GACETA LITERARIA Nº 28 – Abril de 2009 – Año III – Nº 4
Imágenes: Bodegones de Luis Meléndez (Nápoles 1719/Madrid 1780)
Música: Seleccionar al pie de la revista
PÁGINA EDITORIAL
«Agradezco profundamente al jurado que me otorgó este premio, el más prestigioso de América latina y el Caribe, nunca escatimado a los poetas: ha distinguido a varios de nuestros grandes líricos y siento que el de hoy es sobre todo un reconocimiento a la poesía que surge de las entrañas de la región, un reconocimiento a quienes -muy famosos o muy desconocidos- insisten en este duro oficio, intentan expresar el centro de sus obsesiones aun sabiendo que no hay centro y todo es intemperie. En su nombre lo recibo y esto quiero, como Juan Rulfo dijo en parecida circunstancia, “aclarar a mis semejantes, a los que deberían estar en mi lugar”. Y agradezco profundamente al país que cobija y sostiene a este premio, México, tierra bastante a dos océanos y un mar. No estoy exiliado aquí: ésta es la tierra que elegí para vivir y morir, la tierra que abrió sus puertas generosas a los perseguidos por las dictaduras del Sur.
¿Qué nuevas incertidumbres, agonías, interrogantes y tragedias deberá atravesar la palabra en el siglo que asoma, después de haber cruzado tantas en el que termina con el cortejo de un milenio? La palabra que nos vuelve humanos y transforma el instinto en claro deseo ¿se apagará, se extinguirá, será despojo mutilado? No lo creo. Ningún microchip nos convertirá la lengua en trapo. Ningún desastre lo conseguirá.
Theodor Adorno pronunció alguna vez una frase infeliz: afirmó que no era posible escribir poesía después de Auschwitz. Se equivocaba y ahí está la obra de Paul Celan que lo desmiente. O la de Kenzaburo Oé, después de Hiroshima y Nagasaki. Durante años pensé que el error de Adorno consistía en una omisión, que le faltó un “como antes”, que no se podía escribir poesía como antes de Auschwitz, como antes de Hiroshima y Nagasaki, como antes del genocidio argentino. Y ahora pienso que no hay un después de Auschwitz, de Hiroshima y Nagasaki, ni del genocidio argentino, que estamos en un durante, que las matanzas se repiten una y otra vez en algún rincón del planeta, que existe ese genocidio más lento que el de los hornos crematorios, pero no menos brutal llamado hambre, que en el medio siglo que dejamos atrás no ha habido un solo día de paz en el mundo.
Padecemos un tiempo anterior, en realidad, anterior al sueño posible, a la humanidad posible, a su fulgor posible. Y, sin embargo, la poesía continúa, tal vez porque encuentra, como Juan Rulfo dijo, el olor de la gente como una esperanza.
Ninguna catástrofe, natural o provocada por el hombre, ha podido jamás cortar el hilo de la poesía, esa sombra sin cuerpo que nace de las huellas del límite para borrarlo de la faz de la sangre. A pesar de los genocidas, la lengua permanece, sortea sus agujeros, el horror que no puede nombrar. El ser humano creó las lenguas y hace cosas que ellas no pueden nombrar. El ser humano está dentro y fuera de la lengua. La poesía, lengua calcinada, tuvo que padecer en nuestro Sur discursos mortíferos, tuvo que atravesarlos y no salió indemne, pero sí más rica. Es que la poesía es un movimiento hacia el Otro, busca ocupar un espacio que en el Otro no existe. Pero, ¿cómo hacer olvidar a la lengua su ayer manchado de espanto? ¿Cómo cicatriza la lengua olvidando su ayer?
¿Existe la palabra justa? La palabra, como la utopía, es incesante emulsión de dos pérdidas -lo deseado, lo obtenido-, un paraíso que nunca se tuvo y hay que buscar eternamente. La palabra justa pertenece al reino de la muerte. Y la condición de los poetas es frágil, no encuentran abrigo en su obra, cada momento de esa obra cuestiona los demás y entonces nada sostiene a quien no tiene otro sostén que el acto de escribir. Y, sin embargo, la poesía continúa. La poesía está cargada de más vida. Un poema sin ojos no puede cruzar la calle.
El trabajo de la poesía es dar forma al vacío para que éste sea posible. El porvenir de la poesía es la palabra liberada del lenguaje. El viaje hacia el poema es más importante que el poema. La poesía es patria de los espacios negros y mira la calandria que sale volando de los ojos de un niño porque él la quiso ver. No hay necesidad de defender a la poesía frente o contra la realidad: la poesía devela la realidad velándola.
Debo decirte, Olga Orozco: hace dos años tuve la dicha de presentarte aquí con ocasión de la entrega de este premio que honra y que tu nombre honra. Querías hacer lo mismo por mí, bromeaste medio en serio. Olga, Olga, mitad sombra y mitad astro, no esperaste. Ahora sos únicamente compañía de la sombra, bella como eras, bella como tu poesía, bella como los rastros que dejás en la gente y ella se perfecciona. Nezahualcoyotl sabía ya que libro de escritura era tu corazón.» Discurso de Juan Gelman al recibir el premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Fanny Trainer (Rosario/Santa Fe/Argentina)
Tiempo inmerso
en el proceso teleológico
de la historia
pertenece
al presente absoluto:
inmóvil tradición de doctrinas ya leídas
ya escritas
y
al discursivo transcurrir:
distinguido disfraz.
Tiempo -proceso -historia
es hoy
en que se escribe y piensa
es ahora
en que se tematiza y significa.
No importa escribir entonces ayer
porque mañana es hoy
en el mítico primordial de los sueños
del mañana
(con azules aguas
con soles amarillos)
¿ y los niños...?
Para qué despertar
a los niños esta mañana,
para qué decirles
"que al que madruga Dios lo ayuda",
para qué proponerles que estudiar
es el reaseguro de lo que viene,
para qué pedirles faenas
en la casa y en la chacra.
Sin embargo...
es posible que el leer
asegure el captar substancias
y conjeture el conjuro del sexo.
Es posible que escribir
consolide la palabra.
Es posible que los niños
sean sueños
prometidos a los viejos
sabios de las tribus;
ofrecidos a los yamanes,
a los que fuman pipas
entre revuelos de palomas,
y
a aquellos...,
los que instauran los ancestros.
Es posible, entonces,
que el mirar proyecte
de tornasoles
a las letras de Tuñón
(allá en el Norte,
allá en el Ande).
Prefiere morir al instante
y resucitar después,
reproducido
en cristal de roca
en agua y corcho
a la vez.
Prefiere morir en sollozos
y gritar también,
ahogado
en la almohada de gansos,
en el colchón de vellones,
una vez.
Prefiere sucumbir
en llorares primero
para ponerse más luego
de pie.
Prefiere morir entre escombros
y resonar una vez,
tamborillado
en la mano de ámbar,
en el recuerdo de olivo,
tal vez.
Un día visitaré tu tumba
una tarde recortaré tus cejas
una luna deslizaré
tu piel
en mis pies.
En el horizonte
tu esfera y la mía
se englobarán
allá y té.
Barrio de Rosario
Todavía se escucha
el gorrión en el plátano
de la vereda de la casa
todavía se oye
el canario en la terraza
del vecino en alpargatas
todavía se ve
a la paloma en la torre
de la esquina de la cuadra
todavía se presiente
al sol en el poniente
del patio entre persianas.
¿Por qué será
que perfuma doliente la madreselva
y
por qué retorna, entonces,
el picaflor y la calandria?
¿También se incluye un organito,
un farol
con un tango
y a Santiago (Giácomo)
con su bandoneón,
aquel que trajo en barco
desde Italia?
PÁGINA 3 – CUENTO
Introducción: A poco tiempo de haber comenzado a formar el grupo virtual denominado “Club de Amigos Malvinas / Falklands”, que tiene inscriptos de muchas ciudades del Continente y de las Islas Malvinas, me di cuenta que debía exponer mi idea, en forma clara, de cómo encarar el difícil conflicto. Como hacer toda su historia sería muy extenso lo hice con una metáfora. Como me interesaba que ésta fuera aceptada por ambas comunidades al primero que se la envié fue a mi amigo John Fowler (un periodista inglés que reside en las Islas desde hace más de 30 años y que ocupó allí diversos cargos importantes). Con gran sorpresa noté que, no sólo le agradó la forma empleada, sino que me explicó la situación actual utilizando el mismo lenguaje ficticio. En consecuencia dicho cuento fue seleccionado para ser incluido en un libro de Antología que se publicó en Buenos Aires en el 2006 figurando, desde ya, ambos como autor del mismo. Una versión en inglés fue enviada a amigos más lejanos.
“Mellizas en apuros”
Por Ricardo Gómez Kenny y John Fowler
Enero / 2004
Los hombres sabios del Sur suelen contar esta historia. Había por allí dos hermanas, llenas de belleza pero siempre solitarias y ocultas por un tenue manto, que estuvieron inmersas en un prolongado e interminable drama familiar.
Como en las mejores películas de capa y espada las mellizas fueron rompiendo muchos corazones. Siendo muy jovencitas se las quiso llevar puestas un francés. Se lo impidió un inglés que llegó al toque y, para terciar en la escena, hizo lo propio un español. También hubo un norteamericano. De sólo verlas se volvió loco y empezó a los tirotazos. El pobre terminó pidiendo disculpas públicamente. Por supuesto, relaciones que nunca recibieron la aprobación de Ma y Pa. Pero ellos deberían comprender que hoy todo ha cambiado. La opinión de los hijos también cuenta.
Sus padres vivieron siempre muy separados pero cada vez que se encontraban afloraba la misma discusión. Ambos se disputaban la tenencia. Uno….”que yo les di el lugar” y el otro….”que yo les puse la vida”. Un día, hasta se fueron a las manos soportando los dos graves lesiones. Por aquel entonces ella vestía traje sastre negro y él casco y borceguíes.
Hoy, el clima parece calmo pero la disputa persiste como en el primer día. Además, la pelea ha durado ya tantos años que ninguno de los dos se dio cuenta que, en el ínterin, ellas habían crecido. Ya son adultas y, ahora, su principal bronca consiste en que la pareja no les da participación en las discusiones. Ambos se las siguen disputando como en el siglo pasado en lugar de buscar comprenderlas y conocer cuáles son sus mayores deseos.
Alguien les sugirió que demuestren su inteligencia. Que juntos se adelanten a los hechos y traten de gestarle la ansiada libertad pero parece inútil. “¿Cómo? ¿Y perderlas para siempre?” – dice el padre – mientras la madre refunfuña “¿Y desaprovechar la oportunidad de estar yo allí, siempre presente? “.
Pero no es así. Ni lo uno ni lo otro. Los hijos se pierden cuando, hastiados, se escapan de noche y por la ventana del fondo. Si se los despide de día y por la puerta grande ocurrirá todo lo contrario. Siempre recordarán muy bien a su padre quien, un día, podrá gozar de su sueño más preciado como sería tener junto a ellas un rincón propio donde descansar, reunir a sus amigos y hasta tener a la vista de todos la banderita con sus colores predilectos. Lo mismo le pasaría a ella. Siendo libres podrán requerir su compañía cuantas veces lo quisieran y en los términos que quisieran.
Si alguno piensa que esto es sólo puro sentimentalismo, que no ayuda al rédito final en caja, se equivoca. La experiencia nos enseña que el clima de armonía familiar permite realizar “ más y mejores negocios” que vivir en un permanente tironeo. ¿ Cómo dices? ¿ Los nombres de esta pareja?....Bueno, en realidad suelen ir cambiando de tanto en tanto por eso importa poco. Lo que sí podríamos decir es que ambos están siempre en la cúspide. (Cualquier semejanza con la vida real es mera coincidencia ). Ricardo
“De un isleño”
Estimado Ricardo,
Debo pedir disculpas por no haber contestado antes tu correo del 14 julio; estuve un tiempo en Goose Green, donde descubrí que no podía acceder a mi correo electrónico, como había esperado. Esto fue particularmente desafortunado ya que había esperado escribirte para decir lo feliz que me siento ahora que tus circulares llegan de una forma que me permiten abrirlas – anteriores comunicaciones tuyas parecían estar escritas en egipcio antiguo – y necesito dispersar cualquier impresión de mala educación u hostilidad que mi falta de respuesta podría haber creado.
Cualesquiera que sean las travesuras de los gobiernos, sean de la Argentina , Británico o de las Malvinas, creo que todo movimiento que busca engendrar la amistad y la comunicación entre los pueblos debe ser alentado.
El cuento me gustó y creo que funciona, por varios motivos, como una significativa metáfora de la triste situación que nos tiene a todos actualmente atrapados.
Para desarrollar más allá esta metáfora de una disputa familiar acerca del futuro de los hijos, yo creo que si se va a encontrar una solución, serán los hijos los que deberán encontrarla, ya que la posición enfrentada de los padres está muy atrincherada y demasiado bien conocida por sus amigos y vecinos como para abandonarla fácilmente sin perder dignidad.
Evidentemente, si los hijos consiguieran romper este desacuerdo insuperable, ambos padres deberían permitirles expresar una opinión. Y primero, por supuesto, ellos mismos deberían madurar un poco para poder formar una idea clara de su vida futura, que sea positiva y potencialmente aceptable para ambos padres.
En este momento, me parece que “los chicos” saben solamente lo que no quieren ser, pero están todavía discutiendo entre ellos acerca de lo que querrían ser. Sin embargo hay una cosa clara, que simplemente negando la existencia histórica de uno u otro padre no resolverán nada por si sólo. John
PÁGINA 4 – ENSAYO
Palabra y Poesía
Por Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe/Argentina)
A la hora de pensar en la materia que elijo trabajar, y en los instrumentos específicos del oficio poético, lo primero que sé es desde dónde no puedo abordar ni el tema general de la poesía ni el tema particular o de la palabra, aunque PALABRA y POESÏA sean un binomio fantástico capaz de seducirme al punto de que toda la vida se me va en esto y toda la vida me viene de esto.
No soy exegeta ni epistemólogo ni filólogo ni lingüista ni foniatra. Soy el que lee y escribe versos.
No cursé estudios universitarios en la materia. No soy licenciado ni profesor de castellano y Literatura ni maestro en el área lengua, pero me he formado en Talleres Literarios donde se respira una saludable horizontalización de los procesos de enseñanza y aprendizaje, para proveer a la más democratizadora y polifónicas recirculación de los discursos.
Confieso que sólo leo a poetas de nuestra lengua o en nuestra lengua y aún así he experimentado para mi feliz extrañamiento, que no es fácil al lector común leer TRILCE, de César Vallejo, o RESIDENCIA EN LA TIERRA, de Pablo Neruda.
Y no es fácil, viniendo más acá, leer a Hugo Padeletti, a Héctor Píccoli, entre otros, porque cada poeta inaugura un idiolecto original sobre el idioma supuestamente común.
Lo mejor de Luís de Góngora ha pasado totalmente incomprendido durante cuatro siglos, hasta que los poetas españoles de la generación del 27 logran redescubrir, iluminar y recrear los tesoros ocultos en esa poesía que se había tenido por obra de un Príncipe de la Oscuridad.
Pero si no puedo abordar la palabra desde una doxa, puedo intentarlo desde algunas para-doxas en una historia familiar de desarraigos, interrupciones y postergaciones y otros malentendidos.
Golpe a golpe
El árbol genealógico de mi familia se arranca de la península itálica a finales del siglo XIX para emigrar a esta región del norte de Buenos Aires, sur de Santa Fe y sudeste de Córdoba. Soy descendiente de marquellanos por los cuatro costados de mi sangre. Mis bisabuelos nunca hablaron “la castilla”, ni creo que dominaran la gramática toscaza organizada por el Dante. Mascullarían, entre olivares y piedras y viñedos y dura vida rural, un parco dialecto que los bisnietos argentinos no heredamos. Ignoro si se perdió aquel dialecto o se recordará todavía en aquellos paisitos que ellos llamaban Maceratta, Tolentino, Äscoli Piceno.
Sólo recuerdo los cuatro últimos apellidos que se mezclaron para engendrarnos: Vedovaldi, Taddei, Latantte, Rosatti. De allí hacia atrás, si queda registro o se perdió
Vengo de familias que, por la división del trabajo, estaban destinadas históricamente a poner el cuerpo, a doblar el lomo para que otro doble sus bienes y callarse la boca. No estaba previsto que a la prole de aquellos campesinos se les diera por querer aprender a leer y a escribir y menos por ir a una biblioteca. Mi padre leía el diario pero no sabía escribir. Mi madre abandonó una escuelita de campo luego de “un triste tercer grado” en la década del 30. Nunca practicó la escritura con ninguna intención, más allá de precarísimas cartas que cruzaba con sus familiares de Córdoba o Buenos Aires una vez al año.
La palabra llegaba a mis oídos desde los radioteatros y las letras de la canción popular. Televisión en blanco y negro era lujo, había un aparato cada cinco cuadras. Si caía algún diario en mis manos era La Tribuna. Recién leí un ejemplar de La Capital y un ejemplar de La Nación cuando una profesora de instrucción cívica nos pide para analizar no recuerdo qué..
Los primeros libros de poesía entraron a casa por la rifa de la Vigil, que mandaba ejemplares de su Editorial y Biblioteca Vigil a los compradores, cuando yo todavía estaba leyendo El Gráfico, la revista GOLES, Radiolandia, Antena, TV Guía, y después las truculentas revistas de casos policiales ASÍ y CAREO. Y después El Tony, D’Artagnan, Intervalo, Fantasía, Readder´s Digest.
No había una biblioteca pública en mi barrio. Para leer tenía que ir al salón Carugatti de San Lorenzo o a la Biblioteca Argentina Dr. Juan Álvarez, frente a plaza Pingles, en Rosario.
Cuando empiezo a mostrar lo que escribo y a reunirme con otros poetas en el Café Savoy, con Francisco Alberto Chiroleau, Cristina Tsernotópulos, Tito Gigli, Laura Troncoso y otros que entre el 68 y 69 publicaban la revista EL VIDENTE CIEGO y donde veo impreso los primeros versos que publiqué:
“el universo es una flor naciente
La vida es una flor que corre
La muerte es una flor que cae”
a los pocos meses desaparecen a nuestro corresponsal en Buenos Aires.
A la dictadura de Onganía siguió la dictadura de Lanusse, los fusilamientos en el penal de Rawson. De paso valga recordar que desaparecidos no es un tema exclusivo de los años setenta, ya en la década del sesenta en nuestro país la dictadura secuestraba, torturaba y asesinaba personas, para no hablar de los fusilamientos en basurales de José León Suárez, que es anterior.
En esa época, 1969 o 70, yo había comenzado a formar mi biblioteca personal y me asusté, perdí escritos, quemé cartas, revistas y libros Y cuando la violencia aumentó, me fui del país. Otro desarraigo. De pronto estaba en otra cultura, obligado a oír, entender y responder en otro idioma que no había tenido tiempo de aprender antes.
Cuando vuelvo ya había una biblioteca municipal en mi ciudad y frecuentándola pude organizarme como lector. También había un Taller Literario y en él me fui organizando para leer y escribir con intención. Una cosa es oír y hablar vulgarmente nuestro idioma y muy otra es la apreciación literaria. Una cosa es escribir voluntaria y acríticamente y muy otra es la autocrítrica, la tallerización y un plan de escritura.
En 1981 Alma Maritano dirige el primer Taller Literario Municipal de Rosario, llamado Diógenes Hernández. Medio Rosario cuando quiso escribir ha pasado por los talleres de Alma y yo voy a insistir en esto: sin esos talleres a los que asistí yo sería más paria que mis ancestros, porque la escritura no admite turistas, o somos protagonistas o no somos ni extranjeros en la patria de la lengua y del habla, que es mucho más que la patria de Echeverría y la tierra de Santos Vega.
A mucha gente le cuesta acceder a la lectura comprensiva y a la escritura metódica con intención literaria. Por eso cuando oigo a Rodrigo Fresan declarar muy suelto de lengua, que se puede escribir sin haber leído a los clásicos, me suena a ingratitud cuando no a una nueva pedantería.
Cervantes habrá sido analfabeto hasta los veinte años de su edad, pero no hubiera llegado a ser el padre de la novela sin acceder antes a una buena biblioteca, esa que volvería maravillosamente loco a don Alfonso Quijano.
Y si a Martín Fierro le dejamos decir: “Yo no soy cantor letrao” es porque sabemos que detrás de ese personaje hablante, marginal, desertor, gaucho, bandido rural, hay un autor criollo, José Hernández, que sí era letrado, era periodista, ensayista y poeta, y que llegó inclusive a ser representante de los argentinos en el Congreso de la Nación.
Verso a verso
Ahora saltemos de mis orígenes particulares al origen universal de la lengua, el habla y la escritura.
Las cosas que llamamos reino mineral o mundo inanimado, nunca se han preocupado por reproducirse; están o no están.
Los vivientes sí tienen que reproducirse porque son, somos, mortales.
Al humano no le basta con estar y cumplir las leyes de conservación y perpetuación o reproducción de su especie. El humano necesitará desarrollar facultades recreativas inéditas, que irán del ocio pasivo o contemplativo a las más activas y complejas manifestaciones del arte y la cultura.
.Cualquier animal va por la línea del oscuro instinto desde su nacimiento hasta su muerte, pero sólo el hombre repara conscientemente en ese ir.
El animal humano trasciende el sustantivo común, a la familia humana le nace un hijo y transforma ese nacimiento en rito bautismal.
Los otros animales no pasan de una mímica del juego. El niño abre en el juego una dimensión absoluta. Ningún otro mamífero llegará a ser Chaplin, el rey Pelé, Maya Plizeskaya, Marcel Marceau o Alicia Alonso.
El homo faber, el homo sapiens, el hombre económico e histórico, se debaten entre conocer y desconocer, recordar y olvidar, ser o no ser, Caos y Cosmos, Eros y Tanatos, el hombre para existir se debate entre la Nada y la eternidad.
El hombre inaugura o vislumbra nociones de tiempo y espacio que ninguna otra criatura percibía o percibe. Como otros mamíferos, marcas su territorio, mide, pone límites, pero él mismo parece no tener límites. El hombre es, como quiere Umberto Eco, obra abierta.
Si llamamos creación a la Naturaleza, el animal cultural es mucho más que mera criatura. Y si llamamos realidad a todo lo que existe, el hombre tampoco será un realizador en el sentido demiúrgico, Lo real estaba de antes y nos puede sobrevivir. Con humanidad o sin humanidad siempre está eso que llamamos lo real.
El hombre hace y deshace pero no es Sumo Hacedor. Fabrica o rompe pero no es El Creador como si de un Dios se tratara, ni es Abadón el Exterminador.
El hombre no es el realizador de la realidad. El animal poético y animal político es animal recreador, representador.
Un pájaro que le dio demasiado al alpiste puede confundir espantapájaros con hombre, pero nunca va a fabricar un espantapájaros. Sólo el humano es capaz de percibir una forma, extraer su idea y transformarla o recrearla en otra u otras.
Un cuadrúpedo bebe a orilla del espejo lacustre y aunque se mire reflejado o se reconocerá. El hombre se reconoce en el reflejo y nace el mito de Narciso, inventa el dibujo, el ideograma, el criptograma, el signo lingüístico, la pintura, la escultura, el títere, la arquitectura, la pantomímica, la danza, el teatro, la fotografía, el cine, la televisión, el hipertexto. El hombre cuanto más espacio explora y conquista, más espacio siente que le falta y abre la ventana virtual y las autopistas informáticas.
En otros animales hay cópula pero sólo el animal humano recrea en su sexualidad una dimensión de recreo, de juego y placer que trasciende la mera reproductividad.
El humasno, burro que se para en tres patas, ha recreado mucho más que el apareamiento, ha descubierto el erotismo y la pornografía, el amor romántico, la prostitución y el porno shop,
Viene de: En otros asnimales, como el burro, no hay espacio escénico en el centro claro y obscenidad oscura tras bambalinas. Los animales, como las piedras, están, Se pueden mimetizar pero no se pueden representar.
Ser-en-el-mundo es desenvolvimiento de la potencia o latencia humana, el cógito ergo sum es su revelación, es su elección cultural.
El mundo como voluntad y representación es aventura exclusivamente humana
Pero también la guerra, como política por otros medios, es desventura nuestra; solamente el animal humano es capaz de matar a toda la humanidad y a toda la vida del planeta y suicidarse.
Cualquier animal vive la primavera, el verano, el otoño, el invierno y así siempre igual. Vivaldi desenfunda el violín y crea las cuatro estaciones y ya nada es igual.
Cualquier especie viva puede adolecer de agua, de luz, de aire o de crédito en la banca, pero sólo el bípedo implume, que en buenhora ciñó pluma entintada, hará de su adolecer mitología, leyenda, religión, astrología, enciclopedia..
En todo bicho que caminaba, la pérdida es una ofensiva irreversible de la muerte.
En nosotros, los humanos, la condición de seres mortales puede fundar ucronía, utopía, puede inaugurar una metafísica, una alquimia, una poyesis.
De la falta hará el hombre cornucopia y mito de plenitud.
De la sed de agua hará santo grial y de la sed de sangre hará guerra santa.
De su finitud hace ilusión de infinito; de su fatal pasar hace ilusión de permanencia, de su sólo sé que no se nada hace deseo de omnisciencia y desde su impotencia intenta todo poder.
La clara polis democrática no se opone a la selva oscura, la acrópolis no se opone a la caverna sino a la licantropía, a la misantropía feroz.
Otros animales copulan pero no escribirán poemas sáficos ni LAS FLORES DEL MAL ni VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA.
Platero no nos parece tan burro como el que tocó la flauta por casualidad, porque es PLATERO Y YO, está recreado por el poeta.
Cualquier bicho puede tener fobia o miedo o deseo pero ninguno será capaz de interpretar el sueño de la inyección de Irma como interpretó aquel genial judío que fue Freud.
A cualquier salvaje animal lo alcanza la caza, la depredación o la catástrofe, pero ninguno recreará su tragredia con un fresco como El Guernica de Picasso.
Las criaturas luchan por su espacio vital pero no van a escribir LA ILÍADA, LA ODISEA, LA ENEIDA, o componer una SINFONÍA HEROICA ni van a escribir LA GUERRA Y LA PAZ.
Hubo un animal humano que escribió ADIOS A LAS ARMAS y después se mató con una escopeta, hubo una hembra humana que cantó GRACIAS A LA VIDA y después se suicidó.
Ningún ave canora le confiere a la muerte esa profundidad conmovedora que sugieren las sentidas COPLAS de Jorge Manrique a la muerte de su padre:
“Recuerde el alma dormida / avive el ceso y despierte / contemplando / como se pasa la vida / como se viene la muerte / tan callando. Cuan presto se va el placer / cómo después de acordado da dolor / cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado fue mejor.”
La humanidad recrea el nacimiento en la ceremonia bautismal, recrea el deseo o el temor a cambiar de objeto de deseo, en la boda (no faltan, inclusive, Bodas de sangre) y recrea la muerte o la negación de la muerte en los funerales, las pirámides egipcias, los monumentos al caído.
Donde muere un animal simplemente muere un animal. Donde cae un hombre se puede levantar un arquetipo mítico.
La fiesta y el duelo, clamor y la soledad, no estaban en la Naturaleza en la era paleozoica. El sentimiento trágico- el llanto – y el sentimiento cómico –la risa- son recreaciones culturales.
El perro escarba y desentierra un hueso o hace un túnel para escapar. El hombre escarba en su horror al vacío, y lo vuelve vacío significante. Escarba hasta desenterrar una imagen de sí mismo para oponer un YO a la disgregación, a la muerte, a la Nada.
El individuo en su proceso de hominización es una recreación cultural de lo que en la naturaleza recreaba el ADN. El animal humano descubre la separatidad, el yo soy, el otro, el Absolutamente Otro y la Nada; descubre la mismidad y la otredad. El hombre conjuga el verbo desde sí, yo soy, tú, él, ella, el otro, lo otro, lo absolutamente otro, la Nada.
Se hace camino al andar
El hablante funda su universo con su palabra oída y hablada y lo confirma con su lectura y escritura, hable de génesis o de Apocalipsis, o de materialismo histórico y materialismo dialéctico, hable de las mil noches y una noche por boca y vagina de Scherezahada o de los trabajos y los días.
El hombre ha codificado y va a trascender sus propios códices o códigos.
Nombra a su par femenina para fundar propiedad o domesticidad, le pone marca, le pone sello a su res, desbaguala a su yegua humana y la llama Lilita o Eva o che papusa.
Quiere establecer o restablecer un orden contra el insistente caos original, quiere fundar señorío y señorear sobre lo fundado, pero no podrá evitar que a pocos pasos venga otro hombre y a esa a la que él había declarado mi mujer, como Bretón en su poema, el otro venga y le cante Flor, o peor, flor de yegua desatada. Y ya se ha alterado el orden, señor comisario, ya se mezclan los lazos señor juez, ya se pone alambrado y se salta el alambrado.
Ese nuevo transgresor toma sin permiso el nombre de la cosa llama Flor y se lo sobrepone a la imagen de la llamada Mujer. Esa transversación, esa operación verbal nueva, ese juego malabar, no ha cambiado nada. La flor seguirá siendo flor y la mujer seguirá siendo mujer pero en otra dimensión ha nacido una nueva criatura, en el mundo de las ideas se produjo un fenómeno de alquimia verbal. Esa nueva criatura no se llamará Eva bis o Eva II, sino metáfora Y vendrá otra criatura y se llamará metonimia, y vendrá otra criatura y en lugar de Eva se llamará Nueva y será una rima, o vendrá otra y será una aliteración o un polisíndeton, una hipálage, un quiasmo, un oxímoron, una parábola y alegoría y alegría.
Ese renombrar el orden fundado por el primer señor hablante o escriba o escriturador, hace temblar la lógica; es un desarreglo vidente de los sentidos un alarmante y apasionante traspié de lo establecido. Pero eureka y albricias porque he allí los primeros pasos de la renovación o renacimiento del lenguaje, esa recreación permanente de todo que otros llamarán arte poética.
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Norma Segades – Manias (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Balkis
“Y el rey Salomón dio a la reina de Saba todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados.” (1 Reyes 10:13)
Mi piel tiende un aroma a sombra pulcra,
a tiniebla compacta,
a nigromancia
rondando la orfandad de los capullos mientras desmayan frutos los olivos
y estallan de silencio las almendras.
Soy Balkis.
Soy la reina de Abisinia vagando sobre el lomo del desierto
y bebiendo horizontes,
duna a duna,
en búsqueda de lazos, exenciones, convenios comerciales, indulgencias,
porque su pueblo embiste
avasallando filiaciones, esencias, dignidades
con mandatos de necios veredictos rugiendo intolerancia a borbotones,
desnudando la voz de su inclemencia.
Soy Balkis,
la extranjera de sus ritos,
la que pronuncia leyes y conjuros con cadencia de muslos desvelados
cimbrando
sobre frágiles tobillos
el sinuoso ondular de las caderas;
la del vientre fecundo
y las miradas propicias al encuentro
como un muelle
donde amarrar el credo sin estatuas que patrocina filos arbitrarios sobre las libertades de las hembras.
Soy la reina de Saba,
con mis labios rubricaré los rollos de la alianza;
con mi lengua de cálidas caricias tutelaré jadeos y gemidos
hacia un encuentro de pupilas ciegas
entre un crujir de fuegos escarchados,
y el trémulo holocausto de la carne agonizando dentro de los cuerpos,
en las postrimerías del delirio,
cuando el sollozo agreste del esperma
engendre,
en la oquedad hecha misterio,
la filiación de astucia contundente que funde otro linaje,
otro destino,
otra estrategia para andar la vida con la sangre por toda contraseña
Débora
"Las aldeas quedaron abandonadas en Israel, habían decaído, hasta que yo Débora me levanté, me levanté como madre en Israel." (Jueces 5:7)
Entre Rama y Betel
bajo una palma
administro la voz de la justicia
y nadie se aventura a censurarme
a pesar del gravamen de mi sexo cercado por costumbres y prejuicios.
A mi lado
los hombres de Israel que fundaron los días de la sangre,
del escudo
y la lanza
y el coraje expuestos a la furia
en los combates ofrendados al dios del exterminio;
a mi lado
las tropas israelitas
que vencieron las sombras de los miedos,
que enfrentaron la heroica rebeldía de las resueltas tribus cananeas
resistiendo despojos
y designios
intentan desterrar
de sus atuendos
los desvelados rastros de la angustia donde acontece la supervivencia,
intentan desterrar
de sus miradas
la austera dignidad del enemigo.
Mientras lloran las madres de los hijos
que sembraron el campo de batalla con sus valientes corazones rotos
por causa de una tierra conquistada a golpes de traición y latrocinio.
Mientras lloran las madres su agonía
sobre las orfandades
y las ruinas
y el horror de la tierra mutilada
y los sueños,
los pactos,
las promesas yaciendo a los costados del martirio.
Soy Débora.
Yo juzgo y profetizo.
Llevo sobre mi espalda el privilegio de haber guiado a Barak a la victoria.
Por mí el pueblo celebra
y agradece
cantando la impiedad del regocijo.
Bendito será el nombre que me dieron hasta el final de todos los oráculos.
Pero hoy no puedo alzar mis alabanzas.
Hay muñones de muertes absolutas corrompiendo el altar del sacrificio.
Lilith
“Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla; manden en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra". (Génesis 1:27-28)
En la tarde proscrita,
la penumbra de mi encolerizada cabellera
-como magma o demencia o llamarada-
eriza rebeliones primitivas en el profundo abismo de mis ojos.
En la tarde proscrita,
mi locura,
enfrentando excluyentes reglamentos que me niegan posturas, actitudes,
en mitad de batallas a destajo bajo los laberintos del insomnio.
En la tarde proscrita,
mientras rugen los tigres sus hambrunas de arterias
y ocultan las gacelas sus cuellos palpitantes
y un vendaval de esporas se proyecta en descargas de amores migratorios
porque la vida trepa en el silencio como un enredadera clandestina que avanza entre los muros de la gracia
sin que nada se oponga
o la detenga
o avasalle su pulso borrascoso;
expongo ante la voz que no me nombra
este ímpetu de sangre avasallada por lunas desprolijas y cauces sin cordaje,
esta furia de afrentas arbitrarias renunciando al alivio del sollozo;
notifico a la voz de las ausencias
que no acepto
ni admito
ni consiento que el hombre que me dio por compañero,
ajeno a la exigencia de mis muslos,
violente complacencias y cerrojos;
porque yo soy Lilith,
hembra salvaje abdicando a calladas mansedumbres,
a esta ultrajante furia de mordazas que corroe el idioma primigenio amasado en los úteros del lodo;
yo no seré la esclava que obedece el mítico capricho del aliento,
no viviré cautiva del ultraje
aunque deba expatriarme en las orillas donde naufragan voces y demonios.
PÁGINA 6 – CUENTO
El hombre que nada
Susana Perselló (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Lucía lo acompañó hasta la esquina de la plaza a tomar el ómnibus de la Empresa Río Coronda que sale a las 18.45 hacia Santa Fe. Muy pocas veces habían ido a la capital, y siempre juntos. Esta vez fue él solo, ella lo iba a esperar la tarde del domingo en la explanada de la costanera, segura de que llegaría primero, confiaba en él y él en sí mismo y en su historia junto al agua.
En el viaje Mangoré cerró los ojos y soñó con lo que era capaz de hacer con cuerpo y sangre corondá, última generación de una estirpe aguerrida cuando se los atacaba aunque naturalmente pacífica y amante de su tierra, de sus pájaros, de sus peces y del agua. Él había nadado el río hacia arriba y hacia abajo, se sumergió en las profundidades, siguió la orientación de sus corrientes, lo cruzó como barro en las bajantes, conoció sus barrancas y sus playas, sus bañados y pantanos, los arroyos que salen hacia el Paraná al que había llegado con su canoa varias veces. Desde siempre vivió la mentada maratón como algo ajeno, extraño a los lugareños ¿Cómo podrían ganarle al río esos extranjeros, de otra sangre, que llegan una vez al año o por primera vez a desafiarlo? Y después se van a nadar por el mundo, a tratar de ganar otro premio y se olvidan de este río por un año o más.
Despertó en la Terminal de Santa Fe cuando se estaban bajando todos. Pensó que era temprano y podía aprovechar el tiempo para practicar un poco, caminó hasta la costanera. Se quitó las zapatillas y la ropa medio escondido entre los pilares del puente colgante y nadó en la laguna hasta que oscureció. Se vistió otra vez y se acurrucó debajo de las bases del puente nuevo en un lugar seco. Alterado por las luces y los ruidos espantosos de un sábado por la noche en la ciudad, trató en vano de cubrir ojos y oídos con sus manos rústicas. Allí quedó dormitando sobresaltado hasta el amanecer.
El movimiento empezó temprano, se acercó a la gente que instalaba equipos de sonido y daba los últimos detalles al escenario, imponente, hecho con innumerables carteles que anunciaban marcas. Preguntó si podía hablar con uno de los organizadores porque él quería nadar, le indicaron a alguien que tenía unas carpetas en la mano y caminaba nervioso en círculos, gesticulando y dando órdenes en voz alta. Se aproximó y cuando encontró un hueco de silencio, lo miró con su ingenuidad nativa y le dijo que era nadador y que quería correr la maratón. Una sonrisa irónica fue la respuesta y unos pasos largos que se alejaban de él. Pero no le importó, siguió al señor de la carpeta y le dio el papel que ella le había escrito, con su nombre, edad y domicilio impreciso en la zona de la costa. El señor organizador volvió a mirarlo, esta vez casi con lástima y recibió el papel, lo puso entre otros folios, como para poder seguir trabajando sin que lo molestaran. Para Mangoré ese gesto significó la seguridad de que estaba entre los que largaban. Este señor tenía sus datos. Cuando llegara primero anunciarían su nombre, Mangoré, el corondá, vencedor de la Santa Fe Coronda, dueño del río desde toda la historia de su sangre y la de los suyos.
Empezaron a agruparse los protagonistas, un barullo desconocido hizo que sus sentidos se sorprendieran a cada paso, pero nada impediría su objetivo. Estaba entre la multitud, incómodo. Cuando vio que los nadadores subían al palco con sus trajes de baño, gorros y antiparras, no dudó en desvestirse, abandonó su ropa debajo de un arbusto y se puso el gorrito que ella le había conseguido y al que le escribió con el esmalte de uñas rojo de la patrona, su nombre: “Mangoré”. Era el primero de la fila o el último, si se miraba de izquierda a derecha o de derecha izquierda, daba lo mismo, su figura opaca y oscura pasaba desapercibida. Estiró el cuello, flexionó brazos y piernas, llenó los pulmones varias veces. Observó al resto e imitó los últimos movimientos de los competidores aguardando que empezara la competencia. El tiro lo asustó, no lo esperaba, pero se arrojó al agua a la vez que todos lo hicieron.
Quedó en el medio de una confusión de barcos grandes y chicos, lanchas, canoas, banderas de todos colores, música, aplausos, gritos de aliento. Empezó a dar brazadas firmes, efectivas. Al poco tiempo estaba en la punta, por lo menos no veía a nadie adelante. Y así siguió, volviéndose cada tanto para ver atrás como avanzaban después de él, los nadadores con sus embajadas bullangueras.
Una vez que atravesó el vado, recibe vía sanguínea el aliento de los suyos, y la fe de Lucía que espera en la llegada, sobre el arenal de la costanera de Coronda. Mangoré nada, simplemente nada como lo hizo desde que tiene memoria. Simbiosis de corondá y río Coronda, se dice que nacieron juntos. Con el estilo del surubí o del dorado, de los moncholos, amarillos y pacúes o como las rayas. Según el lugar acomoda piernas y brazos para lograr velocidad y ahorrar energía, se sabe todas las maneras, así como conoce las corrientes, las profundidades, los remansos. Tiene la ruta en la memoria ancestral.
Ve a lo largo de la costa a la gente que espera el paso del pelotón, no se dan cuenta de que él que va primero.
Sólo oye a alguien que grita a su paso…”Miren, un hombre que nada…., debe ser el puntero”. Y entre risas: “callate, no ves que vienen todos allá doblando la curva….”
No puede escuchar más porque va rápido y las voces se pierden.
Las horas pasan y se acerca el final, no siente cansancio, no necesita nada más que un poco de agua que toma cuando sabe, por el lugar, que es buena. Está llegando. Por primera vez un corondá corre la maratón. Cortada de Sauce Viejo, Cortada de los suspiros, Desvío Arijón, Cortada Maciel, Chalet Alto Verde, La Toma, Carancho Triste. Mucha gente aplaude y grita a viva voz, mirando hacia atrás. Ingenuos, no saben que el primero ya pasó.
Llega a la zona de boyado, estira al máximo su brazos, con el izquierdo da el último envión y con el derecho toca la meta. Levanta la cabeza creyendo que lo recibían para acompañarlo al podio. Pero encuentra la mano de Lucía, que con los pies descalzos en la arena caliente lo acompaña hasta arriba, lo besa y le pone una corona de juncos y flores de ceibo. Fue el mejor premio, el único que verdaderamente puede apreciar. Caminan por la calle hasta donde terminan las casas y comienza el sendero de arena, se pierden en la vegetación espinosa de la costa y doblan hacia el río. Lucía y Mangoré, nombres heredados de una historia legendaria, hoy son dueños de una felicidad que pocos pueden comprender.
PÁGINA 7 – ENSAYO
La memoria del aire
José Donayre: arte de la brevedad
Por Winston Orrillo*: orrillowinston@gmail.com
En la literatura se puede ser hemorrágico, pero, también, hay otros autores que practican el arte de la brevedad, el oficio de la contención, el dominio de ese demonio encabritado que es el idioma.
Casi siempre, estos últimos –herméticos para algunos- desarrollan su arte con la paciencia benedictina de los que, poco a poco, buril en mano, fueron dejando las huellas de la aventura humana en los conventos de la Alta Edad Media.
Con frecuencia el idioma, embridado, es más difícil de aprehender que aquel gozo de la palabra, brioso potro que discurre por las praderas ubérrimas de la imaginación.
Lo cual quiere decir que no es imposible señalizar a los cultores de la palabra ceñida como una suerte de anacoretas de la literatura, sumidos en el cenobio de una creación que, como esos licores minuciosamente destilados, entregan solo sus encantos, su condición de ambrosía, a un lector igualmente dedicado, y que sepa que leer no es meramente el pasar los ojos sobre la superficie de un papel –cualesquiera sea su calidad- sino bajarse del caballo y hundirse en esa suerte de preseas del idioma, diamantes logrados a las infinitas temperaturas en que la imaginación se despelleja para obtener esos frutos, ceñidos pero sápidos, como los que podemos encontrar en Ars brevis, de José Donayre, uno de los autores peruanos a los que se debe el demostrable auge de la narrativa corta en el Perú de los días que corren.
Parco como sus textos, pero dueño de una bonhomía fácilmente aprehensible cuando uno penetra en los meandros de su personalidad, Donayre es una suerte de monje benedictino de la cultura. Uno de esos que trabaja allende las alharacas de los volatineros de la cultura (que en todas partes florecen).
Su último libro, Ars brevis, fue publicado bellamente por Editorial Mesa Redonda, igualmente responsable del auge de la narración peruana de hogaño Él se compone de 96 microrrelatos que, sumados a la media docena de textos que viene lanzando desde fines del siglo pasado (su primer título fue La fabulosa máquina del sueño,1999; y el anterior Horno de reverbero, 2007), conforman un corpus narrativo en el que se aprecia a un estilista y a un permanente buceador en los entresijos de la lengua, como vehículo conducente a la revelación de un mundo que, efectivamente, se halla localizado en eso que, otrora, se denominara metafísica.
(*) Premio Nacional de Periodismo. Catedrático Principal de las Universidades de San Marcos y San Martín de Porres.
PÁGINA 8 – CUENTO
Señales Erróneas
Por Jéssica de la Portilla Montaño(Distrito Federal/México)
Existen muchas clases de libros: libros de poesía para las niñas cursis, libros de texto para los niños ñoños, antologías con cuentos para quienes viven de fantasías, y hasta libros que analizan novelas para quienes anden de ociosos.
Hay un tipo de libro especialmente inútil: los diccionarios, compuestos por millones de palabritas que pretenden explicarse a sí mismas. En estos libros hay algunas definiciones razonables y muchas otras ridículas, pero la peor es la que se da a una palabra conocida como amor: "sentimiento apasionado"... y ya, eso es todo lo que el grandioso diccionario dice al respecto, siendo que el amor es tan complejo que algunas veces no se sabe cuándo se siente y cuándo no.
El amor suele confundirse con otras pasiones menores (amistad, cariño, atracción sexual, posesión), así que a veces uno cree estar enamorada de algún fulano sin que esto sea cierto, pero en otras ocasiones conoces a la mujer de tu vida sin siquiera imaginarlo. Aún no se sabe por qué se siente "amor" por equis persona, en qué momento surge esta emoción y mucho menos cómo desaparecerla cuando comienza a hacer daño; en qué lugar se instala este sentimiento que hace que un corazón palpite más rápido o que el estómago dé vueltas y vueltas sin parar... Lo más sensato sería decir que el amor invade todo el cuerpo de algunas personas, mientras que hay muchas otras que son incapaces de sentirlo.
No hay amores buenos o malos, y no es culpa del amor si el otro sujeto resulta ser un verdadero fiasco. Científicos, poetas, cineastas y músicos han desperdiciado sus vidas tratando de analizar qué demonios es el amor, solamente para terminar confesando que no tienen la más remota idea pues el amor está muy por encima de los seres humanos y jamás habrá alguno que logre comprenderlo. (Nunca falta un incrédulo que asegure que el amor es una estrategia publicitaria para tener que comprar chocolates y muñequitos cada que al calendario se le da la gana.)
De vez en cuando sucede que dos personas creen estar enamoradas, sin que importen los motivos y así les parezca o no. Entonces pueden pasar muchas cosas: que lo confiesen de inmediato o se queden callados de por vida, que uno no sienta lo mismo o que ambos decidan ser novios, que se juren fidelidad eterna o que la relación no dure ni un solo día, que deseen tener hijos o que alguien los obliguen a casarse, que estén juntos "hasta que la muerte los separe" o que se divorcien y se olviden para siempre de que el otro existió. Todo esto dependerá del nivel de (in)madurez en que se encuentren los involucrados, además de otros factores igualmente importantes como el qué tan odiosas son sus respectivas familias, la educación que recibieron desde la primaria, si acaso tienen gustos parecidos y hasta si les agrada cierta comida o no.
Pero cuando un niño ve por primera vez a una niña, no se pone a pensar en nada de lo anterior sino que se fija en otras cuestiones muchísimo más importantes: si la niña es alta y delgadita, si su cabello es largo, lacio y con aroma a fresas recién cortadas; si tiene ojos grandes para reflejarse en ellos, etcétera. Si al niño le gusta lo que ve, hará todo lo posible por acercarse a la niña y conocer su olor, su voz, y qué vicios insoportables tiene a ver si puede aguantarlos o no. Claro que la niña hace la misma investigación, pero se fija además en si dicho niño es atento, caballeroso y amable (para algunas también cuenta como cualidad el tener un automóvil) para decidir si permitirá o no que el niño continúe o para darle unos cuantos empujones si él se atasca en el camino o quiere desviarse hacia alguna otra parte.
Si el niño desiste por completo sin dar ninguna explicación, lo más probable es que la niña comience su propio ataque. Y es verdad que las niñas suelen ser más agresivas pues, cuando a una niña le gusta un niño, no lo suelta ni lo dejará en paz por un muy buen rato... Pero esto no es culpa de las niñas, que por lo general reciben señales erróneas, sino del emisor que “nunca” se da cuenta del mensaje que transmite ni tampoco tiene idea de lo que realmente quiere (peor aún si el niño en cuestión sigue teniendo la mentalidad de un bebito).
Algo así sucedió con un niño: conoció a una niña que le encantó desde el primer momento y creyó que estaba enamorado de ella. Pero esta niña era voluble y tenía tantas fases como la Luna: a veces el niño le caía realmente mal y muchas otras no quería ni despegarse de él. La niña también se enamoró del niño, pero al principio no se atrevió a reconocerlo pues decía que él era demasiado bobo para ella.
Él vivía por y para la niña: todos los días le enviaba flores, le hacía dibujos y le grababa millones de discos con canciones “100% dedicadas", pero cada vez que el niño declaraba a la niña su gran amor, él no recibía respuesta alguna que no fuese negativa.
Así fue durante mucho tiempo, hasta que el niño se hartó y decidió no buscar más a esta niña.
Como era de esperarse, ahora era la niña quien comenzaba a extrañar al niño y llegó a la conclusión de que había cometido un gravísimo error al dejarlo ir. La niña intentó acercarse al niño, pero él no quiso saber nada al respecto por algunos días hasta que vio que ya había perdido todo interés amoroso y que no le afectaría en nada seguir llevándose bien con ella.
Entonces comenzaron las señales erróneas, porque la niña no veía al niño como sólo un amigo: en realidad ella estaba en pie de guerra. El niño la invitaba a salir, a comer, a bailar y a todas partes, y la niña creía que era porque él todavía la amaba pero no podía estar más equivocada: el niño ahora la quería como podía querer a cualquier otra amiga con la que además se llevaba muy bien, pero ella no lo sabía (o no lo quería saber) y ninguno de los dos se molestó nunca en aclarar ciertas cosas. El niño le daba alas a la niña, alas que ella se puso para desaparecer flotando entre estrellas y nubes rosas.
Y, claro: como al niño todavía le gustaba físicamente, una noche la besó apasionadamente y la niña creyó que había sido un "beso de amor"... Pero no. Sólo había sido un beso. Un beso en los labios que se puede dar a cualquiera, uno de ésos sin importancia que hasta pueden darse a manera de despedida.
La niña finalmente se atrevió a declarar su amor al niño, pero él rechazó rotundamente este sentimiento y lo dobló en cuatro partes para meterlo en una cajita y regresárselo a su dueña pues ese amor pertenecía sólo a ella: el niño no lo quería.
La niña decidió no renunciar y seguir intentando de todas las maneras posibles, pero nada funcionó y entonces su sonrisa se apagó hasta quedar envuelta por un halo de interminable tristeza.
La niña hizo polvito todo el amor que el niño le regresara y lo guardó en un frasco lleno de lágrimas. Cerró los ojos, levantó el pequeño frasco y, de un solo trago, se bebió todo el contenido. Ella sabía mejor que nadie que, así como la falta de amor es dañina, el amor en exceso envenena. La niña se dio cuenta de que su corazón había estallado porque la piel se le puso morada. Aún le quedaron los suficientes minutos de vida para sacar cada uno de los fragmentos del corazón en su pecho y pegarlos con mucho cuidado con cinta adhesiva.
Antes de caer al piso, la niña guardó su corazón roto en la misma cajita en que el niño le regresara su amor.
Al principio, él no supo qué hacer con el corazón remendado que había recibido por correo. Pero al enterarse de la muerte de la niña se dirigió al cementerio y aventó la cajita al foso abierto donde ella sería enterrada al día siguiente: el niño ya no quería nada que tuviese que ver con esa niña.
PÁGINA 9 – ENSAYO
Vicente y Sirio
Por Arturo Corcuera (Trujillo/Perú)
1
Veo a Vicente Aleixandre acompañado de su perro Sirio. Se sentaba junto a él. En su sillón de mimbre solía descansar el poeta bajo un árbol en su jardín. Allí, entre pájaros y poesía, Sirio había crecido y edificado su reino.
Yo fui casi vecino de Aleixandre por una temporada, cuando estuve alojado en la Residencia de Relaciones Culturales, cerca a la Ciudad Universitaria. Fue durante esa temporada que lo frecuenté. Sirio me recibía con alegría y cuántas veces, como viejos amigos, correteamos juntos. Se sabía que Sirio tenía buen olfato para detectar a los poetas amsigos y que sólo era arisco y gruñón con los malos poetas, a los que ladraba sin cesar o mordía si fuera necesario. Yo me llevé, modestia aparte, muy bien con Sirio que merecía cantar.
Aleixandre vivía en Madrid, en la calle Velintonia, ahora lleva su nombre. Sonriente y jovial, asequible y bondadoso, recibía a los intrusos visitantes en su cuarto de trabajo, inundado de libros, objetos de arte, retratos, pinturas. En otoño o primavera lo hacía en el jardín.
No olvidaré nunca su generosidad infinita, sus palabras afectuosas sobre mi poesía: "La poesía breve es muy difícil. Es como dar en el blanco teniendo muy poco tiempo para disparar. Y usted lo ha logrado". Aludía a Noé delirante. Evocaba a sus compañeros de generación: "Federico García Lorca era comparable a una llama. Ardiente, apasionado, inteligente, con una fantasía sin límites... Miguel Hernández parecía un campesino en su aspecto exterior. Tenía mucho de elemental. Era como la tierra o como una roca. Artista sensible y notable poeta, murió encarcelado sin conocer su consagración. Apenas si le conocían los soldados porque leía sus poemas en las trincheras…". Me preguntó por Pablo Neruda y recordó la vez que se conocieron. "Me lo presentó Federico, poco antes de empezar la guerra civil. Me había hablado muy bien de él. Neruda me visitaba a menudo.. En este mismo sitio nos reuníamos muchas veces…En su libro Los encuentros recuerda a Luís Cernuda "vestido de negro, bajo de color el rostro, fina la figura"; a Pedro Salinas lo pinta con "un color dorado, pálido, centellante a un posible sol escondido; precisamente el color de la "manzanilla"; a Manuel Altolaguirre lo veía como "un ángel, que de un traspié caído en la Tierra y que se levantara aturdido, sonriente…y pidiendo perdón"; observaba "firme la frente, prolongada clásicamente en la recta nariz" de Rafael Alberti, que " tenía claridad en los ojos grandes e irradiaba una luz casi rubia"; con estas descripciones completo el retrato de varios de sus amigos en los encuentros de aquel tiempo. A su retorno a América – me encarga, Aleixandre- no olvide de darle mis saludos a Neruda". Y esa ocasión se produjo cuando Neruda llegó a Lima y yo acababa de retornar de España. Al primer encuentro me preguntó por Aleixandre ¿"Siempre vive en Velintonia?". Yo cumplí en transmitirle los saludos del poeta español. Rememoro su voz: "Neruda es lento. Uno se va impregnando poco a poco de su simpatía personal". Por esos días leí la evocación amable que Neruda hace del gran poeta español en su Memorial de Isla Negra: "…mientras enderezaba mi vaga dirección/ hacia cuatro caminos, al número 31 de la calle Welligtonia/ en donde me esperaba/ bajo dos ojos con chispas azules/ la sonrisa que nunca he vuelto a ver/ en el rostro –plenilunio rosado-/ de Vicente Aleixandre/ que dejé allí a vivir con sus ausentes".
En sus numerosas pláticas se interesó por los avatares del Perú, por Lima, tan presentida siempre, por Alejandro Romualdo de quien guarda gratos recuerdos. "Además de de un gran poeta, sé que es un gran luchador. Me llegan noticias de que está perseguido. Meses atrás firmé una carta, con otros escritores, solicitando su libertad al gobierno del Perú."
Por Carlos Bousoño supo que soy poeta y se resintió conmigo por no habérselo dicho desde un comienzo. Me mostró un ejemplar traducido al alemán de su poesía que le acababa de enviar de la editorial Rowohl bajo el título de Nackt Wieder Gulende (Desnudo como piedra candente). No conocía personalmente a su editor, pero tenía referencias de haber realizado un buen trabajo. "Sé muy poco alemán. Solamente puedo leer las cartas que me escribe mi maestra Eva Sifert. Ella sabe mis limitaciones en el conocimiento de ese idioma. Seix Barral lanzaba en ese invierno del 66 su libro Presencias y estaba a punto de aparecer Retratos con nombre en la Colección El bardo de Barcelona. De este libro, respondiendo a un crítico, opinó: "Realmente estoy contento del impulso originario, no tanto -como siempre- del resultado".
Hasta hoy poseo un poema manuscrito dedicado a Scharlie Pfeiffer, joven alemana, inteligente y actractiva, admiradora de Aleixandre y discípula predilecta de Bousoño, amiga memorable, a quien le arrebaté el poema con el compromiso de devolvérselo después de darlo a conocer en el Perú, promesa que en su primera parte hasta hoy no he cumplido.
De Lima le escribí a Aleixandre en varias oportunidades y recibí respuesta a vuelta de correo. No olvidaba en mis cartas de enviarle efusivos saludos al humanísimo Sirio, de "hondos ojos apaciguados" .En Retratos con nombre cantó a Sirio: "Tus largas orejas suavísimas, tu cuerpo/ de soberanía y fuerza,/ tu pezuña que toca la materia del mundo,/ el arco de tu aparición y esos hondos ojos apaciguados/ donde la creación jamás irrumpió como una sorpresa".
Conservo con devoción una carta suya en la que me da cuenta de la amorosa y callada muerte de Sirio junto a él. "Recuerdo –me dice- nuestras pláticas en Velintonia y siempre espero que algún día se reanuden, Sirio de quien usted hace memoria, murió el año pasado mientras dormía a mi lado". En otra de sus cartas me expresa su pesar por no poder venir a América y me comunica también una simpática noticia: "Un día aparecerá usted por la puerta de Velintonia. Encontraría ahora una novedad: un nuevo Sirio lo recibiría alborozado". Pero yo sé que en la Calle Vicente Aleixandre (antes Velintonia), adonde ya nunca más iré, me estarán esperando dos ausencias.
2
A los pocos años de su muerte, me enteré por los cables que la casa de Aleixandre está sola y abandonada, marchitas las enredaderas y polvorientas las paredes. El último inquilino que se instaló , como si hubiera crecido en el jardín un arbusto desgreñado, fue un mendigo. Allí, entre los árboles, duermen bajo tierra los tres perros que sucesivamente acompañaron al poeta. Los tres tuvieron por nombre Sirio. Yo conocí sólo al segundo. La noticia del deterioro de su casa conmovió a amigos y extraños. La casa, donde tantas veces se reunieron los poetas del 27, también se ha comenzado a morir. Es ahora una casa en sombras. Se mudaron a las estrellas esos "dos ojos con chispas azules" de los que habla en su poesía Pablo Neruda.
3
Meses después de la muerte de Aleixandre, 16 poetas españoles resaltaron la obra y la personalidad del poeta en un acto en el que intervinieron también dos compañeros de generación: Rafael Alberti y Dámaso Alonso que por entonces sobrepasaban los 80 años. Tanto Carlos Bousoño como Claudio Rodríguez leyeron poemas a Sirio, esa trinidad de perros que llevaron el mismo nombre sucesivamente y que acompañaron su soledad sagrada. Y fue Claudio Rodríguez recordó quien recordó que Sirio jamás ladraba ni a los niños ni a los pobres y que sólo atacaba a los malos poetas, a quienes solía percibir con el afinado olfato crítico que poseía.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Javier Dicenzo (San Pedro-Buenos Aires/Argentina)
La sed de los murciélagos
Subsané las palabras exactas en el infinito retorno
Reorganicé miles de metáforas desdichadas
Programé voces en los despertares milenarios
Atravesé las paredes purpurinas en discreción
El verso herido anocheció la espectral mirada
Los cabellos negros rearmaron militancias
Quejas en la palpitación absoluta al ser
Noches de perdidos tiempos regresaron al dios
Que representaron la tragedia coercitiva
Todos los fantasmas fallecieron mi fe
Pero descifré la agonía en los vientos lacerantes
Subsané el silencio de todos los mirares
Perdiéndome en los laberintos de mi memoria
Crecí planta respectiva enmendando las disonancias
Todo poseía en mi puño suicida de poemas
Ni el infierno reorganizó los cuervos paralíticos
Noches de perdidos tiempos
En perdidas lagunas recreativas a la memoria
Presencié mansas olas de ilusiones pretéritas
Cuando el día amamantó la sed de los murciélagos
Incandescentes fluctuaciones
Sobre los rascacielos del sur
El péndulo se mece acechante
Los precipicios repliegan
Carentes manos del pasado
Se delimita la palabra
En fuegos prófugos
Incandescentes fluctuaciones
Navegan olas del porvenir
Nace la fe en dilemas
Cuando los inmortales cruzan
El río de las enmiendas
Los pasos que no perdonan
Miles de resurrecciones
Donde la esperanza
Es una espuma y una espada lacerante
Universo carnal
A mi pesar de lejanos murmullos estelares
Duermen los insectos desde la muerte
El día ha surgido con todos los ocasos
El mar se guareció en eternos tormentos
Los lobos desgarraron las frías luces
Con el advenimiento de los árboles lacerantes
Las cárceles celestiales duermen su ausencia
Esa ausencia que penetra en los laberintos
Donde la metamorfosis
Se ampara en el porvenir del universo carnal
Encendiendo el mundo
Quizá el fuego abrasador de la madrugada
Repliegue los poemas lacerantes del ayer
Y un parpadeo de violetas
Se funda en mi piel con el fuego lento
Y el agua caiga sobre tu lamento
Quizá la enfurecida quietud venga a matar
Las melodías de la resurrección
Por fin en la desdichada licuación
En las enmendaciones puras
Vengan las gárgolas a quemar la sentencia
Que es fiel pétalo de luz
Como lobo suicida entre la penumbra
Arrastro las heredades demenciales de los espíritus
En el desierto de lunas llenas de los bosques
Como lobo suicida entre la penumbra
Desangro mil heridas punzantes en melodías lacerantes
Enmudezco las virtudes de las regiones celestiales
Fundo mi piel con el fuego lento que es sentencia
Como lobo suicida entre la penumbra
Arraso con lágrimas los mares del mundo
Asolo la guarida carnal de una esperanza ciega
Vuelvo sobre mis huellas hacia lo irrealizable
Rompiendo con las carencias del olvido
Con la música que habla de ojos rojos en el firmamento
Busco la atención del universo junto a la sangre
Entre los labios de colmillos sedientos de madrugadas
Eyaculo con mis pasos el viento que es despotismo
En las recurrencias hacia el fin precipitado
Los mares de la perpetuación
¿Cual es el día donde las flores perecen solitarias?
¿Qué lirio profundo reafirma la poesía?
No, el lamento atropelló el abismo
Y ningún pájaro vuela en esta noche
Los rayos del sol no dan tregua a la cárcel
Esa cárcel que aprisiona los capullos
¿ Quién salvará la rosa fugaz del firmamento?
Las glorias no pasan en esta vida
Atraparé un sueño y lo elevaré a Dios
Y quizás así pueda dormir mi desvelo
O perderme en los mares de la perpetuación
Wenceslao Maldonado (Capital Federal-Buenos Aires/Argentina)
Aclaración
Memoria:
son afectos heridos
que sangran en su silencio.
Memoria:
son imágenes vagas
que vuelven como fantasmas.
Memoria:
son palabras no dichas
que esperan en los rincones.
De senectute I
No es que él tenga miedo
de hacer sufrir a otros.
Tiene miedo más bien de desgarrarse
a sí mismo con la fiereza
de esas bestias mudas
que vuelven en el ocaso,
onza, león, loba,
devorándole el delicioso deseo
de la felicidad.
De senectute II
La dignidad
de esta edad provecta
es no más que la apariencia
de una pobre torpeza,
el temblor de las manos,
la flojera de las piernas,
la vista borrosa en los contornos
y el naufragio violento
de las palabras.
Palabras
Las palabras ya casi no lo conmueven
No escucha la música que en otros tiempos sonaba entre sus
/letras.
Han quedado chatas,
no sugieren incendiándole
la fantasía con imágenes,
soles partidos, caballos moribundos, aguas tumultuosas.
Las palabras, lánguidas,
le parecen ahora agonizantes,
y sólo lo perturba
la muerte de los sentidos.
A esta edad
No sabría ser sabio a esta edad de tantas pérdidas.
Ha olvidado buena parte de sus saberes jóvenes, audaces.
Se encuentra en el desierto de la pobreza interior más
/desolada.
Tal vez sea bueno perder lo imprescindible y saberse poca
/cosa.
La voz no tiene casi palabras con sentido.
Los brazos hacen gestos de alas mutiladas.
Los pies caminan poco, sin encontrar la ruta.
Los ojos buscan, miran, pero no saben qué esperan.
A esta edad la sabiduría es un pálido recuerdo de nostalgias.
Servicio postal
Una carta es una carta
y un papel con voz y con recuerdos
marcados con la tinta desprolija
de una birome barata.
La carta es mucho más que un salto
de tiempo y de suspenso
con la emoción de la espera en retroceso,
hoy que fue un ayer
con su incógnita del mañana,
cuando un cartero
medianamente correcto y aburrido
traiga ese sobre, sucio por los sellos,
que guarda celosamente algún secreto.
Por eso no escribe ni recibe cartas;
no quiere comprometerse con la ausencia.
PÁGINA 11 – CUENTO
Urías
Por Luis Leoncio Flores Prado (Huamachuco-La Libertad/Perú)
¡Abyssus abyssus invocat!, El abismo llama al abismo, mis palabras refugian bajo el paladar la muerte, el sólo pisar las baldosas del palacio estremece la piel, los años han desteñido mis ropas, al igual que los recuerdos jironeados por los lutos continuos. Divago par no herirme. Las noches reptan largas y silenciosas como víboras y las mañanas me sorprenden sentada sobre las mantas, mirando esas medialunas que emergen cada vez con más lentitud, blanquecinas, desde la raíz de las uñas. En silencio peinan mis cabellos las sirvientas, mientras oteo el horizonte polvoroso de Israel.
¿Qué poder para cambiar el devenir tenemos? ¡ Ni nos damos cuenta siquiera! Es como estar en las riberas de la playa con los pies refrescándose, mientras la arena los sepulta como al descuido. Basta una mirada, un gesto para determinar la muerte de un guerrero o de un príncipe, sin haberlo querido o deseado remotamente, como una casualidad.
El arameo jadeante, postrado a mis sandalias, de Adonías, hijo de Jaguit. Pedía sólo una cosa, a su hermano, el nuevo rey, a éste, que se ha cogido la barba negra, revuelta con una leve fragancia a sándalo; pedía sólo a la muchacha Abisag.
Los ancianos del pueblo recorrieron todo el país y en Sunem pasteando un rebaño de cabras hurañas la encontraron. Era el alivio a la vejez de mi esposo. Ahora que él a muerto. Ella es motivo de la disputa del trono entre Adonías y Jedidia.
¡Ah! Mi esposo, llevó luto aún, pero no siento pena por él, el malogrado rey hace mucho que había dejado de tomarme, tuvo a otras, sólo el miedo de mi muerte y la de mi hijo me hizo presentarme de nuevo ante él, y ya no era aquella de los senos aduraznados, de la piel firme de gacela, abrazada por el calor de aquella tarde, bañándome casi a las orillas de sus ojos, erizada por el atardecer, ansiosa que Rabbá caiga en manos israelitas, y, retorne mi esposo, aquel bruto de Urías, con la espada siempre ensangrentada. Más tarde, él, David me mando llamar a su palacio, me ofreció vino, revolvió mis cabellos y copuló en el centro de su alcoba; mis labios curvos, tensos sobre su pecho, mordían suavemente besándole, y luego intensamente un fragmento de su piel endurecida.
Ahora mis carnes se descuelgan, dejando ver mi calavera, la muerte, aquella que me persigue desde que Urías, el Heteo, retornó de la antigua ciudadela amonita de Rabbá, dejó el asedio para venir al llamado del rey David. Le vi cruzando el portal del palacio, seguro, con el polvo del camino cubriendo su cuerpo; tenía que bajar a la casa, poseerme, para así enmascarar mi embarazo, pero él estaba de campaña, enérgico consigo mismo, prefirió dormir sobre cueros de ovejas, junto con los sirvientes que profanar la Ley de la Guerra, a pesar que el rey lo embriagó, éste no tuvo más remedio que escribir a Jobol, ordenándole el asesinato sordamente planeado. Su figura se perdió en el camino, iba majestuoso, inquebrantable, llevando en su aljaba sin saberlo su sentencia de muerte, ¿Sabría que lo traicionaban? ¿Tendría tiempo de volver la cabeza y entender por que estaba solo ante los arqueros sitiados, después de encabezar la carga? ¿Porqué él? ¿Porqué tanta obsidiana penetró en su cuerpo?, ¿Supo acaso? ¿ Porqué ninguno de los Treinta, los de la Guardia Real vino a levantarlo, cuando a rastras con el escudo erizado de flechas se protegía vanamente, pues les tenía ya mortales en el cuerpo?
Meses después, en medio del rasgueó del laúd nació nuestro primer hijo, muriendo casi según las palabras de Adonías, al nacer. David ayunó mientras agonizaba. Dos pichones de tórtola, uno para el sacrificio, otro para el holocausto fueron nuestras ofrendas, en sus plumas manchadas de sangre vi las flechas arrancadas del cuerpo de Urías, vi la placenta ensangrentada, vi el fondo de los ojos de los hombres, cuando en tiempos de guerra no vacilan en matar, cuando es necesario. Mi hijo sabe eso, no en vano su padre tuvo que combatir a Absalón, tuvo que matar a su propio soldado para lavarse las manos por la muerte. No en vano tuvimos que huir en medio de un medio día hirviente, donde el sol a plomo, donde la espada a plomo, amenazaban acabar con todo. Jejidia había nacido, era el octavo día, el día de su circuncisión. Huíamos, mis sandalias se llenaron de polvo y sudor, y más tarde una sangre negra reventaba de mis ampollas, se había alzado Sebá, esgrimió la espada, dividió al pueblo, y tomó para sí a diez concubinas del Rey, más tarde cruzó sobre los muros su cabeza, y con un golpe seco cayo sobre un pedregal. De ahí aprendió Jejidia a combatir, a matar para preservar, a no confiar en nadie, sobre todo en nadie de su familia.
El estruendo de su voz, hizo temblar las llamas, y aún resuenan en mis oídos. Adonías, su hermano, recientemente había intentado usurpar la corona, cuando aún vivo mi esposo, David, le perdonó la vida, pero ahora la voz del nuevo Rey clama su sangre. Nuevamente la tragedia por una mujer, esta vez ya no es Betsabé, ya no es Urías, es la sulamita, la sentencia es contra el hermano del Rey Salomón, Adonías.
Retrocedo en silencio, mirándome los pies envejecidos, temiendo mirar al nuevo Rey, Salomón, mi hijo. Quién ha decretado la muerte de su hermano Adonías como su primera decisión real.
PÁGINA 12 – ENSAYO
¿2008 merecía un balance literario?
Por Rodolfo Alonso (Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Capital Federal/Argentina)
Lo lamento por aquellos a quienes resultaba más cómodo imaginarme casi apocalíptico. Pero se vieron confirmadas mis peores sospechas. La joven filóloga española Inés Fernández Ordóñez, una de las muy pocas mujeres admitidas por la Real Academia Española, lo ha enunciado claramente: “el modelo lingüístico lo fijan los medios de comunicación, no la literatura”. (Y, por si fuera poco, uno de esos mismos medios se animó a destacar como título, tergiversándola fuera de contexto, esta frase del gran pedagogo italiano Francesco Tonucci: “La misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hacen mejor la TV o Internet.”)
En el marco de las cada vez más patológicamente ansiosas “felices fiestas” de fin de año, ya asimiladas en forma definitiva por el hiper-consumismo globalizado, volvieron a florecer en los medios encuestas a escritores sobre supuestos “balances culturales”. Como podía preverse, no me sorprendió la aparente homologación de criterios y gustos. Bajo la ley de hierro del mercado y la farándula, se hace arduo encontrar voces disidentes. Pero me tocó vivir personalmente una experiencia tal vez reveladora.
Una empeñosa y joven periodista argentina me propuso participar de un balance literario alrededor del año pasado. Para ese fin, me presentaba un cuestionario con una docena de preguntas. Pero también me daba no sólo la libertad de escoger las que estuviera dispuesto a contestar, sino que no me ponía límites de espacio. Entre halagado e incrédulo, me dejé llevar. Sin demasiado éxito, es claro. Pero surgieron opiniones que no me resigno a dejar de compartir con los lectores.
1. El mejor volumen de poesía argentina que leí en 2008 todavía está inédito: fueron los originales del excelente “El emperrado corazón amora”, un libro de extremada madurez (estética y humana) que ya debe haber concluido Juan Gelman. Y que constituirá, sin duda alguna, al mismo tiempo una confirmación y un descubrimiento para sus merecidamente numerosos lectores de todas partes. Una reafirmación. Una renovación. Y un recomienzo. Puro, tremendo, conmovedor “lenguaje calcinado”. Una lección de belleza. Y de moral.
2. Aún esforzándome no lograría reducir todos los acontecimientos culturales del 2008 a uno solo. La presencia y continuidad en nuestra ominosa TV basura de un canal cultural de tanta calidad, tan eficaz y digno como el ejemplar Encuentro; la creación (finalmente) de un Ministerio de Ciencia con sus deseables, reparadoras consecuencias; y el hecho de que un autor tan exigente y de tan alto nivel literario como el gran escritor húngaro Sándor Márai vea prácticamente todos sus libros agotados en forma incesante, desmintiendo de forma categórica la ramplonería y el desprecio por el lector de muchos seudo editores, me han emocionado profundamente. De especial manera en medio de esta pesadilla de asfixiante banalidad mundializada, tan desoladora y tan deletérea.
3. El debate o polémica que me pareció más interesante en 2008 no puedo evitar que sea la que acostumbro plantearme conmigo mismo, incluso después de una respuesta como la anterior. Porque me resulta extraordinariamente doloroso que el mismo país que está en condiciones de exportar alimentos al mundo entero sin preocuparse más que por la distribución de sus rentas, no se plante como sociedad y exija terminantemente concluir ya mismo con la atronadora, lacerante infamia de que estén muriendo por desnutrición al menos ocho niños argentinos (menores de cinco años) cada día.
4. Me preguntan por la mejor novela publicada en 2008. Me ha conmovido y he leído de un tirón (largo, por cierto) la enorme novela “Vida y destino” de Vasili Grossman, un gran escritor soviético, que pudo ser al mismo tiempo el corresponsal de guerra más leído por el Ejército Rojo durante el heroico, legendario sitio de Stalingrado por las hordas nazis; uno de los primeros en constatar la bárbara realidad de los campos de concentración; y también uno de los últimos disidentes. Aquel libro fue prohibido, incluso en el “deshielo” de Kruschev, y sólo alcanzó a ser publicado varias décadas después de su muerte. Todo ese halo, entonces, y su propia materia histórica, pero por supuesto en el cuerpo de una enorme capacidad expresiva y estética, convierten a “Vida y destino” en la gran novela del siglo XX.
5. Para evaluar el mejor libro de crónicas publicado en 2008 tendría que volver a Vasili Grossman. No hay nada más tocante que leer esos cuadernos de notas de aquel corresponsal de guerra del Ejército Rojo, milagrosamente salvados de la censura stalinista y que el historiador británico Anthony Beevor ha convertido en un libro medular: “Un escritor en guerra: Vasili Grossman en el Ejército Rojo (1941-1945)”. Para mí, que soy ineludiblemente un hijo del siglo pasado, ese libro de Beevor-Grossman se constituye en el documento esencial de un momento esencial: la lucha contra el fascismo durante la segunda guerra mundial. Que contiene en su meollo otro largo texto no menos esencial (tanto, que llegó a ser testimonio en el Juicio de Nuremberg): “Treblinka”, demoledora evidencia sobre la primera mirada a un campo de concentración nazi. Y que no por casualidad, se articula con otro libro exhaustivo y actualizado del mismo autor británico, Anthony Beevor, alrededor de un hito previo tan históricamente indeleble como legítimamente legendario: “La guerra civil española”. Que si para mi historia personal se constituyó desde niño en mi auténtica mitología: la heroica resistencia de los humildes milicianos de la República contra el soberbio y falaz golpe militar franquista, constituye también de hecho un auténtico hito acaso para toda la humanidad. Porque entre 1936 y 1939 no se jugó en la península tan sólo el destino de España sino también, al mismo tiempo, el de muchas otras grandes ambiciones y sueños que allí dieron, por legítima tragedia o malhadado destino, tal vez su canto del cisne.
6. Sin duda la mejor reedición del año pasado fue, para mí, la feliz recuperación de “El río oscuro” (1943), gran novela del injustamente silenciado escritor comunista Alfredo Varela, un hito fundamental en las letras latinoamericanas y un auténtico caso. No sólo retoma con dignidad el aire misionero de Horacio Quiroga y las valientes denuncias sociales de Rafael Barrett, sino que (sin someterse al castrador “realismo socialista” del stalinismo) su lenguaje es espléndidamente expresivo y apela a recursos formales entonces de vanguardia, de algún modo en el alto linaje de Faulkner. En 1953 ese sorprendente actor y director de cine que resultó el buen cantor de tangos Hugo del Carril --de las más dignas personalidades del peronismo en el poder-- eligió aquella novela para su memorable filme “Las aguas bajan turbias”, enfrentando las reprobaciones oficiales hasta el límite de visitar a Varela en la cárcel, detenido por razones políticas, aunque debió cambiar el título y eliminar a autor y obra de los créditos (como había decretado Mussolini con “Obsesión”, de Lucchino Visconti, basado en el memorable “El cartero llama dos veces”, del impar James Cain). Dos ejemplos de dignidad, no sólo estética, concomitantes.
PÁGINA 13 – CUENTO
Como todos los muertos de la tierra
Por Guillermo Pilía (La Plata-Buenos Aires/Argentina)
Larga y perezosa muerte que dura a veces toda la vida, toda una vida.
José Bergamín
Quizás ahora que ya no siento dolor comprendo que voy a morir. El dolor fue antes, en la enfermería de la plaza: una dentellada que nacía en la ingle y que irradiaba hasta el abdomen y a lo largo del muslo. Fue allí donde apareció el sufrimiento, y con él, paradójicamente, la conciencia de estar vivo. Uno no experimenta la certidumbre de estar vivo sino en los momentos en que puede no estarlo. Allí nació el dolor, bruscamente, igual que si emergiera del borbotón de sangre que los médicos se esforzaban en detener, como en un parto monstruoso del que nadie iba a alegrarse. Antes no. Yo estaba sentado en el estribo de la barrera, con la muleta armada en la mano derecha; el toro vino recto hacia el trapo, bravucón y codicioso, mientras yo levantaba la mano y dejaba que la falda del engaño le barriera el lomo sembrado de banderillas; así pasó dos, tres, cuatro veces: sin llegar a estrellarse en las tablas, porque ya me iba incorporando con lentitud y separándome de la barrera. Cuántas veces había iniciado la faena de la misma forma... Pero ayer todo eso, tan conocido, era algo absurdo. Yo no tenía que estar allí: había llegado reemplazando a Ortega, que había tenido un accidente; tampoco sabía por qué estaba nuevamente vestido de luces, cuando años atrás había decidido retirarme para cambiar las tablas de los burladeros por las bambalinas de los escenarios. Un torero escritor, qué cosa más ridícula. No se puede ser torero y pensar demasiado, dice la voz popular. Entonces no había nacido aún el dolor, ni tampoco cuando me llevé al toro con tres muletazos inverosímiles hacia los medios. Pero fue allí cuando sentí penetrándome en la ingle el fuego del pitón, como una inmensa escaldadura; y la plaza que giraba como un zodíaco enloquecido mientras por todos lados se agitaban percales, medias rosas, zapatillas negras, el oro de los espadas y la plata de los subalternos. Era un cauterio y la baba tibia de la sangre que bajaba chorreando por el muslo, como cae en lenta cascada la sangre del toro picado hasta la pezuña. Fuego y tibieza pero no dolor aún, como sentí después en la enfermería, mientras los médicos taponaban ese agujero que por dentro se abría en quien sabe cuántas secretas ramificaciones, como el árbol bronquial de la pena. Lejanamente me llegaba el vocerío de los tendidos; y se iba ensanchando como un fuelle la conciencia de estar vivo aún y la esperanza remota de que fuese verdad la sentencia que afirma: torero que no muere en la plaza, se salva.
Pero ahora ya no siento el dolor y tengo la certeza de que voy a morir. Estoy en este cuarto extraño del sanatorio Villa Luz en el que parecería haberse concentrado todo el calor del agosto madrileño. Hay alguien junto a mí que me abanica. José me habla despacio, como si temiera herirme los oídos. Me dice que me han operado, que no pierda la calma, que estoy un poco mareado por la anestesia y los calmantes. José y yo deberíamos estar ahora en otro sitio, bebiendo cañas en alguna terraza, como tantas veces en otros veranos. Pero estamos en el sanatorio Villa Luz y José me apantalla y me envía oleadas de un aire tibio e impregnado en yodoformo. Ya no duele, ya no tengo la convicción de vivir, pero me atormenta la sed. A veces los toros orinan y estercolan en el redondel, sin saber que esos actos fisiológicos son perfectamente inútiles, pues en minutos más habrán de estar muertos. El hombre sabe que va a morir, y sin embargo, si está a su alcance, procura evitar hasta el último momento cualquier incomodidad. Un pariente mío se estaba muriendo de un infarto masivo y pedía a la mujer que le acercara un pañuelo con perfume, porque eso lo ayudaba a respirar mejor. ¿O era que no deseaba irse de la vida sin sentir por última vez una determinada fragancia? Yo también sé que me muero, pero es como si el tormento efímero de la sed fuera más imperioso de aplacar que esa angustia sin orillas que es morir.
La realidad definitiva, el ansia de nuestros místicos, la apetencia de muerte que no es otra cosa que sed de inmortalidad. Cómo podría comprenderse, de otra forma, que un hombre se vista de oro y de seda para sacar belleza de su enfrentamiento con un toro... No hay belleza sin destrucción. Sin la posibilidad de la muerte, la corrida no sería más que un juego de equilibristas encima de la red, un espectáculo circense como los toros embolados de Portugal. Pero así, en cambio, con el azar de la muerte, es una obra de arte terrible, una tragedia que, quizá en mi caso, comenzó a escribirse mucho tiempo atrás, cuando Granadino era apenas un añojo al que se le iban anunciando los cuernos, cuando decidí abandonar el teatro por la arena, después de dejar antes aún el redondel por los escenarios. Apetencia de muerte, apetencia de gloria, aplausos y claveles, y todo eso no vale hoy lo que el búcaro de barro fresco del callejón de la plaza, lo que un buche de agua de botijo cuando se tiene todo un arenal ardiendo en la boca.
—Un vaso de agua, hermanita, por favor —y ahora es José el que habla con la monja que se ha acercado con una palangana enlozada—. Un vaso de agua, que se muere de sed.
No me muero de sed, sino de los huevos de muerte que el pitón de Granadino sembró bien hondo y en varias trayectorias entre mi muslo derecho y la ingle. Cuando el pitón entra se tiene la sensación de lo irremediable, de lo que ya no puede volver atrás. Si se gira a la inversa la manivela del cinematógrafo, puede volver el pasado y repetirse; pero cuando el asta vulnera la piel y desgarra los músculos, cuando quedan expuestos o cortados los paquetes vasculares, entonces no hay forma de girar la manivela en contrario: es lo irremediable. A los dos años me gustaban los cuchillos y las tijeras, y cuando yo era niño, éstos eran utensilios costosos, que pasaban de generación en generación, hasta que las sucesivas afiladas los volvían inutilizables. Una tarde, escondido debajo de la mesa, me corté un círculo de camisa con la tijera, quizás con la secreta ilusión de estar fabricando algo bello; después quise que la camisa volviera a su estado anterior, pero ya no era posible; y tuve la intuición de que sería castigado. Sentí miedo por el castigo, pero más aún por haber realizado algo que no tenía retorno. Años más tarde, cuando maté mi primer becerro, recordé súbitamente aquel episodio de mi infancia: la espada que había envainado en los blandos del animal ya era un hecho irremediable: podía sacarla, pero no evitarle la muerte. No maté a ese becerro con un estoque, sino con un recuerdo filoso como una tijera. Cuchillos y tijeras eran en mi infancia utensilios costosos: no había que dejarlos al aire en días de tormenta, porque atraían los rayos; y una vez que se mellaban y se tornaban inservibles, había que arrojarlos sobre los techos, para aventar el vuelo de las brujas. Y es el metal de todos esos hierros de mi niñez el que me llena en este instante la boca, el que me lacera los labios.
—El agua, hermanita —y ahora soy yo el que se la pide.
—Tenga un poco de paciencia, don Ignacio. Hace tanto calor que tarda en enfriarse. Un poco de paciencia...
Ella no sabe que me estoy muriendo, o finge no saberlo: de otra forma no me pediría paciencia, como piden algunos toreros a los tendidos cuando la faena comienza a impacientarlos. No sabe, o finge no saber, que los huevos de muerte que Granadino desovó sin odio en mi ingle, como una inmensa mosca, fermentaron rápidamente en el calor de la enfermería de la plaza de Manzanares; no sabe que cuando la ambulancia llegó, ya de madrugada, para trasladarme a Madrid, no me traía a mí solo, sino también a esta muerte perezosa y larga. Ahora ya no siento el dolor, como en aquellas horas que pasé en la enfermería de la plaza. José me apantallaba para darme aire, porque no era suficiente con el que pujaba por entrar por el único ventanuco enrejado. Por ese pequeño rectángulo yo veía avanzar la tarde, sin noticias de la ambulancia que tenía que conducirme hasta Madrid. De vez en cuando se asomaba por esa abertura carcelaria un campesino de rostro terroso y le preguntaba a José:
—¿Se ha muerto ya?
¿Cuál era su urgencia por anoticiarse de mi muerte? ¿Era la piedad, el miedo, la morbosidad lo que lo llevaba a reiterar su pregunta? La tarde avanzaba lenta, con la lentitud interminable de los sanatorios, de las cárceles, de las estaciones ferroviarias. Sólo se percibía el tiempo en los tonos de luz, que iban del blanco violento al ámbar, del rosa viejo al sucio bermellón; hasta que todo se fue entenebreciendo y sólo el oído quedó en vela, afinándose para captar el motor de la ambulancia. Torero que no muere en la plaza, se salva. Pero tenía que salir de allí, de ese pueblucho polvoriento, llegar adonde pudieran atenderme bien. Huir de Manzanares como quien huye del patíbulo, sin saber que la muerte no está en tal o cual lugar, sino dentro de uno. ¿O es que tenemos con la muerte nuestro punto de encuentro, único, preciso, determinado? ¿Lo sabía acaso Joselito esa tarde de mayo en que iba tan alegre en el tren hacia Talavera de la Reina, despreocupado después del abucheo del día anterior en Madrid? ¿No era esa una tarde de toros como cualquier otra, casi aburrida hasta que salimos los dos a alegrarla en banderillas? Pero un instante de distracción fue suficiente para que Bailaor le abriera el vientre y lo dejara muerto en el ruedo. Yo estaba allí, pero no era mi toro ni mi muerte. Y qué hermoso estaba cuando lo velamos en la calle de Arrieta... Yo sólo había podido ser su banderillero. Pero Bailaor no era mi toro, ni la cornada en el vientre era para mí. Quizás esta de ahora no sea tampoco mi muerte, sino la de Ortega, a quien en última instancia estaba ayer sustituyendo. Pero la muerte es algo demasiado preciso y definitivo como para hacer conjeturas o urdir supersticiones.
—El agua, hermanita, por caridad.
—Ya, ya, un poco de paciencia.
De niño, lo veo patente, a veces me entretenía recogiendo guijarros en las calles polvorientas. Recuerdo la luz, que vibraba en el aire; y las horas estivales en que iba metiendo, en un frasco o en una botella de ancha boca, los cantos rodados. Algunos tenían la forma y el tamaño de huevos de pájaros, otros eran más bien cuadrados o con aristas, lisos o ásperos, pulidos o rugosos; los había amarillentos, ambarinos, ocres, rojizos, de reflejos verdes, casi negros. Después ponía el frasco debajo del agua y los guijarros calientes parecían chirriar. Pero lo más asombroso era cómo resaltaban los colores de las piedras mojadas. Era una magia que duraba unos instantes, porque pronto el sol los volvía a secar y los colores de nuevo palidecían. En la playa, en cambio, el efecto era inverso: a veces recogía piedras que me parecían hermosas cuando estaban mojadas por el mar, pero después, una vez secas, todas tomaban un tono mate, con manchas blancas de sal. Así son también los toros, brillo y color cuando la tarde está empapada en el agua del espectáculo y piedras opacas y salitrosas cuando termina la fiesta. La sed, esta sed insoportable, me lleva a la memoria del agua, le da un sentido a mi tormento. Y la memoria del agua me lleva siempre hasta mi niñez.
—Un poco de paciencia, el agua tarda en enfriarse con este calor —repite la monja, aunque es probable que no quiera dármela porque el médico no le dijo taxativamente que lo hiciera. La monja me trae a la mente otras personas, dispuestas a obedecer hasta el absurdo e incapaces de obrar por sí solas en lo más mínimo.
—Está bien, hermanita —le contesto, más con fastidio que con odio—. Que Dios se lo pague en el cielo con la misma velocidad...
Pero José se las ha ingeniado para conseguir unos trocitos de hielo que me va pasando por los labios. Siento el rostro hecho un ascua y la mitad inferior del cuerpo como si fuese de mármol. Ya no tengo dolor. José me apantalla y me llega el vaho del yodoformo; también, detrás del antiséptico, un hedor oculto, como el de las cabezas de toros mal embalsamadas. Ahora es el doctor Segovia el que está a los pies de la cama, todo de blanco, y habla en voz queda con José. Es un diálogo fragmentario, como se conversa en la realidad, no como se simula que se habla arriba de la escena. Dice, o creo que dice, que van a hacerme una transfusión; también que Bienvenida se ha ofrecido como donante.
—¿Tan mal está doctor? —alcanzo a escuchar la pregunta de José.
Pero no oigo la respuesta, porque entro en una especie de burbuja de silencio. La luz reverbera lastimosamente en el guardapolvos del cirujano, más violenta que instantes atrás en el hábito de la monja; reverbera y me hace entrecerrar los ojos. Piensan que me desmayo, pero es sólo como una caída en el sueño, en un ensueño de líquidos tibios, de piscinas verdosas. En verano, el aire de mi infancia era envolvente como un agua de superficie. Había una calle de tierra, en el suburbio, con un lado de sombra y otro de sol, como una plaza; del lado de la sombra había cercos con enredaderas de campanillas. La densidad del aire, la sierra sin fin de los insectos, el azul de las campanillas, todo ello era una suerte de mundo familiar que a menos de cien metros se tornaba desconocido. En una ocasión, a la hora de la siesta, había sentido la atracción del lado de la luz: allí todo se veía distinto, como empolvado de blanco, y el aire quemaba y cortaba al entrar en los pulmones. Aquella tarde había vuelto a casa insolado: toda la habitación giraba mientras las mujeres hacían turnos, como en rueda de peones, para cambiarme las compresas heladas con que intentaban apagar el ardor de mi cabeza.
—Se desmaya —anuncia José.
El médico me toma el pulso, me abre los párpados con unos dedos fríos, como si los hubiese sumergido en alcohol. Ahora entra alguien más a quien no reconozco. Y esa luz, como la de la calle con campanillas azules de mi infancia, como la que tiraniza los ojos cuando se abre la puerta de cuadrillas. El ruedo es un círculo de yeso donde se busca en vano una arista, un punto de apoyo, porque todo resbala en la luz como en el guardapolvos del doctor Segovia, en las paredes encaladas de la clínica, en la palangana de loza llena de algodones oscuros de la hermanita que aún enfría un agua que nunca voy a beber.
—Está inconsciente —dice el médico.
—¿Tan mal está? —pregunta el que ha llegado— ¿Qué es lo que tiene?
—Gangrena —responde el médico como si gargajeara—. Gangrena gaseosa.
Perder la conciencia es lo que ellos llaman a no dar los signos esperados. Pero yo sé que la conciencia no se pierde, sino que se repliega a algún burladero del alma. Ya no siento dolor, solamente floto en un agua tibia llena de pétalos marchitos, de flores descompuestas, de frutos mohosos, de hojas carbonizadas. El baño tibio después de la corrida, cuando el cuerpo está empapado en un sudor en el que se han destilado todos los miedos. Y otra vez la sensación de lo irremediable en las palabras que el médico cree que no puedo escuchar, la camisa cortada de mi infancia, la taleguilla cortada en la enfermería de la plaza, el estoque hundido en la cruz del becerro, el asta de Granadino escarbando en mi muslo, lo que se rompe y ya no se compone, lo que no se sana ni se puede reparar.
—Entonces, ¿no hay remedio?
—Tardó mucho en llegar a Madrid.
—Estaba empecinado en que no lo curaran en la plaza, sólo permitió que le taponaran la herida.
—Pero fueron muchas horas, y bastan ocho o diez para que se incube la gangrena.
—La ambulancia parecía no llegar nunca, y después este camino de infierno...
—Sólo queda esperar que no sufra. Tal vez se mantenga inconsciente, porque la infección ya le debe estar llegando a la sangre. Es mejor que permanezca así.
Ellos creen que no escucho. Pero sus palabras tampoco me aterrorizan: no hacen más que darle sonido a aquello que yo ya he oído en el silencio. Quizás ésta no era mi muerte, sino la de Ortega, quien debía torear ayer en Manzanares. Yo salí al quite y se la saqué de encima con dos capotazos; la tomé para mí, y ahora Ortega quizás se muera de viejo, dentro de muchos años, en su propia cama. Quizás esta sea la muerte que yo mismo busqué desde el primer día en que me puse frente a un toro, en que sentí la atracción de la luz. Dicen que el toreo es el arte de escamotearle bellamente a la muerte; aunque más bien es la posibilidad de coronar con un final cruento una vida que osciló entre la belleza y la sangre. El verdadero sacrificio se consuma no cuando muere el toro, sino el torero: es la máxima ofrenda en el altar de lo bello, la ofrenda verdadera. La muerte del toro es rápida, casi incruenta, pese a la impericia de algunos matadores; los ocho toros de ayer no tardaron más que unos minutos en morir, y ya estaban abiertos y desollados mientras yo esperaba la ambulancia en la enfermería. Pero esta muerte perezosa y larga, qué poco tiene que ver con la que pintaron los artistas... Esos toreros tendidos socráticamente en sus lechos, hermosos y pálidos en la agonía, con los hombres de sus cuadrillas arrodillados junto a la cama o respetuosamente en pie, monteras y castoreños sobre los pechos angustiosos... Así de hermoso estaba también Joselito en Talavera de la Reina después que Bailaor le destrozase las entrañas. Y ahora soy yo el que está rodeado de gente, pero no de monteras y castoreños, en este sanatorio de Villa Luz, muriéndome precisamente por la apetencia de la luz, la que no podían darme las bombillas de los teatros y sí la boca blanca y caliente de la plaza.
—Fue un príncipe de Sevilla —dice alguien a mi lado—. El de más señorío, el más culto, el amigo de todos los poetas.
—Podría haber muerto de viejo, criando reses en sus fincas. Pero el ojo redondo del toro lo atraía como un imán. No podía morir sino así, como los grandes maestros.
—Como Joselito, su cuñado: en una plaza de pueblo.
—Siempre sintió una gran admiración por Joselito.
—Cuando Gaona dijo en México que él era mejor torero que Joselito, Ignacio se indignó. “Yo, que soy mucho mejor torero que Gaona, como podrán comprobarlo en las corridas que empiezan mañana, sólo pude ser el banderillero de Joselito. Figúrense a qué distancia estará Gaona de Joselito”. Eso lo dijo en una cena, delante del mismo Gaona...
Los que hablan lo hacen en pasado, como si yo ya no estuviera, como si fuese una página de historia. Y quizás no estoy, ya me haya empezado a esfumar. Haber sido un príncipe, un maestro. También de muchos otros dijeron lo mismo y ahora están ya olvidados, como todos los muertos de la tierra; muchos otros con los que tal vez comparta, por sobre todo, el seguro olvido y esta muerte hedionda de sanatorio encalado y fríos escalpelos. Porque estoy muriéndome como antes murió también Mariano Ceballos, que era argentino igual que Encarnación; como Pepe Hillo, desventrado por Barbudo; como Antonio y Gaspar, los hermanos del inmortal Pedro Romero, que fueron corneados en el mismo año; como Curro Guillén en Ronda; como Miguel Jiménez, con el muslo destrozado por Pavito; como Pepete, con el pulmón perforado por Jocinero; como José María Ponce, a quien también devoró la gangrena en la plaza peruana de Acho; como El Espartero, desventrado en Madrid por Perdigón; como Fabrilo, empitonado por la ingle por un toro cárdeno en Valencia; como Corchaíto, a quien el retinto Distinguido le partió el corazón al entrar a matar; como Varelito, que era trianero y lo mató un toro de Guadalest; como Manuel Granero, al que Pocapena destrozó bajo el estribo el día en que confirmaba alternativa; como Litri, al que le amputaron una pierna pero no lograron salvarle la vida; como Gavira, que ya estaba muerto al llegar a la enfermería, sin que el doctor Segovia pudiera hacer nada por él; como Gitanillo de Triana, en fin, cuya agonía duró dos meses y medio y cuya muerte dejó a la fiesta huérfana de uno de sus mejores capoteros. Lenta muerte perezosa y larga, diría José, que no se separa de mi lado, muerte sucia, de algodones y pus, pudridero recamado de oro como las tumbas de El Escorial.
Ahora, casi sin sorpresa, veo asomarse nuevamente el rostro terroso del campesino que pregunta:
—¿Se ha muerto ya?
No sé si ha viajado todos estos kilómetros para reiterar su pregunta o si yo he vuelto a la enfermería de la plaza, si nunca he salido de allí, si la ambulancia jamás llegó, si esas voces que se escuchan son los tendidos que jalean un quite de Armillita o Corrochano. Pero en la enfermería existía el dolor y también la certeza de estar vivo. Con todos los huesos del sufrimiento la vida fue amasando ese pitón de Granadino que fue arado en la siembra de mi muerte; con todos los cuchillos y tijeras de los tiempos se fue forjando el estoque con que repetí en tantas plazas el acto irreparable, bello y libre de mi infancia. No hay arte sin destrucción ni fiesta completa sin sacrificio; y eso lo sabe, aunque inconscientemente, el campesino que asoma su cabeza por el ventanuco enrejado. Por allí entra ahora toda la noche y el polvo opaco de Manzanares y la sangre descompuesta de los toros que desparramaron sus vísceras en el desolladero de la plaza. Ya, ya, un poco de paciencia: con este calor hasta la muerte anda perezosa y a la larga. Pero no se quede allí en el ventanuco, sea usted por su constancia el primero: divúlguelo, desparrámelo, cuéntelo en las cuatro esquinas del pueblo: gríteles que no me traigan cañas ni botijos, que ya no siento sed, que soy ya como todos los muertos de la tierra, como todos los muertos que se olvidan ¿cómo decirlo? en un montón de perros apagados; dígales a cuantos encuentre que sí, que finalmente ha tenido su respuesta a través de la ventana: que Ignacio, que Ignacio Sánchez, que Ignacio el bien nacido... se ha muerto ya.
Del libro "Tren de la mañana a Talavera" editado por Evohé, Madrid, España, de próxima aparición.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
Oscar Portela (Corrientes-Corrientes/Argentina)
Jakub Stefano el salvador
Tú me salvas Jakub, tú me redimes.
De mi mismo me ocultas. El mundo es solo velo.
Entre tus piernas ahora duermo
Un infinito sueño y soy uno contigo
Oh Divino y perfecto reparador asilo.
Así tu ingle donde se curva el universo
Y los ángeles loan mi boca me transporta
A ser un ave que liba de tus néctares
Preciosos cuando mi siembra cae
Sobre tu carne en el sueño febril y
Ardiente con que tomas mi carne y revelas
Los misterios del cosmos y del vino.
Todas las cuerdas de tu cuerpo
Son vibraciones de la carne, reveladas
En el fundido de oro de tus músculos
Donde canta la alondra el infinito asombro
De la pasión que arde en el profundo
Océano de la falta de nombres.
Yo ya no soy en mí: soy lo abierto y el velo
Que surge de tus miembros que ocultan prestos
El tesoro que Jasón rabdomante buscara
Tras los pliegues de las Islas Radiantes.
Así te ocultas y revelas ocultándome en ti como
La profecía de un alba revelada en el grito
Y el pasmo del abrazo en el que mueres
Y resucitas trayéndome contigo nuevamente
Hacia el extrañamiento inquieto del amor.
Oh coloso fundido en bronce y oro.
Oh Dios e hijo de los Dioses: mis brazos de tímido
Mortal sobre tus piernas salmodian la osadía
De subir hacia ti, hacia tus cimas,
Y siempre oculto en la pasión que mata
Me llevas hacia el jardín donde las abras
Me revelan océanos de fuego y se abren
Como flores carnívoras hacia el juego en que
Como serpiente me abro hasta ser habitado
Por el Dios donde comienzan tiempo y mundo
En el ahogo del socavón primero
Donde ya no estas más, donde tampoco estoy,
Porque cenizas somos llevados por el viento
Hasta el umbral de los renacimientos.
Tú me salvas ahora, el mundo salvas
Y la individuación perece en el fundido
De tu cuerpo en el mío, ya serpientes que fundan
El cosmos por amor al fuego y la lascivia.
Un adiós de Oscar Portela
a Christian Binderfeld
Perdido el fuego del aliento que los Dioses
Depositaran en lo profundo de mi boca
¿Adonde huir, ah decidme vosotros:
Hacia que calmos lagos donde duermen
las algas, oh vasto mundo y
abandonar mis sueños y deseos
volados hacia el invierno más letal
donde sucumbe el alma de las forma?
Gotas de sangre caen de mis ojos.
Adiós. ¿Quién habla ahora en nombre
de que loa aún a la tierra?
Vasto mundo, vasto mundo: alguna vez
amé su cuerpo y mis voces hablaron
por su ebria alegría y mi años florecieron
repentinos como el relámpago
en sus manos transformadas en fuentes:
Una flor de lapacho perforaba mis ojos.
Restancias del deseo. Si me llamara Raimundo
vasto mundo sería apenas una rima
y no una solución.
Adiós palomares silvestres.
Todo lo noble se ha esfumado del mundo
ahora que los Dioses abandonaron
al amigo del solar y la endecha.
¿Adonde ir decirme pues vosotros
apresuradamente: no se quien soy
y la sordera hace presa de mí: adiós memorias.
Las nauseas me devoran.
Cumplidas que fueran las tareas
encomendadas a mi ambiguo destino
me despido ahora atentamente
de vosotros: Oscar Portela
La sevicia
Los monederos falsos han triunfado.
Tasadores y buitres se disputan
la historia escrita tras agónicos años
en los cuales reinaran las imperiales sombras
y las luces de lanzas y de dagas
que hicieran la riqueza deste pueblo,
su memoria de equívocos y duelos.
Hoy se repite el estribillo cruento:
se remata el imperio de los sueños.
¿Quien da más? ¿Cuantos denarios
cuesta la corona que conseguir supieron
los ilustres en otros tiempos de clavel y olivos?
Hoy triunfa la canalla luctuosa
con un veneno que tritura el alma.
Argentina se vende. Buhoneros, bufones,
filisteos de rasgos inconclusos
van a pulir la lapida impoluta
con estilete vil e impulso ignaro.
Aquí yacen las sobras espectrales
de antiguos remos fundadores.
Argentina se ha muerto. La utopía
que el poeta de “argentum” puso en marcha
yace postrado ahora ante tanta sevicia
y tan oscura cantinela enana:
¿Quién da más? ¿Cuántos denarios
Cuesta aqueste sueño?
¡Oh tanta ingrata y cruel sevicia!
El rayo y el amante
Relámpago: cielo cárdeno y fulgido
Que silencia voces sobre la tierra.
Trueno: vos de la ira, lavas y cenizas
Sobre la mar que cierra sus oídos
Al clamor de los Dioses.
Rayo que timonea el Universo:
Amor que nos silencia como el relámpago,
Nos ensordece como el corno del trueno
Y nos vuelve cenizas sobre la tierra pálida
Como el rayo que timonea los cuerpos
Desnudos sobre la hierba de una arcadia.
Solo un instante y lo eterno se esfuma.
Morir yo soberano no poseyendo ni entregando
Sino dejándome fluir en la estación de la inocencia
Cerrado como el círculo sobre el desnudo cuerpo del amado
Como tú Aarón Loftin.
El abandono
El cuerpo me abandona lentamente.
Los ardores de fragua del verano.
El tortuoso invierno. La recelosa cobra
Del deseo oculta en madriguera.
Los colores minados por la ausencia
De la piel renovada en staccatto de cada primavera.
El oro en las arenas y el sueño, el sueño
De quien entra a la presencia como a un bosque de
Símbolos donde no estabas tú. No es un arca mi cuerpo.
No es chalupa siquiera: siniestrado por las tormentas
Y huracanes, siempre en desiertos, ¿como podría
Salvar algo de lo queda en la memoria de aquel
Pajaro Azul que ayer cantaba en mis ventanas?
Ah, llévame contigo hacia el poniente donde nada
Se pone, traspone el horizonte, piérdete entre las nubes
Más lejanas, atiba entre las cifras donde tal vez
Los ángeles arrullen el silencio de Dios.
¿Volverás a la tierra? Tal vez el pino enhiesto en la colina
Te espere como el rayo y el amor que te abandona ahora
O que nuca tuviste encuentre asilo entre sus ramas
Cuando lo yermo cede y en tus ojos vuelve el lapacho
A florecer serenamente.
Carta a Abel Posse:
El odio Poema
Nada conduce hacia ninguna parte y buscamos
El todo más los caminos todos llevan a lugares
Que ya viviste en anteriores vidas. Odio y rencor
A toda luz que cubra la vida del planeta. Odio al
Hielo denudo. Odio el odio de los desiertos dátiles y vientos.
Odio al final todo espejo del alma.
Odio el mar calmo con sus mareas constrictoras
Que devuelven a tierra el detritus de las noches del Caos.
Odio el calor del odio y el desprecio que desprecia el desprecio.
Odio el Olor de la Pobreza
Y el lujo asiático de los mandarines
Que cultivan naranjos en Palmira. Odio el odio trivial.
La truculencia de las carnestolendas de la Historia.
El "gran-guiñol" desde teatro en llamas
Que tiembla sobre trivialidades y enfermos ecos
Del alma estéril del mortal que canta.
Odio al crucificado del madero. El tiempo- el limonero y
Los recuerdos. Odio con todo mi odio aquello
Que nos llama al olvido del huerto invitándonos a internarnos
En el bosque del olvido renuente.
Pues solo amo la eternidad del verbo ausente.
La Piel
No Johann. No es “gris el árbol de la ciencia
y verde el árbol de la vida”: aquello que se da
y florece conoce de la muerte la osadía de ser
un breve instante y en el amor bebe del cáliz de
la muerte como yo renazco del ocaso en la piel
usurpada del amante.
Quien conoce es el cuerpo.
Gramática del cuerpo del deseo y la magia de
poros abriéndose a la luz, al agua y a los rayos
que golpean las puertas de ser monadas
solo concientes de saberse ostras: es el viento
que nos lleva hacia el otro.
Los extraños camino y los acaecimientos
del azar quienes nos abren
a nosotros desnudos en el otro:
Oh fiestas del “candor”.
¡Oh turbulentas siestas del verano!
¡Oh Deseos y goces, zureos de palomos en
vacíos alfeizares y la luz, la luz que tú pedías
en el cuerpo y las piernas del amado!
En el beso se enciende la amapola y
del conocimiento todo arde la vida que se extingue
en muerte para volver a sí “misma”
en “eterno retorno de lo mísmo”.
Es deseo de ser más ser
y más deseo: cuando el poro de la pieln
se seca, cuando se seca el agua de la fuente,
cuando el poniente corre hacia los astros
hay vida todavía y habrá vida en esta
exangüe entrega de un cuerpo al otro
para hacerse uno.
La noche del invierno y el
poniente corren hacia las playas y mareas.
Allí duerme el delfín en la bahía. Y aquí en los
inmensos lagunares la garza blanca milagrosamente
se posa en el lapacho florecido y la quietud es todo.
Reposar en el cuerpo del amante hombre-delfín,
águila y leopardo para heridos en lucha
renacer al espacio de lo “otro” que es un viento
inasible, un mano de espuma,
una dulce mirada que es entrega y libre donación,
que es interrogación, plegaria , y llamado a ser más
de lo que soy ahora que solo canto
y memorado digo lo que fui, lo que di,
dejándome fluir en esta líneas que son también deseo
y luces del conocimiento de la muerte.
Si me despido es porque se que estuve aquí
y en una extraña tarde no olvidada bajo un río de olvidos,
besé al amado en un extraño rito de iniciación
y entrega bajo el agua del río.
¡Ay! Y no ceso de crecer hacia lo hondo,
desde ese momento.
María Neder (Capital Federal-Buenos Aires/Argentina)
Póker
1
(juego abierto juego cerrado)
"¡Qué extraña cosa, amigos, parece ser
eso que los hombres llaman placer!”
Platón (Fedón)
“…los deseos o bien logran borrar la ciudad
o son borrados por ella.”
Ítalo Calvino (Las ciudades invisibles)
Introito
Un itinerario sin mapas
brutal orgasmo hacia el abismo de vos
ese deseo doloroso
te encamina te encarcela
instantes como puertas hacia el otro lado puertas
resquicios anteriores al acuerdo
de un juego cerrado
tierra de nadie en el reparto
una burbuja de instantes de neblina
no es drama no es comedia ganar
tener pares es virtud y creencia
son cinco cartas siempre provisorias
y no dejar la luz encendida
la reina vale oro pervierte lo mirado inventa la madre
en estados alterados el rey sigue a la reina
el otro lado es éste
el as interpone su valor y te pierde
pesadilla de tu medusa es el calendario cifrado
cronómetro de señas
la atracción hacia el pozo.
1 - En escena
Porque la ciudad de Eufemia
donde cada uno cuenta sus tesoros
accede al desparramo de naipes
renueva la impávida soledad
de tu máscara frente a la otra
esta mesa es la cuadratura indescifrable
donde aquello se imagina posible
parece la elipsis de la luna
el retorno de la manzana al árbol
la caída del aire al gusano
un as de trébol se desangra
en frágil tallo de pétalos volados
parece cuando mamabas una leche
en el primer solsticio de tu vida
una leche dulce y agria como todo
igual después siempre
descartarse del infierno
en tensión el hilo de costura
un tiempo es una casa
esta mesa tu juego
tu contrincante tu espejo.
2 - Hacer silencio
Si reiterás el gesto la palabra
secreto que delata la disparidad
confesión ese naufragio de ser
la pulsión del encordado
(Ana Foutel cuando juega en el piano
y su silencio es alzar
los brazos en abrazo con el aire)
si volvés a pronunciar la clave de fa
ausente en este pentagrama
donde vociferan las apuestas
-timbales manos picantes
tres ojos bizcos percusión
la mordedura de tu lengua-
deberás poner sordina
tapar tu presencia enteramente
debajo aún más de un lienzo
donde los garabatos de tu mano
tracen la arquitectura de otra ciudad
tan imposible como borgeana.
3 - Sobre la seducción
Un cisne majestuoso es el temblor
de tu cuerpo ante la visión del ave
-la mirada inventa lo mirado-
responder a la seña
es el acto instintivo imprudente
es claro que no se encuentran
especímenes auténticos
ni primera cruza de un puro
con hembra cisne altiva
es una imagen melosa demasiado
dentro de patrones cinematográficos antiguos
por tanto
para mantener la silla frente al juego
deberías disparar el doble
aguardar la reacción de la oponente
sostener la quietud aunque las manos
te acaricien hasta el orgasmo.
Body and soul
Construirte / montar cada palabra
sobre el falo de ti misma
hembra macho brutal espada poesía
voz / sonido en el aire
explosión quebrándome los huesos
aquí me tenés, renga, viciosa
lamiéndote y desaforada
por escribir / darte en el centro
con este lápiz
con la palabra –siempre la misma sed-
derramarme en oídos de otra lengua
seguir en la respiración alucinada
sin hallar el lugar donde el pie se apoye
exhausta
yo mujer mi hacedora.
Nocturno en Sol Menor
Entonces madre te encuentro
en la nota de la única risa a solas en la noche
tu inconfundible
tu contagiosa
y aquella canción la vida te lo dirá
sobre los platos de la mesa quieta
mi silencio interrogante sobre la seguridad del árbol
o la existencia de las baldosas y siempre el piano.
Sorbo el dulce que no está,
me lamo los dedos porque dicen:
las huellas digitales no se pierden.
Se pierden los dibujos en la porcelana rota
es este intento de pintura
fracciones de recuerdos agazapados
al sesgo de la sombra.
Una casa endiosada que se partió en mil pedazos.
Una casa que habitan extranjeros.
Un Geissler perdido en el país de los perdidos
y estas manos entorpecidas buceadoras
de palabras que no saben no pueden
tocar Para Elisa.
Hacerme de barro
2
Ha llegado para cegarme
para que yo no sepa
para que nunca
pueda saber quién soy
cuál es mi edad
dónde mi padre.
PÁGINA 15 – CUENTO
Sonata de Bach para Viola da Gamba y Clavicordio
…escuchando a Pablo Casals
Por Lourdes Vázquez (New York/Estados Unidos)
Sofía, una vez más, da un vistazo a la pareja que se pasea todas las tardes a la misma hora. Él con su paraguas negro, unos pasos más adelante y ella con su traje de tela claro y sombrero de pajilla. Una pareja desigual.
El color del cutis de la mujer es moreno y sus ojos poseen un brillo natural, sin estar acentuados por el maquillaje, mas su cuello sostiene una de las cabezas más atractivas de la región, a pesar de ser rolliza. Viste de manera sencilla en telas de algodón sólido, sombreros blancos muy pequeños e hilos de perlas auténticas en el cuello.
Él, de baja estatura, con un cuello ancho pegado a un torso redondo y de edad avanzada, viste con una elegancia singular, en pantalones y camisa en lino blanco. Por la forma como agarra el paraguas se conoce que sus manos son el punto central de su cuerpo. Son ágiles y ligeras. Su caminar es pausado. Sus maneras suaves y con cierto carácter de distinción.
Quién diría que hace poco estuvo a punto de morir. Una trombosis puso en grave peligro su vida. Su corazón amenazó seriamente con detenerse.
Sofía toma todas las precauciones debidas para espiar esa pareja. No quiere que la tomen como una mujer chismosa, pendiente únicamente de la vida de los vecinos. Sofía está más bien interesada en cómo se maneja el mundo fuera de su casa. De qué forma se lleva a cabo la vida.
Esta tarde Sofía se encuentra frente al carro del revendón. Esta tarde es la cuarta que el revendón llega a destiempo. Por lo regular se escucha el pregón a media mañana.
¿Qué haces? Le ha preguntado la vecina a Sofía.
Huelo las especies en el carrito del revendón. Los sacos de canela, pimienta y clavos. Granos del paraíso. Hay que usar solo un poco para no pecar de abundancia. La abundancia en las especies siempre asombra, ya que un pequeño grano al disolverse explota en una confusión de sabores, por eso se deben comprar en cantidades pequeñas y mantenerlos en pomos de cristal con tapa, también pequeños y bien sellados, para que no se pierda su aroma en el inmenso sopor de una tarde. ¿Quieres saborear los cristalitos de azúcar negra de aquel saco? Igualan a las estrellas capturadas por un pescador en la noche.
Es así como Sofía esconde sus verdaderas intenciones, porque Sofía en realidad anda tras aquel viejo músico que camina por la acera del frente. Creo no haber indicado que el viejo es músico.
Ahora Sofía se encuentra en el patio de su casa. Camina muy despacio para no asustar a los animales de aquella pequeña selva, cubierta de árboles frutales y grandes orquídeas parásitas que caen en cascadas.
¿Qué escuchas? Le ha preguntado su madre.
Me encanta el trinar de los canarios. En especial los canarios silvestres y también los de selección. Aunque nunca puedo identificar quién es el macho y quién es la hembra. Me dedico a escuchar su espacio. Provoca en mí una especie de certeza y de fuga. Escuchando el trino de esos pájaros, puedo identificar los sonidos de una orquesta de cuerdas.
Si te gustan tanto los canarios deberías dedicarte a su crianza, así disfrutarías de su melodía todos los días.
Me basta con escuchar los arpegios que produce el violonchelo del viejo. El viejo toca el violonchelo con la fuerza de un muchacho de quince años. No se nota que hace poco sufrió de una trombosis, ya que su coordinación muscular y la agudeza de su oído es superior a su corazón. Por horas toca cantos gregorianos, corales e himnos religiosos. Le recuerdan a los campesinos de su tierra bailando y cantando las grallas mientras celebran la cosecha de dátiles. Le recuerda al músico itinerante que él fue. Entre cascabeles, campanas y cajas de tabaco que se tocan como los tambores tocaban en la entrada de los cafés allá en su Barcelona natal. Rememora sus docenas de recitales en las ruinas de un monasterio en noches de celebración de santos. Rememora el toque de las campanas de aquella iglesia de pueblo, suspendidas por el peso de dos peñones en una torre Antigua. Pertenecían a un pueblito rodeado de grandes murallas, calles irregulares y laberintos sin salida.
¿Cómo sabes tanto sobre ese viejo Sofía?
Sofía sentada en la grama lustrosa por la lluvia frente a su casa fisgonea lo que ocurre del otro lado de la acera.
¿Cuántos tipos de verdes tiene un césped?
Depende. Los verdes brillantes significan que ese pasto está sembrado en tierra bien fértil. Los verdes verdes describen un buen drenaje. Los verdes amarillos que se muere la grama por pura quemazón. El sol la achicharra hasta que sólo queda un pedazo de tierra seca como la calva de un viejo.
¿Qué hace viejo?
Toco el violonchelo cada noche por doce pesetas. Toco el violonchelo a la luz de la luna de frente a la bahía. Toco en marchas, desfiles y en fiestas populares e interpreto música sacra del repertorio de la Escuela Escolania. Toco en funerales y bautizos, en ferias de campo y bailes de pueblo. Además interpreto a Bach y a Beethoven en sonatas para violonchelo. Toco valses y bailes de compositores catalanes y viejas fantasías operáticas y toco esta Sonata para Viola da Gamba y Clavicordio solo para mi mujer. Ella con su piel joven no deja de mimarme y alimentarme, a pesar de que ya no puedo complacerla.
Así es como Sofía sabe vida y milagros de aquel viejo. Porque en aquel barrio solo Sofía anda pendiente de aquel viejo, que lo único que le queda es la alegría de aquella mujercita que se mueve por la casa.
El padre de esa muchacha deseaba que ella tuviese alguna carrera y ella escogió el violonchelo. En ese pequeño mundo de instrumentos de cuerda se conocieron y cuando el viejo vio a esa muchacha por primera vez, quedó prendado de sus brazos llenos de hoyitos, del contenido ancho de su cuerpo, de sus maravillosos ojos y de aquellos dedos de extensiones frágiles que movían las cuerdas del violonchelo con suma delicadeza.
Con frecuencia ella lo acompaña en sus paseos diarios. Van por los senderos de las colinas muy cerca a la carretera, él siempre cargando el paraguas. Van por la orilla de la playa, descalzos. Él, con sus pantalones enrollados y ella con su falda agarrada a una de sus manos.
Así aparecen retratados en la revista Bohemia, evocando a Picasso, que también caminaba a la misma hora por una playa francesa con una de sus mujeres. Porque he de mencionar que el viejo ha sido un músico reconocido.
¿Has visto las fotos?
Después de las comidas, el viejo toca para su mujercita y ella queda absorta ante aquella melodía, hechizada ante aquel instrumento, embrujada por aquel hombre que pudiera ser su abuelo. Y es ella quien le trae una taza de té con miel. Ella con su cuerpo rollizo, ahora se sienta en la silla de caoba, abre sus piernas y acomoda el instrumento en el horno mismo de las extremidades.
El viejo la mira mientras ésta acaricia las cuerdas del violonchelo. Ella suspira entre ratos. El viejo alarga su memoria deteniendo su pensamiento por un instante, no sea que se quede sin el recuerdo de ella siempre atenta, siempre pendiente. Ella que es tan magnífica ejecutante del instrumento.
¿Y ahora que haces Sofía?
Acaricio las aceitunas que flotan en esa olla de vinagre. Verdes son las aceitunas, su color cambia al madurar la fruta, transformando el aroma y la textura. Aceitunas rosadas, negras, marrones, violetas. Su sabor se suaviza a medida que el contenido de aceite aumenta. ¿Quieres una?
Desde que descubrió que la vida estaba allá afuera, Sofía fisgaba por la ventana o se imaginaba escenas mientras se bañaba y el agua le caía por el rostro. Porque en aquella casa todo era rutinario y el diario vivir determinado por los objetos en el área de descanso y la habitación de estudios. Sustanciado todo por el olor a muebles desvencijados.
Sofía no perdía tiempo y estudiaba claramente la vida que se daba fuera de aquellas cuatro paredes. Así es como oteaba las borracheras del contable y a las doñas sembrando begonias y canarias. Espiaba al ministro de la iglesia cercana que le encantaba amasar a las niñas del vecindario. Al político corrupto lo veía dar un paseo con su perro alemán. Espiaba a los revendones con su mazo de vegetales y especies, al cartero y a los medidores de electricidad los veía apuntar signos extraños en una libreta.
Estudiando la gente y su paisaje, descubrió desde muy pequeña que la vida debe ser así de sencilla, para saber a qué atenernos.
Así es como a Sofía la puedes encontrar de mañana frente a su ventana en donde se le van las horas matutinas. De tarde la encuentras sentada en la grama recién podada frente a su casa con su mirada detenida en lo inmediato.
Detenida su mirada en los gatos que se desplazan lentos ante sus presas, detenida su mirada en el movimiento de las ramas de los árboles, detenida su mirada ante aquella pareja que finaliza su paseo diario.
Detenía su mirada como si estuviera ella sola dentro del ojo, encerrada ella únicamente para identificar aquello de allá al frente, que es el viejo entrando a su casa y es el sonido de aquella música identificada por el oído. El único sonido posible.
Por tanto no llegan los sonidos de lo motores de los carros, o las voces de los muchachos del barrio, o los ladridos de los perros o los maullidos de los gatos. Ningún otro sonido que pueda atravesar el silencio que existe ahora, el silencio que arrulla la música de aquel viejo. Fija su mirada, Sofía no ve ni escucha otra cosa y desconoce lo que encierran otros misterios. Importa para Sofía saber que solo aquello se ve y se convierte en lo crucial y que solo ella está abierta para recibir aquellas notas musicales.
Sofía, ¿Qué haces nuevamente sentada en la grama?
Curioseo el balcón aquel. Mira como el viejo señala las orquídeas florecidas de su jardín y entretanto notas como ella le trae uno de sus aperitivos favoritos. Amaros, amargos, oportos, grappas, moscatos oscuros, intensos, densos, a veces amargos, con alcohol o con sabores de extractos de frutas o almendrados. Licores suaves para prevenir una mala digestión o acentuar una muy buena. A veces huelen a manzanilla, a nueces, a peras y ciruelas, a piñas y cocos. Se toman de la siguiente forma, del más suave al más profundo, de la misma forma como se comen los quesos.
¿Cómo conoces tanto sobre digestivos y aperitivos?
Lo mágico de estos licores es que nadie sabe nada sobre ellos.
Y todo aquello era siempre así en aquella casa. La madre detrás de Sofía y Sofía sumergida en el mundo de otros.
¿Dónde estás Sofía?
Estoy echándome agua por el cuerpo. Hace calor madre.
En estos momentos la puerta del baño se encuentra entornada. Sofía debajo de la ducha. Un aire gélido se incrusta por las paredes y Sofía se protege en el líquido tibio. Sofía tiene una rara sensación de tierra, más bien de cieno del fondo de un pantano con sus dudas y conjeturas traspasando el vapor que va formándose, pero Sofía no se encuentra turbada o temerosa.
Dos gatos gordos y pardos arqueando el lomo han entrado al baño de forma misteriosa, ya que en esa casa no hay gatos. Con una risita escéptica Sofía los saluda y los felinos se acercan a la ducha. No le temen al agua estos gatos. Se acercan, he dicho. Uno de ellos trae trepado en el lomo un envase de cristal con leche y dos espigas que terminan en pequeñitas florecitas doradas.
¿Cuándo han llegado? No los he sentido. Sofía ha preguntado mientras toma el envase con una de sus manos y lo deposita en el piso. En ese instante, los gatos se irguieron como si fueran hombres enanos y aquel recinto se transformó en un valle encendido en árboles.
¿Qué andas haciendo Sofía?
Estoy aquí en la acera, madre. Hoy sucederá lo mismo. No hay razón para ocuparme en otra cosa.
En la casa del frente el viejo se acomoda en su butaca, empuña su violonchelo y se comienza a escuchar una danza de Bach. La tarde cae en aquel barrio, en el momento en que las campanas del árbol del té del ensueño cierran y la madre de Sofía se disipa en la sombra de la cocina. El vecindario se acomoda en sus casas, pero Sofía continua al pie de la acera con su mirada fija en aquel horizonte de voces y personajes.
Tan fija queda su mirada, que la luz del día se le incrusta por las pupilas, hasta ver imágenes de torsos pintados en dorado brillante y bebecitos en bronce que se transforman en ángeles suspendidos en la masa clara de las nubes y el turbio amarillo del sol. Sofía entonces se incorpora y como en un ensueño se dirige a su casa, abre la puerta y camina hasta el baño.
¿Qué haces Sofía?
Tan solo me refresco madre.
Sofía entornó la puerta del baño, tomó unos fósforos y encendió un par de velas que su madre había adquirido en un bazar de segunda. Muy despacio se quitó la ropa, entretanto abrió la ducha y el humillo del vapor del agua fue cubriéndolo todo.
Las figuras de dos gatos se dibujaron entre las nubes formadas por el vapor y Sofía sonrió. Dos gatos alegres y ansiosos, a juzgar por la elevación de sus rabos y el movimiento de sus cuerpos.
Como enanos escapados de un circo, esos gatos arrastraron y acomodaron en el centro de aquel recinto un par de violonchelos hechos de la madera del bosque negro de Alemania. Desaparecieron esos gatos para surgir una vez más, esta vez con un par de butacones con cojines floreados. Daba la sensación de que se estaba en un escenario de teatro.
Se esfumaron una vez más estos gatos y nuevamente surgieron de la nada, esta vez acompañados del viejo. Aquel viejo entró al recinto húmedo con la seguridad de conocer el territorio. De inmediato tomó el violonchelo y se acomodó en una de las butacas.
Cuando la noche ya se asomaba, las notas musicales lo impregnaron todo, el aire, la paz, el trino de los pocos pájaros despiertos y el leve sonido de una tenue lluvia que comenzaba a caer. La música se entremezcló con el vapor y el fuego de las velas y Sofía se acomodó en la otra butaca. Abrió las piernas para que el violonchelo entrara con comodidad en el horno de mis extremidades y acompañar pueda a mi viejo en la Sonata de Bach para Viola da Gamba y Clavicordio.
En el momento en que se iniciaba el primer arpegio el viejo interrumpió la pieza y esto dijo:
Te amo Sofía. Más que todas las medicinas, la recuperación mía te la debo a ti. Tú eres la razón de mi existencia. Por ti y para ti vivo. Los recuerdos llenan todas las horas de mi vida, pero a ti no te recuerdo, a ti te vivo todos los días y para ti toco esta Sonata para Viola da Gamba y Clavicordio. Eres tú y no ella la que me sirve el té con miel todas las noches y la que me acompaña en mis paseos. En ti pienso cuando tomo mis digestivos y cuando te veo oliendo los clavos y la canela del revendón, el coraje de la vida me transforma en este insensato músico con ganas de vivir para seguir tocando este violonchelo achacoso, con la gracia y el vigor de un muchacho atolondrado, con la pasión y el ritmo de una musa enamorada.
Sofía sonrió, se inclinó y besó a su viejo en la mejilla.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS
Lejos de Roma - Pablo Montoya - Alfaguara, Bogotá, 2008, - 178 páginas.
Librito mío pequeño (aunque no por pequeño te miro con malos ojos), vas a ir sin mí a Roma, a donde ¡ay! No le está permitido ir a tu dueño. Ve, pero sin ornato alguno, como conviene al libro de un exiliado: como infortunado que eres, muéstrate con el ropaje propio de las circunstancias.
(Ovidio, Tristes, libro I)
Lejos de Roma es otro ejemplo de la incesante y fructífera escritura de Pablo Montoya, dado que es de los pocos creadores colombianos que poseen una conciencia y un compromiso con la palabra. Lentamente va dejando un importante magisterio, una obra narrativa y ensayística de altísima calidad. Su linaje literario es de los grandes fabuladores, quienes juntan misterio, poesía, conocimiento de la historia y de la cultura. Poseedor de una literatura sin fronteras, sus preocupaciones alcanzan hondas parcelas de la condición humana: las relaciones entre literatura y música u oralidad y escritura, además de hondas búsquedas acerca la función social y política del escritor, la crítica literaria, el erotismo, la ciudad, el exilio, la violencia, el viaje, el estoicismo, la mujer, el poder y la resistencia, entre tantos otros motivos de creación.
Su obra conjunta es un diálogo de tiempos, inquietudes culturales, preocupaciones éticas y estéticas de un incansable quehacer literario, oficio definido por la búsqueda. Lúcido y trascendente, su conocimiento y saber nos ofrece múltiples sorpresas, entre ellas el presente libro que merodea el exilio del poeta romano Ovidio y de cuyo contenido expresan los editores:
Se acude a la historia pero no se agota en ella. Está atravesada de erudición, erotismo y amargura, pero estos elementos no actúan como obstáculos. Al contrario, ayudan a construir la visión poética de un exilio que aún dice grandes verdades a nuestro tiempo. Las verdades de la nostalgia y la desolación, del amor y la esperanza, del poder y la ambición. Conformada por capítulos breves, trazados con un estilo literario exquisito, Lejos de Roma apuesta por una nueva forma de abordar la historia. Sin las pretensiones de hacer un gran fresco épico de una civilización, esta novela es sobria en su objetivo: hablar de la búsqueda fundamental que caracteriza a los poetas genuinos.
Ovidio (Italia, -0043 aC – 0017 Dc), nació en Sulmona, cerca de Roma. Educado para seguir una carrera política, su genio era esencialmente poético. En Roma, donde residió hasta cumplir los cincuenta años, se relacionó con la sociedad más distinguida de la ciudad, incluido el propio emperador Augusto. Sin embargo, en el año 8 Ovidio fue desterrado a Tomos (hoy Constanza, Rumania). Según el propio Ovidio, uno de los motivos de su destierro fue la publicación del Arte Amatoria, un poema demasiado exaltado para el gusto del emperador, que se proponía emprender diversas reformas morales. Pero probablemente esto no fue más que un pretexto, puesto que el poema llevaba diez años en circulación. Otra de las razones nunca revelada por Ovidio, pudo haber sido su conocimiento del escándalo en el que estaba involucrada la hija del emperador, Julia. Pese a todo, Ovidio nunca abandonó su esperanza de volver a Roma, pero sus expectativas resultaron vanas. Ovidio murió en Tomos, tras una existencia infeliz y melancólica, logrando sobrevivir su arte literario más allá de su muerte, siendo sus poemas el más grande alegato de la Antigüedad sobre la libertad de expresión y la dignidad de la expresión humana.
Sobre este trasfondo se erige Lejos de Roma, de Pablo Montoya, en cuyo fondo hay un carácter épico, pues vuelve a un antiguo patrimonio de mitos para recrearlos y dejar que reine la imaginación: el héroe trágico, marginado, víctima de la arbitrariedad del poder y cuyo reconocimiento vendrá por los caminos de la literatura. Ovidio es un enorme caleidoscopio de vicisitudes, tramas, acciones que generan la visión de la vida y el valor central del mito, considerado éste como elaboración literaria y precepto ético. El autor de Lejos de Roma nos comunica un relato ejemplar en que los acontecimientos históricos de un pasado se difuminan y se actualizan. Su complexión imaginaria tiene su anclaje en el drama de quien vive entre el esperanzador mensaje del arte y unas condiciones ausentes de la idea de justicia. El exilio de Ovidio nos persigue hasta nuestros días, su sacrificio es igual al desterrado de hoy, los débiles expulsados, los marginados por tiranos que no soportan ningún desafío, ni intelectual ni moral. Las pasiones y los poderes de ayer también son los de hoy. El autor sabe que el exilio es una experiencia cotidiana y transmite por lo tanto una noción de pérdida, confrontación y ausencia. El mito resucita con su voz legendaria:
Aquí, en realidad, soy nadie. Dejé de ser alguien desde el día en que me fue avisado el repudio de Augusto. He sido nadie en todos los puertos que he atravesado hasta llegar a Tomos. Mi lengua, que podría actuar a mi favor, que siempre actuó a mi favor antes de este exilio, se estrella contra la ignorancia de los bárbaros.
Encontramos, entonces, una rica erudición, no la refinada composición ni el estilo extremadamente intelectual. Por lo contrario, su interés por el pasado, la invención y elaboración poética-narrativa, permiten aquella singular vuelta al mito y su urdimbre, dotada de un trazado psicológico, afectivo, moral y espiritual del personaje y un efecto dramático de sus acciones. La fusión entre poesía e historia nos indica que ésta última es también una acción del lenguaje, un poder que desmitifica. El mito se rompe por medio de una nueva palabra, un nuevo orden y otra imagen – metáfora; no olvidemos que el libro Lejos de Roma está constituido por 40 capítulos breves, considerados cada uno como una escala de su viaje y estancia en el exilio, desde su arribo hasta su muerte. Se captura lo histórico, progresivamente, como una necesidad de la memoria, ya que el lenguaje desenmascara el porvenir. Pero igual Lejos de Roma contribuye a nuestra reflexión aguda sobre el presente y cómo en el pasado existía una conciencia misteriosa, abierta hoy gracias a labor de la escritura. Porque la historia es también una poética que pone la duda, pregunta por el desliz y la fractura, una palabra que posee conciencia histórica, literaria y filosófica, e invoca, evoca, provoca con su carga de ironía, dolor, belleza y conmoción.
Además consigue el libro un equilibrio entre el tema heroico y el cotidiano; el discurso narrativo y el lírico. Leamos como ilustración el inicio del capítulo titulado La desnudez:
La culpa de todo hombre en Roma es tener ojos. Una noche yo miré y fui castigado. Sabía que, al traspasar esa puerta, donde Isis había tallada en mármol, entraba en un terreno prohibido. En el aire flotaba un aroma de azafranes macerados. Invité a Fabia a dar un paseo por los foros, pero ella prefirió quedarse recostada en su triclinio. Leía, con mucho interés, los impuros relatos de Eubio sobre la corrupción de la semilla en el vientre materno.
Lejos de Roma es un lúcido ejemplo de la labor de la ficción dentro de la historia, la búsqueda juiciosa de los acontecimientos históricos y la versión del escritor, su interpretación personal y subjetiva, intuitivo, pero a la vez consciente e intencional.
Al valerse de una profunda emotividad, el autor recrea el comportamiento, la actitud de un ser humano que actuó en un pasado, pero que hoy es resucitado poéticamente de la mano de sucesos de gran valor anímico y espiritual. De tal manera que los acontecimientos singulares y auténticos están vivos, vigentes y significando, tras una tarea de mediación, reconstitución y completamiento. La historia deja de ser recinto exclusivo del pasado y se torna saber actualizado. La escritura halla, descubre, saca del olvido, revela mediante un acto imaginario y libre las zonas oscuras que tiranizan o frustran al hombre. El autor captura lo histórico por medio de la individualidad y lo íntimo, pero a la vez trasgrede lo particular (la biografía de Ovidio) y lo trasciende a lo universal (el destino de todos los desterrados del mundo), donde la verdad interior importa más que la verdad objetiva:
Las islas del Imperio se han llenado de exiliados. Detrás de cada muralla romana se esconde alguien que espera, entre el resentimiento y la esperanza, la llegada de la muerte. Augusto, que todo lo vigila, desde la paz en las fronteras hasta el control de los incendios y las inundaciones de Roma, también ha querido gobernar sobre el deseo de los ciudadanos. El exilio como castigo para quienes se resisten a respetar el poder del Príncipe. El exilio destinado a quienes atentan contra su rigor moral. Augusto quisiera controlar hasta el sueño de los súbditos. Y acaso sea ésa su gran frustración.
A través del monólogo el protagonista relata su drama, el lado crítico de la historia, la desmitificación de los hombres y los sucesos. Lejos de Roma es un libro contemporáneo que se compromete con nuestro tiempo tan complejo y aciago, quizás porque es un original punto de vista sobre un pasado que retorna sin descanso. Su actualidad, lejos de toda obra arqueológica y anacrónica, es posible por el contraste de mundos, las analogías que el lector realiza, la lección humanista que propone, su imaginación creadora, la pasión y el vital sentido de la obra.
Gabriel Arturo Castro M (Bogotá/Colombia)
PÁGINA 17 – CUENTO
Una visita insólita
Por Belvedere Bruno (Niteroi-Río de Janeiro/Brasil)
En aquel lugar, parecía no existir vida. Todo se movía en cámara lenta. Los niños brincaban, pero les era difícil esbozar una sonrisa, y los viejos permanecían sentados, mirando el horizonte durante horas sin fin. No se escuchaban sonidos, y, difícilmente, el sol llegaba a despuntar. Las nubes eran una constante en aquel escenario monótono de una ciudad sin nombre.
Socorrinho tomó su vaso y lo llenó con agua de la jarra, mientras los mosquitos picaban su cuerpo cansado de lidiar con sus sesenta años. Se preparaba para dormir cuando vio que, sentada en el suelo, junto a la puerta, una mujer lloraba. -¡Qué vida! ¿Vale la pena?
Socorrinho, asustada ante la presencia de la desconocida, habló: -¿Quién es usted?
-Eso no importa, responde la visitante. Hable sobre su vida, cuente todas sus alegrías y tristezas. Vine en misión de paz. ¡Tranquilice su corazón, en nombre del Señor!
Mirando hacia el cordón con un colgante en forma de hoz que la mujer traía colgando de su cuello, Socorrinho se estremeció. ¿Cuál sería el significado de esa hoz?-pensó.
Sin embargo, accedió, intentando narrar sus aventuras y sus desventuras. Habló sobre su infancia de niña pobre, abandonada por los padres y criada por abuelos irritables, su adolescencia coronada por una hilera de hijos de padres diferentes que, a medida que el tiempo pasaba, se fueron perdiendo por los caminos de la vida. Sola, pobre y triste, no contabiliza ninguna alegría. Revivió con intensidad todos sus dolores. Parecía que, en cualquier instante, su corazón se desgarraría por causa de sus pesados recuerdos.
Un extraño viento llegó, abatiendo la frágil ventana de su cuarto y haciéndola despertar. Se levantó con extrema dificultad, sin entender el cansancio que tenía.
Pasó las manos por sus cabellos para contenerlos con un cordel ya que, tenía la impresión, estaban revueltos debido a los fuertes vientos. Se espantó al sentir apenas el cuero cabelludo.
Tomó, atónita, un fragmento de espejo para observar lo que había acontecido con sus trenzas y lo que vio al mirarse fue una imagen semejante a la de su madre, que muriera a los cien años, sin una hebra de pelo y arrugada.
Aquella noche, después de la insólita visita, Socorrinho envejeció años en la trama de tantas amarguras. ¿Todo aquello había sido real, o fue un sueño, un delirio? ¿Cómo había esa mujer entrado y salido de su casa sin que nadie la viese? ¿Había estado tan adormecida o embriagada como para sentirse ahora confusa?
Perpleja, observó el collar con el colgante en forma de hoz sobre su cama.
(Traducción: Norma Segades)
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Luz Samanez Paz (Andahuailas-Apurímac/Perú)
Las manos del niño campesino
Ver las manos del niño campesino,
abriendo la tierra
para la semilla
dorada del trigo,
parece un canto
así como el vuelo
de picaflores andinos.
Allí está el campo, el sol,
con dulzura...
sobre los verdes prados
i los capulíes,
sobre los altos eucaliptos,
que algunas mañanas tocan
al viento grávido de las nubes,
camino a los cerros nevados.
Allí los retamales
cargados de jilgueros,
que no se podría decir
si son flores que cantan
o pájaros floridos.
Perfume i canto se diluye
en la sonrisa del viento
i se ve a la tierra abriéndose,
con una sonrisa suave
para el niño campesino,
i el niño campesino está allí,
cantando i llorando para crecer.
Tristeza
Qué lejos te siento ahora,
ahora que mi ansia se viste de gala,
ahora que parece como si de pronto
la noche se hiciera eterna sobre mis pupilas.
Tengo un extraño aletear de inquietud
i pienso que la aurora de tu retorno,
se ha detenido en algún recodo
i que ya nunca tendrá su sol, ni tendrá su luz.
Miles de saetas, torturan mi honda pena
i es que hice la solemne promesa
de mitigar en tu mirada,
esta angustia mortal que me devora.
Me estoy poniendo indumentaria de duelo;
el cielo de mi esperanza se ha oscurecido,
i mi paso se torna vacilante i aterido,
aterido por este frío que no tiene piedad.
No quito mi llanto, mis manos no imploran
i sin embargo detengo mis pasos
i hasta las sombras de mi alma sollozan
i no encuentro tregua para mi tristeza.
Tarde antigüa
Era una tarde plena de belleza serena
en que tu apuesta imagen semejaba un poema,
era una tarde triste, era una tarde antigüa
i había en mis reproches una emoción ambigüa.
Los árboles del bosque guardaban nuestros besos
i yo te contemplaba con dulces embelesos,
en mi menudo talle se anidaba tu brazo
i el sol allá en el valle su hundía en el ocaso.
Suelta mi cabellera como un río de seda,
se quedó entre tus brazos hecha una enredadera
i mis labios rubíes encendidos de amores,
tenían al besarte misterios seductores.
La noche confidente nos recibió amorosa
i yo temblé en tus brazos cual una mariposa,
el cristal de arroyo cantaba su canción,
como rimando el himno de nuestro corazón.
Después como extasiados tomamos el regreso,
mi cuerpo entre tus brazos i en mis labios tu beso.
¡Oh! el encanto supremo de aquella tarde hermosa,
divino como un ángel, puro como una rosa.
Me sentía en la noche cual estatua dormida,
bajo el pórtico de oro de una ciudad perdida.
I sin embargo
I sin embargo tengo aquí dentro
esta maraña de sombras lentas,
este enorme lago de desorientación,
este destello de vida agitada.
I sin embargo el azul de su lejanía
me habla, me consuela, agarra mis manos,
las besa i yo no me arrodillo ante su recuerdo
i no lloro, ni grito, sino de tristeza.
Doscientos ocho huesos
Doscientos ocho huesos peregrinos,
armadura cubierta de venas i arterias,
esqueleto cundiendo terror i repugnancia,
ambulando senderos, vistiéndose con tierra.
I cuando el ocaso cierre su forma externa
derramando sus pétalos fúnebres,
tendran dentro suyo una enorme coraza,
para protegerse del festín de los gusanos.
Doscientos ocho huesos desiguales,
blanqueando el madero de mis versos
bebiendo cálices amargos,
dando tumbos, buscando playas.
Doscientos ocho huesos peregrinos
agarrados desesperadamente entre sí,
doscientos ocho huesos peregrinos
gritando su amor inconmensurable por ti.
Dolor
Me ha golpeado con su azada negra,
me ha arrancado pedazo a pedazo el corazón;
ha tomado gota a gota esta sangre mía,
apretando tanto mi alegría,
enmudeciendo mi canción.
¡AY dolor! ¡dolor de muerte!
dolor de sangre derramada,
dolor con sabor a tragedia,
dolor de saber que todo es dolor.
Yo estoy muerta, fue un jueves de lluvia,
un día de negrura extraña
un vientecillo juguetón i triste,
me arrancó de las manos mi copa de dicha.
Se la llevó dónde...¡Oh si yo lo supiera!
remontaría mares, surcaría cielos,
todo con tal de recuperarla.
Pero es imposible, no volverá,
no ha de volver nunca jamás,
es por eso que he muerto
i muerta aún, sigo llorando.
A César Vallejo
César Vallejo, hermano,
noble inca de piedra tallado
con cincel de cobre nativo,
alma gris de huesos, de quenas
a las cuales hiciste vibrar
hermosas i sublimes notas,
nacidas del fondo de tu alma.
Vallejo, poeta peruano,
de los altos Andes nevados
del ichu tenaz i aislado,
mándame esa tu lira
encendida de oro i plata,
para csantar a tu alma
con los K´ipus Universales,
que tu genio pudo crear.
Raúl Henao Fajardo (Medellín/Colombia)
Don Quijote de La Mancha aconseja a un poeta
hispanoamericano del siglo XXI
Rescate en el aire nocherniego del barrio
el perfume de la pomarrosa, un nido de torcaza
en el entrepaño de la ventana.
Y luego ponga alto en la mañana
la música de un tango o una guaracha
mientras termina de bajar de la cama
para ir al baño en el corredor del hotel.
No importa que a su paso se interpongan
molinos de viento, rebaños de carneros
galeotes encadenados o toneles de vino.
O que de vuelta en la habitación
se aventure en sus brazos
alguna Maritornes, enemiga y hechicera.
El mundo, ya se sabe, es del color conque se mira
y hasta la bacía del barbero puede parecerle
el yelmo de Mambrino.
La Edad de Oro no tiene pasado ni futuro
porque a cada instante se levanta de sus ruinas
en el corazón humano,
aunque su Frestón cotidiano -cordura o cobardía-
no le permita apreciarlo de ese modo,
al subir a diario al autobús.
In memoriam Mario Cesariny
Amores malhumorados
Todo lo que restaba al día era una carta lacrada
la burbuja de tus labios siempre a flor del deseo.
Se oía el ronroneo de una abeja pero la miel
se hacía de rogar más que la escarcha
que cubría con antelación el comercio
donde solías ir de compras en las mañanas.
Tan disímiles eran el paisaje y su marco,
la almohada y el sueño,
que a diario te ponía mala cara el paso del tiempo.
Yo escuchaba a mi vecino cantar las letras
de un tango a tus espaldas,
pasar al sereno en bicicleta,
pero no conseguía conciliar la realidad.
Me resignaba a esperar a solas tu ausencia
a contarle por teléfono mi malhumor a la noche.
La amante invisible
Vueltos de cara al viento de leva del propio
destino
A todo cuanto fuimos, somos y seremos
en el espejo de la humana condición,
sólo las horas de soledad alrededor nuestro
nos llevan a encontrar de nuevo la flor perdida
de la infancia,
el canto del cucarachero
en la tapia ruinosa
del viejo barrio suburbano.
Para, finalmente, otorgarnos la dádiva suprema
de cambiar la propia vida
aceptándola en su plenitud de goce y sufrimiento.
Vueltos de cara al viento de leva del propio
destino
a todo cuanto fuimos, somos y seremos
en el espejo de la humana condición,
sólo las horas de soledad alrededor nuestro
nos llevan a reanudar la búsqueda
de la fuente de la juventud y Eldorado,
la estrella de los magos o la amante invisible.
Y aceptándola en su plenitud, a cambiar la vida
PÁGINA 19 – CUENTO
Una sandalia en la nieve
Por Lydia Raquel Pistagnesi (Banfield-Buenos Aires/Argentina)
Estefania estaba recostada en el enorme sillón del living frente al enorme árbol de Navidad recordando su pasado Un suave aroma a rosas entraba por los enormes ventanales de la casona construida con tanto amor; ella y Raúl girando espacios de sueños compartidos. El teléfono la llamó a la realidad, era Laura, para recordarle la reunión de esa noche, sus amigos no la dejaban sola; se levantó desganada y se dirigió hacia el piso superior, eligió un solero rojo y las sandalias haciendo juego, ¡Que locura haber gastado tanto en un par de zapatos!, seguro que solo los usaré una o dos veces-pensó con cierto disgusto.
La ducha helada la reconfortó, al salir, se envolvió en un inmenso toallón, cepilló sus cabellos y los recogió descuidadamente, tomó aquel misterioso perfume que todos elogiaban , lo vaporizó delante de su cuerpo desnudo y camino hacia él, que envolvió, sutilmente, todo su cuerpo, (secreto de la abuela René). El espejo constató que estaba perfecta, hasta le pareció sentir aquella caricia en su cuello. - Es solo un sueño, Raúl se fue de mi vida, hoy se cumplen cuatro años-pensó con tristeza
Regresó al pasado, La tarde en que a ella se le ocurrió salir con los mellizos - Amor, voy a comprar algunos regalos. -Espera -le respondió él-, termino con estos papeles y los llevo, los pequeños son traviesos y no me gusta que manejes, sólo por seguridad.
Pero Stefania no le prestó atención, acomodó a los niños en el asiento trasero del auto y salió. Al cruzar una bocacalle, otro vehículo que venía de contramano la arrastró varios metros. Ella salió despedida hacia el exterior del rodado pues no llevaba puesto el cinturón de seguridad, pero los pequeños quedaron encerrados en esa trampa mortal , una llamarada, la explosión y después… Nada.
En el neuropsiquiátrico la ayudaron a reponerse, pero no a olvidar… Lo mismo pasó con Raúl., discusiones y reproches hicieron insostenible la situación. El se marchó a España. Y no hubo cartas ni llamadas telefónicas. Estefania conocía su paradero por sus suegros, pero dejó pasar el tiempo sin hacer nada.
Enojada, salió al jardín, cortó una rosa y se dirigió a la fiesta. Al entrar, sus amigos la rodearon, ella sonrió mientras tomaba una copa de champaña. Hacía calor, las voces le llegaban cada vez más lejanas. Una mano se posó en su hombro.
-¿Bailamos? Era Julián su enamorado de siempre, un ser especial que la escuchaba sin pedir nada a cambio, ella asintió y se encaminaron a la glorieta, se dejó llevar por la música, hasta permitió un abrazo demasiado familiar.
Una ráfaga de viento helado la volvió a la realidad. Temblando, sintió como su compañero la abrigaba, levantó los ojos para darle las gracias pero… Allí sólo estaban ella, Raúl y la nieve que caía incesantemente. Sintió sus besos y los brazos levantándola para cruzar después el umbral de la casa y depositarla en la alfombra junto a la leñera.
-Que borracha estoy-pensó, pero todo era demasiado hermoso, sus cuerpos reconociéndose, vibrando, amándose.
El viento golpeó los postigos del enorme ventanal de la sala que se abrieron provocando un ruido seco. Raúl se incorporó para cerrarlos.
-¿Cuánto tiempo pasó?
Un rayo de sol lastimó sus ojos. Era de día y estaba en su habitación. Se había dormido vestida.
-¡Borracha!-volvió a murmurar disgustada. Se desvistió, pero al agacharse para quitarse las sandalias, comprobó que solo tenía una. Buscó la otra bajo la cama. No estaba. Una prenda oscura cubría el tapete, como para despertar su atención, pero estaba muy enojada como para investigar. Así, se quedó dormida.
Cuatro horas después sonó el teléfono, levantó el tuvo, una voz querida la volvió a la realidad.
-Mi amor, fue una noche maravillosa, sobre mi almohada olvidaste la rosa roja y desde el ventanal me saludó tu sandalia sobre la nieve. Tomo el primer avión que sale para Argentina, te amo.
Estefania se levantó de un salto. Sobre el tapete, el sobretodo con el que Raúl la había protegido del frío también la saludaba…
PÁGINA 20 – ENSAYO
María Granata: esencia, palabra, emoción poética.
Por Esteban Moore (Buenos Aires/Argentina)
En 1942 María Granata da a conocer su primer libro de poemas, Umbral de tierra. La edición fue auspiciada por la revista Conducta, una publicación del Teatro del Pueblo, fundado en 1930 por Leónidas Barletta, institución que llevaba a cabo un amplio programa de extensión cultural. Este libro inicial de la autora no pasaría desapercibido en el panorama poético de la época; obtuvo dos destacados reconocimientos: el segundo premio de poesía de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, y el Martín Fierro, otorgado éste por la Sociedad Argentina de Escritores, distinciones que situaron a María Granata en un lugar de referencia entre los poetas de la denominada Generación del cuarenta.
El momento histórico, no está de más recordar, estaba atravesado por un profundo escepticismo, producto de la Segunda Guerra Mundial. Occidente y Oriente se hallaban entregados a la guerra y la destrucción, asistidos por el progreso industrial y el desarrollo tecnológico que pusieron a disposición de las partes en conflicto armas con la capacidad de multiplicar la muerte en proporciones hasta entonces nunca imaginadas. La blitzkrieg (guerra relámpago) germana, ensayada en Polonia en septiembre de 1939, fue el primer paso de una larga serie, que transformaría una parte substancial del mundo en un gigantesco campo de batalla. La guerra culminaría pocos años después en Japón, donde la humanidad pudo testimoniar los alcances del perfeccionamiento científico y su aplicación fáctica en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
Las opiniones de Percy B. Shelley, incomprendidas en su tiempo, consideradas una exageración de su parte, un exceso de la imaginación, resultaban ahora a la luz de los acontecimientos, reales, y adoptaban definitivamente las vestiduras de la profecía cumplida. En su Defensa de la poesía (1821, publicada por primera vez en 1840) el poeta sostenía: “El cultivo de las ciencias que han ensanchado los límites del imperio del hombre sobre el mundo exterior ha estrechado, en la misma proporción, debido a la carencia de la facultad poética, los lindes del mundo interior; y el hombre, luego de haber reducido a esclavitud los elementos, sigue siendo un esclavo él mismo [...] ¿De qué otra causa procede el hecho de que los descubrimientos que deberían haberla aligerado han añadido un peso más a la maldición de Adán?” 1
En este contexto surgen varias voces en el panorama poético argentino que procuran un regreso a lo que ellos de diversas maneras se refieren como la esencia de la poesía. Aquello a lo cual alude Heidegger en su trabajo sobre Hölderlin: “La poesía es el acto de establecer por la palabra y en la palabra. ¿Qué es lo que se establece de este modo? Lo permanente. ¿Pero, entonces puede lo permanente ser establecido? ¿Acaso no es eso que ha estado siempre presente? ¡No! Incluso lo permanente debe ser fijado para que no nos sea arrebatado, lo simple debe ser separado de la confusión, la proporción debe ser establecida frente a aquello que carece de la misma.”2
Estas voces se nuclearían en principio en las revistas Canto (1940); Huella (1941); Verde memoria (1942); Ángel, alas de poesía (1943-1950); Ínsula (1943-1946); Perfil (1943); Cosmorama (1943-1945); Papeles de Buenos Aires (1943-1945); Contrapunto ( 1944-1945) y Disco (1945-47); e integrarían el conjunto de poetas conocido como neorrománticos. Ellos serían los continuadores del antiguo enfrentamiento entablado por el poeta con el racionalismo moderno, reponiendo en escena “una tradición tan antigua como el hombre mismo [...] me refiero a la analogía, a la visión del universo como un sistema de correspondencias y a la visión del lenguaje como el doble del universo.”3
Esta sería uno de las cuestiones centrales de sus poéticas. Los poetas de la generación del cuarenta también se caracterizarían, como algunos de sus poetas de referencia, entre los cuales se cuentan Rainer María Rilke y O.W. de Lubicz Milosz, por ostentar una fe desesperada en la palabra y, en la creencia, que ésta poseía el poder de reconstituir el mundo. Adhieren a la libertad creativa, la espontaneidad, la sinceridad, y el compromiso emocional. Apelan al juego de la imaginación, a una imaginería funcional y la escenificación de lo oscuro y lo difuso. Las respectivas obras de estos poetas están asimismo cruzadas en cada uno de los casos y, de diversa manera, por la religión, las ciencias ocultas, la metafísica y la mitología.
En la obra de María Granata, será el propio lenguaje el que se constituirá en su máscara; el conflicto entre la identidad empírica y la poética está allí representado en el cuidadoso, certero y preciso entramado de las palabras, en el ritmo que producen, el que recrea una música en la que resuenan los ecos de Góngora, Quevedo, San Juan de la Cruz; es decir, de la lengua castellana en todo su esplendor. Asimismo, y deliberadamente utiliza en su vocabulario ciertos términos que por su arcaismo benefician al poema con un cierto extrañamiento, el que tiene por misión expandir el efecto poético del mismo.
La mirada de ese yo que se escuda en la lengua es amplia, desde el aquí y ahora, desde el territorio habitado, se extiende abarcadora hacia otras dimensiones, hacia el mundo en su totalidad: “Apoyada en el muro de la huerta./O en el muro del mundo. Bien atados / los brazos a la espalda. Sin llamados. / Sin amor. Sin umbrales. Viva y muerta.”
La doliente realidad de ese mundo halla en el exaltado lirismo, en la forma, en el metro y la rima, no su negación, sino todo su contrario, la confirmación del hecho, del cual la belleza dará testimonio ineludible con el único fin de transformar esa experiencia en un bien durable. Afirmaciones acerca del transcurrir de la historia que resistan los embates del tiempo, en tanto éstas se constituyen en una expresión perdurable. Ejemplo de ello es su poema El soldado muerto: Desde tu mano sube / el fusil como un lirio congelado./¡Qué diferente de las otras muertes / tu muerte de soldado! // Por tus ojos abiertos / pasa el aire, y el cielo se detiene…/ ¿Quién cerrará tus ojos /¡ay! antes que esta hierba te encadene? // Nadie busca tu voz./ Solamente ese viento sin colores / que te seca la sangre, / sobre tu piel violácea arroja flores.
En 1946, publica Muerte del adolescente, al que le seguirá en 1952 su tercer volumen de poemas, Corazón cavado (1952, Premio Consagración provincia de Buenos Aires). La poética de la autora se caracteriza, como lo señala David Martínez, por los siguientes rasgos:“Angustia, transfiguración, deslumbramiento, por una parte; por otra, ardor y anhelo contemplativo, en recoleta profusión de ensueño, trasvasados a una cósmica presencia de la luz, el viento y el paisaje de una tierra idealizada, enumeran la calidad de su fervor expresivo y emocional.” 4
Luego de un silencio de más de una década publicará Color humano (1966) en el que sorprende incorporando a su poética una nueva perspectiva, en la que el alto grado de intimismo de su obra anterior y el ideal estetizante abrirán paso en esta nueva etapa a una decidida preocupación por el hombre, por ese hombre que no rehuye la trascendencia del espíritu y, que sin embargo, no logra abstraerse de su realidad objetiva, de lo cotidiano. El rigor formal de la autora persiste como el duro granito o el ‘acicalado acero’ del que nos habla Quevedo. Ahora lo demuestra en la cuidadosa elección de sus palabras y en una natural musicalidad que va más allá del objeto cuyo fin es introducirnos en la tradición poética de nuestra lengua, cargando de connotaciones lo significado.
Hacia finales de la década de los 40 comienza a colaborar en el diario El Mundo, donde a partir de 1950, publicará semanalmente un cuento infantil, treinta de los cuales fueron publicados bajo el título de El gallo embrujado (1956), al que le seguirían, entre otros muchos títulos, La ciudad que levantó vuelo (1980), Pico de cigüeña, trompa de elefante (1982), Cuentos azules y blancos (1983), Piupi y la casita de los invisibles (1986, Santiago de Chile), La fiesta de los lagartos (2003) y Agustín y el meteorito (2004); estableciendo a María Granata como una de las escritoras más destacadas y significativas del género, lo que le valió en 1988 el Premio Nacional de Literatura Infantil.
Paralela y simultáneamente a estas actividades María Granata decide incursionar en otro género, sorprendiendo a sus lectores, en 1970, con Los viernes de la eternidad, una novela de prosa cristalina y poética que obtuvo el Premio Emecé (1970) y el Premio Selección Nacional correspondiente al período 1971-1974 y, que fuera llevada al cine en 1981, por Héctor Olivera. A esta le siguieron: Los tumultos (1974, Premio Strega 1976); El jubiloso exterminio (1979); El diluvio y La Guerra (1981); El visitante (1983); La escapada (1988, finalista del premio Rómulo Gallegos, Venezuela); El sol de los tiempos (1992) y Lucero Zarza (1999).
En 2003, pone fin a su largo silencio poético publicando Cerrada Incandescencia, volumen que se reeditó en Madrid, España (2006). En este nuevo libro de poemas, sostiene Ana Quiroga Larrieu: “... como en sus primeras obras, persiste un sujeto poético que tiende a la reflexión metafísica, abordando una temática diversa: el amor, la vida, la muerte y la eternidad...”.
En la actualidad la belleza como ideal enfrenta nuevas dificultades, es analizada desde una nueva óptica, la de los estudios culturales; un amplio campo interdisciplinario que involucra la crítica literaria, la filosofía y las ciencias sociales. Esta disciplina no se interrogará respecto de cuales son los modos en que el arte invoca lo trascendental o si un objeto en particular es bello. Se centrará, principalmente, en las circunstancias históricas en las cuales nació la idea de la belleza como valor trascendente y cuales han sido las consecuencias de las formas de pensamiento que guiaron este proceso. Este panorama podría recordarnos un título del poeta Aldo Pellegrini Para contribuir a la confusión general (1965); desorden, desconcierto cuyo único antídoto se halla en la esencia de la lengua, en sus atributos y señales: “... la palabra es nuestro rostro inmerso/ en los interrogantes / de que estamos hechos. / ¿Cómo volverla ímpetu, / respuesta para siempre...”.
En la poesía de María Granata la vida, el amor, la muerte, las lágrimas y el dolor (temática a la que están expuestos todos los mortales a su paso por esta tierra) se hallan en plena lidia, contenidas sólo por un apasionado candor, cuyo vehículo es un lenguaje depurado y sublime, destinado a transmitirnos la emoción, nacida ésta de una profunda sensibilidad. En su voz la música de la lengua cobra nuevas fuerzas reintroduciéndonos en los aspectos fundamentales de nuestra tradición poética y en los aspectos elementales de la vida humana. Y si Ezra Pound no estaba equivocado podemos repetir su consigna: “En poesía lo que ha de sobrevivir es la emoción.”
Percy Bysshe Shelley: Defensa de la Poesía, Cuadernos de Grandes ensayistas, colección dirigida por Eduardo Mallea; traducción de J. Kogan Albert; Emecé, Buenos Aires, 1946.
Martin Heidegger: Hólderlin and the essence of poetry, en The Critical Tradition, ed. David H. Richter, traducción Douglas Scott, Bedford /St. Martins, New York, 1998.
Octavio Paz: Los hijos del limo, Seix-Barral, Barcelona 1974.
Maria Granata, en Enciclopedia de la literatura argentina. Pedro Orgambide y Roberto Yahni ed,. Buenos Aires, 1970.
PÁGINA 21 – CUENTO
Persecución
Por Sergio Borao Llop (Zaragoza/España)
No es fácil determinar en qué momento apareció; tampoco sabría decir cuándo adquirí la seguridad de que venía siguiéndome, pero desde que soy consciente de ello me siento levemente incómodo y con el paso del tiempo, esta situación ha empezado a resultar extremadamente molesta.
Mentiría si dijese que hay algo irregular en su comportamiento. En realidad, lo único que hace es caminar detrás de mí, a unos pasos de distancia. Nada que no pueda verse en cualquier otra ciudad, a cualquier hora del día. Nunca antes la he visto, ni es probable que ella me conozca, lo cual acaso fuese un motivo, siquiera remoto, para caminar en pos de mí por toda la ciudad.
Si lo miramos bien, no puede decirse que sea una niña, aunque así me lo pareció al principio. Alguna vez he aprovechado el reflejo de un escaparate para observarla, siquiera un segundo: su rostro no refleja en absoluto ninguno de los síntomas característicos de toda persecución. Por el contrario, parece completamente tranquila, como entregada a la meditación o al olvido. Un espectador casual acaso pudiera sospechar que su itinerario es tan arbitrario como el mío, y que el hecho de ir delante o detrás es tan irrelevante como, por ejemplo, los nombres de las calles que atravesamos en nuestro coincidente tránsito. Pero si entro en una tienda o en un bar, ella permanece afuera, esperándome sin impaciencia, y reanuda la marcha en el momento en que vuelvo a salir a la humedad que impregna las calles.
No se me malinterprete: En ningún momento ella ha hecho nada que pudiera molestarme. Se limita a imponerme su presencia a una distancia razonable. No voy a ocultar que en algunos momentos, en determinadas calles poco transitadas, saber que ella estaba ahí, unos pasos más atrás, me ha resultado reconfortante, ya que no soporto la visión de las paredes grises que la soledad oscurece aun más y el silencio multiplica implacablemente.
Podría pensarse que todo es producto de mi imaginación, que me invento estas cosas, que los médicos no erraron al diagnosticar mi enfermedad. También podría ser que para ella todo esto no fuese más que un juego inocente. ¿Por qué, entonces, son infructuosos todos mis esfuerzos por despistar su vigilancia? Si avanzo lentamente, ella camina despacio; si lo hago más deprisa, ella acelera la marcha; si corro, corre también. Siempre se mantiene a la misma distancia. No parece interesada en alcanzarme, pero tampoco permite que me aleje demasiado. Me pregunto cuánto durará esto, y si en verdad es posible concebir un final que pueda satisfacernos a ambos. (Aunque es un hecho perdido en mi confusa memoria, he de confesar que yo también, en mi lejana juventud, fui siguiendo a alguien durante algún tiempo. Quizá supe quién era, pero ahora ya no recuerdo su rostro, ni su forma de caminar, ni las calles por las que transitábamos. No era un juego: Esa persecución, aunque pueda parecer un disparate, determinó mi futuro.) Tal vez por eso me siento tan apenado ahora que, al girar con disimulo la cabeza frente a uno de los multiplicados zaguanes que salpican el incomprensible itinerario, he podido constatar, acaso sin sorpresa, que la niña ha dejado de seguirme. Probablemente ha encontrado por fin su propio camino y ya no me necesita. A pesar de la aparente incomodidad que me provocaba su presencia, ahora echo de menos sus pasos leves a mi espalda. Pero la esperanza también es una forma de rebeldía; por eso, de cuando en cuando, al volver cualquier esquina, echo un rápido vistazo hacia atrás: No es imposible que alguna vez mis ojos me muestren una sombra, o la vaga sospecha de una sombra siguiéndome, justificando así, de uno u otro modo, mi errático caminar por estas calles que se me antojan eternas.
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
Liz Durand Goytía (Ensenada-Baja California/México)
De barro y aliento
para las mujeres que sostienen al mundo
Hecha de barro y aliento para guardar calor
y para ser la forma rotunda de la vida.
Para ser grito o silencio majestuoso.
Para tender el dulce río de sus pechos
e inventar la noche
con el oscuro brillo de su pelo.
Hecha del barro que formó a la tierra
para seguir siendo lugar donde se siembra.
Hecha de aliento,
del hálito que lleva al corazón
su ritmo acompasado,
su misterioso tiemblo...
Hecha de luz para pintar al mundo
pulida en agua para cuajar estrellas,
forjada en fuego para brillar cuando es amada.
Hecha mujer para alumbrar al mundo.
Del perdón
Alguien me preguntó si he perdonado.
¿Perdonar yo? No sé cómo,
ni qué debo perdonarte:
si la infeliz infancia sin asideros y con hambre,
o la desenraizada soledad que me tatuaste.
Si los dolores prematuros en el corazón
o las esperas tristes sin remedio.
Es que no sé si deba perdonar
–cuando era el tiempo de muñecas–
el abandono que me orilló a crecer
y me lanzó hacia el mundo.
Esos trabajos del perdón no los entiendo,
son cosa de los grandes y no me ocupo de eso.
Pero si debo perdonar que provocaras
cada tropiezo que me enseñó a volar,
cada maltrato que me ayudó a buscarme,
cada improperio que me obligó a ser digna
por el instinto de llevarte la contraria
y debo perdonar que hayas causado
que sea yo ésta que se acepta y quiere,
entonces, papá, se acabaría el silencio:
tendría que admitir que he perdonado.
Niña niña
para mi hermana Rocío
Cuatro veces cuatro recordé tu sonrisa
Cada vez me miré en un espejo
niña de sol niña de leche niña
Me crucé en el azogue con el tiempo más viejo
encubridor de días de alegría
dibujos en cuadernos
burbujas en el agua
pájaros en la tarde
luciérnagas de noche
Cuatro veces cuatro te miro sin sonrisas
No quiero que se pierdan colores
de aquel sesenta y cinco en calendario
cuando a media mañana apareciste
toda rizos y llanto temblorosa
para llenar mis tardes sin muñecas
y enseñarme a ver crecer una semilla
Nada sino tu misma risa
le exigiría a la vida si pudiera
Que miraras feliz crecer tus frutos
y siguieras así niña de sol niña de leche niña
Mana la herida llanto
I
Tiemblo con el temblor que nunca para
que toma por asalto esta flaqueza,
mi súbita orfandad,
el desamparo impuesto a dentelladas.
Afuera cada cosa tiene sitio
pero adentro
no hay adentro
no hay lugar
sino para esta picadura
artera y llana
inesperada
torva.
Dicen que el tiempo
dicen que la distancia
pero el dolor persigue
acosa
mata
me revuelve las tripas
los recuerdos
triza lo que tenía de bueno
vuelve ceniza mis certezas.
Afuera cada cosa tiene sitio
y yo no encuentro
mi lugar ni mi sombra
en vano siento que respiro
este aire nuevo que ahora quema
que me levanta ampollas
que carcome.
II
Hubo el tiempo de luz
hubo la música.
Tuve agua de su piel entre mis dedos,
bebí el aliento de sus ojos
y su voz era lo cierto.
Hubo también el tiempo de la danza.
Tendidos a la noche
apuramos la mies de nuestros cuerpos
y olimos la pasión
y sucumbimos
y retomamos el zumo y los azahares.
Sueños de vida juntos también hubo,
de tardes apacentadas con ternura,
de rescoldos guardados
para abrasar algunas noches.
Todo eso hubo y más:
mis pechos girasoles
mis manos de paloma.
Mi vientre fue su danza
y él un péndulo
donde colgaba yo mis desvaríos.
III
Ni jade ni obsidiana.
De purísima traición fue hecho el cuchillo.
Degollada la luz
¿en qué mirada cabe?
Mana la herida llanto
fluye la sal
no tiene sangre.
Callo para escuchar mi voz de espanto
para intentar detener
el respiro de mi lloro
que crece
se hace latido
toma fuerza
y termina retumbando.
Muero primero un poco
y cuando acabo de morir
muero de nuevo.
Edades
Mirando en el espejo mi reflejo más mudo
contemplo líneas en mi rostro:
tan discretas que yo las ignoraba;
tan marcadas que tú no las olvidas.
En el exilio que me impuso tu mirada
un aire nuevo me renace los ojos
y en otra brisa se mecen mis cabellos.
No son los años lo que cargo a cuestas:
porque los besos dejan rastro,
porque las alegrías marcan los párpados,
porque el amor surca los rostros,
tengo discretas líneas que ignoraba
y que ahora luzco como alhajas
para que nadie ignore que es la vida,
no son los años lo que cargo a cuestas.
Seguir siendo cristal
Qué clarísima luz amanecían pericos
cruzando de alas la mañana.
Cafetales con botones encendidos,
orquídeas en cada patio,
gallopinto en la cocina,
aire suave de nube coloreada por el sol.
Me sacude la ráfaga de viento
que siempre me asustó y nunca fue fría.
El silencio de la ciudad como de parque enorme,
la luna en el techo de San José aquel diciembre,
aquella noche nacarada cantando en la carretera,
aquel fin de semana cruzando el río Tempisque
para fraguar palabras de poeta
-entonces lastimada y errabunda-
escuchando en el camino la insolencia de un vate.
Qué soledad de vidrio instalada en las tardes
con el norte perdido y el corazón ajado.
Noches con la ventana abierta,
estrellas en la cama, horas y horas.
La habitación un mundo que contenía al dolor.
Cada pared obtuvo su rasguño,
el vaho de una lágrima,
la desesperación de un condenado.
Y sólo abrir la puerta
era mirar la clarísima luz que me ofendía,
congelaba mi esperanza de olvido
por un espacio breve,
el que tardaba en suspirar de aquel aire tan limpio.
Acaecía la noche transparente en San José
y yo seguía fantasma,
era también de vidrio,
me astillaba,
se me quebraban el mundo, el alma, la memoria
y no entendía por qué tan lejos
ni por qué tan sola.
Y entre lo negro me visitó un poema.
Con música de luz se me enredó al oído,
me cosió las roturas un instante,
me cosquilleó los dedos y me dejó hallar el grito,
mi pálpito, mi vida.
Sorbito de poesía para curar el alma,
ojo de azul para encontrar amaneceres josefinos,
aromas de café, de nubes coloreadas.
Y sobre todas las cosas,
una mantilla de esperanza,
una mano de amigo,
una distinta manera de seguir siendo cristal.
José Martínez Fernández (Arica/Chile)
Los arquitectos de la muerte
Han ascendido a la luz de tus ojos
los que construirán tu cuerpo en inercia
para ser reposado en la tierra.
Estoy viéndolos.
En tus niñas se mecen los últimos silbidos.
Los arquitectos de la muerte
subirán tu hermosura a los cielos
y así como una gigante copa
te derramarán en la arena entonando aromas.
Serás una piedra huesuda
flotando en los mares del olvido
cuando yo esté sepultado
junto a los tallos de las plantas.
Llanto se derramará en los mármoles.
Los mausoleos de sangre
continuarán ordenando el silencio grave.
Así, ahora, como los arquitectos de la muerte
florecen en el nido de tus pupilas,
así un día lejano coronado de canciones
los arquitectos de la vida
construyeron tu copa con flores.
Te irás entre el silencio y el llanto,
pero en mí, abeja en perfume te vas a quedar,
forcejeando el bien armado dolor de tu recuerdo.
(1967)
En la gran ciudad
Te conozco ahora.
Sandra; Claudia o qué.
Qué importancia
tiene como te llames,
si después no tomaremos
el mismo tranvía.
(1972)
Canción para una muchacha muerta a mediodía
Tu casa bruscamente cerrada
y luego el parque y dale y dale
el mundo nuevo que encuentras
con L.S.D. y pastillitas,
el mundo que te habla de maravillas,
y carga y carga. Tu cuerpo cargarán.
Y ese vehiculo hacia la ausencia,
ese golpe en el estómago,
esa luz que se fue.
Y luego tu existencia desparramada
sobre la mesa y el médico que entra
cantando y abre tus párpados sonriendo.
(El médico ríe con la risa
de la gente que transita la ciudad).
Y el detective que interroga.
Y todos sonríen.
Y todos caminan como ayer.
A nadie le interesa tu cuerpo botado,
tu silencio de quince anos. Entonces:
¿A quién mierda le vamos a decir que despida tu muerte?
(1972)
Misión del poeta
Ser poeta está bien.
Para decir lo que otros callan
porque no captan la canción guardada.
Hablar de las cosas
que tienen música
y darle melodía
a la materia inerte.
Ser poeta está bien.
Para expresar el mundo
sin medir las palabras
a solicitud del gran maestro:
Walt Whitman.
Ser poeta está bien.
Desnudar muchachas con palabras,
beber la vida como alcohol
y ¡por qué no!
hacer del ruido del mar el silencio
y del silencio el gran canto
porque, al final de cuentas,
la misión del hombre que canta
es darle un poco más de pintura
a la obra no concluida.
(1973)
Poesía en función
Hay que hacer la luz.
De alguna manera
hay que abrir una ventana
una puerta
a la luz.
Yo se que vendrá.
Usted lo sabe.
Y, sin embargo, desesperamos.
Pero abramos las puertas
y las ventanas
y lo más importante el corazón de los hombres
y entrará la luz.
(1977)
1970
De vez en cuando vuelvo a ti
Comparto tus silencios
y tu inútil sonrisa.
Entonces era 1970
Y cosechábamos esperanzas
Se gritaba en las calles
Se podía disentir
Yo no te amaba
O quizás
Pero te quería
Lo juro
Te quería para la cama
Porque tú no podías pensar
que podías tú pensar
Y ser como los pájaros
Pero vivías como pájaro
Hecho increíble
porque estábamos en 1970
Hoy te lo perdonaría.
(1982)
PÁGINA 23 – CUENTO
Lucy coronada de flores
Por Marta Ortiz (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Lo mejor de todo fue que en los días siguientes, y a pesar de “todo”, o sea, a pesar del sacudón, pude dejarme ganar por esa sensación de liviandad, de viaje en globo aerostático al ras de una campiña verde esmeralda. El trance había sido aterrador, pero por suerte se pudo entrever un punto final y no quedaron evidencias. Esa misma noche cerré la puerta con llave, la trabé con pasadores y candados, y me prometí que nunca más me haría cómplice de un hecho de naturaleza dudosa.
Definitivamente un alivio, el placer de desinflar un globo demasiado tenso. Fue entonces cuando pude encarar otras cosas. Ni mejores ni peores. Otras.
Me las arreglé para que el día siguiente fuese feriado. Feriado terapéutico ordenado por mí para dar cauce a mi impostergable necesidad de ocio. Llamé al hospital y le dije a mi jefa que tenía un cólico, que llamaran a la enfermera del turno contrario, mal no le iba a venir el reemplazo. Anduve vagando por la casa como una sonámbula, no sé bien cuánto tiempo, un par de horas, bien temprano. Antes de recuperar el uso normal de mis sentidos y la vitalidad que parecía haber perdido para siempre. Había pasado las últimas semanas esquivando los virus de toda la familia hasta que caí, quince días de mocos aguados, la cabeza dilatándose y contrayéndose, los ojos ardidos y llorosos, el cuerpo caliente y pesado.
Esas dos horitas a medias entre el despertar y el poner el motor en marcha. Cuando me cansé de vagar sin sentido de un cuarto a otro, se me ocurrió que lo primero que había que hacer era poner la casa en orden, aliviarla del caos. Como había decidido obedecerle a la díscola anarquía de mis ganas, me pareció una buena idea. La ropa se apilaba sobre sillas y percheros, los zapatos, los vasos diseminados por las habitaciones; “parece que la noche tiene sed”, pensé. Traía tantas cosas a la cocina entre ropa sucia, vasos, algún pocillo de té, diarios y revistas, que más que yo misma, parecía un árbol de navidad asimétrico y policromo vagando por los pasillos y controlando el miedo de caerme sobre la perra preñada que arrastraba a mi lado una panza rebosante. Ataqué con la franela las superficies donde el polvillo se revelaba sin pudor al alcance de los rayos del sol de media mañana que filtraban las cortinas: detrás de la mesa del televisor, los intersticios impenetrables de la cómoda, las molduras de los veladores, los espaldares de las camas.
Quise creer que lo sucedido no era más que historia antigua. Todo se había aclarado con alguna que otra media tinta, como se pudo, a pesar de las dudas que brotaban como púas de lo irreversible; tanto los familiares como los demás invitados evolucionaron de la histeria incontenible a la resignación. Menos yo, para mí fue arrasador, un viento huracanado, una ráfaga nocturna y helada alterando la geografía diurna de un desierto de arena.
De entrada me había llamado la atención la vestimenta de Lucy, ese color verde flúo, a quien se le ocurre, y el collar de gruesas perlas de algodón enroscadas al cuello obeso, parecía más una soga que un collar. La piel rojiza, edematizada, perlada de sudor, si tan sólo hubiera bajado unos kilos. Yo no me hubiera presentado así, soy cobarde, antes me hubiera puesto firme con la dieta de la luna o la de la sopa, pero así, en esas condiciones, si yo hubiera sido Lucy, no hubiera ni asomado la nariz. Claro que ella siempre fue otra cosa, la estética nunca le importó.
Desayuné un jugo de naranjas y tres galletitas de cereal. El recuerdo de Lucy me dejaba inapetente y con la firme decisión de vivir a dieta.
Cuando cada cosa volvió a su lugar, decidí que había llegado la hora de dedicarle un poco de tiempo al jardín. Corrí las cortinas pesadas y también las finas y abrí de par en par la puerta ventana de mi dormitorio. La luz invasora y blanca de la mañana ganó espacio, decoloró en segundos las paredes, los cuadros, el ámbar de mi piel, el lila desteñido de mi robe de chambre. Reveladora de nimiedades, de manchas disimuladas, de rayones camuflados en los muebles, de flores marchitas, de fotografías amarillentas. Cuando abrí otra vez los ojos que el flash insoportable de la luz clausuraba, salí al modesto patio que también hacía las veces de jardín, mezcla de lajas y pequeñas parcelas de césped. Moví las macetas, las cambié de lugar, limpié las hojas que habían acumulado tierra, quité las guías secas de los helechos, barrí y dejé preparado el riego vespertino. Me senté en una reposera, leí el diario con una manzana bien roja como única tentación. Me dejé mimar por el sol y me entretuve mirando una ordenada tropa de hormigas que partía en hilera desde la mata de los tacos de reina hasta la de las alegrías. No tuve ganas de preparar el veneno. Hacía tiempo que había claudicado en mi lucha diaria contra lo que consideraba un enemigo inextinguible.
El recuerdo de Lucy me asediaba a intervalos cada vez más cortos; inextinguible, como el paso de las hormigas por mi jardín. Haberlo visto a Flavio cortejándola todo el tiempo fue un espectáculo bochornoso. Con su aspecto de habitante crónico de la ionosfera, delgaducho, aislado de todos los de su edad para ir detrás de esa mujer que marchaba por el jardín como la reina de las ballenas, alta, grandiosa, monumental; faltaba que desde los pies le creciera una inmensa cola de pescado, y las perlas bamboleando y la corte de imbéciles a una distancia prudencial de su espalda espiándole los gestos, los movimientos, la pintura corrida por el sudor. Le ofrecían gin cola, margarita con hielo triturado y limón, canapés de centolla, lo que fuera. Un bochorno. Todos sabíamos que a ella le gustaba hacerse batidos en el pelo, pero lo de esa noche, eso había sido como calzarse un bonete de hada. Inalcanzable, grotesca.
Cuando sentí que ya había descansado, dejé la reposera y consideré que ése era el momento indicado para ir en busca de alimento. La heladera y la alacena reflejaban el desabastecimiento propio del día después de una catástrofe. Cerré la puerta ventana y las cortinas, acto que en segundos reinstaló la oscuridad a medias de los interiores, el color habitual y el tinte ámbar de mi piel. En la ducha canté todo lo que sabía, me animé con arias de óperas. Todo eso sin poder apartar a Lucy de mis pensamientos. Desplazándose como un globo de luz verde, Lucy y sus discípulos y seguidores; todos le entregaban margaritas del jardín que ella se calzaba graciosamente en el batido, una a una, hundiendo los tallos en la masa de pelo hasta parecer una verdadera reina; no me la podía sacar de la cabeza aunque cerrara bien fuerte los párpados y el agua me chorreara como una pequeña cascada por la cara y por todo mi cuerpo de piel ambarina.
Invertí casi una hora en mi meticuloso arreglo personal. Hasta que me sentí en condiciones de abordar el resto del día. Descorrí pasadores, quité llave a las cerraduras y cerrojos, giré la falleba que rechinaba el hierro descascarado y abrí la puerta de calle para hundirme anónima en la ciudad a mediodía. Almorcé en un bar con vista al río, La carnada. Sola, era tan fuerte la necesidad de paladear de cerca la soledad, tan huidiza en los últimos meses, desde que regresamos de Santa Teresita del Mar. El río no cesaba, una cinta inquieta moteada a trechos de camalotes, trozos de madera podrida expulsados por el deterioro de un viejo muelle, algún barco comercial trasladando mercancías, el horizonte desparejo de los árboles en la isla, una región enmarañada verdeazul, verde río, verde cielo.
Caminé desde las cercanías de la barranca hasta alcanzar las calles del centro. Avancé sin destino fijo, pensaba vagar hasta el atardecer tal y como el viento me quisiera llevar, no había metas que cumplir. Todavía me quemaban las acusaciones de Ingrid, por muchas dudas que de golpe le hubieran aflorado no tenía por qué venir directamente a mí con su cara de “vos tuviste algo que ver en esto”, y acusarme delante de mis primos, de mis tíos. En buen criollo, acusarme delante de todos. “Y con qué derecho”, pensé, “por qué no reparó en lo que hacía Otilia, que también tenía la piel de ámbar, un rato antes de la tragedia, con Lucy; por qué desaparecieron las dos entre los arbustos del parque”. Me partía el alma ver los ojos de mis primos brillando lágrimas a la luz de las farolas.
Anduve un buen rato. Subí y bajé escaleras, quería descolgarme de los hechos como un trapecista se descolgaría de lo alto de la carpa del circo. Di vueltas en redondo, en línea recta, entré en cortadas y calles sin salida; de pronto algo en mi cabeza giró sin orden ni control. Fue entonces cuando entré, como si doblara una esquina, en un pasaje nunca visto, una suerte de galería angosta que cortaba una manzana céntrica de norte a sur, seccionándola, como quien corta una fruta con el filo implacable de un cuchillo, en dos mitades idénticas. Un espacio ignoto, multitud de pequeños locales iluminados ofreciendo servicios dispares en gruesas letras góticas fileteadas sobre láminas de hierro colgando de ménsulas también de hierro: Se dictan clases de esperanto, Club de magos e ilusionistas, Aprenda en diez clases a leer el té. “Servicios inútiles”, pensé. Me detuve a mirar la construcción del pasaje, las escaleras que bajaban a subsuelos que tal vez funcionaran como enlaces para bajar a otros subsuelos conteniéndose unos a otros como cajas chinas donde yo hubiera querido perderme para siempre o al menos por unos días. La sensación inquietante de que no había un final, de que por más que lo caminaba y leía otros carteles como Taller de marcos, Trajes a medida, Filatelia o Confección de flores artificiales, el pasaje era como el río incesante, no parecía tener fin ni detenerse. Había olvidado por completo la medida de la ciudad, era incapaz de distinguir si me desplazaba en un corredor secreto o en el fragmento perdido de algún antiguo laberinto cuya intrincada herrería artística, filigranas de hierro en los laterales de las escaleras, en la parte alta de los pórticos, en las rejas, se me venían encima y las claraboyas vidriadas de colores y los arabescos en las molduras de yeso del techo altísimo semejaban un calidoscopio que cambiaba y mezclaba figuras por encima de mí. Le pregunté a un hombre que barría los desperdicios de un local de aeromodelistas, si no sabía dónde quedaba la salida. Me dijo que llevaba la dirección correcta, que avanzara siempre en el mismo sentido.
A esa altura había perdido la noción del tiempo. Me detuve a tomar un café en “La belle époque”, un bar al paso muy fin de siglo, aterciopelado y calmo. Luego de un corto descanso seguí andando en busca de una salida. Estaba segura de que en algún lugar atardecía, la luz había declinado considerablemente. A mi derecha, me sobresaltó una vidriera de animales embalsamados. Entre un conejo y una serpiente escamada y verde, un búho me miraba con sus ojos fijos amarillos y redondos, y ese pequeño detalle de la redondez de los ojos bastó para atraer la imagen de Lucy que tenía ojos de pájaro, redondos y agudos, y eso que había logrado olvidarla. A lo lejos presentí por fin la salida a una calle cualquiera y una franja de verde que me hacía pensar en una desembocadura que me arrojaría a un parque o al menos a una avenida arbolada.
Mis primos, más que Lucy mis primos con los ojos mojados de llanto a la luz del farol, Ingrid acusándome y yo abriendo los párpados despacio.
Al final del camino se abría una avenida, y era tan viva la sensación de que recorría los últimos tramos de un laberinto, que creí que despertaría en otro tiempo, que por esa calle en cuyos árboles se enredaban guías de luces blancas como guiños de fiestas de fin de año, trotarían carruajes llevando damas de miriñaques y caballeros de sombrero de copa. Pero sólo fue un hechizo, la tesis de un ilusionista abriéndole esquinas inéditas a la realidad, porque lo que me había parecido la arboleda de un parque era nada más que un descolorido toldo verde destacando sus contornos con una iluminación festiva a contrapelo del almanaque, y en vez de carruajes circulaban vehículos comunes por una calle cualquiera. La gente no vestía miriñaques ni levitas sino ropa de todos los días y yo me entretenía enhebrando todas estas consideraciones porque no sabía adónde ir ni por donde circular para no sentirme acosada.
Como ya dije, el único resto positivo de lo sucedido era que ya se podía considerar materia viva para los historiadores del crimen. Pero yo todavía sentía el mismo dolor y el mismo temblor que me habían doblegado esa noche cuando me llevaron hasta allí, cuando a pesar de que había cerrado los ojos con fuerza y no los quería abrir, al final la vi a Lucy boca abajo como una boya en el medio de la pileta olímpica, con la ropa de gasa verde flúo flotando a los costados de su cuerpo y las perlas atadas en la nuca, los brazos en cruz, hinchados, la piel pálida, decolorada, y las margaritas que se le desprendían del pelo y se ubicaban formando una inesperada corona rodeándole la cabeza y mis primos que lloraban en silencio unos metros más atrás, ahora a la luz de la luna. Yo no quería ni mirar, tenía miedo de ponerme a gritar hasta morirme. Pero Ingrid me acusó con el desparpajo al que nos tenía acostumbrados. No hubo escapatoria, y entonces volví a mirarla sobre el espejo de agua azul como una gran planta verde y me abracé a mis primos y les dije llorando, la voz quebrada, que Otilia esto, que Otilia lo otro. Pero ya era tarde, Otilia se había volatilizado. Inútil encarar la búsqueda.
PÁGINA 24 – ENSAYO
Lejos es un doble silencio.
Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires/Argentina)
de su serie Diálogos con el otro.
La soledad es una flor de trapo, afiche de rostro lengua afuera, torpe burla a uno mismo. Aguachenta nostalgia que pretende, ilusoria, recuperar esa calle que tendría una ventana con el misterio invicto de aquella mujer pálida que miraba la tarde con sus ojos de agua. Porque yo soy de ahí, mi calle era esa calle sin vereda de enfrente. Un umbral de los trenes sin anuncios siquiera que cada desmemoria es una sombra astuta. El tiempo que transcurre es intuición difusa de ronda planetaria, negadora de nombres, borradora de rostros. En aquel lugar lejos me parió algún silbido vértice de una estrella, y hoy ni llega a tristeza esta nave perdida mar arriba. Duele ser cautivo de esta memoria amotinada, intrusa que desecha conciliar con el olvido. Y más cuando allá afuera esa sombra que crece repite un tango lloviznoso, y un rostro ya lejano se suma a esta nostalgia de trago y cigarrillo. Agobio, diálogo con la nada, licor del solitario
No quiero molestarlo pero, ¿eso no es muy repetido?
Si, es el regodeo en reiterarse; pocos eluden palabras que a veces nunca fueron un hallazgo.
¿Eso no le suena a cuento?
Hay algo siempre imbatible. Es esa constante en participar de un tablero gigantesco, de movidas elípticas y veloces.
…de movidas confusas que se enciman y contradicen. Ya lo escuché….
Es que de el juego de contradicciones y memoria se encima lo vivido con lo imaginado. ¿Me permite seguir?
Por supuesto.
Fue muy breve mi tiempo de jugar a la vida y hallarme en este exilio sin una sola llave de violentar cerrojos.
Se va yendo la tarde y su sombra que asedia se borra en ella misma. Lo demás es constante; de algún techo lejano en mi lugar del mundo, esa calle que busco, volarán al ocaso unos gorriones pardos clausurando el paisaje. Postal presurosa que apenas imagino y es doble mi silencio.
-¿Usted no presiente que abruma con eso del exilio?
-Todavía no. El desarraigo y la nostalgia le dejan una marca al trasterrado, y si eso sólo fuera una invención de escriba jamás existiría.
-¿Quién impone el contar?
-Sería una larga historia, pero la humanidad podría interpretarse en sus migraciones por hambre. Es eterno el gentío que huye del hambre, perdidos en la inmensidad detrás de una comida. Esa constante estableció maneras, convivencias y luchas, y a esa reiteración histórica primaria hoy mismo, quienes comen y cada día, le fijan reglamentos. Nosotros aquí y los hambrientos allá; una aceptación de que la especie persiste en la animalidad.
-¿Me dirá alguna teoría sobre la evolución?
-Ni soñando. ¿Le permite seguir a mis reiteraciones?
-Naturalmente, son suyas.
-Gracias.
PÁGINA 25 – CUENTO
En blanco y negro
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
María Rosa en ese tiempo se vestía de negro, se pintaba las uñas negras y se ponía lápiz de labios oscuro. En esas épocas era el negro y la oscuridad en los vestidos, en la línea espesa alrededor de los ojos, en la sensación de un futuro amenazante.
Las amigas no le decían María Rosa, le decían “Niebla”. Ella había elegido que la nombrasen armonizando con esa su sensación difusa de una realidad que la envolvía pero no alcanzaba a definirla. Quizás se vestía de negro para volverse visible violentamente en el día y para diluirse en las sombras nocturnas.
Quizás se mantenía pálida para ser luna en tanta noche. No hubiese sabido decirlo en esos tiempos, nada era fácil de decir con palabras, quizás por eso lo decía con tanta claridad con otros lenguajes más flexibles.
En esa su adolescencia María Rosa trató de hacer coincidir nombre y persona, vestimenta y estado de ánimo, realidad y expresión de esa realidad. La madre de María Rosa veía a su hija disfrazada de dark. Niebla era auténtica.
Después, claro, vino la vida. Se disipó. Con el tiempo comenzó a vestirse como todo el mundo, tuvo dos hijos, aprendió a decir lo más conveniente y lo aceptable.
Alguna amiga a la vuelta de los años le dice “Hola Niebla”. María Rosa en esos casos sonríe avergonzada.
PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Oswaldo Roses (Torremolinos-Málaga/España)
Ahora me doy cuenta
"Me mueve el quererte"
Estás hecha de amor de la piel a la médula,
de tú, de tú, de amor infinito, amor mío;
estás hecha de amor del que no muere nunca
mientras lo quiera, sí, testigo de ti, sueño.
Inventándote estoy, en el recuerdo alerto,
naciéndote y además reviviéndote flor,
entre la eternidad para la presente mano,
sed para mi suave caricia, ¡llama verde!
Tú eres el preciso ya en cuanto respiro,
el viento mío, la raíz de tales astros...,
ésos que me embelesan tan desnudamente
hacia ti, como mar al sur del corazón.
Y dime azul porque de él viva, camine,
dime aquí eso, mientras lo mecen los días
que la fe se me ha vuelto ya nombre mirándote,
por la misma belleza, saltando al volar.
Estás hecha de amor de la piel a la médula,
de calada piedad y pasional relumbre
obstinado, el refluir de retoñable seno...
o de yemas de lluvias que más se te duermen.
Tú, eres cumbre en selva de quien la encuentra,
talismán de desmayo en una encantación,
dulzura, por el beso de ésas sabanas,
en la espumosa erótica de sus revuelos.
Verte es lo que me grita la noche tu vida
con ciegos sus presagios, con todos sus ángeles,
con tuyos sus regalos e himnos extasiados
a pulsos avanzados nuestros, contra el odio.
Ay bien, ay bien, enfermo de luz enseñada
y de certeza: color al hombro de la ausencia
imposible, tremendamente por leyenda
de las melisas que se prohibieron morirse.
Tanto conduces tú de la piel a la médula,
de arrollante alegría hacia una primavera,
virgen del Caos, dulce de todas las formas
que vasto rapto quiere de lo bello creándote.
Tú eres por la suerte de los lunes rojos,
por las flores jugando con sus sobresaltos
al celo, por la clorofila de las nubes
libres, por los rezados niños en domingo.
Avancemos, mujer mía, spleen de nada,
ahora me doy cuenta de que la pobreza
nos guarda el siempre queridísimo a destajo,
el ritmo de la pura ternura... invencible.
Seremos un coraje y cansancio perfecto,
cuyo dar es rehecho de tantos encantos,
la red de los dibujos de algún horizonte,
y ondas la felicidad de las sirenas.
Seremos aun sorpresas, como quid que enjoya
de labios, como niño rayo de la sangre
mestizando la tierra de ruego, energía
de antaños crecimientos de más libertad.
Mira, mira, amantísima mujer, ¡sí!, mira,
la razón se ha entornado al Sol, casi utopía,
casi febril espejo, casi tu semántica
de la risueña transparencia de lo inmenso.
Amor, es que me llora el olvido, y lo íntimo
me deja, me improvisa como un ver allende
tantos siglos, así, como un tú secretísimo
del que ya me doy cuenta, ¡ya!; como... un cielo.
Quisiera hablar del sueño que nunca se termina
Quisiera hablar del sueño que nunca se termina...,
azul de algo dibujado siempre en tu frente,
como una ciega luz, siempre dulce y femenina
que todo por amor da, a ti, enamoradamente.
Quisiera irme al sabor ya de tu silencio amigo,
a la sed de tu sur esperando con el viento
junto a la alegre calma que juega por el trigo
enduendeciendo así la verdad del sentimiento.
A frenesí quisiera sonreír con tu sonrisa,
ser pura libertad con valor de tu mirada...,
tocar tus ojos suaves, hacia dentro, sin prisa,
como acaricia acaso ilusión imaginada.
Y levantar la vida con la sutil manera...,
a ternura de flor, a milagro de mañana,
a perfección de lluvia, verticalmente fiera,
por la pasión del beso que contra lindes gana.
Para que cada cosa vea el amor profundo,
para que cada brillo perfume nueva estrella
a un corazón, esté donde esté –quizás– el mundo,
para que cada abierta caricia sea más bella.
Quisiera desearte en el recuerdo infinito...
y que una ingrave desnudez pronto te irradie al
presentimiento enajenado de mi audaz grito
del sólo este amarte que te hace inmortal.
Para que el mar se vuelva hacia sus ritmos de rosa,
y que esa niñez de la luna se te duerma
entre la música de la nostalgia, ardorosa,
y la archiarquitectura del olvido..., no yerma.
Para que la palabra –aun– sepa amor sediento,
y que ya jamás nada no se encuentre con su
seguro corazón, encanto de acercamiento,
corazonado e incorruptible imagen o tú.
De Dios
Pregúntale hacia qué lugar morimos
y, si pudiera ser, de qué morimos.
Vete más allá de las palabras;
acaba antes con lo que estás haciendo,
con el inútil cansancio, acaba con todo eso, ya por hoy.
Dígale que está la vida aquí,
en este mundo, y nadie se acuerda de ella;
dígale además que aquí todos se creen sabios sin probar nada,
sólo por mediación y por influencias, ¿a que es facilismo y cinismo?.
Pregúntale ―aunque no te dé una respuesta, en fin, no importa―
si la luz puede morir
o puede matarse.
Las palabras
Las palabras gritan debajo de los silencios,
la palabra invierno con su amor,
la palabra patria con su lágrima invencible,
la palabra hueco con su persecución sin senda,
y la palabra olvido para la sangre que cae y cae.
La inocencia es misteriosamente luz.
La palabra siempre está con su calma desgastada,
la palabra hola ahí con su horizonte secreto,
la palabra palabra aún sigue con su violencia de
sobreexistencia,
la palabra yo, que se exprime sin por qué,
con su errancia hacia ninguna parte.
En un día tan solo...
no hay siquiera palabras para nombrarte;
ni flores para adornar un recuerdo;
ni al menos esos tan improhibibles sortilegios de la luz
para desnudarte.
¿Qué puedo hacer con tanto silencio?,
¿qué puedo hacer con el silencio?,
¿qué puedo hacer que no sea
más que el silencio?
Ulises Varsovia (San Gall/Suiza)
Adormideras
En la paz de las adormideras,
desplegar, de súbito, las alas,
y dejar de ser y seguir siendo
en la transposición cardinal
de tiempo y conciencia terrestres.
Así como si ni origen ni rumbo,
como si ni destino ni nenúfar
en la amnésica nebulosa urdida
en torno a la luz y a lo viviente.
Adentro de mí, y de mí ausente,
errante por mí en la obnubilancia
de renuncia y negación, de cancela
y cerrojo en la hermenéutica
del ser de sí mismo despojado.
Toda una larga historia del efímero
gusano encerrado en su capullo,
hilando, tejiendo su indumentaria
de sueños despiadadamente rotos,
despiadadamente terrenales.
En el follaje de las adormideras,
el indefinible especimen astral
jocundo de lúcida ceguera,
ebrio de un narcótico intemporal
en la órbita de lo inenarrable.
La realidad tu capullo infranqueable,
tu celda monacal sellada.
Pero un sólo golpe de adormideras,
una inhalación de aromas órficos,
y tu estúpida conciencia trascendida,
tu regreso a la amnesia original.
Alta tarde
Hoy las seis de la obscuridad
del señor otoño,
hoy las tardecida y tantas
de su rodaje humedad,
y nadie sonoridad,
nadie entreabiertos ojos
o lentas guitarras.
Hoy las innúmeras y altas,
hoy las ya irreconocibles
del tráfico astral,
lentas, lentas sus pisadas,
y perdiéndose en la urdimbre
de la niebla abismal.
Las seis de la desbandada, las tardías del corazón:
señor otoño, piedad
en las tantas que otredad,
pasando por el reloj
de horas malhadadas.
Las póstumas, las desnudas,
las temblorosas de frío
en la intemperie astral:
hoy lentas, hoy inconclusas,
hoy suma de los destinos en el sino monacal.
Hoy las dieciocho crecientes,
hoy las totales menguantes,
hoy telaraña humedad:
Señor otoño, piedad
a las tantas de la tarde,
a las nunca de la muerte...
A lo obscuro de lo viviente,
a lo trágico de lo errante,
a lo eterno de la humedad.
Argamasa astral
Pan de opulento trigo
en estrépito solar
amamantado,
en rubia radiación astral
de linfas remotas
en desbandada,
de ti harina solar
y rubicundas enzimas,
de ti dones de alquimia
terrestre enraizada
en lo torrencial del agua,
en lo eléctrico del humus,
en lo proteico del limo
de ubres arreboladas,
en tus fibras el tropel
de celéricos corceles
a galope por la sangre,
en tu corteza el fuego
telúrico y astral
de llamas desbordadas.
Penetrar en ti a mordiscos
con ansiedad de eremita
largamente en celibato,
hundir en ti el deseo,
y derramar la libido
en tu follaje sexual
de aroma estupefaciente,
pan de argamasa astral.
Desgarro astral
En la lengua de un pueblo extinto,
canta esta tarde, último cantor,
último laúd oracular
sacudido de efluvios celestes,
cruzado por ondas estelares,
canta, canta en tu desgarro astral.
Canta en tu diseminada voz,
en la tarde propiciatoria
recogida en tu garganta
con todas las sílabas muertas,
con todo el vigor diasporal
de una lengua irrecuperable,
de un pueblo asesinado en ti.
En la tarde de infantes difuntos,
en la tarde de doncellas muertas,
con tus utensilios rituales
canta, rapsoda crepuscular,
canta, oráculo viviente
transido de cósmica ebriedad,
transido de estelares ondas,
sacudido de un magnético elán.
Tuya la arquitectura lírica
de una lengua rota en astillas,
tuyo el legado sacramental
de un pueblo extinto persistiendo
en tu voz de onírico cantor,
tuyas las llaves de la poesía.
Con ese ajuar de gruta sonora,
con esa lira de extinto metal,
canta en la tarde propiciatoria,
canta último, postrer rapsoda,
canta, canta tu desgarro astral.
PÁGINA 27 – ENSAYO
La relatividad del horror
Por José Antonio Lugo (Distrito Federal/México)
El 8 de agosto de 1945, Elías Canetti escribió en su Diario: “La materia está rota; el sueño de la inmortalidad, hecho trizas; estábamos muy, muy cerca de hacerlo verdadero. Las estrellas que habían llegado a estar tan cerca, están perdidas ahora. Lo más pequeño ha vencido: paradoja del poder. El camino que lleva a la bomba atómica es un camino filosófico: hay caminos que llevan a otras partes, caminos no menos seductores. Oh, tiempo, tiempo para encontrarlos: a lo mejor has perdido catorce años en los cuales hubiera sido posible salvar algo. De ahí que nada te distinga de aquellos que en estos mismos catorce años han estado trabajando para la destrucción”.
El Dr. Aue, protagonista de la novela Las benévolas, de Jonathan Littell, afirma: “Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No estoy arrepentido de nada; hice el trabajo que tenía que hacer, y ya está. Estoy escribiendo estos recuerdos para activar la sangre, para ver si puedo aún sentir algo, si todavía sé sufrir un poco. Curioso ejercicio. Decir que al frente de ‘las atrocidades’ se halla una minoría de sádicos y de trastornados, es, como espero demostrar, una ilusión que consuela a los vencedores. Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores”.
El Dr. Aue ha amado a su hermana y, al no poder continuar con ese amor, ama o se deja amar por los hombres. Es un criminal, un asesino y un hombre culto. Reclutado por las SS, llega a teniente coronel, vive la liquidación de judíos y comunistas en Ucrania y el espanto de Stalingrado. En una escena dispara y dispara y dispara, hasta que un subalterno lo hace a un lado y el narrador confiesa que su brazo seguía moviéndose como un autómata, obsesionado por la muerte. Una bala atraviesa su frente y salva la vida sin merma de su inteligencia. Mata a su madre y a su padrastro y no lo recuerda y no logran comprobarle nada, pero mata a sus sabuesos, y luego a su mejor amigo. Ve caer el III Reich en Berlín. Parece indestructible, y lo es. Es el sobreviviente de Canetti, que sigue vivo para describirnos el horror, desde su nueva vida burguesa, vigilando unos telares. Nos lo cuenta sin culpa, sin remordimiento; su somatización es una diarrea y un vómito continuos. La novela nunca deja de conmovernos y de asquearnos, por partes iguales.
En una larga entrevista, Littell afirma: “La cultura no nos protege de nada. Los nazis son la prueba. Puedes sentir una admiración profunda por Beethoven o Mozart y leer el Fausto de Goethe, y ser una mierda de ser humano. No hay conexión entre la cultura con C mayúscula y tus opciones políticas o éticas (…) Nuestra sociedad se desliza por la memoria que le queda de haber formado parte de los buenos. Vive de los restos. (…) Yo no creo en la esperanza. No tengo esperanza en nada. Si nos fijamos en el mundo, todo es un horror. Ser una persona decente se pone difícil. En Occidente creíamos que habíamos encontrado un equilibrio, pero para el resto de la humanidad, la vida es una pesadilla”.
De un lado Canetti, el humanista, el guardián de la tradición, el sobreviviente durante muchos años del esplendor del Imperio Austro-Húngaro; del otro lado, Jonathan Littell, un joven de 36 años que escribe una novela que gana el Premio Gouncourt, un hombre sin esperanza. Todo esto me recuerda una obra de teatro de Ionesco, El asesino sin escrúpulos. Un asesino mata cada noche en una plaza a alguien. El humanista se topa con él y trata de entenderlo. Le dice mil y un discursos: Seguramente de niño te maltrataron, te puedo entender; o eres un nihilista y luchas contra el poder, te comprendo; o lo que haces es fruto de tu odio, no eres culpable. Las palabras no sirven. La obra termina cuando el puñal del asesino sin escrúpulos cae en el corazón del humanista. ¿Visión pesimista? ¿Y Darfur, y Serbia, y Ruanda, e Irak? El horror y la muerte, la belleza y lo sublime son parte de lo humano. Como especie nos conforman y nos habitan, por partes iguales.
jalugog@prodigy.net.mx
PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Edmundo Farolán Romero (Manila/Filipinas)
Tres soledades
1.-Lluvias madrileñas
Lluvias que caen.
Gentilmente.
Mírame y dime...
¿Mis anhelos?
¿Guardas mis anhelos?
Estas palabras sin sentido.
Pastas de una existencia...
arrebatada angustia,
dolores hambrientos:
sólo yo en un esfuerzo
reflejado por esta blanda inspiración
que huele a tabaco;
angustia cómica,
tierra amarilla por el sol,
brisas verdes,
blancas flores flotando en el éter,
perplejidad sonriente,
rimas perdidas,
poesías vacías,
árboles que en silencio susurran...
lluvias que caen gentiles...
2.- Madrid 1966
Se cuelgan,
se reflejan en otoño...
la luna reflejada en el río,
las casas colgadas eternamente...
tristes amigos, ¿dónde estáis?
los vientos de Madrid soplan los recuerdos,
las risas, los amores...
negras colinas
hojas amarillas
sonríen en otoño…
3.- Soledad 12
Soledad,
cuando mi traje azul se mezcla con el cielo,
cuando las sombras de España se alumbran,
cuando te vas, cuando me voy,
cuando sueño con mi infancia,
cuando los diálogos interminables
terminan con una sola palabra eterna.
Soledad,
En mi triste soledad
En estos comienzos de mi juventud
Aquí en España
Anhelando a mi triste Filipinas
Soledad,
Soledad....
Ioana Trica(Grindu-Ialomita/Rumania)
El tiempo con rostro extraño
Era un camino devenado como
un largo recuerdo
por donde iba yo cada noche
colores de piedra
y de madera
dibujaban sombras
sobre el rostro del mundo
encarcelado
en los rincones moviéndose
de los tiempos
un sueño encerrado en
una concha de hielo
desde lejos
el tiempo con rostro extraño
me miraba desde un país
forastero
Pájaros
Círculos de luz
llenan este espacio vacío
que nadie contiene
pájaros
como pensamientos olvidados
pasan por ahí cantando
una canción de otro mundo, blanca y alta
y desaparecen dentro un inmenso árbol
como una nube surgida
de la nada
en este espacio vacío
desconocida
una ola de ángel
vibra todavía
Mi patria feliz
Mi patria feliz
y su imagen celebrada
esos últimos tiempos
yéndose
hacia una meta indefinida
la imagen cantada
largamente vacilante de mi patria
se desmorona sola
en miles de astillas
y cada uno de nosotros
lleva una en su alma
El umbral negro
Desde un cierto tiempo
me tropiezo con el umbral negro de las ilusiones
porque he demasiado querido
demasiado negado
una ola invisible moja
mis rodillas
y tengo frío y sueño
el mundo se retira en un cordón de agua
donde solo mi pensamiento
o lo que queda de el
tiene todavía sitio
La Cena
Me callo como una serpiente
como un caracol
como una tortuga.
Demasiado hablé
ayer
hoy me callo
Os dejo
cebarse de palabras
masticar silabas
embriagarse de sonidos
rumiar términos
Yo, me callo y espiritualizo
comiendo pan seco
pan y tomates
pan y uva
a la Cena del pobre
Jesús viene desde ahora
de vez en cuando.
El rey de los pájaros
A Attar, poeta persa del siglo XIII
Rodeado de su propia luz
Duerme Simurg
Rey de tres mundos :
Del fuego del aire y de los pájaros
Rey del sol de mediodía
del sol de medianoche
del reino de ninguna parte
y de cualquier parte
Sus alas gigantes
a través mis cielos
me dejan un único lugar
para mirar
la danza redonda del tiempo
y de mi estación
Cubierto de su ala de luz
duerme Simurg
rey y pájaro de tres mundos :
del fuego del aire y de la gente
Así duerme
Simurg – Señor
del ultimo cielo
Traducidos al español por François Szabó
PÁGINA 29 – CUENTO
Nikita
Por Patricia Suárez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Yo fui el que encontró el cuerpo de la niña Lena Zakotnova a la orilla del río Grushevka, el crimen que luego se llamó el primer crimen del Camarada Chikatilo. Me llamo Nikolai Maxímich Polzicov, me dicen Nikita; tengo diez años y estoy en el quinto curso, el próximo año estaré en el sexto y seré todo un éxito, así lo ha anunciado la maestra Fedorovna, que es una mujer que mira a la clase con aire grave y nos trata de usted. Fue así: esa tarde yo acababa de bajar el puente Grushevski para ir a un sitio que conozco entre los sauces llorones a hacer rebotar piedrecitas contra el agua; es un sitio fenómeno para eso; luego iban a venir mis amigos Oleg, Abramka, Ygor, que es un tonto, Solomon, Boris y algún otro, y Leonid Yeremíach que es mi mejor amigo, y a lo mejor nos poníamos a jugar con la pelota o seguíamos rebotando piedrecitas a ver quién más y más lejos. Yo no sentí ningún miedo, no soy ningún miedoso, Leonid puede dar fe. La niña en la ribera del río estaba en una posición muy extraña; luego que me acerqué, ví que era porque tenía echado encima un capotito de piel de castor y debajo estaba toda desnuda. Entonces corrí cuan rápido pude hacia la calle Soviet y cuando llegué grité y grité hasta que alguien me prestó atención porque aquí los mayores nunca le prestan mucha atención a los niños. Un grande se paró y me preguntó: “Camarada, ¿qué pasa?”, y yo expliqué que había visto a la niña muerta allí abajo, desnuda, tapada con un capotito de castor y con el cogote cortado como una gallina. Después Oleg y Boris y los otros dijeron que yo había gritado de susto porque le vi la cosita a la niña. No, señor, yo no sentí nada de miedo; no soy de los niños que se asustan por ver la cosita: eso sólo le pasa, que yo sepa, a Ygor, que es tonto.
En casa mamá se puso a gritar y dijo a papá que nunca debimos dejar Rostov del Don que es la ciudad donde vivíamos antes para venir a pudrirnos aquí, a Shajti, que es donde vivimos ahora y está lleno de asesinos. Además, chilló que ella teme por Anushka, que es mi hermana y tiene doce años para trece y fuma a escondidas. Papá le dijo que enviara a Anushka a casa de la abuela Raisa en Leningrado -que antes se llamaba Petrogrado, y antes todavía San Petersburgo-, si así se iba a sentir más segura, pero mamá le contestó que nunca mandaría a Anushka a un antro de perdición como es la casa de su suegra, porque allí la iban a echar a perder llevándola a bailes y mi hermana es aun una niña. Entonces papá se molestó y le dijo que la encierre a Anushka bajo llave en el cuartito y la ponga a jugar con las muñecas, y mamá chilló esta vez que Anushka ya es una mujer para andarse con trapitos y muñecas. Mientras peleaban así por Anushka, Anushka estaba patinando en el hielo junto a la puerca de Svetlana, la niña cuyo padre es tan rico que nunca se sabe qué cosa regalarle en los cumpleaños porque lo tiene todo. Luego se quemó la sopa de remolachas que mamá había preparado, vino un humo muy negro y denso de la cocina, y así pelearon por la sopa si bien mamá no dejaba de decir que si papá no la sacara de las casillas y viniera a su hogar al horario en que debe venir un padre, la sopa no se hubiera quemado jamás.
Una cosa que me gustaba de Rostov del Don es que siempre se llamó Rostov del Don. No es como otros sitios: Nizni Nóvgorod se llama ahora Gorki por el camarada escritor Maksim Gorki, y Simbirsk cambió por Uliánovsk en honor a nuestro padre Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; y Volgogrado se pasó a llamar Stalingrado y luego se arrepintieron y le volvieron a poner de nombre Volgogrado en 1961. Los mapas rusos son un incordio y no es posible estudiar geografía así, lo dice siempre Boris, que además se apellida Humbertmann y es un eslavo puro; lo cual no tiene nada de particular porque en la clase tenemos también un Ivanov que es alemán. Cuando yo era bebé me llevaron de excursión a Volgogrado, dicen, para que viera el embalse Tsimlyansk en que trabajó mi padre cuando joven. Mientras construían el muelle número trece de día trabajaban y se llamaban unos a otros camaradas; pero en cuanto llegaba la noche se bebían vodka o un vino caucasiano que se llama chijir, cada uno una botella por lo menos y así borrachos se llamaban entre sí padrecito y hermanito y le oraban a San Vladimiro que era el santo nacional en la época en que Rusia tenía Dios y Dios nos oprimía. Papá a veces dice: “¿Por qué pecados ha sido castigada Rusia con tales estaciones de autobuses y de trenes y aeropuertos?” Mi mejor amigo Leonid Yeremíach explica que eso que papá dice significa en realidad que papá no es tan ateo como quiere hacer creer, sino que cree en Dios en el fondo de su alma y por eso andamos oprimidos y el sueldo que él trae nunca alcanza para nada.
Mi amigo Leonid Yeremíach también tiene una hermana con la que riñe todo el tiempo y hasta tuvo que amenazar a sus padres de que o ponen en vereda a Olenka, la hermana, o él se marcha de la casa para siempre. Leonid piensa que el mejor sitio a donde escaparse es a Oklahoma, en los Estados Unidos, o a casi cualquier otro sitio de occidente. Él afirma que eso que dicen de la decadencia de occidente es una mentira y lo afirman nada más que para meter miedo. Una forma que él encontró para hacer dinero es hacer pasar a Oleg, a Abramka, a Ygor -¡qué tonto es!-, a Solomon, a Boris y a algún otro, a espiar a través de un agujerito que él hizo en la pared de su cuarto, cómo su hermana Olenka hace pis en una bacinilla. Cuando la cosita de Olenka se ve bastante bien, los niños pagamos con una moneda a Leonid y asunto terminado. El tonto de Ygor la primera vez que la vio salió gritando y así nos descubrió a todos delante de Olenka que dijo entonces que se quería morir y armó un gran escándalo; por lo cual ahora Olenka le cobra un porcentaje a su hermano Leonid. Todas estas son costumbres decadentes de occidente, pero a Leonid no le importa un pito, porque cuando él viva allá se comprará su propio barco y sólo muy de vez en cuando navegará hasta el Azov nada más que por acercarse y dejarnos sus saludos. Olenka no es ninguna cochina, dice Leonid, porque ella lo hace por dinero y no por gusto. La cosita de Olenka tiene ya unos pelos rubios y Solomon y algunos otros pidieron a Leonid si nada más por variar podría conseguirnos una niña que mirar que tuviera la cosita de otro color. También vimos a la madre de Leonid hacer sus cosas en el baño, sólo que ella la tiene muy peluda y eso nos hizo impresión y además Leonid nos cobró el doble porque la madre vale más que la hermana, dijo. Boris y los otros le echaron en cara que es un puerco. Oleg trajo una revista alemana hace poco y allí todo es diferente a cómo Olenka; luego a Abramka se le ocurrió ponerse un pedacito de espejo en la punta del zapato y charlar así con las niñas como quien no quiere la cosa; de esta manera les vemos las bragas. Claro que esto no es lo mismo de divertido, pero la gracia está en que las niñas no se den cuenta de nuestra maniobra o bien en darnos cuenta nosotros de si la niña sí descubre nuestra maniobra pero se deja mirar porque es una cochina.
Anushka tiene preparado ya un vestido para su muerte; me lo mostró y es uno bien bonito que perteneció a la tía Sofía, esa que no sabemos a ciencia cierta qué cosa pasó con ella, si se fue de Rusia o qué. Yo veo que el vestido es blanco pero Anushka dice que no lo es, que es de color manteca o de color hueso. El asesino, a quien llaman “el carnicero de Rostov”, según contó la puerca de Svetlana, ofrecía a Lena Zakotnova chicles extranjeros y la muy estúpida parece que le aceptaba; así fue como el asesino entró en contacto con ella y un día la mató. Lo de muy estúpida lo agregó Svetlana porque a ella no se le mueve un pelo por los chicles extranjeros ya que ella lo tiene todo. Mi hermana Anushka dice que ella en cambio no podría resistir la tentación de aceptar un chicle extranjero si alguien se lo ofrece, de modo que ya preparó su vestido para la muerte por si acaso el asesino la mata. Anushka pidió que no lloráramos mucho cuando nos enteráramos de la noticia de su muerte (está convencida de que todo el mundo siente por ella un cariño demoledor). Dispuso que en el ataúd la vistan con el viejo harapo de la tía prófuga y le coloquen dos monedas de las de antes, de un rublo, sobre los ojos para que descanse en paz y tenga con qué pagarle al barquero que la cruza el Volga o el Don, no recuerdo cuál, hacia el reino de los muertos. Debe ser el Don; en la clase enseñaron que en el tiempo antiguo para los tártaros y no sé para qué otro pueblo más, en una orilla del Don estaba Occidente y en la otra Asia. Ignoro a quién pertenece entonces el reino los muertos; a lo mejor es soviético, no lo sé. Ya me hice un lío con este asunto.
Sucede de la siguiente manera eso que los grandes llaman “acostón”: el hombre mete su cosito en el agujerito que tiene la mujer, y es como un imán a propósito para eso, y allí el hombre se descarga. No sé bien qué quiere decir que se descarga. Luego el hombre entristece todo el día y no le dan ganas de pensar en nada ni de hacerse problemas y, o bien se echa a dormir o se queda muy compungido y no soporta que le llamen “camarada” salvo si lo invitan a beber a una taberna. Esto es así porque el alivio no dura mucho y la ansiedad dura siempre. La mujer, en cambio, se levanta y hace como que aquí no ha pasado nada, se alisa la falda y se pone a hacer un niño dentro de su vientre; nueve meses después se saca al niño de la cosita como a un conejo de la galera. Esto es lo que se llama “un matrimonio”, donde si no fuera por los niños que vienen a consecuencia del “acostón”, la mujer pondría al hombre de patitas en la calle; así lo explicó Solomon cuyo padre es médico especialista en el asunto. Esto dura toda la vida, y para el hombre es una maldición, pero para las mujeres no porque se conforman con los niños y nunca tienen tiempo de sobra. Hasta que se vienen viejos, es decir hasta la edad de 30 ó 40 años, todos los “matrimonios” hacen eso. Boris le dijo a Solomon que esto era mentira y que sus padres no hacían esas cochinadas entre ellos; a lo cual Solomon replicó que entonces el padre de Boris lo haría con alguna puerca de la calle. Boris dijo que eso era una mentira aun más grande, porque su padre era un miembro del partido, honesto, y nunca hacía cochinadas con nadie; y Solomon siguió emperrado en que es imposible dejar de hacer cochinadas, y entonces Boris le dio de cachetazos hasta dejarle la cara bien roja, y luego Oleg le pegó a Boris porque Solomon es su mejor amigo y nadie tiene derecho a pegarle a Solomon si no es con el permiso de él, y ahí se animó Abramka y le dio de patadas a Oleg porque es un maldito tirano decadente y ahí nos metimos todos y se armó una de golpes que estuvo fenómeno; solamente Ygor se puso a llorar como un marrano, ¡él es muy tonto!
Hace dos noches que me quedo apostado a la puerta del cuarto de papá y mamá y no parece que hagan entre ellos ninguna cosa; mamá lee un libro en francés o en ruso y papá fuma y luego se duermen muy lejos uno de otro, para que ni siquiera por accidente suceda el acostón. Papá dice que es propio del espíritu de nuestros paisanos preguntarse si hay un Destino que hace que las cosas pasen o si las cosas pasan por sí solas como por accidente o si el hombre hace su Destino y el accidente no existe; si los rusos creyeran esto último, piensa mi papá, no serían tan jugadores y menos existiría una clase de juego que consiste en ponerse una pistola cargada con una sola bala sobre la sien y luego disparar. A veces se muere y a veces no, cuando no se muere se gana mucho dinero gracias a la apuesta y cuando se muere mira uno desde abajo cómo le crece encima el pasto. Al fin y al cabo, nada puede ocurrir peor que la muerte, dice mamá que leyó en su libro, ¡y la muerte es inevitable!
Sólo se lo confié a Leonid Yeremíach porque es mi mejor amigo: con un junquillo de la orilla del río Grushevka levanté el tapadito de piel de castor que cubría a la niña Lena Zakotnova, y entonces vi que estaba desnuda, muy pálida y rara, y donde está la cosita había un gran desgarrón, con el compartimento de hacer niños, como le llama Solomon, roto; las rodillas las tenía en una posición extraviada como si hubieran deseado marcharse de ese cuerpo y lo mismo los pies. Me fijé en su rostro que no parecía por entero suyo porque estaba muy herida en torno a los ojos y tal vez ni siquiera los tenía; yo no sentí ningún miedo, no soy ningún miedoso, porque ¿qué puede ocurrir peor que la muerte?, ¡y la muerte es inevitable!, pero yo me pregunté: ¿qué necesidad tendría el asesino de llevarse los ojos de Lena Zakotnova? ¿Para qué quería él un par de ojos? De verdad que no estoy del todo seguro de que no puedan ocurrir cosas peores que la muerte. Entonces corrí cuan rápido pude hacia la calle Soviet y cuando llegué, grité y grité hasta que encontré a Iosiv, el oficial amigo de papá, que se paró y me preguntó: “Camarada Nikita, ¿qué pasa?”, y yo expliqué que había visto a la niña muerta allí abajo, desnuda, tapada con un capotito de castor y con el cogote cortado como una gallina. No dije nada acerca de los ojos de Lena Zakotnova, ni de su cosita; era mejor dejar que cada uno lo averiguara por sí mismo.
PÁGINA 30 - ENSAYO
Lenguaje y Lengua
Por Camilo Valverde Mudarra (Alcalá la Real-Jaén/España)
El lenguaje es un fenómeno social que generalmente se confunde con la lengua; pero, no son lo mismo.
Diversos autores, desde la antigüedad, han tratado de explicar el lenguaje. A lo largo del tiempo, muchos estudiosos, de acuerdo con la tradición filosófica, han denominado lenguaje a la capacidad que tiene el hombre de establecer comunicación mediante sig¬nos orales y escritos. Para hacer realidad tal capacidad, se necesita disponer de una lengua. Así, lengua es "todo aquel instrumento que sirve para expresar ideas" o "el sistema de signos que se emplea como medio de comunicación". Se puede deducir que todos los órganos pueden servir para producir un lenguaje: la música, la risa, el llanto, las manos; y también, objetos: banderas, pañuelos, abanicos... han creado lenguaje. La misma tradición filosófica postula que las lenguas humanas consti¬tuyen un lenguaje especial y diferente a los demás, pero sin demostrar nunca donde reside su especificidad. El lenguaje presenta diversas manifestaciones en las distintas comunidades de la tierra, tales manifestaciones se denominan lenguas o idiomas.
La lengua es un producto social y un conjunto de convenciones adoptadas por una comunidad lingüística que utiliza la facultad del lenguaje. Es decir, una lengua -castellano, ingles, gallego o chino- es la manifestación particular en una determinada comunidad de indivi¬duos de esa facultad general y especifica de los seres humanos a la que normalmente llamamos lenguaje. El lenguaje es, pues, conceptualmente mas amplio, ya que abarca la suma de imágenes verbales, con sus reglas de relación y funcionamiento, y el fenómeno humano del habla. Los problemas que plantea el lenguaje y su compleja naturaleza han dado lugar a tipos de estudio de muy diversa índole. La relación entre el individuo y el lenguaje es, por su parte, un caso psicolingüístico; entre el lenguaje y la sociedad se considera dentro de la sociolingüística, etc. Pero podemos decir que, en general, la lingüística es la ciencia que estudia las diversas manifestaciones del lenguaje humano hablado (la escritura es una representación grafica del lenguaje primario, que es el lenguaje oral).
Ferdinand de Saussure (1857-1913), prestigioso lingüista suizo, en el “Cours de linguistique generale”, emprende, ante el enorme problema que plantea la heterogeneidad de la lengua y las diferencias idiomáticas, la búsqueda de unos universales lingüísticos o constantes comu¬nes a todas las lenguas. La teoría saussuriana se basa en una serie de dicotomías:
1°) Lengua - habla: esta dualidad distingue entre sistema y realización del sistema. Lengua es el sistema de signos que todos los hablantes de una comunidad conocen. Es, a su vez, una noción abstracta. Habla es la realización concreta de la lengua por cada uno de los hablantes en particular.
2º) Significante – significado: componentes sígnicos, elementos del signo lingüístico. El primero es la sucesión fónica de la palabra y el segundo, la carga significativa, el concepto. La relación entre ellos es arbitraria y lineal.
3º) Diacronía – sincronía: dos perspectivas de examen científico de una lengua: Diacronía es su estudio a través del tiempo, de la evolución; sincronía, el estudio de su estado en un momento determinado de su historia. Es cuestión de método, pues la lengua es, en sí, evolutiva.
La importancia del lenguaje radica no sólo en que es el más usual y completo medio de comunicación, sino también en que es conformante del hombre como tal, al tratarse de una característica exclusiva de la espe¬cie humana. Se debe a que además de medio de comunicación y nominación es, a la vez, un sistema de interiorización único mediante los procesos de abstracción y generalización que crea un rico mundo interior de contenidos base del pensamiento humano y de la posibilidad de evocación.
Lo que distingue al hombre del resto del mundo animal es su capacidad de hablar. Y el fundamento reside en la Gramática que hace que el lenguaje sea esencialmente una característica humana, pues, a pesar de que otras criaturas son capaces de utilizar sonidos significativos, la unión entre el sonido y el significado es de una compleji¬dad muy especial y de enorme perfección para el hombre, para quien tal unión equivale a la Gramática, es decir, al conjunto de relaciones complejas que se establecen entre los elementos del lenguaje.
Las lenguas son el más poderoso, extraordinario y manejable medio de comunicación de que se ha provisto el hombre. Y son tan perfectas que con un limitado número de unidades y de reglas de combinación se pueden construir prácticamente infinitos mensajes. No hay nada que no se pueda expresar por medio de un idioma o lengua.
El lenguaje es una herencia antiquísima del género humano que refleja los esquemas mentales con que los hombres se acercan a la realidad, la cual es un todo continuo e indiviso y el lenguaje, así como el mensaje, está compuesto de unidades discontinuas y articuladas en¬tre sí. El lenguaje oral humano es el más eficaz de todos los medios de comunicación. Benveniste se pregunta si el lenguaje es un simple medio o instrumento de comunicación, y afirma que no; para él hablar de instrumento es oponer hombre y naturaleza. El fuego, la flecha o la rueda son fabricaciones, utensilios, pero no están en su naturaleza, por el contrario, el lenguaje está en la naturaleza del hombre, porque lo constituye como hombre y no se puede desgajar del hombre mismo. De ahí que Palmes hable de "homo loquens" en lugar de "homo sapiens" y Coseriu defina al hombre como "un ser hablante".
Pueden advertirse manifestaciones comunicativas entre los animales: las hormigas tienen comunicación de carácter táctil y olfativo, los gritos de los cuervos, de los delfines, ciertos movimientos de los monos, o las abejas. Es cierto que estas disponen de comunicación bastan¬te completa pero no hay respuesta ni, por tanto, diálogo; y en cuan¬to al contenido siempre es el mismo y no puede analizarse en sus componentes. Mientras que el humano se caracteriza por el análisis y combinación múltiple de elementos que con un número reducido de piezas se obtiene un cúmulo de comunicaciones variadas y diferentes.
Las formas de comunicación de los hombres son sumamente complejas. Al lado del sistema lingüístico, el principal y más perfecto, operan otros de carácter secundario y diferentes: Los paralingüísticos: interjecciones, gritos, indicadores emotivos: risa, llanto, gemidos. La comunicación cultural: las diversas artes, los ritos, las ceremonias, la danza… Y el complejo mundo de las señales: timbres, banderas, s. de tráfico.
El conjunto de los varios procedimientos de comunicación en la sociedad humana es estudiado por la Semiología: estudio de los signos, es decir, del lenguaje humano, que viene a ser el aspecto más importante de tal ciencia.
Así pues, se puede afirmar, que, por el lenguaje, el hombre es hombre y, por el mismo, es capaz de las más complejas elucubraciones filosóficas, de las exposiciones, de las abstracciones e intuiciones mate¬máticas y capaz, también, de expresar belleza. Por el lenguaje se fun¬da la sociedad, la cultura, la poesía... Es, por tanto, algo más que un instrumento o medio de comunicación.
PÁGINA 31 – CUENTO
La mujer ejemplar
del libro Bocas del Tiempo
Por Eduardo Galeano (Montevideo/Uruguay)
“Vivió obedeciendo el mandato bíblico y a la tradición histórica. Ella barría, lustraba, enjabonaba, enjuagaba, planchaba, cosía y cocinaba. A las ocho en punto de la mañana servía el desayuno, con una cucharada de miel para el eterno ardor de garganta de su marido. A las doce en punto servía el almuerzo, consomé, puré de papas, pollo hervido, duraznos en almíbar; y a las ocho en punto la cena, con el mismo menú. Jamás se atrasó, jamás se adelantó. Comía en silencio porque no era mujer opinativa ni preguntativa, mientras el marido contaba hazañas presentas y pasadas. Después de la cena, se demoraba lavando lentamente los platos, y entraba en la cama rogando a Dios que él estuviera dormido. Para entonces ya se habían difundido bastante la máquina lavarropas, la aspiradora eléctrica, y el orgasmo femenino, que habían llegado poco después de la penicilina; pero ella no se enteraba de las novedades. Sólo escuchaba los radioteatros, y rara vez salía del refugio de paz donde vivía a salvo de la violencia del mundo. Una tarde, salió. Fue a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, al anochecer, encontró al marido muerto. Algunos años después, la abnegada confesó que esta historia no había terminado así. Contó el otro final a un vecino llamado Gerardo Mendive, que se lo contó a un vecino que se lo contó a otro vecino que se lo contó a otro: al volver de la casa de la hermana, ella encontró al marido caído en el suelo, jadeando, bizqueando, la cara de color tomate, y pasó de largo, se metió en la cocina, preparó un inolvidable banquete de calamares en su tinta y merluza a la vasca, con un postre de alta torre de frutas y de helados, todo regado con un vino añejo que tenía escondido, y a las ocho en punto de la noche, como era su deber, sirvió la cena, se hartó de comer y de beber, confirmó que él estaba definitivamente quieto en el suelo, se persignó, se vistió de negro y llamó por teléfono al médico.”
PÁGINA 32 – ENSAYO
El gusto burgués por lo interesante y pintoresco
Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)
La facultad de juzgar lo bello que produce placer, fue elevada a estatuto teórico por la filosofía ilustrada. La sensibilidad de la burguesía en auge, degustó no sólo la imagen de lo sublime -repulsión y superación-, sino la gracia de lo interesante como aquello que es agradable. Lo interesante, en el siglo XVIII, construye una puesta en escena de la facultad del buen gusto unido al arte de lo pintoresco como nueva forma de experimentar y disfrutar la naturaleza. Lo fino del gusto burgués, que está unido al concepto de paisaje, tanto artístico como natural, posibilita una emoción estética ligada al goce de la contemplación que disfruta la pulsión aurática del objeto. Habitar en la inmanencia del objeto; vivenciarlo, asimilarlo y asumirlo es una condición del fino y alto gusto del burgués que impone lo interesante como uno de sus paradigmas estéticos. De allí que el Fläneur sea el arquetipo de este gusto de elite: pasear, contemplar, mirar con libertad, habitar no como turista sino como casero, las fisiologías urbanas, curiosear con un asombro siempre permanente; internarse en los misterios de las cosas con libertad suprema para percibir los estados mistéricos de lo cotidiano. Al asumir el gusto estético como un viaje, el contemplador se extasía en la imaginación de lo sensacional/sensorial, cuya sorpresa es trasmitida en la emocionante aventura de las cartas de amor, la sensualidad de los perfumes, la erotización de los recintos, la fascinante atracción por los placeres gastronómicos, los salones elegantes, la bohemia con sus buenos tragos y finos cigarros. Fläneur de la vida y de las exquisiteces del gusto. Así, la burguesía del siglo XVIII y XIX formalizó un gusto del entretenimiento que no sólo quería disfrutar de la naturaleza, sino plasmar su trascendencia de clase como fuerza activa y constructora de la historia. Lo interesante, unido a lo sublime, fueron las conquistas del sujeto liberal activo moderno. Esta sensibilidad burguesa dieciochesca y decimonónica por lo fascinante, lo sorpresivo, que ponía a la naturaleza y a la cotidianidad al alcance para gozarlas, construyó un gusto de clase sólo disfrutado por ciertas individualidades y condiciones de elite. Lo pintoresco burgués se propuso excluir de su fino y exquisito gusto la masificación de las sensibilidades. Pero algo prosperará para que se de un cambio; algo contribuirá a la des-elitización de los gustos ilustrados y esto fue el surgimiento de las industrias culturales masivas.
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Antologías publicadas
Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.
Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
directoragaceta@gmail.com
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Números anteriores
Seguidores
Gracias por leernos
Lea y difunda literatura
- Aromito Revista
- Artesanías Literarias
- Botella del náufrago
- Con voz propia
- Coro de Babel - El portal de la cultura y de la ciencia
- De Literatura y algo más
- Entre palabras
- Julio Rivera
- La Biblioteca de Marcelo Leites
- La casa de los pájaros
- La cruda verdad
- La iguana
- La lectora impaciente
- La máquina de escribir
- La Náusea
- La Urraka
- Leer porque si
- Letras Digital
- Literarte
- Media Isla
- Mis poetas contemporáneos
- Poemas en añil
- Poesía visual
- Poesías de Venezuela
- Polis Literaria
- Página 1
- Revista Ave Viajera
- Revista Guatiní
- Revista Literaria Virtual Xilote
- Revista Papemor
- Revista Sociedad Latinoamericana
- Tuerto Rey
- Zona de tolerancia
No hay comentarios.:
Publicar un comentario