GACETA LITERARIA Nº 33 – Septiembre de 2009 – Año III – Nº 9
Imágenes: Julio Romero de Torres (Córdoba/España - 1874/1930)
Música: Seleccionar al pie de la revista
PÁGINA EDITORIAL
A los cronopios de la acción poética interamericana
Por Julio Cortázar (Bruselas/Bélgica, 1914 - París/Francia 1984)
En febrero de 1964 un grupo de escritores latinoamericanos se reunió en Ciudad de México para celebrar una reunión "cronopia". Julio Cortázar no pudo asistir pero envió la siguiente contribución, que será incluida en la edición corregida y aumentada de la correspondencia que prepara la editorial Alfaguara.
Nada puede parecerme más ominoso que una reunión de cronopios poetas y artistas. La sola y siniestra idea es comparable a la mañana en que los campesinos de Bustedville, Nevada, vieron llegar a un caballo sin jinete, con un mensaje atado a un estribo: las langostas habían aprendido a pensar y avanzaban estratégicamente, comiéndose a los hombres en vez de las plantas de maíz. Pero también, mensaje por mensaje, acordémonos de la botella vomitada por el mar en las playas de Dubrovnik en agosto de 1865, con su inscripción bordada en un guante de mujer: "Estoy tan solo, tan lejos, tan alto".
Dados esos antecedentes, toda aglomeración de cronopios me parece digna de sospecha. ¡Cuidado con los poetas que muerden! ¡Cuidado con los artistas que transforman! Ya se han visto sus intenciones en el volante teñido de rosa ingenuo que han distribuido profusamente y donde anuncian: "Cerrojos caídos y puertas abiertas". ¡Cerrojos caídos y puertas abiertas! ¿Pero qué va a ser de nosotros, doctor Gómez? ¡Ay, vaya uno a saber, señora Rodríguez!
En vista de todo lo cual, mi indignada aportación a este nefasto primer encuentro de la Acción Poética Interamericana es la siguiente: Cronopios de la tierra americana, muestren sin vacilar la hilacha. Abran las puertas como las abren los elefantes distraídos, ahoguen en ríos de carcajadas toda tentativa de discurso académico, de estatuto con artículos de I a XXX, de organización pacificadora. Háganse odiar minuciosamente por los cerrajeros, echen toneladas de azúcar en las salinas del llanto y estropeen todas las azucareras de la complacencia con el puñadito subrepticio de la sal parricida.
El mundo será de los cronopios o no será, aunque me cueste decirlo porque nada me parece más desagradable que saludarlos hoy cuando en realidad me resultan profundamente sospechosos, corrosivos y agitados. Por todo lo cual aquí va un gran abrazo, como le dijo el pulpo a su inminente almuerzo.
París, 1964
La Nación. 15 de agosto de 2009
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Adriana Vecarich (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Lástima
Sentir:
Lástima al niño que perdió a su madre
Lástima al adulto que está enfermo
Lastima al que va a la guerra
Lastima del mutilado
Lastima al deforme
Lástima al torpe
Lástima al tonto
Lástima al loco
Lastima, lastima, lastima, dolor
Lástima al cojo
Lástima al ciego
Lástima al pobre
Lástima al hombre
Lástima por ti
Si por ti.
Tu eres también un hombre
Por quien llorar
Por quien amar
Por quien vivir
Por quien morir.
Por quién sentir
Lástima, lástima que lastima
La vida
La vida es como un río,
que tiene su recorrido,
algunas veces corre
como un caballo a todo galope
y tan despacio
que siente el golpe
de las desdichas y penas
que la fortuna desentierra.
Las piedras en el fondo se ven .
Y otras suenan en el vaivén.
Como un barco que navega
contra la corriente.
Siempre como un navegante
hacia lo desconocido.
Y en ese viaje oscurecido
por la maldad maloliente
sufrió mi corazón
el peso sin razón
de la crueldad humana.
¡Oh vida corta!
Es sueño por la pasajera.
Es desvarío por lo incierta.
Pero me pongo a pensar
que tal vez el hacer
me brinde un poco de esperanza.
Creer y amar a Dios
y a los demás comprender.
Será tan bueno como el aprender
a vivir sin atender el desden,
a los malos recuerdos dejar atrás,
Y caminos de paz crear,
de solidaridad, amor y amistad.
Una caja
Un archivo es una caja
Arch significa que es
algo antiguo o antigua
Hay muchas cajas .
la heladera de tu casa
donde guardas la comida
que tu preparas a las corridas .
Tu ropero es una caja
donde tu pones todas tus alhajas
tu ropa bien arreglada .
Y que bien estas equipada
en invierno el tapado,
en verano una camisa
que te pones a toda prisa.
Y en esa caja cómoda
que es tu cama toda
descansa tu cuerpo
después de un tiempo.
de trabajo o solo pasas el tiempo
Otra caja , que es importante
el colectivo en cuantas mañanas
vas a tu trabajo muy campante.
es algo que te resulta impactante.
En estas calles solamente
Encuentras autos que
son cajas realmente
suficientes e interesantes
llevan a toda prisa a gentes
que quiere correr y sentir
la velocidad impactante
de este mundo emocionante.
Cuando llega tu fin
Te colocan en una caja
que es un cofre, por fin
has llegado hasta el cielo.
Y en ese desvelo
Dios te guardara en el cielo.
Si has evitado lo malo.
esa será la última caja.
La que será tu casa
Si esta encaja.
Zaid Ena (Elortondo-Santa Fe/Argentina)
¡Ya no importa!
Inclúyeme en tu lista de conquistas
y ufánate ante el mundo que te he amado,
dile a todos que no sufres por mis cuitas
ni te importa que mi amor se haya alejado.
Grita alto que fui ingrata con tu vida,
que te herí, que te mentí, que me he burlado
que el camino recorrido fue sólo el de ida,
y que nunca valoré que me has amado.
Dilo fuerte, que todos compadezcan
a ese pobre mortal que fue burlado,
y así nadie te descubre ni te marca
¡de que fuiste sólo vos quien me ha dejado!
Si yo callo
Si yo callo, tú no hables,
callo solamente para escucharte mejor,
para entender, desde mi silencio,
los sonidos de tu corazón
y el perfume de tu alma.
Si yo callo, sólo mírame,
podrás entender desde tu mutismo,
la profundidad de mi amor
y la ternura de mis manos
cuando recorren tu cuerpo.
Si yo callo, sólo ámame,
préstame tu hombro, regálame tus brazos,
entrégame tu boca, sométeme a tus ansias,
¡proyéctame en tu sombra!
¡Porque si yo callo, mi cuerpo entero
gritará tu nombre, acariciará tus formas,
beberá en tus ojos, y estallará ambicioso
en esta necesidad imperiosa de tenerte!
¿Te espero?
Esta necesidad de vos
no tiene límites,
escapa a las fronteras
de la nada
recorre con su magia
mis instintos
y me vuelve feroz…
o inmaculada.
Me llena de blasfemias
y plegarias
de rezos entre lágrimas
y gritos,
de insultos, ¡que ni sé
por qué los digo!,
de ternuras, ¡que no sé
dónde se escapan!
Tu amor está tatuado
entre mis manos,
imposible es pensar
que no está vivo,
pues se mueve al danzar
entre mis dedos
cual preludio de música
sagrada.
¿Y tu amor dónde está?
¿En qué camino
se quedó observando
el panorama?
olvidando a esta ilusa
desmedida
¡que aún espera que regreses
un mañana!
La soledad
La soledad embarga
mi lecho,
huérfano de caricias
y palabras,
vacío de rumores
y sonidos,
poblado de tristezas
y miradas.
¡Cuántas noches
entre sueños
mi mano ansiosa
busca tu cintura
para unirme a ella
suavemente
y poderme dormir
acompañada.
¡Pero todo es inútil!
¡nunca hay nada!
nunca estás,
nunca llegas,
y te siento
durmiendo en
otra cama
¡junto a alguien
que por ley
está avalada!
Elsa Tébere (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Al conectarme con Dios
Soy el ave que arrulla la mañana
con sus trinos que salpican los silencios
y evade los barrotes de esa jaula
para internarse en el azul del cielo.
Soy el nudo de esa cinta, desatado,
por la simple constancia de mis dedos
que buscan crear en un poema
la voz impredecible del misterio.
Y esa música que mece los latidos
del corazón que parecía muerto
para darle compases melodiosos
y transformar en jardines los desiertos.
Soy la lluvia que besa los trigales
y el rocío que duerme entre los pétalos;
la miel que endulza los panales
y el aire que sostiene cada vuelo.
Soy el color triunfal del arco iris
que se eleva sobre la tormenta
y la palabra tierna que consigue
diluir a la otra que es afrenta.
Soy un beso, una mirada y un suspiro,
la lágrima, el dolor y la tristeza;
soy la mano que a la tuya ha sostenido
y apartado la piedra en que tropiezas.
Soy sin embargo una frágil criatura,
sólo una chispa de ese ser Divino
que ansía deleitarse con la obra
que el Creador ha puesto en su camino.
Colorido
Voy a pintar mi casa, la de los sueños,
aquellos inconclusos y recurrentes,
la del tibio suspiro que riega estrellas
y la de esos abrazos incandescentes.
Voy a guardar la llave de aquel olvido
que me vistió de lágrimas una mañana,
pondré colores tiernos a mis latidos
y cubriré de rosas mi blanda cama.
Voy a pintar la muralla de lo imposible,
con la mágica gama de mis deseos
haré que ella se cubra de lo invisible
para así traspasarla en este enero.
Traeré azucenas rojas para mi mesa
blanca por la alborada que se aproxima
y colgaré en la puerta de mi morada
el penetrante aroma de las glicinas.
El fucsia será dueño de mis altares
en donde Dios sirve con alegría
para mi boca todos esos manjares
que en un regio regalo me da la vida.
Y si de algo acaso yo me olvidare
celestes nomeolvides en las paredes
cubrirán las nostalgias y los pesares.
E invitaré feliz a mi blanca mesa
a todos esos niños desposeídos
para que pongan cantos a sus tristezas
y tomen de mi alma su colorido.
-Todos estos deseos los pongo en manos
del majestuoso creador del universo,
sin su auxilio mi canto sería vano
y no habría matices para mis versos.-
Disección de la palabra
Tomo a la palabra desde la punta de su lengua
y la hago girar por la nostalgia.
La engancho con mis pestañas por el medio
y la doblo por la mitad. La palabra cruje.
Vienen tumultuosas palabras a defender la idea
de un circuito luminoso hecho de letras dispersas.
Asisten a la construcción de un pensamiento.
Protestan ante el desgaste del movimiento neuronal.
Recriminan la aridez de esa expresión inconclusa.
Sacan a relucir la intimidad
en signos gráficos desnudos de amor.
Las hago reverberar en el espejo de mi alma.
Las empujo hasta el abismo del secreto
y las bamboleo en el carrusel de la infancia.
Una de ellas, me mira
desde el ángulo más agudo de la blancura.
Exhausta. Tiene los pies heridos
en ese deambular por el teclado.
Está pálida, temerosa de ser imagen
ahora que mi pulso le da el trazo.
La llevaré conmigo hasta el espacio del silencio.
La besaré tiernamente.
Tal vez se acurruque en mi almohada
hasta que despierte mañana ante tus ojos.
Cada vez
Otra vez llueve en la metáfora del tiempo
con gotas hechas de cruces transparentes
que se diluyen en mi boca.
Olor a tierra mojada en la tarde del diluvio.
Un paraguas cubriendo el precipitar
de las lágrimas,
de vez en cuando el croar de la melancolía
se aposenta sobre mis suspiros.
Los ojos tienen ansias de esa lluvia,
la que lava el alma,
la que viene del brazo de la infancia
con aroma a buñuelos y sonrisas.
Cada vez que se desploma el cielo
los pájaros se acurrucan en mi pecho.
PÁGINA 3 – CUENTO
Dos
Por Arturo Lomello (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Tuve la clara sensación de que alguien nos observaba desde la vereda de enfrente. Y al mirar hacia allí divisé una silueta, junto a un paraíso. Aunque no pude precisar los rasgos de su rostro, advertí que nos contemplaba con atención. Su ropa y su actitud no eran las de un combatiente. Vestía una camisa clara y un pantalón oscuro y parecía que nos hubiera estado esperando.
Tía Florida perdió su pachorra al notar la presencia del desconocido. Temblando por la impaciencia se aferró a mi brazo y murmuró:
Es El... es El..
Ernesto y yo intercambiamos una mirada saturada de interrogantes.
Insensiblemente nos habíamos detenido y ahora manteníamos un silencioso diálogo con el desconocido que, inmóvil, continuaba contemplándonos. Su cabeza resplandecía a la luz de la luna. Era algo alargada y los cabellos parecían oscuros y caían hacia la nuca. Nada fuera de lo común advertí en su apariencia. Era alto, pero no demasiado. Su cuerpo, aunque proporcionado y viril, no tenía nada de agresivo. Lo excepcional era la atmósfera que creaba su presencia silenciosa, la fijeza conque nos observaba, la energía de su mirada que más que percibir adivinábamos.
Tuve miedo de mi propia voz cuando grité:
-¿Le ocurre algo?.
La figura mantuvo su inmovilidad pétrea. Solamente un leve eco en las calles solitarias me respondió. Regresaba la atmósfera que había invadido los ámbitos en nuestra experiencia reciente frente al chalé; similar a la que transmite el tiempo detenido de una obra artística, recreándose a sí mismo, sin decaimientos ni vacíos. Tal vez, el desconocido nos respondía con su silencio. Con una creciente desesperación, comprendí que el encanto se esfumaría pronto , l levándose el desconocido la terrible ambigüedad de su presencia. Crucé la calle hacia la figura, venciendo el pánico. Quería convencerme de una vez por todas de que era Cristo. Con su regreso el horror que vivía el mundo se disiparía como la noche cuando aparece el sol.´
A medida que avanzaba hacia la otra vereda, sentía que mis pasos se hacían más lentos, como momentos antes frente al chalé, como si mis pies se posaran siempre en el mismo lugar. Mi desconcierto crecía y tremendas y confusas preguntas se atropellaban en mi mente, a punto de desbordar en gritos. Eran los interrogantes de un amor tan inabarcable como el propio universo, como el propio aliento que me hacía estar allí, existir, y amenazaban con oscurecer mi razón.
Cuanto más me acercaba, más sentía que nuestro desamparo era el de esa figura inmóvil, que la distancia del silencio y de la muerte eran su distancia y su muerte, mientras no creyéramos que era verdad su presencia. Y entonces un grito incoercible brotó de mi boca:
-¡Espéranos!
Yo estaba ya tan próximo al desconocido como para percibir que sonreía e iniciaba una suave marcha, alejándose. Parecía insinuar un movimiento de danza, al ritmo de una música inaudible.
-¡No te vayas!- gritó tía.
Sentí rabia, furor; la ambigüedad nacía nuevamente. Si el desconocido se iba nunca sabríamos lo que estaba ocurriendo. Otra vez el silencio, la soledad, la muerte.
La figura se alejaba con movimientos leves, denotando cierta alegría, como la de un bailarín que goza de su cuerpo. parecía querer transmitirnos el fervor ligero, el júbilo del ritmo contenido en todo lo que existe: en el vuelo de los pájaros, en el ondular de la hierba, en el caminar garboso de una adolescente, en el trazo de una rama, en la brisa buscando aquietarse en los árboles.
Si El se iba, retornarían las enloquecedoras contradicciones de la realidad. Estuve a punto de maldecir al desconocido, como si el fuera el depositario de nuestro desamparo, el de todos los hombres, navegando siempre en la oscuridad, sujetos a la ceguera del azar, a la locura de las pasiones, a la confusión de lo fantasmal, fantasmas nosotros mismos. ¿Para qué había aparecido? ¿Para burlarse de nosotros? ¿O simplemente se trataba de una alucinación?
Desesperadamente, intenté perseguir al desconocido, pero mis pies se movían sin avanzar.
-No huya; debe decirnos quién es y qué busca- le grité.
(Antes lo había tuteado y ahora, al sentirlo inalcanzable, lo trataba de usted)
Pero el desconocido no se fue. Intensificó la danza que había iniciado, al tiempo que me parecía, ahora sí, oír una música estremecedora , surgiendo del mismo espacio que nos rodeaba. Giró en sentido contrario y empezó a aproximarse a nosotros. Su fervorosa danzar no era la de un artista en el escenario, era el baile festivo, entre salvaje y espiritual contenido en las entrañas de la realidad, al que El extraía para descubrirnos la belleza de todas las cosas. Entonces sentí que los árboles también danzaban y con ellos toda la materia del contorno, como en un cuadro de Van Gogh.
La danza del desconocido me había absorbido tanto que me costó recordar a tía Florida y Ernesto. Allí estaban, tan absortos como yo., rebosando de satisfacción ella, agobiado Ernesto por el misterio. Los interrogantes, la matanza, el clima a siniestro habían sido transformados en belleza, liberados por los saltos y dibujos del danzarín, plasmados en el aire. Y aunque la luna continuaba allá en el cielo también había descendido para adherirse como una estela a las piernas vertiginosas. Nosotros tampoco éramos ya los hombres encadenados a razones mezquinas, al cálculo, al tiempo. El danzarín nos hablaba sin palabras en un maravilloso lenguaje. Más que conocer su identidad y obtener una explicación de El, lo que importaba era su presencia, que lo contempláramos en su plenitud, en esa locura que nada ni nadie podía resistir.
Y nosotros no resistimos mucho. Rota toda inhibición y tomados de la mano con tía y Ernesto nos incorporamos a la danza al son de la música que brotaba del aire, de la luz de la luna, de las sombras del interior de las casas. el frenesí fue en crecimiento y ni siquiera nos detuvimos cuando otras personas se incorporaron a la fiesta. Después recordé, sobrecogido, que entre ellas había creído advertir a José, nuestro hermano asesinado por los combatientes. El mundo, transfigurado por la presencia del desconocido, había suprimido los límites entre la vida y la muerte, la alegría y el dolor, la luz y la sombra.
Por fin, muertos de cansancio, caímos en un profundo sueño, como en la culminación de una borrachera de éxtasis.
PÁGINA 4 – ENSAYO
Las grutas de Sara
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Siempre es mágico y misterioso esto de entrar a la tierra, de penetrar por los recovecos donde se refugiaron los hombres de la prehistoria, esos lugares de temperatura constante como la cava donde se almacenan los vinos para transmutar en exquisito y viejo lo joven y destemplado.
Claro que nuestros antepasados no habitaban más que en la sala de recibimiento, donde la luz aún proporciona un contacto con el exterior y donde aún se cuelgan los murciélagos. Apenas la antesala, el inicio.
Pasarelas y escaleras nos permiten llegar más adentro, recorrer pasadizos que eran para los osos de las cavernas, animales de tres metros de estatura si se les daba por poner su altura sobre las patas traseras. Osos que ya no hay. Y un océano sumergido, las conchas marinas y los fósiles tubulares tapizando la pared más recóndita, adonde uno no sospecharía, jamás sospecharía que hubo mar.
Las placas que se chocaron allá lejos en un tiempo inimaginable soldaron la Europa con la Iberia (aún desunidas esas placas, como lo dijo Saramago cuando imaginó el camino inverso, la península bogando de nuevo a la deriva, lejos de esa Europa a la que está adosada imperfectamente).
Conchas marinas y animalejos de las profundidades, en las profundidades ahora, a cuarenta metros de la superficie colina arriba.
Y la caverna formada por el agua. Corroída la roca, infiltrada, vaciada hacia abajo hacia abajo en galerías superpuestas, caprichosas, chorreadas de cristal ferruginoso. Unas cavernas vivas, sonoras, gotas sobre lagos serenos, gotas límpidas sobre mi cabeza, humedad de los muros. Tan rápido cae este agua que no da tiempo para las fantasmagorías de estalactitas y estalagmitas. Nada de columnas; paredes chorreadas, sí, urgente el agua para esculpir y dar forma a la imaginación de la piedra.
Nos hablan de los pueblos originarios, de la cultura que se creó entre estas montañas, nos hablan de los mitos de este pueblo que pobló los Pirineos. Y fue ayer. Fue hace unos segundos.
Entre la piedra moldeada por el agua y los restos de un mar que ya no está, la historia humana toma su dimensión de fugacidad insoslayable.
¿Están en Francia las cuevas? ¿Se hallan dentro de la Euskalerría? ¿A quién pertenece la piedra, el agua incesante, los fósiles inmóviles?
Miro, escucho la lluvia interior, la lluvia que cae en mi pecho, dentro de la cueva que es cada corazón humano. Trabajado, él también, por las aguas del tiempo sobre los fósiles de la memoria.
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Anahí Duzevichbezoz (Cañada de Gómez-Santa Fe/Argentina)
Mirando la noche estrellada de Vincent van Gogh
Hay en la noche un efecto misterioso
una luna borgiana ( amarilla)
un azul gastado de lucidez y locura
y un maravilloso salpicar de estrellas.
Los sueños pueden penetrar el universo
vagar concientes un instante pleno,
y en madeja tenue e infinita,
con los ojos abiertos, inspirar un verso.
Antes que la noche me quite sus estrellas
quiero caminar por mil senderos pincelados
abierta al mundo del misterio.
Sentir que existo,
que arribo de otros tiempos,
que perpetuaré mi luz en otras vidas
hasta hoy desconocidas.
Hay en la noche
un espejo de locura
que penetra el universo,
una luna borgiana
y un maravilloso salpicar de estrellas.
Diego Ferrero (Rafaela-Santa Fe/Argentina)
curiosa manía la del hombre
planificar sus actos a perpetuidad
sabiéndose mortal
como una insolente porfía frente al misterio
curiosa manía la del hombre
escribir afanosamente
sabiendo que existe el silencio
o0o*ooo
osario de perros callejeros
ladrando inadvertidos
regreso entre colores fallados
el último naipe se quedó sin manga
suburbio donde salpican goteras
gruñidos de niños de hombres
espesura torpe de caparazón
arrancó el cielo de una sinceridad
y no dijo otra cosa
mala suerte de principiante
sonajero dislocado y afónico
carne apagándose sin terminar
ooo*ooo
paredes sin dormir
quemados quedamos frente a la franqueza
la misma penitente película aburrida
el cuerpo del delito ofreciendo café
ni llueve ni hay clima de luna
todo está agachado
mierda de fin de semana
apaleado por los rincones
ritos de la derrota
control remoto para las ganas de matar
ooo*ooo
amanezco de espaldas a la broma
no hay rouge en los labios del despertador
ni colillas de caricias
ni cine
ni amigos
ni silencio
ni cortinas suficientes
apenas una sobredosis de café
apuro por llegar sin motivos
vida de la que no podemos curarnos
destinos que el destino amontonó
y para los afortunados
algo de sexo en la memoria
personificando la fábula del amor
ooo*ooo
extrañando de a ratos
vacaciones fatales
y el portazo fugaz
otro te arrendará en su rutina
y tendrás el roñoso santiamén de felicidad
que dura lo que dura el knock-out del enamoramiento
eso
y después ceder suficiente terreno
como para amoldarse y abandonarse
amor
que le dicen
ooo*ooo
postales
paciencia sentada en lo robado o lo que nunca estuvo
luto sin alma por nadie o por alguien
late el pavimento rajado
quisiera descansar
arrojarme
oír pasar
ir con alguien o quedarme a ver madurar cuerpos
heridas mal administradas
sermones por no ser capaz
aturdido sinsabor goteando en el eco de las ausencias
ojalá lastime tanto como para ser capaz de empezar a curar
ooo*ooo
Cargos inconscientes de conciencia
el corazón calloso y retraído se insensibilizó de niño
como perdiendo el propio respeto
desde entonces ya no puede distinguir sentimientos
sin saber (o mejor dicho)
sabiendo muy bien lo que es mejor no saber
incapaz de volver a buscar culpas frías
la cobardía implícita del perdón silencioso
¿termina? todavía hay destino
¿termina? todavía un poco más
es difícil entender desde otro cuero
pero no hay razón despierta más tenebrosa
que la de poder apenas disimular
esa incompatibilidad con la vida
ooo*ooo
alguien lavando la mugre de tus partos
en la diabólica laguna desgajada por el amanecer
free-shop de vientres abatidos en la avenida sintética
contraofertas cáusticas bajo golosinas de humo
niños inútiles violentando caridad
y el orín de la vejez en la otra esquina
cajeras asesinas
desde el telecentro
esperan una señal
sombras tarareando el repertorio del desamparo
idealistas del fernet que hoy ganan revoluciones
si logran eludir realidades
omitiendo fragmentos precisos
inoportunos
de esta noche
de aquella noche
de otra noche
de cualquier noche
volverá el invierno
con sus moretones maquillados
el taco izquierdo partido
y algunos rizos mechados con sangre infecunda
como siempre
como si nada hubiese sido
tatuaje borracho tan difícil de quitar
como esos finales que desgarran
pero nunca pueden más que comenzar
Gregorio Echeverría (Rosario-Santa Fe /Argentina)
Omnisciencia del gran ojo
Por las horas culpables de la madrugada gritos algún disparo
y el ulular hambriento de los patrulleros / después un noticiero
para satisfacción de los devoradores de cadáveres con detalles
forenses y las lágrimas de la viuda o la madre del muerto
en primer plano acompañadas a capella por una voz contenedora
el camarógrafo exprimiendo las perspectivas más jugosas
que alguien monitorea y condimenta en los estudios para salir
en vivo / observen que este hombre respira todavía y si miran
a la derecha de la pantalla se ven aún las cápsulas servidas
algo que parece tejido humano y este charco de sangre
que las horas irán oscureciendo y ahora unos consejos
pero en cualquier momento la noticia / entonces Amador
se abstiene de hacer zapping y el gran ojo del budha apunta
ahora a cualquier basurero o al rincón más promiscuo
de un asentamiento marginal de modo que sumando
la balacera con las escenografías del submundo el mensaje
se dispara derechito a la frontera que sostiene la moral
y la virtud de los formadores de conciencia las señoras
obesas y los administradores de consorcios.
Un alto en el camino hacia Santiago
¡Oh / hijo de Bharata! / has de saber que la oscuridad
nacida de la ignorancia
causa el engaño de todas las entidades vivientes.
Los resultados de esa oscuridad son la locura y el sueño.
Bhagavad-Gita 14.8
Hambre soy / una garganta seca y hambre soy / desembarco
en Tu noche con mis alforjas magras y mi cayado y el humo
de mis perros / poco para ofrecerte en canje / hermano
acaso este cansancio y dos o tres poemas por algo de pan
y queso… sobre el pie del penúltimo verso la jarra de vino
de la piedad (ora pro nobis) o del escándalo / el peso de esta vara
de casuarina asfixia mis crepúsculos y desalienta el ronroneo
de las clepsidras / todo vidrio es en su final visión arena
toda ampolla es cada noche inventario de pies sobre un camino
aunque camino / pies / ampolla / alforja y báculo resuciten
en la humedad de un claustro donde se acoquina mi vergüenza
entre la reflexión azul de los vitrales y me sonríe sin enigmas
y sin esperanzas ya la dentadura de mi rosa náutica (mi llanto
se azoga en los cristales). Hambre soy / escasa piel sobreviviente
y este cuero lumbar transpirado —cuero sobado a golpes de puño
y lágrimas menos ácidas que las de aquella despedida impar—
ya aunadamente vidrio / azogue y las exactas lágrimas repiquetean
un compás de tijeras obscenas erizadas de dientes y metáforas.
Pájaros de la noche / ¿por qué Donoso / si apenas quedan vínculos?
la urdimbre (la telaraña) de un parentesco —otra costumbre—
destellos de remordimiento / ¿quod vobis videtur? frente
a la conspiración de un pulso tesonero y una respiración
que —exangües— no claudican. Una garganta seca soy
no reconozco estas veredas que refractan mis huellas
ni el estertor cenizo de estos pájaros / durmiendo pude haber
apretado sus plumas yugulares / tal vez sonámbulo apuñalé
la piel de mis clepsidras. Yago inerme / con mis poemas
y mis miedos ante una Aduana cuyo funcionario / sin mayor
interés y sin apuro recoge mis confidencias
con letra caligráfica y una barba cansada. Tal vez ya.
PÁGINA 6 – CUENTO
Escrito en el aire
Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Nadie reparó nunca en ese gesto.
Una molestia no compartida lo movía a hacer sin esfuerzo esa mueca con los ojos hasta dejarlos así, como dos rayas en la cara a la altura de la frente.
No era que las cosas se modificaran a partir de esa cara que ponía para espantar a los chicos. Más bien era la forma en que el gesto se apoderaba de todos nosotros como un temor desconocido.
Él se paraba en al puerta, miraba un rato hacia el lugar donde estábamos y sin decir nada desataba las arrugas de la cara amenazándonos con el puño cerrado y nos hacía salir corriendo.
Ana y yo, nos quedábamos en la vereda mientras duraba el miedo. Ella me tomaba del brazo. La muñeca entonces de pelo rojo le quedaría en la mano como un pedazo de tela vieja y el vestido de flores se le hincharía con el aire.
A veces no buscaba mi protección. Más bien se alejaba junto con los otros chicos al verlo salir del zaguán elaborando ese frunce en al frente mientras tomaba la pava con agua hirviendo o se sacaba el cinto. Recuerdo las piernas finas de ella zambulléndose en la calidez del verano, el pelo con trenzas atrapando la velocidad de la huida en un segundo, la boca mascando el caramelo, todavía, al perderse en la otra calle.
Conservo ese recuerdo de Ana alejándose hasta la otra orilla del miedo. Y los chicos de la cuadra riéndose en el escape. “¡Viejo loco!” en tanto que el palanganazo de agua caliente armaba un arco triste, vaporoso, contra el cielo turquesa. A esa altura ella ya estaría a salvo.
A veces también tampoco estaba Ana en la siesta de los castigos. Quizás la tos o la amiga esa que venía de Buenos Aires y con la que su mamá quería tanto que se juntara, “para mejorar las compañías” la demoraba en la casa. Entonces me tocaba enfrentar solo el gesto que antecede el grito.
Una vez escapamos juntos. Fue después del pelotazo que hizo tambalear el vidrio de la puerta. El tintineo arisco y la quebradura dejando caer una lluvia de pedacitos transparentes.
-El viejo. Ahí sale.
Ana me agarró la mano. Sus ojos siempre con esa mirada pequeña y marrón y el tironeo para que corriera. No me decidí hasta que sentí la puerta, el grito “pendejos de mierda” y el cinto como una espada relumbrando a la siesta.
No vimos adonde íbamos. Los adoquines se perdían entre las piernas como un camino gris. La agitación, el desaliento. Después apoyados en el árbol de la plaza los dos conteniendo la risa, hablando de lo rápido que salimos, del vidrio roto, de la cara del viejo cuando vio la ventana, las manos buscando desenganchar la hebilla en mitad de la bronca. Ana reía sin ruido y se apoyaba siempre en algo tras cada carcajada muda.
Nadie reparó nunca en ese gesto.
La casa quieta donde el viejo vivía para asustar. Las manos a la altura del impulso, el “pendejos de mierda” cruzando todos los oídos.
Quizás nadie lo hizo porque lo que más se recordaba eran los escapes. Salvo para mí. Yo solo tenía memoria para los regresos. Abrir la puerta sin hacer ruido y justo al terminar de cerrarla el rostro aquél en el fondo del zaguán, hinchado, el sudor en la frente, gotas de agua ahora fría caídas en los mosaicos del pasillo, la voz haciendo temblar la oscuridad.
-Pendejo de mierda. Yo te voy a enseñar que no se jode a la hora de la siesta.
Y el cinto de papá quieto en la alegría sin sonido, en la risa callada de Ana.
PÁGINA 7 – ENSAYO
Escritores hispanoamericanos del siglo XXI
Por José M. Vallejo (Toronto-Ontario/Canadá)
La influencia del mundo globalizado ha dejado sus huellas en la literatura hispanoamericana. La industria editorial, sobre todo la española, casi no ha permitido la generación de nuevos valores en la poesía, el cuento, la novelística o la narrativa. El negocio del libro, inmerso en el libre mercado, ha trastocado de manera cierta la inspiración de los creadores sometiéndolos, en mayoría, a la necesidad de comulgar con la continuidad del llamado boom de los años sesenta del siglo pasado, a pesar de la falta de claridad de cuando comienza y cuando termina este fenómeno literario que permitió elevar a los escritores latinoamericanos a niveles de reconocimiento mundial. Hoy la búsqueda del mercado prima sobre la calidad literaria por cuanto a las casas editoras les interesa más el “best seller” que la contundencia crítica o la apreciación social de una obra. Son pocos los profesores de literatura dedicados a la revisión de libros y los críticos e intelectuales abundan, pero se sustentan alrededor de los editores y las empresas periodísticas.
La obligación de citar al boom en la creación literaria hispanoamericana no está en discusión. Sin embargo, hoy viene a ser una etapa superada y debe ser considerada como una referencia hacia nuevas propuestas literarias. Se habló de un post-boom, nunca definido en profundidad; y también de un rompimiento o “crack,” perdido en la publicación de una variedad de obras sin la novela notable que repitiera el auge de un grupo de escritores autónomos o emancipados de la enorme proyección dada por Alejo Carpentier, Julio Cortazar, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábato, Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo; y en menor cuantía Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, este último, escritor lineal, dedicado a los “best seller” de librería con sus últimas entregas. Tal vez como continuadores del boom podría considerarse a escritores como Augusto Roa Bastos, Isabel Allende, Vicente Leñero, Laura Esquivel, Luis Sepúlveda, Manuel Puig y el accidentalmente fallecido Manuel Scorza, entre otros. De este modo, circunscritos al estricto rigor de éxitos, la escena de la literatura hispanoamericana la ha seguido ocupando el boom desde los años sesenta hasta el fin de siglo y casi en exclusividad con los mismos autores. Y aunque el predominio de esta época haya sido el realismo mágico, la especulación del mercado sin normas precisas, iniciada en la década de los ochenta con el neoliberalismo y la globalización, nos transfirió el caos vivencial mediante acontecimientos que se suceden unos a otros de forma arbitraria y violenta; y es ahí donde la misión de la literatura comienza a plantearse el inicio de un ciclo o simplemente encuentra la necesidad de establecer un orden referencial, observando cómo funciona el mundo actual que nos rodea.
En ese caos vivencial se comienzan a perder las referencias al boom latinoamericano de la literatura y la abundancia de nombres llama la atención hasta la incomunicación, entre sí, de los nuevos valores que se cotizan en la demanda cultural. Hay escritores notables mencionados apenas por la crítica comercial, y por supuesto nunca premiados por el monopolio editorial propietario de los merecimientos. Es difícil por no decir imposible ubicar a estos escritores como una generación o movimiento cultural o de género, por cuanto se requiere de un tratamiento más extenso. Un crítico literario no puede leer todos los libros –le faltaría el tiempo de su propia existencia- pero tampoco puede estar limitado a los libros que le llegan a sus manos. Ahí la necesidad de la participación de los historiadores y los profesores de literatura, además de la bibliografía que se vaya creando. Advertimos, ante todo, que en esta abundancia de escritores de finales del siglo pasado hasta nuestros días, escritores hispanoamericanos del siglo XXI, los llamo yo, existen autores precoces y otros tardíos que sin ubicarlos en un período preciso, sí debemos tener en cuenta la cronología de sus libros porque es allí en donde encontraremos sus años de formación, el ambiente de sus historias y la atmosfera respirada por ellos.
La escasa difusión de muchos de estos escritores hispanoamericanos en los años posteriores al boom significa, de repente involuntariamente, una cerrazón arbitraria frente a propuestas narrativas innovadoras. No obstante a partir de la mitad de la década de los noventa (1995) en adelante la situación empieza a cambiar debido a la percepción o existencia de un intento literario ajeno al boom donde se trazan valores morales, psíquicos, espirituales, éticos y estéticos tratando de hallar un vínculo con la postmodernidad. Para algunos el boom fue una estrategia publicitaria o acontecimiento comercial de promoción a la literatura hispanoamericana, sin embargo, significa el descubrimiento de un prodigio literario que yacía muerto, pues se desplegó un lenguaje de excepcional riqueza a partir de concepción de lo “real maravilloso” descrita por el cubano Alejo Carpentier, seguido por el “realismo mágico” predominante de García Márquez y la explotación del absurdo en Julio Cortazar. Y este mundo fantástico de la novelística del boom es, además, la recreación sin límites del barroquismo indo-americano lleno de matices criollos y vernáculos, donde se juntan los torrentes de lo grotesco, lo sublime y lo bello, ya de cierta manera literatura explotada por el premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias o el peruano José María Arguedas. Pues fuera del éxito comercial, el boom fue una verdadera revolución de la sintaxis narrativa a fin de relatar la existencia de personajes alucinados en su propio mundo, el cosmos intelectual y el punto de vista.
Pero en un mundo en crisis permanente el caldo de cultivo de la poesía y la narración, en el siglo XXI, se nutre de la ausencia de valores históricamente aceptados como paradigmas de las sociedades. Nacen así escritores “contestarios del poder” como señaló el ensayista uruguayo Ángel Rama, ya que esta literatura abarca la lucha social contra la violencia estatal o las dictaduras, contra la guerra, contra la agresión de los medios de comunicación, contra la represión militar y policial, contra la drogadicción y la prostitución, contra la discriminación de la mujer o la homosexualidad. Temas realistas en la búsqueda de la paz, la justicia social y el logro de la libertad; existe, pues, una especie de ruptura con casi todos los tabúes mediante el predominio del lenguaje coloquial y la exposición concreta sin permitirse el ensayo o los enunciados sociológicos. Los narradores actuales ingresan por este camino al escepticismo total, desengañados de casi todas las doctrinas políticas, a su entender, responsables del caos, la hipocresía y la intolerancia.
Hoy existe una avanzada dispersa de muchos nombres: Tomás Eloy Martínez (El vuelo de la Reina, la Novela de Perón,) Arturo Pérez Reverte (La Piel del Tambor, El Pintor de Batallas, La Reina del Sur,) Ricardo Piglia (Respiración Artificial,) Marcela Serrano (Para que no me olvides, Lo que está en mi corazón, Nosotras que nos queremos tanto,) Jorge Eduardo Benavides (Los años inútiles, El año que rompí contigo,) Miguel Barnet (Biografía de un Cimarrón,) Xavier Velasco (Diablo Guardián,) Daniel Alarcón (Radio ciudad perdida,) Laura Restrepo (Delirio,) Elena Paniatowska (la piel del Cielo,) Luis Rafael Sánchez (La importancia de llamarse Daniel Santos,) Antonio Skármeta (La boda del poeta, la chica del trombón, el baile de la victoria,) Mempo Giardinelli (Santo Oficio de la Memoria, Imposible equilibrio, El décimo infierno,) Senel Paz (En el cielo con diamantes, Las hermanas, Los becados se divierten,) Amir Valle Ojeda (Jineteras, Caminos de Eva,) Jorge Volpi (En busca de Klingsor) y otros más siguen incorporándose. El rompecabezas sigue siendo la incomunicación entre ellos, quienes no llegan a constituir una vanguardia y por el contrario ceden la iniciativa a las empresas editoriales incursas en el mercado, lugar de resistencia hacia expresiones literarias y poéticas innovadoras. Además la mediación cultural de los consagrados, convertidos en agentes del mercado, se hace innecesaria por constituir parte del acomodo y la industria, no de la cultura.
El Espectador, crítica literaria. Junio 7, 2009
PÁGINA 8 – CUENTO
Lo inmutable
Por Guillermo Ibáñez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
La conversación parecía querer ajustarse a cuestiones filosóficas.
Se tiraban en la mesa nombres como los de Kant, Nietzsche, Dewey, se recurría en el tiempo a los Maquiavelo, Aristóteles y hasta Pitágoras. Se trataba de emular a Freud, se debatía Berkeley (tan afecto siempre Borges a nombrarlo), y así una lista interminable que cada uno presumía conocer.
En el rincón de la mesa, calladito, Felipe (que de filosofía no entiende ni j, pero que la viene peleando duro para comer desde chico), por un momento intentó decir algo pero no encontró lugar.
Los intelectuales —que, como dice la canción, nunca chaparon un ladrillo, ni saben lo que son los ruidos de las fábricas y que si te distraés un instante perdés un dedo o una mano— seguían prodigándose en teorías hasta que, de pronto se produjo un bache en la charla.
Creo que la realidad les llegó al cuello y se instaló un instante la atención en las botellas y en los pocillos y ahí encontró Felipe su espacio para hablar, porque sólo quien conoce la realidad y la padece, tiene la palabra cuando llega el momento de llamar a las cosas por su nombre.
Con su vocecita pequeña, carraspeando y tocándose la nariz en un inconfundible tic de nerviosismo, dijo:
—Ustedes se la pasan por la alturas —marcando bien las eses que él muchas veces no pronuncia, para darle nivel a sus palabras—. ¿Por qué no bajan un poquito y hablan de lo inmutable?
Todos lo miraron perplejos, con signos de pregunta no exentos de cierto grado de ironía, como diciendo: ¿y este pibe de qué la va ahora?
Uno de los teóricos le espetó:
—¿Y vos vas a hablar de lo inmutable?
Felipe, medio que se achicó, parecía que se había guarecido en las sogas de su rincón, pero pudo reaccionar y tiró un gancho de respuesta:
—Sí, ¿por qué no?
Todos se volvieron hacia el muchacho de barrio que asintiendo con su tic y casi tapándose la boca, largó el discurso:
—No se vayan a creer que voy a tener teorías como las de ustedes, no, ni mucho menos, pero sería bueno que un tipo como yo y no otro de un gomerazo, los haga bajar un poquito, bajar digo, a la realidad de lo inmutable.
«Ustedes creen que voy a decir algo sobre el universo, la historia de la filosofía... No, para nada...
«Lo inmutable, señores (adquiriendo solemnidad en su voz), es que yo fui pobre y lo sigo siendo. Eso es un ejemplo de inmutabilidad (lo dijo trastabillando en el largo de los sonidos). Los políticos, desde Roca —el general que hizo mierda a los indios— hasta los del presente, llegan a la función sin un mango (algunos), y en un par de añitos, ya no se juntan con la gente del barrio que los vio nacer; no... se los ve en las fotos bailando en «Punta» como dicen ellos…
«Miren, una vez me encontré con un amigo del rioba que andaba en bicicleta porque estudiaba cuando yo ya tenía una motoneta. Yo sigo en moto ahora y él, pasó el otro día en un auto que parecía de otro planeta. Le dije:
«—Chau atorrante —y me recriminó:
«— Eh... ahora soy… de la Nación.
«Ahí tienen otra ley inmutable, la del piojo resucitado. ¿Quieren más ejemplos?»
Los demás, atónitos, tenían clausurada la palabra. Felipe siguió diciendo, ya que estaba embalado:
—La Iglesia viene desde hace tiempo recordando que los platos rotos no tienen que pagarlos los carenciados y como siempre, los que tienen plata, muchos que se persignan y santiguan, van a misa todos los domingos, se hacen los distraídos, como si las pastorales fueran sólo para unos y no para los que manejan la guita...
«Y eso viene desde siempre; se escucha lo que conviene. Lo que llama la atención de la conciencia, lo que debe hacer pensar en el prójimo, se deja para más adelante... y ahí tienen otra posición «inmutable» de muchos... (esta vez, afirmado en la verdad de lo que había dicho, la palabra le salió segura).
Todos quedaron abochornados, pero el mismo Felipe salió con un chiste para descongelarles la cara.
PÁGINA 9 – ENSAYO
Borges y Juanele
Por Jorge Isaías (Los Quirquinchos-Santa Fe/Argentina)
Se ha escrito tanto sobre la obra de Borges que es casi un lugar común apelar a su insaciable ironía, al desenfado por mostrar las cartas como procedimiento de la creación, de la tarea.
¿Qué se puede decir de Borges, hoy?
Tal vez repetir aquella opinión premonitorio de los setenta que hiciera el crítico Nicolás Rosas; en este país ya nadie puede escribir si no parte de Borges. Hay como un quiebre, como un punto de flexión con su obra. Un antes y un después de Jorge Luis Borges.
Borges, ha escrito Cioran, “es el último delicado”. Borges abusó del matiz en la literatura, dice. Eso es lo que hace grande a un escritor: el matiz. Pero a renglón seguido, con cierto malhumor sostiene que a Borges lo ha perjudicado el hecho de ser un hombre a quien los profesores de literatura -que curiosamente son los que dispensan la fama, según el propio Borges- al fin de su vida dieran cuenta de él y de su obra.
Cada uno tendrá a esta altura su propio Borges.
Yo prefiero aquel que busca en los intersticios más ricos de nuestra lengua ese espesor jadeante que puede hacer vivir un poco menos solo a un semejante, un poco menos triste, tal vez. Un poco menos miserable, en fin.
Mi amigo, el doctor en jurisprudencia José Humberto Donati, decía cuando no era doctor en jurisprudencia sino mi amigo Pepito Donati, allá en mi pueblo hace 45 años, que cada uno de nosotros era capaz de tener un día una “agachada” (hasta San Martín fue capaz, me decía). La “agachada” era una especie de defección, ¿verdad?
Y Borges, a qué negarlo las tuvo en profusión y no tendrá disculpas por más que lo haya hecho aunque más no sea para dar que hablar, para no ser del coro, para ser original, para ser él, para ser distinto.
Esa puerilidad fingida para mí, genial según el tándem Sarlo-Piglia, de enmendarle la plana al mismísimo Pepe Hernández, mejor llamado “Matraca”. Modificar una tradición tal vez sea refundarla, y dicen ellos (el tándem) que Borges supera una tradición. Ignoro con qué tablas medían esos valores (Gelman supo escribir en un poema: “son refranes/habrá que ver quién inventa los refranes”).
Yo creo que hay que buscar a Borges en esa lengua sin fisuras, sin jadeos, sin grisuras, en ese pura esplendor verbal para nuestro regocijo, su verdadera faz. O lo más interesante. ¿Acaso él mismo no se cansó de decir que lo que menos se debía tener en cuenta eran las opiniones políticas de un escritor?
Borges está siempre lejos de esas “tinelladas” a que nos somete la cultura multimediática. Borges, “mi” Borges, el menos, está en el tono medio donde nada es estentóreo, pero todo, absolutamente todo, es necesario.
Pienso, en El Aleph, en Sur, en Funes el memorioso, pienso el fabuloso Poema conjetural o en El General Quiroga va en coche al muere, pienso en tantos textos que me han hecho feliz.
Esa felicidad que al propio Borges le deparaban los textos de sus escritores favoritos. Esa felicidad que me parece ver como una búsqueda ausente en los escritores de hoy, Una felicidad a la cual el destino no parece depararles un favor, ni nadie que pueda asegurarles el fervor de un público adicto.
Las anécdotas cuando de Borges se trata pueden ser un modo de abonar una teoría (mi humilde teoría sobre Borges, al menos) que fue un hombre signado (y decididamente voluntario también) a ser un grande.
La primera de ellas se refiere a ese otro grande que fue el humilde Ricardo Molinari. En un reportaje hacia el final de sus días alguien le preguntó sobre su antigua amistad con el autor de Fervor de Buenos Aires.
-Sí-dijo- fuimos amigos de jóvenes, pero cuando supe que él quería ser el primero me alejé. A mí eso no me interesaba.
La otra fue una charla personal de las tantas que tuve con el profesor Adolfo Prieto, en los pasillos de la antigua Facultad de Filosofía y Letras de Rosario, siendo yo alumno.
-Fíjese-me dijo- que Borges se cuida de ponderar a una autor de primera línea, a alguien que pueda hacerle sombra. El se dedica a halagar a los segundones.
Con el tiempo note que llevaba la razón.
En su envidia a José Hernández, el cofundador de nuestra literatura junto con Sarmiento, suele notarse esto.
Nadie en su sano juicio o en plena honestidad puede poner en duda que el Martín Fierro oblitera y sepulta toda la gauchesca anterior y clausura la por venir.
Mata incluso la farragosa obra de don Hilario Ascasubi, resentido y unitario, bravucón de nuestras luchas civiles que sin embargo dejó un texto de los más violentos de nuestra literatura: La Refalosa. Ascasubi, según criterio de Borges, era superior a Hernández.
Yo creo que allí Borges pone en movimiento su célebre “Arte de injuriar”.
Por eso, en el desvío que pretende hacer con esos dos cuentos que son deleite de los repetitivos y aburridos que profesan las letras en la aulas (me refiero a “El Fin” y a “Muerte de Isidoro Tadeo Cruz”) está la cifra de sus ganas de medirse con aquel grande.
Creo que a la grandeza de Borges no le hacía falta esta y otras bajezas que él supo alentar y a las que apeló más de una vez, como aquella en un periodista le preguntó qué pensaba de la poesía de Juan L. Ortiz.
-¿Es un sacerdote el hombre, no? –replicó haciéndose el tonto.
Cuando le conté esto a Juanele, beatíficamente, según su estilo me dijo: -No puedo enojarme con Jorge Luis. Imagínese, cuando yo era jovencito y andaba por Buenos Aires, sabía tomar el té con doña Leonor, que era una mujer encantadora. Y otra vez, hablando de la obra borgeana le pregunté si esa nostalgia del coraje que uno parece percibir en sus cuentos de cuchilleros no será una sublimación de su cobardía.
-No se crea –me dijo- él no tiene coraje físico, pero del otro le sobra.
Estábamos en los setenta y eran famosas sus intervenciones periodísticas donde emergía de la pirotecnia de la revolución su porte de provocador. Ostentaba su reciente afiliación al Partido Conservador, que era como un crimen para los que éramos jóvenes entonces.
-Soy conservador, porque allí no encontraré sorpresas-, decía, cachador.
Y con esa afirmación producía la hilaridad o la inquina. Que parecía divertirlo mucho.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Pablo Queralt (Buenos Aires/Argentina)
*
Crack
Ahora que la luz pincha
los ojos del recuerdo
gastado y pesado
y la volvés a olvidar
historia que se hace incomprensible
hasta que la reconstruís
Arrojando uno, otro recuerdo
Cielo por cielo
Escalas subís
Hasta que lo encontrás
En el maldito traqueteo del tren
de todos los días
en la llaga y la belleza
*
y es un mito oscuro
que como mosca vuela
sobre tu cerebro
el primer pensamiento
un río cuya corriente te trajo
hasta acá en los vapores
en el problema o la solución estás
en un mosaico
*
Reunido esta lo que querés, el mar nos arrojo
al mundo, seguís el resonante de los pasos el sueño
que nos ayudó a escuchar, seguimos nadando este sol
que nos ayudó a nacer que hila
el movimiento saliendo y entrando
en las aguas de esas noches mecidos
en el viento del jardín
todo lo que para nosotros era el paraíso.
*
desde esta terraza brumosa el mundo se nos hace ajeno para siempre
*
estoy en el interior del fracaso los obreros de overol blanco
cantan la canción amarilla de la huelga
me veo haciendo figuras en el aire
con la raqueta en el polvo del ladrillo
me viene el rebote del frontón
con su mordedura
en la testa
fue un error de mano de obra
estamos donde el fabricante nos depositó
ese vuelo de calandrias que bajan
a picotear los tomates del árbol
con cada contradicción como su motor
negándose a morir en su verdad
dejando palabritas en cada agujerito
del fruto
mira como trinan ese es el dolor de su tristeza
*
otras mínimas muertes
que nos hacen estar vivos
para cambiar lo que somos
me detengo un momento
y estoy atrás estoy adelante
*
Arrojando su vaso a otro
le pegó su ritmo su canción
una palabra otro gesto
*
Esas películas que me iluminan y hacen de mi el personaje
necesario para ver el cosmos
este cielo del tiempo huyendo como una bruma nebulosa
me lanzo con la bicicleta al azul,
estas nubes no cambian más el día.
el cine es el mejor lugar para llorar
*
El bloque partido en los fragmentos
de distintas intensidades
luz de ese instante fugaz
repartiendo su secreto
como niños recién sacados
del horno.
Este trago necesito pasar
*
Cortometraje que pinta de cuerpo entero toda tu vida esa voz
Propia
Por fin te entenderemos ¿como hiciste con tu dolor?
Aire en el corazón en el insomnio del pájaro dorado
Apretando el silencio el polvo los muebles de la casa
Notas que continuaron en tu voz aquel primer recuerdo
Los acantilados los marineros esa casa de playa
Caminito de la obra los sueños del olvido
Se juntan en el aire
Vuelan por todas partes
Nadie sabe adónde van.
Vamos a jugar este mano a mano
Nuestras manos
sogas
unidas
cuerpo
a cuerpo
En este
campo
de voz, de luz.
*
Otro lenguaje tibio
Recordando la vida de otro país
Que se recuesta contra la puerta clausurada
Reordena papeles
Para mostrar el mejor caos
Todavía en construcción
Prende sus fuegos
La suciedad debajo de la cama
Ese encanto por lo oculto
Corazón
Para- resistir- la- vida
Ha- vuelto.
Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires/Argentina)
Fugaz como la tarde.
Las palabras se pierden.
Ni bien rozan el aire su formato se esfuma,
hoja que deshilacha del silencio al olvido.
Esta ciudad ajena a sus ojos tan claros
y su complejo idioma,
una tarde nos hizo andar el mismo rumbo.
Buenos Aires crecida de cuartos transitorios
es pródiga en romances que hagan pasar el rato.
Algún brillo furtivo habremos visto juntos,
denuedo compartido por mostrarnos el alma.
Y acaso aconteciera, cachorros renacidos.
Al vestirnos y el juego de abrochar su corpiño
adherimos al beso piel abrazo y memoria.
Todo cuanto teníamos.
Minuto inolvidable, por decir de algún modo
sin pesares de tango ni renglones que valgan.
Esa piel vuelve a rachas junto a sus ojos claros.
Y la voz siempre enigma ya confunde su nombre.
Intento de resistir junto a esas pibas laburantes que cruzan la plaza de Lanús en la madrugada, a veces cuando hace un frío que ni te cuento…
Que cerca están las malas letras de los tangos
de esa muchacha que al duro amanecer, cinco de la mañana,
despereza la calle.
De algún auto le guiñan un requiebro
de gordinflón rubicundo,
con toda la cara de baboso…
Un merodeo de absurdo melodrama la quiere convocar,
triste muchacha,
envolverla en realidad pegajosa
de costurerita dando malos pasos
y según un ingenuo, sin necesidad.
Como si no le resultara imprescindible
esa blusa tan linda, con el corte moderno.
Y esas sandalias, qué hermosas,
de tan sólo tres tirillas doradas.
Qué bien le quedarían.
Ser obrera de fábrica, madrugante del alba
Es decir muy ausente.
No entender bien las cosas.
Ignorar por lejanas cuestiones importantes:
Saraos. Vernisagges. Alta costura.
Veraneos en el mar. Galanes rubios.
Ni compartir siquiera esas mullidas camas
en suntuosos privados con alguien divertido.
Mágicos bienestares. Felicidad. Deslumbre.
Donde el brillo incestuoso contraviene
nuestra verdad de adentro.
Mala letra de tango le manosea las nalgas
y la mañana es fría.
Es un metal deforme golpeando pantorrillas,
Un gesto sin sonrisa que le cruza la cara,
le endurece los ojos,
al mirar la vidriera que es una celestina.
Ceuta.
¿Aquí vendrían los moros a ver el mar gigante
y tal vez antes de ello todo sería silencio?
Llegarían remolinos del desierto infinito
y las alas del pájaro serían infatigables
al cruzar la distancia desolada y desnuda.
Dormiría en la arboleda un delirio de verdes
en errátiles días de horarios intangibles.
Ni alguien recogería el fraseo de la lluvia
buscando la primera versión de una palabra.
Tal vez, del monte Hacho se desprendiera Dios
en algún mediodía de soles desbocados.
Y acaso mostraría azorados sus ojos
cual gaviota extraviada en su propia tormenta.
Cantor de patio
Nadie sabe que fue del guitarrero
alentado a vino tinto y madrugada.
Y que era un gusto verlo al apilarse
montado en las seis cuerdas desgastadas.
El cantor que por ahi sigue cantando
Vestía su corbatín y un saco oscuro.
Remontaba canciones nostalgiosas,
palabras amarillas del olvido,
Las índoles del viento en cada estrofa
y un contracanto bronca en el rasguido.
Destemplado cantor del barrio antiguo,
Adherido al valsecito de su patio.
Decía de andares con hembras y cuchillos,
y amaneceres lerdos y neblinas.
El cantor melancólico del patio
Tenía en la voz simpleza de glicinas.
Tal vez se fue de gira entre el cordaje
el guitarrero aquel, de patio y vino.
Oscar Portela (Corrientes-Corrientes/Argentina)
Nick youngquest y Kundaliny
Kundaliny susurra en mis oídos,
de mi cóncavo vientre se aviene hasta mi aliento
y me posee, entregándome a las furias de la pasión
y la ebriedad sin límites.
¡Déjate ser, déjate ser, como el rió que no es el mismo nunca,
deja que la corriente fluya y te posea y purificará tu carne y
tus sentidos la serpiente que corre por tu sangre
y abandónate- ya no sabrás tu nombre porque será
un segundo nacimiento!
Ave de la mañana devorada por la serpiente
que se yergue en mi sexo como un extraño abeto
y abre mis piernas y se desliza y corre por mi ano
hasta llegar en un intenso viaje hasta la lengua
que en nuevo idioma te canta a ti Nick Youngquest
salmos endemoniados, tu mi señor que has dado a mi
alma la ambrosia que riegas en mí como un salvaje
potro para darme otro nombre en un segundo
y jubiloso nacimiento, Oh Nick Youngquest
que has despertado a la serpiente y has abierto
la cripta donde duerme el dragón y el tigre muere
en su guarida adormecido acaso y sin saberlo:
Tu legua sobre mi lengua se desliza. Tu cuerpo
orada el mió y hace saltar del fondo de la entraña
un silencioso grito jubiloso que es orgasmo y es muerte
y nacimiento pleno: así me dejo poseer y nuevamente como
Abraxas nazco del huevo que oculta la serpiente
a los ojos profanos al amor que edifica la catedral
magnifica y el órgano que gime entrecortado letanías
y gritos de placer al recibirte Youngquest
y servirte como tu al salvarme de toda muerte opaca
o darme auroras en la noche – estrellas del conocimiento
cogidas de tu cuerpo como las uvas del jardín de las Hespérides.
Jed Hill un hijo de Zeus
Jed, no es Apolo no, el que sembró su semen
en las islas Egeas para que nazcas tu,
hijo de Zeus y envidiado por el Olimpo entero.
Así tu reino – construido por porfido y con sangre –
es el de todo súbdito que ama el vasallaje
del amor, al que rendidos – prosternados,
uncen la savia de sus vidas: dese modo
tu padre olímpico creó tu cuerpo de titan para
que nunca mueras y des el pan y el vino a quien lo necesita.
¡Ah, que bello eres señor mío! ¡Zagreus!… ¡Zagreus!
¡Más dulce que la miel de las colmenas de Palmira
en donde rinden culto a tu hermosura-
y es tu abraso de amor el liquido que llevas
para que brote de la tierra
simiente clara de otra raza de reyes.
¡Ay, si por instantes tu eternidad penetrase
en mi cuerpo, leve me elevaría hacia los cielos,
y besaría la ingle de donde brota
el tallo que florece fulgente como flama
para que nadie muera, pues traes la eternidad
en él, tu sembrador de la ambrosia!
Y yo, como custodio del templo en el que
finges dormir, vivo por siglos
para que la luz de tus transformaciones
no se apague y como el rayo que te engendró
cruce los tiempos hacia el retorno- y lance
la flecha de la felicidad perfecta,
encarnada en la divinidad de carne y hueso
y metamorfoseado en otros que son tu mísmo,
Jed Hill, oh semidiós y amante.
Ahora Jed, ayer Heracles y en otros
tiempos otro pero el mismo.
Nadie blasfeme en el templo del más bello
titan el cual jamás demora su llegada al puerto
de la humana esperanza.
Yecto y rendido antes tus plantas
beso tus piernas que son columnas jónicas,
y asciendo hacia la inagotable fuente de tu sexo-
besando con ardor tus labios fuentes-
- buscando tú desnudo torso como coraza donde guardar
fragilidad y hastío.
Soy tuyo Jed. Otro súbdito más
que adora a Pan y sabe en su corazón quien eres-
la multiplicidad de dioses escondidos tras de todas
las cosas deste mundo.
PÁGINA 11 – CUENTO
Verano
Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe/Argentina)
-Hace un calor inaguantable- dijo el de traje, -hacelo andar.
–Me revienta que me des órdenes- protestó el otro, el de corbata verde, y metió el lápiz en la flor del ventilador, le dio unos giros manuales, imprimiéndole cierta fuerza inicial que alcanzó a impulsar cuatro vueltas.
Ya el de traje controlaba la hora: -que falte luz eléctrica en la Municipalidad es un escándalo.
-No me había dado cuenta- bufó el que escribía -menos mal que te tenemos de oráculo-, y estrelló el lápiz contra el escritorio tapado de papeles. –Vos te quejás pero sin la computadora, soy yo el que tiene que exprimir las cuentas a cabeza, escribir a mano los recibos. No sé por qué te hice caso cuando te opusiste a que nos colgáramos de la electricidad. Total.
- Qué estrategia: las autoridades colgadas de la EPE... ¿qué querés? ¿pincharlo todo?
–Lo peor es oírte. Si hicieras algo útil te quedarían menos ganas de batir el parche.
–Ése es mi oficio, y por esa razón soy el que da las órdenes aquí. ¿Salió Ramos a regar?
–¿Con qué combustible?
–¿Qué querés, que bajemos la persiana? ¿Ahora que estamos a punto de lograrlo? Ramos tiene que salir-. Y volvió a mirar la hora: -falta poco.
–“Falta poco, falta poco” no se te ocurre otro molinillo...
–Hoy a las siete. Y el domingo todo se arregla, no seás maricón.
–¿Por qué no te encargás vos de calcular y escribir todos estos recibos a mano antes de las siete?
-Hace calor- reiteró el de traje. ¿Lloverá?
–Sería una cagada.
-¿Y afuera qué se dice?
–Esperan que no llueva.
–¿Es todo lo que dicen?
-Que no llueva.
-¿Y el pibe de Rico?
-Se murió nomás.
-Y la gente qué dice.
- La gente espera que no llueva y que se hagan las siete para cobrar.
-Pero mirá esa polvareda. Ramos tiene que salir a regar las calles sí o sí. Hablá a la estación de servicio.
-¿Con qué? ¿mandándoles señales de humo?
–No te me hagás el vivo. Terminá los recibos, y andate corriendo a la Shell.
–Hay que aguantarte a vos. Y a tus órdenes.
-¿Y los otros pibes cómo están?
-Se van a morir, también.
-Imposible.
-Es cuestión de horas y lo sabés perfectamente. Conmigo no te vistás la camiseta de tonto.
-¿Y afuera qué se dice?
-No tienen ni idea.
-¿Los pibes aguantarán hasta el lunes?
-Claro. Pedraza les está metiendo alguna pichicata para que aguanten hasta el lunes. Al de Rico lo metió en una incubadora, en terapia, así no se avivan de que ya pasó al otro lado.
-Pedraza también quiere cobrar.
-Acá tenés los recibos, listos, a tiempo. Disfrutá de tu fiesta.
-Pibe de oro. Ahora corré a lo de la Shell. Deciles que no se pasen de vivos, que...
-Ya sé lo que tengo que decir. Que todos navegamos sobre el mismo barquito.
-¿Estás seguro de que la gente no me va a correr?
-Vos llevales sus sueldos. Lo único que quieren es cobrar sus putos sueldos. Al final, hasta te van a aplaudir.
-¿Conectaron los parlantes a las baterías?
-Tenés asegurada la gloria. Andate que esperan, no abusés.
-Van a esperar, van a cobrar, y van a votarme este domingo. Y yo le pondré los puntos sobre las íes al gobierno de la provincia por no habernos mandado las vacunas.
-Conmigo ahorrate los discursos.
-Voy a reclamar. En serio.
-Ellos las mandaron, intendente. No me busqués, no me tirés la lengua.
–Insoportable, el calor. ¿Qué dice la gente de esto de que estemos sin electricidad?
-Que la culpa la tiene la provincia, que no mandó la plata. Que la provincia tampoco mandó las vacunas. Pero que el lunes llegan las partidas y las vacunas, todos los pibes se curan y comemos perdices.
-Sí, la culpa la tiene la provincia. Sí, el lunes todo se arregla. Que Ramos riegue. Yo me voy. ¿Y?
-Y qué.
-¿No me deseás suerte?
-No jodás. Con esta temperatura.
-No se soporta este calor de mierda.
-Y recién empezó octubre. Qué verano nos espera.
PÁGINA 12 – ENSAYO
¿Qué es la literatura indie?
Por Pablo Paniagua (Guanajuato/México)
El concepto “indie” se aplica a toda manifestación artística realizada de manera independiente y fuera de las modas establecidas por el mercantilismo, y en lo que respecta a la literatura se refiere a los libros publicados por fuera de la corriente principal o al margen de la industria editorial, y que, además, de alguna manera en ellos se aborda o hace notar el desencanto del hombre ante la Época Supermoderna.
En Argentina, Chile y México, principalmente, algunos autores publican su obra de manera personal, gracias a las facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de impresión. Está claro que las adversidades económicas de los países donde este tipo de publicaciones están surgiendo, agudiza la inventiva de los escritores para propiciar dicha vía y ganar la partida, de inicio, a escritores de otras latitudes, como los españoles, que se acostumbraron a la estabilidad de un sistema social aburguesado.
Estos nuevos escritores independientes asumen el riesgo que supone la aventura de publicar por cuenta propia, para vender sus libros por las calles, plazas, cafés y bares de su ciudad, y despreciar editoriales tipo “Bubok.com” o “Lulu.com”, que no son nada más que un directorio donde los autores y su obra quedan perdidos en el anonimato. El escritor independiente, al menos, tiene un libro entre las manos: es algo real, un producto cien por ciento genuino: escrito, diseñado, publicado y vendido por su autor. Ahí, en ese libro, está la impronta del artista, no es un producto genérico, es el sueño de alguien que apostó su intelecto y sus energías para sacar adelante el proyecto de vida: la permanencia por medio de la palabra.
Pero esta “palabra” no debe caer en el discurso condescendiente y vacío, porque la “literatura indie” va más allá de ver una obra impresa. Es la visión alternativa de un nuevo escritor que, sabiéndose inmerso en una época de decadencia social, la del consumismo y la adoración desmedida del Becerro de Oro, de una Humanidad que camina hacia la distopía, no duda en tratar, ya sea de manera directa o sugerida, todo aquello que determina el fracaso de nuestra civilización, el absurdo y sus contradicciones (y ahora Franz Kafka se me aparece como un visionario, y también Roberto Bolaño con estas palabras: “Soñé que la Tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York, Kafka veía arder el mundo”)...
El escritor indie, como ser pensante, ha de enfrentar de manera crítica la inercia de una Humanidad avocada en el fracaso, y rechazar, con inteligencia, cualquier atisbo de banalidad. Es recuperar la palabra asociada a la idea, el discurso que profundiza en ella, para buscar el fondo que permanece en toda obra que aspira a la inmortalidad. No basta, como pretende Juan Marsé, con contar una historia de manera creíble y quedarse en la mera fachada, en el contenido, porque el intelecto ha de estar al servicio de ese conjunto de ideas que se deben desarrollar. El escritor indie no rechaza ser un intelectual, porque de otra forma abandonaría esa visión crítica tan necesaria para analizar el mundo que le rodea, para encontrar las claves que darán solidez y consistencia a su trabajo. Ya son muchos, demasiados, los escritores que se dedican a la literatura del entretenimiento, esa mácula de lo banal que caracteriza nuestra sociedad de consumo, escritores que ven y se conforman con plasmar la realidad del espejismo, de lo ilusorio, para no saber estar en su tiempo, mirando desde afuera de ese mismo tiempo, con la distancia necesaria de una mirada crítica que cuestione el fracaso del hombre ante su Historia.
La literatura indie es la palabra en rebeldía, la resistencia del intelecto ante lo banal, la obra de arte frente a la simulación, la irreverencia ante la hipocresía, la voz disconforme y alternativa que se alza en contra del aluvión de literatura consumible que inunda el mercado editorial. La literatura indie es, a fin de cuentas, una apuesta para impedir la muerte de la literatura.
PÁGINA 13 – CUENTO
1913, presente evocación
Por Alejo Urdaneta (Caracas/Venezuela)
En mis manos la hoja del almanaque vacilaba: 29 mayo de 1913. Una tenue luz alegraba la tarde en la vegetación blan¬quecina de tiempo. Sonaba un cascabel de viento para aligerar más el ensueño del atardecer presuroso. Fragilidad de la arena sobre la cual algunos niños dejaban sus inquietudes, se mezclaba al colorido ardiente de los árboles en amago de desnudez. Casi un invierno dentro de mi espíritu, este tiempo de melancólico otoño recrea ambientes y emociones de tránsito hacia la tristeza, asentado en el vigoroso plenario de las hojas danzantes. Pero el almanaque tenía una vida propia al señalar con airoso gesto un año perdido en el recuerdo: 1913. Podía aún escucharse en la calle distante de la reja del parque, el fra¬gor de una multitud que no tenía tristeza sino fuerza; que no pensaba en la veleidad de una hora sino que la fortalecía de lucha. Y mien¬tras tanto, yo permanecía con la fecha en mis manos, cavilando sobre el significado de aquel dato y despertando alguna reminiscencia en mi memoria. ¿Quién había dejado caer esa hoja amarilla como una hoja de otoño en aquel lugar y en aquel tiempo tan lejano de lo que indicaba? Miré cauteloso hacia la calle y noté que el bullicio de la gente que transitaba ensimismada desdecía de lo que rodeaba mi es¬tancia vegetal. El atuendo que vestía no podía corresponder a ese año lejano. Todo el aire miraba hacia un poniente estacional y se aproximaba el invierno con sus pliegues de blanco. Entonces, ¿cómo entender que en un lugar tan concurrido y en mi realidad temporal, existiese un signo vital tan lejano?
Puse luego mi memoria a mover emociones dentro de los hechos de aquella distante fecha de 1913. Había en el aire el sonido plañidero de un fagot rumiando el cántico de una danza. Veía en el parque el rito gestual de los jóvenes que adoraban el tiempo mágico de una primavera pagana. Crecía el ritmo de la música mientras observaba que todo el ambiente se poblaba de ardor frenético. Como si el pausado caminar de los transeúntes en la calle hiciese de platea a un inmenso teatro donde se representaba la reno¬vación de la vida y de la naturaleza toda. Desde allá afuera nadie notaba el crescendo que adquiría la vegetación. De un fondo otoñal que hacía mi entorno cuando tomé asiento, fue gradualmente convirtiéndose el cuadro desvaído de las hojas en una fulgurante primavera; y bailaba toda la numerosa plenitud del parque. Evolu¬cionaba el mundo desde un principio de caos y yo era testigo de aquel veloz paso hacia las cimas de pasión, terror, desazón que po¬seía a los danzantes seres que acompañaban mi desconcierto. Y la hoja del calendario me señalaba que era 1913; me decía que yo era protagonista de aquella desenfrenada escena de baile. Se sacrifica¬ban las doncellas a la primavera y se despertaban en sacudidas todas las fibras del espíritu contemplativo del tiempo 1913. ¿Cómo no sa¬ber que yo era un personaje de ese tiempo, si en la hoja del calenda¬rio estaba grabado el sentido de mi propia historia?
Venía del caos conmovido de la tierra. Linfas vegetales corrían por las venas de las plantas y el pavoroso rugido de la tormenta anunciaba un retorno inevitable hacia la paz de los elementos. Yo también tenía la confluencia permanente de las locuras más contra¬dictorias. Tenía el júbilo y el terror ante la naciente esperanza; y tenía un dato temporal en las manos: 1913. Era un símbolo que me colocaba el azar ante un escenario indiferente, cuando sin pensar en su importancia fue descubriéndose mi nacimiento y el anuncio de mi muerte, aturdido ante la violencia de la danza que hacían las donce¬llas a la primavera. El sacrificio vendría adornado de armonías; pero siempre el desenfreno del ritual conducía a la muerte que en¬gendraría nueva vida.
Y en la búsqueda insaciable de una identidad, aprisionaba entre mis manos la desvaída hoja del calendario, que señalaba la fecha inalterable: 29 mayo de 1913. Pero toda la fiesta que habían presen¬ciado mis ojos me hablaba de primavera, del comienzo de una alegre estación donde todas las máscaras de la naturaleza se despojaban de intrascendencias para celebrar un nacimiento. Era una consagración. Estaba, pues, seguro de que no podía haber coincidencia sino en cuanto a la precisión del año de esa consagración, de aquel naci¬miento lejano de mi propia vida; y, sin embargo, todo era una figu¬ración de mis ansias, o por lo menos trataba de entenderlo así. Re¬capitulé las escenas paganas que habían conmocionado el ambiente del parque: un anuncio quedo del fagot, una suma gradual de inten¬sidades rítmicas y un sacrificio a la primera de las estaciones. Yo me colocaba en esa misma evolución para sumergirme en el torbellino de las pasiones que desde el inalcanzable año de 1913 habían dormitado por ratos, para luego estallar incontenibles en la presencia que hacía mi evocación en aquella tarde en el parque. La figura tenía nombre y había nacido en mí desde el año de 1913. Alentaba el camino que toma la naturaleza en el despliegue de sus fuerzas, se afianzaba se¬gu¬ra en todas mis emociones y luego se tornaba obsesiva en formas.
Tomé entonces, del libro que me acompañaba, las palabras de Tagore
"Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida".
Se había celebrado una consagración de las fuerzas más intensas de la naturaleza. El sacrificio de la doncella y el canto del poeta hicie¬ron fluencias en mi propia vida. Yo había recibido el mensaje de la hoja del calendario y lo hacía mío. Fui caos de engendramiento como el comienzo del mundo, como el inicio de la estación primige¬nia. To¬das las linfas de las plantas habían corrido por mis venas, y el terror de todos los seres ante el nacimiento de la vida se conjugaba en mi certidumbre. Y volvía a juntar en la imaginación la palabra del poeta:
"Tu dádiva infinita sólo puedo tomarla con estas pobres manos. Y pasan los siglos y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio para llenar".
Se había efectuado la consagración de una pasión. Había comen¬zado aquel lejano año la primavera de una felicidad. Ahora se aproximaba el invierno y la hoja del calendario evocaba un tiempo cumplido y esplendoroso: 29 de mayo de 1913. Y también una fecha con elementos estacionales definidos en mi estancia de otoño, de mi tiempo ya vencido, en este parque pleno de bullicio de niños, con un hálito de luz escurridiza y el frío que se colaba entre mis manos y dejaba huellas de violeta.
Me levanté conmovido, estrujé aún más la hoja amarillenta del calendario y recogí el libro que había llevado para leer. Al salir por la puerta principal del parque, noté que el movimiento de los tran¬seúntes había disminuido. Y ya para dejar el lugar mágico de mis evo¬caciones, volví la cabeza. Allá, en el mismo sitio donde había pre¬senciado la ceremonia de la consagración de la primavera, fulgu¬raba cada vez más tenue la presencia de los extraños visitantes que habían sido compa¬ñe¬ros y confidentes. Guardé devotamente la hoja de calendario den¬tro del li¬bro y regresé en busca de lo cotidiano.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
Sebastián Slobodjanac (Mendoza/Argentina)
Guía práctica del encierro
Yo mismo
Ausente como jamás
(los cipreses arrullan
vientos lejanos y son suaves brisas que adormecen).
Ausente como antes,
como cuando en invierno
caminaba solo aquellas calles
(Puerto Madryn resbala su gota
en mis mejillas
y es una ausencia puta y rota).
Claro, no me iré más lejos
que de mi mismo
y el claroscuro del atardecer
será mi manto
(hay tantos como yo deambulando ramblas
y son golondrinas púrpuras escarlata).
Y si te cuento que alguna vez tuve ambrosías
o de esta falta de aliento;
te diría que hay miles de historias
en esta única ausencia
anterior a mi partida.
Desolación del encierro
Sí, el encierro
espanta a la memoria,
aquella nque nada cree,
aquella que todo se cuestiona
(hoy me acuerdo de aquello que jamás viví).
El naranjo revienta de frutos
allá afuera
y no hay quien los coma,
sin embargo su precio es inalcanzable
(la llovizna repite en mis sienes:
¡PAN-PAN!, hambre desolada).
Sí, el encierro espanta
y aunque en mi sed de ermitaño jamás hay compañía
me conformaría con un sorbo de agua
de labios imperfectos
(ya muero aquí:
la ausencia, la atribulada,
muerde su último bocado
y no queda nada).
Celestial umbrío
...Es que me espera
el cuerpo celestial de lo umbrío,
la parca con su hoz
y su plácida guadaña al filo,
el sueño de Sócrates si cicuta.
Descartes me viene a la memoria
con su duda metódica
y yo salto por encima de la evidencia
para llegar a los demás
(la filosofía cuenta cuentos,
miles de axiomas indemostrables).
Por ahora nada afirmo
porque al instante estaré equivocado;
como todos, como0 muchos
que se enrostran evidencias irrefutables.
Yo sólo digo y sospecho
que hay algo que todo une
y que a la muerte de cada uno
ese todo desperdiga a todas partes.
Prodigación del hambre
Ya sé, ya sé;
para todo lo humano hay un precio
(el ciruja conserva
su magnífica colección de inutilidades).
Y en esta comezón
que me inflama el estómago,
en esta prodigación del hambre,
se desprende cada vez
menos aire de los pulmones,
se me parte el entrecejo
(las gaviotas hurgan cada centímetro cúbico de agua
para su sustento).
Y yo aquí, al borde de todo,
con una tenue pulsación
de sobreviviente,
con un mendrugo en mis labios,
pan duro de antes de ayer,
sigo persiguiendo el alimento.
Augusto Enrique Rufino (San Ramón de la Nueva Orán-Salta/ Argentina)
Mundo interior
Todavía me habita,
el fantasma que me atormenta.
A veces creo que ya no está,
a veces creo me dejó.
Desaparece con el bullicio de la vida,
regresa sigiloso con la soledad.
Me acompaña su sombra
y el silencio de la ausencia.
Todavía me habita,
la costumbre de esperar..
Renacer
A Cristina
Eran los días del naufragio,
de invierno y llovizna.
Cuando el dolor era una celda
y la renuncia inminente.
En la línea imperceptible
entre el día y el ocaso.
Como silencio sin rumbo
y amaneceres sin destino…
y allí estaban tus manos extendidas,
salvadoras,
cálidas.
Para recordarme la luz,
la esperanza,
el amor…
Aquellas tardes
Aquellas tardes de Agosto,
acompasadas de versos
que escribieron los lapachos,
poemas amamantados de nostalgia,
lágrimas del viento sobre la piel.
Aquel crepúsculo agonizante,
santuario del pájaro y la flor,
acrisolador de espíritus
bajo racimos de estrellas,
para renacer en albas sin tiempo.
Aquellas tardes de Agosto,
esperanza del caminante,
ilusiones párvulas de eternidad,
en la voz del verdor profundo,
en el dorado hálito del trópico.
Aquellas tardes de Orán,
aquella sinfonía de azahares,
aquel concierto de soles….
Carlos Norberto Carbone (La Matanza-Buenos Aires/Argentina)
Cerrando el círculo
Todos partimos de algún lado
a desandar los sombríos
.............................. rincones
oliendo a destierro
con la camisa cansada
nos duelen los relámpagos
............................ en los ojos
y el amanecer queda lejos
y el camino emociona
y las penumbras se estiran
...................... como sueños.
En el andar hay risas
y hay sangre
y hay hombres de manos
...................... sospechosas
y huellas profundas
.................. en la piel
y sollozos de pájaros
y calles de luna abismal
y de un espanto sucio
................... en el olvido.
Todos partimos de algún lado
con el íntimo deseo
de cerrar el círculo
que ha llenado nuestro corazón
de palabras.
Delgados vientos
Delgados vientos de la desesperación
pasan
y llevan a los rincones
los últimos despojos
................ de mí.
El aire de la siesta
trae lejanas voces
y no hay caballo veloz
ni pasado capaz
de tolerar la abierta
................. llama de la tarde.
Voy con el dorado rostro
........... donde el otoño
se oxida
buscando una única
.......... y solitaria ternura.
Tal vez lo mejor sea
........ desandar el agua
porque el sucio olvido
................... espanta.
Sombras
Todos vamos camino
..................... al olvido
sin rumbo
con los ojos extraviados
preguntando por el pasado
..................................nuestro
pero
todas las respuestas caen
................... en el vacío
y así como ciegos
tanteamos caras en nuestra
..................................cabeza
pidiendo que se identifiquen
.......................... a cada rato
para quedarnos tranquilos
refugiados
vaya a saber uno
............... en que instante de la sombra.
El juego final
El hombre
que abraza la noche
................... con sus venas
no esta perdido.
El hombre
que no corrompe el pan
......................... y lo reparte
no esta perdido.
El hombre
que lleva un pez dulce entre sus ropas
...................................... como un sueño
no esta perdido.
El hombre
que a pesar de su condición de mártir
............................ planta un árbol
no esta perdido.
El hombre
que descansa con un ojo abierto
..................... como un guerrero Zulú
no esta perdido.
El hombre
que entienda el juego y lo deje jugar
tal vez
........... gane.
Una mañana de octubre
Una mañana de octubre
……………............... bebí el sol
también comí un maduro fruto
… …………..................al pie del árbol
y por si fuera poco
aprendí una oración extraña
………………......a mi llano lenguaje.
Entonces
como si el agua del mar
……......... se convirtiera en azufre
con lentitud de siglos
desnude mi cabeza
……........... de toda tentación
…………………………................ toda
y conté sobre mis quemaduras
a mis sencillos hermanos
que con el hielo al cuello
aún
esperaban una limosna.
Una mañana de octubre
en aquel pobre barrio del
……………………….............. Oeste
se produjo una pequeña venganza.
Hacer fuego
Hacer fuego hasta que todo arda.
Las grandes desgracias ardan
Las manos de los asesinos ardan
Los ojos de los que espían tras la puerta ardan
Las rejas que tienen preso al viento ardan.
Hacer fuego hasta que todo arda.
Los poetas oficiales ardan
Las mujeres que dicen que no ardan
Los que esconden las botellas ardan
Los que cazan pájaros y canciones ardan.
Hacer fuego hasta que todo arda.
Los que rezan con los bolsillos ardan
Los que no tienen memoria ardan
Los que cierran las ventanas ardan
Los que escriben la historia de los que ganan ardan.
Hacer fuego con ellos y después
………………………….. jugar
con las cenizas.
Mi caballo rojo*
¿Qué haré esta noche sin mí
rojo caballo?
¿Cómo cruzar la devastadora
sin su loco trote?
¿Cómo llegar hasta el otro lado
del puente
sin su audaz luz?
¿Qué haré sin su fe,
sin su magistral figura
que todo lo puede?
Qué hace un poeta en medio de la noche
sin un caballo rojo, que lo lleve
a ese lugar inocente
en medio de la luminosa mañana.
PÁGINA 15 – CUENTO
Mi hermano cruza la plaza
Por Luis Alberto Tamayo (San Fernando/Chile)
Yo tenía diez años cuando mi hermano se fue. Durante mucho tiempo su nombre estuvo prohibido en nuestra casa. Crecí sabiendo que tenía un hermano que vivía en Francia: después supe que no, que vivía en el exilio.
Papá decía que mi hermano era inteligencia perdida, un testarudo que había ido a la Universidad a mezclarse con la peor clase de gente. Acordarse de él en la mesa era desatar una tormenta: mamá lloraba en silencio, mi hermana Claudia inventaba planes para ir a visitarlo; papá las embestía contra políticos antiguos y disertaba sobre la importancia de no meterse en nada.
Cuando egresé de cuarto medio papá lloró y todos lloraron: tuve la sensación de que no era yo quien se graduaba, sino mi hermano otra vez.
Sus cartas fueron escasas, apenas cinco en siete años. Recuerdo que la última decía: "Hace mucho frío esta noche; mañana salgo para Rennes con una exposición sobre los crímenes de Pinochet". Mi madre la quemó aterrada. Le contestó que al escribir esas cosas estaba poniendo en peligro a toda la familia. No volvieron a llegar cartas suyas.
Años después supimos que mantenía correspondencia con una vecina del barrio antiguo: del barrio en que vivíamos cuando vino el golpe militar. Fuimos con Claudia a ubicar a esta señora. Se acordaba bien de nosotros a pesar del tiempo transcurrido. Nos mostró dos cartas largas. Entonces pudimos saber cómo sonaban sus palabras, qué decían: ahora teníamos edad para entenderlas.
Reiniciamos el rito de la correspondencia. En una nota me propuso que le enviara mis papeles, que había juntado algo de dinero, y que vería modo de que pudiera pasar un año con él, para que nos conociéramos. No contesté su mensaje: ya llevaba un semestre en la Universidad.
Durante el primer año fui uno de los mejores alumnos, lograría terminar la carrera en tiempo récord.
Cuando me invitaron a hacer trabajo voluntario para ayudar a los campesinos pobres yo pensé que estaba bien y me inscribí. Al saberlo mi madre se puso tensa.—Eso no es ayudar a nadie —dijo— eso es hacer política. Te va a pasar igual que a tu hermano que está donde está por meterse a ayudar a gente que ni siquiera se lo merecía.
Mi padre empezó a cambiar su discurso; ahora decía que a los militares no se les podía pedir que fueran buenos gobernantes. Argumentaba que contra las Fuerzas Armadas no se podía hacer nada, que no se trataba de darle el favor o la contra a Pinochet, pero que había que reconocer que él mandaba y punto; que no había nada que hacer hasta que ellos mismos lo sacaran y pusieran a otro quizás peor.
Un día Claudia le discutió en la mesa, le dijo que a cada momento ocurrían cosas horribles y que no era justo quedarse sin hacer nada. Mi padre le lanzó el nombre de mi hermano como un insulto.
El negocio grande que teníamos en Santa Rosa quebró por la escasa venta y dos clausuras seguidas por no dar boleta. El dinero que se pudo salvar se convirtió en un taxi. Al poco tiempo el viejo Peugeot azul también fue pintado de negro con el techo amarillo. Esas eran las entradas de la familia, más el arriendo de la casita de La Cisterna y el kiosco para vender cosas de bazar y refrescos que instalamos en el antejardín de la casa.
A Claudia y a mi nos costaba mucho entender lo que pasaba, mirábamos todo desde fuera del tiempo. Sabíamos que nuestro hermano había vivido en otro país. Un país distinto, con el mismo nombre, pero otro...
El contacto con mi hermano lo hacíamos en notas pequeñas. Supimos que no estaba en París, sino en México, que tal vez partiera hacia Nicaragua, o hacia donde "su aporte pudiera ser útil". Había perdido la esperanza de que lo dejaran volver. —"Yo no apareceré en ninguna lista —afirmaba—, yo volveré cuando se abran las Alamedas".
Nuestra conversación se tornaba cada vez más difícil de entender. El nos hablaba que nuestra situación no era aislada, que la política económica del régimen estaba golpeando duro a la pequeña burguesía, que por último nuestros padres se lo merecían por todo el mercado negro que habían hecho. No se alegraba de que nosotros fuésemos a ser profesionales: nos prevenía de que no nos convirtiéramos en chanchos ahítos y emplumados, ajenos a los problemas de las grandes mayorías.
Claudia le respondió habiéndole de la nueva casa en que vivíamos, de su trabajo como voluntaria de la Cruz Roja, de sus charlas de higiene y primeros auxilios, de la creación de un banco de medicinas para ayudar a las personas que no pudieran comprarlas.
El respondió que eso era querer atacar el cáncer con domínales, que la salud de las personas debía ser responsabilidad del Estado y no de la caridad de señoras gordas ni de niñas con sentimientos de culpa por sentirse privilegiadas.
Con Claudia concordamos en que necesitábamos la presencia física de nuestro hermano para aclarar el significado y la intención de cada palabra. Para confrontar nuestras historias tan distintas: confiábamos en que a pesar de todo nos entenderíamos.
Los robos y los asaltos nos tenían a todos alarmados, no se podía dejar ni maceteros en los antejardines. Tuvimos que mandar a hacer una jaula de barrotes de fierro para el kioskito, y así evitar que lo descerrajaran durante la noche.
Los jueves y viernes por la tarde le tocaba a Claudia atender el kiosco. Un tipo llevaba mucho rato en el asiento del paradero de micros que quedaba justo frente a nuestra casa. Claudia lo sorprendió dos veces mirando y tuvo miedo, por eso me llamó.
Pensamos que era un maleante o un policía de punto fijo, o quizá un pololo malquerido de alguna casa de la vecindad. Lo cierto es que nadie estarla por gusto a la intemperie en un día tan frío como ese. Finalmente subió a un microbús y se fue. Sin embargo su figura nos quedó grabada y nos pareció verlo en otras oportunidades; siempre mirando, siempre en días de frío.
Al obscurecer de un jueves entró al negocio. Llevaba puesta la capucha de la parka y el grueso cierre subido casi hasta la boca. Apenas se distinguían su nariz y sus lentes. Entró por el caminillo de cemento y pidió cigarrillos.
—No vendemos cigarros, contestó Claudia. Se bajó un poco el cierre de la parka y mostró unos gruesos bigotes. La chasquilla le cayó cubriéndole los ojos.
—Déme un cuaderno—, dijo luego de un breve silencio. Eligió uno grande, con la fotografía de dos caballos que corrían libres en la tapa. Dos caballos blancos sin riendas ni jinete.
Claudia se lo iba a envolver y él pidió que no, se volvió hacia la calle y mientras esperaba su vuelto lo metió bajo su chaleco afirmándolo con el cinturón. Afuera comenzaba a llover.
Había llegado tarde a casa, me estaba acostando cuando sentí voces. Mi madre era laque hablaba: decía que no, que mi hermano estaba en Francia, que debía tratarse de un alcance de nombre.
La vecina del barrio antiguo estaba de pie en el living con unos recortes de diario en sus manos.
Cuando vio aparecer a mi padre dijo con dureza:
—Su hijo ingresó ilegalmente al país. Ahora no tienen que avergonzarse de tener un hijo en el exilio: ahora tienen un hijo muerto.
Nunca pudimos verlo. En la morgue nos entregaron un ataúd sellado, nos dijeron que ahí dentro estaba su cuerpo.
La policía lo detectó antes de que alcanzara a hacer nada: vivía solo; había arrendado una pieza pequeña en el otro extremo de la ciudad. Lejos de su barrio, de su liceo, lejos de todos los que pudieran reconocerle.
Según testigos no se defendió a balazos como dice el diario. No portaba arma: iba de blujeanes y zapatillas cruzando la plaza. Unos veinte agentes lo esperaban: uno tomando helado, otro con un paño amarillo simulando limpiar parabrisas de automóviles por una moneda; dos más haciendo footing en impecables buzos azules. Su muerte fue una práctica profesional para un grupo de egresados de sus academias de muerte.
La ventana de su pieza daba justo a la plaza. Cuando entramos al último lugar en que él habitó las piernas se nos doblaron: estábamos cerca de él, de su vida.
Todo estaba revuelto, una vieja radio a tubos quebrada en el suelo. En este estante varias revistas de historietas y deportivas, libros de química y matemáticas. El vivía allí, oculto, procurando no dejar huella de su modo de pensar, de lo que había elegido como forma de vida.
La dueña de casa contó que salía poco, que por las tardes escuchaba música y jugaba con Samy, un gato esquivo que rara vez bajaba del techo.
Bajo su cama encontré un par de zapatos negros, los tomé y me los puse; me quedaron bien. Claudia dio un grito al encontrar entre las revistas un cuaderno nuevo con dos caballos blancos que corrían.
Lentos cruzamos la plaza que él no pudo cruzar.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS
La Antología Poetica de María Meleck Vivanco (Valle de San Javier, de Traslasierra, Córdoba) en el Fondo Nacional de las Artes- Colección: Poetas argentinos contemporáneos.
Maria Meleck Vivanco: el misterio y lo maravilloso
Todo el deslumbramiento y la fascinación que despertara inicialmente en mi la poesía surrealista francesa parte no de aquel encuentro fortuito del paraguas y la maquina de cocer sobre la mesa de disección del Conde de Lautréamont, sino de la lectura de la Antología de la Poesía Surrealista de Aldo Pellegrini: poeta y traductor soberbio y multifacético, fundador del grupo surrealista argentino: “primer grupo de habla española y seguramente el primer grupo surrealista en un idioma distinto al francés”(1). A quien en su momento, el poeta Juan Antonio Vasco, amigo y colaborador cercano, calificara como su “padre mítico (…) encarnación de la antipoesía y la ética surrealista en grado extremo”.
La lectura de la Antología mencionada -libro “iniciático” como pocos en el panorama de la poesía “viva” hispanoamericana - me concedería el privilegio o la gracia de acceder en su conjunto, en esa “perspective cavalière” del agrado de André Breton, a uno de los movimientos espirituales capitales de nuestro tiempo, donde el mapa y el territorio representado se conjugan en una sola aventura artística y poética emancipadora y libertaria…Explosivo-fija, erótico-velada, mágico circunstancial. Tal como reza la formula encantatoria consignada en el Primer Manifiesto del Surrealismo.
Dicha perspectiva panorámica nos permite de igual modo acercarnos a la poesía de María Meleck Vivanco, musa e inspiradora de ese primer grupo argentino que Pellegrini conformara a mediados del siglo pasado, con poetas de la importancia de Enrique Molina, Francisco Madariaga, Carlos Latorre, Juan Antonio Vasco, Juan José Ceselli y Julio Llinás. Es cierto que en ese conjunto de altísimos poetas todavía por “darse a a ver ”a la generalidad de los lectores hispanoamericanos, la poesía de María Meleck brilla en un tono menor, “a la sombra recatada de la violeta y no a la plena luz de la rosa”, nos dice Marco Denevi… Pero no por menos luminosa y resplandeciente, sino por la distancia remota que recorre su luz a lo largo de toda una vida, cuya suerte en repetidas ocasiones se ha mostrado adversa y poco favorable al estro poético de la autora.
A través de sus siete libros publicados y otros tantos inéditos, María Meleck, -que en turco significa ángel o reina, nombre que le pondría su padre en homenaje a cierto personaje femenino de Las Desencantas de Pierre Loti- ha perseverado en el ejercicio de “la escritura automática” en la que Breton veía encarnarse todo lo mediúmnico o alucinatorio del primer surrealismo y que - no sobra volverlo a repetir- definiera de una vez por todas como aquel “automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento (…) con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral”.
Pero nos engañaríamos al pensar que para la poetisa cordobesa el automatismo poético en algún momento se constituye en acto deliberado o programado con antelación, como sucede en otros poetas surrealistas más ortodoxos; porque en ella -que escribe “en cualquier momento, sin un tema puntual”, y que jamás se priva de de incorporar en su escritura “las travesuras” que le dicta el “inconciente total”, la escritura automática se confunde con la inspiración, una inspiración de la más clara impronta romántico alemana … Movimiento poético y literario decimonónico que en muchos aspectos y posturas se adelanta al movimiento francés de entreguerras.
Es en este sentido -contrariando la opinión de la misma poeta y varios de sus críticos- que en razón del esclarecimiento de su poesía nos negamos a hablar de “misterio”, ese ingrediente muchas veces ficticio o decorativo del que tanto abusa en la actualidad una New Age voluntariamente mistificadora; porque lo que aflora en las aguas veladas y aterciopeladas de su Balanza de Ceremonias o en Las Alucinaciones del Azar , es ese “maravilloso” puramente surrealista, regido por los código del amor, como nos lo recuerda oportunamente el autor de Lo maravilloso contra el misterio:
“El misterio buscado por sí mismo, introducido voluntariamente –a todo trance- en el arte como en la vida, no sólo no podría tener más que un valor irrisorio, sino que además aparece como la confesión de una debilidad, de un desfallecimiento. El simbolismo sólo se sobrevive a sí mismo en la medida en que, al romper con la mediocridad de tales cálculos llega a hacerse una ley del abandono puro y simple a lo maravilloso, por residir en este abandono la única fuente de comunicación eterna entre los hombres” ( André Breton, La Llave de los campo. Página 14)
No resulta entonces exagerado afirmar que en su obra poética tardía, poblada de corazones de viudas y restos coralinos, de aves desaladas y reyes oscuros, de jardines donde florece una rosa blanca y púrpura. María Meleck Vivanco consigue ya ese “abandono a lo maravilloso” que nos dictaran las leyes del corazón. Y a semejanza de los poetas y pintores Zen, chinos y japoneses, persigue ahora en su escritura sólo “el camino de la corriente de agua” que -nos asegura Alan Watts- “jamás comete errores de estética”. Por fin, María parece lograr lo imposible: hacer un ombú de un bonsái… Reconciliar el arte y la naturaleza.
Raúl Henao (Medellín/Colombia)
(1) Aldo Pellegrini entrevistado por Stefan Baciu: Vida pasión y muerte del surrealismo argentino. Surrealismo Latinoamericano / Preguntas y respuestas. Cruz del Sur. Valparaíso. Chile. 1979.
PÁGINA 17 – CUENTO
Destierro de un sombrero (Monólogo)
Por María Eugenia Caseiro (Miami/Estados Unidos)
Andar por este mundo al que a veces apestan las calles, fatigándose una el juanete de los sesos. Despidiendo el humo la cachimba de los cuestionamientos, camina y camina una, piensa y piensa, sin saber cómo colocarse esta prenda que se ha fabricado con algún propósito, seguramente. De pronto, se da una cuenta que no se ha sentado en parte alguna, y que los bancos, los muros, las iglesias, las plazas, y hasta las casas, tienen ese aspecto de de la vajilla en desuso. Pero hay que decidirse; tomar en cuenta que el aire fresco es gratis, todavía. Entonces, al ver este dichoso artilugio, ya sin plumas ni encajes, estorbándome en las manos, me pregunto: ¿para qué rayos inventaron el sombrero? Ahí comienza esa nueva tragedia de la vida en que nadie repara, por aparente y sólo nuestra.
Llega una a buscar fronda o zaguán donde encontrar razón; tal vez un tinte rosa o un poema de aquellos en los libros de mi padre, capaz de resurtir de sístoles y diástoles las cárcavas del corazón. Quién sabe si los pájaros cantores armonicen con el ritmo circadiano o tengan la respuesta a esta torpeza que me cuelga de una mano y no sabe luego posarse en la cabeza.
Supongo no valdrá de nada distraerse con la gente que pasa vestida apenas con tatuajes, cubriendo las gastadas carreteras de sus cuerpos con esa tinta que no es ya tan indeleble. Sería bueno destapar esos cajones que dormitan por los siglos en los escaparates para allí encontrar algún recorte de diario o receta de la abuela que indicara el cómo, el cuándo y la razón de dar justo uso a este sombrero. Ahora sólo me queda remontar con un suspiro la época en que la mujer lució el primer escote, y maldecir la hora en que todos nos quedamos sin recuerdo. Los que nunca se olvidaron, los que optaron por cosechar oropeles o mariposas, tienen la ventaja de perderse o de poderse equivocar; los que no duermen, tienen además la noche. Sin embargo, algo se enfría entre mis dedos merodeando el “!yo no tengo adónde...!” Las imágenes gastadas de los libros se me cierran en los ojos sin que se haga la luz, y en la azotea en que a veces anidan las evocaciones, hay ahora un silencio como ese que en tantas ocasiones nos anunciara el peligro.
Una anda por el mundo sin bancas para subir al descanso, sin percheros para colgar el tiempo, sin ganchos para dejar lo inservible; el paraguas, o el adiós…, lo peor de todo: sin cabeza, para ponerse el sombrero. Una ya no ve a nadie por las calles que lleve con donaire esa prenda para la que alguna vez se hizo un poema, una canción, un colgador, un estante y hasta un museo, pero una adivina que detrás del frontispicio de toda fortificación, detrás de los tatuajes, de los espejuelos y hasta de las máscaras, hay seres que viven para preguntárselo.
Tal vez este dar vueltas sin encontrar la llave, la puerta, la señal, el paradero, me lleve al mismo mar, al mismo puerto, a la misma estación, veleta yo en este otoño perpetuo. Gira y gira; lucha y anda y sueña y piensa y tiembla una, y no encuentra la fórmula, la posición, la idea, el motivo, para calzarse el dichoso sombrero que ya agobia como una isla desierta, como una vida entera, o como un perro muerto que no sabe una qué hacer con él; ¿dónde enterrarlo?
Tal vez no haga falta saber, entender, encontrar, y sea sólo un sueño insomne este vagar con una prenda que estorba entre las manos, que pesa como el mundo, que hiede como sus calles, que se pierde en la bruma de un encaje como el mástil del barco que se hunde... Ahora, remedo de esa isla agobiante y desierta a quien el mar incomprensible ha dado aforo, soy un animal, casi perfecto.
Juguete de la brisa, del oleaje que la arrastra, sempiterno, hasta mis pies; la misma, siempre la misma banca vacía a quien pregunto, pero ella tampoco sabe responderme.
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Ricardo Mouse Carrasco (Sullana/Perú)
V
A ese abismo pareciera que sólo el viento
(ese débil espesor que no puede evitar las caídas,
en ese interior insondable –que nos parece tan inaccesible-)
le engendrara su abisal vacuidad, inasible, remotísima su atávica
naturaleza en el primigenio latido de nuestra profunda soledad.
XIV.
Cuando las sombras moran oscureciendo nuestros
/corazones,
Aarón junta un montón de palos que recoge chamuscados,
espinudos y largos; pero también quebrantados a lo largo
/de esta desvalida existencia,
por donde yacentes los latidos se amontonan en la agobiante
/sequedad de estos estériles caminos;
pero, siendo el primogénito, con su cayado desea sostenerme
estos clamores que quieren todavía ser pastoreados hacia
/la silente curvatura de la muerte.
XXXVI
Hemos tenido repentinamente una visión
(¿Será esto consecuencia de estas agonías que desfallecen
dentro de sus propios delirios y funestos estertores?)
aquí en nuestros espacios arcaicos vimos cómo dentro ya no cabía
/un alma más,
estos fanáticos –perplejos, pero emocionados- también entonaban,
diseminándolas hacia estos vientos, sus inolvidables canciones,
sutilmente cobijándolas dentro de las más frágiles melodías,
(durante el concierto también se tarareaban éstas (las más antiguas):
“En esta habitación”/ “Cuando las bocas se cierran”/ “Mujer noche”),
y como estruendo de muchas aguas soterradas guitarras oscuramente
/melancólicas,
pero lo más esperado de la noche (última imagen de la visión profética)
fue –finalmente- la interpretación al unísono de Daniel, “Wicho” y Salim
de esa canción aún inédita en nuestros apasionados corazones.
Wilma Borchers (Región Metropolitana/Chile)
Bajo el árbol del paraíso
La niña ángel, bajo estrellas de aluminio,
alas de tela y filamentos,
flores de papel seda sostienen sus cabellos.
Pequeña novia, alhaja peregrina,
diminuta centinela de su muerte.
-o-
La anciana, tras el telar recuerda,
el sesgo del cometa que trajo el mar en ojos extranjeros.
Dormita, las acequias difunden frescores de huertas,
cómplice la brisa aviva antiguas confidencias.
Sigilosa, la menor de su estirpe lía madejas.
-o-
La curandera, porta en su morral
fragmentos del bosque macerados al sereno.
Brinda alivios: majadas de ternura,
antídotos, espantasueños, duermevelas, prudentes silencios.
-o-
Las vagabundas entre harapos
hilvanan en sus ruedos abalorios de barro.
¿Qué ovillan tras cartones,
bajo el menguante de los arcos?
-o-
Las heroínas de Casablanca bailan con fantasmas;
“El tiempo pasará” desliza su melodía.
Crisálida la nostalgia, jamás permitirá desplegar alas.
-o-
La enamorada, atrapó libélulas, hebras lunares,
para su vestido de compromiso.
No advirtió, que el infortunio recorría,
como ávidas termes, la luz de sus ajuares.
-o-
La conversa,
resguardó los erarios del silencio.
Signó con un pez la entrada a su cobijo.
-o-
La adolescente, sustrajo espejos del aljibe.
Jubilosa descubrió el asombro de la belleza sonriéndole.
-o-
La avergonzada cautiva, ocultó latigazos de serpiente.
Entre fardos de algodón el amor asentó magnificencias de ébano,
se rindió al lamido, se declaró oscuro pétalo.
-o-
La niña de la lámpara azul,
halo de misterio y silencio, trayecto amado, perdido sueño,
inventándose a diario, para sobrevivir, en los balcones del invierno.
-o-
La malherida observa desde sus lienzos
insostenibles infantes peregrinos.
Pilar maltrecho, ciervo sangrante, rojo filamento.
Bajo la golondrina de sus cejas, ve diluirse una Casa Azul sin hijos.
-o-
Las que congelan su dolor
y son escarcha en la garganta del cenzontle.
-o-
Las que se besan bajo mosquiteros, en ciudades ausentes de los mapas.
Instauran rosas de fuego, grabados solares en sus pieles esteparias.
-o-
La de manos insomnes, escarbó en archivos, documentos,
tras un escrito sin orígenes Hebreos.
Sobre las alambradas llovían cutículas de ceniza.
-o-
La licenciosa, ante el reclinatorio, como cuentas de ábacos suma rosarios.
Le teme al eterno giro del infierno, al voraz óxido que empavona espejos.
-o-
La visitadora de entresueños,
nos incita a explorar andenes, a caminar sobre luminosos raíles,
en busca del ramal donde abordar radiantes desenlaces de espejismos.
-o-
La cortesana, depiló con miel su cuerpo, inmutable, aguardó al comprador.
El negociante aparte de rupias y tejidos, trajo pájaros insomnes, balsámicos jazmines.
A fuerza de jaulas y flores la cautivó para siempre.
-o-
La penitente, de rodillas camino a la ermita.
Ignora que el perdón capituló, cuando aún no imaginaba deslices.
-o-
La vendedora de predicciones,
barajó arcanos, leyó esferas de vidrio, exenta de conocer su futuro;
no vislumbró bajo su piel malignos vaticinios
-o-
La fabricante de pájaros y peces de seda, cuyo sueño fue iniciar remotos éxodos;
no conoció distancia fuera del caserío. A cambio tropezó con un amor marinero,
exuberante en relatos, oliendo a destinos inéditos.
-o-
La inclaudicable, encendió faroles años después del armisticio.
Pese a la ausencia, cada anochecer sostuvo una liturgia;
colgar jaulas de luz en los olivos.
-o-
La que parió frente al mar una sirena de pelo rojo,
como la cabellera de su madre y se sintió bendita.
-o-
La forastera, sembró bulbos, quiso ver surgir la joya del narciso.
Evocar así su infancia: entre tejuelas de alerce, braceros, establos, frutos secos.
-o-
La abandonada, perduró al borde del muelle.
Amaneció sobre sus valijas,
cubierta por una gabardina de rocíos y lloviznas.
-o-
La mujer estalagmita, frente al ventanal con rejillas,
contempla la república de otro estío.
Impronta capturada a fuego, lo restante humo, torbellinos.
-o-
La violinista, junto a otros desterrados comparte sus prodigios:
hambre, ausencias, frío, oposiciones, se repliegan.
La música recupera lo impensable y al corazón retornan orillas inaccesibles.
-o-
La modista, harta de tijeras, alfileres,
esperó la nave augurando promesas. Arribaron ratas, pestes, sentencias.
-o-
Las que no aguardan finales de trayectos:
traspasan salas de embarque, atraviesan salidas de emergencia.
Desaparecen bajo el sol, como carámbanos o granizos.
-o-
La trapecista en su casa rodante dibujó un firmamento en el techo.
Junto al lanzador de cuchillos, repasan estrellas, buscan nombrar al hijo.
En mitad de un beso acordarán llamarlo Sirius.
-o-
La afanosa, en su prodigio de procrear una tribu
de hombres con ojos ausentes:
profetas de la música, la poesía, el circo,
con singladuras imantadas hacia la patria de Ulises.
-o-
La adultera, herida por las piedras,
apura con blasfemias su castigo. Todo lo reviviría por un beso.
-o-
La náufraga, viajera entre pétalos y limos,
susurró desquiciadas cantinelas.
Sus interminables cabellos arrastran neblinas,
incorrupta gira, gira hacia los piélagos.
-o-
La prisionera, selló sus labios, mordió un sucio trapo,
se marchó arrodillada entre golpizas.
Su verdugo sigue preso en el desvelo, ante ojos de tan dulce mansedumbre.
-o-
La iluminada, protectora del fuego, suplicó a la Gran Búfalo Blanca,
porque el caballo de metal no cruzara los límites del Sagrado Sendero.
-o-
La niña de la llave y del conejo,
nos permite volver al pozo del hechizo,
Cerradura, ventana, tragaluz a un jardín secreto.
-o-
Las que peinaron sus cabelleras en la orilla de los ríos,
viendo como el agua absorbía sus improntas
y acaso lo imposible, en épica travesía, se los trajera el mar tierras adentro.
-o-
Las herejes visionarias,
hipocresía, barbaries del Santo Oficio.
Polvo, ceniza de exorcizadas piras.
-o-
La doncella en el cenote, cuya última visión fueron burbujas;
un disiparse entre su cabello y remolinos.
En tanto el Gran Sacerdote demandaba por agua a los dioses.
-o-
La mujer de sal, tal vez no desafió a la palabra,
quizás le pareció oír su nombre y se volvió porque escuchó a su hermana.
-o-
La que esperó en vano, bajo la lluvia,
lo que fue suyo y el mar hurtó avaro.
Bajo tierra sepultó un traje, unos zapatos de domingo.
Escupió al océano y se internó en los barrancos.
-o-
La nodriza, en un palacio encubierto por malezas,
resguarda a los príncipes idiotas.
Entre autómatas balancines, juguetes de hojalata,
con dulzura, limpia sus babas y les canta.
-o-
La Soberana, en su desquicio, arrastró un catafalco.
Loca de amor, investida por suciedades y espantos;
se refugió entre hueserías, atesoró larvas.
A su paso murmuraron azules campanarios.
-o-
Las que zozobramos ante los ojos del Comandante Marcos
-o-
La seducida por el Excelso, con fuego de silente acero,
absorta ante un hilo de poemas; se muere por morir muriendo.
-o-
La de corazón manso,
paciendo majadas de ojos planetarios.
Suspensa en la puna ve surcar rumbo al lago,
la rosa ballesta de las parinas, sobre su caserío blanco.
-o-
La que amó al Nazareno y tras ser descendido,
lamió la flor de su costado.
-o-
La que hizo su maleta escogiéndome
y atravesó la frontera conmigo en su vientre.
La que me dijo bajo un manzano:
“Recuerda, adviértete en ellas,
como si habitaras una casa reverberante de espejos ”
Pedro Arturo Estrada Z (Girardota-Antioquia/Colombia)
Hijos del río
Fluimos.
Nos dejamos llevar.
A veces, sí, nos detienen cosas. Accidentes.
Pero volvemos a avanzar sin que nos importe
si alguien por encima de todo, observa.
Sólo nos interesa saber que pasamos.
Un día nos teñimos en sangre, nos adensamos en lodo,
permanecemos un poco.
Pero es el olvido, felizmente, la regla que nos ciñe:
y derivar irisados bajo un sol intemporal,
danzar en la fugacidad, irnos
perderlo todo
constituye finalmente
nuestro verdadero
triunfo.
Hijos del viento
Y en el aire,
como un secreto a voces,
se intercambian nuestros nombres.
Cargados con la música que alivia la desdicha
penetramos en todas las estancias.
Todo lo sabemos, todo lo oímos,
todo lo tocamos.
Descorremos oscuros cortinajes de polvo,
elevamos viejas salmodias en las plazas desiertas.
Que no rompa nuestro canto el estrépito de la metralla
es todo lo que pedimos.
Después caeremos entre peñascos,
cara al mar...
O dejaremos que se aquieten
dulcemente nuestras alas
sobre los labios de los muertos.
Hijos del silencio
Ningún nombre,
ninguna palabra puede definirnos. Y sin embargo,
somos todos los nombres, todas las palabras.
Después de nosotros, acaso Dios.
Hijos del fuego
Hemos nacido con dolor.
Tal vez por ello causamos otro tanto.
Pero el mundo nos ama. Incluso hasta nos necesita.
En nosotros se levanta aún la primera voz, el primer estallido.
En verdad, nuestro ser es alegría,
entusiasmo que se contagia con facilidad.
Qué más quisiéramos sino que todo se uniera a nuestra risa,
a nuestro juego ardoroso.
Pero de golpe nos extinguimos y nuestras almas
se esparcen en ceniza
hasta que de nuevo,
un roce sutil,
un llamado secreto nos resucite.
Hijos de la noche
Ciegos,
presentimos cada cosa que se mueve y respira.
Nos fue concedido el reino sin límites donde viven los astros,
donde el sueño circula libre y la destrucción es un pálpito más.
Nuestra piel comienza donde la luz, rabiosa,
expira impotente...
Aquí los rostros no importan.
Cada cual adivina o supone los rasgos que desea.
El amor es una desbordada locura del tacto.
Vamos desnudos a través de los inabarcables abismos,
asomados al fin de todas las cosas.
El día, ávido cuchillo,
destaza entonces nuestros cuerpos.
Hijos del día
Del semen bullente del sol germinó nuestro afán.
Y la conquista de las horas ha sido a la vez,
nuestra gloria y nuestra ruina.
La memoria se remonta sólo al último brillo que tuvimos,
niños eternos del presente
que es todo cuanto importa.
Hijos del sueño
Hemos tomado nuestro lugar al otro lado de las cosas,
el tiempo, la vida y aun la muerte.
Cruzamos invisibles el cielo del hombre
y duramos a veces sólo un instante.
Pero volvemos siempre
a pesar de la lógica triste que pudre permanente
el aire mismo del vuelo.
Vendrá al final nuestra danza sin límite
en el eterno renacimiento de los mundos.
Hijos del hielo
Adentro ardemos a la inversa.
Tenemos el corazón cruzado de agujas.
Cultivamos la ataraxia del cristal,
la roca, el hierro.
Aunque podríamos deshacernos
en lágrimas demasiado cálidas...
Acaso, un día,
tejeremos el sudario blanco de los universos.
PÁGINA 19 – CUENTO
La lluvia
Por Irma Verolín (Buenos Aires/Argentina)
Viene la lluvia y cae, a los baldazos limpios, sobre ropas tendidas en las terrazas. Vidrios, fachadas, calles de esta ciudad relucen y las antenas de televisión parecen esqueletos de pescado que flotan en un mar en retroceso. Brillan las trompas de los automóviles y las cúspides de los paraguas negros. Mientras tanto la lluvia vuelve oscuro el empedrado y opaca el aire. Crece un solo color, que desde el centro, avanza hacia los bordes una y otra vez. Es un gris de huesos de muertos, que ya hace mucho han muerto. En las macetitas del balcón de abajo unos cuantos helechos raquíticos se dejan estremecer, hasta quebrarse. Muy alertas, bajo la sombra de la lluvia, las amas de casa miran cómo sus sábanas colgadas lanzan lengüetazos, miran cómo las gotas salpican, arañan, se resbalan por los vidrios empeñados. Yo me dejo encandilar por las grandes flores de sus batones de entrecasa que se agigantan y se agigantan. Ahora la lluvia es un rumor: conversa de bueyes perdidos. Cualquiera puede escucharla: “ Vea usted quién iba a decirnos, se nos inundará la calle ¿ha visto? Nos quedaremos sin teléfono y, lo que es peor, se suspenderán las clases, se cerrarán los bancos y nos cobrarán por adelantado los impuestos.” Yo escucho, estoy aquí, miro desde este lado una película muda que ha sido pasada en demasiados cines. Allá lejos, millones de remolinos balbucean o estallan. Se apaga, se apaga, se apaga el rojo de los techos del hospital. Y otros colores aún más apagados se prolongan hacia el espejo negro. Quisiera creer que esta lluvia ha venido sólo para rebotar en los techos del hospital. Llueve escandalosamente. Se asustan en las terrazas las amas de casa con sus batones floreados, mueven los brazos acuciantes, para agarrar sus sábanas, sus trapos, sus pedazos de tela, que echan lengüetazos y lengüetazos cada vez más pesados. Qué lluvia esta. El vidrio apenas me separa de ella, apenas divide lo que hay que dividir. Yo podría, si quisiera, tocar los esqueletos de pescado, grises, húmedos y también el fondo del espejo negro. Sobre mi cabeza un sinfín de mujeres va y viene. Taconean, las oigo deslizarse por las terrazas chapotear, resbalarse. Pero son ellas las que oyen cómo raspa, cómo se quiebra el aire y se resquebraja en finísimas hendiduras; debieron intuirlo antes de que sucediera cuando lavaban algún pocillo en la cocina, cuando ojeaban el “Para Ti” o se emocionaban con la tele. De pronto, en un gesto de arrojo, se vieron obligadas a subir las escaleras para rescatar de la intemperie sus trapos, sus sábanas, sus pedazos de tela lengüeteantes, amenazadores. ¿Son ellas mismas las que bajan ahora las escaleras? ¿Es de ellas el rumor? ¿Cuál rumor? ¿Cuál? “Hay que cerrar bien las ventanas, la puerta cancel y mire qué desbarajuste que hay afuera, mire qué escandalete, quién lo hubiera esperado ¿no?” Voy hacia el vidrio que enseguida se empaña un poco más con mi respiración. Todo se parece a una película del treinta. “Señora no se olvide de guardar la jaula del canario. Habría que poner palanganas en el centro del patio. Se inundarán las calles, seguro. ¡Esta maldita lluvia!” Acerco mi mano al vidrio. Veo que el agua abre grietas más anchas en el aire compacto. Hace un instante los colores estallaron detrás del espejo negro. Los techos del hospital son sólo sombras de un rojo. “Vea señora cómo borbotean las alcantarillas”. Pilotos, caparazones, sombreros de goma, brazos y piernas que se arriman al eje de cada cuerpo, manos que buscan sus propios hombros. Todo se estira hacia el aire vertical, todo se adelgaza. Las palabras aumentan la delgadez, se estiran hasta que se desbordan. Sin embargo las grietas en el aire cavan túneles muy anchos. Extiendo mi mano; sí, allá voy con mi mano que traspasa el vidrio, que roza los techos del hospital y señala, en el fondo de todo, una habitación pequeña donde yo estoy naciendo. Poco falta para que entre en el mundo mientras sigue lloviendo y el agua borbotea en las alcantarillas, mientras mi madre lanza gemidos que asustan a las enfermeras, al director del hospital, a medio país. Oigo gritos, rezongos, palabras pronunciadas por la mitad, frases mutiladas. Oigo un sonido de ruedas frágiles: la camilla avanza por un pasillo largo. Es liviana y va ligera por el pasillo, pero antes, lo sé muy bien, hubo un cuerpo sobre ella. Fue el cuerpo de una mujer a la que tal vez le dieron el alta. O de un hombre que está convaleciente en su habitación. O de alguien que ha muerto. Las rueditas llegan al final del pasillo y un viejo, íntegramente vestido de blanco, abre la puerta de un cuartucho para descansar de los gemidos de los enfermos o comer galletitas o manotear en la oscuridad. Y sigue lloviendo. Esta gastada película del treinta muestra un panorama que borra las desigualdades. Aunque eso no importa: mi madre y yo estamos metidas en un asunto muy serio. Ella va a darme a luz y sabe que en las terrazas las mujeres de batón floreado se enfrentan con un ir y venir de telas mojadas, un golpeteo contra el aire compacto que terminará agrietándolo, sabe que los techos del hospital alguna vez fueron rojos, sabe de los esqueletos de pescado, sabe de las alcantarillas, de las figuras adelgazadas, sabe. Quizá por eso se lleva de repente las manos a los oídos. Mamá no quiere oír el modo en que la lluvia cae sobre el césped. La tierra mastica lluvia y deja suelto un sonido crocante. Entonces yo nazco. Ahora roza el borde de las terrazas un pesado ondular, no son sábanas mojadas, son los lengüetazos de un dragón que en cualquier momento se transformará en princesa. Las mujeres de batón floreado están allí para domesticarlos, han subido primero las escaleras con decisión, han puesto un pie bajo la lluvia, pero los esqueletos de pescado las apabullan y salen corriendo detrás y alrededor las lenguas del dragón las persiguen. Oigo el correr de la lluvia, el de las mujeres, el respirar de mi madre que duerme con las piernas abiertas y el vientre desinflado y sólo Dios sabe qué sueños tiene. Mi llanto no la despierta, ni la lluvia, esta dichosa película muda, viejísima, que ha sido pasada en demasiados cines, ni las rueditas que solas comienzan a andar otra vez por el pasillo. ¿Mamá? ¿Mamá? He nacido. Veo rodar una camilla sobre ruedas de lata por las grietas del aire y a los batones de las amas de casa disolverse y a las lenguas del dragón colgar de los espinazos de pescado mientras mi madre duerme un sueño largo, excesivamente largo. Me acerco un poco más al vidrio que no divide nada, que de nada me separa y pienso: “Son muy veloces los acontecimientos en las películas mudas”. Las lenguas del dragón quedan colgadas de los esqueletos pulidos por el viento, blanqueadas por la lluvia. Llueve, sí, llueve. Percibo el ir y venir de las mujeres en las terrazas, se resbalan, murmuran, discuten. Y sigue lloviendo. Desprendidos de las sogas, trapos, sábanas, telas, cuelgan de cualquier parte o quedan suspendidos en el aire como fantasmas.
PÁGINA 20 – ENSAYO
¿Internet robotiza?
Por Julio Carmona (Chiclayo / Perú)
¿Es verdad que Internet está “robotizando” a la gente? Una aseveración que así lo sostiene motiva esta pregunta. Y (“desde la trastienda”, como diría Gabo) respondo: Yo creo que no. Internet es parte de la revolución tecnológica que, en los últimos decenios, ha alcanzado dimensiones prodigiosas. Pero, como todo prodigio de su tipo, puede ser usado para bien y para mal. Los objetos tienen valor de uso, pero no “acción de uso”. Su bondad o maldad se la da la acción del hombre. Toda técnica –como toda invención humana– es indiferente de su uso. Es el caso del idioma: con las mismas palabras se puede dar la vida o la muerte. Un condenado a muerte pudo ser salvado con esta frase: “Perdonarlo; no fusilarlo”; pero un error en la trascripción del mensaje, produjo el efecto contrario: “Perdonarlo no; fusilarlo”.
Si mal no recuerdo, ya el viejo Aristóteles dividía a los seres en naturales, mecánicos y ficticios. Y, siguiendo a su maestro –Platón–, llegaba a la conclusión de que sólo los primeros tenían vida propia, la misma que adquieren de la naturaleza, y vendrían a ser una primera copia de la Idea Absoluta, mientras que los segundos están ligados a la ciencia y los terceros, al arte, como segunda y tercera copia de esa Idea, respectivamente.
La red cibernética se puede ubicar en el ámbito de la ciencia y la tecnología. Y, desde esa perspectiva, puede ser usada para perder el tiempo visitando espacios anodinos, cacográficos o pornográficos, pero también puede permitir el acceso a una suerte de emporio del conocimiento. Se puede perder el tiempo “chateando” nimiedades; pero se puede intercambiar información valiosa con pares intelectuales. Se puede encontrar basura, pero también buena literatura.
Un cuchillo en manos de un Jack el Destripador cumple una función totalmente opuesta que estando en manos de un ama de casa. Y lo mismo se puede colegir respecto de la energía atómica y hasta de la cocaína que, usadas en exterminios bélicos o maléficos, tendrán efectos distintos en la medicina o en la ciencia en general. Igualmente, al ordenador no se le puede echar la culpa del mal uso que de él hagan los ignaros o mentecatos. La bondad del mundo la miden los buenos; no, los malos. Con la existencia de la Internet los poetas seguirán escribiendo y encontrando los mismos lectores que sin ella. Para que el hombre se desvíe del camino correcto o positivo contribuyen más las desigualdades sociales, que no los malos usos de la tecnología.
PÁGINA 21 – CUENTO
Graham Greene no te traiciona
Por Carlos Roberto Morán (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Uno espera que la traición venga de cualquier lado, menos del lado de Graham Greene.
El que nunca te va a defraudar es el viejo Graham, le decía a un amigo. Aún en sus libros más débiles estará escondido a la vuelta de cualquier página para darte una sorpresa. Una buena sorpresa. Es así, agregaba, el gran Graham Greene nunca te va a defraudar, es de los que no traicionan.
Y, al parecer, el viejo Graham me esperaba en la vidriera de la librería por la que pasé esa tarde para ver las novedades cuando la pena de vivir se me estaba haciendo insoportable. Aunque ellas, las novedades, me resultaran cada vez con menos sabor. Lo de siempre, las modas y las costumbres que cambian constantemente. Pero esa vez estaba el propio Graham Greene en la portada del libro, una nueva edición de sus imperecederas novelas. Parecía mirarme, serio y al mismo tiempo sonriéndome como si fuera la Mona Lisa.
Yo presumía de haber leído todo lo que escribió a lo largo de sus fecundos años, pero al título, que aludía a un puente, no lo terminaba de ubicar. Deduje que podría tratarse de una traducción nueva que le hubiese dado otra interpretación a un viejo título. Viejo o nuevo daba lo mismo. Con su whisky en la mano el inglés me estaba invitando y de inmediato acepté la invitación.
Tardecita otoñal, nublada y con un poco de viento. Especial para meterse en un café, tomar algo caliente y dejarse llevar mansamente por la lectura. Los cibernéticos e informáticos no saben lo que se pierden, pero así también es la vida.
El déjà-vu se hizo presente no bien leí las primeras líneas sobre el hombre que miraba el puente desde una ventana. Debí haber leído esta novela hace años y por eso vuelve a mí como entre nieblas, pensé aplicando una figura literaria, apropiada para el momento.
Lo había leído o lo había vivido, tiempo ha. El puente, que no era el de Brighton, se parecía más a los puentes de mi ciudad y también el edificio que describía, pero eso no podía llamarme demasiado la atención porque a lo largo de su vida Greene recorrió las geografías del mundo y sus novelas habían transcurrido en distintos ambientes. Quizás hablara del Paraguay o de mi país. El ambiente elegido, la geografía pero también cultura y costumbres lugareñas, le servían de base para contar otras cosas, más humanas, más profundas.
Pedí un segundo café, que no me iba a caer bien, y miré, sin mirar, a la gente que estaba en el bar. En una esquina, puntual, Stella parecía observarme. Volví apresuradamente al libro. La imaginación es un desastre cuando se envejece, el mundo se puebla de fantasmas.
Casi le hago caer la bandeja al mozo cuando me servía el segundo café. Porque terminaba de leer en el libro de Greene y en la boca de su personaje las exactas palabras que alguna vez, en otro mundo, le había dicho a Stella. El mozo me miró con cierto aire de preocupación y yo hice un gesto ambiguo buscando tranquilizarlo. Volví al libro mientras continuaba sintiendo sobre mí su mirada acusatoria.
Pero la línea ya no estaba allí. Debía encontrarse en la página anterior, me dije, quizás el marcador que era mi dedo había dejado escapar una hoja. Sin embargo, ni en la anterior ni en la siguiente volví a encontrar esas palabras tan claras que alguna vez, como un reproche absurdo, le había dicho a Stella. Otra vez el déjà-vu, pero no tan impreciso y vagaroso como la primera vez, sino ahora concreto y relacionado con mi propia vida.
Suspiré porque la penosa sensación me había hecho faltar el aire. En la tapa el viejo Graham parecía haber acentuado su sonrisa. En la novela el hombre, el personaje, era el típico de Greene, vale decir el pobre tipo que no sabe qué es lo que está ocurriendo, un llevado y traído por fuerzas y hechos que no domina, como el personaje de “El ministerio del miedo”, o como los protagonistas de las películas de Hitchcock que, distraídos, ajenos al debate del mundo, se ven sorprendidos por situaciones que no pueden controlar y cuyo sentido desconocen. Una de espías, una de misterios. Pero era Greene, su estilo se deslizaba aquí y allá, como gato experimentado y a pesar de la traducción.
El protagonista andaba tratando de esconderse por los derruidos galpones del puerto en estado de abandono. Como no terminaba de concentrarme desconocía cómo y por qué el personaje de Greene había llegado a ese lugar, qué se proponía hacer.
Las poderosas imágenes de la novela recordaban a “El astillero” de Onetti. El puerto de la novela del uruguayo siempre me había parecido el de mi ciudad, que cuando yo era joven vibraba, por la miríada de estibadores, camiones y buques que cargaban cereales las 24 horas del día el verano tórrido y que más tarde (yo ya vuelto hombre maduro) cayó en el olvido y la destrucción. Galpones abandonados y ratas que comían los recuerdos que estaban tirados en su amplia geografía. Ahora se lo ha remozado, shopping y casino, pero esa es otra historia.
Otra vez. La tercera, la cuarta, había perdido la cuenta, pero de nuevo Greene me sorprendía por la afinidad que había en la novela con cuestiones referidas a mi persona, a mi pasado, aunque ahora no se trataba de la línea inexistente (la busqué varias veces pero continué sin encontrarla) En ese momento Graham no me llevaba al déjà-vu ni tampoco me hacía recordar parte del pasado. No, ahora se había metido nada menos que con mi personal imaginación.
Porque yo había pensado, con múltiples detalles, el relato del hombre que trata de esconderse en los vagones abandonados de un puerto en demolición. En la vida real pese a su abandono el puerto era controlado por la Prefectura, pero en mi relato esos guardias se habían retirado o entrado en una etapa de degradación que los volvía inútiles.
Por supuesto, no hay certezas. Por supuesto, Gödel llegó para embromarnos la vida y para que supiéramos que todo es terreno resbaladizo. Las coincidencias entre el libro y mi vida serían, me dije, producto de la simple casualidad, lo que uno quiere –sencillamente- ver. Quería ver, era posible, analogías entre el mundo del querido escritor y mi propio y provisorio mundo. En fin, coincidencias hay todo el tiempo.
Por supuesto, me estaba engañando porque ante el asombro uno retrocede. Era una situación difícil la que llegamos a vivir Stella y yo, esa dependencia de la que no podía desprenderse, esa dificultad objetiva que yo tenía (un compromiso que juntaba lo peor, negocios no demasiados claros y una confusa y confundida militancia política), demasiados problemas que no podían resolverse y que yo en cambio, patético, solucionaba en una novela que escribía exclusivamente en mi mente. El comienzo de la huida empezaba en el puerto abandonado, en un galpón donde encontrábamos provisorio refugio. Después continuaba la fuga, en un vagón del ferrocarril por entonces existente si me ubicaba en el plano de la realidad, en una puerta mágica que se abría y nos tragaba, en el plano de la desenfrenada imaginación.
A mí no me estaba haciendo patinar Gödel sino el rotundo Graham Greene en su precisa novela. Iba ya por el tercer café y el corazón hacía notar su existencia. Cuando concretamente el personaje se dijo que debía encontrarse con Stella cerré el libro de golpe. Sí, golpeé, hice un ruido inusitado que generó una suerte de campana de silencio en el bar. De eso me di cuenta con cierta tardanza, cuando el mozo estuvo a mi lado y me preguntó si me sentía bien y ponía mansamente su mano en mi hombro.
Como si no hubiera para mí otra cosa que la compasión. No podía seguir leyendo ni quedarme en el café, demasiadas miradas y actitudes hostiles eran dirigidas hacia mí o al menos así me parecía. Para mí era lo mismo. Busqué dinero para pagar y mientras revisaba mis bolsillos, en alguna parte había puesto la billetera, volví a mirar la tapa del libro. Greene parecía volver a invitarme, su mirada de viejo conocido, su sonrisa amistosa.
Esta vez pedí una gaseosa. Hice como si nada hubiera pasado. Quizás pudiera ubicar a Raúl. Lo que menos deseaba era encontrarme con él. Menos aún pedirle dinero. Pero ambas cosas iban a ser necesarias porque, lo comprendí, había perdido o me habían robado la billetera. No tenía un centavo y odiaba pasar por la humillación de semejante derrota. Pero el celular de Raúl no estaba prendido. “Llamame”, le dije al contestador automático. “Llamame”, repetí el mensaje que le envié por el correo del teléfono.
Era una situación sin salida, escribió Graham. Exactamente, me dije.
Y eso que no habla de la vergüenza que siento. Las letras no siempre se quedan quietas. El protagonista tiene extremas dificultades para continuar vivo, está pisando en terreno resbaladizo y aún no sabe de qué se trata esta historia. Desea, necesita salir, pero no encuentra el camino. Hay una confusión básica, lo que no se entiende, lo que no se puede entender. Llamame, dice el tipo. “Llamame”, repito. Como quien en un sueño comprende lo que ocurre vislumbro que el libro me tiene agarrado, que la magia de Greene ha vuelto a atraparme.
Envuelto en su telaraña.
Un golpe seco del corazón.
¿La muerte? Por ahora no, me digo. Llega Ricardo con el dinero (no he tenido que darle explicaciones) Pago y salgo sin mirar la mesa donde está sentada Stella. “Señor, señor…”, llama el mozo. “Se olvida el libro”. Niego con un gesto.
“No es mío”, le digo.
“Cuando la pena de vivir se me estaba haciendo insoportable”, es de Luigi Pirandello
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
Raúl Henao (Santiago de Cali/Colombia)
En voz alta
“Quemar no es contestar”
(Gerald de Nerval)
Aquella noche el viento llamaba a mi puerta
con nudillos de recién nacido
Sentía un vivo deseo de correr al trotecito
Me veía en el espejo relinchando como un caballo
al que se patea en los ijares.
En las calle miraba el rostro de la gente
caras vacías a las que el espectáculo
prestaba algunas de sus luces
Creía reconocer en ellas a personas que me habían
sido familiares hace mucho tiempo
A duras penas evitaba saltar al cuello
de quienes pasaban a mi lado
Vi caer un paracaidista disculpándose
con la mejor sonrisa
Una y otra vez preguntaba por la dirección
de mi casa olvidada bajo llave
Arrastraba los pies con exagerado amor propio
daba un paso y otro
De repente me encontré subiendo las gradas
de un inmenso estadio desierto
Hablaba en voz alta en voz alta.
El hambre
Mientras miraba fijamente las vueltas que daba un pollo
en el asador
Advertí que a pesar de poner todo empeño de mi parte
no podía cerrar la boca.
Afortunadamente había pasado desapercibido para las personas
Que a esa hora acostumbran pasearse
A lo largo de la calle.
Cuando tocado por la curiosidad alguien se detuvo
A mi lado y echó una ojeada
Luego con el aire del domador de circo que mete su cabeza
En la boca de un león, introdujo la suya en mi boca
Y volvió a sacarla al parecer sin ningún desperfecto.
Sólo en la expresión avergonzada de su rostro
Se adivinaba que acababa de perder la cabeza.
El azar de tus pasos
El azar de tus pasos por el que tomas
cada vez mis caminos
Cada vez que vuelves el rostro
hecho de un fino hilo de agua
Endulzas tus palabras guardadas
para los días de fiesta
Corteses como damas de compañía
en el mirador de un hotel
Cuyas escaleras mareadas jamás prestaron
su mano a otra boca más roja
Ramas con azulejos tus cejas
bajo las que corres
una armadura de cota de malla
He visto como olvidabas tus ojos
en la porcelana de sol:
Leche derramada en la mesa de noche
Pero nunca dejabas de preguntarle
a una rosa abandonada en tu escote
Parte de su encanto consiste en borrar
de tu mirada otro paisaje
Vueltas a encontrar tus horas
en un reloj de arena
La ceguera tiene salas para jurar
en vano que mientes
Si dices que despiertas para los que sólo
sueñan que despiertan.
Alborada
¿Es una fuente o una muchacha
desnuda
la que ese viejo alcornoquero
persigue en el descampado
del parque?
Un tribunal de helechos
parece agolparse
en la galería al aire libre
Mientras alrededor
del ruinoso estanque
Algún visitante ocasional
Cae en los hermosos brazos
de la bruja albina
siempre a horcajadas
de la ventisca mañanera.
Yo soy ese arrobado comedor de opio,
la sal en la taza de té.
El apagón
Los rojos san joaquines florecían
A mi paso
Arriba las nubes, blancas
Paredes
De mil pies de altura
Por las que me veía volar tosiendo
Como un aeroplano
En cambio, parecía que la gente a mi lado
Pataleaba sobre la cabeza de un calvo
Ponían mi emisora favorita
Y me encontré silbando las letras
De una canción.
Al oído de la encopetada dama
Que tomaba el té en mi compañía.
Fue entonces cuando corrió el rumor
De los apagones
Desde el salón miraba la negrura
De la calle cubierta de gigantescas
Hojas de periódico.
Alguien trepaba sobre mis espaldas
Y sobre las espaldas
Del que se trepaba a mis espaldas
El último en subir prendió una cerilla
...Usted, usted se fumó el sol
Me gritó desde las alturas.
Para Carlos Bedoya.
Damas de luto
La noche del sábado arrimaban a mi mesa
una botella de brandy y dos mujeres de luto.
Era muy negra, muy negra ese día mi estrella.
fuímos a un teatro de pacotilla
donde había la escalera a la luna de un pintor
que sacudió un tarro de pintura
en mi solapa.
El villano que paseaba en escena
las narices puestas en el escote
de las damas de luto,
me miraba a la salida
desde el espejo empañado de la taquilla.
Se hicieron gárgaras mis palabras de amor
y tomé el primer taxi a la vuelta del teatro,
mientras la luna escupía huesos de fruta a mi paso
y el viento en las esquinas, pasaba lista a la aurora.
El circo de los enamorados
Abril huye en traje de noche en el café del desvelo
Encaramados a las lunas de escaparate
Al escaño trastabillante del escenario nocturno
Los músicos de la orquesta
Llevan enchapes por bigotes
Flores de papel en el ojal
Pecheras almidonadas donde se estrellan
Botellas de champaña.
En ese frente desmantelado del sueño a la vigilia
Se toman por asalto los enamorados
Para desajustarse escotes y corbatas en público
Para desvestirse los senos encabritados
En las propias marmóreas narices del alba
Arribando con todas sus luces disparadas
Sobre la insomne clientela del amor
Arrumando las jaulas de un circo que parte
A la entrada del día.
La realidad y el deseo
La tarde arrastra una banda de música
Tras los faldones del viento.
Súbitamente delante de mi vista
Una alada pareja de baile
Persigue las notas otoñales
Del acordeonista solitario
Al fondo de la alameda
Un ciego trastabillante
Bajo la lluvia
Aparece en el parque dominical
Al paso que la estatua
De mármol de mi pensamiento
Pierde su última hoja de parra
Al avecinarse el anochecer.
Pasaje al desamor
En la percha de septiembre se abrigan
Las golondrinas del desamor.
Una mujer del signo de la balanza
Desaparece en la luz hiriente
De un espejo ilusorio
Tras abandonar
Su heráldica, nostálgica
Zapatilla de ballet,
En la sala de baile desierta.
Prosigue a solas el pianista del invierno
Su melodía cristalina, guirnalda de agua,
A la salida de un pasaje comercial de la ciudad.
El olvido
Cerca al desposeído al desamparado
El olvido pasea sus muertos
Insepultos entre la niebla
Cruza el sordo la calle
A brincos la sangre le hace señas
En el espejo de la mañana.
Y no hay un árbol a la redonda
Donde poner un nido de pájaros
Una sola nube donde acampar al sol.
El olvido pasea sus muertos insepultos
Cerca al desposeído al desamparado.
El sordo cruza la calle.
Entre la niebla acampan los pájaros
Porque no hay un sol donde poner una nube
Un árbol donde borrar
La sangre a cántaros de la madrugada.
Jorge Arbeleche (Montevideo/Uruguay)
La ausencia
piedra
de piedra es el camino giboso de la ausencia
de piedra el polvo arrastrado por la sed
de piedra el muro sin límites de altura
sin extensión medida ni medible
más largo que toda perspectiva
de piedra es el color negado de la nieve
la cuenca hueca del ojo y del mirar
el diente y el labio mutilados
la nariz rota después de la trompada
el esqueleto montón de polvo anónimo
sin sentido ni amor ni médulas ardidas
de piedra es el fondo del mar y el arrecife
donde se viera alguna vez
el reflejo del aire sin fisuras
allá
húmedo como el hocico del perro más enfermo
quieto como el lomo del ciervo
ante el acecho del jabalí jadeante
como el jadeo del bosque detrás de la tormenta
está
no lo que fuera
sino lo que es.
Y basta
Contraluz
apagó toda la luz
la abierta, la de la ventana
da de la mesa donde se apoya el verso y el signo
la que acecha debajo del insomnio
la que atraviesa a galope el desvelado sueño
la que desgarra los murmullos el ruido
la música el silencio la penumbra
cubrió de cal el pasto,
degolló las corolas
(la carta del tarot marcó la Ausencia)
En la clave del Trigo:
contraluz del Olvido la Memoria.
La rapiña
La Ausencia es una rapiña
un arrancón un hueco un arrebato
es el sordo alarido de los mudos
es un relincho ciego un niño muerto
un ángel quemándose en el aire
es un caballo desbocado sin corcel ni jinete
es una araña roja pespunteada de negro
es el lugar donde existió un latido
un corazón en redoblante
un estallido de campanas
un huracán una tormenta
una brisa una caricia una voz
y luego
ahora
un eco sin comienzo sin fin y sin sonido.
Luis Caballero (México DF/México)
Quien tiene 7 vidas
7 veces morira.
Me iré iluminando
En medio de sombras.
G. Apollinaire.
Con el abrazo tierno del asfalto
Y la mirada ingenua del ebrio de la esquina
Las nubes nadaban felices
Por el mar de mis sueños atroces
Mientras las tripas y el estomago
Salían a danzar felices
Bajo los besos del maldito sol
Que los hacia apestar a muerte anticipada
La fisonomía saliéndole por la cara
Asustando a los transeúntes asqueados
Quien tiene siete vidas
Siete veces amara y suspirara
Siete veces mentira y usara disfraz
Siete veces pegara y abofeteara
Siete veces pedirá perdón y lo apreciará
Siete veces se embriagara y tomará
Siete veces llorara y gimoteara
Siete veces escribirá y garabateará
Siete veces dirá que no y siete veces mas no
Y claro
Siete veces morirá.
Víctima.
Para conseguir volar
Primero se necesita
Poder Vivir.
Ludecave.
Con las alas inservibles y chorreando sangre
Aun me mantengo volando
Sobre un mundo colmado de depredadores
Que devoran todo lo que toca el suelo
Totalmente desnudo
Cobijado tan solo por los sueños
Por mis escritos
Por mis pinturas
Enamorado de mi locura
Cada noche me alejo más de la cordura
Victima
Un error de la maquina de los normales
Victima
Un poeta que no sabe amar
Victima
El peor de los amigos y enemigos
Victima
De ser un dios entre los mortales
Cansado de volar
Algunas veces me poso agitado y excitado
Sobre el cadáver de mi infancia
Que aun sigue sonriendo
Rodeado de inmundicia materialista
Mis ojos tristes buscan el cielo
Aquel lejano y sublime lugar
Donde jamás conseguiré descansar
Mis alas solo sirven para atemorizar
Las nauseabundas moscas que me rodean
Por que yo solo puedo caminar entre el lodo
Y enseñar a volar
A todos aquellos que merecen el cielo
Victima
Jamás
Tan solo soy el verdugo de mi propia vida
El equilibrio debe existir
Y aunque platico con Ángeles de ojos alegres
Debo dejarlos volar
Yo soy el lastre que debe quedarse
El maldito maldecido, maldito enfermo
Gran mentiroso, Gran criminal
Y el gran sabio
Que sabe que su destino es el abismo.
El hijo de dios.
Duermo en el suelo
Ni siquiera donde la noche venga.
Jesús Cárdenas.
El hijo de dios esta borracho
Lastimado y sangrando
Temblando por la maldita cruda
Y con las tripas desechas
Sedientas de más alcohol
Donde estas padre mió
Grita el teporocho orinado
Mientras trata de dormir en una esquina
Cobijado por perros y periódicos
¡Donde carajos estas!
Dios lo ignoro
Pero le mando amigos de miseria
Alcohol barato y comida podrida
Golpizas e insultos
Para que apresurara su llegada
Al reino de los cielos
Para que brindara con el hijo de dios.
Entre ellas.
Y que yo me la lleve al rió
Creyendo que era mozuela
Pero tenia marido.
F. García Lorca.
Entre ellas
Los sudores se aprecian y se paladean
Los cabellos se enredan
Los labios se aprecian y se aprietan
Mientras los hombres
Brindan en las apestosas cantinas
Entre ellas
Los celos son mayores
La fragilidad del grito del deseo se asoma
Y los tacones sobre ambos hombros
Son la delicia de los poetas
Entre ellas
El ojo que murmura
Esta llore que llore
Pero no de tristeza
Si no del éxtasis del orgasmo y del deseo
Que le provoca
Un beso entre ellas.
Volver a sonreir.
No siempre lo bonito se encuentra en la belleza
Ni siempre la pureza se halla en la castidad.
Solon de Mel.
Apestando los deplorables bares
Orinando todas las esquinas de la ciudad
Desde playa Aragón hasta el desquiciante centro de la ciudad
Tropiezo con las mismas balas
Que destruyen el corazón
Olvidando los lugares concurridos
Un buen trago de ron
La soledad toca el piano sonriendo
Las moscas se asesinan contra los cristales
De mi casa en desuso
Y tu risa sigue azotando los muros
De playa Aragón
Apestando los deplorables bares
Con mi traje de boda
Un libro de poesía
El tianguis ensuciando la melancolía
Y ni siquiera yo
Conozco el modo
De volver a sonreír.
PÁGINA 23 – CUENTO
El botón
Por Juan Disante (Vicente López-Buenos Aires/Argentina)
Un verano abrasador.
Vivían puerta por puerta, en la retirada torre frente al río, en el puerto de Olivos, y disfrutaban de la localidad de Vicente López como un dormitorio íntimo, pero sin secretos. El hábito de recorrer los tranquilos barrios y plazas de Florida o La Lucila los conmovía a ambos. Estaban convencidos que todo ese paisaje, que para muchos era de rutina, ellos debían llevarlo a flor de piel, apenas rozarlo. No comprometerse en profundidad con la vida urbana. La certitud de vivir en una ciudad dormitorio estaba asumida totalmente y no deseaban otra cosa que ese hábitat verde los contuviera y acariciara como la vida erótica que ofrece la alcoba de los amantes.
En esa época, después de atravesado sus divorcios, disfrutaban del arterial placer de estar solos, sin ya pensar en un pasado allanado por cierta propensión.
Así.
Se habían propuesto relacionarse de manera que el amor no los volviera locos, ni estar a merced de apéndices. Lo posible de la tentativa era no fundirse en “una sola persona”, un solo sentimiento.
Eso. Seguir siendo dos.
El ensayo era amarse entrañablemente. Intentar mantener el equilibrio de sostener la feliz pegadura de estar juntos y alternar esa unidad con la libertad de la propia autonomía.
Él la recibía en su casa como un huésped muy amado y de igual modo ella. Pero sus viviendas expresaban el toque personal de sus impares identidades. Allí nunca se ponía el sol dorado de la suelta emancipación.
En los días de calor preferían andar sin prendas por la casa, como si estuvieran solos. Cuando salían de paseo, se esperaban mutuamente, sin apuros. Y al cruzarse con algún pensamiento enredado, sus ojos transparentes pedían hablar de la cuestión.
Con sinceridad todo era comunicado.
Tal cual.
Cierto sábado, ella deseó recorrer las inmediaciones de la Torre Ader en Carapachay. Vieja leyenda.
Leyó.
-- “Es un lugar encantado en el que se producen extraños juegos de luces al caer el sol. Cualquier pareja de amantes que la rodeara varias veces, lograría un eterno compromiso amoroso. No podría quebrarse por siglos”.
El reparo de una larga pausa la sostuvo.
-- ¿Vamos, amor?
-- ¿Te parece? Algo me dice que no debemos ir. No me gusta demasiado ese lugar. Pero, bueno… si quieres ir…vamos. Antes voy a bañarme.
Comenzó a desvestirse y, de repente, saltó un botón de su camisa. El botón cayó al parquet del piso y comenzó a rodar sin juicio en dirección a la ventana soleada de cara al Río de la Plata. Espontáneamente, los dos, gateando por el suelo, siguieron su recorrido. Inesperadamente el botón inició un juego de escapadas, girando y huyendo de sus seguidores. Dio vueltas y vueltas hasta finalmente ser atrapado y depositado en el borde de una repisa.
Arrodillados en el suelo, se miraron.
Un penetrante rayo de sol llegaba de la totalidad y atravesaba la blancura del botón.
Así fue.
El entró a la ducha y ella, extendida, observaba su figura enjabonada en la bañera. Ese momento se hizo eterno al intentar desentrañar su vacilación. Giro su cabeza para mirar el cristalino botón, reflexionó un interminable momento. Volvió a mirar a su amante, envuelto en una espuma tan sustanciosa que activó sus deseos. Sentía que esos momentos se derramaban, que el tiempo se congelaría si no adoptaba una decisión.
Volvió a clavar sus ojos en el botón.
De prisa buscó el costurero y enhebrando una aguja, comenzó a coser el botón en la camisa de él, sabiendo que de ese modo, estaba forzando el destino de ambos. Debía apurarse para tapar su duda antes que terminase su ducha.
Era empujada a un temerario salto por el instintivo mandato del amor.
Si.
Desde la ventana, la tarde parecía expectante. Llegaban acordes. Desde lo lejos, Piazzola. Más allá, Malher.
El brillo parecía coincidir con la ternura. Y la pasión, una vez más, volvía a confundirse con la sed.
Cuando él salió del baño, paralizó su mirada con estupor, entre hechizado y confundido. Su corazón irrumpió con latidos quejosos y su mirada se entristeció.
-- ¿No lo he cosido bien? Preguntó ella con afección.
Él se inclinó, le acarició las manos, y dijo acongojado:
-- ¡Ay! Tesoro mío, no debiste hacerlo… no debiste hacerlo… ¿por qué lo has hecho? ¡Ay dios mío! Con cada una de esas puntadas has cocido mi piel a tu piel. ¿Por qué? Son pinchazos que duelen. ¿Por qué? Si aprecias nuestro amor, no deberías intentar el juego de esposa. Tu solicitud femenina me aterroriza. Destruye todo.
-- No puedo entender…
-- Hoy se trata del botón, mañana de zurcir los agujeros de mi carácter, pasado de mis decisiones privativas. Y finalmente querrás coser mi persona y mi alma. Si empiezas a ocuparte de mi indumentaria, te ocuparás más tarde de mi libertad… y la perderé… sin motivo… sin razón… sin…
-- Eres un ángel--, dijo ella, dejando deslizar una lágrima.
Pero ya era tarde.
Las luces arrebatantes, perturbadoras del verano porteño… caían.
Fue como les cuento… tal cual.
Pudieron ver que, a partir de aquel día, el paisaje iniciaba una transformación de color. Las casas parecían derrumbadas. Los bares y plazas habían perdido su alegría. No existía un solo lugar donde la libertad tuviera su rincón hospitalario. Ya no habría puentes hacia el Paraíso.
Pudieron sentir que la paz se transformó en monotonía y el madrugador zorzal no cantó nunca más en aquel alerce ocre. Desde las alcantarillas se elevaban densas columnas de vapor que convertían en bruma la irrupción del otoño inmoderado y fatal.
Pudieron comprender que la dicha perfecta, nuevamente, semejaba un fugaz resplandor en las grises aguas del río.
PÁGINA 24 – ENSAYO
Poesía chilena en Canadá: exilio, identidad y activismo cultural
Por Jorge Etcheverry (Ottawa/Canadá)
La poesía chilena en Canadá se inicia—salvo la presencia un poco anterior de Ludwig Zéller—con el exilio de escritores chilenos a Canadá después del golpe de 1973. Su período por así decir "fundacional” llega más o menos hasta mediados de los ochenta y se centra básicamente en Gonzalo Millán, la Escuela de Santiago (Erik Martínez, Naín Nómez y el autor de esta nota), que estuvo casi in toto, y Ediciones Cordillera, iniciativa editorial chilena basada en Ottawa, la capital del país, que en total llegó a las 19 publicaciones, en mayoría de poesía y en parte considerable de poetas chilenos en Canadá. Fue principalmente, hasta su término en 1996, una editorial dedicada primordialmente a la poesía.
Representa en sus publicaciones las facetas iniciales y quizás perdurables de la poesía chilena en este contexto: el compromiso en un sentido amplio, la nostalgia y un peculiar elemento vanguardista, los tres componentes iniciales básicos de la poesía chilena en Canadá, derivada de la peculiar constitución del colectivo de la Editorial Cordillera, una de las primeras editoriales chilenas del exilio, que reunió en su comité editor además de su director, el narrador chileno Leandro Urbina y entre otros, a Gonzalo Millán, Naín Nómez y al que escribe, estos dos últimos ex miembros de la Escuela de Santiago, inestructurado movimiento poético de fines de los sesenta, que formó parte de las ‘promociones emergentes’ de poetas chilenos, según la terminología contemporánea de Millán. Esta tendencia hacia la vanguardia se vio reforzada por ser Ludwig Zéller la figura poética chilena residente en Canadá conocida hasta el momento en el medio anglófono. La presencia de un elemento que los canadienses denominaban en general ‘surrealismo’ creó una especie de expectativa en parte del medio canadiense crítico y lector interesado. Se empezó a esperar de los autores chilenos exilados una mezcla de ‘surrealismo’ y compromiso político.
La percepción del elemento por así decir surrealista se convirtió en una constante para la recepción crítica de ciertos productos poéticos chilenos, básicamente en Ontario, donde Luis Lama fue quien se inscribió posteriormente más claramente en esta tendencia, con resonancias en Luciano Díaz y Nieves Fuenzalida. El libro más importante del exilio chileno en Canadá, La ciudad de Gonzalo Millán (1979), publicado en español en Montreal, Québec, también se inserta en esta combinación de elementos por así decir comprometidos y nostálgicos con el componente ‘experimental. Su publicación en la pequeña editorial Maison Culterelle Québec-Amérique Latine, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Montreal, en ese entonces, fue otra muestra de esta confluencia compromiso/experimentalismo, también presente en el poeta Manuel Jofré, y en los poetas chilenos de Montreal Alfredo Lavergne, Alberto Kurapel, conocido dramaturgo y en menor grado en la producción de Jorge Cancino. Claudio Durán en Toronto, el mayor artífice de la poesía sobre el ‘allá’, se centra más bien en la nostalgia y la memoria, en una dimensión eminentemente lírica. En esa dirección pero con mayor presencia de un elemento por político estaban los textos de Nelly Vallejos, elemento que predominaba en la poesía de Tito Alvarado. Elías Letelier osciló entre un tono épico, el compromiso político y un humor ácido.
En esa época, la presencia de la dictadura en Chile permea la actividad cultural y literaria chilena en Canadá, y la producción poética. Pero junto a la preocupación por la situación chilena, la solidaridad y la denuncia, hay a la vez elementos de comparación de los imaginarios geográficos, sociales y culturales del ‘aquí’ y el ‘allá’, además del tema de la aculturación y la exploración del nuevo ámbito físico/cultural. Entonces, y para la realización del plebiscito en Chile, los elementos que predominan en esta poesía trasplantada son vanguardia, nostalgia y compromiso, y se ha ido dando cabida a los de la aculturación, la sociedad anfitriona y sus demandas, el asunto de la identidad, la anfibología identitaria y la ambigüedad de la pertenencia. Con ciertos nexos con la sociedad y cultura anfitrionas, la poesía chilena en el país sigue haciéndose al interior de una comunidad exilada, que se piensa como tal y que es uno de los principales, sino el principal, de los facilitadores y destinatarios de la literatura/poesía cultura chilenas en el país hasta comienzos de los noventa. Por ese entonces y más o menos a partir de la realización del plebiscito, se inicia un cambio del papel social y la imagen que tiene de sí misma la comunidad chilena, que empieza a ser una comunidad étnica, en el seno de la comunidad latinoamericana, y cuyo componente cultural y político ‘especializado’ ve más y más, además de como trasplantada, o emigrante, como disidente respecto al proceso de liberalización chileno y en alguna medida frente a la creciente globalización en el propio hemisferio norte. El plebiscito termina formal y de alguna manera institucionalmente con el exilio, pero no en los hechos de la vida concreta ni en la producción poética. El extrañamiento, enriquecido con los conceptos de transhumancia, nomadismo, diáspora, seguirá y sigue jugando un importante papel en la literatura y poesía chilena incluso a medida que los cambios en el país de origen lo alejan de los recuerdos y estimativa del poeta.
Exilio y desarraigo entonces, no están sujetos a cambios institucionales. Pero además los escritores/poetas chilenos se han ido convirtiendo en escritores y poetas ‘étnicos’, o de comunidades étnicas, en parte importante del perfil identitario de sus comunidades. Personalmente se definen/autodefinen por su adscripción a las diversas posibilidades excluyentes o combinatorias de identidad socio cultural que el sistema ofrece o permite, a saber; autores/as chilenos, latinoamericanos, hispanógrafos, anglo o franco canadienses, chileno o latino-canadienses o latino-quebequenses, además de la relevancia de componentes genéricos, étnicos o generacionales. Esta realidad por así decir concreta o existencial, a que se superponía la del exilio político y la necesidad de la denuncia, pasa a ocupar una posición más central. Esta identidad o identidades en muchos casos son adoptadas por imposiciones de asimilación o pertenencia social o colectiva, o por proyectos personales de consagración institucional, etc. De alguna manera en la sociedad del capitalismo desarrollado, con su atmósfera alienatoria y unidimensional, homogeneizadora a pesar de su aparente variedad, la identidad es una mercancía escasa en general dispensada por el sistema, o marginalmente definida en contra del mismo o de sus componentes particulares. En las comunidades subordinadas a una sociedad y cultura hegemónicas, el ejercicio de la literatura puede significar uno de los atajos para lograr el elusivo estatus social y un reemplazo de la actividad política, lo que de alguna manera contribuye a realzar el ‘perfil’ de la comunidad como un todo. Esto confluye con otras necesidades de demanda social de objetos culturales, provenientes de una multiplicidad de mercados, al entrar distintos grupos antes parcial o totalmente marginados a consumirlos y producirlos dentro del sistema. Se acentúan en esta demanda de objetos y personalidades culturales aquellas facetas tendientes a acentuar las características materiales y factuales como definitorias de la identidad en el así llamado mundo desarrollado, con su gran componente migratorio/étnico. Por el otro lado, esto se asume en la lucha por la legitimización de modos de vida/cultura hasta entonces marginados por los preponderantes y que ahora empiezan a hacer estas demandas al mercado y la institución literaria, reclamando presencia social y cultural en los artículos de consumo representativos (el arte y el espectáculo). Junto a la capacidad definitoria del compromiso, que partía de una elección, se insinúa así en el poeta chileno, la definición/asunción identitaria basándose en esas categorías concretas ‘en sí, que nacen de la condición etnocultural, idiomática, genérica, generacional, incluso religiosa o política en el marco de las opciones permitidas por el sistema neoliberal y el contexto multicultural, sus asimilaciones y marginaciones.
Esto no es un elemento nuevo. Al ocurrir el exilio, las primeras publicaciones chilenas en Canadá se vieron facilitadas por las políticas de multiculturalismo, establecidas para asimilar y organizar la innegable realidad multiétnica, multilinguística y multicultural del país. Desde los inicios, Ediciones Cordillera, ejemplo que me es más familiar, contó con subvención oficial para sus publicaciones bilingües, de la que por ejemplo gozaban también las revistas que publicaban números especiales sobre literatura chilena o latina en Canadá. Dichas políticas, — que delimiban claramente el nicho que le correspondía a las literaturas alófonas frente a las oficiales, ‘reales’, la literatura anglo o francófona ‘mainstream’—, han ido desapareciendo a la luz de la derechización del país que conlleva a mi entender un etno/culturo centrismo de algún modo presente pero casi no tematizado, a lo que se suma la concepción de un estado administrador y reducido a un mínimo esencial, lo que ha tendido a restringir el financiamiento a las ‘artes’ y por tanto a sus componentes etnoculturales.
Así, los poetas chilenos han asumido abiertamente y de manera casi natural en su actuación ‘profesional’ una persona compuesta. El compromiso ya no está exclusivamente centrado en Chile sino volcado a la problemática de la sociedad anfitriona y el mundo. La asunción etnocultural chilena y/o latinoamericana y un tinte político permea el quehacer poético de Carmen Rodríguez y Arturo Mujica Olea, en la Columbia Británica, Irma Paredes en Toronto, de los poetas que gestionan la serie de lecturas del Taller Cultural El Dorado en Ottawa, fundado por Luciano Díaz y el que habla, del Taller Cultural Sur en Montreal, del blog literario Azularte de Jaime Serey, de la Tertulia en Gatineau, de la Red Cultural Hispánica, que por primera vez introduce explícitamente la facilitación en su mandato, reconociendo la necesidad de la gestión cultural. A esto se suma la presencia, desarrollo e impacto de las TIC (tecnologías de información y comunicaciones), que han venido a trasformar para siempre las relaciones de comunidades y escritores trasplantados con el país o cultura anfitriones, con el país de origen, su región y el mundo en general, haciendo que el exilio o el transplante ya no sean los mismos, ni tampoco las fronteras. Este estado de cosas también influye en la presencia y el desarrollo de la poesía chilena en Canadá, incrementando el papel de un componente que había caracterizado a la cultura, principalmente a la poesía chilena en el país desde sus orígenes a mediados de los setenta del siglo pasado: el activismo cultural. Primero en el marco de la solidaridad con Chile, se extendió naturalmente al campo de la literatura latinoamericana en el país, muchas veces resultante de condiciones parecidas, y en cuya actividades y publicaciones de carácter latinoamericano iniciales, los chilenos tuvieron y tienen un aporte destacado.
El elemento político que justifica y coayuda a este activismo se encuentra presente en algunos componentes principales. En el primero, en términos del compromiso original, centrado en Chile y Latinoamérica y dirigido hacia la comunidad residente y el exterior, se trata de hacer conciencia de la situación existente ‘allá abajo’. Pero a la vez se intenta conservar y desarrollar el patrimonio cultural y lingüístico, en gran medida posibilitado por el ambiente creado por el multiculturalismo institucional y la multiculturalidad factual. Aquí se enmarca en el variable y general intento de afirmación de las comunidades étnicas frente o junto a los sectores cultural étnica y lingüísticamente preponderantes, —las dos naciones fundadoras ‘europeas’—, que asume en el caso chileno un impulso claramente político: la cultura por así decir hispánica tiene un tinte más o menos radical, al que se suman las aspiraciones étnicas, culturales y lingüísticas. Así lo expresó Gonzalo Millán, que manifestó en el documental Blue Jay, del cineasta chileno Leopoldo Gutiérrez, que escribir en español en Canadá era un acto político.
Este proceso de activismo, que por otra parte como se mencionaba ha acompañado a la literatura chilena, y más clara y específicamente a la poesía desde su ‘transplante’ a Canadá, ha venido a beneficiarse y ampliarse con la publicación y difusión virtuales. Así surge una nueva iniciativa editora que combina la poesía, el exilio y el compromiso político, bajo la forma de la casa editora cooperativa en línea Poetas Antiimperialistas de América ( www.poetas.com), que presenta el trabajo de tres autores chileno canadienses previamente publicados (Elías Letelier, César Castillo y el que escribe) entre los cuarenta poetas presentes en ese portal, que incluye principalmente a poetas chilenos de la generación de los 1980´s que viven en Chile, pero incluye también a poetas de otros países latinoamericanos como México, Venezuela, Cuba, Perú, El Salvador y Argentina, además de poetas canadienses. El sitio virtual de esta casa editora, cuya publicación más reciente en estos días es una antología en inglés a ser presentada en Montreal en solidaridad con los disidentes turcos encarcelados, tiene una amplia difusión sobre todo en los países de habla hispana. Creado por el poeta, editor y webmaster Elías Letelier, el sitio web organizó a diversos poetas de las Américas y trajo de vuelta un sentido de compromiso político, que pasaba por una larga declinación en la literatura, al dominio de la poesía en el mundo hispánico. Este sitio, que auspicia diversas revistas culturales virtuales se ha convertido en punto de referencia para la renovación y el compromiso poético y metapoético.
Es de esperar que la poesía chilena en Canadá, —que presenta prácticamente todos los tipos de discurso poético posibles, desde el texto popular ingenuo hasta la vanguardia, pasando por la poesía política y la antipoesía—, llegue a establecerse como entidad cultural específica, traslapada en la literatura latinoamericana en Canadá, — quizás no en la conciencia e intención de sus productores, quienes de vez en cuando se vuelven a Chile o Latinoamérica en una búsqueda identitaria o de pertenencia—, pero sí en su realidad objetiva. Esta poesía, en el marco de la literatura latinoamericana en Canadá como componente preponderante, ya se desenvuelve por razones demográficas, culturales y en cierta manera políticas, al interior de un mercado nicho que comporta un continuum académico, crítico, de difusión y comercialización que habrá de garantizar su supervivencia.
PÁGINA 25 – CUENTO
Oribe y el fantasma de Marcos
Por Alicia Vittorio (Ituzaingó-Buenos Aires/Argentina)
1841. Plaza de Tucumán. Oribe, montado sobre su caballo, exhibe la cabeza de un hombre. Insertada sobre su lanza sangrienta, va salpicando el suelo con estrellas rojizas, marcando el camino del rojo punzó de la victoria. Grita, palabras que enardecen cada vez más el odio de los Unitarios y crean el espíritu de venganza.
Durante los días sucesivos, dará vuelta, alrededor de la misma, mostrando el rostro fantasmagórico, los ojos, aún abiertos y sin pupilas, que espantan a niños y mujeres.
Repite, palabras amenazadoras, “para que lo oigan, quienes conspiren contra el Gobernador Juan Manuel de Rosas”, enardeciendo, cada vez más, el odio de los Unitarios. Creando espíritu de venganza.
Desde ese momento, pasará muchas noches sin poder dormir. Pero, ya vencido por el agotamiento, sueña que una mujer le impide el paso a su caballo. Él, lo abalanza contra ella y la arroja al suelo.
En el envión la cabeza se suelta inesperadamente de la lanza y rueda por el suelo.
La mujer se reincorpora.
Al ver sus ojos cerrados, parece indefensa.
Baja de su caballo. Está convencido que ella se arrodillara ante sus pies y le implorará: - ¡Por Amor de dios, deje en paz a ese difunto!
De su conciencia equívoca y de esa boca desafiante, sale una voz de orden:
-¡Deje en paz, esta Alma!.
Oribe enfurece. Se retuerce entre las sábanas. Tira su lanza y alza su rebenque contra la mujer.
Un instante para terminar con esta pesadilla, pero la mirada de la mujer lo paraliza. Le impide bajar su brazo para golpearla.
Retrocede. Monta en su caballo y se marcha. Impregnado de sudor, de miedo. Se ve a sí mismo, yéndose. Riendo, con una carcajada nerviosa que se esparce por el aire, hasta perderse en el infinito del silencio.
La mujer se inclina y toma la cabeza, acariciando las pálidas mejillas. La envuelve en un paño oscuro y la acuna entre sus brazos.
Con las pupilas enrojecidas de llanto y de impotencia, se encamina hacia Salta. Descalza por la alfombra verde, por la selva, por el suelo ardiente, soporta las inclemencias del tiempo, el frío de la noche, la amenaza de los pumas.
Sigue con sus pies descalzos sobre el suelo ardiente.
Ninguno de los dos repara en las heridas de los espinillos.
Él, sabe lo que ella busca, porque ha leido en su pensamiento. Busca hallar la otra parte de Marcos y pronto lo encontrará. Sabe, que no le aterroriza el cuerpo deshecho por las rapiñas, la carne deforme y maloliente.
Pone la cabeza junto al resto y arma al hombre. Solo piensa en cavar un hoyo, para darle sepultura. No tiene herramientas, solo sus manos agrietadas, que abren un pequeño surco en la tierra árida. Sangran. Son inmune al dolor. Y se hunden, cada vez más, cada vez más.
Arrastra al muerto y lo deposita en el fondo del pozo. Lo cubre de tierra y la humedece con sus lágrimas.
Oribe despierta. Sentaddo sobre el borde de la cama, observa sus manos. Tienen sangre. Es la sangre de Marcos que se escurre entre sus dedos. Su grito es como un tormento.
El sol comienza a despuntar. Un rayo de luz lo hiere en la frente. Él, lo esquiva. Lo esquiva siempre. Su mirada se pierde en el fondo de los recuerdos. Ve a la mujer de su sueño: La Fortunata García. Recuerda haberla visto rezar, sobre la tumba de Marcos. Rezar por él, por el hijo que queda. Escucha susurrarle al oido: Que su padre no vuelve. Que está con Tatita en el cielo.
Oribe, se ve reflejado en el muerto. El muerto, ahora, es él. Sus fuerzas se debilitan. Esta cansado de luchar con un fantasma.
Vuelve a despertar una y mil veces hasta que la pesadilla, lo envuelve y lo lleva como un remolino.
PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Olivier Herrera Marín (Castellón-Valencia-Alicante/España)
Sin ti, sin vosotros
I
La luz y el viento
Consciente de lo que digo,
¡Soy! Que sé lo que escribo.
Y sé, que serán tan amados
Cómo temidos, mis versos,
En manos de la gente noble
Y sencilla de Latinoamérica.
Sé, que en vuestras manos:
Mis versos son y serán, al Alba,
Las lagrimas de la Media Luna;
Sobre los dátiles de la palmera
Y las espigas de trigo y de arroz,
Sobre la rosa y la flor del maíz.
Consciente soy, cómo lo soy,
De que sin ti, sin vosotros;
La LUZ que alumbra la lluvia,
El VIENTO de Latinoamérica,
Que sopla fiero y esparce
El eco lejano de mi verbo.
Que le da alas a mis versos;
Para que vuelen, y vuelen
Más alto, más y más lejos,
Para que vuelen y lleguen …
Allí donde moran las almas
De los nobles chamanes.
Allí donde no llega la garra
Afilada del buitre, ni se oye,
El graznido del cuervo,
Puñales y siervos a sueldo
De las mitras purpúreas,
De los sapos del Pentágono.
LUZ y VIENTO de mis versos;
Para que vuelen y lleguen …
Allí donde nacen los ríos,
Allí donde nacen y crecen,
Los sueños de amor y de vida
De todos los niños del Mundo.
Consciente de lo que digo,
¡Soy! Que sé lo que escribo,
Y responderé de mis versos,
Sabiendo qué ¡Soy!, Si soy,
El eco lejano de vuestra voz
Cabalgando la furia del viento.
Sabiendo qué ¡Soy! Si soy,
El eco lejano de vuestra voz
Cabalgando los relámpagos
En las noches más oscuras,
Las ondas y los truenos
En los tiempos de silencio.
Sabiendo qué ¡Soy! Si soy,
El eco lejano de vuestra voz
Cabalgando la fuerte lluvia
Y las olas del mar bravío.
Qué, el poeta es nadie, nada,
No existe ni tiene nombre.
II
Y la Luz y el Viento
De Latinoamérica:
Es la voz; de Cuba,
Venezuela y Ecuador,
Bolivia y Costa Rica,
Nicaragua y Honduras,
Es la voz del Pueblo
Que estalla y cabalga;
La lluvia y las ondas,
Las olas del mar bravío.
Y la Luz y el Viento
De Latinoamérica:
Es la voz más autentica
Y profunda. Son los ríos
De magna incandescente
Que riegan y vertebran
La columna dorsal
De Latinoamérica
Desde Río Grande
A Cabo de Hornos.
Y la Luz y el Viento
De Latinoamérica:
Es la voz digna
Cálida y serena
Sensual y libre
Fuerte y firme,
De sus tierras vírgenes,
Húmedas y sedientas,
Fértiles y áridas,
Siempre, bellas y ricas.
Y la Luz y el Viento
De Latinoamérica:
Es la voz del Pueblo
Y de sus libertadores;
De Simón Bolívar,
San Martín y Zapata
De un único pueblo
Tan noble y sencillo,
Sensible y humano,
Como culto y diverso.
Y la Luz y el Viento
De Latinoamérica:
Es la voz recia del fuego
Que brota de la tierra,
Y alumbra las cumbres
Del Poás y el Turrialba
Del Arenal y el Irazú
Alumbrando la noche,
El cielo de Costa Rica.
Y el alma del Tucán.
III
¿Un poema?
Bien poco es, un poema,
Pero lo puede ser todo,
Cuando es el eco lejano
De vuestra voz;
La voz libre y solidaria,
La voz profunda
Y soberana del Pueblo.
Johanna Marcela Rozo (Pamplona/Colombia)
Cuestión de honor
De acuerdo.
Soy esclava
de las horas muertas en el reloj.
Me paso los días discutiendo
con mis delirios.
Me inquieto demasiado
por guerras ajenas.
Sé que paso más noches frente
al camino desnudando
la memoria de los libros
que contigo
Volviendo el horror
un prado florido.
¡Pero no digas
que el conformismo habita
las callejuelas de mi vida!
Exiliada por voluntad propia
Con el vino recién descorchado
me interrogo.
Si todavía existe
ese placer que se parece un poco
a la muerte.
Derramo sobre el mantel
el suspiro que todos los
días se convierte
en vuelos de mariposa.
Allí está
el licor rojo
y esta desabrida mezcla
de colillas encendidas
y soledad recién llegada.
Desde la casa
La lluvia
en la piel de
la ventana
se convierte en
mujer que vence
la imagen derrotada
del ojo inquisidor
Esa mujer
A la intemperie
hambre y sed
insiste
en custodiar
la voz de sus muertos.
Cansada del silencio
Huye sin inquietud
a la región de la lujuria
de donde fue un día
desterrada.
Sobre la mesa de centro
El florero gris
La rebeldía y la infamia.
Reflexiones del camino
Me he despedido
tantas veces
que este adiós
ya no significa
el olvido punzante
que se convierte
en dolor.
Las razones
se acumulan para
el adiós que no
nos merece
y solo dos palabras
bastarían
para rehacer las fronteras
de esta ficción.
Aunque no sirva de nada
A ti aún te espera el espejo
que todavía te ve llorar
Sales de la habitación
a la cocina.
Y en los dedos
el olor a cebollitas rojas.
Más tarde las lagrimas
encima de la corbata
recién planchada.
Y como ángel viejo
llevas la rutina
a cuestas
marchitando paso a paso tus alas.
¿Cómo decirte hombre que no te necesito?
¿Cómo decirte hombre que no te necesito?
Gioconda Belli
Cómo decirte que no
te necesito
para caricias fugaces
de madrugada.
Que no te necesito
para llevar los niños
a la escuela.
Ni para dejar
llena la nevera.
Ni para cambiar las llantas
del carro en la autopista.
Que no te necesito
en las noches frías
y en las calles lluviosas.
Ni en el ataque del tigre
en la avenida
ni en la cena que espera fría.
Que no te necesito
para que me regales dos llamadas
o para que escribas largas cartas.
Que te necesito siempre
e indiscutiblemente
para que me AMES.
Domingo Faílde (Linares-Jaén/España)
Demiurgo
Contempla, a cada instante, los signos de la luz.
En su penumbra el mundo fue inscribiendo
los nombres liminares
y esa palabra aún no pronunciada
que, contra la evidencia, le incita a navegar.
¿Pudo hacer otra cosa? ¿Hubo acaso
otra estrella?
No eligió campo para la batalla:
el magma, el sol, las fresas,
excavaron azules galerías por donde
fantasmas sin futuro buscaron cobijo
y, desoladamente,
como quema la vida sus cuarteles,
quedó, liviano, el humo, un cierto olor a pólvora
y confusión, en fin.
Al filo de los mapas, ordena la escritura
lugares, piezas, pecios,
en que la luz se expresa.
El resto, farsa, fábula,
materiales a salvo del viento.
O el poema.
Origen del idioma
De todas las palabras han de pedirnos cuentas.
Pronunciadas o no, y aun impensables,
han de comparecer contra nosotros,
testigos del olvido.
De todas las palabras: sobre el barro,
sobre la luz,
sobre la noche, fueron escritas
con la tinta sagrada del silencio.
Sobre la lluvia.
También, y especialmente,
sobre esa leve lluvia en donde la aritmética
del orbe adquiere forma:
Quiere decir que hablamos de tu cuerpo y la música.
Los mundos
Se derrama la lámpara e inventa
en la penumbra el polvo, los fantasmas,
las sombras:
sistema solar mínimo,
como si un estornudo
la potestad creadora vindicase,
y, súbito, naciera
un universo de ínfimas partículas,
a bordo de las cuales
florecen los cerezos, se desliza
la primavera y flota
la vida, su arsenal
de espadas, libros, dioses,
y esa música apenas que dicta el equilibrio
y regresa a la luz original
donde todo comienza, nuevamente, esta noche.
Memento
Inventamos el mundo
en cada acto.
Así, vivir no era
ese transcurso pálido del tiempo
o andar en la penumbra, arrebatado
al seguro bastión de la costumbre.
Disputábamos, pues,
al orbe sus designios,
interpretando nuestras propias fábulas,
personajes acaso de leyenda,
arrancando a la noche sus arcanos
o arrojando al desván los harapos, la niebla,
la herrumbre descarnada,
que ocultaban la luz.
Poco importa que el cielo
pueda estallar mañana:
páguese el precio, en fin, si fuimos dioses
mientras duró, y probamos
la fruta, y degustamos su dulzor inefable,
y sembramos un huerto en palacio
con el árbol maldito.
Finis gloriae mundi
Cuando la noche adviene.
Cuando sedienta cae
como un anciano ebrio que, súbito, desplómase
y, títere del vino, si de la edad, arrastra
su mísero esqueleto sobre la acera impasible.
Cuando oscura la plaza
y oscuro el mar también
y la alcoba, oscurécese
el reducto letal del corazón,
la memoria y el alma se oscurecen.
Cuando adviertes, en fin,
que no es posible el alba.
Entonces, cuando evidentemente estás solo
y no hay nadie en tu lecho, por más que el amor sueñe;
cuando, como temías,
el mundo se acostó más temprano que de costumbre;
cuando afuera la sombra del silencio se expande
y no se escucha apenas un ladrido
ni brama el oleaje
ni llueve, en fin, siquiera:
No huyas. Ten valor. Enfréntate al destino.
La historia que invocabas para ahuyentar la vida,
tampoco va a tratarte mejor.
Epigrama
Confiabas, necio, en la posteridad,
y al juicio de la historia
legabas tus minutos. Al trueque del futuro
inmolaste el presente, renunciando
a la gozosa potestad del acto, al impagable
deleite de morir en cada gesto.
La sentencia del tiempo
no mostrara mayor benevolencia.
Mas ahora eres viejo y no es posible
reescribir el pasado ni te queda una página,
un último minuto para rectificar.
¡Qué error, así, la vida!
Aguardar hasta el fin la absolución,
en tanto te maldices tú mismo y te condenas
a morir esa muerte
que habías, sin saberlo, continuamente muerto:
Los ríos, muchas veces, son el mar.
PÁGINA 27 – ENSAYO
Pensando: somos
Por Valeria Elías (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Aceptar, asumir todo lo que nos pasa en la vida, no es tarea fácil. Se requiere de mucho esfuerzo interior.
Abrir los ojos, la cabeza, despojar de todo pensamiento propio y ver y sentir lo que realmente es, se consigue con trabajo y esfuerzo.
Los seres humanos tenemos una psicología bastante compleja y diversificada por cada persona que no tiene igual. De eso no se puede sacar una generalidad.
La vida nos toco en diferentes formas, nos marcó con distintas intensidades e distintos momentos, en desiguales circunstancias.
Reconocernos a nosotros mismos, con poca posibilidad de proyección e introspección, debido a la complejidad social en la que estamos sumergidos, sin trabajo, con un estrés agobiante, con la naturalización de tantas cosas, algunas hasta inhumanas, con la perdida de la conciencia y donde cada crisis personal no se resuelve, sino que se medica….
Nos quedamos solos, pero hasta sin la soledad, llegamos a un nivel tal de confusión que pensamos e idealizamos personas y cosas por mecanismos que nos sugieren cierta seguridad…
El horizonte ya no nos marca un destino, un camino, algo que seguir y alcanzar, sólo es una línea más. El progreso está determinado materialmente.
Muchos movimientos espirituales, ecologistas, humanistas surgieron últimamente, pero a decir verdad estamos tan descreídos por nuestras propias acciones, dudamos tanto y con razón a veces, en quien o qué se puede confiar, que hasta las religiones tambalean.
Es un mundo de contraposiciones, de blancos y de negros con grises en extinción, y nosotros, cada uno por su cuenta busca subsistir y sobrevivir como pueda.
¿Qué tiempo? ¿Qué posibilidad nos queda para mirarnos y conocernos internamente? Constantes distracciones exteriores nos bombardean y nos obligan a bajar la guardia y entregarnos a su merced. Somos prisioneros de un tiempo tirano, de una realidad inventada, y de un sueño, sueño perverso de alguien a quien nadie jamás abrazó.
Pero no se equivoquen, no teman, no se asusten, no entren en pánico, porque aún nos queda la RESISTENCIA.
Somos los últimos forjadores de lo no dicho, los eslabones de una cadena silenciosa y fuerte. Aquella resistencia desestimada, pero vencedora al fin.
No ha nacido, ni nacerá aquel que pueda vencerla, pues todos pertenecemos a ella, aunque la neguemos.
La poesía queridos amigos, la expresión máxima y profunda del ser, como todo arte, tiene, aunque le es negada, la trascendencia impecable de aún, pese a todo, representar al alma…
El amor es un recurso ilimitado, inagotable, y cuanto más insistan, más encontraran la resistencia de aquellos locos, que los llaman insanos, delirando sobre la vida y rompiendo aquellos paradigmas impuestos que siempre nos han aprisionado.
Escriban! Escriban porque sí, pinten, canten, compongan… Desempañen ese espejo, mírense y no se dejen de sonreír…
PÁGINA 28 – CUENTO
De tangos y heridas
Por Mario Capasso (Villa Martelli-Buenos Aires/Argentina)
Después del insulto, mientras se serenaba y trataba de parar la sangre, Juan escuchó la voz del cantor que por la radio le decía de cada amor que tuve tengo heridas. En esos momentos, le pareció que esa letra estaba dedicada a él. Entonces esbozó una sonrisa algo triste por cierto y pensó que, si la frase fuera verdad, su caso debería exhibirse ante el mundo como el del hombre más ileso de la historia, y la herida que recién se le había producido bien debería considerarse de lo más absurda. Terminó de afeitarse y se miró en el espejo, el corte no era muy importante aunque sangraba un poco todavía. Bajó la tapa del inodoro, se sentó sin prestarle atención a la molestia, se estaba acostumbrando a ella y así, bien sentado, empezó a acordarse de los sucesos de aquella no tan lejana jornada, a lo mejor casi un compendio de su vida. Total, es domingo, otro domingo que comienza, pensó Juan, la oficina no existía en lo inmediato y él no había repasado los hechos de aquella vez. Había transcurrido ya algún tiempo y no estaba muy seguro, algunas partes no resultaban del todo claras y tal vez, quién sabe, en una de esas ahora con la evocación conseguía algún beneficio.
Esa tarde, un viernes de pleno verano porteño, si bien el trabajo no le había ofrecido alternativas de interés, Juan se largó a la calle cargado de sensaciones y una ardiente fantasía. Le pareció que el éxito le llegaría antes de abrir la puerta de su departamento. Todavía en el ascensor, empezó a cantar, las viudidas, las casadas o solteras, para mí son todas peras en el árbol del amor. Y así cantando llegó a la vereda, miró el cielo y no vio ni una nube. Asándose a fuego lento, le dio un beso a su medallita de la suerte y arrancó, caminó hasta la parada y enseguida vio venir al interno 44. Qué buena fortuna la mía, se dijo.
En el colectivo. Al primer intento la máquina le vendió el boleto y le dio el vuelto justo y entonces, al girar la cabeza con gesto ganador, vio a la muchacha de pelo negro. El que estaba a su lado, como obedeciendo a un mandato, se levantó y se fue, y en ese instante o a más tardar en el siguiente Juan intuyó un destino de cutis suave sentado junto a la ventanilla. Con alguna vacilación ocupó el sitio a su lado y la miró de costado. No era tan negro el pelo de la muchacha, pero él igual abrió el libro en una página cualquiera y aguardó lleno de esperanzas. Ya había intentado el truco de llamar la atención de alguna ocasional compañera de viaje haciendo como que leía un texto medio difícil y poniendo cara de intelectual, lo había probado muchas veces, sí, unas cuantas veces, recordó. El viaje fue bastante prolongado, Juan leía y no entendía nada de lo que leía y cada tanto daba vuelta alguna página y espiaba a la bella y tosía con delicadeza. El viaje fue bastante largo. Ella solamente dijo, al final, dos cuadras antes del final, permiso, señor. Al menos había logrado hacerse respetar.
En el subte. Seis y pico de la tarde, Estación Catedral. La historia vuelve a repetirse, supuso Juan, pero no. Verla en el andén y sentir como un puñal en la carne fue todo uno. Esquivó a algunos y se acercó lo más que pudo. Al subir, Juan logró acomodarse detrás de los pantalones rojos. Meditó entonces en lo azaroso del destino, ya que en verdad nunca lo había atraído el color rojo, al menos no lo tenía presente y no podía perder tiempo. La formación comenzó a moverse. En un par de estaciones, o tres o cuatro, algo se le podría haber ocurrido. Pero ella se bajó enseguida. Una mujer que toma el subte por una sola estación no me conviene, recuerda haber pensado con la satisfacción de haberla perdido para siempre.
En el tren. Dejó salir uno y esperó el siguiente para viajar sentado, tal vez la casualidad le deparara ahora sí alguna sorpresa con curvas. Logró su primer cometido, claro que del lado del pasillo y junto a ese hombre tan robusto y tan sin bañarse, no le agradó demasiado y prefirió hacerse el dormido. El tren no se había movido todavía cuando una fragancia de mujer lo alcanzó y entonces Juan pensó ya no puedo equivocarme, esta vez sí, es ella, la gran mujer que ha llegado a mi existencia. Enseguida, emocionado abrió los ojos y la vio, sí, la vio, y al verla no tuvo más remedio que tomar la iniciativa y dirigirle la palabra para decirle venga, siéntese abuela, yo me bajo acá nomás.
En el bar. Juan no quería darse por vencido, algo tiene que pasar, la pucha digo, cómo puede ser que siempre pase lo mismo, que nunca pase nada, pensó. Quizá por eso le hizo trampa a la rutina y entró a tomarse aunque sea el último café. Una sola mesa ocupada, una joven sola en ella. Y esa pollera tan corta dejaba ver unas piernas que le abrieron todavía más el apetito. La comida está servida, bien pudo haber pensado. Se ubicó a cierta distancia, tampoco era cuestión de pecar por precipitado y fracasar en el intento, se dijo. Una música sonaba en el lugar y parecía poner el mejor marco a un romance a punto de comenzar. Ella lo estuvo mirando fijo un rato largo, parecía suplicarle hablame, rompé el silencio. Él se movió reiteradamente en la silla y poco después de volcar el pocillo y ver cómo la muchacha sonreía, decidió que apenas pusieran un tema de Luis Miguel se le acercaría. El plan le pareció perfecto, sin fisuras, sólo era cuestión de saber manejar los tiempos. Pero ella no tuvo paciencia y fue por Manzanero y su Somos novios cuando la vio caminar y preguntarle algo al mozo, luego los vio alejarse, perderse en los fondos del local y no regresar. Juan dijo una o dos malas palabras, dejó la plata en la mesa, miró a los costados, dos veces, tres veces, robó un sobre de azúcar y se fue sin dejar nada de propina.
En el ascensor. Acá viene la parte más confusa de esa jornada. Juan no tiene muy claro el episodio. Recuerda, eso sí, haberla seguido durante algunas cuadras, mirando cómo su posible amor a primera vista se bamboleaba debajo de la pollera azul. También recuerda haber subido con ella al ascensor. Y hasta acá llegó la supuesta claridad. Porque de lo ocurrido ahí adentro Juan no guarda mucha memoria. Es probable que se haya extralimitado, tal vez lo perturbó la desesperación de la última chance, o la transpiración le nubló la vista y el entendimiento, o quizá resolvió que al fin y al cabo él vivía en ese edificio y consideró tener ciertos derechos, el de propiedad por ejemplo. El intento acabó mal, muy mal, pero ahora el recordarlo le sirvió para aclarar los hechos posteriores, su cabeza los había omitido durante ese tiempo.
En la cárcel. Estaba oscuro allí adentro, al principio nada más que tristeza y quietud, que no duraron mucho. Había tres tipos así que ojo con lo que hacés, vos quedate quietito ahí, vas a abrir la boca sólo cuando yo te diga, le dijo el único que tuvo la deferencia de presentarse. Este hombre tenía un flor de apodo que, luego de los sucesos acaecidos, debió reconocer como muy apropiado. Y entonces Juan cerró fuerte los ojos y apretó fuerte los labios.
En fin. La oscuridad. Las horas de encierro. El gigante del apodo. Su cuerpo y el otro cuerpo. Las risas de los demás, antes, durante, después. El olor encima. Nunca se había creído capaz de oler tan feo y de sudar tanto. En su cabeza ya no había puntos sin aclarar respecto a ese día. Juan debió admitirlo. Después de todo tan errado no andaba el autor de la letra de ese tango, cada amor deja su herida, así que entonces no resultaba tan absurda la suya, la cuenta cierra bien. Qué lindo consuelo, pensó ya de pie frente al espejo. Y por qué mierda tuve que afeitarme si es domingo, otro domingo que para qué, se dijo en voz alta para tapar el sonido de la radio que emitía ahora una milonga. Sin muchas ganas de bailar, contuvo la salida de unas lágrimas y le echó la culpa al destino mientras se pasaba la mano por el sitio de la herida reciente, no demasiado grande en comparación.
PÁGINA 29-CUENTO
3 solapas
Luisa Futoransky (Paris/Francia)
1
Ella había hecho todo lo posible para matarlo dentro de sí y ni siquiera eso había cambiado nada; ni lo que sentía ni su desamparo. No quería que eso volviera a ocurrirle, que los sentimientos dominaran su juicio y su respiración.
Lo curioso fue que seguía echándolo de menos, aunque sabía que tarde o temprano volvería a despedirla contra las cuerdas, tiritando, amoratada y que volvería a intentar matarlo otra vez.
2
Las venas de la ciudad lucen mejor de noche. Hasta las lecturas en la oscuridad mejoran en mística. El amanecer desliza el telón, la intriga desaparece y la sustituye un sentido de peligro mediocre y agazapado pero continuo.
Como otros sitios en los que había vivido éste también era un lugar de apostadores y adictos, de veredas y sueños rotos. Construyes una ciudad en el páramo, la riegas con falsas ilusiones y falsos ídolos y en última instancia esto es lo que ocurre. El desierto la reclama y ella prefiere la aridez. Plantas carniceras, tan humanas van a la deriva por sus calles y avenidas y los francotiradores se ocultan en las rocas y las plazas aunque prefieren sentar residencia tras los visillos de las ventanas.
3
Y las barajas empezaron a saltar, a dejar manchas de sangre y muy mal olor. Ella no se lo había montado muy bien en un mundo de policías corruptos, gángsteres con coartadas a toda prueba, productores cinematográficos y televisivos sin escrúpulos y actrices decididas a triunfar a cualquier precio.
Julia Marlowe Hammett logró por fin salir de todo aquello sólo un poco más magullada, amarga y desencantada de lo que había entrado.
Las alas y las nubes se le habían estropeado para siempre.
PÁGINA 30 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Carlos Sánchez (Folignano-Ascoli Piceno/Italia)
“Cruz del Sur”
En una inmaculada tarde
en los limites del barrio Ostiense
del otro lado de los muros
tu faraón toma mate.
La alquimia que se sucede
entre las vísceras
y el retardado corazón
es imperceptible.
Yerba importada
entre néctar y esencias exóticas
por un mercante genovés
agua con calcio
azúcar de remolacha
tibieza de calefacción centralizada.
En medio de una inmensa soledad
confirmo la soledad de cada cosa
y su opuesto dinámico.
En este universo delirante
de absoluto misterio
el TAO es una infusión.
El inquilino incòmodo
“That I an accessory needs must be,
To that sweet thief which sourly robs from me”
W. Shakespeare
Se repite como una melodía
devora con ferocidad mi comida
irrumpe en la casa con soberbia
somete a mis camareros con sus gritos
usa mis hojas de afeitar y me corta
deshace la cama cuando quiere
desordena e incendia mis libros
y como una linfa voraz
recrudece en mis venas sus motivos.
De nada sirven mis esporádicos ruegos
mi tos nerviosa
mis ayunos de amor
y de otras cosas posibles.
A veces habla de negocios
y firma extraños contratos
otras veces con su rara serenidad
representa el rol de padre con mi hija.
El animal tiene aquí su guarida
aquí pago sus cuentas y sus vicios.
Ama ciertas mujeres, las mías
y me obsesiona con su infidelidad.
A veces pienso en acabar con él
y mientras me desangro él ríe.
Un buen lector
Me considero un buen lector de poesías
siempre abierto al verso que me inquieta
al giro de expresiones que me transforma.
Me han hecho viajar mucho por este mundo
y por otros espacios un tanto desconocidos
que al final se revelaron harto familiares.
Itaca fue por ejemplo un destino permanente
y Ch'ang-ming donde Li Po pasó su infancia.
Revisité mil veces mi ciudad en otros ojos
y la pastora torre se me metió en los huesos
junto a la fotografía del de la cabeza vendada.
Pero siempre regresé a mí ser melancólico
al punto en donde empieza la aventura real
que tiene también sus rudimentos poéticos.
El lenguaje creció como una selva oscura
llegó a convertirse en una infructuoso fuga
de la que sólo se puede volver fortalecido.
No voy a mencionar la injusticia social
esa clase de lucha de remotos orígenes
que con fuerza guerrera pidió la palabra
pero que no podía cambiar este mundo.
El amor no se aprende pero pude aprender
sumergido en el horror y la resurrección
mientras llegaban los amigos cabalgando
en un paisaje de trascendencia humana.
Con sus monjes y fariseos roce a veces
el hilo sutil de ciertos hechos invisibles
y escuché voces de un delirio sosegado
que hablaba de un centro permanente.
No todo fue razón ni cordura ni cerebro
hubo momentos de vacíos significativos
intimidades verdaderamente insoportables
ríos de sangre reventando por la boca:
pero sería injusto olvidar tantas fiestas.
La vida terminará como estaba previsto
la poesía encontrará sin duda otro cuerpo.
Admitiendo que pueda suceder
Cuando yo muera
admitiendo que ello pueda suceder
te suplico que seas reservada
no malgaste tus intuición
en comportamientos tercos
no te aferres a ninguna fantasía
de reencarnación posible.
No dejes abiertas las puertas
ni cierres tu corazón.
No tendré voz ni gestos
para advertirte sobre el cambio.
Mis ojos pulverizados
no creo que podrán contemplarte
navegando sin forma en el viento
sería quizás su única aspiración .
No te aferres a ninguna conjetura
a nada que yo pudiera haber merecido.
Me iré liviano de recursos
con las uñas y la barba laboriosas
que me acompañaran en silencio
en su última expresión de crecimiento.
Desásete de los todos los objetos
que yo hacia existir con mi aliento
crea los espacio vacíos que amábamos.
Estoy elaborando sólo una suposición
que me resulta difícil eliminar de las certezas.
Made in
a Martín Micharvegas (Poni)
Una caja de lata con fotografías
quietos fantasmas amarillentos
se mueven en tu recuerdo austero
quizás una sonrisa con eco
un gesto impregnado de eternidad.
Se vuelve a la idea estrafalaria del tiempo
al peso específico del corazón.
Cierro la caja de lata
y vuelvo a tu e mail
─ utopía del progreso humano ─
donde tus palabras cálidas
abren una vorágine de momentos
de territorios y encuentros
que han dejado carne en mi cuerpo
elementos sustanciales
de la visión de este mundo absurdo
donde grabamos poesías
en todas las corteza de esta selva oscura.
Puede que distraídamente
no hayas percibido el fervor
que hoy anida en este hombre adulto
mis pájaros aturdidos
se alzaron en vuelo en Folignano
sobrevolaron las colinas pavesinas
tantas veces presentidas en el Moderno
no sé si con ánimo de emigrar
o de perderse definitivamente en el azul.
Pasando lista
Edgar, Raúl Gustavo, Enrique
Francisco, Rodolfo, Gianni
Néstor, José, Paco
Ruy, Vicky y vos
Mi made in Buenos Aires.
Nota: Edgar Bailey, Raúl Gustavo Aguirre, Enrique Molina, Francisco Madariaga, Rodolfo Alonso, Gianni Siccardi, Néstor Sánchez, José Peroni, Francisco Urondo (Paco), Ruy Rodríguez, Victoria Rabin.
Cambalache
En este cambalache que es la vida
he intentado ser un mercante original
con pésimos resultados.
Entré en cristalerías con elefante
con boleadoras en hormigueros rojos
fallé la puntuación de mi poseía.
Claro que la sonrisa bizantina
─ en los momentos lumpen ─
me ahorró entreveros de facones
discriminación de aduanas
vuelos sin paracaídas.
Ahora estoy en un remanso del río
pensando en otro idioma
rodeado de un paisaje
en donde el ombú esta ausente.
En el ombligo está escrito
mi predisposición al tango
a las fugas de Bach
y la metáfora del cóndor.
A veces pienso en Juan L.
en los bárbaros de Kavafis.
Otros veces en sus senos notables.
Las palabras no pueden remediar
este cambalache que es la vida.
Anick Roschi (Rouen/Francia)
Homenaje a Aung San Suu Kyi:
Orquídea
A la sede de los Reyes
Una orquídea
Baila su noche
En la calle resuenan las voces
Del cuclillo de la grúa y del
Pavo real
El arpa emocionada
Disfraza
La cabra, la vaca, el caballo y el
Elefante
En el bestiario de los Reyes
Una orquídea
Languidece
El día.
Clandestinas
En el repliegue
De una ola plateada
Jóvenes cuerpos
Embarrancan
Sueños
Pasadores de espuma
Entre sus continentes
El mar
Tiene sus alborotos
Más allá
De sus nuevas fronteras
Clandestinas Anick
El mar
Tiene funestos
Encuentros.
Dolors Alberola (Valencia/España)
Así que pasen cinco años
Sobre la verde baranda de Federico muerto
se ha dormido la luna.
Un caballo galopa entre la tierra.
Entre la pena oscura del caballo se ha iniciado un
doncel.
Entre el doncel de plata y un silencio
se abre en par la margarita deshojada.
Y la muerte -como una espuela nula que clavada
en el pecho del viento sangrara, ay, sangrara-,
se convierte en un toro cuya boñiga negra
abona tanta muerte, y apuñala,
apuñala los versos de Federico muerto
y les arranca el alba.
Sobre el diván dormido de Federico muerto
se inicia otra mañana.
Seis puñales de oro la atraviesan,
palabra por palabra.
Federico García Lorca
Víznar, 1936
Segundo acto
¡Cómo no me voy a quejar cuando te veo a ti
y a las otras mujeres llenas
por dentro de flores,
y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura!
Va diciendo desnuda la voz de Margarita.
Federico que, muerto, quiere cruzar el mar
y la tierra ha parido amapolas y lirios
en donde grandes ojos, el cuello ladeado
de Margarita muerta, la boca entreabierta
y un pañuelo de encaje
para encajar la muerte esa mañana.
Margarita, el teatro levanta un telón ácido
de tierra que a tu cuerpo se apelmaza, tan fría
como el frío que siempre recorre las arterias
cuando la sangre, queda, se ha quedado de piedra.
Margarita, por fuera, es un jardín,
por dentro yerma, porque la voz se escucha
como un arpa lejana:
No es envidia lo que tengo; es pobreza.
Va enhebrando la obra hacia el principio
para volver a ser, al menos una frase,
una tarde en que todo estuviera
en su sitio, tranquilo. En su sitio ese sol
oculto bajo tierra, o encima de la nada
donde ahora se ahoga su cuerpo maniatado
como dijera antes:
Cuando tenga la cabeza atada...
y las manos bien amarradas dentro del ataud,
en esa hora me habré resignado.
Cantan los grillos encima de su lecho y Margarita
duerme,
duerme desnudamente y el sueño es un puñal
que la atraviesa entera.
Margarita Xirgu
Montevideo, 1969
Pierrot loco
El guitarrista ciego toma una rosa azul triangular
para decapitar la tarde.
Los saltimbanquis trituran el azul y la rosa
es simplemente rosa y su color es rosa todavía.
Señoritas cúbicas de Aviñón se asoman a la risa
analíticamente
con una risa sola entre la soledad de nadas
fabricadas en Horta de Ebro.
Ah mañana sintética de las naturalezas muertas
que acuna neoclásicas mujeres en la fuente
mujeres surrealistas sentadas en la playa
Guernica expresionista donde muere la paz
para ser paz pues oscura la muerte se oculta tras el
lienzo.
La cabra locamente va buscando cordura en los pinceles
pero su fuerza mineral lo enciende todo.
Pablo Ruiz Picasso
Mougins, 1973
Chirrían las estrellas
Esa niebla, por Dios,
y ese sonido lúgubre de la noche
y es mano ligera que arrastra un crisantemo
y esos dos pétalos que se vienen cayendo,
pero nadie sostiene la vida de esos pétalos.
Y ese olor como a polvo, de dónde viene,
dónde va esa mano con sus anillos fúnebres,
y esa señora triste cuyo collar enciende
su cuello en dos mitades,
y esas manchas de sangre. Qúe nadie toque,
por Dios, los crisantemos,
y esa huella de polvo entre tanto difunto.
La noche está cerrada y a lo lejos
se desfigura, tétrica, una pareja.
Vaya a ver si Miss Marple habrá encontrado algo.
Volando, una corneja, divide el alto cielo
y Hércules Poirot disimula una lágrima.
Agatha Christie
Wellingford, 1976
Larga es la noche
Levantárase el velo de la tarde,
el séptimo, el perfecto fluir
en donde las estrellas
incrustaran sus cuerpos encendidos.
Abriera pues, Pandora,
la caja nauseabunda donde nadie habitara.
Cuán larga fuera ahí la noche de la muerte
en la que sólo hubiera la niña que cortase
la ausencia del deseo con su afilada trenza.
Igualándose, pues,
el papel del actor quedara ya sellado.
El veredicto cruel de que ahora el amor
despertara aquel sueño.
James Mason
Suiza, 1984
En torno a ella
Giraron así, en torno, los colores.
La muerte de la amada que, ahora mismo,
se convertía en sol
se incendiaba en el alma como un desierto oscuro,
laminaba la vida y de ese oro
se infringía la ausencia.
La muerte del amor cuando ahora ya
se ausentaba su piel,
la transparencia de esa dulce promesa.
Y no fue el viento el que dijera vuelvo,
no fue Dios, ni la aldea. No. Fue ella
la que cerrara todo, virginal y encrespada
como una hiena escasa, o la fortuna rota,
o la espalda de un ángel que humillado
devorara la risa,
la que enfriara todo, sí, la oscura,
aquella que pasó desnuda en su guadaña,
la que pintó de negro toda la astrología,
la mujer que, con frío, nos seccionara el alma.
Marc Chagall
Saint-Paul-de-Vence,1985
También caja de música
A veces me pregunto
qué se hizo de todo cuando nada.
De la puerta del mar en donde el mundo acaso.
De la exquisita voz de Leonor.
De la vida que fuera trazada con compás.
De la guerra del Cáucaso.
De esa niña que, torpe, me lamiera la espalda.
Del oro de la música en hilos como notas.
Del Abel que no hallo o igual de su asesino.
Qué se hizo, quizás, del dios de los aztecas.
De las calles que un día pisara en Buenos Aires.
Del signo que ya nunca se impregnará en mi frente.
De esa triste balada que emitieron mis labios.
Del agua en la vigilia o también de la sed.
Qué se hizo de mí o si yo mismo
sigo pensando esto entre la ausencia.
Jorge Luis Borges
Ginebra, 1986
Judías blandas avistando la muerte
Sellado y transparente,
reverberando allí como ese Cristo muerto,
el mar.
No más la piel del mar que ocultara a aquel perro
dormido que, a la sombra de la arena, cobija
todas sus inquietudes.
La chuleta que verá levitar,
por ese mandamiento, sobre el hombro desnudo
de la mujer prohibida.
El pan de cada día que en las guerras
se nos hace más grave.
Y esa trasparencia de la luz,
los relojes que, blandos, avistan hacia nada.
El ojo de Mae West como un péndulo fijo.
El sexo que, cual rosa, viene a dar a la mar.
No más esa mujer, ventana,
observando, tranquila, la cara de la vida
y un montón de pinceles, desnudos,
esperando la muerte, o el ocaso.
Salvador Dalí
Figueres, 1989
PÁGINA 31 - ENSAYO
Luis Pardo: El poeta, la amada muerta y la flor del monte
Bernardo Rafael Álvarez (Pallasca-Ancash/Perú)
Carecía de inclinaciones literarias. Esto es lo que sabemos a partir de la lectura de la que es, creo, la más completa y fiel biografía que se haya escrito acerca de él y cuyo autor fue -¿quién más?- el poeta chiquiano Alberto Carrillo Ramírez.[1]
Sabemos también que su niñez, en la escuela, no fue precisamente provechosa. Su tío Manuel Morán González contaba -y esta versión la recogió Carrillo- que era un “muchacho vivaz e inteligente, pero poco afecto al estudio” y, más bien, daba muestras de ser “un perfecto holgazán” y, “debido a que nunca pudo dar una buena lección”, llegó a ganarse entre sus condiscípulos, la fama de “bruto”; distinguiéndose, además, “por su carácter impulsivo y pendenciero”. “Cuando llegaba a encolerizarse –refiere el vanguardista autor de Poemas cavernarios- tornábase indomable y era capaz de cometer cualquier desatino, razón por la cual los chicos de su misma edad y sus mismos hermanos lo miraban con respeto.”
Su biógrafo afirma que “en la vivacidad de sus negros ojos, su locuacidad y su modo de ser vivaracho e inquieto”, podía vislumbrarse un alentador pronóstico; lo cual, sin embargo, no habría de llegar a materializarse, pues “por ausencia de todo control en casa de sus abuelos” (que es donde fue criado) terminó convirtiéndose en “un muchacho voluntarioso y pródigo, disipado y callejero” y –seguimos con la versión de Morán González, su tío- “dado al despilfarro”, pero “también generoso con todos y nada codicioso ni egoísta.”
Quedó huérfano de padre a los once años de edad. Y esta circunstancia, sin duda, debió ser la que agravó su situación: “vióse, de la noche a la mañana, como barco sin timón que, abandonado en alta mar, se encuentra a merced de las olas” (Carrillo). No es, sin embargo, que la muerte de su progenitor lo hubiera dejado sin cariño y protección. Recordemos que en alguna oportunidad cuando su maestro de primaria iba a infligirle un castigo físico y procedió a bajarle los pantalones, se dio con la terrible sorpresa de que “el muchacho tenía el cuerpo salpicado de cardenales a causa de las latigueras propinadas por su padre”. Diríamos, pues, que con la muerte de este, no perdió precisamente afecto, sino, más bien, se libró de sus maltratos.
Como vemos, condiciones vitales ostensiblemente deplorables. Una realidad que, obviamente, “contribuía (Carrillo dixit) a su deformación moral”. En su hogar pudo haber, y de hecho lo hubo, de todo, “menos el tacto y la capacidad necesarios para educar a un hijo que se abismaba, cada vez en la sima de la perdición”: se ejercían, por un lado, castigos severos, y por otro, se prodigaba exceso de tolerancia. Y en la escuela la situación no era menos deplorable: “el maestro –seguimos leyendo a Carrillo- encarnaba la arbitrariedad y brutalidad”.
El mito del poeta
¿Podríamos -considerando la reseña biográfica de su primera edad, que hemos seguido en el libro de Alberto Carrillo Ramírez- asegurar que en Luis Pardo, el “gran bandido”, se encontraba escondido el espíritu de un poeta que, abrupta y furtivamente, habría llegado a desbordarse en algún momento de su azarosa vida?
Definitivamente, no podemos dar una respuesta afirmativa.
Pero, claro, tampoco negarlo terminantemente. No están definidas con certeza, y ni siquiera aproximadamente, las condiciones que hacen que un hombre o mujer se convierta en poeta. El poeta nace o se hace, gracias o a pesar de sus circunstancias.
Ahora, concretamente, respecto de Pardo ¿qué podríamos decir? Creo que, simplemente, repetir aquello que escribió Alberto Carrillo Ramírez (a quien, estoy seguro, hay que creerle porque sus datos provienen de fuentes de primera mano): que el chiquiano más famoso “no tuvo inclinaciones literarias”.
Luis Pardo, el ser de carne y hueso, dejó de existir de un modo violento, atroz y, digamos, vil, pero quedó su nombre y el “halo de héroe romántico y popular”[2] que lo envuelve. No fue “un caballero andante, deshacedor de agravios y enderezador de entuertos, defensor de débiles y oprimidos; pero tampoco fue el bandido sanguinario y avezado, cruel y abusivo”[3]. Sin embargo la imaginación colectiva que es rica, que no se detiene y, a veces, puede ser inconsiderada, hizo de él un ángel y también un demonio.
No quedó el demonio y tampoco el ángel. Lo que ha permanecido es el héroe querido que enorgullece a todo un pueblo y al que, incluso, le han levantado un monumento como una suerte de sombra protectora al ingreso de la ciudad[4], lo cual es ciertamente loable y legítimo; pues, frente a los pulcros personajes con patillas, charreteras y laureles que nos impone el patriotismo de calendario cívico, no resulta inadmisible la creación de héroes alternativos y dioses a la justa medida de los intereses secularmente desdeñados del pueblo, y “más aún si estos encarnan las ansiedades y los deseos de justicia y libertad”, como expresa Javier Garvich[5]. Por ello, más que el individuo históricamente caracterizado, es en realidad el personaje mítico el que pervive. Y Luis Pardo es, ya y definitivamente, un personaje mítico.
Y como, casi siempre ocurre, los mitos traen como cola más mitos[6]. Durante mucho tiempo hubo quienes convenían en que Luis Pardo fue, también, poeta. Como escribió Carrillo Ramírez, “para unos la personalidad de Pardo fue la de un político ‘fanático’, de un revolucionario de tendencias socialistas y de un poeta, por añadidura”. Alguien, incluso, ha escrito algo que va más allá de la simple imprecisión referida a la “personalidad” o a las “inclinaciones literarias” de este personaje y ha señalado que “se sabía de la producción poética” del gran bandido[7], es decir que escribía poemas. No se ha llegado, sin embargo, a tener evidencias reales de esto. ¿Por dónde, de ser cierta esa afirmación, habrían ido a extraviarse los jamás encontrados manuscritos? Nos atrevemos a creer, por ello, que esto no es más que un noble e ingenuo mito, creado por la fantasía popular, que se agrega a todo lo bueno y malo que sobre el bandolero chiquiano se llegó a decir.
Aparentemente, el surgimiento y activación de este mito habría tenido su origen en la aparición, en setiembre de 1909 (unos meses después de los luctuosos sucesos en que perdió la vida Luis Pardo), de un largo poema publicado en el semanario Integridad que dirigía el escritor liberteño, Abelardo Gamarra, “El Tunante”.
Se trata de un poema que lo componen ciento veinte versos, en que se habla de “las aventuras y desventuras de un personaje que en vida fue perseguido, abusado y difamado”[8] y que comienza lamentándose de su situación de hombre solitario que “por jalcas y oconales, sin hallar fin a sus males, va arrastrando su calvario” y nos dice, además, que a su padre lo mataron y que su madre murió de pena. Y habla, también, acerca de la desdicha de haber perdido a la mujer que amó (“pues nací para infelice”).
El poema empieza, diríamos, casi a la manera de los grandes poemas épicos de la antigua Grecia ( La Iliada , La Odisea ), en los cuales se invoca, de entrada, a la musa como punto de apoyo para luego desarrollar el relato de las hazañas y contingencias del héroe[9].
En el llamado “Canto de Luis Pardo”, en lugar de buscar el amparo y estímulo de la musa, se invoca, como consuelo, a la “dulce andarita”: “Ven acá mi compañera;/ ven tú, mi dulce andarita,/ tú sola, sola, solita,/ que me traes la quimera/ de aquella mi edad primera…”. Y a ella, la andarita, el poeta comienza a contarle sus cuitas.
El poema, en parte narrativo, está escrito en primera persona. Fue sacado a luz, en el periódico dirigido por “El Tunante”, sin darse a conocer el nombre de su autor, lo cual generó más de una sospecha entre los lectores. Unos atribuían su autoría al director del mencionado semanario y otros a Leonidas Yerovi, que entonces escribía para la revista semanal “Actualidades”. La presunción -ligera, por cierto- que también se generó fue que quien lo escribió no pudo ser sino Luis Pardo, dada la obviedad del texto en que aparece el nombre del “gran bandido”.
Alberto Carrillo Ramírez se encargó, como ya hemos visto, de desmentir aquella peregrina conjetura. No solo afirmó que Pardo carecía de inclinaciones literarias, sino que, además, por el hecho de que en el poema aparecían ciertas expresiones ajenas al hablar chiquiano, resultaba prácticamente inaceptable atribuirle su autoría[10]. Aunque -a pesar de esta pertinente e irrebatible aclaración hecha en el libro que trata de la “vida y hechos del famoso bandolero chiquiano”- algunos siguen pensando lo contrario, debemos afirmar enfáticamente que hablar de “Luis Pardo poeta” no es más que aludir a un mito romántico pero innecesario, sugestivo pero exagerado.
El mito de la amada muerta
Como hemos dicho, Carrillo hace referencia a palabras no usadas en Chiquián y que aparecen en el poema de marras. Una de ellas –que en su libro se resalta en “negritas”- es oconales, expresión referida a los humedales andinos[11]. Pero en la que pone mayor atención es en una palabra que, al igual que la mencionada, no aparece en el diccionario de la Real Academia y que, efectivamente, no era empleada en Chiquián; se trata de “andarita”[12].
Bien, nos encontramos aquí con la aparición de otro mito; digamos, de otra fabulación. Es cierto lo que dice Carrillo: considerando el uso de esta palabra, andarita, ya tenemos una razón para descartar a Pardo como autor del poema que, dicho sea de paso, demuestra que quien lo escribió era un experto en versificación; al menos, los versos que lo componen son unos octasílabos realmente bien hechos. Sin embargo, otro es el tema ahora.
Dijimos antes que el “Canto de Luis Pardo” empieza invocando la compañía de la “dulce andarita” como consuelo del hombre solitario que quiere que sea ella quien le escuche contar sus “aventuras y desventuras”. Cierto. Y una de aquellas desventuras, además de la muerte de sus padres (él asesinado y ella aniquilada por la pena) se debe al alejamiento de la mujer amada. Eso es lo aquel “hombre solitario” le cuenta a la “dulce andarita”: le dice que él amó a una mujer a la cual hubo “también de perder…/ pues nací para infelice”.[13] El mito o, mejor dicho, los dos mitos generados en torno a esto, están en que suele afirmarse, primero, que es la “andarita” la mujer amada que perdió el protagonista del poema, o sea Luis Pardo; segundo, que esa pérdida se produjo por muerte de la fémina.
Una cuidadosa lectura nos permite advertir que no es así. El poema habla, efectivamente, de la pérdida de la mujer amada que, obviamente, llena de desconsuelo al hombre que la sufre. Pero en ninguna parte se precisa que ella hubiera muerto. Simplemente se alejó del hombre que la había amado, y al despedirse le regaló, a manera de recuerdo, un pañuelo. Leamos la penúltima de las décimas: “Cae la noche, en el cielo/ surge la argentada luna/ triste como mi fortuna/ sola cual mi desconsuelo. / A su luz beso el pañuelo/ que me dio a la despedida,/ que en su llanto humedecida/ besó ella con pasión loca/ y que guarda de su boca/la huella siempre querida.” Más claro, imposible. El desconsuelo de Luis Pardo –ateniéndonos a la lectura del poema- no se debió, pues, a la muerte de la mujer amada, sino a que, en su llanto humedecida, ella simplemente lo abandonó.
El mito de “la andarita”
Y aquella mujer pudo haber tenido cualquier nombre o cualquier apodo pero, definitivamente, no fue Andarita. Primero, como hemos dicho, porque el poema no dice nada de esto. Segundo, porque esta palabra –salvo en estos últimos años- no era usada ni conocida en Chiquián.
Se ha dicho y escrito que “Andarita” fue el apodo cariñoso con que Luis Pardo trataba a la andina mujer que amó[14], comparándola, de esta manera, con una bella flor de monte que –se asegura– habita el noroeste del Perú y “cuyo tallo es de color gris y capullo de pétalos guinda con aroma a cedro y jazmín”. Bella definición esta que, como se ve, tiene mucho de poesía. Pero nada más.
Es cierto, la andarita corresponde a la zona norte de nuestro país, pero no precisamente al noroeste, sino a la sierra que va desde Pallasca hacia Cajamarca. Es una expresión bella y sugerente que cuando niños la escuchábamos y pronunciábamos con especial regocijo, y recordarla ahora nos produce una inefable emoción.
Pero -digámoslo de una vez por todas- este nombre no se asigna a ninguna flor “de pétalos guinda con aroma a cedro y jazmín”. Hemos tratado por todos los medios a nuestro alcance de ubicarla en algún punto de este Perú de metal y melancolía que cantó García Lorca, pero no hemos logrado el resultado que pudiera corroborar lo dicho acerca de aquella misteriosa “flor de monte”.
Es que, en realidad, no es una flor, sino un instrumento musical. “Andarita” es el nombre que se le da a una especie de flauta de pan -parecida al siku altiplánico-, más comúnmente conocida, en gran parte de nuestro país y en alguna otra región de Sudamérica, con el nombre de “antara”[15]. Es probable que para darle una sonoridad más suave y lograr una acentuada eufonía (uso que es común en nuestro país), se haya recurrido al reemplazo de la “t” por la “d”, convirtiéndose “antara” en “andara” y -habituados como solemos ser a los hipocorísticos- terminara usándose “andarita”. En otros países, esta andina flauta de pan recibe diversos nombres: rondador, hipacate, julajula, flauta de pan Calchaquí, etc[16]. Es un instrumento humilde cuyos sonidos son como trinos de ave silvestre y que, al igual que la quena, solía ser la consoladora compañía del hombre del ande en sus solitarios desplazamientos por jalcas y oconales[17]. Por ello es que el poeta autor del “Canto de Luis Pardo”, que evidentemente conocía este instrumento, lo eligió como un personaje importante en su composición, requiriéndolo como interlocutor e invocándolo como consuelo, para hablarle de pesadumbres y aventuras.
El Tunante
Pero es evidente que, no obstante saber de qué se trataba, el poeta incurrió en lo que podríamos llamar tal vez una “incoherencia referencial”, pero preferimos hablar de licencia literaria: el contexto o las circunstancias que motivaron el poema (que habla de las cuitas y aventuras de Luis Pardo) se ubican geográficamente en Chiquián y en sus inmediaciones donde, como ya hemos dicho, “andarita” era una expresión desconocida. El poeta pudo no estar enterado de esto y por eso empleó el término o, sabiéndolo, no lo descartó debido a su ya mencionada eufonía. Podría haber usado un término más cercano a Pardo o al castellano de Chiquián o, más precisamente, en lugar de “andarita” haber escrito, por ejemplo, “quena”. Pero, en fin, esto es harina de otro costal. Lo que queda claro es que ni fue Pardo, ni ninguna otra persona nacida en Chiquián o en los pueblos vecinos a esa bella y culta ciudad, quien escribió el poema que nos ocupa.
Tiene que haber sido alguien proveniente de la zona en que se conoce el instrumento denominado andarita. Y esta certeza nos incita a descartar asimismo, de plano, a Leonidas Yerovi que, como vimos antes, también fue mencionado como probable autor del poema[18]. El ingenioso fundador de “Monos y monadas” no tenía ni idea acerca de la “andarita”.
Llegado a este punto, creemos que más cercana a la verdad se encuentra la sospecha de que el autor pudo muy bien haber sido Abelardo Gamarra, “El Tunante”. Primero, porque él fue, amén de humorista, un maduro y culto poeta; segundo, porque, sin tener precisamente que haber simpatizado con el “Gran Bandolero”, fue quien –en medio de una agresiva campaña periodística de ensañamiento y calumnias- trató de defenderlo “en un artículo especial de su periódico”[19]; y tercero, porque Gamarra nació en Huamachuco y, debido a ello, conocía lo que es una andarita. De él expresó Mariátegui que se trataba del escritor “que con más pureza traduce y expresa a las provincias”; en su obra, agregó, “es demasiado evidente la presencia de un generoso idealismo político y social”. Y esto es lo que se hace patente en el poema escrito en honor a Luis Pardo, que es -dicho sea finalmente- considerado una de las primeras composiciones “de protesta”, lo que se condice en cierto modo con el espíritu contestatario y de “verdadera adhesión a su patriotismo revolucionario” que, según el autor de los “Siete Ensayos”, puso de manifiesto Gamarra desde su juventud. Habría que preguntarse por qué no colocó su nombre al publicarlo y dejó que circule aquello del “envío anónimo a la redacción”. Las razones solo él pudo conocerlas y, obviamente, prefirió guardarlas. [20]
Debemos decir, finalmente, que -no obstante tener el soporte de los razonamientos expuestos y fundarse, además, en lo que Jorge Basadre[21] estimaba como cierto- la afirmación que expresamos sugiriendo enfáticamente la autoría de Gamarra respecto del poema motivo del presente ensayo, es probablemente solo una imprudente hipótesis. Más allá de argumentos, se requeriría de incontestables pruebas documentales. Ojalá alguien pudiera encontrarlas.
Creemos estar en condiciones de asegurar, sin embargo, que si la persona que escribió el “Canto de Luis Pardo” no fue Abelardo Gamarra (a quien nuestro historiador de la República consideraba como tal), tuvo que haber sido un poeta natural de Huamachuco (tierra de El Tunante) o de algún otro pueblo de la sierra norte de Ancash, de La Libertad o de más allá. Pero, en definitiva, ninguno de Chiquián.
PÁGINA 32 – CUENTO
Temores injustificados
Por Fernando Sorrentino (Buenos Aires/Argentina)
Yo no soy demasiado sociable, y muchas veces me olvido de mis amistades. Tras casi dos años, en esos días de enero de 1979 —tan calurosos—, fui a visitar a un amigo que sufre de temores un poco injustificados. Su nombre no viene al caso: pongamos que se llama —es un decir— Enrique Viani.
Cierto sábado de marzo de 1977 su vida sufrió un cambio bastante notable.
Resulta que, estando esa mañana en el living de su casa, cerca de la puerta del balcón, Enrique Viani vio, de pronto, una «enorme» —según él— araña sobre su zapato derecho. No había terminado de pensar que ésa era la araña más grande que había visto en su vida, cuando, abandonando bruscamente el zapato, el animal se le introdujo, por la bocamanga, entre la pierna y el pantalón.
Enrique Viani quedó —dijo— «petrificado». Jamás le había ocurrido nada tan desagradable. En ese instante recordó dos conceptos leídos quién sabe cuándo, a saber: 1) que, sin excepción, todas las arañas, aun las más pequeñas, poseen veneno, y la posibilidad de inocularlo, y 2) que las arañas sólo pican cuando se consideran agredidas o molestadas. Con toda evidencia, esa araña descomunal tendría, por fuerza, abundante veneno, y con alto grado de nocividad. Aunque tal concepto es erróneo, ya que las más letales suelen ser las arañas más pequeñas —por ejemplo, la tristemente célebre viuda negra—, Enrique Viani pensó que lo más sensato era quedarse inmóvil, pues, al menor estremecimiento suyo, la araña le inyectaría una dosis de ponzoña definitiva.
De manera que permaneció rígido cinco o seis horas, con la razonable esperanza de que la araña terminaría por abandonar el sitio que había ocupado sobre su tibia derecha: por lógica, no podría quedarse demasiado tiempo en un lugar donde jamás encontraría qué comer.
Al formular esta predicción optimista, sintió que, en efecto, la visitante se ponía en marcha. Era una araña tan voluminosa y pesada que Enrique Viani pudo percibir —y contar— el paso de las ocho patas —velludas y un poco viscosas— sobre la erizada piel de la pierna. Pero, por desgracia, la huésped no se iba: por el contrario, instaló su nido, tibio y palpitante de cefalotórax y abdomen, en la concavidad que todos tenemos detrás de la rodilla.
Hasta aquí la primera —y, por cierto, fundamental— parte de esta historia. Después le siguieron variantes poco significativas: el hecho básico era que Enrique Viani, en el temor de ser picado, estaba empecinado en quedarse estático todo el tiempo que fuere menester, pese a las exhortaciones en sentido contrario que le impartieron su mujer y sus dos hijas. Llegaron, de este modo, a un punto muerto en que ningún progreso fue posible.
Entonces Gabriela —la señora— me hizo el honor de llamarme para ver si yo podía resolver el problema. Esto ocurrió hacia las dos de la tarde: sacrificar mi única siesta semanal me causó un poco de disgusto y lancé diatribas silenciosas contra la gente que no es capaz de arreglárselas sola. En casa de Enrique Viani encontré una escena patética: él estaba inmóvil, si bien en una postura no demasiado forzada, parecida a la del descanso en la instrucción militar; Gabriela y las muchachas lloraban.
Logré mantener la calma y procuré infundirla en las tres mujeres. Luego le dije a Enrique Viani que, si él aprobaba mi plan, en un periquete yo podría derrotar con toda facilidad a la araña invasora. Abriendo muy poquito la boca, para no transmitir el mínimo movimiento muscular a la pierna, Enrique Viani musitó:
—¿Qué plan?
Le expliqué. Con una hojita de afeitar, yo cortaría verticalmente, de abajo arriba, la pernera derecha del pantalón hasta descubrir, sin siquiera rozarla, a la araña. Una vez realizada esta operación, sencillo me sería, mediante un golpe de un periódico arrollado, precipitarla al suelo y, entonces, darle muerte o capturarla.
—No, no —masculló Enrique Viani, en contenida desesperación—. La tela del pantalón va a temblar, y la araña me picará. No, no: ese plan no sirve para nada.
A la gente cabeza dura no la soporto. Con toda modestia, afirmo que mi plan era perfecto, y aquel desdichado, que me había hecho perder la siesta, se daba el lujo de rechazarlo: sin argumentos serios y, por añadidura, con algún desdén.
—Entonces no sé qué diablos vamos a hacer —dijo Gabriela—. Justamente esta noche le festejamos los quince años a Patricia...
—Felicitaciones —dije, y besé a la afortunada.
—... y no puede ser que los invitados vean a Enrique así como si fuera una estatua.
—Además, qué va a decir Alejandro.
—¿Quién es Alejandro?
—Mi novio —me contestó, previsiblemente, Patricia.
—¡Tengo una idea! —exclamó Claudia, la más pequeña—. Llamemos a don Nicola y...
Me apresuro a dejar sentado que el plan de Claudia no me deslumbró y que, por lo tanto, no me cabe ninguna responsabilidad en su ejecución. Más aún: me opuse a él con energía. Sin embargo, fue aprobado calurosamente y Enrique Viani mostró más entusiasmo que nadie.
De manera que se presentó don Nicola y, de inmediato, pues era hombre de escasas palabras y de muchos hechos, puso manos a la obra. Rápidamente preparó argamasa y, ladrillo sobre ladrillo, erigió en torno de Enrique Viani un cilindro alto y delgado. La estrechez del habitáculo, lejos de ser una desventaja, permitiría a Enrique Viani dormir de pie, sin temor a caídas que le hicieran perder la posición vertical. Luego don Nicola revocó prolijamente la construcción, le aplicó enduido y la pintó de color verde musgo, para que armonizara con el alfombrado y los sillones.
Sin embargo, Gabriela —disconforme con el efecto general que ese microobelisco producía en el living— probó sobre el techo un jarrón con flores y, en seguida, una lámpara con arabescos. Dubitativa, dijo:
—Que por ahora quede esta porquería. El lunes compro algo como la gente.
Para que Enrique Viani no se sintiera tan solo, pensé en colarme en la fiesta de Patricia, pero la perspectiva de afrontar la música a que son aficionados nuestros jóvenes me amedrentó. De cualquier modo, don Nicola había tenido la precaución de confeccionar una diminuta ventana rectangular frente a los ojos de Enrique Viani, quien así podría divertirse contemplando ciertas irregularidades advertibles en la pintura de la pared. Viendo, pues, que todo era normal, me despedí de los Viani y de don Nicola, y regresé a casa.
En Buenos Aires y en estos años, todos estamos abrumados de tareas y compromisos: lo cierto fue que me olvidé casi por completo de Enrique Viani. Por fin, hará quince días, logré hacerme de un ratito libre y fui a visitarlo.
Me encontré con que sigue habitando en su pequeño obelisco y con la novedad de que, en torno de éste, ha estrechado ramas y hojas una espléndida enredadera de campanillas azules. Aparté un poco el exuberante follaje y logré ver a través de la ventanita un rostro casi transparente de tan pálido. Anticipándose a la pregunta que yo tenía en la punta de la lengua, Gabriela me informó que, por una suerte de sabia adecuación a las nuevas circunstancias, la naturaleza había eximido a Enrique Viani de necesidades físicas de toda índole.
No quise retirarme sin intentar una última exhortación a la cordura. Le pedí a Enrique Viani que fuera razonable; que, tras veintidós meses de encierro, sin duda la famosa araña habría muerto; que, en consecuencia, podríamos destruir la obra de don Nicola y...
Enrique Viani ha perdido el habla o, en todo caso, su voz ya no se percibe: se limitó a negar desesperadamente con los ojos.
Cansado y, quizás, un poco triste, me retiré.
En general, no pienso en Enrique Viani. Pero, en los últimos tiempos, recordé dos o tres veces su situación, y me encendí en una llama de rebeldía: ah, si esos temores injustificados no fueran tan poderosos, ya verían cómo, a golpes de pico, tiro abajo esa ridícula construcción de don Nicola; ya verían cómo, ante la elocuencia de los hechos, Enrique Viani terminaría por convencerse de que sus temores son infundados.
Pero, después de estos estallidos, prevalece el respeto por el prójimo, y me doy cuenta de que no tengo ningún derecho a entrometerme en vidas ajenas y a despojar a Enrique Viani de una ventaja que él mucho valora.
PÁGINA 33 – ENSAYO
El gusto estético en la sociedad postindustrial
Por Carlos Fajardo Fajardo
El gusto estético como facultad
El gusto artístico, definido por Joseph Adisson en el siglo XVIII como “facultad del alma que discierne las bellezas de un autor con placer y las impresiones con desagrado”, se ha constituido en uno de los conceptos estéticos más problemáticos desde la Ilustración hasta nuestros días. Su íntima relación con las estructuras de la subjetividad, en tanto proceso que gesta la posibilidad de un juicio reflexionante sobre la obra de arte, lo sitúa en una de las más grandes conquistas de la modernidad triunfante por su noción de autonomía y autoconciencia ante la complejidad de lo real. Al liberarse la sensibilidad de las determinaciones inquisitivas que otros saberes extraños a lo estético le imponían, el sujeto procede a particularizar sus opiniones sobre aquello que posee organicidad autónoma y autosuficiencia simbólica, es decir, universos limitados por todas partes pero infinitos en su interior, como lo es la obra de arte. De esta forma, la reflexión sobre la facultad del gusto, emprendida con esmero desde el siglo XVIII, es sucedánea a las reflexiones sobre la gnoseología y los procesos de conocimiento que tanto desvelaron a empiristas y racionalistas. El concepto de gusto estético, desde entonces, se constituyó en objeto de estudio de la fisiología y en categoría de la primigenia psicología del arte, paralelo a los conceptos de sensibilidad, percepción, imaginación, contemplación y emoción estéticos.
Como estatuto teórico estético del siglo XVIII, el gusto se constituye en un proyecto moderno que logra su autonomía en relación con otros saberes (morales, religiosos, filosóficos, políticos). Su fundamento está en el sujeto, dándole a éste capacidad de interrogación, interpretación y de juicio reflexionante. Desde que Joseph Adisson publica en Inglaterra, entre junio y julio de 1772, una serie de ensayos sobre la imaginación y el gusto en The Spectador, se le da a la experiencia estética un puesto de discusión entre las filosofías ilustradas. El concepto de placer artístico fue para este ilustrado una de sus mayores preocupaciones. Al descentrar el gusto de las fuerzas centrípetas que lo ataban, Adisson pudo provocar una aproximación más libre a las condiciones extremas e intensas que producen el placer estético y la facultad que lo permite. Fue un pionero -junto a Hume, Burke, Blair- de las consideraciones teóricas dieciochescas que unieron el gusto con el placer que produce lo interesante, lo pintoresco y la sensualidad.
El siglo XVIII, al producir las Teorías de las Facultades (imaginación, gusto, fantasía…), conectó la experiencia subjetiva con la experiencia de la realidad, edificando el sentido de la representación como imagen del mundo y su figura. Aquí el gusto y la imaginación se articulan, pues ésta también es un rasgo distintivo de la autonomía del sujeto moderno y del arte. Con la imaginación, el gusto se hace manifiesto como potencia que construye la representación simbólica del mundo, aquella imagen de lo real que el mirón -receptor- se forma por medio de un proceso sensible imaginario. Gusto e imaginación se unen y destierran la concepción mimésica o de imitación clásica, imponiendo la idea de expresión individual, libre de la tiranía del objeto. Todo lo nuevo, singular y extraño, fundado gracias a la facultad de la imaginación, es una sorpresa agradable para el juicio de gusto.
Toda esta reflexión teórica en la Ilustración, facilitó determinar las distancias entre el juicio lógico y el juicio estético. Entendimiento y sentimiento, lo que impulsó la autonomía de la Emoción Estética con respecto a la concepción de verdad científica, pues, más que formular “verdades”- requisito de la racionalidad filosófica ilustrada y de la ciencia del conocimiento lógico- el gusto y la emoción estéticos manifiestan sus experiencias, tanto individuales como colectivas e históricas, a través de una “ciencia del conocimiento sensitivo”, al decir de Baumgarten. Los juicios de gusto de esta forma se diferencian de los juicios lógicos y no predican cualidades de los objetos a la manera de la razón del cálculo. Al no formular verdades elaboradas por medio de un sistema racional matematizado, sus apreciaciones están más unidas a la inmediatez de las emociones. Son formas de mirar, de sentir, pero no reducen su apreciación sólo a lo sensorial e instintivo. De alguna forma, los juicios de gusto fundan una imagen de mundo; son modos de construir una representación de la realidad a través de la sensibilidad y del lenguaje, el cual es mediado por muchos fenómenos; y, aunque esta representación construida es inmediata, ello no significa que sea ingenua, pues gusto puro no existe, las sensibilidades están contextualizadas y contaminadas por diversos procesos culturales. Es impensable un gusto limpio, una mirada pura. De por sí, el juicio de gusto, que no deja de ser personal, está relacionado con la educación, la cultura, los valores, la ideología, la moral. Ayuda a fundar una imagen de lo real, pero está íntimamente contaminado por los materiales existentes en la sociedad y la historia. El tiempo se compacta con el gusto. Siendo individual, designa, proclama, revela los deseos de una colectividad atravesada por múltiples lenguajes. Por ser lenguaje es también tiempo, víctima de la fugacidad y de lo efímero. Su historicidad lo obliga a cambiar la eticidad y esteticidad misma de sus juicios artísticos. La historia determina la posición desde la cual el contemplar se ejerce, y cada vez que un juicio estético se realiza, no sólo se expresa el gusto de un sujeto, sino que se pone en cuestión las propuestas y sensibilidades que una época ha construido, las representaciones que se han fundado sobre la realidad. Un juicio de gusto individual pone en escena los juicios de gusto colectivos, a sus categorías y nociones. Así, ningún juicio de gusto es independiente de la actividad social, éste nos da a conocer también una atmósfera, el espacio-tiempo desde el cual se mira, se siente, se interactúa sobre el mundo. Gustos de época, de clase social, de micro o macro poderes. Cada juicio de gusto, con sus criterios diversos y personales, sus preferencias, sacude al edificio de la sensibilidad de época, procede a sintonizarse con los fundamentos epistemológicos de ésta y es un ejemplo de cómo están manifestándose las emociones en dicha etapa histórica del arte y la cultura.
De modo que al pretender encontrar la llamada “autonomía del gusto”, la modernidad no pudo excluir de las Teorías de las Facultades esta interrelación epistemológica que determina a los juicios subjetivos sobre la obra de arte. La soberbia de autosuficiencia de gusto estético, tuvo que reconocer la Intersubjetividad como proceso de elaboración de juicios en las apreciaciones, ya que son imposibles los gustos autofundados y los deseos ahistóricos. La mundanización de los juicios de gusto, la secularización de los absolutos metafísicos, llevan a un proceso de relativismo del sujeto, imponiéndole nuevos retos a la apreciación de los efectos y afectos artísticos.
Lo intersubjetivo del gusto, su relativismo, es sinónimo de flujo, cambio, subversión. Un gusto fijo petrifica la mirada, la momifica. Inmerso en las determinaciones de lo histórico, el gusto también puede provocar la ruptura con lo histórico; invita a traspasar umbrales, vislumbrar otras orillas, visionar lo invisible. De allí su fuerza de ruptura, su estremecimiento. Es sólo por la independencia/dependencia intersubjetiva, que el gusto florece, se enriquece. Las ganancias a las cuales nos envía un juicio de gusto activo, temporalizado, es decir, vivo y en permanente actitud de transformación, fortalece a la Emoción Estética, la cual - igual que el gusto- nos construye una figura del mundo, nos da una representación de lo real; da figura y existencia a nuestra subjetividad intersubjetiva. Estas formas de mirar intersubjetivas se aprovechan de sus condiciones de época para ir “más allá”, subvertir los esquemas, producir, a través de la crítica, “nuevas miradas”, distintas maneras de sentir. Lo intersubjetivo nos muestra la otra orilla, rivaliza con la adecuación mimésica del arte y con las teorías de las proporciones y de las armonías clásicas; es decir, nos plantea una escisión entre el sujeto y el objeto fundada en el caos, en las sensaciones que resultan penosas, desde las cuales podemos sentir el placer de un dolor, pues no toda experiencia estética es placentera, también es dolorosa, bizarra, negativa. Procede a lograr un cierto deleite en el dolor, en lo fragmentado. Por tanto, el juicio de gusto no busca, como lo deseaba la Ilustración, vía Adisson, el placer y el goce estéticos, la adecuación del sujeto con el objeto, ni encontrar el orden, la unidad y la totalidad que destierra al caos, lo horroroso. En la Emoción Estética captamos no sólo el orden y el límite, según lo deseaba la estética clásica, sino lo sublime, lo terrorífico, cierta monstruosidad. Por lo tanto, al reducir el gusto a una adecuación placentera, descartamos de la historia del arte un sinnúmero de obras cuya intencionalidad no está determinada por las categorías estéticas de lo armónico, lo bello, la delicadeza, la gracia, sino por las formas de lo grotesco, lo sublime, el feísmo, lo terrible. Esa especie de horror deleitoso que es lo sublime artístico, experiencia de lo negativo que no es conformidad epistemológica; esa sensación de lo confuso, de lo arbitrario y caótico, lo cual produce displacer ¿con qué juicio de gusto lo procesamos? No necesariamente con el gusto dieciochesco.
Por lo pronto, la categoría que mejor se aproxima para dilucidar estas contradicciones entre gusto de placer o displacer, insistimos, es la de Emoción Estética. Ella acentúa su juicio no en la adecuación del sujeto con el objeto, sino en la facultad de sentir y procesar las percepciones desde una posibilidad más libre y abierta a la heterogeneidad del arte. La Emoción Estética, asume una actitud pluralista, abierta, de intersubjetividad libertaria, que unida a la facultad del gusto lo amplía, lo lanza a nuevas formas de sensibilidad.
¿Cómo opera el proceso del gusto y de la emoción estética en la disgregación entre el sujeto y el objeto posmodernos?. Ya no desde la mímesis, la armonía, la catarsis, ni desde la representación objetual. La pluralidad y heterogeneidad, lo descentrado, lo multi-procesal conforman el corpus del juicio de gusto actual. Su resultado es la construcción de otros tipos de figuras del mundo, nuevas imágenes de lo real, diversas y distintas, creadas a partir no de la unidad y universalidad del placer estético clásico y dieciochesco, sino por medio de una emoción intersubjetiva y multiforme. El gusto, dijimos, es víctima del tiempo. ¿Cómo se ha mutado a través de los siglos XIX y XX hasta nuestros días?. ¿Qué tipo de gusto actualmente ejercitamos?, o bien, ¿de qué manera hemos mutado el juicio de gusto en dis-gusto fragmentado, indescible, descentrado?
Al situar al gusto, la imaginación, la emoción estéticos en la temporalidad histórica, no sólo podemos dar cuenta de sus mutaciones sino de las transformaciones operadas en los objetos artísticos, en las categorías estéticas de la era posindustrial. Las formas de mirar han cambiado. Lo bello, lo feo- como concepto que tiene en lo bello su origen -, lo sublime, lo interesante, lo placentero, la gracia, lo delicado, lo grotesco, han sufrido una fuerte mutación y ya no atienden a las necesidades culturales actuales. Tal vez un “sin belleza”, “sin sublimidad”, “sin gracia”, “sin placer” haya entrado a operar en estas representaciones posmodernas del “sin progreso”, “sin utopías”, “sin futuro”, como nuevas formas de la experiencia estética de última hora. Más que placer estético nuestra emoción, imaginación y gusto se sitúan en lo patético estetizado, entendido éste como aquella sensación de pérdida de centro de gravedad, un abismo presentido ante la fragmentación de todo fundamento; imagen de lo ingrávido, lo leve, el naufragio de lo real y cotidiano. Lo patético estetizado genera un gusto por lo indecible en la banalidad y por la fugacidad del proyecto vital del hombre moderno; un gusto trivial del “sin cimientos”. El juicio de gusto actual configura una imagen del mundo pascaliana, cuya soledad ya no es de dioses, sino de realidades. Des-realizado, al gusto contemporáneo le queda lanzar su mirada hacia lo calidoscópico. No hay sujeto ni objeto, sólo procesos desgravitados. El gusto actual está desterritorializado. Lo patético es su figuración quebrada.
CONTRATAPA: Enrique Agramonte Robles (Fotografías y pinturas)
Lugar de nacimiento: Camagüey, Cuba. Aparece en: Dictionary of Signatures/Signaturenlexikon: In Cooperation With Claire Pfisterer/Unter Mitarbeit Von Claire Pfisterer by Paul Pfisterer (Hardcover, pags. 746 - Abril 1999) Memoria: Artes Visuales Cubanas Del Siglo XX (Hardcover, pags. 458:- Agosto, 2004 y Septiembre, 2001) USA. Director de la publicación literaria The Big Times, reconocida por la UNESCO de París: http://www.thebigtimes.com
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