Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 62– Enero de 2012– Año VI – Nº 1


Imágenes: Homenaje a la obra de Z.L.FENG (Shanghai - China)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

DEFENSA DE LA PALABRA

Sostener que la literatura va a cambiar, de por sí, la realidad, sería un acto de locura o soberbia. No me parece menos necio negar que en algo puede ayudar a que cambie.
La conciencia de nuestras limitaciones es, en definitiva, una conciencia de nuestra realidad. En medio de la niebla de la desesperanza y la duda, es posible enfrentar las cosas cara a cara y pelearlas cuerpo a cuerpo: a partir de nuestras limitaciones, pero contra ellas.
En este sentido, resulta tan desertora una literatura "revolucionaria" escrita para los convencidos, como una literatura conservadora consagrada al éxtasis en la contemplación del propio ombligo. Hay quienes cultivan una literatura "ultra" y de tono apocalíptico, dirigida a un público reducido y que está de antemano de acuerdo con lo que propone y trasmite: ¿cuál es el riesgo que asumen estos escritores, por más revolucionarios que digan ser, si escriben para la minoría que piensa y siente como ellos y le dan lo que espera recibir? No hay, entonces, posibilidad de fracaso; pero tampoco de éxito. ¿De qué sirve escribir si no es para desafiar el bloqueo que el sistema impone al mensaje disidente? Nuestra eficacia depende de nuestra capacidad de ser audaces y astutos, claros y atractivos. Ojalá podamos crear un lenguaje entrador y más hermoso que el que los escritores conformistas emplean para saludar al crepúsculo.


PÁGINA 2 – CUENTOS BREVES

CARLOS MENESES
(Mallorca-España)


FLORES PARA ERNESTINA

Nunca se supo si fue venganza o Ernestina tomó esa decisión. Se le oía decir con frecuencia que buscaba una vida mejor que la de los seres humanos. Su alimentación era frugal: desayunaba margaritas; almorzaba magnolias o azucenas y hacía una cena mínima con una rosa o un clavel. No se debe omitir que estaba comprobado que amaba los jardines y que las flores la consideraban una gran amiga. Cuando se esfumó, porque no se puede dar otro calificativo a su súbita desaparición, hubo variedad de opiniones. El tiempo marchitó recuerdos y voces. Algunos de los muchos que acostumbraban pasear por los jardines dijeron haber escuchado alguna vez una voz muy fresca parecida a la Ernestina. Añadieron que era como un sonido musical que brotara de alguna flor.


QUIÉN SERA

Abre la puerta, apaga las luces, desnúdate pronto, entra en la cama, reviste la noche de gran esperanza, espera en silencio. No tendrá rostro en ningún momento, podrá ser suma de bellos deseos o equivalente a gran decepción.. Si esperas sonrisas podrás tener llantos. Si temes sollozos quién sabe será lo contrario, tu ideal aguardado. Por el camino cómplice de la negra noche se irá alejando, oirás sus pasos de puro silencio. Si vuelve ¡albricias! Si no seguir esperando. De ninguna manera enciendas las luces ni mucho menos le cierres la puerta.


EL CISNE DE RUBEN

¿Dónde estará el hermoso cisne? El de turbador blancor que inventó Rubén. Dentro de él escondió, travieso el poeta, un color diferente, una forma distinta. La belleza sin par, la palabra especial.


FUSIL EN MANO

Le hacen una foto, aparece en todas las camisetas del mundo. Le dan un fusil, lo sujetará eternamente. Quieren borrarlo del mapa, le disparan sin cesar. Su foto sigue recorriendo el mundo. Su fusil imponiendo respeto para la humanidad. La sílaba Ché la pronuncian en todas las lenguas del Universo.


MISERIA TOTAL

Tenía 20 años y estaba en un ataúd. La velaban el padre, la madre, los hermanos y un amigo. Sabían que había que enterrarla, pero también que no existían posibilidades económicas para afrontar ese gasto. Imposible pensar en carroza, en flores. Al amanecer el padre, con media botella de ron en las entrañas, salió en busca de un amigo camionero.


MUY A DESTIEMPO

Quiso coger el fusil y no fue posible. Buscó una granada y su mano no la pudo contener. Cogió la empuñadura de la espada y fue incapaz de blandirla en el aire. Inútil para el campo de batalla. Lloró sobre sus ochenta años.


REFUGIADO

Estuve refugiado en un viejo día de 1939. Contemplaba las flores que mi madre cuidaba con tanto esmero. Leía los mejores títulos de su enorme biblioteca. Descansaba oyendo deliciosa música. Los días resbalaban como la lluvia cuando se escurre por los aleros de las casas. No se oían gritos, ni órdenes. No se veían gestos hoscos ni miradas agrias. Nada quebraba la serenidad del refugio maravilloso. 0bligatoriamente tuve que alejarme. Tiempo después quise volver, fue imposible encontrar el camino. Nunca supe cómo pude haber llegado a ese Paraíso.


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

MONICA CAROPRESI
(Arroyo Aguiar-Santa Fe-Argentina)

ENTRE NOSOTROS

I

El eco de tu sombra se acuesta
en el camino de ida
acunada por mis labios
para descansar
de los severos verbos de tu Idea
que pertinazmente censuran
el alivio
del silencio.


II

La sonrisa de mis ojos,
esta sonrisa mía
que te busca,
algunas tardes
sólo algunas tardes viste la ceniza
del cansancio…
…Busca tu sombra dormida
en el perfil de tus palabras,
en ese exilio tuyo,
imperioso viaje sin sosiego
en el camino de ida.


III

Nos rodea el tiempo.
Es un relato antiguo en sus jirones.
Ese tiempo
con nosotros llevándolo y
trayéndolo
en tareas de hojas sueltas.
Sueltas.
Cada día.
Cada hoja puesta con ternura
en nuestra humanidad en versos.
En ese jugo de las horas.


IV

Si vibrante y alado viajara en el aire tu otro perfil
-tu perfil de niño-
o si nadara acuoso más allá
del nudo de su obstinada sapiencia
comprenderías
que tu miedo al tiempo y
sus estragos
te abraza a él
sirviendo en su copa gris
toda la luz
toda la luz amable
de tu sangre.


V

Somos así.
Diferentes.
Totales cada uno.
Paseanderos de sueños.
Como el agua.
Como las raíces de una planta vieja.
Somos tan distintos.
Sin embargo…


PÁGINA 4 – ENSAYO

MIGUEL ANGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

GRACIELA GELLER: IN MEMORIAM

El pasado traza caminos inesperados. Una foto, la tapa de un libro, la firma borroneada de una dedicatoria, aquella frase que en su momento nos conmovió pero que leída en el tiempo notamos que ha perdido fuerza, que los años la hicieron trizas o, al revés, pensamientos que cobran rigor ahora cuando nunca fueron importantes. Pistas, pasos perdidos.
Hace unos días, arreglando papeles y poniendo en orden (que es una manera de recuperarlos) esos textos que no se sabe si se tiene o se ha soñado que se los tiene, reviví parte de mis primeros años de escritor. Me dio ternura leer otra vez, al azar, pasajes de la obra de queridos amigos. Algunos ya no están con nosotros; otros, se dejaron caer en el silencio, acobardados, quizás, por esta tarea tan bellamente ingrata de seguir estrellas.
Entre ese montón de palabras apareció el libro de Graciela Geller titulado “Sobre semen no hay nada escrito”. Una mañana la crucé en la peatonal y me dio la tarjeta de invitación. Me dijo:
-Presento mi libro. Te espero.
Yo recién terminaba mi carrera de Letras; eran años cargados de proyectos y de imposibles. Ahora me río de mi pedantería, pero allá, en esos días donde uno necesitaba encausar, mediante la profesionalización de un arte, tanto desborde creativo, asistir a la presentación del libro de una escritora reconocida en Santa Fe por lo jugada y lo transgresora, significaba asomarme a la puerta de un parnaso local al que, pensaba yo, pocos elegidos podíamos acceder. Quiero recalcar que nunca fuimos amigos con Graciela. Simplemente porque no se dio. El destino nos negó ese permiso. Y aunque critiqué mucho su obra, nunca la dejé de respetar como escritora y como docente. Tenía, y era muy valorable, una capacidad innata para relacionarse, para crear conexiones, base imprescindible, ahora lo sé, de cualquier carrera artística.
De este texto, en su momento, opiné que era interesante y hablé con mucha seriedad de él en las disputas de café con otros escritores. En la actualidad compruebo que sobrevive a la relectura aunque le encuentro ansiedades. A pesar de ciertos bajones de nivel entre cada cuento, subyacen espacios logrados, momentos donde Graciela alcanza una fibra lúcida y genuina desde la incertidumbre y el tanteo. Esos instantes salvan el libro. Ella también estaba construyendo un camino solitario, barrancoso, igual que el mío. Sola, como todos.
El título, aseveración rotunda y excluyente, impone un punto de vista y traza la sintaxis de una estética: “Sobre semen no hay nada escrito”. Aún ahora, campanillea en mí la ambigüedad tejida alrededor de la preposición “sobre” que, como cabecera de circunstancial, promete una doble entrada interpretativa: (“sobre” por “referido a” y “sobre” indicando “encima de”) Y traté de buscar en mi memoria qué más conozco yo que se haya escrito (dicho, vivido), sobre el “semen” como tema. Recordé un libro de Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”, para mi gusto su mejor ficción, y tuve nítido el pasaje donde una de las prisioneras (justamente la que ve) obligada a practicarle sexo oral a su carcelero a cambio de comida, siente, al terminar, la presión del semen en su boca, pero humillada y todo, no se atreve a matarlo. Recordé la escena de la película “Los imperdonables”, excelente western de Clint Eastwood, cuando los forajidos ingresan al prostíbulo y una de las chicas se limpia entre las piernas antes de huir del tiroteo. Recordé a Nijinsky, el bailarín loco, que escandalizó a Europa cuando en “Preludio para la siesta de un fauno” se masturbó en el escenario para hacer más real la excitación de su personaje ante las ninfas. Trajiné frases de amor donde se nombra la sangre, los besos, la saliva, pero nunca al semen. Me di cuenta que no perdura nada escrito sobre el semen justamente porque no es tema, sino que es parte de un tema, una posibilidad, un murmullo. La sustancia adquiere presencia simbólica preponderante como finalización de un acto, conclusión de un goce, reafirmación de una violencia. No se mantiene por sí misma, sino que requiere el acompañamiento de una exaltación que la valide, que la asocie con una prosperidad narrativa concreta.
Entonces busqué la otra manera en que se presenta el semen en el título: como superficie escribible, papel (¿en blanco?) encima del que se narran cuestiones femeninas, cartas y aforismos sobre esa cúspide dolorosa y fría, a la que se arriba a través del sexo porque sí, sin necesidad ni cambio, obligación intacta ante el poder masculino imperante. Campo prohibido, inútiles humedades que atrapan el paso de un apuro. Y corporizan la palabra.
Los textos rescatados fueron otros. Reparé en superficies que son complacientes con una poética del descarte y lo acabado. Me acordé de Perlongher que arriesgaba en “Hule”, su libro más melancólico y violento, una descripción salpicada de furia sobre el látex de los preservativos usados, poesía de visos decadentes, llena de miedo, sórdida y asfixiante, atmósfera prostibularia donde la homosexualidad remite a la opción de morir pronto antes que perdurar en un mundo hostil. Recordé la película de Peter Greenaway, “Escrito en el cuerpo”, estrenada en 1996 (mismo año de la edición del libro de Graciela), donde el protagonista usa su propia piel como soporte de un relato amoroso. Recordé uno de los mejores trabajos de Virus “Superficies de placer” con su tapa tan elocuente de unos glúteos firmes y caricaturescos que ponen el placer a prueba. Por último, recordé a un Lugones exaltado de amor, ya viejo, jugándose su última seducción al enviarle cartas eróticas a una alumna firmadas con sangre o con semen, y repetí las palabras de uno de sus “Doce gozos”: “Se apagó en tu collar la última gema/ y sobre el broche de tu liga crema/ crucifiqué mi corazón mendigo”.
En fin, este libro de Graciela tuvo y tiene como valía fundamental la de imponer tema cuando los que hay no alcanzan y, esgrimiendo la audacia de ir más allá, proponer como soporte escritural de las historias, a la sustancia continente de la vida, la que divide los géneros, la que fructifica la contienda perpetua de dominio y resistencia en la que se cifra la condición humana.
Vi, además, que los textos dispersos y recuperados (míos y de mis amigos), los momentos vividos allá, cuando fuimos nosotros realmente, esas intenciones románticas de cambiar algo a través de nuestra literatura, esos anhelos volátiles y procaces (pura adolescencia de ideales más bien que puro ideal adolescente) fueron limitados pero profundos. Nos marcaron para siempre.
Y sobre ellos tampoco se había escrito nada.


PÁGINA 5 – CUENTO

NORMA SEGADES - MANIAS
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

GASTRONOMÍA.

Nada más ha subido la persiana y ya los ve, apenas a unos metros del negocio.
Los muchachos de siempre, la pandilla. Banda de ojos oscuros que intenta sorprenderla, controlar ajetreos rutinarios, ejercer vigilancia. Como si ella ignorara su oficio de encubiertos.
Aguardan la apertura del mercado recostando su espalda en la pilastra. Dispuestos a acercarse nada más ella exponga a su apetito el listado de tacos, de tortillas para comer al paso y los cuencos henchidos con la sabrosa carne hecha en guisado. Plato de exquisitez incomparable y a precio conveniente preparado de acuerdo a los secretos de la estofa mixteca.
El gringo se aproxima. En su mirada clara se refleja el orgullo de un pueblo acostumbrado a las genuflexiones de los otros. Los hábitos sociales de quien tiene arraigada la creencia de que la muerte les genera vida. Caso contrario, suman las carencias, el muro del desierto, las afrentas, los fraudes, las traiciones. Acaso la esperanza devenida osamenta.
Se acerca lentamente. Como todos los días de la última semana. Sin poder sustraerse al paso de la niña. Al imán de su rostro adolescente. A los pliegues de vuelos amarillos bordados por la abuela. Al espeso cabello partido en dos secciones entre lazos de seda que tejen y entretejen su oscura maravilla sobre la holganza breve de la nuca. Al torpe movimiento de su cuerpo naciente.
Por eso es que su celo, cómplice necesario para que existan pláticas o alianzas necesarias en el encubrimiento de posibles romances, sonríe con sarcasmo detrás de los rubores que arranca a sus mejillas el robusto vaivén del estropajo.
Cuando termina de limpiar las mesas, las gradas recubiertas de azulejos, coloca servilletas y manteles sobre la superficie. Uno a uno los clientes comienzan a ocupar sus posiciones en medio del bullicio y las canciones que expande el altavoz pendiente de un tirante.
Su voz baja y profunda acompaña las coplas populares conservando el calor de esa nostalgia que se ha vuelto fatiga a costa de los hijos que migraron y las dejaron solas, a cargo de sus vidas.
Es que, aunque vuelvan cada vez que pueden, ya sabe, a ciencia cierta, que no existen silencios sobradamente espesos como para ocultar lo indigno de una historia que expatría su sangre hacia la servidumbre.
En algunos minutos, el sitio está colmado por familias, mujeres escapadas del mandado, serios oficinistas, vendedores, tenderos, artistas ambulantes y turistas turbados, renuentes a dejarse convencer por la promesa de degustar platillos diferentes.
Mientras la niña sirve los cuencos de pozole, el aire se satura de un aroma a maíz, cebolla y ajo, a chile bien licuado con comino, a orégano y a carne.
Con cierta impertinencia abandona el refugio de los fuegos y se empeña en llegar a consultarles si todo está de acuerdo a su deleite.
Es que siempre el elogio puede más que el trabajo y la ganancia.
Hacia la media tarde, mientras lava los trastos del almuerzo observa que el gringuito departe con la niña en un rincón ajeno. El ramo de alcatraces que carga entre las manos ha dibujado un gesto de alegría en el rostro inocente. Tan vacuo como muchos otros gestos.
Entonces se decide, hoy le permitirá que las escolte hasta la casa baja, en los suburbios, donde nadie se atreve a aventurarse y las ventanas permanecen sordas, ciegas a cal y canto.
Casi no queda carne en la despensa.


PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

MARTA ORTIZ
(Rosario-Santa Fe)


PÉTALOS

A tientas lo atravieso: umbral de olvido al cascarón desierto.
Grumos escuálidos / arena / en el cuenco de mi mano.

Solfeo de tablillas desmenuzadas:
bajo continuo debajo de mis pies
a ras de agua / a ras de pozo.

Sopla un viento lunar dobla los pasillos de la noche.
Silencio de telaraña.
Hilachas, la cortina de cretona floreada
master piece de mi madre al pedal de la Singer.

Sin parpadeos absorto en el recorte irregular
(astillas de vidrio esmerilado)
resiste el rumor sepia del paisaje / hasta secarme los ojos.

Nítidas
las florecitas rehílan blanco /el patio de ladrillos,
su antigua nevisca de ciruelo en primavera.

Pétalos de cerezo caen: / ¿es belleza o ilusión? (*)

Cifra de infancia y juventud,
gotea / el árbol
la breve vía láctea
cubre el piso de ladrillos.

(*) Poeta Saigyo, (Kioto, Japón1118-1190).


NO PORQUE NO PUEDA SALIR DE MI CASA

No porque no pueda salir de mi casa
hundirme dócil en la vida diaria
al fin y al cabo es vida conocida.
No porque más allá del umbral
no encuentre el mar azul
sino mareas de herrumbre
o porque no quiera abandonar mi depósito de libros
este mundo de objetos entrañables
crecidos entre mis papeles y yo:
fotografías, cajitas de hojalata:
esa de pastillas
Violet de Flavigny
o la de té:
Alice’s adventures in wonderland, según Tenniel
en las caras laterales;
o la caja de cartón acanalado donde guardo pétalos
y hojas de roble y otros árboles
que enrojecen los otoños.
Por ninguno de esos motivos
es que no me ausento de mi casa
ni siquiera
por las páginas que leo:
Celan y Chéjov
poemas y cuentos:
“Vania”, por ejemplo.
No por tan antiguo vasallaje
sostengo mi domesticidad,

no salgo por otra razón:
afuera está oscuro
garúa, hace frío.


ENCUENTRO

Viene a mí,
la resguardan corolas de humo.
Una flor decolora sus dedos:
quizá una campanilla azul
(¡Dios!, la fragilidad de esas flores,
cortarlas era decapitarlas).

Viene a mí,
la viste una seda carmesí
(el tornasol hace aguas
rebotan los grises
sangran apenas los verdes)
un par de gacelitas de badana
vulnerable en los pies.
Reconozco la liviandad:
pisar sin pisar,
el viaje de una pluma.
(presiento en mi mano el calor
la leve humedad que destilan sus palmas).

Avanzo, la voy,
rasgo el velo:
un efecto cinematográfico
(el cine mudo ponía acordes
destemplados, plantaba tinieblas
ojos asombrados, boca de corazón);
pero era sólo eso,
un efecto.

Ella es todavía gacela
un engaño un verosímil
y toca mi mano la humedad
de sus dedos enguantados.

Pero el contacto intimida
desanuda mi mano de la suya
gamuzada.

La fina badana
hunde su marca de gacela en la noche.

La silueta impalpable
sobre pantallas vacías.


CADA TANTO EL ECO

Cada tanto el eco
supura, gotean
el cansancio aquella noche
el hotelito de mala muerte
cerca de Tandil abría la boca
succionándonos
no olvido los ojos velados
la mirada cruda del conserje.
Veníamos del mar
el equipaje cargaba el viento marino
el olor a sal,
Tears in heaven garuaba en los rincones
-Clapton sube la escalera con nosotros –, dijiste.
¿O quizás su hijito aún vivía y no era Clapton?
Puerta número seis
la llave relumbraba entre tus dedos.
Había un florero de cristal
(sonreíste porque dije cristal)
un ramito de fresias.
Dormimos allí
velamos mi febrícula mi dolor de cabeza
que obligaron a la pausa
a buscar el albergue al menos limpio
un comedor presentable:
conejo a la cazadora, el menú del día
y el sabor salvaje acidulado
nos acompañó toda la noche
hablamos hasta secarnos la lengua
de casi todo
dos aspirinas mediante
y té de limón azucarado.
Lo de siempre
los proyectos el futuro
el filo de los libros
yo era de comunión diaria
con libros como hostias
las voces me habitaban
en ese tiempo eran Julio
y Alejandra desvelada
pasajera de la noche.

Oía tus párrafos,
un oleaje lejano:
que la economía
que la base filosófica
que había un sentido oculto…
Me dormía
arropada en la monocordia.
Columpios,
así se oía tu voz de madrugada.


ORÁCULO

A mi abuela Iti

…el recuerdo es el pliegue y el olvido la urdimbre.
Walter Benjamin

I
Esa mujer trenzaba un rodete en la curva de la nuca.

Un suburbio de agua,
su retrato
abruma mi ciudad de olvido.
La mirada aguda interpela el vacío.

Hubo glicinas
tardes de mimbre
sombrillitas chinas
muñecas Marilú,

las voces niñas de las otras nietas
desenterraban
el único hueso escamoteado para mí:
el mito,
silencio de camafeo.

II

No la abuela que no conocí,
la que bebió del cactus en el desierto
el agua
la que pisó corajuda el fortín
a contramarea de la patria
vulnerada y venerada
en mi ciudad de amnesia.

No la que murió
loca de vieja y asmática
en el confín,
del que un día
no bajó más
altillo des-aireado
solo fatiga y asfixia.

Para que se cumpliera
cada línea y entrelínea,
el oráculo
al pie de mi cuna cifrado:
su mirada nunca encendería la mía.

Solo puentes.
Voces tendidas en el tiempo.


PÁGINA 7 – ENSAYO

CARMEN ROSA BARRERE.
(Posadas-Misiones-Argentina)

ROCINANTE ENAMORADO.

Ningún turista debe resignarse y dejar de lado el recorrido por el sur de España. Turismo obligado para los que en la pubertad palpamos la suavidad de la piel del inolvidable Platero, brotado de la sensibilidad del irrepetible Don Juan Ramón Jiménez. Animalito que era pequeño y suave. Tan suave que parecía no llevar huesos. Decido participar del homenaje que se realiza en homenaje a la Virgen del Rocío en Huelva. Y caminando detrás de la multitud, de pronto giro como una veleta. Me escabullo de la imponente procesión y busco la tumba del escritor que supo conmoverme en la dorada época pasada. Y ya frente a ese cementerio creo no estar sola. Las pezuñas pequeñas de un burrito me preceden, como guiándome.

A los arquitectos las ciudades de Sevilla o Granada los dejan atónitos por la estupenda obra de arte que fue la construcción de edificios y la técnica que se usó para levantarlos. Ellos egresaron de famosas facultades occidentales y están nutridos de nombres que pronuncian casi religiosamente: Gaudí, Morris, Gropius, Le Corbusier, Calatrava o nuestro César Pelli, genios que han sido analizados y admirados por su obra y la diversidad de sus estilos. La edificación del sur de España acrecienta toda perspectiva e incorpora modelos.
Pienso que reconocer la estupenda, maravillosa obra que los árabes dejaron como herencia de su paso por España es como arrodillarse en un templo y entonar un mea culpa. La belleza es dueña y señora en la obra colosal por si misma. Descubrir la exquisitez de los mosaicos, la intensidad de las pinturas, la celosa mirada que usó el carpintero para exhibir a la madera en acabada perfección y las espléndidas terminaciones de los cielorrasos acelera el pulso. Siento una conexión íntima con esos artistas, obreros, amos y plebeyos que las vieron nacer. Camino los mosaicos en puntas de pié, como en mi iglesia. Poseída por la idea de ser una intrusa invadiendo dormitorios ajenos por obra y gracia de un ticket y unos dinerillos que me permiten acceder a este mundo diferente y hermoso; a la raíz del sentimiento privado de gente de otra raza. Camino con dos sensaciones a cuestas: admirar lo admirable y soportar mi sentimiento culposo. Aparece la curiosidad ante las enormes trabas de hierro fuerte que impiden el acceso hacia las habitaciones donde se resguardan los sueños de las huríes y aprendo que el agua, el mirto, el cítrico y el ciprés forman parte del entorno religioso de aquéllos que fueran expulsados de tierras conquistadas y perdidas por órdenes de los Reyes Católicos. Dicen que Aixa reina de Granada en el momento de la huída vio las lágrimas de su hijo Boadbil ante la tremenda derrota. Lo recriminó con áspera voz:”No llores como un niño lo que no supiste defender como un hombre”. Leyenda con visos de realidad. A las madres de toda raza o religión nos duelen las capitulaciones de nuestros herederos.

En Mérida subo y bajo escalinatas del enorme Circo Romano y me empequeñecen los restos arqueológicos que se niegan a desdibujar su presencia dentro del paisaje.
El transporte avanza por las tierras de Extremadura. Abstraigo mi mente del bullicio de mis compañeros de ruta. Ya les conté que tengo una enorme facilidad para apoderarme de hechos del pasado que me conmovieron. Otro fue la lectura de las aventuras de un idealista flaco como una estaca que pregonaba la concordia y la paz; de su mozo acompañante regordete e inocente siguiendo los andares lentos de su borrico soltador de rebuznos. Única manifestación de su envidia por la gallardía que Don Quijote inventaba para el rocín finalmente llamado Rocinante. Que nunca fue — muy a su pesar — ni brioso como Bucéfalo ni Babieca por parentesco alguno. Porque al igual que su amo a Rocinante de puro flaco, se le contaban las costillas, una por una. Enredada en ese mundo ilimitado donde los caballos se contagian de las fábulas de sus dueños, me introduzco en las vísceras del jamelgo y del burro. Don Quijote idealiza a Dulcinea en un balcón adornado del Toboso. Galopa y enfrenta molinos de viento con espadas de plumas. Sancho agita su gorra festejando victorias ajenas. Tira el asno pataditas al aire. Agita el sombrero Don Quijote reverenciando a su amada. Una aventura de tan enorme tamaño no se vive en cualquier día del año. Y Rocinante, impregnado de pasión contagiada, sacude el pelambre empolvado, ventila las crines enmarañadas, eleva las patas delanteras y relincha gozoso intuyendo que pasará a la posteridad como enamorado sin mención nada menos que de la renombrada Dulcinea del Toboso.

La vista se me volvió de humo. Y en medio de esa cerrazón sin fuego, los aires de la campiña de Extremadura actuaron mágicamente. Me poseyeron estos personajes y sus voces como si avanzaran conmigo. Pude ver de cerca el balcón de la idealizada bien amada. Escuché el vaivén de las hojas de un molino viejo tocadas por el aire. Sentí el escarceo de Rocinante, emocionado y enamorado, él también y a su manera de esta Dulcinea nacida en el fragor de un sueño.

El autobús sigue su camino. La fábula que invadía mi cabeza se aleja. Vuelven mis sentidos a su lugar de siempre. Lo que queda presente en mis oídos es el escarceo caliente de un jamelgo y su sombra, enmarcados en dorado dentro de las páginas de un libro que persiste a través del tiempo. Libro perfumado a nostalgia y escrito como obra y con gracia por un genio al que algunos han llamado loco. Desde esa experiencia transpersonal estoy muy segura que el contacto de un humano con un animal puede cambiar hasta la genética de la llamada bestia.


PÁGINA 8 – CUENTO

ANDREA MATURANA
(Santiago de Chile-Chile)

YO A LAS MUJERES ME LAS IMAGINABA BONITAS

Yo a las mujeres me las imaginaba bonitas, pintadas como la rubia de la esquina que siempre sale a la calle cuando empieza a oscurecerse, pero la Chana llegó a la casa gritando el otro día y le dijo a la mamá que no se había atrevido a contarle nada a la señorita, lo que le pasaba era demasiado terrible. Entonces se había escapado nomás del colegio por arriba de la pandereta congelada de miedo de no alcanzar a llegar y caerse muerta por el camino.
La mamá estaba lavando cuando llegó el berrinche y, como siempre hace alharacas, ni se dio vuelta para mirarla mientras ella lloraba y lloraba hasta que la Chana le dijo de una herida que yo no pude oír bien. Ahí la hizo callar porque estaba yo y le dijo que mejor se iban a conversar detrás de la casa para que la hermana chica -o sea yo- no escuchara. Pero por la muralla del fondo se oye todo y yo me puse bien cerca hasta pegar la oreja, igual la Chana habló gritando todo el rato aunque la mamá la hacía callar por mí.
Claro que ahora que lo pienso mejor las mujeres no tienen por qué ser bonitas. Por ejemplo, la mamá es mujer y es muy guatona. Yo creo que por eso el papá se fue y la dejó sola. Las mujeres que les gustan a los hombres son las bonitas, como la rubia, que nunca anda sola.
Algo se puso a decir la Chana, que ahora sí que sabía que eso estaba mal, que hace días la vino a dejar el Tito después de esa fiesta que hubo hasta bien tarde (yo quería esperarla, pero me quedé dormida) y los dos se quedaron atrás, en el patio chico, tocándose, pero que ahora estaba arrepentida de todo y no se quería morir por esa herida que tenía.
Como la mamá la quiere harto a la Chana la consoló al tiro claro que primero le dio unas cachetadas y le dijo cochina desobediente. Pero después la tranquilizó riéndose y le dijo que no le iba a pasar nada, que se quedara callada de una vez y le diera a ella los calzones para lavarlos mientras la Chana buscaba otro par en los cajones y además un trapo limpio. Le dijo que desde ahora iba a tener que preocuparse de lavarlos y cambiarlos hartas veces al día por todos los meses y años. Porque ya eres mujer le dijo después.
Yo no entiendo qué tiene que ver ser mujer con eso de los trapos. Parece que todas las mujeres lavan ropa cuando grandes como la mamá, sólo que a algunas no se les nota. Capaz que la rubia de la esquina también. Yo creo que el Tito a la Chana tiene que haberle pegado por fea cuando vinieron juntos a la casa, y que él le hizo la herida. Si todos los hombres pegan, y a lo mejor por eso le dijo la mamá a la Chana que ya era mujer.
Después de un rato se fue a cambiar de calzones a1 lugar más apartado, pero yo igual la vi cómo lloraba, despacio sin que oyera la mamá y le pudiera volver a pegar. Pero la mamá ya estaba metiendo los calzones sucios en un tiesto con agua que salió colorada, y se río. Cuando la Chana salió a jugar medio moqueando todavía la miró con la burla y de nuevo la cacheteó para que no hiciera más cochinadas con el Tito, le dijo.
Yo fui detrás de ella para ver si así entendía mejor. Llegó a jugar al luche con las de la otra cuadra que se hacen sus amigas, pero igual nomás cuchichean cuando ella no está.
Como en la mitad del juego, la Chana tuvo que saltar bien lejos y por debajo del yamper cayó un trapo lleno de sangre, igual que el que me pusieron a mi cuando me hice la herida en la rodilla. Yo creí que se iba a morir, pero ella más que susto tenía como vergüenza; dejó todo botado y corrió a la casa llorando mientras las demás no paraban de reírse y apuntarla con el dedo.
Yo no sé por qué pasó esto justo ahora que Javier ése de lentes que va en mi curso, me ofreció hacerme la tarea y después llevarme un día a la casa. Y a mi me estaba empezando a gustar.
Pero yo no quiero que me acompañe de vuelta del liceo y pegue después como el Tito, no quiero ser mujer y tener una herida como la Chana, ni crecer y ponerme guatona y que los hombres me peguen. Así que voy a inventar cualquier cosa y me voy a venir sola a la casa mejor. Aunque esté oscuro.



PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

CARLOS ENRIQUE CARTOLANO ©
(Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

NUEVOS QUINTETOS DE ORIENTE

PERFIL

Esta imagen: esa tu cara
Quién sabe cómo es fuera de mí
Cómo pueden verla cientos y miles
De visitantes. Tu perfil es aire
Que respiro y me penetra las manos.

COLADA

Por eso digo que no te parecés
A vos cuando estás aquí contenida
Cuando te vemos yo mi conveniencia
La propia espera: el plato en que gotean
Unas pocas palabras.

CARENCIA

Competimos por alcanzar las tierras altas
Peleamos todos contra todos
Por la rostra: una idea central un espíritu
Que habitara todo y todos. Y qué nos queda
Con Dios pendiente y sin amor.

MUNDO DIGITAL

Es digital basta tocar: un solo clic
Y podré estar a tu lado
O esperándote en el porch de tu casa
Escudándome del viento con arena
De la playa. En tu boca y en tu corazón.

VERANO

El buen tiempo libera aquí
Se abren patios y lumbres: carne
Y amor dan rigor a la temperatura.
Se sigue a mozos con canastos:
¿Dónde es la fiesta? ¿Dónde comer esta pascua?

SEQUÍA

Quedan relojes de Dalí desfallecientes
Una palabra una imagen hasta un verso
Tal vez aunque el ardor que crece
De profundis invade con letras cada tarde
Ese falta sin aviso o estamos sordos.

CONMISERACIÓN

Al gato moribundo entre los pies
De urgencia y necesidad discutibles:
¿Quién le concede dignidad? ¿Quién
Lo protege de dureza y cortes?
¿Quién le devuelve intimidad?

BUKOWSKI

Yo soy la décima parte de mi poesía
Ha dicho Bukowski (ese subversivo
de interiores). Las otras nueve partes
Se asoman en los acantilados precipitan
Desde miradas de miles de millones.


PÁGINA 10 – ENSAYO

CRISTIAN VITALE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

ESCRIBIR EN CÍRCULO

Escribir es como manchar el mar con una gota de sangre. Uno no sabe cuánto mar quedará decolorado, cuán expansiva o intensa será la gota. Incluso no sabe del todo si habrá mar. Tampoco si habrá sangre. Pero escribe. Deja un trazo en una hoja muda y muerta. No sabe si en la yema de los dedos algo se parece al alma. El alma, el pensamiento, la lengua, los brazos, las manos... el camino es tan largo que no sabe si llegará. Sabe sí que ha dejado un trazo, aunque no sepa a qué sabe. De haber del otro lado de la hoja alguien, alguien recogerá su rezo. Recogerá su trazo y quizá será trazado. Escribir de ser así será escribir también un otro. Dejarlo escrito. Será difuminar una sangre que nació de una grieta en la yema de los dedos. Pedirá perdón cuando sepa que el mar no está ya limpio. Se sentirá un poco culpable de no saber pintar un arco iris. Sabrá de nuevo que hay destino. Calmará la pena luego con una frase corta, inflexible, circular. Escribir es como manchar el mar con una gota de sangre.


PÁGINA 11 – CUENTO

NECHI DORADO
(Lanús-Buenos Aires-Argentina)

DE AQUELLOS HUEVOS NACIERON LOS ESBIRROS

Golpea el mar el casco del navío
que me aleja de ti patria adorada.
Es medianoche; el cielo está sombrío;
negra la inmensidad alborotada…
Julio Flores

Dicen los ancianos, campesinos sabios que andan por la vida taloneando historia para mantenerla galopando, que en un lugar lejano donde no entra la mirada humana, el horizonte se junta con el cielo formando un pliegue. Dicen que es allí donde anida el amor y adonde van a llorar las patrias, en secreto, cuando son ultrajadas. Cuando el dolor de sus hijos se vuelve constante y la intolerancia se enquista generando ambientes de rencor e injuria.
Cuando la congoja se convierte en úlcera y la injusticia hace su nido desoyendo prédicas, fragmentando auroras, despellejando recuerdos que se niegan al repliegue.
Las patrias, por tener instinto de madre potenciado, sienten que todos sus hijos son maravillosos y los que no lo parecen tanto, es porque erraron el camino como si se hubieran soltado de sus manos a destiempo. O mejor dicho, porque se los arrancaron.
En la casi penumbra de una tarde que daba la bienvenida al trote apresurado de la noche, antes de resbalar por la pendiente de la sierra, una mujer morena de ojos hermosos, de mirada tan tierna como canción de cuna de una abuela, se acurrucó en el tronco de una palma de cera, su árbol preferido. A sus pies plegó sus alas un cóndor andino mientras la brisa se iba enfriando de a poco.

Dicen los ancianos que esa mujer, igual que sus hermanas, nunca está sola, que la tristeza acompaña cada uno de sus pasos cuando anda hurgueteado el arcón de los recuerdos, sin embargo, su sonrisa es como una luz de esperanza que no han podido asesinar. Eso es más
visible cuando las orquídeas estallan de color tratando de neutralizar ¡como si pudieran! otros estallidos que sacuden la tierra y la parten en mil pedazos y la dejan salpicada de trozos de vida que vuelan hacia otros rumbos donde no existe sendero de regreso.
El rostro de esa mujer está lleno de cicatrices igual que todo su cuerpo. Las heridas no lograron opacar su belleza así como tampoco apagaron el brillo de esos ojos tan negros en los cuales, el dolor, pareció encontrar refugio para siempre. Mantiene una relación estrecha con sus hermanas, el viento es cómplice para que sus voces trasciendan los límites que algunos hombres impusieron con la pretensión de mantenerlas separadas. Como cuando produjeron la ablación que a una, la convirtió en tres.
Uno de los dolores más grandes que ella siente es a causa de las diferencias que mantienen sus hijos, discrepancias que datan de mucho tiempo atrás, que jamás lograron conciliar y que cada día se torna más evidente.
Incentivando esa disgregación, la hermana también hermosa, la de los ojos que parecen pedacitos de color arrancados al cielo, la que pasa sus días en su búnker de acero, hierro y concreto, hace esfuerzos increíbles y no cesa en esa tarea macabra, despedazadora,
espeluznante.
Cuenta con la amistad interesada de otra mujer. Una que pasa la vida merodeando alrededor de un muro donde todos se desgarran en lamentos personales, en un turismo ombliguista, desde donde son exportados más lamentos.

La mujer, esa tarde casi devenida en noche, alisó con sus manos la túnica que vestía y en la que unos micos graciosos trataban de enredarse para hacerla sonreír. ¡Tan bella es cuando sus dientes asoman por esa boca de cuyos labios tibios mana el amor que mima a la vida!
La vida… Hablar de eso, allí, parece casi una incongruencia, su antítesis irguió su culto en una catedral de infamia programada.
Ciñó su cintura fina con una faja formada por tres franjas, una más ancha de color amarillo como el sol. La otra, azul, donde quedó atrapado el tono del cielo y de los mares, la tercera, roja. En esa banda ella guarda la sangre de los hijos que la defendieron de agresiones sin lograrlo del todo, hasta el momento.
En el hombro izquierdo lleva un escudo donde quedó grabada la memoria y que brilla dándole más imponencia a su figura de madraza brava incorruptible.
Una bandada de colibríes multicolores entrelazó sus cabellos renegridos formando dos trenzas, las que deslizándose sobre su espalda morena, fueron uniendo sus puntas formando la imagen de un corazón de azabache y terciopelo.
Rodearon su cabeza con una corona de orquídeas y flores silvestres, esas que nacen libres, que no necesitan cuidados especiales y se reproducen entre la calidez de la hierba, cerrando sus pétalos cuando el sol se desplaza hacia su covacha en el horizonte enlomado. Flores que perviven pese a las bocanadas de nubes que salen de las panzas de los helicópteros degenerando todo.
Pese al agente naranja y al glifosato.
Pese a las ráfagas de M61 que desangran la naturaleza dejando nuevas heridas en el rostro y en el alma de la Matria.

Ella mira los picos de las montañas y de sus ojos parecen escapar signos de interrogación, como si le preguntara al aire por qué causa cuesta tanto lograr que sus hijos dispersos vuelvan a unirse. Por qué tantos tuvieron que dejar su paisaje como postal estampada en el centro de los sentidos para ir a buscar refugio atravesando mares, tratando de alcanzar otra luz para protegerse de ese odio ancestral casi santificado, bendecido por el silencio y el olvido.
Bendecido por la insensibilidad de alguna iglesia donde un demonio travestido desalojó a algún dios que andaba distraído.
Esa noche, como todas, volvería su sueño recurrente. Sentiría nuevamente la risa de Jairo, de Juan, de Luz, de Yamile, de Mónica y de Enrique, de Iván y de Jorge Eliécer, de Manuel y de Raúl. De muchas Juana y montones de José.
Sentiría las voces rebotando contra los bananares saludándola antes de partir hacia sus trabajos o escuelas como hacían cada mañana hasta ser devorados por el tiempo, la distancia y la irracionalidad.
Sentiría la risa de los niños e imaginaría la de los que nacieron lejos, aunque ella conocía muy bien sus rostros sin haberlos visto nunca, porque las caras del desarraigo forzado, del transplante sin consenso previo, tienen los mismos rasgos deschavantes calcados en los poros.
Rasgos de adioses indefinidos que sepultan al abrazo y a las caricias.

Dicen los viejos del pueblo que ella nunca duerme pero sueña, que pasa las horas un poco acá, otro poco más allá. Dicen que sus ojos son tan poderosos que pueden ver tanto de día como de noche lo que ocurre en el norte y en el sur. Que no la mojan las lluvias ni la oscurece la noche. Que no la pudo matar el dolor por más fuerza que hiciera por lograrlo. Igualito que sus hermanas.
Dicen también que ella cambia sus gestos en el momento del recuerdo al que le dedica las últimas horas de los días, cuando el águila cierra sus ojos y al silencio lo rompen estampidos a lo lejos.
En su reminiscencia, la nostalgia se centra en el momento cuando su hermana envió a la serpiente a recorrer su cuerpo dejando huevos que cuando rompieron, dieron luz a espantos que se multiplicaron. Los bananos también allí fueron el tesoro codiciado que el reptil comenzó a arrancar para llevarlos, por la fuerza, hacia el coloso que se yergue a miles de kilómetros.
Historia repetitiva cargada de tristezas que hace falta mantener en movimiento para que nunca se olvide.

Chiquita nunca anduvo sola, escuadrones militares vigilaban que ella pudiera desplazarse a lo largo y ancho del territorio, como dueña impuesta a fuerza de balacera. Bastaba que alguien osara detener su paso enajenado para que ellos actuaran como marionetas irracionales, como lacayos despersonalizados que sólo saben cumplir órdenes inconscientes que también afectarían a ellos mismos y a sus familias.
¡Es que la baba de Chiquita se fue enroscando en la chatura de sus cerebros con precio donde pocas funciones se desarrollaron! Donde prevaleció el dinero y la ignorancia.
La primera tarea de la bestia fue la de desovar por entre las matas y los caminos para que de cada huevo fueran naciendo sicarios, asesinos a sueldo capaces de matar hasta los sueños. Esbirros de carne descompuesta.
La mujer recordaba aquella entrada sin esfuerzo que con el tiempo iría rasgando su túnica, desovillando terrores, acumulando pilas de desperdicios en que se convirtieron algunas almas. Demasiadas, muchas más de las que cualquiera hubiera podido imaginar o soportar.

Cuentan los viejos sabios que los hijos de la mujer que trataron de parar el paso de la serpiente, fueron devorados uno a uno. Que los productos del desove se reproducían constantemente, pero dicen también que hasta el momento no han podido cumplir todos sus deseos porque la esperanza se escondió, una tarde, en esa túnica que parece de nube, en el regazo tibio de la mujer morena.
Se escondió una tarde en la que ella se refugió en un ese lugar lejano donde no alcanza la mirada humana, donde el horizonte se junta con el cielo formando un pliegue donde anida el amor y adonde van a llorar las patrias cuando son ultrajadas. La esperanza no quiso abandonarla, se sintió tan protegida en su seno que nunca cedió el lugar perfumado por la brisa fresca del lugar.

Chiquita y su madre que hasta hoy observa todo desde la estatua, crearon ejércitos legales y otros que no lo fueron, aunque ambos actuaron siempre en concordancia, unos haciendo el trabajo desde una supuesta legalidad, mientras los otros eran entrenados por hombres que trasladaron los lamentos, contaron para la tarea sucia con el aporte monetario, ideológico, geopolítico, de la mujer desde el coloso donde la basura cae como si fuera un manto dantesco empuntillado de perversión y voracidad.

Dicen que todavía lo sigue haciendo, porque si bien Chiquita parece que se replegó, en realidad lo que hizo fue abrir paso a otras sombras apocalípticas. Fue limpiando el terreno, de respuestas nobles, para que otros huevos tan perversos como los que dejara, fueran abriéndose convertidos en génesis de los mercenarios.
Décadas de congoja vive hasta el momento esa mujer bellísima pese a tantas cicatrices.
Décadas de andar de un lado a otro sorteando cuerpos inertes.
Décadas de sentir gemidos de dolor, ayes sofocados en pozos comunes de tierra apuñalada que las huestes del crimen organizado cavan con impunidad por la túnica de la mujer.
Décadas de muerte, décadas de lucha, décadas de siembra de viudas y de huérfanos.
De lágrimas que brotan dejando ríos de sal sobre las mejillas de las hijas e hijos que no quisieron convertir al espanto en un amigo inseparable.

Dicen los mismos viejos que entraron por las puertas de la historia, que ven a la mujer sonriendo con la mirada en la selva. Que su ilusión quedó prendida entre el ramaje verde donde duendes de paz van labrando un camino muchas veces teñido de rojo sangre.
Dicen que esos duendes son los hijos preferidos de esa mujer hermosa, por eso son tan odiados por la otra, la entrometida, la que cuando ve felicidad aplica su veneno porque no sabe compartir dentro de su propio infierno escabullido en su sangre.
Está tan contaminada que su cercanía produce asco en aquellos que pasan cerca y hasta en los que se refugian en ella tratando de encontrar el sueño de las maravillas, que hasta el momento, nadie sabe muy bien donde se esconde.
En que recoveco inmundo de su vestido, escondido bajo cual de las estrellas que aprietan su cintura, inertes, sin vida, sin brillo, porque las instaló la fuerza cuando las arrancaron del sitio donde debían permanecer si esa mujer no hubiera sido tan abominable hasta para con los suyos.

La mujer morena acomoda tiernamente la corona de orquídeas que los picaflores tejieron antes de colocarla sobre su cabeza negra como la noche, sabe que los bananos fueron su desgracia. Pero sabe también que parió hijos e hijas capaces de dar su vida por ella, por su memoria y ese es el orgullo que aún la mantiene viva.

Dicen los viejos que hace poco tiempo, la mujer repugnante, la que convirtió su alma en concreto, la que no entiende de amor ni de respeto, clavó siete dagas sobre la falda espumosa de su hermana morena.
En cada daga dejó el germen de los cerebros corrompidos, hay baba de desprecio, hay zombis que sólo saben acatar órdenes que llegan desde tan lejos implantadas en un idioma diferente. El horror tiene la particularidad de hacerse entender de cualquier forma.
El horror unifica a la Babel, copia gestos, agudiza miedos, deshumaniza volviendo harapos lo que imagina pudieran ser respiros.
Desde esas siete dagas dotadas de la fuerza de cíclopes errantes, la mujer de la estatua puede controlar cada cosa que suceda donde sus hermanas tratan de amasar el sueño de sus hijos, de acunar el mañana, de amamantar el porvenir que de momento sigue desnutrido.

Dicen los mismos ancianos que en las noches de luna aparecen aquellos duendes en puntillas de pie, sin hacer ruido. Que salen a escondidas rasgando la impenetrabilidad del monte para cerrar cada herida nueva que se abre en ese cuerpo doliente.
Dicen que esas caricias tienen la magia de convertir cada herida en costurón de la memoria, que las dejan allí como para que nadie olvide que el cuerpo de su madre fue ultrajado por la serpiente repugnante.
Los viejecitos que suelen soltar la lengua cuando es preciso zamarrear al recuerdo, fieles custodios memoriosos de la mujer aindiada, cuando la noche se cerró completamente, marcando presencia y espantando a las sombras vampirescas, partieron rumbo al palmar para presenciar la escena trascendente del encuentro entre madre e hijos.
Allí estaban ellas y ellos, acariciando a la madre repitiendo la imagen de cada noche de luna lloriqueosa, mientras el sol se despatarraba en su lecho de horizonte tratando de olvidar los espectáculos macabros. Esos que se hacen gracias a la impunidad con que cuentan las sombras fantasmagóricas.

A lo lejos se escucha el grito destemplado de dragones escupiendo fuego entre el rugido espeluznante de motosierras desbocadas que van partiendo aquellos huevos de los que nacerán nuevos esbirros.
Los hijos que partieron con rumbo fijo y los que partieron hacia el eterno ¡qué sé yo dónde! agitan las hojas de las palmas para que cada lágrima de su madre se convierta en coraza que impida que la mujer muera del todo.

Ella sigue envuelta en su silencio un poco chasqueando arroyos, otro poco acunando ayeres; viendo el rostro descarnado de la muerte que se arrastra sostenida por marionetas, allí, donde sus hijos tratan de recoger fragmentos para poder recomponer la vida que contaminara la espesa baba de Chiquita.
Esa que ahora tiene otro nombre y que al mudar su piel por los caminos, fue dejando una estela contaminada que se espera no quede para siempre.
Terminan su relato, esos ancianos, dejando una sentencia iluminada
-Sólo los duendes podrán borrar esa huella cargada de veleidad disciplinante que llegó hace mucho tiempo para instalarse en la hoja de vida de esta madre.

Cerca de allí rompían otros huevos, de su yema voraz nacían más esbirros. Ella acariciaba el sol que en un descuido, sin que nadie lo viera, se metió por su bolsillo para alumbrar el recuerdo de tantos hijos caídos…


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

DOLORES ETCHECOPAR
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA ORILLA

ninguna palabra se acerca
pero mi caballo galopa en la sombra
deben estar allí los rostros las manos
debe estar allí la voz que levanta el agua de la mañana
debe estar allí el que canta adentro de las palabras
no voy a pedir auxilio mi caballo galopa en la sombra
es difícil saludar a los niños
cuando falta un sonido
el ladrón huyó con el Comienzo
y bellas mujeres se beben el agua de la verdad
tras ellas el rumor del pasto es un destino
ninguna palabra se acerca
bambúes miedo vidrios
mi caballo galopa en la sombra
entra y sale de la gran muralla
aquí falta un sonido
pero hay una luz de viajes antiguos
en el pelo de los toros
los hombres de este siglo ya se fueron
grandes pantanos murmuran sus nombres
hay un tambor oscuro en la orilla lenta bailarina
de mi otro cuerpo tu pálido vestido sin rumbo
tu hijo alzado sobre las fosas y las fronteras
falta un sonido
falta ese sonido
y todo será arrojado al mar
hasta que el mar se seque y amanezca


EL POZO

mi hijo no hace pie en el alba
tampoco hace pie esa ciudad donde estuvimos
ni el tren que iba a Berlín
ni los muertos que suben y bajan
la ropa de los vivos
nada hace pie ni la pobreza ni la risa
ni los ruidos feroces ni las luciérnagas
bajo el gran país que suelta la noche
digo unas palabras aparto a la extraña mujer
que se prepara en mi sollozo digo unas palabras
antes de que ella me enmudezca con sus fábulas
y su desmemoria
mi hijo no hace pie en el alba
el tren que iba a Berlín
los vivos que suben y bajan
la ropa de los muertos
nada hace pie
en el llamado
nada hace pie
en el silencio ese niño
nunca sabrá
por qué afuera de la luna
golpean a un viejo caballo


PERFORACIÓN DE LA EXTRAÑA VOZ

I.-

la mujer sigue agitando su vestido huérfano
en la milenaria colina
ya se dormirá con los pastos
y las hondas hormigas joyeras de la muerte
dijeron
nadie supo por qué quiso esa noche tan fría
cantar en el coro de los perros
nadie sabe por qué esa noche sin consuelo
ella estaba sentada
abierta en la parte inesperada de su alma


II.-

pronto ejecutarán al caballo
amable boca
pronto caerá la que camina
sobre los tambores de mi lengua
amable amable despeñada aurora
amable fuego
amable tú amable él
amable útero conocimiento estertor estrella
amable violencia flores marinas
amable ciudad verdor exterminio
la luna brota de las piedras estoy sentada
amables teorías cacareos valles
(alguien llora en la sala de música)
amable amable ferocidad
amables ustedes olvidados en un parque
donde la luz habla y habla con la muerte


PÁGINA 13 – ENSAYO

ROBERTO MANZANO
(Ciego de Ávila-Cuba)

EL DIÁLOGO INFINITO CON LAS AGUAS

Antes de que Cuba fuera, ya la poesía lanzaba el vuelo de sus ramos flotantes sobre las olas. En el inagotable vaivén de la desesperanza, de pronto los ramos flotando, el vuelo de unas aves que cruzan los mástiles en lo alto. Lo que vino por el sur, y lo que vino por el norte, y lo que se arrimó de todas partes, viendo las primeras líneas verdiazules en la distancia.
Y adentro, en la curva térrea, las venas del agua, dulces y frías como pieles de frutas líquidas, y los terrosos animales que se deslizan por las barrancas. Y el numeroso calor humano alrededor de las orillas llenas de espigas y garzas. Así, el que vino antes por el mismo fluyente sendero, en la noche se pregunta su oscuro destino. Sabe, desde su telúrica manera, su precaria estancia.
Viene el que viene, y ya está el que vino, y han de verse en el litoral estupefacto, los dos arribados, el metálico y el desnudo, mientras las mujeres y los niños miran de lejos, en el pórtico de la sorpresa y la inocencia. Y es la sangre en el polvo, el asesinato cometido por el que brilla en la luz del que se confunde con el barro sombrío de la arboleda.
Y el que vino con las muñecas apretadas en el vientre de la madera, condenado a morir en el borbotón de azúcar, supo del dolor sin límites del agua, de la degradación bestial del que en cubierta restallaba el látigo. Se combustionó en el fuego tremendo de una pena sin nombre. Se empozó en el corazón de la isla como un coágulo doloroso.
Siendo tierra como somos desde entonces, somos este polvo trabajado, como de imperio y señorío, en lidia callada con las olas, mientras los ojos se van en los impulsos del terral, en las resacas soñolientas o frenéticas, y otros ojos se quedan sin párpados dentro del turbión de hojas, mirando con mirada de piedra la infinitud del humus y el lagarto.
Y entre ambos tobillos, a la distancia de las dos cejas, el palo y el hierro, las armas de encontrados peldaños, sujetas a diversas gradas temporales, y el oro y el perro, y la cruz y el lamento, y el dolor de una tierra herida, llena de sangre y codicia, doliendo como un conflicto sin márgenes. El mar mira la escena triste, con párpados de arrecife sorprendido.
Aquí hemos fluido, inconformes y soñando, viniendo desde sitios terrestres muy contrastados, y hemos salido a pulir nuestra estrella propia, ansiosos de que tremole en lo alto, como la anunciación de una paloma en la intemperie. Y fue larga la travesía, viviendo adentro y afuera, mirándonos como brazos desperdigados, como una frente astillada.
Y crecimos denodadamente hacia adentro, como una manera de salir al concierto del mundo con la mayor dignidad, que es la libertad de todos. Y en esa entrada en la arcilla vegetal, en la barrosa rama de lo profundo, ganamos la estrella solitaria, pulida con manos negras, amarillas, blancas, cobrizas. Y la poesía supo acompañar siempre, como un ensalmo íntimo.
Y en el instante de mayor gloria, se encendió el mar, para quedar quebrados en la misma orilla del deseo, con las piernas quebradas, y a lo largo de la tierra la sacudida salobre interrumpió las grandes flamas colectivas. Vino una fuerza ajena a detener las olas con que nos marchamos siempre desde nuestro corazón hacia los brazos del mundo.
La poesía cubana es una avellana líquida, una campana ardiendo, un aeróstato yéndose constelado. Nace de un dolor, de una apretazón, de una nostalgia de lo distante. Abriéndose como un cotiledón de fuego, germina en el cielo, atravesando los litorales duros de la realidad. Entra en lo humano con su condición de paja manchada de barro, de huella en el asfalto, de copa quebrada y rehaciéndose en una espuma infinita.
Todo la poesía cubana, aun cuando hable de insularismo, lo que quiere es amanecer continente de luz, derramarse planetaria, conquistarse un sitio sin fin en lo celeste. Su vocación por el rompimiento de las márgenes es permanente, y le pertenece como un correr profundo de sangre, como un ritmo de identidad. Su insularismo es de raíz vivencial y mítica, pero tiene bordes que no pueden delinearse jamás, pues crecen de continuo como el aire cálido.
Los que entre nosotros han luchado con las aguas, que han odiado el mar o se han lamentado de esas espumas que nos circuyen, solo han expresado nuestra ansia de derrame, nuestra necesidad de propagación y realización verdaderas. Se quejan de algo que los constriñe adentro, lidian con un aherrojamiento interior, con una frontera en la misma entraña que nos suprime en lo que nos definimos mejor. Esa batalla de la poesía cubana contra las aguas no es más que la expresión de una ausencia real de plenitud.
El ser humano que la poesía cubana ha construido desde siempre necesita estar parado con dignidad suma sobre la tierra, y contemplar el agua no como un borde heridor, sino como una vía radiosa para saltar hacia el corazón del mundo. Y la poesía es siempre como el polígono imaginativo donde se alcanza la ausencia, donde se recobra lo perdido, donde se consigue por un instante la más íntima eternidad.
Aquí, en esta hermosa muestra lírica, palpita esa vena profunda, ese modo de dialogar con las aguas, esa infinitud de habla que exhibe nuestra angustia. Aquí están los testimonios de las pérdidas, las lamentaciones del silencio, las increpaciones y las reconciliaciones, la sostenida conversación de nuestro espíritu con los litorales de todo orden que nos han rodeado siempre.
Los que han reunido las voces han ensamblado con sabiduría catauro tan diverso, y la dramaturgia escondida de nuestra poesía más reciente asoma en la secuencia como una bordadura espiritual de nuestro ser. Y la poesía cubana parece decir, en lo freático, en lo sumergido de los tonos, que el sujeto de su imaginaria enunciación continúa, a través del coro multiforme, con alta calidad discursiva, el diálogo infinito que hemos entablado con las aguas que nos enemistan y enlazan.
La poesía es siempre el diálogo vivo, la brotazón de lo entrañable, la denuncia de lo que sucede en el silencio, la lucha contra lo real desde el sueño, la esperanza de que un mundo mejor nos habite definitivamente en el pecho. La poesía construye de continuo puentes aéreos forjados con las manos de lo íntimo, arcos de solidaridad que fundan en los individuos que la consumen el cónclave multitudinario y compartido de los deseos.


PÁGINA 14 – CUENTO

NEFTALÍ SANDOVAL-VEKARICH
(Belgrado-Zerbia)

EL ANGEL

Brisa que tras de sí deja la fragancia suave de un campo de jazmines. Imagen fugaz, lumen de magnesio que la refracta en los cristales de los almacenes de las grandes avenidas por donde deviene mi tránsito cotidiano, pasa de largo sin detener el paso, sin esperar el saludo inevitable del día de mañana, en la transparencia azul de su mirada se mide el universo entero, la eternidad de los océanos en una dimensión incognoscible, presente a pesar de todo desde el primer vagido. La noche estrellada es la diadema que ilumina su frente, su rostro tiene los mil y uno rostros de nuestros amores y experiencias, de nuestros llantos y risas, el juego de nunca acabar, a las escondidas, no hay rincón que pueda por siempre permanecer oculto y un día cualquiera, en un momento inesperado y temido, la diversión termina con el cansancio de los jugadores. Nadie pierde, ella sabe que terminarán reclamando las apuestas equitativamente disputadas y ganadas, a todos por igual la misma cuota pero no todos tendrán el mismo crupier meticuloso y prudente.

Está igualmente en la niña que silenciosa al pasar por mi lado en la calle me mira con amorosa curiosidad, con candorosa e inocente intriga. ¿Cómo me sentirá la niña en su mirada? ¿Seré un remedo de su padre que la levanta en vilo y la coloca sobre sus hombros para que pueda admirar el desfile y las carrozas de la primavera? o del joven abuelo que en los calurosos días de septiembre la lleva de la mano al parque a tomar helados, en la infantil búsqueda de un niño hace muchos años perdido en los laberintos de su soledad? o del hermano mayor que le enseña geografía e historia y le relata en las horas de reposo cuentos de princesas encantadas y príncipes enamorados de lo imposible. Vestida pequeña esperanza de verde que al crecer imitará la luz azul de los atardeceres, fíbula de un otoño luminoso en el manto de las vírgenes, su oscura cabellera ensortijada esconde mi melancolía, a través de los cristales de sus gafas de abuelita prematura sus alegres ojos me sonríen, me dan los buenos días del amanecer, como una aurora, huidizos vuelos de alondras por entre las tramas del sueño. En varias partes y varias veces la he visto. Me deslumbra su adolescencia y madurez al mismo tiempo, me aterra su hermosura, la del acero templado al rojo vivo, el sol y la luna hecha imprescindible abrazo de hielo y fuego. No me saluda, no quiere hacerlo todavía, me ignora dándome a saber que existo para ella, que hago parte de un itinerario de antemano concebido por expertos en hermenéutica y esoterismo, ajena de otra sombra sin el sol ésta no podría ser, si no fuera la energía de quien la proyecta ni tampoco cuando los lobos aúllan bajo la luna para espantar su propio miedo a la oscuridad de la noche, al combate impreciso de Aqueloo por recuperar sus cuernos. Hay indicios, dentro de lo más profundo de las angustias, de inconmensurables dimensiones que nos orientan desde los tórridos parámetros de lo inconsciente, como las gotas de agua que terminan siendo un río y éste una causa más en el mar.

Después de la hecatombe ha quedado el desierto, la avalancha de lodo niveló la ciudad hasta convertirla en una planicie, el silencio se prolonga en línea recta hacia la montaña más cercana, sobresale de un pequeño terraplén una pared pintada de rojo y azul, restos de lo que fuera una gasolinera. Un poco más adelante la terraza de un Centro Médico. Tímidamente empieza a crecer la hierba, uno que otro rastrojo, flores amarillas y blancas, el delicado tronco de un árbol que se empina por encima del silencio lúgubre, la piadosa incertidumbre de lo que es y no será. Tantas ilusiones, tantas vidas segadas bajo tierra. Lloro y rezo sin pronunciar palabra. Armero se llamaba la ciudad. Sin querer, sin proponérmelo he pensado en ella, en ese cristal azul de su pupila, en ese rostro aterradoramente hermoso con su imborrable sonrisa de hielo y fuego. Si quisiera precisar su vestimenta de anchas mangas y holgados vuelos me lo impide una insospechada cortina de humo, se difuma el color hacia espectros desconocidos que me traen la fragancia de un campo de jazmines y magnolias. Entre las gentes, calladas y taciturnas, que portan ramos de flores que arrojan indistintamente sobre el yermo, ella es una aparición trascendente que vuelve a perderse como la estela de plata de un pez hendiendo el agua

No hay luna más hermosa que la de Popayán en altas horas de la noche. Sentados sobre las grandes losas de mármol se afinan voces y guitarras. Altos cipreses bailan con el viento y besan el cielo. El amor será siempre eterno, el olvido puede ser solamente una rosa blanca o un cirio constante ardiendo a los pies de Nuestra Santa Señora. Después del camposanto las serenatas son para Ellas. No hay noches más hermosas y claras que las de Popayán. La luna es una gigantesca forja de plata. Detrás de los visillos adivino su rostro, álgida blancura del acero que contrasta con la oscura melena, incandescente y azul la vida en la mirada. Protegen las ventanas sólidos barrotes de hierro colado y sobre la superficie de una de las puertas, de los anchos portones de duras planchas de madera de roble, descansan leones y grifos de cobre en las inmensas aldabas traídas de Arabia.

Debo regresar, hay una mano invisible que me empuja suavemente hacia delante. El calor propio del fogón de una herrería bajo ese sol, tan cordial a ratos por la conversación de mi hermana y la compañía de la niña que, sin hablar, alegra los agobiados pasos sobre el asfixiante asfalto. "Eres tonto, dice, hazlo mañana temprano cuando aún no se han disipado las brisas de la noche". Mis lentes no estaban listos, la visita sirvió para que el optómetra identificara la visión de Paola, mi sobrina. "Debo regresar", le insisto a Lucy, en llegando a las puertas de la casa. "Allá tú, dice mi hermana, con este horno tan atroz, el camino es largo... Pero, ¿por qué? ... eso no tiene razón, puedes hacerlo temprano en la mañana". Comprendió finalmente lo inevitable, la premonición inherente a la conciencia de mensajes que se intuyen, órdenes secretas que se deben cumplir, como la canción de amor al pie de una ventana y la rosa blanca que se deja entre los barrotes, tácita esquela de los enamorados. Lamentar más la pérdida del vino no bebido que la taza rota, nadie puede quejarse por las cáscaras de los huevos que se tiran, sí por la mujer que dejamos partir sin un adiós, sin un abrazo, pero las veredas van en dos sentidos. Sabe por eso que me gusta caminar, que suelo regresar dando un rodeo, que amo el calor del sol, que raras veces busco la sombra de los árboles o de las altas paredes de los edificios alejados de si a grandes trechos de pasto verde entre sendas cubiertas de losas de piedra cuadrangular. Por las mañanas, al cruzar los prados todavía húmedos por el rocío, comparto el sol con los obreros que en las bancas de los parques refocilan la soledad con un pedazo de pan y un trozo de esperanza.

Regreso sobre mis pasos. Absorto, me sobresalta el imperceptible timbre de una voz de tonos imprecisos de agradable y cordial acentuación: "¡mire, señor!, la gente aquí sí que es muy amable, pero solamente me dan moneditas... ¡Vine por un tío que al parecer cambió de dirección, no tengo para el pasaje de regreso ni sé tampoco dónde podría buscar cobijo!" La miro. Tengo la sensación de estar mirando la eternidad a través de sus ojos que no tienen la transparencia azul del cristal, ni son negros sus cabellos y su serena belleza me reboza el alma como un vaso de agua helada en esa tarde tan canicular en que las chicharras han dejado de cantar. Discurre entre ella y yo un apacible río de montaña, una balada que acompañan los pájaros con sus trinos y el delicado llamado de los venados al crepúsculo. No tengo moneditas ni billetes pequeños. Nada es casual, solamente billetes de nominación mayor. Le doy uno de diez mil. Incrédula lo toma entre las manos, lo extiende ante sus ojos como un pañuelo de seda verdirroja y azul. "¡Ah!, dice entusiasmada, con esto puedo regresar a Armero!". No da las gracias. No tiene por qué darlas. Está muy feliz con el billete que no cesa de mirar. "Buen viaje", le digo, y sigo, pero hay una mano invisible que suavemente me golpea en un hombro, a los cuantos pasos doy media vuelta para saber qué ha sido de ella, pero no está, ha dejado con la brisa un fresco perfume de jazmines y magnolias. De pronto estoy alerta, esa sensación de eternidad me vuelve a rozar como la caricia de un ángel, de una mariposa en la palma de la mano. ¿Armero? La lava y el lodo hace ya más de cinco años que la borraron del mapa.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

MARÍA ROSA LOJO
(Castelar-Buenos Aires-Argentina)


Marchan por el camino invertido. Marchan con sus mantos en derrota y sus largos pies de animales viajeros, con sus báculos de obispos o de pastores y su mirada insaciable de sabios o comerciantes. Marchan. Y el campesino los contempla en la puerta de su choza, el campesino cuyo rostro es como un espejo, el de sueños perfectos que captan todas las conmociones de la tierra y los más leves anuncios estelares. Mira, sí, ya ni hombre ni mujer, con el sexo indeciso de las ánforas sin memoria donde se entrecruzan los cuernos del toro y los pechos tenues de las sacerdotisas, ofrecidos y velados bajo las túnicas. Y lo saludan como a rey o mendigo, y le arrojan limosnas u homenajes en las manos que no se extienden, en las manos que permanecen sobre las rodillas, como garras o joyas, con sus dedos de aurífice, con sus arrugados cartílagos de ave anciana.
Marchan por el camino invertido, como un desfile de tropas cuyo general es una cabeza cortada, cuyo general es unos ojos que la muerte o el sueño corrompen con insidias.

…………………..

Así es como conozco la mañana; alarmada por su cántico trémulo. Viene a darme lo que aún no soy, atravesada por exclamaciones y promesas. Es anunciante y sin embargo ya estima a los hombres como cadáveres; adorna los sentidos y barre las aldeas con su guirnalda múltiple y su gloria. El hijo de David aún no ha nacido. Veo el pequeño camino del campo por donde han de pasar los carros afanosos, pobres y alegres libélulas indómitas. Toda mi palabra es una gran torpeza, ducha en entrelazar visiones indecibles. Una raja de malvón, como un fruto prematuro, me quema las manos. Las maderas benefician el aire con su rigor nórdico y su calidad lustral y su dureza consolada por el oro que un donador arroja contra las puertas.

………………………………………….

Dios –dices- Dios (por decir algo, por decir nada): una palabra como una rosa importuna en la desgarradura más antigua del otoño, una palabra como un pozo insensato, una palabra que se destroza como la flor de una granada contra el sueño delicado, contra el sueño silencioso e inútil de tu garganta.


LA CANCIÓN

Han marcado la zona. Un círculo sagrado sobre tu cuerpo, para que vuelvas a escuchar la canción.
A tu espalda, el emisario ha colocado un mantel, alguien ha traído los platos y los vasos de un bazar abandonado, y el sencillo pan. Ellos se inclinan detrás, perdidos para tus ojos.
La canción te marea. Recuerdas que tu madre te la cantó al oído muchas veces, en las tardes azules. Ellos comen el pan árido, dividen las regiones de tu cuerpo. Las lágrimas de otro corren por tus mejillas. No estás en el lugar, no hay lugar. El emisario baja sobre tu rostro y lo besa. Te cubren con la sábana de los ausentes y ahora tu voz entona la canción recobrada mientras te dejan solo.


MASCARAS

Te rodean los danzantes, te aturden. Estás volando sobre el ritmo a la velocidad de una llama. Dentro de poco tu cabeza caerá y te nacerá una piel nueva. Te brotan en los nudillos yemas de árbol y en tu sexo sube un vello de lianas. Serás una selva y una casa de pájaros, en tu corazón crecerán torres mudas, sueños de catedral bajo las aguas. Quedarás detenida y habitada mientras los otros bailan, armados con sus rostros. Ya no podrás ser lo que fuiste y la felicidad te arrasará los ojos mientras las llamas ciegan las máscaras que giran.


EDIPO, REY

Te ha entregado la noche su semilla de dispersión, su olor de animal inútilmente en celo: miseria del que tiende una mano incesante y halla al despertar las palmas corroídas, las uñas ásperas de metal oxidado por lluvias infinitas.
Te ha entregado la noche su calor de sahumerio consumido, su vigilia de esplendor invisible perdida para siempre. Y no es la juventud, no, aquello que buscabas –buscarías- ebrio de nada entre las fauces de sombras. No es la madre, no, esa pobre vasija de barro antiguo –fragmentos confundidos a la orilla de las rutas impías, entre fragores y distancias-Es el alba, quizá. Adivinaste su racimo turbador de cimas blancas, no alcanzadas jamás, y el golpe de unos labios aéreos que podrían abrir tu corazón como la pupila de un niño. Pero has gastado ya todos tus días, y los días de quienes te amaron.
Avanzas solo, único y uncido a ese yugo invisible, animal de tres pies sobre el filo inocente de la mañana, el más terrible de los seres creados, temblor de un remordimiento en el recuerdo de Dios, desdichado insaciable, hombre.


PÁGINA 16 – ENSAYO

JOSE M. VALLEJO
(Toronto-Ontario-Canadá)

POESIA

La colonización española y portuguesa en América impuso los idiomas de uso corriente en nuestros días. El proceso colonizador cercano a cuatrocientos años dejó un amplio escenario de mestizaje lingüístico, étnico y cultural, donde el barroquismo es casi un signo de identidad producto del llamado criollismo. De ahí que los poetas y escritores, sobre todo después de las batallas de emancipación, se hayan visto enmarañados en dos mundos contrastados, el de la tradición continuista e imitadora de la península ibérica e inclusive de Europa y el de la ruptura en la búsqueda de un universo propio, singular y autónomo. La historia literaria contemporánea de fines del siglo XIX y hasta pasada la mitad del siglo XX (1970) trata de afirmar en Ibero América una personalidad autónoma, una identidad propia matizada por la inventiva como rasgo dominante. En la novela destacan clásicos del género como Rómulo Gallegos, Eustaquio Rivera, Mariano Azuela, Ciro Alegría, hasta arribar a la poderosa concepción novelística de Miguel Ángel Asturias (El Señor Presidente, Hombres de Maíz) donde el barroquismo iberoamericano se conjuga con el realismo poderoso de las costumbres, mitos y fantasías. Luego vino el “boom” donde el maestro de maestros Alejo Carpentier (lo real-maravilloso) inicia la gran polémica, no generacional de
jóvenes y viejos sino de corrientes, estilos y temática: Ernesto Sábato, Julio Cortazar, Juan Carlos Onetti; y por supuesto, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez mediante la consagración del “mágico realismo.”

Sin embargo, donde mejor se observa la ruptura con los moldes ibéricos y europeos es, sin duda, en la poesía expresada en palabras vivas debido a la estrecha vinculación con las ideas, las reflexiones y el pensamiento. Allí es donde nace la necesidad histórica de la trasgresión, el quebrantamiento respecto a cualquier modelo. Además, porque la novelística actual, salvo raras excepciones, constituye un producto del mercado, es la hechura comercial de las grandes casas editoras obedientes a la globalización neoliberal que alcanza también, de forma nociva, a los medios de comunicación. De esta mala suerte destaca en la narrativa la temática frívola, divorciada del ámbito social, presentándose los pasajes históricos no como principales sino como aleatorios. A la poesía de hoy le va peor porque tiende a desaparecer como si fuera un género literario pasado de moda. No obstante, en el pasado el lenguaje poético salvó la distancia y tiene todavía la misión de salvar el cuerpo literario iberoamericano, ahora con un retorno y una nueva ruptura. Después de todo la poesía ha sido siempre la llamada a enriquecer el idioma y como señaló en su oportunidad Carpentier, la lengua de un país determina la cultura y la sociedad: “un idioma es... el medio de expresión que ha sido perfeccionado, matizado durante siglos, por el alma de un pueblo. Traduce su carácter, sus recónditas aspiraciones, su idiosincrasia. Se afianza en la historia, en la literatura, en el patrimonio espiritual de una raza o conglomerado humano”. Y, también, agregaríamos, porque la poesía marca el derrotero del ser humano en el transcurrir de su existencia y de no ser así no estamos hablando de poesía, pues si el arte no responde a los signos vitales de la vida en el planeta, si no es una manifestación del movimiento, un efluvio del pensamiento innovador o un camino que conduzca a la acción, simplemente no es arte.

La poesía iberoamericana comienza a distinguirse de la matriz española-portuguesa a partir de 1880. Hay poetas muy distintos de esa época, aunque el común denominador entre todos ellos se ve signado por la animosidad contra la vida social existente y el aire presumido de ser los primeros en cultivar el lenguaje poético. De este irritado conglomerado de tradicionalistas, humanistas, románticos, realistas, parnasianos, salió Rubén Darío con un movimiento inconfundible, el modernismo; y en la historia literaria aparecen formando parte de este primer grupo “modernista” José Martí, Gutiérrez Najera, Julián del Casal y José A. Silva. Darío es el iniciador de la ruptura, es el poeta líder de la revolución artística en la lengua castellana impuesta en Latinoamérica, es el inspirador del verso libre o versos amétricos provenientes de las tendencias francesas que luego se alentarían con vigor desde 1920. Y si bien el poeta nicaragüense destina el esfuerzo fundamental a romper los cánones del lenguaje poético a través de innovaciones y restauraciones, cambios de acentuación, combinaciones métricas, rimas inesperadas, choques de sonido, esquemas libres, asimetría de estrofas, asonancias, consonancias y disonancias en juego pertinaz, no renuncia por completo al esteticismo (Abrojos, Rimas y Canto Épico, Azul); es con Prosas Profanas y Cantos de Vida y Esperanza (libro fundamental) donde Darío se abre a la poesía de tono reflexivo acercándose a la vida misma y su problemática de opulentos y desposeídos. En esta etapa de final de sus años, de regreso a la preocupación social e histórica, lo siguen Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez. Encuentra así la famosa generación del 98 el campo abonado; el camino a las vanguardias estaba abierto, pues Darío estableció una poesía diferente a la que había encontrado.

En pocos años la irrupción de las vanguardias poéticas iberoamericanas se torna cosmopolita. Fue un fenómeno rápido e impensado. De 1920 en adelante se entremezclaron estilos y tendencias, las innovaciones en el lenguaje poético son propias, características dentro de los marcos referenciales del romanticismo no abandonado del todo, realismo, modernismo, humanismo, indigenismo, simbolismo, surrealismo, ultraísmo, creacionismo. En este torbellino creativo, artístico-literario, surgen poetas de la talla de Gabriela Mistral, César Vallejo, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Octavio paz, Jorge Luis Borges, Nicolás Guillén, Mario Benedetti, Nicanor Parra. Y debido a este acontecimiento emergente, las vanguardias iberoamericanas constituyen un espacio y más que escuelas o istmos definidos por el estilo son nombres de poetas notables, donde el aspecto fundamental como señalara Huidobro, el único que intentó un programa, es pensar, crear, crear, crear, de ninguna manera copiar o imitar. Implícitas en este enfoque yacían: la crítica social, las raíces indígenas, la problemática producto del sistema de dominación en América Latina y los rastros dejados por el coloniaje.

Después de este período de buena poesía latinoamericana son pocos quienes intentan continuar la brecha abierta. La modernidad mal entendida encuentra en la poesía pura el escape ante el compromiso, el escape ante la problemática social, existencial, democrática, política e histórica; no existen más “Poemas Humanos” ni “Residencia en la Tierra” ni “Canto General.” En esa dirección la poesía no sólo se aleja de lo vanguardista sino se pierde en una especie de neocolonización europeizante, de copia e imitación, a los franceses, anglosajones, italianos y peninsulares. La falta de inventiva es fatal y la comodidad trata de instalarse por encima del caos dominante en la época o fin de la historia según Francis Fukuyama. Despolitización y negación de las ideologías hasta querer convertirlas en innecesarias o desaparecerlas. Terminada la “guerra fría” no hay necesidad de enfrentarse sino de asimilarse a la victoria de Occidente, de Estados Unidos, por ende rendirse frente a la alta tecnología, el mercado y la deshumanización. Los poetas actuales, salvo raras excepciones, aceptan de
manera pasiva este resultado, ingresando a la dispersión diletante del lenguaje poético transformado en purista, esteticista y vacuo; por consiguiente elitista, lugar donde el espíritu de vanguardia se ha perdido irremediablemente.

En el mercado globalizado la poesía no tiene posibilidades, no ingresa a ese lugar prominente porque posee la categoría de “artículo en desuso” u “obsoleto” siendo la proliferación de poetas sueltos un mal de nuestro tiempo, muy grave porque ellos se han refugiado en la academia, en las universidades o sobreviven en condiciones precarias en trabajos marginales y burocráticos. A esta situación se suma la ausencia de lectores, la falta de interés por una poesía que no llega a los sectores populares, de allí la nula atención o poca receptividad a la expresión oral de los poetas. No obstante, la poesía tiene un espacio, sigue teniendo la misión legítima del pensamiento en el presente, en la instancia de reivindicar su sitial, pues de ninguna manera puede considerarse liquidado el futuro, ni abandonarse la lucha por el cambio social porque esa renuncia significaría cavar la tumba de la literatura. Así las cosas nos encontramos en el umbral de un factible movimiento de retorno, de una confrontación con el pasado fundador de la autonomía iberoamericana del lenguaje poético iniciada con el modernismo de Rubén Darío. La poesía de cenáculo, de círculo de amigos, de poetas ávidos de escucharse a sí mismos, está condenada a desaparecer y con ella sus cultores encerrados en el cuadrilátero hedonista trazado por ellos mismos. Poetas quienes desean vivir reconocidos al margen de la realidad y eso es imposible.

Desde el punto de vista de la globalización la historia presente significa el desmoronamiento de la ideología, significa la negación del pensamiento; de ahí parte la necesidad de volver a buscar temáticas vinculadas a la realidad, a lo existencial del ser humano. Este movimiento de retorno al lenguaje poético representativo de lo nuestro, lo iberoamericano, no debe tener temor a las vanguardias ni rechazar la proyección hacia el futuro. Sin embargo, no se trata de recuperar un cuerpo insepulto ni de buscar herederos en las vertientes del pasado sino de engendrar una nueva criatura no sólo de estilos, ritmos, contenidos, sino de mensaje; se trata, además, de corregir la afectación a la función del género traída, como intento posmoderno, por la prosa poética o la narrativa poética, quehacer propio de las canciones épicas del lenguaje en detrimento de la tradicional poesía lírica. En conclusión, necesitamos retornar a los poetas pensadores como exigían Vallejo, Neruda, Eluard y Valéry. No apostemos por la extinción de la poesía.


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

MARISOL PATIÑO SÁNCHEZ
(Cuenca- Ecuador)

Libro: Alegorías en vuelo
Autores: Trino Barrantes Araya y Candelario Reyes

“Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte”
Alejandra Pizarnik.

En estos días las estrellas se han alineado de tal forma que por conspiración cósmica se han producido encuentros maravillosos e inesperados. Y no cualquier tipo de encuentros, sino aquellos que se producen a partir de la poesía. Uno de estos encuentros fue el recital de poesía llevado a cabo en la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica, organizado en el marco del último festival de poesía internacional. En este espacio poético, lugar donde todo confluye y todo es posible, me encontré con Trino. En este recital también escuché por primera vez a Candelario. Unos días después de este encuentro estos dos maravillosos poetas compartieron conmigo sus poemas y me pidieron prologar este libro.
Con la intención de empezar este prólogo con un epígrafe, releí varios poemas de mis poetas favoritos. Fue difícil elegir uno de estos. Me encontré con la agradable sorpresa de que todas y todos ellos habían escrito versos que se referían a los pájaros. Pareciera que para las y los poetas es ineludible referirse a estas maravillosas aves. Quizá porque las y los poetas al igual que las aves están constantemente desplazándose o migrando de un lugar a otro, no pueden permanecer en un mismo sitio, salvo para anidar. Las y los poetas como los quetzales no podrían vivir ni cinco minutos en una jaula. ¡Morirían! Quizá por eso los sabios mayas escogieron a esta mágica ave como su ave sagrada. Qué sería de las y los poetas sin el don de alcanzar la libertad de los versos, sin este don que sustituye la carencia de alas.
La poesía nos reúne, nos convoca, nos aproxima, nos invita a volar, pero, ¿cómo presentar un libro de poesía si apenas conozco a sus autores? Lo pienso bien y creo que la poesía también es una invitación a dejarnos conocer a través de los versos. Así que intento leer a través de los ojos de Trino y me encuentro con estos versos que como un código autobiográfico nos deja ver más allá de lo evidente: En cosas de pájaros/ mis ojos son un charco de alivio,/ ciénagas de cariño/ donde crecen los yerbajos,/ la hiedra y los hipocampos./ En las ramas de mi bosque/ se retienen las prisas del asombro/.
Los pájaros sobre los que Trino se inspira representan caminos pero también extravíos: mis pájaros son ilusión de caminos/ trayectos irreverentes/ donde transita el silencio/de las brújulas, /donde una gaviota es capaz/de dibujar el semáforo/de la memoria/ y los cuyeos con su disfraz/ de noches y de lunas/ nos roban el camino del regreso.
Candelario por su parte nos devela las pistas del vuelo de las aves que lo habitan y nos dice: su vuelo es una corriente silvestre de la seducción/, una parcela favorable a la emoción de los contemplativos/y demencial en la codicia de los depredadores.

Este libro es una invitación a abrazar entre verso y verso a nuestra Pachamama, a nuestra Abya Yala, con todo lo que hay dentro: aves, poetas, cascadas, carcajadas, candelitas de luz en la oscuridad, el dulce trino de la utopía, hipocampos, galápagos, sinsontes.
Parafraseando a Neruda, podría decir sobre estos poemas que tienen el sortilegio de lo que ha sido creado entre las cosas naturales, es poesía del pueblo que tiene ese sello de lo que debe vivir a la intemperie, soportando la lluvia, el sol, el viento (Prólogos de Pablo Neruda, 2000:107).

Debo decir que Trino y Candelario se encontraron en un mismo viaje, aún sin pretenderlo, o más bien debería decir se encontraron en un mismo vuelo, en la misma búsqueda insaciable por ese espacio habitado por los versos. Juntos son dos alas, como diría mi cantautor favorito “se vuela siempre en par”.

Estos dos poetas se encontraron en una conspiración cómplice para hacerle cosquillas con una pluma de quetzal a nuestra Latinoamericamada. Convocan al pueblo maya, inca, azteca, a todos los pueblos originarios para descolonizar la utopía y para encontrarnos allí, como dice Candelario, en: “el punto exacto/ donde detiene su velocidad la luz/ y levita el clandestino orden de la naturaleza. / Todos y todas estamos convocados a reencontrarnos en ese espacio donde todo se transforma, donde todo es posible y donde el cuido de todo lo creado por nuestra Madre Tierra es un salvoconducto para reconciliarnos con la vida.

Estos poemas, además, son una provocación para expandir nuestras alas para volar lejos de nuestras pequeñas muertes cotidianas, aún a riesgo de caer en nuestros propios abismos; una invitación a volar teniendo como única brújula nuestros deseos impostergables, o más bien nuestros deseos irremediables que se desprenden del simple placer de deleitarse con la poesía. Sin más preámbulos dejémonos seducir por estos versos-alas, que no son más que expresiones de resistencia contra la fuerza de la gravedad del tedio y el desánimo.
Creo firmemente que cuidar la levedad y la libertad de quienes habitan la tierra son otras formas posibles de resistencia y de transgresión frente a un sistema depredador.


PÁGINA 18 – CUENTO

MIRTA GAZIANO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

PROCURÉ

Hice el intento de no desperdiciar nada, buscando las mejores gotas de la lluvia, los venturosos vientos de cosecha, aboné con premura cada surco, cada huella, en cada estación de primavera, cuidé con recelo las cimientes, contemplé con cautela cada brote incipiente en el estío, miré el cielo de la espera alejando a predadores y alimañas,

Pero hoy no puedo a aceptar los resultados, no puedo comprender lo que estoy viendo.
Porque cuando asumí cuando supe que era igualmente responsable.
No escatimé esfuerzos ni cansancio.
No contaron las noches desveladas, ni las desnudas madrugadas aún despierta, tampoco las tardanzas ni el días y días transcurridos en los que solo importaban sus vivencias, y por nada de eso me arrepiento, solo dicha hallé y siempre esperanza, siempre dando más y más anillos de enseñanza.
Pero ahora, noto y sé que existe un antiguo resquemor, así lo siento.
Sé que hay cosas que ignoro y no comprendo, que seguramente se han dado en su momento y que no he percibido en qué contexto.
Sé, porque observo gestos y palabras y en tus ojos descubro alguna lágrima que procura esconderse mas no puede.
También descubro movimientos leves y miradas…
Pero es inverosímil no puede ni debe darse sitio al juicio y la condena, no se puede ni debe sin hablarlo, sin liberar de antiguas asperezas escondidas en el alma.


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)

TIRO DE GRACIA

este deseo tránsfuga del dolor
flor que se marchita como la manecilla en el reloj
ojo que se hunde en su propio mirar
agua que se ahoga en su propia transparencia
y la muerte que es hermana de la espera
me ata con cadenas de sueños a la dictadura del tiempo
donde mi sangre juega al salto mortal de los necios
en el circo de sirenas y sepulturas
donde el juego es ser espejo de los sueños
que escupimos al rostro del tiempo

FORMA DE HUMO

tengo el alma llena de esquirlas
porque Freud descubrió mis megalitos terribles
clavados en la siembra del horror de la finitud
porque
la mejor forma de medir la distancia
es empuñando los ojos cerrados
la mejor forma de vivir el horror
es mirar el fuego de los espejos
y la sangre en el camino de los cometas
la mejor forma de seducir la muerte
es atándola como al perro fiel de nuestros despojos

la mejor forma de amar el amor
es poseyendo sus carnes en los sentidos del viento
la peor forma de morir esta vida
es callar cuando confundimos el eco con la piedra

tengo el alma llena de megalitos
porque Poseidón ahogó mis arenas eternas
del mar que ahogó sus esquirlas en el deseo de la tormenta

¿POR QUIÉN LADRAN LAS CAMPANAS?

…las campanadas, no son todas iguales
las campanadas al amanecer son alas que escapan de la mañana
nocturnas son más oscuras que el silencio.
es diferente la historia que nos pregonan campanadas cercanas
a la que nos aúllan las campanadas distantes…
aunque repiquen la misma rutina.
un sentido de profundidad
su cimbrarse del metal se hiende en mis huesos
como escalofrío de luz

las campanas son copas y son cadenas
sus metales se trepan al cielo
tañer que escarba la tierra
algo que se escurre en las campanas
es un sudor lagrimoso
la luz y el frío fluyendo en el manantial de la oscuridad
el babeante hocico de los perros…

las campanas menstrúan el sonido.

ESTADO DE GRACIA

…me lleva el sonido por sus aguas rítmicas
lo que ha pasado en el día va quedando como silencio abandonado
el sentimiento cobra forma de espumas blancas e incandescentes
las cuerdas frotan el sentido de un largo camino a la frontera con la paz
los vientos ya no se transparentan ahora son las flamas en azul de la orquídea
y todo parece percusión en los cenitales del alma y la piel

…voy recorriendo una fuga y un adagio piano, pianísimo
el secreto de la bruma está aquí hundido en mi oído
la danza se aloja misteriosa y táctil en el profundo vientre de la oscuridad
donde las estrellas irradian burbujas de fuego y transparencias de manglar
en este sentido midiendo la lluvia con hilos de cristal
para este hombre silencio
esta mitad de cielo sueño de la espina clavada en la verdad
…las cosas con alma de demonio y mar hermanas del canto del calamar
caen como la hojarasca seca y tonta en las brasas hundidas en el pubis del mar
y el sonido arrastra en su vuelo las grutas de la memoria y el terrible aullido del futuro
por cuyo estrépito están entrelazados los tentáculos del dolor y las estrías del placer

…las cosas que hace la música tienen el alma y la precisión de la finitud
y el tiempo incesante pidiendo en todo instante rendición de cuentas
al interminable destino del caracol a este hombre mitad tiempo mitad reloj

…entre el placer y el dolor hay gemidos
en vórtice penetrado de enredaderas y cristal de lotos
la risa y el llanto trepan enceguecidos de palabras el vagón nocturno del tren azul
una locomotora con nombre de horizonte
traza las líneas de las distancias entre la melodía y la canción
el maquinista mira como la flor del humo retuerce
la raíz de la armonía en yerbas de nube y silencios de sol
y el hombre mitad piedra mitad sueño
escucha campanadas de violín vibráfonos de amanecer
de un poema sinfónico de lo que significa
escuchar los espejos cuando acarician las sombras fecundas de soledad

…el hombre mitad mirada mitad oído
anida en su alma mitad cristal mitad caracol
una nueva utopía para el amor…


PÁGINA 20 – ENSAYO

EDUARDO PÉRSICO
(Lanús-Buenos Aires-Argentina)

‘LA MUJER Y EL SEXO EN LA CULTURA OCCIDENTAL’, de James O. Pellicer.

Abarcar en un comentario bibliográfico lo expuesto en este libro de James O.Pellicer, un argentino residente en los Estados Unidos desde 1963, sería simplificar un trabajo que además de seriamente intelectual abarca detalles históricos inusuales en estas investigaciones. Desde el matriarcado en la historia primitiva, cuando la mujer fuera centro del clan y alrededor de ellas se formara cierta primaria organización social, al siguiente paso de predominio sexista y violento del hombre, - esa instancia de dogmática cultura sagrada en que la mujer pierde casi todo derecho- ellas fueron erigidas en origen del pecado. Y de ahí a los cánones modernizadores de la cultura occidental que confiriera a las mujeres derechos y equivalencias jurídicas similares al hombre, a veces muy retaceadas, pasó mucho tiempo. Y este siglo veintiuno no solamente exhibe multitudes con mujeres de rostros más o menos velados postergadas como personas, según acontece en regiones no muy exóticas del planeta, se suma el crecimiento del femicidio como crimen sexista y cotidiano. Ese retorno tribal o réplica de la dominación machista sobre las hembras, expresado con violencia, hoy por la acción de los grupos feministas recién conocemos más sobre los alarmantes crímenes de género en el mundo.

Con su documentado trabajo James O. Pellicer nos ilustra desde la Era Común, con la Venus Achelense, - una deidad femenina adorada varios cientos de miles de años antes de la sociedad patriarcal y dato inicial de la abstracción y el lenguaje primario de la especie humana- se demuestra una fértil tarea de investigación sobre épocas donde la mujer como expresión del poder cultural y religioso, no fuera considerada sierva del varón, señor y dueño de su cuerpo. Ya en el Antiguo Testamento el concepto de ‘esposo’ sería Baal, dueño, propietario, y ese Dios semítico se manifestaba entre varones y nunca en mujeres. Tan así que ‘algunos vigentes axiomas hebreos’ mencionarían ‘la bajeza del hombre es preferible a la virtud de la mujer’; y cuando al recuperar Sodoma los hombres quisieron abusar de los huéspedes de Lot, este le ofrece a sus hijas ‘que todavía no han estado con ningún hombre, pero no hagan nada a estos hombres que son mis invitados’. Una frase que según Pellicer no evitó que Lot continuara siendo un respetable personaje bíblico, como igual nadie desaprobara al Rey David, autor de los Salmos, por adueñarse de tantas mujeres y concubinas de Jerusalén al retornar de Hebrón.

La descalificación en la religión católica hacia la mujer en general no pareció preocupar a la feligresía femenina por ese papel secundario durante siglos, y recién en el Nuevo Testamento Jesucristo violó algunas reglas que especificaban la desigualdad de los sexos fijados por los esenios y los fariseos, y se mostró enseñando a las mujeres que lo seguían en una actitud inusual para la época. Y si al incluir a María Magdalena, Susan y Juana en su círculo íntimo se erigió en un defensor de los derechos de la mujer, al prohibir al varón despedir sin causa a su esposa evitaría que una mujer pudiera ser condenada sin juicio previo. Pero claro, él era Jesucristo y el autor lo distingue de otros que hoy asombrarían a cualquier practicante del catolicismo: La mujer debe portarse como Sara, obediente a su marido Abraham, a quien llama su Señor’( San Pedro: I 3: 1-6). Las casadas estén sujetas a sus maridos en todo porque el marido es la cabeza de la mujer’ (San Pablo, Efesios, 5:23-24), y luego el mismo Pablo dice ‘La mujer aprenda en silencio con toda sumisión porque no le permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Adán fue formado primero y después Eva, que se salvará engendrando hijos si permanece con modestia). I Tim. 2:11-15. Y siguen las firmas emitiendo opiniones tan machistas y descarriadas que casi sugieren una sonrisa los dichos de personalidades notorias de esa congregación religiosa, como la expresada por San Clemente de Alejandría, (150-215, Egipto) ‘La mujer debe llenarse de vergüenza por sólo pensar que es mujer’, similar en intención con lo dicho por San Agustín, el más grande escritor y Padre de la Iglesia, cuando asegurara La mujer no está creada a la imagen de Dios. Es siempre Eva, la tentadora, de la que debemos estar siempre prevenidos. No veo de qué utilidad puede ser la mujer para el varón si excluimos la función de tener hijos’. Y en cuanto el libro de Jaime Pellicer prosigue con muchísimas referencias similares, elegimos un renglón antológico dicho por San Pedro Damián, año 1007 al 1072, ‘las mujeres, trampas de Satanás, basura del paraíso, veneno del espíritu, espada de las almas, fuentes de pecado, ocasión de corrupción, prostitutas, cortesanas, cerdos’, una definición que acaso por tratarse de un hombre tan Santo al Damián no le fuera bien con las mujeres. Pero claro, tal vez por esas cosas…

El mismo Pellicer que considera igualmente respetable a toda religión y un asunto de absoluta incumbencia personal, entiende que algunas definiciones ‘sagradas’ en todas ellas no dejan de ser el mejor testigo de sus ideas en todo trabajo de investigación didáctica. En síntesis, otro estudio más, consustanciado y fundamental, de un escritor que nos sorprende con sus aportes documentales y la amenidad inusual para desarrollarlas. Y nos incita a debatir sobre la mujer en la historia, esa cuestión que los sectores del Poder ocultaran durante siglos. Sencillamente dicho, hablamos de un libro magnífico y oportuno.


PÁGINA 21 – CUENTO

PILAR DUGHI
(Lima-Perú-1957/2006

AVE DE LA NOCHE

Estoy como un búho en la oscuridad al que aún no le llega la hora del canto. Entonces es agradable observar la tranquilidad de un hogar en el silencio de la noche. Ver los restos de la cena sobre la mesa del comedor, el vaso con algo de refresco, la servilleta arrojada con displicencia sobre la alfombra, la ropa de la jornada abandonada entre los muebles, como quien ya se cansó de ordenar los trastos del día y deja la tarea para mañana. Sentirse parte de este mundo de cuadros, espejos, ceniceros, cojines, sin aparente conexión, colocados sólo para vestir un espacio desnudo, pero a los que el desorden transforma, haciéndolos íntimos, familiares. Es cómodo estar sentado en esta penumbra de la sala, quietamente, dominando el paisaje humano y escuchando la música tenue en el dormitorio de al lado.
Habitualmente en días como éste, estoy aburrido y suelo alquilar películas de video. Busco cuatro o cinco del mismo género, si cabe llamarlas así, especialmente, las policiales de intriga y suspenso. Y a despecho de quienes piensan que no es igual que verlas en el ritual del cine, de la gran pantalla, con sus butacas rígidas y la vigilia solitaria de los espectadores, yo me olvido de ello y me concentro en las imágenes, que ciertamente, no siempre son nítidas, pero a fin de cuentas lo que me interesa es el argumento. Vivimos demasiado aprisa para imaginarnos el proceder de los hombres. No hay tiempo para ese estado de contemplación, que hacía que los antiguos pudieran representar su propio cosmos interior y también el de los otros, adquiriendo los conocimientos necesarios a través del ensayo y el error. Ahora nos dan el entretenimiento y la información directamente, sin cavilación ni esfuerzo. Una de las últimas películas que he visto, está basada en una historia real que ocurriera en una pequeña ciudad de Rusia llamada Rostov.
Un joven médico forense, recién destinado a su puesto de trabajo, recibe el cadáver de una mujer asesinada y hallada bajo tierra en un campo de cultivo. Animado por una intuición especial, le pide a su ayudante que rastree el lugar. Al poco tiempo encuentran cinco cadáveres más, muertos en iguales circunstancias. Todos tienen signos inequívocos: golpes en la nuca, numerosas cuchilladas de trazo oblicuo en pecho, abdomen, y extrañas mutilaciones. Algunos de los muertos son niños. Ante el horror que despierta en la población el sorprendente hallazgo, el médico forense es convocado por el Consejo del gobierno local y expone el caso. Por el estado de putrefacción de los cuerpos, los asesinatos se han producido en diferentes períodos comprendidos en cinco meses. La disposición de los cadáveres en un perímetro espacial circunscrito, hace sospechar que el homicida conoce la ruta y los linderos solitarios del pueblo. El procedimiento de la muerte coincide con una técnica metódica utilizándose al parecer, el mismo instrumento en el conjunto de casos. El criminal no es improvisado ni impulsivo. Diríase más bien que se trata de un personaje controlado, que no actúa por provocación. El médico forense solicita contactarse con archivos internacionales de criminalística, computadoras para organizar la información y hombres para iniciar una pesquisa general, porque está convencido de que se trata de un asesino en serie. El secretario del partido comunista le indica que nada de eso es pertinente y mucho menos, posible. Termina la sesión y el declarante se retira. El jefe de la guarnición militar, sin embargo, cree en él y lo apoya. Lo nombra eufemísticamente, Director de Investigación de la Unidad de Asesinatos.

En los siguientes meses se suceden varios crímenes, con idénticas características. Sin auxilio técnico, sin recursos, con apenas algunos hombres que lo ayuden, el médico forense inicia una paciente búsqueda. Examina los lugares en donde se han enterrado los cuerpos, interroga a familiares, imagina trayectorias y recorridos. Las notorias diferencias de edad y sexo, le hacen sospechar que el criminal no tiene preferencias especiales al estilo de Peter Kürten, el Vampiro de Dusseldorf, quien cometió su primer crimen a los doce años, empujando a dos amigos suyos a las aguas del Rhin. Hombres, mujeres y niñas se sucedieron indistintamente en su prontuario policial. Su procedimiento sin embargo, fue irregular. Alternó modalidades de estrangulación, degollamiento, cuchilladas mortales e incluso la agresión a martillazos en más de catorce asesinatos. La mayoría de víctimas habían sido maltratadas físicamente antes de ser muertas. El médico forense deduce que el homicida que investiga es diferente al desordenado Peter Kürten. Debe tener inicialmente una conducta amable, capaz de conducir a la gente hasta el paraje adecuado, con la técnica de Petiot, el cirujano que actuó durante la segunda guerra mundial como agente de la resistencia francesa. Atrajo gentilmente a numerosas personas que huían de la persecución nazi, prometiéndoles pasajes hacia la frontera. Utilizó para sus sesenta y tres víctimas, el mismo método: las adormecía con una inyección letal y las colocaba en una habitación observando su agonía a través de una mirilla. Posteriormente cremaba los cadáveres. El médico forense, poco a poco, llega a tener algunas certidumbres. Por razonamiento inductivo, yendo desde las pequeñas pruebas e indicios hasta imaginarse al sujeto sin rostro, está convencido que el asesino no actúa bajo presión. Al igual que Petiot, sus actos son coherentes, la repetición, su característica. El agresor busca a sus presas en la estación del tren, lugar poblado de jóvenes que están de paso, niñas viajeras, muchachos en busca de empleo o mujeres prostitutas. El médico forense realiza un registro personal y cuidadoso de la estación. Él mismo tiene que entrenar a los pocos gendarmes que le han asignado, rogándoles que no usen el uniforme tradicional, alertándolos para que aprendan a observar y descubrir cualquier comportamiento sospechoso. Los asesinatos continúan y las noticias llegan hasta Moscú. El criminal actúa con libertad, se debe sentir dueño de la situación. Es entonces, cada vez más peligroso. El cuartel general de la KGB envía emisarios, pero lejos de ayudar en la investigación, obstaculizan el derrotero seguido hasta el momento, identificando pistas que resultan posteriormente falsas. Numerosos sospechosos son detenidos, pero los cargos no son probados. Después de nueve años de infructuosa búsqueda, la situación política en la Unión Soviética cambia. Cae el antiguo estado y se constituye la república de Rusia. Muchos viejos líderes son removidos de sus cargos, y el antiguo jefe de la guarnición militar es ascendido a general.
Con energía, promueve al médico forense y le proporciona personal y apoyo administrativo para iniciar la búsqueda más grande de un criminal en los anales de Rusia. Ambos dirigen personalmente el caso. Las muertes se elevan a cincuenta y dos. Comienzan a vigilar ostensiblemente la estación principal, y dejan intencionalmente, con una custodia disimulada, pequeñas estaciones en la campiña. Un día, se identifica a un sospechoso. El hombre ha sido visto en una estación pequeña con las ropas manchadas de barro y un maletín de mano. Interrogado por el policía camuflado de civil, confiesa haber ido al pueblo cercano a pie. El vigilante duda, la aldea está demasiado lejos, así que anota sus datos. El médico forense revisa la información como lo ha hecho pacientemente con docenas de sujetos. Algunas caras se han borrado con el tiempo, otras permanecen en su memoria. Conoce al tipo que fue detenido como sospechoso muchos años atrás, pero liberado por presión del gobierno local por ser miembro del partido. Pocas horas después, doscientos hombres peinan el bosque y hallan el cuerpo desfigurado de una pequeña niña. El asesino no ha aprendido de la experiencia. Desde hace algún tiempo, se preocupa de alterar la configuración anatómica de la estructura facial y en ocasiones elimina las huellas dactilares dejando las manos desolladas. El acusado, obrero de una usina cercana, casado, padre de familia, es capturado y confiesa sus crímenes sin resistencia. Antes de conducirlo al cadalso lo interrogan exhaustivamente. El médico forense ha entregado mucho tiempo de su vida a la persecución de éste hombre. Durante años se ha hecho una sola pregunta. ¿Por qué?, ha imaginado a un psicópata de reacciones tranquilas, sin escrúpulos, sin sufrimiento ni indulgencia, viviendo lo que a mediados del siglo se llamaba incapacidad moral.
El hombre de Rostov no es diferente a las descripciones habituales que la literatura señala. Los criminales en serie parecen poseer determinados patrones de conducta. Está el muchachito de un elegante barrio de Ohio, siempre simpático y emprendedor con sus vecinos, cuyo rostro esquivo rodeado de cabello graso, sería identificado más tarde por la televisión mundial, como Jeffrey Dahmer de Milkwaukee. Asesinó a diecisiete jóvenes y adolescentes, guardando pulcramente sus restos en la nevera de la casa. John Gacy de Chicago, era más bien un gordito de edad madura que se vestía de payaso y animaba entretenidas fiestas infantiles donde probablemente recolectó a sus treinta y tres víctimas. En muchas oportunidades son simples padres de familia, como Albert de Salvo, más conocido como el estrangulador de Boston, quien después de estrangular y violar a su duodécima víctima, llegó a su casa, jugó con sus pequeños niños, preparó una sopa de verduras con apio y zanahorias, y después de acostarlos, se puso a ver TV. Por lo general, los indicios, están hábilmente ocultos y las coartadas sustentadas en una vida social apacible. Puede tratarse de nuestro compañero de carpeta en la escuela, o el vecino que se despide todas las mañanas de sus hijos con un beso en las mejillas. En un momento determinado actúan como si tuvieran un demonio en su interior. Por eso tal vez necesitan vivir de manera contraria a lo que realmente sienten, mostrándose extremadamente agradables y simpáticos. ¿Los móviles?, he leído tanta información al respecto, que puedo afirmar que los investigadores no están claros si se trata de conductas antisociales con rasgos genéticos, o alteraciones del desarrollo en contextos culturales de gran violencia. Ni siquiera los estudios retrospectivos con gemelos idénticos y criados en medios sociales diferentes, han podido ilustrar mayores precisiones. En fin, ¿cómo saberlo?, no tiene importancia. Porque cuando se descubre a una de estas mentalidades ya es demasiado tarde. Ted Bundy fue ejecutado en la silla eléctrica, sin determinarse si sus víctimas fueron treinta y seis o cien mujeres como las evidencias parecían demostrar. Se piensa cada vez más, sin embargo, que se trata de una adicción. No a una sustancia, sino a una vivencia singular buscada reiteradamente como una droga. Una experiencia del mal. Estos sujetos son extraordinariamente hábiles para soslayar riesgos, desarrollando una gran sensibilidad para no dejar el menor rastro. Ello oscila, extrañamente, con cierta omnipotencia paradójica que los conduce muchas veces a errores fatales. En algunos casos dejan intencionalmente, pequeños datos o pruebas construyendo un rompecabezas, impulsados por el placer sádico del riesgo de ser descubiertos, o bien, simplemente, cuentan algunas de sus historias especialmente a los incrédulos. Tienen calibrada, en cierta forma, la fina relación entre mal y goce, ese estremecimiento fascinante que provoca en sus oyentes, la afición por la historia del crimen y el relato policial. Si el médico forense de Rostov hubiera sido un hombre de espíritu más libre, podría comprender, vívidamente, por qué estoy esperando que esa mujer apague su luz.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

WILLIAN GEOVANY RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ
(Purificación-Tolima-Colombia)

SUSTITUTOS
Muchos sacian su angustia
en los ojos del huracán
y dentro de la incertidumbre se aproximan
hacia el final
donde el día ya no pestañea
y la noche muere sin su pan

DESDE LAS PUERTAS DEL MÁS ALLA

Alguien toca la puerta del más allá
para descender desde la otra orilla

Allí encuentra su propia sombra
palidecer junto a la luna

De regreso a su morada
la luz le concede otra salida

REINOS

Desde las profundidades de los reinos
descubro mi caballo de viento
ante el máximo creador
y me hago transparente como el cristal
para no dilapidarme con las almas del infierno

EL ROSTRO DE LA GUERRA

El rostro de la guerra
tambalea con los desmembrados

Las flores de la desgracia
hieren como nunca
dejan en el murmullo
una profunda incertidumbre
y oscurece el arte de los que aún sueñan preguntándose
por el misterio de la creación

¿Somos principio de una creación que se olvida de sí
mientras inventa la existencia?

LA DAMA DE LAS TINIEBLAS

La dama de las tinieblas presencia su propio funeral
en el ocaso del día
ninguna de las carroñeras se acerca a despedirla
prefieren custodiarse con el silencio
saben que si no lo hacen jamás volverán a despertar


PÁGINA 23 – ENSAYO

CARMEN BARRIONUEVO
(Punta Alta-Buenos Aires-Argentina)

BORGES Y LOS DONES

La falta de la visión en Borges marca un paralelismo con Groussac, quien como él, fue administrador de miles de millones de palabras, tatuadas en fibras de añejos árboles y plantas transformadas maravillosamente en papel; con tinta proveniente de metales, semillas y animales marinos.

Guardadas en pequeñas unidades de conocimiento que, prolijamente ordenadas en gigantes estantes e iluminadas tenuemente con miles de lámparas, esperan la visita de los amantes de las letras para deleitarlos con su inobjetable contenido.

Borges, como Groussac, camina por la biblioteca de los sueños cómo podría caminar por la biblioteca de Alejandría, destruida vaya a saber si por obra de los musulmanes, cristianos, egipcios o romanos; o tal vez por la intolerancia de todos ellos, que a través de los siglos renace una y otra vez en las sociedades de los distintos confines de nuestra vapuleada Tierra.

Como el Rey Midas y su inútil oro, así se siente Borges rodeado de tanta riqueza y nada de luz. Y ya no sabe si es él o es el otro o sin son los dos, que deambulan en la oscuridad con los dones alicaídos, aceptando dignamente los designios de Dios, mientras el sueño y el olvido se apoderan de sus recuerdos y sus vacías miradas.


PÁGINA 24 – CUENTOS BREVES

J.M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

HEGEMONÍAS

Todo pasa por los libros del contador, donde se registra hasta los días que estuvo con alergia. Sabe que sus bienes le permitirían vivir tres o cuatro vidas más, pero no le importa eso. Sí le preocupa que ayer –en una visita que hizo sin avisar- su campo del oeste estuviera todo anegado de aguas del arroyo. No supo si gritar o insultar al Altísimo. Al llegar a su casa, sí, inició una demanda al Servicio Meteorológico Nacional y otra a las autoridades de la Defensoría del Pueblo.


Ejerce el principio de autoridad, como gallo en su gallinero. Y no claudica ni cuando, en una rebelión de los obreros, le quiebran las dos piernas y debe continuar dando órdenes desde el incómodo asiento de una carretilla.


El índice mayestático habla más que cien palabras. El índice que ordena y distribuye. Y el que niega, cuando de un ascenso o de un aumento de sueldo se trata. Eloísa lo conoce desde muy niña, cuando él, por perder un billete de lotería con premio que ella quemó inadvertidamente, le vació un ojo y le introdujo el mote de tuerta para toda la vida.


Las vestales abandonan el templo y entran en un supermercado. .El horror se pinta en los rostros y no hay un romano que no piense que se acabó el fuego eterno-Sin embargo, pocas horas después ellas retornan con los aceites necesarios, reencienden las llamas y juran que, por un siglo, no necesitarán volver a salir.


Boris Strogonoff acaba de ser sepultado en el cementerio de Moscú. Sin vestimenta alguna, desnudo como llegó al mundo. Anastasia llora sin lágrimas. Y el pequeño Alexander no le suelta la mano. Todo está cobijado por una neblina espesa, que los tubos de un órgano lejano tornan más enigmática y fría, aún. Detrás, detrás de un árbol, está la otra. La que no tiene reclamos que hacer. La que lo amparó sin pedir un céntimo. La que hoy, precisamente hoy, será desposada por Fedor.



PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

MARTHA JACQUELINE IGLESIAS HERRERA
(La Habana-Cuba)

ESPERAS INSEPULTAS

"Cuando moriré, yo olvidaré pues a mi hijo (…) ¿Quién puede olvidar,
quién?… si yo lo enterrara claro yo puedo olvidarme, aunque sea
llevando florcita, aunque sea llevando velita, claro yo puedo olvidar,
pero cuando no recojo nada, yo pienso: "parece que está preso acá en
el cuartel, parece que está sin comer, parece que está sin cama, está
en un rincón, cada noche está sufriendo". Así estoy, así pienso, así
pienso”. (Testimonio de una madre de hijo desaparecido)

Nadie lo sabrá nunca.
¿Cuántas puertas golpeaste al borde del camino
cuando la noche, en mal presagios grávida,
iba transida de búsqueda y ausencia?
¿Y adónde te llevó el afuera?
Si no a volver vencida –derrotados los ojos-
sobre tus propios pasos.
No hay cuerpo que llorar.
Tampoco brota el llanto cuando escarbas la fe.
¿Quién tañe en el paso del que parte
el signo de la muerte?
Besos líquidos gotean de tus labios
como antes el calostro de tus pechos.
Salvaje la ternura que cala los párpados al viento.
Vuela un pájaro y tu recuerdo vuela:
tirados por doquier yacen los segundos de tu última visión
gimiendo sus endechas,
braceándole el tránsito a esta suerte.

Nadie lo sabrá nunca.
La que dice tenerte apenas va contigo.
Es fuga que esculpió –a corte de uña- el tiempo.
¿Acaso es ella la que azoga de un golpe tus entrañas
para poder hallarse cuando tu cuerpo clausura
las lunas de sus noches?
¿Qué voz se alza por ti?
¿Qué rumores son esos que te tapian en vida
bajo un lecho de sombras,
que ofician el oscuro temblor del desamparo?
No. Tus ídolos te amparan en un ruido mayor.
En lenta procesión migran más allá de las cifras
los ritos de la espera;
y un toque de tambor sutura la herida donde corren
al pie de los desvelos,
tus miserias.
Con ese mismo aliento de atizar el carbón
le das un boca a boca a la esperanza
y sacudes el polvo de tu adentro.

Nadie lo sabrá nunca.
La vigilia echa raíces en tus pies,
mientras tus ojos le miden la altura al horizonte
con la azalea de un recuerdo.
¿Qué tanto permanecer en duda libera de tu pecho
jaurías de temores?
¿Cuánta agua cambiaste al vaso que le guarda
la súplica a tu aliento?
No hay lápida en tus ojos, ni muerto que llorar.
Solo un grito tendido con hilos de silencio,
en la espera insepulta al dorso de tu llanto.
Apenas eso.


PÁGINA 26 – ENSAYO

JULIO CORTÁZAR
(Bruselas – 1914 / Paris – 1984)

HAY QUE SER REALMENTE IDIOTA PARA...

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que, de a ratos, hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va buenísimo. Lo triste es que todo va malísimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.
Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforescente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es más que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho
muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y
entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con lo que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.


PÁGINA 27 – CUENTO

IRMA VEROLÍN
(CABA-Buenos Aires-Argentina)

ÓVALOS, CÍRCULOS, RECTÁNGULOS

Yo iba a cumplir seis años cuando guardaron en un hermoso cajón roble oscuro el cuerpo de mamá. Un cuerpo que medía un metro cincuenta y cinco centímetros y que había tenido por costumbre calcarse en la ficticia profundidad de algún espejo.
Sin haber sospechado que, un año después, cajón y cuerpo se confundirían, fragmentos de ese cuerpo, encarcelados en óvalos, rectángulos o círculos me parecieron espectáculos lamentables: rodeada por el escenario al que le daba la espalda, aparecía la cara, sobre un torso con las piernas amputadas y a veces sin brazos. Pero más lamentable aún era cuando mamá se distanciaba de su propia imagen, con la intención de caber entera en aquellas formas geométricas. Entonces su cuerpo en el espejo adquiría dimensiones insignificantes y yo necesitaba tocarla, aunque más no fuera para comprobar su verdadero tamaño.
Lo mismo sucedía si la observaba desde el comedor. La veía pequeña, allá en el patio: una estatuilla que alguien apoyó sobre una planicie de baldosas ocres o una muñeca articulada descolgando fantasmas dormidos de la soga. Detenida en la puerta del comedor, yo le hacía señas con cualquier pretexto para que, al acercarse a mí, mamá fuera creciendo.
Supongo que desde el principio tuve problemas con el tamaño de las cosas. Es posible, sin embargo, que nadie lo haya notado hasta que entré en la edad del parloteo. Como al hablar confundía los diminutivos con su opuesto, entre comentario y risas familiares, a nuestra enorme casa la llama casita.
-Casona- me indicaba mamá.
-Casita- insistía yo.
Mientras conservó sus paredes sin el menor adorno, nuestra casa me pareció todavía más grande. Paredes como sábanas con almidón, mamparas de sal o lienzos asustados. Así es que yendo de una habitación a otra, creía caminar por un sueño vacío de acontecimientos. Si mirada hacia el frente me topaba a cada instante con aquel blanco; de allí que de tanto en tanto, para no cansarme, bajara los ojos hacia el parqué oscuro, casi negro. Mamá se empeñaba en enseñarme a hablar bien. Yo, por mi parte, sin saberlo del todo, me dediqué a entretener su injusta viudez resistiéndome al aprendizaje. No adiviné que ella iba a renegar del ascetismo decorativo, ya que muy pronto nuestra casa perdería su simulación de lugar sin límites. Eso sucedió exactamente el 26 de julio de 1952. Aquella noche, a las ocho y veinticinco, mamá apagó la radio que estuvo prendida desde muy temprano, bajó al sótano y subió cantidades de espejos para cubrir con ellos las paredes.
Espacios en los que nada podía ser atrapado del todo, iban a diseñar recortes, desbarajustes, sorpresas sobre las paredes peladas. Mamá en punas de pie con un martillo en la mano. Mamá abrazando una dimensión que, al ser movida, cautivaba escenografías móviles. Mamá ocupada en una tarea nocturna, que volvió insólita una de las tantas noches de un solo invierno. Ella se fue a dormir, cansadísima –los espejos, con ese algo impávido que los caracteriza, ya colgaban de las paredes. Yo no, no pude dormirme. Encendí lámparas y arañas: de pronto la luz. La luz rebotaba como una pelota de goma de pared a pared. Por los pasillos, en rincones tramposos y en ahora majestuosas habitaciones, tantas veces me vi en un sueño donde había únicamente una chica de cinco años, que quise despertarme para escapar de la monotonía. Sentí miedo de que los espejos pudieran descolgarse y de que, luego, apoyados en el piso, reflejaran el cielo raso. Inmóvil, sin chistar, padecí con la amenaza de encontrar el blanco de las viejas paredes tirado por el suelo. Afortunadamente eso no sucedió. Pasé la noche entera mirándolos de lejos. No me acerqué a ninguno, porque ya intuí que el defecto de los espejos es que no tienen forma humana.
Por fin amaneció y los espejos copiaron la luz del sol con abrumadora lealtad. Eran unos farsantes. Aquella mañana mamá los inauguró uno por uno probándose ropa. Los ojos se le alargaban y las escotadas soleras le ampliaron, durante todo el día, la sonrisa. A partir de ese momento se le hizo costumbre. Permanecía horas contemplándose con un raje de calle, dos anillos en cada mano, pulseras tintineantes y opacos sombreritos de fieltro. O, en todo caso, con espectaculares trajes de fiesta, elegidos después de observar revistas que brillaban vidrieras que brillaban y mujeres ociosas, arrogantes, que desfilaban por salones interminables. De modo que aquellos trajes de fiesta también brillaban: habían sido pensados para la noche.
De la cantidad de espejos repartidos por la casa, mamá aseguraba no tener preferencia por ninguno. Creo que mentía. Entre todos, el que estaba en su habitación frente a la cama, al lado del ropero, debió tener mayor importancia que los otros. Como ninguno quizá haya servido para que ella pudiera sentir más real su propio cuerpo. En él, además, aparecía su cara de recién levantada. Por otra parte, después, en la época del camisón definitivo, se convirtió en una especie de diario y personal certificado que le atestiguaba a mamá que aún estaba viva. Aquel espejo llegaba hasta el piso y superaba la altura de cualquier persona y tenía algo distinto a los restantes, ostentaba prestancia y desgano a la vez, como las mujeres que mamá deseaba imitar. No recuerdo su forma, pero sé que fue el único ante el cual mamá apareció desnuda.
La mujer gorda llegó tres días después de que mamá se pusiera el camisón definitivo. Quién sabe si realmente era gordura lo que traía en las caderas, en la panza, en las tetas, esa mujer. Tal vez su gordura fuera mera apariencia, debida a sus chillones vestidos floreados. La verdad es que desde la tarde en que llegó a casa, arrastrando una valija que daba lástima mirar por lo estropeada, la llamé “mujer gorda”, sin haberme detenido demasiado a observarla. Puede que, también, la galopante flacura de mamá me impulsara a elegirle ese nombre. Llegó cuando terminaba la siesta con un atuendo en el que se mezclaban los colores verde, fucsia y amarillo en un estampado que imitaba exóticas especies botánicas. Se paró al lado del ropero e hizo su primera recomendación:
-Usted, señora, se queda donde está. Nada de moverse.
Mamá, tendida en su cama, le contestó “sí” a regañadientes. Oí los pasos de la mujer gorda que producían ecos en la escalera y enseguida vi a mamá levantarse con movimientos rituales y caminar hasta el espejo. Los ojos fijos allí, en ella misma: un cuero que nacía en el ruedo del camisón definitivo, repleto de cascarones bordó, y que culminaba en la melena desgreñada, de pelos secos, furiosos.
Los vestidos de la mujer gorda me sugerían montes tropicales, olores agrestes, jardines suburbanos con enanitos y cisnes de yeso. Los de mamá, escena en la proa de un transatlántico o en una sala, donde a un piano le arrancaban sonatas de Beethoven. Con descaro se paseaban los de la mujer gorda, entre espejos y restos de pared. Los de mamá, en cambio, estaban ocultos ahora en el ropero.
En un abrir y cerrar de ojos, mientras mamá repetía quejidos del otro lado de la puerta de su habitación, la mujer gorda organizó el nuevo funcionamiento de la casa. Una noche me dijo:
-Tu mamá va a estar un tiempo fuera de casa. Conmigo todo va a andar sobre ruedas aquí. Te recomiendo que te portes bien.
Más tarde, antes de mandarme a dormir, me hablo de ciertas fatalidades, de ciertos viajes, del ancho mundo, del dolor. Me habló apresuradamente y con un tono de voz monocorde, lo que me llevó a pensar que se lo había aprendido de memoria.
A la mañana siguiente vi cómo le pusieron a mamá una bata, cómo mamá fue subida a un coche, cómo el coche atravesó el Pasaje de la Puñalada, y también la mano de la mujer gorda que cerraba la puerta de calle.
Cuando recordaba a mamá, ella siempre se me presentaba disminuida sobre la chatura del espejo y con el cuerpo fragmentado, por supuesto. Para mal de males, en mi recuerdo mamá permanecía estática. Rojo fogoso en los labios, una mano en la cintura, las caderas hacia delante. Si su cuerpo cobraba movimientos, los gestos, las poses, parecían de pantomima. Sólo reflejándose en el espejo, el recuerdo de mamá poseía cierto rigor de verdad.
Además de las tareas rutinarias, a la mujer gorda le gustaba quedarse apoltronada enano de los sillones del comedor. A veces me miraba interrogativamente; en otras oportunidades se quejaba de que yo no hablara con corrección o me resistiera a beber la leche con nata. Y, lógicamente, detestaba los espejos que ella cubrió una mañana con sábanas blancas.
-Sabanitas-dije yo señalando las paredes.
-Sábanas- corrigió ella.
Pero algunos meses iban a transcurrir hasta entonces. Entre tanto la mujer gorda me llevó a visitar a mamá. Viajamos por calles estrechas en un cascajo llamado “taxi”, negro y rechinante, en el que el vestido de audaces tonalidades de la mujer gorda resplandecía como una luciérnaga sobre los asientos oscuros. Descendimos aparatosamente de aquel coche. Esta mujer no ha viajado nunca en un taxi, pensé, debe creer que es una carroza. Mil recomendaciones me dio antes de cruzáramos pasillos revestidos con azulejos del color de los trajes de novia. Por eso creí que estábamos ingresando en un palacio.
La habitación en la que el cuerpo de mamá se extendía sobre una cama, cuyo respaldo parecía una reja pintada de gris, era penumbrosa y tenía olor a humedad.
-Necesito verme- me imploró mamá en secreto.
Su delgadísimo rostro le volvía saltones los ojos negros. Cuando palpé los huesos de sus manos se me cruzó la imagen de la nervadura de las hojas. Le contesté:
- ¿De dónde lo voy a sacar? Aquí no hay.
Ella empezó a reírse a carcajadas, demasiado fuerte. Dijo que me equivocaba. Su boca grande por la flacura, deformada por la risa, acaso entumecida, el aleteo de sus manos, llenas de nervaduras de hojas, se destacaron más que sus ojos. La mujer gorda me sacó a la fuerza de allí. Desde el pasillo continué escuchando a mamá que, a los gritos, pedía verse.
En casa, la mujer gorda sacó del ropero sábanas sin estrenar y las fue apilando arriba de la mesa.
-Vamos a necesitarlas antes de lo previsto- me comentó.
Cuando volví a encontrar a mamá en la misma habitación penumbrosa y húmeda, descubrí en su frente la nervadura de las hojas. La mujer gorda tuvo que dejarnos solas, porque una enfermera la había llamado con esa voz a ras del suelo que tiene la mayoría de las enfermeras.
-¿Lo trajiste?- me preguntó mamá.
-Sí, lo traje.
Me alejé de su cama, apoyé la espalda contra la puerta y de uno de los bolsillos del pulóver saqué un espejo que tenía el tamaño de mi mano. Calculé que la cara de mamá pudiera entrar perfectamente en él. Hubiera querido que la pieza fuese más amplia como nuestra casa para alejarme más, para que su cara pudiera caber en mi mano.
-Te traje un espejote, mamá, un espejote.
Ella se reía a carcajadas, pero de repente dejó de hacerlo y, con un tono bajito de voz dijo: no veo nada, no veo nada, mientras extendías los brazos queriendo alcanzar el espejo. Las nervaduras de su frente se abultaron, yo tiré el espejo, que al chocar contra el suelo se descompuso en montones de formas distintas, transparentes y delgadas, como la baba que a mamá se le estaba escapando de la boca. Después, cuando mis carcajadas interrumpieron la calma del horario de visita, el vestido de la mujer gorda, asomándose detrás de la puerta, me pareció un obsceno adorno forestal.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

LAURENT CATRICE
(Bretaña-Francia)

1-
Si por acaso cogieras la hoja
en una arruga de la sábana
donde la rosa se estremece
sobre la nieve
todo entraría en la cama :
la tierra y sus volcanes
la pampa y sus bisontes
y el rumor de los mares


S’il arrivait que tu cueilles
la feuille au pli du drap
où la rose frémit sur la neige
tout entrerait dans la chambre
la terre et ses volcans
la savane aux éléphants
et la rumeur des océans.


2-
Por la dulzura de tu costado
por los besos serios de las niñas
por la ternura alada de sus manos
guardo en mi una lámpara de alegría

Par la douceur de ton côté
par les baisers graves des enfants
par la tendresse ailée de leurs mains
je garde en moi une lampe de joie.


3-
No llames a mi puerta
la poesía se cierne sobre mi
es el instante de la mayor fragilidad

No vengas esta noche
tengo vasos de luna tan quebradizos
que ahuyentarías mis mariposas.

No entres en mi jardín
los bosques ocultan demasiados secretos
Lejanas bengalinas blancas
allí juegan a la gallina ciega.

¡ Oh ! ¿ Porqué no viniste ?


Ne frappe pas à ma porte
la poésie plane au-dessus de moi
c’est l’instant de la plus grande fêlure

Ne viens pas ce soir
j’ai des vases de lune trop fragiles
tu ferais fuir mes papillons.

N’entre pas dans mon jardin
les bosquets cachent trop de secrets
des échappées d’écharpes blanches
y jouent à la main chaude.

Oh ! pourquoi n’es-tu pas venu ?


4-
El verano se adelanta.
Mis dedos se pierden en las matas
cogiendo las frutas por racimos
por racimos de racimos.
Ya los pájaros picotearon la mitad
los granos rojos se me escapan
y caen.
Ya se aleja el verano
tu amor se desgrana entre mis dedos.


Voici que l’été s’avance
Mes doigts s’égarent dans les groseilliers
attrapant les fruits par grappes
par grappes de grappes.
Déjà les oiseaux en ont picoré la moitié
les grains rouges m’échappent
et tombent
L’été s’avance
ton amour s’égrène entre mes doigts.


5-
Con la zarza con la ortiga
la misma piel sensible.
¿Por qué cambiar la zarza por la ortiga?
Saborea los frutos salvajes del otoño.


Avec la ronce avec l’ortie
la même peau sensible.
A quoi bon quitter la ronce pour l’ortie ?
Goûte les fruits sauvages de l’automne.


6-
No fui la alta hoguera clara
que desearas quizás
sino leña de roble
que pusiste en tu hogar
y mi brasa atravesó la noche
calentando tu mañana

Tan poco bastaría
para que la llama volviera
alta y clara
pon en el fogón tus miedos, tus escorias
unos papeles, algo de leña seca
y otra velada nos va a esperar
apretados como dos tizones.


Je n’ai pas été le grand feu de joie clair
que tu aurais voulu peut-être
mais bûche de chêne tu m’as mise au foyer
et ma braise a traversé la nuit
réchauffant ton matin.

Il suffirait de si peu
pour que le feu reprenne haut et clair
mets dans l’âtre tes peurs et tes scories
quelques papiers, un peu de bois sec
et une autre veille nous attend
serrés l’un contre l’autre comme deux tisons.


PÁGINA 29 – ENSAYO

WINSTON MORALES CHAVARRO
(Neiva-Huila-Colombia)

LA FEALDAD DE LA BELLEZA

Rimbaud, el niño terrible de Francia, hace más de doscientos años advirtió: “senté a la belleza en mis rodillas y la encontré amarga”.

La belleza es por antonomasia amarga, agregaría yo. Después de saborear sus ambrosías, luego de beber de un sorbo sus sustancias, sus néctares, sus licores, la belleza se torna como esos jarabes que nos daban en la infancia; acaso el catártico repugnante, nauseabundo con el que se amenazaban de un tajo a las lombrices y a otro tipo de parásitos.

La belleza, diría Dostoievski, “no es sólo una cosa terrible, sino también misteriosa. Aquí el Diablo lucha con Dios, y el campo de batalla es el corazón de los hombres”.

Nada más terrible que lo bello, nada más siniestro, más perverso que aquel (o aquella) que conoce su belleza y se ufana y jacta de ella. La belleza perfecta (o nuestra noción de ella) es la de un cadáver; sólo es absolutamente agraciado, perfecta y tristemente bello, quien no razona, desconoce su belleza, sus atributos físicos y espirituales.

Por eso, Narciso fue bello hasta el momento precedente al acto de mirar su rostro en las aguas. Una vez supo lo que poseía, se volvió amargo, razonó la belleza, la elevó al rango de categoría. Entonces, dejó de ser una belleza fresca, natural; se volvió objeto, producto, mercancía. La belleza no es tan bonita como la pintan. Casi siempre va de la mano de la vanidad y la sedición.

Pocas veces he conocido a un feo vanidoso (No creo que además de feo, ignorante). No obstante, conozco el caso de muchos feos –y de eso doy constancia mas no fe- que hacen menos fea su belleza con una buena conversación, un perfecto sentido del humor, un gusto desmedido por cosas más trascendentales.

Muchas veces, la belleza no necesita de nada más: es bella y con eso le basta. Después se arroja sobre los laureles. Pese a esto, existen incontables excepciones. Sé de muchos ángeles –a pesar de lo que dijera el poeta Rilke: “Todo ángel es terrible”- que se revisten de un excelente sentido del humor (para mí no hay un atributo mejor en una mujer que el buen sentido del humor), son mejores conversadoras, inmejorables amantes, grandes bailarinas, gozan de una agudeza sin par que desbaratan-desbaratarían a cualquier “macho”, y, para colmo de males, son suspicaces, veloces, dignas hijas de Palas Atenea, la de los ojos de lechuza. Entonces la belleza se vuelve peligrosa –además de bonita, inteligente, diría un amigo que ostenta el epíteto de misógino-.

Nada peor para la suerte de un hombre que una mujer inteligente (esto sobrepasa cualquier belleza). Y es muy fácil –gracias a la catarsis femenina- que sean muchas las que estén por encima de los hombres. Nada más fácil para una mujer moderna que estar por encima de 87 kilos de músculo y ausencia cerebral. El hombre se ocupa de muchas cosas banales –una de ellas, perseguir mujeres agraciadas a la usanza del modelo occidental-.

La inteligencia, ese otro tipo de belleza, escasea, no es tan frecuente. Y si bien es cierto que la inteligencia, en sociedades machistas como las nuestras, resulta tan peligrosa como la desnudez de una doncella, prefiero ese tipo de belleza, esa belleza centrada en la palabra, en la crítica, en la reflexión. Nada mejor que una mujer que lo haga reír a uno, nada mejor que aquella que sorprenda con suspicacia y elocuencia –no sólo bibliográfica sino también musical, vivencial, humana, amorosa-. Esas son las mujeres dignas para un buen viaje –ojalá el de la vida-, las mujeres que no estarán detrás de todo gran hombre sino delante de él o, por lo menos, a su lado.


PÁGINA 30 – CUENTO

SILVIA LOUSTAU
(Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

DUERME, DUERME.

Duerme, duerme, canturrea, su voz desafinada, bajísima.
Canta y lo acaricia. Bajo su peso se ablandan los bultos de un delgado colchón.
Duerme, duerme.
Oye las cornejas, disparando, ya se ha acostumbrado a esos ruidos, desde que se fueron a vivir allí, a esa quinta alejada., con su techo de tejas españolas y las puertas pintadas de verde.
Duerme, duerme.
Esa mañana lo había puesto en su canasto de mimbre, en la galería, que jugara con los colores del sol. Sus piececitos se curvaban bajo la liviana manta celeste. Ella lo miraba cada tanto, mientras proseguía su tarea tecleando en la Rémington.
Se inclinaba a besarlo.
-Capullo nacido de nuestras sangres, pensaba, pasándole el índice por
las mejillas.
Capullo, pensaba, él la miraba, parecía guardar el mensaje en sus ojos traslucidos.
Tenés los ojos de tu papá–le dijo.
Sentada en un sillón bordó, gastado, lo acunó, le dio el pecho. Las manitos acariciaban la teta y ella sentía un río de dolor y gozo. Sentía en su interior el amor y la violencia más salvaje. Sería capaz de derribar de un golpe a cualquier intruso, cualquiera que osara entrar en la casa, despertar al durmiente.
Duerme, duerme.
Anda de un lado para otro en la casa. Pone flores silvestres en un jarrón de bronce. Pela manzanas y las vuelve puré con miel para el niño.
A veces, por la noche, escribe un nombre en el vidrio de la cocina. O dibuja una estrella.
Cuando los mirlos lanzan alto los anillos de su voz, se levanta, lo lleva a la cama amplia y lo alimenta. Sus pechos efusivos lo alegran. Saldremos a pasear por el bosquecito de pinos, observaremos como todo enrojece.
Caminando cantaban al hijo, los dos cantaban.
Vagábamos como el pastor y la peregrina-imagina.
Duerme, duerme.
Duerme- dice- deseando que el sueño descienda como un plumón. Deseando que la vida retenga sus rayos, convirtiendo su cuerpo en un hueco tenue y allí duerma el niño.
Duerme- dice- duerme, verás los ojos de tu padre, cuando los míos ya estén cerrados.
Duerme, él retornará con trofeos, los pondrá a tus pies.
Son luciérnagas rojas- le susurra- Pero, duerme, duerme ¿sabés?afuera las agujas de los pinos ocultan las estrellas y las estrellas se mueven y las hojas están quietas. Asombradas.
Piensa en el día siguiente. Como un mantra repite: iremos a la granja de don Luís, a comprar pan, huevos, leche y miel. Leche y miel. Leche y miel.
Acomoda la espalda. La cortina enrojece. La cortina empalidece.
Duerme, duerme.
¿Vendrán más niños, más cunas? Días de ver crecer el vientre, latiendo. Días de perder la mirada en los castillos del fuego ardiendo, ese olor a resina, ligándose perfume del tabaco negro de él.
Duerme- susurra-es sólo el rumor del viento, voces rotas por el viento.
Shhh, silencio, escucha, es sólo el suspiro de los campos.
Duerme, duerme.

Aúlla la madera de la puerta.
Los taconeos.
Los gritos.
Duerme, duerme y lo acaricia, allí en el fondo de la bañera.
Duerme.
Se hace noche.
Para siempre.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

ANA MARTÍN PUIGPELAT
(Madrid-España)


ALEXANDERPLATZ

Cortar el cielo y abrir una brecha a algún apóstol,
este es el este sin neuronas,
una amalgama de centro comercial, hoteles y raíles de trenes y tranvías.
Cosas de la modernidad.

Habito al este de mi cuerpo
bastantes manzanas más allá de mi horizonte,
pero el poema nos une en esta plaza
bajo la torre de televisión que no para de girar
como el carrusel del me quiere-no me quiere.

La estratagema de ser centro neurálgico,
el estigma de la literatura,
todo lo que se sueña y cuando existe
acaba resultando inabarcable.

Se conocen unas cien formas de cruzar la plaza,
para abarcarla toda hay que sucederse en las seis puntas de un copo de nieve,
-la unión de dos cuerpos exactos-
o comerse una naranja, gajo a gajo, sin ser atropellada.

Conozco unas cien formas de sonreír
pero aún no aprendo nada de mis manos.


ZWEI

A veces me interrogo en el pasado,
si es tarde para comenzar,
si todos los estratos que nos cubren
nos habrán reducido a lo probable.
Debajo hay un pasado mitológico,
un periodo de bonanza,
imperios sin sentido y un par de guerras,
-como otros llevan gafas-
la música y la lista de suspensos.

Trabajo duro el diccionario,
buscándole la hembra a la madeja,
al martillo hidraúlico y al software.

Yo quisiera despertarme algún día por el cielo,
compartir fracturas de sueño y exudados.
Morder entre sus nubes mi estructura.

Ya tiene datos la letra para crecer en sangre
y derramar relojes.

Esta ciudad me desespera,
me desespera la prisa
y cada día corro más hacia el encuentro.

Desde cuándo una y una
-femenino-
se convierten en dos.


POTSDAMER PLATZ

Toda la luz se esconde dentro de un marco.
A su alrededor,
la imprecisión de las cosas.

Así la memoria instala puentes
donde jamás hubo arroyo ni presencia.
El bofetón del aire.
Ventanas de emergencia para nunca volver.

Soy de la estirpe de los perdedores.
En mi tierra se crían rascacielos
con abono de exterminio.

El verbo pasa
y construye un mundo vivible en las aceras,
salvando la raíz en femenino.

Y yo, como un perro leal,
cada día frente a esta ventana,
por si se le escapa algún cartílago de los ojos.

Luego, la luz se apaga.


UNTERWELTEN

Aquí domina el miedo.
Aquí todo está oscuro.

[esto es algo que he escrito ya más veces]

Reconozco su cuerpo con el olfato,
una suerte de huesos y palabras
gestando en armonía una cadencia
de leves movimientos,
un mundo pequeñito hecho metáfora,
el país de la belleza.

Aquí se acumula la humedad
y el destino impalpable de los monstruos.
Aquí estamos seguros.

Me acerco, acerco mis manos, mi ceguera,
compruebo el dulzor de sus costuras,
sus hombros por donde transitan todas las redes tensadas hace años
por si caen las acrobacias del olvido,
el plexo solar en el que duerme aún la herida
y la niña abandonada y algún naufragio.
Sin llegar a la cintura
nuestros cuerpos se enlazan
y aprendo de su cansancio,
de sus temores, del perfil de su deseo
y de todas las pérdidas acumuladas.

Aquí no llega el viento,
apenas se oye nada si no hay bombas,
sólo el correr lejano de algún tren.

De pronto vuelven las luces,
los cuerpos se separan de arrebato
y el guía sigue sus explicaciones
tras las disculpas.

Aquí ha vivido el tiempo
y una vida entera en un minuto.

Mantiene su mano en mi costado
diez segundos por encima de la luz.


TOPOGRAPHIE DES TERRORS

De la bayoneta a la bomba atómica
quizá sólo tuvimos momentos más sofisticados:
ganchos de carnicero o gas en botes de medio.

Al amor, curiosamente, no le encontrarían
ni solución ni alivio.

Hoy, en el descampado de atrás
se me ha clavado una esquirla de 1943
por eso avanzo más a lo lento.
Mi madre, entonces, tenía 5 años
y la esperanza de vida de una mosca adolescente,
cuando los campos sustituían árboles por horcas
o césped por vías de tren de carga relativa.

La esquirla tiene un trozo de menorah,
asoma inevitablemente en mi talón y confunde sin querer al transeúnte.

Un nombre, mientras tanto, desliza su mirada por el río,
esa mirada terca y dulce al mismo golpe,
contenedor de alfabetos infinitos.

No se escucha el quejido de mi herida.


TRÄNERPALAST

La memoria y Shostakóvich
paseando centroeuropa.

Todavía queda alguna cabellera con el color de las bombas,
o el olor de cien estallidos amargos
en el temblor de la cicuta.

Los violines arrancan tibios
y su sonrisa me recuerda
el vigilar de la nieve a la invasión.
Sé que esconde una pena tan antigua
que se pierde en olvidos.

Debería coger la U2 hacia Ruhleben,
volver hasta el principio,
a los primeros compases de una lágrima
para comprender por qué nuestros cuerpos
no se solapan
o por qué yo no quepo en el catálogo
de sus decisiones.

Ahora Shostakóvich ordena
que me arranque el alma
toda la cuerda.


PÁGINA 32 – ENSAYO

CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Valle del Cauca-Colombia)

ESTETIZACION DE LA CULTURA

III

Se cree expresar el espíritu el tiempo, cuando
no se hace sino reflejar el del mercado.
Lasublimidad ya no está en el arte, sino en la
especulación sobre el arte.
Jean Francois Lyotard.

La des-sublimación del arte también se manifiesta en la cotidianidad masiva y no sólo en el artista. Las masas proceden casi con la misma despreocupación y desfachatez ante los productos artísticos; su capacidad de transitar hacia el otro lado del espejo y ver el revés de lo real, se limita por la inmanencia de una desencantada fenomenología de lo inmediato. También aquí se des-responsabiliza al público de su necesidad de exploración, aventura, asombro ante lo inexpresable, lo innombrable, frente a la magia de un aterrador espacio-tiempo inalcanzables pero posibles de tocarlos y dominarlos gracias a la imaginación poética.
O quizá dicha ilusión ensoñada ahora la encuentre el público en su más vívida inmediatez, lo que quiere decir en la escenograficación de sus happening cotidianos, en la moda, el cuerpo, la música, el baile, la publicidad, la pantallización mediática. De ser así, se habrá logrado que la pulsión del arte, ofrecida sólo a unos cuantos "elegidos", salga a flote y se construya como posibilidad para "todos". Sin embargo, y he aquí la diferencia, se democratiza no tanto lo intenso subversivo como sí el espectáculo; se estetiza la catarsis, el éxtasis y la rebeldía controlada (vg. los conciertos de Rock y Rap programados y organizados por la oficialidad en los parques de las ciudades) más no la fundación explosiva de presencias poéticas. Al no fomentar la necesidad de impulsar la vida hacia otras esferas, la capacidad sensible del público se reduce a ser conciliadora y colaboracionista con lo establecido, limitando su capacidad de pedir ese "algo más" que exigen los desesperados/desesperanzados.
Arte y estetización efímera sin las preocupaciones metafísicas por su permanencia. "objetos puramente decorativos de uso temporal" los llama Baudrillard (1997,27). Globalización de una estrategia del marketing: "todos los estilos pueden volverse, de un solo golpe, efectos especiales y valer en el mercado del arte, figurar en el hit parade del arte... El arte no es ya el lugar del intercambio simbólico. Hay comunicación pero no intercambio". (Baudrillard,54).

Bien vale pensar esta paradoja actual. Por una parte la des-sublimación y desentronización de los procesos artístico-poéticos de elite; por otra, la sacralización y el encantamiento de la cultura masificada por el mercado. Y esto último se da quizá porque en medio de la mediatización masiva algo queda de asombro, de insólito, de no presentado. De allí la proliferación del pastiche o búsqueda nostálgica de lo perdido: deseo por encontrar ese "otro lado" sumergido en el tiempo, pues vivir sólo en éste es insufrible. También en las propagandas y en la vida diaria, el público – que ya es todo el mundo – sublima un deseo, es decir un vacío. Es el vacío del espíritu que ha sido enseñado a desear mal, a querer mal, pero a desear al fin y al cabo. Y esta percepción es la que se estetiza hasta llegar a filtrar su fuerza erótica-sensible en todo el laberinto social. Si es así, tendremos lo sublime dentro de la lógica del capitalismo, tejiendo una red de imposibles-posibles que van administrando y alimentando un campo deseante ideológico cimentado en las nociones de riqueza, felicidad y éxito. En otras palabras, la lógica capitalista del mercado también siente en el fondo el "placer de un pesar" por no poder, con toda la racionalidad instrumental, vencer en su totalidad a la muerte. Este displacer, que no se logra entender pero sí expresar, es el que le da a la cultura capitalista un aspecto sublime, manifiesto en la pulsión metafísica publicitaria, con su frustrada adquisición de poder absoluto. Ante tal fracaso del deseo, queda inventar el alivio, y es éste el que le llega a la gran masa, apaciguando la desdicha que produce el no alcanzar sus grandes imaginarios. En esa transmutación de pena a placer, se encuentra el deleite, producido por los medios, como facultad que hace superar la sensación de pequeñez humana, disparándonos a ensoñar la grandeza de nuestro destino.
Esta lógica que sublima el mercado es la que ha construido una cultura estetizada. La estetización está en todas partes, socializando la simulación de una catarsis.4 Sin embargo, como hemos anunciado atrás, la estetización de lo público no fomenta una riqueza de sensibilidad subversiva ni la necesidad de generar rupturas paradigmáticas. Lo que hace más bien es fortalecer el régimen del establecimiento, disparar la sensibilidad a la indiferencia crítica, idealizando el arte del confort y el decorado. Estetización sin resistencia, puesto que deviene de un proceso de estandarización del gusto, a pesar de la falsa democracia de los deseos.
De manera que sería un error analítico el decir que en la estetización posindustrial o del "modo de producción microelectrónico" (Fernando Mires,1996) se finaliza el sentimiento de lo sublime. Para nosotros más bien éste ha cambiado, se ha mutado. Visto desde la perspectiva kantiana y la de Burke, es decir, transitando por románticos y vanguardistas, la estetización es un fracaso del "espíritu del arte" y una herida a las grandes aventuras estéticas del siglo XX. Pero asumida como la formación de un nuevo sensorium – gestado en el siglo XX y muy probablemente por desarrollar en el siglo XXI – la estetización también posee un aura, no obstante la homogenización de sus propuestas y la pérdida de encantamiento que se negocia por banalidad, trivialidad y cursilería. Un aura secular de lo secular, del desencanto de lo desencantado o era posmoderna. Secularización de lo ya secularizado por la modernidad. ¿Qué nos queda después de eso? La realidad total, el sin misterio, lo visible-visible, lo presente-presente, la no ensoñación, la presentación presentable, un deseo sin deseante. Es esta la estetización que impulsa el capitalismo: una sublimidad que invita al consumo, uso y desecho; un ready made industrial; un aura de lo efímero de cuya permanencia temporal se sospecha.
Casi sin tiempo (pues éste se mide ahora por velocidad) la estetización edifica su propia senda pero aferrada a un destierro donde son muy pocos los espacios para el encantamiento poético.


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

IRMA BIGNON
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

LOS PUENTES DE PARIS

Para hablar de los puentes de Paris, lo lógico sería seguir el curso del río haciendo un largo y tranquilo paseo. Pero dejaríamos a un costado su historia, que es apasionante.
Nacida rodeada por los brazos protectores del Sena, la llamada Lutecia, luego Paris, irá desarrollándose sin abandonar su río.
Sus 37 puentes irán atesorando testimonios de los acontecimientos más importantes de la historia de Francia.
Ese islote de Paris que para los franceses es l´ Île de la Cité (Isla de la Ciudad), se llamaba Lutecia. Estaba habitada por los parisii, pueblo galo que dio nombre a la capital francesa.
La ciudad fue embellecida por las diferentes dinastías que supieron adornarla y hacer construir los puentes.
Petit Pont (Pequeño Puente). Es en realidad el primer puente que se construye en Paris. En su origen es de madera y une la isla con la orilla izquierda de la ciudad. En caso de amenazas, invasiones, se prohibía el acceso al puente. Fue destruido once veces por el fuego que incendiaba molinos y todas las casas de madera que lo bordeaban. Fue demolido y reconstruido miles de veces. Siempre de madera. Más tarde de piedra. Tal como se lo ve ahora (desde 1852) con su arco único, el puente más antiguo de Paris ha adquirido un cierto aire provinciano, acentuado por la enorme hiedra que lo cubre cayendo generosamente de su parapeto.
Pont au Change (Puente de Cambio). De gran garbo y en perfecta armonía con la arquitectura de la Conserjería, su construcción data de Napoleón III. Las “N” mayúsculas esculpidas en sus medallones lo recuerdan. En 1141, un decreto obliga a los comerciantes que cambian divisas y objetos de arte a hacerlo sobre el puente. De allí viene su nombre. Tremendamente concurrido, se convierte en el puente de moda. Además, el mercado de flores obtiene el permiso de instalarse una vez por semana.
Pont Neuf (Puente Nuevo). Se encuentra en el extremo final de la Île de la Cité. Con sus doce arcos irregulares pasa por delante de la estatua ecuestre de Enrique IV y deja atrás la encantadora placita del “Vert Galant”. Este puente tiene un éxito increíble. Por vez primera se construye una balaustrada que permite al peatón asomarse y ver el Sena. Además, para acceder a él hay que subir cinco escalones, los que dejan a los paseantes al amparo del paso de las carrozas, del barro y hasta de las vacas… El puente se anima. El pequeño comercio prospera. Los famosos “bouquinistes” (vendedores de libros, diarios y revistas ambulantes) se instalan.
Continuando este paseo por la historia de los puentes, nos encontramos con Le Pont Saint-Michel (Puente san Miguel). Reconstruido por el Prefecto del Sena M. Georges Eugène Haussmann en 1857, recibe su nombre a causa de la proximidad de una capilla dedicada al arcángel San Miguel. En este puente tienen su sitio los perfumeros y los libreros. Un aroma enriquecido por las diferentes fragancias envuelve a los caminantes. Pero ese perfume no se queda allí. Asciende hasta llegar al cielo y se pierde entre las nubes movidas por la tibia brisa.
Pont Marie. Une la isla con la orilla derecha de la ciudad. Lleva el nombre del maestro de obras Christophe Marie que lo edificó en piedra en 1635. Hoy, la calzada ha sido reducida, pero con sus arcos, sus pilares reforzados, sus bordes recortados oblicuamente y coronado de nichos, se asemeja mucho a lo que era antaño.
Pont des Arts (Puente de las Artes). Es una pasarela peatonal con un cierto encanto romántico, que por un lado une el Museo del Louvre con la Escuela Nacional de Bellas Artes – que antes era un convento fundado por la reina Margot (primera mujer de Enrique IV) – y por el otro el Palacio de la Moneda con el Instituto de Francia. Es el primer puente de hierro de Paris. Fue construido en 1802. Abierto únicamente para peatones, ellos podían sentarse cómodamente en sus sillas entre naranjos en planteras mirando correr el Sena. El peaje se cobraba: una moneda por persona.
Pont Alexandre III (Puente Alejandro III). Este puente de un sólo arco fue construido en el momento en que Paris inauguraba la Exposición Universal de 1900 y bautizado de esta manera en homenaje al zar Alejandro III, con el cual Francia había firmado un tratado de alianza. Une la explanada de los Inválidos con los Campos Elíseos. Con sus faroles de bronce y sus ricas decoraciones características del Art Nouveau, es el puente más suntuoso de Paris.
Pont de la Concorde (Puente de la Concordia). El ingeniero Jean Rodolphe Perrouet dirigió la construcción de un gran número de puentes, poniendo en práctica nuevas técnicas por él inventadas: pilares discontinuos, aumento de la luz de los arcos, disminución de la curva de los puentes… Comenzó a proyectar el puente de la Concordia en 1787, a la edad de 79 años. Las piedras utilizadas en la terminación de la obra fueron tomadas de la demolición de la Bastilla, a fin de que el pueblo pudiera pisar continuamente los restos de la antigua fortaleza.
Pont d´Iéna. Es el único puente construido durante Napoleón I. El hubiera querido unir la vasta explanada del Campo de Marzo con el futuro palacio del Rey de Roma (nombre que había dado a su hijo). La construcción del puente fue decidida al día siguiente de la victoria que obtuvo en Iéna, en 1806. Su nombre conmemora la batalla. Los grupos ecuestres que decoran la entrada del puente datan de 1848.
Pont Royal (Puente Real). Construido en 1689 por tres arquitectos: Jules Hardouin-Mansart, Jacques Gabriel y François Romain, el puente Real facilitó el acceso a la orilla izquierda de la ciudad y fue el origen de la instalación de la nobleza en el barrio Saint-Germain. Es considerado monumento histórico. Su emplazamiento delante del Pabellón de Flore es privilegiado. Estos tres puentes, Real, María y Nuevo son, en efecto, los más antiguos de Paris.
Pont Mirabeau. Alejado del centro de Paris, sería quizá desconocido si el poema del poeta Guillaume Apollinaire no lo hubiera hecho célebre:

“Bajo el puente Miarabeau
Y nuestros amores
Falta que él
Me los recuerde
El placer llegaba siempre
Luego de la pena
Llega la noche
Suena la hora
Los días se van
Yo me quedo… ”

Y sin embargo entre todas las estructuras de los puentes, es la más agradable. Terminado en 1896, su construcción - como la del puente Alejandro III - está considerada como una de las más audaces, con sus formas metálicas y sus estatuas de bronce en cada pilar, representando divinidades marinas.
Pont de Sully. Se apoya sobre la punta de la Isla San Luis. Aquí el Sena se convierte en el río industrial con sus puertos y sus muelles. A la derecha, el muelle San Bernardo bordea los edificios de la Universidad Pedro y María Curie. En el siglo XVII, una playa de arena hacía mover la alta sociedad y a toda la corte. A Enrique IV no le molestaba mezclarse con los bañistas y jugar en el agua con el delfín. En medio del puente, un pequeño jardín con plantines de flores de distintos colores, coqueteaba con los peatones que pasaban.
Lejos estamos en pretender describir los 37 puentes que adornan Paris. Pero sí recrearnos recordando la historia de algunos de ellos.

“Bajo los puentes de Paris” – música de Vincent Scotto y letra de Jean Rodor – ya se cantaba en 1914. “Bajo el puente Mirabeau se desliza el Sena” recitaba Apollinaire. Muchos otros creadores – poetas, cantantes, cineastas, pintores – se han inspirado en esos puentes, joyas arquitecturales de una vía real: el Sena.
Luego de este paseo a través de los puentes construidos en otro tiempo, los puentes de hoy parecen edificados con poca imaginación. Pero no nos engañemos. Ellos también representan enormes proezas técnicas.

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