Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA VIRTUAL Nº 76 - Marzo de 2013- AÑO VII - Nº 3



GACETA LITERARIA Nº 76– Marzo de 2013– Año VII – Nº 3




Imágenes: Beautiful World

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

EL PASO DEL TIEMPO

Seis siglos después de su fundación, Roma decidió que el año empezaría el primer día de enero.
Hasta entonces, cada año nacía el 15 de marzo.
No hubo más remedio que cambiar la fecha, por razón de guerra.
España ardía. La rebelión, que desafiaba el poderío imperial y devoraba miles y más miles de legionarios, obligó a Roma a cambiar la cuenta de sus días y los ciclos de sus asuntos de estado.
Largos años duró el alzamiento, hasta que por fin la ciudad de Numancia, la capital de los rebeldes hispanos, fue sitiada, incendiada y arrasada.
En una colina rodeada de campos de trigo, a orillas del río Duero, yacen sus restos. Casi nada ha quedado de esta ciudad que cambió, para siempre, el calendario universal.
Pero a la medianoche de cada 31 de diciembre, cuando alzamos las copas, brindamos por ella, aunque no lo sepamos, para que sigan naciendo los libres y los años.



PÁGINA 2 – CUENTO

SUSANA PERSELLO
(Recreo- Santa Fe-Argentina)

LOS VULNERABLES
Tribulaciones de un lector

Tiene una vasta biblioteca que abarca autores y obras de todas las épocas. No faltan los clásicos, pero trata de actualizarla con lo que le resulte interesante. Si bien lee todos los géneros, su preferencia gira hacia la narrativa, en particular la novela y el cuento y si son realistas mejor. Es que la literatura le provoca  el efecto maravilloso de vivir la vida de otros y en el mundo de otros, historias verdaderas o al menos verosímiles.

Sentado en su confortable sillón, inicia el viaje. Se apasiona con el relato de las secuencias, las descripciones, las escenas, vive junto a los personajes la felicidad o la angustia, los temores, los ultrajes, el dolor, la proximidad de la muerte o la muerte misma. A veces el desenlace es favorable,  otras adverso o incierto, pero cuenta con la certeza de que con el punto final termina la lectura, y el libro vuelve a su estante. Fin del viaje. Quedan los efectos: reflexiones, sensaciones, evocaciones. Luego a elegir otro libro del mismo género o bien gozar de la libertad de ir hacia la novela romántica, policial,  de ciencia ficción, una antología de cuentos.

Pero en su rutina de lector, cada día llega el momento en que en el mismo sillón confortable, debe asumir su propia realidad, informarse. Lee el diario. Es su aquí, ahora, con los otros, en este mundo. En su interior se presenta  el mismo juego perverso de querer y no querer saber. Al final siempre cede. Va pasando las páginas y van variando los efectos, pero todo confluye en un estado anímico impreciso aunque, sin dudas, de pesadumbre y aflicción. Hasta que lo abofetean los títulos de la crónica policial y cree que ahí está el punto de su conflicto. Títulos que se repiten en forma alarmante, historias tremendas, aberrantes con niños y adolescentes como protagonistas-víctimas. Los vulnerables.

 Entonces gira su mirada hacia la biblioteca y ubica desde lejos, libros leídos tantas veces y que le dejaron huellas. Piensa que muchos de los personajes atrapados en esas páginas se parecen a estos de hoy, protagonistas de las noticias policiales. Superando tiempo, geografía y contexto, allí, en los libros, están también los vulnerables. Niños y adolescentes, maltratados, explotados, abusados. Oye la voz de la Cándida Eréndira, de sólo trece años, cuya abuela la obligaba a prostituirse para pagar una deuda; a la joven Laurencia, de Fuenteovejuna, acosada por el comendador del pueblo; al Lazarillo de Tormes, quien desde niño fue entregado a varios amos que lo explotaban; a Silvio Astier de El Juguete rabioso, adolescente sin rumbo, sin guía, pensando mejores estrategias para delinquir,  estuvo a punto de suicidarse; a la jovencita Ana Frank, encerrada durante dos años junto a su familia por ser judía, al fin murió pero dejó su diario, único confidente; a la niña Tacha del cuento de Rulfo, llorando junto a su hermano varón,  porque la inundación le llevó su vaca, un capital que le aseguraba el futuro, ahora tenía que irse de “piruja” como sus hermanas para poder vivir; al reserito de Don Segundo Sombra con trece años vagando por los campos mendigando abrigo, comida, empleo, y a los más cercanos Tacuara y Chamorro, maltratados y explotados, imaginando astucias para sobrevivir en un medio hostil.

Vulnerables. Presas fáciles de  su propio mundo espectral, o de vivos y abusadores que los esperan en alguna encrucijada de la narración, adonde los lleve la inspiración del autor, o la imaginación en la creación colectiva.

No se conforma con el siempre pasó que le confiesan sus libros. Baja la vista a la hoja del diario. Los protagonistas de la crónica policial no son personajes. Son seres reales que comparten su mundo, su tiempo,   y que lo involucran. El punto final del cronista no cierra ni termina nada. Seguramente ya está escribiendo el título de la próxima, semejante a la  anterior.

El sillón lo incomoda. Se rebela, sale a la calle como un quijote. Vocifera: “Paren, con los chicos no, son vulnerables,  tienen derecho a crecer con amor y valores, basta de explotación y abuso...” Es de noche, pasan dos o tres vecinos que lo miran preocupados porque desde hace un tiempo actúa así, está raro. Sonríen y siguen indiferentes.

Él entra y se desploma, abatido, en su sillón de lectura.


Obras citadas: Tacuara y Chamorro, de Leopoldo Chizzini Melo ( Santa Fe-1956); El Lazarillo de Tormes, anónimo (España- 1554; Ana Frank, su Diario (Holanda -1947); Roberto Arlt ( El Juguete Rabioso, Buenos Aires-1926)  Ricardo Güiraldes (Don Segundo Sombra, Buenos aires- 1926), Gabriel García Márquez (La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, 1972); Juan Rulfo( Es que somos muy pobres, en El llano en llamas
(México- 1953)



PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

ESTELA FIGUEROA
(Santa Fe-Argentina)

PRINCIPIOS DE FEBRERO

No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.

No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo –te dije-
quiero permanecer.

Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.

Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos
¡Cómo agradecer el tazón
que rebosa de leche!

Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas,
sin habernos negado
a esas pasiones
que cada tanto
asaltan.

A MANUEL INCHAUSPE, EN EL HOSPICIO

Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.



CARINA SEDEVICH
 (Santa Fe-Argentina)

COMO SEGANDO UN CARIÑO OSCURO

1

Un pedacito de tierra
sobre el que todo está solo.
Mi hijo está solo
mientras siega
lo que va quedando de los tientos
de los sueños de aquel que se marchó.
Pobre hijo mio
que solo tiene una madre sola
mil veces sola sobre un montón de tierra.
Pobre hijo mio
a quien no pude darle
algo invencible
algo inalterable
algo más que pasos que se pierdan.
Las mariposas, las abejas,
que en otras primaveras le mostraba:
(espero, sueño, habérselas mostrado)
¿habrán guardado su sonrisa?
Pobre niño sin padre
antes y ahora
segando solo la tierra que no es suya
como segando un cariño oscuro
que se fue cerrando como un puño.

2

He decidido mirar por la ventana.
Todo cae mientras yo miro por la ventana.
Mientras me caliento el pecho con el sol.
Miro las telarañas entre las rejas
finas, tornasoladas.
Miro las volutas de hierro, sencillas
las que eligió Rodolfo.
He decidido mirar por la ventana
de esta casa enorme.
Acá iba a crecer un hijo nuestro.
Las piñas se amontonan en los árboles.
Acá íbamos a tener una pileta.
Y el color de las paredes iba a ser arena.
He decidido mirar por la ventana.
Inmóvil en la silla, como en un hospicio.
Ver los rosales plantados y olvidados
que crecieron sin darnos una flor.
Los yuyos del invierno, las agujas
que caen de los pinos, las gramillas.
El gris de los ladrillos que costaron tanto.
He decidido mirar por la ventana.
Repasar en silencio la alegría perdida
con esta ropa vieja de todos los inviernos.

3

Es la hora en que es preciso escribir.
Hay que salvar el día
de hundirse. Hoy
vale por tantas tardes que vi pasar
callando. Hoy
no es más triste que otras veces
esta hora.
No es mayor la soledad
sino más vieja
como si nadie nunca hubiera estado.
El hueso del silencio
conocido y raspado por mis manos.
El hueso de ser una
sola, durante todo el trecho.
El hueso de haber sabido siempre.
Sin embargo tuve la duda del amor…
Se me ofreció en alguna de sus formas
y vi salir el sol por el oeste
y palpitar la tierra
y edulcorarse el mar.
Hallé que el frío no cortaba
que ciertas flores supuraban
me senté bajo un sauce para oirlo
y me aburri.
Me decía siempre que de mí
huían las felicidades.
Me llamaba siempre inmerecida.
Entonces tuve la deuda del amor.
Y no hay camellos que alcancen para eso
ni arena caminada
ni las piernas, ni las vulvas entregadas.
Nada de eso
paga la estafa del amor.
No hay agua sobre la cual escribir
tantas partidas.
Me quitaron lo que nunca tuve
y siempre supe que no había tenido.
Me dieron y me rapiñaron
el hueso de mi soledad.


PÁGINA 4 – ENSAYO

ANTONIO CRUZ
(Santiago del Estero-Argentina)

LA LECTURA EN EL TERCER MILENIO

Transitamos tiempos complejos. Se me ocurre que nadie puede poner en duda que los vertiginosos y turbulentos días que vivimos generan ansiedad e incertidumbre en casi todos los aspectos de la vida del hombre. La Literatura (como disciplina o como arte o si solamente la consideráramos, de manera arbitraria, como un simple elemento lúdico) no está ajena a esa confusión más o menos generalizada. Muchos de nosotros habremos escuchado o leído y quizás hasta participado de la polémica acerca de si la televisión o Internet han relegado a la lectura como hábito en las nuevas generaciones. Es más, he llegado a leer artículos en los que pensadores reconocidos especulan con la desaparición del libro, al menos en su formato impreso en papel, en no muy largo plazo.
¿Cuál es el significado de la palabra leer? ¿Qué significa la palabra lectura? Responder a estas preguntas no es tarea sencilla. A partir de los conceptos de Roland Barthes se admite que, para que el círculo iniciado por el autor de un texto literario se cierre, es indispensable que el lector le adjudique un significado, pero debemos aceptar que siempre habrá una pluralidad de interpretaciones porque los lectores no pueden evitar la participación aleatoria de sus propios conocimientos (que son contingentes al texto y propios para cada individuo) con lo que cada escrito determina una lógica interpretativa diferente en cada persona que lee.
En mi modesta opinión, si nos atenemos al concepto que sostiene que para leer es indispensable tener un libro en las manos, probablemente los que sostienen dicha teoría están en lo cierto; ahora, si nos basamos en algunas de las diferentes definiciones de la palabra “leer” que pueden encontrarse (1. Pasar la vista por lo escrito o lo impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados; 2. Comprender el sentido de cualquier otro tipo de representación gráfica; 3. Entender o interpretar un texto de determinado modo; 4. Comprender o interpretar un signo o una percepción), dicho de otra manera, si entendemos que lectura y escritura son formas de comunicación social, que el acto de leer implica interactuar con un determinado texto para comprender su significado y aceptamos que no solamente los libros pueden leerse sino también un anuncio publicitario o un grafiti o cualquier otro texto, podemos concluir que también leemos en la pantalla de nuestra computadora; por tanto, si me atrevo a calcular cuántas personas “pasan su vista por diferentes textos, los interpretan y comprenden sus signos” cotidianamente a través de Internet o en sus propios archivos virtuales, es creíble la postura que sostiene un incremento en la práctica de la lectura, aunque es imposible no aceptar que este crecimiento de la cantidad de “lectores” es absolutamente anárquico y no responde a ninguno de los cánones tradicionales de la “lectura”. Es un nuevo tipo de lectura.
De cualquier manera, más allá de una discusión que a prima facie se presenta como “bizantina”, tengo la casi certeza de que, como sostengo al principio, la literatura está sumergida en la misma confusión por la que atraviesan otras actividades humanas.
Probablemente los signos más importantes de estos tiempos son la velocidad (tal como expresa Italo Calvino en sus seis propuestas para el nuevo milenio), o la fractalidad, la brevedad, la fugacidad y la virtualidad de la literatura (según afirma Lauro Zavala, quién también habla de la “fragmentariedad paratáctica” de la escritura hipertextual propia de los medios electrónicos).
Es menester aceptar que actualmente la vida se mueve por los anchos caminos de la información y la necesidad de una comunicación rápida, concisa, inmediata, se ha convertido en algo urgente e impostergable; en algo que no admite otra forma que la hipertextual y virtual.
He notado que muchos autores demonizan a Internet por su interferencia en los mecanismos sociológicos de comunicación a los que estábamos habituados, como el caso de la lectura, pero es menester decir que, si bien los riesgos del abuso de la red son inconmensurables, la verdadera utilidad del sistema dependerá de la concepción de quienes la usan.
Es verdad que Internet es un arma peligrosa y un territorio que se presta a múltiples transgresiones. Su lenguaje dista mucho de ser el ideal de acuerdo a las tradicionales normas (el propio Calvino anticipa una “peste” del lenguaje, que se ha vuelto vago, impreciso y vacío de contenido, lo que, según sostiene, se debe a la pérdida de forma de la vida y a un extendido abandono de la espiritualidad) pero también es cierto que los medios en general y en particular los periódicos y sobre todo la televisión han variado la forma de expresarse, lo que indudablemente contribuye a una mayor confusión.
Internet nos ofrece una serie de textos que funcionan como si fuera un enorme texto fragmentado en lo que se llama hipertexto, y al que se accede por formas diferentes a la lectura convencional. En este inmenso hipertexto, el lector puede elegir o descartar a voluntad aquellos fragmentos que no le interesan, lo que deviene en múltiples lecturas que llevarán a una inevitable fragmentación de las historias. Es, salvando las distancias, como si alguien que tiene un libro en sus manos encuentra en el camino textos que le aburren o no le agradan y que con el simple acto de cambiar su señalador de posición pudiese evitarlos.
Adelaide Bianchini, en su artículo “Conceptos y definiciones de hipertexto”, sostiene que “a diferencia de los libros impresos, en los cuales la lectura se realiza en forma secuencial desde el principio hasta el final, en un ambiente hipermedial la ‘lectura’ puede realizarse en forma no lineal, y los usuarios no están obligados a seguir una secuencia establecida, sino que pueden moverse a través de la información y hojear intuitivamente los contenidos por asociación, siguiendo sus intereses en búsqueda de un término o concepto”.
Pero más allá de esto, me gustaría llamar la atención sobre la posibilidad que nos brinda Internet de acceder a la lectura de libros como la Biblia, el Corán, los clásicos y, para no aburrir con mi lista, de autores contemporáneos de renombre que, muchas veces, por diferentes motivos, como por ejemplo los mandatos de la industria editorial, son inaccesibles para el hombre común; tampoco podemos ignorar la posibilidad que tienen muchos escritores de colgar sus trabajos en la red esquivando los numerosos inconvenientes de editar en papel (ya decía Eugenio Montale que los editores muchas veces eligen aquello que más posibilidad tiene de vender en lugar de elegir los trabajos mejores y más valiosos, lo que impide a muchos poder hacer conocer sus textos). Se me ocurre que esto no es tan malo.
No desconozco los riesgos que encierra la red, pero quisiera dejar instalados los interrogantes que por ahora, para mí al menos, deberíamos aspirar a resolver. ¿Es Internet la responsable de todos los males sociales? ¿No habrá también mucho de “pereza” intelectual para generar que, de alguna manera, el hombre pueda volver nuevamente su mirada hacia su propia esencia y descubrir la riqueza de su vida interior? ¿No habrá llegado el momento de que la sociedad en su conjunto y la familia en particular intenten una mirada diferente y más amplia sobre el fenómeno de Internet y que, tal como sostienen múltiples autores, sea en el hogar donde se ejerza un control estricto sobre el contenido al que acceden sus integrantes? Por último, ¿no sería más coherente tratar de aprovechar el fenómeno Internet, de volcarlo a favor de una recomposición social y buscar un entorno menos denso y más agradable para todos?


PÁGINA 5 – CUENTO

OSVALDO BARBIERI
(Santa Fe-Argentina)

FINAL DE ECLIPSE

En aquella plaza estaban. Como en la cuna de sus ancestros. Componían un paisaje viviente. Pieles terrosas, casquetes coloridos, pollerones vistosos, rostros curtidos por la intemperie. Esperaban. Modelando figuras de barro, tejiendo ponchos, pintando sus obras, atendiendo críos. Sin indignación, sin tristeza. Nunca urdían revanchismos. Eran como esculturas móviles, rezagos de un culto remoto. Parecían coexistir en un estado místico, cuya impronta reflejaba, acaso, ese mirar frontal, limpio, sin parpadeos, y de emoción ausente. No solían quejarse; pocas veces acusaban cansancio o dolor físico. Algunos turistas los degradaban por ese estar inercial, y hasta eran vistos como una subespecie carente de inteligencia.
Los Oscuros, así llamados esos naturales del lugar, aún percibían espectros de la heredad virreynal, quienes los confinaron a esa plaza desde lejanos lunarios. Entonces, aquellas ánimas ensombrecieron sus mitos, como signadas por un mandato divino. Los Oscuros resistieron la humillación y el desprecio de los intrusos con especial hidalguía; es decir, sin que mellasen el temple de su estirpe. Dejaban entrever que, tal vez, su mayor virtud era la paciencia. Con los años, el quietismo iba a interpretarse como abulia de esa etnia. Esto fue generando una desazón rencorosa en el ánima dominante, como quien se cansa de torturar a quien no suplica piedad. Por ende, aquel rey fantasmal optó por hacer visibles a los súbditos, pues ya era evidente que no habría riesgos para ellos. Y fue así que éstos comenzaron a ejercer el poder con total impudicia, cual vicarios en el ventanal de la soberbia.
En la plaza estaban. Como equinos insomnes. Poco a poco veían pasar a esos nuevos personajes, de raras vestimentas, por el balcón del cabildo. Acicalados, rubios o trigueños, los extraños se entregaban a discursos incomprensibles, con tonos enfáticos y ademanes perturbadores.
Esperaban, sí. No un mesías. No un milagro del dios entronizado por los espíritus foráneos. No esperaban por esperanza. Parecían encerrar una certeza que iba más allá de las palabras. Albergaban la fe de quienes se sienten parte de un orden cósmico. Para Los Oscuros, conocer y saber eran nociones muy diferentes. Conocían sus imposibles, pero sabían lo posible como inscripto en sus cadenas genéticas, una suerte de voz interior que los guiaba. Sabían, por ejemplo, que la piedra, bajo un continuo torrente de agua se desgasta, se deforma, empieza a perder sus cualidades, y termina por desaparecer.
Al final de un invierno se dieron los primeros indicios. Un eclipse anocheció la plaza. Los perros aullaron al sol como a una brasa de bordes encendidos. La atmósfera creció en humedad, y por la carga estática se vio chispear el aire sobre sus cabezas. Era la señal.
Frente al cabildo cruzaban siluetas humanas, raudas como vampiros huyendo de sus cavernas. En la penumbra, Los Oscuros supieron que era el fin de la espera. Lentamente fueron levantando sus bártulos, las artesanías y los críos. Estaban listos cuando el sol volvió a colorear los atuendos, descubriendo el nuevo brillo de sus pupilas. Alucinados, comenzaron su andar cansino hacia el hombre que, de pie, aguardaba frente a ellos, de espaldas al portal del cabildo. Ahí se erigía aquel símbolo, como un tótem exhumado, después de esa breve noche, de la noche secular que sumió a su raza.


PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

JORGE CARLOS ALEGRET
(Río Grande-Tierra del Fuego-Argentina)

ONELLIANAS

1

Cristalitos de agua que son
hablar de lenguas blancas
y debajo, las cosas latentes,
las secretas cosas bajo la nieve
diciéndose en susurros de gotas
sobre las hojas muertas.
Se despenan las miradas por la calle Onelli.
Maquillajes de neón, verduras viejas, rumores
digitales y cirujas gemidos de almitas frías
pidiendo tabaco y un mesías bajo el cielo roto
de las esquinas. La gente es toda espalda,
puro irse circular.
Cristalitos de agua son
modos de ser la tierra y el cuerpo,
desvíos de la palabra
donde nos inscribe junio
hechos de puro interior, ocultos
entre los reflejos leves del ripio
bajo la garúa.
Un perro sueña la calle desierta. Un perro
sueña la mano de un niño aleteando
en el viento blanco. Un perro sueña
que se lo llevan entre caricias a un mundo
en llamas. Sueña que no es un perro,
que es una elegante rama de pino en lo alto
y no hay calle, ni caricias, ni niño.
Cristalitos de agua, que hacen urdimbre
con historias de amores y desencantos,
en descensos leves de los labios
en la fatalidad del orden y del caos
sucediéndose entre las filigranas de humo
sobre los árboles, donde los cristalitos hablan.
La boca del hombre dice una A bajo cero. Agujas en los
/ojos
disueltos, y sólo la A queda del hombre congelado,
que una vez, se soñó perro en la calle. Ahora, ni eso.

2

Las palomas se hamacan en los diecinueve cables negros
que segmentan el cielo. Siluetas azabaches en la
oscuridad tenue;
un vapor de noche sobre los lomos de los gatos
hambrientos. Las bolsas de basura oscilan, pendulan en
/racimo.
Una guitarra eléctrica triza el espacio, disloca las placas
de lo real, mientras alguien empuja un cuerpo sobre el
/barro
como hierro florecido, y cumple el mandato más caro
/del Amo.

3

En los escaparates: zapatillas como animalitos
/abandonados,
relojes, pantallas, discos, ropa de marcas adulteradas, las
/narices
como piedras, lo que NO, lecturas de un cuento en las
/vidrieras
y la que mira se desdobla, se multiplica, es un pulmón
/enfermo,
es una madona, es un cuerpo extasiado frente a un plasma,
hay humo, channel, seda, kerosén, dioses curanderos y
/glamorosos
profetas de una calle que se vuelve virtual, indolora, seca
/casilla
de madera y bronquíticos cachorros humanos hacinados,
/ser
múltiple, ser hidra, ser hambriento que se sacia en otra
/parte
que es ninguna parte, pero tanto progreso, hija, mirá
/esos corpiños
y esas tetas que nunca, pero podría, ¿por qué NO?, ¿por
/qué yo
NO?, seguro que sí hija, lo dijo el Pastor ayer mismo:
/nosotros
heredaremos los escaparates.


RAÚL PÉREZ ARIAS
(Lomas del Mirador-Buenos Aires-Argentina)

Un vals
resuena en la vereda.
Viene del sótano
con risas a mueble viejo.
Los ancianos
ausentes
cuidan su  fonógrafo
en un barrio pituco
que no recuerda a nadie.

 ******************
Desnudo sueño
del desove.
tu luz
que moja
los cristales del pudor.

 *******************
Vuelvo
a mi primer pantalón corto
y todo es el principio
para reconciliarme
con este fin
que apenas comienza.



PÁGINA 7 – ENSAYO

DANIEL GOROSITO
(Uruguay/México)

EN ESPAÑA HALLAN TESORO DE BENEDETTI: DOS POEMAS INÉDITOS

Una bibliotecaria de la Universidad de Alicante en Madrid fue quien descubrió este tesoro literario. Corría el año 2006 cuando el escritor oriental entregó los 6000 volúmenes que integraban la biblioteca de su casa en la capital española a dicha casa de estudios.
Durante el arduo proceso de revisión y catalogación, entre las páginas de Insomnios y duermevelas del poeta uruguayo, la bibliotecaria María José Giménez encontró los poemas que estaban escritos a mano en una hoja suelta.Ambos poemas son inéditos, pero “Miedo y coraje” fue recitado por el autor en la Feria del Libro de Buenos Aires en el 2002.
Eva Valero quien funge como directora del Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante y el investigador José Rovira fueron los encargados de comprobar o autentificar que la letra manuscrita de los poemas correspondía a Mario Benedetti.
También descubrieron que dentro de la obra de Benedetti hay un poema titulado “Coraje y miedo”, pero que nada tienen que ver con “Miedo y coraje”, así como otro denominado “Esperas”, que tampoco tiene similitud con el segundo poema encontrado que se denomina igual.
Durante su estadía en Buenos Aires para presentar en la Feria internacional del Libro de esa ciudad, Insomnios y duermevelas, obra que reúne un importante número de poemas y el cuento “Túnel en duermevela”, que cierra la obra, los eventos se desarrollaron de la siguiente manera:
Esa tarde, del 23 de abril del 2002, de acuerdo con una crónica publicada en el periódico La Nación de la capital Argentina, Benedetti recitó los versos de “Miedo y coraje”. (El miedo y el coraje son gajes del oficio/ pero si se descuidan los derrota el olvido/ El miedo se detiene a un palmo del abismo/ y el coraje no sabe qué hacer con el peligro…)
Los investigadores españoles manejan la hipótesis que el escritor guardó ambos poemas dentro del libro en Buenos Aires, ya que desde allí viajó a las presentaciones en Madrid en julio, y en Alicante en octubre.
Eva Valero consideró que: “Este itinerario permite conjeturar que posiblemente Mario Benedetti leyó uno de esos poemas, no publicados en Buenos Aires y luego lo llevaría dentro de uno de los ejemplares de Insomnios y duermevelas que dejaría en su biblioteca de Madrid, que luego donaría a la Universidad de Alicante”.
La lectura que realizara en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), no es el único punto de contacto de esta historia con la República Argentina, primera escala del exilio que inició el escritor en 1973.
El poema “Esperas” incluye un epígrafe con dos versos del pintor y poeta bonaerense Enrique Molina. Descubramos en la lectura ese tesoro de reciente hallazgo que forma parte de la prolífica obra de Mario Benedetti:

MIEDO Y CORAJE

El miedo y el coraje
son gajes del oficio
pero si se descuidan
los derrota el olvido.

El miedo se detiene
a un palmo del abismo
y el coraje no sabe
que hacer con el peligro.

El miedo no se atreve
a atravesar el río
y el coraje rechaza
el mar del infinito.

No obstante hay ocasiones
que se abren de improviso
y allí miedo y coraje
son franjas de los mismo.

ESPERAS

Se oyen pasos
de alguien que no llega nunca.
Enrique Molina
Uno sigue esperando
sin responder a nadie
entre otras cosas porque
las sombras no preguntan
uno estira el silencio
abandonado y torpe
con los ojos abiertos
y la esperanza inmóvil
el cielo está tan lejos
y la tierra tan cerca
que no vale la pena
soñar con el futuro.

En secreto se aguardan
noticias del vacío
y sin embargo nadie
se asoma entre la niebla.


PÁGINA 8 – CUENTO

MIGUEL ÁNGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Argentina)

AGUA

Los sábados, pasadas las veinte, el Centro Cultural “Amigos de la italianidad” cierra sus puertas como escuela de cerámica nativa y se transforma en café literario.  Al edificio de aires toscanos, otrora casa de costura, le basta su prosapia gringa para desentumecer la llanura conquistada. Junto al busto de Dante Alighieri, la cartelera reza:”Hoy lectura de poemas de Mario ‘El Jilguero’ Tolosa”.
El poeta pide un whisky, hielo, y con voz cenicienta, comienza a deshilvanar sus composiciones llenas de marineros y mujeres pasionales. Son poemas malos los suyos. Porque no condenan ni prometen. Ni siquiera consuelan el descrédito de la memoria. Los contados oyentes, vecinos modestos que se quedan al recital porque no hay nada más interesante que hacer un sábado a la noche en el pueblo, después de la velada, regresan a sus casas pensando que la poesía es, en esa levedad del lugar común donde los ubicó Tolosa, una mera cuestión de vagos y desocupados.
El Jilguero era hijo de una maestra de San Justo y de un chacarero callado y gris. La madre, que de pura audacia enseñaba algunas pautas de declamación, cuando descubrió los primeros ejercicios poéticos del hijo, quiso creer que le había nacido un genio. Desde entonces, lo atiborró de libros que compraba en “El tesoro de saber” y le recitaba canciones gallegas para que el chico sintiera que el arte lo acogía con beneplácito.
El padre, en cambio, un prolijo analfabeto que veía en Mario la descendencia segura para organizar el tambo y las vaquillas, al advertir que su esposa  sumergía lentamente al vástago en un mundo de versitos y rimas, sucumbió al temor de que Mario saliera maricón.
Ahí empezaron las peleas y los reproches en el matrimonio. El tambero no podía acostumbrar su parca sabiduría de corrales al arrobamiento cultural que lo iba expulsando de la casa. De regreso del campo, los encontraba en el comedor. La madre corrigiendo cuadernos y el hijo, dibujando jilgueros en una hoja de papel. El hombre se arrimaba al dibujo, espiaba las manos de Mario, las comparaba con las suyas y a fuerza de no encontrar parecidos entre ellas, se supo un estorbo necesariamente eludible para conservar aquel equilibrio. 
Los padres del Jilguero se separaron en noviembre. El chacarero se refugió en el campo y sólo veía a su hijo unas horas, para las fiestas.
Pero contrariamente a los presagios paternos. Mario “Jilguero” Tolosa no torció su hombría a favor de los muchachos. Con el tiempo, se construyó una fama de poeta inabordable y esta pose de elegido lo volvía ganador con las chicas.

-¿Marito tiene novia Doña Inés?

-Mi hijo está casado con las letras.-respondía la vieja apurando el paso para no seguir la charla.

Mario solía interrumpir su sacerdocio literario para arrojarse a las tentaciones del mundo con un anhelo más que de libertad, de descubrimiento. A corta edad ya había probado hasta las putas más desmejoradas de la pensión de Doña Elvia, una comadrona que daba cobijo a pendejas hambrientas, rejuntadas de pleno monte, que recobraban el color de las mejillas con los guisos de arroz de la madama y que ya nunca se alejaban de ella porque la gorda era protección y trabajo seguro. Pagaba los servicios  con poemas que Doña Elvia enmarcaba en dorado y colgaba sobre la cómoda.
A medida que pasaban los años, Tolosa iba reconociendo su mediocridad manifiesta. Porque lo que al principio, el deseo por lo distinto hace pensar en un don se que posee, el tiempo troca el anhelo, en sueño y luego, en imposibilidad conciente. Lo que se creía influencia de Nervo o Espronceda, terminaba siendo copia supina; lo que resultaba “tener un aire a”, concluía por no poder articular una voz propia; lo que trasuntaba inspiración, se convertía en repetición.
Pero en lugar de dedicarse a menesteres más pragmáticos, Mario se propuso ser el único poeta del pueblo. Para eso recurrió a un primo suyo, dueño del Diario “El pregón”. El vate se ofreció a dirigir la página cultural del vespertino, la que pasó a ser el escaparate excluyente desde donde la sombra de Tolosa se proyectaba, absoluta, sobre la precaria confrontación estética de los pobladores locales. Los tomó por sorpresa y no dieron batalla.
Con el auspicio de la Tienda “Los Alerces” y de la ferretería de los hermanos Arroyo, ambos patrocinantes conseguidos por la madre del poeta que asistía a misa con las dueñas de esos comercios, la página daba para cuatro poemas y un cuento breve, firmados todos con el seudónimo de “El Jilguero”.
Tolosa hablaba de sus publicaciones como “un triunfo cultural” y cada sábado, vestido de punta en blanco, se dirigía al kiosco de la plaza a comprar el diario para que los vecinos reconocieran en su traza, a la lírica hecha persona.
Después se iba de Doña Elvia a ejercitar un romanticismo octosilábico y pegadizo que alguna de las pensionistas recordaba incluso después de contar los billetes.

-Volvé poeta. Acá te espero.

Tolosa enciende un cigarrillo, hace volutas con el humo y saca un texto que ha escrito la noche anterior. Lo ha titulado:”Clepsidra de amor”. Poema nacido de la soledad, habla de una mujer y de un corazón defraudado. Sonríe cómplice y comienza la lectura.
Rosina Morante era hija natural de una costurera italiana que se dedicaba a hacer vestidos de novia. Fruto de un romance breve, quizás sentido, con un repartidor de salamines, esa hija resumía el gólgota culposo de su madre. Rosina nunca olvidaba a la modista acarreando rasos y encajes, de un cuarto al otro de la casa, mientras rezaba para que la muerte la salvara de tanta vergüenza.
Las dos mujeres solían tomar el agua que sacaban del pozo donde la Virgen del Rosario había hecho su aparición. Iban juntas, una vez por semana a cargar botellas de colores. La madre, de rodillas en el ojo de agua, se embarraba las ropas, sudaba, y con el esfuerzo conjuraba advertencias.

-Novios, no. Sino te toman por china y ya no te respetan.

Rosina veía madurar sus ojos grandes y su carne blanca convencida de que los hombres eran una caja cerrada, llena de miedo, que la miraban con lascivia, únicamente para humillarla.
Hasta que llegó a sus manos el suplemento cultural del diario “El pregón”. Se lo dejó olvidado una de las clientas de su madre y a la muchacha le llamó la atención el seudónimo del pájaro. Con las entregas, se transformó en una de las pocas lectoras complacientes del Jilguero. Le perdonó la brusquedad de su almíbar, la redondez ramplona de sus cuartetos, las imágenes forzadas e imposibles.
No sabía decir qué le gustaba de esos poemas. Y aunque no opinaba porque sus conceptos hubieran delatado ignorancia de escuela y de vida, Rosina espiaba el puesto de diarios los sábados hasta que llegaba “El pregón”. Entonces sentía que los muros de la casa se derrumbaban y el agua entraba a raudales por el zaguán, desparramando monte entre las telas y los dobladillos, deteniendo el pedaleo de su madre, rajando para siempre cualquier molesto rencor.
Tolosa concluye “Clepsidra de amor” y ahora anuncia que seguirá con “Manos mentirosas”. Una sonrisa se aclara en su boca. Con ese soneto se hizo acreedor a la cuarta mención en el concurso comunal y es un orgullo compartirlo con ese selecto auditorio.

-“Manos mentirosas que una tarde/al estro parvulario de un deseo/tocaron la aldaba silenciosa/ de tu puerta que replicó en un eco”.

Levanta los ojos para capturar los efectos de sus dichos en los oyentes.

El primer ramo lo encontró la madre del poeta en el umbral, un domingo, cuando salía para la iglesia. Eran gajos de menta y cedrón ceñidos con un moño de  puntillas. La mujer elogió esa prueba de admiración hacia su hijo.  Llenó un florero con el agua de la Virgen y lo dejó en el escritorio de Mario, reprochándose haber olvidado el nombre de aquella declamadora francesa a la que le ofrendaban también flores en el teatro.
La ceremonia se repitió durante meses. Cada domingo, un ramo nuevo perfumaba la habitación del poeta. Dicen que esto se correspondió con la mejor época literaria de Tolosa. A partir de los ramos, sus versos surgieron menos afectados y sus narraciones hablaban de caballos sueltos y de casas santificadas por el agua.  Su genialidad mentida se hizo una rajadura de sal. Y hasta un crítico de Santa Fe que siempre lo había ignorado, elogió la producción del Jilguero y sus entregas sabatinas.
Para cerrar su lectura, Tolosa dedica el último poema a la hermosa realidad geográfica de la pampa gringa. Con “Manantiales de trigo” enarbola una verba punteada de verdores, de oro encañado y de soles matinales.

Las madres murieron el mismo año.

Para el poeta la muerte de la suya trazó un paréntesis en su producción literaria. El recuerdo de la mujer agonizando durante semanas y él sólo auxiliándola en detalles tan vergonzantes como macabros, lo habían enfermado. No mandaba más colaboraciones a “El pregón”. Se pasaba el día en los brazos de Doña Elvia babeando entre alcoholes los recuerdos de la muerta. Decía buscarla por la casa, alumbrándose con una vela, gritando su nombre o llorando un sueño de reencuentro que lo devoraba. Los ojos de la madre se le engarfiaban a las palabras cada vez que quería escribir y retomar sus publicaciones. Y lo peor: no habría ya mujer que lo reconociera escritor.
Para Rosina Morante la muerte de la modista tuvo el efecto de una caja que se destapa. La breve agonía del corazón, unas oraciones junto a la enferma y después nada.
Resuelto el duelo y apagados los hachones que sobrevienen a la pérdida, Rosina donó a las monjas todos los enseres de costura de su madre. Maniquíes y bordados, moldes, ropa sin terminar. Por un tiempo alquiló el hall de la casa a un taller de bicicletas. Con esa renta le sobraba.
Su único desvelo era leer los poemas de Tolosa. La muchacha iba cada sábado al quiosco en busca de su pájaro. Hurgaba con ansias y luego con enfado, la página del diario donde debían estar los textos de los que vivía. Al no encontrarlos, regresaba, con la cabeza baja, a esperar de nuevo el próximo sábado en su mundo de asfixia.
Desde el fondo del salón se escucha un aplauso famélico, de rigor. Uno de los asistentes al acto pide otro poema. Entonces Mario Tolosa saca una hoja y comenta que ese texto lo escribió  apoyado sobre la mejor mesa que puede tener un hombre: los muslos de una dama. Se titula:”Tu valle lánguido”.

-Tengo una negrita nueva Jilguero.

Doña Elvia, los labios pintados de rojo como un hematoma, el batón de flores, lo condujo al dormitorio, le dio un vaso de whisky, y apagó la luz. Al rato Tolosa palpó una piel firme, acarició unos rulos, derramó bebida sobre una espalda desconocida. Estaba concluyendo su duelo.
Rosina, en cambio, habló de  negocios con la mujer. Le dijo que se iba, que le dejaba la casa para que recibiera otras chicas del campo como pensionistas, que allí fuera el Jilguero a dormir, a escribir.

-Es un regalo.- aclaró ya de salida.

La madama cerró los labios en una risa.

-Tanto miedo le tenés…

Pero la chica no contestó. Dicen que se fue a San Justo, donde nadie la conocía. Que la panza se le notó después, cuando compró la máquina de coser  y se dedicó  a los arreglos chicos.

-¿Y la piba?- preguntó el poeta a la mañana siguiente.

Pero Doña Elvia se limitó a cumplir con la palabra dada. Y cuando Tolosa tanteó buscando la ropa para vestirse, chocó con el florero cargado de agua santa.
Y con el ramo de menta y cedrón, sobre la mesa de noche.


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)

MI CORAZÓN HA HABLADO

“El corazón nos corre a veces por todo el cuerpo, como si fuera un perro perseguido”.
F. García Lorca

Mi corazón ha dicho que soy noche y mujer en un caballo alado.
Que mis pechos se prodigan en magnolias blancas.
Que desenredo de tus cabellos los piojos y las liendres del miedo.
Que quiebro en tu cristal el grito moribundo del cuervo.
Mi corazón ha hablado y quizá me ha engañado.
Pero, he sentido en el pecho la resurrección de la paloma.
He conjugado en sangre el temblor de tu cuerpo.

La mujer que habla por mi estómago está hecha de sudor y grito.
Y besa con las piernas y duerme con la boca.
Entreabre la brecha por donde escapa la turbación y la cordura.
Te ha hecho un lugar en su manto de ausencia.
Y has dormido con ella, aun en lechos vacíos.
Mi corazón me ha dicho, que en el espejo de tu copa, la has visto
Que tus ojos no caben en la inmensidad de su fiebre
Que en un vino empecinado, la desnudas... y bebes.
Que la consumes en resacas y la ejecutas en el mar infinito, de tu cuerpo.
Que la has liberado pero vuelve en constelación boreal.
Mi corazón me ha dicho que la mujer ha elegido ser jinete de la noche.
Y se acopla a ti en un caballo rojo. En vid. En llamarada.

Tu corazón es una garganta de perros degollada.
Me ha dicho que sigue en ti, esa certeza tuya, tan desmesurada.
Que solo cabe en ti, tu insoportable amor aullido, a solas.
Mi corazón me ha dicho que la mujer huye, de la noche.
Inadvertidamente. Tan despacio, como una gota de agua en el desierto.
Dejándote la duda y la ilusión, tristísima ilusión.
Un sueño, un ladrido. Noches de fiebre, un delirio, un deseo.
Un deseo.

DUNAS

Estás parado en un universo hecho de piedra y dunas.
Nadie ha de salvarte.
Ni la agonía del polen, ni el parto de la rosa.
Ni las huellas en las ardientes colinas.
Ni la saciedad, ni el hambre.
Ni las ramas que brotan de tus ojos.
Ni los anillos de lluvia.
Ni lo negado, ni lo dado.
Ni la pupila cerrada del Bautista.
Ni la espada, de Damocles.
Ni el oro de Siddartha ,ni la plata de la traición abrazo.
Ni Lancelot, ni Gilgamesh. ni el caballo de Troya.
Nada habrá de salvarte.
Acaso los salmos de la historia
Que no has de conocer, hoy. Tal vez, nunca.


MARTHA OLIVERI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

ANTOLOGÍA DEL DESAMPARO

EL ÚLTIMO ÁNGEL

L

Hasta que el último ángel no naufrague
en su otoño de plumas
y luego caiga copo a copo la nieve angelical del vuelo
es decir alguna cosa que aun su niño,
hombre en víspera, no sabe
hasta ese fatuo día que son todos los días
pero tan ajenamente 
que simplemente  vamos
y vamos por la tierra  entornando  infinitos
clausurando memorias, de vertical angustia
erguidos
en la mueca natural de los que saben
que hay dirección tiempo y sentido
porque así lo decretan las vagas escrituras
esa noble lección que nos legó en la infancia
aquel noble inquisidor de optimismo

ll

Ah mortal en tu línea
no mires más allá
ni más adentro
que peligra el equilibro del precioso engranaje
 del autista que hoy toma reino, cetro y corona
 Y él dice” no”
 a  tu zarza inflamando la rectitud del bien
 que es menester la muerte de tu fuego incendiario
“Sigue el camino de la suave ceniza
que al olvido va en soplos intangibles
niega a tus manos la más ardiente de las piedras
toma en cambio la tibia que tan fácil se templa
al hueco de las palmas  temerosas.
Pero ten cuidado si una sombra de nieve
como aspas de un vuelo te roza en remolino:
es el sueño de un ángel que no admite el exilio
y convoca otra vez la insurrección celeste

EL OTRO PARAÍSO

Sólo me queda un cuenco de palabras
y una lejana urdimbre de canciones de cuna,
algo de aquel cincel que imaginó la vida
más inmensa que la vida misma.
Pocas cosas tengo ya: los años, sus errores
como cofres de equivocadas llaves,
una dulce penumbra donde aún cantan
los Ángeles que cada noche he reunido
y una dama violeta, como madre ensoñada
que siempre o casi siempre me encapulla.

II

El paraíso asombra y de tal modo
que es un asombro que llega hasta las lágrimas.
Nada más deslumbrante
que la penumbra piadosa de los templos,
Nada embriaga más en este mundo
que haber probado el fruto del alivio.
Y las alas que desde su cuna
la humana angustia puso al pie de sus sueños
pidiendo a los corteses magos de las fábulas
que no dejaran tan sola su torpeza de miembros
su vertical tortura hacia un cielo imposible.

III

De no haber ascendido vértebra a vértebra
hasta el erguido desmayo
que nos puso al acecho
y al mismo tiempo
al punto de un engañoso ascenso
hacia un refugio celeste que amparaba los ojos.
De haber sido terrenos
Veríamos que todo desde el cielo a la tierra
es profundidad al infinito
El edén de la hondura
La mirada inicial
El otro paraíso.


PÁGINA 10 – ENSAYO

MARINA TSVIETÁIEVA
(Rusia-1892/1941)

MÁGICAS TRANSFORMACIONES DE UN ROSTRO QUERIDO

No tiene derecho a juzgar al poeta quien no ha leído cada uno de sus versos. La creación está hecha de herencia y de gradación.
Yo en 1915 me explico a mí misma en 1925. La cronología es la clave para la comprensión.
—¿Por qué sus versos son tan distintos?
— Porque los años son distintos.
Un lector ignorante toma por estilo una cosa incomparablemente más simple y más compleja: el tiempo. Esperar de un poeta los mismos versos en 1915 y en 1925, es lo mismo que esperar que también tenga en 1915 y en 1925 los mismos rasgos en el rostro.
— «¿Por qué ha cambiado tanto usted en diez años?» Esto, por resultar tan evidente, no me lo preguntaría nadie. No me lo preguntaría, lo constataría, y habiéndolo constatado, él mismo añadiría: «Ha pasado el tiempo».
Exactamente lo mismo ocurre con los versos. El paralelismo es tan completo, que lo proseguiré.
El tiempo, como es sabido, no embellece, si acaso en la infancia. Y nadie que me conoció a los veinte años me dirá a los treinta: «¡Qué bonita se ha puesto!». A los treinta años mis rasgos quizás sean más perfilados, más expresivos, más originales, — más hermosos, quizás. Más bonitos —no. Lo mismo que ocurre con los rasgos ocurre con los versos.
Los versos no son más bonitos con el tiempo. La frescura, la espontaneidad, la accesibilidad, la beauté du diable 6 del rostro poético ceden el paso a los rasgos.
«Usted antes escribía mejor» —¡lo oigo tan a menudo!—, significa únicamente que el lector prefiere mi beauté du diable a mi esencia . Lo bonito a lo hermoso. Lo bonito es la medida de lo exterior, lo hermos, de lo interior. Una mujer bonita, una mujer hermosa, un paisaje bonito, una hermosa música. Con la diferencia de que el paisaje puede ser también hermoso además de bonito (reforzamiento, sublimación de lo externo hasta lo interno), la música sin embargo además de hermosa no puede ser bonita (debilitación, degradación de lo interno hasta lo externo). Además, una vez que un fenómeno se sale del ámbito de lo visible y externo ya no le vale el término «bonito». Por ejemplo, un bonito paisaje de Leonardo. No se dice. «Música bonita», «versos bonitos» — es la medida de la ignorancia tanto musical como poética. Necio lenguaje popular.
Así pues, la cronología es la clave para la comprensión. Dos ejemplos: un juicio y el amor. El investigador y el amante van hacia atrás, desde el presente hasta el origen, hasta el primer día.
El investigador camina hacia atrás, hacia la huella anterior. No existe una acción aislada, sino la unión de todas las acciones: de la primera con todas las sucesivas. El momento actual es la suma de todos los precedentes y el origen de todos los momentos que vendrán después. La persona que no ha leído toda mi obra desde Álbum vespertino 7 (la infancia) hasta El cazador de ratas 8 (el día de hoy), no tiene derecho a juzgarme.
El crítico: es juez y amante.
Tampoco confío en aquellos críticos que están a medio camino entre el crítico y el poeta. No ha habido suerte, algo fracasó, no tienen ganas de abandonar este mundo de la poesía, pero permanecen en él resentidos, se sienten atraídos, no por su sabiduría, sino por su propia experiencia (fallida). Ya que yo no he podido, nadie puede ya que yo no tengo inspiración, ésta, en general, no existe. (Si hubiera sería el primero en tenerla.)
«Yo sé cómo se hace esto…»
Tú sabes cómo se hace, pero ignoras cómo conseguir el resultado. Por lo tanto no sabes cómo se hace. La poesía es un oficio, el misterio está en la técnica y el éxito depende del mayor o menor grado de Fingerfertigheit (destreza manual). De ahí la conclusión: el talento no existe. (¡Si existiera yo sería el primero en tenerlo!)
De estos fracasados generalmente salen los críticos — los teóricos de la técnica, los críticos de la técnica poética, los críticos-técnicos, en el mejor de los casos — escrupulosos. Pero la técnica, convertida en un fin en sí misma, es ella misma el peor de los casos.
Alguien, ante la imposibilidad de llegar a ser pianista (una distensión de los tendones), se convirtió en compositor. Ante la imposibilidad de lo más pequeño — lo grande. Admirable excepción de una triste regla: ante la imposibilidad de lo grande (ser creador), hacerse lo más pequeño («compañero de viaje»).
Es lo mismo que si una persona, habiendo perdido la esperanza de encontrar oro en el Rin,9 declarara que en el Rin no existe ningún oro y se dedicara a la alquimia . Se coge esto y esto otro y se obtiene oro. ¿Pero dónde está tu qué, ya que sabes cómo? Alquimista, ¿dónde está tu oro?
Nosotros buscamos el oro del Rin y creemos en él. Y al fin y a la postre — a diferencia de los alquimistas — lo encontraremos.
La estupidez es tan heterogénea y multiforme como la inteligencia, y tanto en la una como en la otra, todo son antagonismos.
Y la reconoces, al igual que a la inteligencia, por el tono.
Así, por ejemplo, a la afirmación: «No existe la inspiración, únicamente obra el oficio» («el método formal», es decir, una variación del bazarovismo 11), brota una respuesta instantánea de ese mismo campo (el de la estupidez): «no existe el oficio, únicamente obra la inspiración» (la «poesía pura», la «chispa divina», la «música auténtica», todos los lugares comunes del pequeño-burgués). Y el poeta en absoluto preferirá la primera afirmación a la segunda ni la segunda a la primera. Otra notoria mentira expresada en una lengua extraña.


PÁGINA 11 – CUENTO

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

COMO ME GUSTA LA OPALINA

Me gusta la opalina. No se, tal vez porque es un poco como yo. O yo soy un poco como la opalina. Ya se que esto que te digo va a parecerte loco, pero ¿y qué? ¿Hay mucha cordura en este mundo? ¿Sobra o está como exiliada? Yo diría que la exoneraron, huyó espantada ante tanto doble discurso y ante tanta realidad, abofeteada.
La opalina, a simple vista, no sabés si es plástico o vidrio y si querés comprobarlo tenés que arrimarte mucho. Es ahí cuando dicen poniendo la boca como una O:
 –Qué lindo, ¿es de plástico? ¡Hay no, es opalina, qué belleza!
-¿Y si era plástico qué, no era que te parecía lindo?
-No, sí, pero es opalina ¡No es lo mismo, es mucho mejor, más caro, es de otra calidad!
-No pero sí… Claro que no es lo mismo, es más caro…pero tuviste que tocarlo para sostener que es una belleza.

A mi me parece que  soy de opalina, porque nunca  supe si soy feliz de verdad, más o menos, mucho, o poco. Hasta  me confundo a mi misma.
Más bien que, en realidad, nunca supe qué cosa es ser feliz.
Cuando me río, las más de las veces tengo una cosita acá, que es como un nudo y me parece que lo desato un poco cuando empiezo a carcajear. Entonces, busco acordarme de alguna de mis históricas metidas de pata que siempre mueven a risa y es cuando el nudito se suelta. ¡Parece mágico!
Los que me ven de lejos dicen que soy muy fuerte y yo, siento que no lo soy, sin embargo, hasta tuve que creérmelo como para que la vida no termine de aplastarme del todo. ¡Ni ahí!
Pero de tanto que me  dicen “sos tan fuerte”, casi que me convencieron.
Ahí, siento que vuelvo a ser como la opalina. ¿Por qué? Porque confundo.

El mundo, las circunstancias que lo conforman, la gente, los gobiernos, los banqueros,  los escritores, los obreros, vos, yo, los docentes  creo que todos somos un poco como de opalina.
Mostramos una cosa, hacemos otra. (a veces las que nos permiten)
Pensamos una cosa, sentimos otra. (eso no pueden impedirlo)
Si no, fijate, te pongo un ejemplo: Cuando te presentan a alguien y te dicen, es el licenciado Tal y vos sabés bien que el tipo, licenciado y todo, es de lo peor, pero tenés que dibujarte una sonrisa y decir con la mayor cara de hipócrita posible, sin que se note:
-Mucho gusto, licenciado, yo soy Cual.
Y sí, tal vez ahí es cuando uno se presenta tal como es.
Cuál.
¿Cuál entre tantos de los que hoy somos simplemente un número?
¿Será la que finge o la que no lo hace? ¿La que  dice “mucho gusto” o la otra, la que por dentro está pensando ¡“m’a qué mucho gusto, si sabemos que sos una remierda, flaco”!
¡Claro! Si el tipo saca un tema y sabés que te sobran argumentos para enrostrarle y te animás porquetehiervelasangreysentísquesetenublalavistaynoaguantáslasganasderesponderleylelargásnomástodoloqueveníasconteniendodesdeel momentoenquefalseastediciendo “mucho gusto, licenciado”, aunque pongas carita de yo no fui, el tipo se dará cuenta de lo que sos realmente. Una persona que vista desde lejos parecía ser de una manera pero en la realidad es de otra.
¡Sos de opalina! hizo falta que se acerquen mucho para darse cuenta de tu verdadero sentimiento, el que tantas veces tenemos que encapsular para no parecer inadaptados ante las leyes de una sociedad pacata. Leyes que siempre vemos que se cumplen a medias.
Las leyes que se crean para una cosa pero que sirven para otras. O sea, para nada. Y en el medio de esa rosca se va asfixiando la verdad.
Imaginate diciéndole a algún “encumbrado” si tuvieras la suerte de que se te cruce: -¡Buenos días, asesino!
O: –¡Buenos días, corrupto!
O: –¡Buenas tardes señor títere ¿hasta cuándo te vas a dejar manejar, tarado?!
Y te morís por preguntarle: ¿en serio te creés que nos creemos que estás interesado por el bienestar de tus compatriotas?
¿O pensás que de verdad nos tragamos tu mentira cuando decís que estás interesado  por alcanzar la paz y multiplicás tu arsenal bélico como para que no vaya a fallarte el tiro de gracia contra la vida?
¿O  pretendés que te creamos cuando lanzás tu sarta de mentiras y tranferís tu verdadero sentimiento, comparable a la materia fecal de los depredadores, tratando de hacer creer que los enemigos son otros?
Los que no soportan tu hipocresía.
¡Es más fácil imaginarte que es lo que no dirán de vos después de semejante sinceridad, que imaginarte lo que sí, dirán!
Mínimamente: ¡es subversiva! Y andá a sacarte después ese rótulo… tratá de conseguir el teléfono de Mandrake.
También pensemos que podes decir, si por ahí te cruzás con alguno de esos sacerdotes  pederastas que bien sabés que sobran por el valle del señor y se te ocurriera  saludarlo:
-Oh, ¡que sorpresa  señor obispo, ¿pudo apaciguar su instinto de pederasta? Y te tenés que morder la lengua para no agregar: ¿Sabés que asco me das, reverendo hdp?
Tenemos que simular ser lo que no somos, a veces, con suerte, conseguimos parecer lo que queremos parecer. Otras, ni siquiera eso nos sale: simular ser lo que a los otros les gustaría que fuéramos.

Por eso me gusta la opalina,  me parece versátil, extraña, produce confusión, hasta se me ocurre que desprejuiciada por la facilidad con que engaña y sin complejos ni tabúes.
A diferencia nuestra que somos tan hipócritas que hasta tenemos que autocensurarnos siguiendo las normas de un jueguito auto-defensivo.
Porque el mundo cambió. ¿Te acordás que bastaron dos impactos y decenas de cuerpos volando por los aires para que a alguien se le ocurriera declarar con fuerza de sentencia terminante: “Si no sos como yo es porque estás en contra mío”.
De no serlo, andá preparando un agujero para meterte porque sin ser pitonisa, veo un futuro muy triste sobre tu osamenta.
Por eso te decía al principio, me gusta parecer de opalina, aunque me demande tremendo esfuerzo eso de parecer algo, pero no serlo.
Porque convengamos que el mundo se fue cubriendo de capas plásticas que invadieron hasta los corazones.
Los envolvieron, cambiaron sus latidos, tanto, que ahora el tuyo, el mío, el de los otros, late con un tic tac diferente. Tan diferente que ya ni parece humano.
La opalina, en cambio, sigue sonando como vidrio. Sí, claro que es más delicada, tenés que arrimarte para darte cuenta,  pero ya te lo dijeron, es más hermosa…


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

HUGO TOSCADARAY
(San Antonio de Areco-Buenos Aires-Argentina)

PORMENORES

Ella duerme. Es bella la muchacha.
Sólo yo la observo.

El tren se ha detenido.
La lluvia no cesa.

En el andén, el hombre entristecido se sueña invisible.
Cruza un niño de bicicleta verde. Un árbol se conmueve.
Otro hombre, insulta a sus zapatos en el charco.
Los pájaros recuerdan en la lluvia, los barrotes
y enmudecen.
Una mujer pequeña mastica el silencio,
la sombra que despliega es roída por un perro.
El tren avanza. Pasa un paraguas.

Es bella la muchacha.
Sólo yo la observo.
Ahora abre sus ojos.

Sonríe la mañana.

PAGODAS II

Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado,
buscando la huella del samurai perdido.

Yukio Mishima solía decir, que añoraba el pasado porque amaba el futuro.
Él sabía, o al menos presentía, que esa huella,
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras,
que su gente –dolorosamente- había olvidado.

Yukio Mishima comprendía, o se esforzaba por imaginar,
que con esa búsqueda, su pueblo, recobraría la felicidad.

Yukio Mishima –ahora el poeta Yukio Mishima- ingresó en el pabellón dorado, buscando la huella del samurai perdido
y encontró la rebelión y se hundió en harakiri.

EL MUERTO

Cuando caiga, decididamente cuando caiga
podrán revisar las rutas del vino
las huellas del tabaco
los tatuajes del orgasmo
los tótems gigantescos de cada derrota.

Cuando caiga, decididamente cuando caiga
habrán de hallar un sendero de pequeños guijarros
o de migas de pan o de trazos de orina
que conducen a esa ninguna parte de la desolación
que habité a los gritos.

Cuando caiga, decididamente cuando caiga
observando con paciencia, comprenderán, quizá,
los malos humores (de los que no conozco arrepentimiento)
las largas ausencias, los excesos, la fragilidad encubierta
y ciertas maneras que guardaba la tristeza
al posarse en mis hombros.

Sin embargo, si quieren conocer, en verdad, mi corazón
tendrán que mirar a través del agujero en mi frente
porque allí detrás, en el hueco abierto de la nuca
encontrarán un océano de islas, de estrellas y duraznos
y verán aquello que quise ser pero que, decididamente,
se tragaron las lluvias y los días.


ALDO NOVELLI
(Neuquén-Argentina)

AÑO 2013, HORA CERO.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año.

Capítulo primero: del poeta.
El poeta deberá ser el reconstructor de la fábula originaria y el guardián de los campos de trigo.

AÑO 2013, DÍA UNO.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:

Capítulo segundo: fecundidad.
Los hijos del sol deberán emprender sin falta la tarea de iluminar las nuevas conciencias latinoamericanas.
Las hijas de la luna enseñarán el don de amar sin tapujos ni tabúes a los niños y niñas de la nueva humanidad.
Los hijos del viento, peregrinos, bastardos y locos solitarios del desierto del sur del mundo, enseñarán el camino al oasis, siguiendo el rumbo cósmico de las estrellas y las sendas invisibles de la innumerable arena.

AÑO 2013, DÍA SIETE.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:

Capítulo tercero: de las tareas y los días.
Los hijos del sol clavaron la primer estaca en la tierra que fue casa y cobijo, fue hogar. Cavaron un pozo y plantaron el primer árbol que fue alimento y emoción: jugosas manzanas rojas permitidas.
Trabajaron todo el día, desde el alba al crepúsculo y en la noche se sentaron bajo la luna a invocar el agua mansa de los dioses.
Las hijas de la luna lloraron su soledad y las lágrimas fueron río caudaloso y cristalino.
Se desnudaron, dejaron sus amuletos en la tierra y entraron en sus aguas, bailaron y bebieron hasta agotar su sed primigenia y caer agotadas en su ribera.
Al despertar, el cauce abrió el surco en la estepa hasta el centro del desierto, que fue oasis. Y el oasis fue valle de las quimeras y refugio de peregrinos.
Hombre y Mujer danzaron la buena nueva, bebieron elixires terrenales y se acostaron en la tierra fecunda a engendrar los nuevos hijos del sol.

AÑO 2013, DÍA ONCE.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:

Capítulo cuarto: alabanzas.
Los hijos del sol y las hijas de la luna bebieron el vino rojo de la tierra húmeda y elevaron sus ojos y manos al cielo y cantaron alabanzas a los astros.
Alabaron su luz y su oscuridad.
Alabaron su pródiga entrega a los hombres del surco y el puño en alto.
Y cantaron al aire hecho viento surero, su amor por la tierra y el agua, abrigados por el fuego amigo.
Agradecieron al oasis que fue valle de quimeras y al gran Árbol de la Nutrición por sus provechosos frutos.
Santificaron a los hijos del amor en la fecundidad de las horas y los bautizaron en las aguas cristalinas del río que viene de las cumbres del cóndor desde un tiempo inmemorial.
Sentenciaron a viva voz: “Éste es nuestro lugar en el mundo!”.
Y así fue.

AÑO 2013, DÍA VEINTE.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:

Capítulo cinco: de la recompensa de los trabajos.
Al final del ciclo lunar, el agua del río se hizo diamantes naturales, cristales transparentes brillando en la noche de panteras.
Y el cóndor descendió de las alturas níveas, y se detuvo en la tierra a dialogar con el hombre.
Y el carbón fue fuego y final para la bestia que aplacó el hambre del hijo del sol y la hija de la luna.
Y la mujer se hizo espejo humano de la luna en la penumbra del valle querencial y calmó la sed del hombre y juntos se sumergieron es sus íntimas aguas y nadaron bajo el resplandor de las estrellas toda la noche.
Y hombre y mujer tendidos sobre la manta fecunda de la pachamama, elevaron la vista al cielo inaccesible y se hicieron infinitos.

AÑO 2013, DÍA CUARENTA Y NUEVE.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:

Capítulo seis: del nuevo sol.
En el inicio del nuevo ciclo lunar, el hijo del sol parte hacia la aurora del horizonte.
Va con el cometido de calmar el hambre y abrigar el frío, del invierno que se aproxima subrepticiamente, a paso de puma.
Los hijos del sol no matan animales ni mueren árboles.
Cuando toman una bestia del monte como alimento, dejan una porción en la tierra para los animales más débiles y otra para los viejos.
Cuando un árbol muere y es fuego para abrigar los cuerpos y fogata para asar las bestias, entregan una semilla virgen al surco para fecundar la tierra en cada ciclo germinal.
La hija de la luna quedó en su ruca, en el dulce aire de la espera, para proteger durante nueve lunaciones, al nuevo hijo del sol que crece en su vientre.

AÑO 2013, DÍA TRESCIENTOS VEINTIDÓS.

El libro infinito de los seres inmortales y las cosas eternas, nos recuerda la tarea ineludible a realizar en el año:

Capítulo siete: del nacimiento del nuevo sol
Esa noche, sobre la cara visible de la luna, apareció la imagen de su rostro.
Piel de aceituna, grandes ojos rasgados color sol, boca de pan y cabellos de espigas.
Solo ellos lo vieron.
Ellos y algunos pocos peregrinos del mundo, de corazón puro, ni santos ni ángeles, simplemente seres que no anidan en su alma odio mortal o malsana envidia.
Juntos bajo la luz selenita, el hijo del sol y la hija de la luna destaparon una botella de roja vid, fermentada bajo el dios solar y añejada durante nueve lunaciones, y brindaron con el cielo y la tierra, y danzaron con el aire y el fuego.
Ha nacido el primer hijo de los hijos del sol y la luna.
A su alrededor un abanico interminable de estrellas iluminan su nacimiento.


PÁGINA 13 – ENSAYO

NATALIE GOLDBERG
(Brooklyn-Nueva York-USA)

VIVIR DOS VECES

El escritor vive dos veces. Lleva su propia vida cotidiana y en ella corre como todo el mundo yendo a comprar, atravesando la calle, vistiéndose por la mañana para ir a trabajar. Pero el escritor ha entrenado, al mismo tiempo, otra parte de sí mismo. La que vuelve a vivir todo esto por segunda vez. La que se sienta y vuelve a recorrer mentalmente todo lo que ha sucedido, deteniéndose a observar su consistencia y sus detalles.
Cuando estalla un temporal, todos corren por las calles de aquí para allá con paraguas, impermeables, diarios en la cabeza. El escritor vuelve a salir bajo la lluvia con la libreta de apuntes en la mano y la pluma entre los dedos. El escritor observa los charcos, los ve llenarse, ve cómo las gotas de lluvia puntúan la superficie. Se podría decir que el escritor se ejercita en ser estúpido. Sólo un estúpido se quedaría bajo la lluvia mirando un charco. Si uno es listo, intenta no quedarse bajo la lluvia para evitar los resfriados y, de todas formas, en caso de enfermedad se ha asegurado de antemano. Si uno es tonto, se interesa más por los charcos que por su propia salud, las pólizas de seguro o la puntualidad en el trabajo.
Por último, uno está más interesado en volver a vivir su propia existencia escribiendo que en hacer dinero. Bueno, entendámonos: también a los escritores les gusta hacer dinero; también a los artistas, contrariamente a lo que normalmente se piensa, les gusta comer. Sólo que, para ellos, el dinero no es la motivación principal. Personalmente, si tengo tiempo para escribir me siento muy rica, mientras que me siento muy pobre si tengo un sueldo regular pero no tengo tiempo para mi verdadero trabajo. Pensad en ello. El patrono nos da un sueldo a cambio de nuestro tiempo. El tiempo es la mercancía de mayor valor que un ser humano tiene para ofrecer. Trocamos el tiempo de nuestra vida por dinero. El escritor se detiene en el primer paso, el propio tiempo, y le atribuye un valor aún antes de recibir a cambio un dinero. El escritor tiene muchísimo aprecio a su propio tiempo, y no tiene tanta prisa por venderlo. Es como heredar un terreno de la familia. Este terreno siempre ha pertenecido a la familia, desde tiempo inmemorial. Viene alguien y ofrece comprarlo. El escritor, si es listo, no venderá demasiado. Sabe bien que, una vez vendido el terreno, podrá comprarse un segundo coche, pero no tendrá un lugar donde refugiarse, ya no tendrá un lugar donde soñar.
Por eso, si queremos escribir, no es malo que seamos un poco tontos. Dentro de nosotros existe una persona a la cual no se le puede dar prisa, una persona que necesita tiempo y nos impide entregarlo todo. Esta persona necesita un sitio a donde ir, y nos obliga a mirar fijamente los charcos bajo la lluvia, casi siempre sin sombrero, y a sentir las gotas que caen sobre la cabeza.


PÁGINA 14 – CUENTO

RAÚL O. ARTOLA
(Viedma-Río Negro)

NOMBRES PROPIOS

 “...muy engañado está quien crea que es fácil
pronunciar un nombre, en el amor, por primera vez”.
José Saramago

Le dijo que amar era poder decir el nombre de la persona amada. Le aclaró que de esa manera el amante demostraba que reconocía al otro como un ser distinto de él, con voluntad e inteligencia propias, que estaba dispuesto a respetar en toda circunstancia.

Era por eso, siguió explicándole, que él la nombraba muy seguido, hasta sin necesidad, por el solo gusto de oír su nombre y para producir en ella los beneficiosos efectos de una aceptación total de su ser, de su autonomía, de su libertad.

Dicho esto, le sugirió que intentara pronunciar su nombre más a menudo, llamarlo sin un motivo concreto, para irse acostumbrando a la idea de que él no le pertenecía.

Ella escuchó con mucha atención y prometió hacer un esfuerzo, aunque no dio la impresión de haber comprendido cabalmente el profundo sentido de la solicitud.

Después de ese episodio la vida de la pareja siguió transcurriendo con los auspicios de una dicha casi sin sobresaltos ni interrupciones, salvo las discusiones menores que distraen la rutina amorosa y consolidan los vínculos con húmedas reconciliaciones.

Sin embargo, pasado un tiempo, él volvió a observar que ella nunca lo llamaba por su nombre, reemplazándolo casi siempre por las tiernas voces que los enamorados creen inventar para exaltar sus sentimientos o las virtudes de la persona amada.

Esta comprobación lo sumió en un estado depresivo. Ella no hizo preguntas ni alteró sus hábitos de conducta o el estilo de la relación, como si nada sucediera.

Él tampoco habló sobre el asunto ni quiso preocuparla con sus visitas al médico primero y al psicólogo después, siguiendo una recomendación de su padre.

También se encargó de ocultarle que tomaba un preparado cada ocho horas, por lo que debió disimular con oportunas salidas de escena la ingestión de algunas dosis, cuando se encontraba con ella.

El deterioro de la antigua felicidad era evidente, a pesar de que ambos procuraban que pasaran inadvertidos sus signos más alarmantes.

Un velo tan espeso facilitó el efecto de amarga sorpresa que se abatió sobre familiares y amigos al conocerse la noticia de que él se había pegado un tiro en la boca, en el baño de la casa de su novia, un atardecer de domingo.

Nadie pudo explicarse, ni se atrevió a preguntar, por qué ella gritó su nombre un momento antes de escucharse el disparo ni tampoco por qué no dejó de acariciarlo durante la noche del velatorio, llamándolo quedamente con el diminutivo cariñoso que lo distinguía de su padre desde chico.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

ELIDA MANSELLI
(Argentina-1941/2013)

I

Entre y cierre la puerta que detrás vienen los presagios.
Aquí no encontrará más que tristeza y pequeñas fatigas
azules buscándose como torres a larga distancia.
Entre y ubíquese en diagonal a las pesadillas, que para
estar tranquilo basta hacer el pan diariamente sin pausa
y retribuirlo para no quedarse solo.
Voy a encender el espectro del bosque.
Necesito una mirada que pueda más que el agua, que el
dominio del tiempo sobre la inteligencia, que ese fuerte
dolor a aguacero en lo sentidos.
Siéntese tal cual ha nacido, Con pocas palabras, que hoy
descubrí un capullo con diez años de antigüedad y conocerá
usted la belleza que nunca ha entrado por los ojos.

¿Siente el roce del planeta?
Pronto desplegará el cielo la fila de perdices, esos privilegios
de invierno en los campos.

Esta soledad que prepara el ángel.

IV

Ave de la pereza
tordo
chajá.
Rubio de la serpiente, partes de ángeles, alazán manos
blancas y la exactitud del aire.
¿Y la exactitud del aire?
He venido por ese tajo que florece sobre la frente, con el
oído sobre todos los oídos de la inmensidad.
He sentido la vida como la muerte sin ninguna venganza.
Sauce que mira largamente el orden, cuervos, testigos del
rastro de la conciencia.
Todo arde como un golpe en el viento del mundo.
En el encierro del fuego una especia levanta el camino hasta
los madrigales.
Una especie pegada hueso tras hueso en las claras durmientes
del cielo.

Aquí donde el Renacimiento vuelve al fuego de los renacimientos,
el agua dura sonríe a la pradera, al engranaje,
al declive…
Viendo el poro abierto de la reflexión sobre la tierra.

VII 

Me detuve con la mirada y conté cada hierba del nido.
Donde pasaba el reloj todos los días y la caricia voladora
dejaba nuevas clemencias de luz, en lo profundo del
silencio.
Salí del nido con el embrión vegetal sobre la frente.

Volé busqué cuatro caminos, porque estaba la razón fijada
sobre mi plumaje antiguo, que sabía del sufrimiento del
árbol, del animal, del crecimiento plata pura de las
palabras nuevas.

Volé construí mejor los ojos, compartí como pude las nacientes
del espíritu, las sensaciones de noche y de tormenta,
la ciencia en el amanecer.
No fue la razón sino la dalia del espacio, la que hizo de
todos los paisajes mi nido.
En la rara pendiente….


RUBÉN EDUARDO GÓMEZ
(Comodoro Rivadavia-Chubut-Argentina)

(hermano)

el viejo apoya el hombro al lado del vidrio /
mira a viento traer y llevar todo eso que no tiene voluntad /
piensa en que tiene que ir a treleo /
que cómo andará el hermano /
que no sabe por qué treleo //

piensa en la palabra hermano /
y se detiene como si viento no pudiera llevar y traer esa palabra /
no se acuerda bien de hermano /
es como una foto o algo así /
pegada a la palabra hermano esa cara que se le parece /
esa mirada dura y vidriosa como la de padre /
tierrita amarilla en la foto detenida en su palabra hermano //

le tiene que contar esto y saber cómo andará el hermano /
si pisará las huellas de cuando chicos /
de cuando le quedaban grandes las huellas y las sombras eran finas /
y no era en treleo sino en la isla /
ahí se corría a los arroyos / y a los días /
y el tiempo no sabía para qué //

ahora cómo andará /
tendrá la espalda encorvada / pelo blanco /
huesos duros / palabra hermano /
tendrá cobijo y mujer /
recordará la palabra hermano
tendrá foto con tierrita de otro color /
pisará huellas o dejará que las pisen hijos y consuelo /
sabrá por qué treleo //

el viejo cierra los ojos
deja de no mirar a viento /
que sigue enredando todo eso /
desparramando lo que no tiene voluntad /
como tierrita amarilla en la foto de hermano //

 (miradores)

no cualquiera puede
levantar la cabeza y mirar una estrella / dice /
una verdadera estrella /
de esas que están ahí
justo para ser vistas
sólo por los ojos de los que levantan la cabeza
y pueden mirarlas /
los miradores de estrellas lo saben hacer / dice /
saben que no es tarea cotidiana /
que no se puede hacer siempre que tengan ganas /
porque no siempre las estrellas quieren ser vistas /
y porque no siempre están ahí /
los miradores de estrellas lo saben hacer / dice /
porque saben que las estrellas pueden llorar
y también necesitan estar solas / a veces oscuras /
por eso es que no cualquiera puede
levantar la vista y mirar una estrella y listo / dice /
hay que encontrar la que es de sus ojos //

 (muerte)

de toda noche siempre está a punto de morir /
quiere irse /
y ese irse es como un desasombro /
para los ojos que han visto de más /
que no hallan destello que corte a la oscura /
que no descubren vuelos ni nubes nuevas /
que tejen a las matas y los cerros mañanaeando //
de toda noche siempre está a punto de morir /
quiere irse /
y duerme de toda muerte //


PÁGINA 16 – ENSAYO

J.M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

EJEMPLARIDAD DE UN PENSADOR.

Este mes de marzo se cumplen ciento once años del nacimiento de Don Luis Di Filippo: un santafesino comprometido con su tiempo, intelectual alerta, pensador sin concesiones.

La obra de Di Filippo observa una línea reflexiva de incontrovertible coherencia. El hilo del pensamiento crítico adquiere, en su palabra, una continuidad que -por sobre aspectos analíticos determinados- revelan de manera inequívoca su verbo preciso, un estilo directo y punzante, la seducción por la verdad.

Su obra ofrece la fortaleza de un verdadero credo. No sólo por lo que aporta desde su convicción y formación libertaria, sino fundamentalmente por su pasión para abrir espacios de confrontación investigativa; por la fuerza de introducción en túneles discursivos que revelen; por el rigor intelectual con que están escritas todas y cada una de sus páginas.

La política, quizá uno de los campos de la sociología más apasionante y polémica, está en su obra casi como una constante. Parte él de la política para encontrar un hombre nuevo; se posiciona en el poder para descubrir debilidades y denunciar apostasías; convoca a los utopistas para abrir el abanico siempre necesario de la esperanza. Su versación, su ánimo de estudioso, su permanente inconformismo, construyen parte de una dialéctica enriquecida y a la vez orientadora. Nunca su pluma se moja en falsas impostaciones de erudición o enciclopedismo. Si está Sócrates, si está Platón o aparecen los humanistas del Medioevo o del Renacimiento, por algo es. El discurso, su metodología discursiva, va a veces apropiándose de conceptos ajenos, para dimensionar su propia resolución. Así, le son familiares y muy queridos Tomás Moro, Pico de la Mirándola y Campanella. Así también Macchiavelo entra en sus fervores tanto como Marx y Engels. En cada uno avizora siempre la dignidad del hombre, sus conflictos de lucha, sus posiciones e ideales.

PROSA ELEGANTE E INCISIVA

Di Filippo va, seguramente, tras el sentido de la existencia. Sin ser ateo ni ser agnóstico, tiene conciencia de Dios. Y así como lee y se impregna de algunos textos de sor Juana Inés de la Cruz para saber quién es el hombre, así también puede citar con elocuente oportunidad a Santa Catalina de Siena o al pobrecito de Asís, para tratar de discernir con prudencia acerca de las llamadas sociedades organizadas.

¡Cuánto respetó a Erasmo de Rotterdam, a Miguel de Unamuno, a Read, a Russell! ¡Cuánto disintió con ellos! Abierto al trance polémico, a la lúcida confrontación, jamás se sumergió en dialécticas farragosas y contradictorias, en caminos cerrados. "Discordia", uno de sus libros primigenios, es una auténtica lección del más puro pensamiento ideológico. A esa obra le seguirían "La política y su máscara", "La ruta de la concordia", entre tantos más. Y obras que, de pronto, constituyeron verdaderos ejercicios de humor pensante: como "La antena hechizada", construida alrededor de la noticia y su glosa, o su "Antología humorística del refranero": un caudaloso río de paradojas e ingenio.

Alguna vez afirmamos que Luis Di Filippo tuvo la estatura de un magíster, aunque no dejara discípulos. Poseía la capacidad de convocar (como lo hacen los auténticos pensadores), de incentivar el interés de los jóvenes, de propiciar el diálogo esclarecedor o polemizante. Además, lograba contagiar el vicio de la lectura: tal su punzante agudeza frente a determinados temas y la amplia gama de sus aportes ante tiempos sociales del siglo que le tocó vivir.

Así, no es extraño que su prosa, elegante e incisiva, abra la puerta a Sarmiento y a Ortega, tanto como se nutra de los aportes y las posturas de Proudhon y de Bakunin. ¡Con qué brillo reconquista alguna línea de Anatole France o de Emile Zola! Humanista sereno y a la vez crítico empecinado, su trabajo ubica siempre en primer plano el protagonismo que le cabe como hombre de su tiempo. Como pensador sin claudicaciones. Como visionario y propulsor de una libertad sin cerrojos.

Entre sus muchos ensayos figura el profético "La agonía de la razón". En tiempos como los que corren, en que tal marco pareciera constituir un abismo cada vez más profundo e inexorable, ¡cuán necesitados estamos de voces como la suya para alertar los ánimos, para despertar tantas conciencias dormidas!


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

MARTA ORTIZ
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

FRONTERAS PARA UNA TRAMA DELICADA Y TURBIA

El camino de los viajeros, novela de la narradora argentina Irma Verolín, fue distinguida en 1997 con el Premio Internacional de Novela Mercosur. Quince años después, la UNL y el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe, se unieron para coeditarla  (colección Los Premios). Justa reparación de lo injustificable, que los lectores celebramos ante la eventual pérdida que hubiera significado la permanencia en la sombra de esta valiosa materia narrativa.

“Viajábamos con voracidad”, dice la primera línea del primer capítulo (nueve en total); y agrega: “… arrastrar el cuerpo alrededor del mundo era lo único que parecía justificarnos.” La narradora asume un yo maduro que se esfuerza por asir de algún modo y comprender a la joven protagonista de una historia en la que las palabras “viaje”, “frontera” y “mundo” son ejes capitales de la trama. Esta mujer joven ha quedado lejos en el tiempo, una pieza más en la suma de mujeres que componen a esta otra que cuenta, la que en el presente narrativo “es”.

Se reconstruye a partir de unas cartas rescatadas, hasta entonces en poder de Marcos, médico de frontera, ex pareja de Irene (nombre falso que él le dio y único que nombra a la joven protagonista); cartas escritas en Buenos Aires durante una estadía de Irene cuando la pareja residía en San Pedro, Misiones, cerca de la frontera con Brasil.

Se trata de un trabajo laborioso y difícil, ya que quien hoy narra, no se reconoce en la mujer que escribe las cartas; disociada de su versión joven, no existe puente que pueda reunirlas. A pesar de los explícitos datos temporales (años ochenta en la Argentina, fines de la dictadura militar  –evidencia que crea un clima denso que lo contamina todo, que no se ve pero se siente o se sugiere– ) y espaciales (Tilcara, San Pedro, Buenos Aires, Córdoba, entre otros), la novela recorre un tiempo interior que diluye cualquier atisbo de certeza; abarca un largo cuestionamiento (a partir de los hechos que se recuerdan y se rearman, como quien intenta marcar o reconocer un territorio propio a partir del cuerpo, que es también memoria). El mundo,  para quien se siente extranjero, es inapresable, como lo es el monte misionero, límite a todo intento de comprensión.

“El principio se deshace en otros finales”, la frase intenta encontrar un comienzo pero lo hace disolviendo el obvio límite entre principio y final; y así, la sola y contundente afirmación, sumerge sin preámbulos al lector en la idea de fugacidad, de impermanencia, marcando el territorio en el que se moverá la novela: ambiguo, indefinible, cambiante, incierto;  y continúa: fuimos “dos personajes trágicos dispuestos a dar el primer paso hacia el foco más intenso de luz”, hacia el desarrollo y culminación de una historia intensa, de bordes siempre brumosos, que destaca la fragilidad de la relación asimétrica entre dos seres que compartían el haber vivido una niñez compleja: “sombras chinas de una mano gigante sobre la pared del mundo” , mundo por otra parte, incapaz de sostenerlos: “…hecho de tiza, bastaba con soplar para que desapareciera”.

En la frontera la sensación es de inestabilidad: lugar de desorden, de mezcla de idiomas, sitio donde se es y no se es, donde la realidad pesa más que cualquier palabra; la fuerza de la naturaleza se refleja en ese monte impenetrable, eje de toda conversación, mampara inconmovible, muro, dominio que todo lo traga, al que a veces es mejor ignorar: “Dar la espalda, taparme los ojos ha sido el acto de mayor protección que he encontrado en mi vida”, dice Irene: su espalda es su muralla protectora, su frontera.

El “mundo” se articula como teatro, sucesión de tablados o escenarios donde el destino del hombre se juega, sujeto a vaivenes erráticos. Ante una relación difícil y a un mundo hostil, la posibilidad del “viaje” brilla como llave mágica que precipita la huída, antídoto contra el peligro, suspensión momentánea de la vida, de la memoria. Basta desplegar el mapa, elegir un destino, y la pareja viaja: “…subíamos impulsivamente a un micro o a un coche y la historia dejaba de avanzar.” Abatida por la soledad Irene apela simultáneamente a otra clase de “viaje” en el que las estaciones del itinerario solo reflejan un profundo vacío.
Fumar y beber trazan otro límite determinado por el aislamiento. Se relata una caída en un pozo, como caer en un cono de sombra: desde su fondo oscuro, ella ve cómo el mundo delimita su escenario, pero también, de inmediato, cómo retoma la forma por ella conocida: “un gran pozo en el que mis oscuridades pasaban desapercibidas.”

Un giro inesperado a causa de la omnipresencia de “los milicos”–hombres que mueven en bloque, armados y uniformados, denotando la clase de orden que reinaba en ese momento en la Argentina y que en la frontera se vuelven más y más amenazantes–, empuja la huida de la pareja a Córdoba, donde finalmente la realidad descorre el último velo de una relación amorosa fallida, destinada al fracaso.

“Casi podría decir que ella escribe con el mismo gesto con que alguien se mira al espejo: con la absoluta certeza de encontrar el rostro conocido, el propio, el que ya conoce de memoria”, confiesa la narradora; desde luego Irma Verolín sabe, como todo escritor de largo oficio, que hacer ficción de la experiencia es el “viaje” por antonomasia de un escritor.  “Sólo con palabras soy capaz de entender lo que sucede”: el valor de la escritura dadora de conocimiento, organizadora del caos, propio y ajeno.

En El camino de los viajeros todo cobra una dimensión metafórica: la frontera, el monte, el viaje, el mundo, el alcohol, las sierras, los milicos. Nada es totalmente lo que parece, detrás siempre hay algo más que no se explicita; hay límites infranqueables. Existe un plano tangible y otro intangible: también los fantasmas circulan a voluntad: “habitaban la frontera de la casa, estaban justo allí”. Todo está dicho a partir de una voz que reflexiona, indaga, se hamaca cómoda en el pensamiento paradójico, deconstruye para volver a construir, las certezas siempre provisorias. Prosa limpia, sin artificios inútiles, no exenta del humor necesario que distancia.

La línea que divide, el límite, es leitmotiv; alude, de un modo u otro, a una misma gran frontera: la vulnerabilidad de la condición humana, que siempre reaparece cuando queremos saber quiénes somos y adónde vamos. Tal certeza parece ser el motor que impulsa a esta narradora-protagonista aplicada al rescate de sí misma a partir de la escritura que recicla y alivia, posiblemente para “llenar espacios y crear así una trama delicada y turbia que la sostenga”.


PÁGINA 18 – CUENTO

SUSANA GRIMBERG
(San Juan-Argentina)

VARIACIONES PARA NO MORIR TEMPRANO 
                                                
I-EL GRITO DORMIDO

       Grácil, ligera, transparente, la piedra de cuarzo le atrapó la mirada. El artesano de piel cobriza se la había regalado en un estuche de palabras: “Te dará fuerzas”. Incrédula, dejó primero que su mirada la tocara, después la tomó, la apretó con fuerza, la guardó para sí. Era el último día de febrero, precisamente un veintinueve.
       Desde aquél instante, como llevada por un encantamiento, apenas abre los ojos, estira la mano sobre la mesita de luz, tantea con sus dedos hasta atraparla, la lleva hacia el pecho, la siente latir. La gota transparente tomó un lugar en su vida. 
      Tamara había llegado a esas playas del sur de Brasil con un contrato para trabajar como recepcionista en un hotel de cuatro estrellas. Fue seleccionada por dominar varios idiomas: inglés, francés, portugués. El trabajo tenía varias ventajas: poner en práctica sus conocimientos además de cultivar nuevas relaciones. Por otra parte, en Jureré, todo parecía ser más fácil. Las aguas eran tan calmas como su gente y ella necesitaba calma.

       Un atardecer, llega al hotel un señor que pide hablar con Tamara. Ella no se encuentra en ese momento. El desconocido parte sin dejar el nombre. El conserje tampoco se lo pregunta pues el hombre asegura que volverá.  
       Tamara termina el trabajo y vuelve a su casa, un bungalow en la playa. Pero, antes de retirarse, enterada de la visita, autoriza a que le den el teléfono y la dirección al que ha preguntado por ella, seguramente alguien de Buenos Aires, un ex compañero de trabajo que, en marzo, dará una vuelta por Jureré.
      Las horas en la cabaña, hojas caídas de un otoño dorado, se apilan al ritmo del desconcierto. Nada es como antes.
      La soledad no la inquieta. Es ese anochecer que,  salpicado por una lluvia quebradiza, cae oscuro sobre los pensamientos.
     La inoportuna visita la ha desvelado. El tiempo, delicado barrilete que no acierta a despegar, gira sobre sí mismo.  
      Quiere avanzar con la lectura de “El arrebato de Lole V. Stein”, de Marguerite Durás, pero retorna al párrafo del cual no logra separarse:
      “¿Qué es ese cuerpo del que se siente provista de repente? ¿Dónde está el de alondra infatigable que había sido el suyo hasta entonces?”
      Tamara suele hacerse la misma pregunta cada día, hora, amanecer.
      Se desliza las manos por las piernas. Le pesan. Existen, se dice. Las acaricia. Acaricia cansancio, soledad, incertidumbre.  
      ¿Quién habrá preguntado por ella?  
      La falta de respuesta se hace sed. Tamara se levanta, busca un vaso de agua (la bebida más esperada), una voz la toma de la cintura.
      Gabriel.
      El dolor es tan intenso como el placer.  
                   
       El congreso, donde trabajó como traductora simultánea,  había llegado a su fin.
        El aeropuerto era tanto un punto de llegada como de partida. 
        Al despedirse, Tamara le dio a Gabriel su número de teléfono. El no se lo había pedido. No le había pedido nada. Al menos en palabras. Gabriel no era de hablar. La mirada decía por él. Decía acerca de un hombre que deseaba cualquier variación para no morir temprano. 
        En los recesos, Tamara hubiera querido que algo distinto sucediera entre los dos, algo que desbordara el tartamudeo, el callado intercambio de frases alentado por ella. Desde lo más íntimo, hubiera querido que Gabriel la rozara apenas. 
        Cuando le entregó el papel con su número, presintió por el resplandor, por la inquietud, por el temblor, que él la llamaría enseguida.
      El regreso a la casa la emocionó. Cada objeto parecía despertar de su ausencia. Cada paso, suspiro, risa, estaba esperándola. Ahí estaba ella. 
      No había terminado de sacar la ropa de la valija cuando sonó el teléfono, Gabriel la invitaba al cine, contestó que sí, terminó de acomodar la ropa, se duchó, él tocó el timbre.          
      Abrió la puerta, intentaba recogerse el pelo, me falta un poco, dijo. Gabriel la tomó de la cintura, Tamara lo sorprendió al besarlo en los labios. El le respondió, ella le deslizó la lengua por la boca, era sabrosa. Apretándose contra él, cerró la puerta. El levantó la remera, ella le entregó los pechos. Gabriel la besó suavemente y, del mismo modo, paseo por su vientre hasta llegar a los labios. Deseaba que siguiera besándola pero él le pidió entrar. Ella también quiso. Se recostaron sobre la alfombra, Gabriel fue deslizándose adentro de ella con la misma suavidad con la que la había besado. Tamara sintió que se descontrolaba, que el cuerpo se le desprendía. Lo atrajo con fuerza hacia el cuerpo desprendido.
      Tamara, lastimada de placer. Gabriel fue el grito que tenía dormido desde hacía mucho tiempo. Los dos habían unido sus goces más allá.
     Hasta esa noche, Gabriel había sentido que cuando lograba dormirse cortaba su vida con un cuchillo. Eso le dijo.

II-EL GRITO DEL CUERPO

      El mar, agitado, los despierta. La noche, intensa. El perfume de Tamara hace que Gabriel la desee. Se moja los dedos para acariciarle la boca, se demora en su lengua. Ella se despereza como un gato, se frota contra él. Al sentir el roce de la almohada con ese olor ondulado a cerros, a camino sinuoso, a laderas calientes, Tamara separa las piernas. Él entra en el lago escondido, nada en la respiración de ella. Tamara grita el placer. Gabriel es tormenta, volcán, suspiro.   

      El la mira como a una fotografía. Una fotografía que esta haciendo temblar su historia. Eso le dice.
     Los primeros rayos de sol iluminan la habitación. Rozan los cuerpos. La piel.
     Gabriel duerme.  
     Intenta no despertarlo, deja las sábanas. Se ducha, se pone la bikini celeste, el color preferido de él, toma una manzana.
     Camina por la arena húmeda. El aire del mar le devuelve la vida; suele sentir que, en los sueños, otra mujer ha vivido por ella.    
     No quiere dejar de caminar. Descalza. Por la arena. Por el pasto. Por las baldosas. No por la tierra cruda.
     No quiere privarse de caminar porque necesita luchar contra ese algo invisible que se apodera de sus piernas, que las ata.
     Tamara no se reconoce en esa llanura de percepciones extrañas. Nada había dicho de esto. A nadie. Nadie le iba a creer. Ni siquiera ella misma.
     Se moja los pies en el mar. Bajo el agua cristalina, los dedos se ven más pequeños. Tamara se echa a reír. Son graciosos.
     Recuerda que después del congreso, habían vivido un tiempo juntos. Tres años. Tan breves como intensos.

      El era médico. En el hospital se respiraba hostilidad. Y él trasladaba ese aire a la casa. Tamara no pudo evitar ser otra persona, insospechadamente brutal. Un día, oprimidas las sienes hasta la obsesión, sacudidas las piernas por temblores, aprovechó un viaje de trabajo para escapar.
      Huyó. De todos. Ni ella misma supo más de ella.
      Lo había extrañado más allá de lo soportable. Intentó barrer la respiración, el cuerpo, las palabras de Gabriel, con una escoba sin dientes. Una pesadilla doblada prolijamente en la valija verde, doblada como las blusas, remeras, polleras, toda la ropa que llevó en aquel viaje. 
      Dolía sostener una apariencia sin dolor.
      Ser lo que se fue.
      Las calles de Buenos Aires, interminables, fueron abriéndole paso a la realidad de  que las piernas no le obedecieran, a la realidad del día en que le secuestraron al hermano y ella, sumida en la fiebre, nada pudo hacer para evitarlo. Los ojos -  separados de ella -  volvían a verlo. Los oídos -  separados de ella -  eran un grito. Las piernas, sin respuesta. El cuerpo se le había quedado allí.   
        Sólo restaba huir. Huir de Buenos Aires. De la Argentina. 

III-LA CARICIA DEL GRITO

      Gabriel, que la ha sentido escurrirse de la cama, la sigue. Cuando la ve salir del agua, muy lentamente, demasiado, oye en los ojos de Tamara el grito de auxilio. 
 Su propio grito lo despertó. Las cinco de la mañana; seguía aislado por la nieve, acosado por la impotencia, la imposibilidad de contar el horror que los ojos, separados de él, presenciaron. Después, el silencio, la estepa siberiana.  
      Se levantó de un salto. Tenía las piernas acalambradas. No se había relajado. Desvelado, fue al baño. Mientras orinaba los ojos seguían viendo las huellas que las herraduras de los caballos marcaron sobre la nieve dura; los cosacos habían partido dejando tras ellos, ríos de sangre. 
      Como le había pasado a su padre, él - en el sueño - había sobrevivido.
      No lo tapaban ni el estiércol ni la paja desparramada. Oía -  los oídos separados de él - los mismos sollozos. Oía -  los oídos separados de él -  a las mujeres gemir. Veía -  los ojos separados de él -  a los hijos aferrarse a las piernas de las madres.
      Cada cuerpo,  un refugio contra el dolor.
      Apuró un vaso de agua como si fuese la bebida más esperada.
      Nunca dejaba de volver a esa aldea.  Los autos, trazos sobre la humedad del pavimento. Las sirenas, aire quebrado con aullidos. Ultimo día en Rusia. Un día que nunca llegaba al final. 
    Había hecho suyas las pesadillas del padre. Para mantenerlo vivo, se decía. A costa de la angustia.
    Volvió a la cama. Tenía sueño, los calambres habían cesado por completo. Podía dormir tranquilo. Tamara llegaría a Buenos Aires alrededor de las tres de la tarde. 
      Nunca volvió. Nunca supo más de ella.
      Supo que él había vivido sólo para sí. Desandando la vida. Buscando el lugar que no iba a encontrar.  

     _ No me obedecen los pies – alcanza a decir Tamara antes de caer sobre la arena húmeda, aferrada a la piedra de cuarzo con la que se ha hecho un colgante -. Tengo que esperar.
     _ ¿Esperar? 
    _ Ellos hacen lo que quieren.
    _ ¿Por qué hablás en voz baja? ¿Es un secreto?
     _ Era un secreto.
                  
      Gabriel, sin dejar de besarle la cara, la recuesta sobre la arena, le acaricia los pies, las piernas. Acaricia con fiereza.    
      _ ¿Te estás atendiendo?  - pregunta de golpe, mirándola a los ojos.    
      _ Sí. 
      Las manos le aprietan las caderas, respiran el calor de los pechos. “No vuelvas a dejarme”, exige.
      Ese algo que le ata las piernas, desaparece en la arena.
     
      Al menos por esos instantes.
      Al menos.


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

ANTONIO PRECIADO BEDOYA
(Esmeraldas-Ecuador)

DÁDIVA

Busco al fondo de todos los cadáveres
sus tesoros abiertos.
Los que murieron niños
muestran a flor de tierra
sus recientes estrellas sepultadas.
¡Ah esta suerte de topo que me dieron!
¡Ah la confusa tierra que me llama!
¡Ah mis ojos despiertos que ven luces
detrás de las tinieblas más cerradas!
¡Un muerto me dio cal
para escribirle un claro verso al alba!
Ved que al norte de mí
se alza una hoguera pálida:
un niño recién muerto quiere darme
su anémica flor blanca
y me guiña su tumba
con la tímida luz de esa fogata.
de “Más acá de los muertos” (1966)

ANDAN

Los muertos andan
calculando alaridos para el viento.
Cuando cerráis los ojos,
sabedlo de una vez,
los muertos se alzan
y caminan secretamente vivos,
sin pisadas,
acomodando signos en el aire,
liberando palomas enterradas,
erigiendo colores escondidos
en la asomada cal de los fantasmas.
de “Más acá de los muertos” (1966)

ÁNIMA PRIMERA

Todas las noches salgo
a hablar con los fantasmas.
Todos llegan a tiempo con el viento
agitando sus nombres
en una multitud desesperada.
¡Ah!
Juana la lavandera
solo anda en noches claras.
Siempre me llega en lunas,
lunas,
lunas,
chapoteando el agua.
Ved que me lavan los ojos,
que me enjuagan la palabra
veintiún manos azucenas,
con agua de nueve charcas.
Ángel, ¿quién enjabonó
trece veces tus dos alas?
¿Entiendes, Dios, la blancura
de tu espléndida garnacha?
¡Guardián del noveno cielo,
llueve una lluvia de nácar,
porque Juana ensangrentó
una punta de su sábana!
de “Más acá de los muertos” (1966)


MARIA SABINA (1894-1985)
Curandera y shamán mazateca
(México).

MUJER ÁGUILA.

Soy mujer que mira hacia adentro
Soy mujer luz del día
Soy mujer luna
Soy mujer estrella de la mañana
Soy mujer estrella dios
Soy la mujer constelación guarache
Soy la mujer constelación bastón
Porque podemos subir al cielo
Porque soy la mujer pura
Soy la mujer del bien
porque puedo entrar y salir del reino de la muerte.

Soy una mujer sin sangre
El pájaro me roba la sangre
El libro abierto me roba la sangre
El agua me roba la sangre
El aire me roba la sangre
La flor me roba la sangre
Me conocen los santos del cielo y los ángeles
Dios me conoce
El corazón de la Santísima Madre de Cristo
El corazón de Nuestro Señor Jesucristo.

Soy una mujer que llora
Soy una mujer que escupe
Soy una mujer que ya no da leche
Soy una mujer que habla
Soy una mujer que grita
Soy una mujer que da la vida
Soy una mujer que ya no pare
Soy una mujer que flota sobre las aguas
Soy una mujer que vuela por los aires.

Soy una mujer que ve en la tiniebla
Soy una mujer que palpa la gota de rocío posada sobre la yerba
Soy una mujer hecha de polvo y vino aguado
Soy una mujer que sueña mientras la atropella el hombre
Soy una mujer que siempre vuelve a ser atropellada
Soy una mujer que no tiene fuerza para levantar una aguja
Soy una mujer condenada a muerte
Soy una mujer de inclinaciones sencillas
Soy una mujer que cría víboras y gorriones en el escote
Soy una mujer que cría salamandras y helechos en el sobaco
Soy una mujer que cría musgo en el pecho y en el vientre
Soy una mujer a la que nadie besó jamás con entusiasmo
Soy una mujer que esconde pistolas y rifles en las arrugas de la nuca.

Soy mujer que hace tronar
Soy mujer que hace soñar
Soy mujer araría, mujer chuparrosa
Soy mujer águila, mujer águila dueña
Soy mujer que gira porque soy mujer remolino
Soy mujer de un lugar encantado, sagrado
Porque soy mujer aerolito.



PÁGINA 20 – ENSAYO



GIANNI SICCARDI
(Banfield-Buenos Aires-Argentina)



EL POETA Y EL PESCADO

Se ha dicho que para el poeta es claro aquello que es oscuro para los otros. Yo creo que para el poeta es oscuro lo que es claro para todos. El poeta busca lo que todos ya han encontrado.
El hombre común da por sentado que hay cosas importantes y cosas fútiles, inútiles. El poeta no da nada por sentado; él no es un hombre de buen sentido. El poeta es alguien que no sabe, y desea saber, imperiosamente. No sabe qué cosas son importantes, está en estado de disponibilidad. Quizá descubra que algo de enorme trascendencia se produce cuando escucha la noche; quizá comprenda que la tierra no seguirá girando a menos que él encienda la lámpara del día; quizá decida ser un transeúnte por el filo de lo imposible; quizá cante la plegaria de la vida, quizá cante el salmo de la muerte; quizá detenga el sol para alimentar la fuente de las palabras ardientes; quizá ponga a rodar la piedra de la aventura; quizá rompa el cántaro de la leche natal del amor; quizá tome en sus manos el corazón profético de la amistad. Podrá hacer esto o aquello pero jamás dará nada por sentado, jamás será un hombre de buen sentido, porque para él es oscuro lo que es claro para todos.
El hombre común va al mercado y compra pescado. Se lo colocan en una bolsa de plástico y se lo envuelven con papel de diario. El poeta, camino de su casa, deshace el paquete, alisa la hoja de diario que ha sido arrugada en la pescadería, y encuentra la palabra "humedad". Y esto es bueno porque recién entonces -después de tanta búsqueda- descubre que es el llanto de Dios lo que humedece los cabellos de las víctimas inocentes. Esa misma mañana varios miles de personas han llevado a sus casas un pescado envuelto en una hoja de diario y no han logrado descubrir nada -sin embargo- acerca de la disposición de ánimo de Dios respecto a las víctimas inocentes. Este hallazgo refuerza en el poeta la idea de que no es conveniente dar por sentado que el pescado es lo importante y el envoltorio lo secundario.
Ahora bien, enterados de este hecho, algunos vecinos con pretensiones literarias han decidido que lo importante no es el pescado sino el envoltorio y han instituido la costumbre de leer cuidadosamente todo lo escrito en los envoltorios de sus compras. Ignoran que el poeta, unos días después, ha comprado una vez más pescado y ha vuelto a su casa con el paquete intacto, sin dirigir ni una mirada a esa hoja de diario. Es que en esa ocasión se ha dicho: un poema ronda mi cabeza, no es bueno que lea ahora el diario ya que esto ahuyentaría el perfume de esas palabras. Pero un vecino se cruza con él y advierte que no ha deshecho el envoltorio, y piensa: un holgazán, sin duda, tendría que estar leyendo esa hoja para encontrar la palabra necesaria para su trabajo, porque ahora todos sabemos que es más importante el envoltorio que el pescado.
Entre tanto, el poeta sigue su camino, oyendo sin escuchar, viendo sin mirar. Ha olvidado completamente lo que lleva en la mano. Está convencido de que ni el pescado ni su envoltorio tienen la menor importancia.-




PÁGINA 21 – CUENTO



JUAN CARLOS LAVARELLO

(General Pacheco-Buenos Aires-Argentina)



SOY O RECUERDO



He despertado con la garganta seca, mi respiración semeja un fuego que entra y sale por mi tráquea a un ritmo infernal.  He querido cerrar la boca, pasarme la lengua por los labios, pero mi cuerpo no me obedece. Y la luz… La luz insoportable que me taladra los párpados… ¿Qué párpados?, si me he dado cuenta de que tampoco me es posible cerrar los ojos.

Aparentemente es mediodía. Un mediodía ardiente y blanco, con todo el cielo en llamas sobre mi cabeza y mi pobre cuerpo que parece no ser mío. No parezco sentir nada. Salvo la vista, y las sensaciones de calor, pareciera que no me queda otro sentido. Pero no, no es así. Poco a poco voy tomando conciencia de que estoy tendido boca arriba, en un estado de parálisis, de semianestesia, sobre una especie de cama hirviente de algo duro, quizá de piedra. De vez en cuando el viento ardiente trae algo como un hedor, como un olor nauseabundo que penetra por mis agujeros y se adueña de mis entrañas, algo repugnante que me ahoga, y sin embargo me es familiar. ¿Familiar? ¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy?¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy aquí?

Mi cabeza es un remolino de imágenes fuera de foco. Siento como una gran borrachera que me impide ver las cosas con claridad. Recuerdo, entre el calor, la luz y la agonía; recuerdo un hospital en Calcuta, olor a drogas y excrementos, sangre y suciedad. Recuerdo un barco, mi madre regañándome por haberme portado mal, un templo católico en Hyderabad, un templo budista en… ¿En Dónde? Negras manchas cruzan el aire sobre mi cabeza, como grandes sombras voladoras, lentas y amenazantes. Me he dado cuenta de que no veo bien. No puedo distinguir qué son.

Debo haber perdido el sentido. No sé cuántas horas han transcurrido, pero aún es de día. Lo sé porque aún mis ojos perciben la claridad. Debe haber bajado bastante la temperatura y sopla algo de viento. Las sombras vuelan más bajo y graznan como buitres. Bajan, y salen del radio de mi visión. Oigo, veo, húyelo, siento el calor y el frío. Mi lecho debe ser de piedra porque se ha enfriado. Estoy vivo.

Anoche, por momentos, estuve despierto pensando. ¿Es pensar tratar de recordar quién es uno, cuál ha sido su pasado, por qué se encuentra en este extraño lugar rodeado de luz y de silencio? Yo quisiera gritar, llamar, aunque fuera escupir, para que los que me rodean se den cuenta de que estoy vivo. Quizás haya alguna manera mediante la cual yo pueda demostrar… ¡Oh! Algo pesado y enorme, como un buitre, ha aterrizado en mi pecho, y… ¡Ooohh! Mi cabeza ha cambiado de posición. Veo a mi alrededor.

Otra vez luz. Tal vez siento dolor, no lo puedo precisar. Estoy tranquilo. Recuerdo un mar azul como el zafiro, y un barco lleno de ingleses vestidos de blanco. Todo a mi alrededor es ahora blanco. Recuerdo un funeral, con la enorme pira sin encender aún, cubierta de flores. Una carretera llena de hombres, vacas y carretas, polvo y sol. Recuerdo algo como otro funeral. Sí. Sólo que esta vez no quemaban al muerto, sino que lo colocaban en una Torre del Silencio. En una torre redonda, alta y blanca, con una gran terraza circular rodeada de almenas, donde anidan los buitres, y todo a lo largo de la pared, pero perpendicular a ella, como dientes de un peine concéntrico, se van colocando los cadáveres para que los seque el sol, y los buitres completen su trabajo. Torres que representan la muerte higiénica, lo podrido es devorado por los buitres, los huesos y los jugos son secados al sol. La soledad y el viento son los únicos testigos de este drama macabro. Desde afuera parecen las torres blancos palomares, anchas e inmensas columnas que comunican al hombre con la eternidad.

Algo distingo a mi alrededor. Puede ser un gran patio o una terraza circular. Algo que semeja un buitre me ha hundido su enorme pico en medio de la cara.




PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA


VERANO BRISAS BRISAS
(Salgar-Antioquia-Colombia) 

EL REGRESO

¿En qué olvidada región de mi cerebro
surge como un sueño el recuerdo de mis viajes?
Encontrar de nuevo el puerto abandonado
donde viven aún, hambrientos y sin techo,
los viejos marinos que me acompañaron
en las ya lejanas travesías de mi juventud,
es un caso de típica nostalgia
a la que estamos debidamente acostumbrados
quienes realizamos pecho a pecho las hazañas
en lugar de imaginarlas.

En barcos muy singulares nos entrábamos
por los insólitos archipiélagos del mundo
en busca de leyendas y otras piezas deseadas,
simulando sabuesos de ultratumba,
entre rocas, huracanes y tornados.

Muchos compañeros,
en persecución de naves enemigas o rebeldes,
se batieron como fieras antes de morir partidos
por las brillantes mandíbulas del rayo
y las no menos afiladas de los tiburones.
Los que lograron sobrevivir conmigo
aprovecharon la mar precisa de los equinoccios
para cabalgar sobre troncos y delfines
como lo harían en tierra sobre las mujeres,
que sin muchas ilusiones, pensativas,
esperaban en el muelle su tácito regreso.

Detrás de las líquidas montañas,
en tardes ondulantes,
el Sol se agachaba en el poniente
como viejo lobo de fauces incendiadas,
hasta que aparecía sonriendo como un efebo
en un horizonte contrario del que había dejado.

Así, por días y por noches, por meses y por años,
hice correr mi vida sobre el rumor del agua.
Pirata por vocación y por encanto fui, y soy;
también humilde pescador, sensible como un niño,
embrujado por sirenas y caballitos de mar.

Esta bravura epidérmica que ahora exhibo,
con la que no pudieron las olas,
los vientos ni la crueldad de los dioses,
se deshace irremisible frente a una lágrima tuya,
siempre que sea sincera,
tranquila o agitada como el inmenso mar.


FRANK  PADRÓN
(Pinar del Río-Cuba)

EXCESO DE EQUIPAJE

Tengo demasiado amor dentro
tanto
que puedo perdonar tus pecados
que puedo repartir mis magras joyas
que puedo dar a quienes no me dan
que puedo.
Tengo el pecho inflamado de dicha
tanta
que me olvido ya del puñal que clavaste
que me olvido del llanto inundando mi espacio
que me olvido del tiempo perdido y no vuelto
que me olvido.
Tengo la esperanza renovada y lista
tanta
que deseo ya otra pena acechando
que deseo algún cuerpo danzando sobre el mío
que deseo comienzos y atajos del camino
que deseo.

QUE AUSENCIA NO QUIERA DECIR OLVIDO

Llevo tu ausencia conmigo
(que nunca quiera decir “jamás”
sino        “algún día”)
la siento a mi lado en cines y teatros
de vez en vez, desvío la mirada de la escena
para echarle un vistazo
contemplo     cómo sonríe
cómo hiere
pero así la prefiero antes que sea
olvido
(que nunca quiera decir “tinieblas”
sino        “penumbras”)
tu ausencia:     mi sombra
perro casero que se escapa y
me sigue
las aves suelen volver al nido
tu ausencia:         ojalá         el ave fénix.


PÁGINA 23 – ENSAYO

ANDRÉ CRUCHAGA
(Chalatenango-El Salvador)

SÓLO LEO LIBROS DE POESÍA

A mis jóvenes alumnos que me preguntaron un día de estos,
Cómo vivía yo la lectura y escritura de un poema.

Me perdonan pero sólo leo libros de poesía, página tras página, la neblina de la tinta. Frente a la ventana se cruzan las historias de la calle, el apetito crudo hacia las bocanadas de aire: luego papel y tinta, la geometría de las palabras, el humo del tabaco torciendo la garganta. El tiempo siempre concluye en la amontonada caligrafía del poema, es el tiempo que pausa y limpia el aliento.

Siempre vivo al límite de la madera y el fuego, y ocurre que siempre echo de menos los litorales de las ingles de la letra mayúscula en las páginas de los bolsillos. A diario, —ya como un rito ancestral— ojeo los libros usados que me trajeron los barquitos del invierno, los de pasta aburrida y los elegantes que asoman como ramas de la estantería hecha al borde del horizonte. Leo cada página con su historia geométrica, cojo otro y otro: gráciles páginas, el mechón de tinta con aroma a tierra, el polvo que roba mi olfato tras las primeras gotas de lluvia. El mundo es como un mar inmenso; entre mis pies, Khloe, agachada, con su oscuridad desteñida casi al punto de mi desvarío; con su noble gesto me acompaña en mis largas jornadas de lectura y escritura, jamás dice no cuando paso mi mano por su cuello, centellean los sentidos como luces fluorescentes. Ya hace tiempo que le perdí el rumbo a las distancias, trabajo al ras de la madera como un carpintero empedernido; en realidad, nunca he querido cambiar el rumbo con mi escritura: en ocasiones, las palabras dilatan ese vientecillo que se cuela a través de las ventanas. El poema, después de todo, es como salir a la calle sin ropa y sin zapatos: basta confiar en un uno para proclamar el alfabeto.

Lo único que quiebra mi voz son las piedras grises de la noche, las muchachas que florecen alígeras en el polen, el salto rudimentario de una silla al taburete, a la acera o a la piedra. Sé, ahora, que son increíbles los libros de poesía: parecen como peces saltando en mis ojos, me lanzan a voluntad propia hacia cualesquiera de los puntos cardinales: en su ancha dentadura caben los brazos y las adversidades, la llovizna y los cascos encabritados. Siempre me resulta extraño el tiempo en los libros, extraño por el ritual de la escritura, extraño por el vuelo desenfundado, extraño por el espesor de los verbos, extraño en fin, por el grito humano, refugio de pañuelos y heridas. Al final, siento un avispero encendido, y la boca con estallidos de luz: despierto a la altura del último verso, mientras el sendero reacomoda su propia alegoría…


PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES

CARMEN MARINA RODRÍGUEZ SANTANA
(Santa Cruz de Tenerife-España)

RETAZOS DE HARI MAGUADA…

EL PAÑOL ESTANCO

Terminada la faena del día, llegaba lo peor dentro de la soledad del camarote: la nostalgia. Las palabras no expresadas, los sentimientos envasados y los silencios exagerados terminaban por calar en los hombres de la mar y surgir espontáneamente más tarde, a destiempo, en tierra firme por inercia. Esta minusvalía atrapaba a los marineros en una dualidad contradictoria por la que quedaban condenados a perpetuidad a que cuando querían no podían, y cuando podían... no podían.

SOMBRAS ROBADAS

Al marcharnos me he dado cuenta de que en mi calle casi no quedan vecinos de los que despedirnos y los pocos que quedan han hecho una fogata. Dice mamá que han quemado sus sueños, todos los sueños, porque también a ellos les han robado sus sombras. Yo no entiendo bien eso de quemar los sueños. Cuando yo duermo, sueño que vuelo por encima de los edificios más altos y que la gente me mira con la boca abierta porque ellos no saben cómo hacerlo y que los pájaros se mueren sólo un rato porque si alguno cae sin vida, yo lo acaricio y volvemos juntos a volar.

RUINAS

Toda la casa, mientras bajo por la cuesta de la estación, me parece un reducto sombrío de lo que fue, de lo que fue hasta seis meses, cuando vine a enterrar a mi padre. A mi madre la he encontrado apoyada en el abedul, cubierta hasta la cintura por una vegetación salvaje de jaramagos y hojas de malva. De pie, sobre las ruinas del jardín que levantó a golpes de almocafre y que perfiló y amansó a puro embate de tijeras. A los macizos de geranios y petunias, orquídeas y gladiolos, parece habérselos llevado el viento de la tristeza y sólo quedan, como memoria remota de lo que fueron, el trazo de piedras pulidas y redondas que los limita, el espinazo agreste de alguna raíz que ha logrado perdurar a los estragos del polvo y la desidia, la hierba salvaje, y los desbroces del abedul. Sólo seis meses. Y el tiempo parece haberse precipitado como una tormenta sobre la casa y sobre mi madre, ojerosa de insomnio y con la mirada mate y perdida en no sé qué horizonte o en qué espera.

ESQUELETO DE PAN

A la mientras, yo, hija del achimencey Aguahuco, lloraba a mi padre, muerto a manos del villano que resultaba homenajeado. Fue mi persona quien contando la edad de dieciséis años se dispuso a mirlar el cuerpo de mi progenitor. Guardélo en una cueva para que no se lo comieran los cuervos, guirres ni perros. Tendíle sobre unas lajas y vaciéle el vientre. Cada día lavábale dos veces con agua fría las partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, los dedos, las narices, cuello y pulso. Después de lavados, untábalos con manteca de ganado y echábale carcoma de pino y de brezo y polvos de piedra pómez. Y, estando el cuerpo enjuto sin ponerle otra cosa, venían los parientes y con cueros de cabras o de ovejas sobados envolvíanlo y liábanlo con correas muy luengas y pusiéronlo junto a la momia de mi madre, quien había sido muerta horas después de parirme, en la cueva que teníamos como destino de nuestros familiares muertos.

SEVERINO

Pero papá estaba realmente enfermo y necesitaba un trasplante. Así que desde ese momento deambulaba como zombi por la casa con el corazón en la mano atravesado por una flecha y llenando cubos con sus lágrimas que después reciclaba regando las plantas. Y yo me metí dentro de mi ordenador.


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

WINSTON MORALES CHAVARRO
(Cartagena-Colombia)

XX
CARTA DE UN ESCRIBA A MAGDALENA

Yo no sé de dobleces de campanas
De sanear o purificar sepulcros
Pero un torbellino de hojas secas me conduce hacia tu vientre
Y alguna parte de esa música secreta
Que tú reinventas y traduces.

Yo no sé de multiplicación de pájaros y peces
Ni siquiera escanciar las ánforas de vino
Pero busco tu cuerpo Magdalena
Como si fuera ese santuario
Donde redimir mis carnes y mis velas
Agobiadas por los golpes de las sombras.

Yo no sé de resurrecciones
-Acaso mi carne no soporte tantas instancias-
No se perdonar las querellas con el polvo
Pronosticar las épocas de lluvia
Pero estoy seguro Magdalena
Que mi amor te reivindica de las culpas
Y talla en tu ofertorio
Una parvada de pájaros azules
Donde sopesar tus deudas y tus vinos.

Yo no sé de estrellas y ovellones
De esferas cuyo fin esté más allá del cosmos,
Pero mi conocimiento en tu cabello
Quiebra los mapas
Y mis manos no poseen otro lenguaje
Que el mismo que tú diagramas
En el río de la muerte.

Desde las selvas sirias
Hasta el mar occidental,
Desde el monte Nebo
Hasta el río Rogitama
Irá mi ancho y dulce amor, bella Magdalena,
Revestido de luz para tus hombros
Y un collar de caracolas
Hará tejido con peces de distintas geografías
Para adornar tu pubis
Y tus cabellos crispados por los astros.

Yo no sé de oratorias y viejas enseñanzas
Mi lenguaje no supera los silencios de la tierra
Pero acaso me domina la palabra
Y un Te Amo
No sea otra respuesta
Que el peso enamorado de esta cruz.



RUTH ANA LÓPEZ CALDERÓN
(Santa Cruz de la Sierra-Bolivia)

DESPIERTA

El frío golpea la copa de los árboles,
la ciudad amanece sumida en múltiples congojas,
deshecha en laberintos grises

voces de motores viejos y torpes
comienzan a poblar el silencio,
y las luces opacas alumbran
a pocos
deambulantes, ensimismados,
encadenados a sus voces,
paseando, negados a ver
más allá de las narices

los minutos lentan
presurosos,
impunes al dolor o al miedo,
a la soberbia,
ó a la deshonra,

cuerpos vestidos de cachemir y calzados
cuerpos semidesnudos,
cercenados por el gélido
aliento de noches desamparos
y almas bailan en su propio espejo
fétidas
y almas bailan llanto,
los extremos, los opuestos necesarios,
y los medios cabizbajos, atrapan
en sádico mutismo,

y nos jactamos, y nos jactamos,
de ser lo que no somos.

EL LAGO DE LOS CISNES MUERTOS

Blanco tutú
bordado de sueños rotos,
triste desfallece
en el cajón del olvido,
ahí en el fondo
donde hace nido el abandono
donde los aplausos son gemidos
y las luces del escenario
no iluminan

las zapatillas
sofocadas con los lazos
que estrangulan
y matan los pliés
y los relevés, matan

y del cuerpo la espiga
ya no baila con el viento

el telón de telarañas,
y la bailarina
una momia sepulta
en polvo radioactivo.

LAZOS

La palidez detrás de los barrotes
Habla
De temores e incertidumbre,
De cansancio velado en la mirada.

Y confunde… ¡cuánto confunde!
La certeza de lo correcto
Pulverizada, fusionada en la espesa bruma
Que opaca el alma.

Pequeños atisbos de mi mundo en tu mundo
Inexplicable
Ese imperceptible lazo que aún nos une
En el leve roce de nuestros tiempos.

Días que se pintan de colores
Muy pocos
Días que se pierden en el negro más intenso
De las desazones

Mis ojos tallan.


PÁGINA 26 – ENSAYO

CARLOS YUSTI
(Valencia-Carabobo-Venezuela)

LECCIONES DE ABISMO

En el libro de Verne, "Viaje al centro de la tierra", el científico de la expedición le recomienda a su sobrino: "Observa y observa muy bien. ¡Hay que tomar lecciones de abismo!". La frase para mí nunca ha encerrado una expresión literal, sino más bien lírica y un tanto trágica. En tal sentido la frase me ha permitido considerar que la lectura de poetas como
Ramos Sucre, Vallejo, Fernando Pessoa, Baudelaire, Rimbaud y Lautremont es una manera segura de tomar lecciones de abismo. La poesía es una manera de bordear los acantilados del alma, de contemplar ese vacío donde el viento es una luz que lo calcina todo, donde la soledad es un sol negro que lentamente carcome en las entrañas.

Algunos amigos poetas en Valencia me consideran sordo para la sutil música de la poesía. Ponen en solfa mi dureza a la hora de emitir juicios en torno al poema y su ejecutante. Trato de explicarles que mi sordera es producto de un trauma de juventud. Por supuesto que miento, pero para el caso es una buena estrategia y así campear el temporal.

En mi adolescencia granujienta y volátil como muchos jóvenes que se inician en la escritura lo hice como poeta. Bajo la influencia de los poetas malditos y el surrealismo escribí un centenar de poemas salvajes, llenos de quincallería erótica y mucha lúgubre visión del mundo. Como era un aprendiz azaroso, inculto y que metía pie con eso de la ortografía, en un dechado de audacia, bastante inusual en mi, consentí darle el legajo de papeles a mi profesora de castellano Josefina Castillo. Mujer no muy bella, pero gran lectora, con un cuerpo de serenas formas y una voz aterciopelada que de alguna manera me cautivaba. La profesora corrigió, con bien intencionada saña, mi alma, que es lo que a fin de cuenta era ese puñado de papeles escritos con el corazón iluminado de insomnes lecturas. Tachó con diligencia mis gazapos, colocó acentos e hizo anotaciones al margen sobre la gramática. En la conversación me dijo que los poemas no eran del todo malos, pero que eran algo incómodos. Me recomendó mucha lectura y que tratara de abrir las ventanas del amor para que entrara algo de su luz en mi escritura. Pero yo quería ser un maldito y no un ñoño que aglutina lugares comunes en columna. Algo dolido tomé mis poemas, y con otros camaradas de bohemia literaria, me dispuse al sacrificio. En una plaza amontoné la faja de papeles y le prendí fuego. Cuando los papeles volaron en la brisa nocturna como pájaros negros me sentí liberado, como si saliese a la superficie. Desde entonces mi visión de la poesía y de los poetas cambió de manera radical.

El poeta W. H Auden escribió: "La poesía no es magia. La trascendencia de la poesía, como la de cualquier otro arte, se encuentra en su capacidad para decir la verdad, para desencantar y desintoxicar". Desde este punto de vista la poesía es más un reto que una calistenia hormonal de juventud. La falta de fe puede llevarte muchas veces a Dios, pero la falta de poesía te conduce a la desolación más insondable, a la aridez espiritual más acabada. Uno no deja de escribir poesía. El mundo es un poema escrito que también nos escribe. Este árbol, aquel atardecer que se pierde en nuestra memoria, esa flor que se abre hacia dentro de nuestra mirada.

Hay un poema de la etnia indígena Piaroa que puede proporcionar alguna clave:

"El agua del río corre hacia el raudal /¿Corre?/Las nubes huyen /sobre el gran cerro,/como tapires cansados/ frente al hombre con arco./¿Sí?/Las hojas caminan/ con el viento, /y se mueve toda la selva./También tu canoa/ se mece sobre el río./ Solamente tú estás inmóvil/ bajo la gran Piedra Negra. /¡Y yo creía que por ti / vivían todas las cosas!"

El poeta trata de anotar el nexo del hombre con todo aquello que lo rodea, intenta, a través de la poesía, mostrar, desde la belleza del lenguaje, el trágico esplendor de aquello que vibra en la cuerda tensa, y frágil, de la vida. Octavio Paz postulaba: "La poesía no pretende revelar, como las religiones y las filosofías, lo que es y lo que no es sino mostrarnos, en los intersticios y resquebraduras, aquello que escapa a las generalidades, las clasificaciones y las abstracciones: lo único, lo singular, lo personal. Los reinos en perpetua rotación de las sensaciones y las pasiones, el mundo y trasmundo de los sentidos y sus combinaciones".

Para escribir poesía se necesita una buena dosis de abismo. El poeta ha ejercitado mucho sus lecciones de abismo para encontrar el camino de esa palabra exacta, de esa palabra en situación especial y liberada de su rol meramente informativo pues trata de revelar esa música interna donde el poema es un acto lingüístico que tiende un puente hasta nuestro espíritu y nuestra conciencia.

George Steiner escribió: "Donde reinan las mentiras o la censura, la poesía puede convertirse en fuente de noticias". De allí que eso de escribir poesía no sea un mero juego del intelecto y mucho menos un pasatiempo para eludir el bostezo. Por ese motivo para escribir poesía se necesitan muchas lecciones de abismo. Las lecciones nunca serán fáciles para el poeta que lo es de verdad y no un simple remedo, un mendaz muñeco de ventrílocuo que repite metáforas sabidas hace rato. Poetas entre comillas hay en cantidad y a veces sus poemas no son más que cantos disonantes de sus desmesurados egos. La divisa de Michel Houellebecq me ha curado de escribir deslucidos poemas: "La inteligencia no ayuda en absoluto a escribir buenos poemas; sin embargo, puede impedir que uno escriba poemas malos".


PÁGINA 27 – CUENTO

ANTONIO DAL MASETTO
(Intra-Italia)

FUEGUITO

Es una noche cualquiera. Usted esta en un lugar cualquiera, un bosque, la costa de un río, el jardín de la casa de algún amigo. Junta hojas y ramas secas, hace una buena pila. Se arrodilla sobre la tierra, acerca un fósforo a las hojas y espera. Su figura -rápidamente lo descubre- tiene la reverente actitud de alguien que aguarda un milagro. Tal vez se trate de una vieja ceremonia a la que esta acostumbrado, y le baste forzar un poco la memoria para descubrir un vasto mapa de de fogatas a lo largo de su historia. Pero esta noche -siempre suele ser así- vuelve a sorprenderlo y a exaltarlo igual que la primera vez. Ante el crepitar de la llama, usted se siente extrañamente en casa. Es como volver de una larga ausencia. Un reencuentro en el que, con el concurso de la noche y el silencio, se va desanudando un lenguaje al mismo tiempo familiar y secreto, alimentado de certeza y plenitudes breves. El fuego crece y mantiene un monologo en el que usted encuentra una correspondencia exacta. El fuego es puro movimiento y usted no es más que sus ojos y el calor de su piel. Rodeados por la oscuridad, protegidos, suspendidos, están en el centro del mundo. Usted siente que nada puede tocarlo. Escucha su mente desbrozar trabajosamente una idea: no soy el que fui ni soy el que seré. Simultáneamente toma conciencia de la banalidad de todo pensamiento.
A esta altura, usted es una sola cosa con el fuego, un presente inevitable. Se entrega, se abandona. Sin embargo, cree comprender que de esa comunión se desprende un sentimiento más amplio, que trasciende esta hora. A través del trabajo del fuego parece surgir una medida de orden. Los ojos fijos, subyugado, sin cambiar de posición, usted piensa que, detrás de su persistencia, el fuego es fundamentalmente inocencia, un regreso a la limpidez del origen, al remoto albergue de toda posibilidad. y comienza a percibirse usted mismo inocente, como una hoja en blanco donde todo puede ser escrito, donde todo esta por ser iniciado. Y acá es donde vuelve a reconocerse. Y a reconocer los términos que han marcado sus pasos a través de los días, los meses y los años: permanecer desposeído, abierto a lo imprevisto, alerta, en permanente sospecha. Son principios de una doctrina que se ha ido forjando y cuyo sentido ahora el fuego le devuelve. Comprende que también en usted ha ardido siempre parte de ese fuego. Que esa es una llama de consumación. Una llama donde usted se ha sacrificado siempre a si mismo, ha sacrificado su vida, las posibilidades de su vida, los accidentes de su vida, tal vez con el único fin de deshacerse de su historia o de construir una historia diferente. Es posible que oiga voces a través del aire nocturno, sin saber si se trata de amigos que vienen a buscarlo o si son llamados que llegan desde otros años, desde otros ámbitos, suscitados por otros fuegos. Acomoda algunas ramas y piensa que cuando todo esta dicho es bueno regresar al fuego, al origen.
Que es bueno, muy bueno, volver a arrodillarse ante su voracidad, estudiar su movimiento y el núcleo cambiante de su centro. Que es bueno para sus alegrías y para sus dudas. Que ahí, libre de toda esperanza, puede limitarse a mirar y a no pensar. y en esa llama sin tiempo ve arder también el ciclo que termina precisamente esta noche, el ciclo que comienza, los muchos que vendrán con sus cargas de confusiones y riquezas, lo que ha sido, lo que será, y todo cuanto alberga la oscura, invencible memoria o nostalgia de la sangre.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

MABEL ESCRIBANO
(Barcelona-España)

DICEN QUE NO

Me duele donde dicen
que no duele
trato de localizar el dolor pero se me escapa
juega conmigo a pincharme
en otra parte
cuando lo pillo en aquella.
Me duele lo intangible
aquello que sin mirarse se ve
en la tristeza que dobla la espalda
en la imagen que no reconoces
en las calles que no importan
gimes casi sin hacer ruido
caminas hacia ninguna parte
piensas en ayer
olvidas el hoy
necesitas olvidarle
y el teléfono suena
haces ver que no pasa nada
porque nada pasa
que no hubiera pasado ya
y el recuerdo regresa
machaconamente
y te mira
insiste en mirarte
te aturde mirándote
y gritas que te deje en paz
que es suficiente tormento
soportar cuanto duele
eso que dicen
no duele.

AMOR PASIONAL

Bajo la tormenta
de este sentimiento
desnudo
lo que de mí queda
dejándome poseer por el rayo
que atraviesa mis sentidos.
Huracán que amenaza
con arrasarme
con quemarme
en el del magma
de un volcán
que creí muerto.
Volverme
río, torrente,
tierra yerma y barro
con tal de llegar a ver
el arco iris de su amor
dibujado en el cielo del mío.

SOY UN PAISAJE

Soy un paisaje
un cuadro pintado
sobre un amanecer
cansado de dar luz.
Una canción
pasada de moda.
Un sonreír a la belleza
un mirarte a los ojos
y decirte, sin decirte…
Soy agua
quiero que me bebas .
Soy fuego
para calentarte .
Soy un paisaje
mirando tu cara
haciéndote sitio
para que te pinten
en este amanecer
cansado de dar luz
a una soledad
como la mía.


DAVID GONZÁLEZ 
(Gijón-España)

CENSURA

Cuando aún vivíamos
en la otra casa,
una vivienda en alquiler
de principios de siglo,
veinte quiero decir,
una noche de invierno
en que hacía tanto frío
que ni los perros
paraban por la calle,
mientras le recitaba
a mi pareja poemas
de Marta Tikkanen,
de su libro
La historia de amor del siglo,
comprendí con toda claridad,
a medida que iba leyendo,
que por desgracia
y mal que me pese,
y aunque me joda reconocerlo,
guardaba un parecido asombroso
con el marido de la poeta finlandesa:
borracho, mentiroso,
sarcástico, injusto …
Comencé entonces,
en primer lugar,
a comerme palabras,
adjetivos calificativos
principalmente, y luego
a saltarme versos,
estrofas y poemas enteros,
y después, por último,
como quien no quiere la cosa
con disimulo cerré el libro,
lo dejé sobre la mesita
y cambié de tema.
Sobre las frías baldosas,
a los pies de nuestra cama,
sin deshacer, la maleta

DIÁLOGOS

la televisión
estaba puesta encima
de la mesa
de la cocina.
era un televisor
en blanco y negro,
de 14 pulgadas.
la antena estaba rota
y no se tenía de pie,
caía para los lados,
había que apoyarla
en la pared.
 
baja un poco la tele

 me decía mi madre
cuando acababa
de recoger la cocina
y se iba ya para la cama

mañana tu padre
tiene que madrugar

¡QUE BAJES ESA TELE
ME CAGO EN DIOS!

me gritaba mi viejo
desde su habitación

¿O QUIERES QUE ME LEVANTE YO
                                         A BAJARLA?

tanto la bajaba
que al final
ya no oía nada. fue entonces

cuando empecé a inventarme
los diálogos
de las películas.

o eso
o apagar la tele
e irme a dormir.

nunca me enrollaron
las películas mudas.

EL REPROCHE

No se molestaron en oír
los zumbidos de la mar
en mil orejas de puntillas

en comprender que la regla astillada
castigaba sus propias manos

en contemplar en las pizarras
niños de tiza

borrándose

BERLÍN

Hay dos bares
y enfrente de cada bar
un muro.

En uno se apalancan
estudiantes que piran clase,
delincuentes comunes,
jóvenes radicales,
algún que otro yonqui.

En el otro se sientan
estudiantes universitarios,
licenciados, deportistas
y matrimonios con sus hijos.

A veces paso por allí,
pero nunca me quedo
a tomar nada.
Aún no he decidido
en cuál de los dos muros

me tengo
que sentar.


PÁGINA 29 – ENSAYO

PABLO ANADÓN
(Alta Gracia-Córdoba-Argentina)

LA POESÍA

Uno no sabe muy bien qué hacer con la poesía. Ella es lo incierto, lo imprevisto, lo indefinible, que para colmo vive, se alimenta, como un parásito, de nuestras incertidumbres, nuestras imprevisiones, todo cuanto hay de indefinido e indefinible en nosotros mismos. O bien, para decirlo con una comparación menos ofensiva que la del parásito (nunca se sabe cómo nos retribuirá la ofensa), es como esas mujeres que son pura imprevisibilidad y fragilidad, aparentemente (no hay naturaleza más fuerte que la femenina), y que con su misma fragilidad y su imprevisibilidad nos subyugan.
Decía antes que a la mujer, perdón, a la poesía, no conviene ofenderla porque sí, ni porque no, ya que nunca se sabe cuándo y cómo nos hará pagar la ofensa (la poesía, como la mujer, es memoriosa). Ahora, sin embargo, y ya desde hace un siglo, se estila entre los poetas eso de maltratarla un poco, o mucho, llegando a menudo al ultraje, a la violencia verbalmente física. Bueno, uno entiende que eso responde a la necesidad que hubo en un tiempo de contrarrestar la excesiva inclinación ―genuflexión― a contemplar a la poesía con una actitud tan devota, tan piadosa, tan reverencial, que lindaba a veces con la bobería, con la beatería o bien con el absorto masoquismo de la idealización adolescente. Pavese observaba en sí mismo los problemas de esta idealización, cuando apuntaba en sus diarios que su tendencia a idealizar colocaba a la mujer, a cualquier mujer, en un plano de tal superioridad que la transformaba ―aunque ella estuviera lejos de serlo― en una “femme fatale”, y a él en su necesaria víctima.
En fin, está claro que no conviene del todo ese trato con la poesía, porque puede derivar en impotencia creativa, en lírica excesivamente pura o, por el contrario, en poluciones poéticas nocturnas. La experiencia demuestra que un poco de displicencia, un poco de dureza y de distancia, aun haciéndose fuerza, son necesarios a la hora de tratar con la poesía. No está mal incluso, en ocasiones, una cierta rudeza (estoy hablando de rigor poético, se entiende); pero eso de tratar a la poesía como a una puta, si se me permite, un trato tan común en nuestros días, ya me parece excesivo, y nocivo para el ánimo del propio poeta, ya que tal actitud puede conducirlo ―lo conduce, a mi juicio, inevitablemente― al desdén hacia el propio arte, a la soberbia ignorante, a la ironía sistemática, estéril, y, por vía contraria a la anterior, también a la impotencia creativa, cuando no a esa especie de ingenio fácil o eyaculación precoz que hoy aqueja casi endémicamente a la fisiología poética nacional (aunque el fenómeno pareciera que tiene dimensiones planetarias).
Como decía al principio, uno no sabe muy bien qué hacer con la poesía. Pero uno no sabe tampoco qué hacer sin ella, como sin el amor a una mujer. Sé que a una y a otra les debo las mayores tribulaciones de mi vida, pero también sus más perdurables alegrías. La poesía, la mujer y los amigos son para mí parte de una misma experiencia. Hoy, sin ir más lejos, pude traducir en un café un hermoso poema de Boris Pasternak, y eso ya dio sentido a este domingo en que el calor reduce la existencia a un vago sopor detrás de los postigos. Y hoy ya soy feliz, anticipadamente, porque pasado mañana estaremos reunidos en casa con viejos y nuevos amigos, a quienes leo y admiro, hacen más dichosos mis días y me ayudan también a ir más honda y rigurosamente en mi vida y en mi poesía. La “amistad fundada en poesía”, al decir de Apollinaire, es uno de los tantos dones que le debo a este “arte arisco” y que hacen menos solitaria la solitaria tarea de escribirla.


PÁGINA 30 – CUENTO

RAY BRADBURY
(Estados Unidos, 1920/2012)

CUENTO DE NAVIDAD

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-- ¿Qué haremos?
-- Nada, ¿qué podemos hacer?
-- ¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-- Ya se me ocurrirá algo --dijo el padre.
-- ¿Qué...? --preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo:
-- Quiero mirar por el ojo de buey.
-- Todavía no --dijo el padre--. Más tarde.
-- Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-- Espera un poco --dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-- Hijo mío --dijo--, dentro de medía hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-- Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometisteis.
-- Sí, sí. todo eso y mucho más --dijo el padre.
-- Pero... --empezó a decir la madre.
-- Sí --dijo el padre--. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-- Ya es casi la hora.
-- ¿Puedo tener un reloj? --preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
-- ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-- Ven, vamos a verlo --dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-- No entiendo.
-- Ya lo entenderás --dijo el padre--. Hemos llegado.

Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-- Entra, hijo.
-- Está oscuro.
-- No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-- Feliz Navidad, hijo --dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

GABRIEL IMPAGLIONE
(Lanusei-Sardegna-Italia)

Traías una música en el pelo
y te miraba
como a una maravilla atravesando el tiempo
de una punta a la otra de la tarde

sin palabra
apenas con lo puesto quieto te miraba

qué podía importarme la razón del eclipse
Marx una traducción de Quasimodo el viento
perdido en el follaje

venías con esa música en el pelo
y alrededor no sé no lo supe no me importaba
si se mecía el tiempo.

DEL INVIERNO

al galope
en bestia invisible

por debajo de las puertas
su manifiesto escrito
a punta de cuchillo.

CODICIA

Diluvio de óxidos donde barca alguna salve nada
agua roja de tajo de cañón y de billete
agua roja para la amapola y los grillos
agua roja para el niño y la mujer y para el río
sobre todas las casas y los campos
sobre cada paloma y cada palmo de ay y de socorro
un diluvio caliente de óxido con hueso quemado
sobre tierra dividida sobre manos caidas
colibríes peces algodón manzanas
sobre cada refulgencia ahogada en sí misma
sobre silencio fragmentado y alertas inútiles
sobre las hojas de los diarios impunes y los impunes
sobre las huellas en la arena y la hierba de las plazas
un diluvio caliente de terminante óxido
alzando vapor de hachas bocas rotas
sobre el viento de piedra de maquinaria negra
sobre refugios llantos refugiados
diluvio caliente de terminante óxido oxidófago
que completará la nada hasta que polvillo luego
como larga noche lenta y muerta
se acumule espeso brutal lleno de dientes
asfixie el sueño del humus borre cauces
grietas senderos cada vestigio de la historia
hasta establecer su gobierno de oquedades
el hueco de la metáfora destruida..


DOLORS ALBEROLA
(Valencia-España)

UNICORNIO EN MATHAUSSEN

Yo, Lía Hermann, he encontrado un papel.
Miro con sobresalto ese dibujo
que encerré entre mi ropa esta mañana.

Anochecía ayer cuando a esas mujeres las llevaron
entre gritos y niños con ojeras, cerúleas.
Se abrió en par el pabellón y alguna
dejó caer la hoja, cuarteada de miedo.
Un extraño animal y, debajo, un versículo
sobre el nombre de Job.
Es un esbozo apenas,
unas líneas apenas, unos signos
de una mano que, apenas, supo trazar la forma.

Yo, Lía Hermann, creo
que la otra noche oí cómo bramaba un hombre
sobre una joven virgen delgada como un sauce,
y lo escuché toser entre el plural agobio
y entremezclar su júbilo con llantos.

Miro con amargura ese caballo,
tal si fuera un juguete de lujo, una sorpresa
con un tornado gélido en su frente.

Y escuché unas palabras y una respuesta rota
y una voz que parecía seda, ya ultimándose.
Luego, la vi llegar
-el pabellón estaba ya en la noche-
y sentarse encogida en un rincón.
Una extraña silueta fue acercándose
hasta quedar dormida en su regazo.

UNICORNIO EN FAMILIA

Hubieras deseado. Quién habla de la luz,
de las cornisas claras donde pájaros,
de las calles amplísimas de la infancia.
Pero en la noche, tú, hubieras deseado
-como boca de lobo, decía la mamá;
duerme, duerme deprisa, Elvira, entre trabajos-,
hubieras bien querido, junto a la playa enorme
y esa isla pequeña, casi lejos, lejísimos,
donde aquellos delfines, donde el tornado mágico
que no fuera de magia sino muerte,
ruptura... y las luciérnagas...

Pobre niña delgada y enjuta hacia el abismo.
Pobre niña, con ojos
como la oscura noche, criatura
con los labios aún vírgenes, el cuerpo
deseando, en la sombra, la lujuria
que fuera entonces, lejos, un pecado, otra isla
en donde naufragar, los pechos
-corazones pintados, los muros de las playas
con iniciales. Bórralas, la vergüenza, el vestido...-

Hubieras deseado, cuando el padre, no eterno,
el que pescaba grandes
doradas sin la cola, el del despacho
de papeles extraños, el del beso
cuando al final de curso aprobabas, con creces,
las amargas materias. Hubieras deseado,
cuando la madre, antigua, enarbolaba, rotas,
palabras tan enormes: te llevará el demonio,
un día, por vosotros, perderé la cabeza,
me tiraré al abismo -los sueños que repiten
esas procacidades-; las monjas bendiciendo
todas las fantasías del después
y matando el ahora.

Hubieses deseado,
cuando al fin se te abrieron las pantallas
y los cines dejaron su esplendor en la yerba
y Helga, con descaro,
abrió su amplia vagina hacia la calle.
Cuando Sacco y Vancetti, tal vez La Madriguera,
La Caza, Luis Buñuel, o El Coleccionista,
te enseñaban palabras -todo es número, sabes,
pero en aquel principio fue el verbo-.

Hubieras deseado, simplemente,
cuando, al besarte el príncipe, supiste
que no hay reinado, nunca, que ocupe cien mil años,
que existiera, tan sólo, el unicornio.
Un unicornio frágil que durmiera
en tu pecho, sin leyes, de anarquista.


PÁGINA 32 – ENSAYO

MARIA ROSA LOJO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
Fuente: Revista Eñe Suplemento Cultura de Clarín

EL INFIERNO DE LAS MUJERES

La tragedia de Marita Verón acaba de poner de relieve la actualidad de un tema que recorre secularmente nuestra historia y nuestra literatura: el secuestro de mujeres, como botín de guerra (en las últimas décadas, también como presas del terrorismo de Estado), o mercancía de organizaciones mafiosas.

Mucho antes del clásico poema La cautiva (1837), de Esteban Echeverría, de la desdichada prisionera que retrata el Martín Fierro (1872) y de que el país fuera una nación independiente, la cuestión aparece en La Argentina manuscrita (1612). Su autor, Ruy Díaz de Guzmán (c. 1558-1629), militar y funcionario de la Corona española, había nacido en la actual ciudad de Asunción y era mestizo, descendiente de hidalgos, pero también de una de las concubinas guaraníes de su abuelo Domingo de Irala. La imaginación literaria del cronista, entretejiendo la memoria y la leyenda, forjó un episodio destinado a sobrevivirlo largamente: el de Lucía Miranda.

Los hechos habrían sucedido entre 1527 y 1529, en el Fuerte Sancti Spiritu, primer asentamiento español en tierras rioplatenses, fundado por el marino veneciano y piloto del rey, Sebastián Caboto. Aunque, fuera de Caboto, ninguno de los nombres de sus protagonistas figura en los documentos oficiales de la expedición, el relato se impuso con la fuerza de los mitos de origen. Lucía Miranda, esposa del militar Sebastián Hurtado, se erige aquí como la primera cautiva de la guerra entre los pueblos originarios y los conquistadores. El cacique Mangoré, prendado de ella, ingresa en el Fuerte con un “presente griego” (esta vez, regalo de víveres), para luego abrirles las puertas a sus hombres y exterminar a los españoles. Su objetivo personal es apoderarse de Lucía (“inocente Elena” la llamará alguno de los siguientes historiadores jesuitas). Mangoré muere en la batalla, pero su hermano Siripo hereda, tanto el cacicazgo, como la pasión por la dama. A cambio de perdonar la vida de Sebastián, Siripo, que ya ha tomado por esposa a su cautiva, exige que los antiguos cónyuges no vuelvan a verse y le da a Hurtado otra mujer dentro de la comunidad indígena. El incumplimiento del pacto motiva la condena de ambos a muerte: Lucía en la hoguera, Sebastián asaeteado como el santo de su nombre.

En el episodio no se hace mención a otros cautiverios, que seguramente ocurrieron en primer lugar, y que seguirían ocurriendo: los de las mujeres aborígenes arrebatadas por los conquistadores o entregadas por los suyos como prenda de alianza. Aunque se apele al tópico de Elena de Troya para justificar el inicio de las hostilidades por parte de los timbúes, se dejan oír antes, desde la misma voz de Mangoré, los genuinos motivos: los españoles eran “tan señores y absolutos en sus cosas” que, si se toleraba su avance, pronto ellos, los naturales, “quedarían sujetos a perpetua servidumbre”.  Por otra parte, cabe señalar que, en la historia de Ruy Díaz de Guzmán, si bien Lucía Miranda es forzada al matrimonio con Siripo, no queda sujeta a una situación humillante: no será esclava, sino amada reina, aunque “la violencia del amor” –auténtico y también legítimo– preexistente entre los esposos españoles, impide que respeten el convenio concertado con el cacique. No obstante, queda implícita una posibilidad que tanto las futuras ficciones como la Historia convalidarán a veces: la transculturación de la cautiva y su paulatino ingreso voluntario, como esposa, a la sociedad captora, por eventual amor al nuevo marido, o a los hijos concebidos con él.

Las funciones y los valores de los personajes (indios y cristianos) varían durante los casi cinco siglos en que el episodio de Lucía Miranda se reescribe (en el Río de la Plata y aun fuera de él) de todas las formas posibles (crónica histórica jesuítica, teatro, poesía, novela). Los aborígenes llegan a ser, incluso, víctimas, o hasta proto patriotas independentistas, en épocas revolucionarias. El sucesivo amor de los caciques por Lucía siempre termina, eso sí, en tragedia, aunque alguna versión juegue con los indecisos sentimientos de la dama cortejada, quien –en la novela Lucía Miranda (1860) de Rosa Guerra– llega a musitar que hubiera sido la esposa de Mangora si no contase ya con un marido, y que –convenientemente desmayada– recibe un beso de su enamorado timbú. En la homónima y contemporánea novela de Eduarda Mansilla, Lucía Miranda (definida por su función de intérprete y educadora) no cae en esas vacilaciones, pero abre una mirada antropológica (curiosa y no siempre adversa) sobre la cultura nativa, basada en las lecturas de esta autora erudita. La novela contempla la posibilidad del mestizaje consentido, fuera del cautiverio, en la timbú Anté (discípula de Lucía) y el soldado español Alejo, sobrevivientes a la destrucción del Fuerte y fundadores de una nueva sociedad. 

Podría decirse que en estas dos obras se encuentra el germen de dos líneas visibles en el reciente tratamiento novelístico del cautiverio femenino durante la época de las guerras de frontera. Una es la que privilegia el descubrimiento de nuevas posibilidades sentimentales y eróticas en el otro entorno cultural, exploradas en textos que van desde la llamada novela rosa (Florencia Bonelli, entre otras) a la experimentación literaria y el cruce con la política, como en la nouvelle El placer de la cautiva (2001), de Leopoldo Brizuela, La casa de Myra (2001), de Aurora Alonso, o La lengua del malón (2003), de Guillermo Saccomanno. Otra línea es la que trabaja sobre la desconstrucción de los estereotipos culturales de la “barbarie”, y la posibilidad de adquirir saberes diferentes, complementarios de la visión occidental, así como la reformulación de la propia identidad. Textos diversos, desde la fantasía lúdica e irónica de La liebre (Aira, 1991), hasta Finisterre (Lojo, 2005) en una propuesta más existencial y antropológica, toman este camino. El año del desierto (2005), de Pedro Mairal, plantea otro escenario. Su heroína, llamada María, como la cautiva echeverriana, protagoniza un viaje retrospectivo, a medida que el desierto avanza sobre la ciudad, corroyéndola, devolviéndola a estadios primitivos. En su periplo atraviesa diversos tipos de cautiverio: uno de ellos en una sociedad seudoranquel, en realidad no integrada por aborígenes sino por tribus urbanas degradadas cuyo idioma, al principio incomprensible, es una parodia del habla de las clases bajas, y de sectores asociados a la marginalidad y la delincuencia. El maltrato del que es objeto en este entorno, donde se la somete a esclavitud, se compensa entre los Ú (descritos con rasgos afines a los guaraníes). Allí  tiene una relación amorosa voluntaria y experiencias que enriquecen su percepción del mundo.

Menos productiva, literariamente hablando, ha sido la situación inversa: el cautiverio de las mujeres aborígenes en la sociedad blanca, aunque las figuras tristes de indígenas sirviendo en casas de familia después de la Campaña al Desierto cruzan Quilito (1891), de Carlos María Ocantos y otras novelas. Las esclavas africanas y afrodescendientes, con diversos matices de integración e influencia en sus entornos, tienen una fuerte presencia que ameritaría otro ensayo: desde Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti hasta Manuel Mujica Lainez, Pedro Orgambide, Cristina Bajo.

PROSTITUIDAS

La prostituta es también una figura recurrente en la literatura nacional, donde aparece como parte de los “bajos fondos”. Tanto los escritores confesionales (Manuel Gálvez) como los socialistas (Castelnuovo, Stanchina) enfatizan sobre todo su condición de víctima y consideran necesario erradicar el comercio sexual. Roberto Arlt, por su parte, se apoya en prostitutas y rufianes para desplegar una mirada heterodoxa sobre la sociedad de su tiempo.

Resulta llamativo que en la obra de Borges, donde son escasas las mujeres, dos de ellas ejerzan la prostitución, en los cuentos “La intrusa” y “Emma Zunz”. Sus personalidades y sus motivos no pueden ser más opuestos. En el primero, Juliana, una joven iletrada y sumisa, ha sido siempre tratada como un objeto. Comprada y vendida en burdeles, termina en manos de los hermanos Nilsen, que la sacrifican cuando su apego por ella comienza a deteriorar su relación mutua, tanto más valorada. Otro es el caso de Emma Zunz, que se vale deliberadamente de su cuerpo (el único instrumento que posee) para vengar la muerte de su padre. Pero cuando logra completar su coartada, no solo mata a Loewenthal en el nombre del padre, sino para “castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra”.

Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres (1948) incluye la prostitución como parte del paisaje urbano de los años 20 y las excursiones “higiénicas” de la juventud masculina. La imagen de la prostituta adquiere dimensiones simbólicas extraordinarias en Megafón o la Guerra (1970), su última novela. Lucía Febrero, la Novia Olvidada, está presa en la última espiral del Caracol de Venus, burdel regenteado por Diógenes Tifoneades, y la gran misión –a la vez mística y terrena– del héroe es acudir a su rescate.   

Aunque algún autor imagina prostitutas dueñas de sí, que se manejan con autonomía (Frontera Sur, 1994, de Horacio Vázquez Rial), la prostitución, como esclavitud sexual de mujeres realmente secuestradas aparece con renovada fuerza en novelas actuales, sobre todo en dos que se ocupan de la mafia de la Zwi Migdal y sus redes cómplices en la Policía y la Justicia locales. La Polaca. Inmigración, rufianes, y esclavas a comienzos del siglo XX (2003), de Myrtha Schalom, es la biografía novelesca de una de sus víctimas, Raquel Liberman. El Infierno prometido (2006), de Elsa Drucaroff, crea un personaje literario atrapado por la misma mafia.

Por último, Gabriela Cabezón Cámara narra el suplicio y la fuga de una muchacha de clase media secuestrada en nuestros días, en Le viste la cara a Dios (2012). Esta nouvelle entrama los tormentos físicos y psicológicos con la imaginería mística, en un lenguaje metafórico irreverente, de revulsiva intensidad. 

TORTURADAS

La última dictadura militar generó su propia literatura de cautiverio femenino, en la que el sometimiento sexual de las víctimas secuestradas fue una de las formas de la tortura, ejercida incluso sobre los cuerpos de mujeres gestantes cuyos hijos fueron apropiados por los represores. Por aquí pasa el eje de Dos veces junio (2002) de Martín Kohan. La crueldad de todos los actos practicados contrasta con la voz impasible del narrador que, por otro lado, cita, aprobatoriamente, las atroces reflexiones de su superior. Por ejemplo, que el cuerpo de las putas, del que éstas no son dueñas, puede ser usado en la guerra como instrumento mortal, si está contaminado con una enfermedad que envenene al enemigo.

La cautiva de esta novela lucha hasta el final, aunque en vano, por lograr algún tipo de comunicación salvadora con el mundo externo a través del narrador. No padece el “síndrome de Estocolmo”, no hay ambigüedad en el vínculo con los feroces represores. Pero esta tensión sí impregna textos de potente ambivalencia, como Cambio de armas (1982) de Luisa Valenzuela, donde la víctima (aturdida por la droga que le administra el secuestrador) no puede acceder a su identidad oculta en zonas borradas de la memoria. Distinto es el caso del inquietante personaje de Leonora en la novela El fin de la historia (1996), de Liliana Heker. Esta mujer, mirada por la narradora con “rechazo y fascinación”, privilegia en cambio la voluntad de supervivencia, e incluso de poder, que la lleva a colaborar con los jefes militares.

Vemos al fin, en esta breve revisión de un vasto panorama, cómo el relato de la cautividad femenina se relaciona siempre estrechamente con la posibilidad de uso sexual y/o reproductivo de sus cuerpos. La condición social subalterna de las mujeres ha “naturalizado” esta posición vulnerable que la literatura pone en evidencia, en diversos contextos histórico sociales, desde los orígenes hasta nuestros días, narrando el horror de la sumisión, pero también la pugna por transformarla y trascenderla.


PAGINA 33 – LECTURA RECOMENDADA

CARLOS FAJARDO FAJARDO.

VANGUARDIAS ARTÍSTICAS Y ESTÉTICAS DEL SIGLO XX.
Colección Pensamiento Estético siglos XX y XXI
Ediciones Le Monde Diplomatique y Ediciones Desde Abajo, 2012.

Esta colección reúne una serie de textos escritos por los más representativos pensadores y creadores del Siglo XX. Su propósito es la divulgación de las múltiples reflexiones que, sobre el hecho artístico, se han producido en los dos últimos siglos. Cada título cuenta con un estudio introductorio, escrito por un experto en el respectivo tema.

Tanto la calidad de los autores, como la amplitud de las temáticas, dan a la colección una gran fortaleza y riqueza teórica, lo que posibilita acercar al gran público a las fuentes y conceptos fundamentales sobre las prácticas artísticas desde las primeras vanguardias del pasado siglo, hasta los procesos de formación de nuevas categorías estéticas y de sensibilidades manifiestas en el presente. 

El primer tomo, titulado Vanguardias artísticas del siglo XX, inicia su recorrido con los manifiestos estético-poéticos de las principales vanguardias, tanto europeas como latinoamericanas. En él se compilan los manifiestos del Futurismo, del Dadaísmo, del Constructivismo, del Surrealismo, como también hermosos e inquietantes escritos de Wassily Kandinsky, Guillaume Apollinaire, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, César Vallejo y Pablo Neruda.
El segundo tomo compila las reflexiones de algunos de los más destacados filósofos y escritores que consagraron su vida y su obra a cifrar y a descifrar los procesos de la estética y del arte en medio de las crisis económico-políticas, sociales y culturales del pasado siglo, tanto en Europa como en Latinoamérica: José Carlos Mariátegui, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Walter Benjamin, Martín Heidegger, Theodor W. Adorno, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Thomas Mann, , entre otros, serán los invitados a este banquete del pensamiento.


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS        

 IRMA BIGNON
(Santa Fe-Argentina)                            

EL ARTE SAGRADO DE LOS VITRALES

      Al final del siglo XII, Paris era ya el polo de atracción y el centro de esplendor de la cultura occidental. Esa cultura, fundada en la fe cristiana, se irá expresando magníficamente en las iglesias góticas, cuyas amplias naves comenzarán a ser visitadas por una multitud de fieles. Poco a poco, el arte gótico irá ganando toda Europa.
      El vitral – conjunto de vidrios de colores dispuestos con tiras de plomo en el bastidor de una ventana – fue ante todo un arte de iglesia. Permitía dar al edificio no sólo una iluminación tamizada propia para la meditación que era su pimera función, sino también una enseñanza.
      El arte del vitral es muy antiguo. Su técnica muy compleja. Se comenzaba por hacer un dibujo en cada espacio a llenar y se pintaba con acuarela. Una vez terminados esos esbozos, se los adhería a un papel fuerte acartonado. Se trabajaban los trozos de plomo que habían de delimitar las piezas de vidrio. Teniendo todos los vidrios cortados, se los ubicaba en un cartón especial, colocándolo en horno eléctrico a 600º de calor durante cuatro horas, que luego se enfriaba en treinta y dos.
      Ciertos maestros vidrieristas interpretaban en los cristales la vida  de los grandes personajes. Como por ejemplo,  los vitrales que adornan la catedral de Chartres ilustran paso a paso la leyenda de Carlomagno y del pretendido viaje a Constantinopla
      El rosetón de la fachada de Notre Dame, Catedral de Paris, tiene más de 10 m. de diámetro. Es el más vasto que se ha osado crear. Sus dibujos, realizados por los más importantes vidrieristas del momento son tan perfectos, que es imposible comparalos con otros. Los cristales forman una aureola alrededor de la Virgen y el Niño, encuadrados por dos ángeles. Todo alrededor, en un arco de descarga, Adan y Eva evocan la Redención después de la Caída.   
      Otra maravilla del arte gótico es la Sainte-Chapelle (la Santa Capilla). El deslumbramiento de sus vitrales es una de las grandes emociones estéticas que tiene Paris. En 1239, el rey Louis IX llamado Saint-Louis, hace construir una capilla en su palacio. Dicha capilla se asemeja a una gran caja de cristal de colores. Sus muros no tienen ningún contrafuerte. Todo es cristal. Solamente unos muy delgados pilares son suficientes. Cada vitral tiene 15 m. de altura. Pródigo equilibrio: este conjunto de aspecto frágil, no ha sufrido ninguna fisura en siete siglos. 
      El rayo luminoso que pasa a través del vidrio de color tiene un poder mágico: el de emitir la luz trascendente.
      Por lo general el pintor vidrierista tiene un cierto acercamiento a lo sagrado. Observa esa luz sublime con respeto y profunda humildad. Esa luz es ante todo una plegaria, un canto que acompaña la oración de una comunidad reunida en una iglesia, el recogimiento de un ser ante el Creador del universo. La religión ayuda a retroceder hacia uno mismo para encontrar los verdaderos valores humanos que la vida corriente se encarga de alejar.
     
      Paul Ducatez actualiza la muy antigua tradición de los maestros vidrieristas, según la cual, la técnica compleja y la actividad creadora son indisociables del espíritu que las justifica. Realiza sus estudios primero, en la Escuela de Bellas Artes de Valenciennes (ciudad al norte de Francia), y luego en la Escuela Superior de Bellas Artes de Paris. Comienza a exponer sus obras en los salones de los artistas decoradores de Francia. Participa en diversas restauraciones, para luego llegar a ser el creador de centenares de vitrales de catedrales del mundo: de la Plata (Argentina), de Bogotá (Colombia), Lima (Perú), Montreal (Canadá), de Madrid (España), Montmartre (Paris), Quimper (Bretaña), de Lisieux, de Valenciennes, además de basílicas francesas en Pau, Lorient, Nantes, Solesmes, Raismes, Grimaud, Lorgues.
      Hoy tiene 87 años. Es casado. Tiene 6 hijos. Vive en la ciudad de Lorgues en el Var, región de Provenza Alpes-Costa Azul, al S.E. de Francia. En su casa siempre es primavera. El inmenso jardín que la rodea lo atestigua. Se siente satisfecho de su trabajo. Nunca pensó en cambiarlo. Su distracción ha sido únicamente el arte, la pintura y la escultura. Su vida personal y familiar para él, siempre ha sido exitosa,  más de lo que hubiera imaginado. “Muchas veces he permanecido mudo ante mi página en blanco – recuerda -  Nada ocurría. Me lo pasaba haciendo y rehaciendo dibujos que yo bien sabía que eran malos. Me sentía incapaz de hacer algo a mi gusto. Ese pensamiento me desesperaba. Transpiraba interiormente… Y luego, de golpe, algo percibía  que podía considerar importane. Me asombraba. Me sentía felíz”…
      Creemos que el sentido de la comunicación, de la oración y la proximidad de lo creado, son elementos indispensables para todo mestro vidrierista. Su mente siempre estará lista para recibir la onda que llega de otra parte, que es naturalmente la que provoca la creación.
      Un vitral magníficamente concebido impondrá su belleza al espectador,  logrando sobrepasarlo.    
      El arte de los vitrales transfigura al artista. Lo convierte en el mediador entre la creación y el objeto creado. Con el pensamiento fijo en el Sumo Creador, desde la primera pincelada habrá de surgir la obra maestra.


                                                                            
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