Imágenes: Pinturas de Yacek Yerka (Polonia 1950)
Música: Seleccionar al pie de la revista
Ante la muerte de Mercedes Sosa
SU MÚSICA INTERIOR
Por Cristina Villanueva (Buenos Aires/Argentina)
Un día en que cantamos todos*
La voz iba a llenar el teatro ¿de música, de canciones? No, era otra cosa, teníamos miedo, no sabíamos si se iba a hacer el recital o no. Sucedía que con ellos nunca nada era previsible. Esa era la esencia de ellos, lo enloquecedor. Actuaban como dioses malignos que no respetan ninguna regla, ninguna lógica, para empequeñecernos. Las entradas vendidas, nosotros en las butacas no eran indicios suficientes. Debería saber el año, la fecha, sólo sé que era verano y que la dictadura, me imagino, empezaba a acabarse. Quién puede saber las últimas heridas que el cuerpo tambaleante de los monstruos son capaces de provocar. En las películas el asesino serial en el piso siempre se levanta y arremete. Lo conocen los hondureños, esa joven mujer que acaba de morir, con gases tóxicos en su garganta todavía con gritos por gritar.
Norberto, me digo, sabría la fecha, podría rescatarla, pero él no está. Recuerdo el aplauso gigante cuando apareció, ese aplauso gigante lleno de palabras, de llantos ahogados, de rabia, de amor. Ese aplauso como un abrazo que nos unía y la unía a ella con nosotros y con los ausentes. Esa liberación antes de que cantara. Ese aplauso contaba a quienes quisieran oírlo que estábamos ahí por algo más que por el canto. Desde la puerta entreabierta de mi memoria lo escucho en el cuerpo. Mi memoria en el cuerpo, en las manos que duelen, en la piel estremecida por la música de las manos que duelen, que los otros clavaban en la piel, música fuerte de libertad oprimida que se desata, como una bandera ondeada en el cuerpo colectivo, cuerpo que ya se había parado, como un animal que busca la salida.
Después, solo después, la voz llenó el teatro.
PÁGINA EDITORIAL
DEFENSA DE LA PALABRA
Por Eduardo Galeano (Montevideo/Uruguay)
Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que da alegría. Uno escribe contra la propia soledad y la soledad de los otros. Uno supone que la literatura transmite conocimiento y actúa sobre el lenguaje y la conducta de quien la recibe; que nos ayuda a conocernos mejor para salvarnos juntos. Pero "los demás" y "los otros" son términos demasiado vagos; y en tiempos de crisis, tiempos de definición, la ambigüedad puede parecerse demasiado a la mentira. Uno escribe, en realidad, para la gente con cuya suerte, o mala suerte, uno se siente identificado, los malcomidos, los maldormidos, los rebeldes y los humillados de esta tierra, y la mayoría de ellos no sabe leer. Entre la minoría que sabe, ¿cuántos disponen de dinero para comprar libros? ¿Se resuelve esta contradicción proclamando que uno escribe para esa cómoda abstracción llamada "masa"?
* Fuente: Contextos
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Horacio Rossi (Santa Fe/Argentina)
PALABRAS A LOS NUEVOS AMIGOS
Guardar la voz de los amigos nuevos en el corazón, adonde van las cosas más queridas,
donde se amontonan, ordenadamente, las emociones más tiernas y profundas de la vida...:
eso quiero hacer: allí ponerlos a todos ustedes, y desde allí ejercerlos cada día para siempre, con el dinamismo que significa la constante evolución a que nos debemos...
La vida quizás fluye. Se la suele comparar con un río. Yo, sólo sé que somos agua y somos barro. Sucios y puros, eternos y maleables. Amigos nuevos:
Nosotros confirmamos la inexistencia del tiempo y la distancia....
Pienso como escribo. Escribo como siento:
cuando el cuerpo se aleja hasta algún día, el alma se acerca y funde para siempre...
Amigos nuevos: la palabra se hace sensible. La palabra no alcanza a decir nada...
Sopla el viento dispersándonos cual gránulos. Pero somos montaña.
Y vamos desde la roca hasta la arena, sintiéndonos. Sin sonido de palabras...
Y mucho menos la palabra “lejos”, que sólo involuciona hacia la nada.
Y la nada no existe... Somos el siempre. Sí. Somos el siempre.
Justificados. Confirmados por cada amanecer...
Porque somos el siempre que sólo sabe amanecer:
la mano tendida, la sonrisa, la pronta comprensión hacia todos,
el florecer que somos, todo lo que anhelamos, y que haremos, y
por fin, pero sin fin,
la realidad del hombre nuevo floreciendo en el mismo sentido que el sol...
Amigos nuevos: yo siento que en la hora de la melancolía,
ante la desesperación de los sentidos, simplemente:
escribamos nuestras cartas, fecundemos nuestras lágrimas inevitables,
edifiquemos una nueva vivienda para el hombre
y tendamos a su liberación, que es la de todos nosotros...
Todo tú y yo posible será, entonces, un solo y grande esfuerzo de espíritus y sangres avanzando...
Tú y yo estaremos uno junto al otro: nuestra melancolía será pan, nuestra tristeza serán semillas germinando, nuestra alegría será fuego...
Y habrá una eternidad de primaveras en la que nos volveremos a encontrar...
Continuaremos una conversación, cualquier conversación interrumpida.
La palabra tendrá el sentido de nuestros sentimientos...
Habremos sido vida redimida, recorriendo las calles de todos los días,
contagiando de libertad a las gentes.-
Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe/Argentina)
DIEZ FRAGMENTOS DE UN INTENTO -¿arte poética?-
I
¿Prefiero el trabajo silencioso de la poesía
al silencio trabajoso de la incomunicación?.
II
El secreto último del poema está encerrado bajo siete llaves
y al poetastro se le rompió la primera en el ojo de la cerradura.
III
el silencioso bosque de las letras
el frondoso mutismo de las palabras
espera agazapado el asomar de los desprevenidos ojos y oídos del lector
o de la lectora,
para tomarlo por asalto.
IV
La fractura epistemológica, el quiebre de ramales discursivos que se secan y caen a descomponerse.
El resto fósil de la palabra que está debajo del silencio
pero mucho más el nuevo silencio que se abre y nos abre debajo de las palabras que se nos mueren.
V
La palabra sigue pidiendo ser sacada del cotidiano abuso subalterno, la prolija lija,
los moños y muñones que le infiere la denotación fijada por las fauces disciplinarias.
VI
No la acsésis mística, no la meditación trascendental.
No un modo de elevarme por sobre lo que nos rodea y circunstancia.
No una Acrópolis, no la ciudad luz, la Arcadia, el Paraiso, el Olimpo de los elegidos..
Sí el submarino, el electroshock, el sacudón existencial que nos vuelva semejante, prójimo, par de cualquier torturado
aunque más no sea por un instante.
¿El cielo de esta rayuela es hacernos par de cualquiera?
VII
A menudo, en medio de una epifanía, al borde de un satori, en la jugada más jugada,
el hilo discursivo da una vuelta perfecta y estrangula a su lengua.
El hilo de lo que quisimos decir y callamos
nos cose la lengua con labios y dientes
y querer cantar, gritar o llorar, se vuelve desgarrador.
VIII
Lo que no me canta el claro manantial, me grita el oscuro basural
pero,
cada vez hay más basural
y menos manantial..
IX
Antes que uno logre cerrar algún texto se cuela el agua que hunde el barco
¿No será el corolario del poema una excusa para no seguir el naufragio?
X
Tal vez arte poética sea la más íntima gracia que trasciende la insaciable necesidad de producir versos.
PÁGINA 3 – CUENTO
AJEDREZ DIFERENTE
Por Isaac Vainstub (Entre Ríos/Argentina)
El ajedrez fue inventado hace mucho tiempo, pienso que actualmente debe ser renovado. No me refiero al juego en sí, como al aspecto de las fichas. Creo que es imperiosamente necesario adaptarlas a la actualidad, por ejemplo empezando por el rey que hoy debería ser un empresario multimillonario, la reina podría representar a una primer ministra, el alfil recibiría más respetos representando un presidente (igual siempre andan torcido), los caballos tendrían que poseer cuatro patas y levantar apuestas, las torres ser centro de control cibernético y los peones con campera de cuero negro, directivos de un sindicato.
De la misma forma que todo se moderniza, este juego debería seguir el camino de ser cada vez más innovador. Entusiasmado con mis planes, me puse en campaña. Nunca sospeché algo similar a lo ocurrido en el primer partido, había fabricado un lujoso tablero, una recreación de un shopping vidriado, y en el nuevo juego aparece un contrincante invisible. Me sorprendí al ver que las fichas se movían solas, no sabía si adivinaban mis pensamientos o estaban controladas a control remoto por alguien que seguía de cerca mi proyecto.
No es que sea un gran campeón pero me defiendo bien, llevo muchos años de practicar y he adquirido muchos premios en campeonatos barriales. Esto no justifica que conozca los finales, el medio juego ni las aberturas que usan los campeones, pero así y todo me defiendo pensando con tranquilidad. Para poder jugar bien al ajedrez es necesario tener paciencia, sin embargo este contrincante invisible contestaba con una rapidez impresionante y me desconcertaba.
Intenté realizar varios partidos, pero todos con el mismo resultado. Parecía una locomotora, resultaba imposible darle mate. Ya me estaba poniendo nervioso, y decidí investigar. Estuve un día y una noche conectado al Internet tratando de averiguar. Ya estaba decepcionado de indagar sin resultado, cuando tuve suerte y descubrí que si yo me volvía invisible mi rival no podría conocer mis intenciones.
No fue tan fácil como parecía. Debí realizar un sinfín de tentativas, pero al final lo logré después de muchas pruebas. Para probar si mi experiencia resultaba válida, armé un tablero más sencillo y me dispuse a hacer la prueba. El contrincante apareció como si me estuviera viendo y empezó el juego. No pude ganar, pero por lo menos en la primera partida logré hacer tablas. Terminé contento con el experimento, pero con eso todavía no estaba conforme. Hacía falta, por lo menos, vencer en una nueva partida.
Probé suerte realizando una nueva partida. Esta fue muy larga y ya entraba la noche, con hambre y sueño, no estuve dispuesto a abandonar. Puse todos mis conocimientos a prueba, y hasta comprobé con satisfacción que estaba sacando ventaja. No me debía descuidar ni un momento. Noté que mi contrincante, aunque era intangible, se estaba poniendo nervioso.
Los dos intentábamos la supremacía en la lucha. Tratábamos de salir airosos de la vida moderna entre políticos, millonarios y peones que no hacen nada. No nos dábamos tregua en ningún momento, parecía una reyerta de vida o muerte. Al final fui vencedor después de la encarnecida guerra de fichas, gané el partido y le cambié el nombre al juego.
Desde este momento, se llamará ajedrez diferente, por el nuevo modelo de las piezas. Falta que los peones sin campera de cuero elijan dirigentes más idóneos, alguna ficha que los proteja de las amenazas de la vida moderna que los entretiene en el shopping dominados por los antojos de millonarios que juegan en los mercados las grandes batallas que les engordan los bolsillos y a los demás no les deja nada.
PÁGINA 4 – ENSAYO
LAS SUELAS DESTROZADAS
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Un día voy a calzarme las viejas zapatillas y encuentro que la suela de goma se ha abierto completamente. Y no en una, sino en las dos. Me sorprendo como cada vez que esto me pasa, y pienso en la fatiga del material, en ese instante ya predeterminado desde la fábrica, fijado para la caducidad y el desgarro.
Recuerdo que usé ayer las zapatillas, y estaban bien. Y de pronto hoy las dos suelas destrozadas. Como las flores del bambú, que se abren en todo el mundo unidas por una red intangible, como las gemelas que se despiertan en el dolor compartido, y una llora, y a la otra la angustia le cierra el pecho.
Pero encuentro las suelas destrozadas, de pronto. Y ayer no estaban así. Y quién es esa mujer que en el espejo me devuelve una mirada con otro color de ojos, con otra expresión, con unas arrugas que no eran y con esa tristeza de ver un poco más allá, más arriba, un tanto más atrás de las cosas. Si yo sigo haciendo chistes tontos, sigo bailoteando, sigo yendo al baño en puntas de pies y a la carrera. Quién es esa mujer que apareció así, de improviso, tan de un día para otro que hasta mi madre me dice que en las fotos del año pasado todavía estaba esa muchacha con sonrisa abundante. Pero ya no. Pero ahora esta mujer oscura, esta mujer que no se reconoce.
Me miro y hay un pozo allí. Hay una persona con fatiga de material. Alguien que no permaneció incólume, que finalmente y de un día para otro se rasgó y se le nota.
No es extraño envejecer. No es inusual que los profundos dolores y las terribles tristezas nos tracen un mapa debajo de la piel y en la escritura de la mirada. Lo que me sorprende es lo súbito, lo extraño de que una imagen nueva y sin embargo tan verdadera se presente en los reflejos.
Me miro en el espejo. Veo las noches, tantas oscuridades, la cercanía de las muertes, las partidas, los dolores de la traición esperada e inesperada. Veo la acumulación de días, la soledad que hizo muros, la dulzura de los llantos calmos como lloviznas. Veo una mujer triste allí. Menos pronta a juzgar, más pronta a la ternura, pero tan cercana a la melancolía.
Tomo las zapatillas rotas, las pongo en una bolsa, las desecho. No le servirán a nadie. Me miro en el espejo, le sonrío a esa mujer triste, me visto con una prenda de colores claros y preparo para ella alguna futura felicidad.
Saludo a la mujer que he venido a ser. Me miro detenidamente para no perderme, para reconocerme entre la multitud.
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Patricia Severín (Reconquista-Santa Fe/Argentina)
SÉPTIMA CERTEZA
El mundo ha quedado huérfano
:en la madrugada que abre al este
empujan las tinieblas lo oscuro de la tierra
los pastos en las sombras/tenues hebras/
rocío brotando entre palmeras/
ha llovido en marzo
el puente despega maderas sobre el río
su cauce de aguas turbias
huelo la fresca claridad de la mañana/
la húmeda escarcha de la bruma/
las garzas en su hueco de plumas
se derraman en los charcos
detrás de mí la parábola del sol
roja estela sobre el polvo
últimas estrellas por la garganta de luz
impaciente/el mundo/quiere amanecer
pero ha quedado huérfano
no puede nacerme en la mañana del campo
si tus dedos no respiran mi nombre
allí/al oeste/ donde todavía duerme la noche
OFERTA
La oveja negra
pace en el campo negro
........................................
donde lloro vestido de rojo
Marcelo Gelman
Persigo un sueño rojo
atrapado en el corazón
de una oveja negra
Persigo/Perseguía
Un sueño rojo
Un corazón
Atrapaba la oveja
el corazón
el sueño
el negro rojo
el negro negro
MERCADEO
Finalmente perderemos todo
y los días serán de infinita tristeza
Víctor Valledor
Finalmente perderemos todo/las uñas/las mejillas/los pies/los pantalones
los hijos que nunca fueron nuestros/el alma que vendimos por pedazos/
Finalmente/
aceptamos calladitos lo que la tribu manda
Genuflexos/ iremos a la muerte/ para nacernos otra y otra vez
con las manos atadas/en pelotas/
Para ver eternamente la avalancha de mugre que remamos/
No hay perdón para nosotros.
EL VALOR DE LAS COSAS EN EL TIEMPO
La fuente de agua
marca el valor de las cosas en el tiempo
Hace una hendidura/el agua
que trasciende/estilete de fuego
Aroma/huele/duele/muele/
Harina de barro/ duele/huele
El hierro hasta el hueso
Hendidura/ muele/muere
Gotea
Acaricia el estilete/el fuego/la frente ácida/la espera
La saliva roja que se abre/ que se vende/
por unos cuantos pesos reales liras
Barro/que gotea/espera
Montículo salado/compromiso/ conveniencia/convivencia
por unos cuantos pesos reales liras
Lame la herrumbre
Espera
Marca el valor de las cosas en el tiempo
Entierra
HABER
No estaba en un cofre/No había hoja de ruta/Ni celofán/
Ni explicaciones lógicas ni ilógicas/
No era una alimaña/
Era leve y brillante :una astilla
Era bestial y profundo
Tenía las raíces del baobad y la altura de Dios
Advocación/Letanía/Mantra/Sagrado/Polvo
Hubo un día en que ya nada hubo.
Guillermo Ibáñez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
ONÍRICO
Entre los buitres de los sueños.
Entre los buitres angelicales monstruosamente acicalados,
surge el fuego, hecho por el tedio de los volcanes interiores.
Quizás por eso en la noche de todos los silencios
y de la gruta estrellada,
los papeles y los ojos se mezclan en habladurías,
cuando los pájaros azules del ventrílocuo,
van volviendo a la botella
que se tapa con un corcho de nubes.
Nubes de mentira con laderas que vuelcan su frío,
el frío de los árticos, el frío de los infiernos,
el calor de los cielos se cierne sobre nosotros,
el cielo de los cielos baja hasta los infiernos.
El infierno sube, baja. El infierno es de frío.
El cielo de caluroso invierno.
Es entonces cuando los vasos inigualables de la perdición
se encuentran en todas las esquinas para apoyarse
sobre los torrentes del papel.
El momento en que los pájaros buscan, para emigrar,
para huir hacia los hermosos espacios blancos.
Mientras, desde el vientre meta-atmosférico
parten tres carros de ilusiones
que batallan con los infiernos ascendentes
y los cielos esenciales.
SOLUCIÓN CONOCIDA
Llevo en mí un destino de pie grande hundido en la tierra
un deseo de doblar cada esquina de la noche
para encontrar el propio eco,
para no morir sin saber del próximo sol,
para despertar después de haber podido dormir.
Una deuda de noches al destino onírico
y al sol nocturno de hielo,
con mi incomparable pobreza de niño
con mi niñez de martirio insufrible
con mi cobardía inmensa de hombre,
apartándome hasta el límite de la inconciencia
para escapar de paredes de sueño que asimilan
esquemas y expelen resultados,
o de los que sientan sus ojos sobre el cielo para amar
careciendo de manos.
Nunca faltan ésos. Ni tampoco el que grita. Ni el que muere, el desesperado que se ahoga, el que muere en sueños,
el que sube con zapatos de plomo una montaña inaccesible.
Ni el que grita, ni el que muere, ni la repetición constante,
y sigo tratando de duplicarme, centuplicarme, para sentir más veces lo humano que soy, para ver millares de noches en una
y llegar al día al final del conteo.
Entonces, para qué andar caminando la soledad si la luz
es muerta, si el cauce es río.
Para qué conociendo la solución.
Para qué, si las venas engordan como niños glotones
cuando se las estrangula.
POEMA 2
Transito
valles
sueños
viejos caminos
que conducen
a un maduro desierto
allí
la magnitud
suprema
se parece
al viento.
INMENSIDAD
Hay un cielo llamándome a poseerlo
y yo me oculto debajo de él.
Las estrellan treparon la cavidad celeste
y el firmamento poblado no es tan vano.
Todo es imposible, encadenado a tranquilizantes
que paralizan toda voluntad.
Es espantoso asimilar el llamado
porque al tratar de evadir la prisión,
los soldados blancos retoman sus puestos
y a veces suaves, otras violentos,
me devuelven al sitio del gran cuarto
donde otros como uno cada día,
ven truncada su esperanza de ver cielo
en cada huída frustrada hacia los patios
cuando el timbre da
la última
llamada.
HASTA LA CALMA
Dejarse caer entre paredes
que ahogan,
sin gritar mis gritos,
auscultando el latido de sus sienes
arremolinadas para indagar
mi pasado,
para contemplar con curiosidad
mis vértigos que no
llegan al éxtasis
y siempre quedan en la noche.
Mis ancestros se asoman
por los ojos de las paredes
al agujero de mi techo.
Primero, gritos horrendos
y celestiales.
Luego la lectura de vibraciones
integrada por cada uno de esos
electrodos sembrados
en mi cerebro.
Todos averiguan cosas
que no quiero saber.
Todos miran el agujero
que yo no puedo,
a no ser que vuelva la mirada
hacia otra vida.
Caigo presa del pánico.
Caigo y golpeo mi cabeza
contra el piso endurecido
y todo vuela y se pierde, oscurece,
es todo claro y es triste;
y sigo golpeándome con alegría
y todo gira, vuelve y vuela
y las paredes se posan sobre las moscas,
los cabellos peinan peines
y las lámparas se iluminan
por intermedio de los azulejos.
Mis dedos insensibles se poseen
aferrados a mi cabeza
y me desarmo y reconstruyo
entre furia de piernas
de manos, de gritos,
de gritos que se introducen
en la costumbre del agua y el agua
se hace calma en esas horas.
Una y otra vez la lucha desorbitada
abatiendo fantasmas,
el delirio se eleva conmigo.
Entonces bebo quietud.
PÁGINA 6 – CUENTO
LA CITA DE LOS MARTES
Por Susana Ballaris (Gálvez-Santa Fe/Argentina)
Es martes.
El campo cortado en el horizonte rojo de sol.
Pocas casas, en su mayoría hechas con el sacrificio de las mujeres más que los hombres.
Los hombres andan por allí, detrás de otras polleras, o con una botella de vino durmiendo en sus gargantas.
Edificio de ayuda comunitaria, donde la imagen de una santa está rodeada de flores en forma de margaritas cortadas de hogares silvestres.
Maestras colocan sus voces a un rosario de migas de pan, mientras el olor a humedad sube por las paredes.
Se supone, que aquí estoy para acompañar las voces y darle agua fresca a las flores silvestres. Cuando todo termina, mis ojos se incrustan en la puerta del frente, que corta el horizonte rojo.
El campo como todos los días martes, ha cambiado su fisonomía y de estar quieto, y sin vida, se transforma en el lugar exacto donde desembarcan barcos celestes y aviones grises, porque tiempo atrás, aquel cordón umbilical que unía mi vientre a un retoño, se ha cortado, cuando quiso buscar nuevos acentos.
¿El martes?
Volveré. Y comenzaré a desgranar el rosario de migas de pan, prenderé una vela a la santa en el edificio de ayuda comunitaria, me sumaré a las voces y esperaré a ver en la puerta del frente al horizonte cortado de rojo.
Y otra vez, nacerá la nostalgia…
PÁGINA 7 – ENSAYO
RECADO INELUDIBLE AL HOMBRE QUE VENDRÁ
Por Nazario Soto (Durango/México)
Mírame, que en el pozo de la angustia, aún
respiro.
Inútil el dolor y la amargura.
Quiero lavar mis llagas, en el bálsamo
del manantial primero.
¡Quiero vivir, y he de gritar tan alto,
que veré derrumbarse los muros del silencio
ante el asombro estéril del olvido!
Margarita Paz Paredes.
Soy pobre. Provengo de una larga tradición de familia pobre: campesinos, obreros, marchantes, empleados, mineros,. Durante generaciones enteras hemos luchado a brazo partido contra la tremenda adversidad. Los lujos me dan asco, son incomprensibles, tal ves solo una absurda manera de sentirse "más que los demás", una torpe forma de subsanar arraigados complejos de inferioridad. Nunca he tenido automóvil. Ni siquiera se manejar, mis horas han transcurrido entre camiones, trolebuses y el metro., donde la vida real termina por sorprenderte tarde o temprano, por más que te resistas. Nunca he usado ropa de marca, creo que la mejor moda es lucir limpio y seguro de uno mismo. Mis pasiones han sido los libros y la música, el arte pues, a base de muchos sacrificios y esfuerzo constante, todo es más difícil cuando se carece de recursos económicos. He conocido gente adinerada, en general, siempre me sorprendió su pobreza espiritual, su falta de imaginación, su esclavitud monetaria, su inmensa banalidad, su ceguera por la cosas valiosas de la vida, su desconfianza y soledad irremediables. No idealizo la pobreza, también he sido traicionado por miembros de mi propia clase debido al sucio dinero, y he sido testigo de humillaciones y crímenes sin fin contra los débiles. la impotencia me ha trastornado el rostro con su rabia. He vivido hasta sentir asco por ser hombre. Le he reclamado al propio Dios por su cobarde silencio. El odio ennegreció mi pensamiento. Odio contra la máquina tritura-hombres. Odio contra la institución caníbal y sus leyes degradantes. Odio y desprecio contra las fuerzas represivas, el ejercito y la policía. Puro rencor social que casi me llevó a destruirme. La desesperación biológica del habitante de las ciudades, producto de la injusticia y la opresión que intenta borrar la identidad propia para convertirnos en simples tornillos, en remaches funcionales y desechables, casi me asfixió con su silenciosa tonelada. No soportaba observar a aquellos tipejos regodeándose en su opulencia-y a sus estúpidas monigotes de adorno-mientras nosotros malcomíamos y maldormíamos, a pesar de tanto trabajar diariamente: Esta no es una ley del universo, todo lo contrario, ya que la tierra otorga sus frutos para todos. Así que desee la extinción de cada cosa viviente sobre la faz del planeta. Tal fue mi furor. Sin embargo, es bien sabido que para renacer hay que atravesar el fuego, y que hay que perderse para recobrarse. Solo el amor pudo detener mi audaz caída. Me dí cuenta de que si continuaba escarbando por esa senda, solo me quedarían tres vías infames: el suicidio, la cárcel, o el sanatorio mental. Así que volví a mis raíces más profundas. Hacia mi historia, hacia la historia de mi pueblo. Observé que llevábamos décadas, siglos en pie de guerra por nuestra liberación. Miré alrededor y vi que existían millones de personas exactamente igual que yo. Que solos, éramos como insectos pataleando boca arriba abandonados a la intemperie, pero unidos, organizados, éramos legión, una fuerza imparable, precisamente la que hace girar la pesada rueda de la historia en cualquier época. Observé que la transformación era posible, inminente, realizable; que la palabra "utopía" solo era una invención de los poderosos para desanimar la lucha y burlarse de nosotros; que los ideales de una sociedad verdaderamente humana donde la propiedad privada, la usura, la explotación y la división en clases sociales fueran lacras desterradas a un lejano pasado, eran una realidad actual y palpable. Solo hacía falta organización, consciencia y trabajo, amoroso trabajo, para echar a andar la maquinaria de la revolución.
Por eso hoy te escribo a ti, al hombre, a la mujer que vendrá. A ti que respiras hondamente en libertad, sin temores, sin prisas, ni angustias, sin violencia; seguro, rodeado de justos compañeros que te aman como miembro de su misma especie. A ti, hijo, nieto, hermano, padre del próximo futuro, a ti te escribo mis tercas palabras de esperanza. A ti te cuento todo esto, para que sepas cuanto hemos tenido que sufrir, y cuanto hemos sangrado para terminar con esta vergonzosa época oscurantista . A ti te exijo ahora que nunca permitas que un sistema depredador como el capitalismo vuelva a erigirse jamás en el futuro de la humanidad. Tú eres el heredero de millones de rebeldes que nunca nos conformamos. Debes honrar nuestra memoria con todo tu respeto. Tú eres el ser que mantiene el frágil balance en el cosmos. Tú eres el fuego azul que late en la poesía. Tú eres el Hombre Nuevo.
México, a casi diez años de comenzado el nuevo milenio.
PÁGINA 8 – CUENTO
LA REVANCHA
Por Ricardo Rubio (Buenos Aires/Argentina)
La dejó sola frente al juez de paz y se fue con otra que por otra abandonó al poco tiempo. Eso recordaba ahora con el tierno pensamiento de un niño asomado a la distancia. Miró a la loca del bar y pidió una botella. Desde entonces, el ocio del negocio lo consumía y el alcohol le agotaba las monedas, la garganta y le arrobaba del rostro. Un albur alborotado lo sumía en el fárrago atroz de una existencia llena de vacío y destiempo. Estaba recordándola cuando ella entró al local con una blusa ingenua y una pollera a dos aguas. Se miraron como en los viejos tiempos. Él sintió que lo buscaba; ella, que lo había encontrado. La mujer se detuvo sumisa ante su mesa y comparó el recuerdo con lo que estaba viendo. Ella sabía que él seguía en el oficio; se sentó, abrió la cartera y le mostró la foto de un fulano y un fajo de cinco que no ocultó hasta terminar con los detalles. Mirándola, él recordó la ingeniosa ingeniería de aquel cuerpo abierto a su última sonrisa, ahora mudo para él. Ella miró su reloj y ajena le dijo: “ahora”. Él consintió, se incorporó, se acomodó el treinta y dos todavía caliente de un asunto previo, y salió hacia la calle, dejándola allí, sumida en el ruido de la máquina de apuestas. Circuló por la avenida y encontró al candidato estacionado en la puerta del club donde ella le dijo que estaría. Se detuvo y caminó hacia el auto con el arma en la diestra. Al llegar, desde el asiento trasero le dispararon tres veces en el pecho. El humo aún recorría el silenciador cuando la mano enguantada del otro lo separó del caño. Media hora después, el sicario entró al bar, buscó a la mujer, se acercó a su mesa y reclamó el fajo de cinco, unos besos y, ya que estaba, una friega.
PÁGINA 9 – ENSAYO
MARIO VARGAS LLOSA EN EL INFIERNO DE JUAN CARLOS ONETTI
Por Carlos Roberto Morán (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
En “El viaje a la ficción”, Mario Vargas Llosa descubre/redescubre para el lector contemporáneo la extensa y extraordinaria obra narrativa del uruguayo Juan Carlos Onetti, uno de los grandes maestros de la literatura del siglo XX en nuestro idioma. Se trata de su personal descenso al infierno onettiano, tan temido.
No es la primera vez que el autor de “La ciudad y los perros” deja de lado la ficción para a través del ensayo detenerse en escritores y libros de su interés. Así al presente estudio lo han antecedido las “aproximaciones” de Vargas Llosa a Tirant lo Blanc, Gabriel García Márquez, Gustave Flaubert y “Madame Bovary” y Victor Hugo y “Los miserables”, amén de un sinfín de artículos periodísticos que ha dedicado a diversos autores (entre ellos destaco el referido a Louis-Ferdinad Céline, de gran calidad y que bien ameritaría su ampliación; fue publicado entre otros por La Nación de Buenos Aires)
Lector atento, cuidadoso y tantas veces sutil, en “El viaje a la ficción” MVLl lleva al lector con mucha habilidad por los vericuetos y anfractuosidades de la obra de Onetti, que no es de fácil “digestión” e inclusive de comprensión. En ese sentido, puede decirse que este ensayo sirve para iluminar, para volver más asequible una ficción que hace del misterio y el secreto casi (¿o totalmente?) su razón de ser.
Así como el entrañable personaje Zavalita se preguntaba en –la también entrañable- “Conversación en La Catedral”, de Vargas Llosa, en qué momento se había jodido Perú, también es factible interpretar que Onetti se formula en obra similar pregunta, en este caso referida a Uruguay. Y que, en otro plano más complejo, metafísico diríamos, la hace extensiva a la propia condición humana.
Onetti, ese hombre amargo, habitante de una urbe canalla que bien podría haber erigido el Endorsain de Roberto Arlt, comenzó su obra con “El pozo”, de 1939, donde el personaje Eladio Linacero, un ser moderno, antihéroe perdido en la Ciudad, parece remedar, a gran distancia geográfica, aquello que acusan los protagonistas de las novelas de Camus y Sartre, esto es los personajes existencialistas que trasuntan soledad, pesimismo y angustia en el seno de una sociedad por la que sienten rechazo.
Ellas serán las “marcas” que identificarán la sólida obra de Onetti, en la que también la sinrazón y el espacio del sueño, de lo onírico, cobran un particular relieve. Vargas Llosa va “leyéndonos”, descifrándonos, como ya dijimos, las características centrales de la obra onettiana que si bien acusa sólidos lazos parentales con la de William Faulkner mantiene con gran lucidez su originalidad, su profunda razón de ser propia.
Onetti, decía él mismo, escribía “porque no hay más remedio”. También aclaraba que lo hacía sólo en los momentos que consideraba oportuno. Así llegó a decir, al conocer lo riguroso que era y es Vargas Llosa con sus horarios, que su propia relación con la literatura era la característica de los amantes, en tanto que la que mantenía el peruano se parecía a la de los matrimonios.
No obstante ese presunto desinterés, Onetti publicó a lo largo de sus 85 años de vida una quincena de títulos, entre los que sobresalen “El pozo”, “El infierno tan temido”, “La novia robada” y sus extraordinarias novelas “La vida breve” y “El astillero”.
Comenta Vargas Llosa que el Uruguay que se mantuvo como una isla de bienestar y democracia en la América Latina durante las primeras décadas del siglo pasado comenzó a resquebrajarse a partir de 1955 y que ello, como ejemplo, ha quedado muy bien reflejado en un estudio que el economista Enrique Iglesias realizara once años más tarde. Pero que también está expresado, en forma sesgada, claro está, en el mismísimo “El astillero”, de 1961
Vargas Llosa es el primero en aclarar que no se puede hacer una lectura inmediata de la realidad histórica a partir de una creación artística, en este caso una ficción, pero al mismo tiempo reflexiona al sostener que la misma obra literaria es “también, aunque jamás únicamente” un testimonio histórico y social. “Lo son –las obras literarias- de una manera sutil, indirecta y contradictoria y la mayor parte de las veces con prescindencia de la voluntad de sus autores”.
Así como el condado de Yoknapatawpha fue la región inventada por Faulkner para que en ella se desarrollaran sus historias y Macondo lo fue para García Márquez, la Santa María de Juan Carlos Onetti resultó el territorio que inventó para narrar sus propias desdichas. Santa María, construida con “retazos” de Montevideo, Buenos Aires y de ciudades de la zona litoral argentina (Paraná, Santa Fe, Rosario) –según declarara el propio autor- nació de la desesperación de Juan María Brausen, uno de los más inolvidables personajes onettianos quien “salta” desde la realidad cotidiana, que no soporta, a ese “otro lado” al decir de Cortázar que él mismo ha inventado y que le significa su íntima libertad.
No acordamos con algunas interpretaciones que el peruano desliza a lo largo de estas páginas, como cuando sostiene que además de las radicales injusticias que estructuralmente se han abatido sobre la mayor parte de los países latinoamericanos hay un sustrato cultural: el subdesarrollo como estado de ánimo. Sus argumentos son sólidos, pero no irrebatibles. Y, desde nuestra perspectiva, profundamente equivocados. Es como si se dijera que pobreza y marginación obedecen, antes que nada, al esplín de los que menos tienen…
Otra clase de injusticia
Vargas Llosa no deja de recordar la profunda injusticia que se abatió sobre Onetti durante la última dictadura uruguaya, que tanto daño hizo al “paisito”, como lo llaman los propios orientales. Por ser miembro de un jurado de cuentos que premió a un trabajo que molestó a los dictadores, Onetti fue detenido y luego de tres meses –y sólo por una inmensa presión internacional- logró trocar cárcel por un exilio en Madrid del que no volvió nunca.
La mayor parte de ese exilio la pasó, sin motivo físico ninguno, acostado y tomando abundante alcohol. No obstante siguió escribiendo y publicando, aunque su obra resultó comparativamente débil, demasiado dependiente de lo que ya había dado –y cuánto- Santa María y sus perennes personajes (“Junta” Larsen, Díaz Grey, Jorge Malabia, Frida, Medina, Marcos Bergner, Angélica Inés, Petrus, el padre Bergner y tantos más)
Onetti murió en 1994, en Madrid. Previamente recibió reconocimientos, premios, su obra fue reeditada (como ahora mismo felizmente ocurre) Fue una notable voz en la narrativa de nuestro continente, renovador como pocos, integrante de ese trío de grandes padres de la literatura contemporánea española que completan Borges y Rulfo. Que Vargas Llosa se haya acordado de Onetti como lo ha hecho es una buena noticia. Y también un estímulo para volver a leerlo.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Bertha Carou (Lincoln-Buenos Aires/Argentina)
AQUELLA MÚSICA INTERIOR
Cómo quisiera reconquistar
esa música antigua
que persiste en los latidos
del mínimo aire
ondulante, avistada apenas
en un soplo hacia la luz de los ocasos;
en las alas plumosas
ávidas de espacios ligeros
sumergida en la eternidad de las palabras.
Mundo sonoro
presente en cada gota de agua
en el arrullo de las hojas
y en el croar de las ranas.
Hasta la piedra despierta en el sonoro sentir
Se abre en plena desnudez
en el milagro de ser música
de extraer de sus entrañas la belleza
para que el hombre
que está viviendo la noche de sus días
encuentre por fin,
su música interior..
EL COLOR DE LOS SUEÑOS
“ Y todo vuelve a ser. Ayer es hoy.
Y estoy –como quien dice-
Amaneciendo”
Belkis Magnin
Empecinada en transitar
el hueco de los días sin gloria
elevo mis ojos y todos mis sentidos
por la ruta del menesteroso en palabras.
La ambigüedad de la niebla
me invita a recorrer
a desafiar
los antiguos caminos de los sueños
¿qué color tienen los sueños?
A la orilla de una fuente
la luz sucede intensamente
un picaflor bebe en ella
se traga todos los matices
se electriza
el aire es un milagro alado
deja un arco iris de círculos
perfectos
armónicos.
Busco mis sueños en el agua
y veo a una mujer
con pájaros en sus ojos.
LOS MIRONES DE LA LLUVIA
mojan sus pies en el hastío
mientras los caminantes del destierro
sacuden el polvo de sus zapatos.
En el país de “Nomeacuerdo” y de “Nuncajamás”
las hogueras del ritual
lamen las cuencas de los ojos
en donde danzan diablos y hechiceras.
…y el ritual sucede
en los mínimos llantos de la bruma
o en los caudalosos vómitos del escarnio.
Ondulan las llamas de la hoguera
danzan demonios
en ronda de hechiceras.
Aparecen figuras impensadas
en ciegos resplandores
personajes sorpresivos irrumpen en la fiesta
en cuya frente
llevan el rótulo de DECENCIA.
Laura Yasán (Buenos Aires/Argentina)
LA LLAVE MARILYN
el domingo cuidate
rubia
del teléfono
en el primer llamado estás pintada
al segundo estás verde
en el cuarto muerta
0800 MARILYN
cuando el domingo te practica su clásica
llave marilyn
y quedás estampada contra la lona gris
¿estás en el umbral equivocado
en el número vivo
en el lugar de quién?
¿es frágil como la curva de tu cuello
o es una viga negra el hierro de tu mente?
¿está el mundo debajo como un refugio lleno
o está fuera de alcance como un hombre imposible?
cuando viene a llevarte a su tierra de nadie
y te obliga a entrenar su deporte de riesgo
¿es el lunes un muro donde vas a estrellarte
o una pared de agua donde vas a flotar?
¿toda la vida?
LLAVE MARILYN VERSIÓN LIBRE
el domingo a la hora de la muerte
tu sombra es una perla que rueda para nadie
los bares están llenos
en el aire resiste la arpillera del sábado
el ruido un entramado de colillas y rouge
una pared de clavos las voces de los otros
y el volumen del fútbol supera el decibel
de los hombres que lloran sobre una chica fácil
el domingo a la hora del escándalo
hay un cambio impreciso en la velocidad
y los minutos pasan su mirada de vaca
sobre tu pasto tierno
en la mesa del al lado una pareja rompe
la tarde en pedacitos
y una aureola de vidrios va empapando el mantel
yo pensaba en sus brazos
el domingo a la hora de la muerte
como si no estuviera
INVERSIONES A LARGO PLAZO
con el dinero que tengo en el banco
voy a comprar un arma
de hombre
de metal
de grueso calibre
unas costosas sábanas de mármol
de mortaja
de novia abandonada
y me voy
a volar la cabeza
QUÍMICA ORGÁNICA
todo el tiempo que tarda el corazón en olvidar la música
y acostumbrarse al ruido de hojas muertas
que desprende el recuerdo cuando avanza
todo el tiempo que tarda en separar
hebras impuras del oxígeno
latido de temblor
señales en la falla
todo el tiempo que tarda en reaccionar su ángel sometido
la boca azul contra la noche
ese torrente oscuro que va en la cicatriz
como un pez por el cauce del misterio
todo el tiempo que tarda en corromper
la ruta del carbono
y arder bajo la nuca el tronco de su árbol
se rasga en las mejillas una alfombra de seda
la lengua flota en una ciénaga
y es un beso de sal sobre la llaga
todo el tiempo que tarda el corazón
en dejarte partir
PÁGINA 11 – CUENTO
DE POLVO TE CUBREN Y EN POLVO PERDURARÁS
Por Antonio Vizcaya Durán (Santiago de Chile/Chile)
Hace apenas un instante persistían ocasionales murmullos en el cielo, una especie de prolongado, suave eructo de algún dragón con empacho por cenar cien kilos innecesarios de follaje, en el bosque. Mientras tanto, yo contaba cada segundo entre sus cólicos y las salvajes flatulencias, a manera de estremecedor relámpago cada vez más cercano... doce... nueve... cinco... ¡uno!
Es medianoche de viernes. El aguacero parece cohibir mi vela, titilante, angustiada, a diez centímetros de esta hoja de papel; transformando la tinta en fantasmal revelación de un alquimista; precisamente hoy que no tengo nada especial que contar. Momento idóneo –pienso– para describir mi alrededor melancólico, esta velada en soledad, esperando con ridícula paciencia a que retorne la luz eléctrica.
¡No!, ¡mejor no! Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de una penumbra malabarista, animada por un titiritero experto en eso de relajar a ociosos. Me siento tan acompañado por siluetas, indicio en vaga proyección, alguna mancha inconclusa, perfecta sombra que me libera.
¡Qué chispazo!... Mi columna vertebral hormiguea esperando el rayo... ¡aprieto los ojos! ¡... ... ... ... ... ... ...!
Por un momento, todo brilló en idéntico color a través de mis párpados, a manera de moraleja: “Es un sueño; no olvides tu realidad”. Y yo me pregunto: ¿La realidad de la luz o la realidad iluminada? –en el último instante mis párpados se abrieron.
Mi vela es de esas que no gotean. No sé si de mayor o menor calidad a aquellas que también guiaban la tinta color sepia, en pluma de avestruz, empuñada por los antiguos escribientes. Tampoco chisquea –algo me dice que es gringa–; más bien es como una bombilla eléctrica de un octavo de watt, maciza su base en este gastado plato, sobre mi viejo escritorio, cuya madera cobriza está protegida por una fina capa de polvo. Alrededor de la vela, sobre el pequeño plato, un mondadientes, una llave plateada que no volverá a abrir nada, nunca; el pantano de otras ceras y hasta de lo que parece fue una rebanada de mango del verano anterior.
A pesar del chubasco y más estremecimientos en mi espina dorsal –apenas parpadeo–, escucho el húmedo cruce de neumáticos en la calle. La cuerda más aguda de la fastidiosa guitarra susurra sus reumas; me reprocha por estar a punto de cumplir una década colgada en la pared, polvorienta, al igual que las entrañas del mausoleo de un alquimista enterrado con la parvada de llaves.
De vez en cuando, la guitarra intenta afinar su mutismo en la misma frecuencia en que yo me obstino en ignorarla, al temblar mis labios idéntica mudez a la llama de la vela. Me dan ganas de soplar sobre ambas, sobre la guitarra y la vela, por simple capricho, por hacer algo; para admirar su agonía a través de una sola pasión: de polvo te cubren; en polvo perdurarás.
¡El dragón al fin vomita! ¡... ... ... ... ... ... ...!
Los cristales de la ventana parecen darle vida a la guitarra, que sigue vibrando. Creo que un gigante en el bosque se entretiene al desmoronar piedras del tamaño de la luna.
De pronto, al rascarme la cabeza, de un mechón se ha desprendido, sorprendente, una pequeña flor. Cae solitaria en este papel garabateado, con el fresco de sus pétalos hacia abajo; de manera que si hubiese sido exótico paracaídas, una honorable mancha de fresca sangre le daría ahora sentido a las innumerables tachaduras de mis palabras.
Tomo la alegre florecilla con mucho cuidado, luego de colocar la vela en un lugar estratégico, para ubicarla mejor. Las yemas de mi índice y pulgar la transportan hasta mi palma derecha: sus pétalos vuelven a caer hacia abajo, desconcertada, con vergüenza, quizás, de su tersura. De nuevo la apreso, acercándola a la vela: cinco son sus pétalos diminutos, circulares; bien les servirían a cinco moscas para protegerse de la irreverencia de un cirio, en cualquier iglesia.
Siete signos de polen, cada uno intenso, erguido, apretados como el tesoro de una virgen; tan lejana su gestación, sin importarles que la llama crezca al sentir la cercanía de la flor; de otra primavera incubando más moscas sin velo; obedientes de no violar un sólo capullo, soportan su propio arrebato; sin sospechar que el polen es algo más que polvo mágico.
Tal vez a las velas les guste avivar su flama al percibir un chorro de agua, como el que escucho caer desde la azotea, burbujeante en insolencia.
El concierto pluvial ha cesado, pero la luz eléctrica no retorna. Al menos esta madrugada he aprendido que si el antiguo escribano era zurdo, debía ubicar su lámpara a la derecha del papel; uno nunca sabe cuándo sucederá otra lluvia de polen.
¡Ojalá no vuelva en toda la noche la electricidad! En caso contrario, apagaré el switch y seguiré con mi vela seca.
La sombra, embarrada sin recato en la pared refleja la verdadera personalidad de las cosas, los seres. Claro que depende dónde esté ubicada la fuente de iluminación; pero si la casualidad es el destino de todo, digamos que mi capricho, en este caso, es una revelación total. ¿Subjetiva?, ¿fortuita? Eso deberíamos preguntárselo a Quien puso a la luna y al sol ahí; par de polvos mágicos, al desprenderse de la Primera Flor.
Estas sombras, arrastrándose por momentos, nada tienen de tristeza o pesar. Al contrario, el color se recata a lo estrictamente armonioso; la interpretación de cada objeto, sobre el escritorio, se convierte en acertijo al que les puedo confiar mi paz, mis secretos que tan bien conoce. Son verdades con uno que otro brillo exquisito, inadvertido en la luz.
No importó el reciente diluvio; el calor persiste. Retiro la vela hasta donde mi brazo alcanza. Impresiona ver que la personalidad de la sombra no cambia en lo más mínimo, ni siquiera en esos viejos casetes, apilados en la orilla del escritorio desde hace más de un año, gracias a las telarañas; o mi propia silueta ennegrecida sobre el muro tan manchado de aquellas canciones. Esto significa que la ubicación siempre será obra de un azar, de cierta forma guiado, cuyo secreto nunca se escondió entre las ropas de un alquimista. La fantasía de un humano es menos que una sombra, si la sombra habita en la memoria, en la interpretación de su angustiado desconsuelo –tanto brillo pasajero.
Del chorro de la azotea no queda más que un goteo frenético, sucio, al no tintinear; es el desfile hacia la cloaca de mi risible agobio; el último eructo extendido del gran dragón que, luego de purgarse con los pastizales de la colina, se interna en el bosque, hasta nuevo aviso de las moscas, entre su rabo inmaculado.
Retorna la luz... ¿Dónde quedó la florecilla? ¿Dónde la realidad iluminada?... ¡Dónde estoy!
¡Qué importa! Obedezco, soy una abeja obrera que debe retornar al panal; apago el foco y me voy a dormir. ¿O es el final del sueño?
Hoy no tuve nada especial que contar.
PÁGINA 12 – ENSAYO
BORGES. HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA.
Por Jorge Isaías (Los Quirquinchos-Santa Fe/Argentina)
Hasta aquí, Borges siempre había escrito poesía o ensayos. Habíase declarado inútil para escribir ficciones. No se anima a llamarlos cuentos, se refiere a ellos en el prólogo de 1954, en la segunda edición como “el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y se distrajo en tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias”.
¿Qué nos está diciendo Borges con esto? Que el no ha inventado las historias, que las ha tomado de otros, que se ha tomado la libertad también de tergiversarlas. No tiene en cuenta la teoría romántica de la originalidad. Para él la originalidad no está en el escritor, sino en el lector, que es un cisne mucho más tenebroso que el escritor, acá tiende a pergeñar una idea que lo seguirá por siempre. Que es más civil leer que escribir. Entonces él empieza a esbozar aquí una teoría de lectura más que la teoría de inventar historias, ya que la originalidad no está en escribir historias nuevas Por eso él siempre trabajará las citas, los cruces de las traducciones con sus libres interpretaciones de todo lo que se le ponga a mano. Las tradiciones en primer lugar, las noticias de las enciclopedias, la trama de las novelas policiales que tienen esa eficacia de relojería que él iba a aplicar después a sus cuentos y a sus notables paradojas como en sus ensayos. Esa relojería que tuvo a medio mundo confundido creyendo que se trataba de un filósofo, siendo que su eficacia narrativa era camuflarse como para que nadie se diera cuenta que en el fondo su originalidad era ésa: presentar los textos escondiéndose él en una suerte de mistificación, donde todo estaba en juego, en primer lugar el escritor como un dramaturgo, tal como lo necesitaban las viejas culturas occidentales.
Borges reniega de todo eso. Usando la ironía salvaje que lo caracterizó siempre (el arte de alacranear llamaba él a estos deslices) que le hace escribir por ejemplo:
“En 1517 el padre Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas. A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el éxito logrado en París por el pintor doctor oriental Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental Vicente Rossi, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de la Guerra de la Secesión, los tres mil trescientos millones gastados en pensiones militares, la estatua del imaginario Falucho, la admisión del verbo linchar en la decimotercera edición del Diccionario de la Academia, el impetuoso film Aleluya, la fornida carga a la bayoneta llevada por Soler al frente de sus Pardos y Morenos en el Cerrito, la gracia de la señorita de Tal, el moreno que mató Martín Fierro,,la deplorable rumba “el manisero”, el napoleonismo arrestado y encalabozado de Tousaint Loverture, la cruz y la serpiente en Haití, la sangre de las cabras degolladas por el machete del papaloi, la habanera madre del tango, el candombe”.
Además: la culpable y magnífica existencia del atroz redentor Lazarus Morell.
Aunque el propio Borges al final del volumen cite las reales o presuntas fuentes de donde sacó los temas, a mí se me hace que saqueó un autor que nombra poco pero que tiene mucho que ver con Borges y que es el francés Marcel Schwob: En las vidas imaginarias, de Schwob, que son una parodia de las Vidas Paralelas de Plutarco, creo que Borges pudo encontrar inspiración, independientemente que también las haya encontrado en las citas dudosas que él mismo declara, pero lo cierto es que los títulos de estos siete textos son de por sí de una estructura oximorónica, de un deslizamiento irónico de sentido que ya invita a no creerse mucho los que él va a contar aquí. No exenta de fina ironía, los deslizamientos argumentales se pone al servicio del lector como para al mejor estilo quevediano (otro de sus maestros) un falsamente lea la vida normal de unos perdularios dignos sólo de las crónicas más truculentas de la policía y no de la pluma de un escritor de la talla de Borges. El primer extrañamiento, la primer paradoja es que un escritor hiperculto como ya era Borges a esa altura, se haya dedicado a exhumar estas viejas historias policiales y centra a su manera, a lo Borges el desarrollo de las mismas.
Pero si uno luego se entera que primero fueron publicadas en un diario amarillo, de tirada masiva por esos años como era Crítica, uno piensa, bueno lo hizo para ese público que podía interesarse en esas historias non santas. Pero como vemos él no trepidó en editarlo como libro, si bien con el aditamento de sus más famosos cuentos, el primero de cuchilleros que él llamó Hombre de esquina rosada y en una sección que llama etcétera agrega algunos de esos juegos, tipo “silva o de varia lección” que tanto le agradaba. Recontar alguna vieja historia oriental, traducir algunos textos antiguos, breves poemas con temas que le llamaban la atención al joven Borges. Acá las historias que relatan la falsa ilusión de que la realidad y la ficción no son necesariamente simétricas, o de qué están hechas las materias de los sueños, si tienen de algún modo una secuencia paralela o promisoria de la realidad. Preguntan que Borges siempre se hizo a sí mismo.
Amén de esos breves poemas, que al citar fuentes (no sabemos si apócrifas o reales) no sabemos si traducidas por él algunas o simplemente copiadas, nos da esa vaga idea de que la literatura también es juego, y que cada cual puede usarlo como quiere no importándosele quién lo haya escrito. Aunque él, curiosamente firme TODO el libro con su nombre, sin especificar si el trabajo de esos breves poemas que cierran el volumen son traducciones hechas por el o no. ¿Costumbre, vicio, originalidad, muestra de que la literatura es de quien la usa y no de quien la escribe? De todos modos es original demostrando que no le importan los originales ni la originalidad, Borges es el menos romántico de nuestros escritores, es en eso el más trasgresor que tenemos.
Importa ahora saber si entre los numerosos homenajes que su obra y más que su obra, su figura, recibe hoy o el recuerdo de su figura, digo si importa saber qué es esta maravillosa obra. Esta obra que al decir del filósofo rumano Cioran su importancia estaba en el matiz. Yo interpreto que en esa opacidad de su obra, que era como una esponja, capaz de incorporar y mejorar la obra de cualquiera. ¿Acaso él no decía que todos los hombres, que todos los poetas, aún los menos importantes tenían derecho o podían acceder a escribir que aunque más no sea un solo verso perfecto? ¿Él, que fue toda la vida un provocador intelectual, un irreverente que no trepidó en someter a burlas, a rectificaciones, a opiniones irrespetuosas a cualquier canónico del arte?
Tuvo esa maravillosa intuición, única entre nosotros, de saber qué era el arte, qué era la literatura y tuvo también la maravillosa valentía de asumir el ser un argentino, un personaje como somos todos nosotros un poco, sabemos un poco de todo, opinamos un poco de todo, pero no funcionamos como sociedad. En sus artículos de los años treinta ya lo advertía, decía que ser sociables era una de las imposibilidades nuestras. En contraposición a ello, nuestra amistad entre varones dijo, tiene la más mitificada cadena de amistad que los tangos ayudaron a difundir.
En su famoso artículo sobre el arte de injuriar, dice se debería tener en cuenta que el escribano debería estar condenado a robar, el verdugo a comentar la longevidad, el sastre dedicarse al nudismo, el judío errante condenado a la parálisis y los libros dormir a la gente.
Después de una batalla, podríamos decir por ejemplo: “El festejado catre de campaña debajo del cual el general ganó la batalla”.
Importa saber si hoy podemos escribir sin él, si tiene sentido transitar las letras que trabajosamente nos dejó durante toda su vida. Laboriosamente, pero inspiradamente también. Porque él antes que nadie descreyó de la realidad , ya que si uno intenta contarla con el lenguaje nos damos cuenta que es imposible, porque éste es sucesivo y aquella es simultánea.
PÁGINA 13 – CUENTO
EL TRIUNFO DE AFRODITA.
“Paris: Zeus t’ordenne
de prononcer quelle est
la plus belle de ces trois
souveraines”
(Meunier: La Légende dorée
des dieux et des héros)
Por Alejo Urdaneta (Caracas/Venezuela)
Había hallado la medalla en el rincón de una calle olvidada. Era una pieza dorada, cerrada con broche, vieja y deslucida. En su interior se ve el grabado con la figura de tres hermosas mujeres y un hombre de finos rasgos. Sin duda que es una obra de fino arte, de materia noble, y debe guardarla con celo, porque además se pregunta cuál será su significado alegórico.
Era en los días que antecedieron a su retiro de la ciudad, para ir a la isla solitaria donde sólo escucharía el bullicio de los alcatraces y el graznido de las gaviotas. Allí haría una vida de asceta y buscaría el sentido de la civilización que iba a abandonar. ¿Volvería a ella? Es consciente de que en la isla tendrá por compañía el silencio, y apenas la visita fugaz del marino que le traerá periódicamente los alimentos y lo indispensable para vivir tranquilo. Piensa que la barbarie que puede hallar en este lugar contradice la cultura, y ha experimentado en la vida social que la barbarie es compatible con lo que la ciudad llama civilización: mera técnica racional de existencia. En la soledad de la isla encontrará los mitos primitivos, con la solemnidad ingenua de sus manifestaciones, y la música que escuchará la llevará consigo para recrearla con los sonidos de la nueva manera de vivir. Se dice que no habrá más existencia sino vida pura, porque para existir hay que estar con los demás, dar lo que se tiene como propio y recibir de otros en el cambio, en bienes y en espíritu.
El hallazgo de la medalla es algo misterioso y ella debe representar una alegoría, simbolizar algún suceso importante del pasado. Quizás en el aislamiento halle el mito y dé sentido a su decisión.
Cuando llegó a la isla donde iniciaría la pugna con sus recuerdos, se dijo que las imágenes de la memoria irían cambiando por las de su propia creación. Pasea la mirada por inmensas soledades de cal para hacerse igual que la playa, extensión infinita sin signos humanos. Blancura apenas manchada por la sombra de piedras que parecen gigantes vivos.
Lleva en las manos una honda plena de audacia, un carcaj terciado en la espalda, lleno de flechas coloridas. Lleva una flor envenenada de tiempo. Tales son los recursos que lo protegen en su andada misteriosa.
Sabe el náufrago que en la pieza destellante que ha llevado vive un sueño que dejará escapar cuando halle el sentido de su retiro en el islote. Su paisaje son las tardes alargadas y las noches extensas que se adornan de brillos que vienen de espacios lejanos.
Y decide invocar el sortilegio de la prenda dorada.
De tarde, cuando se vuelve hosca sangre el bullicio de los alcatraces, ha abierto el objeto maravilloso; pero antes ha preparado sus armas. Tiene la honda que arroja la piedra a mucha distancia, tiene el carcaj y la flor envenenada de tiempo, que será el reto a su decisión de quedarse en la isla. Y aún guarda el amuleto indescifrado. Todo está dispuesto para la ceremonia, y el mismo atardecer es el oficiante. Allá, un nubarrón pintado de tempestad; un poco más lejos el punto que deja la salpicadura de un pez. Lo demás son las sombras que dan a los pliegues de la roca formas desconocidas. Todo lo que tiene reafirma su voluntad de poeta.
Ahora toma la honda a la que ha puesto un trozo de piedra. Abre la insignia grabada. Comienza a ondear el silencio cuando la noche se apodera de la isla, y sólo un resplandor de viento le permite percibir la figura que escapa de la pieza de dorada lumbre. Pero todavía enfila la trenza en pos del sueño burlado a la medalla. Arroja la piedra y permanece en espera. Se adormece y se siente trasportado al mundo de la ciudad que ha dejado atrás. Siente nostalgia y hastío de la noche insular; pero no cede en el empeño.
Atravesado en su sorpresa, escucha una voz que reclama: Has sido necio y has brindado al vacío el pulso de tu voz. Le dice que sus nervios se enredarán en las aguas y se disolverá su fiereza, y que su aliento se espesará sin respuestas. Hay una petición: que abandone la isla y regrese. La piedra ha disipado la voluntad del sueño y la tentación. No puede ser dominado el terco náufrago.
No termina aún el ritual: el triunfo enardece al jugador, y el hombre recurre a otra de sus armas. Toma una flecha del carcaj y la monta en un improvisado arco de lluvia. Será otra vez la diana la insignia, y la abre para que navegue otro sueño. Lanza la flecha color de selva; hace una flexión la saeta y se echa sobre el sueño develado. Vuelve el recuerdo de lo perdido, cruzada por el dardo la figura se rebela y no quiere dejarse vencer. Pero el arco de fina luz que lo lanzó se envanece de su fuerza. Ha vencido de nuevo el solitario de la isla.
Queda el talismán de oro con el que enfrentará la flor envenenada de tiempo prendida de su pecho curtido por viento y sol. A pesar de su madurez y deletérea fragancia, la flor se presenta fresca. Hay en ella complicidad con los tesoros guardados en la presea misteriosa. Roba la tranquilidad al náufrago, le llena los ojos de deseo y despierta la sagrada sensualidad. Es una flor roja y que palpita para apresarlo.
Doblegadas las apariciones del envite, el hombre de la isla desea conocer su fuerza, quiere saber si el tiempo que tiene la flor como néctar podrá revocar su empeño. Ha contemplado otra vez el medallón y se dispone al acto de ofrenda. Lo abre y de él exhala el perfume que resolverá el destino puesto en un peñasco del mar. La noche se ha echado más profunda.
Tiempo de niebla, todo es difuso en el cuadro mágico que van dibujando los flecos de bruma. La insinuación de las formas se presenta en figuras humanas, situadas en círculo: tres mujeres y un hombre de hermosos rasgos y aspecto de valentía. Y cree ver al mensajero de los dioses y escuchar que le dice: “Debes decidir quién de las tres diosas es la más bella. Atenea, Hera y Afrodita esperan tu decisión”.
No ha visto a las diosas sino en blancos planos en escorzo, y son hermosas en su fugacidad. Ahora escucha promesas. Le dice Atenea: “Si me das el triunfo, te instruiré en el arte de la guerra, para que protejas tu ciudad con valientes guerreros”.
Luego escucha el ofrecimiento divino de Hera, la poderosa amparada por Zeus: Le brinda los reinos del Asia entera y ya no tendrá que cuidarse de los riesgos de la guerra. “Como Zeus, gobernarás sentado en un trono de luces”
Calla hasta ahora Afrodita, pero finalmente pronuncia su promesa en sueños: “Considera los encantos que te ofrezco. No veas la gloria de la guerra ni la riqueza de reinos lejanos. No te daré trono de rey sino el lecho de la divina Helena”.
Ni siquiera el destello de las constelaciones permite apreciar el combate. No sabe el soñador que la flor y el sueño se han conjurado en el juego para doblegarlo. La lluvia ensordece el espacio en la isla, y después queda el silencio y el cansancio. Por fin, el hombre solitario ha sido derrotado.
En alguna playa desierta y callada un niño encontrará una joya grabada, un medallón cerrado con broche. Con él jugará y tratará de abrirlo. Al fin logra hacerlo. Nada hay en su interior. Lo contempla con atención y ve la imagen que adorna el fondo. Sin comprender el significado del dibujo grabado, guarda la medalla en su bolso.
En el fondo del talismán está grabada, con nítidos colores de tiempo, la representación del triunfo de Afrodita.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
Anett Joly (Bella Vista-Buenos Aires/Argentina)
CRISTALES.
Cual caireles
penden de tu rostro
lágrimas multicolores:
¡Azuladas, rosadas, centellantes!
Trapecios de color
acuden al alma
en busca,
de un espacio lejano.
Eternamente dolor,
eternamente agua,
que fluye del manantial
cristalino del destino.
Dime Tú Erudito de los hombres,
Transparencia gentil
dime si estás allá en el neón
Alumbrando las almas...
¡Que oscuras divagan!
¿Estaré yo en la nada
sólo iluminada?
Amorfa,
etérea,
entregada a las lluvias,
solo de cristal.
¡Se encienden los espejos!
¡Los destellos enceguecen!
Y así en la omniscencia
fluye como un artificio
ese eco del pasado,
sutil, enmascarado.
Un tornado llega.
Y envuelve cual enmienda
en la oscuridad total
con su mortaja a la vida
BOCETO
Esbozo tu sonrisa con mi llanto
con mi mano temblorosa,
tu cuerpo, ése que amé tanto.
Con un trazo dibujo tu rostro
siempre bello,
viril, orgulloso, vigoroso.
Hombre de carbonilla
ven, siéntate a mi lado,.
volveremos juntos
Tus labios tiernos
juguetearon con los míos
Como una caricia sensual
caricia carnal.
Amado, querido
sin tí,
mi vida no tiene sentido.
Buscaré el olvido
me plasmaré en tu boceto,
esperando leer un soneto
de tu carbonilla.
Gustavo Tisocco (Mocoretá-Corrientes/Argentina)
Casas heladas
en mutilado pueblo
de tejas rotas.
Farol consumido,
persiana inerte,
maceta herida.
La muerte tiene frío.
000*000
La casa es una tumba
donde a diario la abuela
llora al hijo muerto.
Ella
despliega estampitas
de venerados santos
e implora.
El abuelo
tiembla su rabia
y también sufre
y todo el patio es una fuente
de agua salada.
La casa es una tumba
de pálidas flores,
uvas caídas,
sol olvidado.
Un Viejo cementerio
de pasillos
pregona tu ausencia
y duelen todos los días.
000*000
Se escuchaba en la casa de al lado
súplicas traspasando el silencio.
Ruidos de cajones, árboles sin color,
serpientes en los patios,
aullidos de bestias nocturnas.
Y aunque de muros
se vestía la dama,
un quejido era el viento,
música fúnebre,
premonición.
En la casa de al lado, dicen,
habitaba el dolor.
No podemos afirmarlo.
Acostumbrados los vecinos quedamos sordos
-o quisimos serlo-
y nunca más, escuchamos nada.
000*000
A Felicitas Guerrero de Álzaga
Felicitas aún pasea su hermosura
cada treinta de enero.
Dicen que la vieron en el Río Salado,
por la calle México,
en la iglesia.
Vestida de luz
con un niño en cada mano
y la tristeza tenaz en la mirada.
Ángeles de un solo ala
anunciaron la gloria.
Ella no conoce de tiempos ni sepulcros.
La bella es una joya
que deambula la eternidad
visitando campanarios.
000*000
La niña que come en la ventana
no es un pájaro, no.
Sin jaulas ella
carece de la belleza
de estar libre.
El niño que come en la vereda
no es un perro, no.
Sus ojos extraviaron
la dulzura
de quien es imprescindible.
Nosotros escribimos de vuelos y ladridos,
olvidamos
que en la intemperie
la inocencia llora.
000*000
Mudé mi sombra
a otros nidos,
arrastré algunas melancolías
y un poco de perdón,
tenaz sucumbí ocasos.
Disfracé antiguas muletas
dejándome llevar a todos mis miedos,
intuí relámpagos y huracanes
mas me percaté del sol.
Hoy rodeado de cosmos,
palpito duendes.
PÁGINA 15 – CUENTO
ENSEÑANZAS
Por Irma Verolín (Buenos Aires/Argentina)
Las cosas que mi abuela me enseñó son cosas que ya no se usan más; todo ha ido cambiando sin darle tiempo a ella, que aún hoy supone que el sol sale y se esconde, que vuela por el cielo como un papel incendiado. Pero a pesar de eso, cuenta mi abuela, mientras señala con su dedo índice hacia allá, hacia allá, en algún lugar de la penumbra que divide los dos mundos, todavía hay mujeres que escuchan voces ásperas. Son mujeres tristes que arrastran enormes baldes llenos con sus penas. Y sus penas se desbordan y rebasan las orillas ácidas del balde y chorrean espumas, babas, hilos de saliva. Entre ellas también estoy yo, yendo y viniendo. La manija de mi balde tintinea al rozar el metal y se entremezcla con la voz de mi abuela que me aconseja que, al atardecer, cierre los ojos y, si es posible, lo mejor sería que lo escondiera entre mis manos. Yo entonces ahueco las dos manos y hundo mi cara, esta cara de madona melancólica con la que voy por el mundo; y así el mundo desaparece de repente entre mis manos. La oscuridad es redonda y caliente. Además de esto mi abuela me ha enseñado a hablar de la noche con naturalidad. Horas enteras, largas parrafadas: ella dice palabras que se resbalan como un papel que se deshace y al hacerlo cruje: sol caído, ella persigue con sus ojos semicerrados el sinfín de mujeres entre las que yo también rondo con mi propio balde. Atardece, atardece interminablemente mientras vacío mi cargamento en la boca de mi abuela, que es una boca grande, abierta, llena de palabras que estallan y estallan. Ahora mi balde de metal se parece a una campana. Lo dejo allí, sobre el límite, sobre esa línea penumbrosa que divide los dos mundos; y allí se queda, resplandeciente y solo.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS
UNA HORMIGA/UN HALCÓN
Poemas de Kato Molinari (Alta Gracia/Córdoba)
En la pareja despareja de hormigas y halcones, señoras y señores, versos y anversos, las múltiples voces del yo lírico se contraponen o se aúnan en estos poemas breves y precisos, que dibujan el mapa de un mundo crecido en la desazón, el deseo y la libertad.
Con un solo cuerpo no se puede, dice Kato Molinari. O bien: Mi corazón, motor fuera de borda. Y su poesía encarna la desmesura porque las palabras desafían todo plan, alimentan toda imagen.
Con las palabras, por ejemplo, se puede denigrar lo divinizado, desafiar los fetiches de la cultura, el amor, la sensualidad, la burocracia, la familia, la economía y las buenas costumbres; pero con las palabras también bailan los homeless o vuelan las manos de una anciana desterrada; y con las palabras se puede exaltar la belleza y el deseo tenaz de la belleza en un mundo desangelado.
Sin embargo, las palabras no bastan: es la maestría de la poeta la que opera con las herramientas del lirismo y el humor, dos figuras del lenguaje de cohabitación infrecuente cuyo efecto da qué pensar.
Con estos y otros recursos, la fuerte identidad poética de Kato Molinari vuelve a sorprendernos en este nuevo libro maduro, lúcido y, como los anteriores, marcadamente original.
Hebe Solves (Vicente López-Buenos Aires/Argentina-1935/2009)
UN SEGUNDO DE ETERNIDAD
Novela de Emel Jiménez (Medellín/Colombia)
No es una novela de atmósfera. No es una novela escolástica. No es una novela de personajes ni estructuras tradicionales. No es una novela de trazados cíclicos. No es una novela que se adscriba a la usanza de estos tiempos.
Emel Jiménez nos presenta un poliedro surgido de la descomposición total del género. La palpitación es su epicentro generador y como oriflamas visibles se perciben, en proporción exacta: filones esotéricos, renovación escrituraria, creatividad desbordada, indistinción entre la realidad visible y la realidad imaginada, contaminación genérica, dominio de las herramientas expresivas y del lenguaje, y (podría decir sobre todo) una inagotable galería de secuencias que giran constantemente sobre su propia existencia.
Aquella máxima del Kybalión que expone: “Los labios de la sabiduría están cerrados, excepto para los oídos del entendimiento” se aviene como placa al imán en UN SEGUNDO DE ETERNIDAD (…)
Otilio Carvajal-Miembro de la Asociación de Escritores de Cuba otilio@cenit.cult.cu
PÁGINA 17 – CUENTO
ENTONCES LOS GORRIONES.
Por Eduardo Pérsico (Banfield-Buenos Aires/Argentina)
A esta brizna del mapa sólo llegan gorriones. Parlanchines perpetuos rebuscando semillas, voraces que revuelan del surco hacia el tejado,
Y con ellos no lucen garzas multicolores, engreídos flamencos ni calandrias sonoras. Son pájaros a secas, sin trino con estirpe conmemoran el aire que anuncia lejanías, festivos con los pibes saliendo de la clase y le dan resonancia a rincones sin eco. Digamos esta calle, un átomo en el mundo.
Más conociendo el barrio sabemos un secreto: por aquí no discurren cóndores imponentes ni cuervos papagayos de campanario y templo. Y por mucho que agiten cotorras noticieras, - especie que no vuela- no inquieta a los gorriones fauna lejos del barrio. Más bien no presumimos de heroico territorio, pero el águila teme que los pájaros se unan en un chillido. Y en la furia del hambre amotinen los aires y nada los detenga en un vuelo infinito. Y entonces sea el Entonces.
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Gladis Collado Medina (Arequipa/Perú)
A VECES SIN QUERER . . .
Como casi siempre sucede
despierta algún amigo
de estos que llevamos dentro
y refractamos su mirada en la nuestra
con astucia zalamera
inocente y salvaje.
Nos levantamos
Como todos los días
con nuestros animales
en el bolsillo.
Y
porque somos hombres
antes que SERES HUMANOS
triunfadores saludamos
actuamos cautelosamente
para no ser descubiertos.
Al salir
nos camuflamos
sonreímos al espejo
buenos días libertad
buenos días familia y con nosotros
la oruga que repta
el vampiro nocturnal
nuestro lobo
nuestro zorro
en fin
somos muchos.
En simbólica metamorfosis
nos transformamos
como aquellos
en roedor
en hormigas
o simplemente
cucarachas
en esta jungla enmarañada
de nuestros pensamientos
y conciencia.
Tras los túmulos de la apariencia
inconscientemente
los ocultamos
en nuestro vestido de moda
o cuando abrochamos con decencia
nuestra chamarra de cuero.
Porque al fin hubo alguien
que adornó nuestros cabellos
con laureles carcomidos
y cambiamos nuestros jeans
por casimir inglés
conducimos automóvil
y calzamos “Elegant”
y
porque somos hombres
antes que SERES HUMANOS
como casi siempre sucede
a veces
sin querer
se nos escapa algún amigo
de estos
que llevamos dentro
en nuestra cámara interior.
De:Cámara Interior (1992)
VI
Hoy
Tras Haber Caminado
con la huella del aro perdido por el tiempo gastado
me encuentro convertida en señora de vidas fracturadas
de irascibles actitudes
Señora por haber hecho de mi vida una hondonada y haber procreado
para arrastrar tras de mi lánguida humanidad otras humanidades lánguidas
Señora tras haber vivido tratando ocultar miserias ajenas masticando frustraciones
Señora por lavar día a día trapos sucios que luego quedarán como remiendos de olvido mal olvidado
Señora de talantes
de remiendos y trapos sucios que ahogan mi garganta que grita en silencio la desesperanza prohibida para personas de mi edad y condición
Señora que ha perdido sus angustias en el tiempo
en la desesperanza
en olvido de olvido
señora señora
mucho más señora que cualquier otra señora
señora plastificada
señora del reflejo en el reflejo
De: Al tajo del marfil (2006)
SEXTO ESCRITO
Me amaste nívea sobre tus manos
cuando tu ternura hallaba frescas líneas para dibujarme
cuando un miedo desconocido hacía un alto en tus dedos oscilantes
para que se deslizaran en mi talle
(eran mariposas blancas en busca de alimento).
Me amaste nívea sobre tus manos
aun cuando mis primaveras se fueron extinguiendo
aun cuando las heridas de los deseos prendieron en mi sus estigmas
tus besos eran de fuego con sabor a torbellino
y cuando tus ojos se escondían de mi piel
impregnabas en mi alma la dulce esencia de mar desconocido
en cuyas aguas incandescentes me negaba a caer.
Y fuiste el gorrión pregonero de ese fuego y de esos aires
y en armónico trino conjugabas mis sueños y mis temores
y a pesar nuestro
de norte a sur bebimos aguas profundas del Estigia
también fuiste mi olvido
y en él, tu recuerdo intermitente anidó en la desesperanza
también fui tu olvido
y en él, mi recuerdo era acíbar con relámpagos sin tormenta
Me amaste sí, y te amé a riesgo de perder la cordura
te amé y en mi delirio perdió su camino el futuro
tal como se perdieron mis pasos
en un laberinto inédito de sentimientos
Hoy tu voz es alimento a pequeños torrentes
que en palabras humedecen las arenas de mi desierto
en él están creciendo un sin fin de humildes verdolagas
con la transparencia del rocío
Por ello, hoy alójame dentro de tu corazón
que afuera me persiguen los fantasmas
ocúltame de mi misma sombra y
déjame allí por favor, déjame.
De: Historia en cuarenta líneas (2007)
Senén Rodríguez Perini (Montevideo/Uruguay)
AVISO CLASIFICADO
Se venden en buen estado,
muy cuidados,
silla de ruedas eléctrica con comando a derecha,
batería con cargador, 40 horas de autonomía,
ruedas antipinchazos.
(Se reía, le gustaba, se sentía libre)
Andador de aluminio especial
con agarraderas antideslizantes.
(Nunca pudo andar segura)
Grúa para elevar pacientes prácticamente sin uso
(Ella la odiaba)
Cama articulada eléctrica
con colchón antiéscaras
(Le daba mucho calor y se enojaba)
Mesa de noche tipo sanatorio
con luz de resistencia variable
(¡Como le gustaba quedar de noche a media luz!).
Arco de protección para las piernas
(Recuerdo que decía sentirse como
una india en su carpa)
y nada más de cosas materiales
que otro pueda precisar, por unidad
o separado a precio sumamente bajos.
- Mi situcion económica
no me permite regalarlos -
Eso si,
me quedo con su sonrisa,
sus ojos profundos y tristes,
sus jazmines en flor en el patio,
su risa inolvidable,
sus recuerdos,
mis recuerdos,
el dolor por no tenerla,
y la alegría
porque sé que ya no sufre más,
ella que era pura vida,
que ya no sufre,
no sufre más.
PÁGINA 19 – CUENTO
ESPLENDORES
Por Miriam Cairo (San Nicolás-Buenos Aires/Argentina)
EL RAMAJE DE LA NOCHE
Si la falible tiene algo por decir es que todavía sigue siendo nadie. Ha intentado algunas cosas: escribió su nombre en un papel, cantó huyendo entre las ramas y alzó la sombra por los bordes para no estar tan volcada en sí misma y no seguir jugando la carta de su insignificancia. Pero claro está que las falibles, fallan.
No es que le haga mucha falta ser un alguien, pero a veces baraja también la carta de la existencia. Como discípula que complace a su vestal, ella no es nadie, pero tiene un plan que nunca muere: para hacerse oír día a día va creando a su oyente.
BESOS
Si bien acepto la validez de todos tus actos prefiero concentrarme en esas mínimas obras, donde tu poder de síntesis me atrae como contempladora que ama el mundo de los actos breves y el rememorar prolongado.
ESO DICEN LOS OJOS
Te recibo escuchando, como es propio, a Martirio. Nos besamos hacia atrás, hacia los primeros encuentros y hacia delante, hacia nuevos desencuentros. Martirio canta su canción y compruebo dónde está tu boca cuando llega a los versos que dicen "verdadero...". Te siento con los ojos vendados frente al espejo para ver en qué modo tu cuerpo me recuerda, me rememora, me reinventa.
COMO LOS HOMBRES ALTOS
Desnudo en el mármol de los días, turgente, desafiante, pisabas el mundo como pisan los ángeles las estrellas y echabas tu aroma duro de hombre con gesto de animal arcángel. Tan fuertes y tan certeras eran las redes que atrapaban el balbuceo de quien muere y quiere seguir muriendo mil veces.
PÁGINA 20 – ENSAYO
EL EXILIO DE ISABEL ALLENDE
Por José M. Vallejo (Toronto-Ontario/Canadá)
Isabel Allende es una escritora de indudable éxito comercial. Puede decirse que es la autora hispanoamericana más leída en el mundo, sus libros han sido traducidos a los principales idiomas y las ventas superan los cincuenta millones de ejemplares. El Times de Londres la catalogó, junto a Gabriel García Márquez, dentro de los cien escritores más notables de la tierra en los últimos sesenta años. La popularidad de esta escritora chilena radicada en Estados Unidos, principalmente en el ambiente de los lectores jóvenes, despierta muchos celos y hasta envidias no muy sanas. Expongámoslo con todas sus letras, algunos escritores y críticos de habla hispana tratan de descalificarla mediante juicios determinantes y cáusticos, arbitrarios en su mayoría, no sólo por la falta de objetividad sino por los arrebatos del ensañamiento y la furia.
Sin duda la característica de ser una escritora muy vendida no es sinónimo de calidad literaria porque, por lo general, la visión del aspecto creativo se sitúa en la óptica meramente económica. Sin embargo, el éxito de Isabel Allende no es gratuito ni cayó del cielo, en ella se conjugan una prolífica y distinguida producción literaria y los favorables aspectos comerciales de vivir en Estados Unidos (mayor poder adquisitivo de la población) donde la lengua hispánica es cada vez más creciente y dominante, de ahí también el interés que despierta la escritora en los lectores de habla inglesa. Llegar a la cúspide de la aceptación no es una tarea fácil, en el camino se encuentran muchos obstáculos, empero la escritora chilena ha superado con creces los juicios negativos en la representación literaria e intelectual dando un semblante nuevo a la narrativa hispanoamericana del llamado post boom. Se equivocó por completo Javier Edwards, de la familia propietaria del diario chileno El Mercurio, quien inició la diatriba contra Isabel Allende cuando publicó “La Casa de los Espíritus,” novela de la que podemos afirmar, constituye un nuevo aporte al estilo “realismo mágico” consagrado por García Márquez en los Cien Años de Soledad. Edwards sin fundamento válido y sin mayores luces se lanzó a la aventura de la descalificación por sí y ante sí, a través de tientos descabellados donde más o menos acusó a Isabel Allende de “plagio” y de haber trivializado el aporte de García Márquez, Rulfo y Carpentier.
Como es fácil criticar sin fundamento, a Edwards le siguieron otros en Chile con un picadillo elaborado por los mediocres. La atmósfera fría respecto a la obra de Isabel Allende, en su propio país, se inició mediante injustas objeciones a su calidad artística, desdén propiciado por los acostumbrados círculos cerrados de quienes se sitúan como la manecilla de la balanza en el campo de la literatura, el teatro y la poética. Pronto sus detractores caerían en su propia trampa, por la sencilla razón de que la publicación posterior de novelas como “De Amor y de Sombra,” “Eva Luna,” “El Plan Infinito,” “La Ciudad de la Bestias,” “El reino del Dragón,” “El Bosque de los Pigmeos,” entre otras, borraron la pretendida marginalización de una escritora de gran valor narrativo e innovador. La lectura de sus novelas escritas en el estilo del “realismo mágico” no pertenece a la subliteratura como señalan algunos suspicaces guardianes del género novelístico, por el contrario sus obras en una prosa simple, amena y con gran sentido del humor, se basan en paradigmas existenciales, por momentos a episodios de su vida y por otros a las riendas sueltas de la imaginación, donde con el uso de las fantasías, leyendas, tradiciones y mitos retrata a personajes reales de la política y de la vida cotidiana. El lenguaje narrativo utilizado por Isabel Allende logra siempre la ruptura y la unidad como elemento conductor de la lectura, siendo el uso de los paralelismos dialécticos el eje guía de la estructura y la asociación con el conjunto. Oposición y correspondencia, fragmentación de prototipos contrarios que se retienen al establecer la conjunción del lenguaje narrativo.
Las novelas citadas mantienen la coordinación y yuxtaposición de elementos múltiples y complejos, cuya enumeración de cierta manera caótica se ve unida en los contextos de lo mágico y lo real y del mismo modo en las ficciones intercaladas donde lo insólito se unifica en la frontera sintáctica. A diferencia de García Márquez en el tratamiento del realismo mágico en los Cien Años de Soledad, donde la unidad fundamental es la totalidad irreal y fantástica a través de la analogía cíclica y concéntrica, la historia de Macondo nace y muere en un sueño; tanto en Isabel Allende (La casa de los Espíritus) como en Augusto Roa Bastos (Hijo de Hombre) las historias nacen de una realidad histórica transformada en ficción y fantasía. La familia de Esteban Trueba, el poder adquirido por éste, la persecución de la dictadura pinochetista, los poderes mágicos de la familia de la esposa y el tratamiento de la muerte entre la vida eterna, la reencarnación y la resurrección (Allende) o las creencias y premoniciones iluminadas del viejo Macario escuchadas con escalofríos y los pasajes sangrientos y espeluznantes de la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (Roa Bastos) son una mezcla de los cotidiano y lo imaginario que representa lo extraordinario como una hipérbole de la realidad ordinaria. En ambos autores (Allende, Roa) existen aberturas objetivas por donde se filtra lo subjetivo creando lo imaginario, allí la gran diferencia con la narrativa típicamente mágico realista de García Márquez y por esta comparación elucidada se descubre la mala intención de calificar a Isabel Allende como “una copia menor” del premio Nobel colombiano. Nada más alejado de la verdad.
La conquista mágico realista de Isabel Allende es propia en su carrera literaria iniciada en el periodismo, el cuento infantil y el teatro, pues en esencia hoy es una novelista de invalorable vena narrativa en Hispanoamérica, aunque por lo señalado anteriormente se le quiera robar un sitio en la literatura española y en algunos círculos intelectuales celosos o envidiosos de su excepcional capacidad creativa. Su obra más reciente, la no ficción Paula o las novelas autobiográficas como “Inés del Alma Mía,” o “La suma de los días” son una especie de regreso al realismo donde se narran en tono apasionado, franco y vivencial, episodios de encuentros y desencuentros, amores y crisis temporales, la familia moderna, el punto de vista femenino, la liberación sexual, el matrimonio, todos ellos lugares en donde como de costumbre no falta el humor, la gracia y el genio creador de la autora. Pese a las críticas a favor o en contra, Isabel Allende posee un público lector fiel que choca con los equivocados dictámenes “ilustrados” de algunos críticos pedantes, cuyas tiesas lecciones aprendidas nada tiene que ver con la literatura sino con el ego de mantenerse importantes. Aquí el cuidado excesivo que pretenden darle a la “técnica” narrativa conforma el estereotipo de quienes sin ser escritores o sin atreverse a novelar se convierten en críticos, ensayistas y censores y en el mejor de los casos en publicistas de sus amigos.
Y lo más extraño de todo cuanto decimos es que la escritora chilena, a pesar de su valía intelectual y artística, resulta una especie de exiliada de las letras hispánicas o una marginal por vivir alejada del mundillo intelectual español y afines, no de otra manera se puede interpretar que Isabel Allende haya ganado 28 premios literarios en Alemania, Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra, Estados Unidos; en Chile apenas tres sin importancia, en México uno y ninguno en España. Sin embargo, el estar fuera de Chile la acerca a esos personajes propios de su tierra natal, a los recuerdos nostálgicos, a los aromas de las flores y a los paisajes de la cordillera andina y la kilométrica costa del Pacífico.
PÁGINA 21 – CUENTO
MANOS
Por Sherwood Anderson (Camden-Ohio/USA)
Sobre la medio arruinada galería de una pequeña casa de madera construida en el borde de una barranca cerca del pueblo de Winesburg, en Ohio, caminaba nerviosamente de arriba abajo un viejito gordo. A través de un largo campo sembrado de trébol pero que había producido una densa vegetación de yuyos de mostaza amarilla, podía mirar la carretera pública por donde pasaba un carro cargado con los recolectores de moras que volvían de los campos. Eran jóvenes y muchachas que reían y gritaban ruidosamente. Un muchacho de camisa azul saltó del carro y trató de arrastrar a una de las chicas que protestó a los gritos. Los pies del muchacho sobre el camino levantaron una nube de tierra que flotó contra el sol que se hundía. A través del largo campo llegó una fina voz infantil. "Ay, Wing Biddlebaum, péinate, el pelo te tapa los ojos", le ordenó la voz al hombre que era calvo y cuyas nerviosas manitos se movieron sobre su desnuda frente blanca, como arreglándose una masa de enmadejados rizos.
Wing Biddlebaum, siempre asustado y perseguido por una fantasmagórica procesión de dudas, no se consideraba de ningún modo parte de la vida del pueblo donde había vivido durante veinte años. De toda la gente de Winesburg sólo con uno tenía intimidad. Con George Willard, hijo de Tom Willard el dueño de la nueva casa Willard, había trabado algo como una amistad. George Willard era cronista del Águila de Winesburg y a veces, por las tardes, llegaba a casa de Wing Biddlebaum, caminando por la carretera. Ahora, el viejo que caminaba de una punta a otra de la galería, moviendo nerviosamente las manos, deseaba que George Willard viniera a pasar la tarde con él. Después que se alejó el carro con los recolectores de moras, atravesó el campo de altas malezas de mostaza y trepado en el cerco miró ansiosamente el camino al pueblo. Se quedó un rato allí, refregándose las manos y mirando a uno y otro lado del camino y luego con miedo, volvió corriendo hasta su casa para seguir caminando por la galería.
En presencia de George Willard, Wing Biddlebaum que durante veinte años había sido el misterio del pueblo, perdía algo de su timidez y su sombría personalidad, sumergida en un mar de dudas, se asomaba a mirar el mundo. Con el joven cronista a su lado se aventuraba a la luz del día por la calle principal o recorría a grandes pasos el destartalado porche de su propia casa, hablando excitadamente. Su voz baja y temblorosa se hacía fuerte y chillona. La figura encorvada se le enderezaba. Con una especie de coletazo, como el pez que el pescador devuelve al arroyo, Biddlebaum el silencioso empezaba a hablar, luchando por poner en palabras las ideas acumuladas en su mente durante largos años de silencio.
Wing Biddlebaum hablaba mucho con sus manos. Los largos dedos expresivos, siempre activos, siempre tratando de esconderse en los bolsillos o detrás de la espalda, se hacían presentes y se convertían en los ejes de transmisión de su máquina expresiva.
La historia de Wing Biddlebaum es una historia de manos. Su infatigable actividad, semejante al aleteo de un pájaro cautivo le habían valido el sobrenombre de Wing, Ala. Lo había pensado algún oscuro poeta del pueblo. Las manos alarmaban a su propio dueño, Quería mantenerlas escondidas y miraba sorprendido las tranquilas manos inexpresivas de los otros hombres que trabajaban con él en el campo o que pasaban conduciendo adormilados animales por los caminos rurales.
Cuando hablaba con George Willard, Wing Biddlebaum cerraba los puños y golpeaba con ellos sobre la mesa o contra las paredes de su casa. Este acto lo ponía más cómodo. Si le venían deseos de hablar cuando los dos caminaban por el campo, buscaba un tronco o un cerco de madera y golpeando con las manos hablaba activamente con renovada facilidad.
La historia de las manos de Wing Biddlebaum se merece un libro. Simpáticamente presentada haría brotar muchas extrañas y hermosas cualidades de los hombres oscuros. Es una tarea para un poeta. En Winesburg las manos atrajeron la atención meramente a causa de su actividad. Con ellas Wing Biddlebaum recogió tanto como ciento cuarenta kilos de frutillas en un día. Se convirtieron en un rasgo distintivo, en la fuente de su fama. Hicieron también más grotesca una individualidad ya grotesca y elusiva. Winesburg se enorgulleció de las manos de Wing Biddlebaum con el mismo espíritu con que se sentía orgulloso de la nueva casa de piedra del banquero White o de la yegua baya de Wesley Moyer, Tony Tip, que ganó en las carreras de otoño de Cleveland.
En cuanto a George Willard, muchas veces quiso preguntar por las manos. A veces le daba una curiosidad irresistible. Presentía que debía existir una razón de su extraña actividad y de su inclinación por mantenerse ocultas y sólo un creciente respeto por Wing Biddlebaum le impedía largar las preguntas que a menudo le pasaban por la cabeza.
Una vez estuvo a punto de preguntarle. Caminaban una tarde de verano por los campos y se detuvieron a sentarse en una loma cubierta de pasto. Toda la tarde Wing Biddlebaum había hablado como un inspirado. Junto a un cerco se paró y, golpeando como un gigantesco pájaro carpintero le gritó a George Willard condenando su tendencia a dejarse influenciar por la gente que lo rodeaba.
—Te estás destruyendo —le gritó—. Tienes una inclinación a estar solo y a soñar y temes tus sueños. Quieres ser como los otros del pueblo. Los oyes hablar y tratas de imitarlos.
Ahora en la loma cubierta de pasto Wing Biddlebaum trataba otra vez de explicar su punto de vista. Su voz se hizo suave y reminiscente y con un suspiro de contento se lanzó en una larga y vaga conversación, hablando como perdido en un sueño.
Del sueño Wing Biddlebaum sacó un cuadro para George Willard. En ese cuadro los hombres vivían otra vez en una especie de pastoril edad dorada. A través de un verde campo abierto llegaban hombres desnudos, algunos a pie, otros montados a caballo. Los jóvenes se reunían en grandes grupos a los pies de un viejo sentado bajo un árbol en un diminuto jardín, que les hablaba.
Wing Biddlebaum se puso completamente inspirado. Por primera vez olvidó sus manos, que lentamente se extendieron y se posaron en los hombros de George Willard. Algo nuevo y osado apareció en la voz que hablaba. "Debes tratar de olvidar todo lo que aprendiste", dijo el viejo. "Debes empezar a soñar. De ahora en adelante debes cerrar los oídos a las voces que rugen".
Haciendo una pausa en su discurso Wing Biddlebaum miró larga y profundamente a George Willard. Los ojos le brillaban. Volvió a levantar las manos para acariciar al muchacho y entonces una expresión de horror le barrió la cara.
Con un movimiento convulsivo del cuerpo, Wing Biddlebaum se puso de pie y metió la mano en lo más hondo de sus bolsillos. Los ojos se le llenaron de lágrimas. "Debo volver a casa. No puedo hablar más contigo", dijo nerviosamente.
Sin mirar atrás el viejo bajó corriendo la loma, atravesó una pradera, dejando perplejo y atemorizado a George Willard. Con un escalofrío de terror el muchacho se levantó y se fue por la carretera hacia el pueblo. "No le preguntaré por sus manos", pensó tocado por el recuerdo del horror que había visto en los ojos del viejo. "Hay algo malo, pero no quiero saber qué es. Sus manos tienen algo que ver con el miedo que me tiene a mí y al resto de la gente."
Y George Willard tenía razón. Consideremos brevemente la historia de las manos. Quizás al hablar de ellas se despierte el poeta que diga la maravillosa historia escondida por la cual eran nerviosas y contritas.
En su juventud Wing Biddlebaum fue maestro de un pueblo de Pennsylvania. No era conocido como Wing Biddlebaum sino por el menos eufónico nombre de Adolph Myers. Este Adolph Myers era muy querido por los chicos de su escuela.
Por su carácter Adolph Myers estaba señalado para ser un maestro de jóvenes. Era uno de esos raros y poco comprendidos hombres que mandan con un poder tan dulce que pasa por una adorable debilidad. En sus sentimientos hacia los muchachos que están a su cargo estos hombres no se diferencian de las mejores mujeres en su amor hacia los hombres. Y sin embargo esto es expresarlo crudamente. Acá se necesita el poeta. Adolph Myers caminaba con sus muchachos a la noche o se quedaba conversando con ellos hasta que el ocaso perdía en una especie de sueño los escalopes de la escuela. Sus manos iban de aquí para allá, acariciando los hombros de los muchachos o jugueteando con sus despeinadas cabezas. Cuando les hablaba la voz se le ponía suave y musical. También en ella había una caricia. En cierto modo la voz y las manos, las palmadas en el hombro y las caricias en el pelo eran parte del esfuerzo del maestro para llevar un sueño a las jóvenes mentes. Con la caricia de sus dedos se expresaba a sí mismo. Era uno de esos hombres en los que la fuerza que crea la vida está difusa, no centralizada. Bajo la caricia de sus manos la duda y el descreimiento abandonaban las mentes y los muchachos empezaban a soñar.
Y luego la tragedia. Un chico medio tonto de la escuela se enamoró del joven maestro. A la noche, en la cama, imaginaba cosas atroces y por las mañanas contaba sus sueñas como hechos reales. Extrañas y horribles acusaciones brotaban de sus labios caídos. Un escalofrío atravesó el pueblo de Pennsylvania. Las ocultas y sombrías dudas que existían en la mente de los hombres sobre Adolph Myers, se galvanizaron en creencias.
La tragedia no esperó. Muchachos temblorosos fueron arrancados de sus camas e interrogados. "Me abrazó", dijo uno. "Sus dedos siempre jugueteaban con mis cabellos", dijo otro.
Una tarde, un hombre del pueblo, Henry Bradford, dueño de un despacho de bebidas apareció en la escuela. Llevó a Adolph Myers al patio y empezó a pegarle con los puños. A medida que sus duros nudillos golpeaban la asustada cara del maestro, su ira se hacía más y más terrible. Los chicos corrían de acá para allá como confundidos insectos gritando de espanto. "Te voy a enseñar a poner las manos sobre mi chico, pedazo de bestia", rugía el dueño del despacho, que, cuando se cansó de golpear al maestro empezó a patearlo por el patio.
Por la noche lo sacaron a Adolph Myers del pueblo de Pennsylania. Una docena de hombres con faroles llegó hasta la puerta de la casa donde vivía solo y le ordenaron vestirse y salir. Llovía y uno de los hombres tenía una soga en la mano. La intención era colgar al maestro, pero algo en su aspecto, tan pequeño, blanco y lastimero los conmovió y lo dejaron escapar. Cuando lo vieron correr en la noche se arrepintieron de su debilidad y corrieron tras él, insultando y tirando grandes bolas de barro húmedo y palos a la figura que gritaba y corría cada vez más rápidamente en la oscuridad.
Durante veinte años Adolph Myers vivió solo en Winesburg. No tenía más que cuarenta años pero parecían sesenta y cinco. El nombre de Biddlebaum lo tomó de una caja de mercaderías que vio en una estación de carga cuando disparaba por un pueblo de Ohio. Tenía una tía en Winesburg, una vieja de dientes ennegrecidos que criaba pollos y con quien vivió hasta su muerte. El maestro estuvo enfermo después de su experiencia de Pennsylvania durante un año y cuando se recobró trabajó en el campo como peón por día, moviéndose tímidamente y tratando de ocultar sus manos. Aunque no comprendía lo ocurrido sentía que las manos tenían la culpa. Los padres de los muchachos habían mencionado repetidamente las manos: "Guárdese sus manos", rugía el dueño del despacho de bebidas, bailoteando furioso en el patio de la escuela.
En la galería de su casa sobre la barranca, Wing Biddlebaum seguía caminando de arriba abajo hasta que el sol se puso y el camino más allá del campo se perdió en las sombras grisáceas. Entró a la casa, cortó rebanadas de pan y las untó con miel. Cuando el traqueteo de los trenes de la tarde que llevaban los vagones cargados con la diaria cosecha de moras pasaron y se restauró el silencio de la noche estival, volvió a la galería a caminar. En la oscuridad no se veía las manos que estaban tranquilas. Aunque todavía sentía hambre de la presencia del muchacho, que era su medio de expresar amor por los hombres, el hambre se convirtió otra vez en parte de su soledad y de su espera. Encendió una lámpara, lavó los pocos platos sucios de su sencilla comida y colocó un catre plegadizo cerca de la puerta que daba al porche y se preparó a desvestirse para dormir. En el piso muy limpio habían quedado unas pocas migas de pan blanco, cerca de la mesa. Colocó la lámpara en un banquito bajo y empezó a recogerlas, llevándoselas a la boca, una por una, con increíble rapidez. En el denso círculo de luz bajo de la mesa, la figura arrodillada parecía la de un sacerdote ocupado en el servicio religioso. Los nerviosos y expresivos dedos, entrando y saliendo de la luz podrían haberse confundido con los dedos de un devoto pasando rápidamente las cuentas del rosario.
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
Lucía Estrada (Medellín/Colombia)
ALMA MALHER
Yo también lo prefiero.
Es más bella la mano
al pulsar una cuerda invisible.
Cuando duermes,
reaparecen las tres mil sombras de tus dedos
tejiendo filigranas
en el oscuro cuello del dragón.
Te miro inquieta
sin atreverme a respirar.
Es la hora más alta
del doble vuelo nocturno.
Escribo en la seda de tus párpados
mi temor de perderle,
de que huya como gato por los techos,
de que salte y reviente la cuerda
de todas las campanas del mundo,
de que se despeñe con el sonido metálico
de un arcángel
en el centro mismo de la orquesta.
Yo también lo prefiero
cóncavo y oscuro.
La clave blanca y negra
de todo cuanto existe
se advierte
en su sinfonía de agujas.
***
MARY SHELLEY
Vivir en la cercanía de todo,
en el temblor de las hojas,
en la herida viviente del destino.
Y acercarme,
y compartir el horror de sentirse
una materia blanda,
sin lenguaje,
un cuerpo desfigurado
por la excesiva prudencia de Dios.
El viento arrastra el vacío de los ojos,
la boca condenada,
el peso de la eternidad,
el pliegue de la vida vuelta en sentido contrario,
la resistencia de las rosas,
la estrella negra del nacimiento.
¿Por qué no gritas?
¿por qué no destruyes
los castillos de la culpa?
¿por qué no arremetes
contra mi espanto?
¿Por qué no eclipsas la visión?
Hay un lugar reservado para tu abandono.
No aguardes la venida
de lo inevitable.
***
CLARA WESTHOFF
Qué cercanas y distintas
las hojas de un mismo árbol.
Crecen silenciosas
en la contemplación de sí,
de sus bordes,
en el trabajo minucioso del insecto
que las hiere.
Apenas unidas por un hilo de savia
a la corteza del mundo,
a su naturaleza vegetal.
El viento las obliga a inclinarse
sobre su propia sombra
y en el misterio único
de ser Sauce o Avellano,
se adhieren, se compenetran
sin perturbarse.
Así, recibirán a un tiempo
su gota de lluvia,
el beso ígneo del verano.
Caerán también bajo la misma luz,
rodearán como sílabas diversas
de un mismo alfabeto
la profundidad de las raíces,
la grieta oscura del tronco
que las vio levantarse
y permanecer.
***
NATALIA GONTCHAROVA
Opondré a tu belleza
la certidumbre de mi espanto,
a tu inmovilidad de cisne
la roja pulsión de la sangre
al borde de la pesadilla.
Tú, la más diestra cortesana
de los jardines prohibidos,
no podrías resistir
la verdad de mi abrazo
ni las agujas de la fatalidad
que hundo en aquellos que osan mirarme.
Nunca tendré tu rostro.
Levanté sobre su máscara
mi escritura de hueso
y ángeles terribles,
ahogué con ceniza
el camino de perfección
que habías trazado.
Tú no estabas en mí
como la primera serpiente.
Algo se detuvo
y siguió la senda contraria,
y crece lejos de ti
como una señal
en el ojo de la reina.
***
ROSE BEURET
El cuerpo inmóvil junto a la ventana,
el aire, roja vertical,
el vacío
y la mesa desnuda.
No piensas marcharte,
tampoco hay un lugar
a donde ir.
Una ceniza negra
se desprende del cielo,
una constelación de hormigas
que pronto acabará con los restos
de un desayuno infernal
que sólo tú comiste.
Alguien como tu sombra
se desprende de la ventana
y cae lentamente
hasta no ser advertida
por el viento.
***
CAMILLE CLAUDEL
Ella imaginó una cárcel,
la flor de locura
convertida en piedra.
Se reconoció en desventaja,
se afiló las manos,
el rostro,
el vacío
y los restos de su sombra
devorada por las hormigas.
En un viejo cuadro
de la estancia,
su figura
se disuelve.
Gloria Gabuardi (Managua/Nicaragua)
PRISIONERO DEL PAISAJE
A John Milton
I
Perdí el paraíso Señor
perdí el paraíso
y ni un solo lamento
he dejado escapar
ni un solo golpe
ni un aullido de dolor.
Por los siglos de los siglos he tenido
el alma desgarrada,
me ofreció el fruto de la ciencia
el fruto del bién y del mal
y en un instante, en un segundo
me vi en la eternidad sin ella
¿de que me serviría el paraíso sin ella?
Me ofreció el fruto y me vi como bandera
sin tierra , y sin historia
sin ella no tendría razón el paraíso
ni mi vida, ni la de mi descendencia,
ni la descendencia
de mi descendencia.
Perdí el paraíso para siempre
perdí el paraíso Señor.
CABALGANDO LA NOCHE
Despierto sudando a medianoche, ante mi sueño,
con el alma desnuda extiendo los brazos
queriendo alcanzarlo
soy una estrella lejana en el firmamento
que ahueca la tristeza con sus manos.
Cabalgo la noche por el universo mundo,
hasta chocar contra la espuma
que tomo con mi boca y me transforma en ola.
Te abro la puerta de mis sueños
y como Cruzada sin nombre marcho por la noche oscura.
He querido nombrarte mi escudero
para que me traigas las luciérnagas encantadas
ahuyentes los signos, las señales, la mala hora,
las ánimas en pena.
Hoy, lo quiero todo verde
verde como el musgo que viaja con las olas
verde como madrugada cuando aún no me despierta,
verde como los campos serenos de mi niñez, en Rivas,
verde como la luz de la luna cuando está sonriente
verde como los árboles que rodean los ríos de mi tierra
cuando aún no la han despalado,
como al principio, cuando Dios hizo el mundo.
Te abro las puertas escudero
para que dejes entrar el arcoiris
y el viento sacuda mis ansias
vuele las cenizas de mis llantos
y pueda yo escribir tu nombre.
Treinta años juntos no son nada,
y es una vida entera.
Y no puedo negar la guerra y la paz
el fuego y las cenizas,
la guerra de las rosas
la guerra por la independencia
la guerra porque yo soy yo
y vos sos vos
la guerra por la bandera de la libertad,
las disculpas
las reconciliaciones,
la alegría ante el crepúsculo,
el mismo pensamiento
la misma antorcha
las mismas manos empuñándolas.
Treinta años juntos no son nada,
y es la vuelta al mundo y su firmamento,
y veo palomas blancas volando al infinito sin límites
y mi humildad aplastada por la rabia
y la rabia aplastada por la amistad incólume
y mi piel como volcán iluminada
y mi fe y mi esperanza, y mi vanidad colgando
de la noche, del nomeolvides.
Todo lo veo escrito en tu corazón:
mi nombre a fuego fundido profundo y tierno
mi rostro perfilado y marcado en tu pecho
como fotografía amarillenta,
Así es la vida
No hay pierde
Soy una rosa con corazón de tigra,
y para vos una fiera por domar..
Millones de disculpas pueblan mis noches
las nubes viajeras me hacen señales con ellas en el cielo,
y escribo , escribo,
pongo primero tu nombre
y lo mezclo con la miel del olvido,
te de rosas, te de jazmines
cólera y tranquilidad, tristeza y alegría
ganas de matar y de estrangular
neblina del infierno
un verso, otro verso,
y te busco y no hay nadie
páginas en blanco solamente, unas tras otras,
y las puertas del cielo entre mis manos.
Soy tu centro , lo profundo de tu mar,
el corazón de tu volcán
y mi vida es tu vida,
y ya son una nuestra historia y no dos
y las líneas de tus manos y mis manos
son las mismas.
En este sueño, despliego mi bandera
conquistada pieza a pieza.
Yo he hecho un mundo de colores para tu alma.
QUIERO VER EL DÍA CON EL COLOR DEL ÁMBAR
A veces es difícil acomodarse
a la edad real del cuerpo
cuando se tiene un espíritu ligero
un alma libre que ambiciona siempre
asaltar el Universo.
A veces el cuerpo, con heridas y cicatrices
y un corazón con sed y quemaduras
retrocede lleno de vértigos
y quiere un rincón donde respirar tan sólo.
Pero el alma, desafiando las mentiras,
las deslealtades, la traición y el fracaso
acepta el reto, el impulso de la vida
que te salva del naufragio
y como tigra en un bosque de mariposas
lanza en ristre va hacia el mundo.
A veces quiero juntar:
mi cuerpo y mi alma
para que no vivan separados:
a mi cuerpo que a veces desfallece
y no lo conmueve el tililar de las estrellas,
ni las figuritas de cristal
que hacen las nubes con el viento,
y a mi alma que es un ángel o pantera.
Que vivan dentro de mí,
para que tengan un horizonte juntos
para que las luciérnagas del norte y el sur
del oriente y el occidente sean antorchas en su caminar
para que destruyan las gotas de lágrimas
que intenten salir a luz
para que cuenten o inventen historias
despampanantes como un Hollywood de mi casa,
para que puedan ver a las palomas batir sus alas
y que en un poema todo quede dicho.
Aquí está la página en blanco
para escribir un mundo de fantasía,
y para poder leer con mis ojos
las delicias del tiempo
y empezar de nuevo el viaje
y encontrar el misterio terrible del amor.
Por favor júntense alma mía y cuerpo mío
para que pueda ver la noche sin temor,
para que pueda separar la mentira de la verdad
y la verdad de la mentira
para que pueda huír del dolor, que corre en el crepúsculo
para que la cajita de música guarde mi ternura
para que pueda ver a los los ríos que corren con música de cielo
las iglesias que guardan la luz del sol
para que nuestros corazones tengan
un cofre donde guarden el asombro
con historias y esperanzas,
y que todo puede haber sido y puede ser
para que pueda correr desnuda con la luz del viento
para que me pueda envolver con la luz de la luna
para que pueda ver el día cubierto por el color del ámbar.
TIGRA CON MANCHAS
En el espejo de esta lluvia intensa
aguacero de llantos y nostalgias
me veo con la imagen de una tigra
mostrándose los dientes
y su corazón de dragona sin alas.
Abro mi boca para restregarle mi guerra
los portones de mi cárcel,
el umbral de mi piel,
la penumbra de mi cielo,
el sinfín de mi mundo trastocado.
Un rugido extraño me estremece,
observo en mi cuerpo las manchas del tigre,
y el temblor de mi alma eriza mi piel.
Ahora camino y me muevo como tigra,
tengo recuerdos felinos que trastornan mi cabeza
el grito de los congos me parte el corazón,
y deseo masticar mariposas
y hundir mi cuerpo en la maleza
restregarme de mañanas sin dueños
arañarme la imaginación que me impulsa al salto
y al asalto del ronroneo y la pereza.
Quiero desaparecerme de mis garras el olor a verde
y la impudicia del agua,
la luz pervertida de la luna entre mis ojos
el vértigo de la música de los pájaros,
el flagelo de soñar todas las noches sin fin.
Y tu figura resbala en mis pupilas,
Te veo reflejado en la luz que la luna
estampa en el amanecer de mi río,
o en el lecho profundo de mi ojo cerrado,
y veo caer tu palabra igual cuando se derriba una muralla
arrastrándo lágrimas, relámpagos, algarabía y desenfrenos ,dolor infinito.
Y queda entre mis ojos, en medio de la frente
tu amor como un tatuaje
y es como las manchas del tigre,
es como la lluvia en cascadas,
como la espesura de mi bosque
donde bailo y me estiro, bostezo y corro,
corro sin parar y salto en busca del vacío,
quizás encuentre mi estrella que se fue a refugiar
hace muchas lunas en los brazos de la muerte,
soy, tigra sola en danza irreflexiva con los arrebatos.
Busco su olor y no lo encuentro,
aspiro el aire y me atravieso la espuma y el rugido del mar,
la selva la tengo en la sangre,
me agito y muestro los colmillos coronados con los cuernos de la luna,
soy bosque, río, reserva biológica,
Patrimonio de mi sola humanidad,
soy la tigra que busca y espera
la música que tensa el cuerpo de mi guitarra
y bailo, bailo como araña tejiendo la tela
que te atrapará en el cielo de mi vida,
para engullirte entre el colchón y mi almohada,
entre la tierra húmeda de mi patio
y la hojarasca del lago de Granada,
o en el muelle de San Jorge, Rivas,
debajo de cada tabla despegada.
Ven ratoncito mío, que ya son las 12,
tengo desplegada la mesa de tus pasiones,
el baile de la fiera desnuda
al pie de tu arcoiris.
Tienes que venir volando,
antes que se deshaga el hechizo
y dejes de ser mi Rey León,
mi Rey de la Selva.
PÁGINA 23 – CUENTO
TERESA A LA INTEMPERIE
Lilí Muñoz (Neuquén-Neuquén/Argentina
Teresa salió a la intemperie, sin patota, sin marido, sin sus niños. Decidió averiguar de qué se trataba el piquete. Los fogones con gomas, ramas y piedras se encontraba a pocas cuadras de su barrio, cerca del zanjón que quiebra la meseta. Los fogoneros aguantaban desde hacía unos días. Sus fogones de otoño recordaban otros fogones, los de la niñez, los de la noche de San Juan con muñecos quemados en medio del invierno, mientras el pueblo mapuche recibía el año nuevo en el solsticio de invierno. La gente de la tierra rogaba porque el año daba su vuelta. La fogata atraía a Teresa entonces y también ahora. Se festejaba el retorno de los días que comenzarían a ser más largos, el sol estaría, de a poquito, más tiempo con nosotros, el día se iría alargando “un tranco de pollo” cada jornada a partir de esa noche, la del 24 de junio, decían los mayores. Teresa recordaba esas fogatas y tal vez por ello eligió su incorporación a la intemperie. Por su niñez de precariedad en el desierto surero, por sus ilusiones aún intactas pese a sus veinte años de madurez , cumplidos ya no obstante sus escasos veinte años todos los roles con que la sociedad la había signado: ser pobre, hija, madre, mujer con marido (es una forma de decir), mujer que trabaja dentro y fuera de su casa (en negro, claro) , roles todos que se habían ido cumpliendo, menos los que sus sueños de joven mujer guardaba en las telas de su corazón, los roles suyos, los de sus horizontes y búsquedas, aunque no los tuviera señalados .
Salió a la intemperie, sola con su cuerpo y su soñar al viento en el otoño de los fogones y fogoneros, en un pueblo al sur que se negaba a convertirse en otro fantasma, en otro pueblo dejado de la mano del petróleo, ya vaciadas sus entrañas por extraños.
Avisó a su patrona y salió. Cuidaba su trabajo. Aunque pagada en negro, como la casi totalidad de quienes trabajaban como domésticas, era lo único que tenía para ayudar a vivir a sus hijos. Apenas niños. No deberían trabajar.
El fogón la recibió. Las máscaras, los pasamontañas cubriendo la cabeza de muchos, los reflejos de las llamas, el calor de todos, las consignas cantadas en medio del frío de abril, en un otoño que ya marcaba invierno, mostraban un escenario nuevo, una escena que llamaba su juventud. Teresa se quedó. Escuchó. Escuchó más. Y mucho más. Fue entendiendo. No le fue difícil. Uno de sus sueños ocultos se estaba despertando, se desperezaba, ordenaba ideas y músculos, alumbraba de a poco, como el largor del día que en cada junio poco a poco volvía del largo invierno.
Cuando vinieron a sacarlos de allí, de la ruta, del lugar que Teresa había elegido con las fogoneras, no dudó. Se quedaría. Acompañaría la vida. Defendería los fogones. Sus fogones. Fue ella y fue los otros y las otras en los fogones. Estuvo alrededor del fuego. Estuvo en los piquetes de cantos y consignas. También cargaron piedras. En el desierto siempre abundan las piedras. Tienen alma. En el país del truptu, en el país azul, las piedras tienen almas. Entonces corrió. Cuando hubo que correr, corrió. Comenzaban a tirar. Bien cubiertos, con cascos y escudos. Enmascarados también ellos, los que tiraban. Alguien dijo que eran balas de goma. El humo de los gases ayudaba a desdibujarse, se mezclaban humo, máscaras y sonidos. Ella corrió, corrió hacia las calles del pueblo, hacia Plaza Huincul. Sintió que sus pulmones se cerraban, que no podía seguir y cayó. Algo le había pegado desde atrás. Después fue ya paloma, con su destino azul en cordillera, en sábado de abril, medialuna al poniente.
El colectivo, un catafalco cegado por la niebla. El piquete de desocupados que nos vuelve a detener en nuestro regreso, todavía se sostiene más allá, después de la curva de Challacó, como hace años, cuando se nos fue la Teresa.
Mi última visión de pasajera fue el ala del ñamcu, el aguilucho cordillerano, cruzándonos hacia la izquierda, la cabellera de ella, la mujer de la ruta, la fogoneando el viento, y sus brazos protegiendo el kepi. La manta curva irisada sobre el pecho.
Las ruedas del cole chirriaron y oí el llanto de un bebé. Lo percibí amortiguado desde adentro.
Al amanecer, alguien había hecho que la tempestad se disipara.
Yo seguía recorriendo la ruta. El alba no lograba diluirme.
PÁGINA 24 – ENSAYO
LA LLUVIA EN LA PALMA DE LA MANO
A Gordana Djuric. In Memoriam
Por Neftalí Sandoval – Vekarich (Belgrado/Serbia)
A través del cristal de la inmensa ventana, Zorana observa el cielo. No es mediodía, pero ya el sol en su zenit destella en el bronce pulido del Principe Mihail, en el centro de la Plaza de la República. Gran parte de la historia de Serbia está en ese monumento ecuestre, a cuya espalda se levanta el tradicional Teatro Nacional y, en el costado derecho del soberbio equino de bronce, otra importante institución que guarda valiosos documentos y obras de arte de incalculable valor, es el Museo Nacional de Belgrado. Exactamente al frente del Museo, del Teatro y del bronce ecuestre, la Embajada de México, desde allí, en el cuarto piso, Zorana preocupada y triste contempla el cielo. Es ella una mujer joven, alta, bella y bien proporcionada, como una de sus famosas tías, estrella del Ballet de Serbia. Me pregunto ¿qué puede ser? viendo la preocupación en su bello rostro. Coloco mi mano izquierda a través de la espalda sobre su hombro izquierdo, sin preguntar nada, entonces ella dice respondiendo a la pregunta que habría querido hacer: “Nunca nos dejan en paz. Han salido ya de Londres los primeros aviones de la OTAN, estarán aquí en no menos de tres horas”. Sin declaración de guerra, sin advertir a la población civil, países poderosos buscando el pretexto para destruir lo que siempre han querido destruir, la soberbia, el orgullo y la dignidad de Serbia, la fortaleza, el corazón de Yugoslavia, en el cual, como garantía, puso también el suyo el Viejo Rey Pedro al terminar en l918 la primera gran conflagración del siglo pasado. Stalin quiso hacer lo mismo, pero Yugoslavia tenía en Tito a un hombre de acero, con los cojones bien puestos, que no vaciló en que fuera abatido el primer avión norteamericano que violó su espacio aéreo en la guerra sobre el Canal de Suez. A la conspiración que le costó la libertad y la vida al Presidente Slobodan Milosevic, cobardemente atacado y difamado por los enemigos del socialismo, previamente fue la guerra oculta, la guerra invisible estimulando el odio y la intolerancia religiosa, los fieles soldados del Vaticano y los mercenarios muhadjedines contra la Iglesia ortodoxa, la espina dorsal de Serbia. Bosnia fue el terreno propiciatorio desligando la solidaridad que existía entre los diversos credos religiosos desde épocas remotas, los campesinos croatas católicos y los campesinos ortodoxos serbios aceptaron el Islam durante el imperio otomano como única alternativa para defender sus tierras y proteger a sus mujeres y su familia, muchos menores, niños y niñas, adolescentes, iban al mercado de esclavos en Turquía. Herido mortalmente el Imperio Otomano durante las guerras balcánicas lideradas por Serbia, Bosnia, como lo fuera en alguna remota época España, era un claro ejemplo de la convivencia y tolerancia de los credos, disfrutando conjunta y recíprocamente de los ágapes en sus efemérides religiosas, Amira podía casarse con Vladimir sin ningún problema, Alois con Emina, Ibrahim con Svetlana, y todos ellos bailando luego en armonioso ‘’kolo’’, en una ronda de fraternidad y respeto recíproco, pero ha estado al acecho el lobo europeo esperando el detonador en el barril de pólvora que paciente y constante desde años atrás han venido colocando en Kosovo. Bajo gruesas capas de polvo en la historia quedó aquel día en que las campanas de Notre Dame doblaban por la muerte de los caballeros serbios en el campo de batalla de Kosovo, Kosovo Polje, uno de los más hermosos poemas épicos de la Serbia medieval. Siglos después llega la reinstalación de los esquipetares musulmanes que descargan su odio e intolerancia contra los monasterios y demás monumentos de gran valor histórico de la iglesia ortodoxa, socavándolos desde los cimientos, como entonces durante la primera guerra mundial ante la impasible e ilógica actitud de Francia y de sus aliados ingleses e italianos que permitieron que las tropas austrohúngaras y alemanas, como una antelación a Hitler, practicaran el genocidio en territorio serbio. Abandonada Serbia a su propio destino en manos de las mujeres, de los niños y los ancianos que amanecieron colgados de los árboles. Allá en Salónica, enfermos, heridos y moribundos los soldados del ejército de la futura Yugoslavia, la del Rey Petar Kzaradjordjevic, se levantan de pronto convertidos en un huracán al escuchar las estrofas y la música de una canción que surgía de entre ellos: ‘’¡allá, lejos…!’’, sentían el llamado de esos pobres seres indefensos meciéndose en las horcas levantadas por el ocupante, tal parecía que esos mismos muertos se hubieran erguido, de pronto, para engrosar el ejército que desde Grecia hecho un río de lava iracunda se desparrama inclemente reclamando cada gota de la sangre de los suyos vertida inmisericorde hasta expulsar de sus fronteras al último soldado alemán, al último soldado austrohúngaro y de nuevo el tricolor azul, blanco, rojo, en cada balcón, en cada casa, en cada trecho del camino, exaltando el heroísmo de estos pobres soldados que en harapos y famélicos al final tuvieron como aliada a la muerte. ‘’Pero nunca nos dejan en paz’’, insiste Zorana esperando ver aparecer en el cielo los primeros buitres. ‘’¡Mejor la muerte que la esclavitud!, le gritaron el 27 de marzo de l941 al rey y a sus lacayos que huyeron a Londres. El pueblo no aceptó el pacto que Hitler ofrecía. De la noche a la mañana se formaron comandos, tropas, voluntarios de todas las edades, de todas las aldeas, de todos los rincones de la Yugoslavia de Petar Karadjordjevic, hombres y mujeres, con aquellos sobrevivientes que regresaban de España a engrosar las filas de estos nuevos titanes que frenaron las avanzadas alemanas hacia la Unión Soviética. Francia entera colaboró con Hitler entregando a sus hornos crematorios a los judíos, a los gitanos y a los republicanos españoles que le habían pedido asilo y amparo. Una vez más estaban allí los héroes de Salónica, también Yugoslavia en los titulares de las primeras páginas de los periódicos del mundo entero. Sigue Serbia de pie y nadie, ni ahora ni nunca, podrá borrar del mapa ese espacio geográfico llamado Yugoslavia, aun cuando en su impotencia los occidentales del cuchillo y la mordaza quieran darle otro nombre. “No importa, Zorana, que no los dejen en paz, recuerda lo que el Caballero de la Sublime Aventura decía a su escudero: ‘’los perros ladran, luego cabalgamos!’’
Así era. En la Plaza de la República empezó a conglomerarse la gente joven, no faltaron los adolescentes ni los niños, ni las futuras madres acompañadas de sus novios. Otros se habían situado a lo largo del puente sobre el Danubio que une las dos orillas, la ciudad vieja y la nueva, una cadena humana, tomados de la mano, cantando, desafiando a los buitres. En la Plaza armaron andamios, una plataforma, desde allí grupos artísticos y pequeñas orquestas dieron su concierto, su desafío, exaltaban la presencia de los héroes medioevales muertos en Kosovo Polje, siempre al grito de combate: ¡Bog i Serbia! (Dios y Serbia). Los buitres entre tanto ya habían disparado sus misiles contra objetivos militares, destruido el edificio del Ministerio de la Defensa, del Ministerio de Asuntos del Interior llamado el Marsalato ( el centro de operaciones del Mariscal Tito en vida), los puentes sin respetar la vida humana en ellos, un tren en marcha hecho trizas con todos sus pasajeros, un hospital, hasta una escuela y una niña que jugaba en el patio de su casa víctima de la explosión de un misil norteamericano. Fue un campo de operaciones para comprobar el alcance de un nuevo tipo de avión de combate clasificado como ‘’Phanton’’ porque era difícil de localizar a simple vista, no obstante ese primer día el primer avión fantasma fue abatido por un joven artillero especializado en el manejo de las computadoras.
Al día siguiente, por las calles de Belgrado, apareció un muchacho alto luciendo un sombrero que parecía un ‘’Phanton”’ con la siguiente leyenda: ‘’izvini, nisam te video’’ ( perdona, no te había visto). Otros dos aparatos más fueron abatidos y capturados por los campesinos sus pilotos que en paracaídas cayeron en el campo serbio.
Sonaban estridentes las sirenas. Haciendo caso omiso llegaron a la Embajada tres muchachas de la Universidad buscando determinados libros en la Biblioteca de la misión diplomática, tranquilas, flemáticas, a diferencia del Embajador y el Consejero que no podían ocultar su temor. Sin tacto diplomático el Consejero les decía a estas niñas‘’he tenido la fortuna de poner a salvo a mi familia en Budapest.’’ Por otro lado el Embajador me dice ‘’admiro señor Sandoval su sangre fría’’, se escuchaba la sirena que advertía de otro ataque y prevenía a la gente para que buscara los refugios antiaéreos. Estaba ocupado buscando los libros que las estudiantes necesitaban para sus exámenes.‘’En estas circunstancias, mi querido Embajador, ¡es tratar de mantener los pantalones limpios!’’, fue mi respuesta. No fueron los únicos que no pudieron mantener limpios sus pantalones y aprovecharon la ocasión de viajar a México, haciendo escala en Budapest y disfrutando de las comodidades que les ofrecía el gobierno a sus bienamados y heroicos súbditos que huían de la guerra. Nadie muere en la víspera, dicen los entendidos en esta materia, cada quien tiene su hora y su día señalado. El valiente muere solo una vez, el cobarde a cada instante, toda la vida. Reían las niñas de mi observación, una de ellas, Jelena Rajic, traía para la biblioteca un ejemplar de una colección bilingüe de poemas de Gordana Djuric, una poeta de origen gitano, libro modesto publicado por la Asociación de Vojvodina pro idioma y literatura del pueblo Roma ( Novi Sad, 1989), con el título original en su lengua romi ‘’ Dukhaldo Ilo’’ (El Corazón Herido – Ranjeno Srce)
La lluvia en la palma de la mano
Despacio y delicadamente sigiloso/entra con el primer crepúsculo,/tu fuerza, tu dignidad/con algo de lluvia en las palmas de la mano.// Hay todavía mucho del viento en tus cabellos./Oh, como brillas a la luz de las estrellas,/no eres nadie, sin embargo eres bello/como un guerrero en busca de botín.// Ven que también te espero esta noche,/deja atrás las quejas y el dolor que nos abruma,/y a nadie, absolutamente a nadie/debes hablarles del amor.
Un 20 de octubre entra en Belgrado el ejército rojo. Con los partisanos de Tito liberan la ciudad y van arrojando al vacío a las huestes de Hitler. Para conmemorar ese glorioso día, en esa fecha, cada año, la Asociación de Escritores de Serbia y el gobierno de la República Federal Socialista de Yugoslavia, crearon el encuentro internacional de escritores. Poetas de todos los meridianos se dan cita en esta ciudad. Hay veladas literarias en varias bibliotecas públicas, en el anfiteatro de la Universidad Popular Kolarac, al aire libre en el barrio Skadarlija que fuera en los primeros años del siglo pasado, centro de la bohemia literaria de Belgrado. En uno de estos encuentros propuse a uno de los directivos de cuyo nombre no quiero acordarme, que se le rindiera homenaje a esta poeta gitana, secuestrada el 27 de agosto de l999 en Kosmet, en su camino a dar un recital en la localidad de Gracanica. Pero antes fue a Pristina para socorrer y ayudar a varios de sus amigos y parientes víctimas en Kosovo de la agresión de la OTAN. Su cadáver fue localizado y exhumado de una fosa común en Dragodan y se le dio sepultura en su ciudad natal (l958), en donde trabajó indistintamente en actividades culturales participando en muchos recitales poéticos a los que iba especialmente invitada. Al no aceptar mi propuesta, y nunca entendí por qué, decidí que un día escribiría unas páginas en homenaje a esta poeta, a esta valerosa mujer que bien se merece un sitio en las letras de Serbia, sin olvidar que muchos héroes de su pueblo militaron en las fuerzas de la nueva Yugoslavia y mantienen hoy muy activa una emisión especial, manejada por otro poeta gitano, en lengua Romi en la Radiodifusora Nacional de Serbia.
Si acaso puedes
Háblale a la hierba/y acaricia el viento/impide que corra el agua de la fuente,/si puedes/haz que se aproxime el enemigo.//Si acaso puedes/no dejes el perfume a las muchachas,/no permitas que las muchachas recojan frutos/no permitas flores a las muchachas.//Si acaso puedes/captúrame como a un pájaro,/captúrame como un suspiro,/ captúrame como a una estrella del cielo.
Tú
Tú,/que eres el iris de mis ojos,/que eres la piel de mis labios,/Tú/que eres el tesoro de mi cuerpo,/que eres sustancia de mis huesos,/ven/vamos juntos a esperar la primavera//( … )/No digas/es el amor/es la lluvia que cae en nuestros caminos// No digas/es una canción/Para nuestros caminos no hay viandantes
Perdón
Perdóname por el encuentro,/estoy enferma de vejez/cansada de una enorme tristeza/
como si viviera una vida ajena.//Te he mencionado en cada poema/y cada día pronuncio tu nombre,/ha temblado mi alma mientras te espero,/creía en el regreso de alguien/durante mis sueños.//Entraste a mi alma/como un ladrón, entraste/a través de mi boca como una puerta/y te acomodaste en mi corazón.
(Poemas de Gordana Djuric: El Corazón Herido traducidos al español por Paul Disnard)
Neftalí Sandoval-Vekarich; Belgrado, agosto 27 de 2009
PÁGINA 25 – CUENTO
UNA VISIÓN DEL MUNDO
Por John Cheever (Quince-Massachussets/USA
Traducción de Aníbal Leal
The New Yorker, 29 de septiembre de 1962
Emecé 2002
Esto lo escribo en otra casa de campo a orillas del mar, sobre la costa. La ginebra y el whisky han marcado anillos en la mesa frente a la cual me siento. Hay poca luz. De la pared cuelga una litografía coloreada de un gatito que tiene puestos un sombrero adornado con flores, un vestido de seda y guantes. El aire huele a moho, pero yo creo que es un olor grato, vivificante y carnal, como el agua de la sentina y el viento en tierra. Hay marea alta, y el mar bajo el farallón golpea los muros de contención y las puertas y sacude las cadenas con fuerza tal que salta la lámpara sobre mi mesa. Estoy aquí, solo, para descansar de una sucesión de hechos que comenzó un sábado por la tarde, cuando estaba paleando en mi jardín. Treinta o cincuenta centímetros bajo la superficie descubrí un pequeño recipiente redondo que podía haber contenido cera para lustrar zapatos. Con un cortaplumas abrí el recipiente. Dentro encontré un pedazo de tela encerada, y al desplegarla hallé una nota escrita sobre papel rayado. Leí: «Yo, Nils Jugstrum, me prometo que si al cumplir los veinticinco años no soy socio del Club Campestre de Arroyo Gory, me ahorcaré». Sabía que veinte años antes el vecindario en que vivo era tierra de cultivo, y supuse que el hijo de un agricultor, mientras contemplaba los verdes senderos del arroyo Gory, habría formulado su juramento y lo habría enterrado en el suelo. Me conmovieron, como me ocurre siempre, esas líneas irregulares de comunicación en las cuales expresamos nuestros sentimientos más profundos. A semejanza de un impulso de amor romántico, me pareció que la nota me sumergía más profundamente en la tarde.
El cielo era azul. Parecía música. Acababa de cortar el pasto y su fragancia impregnaba el aire. Me recordaba esos avances y esas promesas de amor que practicamos cuando somos jóvenes. A1 final de una carrera pedestre uno se echa sobre la hierba, junto a la pista, jadeante, y el ardor con que abraza la hierba de la escuela es una promesa a la cual se atendrá todos los días de su vida. Mientras pensaba en cosas pacíficas, advertí que las hormigas negras habían vencido a las rojas, y estaban retirando del campo los cadáveres. Pasó volando un petirrojo, perseguido por dos grajos. El gato estaba en el seto de uvas, acechando a un gorrión. Pasó una pareja de oropéndolas tirándose picotazos, y de pronto vi, a menos de medio metro de donde estaba, una culebra venenosa que se despojaba del último tramo de su oscura piel de invierno. No sentí temor ni miedo, pero me impresionó mi falta de preparación para este sector de la muerte. Aquí encontraba un veneno letal, parte de la tierra tanto como el agua que corría en el arroyo, pero pareció que no le había reservado un lugar en mis reflexiones. Volví a casa para buscar la escopeta, pero tuve la mala suerte de encontrarme con el más viejo de mis perros, una perra que teme a las armas. Cuando vio la escopeta, comenzó a ladrar y a gemir, atraída sin piedad por sus instintos y sus sentimientos de ansiedad. Sus ladridos atrajeron al segundo perro, por naturaleza cazador, que bajó saltando los peldaños, dispuesto a cobrar un conejo o un pájaro; y seguido por dos perros, uno que ladraba de alegría y el otro de horror, regresé al jardín a tiempo para ver que la víbora desaparecía entre las grietas de la pared de piedra.
Después, fui en automóvil al pueblo y compré semillas de hierba, y más tarde fui al supermercado de la Ruta 27 para comprar unos brioches que había pedido mi esposa. Creo que en estos tiempos uno necesita una cámara para filmar un supermercado el sábado por la tarde. Nuestro lenguaje es tradicional, y representa la acumulación de siglos de relaciones. Excepto las formas de los productos, mientras esperaba no pude ver nada tradicional en el mostrador de la panadería. Éramos seis o siete personas, y nos demoraba un viejo que tenía una larga lista, una relación de alimentos. Mirando por encima de su hombro leí:
6 huevos
entremeses
Me vio leyendo el papel y lo apretó contra el pecho, como un prudente jugador de naipes. De pronto, la música funcional pasó de una canción de amor a un cha-cha-cha, y la mujer que estaba al lado comenzó a mover tímidamente los hombros y a ejecutar algunos pasos. «Señora, ¿desea bailar?», pregunté. Era muy fea, cuando abrí los brazos avanzó un paso y bailamos un minuto o dos. Era evidente que le encantaba bailar, pero con una cara como la suya seguramente no tenía muchas oportunidades. Entonces, se sonrojó intensamente, se desprendió de mis brazos y se acercó a la vitrina de vidrio, donde estudió atentamente los pasteles de crema. Me pareció que había dado un paso en la dirección apropiada, y cuando recibí mis brioches y volví a casa estaba muy contento. Un policía me detuvo en la esquina de la calle Alewives, para dar paso a un desfile. A1 frente marchaba una joven calzada con botas y vestida con pantalones cortos que destacaban la delgadez de sus muslos. Tenía una nariz enorme, llevaba un alto sombrero de piel y subía y bajaba un bastón de aluminio. La seguía otra joven, de muslos más finos y más amplios, que marchaba con la pelvis tan adelantada al resto de su propia persona que la columna vertebral se le curvaba de un modo extraño. Usaba gafas, y parecía sumamente molesta a causa del avance de la pelvis. Un grupo de varones, con el agregado aquí y allá de un campanero de cabellos canos, cerraba la retaguardia y tocaba Los cajones de municiones avanzan. No llevaban estandartes, por lo que podía ver no tenían finalidad ni destino y todo me pareció muy divertido. Me reí el resto del camino a casa.
Pero mi esposa estaba triste.
–¿Qué pasa, querida? –pregunté.
–Tengo esa terrible sensación de que soy un personaje, en una comedia de televisión –dijo–. Quiero decir que mi aspecto es agradable, estoy bien vestida, tengo hijos atractivos y alegres, pero experimento esa terrible sensación de que estoy en blanco y negro y de que cualquiera me puede apagar. Es sólo eso, que tengo esa terrible sensación de que me pueden borrar. –Mi esposa a menudo está triste porque su tristeza no es una tristeza triste, y dolida porque su dolor no es un dolor aplastante. Le pesa que su pesar no sea un pesar agudo, y cuando le explico que su pesar acerca de los defectos de su pesar puede ser un matiz diferente del espectro del sufrimiento humano, eso no la consuela. Oh, a veces me asalta la idea de dejarla. Puedo concebir una vida sin ella y los niños, puedo arreglarme sin la compañía de mis amigos, pero no soporto la idea de abandonar mis prados y mis jardines. No podría separarme de las puertas del porche, las que yo reparé y pinté, no puedo divorciarme de la sinuosa pared de ladrillos que levanté entre la puerta lateral y el rosal; y así, aunque mis cadenas están hechas de césped y pintura doméstica, me sujetarán hasta el día de mi muerte. Pero en ese momento agradecía a mi esposa lo que acababa de decir, su afirmación de que los aspectos externos de su vida tenían carácter de sueño. Las energías liberadas de la imaginación habían creado el supermercado, la víbora y la nota en la caja de pomada. Comparados con ellos, mis ensueños más desordenados tenían la literalidad de la doble contabilidad. Me complacía pensar que nuestra vida exterior tiene el carácter de un sueño y que en nuestros sueños hallamos las virtudes del conservadurismo. Después, entré en la casa, donde descubrí a la mujer de la limpieza fumando un cigarrillo egipcio robado y armando las cartas rotas que había encontrado en el canasto de los papeles.
Esa noche fuimos a cenar al Club Campestre Arroyo Gory. Consulté la lista de socios, buscando el nombre de Nils Jugstrum, pero no lo encontré, y me pregunté si se habría ahorcado. ¿Y para qué? Lo de costumbre. Gracie Masters, la hija única de un millonario que tenía una funeraria, estaba bailando con Pinky Townsend. Pinky estaba en libertad, con fianza de cincuenta mil dólares, a causa de sus manejos en la Bolsa de Valores. Una vez fijada la fianza, extrajo de su billetera los cincuenta mil. Bailé una pieza con Millie Surcliffe. Tocaron Lluvia, Claro de luna en el Ganges, Cuando el petirrojo rojo rojo viene buscando su antojo, Cinco metros dos, hay tus ojos, Carolina por la mañana y El Jeque de Arabia. Se hubiera dicho que estábamos bailando sobre la tumba de la coherencia social. Pero, si bien la escena era obviamente revolucionaria, ¿dónde está el nuevo día, el mundo futuro? La serie siguiente fue Lena, la de Palesteena, Porsiemprejamás soplando burbujas, Louisuille Lou, Sonrisas, y de nuevo El petirrojo rojo rojo. Esta última pieza de veras nos hace brincar, pero cuando la banda lanzó a pleno sus instrumentos vi que todos meneaban la cabeza con profunda desaprobación moral ante nuestras cabriolas. Millie regresó a su mesa, y yo permanecí de pie junto a la puerta, preguntándome por qué se me agita el corazón cuando veo que la gente abandona la pista de baile después de una serie; se agita lo mismo que se agita cuando veo mucha gente que se reúne y abandona una playa mientras la sombra del arrecife se extiende sobre el agua y la arena, se agita como si en esas amables partidas percibiese las energías y la irreflexión de la vida misma.
Pensé que el tiempo nos arrebata bruscamente los privilegios del espectador, y en definitiva esa pareja que charla de forma estridente en mal francés en el vestíbulo del Grande Bretagne (Atenas) somos nosotros mismos. Otro ocupó nuestro puesto detrás de las macetas de palmeras, nuestro lugar tranquilo en el bar, y expuestos a los ojos de todos, obligadamente miramos alrededor buscando otras líneas de observación. Lo que entonces deseaba identificar no era una sucesión de hechos sino una esencia, algo parecido a esa indescifrable colisión de contingencias que pueden provocar la exaltación o la desesperación. Lo que deseaba hacer era conferir, en un mundo tan incoherente, legitimidad a mis sueños. Nada de todo eso me agrió el humor y bailé, bebí y conté cuentos en el bar hasta cerca de la una, cuando volvimos a casa. Encendí el televisor y encontré un anuncio comercial que, como tantas otras cosas que había visto ese día, me pareció terriblemente divertido. Una joven con acento de internado preguntaba:
–¿Usted ofende con olor de abrigo de piel húmedo? Una capa de marta de cincuenta mil dólares sorprendida por la lluvia puede oler peor que un viejo sabueso que estuvo persiguiendo a un zorro a través de un pantano. Nada huele peor que el visón húmedo. Incluso una leve bruma consigue que el cordero, la mofeta, la civeta, la marta y otras pieles menos caras pero útiles parezcan tan malolientes como una leonera mal ventilada en un zoológico. Defiéndase de la vergüenza y el sentimiento de ansiedad mediante breves aplicaciones de Elixircol antes de usar sus pieles... –Esa mujer pertenecía al mundo del sueño, y así se lo dije antes de apagarla. Me dormí a la luz de la luna y soñé con una isla.
Yo estaba con otros hombres, y parecía que había llegado allí en una embarcación de vela. Recuerdo que tenía la piel bronceada, y cuando me toqué el mentón sentí que tenía una barba de tres o cuatro días. La isla estaba en el Pacífico. En el aire flotaba un olor de aceite comestible rancio –un indicio de la proximidad de la costa china–. Desembarcamos en mitad de la tarde, y me pareció que no teníamos mucho que hacer. Recorrimos las calles. El lugar había sido ocupado por el ejército, o había servido como puesto militar, porque muchos de los signos de las ventanas estaban escritos en inglés defectuoso. «Crews Cutz» (cortes de cabello), leí en un cartel de una peluquería oriental. Muchas tiendas exhibían imitaciones de whisky norteamericano. Whisky estaba escrito «Whikky». Como no teníamos nada mejor que hacer, fuimos a un museo local. Vimos arcos, anzuelos primitivos, máscaras y tambores. Del museo pasamos a un restaurante y pedimos una comida. Tuve que debatirme con el idioma local, pero lo que me sorprendió fue que parecía tratarse de una lucha bien fundada. Tuve la sensación de que había estudiado el idioma antes de desembarcar. Recordé claramente que formulé una frase cuando el camarero se acercó a la mesa. –Porpozec ciebie nie prosze dorzanin albo zylopocz ciwego –dije. El camarero sonrió y me elogió, y cuando desperté del sueño, el uso del lenguaje determinó que la isla al sol, su población y su museo fuesen reales, vívidos y duraderos. Recordé con añoranza a los nativos serenos y cordiales, y el cómodo ritmo de su vida.
El domingo pasó veloz y agradable en una ronda de reuniones para beber cócteles, pero esa noche tuve otro sueño. Soñé que estaba de pie frente a la ventana del dormitorio de la casa de campo de Nantucket que alquilamos a veces. Yo miraba en dirección al sur, siguiendo la delicada curva de la playa. He visto playas más hermosas, más blancas y espléndidas, pero cuando miro el amarillo de la arena y el arco de la curva, siempre tengo la sensación de que si miro bastante tiempo la caleta me revelará algo. El cielo estaba nublado. El agua era gris. Era domingo... aunque no podía decir cómo lo sabía. Era tarde, y de la posada me llegaron los sonidos tan gratos de los platos, y seguramente las familias estaban tomando su cena del domingo por la noche en el viejo comedor de tablas machimbradas. Entonces vi bajar por la playa una figura solitaria. Parecía un sacerdote o un obispo. Llevaba el báculo pastoral, y tenía puestas la mitra, la capa pluvial, la sotana, la casulla y el alba para la gran misa votiva. Tenía las vestiduras profusamente recamadas de oro, y de tanto en tanto el viento del mar las agitaba. La cara estaba bien afeitada. No puedo distinguir sus rasgos a la luz cada vez más escasa. Me vio en la ventana, alzó una mano y dijo: –Porpozec ciebie nie prosze dorzanin albo zyolpocz ciwego.–Después, continuó caminando deprisa sobre la arena, utilizando el báculo como bastón, el paso estorbado por sus voluminosas vestiduras. Dejó atrás mi ventana, y desapareció donde la curva del farallón concluye con la curva de la costa.
Trabajé el lunes, y el martes por la mañana, a eso de las cuatro, desperté de un sueño en el cual había estado jugando al béisbol. Era miembro del equipo ganador. Los tantos eran seis a dieciocho. Era un encuentro improvisado de un domingo por la tarde en el jardín de alguien. Nuestras esposas y nuestras hijas miraban desde el borde del césped, donde había sillas, mesas y bebidas. El incidente decisivo fue una larga carrera, y cuando se marcó el tanto una rubia alta llamada Helene Farmer se puso de pie y organizó a las mujeres en un coro que vivó:
–Ra, ra, ra –gritaron–. Porpozec ciebie nieprosze dorzanin albo zyolpocz ciwego. Ra, ra, ra.
Nada de todo esto me pareció desconcertante. En cierto sentido, era algo que había deseado. ¿Acaso el anhelo de descubrir no es la fuerza indomable del hombre? La repetición de esta frase me excitaba tanto como un descubrimiento. El hecho de que yo hubiera sido miembro del equipo ganador determinaba que me sintiera feliz, y bajé alegremente a desayunar, pero nuestra cocina lamentablemente es parte del país de los sueños. Con sus paredes rosadas lavables, sus frías luces, el televisor empotrado (donde se rezaban las oraciones) y las plantas artificiales en sus macetas, me indujo a recordar con nostalgia mi sueño, y cuando mi esposa me pasó el punzón y la Tableta Mágica en la cual escribimos la orden de desayuno, escribí: Porpozec ciebie nieprosze dorzanin albo zyolpocz ciwego. Ella se rió y me preguntó qué quería decir. Cuando repetí la frase –en efecto, parecía que era lo único que deseaba decir– se echó a llorar, y por la tristeza que expresaba en sus lágrimas comprendí que era mejor que yo descansara un poco. El doctor Howland vino a darme un sedante, y esa tarde viajé en avión a Florida.
Ahora es tarde. Me bebo un vaso de leche y me tomo un somnífero. Sueño que veo a una bonita mujer arrodillada en un trigal. Tiene abundantes cabellos castaños claros y la falda de su vestido es amplia. Su atuendo parece anticuado –quizá anterior a mi época y me asombra conocer a una extraña vestida con prendas que podía haber usado mi abuela, y también que me inspire sentimientos tan tiernos. Y sin embargo, parece real... más real que el camino Tamiami, seis kilómetros hacia el este, con sus puestos de Smorgorama y Giganticburger, más real que las calles laterales de Sarasota No le pregunto quién es. Sé lo que dirá. Pero entonces ella sonríe y empieza a hablar antes de que yo pueda alejarme. "Porpozec ciebie... ", empieza a decir. Entonces, me despierto desesperado, o me despierta el sonido de la lluvia sobre las palmeras. Pienso en un campesino que, al oír el ruido de la lluvia, estirará sus huesos derrengados y sonreirá, pensando que la lluvia empapa sus lechugas y sus repollos, su heno y su avena, sus zanahorias y su maíz. Pienso en un fontanero que, despertado por la lluvia, sonríe ante una visión del mundo en el cual todos los desagües están milagrosamente limpios y desatascados. Desagües en ángulo recto, desagües curvos, desagües torcidos por las raíces y herrumbrosos, todos gorgotean y descargan sus aguas en el mar. Pienso que la lluvia despertará a una vieja dama, que se preguntará si dejó en el jardín su ejemplar de Dombey and Son. ¿Su chal? ¿Cubrió las sillas? Y sé que el sonido de la lluvia despertará a algunos amantes y que su sonido parecerá parte de esa fuerza que arrojó a uno en brazos del otro. Después, me siento en la cama y exclamo en voz alta, para mí mismo:
–¡Calor! ¡Amor! ¡Virtud! ¡Compasión! ¡Esplendor! ¡Bondad! ¡Sabiduría! ¡Belleza! –Se diría que las palabras tienen los colores de la tierra, y mientras las recito siento que mi esperanza crece, hasta que al fin me siento satisfecho y en paz con la noche.
PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Ángel González (Oviedo/España)
CIUDAD CERO
Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años -que eran
la quinta parte de toda mi vida-,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
-papeles y retratos
en medio de la calle...
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
AQUÍ, MADRID, MIL NOVECIENTOS
CINCUENTA Y CUATRO: UN HOMBRE SOLO.
Un hombre lleno de febrero,
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso,
hacia el marzo del viento y de los rojos
horizontes -y la reciente primavera
ya en la frontera del abril lluvioso...-
Aquí, Madrid, entre tranvías
y reflejos, un hombre: un hombre solo.
- Más tarde vendrá mayo y luego junio,
y después julio y, al final, agosto -.
Un hombre con un año para nada
delante de su hastío para todo.
ELEGIDO POR ACLAMACIÓN
Sí, fue un malentendido. Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! - dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
ME BASTA ASÍ
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
- de eso sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-; entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio. Oigo
constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta)
NO TUVO AYER SU DÍA
Ya desde muy temprano,
ayer fue tarde.
Amaneció el crepúsculo, y al alba
el cielo derramó sobre la tierra
un gran haz de penumbra.
Cerca del mediodía
un firmamento tenue e incompleto
-¿cifra de nuestra suerte?-
brillaba todavía en el espacio. (la Luna
no iluminaba al mundo;
su cuerpo transparente
nos permitía tan sólo adivinar
la existencia más alta de otro cielo
inclemente también, inapelable.)
Seguimos esperando, sin embargo.
Imprecisas señales
- un latido de pájaros, a veces;
el eco de un relámpago;
súbitas rachas de violento viento-
nos mantenían alerta.
A la hora del ocaso
salió un momento el sol para ponerse
y confirmó las sombras con ceniza.
DIATRIBA CONTRA LOS MUERTOS
Los muertos son egoístas:
hacen llorar y no les importa,
se quedan quietos en los lugares más inconvenientes,
se resisten a andar, hay que llevarlos
a cuestas a la tumba
como si fuesen niños, qué pesados.
Inusitadamente rígidos, sus rostros
nos acusan de algo, o nos advierten;
son la mala conciencia, el mal ejemplo,
lo peor de nuestra vida son ellos siempre, siempre.
Lo malo que tienen los muertos
es que no hay forma de matarlos.
Su constante tarea destructiva
es por esa razón incalculable.
Insensibles, distantes, tercos, fríos,
con su insolencia y su silencio
no se dan cuenta de lo que deshacen.
Celmiro Koryto (Ashdod/Israel)
MOMENTOS
I
Nos unimos en una noche blanda
blanca como venda de luna.
Vibró tu cuerpo en mis manos,
mas tu mirada preñada,
tenía un dejo embriagador, traicionero.
Y al dejarte,
pensamientos tristes
labraron surcos.
II
Nuestras almas siempre lloran,
no son gente de armas.
Cuando muere un hermano
lloran de pena y espanto.
Y cada lágrima es una niña pequeña
ácida como un colirio.
Pensando que la vida es sueño
antes de reír, nos acabamos.
III
Concebí el amor
en aras de un desierto.
Y el corazón fue
suplicio de escorpión.
Me sentí morir
en esa muerte terrible y hermosa
que es pan y flor de vida.
Arrullado por los vientos.
logré ver el lejano huerto.
Entonces:
me arroje a devorar distancias
con años sin vuelta
ignorados de ayer.
NADA SUCEDE
Es uno de esos días
en que se deshacen los malvones,
todo se quiebra,
en sucesivas mutilaciones
como los espejos.
La lluvia cae
desde la casa de altos
y la cocina con sus olores,
nos dice que algo nos falta,
tal vez, un hombro amigo,
la sombra de una mano;
pero por más
que lustre las palabras
hoy, nada sucede.
LAMENTO
La casa, plena de silencio,
el corazón de congoja
y los pasos son eco
de tu voz que me llama,
cuando la tarde
se viste de memoria.
Entonces me pregunto:
¿Qué será de las sombras,
en las horas tristes?
¿Tendrán sonido amigo?
¿Serán filigranas de luciérnagas?
¿O se hundirán con tu voz
en el lago de vidrio
de mis lágrimas solas,
cuando la tarde
se viste de memoria?
OTRAS SOMBRAS
Tres pequeñas sombras
llenan la estancia.
La luna/ las flores/ la jarra.
Bebo solo /sin amigo
porque la luna no sabe beber.
En tanto bailo,
todo se columpia,
mientras mi sombra
me sigue en vano.
CUENTO
Esclavo de su vicio
vino a mi encuentro.
Pensé,
¿Será como otras veces
que siempre parece lo mismo?
Y me encerré con él
como con un juguete,
al que le di cuerda.
Y nuestra historia se hizo oscura,
hasta que abrimos los ojos.
Entonces
sin ganas de jugar
alguien llamó a la puerta…
Dejaron una carta sellada.
La muerte de un querido.
Y otra vez/ nos pusimos a llorar.
FORÁNEO
Escondido en una lágrima
deambulo entre cenizas.
Me enclaustro en soledad
para arañar los gritos.
Necia la médula,
busca a hurtadillas
el dolor inexorable.
Siendo foráneo,
tejo telarañas para atraparte.
NOCHES DE CERDOS
Escribo, camino, amo.
Por vocación me abrasa
la candente fiebre que hay en mí.
Lanzado en esas noches de cerdos
que emergen de los lechos,
floto en el ocio y la locura.
Y humilla recoger la lengua
de la alfombra,
cuando se piensa
que la vida en esas noches
se convierte en herejía.
Cuando despierto,
el día cuelga torcido en la pared que enfrento,
y el espejo transpira
la piedad de la hipocresía.
PÁGINA 27 – ENSAYO
LA UTOPÍA PERVERSA
Por Carlos Castillo Quintero (Miraflores-Boyacá/Colombia)
En 1953 Ray Bradbury publicó en la revista Playboy –por entregas– una inquietante novela titulada "Fahrenheit 451", aludiendo a la temperatura necesaria para que el papel de los libros se inflame y arda. El argumento que se desarrolla en la novela es viejo y recurrente: la quema de libros por razones vinculadas con la felicidad, la cordura, la seguridad, o el bienestar de la humanidad.
Y rememorando la novela de Bradbury me encontré con una palabra que no conocía: distopía. La busqué en el diccionario de la Real Academia y no la encontré, porque aún no ha sido aceptada. Pues bien, según lo que pude averiguar en la red una distopía es una utopía perversa en donde la realidad transcurre en términos contrarios a los de una sociedad ideal. Se usa como antónimo de utopía y se utiliza para hacer referencia a una sociedad ficticia emplazada en el futuro cercano, en donde las tendencias sociales se llevan a extremos apocalípticos. En ciencia ficción, una distopía es un futuro hacia el que la sociedad actual muestra algún tipo de tendencia, como una tecnificación alienante o un uso belicista de los progresos científicos. ¿Qué tal?, pues suena bien la palabra y mejor su definición. Sin embargo, en adelante, no usaré distopía sino su acepción compuesta, es decir utopía perversa que me suena mejor... que me sabe como a princesita asesina o a mandarina venenosa. ¿O no?
Y todo comenzó hoy, es decir en el 213 a.C. con Qin Shi Huang, el Primer Emperador de la China quien en ese año firmó un decreto autorizando la quema de libros más grande –que se sepa– antes de la extinción de la Biblioteca de Alejandría, o de la hoguera armada por los nazis. Hablo de Qin Shi Huang al que el sábado 8 de agosto de 2009 History Channel le dedicó un programa de tres horas, el mismo que hace más de dos mil años emprendió la construcción de la Gran Muralla, y al que Jorge Luis Borges le dedicara tres Acasos:
«Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: “Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ése destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ése borrará mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá”.
Acaso Shih Huang Ti amuralló el imperio porque sabía que éste era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre.
Acaso el incendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla son operaciones que de un modo secreto se anulan.» Otras Inquisiciones. Madrid. Alianza Editorial, 1997.
* * *
Hace años, en la UPTC, asistí a una conferencia en la que el “conferencista” quemó un libro. En realidad no fue mucho más lo que hizo, o dijo. Le preguntaron por qué había quemado el libro y contestó que porque ya lo había leído. Le preguntaron qué hubiese hecho si el libro leído fuera virtual, y no físico. El idiota no entendió la pregunta y después de que le hicieron el dibujo con plastilina contestó que no, que él no usaba computador, que esa era una máquina infernal. Aquel capullo de pirómano, al parecer, no compartía la utopía perversa que según algunos representa el mundo virtual y en la cual, de acuerdo con autorizados ecos del apocalipsis, Mark Zuckerberg –el creador de Facebook– se ha erigido como el Gran hermano que maneja la información personal de millones de seres humanos.
Y, como en otras cosas, en este asunto existen varias perspectivas desde donde se puede considerar, hay quienes se escandalizan por el uso que ladrones y bellacos dan a Facebook y a otras redes sociales como esa, en donde ubican a sus víctimas y recopilan su información. O cuando advierten sobre la propiedad de Facebook sobre todo lo que allí se suba.
Digo: 1) Si no quiere que se sepa, no lo publique. 2) Si no quiere que lo vean, no lo publique. 3) Si no quiere que se lo plagien, no lo publique. 4) Si no quiere que se lo roben, no lo publique. 5) Si no quiere estar en contacto, desconéctese… si puede.
Porque la red está ahí y atrapa. Se dice que cinco de cada 10 usuarios de Internet tiene, ha tenido, o podría llegar a tener una cuenta en Facebook. Y lo que ponga en esa cuenta será de Facebook aun cuando el usuario la cierre o, peor, así se muera.
Me pasa –como a todos– que a mi cuenta de Facebook llegan a diario sugerencias o solicitudes de amistad. El otro día recibí una de Rafael Chaparro Madiedo, el autor de Opio en las nubes, una de las mejores novelas escritas y publicadas en Colombia en las últimas dos décadas, ganadora del Premio Nacional de Literatura en 1992, y… ¡claro que me hubiese gustado aceptar y ser amigo de Chaparro Madiedo!, así fuese de manera virtual, así nunca nos hubiéramos estrechado la mano… pero la pendejada está en que me llegue esa invitación cuando el Lupus ya lo mató hace catorce años. Entonces apago el computador y busco a Pink Tomate, a Sven a Gary Gilmour y me hago amigo de ellos –amigo de verdad–, o me voy al baño con Amarilla y soy feliz.
Aparte de ese tipo de inconvenientes, por ahora no tengo otros problemas con Facebook y lo que allí subo o bien ya está publicado, o bien ya está en la basura… así que…
Pero regresemos al Primer Emperador del que no quiero decir nada más de lo ya dicho por Borges; solamente recordar su ataque de piromanía para relacionarlo con la utopía perversa del Gran hermano.
No sé a qué temperatura arderá Internet, pero a los Qin Shi Huang, a los nazis, a los dictadores y miopes del presente y del futuro, les va a quedar un poco más difícil preservar la buena salud, la cordura –o lo que sea– de la sociedad, pues en Facebook, en un blog, en un periódico virtual a través del correo, entre otras muchas formas, hoy es posible publicar aquello que se piensa, así se lo roben, lo que ya sería significativo pues señala su valor. Y ese es el destino de esta botella al mar que de mis manos cae al mar de los Sargazos de la utopía perversa, y que cierro con una frase de Sigmund Freud, quien al enterarse que los nazis habían quemado sus libros exclamó:«¡Cuánto ha avanzado el mundo: en la Edad Media me habrían quemado a mí!»
PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Norton Contreras Robledo (Malmö/Suecia)
PRELUDIO
I
A lo largo de siglos milenarios
vienen estos cantos definidos
de las profundidades
germinales.
Como un río de flores amarillas.
Como océanos de aguas
subterráneas.
Son palabras de enamorados,
susurros de amantes fortuitos.
Las voces de los silenciados.
Estos cantos en tiempos
de amor y de guerra van
hacia la gente.
Son un testimonio del pasado,
una mirada al presente,
un canto de amor,
de esperanza al futuro.
Desde edades estelares…
como la luz al día…
como el espacio al tiempo
a través de años infinitos.
II
Nos hablan de la vida
y de la muerte.
Vienen desde las
profundidades
de la tierra,
del socavón
de donde los mineros
sacan las riquezas
para recibir un salario miserable
y seguir sobreviviendo
en su pobreza.
Aquí están los cantos,
vienen de las alturas
de los andamios,
con los que los obreros
construyen grandes
edificios.
Ellos viven en barrios
apenas iluminados,
en casas que cada invierno se
inundan con la lluvia.
Aquí están los cantos.
Traen los sentimientos que
mueven al mundo,
palabras de amor y pasión,
las palabras de la ira
y la ternura.
Traen los tiempos
de amor y de guerras.
Yo no juzgo los tiempos,
solo quiero dar
testimonio de ellos.
IMPROVISACIÓN EN FA MAYOR
(Una mujer con guitarra)
Una mujer con una soñolienta
guitarra
me contempla desde
una fotografía.
Me desarma con su timidez,
me abraza con su ternura.
Y ¿dónde están los tiempos?
¿Dónde las voces a tu alrededor?
¿Dónde está la gente que me
alejaba de ti?
Entonces...
¿qué pensabas?
Yo soy una cuerda,
una nota sutil
en tu guitarra,
una melodía
abrazada a tu sombra.
La memoria
de los tiempos idos.
Un poema en el cráter
de un volcán.
Un prisionero en las
profundidades de tus ojos.
¿Sabes?
No puedo
escapar
CONFIDENCIAS
I
Quiero desenterrar las palabras
sepultadas bajos los restos de las estrellas muertas.
Caminar, indagar los laberintos de la noche,
incinerarme en las profundidades de los volcanes.
Buscar la constelación de mis palabras
en tus mundos interiores.
Encontrarme a mí mismo
suspendido en una lágrima
de tu sonrisa.
II
Soy el reflejo de tu alma
la prolongación de tu tristeza
la sombra de tus horas de hastío
la tristeza rondando tu esquina,
el elemento que se repite en toda
tu novela… espejos
lo que se ve reflejado en ellos
y a través de ellos...
la soledad.
Eres la imagen de mis sueños.
Un espejismo en el desierto de mi alma.
Ian Welden (Copenhague/Dinamarca)
CRÓNICAS NÓRDICAS
GLOBALIZACIÓN
Por ser viejo
gris y canoso
el Ejército de la Dictadura Bancaria
del Norte & Co. (EDBNorte & Co.)
me ha destituido y privado
de todas mis habilidades
privilegios y ocupaciones
tales como hilar sombras de colores
amar con ángeles en las esquinas oscuras
liberar a viejas almas de sus tumbas
o simplemente viajar a mi infancia de vacaciones
en las gélidas y oscuras tardes árticas
Sin embargo desafío al EDBNorte & Co.
y oculto entre estas noches poderosas
grito auxilio encaramado en los icebergs
lanzo fuegos artificiales
bailo cuecas y tangos
canto óperas de Mozart a todo pulmón
y las sombras y los ángeles y las almas
se han aliado conmigo
trayéndome misteriosos mensajes políticos
solidaridades y declaraciones de amor
desde lejanas tierras melancólicas
en verdes botellas de náufragos:
"No estás solo, aguanta viejo querido!"
"Viejito, te escuchamos y oramos por ti"
"Vamos al rescate, viejo amigo!"
"Quédate donde estás viejo,
Por acá estamos en las mismas
con el EDB del SUR & Co."
LOS CAMIONCITOS HELADEROS
Cuando las familias nos reunimos a cenar
alrededor de la luz de una vela
de acuerdo a la milenaria tradición nórdica
se escuchan desde las calles desoladas
los melancólicos tilín tilín del los camioncitos heladeros.
Los niños se sublevan inmediatamente
los viejos arrojan lejos sus tenedores y cuchillos
y las multitudes del continente
las islas y los fiordos
pierden la compostura
saliendo a los caminos a comprar helados
bajo las fieras tormentas de hielo y nieve.
Por un momento mágico
las ciudades y pueblos se iluminan
las iglesias campanean enloquecidas
las botellas de aguardiente se descorchan
y todos bailan al son de las orquestas folklóricas
mientras que los choferes de los camioncitos
olvidando la naturaleza de su oficio
regalan a manos abiertas
los incomparables helados escandinavos.
Y luego regresa el silencio y la oscuridad
las velas de sebo son encendidas
y los cuentos de las abuelas
vuelan como hada madrinas
alrededor del placentero fuego del hogar.
Los camioncitos heladeros vuelven a sus casas
con sus tilines ya cansados
sin helados ni dinero
pero satisfechos de haber cumplido
una vez más
tan patriótica labor social.
SOLEDADES
He vivido en este edificio más de quince años
y aún hay personas incógnitas para mi. Quince años!
EL MILICO
Dicen las malas lenguas
y las buenas también
que la soledad por estos parajes
es una virtud,
una bendición de Valhalla.
El Milico es un viejo octogenario
altísimo y flaco como una jirafa
que vive solo en el séptimo piso
de mi noble y centenario edificio
sin ascensor.
Y este sonriente individuo colorín
como una zanahoria
sube y baja los peldaños
a gigantescos pasos de parada militar.
Nos saludamos cortésmente por las mañanas
y se va marchando ágil
cual dueño del mundo
hasta desaparecer en el horizonte escandinavo.
Siempre va consigo mismo
jamás lo he visto acompañado
no conozco su nombre
no tengo idea a dónde va
ni de donde viene
y menos su razón de vivir.
EL CICLISTA SOLITARIO
Arrastrando su oxidada bicicleta
y con su pesado bolsón
colgando de un hombro
El Ciclista Solitario va y viene
por las calles del barrio
con sus mechas rubias
cubriéndole la cara
y el peso del universo
sobre sus espaldas.
Nos encontramos muchas veces
en los recovecos y placitas
y yo le hago una seña con la mano.
El agacha la cabeza
me mira desconcertado
y sigue su camino.
Hay veces en que pienso
que no existe.
LA CHANCHA
En el segundo piso
del edificio del frente
vive La Chancha.
Me observa sistemáticamente
desde su balcón.
Con su tez rosada color de cerdo
momentos antes de ser sacrificado
sus ojos de vidrio azul
y su hocico rojo y severo
elige con asombrosa precisión
los momentos en que salgo de la ducha
o estoy con mi amada en el sofá
y nos levantamos desnudos
por la mañanas.
No conozco su nombre
ni sus porqués
ni sus cómos.
Jamás la he visto junto a otro ser humano.
A veces la encuentro en el supermercado
cargando cajas de cerveza en su carrito
y pasa indiferente a mi lado
oliendo a viejo sudor
y whisky barato
como si yo fuera un fantasma.
EL PRÍNCIPE
Cuando cae la noche
con su niebla inhóspita
y los lobos aúllan
en las ciudades temerosas
aparece la trágica figura
del príncipe solitario
los fines de semana.
Arrastrando su ropaje blanco
y su patética figura arcaica
por las calles eléctricas
los bares, cafés y discos,
las juventudes bellas y eufóricas
se apartan de él con horror
porque hiede a larvas y muertes.
A historia virtual.
Y se va por los cementerios
murmurando incoherencias
preguntándose atormentado
acerca de la existencia
o la no existencia
con el sonriente cráneo amarillo
entre sus manos tan solas.
HANS CHRISTIAN EN LA OSCURIDAD
Qué extraño como se viene la primavera
rodando cual carnaval de flores
o como un circo
embrujado y encantado
jamás pintado por Chagall.
Se acuerda de los circos
Don Hans Christian
usted con sus siglos ya helados
aquí en su oscuridad?
Piensa aún en los payasos
que lo hacían reír
y sus gritos de alegría
y esperanza?
Sólo se acuerda del invierno
Don Hans
y de noches traidoras
como esta
su amante fiel
en las navidades silenciosas
cumpleaños vacíos.
Y de las risas de los niños
corriendo invisibles
por los pasillos estériles
de la casa de reposo.
EL ENCUENTRO
Por ahí
entre mis sueños estrafalarios
apareces tú
dulce como un hogar
cansada por tu viaje
desde los pies del planeta
hasta mi lecho norteño.
No alcanzo a tocarte
y ya te has ido
con tus maletas
y sonrisas y rosas
de regreso a tu cama sureña
y a tus propios sueños estrafalarios.
PÁGINA 29 – CUENTO
DELAY Y OTRAS BARBARIDADES
Por Jimmy Valdez (Ridgewood-NewYork/USA)
Si pudiese respirar sin el peso de saberme sitiado por las amenazas de un mundo complejo y en lo particular peligroso para lo frágil que es la vida, quizás reconciliaría lo que me resulta salomónico con la aprendida costumbre de ser parte, juez y verdugo en el fuero total de la fortuna.
“Yo no soy ajeno al prójimo, es la sombra que suele acompañar al que respira la que convierte al que a mi lado cruza en fauces hambrientas de mis libertades. Todo es intrínseco, me doy a percibir ensanchando el pecho, aventajando lo venidero, dejándome en la orilla con la ballesta a punto.
Me ahogo, deambulo, pregono lo cincelado dentro solo para mis instintos. Lástima de un cielo tan abierto, de lo fresco en la estación, de comprenderme en igualdad de condiciones, pero con lo avisado de saber que el que pasa junto a mí también enlista sus reacciones.
El contrario, el prójimo, intercepta el hilvanado semblante. Rebasa la iluminación perpetua de mis dientes, va y se despeja, se congratula, también ha salido ileso de necias consultas referentes al próximo tren.”
Cae la media noche, se desparrama en la ciudad. ¿Dónde fue a rodar la metamorfosis?
PÁGINA 30 - ENSAYO
PRIMER ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ESCRITORES
MANIFIESTO DE TARIJA, BOLIVIA
René Aguilera Fierro (Tarija/Bolivia) *
Los escritores reunidos en la ciudad de Tarija (Bolivia), con motivo del “Primer Encuentro Internacional de Escritores”, auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Tarija, en el marco de la “Unión Latinoamericana de Escritores”, consideran que las artes en todas sus manifestaciones son patrimonio de la humanidad y, por tanto, susceptibles de deterioro, abandono y degradación. Es de suma importancia que la protección y divulgación que se confía a las autoridades competentes de cada país, sean salvaguardadas con celo y responsabilidad. En tales circunstancias, manifestamos a la faz de la tierra nuestras inquietudes y preocupaciones, las que son expresadas en los siguientes puntos.
Protección al medio ambiente, entendido como la conservación de los recursos naturales: agua, suelo, aire y seres vivos útiles que habitan el planeta tierra.
Que siendo la cultura de carácter universal, libre y potestad de todos los pueblos, no reconocemos fronteras, razas, ideologías ni religiones para nuestras manifestaciones artísticas.
Que los pueblos se unen mediante el acto cultural, actitud que posibilita el acercamiento de los estados; los hermana a la altura de los sentimientos y, por la práctica, estamos convencidos que es posible conformar una Gran Patria Universal, con cada fracción de territorial llamado país; que albergue a todos los hombres y mujeres con mayor calidad de vida y bienestar en cada lugar donde quiera que viva.
Que mientras se logre la hermandad proclamada en la carta de las Naciones, sustentamos la libertad, la paz y el libre pensamiento como única forma de coexistencia pacífica entre los pueblos, puesto que si llegara a faltar alguno de ellos, se perdería el preciado don de la democracia.
Los escritores consideran que la democracia, pese a sus defectos, por ahora es el mejor sistema de convivencia de los seres humanos que permite su crecimiento integral, cualesquiera sea su raza, color de piel, creencia religiosa, política, condición social y desarrollo de una libre expresión corporal, oral y escrita; motivos por los que nadie puede ser perseguido o privado de sus derechos fundamentales y libre circulación.
Instamos a las naciones del mundo para que coadyuven a la expansión de la cultura de sus pueblos, mediante la apertura de sus fronteras y el paso libre y soberano de todos los elementos culturales. Asimismo, deben propiciar eventos artísticos, fomentar publicaciones, grabaciones, conferencias, exposiciones plásticas, etc. De tal manera que haya incentivo a sus creadores.
Solicitamos a los gobiernos de los países donde no se haya institucionalizado el Seguro Social del Escritor, se lo pueda hacer a fin de garantizar la salud y el bienestar del escritor. Asimismo, se pueda llegar a la jubilación remunerada del artista.
Que, el año 2005 los países reunidos en Barcelona – España, acordaron y aprobaron la Agenda 21, la misma que fue homologada por cada uno de los estados, en la que se comprometen destinar el 1% del Presupuesto General de cada nación al fomento de la cultura. Por tanto, se exige su fiel cumplimiento.
(Firmado): René Aguilera Fierro (Bolivia); Amado Pardo Vaca (Bolivia); María Cristina de la Concha (México); John A. Fatherley (USA); Juana Teresita Flores (Argentina); Héctor David Gatica (Argentina); Hilda Angélica García (Argentina); Miguel Ángel Rojas Novoa (Chile); Rodrigo A. Landaeta (Chile); Claudia Gómez (Chile); Francisco Gariboldi (Argentina); María E. Anadón (Argentina); Hugo H. Barbero (Argentina); Fabián A. Soberón (Argentina); Celina Garay (Argentina); Hugo Francisco Rivella (Argentina); Armando Sánchez (Bolivia);Carlos Sebastián Puebla (Bolivia); Juan José Montalvo (Bolivia); Carlos Mario Tapia Hoyos (Bolivia); Lucy G. de Castillo (Bolivia); Martha Daza (Bolivia)
* Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Tarija (Bolivia)
PÁGINA 31 – CUENTO
PRECIADA PUERTA
Por William Goyen (Trinity-Texas/USA)
Traducción: Esther Cross
Ediciones La Compañía, 2007
A Reginald Gibbons
–Hay alguien tirado en el campo –vino a decirnos mi hermanito.
Eran las ocho en punto de la mañana y hacía tanto calor que la hierba despedía humo y los saltamontes cantaban. Durante días, había corrido la voz de que llegaba un huracán. Desde ayer sentíamos sus indicios: una quietud en el aire seguida por la abrupta ondulación del viento; el cielo parecía más alto y se veía lavado.
–Debe ser un molinero borracho que duerme en el pasto o un vagabundo. Hasta puede ser tu tío Bud, quién sabe –me dijo mi padre–. Ve a ver qué es.
–Ven conmigo –le pedí–. Tengo miedo.
Encontramos a una pobre criatura golpeada que no respondía a los llamados de mi padre. Llevamos a la persona inconsciente a la galería trasera y la acostamos en el sillón.
–Me gustaría que no dejes que los chicos vean eso –dijo mi madre antes de replegarse en la oscuridad de la casa como en su caparazón.
–Quizás esté muriendo –dijo mi padre–. No podemos ponerlo de pie. Llama al médico, hijo. Después, trae un poco de agua caliente.
Mi padre intentó despertar al hombre con un fuerte "eh". Luego, bajó la voz en una suave invocación y le dijo: "Eh, amigo. Hola, hola...".
El amigo maltratado no se movió. Respiraba de manera pesada, casi mezquina. El agua caliente lavó apenas la sangre, que formaba algo así como una pasta en los labios y las mejillas. Después, un poco de agua fría bastó para echar hacia atrás su pelo oscuro. Entonces, cuando su rostro y su aspecto se hicieron nítidos para nosotros, vimos lo que habría sido una hermosa joven si hubiese sido una chica, pero era un hombre. Algo brillaba en el rostro dañado y supimos que habíamos traído a casa, desde el pastizal del molino, a una persona especial. Cuando mi padre le quitó la camisa manchada, vio algo y les dijo a los chicos (yo tenía doce y era el mayor) que salieran al patio. No me alejé mucho. Me escondí bajo el jazmín amarillo, contra el mosquitero, y oí.
"Amigo, puede que no lo logres", decía mi padre, "si el médico no se apura. Alguien te ha lastimado con un cuchillo." En otro momento, oí que mi padre preguntaba: "¿Quién te hizo esto? ¿Quién te cortó así?". Ningún sonido provenía del extraño. "¿Eh?", insistió mi padre con ternura. "¿Quién te lastimó así? ¿Eh? No puede oírme y no puede hablar. Bueno, intenta descansar hasta que llegue el médico", escuché decir a mi padre.
En ese momento, me sentí apenado por el desconocido que yacía en silencio, tan apenado que de pronto lloré bajo el jazmín amarillo.
El huracán que, decían, se acercaba a nosotros desde el extremo sur del Golfo seguía llegando. Podíamos olerlo. El viento rápido, seguido por la lluvia, se cernía sobre nosotros, se iba de golpe y retornaba. En ese momento, estaba cerca de nosotros y mi padre adivinó que iba a alcanzarnos. Las tormentas asustaban a mi padre, que no le temía a casi nada. Tenía miedo en nuestra vieja casa y siempre nos llevaba al sótano de la escuela.
–Mary, ve con los chicos a la escuela, rápido –dijo mi padre.
Corrí adentro de la casa.
–Me quedo con mi padre y con el hombre herido –anuncié.
Casi se arma una discusión, pero no había tiempo para eso y me di cuenta de que mi padre quería que me quedase.
La tormenta siguió acercándose y derribó la rama de un nogal, que quedó atravesada en el camino. La lluvia golpeó con violencia el costado de nuestra casa por unos minutos y luego se detuvo.
–Ahí viene –dijo mi padre–. No podemos quedarnos aquí, en esta galería cubierta. Asegura el mosquitero y recoge las cosas que están a la intemperie. Vamos a llevar al herido a la sala. ¿Cuál es tu nombre, amigo?
Vi que mi padre acercaba su oído a la boca del joven. Luego, lo alzó como si fuera un chico y lo llevó a la sala. Era una habitación fresca y sombría que solo se usaba en ocasiones especiales. Por lo visto, mi padre quería darle al herido lo mejor que tenía para ofrecer.
Arrastré las cosas hasta la galería y llevé un poco de leña a la sala.
–Pensé que podríamos encender la chimenea –anuncié.
–Está muy bien –dijo mi padre–. Sabes hacerlo, como te enseñé.
Vi que había hecho un camastro en el suelo con los almohadones del viejo sillón.
–Ayúdame a poner a nuestro amigo en el camastro –me pidió mi padre.
Levantamos a nuestro amigo. Al principio, me dio miedo tocarlo pero su cuerpo se sentía amigable en mis brazos inseguros, como si fuera algo mío. Lo sentía querido por mí. Mi padre debió haber sentido lo mismo porque su rostro parecía lleno de suavidad a la luz del fuego. El fuego marchaba bien y daba luz y calor. De pronto, hacía cobrar vida, en la pared, a los rostros de mi abuela y mi abuelo, que habían hecho fogatas en esa chimenea. Nos miraban desde sus marcos polvorientos. El hombre murmuró:
–Gracias.
–Dios te bendiga, amigo –dijo mi padre.
Palmeé la cabeza del hombre. El aire quedó cautivo en mi garganta. Él estaba con nosotros.
La tormenta seguía ahí, se nos venía encima. Nuestra casita empezó a temblar y a crujir. Aunque no dijimos nada, mi padre y yo teníamos miedo de que el doctor Browder no pudiera salir. Vimos el camino de tierra frente a la casa. Era una corriente fluida. Luego vimos, gracias a un relámpago, los árboles caídos sobre el camino, un poco más lejos, y supimos que el doctor nunca iba a llegar.
Mi padre y yo empezamos a curar al desconocido. Lavamos sus heridas. Mi padre rezó a la luz amarilla del fuego, en la casita endeble que mi abuelo había construido para su familia. Su techo y sus paredes habían sido un refugio seguro para varias generaciones, un amparo ante un mundo que a lo sumo se extendía hasta unos pocos pueblos cercanos. Mi padre rezaba con su mano de carpintero apoyada en la frente del hombre que sufría. Le daba la otra mano con amor y esperanza. Entonces escuché las palabras de mi padre:
–Está muerto.
De rodillas, elevamos una plegaria al Señor junto al camastro que ocupaba el muerto desconocido. Sobre nuestro rezo repicaban los rítmicos golpes del viento contra algo de metal que quizá fuera nuestra bañera. Mi padre dijo:
–Se parece a alguien.
En ese momento, supe que era así porque vi su frente –de algún modo, bendita–, vi sus labios pálidos y carnosos y su amargo pelo oscuro, tan familiar como el de un pariente. El viento repicaba contra la bañera.
El corazón me pesaba y me dolía. Sentí que mi rostro se inundaba, pero las lágrimas tardaban en llegar y, cuando llegaron, lloré en voz alta. Mi padre me sostuvo entre sus brazos y me meció como si tuviera tres años, como hacía cuando yo tenía tres. Lo oí llorar. Sentí, por primera vez, el amor que una persona puede tener por alguien a quien no conoció, por un extraño que de pronto se vuelve cercano. El amor exaltado que sentía por el extraño visitante colmaba la sala. Entonces, con un anhelo que no había experimentado hasta esa noche, hasta esa brava y tierna noche en nuestra sala, en ese pueblito escondido, deseé conocer algún día el amor de una persona sin importar cuán amarga pudiera ser su pérdida.
El huracán azotaba nuestra casa, nuestros árboles y tierras. Los relámpagos nos dejaban ver lo que la tormenta ya le había hecho al mundo.
–Este debe ser el peor que ha golpeado al país –dijo mi padre–. Que Dios sostenga el techo que protege nuestras cabezas y reciba el espíritu de este pobre hombre.
–Y que también proteja a mamá, a mi hermana y a Joe en el sótano de la escuela –agregué.
La inundación subió hasta la galería delantera. Nos sentamos solos, con el desconocido. Mi padre lo había lavado, le había quitado la ropa y lo había vestido con una camisa limpia y pantalones de trabajo. El ser muerto era una presencia en la sala. Esperamos.
El sol se extinguía. Se hundía en las aguas que cubrían el pueblo en esa tarde incierta. Miramos hacia afuera y vimos un mundo de cosas que pasaban flotando. Nosotros mismos nos sentíamos a flote. Entonces empezó a llover otra vez, justo desde la luz del sol, que se apagó. Se puso muy oscuro.
–Estamos perdidos –me dijo mi padre–. Todos seremos arrastrados por el agua.
–Dios, por favor, que pare la lluvia –recé.
El fuego había consumido nuestra reserva de leña y se deshacía con rapidez.
–Hijo, ve a buscar una vela a la habitación –pidió mi padre–. Vamos a ponerla al lado del cuerpo para que no quede en la oscuridad.
Cuando mi padre llamó "el cuerpo" al extraño, tuve, por primera vez, un sentimiento de pérdida y dolor. Nuestro amigo, a quien yo quería y lloraba como a alguien conocido, se había marchado. Solo quedaba "el cuerpo". Entonces comprendí la parte más dura de la muerte, el duelo en las tumbas, y lo que con tanta amargura se daba por vencido allí. Era el cuerpo.
Lo que interrumpió nuestra mañana fue una figura en la ventana. Una figura en harapos, con los pelos al viento, con ojos bravos, con cara de terror, que miraba a través de la cortina de agua.
–Hay alguien –le susurré a mi padre–, alguien en la tormenta, alguien que quiere entrar.
–Maldita sea. Ayúdanos, Señor –gritó mi padre, asustado como nunca lo había visto.
Luchamos con la puerta delantera. Cuando abrimos el cerrojo, una ráfaga la lanzó contra nosotros y nos tiró al suelo. Fue como si lanzara a la figura, como si la empujara de un soplido.
Vimos que era un hombre joven con ropa andrajosa y barba espesa. Entre los tres, logramos cerrar la puerta. La afirmamos con un pesado perchero de roble inmemorial que estaba en la entrada, en el mismo lugar en que había estado siempre. De pronto, tenía vida.
–Es la peor tormenta que he visto en mi vida –le dijo mi padre al hombre.
El hombre asintió y pudimos ver que era joven. Fuimos a la sala, atraídos por la luz de la vela y del fuego. Vio al hombre en el camastro y se abalanzó sobre él. Cayó de rodillas, lloró y derramó lágrimas sobre el hombre muerto. Mi padre y yo esperamos, con la cabeza gacha, unidos en la confusión, ante el sonido ardiente del fuego y el suave llanto del joven. Finalmente, mi padre dijo:
–Estaba tirado en el campo. Tratamos de ayudarlo.
El hombre permaneció de rodillas junto a la figura que estaba en el camastro. Lloraba y murmuraba:
–Chico, chico, chico, chico...
Mi padre se acercó al hombre, que estaba de rodillas, y le puso una manta sobre los hombros. Dijo con suavidad:
–Voy a traer un poco de café caliente, amigo.
A solas con los dos hombres, con el muerto y el vivo, sentía miedo, pero estaba lleno de piedad. Escuché que el hombre hablaba suavemente, en un lenguaje entrecortado que yo no podía entender –porque quizás estaba demasiado sofocado por el asombro–. Entonces, oí que decía, con claridad:
–Pon tu cabeza en mi pecho, chico. Aquí. Bien, bien, chico. Ahora está bien. Ahora estás bien. Tu cabeza está en mi pecho, bien, bien.
Mi padre entró con el café y lo dejó en el suelo, al lado del deudo.
–Ahora, siéntese –le dijo– y entre en calor.
El hombre se sentó y se echó la manta sobre los hombros. Mi padre le preguntó su nombre.
–Ben –dijo–. Él y yo somos hermanos. Yo lo crié.
No quiso tomar el café. Bajó la vista hacia la figura de su hermano y dijo:
–Estábamos en un furgón, regresábamos de Memphis. Íbamos al puerto de Houston. Teníamos un plan.
Entonces, gritó suavemente:
–No quería lastimarlo, juro por Dios que no quería lastimarlo.
Se llevó la cabeza de su hermano al pecho y lo acunó. Mi padre y yo estábamos sentados sobre los resortes fríos del sofá cuyos almohadones eran el camastro del muerto. Yo podía sentir el amparo del brazo de mi padre, que apretaba mi cabeza contra su pecho. Sentí un amor perpetuo hacia él, hacia mi padre. Sin embargo, en mi cabeza resonaban las palabras de Ben: "Teníamos un plan". Mi sangre se aceleró, colmada de esperanza, de la esperanza de poseer el valor de ser tierno como ese hombre, si es que tendría la suerte de que alguien aceptara mi ternura; de la esperanza de compartir un plan con alguien. Supe que buscaría eso en mi vida. Quién iba a detenerme o a decirme que nunca tendría esa ternura inefable que sentía crecer en mi pecho mientras la sangre corría en mi interior. Era el regalo de Ben para su hermano y para mí. Sentí que esa pasión me había estado cegando y que había recuperado la vista. Vi que Ben alzaba del camastro el cuerpo de su hermano.
–Gracias por atenderlo –nos dijo, solemne, y se dio vuelta para irse–. Ahora, mi hermano y yo vamos a irnos.
–Si salen, van a ahogarse –dijo mi padre–. Espere hasta que pase la inundación, por amor de Dios.
Mi padre se paró frente a Ben para detenerlo, pero Ben dijo, con un dejo de oscuridad en la voz:
–Fuera de mi camino, amigo.
Ben se iba. Sostenía el cuerpo contra su pecho. Mi padre y yo nos quedamos quietos mientras nuestros visitantes, que habían venido de la inundación, regresaban a ella por la puerta tapiada.
–Hasta luego, hasta luego –susurré.
–Que Dios los acompañe y me perdone por dejar ir a un hombre que mató a su hermano –dijo mi padre casi para sí.
Vimos, a través de la ventana, a los hermanos que se iban en medio del agua bajo la luz menguante del día. Ben llevaba en sus brazos el cuerpo de su hermano y oprimía su cabeza contra su pecho.
–No van a lograrlo –dijo mi padre.
–¿Adónde van?
–Están en manos de Dios –respondió mi padre–. Aunque Ben sea un asesino, creí que estaba perdonado porque regresó y se disculpó. El amor de Dios obra por medio de la reconciliación.
–Padre –pregunté–, ¿qué es reconciliación?
–Volver a unirse en paz –respondió mi padre–. Aunque entre estos dos hermanos hubo padecimiento, se han reunido otra vez en paz.
Los dos hombres de la "reconciliación", que se habían reunido en paz otra vez, desaparecieron en medio de la lluvia gris, entre las aguas crecidas. Mis ojos se aferraron a ellos hasta que dejé de verlos. Quería rescatar a esos hermanos, a esos enemigos que se querían, de la llovizna en que se disolvían.
Los días que siguieron a la lluvia fueron peores que la lluvia. El río se hinchó y cubrió granjas y caminos y mucha gente se sentó sobre los techos de sus casas. Aunque el agua que nos rodeaba fue a dar a las tierras bajas (estábamos en un alto), mi padre y yo quedamos abandonados. El sol traía un calor nuevo. El mundo estaba empapado y había un olor a cosas mojadas y cosas podridas. Había víboras, ranas toro que gemían, pavos reales que gritaban en los árboles y rojos cangrejos de río que saltaban en el barro.
En nuestra casa aislada y remota, en la extrañeza de esos días, lloré muchas veces por Ben y por su hermano. Había nacido en mí un sentimiento oscuro que comenzaba a despejarse de a poco. Un hombre en bote se detuvo para contarnos los prodigios de la tormenta. Nos dijo que había algodón de enebro tirado sobre una vasta superficie de agua, como si se tratase de flores blancas; que mil leños del aserradero se habían perdido; que el campanario de una iglesia había sido arrastrado con campana y todo y que no solo se mantenía milagrosamente a flote sino que, además, seguía sonando como si fuese una boya, cerca del puente de Trinity.
Durante un tiempo, en distintos pueblos reportaron que habían visto una puerta que flotaba con los cuerpos de dos hombres por el ancho río. En un pueblo, la gente dijo que, al pasar por allí, la balsa se había arremolinado en la corriente, como poseída por un demonio, pero, que aunque los hombres seguían encima de ella, se creía que estaban muertos. Cerca de la boca del río, donde el agua fluye hacia el Golfo, dijeron que la puerta montaba las crestas de unos rápidos con tal serenidad que era fácil ver a los dos hombres –uno, vivo y feroz, sostenía al otro, muerto–. Después de eso, esperé otros reportes, pero no hubo más noticias sobre la preciada puerta.
PÁGINA 32 – ENSAYO
DEL OSCURANTISMO MEDIÁTICO
Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)
“Por más indescriptible que sea el holocausto, hay una poesía que puede describirlo” afirma J. M. Coetzee, en referencia al poema “Fuga de muerte” de Paul Celan, el cual fue escrito entre 1944 y 1945 como denuncia a los campos de exterminio nazi. El desafío es grande. La apuesta poética ante temas tan difíciles de escribir por terribles y desgarradores, es muy compleja ya que une posiciones ético-políticas, a veces plurales y difíciles de definir, con visiones estético-poéticas particulares, por lo regular contradictorias, lo que vuelve paradójico el panorama. He allí el reto: escribir sobre, dentro y desde el horror con un gran ethos y una excelente calidad poética, profundizando en los niveles tanto individuales y colectivos como simbólicos.
Dicho reto se hace más patético en un sistema que gerencia el totalitarismo mediático, provocando holocaustos, ya no sólo como exterminios corporales y raciales sino mentales y simbólicos, convirtiendo en show todas sus formas de autoritarismo. Tal es la esencia del fascismo decía Walter Benjamin: la pantallización, el hechizo y el teatro, junto a la liquidación de las distancias entre política y medios, es decir, la estetización de la política. Las actuales simuladas democracias utilizan dichos procedimientos. Ello ha desembocado en lo que Giovanni Sartori llama la videopolítica, un estupendo y fructífero matrimonio entre política y mass medias, cuyas consecuencias son preocupantes: asumir la democracia como objeto de consumo y desecho; crear una opinión pública dependiente, desinformada y engañada; volver invisible las justas protestas y peticiones de la sociedad civil; promover el desinterés hacia los asuntos públicos y la despolitización en masa, todo ello cantando al unísono con la manipulación y malintención de las encuestas y sondeos de opinión, cuyas preguntas condicionan de una vez las respuestas, produciendo estadísticas falseadas.
Tal es nuestro holocausto mediático; tal la catástrofe ética y moral que el cinismo autoritario produce. “Como resultado del advenimiento de la videopolítica, nos dice Sartori, la opinión pública se ha empobrecido subyugada desde el interior. Para ser digna de su nombre, la opinión pública debe ser espontánea, creada desde el interior (…). Tenemos más y más opiniones que se encuentran en el público pero que no son creadas por este; la mejor evidencia se encuentra en la democracia por sondeo (…). En realidad hay muy poca opinión hecha por el público”. Un gobierno que se sostiene a punta de amañados sondeos está construyendo “una forma irresponsable de gobernar” afirma Sartori.
Si algo queda claro cuando observamos el matrimonio política-medios es que se nos ha introducido a un neo-oscurantismo retardatario, el cual se ejerce en nombre de la libertad de expresión. Dicho neo-oscurantismo, eufórico, moralista, sensiblero e inmediatista, se caracteriza por un mediocre perfil intelectual y conceptual. De por sí aplaude y promueve la emocionalidad irreflexiva, el sensacionalismo estridente, una vocación por la escenografía desmedida, el espectáculo de la euforia en línea, pero con una burda doble moral la cual condena, en sus tribunales de inquisición mediática, todo hecho que ponga en peligro la tradición conservadora y sus costumbres. Como tal, la videopolítica asume y asimila las simbologías del deporte extremo: una agresividad del “sin límites” contra el opositor; un comprobar su energía doctrinaria y sectaria en la competencia por el poder hasta posicionar un individualismo inmediatista, excitado al máximo. Esto está creando grandes masas de adictos a la emotividad agresiva, violenta y fanática. Con ello se tiende al aplauso de todo lo despótico y autoritario. Nada más próximo a una reacción en cadena hacia lo que signifique ruptura, confrontación, cambio de status. El neo-oscurantismo asegura así una larga vida gracias a las siniestras nupcias entre medios, política y estetización.
¿Cómo describir artísticamente esta forma de holocausto y de mortandad mental? ¿Cómo lograr establecer en medio de este mordaz autoritarismo tecno-oscurantista y servil, la autonomía, la lucidez y la libertad de opinión crítica? Recordemos las palabras de Octavio Paz: “la índole de nuestra sociedad es tal que el creador está condenado a la heterodoxia y a la oposición. El artista lúcido no esquiva ese riesgo moral”.
Esto plantea los desafíos ético-estéticos de los artistas al cifrar y descifrar las circunstancias de este nuevo holocausto terrible y paradójico. Frente a ello ¿qué nos queda? ¿La negación o la afirmación? ¿El escepticismo o un eufórico entusiasmo? ¿El desconsuelo o la salvación? Queda la posibilidad de que el arte crítico sea una apuesta constructiva en medio de la empresa destructora en masa de la videopolítica retardataria. El arte se muestra, de este modo, como el anverso del neo-oscurantismo al reivindicar su autonomía y un fuerte principio de confrontación. Sin embargo, las dudas sobre las posibilidades reales que tiene el arte de causar efectos en el campo de la vida lo despoja de su fuerza de renovación formal y funcional. Los medios, al relajar la verdadera esencia del arte, buscan que éste mantenga una posición de consenso, aceptación y armonía con lo existente, cuando en realidad su naturaleza se encuentra en el disenso, la controversia y el debate. Por lo mismo, la videopolítica y el neo-oscurantismo mediático han logrado, en palabras de Mario Perinola, convertir “al público en una especie de tabula rasa extremadamente sensible y receptiva, pero incapaz de retener lo que se escribe en ella más allá del momento de la recepción y de la transmisión”. Sin embargo, recordando a J. M. Coetzee, por más indescriptible que se presenten el neo-oscurantismo y el holocausto simbólico-mental, habrá siempre un arte y una poesía de resistencia que lo desenmascare, describa y desafíe.
CONTRATAPA
ARTISTAS PLÁSTICOS:
Pinturas de Ana Arias Saavedra (Galicia/España)
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