Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 29 – Mayo de 2009 – Año III – Nº 5



Imágenes: Vincent Van Gogh (Zundert Brabante Septentrional/Holanda)
Música: Seleccionar al pie de la revista

PÁGINA EDITORIAL

¿Hasta cuándo los países latinoamericanos seguiremos aceptando las órdenes del mercado como si fueran una fatalidad del destino? ¿Hasta cuándo seguiremos implorando limosnas, a los codazos, en la cola de los suplicantes? ¿Hasta cuándo seguirá cada país apostando al sálvese quien pueda? ¿Cuándo terminaremos de convencernos de que la indignidad no paga? ¿Por qué no formamos un frente común para defender nuestros precios, si de sobra sabemos que se nos divide para reinar? ¿Por qué no hacemos frente, juntos, a la deuda usurera? ¿Qué poder tendría la soga si no encontrara pescuezo?
Eduardo Galeano (Montevideo/Uruguay)

PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

Rubén Vedovaldi
(Capitán Bermúdez-Santa Fe/Argentina)

Diez y siete aproximaciones al hai-ku

Un gallo canta.
La conciencia, el oficio,
crecen al alba.

Luna se esfuma.
Cuando amanece, el tordo
bebe la noche.

Otoño. Aurora.
A clase, a los oficios.
Flor de frescura.

Verdulería.
Mañana de verano;
crisol de aromas.

Malvón florido.
Nube azabache, zumba
un abejorro.

Prima el verano
Abrazos, risas, besos
enamorados.

De mandarinas
robadas como besos
me gané un cielo.

Octubre, el río,
Velámen que se pierde
en infinito

Olor a menta.
con los ojos cerrados
salto a la infancia.

Palomar alto.
Campo, siesta; Infancia
de los milagros.

La mariposa
y el colibrí disputan
tu vulva en celo.

Amor Pombero.
No digamos a nadie
lo de esta siesta.

Bajo la luna
mujer oscura y clara
florece en besos.

Uno se piensa.
Quien solamente ama
más se compensa..

Bicho de luz
contra lo oscuro escribe
su verso insomne.

Sin ir al ciber
en la noche los grillos
cruzan mensajes.

Uno no vuelve.
Lo que no tiene cifra
nunca se pierde.

César Actis Bru (Santa Fe/Argentina)

Anagnorisis

Sueño con un mar
en el cual
varias veces al día
me sumerjo.

(Es un diáfano mar,
cristalino pariente
del Egeo
al que mis ojos bebieron
insaciables
y en el cual
volé con Hermes).

Sueño con un mar
(pariente majestuoso
del mar celeste que
espeja en las alturas)
hacia el cual
abro mis alas varias veces
al día.

De esos mares emerjo
calado de gracia
hasta los huesos,
tan sucio y miserable
como aquellos que salen
de las aguas leonadas
del sagrado Ganges.

Algunas cosas

Algunas cosas
se parecen a mi vida:
la hierba,
el pájaro,
la lágrima.

La hierba
porque persiste ante los cortes
y el despojo
y resiste a las patas horrendas
cuando combaten paquidermos
que la resufren y mutilan,
pero cada mañana enarbola
la iridiscente gota de rocío
que le regala el nuevo día.
El pájaro
porque ha volado sobre nubes,
cimas de montaña y
ha sobrevivido a las
tormentas de otoño y primavera
y a los opuestos soles
de veranos e inviernos
pero baja a la tierra
a recoger el grano
que lo nutre
entre alimañas y miseria.
La lágrima
porque fluye constante sin que
nadie recuerde su presencia,
hasta el momento
en que el hondo dolor, breve alegría y la nostalgia
provocan a raudales
de amor y sueños rotos
sus desquites de ausencia.

A algunas cosas
se parece mi vida
pero ninguna
contiene su locura tan bella

y su desdicha.

Madre

Me he devuelto
al lugar
en el cual
debajo de la hierba y de la tierra
duermes
( duermes es un decir
para no afirmar
que te disgregas)

Es un llegar
que estás
- a pocos metros debajo de mis pies -
sabiendo que
en tu vientre,
disuelto
por el tiempo
por las
y por las aguas,
el punto de partida
es similar
al punto de llegada.

En las fiestas

En la penumbra
y las luces de colores
de la fiesta
la gente
es bella.

La mujeres
dulces y expectantes
muestran sus cuerpos elegantes
y dulces sus rostros.

Los varones
bellos,
enhiestos y viriles
se mueven con
cautela y con
amables sonrisas.

Son las mismas personas
que en los días
de semana
hacen de nuestra vida
a veces un calvario
y otras veces
un infierno.

Dentro del bus

Dentro del bus
una mosca
ha viajado con nosotros
desde la capital
de la república
hasta la simple
capital de una provincia.

¿Qué será de su vida
cuando descienda
y se encuentre
tan sola y desvalida
como los seres humanos
después de la caída?

Roma revisited

Estoy aquí
para amarte de nuevo
libre de largas calendas del destierro.

Unas sobre otras
las centurias te elevan en la historia
desde los tiempos oscuros de Latino y
las cadenas de Cefas ominosas.

Nuevamente en tu suelo,
venido de otros soles,
ávido y ansioso me deslizo en tus piedras.

Ciudad de mis amores

En tí todo es enorme:
el pecado y la Gracia,
el vicio y la virtud,
la miseria y la gloria.

En mis sueños te he visto
- en esos que se viven con los ojos abiertos -
llena de luz, de ayer y de memoria.

PÁGINA 3 – CUENTO

Sueño eterno


Por Juan Benavente (Lima/Perú)

En la ciudad, un niño como tantos, deseaba dormir en alguna casa. Caminaba, lánguidamente caminaba, cuando vio iluminado por sus cuatro costados el monumento de la plaza en esa fría y oscura noche de invierno. Observó con inusitada sorpresa que a cada reflector le habían construido una pequeña caseta para protegerlos. A partir de esa noche anheló ser un reflector… y se fue pensando en ello.
Como siempre pasaba por ese lugar. Una noche pudo observar que una de las casetitas no emitía la intensa luz que acariciaba desde la superficie al gallardo y a su caballo de bronce y ante la ausencia del reflector, entusiasmado pensó haber encontrado su hogar; aun no importándole, sólo por esa noche o tal vez más. Con disimulo, cual leopardo esperó pacientemente el instante que consideró propicio. Sin que nadie pudiera verlo, ligerito se introdujo a pesar de la multitud amorfa de porcelana, caterva en plan de vaivén.
Al día siguiente su sueño proclamó el olvido, no despertó… y no despertó más. El encargado de colocar el potente foco, se percató del cuerpecito inerte y helado del infante.
Finalmente, sólo una lápida sintetizó su fugaz existencia de latente sufrimiento. Inevitablemente electrocutado, sin casa, sin comida, sin familia hasta… sin nombre; quedóse aferrado a su sueño. Un colega de su generación lo reconoció, no más allá de “Petiso”.

PÁGINA 4 – ENSAYO

AMILKAR-U
(1940-1985)

Por Harold Alvarado Tenorio (Santiago de Cali/Colombia)

Es poco y fragmentario, lo que sabemos de la vida de Amílcar Osorio Gómez [Santa Rosa de Cabal, 1940-1985], el más sofisticado y erudito de los poetas del Nadaísmo.
Hijo de una pareja de antioqueños pobres, Don Rubén Osorio, sacamuelas de plaza de mercado y Doña Elvira Gómez, ama de casa, nació en uno de esos pueblos de la colonización antioqueña en el Valle del Quindío, de extendidas plantaciones de café, casas de bahareque con balcones y patios cercados de chambranas, con puertas y aleros zapotes y lavandas, asediadas de araucarias cuyo telón de fondo son los nevados del Ruiz, Santa Isabel y Santa Rosa. Amilkar-U debió estudiar en el Colegio Mayor de los Padres Lazaristas, cuando Santa Rosa de Cabal tenía una gallera, dos billares, tres boticas, una dentistería y el periódico no se publicaba porque el dueño había permutado la imprenta por un tren de juguete. El Seminario, con unos doscientos alumnos y medio centenar de hermanos vicentinos venidos de Francia y España, infundía en los chiquillos la vocación de servicio, a Dios y a los hombres, a través de los oficios manuales y la oración. Allí aprendió francés e italiano y los frisos del latín y griego que lució desde la juventud.
Empujado por la pobreza, Amilkar-U dio con la belleza de su pubertad en el Seminario San Juan Eudes de Jericó donde conoció a Augusto Trujillo Arango [Santa Rosa de Cabal, 1922-2007], Doctor en Teología de la Universidad Católica de Washington, muy afecto a John McNamara, a quien el poeta debe, en buena parte, su fervor por el inglés y los seres de su mismo género y de quien fue caudatario. Sólo a los veintiuno, gracias a los buenos oficios de la escultora judía Feliza Bursztyn [Bogotá, 1932-1982], que acababa de perder el gran amor de su vida, el poeta Jorge Gaitán Durán, disipó su flácida virginidad teniendo trato con hembra alguna. Bursztyn, ocho años mayor que Amilkar-U, murió en Paris huyendo del gobierno de Julio César Turbay Ayala que le acusaba de un delito que nadie conocía. Un Jueves a las cinco de la mañana, 18 encapuchados irrumpieron en su casa, le vendaron los ojos, desarmaron su cama creyendo que era un mortero, encontraron una pistola inservible y comenzaron, en unas caballerizas donde tenían también a otro poeta de ochenta años, desnudo y vendado, a interrogarla sobre “los polvos perdidos” de que había hablado a gritos salpicados de obscenidades en casa de uno de los más conspicuos Caballeros de la Orden de Malta, Don Ignacio Chávez Cuevas, director del Instituto Caro y Cuervo.
A mediados de 1957, meses después del derrumbe de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, víctima de André Bretón, Villiers de L´Isle Adam, Arthur Rimbaud, Emile Zola, Silva, Darío o Truman Capote y François Sagan, pierde el quinto año de bachillerato, lo expulsan del seminario, mientras su familia se muda a Medellín, donde disfrazado de existencialista parisino, con trajes oscuros y pesados abrigos de invierno frecuenta El Metropol, una fonda de camajanes, adictos y rateros y la heladería Santa Clara, donde descubrió una de sus pasiones, Fabio Raigoza, “tan bello como una Inmaculada” y en compañía de Alberto Escobar, Guillermo Trujillo y Gonzaloarango inventaron el Nadaísmo.
Al año siguiente, desatendiendo una plaza de maestro de escuela que un político le había ofrecido, con Gonzaloarango, que le vendía como el Jean Genet tropical mientras le arrastraba por La Playa con una cadena de perro al cuello, iniciaron una gira que debió llevarles a Popayán, difundiendo la buena nueva del Nadaísmo, pero terminó en Cali, con un paréntesis en la cárcel de Manizales, por tres meses, viviendo sobre una estera cundida de bichos en la Pensión Estación, de X-504. Amilkar-U leyó entonces, entre el hambre y el hambre, cincuenta libros de místicos y orientales de la biblioteca de Jaramillo Escobar.
Desalentado por el machismo de Gonzaloarango –vigilaba sus encuentros con Michael, un niño de ojos azul celeste hijo de Rosa Girasol, la entonces compañera del profeta-- con su alarmante ascenso en la escala del misticismo; obsesionado por el transgresor y chismoso que frecuentaba los bares de la Tercera Avenida como estrella del New Yorker y de quien había leído Otras voces, otros ámbitos, y la jovencita de la Nouvelle vague cuya Bonjour tristesse llevaba bajo el brazo, Amilkar-U decide marchar a los Estados Unidos siguiendo el ejemplo de Malgrem Restrepo, otro de sus conocidos de entonces.
La galerista Reneé Frei, una empedernida fumadora de tabacos con cuerpo de boxeador y su protegido, el joven poeta David Howie, llevaron a Amilkar-U a San Francisco, donde viviría por varios años frecuentando poetas como el budista Allan Watts, John Sirio, Steve Mc Cormick, Leek Cong, Dan Hall, John Hiebaut, Jim Tylor, Leek Cong y Gregory Corzo. Luego fue a New York donde trató a Allen Ginsberg, Peter Orlovsky, Bob Dylan y Brendan Behan con quienes coincidió más de una vez en los corredores y bares del Hotel Chelsea, donde iba en compañía de un mafioso colombiano, Bernardo Fernández Mesa, ajedrecista e imitador de Francis Bacon que poseía un inmenso loft en el Flatiron de la Quinta con Broadway.
Así vivió por varios años en los Estados Unidos hasta el día que, haciendo alarde de sus habilidades como karateca, en un bar de maricas de New York decidió emprenderla contra un grupo de locas y travestis, que ofendidos, llamaron a la policía para defenderse de las furias del latino: no iban ellas, preciosas damas del Greenwich Village, habituales de Studio 54 y Crisco Disco en el 408 West 15th Street, irlandesas e italianas, a dejarse intimidar de semejante morsa descompuesta. Tres patrullas de la policía se estacionaron en la puerta de la discoteca y sacaron al poeta Nadaísta a rastras, le pidieron los papeles y como no los tenía y llevaba más de una década como ilegal procedieron a repatriarlo. De nada valieron las gestiones de la escultora judía para que ello no sucediera. Entre un grupo de amigos pagaron dos boletos de vuelta para Amilkar-U y su amante olmeca de Tapachula, Efrén Mendoza, quien regresó a Medellín convertido en el poeta que se conserva en Vana Stanza y El yacente de Mantegna, sin duda él mismo que ya había deslumbrado al cotarro con La ejecución de la estatua y Súbete todo en mí o La frente cubierta por el cabello.
Sin que pueda explicarse más que por su trato con Monseñor Trujillo Arango en Jericó o sus heteróclitas lecturas de juventud, Amilkar-U tuvo fama de erudito en lenguas como en teorías literarias. Una de ellas, que partiría de opiniones de Rubén Darío y Edgar Allan Poe, sostenía que la poesía sólo existe en concordancia con la melodía, correlación rota a partir de la aparición del comercio como origen de toda riqueza. La poesía, la música, la pintura y la danza habrían sido instrumentos, herramientas de las liturgias primigenias, unas veces de carácter moral, otras, sagrado. Historias fijadas en la memoria colectiva merced a repeticiones, aliteraciones, juegos de palabras y rimas que la imprenta creyó obsoletas y que, el capitalismo salvaje, ignorará hasta hacerlas automatismos de la vanguardia y el nouveau roman, con sus variantes del méta-roman, roman du soupçon, o la italiana «scuola dello sguardo».
Se sabe que en plena juventud propuso a uno de sus compañeros de viaje el reto de ocupar cinco holandesas sobre una lata de sardinas. El desafiado creyó que se trataba de asociaciones o variantes de textos sobre peces o litorales, Melville o Hemingway, pero no, “se trataba de contar el objeto sin apartarse de su física sombra, de su escueta realidad. Amílcar gustaba de hacer estos ejercicios, parodias de los novelistas de moda describiendo con minuciosidad un muro gangrenado, registrando las estrías de cada ladrillo, recobrando la luz exacta del día con una prosa que era el silencio y la verdad de un mundo sin efugios del corazón.”
Amilkar-U creía también que la lectura en voz alta sólo hace viva la letra del poema evocando imágenes, conceptos, experiencias que yacen en el fondo de la memoria colectiva de cada oyente. Las artes literarias de su presente necesitaban de la voz para combatir las nuevas religiones y resignaciones de los rebeldes vencidos por la cotidianidad. De allí su conflicto con Gonzaloarango, de allí su “el único intelectual del Nadaísmo soy yo”, o “Gonzalo era un beato, un escritor mediocre” y “Ginsberg me aburría mucho, se la pasaba cantando mantras y quemando incienso, diciendo que quería hacer el amor con Fidel Castro…” “Yo he sido muy racionalista, lo que más me atrae es el racionalismo”.
En los museos de San Francisco y New York y en su trato con los innumerables artistas plásticos de las dos capitales de la cultura completaría sus concepciones de la literatura como un arte visual a partir del ritmo del texto. Como los modernistas Valencia, Darío, Lugones, Herrera y Reissig e incluso Juan Ramón, para Amilkar-U pintura y poesía eran los otros extremos de la armonía, porque si la música es análoga a la poesía en sus emociones cantadas y rimadas, la pintura, la música y la poesía lo son en acordes y armonías del color. Quien no se inclina hacia la música y la pintura no podrá ser un auténtico poeta.
Teorías que guiaron las confecciones de muchos de los textos que le sobreviven. Una de las novelas que escribió y hoy están o desaparecidas o en poder de sus herederos, La ejecución de la estatua, ocurre en una plaza mayor, domingo, día de mercado, entre el amanecer y su crepúsculo. En trescientas carillas quien narra imagina la vida tras las ventanas que rodean la plaza. Cuando las sombras ocupan sus lugares llegan los asesinos que producen una masacre. Durante el genocidio, Edipiana, la estatua que representa la madre en todas las plazas de Colombia, es ejecutada mientras los zamuros descienden de las cumbreras de las casas sobre los basurales con la total indiferencia y el silencio de los recién interfectos.
También con la lírica, Amilkar-U estableció una suerte de Verfremdung, como quizás lo habían hecho los Modernistas al desentenderse de un entorno y realidades que encontraban despreciables para la vida y mucho más para el arte. Como Darío, nicaragüense, y Valencia, colombiano, Osorio Gómez tomó el camino del arte, invirtiendo la crónica de la realidad, creando el otro mundo que no halló en las ciudades de su juventud y en los lenguajes de sus compañeros de viaje. Por eso dijo Gonzaloarango que si bien había sido uno de los fundadores del movimiento, fue odiado y admirado hasta el fanatismo por haber erigido la ignominia en estética y degradado los valores hasta el envilecimiento, execrando lo eterno y lo inmundo, el arte y sus amigos.
Su único libro de poemas, Vana Stanza, diván selecto [1962-1984] se publicó en una edición de trescientos ejemplares un año antes de su muerte. En la breve nota introductoria que le acompaña dice que los poemas no están ordenados cronológicamente, no menciona los libros de los cuales procederían y menos recuerda que el autor había sido uno de los fundadores del Nadaísmo. 100 poemas que le han separado, como sucedió con Los poemas de la ofensa de X-504, de las facilidades y fragilidades del Nadaísmo. 100 poemas que le alejan a grandes pasos del acento y las representaciones de Mario Cataño Restrepo, José Mario Arbeláez, Gonzalo Arango Arias, Elmo Valencia o Héctor Escobar.
Vana Stanza es un recorrido memorable por los espacios de la memoria, ese lugar vacio para siempre de realidad, de carne y hueso que nos habita hasta el última hora, único testigo de nuestro paso por la propia historia. Como en los poemas de Kavafis, que Amilkar-U tradujera para la revista del movimiento en los años setentas, un piso de maderas, unos candelabros, unas puertas y sus janelas serán los objetos que evoquen las ausencias de la vida y del amor. Recuerdos imaginarios que nacen al filo del fin del día o al momento de estallar de luz, bodegones de la carne y el placer, iluminados por choros y destellos del deseo, mármoles del presente, solas presencias del desprecio por la ordinariez de la vida cotidiana, por la lujuria podrida de la infecta carne del capitalismo. El cuerpo como lugar de la ruina del mundo, fragmentos y ultrajes del destino.
“El cuerpo, ha escrito Omar Castillo, está presente en la obra de Amilcar Osorio, ya como correlato del universo, como vaso de lo coloquial, como sustancia que nos introduce en los rigores y ejercicios de la existencia, luchando entre las formas y la rutina, ofreciendo sensualidad como trasgresión a la sumisión que implica la ignorancia del cuerpo”.
Con Vana Stanza, como con Los poemas de la ofensa, la poesía llamada colombiana por fin rompe definitivamente con las tradiciones españolas, que perduraron hasta los primeros libros de los poetas de Mito, incluso en su mejor exponente, Gabriel García Márquez, deudor, sin culpa alguna, de la peor poesía del mejor poeta de Piedra y cielo, Eduardo Carranza.
Poesía, la de Vana Stanza, para ser dicha en voz alta, en los aposentos del Renacimiento o en los recintos que guardaban las damas de las cortes de amor, arte de la voz y el ojo, cadencias y compases para la pátina de los sentimientos contemporáneos, las separaciones y jugarretas del destino. Para los fiascos de los nuevos amoríos entre machos, la nueva especie y género que había invadido sin regreso el mundo del siglo que nacía entre las ruinas del Muro de Berlín y el fin del comunismo.
Los labios se entreabren y ya se ha ido el beso.
El amor no es efímero, es efímero el tiempo.
Amilkar-U murió el 12 de Febrero de 1985, al caer en las aguas de La oculta, una laguna cercana de Jericó, donde había conocido la efímera felicidad que deparan los encuentros con quienes una vez se amó.



PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA

Juan Valenti
(Rosario-Santa Fe/Argentina)

El anciano protector
perpetúa su insistencia
en la ventana.
No obstante,
casi sin conciencia,
me traicionan.
Tramo una escamonda de áspides.

*****

Es para pocos el privilegio.
Aunque mires sobre tu hombro
no te transmutarás
en perla exquisita
e incorrupta.
El sueño insiste,
agota la aldaba de la casa.
Atiendo la llamada
con los ojos clausurados.

*****

No gimas,
los trenes pasan lejos
y la noche no perdona.
El dolor se irá con el frío.
Duermen los otros
mecidos por el vaivén del escalón flojo.
No dejes de respirar,
aunque tiembles.
Viene por esta vía la muerte
y la barrera está alzada.

*****

Partenogénesis de las vírgenes.
En las vetas
de la sangre castrada
por el lejano coito de los ángeles,
se acurrucan
peligrosos cuentos de viajeros.
Todo brilla
con inquietud de mercurio
en cajitas de plata.
Depravación del ícono:
la cabellera es una ofrenda perfectible.

*****

Rasgadas.
Desnudas.
Expuestas.
Vergüenza ulterior
que el trono dicta.
La peste suicida
se detiene.

Oscar Angel Agú (Hercilia-Santa Fe/Argentina)

El arte de lo posible. He aquí la sabiduría.
Tener la claridad suficiente de saber qué hacer
y cómo hacerlo en el momento justo.
En otras palabras: tensa tu cordado y hazlo vibrar
en el punto máximo de su tensión sin que se corte.

*****

¿Qué nos estamos perdiendo de la fiesta?
Tal vez esta incierta manera de durar;
quizás el tamizado pétreo de las urbes
o, bien, las secas obligaciones de la rutina
nos han hecho olvidar que el mundo es una fiesta;
merecida fiesta, compañero, si te lo permites.

*****

los mendigos habitan desde siempre,
desde lo inmemorial del tiempo,
los pórticos de los templos de los dioses.
Van por conmiseración.

Y ocupan el templo, con sus oraciones, los otros.

Los que dicen compadecerse.
Sus palabras suben murmurantes a los altares.
Siempre hay una nueva moneda. ¿o no?

*****

Instante

Casi una bruma, la luz tejía mi sombra con lo demás.

Fue un instante
transustanciado mineral, hechura de verdes,
éter y alas emplumadas; reptil, pez y agua;
fue un instante de ser fuego y todo lo pequeño,
y todo lo inmenso.

Todo estaba en mí
y yo diluido en todo.
Luego, continué gozoso mis pasos.

*****

Satori

La tarde y la luz verdean agosto.
Hermandad conjugada.
Era uno más en la danza.

*****

Patio

Quietud.
Alguien vaga por el aire.
Colibrí azulado luzazul libando.
Sólo un gesto el mío.
Quietud.

*****

Arracimada de años aún no vividos
la niña hurga en la basura ciudadana
hurga por su codicia de pan
y sus dos días de ausencia
por su boca que no tiene palabras
por su corazón abrumado de soles negros
por sus ojos ahuecados de luz.
La niña hurga y camina haraposa
mientras el enjambre ciudadano pasa
mira sin ver, se ausenta...

*****

Desde mí mismo soy universo;
desde éste apenas si me percibo.

*****

¿De qué justicia me habláis,
hombres doctos, si aún
persiste media humanidad
mendigando a la otra mitad?

*****

Del pan

¿Qué decir del cada día
si el murmullo de las manos
se ahoga en su vientre?

Aún hay tiempo en el corazón del hombre...

PÁGINA 6 – CUENTO

En homenaje a los abuelos gringos que fundaron Esperanza, la Primera Colonia Agrícola Organizada del País

Dejar la tierra

Por Mabel Pruvost de Kappes (Esperanza-Santa Fe/Argentina)

Veo en tus ojos, niña, todos los miedos, el Miedo. Veo en tus labios, hija, todas las preguntas, la Pregunta.
Una lágrima traviesa amenaza con inundar tu imagen. No la dejo, no. La dulce prisión que tus pequeños dedos imponen a mi mano es un hada preciosa que ahuyenta fantasmas.
“Mañana partimos”, digo, y se me desgarra el alma.
“El futuro es una promesa azul” susurro en tu oído de ángel que aguarda.
El suspiro alado que brota de tu boca-corazón derrite el resto de nostalgia.
“Mañana subiremos a un barco que nos llevará a otra patria. Quizás allá no haya montañas. Quizás sean otras las estrellas que vistan la noche, otro el color del aire, otras las palabras. Pero tú y yo, hija mía, llevaremos con nosotros la esperanza”.
Te duermes mientras aferras en tu pecho a tu poupée preferida.
Duerme, tú que puedes, hija mía. Yo velaré tu sueño y tus mañanas.
Tal vez no encontremos todo lo que esperamos, pero te prometo que en la nueva tierra pintaremos, para amarlas como siempre, estas montañas. Y también descubriremos juntas, pronto, muy pronto, que podemos ser felices bajo otro cielo, sobre otro suelo, junto a otras almas. Allí llega tu padre. Que no descubra mi inquietud…
“¿En qué piensas, mujer? ¿Qué haces?”
“Nada”.
Ya falta tan poco. Digo adiós. Pero sé que aquí se quedará una parte de mi alma.

PÁGINA 7 – ENSAYO

La misma muerte para tanta vida

Por Hugo Rivella (Rosario de la Frontera/Salta)

El látigo golpea hasta el delirio la espalda de Jesús. El verdugo es un monstruo con forma de hombre. El brazo es una llaga mucho antes de asestar el azote que retumba en los siglos. En los siglos de los siglos amén.
Vuelve a caer el brazo con la culpa del miedo y yo cierro los ojos. Vuelo. Voy al encuentro de la tierra que gira. Miro al verdugo y más atrás, al hombre que somete al verdugo. El Rey. El poder. El Dios de barro.
Cuando los siglos pasan, no se recuerda al asesino. Se recuerda al muerto. Digamos que se recuerda la vida de ese muerto. Pocos recuerdan al nombre de Rey y mucho menos al nombre del verdugo, pero todos recuerdan a Cristo y a su madre con el manto sagrado. El muerto ha seguido viviendo porque ha sido mayor la vida que su muerte.
La misma muerte para tanta vida.
En Bolivia, mis hermanos de tierra profanada, ha muerto el Ché Guevara.
¿Quién recuerda al asesino? Y allí está su corazón de lluvia en el cielo celeste de América Latina. Fue exhibido en una choza gris de una selva en donde gime el puma. Florecen las papayas. Los loros se desbandan y en las orfebrerías de plata repujada el artesano pule su nombre entre los dientes.
El Ché se come el viento que cruza por los Andes y recuesta su brazo por todo el continente. El Ché es una bandera que cuelga de la historia y es un rostro que quema como un carbón ardido.
La misma muerte para tanta vida. La misma saña. El mismo miedo. El poder que se agita como un perro con asma.
Una bala en el pecho de Mahatma Ghandi ha golpeado su cuerpo de ángeles y pájaros. A su túnica blanca le han salido luciérnagas, siemprevivas, zapallos, bramidos y sollozos que Inglaterra sofoca. Pero ¿Quién recuerda a su asesino? El asesino ha sido apenas un disparo que no pudo matar la eternidad.
La misma muerte para tanta vida.
El látigo de nuevo en la espalda de Cristo.
- La película es hermosa- dijo la monja al salir del cine-
¿Pero hacía falta mostrar tanta sangre..?-Preguntó el periodista -
- Sí. Dijo la monja, frente a la cámara de televisión- Para que así sepamos cuanto dolor debió haber padecido Jesús.
Muchos, como la monja, dijeron lo mismo, mientras se limpiaban las ropas salpicadas con sangre de un Jesús de celuloide, hecho a imagen y semejanza del Imperio. Lo artero. Lo cruel. Lo revulsivo.
Yo me pregunto entonces:
No son acaso latigazos, más fuertes que los dados al cuerpo de Jesús, el hambre, la mentira, la traición, el honrarlo sin mirar la tierra.
No son acaso latigazos al cuerpo de Jesús los niños desnutridos de Bombay, Paquistán, La Rioja, Villa Páez
No son acaso latigazos al cuerpo de Jesús las bombas asesinas que caen en Palestina, o Irak, o Ghaza o Madrid
No son acaso latigazos al cuerpo de Jesús el bloqueo a Cuba, los niños explotados en Corea, las niñas prostitutas en Brasil,
No son acaso latigazos al cuerpo de Jesús los jóvenes que emigran del país, los niños drogadictos a fana y estropicio, las fábricas cerradas, los basurales en donde las ratas le disputan la comida al pordiosero
No fueron latigazos al cuerpo de Jesús, los millones de judíos muertos por los nazis en los campos de concentración?
No fueron acaso latigazos al cuerpo de Jesús los millones de hombres y mujeres muertos durante la Conquista de América
No fueron acaso latigazos al cuerpo de Jesús los torturados y muertos y desaparecidos por pensar distinto O es necesario recordar hasta el hartazgo como les arrancaban las uñas a las detenidas, o las violaban de uno en fondo mientras reían y llenaban de esperma sus bocas y sus pechos.
Es necesario recordar que le metían clavos en la vagina o picanas en los testículos a los hombres y a los estudiantes sometían hasta hacerles arrodillar la dignidad? Todo esto en nombre de la Patria, de Dios, De nuestro Ser Nacional?
La misma muerte para tanta vida.
-Pido perdón en nombre de mi generación- Dijo el Presidente, mientras se descolgaba de la pared a los retratos de los genocidas Videla, Bignone.
Fue un gesto de honda dignidad.
-EL Presidente no tiene memoria, salieron a decir las huestes de la noche.
Hay discriminación por parte de los Organismos de Derechos Humanos, dijo La Sota saliéndose del mazo y mirando a las Madres de reojo.
Hay dos demonios entre las cartas. Las madres no cuidaron a sus hijos, salió a decir a voz en cuello.
Con ese criterio ¿Tampoco Jesús fue cuidado por su madre?¿Por qué lo mataron, entonces?¿Lo mataron por descuido o por comprometerse con el otro? ¿De la Sota coincide con Herodes? ¿Hubiera dicho que la Virgen María no cuidó a su hijo?
Caifáz como Menéndez fueron el brazo del miedo. La chatarra
La misma muerte para tanta vida.
Cada uno de nosotros es un espejo vivo de la humanidad. Resplandece. Se opaca. Sale a beber los ríos. Sale a besar el rastro de la fiebre en la penumbra. Sale a dar el corazón a cuatro vientos como si llevara agua bendita en la mirada.
Cada uno de nosotros es un Cristo pequeño y nuestro semejante es un Cristo mejor, sólo hará falta que miremos sin rencor, que arrojemos la soberbia al monte del olvido, que cuando besemos a los hijos besemos a todos los niños de la tierra, que permitamos que en nuestro corazón entre la vida a puro torbellino.
O en todo caso será mucho mejor decir en estas Pascuas
“Ama a tu prójimo como a ti mismo”

PÁGINA 8 – CUENTO

Historia de amor


Por Delfina Acosta (Asunción/Paraguay)

Era caída la tarde. Pude saber que llegaba porque el portón rechinó.
El perro de la casa lo recibió festivamente.
Yo le dije el mimo al que lo tenía acostumbrado cuando abrí la puerta: “Pero si vas a resfriarte con el fresco de la calle”
Los hombres son niños. Y son las mujeres quienes los transforman en adultos.
Ellos están acostumbrados a convertirse en gente mayor - recién - cuando se enamoran y deben aguardar bajo la farola de la cuadra, golpeados por los insectos de luz, que el reloj de la iglesia dé las ocho, para encarar la noche de luna llena.
Es entonces cuando el alma de los murciélagos se apodera de los hombres, y comienzan a merodear alrededor de tu casa, para después convertir su amor en aquel golpeteo incesante de la rama del boj contra los vidrios neblinosos de tu ventana.
Si lo sabré yo, que toda una noche me pasé sin poder dormir pues el limonero extendía sus ramas espinosas hasta mi ventana, y un sacudón nervioso, propio de quien recibe un pinchazo en el cuello, me llevó a gritar: “Vete Cástulo de mi habitación. Jamás te amaré”
Mario entró. Me dijo que estaba bonita.
- Tienes un brillo especial en los ojos. ¿Entonces has hojeado “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”? - me preguntó, mientras besaba mis mejillas.
- Todavía no - le contesté.
Debo contar que me amaba. Me reprochaba que no le permitiera besarme más tiempo, aunque le explicaba que su amor atormentado mordía mi lengua hasta que sangrara. Lo adoraba.
Vestida de Greta Garbo me miraba en el espejo y esperaba que el espejo me mirara fijamente para empezar a dibujar una especie de grabado artístico sobre mis párpados.
Así, cuando yo cerrara los ojos, subida sobre el piano de cola, mientras él golpeaba las teclas de marfil, cuerdas con los macillos, Mario sabría sacar el espíritu de Bethoven perseguido por los ratones de esa caja de cuerdas y macillos forrados con fieltro.
Sólo faltaba que perdiera la salud y se muriera en víspera del otoño para que nuestro amor se convirtiera en una tragedia de esas que se llevan a la pantalla de cine o un sermón de tres pliegos que leen las madres religiosas a sus hijas, para echarles miedo encima y espantar al primo pobre, el inesperado pretendiente de la familia.
Un último sol de oro, el sol crepuscular, intentaba levantar el ánimo de la tarde, posándose sobre las rosas amarillas de los canteros de mi jardín y sobre aquel chorro de agua que salía de las fauces de un león por cuyas melenas trajinaban lagartijas amarillas.
De golpe, el sol se desplomó.
Había oscurecido.
Mario bajó la tapa del piano. Pero ya no era él.
Había muerto. A lo lejos se oía el canto triste de pájaro negro.
No recuerdo qué ocurrió luego; sólo sé que semanas después, cuando el viento soplaba con fuerza en las calles y hacía rechinar el portón, yo me encontraba contando las cucharadas de azúcar que revolvía en mi té de tilo, y en mi otro té, el de las semillas de manzanilla, buenas también, según decían, para los nervios destrozados.
El perro se me volvió tristón.
No movía la cola como antes, cuando le decía que se veía fuerte y le pasaba mis manos por su pelaje gris.
Un día Mariol vino de nuevo a casa.
Caí semi-desvanecida sobre la alfombra.
- ¿Pero cómo has hecho? - le pregunté.
- Ah..., creí que tú lo sabías mejor que yo. Me has invocado, Margarita. No has hecho más que llorar, reclinar tu rostro demacrado sobre el espejo de la sala y llamarme durante mi ausencia, cuando estaba...
- No digas esa palabra.
Se quedaron con la propiedad de San Telmo mis hermanos María y Alberto, de modo que tendré que vivir aquí, por un tiempo, y dormir sobre el sofá. Haré el café para los dos esta vez - dijo muy animado.
Me sentí conforme al escucharlo resolver con tanta simplicidad su muerte y su permanencia en la casa.
Cada noche, cuando me levantaba para asegurarme de que las barretas cilíndricas de hierro estaban bien corridas, lo encontraba escribiendo con entusiasmo.
¿Qué podría escribir un hombre muerto?
Me figuraba que tendría poco apetito. Pero todas las mañanas se servía un tazón de leche de cabra acompañado con rosquillas untadas con dulce de higos. Como a las nueve y media tomaba más de cinco o seis tazas de café.
Almorzaba en una pieza, que funcionaba como ático. Un almuerzo importante: tortillas de arroz con una guarnición de ensalada rusa, y otra vez un café espeso y caliente.
Al principio no me incomodó que dejara los cubiertos sucios en el lavadero, y que la leche hervida se añadiera como costra a las mesas de la sala y del comedor.
Pero luego me fastidiaron, me fueron saturando tantas cáscaras de huevos, tanta sal esparcida lejos del salero, tantas semillas de cítricos arrojadas fuera del basurero que atraían a las cucarachas, las cuales, una vez reventadas por mis zapatillazos, atraían a su vez a las hormigas.
Me sentía disgustada.
Muchas cosas no funcionaban bien en nuestra relación.
Y Mario era el menos interesado en encarar con juicio los permanentes requerimientos que le hacía.
- Pero es que ya no puedo. Estoy cansada de lavar los platos sucios. ¡Estoy hasta las narices! - le grité una tarde de fina llovizna sobre los bulbos de los crisantemos del patio.
El viernes 23, a la noche, cuando me levanté para ver si los cerrojos estaban corridos, no lo encontré.
Eso sí, encontré sobre la mesa sus papeles, dispersos y barridos por un gesto desesperado de su mano.
Era su diario. No quería leerlo porque sabía que ésa era una de sus tantas estrategias para regresar a la vida y empezar a discutir, a aflojar, a fingir indiferencia, a pedir perdón.
Y yo ya no estaba en condiciones de discutir con un muerto.



PÁGINA 9 – ENSAYO

La Torre De Marfil
*
Mundial (Lima), (7 de noviembre de 1924); OC, v. 6, pp. 25-29; MT, t. I, pp. 556-558.

Por José Carlos Mariátegui (Moquegua/Perú)

En una tierra de gente melancólica, negativa y pasadista, es posible que la Torre de Marfil tenga todavía algunos amadores. Es posible que a algunos artistas e intelectuales les parezca aún un retiro elegante. El virreinato nos ha dejado varios gustos solariegos. Las actitudes distinguidas, aristocráticas, individualistas, siempre han encontrado aquí una imitación entusiasta. No es ocioso, por ende, constatar que de la pobre Torre de Marfil no queda ya, en el mundo moderno, sino una ruina exigua y pálida. Estaba hecha de un material demasiado frágil, precioso y quebradizo. Vetusta, deshabitada, pasada de moda, albergó hasta la guerra a algunos linfáticos artistas. Pero la marejada bélica la trajo a tierra. La Torre de Marfil cayó sin estruendo y sin drama. Y hoy, malgrado la crisis de alojamiento, nadie se propone reconstruirla.
La Torre de Marfil fue uno de los productos de la literatura decadente. Perteneció a una época en que se propagó entre los artistas un humor misántropo. Endeble y amanerado edificio del decadentismo, la Torre de Marfil languideció con la literatura alojada dentro de los muros anémicos. Tiempos quietos, normales, burocráticos, pudieron tolerarla. Pero no estos tiempos tempestuosos, iconoclastas, heréticos, tumultuosos. Estos tiempos apenas si respetan la torre inclinada de Pisa, que sirvió para que Galileo, a causa tal vez del mareo y el vértigo, sintiese que la tierra daba vueltas.
El orden espiritual, el motivo histórico de la Torre de Marfil aparecen muy lejanos de nosotros y resultan muy extraños a nuestro tiempo. El "torremarfilismo" formó parte de esa reacción romántica de muchos artistas del siglo pasado contra la democracia capitalista y burguesa. Los artistas se veían tratados desdeñosamente por el capital y la burguesía. Se apoderaba, por ende, de sus espíritus una imprecisa nostalgia de los tiempos pretéritos.
Recordaban que bajo la aristocracia y la Iglesia, su suerte había sido mejor. El materialismo de una civilización que cotizaba una obra de arte como mercadería los irritaba. Les parecía horrible que la obra de arte necesitase réclame, empresarios, etc., ni más ni menos que una manufactura, para conseguir precio, comprador y mercado. A este estado de ánimo corresponde una literatura saturada de rencor y de desprecio contra la burguesía. Los burgueses eran atacados no como ahora, desde puntos de vista revolucionarios, sino desde puntos de vista reaccionarios.
El símbolo natural de esta literatura, con náusea del vulgo y nostalgia de la feudalidad, tenía que ser una torre. La torre es genuinamente medieval, gótica, aristocrática. Los griegos no necesitaron torres en su arquitectura ni en sus ciudades. El pueblo griego fue el pueblo del demos, del ágora, del foro. En los romanos hubo la afición a lo colosal, a lo grandioso, a lo gigantesco.
Pero los romanos concibieron la mole, no la torre. Y la mole se diferencia sustancialmente de la torre. La torre es una cosa solitaria y aristocrática; la mole es una cosa multitudinaria. El espíritu y la vida de la Edad Media, en cambio, no podían prescindir de la torre y, por esto, bajo el dominio de la iglesia y de la aristocracia, Europa se pobló de torres. El hombre medieval vivía acorazado.
Las ciudades vivían amuralladas y almenadas. En la Edad Media todos sentían una aguda sed de clausura, de aislamiento y de incomunicación. Sobre una muchedumbre férrea y pétrea de murallas y corazas no cabía sino la autoridad de la torre. Sólo Florencia poseía más de cien torres. Torres de la feudalidad y torres de la Iglesia.
La decadencia de la torre empezó con el Renacimiento. Europa volvió entonces a la arquitectura y al gusto clásicos. Pero la torre defendió obstinadamente su señorío. Los estilos arquitectónicos posteriores al Renacimiento readmitieron la torre. Sus torres eran enanas, truncas, como muñones; pero eran siempre torres.
Además, mientras la arquitectura católica se engalanó de motivos y decoraciones paganas, la arquitectura de la Reforma conservó el gusto nórdico y austero de lo gótico. Las torres emigraron al norte, donde mal se aclimataba aún el estilo renacentista. La crisis definitiva de la torre llegó con el liberalismo, el capitalismo y el maquinismo. En una palabra, con la civilización capitalista.
Las torres de esta civilización son utilitarias e industriales. Los rascacielos de Nueva York no son torres sino moles. No albergan solitaria y solariegamente a un campanero o a un hidalgo. Son la colmena de una muchedumbre trabajadora. El rascacielos, sobre todo, es democrático en tanto que la torre es aristocrática.
La torre de cristal fue una protesta al mismo tiempo romántica y reaccionaria. A la plaza, a la usina, a la bolsa de la democracia, los artistas de temperamento reaccionario decidieron oponer sus torres misantrópicas y exquisitas. Pero la clausura produjo un arte muy pobre. El arte, como el hombre y la planta, necesita de aire libre. "La vida viene de la tierra", como decía Wilson. La vida es circulación, es movimiento, es marea. Lo que dice Mussolini de la política se puede decir de la vida. (Mussolini es detestable como condottiere* de la reacción, pero estimable como hombre de ingenio).
La vida "no es monólogo". Es un diálogo, es un coloquio. La Torre de Marfil no puede ser confundida, no puede ser identificada con la soledad. La soledad es grande, ascética, religiosa; la Torre de Marfil es pequeña, femenina, enfermiza. Y la soledad misma puede ser un episodio, una estación de la vida; pero no la vida toda. Los actos solitarios son fatalmente estériles. Artistas tan aristocráticos e individualistas como Oscar Wilde han condenado la soledad. "El hombre –ha escrito Oscar Wilde– es sociable por naturaleza. La Tebaida misma termina por poblarse y aunque el cenobita realice su personalidad, la que realiza es frecuentemente una personalidad empobrecida". Baudelaire quería, para componer castamente sus églogas, coucher aupres du ciel comme les astrologues**. Mas toda la obra de Baudelaire está llena del dolor de los pobres y de los miserables. Late en sus versos una gran emoción humana. Y a estos resultados no puede arribar ningún artista clausurado y benedictino. El "torremarfilismo" no ha sido, por consiguiente, sino un episodio precario, decadente y morboso de la literatura y del arte. La protesta contra la civilización capitalista es, en nuestro tiempo, revolucionaria y no reaccionaria. Los artistas y los intelectuales descienden de la torre orgullosa e impotente a la llanura innumerable y fecunda. Comprenden que la torre de marfil era una laguna tediosa, monótona, enferma, orlada de una flora palúdica o malsana.
Ningún gran artista ha sido extraño a las emociones de su época. Dante, Shakespeare, Goethe, Dostoievsky, Tolstoy y todos los artistas de análoga jerarquía ignoraron la Torre de Marfil. No se conformaron jamás con recitar un lánguido soliloquio. Quisieron y supieron ser grandes protagonistas de la historia. Algunos intelectuales y artistas carecen de aptitud para marchar con la muchedumbre. Pugnan por conservar una actitud distinguida y personal ante la vida. Romain Rolland, por ejemplo, gusta de sentirse un poco au dessus de la melée. Mas Romain Rolland no es un agnóstico ni un solitario. Comparte y comprende las utopías y los sueños sociales, aunque repudie, contagiado del misticismo de la no-violencia, los únicos medios prácticos de realizarlos. Vive en medio del fragor de la crisis contemporánea. Es uno de los creadores del teatro del pueblo, uno de los estetas del teatro de la revolución. Y si algo falta a su personalidad y a su obra es, precisamente, el impulso necesario para arrojarse plenamente al combate.
La literatura de moda en Europa –literatura cosmopolita, urbana, escéptica, humorista–, carece absolutamente de solidaridad con la pobre y difunta torre de marfil, y de afición a la clausura. Es, como ya he dicho, la espuma de una civilización ultrasensible y quintaesenciada. Es un producto genuino de la gran urbe. El drama humano tiene hoy, como en las tragedias griegas, un coro multitudinario. En una obra de Pirandello, uno de los personajes es la calle. La calle con sus rumores y con sus gritos está presente en los tres actos del drama pirandelliano. La calle, ese personaje anónimo y tentacular que la Torre de Marfil y sus macilentos hierofantes ignoran y desdeñan. La calle, o sea, el vulgo; o sea, la muchedumbre. La calle, cauce proceloso de la vida, del dolor, del placer, del bien y del mal.
* Caudillo de soldados mercenarios (n. de OC).
** Acostarse cerca del cielo como los astrólogos (n. de OC).
(Texto proporcionado por Alfredo Rubio-Bazán).

PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

Luis Alberto Battaglia
(Buenos Aires/Argentina)

1 Lengua por sol

Si yo tuviera un sol en vez de lengua
serían luminosas mis palabras,
podría convencer a las estrellas,
haría competencia con las lámparas;
mis besos quemarían de calientes,
la saliva herviría en mi garganta,
produciría eclipses con mis dientes.
Si yo tuviera un sol, qué cosa rara
albergar meteoritos en mis labios
y encender arco iris con mis lágrimas.
Pero no tengo un sol y a veces canto
y en vez de sol entono un si bemol.
Esto de tener lengua tiene encanto,
pero qué pena no tener un sol.

2 El perdón y la venganza

Todo el que es victimario fue víctima precisa,
no pudo perdonar y se quedó encerrado
en ese laberinto que lleva la premisa
“yo voy a lastimar porque fui lastimado”.

Tan sólo si hay perdón es total la alegría,
siempre existen tristezas cuando faltan perdones;
perdonar no es ceder ante la ofensa fría,
perdonar es volver a tener ilusiones.

Y si no perdonamos, aunque no lo sepamos,
indefectiblemente caemos al abismo;
porque no perdonar es ignorar que estamos
sujetos al terrible rigor de un espejismo.

Sin perdonar, vivimos buscando la venganza
(sabiendo que lo hacemos o no) para salvarnos;
sin comprender, ilusos, que aquella nunca alcanza
y que sólo el perdón permite liberarnos.

Por eso, si hubo cosas que nunca perdonamos,
¡cuidado!, no es un triunfo de nuestra voluntad;
es un error que aleja lo bueno que buscamos
y degrada la dicha, la paz, la libertad.

3 Aire revuelto

Corro por la playa, solitario.
Me golpea el rostro un aire fresco.
Pienso en esas cosas de otros años,
esas que quedaron en el tiempo.
Un pescador solo con su caña.
Y ella estaba allí sobre la arena,
con los ojos llenos de palabras
y la boca llena de tristeza.
Me miró pasar, quise decirle
que reconocí sus ojos grandes.
Me alejé riendo pero triste,
porque no era más que un sueño de aire.
Recogí los peces,
recogí los ojos y la sangre.
Y después me quedo tantas veces
recogiendo peces por las calles...

4 Fantasmas de las cosas

Fantasmas.
Buscas bajo las aguas blancas
qué pájaro de ausencia y amarillo,
qué boca de tormentas
donde los vidrios claman,
y qué sabes y qué esperas
muchacha de ojos de agua.
Buque tal vez,
o el aire inexplicable de los otros.
Palacios donde la fantasía canta su canción,
se confunde con las uvas
de los atardeceres blanco de ese blanco
que lastima hileras de palabras gastadas por la corriente.
De los astros, de los papeles inútiles,
de los túneles donde jamás llega la luz
y sin embargo los mendigos miran con manos temblorosas.
Pero no temen, porque son inmortales
como las gotas de rocíos tantos y barcos
de alpiste. Jaulas donde guardaron los recuerdos
y el tac y el tec del fin de la cosecha del ocaso.
Inútil como el día de las castañas cisnes
y el hambre enfermo de palabras inocentes,
de silencios inocentes. Trenes
que viajan siempre sin detener jamás
sus manotazos impecables
al círculo rayano de un ojo de buey.
Barcos de cosas y casas y sueños
abarrotados mientras las primicias
duermen en el último periódico de la eternidad.

5 Mayo nocturna

La Avenida de Mayo es algo triste
cuando pasan las siete de la tarde
y es invierno y el cielo se oscurece
en un abracadabra interminable;
será que el obelisco queda viejo
y que Gardel no canta mejor que antes,
que Borges está muerto para siempre,
y que nos duele tanto Buenos Aires...
será que los tranvías se perdieron
y vuelven amarillos de arrabales
hoy más oscuros y será que estamos
viajando con boletos de otros viajes.

6 Está dicho

Por todas las palabras que no dije
ayer, mañana,
por los rincones donde los niños muertos
parecen arco iris,
por las mil artimañas del amor,
por los contornos del olvido,
por lo que no conoceré
algún día,
por los besos perdidos,
por lo que queda de la tarde
cuando el otoño pasea
sus hojas amarillas,
por un papel en blanco,
por un pétalo;
camino.
Y al caminar he visto las palabras,
amantes de aire que en las estaciones
se acunan como andenes
se abrazan al vacío.
¡Oh gris renacimiento de tus ojos!

Lydia Raquel Pistagnesi (Bahía Blanca/Buenos Aires/Argentina)

Homenaje a Ingrid Betancourt

MUJER
Selva umbría, perdida
en oscuros rincones
sin memoria,
te desaparecieron .
Incólume, envuelta
en esa dignidad
que solo trasuntan
los puros de espíritu
Dolor y ausencias
carcomiendo tu ser
día tras día
El rostro de tus hijos,
memoria permanente
en noches sumergidas
de oscuridades sin entrañas
Salvajes enemigos riendo,
embriagados
en lujuriosos brindis,
copas desbordadas
en copas de rojo bacará,.
mesas imaginarias
de esmeraldas cautivas
Tu pueblo,
prisionero del miedo,
entonando,
preámbulo atroces
de improvisados ídolos
vanagloriando su poder,
sin credos ni compasión
¡Cuantas veces
durante casi siete años
elevaste los ojos al cielo
esperando respuestas!
Al fin,
el pájaro de la libertad
rozó tus alas
humedecidas de cansancio
y partiste hacia la libertad
en raudo vuelo
Un traje camuflado,
àpero adorno
para tu fragilidad exterior
un rosario ungido de plegarias
Sonrisas , abrazos
Y ninguna lágrima

Calle Corrientes

Calle Corrientes, la trasnochada,
en ti descansa
la historia viva de Buenos Aires.
Noches gloriosas, sin madrugadas.
El dos por cuatro
en las parejas entrelazadas.
Luces y risas.
Los cafetines
en sus recintos se dieron cita
inolvidables glorias pasadas,
Pascual Contursi, José Ingenieros.
Homero Manzi, Firpo, Caritos.
¿Dónde quedó tu calle angosta
y el empedrado?
En la nostalgia suenan los ecos
de las milongas,
inspiración de los poetas
glorias escritas en servilletas
que dieron letra a grandes tangos.
Hoy, el recuerdo va de tu mano
remodelaron y te cambiaron, pero en el alma del argentino
serás la misma
siempre Corrientes
la calle angosta que nunca duerme
mientras solloza la comparsita

La cuna

Desde mi ventana
dibujé la cuna
que forje en mis sueños

La vestí de fiesta,
sabanas de espuma.

Contemplé el milagro
un ,ángel dormía
replica perfecta
del renacimiento

Se abrió la ventana,
el viento…La lluvia,
un borrón de tinta
transformado en hombre

Con una sonrisa
cercana al desprecio

Primaveras

Dibujo primaveras,
hilvanando pétalos
con telarañas se rocío
Retorno a mi refugio
Esperando un milagro
Un día
tornará la luz
transmutada en lluvia
entonces :
Señor: Concédeme.
la grandeza del perdón

¡Y píntame una sonrisa!

PÁGINA 11 – CUENTO

Memorias de la infancia


Por Augusto Enrique Rufino (San Ramón de la Nueva Orán/Salta)

Después de una semana laboral intensa, suelo ir a caminar al fondo de la casa paterna para aliviar mis huesos cansados, a reencontrarme con el espacio que cobijó la feliz infancia de seis generaciones. A veces me alcanza Tomy, mi sobrino nieto de tres años, en su afán de descubrir el mundo se toma de mi mano mientras me dice – Tío Aguto auto – indicándome con su dedito algún vehículo estacionado en la guardería que ocupa el centro del terreno con salida a una calle lateral. Pienso en aquellos versos:

“La impiedad del tiempo
es el tren que avanza,
los latidos acompañan.
Nada es igual al ayer,
todo es cambio permanente”.

Es el mismo suelo que vio pasar la infancia de mis abuelos, de mi padre, la nuestra…En esos tiempos Orán era el corazón maderero de Salta y nos sentíamos orgullosos de tener en nuestros montes los ejemplares más grandes de cedros, cebiles, robles, quinas y tantos árboles de madera noble. Eran las épocas en que veíamos pasar por las calles de tierra a los diableros conduciendo sus carros tirados por bueyes con grandes durmientes y a camiones vigueros con ejemplares inimaginables ahora. Todavía nuestra selva no había sido devastada.
Siendo niño todo parecía tan inmenso. No salíamos a jugar, salíamos de expedición. Numerosas plantas frutales ocupaban el terreno: pomelos, limoneros, bananales, paltas, algarrobas, moras, zopotas, guayabas. Una acequia cruzaba todo el límite sur.
Cuando el aroma de azahares se filtraba por los poros de la casona y el sol derramaba en el valle su torrente dorado, partíamos con mi hermano Alberto y nuestros amigos Mario, Carlos y Coquito a recorrer el fondo. Algún perro corría las gallinas que intentaban volar para no ser atrapadas. Pasábamos entre las habitaciones de la “Cota” y su horno de barro, al lado del cual había siempre un fogón encendido en donde calentaba el agua para el mate. Nos dirigíamos a “la montaña” (un montículo de tierra cubierto de césped), a los “tres árboles”, de donde colgaban racimos de flores rojas y anaranjadas a atrapar chicharras y coyuyos. Necesitábamos ver la inmensidad desde lo alto y trepábamos la zopota para disfrutar del paisaje mientras degustábamos de sus frutos.
A Coquito le fascinaba subirse a los árboles. La inocencia de sus ojos brillaba al observar el vuelo de los pájaros y a los aviones surcar los cielos de agosto. Éramos vecinos, una puerta comunicaba nuestros fondos. Recuerdo tan claro cuando nos arrojábamos de la pared medianera hacia la arena que amortiguaba nuestra caída y la última vez que estuvimos juntos tomando leche con scones preparados por mi madre. – cierren la boca cuando coman – nos decía Alberto, mi hermano mellizo. Y aquella tarde fatídica cuando Magdalena, su madre, lo fue a buscar preocupada por no encontrarlo. Recuerdo más tarde al tío Negro contarnos, que al regresar Magdalena lo encontró sin vida recostado bajo la higuera. Convaleciente de varicela había caído dando con la sien en una piedra. – Despertáte hijito, vinieron tus amiguitos a jugar- le decía su madre al vernos llegar al velatorio. – El, ahora es un angelito y está al lado del Señor- nos decían los mayores para consolarnos.
Como arrancar del alma la partida temprana de nuestro amiguito, teníamos tan solo siete años… y aquel triste cortejo fúnebre de guardapolvos blancos…

Todo fue distinto a partir de allí, “El Sapo”(casero de casa), que vivía con su familia en una casita de tablas muy bien pintada, rodeada de plantas, en el límite oeste del predio, procedió a envolver cada árbol con alambre de púas, por indicaciones de mi padre, para evitar otro accidente que lamentar. Éramos tan traviesos que improvisábamos guantes de trapos para trepar lo mas alto que nos fuera posible, de allí tal vez Coquito nos vería jugar, hasta que un resbalón hizo que impactara mi pequeña humanidad en la tierra. Desperté observando mi sangre en un fuentón, mientras Julia, hija del Sapo, me lavaba el rostro. Esa fue la última vez que intentamos escalar. El tiempo pasó, cada fin de semana al caminar el patio de la casona paterna, riego mis sentimientos para reencontrarme con mi infancia.



PÁGINA 12 – ENSAYO

Una identidad ante el despojo
Adelaida Charles Dube
(Engcobo, Cabo Oriental, Ohnlage, 1933)

Por Javier Gaytán Gaytán (Distrito Federal/México)

Al inicio de su poema “África mi tierra natal”, Adelaida Charles Dube (Engcobo, Cabo Oriental, Ohnlage, 1933) escribe:
¡Cuán hermosos son tus colinas y tus valles!
Amo tu atmósfera misma, tan suave;
tus árboles adornan el paisaje áspero y escarpado.
Ningún otro país en el mundo entero se podría
Comparar contigo
Los signos de admiración muestran el asombro que el yo lírico tiene ante el paisaje que nombra. Las oraciones cortas, los puntos, las comas marcan un ritmo pausado. Éste nos permitirá contemplar de manera más atenta, las colinas, los valles, los árboles; en consecuencia, la belleza del país evocado. Dentro del fragmento escrito en verso libre, se evoca un amor pleno por África; amor estructurado en un paisaje “áspero y escarpado”. País al alcance de quien lo nombra y al alcance de los ojos humanos que lo contemplan:
Es aquí donde nuestros nobles ancestros
Experimentaron las alegrías de los seres queridos y del hogar;
Donde grandes y gloriosos reinos ascendieron y cayeron;
Donde la sangre fue derramada para salvarte, oh tú, la más querida tierra /jamás conocida
Los encabalgamientos suaves compuestos con oraciones largas vuelven más intenso el ritmo, la lectura se agiliza. El adverbio de lugar “aquí” nos sitúa ante la presencia de esos nobles ancestros, ante la lucha y ante la alegría de los seres queridos.
Adelaide Charles Dube con este poema evoca la tradición de un país arrasado por el colonizador, así como el modo de vivir e incluso de fallecer que tienen el ser común y el ancestral. El ser que alguna vez transitó en este continente negro. El adverbio de lugar “donde” expresado como anáfora reitera el tiempo de la destrucción y evidencia la muerte ocupando la geografía de un poema. Este poema está expresado por una voz lírica en tercera persona, en ella no identificamos un género masculino o femenino, pero si la grandeza de un país y las batallas perdidas del africano:
pero, ¡ay!, sus esfuerzos fueron todos en vano,
puesto que hoy otros te reclaman como suya;
ya no puede apreciarte su descendencia,
no hay tierra para llamar suya — ¡mas son parias en su propio país
Las oraciones largas en este párrafo nos permiten escuchar el lamento articulado con una mayor intensidad. La ausencia de esa descendencia se ha perdido, quizá para siempre. Y es que el paisaje, la propia naturaleza y quizá hasta el color de piel, ya no le pertenecen a los habitantes originarios, pues ahora es del invasor.
La primera parte de este poema muestra la belleza de un paisaje; la segunda evidencia la “lucha estéril” y el dolor generacional de un continente; la tesis y la antitesis, el argumento y el contra argumento que subrayan el carácter marginal del nativo. Su rasgo de desposeído lo empuja a ser más “extranjero” que el extranjero mismo, pues ni el suelo que pisa le pertenece. Sin embargo ante los visos de la muerte, ante el esfuerzo en vano y a pesar de la desaparición de la tierra, no se puede: “Perder la esperanza…”

PÁGINA 13 – CUENTO

Una latita de cerveza


Por Juan Disanté (Vicente López-Buenos Aires/Argentina)

En la autopista Panamericana, a la altura de Rosario, Santa Fe, un alegre automovilista, de esos de escape libre, arrojó desaprensivamente una latita de cerveza por la ventanilla. La latita salió con fuerza hacia arriba dando varias volteretas espectaculares en el aire, hasta que la fuerza de gravedad se lo permitió, y comenzó su caída con la misma suavidad de un planeador balanceado por el viento.
Mirando por el espejo retrovisor, el automovilista sonreía ufano. Le había gustado la rara cabriola. Sentía que, después de paladear, a 160 kilómetros, esa delicia fermentada con la última tecnología de aquel excitado pueblo de Innsbruck en Alemania, había valido la pena completar el placer revoleando bien lejos el aluminio descartado. De ningún modo hubiera sido lo mismo conservarlo, para arrojarlo al cesto de desperdicios más próximo. No. Esos pequeños placeres hay que dárselos en vida. Es como palpitar un gol.
Pero, claro está que la latita siguió su errático curso, para buscar algún destino más trascendente, más wagneriano. Entonces fue que, cuando en su caída llegó al pavimento, picó de punta para volver a elevarse portentosamente en el aire y producir ocho o nueve saltos mortales, como aquellos que vemos en la función matinée de los circos. Siguió con varios serpenteos ostentosos, por sobre el lomo de una ráfaga de aire y así demostró todo el despliegue que puede ofrecer lo importado para dar un buen espectáculo extra. Cuando volvió a caer, giró con elegancia sobre sí misma y proyectó a contraluz vivísimos rayos de colores en todas direcciones, pasando del azul eléctrico al plata histriónico, con el vértigo encandilante de un calidoscopio.
Al tocar tierra nuevamente, la latita, lejos de abandonarse, se apoyó de costado y reinició un zigzagueante deambular –coqueto y aspaventero—a lo largo de la calzada, como para volver a despegar y ofrecer mucho más. En ese preciso momento, otro auto que venía detrás, rozó apenas a la latita que pegó un musical brinco y volvió en un tris para comenzar a ensayar una seguidilla de pasos de baile flamenco, de aquellos que gustan tanto a la colectividad alemana. Entonces ensayó avances, retrocesos. Cuatro pasos al costado. Dos giros al ritmo de castañuelas. ¡Olé! El quejumbre de algún cantaor gitano arrobado por la fiesta. El sonar de guitarras y palmas a un contrarritmo saleroso, y giros. Muchos giros… Bueno, luego lo que se sabe: los saludos, luces, aplausos. El bis atronador pidiendo más y más. Cartel. Fama. “La cerveza alemana ofrece ese toque de más”.
Lo imprevisible fue que por la carretera seguía avanzando el tránsito, hasta el punto en que un tercer distraído automovilista fue encandilado por el metálico resplandor y la algarabía de la fiesta gitana. Dio un golpe de volante y aplicó los frenos instintivamente. De ese modo, la latita fue aplastada tras un estruendoso final, sin mayores contemplaciones, sin reparar siquiera en su maestría centroeuropea. Su pasado de gloria quedó tan chato como deleznable para la historia.
La maniobra del último conductor fue de tal suerte inesperada que, otro vehículo que lo seguía, lo embistió ruidosamente. Los conductores, quebrados por la desgracia, bajaron de los autos y comenzaron a discutir.
Mientras tanto y a toda velocidad, venía avanzando una apiñada cadena de coches que, sucesivamente, volanteaban para intentar frenar, y finalmente terminaban chocando unos contra otros sin solución de continuidad. La colisión de todos los que llegaban al último accidentado, hizo que se formara una larga fila india a lo largo de cientos de kilómetros. Como si fuera un único animal; un fantástico y dilatado gusano de crecimiento permanente e imparables encontronazos.
Al cierre de este escrito, la patética sucesión de choques no ha llegado a su fin y amenaza con ingresar a Buenos Aires. Las autoridades y el ejército no saben cómo actuar y los medios televisivos se han apostado con antelación sobre los puentes para poder filmar el arribo de las colisiones y tener la primicia de la posible sangre corrida.
Algunos economistas recibidos en Harvard dicen que es necesario prohibir la importación de cervezas alemanas que ofrezcan un plus.

PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

Pablo Queralt
(Buenos Aires/Argentina)

En ese asilo un hombre perdido olvidado en la niebla del tiempo
espera un golpe de luz cansado de mirar para dejar de mirar a los
que pasan, traspasa el umbral de la transparencia.

*****

Y en ese instante lila entrás al vuelo de los pájaros en esa costa
sin saber cuál dirección tomar en un tiempo nuevo y repentino

y las risas flotando en el bote y las voces al ritmo del agua y la sal
sin saber qué decían al borde de la vida de las flores floreciendo todo
el año esa pequeña vida,

fui muy lejos volví a mis hilos años y años de ira que había dejado
colgados fuera de esa masa de belleza y vejez.

*****

Los días cambian, lenguas raras balbuceo entre crepitar de hojas pisadas
al oído de la siesta disponen el trance hacia las palabras en una intensidad
mayor al del abismo
del agujero.

*****

Oscuro pero igual bajás por tu sed, en la luz rota rápidamente
avanzando en la coreografía del día de trabajo aceptás la calavera
sin pensar, captás el sonido
de la vida, de la disolución.

*****

No lo entiendo como algo divisorio amo su luz y su sombra

esos deseos y pensamientos amarrados allí como rasgando un mar
de hierro después de una llovizna mis ojos aman
para retroceder como una estrategia de querer evitar la herida
del fuego

esperando el otro sol que nos regala el guijarro de un nuevo día

*****

Cruzamos la puerta de la luz polvorienta en la mirada de las aguas
que bailan borrachas en la dejadez de unas nubes
que te hunden en sopor y te acostumbrás a vivir en el sopor sea en
el calor sea en el frío esa nada que patrulla la vida entregada perdida
en un silencio de remos

luz callada en el negro cristal.

*****

Estallidos en el corazón moviendo nubes entre el increíble pálido
amor en la respiración que crece dando forma a los ojos al cuerpo
al fuego en las desnudas sensaciones del deseo como brazos como
manos entregadas.

*****

En las dulces amenazas las blancas flores las blancas almas
dueñas del traqueteo, la tarde maduró y luego marchita, me
observaba en el silencio de esa muerte.

Eduardo Dalter (Capital Federal-Buenos Aires/Argentina)

De ningún camino

De ningún camino
se regresa,
y todo retorno
es otro tramo,
otro viaje de ida,
otra búsqueda.
Todo es un ir, un
revelarse,
en la sinuosa y
entrecortada
travesía, que baja
y sube
(y tantas veces
cae),
tras pan, tras
aire
o tras espuma
o nube,
en busca de la
orilla.

Yo sentía

Yo sentía al leer aquellos
versos
encendidos, luminosos
—tonto de mí—,
que el poeta, entonces
joven
como yo, iba a ser un
hacedor
para un mejor horizonte
—una vida
a verdad libre y destino
abierto—,
y no que iba a perfilarse
febrilmente,
o como quien encuentra
su camino,
en la dura, hundida y
seca
estepa burocrática
y becaria,
donde sólo crece
niebla,
y el sol no llega nunca.

Septiembre

Oh sol que salís, y
siempre
volvés, no te
detengas.
Después de las
lluvias,
el granizo o la
neblina,
aparecés, abrazás,
templás,
como el dios
que a todos
lados llega y da
fe
de altura y de
alegría.
Abrigo, alguien
escribió,
abrigo de los
olvidados
y los tristes,
y luz
para el amor,
el horizonte
y el verdor
que ya alumbra.

Los árboles

Los árboles
son extraños;

saben algo
que repiten;

las semillas
los piensan,

los desean
y los hacen,

profundas e
incesantes,

contra la sed,
contra la noche.

Historia

Un hombre mira el
cielo
y se pregunta cómo
hacer
para que su árbol
—en verdad,
una pequeña y
frágil
mata— crezca
bajo el viento;
con qué agua y con
cuál
fe regarlo en las
noches.
E inventa un canto,
acaso un rezo,
un estribillo,
un día de mañana
lejano,
bajo su sombra,
desde
las ventanas del
mundo,
y desde antes,
mucho antes,
de todas las
respuestas.

PÁGINA 15 – CUENTO

Changuitas


Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe/Argentina)

Perica recogió las dos naranjas y las metió rápidamente en la bolsa. Al mismo tiempo le tiró un coscorrón a Elvita quien pretendía tomar una.
-Ésta siempre quiere andar tragando- protestó. También le molestaba que su hermana fuera tan chica y no supiera nada; salían juntas por primera vez y ella acarreaba el peso de enseñarle dónde detenerse y cómo actuar.
Ya casi anochecía. Habían pasado por lo de la señora Beba, la que previo barrido de la vereda, habitualmente le daba para el pan; por lo de la mujer del apellido impronunciable, quien les extendió el billete recomendando como siempre puntualidad en la asistencia a clase, -claro- concedía Perica pensando: "... si supiera". Habían recibido cantidades de caramelos masticables que tragaron hasta sentir el estómago relajado por las esencias artificiales. Habían caminado el pueblo del derecho y del revés. Ahora sólo faltaba cruzar por lo del hombre del caserón oscuro. Era el último del recorrido.
Perica alzó un papel plateado de cigarrillos y lo fue doblando hasta que apareció una pulsera como de verdad. Se la colocó. El hombre era el único que la hacía franquear la entrada. Y no encendía la luz.
-Dame- Elvita trató de manotearle el adorno.
El papel se rasgó y la pulsera (la única en el mundo) no tintineó al estrellarse contra las baldosas. Tampoco se estrelló, más bien revoloteó como un avioncito de tergopol, ésos que el año pasado les regalaron en la parroquia para el día del niño.
El hombre vivía solo. -¿Tiene esposa, señor?- le preguntó la primera vez que la hizo entrar por la galería larga, llena de plantas retorcidas como para morirse de susto. —No- contestó él-. -¿Y quién le cocina?- curioseó y Perica descubrió que existen hombres que limpian y cocinan. Qué cosa novedosa.
Ahora a Elvita se le ocurrió pararse en medio de la bajada de un garage, para llorar a pleno por el recuerdo del mamporro.
-¿Te dolió?- se interesó sin acercarse.
-Mucho- lloriqueó Elvita revocándose la cara entera con sus mocos.
-Para eso te pego- aclaró Perica y se sentó en una pila de escombros a mirar la flor anaranjada que crecía en un hueco del material; -si querés te doy la flor.
-¿Sí?-. Dejó de lagrimear.
Después pasaban a la cocina y el hombre servía, en unos vasos dorados, una bebida más dulce que el vino, y la tomaban juntos. Elvita entraría en la casa del hombre solo, hoy que la acompañaba por primera vez. —Ella es la más chica- le explicó a la señora Pereyra, la que a veces le sonreía como una maestra en el primer día de clases, y otras la espantaba protestando: -¿otra vez vos? Sos cansadora... —Elvita anda por los cinco años, creo- dudó, -¿cuántos tenés, che?-. -No sé. La novata casi se mete en el pasillo de tanto adelantarse a espiar los pisos relucientes. Entonces tuvo que explicarle a la señora Pereyra eso: que de tan chica, a la hermana todavía no la recibían en el comedor escolar; que como se iniciaba en esto de pedir, se asustaba ante las novedades más inofensivas, que no sabía nada de nada, ni siquiera la edad, y tampoco que hubiera pisos que brillaban.
-Qué monada- sonrió la señora Pereyra que se hallaba en una de esas ocasiones de maestra novicia. Después entró a la cocina y apareció con las dos naranjas.
Elvita caminaba despacio, deshojando la flor. A veces se paraba y miraba para atrás; los pétalos enhebraban una guirnalda y la punta quedaba en su mano. Pero no podía unirla más. ¿O sí? Trató de tironear. La guirnalda no se juntó.
-Volvamos; me duelen los pies- rogó la debutante.
-A que te doy una naranja si caminás otro poco.
-¿De veras?- Elvita apresuró el paso hasta alcanzarla. Arrastraba su bolsa por la vereda, produciendo un bochinche a latas; no podía verdaderamente alzarla tanto le faltaba crecer. Pero el hombre, antes de servir la bebida dulce en las copas doradas, la levantaba y la acomodaba en un sofá blandito, estirándole el vestido como si Perica fuese una muñeca.
Al golpear la puerta de Herminia Herrera, recién instalada en el pueblo, la nueva vecina se horrorizó al verlas: -¿Pero ustedes no tienen madre?- se extrañó como si ellas no pudiesen provenir de alguien de carne y hueso. —Claro que sí-, exclamó orgullosa Perica. -¿Y qué hace?-. Se trataba de una señora nueva, y cada vez que visitaba una señora nueva, había que explicarle todo: cómo se ganaba la vida la madre fregando por horas, la composición de la familia, el nacimiento anual de hermanitos, los estacionamientos fugaces del padre de turno; las señoras proferían unos ah ah escandalosos y terminaban dándole un peso. En lo sucesivo le daban el peso, pero apuradas y sin charla.
Cuando terminaban la copa de bebida dulce, a Perica le venían ganas de reírse fuerte. El hombre también se reía. Enseguida pasaban a otra pieza, donde había una cama en la que se podía saltar alto hasta el techo, saltar y saltar como en un circo. Él se sentaba sobre la almohada y empezaba el juego, que consistía en que cada uno pedía lo que quería y el otro lo concedía. Y después....
-¿Alguna vez te colaste en un circo, changuita?
-¿Qué es un circo?- le inquirió la que no sabía nada de nada.
-Bueno, aquí vamos a entrar- anunció Perica deteniéndose frente a la casa del final de su recorrido; se volvió a Elvita: en su cara se pegoteaban hebras de naranja. La retó: -vení, tonta, que te limpio- y le frotó las mejillas y la boca con un pedazo de pollera. —Ya está-. Subió la escalerita y golpeó.
-Voy- resonó una voz ronca.
-No te vayás a asustar- le recomendó Perica a su hermana, -porque vos te asustás de todo ¿no?-.
-No- prometió Elvita.
Y entraron.



PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS

La lucha es tu vida. Retrato de Nueve Mujeres Combatientes Republicanas de Carlos Fernández Rodríguez (Madrid/España)

Por Ramón Pedregal Casanova (Valverde de Júcar-Cuenca/España)

Decir en voz alta sus nombres es hacerlas presentes, su ejemplo es nuestro patrimonio, sus ideas de justicia social, República y antifascismo son también, en días oscuros, la causa que abre el horizonte.
Carlos Fernández Rodríguez, un joven y ya ducho historiador, recoge en su libro "La lucha es tu vida. Retrato de Nueve Mujeres Combatientes Republicanas", la historia de estas nueve mujeres, Isabel Alvarado Sánchez, Concha Carretero Sanz, Cecilia Cerdeño Cifuentes, Pilar Claudín Ponce, Juana Doña Jiménez, Mercedes Gómez Otero, Carmen Moreno Berzal, Faustina Romeral Cervantes, Isabel Sanz Toledano, que, como se verá en la lectura, es la historia de miles de combatientes republicanas. Por las cárceles franquistas pasaron hasta 50.000 mujeres consideradas republicanas o rojas.
"La lucha es tu vida. Retrato de Nueve Mujeres Combatientes Republicanas", nos pone ante una realidad oculta dentro de la realidad histórica que fue el franquismo.
Si las mujeres durante la República formaron parte de organizaciones como "Mujeres Antifascistas", "Unión de Muchachas", "Liga Patriótica de Mujeres", "Socorro Rojo", "Juventudes Socialistas Unificadas" y tantas otras, después de la derrota en la guerra pasaron a formar parte de organizaciones clandestinas antifascistas, como es el caso de estas nueve pertenecientes al PCE, destacándose entre las organizaciones la denominada "Movimiento Democrático de Mujeres".
A lo largo de todo el libro encontramos los nombres de otras muchas que militando desde la cárcel o desde la calle, contribuían, con riesgo de su propia vida, la de sus compañeros y la de sus hijos, padres, hermanos, amigos,…de manera decisiva en tareas políticas, recogiendo dinero, pasando información, escondiendo a quien persiguiese la policía, organizando, tomando decisiones, poniendo en practica directrices, ayudando a los presos ¿cuántas y cuántas cosas más? Generando dinámicas de lucha, creando y dando vida al PCE en la resistencia al fascismo.
La exposición que hace Carlos Fernández Rodríguez se ve sustentada por una gran cantidad de documentación y observación minuciosa, para que el lector pueda seguir, como un espectador en primera fila, los acontecimientos más destacados de la lucha y la reconstrucción del PCE en todos sus frentes tras la guerra. El PCE había nacido como una necesidad histórica y volvía a nacer de trabajadoras y trabajadores con una conciencia y una voluntad transformadoras. Desde la clandestinidad los militantes dieron ejemplos de entrega que pondrían a la organización como el bastión democrático y republicano más importante. A los del interior se les unieron los que volvían de Francia, de América, de cualquier parte del mundo para hacer de la lucha antifascista el motor de sus vidas. Y hubo equivocaciones que se exponen con transparencia, y hubo caídas trágicas, y hubo triunfos que hicieron crecer el campo antifascista. Se detallan nombres, sistemas de organización, objetivos y proyectos conseguidos y fracasados, redes organizativas que se iban creando a pesar de las continuas detenciones, y tomas de contacto, nuevos militantes, vidas entregadas a la causa de la justicia social y política.
En todo el proceso de exposición se tiene delante comportamientos humanos, lea uno por donde lea ve que la historia la hacen los seres humanos, y la pueden cambiar, los trabajadores la podemos cambiar, ajustando el afán de superación, poniéndose objetivos políticos en la entrega a los iguales.
Estas son las vidas heroicas que debían leer los estudiantes en sus libros de texto, vidas que en otras partes del mundo son ejemplos en los que se apoya la explicación de la Historia de los pueblos.
Carlos Fernández Rodríguez, transcribe la historia de nueve mujeres que causaron tal admiración en el mundo que, ante la farsa de juicio preparada por los militares fascistas para algunas, las protestas arreciaron a nivel mundial en lucha para impedir su condena a muerte. En el periódico "Mundo Obrero" del 4 de marzo de 1946 se recogían los mensajes y el espíritu solidario internacional que se generalizaba: "Las mujeres del mundo piden la libertad de Isabel Sanz Toledano, Mercedes Gómez Otero y María Teresa Toral.
Este año una de las más altas banderas…"
La voz del autor, Carlos Fernández Rodríguez, es la de un rapsoda que habla en nombre de una comunidad y sostiene su experiencia. Toma la Historia como una enseñanza, la transmite, y es a partir de ese acto de reconocer y alentar nuestra conciencia social y política cuando conocemos a las y los "imprescindibles" que denominaba Bertolt Brecht.
El libro en si, entrelazamiento de historias contadas en voz baja, si acaso escritas en la memoria de sus protagonistas y de quienes conocieron a estas mujeres directamente, muchos datos recogidos en fichas policiales y en escritos de difusión clandestina, el libro en si, decía, es el recipiente a donde han ido a parar las voces de la resistencia que los poderosos han querido ocultar porque sus vidas, las de estas nueve mujeres y quienes con ellas resistieron son un signo, un símbolo, un ejemplo al que le tienen verdadero pavor, son vidas que enseñan la pasión que impulsa a vencer las dificultades. "La lucha es tu vida" resulta una celebración, es lo que dice Constantino Bértolo en su libro de crítica y literatura "La cena de los notables": "… lo escrito era lo propio de lo inscripto. Y lo inscripto era la voz de lo que no tenía voz: las cosas y los muertos. Ese es el significado de las inscripciones: conmemorar, compartir la memoria. La trascripción de un texto oral a un texto escrito es, en sus orígenes, una lección que se decide en función de lo que se considera memorable, de lo que debe formar parte de nuestra memoria."
Guardada entre sus páginas aparece una buena colección de fotografías, al tiempo que, junto a lo ya dicho, salen a la luz algunos de los que formaban parte del campo fascista y su manera de actuar, para que sepamos el pasado de los que niegan nuestro derecho a la memoria histórica; el que domina el pasado controla el presente y el que controla el presente prefija el futuro. Aquí traigo uno de los muchos casos que se cuentan entre las páginas que nos convocan, por si sólo pone de manifiesto el carácter de los golpistas que han vivido y aún viven entre nosotros metamorfoseados en demócratas: ¿Saben quién es, era, Gutiérrez Mellado? pregunten si no lo conocen, les dejo esa bonita tarea, yo les traigo aquí una perla de su vida que aparece en el libro para que sepan: "… Sinesio Cavada Guisado … estaba ante el pelotón de fusilamiento, junto con sus compañeros, fue sacado por parte del por entonces capitán de la policía militar, Manuel Gutiérrez Mellado. La policía le ofreció salvar su vida si delataba a sus camaradas de la dirección comunista, tanto del PCE como de la JSU, Sinesio puso en unos folios los nombres de decenas de comunistas, algo que no le valió, fue engañado, pasó por el pelotón de ejecución."

*****

Navíos de caronte de Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/ Colombia)

Por Gustavo Quesada Vanegas (Bogotá/Colombia)

“La mano que maneja la pluma
vale tanto como la que maneja el arado”
Arthur Rimbaud


Conozco a Carlos Fajardo Fajardo desde comienzos de los noventa del siglo XX, cuando él y su hermandad de poetas y de gestores culturales: “Si mañana despierto”, se abrían espacio en los ambientes literarios de Bogotá. Jóvenes, seguros y denodados, en más de una ocasión nos coludimos para programar eventos literarios. Desde esos días Carlos Fajardo se manifestaba como lo que es: “un horrible trabajador” – tal denominaba Rimbaud al poeta vidente-, ya sea haciendo la maestría de literatura y luego el doctorado, como docente, como ensayista que busca las claves de las nuevas culturas y las nuevas sensibilidades, o como poeta que trasciende lo sensible cotidiano para navegar en la aguas profundas de las desgarraduras del hombre. Su pasión por el verbo lo ha llevado siempre a una disciplina de carácter total. De ahí sólo podría surgir una obra rigurosa con capacidad de develar el mundo y anclarse en la memoria de la cultura. Muchos reconocimientos y premios atestiguan esa búsqueda y esa inmersión ética en nuestros torvos tiempos, para resurgir con la palabra exacta, la única capaz de abrir el futuro desde los resquicios de lo onírico y el horizonte de lo humano, porque como diría Jorge Gaitán Durán lo estético y lo ético tienen una ligazón indisoluble.

Mi soledad es más grave que una esquirla
clavada en el corazón
más terrible que la sed del viajero
más basta que los mares de mi patria

Navíos de Caronte, libro bellamente editado por la Colección Los Conjurados de Común Presencia, iluminado con navíos surgidos del pincel de Edgar Insuasty, es un poemario con cuatro puertas que uno no sabe si se abren o están cerradas para los viajeros: Navíos, Diásporas, Puertos, Exilios. ¿De qué habla el poeta? En el mundo de hoy el desplazamiento y la migración surgen en Córdoba o Nariño (Colombia), en Rusia, en Sudán, en Marruecos, en Túnez o África del Sur, en la China, en el Salvador, en Guatemala o en México. Inversamente a lo sucedido desde el siglo XVI y hasta la mitad del siglo XX, cuando desde el centro las corrientes migratorias se dirigían al Tercer Mundo, hoy presenciamos “la colonización inversa”. Pero mientras los viajeros del centro encontraron siempre una recepción abierta y en poco tiempo se constituyeron en parte de las élites dominantes, valga el caso de los migrantes europeos hacia América por todo el siglo XIX y el siglo XX, los actuales migrantes no encuentran recepción distinta a la de la policía. Y a donde quiera que lleguen, sea Europa o América del Norte, los esperan la discriminación y el abandono. Y esto cuando logran llegar, cuando sus huesos no van a parar al fondo del mar.
“Soy extranjero/ sin nombre/ sin ley/ sin luna. /Soy extranjero/ sin lengua/ sin palabras. /Soy extranjero/ sin madre/ sin patria/ sin un árbol que recuerde”.
Quedarse sin lengua, sin memoria, en una tierra extraña, es quedarse sin patria. ¿Cómo portar la patria cuando la propia lengua es otra, cuando se vive en las sombras, cuando se es representación del mal? El poemario es contundente: se inicia el viaje con expectativa, se arriba a puertos que proscriben la entrada, se llega al exilio, a la soledad y a la autonegación: “Esta ciudad para mi se oculta. /No soy más que un despojo/ en una calle enemiga”. No se trata de la tragedia de un grupo humano o de una cultura específicos. Es una tragedia universal. Inmensas masas humanas se desplazan de sur a norte, luego de que sus sociedades fueran desarticuladas y saqueadas por el colonialismo y cuando han sido destruidas por la guerra; cuando las potencias coloniales construyeron fronteras que separaron hermanos y aglomeraron culturas diferentes; cuando la única alternativa que se encuentra es ser un paria en España, en Francia, en Italia o en Alemania. “La Otra Orilla” es el lugar del desarraigo, de la pérdida de los sueños, de la disolución de lo humano: “¿(…) alguien habrá encendido un fuego a nuestro nombre?/ ¿Presentirán este vacío del vacío, sin dolor alguno?”
¿Dónde quedaron entonces las promesas de la razón y la Ilustración? ¿Dónde el humanismo del que han hecho gala las naciones “civilizadas” argumento socorrido para justificar su colonialismo sobre el resto del mundo? El mundo global abre sus fronteras, sobre todo las del otrora llamado Tercer Mundo, para que circulen el dinero, las mercancías y los símbolos pero no los hombres. Los desplazados terminan en el fondo del mar: “En casa nadie sabe/ que ahora somos dos cadáveres/ sin compañía alguna”
Es posible que el poeta haya percibido en toda su dimensión esta crisis de proporciones inusuales en sus periplos por Colombia y por el mundo. Es posible que haya recibido el terrible sacudón en alguna parte de España o en las comunas de Cali o Medellín: Quizá en una esquina de Bogotá cuando se nos acercan los desplazados. Todos lo hemos percibido, todos padecemos el impacto de las noticias de las pateras o la zozobra de los balseros, o las casas llenas de chinos que esperan pasar por Colombia rumbo a Centroamérica y de allí a México y a los Estados Unidos. Pero no todos podemos transformar el dolor humano en arte. En el ambiente se respiran todavía fragmentos de los “Cuadernos de Sarajevo” de Juan Goytisolo, como el caso más cercano de un texto que recorre el dolor de un pueblo, de un momento histórico y lo lanza al espacio para sacudir la conciencia universal.
La lectura y la relectura de Navíos de Caronte nos exige, además, una digresión: toda obra de arte nace de una experiencia singular en la sensibilidad y la conciencia del artista, pero sólo su trabajo, su esfuerzo denodado, su medir cada hecho creativo en su justa dimensión hace de su experiencia algo universal. Tal es el caso del poemario que comentamos: el desgarramiento del dolor humano se hace universal en palabras contenidas, cinceladas con sudor y con talento, hijas de quien ve en la poesía la posibilidad cierta todavía de señalar el dolor y el sufrimiento: “Ancho es el mar. / Mis cabellos se agitan por los tempranos vientos. /Sumergido en la inmensidad de la luna /se me acaba la tarde./ Que nadie se fije en nuestros aguados ojos. /La muerte será más cruel y pura /en océanos de nadie”.
No hay realismo. No hay cuerpos. No hay nombres ni apellidos. Los migrantes, los desplazados, son fantasmas que sueñan, que deambulan, que sienten dolor y nostalgia, que rememoran el cuerpo de la amada o el calor del fogón de la casa de la madre; que dibujan el árbol o sienten las medusas en los ojos como certificado de su propia muerte. No hay desbordes lingüísticos ni quejidos sentimentales. Contención, precisión y una herida abierta de la primera a la última página.
Pero llegados a la parte final, “Exilios” el autor nos subvierte la mirada: En el mundo actual se han finiquitado los lugares. Donde quiera que estemos: la ciudad, la calle, la distancia, nuestro destino es el de los exiliados. La casa de los juegos, la calle de la añoranza, la infancia, la voz de la amada, todo nos anuncia que los lugares se han perdido en la memoria y que la memoria nos conduce al exilio. No hay lugares. Todo es un grande y a la vez pequeño mundo, ajeno, veloz e implacable, que arrasa los recuerdos, los colores, las texturas que le podrían dar sentido a la existencia. Si antes el exilio era un lugar físico, ahora es un lugar permanente de la sensibilidad y de la existencia. ¿Cuál es el territorio que pisamos? ¿Qué tienen que ver conmigo las ciudades, las muchedumbres, el tiempo al que no contienen los relojes, las luces que hacen todo más oscuro?
“Acostúmbrate, dicen tus cartas /a ese destino de ciudad /que hoy sostiene tu mirada”.

PÁGINA 17 – CUENTO

El memorioso


Por Jorge Isaías (Los Quirquinchos-Santa Fe/Argentina) jisaias46@yahoo.com.ar
A Raúl Aquilano

El hombre tiene unos límpidos ojos celestes que miran asombrados como los ojos de un niño. La cabeza cubierta de cabello enteramente blanco, pero no tiene ni por asomo la amenaza siquiera de una lejana calvicie pese a que pasó largamente los setenta. Su cuerpo es delgado y sus pasos son ágiles y uno cree entrever en esta figura muy querida en el pueblo aquel muchacho que infatigablemente recorría todos los barrios y las canchitas de entonces a la búsqueda de nuevos craks que asomaban en aquellos que el veía como una lejana promesa.
Mi infancia lo tuvo como lo que es: un personaje querido. Con su bicicleta y su enorme gorra de visera, miraba detenidamente los picados entre chicos y el conversaba a los mejores y los convencía para "ficharlos" en el club del "otro lado de la vía", es decir; el Club Atlético Federación. Gracias a él
los azules siempre tuvieron su semillero inagotable. Dos de los míticos cracks ya militan hace años en el profesionalismo. Danilo Gerlo y Fernando Belluschi, nativo del "Barrio El Jazmín", como yo. El primero en River y el "Fer" como le dicen en su familia, en el "Olympiacos", de Atenas.
Estos chicos, es casi seguro habían pasado por el ojo experto de este hombre bueno y desinteresado que responde al nombre de Raúl Carmen Aquilano, hijo de don Marino Aquilano quien fue varias veces presidente de "Federación".
Su memoria es tan despiadadamente minuciosa que pasa revista sin dudar de los equipos del año 50 en adelante, incluidos los suplentes. Pero no sólo de la liga interprovincial, sino que expresa con toda naturalidad las formaciones de aquellos esforzados y valientes equipos de barrio, que representaban las ligas comerciales. Y uno escuchaba nombres allí de gente que nunca podría haber supuesto que tuvieron en su vida la decisión de patear una pelota. Pero con que sólo Raúl lo enuncie, pasa a ser en el acto
palabra sagrada.
Esto quede en aquello que los historiadores llaman: "lo fáctico", Porque qué acción podía en aquel tiempo remoto y diluido en el impiadoso olvido.
Casi con seguridad el pueblo de entonces se veía a sí mismo con una explosión de mariposas veraniegas, con chicos de pantalones cortos, descalzos, matándolas en las esquinas, hasta que el camión regador comunal o, antes, el tanque de agua tirado con los caballos producían el desborde.
Y luego en las noches, en esas mismas esquinas, esos mismos chicos se reunían para una cruelísima diversión; patear sapos y aún ponerle un pucho en la boca para hacerlos "fumar" entre el júbilo y las risotadas de todos.
Mientras que, durante el día, en especial por las tardes, todos los pibes del pueblo nos trenzábamos en encarnizados partidos de futbol. Con los más diversos "esféricos", como le decían los periodistas deportivos de aquellos años. Sabemos de la larga, frondosa y rica, a veces y otras, ridículas
maneras de engrosar el vocabulario futbolístico. Digo que no necesariamente la pelota debía ser de cuero (algo improbable por la pobreza de entonces), pero sí de goma o de trapo, muchas veces. Para su construcción debíamos pedir una media vieja a la madre, la hermana mayor o alguna tía siempre
buena y solidaria.
En lo mejor del partido llegaba Raúl, con su eterna bicicleta, su gorra y su mameluco de carpintero. Se paraba a mirar. Luego, ofrecía sus servicios gratuitos (no desinteresados), para vestir la camiseta albiazul.
A mí nunca me convocó porque sabía que tal traición era imposible. Yo me había criado literalmente en la cancha del "globo" rojiblanco y en esos tiempos las primeras pasiones eran para siempre. Yo era (y soy) huracanista.
No obstante, ese hombre bonachón no se privaba, de emitir una opinión favorable, o una felicitación por una jugada si venía al caso. Pero él sabía a quien podría conversar, su caballerosidad, su gesto famoso era y es proverbial en el pueblo.
Ahora peina canas y con sus canas, recuerdos.
"Es un libro abierto del fútbol", dicen en el pueblo. También un archivo generoso para darse a los demás. Cuando uno le pregunta algún dato, contesta sin vacilar e inquiere con esa mirada de límpidos ojos celestes.
-¿Qué más querés saber?
Y uno le agradece esa predisposición de hombre bueno, pero es discreto con sus respuestas y apenas se circunscribe a lo futbolístico, pero hay tanto que quisiera saber. ¡Tanto! En especial de aquellos años -que son, diría Borges- como si no hubieran sido.
Sin embargo se contenta con saber quienes fueron aquellos muchachos que jugaron por entonces, que apostaron al gusto, a la gloria efímera, a la casaca humilde, a los botines más humildes aún, a esas camisetas que el tiempo destiño para siempre porque el color tan vivo de aquellas sólo existen -hoy- en la mente de "disco rígido" que tiene este hombre en su cabeza y lo comparte, casi como si cortara con un cuchillo una hogaza de pan caliente y lo sirviera a los curiosos, sus hermanos.
Quien sino el puede recordar un equipo que a fines del cuarenta se llamó "Las rosas" porque respondía a un almacén de Ramos Generales de nombre homónimo y que estaba vecino a la escuela Provincial.
Raúl comenta -y si lo comenta es cierto- usaban unas camisetas con bastones verdes y blancos y se entreveraban en los llamados "campeonatos abiertos", que se jugaban en verano y que congregaban a un grupo de entusiastas comerciantes que daban el nombre y las camisetas del equipo con la aclaración que ese mismo entusiasmo era aprovechado por la euforia futbolística que ganaba los corazones de los jóvenes varones de aquel tiempo en que yo aún no nacía.
¿Hay alguien -salvo Raúl- que recuerde los nombres de aquellos esforzados muchachos de entonces? Aquí están: Luis Cachornia, Pedro Camiscia, Emilio Marciano y Ángel Vera (a quien se lo conocía como "Verita"), Ángel Barco ("El manco"), y Ramón Barco ("Mojarra"), Cándido Joan ("Patita"), "Pichi"
Barco, José Pichichello, Ismael Durán, "Chiquito" Giacobbe y Juan Giacobbe, a quien apodaban "Vino blanco".
Mi pueblo, nada tiene que envidiarle al Funes de Borges. Nosotros lo tenemos a Raúl Carmen Aquilano, por si quiere alguien constatar hasta dónde llega la minucia de la memoria humana.



PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

Norton Contreras Robledo
(Canela/Chile)

Preludio

I


A lo largo de siglos milenarios
vienen estos cantos definidos
de las profundidades
germinales.
Como un río de flores amarillas.
Como océanos de aguas
subterráneas.
Son palabras de enamorados,
susurros de amantes fortuitos.
Las voces de los silenciados.
Estos cantos en tiempos
de amor y de guerra van
hacia la gente.
Son un testimonio del pasado,
una mirada al presente,
un canto de amor,
de esperanza al futuro.
Desde edades estelares…
como la luz al día…
como el espacio al tiempo
a través de años infinitos.

II

Nos hablan de la vida
y de la muerte.
Vienen desde las
profundidades
de la tierra,
del socavón
de donde los mineros
sacan las riquezas
para recibir un salario miserable
y seguir sobreviviendo
en su pobreza.
Aquí están los cantos,
vienen de las alturas
de los andamios,
con los que los obreros
construyen grandes
edificios.
Ellos viven en barrios
apenas iluminados,
en casas que cada invierno se
inundan con la lluvia.
Aquí están los cantos.
Traen los sentimientos que
mueven al mundo,
palabras de amor y pasión,
las palabras de la ira
y la ternura.
Traen los tiempos
de amor y de guerras.
Yo no juzgo los tiempos,
solo quiero dar
testimonio de ellos.

Improvisación en fa mayor
(Una mujer con guitarra)

Una mujer con una soñolienta
guitarra
me contempla desde
una fotografía.
Me desarma con su timidez,
me abraza con su ternura.
Y ¿dónde están los tiempos?
¿Dónde las voces a tu alrededor?
¿Dónde está la gente que me
alejaba de ti?
Entonces...
¿qué pensabas?
Yo soy una cuerda,
una nota sutil
en tu guitarra,
una melodía
abrazada a tu sombra.
La memoria
de los tiempos idos.
Un poema en el cráter
de un volcán.
Un prisionero en las
profundidades de tus ojos.
¿Sabes?
No puedo...escapar

Confidencias

I


Quiero desenterrar las palabras
sepultadas bajos los restos de las estrellas muertas.
Caminar, indagar los laberintos de la noche,
incinerarme en las profundidades de los volcanes.
Buscar la constelación de mis palabras
en tus mundos interiores.
Encontrarme a mí mismo
suspendido en una lágrima
de tu sonrisa.

II

Soy el reflejo de tu alma
la prolongación de tu tristeza
la sombra de tus horas de hastío
la tristeza rondando tu esquina,
el elemento que se repite en toda
tu novela… espejos
lo que se ve reflejado en ellos
y a través de ellos...
la soledad.
Eres la imagen de mis sueños.
Un espejismo en el desierto de mi alma.

Oscar Marchesin (Montevideo/Uruguay)

El Castillo de los Ilusionistas

Entre Aladino uno de los Superheroes y Gandhi
Embarazaron a la virgen violaron al ángel de la guarda
Asesinaron a un supuesto nuevo mesías - ¿y el otro ?-
Invocaron a mil Diablos liberaron de la botella
Los Genios de la historia los Rumores de la Vida…

Se gestó La primera arteria de roja sangre
La primera vena de sangre podrida…

En un silencio de susurros se oían corrillos innecesarios…
El antiguo libro aquel dividió las aguas y deshizo el tiempo…

Había que empezar nuevamente…

Los náufragos llegaron hasta las puertas del castillo
Montados en las ilusiones del incienso de los relatos…

Fusilaron a Noe por las dudas quemaron el arca
Se tomaron toda el agua que no era tanta
Cruzaron un chancho con Maria Antonieta
Y nació la histeria de Nerón y del mundo…

…Soy tu dolor tus ironías historias y muertes Abrázame ahora
Ya estoy aquí Yo Pandora al infinito…
…una simple escupida mezclada con dos lagrimas de ausencia
y El semen de una noche de hijos al viento…

…Dos gotas de sangre fresca y un poco de sudor…
Necesito tan solo eso para vivir nuevamente y dos ojos…
…gestaciones por violación y reencarnaciones a la carta
La especialidad de la casa El Castillo de los Ilusionistas…

Debajo de tu pubis rosado mi nombre rozando el infierno dorado
…siempre me mantuve cerca de infiernos de azufre y azúcar
Naufragando en flujos incorpóreos de fantasmas estelares…

…soy un corcho flotando entre las orillas de tú sexo
Un barco de papel que naufraga en el sudor de tu ombligo...

Proclamada la fertilidad imbuida de la penetración asistida
Aparecí una noche / hecha la noche dibujados los astros…
¿…Quien dijo la primera palabra quien dijo agua y se comió la sal?

El castillo entre la bruma de la duda / la invasión establecida
Dos siglos antes cautivaba a los mercenarios de la historia…

…Un dormitorio para momias egipcias restablecidas
Otro para romanos de a dos o mas y el juego prohibido
Otro para Cleopatra y su comitiva de hombres mujeres y demás animales
Otro para los cyber humanoides del futuro
Otro para las monjas recalcitrantes prostitutas y los curas mentirosos…

“con un punto de apoyo moveré el mundo”:
…Con la mente de un político la palabra de un cura
La formación de un militar y la opinión de un medico
Destruiré el Universo…

Y en el desierto del Castillo encerrados los mecenas
Adoraron el oro de los alquimistas primerizos
Oropel falso oro de cobre y migajas relegadas
Por los ejércitos del fin del mundo…

Muerto Aladino Clavada la virgen a una cruz
Se diluyeron las paredes hechas de siglos
Y el Castillo es hoy viento norte
Cálido hasta el fuego de sus componentes…

Creciendo bajo el cuidado de las espinas de las rosas

De las manos con las llagas de sus púas…

No quiero valerme de tu voz ni sentarme a tu lado
Aguardando la dádiva de las sobras…

No quiero ser nada más que mi vida misma
Que me come cada día en mi aventura de sobrevivir…

No quiero sufrir más y nací para ello
No quiero depender más no nací para ello…

Quiero tan solo una noche solo una
Sobre una playa lejana o no esa de los cuentos…
Iluminada por tus ojos brillantes achinados
De besos una luz al infinito sin estrellas…
De la mujer que me ame lamentando su sentir
Entre mis brazos abrazada de huesos quebrados al abrazo…

Dormiré sobre tu vientre los últimos minutos de aire que me quedan…

Cubriendo tu espalda respirare los olores de mi muerte
Entre las espinas de mis rosas del nacimiento indebido
El agua nos recibirá la tierra abierta de madrugada
Sin indagar sin apreciaciones innecesarias…

Sus habitantes silenciosos casi mudos las piedras y los orígenes…

Sin saberlo mi vida me vivió
Ella sigue su camino y yo busco otra vida…

Combinar el arte y la ciencia entre los hierros y la carne

Y la sangre en las sábanas casi terminando el ciclo un día antes
Combinar las salivas en los besos la química de los olores los aromas…

Y la piel contra la piel de las caricias de los cuerpos
Combinar el ensamble de las dentaduras la cantidad de carne de los labios…

Y las lenguas entre los movimientos sinuosos de la noche
Hasta que la oscuridad se confunda con tu piel cuando no estas…

Y combinar el peso de los cuerpos balanceados en los giros
Los contrapesos la lubricación exacta de la fricción y la suavidad de los rasguños…

Y hasta las miradas el brillo de los ojos y las palabras en el momento justo
Combinar el principio de la vida el sudor de los cuerpos y la respiración…

Y las promesas las propuestas los vínculos los pactos los principios y códigos…
No habrá testigos ni chusmerío barato que confirme o niegue los hechos…

Y la vida es impenetrable única indivisible
Nada ni nadie podrá declarar lo que no quiera aun torturado…

Quien pueda mezclar la letra de una servilleta escrita en la mesa de una bar
Con las estadísticas de la bolsa con los cálculos de la ingeniería o la arquitectura

Tendrá más a mano los secretos de la vida.

Gritos desde lo profundo del color negro

Desde el altillo del campanario
De los huecos de las ratas debajo de los zócalos…
Gemidos fingidos del orgasmo que nunca llega
Porque nunca existió la posibilidad de generarlo
El rey que paga exige la dádiva del regalo inexistente…

Gritos del torturado en las planchas
Sobre los flejes de metal las camas
Agua dos cables o las puntas del diablo los cuernos de uranio
Gritos que preguntan gritos que nada exigen
Los gritos del por qué…
Habíamos pintado la pared de una esquina solamente…

Gritos de parto parte la vida es el comienzo de la muerte…
El esfuerzo sin fin la ayuda relativa
Más gritos y el grito de horror del que sale
No se sabe porque grita si de dolor si por el cambio a la nada
Si vio una gorda partera de bigote asesino
Si sabe que arribo al planeta en exterminio al mundo del vacío…

Grito del vendedor de diarios
Del que labura para el plato de cada día
Grito de garrapiñada y manzanitas rojas a la fuerza…

Gritos debajo del agua para que nadie escuche
Gritos desde el negro silencio de la noche lluviosa.

Hacia el norte nubes de humo y el río marrón

Un vacío otro vacío sin ver el horizonte la noche se estrena
Inmortales imposibles de comprender
Van y vienen por este corredor in-creado estrecho de estrellas

Todas las formas inadmisibles se generan desde el fondo
De esa oscuridad imposible donde flota la eternidad su cuerpo
En vano aguardo su aparición cobarde y escondida
Quizás detrás de la pintura exquisita del jarrón dorado de sol

No hay puertas las perlas ruedan los patios del palacio
Visión de la quimera hacia el norte el infierno del Dante
Mis ojos quieren ver esa invención de los dioses confundidos
Discusión por quien no nació nunca…

Una vela apagada mil velas intentan la luz
Los alfareros del mundo dirimen responsabilidades
Los artesanos tejen las delicadas alas de los pájaros
Soplan el aire amasan moléculas de rocas y dragones

Parados sobre la esfera del mundo pisoteado
Los alquimistas transforman el agua la sangre fluye
La piel de los pétalos de las rosas
Cubre delicados tejidos

Un nuevo intento
Fui desoído nuevamente los dioses en su plegaria
Demostraron ser ateos seres engendros sin vida
Los castillos desmoronados los aplastaron impunemente

Todo es selva y en ella se aparean las bestias
Busque al hombre intente ver gente
Me adelante al tiempo del tercer intento
Quizás no sea fallido…

Introducción a la revolución

La rubia pidió un regalo siempre pedía algo
Alguien que la contenga que nunca la deje sola
Y sigue caminando las veredas del día
Las calles de la noche

Los chinos de los barcos del puerto de Montevideo
Traen mucha plata al Embajador
Se toman todo y la rubia se levanta con olor a pescado
Y mil dólares en el bolsito naranja
Los chinos se durmieron antes de desvestirla
Esa noche tuvo suerte

Dice que salio de la cáscara de un huevo
Que fue un patito amarillo
Confundido con una gallina blanca

Reaccionaria desde sus comienzos
Se resistió a ser gallina come gusanos pone huevos
Y a los 17 se pelo de 33 a Juanico

Trabajó la uva la bodega la esclavizó
En la bodega debutó entre roble y palas de inoxidable
Y no supo si era su sangre o la de Cristo en el suelo
Pasaron por el lugar los trabajadores del turno
Y recibió el amor de todos y no sabía bien de qué se trataba

Por la ruta 5 un camionero la llevo hasta Canelones
La guardo en una pieza vieja y húmeda
Cocinaba lavaba y pensaba si era una gallina realmente
Intento volar desde el techo de la casilla
Se rompió un brazo se machuco la frente
Y desistió de ser una bataraza confirmado el patito

Se fue al Canelón Chico y nado 24 horas
Lavo su cuerpo sus culpas inexistentes
Y en el frigorífico pelaba los huesos de la parte trasera
Instó a mejorar los salarios con los primeros paros
Duro poco y la revolución quedo para otro momento

Su amiga la animo a ganar plata fácil
Vivió con ella en la ciudad vieja de Montevideo
En pocas semanas la ropa llenaba su placard
Le sobraba dinero para emborracharse cada noche
Después del trabajo después de enjugar su boca con alcohol

Llego al Sheraton y fue primera página de un book ejecutivo
Sin saber su nombre la encontraron muerta
Dentro de una limusina sobre la rambla portuaria…

Sudacas

No tiene sentido continuar discutiendo
Sobre el hombre en el mundo...los sobornos
Las violaciones de menores la venta de órganos
Los desaparecidos...

Y los poetas siempre usados
Por los organismos de los gobiernos
Manejados por los pesos de los concursos en pos del silencio...

La consigna que callen y solo escriban
El amor a la rosa la mirada perdida en la luna...
Escribir sin comprometer ni comprometerse...

Los templos y sus directivos siniestros...
Siempre supieron que ocurría y no solo callaron
Dieron la bendición a los inocentes sacrificados
Desaparecidos en manos de milicos con armas
Bendecidas por los curas de nuestras iglesias
Bautizantes de nuestros hijos... ... ...

Y donde esta tu dios iglesia de cristo y de la trinidad...

En la colonia etchepare se comen unos a otros atados
Entre la mierda de cada uno y también comen mierda poco antes...

Y violan a los mas sanos recuperables en un principio
Venden sus partes cuando casi muertos se las roban...
Ese es tu dios iglesia de cristo de la trinidad...

Pero donde esta/que pretendió hacer para no hacer nada/
Para hacer todo tan parcial-relativo-arbitrario... mal adrede

Aquí, en el centro de este desierto sudaca...
¡No en las estepas rusas!
(esa palabra/estepa/siempre me sacudió tenebrosamente
Por eso la uso/quizás hace algunos siglos o muchos/
Haya sido torturado en las estepas asiáticas)...

No somos latinos y que nadie pretenda imponer arbitrariamente
Una identidad que si compartimos es tan solo por la herejía
Asesina de conquistadores europeos que mezclaron por la fuerza
La sangre bendita de nuestras indígenas con la puta aguasangre
Italo española...somos sudamericanos y pensamos como tales...

Latinos y americanorteños... el culo.

PÁGINA 19 – CUENTO

La miel de febrero


Por Hugo Alberto Patuto (Conesa-San Nicolás-Buenos Aires/Argentina)

“Me lleno de hormigas”, piensa, “y la mañana surge como un desafío”. Enseguida pasa revista a una serie de imágenes (agolpadas en su mente como recuerdos precisos): el atardecer sobre el río Paraná, la hilera de plátanos que hace más grande la calle principal del pueblo, la sombra de un camión cargado con bobinas de chapa, las pastillas de goma. Sabe que las hormigas traen la idea de algo dulce, intensamente dulce, aunque salta de la cama. Desbordante de alegría busca la complicidad de la ducha. El cabello renegrido y los ojos color miel tan cerca de las curvas que no se doblegan con facilidad; el agua la invita a presumir. Ahora la sed vuelve a su garganta como un puñado de arena caliente. Por años ha convivido con ese temible fantasma.
“Salir de una vez”, piensa, “para tener mi clase de yoga, acordar un turno con la señora que depila y preparar el almuerzo”.
Queda por unos minutos con la mente en blanco. Mira a su alrededor: la mujer ha partido llevándose los caminos del espejo. Las piernas hinchadas, el vientre como un sueño blando y torpe, todavía más difuso por las huellas de la insulina. Está sentada, como la mayor parte del día.
Imagina que cruza un puente vestida con un traje de amianto. Y debajo de la piel ese involuntario millón de hormigas.
- Eva, la reclaman –dice una muchacha delgada, remera azul francia y pantalón blanco-. Venga conmigo.
- ¿Te conozco? –le pregunta, disimulando el inconveniente de sus pasos lentos-. Debe hacer bastante que trabajás en este lugar…
La enfermera no contesta, segura de haber repetido “Tres años, Eva” infinidad de veces.
El hormigueo del mundo se le ocurre peligroso. Y se deja acompañar. Febrero estalla en la puerta.



PÁGINA 20 – ENSAYO

Alejandría: Cavafis, Forster y Durrell


Por José Antonio Lugo (Distrito Federal/México)

A Yolanda Meyenberg

Jane Lagoudis Pinchin nos ofrece un libro extraordinario: Alejandría: Cavafis, Forster, Durrell, que nos describe en primer término cómo esta ciudad, Alejandría, al ser el espacio donde estos tres grandes artistas concibieron o escribieron sus obras más importantes, se ha ido convirtiendo en un espacio mítico. Así, de la misma manera que podemos hablar del Dublín de Joyce, o del París de Proust, la Alejandría de estos tres autores ya no tiene que ver con la realidad; se ha convertido en un icono y un motivo de turismo literario. Detrás hay una historia de más de dos mil años: Alejandría fue el espacio donde florecieron grandes personajes, desde Alejandro Magno, quien creó la ciudad, hasta el gran filósofo Plotino, la extraordinaria mujer que fue Hipatia, el astrólogo Ptolomeo y, por supuesto, Cleopatra y Marco Antonio. Pasó de ser un refugio del helenismo, a la cuna del neoplatonismo y, siglos después, con la conquista, una ciudad árabe, capaz de mezclar culturas como los sabores de un exótico platillo.
En el capítulo dedicado a Cavafis, la autora nos acerca al “gran poeta de la ciudad”, recordando algunos de sus poemas más importantes y cómo sus celebrados versos fueron, en buena medida, producto del ambiente de la ciudad. Cavafis se encontró a sí mismo en la ciudad, se permitió el amor homosexual y fue el gran cronista del paso del tiempo en el amor: “Alegría y perfume de mi vida / es el recuerdo de esas horas / en que hallé y retuve el placer tal como anhelaba. / Alegría y perfume de mi vida / yo que odié los amores y goces rutinarios”. Ese amor conduce en ocasiones, a la perdición: “Mas a fuerza de ser para la gente un Narciso y un Hermes, / los abusos me arruinaron, me mataron. Caminante, / si eres alejandrino, no me censurarás. / Conoces la vehemencia de nuestra vida, / qué ardiente es, qué excelsa voluptuosidad”. Al final sólo queda la memoria y el recuerdo. La autora nos cuenta que Cavafis, cuando estaba a punto de salir de su casa por última vez para ingresar al hospital: “miró su maleta y se echó a llorar, escribiendo en un cuaderno de notas que siempre llevaba a mano puesto que ya no podía hablar: ‘Hace 30 años compré esta maleta, una tarde, con prisas, para ir al Cairo en viaje de placer. Yo entonces era joven y fuerte y no mal parecido’”. La melancolía es la de sus personajes, que se deleitan con amargura en sus recuerdos.
Confieso que no conocía la profunda influencia que tuvo Alejandría en la obra de E.M. Forster. Él llegó a Alejandría en 1915 y permaneció allí –varado por la guerra- hasta 1919, trabajando para la Cruz Roja. Tenía 36 años y era un escritor reconocido, autor ya, entre otras obras, de Howard’s end y Una habitación con vista. Además de la enorme influencia en su obra de la ciudad y del propio Cavafis. Forster lo conoció y fue su amigo, además de convertirse en el divulgador de su poesía, que con entusiasmo mostró a los grandes escritores de la época, como T.S. Eliot, Virginia Woolf y Robert Graves. En una carta que Forster le escribe a Cavafis el 17 de enero de 1917, le dice: “Sospecho que en el fondo del alma lo que uno verdaderamente ansía no es la felicidad sino la paz”. Al igual que el poeta, Forster se sintió fascinado por Cleopatra, producto de Alejandría. Sobre ella, escribió: “Ella sería la última de una estirpe sutil y solitaria, una flor que Alejandría había tardado 300 años en concebir y que la posteridad no conseguirá marchitar, y que de ese modo habría de mostrarse ante un sencillo pero inteligente soldado romano”. Para Lagoudis, la influencia de Alejandría sobre Forster cristalizaría en su gran novela Pasaje a la India, en la que el encuentro de razas y civilizaciones es un reflejo del caleidoscopio alejandrino.
De la misma manera que Forster quedó varado en Alejandría durante la Primera Guerra Mundial, Lawrence Durrell llega 30 años después, en plena Segunda… Pasaron muchos años para que alumbrara su obra maestra. Después de Alejandría, estuvo algunos años en Grecia, Argentina y Yugoslavia, para, finalmente, en 1952, renunciar al Foreign Office y con su hija pequeña, Sapho –nacida de su segundo matrimonio con la alejandrina Eva Cohen, partir sólo hacia Chipre, donde conocería a Claude, su tercera esposa.
Sin embargo, el encuentro con la ciudad no fue placentero. Grecia había caído y él escribió, en La celda de Próspero: “La pérdida de Grecia ha sido como una especie de amputación” (de la misma manera en que Nessim pierde un ojo y un dedo, Clea una mano, Pursewarden la vida). Tan es así, que le escribe a su maestro y amigo Henry Miller: “No creo que te gustase… el cochambroso aspecto de esta ciudad napolitana en ruinas. Hay árabes, coptos, griegos, franceses; no hay música, ni arte, ni auténtica alegría. Si uno fuese capaz de escribir aquí un simple renglón de cualquier cosa que oliese a humano, sería considerado un genio”.
La ciudad es malévola, como sus mujeres, como Justine. Darley –esa especie de Marco Antonio- tiene que ir conquistando a sus tres mujeres –Melissa, Justine, Clea-, a la vida, a la ciudad, antes de quitarse los lentes y comenzar a escribir “la vieja historia de un artista maduro” y sentir “que el universo entero le daba un abrazo”. El proceso de apropiación de Darley es el mismo que vivió Durrell, que termina amando a Alejandría y llenándola de humanidad. Todo bajo la sombra protectora del espíritu de Cavafis, representado en El cuarteto… por Balthazar. Al final, el círculo se cierra. De la misma manera que Cavafis recuerda poco antes de su muerte el momento en que compró la maleta en la que llevará algunas pertenencias y ropa al hospital del que no saldrá vivo, al final de la novela el tuerto Hamid le regala a Darley una foto arrugada de Melissa y Darley. Quedan los recuerdos, no la realidad. “La realidad… No hay nada que con el tiempo se contradiga más”. Así, Alejandría se convierte, una vez más, en la ciudad de los recuerdos, la ciudad de las memorias sensuales, festivas y amargas de tres grandes de la literatura: Cavafis, Forster y Durrell.

PÁGINA 21 – CUENTO

El invierno


Por Ivan Godosky (San Miguel/Chile)

La historia había llegado al final de sus rieles. Entró a Chile. Pero, según los pronósticos el invierno sólo comenzaba... Adiós a los ababoles. Se acabaron las visiones de los monjes y, como un paipai destruido, murió también la planta musácea. Se detuvo el tiempo, eso todos lo notaron. El clima pasó de caluroso ha helado. Aunque los fríos eran cercanamente familiares. Fin de los cantares y muerte de la avena. Los lutos nunca fueron el fuerte de los chilenos. Era el principio del desastre. Se percibía primero lejano, cerca después. Porque lo sentía todo Chile, como nunca, de modo tal vez confuso. Dentro de mi casa seguía escribiendo mi obra. Pero con una etiqueta nueva, con un número romano, con otra clase de chileno. Oía desde mi casa lo que en tres años no se disparó. Veía lo que nunca se gobernó. Con mi vista, penetraba hasta los muros. Aquí se me encontró. Fin de los saltos del conejo y los argumentos de conejeras cierran la obra. Se me encontró. Me llamo Escritor Testigo de Todo, así como otros hombres pueden llamarse, Cajón de Todos los Muertos o Neruda de Isla Negra. Lo mío es precisamente un grito escrito en papeles. Un oficial golpista me habló:
-Su obra, escritor, es de un amargado de mierda-.
Se me conoce, -o conocía-, en medio de la dinastía de los hombres honestos. Me conocieron en Linares cuando la madre de mi novia esperaba al cura para que le diera a su hija la unción y pudiera ser enterrada. Nada de tumbas o nichos: sólo fosas comunes. Pero ahora los golpistas veían que mi cara era la misma de antes. No había una arruga de pánico y mis pupilas eran siempre las mismas, igual a los panfletos, ojos atentos aunque con anteojos poto de botellas. El oficial, que había entrado a mi casa sin permiso ni rodeos, escuchó mi voz y se estremeció.
Para asustarlo y quitarle el coraje de golpista, le dije:
- Oficial, lo conozco desde antes del golpe del 73. Y fíjese que ahora le hablo después de perder mi libertad. La perdí hoy-. Pensé después, algo molesto, que con esas palabras lo enojaría aún más; pero el oficial no pareció escucharme.
-Cuénteme oficial, ¿qué está haciendo en mi casa? ¿No va a celebrar el golpe?- Le dije un poco nervioso.
Se dio vuelta para dispararme unos tiros y advirtió entonces que su arma disparaba balas muy lentas y sin sonidos. Nunca había visto flotar las balas como peces muertos.
-¿Qué balas son, oficial?-
- He disparado para matarte.
-¿Por qué? ¿Por mi pasado, por mi nombre?
- Por tu nombre. Como todos los oficiales, comencé a buscar la razón de tus escritos perversos.
-¡Sí!, hace pocas horas les he dado a ustedes también la declaración de resistencia armada. Su general, oficial, es un demente que despreció la patria y edificó un Chile con una represión de contrabando.
-Mi general Pinochet era el único que podía salvar la patria. Muchas veces, casi siempre, rezaba. Pero esta vez se cansó de rezos.
-¿Lo conoce?
- Si.
-Pero usted, oficial, conoció su uniforme y no su pensamiento.
-Se dicen tantas cosas, de mi general. Se dice que los trabajadores caen en las calles antes de llegar a sus casas. Se dice que los que se negaron apoyar al general fueron masacrados delante sus familiares. Muchas veces se dicen tantas cosas pero no se dice que Chile era un calabozo hermético bajo Allende y sus aliados volchevitas.
-Usted, oficial, ha nacido a raíz de una desgracia de la historia.
-Pero yo no acepto lo que se dice del general.
-¿Por qué? ¿Cuál es la causa de su descontento? ¿Es por qué el los gorilas aclaman sólo al general?. Mejor es que dijéramos “el gorilismo debe aclamar al oficial”.
-El pueblo, escritor, no gorilas..., no me conoce.
-Mire, oficial, sin darnos cuenta, usted se ha tomado mi casa y llevamos ya meses hablando y calculo que se han llevado bajo tierra a miles de chilenos. Se dice que yo soy un predicador de las letras, eso van diciendo por las calles, que soy el mal del pasado y no subo al tren de los milagros de un general ya desplazado por la historia.
-No, escritor tú eres mentiroso y por eso debes morir.
-Espero que me mate, oficial.
-Bueno debes esperar porque hay tantas colas, escritor.
-¿Colas para morir? Las colas de los números romanos son más largas de lo que se esperaba.
-Mira, un hombre viejo no alcanzó a llegar a las manos de mi general y de puras ansias el tonto leso se mató en su nombre.
-¿Supongo que su general no aceptó esa rebelión?
- Los otros que estaban en las colas, esperando su muerte, no aceptaron el suicidio del viejo y se pusieron a darle puntapiés. Así se cortaba el deseo de morirse antes de su turno.
-Si, oficial, usted llegó como un furioso invierno y todo se volvió selva-.

Que mierda, señores, de verdad, y perdonen, que mierda porque el golpe es un advenimiento de los gorilas y pone fin a la obra del glorioso labrador errante. Adversidad de la planta que, rodeada de nieblas pardas, cayó en medio de su campo bajo la mano de un rencoroso y soberbio general que trajo a Dios teñido de negro. Nada de recreos porque la tierra ya sabe del ingrato desenlace. No piensen que cada hombre hace el camino hacia su estrella porque es como hablar con los gansos y al final se terminará gangoso.
-¿Usted oficial no lo sabía?- No crean que estoy enojado, quiero decirles que se perdió la razón. Todos sabíamos que el general sufría el complejo de los héroes. Tan grande su ira del contrabandista que abarraganando impulsos tan impiadosos y opulentos de aventuras sin fama, mató, en su adulterio, la armoniosa marcha de un pueblo. Hoy se vuelve a la patria antigua. Se canta a son de las armas y se huye exasperado por los caminos. Es fama de hienas con preferencias a las armas y, sus propósitos, ser amos de la muerte. Chile se ha poblado de un arte de guerra. No se piense que es dejadez, porque pandeando la historia había llegado el invierno por la derecha del globo, justo ahora, que desastre, no sé, eso escuché, y no se piense decir que tengo un cerebro hidrófobo porque el invierno que cae en una sociedad libre e igualitaria llega siempre por el lado derecho o ultra derecho.
A mi lado, el oficial con uniforme de guerra. Es un hombre de mediana estatura, de movimientos bruscos y de ojos extraordinariamente de muerto. A pesar de ser muy joven, sus cabellos tiesos habían encanecido en corto tiempo. Una cosa rara de este oficial chileno era que de cuando en cuando emitía extraños lamentos de mujer, semejantes a esos de mujer que llora. Intruso y llorón porque leía mis apuntes sobre Aristóteles y fumaba mis puros cubanos. A menudo me mataba con sus insultaderas.
-A ti se te nota algo raro, escritor, que no eres leal con la historia de Chile. Hablas y hablas del 11 de Septiembre como la ruina para una nación oprimida por el comunismo.
-¿Quién le pidió la opinión, oficial?
-Pareces muy viejo, escritor, de unos cien años cuanto más, tienes una cara un poco de gato, nariz de lenteja, ancha, el corte de tu cara es redondo, una frente ancha de intelectual, tus cachetes rojos de tanto inventar mentiras.
-Oficial se olvidó de mis ojos.
-¡Ni se ven! Son chicos y verdes de hambre.
-Ojos demasiados instruidos, oficial. ¿Puedo seguir con el romance cuyas notas me han obligado escribir, oficial?
-Tu inicio, escritor, parece bronca de mono enjaulado en un zoológico.
-¡Mono!, ¿Usted oficial me ha dado de mono?
-Sí. Eres un mono, escritor, que nada tienes de impoluto ya que eres una descomposición de la raza y porque ya has comenzado a despedazar nuestra obra de libertad. Atacas con odio nuestra tempestad liberatoria.
-Su ideal de la belleza, oficial, no es más que rabia, es de fiera porque sus palabras, y perdone que lo diga en público, es más de Tercer Reich que da a su general de héroe; pero se olvida que ya está vencido. Ni Dios ni el diablo lo salvarán de su castigo.
-Ustedes los ateos hablan de continuo del diablo y del señor.
- Yo hablo de la avena y no de las terribles armas, oficial. Usted canta y, a la vez, inflama una dictadura desastrosa. Sus palabras modulan un canto para un festín de caudillos porque en fin de cuentas usted no es nada más que el bordillo del sacrificio de los chilenos, otra cosa ¿qué le molesta de mi obra, oficial?
-Mucho desprecio en tus palabra, escritor. Además no te olvides que nuestro general padeció humillaciones y, por largo tiempo, huyó de tu anarquía errante.
-La eterna mentira, oficial, además esto es Chile y no Alemania.
-Escritor, en Chile no hay lugar para tu linaje porque tu idea futurista te transformó en un pobre retrógrado y anarquista.
-Bueno, no me siento en culpa, hace frío y usted es el invierno.
-Si tienes frío, abrígate, escritor.



PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

Ihosvany Hernández
(Montreal/Canadá)

En la caverna cuyo nombre será Altamira
una mano sin cara traza la curva
de un lomo de bisonte.
Jorge Luis Borges


En plena jauría

tímida
la mano coloca el cerco donde
caerás
en busca de sustento. No hay salvación en esta tierra que el fuego
consume levemente y se hace cuita entre los cielos advenedizos. No hay paz,
animal atrapado por el error de huir hacia el cerco
cuando otras comitivas se afanan en la caza.
Ante la lanza que el hombre dispone para su primera estocada
serás mortal
y sin embargo:
aquí tendrás tu eternidad.

Iniciación de la palabra

veo el cuerpo diezmado en este templo que me edifico.
La rutina es el espacio jugando a persistir
entre la sábana y el café que inicia el día.
Hablo de amor cuando sin advertir la última propuesta.
Hallo la calma cuando el silencio recobra su esplendor
en este tractus que el mañana impone,
sortilegio de conocer otra historia que avizoro
sobre el gobelino desdibujado con nombre de ciudad
en donde rostros
emergen de la lluvia
con un cómplice ademán de sarcasmo.

No es la ingratitud lo que nos salva
ni el creciente fervor por el ídolo del sueño
enmascarado en el portarretrato.
Aquí habita un hombre conspicuo
a la hora de la partida.
todo reino anuncia sus fantasmas/ fantasías
medianoche de desvelos
salpicando lo que queda abocetado
de ciudad.

Veo el cuerpo dibujado:
un bisonte que inició el viaje y que hoy
apresuro en otra caverna.
Rehago el dibujo al estilo de Miró.
Difícil me ha sido repetir la historia.
Son otras las dádivas que asoman
desde la pared con eco de bestia,
caricias que el ido viajero no repetirá
y yo lamo
en la advertencia de esta necesidad de ser escuchado,
de querer salvar todo argumento
ponerlo ante los paseantes,
esos que no perciben el rumor,
el vaho de la bestia sin guarida,
el hombre que escribe las actas de un pasado elocuente,
de un principio inhabitado
en el instante en que llega mi mano y traza otra curva, otra flecha
otra paradoja traslúcida,
celestial.

Ay de este escriba macilento
que tiende a trocar el rumor que baña a Altamira
de líneas y salvaje voz,
visión de ir numerando cada acta en donde el anochecer
comenzará por ser alma descreída/ febril
alma dispuesta a perpetuar el grito del hombre/
del escriba/ del poeta
de este que insta al pecado
para echarse junto al animal y arrancarle los símbolos,
sólo los símbolos
que lo hacen mortal
en este otro lenguaje
que aquí pugna por ser nave
y se hace lumbre
en tanta oquedad sostenida
y lacerante.

Pretexto del animal

llevo años sin pensar,
sólo te dibujo en mi absorto aislamiento
avizorando
la necesidad de otra mano cuando
todo depende ciertamente de ti
y desconoces
del rito que nos unirá
al trazar la curva insolente que tu cuerpo
impone en cada estancia
como un aullido ahogándose en mis ojos,
como un perfecto estado donde aunar la lírica
a esa voz que me turba hasta la mudez
razones inequívocas que dicen/ ilusamente
profetizar los siglos por venir
el pan que tendremos para salvarnos
antes que otra religión
instaure un anónimo ídolo semejante al nuestro,
idéntico a ti,
pretexto que exploro por el vórtice de estos años
sin diálogo
salvándome en la rutina del dibujo
del enmascaramiento
del juego de vestir otra piel
como si fuéramos animal sin caza/
caza sin acechador.

Lo que inquieta es el puente

nadie consigue acercarse a la bestia/ el vaho
requiebra toda armonía interna.
Lo que inquieta es el puente que lía las ciudades,
llegar hasta aquí
y reconocer el duelo sostenido entre las palabras y el graffiti/ sueño
un universo perdido entre las piedras/ muros
descifrando lo que antaño tuvimos por cena/ agua
dialogando sobre el tímido gesto que se hace cuita y prevalece
en toda estancia que los siglos recorren.
El gesto del tiempo nos hunde,
¿acaso para dejarnos inertes
ante la angustia que la palabra engendra?
Qué manida suerte se nos impone a esta hora
en que el dibujo convence
de que el inicio
es ese cuento sin final
prevaleciendo en las fronteras.

Los símbolos que la nostalgia avizora

los descuidados signos que el adolescente en Bretaña dotó a la pared
no coincidieron exactamente con los que en el colegio mexicano
Ricardo grabó en un apuro endemoniado
para que todos los que concurrieran en fila al urinario supieran
que sus flechas irían por siempre clavadas a una tal Rebeca
que no acertaron a adivinar cual de las de aquel año era: Rebeca Díaz/ Rebeca García/ Rosa Rebeca Beltrán.

Años más tarde
otra mano dibujaba en aquellas paredes nombres y flechas
porque los anteriores habían sido borrados con cal...

En Londres o en Sonora
las incógnitas huellas de un amor primario eran calificadas de irreverentes.
Mundana urbe que en las letrinas
desahogan sus miserias creyendo entregar las almas.

Constantemente los del XX como los del XXI
se aferran al ejercicio de dibujar en los muros.
Constantemente yo pienso
ensimismado en el lomo del animal prehistórico
porqué no hubo una flecha cuajada de rosas y perfume matinal
para la dama, la primera, que permitió introducir el fuego en la caverna.
¿Quizá fue aquel corazón impreciso que
por olvido
no tuvo iniciales?

De alguna forma
los nombres del antepasado cuelgan desde esta ventana
abierta a esa ciudad que tiene de Europa y de América
y en donde la lluvia ha venido a salpicar mi nostalgia
acaso porque no me atrevo a garabatear la casa con nombres
labrando un único lenguaje donde se diga:

la suerte que aquí crece
tiene de cuerpo domesticado,
de ensueño y arrogancia,
voraz imagen de ir asumiendo la falta con impía libertad.

¿Habrá que ser adolescente o prehistórico para abrir de símbolos esta pared donde creo que te reclinas para observarme,
donde asumo que la bondad se aferra a mentir
entre muros
sobre muros
en sitios que el otoño ya torna sagrados
y me hace cómplice de tanto lenguaje tardío?,
lengua que dice
ser bisonte y bestia y hombre petrificado
en cada estocada
que el tiempo empuña
desde toda estación ignorada
y que hoy rehago para apresarte.

Claribel Alegría (Estelí/Nicaragua)

Octubre

Octubre es el otoño en su esplendor
Es el mes en que sale
El jabalí a cazar
Mientras despeina el aire
A los árboles rojos
Amarillos.
Octubre es la estación
De los crepúsculos
Del amor entregado
De la nostalgia invadiendo
La alegría.
Es el mes de las viñas
De los sueños que arropan
Envueltos en llovizna
De esa cita sin tregua
Que en un recodo verde del camino
Concerté con la tierra.

Instantáneas
A Eliseo Diego

Ya mi tiempo se agota
Estoy casi al final
Del corredor
Entre el humo
El tumulto
Los destrozos
Que van quedando atrás
Descubro otras mujeres
Que fui yo
Y esta yo
Que hoy las mira
Con su carga de cuerpo
Y de nostalgia
Se aproxima hacia otra
Que saltará del nicho
Nos mirará un instante
Y seguirá su viaje
Hacia esa oscuridad
Que nos espera.

Ars poética

Yo,
Poeta de oficio,
Condenada tantas veces
A ser cuervo
Jamás me cambiaría
Por la Venus de Milo:
Mientras reina en el Louvre
Y se muere de tedio
Y junta polvo
Yo descubro el sol
Todos los días
Y entre valles
Volcanes
Y despojos de guerra
Avizoro la tierra prometida.

Último salto

Te llevo, muerte, a mi costado
Desde el momento en que nací.
A través de los años
Aprendí a no temerte
A ser tu amiga
Revolotea tu aliento
En mis cabellos
Escucho tu voz queda
En el viento que pasa.
¿Qué sentiré sin ti?
No hay muerte donde voy
Ese último salto,
Descarnada,
Debo darlo yo sola.

Divagaciones

Por fin he comprendido
Que todo es pasajero
Lanzo a volar mis yoes
Y aguardo
Vigilante
El porvenir
Sin misterio la vida
Sería irrespirable.

La mujer del río Sumpul

Ven conmigo
subamos al volcán
para llegar al cráter
hay que romper la niebla
allí adentro
en el cráter
burbujea la historia:
Atlacatl
Alvarado
Morazán
y Martí
y todo ese gran pueblo
que hoy apuesta.
Desciende por las nubes
hacia el juego de verdes
que cintila:
los amates
la ceiba
el cafetal
mira los zopilotes
esperando el festín.
"Yo estuve mucho rato
en el chorro del río"
explica la mujer
"un niño de cinco años
me pedía salir.
Cuando llegó el ejército
haciendo la barbarie
nosotros tratamos de arrancar.
Fue el catorce de mayo
cuando empezamos a correr.
Tres hijos me mataron
en la huida
al hombre mío
se lo llevaron amarrado."
Por ellos llora la mujer
llora en silencio
con su hijo menor
entre los brazos.
"Cuando llegaron los soldados
yo me hacía la muerta
tenía miedo que mi cipote
empezara a llorar
y lo mataran."
Consuela en susurros
a su niño
lo arrulla con su llanto
arranca hojas de un árbol
y le dice:
mira hacia el sol
por esta hoja
y el niño sonríe
y ella se cubre el rostro de hojas
para que él no llore
para que vea el mundo
a través de las hojas y no llore
mientras pasan los guardias
rastreando.
Cayó herida
entre dos peñas
junto al río Sumpul
allí quedó botada
con el niño que quiere
salir del agua
y con el suyo.
Las hormigas le suben
por las piernas
se tapa las piernas
con más hojas
y su niño sonríe
y el otro callado
la contempla
ha visto a los guardias
y no se atreve a hablar
a preguntar.
La mujer junto al río esperaba la muerte
no la vieron los guardias
y pasaron de largo
los niños no lloraron
fue la Virgen del Carmen
se repite en silencio
un zopilote arriba
hace círculos lentos
lo mira la mujer
y lo miran los niños
el zopilote baja
y no los ve
es la Virgen del Carmen
repite la mujer
el zopilote vuela
frente a ellos
con su carga de cohetes y los niños lo miran
y sonríen
da dos vueltas
y empieza a subir
me ha salvado la Virgen
exclama la mujer
y se cubre la herida
con más hojas
se ha vuelto transparente
se confunde su cuerpo con la tierra
y las hojas
es la tierra
es el agua
es el planeta
la madre tierra
húmeda
rezumando ternura
la madre tierra herida
mira esa grieta honda
que se le abre
la herida está sangrando
lanza lava el volcán
una lava rabiosa
amasada con sangre
se ha convertido en lava
nuestra historia
en pueblo incandescente
que se confunde con la tierra
en guerrilleros invisibles
que bajan en cascadas
transparentes
los guardias
no los ven
ni los ven los pilotos
que calculan los muertos
ni el estratega yanqui
que confía en sus zopilotes
artillados
ni los cinco cadáveres
de lentes ahumados
que gobiernan.
Son ciegos a la lava
al pueblo incandescente
a los guerrilleros disfrazados
de ancianos centinelas
y de niños correo
de responsables de tugurios
de seguridad
de curas conductores
de cuadros clandestinos
de pordioseros sucios
sentados en las gradas
de la iglesia
que vigilan la guardia.
La mujer de Sumpul
está allí con sus niños
uno duerme en sus brazos
y el otro camina.
Cuénteme lo que vio
le dice el periodista.
"Yo estuve mucho rato
en el chorro del río."

Epílogo

...existen los barrotes
nos rodean
también existe el catre
y sus ángulos duros
y el poema río
que nos sostiene a todos
y es tan sustantivo
como el catre
el poema que todos escribimos
con lágrimas
y uñas
y carbón.



PÁGINA 23 – CUENTO

Vibrante idilio en El Atlético
.

Por Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires/Argentina)

- Le cuento, yo trabajo en una imprenta y el patrón, que hace la revista del Atlético, me mandó este sábado a cubrir el partido con Lezama Juniors porque él tenía una investigación periodística, se sonrió.
- En la entrada lo ves a Serafín y anotá los goles que el resto lo escribo yo – y para dar mejor imagen me prestó un anotador de tapa dura y unos anteojos negros de los mejores. Llegué y el portero Serafín que conozco de pibe me saludó ¿’así que ahora sos periodista y representante de jugadores, vago de mierda’?, y me ubicó en la platea de privilegio. Para mí una novedad y ni bien me senté surgió como un surgimiento ante mi vista la mujer más linda que vieron mis ojos… Sí, me gustan las frases lindas y le cuento de una morocha brutal enchufada en unos pantalones brillosos para enloquecer. Al preguntarme cuándo empezaba el partido yo ajusté los anteojos y la voz para decirle ‘en diez minutos’, pero le clavé a fondo la mirada fatal que tanto le gusta a las mujeres si yo las miro. Por supuesto, ella ahí mismo sintió mi personalidad como un golpe al corazón y entornó los ojos redondos y negros como dos luceros negros. Pero conmigo ojo porque se me ocurrió si la mina no pretendía sacarme del análisis previo del encuentro, aunque los dos ya flechados en lo profundo y miraditas van y palabritas vienen, se descargó un chaparrón que aprovechamos para acercarnos más. Algo pasajero pero lo mismo uno abrió una sombrilla grandota y otro de arriba le gritó ‘che frenchiberuti, cerrá el paraguas que ya somos libres’. Yo no entendí de qué se rieron cuatro o cinco tipos pero a la morocha y a mí casi nos joden el encanto. Esas cosas… Sí, en esa parte me duele bastante pero le sigo contando: empezó el partido, yo anoté el título de la nota Vibrante Triunfo del Atlético ante los Sanitarios de Lezama y a ella la deslumbró mi periodismo de anticipación, me dijo aunque de entrada nomás la bestia Candotti, ese animal del Lezama, nos embocó un cañonazo de treinta metros y uno a cero. Entonces el Atlético reaccionó todos arriba alma corazón y vida, hasta que al petiso Pérez lo barrieron en el área y penal a favor nuestro. ‘Una instancia culminante del juego’, anoté con la mina cada vez más encimados. Un viejito de los vitalicios pidió ‘que lo tire el bizco Páez que desorienta a los arqueros’ pero otro viejo le recordó que Páez había muerto en la navidad del ‘48 cuando gritó Muera Perón en la cola del pan dulce. Así que se preparó a patearlo el burro González ‘que bajo un denso y expectante silencio tomó carrera desde media cancha’, casi escribo; pero la pelota pegó en el cartel del Supermercado Fénix, en la vereda de enfrente, y la multitud de casi doscientos insultó a coro a la mamá y la hermana de González con frases irrepetibles’. No las anoté pero las recuerdo y ya le dije, ahí no me duele tanto doctor, más abajo.

Al terminar el entretiempo y recomenzar el partido la morocha me convidó un caramelo, apoyando su mano en mi muslo que todavía la siento. Así que con mi clase habitual le pregunté ‘de qué medio periodístico sos’, ella frunció la naricita ‘de la revista El Gatito. ¿No la conocés?’. Toda una respuesta que me hizo subir la calentura a tres mil y en la misma jugada al zurdo Jiménez le dieron una patada criminal, el referí no cobró, ellos salieron de contragolpe y dos a cero para los Sanitarios de Lezama. ‘¿Y ahora qué me dicen de los Derechos Humanos’, se largó el presidente del club, ‘no permitamos que en este viril deporte prolifere la tortura violenta’, pero el dueño del cabaret del barrio que ahora también es diputado del socialismo cristiano, lo hizo callar por eso de los humanos ‘que repiten los comunistas’ y no tenía nada que ver. Mientras el partido seguía y con la mina íbamos a fondo ‘un delantero visitante de pura casualidad eludió a cuatro defensores del Atlético y anidó el esférico entre las mallas’. Tres a cero y a llorar a la iglesia, aunque si un día visita el Vaticano y le juran que Dios existe no le crea, es mentira. Ay, ahí sí, duele…Al fin íbamos saliendo y para que la morocha captara mi calidad natural le hice la pregunta clave en la orejita ¿cómo te llamás? Ella me suspiró ‘cincuenta dólares’ y sentí que en dos palabras me transcurriera un siglo.

¿Usted me habilita a contarle rápido qué sucedió de verdad? Al oír ‘cincuenta dólares’ en vez de gritarle igual que a González yo me quité los anteojos como si terminara un verso y nos acercamos sin hablar ni bajar ninguno la mirada. Era linda de verdad, tal vez pasamos un minuto mirándonos con las manos juntas y cargadas de cierta dulzura dolorosa, algo que usted ni esperaría escuchar. Bueno, en ese momento yo pensaba sin pronunciar que cincuenta dólares jamás los había visto, porque era un pobre infeliz que recién vivía las dos horas más lindas de su vida, en tanto ella no me soltaba y su mirada se hizo más tristona, o dulce, no sé, para avisarme que sabía todo esa verdad que la gente parecida a nosotros nunca pronuncia. Para final me acercó algo los labios para hacerme sentir ‘gracias, yo también’ y sentí sus uñas hundidas en mi piel al irse apurada. Porque claro, eso pasa entre personas como ella y yo; se nos venía su amigo, marido o queseyó a imponer que no siguiera perdiendo el tiempo. Y si yo estoy aquí, doctor, usted no necesita imaginar nada más. .

PÁGINA 24 – ENSAYO

¿Por qué debió defender Ricardo Piglia a la poesía?


Por Rodolfo Alonso (Buenos Aires/Argentina)

Bien podía haber parecido un gesto quijotesco, y en consecuencia destinado al fracaso. Sin embargo, la encendida defensa de la poesía con que el celebrado ensayista y narrador Ricardo Piglia encaró su discurso inaugural de la reciente Feria del Libro, realizada en Buenos Aires precisamente bajo el lema “El espacio del lector”, no sólo fue exaltada y difundida por los mismos medios gráficos y audiovisuales que hace ya décadas han expulsado minuciosamente a la poesía de sí mismos, sino que hasta se llegó a afirmar haberle visto, y casi de inmediato, supuestas consecuencias favorables. Lo cual no deja de resultar contradictorio: ¿si fuera tan fácil remediar la situación de la poesía, por qué resultaría necesario defenderla?
La poesía entre tanto, no sólo apenas como género sino en realidad como meollo mismo del arte de la palabra humana, de la gran literatura hoy casi ausente, ha dejado ya varias décadas atrás de ser testimonio o bandera y se refugia, a la defensiva, acaso en sus últimos bastiones. Si es que también estos no han sido arrasados, y tal vez hace tiempo. Fue el mismo Ricardo Piglia quien llegó a enunciar, en el volumen colectivo Encuentro del bosque (Sudamericana, 1993, pg. 38), estos conceptos lapidarios: “A mi juicio la literatura es un ejército en retirada que ha sufrido una derrota y le queda una vanguardia, que es la única que lucha tratando de resistir a ese ejército que avanza para liquidar a la literatura como un espacio posible de circulación de lo que hoy llamamos social”.
Lo que me parece que no se animó a decir entonces Piglia, lo que me parece que se le estaba escapando como un doble fondo por debajo de las palabras que enunciaba, es que a eso no se le llama vanguardia, que es siempre la de un ejército a la ofensiva, sino más bien destacamento suicida, o sea aquel que ofrenda su vida para cubrir la retirada de sus compañeros derrotados. Y tengamos en cuenta que no se estaba refiriendo a la poesía, sino a la narrativa, hoy todavía el género dominante, dentro de los limitadísimos límites de la situación.
Como debió ocurrir siempre, aunque a veces no se lo pueda soportar, de nada sirve cerrar los ojos para no ver la realidad o esconder la cabeza como el avestruz. La única forma de enfrentar una realidad, por amarga que sea, nunca será la del voltaireano doctor Pangloss, que siempre creía estar viviendo en el mejor de los mundos posibles. Los problemas que afectan no sólo a la calidad y a la exigencia, sino al mismo tiempo a la expresión y a la circulación, a la existencia social y por lo tanto cultural de la poesía, no tienen que ver simplemente con la vigencia o no de un mero género literario. Sino que afectan o son consecuencia de carencias y tensiones en los más insospechados dominios, incluso directamente políticos y socioculturales.
Y el mismo intelectual latinoamericano que fue capaz de discrepar con tantos de sus colegas para enfrentar en su momento al totalitarismo mal llamado soviético, el mexicano ctavio POxOcxta
Octavio Paz, durante un reportaje para Le Nouvel Observateur, poco antes de morir pudo afirmarle a Jacques Julliard: “Tocqueville vio eso bien. Habla de una vulgarización de la vida democrática y hasta de una incompatibilidad entre la poesía y la democracia moderna. La cuestión subsiste. Se habló del desastre del autoritarismo, sería preciso hablar del desastre del capitalismo liberal y democrático, en el dominio del pensamiento como en el de la vida cotidiana; la idolatría del dinero, el mercado transformado en valor único que expulsa a todos los otros.”
A partir de 1945, cuando finaliza la segunda guerra mundial, empieza a extenderse sobre el planeta una nueva cultura, la sociedad de consumo, que comenzó a masificar en forma vertical, no horizontal, de arriba hacia abajo, los gustos y las ansiedades de la comunidad. Esa nueva cultura se ha impuesto y, valiéndose de los adelantos tecnológicos del audio y del video, de la red virtual y la informática, ha producido una conmoción espiritual de carácter tan grave, y tan irreparable, que no somos ni siquiera capaces de evaluar sus consecuencias. Durante miles de años la humanidad ha vivido dentro de civilizaciones cuyo centro era el lenguaje. Y mucho me temo que, por el contrario, estamos asistiendo a las estribaciones de una inmensa y profunda mutación cultural, que podrá aspirar tal vez a otros prodigios hipertecnológicos pero en la cual, me duele anunciarles, el lenguaje ya no será el eje.
Pero la poesía es “la alegría (la dicha) del lenguaje”, como bien dijo Wallace Stevens, y lo que la afecta intuyo que es aquello que está afectando al corazón mismo, al núcleo mismo de la hominidad, que es precisamente su lenguaje. El problema no es sólo que hoy la poesía no circule o que se escriba mala poesía, sino que ese fenómeno es el síntoma más evidente de que la humanidad está abandonando --o acaso ya abandonó-- algo que le fue ínsito, que le dio umbral y futuro, y que es su espontánea capacidad de creación de lenguaje vivo. Fue Michel Butor, poco antes de 1963, quien supo ver que “El poeta es aquel que se da cuenta de que la lengua, y con ella todas las cosas humanas, está en peligro”. Y algo de eso había entrevisto ya W. H. Auden, no mucho tiempo antes, al afirmar tajantemente: “Hay un mal literario que nunca se debe dejar pasar en silencio, sino atacarse continuamente, y ese es la corrupción del lenguaje, ya que los escritores no pueden inventar su propio lenguaje y dependen de aquel que heredan, de donde se desprende que la corrupción de éste implica tácitamente la de aquellos”.
Pero hoy, ya adentrados en el siglo XXI, simplemente escuchando a nuestros contemporáneos, podemos imaginarnos que ya no habrá necesidad de que un pueblo como el árabe, pongamos por caso, se vea en la necesidad de inventar diez mil palabras diferentes para decir simplemente “caballo”. Esa riqueza viva, orgánica, en ebullición, latente, que es una lengua humana viva, cualquiera sea su alcance y su amplitud, su extensión y su influjo, está hoy gravemente enferma y hasta en peligro de extinción.
Y, por si ello fuera poco, nos queda también la reflexión de ese Octavio Paz a quien los seudo liberales de estos tiempos parecían aparentemente rendir culto, pero de quien se cuidaron muy bien de difundir conceptos como el que sigue: “porque la libertad de expresión está en peligro siempre. La amenazan no sólo los gobiernos totalitarios y las dictaduras militares, sino también, en las democracias capitalistas, las fuerzas impersonales de la publicidad y del mercado. Someter las artes y la literatura a las leyes que rigen la circulación de mercancías es una forma de censura no menos nociva y bárbara que la censura ideológica”.
Ante tan devastadora evidencia de una desolada realidad que, por más real que me resulte, siempre temo pueda resultar apocalíptica, debo confesar sin embargo que el desmentido más cabal --aunque por su excepcionalidad también le cabría acaso ser considerado como ratificación--, la mejor luz de consuelo, el más límpido indicio de esperanza con respecto al porvenir de la poesía no me llegó por supuesto de los libros o del todavía llamado ambiente intelectual. Fue hace bien poco tiempo, por boca de una legítima mujer del pueblo, la humilde y entrañable anciana noblemente indígena que cuidaba el baño de la Casona de los Siete Patios, en uno de esos realmente pueblos mágicos de México, Pátzcuaro, cuando al preguntarle si no prefería trabajar allí mismo pero en otro sitio me contestó, en un lenguaje tan caudaloso, límpido y rico que nunca olvidaré: “No, no lo haría, porque si trabajara aquí me pondría sombreada y enojona.” ¿Cuántos autodesignados poetas de hoy, en todo el mundo, somos hoy capaces de alcanzar semejante limpidez, semejante intensidad y tal hondura? ¿De alcanzar esa densidad, ese timbre, ese tono del lenguaje, que siempre fue de todos y de uno, único y general, íntimamente personal y a la vez, al mismo tiempo, ineludiblemente colectivo?

PÁGINA 25 – CUENTO

Leyenda


Por Tanya Tinjälä (Helsinki/Finlandia)

¡Y qué se me dio por aparearme con un anciano! Ahora sufro las consecuencias, las vivo en la piel y el cerebro. Estamos solas en esta mansión –laberinto. Solas y aisladas del Mundo. Tiranizadas y solas.
Felizmente su savia era tan débil que mi semilla la dominó.
¡Hembras, hembras! ¡Para qué quiero hembras! ¡Quién se hará cargo de la propiedad cuando yo muera!
Como si alguien quisiera quedarse con esta mansión-laberinto, con esta tierra-isla desierta, olvidada del Mundo.
Y agradezco que ellas sean sólo mías. Su savia apenas si fue útil para despertarlas. No llevan nada de él escrito en la sangre: son morenas y tibias y sonríen a pesar del frío.
Deberíamos partir... pero tengo miedo. El viaje será peligroso, lo sé. No necesito haberlo vivido para saberlo... sin embargo, no dejo de pensar en que deberíamos partir...

Desde hace tres días no se mueve, permanece sentado en esa cornisa de su cuarto, sonriendo al vacío, mirando la nada. Debe estar al fin muerto pues ya empieza a oler mal.
Mis dudas se disipan cuando encuentro esta mañana opaca a la araña bien instalada en un rincón del cuarto, al principio pequeña e inmóvil, luego creciendo mientras avanza poco a poco hacia él para terminar cubriéndolo con su manto.
Se lo comerá pronto.
Su magra carne no será suficiente para satisfacerlo. Cuando acabe con él, seguirá con mis hijas. Es tiempo de partir.
Cierro cuidadosamente el cuarto con llave, la lanzo sin mirar dónde y bajo. Encuentro con dificultad la cocina en donde mis hijas juegan con cáscaras de naranja (A veces pienso que los cuartos cambian de posición sin previo aviso, sólo para molestarnos). Ellas no tienen derecho a un cuarto, ni a pelotas de cristal, ni a muñecas de madera, es el precio por ser hembras.
—Es tiempo de partir.
—¿Y el señor? – La primogénita cuestiona suavemente con su voz y sus ojos de gacela.
—Ya es tarde para él, debemos partir.
Se visten con sus trajes de lana y sus botas de cuero; el viaje será duro, deben proteger sus cuerpos. Cojo a la primogénita con la mano derecha y a la pequeña con la izquierda y salimos del laberinto. Atravesamos el campo, ya hace mucho tiempo árido.
—No miren atrás.
—Sí, la sal.- Dice la primogénita.
La miro, sonrío.
—No, ésa es otra historia. Sólo que no es bueno mirar lo que se deja atrás, sobre todo si solamente se abandonan lágrimas y dolor.
Mi primogénita ya es casi una mujer. Parece una fruta madura a punto de caer del árbol: tersa, pulposa, perfumada. Nadie la manchará con besos de ceniza, nadie la abrazará hasta asfixiarla. Sé a donde ir.
Cuando llegamos al límite del campo, penetramos en ese bosque que hasta ahora sólo habíamos visto desde la ventana del ático. Ellas temen, lo siento en el silencio. Pero debo seguir a pesar de las hojas que nos susurran secretos que no queremos conocer, a pesar de las piedras que se cruzan en el camino, casi sin consolar a mi pequeña cuando cae, ignorando sus jadeos, nuestro cansancio, debemos llegar antes de que se oculte este sol que ni siquiera es capaz de calentarnos.
Finalmente lo encuentro, respiro aliviada. El riachuelo es apenas un hilo de agua, pero es.
—Ahora yo debo ir adelante para mostrarles el camino. No podré ver si me siguen o no. Tú sostendrás el filo de mi falda y te asegurarás que tu pequeña hermana haga lo mismo con la tuya.
—¿Tardaremos mucho?- Pregunta la primogénita con su voz de paloma. Siempre fue una paloma. Aun recuerdo que a su nacimiento lo primero en salir fueron plumas. Al principio me aterré. ¿Habría parido un ave? Luego al verla tan bella el miedo pasó. Ahora sé que las plumas se quedaron en su voz.
—No... no lo sé.- No deseo asustarlas pero realmente ignoro cuánto durará nuestro camino, sólo sé que debemos llegar.
El hilo de agua se va haciendo cada vez más ancho, en un momento debemos parar y quitarnos las botas para no mojarlas y poder avanzar mejor. Lo hacemos rápidamente para no perder el tiempo. Yo cargo las botas, ellas ya tienen suficiente con seguirme. De cuando en cuando mis pies resbalan, tengo miedo, repito constantemente “Por favor ¡Por favor! Asegúrate que tu pequeña hermana se aferra fuerte al borde de tu falda”. “Sí, mamá” responde en un suspiro.
El agua es fría y las piedras duras; mis pies se entumecen ¿Cómo estarán los piececitos de mis hijas? No tengo tiempo de lamentarme, pero no puedo evitar que gima mi corazón. “Avancen, ya llegamos” Grito para que no escuchen los gemidos. Ruego que me estén siguiendo, no puedo mirar atrás, un paso en falso y estaríamos perdidas. Debo pulverizar las piedras para que ellas sigan mi camino, pero contra el agua fría no puedo hacer nada, me duelen los pies ¿Y cómo estarán... cómo estarán...? “Avances ya llegamos, ya llegamos”.
Y al final de nuestras fuerzas, llegamos:
La fuente primera.
Curiosamente la cascada es tibia. Quizá al convertirse en riachuelo el agua se disfraza de frío para desalentar a los cobardes.
Nos ponemos las botas y entramos en la fuente. Ya no tenemos frío, nos colocamos bajo la cascada y las abrazo.
—No se suelten y contengan la respiración.
Me hundo, las hundo. Cada vez más hondo, en un punto temo ¿Y si no llegamos? Cada vez más hondo, tan hondo que salimos al otro lado del Mundo.
La pequeña tose y escupe agua, no supo contener bien su respiración. La beso, la consuelo. Salimos del agua, el sol seca rápidamente nuestros trajes.
—Escuchen.
Mis hijas obedecen.
—¿Quiénes hablan? ¿Por qué no entiendo lo que dicen? – La primogénita vuelve a preguntar.
—Son animales, quizá podamos verlos pronto.
—¿Animales?
—Ya comprenderás cuando los veas.
Los árboles apenas si se mueven, el viento es suave. Encontramos una gruta cubierta por tibio musgo y decidimos habitar en ella. Nos alimentamos con las frutas que generosamente caen a nuestras manos y con la misma agua que nos trajo hasta acá.
—Mamá ¿Creceré algún día? – Pregunta mi pequeña hablando por primera vez.
—No, ya no cambiaremos. Permaneceremos siempre así, este lugar nos protege.
No responde, sólo sonríe satisfecha.
Juega con las ardillas y las golondrinas por la mañana y con los erizos por la noche. A mi primogénita le encanta pasar horas en la fuente lavando su larga cabellera. Yo sólo las contemplo.
Con el correr del tiempo la gente dirá de nosotras que sólo somos espíritus de la selva



PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR

Amado Storni
(Madrid/España)

Ernesto “Che” Guevara

La flor que siempre es flor de Primavera,
el néctar que a los sueños da la vida,
el humus de la tierra prometida,
el triunfo de la lucha guerrillera.

El mundo galopante de ilusiones,
la rosa que ha nacido sin espinas,
tu voz la voz de América Latina,
tu luz la luz de nuestros corazones.

El tiempo descosido de futuros
recuerda en cada gesto al comandante,
romántico, bohemio, reflexivo.

La vida es un enfermo prematuro,
la muerte es la más fiel de las amantes
y Ernesto “Che” Guevara sigue vivo.

A veces el amor se precipita

Se empeñaba en robar cosas tan vanas
de precio escaso y sin ningún valor
robaba por placer aunque el Amor
hacía que robara con más ganas.

El móvil apenas le preocupaba,
el precio y el valor son subjetivos,
sus labios pronunciaban adjetivos
que de Amor a los hombres acertaba.

Su llave fue a encontrar mi cerradura,
sus besos a mis labios dieron cita,
mis ojos en sus ojos vieron luz.

Cogió mi corazón con su hermosura,
- a veces el Amor se precipita -,
y echó a correr entre la multitud.

Y yo tan solo

Sincero como los niños y los borrachos,
travieso como la musa de los artistas,
inútil como la flor del coleccionista,
extraño como los besos en los despachos.

Absurdo como las balas y las banderas,
insulso como los labios hechos de mármol,
herido como las hojas que caen del árbol,
errante como el aroma de Primavera.

Distante como la voz de los dictadores,
perdido como un “te quiero” en un telegrama,
confuso como la muerte frente al espejo.

Inquieto como un alérgico entre las flores,
vacío como un diario sin crucigrama...
Y yo siempre tan solo y tu siempre tan lejos.

Soñar nunca se olvida

Soñar nunca se olvida aunque los sueños
son pájaros de plomo
que se cansan de volar todos los días
cuando el Hombre se despierta.

Soñar nunca se olvida pues los sueños
son semillas de hojas secas
que se abaten de por vida
con el ulular indómito del viento
cuando el Hombre se despierta.

Y sientes que los párpados se cierran
y los sueños te visitan susurrando el porvenir,
espléndidos,
agónicos,
viscerales,
infectándote de atmósferas efímeras,
de gripes mal curadas con tantos imposibles
que se hacen realidad.
(Muy de vez en cuando).

Es por ti
(A mi madre)

Es por ti por quien se escriben mis versos,
es por ti que en silencio me das luz,
es por ti que has cargado con mi cruz,
es por ti por quien nunca caigo al suelo.

Es por ti por quien debo tantos besos,
es por ti por quien tengo un apellido,
es por ti por quien yo más necesito
despertar pues la Vida es solo un sueño.

Es por ti por quien puedo enamorarme,
es por ti por quien plantó su semilla
la flor que da la Vida por Amor.

Es por ti por quien nunca se me olvida
que aunque el mundo se empeñe en asfixiarme
siempre estás para darme el corazón.

Frida Kahlo

La dama de semblante cejijunto,
abanderada de los desencuentros,
del Méjico moderno, independiente,
de los barcos que no llegan a puerto.

La dama que encontró en Diego Rivera
la pincelada a todas sus desdichas,
el sueño de volar sin tener alas,
el corazón voraz y narcisista.

Del genio prisionero en una cama,
del alma embotellada y diferente,
la dama de la portada del Vogue,
del sueño comunista hasta la muerte.

Del saber que morir no cuesta tanto
cuando la vida deja de ser Vida,
la dama del Amor y del Dolor,
del Arte y de la Muerte sigue viva.

Si el mundo ya era un mundo doloroso
lo es mucho más desde que tú no estás.

Si piensas que volver vale la pena
yo te estaré esperando en Coyoacán.

Nostalgia

Compañeros de juerga y diversión
del placer y el Amor más engañoso
fuisteis para el alma lo más hermoso
y un cáncer para el pobre corazón.

Deslumbrado por las luces de neón
que dieron Vida al yo más caprichoso
hoy sueño con volver a ser dichoso,
hoy sueño con volver a la razón.

Nostalgia de los años, la hermosura
se me ha ido apolillando en los reversos
de la Vida. Y los sueños, más discretos,

no paran de buscar en la basura
las estrofas sobrantes de mis versos.
¡Qué mal riman el hambre y los sonetos!

Granada

Esperaba en el andén
a que el tren que se llevaba
nuestros sueños a Madrid
se pusiera al fin en marcha.
¡Qué triste queda Granada!

Puntual como la muerte,
madrugador como el alba,
a las mismas doce el tren
se despide de Granada.
¡Qué sola queda Granada!

Ecos de voces infectas
de nostálgica nostalgia
tantas bocas despidiéndose
a través de las ventanas.
¡Qué muda queda Granada!

Atrás quedaron senderos,
el rocío entre las ramas,
el almendro siempre en flor
y la luna sobre el agua.
¡Que lejos queda Granada!

La historia no te olvida compañero

En este invierno frío y duradero
de gripes y catarros mal curados,
de sueños imperfectos de pasados,
de besos que no riman tus “te quiero”.

En este invierno tan de invernadero
ausente de Nerudas y Machados,
de todos son las voces que han gritado:
“¡la Historia no te olvida compañero!”.

Enfermas ilusiones concebidas
a golpes que oxidados dictadores
nos dieron de un futuro en subjuntivo.

El tiempo cicatriza las heridas,
la Vida memoriza sus errores
y Salvador Allende sigue vivo.

A Joaquin Sabina

Anarcotraficante de la duda
Jilguero al que no calla la afonía
Osado que dice: “Esta boca es mía”
Apóstol de Serrat y de Neruda.
Quijote de los sueños de la gente
Ufana de morir de mal de amores
Indicio de que aún quedan soñadores
Nadando siempre contra la corriente.

Sírvanles la elegancia de tus versos
A los que quieren dejarse la piel
Buscando Poesía en la basura.
Incluso hasta a los pétalos dispersos
Nacidos de las flores más oscuras
Acuden las abejas a por miel.

Joumana Haddad (Beirut-Líbano)
© Joumana Haddad
(Traducido por Joumana Haddad)


Tu país, esa noche ardiente

1


¿Quién eres extranjera?
Tus máscaras borrando los rasgos de tormentos
son tu ventana ciega.
Con la avidez del relámpago robas el sueño
y de la lujuria de tus sueños te estremeces
Entregada al infierno de la carne,
tu fisura se abre sobre el vaso.
Cómo puede reposar tu soledad al fondo del corazón
a pesar de los días que hormiguean de nombres,
cómo puede revestir tu tristeza los párpados
y tu tarde profunda arrancar la mirada de la sima?

2

¿Quién eres tú, extraño recuerdo a la caricia,
raíces extrañas a la huida,
relajamiento oscuro como la densidad de la nube,
recogimiento semejante a sí mismo?

Tu carne vida se sacia en su deseo
desierto extasiado en su arena sedienta.
Estrecha es tu tierra estrecha,
pero más vasta que el torso del amante.
Y una gota de tu desnudez basta
para que llueva la luna.

3

No te engendré un árbol,
ninguna estación te maduré.
Tus puertas están cerradas
pero tú eres tierna como un placer que se abre.
Tu cabeza
en lo profundo
en lo profundo
se impregna de imágenes.

4

Tu cielo, que permanece alto,
endulza el aburrimiento,
lo rocía de un gusto vencido,
tal el horizonte que sabe.

Di cómo tu imaginario guarda la esencia,
cómo al alba se cicatrizan tus deseos
y encienden tu sed de desnudo.
?Cómo puede tener para cada salida del sol
su cuchillo, extranjera,
cómo te atreves!

5

Te pierdes en tu noche
y en los lugares de paso,
en cuanto a tu sombra ella busca tus manos múltiples
y oscila contigo bajo el arco de la voluptuosidad.
Extranjera tú eres
y tu lo sabes,
tú te rompes sobre tu reflejo,
después esperas la conclusión del viaje.

6

Tu país es esta noche ardiente
y no hay soles para apagarla.
Tus brazos ebrios bailan al borde de la presencia
cada vez que una mano se dispone a partir.

Tu país no tiene nombre,
ni fin tampoco.
Tu alma, cada vez que se acerca el instante de llegada
lo aleja.

7

Tú llevas tu soledad que corre en las llanuras
en busca de pájaros para el bosque
Tu soledad ligera
tal un seno que no ha atravesado el umbral de lo imaginario.

¿Dónde apoyas tu estrella cuando las tinieblas te tocan,
dónde brillas, astro peregrino?

8

Tu palidez te guarda, extranjera en desorden
y en la sombra tus rostros deshechos te esperan,
tu humor alfombra el sendero secreto
y en la noche tu alma
llora la realización de su delirio.
Las tristezas no son tu manantial.
Tampoco son el estuario,
sino el viaje que hace el oro del alma.

9

¿Extranjera, alma mía, quién eres?
Se te toma por la rebelde,
y no eres más que lubricidad que se traspasa.
Lo que se toma por rechazo
no es más de el vértigo del extravío.
Y el exceso de las máscaras borra tu rostro.

PÁGINA 27 – ENSAYO

Lenguaje y Lengua


Por Camilo Valverde Mudarra (Alcalá la Real-Jaén/España)

El lenguaje es un fenómeno social que generalmente se confunde con la lengua; pero, no son lo mismo.
Diversos autores, desde la antigüedad, han tratado de explicar el lenguaje. A lo largo del tiempo, muchos estudiosos, de acuerdo con la tradición filosófica, han denominado lenguaje a la capacidad que tiene el hombre de establecer comunicación mediante sig¬nos orales y escritos. Para hacer realidad tal capacidad, se necesita disponer de una lengua. Así, lengua es "todo aquel instrumento que sirve para expresar ideas" o "el sistema de signos que se emplea como medio de comunicación". Se puede deducir que todos los órganos pueden servir para producir un lenguaje: la música, la risa, el llanto, las manos; y también, objetos: banderas, pañuelos, abanicos... han creado lenguaje. La misma tradición filosófica postula que las lenguas humanas consti¬tuyen un lenguaje especial y diferente a los demás, pero sin demostrar nunca donde reside su especificidad. El lenguaje presenta diversas manifestaciones en las distintas comunidades de la tierra, tales manifestaciones se denominan lenguas o idiomas.
La lengua es un producto social y un conjunto de convenciones adoptadas por una comunidad lingüística que utiliza la facultad del lenguaje. Es decir, una lengua -castellano, ingles, gallego o chino- es la manifestación particular en una determinada comunidad de indivi¬duos de esa facultad general y especifica de los seres humanos a la que normalmente llamamos lenguaje. El lenguaje es, pues, conceptualmente mas amplio, ya que abarca la suma de imágenes verbales, con sus reglas de relación y funcionamiento, y el fenómeno humano del habla. Los problemas que plantea el lenguaje y su compleja naturaleza han dado lugar a tipos de estudio de muy diversa índole. La relación entre el individuo y el lenguaje es, por su parte, un caso psicolingüístico; entre el lenguaje y la sociedad se considera dentro de la sociolingüística, etc. Pero podemos decir que, en general, la lingüística es la ciencia que estudia las diversas manifestaciones del lenguaje humano hablado (la escritura es una representación grafica del lenguaje primario, que es el lenguaje oral).
Ferdinand de Saussure (1857-1913), prestigioso lingüista suizo, en el “Cours de linguistique generale”, emprende, ante el enorme problema que plantea la heterogeneidad de la lengua y las diferencias idiomáticas, la búsqueda de unos universales lingüísticos o constantes comu¬nes a todas las lenguas. La teoría saussuriana se basa en una serie de dicotomías:
1°) Lengua - habla: esta dualidad distingue entre sistema y realización del sistema. Lengua es el sistema de signos que todos los hablantes de una comunidad conocen. Es, a su vez, una noción abstracta. Habla es la realización concreta de la lengua por cada uno de los hablantes en particular.
2º) Significante – significado: componentes sígnicos, elementos del signo lingüístico. El primero es la sucesión fónica de la palabra y el segundo, la carga significativa, el concepto. La relación entre ellos es arbitraria y lineal.
3º) Diacronía – sincronía: dos perspectivas de examen científico de una lengua: Diacronía es su estudio a través del tiempo, de la evolución; sincronía, el estudio de su estado en un momento determinado de su historia. Es cuestión de método, pues la lengua es, en sí, evolutiva.
La importancia del lenguaje radica no sólo en que es el más usual y completo medio de comunicación, sino también en que es conformante del hombre como tal, al tratarse de una característica exclusiva de la espe¬cie humana. Se debe a que además de medio de comunicación y nominación es, a la vez, un sistema de interiorización único mediante los procesos de abstracción y generalización que crea un rico mundo interior de contenidos base del pensamiento humano y de la posibilidad de evocación.
Lo que distingue al hombre del resto del mundo animal es su capacidad de hablar. Y el fundamento reside en la Gramática que hace que el lenguaje sea esencialmente una característica humana, pues, a pesar de que otras criaturas son capaces de utilizar sonidos significativos, la unión entre el sonido y el significado es de una compleji¬dad muy especial y de enorme perfección para el hombre, para quien tal unión equivale a la Gramática, es decir, al conjunto de relaciones complejas que se establecen entre los elementos del lenguaje.
Las lenguas son el más poderoso, extraordinario y manejable medio de comunicación de que se ha provisto el hombre. Y son tan perfectas que con un limitado número de unidades y de reglas de combinación se pueden construir prácticamente infinitos mensajes. No hay nada que no se pueda expresar por medio de un idioma o lengua.
El lenguaje es una herencia antiquísima del género humano que refleja los esquemas mentales con que los hombres se acercan a la realidad, la cual es un todo continuo e indiviso y el lenguaje, así como el mensaje, está compuesto de unidades discontinuas y articuladas en¬tre sí. El lenguaje oral humano es el más eficaz de todos los medios de comunicación. Benveniste se pregunta si el lenguaje es un simple medio o instrumento de comunicación, y afirma que no; para él hablar de instrumento es oponer hombre y naturaleza. El fuego, la flecha o la rueda son fabricaciones, utensilios, pero no están en su naturaleza, por el contrario, el lenguaje está en la naturaleza del hombre, porque lo constituye como hombre y no se puede desgajar del hombre mismo. De ahí que Palmes hable de "homo loquens" en lugar de "homo sapiens" y Coseriu defina al hombre como "un ser hablante".
Pueden advertirse manifestaciones comunicativas entre los animales: las hormigas tienen comunicación de carácter táctil y olfativo, los gritos de los cuervos, de los delfines, ciertos movimientos de los monos, o las abejas. Es cierto que estas disponen de comunicación bastan¬te completa pero no hay respuesta ni, por tanto, diálogo; y en cuan¬to al contenido siempre es el mismo y no puede analizarse en sus componentes. Mientras que el humano se caracteriza por el análisis y combinación múltiple de elementos que con un número reducido de piezas se obtiene un cúmulo de comunicaciones variadas y diferentes.
Las formas de comunicación de los hombres son sumamente complejas. Al lado del sistema lingüístico, el principal y más perfecto, operan otros de carácter secundario y diferentes: Los paralingüísticos: interjecciones, gritos, indicadores emotivos: risa, llanto, gemidos. La comunicación cultural: las diversas artes, los ritos, las ceremonias, la danza… Y el complejo mundo de las señales: timbres, banderas, s. de tráfico.
El conjunto de los varios procedimientos de comunicación en la sociedad humana es estudiado por la Semiología: estudio de los signos, es decir, del lenguaje humano, que viene a ser el aspecto más importante de tal ciencia.
Así pues, se puede afirmar, que, por el lenguaje, el hombre es hombre y, por el mismo, es capaz de las más complejas elucubraciones filosóficas, de las exposiciones, de las abstracciones e intuiciones mate¬máticas y capaz, también, de expresar belleza. Por el lenguaje se fun¬da la sociedad, la cultura, la poesía... Es, por tanto, algo más que un instrumento o medio de comunicación.



PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Marta Zavaleta
(Londres/Inglaterra)

Arcoiris sin antípodas

Chinito: como lo sabe yo tengo
Más paciencia que un cangrejo.
No se me quede ahí pensando
que voy a vivir penándolo.
Porque con pan y aun sin vino
de ilusión se vive largo.

No le den miedo las machas
total al cielo no vamos.
Me ha contado una feita
que hasta al diablo lo chamulla,
y que a usted entre barullo y bulla
lo encabronaron las minas.

Le pido por eso amigo, recuerde
y si es posible ahora mesmo
antes que al avión me lleven,
que allá en la pampa le espera
su chinita, ese fuego y el facón
cuando llegue la ocasión.

No se me enoje, compadre,
ni al género lo eche a la broma.
Pues como dijo Martín Fierro
‘Siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho”:
Ni siempre me haga rezonga
ni tanto entrar en tantas razones.

‘Tate, tate, falloncicos!
De ninguno sea tocada;
Porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada’‘
Y si lo dijo Cervantes
Mi suerte ya está enterrada.

Fusilaron a mi teddy bear

26 de Marzo, 2003, 6.00am
Londres, séptimo día de la guerra.


Dos hombres
vestidos de amarillo
sin pecho y con medallas le dispararon
en el aire estalló hecho pedazos.
Lo había escondido dentro de una maceta, debajo de una planta de menta
pero le capturaron en el patio de casa
cayó despedazado.
En la vereda de enfrente tres niños nos miraban
mi abuelo, mi padre, mi marido, y ninguno hizo nada
pero mi suegro lloró
cuando mi osito murió descuartizado.
En mi jardín es primavera y el rosal está cubierto de hojitas
que transpiran sangre y petróleo iraquí. En mi cama hay velorio
porque a mi teddy bear ayer lo destriparon
Dos hombres con uniforme
lo habían violado
en Chile en un estadio
antes de que un cónsul argentino le rescatara:
cruz, familia y partido lo decretaron
inservible, y murió repudiado.

En la plaza de Castelli en Buenos Aires se columpiaba
cuando dos metralletas le apuntaron al alma. Ni protestó siquiera
pues ya para entonces había perdido el habla.
Partió para Europa con asiento pagado
aterrizando en Río y en Madrid, ya refugiado
cuando con balas verdes en Londres lo perforaron.
Tenía mi osito chileno lana de oveja mapuche y ya la trompa toda
desarmada de besos, sombrero de payaso y una bufanda celeste y blanca, tejida por mis manos
para salvarlo de las nieves de Glasgow.
pero era todo aserrín cuando estalló en pedazos.
Guerras de golpes, golpes de guerras: ya por fin 'liberado'
su sonrisa se escondió en el sol cuando le apuntaron
y con su amor calienta
esta mañana. Pero al sol: nunca irán a matarlo?

Dos heridas y un solo reflejo

A los torturados y muertos en la guerra de Irak

Hermano
tú que has muerto
derramado de espigas
y empapado de lágrimas,
¿guardaste en el arcón vacío
la fiebre de todos los poemas,
mi carta simiente
vestida de amapolas?

Solapada
la muerte te acapara
Sobradora
tu muerte me tortura:
es tu risa la boca de la nada
y tu vientre el féretro del alba.

Ríe tu boca al porvenir suicida
de las manos soltando las amarras
y se bendice el mapa de tu horca
en la cadencia muda
de su amarga sombra.

No viste ni al pichón ni a la calandria
ni te bañas o silbas en la fuente.

No eres más que vértigo en la aurora
cóncavo mancebo de porvenir inerte
No vistes más al árbol,
Ni eres ya más
puente ni espera.

El cisne durmiente.

The frog prefigures the ghosts
Gently paraphrasing
The trees without
Theirs shadows


La niebla articula
Los árboles mutados
La sangre peregrina
La muerte sin adiós.

Si el cisne durmiera en mis manos
Habría una pradera en bruma
Cubierta de gaviotas rojas
Que beberían el sol.

Lucha de clases

Quedaron unos pocos
sobreviviendo:
como Horacio el argentino, judío,
borracho empedernido,
folklorista jugado,
enorme como un trueno
suave como una pluma rosa
sentenciado a muerte
en el estadio Concepción.

Su madre, sus amigos, sus novias pasajeras,
reaccionaron con ira; cubrieron las entradas
con bolsas de comida
mientras otras nos resignábamos
a aceptar un cigarrillo
de la Cruz Roja
o un cepillo de dientes
entregado bajo sospecha
por el suegro burgués
que nos buscaba.

El 5 de octubre de 1973
Traful fue liberado
y fuimos deportados
a petición expresa
del Sr.Presidente
de la ansiosa patria nuestra
otra vez, la peronista. Pero
unos años antes, cuando sólo tenía 14 años
habló con Eva Duarte y ella lo nominó
campeón juvenil, tal vez,
de los torneos infantiles de baskeball
'Evita', que menos...

Traful no la olvidó, y siempre dijo
cuando invitado a dar clases
como experto en terreno del desalambre cotidiano
de los fundos del Sur
(que era mi pan de cada día)
que había dos clases
nomás, no andar con cuentos:
la de los buenos, y la de los otros
(que por lo bajo son los hijos de puta, repetía.).

Traful, le llamó su padre. Su madre
a su nombre lo tomó de un lago
que nominó así el abuelo coronel,
que invadió la Patagonia.
Su madre, que lo salvó del aborto prematuro
( pues tuvo 56 y su padre médico ya más hacerle no quería...).
Los Alvarez se asilaron, ya por entonces,
en Chile: madre, padre, una hija, y un hijo, Horacio.

Un ser así no podía vivir
ni en Sao Paulo, ni en Cuba, ni en Buenos Aires,
sin ser enseguida detectado:
por la cana, las mujeres, sus amigos, y su madre,
que lo seguían a todas partes.
Entonces los milicos argentinos
se envalentonaron y le pegaron un canazo
de dos o tres años y un día,
perdiendo el movimiento de sus manos,
la arguadentosa voz de su garganta
nunca más supo jugar a las patrañas.
Estudió aquí una maestría,
cuando lo 'salvamos'.
Yo hoy aun vivo
en una casita
que él encontró
para mis pies cansados.

Mi amigo intelectual que fue poeta,
no le tuvo miedo ni al sol ni a la metralla,
a la mafia, la droga, o la coartada,
vivió y sufrió por la suerte de los indios
que hoy sufrirían por él, si lo supieran.
Pero no: su semilla crecerá junto a los ríos
de Francia, los sauzales la suspendarán en las anguilas
y nenúfares y pumas contaminarán los lagos y los mares
con su nombre y Traful irá a dormirse
desde mañana
acunando a un hombre y una mujer mapuches
que puso presos ayer
el primer gobierno de una mujer chilena,
la Bachelet, ex- camarada.

Da que pensar, dan ganas de ganarles.

Marina Aoiz Monreal (Navarra-España)

ave del paraíso

ejecuta su danza
extendiendo su hermoso plumaje
para que ella roja y encendida
despierte de su sueño de fuego

el sol los envuelve en su misterio
mientras los sonidos penetrantes
reverberan en el claroscuro de la selva

almas de luz se encuentran
en un revoloteo de levedad dorada

las nupcias se celebran con el don
de la lluvia inesperada
arde el agua

las alas de la memoria

cuando Enkheduanna afiló el cálamo de caña
y colocó en sus rodillas la tablilla de arcilla
un estremecimiento de serpiente recorrió mi espalda

en el azul limpísimo
los buitres planeaban formas onduladas
por encima de las ardientes arenas

la diosa Inanna inclinó la cabeza hacia la izquierda
desgarros en el lienzo del templo
espinas en el corazón de acacia
de la anciana esclava

cuatro mil doscientos años no son casi nada
si las alas de la memoria parpadean como llamas

el ángel del reloj de sol
de la catedral de Chartres


se quedó petrificado
cuando atento escuchó
que mil trescientos millones
de seres humanos
no tienen acceso al agua limpia

rezó desde su corazón de granito
por el planeta de peces y pájaros
malheridos por el aire sucio
y el rocío evaporado

Notre-Dame de la Belle Verrière
derramó lágrimas de rubí y azul ultramar


rodando rodando rodando
hasta recónditos manantiales
alentaron veneros de esperanza

una lluvia dulcísima
empapó la piel de perla de la tierra entera

salir a tomar el aire

a orear el sufrimiento
a la par que las orquídeas epifitas
hacen bailar sus aéreas raíces

aura de aroma a río
soplo del instante desvalido
el colibrí traza su geométrico neuma

yo no es nada ni nadie
sonido sombra aleteo vuelo
tan fugaz bajo el velamen de la niebla

una copa
llena de primavera


la poeta china Li Ts’ing Chao
en ausencia del Señor del Este
se acurruca entre los cojines bordados

guarda en su corazón
una melancolía densa y salobre
mientras atiende al retorno
de los cisnes silvestres

acaricia su laúd al compás
del crepúsculo que se aleja deprisa

tras el biombo me hiere su tristeza
compasiva relleno su copa con licor de fuego

Cualquier cáliz es morada.

En la ciudad de los caballos
perseguí la sombra
de una mujer de rostro enmascarado.
Yo era el porteador de amatistas.
Recordé la montaña desgarrada
y los trigales arañando las laderas.
La visión me pertenecía
desde que el cuenco vacío de mis manos
recibiera sutil esqueje de vida.
Algo encarnaba en el paisaje
de un día más o menos azulado.
La luz anhelaba la noche reposada
para engendrar fugaces estrellas lejanas
y susurrar arroyos de palabras inventadas
mientras aquella mujer
se alejaba, se alejaba, se alejaba...
El rescoldo de la alquimia de los viejos
suavemente se apagaba. Líquidos,
oro, plata y cobre,
recorrían sin pausa los ejidos.
Toda ferocidad se diluía.
Las acacias bailaban su danza florida.
Plutón abrasaba el aleteo
de una presuntuosa águila de acero.
Rumor que cesa un leve instante.
Callan el ruiseñor, el mirlo y la cascada.
Fusión en un crepúsculo naranja:
rojo de la sangre
amarillo de los pólenes fragantes.
Una iridiscencia de ópalo
atraviesa la memoria de los hombres.
Soy el porteador de la mirra y el ámbar.
Señero. Taciturno. Estoy cansado del día
y de la vanidad de mi carga.
Cuando al fin alcancé a descubrir
el rostro de la dama,
comprendí la soledad de su alma,
de mi alma. No hubo silencio.
Ninguna opaca niebla acechaba.
Brotó el amor entre el jazmín y la madreselva.
Como niños,
con aquel olor a pan y a higuera,
olvidamos el miedo y la miseria.
Lejos de la ciudad,
cualquier cáliz es morada.
A nuestras espaldas, la vida
redimía a todos los seres desvalidos de la tierra.
Llovía dulcemente. Agua. Pura agua.

PÁGINA 29 – CUENTO

Mi amigo Lucas


Por Fernando Sorrentino (Buenos Aires/Argentina)

Tengo un amigo todo lo dulce y tímido que puede pedirse. Su nombre es frágilmente anticuado —Lucas—, y su edad, recatadamente intermedia —cuarenta años—. Es de reducida estatura, es delgaducho, tiene un bigotito ralo y una calva aún más rala. Como su vista no es perfecta, usa anteojos: insignificantes y sin armazón.
Para no molestar a nadie, camina siempre de perfil. En vez de pedir permiso, prefiere deslizarse apenas por un costado; si la rendija es tan estrecha que ni siquiera permite su paso, Lucas prefiere esperar con paciencia que el obstáculo —sea animado o inanimado, racional o irracional— se aparte por su propia voluntad. Los perros y los gatos callejeros le infunden terror, y, para evitarlos, se cruza a cada instante de una vereda a la otra.
Habla con una vocecilla sutil, casi transparente de tan inaudible. Jamás ha interrumpido a nadie: sin embargo, no logra emitir más de dos palabras sin que lo interrumpan. Ello no parece irritarlo: más aún, se siente dichoso de haber podido pronunciar esas dos palabras.
Hace años que mi amigo Lucas está casado: con una mujer delgada, colérica, nerviosa, que, además de voz aguda hasta lo insufrible, fuertes pulmones, nariz afilada y lengua de víbora, padece de temperamento indomable y de vocación domadora. Lucas —me gustaría saber cómo— se ha continuado en un niño. La madre lo bautizó Juan Manuel: es alto, rubio, flequilludo, inteligente, suspicaz, irónico y vigoroso. No es exacto que obedezca a su madre ciegamente: más bien, ambos están siempre de acuerdo en asignarle a Lucas un lugar sin duda nulo en el universo y, por ende, en desoír sus escasas e imperceptibles opiniones.
Lucas es el más antiguo y el menos importante de los empleados de una lúgubre compañía importadora de tejidos. Es una casa muy oscura, con pisos de madera negra, ubicada en la calle Alsina. El dueño —yo lo conozco— es un árabe de bigotes feroces, es un árabe calvo, es un árabe de voz atronadora, es un árabe violento, es un árabe avaro. Mi amigo Lucas se presenta vestido de negro, con un traje muy viejo, brilloso de tanto uso. Sólo posee una camisa —la que estrenó el día de su casamiento—, con anacrónico cuello de plástico. Y una sola corbata: tan deshilachada y tan grasienta, que parece un cordón de zapatos. Incapaz de resistir la mirada del árabe, Lucas no se atreve a trabajar sin saco —pese a que sus compañeros lo hacen— y se coloca un par de sobremangas grises para preservarlo. Su sueldo es irrisoriamente bajo: no obstante, Lucas permanece todos los días trabajando tres o cuatro horas de más, pues la tarea que le ha asignado el árabe es tan desmesurada, que excede toda posibilidad de realizarla en el horario normal.
Justamente ahora —cuando el árabe acaba una vez más de rebajarle el sueldo— la mujer ha decidido que Juan Manuel no realice sus estudios secundarios en un colegio estatal. Ha preferido inscribirlo en un instituto muy costoso del barrio de Belgrano. Ante esta exagerada erogación, Lucas ha dejado de comprar el diario y, lo que más siente, las Selecciones del Reader’s Digest, que constituían su lectura predilecta. El último artículo de las Selecciones que alcanzó a leer versaba sobre cómo el marido debe autorreprimir la propia personalidad avasallante para permitir la realización de los demás miembros del grupo familiar.
• • •
Pero hay un hecho singular: la serie de actitudes que asume Lucas apenas sube a un colectivo. En términos generales, suele proceder así:
Pide el boleto y empieza lentamente a buscar el dinero, manteniendo al chofer con la mano extendida y en un estado de incertidumbre. Lucas no se apresura en absoluto. Más aún, yo diría que la impaciencia del conductor le causa cierto placer. Luego paga con la mayor cantidad posible de monedas de escaso valor, entregándolas de a poco, en cantidades distintas y a intervalos irregulares. En alguna medida esto perturba al chofer, pues, además de estar atento al tránsito, a los semáforos, a los pasajeros que suben y bajan, y al manejo del vehículo, debe simultáneamente efectuar complicados cálculos aritméticos. Para peor, Lucas agrava sus problemas incluyendo en el pago una vieja moneda paraguaya que conserva con tal propósito y que le es invariablemente devuelta en cada ocasión. Así, suelen cometerse errores en las cuentas y, entonces, entablada la discusión, Lucas, serena pero firmemente, defiende sus derechos con argumentos contradictorios, de tal modo que no se sabe qué es en realidad lo que sostiene. El colectivero, al borde ya de la locura, termina, en una tácita rendición, por arrojar las monedas a la calle —tal vez como un modo de reprimir los deseos de arrojar a Lucas o de arrojarse él mismo—.
Cuando llega el invierno, Lucas viaja con la ventanilla abierta de par en par. El primer perjudicado es él: ha contraído una tos crónica que a menudo le hace pasar las noches en vela. Durante el verano, cierra herméticamente la ventanilla y no consiente en bajar la cortina que protege del sol: de esta manera, más de una vez ha sufrido quemaduras de primer grado.
Delicado de los pulmones como es, Lucas tiene prohibido el cigarrillo y, en realidad, fumar le parece insoportable. Pese a ello, en el colectivo no resiste la tentación de encender unos cigarros gordos y baratos, unos cigarros que producen ahogos y toses. Cuando baja, lo apaga y lo guarda para el próximo viaje.
Lucas es una personita sedentaria y escuálida: jamás le interesaron los deportes. Pero los sábados a la noche sintoniza su radio portátil, dándole el máximo volumen, para escuchar el boxeo. El domingo, en cambio, lo dedica al fútbol, y tortura a todo el pasaje con estruendosas trasmisiones.
El asiento del fondo es para cinco personas: Lucas, a pesar de su pequeño tamaño, se sienta de modo que sólo quepan cuatro y aun tres. Pero, por otra parte, si hay cuatro sentados y Lucas está de pie, exige permiso con tono de indignación y de reproche, y se sienta, ingeniándose para ocupar un espacio excesivo. Para lograr esto, introduce las manos en los bolsillos, de manera tal que los codos queden firmemente incrustados en las costillas de sus aláteres.
Variados son, y muchos, los recursos de Lucas.
Cuando viaja de pie, lo hace siempre con el saco desabotonado, procurando que el borde inferior pegue en el rostro o en los ojos del que está sentado.
Si alguien se halla leyendo, pronto se convierte en fácil presa de Lucas. Vigilándolo atentamente, coloca la cabeza bajo la lamparilla para hacerle sombra. A intervalos, Lucas retira la cabeza, como por azar; el lector devora con ansiedad una o dos palabras, y allí, incansable, vuelve Lucas al ataque.
Mi amigo Lucas conoce la hora en que el colectivo se halla más atestado. Para esas oportunidades, acostumbra ingerir un emparedado de salame y un vaso de vino tinto. En seguida, con los restos del pan mascado y las hilachas de fiambre aún entre los dientes, y con la boca apuntando a las narices ajenas, recorre el vehículo pidiendo enérgicamente permiso.
Si se acomoda en el primer asiento, no lo cede a nadie. Pero basta que se halle en los últimos y suba una mujer con un niño en brazos o un anciano enclenque, para que se levante con precipitación y los llame a grandes voces, ofreciéndoles su lugar. Ya de pie, suele hacer un comentario recriminatorio contra los que permanecieron sentados. Su elocuencia resulta eficaz: siempre, algún pasajero, mortalmente avergonzado, desciende en la siguiente esquina. Al instante, Lucas ocupa su lugar.
• • •
Mi amigo Lucas se apea de muy buen humor. Camina con timidez hacia su casa, cediéndole la pared a todo el mundo. Como carece de llave, tiene que tocar el timbre. Si en la casa hay alguien, rara vez se niegan a abrirle. En cambio, si su mujer, su hijo o el árabe no se encuentran, Lucas se sienta en el umbral a esperar que regresen.



PÁGINA 30 - ENSAYO

"Aún es tiempo de recuperar la primavera"


Por Rosina Valcárcel Carnero (Lima/Perú)

La década del '60 se bautiza con un suceso cultural de gran significación: El viaje de Javier Heraud, poemario que alcanza el primer lugar, conjuntamente con Poemas bajo tierra de César Calvo en el concurso "El Poeta Joven del Perú", convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía de Trujillo. En 1961, escribe Estación reunida, con el que, en 1963, con el seudónimo del El Leñador, obtiene póstumamente el primer premio de poesía en los Juegos Florales convocados por la Federación Universitaria de San Marcos. El jurado lo integraron Javier Sologuren, Washington Delgado, Gustavo Valcárcel, Edgardo Pérez Luna y Arturo Corcuera.
¿Quién es este bardo joven que encandila con su poesía de versos breves y abundantes verbos? Sin saberlo, con delectación de artista, Javier moldea un estilo que trata de acercarse al ambiente de la época. Sus vocablos fértiles denotan eso y, cuando intuye la miseria, la imposibilidad del lenguaje para aprehender tanta vida, el poeta exclama:
"Ah embarcación tonta / y muerta / nada pude hacer contigo / sólo destruirte para siempre."
¡Qué cercano a Rimbaud!, quien –joven como él– descubrió la ambigua omnipotencia del lenguaje. Sin embargo, Javier consciente de su historicidad, habitante de una "nación en formación" va más allá erigiéndose pregonero de la solidaridad humana. Por ello "su viaje" culmina en el reencuentro del hombre con su tierra y el resto de los humanos.
Miraflorino, nace a las tres de la mañana del 19 de enero de 1942. Su infancia –ese enorme caudal subjetivo que todos sobrellevamos– transita en el seno de una familia de clase media, esmerada en educarlo dentro de una concepción del mundo que parecía quieta y eterna. No crece infeliz ni desconfiado. Más bien con la seguridad que dispensan una cultura y ambiente armoniosos. Javier, en la adolescencia, era realmente un muchacho citadino. La evocación de su hermana Cecilia, muestra una relación familiar estable y tierna:
«Solíamos oír música en el viejo radio de tubos de los años '40. En él compartíamos las radionovelas que escuchábamos a escondidas de nuestro padre o las increíbles aventuras de Poncho Negro ("el invencible caballero / con su fuerte brazo y noble corazón, / corre el mundo destruyendo justiciero, / la codicia, la maldad y la traición")... Gustábamos de la música de la época y pasábamos horas entrenando pasos de rock. Me parece ver a Javier imitando, en medio de la sala de la casa, a Elvis Presley o haciéndome pasar en ambicioso paso entre sus enormes piernas abiertas. Escuchábamos a Bill Halley y sus cometas o a Pérez Prado y sus mambos (decían que la iglesia excomulgaba a quienes lo bailaban)...».
Tuve la suerte de ver a Javier en tres ocasiones, dos en San Eugenio, muy temprano, platicando con mis padres alrededor de una tacita de café, ahí sólo pude saludarle a lo lejos; no imaginé que estuvieran hablando de política. Luego el 9 de abril de 1962, en Santa Beatriz, cuando mi prima Moza Rospigliosi, cumplió 18 años y César Calvo la cortejaba. Asistieron el autor de Ausencias y retardos, Paco Bendezú, Hernán Cortéz, Tomás Escajadillo,Javier Heraud y esta alumna, uniformada. Saboreamos un lonche limeño y una breve conversa. Yo me senté a su lado, él me preguntó si me gustaban las fiestas; no sé porqué se me ocurrió decirle que no; quizá como gesto adolescente. Javier, sonriente y cómplice, me confesó que a él tampoco le agradaban mucho. Por cierto exageró.
También se palpa una intuitiva adhesión y respeto por los derechos humanos:
"Recuerda que tú nos hiciste honrados y reclamar la justicia" le escribía a su padre desde Cuba. Este marco de cariño familiar atraviesa la poesía de Javier, y no es ajeno a su inclinación por la gesta guerrillera. En su última misiva anota:

"Me voy a la guerra por amor, por amor a mi padre y sus durezas, por amor a mi madre y su ternura, por amor a mi patria..."

Esa sensibilidad natural de Javier, cultivada en el colegio y en su hogar, enervaría en él esas antenas invisibles que tienen los poetas para otear la vida, y le advertían que "afuera", en el mundo, algo se estaba derrumbando. Con la huella de siglos de explotación y oprobio los comuneros de los Andes empezaron a exigir el derecho a la tierra. La red de dominación rigurosamente estratificada –que partía desde los grandes intereses internacionales y llegaba hasta el último indio a través de los hacendados y la burguesía nativa– empezaba a mostrar evidentes signos de agotamiento. Mientras, Javier escribía: "No derrumben mi vieja casa...". Pero los acontecimientos estaban cargados de violencia. Desde el destierro, por la dictadura de Odría, "los poetas del pueblo", en su nueva filiación marxista (antes aprista) admiten ya, como Schopenhauer, que la historia se revela en toda su dignidad cuando el hombre ha hecho que estalle en su corazón la voluntad de poder. Pero estos escritores, fuertemente influidos aún por Vallejo, habían madurado demasiado para recurrir a la acción (excepción de los exiliados o perseguidos) y para tocar, con ella, el universo: exigían tan sólo devorarlo entero y crudo con los ojos de la poesía.
Javier estudiaba Literatura en la Universidad Católica. Su hermana Cecilia anota: "recibía presiones en casa para que estudiara Derecho. Al principio acepta, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y comienza a frecuentar la casona del Parque Universitario. Amplía su círculo de amigos poetas con los que empieza a compartir una serie de actividades. Conoce ahí a Arturo Corcuera, César Calvo, Mario Razzeto, Reynaldo Naranjo, Pedro Gori, Rodolfo Hinostroza, Marco Olivera Alcántara".
Y viene el deslumbramiento: la revolución cubana y con ella Fidel, Camilo, el Che. Una necesidad de cambio estalla en el espíritu de Javier y sus coetáneos se sienten en medio de un huracán que los empuja cada vez con más fuerza, más allá de sus voluntades. Por ello sus recitales trascienden el acto poético y se cristalizan en actos políticos. Un compañero de combate, Pedro Morote, revive:
"Los jóvenes poetas junto con la dirigencia del FER sanmarquino, estaban a la vanguardia de las movilizaciones obreras y estudiantiles de aquellos agitados años de las postrimerías del segundo gobierno de Manuel Prado. Quien esto escribe, recuerda aún a los poetas, entre ellos a Heraud, Corcuera y Calvo, enfrentados a golpes en el atrio de la iglesia de San Francisco".
Heraud con una lucidez privilegiada, (era realmente brillante, había ingresado a la Universidad Católica a los dieciséis años y con el primer puesto) explora estilo y temas literarios propios. ¿No es acaso el río la necesidad de afianzar el movimiento, de crecer, la búsqueda de las nuevas aguas líricas que desemboquen en el canto luminoso? La soledad y los pasajes fantasmales de Machado, tan caros a Javier, darían paso a una fiesta de palabras en la que "los árboles cantan con su corazón de pájaro". Es ahí, por la faz del optimismo que entiende que escribir no es alejarse de la vida para contemplar desde un mundo en reposo las escenas platónicas y el arquetipo de la belleza, ni dejarse penetrar por las palabras desconocidas –como espadas– que nos cercan por detrás, sino es ejercer un oficio, como bellamente lo señalan estos versos de su Arte Poética:
"(...) Pero conforme pasa el tiempo / y los años se filtran entre las sienes, / la poesía se va haciendo / trabajo de alfarero, / arcilla que se cuece entre las manos / arcilla que moldean fuegos rápidos..."
¿Se es lo que se hace? ¿Uno mismo se puede hacer en esta sociedad donde el trabajo está enajenado? ¿Qué hacer, qué finalidad elegir hoy? ¿Y cómo hacerlo, con qué instrumentos? ¿Cuáles son las relaciones del fin y los medios en una sociedad basada en dominación y violencia? Estas preguntas, sartreanas por esencia, hallan en Javier la única respuesta posible, el compromiso: "...
Y la poesía es / un relámpago maravilloso, / una lluvia de palabras silenciosas, / un bosque de latidos y esperanzas, / el canto de los pueblos oprimidos, / el nuevo canto de los pueblos liberados..."
A propósito, Héctor Béjar, compañero de armas de Javier, da este testimonio:
"Yo creo que Javier es un caso extraordinario en el que la poesía y la revolución se entrecruzan con una fuerza inédita en nuestra historia. Javier siguió escribiendo incluso en la guerrilla (...) Es evidente que también su poesía, acusa una evolución que desgraciadamente no es muy conocida porque gran número de sus poemas se perdieron con su muerte. Pero, creo que él, aunque sea difícil decir esto, y siempre es tan riesgoso decir lo que ha podido pensar –de alguien que ha muerto – había decidido ser sobre todo un combatiente, un revolucionario. Esa era su actitud (...)"
Paralelamente, Julio Dagnino sostiene: "De La Habana a Bolivia habíamos viajado por diferentes rutas para lograr nuestra finalidad de entrar armados al país. Con Javier Heraud me vi nuevamente en La Paz. Nos cruzamos sin dirigirnos la palabra pues viajábamos clandestinos. Cuando surcábamos el río Chapare, en Cochabamba, nos volvimos a ver; a propósito de un círculo que se organizó con él, Héctor Béjar, Abraham Lama ("Junco") y yo. En las orillas del río, entre otros puntos, tratamos sobre el realismo socialista y la presencia canónica de Joyce y Proust. En ese debate Javier, que era muchos años menor que nosotros, destacó. La forma de plantear el problema y el desarrollo no esquemático que le dio al papel de la literatura en el proceso de la revolución socialista fue convincente en el círculo que se caracterizaba por su posición crítica a los sesgos que entonces iba tomando el realismo socialista.
Escuchemos, la "Explicación" de Javier:
"Antes hablé del río y las montañas, / canté al otoño, al invierno, / maldije al verano y a sus ritos. / Hablé, paseé, pisé otras tierras, / dije paz en Moscú, en plazas, / en calles y puentes. / Hoy hago otra cosa / (...) Un día conocí a Cuba / conocí su relámpago de furor (...) Y recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, / sus tristes niños (...) Triste Perú, dijimos, aún es tiempo, de recuperar la primavera... Se acabarán, dijimos, las fiestas / palaciegas para los menos / y las mesas sin comida / y con hambre."
Cuando treinta balas dum-dum lo atraviesan, entre pájaros y árboles, Javier hace estallar en mil pedazos la torre de cristal en la que hubieran deseado seguir refugiados muchos intelectuales. La época exigía no sólo lugar al incendio con la palabra. Por ello Javier Heraud se constituye en una respuesta ideológica, cultural y política frente a la inoperancia del desarrollismo y al fracaso de la burguesía nacional.
En la carta dirigida a Arturo Corcuera, desde París, le comenta su lectura de Marx y Lenin y su asombro: él era ya, antes de revisarlos, "marxista, leninista". Javier nos permite entender no sólo el rol de la violencia revolucionaria, sino el significado de la década del sesenta en la historia peruana contemporánea y en la historia general de nuestro país. Desde su trinchera, él nos muestra, lo que a tientas sospechábamos: en el Perú, también la poesía –ese bastión inaccesible de la imaginación–, nunca había sido pura. El más puro de todos, Eguren, estaba lleno de mundo. Su cercanía a Mariátegui influyó en ello. Y están también Melgar, Oquendo, Vallejo.
El gesto de Heraud, asumido con plena responsabilidad y que expresa una adhesión al mito revolucionario de la época, da un valor histórico a su bella existencia. Lo convierte en el paradigma de la generación del '60. El mérito de Javier es que siendo fruto de su tiempo, trastrueca su historicidad, influyendo y proyectándose en el continente. Elevando la escritura, creando canales de expresión inéditos en nuestra literatura, superando el divorcio entre lo puro y lo social, abriendo la reinserción progresiva del lenguaje en la historia social. Los límites del lenguaje fueron revisados por él en el monte. Y aunque Javier cayera, su mensaje, signado por la fe y la esperanza, ha convulsionado a todos sus contemporáneos.

PÁGINA 31 – CUENTO

En el cielo la muerte


Por Mónica Russomanno (Santa Fe/Argentina)

Miro el suelo debajo de los grandes árboles y el guano de pájaro es realmente una alfombra blanca con olor a gallinero.
Hay muchos pájaros en la plaza de la Municipalidad. Yo, que vivo cerca, contribuyo seguramente a la proliferación de gorriones, torcazas y negruchos, cuando con mi mamá les ofrecemos arroz para que traigan un poco de cielo al jardín.
Comprendo que son muchos, que es insalubre tanto guano allá debajo de la arboleda.
Pero estos hermosos, limpios, mortales halcones encapuchados que trajo el intendente no me provocan simpatía. Como los asesinos a sueldo de las películas, me causan impresión, me parecen peligrosos y bellos, pero mi sentimiento profundo está del lado de las avecillas desprotegidas, que comen sus semillas y sus bichitos, y tienen picos y patas amables, no afiladas guadañas ni feroces tijeras.
Comprendo que habría que controlar de alguna forma el número de los pájaros. Me respondo que los que somos demasiados y hemos proliferado hasta el extremo de exterminar a los otros seres somos los humanos, y que el guano en el piso no puede compararse ni remotamente a las enormes montañas de nuestros basurales. De allí sí que surgen enfermedades, pestes, olores nauseabundos. Lo uno no quita a lo otro, me dirán, y puedo acordar con la lógica, no con el corazón.
Se que el envenenamiento u otros medios son menos ecológicos para mantener el número de aves, pero no me convence ninguna de las formas civilizadas del exterminio.
Escucho el escalofriante chillido de las rapaces de ojos de cuenta de vidrio. Me imagino, tiemblo, me estremezco si me imagino gorrión.
Nos han traído la muerte encapuchada, nos introducen sanitariamente el concepto de la matanza. Dicen que no los matan sino que los ahuyentan. ¿Adónde? Eso dijeron de los aborígenes cuando les sacaban las tierras. Los llevaban simplemente a otro lugar, no los mataban. No era para tanto. Claro que en ese otro lugar no había comida, ni tierra fértil, ni nada de nada. Pero no los mataban. No. Sólo los corrían del lugar que ocupaban.
Escucho un chillido en el cielo repentinamente tan helado. Mi madre que ama a los pájaros sueña ahora con escopetas.

PÁGINA 32 – ENSAYO

El gusto posindustrial por lo impactante y espectacular


Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)

De lo interesante del burgués moderno a lo impactante del capitalista posmoderno. Con las industrias culturales, desde finales del siglo XIX, el arte entra a otra esfera, cambiando la sensibilidad y captación del mismo. La diferencia entre arte alto o de elite con el de masas, mostró su más fuerte contradicción cuando la industria se unió al arte y éste al mercado. Esta triada (arte, industria, mercado) trajo como consecuencia en el siglo XX una serie de protestas por parte de los intelectuales que veían en ello un oscuro futuro para el arte. Al notar que su antigua esfera de “hombres diferentes” se les desvanecía y eran arrastrados por la cultura de masas, dirigieron sus reflexiones combatiendo la cultura del mercado, al “mal gusto”, al kitsch que se imponía sobre la cultura erudita, del “buen gusto” y del arte altamente elaborado. Desde esta mirada del intelectual moderno, el arte pierde su autonomía crítica y creadora ganada en la Ilustración, pues queda encadenado a las leyes del mercado cuyas industrias culturales lo masifican, arrebatándole su aura original, la encantadora presencia de lo interesante, la sorpresa, lo sublime. Este cambio de naturaleza artística ha llevado a repensar los conceptos de juicio de gusto, de sensibilidad y emoción estética a través de nuevas categorías más acordes con la situación del arte actual.
El gusto estético se ha mutado. La globalización del mercado impacta sobre sus viejas características. El buen gusto, entendido desde la Ilustración como una sensibilidad que integraba al ciudadano a la sociedad burguesa, era un proceso de adaptación y de control desde lo establecido, un acto civilizatorio. Al entrar en confrontación con el gusto masivo, éste último des-realiza una concepción de mundo y, más aún, se opone a la noción de ciudadano culto con mayoría de edad y autoconsciente. Tal oposición se ha ido manifestando desde las vanguardias con sus proclamas por una nueva representación y figuración de la realidad, con sus rebeldías contra el gusto burgués de confort.
Desde principios del XX, unido a las industrias culturales, el “mal gusto”, se entroniza y se va convirtiendo en un “buen gusto” para una gran masa alfabetizada a través de los medios de comunicación y del mercado. El kitsch , Duchamp, Warhol, el Pop Art, el cine de Almodóvar, el Pastiche, el cine extremo posmoderno, el snuff cinema, los happenings , el Fluxus, el Body Art , son algunos ejemplos de cómo los artistas encuentran en el “mal gusto” sus fundamentos estéticos para construir edificios artísticos. Dialogando con la publicidad, el diseño industrial y las composiciones de lo ornamental, el gusto ha encontrado otra forma de manifestarse en la sensibilidad mediática, global y mundializada. Esto lleva a pensar que no es viable una cómoda desligitimación del arte de masas y de su sensibilidad, desacreditándolo desde un dualismo excluyente que califica al gusto bueno y al gusto malo, paralelo a un moralismo ortodoxo acrítico y conservador. Desde estos códigos binarios no podríamos nunca entender los procesos de transformación de las sensibilidades estéticas y de las nuevas categorías que en su interior están funcionando.
De lo interesante estético burgués se ha pasado a lo impactante y espectacularizado posindustrial. Entonces, lo light, la alta costura, el turismo, el “mundo del arte”, la word music, la publicidad, los diseños del hogar, la farándula, los artistas jet, la literatura de autoayuda y de intimidades de famosos, son las nuevas esferas de un gusto que ha puesto contra la pared todas las antiguas competencias de críticos de arte moderno y del público lector ilustrado en general.
Sin embargo, en ésta multiplicidad y diversidad de sensibilidades, el simulacro de la democratización de los gustos es grande. No podemos ignorar que aún existen vastas distancias entre el buen gusto burgués de elite y el gusto de masas; entre el gusto del intelectual y artista del salón tradicional y académico con el del artista e intelectual farandularizado por los medios de comunicación. Son aún posibles estos abismos en la globalización que unifica y dispersa a la vez y los acrecienta a través de los productos del mercado con la posibilidad o no de consumirlos. Pero es en el gusto masivo donde se han operado las mayores mutaciones. Si el gusto ilustrado nos situaba ante lo pintoresco y lo interesante, ofreciéndonos la naturaleza al alcance para disfrutarla con hedonismo estético, en la posindustrialización lo pintoresco es el disfrute de lo entretenido, lo inmediato, lo fugaz, lo espectacular. Del Fläneur al turista; de los géneros epistolares con sus cartas de amor y su libro de viajes, a los seriados y Reality Show . Las nociones de paisaje, de lo agradable, lo interesante o nuevo, la sorpresa, lo contemplativo desinteresado han cambiado en la era global donde, aparentemente, todos tienen acceso a los bienes de consumo.
Este proceso del gusto, que integra los deseos por el mercado, lleva a un hedonismo estético de lo temporal. Sensibilidades de lo inmediato. Consumo, uso y desecho. El placer no posee aquí una petición de permanencia ni de trascendencia como lo deseaba el gusto ilustrado. El placer aquí es aceleración, flujo, velocidad, dinamismo efímero como en las redes telemáticas. Al producir cantidad y variedad de productos seductores estetizados, la sociedad posindustrial promueve el desecho como actividad formativa de ciudadanos positivos y enérgicos. De esta manera, se ha formado un gusto por lo desechable, el cual nos vuelve visitantes turísticos. Un gusto zapping que hace gala de su inmediatez pasajera. El mercado, al lanzar más bienes de consumo de los necesarios para sobrevivir, retroalimenta aquella sensación del “aquí se puede escoger libremente”. Ahora soy dueño de mi libertad para consumir el mundo mediático: puedo cambiar de canal, escuchar el C.D., apagar o encender la T.V., ser turista virtual. Sin embargo, sólo se está des-realizando la cotidianidad e impulsando un anhelo que al sublimarse se frustra, pues no rompe con la barrera puesta entre la realidad y su deseo. He aquí los nuevos Tántalos posindustriales. El gusto actual se debate entre la idealización que propone el cambio de canal y la transformación de la realidad concreta del iconoadicto.
El gusto del espectador turista, el gusto zapping, es la consecuencia de dar gran variedad de lo mismo. Velocidad-consumo, donde existe un cambio de emoción estética y de la inagotabilidad e infinitud de la obra de arte como de su contemplación activa y crítica. La cultura del mercado ha construido un gusto ágil que di-vaga, como sonámbulo, por el arte y no lo habita como casero, ni como voyerista en la fascinación de la obra. Gustos volátiles como lo instantáneo digital en red. Arte para consumir no para contemplar. La mirada desinteresada estética que exigía Kant, pierde aquí su magnitud: el ojo receptor posindustrial va dirigido a un artefacto artístico que se entroniza por su efecto publicitario. El interés está puesto en el consumo que de éste se realiza. No hay pues contemplación sino espectacularización; no hay miradas sino pantallas.
Las obras de arte actuales se han vuelto objetos-desechos, adornos, ornamentos. La posindustrialización las ha convertido en estéticas del show y del shock, del efecto y del acontecimiento publicitario, más que del afecto contemplativo. Al arte de lo ágil, lo frágil y fácil se le concede un tiempo de saltos hipertextuales cuyo resultado es un gusto hipermedial, bricolage y ecléctico. Esto es algo positivo en tanto que fragmenta al discurso duro sobre el gusto, y da ciertas pluralidades y divergencias en la percepción de la obra de arte. Sin embargo, no es por la heterogeneidad y liberalidad de gustos por la que disparamos nuestra alarma; es por la ingravidez y falta de mirada activa y deseante que la proliferación de imágenes ha impulsado; es decir, por la pérdida del sentimiento de habitar, dialogar, vivenciar con ese universo diverso e infinito del arte. Se cuestiona desde la eticidad estética, y no desde el moralismo nostálgico intelectual, al turista artístico, al zapping estético promovido como el deber ser del hombre actualizado.

Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.

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