Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 31 – Julio de 2009 – Año III – Nº 7


Imágenes: Homenaje a Ricardo Carpani (Tigre 1930/Capital Federal 1997)
Música: Seleccionar al pie de la revista

PÁGINA EDITORIAL

Juntarnos como los dientes, como las manos


Por Eduardo Galeano (Montevideo/Uruguay)

Nuestra región es el reino de las paradojas. Brasil, pongamos por caso: paradójicamente, el Aleijadinho, el hombre más feo del Brasil, creó las más altas hermosuras del arte de la época colonial; paradójicamente, Garrincha, arruinado desde la infancia por la miseria y la poliomelitis, nacido para la desdicha, fue el jugador que más alegría ofreció en toda la historia del fútbol; y paradójicamente, ya ha cumplido cien años de edad Oscar Niemeyer, que es el más nuevo de los arquitectos y el más joven de los brasileños.
O pongamos por caso, Bolivia: en 1978, cinco mujeres voltearon una dictadura militar. Paradójicamente, toda Bolivia se burló de ellas cuando iniciaron su huelga de hambre. Paradójicamente, toda Bolivia terminó ayunando con ellas, hasta que la dictadura cayó.
Yo había conocido a una de esas cinco porfiadas, Domitila Barrios, en el pueblo minero de Llallagua. En una asamblea de obreros de las minas, todos hombres, ella se había alzado y había hecho callar a todos.
-Quiero decirles estito –había dicho-. Nuestro enemigo principal no es el imperialismo, ni la burguesía, ni la burocracia. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro. Y años después, reencontré a Domitila en Estocolmo. La habían echado de Bolivia, y ella había marchado al exilio, con sus siete hijos. Domitila estaba muy agradecida de la solidaridad de los suecos, y les admiraba la libertad, pero ellos le daban pena, tan solitos que estaban, bebiendo solos, comiendo solos, hablando solos. Y les daba consejos:
-No sean bobos –les decía-. Júntense. Nosotros, allá en Bolivia, nos juntamos. Aunque sea para pelearnos, nos juntamos. Y cuánta razón tenía.
Porque, digo yo: ¿existen los dientes, si no se juntan en la boca? ¿Existen los dedos, si no se juntan en la mano?
Juntarnos: y no sólo para defender el precio de nuestros productos, sino también, y sobre todo, para defender el valor de nuestros derechos. Bien juntos están, aunque de vez en cuando simulen riñas y disputas, los pocos países ricos que ejercen la arrogancia sobre todos los demás. Su riqueza come pobreza, y su arrogancia come miedo. Hace bien poquito, pongamos por caso, Europa aprobó la ley que convierte a los inmigrantes en criminales. Paradoja de paradojas: Europa, que durante siglos ha invadido el mundo, cierra la puerta en las narices de los invadidos, cuando le retribuyen la visita. Y esa ley se ha promulgado con una asombrosa impunidad, que resultaría inexplicable si no estuviéramos acostumbrados a ser comidos y a vivir con miedo.
Miedo de vivir, miedo de decir, miedo de ser. Esta región nuestra forma parte de una América Latina organizada para el divorcio de sus partes, para el odio mutuo y la mutua ignorancia. Pero sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos, a escupir al espejo, a copiar en lugar de crear.
Todo a lo largo de la primera mitad del siglo diecinueve, un venezolano llamado Simón Rodríguez anduvo por los caminos de nuestra América, a lomo de mula, desafiando a los nuevos dueños del poder:
-Ustedes –clamaba don Simón-, ustedes que tanto imitan a los europeos, ¿por qué no les imitan lo más importante, que es la originalidad?
Paradójicamente, era escuchado por nadie este hombre que tanto merecía ser escuchado. Paradójicamente, lo llamaban loco, porque cometía la cordura de creer que debemos pensar con nuestra propia cabeza, porque cometía la cordura de proponer una educación para todos y una América de todos, y decía que al que no sabe, cualquiera lo engaña y al que no tiene, cualquiera lo compra, y porque cometía la cordura de dudar de la independencia de nuestros países recién nacidos:
-No somos dueños de nosotros mismos –decía -. Somos independientes, pero no somos libres.
Quince años después de la muerte del loco Rodríguez, Paraguay fue exterminado. El único país hispanoamericano de veras libre fue paradójicamente asesinado en nombre de la libertad. Paraguay no estaba preso en la jaula de la deuda externa, porque no debía un centavo a nadie, y no practicaba la mentirosa libertad de comercio, que nos imponía y nos impone una economía de importación y una cultura de impostación.
Paradójicamente, al cabo de cinco años de guerra feroz, entre tanta muerte sobrevivió el origen. Según la más antigua de sus tradiciones, los paraguayos habían nacido de la lengua que los nombró, y entre las ruinas humeantes sobrevivió esa lengua sagrada, la lengua primera, la lengua guaraní. Y en guaraní hablan todavía los paraguayos a la hora de la verdad, que es la hora del amor y del humor.
En guaraní, ñe'é significa palabra y también significa alma. Quien miente la palabra, traiciona el alma.
Si te doy mi palabra, me doy. *** Un siglo después de la guerra del Paraguay, un presidente de Chile dio su palabra, y se dio.
Los aviones escupían bombas sobre el palacio de gobierno, también ametrallado por las tropas de tierra. Él había dicho:
-Yo de aquí no salgo vivo.
En la historia latinoamericana, es una frase frecuente. La han pronunciado unos cuantos presidentes que después han salido vivos, para seguir pronunciándola. Pero esa bala no mintió. La bala de Salvador Allende no mintió.
Paradójicamente, una de las principales avenidas de Santiago de Chile se llama, todavía, Once de Setiembre. Y no se llama así por las víctimas de las Torres Gemelas de Nueva York. No. Se llama así en homenaje a los verdugos de la democracia en Chile. Con todo respeto por ese país que amo, me atrevo a preguntar, por puro sentido común: ¿No sería hora de cambiarle el nombre? ¿No sería hora de llamarla Avenida Salvador Allende, en homenaje a la dignidad de la democracia y a la dignidad de la palabra?
Y saltando la cordillera, me pregunto: ¿por qué será que el Che Guevara, el argentino más famoso de todos los tiempos, el más universal de los latinoamericanos, tiene la costumbre de seguir naciendo? Paradójicamente, cuanto más lo manipulan, cuanto más lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos.
Y me pregunto: ¿No será porque él decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en este mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?
Los mapas del alma no tienen fronteras, y yo soy patriota de varias patrias. Pero quiero culminar este viajecito por las tierras de la región, evocando a un hombre nacido, como yo, por aquí cerquita.
Paradójicamente, él murió hace un siglo y medio pero sigue siendo mi compatriota más peligroso. Tan peligroso es que la dictadura militar del Uruguay no pudo encontrar ni una sola frase suya que no fuera subversiva, y tuvo que decorar con fechas y nombres de batallas el mausoleo que erigió para ofender su memoria.
A él, que se negó a aceptar que nuestra patria grande se rompiera en pedazos; a él, que se negó a aceptar que la independencia de América fuera una emboscada contra sus hijos más pobres, a él, que fue el verdadero primer ciudadano ilustre de la región, dedico esta distinción, que recibo en su nombre.
Y termino con palabras que le escribí hace algún tiempo: 1820, Paso del Boquerón. Sin volver la cabeza, usted se hunde en el exilio. Lo veo, lo estoy viendo: se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se aleja flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda.
Usted no dice adiós a su tierra. Ella no se lo creería. O quizás usted no sabe, todavía, que se va para siempre.
Se agrisa el paisaje. Usted se va, vencido, y su tierra se queda sin aliento. ¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen? Quienes de esa tierra broten, quienes en ella entren, ¿se harán dignos de tristeza tan honda? Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Cada vez que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la crean muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, general de los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho.



PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

Lucia Raquel Tagliante (Rosario-Santa Fe/Argentina)

Arcón de los recuerdos


La música me llega desde
lejos, la leve llovizna
parece seguir su compás.

Es como percibir la vida
desde la esquina esquiva
de mi balcón.

Se mezcla risa, llanto y pasión
Nada parece tocar la razón.
Los recuerdos más hermosos se
mezclan con las saladas lágrimas
de mi inusitado dolor.

Nada parece tener solución,
la esperanza sigue remota,
la alegría escondida está y
mis horas desdibujadas en el
arcón de los recuerdos quedará

La vidriera

Mi vida es una vidriera constante
grito al mundo mi alegría incontenible,
cuando estoy inmensamente feliz.

Muestro sin pudor mis lágrimas
cuando me arrasa el dolor.
En ese escaparate tan especial
se muestran el olvido, la decepción,
la esperanza, el amor y otras baratijas
sin precio que la vida me vendió.

Cada mañana es un renacer.
Cada noche es un olvido.
Mirando de soslayo hacia atrás,
distingo el trayecto ya recorrido.

Entonces doy media vuelta y
me enfrento con valor y energía,
al camino que el destino,
me impulsa a transitar.

Mirada

La dama espera dubitativa y
pensante, sus ojos sueñan,
que incógnita me representa?
que activa todo mi ser.

En que piensa, hijos, madre ,
hermanos o amante, tal vez,
en la vida que se le va.
Tal vez no pudo vivir todo
lo que esperaba y añora
esa emoción inmensa de
sentirse viva pero no poder.

La jugada

La jugada de la historia
me brindó una mala pasada.
Se corrió la cortina y a través
del cristal, visualicé las migajas,
que el destino me dejó.

Como huir de la noche eterna
sin disfrutar de mis días de sol.
Como cerrar los capítulos de la vida
sin haber conocido el amor.

Fui juguete de mi historia
que al viento me arrojó
Fui el objeto desechable
de un amor que me aventó.

La muerte de un amigo

El primer impacto,
de la trágica noticia,
sacude de una manera
casi violenta, hasta que la
razón la comienza a procesar.

La juventud, la fuerza,
la personalidad de este amigo,
hacen que el dolor por la
pérdida sea más grande.

Entonces se suceden los
inevitables pensamientos
de por qué y para qué,
tanta lucha del ser
humano por subsistir.

Ahí asumimos la cruel
realidad, nada de lo que
pensemos o digamos,
puede cambiar eso.

El amigo ya se fue,
no estará mas entre nosotros ni
se cumplirán nuestros proyectos en común.

Sólo quedará por siempre un
bello recuerdo en nuestros corazones
de la hermosa persona que fue,
nuestro muy querido amigo.

Meridiano

El meridiano del olvido
me alcanzó en la ventana
de las estrellas.

Donde un elefante dormido
suspira bañado por la luna.
Cuando el despertó y no
me vio, una tristeza lo invadió.

Estoy enferma de dolor
pero sonrío al atisbo de la esperanza
Quiera Dios que llegue el mensajero
que trae la carta del olvido.

Tus manos

Fue lo primero que
me impresionaron de vos,
aparte de miles de cosas
que fui descubriendo.

Son tan cálidas y suaves
pero firmes y ansiosas.
Son de un color muy blanco
y su piel, asombrosamente,
a pesar de fumar muchísimo,
no denotan el color de la odiosa nicotina

Yo las definiría como
manos que acarician
con inmensa ternura
y vibrante delicia.

Patricia Severín (Reconquista-Santa Fe/Argentina)

I


La mañana carga humedad aprisionada en la niebla
:se espera el viento del sur
detrás de la ventana asoman los filos del amanecer
me inclino sobre el lavabo
mi mano izquierda aprisionando la loza
:las piedras verdes / transparentes/ el oro que sostiene
el anular/ la esperanza y la luz

las fibras del sol abren el cielo

:pienso que de igual manera se abre el destino
y el sinuoso sendero que empareja hacia vos

II

:era ayer
(y sin embargo hace tanto tiempo desde ayer)
cuando arremetí /arremetimos
ojo sobre ojo
(cíclope bendito de Cortázar)
para tratar de descifrar/descifrarnos
el fondo de la mirada
que es a su vez el fondo del alma –dijiste-
el fondo del alma y del todo de una/de uno

sin la decisión de mirar/no existe la mirada

III

por qué
/me pregunto hoy/
si eso ha sido solamente ayer
la imagen sostenida del fondo de vos/de mí
parece una película que hemos visto juntos hace mucho tiempo
por qué pierde entidad
cuando la distancia la fragmenta
y el ojo del cíclope vuelve a ser cuatro ojos

en esto consiste la decisión de ver:
en que hay que ver de nuevo

IV

algo fuera de nosotros
situado en escenario de
chandón/espejos/lomo en su jugo para el pan
mastica la cadencia de las imposibilidades
sobre el último beso
los cien kilómetros de tristeza
el instante del pánico

en la brumosa visión
de mañana
o pasado
o después
de pasado mañana

en el silencio blanco
de tu cuerpo sobre el mío penetrado



PÁGINA 3 – CUENTO

Mera sugestión


Por Fernando Sorrentino (Buenos Aires/Argentina)

Mis amigos dicen que yo soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.
Esa mañana yo estaba leyendo una novela de terror, y, aunque era pleno día, me sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso; pese a todos estos hechos, yo, sin embargo, estaba enteramente convencido de que el asesino acechaba tras la puerta cerrada.
De manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar en la cocina. Esto me preocupaba, pues se acercaba la hora del almuerzo y sería imprescindible que yo entrase en la cocina.
Entonces sonó el timbre.
—¡Entre! —grité sin levantarme—. Está sin llave.
Entró el portero del edificio, con dos o tres cartas.
—Se me durmió la pierna —dije—. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso de agua?
El portero dijo «Cómo no», abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras sí platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde luego, en la cocina no había ningún asesino.
Se trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.

PÁGINA 4 – ENSAYO

El mar es una profunda identidad

Marion Bethel (Nassau, Bahamas, 1953)

Por Javier Gaytán Gaytán (México DF/México)

Marion Bethel es una poeta prolija y prodigiosa que lo mismo escribe en verso que en prosa. Esa intensidad la descubrimos en el siguiente poema, “Renacimiento Taino”, el cual exterioriza la geografía del Caribe y el dolor que conlleva un alma arponeada. La fragilidad de una tierra cercada por el mar; un mar que pese a su hostilidad muestra la plenitud de una identidad, la bahamense. Poco importa el saber si la voz lírica, que articula el argumento del siguiente poema estructurado en verso libre, es de naturaleza femenina o de procedencia masculina, lo que seguramente importa para la poeta Bethel, es marcar la hora de la denuncia y del despojo:
Aún no fijamos; en un vivero cerrado
destinado a joyería, un derecho negado
para medrar en tierra y mar, un tañido de muerte
Este poema está escrito con el afán de dejar asentada la búsqueda de la vida, la concreción de un espacio, la posibilidad de tener un tiempo, aunque éstos se tornen prohibidos e impidan a toda costa tener un espíritu propio
Ante el invasor que proviene de España para colonizar y apropiarse de grandes porciones de tierra y de vidas humanas, se hace necesario un “Renacimiento taino”, un descubrimiento de sí mismo:
si te acuestas en un cayo de coral
de un mar poco profundo sintiendo
el peso y la maravilla
de doscientos millones de años
de arena viviente es probable que seas
un taíno o “bahamés” vuelto a nacer
Este espacio, este tiempo, esta vida encuentran su cauce en la escritura, la cual le da plena existencia al mar; mar que permite se escuche o se lea el poema. Simbiosis que se vuelve una barricada contra el silencio. Con la anáfora “somos” se reitera y se muestra una identidad y un origen. El cuerpo humano adquiere fondo y forma. La repetición de dos versos de ocho sílabas cada uno, hace más intenso el ritmo, el cual se vuelve incesante:
“En los mares poco profundos”
Somos más agua que tierra
Somos arrecifes y orillas, roca y monte
Somos más agua que tierra
Somos mares cobalto de azul, verde tortuga
La ausencia de comas y punto en este fragmento del poema estructurado también en versos libres, exige una lectura rápida. El ritmo se agiliza, el registro del lenguaje se circunscribe al tenor de la naturaleza tropical y multicolor: guayaba, mamey, iguana; así como en el lenguaje de las piedras preciosas: turquesa, esmeraldas. Estos elementos articulados en un tono conversacional permiten que el mar esté al alcance de quien lo busque. Las aguas de este mar se tornan poco profundas, sin embargo tienen la posibilidad de hundir un barco: sentencia esgrimida contra el invasor asesino, el cual arrasa, mata y desaparece o pretende desaparecer la cultura que le es adversa o desconocida: "lve una barricada contra el silencio. Con la anuce en la escritura, la cual le da plena das humanas se hace necesario un"
Ellos no son negros; repicabais campanas por toda España
pero en una prestidigitación creasteis a los esclavos y caníbales
y a Calibán “un ente de las tinieblas”, pues las cañas de azúcar
reflejaban en vuestras cuevas una visión perdida de los ritos sagrados.
Aunque sea de manera traducida, aunque no se tenga la posibilidad de leer la poesía de Bethel en su lengua original, considero que en sus versos se trasmiten el dolor, la herida, pero sobre todo el amor por una patria cercada por el mar, un mar delimitado por la tierra y sus orillas, un alma herida por sus numerosos arpones.


PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA

Raúl Acosta (Rosario-Santa Fe/Argentina)

Han dejado la puerta abierta


Han dejado la puerta abierta.
Hacia arriba los gases mas calientes,
la música, olores grávidos.

Han dejado la puerta abierta,
un sonido sube
de ciudad, de coches,
de gente y la palabra.

Han dejado la puerta abierta,
la palabra
sube las escaleras sin pensarlo,
suelta, destapada.

Cuando llegue a lo mas alto
querrán frenar las cosas. Susto.
Tarde piaste, muñeco,
diran los sonidos, todos,
los mas sabios,
los mas estrafalarios.
Con ella todo llega. Sorry, pebete,
es la palabra.

Han dejado la puerta abierta.
Comienza la semana.
El mundo sube,
escalón tras escalón,
hacia el cielo de la casa.

Con los ojos cerrados

Cerrá los ojos
Cerrá completamente los ojos.
Que nada te lleve a mirar
con los ojos abiertos.
Una sola decisión, no importan los ruidos.
Al contrario. Los ojos deben mirar
por las orejas, por la nariz , ojos para
el aroma, el olor
que se necesita para seguir así:
con los ojos cerrados.
Llegarán canciones en cada movimiento.
En el viento vendrán comidas, la parte tuya
de una tarde al sol, el cemento, las flores,
el olor de ésa escalera que se sube y se sube.
Un director de orquesta tendrá su batuta
para la canción imaginada. Sonará
en la casa. Oirán donde hace falta
los reflejos necesarios para empezar
la suelta de mariposas y almohadas,
con perfume amigable.
Repito la consigna. Con los ojos
cerrados llegará la noche al mediodía.
De a poco se comprende que,
con los ojos cerrados, no hace falta hablar
para tocarse.
El verdadero idioma dirá sus cosas,
por los jugos, gemidos, imprecaciones.
Los músculos harán su trabajo y la saliva,
el resplandor, el ruido, cada cosa
que habita en el encuentro ocupará su sitio.
Con los ojos cerrados esto, lo pedido,
el encuentro, resolverá un asunto
sin pasado, sin olvido, en el lugar
sin escalas, referencias, en el lugar
del mundo de los ojos cerrados,
de la ilusión, de todos los abismos.

Hay un solo camino
y se ha dicho suficiente: andar hasta su puerta,
cerrar los ojos, empezar la porfía.

contacto con el autor: raulacosta@arnet.com.ar

Guillermo Ibáñez (Rosario-Santa Fe/Argentina)

La puerta herméticamente abierta


Dolorosamente las paredes
sollozan
ante mi respiración oculta.

Cada lado de este cubo
huye de mis ojos
y siempre mis brazos
son cortos
para algo tan vano
como el olvido.

Cada plano se convexa
y un globo me circunda,
nuevo o viejo,
como el nuevo o viejo globo.

Las diferencias están en que
lo mío es transparente.

La mirada guarda soledades
incómodas, mudas y tristes
que socavan el cuerpo.

Estoy totalmente conmigo
con todos los testigos que
guardo sin ruido.

La habitación llora mis
lóbregas diferencias
y a mi cielo, a mi tiempo,
a mi sueño
y al silencio impotente
cargado de gritos
de un primer número
similar a la perfección
inconsciente.

Deshecho de esencia

El tiempo aniquila rotundamente
todos los anhelos cósmicos
de un ser que busca
su misma esencia
en la introspección profunda,
y al no llegar fuerte
a su memoria primera
queda detenido en una espera de cielo
con un reloj en la mano izquierda
y su propio espejo en la derecha.

Ahí, en el lugar que la especie le confirió
la sabiduría,
los pájaros caminan por la terraza
y los buitres comen de su mano derecha.

Más abajo, haciendo esfuerzos
las angustias navegan
en un río de semen
que se desperdicia
en el sexo del mundo.

Penúltimo escalón

Ya no habrá un amanecer y un sol
ni mañanas calculadas en los ojos
despertadores o camas sin deshacer.

Todo será cobijarse en la tutela
de la noche, sin girar las músicas
ni volcar lenitivos en nuestra boca.

Desde este momento
la entraña devoradora
tendrá algo más para sus hijos
que nunca dejan de pedir.

No habrá intercambios de ideas,
sólo nosotros, destrozados.

Con un suspiro de alivio
y un reencuentro fugaz e inútil
en los espejos,
para al fin perderse,
dejarse arrastrar allá,
nunca y siempre, luz y oscuridad.

Al fin dejar el suplicio.

Centrifugarse, comer vacío
y girar en el aire, eternamente.

Poema en tiempo

Hastío ya no.

La espera agobiante
o el cáliz de muerte
que suele buscarse.

Huir hacia ayer
que era tiempo.

Hoy el alegre silencio
se hace llanto.

Hoy verde campo
ha llovido y llovido
lágrimas sin sentido.

Hoy noche de verde
y verde de noche,
noche, negro negro.

Negro para llegar
al centro.

Hoy, centro cerebro,
caos y negro.

¿El rojo
será sólo un puente?

Poema sin nombre

La calle conservó el
mismo clima de entonces.

Aquella vez vacía y gris.

Compactos empedrados
se metieron en mi boca,
fui tragando la sed de la noche
y encontré su lecho oscuro.

Este hombre complementario
balbuceó sólo unas palabras
que no alcanzaron
para darle nombre.

Exacto paso y mirar transverso.

La hegemonía del paisaje
era cerrada, había sombras.

Aún ahora, poblada de gris vacío
cubre la noche gastada
del señalado hombre,

hombre aparte, prisión de paredes,
balcones y puertas,
silencio de telarañas, hombre derruido.

Nadie pudo terminar el camino.



PÁGINA 6 – CUENTO

Papeles dizque de la revolución


Por Jimmy Valdez (Ridgewood-NewYork/USA)

El antiguo rompe viento levantaba la calzada. Sus raíces penetraron las paredes y abrían como un rejón las columnas inclinadas de la vieja fortaleza. Podíamos escaparnos en el recreo, jugar a la guerra, corretear a los lagartos y darle caza con nuestros tiradores a las tórtolas arroceras y a los sapos en el arroyo. Éramos la pandilla, los pequeños malvados. Desde el puente hasta la breña, cruzando la fábrica de block, los transformadores, el callejón de la guayaba, y la Colonia.
Llegábamos a pie, en el burro, de bola en la bartola, la vieja nave chevy del recordado Ciprian; chofer de los finqueros y popular abusador de nuestros miedos. -Ciprian, solía acelerar el destartalado armatrote hasta el pitonear del mofle. Volábamos a la compuerta, nos tirábamos en su catre e íbamos orinándonos de lo atropellado en la maldad del acostumbrado enano y diablete.-
La llamada escuela grande, los profes cucaramangaros, la cisterna letrinada y el millón de gusarapos azuletes de tan robustos. Los roídos pantalones y pa’ mi casa con el boquete por brincar de una lado al otro y sin tener calzoncillos. Entonces fue cuando los vi, tomé los rumbos del canal, quería jondearme en la chorrera, cogerlo suave, nataguear con las patotas en los muros enrejados para luego subirme a los cocotales más pequeños en la finca del don Darío:
Estaban sepultándolo, eran tres y ninguno conocido. Vi las palas, los esfuerzos, el bulto amadrinado y el santo enterron del supuesto. Casi me caico, tanto monte, tal la sorpresa… cuando se alejaban, quise descender, averiguar lo visto, seguir a los mandrilos y luego chismoseárselo al mundo como la costumbre de nuestra casta.
Pero uno de ellos se devolvió, regresaba para tapar con pencas y charamicos la negrura de la tierra, lo movido. Me doble un tobillo, aguanté el grito; tirado en el suelo quedé quietecito, con el pecho pelado del apurón por bajar la palma y el pie comenzando a inflarse y ponerse morado.
No me pescó, cruzó muy apurado recogiendo jícaras y yaguas podridas. Las arrojó sobre el entierro y luego huyó buscando el camino trazado por sus socios.
Como pude salí a la jaida del camino. El susto podía más que los hincones del pie, que la segurísima paliza de papá y que los revenconazos posibles de mi madre al enterarse de que abandoné el deplorado cuaderno Petete, bajo las mayas limítrofes del fundo.
Fue cuando vi a la bartola, lejos, pero innegable. ¡Ciprian, como la honda ei diablo! Enderezando curvas, machacando piedras, levantando nubes asfixiantes, todo él y sus frutos…
Me reconoció, disminuyó la marcha, paró un poco antes del montón que hacia orilla y me voceó los acostumbrados motes al muchacho bellaco que se quedará bruto por escaparse de la escuela.
-Que se hablará con el compadre, que patatín que patatán, y que yo, para el momento como una magdalena, mocoso y con el cielo abierto por el rescate, iba a saber lo que era bueno con un chucho mojao.-
Y al abrir la bocaza, le conté las razones, las mitades del fondillo, la mata de coco y lo enterrao pa’ réquiem eterno entre lo de Darío Tió y las matas de samán. Luego, direitico hasta mi casa, recibido a cocotazos y con la encomienda de no decir ni pio.
Pero se supo, llegó la guardia, me llevaron con Ciprian y desenterraron el bulto. Mi papá nos traicionó, se fue de jablador con los del puesto y pa las cinco estaba de vuelta en la montería. Diez pistolas, quinces fusiles, granadas de mano y cuchomil papeles dizque de la revolución, con algunos pesos de ñapa.
A los pocos días fusilaron a los hijos de Ciprian. La maldita universidad los había dañado.

PÁGINA 7 – ENSAYO

Segundo centenario del nacimiento de Poe


Por Enrique Vélez Piedrahita (envelez@hotmail.com)

En Nueva York en noviembre de 1845, siendo propietario y editor del THE BROAD WAY JOURNAL en medio de su desesperación y recién salido de una aguda depresión que lo mantuvo en cama por más de dos meses, escribe Poe a su amigo Evert A. Duyckinck, famoso editor en dicha ciudad y conocido por su CYCLOPEDIA FOR AMERICAN LITERATURE: “Creo que estuve loco, y en verdad creo que he tenido muchas razones para estarlo…y la razón para escribirle esta nota , (una vez más) es para implorar su ayuda. Por supuesto que ni siquiera necesito decirle que mi problema más urgente es el de necesitar plata en efectivo. Encuentro que lo que le he dicho en relación con los prospectos del Broad Way Journal es estrictamente correcto. Un alivio inmediato lo pondría en excelente circulación”. En diciembre de 1.853 en París, también en medio de sus tribulaciones económicas y sus persistentes dolencias físicas Charles Buadelaire escribe a su editor y amigo Paul-Emmanuel-Auguste Poulet Malassis, quien le publicara sus “Flores del mal”: “Le pido no diré que muy insistentemente, porque sería decirle una impertinencia, le pido simplemente, si ello es posible, en cuanto reciba mi carta, una suma cualquiera…Para mí se trata sencillamente, de lograr algunos días de descanso, y de aprovecharlos para terminar unas cosas importantes que darán un resultado positivo, el mes que viene…En cuanto a mí mi vida, como ya lo adivina, estará siempre hecha de cóleras , de muertes, de ultrajes, y sobre todo de descontento de mi mismo.”.
Dos colosos de la literatura y la poesía similares en muchos aspectos implorando comprensión y ayuda económica, convulsos en el sórdido laberinto del alcohol y las drogas, inmersos en la enfermedad definitiva en pertinaz carrera contra la muerte que ya acecha y la vaga e impalpable fama literaria. Transidos de desolación y desesperanza, cada uno en mundos literarios diferentes, el primero en Estados Unidos y el segundo en Francia, pero mundos literarios que no los comprendían ni aceptaban dada la supremacía que había adquirido en el mundo lo material sobre lo espiritual. Dos luchadores sin tregua de la idea y de la pluma, delirantes, obcecados, quijotes en la expresión.
Contemporáneos en buena parte de sus vidas, Edgar Allen Poe (Boston, 19 de enero de 1.809 – Baltimore, 7 de octubre de 1.849), Charles Pierre Baudelaire (9 de abril de 1.821 – 31 de agosto de 1.867), Poe: periodista, crítico, poeta y escritor, Baudelaire: traductor francés, crítico de arte y poeta por excelencia, los dos huérfanos de padre desde muy jóvenes y por consiguiente en su adolescencia, sometidos en su indefensión a los caprichos de sus padrastros. Poe, aunque nunca fue adoptado formalmente tomó el apellido Allan de su padrastro quien, por caridad, lo recogió al morir sus padres. Baudelaire siempre odió al suyo Jacques Aupick, vecino de cuarenta años, con quien, muerto su padre, su madre contrajo matrimonio cuando él apenas contaba con siete años y unión que él a lo largo de su vida entendería como ausencia de amor maternal y que lo marcaría emocionalmente en forma indeleble por el resto de sus días.
Desde 1.848, el año anterior al de la muerte de Poe, empieza Baudelaire a escribir sobre la genialidad del americano y continuaría haciéndolo hasta comienzos de los años sesenta, tres o cuatro años antes de su propia muerte. Es Baudelaire quien descubre para Europa y si se quiere para el mundo a ese huérfano de padres, huérfano del verdadero reconocimiento literario que merecía y huérfano de fortuna, que murió a sus escasos cuarenta años en Baltimore hambriento, harapiento y tirado en una zanja. Baudelaire lo traduce, lo interpreta y lo vive en él mismo, al punto de afirmar que había descubierto en Poe ideas y frases enteras que él mismo ya había textualmente concebido. Y no podía ser de otra forma pues fueron seres que padecieron de los mismos fantasmas: soledad, abandono, miseria, enfermedades prematuras, envidia literaria, alcohol, drogas y profunda pobreza, provocadas en buena medida por el pensamiento burgués de la época, similar al de hoy, que ve al artista no solo como un ser insignificante que busca lo absoluto y lo profundo en contraposición a lo pragmático, al resultado palpable y material que es la esencia de la moral burguesa y que redujo con saña y sin miramiento moral alguno sus existencias a niveles de indigencia.
Es justo, en la conmemoración de los doscientos años de nacimiento de Poe, exaltar su memoria y de paso la de su amigo en la sombra, que nunca conoció, por haberlo entendido con justicia y haberle reconocido su verdadero valor inconmensurable de escritor y de poeta, al punto que nunca sospechó que Poe sería pilar fundamental de la literatura de su patria y del mundo, con marcada influencia en el simbolismo francés y el surrealismo posterior. Paz en sus tumbas.


PÁGINA 8 – CUENTO

Cartas para alguien (2)


Por Alicia Fontecilla (Santiago de Chile/Chile)

En un principio siempre es lo mismo, el golpe, la confusión, la curiosidad avasalladora, el querer mirar hasta el fondo, luego cuando te das cuenta de la dimensión exacta de lo que observas, es el no poder creer, la bofetada, el darte vuelta la cara de un aletazo, el rebencazo definitivo, al menos así lo sientes al inicio.
Y te pones de pie, porque no te queda otra opción, no puedes quedarte de rodillas ahí, con la nariz pegada a esa imagen el resto de tu vida. Y te levantas y observas con indiferencia cómo se desparraman tus tripas por el suelo, y ahí tomas conciencia de lo profundo de la cuchillada, de la mano artera, cruel, de la mucha necesidad que ha existido de esos cortes radicales, para separar de un tajo estos sentires inconvenientes.
Claro que en el camino terminas de darte cuenta que la inconveniencia eres tú, y que es a ti a quien operan con el bisturí preciso, limpio, certero, y quedas ahí, alejada de lo que ha sido tu centro vital durante un tiempo que ya parece prehistórico, a estertores, como un tumor indeseado al que se le niega el suministro vital de sangre, o como esa muela cariada, destrozada hasta la raíz, irrecuperable para esa lengua que durante un tiempo seguirá recorriéndote en la boca con la memoria que tienen las causas perdidas.
Miras de nuevo, entonces, porque así eres, testaruda, masoquista, y buscas segundas lecturas, y las encuentras en la dirección de la mirada, en el súbito gesto de la boca, en el aire frío que te rodea, en la distancia fiera de las líneas y la dureza de la expresión. Y te dices a ti misma, que está bien, así son las cosas, aceptado, entendido comandante, cambio y fuera, el gesto habla por sí solo. Pero eso no quita, y sonríes para ti con picardía, con la sabiduría de la que lo ha perdido todo y que por esa razón es dueña de todo, que ha sido un gusto volver a verte.

PÁGINA 9 – ENSAYO

La prosa del siglo de oro y sus obras maestras


Por Daniel de Cullá (Vallelado-Segovia/España)

Hemos asistido al Curso “La prosa del Siglo de Oro y sus obras maestras” del 4 al 5 de agosto en Pamplona ( Archivo Real y General de Navarra), organizado por la Universidad de Navarra; y del 7 al 8 de agosto en Burgos ( Palacio de la Isla. Viejo cuartel general , galón y faja del “césar enano” ,hoy rehabilitado y cuartel general de la lengua “burgensis” dirigido por otro “césar no muy alto”charretero y listo), y organizado por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, en homenaje a Pedro Malón de Chaide (o Malón de Chaide), agustino navarro, que profesó en Salamanca, discípulo de fray Luis de León, autor de un solo libro, La conversión de la Magdalena, obra fundamental de la mística obscena y embustera del inquisidor y felón Siglo de Oro, donde la prosa, la novela picaresca, la novela de caballerías, la prosa satírica, la prosa erudita, hasta las Crónicas de Indias, las oraciones fúnebres, los relatos, estaban en manos de la clerecía y bajo su batuta cruel, depredadora y sanguinaria, siendo mi objetivo el comprobar el Rebuzno en profesores, doctorandos y alumnos ( algún que otro doctorando me insinuó que por un crédito de Rebuzno ganarían tiaras o capelos), pues que la asníflua literatura del Siglo de Oro cuenta con especialistas del Rebuzno: El Lazarillo, el Amadís de Gaula, el Quijote de Cervantes, El Buscón y Los Sueños de Quevedo, La Dorotea de Lope de Vega Rebuznaron también como Jumentos, haciendo Verdad lo que Virgilio refiere en su Eneida, lib. I: “ a la sombra de un pesebre limpio cantando aliquando con asnífluo acento honras del Asno”; siendo la historia que nos guía que a todos los alumnos con su porra los maestros hicieron una tortilla nuestro cerebro.
Encontré en El Guzmán y otros Guzmanes una Burra a la husma andándole un gran Jumento. El Lazarillo aterrado a la babosa clerecía del adulterio y la pedofilia que con Rebuznos muy tremendos aterraban a la Corte y al pueblo haciendo sacrificios a un dios Rebuzno apellidado. El bélico clamor de los borricos refiere el hecho. Siendo El Lazarillo el mejor de los libros, que se lee hasta en el cielo, por el fuerte ruido que hace al Rebuznar, acallando el Rebuzno de togas y mitras, coronas y cerquillos, cuyos Rebuznos retumbaban en las calles, cuadras y corrales y cuyos ecos Rebuznantes victorea toda la hispana gente desde Mateo Alemán mexicano hasta Alonso de Cartagena, pasando por Antonio de Eslava quien en sus Noches de Invierno por nuestro Rebuznar y otras mil prendas no reparó en cantar: “Que a España vengan cuantos Asnos de todas las naciones deseen aprender... Vengan, y aprendan de nuestros Asnos que habitan en ciudades, en villas, en cortijos, en aldeas”. Ni a grandes ni a Rebuznos ¿quién os gana? Esa gloria tened¡ Tan sólo es vuestra; “y la mía será el haber cantado con éxito feliz la bella prenda””, que diría El Lazarillo.
El Asnífluo Siglo de Oro tiene una extraordinaria habilidad para imitar el gruñido de los Cerdos, Cochinos, Lechones, Marranos, Gorrinos, Puercos, que la historia admira en pollinales metros y que fue y sigue siendo gloria de la santa Iglesia, estando a la orden del día el cuento que cuenta y que no es cuento que hubo un tal R. que había sido soldado de Marina, y otras cosas así. Pues Señor, el tal R. (que Dios tenga en su santa gloria , pues lo que es morirse se murió) tenía una extraordinaria habilidad para imitar el gruñido de los Cerdos y demás familia. Súpolo Godoy; llámale; gruñe delante de S. Exc. : cáele a éste en gracia el gruñido que pega; y étele a nuestro R. con una prebenda en la Santa Iglesia Catedral de....
-¡Quien sabe si nosotros algún día por Rebuznar a tiempo bellamente hallamos un Godoy que nos presente un beneficio simple o una canonjía!... Esto fue lo que les dije a unos doctorandos y alumnos en el acto de clausura.
Pamplona. No faltan Asnos aquí.
Burgos. Ya poblada de Asnos.
Ponentes. “patos de la aguachirle castellana” (Góngora)
De Quevedo: “Sabed vecinas que mujeres y gallinas todas ponemos: Unas cuernos y otras huevos”.
De Góngora: “ Tenemos un Doctorando, discretos y generosos oidores de las tibiezas, que con empacho supongo. Este pues Doctoranduncio amaneció con golondros de doctor, una mañana que se le alteró el meollo”.
De Quevedo a Góngora: “Poeta de bujarrones y sirena de los rabos, pues son de ojo de culo todas tus obras o rasgos”.... “ Y al pobre Lope de Vega te lo llevaste de paso sólo por llamarse Lope, de tu consonante esclavo”.
De Góngora a Quevedo: Anacreonte español, no hay quien os tope”.. “Musa que sopla y no inspira, y sabe por lo traidor poner los dedos mejor en mi bolsa que en su lira”.
Góngora contra Lope de Vega: “Dicen que ha hecho lopico contra mis versos adversos; más si yo vuelvo mi pico, con el pico de mis versos a este lopico lo-pico”.
En el curso hemos echado en falta, yo por lo menos ,una ponencia sobre Luis de Góngora y Argote, otro sacerdote más,
Capellán de Felipe III, gran poeta llamado “ángel de las tinieblas” por algo, quien encontró su Rebuzno en Soledades y La Fábula de Polifemo, que en toda justa de graves Cardenales celebrada nunca solía faltar algún sujeto que de él dijera: “¡Que Rebuzno nos acaba de dar el compañero!”.
Vega Carpio. Fray Lope Félix de Vega Carpio. Célebre poeta y escritor. Sin Asnos tal vez Lope de Vega no hubiera sido el Fénix de los ingenios. Escribió unos 2.000 dramas y autos, que componen 133.000 páginas con 21.000.000 de versos. Obras: La judía de Toledo, La moza de cántaro, El perro del hortelano...
Francisco de Quevedo y Villegas. Famosísimo poeta, novelista, teólogo y político. Gracias al Asno mereció el sobrenombre de el Juvenal español..Obras: El chitón de las tarabillas, La política de dios.
Vida del Lazarillo de Tormes. Novela picaresca, la primera de su género una de las obras maestras de la literatura española, quien gracias al Asno tan sólo consiguió chuparse... el dedo.



PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

Edda Ottonieri de Maggi (Marcos Juárez-Córdoba/Argentina)

Caminamos juntos


Juntos caminamos tras el vendaval de los días
con dolor, con tristezas... pero seguimos
prendidos a nuestros miedos.
Como hacedores de pasos y regresos
sin vuelta atrás en el tiempo
y sin atrevernos a aceptar que no seremos...

Sin coraje subimos a los andamiajes endebles
y en los rincones lloramos a escondidas,
en la castidad de vacíos imposibles,
nos arrodillamos para emitir un susurro en la noche
de corazones glaucos y llenas lunas de acero
para volver a encender de oscuridad el mañana

De lluvias…

El viento se ha callado y llueve
el agua corre a darle de comer al mar
se enfilan bóvedas de aguas infladas
y el cielo viajero costea los flecos y traspone
hondonadas.

Los gatos se han escondido en las barracas
entre gotas de grasa y salitre,
y el olor a bestia expande la muerte...

Llueve otra vez, y el techo se deshace en rezongos
Nada ha de germinar en él...
¿O quizás el palán- palán lo acompañe en su soledad?

Las ampollas transparentes inflan ventosas en el aire
y pequeños surcos caminan los patios otra vez...

Ahora,
la lluvia se ha callado y el viento ha comenzado a soplar...

¿De regreso?

La neblina se desliza plomiza sobre el mundo.
Emerge tras la colina dividida por el arco iris.
como una barcaza ambulante,
enciende y apaga su candil.

Tras el paisaje se interpone tu imagen
otra vez, en mi terrible soledad.
¿Estarás en cercanías de mis batientes?
Destellos, quizás, de tus ojos, profundos
Añiles de mares y de cielos...

Esta neblina la contemplábamos juntos.
Más el barco no es el mismo.

La hora de las serpientes
(Y de alguna gente...)

Hora escamosa de serpientes
con ojos de terciopelo,
andar de plomo sin manos
sobre la tierra caliente.

Tus reinos serían, quizás
bosques profundos de azulinos lirios
sin tormentos ni tormentas
pero llevas tu bífida lengua cargada de ortigas
para que duelan tus vilipendios
en la saliva murmurante con que clavas tus dardos

Hay zonas a las que no has herido,
por ignorancia,
o cunas primaverales
donde no llegan tus habladurías...

Los juicios viperinos
siguen horizontes vacíos, pero llenos
de la suerte o desgracias de los otros...
Mientras tu propio sapo te envuelve entre círculos de
salitrosa baba...

Amor tembloroso

El tembloroso cirio desata colores atardecidos
con hilos de oro y formas nubosas
hasta formar una llaga ámbar gigante,
como olas doradas sin espuma
y líquido poema de rocío.

El día entero,
hacinado como una banda sin instrumentos,
cansado como un nadador de mares
sopla fuelles escondidos entre rincones acuosos.

En la cadena de abismos entre cumbres
una simple cucaracha vuela bajo, escondida
justo cuando la tarde perdió su manto de oro,
el néctar quedó en las flores
y el vicio y la lujurias se encendieron

Son verbos conjugados...
¡ lanza fugaz
con palpitar de corazones!

Atardecer

El tembloroso cirio enciende los colores de la tarde
con hilos de oro y formas nubosas
hasta plasmar una llaga ámbar gigante,
olas doradas sin espuma
y líquida balada de rocío

El día entero,
hacinado como una banda sin instrumentos
y cansado como nadador de mares,
sopla fuelles escondidos entre socavones recónditos.

En la cadena de abismos entre cumbres
una simple cucaracha vuela bajo, escondida
cuando la última hora ya perdió su manto de oro,
el néctar quedó en las flores,
y el vicio y la lujurias encendieron
sus verbos conjugados...

¡Lanza fugaz entre blanduras
sin paralelos ni meridianos!

Miedos en remembranza

Los miedos de la existencia
Vienen en diagonal entre los costados de la sombra/
se tejen
desde la medula del aire/
giran
en vuelo, colibrí tembloroso.

Las memorias se dibujan como un carbón encendido
en idioma gutural de cavernas
bermejo tiempo magnético
que las entrañas de la tierra, guardan...

Las realidades del vivir,
Siniestros, campanillean desde nuestro interior
para aguijonear
el pulsar intenso de la vida
y como frescas lesiones
se hacen rojas de sangre caliente
en zozobra, vivenciadas...

Y me siento abandonada en la adversidad
dentro de un planeta que gira indiferente...

Revés de la memoria universal
fuga de fusas y semifusas a destiempo
que vuelven sobre el pentagrama de los siglos
para recordar lo que queremos sepultar
en destierro entre tinieblas...

“ Todas las vidas trabajan para la muerte”.

El gran libro

En el libro del universo, escritas están todas las historias,
no, cual biblioteca,
sino como noche sin principio ni final
sobre la letras en cabalgatas de nubes
y espacios llenos...
O en cada una de las estrellas...
y hasta en los granos de arena de un desierto,
o en la vida renovada de cada ser...
grande, pequeño, microscópico...
y hasta en la misma semilla, se puede leer
el mensaje...

Signos en madeja de alas y de sueños...
letras que se forman, cruzan y entrecruzan
chispas en imágenes ante nuestros ojos,
que son renglones del misterio y la palabra...
Lee el vidente y el ciego
en sucesión sempiterna
entre las alforzas de las estaciones

Teresa del Valle Drube Laumann (San Miguel de Tucumán / Argentina)

Adagio de la Soledad


Yo soy quien asistió de pie
a su propio entierro.
Yo soy quien arrojó una alba cala
sobre el ataúd de sus sueños muertos.

La que dejó caer
gota a gota
todas sus ilusiones
y no guardó una sola
una sola.

Aquella que camina sin luz ni sombra
esa soy.
La que no deja huellas
la que jamás está.

Esa soy yo:
la que asistió de pie a su propio entierro.
La que arrojó una cala sobre su ataúd.
La que se fue en el viento.
Aquella a la que nadie vio.
Aquella a la que nadie amó.
Aquella a la que nadie jamás esperó
Esa soy yo.

Sobre mi Lecho

Sobre mi lecho se desnudan las sombras
del recuerdo
y el negro badajo de mis días está tocando a muerto.

Sobre mi lecho la soledad y el frío
se han quedado dormidos
ocupando
el espacio vacío
que el vacío que dejaste
llenaba.

Sobre mi lecho las sábanas no huelen a nada
el silencio tiene la palabra
y es la eterna permanencia del ayer
lo único que queda.
Resta de nada.

Sobre mi lecho se burlan, rebotando
contra el mudo albor de los muros
los ecos que repiten con un cantar siniestro:
siempre, siempre, nunca, nunca…
sobre mi lecho
duerme la soledad
me mata su frío
me destruye su silencio.

Desesperanzas

Amanecer…
alondras en mi campanario.
El sol se resiste hoy a salir.
---¿Qué quiso decirme la vida con:
mañana sí…?

Susurra siempre la misma letanía.
Mas el canto de pájaros en libre vuelo,
estridentes chillan en cada alborada
zambulléndose en el claro cielo:
¡hoy no! ¡hoy no!

¿Qué oscura necedad me porfía
a creer que en esta rosada aurora
la lumbre de mis esperanzas
iluminará la oscuridad de mis horas?

Este cántaro de cristal
que abrigo entre mis brazos
se rompe a cada paso
y en cada otro se recompone.

Me cubre la ilusión con su manto.

Silencioso, casi santo,
llega el fresco llanto
lluvia sobre la sequía de maltrechos corazones.

Enhebro desesperanzas sin fin…

Lejana melopea, queda, murmura desde la nada:
¡ya lo lograrás!

Arcano designio, desde oscuros soles,
me clavó en la frente esta negra cruz.

Las órbitas vacías, las descarnadas zarpas,
oscuras sombras no olvidadas
sin piedad envuelven en oscuras mortajas
a mi pobre esperanza repitiendo
en infinito eco:
¡No! ¡Todavía no! ¡Todavía no!

Estar Viva

Es esta vieja costumbre de estar viva
la que me lleva a despertar cada mañana
a buscar las cosas que no me importan
y a caminar por senderos que no quiero.

Es esta mala costumbre de permanecer
de durar
sin sentir nada nuevo
que haga hervir mi sangre
que me muestre el horizonte
fugitivo tras las horas
que arañan mi piel sin lamentarlo
doliendo sin dolor
sin llanto
sin ser.

Es esta mala costumbre la que hace
que un amargo ardor
me crezca adentro
naciendo desde los huesos
y me hace esperar que pasen pronto
estos días de soledad y desarraigo
aunque sea escapando
corriendo
para el seguro lado de la muerte.

Equivocada

Perdóname:
me equivoqué de tiempo...
creí que hoy era ayer.
Pensé que era estación de lluvias
y es la de morir de sed.
Sentí a la muerte parada frente a mi puerta
“Pasa”, le dije y abrí.
Se rió duramente, arrasó mi huerto y se fue.
Me senté en el barranco
para no morir de pie
y el árbol me enseñó
a no llorar después.

Me equivoqué de tiempo
me equivoqué
perdóname:
nací mañana y morí ayer, al atardecer.
Creí amarte y te busqué:
te enredé entre mi pelo
y con mis besos te ahogué
creyendo que te quería…
y hoy
hoy me marcho
sin saber porqué
perdóname
perdóname y no sé por qué.
Vine al mundo equivocada
nací sin pedir nacer
me arrastran siempre los vientos
me arrastran
me arrastran
¿adónde?
No lo sé…

Si Yo Fuera Tú

Si yo fuera tú, amor…
¿dónde me ocultaría?
¿en el viento que corre en el silencio de la noche
o en el cielo enrojecido del atardecer?
¿dónde me ocultaría?
¿en el frío gris de la llovizna
o en el resplandor hiriente del sol de mediodía?
¿dónde me ocultaría?
¿en la piedra que tapa la boca del volcán
o en la que se despeña con las aguas enfurecidas?
¿dónde me ocultaría?
¿dentro del cristal que aturde los sentidos
o en el que refleja mi universo destruido?
¿dónde me ocultaría?
¿entre las sombras que ocultan fugitivas sombras
o en el iridiscente amanecer?
¿dónde me ocultaría?
¿entre los recuerdos que cual vampiros hambrientos
sobre mi desvelo revolotean
o en el arrullo de la paloma entre la fronda?
¿dónde, amor, dónde me ocultaría,
dónde lo haría
para que no pueda jamás volver a verte
aunque te busque mi alma compungida?
¿dónde, amor, dónde me ocultaría
para que no sientas lástima de mis lágrimas
y sigas mintiéndome todavía?


PÁGINA 11 – CUENTO

Dónde estoy, quién es usted y por qué me llama Parra


Por Néstor Fidel Panseri Cabello (Ciudad Autónoma de Buenos Aires / Argentina)

La habitación, bien iluminada, sin más objetos que dos sillas y una mesa, con dos vasos llenos de agua, hacían parecer a la oficina policial , como si fuese un escenario de improvisación teatral, no hacía falta más mobiliario que ese, suficiente para interrogar a un sospechoso.
Sentado, Vicente Parra, de profesión escultor, esperaba ansioso a la autoridad.
Cuando entró, el detective Somoza arrimó la otra silla y se presentó, Vicente sonrió adecuadamente y saludo, ninguno de los investigadores, observando detrás del vidrio espejado, podía creer, que ese hombre de aspecto formal, fuese el autor del espeluznante asesinato de las dos jóvenes provincianas, estudiantes de medicina, habían sido mutiladas con un objeto punzante, ellas rentaban desde hacia un par de meses, dos dormitorios en su casa del barrio Montserrat, la imagen que brindaba Parra era la de un caballero, de todas maneras la historia criminal está forjada por muchos caballeros pensó Somoza, así que, con su eterna desconfianza de viejo detective, comenzó con el interrogatorio inmediatamente .
Después de tres horas de preguntas inquisidoras , con respuestas y coartadas correctas, Somoza se levantó de la silla y dirigiéndose al señor le dijo, - muy bien es todo por hoy, ya lo llamarán del juzgado, son formalismos ya sabe, nuevamente gracias señor Parra, lo acompaño-, Vicente se levantó, había un pequeño cambio en su mirada, más marcado aún en la expresión del rostro, Somoza lo detectó y le preguntó al instante preocupado, -se siente bien señor Parra?-, este lo miró fijo, y ahora sí, con la mirada decididamente transformada y con una expresión de voz que parecía pertenecer a otro mortal le dijo, -tengo tres preguntas para hacerle señor...- Somoza contestó intrigado y alerta - lo oigo- , Parra o mejor dicho su otra personalidad preguntó agresivo - podría decirme usted donde estoy, quién es usted y por qué me llama Parra…al instante entraron oficiales fuertemente armados y sin más fue esposado.
Después de uno días , Somoza concurrió al penal psiquiátrico, debía entregar documentos al director, pidió ver al psicótico asesino, un guardia lo acompañó al patio de reclusos, lo encontró sentado al sol, cuando se acercó lo saludo sin darle nombre, Vicente levantó la mirada, asintió con la cabeza y le dijo - lo conozco de algún lado no?-, Somoza le explico que lo conocía del barrio sin entrar en detalles, Vicente continuó, - usted sabe qué hago acá, podría decirle a esta gente que soy un artista, un escultor, me tienen con este maldito chaleco, así no puedo trabajar, soy un artista repitió otra vez cambiando de voces constantemente, si no me creen que vayan a mi casa , gritó desencajado, ahí deje dos obras recientes… podrá hacer que me quiten el chaleco? por favor .. . dijo ahora sumiso, casi en suplica y llorando…
Somoza se levantó y comenzó a retirarse dejando a Parra y sus múltiples personalidades hablándole a la nada…
Somoza se fue del penal, en su alma había una profunda tristeza por las jóvenes muertas, y también porque no decirlo por Parra…

PÁGINA 12 – ENSAYO

Noticias de Rolando Revagliatti


Por Eduardo Dalter (Buenos Aires/Argentina)

La obra poética de Rolando Revagliatti (Buenos Aires, 1945), por lo menos la que nos motiva a este trabajo, se vivenció y escribió en el lapso que va desde la aprobación de las leyes de obediencia debida y punto final (mes más o mes menos) hasta su anulación por brutales e increíbles, y aun algunos tramos más acá. O sea, en años en que la democracia turca, o virtual, o como se le llame, dejó un pozo, entre el cablerío cortado y la pared caída. Tiempos, recordemos, de los grandes desembarcos y de las apuestas mayores, también en la cultura, con su producción de humo y de reflejo. Una realidad que el poeta fue entendiendo, y digiriendo, también como una demasía para él solo, pero tampoco quería ponerse a vivir por nada, y se entiende, en la queja de bandoneón y en la derrota. Y de ahí su paso, su vibración y su actuación sin tregua, que son muestras palpables de un nervio a cielo abierto, pero también de una herida palpitante; y así lo hemos observado más de una vez en el silabeo, a veces grave, a veces sobreactuado, de sus poemas, que van colmando el espacio con su gracia desinhibida y tensa. Así, a menudo, su poesía termina derivando en el sainete, un sainete atravesado, y condenado, de abismo y de vacío. Un modo, con una intimidad, que el poeta escogió sin más para dialogar y representar una realidad (y una trizadura, un aire), por momentos más cercana a la absurdidad, que, está visto, lo golpea y lo estremece. Un poeta que escribe --tantas veces así lo imaginé-- contra las cuerdas, a veces mirando conmovido al ring-side, sabiéndose solo, para sacar finalmente, apoyado en ese espaldar de sogas, su seguidilla de golpes más precisos. Otras veces, no pocas, seguramente en la calma de su hogar, en tardes o noches lentas, el poeta juega, ríe, se da un respiro, como quien avanza en las páginas vacías, no para más que por eso mismo y para situarse mejor en su trabajo, donde la materia prima es su propio cuerpo, su propio tiempo, el tiempo de todos, comprendiendo que el juego, el sainete de los cuatro vientos nacionales, es serio, muy serio. O bien sale a caminar, a embeberse del aire de parques tan distintos, indagando en las grietas, y regresando, bajo su camisa y su pantalón puestos a prueba. En este camino, que es andado y demarcado en poema y poema, el poeta deja traslucir sus costumbres y tonos de familia y sus ancestros, y en este ejemplo, su intención, sus lugares, su voz, son muestras elocuentes y extrañas, o muy de estos tiempos, de tejidos rotos y huellas entrecruzadas, y donde más que los trayectos y procesos de la historia de una lírica, y de una mística, hay la conjunción de los materiales más diversos, en sorprendente apareamiento, del sacudido y contemporáneo mundo. Ahí aparecen, como vecinos de sus calles, y como tíos mayores y maestros, Nicolás Olivari y Julio Huasi, tantas veces abrazados o fundidos, muy en Rolando, en una u otra esquina, desde el humor y la pincelada suburbana hasta esa tensión insinuada crispación, que, con fondo de hora pico, pueblan la escena y la mirada del poeta. Una confluencia, la continuidad de un curso, no exentas de apoyaturas, que han venido confirmando un campo singular en el marco abierto de la poesía porteña. Entre sus diversos y tensados poemas, entre lo significativo de su salsa, obrando como verdaderos carnets de identidad de su obra --y además hábitat de crecimiento de este trabajo--, surgen por sí solos al recuerdo poemas como: demasiado yo para mí solo; el que refiere a la sartén (por el mango); el que atañe a las rameras y a la policía de sus cuadras; el dedicado al Episcopado o el que ahonda en su fastidio, y, entre algunos otros de la lista, finalmente, ese poema-declaración en que el poeta, otra vez en los bordes, o más allá, esgrime su arma cargada de defensa. Rolando Revagliatti, un poeta de flores, un poeta en los límites, un poeta dramático.


PÁGINA 13 – CUENTO

Las palabras en el viento


Por Betina de la Rosa Rivas (Sucre/Venezuela)

En el viento, las palabras suenan bien pero no se quedan… se trasmutan… se pierden... porque nadie las retiene… Te sientes incómodo porque no puedes hablar. Te vigilan no sólo desde afuera sino también desde tu propio abismo. El jefe nos había dicho que llegaba un turista adinerado, tremenda nave y empapado de oro. Siento la inutilidad de mi vida como si dentro de unas horas ya no seré un vivo más en la multitud. En este sitio de putrefacción y muerte sino una espesa niebla diluida en la oscuridad de los silencios. No cuentes lo que sabes ¡Ya entiendo! Las palabras se las lleva el viento. El cadáver te reclama cada día su inocencia. Sin palabras. Pero el jefe dio la orden: ¡toma esta pistola, espéralo a las cinco, cuando salga del hotel, quítale el maletín y el oro y te vas por la orilla de la playa hasta que llegues al cementerio! –Así dijo mientras aspiraba ese viento blanco que emana de casi todos los que me acompañan- Luego agregó: ¡Allí te espero! Dos días después, ¡Vaina! ¡Tremenda vaina!...Llegaste temprano. Esperaste al turista y lo amenazaste con tu arma prestada. ¡Alto! ¡Esto es un asalto! Los ojos exorbitados del hombre te miraron desde el más allá para recordarte sin palabras, que mañana podrías ser tú. Pero el jefe no te esperó. Allí estaban los dos uniformados corruptos de siempre en su jepp blanco para ocultarte. Ellos me escondieron algún tiempo para que la guardia no me hallara. ¡Ah! Pero me quitaron el maletín y me ordenaron que huyera playa arriba. Playa arriba. Se armaron con más de cincuenta millones. El resto de lo que fue esa mañana, tú lo sabes… Siempre playa arriba, bañado en sol y salitre. Mi amigo iba delante, asustado… jamás había visto un muerto. Te alcanzaron. En sueños veo al Ronco, inocente en su primer trabajo. Amordazando miedos. Sabía que lo lincharían si soltaba una palabra. También lo recuerdo sentado en su mecedora de pobre. Dos balas habían pintado de púrpura su frente. Un enfrentamiento, señaló el policía. El Ronco y yo sabemos que no fue así. Todo el barrio sabe lo que allí pasó. Nadie les cree. Luego como todo, el todo volvió a la normalidad. El jefe levanta su fortaleza sobre la acera para que nadie se acerque hasta él. El chino vende las armas. El fiscal se deja sobornar. Otros niños, menores que yo, inician su carrera por los bajos fondos en la fortaleza, mientras la mamá del Ronco vomita improperios contra la vida, contra el gobierno. Los uniformados van como siempre, todas las tardes al barrio a retirar su parte de carabela. A todos martillan por su silencio mientras a ellos, los martilla la vida. Mañana, si es que te sucede, las palabras del otro serán verdades en la fiscalía, las tuyas, se las llevará el viento. No cambia la vida sólo con la intención. Tu vida será una palabra más, se las llevará el viento, en este universo de engaños que se pudre en las cárceles de mi país. ¡El jefe me dijo que teníamos un negocio bueno! Pero Ronco mató al turista. ¡El no lo mató! Acompañé al Ronco y te aseguro que no lo mató. Era su primer trabajo. Iba cagao. No tenía bolas. Me llevaba algún tiempo en este negocio. Después de la muerte de Ronco caí preso. Allí no hubo enfrentamiento. Ellos lo mataron para silenciarlo. Me dejaron vivo de vaina. Pero me amenazan a diario. Algún día, cuando salga de aquí -si es que sucede-, ya ellos habrán muerto mientras yo, acostumbrado a la vigilancia de los otros, intento escapar por esa rendija donde el sol cada mañana se asoma, me calienta y me despierta para avisarme que sigo vivo… ese día, ¡escribiré un libro así de grande! ¡Carajo! Para ver si mis palabras no se las lleva el viento y entonces, todos sabrán que el Ronco era inocente…


PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

Mary Acosta© (Buenos Aires/Argentina)

Resistencia ciega


La noche ciega, deposita dolor
sobre su sábana amarga.
Recuesta su memoria herida tras la señal del tiempo
que cruje vida en amplia resistencia.
Parida y desmembrada, desnuda ante epitafios,
su propia carne sombría.
Sobre huellas sin territorios
inéditas constelaciones incandescentes,
vibran en elíptica libertad
por las opacas grietas que olvidó el ocaso.
Trepando el vértice infiel de las transparencias,
la oscuridad en derrota imperfecta
arroja redes al infinito, para apelar ante jueces crepusculares
por la inocencia fetal de la pálida luz
que alumbra un espejismo.

Ámame entre febreros infinitos

Ámame tiernamente igual que la primera vez
en la orilla dulcisima del magico beso.

Ámame con el pasional estremecimiento
de tu lujurioso horizonte en mí
acariciando susurros en los cántaros de mi evangelio.

Ámame entregado a corazón abierto
Atravesando el jardín sublime de eternas primaveras

lactancia de almas succionaran íntimos delirios
amparando amores dormitados en abrazos.

sobre fogosos paladares resbalaran libres mariposas
como tripulantes sin olvido al país de los sentidos.

Y

ámame con la fuerza del amor
comulgando azucares de luna derretidos en mi vida
como ofertorio visceral de prófugo amante
entre múltiples febreros infinitos.

Hugo Rivella (Rosario de la Frontera/Salta)

Lluvia en la infancia


Cuando miro llover se me vuelve el corazón de azúcar.
Cruza mi madre el pueblo.
Espada del invierno que se afila en la piel de la pobreza.
En cada gota
cuenta sus monedas el agua.
El avaro se mete a juntar mariposas
a las que luego encierra en sus ojos de cuervo,
en su corazón de hondura rota.
Los niños saltan con sus risas de música
para que la primavera se haga fuga de pájaros.
Las mujeres se llenan de los ríos
que la lluvia
como en cascadas vírgenes por sus pechos le bajan.
El hombre las penetra sagradamente casi
y en sus lanzas,
el tiempo,
atesora distancias.

Cuando miro llover
por mi lengua resbala la infancia de los días.

Caballo y brasa
a Jacobo Regen

El caballo es una brasa que tirita.
Un pilpinto que vuelve por su cuello
como un collar por el que se deshoja la ternura.
En la brasa se mira como se mira el mundo
adentro de los días,
se reaviva en la lluvia igual que la ceniza que se moja
y se aturde con su propio galope.

La brasa es la memoria del espejo.
La llama agazapada entre los ojos.
Una flor de pétalos ardidos.

El caballo enfila hacia la brasa
y la atraviesa
y es el último cometa de la tierra.

En el puente mi sombra quieta

En el puente mi sombra quieta, alejada de mí, abanicando el viento gomoso del verano. Abajo, el río, cabriola, oscuro, gris, se llena de azucenas, de vidrios, de lágrimas y en el remanso gira, deforme, contrahecho.
¿El dolor es un punto en la memoria?
¿El que llora en las piedras es un hombre o es el ojo colgando de la pena?
Madre, soy un pájaro de arena con las alas enfermas.
El sendero del agua en mi niñez de topo y de luciérnaga es apenas un hueco,
pesado cargamento que a duras penas llevo.
Pero
¿Por qué te vas?
Arrójame en la frente tu espada. Mira la fuente, el mandarino, los higos, el aire rojo que sopla en las granadas.
Mírame correr.
No te distraigas que han abierto las puertas de la jaula y hay un león corazón de trapos aguaitando.

tu pezón es de miel
lastimadura por la que el niño se prende a tu regazo
rajadura del agua por tus ojos te acarician mis manos oxidadas
madrepura
madráspora
madraza
mujer te sueño como a un río sagrado
te desvelo en el cuerpo colibríes y te lleno la boca de caballos
mujer de amor
de a cuatrovientos te amo

Vivo en un pueblo pequeño

Vivo en un pueblo pequeño,
pequeño como un botón,
con dos o con cuatro ojitos
de saco o de pantalón.

La calle que cruza el pueblo
zigzagueando punta a punta,
se parece a un caracol
con sus antenas de azúcar.

En la plaza que es un barco,
que muy poca gente ve,
baila un viejito la ronda
que ha bailado en su niñez.

Y en aquel pueblo pequeño,
pequeño como un botón,
se ha dormido la ternura
en el corazón de Dios.



PÁGINA 15 – CUENTO

Pedacitos de cielo


Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

¿Viste el cielo?
¿Viste cómo el celeste y el azul y el rosa, cómo el blanco, cómo las nubes? ¿Viste las nubes?
¿Viste el mar que corre invertido, esa liquidez de los mediodías, esa lejanía y esas nubecitas que de pronto te bajan el techo antes tan imposible? ¿Viste la luz de fuego, el sol naranja, las capas atravesadas por rayos incandescentes? ¿De veras que vos también viste el cielo? ¿Los borreguitos amontonados, los jirones desgarrados de tules evanescentes, los colores? ¿Viste los colores?
Y las nenas en la terraza. De las nenas en la terraza me contó Rodolfo, esas no las vimos.
Dos nenas en la terraza, magia con palitos, varitas de hadas ingenuas. Haditas pequeñas, hadas.
Dos nenas y una terraza y el cielo perfecto.
Arriba las nubes de algodón, de lirios blancos, nubes de difuso sueño de anémona, nubes de nubes. Nubes sobre fondo de atardecer y en contraste las figuritas bailarinas de las nenas en la terraza.
Las dos niñas. Manos en el aire, manos que trazan círculos que perduran apenas un momento como giro, como rueda invisible, como hechizo en el aire. Palitos, varitas en las manos tiernas.
A las nenas les gustaría comer el mágico algodón de azúcar que venden en ferias y circos. Ellas quieren el algodón de azúcar, y les han dicho que están hechos con pedacitos de cielo. Y entonces ahí están, en la terraza, probando a enredar el cielo en las varitas.
Las nenas giran sus palitos batiendo el aire, giran sus palitos, giran ellas con esperanza, con fe, con los bracitos redondos giran sus varitas para atrapar trocitos de cielo.
Vos sabés, claro. Sabemos que es así, que no hay otra manera. Las nenas atrapan en la terraza recuerdos para el después, cuando lleguen los inviernos del desamparo, los otoños de la melancolía. Las nenas atrapan recuerdos de belleza, danza de aves, sensaciones limpias para esa vida que se les viene. Atrapan felicidades para cuando el algodón de azúcar ya no sea un manjar. Para cuando ya no crean en magias ni en imposibles realizados. Para cuando sepan los cómos y los cuándos pero nunca los por qués.
Y las nenas atraparon, para siempre, al cielo roa, al cielo blanco, azul, celeste. Y se lo metieron dentro como si se lo comieran.
¿Viste el cielo?

PÁGINA 16 – ENSAYO

La agonía del libro


Por Antonio Elio Brailovsky (Ciudad Autónoma de Buenos Aires/Argentina)

Hace muchos años, un joven llamado Neftalí decidió escribir versos. El sopapo que le propinó su padre por dedicarse a ese oficio de maricones lo disuadió, no de la poesía, sino de publicarla con su nombre.
Así, Neftalí Reyes eligió el seudónimo con el que todos lo conocemos: se llamaría Pablo Neruda.
Hoy Neftalí encontraría otros problemas: nadie quiere publicar poesía. No se imprimirían los poemas de Neftalí y simplemente se perderían para siempre. Y si existe otro Neruda escribiendo en las sombras, tal vez no lleguemos a conocerlo nunca.
En un modelo editorial volcado al mercado, alguien decidió hace unos cuantos años que el mercado no absorbería poesía y este género literario dejó de editarse. De este modo, no sólo estamos impidiendo que se conozcan los nuevos poetas.
Neftalí Reyes eligió ser Pablño Neruda porque se inspiró leyendo los poemas del checo Jan Neruda, por quien sentía una gran admiración. ¿Encontraría hay Neftalí una versión castellana de los poemas de Jan Neruda? ¿Alguna mano piadosa los habrá colgado de esa abigarrada confusión que llamamos Internet?
Al dejar de publicar poesía estamos rompiendo una línea de continuidad iniciada mucho antes del nacimiento del idioma castellano, con las poesías amorosas del romano Ovidio, cuyo tono erótico no pudo soportar el emperador Augusto, y por eso lo desterró a un sitio infame.
Hace casi dos mil años que leemos a Ovidio, a quien no pudo destruir la represión de su mojigato emperador. Primero lo leímos en tablillas de cera, después en pergaminos y más tarde en letra impresa. Mientras tanto, los poetas nuevos quedan sujetos al efímero destino de un blog electrónico.
La continuidad de una cultura significa que unos artistas van inspirándose en los anteriores, por supuesto que si tienen oportunidad de conocerlos.
Acaba de terminar en Buenos Aires una de las Ferias del Libro abiertas al público más importantes del mundo, y todos los comentarios se refieren a sus aspectos comerciales. Nos preocupamos mucho menos de lo que ocurre con la promoción de la cultura.
Pero el mercado no siempre es el mejor regulador de todas las cosas. Por influjo del mercado, la poesía dejó de ser rentable. Poco después, el cuento siguió el mismo destino. Si hoy llegaran con su carpeta a una editorial, sin que nadie los conociera, ¿publicarían sus cuentos Horacio Quiroga y Jorge Luis Borges? ¿O se perderían sus obras para siempre?
Este año, en medio de la gran fiesta del libro, el mercado dio otra vuelta de tuerca. Me informan que varias editoriales están reduciendo la edición de novelas.
-Es un año de crisis y en época de crisis las novelas no venden poco -me dicen- Vamos a vender muchos libros de autoayuda.
De modo que empecé a preguntar qué destino tendrían algunas grandes obras de la literatura universal si sus autores fueran noveles en vez de famosos:
-¿Publicarías el "Ulises", de James Joyce, si el autor fuera desconocido? -pregunto.
-No -me contestan- es demasiado difícil de leer.
-¿Publicarías "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust?
-No, es demasiado largo. Me cuesta mucho vender un libro de más de 200 páginas.
-¿Publicarías "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez, si nadie conociera al autor?
-No, es demasiado complicado. Vendemos mejor los libros sencillos.
No sé si será cierto, y en el marco de este comentario tal vez tenga poca importancia. Lo que sí es cierto es que someter la cultura exclusivamente a las reglas del mercado está dañando severamente nuestro patrimonio literario.
En un contexto en el cual cada uno de los actores destaca las responsabilidades de los otros, el libro se transforma en un objeto descartable. El mercado (metáfora que habla de las acciones de muchos seres humanos concretos) está tratando a los libros como si fueran revistas, con una vida útil cada vez más reducida. Para realizar ganancias (o solamente para sobrevivir) hay que editar continuamente nuevos libros que desplacen a los anteriores. Para resguardarse de la crisis, hay que reducir la tirada y subir el precio.
En consecuencia, el público compra menos. La respuesta de los organizadores de la Feria no es promocionar la lectura sino reducir la presencia de un público que mira los libros como objetos de lujo.
Los libros que sobran a menudo se destruyen en vez de enviarlos a las mesas de saldos, para evitar que el libro barato compita con el libro caro que acaba de editarse.
¿Queda acaso el resquicio de las ediciones de autor?
No, de veras que no. Acabo de hablar con libreros, que me dicen:
-El espacio que tengo en las mesas no es infinito. Lo libros que llegan de las editoriales que trabajan con ediciones de autor se quedan en el depósito sin abrir los paquetes.
-¿Y si alguien los pide? -pregunto.
-Les tengo que decir que está agotado -me contestan-. Si bajo al depósito para abrir los paquetes, descuido el local y me roban los libros.
Podemos seguir indefinidamente con el anecdotario, pero lo importante ya está dicho: más allá de las mejores intenciones de cada uno de los actores sociales involucrados, la exclusividad del mercado está produciendo graves daños en nuestro patrimonio literario. Se edita una fracción ínfima de los libros que se escriben y el criterio de selección no tiene que ver con la calidad sino con las expectativas de venta. Estas variables no necesariamente coinciden, como se ve con las ventas de los libros de autoayuda.
Nos preocupamos por el patrimonio arquitectónico y salvamos de la demolición a aquellas obras emblemáticas que el mercado inmobiliario quiere transformar en centros comerciales o en torres de departamentos. También creamos parques nacionales y reservas naturales para proteger nuestro patrimonio natural, cuando el mercado quiere arrasar los bosques o transformar nuestra fauna en tapados de piel.
Pero aún no estamos haciendo nada por salvar el patrimonio literario que todos los días se redacta y que se va perdiendo por falta de políticas públicas de protección.
Existen editoriales estatales en Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Cuba. Uruguay firma convenios internacionales para promocionar en el exterior los libros de sus editoriales estatales. Las hay en los diferentes Estados de México y además está su enorme Fondo de Cultura Económica. En Venezuela hay varias, como la muy importante Monte Ávila, el Perro y la Rana y la Colección Ayacucho. Estas editoriales tratan de publicar aquellas obras valiosas que no encuentran un lugar en el mercado. En un reciente debate en ese país, se planteó el desafío que significaba para el sector privado el competir con los precios bajos de las editoriales estatales. Es decir, que tenían que encontrar formas imaginativas de llegar al público con precios menores, en vez de la fácil solución de aumentarlos indefinidamente.
Se trata de una alternativa. Sin duda que hay otras posibles, como contratos de edición por parte de organismos públicos o una red de librerías estatales, como la que tuvo hace tiempo la Editorial Universitaria de Buenos Aires. Lo que realmente importa es recordar que el libro no puede ser vehículo de cultura si no hay políticas públicas al respecto.
Me llama la atención el que no estemos analizando propuestas sobre el tema. Y no me refiero solamente a los que ocupan cargos de gobierno. En estos días hay elecciones en la Argentina. Se presentan varios miles de candidatos para ocupar cargos electivos y todavía no conocemos la propuesta cultural de ninguno de ellos. Tanto el Gobierno como la oposición han olvidado que su función es discutir políticas públicas, no solamente candidaturas. ¿Los ciudadanos tendrán la energía necesaria para recordárselo?


PÁGINA 17 – CUENTO

Segovia, o lo importante


Por Mario Capasso (Villa Martelli-Buenos Aires/Argentina

Segovia había salido temprano de su casa y caminaba. Casi sin darse cuenta se había alejado bastante, hacía mucho tiempo que no visitaba el centro de la ciudad y disfrutaba del paseo. Su andar era deliberadamente lento, miraba a la gente, algunas vidrieras, los autos, cada tanto una plaza con sus árboles y sus juegos, cosas así miraba mientras recorría las calles. Parecía estar descubriendo un mundo nuevo y de pronto acertó a pasar por un bar y se detuvo en la vereda. Ya había pasado por otros, claro, pero éste le pareció agradable, sí, modesto y agradable, y él a esa altura de la mañana había caminado mucho y estaba muy cansado. Entró despacio, como si temiera molestar a alguien. Se encontró con unas cuantas mesas disponibles, dudó un poco y se ubicó junto a una ventana. Y allí se dejó caer, ya casi sin fuerzas.
–Eh, eh, no exagere, che. Tan cansado no estoy, todavía podía seguir caminando un rato largo.
No empecemos a discutir como anoche, por favor. Lo concreto es que Segovia entró al bar y se sentó junto a una ventana y al rato largo, cuando el mozo notó la nueva presencia en el lugar y se acercó, pidió una gaseosa. A esa hora el sol daba de lleno en el centro del lugar elegido.
¬–Tenía ganas de pedirme un vinito chico, pero no, si yo nunca tomé vino fuera de las comidas. Ahí sí, ¿ve? Un vasito de tinto con las comidas me gusta. Y el sol también me gusta, ya pasé mucho tiempo encerrado.
Ya lo sé, todo eso ya lo sé. No es que Segovia haya estado preso o cosa por el estilo, valga la aclaración. Qué va a estar bien preso éste tipo. La referencia al encierro tiene que ver con el lugar en que trabajaba. Fueron muchos años en una oficina oscura, donde realizaba tareas rutinarias, sin otro destino que el rápido archivo ubicado en el subsuelo. Escribo esta parte y ya me aburro, siempre más de lo mismo. En fin. La cuestión es que apenas una semana atrás, Segovia pasó a la condición de jubilado sin retorno. Él pretendía seguir un par de años más y así se lo hizo saber mediante una nota a sus superiores, si total qué voy a hacer todo el día solo en casa, argumentó, pero la empresa decidió que en ese rincón ocupado hasta entonces por él bien se podría colocar un perchero, o una linda planta, tal vez un armario no muy grande, y que muchas gracias por los servicios prestados, y que la hora le había llegado.
–Uia, me hizo acordar a esa película, cómo se llamaba. A la hora señalada, me parece, sí, creo que sí, usted la debe conocer, una del oeste, bastante vieja, en blanco y negro, con el comisario que al final salvaba al pueblo.
A usted, Segovia, la verdad, no hay quien lo salve, ni el Llanero Solitario lo salva a usted. En fin. Si Segovia salió a caminar fue para aclarar un poco las ideas, pues se debatía ante una encrucijada del destino. Ahora que tenía tiempo para disponer por sí mismo, no sabía en qué emplearlo, al fin y al cabo habían sido muchos años recibiendo órdenes de distinto tenor, agachando la cabeza siempre con el mismo estilo, dejando que otros decidieran lo que debía considerarse importante.
–Un momentito. Aclaremos, dijo Lemos. Que salí para despejarme un poco se lo acepto, que mis tareas en la oficina no eran muy importantes también, pero que no sé lo que tengo que hacer de ahora en más, no, eso no es verdad y no voy a permitir que usted falsee la veracidad de los hechos.
A ver, a ver. Ya que le dio un ataque de ganas de discutir, acompañado con un atisbo de una locuacidad inesperada, dígame sin vueltas, qué va a hacer de su vida de ahora en adelante.
–Nada, eso voy a hacer el resto de mis días. Nada por aquí, nada por allá, como los magos, ¿vio?
O sea que piensa seguir en la misma actitud de siempre. Bueno, Segovia, es su vida y no lo envidio, solamente me limito a narrar los hechos, tarea bastante complicada e ingrata por cierto, sin ninguna posibilidad de lucimiento, dada la mínima envergadura de los hechos a narrar. Ya se ha escrito tanto sobre las monótonas oficinas, con sus personajes empecinadamente grises, pero en fin, otra no queda, es mi trabajo. Atienda al mozo, que lo está mirando.
–Ah, sí, la coca, déjela ahí nomás, gracias, mozo.
Segovia nunca se tomaba vacaciones, para qué, decía, adónde voy a ir yo, repetía cada verano. Aunque en los últimos años ya ni le preguntaban, lo tachaban sin más de la lista, un problema menos. En verdad Segovia nunca configuró un problema en la estructura de le oficina. Algunas de sus palabras o frases favoritas eran: sí, disculpe, enseguida, ya voy, ya voy, lo que usted mande, señor, no hay problema, tengo tiempo, yo me ocupo del tema.
–Es cierto, nunca tuve carácter, mi esposa me lo decía siempre. Nunca vas a ser una persona importante, me repetía la pobre cada vez que, mientras cenábamos, yo le contaba una parte de los asuntos del día. Y al final se cansó y se fue. Hizo bien.
Si en la vida de Segovia hubo un incidente anormal, enigmático y hasta casi milagroso, fue la proeza de haber engendrado un hijo. Uno y gracias. Llevaba poco tiempo de casado y seguramente la infancia del chico le brindó los mejores momentos. No fueron muchos por cierto, pues ya en esa época la oficina tomaba forma de una omnipresencia y él se entregaba a las horas extras hasta bien tarde los días de semana, los sábados, algunos feriados también. El dinero ganado con ellas no venía mal, por supuesto, y con la presencia de una boca más para alimentar, menos todavía. Pero el sueldo era más bien magro y de todas formas apenas subsistían, con lo mínimo. Así, entre planillas arriba y planillas abajo, se le pasó de largo la infancia del hijo.
–Pero Julito pudo estudiar, terminó la facultad y todo, de ingeniero en no sé qué cosa bastante importante se recibió, un bocho Julito. Cada tanto agarra el teléfono y llama. Sí, no me diga que no, la Navidad pasada me llamó.
Permítame recordarle algo, Segovia querido, estamos en octubre.
–Parece mentira, cómo se fue el año, se pasó volando.
El hijo voló rápido. Apenas tuvo su diploma se marchó a Madrid. Lo llamó en la última Navidad, es cierto, aunque no pudo hablar mucho. Qué hora es allá, viejo, porque acá estoy en horario de trabajo. No tenía tiempo. Lo esperaban en una reunión muy importante, pero no quería dejar de saludar a su padre. Chau, papá.
–Y bueno, che, el pibe hace su vida y está bien, no lo culpo. Obtuvo con dificultades un puesto importante allá y ahora debe cuidarlo.
Al poco tiempo, cuando el hijo estuvo instalado, la madre no lo dudó, se marchó a vivir con él. Es que usted, Segovia, seamos sinceros, no le brindaba ninguna satisfacción, nunca una alegría, como se suele decir. Siempre ocupado en la oficina, y cuando estaba en la casa era lo mismo, o peor, no tenía otro tema de conversación que no fuera el trabajo o sus compañeros, le contaba a la mujer hazañas ajenas, los chismes que circulaban, los amores siempre clandestinos de los otros, los posibles ascensos también de los otros. No sé, y de qué querés que te hable, contestaba Segovia cuando la mujer le preguntaba si no sabía hablar de otra cosa. En los últimos tiempos ella se limitaba a no escucharlo mientras cocinaba o miraba la televisión o tejía o no hacía nada.
–Medio aburrido lo mío, lo reconozco.
Cuando su esposa hizo las valijas y se subió al avión, Segovia tuvo una oportunidad. No fue enseguida, había pasado un año de soledad. En su misma sección comenzó a trabajar una muchacha unos años más joven que él, no tan fea, sí tan tímida, no de buen vestir, sí de un cuerpo aceptable, sobre todo teniendo en cuenta el aspecto y la actitud de Segovia, que no vio o no quiso ver los pequeños gestos amables, las atenciones que ella comenzó a dispensarle al enterarse de la soledad de él. Vamos, usted se debe acordar, no me diga que no.
–Sí, claro, muy bien la recuerdo. Marta. Martita. Usted se refiere a ella. Pero qué sé yo, pensé que yo ya era grande, y que además los muchachos me iban a cargar. Sigue soltera la pobrecita, y cómo lloraba cuando me fui.
En la oficina y sus alrededores, los demás le hacían bromas. Segovia resultaba ser la pelota de ese juego que formaba parte de la rutina del lugar, y cuando el asunto rozaba el tema sexual, se ponía colorado, transpiraba, tartamudeaba. A menudo las mujeres se convertían en las feroces instigadoras del rubor en su cara, le hacían las bromas más pesadas y se burlaban abiertamente del "pobre Segovia". Y hablando de mujeres, ahí viene una, es una máquina y parece venir para acá.
–Hola, buen día, qué le parece si me siento un poco con usted.
–Sí, sí, cómo no.
–Uy, se puso todo colorado, le da vergüenza. Si lo molesto, me voy.
–No, no, está bien, siéntese nomás. Qué quiere tomar.
–Lo mismo que usted.
Segovia estaba en el bar cuando una mujer llegó y se sentó frente a él, en la misma mesa. Y qué mujer. Las ropas le destacaban las formas del cuerpo, la pollera bien corta y más ajustada, un escote para admirar, toda ella una hermosura, una invitación al placer, sinuosa e insinuante. En fin, una belleza con todas las curvas en perfecta armonía.
–Muchas gracias por sus palabras, cuántos elogios, pero, quién es usted, de dónde salió.
–Es un amigo mío, el narrador.
Lo dicho, demasiada mujer, un exceso de encanto y lujuria para un pobre tipo, un cobarde como Segovia.
–Quién es Segovia.
–Soy yo, yo soy Segovia.
–Menos mal que es su amigo, con amigos así, no me acuerdo bien, había un refrán...
Con amigos así, quién necesita enemigos, eso es lo que usted quería decir.
–Sí, creo que sí.
–Yo lo considero un amigo, en realidad nunca tuve enemigos, siempre me llevé bien con todo el mundo.
La postura típica que denota una personalidad mediocre, el que se lleva bien con todos no merece el respeto de nadie, un Segovia hecho y derecho, un infeliz, un fracasado.
–Uy, si a mí me dicen una cosa así, por lo menos lo mato, no sé, o lo estrangulo con las manos.
Sucede que yo, como narrador, conozco todos y cada uno de los vericuetos del alma humana. Reconozco cada signo, cada gesto, y también analizo y desmenuzo las acciones de los personajes, describo el ámbito en el que se mueven, en fin, no hay secretos para mí. Pero para que la señorita aprecie lo magnánimo de mi actitud, hagamos una cosa, por qué no le cuenta usted mismo los motivos por los cuales su mujer procedió a abandonarlo.
–Eso es historia vieja.
Justamente, es tan vieja como para suponerlo a usted en la plenitud de sus fuerzas en aquel entonces. Ni para eso servía, Segovia, vamos, reconózcalo. La cama apenas era un mueble para dormir, y en ocasiones ni siquiera eso. Y si en ese tiempo no servía, de ahora mejor ni hablar.
–Media hora conmigo y hago maravillas con usted, Segovia, se lo garantizo. O digamos mejor una hora, por las dudas.
Discúlpeme señorita, pero está retando a un peso pesado de la impotencia. Hace poco se jubiló del trabajo, pero para el sexo nació jubilado, si con verle la cara es suficiente como para darse cuenta.
–Será cuestión de intentarlo. Soy una mujer de mucha fe.
Pero no, por favor, mírelo cómo se puso, compruébelo ya mismo. Si hasta a mí me da vergüenza. Está todo encogido, desde que usted se sentó a su mesa se le hicieron dos arrugas más, como si todavía le hicieran falta, es lo que único que le sobra, todo Segovia arruga sin remedio. Se lo digo yo, pierde su tiempo, señorita, no se embarque en una causa perdida de entrada.
–Insisto. Decime una cosa, Segovia, cuánta plata tenés encima vos.
–Nada de plata tengo, qué voy a tener, si cobro el 15.
Un cobarde en franca retirada. Tiene plata, cómo no va a tener. Es verdad que cobra el 15, pero que tiene sus pesitos ahorrados, eso no lo dice. Le pagaban una miseria, pero como no gastaba en nada y no conoció ni un vicio que le alegrara la vida, pudo juntar una cantidad respetable.
–Mire, hagamos una cosa, si no tiene plata encima no importa, me paga otro día. No sé si es usted que me da lástima o es la rabia por lo que le dice su amigo, si es que se lo puede llamar amigo, no lo puede tratar de esa manera, pobre viejo. Vamos Segovia, no se va a arrepentir, despídase de él, lo espero afuera.
Y Segovia, ahora lo quiero ver. Esa mujer, ese bomboncito diría yo, lo aguarda y parece decidida, no hay escapatoria.
–Ay, en qué lío me vine a meter. Si yo solamente salí a caminar un poco, si yo no le hago mal a nadie, carajo. Aunque, espere un poco, parece que se me ocurre una idea.
No creo.
–Sí, se me ocurrió algo, pero ahora dependo de usted.
Segovia bebió con parsimonia la nueva bebida que había pedido. El sol ya no daba sobre su mesa y eso no le importaba. Por qué habría de importarle, si la noche resultaba su ambiente natural y además no tenía ningún apuro. Nunca lo había tenido. Para nada. Cuando pensó que el momento había llegado o que daba lo mismo ese instante que otro, le hizo un gesto al mozo, que se acercó enseguida, le pagó, dejó una buena propina debajo de la copa y salió del bar. Una muchacha lo esperaba en la esquina, él le dedicó una mirada y ella bajó la vista. Enseguida la asió con fuerza por la cintura y la llevó por las calles pobladas de los que, aburridos y apurados, dejaban sus empleos en ese crepúsculo primaveral. Casi no había quien se resistiera a la tentación de observar a la pareja, una hermosa y joven mujer conducida por un hombre maduro e imponente, fuerte y seguro de su poder. Pasaron frente a dos o tres hoteles que el hombre despreció, hasta llegar al elegido para la ocasión, el más lujoso de la ciudad. Ella pareció dudar, pero la actitud de Segovia no admitía vacilaciones y bien pronto se encontraron en la recepción. El empleado no necesitó preguntar nada, le entregó la llave de la mejor habitación y le hizo un guiño de complicidad. En el ascensor, Segovia se miró al espejo y mientras se peinaba le dijo, quedate tranquila, todo va a estar bien, nena, vos relajate. Ya en la habitación, sirvió dos whiskys y le alcanzó uno a ella, ocupó un sillón y con la mirada invitó a la mujer a hacer lo mismo. Mientras bebían, Segovia le contó distintos episodios de su vida, azarosa y mágica. Ella lo escuchaba con encantado interés, por momentos la embargaba la emoción y unas lágrimas corrían por sus mejillas; después, otra anécdota la hacía reír como nunca había reído. Tenían toda la noche para ellos y él era un experto en manejar los tiempos. Su oyente, extasiada, se vio transportada a las más increíbles y fascinantes aventuras, y así recorrió los más bellos paisajes hasta que al fin Segovia le dijo, con un ligero cambio en el tono de voz.
–Y eso es todo.
–Qué maravilla, Segovia. Envidio lo que has vivido, has recorrido todos los caminos. Sos el hombre que toda mujer desea, y yo te deseo ya.
Él sonrió y miró para otro lado.
Luego de unos momentos, la animó con un gesto y ella comenzó a desvestirlo.
De aquí en más, seremos discretos en el relato. Dejaremos que cada lector imagine lo mejor, lo excelso, lo sublime. Suficiente con decir que la mujer, al final de esa noche irrepetible para ella, yacía en la cama, exhausta y feliz, y que luego lloró impensables lágrimas cuando un Segovia victorioso y enhiesto la despidió con un gesto ambiguo, mezcla de cariño y desdén. Ella era consciente de que a partir de ese momento se convertía en una pieza más del repertorio de Segovia, ya nunca más viviría una experiencia como la que acababa de concluir.
–Te recordaré, Segovia, no me alcanzará la vida para recordarte. Fui tuya esta noche y lo seguiré siendo por siempre, y siempre te estaré esperando.
Y, qué le pareció, Segovia.
–Bien, che, muy bien. Parece que quedó lindo.
Lindo, sí, y creíble, eso es lo importante Segovia, todo relato debe ser creíble.


PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

Rubén Boronat (San Juan de Puerto Rico/Puerto Rico)

La Casa


Cada uno sueña su casa como quiere.
La pone sobre el aire,
la siembra en la cintura de la luna o encima
de las olas o en el perfecto valle de tu vientre.

Cada uno la pinta de manera diferente,
la baña con el cielo de ternura y la acaricia
con oro dulce de la tarde.
La llena de jilgueros, de calandrias,
de gatos, perros, niños,
de música, hortensias, cardenales, tomates…

Encima del verano la edifica
con tablas de cariño compartido.
Le pone una ventana al horizonte con sus duendes,
una terraza al mar y un pájaro de cobre en el tejado.

Cada uno la salva del rigor del invierno,
le pone verjas,
faroles importados de Vulcano,
estufas de Temuco,
espejos mágicos de lagos del Neuquén.

Cada uno la mensura y la corrige.
En forma vertical la agranda según crece la prole.
Le pone un timbre eléctrico y un número
pintado en una tabla de Concordia
La cuida del mendigo que la ensucia,
del niño que le roba una gardenia,
del rico que la mira con envidia y la precia con engaño
Le pone una vertiente de agua fresca que cante
entre las rocas como pájaros

Cada uno acomoda la casa a su manera,
presume y aparenta,
construye su existencia tontamente con trapos,
pergaminos, billetes,
con vigas antisísmicas,
pisco souer, chicha nacional,
sidra, cuecas, antena satelital y pararrayos…

Quisiera construir a la medida de nuestro inmenso amor,
refugio,
con sólo la verdad de cada día y el sol compartido
sobre el prado

Quisiera nuestra casa sin puertas ni cortinas,
dulce y tibia,
en medio del camino hacia tus brazos
donde crezcan vientres con niños
que canten, sueñen, rían
y flote dulce el tiempo, limpio y claro.

(no logro recordar si leí este poema o alguno parecido en alguna parte. Cómo será conocer al dueño d la palabra que traslado…)

Fuimos uno…

A veces hacer algo es nada por nosotros.

Uno más uno es otro y siempre uno…
Uno de unir y de contar.
La sangre está regada en los caminos,
hay asesinos libres todavía y la verdad,
que presiento,
perdura en tribunales de injusticia
como una historia más,
desconocida.

Por las venas del sol

Por las venas del sol, arisca,
rueda tu sangre sobre mis playas y encantado
por la danza del fuego
y el rigor de la belleza,
derrito mis pasos mercenarios
sobre la mermelada fresca y me consagro
admirador del infinito acople de astros
en conjunción sobre tu pecho salobre
que alimenta mis palomas y las envía
sobre la civilización con mensajes ardientes
de los que nacen contradictorios paraísos
subsidiados por el estado castrador
que nos somete a anárquicos amores.

Abre las puertas que la vida te llama!
¡Ven con tus lagunas a mi cuerpo que arde!
¡Me regalen tus ojos sonrisas transparentes!
¡Quédate allí!
en el preciso instante en el que estallo,
(tallo, tallo, tallo)
detenida en el cielo
(elo, elo, elo)
Acompáñame al caudaloso espiral del universo
a descubrir
donde guardan los piratas sus tesoros.

Mujer de mis delirios

Mujer de mis delirios
del todo compartido
Mujer que antes del juntos, del unidos
Mujer de interminables excursiones al nocturno
Mujer, ¡cuánto te extraño y cuánto más
te necesito...!
Mujer te busco en mis bolsillos,
bajo la camisa,
dentro de la boca del camino

Mujer amada,¡tanto amada!
que cortas la razón con tus cuchillos
Mujer, mujer que tras el Ande labras
más huellas y más hijos y más y más
poemas como vicio:

Mujer rodó una lágrima y la sangre
gritó tu nombre con sus desatinos
Y el eco fue en el viento a tu ventana
y el universo, hizo silencio y se regó en tu vientre
todo, todo, todo lo infinito..

Me importa lo que haces para ganar la vida…

Quiero saber que penas, que confrontas el deseo inquieto de tu espíritu…
Quiero saber que te atreves a parecer tonta por amor, por un sueño, por la aventura de estar viva
Quiero saber que llegas al centro de tu extrema tristeza, que te abrieron surcos las traiciones de la vida y allí vieron la luz tus creaciones.
Quiero saber que te sientas a departir con el dolor, el tuyo, el mío, el nuestro, que lo doblegas y lo abates.
Que puedes desatarle los cordones y bailar con la locura, en puntillas sobre el éxtasis, al límite de la genialidad
Quiero saberte capaz de defraudar a otro para ser sincera con vos misma. Que soportas la traición sin traicionarte.
Quiero saber que tienes fe, y puedo confiarte mi presente
Quiero saberte capaz de ver belleza y amar hasta el silencio, que llenas la vida de presencia, que vives el fracaso parada al borde del atardecer y gritas improperios a los castos…
No importa donde vives o cuanto tienes...
Quiero saber que te levantas después de la pena y el dolor, machucada hasta el caracú y haces lo necesario para andar
No importa cómo llegaste sino que hiciste ese camino…
Quiero saberte capaz de permanecer conmigo en el centro del fuego, sin quemarnos, evaporarnos, incinerarnos
No importa si estudiaste, ansío me compartas cuanto sabes de lo que en las amplias salas de la vida nos doctora.
Quiero saber qué te mantiene erguida cuando todo lo demás se desmorona...Quiero saberte capaz de estar a solas con vos misma y disfrutar tu compañía aunque la tarde me despinte la sonrisa.

Fue en el preciso instante

Fue en el preciso instante. Disparé sin mirar.
Estaba ahí, con ninguna razón, sin un motivo.
Estaba ahí mirando mis disparos con sus ojos de niño

Cazaba mariposas de colores por el parque y de paso
entretenía mirando los límites del amor entre las jóvenes

El parque, como siempre, reverdecido de exabruptos sexuales. No cabe un alfiler entre los cuerpos de los amantes. Precisos los jadeos al ritmo del maestro
que con batuta de bronce cursa rígido la jornada en monumento.

Rio sarcástico tras el primer disparo, que lo cazó
con mocos largos y manos enmugradas de sexo
Tomo el caramelo entre los dientes y disparé
a quemarropa.
Me hizo un guiño y me saco la lengua y corrió hasta la fuente y se lavó la frente y se pasó la humedad por el cuello y se comió la noche y al día siguiente
apareció flotando en el Mapocho con los ojos abiertos de insolencia.

Las moscas bucean en sus ropas y gaviotas murmuran oraciones.

Fue allí que apunté el último disparo, estaba quieto, el sol le destellaba entre los dientes y llegaban los pacos con misteriosos procederes a levantar otro cuerpo este domingo de fotos bajo el puente que corre sobre los ciudadanos

Amigos:

Pasó en el fresco de la madrugada, sin restos de noche de jolgorio. Temprano para un domingo abrí el correo atiborrado. Desde allí llamó la buena nueva, al fin, definitivamente, éramos mayoría.
La injusticia era otra vez por todos repudiada. Por todos. Todos.
El sol amagaba un día feliz y desde la multicancha los vecinos miraban con ternura y estiraban las manos abiertas a enemigos transformados en arrepentidos hijos devueltos al redil.

Algo extraordinario sucedía. Se elevaba el silencio desde paupérrimas viviendas como coro de verdad y misterio,
cual si todos los pájaros trenzaran en dorado concierto,
obreros que avanzaban a corazón abierto. Rozaban, con magia contagiosa, a pobladores que, con manos unidas cual invencible ejército de ojos y de bocas, de músculos y huesos, avanzaba con un himno a la vida, por los cerros.

Sucedió esta mañana. La violencia,
desbanderada, vencida e ignorada, dejó de ser noticia.
El amor era cántaro de sueños que se unían.
Los poetas no lanzaban más piedras incendiarias
y las conciencias no ardían de vergüenza.

Convencidos los niños de los pueblos recónditos
constituyeron e instalaron por siempre la utopía.

Se compañeros, mi cordura está en entredicho en estos días. Hay quienes dicen que deliro.
Encuentro, razonan con acierto. Pero, les aseguro, en esta madrugada sucedió.
El pueblo, todo, todo el pueblo innumerable, miraba a opresores y victimarios.
Sólo los miraba, con los ojos limpios, con la mirada pura que suele tener el sabio pueblo
cuando unido, pone las cosas en su sitio.

Reina Torres Pérez (Ciego de Ávila/Cuba)

Voy a salir (fragmentos)


...voy a salir,
y de mis cosas
sólo tomaré un girasol del jarrón
y los besos amelcochados de mis hijos
porque salirme de aquí
no significa que renuncio a la ternura,
a los mimos recíprocos,
a los debates de política o de sexo (...)
No significa que no me salte dos o tres versos
de Benedetti a propósito
para reafirmar al mundo que
“sé que voy a quererte sin preguntas,
sé que vas a quererme sin respuestas”(...)
No significa que comenzaré a alzar la voz
para hacerme notar
cuando es mi andar felino
lo que más se nota.
Salir ahora
significa despojarme de las miserias humanas,
optimista participar
en la construcción del camino que todavía no existe
movida justa e infaliblemente por la utopía,
pregonar el júbilo que llevo clavado
“al sur de la garganta”
y desordenarme toda
ante una mirada excitante, sin perder la perspectiva.
Significa
que me atrevo a transitar de oruga a mariposa
sin congelar las ganas
de seguir edificando la escuela
“con las mismas manos que te acaricio”
y te tallo como mi duende
Voy a salir sin miedo,
como la mujer completa que soy
a la que aguarda el ser humano mejor
que eres.

Y entonces...

y me volví rumor
para tocar tu oído,
desafié desencuentros
para quedarme a tu lado,
permanecí insomne
para no perturbar tu sueño.
Después de todo esto, pregunto:
¿quién seré cuando acabe tu sonrisa?
¿volveré a ser lágrima, cuando termine tu llanto?
¿me tomarás otra vez como el cuerpo tibio
que calienta tu invierno?
¿o seré simplemente otro nombre que escribiste en la arena?
Entonces,
me esconderé en las nubes
para precipitarme lluvia sobre ti,
dejaré que me arrastre el río del olvido
hasta el océano de tu recuerdo,
y un día
cuando creas que partí para siempre
seré la tierra fértil
donde germines.

Exilio

me confino voluntaria
al país que inventé
en esta geografía humana
que mueve el piso y sacude mis paredes
Necesito aventurarme
y encontrar refugio, infierno,
lujuria, santidad,
quietud, vorágine,
todo en uno...
para vivirme como quiero,
sin tener que posar o ser la foto fija
de la perfección negociada.
Tengo opciones:
Primero, tu boca (con labios, dientes y lengua incluidos)
como acertijo apeteciblemente descifrable
que puede dar o no la bienvenida
a la visitante curiosa, ansiosa de libar en ti.
Segundo, tu pecho
muralla resistente, impenetrable
pero cálido, insustituible
en esas largas noches donde la nada es todo
cuando lo brindas sin coraza y dejas que descanse en él
preocupaciones y sueños...
Tercero, tus ojos
desde donde diviso lo posible,
lo alcanzable o lo increíble,
como por ejemplo,
que estés aceptando ahora mismo
recibirme como exiliada.

Hombres hablando de hombres
gracias a Yolanda por la lección.

Tono grave
pero con la suavidad que nace del alma
Temores coherentes con su tiempo
que presentan la advertencia disfrazada de amenaza,
!maldito machismo que oculta
la otra cara de la luna!
Manos y hombros dispuestos
a cargar con lo que sea,
si es pesado mejor,
aunque cueste disimular la inseguridad que late
cuando nos pierden de vista
o no nos palpan a su costado.
Los oigo hablar, y les agradezco en silencio
la voz, la virilidad
y el corazón de poeta con que nos fecundan.

Ecos de la disonancia

tenerte conmigo
es no estar contigo,
seguir a tu lado,
es no estar atados,
encontrarte en cada espacio
es dejar de buscarte por los rincones,
confiar uno en el otro
es ponerlo todo en duda,
creer que somos verdad
es negarnos, mientras podamos.

Cortos

I
¿nombre? ¿cuál?
¿el que te doy para llamarte
aunque no me escuches?

II
lo que siento por ti
es filosóficamente comprensible:
cada día que pasa
adopta nuevas, complejas y sublimes formas.

III
sangra herida, sangra
para cuando cicatrices
olvidar el dolor que causaste
y recordar tan sólo
que casi me cuestas el alba.

IV
hagas lo que hagas,
y estés donde estés
bendita soy, entre todas las mujeres
y bendito hubiera sido el fruto de mi vientre,
por ti.

V
llegó un duende
y por arte de magia
supo como reducirme el universo
a un beso,
y prenderme al sol
con un abrazo.

VI
cuando no nos vemos
tú haces tu vida,
yo hago la mía...
fórmula perfecta
para hacer la vida juntos
cuando nos encontramos.


PÁGINA 19 – CUENTO

Historia del gato y mi madre en diez actos


Por Irma Verolín (Buenos Aires/Argentina)

Es arduo el trabajo que la tierra realiza para que nosotros al despertar veamos el sol y digamos: Ha comenzado el día. Pero si la tierra no se cansa de dar vueltas y vueltas sobre sí misma, no ha de cansarse mi madre de ir y venir con ropas sucias del patio a la terraza, de la terraza al patio. Y menos todavía de perseguir al gato que se esconde debajo de mesas y roperos o se escabulle sin disimulos por el techo.
Alguien ha traído a casa este gato que mea en cualquier parte y obliga a mi pobre madre a comprar barras y barras de azufre para evitar que nos enchastre el parqué recién lustrado o haga estropicios por donde se le antoje.

Acto primero: Mamá y sus amplísimas polleras ondean cuando se arrodilla frente al pichín y ralla azufre sobre el charquito. Sus cejas se arquean y se fruncen mientras ella imagina que en sus rodillas se incrustan muchísimos granos de maíz. Del otro lado de la pared el gato bosteza en un amplio rincón lleno de telarañas.

Acto segundo: Dicen que el olor a azufre es el olor del infierno y que los gatos han pactado con el Diablo y que las polleras de una mujer se alzan de ese modo en que las de mi madre se alzan cuando el Diablo anda cerca, muy cerca. Eso dicen.

Acto tercero: Así como las aguas del mar se rompen y se deshacen inútilmente, mi madre pasea el plato de comida por todas las habitaciones. Y el gato no aparece. El plato es de loza y tiene el borde azul. Mamá sueña a veces con tener sus ojos del color del borde del plato, de ese plato cachado que ahora parece llevarla o escoltarla a ella, mi madre, que repite: Michi, michi. Y el michi no aparece.

Acto cuarto: Ahora el gato busca a mi madre que se ha ido a un lugar rarísimo, que se ha ausentado violentamente, que se ha escapado volando. De modo que es ahora mi madre quien no da señales de vida. En la ventana se traslucen como sombras las hileras de ropa tendida de la terracita de enfrente. El gato es negro y circula por la casa igual que un fantasma. El gato no tiene nombre y el de mi madre se me ha perdido en la desmemoria del tiempo. Por eso la llamo “madre” y, sin pensarlo mucho, me parece suficiente.

Acto quinto: Del mismo modo en que las agujas del reloj necesitan girar dos veces para completar un día, el gato daba vueltas sobre sí mismo para morderse la cola. Después de la segunda vuelta desconfiaba del intento y se quedaba con los ojos fijos puestos en cualquier parte. Pobre gato.

Acto sexto: Miro por la ventana. El viento revuelve las ropas vacías de gente en la terracita. No hay nadie, ni gatos ni madres. La ventana resplandece: está llena de viento.

Acto séptimo: Cuando mi madre se agacha para apoyar el plato en el suelo, el gato comienza a jugar con un hilo blanco que cuelga del ruedo de su vestido. Mamá llama al gato y el gato salta y bailotea, mamá se enfurece y gira sobre sí misma y el gato gira alrededor de ella. Mamá es el sol y el gato, un triste planeta que ha perdido su órbita. Afuera la flauta del afilador apacigua el sonido de las copas de los árboles.

Acto octavo: El gato es de un color negro tan opaco que los ojos transparentes de mi madre creen no verlo. El gato va por la cornisa, denso, impenetrable y la mano blanca, lánguida de mi madre se estira y se va con el gato y se pierde cuando allá lejos cruza techos y calles y da vueltas y vueltas por la noche y estira su cuello hacia los campanarios. Ahora mi madre busca sus manos entre los pliegues de su propia pollera y piensa: si el gato vuelve no tendré cómo sostenerle el plato. Entonces mi madre y yo miramos el plato con sus bordes azules y nos emocionamos como si se tratara de la luna.

Acto noveno: El gato por fin ha regresado, está lastimado en todas partes y tiene salpicaduras de cal y de quién sabe qué otras inmundicias. A propósito se restriega contra las piernas de mi madre, quiere que ella lo acaricie. Pero mi madre no puede: acaba de perder sus manos.

Acto décimo: Ahora, de pronto, descubro que mi madre ha vuelto a tener manos. El gato se acerca y ella lo acaricia. Miro a mi madre que acaricia al gato con sus manos nuevas. El gato está recostado sobre la cornisa y se confunde con la noche. Miro entonces el ir y venir de las manos de mi madre por la noche en la ventana. Voy hacia ella, me acerco despacio, quiero confundirme con el pelaje de la noche, pero despacio, muy despacio, para que mi madre no se dé cuenta y nos continúe acariciando con sus manos recién nacidas.


PÁGINA 20 – ENSAYO

Conceptos fantasmas


Por Óscar Verchili Goterris (Castellón/España)

Definimos el concepto de “fantasma” como duelo no realizado. Es como algo que queda flotando entre dos mundos, algo que no queda bien enterrado. Se da cuando en determinadas familias un hijo sustituye al “muerto” y se hace para que los padres no sufran. Unos ejemplos:
a) Llevamos el nombre de nuestro abuelo que murió antes de nuestro nacimiento
b) Somos portadores del nombre de un hermano que murió antes de que naciéramos
c) Nacemos en una casa “atestada de hermanos” y como no tenemos sitio nos criamos en la casa de una abuela. Cuando más tarde muere nuestro padre ya podemos volver con la misión de reemplazar al padre.
d) En nuestra niñez, muere un abuelo y no dejan que vayamos al entierro. A partir de ese momento “cargaremos con el abuelo”, es decir el abuelo seguirá vivo en nosotros a consecuencia de un duelo mal llevado.
Los fantasmas pertenecen al ego emocional
Los fantasmas representan inhibiciones emocionales que invaden el Ser esencial y crean una pauta de comportamiento repetitivo que puede ser literal (tener el mismo nombre de un abuelo) o subliminal (nacer en la misma fecha de un difunto) o simplemente puede ser la repetición de estructuras de comportamiento del árbol.
Cargar con un fantasma, parece acto “bondadoso” que en realidad esconde un “regalito sorpresa”. Rabia, enfermedades, agresividad, no permiso para realizarse ya que se vive la vida de otro…
Dos psicoanalistas clásicos, Nicolás Abraham y María Török, introdujeron la noción de “Cripta” y de “fantasma”: La familia guarda un secreto sobre algún evento trágico o difícil, frecuentemente un duelo no realizado, diciendo “Es para tu bien”. El secreto que se instala en la primera generación es ignorado por la segunda, pero de alguna forma sale, se escapa y se esconde en una “cripta” y aparece como un “fantasma”: obsesiones, búsquedas, sufrimientos, pesadillas, enfermedades graves, accidentes… El secreto se manifiesta indirectamente en la tercera generación y a veces durante más de un siglo, en lo que Anne Ancelin Schützenberger llama lazos transgeneracionales.
Según Didier Dumas, el fantasma, como no-dicho o impensado transgeneracional, provoca estragos considerables al transmitirse a los descendientes y oculta esencialmente las preguntas relativas al sexo y a la muerte.

¿Puede poner un ejemplo?

Una chica lleva el nombre de una tía muerta antes de su nacimiento, que murió cuando estaba de parto…
Podemos imaginar el horror. Es como un “código” que se ha deslizado sobre ella, que le advierte que si tiene hijos morirá en el parto. También origina inquietud a la hora de crear…
La chica en cuestión sólo se empareja con chicos que tienen problemas de fertilidad, de esa manera considera que está a salvo
¿Dónde está en este caso el “fantasma”?
La tía muerta es como un fantasma ya que en cierto modo sigue viva. Es un reflejo arquetípico, “un código”. Parir no da muerte. Habría que enterrar a esa tía… (aunque sea en forma metafórica, hay que cerrar el problema).
Cuando algo no se soluciona en el transcurso de una generación, reaparece en la próxima; se repite y repite el conflicto hasta que damos con la solución. Mientras tanto, el árbol genealógico emitirá toda clase de señales de socorro hasta que se haga la consciencia y sus raíces se reorienten.
¿Un hijo es siempre una proyección? Parece que el árbol nos usa para resolver sus conflictos
Sucede que los padres proyectan sus deseos sobre sus hijos, en lo que se llama proyecto parental con el que nos imponen sutilmente un papel, una personalidad y, en última instancia, un destino al que debemos adaptarnos para no ser rechazados por el clan.

¿Cómo construyen ese proyecto?

Usan el lenguaje no verbal propio de cada familia, hecho de miradas, silencios y gestos. A veces también se hace en objetos heredados, joyas, ropas, o incluso casas o tierras. En lugar de nosotros poseer las cosas, las cosas nos poseen a nosotros si están cargadas de fantasmas. Y en ocasiones las órdenes literales como: “serás un fracasado”.
¿Qué herramientas tenemos disponibles para resolver estos conflictos parentales? ¿Es suficiente con entenderlo?
Desde la psicogenealogía, preocuparse de aquellos de nuestros antepasados que han “muerto mal” y que no pueden “seguir su camino” tranquilamente, es un trabajo de higiene mental necesario. Hay que hacerlo por el bien tanto de nuestros ancestros como de los nuevos frutos del árbol.
No basta con comprender el porqué de un conflicto. Hay que actuarlo, darle una salida a la pulsión, al comportamiento repetitivo que nos dificulta la existencia.
La herramienta que podemos usar es la psicomagia. Un arte sanador que trabaja con el símbolo, la metáfora, la poesía y con la belleza. Para modificar los códigos de conducta más arraigados hay que tener acceso al ADN psicológico, es decir a nuestro destino prefijado…
La palabra pan no quita el hambre, de igual modo hay palabras que se usan en el lenguaje de la psicogenealogía y del psicochamanismo para describir distintas situaciones: espíritus, fantasmas, demonios y entidades.
Se trata de cuerpos inmateriales que se hallan en relación con las cuatro energías corporales. Son sólo nombres que tienen una connotación un tanto esotérica en nuestra cultura. Vamos a explicarlos relacionándolos con los distintos egos

Espíritus

Según Cristóbal Jodorowsky en el ego intelectual tenemos los espíritus. En realidad sólo son frases que nos repiten desde la familia. Pongamos como ejemplo estas de carácter negativo:
El dinero es sucio.
La vida es sufrimiento.
El matrimonio es para toda la vida.
Masturbarse es malo.
El mundo es un valle de lágrimas.
Lógicamente cada familia tiene sus espíritus propios, como si se tratara de una especie de policía interna que está siempre presente en nosotros. Una policía en forma de pensamientos negativos que nos condicionan la vida. Ideas que nos llegan desde la altura de los bisabuelos, y que parecen tener el peso de leyes inmutables. Pensamos que romper con alguna de ellas nos puede conducir a ser expulsados fulminantemente del clan…y eso es lo último que queremos que nos suceda.
Los espíritus nos repiten:
-No puedes
-No debes
-No mereces
Cada espíritu que nos habita, provoca una limitación en nuestras vidas. Si el espíritu es “los hombres son malos”, la mujer no se permitirá tener como pareja a un hombre bueno, sino a un maltratador. La psicomagia o/ el psicochamanismo pueden “sacar” a fuera estos espíritus dañinos. Por ejemplo:
Cargar con el espíritu: “El embarazo es algo malo” que tiene como consecuencia las dificultades para engendrar un hijo, lo podemos sanar con el acto siguiente: Llenar un vientre falso con trigo y presentarse frente a la madre diciendo “Mira mamá, me siento bien así. ¡Bendíceme el vientre!”.
Pero no todo es negativo en este ego, no podemos olvidar los pensamientos positivos que nos unen al universo y nos expanden la consciencia. Frases liberadoras cargadas de positividad, como por ejemplo esta cita de Alejandro Jodorowsky:
Las ideas no tienen dueño, están en el mundo: son semillas de acciones
Cuando hablamos de que en toda familia hay unas ideas negativas, no significa que estemos en contra de la familia. Como dice Alejandro Jodorowsky, en la familia hay una trampa y también un tesoro, sólo está contra la parte de la familia que no quiere cambiar, la que nos amarra a viejas concepciones muertas.

Fantasmas

Citando a Cristóbal Jodorowsky diremos que en el ego emocional tenemos los fantasmas. En otro artículo ya lo definimos como duelo no realizado. Como algo que no está bien enterrado y queda flotando entre dos mundos. Por ejemplo llevar el nombre de un abuelo muerto antes de nuestro nacimiento…
Cargar con un fantasma provoca que no podamos vivir nuestra vida, estos nos repiten:
-No ames, ni recibas amor
-No seas tú
-No desees
Cuando se entierra metafóricamente el fantasma, la persona comienza a llevar el timón de su vida.

Demonios

Continuemos con más definiciones, Cristóbal Jodorowsky señala que en el ego libidinal tenemos los demonios. Son inhibiciones sexuales y creativas que se expresan a través de pulsiones o retenciones. No somos conscientes, pero vamos cargando con todo nuestro árbol genealógico y cuando nos acostamos con nuestra pareja allí están también todos los ancestros lo que puede resultar asfixiante:
Hay mujeres que en el orgasmo lloran… (por un sentido de culpa)
El problema de los demonios, conectados con el poderoso ego libidinal, es que pueden producir una enfermedad o un asesinato a balazos. Detrás de ellos hay mensajes de este tipo:
-No vas a crear
-No goces
-No des placer
La energía libidinal debe de fluir, estancada se pudre y produce violencia y enfermedades.

Entidades

Por último Cristóbal Jodorowsky indica que en el ego material tenemos las entidades
Las entidades son restricciones espaciales que acaban metaforizándose en el cuerpo (delgadez, obesidad, huecos en el cuerpo, jorobas, mascaras).
Aparecen cuando no hay suficiente espacio en familias con muchos hijos, cuando uno nace no deseado, o del sexo opuesto al esperado. Es posible que el cerebro animal encuentre estrategias de supervivencia que utilicen una entidad para integrarse en el clan, cuerpos que no se podrán desarrollar como campeones sin remover las causas de su bloqueo.
Son estas frases tan características:
-No te muevas
-No tengas
-No sanes
El nudo homosexual provocará que una niña tenga que ocultar sus senos (un hombre no los tiene) que empiece a vivir en su cabeza… en el intelecto. Se construye una mente de hombre, lo único que puede imitar para ser un hombre.
Las entidades son como un cuerpo inhibidor, o un “corsé imaginario” Cada vez que nuestra vida se encuentra inmovilizada, que nuestras energías se retiran, cuando pasamos la vida luchando en contra de algo, cuando repetimos la vida de otro, es muy probable que estemos actuando dirigidos por el miedo a desobedecer a alguna ley del árbol, al ser colectivo al que pertenecemos. Estamos entonces operando desde el punto de vista de algún cuerpo inhibidor es decir no somos libres de ser nosotros mismos.


PÁGINA 21 – CUENTO

Niño en la playa después de la tormenta

Por Alejo Urdaneta (Caracas/Venezuela)

Allá en las costas de Falcón hallaron los pescadores la imagen tallada en madera. Era la figura de un niño recién nacido. De color ceniciento, desnudo, el niño dormía. Su entendimiento no podía comprender que había sido rescatado del mar.
Dijo Pedro, el pescador más viejo: “Esto debe venir del bote de pescadores que se hundió hace tres noches, durante la tormenta. Nadie pudo salvarse, no encontraron los cuerpos”.
Los compañeros comentaban lo ocurrido y veían con curiosidad la estatua del niño. Sólo callaba el pescador José, sombrío y pensativo. Quizás era porque su hijo había perecido en el mar, y era muy pequeño, casi como el niño de madera.
Llevaron la pieza tallada a la capilla del pueblo; pensarían en un milagro, y el cura podría dar alguna explicación. Dijo el cura que la pequeña imagen era muy antigua, por las raspaduras del cuerpo y las señales que le daban madurez a la entalladura. Él sabía de estas cosas.
Como era tiempo de adviento, propuso el párroco limpiar y reparar los daños de la figura, para después colocarla en el altar lateral, adornada con luces y cubierta con sábanas. En dos días habían terminado el trabajo de remozamiento de la imagen del niño color de ceniza. Lo acostaron en la cuna que regaló una joven mujer del pueblo, entre guirnaldas de hierba fresca.
La noche de Navidad fue venerada la efigie: trajeron adornos, conchas marinas, luces de artificio para encenderlas al amanecer.
La Misa de Gallo fue esplendorosa y devota. Los aldeanos tenían un niño milagroso venido del mar.
La primera luz del día de Navidad sorprendió al cura con una premonición. Se levantó de su lecho y acudió al altar del Niño –Dios. No estaba. Las sábanas en el suelo, las luces y adornos dispersos alrededor de la cuna vacía.
Todo ese día preguntó el cura a los pobladores; preguntaron ellos también. Atemorizados fueron por la aldea, visitaron las casas de todos en el pequeño pueblo. No estaba. Ninguno pensaba que pudo haber sido robado, y hablaron de un milagro, otro milagro.
Se comentó el suceso por días, todos decían algo, menos José, encerrado en su mutismo. Su hijo murió en el mar, y ahora este otro niño de madera ceniza había venido de las mismas aguas.
El día de pesca fueron los hombres preparados para la faena hasta la playa, a tomar sus botes y entrar a la mar. Estaban los utensilios de trabajo: las redes, los anzuelos; pero también hallaron los restos de una embarcación, astillada y casi desarmada. Se acercaron y miraron con atención y temor. Ese era el bote que había naufragado el día de la borrasca. El dolor de los pescadores renació al recordar a los amigos y parientes desaparecidos.
Uno de los pescadores entró en el casco maltrecho de la piragua, buscó en el fondo pintado de brea.
Sus gritos de alarma atrajeron a los demás.
En el fondo del casco vieron la imagen del niño color de ceniza.
Y José guardaba silencio.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

Leda García (San José/Costa Rica)

Rutinas insensatas


Mi cuarto es una historia
con lunas hurgando
entre los tedios,
en su espalda zigzaguean
amores que no fueron
los oigo conspirar
junto a la noche infiel,
mientras derrotan
secretos cotidianos
en el balcón inexistente
de su lágrima sola.
Allí tatué mi propia oscuridad
para exhibir el cáliz
que me atrapa
con la sangre de nadie.
En mi cuarto de hoy
las lunas cuelgan sus vestidos
en ventanas propicias
y se juegan conmigo
los amores.
Soy la inquilina perfecta
de mí misma.

La vida me reclama!

Redimida

Los ojos del reclamo
recuestan sus ojeras
en el luto habitual
que me acompaña
sin risas sustitutas
para calmar la piel,
porque el espejo de ayer
jugó a engañarme
con maquillajes nuevos.
Hay lunas imitando
la extraña palidez
que exhibo en cada cara
donde el dolor
camina las arrugas.
En el toque final
de la mentira,
los perdones inclinan
su costumbre
de llorar por mis canas insalvables.
Esta vejez imprescindible
que agradece el regreso
reclama sus ojeras.

Retiro el maquillaje y me redimo.

Estatua insuficiente

Es la hora en que el día
juguetea con mi sombra,
la miro de reojo
y me duele su pose
de estatua insuficiente
que inclina su destino
ante otras sombras.
Yo arrastro como ella
tristezas renovadas
porque el camino duele
entre las piedras.

La sombra y yo,
dos diosas enjauladas
en los gestos de siempre.

Alba certera

Recuerdo mis pechos
creciendo entre rubores
de muchacha reciente
y el beso que besé
como un pecado
que nunca fue venial,
y aquel orgasmo clandestino
que terminó a destiempo
y el rezo confiscado
por deseos
tejiendo en los sudores
su infierno personal.
Pero olvidé que hay brujas
castigando temores
con su manzana amarga
y hechizos que tocaron
la herida innecesaria
para perderme en llantos arruinados
y miedos deambulando
en las esquinas
donde habitó la magia
que escapó sin sombrero
y en sombrilla.
Por eso me perdí
en esta ventisca
que tictaquea designios imposibles
en los febreros de papel
que ya no cuento.

Nadie escapa del alba!

El ojo inevitable

Regresa a mi pupila imaginaria
la piedra compasiva
que suicidó con goces
los olvidos,
y aquel corazón que me pintaron
cuando el amor jugaba en el secreto,
y el rostro inmerecido
de un amante
buscando el beso indigno
para sentir la culpa entre los labios.
Escribo esos recuerdos
perdidos como adioses
sobre el cristal mojado
de los nidos
donde las aves reinan,
porque los pasos desolados
que habitan al reverso
esperan que sus cuerpos
encuentren el camino.
El ojo inevitable me vigila
y el miedo ventanea
su triunfo
como un verdugo audaz
y cotidiano.
Nadie debe olvidar
su beso indigno
ni el pecado mayor
ni el mas antiguo.

El águila y yo nos parecemos.

Innombrada

Todo regresa al cauce originario
menos aquello
que en verdad se amó.
El río reverdece
de tanto árbol que lo nombra
y el árbol sueña un río
para orgasmear con él
su sombra repetida.
Los miro de reojo
mientras pienso en los nombres
que me duelen
cuando el eco redobla
su venganza.
A mí nadie me nombra.
Aquello que se fue
debe volver al agua,
aquello que se amó también.

Nada es lo que parece.

Cláudio Portella (Fortaleza-Ceará/Brasil)

De cada palabra de tu boca.


Tu voz ronca,
me recuerda otra.
Otra que pronunciaba palabras
como quien obsequia diamantes.
Pero estoy contigo,
no con otra.
Sin embargo no me resigno
a no estar con la que pronunciaba palabras roncas.
Nunca se completan las ansias de mi cuerpo.
El aprendizaje nunca termina.
Y yo veo atormentado,
una usina nuclear en alerta.

Motivo Indiano Antiquísimo (M.I.A.)

De vez en cuando alguien M.I.A.
en mi oído
y yo percibo en la estampa de su vestido
que no puedo
No puedo
continuar vistiéndome
con una razón
que no sé para qué sirve
El no ser me distrae
de lo que no sé hacer
solo
Si no sé hacer solo
no vale la pena hacer de a dos
Y yo alzo la taza de veneno indiano
para brindar por nuestra unión antiquísima
-Por nosotros
-¡Dos!

Frío

Mis cinco sentidos
me hacen percibir
cosas que olvidaste
Yo ligando los puntos
contando entre los dedos
ensayando mi discurso
Para que cuando llegue la hora
de mis quince minutos de fama
ser transitorio y amarillo
como tu pullover azul.

Arroz blanco
Para Claudia Contreras

Yo estoy haciendo arroz blanco.
Su piel es tan blanca.
Blanca como las sábanas de una cama.
¿Tú eres mi amada?
Yo hice una cosa horrible.
Intolerable para comer.
Arroz blanco sin tí.


PÁGINA 23 – CUENTO

Algún día


Por Tania Alegría (Lisboa, Portugal)

Y no te callas, Oscar, y no te callas. Algún día dejaré de escucharte, no sé cómo, no sé cuándo, pero algún día no te escucharé más. Si no fuese a causa de la lavadora sería por cualquiera otro motivo, dices que estropeo todo lo que toco pero a ti no te interesa saber que la lavadora lleva años funcionando todos los días, no vas a perder la oportunidad de decirme torpe e imbécil.
No te callas, Oscar, y yo estoy muy cansada después de todo el día trabajando, los niños tan revoltosos, tú con toda esa rabia, y aún me toca hacer la cena. Y tú insistes en que no soportas mi dejadez. Conozco tan bien tus furias, Oscar. Es siempre lo mismo. Ya lo veía venir. Me acusas de que no conseguiste el ascenso por mi culpa, de que si tuvieras una casa presentable y una mujer capaz podrías invitar al jefe a venir a casa, y ofrecerle una cena, pero no, con una mujer como yo, ¿cómo podrías hacerlo? Lo peor es que te enfureces cada vez más a medida que gritas conmigo. Si al menos me dejaras sola en la cocina, fritando las malditas patatas, si al menos aquí yo pudiese tener un poco de paz o silencio. Pero no, Oscar, tienes que cumplir el rito completo, del insulto al puñetazo.
No sé cómo ni cuándo dejaré de escucharte, Oscar, pero sé que algún día pasará. Ya imaginé tantos modos de cómo acabar con esto, de cómo acabar con todo, pero después pienso en los niños, cuando no me tengas a mí para insultar y abofetear te volverás en contra ellos, descargarás en ellos tus frustraciones, tus iras, tu violencia descontrolada. No puedo más Oscar, no podré aguantar mucho más tiempo esta puñetera vida. Algún día esto tiene que acabar.
Ahora me atormentas a causa del coche que no puedes comprar, de lo que sería tu vida si no te hubieras casado conmigo. Me callo, Oscar, porque es peor cuando te respondo. Sólo deseas que te conteste para pegarme. Algún día dejarás de hacerlo, Oscar, no sé cómo, no sé cuándo, pero algún día será.
Me da vergüenza cuando salgo al pasaje y las vecinas me miran, todas las noches escuchan como me gritas, como me insultas, y saben que me pegas. Y los niños tienen miedo, tapan sus cabecitas con la ropa de cama cuando en la noche están acostados y te oyen gritar.
Y ahora qué, Oscar, también soy culpable de que la casa necesita pintura, de que tus pantalones están mal planchados, y ahora qué, Oscar, ¿cuándo vas a callarte? ¿Cuándo tendré fuerzas para acabar con esto, para dejar de escucharte para siempre? Algún día no estaré aquí, Oscar, ya no debería estar. Hay tantas maneras de huir, el gas, el veneno, los raíles del tren. Algún día, Oscar. Si no fuera por los niños…
Ya te acercas y gritas cada vez más fuerte. No descansas hasta que no me das una bofetada. Ahora me dices ramera y ya no me callo: ¡ramera es tu madre! Grito para apurar el puñetazo que siempre llegará, más tarde o más temprano, aprendí que mejor si más temprano. Era lo que querías. Vienes hacía mí con aquella mirada que conozco tan bien, el aliento de animal, la fuerza concentrándose en el brazo con que habrás de golpearme. ¡Ramera es tu madre! Vuelvo a gritarte. Y te acercas más. Mejor así, después de pegarme te irás al cafetín a emborracharte y lastimarte de la puta vida, y yo terminaré de freír las patatas y daré la comida a los niños y me echaré en la cama para llorar con la boca enterrada en la almohada porque no me escuchen.
¿Hasta cuándo, Oscar? Te miro con rabia de ti y con pena de mí, los brazos caídos, la garganta seca. Ahora me dices puta. ¡Puta es tu madre! Consigo gritar y giro la cara para esquivar el golpe, cierro los ojos y empiezo a levantar la mano para proteger el rostro, pero el golpe tarda, el golpe no viene, abro los ojos y de repente veo. Veo y comprendo. En una fracción de segundo tu mirada aterrada baja de mi cara a mi brazo, de mi brazo a mi mano, de mi mano al mango de la sartén, del mango del sartén al aceite hirviendo. No lo había pensado, Oscar, pero ahora lo veo en tus ojos: hoy es el día.

PÁGINA 24 – ENSAYO

Se anuncian voces todavía silencio
.

Por Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires/Argentina)

- Estimado público, sepan quienes recién llegan al espectáculo que los argumentos y representaciones que verán nos vienen de muy lejos, y no pocos conocieron en las generaciones anteriores. Así que para ilustrarnos todos un poco mejor, digamos que verán una escenificación ancestral y sin censuras que los seres humanos heredamos del mismo comienzo de las cosas. Esto significa una perpetua puesta en escena de lo inmemorial que prosigue en cada presente sin ningún corte, demora ni prohibición extraordinaria, y que si agudizan su imaginación verán como por el gigante proscenio que al fin resulta nuestro planeta, con diferentes atuendos y ropajes van, vienen, se actualizan, se disfrazan y reaparecen mágicamente muchas figuras de la historia. Hay ciertas referencias constantes: jefes de la manada, astutas majestades que convencieron a los demás de haber llegado del más allá, reyes en hábiles acuerdos con rabinos, ayatolas y papas de los lejanísimos cielos; y a estos últimos, público amigo, sin asombros ni pudores los sorprendimos al descender desde el mismísimo cielo con sus altos bonetes y zapatos colorinches, a bendecir majestades imaginadas por quién sabe. Pero acaso este sea otro de los debidos misterios del dios supremo para ordenar debidamente los reinados, según fuera debido y perdonen mi redundancia debida… Bien, desde aquí le aseguramos y reiteramos que nada de los sacrificios y lealtades sumadas hasta este venturoso presente merece ser discutido por la humanidad, en cuanto sin las majestades guiadas por el orden natural y divino el tiempo hubiera fatigado sobre él mismo, relojero y absurdo, y el universo entero se hubiera ennegrecido. Instante fatal que por ayuda de dios no hemos atravesado, y que hubieran usado los herejes para asaltar los místicos hogares del bien y la cordura. Además para violentar a gusto nuestros monumentos, sepulcros, sitios y palacios donde atesoramos cada insondable enigma del poder y de la fe, por siempre juntos, que sostienen día a día estos sagrados preceptos. Muy querido público, ninguno de quienes aquí estamos podemos darnos un momento de debilidad y si bien esta verdad es inviolable y eterna, olvidarnos un solo momento de dios es un olvido lacra, de condena y espanto, un olvido derrota para siempre. Cuestionar cualquier verdad del reino de los cielos en la tierra nos llevará a los arrabales de la absoluta sombra, hacia la penumbra del castigo sin retorno por donde marchan en columnas a ciegas y contra dios, en nombre del hambre y la injusticia, esos bárbaros que tanto tiempo y esfuerzo nos exige derrotar. Esos herejes contrarios a la naturaleza del hombre creado a imagen y semejanza de dios, hoy prometen decir palabras todavía silencio buscando sitiar con el olvido la ciudadela de la creencia divina. Pierden el tiempo en cuanto no pudieron lograrlo por los siglos de los siglos, amén, y hoy menos lo conseguirán si nuestra fe sigue enarbolando las venerables virtudes difundidas por siempre y para siempre. Tanto fue así que las bendiciones hechas a bombas y cañones, fueron y seguirán en defensa de esta libertad y estilo de vida y jamás por otros intereses. Sepamos eso bien. Y a propósito, estimado público, imaginamos qué dicen esas voces todavía silencio para inquietar la armonía del universo; es lo mismo que vienen gritando hace siglos, con aquello de repartir el pan y demás reclamos sin sentido que no los llevarán a ninguna parte.


PÁGINA 25 – CUENTO

Las almas de El Comprita


Por Ian Welden (Copenhague/Dinamarca)

1

Un hombre llamado Caupolicán Huenchulán, montado en un pequeño y esquelético asno blanco, llegó anoche a mi casa en Europa
Traía para mí una carta con la trágica noticia de la desaparición de El Comprita. Caupolicán me contó que su padre, el cartero Galvarino Huenchulán,
subió a la Cordillera de Los Andes con la carta en septiembre de mil novecientos setenta y cinco y se quedó veinte años en el hielo ya que la legendaria infame Viuda Blanca, fantasma cruel y cadavérica que se oculta por la noches en los ventisqueros y pasos cordilleranos para matar de susto a los transeúntes, se enamoró de Galvarino y lo esclavizó obligándolo a tener un hijo con ella. Cuando Galvarino ya estaba agonizando de senilidad, frío y terror, le entregó la carta y el asno a Caupolicán que ya tenía veinte años de edad, y le pidió que continuara la misión.
El joven logró llegar al mar, sin dinero y muerto de hambre, pero con la sagrada misiva en un bolsillo y el asno blanco sano y salvo.
No pudiendo encontrar trabajo en los embarcaderos y muelles del puerto, se lanzó al Océano Atlántico con el animal en una balsa y navegaron meses hasta llegar a las bravas costas de España. Ahí descansaron, comieron y durmieron durante diez años antes de emprender un largo viaje hacia el norte de Europa donde yo vivo.

2

Nos conocimos una mañana del año mil novecientos sesenta y nueve en el centro de la ciudad. Yo hacía como de costumbre la cimarra porque odiaba mi colegio y al mundo entero. Un joven de aproximadamente mi edad, dieciséis años, empujando un destartalado buque manicero y desparramando bolsitas de maní tostado y confitado por el suelo me miró suplicante. No teniendo otra cosa que hacer y viendo la oportunidad de comer maní gratis, lo ayudé. Y nos hicimos amigos. Vivía con su madre en una población de familias indigentes en el sector oeste de la gigantesca urbe, ahí donde el río se desborda con saña, las habitaciones son pocilgas con techos de cartón y los gigantescos güarenes se comen vivas a las guaguas. Yo vivía en una casona seca y calientita en l lado este, a los pies de la cordillera. Vestía abrigo azul, chaqueta, corbata y zapatos de cuero reluciente, y él, camisa y pantalones desgastados e incoloros cual telas de cebolla y alpargatas carcomidas por los años y las penurias.
Le decían El Comprita porque por las noches cuando no era El Manicero salía con su buquecito a comprar cosas. Cualquier cosa... viejos alambres oxidados,
restos de estufas a parafina, revistas de siglos pasados, botellas, viejas fotografías. Y con su elocuencia e ingenio prodigiosos lo vendía todo en El Mercado de las Pulgas y compraba más maní que tostaba y preparaba con su madre para el día siguiente.
Nuestra amistad se fue consolidando a medidas que íbamos madurando. Yo lo guiaba en rondas nocturnas por las mansiones del barrio alto a comprar objetos curiosos e inservibles y conversábamos incesantemente acerca de la inestable situación política del país. Él me mostraba el nervio de la miseria y la pobreza de nuestra amada patria. Yo tan sólo conocía la retórica a pesar de estar profundamente involucrado en acciones pro gubernamentales. Y cuando el temido y sangriento golpe de estado militar irrumpió en nuestras vidas cual pesadilla, El Comprita me tendió inmediatamente la mano escondiéndome en un pequeño cuartito de su humilde casa.
Su rutina cambió drásticamente. Ya no salió más a vender maní. Él y su madre Rosa atendían a innumerables personas que venían a la casita durante el día, tomaban interminables tazas de té y cuchicheaban hasta el atardecer.
Me tenían estrictamente prohibido salir de mi cuarto cuando había visita. Y en las noches, desafiando el toque de queda y el estado de sitio y de emergencia
que había instaurado la dictadura, salía con su buque manicero a las desoladas y peligrosas calles santiaguinas y al agresivo río a recatar a seres anónimos
heridos o asesinados por los soldados y la policía. Los llevaba a los hospitales mas cercanos para que los identificaran y no fueran sepultados en fosas comunes en el desierto y declarados "desparecidos".
Con el tiempo descubrí que los visitantes golpeaban en la puerta y preguntaban "Compra cosas antiguas?". También vi a través del ojo de la cerradura que traían fotografías...
Una noche me empujó al buque manicero, me ocultó entre objetos antiguos y me condujo corriendo al aeropuerto. La despedida fue muy rápida. Un apretón de manos y una mirada firme a los ojos confirmando la inmortalidad de nuestra amistad.
El viaje en avión fue una sola interminable pesadilla febril; una maraña de familiares llorando, amadas abandonadas, contraseñas, fotografías de desaparecidos y maní... mucho maní y objetos antiguos.
¿Habrá transcurrido realmente ya casi medio siglo desde estos acontecimientos? Llevé a Caupolicán y su asno al aeropuerto y volví a mi casa a llorar amargamente con la carta entre mis manos.

3
11 de Septiembre 1975

Estimado señor,

debo comunicarle la terrible desaparición de mi hijo Pedro, más conocido entre sus amigos como El Comprita, el Compra Cosas y El Manicero.
Desde su partida él no ha sido el mismo. Siguió unos meses con su labor de rescatar cadáveres y heridos hasta que una noche llegó a casa con un alma.
Había además un alma herida en su carrito.
No teniendo dónde llevarlas -los hospitales no reciben a este tipo de seres, me dijo- las dejó dormitar en el cuartito que Usted ocupaba meses antes de su viaje al extranjero.
Pero las cosas se complicaron mucho. Salía todas las noches como siempre, a pesar del toque de queda, y volvía a casa con más almas.
Nuestro hogar se llenó de ellas y no teníamos espacio suficiente para vivir o dormir o comer.
Frente a nuestra puerta había interminables filas de espíritus pidiendo asilo.
Muchas veces llegaron soldados y policías a allanar nuestro hogar, sin resultado alguno para ellos. Como Usted seguramente sabe, las almas son invisibles.
Anoche llegó el alma de Pedro, su amigo El Comprita señor, a quedarse conmigo para siempre.
Las autoridades lo han declarado oficialmente desaparecido.
Esperando que Usted esté bien en su nuevo país, le mando un gran abrazo.
Señora Rosa.


PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR

Père Bessó (Valencia/España)

Lluvia de oro


For you’ve touched her perfect body with your mind
Leonard Cohen


Ningún sebastián para la rosa
de las plegarias,
pues en este huerto glorioso de las almas
de espaldas mojadas,
zascandiles y matamoscas,
no hay ciruelas para el llanto y crujir de dientes
en la corteza del árbol del sexo a horcajadas
ni madera que se vuelva icono irresoluto
para procesiones de luciérnagas,
cerezo en el umbral de las rogativas
para el eterno retorno del hueso
en medio de las heces de gorrión,
jardincillo cerrado del deseo
en tiempos de luna de sal gruesa
para el tarquín donde nace la flor de loto,
y el canto de la rana que no holgazaneará
frente a la gilette de la sangre de beso correoso:
Si no floreciera yo,
tú rompe la línea del desamor,
trabuca las paredes,
deja el carcaj del sueño,
el último espejismo de las aguas
en el bacín bajo el lecho del alba.

Como muy bien señala Pere Badia

Il rentrait chez lui, là-haut vers le brouillard
Elle descendait dans le midi, le midi
Michel Fugain


Al fondo del reservoir del alma en pena,
como un auténtico culo de lata,
en medio de dos esferas,
la de los antiguos fabliaux y la de los flippers,
ojos vidriosos y en galera.
Ninguna oportunidad para nosotros.
Apenas algo de errancia.
Y bien que querría bajar al Sur,
vivir otra canción en los bosques del Midi,
descender de madrugada a los infiernos domésticos
con la voz de un nuevo orfeo cantor de metro,
sin importar demasiado cuál estación.
Pero soy un cancerbero miserable
en los anuncios de reservados de suburbio.
No es menester que me busques:
soy del oficio.
Conozco el chapoteo con el agua al cuello.
Me ocupo de mi rincón,
ordeno los papeles,
como una babosa jugando a las birlas.
A veces sueño con un buen cambio de agujas
en el instante en que el deseo olvida toda barrera,
el marco de jardín con las flores enojosas,
la estación exacta.
Y dejo al resto el convite tumultuoso de la vida
dentro de los vagones,
el dibujo de los raíles en relieve,
las líneas de la suerte que desmenucen los cartones,
las señales de desamor que escogemos
para hacer más aceptable la partida.

Camilo Valverde Mudarra (Málaga/España)

El niño


Luce mi niño un orbe de aureolas
en cielo azul de tierna transparencia;
es su carita un huerto de corolas
con arcanos perfumes de inocencia.

Su lengua viva boga por las olas
de palabras y frases de insistencia;
su mente rauda sume, en sus cabriolas,
la flor del verbo pleno de su esencia.

Tres añitos redondos de ornamento
florecen en ramajes fulgurosos
anchos de vida y largos de incremento.

La pujanza de brotes vigorosos
hunde su ser en fértil fundamento
para sufrir los hielos rigurosos.

Su cuerpecillo

Su cuerpecillo tiembla tenso miedo,
abrazo sus temblores y lo mimo;
palpo su tiritar, mientras comprimo
su amargura que nunca olvidar puedo.

Yo lo miro y mirándolo me quedo;
lo retengo, lo aprieto, lloro y gimo,
dolor viejo y sangrante que le oprimo
en zonas de mi afán y mi denuedo.

En su alma, se fracturan las verdades;
en su rostro, perviven las ausencias
y sus ojos se nublan de crueldades.

Crímenes, ambiciones y pendencias
por miserables lucros y maldades,
le partieron sus sueños y vivencias.

Ojitos sin brisa

Las nubes, abrazando la inocencia
del niño con sus brazos siderales,
se unieron, en sus besos inmortales,
a la madre, con honda reverencia.

Sus pupilas sumidas en la ausencia
buscaron, por las rutas celestiales,
la voz de los gemidos abismales
que los astros lanzaban con vehemencia.

Viles balas hendieron su cabeza,
sus ojitos se hundieron en la brisa,
y fue muerte en un cielo de tristeza;

en sus labios tembló turquí sonrisa
yerta por la ira cruel de la vileza
con que el lucro vertió sangre sumisa.

Siempre los niños

Niños del terremoto revientan inconscientes,
saben de risas blancas, no de dolor y llanto;
gritos de los escombros, madres de desencanto
que desangran horrores y esperanzas pacientes;

y vendrán los cometas en corceles ardientes,
llenos de rabias rojas, blandiendo ayes de espanto
por la mujer que llora jirones de quebranto
en negra adversidad y usuras de pudientes.

¡Humanidad doliente, codicias de mezquinos!
Jerarcas y santones, por ganancias malsanas,
trafican con el mal, y venden la vileza.

¡Hados de mala suerte, dioses de agrios destinos!
Desastres naturales, ignominias humanas
siempre a los niños dañan y matan su nobleza.

Regazo deleitable

Madre es palabra santa y perdurable
de luz firme y tenaz seguridad;
madre es abnegación, fidelidad,
que da refugio y puerto confortable.

Caricia cierta y beso inmensurable
es su dulce equilibrio y probidad;
brinda siempre contento y suavidad,
sacrificio y regazo deleitable.

Madre quiere decir desprendimiento,
aroma de jazmín, fragancia y miel,
tenue solaz de seno providente.

Su voz abre consejo y valimiento;
sus halagos derrochan mimo fiel,
su cobijo y sostén, amor ardiente.

Ojos agostados

Ayer Chechenia,
hoy Mozambique,
mañana Uganda.
Y fue Kosovo y Timor,
Venezuela y Guatemala,
África y La India
Brasil y Turquía.
El suburbio y la chabola.
Aquí o allí. Es igual.
Siempre el mismo frío,
el mismo dolor,
el mismo gemido,
el mismo océano sin sol.
La patera, el Estrecho
y la puerta de la Catedral.
Hambre y sed,
andrajos de injusticia,
harapos de rencor.
Hombres de indigencia,
mujeres de opresión,
niños para la bomba,
niños de prostitución,
de fusil al hombro,
grey de gleba y esclavitud.
¡Manos retorcidas!
¡Ojos agostados de llorar!
Venid, juzgad y mirad
las poltronas hediondas
con rameras ataviadas
de joyas oblongas
en mansiones decoradas;
los avaros en bancos sacrosantos
ahítos de plata y camas redondas,
indemnes e insensibles al quebranto
con panzas gordas y caras orondas,
ajenos al dolor y lejos del espanto.


PÁGINA 27 – ENSAYO

Labor de autor
(Algunas consideraciones).

Teo Revilla Bravo (Barcelona/España)

La amplitud de la labor literaria es consecuencia de la dedicación del autor a una continua “Obra en marcha”, especialmente en el género de la poesía y en el marco de una vida en constante creación. Una vida y una poesía que configuran un extenso episodio de la historia de la cultura personal siempre en proyección abierta al otro, a los otros, bajo el prisma inconfundible de lo íntimo. Por eso la obra poética –en realidad cualquier honesta obra artística- es un sincero esfuerzo, un logrado y entusiasta resultado que debe ser realizado sin complejos y con cierto conocimiento e intuiciones de las claves a seguir. El poeta o creador, debe cautivar y apasionar al lector o espectador mientras efectúa una labor sintética, sólida y encomiable: la “Pasión perfecta”, la obsesión en la elaboración de su obra en constante disputa con su propio temperamento.
Indagar desde dentro es como desbloquearse poco a poco, pulir y limar esos sedimentos que nos va dejando la vida, penetrar, dar con ellos, discernir, meditarlos, estudiarlos y contemplarlos con rigor con el fin de ir entendiéndolos, entendiéndonos. Es una práctica más de autoanálisis: poetizar esas huellas que nos dejó la vida, transparentarlas en lo posible como una labor arqueológica creando de esa suerte una obra artístico-literaria, que sea un reflejo más de lo que compone nuestro universo y bagaje personal. Catarsis lo llaman, limpieza, sensación de libertad al dejar libres miasmas y desarreglos, también alegrías e ilusiones, acallando los gritos interiores hasta esos momentos irresolutos. Pero ha de hacerse silenciosa y honestamente sin tremendismos ni fatuos lirismos, con voz auténtica y sincera, porque a la postre lo que le interesa al poeta no es la poesía, que sí, sino la vida: entender la vida, su vida. En ese contexto ha de expresar al hombre antes que al literato o artista. Este punto es importante y de capital importancia, creo yo. Por tanto, al interesarnos la vida como algo que hay que lograr comprender, el arte se ha de concebir como algo vital, no como un producto enlatado de laboratorio donde se discriminan los contenidos suscitados por la intuición y el sentimiento. Enseguida, al leer, ver o escuchar, comprobamos quien llega con sus versos o sus obras de un sitio –de la vida- o del otro –del laboratorio… Yo personalmente me quedo con la emoción liberada del primero, puesto que el poeta –si retomamos la poesía- no debe emplear tanto los vocablos para evocarnos representaciones intelectuales y utilitarias, sino para trasmitirnos un estado de ánimo, de sentimientos.
Introspección, búsqueda de oscuros intereses de las subterráneas galerías interiores que hemos de libertar trasformados para la luz. Comprometernos con nosotros mismos en esa traslación de dentro a fuera, creación personalísima, para ir ganando en escritura u obra orgánica y sincera. Es una cuestión de tiempo, de sedimentación y de poda de la frondosidad arbórea de nuestros recuerdos. En este sentido, el escritor –u artista- es un asceta, un contemplativo, un virtuoso de la penitencia y del pensamiento con el fin de elevarse hacia la paz, ya que con frecuencia sufre de las iras del espíritu. Todo lo demás está subordinado a esta conquista. Hay que buscar al inasible, luchar para retenerlo y dar así razón a la existencia asegurándose la única posibilidad de pervivir, ya que se encuentra solo en torno al mundo y al poderoso silencio interior. Asume que hay que llamarlo a gritos, despertarlo, sacudirlo a golpe de cincel, pluma, pincel, o letras, desplegando voluntarioso las alas de sus anhelos.

PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Annabel Villar (Benidorm-Alicante/España)

Sinalefa


Viajando por tu cuerpo,
un poco antes del norte
recogimos la tarde en una aureola fugitiva.

Con los cuerpos trabados y sujetos,
confundidos y mezclados,
muriendo a cada instante
en los postigos de tus ojos.

Y después…
desmorirse lentamente en el añil aguacero
o sobre la escarcha del camino de regreso.

Tuyo y mío,
este enlace de las almas.
Tuya y mía,
la travesía al sur.

Tuyo,
este salto al vacío.
Mía,
la melancólica mirada.

Tuyos,
los ojos que miran a la lluvia.
Mías,
las vocales, las sílabas, las haches.

Nuestra,
la sinalefa efímera de los cuerpos.

Ojos de gato

El verde se adueña de tus pupilas castañas
si el deseo se apodera de tu cuerpo quieto.
Te entregas, te ofrendas a ti mismo en el altar
tan premiosamente enarbolado en nuestra cama.
Laxo y lento te abandonas, me dejas hacer
mientras gimes, entrecierras los ojos tramposos
y un aura de hierba ilumina tu cuerpo por dentro.

Y al transformarse en destello la luz marfileña,
a la hora incierta de las corduras minúsculas
como de las mayúsculas locuras felinas,
te repliegas lánguido hacia sensuales fulgores.
Calla, no hables, para no despertar al silencio.
Recorta las horas y suéltate la melena,
y estalla libremente con morosa premura.

Boceto

Amor amor jamás te apresaré
ya no sabré como eras.
Idea Vilariño


Me pregunto que haré con tu ausencia,
ahora que ya no te descubro
en la marisma de los días viejos.

Ahora que te has marchado
a tu archipiélago distante,
desnudo de besos y de versos.

Ni siquiera tú podrías decírmelo
o al menos inventarte una respuesta,
en el lapso frágil del segundo
en el que agoniza el tiempo.

Ya no me sirvo del reloj de arena,
ni recuerdo la fórmula para calcular
el preciso instante en que llegó el olvido
y nos trajo la metáfora continua
del cotidiano desencuentro.

Me pregunto que harás con mi ausencia
cuando el dolor de la serenidad
enfríe las ascuas de la incertidumbre
con la puñalada certera de su hielo.
Y cuando por fin tengamos las agallas
para dibujar un breve boceto
del enigmático itinerario hacia el adiós,
entonces sabremos que el momento ha llegado.

El vértigo de las horas

Ya no será ayer nunca más,
ni volverá nunca ese pasado día futuro
en el que era posible
la metamorfosis de la esperanza,
entre olor a castañas y coplas tendidas al sol.
Ya no será nunca más
Nunca más aquel inescrutable día pendiente
con todas sus páginas en blanco
augurando futuros predichos,
porvenires con todo por hacer
y tiempos venideros en lento devenir.

Ya no será nunca más lo que pudo ser
porque ahora los equinoccios abdican
en la prisa acuciante
de los días iguales a las noches.

Nunca más la juventud
y su ciclamen angustia femenina,
porque el tiempo se ha encargado de vaciar
los estantes esdrújulos de la melancolía.

Ya no será nunca más el solsticio de verano
con su interminable día
pendulando entre el alba y el crepúsculo,
con lentitud y sosiego apresurados,
con morosidad y urgencia,
como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Ahora todo es presente,
el vacío abduce el vértigo de las horas,
el abismo del aquí y ahora
se abre espeluznante y sin cerrojos
a la descalza dictadura del hoy
que le ha cerrado los párpados a lo verosímil.

Ahora es la hora de la paz de las arrugas,
del adentro y de las páginas en sombras,
la época de las copas de vino
rompiendo su rojo frente al fuego.

Es que por fin ha llegado la esquela
con la prevista hora imprevisible,
con la dadivosa limosna del presente griego.

Y ahora lo urgente es para siempre
porque el tiempo ya no espera por nadie.

Descubrimiento

"...está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra..."
Mario Benedetti


En un abrir y cerrar de ojos
el tiempo implacable se ha evaporado
como por arte de magia
y una buena / mala mañana
te despiertas mujer madura.

En el caldero de un aquelarre
has quemado tus pócimas
mientras desnudabas frente al espejo
tus arrugas y tus congojas.

En un abrir y cerrar de puertas
la historia se te ha escurrido entre los dedos,
el impertinente vendaval
se ha llevado algunos de los gajos
y casi todas las ramas de tu copa.
Has tenido que ser / sucesivamente
tu propia madre y tu propia hija,
has tenido que ser / alternativamente
tu ama de llaves y tu enfermera
y ahora eres / finalmente
la pobre amanuense a la que dictas
la tinta que lloran tus poemas.

Para ellas no son los terciopelos

Para ellas no son los terciopelos
ni los encajes ni las muselinas
sólo telas rústicas
sólo voces ásperas
sólo gestos duros

para ellas no son los libros
ni los pupitres ni las academias
sólo fregar
lavar
picar
cavar
sembrar y recolectar
soñar no está permitido

pero siempre hay algo peor

marginadas tras los velos
predicando en desiertos pedregosos
en su tercer mundo de campamentos
sin oasis
ni futuro
ni presente
viendo pasar la vida ante sus ojos
entrecerrados por el sol y la tristeza

pero siempre hay algo peor

marginadas bajo las túnicas
criando niños sin agua y con abrojos
en su patriarcal tercer mundo
de seca ignorancia selvática
viendo pasar la vida ante sus ojos
nublados por el sida y por la pena

pero siempre hay algo peor

marginadas tras los cristales
de los guetos de barrios rojos
en su cuarto mundo desigual e injusto
de nariz pegada a la ventana
viendo pasar la vida ante sus ojos
sin vivirla
de soslayo
de prestado

pero siempre hay algo peor

entre el nacer y el morir
sólo ilusorios puntos suspensivos

Ulises Varsovia (San Gall-Suiza)

Vigilia infructuosa


¿Y es que nunca más vendrá,
es que nunca más veremos
su muda figura omnipresente,
sus ojos veneros de luz
saciando la sed de la vida?

¿Es que se ha ido, tal vez, para siempre,
es que no es sólo un largo viaje,
una ausencia de uvas o castañas?

¿Es que su oceánica fuerza,
es que sus raíces vitalicias,
es que su humanidad de siglos...?

Madre indestructible,
recia encina de recias maderas
erguida en mitad de la prole a tientas,
intemporal matriz de existencias
forjadas a carencia e intemperie,

dinos que no, que no te has ido,
dinos que has hecho un largo, largo viaje,
que tu piel crepuscular arde todavía,
que volveré a mirar en tus ojos mi vida.

Dinos que ni edades ni cataclismos,
dinos que ni el frío ni el asedio,
que tu corazón imperturbables latidos,
que tu existencia más grande que la muerte.

Dinos que volverás, que no es cierto,
que no es cierto que bajo la tierra,
que no es cierto que nunca más, madre,
que nunca más el venero de tus ojos.

Erguidos en la infancia del otoño,
con el corazón húmedo de niebla,
todos los sentidos en el bullir de las uvas,
atisbando el regresar de las castañas,
desesperadamente espectantes.

Ramificación

En una sola oleada,
en una única crepitación
de pistilos ramificándose,
desplazando su incontenible
vorágine de lentos pasos,
profundamente verdes
sus hordas restitutivas
espesas de húmedos fermentos.

Ola tras ola su oleada
sobre las campiñas ávidas,
sobre las praderas calvas,
sobre collados y valles,
trepando las altas montañas
su rumoreo de ínfimas vidas
dotando de vida a la tierra.

Al amanecer estaréis allí,
airosas frente a mi ventana,
y poblaréis los perales de albos
racimos de nieve vegetal,
los manzanos de leve rubor,
las magnolias de magna eclosión.

Insúmase ahora mi vida
en tu polen fructificante,
llénese de polvo diasporal
mi ramaje de luz dormida,
y puébleme yo también
de corales iridiscentes
en el climax de la floración.

Caigan las hojas

Ya las hojas caigan, corazón,
ya mi vida se llene de herrumbre
vegetal, en tránsito hacia el polvo,
y sople la muerte su desolación
arrancando a las vestes arbóreas
de su tibio hogar, en la enramada,

ya por las calles las vagabundas
yazgan, yerren y palidezcan,
enfermas de una extrema orfandad
en los extramuros de septiembre,

ya lleguen a mí, agonizantes,
y pidan asilo en mi corazón,
mientras yo mismo bajo los castaños
enfermo de ya no encontrarla jamás.

En ti morir

Morir en tus alas abiertas,
dormirme para siempre
oyendo tu zumbido
de misterioso insecto,
misteriosa poesía.

Caer desde la conciencia
a un sueño de vírgenes
extraviadas en el bosque,
a un sueño de doncellas
gravitando en la niebla
de perdidas cosas.

Mi hogar tu nido incierto,
tu guarida en el sopor
de setas destiladas,
de fresas silvestres
transitando por deposiciones,
por translaciones cruzando
el color de la hoguera, rubicundas de mineral asedio.

En ti morir sabiendo
que nunca lo sabremos,
que el tiempo una categoría
de aguas inescrutables,
y al fondo de la memoria
tus propios ojos gastados,
tus ojos de color ceniza.

En ti morir sacudido
de ráfagas estelares,
de misteriosa luz astral
pulsando la obscuridad
de mi anónimo instrumento.

Morir en tus alas libres,
morir en tu raudo vuelo
de sueños y translaciones,
de setas multiplicando
su prófuga aparición,
alimentando vírgenes.

Espesura

En algún lugar recóndito
de la memoria,
oculta en el entrevero
del populoso follaje
de tanto azar y vicisitudes,
de tanto rostro desdibujado
clamoreando por su identidad,
pujando por subir a la luz…

Allí su voz, su mano tendida,
allí su figura, en el entresueño,
y sus rasgos de doncella azul
penetrando en la ensoñación
de la difusa adolescencia.

Tal vez asomó del sueño, desnuda,
tal vez emergió de la mar undosa,
cuando iba mi vida temprana
límpida como la página
de un cuaderno nunca borroneado,
de un varón recién iniciándose
por entre zarzas y camuflajes.

Ella repentina aparición
del agua en la sed tremebunda,
imagen acaso aparecida
del pudor de la leche materna,
o del estupor del novicio,
irresoluto ante tantos labios
en las noches de súbita erupción.

Allí sumergida, allí oculta,
allí irresolublemente perdida
en el denso follaje de astros
borrosos en la espesura del agua,
en la espesura de la niebla,
en la espesura del tiempo en vendaval.


PÁGINA 29 – CUENTO

Crónicas prohibidas


Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

Ella se fue desnudando con la lentitud del pecado. Era ese caer de prendas. Era ese no volver de muselinas. En el contorno del aire, se dibujaba la silueta del calor porque era verano en aquellas tierras donde las miradas poseían la costumbre de perderse. Tierras que llegaban del mar al monte, sin permitir la piedad de las fronteras. La estación de los frutos se batía a duelo con los muros y las formas. Todo, en percutiente asonancia de moscardones contra los vidrios; en aséptica presencia de mimbres en el salón.
El dormitorio de la mujer abría y cerraba su abanico de oscuridades forzadas en plena siesta cuando se trataba de descansar. No era correcto que la fatiga impidiera que las señoras visitaran las iglesias o los sitios de esparcimiento donde se mostraban, entre otras cosas, las novedades traídas de España. Se escuchaban, no tan lejos, los golpes breves del martillito de los plateros, formando, a puro repique, vasijas de metales nobles. Los artesanos, ocultos por la sombra fresca de la galería del convento, hablaban poco y golpeaban con un ritmo suavemente violento, como una oración. Ella los oía. Pero el hombre que tenía delante parecía ausente a estos ruidos. Él, se limitaba a reclinar sus ojos sobre ella, sobre su piel oscura de española joven, tan reconocida en esa ciudad como la flor que trajeron los barcos.
Era oriunda de Sevilla pero el acento de sus palabras se había diluido detrás de muchas siestas, en los brazos de muchos hombres. Aún conservaba el gusto por los colores rojos y por esa música que se atrevía a tocar ni bien el mal sabor de la nostalgia le jugaba una mala pasada. Su padre la había dejado en esa tierra porque contrabandeaba plata y reemplazó a su hija por unas cuantas piezas para la reina, sin dejar de prometer el regreso en su busca. Su madre la lloró al despedirla en la playa. Ahora, a aquellas alturas de su abandono, de esos dos seres subiendo en el barco quedaba una imagen perdida como las gaviotas.
El hombre, sentado en el sillón bordado con crin de caballo, cargaba con el peso de unos ojos vidriosos. Era joven. Quizás, si la costumbre del baño hubiera calado hondo en la cotidianeidad de sus placeres, habría olido mejor. Le habían dicho que era conde, que solía llevar una espada hecha con el mejor acero de Toledo, y que su trabajo consistía en buscar esclavos indios para las cortes europeas. Algunos lo llamaban "el turco". Otros, se tiraban a sus pies, buscando limpiar el suelo que pisaba.
Se habían visto esa mañana en el mercado. Ella iba con su esclava a comprar lo necesario para la fiesta que daría la noche después. Detrás de los duraznos y de los membrillos frescos y pintones, la figura bizarra de aquél hombre ocupó toda la inmediatez de su mirada.
Albergados por la soledad de la alcoba tan llena de olores vencidos, ellos asistían a una ceremonia de seducción y abandono lo mismo que los pájaros. Ese país del calor era propicio para los encuentros que no podían demorarse. Las casas bajas, los barcos irrumpiendo cada día como un aguacero en el puerto, las tierras y los hombres que cultivaban lo que fuera para satisfacer a los españoles, eran algunos de los acontecimientos que conformaban el rutinario panorama del lugar. Pero además existían las mujeres de la vida. Algunas, ricas muchachas de frente sedienta y mirada rebuscadora de brocatos y manos fuertes, se entregaban por la posición que daban los blasones y las espadas, los terciopelos y la estatura del mando.
Algunas se lo describieron golpeando mujeres. Hubo una mulata con la mejilla abierta y una criadita de quince años con el himen partido y la espalda surcada por los latigazos. Por otra parte ese era su oficio. A un hombre acostumbrado a tratar con indios rebeldes, era lógico que los golpes le brotaran de las manos como los frutos de un limonero. No debía sentirse sorprendida. ¿O acaso ella no había recibido comentarios de sus sirvientes, cuando comenzó a fijarse en el turco, respecto a las cacerías de indios para comerciar, o a la llegada de los barcos negreros en cuyos vientres, aterrados como animales, se congregaban seres de piel negra, amontonándose contra la madera podrida, contra los excrementos, contra la voz maloliente del guardia que los llamaba igual que a corderos?. Claro que lo sabía. Había oído hablar también del látigo hilando atrevidos diseños en cada espalda como en un telar siempre nuevo para ser tatuado. El turco tenía olor a viejo en el cuello y a bebida con gusto fuerte. Tenía también los brazos firmes al apretar y los dedos dispuestos a buscar debajo de las enaguas.
Ellos dos. Un rumor de paños que se codician. Una piel y los ojos de vidrio. El aceite en las lámparas y los murmullos que se amontonan detrás de alguna pared. En tanto, su boca intuía que los besos serían de cera y que las manos, aferradas a otro cuerpo, no podrían contener la inmensidad de aquella tarea corrosiva de ser una mujer permeable a las cuestiones del amor. Las prendas caídas emanaban un olor a perfumes caros, a ceremonia maldecida por muchos.
A veces, por aquellas tierras donde el sol pega de pronto como una mordida, la esclavitud era otra forma de hablar de libertades. Nadie era libre después de todo. Ella, sin ir más lejos, se sometía a aquellos amores de feria como a una última esperanza.
Cuando el velo cayó sobre la cama, el látigo de cuerdas emitió un chasquido quebrado, de algo que golpea suavemente el torso de las cosas. El hombre, de pie frente a ella, dibujó una sonrisa seca entre las mejillas de su cara. Las enaguas dispersas en el lecho simulaban las cuentas de un collar, conservando un silencio manso.
Para ella, fue verlo atroz, con los puños cerrados en torno al látigo. Fue casi lo mismo que probar, en ese mismo instante en el que se olvidan los miedos y las lujurias pasan a ser un pliegue en el pliegue de la realidad, que el turco ya no era el turco sino un escalón que seguir hasta donde concluye la esclavitud misma de perseguir esa forma tan vulnerable de la riqueza.
La masa de cabellos negros, sostenida intrépidamente por un alfiler de hueso, se insinuó en la semioscuridad del cuarto. El turco veía los cabellos de la española y hasta parecía que los espíritus, que por esas horas moraban la siesta, surgían de las paredes ante sus parpadeos.
El látigo inició su litigio con la carne de la mujer. Algo similar al rencor se suspendió de los cordeles del cortinado inaugurando un vacío de gemidos y gritos de hombre. El turco abría una manera nueva de muerte en eso de esperar al amor a golpes de cuero sobre carnes oscuras. O de otras que habían terminado sus días en la cama del negrero. Muchos hijos de éste recorrían las playas de esas tierras. Como una casta sin nombre, como un adefesio de honra, pasaban cada día sin que la española lo supiera, frente a la ventana de su casa y hasta puede que la hubieran saludado.
La mujer recibió los golpes con cierta fiereza en el mentón y cierto ahínco en la forma de poner los brazos en cruz sobre las colchas. Los recibió sin asustarse demasiado porque había algo en los ojos del turco que le hacían tener confianza. A pesar de los latigazos que sonaban iracundos en las dimensiones soporíferas del cuarto, ella notaba en él la seguridad que le faltaba. Que podía confiar su cuerpo a los deseos del turco sin que corriera ningún peligro. Esas manos golpeadoras la defenderían contra los otros, tal vez porque ellas querían guardarse el privilegio de ser las únicas implicadas en la tarea de lastimar el cuerpo de la española.
Un hilo de sangre brotó de los encajes que aún no se habían distanciado de ella. Su espalda, sus brazos y sus hombros, serían un camino de estrías ensangrentadas. Pero eso no le importó a la mujer. Le pareció más propio de atención el pensamiento que le dedicó a su padre. Lo vio delante de ella, despidiéndose en el barco, con las manos levantadas y los dedos jugueteando en el aire, animándola a quedarse. Lo vio tan de ella entre los golpes y los gemidos, frente a todos los improperios que le dedicara al verse sola en ese Perú donde el fuego no deja de ajustar su cuerda alrededor de la gente. Su padre, para siempre irreparable, tocado sólo por su memoria y por algún accidentado rencor de los que le conocieron otras traiciones. Prohibido a pesar del dolor. Hermoso a pesar de la lejanía.
El chirrido de la cama contra la pared le sonaba dentro de la cabeza como un garrote. El turco, desnudo igual que ella, extendía el cuerpo entre sus piernas y suspiraba con los labios morados y la lengua entre los dientes. Empujaba. Irrumpía en ella con el mismo tesón y la misma rabia con que la había castigado antes.
Los cabellos, sostenidos por el alfiler, se desprendían del sujetador y enarbolaban toda su victoria entre las manos ya agresivas del negrero. Este decía algo sobre su silueta de bruja inocente, de diablo traído de España. Y no era su padre pero tenía los ojos igualmente verdes, igualmente pacíficos y cobardes. Lo vio subir y bajar sobre ella en un balanceo que hacia crujir los miembros y el perfil de los frascos sobre la mesa de noche. Ese era el ritmo. Subir y bajar. Arriba y abajo en un sinfín de agitaciones, de roces, de sabores agrios y dulces desprendiéndose de la piel y de las sábanas.
Y la española pensó que a ese hombre ya no se le conocía el hechizo, la dulzura posible, el furor escondido que le vio en el mercado o en la calle del paseo. Ahora era una barba raspándole el cuello seguida de intrépidas salivaciones formando lazadas en la humedad de sus axilas. Pensó también en aquella cercanía con su padre. En los parecidos, en el odio aglutinándose durante muchos veranos adentro del pecho hasta quitar el aire. Ese odio vestido con ropas de viaje, con casacas de partida sin retorno.
Sacó la pieza de hueso. Como quien toma unas tijeras y corta las hebras de un bordado, ella desechó la última dulce posibilidad de sufrimiento. Aguardó una nueva agitación del turco, un próximo jadeo, quizás un hilo de saliva rodando por su hombro.
Al ir empujando el alfiler hubo una convulsión, un echarse hacia atrás sin medir la caída. Había muerto. Mientras la española lo apartaba de ella con la fuerza minúscula de sus brazos y de sus piernas pensó que los golpes, ese acicate ferozmente tierno, no volverían. Su padre se había llevado con él, otra vez, ese sufrimiento gozoso de posesión y abandono, de amor y batallada censura.
Cuentan los cronistas que después de varias noches sin encontrarla, la vieron caminando cerca de la casa de los mineros. Vestía las ropas del turco. La armadura lustrosa, el casco sobre el cabello abierto en la mitad, cayendo en bucles a los costados del rostro. En la mano derecha, el látigo trenzado chasqueaba sobre las piedras del camino, quitándoles diminutas chispas blancas con cada golpe.
También quedó escrito en los libros que sobrevivieron a la destrucción de las guerras y al enmudecimiento de las revisiones posteriores, que repetía el nombre de su padre y que se adjudicaba su muerte.
Hubo controversias respecto al deceso de la española. Según los cronistas, murió loca, recluida en las mazmorras de la catedral de Lima, alimentándose con insectos y con trozos de su propia piel que mordía en los arrebatos de furia. Muchos testimonios posteriores refutan este final. Prefieren trocarlo por uno menos ingrato a las lecturas. Dicen que se suicidó arrojándose bajo las ruedas de un carruaje, que no sufrió demasiado, y que su cuello se quebró como un junco en la tormenta.-



PÁGINA 30 - ENSAYO

Poetas malditos, lucidez y rebelión


Por Pedro Arturo Estrada Z. ( Medellín-Antioquía/Colombia)

Y ya es bastante para el poeta ser la mala conciencia de su tiempo
Saint John Perse


Desde el comienzo la poesía expresó la visión más profunda y completa de la realidad vivida por el hombre a través de símbolos, signos, imágenes, alusiones y metáforas. Hizo parte de las grandes ceremonias religiosas, de los rituales mágicos, de los oráculos. Estuvo ligada desde entonces con lo sagrado. No por casualidad las grandes mitologías de la humanidad se han transmitido a través de la poesía: Los Vedas, la Biblia, El libro de los Muertos, la Teogonía, la Ilíada, la Odisea, El Popol Vuh. Y no por azar la novela moderna, esencialmente, termina por escalar el aire mismo de la más alta y viva poesía de nuestra época: Ulyses, En busca del Tiempo Perdido, El Cuarteto de Alejandría, etc., nuevas épicas del hombre, sus mitos, su metafísica del vivir desde el abismo de su yo al abismo cósmico.
Sin embargo, no siempre la poesía mantuvo esa condición. Muy a pesar suyo, se vio reducida por causas históricas diversas a servir, en muchas ocasiones, como medio para conseguir ciertos fines utilitaristas: la ideología política, moralista o religiosa, el sentimentalismo, el didactismo, el divertimento superficial, etc. De este modo, a lo largo de la historia, muchos poetas sólo fueron versificadores al servicio de la sociedad de las letras como institución social, sometidos a la normatividad general de las costumbres imperantes y el aplauso condescendiente de los dómines o de la plebe domesticada y empobrecida intelectualmente. La poesía perdió así su misterio, su profundidad, su alcance y su proyección mágica y espiritual originales. Sólo se preservó legítimamente dentro de aquella tradición esotérica que durante siglos estuvo a resguardo y que hacia finales de la edad media y principio del renacimiento reafloró en pensadores, magos, científicos y poetas como Meister Eckhart, Paracelso, Nicolás de Cusa, Giordano Bruno o Jakob Böehme, quienes volvieron a hablar de las grandes entrevisiones místicas y de la naturaleza como un todo del cual el hombre es una pequeña parte. Luego, poetas y filósofos posteriores, mediando el siglo XVII y promediando el XVIII, se atrevieron a escribir directamente sus visiones: Milton, Swedenborg, Pascal, Blake, en lenguajes que sobrepasaron la línea establecida por la costumbre. Fueron ellos, entre otros, los que asumieron de nuevo la poesía como experiencia sagrada más allá de esa instrumentalización con que se la había desnaturalizado. A partir de ahí, cruzando las fronteras del racionalismo en boga, como reacción profunda y regreso a las fuentes olvidadas, apareció el romanticismo en Inglaterra y Alemania en su mejor manifestación. La poesía de Byron, Keats, Shelley, Coleridge, Jean Paul, Hölderlin, Novalis, tomó por fin otra vez el camino perdido, por así decirlo, y reasumió su naturaleza auténtica. Para estos poetas la poesía se reveló como realidad absoluta, como experiencia transfiguradora del ser, como revelación y vínculo con la armonía universal: “Todo auténtico poeta es un vidente o un visionario: cada poema, cada verdadera obra de arte es el monumento de una visión. La poesía es profecía, visión extática del pasado, del porvenir, de la totalidad.”( Albert Beguin, El alma romántica y el sueño, pág. 234) ( 1 )
Después del romanticismo aparecen propiamente los llamados poetas malditos aunque a decir verdad, siempre los hubo. Pero la conciencia del poeta como rebelde, como exiliado, como excluido, contraventor, impugnador y transgresor de su sociedad y de la sociedad literaria misma, sólo se revela hacia mediados del siglo XlX. Son ellos los primeros en manifestar explícitamente cierto malestar, cierta inconformidad no sólo ante las leyes generales de la existencia humana y de la realidad sino frente a la sociedad de ese momento, sociedad burguesa y altanera que domina el mundo y no se detiene en su afán expansionista, su delirio materialista y progresista mientras suscribe exteriormente las doctrinas más hipócritas, falsamente moralistas y humanitarias. Tal clima de decadencia espiritual, de hipocresía moral, de injusticia social, de miseria y asfixia es entonces altivamente denunciado y puesto a la luz de la poesía por hombres como Charles Baudelaire, Lautréamont, Verlaine, Rimbaud, Corbiere, Laforgue y Mallarmé, (aparte de los novelistas y pensadores que en ese momento registraron por igual ese vértigo, ese spleen, ese clima de decepción y en general, esa conciencia desencantada y trágica de la época) verdaderos poetas del partido del diablo, como lo había definido Blake, para quienes la poesía fue la asunción de un destino, un fatum de lucidez y rebelión que los arrojaría de cabeza al abismo, a la locura, a la soledad última de las tinieblas exteriores.
Apunta Stéphane Michaud, en su ensayo La palabra arriesgada, a propósito de esta toma de conciencia de la poesía como rebelión, como revolución interior operada a partir del siglo XVIII en poetas que por fin comprendieron y asumieron la verdadera naturaleza de su arte: “La naturaleza tempestuosa de la poesía, productora de acontecimientos, de desmoronamientos o de cataclismos, tiene que ver con su dignidad. Mucho antes que Baudelaire y Antonín Artaud, Holderlin declara la guerra a la acepción trivial y desacreditada de la poesía, que hace de ella una vulgar diversión. ” (2)
Hacia 1884, Paul Verlaine publica su famosa antología Les poetes maudites, que en el París de ese momento suscitó el escándalo entre los diferentes círculos literarios en momentos en que el Parnasianismo intentaba recobrar las antiguas formas y temas clásicos; pero fue el Simbolismo la gran corriente que contrarrestó esa tentativa abriendo las compuertas por las cuales irrumpió el espíritu de la rebelión definitiva, compuertas que los románticos alemanes, sobre todo, habían entreabierto desde Hölderlin y Novalis. La poesía pareció entonces retomar su antiguo rumbo, reemprender su vuelo, su ascendiente mayor.

2

Pero ¿qué puede ahora entenderse como “poesía maldita”? Tal vez aquella que expresa fundamentalmente la conciencia trágica del hombre “caído” en la temporalidad, exiliado de su naturaleza original, extraviado en un mundo fragmentado, ajeno ya al universo armónico en el que fue creado. Como nos lo recuerda magistralmente Eduardo Ascuy en su libro El Ocultismo y la Creación poética”: “En lo profundo de su sique, el hombre guarda un sentimiento ahistórico, la huella de una existencia más completa, más rica, de una época en la que participó de la condición paradisíaca del hombre perfecto.”(3) Estado de gracia que se pierde después cuando el hombre adquiere sólo un dominio racionalista del mundo en detrimento de sus facultades originales: “Esa situación primordial tuvo lugar in illo tempore, en el gran tiempo de los orígenes, en una Edad de Oro “absolutamente mítica” (...) “Sin embargo, un profundo trastrocamiento alteró ese régimen existencial. El hombre experimentó una modificación cualitativa en el interior de su ser y fue proyectado al cauce de la temporalidad. La caída significó una “ruptura”esencial en la condición humana. Sus consecuencias fueron el sufrimiento, la sexualidad(...) y la muerte (...) A partir de entonces, limitado en su percepción y en sus poderes, segregado del seno generoso de la naturaleza, añora su antigua condición edénica. El recuerdo del Paraíso, impreso aún en las estructuras síquicas que preceden a nuestra siquis individual, es decir en lo que Jung denomina inconsciente colectivo, supervive degradado en imágenes y símbolos.” (4)

Los pueblos primitivos tenían una profunda manera de conocer y relacionarse con su entorno y con el universo, basada no en la racionalidad como la concebimos hoy, sino en la mente natural, en la intuición , la imaginación, la llamada ahora “inteligencia emocional”, es decir, una forma de conocimiento integral, holística, plena de sensibilidad directa y comprensión analógica. En tal sentido la poesía “maldita” trató de restablecer ese vínculo roto con nuestro ser, con nuestra capacidad de visión e imaginación más íntima, incorporándonos al mismo tiempo a la infinitud y el misterio de la naturaleza, la vida, el cosmos, buscando reconciliarnos con nuestro origen y condición sagrados. Algo que empieza a verse ya más claro desde el punto de vista “científico” incluso. Las nuevas concepciones de la física cuántica así lo corroboran.
Como reflejo del desequilibrio del mundo que le corresponde vivir el “poeta maldito” asume el desorden individual tanto como la enfermedad, la insania de su época. No puede hacer otra cosa. El es como un sensor, un espejo que registra el orden o la desarmonía que le rodean. Es el sismógrafo que muestra el grado de perturbación y violencia que sacude su entorno. Por tanto, es el testigo y el protagonista de un drama que se sucede todos los días afuera y también dentro de sí. El poeta “maldito” no se queda cargando, sin embargo, con ese peso muerto: logra descomponerlo, asimilarlo y transformarlo por medio de una especie de operación alquímica que es el poema, o la obra de arte en el artista-poeta, hasta alcanzar la catarsis de la cual habló Aristóteles en su Poética, y llegar luego a la ascésis reconciliadora con la totalidad, con su propio ser “religado” al universo.

3

Existen dos grandes “corrientes”, aparentemente contrapuestas de la poesía en nuestra época:
a) La subjetiva, simbólica, visionaria, “hermética”, idealista, platónica.
b) La objetiva, concreta, descriptiva, abierta, exotérica, aristotélica.
De ellas, el siglo XX ensayó todas las formas aparentemente posibles: Surrealismo, Imaginismo, Poesía Concreta, Realismo Socialista, Poesía Conversacional, Antipoesía, Neobarroquismo, Experimentalismo, Poesía Sonora, Performance, etc. En lo esencial esta dicotomía se disuelve fácilmente. Toda gran poesía es al mismo tiempo subjetiva y objetiva, concreta y metafísica, “hermética” y abierta, esotérica y exotérica, platónica y aristotélica a la vez.
Mas la poesía no puede convertirse en cambio, en instrumento de manipulación ideológica o religiosa y mucho menos, reducirse a cumplir con una tarea o función secundaria como es el entretenimiento social o individual. No puede ser tomada como forma de evasión o como sucedáneo decorativo. Por el contrario, la auténtica poesía despierta, mantiene abiertas, como lo afirmó William Blake, “las puertas de la percepción” de los distintos planos de la realidad, porque ella misma es el poder de la imaginación libre de los lastres propios del accidentado vivir cotidiano y del peso de la tradición retoricista, academizante. La poesía, por tanto, es expresión de las fuerzas primarias de la vida, de la energía creadora preternatural, cósmica, a través de un conjunto de signos y símbolos que, finalmente, el poeta acoge y retransmite a otros con el propósito de suscitar el fenómeno de sensibilidad emotiva, choque síquico, espiritual, de visión, de revelación, iluminación, asombro, desconcierto, exaltación, vértigo o plenitud armónica que él mismo ha experimentado, con lo cual se realiza, se completa la experiencia poética propiamente dicha más allá del tiempo, los espacios, los límites del pensamiento o la realidad inmediata. Por ello, además, la poesía se vuelve “peligrosa” para todo orden convenido, todo poder opresor y estupidizante, es decir, para todos aquellos que buscan mantener el control, el principio de dominación y domesticación sobre las fuerzas sagradas de la vida como fluido incesante de la energía universal. Ello explica en parte su malditismo. Así lo han visto algunos poetas importantes de nuestro tiempo: “La gente no se acerca a la poesía porque le tiene miedo. Porque es un lenguaje sin concesiones que de pronto nos desnuda de las convenciones y estupideces y nos pone de cara al abismo” (...) La poesía siempre es peligrosa, no solo para el lector, es peligrosa e incómoda para el poder. El sistema no es su lugar. Su lugar es lo abierto, la disponibilidad, la libertad.” (Roberto Juarroz ) (5)
De manera que han sido en realidad muy pocos los poetas a la luz de esta concepción, pues el poeta “maldito” fue siempre el “poseído por la verdad ”, como lo escribió Robert Graves. Poetas como Trakl, Artaud, Bretón, Yeats, Pessoa, Daumal, Michaux, Celan, Paz, Eunice Odio, Pizarnik, entre otros, en nuestra época todavía encarnaron este ideal fáustico que hace que el “poeta maldito” nos hable de su infierno, de sus terrores, de su malestar, de su extravío para subrayar con ello la pérdida de un estado de gracia original, de una inocencia y una armonía primordiales, gracia, inocencia y armonía que a la postre, buscará siempre recuperar.
En el siglo XX el concepto de “poeta maldito” se extiende al del artista de vanguardia en general, irreverente, irónico, ácido, inconforme, anticonvencional, crítico del orden establecido y las leyes domesticadoras de todo pensamiento libre, de toda manifestación perturbadora. No obstante, el poeta “postmoderno” ha perdido un poco su aureola malditista: es ahora menos enfático, más desencantado, dijéramos, más humilde ante su propio arte al que ve ya como un medio modesto de expresión personal, desprovisto de aquel sentido mesiánico y taumatúrgico. Vivimos una época profundamente escéptica, desenfadada y abandonada a su propia incredulidad. El espíritu del poeta “maldito” ha sido incorporado hoy al vasto museo de nuestras nostalgias y curiosidades excitantes sin que parezca por lo menos, servirnos de acicate para reemprender una nueva cruzada por la fe, una nueva fe en nuestro ser en el todo y el todo en nuestro ser.

Notas:
1. BEGUIN, Albert. El alma romántica y el sueño. Fondo de Cultura Económica, México. 1986. 568 págs.
2. MICHAUD, Stéphane . La palabra arriesgada: la aventura de la poesía moderna. Compendio de literatura comparada dirigido por
Pierre Brunel e Yves Chevrel. Siglo XXI Editores, 1994, págs 306, 307.
3. ASCUY, Eduardo. El ocultismo y la creación poética. (Apartes) Revista FUEGOS Nro 5. Medellín, 2002. Págs 6,7.
4. Ibidem
5. JUARROZ, Roberto. Entrevista. (Apartes).


PÁGINA 31 – CUENTO

Ala de ángel


Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe/Argentina)

Asintió: en efecto, consideraba interesante la propuesta de pasar la noche con él en esa torre de la vieja sacristía -suspendida de sus viejas funciones salvacionales y reducida a gabinete de estudio-; pero merodeó alrededor del fragmento de la invitación "acostarnos juntos" y lo eludió, pese a su necesariedad; adujo que la experiencia de un idioma tan diferente como el que él manejaba, la seducía; (-¿Cuál idioma?), señaló por la ventana la invasión de garzas, a las que atraía el agua de las inundaciones, nunca hubo semejante plumerío blanco por el sitio; le describió lo insólito del fenómeno como suponiendo que él desconocía las claves del paraje y pronto, quizá mañana mismo, seguiría camino a algún cuadrante remoto no sólo en cuanto a distancia en el espacio; le dijo que le interesaba amanecer entre tanto libro pese a lo que se comentaba de él, (-¿Sí? ¿qué rumorean de mí?) las versiones discrepaban pero todas eran malas, especulaciones que la gente teje alrededor de las sectas secretas aunque nadie se atreviera -todavía- a afirmar que él pertenecía a una, rumores de afición y alianzas abominables (-Ah, eso...los límites; la frontera) ¿Cuál frontera? Ella no creía en una divisoria que separase este acá de otro allá, más bien donde se terminaba este acá había sólo horror, es decir, vacío.
¿Logra con la mente alumbrar ánimas? arremetió de nuevo, (-¿Usted qué cree?) no sabía, todo ese hirviente universo invisible no pasaba de patraña o alucinación, (-¿Y este universo?), es una discusión agotada. Pero el hombre aglomeraba en sí una conjunción irresistible, moreno, y cautivador, quizá por su oficio (-¿Mi oficio? ¿Acaso piensa que ando por aquí tras incautos a quien chuparles sangre?) "él no toma iniciativas, se deja hacer", bisbiseaban las mujeres, "cuando lo abandonás no te queda una hilacha de inocencia"; a qué se dedica usted, entonces; él examinó las manos de ella y las dio vuelta, pero no leyó el mapa de las líneas sino que deslizó su índice sobre la carne, haciéndole percibir algo más profundo que la piel (-Mi oficio... simple bibliotecario) ¿arrebata la voluntad ajena y domina sus cuerpos hasta hacerlos caminar boca abajo por los cielorrasos? ambos rieron, él acomodó un par de copitas, ¿cuál frontera? indagó viéndolo acercar el frasco que contenía una bebida celeste, luego de titubear delante de otro violeta (-¿Se atreve?) le tendía una copita, él que sí sabía colocarse en alguna frontera, se lo habían secreteado. ¿Qué me ocurrirá si trago ese brebaje? pensó y escrutó el líquido color cielo, ojalá me pase algo, ojalá viera el ala de un ángel dijo; él chasqueó la lengua y llenó su pequeño cáliz con el jarabe celeste ¿a usted no lo limita el esqueleto de lo circundante? (-Beba) es demasiado dulce replicó, deseando que algo ocurriese, que detrás de la mesa, de los altos estantes repletos de libros apareciese otro perfil de las cosas, los perfiles fantasmas de los objetos, la locura de los objetos, ¿qué es esto? paladeó con la punta de la lengua (-Un elixir mágico) el bibliotecario rió, pero levemente, sin descorrer la punta de lo que podía haber debajo de él como si retaceara develarse, ¿cuál frontera? reiteró y contempló fijamente los revoloteos de las garzas sobre el agua, si es que había algo por debajo, otra sombra, (-Corina, usted pretende demasiado) debajo de él estaba él pero también otro, no el bibliotecario atildado, otro, el hombre que hacía resonar por su boca voces locas que hablaban idiomas extranjeros, ininteligibles, los que sin embargo se entendían de cabo a rabo, porque era el idioma que las sirenas hacen comprensibles a todos, para atraparnos a todas, insistían las bocas femeninas, o, decían: el hombre hace hablar a los recuerdos, aquéllos de cuando una..., lo han visto, fundamento de la secta a la que pertenece, se sabe, el hombre es un vicioso, decían, un vicioso, (-Cuénteme del ángel que desea conocer) él abandonó la copita vacía al lado del frasco que contenía el jarabe de un celeste imposible, sólo un ala, emergiendo del aire, voluminosa, rasante, huesuda, (¿-Con plumas?) el hombre sacó un volumen premeditado del estante transversal, -casi transparentes; si no, una no sabe a ciencia cierta que corresponde a un ángel (¿-Usted ve el ala?) meneó la cabeza, ni en mil años revolotearía ante sus ojos parte alguna de una criatura celestial ... observó las láminas que él mostraba en el libro, fotografías de ángeles, uno cargaba largas varillas plateadas en su espalda, pero delataban demasiado su origen de dibujo. ¿Qué frontera? insistió por tercera vez, él abrió la ventana y salió caminando, limpiamente, por el aire. Desapareció en la leche negra de la llanura. Corina se asomó, urgida, pero a su lado el bibliotecario le pellizcó el brazo (-Vamos... sosiéguese); afuera se movieron las garzas como espectros de la luz ida, trajinando sobre el agua; sintió que él la tomaba del cuello, -¿dónde estaba? (-¿Usted o yo?) -yo no estoy loca- objetó puesta en el filo, ahí donde comenzaba el desorden; él agitó la cabeza y los dedos, le rozó la vena de la garganta, sosteniéndola de este lado, quizá, diciéndole sobre la boca: acarícieme.

PÁGINA 32 – ENSAYO

El gusto por el entusiasmo estético


Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)

El mercado estetizado ha procedido a superar las distancias entre público y arte masivo. No permite el distanciamiento crítico ni las rupturas originales; no está en su lógica imponer barreras entre el público consumidor y sus productos ofertados. El “gran arte” moderno se encuentra así en una situación nueva: se ha convertido en sucedáneo de lo económico global. De esta identificación entre la multiplicidad de los gustos con los productos consumibles nace el entusiasmo estético.
La superación de la distancia entre el sujeto y el objeto presentado desemboca en lo sublime estetizado, donde la conciencia de pertenencia y de identidad con los productos en oferta logran convertir al Ser en “querer hacer” un Ser de éxito. Los poderosos y famosos se muestran como algo supremo e ideal, con los cuales el sujeto receptor debe identificarse. Deseo posible en tanto virtualidad iconosférica, caso perdido en tanto realidad concreta. Lo inefable de los famosos procesa un gusto lleno de entusiasmo sublime, fuerza y voluntad para superar la pequeñez cotidiana a través de la monumentalidad del hombre de éxito. Pero para tal fin, debe obedecer al establecimiento, consagrarse a sus leyes, rendirle pleitesía a sus exigencias. En últimas, convertirse en colaborador y conciliador con el sistema de reglamentaciones, de lo contrario este Tántalo posmoderno fracasaría como ciudadano consumidor. Su individualidad autónoma se pierde en el entusiasmo estético que lo homogeniza. La gran masa lo desaparece como sujeto y, aunque él sienta que está ejerciendo su libertad, en realidad existe un aplastamiento de la subjetividad crítica por parte de la euforia entusiasta por un gusto globalitario.
El entusiasmo estético se beneficia de la multitud de deseos que aspiran a alcanzar la gran totalidad del éxito y la fama. Allí las estrategias publicitarias transforman al hombre moderno, que se consideraba amo del universo, en un Yo intimista que se cree dueño de sí mismo. Esto es lo sublime del mercado estetizado. Máscaras y simulación; realidades capitalistas ensoñadas pero no alcanzadas; disparos de una imaginación entusiasmada por posar en la pasarela del mundo-vitrina la apariencia de ser y gozar por un momento lo inefable logrado por pocos pero consumido por todos. He aquí la iconografía del gusto por el entusiasmo de lo masivo. Como espectadores proyectamos el deseo de realizarnos en ricos y famosos, vivir en aquellos ambientes light, procurar alcanzar la felicidad en una proyección más interesante que la cotidianidad en la que vivimos. Proyección de un deseo posindustrial: ser tele-turista, tele-top models; todos pueden emprender su viaje virtual. El éxtasis y la euforia en línea por consumir con eficacia los productos ofertados, lleva a los ciudadanos a una permanente pulsión casi esquizofrénica que alimenta su individualización, excluyendo al otro como sujeto activo. El gusto por el entusiasmo no sólo des-realiza al yo sino a la otredad; ésta se convierte, o bien en medio, o bien en obstáculo para el logro de un fin aterrador: la felicidad simulada en la llenura y la indigestión mediática. Éxtasis, fascinación, entusiasmo colectivo que destierra y margina a los sujetos que no marchen hacia una misma dirección. El Otro es desconectado por ser un extraño extraviado, un “inauténtico” que no cumple con las lógicas totalitarias del mercado. Se procede a formular una ilusión de libertad individualista que en realidad es un confinamiento de la libertad ética personal. El juicio de gusto queda encarcelado en los estallidos de una sociedad de sordos entre sí. A toda sensibilidad se le impone el reto de aparentar ser diferente y de asimilar una identificación con el ilusionismo global del capitalismo y con una aparente libertad para escoger entre la gran variedad y cantidad de productos materiales y simbólicos. Diferencia como fetiche, identidad como orden e imposición.
El gusto por el entusiasmo estético masivo, carga también por antonomasia la categoría de necesidad. Para éste es necesario que el sujeto individualista -diferente aparente- proclame su superioridad al fusionar sus deseos con la grandiosidad del Ideal de la globalización económica y de la mundialización cultural, produciéndose el espejismo de trascendencia en la inmediatez, en lo fugaz e instantáneo. Teleología de lo efímero. La necesidad, como categoría que tanto preocupó a los historicismos, en este caso, al imponerse y realizarse, logra un simulacro de libertad en la masificación. Soledad masificada, libertad atada a las necesidades del establecimiento . El gusto ilustrado del sujeto autónomo, fruto del arte monumental y de la época de los grandes sistemas filosóficos, es diferente en la época del arte ornamental y de los grandes sistemas del hipermercado. En últimas, la posindustrialización no ha perdido el sentimiento de lo sublime tanto estético como histórico. Lo ha mutado. Se ha producido un cambio del objeto por el cual nos sentimos pequeños y a la vez grandes, y este objeto ya no es la naturaleza ni la historia, es el régimen totalitario del consumo, el nuevo macro-proyecto y metarrelato actual.
De esa misma manera, el gusto por lo interesante y lo pintoresco, que llamaba al disfrute de la naturaleza y de las “fisiologías” de la ciudad - tales son los casos del héroe romántico, del Fläneur y del bohemio-; y el gusto por lo sublime, que llamaba a superar las adversidades de la naturaleza y de la historia para lograr el placer de una pena hasta llegar al deleite humano, se han convertido, por la posindustrialización, en el disfrute de los sistemas de símbolos del mercado. Lo histórico- como emancipación- no interesa a nadie, ni la ciudad es un lugar de contemplación con sus milagros y maravillas.
La naturaleza, transformada por el capitalismo en realidad y materia prima; y la historia, mutada por la posmodernidad en museo y colección, caen derrotadas como teleologías del gusto estético y poético, pues están bajo regímenes más ingrávidos y leves, dominados por una virtualización de las acciones civiles y ciudadanas a través de la presencia masiva -y muchas veces agresiva- de la iconoadicción tecnocultural. Ya se nos hace casi imposible proceder a disfrutar de los silencios en la sociedad del bullicio y del aplauso estruendoso; ya es un don alimentar nuestras capacidades de mirar y escuchar en medio de la cultura -clip, en la sociedad de los video-juegos. ¿Qué otra mirada, qué otra manera de escuchar se ha constituido en fundamento de nuestro gusto desterritorializado y global? Gusto en red y aceleración. La mirada se constituye en un ver, lo que quiere decir, se aisla en su ensimismamiento, se le priva de interpretar y construir ilusiones estéticas de lo invisible visionado., lo expresable de lo inexpresable, de ir más allá del objeto totalitario presente-presentado. La mirada está discapacitada y necesita de prótesis para disparar un imaginario que no sólo penetre en lo real, sino que lo subvierta e inquiete. El gusto por lo ágil favorece al surgimiento de otro tipo de memoria, no la “memoria histórica”, tan explotada por los radicalismos políticos, sino una “memoria instantánea” que privilegia el ahora-presente y que es heterodoxa, simultánea, múltiple, dispersa, contrario a la memoria grávida, histórica y crítica -analítica de la modernidad. El gusto por una memoria global instantánea, inmediata, ubicua, está despreocupado ante los compromisos con el futuro y con el macroprogreso histórico, pero se preocupa por integrarse a la euforia masiva de las ofertas tecno-culturales y concibe a la historia, a la naturaleza y lo urbano como objetos museoficados que están allí no para cambiar ni superar las condiciones que cargan. El resultado son sensibilidades alfabetizadas en el kitsch y lo light del Top eufórico internacional.

CONTRATAPA: ARTISTAS PLÁSTICOS
Laura Lambré: Nació en Lanús, Provincia de Buenos Aires, y reside actualmente en la ciudad de Buenos Aires.
Autodidacta. Concurrió al taller de pintura de Marcos Borio, se perfeccionó en “Fundamentos Visuales” con Rosa Faccaro y en “Arte Contemporáneo” con Fabiana Barreda. Completó su formación artística en diferentes viajes a Japón, USA, Europa y Latinoamérica. En el año 2002 fue distinguida por el Instituto Universal de las Naciones, con la “Estrella Académica Universal”, en carácter de Patricia de la Humanidad Solidaria.


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