
Hubieses deseado,
cuando al fin se te abrieron las pantallas
y los cines dejaron su esplendor en la yerba
y Helga, con descaro,
abrió su amplia vagina hacia la calle.
Cuando Sacco y Vancetti, tal vez La Madriguera,
La Caza, Luis Buñuel, o El Coleccionista,
te enseñaban palabras -todo es número, sabes,
pero en aquel principio fue el verbo-.
Hubieras deseado, simplemente,
cuando, al besarte el príncipe, supiste
que no hay reinado, nunca, que ocupe cien mil años,
que existiera, tan sólo, el unicornio.
Un unicornio frágil que durmiera
en tu pecho, sin leyes, de anarquista.
Hubieras deseado. Quién habla de la luz,
de las cornisas claras donde pájaros,
de las calles amplísimas de la infancia.
Pero en la noche, tú, hubieras deseado
-como boca de lobo, decía la mamá;
duerme, duerme deprisa, Elvira, entre trabajos-,
hubieras bien querido, junto a la playa enorme
y esa isla pequeña, casi lejos, lejísimos,
donde aquellos delfines, donde el tornado mágico
que no fuera de magia sino muerte,
ruptura... y las luciérnagas...
Pobre niña delgada y enjuta hacia el abismo.
Pobre niña, con ojos
como la oscura noche, criatura
con los labios aún vírgenes, el cuerpo
deseando, en la sombra, la lujuria
que fuera entonces, lejos, un pecado, otra isla
en donde naufragar, los pechos
-corazones pintados, los muros de las playas
con iniciales. Bórralas, la vergüenza, el vestido...-
Hubieras deseado, cuando el padre, no eterno,
el que pescaba grandes
doradas sin la cola, el del despacho
de papeles extraños, el del beso
cuando al final de curso aprobabas, con creces,
las amargas materias. Hubieras deseado,
cuando la madre, antigua, enarbolaba, rotas,
palabras tan enormes: te llevará el demonio,
un día, por vosotros, perderé la cabeza,
me tiraré al abismo -los sueños que repiten
esas procacidades-; las monjas bendiciendo
todas las fantasías del después
y matando el ahora.
Hubieses deseado,
cuando al fin se te abrieron las pantallas
y los cines dejaron su esplendor en la yerba
y Helga, con descaro,
abrió su amplia vagina hacia la calle.
Cuando Sacco y Vancetti, tal vez La Madriguera,
La Caza, Luis Buñuel, o El Coleccionista,
te enseñaban palabras -todo es número, sabes,
pero en aquel principio fue el verbo-.
Hubieras deseado, simplemente,
cuando, al besarte el príncipe, supiste
que no hay reinado, nunca, que ocupe cien mil años,
que existiera, tan sólo, el unicornio.
Un unicornio frágil que durmiera
en tu pecho, sin leyes, de anarquista.
MARIA
ROSA LOJO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
Fuente: Revista
Eñe Suplemento Cultura de Clarín
EL
INFIERNO DE LAS MUJERES
La
tragedia de Marita Verón acaba de poner de relieve la actualidad de un tema que
recorre secularmente nuestra historia y nuestra literatura: el secuestro de
mujeres, como botín de guerra (en las últimas décadas, también como presas del
terrorismo de Estado), o mercancía de organizaciones mafiosas.
Mucho antes del clásico poema La cautiva (1837), de Esteban Echeverría, de la desdichada prisionera que retrata el Martín Fierro (1872) y de que el país fuera una nación independiente, la cuestión aparece en La Argentina manuscrita (1612). Su autor, Ruy Díaz de Guzmán (c. 1558-1629), militar y funcionario de la Corona española, había nacido en la actual ciudad de Asunción y era mestizo, descendiente de hidalgos, pero también de una de las concubinas guaraníes de su abuelo Domingo de Irala. La imaginación literaria del cronista, entretejiendo la memoria y la leyenda, forjó un episodio destinado a sobrevivirlo largamente: el de Lucía Miranda.
Los hechos habrían sucedido entre 1527 y 1529, en el Fuerte Sancti Spiritu, primer asentamiento español en tierras rioplatenses, fundado por el marino veneciano y piloto del rey, Sebastián Caboto. Aunque, fuera de Caboto, ninguno de los nombres de sus protagonistas figura en los documentos oficiales de la expedición, el relato se impuso con la fuerza de los mitos de origen. Lucía Miranda, esposa del militar Sebastián Hurtado, se erige aquí como la primera cautiva de la guerra entre los pueblos originarios y los conquistadores. El cacique Mangoré, prendado de ella, ingresa en el Fuerte con un “presente griego” (esta vez, regalo de víveres), para luego abrirles las puertas a sus hombres y exterminar a los españoles. Su objetivo personal es apoderarse de Lucía (“inocente Elena” la llamará alguno de los siguientes historiadores jesuitas). Mangoré muere en la batalla, pero su hermano Siripo hereda, tanto el cacicazgo, como la pasión por la dama. A cambio de perdonar la vida de Sebastián, Siripo, que ya ha tomado por esposa a su cautiva, exige que los antiguos cónyuges no vuelvan a verse y le da a Hurtado otra mujer dentro de la comunidad indígena. El incumplimiento del pacto motiva la condena de ambos a muerte: Lucía en la hoguera, Sebastián asaeteado como el santo de su nombre.
En el episodio no se hace mención a otros cautiverios, que seguramente ocurrieron en primer lugar, y que seguirían ocurriendo: los de las mujeres aborígenes arrebatadas por los conquistadores o entregadas por los suyos como prenda de alianza. Aunque se apele al tópico de Elena de Troya para justificar el inicio de las hostilidades por parte de los timbúes, se dejan oír antes, desde la misma voz de Mangoré, los genuinos motivos: los españoles eran “tan señores y absolutos en sus cosas” que, si se toleraba su avance, pronto ellos, los naturales, “quedarían sujetos a perpetua servidumbre”. Por otra parte, cabe señalar que, en la historia de Ruy Díaz de Guzmán, si bien Lucía Miranda es forzada al matrimonio con Siripo, no queda sujeta a una situación humillante: no será esclava, sino amada reina, aunque “la violencia del amor” –auténtico y también legítimo– preexistente entre los esposos españoles, impide que respeten el convenio concertado con el cacique. No obstante, queda implícita una posibilidad que tanto las futuras ficciones como la Historia convalidarán a veces: la transculturación de la cautiva y su paulatino ingreso voluntario, como esposa, a la sociedad captora, por eventual amor al nuevo marido, o a los hijos concebidos con él.
Las funciones y los valores de los personajes (indios y cristianos) varían durante los casi cinco siglos en que el episodio de Lucía Miranda se reescribe (en el Río de la Plata y aun fuera de él) de todas las formas posibles (crónica histórica jesuítica, teatro, poesía, novela). Los aborígenes llegan a ser, incluso, víctimas, o hasta proto patriotas independentistas, en épocas revolucionarias. El sucesivo amor de los caciques por Lucía siempre termina, eso sí, en tragedia, aunque alguna versión juegue con los indecisos sentimientos de la dama cortejada, quien –en la novela Lucía Miranda (1860) de Rosa Guerra– llega a musitar que hubiera sido la esposa de Mangora si no contase ya con un marido, y que –convenientemente desmayada– recibe un beso de su enamorado timbú. En la homónima y contemporánea novela de Eduarda Mansilla, Lucía Miranda (definida por su función de intérprete y educadora) no cae en esas vacilaciones, pero abre una mirada antropológica (curiosa y no siempre adversa) sobre la cultura nativa, basada en las lecturas de esta autora erudita. La novela contempla la posibilidad del mestizaje consentido, fuera del cautiverio, en la timbú Anté (discípula de Lucía) y el soldado español Alejo, sobrevivientes a la destrucción del Fuerte y fundadores de una nueva sociedad.
Podría decirse que en estas dos obras se encuentra el germen de dos líneas visibles en el reciente tratamiento novelístico del cautiverio femenino durante la época de las guerras de frontera. Una es la que privilegia el descubrimiento de nuevas posibilidades sentimentales y eróticas en el otro entorno cultural, exploradas en textos que van desde la llamada novela rosa (Florencia Bonelli, entre otras) a la experimentación literaria y el cruce con la política, como en la nouvelle El placer de la cautiva (2001), de Leopoldo Brizuela, La casa de Myra (2001), de Aurora Alonso, o La lengua del malón (2003), de Guillermo Saccomanno. Otra línea es la que trabaja sobre la desconstrucción de los estereotipos culturales de la “barbarie”, y la posibilidad de adquirir saberes diferentes, complementarios de la visión occidental, así como la reformulación de la propia identidad. Textos diversos, desde la fantasía lúdica e irónica de La liebre (Aira, 1991), hasta Finisterre (Lojo, 2005) en una propuesta más existencial y antropológica, toman este camino. El año del desierto (2005), de Pedro Mairal, plantea otro escenario. Su heroína, llamada María, como la cautiva echeverriana, protagoniza un viaje retrospectivo, a medida que el desierto avanza sobre la ciudad, corroyéndola, devolviéndola a estadios primitivos. En su periplo atraviesa diversos tipos de cautiverio: uno de ellos en una sociedad seudoranquel, en realidad no integrada por aborígenes sino por tribus urbanas degradadas cuyo idioma, al principio incomprensible, es una parodia del habla de las clases bajas, y de sectores asociados a la marginalidad y la delincuencia. El maltrato del que es objeto en este entorno, donde se la somete a esclavitud, se compensa entre los Ú (descritos con rasgos afines a los guaraníes). Allí tiene una relación amorosa voluntaria y experiencias que enriquecen su percepción del mundo.
Menos productiva, literariamente hablando, ha sido la situación inversa: el cautiverio de las mujeres aborígenes en la sociedad blanca, aunque las figuras tristes de indígenas sirviendo en casas de familia después de la Campaña al Desierto cruzan Quilito (1891), de Carlos María Ocantos y otras novelas. Las esclavas africanas y afrodescendientes, con diversos matices de integración e influencia en sus entornos, tienen una fuerte presencia que ameritaría otro ensayo: desde Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti hasta Manuel Mujica Lainez, Pedro Orgambide, Cristina Bajo.
PROSTITUIDAS
La prostituta es también una figura recurrente en la literatura nacional, donde aparece como parte de los “bajos fondos”. Tanto los escritores confesionales (Manuel Gálvez) como los socialistas (Castelnuovo, Stanchina) enfatizan sobre todo su condición de víctima y consideran necesario erradicar el comercio sexual. Roberto Arlt, por su parte, se apoya en prostitutas y rufianes para desplegar una mirada heterodoxa sobre la sociedad de su tiempo.
Resulta llamativo que en la obra de Borges, donde son escasas las mujeres, dos de ellas ejerzan la prostitución, en los cuentos “La intrusa” y “Emma Zunz”. Sus personalidades y sus motivos no pueden ser más opuestos. En el primero, Juliana, una joven iletrada y sumisa, ha sido siempre tratada como un objeto. Comprada y vendida en burdeles, termina en manos de los hermanos Nilsen, que la sacrifican cuando su apego por ella comienza a deteriorar su relación mutua, tanto más valorada. Otro es el caso de Emma Zunz, que se vale deliberadamente de su cuerpo (el único instrumento que posee) para vengar la muerte de su padre. Pero cuando logra completar su coartada, no solo mata a Loewenthal en el nombre del padre, sino para “castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra”.
Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres (1948) incluye la prostitución como parte del paisaje urbano de los años 20 y las excursiones “higiénicas” de la juventud masculina. La imagen de la prostituta adquiere dimensiones simbólicas extraordinarias en Megafón o la Guerra (1970), su última novela. Lucía Febrero, la Novia Olvidada, está presa en la última espiral del Caracol de Venus, burdel regenteado por Diógenes Tifoneades, y la gran misión –a la vez mística y terrena– del héroe es acudir a su rescate.
Aunque algún autor imagina prostitutas dueñas de sí, que se manejan con autonomía (Frontera Sur, 1994, de Horacio Vázquez Rial), la prostitución, como esclavitud sexual de mujeres realmente secuestradas aparece con renovada fuerza en novelas actuales, sobre todo en dos que se ocupan de la mafia de la Zwi Migdal y sus redes cómplices en la Policía y la Justicia locales. La Polaca. Inmigración, rufianes, y esclavas a comienzos del siglo XX (2003), de Myrtha Schalom, es la biografía novelesca de una de sus víctimas, Raquel Liberman. El Infierno prometido (2006), de Elsa Drucaroff, crea un personaje literario atrapado por la misma mafia.
Por último, Gabriela Cabezón Cámara narra el suplicio y la fuga de una muchacha de clase media secuestrada en nuestros días, en Le viste la cara a Dios (2012). Esta nouvelle entrama los tormentos físicos y psicológicos con la imaginería mística, en un lenguaje metafórico irreverente, de revulsiva intensidad.
TORTURADAS
La última dictadura militar generó su propia literatura de cautiverio femenino, en la que el sometimiento sexual de las víctimas secuestradas fue una de las formas de la tortura, ejercida incluso sobre los cuerpos de mujeres gestantes cuyos hijos fueron apropiados por los represores. Por aquí pasa el eje de Dos veces junio (2002) de Martín Kohan. La crueldad de todos los actos practicados contrasta con la voz impasible del narrador que, por otro lado, cita, aprobatoriamente, las atroces reflexiones de su superior. Por ejemplo, que el cuerpo de las putas, del que éstas no son dueñas, puede ser usado en la guerra como instrumento mortal, si está contaminado con una enfermedad que envenene al enemigo.
La cautiva de esta novela lucha hasta el final, aunque en vano, por lograr algún tipo de comunicación salvadora con el mundo externo a través del narrador. No padece el “síndrome de Estocolmo”, no hay ambigüedad en el vínculo con los feroces represores. Pero esta tensión sí impregna textos de potente ambivalencia, como Cambio de armas (1982) de Luisa Valenzuela, donde la víctima (aturdida por la droga que le administra el secuestrador) no puede acceder a su identidad oculta en zonas borradas de la memoria. Distinto es el caso del inquietante personaje de Leonora en la novela El fin de la historia (1996), de Liliana Heker. Esta mujer, mirada por la narradora con “rechazo y fascinación”, privilegia en cambio la voluntad de supervivencia, e incluso de poder, que la lleva a colaborar con los jefes militares.
Vemos al fin, en esta breve revisión de un vasto panorama, cómo el relato de la cautividad femenina se relaciona siempre estrechamente con la posibilidad de uso sexual y/o reproductivo de sus cuerpos. La condición social subalterna de las mujeres ha “naturalizado” esta posición vulnerable que la literatura pone en evidencia, en diversos contextos histórico sociales, desde los orígenes hasta nuestros días, narrando el horror de la sumisión, pero también la pugna por transformarla y trascenderla.
Mucho antes del clásico poema La cautiva (1837), de Esteban Echeverría, de la desdichada prisionera que retrata el Martín Fierro (1872) y de que el país fuera una nación independiente, la cuestión aparece en La Argentina manuscrita (1612). Su autor, Ruy Díaz de Guzmán (c. 1558-1629), militar y funcionario de la Corona española, había nacido en la actual ciudad de Asunción y era mestizo, descendiente de hidalgos, pero también de una de las concubinas guaraníes de su abuelo Domingo de Irala. La imaginación literaria del cronista, entretejiendo la memoria y la leyenda, forjó un episodio destinado a sobrevivirlo largamente: el de Lucía Miranda.
Los hechos habrían sucedido entre 1527 y 1529, en el Fuerte Sancti Spiritu, primer asentamiento español en tierras rioplatenses, fundado por el marino veneciano y piloto del rey, Sebastián Caboto. Aunque, fuera de Caboto, ninguno de los nombres de sus protagonistas figura en los documentos oficiales de la expedición, el relato se impuso con la fuerza de los mitos de origen. Lucía Miranda, esposa del militar Sebastián Hurtado, se erige aquí como la primera cautiva de la guerra entre los pueblos originarios y los conquistadores. El cacique Mangoré, prendado de ella, ingresa en el Fuerte con un “presente griego” (esta vez, regalo de víveres), para luego abrirles las puertas a sus hombres y exterminar a los españoles. Su objetivo personal es apoderarse de Lucía (“inocente Elena” la llamará alguno de los siguientes historiadores jesuitas). Mangoré muere en la batalla, pero su hermano Siripo hereda, tanto el cacicazgo, como la pasión por la dama. A cambio de perdonar la vida de Sebastián, Siripo, que ya ha tomado por esposa a su cautiva, exige que los antiguos cónyuges no vuelvan a verse y le da a Hurtado otra mujer dentro de la comunidad indígena. El incumplimiento del pacto motiva la condena de ambos a muerte: Lucía en la hoguera, Sebastián asaeteado como el santo de su nombre.
En el episodio no se hace mención a otros cautiverios, que seguramente ocurrieron en primer lugar, y que seguirían ocurriendo: los de las mujeres aborígenes arrebatadas por los conquistadores o entregadas por los suyos como prenda de alianza. Aunque se apele al tópico de Elena de Troya para justificar el inicio de las hostilidades por parte de los timbúes, se dejan oír antes, desde la misma voz de Mangoré, los genuinos motivos: los españoles eran “tan señores y absolutos en sus cosas” que, si se toleraba su avance, pronto ellos, los naturales, “quedarían sujetos a perpetua servidumbre”. Por otra parte, cabe señalar que, en la historia de Ruy Díaz de Guzmán, si bien Lucía Miranda es forzada al matrimonio con Siripo, no queda sujeta a una situación humillante: no será esclava, sino amada reina, aunque “la violencia del amor” –auténtico y también legítimo– preexistente entre los esposos españoles, impide que respeten el convenio concertado con el cacique. No obstante, queda implícita una posibilidad que tanto las futuras ficciones como la Historia convalidarán a veces: la transculturación de la cautiva y su paulatino ingreso voluntario, como esposa, a la sociedad captora, por eventual amor al nuevo marido, o a los hijos concebidos con él.
Las funciones y los valores de los personajes (indios y cristianos) varían durante los casi cinco siglos en que el episodio de Lucía Miranda se reescribe (en el Río de la Plata y aun fuera de él) de todas las formas posibles (crónica histórica jesuítica, teatro, poesía, novela). Los aborígenes llegan a ser, incluso, víctimas, o hasta proto patriotas independentistas, en épocas revolucionarias. El sucesivo amor de los caciques por Lucía siempre termina, eso sí, en tragedia, aunque alguna versión juegue con los indecisos sentimientos de la dama cortejada, quien –en la novela Lucía Miranda (1860) de Rosa Guerra– llega a musitar que hubiera sido la esposa de Mangora si no contase ya con un marido, y que –convenientemente desmayada– recibe un beso de su enamorado timbú. En la homónima y contemporánea novela de Eduarda Mansilla, Lucía Miranda (definida por su función de intérprete y educadora) no cae en esas vacilaciones, pero abre una mirada antropológica (curiosa y no siempre adversa) sobre la cultura nativa, basada en las lecturas de esta autora erudita. La novela contempla la posibilidad del mestizaje consentido, fuera del cautiverio, en la timbú Anté (discípula de Lucía) y el soldado español Alejo, sobrevivientes a la destrucción del Fuerte y fundadores de una nueva sociedad.
Podría decirse que en estas dos obras se encuentra el germen de dos líneas visibles en el reciente tratamiento novelístico del cautiverio femenino durante la época de las guerras de frontera. Una es la que privilegia el descubrimiento de nuevas posibilidades sentimentales y eróticas en el otro entorno cultural, exploradas en textos que van desde la llamada novela rosa (Florencia Bonelli, entre otras) a la experimentación literaria y el cruce con la política, como en la nouvelle El placer de la cautiva (2001), de Leopoldo Brizuela, La casa de Myra (2001), de Aurora Alonso, o La lengua del malón (2003), de Guillermo Saccomanno. Otra línea es la que trabaja sobre la desconstrucción de los estereotipos culturales de la “barbarie”, y la posibilidad de adquirir saberes diferentes, complementarios de la visión occidental, así como la reformulación de la propia identidad. Textos diversos, desde la fantasía lúdica e irónica de La liebre (Aira, 1991), hasta Finisterre (Lojo, 2005) en una propuesta más existencial y antropológica, toman este camino. El año del desierto (2005), de Pedro Mairal, plantea otro escenario. Su heroína, llamada María, como la cautiva echeverriana, protagoniza un viaje retrospectivo, a medida que el desierto avanza sobre la ciudad, corroyéndola, devolviéndola a estadios primitivos. En su periplo atraviesa diversos tipos de cautiverio: uno de ellos en una sociedad seudoranquel, en realidad no integrada por aborígenes sino por tribus urbanas degradadas cuyo idioma, al principio incomprensible, es una parodia del habla de las clases bajas, y de sectores asociados a la marginalidad y la delincuencia. El maltrato del que es objeto en este entorno, donde se la somete a esclavitud, se compensa entre los Ú (descritos con rasgos afines a los guaraníes). Allí tiene una relación amorosa voluntaria y experiencias que enriquecen su percepción del mundo.
Menos productiva, literariamente hablando, ha sido la situación inversa: el cautiverio de las mujeres aborígenes en la sociedad blanca, aunque las figuras tristes de indígenas sirviendo en casas de familia después de la Campaña al Desierto cruzan Quilito (1891), de Carlos María Ocantos y otras novelas. Las esclavas africanas y afrodescendientes, con diversos matices de integración e influencia en sus entornos, tienen una fuerte presencia que ameritaría otro ensayo: desde Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti hasta Manuel Mujica Lainez, Pedro Orgambide, Cristina Bajo.
PROSTITUIDAS
La prostituta es también una figura recurrente en la literatura nacional, donde aparece como parte de los “bajos fondos”. Tanto los escritores confesionales (Manuel Gálvez) como los socialistas (Castelnuovo, Stanchina) enfatizan sobre todo su condición de víctima y consideran necesario erradicar el comercio sexual. Roberto Arlt, por su parte, se apoya en prostitutas y rufianes para desplegar una mirada heterodoxa sobre la sociedad de su tiempo.
Resulta llamativo que en la obra de Borges, donde son escasas las mujeres, dos de ellas ejerzan la prostitución, en los cuentos “La intrusa” y “Emma Zunz”. Sus personalidades y sus motivos no pueden ser más opuestos. En el primero, Juliana, una joven iletrada y sumisa, ha sido siempre tratada como un objeto. Comprada y vendida en burdeles, termina en manos de los hermanos Nilsen, que la sacrifican cuando su apego por ella comienza a deteriorar su relación mutua, tanto más valorada. Otro es el caso de Emma Zunz, que se vale deliberadamente de su cuerpo (el único instrumento que posee) para vengar la muerte de su padre. Pero cuando logra completar su coartada, no solo mata a Loewenthal en el nombre del padre, sino para “castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra”.
Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres (1948) incluye la prostitución como parte del paisaje urbano de los años 20 y las excursiones “higiénicas” de la juventud masculina. La imagen de la prostituta adquiere dimensiones simbólicas extraordinarias en Megafón o la Guerra (1970), su última novela. Lucía Febrero, la Novia Olvidada, está presa en la última espiral del Caracol de Venus, burdel regenteado por Diógenes Tifoneades, y la gran misión –a la vez mística y terrena– del héroe es acudir a su rescate.
Aunque algún autor imagina prostitutas dueñas de sí, que se manejan con autonomía (Frontera Sur, 1994, de Horacio Vázquez Rial), la prostitución, como esclavitud sexual de mujeres realmente secuestradas aparece con renovada fuerza en novelas actuales, sobre todo en dos que se ocupan de la mafia de la Zwi Migdal y sus redes cómplices en la Policía y la Justicia locales. La Polaca. Inmigración, rufianes, y esclavas a comienzos del siglo XX (2003), de Myrtha Schalom, es la biografía novelesca de una de sus víctimas, Raquel Liberman. El Infierno prometido (2006), de Elsa Drucaroff, crea un personaje literario atrapado por la misma mafia.
Por último, Gabriela Cabezón Cámara narra el suplicio y la fuga de una muchacha de clase media secuestrada en nuestros días, en Le viste la cara a Dios (2012). Esta nouvelle entrama los tormentos físicos y psicológicos con la imaginería mística, en un lenguaje metafórico irreverente, de revulsiva intensidad.
TORTURADAS
La última dictadura militar generó su propia literatura de cautiverio femenino, en la que el sometimiento sexual de las víctimas secuestradas fue una de las formas de la tortura, ejercida incluso sobre los cuerpos de mujeres gestantes cuyos hijos fueron apropiados por los represores. Por aquí pasa el eje de Dos veces junio (2002) de Martín Kohan. La crueldad de todos los actos practicados contrasta con la voz impasible del narrador que, por otro lado, cita, aprobatoriamente, las atroces reflexiones de su superior. Por ejemplo, que el cuerpo de las putas, del que éstas no son dueñas, puede ser usado en la guerra como instrumento mortal, si está contaminado con una enfermedad que envenene al enemigo.
La cautiva de esta novela lucha hasta el final, aunque en vano, por lograr algún tipo de comunicación salvadora con el mundo externo a través del narrador. No padece el “síndrome de Estocolmo”, no hay ambigüedad en el vínculo con los feroces represores. Pero esta tensión sí impregna textos de potente ambivalencia, como Cambio de armas (1982) de Luisa Valenzuela, donde la víctima (aturdida por la droga que le administra el secuestrador) no puede acceder a su identidad oculta en zonas borradas de la memoria. Distinto es el caso del inquietante personaje de Leonora en la novela El fin de la historia (1996), de Liliana Heker. Esta mujer, mirada por la narradora con “rechazo y fascinación”, privilegia en cambio la voluntad de supervivencia, e incluso de poder, que la lleva a colaborar con los jefes militares.
Vemos al fin, en esta breve revisión de un vasto panorama, cómo el relato de la cautividad femenina se relaciona siempre estrechamente con la posibilidad de uso sexual y/o reproductivo de sus cuerpos. La condición social subalterna de las mujeres ha “naturalizado” esta posición vulnerable que la literatura pone en evidencia, en diversos contextos histórico sociales, desde los orígenes hasta nuestros días, narrando el horror de la sumisión, pero también la pugna por transformarla y trascenderla.
CARLOS
FAJARDO FAJARDO.
VANGUARDIAS
ARTÍSTICAS Y ESTÉTICAS DEL SIGLO XX.
Colección
Pensamiento Estético siglos XX y XXI
Ediciones Le
Monde Diplomatique y Ediciones Desde Abajo, 2012.
Esta
colección reúne una serie de textos escritos por los más representativos
pensadores y creadores del Siglo XX. Su propósito es la divulgación de las
múltiples reflexiones que, sobre el hecho artístico, se han producido en los
dos últimos siglos. Cada título cuenta con un estudio introductorio, escrito
por un experto en el respectivo tema.
Tanto la calidad de los autores, como la amplitud de las temáticas, dan a la colección una gran fortaleza y riqueza teórica, lo que posibilita acercar al gran público a las fuentes y conceptos fundamentales sobre las prácticas artísticas desde las primeras vanguardias del pasado siglo, hasta los procesos de formación de nuevas categorías estéticas y de sensibilidades manifiestas en el presente.
Tanto la calidad de los autores, como la amplitud de las temáticas, dan a la colección una gran fortaleza y riqueza teórica, lo que posibilita acercar al gran público a las fuentes y conceptos fundamentales sobre las prácticas artísticas desde las primeras vanguardias del pasado siglo, hasta los procesos de formación de nuevas categorías estéticas y de sensibilidades manifiestas en el presente.
El
primer tomo, titulado Vanguardias artísticas del siglo XX, inicia su recorrido
con los manifiestos estético-poéticos de las principales vanguardias, tanto
europeas como latinoamericanas. En él se compilan los manifiestos del
Futurismo, del Dadaísmo, del Constructivismo, del Surrealismo, como también
hermosos e inquietantes escritos de Wassily Kandinsky, Guillaume Apollinaire,
Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, César Vallejo y Pablo Neruda.
El
segundo tomo compila las reflexiones de algunos de los más destacados filósofos
y escritores que consagraron su vida y su obra a cifrar y a descifrar los
procesos de la estética y del arte en medio de las crisis económico-políticas,
sociales y culturales del pasado siglo, tanto en Europa como en Latinoamérica:
José Carlos Mariátegui, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Walter Benjamin,
Martín Heidegger, Theodor W. Adorno, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Thomas
Mann, , entre otros, serán los invitados a este banquete del pensamiento.
IRMA BIGNON
(Santa
Fe-Argentina)
EL
ARTE SAGRADO DE LOS VITRALES
Al final del siglo XII, Paris era ya el
polo de atracción y el centro de esplendor de la cultura occidental. Esa
cultura, fundada en la fe cristiana, se irá expresando magníficamente en las
iglesias góticas, cuyas amplias naves comenzarán a ser visitadas por una
multitud de fieles. Poco a poco, el arte gótico irá ganando toda Europa.
El vitral – conjunto de vidrios de
colores dispuestos con tiras de plomo en el bastidor de una ventana – fue ante
todo un arte de iglesia. Permitía dar al edificio no sólo una iluminación
tamizada propia para la meditación que era su pimera función, sino también una
enseñanza.
El arte del vitral es muy antiguo. Su
técnica muy compleja. Se comenzaba por hacer un dibujo en cada espacio a llenar
y se pintaba con acuarela. Una vez terminados esos esbozos, se los adhería a un
papel fuerte acartonado. Se trabajaban los trozos de plomo que habían de
delimitar las piezas de vidrio. Teniendo todos los vidrios cortados, se los
ubicaba en un cartón especial, colocándolo en horno eléctrico a 600º de calor
durante cuatro horas, que luego se enfriaba en treinta y dos.
Ciertos maestros vidrieristas
interpretaban en los cristales la vida
de los grandes personajes. Como por ejemplo, los vitrales que adornan la catedral de
Chartres ilustran paso a paso la leyenda de Carlomagno y del pretendido viaje a
Constantinopla
El rosetón de la fachada de Notre Dame,
Catedral de Paris, tiene más de 10
m. de diámetro. Es el más vasto que se ha osado crear.
Sus dibujos, realizados por los más importantes vidrieristas del momento son
tan perfectos, que es imposible comparalos con otros. Los cristales forman una
aureola alrededor de la Virgen y el Niño, encuadrados por dos ángeles. Todo
alrededor, en un arco de descarga, Adan y Eva evocan la Redención después de la
Caída.
Otra maravilla del arte gótico es la
Sainte-Chapelle (la Santa Capilla). El deslumbramiento de sus vitrales es una
de las grandes emociones estéticas que tiene Paris. En 1239, el rey Louis IX
llamado Saint-Louis, hace construir una capilla en su palacio. Dicha capilla se
asemeja a una gran caja de cristal de colores. Sus muros no tienen ningún
contrafuerte. Todo es cristal. Solamente unos muy delgados pilares son
suficientes. Cada vitral tiene 15
m. de altura. Pródigo equilibrio: este conjunto de
aspecto frágil, no ha sufrido ninguna fisura en siete siglos.
El rayo luminoso que pasa a través del
vidrio de color tiene un poder mágico: el de emitir la luz trascendente.
Por lo general el pintor vidrierista
tiene un cierto acercamiento a lo sagrado. Observa esa luz sublime con respeto
y profunda humildad. Esa luz es ante todo una plegaria, un canto que acompaña
la oración de una comunidad reunida en una iglesia, el recogimiento de un ser
ante el Creador del universo. La religión ayuda a retroceder hacia uno mismo
para encontrar los verdaderos valores humanos que la vida corriente se encarga
de alejar.
Paul Ducatez actualiza la muy antigua
tradición de los maestros vidrieristas, según la cual, la técnica compleja y la
actividad creadora son indisociables del espíritu que las justifica. Realiza
sus estudios primero, en la Escuela de Bellas Artes de Valenciennes (ciudad al
norte de Francia), y luego en la Escuela Superior de Bellas Artes de Paris.
Comienza a exponer sus obras en los salones de los artistas decoradores de
Francia. Participa en diversas restauraciones, para luego llegar a ser el
creador de centenares de vitrales de catedrales del mundo: de la Plata
(Argentina), de Bogotá (Colombia), Lima (Perú), Montreal (Canadá), de Madrid
(España), Montmartre (Paris), Quimper (Bretaña), de Lisieux, de Valenciennes,
además de basílicas francesas en Pau, Lorient, Nantes, Solesmes, Raismes,
Grimaud, Lorgues.
Hoy tiene 87 años. Es casado. Tiene 6
hijos. Vive en la ciudad de Lorgues en el Var, región de Provenza Alpes-Costa
Azul, al S.E. de Francia. En su casa siempre es primavera. El inmenso jardín
que la rodea lo atestigua. Se siente satisfecho de su trabajo. Nunca pensó en
cambiarlo. Su distracción ha sido únicamente el arte, la pintura y la
escultura. Su vida personal y familiar para él, siempre ha sido exitosa, más de lo que hubiera imaginado. “Muchas
veces he permanecido mudo ante mi página en blanco – recuerda - Nada ocurría. Me lo pasaba haciendo y
rehaciendo dibujos que yo bien sabía que eran malos. Me sentía incapaz de hacer
algo a mi gusto. Ese pensamiento me desesperaba. Transpiraba interiormente… Y
luego, de golpe, algo percibía que podía
considerar importane. Me asombraba. Me sentía felíz”…
Creemos que el sentido de la
comunicación, de la oración y la proximidad de lo creado, son elementos
indispensables para todo mestro vidrierista. Su mente siempre estará lista para
recibir la onda que llega de otra parte, que es naturalmente la que provoca la
creación.
Un vitral magníficamente concebido
impondrá su belleza al espectador,
logrando sobrepasarlo.
El arte de los vitrales transfigura al
artista. Lo convierte en el mediador entre la creación y el objeto creado. Con
el pensamiento fijo en el Sumo Creador, desde la primera pincelada habrá de
surgir la obra maestra.
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