Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 44 – Agosto de 2010 – Año IV – Nº 8



Imágenes: Homenaje a la obra del fotógrafo argentino Carlos Alberto Bau (Mendoza, 1960-2010)
Música: Seleccionar al pie de la revista

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EN MI OFICIO O ARTE SOMBRÍO

Dylan Thomas (Swansea, Inglaterra, 1914-Nueva York, 1953)
(Versión de Elizabeth Azcona Cronwell)

En mi oficio o arte sombrío
Ejercido en la noche silenciosa
Cuando solo la luna se enfurece
Y los amantes yacen en el lecho
Con todas sus tristezas en los brazos,
Junto a la luz que canta yo trabajo
No por ambición ni por el pan
Ni por ostentación ni por el tráfico de encantos
En escenarios de marfil,
Sino por el mínimo salario
De sus más escondidos corazones.
No para el hombre altivo
Que se aparta de la luna colérica
Escribo yo estas páginas de efímeras espumas,
Ni para los muertos encumbrados
Entre sus salmos y ruiseñores,
Sino para los amantes, para sus brazos
Que rodean las penas de los siglos,
Que no pagan con salarios ni elogios
Y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.



PÁGINA 2 – CUENTO

LA CLASE

Por Abel Espil (CABA-Buenos Aires-Argentina)

A las 19.30 en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, Julian tenía la clase de Introducción a la Filosofía que daba Eugenio Pucciarelli.
Llegó tan temprano que fue al café a ver si encontraba a algún compañero. Al ser invierno, Viamonte estaba bastante oscura. El barcito que lucia su prestancia de cartón intelectual deslucido por los años, iluminaba poco. Al entrar, el humo de las pipas y los cigarrillos generaba una bruma imposible de atravesar con la mirada. Tropezó con una silla, pidió disculpas porque casi tira al piso a una muchacha .
-Pero si sos vos Julian, sentate estoy con Pedro y Margarita-, le dijo ella luego de acomodarse.
- Disculpá Rosalinda, los estaba buscando
En ese momento se abrió la puerta y una fuerte luz, acompañada por el gatilleo de los revólveres irrumpió en el salón
- ¡Los documentos intelectuales!, ordenó una voz.
Los chequearon a uno por uno, minuciosamente. Al terminar, uno de La Federal, alto y ubicado muy cerca de Julián, tanto que pudo apreciar el aliento apestoso y el sudor que emanaba un olor aún mas nauseabundo, dijo "Los cuatro de esta mesa se vienen con nosotros".
Teresita preguntó -¿por qué nosotros y no el resto ?
-Vamos chicos, en casa hablamos-
Al salir del bar, las puertas del Falcón se abrieron, y se ubicaron cinco atrás y tres adelante.
Dos días y dos noches estuvieron en Avda. Libertador cerca de la Gral. Paz.
La segunda noche fue la más cruel.
-A ver nena, abriendo gambas, que el calor llega, le ordenó una voz ácida a Teresa.
Gritó tanto, tanto, tanto; que Pedro dijo que sabía lo que no sabía. Detuvo el infierno.
A Margarita no le pasó menos. En sus pezones sintió el fuego y el olor a carne quemada.
Julián también mintió. Dijo todo lo que no sabía. Largo y con detalles.
Eran mediados del 74'.
-Los dejamos ir a los cuatro. Sabemos todo de ustedes. Si mintieron, el río los espera. Vayan intelectuales pelotudos.
Llegaron a una esquina, tomaron un taxi y cada uno se fue para su casa.
Se volvieron a encontrar y en el barco Vapor de la Carrera, viajaron tomando vino rumbo a Montevideo. Presentían que un mundo que un nuevo mundo estaba por llegar; un mundo mucho mejor que ese.



PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

Stella Maris Taboro (San Jorge-Santa Fe-Argentina)

AFORISMOS

“Los sueños tienen un cauce profundo y un caudal que estremece”
“La avaricia carcome y muerde a quien la padece”
“La desesperanza es la esperanza hecha harapos”
“Los hábitos y los deseos siempre le ganan la pulseada a la razón”
“Yo no soy yo, soy prolongación de mis padres...”
"La distancia es más breve cuando las alas de nuestro interior se unen en ese punto donde sólo convergen quienes comulgamos con los mismos ideales"
“Hay pasiones que cuando las dominas, te ensalzas”
“Seguirás viviendo eternamente cuando viviste sinceramente”
“Siembra tú, no esperen que sólo otros lo hagan”
“La felicidad no es mariposa esquiva, es mariposa dentro de ti que debes descubrir”
"Lo que sólo haces por ti se diluye, lo que haces por otros vivirá eternamente como el viento"
“Tu andar y actuar debe ser la mejor oración”
“Que seas único, ya es una alabanza”
“Si cierras tu alma al perdón, has entrado en la confusión”
“Querer hacer, es el mejor trampolín hacia el éxito”
“Siembra sin cansarte, la paciencia, la tolerancia, el amor” .
“No matarás, nada matarás, ni siquiera la esperanza que es tu luz y la de tus semejantes”
“Cada vez que compartas lo que tienes, corporizas un milagro”
"Ricos y pobres, tienen algo en común… no les alcanza lo que tienen"
“La tentación cabalga por el cuerpo y corre incendiando a la razón.”
“Servir es sentir al otro en la piel de uno “
“Quien habla está sembrando, quien escucha esta cosechando”
“La inteligencia posee la energía del viento, pero la voluntad tiene la fuerza de un huracán”
“Escuchar más que hablar, la sabia naturaleza así nos manda, nos dio dos oídos y sólo una boca”
"Los errores que cometemos son nuestra mejor escuela”
"Desde que nacemos, estamos escribiendo,mcada día , un día menos."
“Llegamos sin saber que llegamos, nos vamos sin saber que nos vamos”



PÁGINA 4 – ENSAYO

DE LO INDISPENSABLE Y LO SUPERFLUO.

Por Carmen Rosa Barrere (Posadas-Misiones-Argentina)

Un local de anticuarios de los que rodean al Museo del Louvre exhibe un cartel: “Si me dan lo superfluo no necesito lo indispensable”.
Las vitrinas, las paredes con estantes y el piso lucen repletos de bellezas inaccesibles: alfombras exóticas, tramadas a mano en países remotos; ávidos de sol, intensos amarillos y ocres pretenden escapar de su cárcel pintada al óleo; el fulgor de la mañana se instala en los cristales de Lalique que muestran cinco avecillas aprisionadas por el vidrio, que no pueden volar. Un tenue sonrosado se expande desde una lámpara Tiffany; la porcelana de Sèvres me hace pensar en castillos y mesas suntuosas, mientras soy observada por un busto adolescente que espera la mano tierna que lo rescate del frío del bronce. Ágilmente mis ojos inquietos seleccionan rincones, vagando de un lugar a otro. Pero…Dentro de mi empobrecido bolsillo se acurrucan con timidez sólo unos pocos francos, escuálidos medios para adquirir lo más barato dentro de ese local.
Mientras cavilo, un reloj suelta sonoros campanazos. Canta su canción imparable del tiempo que se va. Del año, de la vida con carne y con huesos, que no dura. Creo que me recomienda invertir mis horas en todo aquello que valga la pena. Lo que pueda resguardar celosamente en mi interior, como se conserva el sabor de un beso, la visión del piececito de mi pequeño nieto, o la manera especial de abrazarme que tuvo aquél amante. Este es otro de esos recuerdos: el instante, la fracción de segundo frente a este negocio donde la belleza es la dueña.
¿Volveré algún día a París? ¿Quién lo sabe? Me desprendo de la vidriera sin melancolía. He cambiado una mirada con la elegante propietaria, vestida con un trajecito Chanel lila pálido. La misma que colocó el cartel. Ella vive ahí. Sobre un mantelito con flores pequeñas sorbe su copa de vino oscuro y apura su ensalada y un trozo de queso. Los brillos y el color son parte de su vida cotidiana. Entiendo que lo superfluo le sea tan imprescindible como el aire que respira.
Camino y miro el cielo. El amarillo del óleo es una tímida copia del esplendor del sol en el mediodía parisino. Los canteros con rosales de mayo conservan entre los pétalos la textura cristalina que copiaron Coller o Lalique de la última gota de rocío; los árboles majestuosos alfombran el piso con sus hojas muertas, donde la gama de verde mustio abraza la diversidad del herrumbre; tapiz sin lana y sin agujas, regalo impecable de la naturaleza.
Entiendo que mientras alcance a apreciar las ofertas del extraordinario universo, museo irrepetible y permanente, no sentiré envidia por lo que poseen los coleccionistas. Sabiendo mirar, siempre seré la dueña de todo paisaje, poema, música u objetos que aprisionen la belleza.



PÁGINA 5 – CUENTO

NEGRO ETERNO

Por Rene Rodríguez Soriano (Constanza/República Dominicana)

Jueves 17

Siento que te estoy queriendo con un amor tan locamente cuerdo que no me cabe en los bolsillos del alma. Es difícil escribir en esta posición. Suena Clapton en la radio. No he sentido la plenitud de tus palpitaciones posarse bajo mi tosco y torvo tacto. Soy tan poco yo cuando no te tengo entre mis brazos. ¿Cómo será la vida antes de ti? No quiero ni pensarlo. Te oigo morder el melón y se me engrifan (¡qué rico, no me preguntes, no creo que pueda regresar ahora que tus dedos desdibujan mil siluetas en mi espalda, y tu vientre sube y baja, aquí; al sur de mi codo derecho…!). No tengo aire, no tengo alas, estás tan cerca de mí, y me siento tan dichoso que no podré seguir.

Viernes 18

No sé si por la lluvia, no sé si por el negro de tu traje (deslizándose mis ojos como lluvia fresca, perdida en el peligro de tus curvas); no sé si por la noche o todo el día (la tarde en su comienzo, vamuallí, todo yo muy adentro de mí, toda tú dentro de mí, cubriendo mis orígenes); no sé si es que este beso pleno y loco de chinolas, o el friíto de aquí adentro, recorriéndome todo, todo, lleno de ti poro por poro sin ganas de marcharme. Quisiera permanecer aquí, guardián impávido, vigilando tu sueño, robándote los besos.

Sábado 19

Dame la sal huracanada de tu aliento; déjame trepar por tus colinas y beberme como un loco toda la miel que de allí mana.

Domingo 20

Perdí el reloj, perdí la brújula y el sueño. Me encontré en ti, dentro de ti, sintiendo como caballo loco, desbocado hacia los más lúcidos senderos del placer. ¡Locura! ¿Qué es esto? Escribe tú. Cuéntame qué está pasando por allá, en esas zonas de tus duendes, ¿cómo amanece? Di si hace frío. Me voy. Me llevo tus dulces bríos. Soy el jinete alado que cabalgó contigo esta mañana por los bordes de la pasión en brasas. No sé, ni quiero saber lo que estoy diciendo, tiemblan mis dedos, tiembla mi ser por este viaje a toda vela sobre la cresta de las más tumultuosas olas.

Lunes 21

Sabes, estoy pensando la canción de Milanés. ¡Ay, si la borro! Pierdo el juicio. Justo ahora recuerdo que dejé unos lápices de colores con los que debía pintar todo el gris de los silencios. Ahora duermes, tan mí. Te veo toda tú, tan mujer, tan dulce y mía.

Miércoles 23

Mi amor, no sabes con la lentitud (bostezo) que estoy escribiendo estas líneas. El sueño me está matando. Me siento (bostezo) como si estuviera drogado. Floto en un ambiente extraño. Siento que, de un momento a otro (bostezo) me quedo totalmente dormido entre tus senos. Te quiero tanto que eso es lo que (bostezo) me hace aguantar y escribirte. No quieras (bostezo) saber el sueño que tengo. Hoy ha sido un día muy incómodo (bostezo). Siento que esta noche no podré aguantar hasta que te duermas (bostezo).
Se acaba de ir la energía eléctrica y tengo que salir a apagar todas las luces. Ahora no veo lo que escribo. Siento que te estoy queriendo con un amor tan locamente cuerdo que no me cabe la menor duda de que voy a tener que empezar por el principio. © Solo de flauta



PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

Mónica Laurencena Berraz (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

DESDE ABAJO BIEN DESDE ALLÁ

Ah era el Bio-cente naa-río
donde el mate es gente
donde los perros son calle
y los pibes elegías de un universo
atrofiado…
desde abajo
nombro
la memoria de los que ríen
y me sacudo con la aletargada
sangre de la historia…
te llevo flor de cardo
en mi siesta labriega
en mi rumbo de barro
desde ahicito donde nadie
te dice lo que hacer
sino todos saben como hacer
para curar el llanto
de los que se fueron, entremezclados
en la niebla de los grises páramos…

desde abajo tal vez más allá
de todo recuerdo de toda lágrima
de todo dolor bien parido…
desde el poncho deshilachado
olvidado-verdadero de las luchas-
de gaucho y china
de los quiméricos sueños de la tierra prometida
a los gringos
a mis amados vascos
a mis abuelos suizos y franceses
todo viene a ser libro desacartonado
en las fotos sepia del álbum familiar
y ruego por los cielos
y por todos los infiernos
que ande algún loco ángel
recordándonos
el tiempo de la tierra
y el sol de los guaraníticos…
y sólo ser furtivos habitantes de
una gloria sin banderas…

desde abajo todavía suelen
sentirse algunos tambores
y las heridas no sanan…
sino que son fuego de niños
son nubes de manitas
son la mirada eterna de los que sostuvieron
la verdadera lucha de humanidades …
y no la triste página de la revista escolar…

LOS ÁRBOLES CAEN AMARILLEANDO
SOBRE MI HOMBRO

fragor de ciertas batallas lanzadas en el día…
acontecimientos cotidianos…
calles recorridas
aire flotando
hacia el cielo…
mi cabeza bulle
recuerdos de otro universo
todo me conmueve…
quedo en un momento
así como quien no quiere la cosa…
sólo mirándolos sólo esperando…
que con su dorado perfil de hojas
me llamen y pueda alcanzarlos…
resista a la abrumadora cotidianía

cae sobre mi hombro
se desliza toca mi humanidad
ella diosa de todas las hojas
con su alegría
hecha luz del día
vegetal secular
bella perfecta en su geometría de siglos:
una simple hoja
que de solo estar allí…
y suavemente existir
me bendice.

LA MUJER DEL VESTIDO ROJO…

Aquella mujer del vestido rojo
que iba casi danzando en la calle…
Su andar era de miradas furtivas…
Oh! allí en los hombres y sus abiertos ojos,
porque llevaba la libre canción de un corazón
por fin lanzado a su destino de perfumes y una pasión.
El día o la tarde la encontraba enamorada de la vida y ese tambor
de loco arrebato en el encuentro le anudaba esa lenta y entrañable emoción…
El jazz-música de sus padres le volvía a la loca y verdadera intromisión…

Cuánto ha tenido esa mujer de viento espuma poncho al viento
Cuánto ha soñado esa mujer con las voces de las gentes cantando
Cuánto ha vertido en las aulas de persuasivas lecturas retos soñando
los sueños de los lejanos maestros de luchas feroces en el camino de la Patria.
¡Iba caminando por las veredas donde siempre los lapachos crecen
como las ya sosegadas interminables ilusiones de perdidas noches¡
Recuerdo que la mujer era una sola cadera de paso y de alegría…
Vivo el día vivo el raconto vivo ese rojo que asomaba por un corte
de la tela todo el hondo suspirar de sus piernas…
Ellas largas interminables, bellas miradas al pasar de su cansino paso…
Aquí nomás en el verano de santa fe su rica historia tan buena …
Como ese luminoso día de manantiales escogido en el que todo sol
se venía al cuerpo mente brazos y nada más importaba…
Sólo la vida del verde las calles las faldas sosteniéndola…a ella.



PÁGINA 7 – ENSAYO

LA INFLUENCIA DE LOS ESCRITORES CONSAGRADOS EN EL SURGIMIENTO DE NUEVOS CREADORES
La tercera vía: el neomalditismo literario

Por Nicolás Hidrogo Navarro (Lambayeque-Perú)

Una de las particularidades más curiosas en el oficio literario en el Perú, es que no existe una academia ni una carrera universitaria específica para aprender a ser cuentista, dramaturgo, novelista o poeta. En su gran mayoría son extensiones pasionarias y apendiciarias de otras carreras profesionales: profesor, abogado, ingenieros o simplemente lectores consuetudinarios, autodidactas o diletantes presumidos que se alucinan ser consagrados con su primera entrega piloto de “poema o cuento”.
Lo que prueba una vez más que el oficio de escribir más que una carrera lucrativa o fría y aburrida profesión, es una ocupación pasional muchas veces empírica, de emulación y de aprendizaje por imitación, pues en provincias no se está al alcance muchas veces de los talleres de escritura y la aprender a escribir por internet todavía sigue siendo una experiencia poca validada y eficaz como aporte de las TICs. Y como las recetas, los decálogos y los manuales, son sólo elementos referenciales arquetípicos y moldes encajonados pocos adaptados al temperamento e ímpetu del aprendiz de escritor, es la lectura y la porfiada práctica de la escritura lo que hace al escritor.
Nuestra nueva hornada literaria, que regionalmente tiene una reserva generacional de entre 10 ó 15 activantes y entre 3 ó 5 destacantes, forja su derrotero ya no en plaquetas de iniciados, sino en blogg. La tendencia es leer menos y escribir más, tomando como base inspirativa sus propias vivencias y noias. Cada vez se pierde la admiración por los demás, por tomar al narcicismo literario como una conducta fortalecida por el egocentrismo que le es inherente y propio a los poetas con mayor acento hiperbolizado y a los narradores en segunda línea con atenuantes más racionales y fríos.
La motivación, por la experiencia de focus group, -en mi conversa con más de una treintena de jóvenes sobre sus inicios como escritor-, surge en la educación secundaria como una iniciativa solitaria, marginal e individual, con escasa motivación e inmotivación mayoritaria de los docentes y la propia incomprensión y estigmatización y oposición familiar.
Es en la lectura de los libros directamente el punto de partida de la iniciación, terca y porfiada. Y en el proceso de anecdotización referencial y reconocimiento de fama de los escritores consagrados, junto a sus “expresiones de antología” donde se inicia esa imbricación de enamoramiento, admiración y emulación por el oficio de escribir. Ni el docente, ni los compañeros de oficio, ni los padres son siquiera los grande estimuladores de esta pasión, son los libros y las biografías sui géneris y expresiones mismas con las que se identifica, los acicates de esta pasión duramente solitaria y poco recompensante económicamente.
Dentro del perfil admirativo de las biografías emuladas de los noveles, está el escritor descollante, el escandaloso, el que se sale de los cánones habituales, el transgresor, el que expresa su disconformidad y un malditismo epiléptico antisistema y anticonservador, el que rompe con toda suerte de convencionalismos ofuscantes – y para colmar la sed de comprensión e identificación de aquellos que muestran el perfil más enfermizo, patológico, como una rareza, pero al mismo tiempo como parte del disfrute y reconocimiento masivo-, están los que han entrado a un manicomio, los que han muerto románticamente gangrenosos o con un tiro en la sien o sifilíticos o lo que han terminado trágicamente. Hay una pasión por lo sangriento y autodestructivo.
Probablemente ese neomalditismo con base baudeleriana, rimbaudina vangohtiana, puede parecer una línea de disconformidad y el acercamiento de los antihéroes pedagógicos y sociales, de seres atormentados que encuentran émulos en las nuevas generaciones, tenga un fiel reflejo de la decadencia de los valores de lo normal, de los equilibrados racionalmente, de los “benditos”, de la formalidad metódica, de la disciplina a la que se suele aludir en los escritores profesionales, para ser más partidarios del pasotismo, de lo light, de lo efectista y escandaloso, de lo mediático, de lo neurótico. Todo ello es el mismo espíritu decadente y degrado de la anomia social que ha invadido como una pandemia al mismo oficio del acto de escribir con temas y cultura underground y de los escribidores con sus actitudes díscolas y enfermizas.
Dado que los escritores de éxito económico, los que han logrado convertirse en los midas libreros, son escasísimo y estadísticamente tal vez representen el 1% del total de esta cofradía universal, la inclinación se da por los que, a pesar de no haber alcanzado el éxito económico, han logrado tener el reconocimiento y admiración tanto por sus obras como sus vidas extremas y sus escándalos originados por la misma rebeldía e inconformismo de su fracaso material. Esta falange mayor de escritores con un reconocimiento mediático y una admiración entre pena presentista y gloria póstuma, terminan siendo los grandes “modelos y prototipos a seguir”, tanto en estilo, temática, actitudes y formas de actuar de los noveles escritores que apenas leen sus obras y más conocen y les interesan sus vidas y actos.
Pareciera que en las nuevas generaciones de escritores no están interesados en emular a escritores oficiales y con éxito sostenido en el equilibro esforzado de sus vidas y obra, sino en marginales con éxito publicitario contrasistema, porque se sabe que el éxito de un best seller requiere más que talento: se necesita de una maquinaria industrial publicitaria y política a la que no todos creen alcanzar.
Como en las nuevas generaciones el tema del escritor comprometido y militante izquierdoso, ha quedado relegado y satanizado a rebelde sin causa y anacrónicos varados en el mar de los sargazos de su propia ideología totalitaria, fanática y rabiosa. Como las nuevas generaciones el escritor oficial, exitoso y potentado, ha quedado como un mercachifle eficaz, mafioso y convenido del sistema capitalista, las nuevas hornadas literarias han optado por una tercera vía: el camino sórdido y oscuro del neomalditismo anarquista, anómico, perdulario, festivo, báquico, capaz de desafiar y evadirse de los dos sistemas en pugna eterna.



PÁGINA 8 – CUENTO

EL DISERTANTE

Por Delfina Acosta (Asunción-Paraguay)

La señorita Sara Arzamendia era una escritora que tenía su tiempo arreglado. Se levantaba cuando el olor de su patio cubierto por enredaderas, áloes, helechos y flores de las más diversas especies, se hacía fuerte y le provocaba estornudos.
Los abejorros venían a estrellarse, en esos momentos, contra su ventanal de vidrio.
Después de cepillarse los dientes, peinar su cabellera oscura y con relucientes canas, y desayunar una taza de leche con café y pan untado con dulce de membrillo, se iba a abrir la puerta del depósito donde dormía su perro, para llevarlo al patio delantero.
Luego se sentaba a escribir. Esa mañana de sol casi rojizo (pues había pasado un mes y medio sin llover), se le escurrían las ideas de las manos blancas y venosas:
Manuel Franco era un joven de veinte años, que estudiaba apicultura, practicaba natación y no era de salir.
Por eso, porque no era de salir, la vez que decidió ir a escuchar la charla del Profesor Sun Shaomou sobre fenómenos paranormales (la cátedra correspondía al salón 4 del edificio “Alta Torre”), no quiso perderse la aventura.
El disertante en cuestión era un chino de edad indefinida.
Vestía un traje negro y una corbata riesgosamente colorida para la ocasión.
Al cabo de un rato de la exposición, Manuel levantó la mano y dijo las vaguedades propias que se dicen en circunstancias donde la realidad desaparece y las especulaciones y las ironías son las únicas cartas con las que se juega. Espantó una mosca que le causaba molestia y se quedó aguardando una respuesta.
El señorito podría pasar en limpio la pregunta. El señorito parece que leyó mucho a Sigmund Freud - contestó y refugió su rostro amarillo en una sonrisa burlona, muy china y muy efectista.
La mosca se había posado sobre la mesa donde estaban el vaso y la jarra de agua.
Una joven rubia, con cutis de cristal, que entró con la respiración acelerada al recinto y se sentó a su lado, lo salvó de levantarse y darle un plantón al disertante, pues le pareció de muy mala educación que se pasara de mambo.
La joven recién llegada tomaba con rapidez anotaciones en un cuaderno. De vez en cuando se llevaba la mano a la boca, sorprendida con los ejemplos de los fenómenos paranormales que el oriental contaba, y él, que ya la había descubierto entre el gentío, se embarcaba ahora con pasión en lenguas extrañas. Luego, acercándose como un rayo, le preguntó qué circunstancia (concretamente) extraña le había pasado alguna vez.
La chica se levantó y dejó constancia con una sonrisa atenta y amable de que no tenía nada que valiera la pena contar.
Esa respuesta no bajó el entusiasmo del chino, que a partir de entonces parecía reflexionar expresamente para un grupo de cuatro señoras (tres de ellas excedidas de peso) sentadas en la primera fila. Ellas también hacían anotaciones marcadas por el pulso de la ansiedad (los detalles eran tan infrecuentes). Escuchaban al mensajero asintiendo con la cabeza. Parecían convencidas de que el oriental las llevaría por un camino azulado, y que de un momento a otro el corazón se les paralizaría con la revelación, la confesión prima, el eje del misterio salido a la luz para la audiencia.
Como a las diez de la noche terminó el acto.
Manuel, ya en la calle, se acercó a la joven rubia. Ella estaba llena todavía de aquel clima extraño e hipnótico que había vagado como una mariposa nocturna por el recinto.

Le propuso caminar un rato. Y la mujer le contó que se llamaba Rita, que creía en esas cosas desde chica, aunque jamás le había ocurrido nada digno de mención. Y era su voz dulce, y sus palabras caían cuidadosas y lentas en esa noche calurosa. Un perfume de gisofilas la envolvía.
Manuel notaba que ella buscaba sus ojos. Se los dio enteramente. Y ambos se entregaron al placer simple y volátil de la conversación que se genera espontáneamente entre los recién conocidos.
Fueron a buscar un bar pues deseaban tomar gaseosas, y también porque no querían que aquella noche, necesitada de cigarrillos y Coca Cola, terminara así nomás.
Se metieron en un barcito llamado “La Posta”
La mujer le dijo que estudiaba Literatura y Letras y que admiraba a Albert Camus. Le citó otros nombres: Julio Cortázar, Mario Benedetti y Franz Kafka.
- Mario Benedetti tiene el valor de escribir cosas sencillas, mérito no encontrado en Julio Cortázar, que es magistral, pero a quien hay que leerlo más de una vez para entender su mensaje - dijo, y trazó un círculo con el dedo índice sobre la mesa.
Mientras ella hablaba, y sorbía con una paja la gaseosa, Manuel rogaba por dentro que siguiera hablando, que siguiera contando las cosas que contaba, así, como una mujer que lo quería seducir con su porte intelectual; que hablara, que hablara, eso, y que dijera la tabla del siete si ya no le venía nada a la mente. Aquella voz suya era como un hueco cubierto con luz que despertaba en su interior la sensación de un viaje con vista a una noche estrellada.

Le preguntó dónde vivía. Y ella le dijo que a una cuadra exacta de la vieja fábrica de botellas. Y que su casa tenía una muralla de color terracota y la numeración 954.
Se despidieron con un intento de beso en la boca.
Durante tres días Manuel se pasó dale que dale, pensando. ¿Debía ir o no a verla? Su corazón le decía que sí. Pero temía. Apenas la conocía y ya la extrañaba ferozmente.
Aquella tarde de sábado con llovizna, mientras escuchaba la voz nostálgica de Charles Aznavour, algo dentro de él se rajó. La viscosidad de la sangre y ese derramamiento sin pausa, lo llevaron a fumar.
Apagó el tocadiscos y se lanzó a la calle.
El ómnibus que tomó lo dejó a dos cuadras de la casa de Rita.
Caminó. Allí estaba el número 954. Y también el timbre. Tocó y al rato apareció en la puerta un señor sin camisa, con el pantalón manchado con cal, y nervioso. Tosía mientras daba consejos a la gente de adentro.
Cuando le preguntó por Rita le miró extrañado.
- Aquí no vive ninguna Rita - le contestó.
Entonces Manuel se enojó, y le dijo que no podía ser, que él era solamente un amigo de su “hija” y no tenía intenciones de molestar.
- ¿Dice usted, mi “hija”? - gritó alterado.
- ¿Pues qué cosa viene a ser de ella, entonces. Acaso el abuelo? - le retrucó.
Entonces el señor se enojó de veras, y le avisó, con el rostro enrojecido, que no estaba para bromas, y que lo mejor era que se marchara cuanto antes porque en caso contrario llamaría al 911.
En ese punto, Sara Arzamendia se quedó pensando. No sabía por dónde continuar el relato. Le pasaba que cuando no sabía cómo acabar o seguir un cuento, iba a encontrase con su amiga Amparo Méndez, y ella le daba la medicina literaria adecuada para salir del aprieto.
Un ave muerta era devorada por las hormigas en el patio.

Llamó a Amparo y le propuso un encuentro a las cinco, en el bar de siempre.
Derramó agua sobre su perro, que huía del calor, hacia cualquier sitio.
A las cinco menos cuarto, Sara se dirigió a la calle. Un repentino temor (o casi pánico) de que por esta vez su amiga no podría ayudarla, la distrajo, la apartó un momento del mundo, de la realidad del calor sofocante y espeso.
No vio el auto rojo que apareció y la embistió.
Después de un tiempo, alrededor de su cadáver se fue juntando lenta, ceremoniosamente, la gente...



PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

Gabriela Bruch (Buenos Aires-Argentina)

5 POEMAS ESCRITOS HACE TIEMPO

I
si el cuerpo se abre
como un altar y defenestra la decencia
pobre de aquel que no se tire al vacío
que no inunde de jugos
el sabor de una boca
que pide a gritos

II
leo esos poemas y sé de dónde nace
un útero abierto sangrante
manos únicas venas rotas
una poeta se acerca a mi ventana
no podemos compartir más de dos palabras
el poema ya es demasiado en una mujer

III
si esgrimo un poder que no tengo
es sólo para conquistarte
para voltear esos recuerdos
para que te fanatices en la idea de mí
hasta morir
hasta el último tajo
hasta estrujar
la sábana -menos no-
más vamos por más

IV
vaporosa sensación se esfuma como una hoja de otoño
tiñe los gritos me hace pensarte en la pantalla
sentado aburrido socorrido por la distancia
pero algo es más fuerte - decís -esa energía
que proviene de este lado del mundo
dónde la luna no es roja
pero presagia tormentas
dónde las lágrimas se vierten dulcísimas
al compás errático del clonazepán

V
no sé no sé toda esta inutilidad mía
sé hacer tostadas con manteca
y quemar las hojas
también interpreto textos y escribo poemas
el mundo se debate y yo escribo poemas
alguien se muere un niño se asfixia
el imperio fagocita la esperanza y el agua de los mares
la corrupción sale de las cárceles
el trabajo estupidiza tanto como la televisión
y mi rebeldía tan estúpida tan inútil tan sudaca
sólo escribe poemas.



María Benicia Costa Paz (Río Negro-Río Negro)

VALCHETA

“La desapariciones inexplicables…
Los cataclismos que ahogan y carbonizan…”
René Char


En un antiguo cauce de río,
horadado por los tiempos
estalla un encuentro violento,
Entre indios y soldados.

La noche se insinúa con reservas, avanza
inescrutable, preñada de recuerdos:
historias de crueldades y de muerte,
brasas que ciegan la memoria.

A lo lejos, polvareda de espectros
se aproxima en cadencia sospechosa.
Negrura muda de fantasmas imprecisos
Que aparecen, embozados en tinieblas.

Resuenan los cascos impetuosos
Anunciando, en las piedras, lo terrible.
Bestias, de miedo enardecidas,
el odio feroz las atraviesa.

El griterío acorrala majadas de miedo.
Siluetas sombreadas huyen
de las garras filosas de soldados,
en acciones de muerte, ensañados.

Presas de terror, pasan mujeres y niños;
claman por una justicia inexistente;
¡Los sin tierra de gesto congelado
Por la tiniebla voraz, despedazados

Una y otra vez, vuelve la chusma
con ojos espantados, envueltos
en mortajas de lamentos. Se arrastran
como pueden; ensordecidos

por el eco agónico de esas huellas.
De la última hora, presagio claro
con marcas de sangre en cada hachazo
manchando las horas transcurridas.

Se trata de apurarlos, de golpearlos,
De hacer que se quejen con fuerza desmedida.
El páramo cómplice, absorto y mudo,
permite que este horror visceral quede impune.

Los pasos quejosos no dan más;
Siguen llorando y suplicando
Hasta quedar rígidos de muerte compelida
en los pliegues cobardes del arenal maldito.

La lóbrega noche tejerá un ataúd,
(Olvidando infames registros oficiales),
en la oscilante frontera del desierto.
De eso se trata, de borrarlos para siempre

a los sin voz, a los que no cuentan:
invisibles espectros que me acosan.
A pesar de relatos que los niegan
mediante la copa embriagante del olvido.

En anocheceres oscuros todavía pasan
trashumantes del desierto, almas en pena,
cuyos suspiros y gemidos empañan
los espejos de la estepa, deslucidos.

Restos de esas vidas desgajadas
cuelgan aún, tibios, de las alambradas,
anidan inermes y olvidados
dentro de coirones temblorosos.

La niebla deja velos de tristeza en los valles,
que flotan entre blancos grises y azulados.
Una y otra vez los matan en los descampados
provocando una muda romería de ultratumba.

Todavía emana un espejismo de huesos
que, blancos, afloran de la arena,
mientras llueven memorias, quedamente.
El exterminio se confunde en la locura.



PÁGINA 10 – ENSAYO

BORGES Y ARLT: LAS PARALELAS QUE SE TOCAN
VIDAS PARALELAS

Por Fernando Sorrentino (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Con harta frecuencia se han trazado paralelismos y efectuado comparaciones entre los denominados grupos de Florida y de Boedo, que surgieron en Buenos Aires allá por la década de 1920: inclinado, según dicen los que saben, a lo "estetizante" el primero; a lo "social", el segundo. (A mí me cuesta aceptar la incompatibilidad de las categorías —si fueran tal cosa— de "estetizante" y "social": creo que nadie puede ser "absolutamente" estetizante ni "absolutamente" social; creo —por ejemplo— que nada impide que un libro esté muy bien encuadernado y que, al mismo tiempo, sea aburrido.)
Aun aceptando —por cierto que a regañadientes— la existencia de ambos grupos, y, por añadidura, con la posesión de dichas características distintivas, hay un hecho mucho más decisivo que tiende a invalidar o a hacer irrelevante su acción, y es que las obras literarias jamás se han originado en sociedades colectivas sino que siempre han sido fruto exclusivo de la creación individual. La opinión contraria —la que ve las obras como resultado de la acción del grupo— parece sustentarse, más bien, en una especie de criterio de eficacia colectiva, criterio maravillosamente aplicable al fútbol y a otros deportes de conjunto, pero de ningún modo admisibles en lo personal por excelencia: la creación artística.
Acaso como una extensión adicional de aquel afán clasificatorio, suele hablarse también de una suerte de "vidas paralelas" entre los dos escritores que más vigorosamente representarían a uno y otro grupo: Jorge Luis Borges y Roberto Arlt.
Inclusive los escritores más diminutos son multifacéticos: con mayor razón sería absurdo despojar de sus muchas riquezas a escritores tan valiosos como Borges y Arlt para dejarlos reducidos a los tristes esqueletos de, respectivamente, "estetizante" y "social".
Lo cierto es que Borges y Arlt se inventaron a sí mismos sendos caminos literarios: caminos propios, personalísimos, inimitables e intransferibles. Y estos caminos —ahora sí, y sólo en este sentido, "vidas paralelas"— parecen no haberse tocado nunca.
Proveniente de una familia inmigrante de lengua no española, Arlt fue argentino de primera generación, inculto (en la acepción académica de la palabra), tumultuoso, osado, intuitivo, vital, de grueso sentido del humor.
Borges, en cambio, pertenecía a una antigua familia argentina, acomodada y tradicional, en cuya casa había muchos libros y se hablaban correctamente el español y el inglés; Borges era tímido, miope, tartamudo, estudioso, sutil, inteligentísimo e infinitamente transgresor y revolucionario (como jamás podrían serlo —y ni siquiera imaginarlo— los transgresores y revolucionarios "profesionales", hechos de escenografía y caracterización teatral, y repetidores de frases viejas y de decires cristalizados).
Ambos son ajustadamente coetáneos: Borges nació el 24 de agosto de 1899; Arlt, el 2 de abril de 1900; de manera que, si el azar lo hubiera consentido, podrían haber sido compañeros de clase. Difieren en que Arlt murió relativamente joven, a los cuarenta y dos años, el 26 de julio de 1942, y Borges muy anciano, a los ochenta y seis, el 14 de junio de 1986.

INFLUJO DE BORGES SOBRE ARLT

Cronológicamente, la primera obra narrativa de Jorge Luis Borges es la Historia universal de la infamia (1935). Casi veinte años más tarde, refiriéndose a esas páginas, su autor las define así:
Son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias.
Pues bien, en 1935 hacía ya dos años que Roberto Arlt había publicado la casi totalidad de su obra narrativa: las novelas El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932), y los cuentos de El jorobadito (1933).
En 1941 (el mismo año de El jardín) Arlt publica Viaje terrible y El criador de gorilas.
Arlt murió, como vimos, a mediados de 1942. Así, pues, no pudo conocer obras narrativas mayores de Borges, tales como Ficciones (1944), El Aleph (1949), El informe de Brodie (1970) o El libro de arena (1975).
No sabemos si Arlt llegó a leer la Historia universal de la infamia y El jardín de senderos que se bifurcan. Sin embargo, puesto que buena parte de aquélla fue previamente publicada en el diario Crítica (donde también trabajó Arlt), es razonable inferir que éste haya leído esos relatos.
De ser así, ignoramos también qué opinión le merecieron a Arlt los trabajos de Borges. No obstante, me atrevo a suponer que los rechazaría o los despreciaría, en cierto modo por "incomprensibles" para su concepto de lo que debía ser la literatura. Ahora bien, esto no habla ni en contra ni en favor de Arlt: la complejísima trama de las aceptaciones y los rechazos recíprocos y potenciadamente entrelazados de obras y de autores desborda de afinidades insospechadas y de aborrecimientos inimaginables.
Sí, en cambio, la lectura de todas las obras de Arlt nos indica, con total claridad, que la influencia ejercida por Borges sobre aquél es absolutamente nula.

INFLUJO DE ARLT SOBRE BORGES

Borges, el que se crió en "una biblioteca de ilimitados libros ingleses"; Borges, el que leía en inglés, en francés, en italiano, en portugués, en alemán y en latín; Borges, el apasionado por los juegos metafísicos y por las mitologías de compadres y cuchilleros, ¿leyó esas historias de empleadillos y de horteras, de mezquindades y avaricias, de iras y de frustraciones, que, en censurable sintaxis y léxico estrafalario, proponía en sus libros aquel Roberto Arlt, que pronunciaba el español argentino con cierto acento alemán y que se había instruido en una literatura de traducciones dudosas?
Y, en caso de haberlas leído, ¿habrá Borges experimentado hacia ellas el olímpico desdén que le merecían, por unos u otros motivos, las narraciones de autores en aquella época tan célebres como, por ejemplo, Enrique Larreta, Manuel Gálvez, Horacio Quiroga o Roberto J. Payró?
Veamos.
En el número 8 (marzo de 1925) de la revista Proa, dirigida a la sazón por Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges, Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandán Caraffa, se publica "El Rengo", relato de Roberto Arlt que un año más tarde pasaría a formar parte de "Judas Iscariote", cuarto y último capítulo de El juguete rabioso. No es fácil imaginar a una personalidad literariamente tan fuerte como Borges resignándose a publicar un texto que le desagradara.
Y, en efecto, en 1968 el mismo episodio es reproducido en la segunda edición de El compadrito: su destino, sus barrios, su música, antología que Borges compila con la colaboración de Silvina Bullrich. Es evidente que a Borges el texto lo había impresionado.
En las páginas 76 y 77 de mis Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, éste enhebra, según su mejor estilo mordaz, una serie de críticas en contra de Horacio Quiroga, entre ellas:
El estilo de Quiroga me parece deplorable.
Por cierta asociación de ideas que ya es casi un inevitable lugar común, se me ocurrió preguntarle:
—¿A ese estilo un tanto descuidado de Quiroga correspondería quizá el estilo de Roberto Arlt?
—Sí, salvo que, detrás del descuido de Roberto Arlt, yo siento una especie de fuerza. De fuerza desagradable, desde luego, pero de fuerza. Yo creo que El juguete rabioso de Roberto Arlt es superior no sólo a todo lo demás que escribió Arlt, sino a todo lo que escribió Quiroga.
Como vemos, aunque no se conozcan otras declaraciones de Borges respecto de Arlt, podemos advertir en estas palabras —un poco reticentes, es verdad— un sentimiento de admiración.
Cuarenta y cuatro años más tarde de la aparición de El juguete rabioso (1926), Borges publica El informe de Brodie (1970). En el "Prólogo" nombra —que yo sepa, por primera, última y única vez a lo largo de toda su extensa obra— a Roberto Arlt:
Imparcialmente me tienen sin cuidado el Diccionario de la Real Academia, dont chaque édition fait regretter la précédente, según el melancólico dictamen de Paul Groussac, y los gravosos diccionarios de argentinismos. Todos, los de este y los del otro lado del mar, propenden a acentuar las diferencias y a desintegrar el idioma. Recuerdo a este propósito que a Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y que replicó: "Me he criado en Villa Luro, entre gente pobre y malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas". El lunfardo, de hecho, es una broma literaria inventada por saineteros y por compositores de tangos y los orilleros lo ignoran, salvo cuando los discos del fonógrafo los han adoctrinado.
Invocado por el tema de las hablas regionales o especiales, o por las causas que fueren, lo cierto es que, al escribir El informe de Brodie, el recuerdo de Roberto Arlt andaba por la cabeza de Borges.



PÁGINA 11 – CUENTO

EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES

Por Vicente Antonio Vásquez Bonilla (Guatemala-Guatemala)

Dieciocho horas. Arturo transita por la carretera del Pacífico, rumbo a Escuintla. Al salir de una curva, ve a varios hombres armados vestidos con uniforme de campaña, que en ese momento disparan contra dos personas que están arrodilladas a la vera de la cinta asfáltica.

Arturo, asustado, no sabe si retornar o seguir adelante sin detenerse. Regresar, ¡imposible! La velocidad que trae lo acerca a los protagonistas del crimen. Los uniformados le marcan el alto. Sin pensarlo dos veces pisa el acelerador y huye. Los soldados o los guerrilleros -no sabe a qué bando pertenecen, ni le interesa averiguarlo-, le disparan mientras se aleja a toda velocidad. Las balas hacen blanco en el vehículo. Una de las llantas estalla haciéndolo volcar. El pick-up se desliza varios metros hasta detenerse dentro de un canal de riego.

Arturo reacciona con rapidez. Se sale de la cabina del automotor y arrastrándose se introduce dentro del cañaveral. Los gritos de sus perseguidores y las balas, como abejas azuzadas, lo siguen mientras se pierde dentro de la vegetación. Quieren matarlo. Fue testigo de dos ejecuciones. El miedo lo toma de la mano y lo lleva por lugares que no conoce, pero que lo alejan del peligro. La oscuridad lo ayuda a escapar. Camina toda la noche. Al amanecer se esconde. Teme que a la luz del día lo localicen y lo maten. Presa del temor, vaga durante dos días sin saber en dónde está. Sólo le interesa estar lejos del lugar de los asesinatos.

Conforme pasa el tiempo, la calma va sustituyendo al miedo y cuando se convence que nadie lo sigue, se decide a buscar ayuda. Ya no se oculta. Camina entre cultivos de algodón y potreros, en busca de alguna persona que lo oriente para volver a la civilización y que lo asista. La caña de azúcar ha sido insuficiente para saciar su hambre. En su caminar se acerca al mar. Distingue una playa colmada de gente y hacia ahí dirige sus pasos. Encuentra un cerco de alambre espigado que divide la playa. Se detiene y observa a los bañistas que están al otro lado. Es obvio que se trata de una propiedad privada, tal vez de un club o de un hotel. El ambiente es animado. Hay personas que corren hacia las olas, otras que buscan la sombra de los toldos o de las sombrillas. Hombres y mujeres que toman el Sol. Niños que juegan o construyen castillos de arena. Un típico día de playa.

Arturo se siente tranquilo y seguro. Alguien le prestará ayuda. Lo primero es saber en qué lugar estoy, luego, ya veremos. Con la convicción de haber resuelto sus problemas, sortea el cerco y entra a la propiedad. Cruza entre los vacacionistas tratando de seleccionar a la persona que a su juicio, sea la más indicada para abordarla y contarle su odisea. Aunque su traza desentona con la pulcritud de los bañistas, nadie da muestras de prestarle atención. Una persona más, en un lugar concurrido, en donde el espacio vital de seguridad individual se reduce, pasa inadvertida. Se detiene frente a un hombre de nariz y peinado al estilo de Carlos Gardel. Está sentado sobre una toalla, con el cuerpo ligeramente recostado y apoyado sobre uno de sus brazos. La posición del vacacionista le llama la atención. Denota seguridad. Tiene un aire de nobleza. Por lo menos así lo cree. Se le ocurre que es una persona que se encuentra en su elemento. Un buen prospecto para que lo auxilie.

-Disculpe, señor -dice Arturo-, disculpe que lo moleste, pero estoy en un aprieto grave y necesito de su ayuda. El bañista lo ignora. Continúa con la mirada fija en el horizonte, como si en un punto lejano del océano hubiera algo que retuviera su atención. Por su quietud, más parece una esfinge. Creerá que soy un pordiosero, piensa, y por eso no me hace caso. O quizá sea un turista que no entiende español. Bueno, le hablaré a otro. Se dirige a otra persona, pero con el mismo resultado; luego a otra, y a otra, y a otra. Nadie le presta la menor atención. No lo escuchan o aparentan no escucharlo. Se desespera. No puede creer que moviéndose entre tanta gente, sea ignorada su presencia. Empieza a sentirse mal. Siente como si flotara en el aire, que sus pies no tocan la arena. De repente nota que todos, curiosamente, sólo usan trajes de baño blancos o negros o de varias tonalidades del gris. Los implementos de playa tienen las mismas características.

La ingravidez que experimenta se acentúa. Es como si se encontrara en medio de una película filmada en blanco y negro. En un filme de Federico Fellini, lleno de estereotipos, actuando cada quien de acuerdo a un papel preestablecido por la vida y sus circunstancias. ¿Será posible que él no esté ahí y el resto de la personas sí? O, ¿acaso él sí está ahí y las demás personas no? ¿Será eso un espejismo? ¿Será que ha muerto y está en una especie de limbo? ¿Estará atrapado entre dos dimensiones que se sobreponen, pero que no se tocan? Ante lo desconocido, con temor y respeto se aleja. Aún ignora que, cuando franqueó el cerco, cruzó la frontera entre la vida y la muerte.



PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

Julio Miguel Panchuk (Misiones-Argentina)

PRECIO DEL ERROR

No he de cargar el peso de pagar
por el error más que el error vale,
he visto, pagar dos, tres y hasta
llevar como una gran carga de ladrillos
a gente durante el resto de sus días
sus errores. Pagados largamente.

Existen lugares, aromas, gastados
por el tiempo. Que me llevan
allí, con la imaginación.
He visto como la luz vuelve a
iluminar los caminos oscuros
después de equivocarme, de nuevo.
Y aceptarlo y pagar por ello. Vuelvo a mí.

Todo tiene su precio en la vida,
la nimiedad que parece que vale
monedas
cuesta si no lo pagas, tanto con
sus intereses que no disfrutarás
ya de un recuerdo que de amable,
se ha torcido en forma irremediable.

No soy un hacedor brillante
no puedo engalanar mis "poesías"
así encomilladas, con palabras que
hagan restallar como si fuese
una gran pantalla mis pensamientos.
Sólo de vez en cuando, me asaltan estas ganas.

Después de todo, qué se puede pedir de mí?
Tú que me conoces, sabes cuántas veces
he pagado mis errores, y ahora me los cobro
tengo un crédito a favor,
me puedo permitir el error de escribir,
de escribirte, aunque todo lo que diga,
no vuelva a permitirme tu presencia ausente.

No me voy a dar el lujo de pagar
dos veces por un error, y yo pondré en adelante
el precio. Para que no sufra tanto mi alma,
que ha sabido ser alegre, y que ahora
viene a lo lejos, como un ejército triunfante,
alegre, riéndose de todo menos de mí.-

PROSTIBULARIO.

Prostibulario. Ambiente portuario
antes, hoy, siempre prostibulario.
El hombre solo, se acompaña de ella
ella tiene insectos en la cabeza,
que no puede compartir con nadie.
Él tiene receptáculos de arena cargados
de tiempo.
De tanto amor inexorablemente ido,
realizado, en fuegos capitales, estrellado
contra los adoquines de todos los puertos
allí no hay peleas ni cuchilladas, ni golpizas
propinadas por la noche.
No hay luz, siquiera, ambiente prostibulario…
Está toda la historia del hombre, es un orgasmo
exangüe, explosivo, tardío, receptivo,
y luego la luz estalla en el interior de todas
las soledades.
Ella fuma, olvida, todo es recibir el dinero,
y luego quedarse allí, atemorizada, esperando
el próximo.
Él a la calle, la brisa fresca aromática de brea
de cualquier calafateado de cualquier barco
fantasma, lo impregna
linyera de los alrededores de la luna
esclavo de todos los alcoholes baratos,
camina, y respira, como tratando de recuperar
ese momento…
Reza. En voz baja, se sumerge en la abundancia
de su miseria, y duerme la mona a eso de las
cinco y media de la madrugada, de una noche
que no lo deja irse, ni morir, ni vivir, solo:
soportar su ambiente, el único que conoce el prostibulario.
Él y ella, dos amores separados por un poco de dinero,
que se palpa con la mano, y que parece encerado.
tocado por todo el mundo como ella,
como él, como todo. A quién le interesa?
De nuevo en la cabeza, estridente, la sinfonía prostibularia
arranca como la Obertura 1.812…
Llena de cañones de alma desnuda y nocturna, oscura
como la muerte.

PREFIERO

Aletargados mis sentidos
están buscándote inconscientes.
El frío me sacude
pero no extraño el calor
tenemos que vivirlo igual
como fue mandado.
Están llenas de palabras, las cosas,
incendiados ciertos espíritus,
No sé, pero, se una sola cosa:
que hay gente que no termina
de comer nunca
de comer por ocho.
Hay gente repulsiva,
mujeres tristes como rostros de muñecas.
Hay poesías que hay que leerlas
con un diccionario en la mano.
Hay egos corriendo con anabólicos
una y otra vez dándose premios.
Prefiero la gente que está temprano
ocupándose de uno, diciéndote “aquí estoy”
a todas las estrofas nacidas
de la estética por y para la estética sola.
Una buena copa de vino,
tu compañía, tu sonrisa
tu indiferencia lejana
a la tropelía de los bucólicos
que más que habitan, quieren
arrebatarnos el mundo.

SUEÑOS

Estuve revolviendo cosas en la cabeza
ayeres. Inexactitudes y errores cometidos
y me apené un poco.
Me dije “¿por qué?”. Sin embargo
seguí mirando adelante.
Quedaron atrás amigos, mujeres,
que no veré más.
A veces me imagino que esto está lleno
de dimensiones ocultas a mis sentidos
cotidianos.
Y andan por ahí, se meten en mis sueños,
recuerdos que se incorporan,
se ponen de pie, y hasta hablamos en idiomas
desconocidos.
Como si inventásemos otro lenguaje,
a partir de palabras suaves, como en susurros
(para no despertar a nadie)
andamos levemente, como
transitando caminos de azúcar impalpable
cuál fueran nubes.
Están allí, toda esta experiencia
es como estos teléfonos celulares
táctiles.
Todo así, esos sueños me sanan,
los otros son sólo resultado de una
mala digestión.
Mis recuerdos gozan de muy buena salud.
No hacen ostentación ni ruidos
me dan confianza, visos de eternidad.

COMO SOY.

He sentido algunas veces que
mi ser era como el plomo, o como
el acero.
Pero no era yo.
Yo soy como una caña al viento,
yo siento el dolor de otro,
festejo con otros.
Amo con paciencia y
erotizo con amor.
Para mí nadie es “cualquiera”
todos son, sobre todo, todas
tienen un nombre por el cual las llamo.
No bebo de cualquier vino,
tiene que haber sido hecho por gente “seria”.
No soy el que toma lo primero que venga,
como panacea.
Prefiero el buen fruto de la vid.
Cuando amo, brillamos, cuando nos dejamos
pretendo ser tu mejor amigo.
Es entendible que el mundo esté lleno
de locos, de estúpidos, confundidos,
por aquello que no pueden comprender,
creyendo que todo esto se enseña.
Sino que (por lo contrario) se aprende, por las noches,
frías, eternales, que parecen así eternas,
caminándolas como un lobo estepario.
Cuando no viene el sol, para peor
y te devuelve con un destello a la
cotidianeidad extrañamente estúpida,
y me quedo más tiempo en mi cama
estoy allí pensándome,
pensándote, recordándote. Deseándote…
En serio, recorrer el cuerpo de una mujer
no es algo que se haga con ligereza,
sino con la paciencia de un orfebre.
He superado hace mucho el “complejo edipiano”.
Hace mucho que veo a una mujer como mí
prójima, mi amiga, mi amante, mi manta de seda
natural.
No como aquella que dio un fruto envenenado
como si los dos no quisiésemos comer de esa manzana
como todas las cosas bellas, prohibida.-


Hugo Francisco Rivella (Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

MORIRÉ DE CABALLOS, DE PEDRADAS AZULES

Moriré de caballos, de pedradas azules,
con la patria en mis ojos y la flor enmohecida de todos los fracasos; en Vallejo trilceando aguaceros temibles…
Cisneros con sus osos mordiendo catedrales,
Boccanera y las bestias de todos los hoteles.
Moriré de luciérnagas y el ruido de la lluvia sobre el techo de chapas de la casa en mi pueblo, Salgari, Sandokán, Kanmamuri y los tughs en la jungla más negra de la tierra:
Joseph Brodsky durmiendo con Donne y los halcones, Ungaretti volviendo del mar de las serpientes,
la muchacha y sus pechos bordados en mi almohada y Nippur de Lagash galopando. Moriré de Oesterheld, Eternauta del cielo, los gurbos deletreando la voz del universo,
Francis Ponge y el verso desangrado en la piel memoriosa del cadáver del ángel. Moriré de Almafuerte, muerto y vociferando, aunque el siglo lo encierre con hordas homicidas, con los valses de Strauss y las zambas del Cuchi ardidas en las siestas del quebracho y las catas, los murales de Orozco, las manos de mi madre, el tapiz memorioso de mi imaginería, Guayasamín, sus lunas de colores en la piel de sus brazos. Moriré en los ausentes, los que no irán a verme, porque escarbo sus bofes a puñalada limpia,
o irán a mi velorio a saber si estoy muerto, si huelo, si es cierto que en mi cabeza rugen tigres de arena, que emana una vertiente de vinos, y en los ojos titilan sin cesar espejos relucientes;
mi cadáver
irá como la vida retozando.

LA LLAMADA

Si ahorita me llegara de lejos como un siempre tu perfume
o me llegara el ruido de tus piernas o tus pechos, amor, digo tus pechos,
el sueño de madera de la trampa, los ángeles del miedo, los fuegos de papel que tiene el hambre,
si me llegara todo como un río o un barco con coltam o dinamita, el hollín de la fábrica cerrada, el aroma de pan de un pueblo chico,
si me llegara el viento de Sonora, la curva de la recta en mi locura,
los códices antiguos del escriba con el secreto absurdo del olvido, los ojos del blasfemo arrancados para pagar la culpa que no tiene, si me llegara dios como un lamido,
como una espada ardida resistiendo.
Si ahorita o no sé qué ni lo quisiera porque todo me llega a puro estruendo,
me llegara la flor del duraznero como la nieve de un amor lejano, la carta de un soldado en plena guerra, las hojas del aromo en aguacero,
si me llegara el mar con sus caballos su rosa desbocada entre los peces, un verso de Guillén a ritmo negro, Bukowsky en Nueva York hecho una mierda,
si me llegara la muerte con sus trapos y los huecos del siglo en su osadura,
si me llegara ahorita una llamada y tu voz repitiendo que me amas,
si me llegara ahorita en el silencio, si me llegara, mi dios, si me llegara.

CABALLO Y BRASA

a Jacobo Regen

El caballo es una brasa que tirita.
Un pilpinto que vuelve por su cuello
como un collar por el que se deshoja la ternura.
En la brasa se mira como se mira el mundo
adentro de los días,
se reaviva en la lluvia igual que la ceniza que se moja
y se aturde con su propio galope.
La brasa es la memoria del espejo.
La llama agazapada entre los ojos.
Una flor de pétalos ardidos.
El caballo enfila hacia la brasa y la atraviesa
y es el último cometa de la tierra.



PÁGINA 13 – ENSAYO

ARTE, IMÁGENES Y REALIDAD

Por Carlos Penelas (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Nadie ignora que mi formación, entre otros maestros y escritores, se logró gracias a la generosidad y al afecto de Luis Franco y de Héctor Ciocchini. Este último fue investigador en Londres, en el Instituto Warburg. Fue el poeta y profesor Ciocchini quien me presentó, hace más de una década, a José Emilio Burucúa, brillante intelectual, un investigador de renombre internacional. No es casual que ambos, junto a la profesora Elisa Rey, habláramos en un homenaje que se le rindió al maestro hace unos meses. Burucúa, refiriéndose a Aby Warburg (1866-1929), dijo en una entrevista publicada en un matutino hace unos años: “Estudió algunos motivos recurrentes en la formas de representación de las distintas sociedades, lo que llama Pathosformeln o “fórmula de Pathos” o fórmula emotiva. Estas representaciones gráficas, visuales, auditivas, producen una respuesta emocional y remiten a un significado compartido por los integrantes de una cultura. De este modo, el surgimiento de la fórmula tiene un origen histórico y se despliega en el tiempo dentro de una tradición cultural. Quizás la fórmula emotiva de la Ninfa sea la más famosa de las clasificadas por Warburg. Se la registra en el siglo IV a.C. en los comienzos de la cultura griega y permanece, con mayor o menor visibilidad, a lo largo de toda la tradición occidental, como representación del poder de la vida joven. En la Edad Media muta o se oculta. Estalla en el Renacimiento, en donde se convierte en la imagen más rescatada del paganismo antiguo”.
Al respecto, Burucúa sostiene que los argentinos tenemos nuestra propia Ninfa: “Con el cabello suelto y el rostro entre sereno y exultante, es la imagen de Eva Perón ‘vuelta a la vida’ por los movimientos juveniles en la década del setenta. Esa imagen de Eva no había tenido una gran circulación durante los años del primer peronismo y luego del derrocamiento de Perón, ni qué decir. Sin embargo, es una imagen deslumbrante que surge resignificada décadas más tarde”.
Respecto al método que le permite a Aby Warburg hacer relaciones entre las representaciones de sociedades distantes en el tiempo y en su grado de desarrollo, según el historiador argentino: “El punto de partida es la analogía de la forma. No solamente en lo que podríamos llamar principios compositivos generales de las formas sino ya en cuestiones de detalle en donde tenemos que pensar en algún tipo de derivación material. Y de ahí viene la relación con el método indiciario de Ginzburg, no buscar la forma grande sino ver lo que pasa en una figura en la manera de representar las uñas, de representar la imbricación del pelo en la piel. En los detalles es donde uno podrá decir: esto deriva de esto, casi con un carácter probatorio, casi como si hubiera habido un documento escrito. Ahora, él empieza siempre a partir de algo que le interesa en el quattrocento y en el cinquecento, empieza a buscar la procedencia de una forma, y empieza hacia atrás y va construyendo una derivación, un linaje”. En otro tramo de la entrevista afirma: “Entonces descubre que hay formas que se ocultan, se eclipsan en determinados momentos y que vuelven a aparecer. Y después hace el camino inverso, desde sus orígenes remotos hasta esta versión nueva producida por “la vuelta a la vida de lo antiguo”.
Walter Benjamín (1892-1940) con el avance del fascismo advierte que las obras de arte tienen un aura que es agredida por la reproducción mecánica. La autenticidad en relación con los usos sociales, la necesidad de recogimiento, la conversión de lo sagrado en político. En los años treinta el fascismo era demasiado real como para entregarse sin mediaciones a la pasión de masas. Escribe: “…la masa dispersa sumerge en sí misma a la obra artística.” Algo de esto es lo que se conoce como la industria cultural.
Querido lector. La obra de arte revela la memoria que trae consigo. La memoria atraviesa el presente. Según afirma Didi-Huberman, que despliega la idea de historia del arte como “disciplina anacrónica”, el tiempo de la obra de arte es específico, proviene de una imagen que provoca múltiples tiempos sobre cuya base es posible configurar diversos presentes. Allí los conceptos de tres pensadores que la historia del arte suele rechazar: Aby Warburg, Walter Benjamín, Carl Einstein. Vale la pena recordar que Carl Einstein (1885-1940), fue uno de los intelectuales más inquietos y representativos de principios de siglo. Descubridor de Picasso, amigo de Jean Renoir, impulsor de teorías vanguardistas, del cubismo, introductor en Occidente del arte africano, vinculado al cine y a la literatura, al arte y a las ciencias sociales, se alistó a los cincuenta años en la Columna Durruti durante la Guerra Civil Española, será su portavoz. Se suicida en 1940 antes de caer en manos de los nazis.
Ahora podemos ver desde otro ángulo la condición estructural de la obra de arte que, desde esta mirada, puede considerarse como “montajes de tiempos heterogéneos”. Consideraciones anacrónicas que estructuran referencias diversas. Para ir pensando, caro amigo, para ir pensando.



PÁGINA 14 – CUENTO

PEQUEÑOS REBELDES

Por Jorge Isaías (Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

A veces me lo han dicho –otras muchas lo he pensado- cómo puedo extraer tantas historias, tantos nombres de un lugar geográfico donde lo mínimo tiene su reino y todo lo reducido tiene su asiento, pero es así. Nadie me manda a recoger y reduplicar aquello que no interesa más a nadie. Me interesa a mí. Es suficiente.
Lo hago por dos razones: la primera es absolutamente egoísta, porque me gusta y me da placer a mí, la otra es de estricta justicia. Nadie lo hará por mí. Y aquellos hombres y mujeres que tuvieran una vida sobre la tierra serán olvidados si yo no cumpliera con este sino absolutamente legítimo. Como yo convivo desde siempre con esos rostros, con esos amaneceres, con ese piafar de caballos bajo la lluvia, con ese andar lentísimo del arado al que rodeaban nubes blancas de gaviotas, a ese traquetear extático de las trilladoras cuando por el aire saltaban las vainas brevísimas del trigo o la cuchilla larguísima de la cortadora de alfalfa segara ese verde, como lluvia de “chinches verdes” y nubecitas de mariposas blancas encariñándose de blancor de las florcitas de la alfalfa.
Otras cosas que no son paisaje siguen con uno, aunque a fuer de verlos repetidamente uno ya lo incorpora a esa foto que como un callo le recuerda una escena extática.
Otros ruidos están, permanecen y basta pensar en el objeto que los producía para que vuelvan, obstinado, entre las nubes densas de la memoria: el ruido del vástago del molino, cuando las aspas podían retener todo el viento y producir ese golpeteo persistente extrayendo el líquido cristalino para que los animales bebieran a su antojo asentando a través de sus grandes lenguas y gargantas el calor y la sed de los eneros.
En noviembre empezaban a circular por las últimas calles del pueblo las grandes trilladoras pulverizando mariposas. Iban con su casilla, su cocina a leña con rueditas y su carrito aguatero. La acompañaban el canto alegre y despreocupado de los cosecheros y un enjambre de perros seguidores.
Levantado el trigo de toda la colonia, buscaban horizontes de pan en otras provincias porque se debía ganar sus buenos pesos para pasar los otoños lluviosos hasta que en el invierno toda esa gente pudiera volcarse a la juntada de la cosecha gruesa, es decir del maíz cuyas posibilidades de evaluar rindes estaban todavía muy lejanas. Dependería de muchas variantes: la semilla, el agua, el sol, pero sobre todo la calidad del suelo, ya que como decía el chacarero, italiano y filósofo Carmelo Mosso “campo bajo nunca ha sido alto”.
Es decir que campo inundable no era bueno para la agricultura apenas para la ganadería. De todos modos todo este tiempo era posible cuando el tiempo no existía o estaban siempre al comienzo, o por comenzar y como era yo una pequeñez sin mucho sentido que transitaba como un gorrión libre y perdido revoloteando (es un decir) los callejones polvorientos y perdidos, que se escondían tras una mata de yuyo arisco y miserable.
Ese atardecer, como casi todos, nos reuníamos con mi amigo Roberto Vega, al terminar él de trabajar en el reparto de helados de don Miguel Balagué.
Desataba el carro en los fondos de la heladería que funcionaba en la misma casa familiar, soltaba el matungo sufrido, lo ingresaba en los terrenos del ferrocarril, sorteando el guardaganado que protegía las vías de los animales y luego, con el freno en la mano se llegaba a saludar a su abuela, doña María Pichichello, quien vivía justo enfrente de mi casa. Varios usaban esos terrenos llenos de hinojales altos, no teniendo potrero, donde dejarlos.
Entre ellos el inefable don Miguel Balagué, de honrosa memoria de los que en el mundo han sido.
Luego se saludar a su abuela y tomar una ligera parvedad, me hacia el silbido convenido como seña y yo salía, si ya no lo estaba esperando y nos íbamos a sentar a esa esquina de la cortada cubierta de pasto.
Como en la niñez el helado se asociaba al verano, es seguro que estaban instalados cómodamente en esa estación.
Luego de una extensa plática, donde regularmente yo lo acompañaba hasta las vías que distan tres cuadras y medias escasas de mi casa, y tres de la esquina.
Ese día no fue excepción entonces. Veníamos por el medio de la calle conversando de las tribulaciones acordes a chimentos de entonces. Doce años él y yo dos menos. Al legar a los últimos cien metros, vimos en el largo paredón de los Iglesias, que guardaba un monte de naranjos, mandarinos y limoneros por demás apetitosos, con una implosión de botellas rotas en la cima de ese muro. Pero esa vez no fueron las mandarinas lo que llamó nuestra atención sino una cantidad importante de carteles políticos. Campaña electoral no sería porque eran tiempos de la Libertadora, con su secuela de fusilamientos, sindicatos intervenidos y represión.
No sé el carácter de los mismos, no recuerdo que decían pero eran unos grandes afiches de papel blanco con inscripciones en rojo, llamando tal vez a un acto partidario. Eran –de eso estoy seguro- o pertenecían al partido radical.
El tenía que cruzar las vías y todo el pueblo, ya que vivía en ese otro extremo del pueblo. Pero sin mirarnos tuvimos los dos la misma reacción, casi de militantes.
En nuestras casas se respiraba un intenso aire peronista y tal nos creíamos nosotros.
Nos aproximamos al tapial y comenzamos a romper los carteles, que habían sido pegados recientemente.
De pronto, un grito a nuestras espaldas nos heló la sangre.
-Mocosos de porquería, ahora los denuncio a la policía.
Era don Gerónimo Pozzi, quien con una larga escalera al hombro venía de algún lugar donde habría arreglado algún desperfecto ya que era empleado de la usina eléctrica local.
Lo vimos que doblaba hacia la izquierda, porque en ese tiempo la comisaría estaba a escasos metros de la casa Iglesias, justo enfrente de la plazoleta de la estación.
Roberto, siendo el mayor decidió qué hacer.
-Voy hasta la esquina- me dijo –Si entra te hago señas con el freno y sino te saludo con la mano.
-Hecho, le dije yo.
Cuando me hizo señas con el freno empecé a correr hacia mi casa. Al llegar a la esquina de la cortada lo esperé.
-Entró, me dijo –entró.
Decidimos escondernos en el maizal de don Clemente Gerlo, ya que la policía, colegimos, para castigar el delito nos buscarían en nuestras casas.
Cuando anocheció y al ver yo a mi madre que salía con frecuencia a la calle y me llamaba decidimos jugar nuestro papel de héroes y dejarnos apresar.
Seguramente don Gerónimo nos jugó un chiste porque nada pasó.
Lo que no me quedó claro es si la broma no era una emoción de radical que veía como dos chicos rompían un cartel y ya nunca sabré la verdad porque él se ha muerto hace tiempo



PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

Carlos Barbarito (Pergamino-Buenos Aires-Argentina)

TENGO POCAS COSAS

Tengo pocas cosas, todas erradas, débiles:
recuerdos como lloviznas, un apellido que pronto olvidaré,
el corazón lleno de incertidumbres, los ojos heridos por el otoño.
Ayer enterré a mis muertos, cerré sus ojos y besé el hielo de sus frentes.
Y después lloré hasta quedarme sin lágrimas,
solo bajo la luz de una lámpara, rodeado de fantasmas,
sepultado vivo en un mundo que no me ve, no me habla ni me oye.

ESCRITO EN LA PARED DEL SIGLO

Qué esfuerzo el de la tibia por alcanzar al pájaro,
el del vaso por contener el alba,
el del caballo por ser mariposa.
Qué dolor el del que da de beber a su propia sombra,
el del que siempre anda descalzo sobre las brasas.
Qué número el uno irremediable,
qué desnudez la del que nunca anduvo desnudo,
la del que llora al borde del pañuelo
su hartazgo de dioses y su hambre de alimento.

NUEVA ENTRADA DE CRISTO EN BRUSELAS
A Daniel Mastroberardino

Porque lo andado, si vuelvo la mirada, es demasiado breve
comparado con lo que me aguarda,
adonde camino para cumplir el doble, inevitable destino
de fundir mi carne con la carne de la palabra
y perderme, más allá de nombre y medida,
ya sin palabra, destino y sustancia.
Los sueños no alcanzan para mitigar el alma,
ni la memoria de Ostende, bandadas sobre grúas y engranajes;
ahora formo un cuenco con mi mano
para que la sangre derramada no se pierda,
y pienso en el lastimado, desnudo otra vez sobre la tierra,
desnudo y desclavado, listo para andar de nuevo
desde una Bruselas de pétrea arquitectura
hacia un horizonte de enloquecidas mariposas blancas.

REUNIÓN DE FUEGOS

Arden los cuerpos de los muertos y el humo asciende y forma nubes
que se retuercen, espasmódicas, en el viento.

Arden las ramas y las hojas que los niños arrancaron de los árboles. A
la luz de las hogueras otro niño dice tengo miedo.

Arden las estrellas y un hombre y una mujer se buscan. Entrelazados
ya no son sino un mar único cuyas olas golpean con furia los arrecifes.

¿Arderán el papel en el que escribo, mi mano que escribe, arderé
por entero en medio del poema cuando yo esté en pantanos de sangre,
puentes de sogas y cañas tendidos sobre las voces de los volcanes?

En mundos violentos moramos.

POUND REVISITED

Ve libro mío en la mudez nacido,
y abraza a quien se apiadó de solteros y casados,
de la pequeña Aurelia y de las vendedoras de tienda,
y que ahora es una sombra,
una presencia fantasmal que cruza los jardines de Kensington,
los senderos de los sucios, vigorosos herederos de la Tierra.

Abraza a quien un día entregó su vasto corazón a la lluvia
y se quedó para siempre en las aguas del zafiro,
dile que yo también me he unido al vuelo de las golondrinas
y traigo en mi sangre la luz de los abedules y el oro rojo de los arces,
para que cuando llegue la más terrible de las horas
y en mí todo sea cernido y disuelto,
ante los ojos de mis ojos permanezca intacta la Belleza.

ME DA MIEDO DESPERTAR
A Raúl Gustavo Aguirre

Me da miedo despertar,
abrir los ojos, sentir que en mí permanecen,
implacables,
los dolores y los recuerdos.
Metáforas, filosofías, pitagóricas ecuaciones
y no poder ni siquiera resolver el alba.

Y no hablemos de mundo. Yo no tengo mundo,
apenas un hueco donde sólo cabe mi esqueleto.
Yo no quiero acabar crucificado al calendario,
atado al mismo invierno, a la misma lámpara.

Qué soledad la de este cuarto,
me da muertes de periódico, y quema
hasta las cenizas el niño que llevo adentro.
Qué desgracia la de este siglo,
la de este cotidiano desayuno de sombra y sangre
del que no quiero probar ni una gota.

Adónde ir, cómo saber entre tanta máquina,
entre tanta música confusa.
A qué viento obedecer, en qué espejo mirarme.
Dolores y recuerdos, tengo miedo.
Puentes y caminos, pájaros idos, caigo, caigo.



Amelia Arellano (San Luis/Argentina)

EL PEREGRINO

Herida rosa madre de los vientos
El árbol patriarcal, deglute Trinca. Traga.
Esta noche he sentido más que nunca su encubierta furia
Crujen los huesos de mis hijos, ay, como crujen.
En la gruta escondida crece el odio paralelo al vástago.
He odiado salvajemente al padre y tan salvajemente
He amado al hombre.
Entre restos calcinados del incesto llanto de un recién nacido
Despojos de cabellos, de uñas, de vestidos impuros.
Corales en las bocas de las prostitutas del alba
Cambian de lecho con las cicatrices amargas del olvido
Nostalgias enredadas entre las medusas del sexo. Refugio.
Entre axilas rasuradas Entre flacidez de los pechos sin leche.
Entre huida fragor de pájaros Entre mierda tristeza de algas.
Entre esqueletos de buques fantasmas. Entre fuegos fatuos.
Descendí hasta el Tártaro. Allí lo he encontrado Y me he encontrado
El exilio de hoy, ay, no es de hoy, ni siquiera de ayer
También en mi está el animal que me habita y me devora.
Me posee en largos corredores sombríos
En despojos de lo que fue morada de los Dioses
Persecución. Precarios espacios nauseabundos
Se metamorfosea, me confunde .Huyo, pero siempre vuelvo.
Lejos ha quedado el padre y en el nido hay sangre.
Esquivo, voy y vengo, él espera, siempre espera.
Al encontrarnos, las fauces y garras se confunden.
Jadean en do mayor los huesos.
Somos una piedra pan hecha de miel y greda.
La brecha se fragmenta La sombra fugaz de Hades entra.
La casa vidrio cerrada aloja el huésped de bruma
Puerta piedra sacra silenciosa Llave umbral de las mareas.
Faro apagado A la vera del mundo, el peregrino
Por fuera el Ruido. Conchas marinas, cráneos petrificados
Adentro, silenciosa la soledad aguarda.

HORÓSCOPO DE MIEDO

¡Madre! ¡Juro que no elegí!
No elegí, ser la ráfaga vital de tu horóscopo de miedo
No elegí este misterio arcaico. Emboscado. Grotesco.
No elegí ser animal, pradera, dios, hombre, bestia.
Juro que no elegí las huellas dactilares de arena.
Menos, esa fábula de escondido deseo.
Quisiera recordar.
Saber como era cuando aun no era.
Recordar si mis dedos,
No fueron, ay, no fueron tan macabros y tristes.

Madre pradera rosa, no elegí profanar tu isla de pasión.
Como habrás odiado la marca del amor paralela al olvido
Madre valle profundo, como amabas,
Ah, como amabas salvajemente ese amor mentira.
Se, que hubieras podido vivir, sin pan. Sin agua
sin fuego, no sin el aire que el te respiraba.

Inadvertidamente fui tallando tu vientre.
Juro que no quise romper el triángulo de plata.
El temor, el espanto. la discordia.
Quise anudar en mi cuello la serpiente y la lumbre.
Te consta madre espina mariposa, se que te consta
Intenté cerrar las llaves y el conjuro.
Casi lo logro. No obstante no pude evitar este vital retorno
Madre plural impar único dios.

Ríes madre leche. Pero se que lloras.

HEREDEROS DE AUSENCIA

No ha heredado el color de mis pasos
Ni la intangible penumbra de mis ojos.
Ni siquiera mis garras fieles a su especie.
Ni mis risas de monigote loco.
Lleva, sin embargo, una heredad de ausencia.
Un hueco enorme inclaudicable.
Un sueño mutilado.
Termitas anidadas en la piel de aquella
Mentida primavera.

Cargamos con la heredad de ausencia
Con la brújula atávica y secreta.
Con la escondida y negada certeza del tajo
El desmembrado cuerpo a cuestas.
In eternun.

LETE

Ha vuelto, ay ha vuelto
El río de la noche /el mismo/ que creía que jamás vendría /
Ha vuelto
Las remembranzas / se han convertido en piedras.
Todos los pájaros han comido /semillas / amapolas de olvido.
También, ellos están / sus pasos /escuchan en las noches.
Se alojan en cuevas color sepia.
En cauces /subterráneos /vigentes /actuales.
Separan la vigilia del sueño

Cualquiera es la figura, el fondo siempre el mismo: la tristeza

Y aquí estoy, sola /como la vez primera.
Llegan con máscaras/camufladas /olvido
En bandadas /como gaviotas / o langostas de roca.
Han vuelto todos. Todos han vuelto ay /y yo sin casa.
Y yo sin queso/ ni vino / ni pan.
No hay fuego prendido/ ni agua hirviendo.
Tampoco queda el niño
Otro / niño/ angelical
Malévolo / Pupilas sangrientas
Ojos con cataratas negras/ ciegan la luz / recuerdos
Cualquiera es la figura, el fondo siempre el mismo: la tristeza
Frescura de jazmín / o inodoro pestilente.
El Sahara / La sed. / Los Nómadas / La pasión se calcina
Saciedad / Praderas blancas/ Caderas ondulantes / Una copa de vino.
Uno mismo / Otro / Solos
Dominio inexorable del espejo del espejo del río.



PÁGINA 16 – ENSAYO

UNO DE GALLEGOS

Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Tópico significa “perteneciente a un lugar determinado”, y se aplica también a los medicamentos de uso externo.
Los tópicos, además, son esos lugares comunes que suelen usarse para el humor, para evitar la fatiga de pensar con mayor profundidad sobre algún tema, para discriminar o denostar a ciertas personas pertenecientes a alguna clase o grupo. Por ejemplo, los ingleses son flemáticos, los alemanes fríos, los latinos fogosos.
Cada tópico tiene una innumerable cantidad de casos para justificarlo. No vienen los tópicos de la nada, sino de hechos verificables en la experiencia. Pero cada tópico, también, tiene un pasado que lo explica.
Los judíos atesoradores de sus monedas, los judíos pendientes del oro escondido en los recovecos de las buhardillas, eran los judíos sin derecho a comprar tierras, siempre a punto de la expulsión, siempre a un momento de tomar los hijos y las monedas para escapar a otra tierra que los dejase por unos años simular ciudadanía. Esas monedas contadas y recontadas eran la posibilidad de futuro para su prole y su nación.
Los “turcos” de Argentina, los regateadores, los que dan el precio según la cara del cliente. Los libaneses, los sirios, los “turcos” comerciantes, vendedores de baratijas, eran los hombres de barbas oscuras que tenían que dormir al descampado, porque matar a un turco no era delito. Sólo les estaba permitido comerciar con chucherías, mientras no resultasen molestos a los cristianos, a la gente de bien.
Los indios y negros sucios, olorientos, estaban confinados a condiciones de miseria en que calentar una olla de agua en el invierno era un privilegio imposible. Y los aborígenes del sur si no se untaban con grasa el cuerpo morían congelados, pero si, eran sucios, inaceptablemente sucios, a nuestros ojos.
Los campesinos ignorantes, bastos, palurdos, tan poco sofisticados. Hasta hace poco tiempo los niños en el campo debían viajar kilómetros para llegar a alguna escuela, y en tiempos de siembra o cosecha debían interrumpir los estudios para ayudar a la familia. Escuela secundaria, si, en la ciudad. Quién pudiera.
Las mujeres débiles, sin capacidad de mando ni de organización ni dirección, menos de dirección de ninguna cosa. Las primeras promociones de universitarias todavía viven, tan reciente es la inserción de la mujer en la sociedad política, económica y académica. Hasta hace unos segundos en tiempo histórico, las mujeres tenían los mismos derechos que un menor de edad o incapacitado mental. Si, no se tienen, nadie les tiene confianza.
Hay muchos, muchos tópicos. Es notable cómo el pensamiento políticamente correcto en estos tiempos se ha hecho carne en la gente, y es cada vez más difícil escuchar que en un discurso se usen despreciativamente los viejos tópicos. Muchos de estos conceptos no tienen, hoy, asidero. Sin embargo, basta una discusión, y no importa sobre qué sea, para que floten los cadáveres que pensábamos fondeados en el río.
Cada insulto de este tipo es un golpe artero que se descarga no sobre la cabeza del adversario, sino sobre su pasado, su familia, su grupo de pertenencia, sus hijos. Son los insultos más fáciles, más dolorosos, más personales. Porque se aplican en la zona donde duele, y se derraman externamente abarcando la pertenencia étnica, social, de género.
Están agazapados detrás de la falsa cortesía, de la débil capa de urbanidad, de la aparente “aceptación gozosa de las diferencias”. Subsisten, subyacen, finalmente aparecen.
Me pregunto si la creación de tópicos será una condición humana natural, si será, finalmente, una necesidad el pertenecer a un grupo, y por lo tanto no pertenecer a otro, y por lo tanto creer que ese grupo es peor, y por lo tanto despreciarlo. No lo se.
Llega a mi casilla un chiste de gallegos. Es gracioso. Me digo que es gracioso.



PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

URGENCIA DE SOMBRAS, poemario de Gladys Frutos Faloni

Por la Prof. Liana Friedrich (Rafaela-Santa Fe/Santa Fe)

Urgencia de sombras es un poemario compuesto exclusivamente por haikus, que respetan la originaria estructura oriental de tres versos (el del medio, heptasílabo, y los otros dos, de cinco sílabas cada uno). Por su morfología los catalogamos de versificación y métrica tradicionales, pero por su contenido –tal vez lo más importante que representa todo portador de significación poética- tratan de abarcar, a través de sus dos primeras líneas, una visión de la realidad, cuyo misterio debe resolverse en el último verso, gracias al cual se logre suscitar en el lector- destinatario una exquisita percepción íntima. La condensación conceptual y descriptiva es entonces la característica primordial de los haikus; constatémoslo entonces en algunos ejemplos:
El hombre grita, / esta humanidad llora. / Dios nos olvida.
El viento pasa, / se lleva los aromas. / Dolor de flores.
Es por eso que no nos extraña hallar en ellos relaciones de causa- consecuencia, concatenadas en apretada brevedad formal. Otras veces, el vocativo exhorta al amor, a la lluvia, al árbol yerto, a la luciérnaga, al vino, a la mariposa, al ave del paraíso…
Amor, despierta / con desnuda vergüenza / a mi humanidad.
Árbol sin ramas, / ausente de latidos: / los nidos rotos.
Pero fundamentalmente, los haikus de Gladys Frutos Faloni ofrecen definiciones que en lenguaje poético se traducen mediante imágenes metafóricas (puras o impuras):
Alma de lluvia: / pincel en gris oscuro, / paso del tiempo.
Llueve mañana / esos hilados de oro / sobre la vida.
Dicha imaginería aparece expresada, por lo general, a través de oraciones bimembres de verbo copulativo + predicativo obligatorio:
Los gemidos son / un grito silenciado. / Roja herida. (En este ejemplo, el oxímoron prevalece por sobre la analogía).
También suele emplear construcciones nominales con valor declarativo:
Vino bebido, / miel tibia en los labios. / Sonido sin voz. (En esta ocasión, se cierra con una imagen antitética).
Otras veces, la forma declarativa se abre catafóricamente al enunciado, desde los “dos puntos”:
Noche callada: / sol de pesadumbre en / cama nevada. (Un recurso como el encabalgamiento logra romper la uniformidad de los versos, para conectarlos abruptamente).
Predominan los haikus puramente descriptivos (tal es el contenido que originariamente presentaran dichas composiciones en oriente: pintar con certeras pinceladas pensamientos centrados en palabras- clave):
Durazno rojo: / jugosa primavera es / tu sensual cuerpo.
A veces las preguntas no son retóricas, sino que mutan en diálogo poético:
¿Quién puede contar / la bella historia de amor? / Sólo los niños.
Otras, dejan abierto el interrogante existencial en el final estrófico:
Anidan aguas / sobre piedras profundas. / ¿Dónde la vida?
Esta actitud dubitativa se reitera en la construcción disyuntiva:
Rojo este cielo: / no sé si es nuestra sangre / o el atardecer. (El paisaje con frecuencia se tiñe de intimismo).
La poesía profundamente emotiva de G.F.F. conmueve desde la riqueza de sus recursos expresivos, los cuales logran abrirse paso con URGENCIA entre las SOMBRAS de una sociedad tecnificada y deshumanizante, que parece haber perdido la capacidad de palpar diversas texturas, observar lo mínimo, paladear los frutos de la naturaleza, escuchar los sonidos del silencio, aspirar las variadas fragancias de la vida, destrezas éstas que la poeta exhibe con maestría y madurez literaria.



PÁGINA 18 – CUENTO

BUSCANDO UNA SALIDA

Por Daniel Adrián Madeiro (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Ella se da cuenta que, al fin y al cabo, él salió a flote.
Pero insiste en encontrar una salida distinta.
Mira a todos los costados y no ve más que un horizonte sin fin.
Se pregunta hacia donde ir, cómo asegurarse un destino sólido.
Pasa los interminables días cargada de angustia, con la mirada perdida, con la cabeza cargada de imágenes, de recuerdos, de esperanzas.
Sabe que un milagro sería lo apropiado.
Pero no quisiera necesitar un milagro.
Entonces cavila con la mismísima profundidad de un océano sobre el día de mañana.
Lo recuerda a él saliendo a flote pero se resiste a hacer lo mismo.
Y sigue sola, sobre un pequeño bote que se está desmantelando poco a poco, muerta de sed y hambre, en medio del océano, casi loca, planteándose todo el tiempo si no sería mejor terminar como él, muerta, flotando en el agua.



PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

María de los Ángeles Martínez (Cuenca-Ecuador)

ERÓTICO

Otra vez el deseo...
qué difícil pelear
contra su fuerza,
contra su ímpetu,
sobre mi debilidad.
El deseo que empuja,
que envuelve,
que nubla;
que se clava en mitad de todo,
en mitad de nada.
Que quema,
que contagia,
y se expande.
Y tú tan cerca,
y tan dentro…
ese latir de las venas,
esa adrenalina
que exige un cuerpo;
esa necesidad agobiante,
estas desesperantes ganas
de querer hacerlo
de una puta vez.
Qué difícil pelear
contra el deseo

de matarte

EL TIPO...

Estaba, loco, esquizofrénico,
delirante, catatónico, paquidermo.
El psicólogo dijo: no es nada.
El psiquiatra dijo: no es nada
El esotérico dijo: es Júpiter y su alineación
en la chorrocienta casa (por decir algo).

Estaba paranoico, perturbado, espartano,
cannabáceo, atrabiliario, infesto.
Nadie entiende en este cementerio global:

¡Ese hombre estaba vivo!

(Creo que iba contra las leyes
por eso le crucificaron)
Se levantó cabreado a los tres días
y se fue.
Algo mejor debe haber esperado
de los ingratos reinos de la muerte,
reinos de los hombres, reinos abandonados.
Desde el inicio todo salió mal:
le hospedaron en Belén y no en el Marriot.

TERCER GRADO

Porque inexplicablemente
fuimos belleza…
nos vimos,
pensamos.
Miradas se transformaron
en caricias, en besos,
se materializaron,
en hogar e hijo.

Nos lanzamos al fuego
ciegos, confiados y bellos,
Por fin, ¡era nuestro turno!

¿Pero qué Fénix ni nada?

Salimos,
con las justas salimos:
horribles para siempre,
con el amor deshecho
pegado a la carne chamuscada.

LAMENTABLE X.

No sabes irte de una vez,
dejas la puerta abierta,
asomas tus narices
y husmeas…
Un hogar que ya no es tu hogar,
en las ruinas que dejaste
todo.

Con frases moralizantes,
¡tú el más inmoral de todos!,
quisiste domesticarla…
¡tan tonto!
Ella te quedó grande,
ni parado sobre la cama,
vociferando tu hombría.
¡Mucho ángel para vos!
Mala imitación de camionero borracho,
de mendigo con incontinencia y sarna,
estúpido reencarnado en estúpido.
La careta ya no te calza más;
la piel de tu alma,
si podemos llamar alma
a ese trapeador,
de camal,
muestra su descomposición,
no aguanta más la farsa.

“Por Dios una neurona”
pide, “sólo una”,
yo me uno a sus rezos
reconstructivos y milagrosos;
para que no vuelvas,
cínico sin clase,
a pedir que bese
tu boca cariada de mentiras
insultos y comida para cerdos.



Alberto Rodríguez Tosca (Bogotá-Colombia)

LAS MEJORES MENTES DE MI GENERACIÓN

He visto las mejores mentes de mi generación desvanecidas en el aire como asustados cálamos a punto de caer. Las he visto, a su pesar, cayendo. Las he visto estrellarse contra un muro de ideas que antes se estrellaron contra un muro de gente. Las he visto izar banderas y quemarlas después. Aplaudir desenfrenadamente en sus tribunas y con el mismo desenfreno abominarlas luego en tribunas de otros. Las he visto lidiar sus más altos y más bajos instintos con la destreza de un banderillero que desafía el cuerno temeroso ante la mirada expectante del poder y la gloria. (Todavía escucho sus lánguidos aullidos batallando en la plaza). Las mejores mentes de mi generación quisieron cambiar el mundo con bombo y pandereta a una hora en que el mundo se cambiaba a sí mismo con saña y maldición. Sordomudas ante el paso del tiempo y de rodillas ante las broncas filípicas de los Padres de la Patria, las mejores mentes de mi generación dilapidaron en un grito todo el silencio que necesitarían después para salvar la patria de los padres. Hablaron, callaron. Gozaron, sufrieron. Ganaron, perdieron. Sangraron y con pequeños sorbos de absolución y olvido curaron sus heridas. Qué más decir de las mejores mentes de mi generación, sino que siguen siendo las mejores mentes de mi generación... hasta que nazcan otras.

ENTONCES YO ME PREGUNTO

No hay paz en la tumba de mi madre. Cada noche la escucho arrastrar sus viejas pantuflas de goma por toda la casa. Mientras camina, lava los platos, raspa el polvo, ordena mis camisas. A veces se detiene y dice: “Hijo, ¡cómo estás viejo!” Entonces yo me pregunto: “¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas?” El alma en pena de mi madre recorre mi cuerpo con ojos que dan grima. Sus manos tiemblan, zurcen mis pantalones, juegan con los reptiles. El aire se refocila en los cristales y un aroma de pan recién horneado amansa los remolinos de la noche. Mi madre canta. Busca palabras que alivien con música las hendiduras de su propio corazón. A veces se detiene y dice: “¡Hijo, vuelve junto a tu padre, acaricia con lágrimas su pulmón herido; visita de vez en cuando a tus hermanos; llora en paz y sálvate, pero no te avergüences de haber salido de mi vientre escaldado!” La madre es fría y está cumplida. La mía intenta rescatarme de un despeñadero que cultivo con ganas. Me niego a abandonarlo. No quiero. No puedo. Se me hizo tarde para regresar a la casa materna y mucho menos a ese pleamar de cascabeles sucios que reclama mi cara para tatuar en ella un plano de los días en que fuimos felices. Mi madre tose, se le escapa el aire, lo deja ir con la inspirada resignación de quien escribe un salmo. Mientras camina, se mira en el espejo para verme soñar. Sueña conmigo. Nos soñamos. A veces se detiene y dice: “¡Hijo!” Entonces yo me pregunto...

DESAYUNOS

Es sábado me despierto a las seis ya huele a desayuno
por las rendijas de la ventana se filtra un aire negro
que carga otros hedores pronto vendrán por mí
los funcionarios de inmigración y todavía no decido
dónde guardar tu foto me pregunto qué estará haciendo
ahora mi padre allá en la isla seguramente duerme
o sueña o se prepara para morir tan solo como lo dejé
hace siete años acompañado de una soledad que ya
lo acompañaba la radio es una ametralladora de malas
noticias los periódicos otra y me pregunto qué habrá
desayunado hoy el señor presidente hace frío a las seis
y me despierto imaginando cosas cocodrilos que cantan
serpientes que agonizan mujeres que huyen de mí
como de un temblor o una epidemia ¡no huyan! les grito
pero del otro lado una voz hermosa como gemido de sándalo
les ordena correr desvanecerse entre la bruma para que yo
no pueda retenerlas (no las retengo) a esta hora las prostitutas
se retiran a dormir trabajaron con ganas les pegaron con ganas
pero llegaron a la pieza con lo del desayuno huele a desayuno
a las seis y me pregunto qué habrá desayunado hoy el capitán
de corbeta y su señora buenos días mundo buenos días aguja
de coser entra en mis ojos y hazme portador de una ceguera
amable (ya vi lo suficiente gracias) si hay un jardín de las delicias
no es mi jardín si hay una felicidad no es mía (perdonen la tristeza
sucede cada tanto a las seis) me sirvo el primer trago mi desayuno
que sabrá amargo como resina de eucalipto el próximo sabrá
a sudores tuyos ahora confundidos con sudores de otro bajo qué
sábanas te estarás despertando esta mañana amor mío.



PÁGINA 20 – ENSAYO

EL SANTO: UNA LEYENDA, ¿UN MITO?

Por Omar Roldán Rubio (Tulacingo-Hidalgo-México)

Una de las peculiaridades de toda sociedad es su capacidad para crear ídolos y la nuestra no es la excepción. En todo tiempo, como todos los del mundo, el pueblo mexicano ha hecho populares, famosas pues, a varias figuras o personajes en los cuales busca identificarse, desde los días prehispánicos y su cúmulo de Dioses surgidos por la necesidad de tener un asidero para conciliarse con su entorno, hasta el momento –sin soslayar el ámbito sacro- en que los nuevos héroes de carne y hueso empiezan a conformarse a partir de un núcleo de seguidores que los erige y los sostiene, los alimenta y los mantiene siempre vigentes.
Así es como surge, en 1942, dentro de un contexto netamente popular, el emblemático “Santo, el enmascarado de plata”, personaje creado y sustentado por Rodolfo Guzmán Huerta, hombre nacido en Tulancingo de Bravo, Hidalgo, un 23 de septiembre de 1917.
El Santo surge en una época en que la Lucha Libre ( se dice que este deporte convertido luego en espectáculo fue introducido a México en 1863 durante la intervención francesa) irrumpe inevitablemente en el ánimo de gran parte de la población que busca, dentro de la problemática humana que entonces se vivía, un reconocimiento, una identidad social.
Los espacios para la Lucha Libre en ese tiempo cubrían en gran medida la necesidad del pueblo por desatarse de los problemas cotidianos, tanto que algunos promotores hicieron surgir verdaderos íconos del pancracio, mismos que El Santo logró opacar.
Es así como este luchador enmascarado inicia un periplo que lo ha de llevar, primero, de la Arena México al Cómic de la mano de José G. Cruz para de ahí brincar a los Sets cinematográficos y luego a la fama y a una idolatría que trasciende a varias partes del mundo.
El cine mexicano adopta y promueve a este nuevo ídolo y lo lanza a otros niveles de audiencia. El público, ávido de héroes que lo sustenten, lo recibe con alegría y honores.
El Santo aparece en una etapa de la vida de México en que, a falta –afortunadamente- de televisión, la Lucha Libre se disfrutaba casi familiarmente en su todavía esencia mítica, es decir, en un entorno mezclado de ficción y realidad donde los gladiadores se reencontraban para afrontar, física y mentalmente, la eterna pugna del bien contra el mal.
Así es como lo recuerdo: era la década de los sesentas –quizá en el 67 o 68- y el entonces abandonado Cine Rex, sobre la calle de Luis Ponce, servía como escenario para la Lucha Libre.
Como casi siempre tampoco esa vez tenía dinero para comprar un boleto y la acción al interior hacía rato que había comenzado. Supe, por el grito de “Santo, Santo”, que la estelar estaba por iniciarse, así que me acerqué a la entrada principal del antes cine a esperar al menos escuchar algunos pormenores de la contienda.
De pronto un energúmeno sale corriendo por el semiderruido pasillo de entrada a la arena perseguido por una avalancha plateada y detrás la muchedumbre. Es el Cavernario Galindo que huye del Santo y su acoso quien finalmente le da alcance y allí, entre escombros, escenifican una cruenta lucha que produce sangre en el rostro del Cavernario, fractura en la plateada máscara y el final de alarido, ya sobre el ring, con el grito nuevamente de “Santo, Santo, Santo” surgido de todas las gargantas y yo, instalado en primera fila, asombrado de la excitación de la gente y su deseo de tocar y cargar sobre sus hombros al enmascarado de plata.
Sin embargo, antes de llegar a ser la figura que desde los años 50´s ha sido, Rodolfo Guzmán –nombre meramente estadístico a partir de la máscara plateada- intentó, más que la fama, la supervivencia personal a través de los cuadriláteros. Curiosamente para ser “Santo” debió ahondar en los infiernos bajo los nombres maléficos de Hombre Rojo, Enmascarado, Murciélago II y Demonio Negro, lo que también nos hace ver la importancia que para Rodolfo Guzmán Huerta tenía el emblema de la careta en el, conciente o no de su parte, sentido mítico de este elemento que ha formado parte de todo ritual desde los primeros asentamientos humanos en el mundo.
La popularidad de El Santo se da de manera simple y natural porque el concepto que manejó en el combate: técnico o rudo según las circunstancias, pero sobre todo la máscara que, según mi opinión, manifiesta el sincretismo religioso de dos culturas --por un lado esa parte luminosa o “santa” otorgada por los españoles luego de la conquista de nuestro país, y por otro los rasgos indígenas plasmados en ella (la forma de los ojos me recuerda a los de las gigantes cabezas Olmecas de La Venta)- repercute en el ánimo del pueblo mienta madres y otras linduras que salen de su boca, quienes al fin encuentran un sinónimo de rebeldía, justicia y castigo contra el oprobio que los refleja por un mismo boleto. Pero eso era en la Arena.
En el cine, la emblemática figura de El Santo se convierte en algo mucho más grande, mucho más complejo y misterioso que, al mismo tiempo de que se reafirma como el héroe de moda combatiendo contra mujeres-vampiro, hombres-lobo, extraterrestres y un sinfín de monstruos inimaginables, se transforma incluso en objeto de culto dentro y fuera de nuestro país.
El cine a color, ya México en otros matices sociales, trae consigo nuevas propuestas fílmicas que van diluyendo al cine de luchadores que había promovido a gladiadores como Huracán Ramírez, Blue Demon y Mil Máscaras, sólo por mencionar a los más reconocidos, y que van orillando la figura del Santo hacia la televisión para sumar “una estrella más al canal de las estrellas” sin que este medio logre realmente hacer suyo este personaje.
En suma, El Santo es una historia que se comenzó a forjar, como toda leyenda, de manera oral para desembocar en lo que ahora es: un distintivo, en buena parte, de la idiosincrasia popular mexicana.
Pero esencialmente la grandeza de Rodolfo Guzmán consiste y se fundamenta en su preparación física deportiva y en su disciplina mental para afrontar y superar los retos que el propio Santo le proponía continuamente, al extremo de conducirlo a despojarse, en público y por televisión nacional, de la plateada careta, en un afán de que el hombre quedara por encima del mito.



PÁGINA 21 – CUENTO

ESCRITOS DE LA CASA NUEVA

Por Irma Verolín (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Esta es la historia de una mujer que compró una casa vieja. Una casa para remodelar. Yo soy esa mujer y esta es la casa, la historia y la casa van juntas. Y siempre digo, mientras me canso de trajinar yendo y viniendo con una brocha en mano de una punta a otra de esta decrepitud: Cuando cumpla mis cincuenta años voy a terminar. Lo digo a cada rato para convencerme o para que el tiempo se estire y me dure, para que el tiempo se haga más grande que la casa, para que el tiempo se ensanche, sólo así tendré el espacio y podré mejorar lo que por ahora parece inmejorable.
La casa ha sido vieja durante demasiado tiempo, por eso resulta tan difícil procurar que no lo sea más. Las paredes repletas de grietas se burlan de mi buena voluntad, de mi empeño por rejuvenecer y hacer bello lo que es vetusto. Cuando vi por primera vez estas paredes sentí el desafío. Yo, que soy una mujer que comienza a ser vieja, pretendo que al menos lo que me rodea deje de serlo. Es lo único que me alivia y me ayuda a vengarme del castigo de ver mi cuerpo así, tan distinto a lo que era. Aquella primera vez en presencia de la dueña que mostraba en sus ojos el deseo ferviente de que yo fuera por fin la compradora de su casa vieja, vi los techos agujereados por culpa de la lluvia y me dio tanta pena por la casa, tanta pena que decidí comprarla y cerré rápido los ojos y dije “sí”, como si se tratara de un casamiento.
Compré una casa vieja, una casa que tuviera algo para decirme.

Era tanto lo que debía hacer en la casa que yo no quería ni pensar ni calcular el tamaño de una pared. Me imaginaba que arreglar la casa, pintar las paredes era como escalar una montaña. Para llegar a la cima era preciso no mirar hacia abajo. Pero me equivocaba. En la casa sucede al revés que con la montaña, al mirar hacia arriba me topaba con los cielorrasos: calamidad de manchas e imperfecciones. Había que subir a mirar los techos. Hacia arriba estaba la profundidad de la montaña. Mi casa es una montaña al revés.

Una mañana descubrí que los pinceles que yo tenía para pintar las paredes eran más viejos que las paredes. Los miré un largo rato, los toqué, los estudié en silencio. Las paredes tenían una rugosidad que había terminado por contagiar a los pinceles. ¿Qué hacía? ¿Compraba pinceles nuevos o tiraba las paredes abajo?

El esplendor de una pared recién pintada es el único esplendor que puedo imaginar por ahora. Pero la pared es como un mapa absurdo con ondulaciones y excavaciones de inusitadas profundidades. El esplendor no está en ninguna parte o mejor dicho, está en el futuro de la pared. Yo trato de ver más allá de este presente cuando miro la pared, imagino mi mano pasando mil veces sobre la superficie rugosa, mil millones de veces. Y mi mano pasando más el tiempo sumado o acumulado en ese sitio inconcebible donde se repliega el tiempo, hacen de la pared ese esplendor, como si yo mirara a través de las capas de aire y allí estuviera el futuro o mi pared en el futuro. Entonces yo seré más vieja y frente a la suavidad de la pared, la rugosidad de mi mano. Tal vez tendré cincuenta años cuando eso ocurra, porque eso debe ocurrir, no hay nada más importante en el desfiladero de los sucesos que ese esplendor de pared que me espera del otro lado del aire.

Durante un tiempo, desde aquel día en que compré la casa, estuvieron unos hombres trabajando. Tiraron abajo paredes, levantaron otras y la fisonomía original de la casa cambió, aunque no demasiado. Por la noche yo venía hasta aquí y, a falta de luz eléctrica, entraba tanteando y reconociendo el espacio paso a paso. La oscuridad ocultó para mí la nueva fisonomía de la casa. La oscuridad era más grande que la casa en aquellos días en los que la casa no era de nadie, o mejor dicho, en aquellos días en los que la casa le pertenecía a la oscuridad y entrar en ella era como entrar en un agujero del alma.

Por fin logré subirme al techo. Fue un relámpago, un vértigo que jamás imaginé. El resplandor del sol golpeó contra el cinc plateado y la luz me pegó en los ojos. Y el mundo quedó boca abajo. Alcancé a apoyar el otro pie y la escalera dio la impresión de hundirse en un abismo que agujereaba el mundo. Caminé temblando, la calle se veía lánguida y colegial y del otro lado un paredón y lejos, más lejos, la iglesia con su campanario. Los árboles. Los árboles. Más techos y nadie, ninguna persona en ningún lado. No bien caminé un poco encontré un pájaro muerto, seco, desplumado, muerto de quién sabe cuánto tiempo atrás. Habiendo tantos lugares en la ciudad el pájaro tuvo que venir a morirse justo sobre mi techo, seguramente la luz también lo golpeó a él, el pobre pájaro debió confundir la superficie plateada con un lago. Se veía como una cosa estrellada contra la nada, las alas abiertas y la cabeza hacia un costado. Lo dejé ahí para que continuara secándose.

Uno de los dos árboles que están frente a mi casa tiene un agujero. El agujero parece siempre igual, pero sé que eso no es cierto, el agujero crece con lentitud de planta y en algún momento en el futuro, que está más allá de donde ahora mis ojos llegan y llegarán, en el futuro entonces el agujero se habrá comido al árbol y no habrá más árbol, sólo agujero y cuando salga de mi casa tendré que esquivarlo con el cuerpo para que en ese futuro inalcanzable el agujero no me alcance a mí, no me devore, no se confunda con mi sombra.

Pinto las paredes con un reglamentario y estropeado equipo: un pantalón decolorado y una camisa a cuadros que una vez fue la camisa de mi cita de amor. Me la compré exclusivamente para ir a esa confitería y decirle al hombre que lo amaba. Los colores de los cuadros eran más vivos que ahora y supongo que elegí la camisa para darme ánimos. Debo decir que la cara del hombre al escuchar mi declaración no fue lo que yo esperaba. Él dijo que lo pensaría y lo siguió pensando por lo visto mientras yo seguí usando la camisa año tras año, hace ya tantos. Y la sigo usando ahora que ya no pienso en él, ahora que ni siquiera me pregunto si él piensa en mí. De todos modos aquel hombre ya no podrá encontrarme, me he mudado y las paredes oscuras antes de la pincelada apenas contrastan con los colores de los cuadros de la camisa.

Cuando estoy arriba, en el último escalón de la escalera, la casa se siente tan profunda que me asusta pensar que yo vivo metida adentro de semejante profundidad. Me tiro al suelo y me extiendo como una lagartija, me extiendo tanto que creo hundirme más abajo de todo, entonces el arriba y el abajo que son parte de este mundo me llenan de contrariedad y mi cabeza estalla. Mi pobre cabeza hecha de barro, que se convertirá en cenizas, se siente tan cerca de la casa que me dan ganas de llorar.

Estaba cansada de subir y bajar las escaleras llevando y trayendo cosas, trayendo y llevando. Entonces cuando debí bajar el colchón y unos cuantos almohadones los tiré desde lo alto y cayeron al fondo del patio, blandos y decisivos. Qué alivio, qué placer. Así comprendí a las mujeres que luego de echar a sus maridos de casa, tiran su ropa por el balcón.

Los albañiles me explicaron que existen dos clases de escaleras. Las que dan cara al cielo y las que están encerradas dentro de las casas, bajo un techo que a veces las cobija y otras las aprisiona. Las escaleras que permanecen a la intemperie tienen los escalones inclinados hacia abajo, con un desnivel para que lluvia se resbale cuando cae, cuando se precipita sobre el mundo. Las otras, en cambio, están hechas con escalones lisos, rectos, de una horizontalidad endemoniada, porque la lluvia no entra en las casas, se queda sobre los techos y se escurre por canaletas blancas por fuera y negras por dentro. Mi escalera, me explicaron también, pertenece al primer tipo. Vea, me dijo el albañil número uno. Vea qué desnivel. Espere a que llueva y observe la languidez que tendrá el agua gracias a ese declive, agregó el albañil número dos, aunque lo dijo con palabras menos estilizadas. No esperé para ver semejante cosa, sino que teché el patio entero y la escalera entonces pasó a formar parte del segundo grupo, de las cobijadas o aprisionadas, según se mire. Ahora bien, el conflicto es que el declive de los escalones se ha vuelto completamente inútil y ha dado nacimiento a una enorme contrariedad. Las escaleras internas como esta, la mía ahora, son bajadas y subidas en estado de despreocupación por esa creencia que existe de que la casa propia es segura, por lo propia, por lo encerrada. Las escaleras de la intemperie suelen subirse y bajarse con el cuidado de los que saben que están en terreno ajeno. Mis pasos entonces no se corresponden con el declive de esos escalones que, dos por tres, me empujan hacia el suelo como si yo estuviese hecha de agua. La escalera y mis pasos tienen ahora un severo conflicto de identidad. Así es la vida. Las cosas nunca encajan completamente donde deben encajar, ya que si fuese de otra manera en vez de mundo estaríamos habitando un paraíso. Lo cierto es que habitamos este crudo mundo con los pies que tenemos y la escalera que nos legaron, la que vino con la casa. Y no hay más remedio.

El albañil me dice que no importa, que no se va a notar. Yo miro la cara del albañil y miro a la vez los azulejos que acabo de conseguir que son de un blanco distinto al de blanco angustiado de las paredes. Me cuesta creerle a este hombre que pierde su vista bonachonamente en esa lejanía de pared, pero él insiste, me explica que con el tiempo todo se va a asimilando porque la compañía contagia y así este blanco blanco se irá volviendo gastado como el de las paredes. ¿Por qué no le creo? ¿Por qué sospecho que quiere terminar cuanto antes el trabajo? Es que me cuesta creer que el tiempo doblega mi voluntad y hace de las suyas, ya sea en las paredes, en los colores o en la piel de mi cara. Le digo entonces al albañil, luego de escaparme furibunda de la inmensidad de mis pensamientos, que proceda a terminar el trabajo, que mezcle esos dos blancos como si jugara con el tiempo y pusiera de una buena vez sobre el tapete la conclusión a la que no quieren llegar mis pensamientos. Veo que el hombre se encorva sobre el balde lleno de un mejunje gris y cubre la contratara del azulejo y luego lo apoya sobre la pared ¡Con cuánto desparpajo lo hace! Qué falta de conciencia. El tiempo, subrepticiamente, se ha deslizado por detrás de su espalda y nos desabrigó a los dos. Y aquí estamos y allí está mi pared y el mundo sigue andando.

Cuando llega la noche pienso en los albañiles. Sus manos rugosas, su forma de encorvarse para comer. Toda la espalda cóncava encerrando el bocado de comida y esos ojos de gente de techo ajeno y esa odiosa forma de hablarme con tono condescendiente cuando les pregunto algo sobre el comportamiento de las paredes, como si yo fuese una niña a la que hay que explicarle todo y ellos estuvieran cansados de contestar cosas tan simples de entender. Siento celos, ellos y la casa guardan un secreto, un profundo conocimiento del que estoy excluida. Después recuerdo el hueco que sus espaldas forman a la hora de comer y ya no me importa. Creo que tienen un hambre muy grande y sus bocas intentan ocultarlo, del mismo modo en que las paredes esconden ese misterio de materia dura, esa extraña forma de vivir que tienen las casas en su interior.



PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

Alejo Urdaneta (Caracas-Venezuela)

VENDIMIA DE RAZAS
(EN EL INSTANTE DEL HALLAZGO AMERICANO)

El ave atrapó el color
de la tierra,
el aroma de la orquídea o la dalia
fue resplandor en la fosforescencia del jaguar,
el agrio hedor de la pelambre de la bestia
subió al árbol de caoba.
Era tiempo de tempestad sin viento,
entre el oro y el follaje.
Venía con la medida exacta de los bosques
la algarabía de las guacamayas
en la gris lejanía


Estaba madura la fruta
desde siempre madura en el campo feraz
del almendrón y la caña.
Hacia el encuentro
golpeaba,
golpeaba la tralla
en las nubes de octubre.
El eco gris extendía el brazo
y desató la tempestad.


Retumba ahora sin pausa la voz plenaria:
Este mes del calendario gregoriano
la tromba iluminada
anuncia conquistas,
movimientos de agua,
lluvia de espadas
y escudos y plumas:
proclama de triunfos
en la bruma del décimo fruto.


El cardenal exhibió la mitra
En el rojo amanecer.
Así hago también mi culto,
igual que lo hace el tiempo:
Doy mi oración y mis quebrantos,
solo en el frío,
ante la plenitud del hallazgo.


El piélago inabarcable
se llenó de ojos tras la selva,
la visión del naviero en la playa
se topó con líneas de polvo estelar.
Pájaros también eran los ojos,
claro verdor en el bosque, aceituna,
ondas de lago apacible,
verdemar contemplativo.
Exhibía la noche su musgo,
llovizna nocturna,
ojos sombríos,
de pozo y ensueño.
Calmados faroles
solitarios de inmensidad,
alerta vigía del casco y la espada.


De la parra lejana colgó el claro de uva,
en la constelación de la copa
vibró la voz de grana callada,
y celebramos otra vez la delicia
para alumbrar de uva el secreto:
la breve, dulce acidez
rodando en gotas
de cálido diamante,
ocultas en la sombra.


Desde el púlpito secreto
surge el movimiento en las alas
de murmullos enmascarados.
Días negros
abiertos sólo por la nueva esperanza,
y desde el altar difuso
proclamarán el amanecer.


Ha quedado el aroma
del cañaveral y la azucena.
El lirio de agua
sumergido en el murmullo y la pisada:
juntos en el haz colorido
el fruto y la llovizna,
la fe que llega del mar
y el canto ritual
en el copón de arcilla roja
de las razas aurorales.



Trino Barrantes Araya (San Ramón-Alajuela-Costa Rica)

AMARANTOS DE TIEMPO EN TIEMPO
A Matías Larios, por ese inclaudicable arte de tejer la resistencia

ALDABAS DE LIBERTAD

La víspera de la semilla
abrió la puerta de las anuencias,
los mezquinos acertijos
dejaron el alumbramiento
sola a las sombras.
El desacierto del goce
pobló de dolor la aldaba
de la libertad.
Yerto, el silencio putrefacto
de los fusiles,
rompió el mudo grito de las consignas.
Y el impasible atributo de las castas
ensangrentó sus ritos
en un holocausto de exilios.

UN FURGÓN, DOS BLINDADOS Y UN AVIÓN

En la calle,
las llantas chillaron,
un furgón cargado de silencios
hizo su ingreso,
en el camino
tortuoso de las adivinanzas.
La noche llamó al concilio
Para levantar los sueños en huelga.
Las inertes palabras
recrudecieron la hora de los discursos.
No hubo la posibilidad,
ni nadie quiso pretextos
para saciar el preludio de la madrugada.
El deseo se hizo ayer
y el mañana con su rostro en sábanas
dejó la levedad para purgar
la inútil danza del sueño.
Un vuelo nauseabundo cruzó
el letargo del firmamento
y el inescrutable dolor
se desembarazó del Presidente
en piyamas.

AMARANTOS

Me invitas a que sembremos amarantos
en esta hora inútil
donde las honduras se hacen agujas,
sermones y discursos, sangre y dolor.
Hemos dejado los rituales inútiles
de los predicadores en las puertas.
El auspicio de los fusiles
llena los campos de ortigas
y el ásperos silencio de los surcos
no nos deja crecer los yerbajos solidarios.
Sembremos amarantos
de tiempo en tiempo,
yo te acompaño
porque en la justicia de le la tierra
las palabras hurtadas
vendrán de nuevo en cosechas
de vientos y resurrecciones.
No dejes deslizar tu semilla
hacia otras abras,
el jardín que hoy nos separa
nacerá dibujado con nuevos frutos.
Sembremos, amor,
sembremos amarantos
porque en la indumentaria del tiempo
el lector no tiene espacio para plagios.

POEMA PARA MELISA

Con tu ofrenda de piel desgajada
enciendes la derrota de los
sicarios de tu Patria.
No creas Melisa
que han dejado vacía las urnas.
El camino del agua es lento
como la queda lágrima
que humedeció tus mejillas
aquella tarde ultrajada.
Lo recuerdas, compañera,
en el círculo de la vida
el tiempo profundo devora
a las formas fútiles de los soldados.
En cambio tú, llevas en tus senos
la profecía de la carne que no declina,
los insomnes recorridos de Morazán
en ancas de verbo encendido.
Entre la vida y la muerte
solo existen los asombros,
pero tu cuerpo en cambio
tiene aun las prendas
que hacen más dulce el triunfo
del regreso, la lumbre que avistan
los exilios.

MATÍAS

En sus manos trae un ramo de poemas,
la delicia de las ofrendas
que nacen de los versos.
Con ese cincel histórico
en la amalgama catracha
y la postura de la palabra inhiesta,
ni la tristeza de los aullidos de los canes
dan lugar a las sombras.
La poesía no declina a los fusiles,
los soldados son terrenales,
el poema, en cambio, es gozo supremo
en el espíritu.
En ella –tu poesía-, se encuentran los caídos,
los que guardan en el exilio su regreso,
la intacta lujuria de la lucha
y los que hacen de la resistencia
un mapa fértil, para florecer
los amarantos, los rosales.
No dejes de escribirnos,
vez como el tinte de tus poemas
se hace luz en los rostros hermanados,
destejen las máscaras del dolor y agonía
para nacernos de esperanzas.



PÁGINA 23 – ENSAYO

VOZ DETRÁS DE LA VOZ*

Por Miriam Cairo (San Nicolás de los Arroyos-Buenos Aires-Argentina)

¿Somos dos? Creo haber individualizado a alguien: un urgido. Una culona alucinada. Un fulgurante definido. Una presentidora. Un plegador del lenguaje desplegado. Un imaginador vicioso. Una contempladora. Una dobladora de sombras. Un hombre fatal. Un lector.
¿Era esto, pues? Este fragmento puede ser un pequeño adelanto del fin del mundo. ¿Por qué no se extinguirían hoy los jabones neutros, el café descafeinado y la lectura light? Cada vez son más intensos los signos del final. La luna se ha atrincherado en un estado intermedio entre las horas y la eternidad. A los lectores del diario los asalta una sensación de cosa no concluida. Este fragmento me libera de ser pastor o perro de un rebaño. Por hermética que sea una prisión tiene su falla. Esto sucede también con otras cosas. Cuando oigo hablar de pozos de fuego me arde un poema Rimbaud. A fuerza de ser arrojada desde adentro hacia fuera he trazado en el camino de mi vida un profundo cauce. He comprobado que los astros también pueden vivir bajo tierra. Y no descarto que este fragmento sea un pequeño adelanto del
fin de mi cordura: cuando alguien dice algo sobre la flauta y el cuerno, pienso en Verlaine, en tu flauta y en mi cuerno.
Ya se me ha hecho costumbre caer en mi cauce toda vez que soy arrojada desde adentro hacia fuera. En la caída tomo conciencia del límite exacto entre los que deben vivir su vida y los que la desean vivir. También conozco a los que todavía tienen oídos para escuchar cosas inauditas y a los que navegan, con
Michaux, entre las mandíbulas del cielo y de la tierra. El paso del tiempo modifica las cosas: el O.B. de hoy nombra el tampax de Boris Vian. Pero esto no le ha hecho bien a la poesía. El O.B. es difícil de versificar y no para la hemorragia del poema. Esta evidencia pone en aprietos el genio creador.
Reconozco que una palabra puede ser un yo en estado de realización. Cuando escribo los cuatro versos de la Filídula pienso en Ezra Pound y no me explico cómo, sin conocerme, él supo que la Filídula era yo.
¿Alguien habla? Siempre palabras. Nunca palabras. Y si todavía tengo algo que decir es esto: la escritura, monstruo eterno, convierte en sí mismo todo lo que nombra.
¿A qué llamamos luna? Blanca es esta noche en que la luna se recuesta sobre el árbol y apoya sobre su mano el mentón. Se quita los zapatos y sus blancos pies de blanca luna se deslizan sobre mis sábanas estampada de flores y de peces. Camina por la casa en sombras. El recuerdo de una sed mortal
desprevenida, le sujeta la garganta con firmeza y sin fatalidad. La luna recorre las sombras de mi casa y se obstina en señalar la radiante mordedura en mi costado. Se está sólo cuando el nombre propio resuena en el vacío.
Cuando la noche es memoria de otra noche. Yo transito, con la luna, los pasos de esa entrañable imperfección. En el centro de la noche se desparrama una idea. En el centro de la idea reposa con alivio, mi fatiga. No hablo porque el vaho de la boca empañaría el aire. La luna me salva de las malas
compañías. Viene sin ofrecer nada más que a sí misma. Sólo viene a la casa de alguien que le cede un lugar y que no tiene más que a ella misma. También viene por otros detalles, mucho más pequeños.
La luna ya no sabe hablar. Ya no puede hablar. Ya no ilumina más los amores muertos. Los cuerpos muertos. Tiene el corazón devorado por las criaturas de dulce erección. Sale a caminar para ver algo nuevo, para hacer algo nuevo, para respirar un aire nuevo. Por el camino de los corderos negros la luna
emprende su marcha. Hasta en eso, ella y yo, nos parecemos.
¿Qué no haremos? Hace algunos minutos, había cosas que no existían. Otras sí, porque se creía en ellas.
¿Cierra los ojos? Mis palabras pueden ser triviales o mal intencionadas. Por ahora me doy cuenta de que sólo son peligrosas para mí, por eso no he tenido cuidado en divulgarlas. Así como brotan las lágrimas, brota la risa y brotan las palabras. Es mejor usar un libro que una almohada. En mis días hay
muchas cosas incomprensibles. En mi libro preferido hay una palabra que se repite 3660 veces. Escribo lo que veo, aunque no sea lo que es. Y pienso: "no va a funcionar". Es imposible salvarme de ese miedo. Es más fácil despertarme en otro mundo. Debo dormir en otro mundo porque en el miedo de que no funcione no se puede descansar.
¿Todo se dice con su sombra? A veces el silencio me obliga a escribir. A veces la escritura me obliga a hacer silencio. Mi barco navega. Mi libro se escribe. El reloj de la vida no funciona. Aquí me quedaré porque no soy un cisne. No soy un pañuelo. Me quedaré con mi perro alado. Con los crímenes que no han sido descubiertos.



PÁGINA 24 – CUENTO

LAS OTRAS MANOS

Por Ángel Balzarino (Rafaela-Santa Fe-Argentina)

Sí. Trato de imaginar que nada ha ocurrido. Los tres juntos. Como siempre.
¿Recobrar así fragmentos del pasado? No. Sin duda ya no podré. Rehuir el presente, más bien. Aliviar el peso espantoso de la realidad. ¿Soy culpable? Sólo quería acabar con la rutina y el aislamiento. Estaba agotada. Casi veinte años convertida en una máquina. Lo mismo, día tras día: las tareas de la casa, el almacén y, sobre todo, Sebastián. Librarlo del castigo de los otros chicos, atenuar el fastidio de las maestras, resguardarlo del menosprecio general. Lisandro siempre quiso llevarlo a un instituto donde le brindaran la atención necesaria. Me opuse. Por cariño de hermana como por un sentimiento de lástima y respeto. Soportaba un permanente acoso. Creí que algo de comprensión y ternura hubiera evitado su belicosidad. Pero a medida que una gordura fofa le deformaba el cuerpo, comprobé que la pasividad y el silencio eran una simple máscara. El rencor, como una rama seca ante el leve chispazo, iba a estallar abruptamente. Y sucedió cuando conocí a Marcial Ugarte. ¿Impedirlo? ¿Renunciar a la libertad, rechazar para siempre al único hombre que resultaba portador de un cambio? No quise hacerlo. Mi paciencia había llegado al límite.
Estaba harta de postergaciones y renunciamientos. Lisandro no tardó en censurar mi conducta. ¿Con qué derecho? Demasiado tiempo vegetando en la oscuridad. Callada, con los dientes apretados. Ya era hora de vivir sin ataduras ni rendir cuentas a nadie.
Ajena a la inquietud de Lisandro y los intempestivos ataques de Sebastián, me sublevé. Otra persona de improviso. Vital. Arrebatada por un desconocido fervor.
Capaz de reír, de tararear alguna canción por momentos. ¿Todo obedecía a un juvenil, quizá absurdo enamoramiento? A ellos les pareció una burla o una traición imperdonable y se mostraron cada vez más hostiles frente al hombre que había logrado encandilarme. Traté de eludir cualquier roce, las palabras hirientes, el desgaste de agrias discusiones. De mil modos procuré hacerles entender que todos podíamos vivir en un clima de concordia, sin resquemores. Luché para no perder el universo de promesas y sueños y felicidad que él me ofrecía como un regalo. Fue inútil. No llegué a disfrutarlo. Todo se desvaneció una semana antes del casamiento.

Ya no encuentro palabras para convencerla de que precisamente quise evitar eso: que Sebastián sufriera cualquier daño. No tuve otro propósito al pretender que
Marcial Ugarte desapareciera del cálido mundo de nosotros tres. Yolanda no atendió razones. Acaso sin comprender o advertir la conmoción que provocaba ese hombre.
Tal vez era justificaba. Ya no soportaba el agobio de la soledad, del trabajo agotador, de la falta de cualquier clase de diversión. El acercamiento de él tuvo el poder de trastornarla. Todo surgió distinto. Fascinante, más hermoso, atractivo. Y se dejó arrastrar por el goce embriagador. Casi aislada, indiferente. Sebastián resultó el más herido. Demasiado tiempo había tenido el amparo, la ayuda de ella. Se sintió mortificado por su actitud algo desdeñosa. Desplazado. Y no pudo aceptarlo. Sin tener una meta definida, se mantuvo a la expectativa, más hosco y malhumorado que de costumbre. Advertí que poco a poco todos a su alrededor adquirían el carácter de feroces enemigos. Me llenó de inquietud y miedo. Conocía la facilidad con que explotaba en furia irracional. Se impuso el presagio de una tragedia. Comprendí que existía un solo medio para evitarla. Una noche fui a casa de Ugarte para pedirle que se apartara de Yolanda. Decidí llevar una pistola por si no estaba dispuesto a cumplir mi deseo.

La noche era opresiva. Sin poder dormir por el calor y los mosquitos, me levanté. Di unas vueltas por el patio. El tapial y las plantas impedían cualquier soplo de aire. Fui hasta la vereda con la esperanza de obtener un poco de alivio. Pasé unos minutos allí, observando sin curiosidad la calle y las casas a oscuras, cuando algo logró quitarme la pesadez del sueño. El hombre que avanzaba por la vereda de enfrente. Agazapado, los pasos presurosos. Me di cuenta en seguida que procuraba ocultarse. Al cruzar bajo la luz de la calle, lo reconocí. El idiota de los Oliver. ¿Qué hacía allí, a medianoche? Me quedé tras la puerta para vigilar con mayor tranquilidad. Presentí alguna cosa bastante grave. Más que por su andar decidido, por el puñal en la mano derecha. Me sacudió un latigazo de alarma. Todos en el barrio conocíamos su carácter arrebatado. Golpear a los chicos que le hacían gestos de burla o tirar cascotes contra las vidrieras en un momento de histeria, eran ya habituales. Un asilo hubiera sido el lugar indicado para él, pero la familia se negaba a internarlo. Por fin se detuvo ante la casa de la esquina. La observó, algo vacilante, como si buscara una entrada. ¿Qué se proponía? Con un mal augurio, corrí al dormitorio y llamé a Elisa. Sin atender sus protestas, la conduje hacia la puerta de calle mientras le explicaba lo ocurrido. Entonces vimos que él saltaba la verja del jardín y se perdía entre las plantas. Allí vive el novio de Yolanda, irá a visitarlo, muy pronto serán cuñados, comentó ella con evidente malestar. Sí, puede ser, aunque resulta bastante raro que entre sin llamar y armado de un puñal. Eso la despabiló completamente. Tenemos que hacer algo, rápido. No tuve tiempo de responderle.
Una súbita exclamación, parecida a un llanto estridente o un grito de rabia o dolor, desalojó la quietud de la noche. Instintivamente nos abrazamos en procura de mutuo resguardo. Quedamos, así quietos, en tensa espera. Cuando superamos el estupor, corrimos hasta el teléfono para avisar a la policía.

Sí, señor. Yo atendí el llamado. Me costó entender qué pasaba. El hombre parecía muy asustado y explicó todo en forma atropellada. Después de anotar la dirección, llamé al agente Lozano y sin perder tiempo nos dirigimos al lugar del hecho. Había muchas personas en la calle, a medio vestir o cubriéndose con sábanas, como si acabaran de abandonar la cama. Hablaban todos a la vez, inquietos, agitando los brazos. Nuestra presencia logró imponer cierta calma. Esperé que se apagaran las voces para efectuar algunas preguntas. Antonio Rivas, el hombre que llamó por teléfono, ya más tranquilo, dijo que él y su mujer habían visto al muchacho Oliver entrar en la casa de Marcial Ugarte. Llevaba un puñal. Eso los sobresaltó. Pocos minutos después quedaron paralizados por un grito. Fue todo lo que pudo decir.
Debió suspender el relato por culpa de los otros, que empezaron a opinar sobre ese muchacho al que en el barrio llamaban el idiota o el loco. No tuvieron reparos en resaltar sus defectos: demasiado irritable y violento, un riesgo para todos que anduviera libre por la calle, que sin duda había cometido una barbaridad en casa de
Ugarte... Aturdido, los interrumpí con un grito. Hice una seña a Lozano y, sacando las armas, nos abrimos paso. Al cruzar la puerta enrejada del jardín, lo vimos salir de la casa. Por impulso de una tempestad, tembloroso el cuerpo descomunal, sosteniendo el puñal en gesto amenazador. Lo conocía desde chico y siempre pensé que su deficiencia mental no resultaba peligrosa, sino más bien era motivo de compasión.
Supe que me había equivocado. Reflejaba una actitud virulenta, desarregladas las ropas, el cabello alborotado sobre la cara. Grité para detenerlo. Inútilmente. No pareció oírme ni tampoco ver al grupo que cubría la calle. De un empujón hizo caer a Lozano y continuó la marcha. Los hombres y mujeres comenzaron a dispersarse.
Asustados. Tratando de evitar cualquier ataque. Entre gritos de sorpresa y terror.
Comprendí la necesidad de impedir que las cosas se agravaran más aún. Tuve un segundo de turbación. Pero en seguida se impuso el sentido del deber. Levanté el arma. Disparé. Creí hundirme en un remolino al ver tambalearse el cuerpo del muchacho. Dio unos pasos en círculo, como buscando un apoyo. Por fin se desplomó.
Poco a poco, pasado el peligro, la gente lo fue rodeando. El silencio reflejó una mezcla de consternación y respeto. Entonces entré en la casa de Ugarte. Luego de un breve recorrido, lo divisé sobre una cama. Completamente quieto. Alrededor, claros signos de lucha por la ropa y varios objetos en desorden. Al inclinarme sobre él sentí una garra fría. Me faltó el aire. No por comprobar que el hombre estaba muerto sino por descubrir en el pecho, donde una mancha rojiza cubría la camisa, la perforación de una bala. Quise gritar. Para expresar una rabiosa protesta o destruir la telaraña que hacía todo incomprensible: la presencia de la gente, el muchacho Oliver armado de un puñal, mi disparo, Ugarte muerto... Por eso sin duda personal más capacitado que yo podrá averiguar lo ocurrido realmente aquella noche. Por mi parte no tengo nada más que informarle, señor juez.



PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

Guillermo Tovar Torres (Palmira-Colombia)

PUNTICO DE LUZ

¡Cansémonos de volar, murámonos de vivir!
Alumbremos las llagas que producen la paz de las cadenas,
desandemos las trochas que llevan la vida a los abismos del alma,
tumbemos a filo de conciencia los follajes que ocultan la luz de la alborada,
pongamos un cocuyo entre las manos vacías que levantan banderas de ignorancia,
y abramos una brecha en la vida con la puntica de un sueño.

¡Si logramos escuchar a un hombre caminar
y lo sentimos incrustar su pie sobre la piedra y no sobre los hombres,
si al arañar la tierra no arranca nuestros ojos con sus manos,
y si al impulsar su vuelo no derrumba nuestro vuelo con sus alas,
sabremos que estamos mirando volar a un hombre libre!.

Desde mi encierro proyecto caminar por un puntico de luz.
Mis pasos suenan como cadenas prisioneras en los altares del silencio,
mi voz es apenas un susurro leve que se extingue en la invalidez del sentimiento
y el sentimiento es el peso, por mucho tiempo, de una frágil pluma en el cerebro;
mi decisión es la fuerza para levantarme más allá del vuelo,
no es suficiente el pensamiento para perforar el miedo
y la conciencia oscila entre ser un eslabón que une la intención con el hecho,
o el candado que implacable cierra las argollas de mi esencia.

Secuestro....
cadenas que una experiencia de violación nos imponen sobre la confianza,
gritos y silencios convertidos en obsesión que nos impiden vivir en paz,
deseos reprimidos por muchos instantes de tortura.

Secuestro...
Crear y prolongar una insípida rutina bajo el concepto de hogar,
manchar la esencia en el rostro de los hijos para no aceptar los errores,
estar desnudos bajo la lluvia sin atrevernos a encender la luz del interior,
dejar que la costumbre amordace los amores a las patas de una cama.

Intento saber en dónde estoy....

Afuera, una nueva ignorancia se aprende en los colegios,
las manos y las voces son cardos con espinas lacerando el vuelo,
los semáforos en rojo y el hambre, roban niños desde las cunas
y las miradas hambrientas no encuentran noches para descansar.

Intento saber en dónde estoy....

Puedo sentir cómo la tierra cambia su olor a mineral para saber a sangre,
puedo escuchar el brote del petróleo como gorgoreo de muerte,
huelo el humo que produce la carne de la honestidad quemada por el carbón,
puedo escuchar el interminable silencio ante el permanente grito,
puedo ver como se apagan las luces en medio de las sombras.

Voy a encontrarme conmigo a negociar mi libertad,
será difícil porque me tienen vigilado mis principios,
las reiteradas frases del maestro tienen cuchillos en el tiempo,
uno más uno dos, me está mirando desde su cetro
y tengo cadenas atándome desde la esencia al cuerpo
y desde el cuerpo al pensamiento.

¿Vendré hoy?. ¿Vendré mañana?.
¿A cambio de qué podré volver a caminar sobre mis propios pasos?.
¿A cambio de qué podrá mi luz iluminar mis sombras en los recintos del ocaso?.
¿A cambio de qué cuando la parca llegue podré sentir que se apagó una luz,
y no que se cerró una sombra inventada por el amor, opacada por el silencio?.

Es aquí donde ser es un punto de luz en medio de una gran oscuridad,
donde los altos vuelos agreden a los profundos espacios,
donde el hambre y la ignorancia pueden más que la libertad de los pueblos;
donde se siembran hombres en mazmorras para cosechar dinero
y hasta los lazos del amor se usan para someter la piel de la esperanza.

Es aquí donde la razón se rinde bajo los yugos del poder.

Aquí no se puede definir como un lugar determinado de la tierra,
aquí es el hombre...

EL RETORNO DEL CÓNDOR.

¿Quién romperá las cadenas
Empotradas con amor,
eslabón a eslabón
En el altar de la memoria?

¿Quién,
después de tanto caminar
entre las rejas
Podrá convencer al cóndor
De la fortaleza de sus alas?.

¿Quién lo convencerá del cielo,
Si lo vio morir aferrado a su mirada?

¿Cómo disfrutar la ráfaga de viento
Estremeciendo su plumaje,
Sin presentir el rictus en su cuerpo
Tras presentir el viaje
de la flecha envenenada?.

Y quién tendrá la libertad moral
Para abrir las puertas de su jaula
Y la palabra limpia para susurrarle...
!Vuela, vuela, eres libre¡?

ÁRBOL DE PIEL

Subo por mi piel a recoger tus frutos,
aguacate partido,
pedazo de luna florecido,
fresa madura que asciende y me sube,
más allá del tamaño en que han crecido
las bajezas de los hombres;
exprimo en ti limones maduros
muerdo, sin bajar, mangos en tu boca.

Viajo en púbicos ramajes
a parajes donde no podría, sin tu piel;
montado en el follaje;
esas orquídeas azabache, azaleas rubias,
no podría ir tampoco
sin tu boca comiéndose mi nombre
a empinados silencios, a profundos gritos.

Todos los astros giran alrededor de este instante,
subimos juntos al dios de los gemidos,
a chuparnos el sol, a bebernos la luna;
te despido con un beso en la frente y te vas,
a cultivar con tus pasos los surcos de la piel,
a podar los días que se han hecho largos,
a sembrar más semillas de ti
en las hectáreas vírgenes de mi alma,
porque antes y después de la cosecha,
eres tú, eres tú la que florece

SOBERANÍA

Desde que eres silencio sacaron tu nombre de la tierra
ya no eres grano de café tostado en toldas de esperanza
ni tallo de caña gimiendo en los trapiches,
en donde hombres y bueyes,
sudan caricias de azúcar y panela
en el ardiente lecho de la paila .

Ya no eres luna ni soles de maíz
iluminando al universo desde el patio de la chacra.

Desde entonces,
Hay meridianos de piedra que instituyen distancias,
paralelos de cuero que no admiten semejanza,
islas que viajan con su veinte de julio en la nostalgia,
esa es la cuadrícula que diagrama el cuerpo de la patria.

Cruza el meridiano ochenta y dos el mar de lágrimas
que representa la confrontación de los pueblos
las fronteras son manos que unen o cuerpos que separan
según el gobernante que las utilice.

Patria es el sueño que dejas volar entre tus manos,
el camino que transitas y el paso que te recorre,
el universo que cabe completo en tu corazón,
o la minúscula partícula de polvo que eres y en la que puedes ser
en la que tu mata de escoba es tan importante como tu orquídea,
y un lodazal en tu Chocó, tan visible
como un pozo de petróleo en tu Barrancabermeja.

Cada hombre es un pueblo bajo su norte y sobre su sur,
entre el oriente y el occidente de sus sueños,
su himno es el acorde que incita cantar en su alegría
o la queja interpretada bajo el mudo vuelo de sus dolores;
su bandera es del color de su cobija o su cortina,
del mantel que adorna la mesa llena de inconsciencia
o del que cubre la resignación entre las tablas vacías.

¡Que no te extrañe, que no te asombre entonces!

Ver ondeando a plena asta sobre la Casa Blanca de un niño,
sobre el Palacio de Miraflores de un mendigo
o sobre la Casa de Nariño de un indio
los humanizados pliegues de una hoja de periódico.

¡Que no te extrañe, que no te asombre !

Sentir tu patria en los bullangueros acordes del porro,
en el impetuoso ritmo del pasillo,
en la cadencia sutil de la morena cumbia,
en el acompasado viaje del bambuco
o en el agudo son de un espigado silbo.

O al ritmo quizá de corazones cansados
después de que el hambre destrozó la gloria inmarcesible,
y acalló la injusticia el júbilo inmortal,
sentir tu patria aunque sublime, desangrada,
en los pedazos de un himno que recoge la esperanza...
!Cesó la horrible noche, el bien germina ya¡
el bien germina ya.

¡RECOJAN TODO QUE NOS VAMOS...!

El combatiente Pedro Colombia Campos
con un fusil desde un bando
disparaba contra Juvencio Colombia Campos,
quien respondía desde el otro,
en una guerra en la que no era necesario apuntar muy bien
para matar al hermano,
y en el medio, María Campos de Colombia
con sus tres pequeños hijos
se refugiaba asustada bajo el dosel esquivo
y absurdo de la patria.
Levantaba angustiada una trinchera de plegarias
para cubrir a sus niños,
se mordía los labios para inventar
un silencio de siglos,
se tapaba los ojos con una venda de miedo
para crear una larga sombra,
larga y ancha, ancha y alta, alta y eterna.

Al otro día, la señora Campos de Colombia dobló su sábana de frío,
Empacó su río de sangre y despertó a sus hijos:

¡Recojan todo que nos vamos...!

Ellos corrieron a guardar las verdes chirimoyas
que habían derrumbado los disparos,
recogieron las multicolores plumas de las guacamayas heridas,
espantaron por un instante a los insaciables gallinazos,
se llenaron los bolsillos de los ojos y las mochilas del alma
de paisajes adultos y de infantiles recuerdos.

Les quedó pendiente visitar el nido vacío
de las recién nacidas tórtolas,
Ir a la vertiente en el siguiente mes y en el siguiente año,
leer la intención de las moscas en la última carta de las arañas,
derrumbar con un suspiro la transparente gota de sudor en el rocío,
dejarse despertar esa mañana por el trinar de los cucaracheros,
jugar a la guerra con amor, en los cercanos potreros
y escuchar el póstumo canto del leñador vecino.

La señora Campos partió con sus hijos inventando trochas,
esquivando caminos,
Las huellas que dejaron sobre la tierra sus inciertos pasos,
fueron cuatro patas de caballo, tres pares y medio de pies,
y hundidos en la tierra, puntos de muleta profundizados en el suelo.

Al llegar a la ciudad caminaron sobre suelos y corazones pavimentados,
desaprendieron que el agua baja bailando por entre cauces y guaduas
y que para pagarla es suficiente sembrar un árbol y mirar al cielo.
Aprendieron que las calles aran la vida bajo los pies descalzos,
que los relojes suenan a las cinco de la mañana pero no producen huevos,
y que llaman a los obreros, pero no despiertan a los hombres;
que el trabajo es una forma de comer, pero no una manera de vivir,
que los celulares acortan las distancias, pero separan las miradas
que los aleros producen sombra pero no frutos maduros,
que hay sabios, buscando crear robots que decidan libremente
pero evitando que los hombres piensen,
que los bombillos alumbran pero no invitan a mirar al cielo.

Al sentir que la indiferencia es una bomba antipersonal
estallando bajo las muletas,
que la deferencia es un cóndor sin Andes y sin vuelos,
al descubrir que sus pasos dejan huellas de tierra
sobre el agreste cemento,
que las chirimoyas se maduran en el fondo de los morrales,
y que las plumas de las guacamayas quieren retomar el vuelo;
Al sentir que desde el hambre odian la comida que no comen
desde la imposibilidad de pagarse un estudio detestan a los colegios
y que desde el caminar descalzos por las calles
repudian los zapatos ajenos,
la señora Campos de Colombia levanta sus manos
recoge los pedazos de viento que le quedan libres al silencio,
mira de frente a sus hijos y empezando a caminar les dice...

¡Recojan todo, recojan todo que nos vamos...!



Fabricio Estrada (Sabanagrande-Francisco Morazán-Honduras)

LA NIEVE ES UNA VITAMINA

Cuando sueño con nieve
Ninguna hoja en blanco sobrevive.
Al despertar, copos de papel llenan con su ventisca
Las horas del trabajo, entre sorbos de Leteo
E imaginación barata
Hago trizas currículos, noticias,
Cualquier fragilidad impresa de frívolas propiedades.

De aquí supongo
Que el lápiz es la estación del hielo,
Un patín que rasga veloz a la llana palabra.
Claro está, que nunca he visto la nieve.
El granizo ha sido como un abrazo que se detiene,
Una sonrisa a la cual, de improviso, se le caen los
dientes.
Pero he aprendido a vivir sin ella,
Y qué lastima, porque con nieve
Hubiera aprendido a amar las runas y a Kant,
Al positivismo y al revisionismo, en fin,
Tendría bonanza y frialdad, una abuela de las
colonias,
Vacaciones en Mallorca, pedantería de sobra
Y en mis sueños, no habrían Blancanieves
Ni esta mezcla de asombro y suspenso
Que acompaña siempre
A todo soñador del trópico.

CUENTO DEL AVIÓN QUE NUNCA REGRESÓ

Para entonces
Los aviones os habrán cortado las manos.
El cielo caerá como un pañuelo
Y las rutas, serán borradas por los motores.

Eso lo pienso ahora
Que veo estremecerse los fuselajes,
Cuando se agazapan las montañas
Y los pájaros se vuelven invisibles.
Tegucigalpa, es el risco más lejano,
En ella anidan serpientes aladas
Y San Jorge se ha inventado las suyas.

Los aviones son miopes
Los aviones tiemblan al mirarnos de frente.

¿Y a qué vendrán a esta ciudad
que siempre está diciendo adiós?

Cuando cruza un avión,
Tegucigalpa entera se detiene para decirle adiós,
Las familias corren al final de la pista
En un afán de accidente y fantasías de cisnes.

Los aviones van de paso
Huyendo de nuestro adiós.

VASA, 1628

Pasé
catorce horas de vuelo para llegar a ella
y ella,
cuatro siglos bogando para atracar en mi asombro.
¡Ah, bestia boreal de lo imprevisto!
Me contaste de ballenas que pelearon
a canto vivo tus cuadernas,
de las salvas de silencio
con que espantaste sus ardores
y del día aquel
en que la última gaviota se prendió a tu mástil
y arranco las velas como un recuerdo.

¡Cuántos abedules para abrazar tu casco!
¡Cuánta premura para entrar en los sueños!

Báltica joya en la ostra de los inviernos,
limpia de hombres, vacía de voces y contraordenes
conservaste para mi
un corazón de laberintos y espejos,
el adios perdido de los reyes
y un mascarón de proa, vacío
para este amor de lejanías.

¡Ay, Alfonsina escandinava!
coral de museo,
momia marina que jamás
revelará mi pecho.

JEROGLIFICO

Me tiño los huesos y los acomodo.
Con extrema delicadeza
hago con ellos mi plaza fuerte,
los muros que el tiempo vendrá a hurgar
con su lascivia infinita.

Del rojo más negro
para confundir la noche
para quien me encuentre sepa
el tamaño de mi desvarío.
Del rojo verdadero que somos
me tiño y lego
corazones machacados.

Quien me encuentre sabrá olvidarme,
tejerá una selva
con ardientes guacamayos rojos.

DESIGNIOS

No sé cómo planeó mi padre
hacerme llegar aquel poema de Dalton
envuelto en su pergamino
de visita a Tierra Santa.
César, mi hermano,
los trajo anudados a su alegría
y me pidió guardarlos
bajo el vidrio de la memoria.

"Se marchitan -me dijo-
golpean como hojas sueltas
de un otoño setentero."

Aquel día supe
que mi destino sería igual
al de un árbol con oficios muy particulares:
mientras todo el bosque marchitara,
yo, crecería con los despojos
como un frondoso y único
paraíso de nostalgias.

EN LAS GALERAS

Yo serví en las galeras contables,
amarrado a la silla
empuñaba el lápiz remando
en contra del cifrado mar de horas y cierres.

El sol teñía la mitad del rostro
mientras el ventilador henchía los papeles
con su soplo hastiado.
A la altura de los pájaros
que se estrellaban en los ventanales,
imaginaba que el edificio entero levaba anclas
y dejaba atrás
las nubes de un cielo petrificado.

¡Cuántos salarios pasaron
como esqueléticos peces multiplicados!
¡Cuántos memorandos silbando
como látigos en mis manos!

Yo serví en las galeras contables,
restándome, borrándome,
batiéndome manso en la espuma de las tardes.

HOMBRE SECULAR

Todo está en contra del hombre secular:
La marea que truena
en los silencios de la palabra,
la fruta ácida que se encuentra
en medio de la sed,
la órbita sorprendida por Newton y Copérnico
y que ahora, entre los simios,
es el dogma de las esferas;
la veloz ráfaga que viene de los calendarios
y el otoño de días y horas
donde gira el inconforme,
el universo fragmentado
ante la primera pregunta del niño
y ante el sueño precoz de los astrónomos.
Todo está en contra
del que va desnudo
con un arreglo floral para el forense,
las enormes vitrinas bajo las cuales
surge el amor de los ciegos,
los símbolos patrios, el candado de las fronteras,
el tañido escrupuloso de las campanas
que avisan el desastre,
la prudencia de los anarquistas,
la bala que se oxida
en la ruta sanguínea de lo tiempos;
la limpieza de la muerte,
la nostalgia inútil de los ebrios
recién casados,
el soltero que desgusta
los platos fríos de la soledad,
la polilla que engorda de luz
en las bombillas abandonadas,
los burdeles donde se ama con uñas y dientes
con un amor más tierno que el de los enamorados.
Las oficinas del tedio,
la oración cifrada
en la administración de Dios,
el goteo de santos y blasfemos,
los que esperan una llamada
o un signo de fe trás la orgía,
los que buscan empleo
para ser objetos de burla
o simple objetos de inventario.

POEMA EN ONDA CORTA

Con la radio venía la revolución.

Por las noches, cuando mi abuela dejaba
el responsorial y la estación católica
interrumpía su señal,
la radio quedaba a la deriva
en la curiosidad del niño:

¿Quiénes eran los santos furibundos
y quiénes los mansos pecadores?

"Condenamos
la grave orientación de la revolución vietnamita
y el leve alzamiento de la revolución filipina.
Condenamos
la lejanía que advertimos en la revolución sandinista
y el tímido apoyo de los afganos
a los tanques soviéticos.
Condenamos
el marasmo en que camina la revolución en Polinesia,
y la interpretación vaticana a la furia del italiano.
Condenamos
la pésima interpretación de los comandantes búlgaros
y la casa de caracol donde duermen
los comandantes albanos.
No hay duda que la doctrina jamás será superada,
así, que también condenamos
el enfriamiento de la pasión
en los camaradas moscovitas
y el calentamiento prematuro
de las Panteras Negras en Louisiana..."

Con la abuela, llegaba el fin de la revolución.
Siempre me atrapaba trasnochando,
cambiaba el dial y me reprendía.
Con tres padres nuestros olvidaba,
según ella,
el evangelio prohibido
que ya se filtraba en mis sueños.



PÁGINA 26 – ENSAYO

POEMAS DESDE CHURCH STREET

Por Óscar Wong (Tonalá-Chiapas-México)

Textos testimoniales, escenas donde el dolor y el sufrimiento se vuelven uno solo, convergiendo en ese territorio donde el silencio se concilia con la acentuación silábica. Peatones y taxistas, inmigrantes y meseros se integran como voces multiplicadas de anónimos seres que pretenden rescatar la desnudez del día. La fecha que toca este volumen es inevitable: 11 de septiembre de 2001. Y la ciudad: Nueva York, el aluvión de la tragedia. Así, Poemas desde Church Street, de Maricel Mayor Marsán, se vuelve un documento lírico como registro de lo transcurrido. La voz colectivamente solitaria, solidaria, integra un expediente, donde el espacio existencial se agranda y se compacta. La vida como una flor que estalla con sangrante tonalidad. Ocres y sepias condensándose en múltiples emociones.

Imposible trastocar la realidad, modificarla a través de una serie de observaciones sensibles. Aunque la palabra se rige y se funda para establecer nuevos códigos, otras relaciones significativas. Pero el entorno continúa ahí, perturbando como una llaga. La palabra nombra, re-presenta lo que se vive. Y la memoria resuena para establecer una nueva distancia tempo-espacial, pero íntimamente vinculada al discurso mismo. Sin embargo la existencia continúa presente, ordenándose, construyéndose. La ética conciliándose con la función estética del escritor. Maricel Mayor Marsán lo sabe y lo expresa desde su particular dimensión, desde su óptica sensible.

En otras palabras: la realidad cotidiana golpea a cada instante para revelar que aquella visión que se tenía sobre algún aspecto determinado, y que además se consideraba exclusiva, única, desde la perspectiva sensible, no era más que una fijación entretejida tomada de varios entornos. Se construye, sí, a partir de múltiples interpretaciones fijas, asumidas en el paso del tiempo, de lo que se considerada realidad. Pero ¿qué es la realidad?, ¿el mundo llano, lo que existe?, ¿la esencia misma, lo que una cosa es, prescindiendo de la apariencia con que se presenta a los sentidos?

En El hombre y lo divino María Zambrano explica que ésta se establece entre dos vacíos: el primordial, no tan hueco, y que prefigura el ámbito sacro, observado por los presocráticos como el apeiron, lo indeterminado, el origen de todo, y el vacío final: la nada, la muerte. O, para decirlo en términos de Robert Graves: la existencia, que puede ser cantada en un año o en un día, y que míticamente se vincula al Espíritu del Año Creciente y al Espíritu del Año Menguante, disputándose los favores de la Diosa, de la Madre Naturaleza.

La realidad, la existencia, comprendida por la voz lírica, que se mueve entre esos planos, donde el proceder y la dimensión discursiva, lingüística, constituyen una síntesis viviente, vitalmente estética. Así, un texto que consigue transmitir esa fugaz permanencia existencial, se vuelve testimonio, documento. La actividad humana, el discernimiento sensible, participan de este afán por preservar el significado del mundo.

La descarga emotiva se consigue por el sentido estético del lenguaje, por esa tensión interna que mueve al autor a escoger al tema, cargándolo de conocimiento, de contenidos nuevos. Por ende, Poemas desde Church Street, más que una colección de textos, es el acto ineludible de un ser social que pugna por responder artísticamente hablando ante la desdicha:

“El sol se funde en las siluetas
y la tarde tiene una luz particular.
No atino a distinguir las diferencias
entre este hombre y aquél.
Tantos rostros son los rostros
de esta nación americana.
Tantas lenguas son las lenguas
que se hablan en sus calles”.
(p.79)

El libro, bilingüe, se desarrolla en cuatro instancias, con 24 textos y 10 apotegmas como principios prácticos, como normas de las acciones morales, para recoger la memoria. Líneas y sentencias, ordalías existenciales anidando en la densidad y la basura. La circunstancia social contada y cantada a través de la expresión lírica. El amor insomne que se vuelve esencia, huella que se perpetúa:

“Ahora aspiro el aire y te respiro,
eres el polvo consagrado en las siluetas
de esta ciudad que nos acoge a todos”
(p. 31)

Bajo los escombros de la zona cero, el espacio enmudecido, el amante que pervive en el recuerdo, el destino como hoguera que trepida. “No es el miedo el que me acecha”, reconoce la autora (p. 77). A cada paso se advierte la ciudad empequeñecida ante la tragedia. La urbe consagrándose a la devastación, instantáneas emotivas; fotografías, daguerrotipos combinándose con el polvo y la ceniza. He aquí a esos “Habitantes anónimos de la ciudad de Nueva York”; la palabra que busca accionar en la reminiscencia, postular la condición humana, lo doloroso de la devastación.

Imposible permanecer indiferente. La historia habla por sí misma:

“La vida nos diezma por minutos
y he aquí, el hombre que se empeña
en arrebatar fracciones de segundos
del cáliz aún húmedo de otros hombres”
(p. 23)

Cierto: Poemas desde Church Street es la visión humana de una mujer sensible que recurre a develar la oscuridad salvaje del lacerante infierno. Caos y desasosiego. Silencio y miedo conciliándose en la complicidad del polvo.
El mal y el bien en funciones trastocados. Premisas y reiteraciones para gestar una nueva postura religiosa, donde Dios es un simple recluso. Por otra parte, ciegos y mendigos, historias inconexas que, no obstante, se eternizan en las voces de una pérdida compartida. “Algunos poemas desde el asfalto”, por ejemplo, exterioriza líneas, expresiones que comparten viejos códigos: el dolor, la orfandad, la existencia como grieta. El clamor de la autora como demostración colectiva, particularizada en este volumen:

“Persigo un olor a cuerpo que no existe”, revela Maricel Mayor (p. 33)

El oficio de vivir es, muchas veces, devastador. Y más el de consignar los hechos, testimoniarlos. Y todo, hasta el dolor, se vuelve materia literaria. Y aquí habría que recordar las tesis marxistas de la literatura –Lukács, principalmente que la determinaba como refiguración de la realidad, siempre desde la perspectiva particular. La imagen parte de una sustancia capturada, aprehendida a través de la instauración de una nueva estructura en que el suceso se identifica con el tema –la existencia- y donde percepción y emoción se concilian en una entidad reciente. Y esto lo ha conseguido Maricel Mayor a plenitud.



PÁGINA 27 – CUENTO

GENTE QUE ESCUPE A LOS ESPEJOS

Por Francisco de Paula Pestaña Parras (Granada/España)

-No me importa el latir de su hígado, le repito que voy a cerrar el bar.
Parecía que la camarera, lejos de conmoverse, empezaba a perder la paciencia, así que agitó el gintonic y con un gruñido le pidió al menos poder acabarlo. Cuando ella volvió tras la barra, él siguió mirando la calle. Visto a través del cristal y con el chaparrón que caía, el mundo no era muy distinto de esos cuadros pintados sobre la acera y que se borran cuando llueve. Todo se descolora, pensó. Todos acabamos, como esa agua sucia, deslizándonos hasta debajo del suelo.
Aquella no era como su ciudad de la que apenas si había salido un par de veces y siempre para pocos días. Estaba de paso, los desconocidos no le eran allí familiares y ni siquiera podía tararear la melodía de las gotas que caían sobre los tejados. Tan lejos de las calles que lo anduvieron, los problemas estaban desorientados. Lo buscaban fuera del bar, entre la gente, para seguir persiguiéndolo. Sólo necesitaba algo más de tiempo y recuperar el aliento jadeando ginebra. Después volverían de nuevo las preocupaciones: la pensión de la ex mujer, los estudios de los críos, las facturas o el préstamo para la boda de la niña. En esa mesa todo parecía esquivado, hasta su trabajo.
Era curioso. Cuando empezó creía que sería algo temporal y últimamente se sorprendía calculando su jubilación. Llegó a él como se llega a una habitación de hotel, preguntándote a qué hora tienes que abandonarla y descansando del peso de tu equipaje, aunque sepas que pronto volverá a magullarte las manos.
Había dejado sin acabar los estudios y necesitaba una nómina que avalara sus deudas. Por fin, una mañana fría de labios morados, decidió que aquél era un oficio tan malo como cualquier otro. Se presentó a la entrevista con sus zapatos viejos y unos pantalones prestados de un amigo al que perdió antes que la prenda. Cuando llegó lo eligieron enseguida pues el jefe le vio pronto unas aptitudes naturales para el puesto, un talento que con los años, él mismo también se descubriría.
Ese lunes fue a la oficina a que un empleado con experiencia le enseñara. Le pareció un buen tipo, de vino blanco en las comidas y perversiones decentes.
- Bien, hijo, te explicaré lo que debes de hacer, no es muy difícil. Fíjate: aquí está todo lo que necesitas– puso la mano sobre unas carpetas de colores que había en la mesa- .Tendrás que estudiarte el informe del cliente y si las hay, las dos o tres frases que debes decir. Ten cuidado con esto, es lo más importante.
-¿Lo de las frases?- Preguntó sólo para fingir interés.
- Exacto. Piensa que el cliente ha escogido esas réplicas y lleva las últimas noches oyéndolas en su cabeza hasta empaparlas en la almohada. La entonación debe ser la correcta.
Se puso nervioso. Sabía que el empleo no iba a ser tan sencillo como le contaron, pero eso parecía demasiado complicado. Se echó hacia delante y comenzó a inquietarse:
- Pero, ¿cómo pretende usted que sepa la forma exacta en que quieren oírlas? Es imposible- dijo dudando.
- No te preocupes. Pronto descubrirás que la mirada que tienes enfrente te sugiere el tono. Cuestión de práctica. A veces ni siquiera eso. Sólo tendrás que colocarte frente al tipo y esperar calladito el tiempo que haya pagado, ¿de acuerdo?
Le mintió que sí. De todas formas no le resultó fácil porque tuvo que aprender a ser director, cornudo, criminal, Dios, profesor o incluso amante. Era un sumidero de silencios.
Por supuesto que la agencia no se anunciaba así, pero en eso consistía. A ellos acudían para que los escucharan quienes están obligados a callar: el empleado que no soporta al jefe; el profesor de escuela que mira lascivo al pupitre; el cura que acaricia estatuas en su iglesia vacía; la doctora a la que moribundos engañados hablan de la próxima estación o la cajera que te responde que la culpa es suya. En fin, los mendigos de desahogo.
Pero la mayor parte del tiempo su tarea era bastante monótona. Infieles, perdedores y cobardes. Gente que escupe a los espejos. De entre ellos los malos poetas eran los más coñazo. Te citaban en un café, comenzaban a leerte sus libretas sucias y tú debías mirarles con una ridícula mueca de emoción. Había más poesía en algunos informes de autopsia. Desesperante. Además, a su edad las confidencias de la gente que le buscaban escondían cada vez más un siniestro matiz de despedida.
Al principio era distinto, más probable que algo consiguiera calarle. Como aquella vez, todavía sin la conciencia encallecida:
Debía entrar a un museo y a una hora concreta, detenerse ante cierto cuadro. Supuso que era el encargo de algún historiador del arte, un pedante que aparecería para aburrirle hablando de perspectivas y profundidades. A él, que nunca le interesaron esas cosas, casi se le hace tarde. Al entrar la sala estaba vacía y casi a oscuras por la fragilidad de las obras. Deseó, a pesar de la carrera que se había dado, que el tipo no apareciera. Metió las manos heladas en los bolsillos y con pereza comenzó a mirar la pintura.
Incluso sin entender de arte, supo que era muy antigua. Vio a un guerrero luchando frente a un dragón y a la dama que los presenciaba. Montaba un caballo blanco y tenía una lanza larguísima que se estrechaba hasta la transparencia. La clavaba en la cabeza humillada de su enemigo. Era fantástico ver una vara tan fina, un rayo de luz a pincel, doblegar sin romperse a una bestia que se retorcía con todo el odio al que se aferra la vida para continuar. Un dragón de un verde oscuro y esmaltado, que sangraba por la boca saliva y barro. Se dio cuenta que no tenía patas delanteras, eso hizo que le resultara más siniestro, pues le negaba ese parecido que buscamos en los demonios y que tanto nos consuela. Pero algo lo volvía aún más irreal: sus alas. Estaban desplegadas, extendidas en desesperación... y eran de mariposa. Porque esa bestia esparcía el dolor desde el cielo -desde donde proviene aunque nos aterre reconocerlo-, y lo hacía con alas de mariposa. Por fin, a su lado estaba la doncella, lo único sereno de la composición. Permanecía de pie y sin miedo junto al engendro. En verdad le pareció que lo consolaba en la muerte, susurrándole hasta acunarlo que renunciara a luchar, que se dejara morir. Vestía traje tenue y una palidez que envolvía en niebla sus labios pintados para rasgar besando. Suya era toda la belleza de las traidoras. Imposible saber cuál monstruo sometía a cuál.
Fue el sudor de sus manos lo que le sacó de la distracción. Mientras se secaba con el pañuelo se dio cuenta que habían pasado varios minutos y que el historiador continuaba sin aparecer. Miró a su alrededor y seguía solo. Decidió que mejor así y que era el momento de irse antes de que llegara y le estropeara el recuerdo del cuadro con academicismos estúpidos. Si tenía queja que se pasara por la agencia, él no podía esperarlo más con tanto trabajo pendiente. Ya se marchaba cuando descubrió a la vigilante de sala en su silla. Era casi imposible verla con tan poca luz y porque estaba escondida adrede en un rincón para no estorbar la intimidad de la visita. Al pasar a su lado ella se levantó, sin mirarle a los ojos le puso la mano en el hombro y muy bajito, como confesando un delito, le susurró:
-Te he amado como durante medio minuto no te ha amado nadie.
Sólo dijo eso, después la chica apartó la manó y le dejó salir. Volvió a caminar confuso, escuchando en su cabeza la frase sin saber qué pensar. Ya fuera, se sentó en la escalinata y comprendió entonces que ella era la cliente. Por su voz ambos tendrían más o menos la misma edad. La imaginó día tras día en ese museo olvidado, sentada tantas horas frente a cuadros que a fuerza de verlos se le acabaron borrando. Una chiquilla tan joven escondida en esa sala oscura de luz y tiempo encontraría a veces a un visitante que le gustara. Entonces lo observaría, lo vería caminar entre los marcos y le imaginaría respuestas a preguntas que tenía prohibido hacerle. Por un momento la rutina le sería cómplice. Hasta que se marchaban sin siquiera descubrirla y volvía a quedarse sola entre rostros muertos hacía siglos. Supo enseguida lo que la muchacha necesitaba decirle a todos esos hombres y le había dicho únicamente a él. Ella, que era allí apenas una mancha de humedad ensuciando la pared.
La botella de tónica, prácticamente llena, volcó y fue rodando por la mesa a estrellarse contra el suelo. El hombre la había golpeado con el codo mientras se buscaba el mechero por los bolsillos. Eso no iba a gustarle a la camarera que fastidiada recogía ya las sillas a su alrededor. Encontró el encendedor y lo acercó al cigarro.
Desde que su mujer se marchó, nadie le llevaba la cuenta de todo lo que fumaba. Ahora sabía que jamás se libraría de ese hábito porque el tabaco volvía a engancharse a él una y otra vez. Parecía que no le ofendía las veces que lo había abandonado, regresaba a los pocos meses, lo traía de la mano algún amigo común (la última vez en la boda de la niña) o se lo topaba en un sucio quiosco de estación, junto a los periódicos, fingiendo casualidad. “ Te acabaré haciendo daño”, le advertía, pero le daba igual, porque le era ya un vicio, se había convertido en un empedernido de aquel tipo.
Ocurría sólo en los bares, pero había una hora para recordar sin querer a los compañeros que tuvo, aproximadamente cuando el tintineo de los cubitos anunciaba las en punto. En aquella ocasión le vino a la memoria alguien que le hizo sonreír. Descendía de una familia ilustre venida a menos, los Santos. Le gustaba que lo llamaran por el apellido porque sonaba más a cuartel. Era uno de tantos jóvenes falangistas que había entonces, de los que enseñaba el carné del partido antes que el retrato de la novia. Ciertas cosas nos hacen creer que si algo gobierna el mundo es la ironía y que ella es tan cruel como cualquier otro dios. Con los años su compañero fue perdiendo el pelo, la cara se le aflojó y le apareció una papada que le daba aspecto de marioneta sin gracia. Sólo le faltaba el bigote porque la mirada boba la tenía, que supiera, desde que se conocieron. Pronto comenzaron a multiplicarse sus encargos. Lo requerían viejos republicanos, valientes soldados con arrugas cubriendo sus cicatrices y que veían cerca el final de una guerra que no era la que más sentían perder. Cuando estaba frente a ellos comenzaba a escuchar sus recriminaciones; o le traían recados de parte de compañeros que se ahogaron en el profundo de las cunetas; o simplemente le hacían preguntas que quedaban flotando. Nunca pudo dar una réplica, cuando iba a hacerlo, la mirada cansada y orgullosa que la esperaba le obligaba al silencio. Santos, a pesar de ganar mucho con las comisiones, dejó la agencia asqueado y, según le contaron, ahora gritaba estupideces a los televisores de las pensiones.
A él no le pasaban esas cosas. Nunca se pareció a alguien, incluso apenas a sí mismo. Siempre tuvo una cara vulgar, sin rasgos peculiares. No era nadie en particular. Otras veces era menos aún, acaso los pasos que doman la respiración de quienes se tocan tras los coches hasta que desaparecen y los dedos vuelven a ser ternura y blasfemia.
Por ello con frecuencia le llamaban personas que buscaban hablar con alguien que no conocieron. Hacía unos meses le vino un chico, más cerca de los treinta que de los veinte. Resultaba que se le había muerto el padre cuando era muy pequeño y ahora iba por ahí queriendo ajustarle las cuentas así que quedaron en una terraza. Cuando apareció, el chico le miraba sin especial interés y comenzó a decirle:
“Te hablo de este manera porque es tan absurda como la otra. Me cansé de buscarte por las calles numeradas con vírgenes del cementerio. Sé que no estás ahí. Vengo humildemente a odiarte, padre, como todo hijo, y no imaginas cuánto. Te odio casi desde que acabaste. Porque no tienes ni idea de lo que llegó a escocer tu sombra por mis venas. Y esa gente... siempre diciéndome lo que me parecía a ti. Yo nunca los creía porque casi no te recordaba y tus fotografías me eran ajenas, pertenecían a un mundo que yo apenas si habité. Y me repetían todo lo que conseguiste. Cómo pesaba tu nombre, padre, tanto que tuve que largarme. Me alejé de las miradas decepcionadas de tus amigos, de lo extranjero de tu voz en las grabaciones y de esa celda que era el armario con tus abrigos metidos en fundas, esperándome a cumplir la edad. Huí de ti, padre, menos mal que no lo viste, fue bochornoso. Corrí hasta donde mi rostro por fin me perteneciera, hasta donde no pudiera escuchar tu aliento. Allí escondido me hice adulto. O me deshice niño, como quieras, y me convertí en la clase de tipo al que negarías el saludo por los pasillos. Ya no creo tus creencias; tus dogmas son para mí la piel muerta que perdí arrastrándome sobre los libros. Te he desobedecido en todo lo que he podido. ¿Recuerdas? Decías que lo mejor que puede ser un hombre es valiente y cristiano y soy todo lo contrario. El hombre que te habla es la suma de sus mujeres, padre, y te lo dice orgulloso.”
Entonces se detuvo un momento y pareció descansar. Tras unos segundos continuó:
“ ...Y ya ves, justo aquí, después de tantos años y tantos mapas corregidos; cuando me han echado de los peores bares y los mejores museos; ahora, que sé que siempre mentías porque ahora miento yo mejor que tú; ahora por fin te reconozco. Te comprendo más que ellos. Te confesaré algo: Mis amigos también me creen mejor de lo que soy. Y como tú puedo pasarme horas mirando una lámina de El Greco y me regaña la mujer que me aguanta por no sonreír a sus conocidos; y he descubierto lo bien que se duerme acurrucado en las esquinas de las botellas...”
Dejó sin acabar la frase. De repente adoptó un tono más enfadado. Le costaba respirar:
“¡Joder, hay tantas pequeñeces que no nos permitieron...! Me hubiera gustado darte fuego, y sentir de nuevo el olor de tus manos, a nicotina y frutos secos, es una de las pocas cosas que recuerdo de ti; y dejaría que me corrigieras en lo que tengo razón. Porque eso es algo que he descubierto. Todo lo que nos diferencia en el fondo es una tontería, ¿sabes? Es lo que más me duele decirte, que no importa quién estaba en lo cierto: exista tu Paraíso de los Justos o la Nada que aguardo, porque haya lo que haya, jamás volveremos a estar juntos.”
Pensaba en esas últimas palabras cuando la chica volvió a acercarse para aconsejarle con falsa comprensión:
-En serio, amigo, es mejor que se vaya.
Tal vez fuera una buena idea. Necesitaba descansar, al día siguiente debía de estar de vuelta y no le gustaba conducir con resaca. Al incorporarse la mesa tembló, el cubata dudó un momento, pero al final decidió no caerse. Se acercó a la barra buscando algo en la gabardina empapada que no se había quitado en toda la noche. Sacó un billete tan arrugado como lo están todos a esas horas ante los ojos impacientes de la camarera. Era algo menos de lo que se había bebido.
-Es todo lo que me queda, lo siento.
-No importa, estamos en paz. Ahora váyase, por favor, me están esperando.
Entonces el hombre puso una sonrisa imposible de ver a través de la nube de alcohol que le salía por la boca y le propuso:
-Ah, ¿te esperan? Es una pena, tengo una botella en mi habitación, había pensado que tal vez quisieras subir, me voy mañana y...
Lo miró sin enfadarse, más bien cansada y le suplicó:
-Lárguese de una puta vez.
-Está bien, lo siento- dijo sin convicción.
Se tambaleó hacia la salida, ella iba detrás suya para asegurarse de que no tirara nada más. Resoplaba como si cada paso fuera un enorme esfuerzo. Pero al llegar a la puerta se detuvo y se quedó mirando al cielo.
-¿Qué le pasa ahora?
-Llueve mucho y he olvidado el paraguas. Por favor, deja que espere aquí a ver si para, no te molestaré mientras recoges, yo... -lo decía con una voz de torpe lástima que lo hacía todavía más patético.
Todo eso fue ya demasiado y la chica acabó perdiendo la paciencia. Lo agarró por la espalda y llamándole borracho lo echó de allí.
No tuvo que hacer mucho esfuerzo. Con el empujón el tipo enseguida perdió el equilibrio y se abalanzó fuera por la inercia, dando zancadas hacia delante. Hundió la rodilla en la acera mientras se apoyaba en una pared para no caerse. Oía a la camarera como seguía maldiciéndolo dentro. Cuando consiguió ponerse más o menos de pie se arrastró por el muro hasta el final de la calle.
Al torcer la esquina se detuvo y respiró hondo. Se incorporó totalmente, luego se abrochó la gabardina sin olvidar sacar antes un pequeño paraguas y abrirlo. Caminaba ahora de forma segura, esquivando fácilmente los charcos ya fueran de agua o de farola.
Cuando se retirara, esa sería de las cosas que no echaría de menos. Odiaba esos encargos. Plantarse en otra ciudad a ver a la novia de un cliente; conducir hasta la dirección escrita en un papel ahora desfigurado en el cenicero por quemaduras de colillas; plantarse allí y sin que ella lo supiera hartarla, desesperarla hasta que no pudiera más y lo vomitara encima suya, que se desahogara por cada borracho que arrancaba de la tarima antes de cerrar. Y que volviera a casa con su novio, sin enterarse nunca de la razón del incidente. Para que al menos por una noche, la de su cumpleaños, la del aniversario o cualquiera, las sábanas no le fueran vendas y pudiera descansar tranquila, sin maldecir en duermevela.
Por fin llegó a su coche. Sacó unas mantas del capó y durmió lo poco que la tos le permitía. Toda la madrugada siguió lloviendo contra él.



PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Silvia Favaretto (Venecia/Italia)

RIMESCOLO IL MARE DENTRO DI ME

Quando sarò angelo
vivrò nel faro...
Piangerò guardando le luci delle navi
allontanarsi nella notte...
sentirò nostalgia
di cose mai avute...
Griderò imprecazioni al vento
(perchè gli angeli non hanno genitori)
e strapperò una ad una
le piume delle mie ali,
disperata e sanguinaria
per la cattiva sorte
che mi ha dato
meravigliose ali leggere
e un corpo
troppo pesante per volare...


AGITO EL MAR DENTRO DE MI

Cuando sea ángel
viviré en el faro...
Lloraré mirando las luces de los barcos
alejarse en la noche...
sentiré nostalgia
de emociones nunca tenidas.
Gritaré imprecaciones al viento
(porqué los ángeles no tienen padres)
y arrancaré una a una
las plumas de mis alas,
desesperada y sanguinaria
por la mala suerte
que me ha dado
maravillosas alas ligeras
y un cuerpo
demasiado pesado para volar...

FELICE LA LUNA

Felice la luna
che è cieca e
sola
e sopporta le maree
e la gelosia
e il seme
Felice la terra
che è asciutta e
silenziosa
e sopporta i semi
e i passi.
Felice l'acqua
che è pulita anche
quando è torbida
e sopporta il cielo
e scioglie il sangue.

Infelice io
ed io sola,
macchia d'acqua
sulla terra
asciugata da raggi di luna.


DICHOSA LA LUNA

Dichosa la luna
que es ciega y
sola
y soporta las mareas
y los celos
y el semen
Dichosa la tierra
que es seca y
silenciosa
y soporta las simientes
y los pasos
Dichosa el agua
que es limpia aunque
turbia
y soporta el cielo
y derrite la sangre.

Desdichada yo,
y yo sola,
mancha de agua
sobre la tierra
secada por rayos de luna

IL DOLORE CHE MI ABITA NON È PIÙ CARNE

Maledetta sia la pioggia
e la morte e l'infanzia
maledetto sia il sudore
le cosce e i fianchi
maledetta sia la parola
e tutti i sensi che si trascina
maledetta sia la mia felicità
e la mia arte se mai dov'essi averne
maledetti siano mia madre
e mio padre che non mi hanno mai voluto così
e maledetti siano quelli che leggono queste parole
e che la mia penna
resti muta,
che la mia penna resti muta
e non gridi più.


EL DOLOR QUE ME HABITA YA NO ES CARNE

Maldita sea la lluvia
y la muerte y la infancia
maldito sea el sudor
los muslos y las caderas
maldita sea la palabra
y todos los sentidos que arrastra
maldita sea mi felicidad
y mi arte si es que lo tengo
malditos sean mi madre
y mi padre que así no me quisieron
y malditos sean quienes leen estas palabras
y que mi lapicera
se quede muda,
que mi lapicera se quede muda
y ya no grite.

SERBARE

Vivo la vita
ricordata della mia bisnonna.
Lei in me amò e deluse,
appese le viscere al vento,
spazzò il pavimento con i capelli.
I suoi piaceri tolsero la polvere dalla cassapanca,
si mise a letto con la mia stirpe.
Io, invece,
viaggerò con valige cariche dei suoi sogni,
sussurrerò all'orecchio
dei suoi amanti,
farò il bagno nell'acqua calda
che lei tanto desiderò,
mi laverò la sua faccia con mani
inschiumate di sapone prezioso,
mi metterò la crema sulle sue gambe
per idratarle dopo questi
cent'anni d'oltretomba,
mi dipingerò le sue unghie di
smalto scarlatto
e andrò a letto con i suoi progenitori.

Verrà il passato e
mi troverà morta
con i capelli sparsi nella polvere
e le dita dei piedi
smaltate di rosso.
E contenta, Dio mio,
contenta.


GUARDAR

Vivo la vida
recordada de mi bisabuela.
Ella en mí quiso y defraudó.
Sacó las entrañas a colgar al viento,
barrió el piso con su pelo.
Sus placeres quitaron el polvo de la cómoda.
Ella se acostó con mi estirpe.
Yo, en cambio,
viajaré con la maleta cargada de sus sueños,
soplaré en el oido a
sus amantes,
me bañaré en el agua caliente
que tanto añoró
me limpiaré su cara con las manos
espumosa de jabón fino,
me pondré crema en sus piernas
para hidratarlas después de estos
100 años de ultratumba,
me pintaré sus uñas con
esmalte escarlata
y me encamaré con sus progenitores.

Vendrá el pasado y
me encontrará muerta
con el pelo enmarañado en el polvo
y los dedos de los pies
esmaltados de rojo.
Y contenta, por Dios,
contenta.



Ranko Damjanovic (Belgrado-Serbia)

FIESTA DE GAMBERROS
Fiesta Huligana*

Por si tengo acaso
una solución idiota
me disculpo por no tener
un verso educado,
dice alejándose del papel
el Maestro de la poesía.

Todo en el trajín de la historia
se inventa de una forma nueva,
declaro por tal razón
con voz firme
*no me quiero repetir
Así cuando salta la risa
hacia atrás
se inicia la danza en la fiesta
de los gamberros.

EL ABECEDARIO
Azbuka

Hasta el borde del papel
correctamente situadas
en formación entran
las sílabas,
el silencio va detrás de los acordes
cuando se escucha la música
arremangadas las manos
desde las primeras letras.

La letra A se anuncia
cabeza de familia,
detrás de la barrera
la B
hace parte del concierto.
No hay talento sin un don
dice en tanto la E
segura de ser un elemento
que de alguna manera
se acomoda.

La O prueba su armonía
sintiendo dentro de sí
un Cero que se dispersa.
Intrínseca la I no permite
Que sea la O
Un concurso para Idiotas.

La S muy supina
entra al orto de lo imprevisto
y como una campana
se presenta la Zeta.

Hecha un Gancho
encorvado la G se empina
para lograr la altura de un gigante
en una palabra grata
para avanzar y llegar.

Hago trizas las palabras,
asi con silabas y vocales
de frente me mira la vida
y la miro de igual manera
con los ojos velados.

Cuando todo lo destrozo
y me rio a pleno pulmón
todo a la vez se complica
y se confunde todo.

Queda sin objeto el sujeto,
sin movimiento el verbo
ajeno a las ideas
el adjetivo es un punto muerto,
el pensamiento en la nada no congenia
y mientras la solución llegue
hago cualquier cosa con las palabras,
pido perdón por el verso torpe,
por la solución idiota
de no ser en verdad un verso ilustrado.

EL LIDER DE LA JAURIA
Vodja copora

A manera de escalones
una curiosa melodia
ascìende por las vertebras.

Giro mi rostro
a fin de escùchar
de qué melodia se trata.

Sordo se disturba el oido
para captar la nota alta
que gime y aulla
como si fuera un lobo

que aulla a través de los siglos,
clama, gime el abecedario

y corre
para alcanzar un sonido
con tono declamatorio
canta,
con voz ronca y solitaria
colérica la armonia
parece ser un perro.

Se reconoce por el sonido
arrastrando el ABC,
atisbo por encima de las letras
como el capo de una jauria

BOCADO DEL DIA
Zalogaj dana

Estrujé un trozo de la noche
para con tranquilidad cubrirme.

Cada media hora
dedicaré a los sueños pequeños
un ojo en el vacio
y mientras me acosan pensamientos oscuros
arranco de mis hombros
la pesada roca.

No me he movido
del mismo sitio
a pesar de todas mis andanzas.

Compite la danza por saber
cuál me sacará del sueño.

Es un ojo este loco sol
que me muerde
y su boca podrida me llama,
detente, en esa vieja tarea
el diablo toma forma.

ENVEJECIMIENTO
Starenje

Me entrego al pasado.
Una música se mece tranquila,
en un mar de arrugas
las olas son inmensas.

El arrullo de un viento estancado
me acompaña, pero
ese Dios barbudo no se alegra
y la aurora nos espera emboscada
para vendernos un sol moribundo.

Me escondo tras un cielo de madera,
de la oscuridad amanece un nuevo dia
y cuando se detiene la vejez
dejo de pensar en la muerte.

RECUERDO
Secanje

Para hablar la música
hace pininos y el viento
ladra como un lobo doméstico.

Silencio bajo tierra,
cuando desaparecen los sonidos
me persigue la perfidia de una nube.

Me temo que despertaré al fantasma
cuyo aliento percibo
amenazado por el silencio.

el viento furioso anuncia calamidades.

Frente a un Dios mudo
pongo nubes en un cielo de papel
y como los demás
estoy en la fila de los vivos y de los muertos.
Traducción de Paul Disnard del idioma serbio al español.



PÁGINA 29 – ENSAYO

ELÍAS CANETTI: IMÁGENES DE UNA VIDA

Por José Antonio Lugo (Ciudad de México-México)

No había leído a Canetti hasta que en 1984 Juan García Ponce me dictó el ensayo sobre Auto de Fe que salió publicado en Vuelta, primero, y luego en el libro Imágenes y visiones. Mientras me dictaba ese texto, me prestó Masa y Poder y a partir de allí he leído todo lo que he podido sobre este gran maestro, el guardián de la tradición, el enemigo de la muerte, uno de los grandes humanistas del siglo XX. Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores nos presentan ahora un libro extraordinario: Elías Canetti: imágenes de una vida, que nos presenta un álbum de fotos que, a sus admiradores, nos conmueve profundamente.

Me entero de que su apellido viene de la localidad de Cañete, en Cuenca, en España, y de cómo sus ancestros, cuando abandonaron esas tierras italianizaron Cañete y lo volvieron Canetti. Vemos imágenes de Rutschuck en el siglo XIX, donde nació el futuro Premio Nobel en 1903, fotos de su padre, muerto cuando él tenía 7 años, de Elías a los tres vestido de niña, de su madre y sus hermanos. Después, fotos de Viena, de Zurich, de Frankfurt y de Berlín y otra vez Viena, donde hizo su doctorado en química. Vemos fotos de Karl Kraus en una de sus conferencias, gesticulando, emitiendo los juicios implacables que alimentaban su revista “La antorcha”.

Más adelante, aparecen las primeras fotos de Veza Canetti, su primera mujer, su compañera durante décadas. Después de haber leído su descripción en la Autobiografía, me sorprendo al leer que no tenía un brazo. Veo la foto de Steinhof, la ciudad de los locos, el manicomio municipal que Canetti veía desde su ventana mientras escribía Auto de Fe, así como los cuadros de Grünewald y Brueghel el viejo que tanto le impactaron. Los lectores vemos también fotos del 15 de julio de 1927, cuando fue quemado el Palacio de Justicia y Canetti se encontró con el fenómeno de la masa por primera vez.

Los asombrados lectores del libro nos encontramos con imágenes de escritores y artistas sobre los que Canetti nos habló en los tres tomos de su autobiografía: Isaak Babel, Bertolt Brecht, Hermann Broch, Alma Mahler, Robert Musil, el Dr. Sonne y Anna Mahler y sus ojos, de los que afirma Canetti: “Nadie que hubiera sido mirado por ellos podrá olvidar”. Ese mundo maravilloso, el del esplendor decadente del Imperio Austro-Húngaro -la derrota de un mundo que, moviendo el escenario dos mil años hacía atrás cantó Hermann Broch en La muerte de Virgilio-, se terminó en 1938 o antes, pero ese año Elías y Veza se mudaron a Inglaterra, donde vivieron de 1939 a 1963.

Sigo leyendo y me entero ahora de la separación de ambos, a causa del amor de Elías por la pintora Marie-Louise von Motesiczky. Veza le escribe a Georg, el hermano: “Lloré y lloré durante más de una hora mientras Canetti iba y venía por la habitación desesperado, porque hace por mí lo que puede, su simpática cara estaba llena de arrugas, se mordía los labios, no sabía qué decir, estaba preocupado, era cruel por mi parte llorar, intenté controlarme pero al cabo de un rato empecé a llorar de nuevo, y él me dijo que si tenía que llorar que, por Dios, lo hiciera bajito para que la dueña de la casa no me oyera, pues me pondría en la calle inmediatamente, dijo que había que estar contento si se quería tener una casa bonita (27 de noviembre de 1945)”.

Son años de gestación de la gran obra: Masa y poder. En 1950, Canetti escribe en La provincia del hombre: “Esta acuciante necesidad que siento de saberlo todo de todo el mundo, da igual cuándo y cómo hayan vivido; como si mi felicidad dependiera de todos y cada uno de ellos, de sus peculiaridades, de su irrepetible unicidad, del curso de su vida, y luego, además, de lo que iban a ser todos ellos juntos”. El futuro Premio Nobel se ha convertido ya en la memoria de una época, en la memoria de un siglo y, a través de esa lente, nos da un rostro sublime y terrible de la naturaleza humana.

Tres años después de la publicación de Masa y Poder, en 1960, fallece Veza. Podemos verlos juntos, en una última foto, en la isla griega de Eubea. Jeremy Adler nos cuenta: “Hera interviene. Veza llegó a conocer y apreciar a Hera. Sólo así Canetti admitió un segundo matrimonio. Tras la muerte de Veza el 1 de mayo de 1963, que algunos han interpretado como un suicidio, Canetti quiso quitarse la vida. Tomó todas las disposiciones para ello. Hera sintió, de pronto, que algo la impelía a ir a ver a Canetti. Viajó hasta Londres y fue a su casa. Este acto salvó la vida de Canetti”. Hera Buschor, historiadora de arte, se convirtió en su segunda esposa y en la madre de su hija Johanna. Los lectores del libro vemos una foto de ambos el día de su boda. Él, de perfil, con una sonrisa llena de bondad, ella, décadas más joven, se ve también feliz. Pensando en su hija, unos cuantos años después, Canetti escribe en sus Apuntes: “Un niño como oráculo. Interpretación de sus balbuceos”.

De 1963 a 1988, Canetti alternará su vida en Londres y en Zurich. Comienza el reconocimiento internacional y la fama, que culminará con el Premio Nobel de Literatura en 1981. En el discurso de recepción del Premio, afirma: “Me resultaría imposible no pensar en Kraus, Kafka, Musil y Broch, en esos cuatro hombres. Si aún vivieran alguno de ellos estaría aquí, en mi lugar. Les ruego que no lo consideren una presunción si opino sobre algo que no me corresponde decidir.
Pero quiero darles las gracias de todo corazón y creo que no puedo hacerlo sin antes haber reconocido públicamente mi deuda con estos cuatro escritores”.

Se acerca el final. Los lectores vemos fotos de Canetti en el cementerio de Hampstead, donde señala: “Hampstead es para mí toda la gente que conocí, son los que en su tiempo fueron allí famosos como artistas –y siguen siéndolo hoy en todas partes- y son aquellos cuyo nombre conozco gracias a esas lápidas”. Lo vemos recibiendo el premio, y en una foto con Hera, que fallecería el 29 de abril de 1988.
Por ese entonces, los libros de Veza comienzan a aparecer, como en un renacimiento literario. Los dos grandes amores de su vida lo abandonaron antes de su muerte. Finalmente, el 14 de agosto de 1994, en Zurich, a los ochenta y nueve años, Canetti muere. Dice Michael Krüger: “Canetti estaba contento porque el trabajo avanzaba bien, luego él y su hija se fueron a dormir. Cuando Johanna le echó de menos en el desayuno el domingo por la mañana, fue a su dormitorio y le halló muerto en la cama, sin señal alguna de haberse resistido a la muerte”.

Unos años antes, el gran maestro había escrito: “Aquí está él y observa la muerte. Ésta le sale al encuentro, pero él la rechaza. No le hace el honor de contar con ella. Luego, cuando la confusión se apodera de él pese a todo… no se ha inclinado ante ella. La ha nombrado, la ha odiado, la ha rechazado. Es todo lo que ha conseguido, es mejor que nada”.

Ahora, reposa en el cementerio Friedhohf Fluntern de Zurich, donde está enterrado también James Joyce.



PÁGINA 30 – CUENTO

LOS FAVORES RECIBIDOS

Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe-Argentina)

Le agradezco a San Expedito los favores recibidos, propalo mi gratitud por LT9 porque mi marido consiguió este subsidio para los jefes de hogar desempleados, pero ¿de qué me tacha Vladimir? de ignorante. Seré una ignorante pero San Expedito le consiguió los 150 por mes. ¿O se lo consiguieron sus camaradas del PC? Al pobre Vladimir lo hicieron nacer comunista, desde el nombre con el que debió arrancar. Pero desde el 89, al desplomarse el bloque soviético se quedó en la orfandad total, como si le hubieran tapado la boca con un balde de cemento, desaparecido del mapa uno de los puntos cardinales, justo el que marcaba su derrotero. Sus camaradas se achicaron, se encogieron hasta desaparecer. Se quedaron sin patria. Cuando Vladimir pasó de capataz de fábrica a desocupado, en la parroquia me enteré de San Expedito. Precisamente se llama así porque te brinda el milagrito rápido, en cosa de dos o tres días, lo que se necesita en estas épocas aceleradas. Le rogás por ejemplo, “tengo que pagar la cuenta de la luz o me la cortan” y San Expedito te pone en el camino un cartel que dice: “Compro oro”; entrás y listo, te quedarás sin alianza matrimonial pero tirás un mes que equivale a una eternidad, porque en un mes ¿qué no puede pasar? hasta que colapsen todos los equipos de la EPE y ya no haya que pagar en lo sucesivo servicio eléctrico alguno; o le pedís: “San Expedito, hacé que al hospital hayan llegado hoy los antibióticos o se nos muere la vieja”, y vas al hospital y, salvados, porque llegó una donación de remedios de España para los países atrasados del tercer mundo. Con presteza le prendés una vela al santo y mandás el mensaje a LT 9, aunque lo pasen a regañadientes, y encima los periodistas te carguen con que el santo se ha embarcado en una campaña proselitista; se hacen los vivos como Vladimir, cuando me tenía prohibido poner imágenes sacras en casa y prohibido llevar a Aniushka a la iglesia y ahora pasa por delante de las velas que coloco en el altarcito como si no las viera, como si no tuviera energía para oponerles reparo, como si le hubieran llenado la boca con un balde de cemento, huérfano, despojado de todo, excepto Fidel, pero Fidel se va a morir y la gente va a elegir el TV color y el lavarropas automático, yo ya sabía eso y él lo descubrió después de 1989, leyendo en los diarios las noticias sobre la Unión Soviética, de su división en Rusia y una cantidad de países rivales, y la conversión de los camaradas en capitalistas y mafiosos, desde entonces puedo persignarme en la mesa, y él, mudo, aunque de tanto en tanto repite “ignorantes”, pero como un tic, sin prestarme atención, porque no le presta atención a nada, despedido, sin generar plusvalía, con millones de desocupados que a ningún capitalista le interesan como para explotarlos y arrancarles el famoso plusvalor, ¿entonces, qué pasa, cómo se explica? le arrancaron el punto cardinal, su patria, camina como sonámbulo. “Andá al partido”, le digo para que se levante el ánimo, pero desalojaron la sede por falta de plata para el alquiler, yo le aprieto la mano, le pido a San Expedito que le dé coraje, que le dé alegría de vivir, pero en esto San Expedito no me ayuda, y pienso, ¿será porque Vladimir es comunista? ¿podrá ser un santo tan hijo de puta que discrimine a los comunistas, que no haga el bien sin mirar a quién? Su biografía señala que opera el milagro cuando la causa es justa y urgente para la salvación de la persona, y ¿acaso Vladimir no merece salvarse, que le corra de vuelta la sangre por las venas, que se caliente, que se rebele, que ejerza el sagrado derecho a la indignación, como alegaba? “Agarrate de tu Lenin vos, que yo le beso la túnica a mis santos”, - le buscaba roña- y Vladimir, capataz de la fábrica, se reía y refutaba “el ser humano decide su destino, no se postra”, mientras, yo fingía burlarme pero con orgullo interno por mi marido, porque la sangre le corría por las venas como una bandera roja larga y caliente y ahora por más que lo provoque, por más que encienda cirios delante de la cara y desparrame las estampitas más disparatadas, no protesta, deambula como de cera, como si estuviera momificado como las reliquias que guardan en los templos, ésas que las beatas desempolvan con franelas, y yo no quiero, San Expedito, que lo mismo le termine pasando a a mi marido, inmóvil, duro; le paso a Vladimir una franela por su pecho, sus brazos, como para sacarle la derrota que lo seca como una sal lenta, y le prendo a sus pies una vela para que me mande al carajo, alguna respuesta, una reacción, y él me abraza, nos abrazamos, como un milagro.



PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Athanase Vantchev de Thracy (Paris-Francia)

TRES SUSPIROS

Que decir más claro que estas palabras:
El tiempo es dulce en la orden exquisita de los ciruelos,
reposemos la espalda bajo su corteza sedosa.
*
La mujer abanico de marfil desata sus cabellos
bajo la lluvia de pétalos. Canta. Se calla.
¿ Que quieren decir sus palabras? ¿ Que significa su profuso silencio?
*
La silenciosa melodía de los abejorros
sobre el canto elegíaco de las abejas,
Mi casa, plena de amigos que se ríen y me aman.

TROIS SIJO PRINTANIERS

« Quelle chaude affection me témoigne ton cœur ? »
Tou Fou

I.

La voix claire des oiseaux dans les pins,
J’envie leur printanière insouciance,
Limpide, le temps coule sur les petits galets scintillant de mes mots.

II.

Je tisserai un voile transparent des sept flammes de l’arc-en-ciel,
Je le jetterai sur tes épaules belles comme le chant des cri-cri
Et tresserai pour tes fins poignets des bracelets avec les fleurs du cassier.

III.

Tchao Fei-yen, Li P’ing, les dieux favorables
Vous ont élevées de la poussière jusqu’aux cimes absolues de la gloire,
Derrière la soie des arbres, brille la lune amicale!

TRES SIJOS PRIMAVERALES

" ¿ Cuál afecto ardiente me demuestra tu corazón? "
Tou Fou


I.

La voz clara de las aves en los pinos,
envidio su primaveral despreocupación.
Límpido, el tiempo fluye sobre los pequeños
guijarros que centellean de mis palabras.

III.

Tejeré un velo transparente de las siete llamas del arco iris,
lo echaré sobre tus bellos hombros como el canto del grillo
y trenzaré para tus finas muñecas brazaletes de flores del cassier.

III.

Tchao Fei-yen, Li P' ing, los dioses benévolos
levantaron polvo hasta las cimas absolutas de la gloria.
¡Detrás de la seda de los árboles, brilla la luna amistosa!

HWANG JIN YI

« Le soleil allume la colline de derrière… »
Yun Seondo

Quelle amie plus fidèle ai-je
Que l’oreiller de soie rehaussé de fleurs d’or?

Ah, quelle musique plus suave à mon oreille
Que le chant clair de la cascade de diamant
Sous ma fenêtre?

Quel paysage plus délectable pour mes yeux
Que la lune blanche jouant à cache-cache
Avec les hauts bambous du jardin?

Tard, il est tard,
Que je me hâte!...

Ô mes mains! Soyez rapides,
Colorez de rouge pâle mes lèvres,
Laissez transparente la volupté!...

Oui, vite,
Que j’enduise mon visage d’huile d’amandier
Et de cire d’abeilles vierge
Avant de recouvrir
De très fine poudre de riz ma face!

Purs de tout artifice
Je laisserai mon torse palpitant,
Ma nuque rose, mon dos d’ambre!
Ne sont-ils pas ainsi plus séduisants
Dans leur luisante nudité?

Oui!

Quel amour plus délicieux que celui
Que m’offrent les mots harmonieux,
Les poèmes qui font frémir ma poitrine?

Ce sont eux qui exaltent la splendeur des saisons,
Qui emplissent d’immortalité les calices des strophes!

Paroles émeraude des pages nacrées,
Vous, baisers intimes des dieux sur mes lèvres,
Compagnes gracieuses des jours
De ma transparente solitude?

Quand nue,
Sous les draps ruisselant de blancheur,
Je prie et envoie
Des gerbes de lumière bleue
A tous les morts qui m’ont aimée!

Mais il est tard!

Vite!

Plus vite, mes amies,
Mettez-moi mes vêtements de fête,
Non, pas ceux-là,
Ceux-ci, les moins colorés,
Ne suis-je pas la fleur épanouie
Et eux, les feuilles vertes
Qui m’enlacent avec tant de pudeur?


HWANG JIN YI

" El sol enciende la última colina … "
Yun Seondo


¿Cuál amiga más fiel tengo
que la almohada de seda realzada por flores de oro?

¿Oh, cuál música más suave a mi oído
que el canto claro de la cascada de diamante
bajo mi ventana?

¿Cuál paisaje más grato para mis ojos
que la luna blanca que juega al escondite
con los altos bambúes del jardín?

¡Tarde, es tarde,
me apresuro!...

¡Oh mis manos! ¡Sean rápidas,
coloreen de rojo pálido mis labios,
dejen transparente la voluptuosidad!...

¡Sí, rápidamente,
que unten mi rostro de aceite de almendro
y de cera de abejas virgen
antes de recubrir
mi rostro con finos polvos de arroz!

¡Puro de todo artificio
dejaré mi torso palpitante,
mi nuca rosa, mi espalda de ámbar!
¿No son más seductores
si en ellos reluce la desnudez?

¡Sí!

¿Cuál amor más delicioso que
el que me ofrecen las palabras armoniosas,
los poemas que hacen estremecer mi pecho?

¡Son ellos qué exaltan el esplendor de las estaciones
que llenan de inmortalidad los cálices de las estrofas!

¿Palabras esmeralda de las páginas nacaradas,
ustedes, besos íntimos de los dioses sobre mis labios,
las compañeras graciosas de los días
de mi transparente soledad?

¡Cuando desnuda,
bajo las sábanas donde brota la blancura,
ruego y envío
gavillas de luz azul
a todos los muertos qué me quisieron!

¡Pero es tarde!

¡Rápidamente!

Más rápidamente, mis amigas,
vístanme con mis trajes de fiesta.
No, no ésos.
Éstos, los menos coloridos,
¿no soy la flor abierta
y ellos, las hojas verdes
que me enlazan con tanto pudor?

IMPROMPTU

A Ernesto Petrucci

"Ô joie, belle étincelle divine..."
Schiller

L'or des feuilles
Rend toute lumineuse la campagne.
Or sur nos épaules, or à nos pieds,
Or dans nos yeux
D'adolescents !

Vous, mon Ami,
Statue souriante, jeune pastoureau
Vêtu de tout l'or de l’automne!

Vous!...

Ne bougez pas,
Restez ainsi, les bras légèrs
Levés
Vers la soie gris bleu du ciel!

Nous!...

Ecoutons la danse d’or du vent
Au-dessus de l'autel
De nos âmes!

Nous,
Double immortalité
Des cœurs
Qui savent chanter,
Plénitude lumineuse du monde,
Couronnement d’un été irréprochable!


IMPROVISACIÓN

A Ernesto Petrucci

" Oh alegría, bella chispa divina... "
Schiller


El dorado de las hojas
hace totalmente luminoso al campo.
¡Oro sobre nuestros hombros, oro bajo nuestros pies,
oro en nuestros ojos
de adolescentes!

¡Usted, mi Amigo
Estatua sonriente y joven pastorcillo
vestido de todo el oro del otoño!

¡Usted!...

¡No se mueva,
quédese así,
Levantando los brazos
hacia
la seda gris azul del cielo!

¡Nosotros!...

¡ Escuchemos el baile de oro del viento
por encima del altar
de nuestras almas!

Nosotros,
doble inmortalidad
de los corazones
que saben cantar.
¡Plenitud luminosa del mundo,
coronamiento de un verano irreprochable!

ENCHANTEMENT
(’Επωδή)

A Ernesto Petrucci

« Sine me, liber, ibis en Urbem »
(« Ô mon livre, tu iras à la Ville sans moi ! »
Ovide

A présent que la lampe est allumée
Et que j’entends parler l’une à l’autre les fleurs du jardin,
Je cherche à deviner ce que veut dire la clarté de ton visage.

Comment franchir la pudeur du cœur,
La scintillante fragilité de l’air,
La céleste piété de l’âme
Pour t’avouer mon enchantement?

Oui, qui peut dire encore,
Comme les roses sur l’autel,
L’excellence de la tendresse,
Qui le pourrait, mon Ami romain, qui l’a pu?

Il faut tant de lumière et d’eau,
Tant d’air et de chants
Tant de profondeur dans le repos
Et un souffle pur comme une première neige
Et plein de lueur
Pour bâtir l’invisible royaume de l’amitié!

Ah, comme j’aime le murmure blanc,
L’heure de cristal où la flûte égyptienne de la brise
Raconte à nos oreilles attentives les splendeurs
Des temps à jamais évanouis!

L’âme ouverte aux augures des étoiles,
Je hume l’odeur
De la terre éternelle d’Italie,
Mon sang millénaire la reconnaîtrait
Parmi tous les autres aromes !

Ô mon Ami, j’aime le frêle sourire du temps
Qui vient taquiner ta main tremblante
Abandonnée sur l’éblouissante blancheur
De la nappe!

Que puis-je t’offrir de plus transparent, de plus vrai,
De plus mien que les tiges jeunes de ce poème?

Est-elle chose plus douce, plus amène à l’âme
Que cette musique neuve de la nuit
Verdoyante et humide
Où les âmes des anges,
Légers comme les panaches des tamaris
Flottent dans l’espace qui unit
Nos rêves radieux
Aux rêves de tous les êtres de l’univers?


ENCANTO
(’Επωδή)

A Ernesto Petrucci

“ Oh mi libro, irás a la ciudad sin mi”
Ovide


Se ha encendido la lámpara
y pienso hablarles una por una a las flores del jardín,
procuro adivinar lo que quiere decir la claridad de tu rostro.
¿ Cómo salvar el pudor del corazón,
centelleante fragilidad del aire,
celeste piedad del alma
para que reconozcas mi encanto?
¿ Sí, alguien aún puede decir,
como los rosas sobre el altar,
la excelencia de la ternura,
Quién podría, mi Amigo romano, quién pudo?

Hacen falta tanta luz y agua,
tanto aire y canciones,
tanta profundidad en el descanso
y el soplo puro como una primera nieve
colmado de luz
para edificar el invisible reino de la amistad!
¡Oh, como me place el murmullo blanco,
la hora de cristal donde la flauta egipcia de la brisa
cuenta a nuestros oídos atentos los esplendores
de los tiempos para siempre desaparecidos!

¡ Abierta el alma a los augures de las estrellas,
respiro el olor
de la tierra eterna de Italia,
mi sangre milenaria la reconocería
entre todos los demás aromas!

¡Oh mi Amigo, me gusta el endeble sonreír del tiempo
que viene irritar tu mano temblorosa
abandonada sobre la deslumbrante blancura
del mantel!

¿Que puedo ofrecerte más transparente,
más verdaderamente,
más de mí, que los tallos jóvenes de este poema?

¿Es cosa más dulce y más agradable al alma
que esta música nueva de noche
verdosa y húmeda
cuando las almas de los ángeles,
ligeros como los penachos de los tamariscos
navegan en el espacio que une
nuestros sueños radiantes
con los sueños de todos los seres del universo?

Traduit en espagnol par Janice Montouliu (Uruguay)



Dolors Alberola (Sueca-Valencia-España)

EL

cuando no sabía que yo era poeta
(Marina Zvetaieva)


Primero fue el agua.
Mi madre me lavó entre esas cosas,
esos perfiles dulces de las cosas:
la margarita triste,
el perro adormecido que quería lamer,
el pensamiento de algo, ignoto todavía.
No sabía qué hacer con esas notas.
Me gustaba palpar el lomo de la tarde,
escribir las palabras hasta verlas brincar,
resquebrajar el libro, convertirse en la nada.
No sabía qué hacer entre las pompas.
No conocía versos, ignoraba a Petrarca
y entonces un soneto
era parte de Dios, o algún milagro.
Tenía una libreta en cuya azul cuadrícula
iba anotando todo.
Muchos años después reconocí el poema.

GENEALOGÍA DE LA HEMBRA

Yo, que fuera tu Agar, la esclava,
y fuera Jezabel,
arrojada a los perros de la noche
y, así, fuera María -tan delicada y pura ante tus ojos-
y Ruth, con una espiga de fuego entre sus manos
y, aún, fuera Judith,
rozando esos cabellos de Holofernes,
y Salomé, bailando sin descanso;
y me tomaras una y otra y cien mil veces,
gritando:
Oh, Jericó
-al golpe clamoroso y tu trompeta
no se extinguiera nunca-.
Tú, que fueras, en mi profunda cueva del amor,
el dolor hecho carne
y coito entre los hombres.

EN EL PRINCIPIO FUE EL NÚMERO

Creárase la soledad,
el doble de ella misma,
e incluso el triple y llegárase al siete de la nota,
al lugar del descanso, al punto geométrico,
al triángulo exacto de la transmigración perenne
-el alma que se escapa entre los brazos quietos
y el triángulo -viejo- con sus catetos rotos-.
Y de nuevo hacia el uno,
hacia la sola agua. Consonancia perfecta
el uno con el dos y cada nota, fija, en esa vibración,
exactamente el doble en las octavas altas.
Creárase la soledad, el infinito nunca de la música,
el punto equidistante entre la nada.
La piel del hombre, un árbol.
En su interior, lo solo y el dos y el tres en su costado
y el cuatro y nuevamente el cinco con sus dedos correctos
y el seis (como de hombre) y el siete del retorno.
El ser, así, girando en desmesura, como un sonido ciego
y un estuche, desnudo en cada muerte.
Pitágoras
Metaponte, h. 500 a.C.

EL ÚLTIMO TREN

Escucho cada noche cómo una voz purísima,
el muchacho tristísimo que cada tarde muere,
me invita a huir, señalando
con la mirada el mar, el mar, el mar.
Domingo F. Faílde
Cojo el tren.
Cojo el tren de la tarde con la mano,
con la mirada sola.
Sola, yo, cojo ese tren vacío que me acerca.
Que me derrama y grita en cada vía.
Que me aleja de ti sin la distancia.
Te veo en la ventana de la sombra
de este tren que ahora pasa y se lleva mi cuerpo
y solamente yo, la que no existo, grito.
Y me quedo sentada en la penumbra
-la verde cristalera de este tren que me conduce,
me zarandea, dice, va gritando tu nombre y sus palabras
son el último humo de la tarde-.
El paisaje, este último y verde y armonioso
paisaje de la tarde
-paisaje como un río de la nada-,
paisaje, en la ventana de invisibles ventalles donde me alojo sola.
Estoy flotando contra tu nombre solo que repite:
-Yo soy la sola tarde de tu vida.
Y, ahora, te amaría
-cuando me veo sola en este tren
y mi cuerpo es el cuerpo que te busca
y no sé ya de mí, porque te supe
y nada ha vuelto ya a ser de otra manera-.
Y ahora dejaría mis manos en tus ojos
y ese tren viajero que llevo entre mis dedos,
junto a tus labios verdes de paisaje.
Y ahora, yo, la sola, la deseante en ti
-esa mujer que mira en tu ventana y tu paisaje
vuelve hasta hacerle sombra-,
esa mujer de ayer -con el pelo más negro-,
la mirada encendida como casa,
la boca a dos vertientes, como un techado ardiente,
deja su rosa ahí, en medio del paisaje. Y ese tren
que la acerca y la aleja y no es el cuerpo,
el que tiene rendido contra un árbol
que ahora es un árbol solo donde ha escrito tu nombre
-con palabras de sangre, solamente, está escrito tu nombre-,
ese tren que la lleva a tu recuerdo solo y la destruye,
ese tren que ahora ella va dejando en tus manos
como un viejo juguete de hojalata -para que tú te rías,
le enciendas tus dos ojos y la beses-,
ahora mismo, ese tren, está abriendo sus puertas,
se para de repente y se detiene
y te invita a subir, y se detiene
y ahora ya ella está adentro y se detiene
y se posa en tus labios, se detiene,
te dice que es el tren y se detiene,
es el último árbol de la tarde -detenido-,
la última ventana de la vida. Y se detiene
hasta que tú la tomes,
la apreses en tus brazos. Se detiene
y no quiere más vida. Se detiene
sin más rostro que el tuyo. Se detiene
y se sabe parada en tu sonrisa. Se detiene
porque sabe que, al fin, es ella el tren
y te lleva a su cuerpo. Se detiene
ese cuerpo desnudo que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.

EL MITO DE BRONWYN

Eran las eras grises mensajeras,
eran las mensajeras de las eras,
eran las mensajeras de las horas,
eran ya sin mensaje las auroras.
J.E. Cirlot


¿No veis esa mujer que vuelve de las aguas,
que rebrota del mar y nada tiene
sino un verso de luz, posado en las dos manos?
¿Y no sabéis del mito de ella, purificada,
descompuesta en el fuego de la vida,
dando a beber al hombre de su boca,
navegando en el círculo, donde las aves son
pensamientos del otro que descansa?
Ya a nada tendrá miedo.
Ha regresado, muerta, del silencio,
ha venido a la vida de las algas,
envuelta de naufragios, oxidada,
con los corales rotos y la faz toda blanca
-lleva un verso en sus manos, no lo olvides-.
Descalza, va bajando las corrientes,
olvidando ese agua que la deshizo, vuelve
con la mirada fija en un bramante
territorio de amor. Retorna enarenada,
con su velamen yerto,
su cabellera espesa y sus jardines
rebrotados de cieno y violetas.
Con la cabeza erguida cruza por la ciudad,
que es ahora naufragio
del mar que la devuelve. Sabe que ella, la sola,
la muchacha palmípeda, la gris alada, siempre,
conquistará la luz de la mañana
para tornarla -azul- en noche amanecida
y amarrar en la quilla de ese buque
y elevar, contra él, su mascarón
de terrible madera que lo abrase,
lo detenga en el mar
de la corriente sorda de las cosas
y le haga brotar
un magma incandescente y el amor
vaya siempre a deriva de sus horas.
Ella, la tan sumisa al miedo,
se libera de él,
porque el amor la vuelca y la contiene,
porque el amor la incendia y ya no hay mar
donde apagar el fuego,
porque el amor le dona un nombre diferente
y ya no es Alfonsina,
sino María, viva -muerta, en otro, de amor-:
María Celeste.
María enaltecida entre la sombra,
María en esa casa
donde Pablo guardara sus mil llaves
-transformadas en una, que la abre-,
María de la furia ya entregada,
disminuída, rota,
desnuda ante los pies de ese marino
que dejara Cernuda en su silencio,
buscando, tal Leonor, la pluma del poeta,
irrumpiendo en la sal de la sorpresa,
no mirando hacia atrás, sino hacia él, sólo,
con esa ventolera
descabellada y loca del amor.
Girando, locamente, como brújula
y el tiempo ya hechizado en su quietud:
porque todo retorna, con él, a ser posible.
Todo renace así,
debajo de las aguas de las nubes.



PÁGINA 32 – ENSAYO

LA EMOCRACIA AUTORITARIA

Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali-Colombia)

“Detrás de los actuales debates teóricos sobre nacionalismo, sobre identidad, sobre política y fundamentalismo religioso, hay un tema oculto: la pasión”. La frase de Michael Walser nos ubica en el punto álgido de las sensibilidades políticas actuales, donde se organizan las ideologías con base en la emoción pasional de los ciudadanos, gracias a los medios y a las lógicas del mercado. La pasión ideológica lo colma todo en el neoconservadurismo actual. Contrario al procedimiento razonable y democrático, que llega a la aceptación de acuerdos, “la pasión, nos dice Walser, es siempre impulsiva, sin mediaciones: lo quiero todo o nada”. De esto al fascismo no hay distancia alguna. Sus resultados son los dogmatismos, el terror, las persecuciones, las acusaciones y, por ende, paranoias y atrocidades. Por lo mismo, la emocracia pasional fomenta el salvajismo de los muchos a favor de los pocos. Ante la ley de la doctrina tiránica emocrática, se inclina una apasionada muchedumbre vehemente. Es como si se hubiera alcanzado el estadio de un cogito interruptus, suspendiendo todo pensamiento ante el gran ídolo. Pero aclaremos: la pasión estética e imaginativa, como sabemos, ha edificado y fundado las más grandes e inquietantes obras del espíritu. No es por esta pasión plena de poesía que disparamos nuestra alarma, sino por aquella masiva y adoctrinada, la cual en un instante puede destrozar, de forma sangrienta, las más poéticas obras.
He aquí el resultado de lo llamado por nosotros Emocracia autoritaria: una pasión ideológica, enajenada y obesa de certidumbres absolutas, lo cual desafía cualquier sensatez, cualquier alteridad, cualquier respeto a la diferencia. Sus consecuencias son predecibles: redes de informantes, caza de brujas, odio combinado con fe y creencia. Las sensibilidades contemporáneas globales son su mejor ejemplo. La emocracia ha permeado en toda la cultura formando ciudadanos obedientes que dan un sí a la destrucción de sus adversarios, un sí a su aniquilamiento y, lo peor, votan por la guerra. Éstos, tal como nos lo ilustra Walser, “no son una sangre tranquila, sino que hierve, por eso son exagerados y apasionados, ansiosos como están por derramar la sangre de sus enemigos (…) Y los peores de ellos son los demagogos que se ponen a su cabeza, a los que no se concibe como cínicos manipuladores o príncipes maquiavélicos, sino como hombres y mujeres que comparten plenamente las pasiones de las personas a las que guían. Eso es lo que se quiere decir con ‘energía apasionada’: los sentimientos son genuinos, y por eso producen tanto miedo”.
Convencidos de haber actuado correctamente, estos ciudadanos se muestran felices y triunfantes. Han estado demasiado tiempo bajo una burbuja mercantil y mediática, creada y organizada por los dueños del globo. Ya lo había diagnosticado Gilles Deleuze: hoy vivimos en sociedades controladas a través del mercado y de las máquinas informáticas, las cuales crean nuevas formas de vigilancia. Escuchémosle: “El departamento de ventas se ha convertido en el centro, en el ‘alma’, lo que supone una de las noticias más terribles del mundo. Ahora, el instrumento de control social es el marketing, y en él se forma la raza descarada de nuestros dueños (…) El hombre ya no está encerrado sino endeudado”. Es, pues, la instalación efectiva de un despotismo delicioso, alimento de la emocracia.
Control continuo y permanente sin que el implicado se queje. Tal es nuestra actual cartografía mental y sensible; tal nuestro nuevo encierro histórico. ¿Qué responsabilidad ética tiene el colectivo que apoya todas estas manifestaciones de una emocracia masificada? Es obvio que dichos regímenes no pueden sobrevivir sin tener la complicidad de una colectividad que apoye sus propuestas, a pesar de que conozcan los horrores y errores de sus gobernantes. He aquí una de las demandas del autoritarismo en general: absorber a los individuos haciéndoles perder su autonomía crítica. Sin escisiones ni rupturas, los ciudadanos asumen “la Gran verdad” del régimen en rigor; es la mimesis entre lo privado y lo público, una totalidad sin fisuras. Su misión es mesiánica, un disparo al futuro de salvación. Para lograr tal teleología, en su terrible agenda se lee la eliminación de cualquier opositor. Totalitarismo en serio y en serie. Imposición de una colectividad adoctrinada y efusiva, con el proyecto de establecer el pensamiento único de un líder supremo situado por encima del Estado de Derecho y del orden jurídico, con una fuerte estructura burocrática y corrupta.
Gracias al monopolio de los medios y de la economía de mercado, se garantiza el triunfo y la permanencia de la emocracia autoritaria, como también el rechazo a toda memoria histórica, la exaltación del culto a la personalidad, la repugnancia hacia cualquier actitud dubitativa, el aplauso a los rituales de un nacionalismo neoconservador retardatario. Al decir de Hebert Gatto: “el totalitarismo contiene elementos que lo aparentan con las viejas teocracias históricas. Pero no es una de ellas, sino una respuesta política secular, moderna, en un tiempo en que Dios ha dejado de operar. Si el Ser Supremo, como autor o legitimador de la moral, dejó de ser el centro de la escena, es necesario que surja un sucedáneo que permita volver a aplicar sus pautas desde arriba, sin necesidad de recurrir a la religión”
De esta manera, se impone una moral unitaria, centralizada, homogénea, donde toda contradicción, todo disentimiento se vuelven delito. Bajo este ambiente se incuban y florecen las pasiones ideológicas, alimentadas por la propaganda y la publicidad, las cuales hechizan y fascinan, seducen y ordenan obedecer al mandatario supremo. La propaganda, entonces, cumple el papel de constructor de mundos ficticios, asumidos por el ciudadano como reales. “Ganarse el corazón del pueblo” proclamaba Josef Goebbels, el Ministro de Instrucción Popular y Propaganda del Nazismo. Ganarse la pasión, la emoción guerrerista, masificada en red, a través de valores tradicionales, religiosos y patrioteros. Ganarse el corazón del pueblo a través del miedo a un inventado enemigo. Como tal es una influencia desproporcionada sobre las mentalidades. En ello se puede observar la exaltación al dominante como modelo a seguir- e imitar-, la idolatría a las fuerzas armadas y a su sentido heroico, la subordinación del individuo a los principios del jefe, padre modelo protector a la vez que autoritario. Es la imagen social de una cultura cerrada y provincial. La premodernidad activa, gozando de buena salud.
Seducción, fascinación ante el espectáculo masivo del poder. Creación de sensaciones que buscan generar en el individuo masificado la idea del triunfo y de la importancia plena de su líder. ¿Cuáles son las consecuencias políticas? La parálisis ideológica, la no acción frente al horror de los sucesos. Es como entrar a la “peste del olvido” macondiana, a una burbuja doctrinal. Parálisis mental, pues ya existe alguien quien piensa por todos; parálisis política, pues el gran líder-mesiánico ya actúa en ese campo a favor de sus subordinados, y parálisis de opinión, autocensura desmedida, pues el gran sacerdote opina con verdad y sapiencia sobre todos los asuntos con “una inteligencia superior”. Obediencia y silencio, ignorancia y colaboración. ¡Vaya esperanzas!

CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

Por Irma Bignon (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

EL ARREBATO DE DURAS

Todos conocemos la extensa obra – más de cincuenta libros entre novelas, piezas de teatro y cine – de Marguerite Donnadieu, conocida como Duras, hija de franceses, nacida en Gia Dinh, Cochinchina francesa, en 1914.
Después de haber leído todos sus libros, queremos destacar “El Arrebato de Lol V. Stein” (“Le ravissement de Lol V. Stein” en su lengua original), publicado por Ed. Gallimard en 1964. Con un juego de diálogos y de silencios, esta novela breve y misteriosa es quizá la obra maestra de Duras.
Es simplemente un baile en un salón en una playa junto al mar. La orquesta descansa y deja de tocar. La pista se vacía lentamente. Una mujer hace su aparición. Se produce un largo silencio – muy durasiano – en ese momento. Ese silencio repercute en el lector que hace una pausa antes de seguir con la lectura. Y el arrebato de Lol Valérie Stein se produce al ver cómo su prometido sucumbe al hechizo de esa mujer. Esta imagen inmóvil se paraliza en la mente de Lol. La mujer introduce en la escena una suerte de incomodidad enigmática. Ajena a la situación que ella provoca, ignora el paradigma alcanzado por Lol. La distancia que las separa no hace más que acentuarse, ausentes las dos por la misma incertidumbre de sus distintas maneras de ser.
Aparentemente Lol asiste impávida al prolongado abrazo y beso de ambos. No parece sufrir ni sentirse apenada. Más bien su rostro expresa dulzura y también indiferencia. Siente la presencia estática de un amor absoluto y necesario, pero a la vez imposible. Espera una relación espiritual que no se produce, y queda atrapada en la voluptuosidad que ella misma genera.
El baile se termina. La noche se acaba. La historia se apaga. Lol se va.

Han pasado diez años. Lol se ha casado, se ha ido a vivir a otro lado, ha tenido hijos. Parece completamente restablecida de su pasada postración.
Sin embargo, después de ese largo tiempo, ella vuelve al lugar de playa y mar, y encuentra que éste ha dejado de irradiar su antigua luz. De todos modos, intenta reconstruir y ensamblar las piezas del drama de amor absoluto e imposible que provocara su arrebato aquella noche del baile.
Lol camina por las calles, pero una vez terminadas las largas caminatas, ninguno de sus pensamientos traspone la puerta de su casa. Diríase que es el desplazamiento marginal de su cuerpo el que hace surgir y revivir el recuerdo.
¿Cómo es realmente Lol? Es imprudente, imprevisora. Es sensible a la trepidación invisible, al murmullo inaudible. Tiene cierto olvido de ella misma, lo que provoca su propia desdicha.
Su memoria siempre vuelve allí, al salón de baile. Se encuentra completamente obsesionada por lo allí vivido. No puede retomar su habitual frescura. Todos los días recuerda lo mismo como si fuera la primera vez, como si existieran abismos insondables de olvidos. No parece sufrir ni sentirse apenada. Está siempre lejos de todo y del momento presente. El sufrimiento – que ha olvidado el álgebra de las penas de amor – no ha encontrado en ella donde alojarse. Lol no sufre, porque su descubrimiento la consume. Mantiene su pensamiento con el mismo orden glacial que no cambia nunca. Si hay orden no hay creatividad. Lol no es creativa. Su dulzura disfraza su ignorancia. Desea olvidar la famosa noche del baile, pero se lo impide la confusión que recorre su cuerpo. Se lo impide el arrebato.
Lol se ha instalado en una existencia muy determinada. Es incapaz de reflexionar. No sabe de que manera hacerlo. No oye los sonidos, ni escucha lo que se dice. Únicamente oye lo que ella se dice. Se limita tan sólo a vivir. Y la vida está allí , frente a ella, como una gacela sorprendida.
La inquietud es un estado casi permanente a lo largo de todo el relato: es la inquietud que Lol emana. El final no está escrito. No existe. El arrebato de Lol V. Stein no tiene fin o el final está en cada página del libro.
Los silencios, los blancos, los puntos suspensivos, la carencia de acción, todo conduce a la síntesis, al elemento desnudo.
Duras es una profesional en simplificar las situaciones hasta llegar a la depuración del lenguaje. Es la escritora de lo indecible. Nos transmite la magia, el conjuro, el hechizo que emana de toda ella cuado escribe.
Su análisis profundo de la vida interior se desenvuelve en este orden: primero las sensaciones; luego las palabras; y por fin los valores que dan fuerza a los sentidos.
Por lo general, el escritor necesita la más profunda concentración para escribir. Duras en cambio dice: “Debo sentir la más extrema desconcentración. Me dejo poseer. Yo misma soy un cedazo por donde las ideas aprovechan para entrar. Nunca estoy sola delante de la hoja en blanco. Todas las sensaciones me llegan de todos lados, de todas partes”.
La escritura de Marguerite Duras pone en evidencia apariencias de frases, restos de lenguaje, imitaciones de pensamientos, simulaciones, olvidos que no suponen ningún olvido y que permanecen indiferentes a toda memoria. Al leer sus páginas, sentimos su presencia, atenta a la menor vibración de su personaje, a la mínima inflexión de su voz. Es indudable que Duras está allí, al lado de Lol, como su doble familiar o su sombra reveladora. Abundan silencios, palabras, y de pronto, el breve relámpago de un gesto o de un grito. Los diálogos – si los hay – introducen una especie de molestia enigmática.
Lol personaje supera a Duras autora, se le escapa de las manos. Ella misma dice en una oportunidad: “He hecho mucho cine, pero a Lol la hubiera tenido que mostrar únicamente escondida (…) Puedo trabajar con Lol, pero tan sólo con andrajos, restos de Lol…”
Marguerite Duras la inventó. Quedó plasmada en sus páginas. La creó. Y luego se le escapó.
Quizá el arrebato no haya sido de Lol, sino de Duras. O lo más probable es que sea de nosotros, los lectores…

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