GACETA LITERARIA Nº 27 – Marzo de 2009 – Año III – Nº 3
A la memoria de Don Luis Di Filippo
Imágenes: Obra escultórica de Miguel Ángel Buonarroti
Música: Seleccionar al pie de la revista
PÁGINA EDITORIAL
Literatura spam
Por Pablo Paniagua (España)
“El pensar se encuentra en vías de descenso
hacia la pobreza de su esencia provisional.
El pensar recoge el lenguaje en un decir simple.
Así, el lenguaje es el lenguaje del ser,
como las nubes son la nubes del cielo.
Con su decir, el pensar traza en el lenguaje surcos apenas visibles.
Son aún más tenues que los surcos que el campesino,
con su paso lento, abre en el campo.”
Martin Heidegger
¿Puede considerarse un delito regalar literatura por Internet?
El movimiento dadaísta se preguntaba en 1916 si los gobernantes de las naciones, aquéllos que hacían la guerra y mandaban a sus gobernados al matadero, tenían la capacidad moral para decidir sobre lo que estaba bien o mal. Llevando esta idea a los tiempos actuales, cuando el sistema económico mundial se derrumba porque nuestros gobernantes se preocuparon por favorecer a los dueños del capital, en vez de al grueso de la sociedad, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿Podemos creer en nuestros gobernantes y en las leyes que nos dictan cuando no son capaces de ofrecernos un mínimo de estabilidad? ¿Son los depositarios de la razón cuando siguen haciendo guerras y fabricando armas para el exterminio? ¿Debemos hacerles caso?
Este razonamiento viene al caso, al igual que hicieron los dadaístas en su momento, para sustentar mi proyecto teórico para la validez de los “spam” como medio de difusión cultural por Internet. Ahora, transformándome en un Marcel Duchamp supermoderno en clave literaria, como el que pone un urinario ante la mirada del público como obra de arte, bajo el título de “Fuente”, cambio los destinos en la historia de la literatura en cuanto a su percepción y difusión por medio del “spam”. Toda persona tiene el derecho de acceder a cualquier logro intelectual de sus semejantes, y la cultura, en todas sus vertientes, ha de ser libre y gratuita para aquéllos que estén ávidos de recibirla, pues nuestra obligación, como seres humanos, es superarnos como especie y aspirar a crear un mundo mejor.
Hoy, según la nueva ley, regalar literatura por Internet es una falta punible, y el escritor que así lo hace se convierte en delincuente. El “spam” de contenidos literarios, a través del cual no se busca ningún beneficio económico, sino, más bien, una difusión de la cultura y una democratización de la palabra, es considerado un delito. ¿No sería mejor que se preocuparan por ofrecer un futuro estable a sus gobernados en vez de perder el tiempo en semejantes nimiedades? ¿Dónde quedan las fronteras de la libertad?
La “literatura spam” es un medio más que valido para desarrollar el intelecto del ser humano, para apartarle de la sinrazón y acercarle a esa conciencia que se necesita para mejorar el mundo. Por medio de la palabra, en un proceso de lectura, las personas pueden limar los mecanismos mentales que le llevan al discernimiento, y así entender lo que le rodea desde otra perspectiva. Es muy simple seleccionar el mensaje no deseado para borrarlo, en vez de indignarse por recibir un correo con un contenido literario o cultural que se regala de buena fe. ¡No seamos necios! Aceptemos la promoción y difusión del pensamiento humano como algo natural, como una aportación de nuestros semejantes a esa cultura universal que estamos forjando a través del Internet: la cultura libre que nos dignificará como especie. Ahí está la capacidad de elección del receptor, de borrar o abrir el regalo que se le hace, de aceptar o evadir el esfuerzo creativo de los que aspiran alcanzar, desde una visión heideggeriana, el “ente” del “ser” por medio del “logos”.
La “literatura spam” va más allá del acto de enviar un correo a cualquier desconocido, es la oportunidad de recibir una idea, de ampliar una visión predeterminada de la realidad, un recordatorio para saber que hay alguien preocupado por hacer llegar, dentro de una conducta social de acercamiento, su esfuerzo creativo. No es la invasión de una supuesta privacidad porque su fin es compartir un logro intelectual, sin intentar provocar, desde luego, ningún perjuicio (seleccionar sin leer es muy fácil, una operación de cinco segundos para eliminar un correo inesperado). La “literatura spam” no se trata de un engaño comercial, es el fluir de la información como signo de que somos capaces de hacer algo en contra de todo lo negativo de este mundo, y así despertar, de alguna manera, la conciencia del receptor. Declarar la “literatura spam” como un delito es equivalente a hacer una hoguera de libros prohibidos bajo un régimen totalitario, pues la “literatura spam” es una derivado de la libertad de expresión, un acto que se enfrenta a la tendencia enajenadora del poder (como es la despersonalización del individuo mediante una serie de reglas que lo alejan de su condición esencial), y un medio alternativo para contrarrestar dicha dinámica enajenadora.
Edgar Morin nos dice en “Tierra-Patria”: “Todo lo que es humano regenera la esperanza al regenerar su vivir; no es la esperanza lo que hace vivir, es el vivir lo que hace la esperanza, o sería mejor decir: el vivir hace la esperanza que hace vivir”. Como humanos no podemos negarnos a esa esperanza que nos hace vivir, la de una especie que, a través del pensamiento, ha de encontrar las claves para superar su precaria realidad y encontrar su “cosmos”. La “literatura spam” es un recurso para encontrar el camino hacia el cosmos, para que tengamos presente y recordemos que la palabra es necesaria para no perder la esperanza de ser un poco mejor.
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Jorge M. Taverna Irigoyen (Santa Fe/Argentina)
Veinte poemas elementales
No puedo contener
mis olvidos:
me lasceran.
o0o
Se perdió en un espejo:
náufrago voluntario
en todas las tormentas de la vida.
o0o
Termino de ultimar la esperanza.
Un pájaro -de tanto cielo-
no cabe en mi mano.
o0o
Afuera cantan los héroes.
Dentro de mí
solloza la quebrada aventura.
o0o
Allí, allí está el infinito
en ese estambre suspendido
de la tarde.
o0o
La proa
horada el paisaje
como un puñal de vientos.
o0o
Este vacío
lo he levantado
para que huyamos juntos.
o0o
Se enreda el pie izquierdo
del viento
y cae el palacio entero.
o0o
Dos precipicios he sorteado.
En el tercero,
caigo bajo la mirada del cíclope.
o0o
Estruja el tiempo
sus mortajas-
Sigilo que me desborda.
o0o
Una mano
juega con la otra
y le descubre el sexo.
o0o
Hoy no espero a nadie:
he encerrado a Walt Whitman
en el bolsillo de mi chaqueta.
o0o
¿Acaso el pájaro
busca la flecha del hombre
para atravesar su vuelo?
o0o
Rosas elegidas
para el aniversario
de mi fe prestada.
o0o
Caminante, caminante,
canta el dolor,
reclama los vacíos.
o0o
La última vez
-la última-
que acuchillo mi alma.
o0o
Te he buscado,
pitonisa de gaviotas
de vuelos rasantes.
o0o
Vida vivida:
corroída por dentro
y por fuera.
o0o
Descubrí a tiempo
que la lira que toco
tiene las cuerdas rotas.
o0o
Acabo de ver a Dios.
Silencio mis labios
para que no corrompan el instante.
PÁGINA 3 – CUENTO
A tí, Miriam
Por Norma Alloatti (Rosario=Santa Fe/Argentina)
No era la primera vez. Tal vez la segunda o la tercera que la tía Porota nos llevaba a la matinée de la Confitería Cifré. A ella le hubiese encantado tener una hija, lo decía unas quince veces por día, así que cuando su ahijada le dijo que la mamá de su amiga Beatriz no podría acompañarlas, ella enseguida contestó que no se preocupara porque nosotras iríamos con ellas. Me hizo poner el conjunto de banlon que Martha no usó, el rosado que me sentaba mejor a mí con mis trece años y dejó que me soltara el pelo.
Ya estaba habituada a las salidas con la tía Porota. También a compartir algunos fines de semana con ella, su marido, sus “nenes” de 16 y 18 años y su ahijada Martha (también sobrina de Porota pero por el otro lado de la familia).
Martha con hache, como ella hacía su presentación, era una abeja que zumbaba en la vida de la tía, y de volver junto a la madre, aquella interpretaría que un enjambre de avispas se había instalado en su jardín. Y como lo indica la tradición, a tales insectos hay que espantarlos con estopa y querosén antes de que su nido invada los aleros o algún rincón. Martha tenía suficiente alergia a la monotonía de las calles sin asfalto y al conocimiento rudimentario que se heredaba en los patios llenos de almácigos. Tenía claro que los tomates nacidos entre las cañas cruzadas en el fondo no eran para ella, salvo que se los mandara el abuelo Paco, cuando distribuía su cosecha veraniega como si fuesen caramelos. Mucho menos aún le interesaba pasearse por el gallinero-parque del fondo para recoger huevos frescos o las frutas recién maduradas. Ella estaba en el último año de la Normal y por entonces intentaba conseguir un marido rosarino, para no tener que volver a su pueblo porque, según ella decía, allí se imaginaba directora de la primaria, en la escuela donde su mamá decidiría retirarse siempre y cuando la hija estuviera en condiciones de reemplazarla.
Quizás haya sido la presencia de Martha lo que me daba ganas de pasar los fines de semana en casa de la tía Porota, en Rosario y que hacía que perdiera la cuenta de los días que no veía a mi madre o no me preocupara por coincidir con ella y papá, más acá o más allá, según les tocara mudarse. No era la única que podía salir los viernes y no iba a lo de sus padres.
Cuando las urgencias de tacos altos y portaligas no podían esperar dos o tres meses, las tías Porotas, casi siempre, guantes en mano y con la cartera colgada en la muñeca derecha, apuraban el taconeo camino al tranvía, para ser de las primeras en el recorrido por la Gath y Chaves o la Favorita. No fuera a ser cosa que el paseo nos demorara más allá del mediodía y la familia pensara que “a esas chinitas también se les ocurriera tomar un copetín”.
¿Cómo no me iban a gustar esos ratos robados a mis encuentros familiares? Si cuando viajaba a casa de mis padres o ellos venían a mi encuentro otras cuestiones se adelantaban sin pedir permiso a la larga cola de nuestros sentimientos. El nuevo perfume de mamá y el traje que estrenaría en la primavera. Las reuniones que los gerentes tenían con los socios del Rotary, a las que se los invitaba una vez al mes para aunar esfuerzos en pro de la comunidad, eran sus urgencias. Además de mi boletín, mi uniforme y una larga lista de no sé qués y no sé cuántos, debía referirles todo acerca de las nuevas profesoras que iniciaban ese año sus experiencias, el cambio de las monjas en la dirección o en el internado, o el esfuerzo que hacía la tía Porota para ser mi tutora.
Era mi tía, sí, mi tutora. Y era como un hada madrina. Al menos lo fue para mí, cuando me acompañó a Casals y elegimos unos zapatos color mostaza de cuatro centímetros de taco. Mi mamá me los hizo sacar, al mes siguiente, cuando fuimos a misa y tuve que usar los negros abotinados del uniforme escolar. ¿Qué habré tenido?, unos doce años. Mientras tanto, Martha usaba unos de diez centímetros de alto y tenía de varios colores; sí, hasta unos medio verdes que le quedaban entonados con el tapado y el casquete de paño. Ella le agregaba el broche de la mariposa de alas abiertas que la tía le prestaba como prenda de la protección asumida en la pila bautismal con una gracia que daban ganas de aprisionar las alas para evitar que se volara. Pero mi mamá no lo hubiese consentido nunca. No, al menos, hasta después de haber terminado la Normal. Menos aún, me hubiera acompañado a una matinée bailable.
Para esa tarde Martha había reservado la mesa con anticipación y la verdad es que teníamos una vista fantástica de la pista y no estábamos tan lejos de la orquesta. No me olvidé ni del nombre del cantor, ni de la música que tocaron, pues la tía tarareó todas las canciones. Parecía que sabía las letras de cada vals y los coros en sus tonos exactos, y era porque tocaba Tito Ariza, a quien ella prestaba una atención desmedida nunca supe por qué. Subía el volumen de la radio cuando estaba su orquesta y si el concierto era en vivo, ella mantenía la mirada fija en el escenario. Ese día disfrutó más que nosotras, al menos más que yo, que había ido para mirar. ¿Qué otra cosa podría haber hecho por mi edad? Ni siquiera mis primos me elegían para bailar cuando practicaban con Martha. Tampoco usaba medias de seda y por poco dormía con el pelo en un rodete. Allí sentada, con el conjunto prestado disfrutaba mientras seguía con atención el deslizar de tantos pies que se acompasaban a un valsecito que el locutor anunció recién estrenado. Estaba tan absorta mirando los pasos de Martha que el codazo de la tía casi me hace caer de la silla. Ella, medio ruborizada me dijo: ¡A tí, Miriam!, y yo me quedé extrañada, sin comprender desde cuándo la tía se había vuelto castiza. Se explicó rápido, tan rápido como demora una luciérnaga en pestañear su brillo. Sacáte los zoquetes y pasámelos por debajo de la mesa, me dijo, que el muchacho del traje azul te viene a buscar para bailar.
PÁGINA 4 – ENSAYO
25 años sin Cortázar
Por César Hildebrandt (Lima/Perú)
"No quiero llegar a ser un viejo decrépito", dijo alguna vez Julio Cortázar.
Y se murió a los 70, antes de ser un viejo de verdad siquiera.
Se murió, sencillamente. Pero dejó una obra que lo sobrepasa, un ejemplo de coherencia que los tránsfugas siempre le envidiaron, y un modo de ser y de leer, de escribir y de jazzear, de puntuar y de vocear que lo hacen único e inolvidable.
Cortázar fue un escritor genial que no quería honores. Lo que tuvo siempre fueron lectores. Y lo que podía regalar era estilo.
Hay escritores de enorme talento sobre los que pesa, sin embargo, la desgracia de carecer de firma. Son buenísimos pero jamás le sacaron al idioma una franquicia que les permitiera algunas exclusividades (que en eso consiste el estilo, no me digan).
Cortázar, en cambio, dejaba la huella de un bisonte en cada página. No hay cómo confundirlo. Allí están sus parrafadas enormes que imitaban el oleaje, su antisolemnidad, su incapacidad orgánica de ser huachafo, sus cuentos sin sobras, sus guiños anarcosurrealistas, sus burlas despiadadas, su intelectualismo moteado de ternura (ejemplo: algunas conversaciones de Lucía -la Maga- con Horacio Oliveira).
Y por encima de todo eso estaba la marca Cortázar: un modo personal y brillantísimo de entender la narración, de quitarle sonsonetes al idioma, de incorporar ráfagas de monólogo interior sin perder de vista la exterioridad del relato.
Y unas ganas de joder que sólo podían venir de un hombre lúdico y de un espíritu burlón. Ejemplo clásico de estas ganas es el idioma inventado en "Rayuela" (el glíglico) para describir el sexo entre la Maga y Oliveira (¿o debería decir entre la Maga y cualquiera?). El glíglico consistía en frases como esta:
"Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa..."
La primera vez que leí "Rayuela" fue en 1966, a los 18 años. Leyendo esa página de jerga de cama (y hasta de camastro) reí como sólo se puede reír a los 18. Y lo increíble es que ahora, varias mujeres y décadas después, el "glíglico" me sigue alegrando y entonando.
Valga este recuerdo para quienes sólo quieren evocar al Cortázar comprometido y casi nicaragüense. Ese Cortázar valía -aunque escribió una mala novela que se llamó "Libro de Manuel"-, pero a su lado siempre estuvo el Cortázar intemporal que me cambió la vida con su prosa de gabardina sucia.
Y no hablo, claro, sólo de "Rayuela". Hablo también de sus cuentos -los mejores que se han escrito en la literatura latinoamericana-, esas piezas maestras que nos llevaban al desespero (los de "Bestiario"), o a la parodia de la inviabilidad social ("La autopista del sur"), o a los lugares menos soleados de la creación ("El perseguidor").
Cortázar fue un cuentista magistral de muchísimos cuentos y el novelista supremo de una sola novela. Y esa fue "Rayuela", un libro actualmente proscrito, quizá porque nada tiene que ver con los aspartames seudoliterarios que hoy cotizan las editoriales y sus mafias.
"Rayuela" es uno de los pocos libros que me hizo mirar al mundo de otra manera y a la literatura de otra manera y al amor de otrísima manera. Jamás podré olvidar a la Maga siendo leal a Oliveira y defendiendo su soledad de hembra deseada en el París que hablaba de Mondrian:
"-No sea asqueroso -dijo monótonamente la Maga-. ¿Qué gana con querer embarrar a Horacio? ¿No sabe que estamos separados, que se ha ido por ahí, con esta lluvia?"
No hay muchos libros que te abran los ojos y que te llenen los oídos. "Rayuela" es uno de ellos. Y hoy que estamos cerca del vigésimoquinto aniversario de la muerte de Julio Cortázar he sacado de un estante el viejo libro -decrépito, él sí- y lo he ido brincando y salteando como si fuera lo que es: una rayuela, el juego misterioso que Cortázar nos hizo jugar, el juego que termina en un cielo pintado con tiza en una acera.
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Oscar Agú (Hercilia-Santa Fe/Argentina)
Llueven luces ciegas
El ancho y ajeno mundo, el de mil rostros
-muy mío en ciertas pequeñas cosas-
alucina en una pantalla
y en otra
y en otra.
Lo mismo, siempre:
un misil
otro misil
y otro misil.
Uno que va. Otro que viene.
Y otro más.
Si no fuera por esa manía de explotar
que se reitera en sus conductas
nos preguntaríamos:
¿Qué festejamos hoy?
Llueven luces ciegas en el ancho y ajeno mundo
y a su ceguera final le llaman:
daños colaterales.
Eufemismo del lenguaje para decir:
“Los hicimos mierda…”
“Les metimos miedo…”
“En la guerra vale todo…”
Llueven luces ciegas hoy, sobre Gaza
¿Mañana?
El mundo, el muy mío en ciertas pequeñas cosas
sostiene el día a día:
esa planta de calabazas
se extiende largamente en mi pequeño patio:
lo cubre todo
florece cada mañana puntualmente
sus calabacitas surgen
se hinchan
crecen …
por mi parte dejo que su áspero verde me atrape, sin resistencia.
El ancho y ajeno mundo grita, en tanto,
su dolor:
Caronte, el viejo barquero,
ha gastado ya sus remos en la tarea.
Y va por más.
Ha gastado sus manos
su mirada
su aliento
la barca
el atracadero.
Traslada daños colaterales con ojos de niño
ancianos asustados
perros extraviados
mujeres violadas
pájaros sin vuelo
albañiles, campesino, choferes, maestros …
algún soldado atontado, algún político descuidado y, de tanto en tanto, a un general de muerte natural o a un economista, financiero o gerente u operador de bolsa que no les queda otra que morir.
Mientras apunto esto
algunos pájaros detienen su vuelo
en el pequeño patio:
una breva de agua los convoca.
Alguien dijo por allí, no hace mucho:
“La guerra es la justificación del crimen”. *
Es lo que hacen algunos para apagar esta sed que nos devora,
argumentando razones
ante tamaña irracionalidad:
que la seguridad
que el estado
que esto
que aquello
que lo otro
pero nunca se habla de la sed que nos devora.
Hoy he visto que la planta de calabazas floreció
de un amarillo fuerte y fugaz
para dejar lugar a otro fruto.
Hoy he visto misiles dibujando estelas
y azorados ojos dolidos
en un niño que nada decía
que todo decía.
Misiles estelares cavando abismos
ahuecando las miradas
haciendo del mundo algo ausente y dolido.
Llueven luces ciegas en el ancho y ajeno mundo.
Llueven luces como amanecer último.
Llueven luces ciegas mientras la planta de calabazas
me sostiene en una generosa hoja.
Llueven luces ciegas aullando: sus flases muestran rostros
que se evaporan con la luz.
Estremecimiento leve, volátil, casi imperceptible al ojo humano,
para que, lo que estaba, ya no…
Sumido entre el gratificante crecimiento de la planta de calabazas
y esa geografía tan lejanamente cercana, hoy llamada Gaza,
me siento a deletrear lo que puedo
sabedor que ningún misil
ninguna bala
ningún dolor del horror
dejarán de estarlo por que lo haga.
(* - B. Rusell)
PÁGINA 6 – CUENTO
...y la niña se miró en el río
Por Natividad Cepeda (Tomelloso-Ciudad Real/España)
Después de tanto libro escrito acerca de la muerte: la muerte sigue siendo un misterio.
Nombrarla es traspasar el umbral de lo desconocido y asumir que apenas somos nada en medio de la inmensidad de la vida. Marta del Castillo es una "niña" que sin quererlo, se ha mirado en el río. Y el río la ha cubierto con sus aguas a la manera de un vientre materno. Marta del Castillo es una mujer que ha pasado a figurar en la macabra lista de las mujeres asesinadas de España y del mundo. Un nombre que cuando pasen unos meses, muy pocos meses, se quedará en el olvido. La llorarán los suyos, y mientras ellos la nombren y la llamen por su nombre, Marta, seguirá estando presente. No sé cuando la encontrarán, ni si el río la devolverá a la tierra o se la habrá llevado al ancho mar que es el Océano Atlántico para acunarla eternamente en su abrazo de agua. Pero lo que sí sabemos es que el río la recibió y la apartó de sus asesinos. Dicen que somos agua y que del agua proviene la vida... Dicen que ninguna energía se pierde ni se extingue...Aseguran que la vida no se termina con la muerte física... Entonces a ¿dónde se ha ido Marta? El río, el Gran Padre Guadalquivir, la ha mecido en sus brazos; niña de piel de nácar y cabellos de trigo madurado en julio, niña de ojos de miel y cintura de junco ¿dime que te ha dicho el río? Tú ya sabías que era peligroso mirarse en él, que no debías enamorarte de amores malos, porque a las caperucitas siempre se las come un lobo. Marta y el río, el río y Marta junto a la noche ya no vio el alba. Marta, sirena de los espejos, llora la muerte. Por ti Sevilla llora y reclama. Marta en el agua, la muerte gime, la muerte clama porque hasta a ella la han profanado. Cómo decirte que ya no queda, en mí, palabras. Cómo explicarte que si las leyes no se escribieran en sucios trazos... tú no estarías, walquiria bética, surcando el agua. Y cómo no escribirte hija del mundo, que me horroriza tu muerte injusta. Niña de luna, mujer de sombras, el río sabe que sólo él te acoge ahora.
Mañana, cuando las asociaciones de mujeres vuelvan a conmemorar el día internacional del 8 de marzo, y se celebren mítines y conferencias, comidas y encuentros femeninos, Marta será un nombre anónimo entre las mujeres asesinadas a manos de los hombres. Ese día en España, en esta España nuestra de libertad e igualdad, las mujeres, todas, deberíamos cubrirnos la cabeza de ceniza y sentarnos a las puertas de los cementerios para recordar que allí, es donde las leyes hacen ir a las mujeres del siglo XXI.
Yo, querida Marta, que carezco de poder, sólo puedo escribirte una carta en el viento, para que a través de él, te llegue mi mensaje de palabras, cuando la primavera deje tu nombre y tu recuerdo en los jardines florecidos.
PÁGINA 7 – ENSAYO
Visita a los dioses
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
El río es marrón, pero si habría que usar los colores para retratarlo en una tela, entonces viene el problema de ponerle blanco a veces, otras un increíble tono malva, y otras ese celeste engañoso con el que suele espejar el cielo. No se deja apresar este río, no se deja definir, fluye, cambia, se desprende de la piel y muta para confirmar a Borges que confirmó a Heráclito que dijo lo que todos sentimos alguna vez mirando el agua, que el río es el mismo, que el agua pasa, que la ilusión de bañarse en las mismas aguas es la mentira de creer que se puede detener el tiempo, que se lo puede volver atrás; la mentira de pretender que la forma mantenga el contenido en este colador que es el tiempo, que es la historia, que es este río que se precipita por la llanura, sobre el continente, a través de la inasible Historia.
Verlo desde la costa no es transitarlo en bote de madera. No es para nada, contemplarlo desde la orilla, sentir el ruido del motor Villa explotando en un escándalo continuo, recibir con eco los sonidos de los chicos morenos pescando en la barranca, los pájaros que gritan sus cosas allá arriba, las olitas que se enmudecen pero persistentemente agregan un sordo tamborileo que trepa por las tablas despintadas.
Hay que hacer el viaje en bote de pescador, bote hecho a mano para que las curvas tablas encajen y formen la silueta primordial del pez. En una lancha rápida, en un barco, en un velero, se puede llegar a creer que se entiende algo. En el bote de pescador la lentitud, la vista a ras del agua aquieta la soberbia, uno se conforma con formular apenas alguna pregunta cuya respuesta conocerán los dioses.
La borda fue amarilla, fue roja, ahora es las dos cosas y tiempo y viajes. La pintura descascarada corresponde con los remos macizos en el fondo, con las tablas un poco carcomidas, con este río que tiene agua nueva y es viejo como los mares océanos.
El bote avanza por la orilla que se derrumba. Barranca entrerriana a dos colores, arriba una tierra blanca que supongo calcárea, y abajo la arcilla que cede y forma cuevas y se termina tirando al río con la melena de pasto y algún árbol que se inclina y moja la copa y al fin acaba en el agua que todo lo devora.
Brazo ancho que cruzan los caranchos en planeo extático de depredador. Brazo ancho el de este río navegado por camalotes.
Y basta hallar una boca, y meterse en el arroyo serpenteante. Las orillas ya con una dimensión humana, las riberas con camalotes floridos, un sendero de agua declaradamente marrón en el medio, estrecho, marcando los sinuosos visajes con la senda justa para el bote. Las flores flotantes agrupadas en varas violáceas, bellas, perfectas, ofrecidas al amor de los insectos y a la admiración de los hombres.
En los lados, el verde perfecto.
Los árboles se rizan en enredaderas que forman tiendas, que crean la sombra y el escondite. Entre el verde compacto se encienden unas hojas que al secarse se colorean de un naranja de fuego. Otras son llamas rojas imposibles. Otras hojas son amarillas. Pero el verde ejerce su dominio heterogéneo. Hay muchos verdes; cada planta contribuye con su hebra para formar un dibujo incognoscible.
La canoa entre los camalotes en la orilla. El asado que humea blanco y sabroso. Las libélulas, las mariposas, los hongos de sombrero blanco, de sombrero marrón. El sapito en la grieta de la arcilla con sus ojos desorbitados. Las pisadas del carpincho que subió del agua. Los cardenales de rojas cabezas persiguiéndose entre las vertiginosas ramas de un árbol. Mi presencia insignificante.
El día que gira con truenos lejanos.
Hay que empujar el bote para sacarlo del barro, hay que bogar con el remo que se hunde en el cieno flojo para que la hélice no se enrede en los camalotes.
El glorioso cielo de la tarde que cae cuando es la vuelta.
En el reflejo de las nubes sobre el agua veo las torres y cimas de la ciudad de los inmortales. Había intentado ser puerilmente feliz. Mancillada de civilización, viciada de literatura, me resigno a llevar mi mundo sobre los hombros. Cómo verá al mundo, cómo me verá a mí el Martín Pescador sobre la inmóvil rama del poniente.
No me hago el propósito de regresar. Cualquier propósito de la voluntad humana es ridículamente infantil frente a la inmensidad de los elementos.
Los hombres azules dicen en el Sahara “el desierto es más grande” para marcar la omnipotencia de ese vasto ser que dispone de las míseras suertes de hombres y de camellos. Miro en derredor y pido clemencia a este otro Dios que se recuesta sobre la América.
Yo me digo que el Paraná, el arroyo, los pájaros y los insectos son ahora sólo imágenes en mi memoria endeble. Yo, condenada a la desaparición, acabo diciendo, diciéndome, “el río es más grande”.
PÁGINA 8 – CUENTO
Mi primo y yo
Por Delfina Acosta (Asunción/Paraguay)
Tenía la edad del limonero de la casa (siete años), y me relamía los dedos con pensamientos que acababan descomponiéndome, pues me quedaba con los ojos muy abiertos, hasta altas horas de la noche, sin oír siquiera el violín del grillo que vagaba por la habitación. O el chistido del búho. Entonces, mi abuela me acercaba un vaso de leche, diciéndome: “Ya otra vez estás en trance. Mañanita terminarás loca. Estás de cabra. Tal cual. De cabra. No se debe pensar en eso a tu edad”.
Me hallaba enamorada.
Mi corazón era un árbol dentro de una casona, un árbol cuyas ramas crecían rompiendo tejas y aleros para terminar por crucificar sus nervios en el pararrayos. Sus frutas eran el mismo incendio pues las cortinas desaparecían, bajo el fuego, hasta que sólo quedaba una ventana desde la que observaba, melancólica, un horizonte, una línea crepuscular de pájaros negros en huida.
Me gustaba hablar conmigo misma en un lenguaje que era la mismísima niebla. O el nubarrón del que salían las tijeretas bulliciosas.
Pensaba en mi primo como se piensa en la llovizna, en las hojas llevadas por los pasos apresurados de la gente, en el viento de la lluvia arrastrando una carta desconocida, en la oscuridad de la habitación presa de su clausura donde parpadeaba la luz fosfórica de una repentina presencia.
Ya no recuerdo casi las facciones de M. A. Sé que era inteligente. Sabía trigonometría, botánica, física y hasta masonería; era el mejor alumno del colegio, solía entrar en crisis nerviosas y me adoraba.
Jugábamos a los indios. Venía a liberarme de la indiada, que era rebelde (los primos, entonces, amenazaban con dejarme devorar por las hormigas rojas que iban y venían en un tránsito alocado por el jacarandá).
Abrazarme fuertemente, llamarme reina cautiva, volverme a atar con la piola, formaban parte del entretenimiento.
El juego tenía un guión de muerte, traición y despedidas.
Éramos niños, la sangre nos quemaba las venas; amaba sus ojos negros animados por la chispa genuina de la genialidad. Solía fijarse en los limones de mi pecho, pero no se atrevía a morderme, a bajar su cara sobre mi cara. No era que no queríamos besarnos por miedo a que nos viera la abuela. Sentíamos el temor real a nuestra carne, pues nos atreveríamos a todo, después, si empezábamos por las bocas.
Nos alegraba tomarnos de las manos. Y abrazarnos hasta que la inocencia estallara. Mi primo desarreglaba mis cabellos; sentía bronca contra mi pelo lacio. Se suponía que debía enojarme, por lo menos falsamente. Pero me quedaba fea, quieta ante sus ojos, con los cabellos desarreglados y el corazón pisando el vestido y la enagua de mi entendimiento.
Como en las películas del lejano oeste, yo era una india sublevada y herida por el amor de un hombre blanco, que en breve tiempo retornaría a la civilización.
A la noche, tumbada sobre el lecho, pensaba una, dos, siete veces, en él. Diera cuanto diera porque me besara.
Imaginaba que iba a la colina, y que lo llamaba, al caer la tarde, y que él aparecía saliendo de mí misma, de mis alucinaciones, plantándose ante mi figura.
Haríamos el amor bajo la luna escarlata, enorme y cruzada por una gritona ave nocturna, sobre el pasto apenas mojado. No iríamos en sangre.
Pienso en mi amor infantil y el alma se me llena de hojas amarillas y quebradizas. Entonces era pequeña y me juraba a mí misma que me casaría con M. A.
Me miro en el espejo: muchos espíritus tristes y alientos que exhalan el frío de los huesos sepultados se arriman a la luna del ropero. Hay un llanto, un murmullo de muertos en la habitación. Y un olor a jazmines viejos y pasados por agua servida.
Afuera, un perro ladra a otro.
El macho corteja a la hembra. Las moscas vuelan en torno al cadáver de un gorrión sobre la vereda mugrienta. Un niño observa la escena y arroja una piedra contra las bestias.
El espejo me devuelve la imagen de una mujer que todavía sueña que es niña, y que aguarda la llegada, de un momento a otro, de su primo.
Podría jurar que el amor de la infancia es el más fuerte de todos los amores.
PÁGINA 9 – ENSAYO
Poesía e impostura (Polémica contra la poesía neutra)
Por Leandro Daniel Barret (Argentina-París/Francia)
“la profanación de lo improfanable es la tarea política de la generación que viene”
Giorgio Agambén
Hace tiempo que asistimos al divorcio entre poeta y poema. No podría determinar con exactitud cuándo es que esto ocurrió, lo cierto es que hoy más que nunca alcanzo a percibir la fuerza divulgatoria de los puros, los silenciosos, los neorrománticos que apelan a una brevedad metafísica como si fueran perfectos iluminados del artificio.
“Cambiar la vida”, decía Rimbaud. En mi vida he conocido a unos pocos que son poema o que la poesía les haya cambiado la vida. Me refiero a los que están en sus poemas y pueden hacer de ellos una forma abierta de vida, de mostrarse sin dobleces al mundo.
Si poesía y vida funcionan juntas, se diluye entonces forma y contenido, bajo la única coherencia de la forma. La escritura es un hombre y viceversa. Texto que se inscribe en el cuerpo-poeta para luego volcarse cuerpo- poema-escritura.
No creo en los iluminados, o mejor dicho, me molestan los que hacen poesía pura, excelsa y misteriosa. Los que siguen pensando en lo sagrado a la último Heiddeger y hacen del poema un fetiche o una teología, cuando después el poeta tiene que abandonar su parnaso del reino del espíritu y levantarse a la mañana para ir a la oficina, atender a sus hijos, tomar el micro y lidiar con todas las miserias del día.
Es decir, los poetas puros gustan disociarse y armar una farsa: poner a enfriar sus versos como piedras a la noche, para luego abandonar ese estado embriagado y volver en el día a la calidez de la vida. Demasiado derroche y esquizofrenia en pro de ese único y exquisito instante.
La misma operación de disociación entre vida y poesía se produce dentro del poema (y con el mismo costo), en tanto el verso objetivo, aséptico, científico, docto, meramente descriptivo, bajo la fachada de ser un artificio neutro y culto; encubre una operación de encierro y distancia que excluye todo lo popular, todo lo socialmente mundano.[1]
Este es un lenguaje político-poético ligado a una prosodia jurídica-positivista, arraigada a los sabios del poema escolástico que, como un oráculo griego, pueden develar los arcanos mayores y menores de todo lenguaje.
En la Argentina, la poesía pura y metafísica es tuerta, es un rey sin ojos, y como bien dice Juan Gelman, por esa misma ceguera, el poema corre el riesgo de cruzar la calle y ser atropellado por un auto.[2]
Esta forma de pensar el mundo poético tiene algo de complicidad con el silencio y la dispersión de los poetas durante y pos dictadura 76/83. El exilio interior y exterior, la soledad del poeta es el efecto de perdida de lazos y ruptura (o derrota) de la solidaridad de la epopeya o el canto militante.
Pero además, como sostiene George Steiner a propósito del período Nazi: “el idioma no fue inocente de los horrores”.[3] La necesidad en Argentina de sostener la pureza metafísica del poema durante y posdictadura, hace necesario repensar la relación entre esa forma de expresión y el silencio (también el silencio del poeta) que permitió continuar con un terror escondido a largo plazo como secreto en el registro de las palabras.
El criptograma poético indescifrable es inocente y silencioso. Como se encuentra tan preocupado en cuestiones de trascendencia metafísica y filológica, entonces nadie puede señalar que “algo habrá hecho”; es decir, la poesía pura es un don de los Dioses, no necesita hablar de política o inmiscuirse en un barrio para hallar la clave.[4] La política-poética, tal como la entendían los militantes revolucionarios es una bajeza, una barbarie (profana) que la calidad estética del poema puro no puede permitir.
Pero hay algunos que sostienen que este tipo de poesía representa la madurez del poeta, el punto máximo en el cual se dejan los alardes de la juventud y se ingresa a la templanza y contemplación. Witold Gombrowicz, en su ya clásico libro Contra los poetas,[5] nos advertía de esta clase de poetas con rígido y pesado caparazón que creen haber llegado a manejar cierto estilo, siendo que lo único que han logrado es perder la frescura y fosilizar su lenguaje para escribir para otros poetas. “¿Gozar tanto de la precisión matemática de las palabras y no percibir una fundamental alteración en el orden de la expresión? Todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones, honores y deleites está basado sobre un convenio de mutua discreción, cuando mejor no acosarlos demasiado con indiscretas investigaciones, porque entonces se pondrá en evidencia una realidad distinta de todo lo que nos imaginamos…”. [6]
La aristocracia de la poesía, su hermetismo, refinamiento e intercambio de dones, representa un verdadero valladar respecto de aquella utopía surrealista en la que la poesía -tarde o temprano- debería ser hecha por todos. Pero cuando a esta impostura se le suma el mercado, aparece con toda su fuerza el repertorio de una “feria de vanidades poética”, ahora sí, la desintegración definitiva de la relación vida y poesía.
En 1870, Eduardo Wilde escribió un artículo lleno de ironía sobre la poesía de Estanislao del Campo: “Para ser poeta es necesario conseguir expresar con la mayor dificultad posible, exactamente todo aquello que no se tiene la intención de decir…”. De esta crítica demoledora y genial podemos hacer un juego y ponernos a escribir poesía pura, fingir raros garabatos; total después la firmamos cual mingitorio Duchampiano, la editamos y se la pasamos a los poetas que gustan de estas cosas, para que admiren, para que gocen.
___
[1] No es casual que esa haya sido una de las críticas más profundas a la filosofía de Martin Heiddeger, véase Pierre Bordieu, Una ontología política de Martin Haiddeger, Edit. Paidos, Madrid, 1996.
[2] Discurso de Juan Gelman, en oportunidad de recibir el premio Juan Rulfo, 26 de Noviembre de 2000
[3] Lenguaje y Silencio, Barcelona, Gedisa, 2003, Pág. 119
[4] Es muy interesante por ejemplo la postura de Fernando Kofman y Laura Klein respecto del rol que asumieron las revistas de poesía Último Reino y Xul durante la década del 70 y principios del 80. Véase: Tres décadas de poesía en Argentina 1976/2006, Comp. Jorge Fonderbider, Libros del Rojas, 2006; Pág. 31
[5] Edic. Sequitur, Madrid, 2006.
[6] Witold Gombrowicz, ob cit. Pág. 23.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Claudio Curutchet (San Isidro-Buenos Aires/Argentina)
1.Sin título.
ver
para no ver
para así poder pensar
porque
quién puede
ver todo ?
quién puede
pensar todo ?
una mancha
orienta hasta
lo imposible
de saber
una letra
bordea
lo irreductible
arreglárselas con...
finalmente
ante la incertidumbre
poder soportar
un no-saber -todo
una cierta
opacidad
un cierto no despertar
un sueño espera
su desciframiento.
2.Sin título.
efímero
se escapa mi tiempo
en la imposibilidad
quién se sabe quien es ?
es mi deseo
que motoriza
cierta verdad adormecida
mi verdad solo
a medias
quién desea sangre ?
quién desea sangre
cuando mata?
se sacrifica
para ofrendar a quién ?
ese quién tiene cuerpo ?
un cuerpo
pasa a ser explotado ?
un cuerpo tiene derechos ?
confusa esperanza
en una vida en el más allá
porque lo infinito ?
miro-yo
desde un fantasma
diferente
al que tu cuando me miras
en cierto sentido
un uno nos constituye.
Sebastiàn Slobodjanac Iparraguirre (San Juan/Argentina)
Clarividencia
Tus ojos abisales,
hundidos emergentes,
de cielo y océanos,
de niebla y llanto
se instalan
en soles clarividentes,
soles de antes.
Porque sí
y porque claro,
necesito estamparte líquenes sin sombra,
líquidos aires lagrimales;
el órgano más extenso de mi cuerpo,
la piel que está silente
y está que arde
por sopesarte evidente
cada poro
y todas las señales
que indican a dónde está
tu gris profundo,
tu sexo sentido y festejado
en cada beso adormecido
y en cada silencio ondulante...
Espuma verde
Se desintegra la ola;
el agua es un remolino
que viene de antes
en la geografìa del yodo.
Y me embarro completamente
de milenios sin escombros,
de sal marina sin escarcha.
La extraordinaria pleamar
es una gaviota
que ahuyenta a los niños amantes,
que insterticia arenas implacables.
Como siempre vengo,
lejano mar,
desde vos y hasta tu amada tierra llego
con sinos que se abren.
Ah!, Puerto Madryn,
eres una boca de Viento y Aire,
eres dos manos de sal y marea,
eres dos piernas de algas.
Hoy en vos me hundo emergente,
me levanto derrotado
entre tu orilla siempre amarilla y cieno,
en tu abisal profundo verde.
Y està el cielo impalpable,
que jamàs nis diste malas sombras,
Madryn, Rey del Atlàntico,
Prìncipe Austral de todos los puertos.
Racimo de tu escote
Asì me armo evidente,
con un crepúsculo y un alba...
Y es que me desnudo
en inciensos orbitales y otoño,
en implacables cerros de oros
dorados y negros
y la vida se me abre
en la filosofía de un taxi
que va a ninguna parte,
que va a ningún todo.
Yo me bajo
y en escombros
me atajo penales
y soy el mismo perro
que te aúlla sin nombre,
que te acurruca a su borde.
Y en pequeñísimo salto
me armo de cielo y de hambre
por encontrarte esta noche,
por sorber un racimo de tu escote.
PÁGINA 11 – CUENTO
Aquel miedo procaz y de pronto. _*
Por Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires/Argentina)
El relator repasó su columna del día anterior y la creyó insalvable. Pese a forzar cierta épica borgeana del coraje en una pelea entre dos fugaces guapos al salir de un baile de barrio, ni la recordación ‘de aquella chiquilina imbatible para el olvido, el cielo desecho en constelaciones sobre el parque deliberadamente oscuro, cuando quizá protegiendo la noche, les llegara algún íntimo tango y cierta magia para juntar los cuerpos en un momento irrepetible’. Esto es copiarse a uno mismo, pensó al sonar su teléfono.
- Hola.
- Ayer recordaste algo muy lindo pero ni me nombraste.
- ¿Quién habla?
- Fernanda, la misma que esa noche casi pierde su blusa en el Parque Rivadavia..
- ¿Fer? ¡Qué sorpresa linda¡ ¿Cómo me ubicaste?
- Yo sé mucho de tu vos, soy tu gran admiradora.
- Pasaron muchos años. Fer, hermosa, ¡qué ocurrencia!
- Por favor, no me repitas Fer hermosa que lloro…
- No es para tanto…
- Sí Javi, si leo algo tuyo imagino tu voz y y hasta soñé que nos veríamos.
- Y si, sería lindo. ¿Quién te pasó mi número?
- Lo averigüé, fue fácil. Siempre supe de vos y un día te explico.
- Sí, tomemos un café y charlamos un rato. .
- Ya te digo, descubrí un poema alucinante escrito para mí. ¿O lo hiciste para otra? Javi, si leo algo tuyo escucho tu voz. ¡Qué tonta!
- Sí, es algo natural. Ese libro apareció en España y si tenés uno te felicito.
- Para mí es una reliquia, Javi, y me recuerda todo aquello. Mi tía Olga, ¿te acordás?, vivía cerca de club y ahí nos conocimos. Fue en febrero del ’72. Yo cumpliría dieciocho y vos veintitrés, en octubre. ¿Más datos?
- No, suficiente. Vos siempre linda, seguro.
- Supe que tenías una esposa muy bonita, española. ¿Seguís casado?
- No. Anduve por ahí doce años y ahora sobrevivo aquí. ¿Sabías eso?
- Mi Javier, con vos viví lo inolvidable. Te vi por televisión; las canas y los anteojos te quedan regio y lo que publicaste en el diario me hizo llamar.
- Sí, hace unos meses hice algo sobre Medio Oriente y me invitaron. ¿Estás casada?
- Sí, y con dos hijos hermosos. La mayor estudia diplomacia en Nueva York y el menor de veinte, juega al rugby aspira a ser político como el padre... Ahora te hablo del teléfono de una amiga – dijo atenuando la voz.
- Me imagino. ¡Qué lindo! ¿Cómo nos separamos?
- Algo natural, sin discusiones. Yo abandoné la facultad y vos te fuiste a Rosario...
- Ah, sí, al Litoral de Rosario; casi un año y volví a Buenos Aires, en el ’75.
- ... yo al principio sufrí porque no vería más a mi Javi, el divino que cambiaría el mundo. Después hubo otras cosas, otra vida…
- Naturalmente, el tiempo hace su trabajo, nena.
- …hasta encontrar por ahí ‘llegabas al decaer la tarde entre fusilaciones de faroles y sombra, y tu piel era un cobre temperado de enero’. Ese párrafo que yo siempre digo en voz alta; ¿es sólo nuestro, no?
- Me gusta que lo descubrieras; es un vicio de los escribas.
- ...el amor entre verdes paredes de soledad apurada y un cigarrillo lento iluminando a tu vestido blanco allí, sobre una silla... Javi, ahí sólo falta el domicilio del viejo Silvio. ¿Se habrá muerto, no?
- ¡El viejo Silvio! Nos dejaba el bulín y se iba al bar pidiendo que no rompiéramos la cama.
- No me hagas reír. Era un tipo fenómeno; apenas nos cobraba y fue el primer viejo que no viera el aborto como un pecado.
- Sí, era de avanzada. ¿Todavía te acordás de eso?
- ¿Cómo Javi? Eso jamás se olvida... ¿Y cuando le perdimos la llave?
- Es cierto, ni me acordaba. Uno pierde hasta el rostro de alguna gente. Y aunque la juegue de universal, la tristeza lo devora. Decime qué pasó en tu vida, nena
- Te diría bastante común y siempre sabiendo de vos, eso sí.
- ¿Cómo te enterabas? ¿Sos la novia de James Bond?
- No seas antiguo, ese Bond ya fue. Al separarnos mi tía Olga me acomodó en la oficina de un viejo amigo, un militar metido en la política.
- Mi Ferni, ¡sos la mujer del general Carabina!
- No Javi, algo mejor: soy la nuera del general Carabina – aflojó una carcajada y él acompañó, algo forzado.
- ¿También de uniforme el tipo?
- No, prejuicioso. Jugador de polo y abogado. Vos te fuiste por el año ’75…
- Me fui de golpe y sin preparativos. ¿También te enteraste?
- Sí, con detalles Javi. Tres días antes ni pensabas irte y de pronto volaste en una avioneta al Uruguay. Ahí perdí tu rastro pero al leer tu libro volviste conmigo. .
- Decime Fer, ¿quién te dijo de mi viaje?
- … un día al salir del trabajo una mujer te habló en la calle, vos creíste ‘me levanté una mina’, pero al oir nombres más comprometidos casi te morís del susto. ¿Fue así?
- No la olvidaré en mi puta vida. ¿Vos la conocías?
- No interesa. Te dijo donde vivías, tu escrito sobre el miedo de los perseguidos, o algo así, y vos fotografiado en un bar con alguien. ¿Te acordás?
- Naturalmente, ¿y vos qué tocabas en esa murga?
- Yo nada Javi. Antes había sonado tu nombre en la oficina de mi suegro y enseguida hablé con aquella mujer, que sin broma pesaba mucho… ¿Me entendés?..
- Seguí, haceme el favor..
- Tranquilo Javier, eso está olvidado.
- Se olvidaron los demás, yo nunca. Y si esa vez zafé de quienes hoy siguen oyendo, basta para mí. – broméo intuyendo un vacío en la línea.
- Bueno, ella se encargó de que volaras y después, cosas de mujeres, me dijo que alejarte de Buenos Aires era una verdadera pena y nos reímos. .
- Nena, ¿no sabés todavía que tus amigos nunca descansan? – y apagó el celular.
- …Javier, todo era azul, rebelde, milagrero, Mi amor, cuánto te amaba- ¿Cortaste nene?
Y casi gritó al sentirse desnuda en mitad de un salón, de frente al ultraje burlón del gentío y sometida por aquel miedo procaz y de pronto. Crecedor. Impiadoso.
PÁGINA 12 – ENSAYO
Marginalia*
Serendipia**
Por Saúl Álvarez Lara (Bogotá/Colombia)
Comenzaré por decir que las coincidencias me rodean. No sé hasta que punto la sensación de opresión que resulta de sentirme en permanencia involucrado en situaciones que aparecen porque están en relación, a veces directa a veces no, con otras, será notoria en lo que leerán a continuación. Eso queda a su buen juicio. También es necesario tener presente que todo comenzó porque no hace mucho hice el comentario, vía correo electrónico a un viejo amigo, Álvaro Marín, por razón de unas coincidencias encontradas en correos anteriores. Pocas horas después recibí un mensaje suyo donde aseguraba que tal sensación no debía ser causa de preocupación, hay gentes en todas partes, escribió, incluso personajes de notoriedad mundial, que se han visto en situación parecida y no evaden el sentimiento, lo buscan con insistencia pues lo encuentran estímulante. La palabra con la cual se reconoce ese síntoma, agregó Álvaro, es “serendipia”.
Lo primero que la palabra me produjo fue terror. Imaginé mi caída después de innombrables presiones sobre las defensas que osaran oponer resistencia. Luego, con calma, investigué en los recovecos de la red el significado de la palabra que algún aficionado o quizá víctima, como yo, de los mismos síntomas, hubiese publicado. Encontré respuestas que me tranquilizaron e incluso, me hicieron olvidar, o mejor, postergar, la presión de los primeros momentos. Una coincidencia o “serendipia” es: “un descubrimiento que se realiza gracias a la combinación que se da entre accidente y visión”. Después de buscar un buen rato encontré textos que hacen mención a “serendipias científicas” como “El principio de Arquímedes” o el momento en que el matemático descubrió, por casualidad, que el volumen de su cuerpo era igual al volumen del agua que desplazaba al entrar en la bañera. La “serendipia histórica” se materializó cuando Umberto Eco presentó como tal, el descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
Parece que fue Horace Walpole, cuarto conde de Oxford, quien primero utilizó la palabra al aplicarla a los descubrimientos coincidenciales por encontrarla muy expresiva y, también porque la derivó de un cuento en el cual los tres príncipes herederos de Serendip, un país fantástico, viajaban por el mundo y, por accidente, coincidencia, o sagacidad, que también puede tomarse como visión o capacidad de observación, encontraban coincidencias que no buscaban.
Dice más adelante el mismo artículo que no todas las “serendipias” son coincidenciales y que gracias a la tecnología (la administración de la información y el conocimiento, en bibliotecas y redes virtuales del mundo entero), encontrarlas es cada vez vez más frecuente.
Esos antecedentes me llevaron a postergar, como ya dije, la presión de los primeros síntomas y con algo más de tranquilidad avancé en la búsqueda de “serendipias” ajenas que me ayudaran a distinguir el origen de las mías. Después de algunos días no me pareció atrevido pensar que hay “serendipias” en todos los espacios. En literatura, por ejemplo, la mayoría conoce lo sucedido a Richard Parker, uno de los náufragos en Las aventuras de Arthur Gordon Pym. En 1880, treinta años más tarde de su publicación, un homónimo de Parker, de carne y hueso, corrió la misma suerte que el personaje creado por Poe en su novela.
En un encuentro reciente un amigo escritor me habló de otra “serendipia entre ficción y realidad” cuando presenció desde la ventanilla de su automóvil la acción (calcada de uno de sus cuentos) de un hombre que parecía rezar delante de una figura de yeso, tamaño natural, en la exhibición de un almacén de imágenes piadosas. Después de la oración, que duró lo mismo que un trancón en una calle estrecha, el hombre se puso de pie, acarició con vehemencia el pie de la figura que sobresalía debajo de la túnica y siguió su camino. Mi amigo me aseguró que poco antes había escrito una historia idéntica, punto por punto.
La angustia de sentirme rodeado de coincidencias, “serendipias”, ataca en cualquier momento, sin previo aviso, y me pone de buenas a primeras en situaciones que obligan al desvarío y cambian por completo los requisitos de una situación. Para mí, que soy, es lo menos que puedo añadir, llevado de mi parecer, esos cambios intempestivos debidos a accidentes, casualidades o exceso de sagacidad, como anota el conde Walpole, me sacan de casillas. Me he vuelto sensible al tema de las “serendipias” en todas las áreas, desde científicas hasta cotidianas naturales, y las encuentro en todas partes. Para no fatigar mucho con detalles inaportantes anotaré para ilustrar el tema, la “serendipia” de la camisa roja. La recibí como presente en alguno de los días dedicados al intercambio masivo de regalos. Primera “serendipia” ligada a otras anteriores: la talla de la camisa era una o dos más pequeña que la mía y debí pasar por el almacén donde la compraron para cambiarla. Siempre sucede lo mismo. Por coincidencia sólo quedaba una del color y talla que quería. El día que diligencié el cambio, de regreso a casa con mi camisa en una bolsa de papel, crucé dos personas, hombre y mujer, que vestían camisas idénticas a la mía, nueva y sin estrenar. Debe ser la moda, pensé, y sin premeditarlo, tal vez movido por algún mecanismo de defensa interior, la camisa roja se quedó doblada en sus pliegues originales en el armario. Hasta que, una mañana distraído, me puse la camisa nueva. Debía asistir a una reunión importantísima, siempre lo son, ¿“serendipia laboral”?, en la oficina de un cliente. Fui en Metro. En el trayecto hasta la estación alcancé a notar dos destellos rojos. Fue el primer aviso. En las plataformas de las estaciones y en la aglomeración del vagón, la abundancia de rojo me hizo pensar en un partido de fútbol del poderoso equipo local, pero era jueves a las nueve de la mañana y no había razón para que los hinchas estuvieran disfrazados desde esa hora, ¿“serendipia deportiva”? En la calle, en el ascensor, e incluso en los pasillos de la oficina, el rojo dominaba. El colmo de la “serendipia de moda” se dio cuando la persona con quien debía reunirme llevaba una camisa idéntica a la mía. Lo coincidencial, quizá por mi propensión a la “serendípica”, es que aquella mañana encontré coincidencias que ninguna de las personas que crucé en mi camino, y tampoco mi cliente, parecieron notar.
No es mi propósito que nadie asuma posición, pro o contra, “serendipias” o coincidencias de cualquier clase. Nadie aprende por cabeza ajena. La mejor manera de prevenir o dar a conocer la existencia de ese tipo de situaciones y lograr que cada uno tome la posición que le parezca es hablando de ellas, mencionándolas, contándolas, porque también es posible que cuando una persona escucha una anécdota o situación sucedida a otra, su primera reacción, inconsciente por supuesto, sea recabar en la memoria por si algo parecido o cercano está en su historial, y si no encuentra referencias personales las busca en algún conocido y si entre ellos tampoco aparece una, la inventa. Esa manera de reaccionar se puede tomar como la manera más directa y sencilla de participación en la cotidianidad de otros, es una actitud que puede dar pie a las que podríamos llamar “serendipias cotidianas o accidentales” sin tener en cuenta la redundancia pues, como ya dijo el conde de Walpole, la “serendipia” es un accidente.
Pero me desvío de la idea primera, la que se me ocurrió cuando quise escribir esta nota y hacerla pública aquel sábado a una hora de la mañana que no distingo porque cuando algo va a pasar, pasa, sin anuncios, ni alardes, y hacerlo me lleva a postergar el temor de ser víctima de algún virus de esos tan comunes y a la vez desconocidos, que abundan hoy. Sin embargo en la medida que avanzo me doy cuenta de que no tengo palabras para explicar y, en su lugar, la memoria desborda con situaciones de otros que si no digo, o por lo menos esbozo para el conocimiento de quienes leerán esta declaración, el sentimiento de labor incompleta me ahoga, me ataca, de la misma manera que lo haría una “serendipia común”, de esas que corren las aceras de las ciudades y los pueblos.
Las mencionadas hasta ahora son las “serendipias” que he logrado identificar y clasificar con ejemplos, a mí manera de ver, creíbles. No puedo pedir a nadie que asuma como verdadero todo lo escrito hasta este momento por razones obvias. El tiempo y la credibilidad son conceptos que juegan del mismo lado en este tipo de conjeturas y sólo hasta cuando alguno de ellos, o ambos, sean de la completa aceptación de quienes me han escuchado, en conversaciones de amigos o al leer esta nota, la situación será asumida como verdad en la forma y contenido que cada uno tenga a bien aceptar. Mi propósito es dar a conocer algunas variables de “serendipia” a manera de alerta general. Un inicio de inquietud que lleve al convencimiento de que estamos al punto mismo de una invasión si no nos atrevemos a distinguir las “serendipias” donde se encuentren, es decir, en los intersticios que hay entre las personas y también entre las cosas.
Por último y como remate a esta pequeña declaración pondré en conocimiento la última variedad que llamaré “serendipia geográfica”. Por accidente, (todo en apariencia sucede por accidente, es la esencia “serendípica”) escuché aseveraciones que me pusieron alerta. Dicen, con el tono de quien cree lo que dice, que existen seis posibilidades para que dos personas situadas en los lugares más distantes del planeta tengan algún tipo de relación entre ellas. Un srilankés y un boliviano, por ejemplo. Esto quiere decir que entre ellos hay seis personas, situaciones o etapas interpuestas. Al salvarlas todas (seis “serendipias geográficas”) se encontrarán. El número de ocasiones disminuye a medida que las personas se acercan geográficamente. En la misma ciudad, digamos, se reduce a una, es decir que, de cada dos personas, una ha estado, está o estará, en contacto o conocimiento con una tercera que es común a las dos anteriores. La “serendipia geográfica” tratada desde el desconocimiento, como ha sucedido hasta hoy, día en que hago público este documento es aterradora, pues nadie imagina efectos irreversibles como la disminución de las distancias o la desaparición de las horas.
En este momento no puedo avanzar más. Mi conciencia descansa tranquila. Anuncié aquello que consideré importante anunciar. Ya está en la revelación que cada uno busque de lo propio, su posibilidad de mantenerse a flote en la babel de “serendipias” que nos rodea.
Nota: Las referencias a la palabra “serendipia” se localizan en internet. Sin embargo, es claro que el navegante se encontrará con “serendipias” en todos los senderos de la red. En realidad, puede comenzar por donde la plazca, las “serendipias” siempre estarán al cruce.
PÁGINA 13 – CUENTO
El hombre que miraba
Por Jorge Isaías (Los Quirquinchos-Santa Fe/Argentina)
El hombre estaba sentado sobre la gramilla olorosa, con la espalda apoyada contra el tronco de un pino añoso, su cabeza cubierta por una gorra de visera a cuadros rojos y azules. Estaba con los ojos entrecerrados y visto desde cierta distancia uno podía asegurar que dormía, o que al menos dormitaba en un abandonado letargo si no fuera porque de sus labios pendía un cigarrillo encendido que iba espiralando hacia el cielo un humo brumoso y que al contacto con el aire abierto del campo se diluía sin mayor miramiento.
Ese pino viejísimo, como otros árboles de diversas especies que conformaban ese montecito que la gente del pueblo llamó siempre “Las plantitas”, estaba justamente en un cruce de caminos de tierra; uno venía directamente de los hondos campos de la Colonia y el otro oficiaba de ruta ya que unía dos pueblos entre sí.
En realidad, el hombre hacía un par de horas por lo menos que estaba en esa posición, pero para quien no lo sabía se podría asegurar –al verlo en una posición de abandono inicial- que allí estaba desde el mismísimo principio de todos los tiempos y que de no mediar una catástrofe o el Juicio Final allí seguiría por siempre.
De pronto una lejana polvareda comenzó a irrumpir borrosamente en el horizonte, en verdad el que venía del campo, y cuando se empezó a aproximar al lugar donde el hombre estaba se pudo percibir que era una caravana de carros de cansinos caballos que trabajosamente tiraban esos vehículos, uncidos a sus varas muy largas y muy toscas, o atados por medio de tiros de cadenas enganchados a unos balancines cuya horizontalidad tensa sólo se aflojaba cuando las riendas contenían a medias el paso de esos caballos sudorosos para evitar algún pozo o al no evitarlo, justamente, producía un estrépito de cadenas, un barquinazo brusco y entonces había que detener el carro para reanudar el paso por ese camino que involuntariamente los había hecho –con obstáculo- detener un momento o al menos aminorar la regularidad de la marcha.
Cuando ya esa media docena de carros se fue acercando, convirtiéndose en una presencia insoslayable y actual, como ese sol que golpeaba inclemente sobre la vagarosa levedad de esa llanura con sus sembrados y sus múltiples pájaros, recién allí el hombre volvió con lentitud la cabeza hacia el ruido y el polvo, con la intención de saludar muy cortés, un saludo que evitaba el énfasis, que era una cortesía que su abandono prodigaba a ese grupo de carreros gritones que cruzaron con él una mano en alto, en el caso del hombre la mano izquierda, tocándose la gorra porque la derecha había ido al cigarrillo que humeaba su humo final.
Los carreros iban –dos en cada carro, el conductor y su acompañante- con las ropas cubiertas enteramente de polvo, calzaban ya sombreros, ya gorras y su indumentaria era un conjunto de blusa y pantalón de una tela resistente y barata y algunos ostentaban grandes remiendos en los codos o en las rodillas. Todos calzaban alpargatas bigotudas y sucias.
Sólo el carro que cerraba la marcha era mucho más grande que el resto, su conductor iba solo, a lo alto, conduciendo con extrema pericia los nueve caballos que flanqueaban una lanza larguísima, de duro quebracho, iba con un látigo largo y en acción permanente sobre las ancas y los lomos percudidos y oscuros y sufridos que iban con una resignación de siglos en esas testas crinudas y gachas. El conductor vestía una blusa y un pantalón de brin gris, sus alpargatas eran blancas y su gorra de un cuero tan viejo que a fuer de marrón en su tiempo, los años lo habían arratonado hasta el descuidado abandono.
Todos los carros llevaban bolsas de trigo que seguramente un chacarero o tal vez varios tendrían vendida la cosecha a alguna de las cerealeras del pueblo que estaba torciendo un poco hacia el Este.
Si uno se paraba sobre algún poste de los alambrados podría divisar el caserío muy disperso que aguardaba como una iguana la bravura de la enceguecedora luz del sol.
Esto, porque los yuyos estaban muy altos y los campos aledaños aún no estaban todos cosechados, porque de lo contrario, con sólo pararse en el camino, en el mero cruce , digamos, podría ver las primeras casas adormecidas de las afueras, con sus árboles y sus gallinas o tal vez si mirara con atención divisara algún caballo suelto o un perro.
Si lo hubieran mirado con atención al hombre que hace rato está inmóvil, con el solo gesto mínimo de chupar el cigarrillo, con su actitud excluyente de echar el humo que se deshace muy pronto en el aire, podríamos haber observado que no está solo, que no lejos de allí andan un par de perros ocupados, corriendo cuises y hurones y cuando la caravana de carros pasa justo frente a él con su estrépito de cadenas y de ejes mal engrasados y el roce de los arneses de los caballos contre las maderas de los carros y el ruido que éstos hacen con sus vasos sobre la tierra apisonada del camino, llama la atención de los perros que salen de los matorrales y la emprenden a los ladridos, llenos de furia y en forma sostenida se meten bajo las ruedas y tratan de morder los garrones a los caballos hasta que se enfrentan con los perros que traen los carreros . Entre ellos y la actitud decidida de los conductores con sus látigos logran ponerlos en fuga, los persuaden de que no es buen negocio para ellos “garronear” a los caballos que al fin de cuentas están trabajando y logran por fin disuadirlos y huyen hasta el hombre que está en ese momento, encendiendo un nuevo cigarrillo en un gesto impotente para elevar ese humo hasta las nubes, porque no pasarán sino minutos para que el aire se apropie de él y lo deshaga en un instante.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
Jorge Falcone (La Plata-Buenos Aires/Argentina)
Poemas de chuza y FAL
(1974-1978)
Un niño juega
Un niño juega
con un revólver de plástico.
Un niño juega
a que persigue a su sombra.
Con el tiempo la sombra
se volverá de carne y hueso.
Y él comprenderá que el enemigo
no es un indio ni un cow-boy.
Y le verá el rostro del oligarca
o del milico represor.
Y con el tiempo el revólver
se volverá negro y de fierro.
Ciudad en blanco
Ciudad triste
la ciudad en blanco.
No quieren que opine.
Laburantes obligados
tapan sus verdades.
Saben lo que tapan.
El apellido del prisionero,
el nombre del muerto:
Todos compañeros.
Ciudad blanca,
eres para nosotros
cuaderno nuevo:
Te estrenaremos.
(1980-1984)
El verso es implacable
con aquel que lo ha probado.
Siempre vive al acecho,
te sigue a todos lados.
No te deja ver la vida sino a través de su prisma.
Se te prende como una enfermedad irremediable,
y de nada vale estar de olvido
o hacerse el distraído:
Él,
tarde o temprano
volverá a brotar.
(1987)
Sálvenme de ser bueno
No vayan a enterrarme
debajo de esas frases
como “fue un buen marido”,
“buen padre”, “buen amigo”;
en fin,
un “hombre probo”.
¡Sálvenme de ser bueno!
Que rece el cartel:
Yace aquí el más grande hijo de puta.
Nos dio trabajo.
Rara vez decía que sí.
Cuando no lo sostuvo el afecto,
el odio,
ese sentimiento imperdonable, lo sostuvo.
A todas les miró el culo
(propias y ajenas).
Educó a sus hijos
para que no hicieran caso.
Puteó hasta la última baba.
Nunca quiso arrodillarse.
En pocas palabras,
fue un sujeto impresentable.
Zulma Zubillaga (Chivilcoy-Buenos Aires/Argentina)
Zarza del tiempo
“Tus manos se convierten en un soplo
de lejanías inviolables...”
Giuseppe Ungaretti
la fuente del otoño brota de tus manos
por esa luz del calcio en el vacío
y abre su paleta de colores simples mamá
cuando los brotes que salen de tus ojos
luz de agua
quiste de presiones tristes –
en tulipas pardas decrecen o miran o envejecen
como centros absortos listos para el llanto
(llamarada en la zarza de los tristes) – dirás –
y en la curva del tiempo tus manos se deshacen
o roban a la luz el resto de algún aura
algún juicio de pulmón cansado la urgencia del
grito en madrugada: la semilla
o la mirada que canta como entonces cuando estabas
en el mundo y comprendías y tallabas con los huesos
los frescos del oriente el precio del dolor
la infancia de la lluvia
el humo del incienzo arañando tu pelo
esas dulces caídas a la tierra:
la palabra
y nada puede contra el goce del infierno
en estas horas:
las arpías amigas
que revuelven tu pecho
y resecan el agua del cielo en el cilicio
o el pujo del dragón columpiando tus carnes
o esas flores que suben a la pena :
( estigmas del sol en la penumbra)
pero nada nada puede contra el fasto del dolor
taladrando tu cráneo la garganta de barro
el pujo del sol en las entrañas las caderas
laderas de vaivén rosado la brújula de imanes
del recuerdo ( aquella máscara frágil de la sombra)
y aunque nada desdibuja el bello antiguo rostro
sin embargo
la locura es un ciclo
de pedales rotos que quiebran la palabra la condenan
al obstinato mudo de una música antigua o destituida
reticente a la cuerda al pizzicato
al orden disonante del mundo
en persistencia
pero tu rostro es el rastro de un ángel
en penumbra leve la poca encarnación del alma
en el mojón del tiempo
o cielo tan de pan
tan de tus vuelos
abiertos
siempre
en luna fresca
plena
sal de otoño en friso
duro
verde
siempre plano
tan de lejos
como leve
siempre en soles
siempre en soles tuyos
mamá
Palabra en la penumbra
“De lámpara a lámpara, de día a muerte,
con plegarias de raíces que se desprenden...”
Enrique Molina
de no saber en cuánto polvo o fuego
se desprende el alma
así tendida o desatada en brazos finos
como leve en aleteos
palabra dividida en la penumbra –
resisto este silencio
de buscar hollar sentir
la carne tan ajena separada
en pozos de algo o alguien que levita
encima de la luz
o bajo de ella
cuando alarga ofrece su perfume
el tiempo
o quiebra el cuello de la muerte
como un rito:
no nací en la mecedora del amor
pero tus ojos tan helados
vientos perfumaron el vientre
que se apaga o muere en agua seca
del nacer apenas en un pujo
porque si camino en
salves de inocencia
o pruebas de la sal en perdigones tristes
en huesos que resisten
a pesar de todo
oh celo del regazo en oro de lo oscuro –
vaya en contrición
la pena que desnuda
el centro de lo suave
en esta carne invicta rota
en espejismos
echada para el lado de lo oscuro
cerrada para el lado de lo simple
entre ángeles cansados
y poesía
De lo que Hamlet jamás dijo a Ofelia
“Yo a Ofelia amaba:
......
¿ Tú, por ella, dí, qué harías?”
W. Shakespeare
“...así como la muerte /
- el fresco amparo -
sube
baja al fuego /
se reclina en la noche /
el rezo
se deshace
y llora / canta /
o en el humus sangra
- pobre bella -
y el silencio
el agua de las vírgenes
la desviste...”
“...porque
¿ arde el celo / el temblor de la muerte
entre tus brazos ¿ / ¿ gime el púrpura al sigilo
al fuego santo ? / ”
“... porque tu voz pequeña libera sus vapores /
y la coltralto trepa / toca el don del canto /
y copula tu figura de agua /
y suelta su licor la muerte como una novia
herida entre las flores /
pero
¿ vendremos a mitigar las navidades del alma ?
¿ temblaremos con los ángeles del gozo / Ofelia? / ”
“ ... y cuando la lluvia inclina su tendón celeste
y golpea su soga fresca en los rosales /
¿ qué región de lino turbas / alma mía / ?
¿ qué lugar de sal / serena muerte / tristas ? / ”
“... porque tu corazón sangra como una hostia serena /
y la noche apura sus olores y baja enronquecida /
sencilla / los peldaños del mar /
pero
¿ amas / tierra /
parte de su vientre
y la semilla fresca
el canto fuga
humilla
el don del cielo ?
y en este lugar de libaciones
y de hábitos
¿ desatas la turbina
de la muerte
con un pedal de sombras
amarillas /
purísimas /
Ofelia ? / ”
o:
“ ¿... amas parte de la noche /
apenas parte
brote parco / hereje / la semilla
humedece / aflige tus tendones / sus lloros /
los cariños /
y el canto que crepita como Dios en la lluvia /
en los celajes? /
“...porque
en esta tierra de humillaciones
y de sangre /
¿ qué música cantas / carne del amado velo ? /
¿ qué pactos diriges a la tarde ? ”
“... y cuando crepita tu dulzura pequeña /
y desnudas las calandrias / ( ¡ oh carne del mirto ¡ ) /
o rescatas la corola santa / y serpeas como espada
al sol / ( ¡ oh amor ¡ )
vas desatando
una pasión secreta / o soplas el barreno
de la noche /
porque tu boca apura las traiciones
más dulces /
y cae tu cúpula de olores /
y tus branquias de la muerte caen
a la región hereje / y los duraznos /
las ninfas en flor / las calesitas /
los catarrales de amor se van muriendo / amor /
porque tus huesos beben el agua de los mártires /
y su dolor bellísimo va empinando el tallo fresco de las rosas
en la lluvia / ”
calla finalmente Hamlet /
Rainer María y los ángeles
“ ¿ Quién, si yo gritara, me escucharía desde
los órdenes ángélicos ?”
Rainer María Rilke
Un brote de luz rosada moja el alma de Rainer
cuando sueña con los ángeles en Duino:
tres paños de luz humedecen el pecho tibio
sacuden la bata de fuego
hasta que los ojos caen aceptan la muerte
esperanzada y temida:
porque su voz brotaba de un trigal de fragancias oscuras
quizás las manos buscaron el árbol de hojas perennes
me digo
cuando la noche crecía como un puño de fuego en la calma
de octubre /
y sus pies llagados sostenían el cuerpo vigoroso
o su mirada concebía las desnudeces de la tierra
las llagas humildes del pastor
las grietas de las manos del pastor que hubo de mostrarle
el prodigio de los campos y las flores
acostumbradas al canto de los ángeles.
Y Rainer quizás ofreció su palabra al misterio
para que las cosas desnudaran su color su esencia
hacia las formas provechosas del rocío
“...porque el caballo soporta la ruina del jinete
el pájaro hunde sus patas en la tierra virgen
el niño abandona la aridez del valle
y vuelve cargado de música o brotes del más misterioso prodigio”
quizás dijo Rainer
y entonces descubrió las calamidades
del mar de las tormentas los olores secretos de la tarde
que cae como una niña a los pies de Dios
y descifró los profundos misterios
los arcanos del sueño de la muerte
pero su voz calló para siempre cuando los coros eternos
sellaron su música: “...y nada podrá ser conocido Rainer
a menos que humilles tu cabeza de fuego y te inclines
a amar antes de que la tarde se trague tus ojos”
le había dicho un alma
tiempo atrás
PÁGINA 15 – CUENTO
La Lagarta Foucaultiana
Por Araceli Otamendi (Quilmes-Buenos Aires/Argentina)
Lo que he dicho no es "aquello que pienso"
sino lo que con frecuencia me pregunto si no podría pensarse.
M. Foucault.
La tarde en que el asombro creció en los ojos de Laura fue, tal vez, la tarde más feliz de mi vida. Se confirmaron todas mis sospechas: había crecido hasta el límite máximo que mi naturaleza me había impuesto. Y con un agregado: a mi ex dueña le gustaba leer a Foucault, un tal Michel Foucault y yo lo había aprendido de memoria. Todo había ocurrido de una manera muy extraña: ¿Por dónde empiezo? ¿Usted tiene tiempo? ¡Ey! No tire tan fuerte, ¿no ve que lastima? Tendré que entrar al agua nuevamente hasta que usted se vaya. ¿Nunca leyó a Michel Foucault? El filósofo francés. Aunque a usted, comprendo, en este lugar, no le interese para nada leer a Foucault, no digo Sartre, ¿Spinoza?, ¿Platón? Déjeme empezar por algo, por el principio. Nací en los esteros del Iberá. Llegué en un camalote, durante una inundación. Eramos muchos en esas plantas, el río había crecido tanto... Había monos, víboras, de las buenas y de las malas, pájaros, de todo había. No, no, a Foucault no lo conocí ahí, ¿no le dije que lo aprendí de mi ex dueña? Si no me deja hablar mejor me escapo, de usted y de todo, me meto debajo del agua y listo! ¿Usted se aburre? Más me aburro yo. Era mucho más hermoso el río inundado y todo que esta ciénaga donde estoy ahora. Porque la corriente del río me llevaba y yo no sabía si llegaría a tierra firme o si moriría ahogada. Pero aquí, el agua no se mueve. La cambian cuando quieren y hay que esperar la lluvia para que entre un poco de agua limpia.
¿Que no? ¿Quién le dijo a usted que esto no es una ciénaga? Está sucia y oscura, ¡esto no es una pileta! Las piletas tienen agua limpia para ver debajo del agua y no chocarse entre tantos y tantas. Sigo, llegué en un camalote a una isla que tiene nombre de animal. Ahí me encontró Marcelo, el veterinario. Creyó que era una lagartija, porque yo era chica, minúscula. No había crecido todavía. No se ría. Se le ven los dientes, tendría que ir a un dentista y tampoco me gusta esa gorra tan anticuada. ¿De béisbol? No, preferiría que se pusiera un gorro con visera, algo más nuevo, más lindo, más moderno. Si fuera azul y amarillo sería mejor. José era de Boca y yo me hice también, el mejor cuadro, escuchaba los partidos con él.
¿Pretenciosa? Tal vez. Marcelo me llevó a su casa, me tuvo unos días en una palangana, con un poco de agua, me daba de comer pececitos. Su casa era muy linda, yo estaba en el patio, me quedaba al sol, dormía. Pero duró poco. Un día aparecí en un lugar donde no hacía más que ver caras sonrientes, me hacían muecas, algunos me tocaban. Me horrorizaba sentir la piel de los dedos de la gente tocándome el lomo sin ningún respeto. Marcelo los dejaba. Ahí había pájaros, perros, gatos, loros. Todos estábamos en exhibición.
No ponga esa cara, no es para reírse. Un día, apareció un chico, tenía la cara más rara que había visto en mi corta vida. Ojos color de cielo y una boca inmensa mostrando los dientes como si fuera a morderme. Se llamaba José. Se empecinó en llevarme a la casa. José era hijo de Laura y a Laura le gustaba leer a Foucault. Y para que José la dejara leer a Foucault, Laura pagó una suma fabulosa por llevarme a su casa. Usted abre los ojos tan grandes como los ojos de José cuando me vieron por primera vez. Empecé una vida nueva en casa de José y de Laura.
Las paredes de mi nueva casa eran limpias y blancas, parecían perlas y yo me sentía en el lecho de un río limpio... José me daba de comer unos peces muy ricos y jugaba conmigo, hacía navegar sus barcos de colores, los hundía en el agua y después se metía él en el agua. Quería asustarme y me mostraba los dientes, gruñía.
A veces se aparecía con caras rarísimas, con monstruos, vestido de Frankestein o de Drácula, sí, quería aterrorizarme, a mí, no se ría...
Pero después de un rato se iba a su cuarto y yo me quedaba sola, debajo del agua. Entonces oía la voz de Laura leyendo en voz alta al filósofo. Ni lo sueñe. Tendrá que leerlo usted mismo, ¿cómo quiere que recuerde algo así? Mi vida actual no me deja recordar esas cosas, esas palabras que Laura parecía recitar como si estuviera leyendo poemas. ¡Déjese de pavadas! Empecé a crecer ante la mirada de José, que día tras día me traía esos pescados tan ricos. Y ella, Laura, también me daba de comer. Cuando querían bañarse, me sacaban al balcón y ahí yo aprovechaba para mirar la calle. Era raro ver todas esas máquinas echando humo, esos hombres y mujeres caminando rápido, luces verdes, rojas y amarillas, rojo, amarillo, verde, amarillo..., árboles, distintos a los de la isla, niños corriendo por un parque. Todo ese mundo se terminaba cuando me llevaban de nuevo a mi casa de paredes blancas. Algunos rayos de sol entraban por la ventana, entonces disfrutaba mucho ese calor mientras escuchaba la grabación de las teorías de Foucault, la voz de Laura. No sé, no sé para qué lo hacía, supongo que le gustaba oírlas. Estudiaba, creo. Y José se divertía molestándola, se disfrazaba de genio, de monstruo, y se reía muchísimo. Jamás pensé que mi cuerpo iba a llegar a esto que soy ahora, desbordé la casa.
Ya no podían llevarme al balcón cuando querían bañarse. Ni siquiera venían al baño a visitarme, me dejaban la comida y se iban. Me tenían miedo, hablaban en voz baja. José decía que yo viviría ahí para siempre. Pero las costumbres de ellos habían cambiado. Laura ya no leía despreocupadamente a Foucault. A veces se instalaba en la puerta del baño y desde ahí me miraba, me clavaba los ojos del color del cielo, como los de José, parecía pensar...
Seguramente pensó bastante. Durante unos días dejé de escuchar la voz de Laura leyendo a Foucault. Imaginé lo peor y lo peor ocurrió. Reconocí enseguida la voz de él. Era una voz grave, serena. Me tocó un poco, me midió con los ojos, dijo que él sabía qué hacer. No era lo mejor para mí, pero al menos, dijo, era una solución digna. Imaginé que podía ser el río, nuevamente la inundación, un camalote. Me cargó en los brazos junto a José. Laura se quedó quieta, no sé si hubo tristeza en los ojos de ella cuando me sacaban del agua. Sé que les pesaba, pero si hubiera caminado el susto de ellos no tendría límites. Así es que me dejé llevar. ¿Por qué me mira así? ¿Por Foucault? ¿De qué me sirve ahora haber escuchado tanto a Foucault? ¿En serio? ¿Lo promete? ¿Lo hará por mÍ? Lo espero mañana, empiece por la primera página.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS
Tren de la mañana a Talavera – Guillermo Pilía – Editorial Evohé – Madrid (España)
La prestigiosa editorial madrileña Evohé lanzará en pocas semanas el libro de cuentos de Guillermo Pilía Tren de la mañana a Talavera, una colección de cinco relatos de tema taurino, algunos de los cuales obtuvieron importantes premios internacionales en Ecuador y en España. El escritor platense acordó con la editorial ibérica la realización de 10 ediciones de la obra, con un mínimo de 1.000 y un máximo de 15.000 ejemplares para cada una de ellas. “Tren de la mañana a Talavera es una colección de cuentos entre históricos y ficticios en donde el protagonismo no lo tiene el torero, ni siquiera el toro —puntualizaron los editores—; tampoco lo tiene todo aquello que rodea a una buena corrida. Es la belleza la que acapara toda la atención, una belleza trágica, como toda la belleza; la estética del fugaz momento, de la cercanía de la muerte, de lo efímero. La juventud muere rápido, escasos son los momentos en los que la espinosa flor brilla; tan sólo el arte con sus artificios se atreve a que perdure en el tiempo. Como en este caso. Guillermo Pilía nos ofrece cinco relatos en donde leeremos la lucha del hombre contra el toro, pero también la lucha del hombre contra sí mismo, contra sus miedos y pasiones, con la alargada e inexorable sombra de la muerte como fiel testigo”. El libro lleva un prólogo de Miguel Bienvenida.
La noche humana - Una gran Novela de CARLOS CALDERÓN FAJARDO (Perú)
La noche humana, la gran novela última de Carlos Calderón Fajardo, es uno de esos textos que se quisiera prolongar en su extensión ya que el fruto, sápido, nos proporciona un inefable placer, especialmente a los que hemos llegado a la categoría de gourmets de la literatura.
Situada en el mítico espacio-tiempo de la entreguerra europea, con proyección hasta el discurrir, propiamente, de la 2ª conflagración Mundial, y aun hasta el revoltijo del París de los 60´s, esta presea narrativa tiene, además, un condimento esencial: sus personajes.
¿Puede usted imaginar una novela en la que discurren figuras emblemáticas como las de Henry Miller, Anaïs Nin, Helba Huara, Gonzalo More, César Vallejo, Julio Ramón Ribeyro, y se cuentan historias –trágicas- como las del recordado poeta Armando Rojas, y las vicisitudes que condujeron a su lamentable deceso.
De estructura compleja –se cuentan varias historias y se usa la técnica de las cajas chinas, en la que una narración contiene a otras, y así sucesivamente- el manejo del estilo de Carlos Calderón nos dice no otra cosa que él ha llegado a un punto cenital.
El interés de lo que se dice y hace en este espléndido libro, es una garantía de su trascendencia.
Le auguro, sin embargo, que será uno de esos libros que habrá de ser "descubierto" más adelante, cuando cese toda la parafernalia que rodea a lo que, hoy por hoy, se conoce como el canon ad usum.
La novela es poseedora de un ubérrimo lenguaje, de una serie de calas en los abismos existenciales en los que discurren sus atormentados personajes. Por momentos n os parece una verdadera hazaña narrativa el haber podido, con tremenda facilidad, penetrar en los espíritus patafísicos de algunos de estos entrañables personajes, con el aditamento de que son, a la vez, protagonistas históricos de la aventuras de la estética teatral, poética y filosófica de nuestro tiempo.
El volumen está nimbado de imágenes que nos obligan a un arduo trabajo interior para decodificar los símbolos que utiliza, pues, constantemente, estamos en esa suerte de borderline que separa a la realidad de la ficción, a lo acaecido con lo soñado.
Las imágenes de la prosa de Calderón Fajardo nos imantan: como cuando, en uno de los capítulos finales, Ribeyro –un vivo que llevaba, largamente, su propio cadáver a cuestas- pasea con otro escritor nada menos que por el cementerio de Père-Lachaise. Leamos –para muestra basta un botón- "El Père –Lachaise era bello. La m uerte parecía bella en aquel lugar. Pero esos dos escritores, uno más joven que el otro, deambulaban por el camposanto con la arrogancia que otorga el estar vivos. Aquella arrogancia que se finge inagotable. Sin embargo, era solo una paz tras la que se escondía un mensaje silencioso. Las desconcertantes fusiones entre ficción y realidad se resumían en la figura de Milú. Y ambos narradores vívían fascinados por esa experiencia, por las complejidades de una vivencia inmensamente perversa. El instinto de la frenética supervivencia hizo que estos dos moribundos siguieran caminando con una enorme tranquilidad…"
En efecto, quizá el punto cenital de este corpus narrativo es su discurrir entre realidad y ficción, entre lo imaginado y lo cotidiano, entre la historia y la invención.
Pero lo más enjundioso de este libro, es que, en él, se devela a una figura sobre la que siempre se había hablado apenas sotto-voce en la cultura peruana: Helba Huara, y sus meandros existenciales que colisionan con los de la no menos "novelesca" Anaïs Nin y el propio Henry Miller, para no mencionar sino a algunos de los protagonistas de esta obra maestra...
Por Winston Orrillo (Perú)
PÁGINA 17 – CUENTO
La nota
Por David Lagmanovich (San Miguel de Tucumán-Tucumán/Argentina)
El profesor doctor Ulrich von Schikendantz (había prescindido mucho antes del “Graf” que la ley le autorizaba a insertar entre el nombre y el apellido) comenzó a escribir a las 8 en punto de la mañana, como todos los días, y se aplicó a esa tarea hasta las 9 y 50, poco antes del momento en que su fiel criada Elfriede había de traerle la taza de té de Ceilán y las dos rectangulares galletitas de jengibre que tenía la obligación de proporcionarle a las 10, como lo había hecho durante los últimos 28 años. El reglamento que él mismo había redactado y fijado en la cocina de su residencia establecía que haría un receso de 15 minutos y luego volvería al trabajo por otras dos horas, es decir, entre las 10 y 15 y las 12 y 15. En ese momento abandonaría el escritorio, se asearía y, a las 12 y media en punto, se sentaría a almorzar en el desolado comedor, siempre asistido por la eficaz y silenciosa Elfriede.
El profesor doctor trabajaba en una historia detallada de su familia, que se remontaba a los días de Carlomagno, antepasado colateral suyo. En general, el trabajo iba bien, pues se apoyaba en algunos miles de fichas que había redactado, como etapa preliminar, a lo largo de los años. Pero este día le había surgido una duda que no sabía cómo resolver. La inquietud tenía que ver con su deseo de interrumpir el fluir del discurso para colocar una nota al pie; una nota que juzgaba indispensable porque una página y media atrás había escrito la última hasta ese momento, la número 973, en 24 apretadas líneas que un día serían compuestas en cuerpo 10. Pero ¿cómo redactaría, ahora, la nota 974? ¿Qué ángulo temático podía encontrar que justificara una nueva nota, indispensable para mantener el ritmo con que el material documental aparecía, ordenado y sólido, cerca de los cimientos de la página?
El té se enfrió en la taza, las galletitas quedaron intocadas, y el sabio no bajó al comedor, para espanto y consternación de su criada, quien instintivamente comparó esa conducta con la impasibilidad mostrada con motivo de la muerte de su amada esposa, alrededor de 15 años antes. Elfriede temió que su amo estuviera gravemente enfermo, pues durante varios días no salió de su alcoba y, a través de la puerta cerrada, la instruyó para que por ningún concepto —ni aun para llevarle alimentos— interrumpiera su meditación.
Cuando, pálido y demacrado, volvió a aparecer, su decisión estaba tomada. De las 1459 páginas que llevaba escritas, que cubrían desde los orígenes hasta el siglo XIII, extraería las 973 notas existentes y, con pocas modificaciones, formaría con ellas un volumen separado. El libro fundamental, despejado de notas al pie, podría leerse como una novela de aventuras en los tiempos medievales, ya que no como una historia familiar.
—Mi té y mis galletitas, señora Elfriede —dijo el sabio, con un suspiro de alivio.
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Abel Fagundo (Matanzas/Cuba)
Modos de morir
Sobre la tierra negra quedó
la estela roja.
José. M. Poveda
En el surco
el labrador acude a su existencia,
es sólo un rostro tenue
una felicidad imprecisa.
Todo el destino
habita en sus semillas,
el reino,
la armonía.
Lo enterrarán al pie de la arboleda
junto a la mala hierva.
No iremos a su entierro,
en la ensalada de las tardes
hemos comido poco a poco su cadáver.
Las hormigas coloradas
.. y el estrépito devastador
de las enormes hormigas coloradas
Gabriel G. Márquez
Aquí está la masa,
se mueve en su rebaño doloroso
sobre las carreteras y ciudades.
Soy otra cabeza entre miles de cabezas,
escribo falsos pergaminos,
entre mis piernas escondo la cola de cerdo.
Yo también padezco la ceguera de Melquíades,
el infortunio del encierro.
Y no tendré que esperar todo un siglo,
las hormigas coloradas
ya devastaron a mi generación.
Al borde
Vivir al borde del abismo,
sin dinero, sin papeles de honor,
sin manecillas lentas,
vivir aquí y ahora
sin escrutinios filosóficos ni sombras de servicio,
Vivir, sólo ese acto de lavarse los ojos con el agua de Dios,
de mirar la mañana húmeda que nace
y preguntarse que milagro ocurrió
para que siga latiendo mi corazón,
aquí, sobre una isla que ha estado
siempre ha punto de estallar,
en el centro de un mundo
que para nosotros es una extraña metáfora.,
una lejana libertad del eco que no vuelve.
El aprendiz…
Hay hombres que cruzan,
se afanan contra el mar y sobreviven a sus mitos.
Otros que desconciertan
con su manera de hacer alas,
su libertad, la historia prohibida de los genios.
Yo sólo navego lentamente
en las brutales aguas,
aguardo entre murmullos
bajo las risas del sabio navegante
el viento que destruya mi barca,
la tormenta.
Mariposa gitana
A mi esposa Aliuska Caballero
Qué locura me inventas carne en giros
en plena luna llena
y tú desafiando la violencia de los lobos,
con las piernas por ego, con tus ojos eslavos
y esa densidad de reina
que ataca mi silueta retorcida y esquiva.
Qué locura te inventas
mariposa gitana, nocturna,
detén tu lengua ahora, el alivio del hambre
en esas selvas que riegan tu fragilidad.
Detén por un instante el apetito,
vuela sobre mí,
anida en este sexo,
devórale las hojas a su árbol.
El mulo
El señor del pelo blanco
saca sus plátanos de la jaba negra,
se mezcla el juego natural de los colores.
Yo jamás he trabajado
con la dignidad que espera ese señor de un hombre,
mis poemas no paren frutos
que puedan comerse con la felicidad del sembrador.
Mis poemas son como mulos,
asisten al desequilibrio de la vida;
pero no alcanzan a reproducirla por si mismos.
El señor del pelo blanco
va a morirse en paz,
yo moriré con el dolor rabioso
de las almas inútiles.
Cristal Histórico
A ti,
hombre antiguo,
lector sobreviviente.
No encontraras respuestas
entre las líneas egoístas del poeta,
los nexos entre su palabra y la realidad
han sido tergiversados por la historia...
¿Que otro destino puede esperarse,
para una criatura que construye su reino
en las arenas movedizas de la poesía?
©Adriano Corrales Arias (San Carlos/Costa Rica)
Carta a la esposa
Hablame como siempre
decí que me querés
¿soy en tu vida remordimiento?
Juan Gelman
Estoy sentadito en un banco de niebla
pensándote conversándote extraviado
conversándome pensándome cautivo
separado de vos por la lluvia
el enjambre de cipreses
la punzada de la tarde
aquí reinventándome la fantasmagoría de las palabras
la magia del trance vértebra tras vértebra
en la piel de la herida perpetua la posibilidad del vuelo
pajarito / machete
que volás con mi muerte alrededor de la mesa
al acorde de las horas
intento un gesto para tu cabello de lentejuelas
rostro de cristal azul
para tu voz adormecida en el teléfono
intento un desabroche del duelo en la cintura de tus ángeles
espuelita de mango en la noche de gangoche
para patrullar mis cementerios
intento pero retrocedo intento en el mangle de tu deseo
litoral encrespado por el temporal de tu vientre
ola que rueda y muere y rueda por todo el universo
espera la luz del encuentro en el fragor de los cuerpos
dentro de tu sexo de astros empapado por la semilla de polvo
la nieve amarilla del tiempo
retrocedo pero intento retrocedo cisne calcinado en los abetos
canto de rosario de reyes destronados estrella del sur palma venus
cascada de más estrellas astros estrellas que persigo
para descubrir nuestro pesebre sin mulas ni bueyes sino musgo hierba seca
ciudad fragmentada de los diciembres
rehuyo entonces pero peleo rehuyo
empapelo las paredes con estos ideogramas
parpadeos gritos contraespalda caballo desbocado
en tu falda salto lanza salto
caigo
viacrucis de luciérnagas vasos botellas velas apagándose
cristus rotos
vírgenes guardadas en anaqueles con azafrán de medianoche
olor a azufre sudor hierbabuena pasos en la otra habitación de arena
golpeo finta golpeo finta
paredes de humo
puertas de avena
golpea bajo golpean arriba golpeamos en el centro
sombras en la caverna me llevan
caigo
caigo
caigo
caído
mi descanso es una camilla sin descanso una camilla de niebla
no descanso los miércoles ni los sábados
tu santo es mi santo grial mirasol en el portal en el oratorio
en el altar de flores papel crepé con su mantelito de gamuza
mirame como rezo en tus rodillas me poso nuevamente en tus pechos
beso tus manos tus ventanas tus pies beso todo tu cuerpo
lo beso en la noche del milagro
paseo por tu jardín de alucinaciones con riesgo me incendio
paseo pero el milagro no sucede
sucedo fuego transparente interno externo
no me digás que sos arrepentimiento
decíme que me querés pero no en tus secretos
en tus viajes de notas muertas en tus cadáveres
no por teléfono decíme que me querés
como en aquél pueblo donde ahora dibujo incinero manoteo
detallo una vez más tus pechos tus volteretas en la almohada del silencio
para no despertar a la niña que llevabas por dentro
dormida a nuestro lado
decímelo suavemente ¿tenés remordimiento?
para ser como soy palabra de mis palabras
aguacero del recuerdo pasadizo de lo venidero
fantasma de tus desvelos ¿no me lo decís?
por construirme un hogar de palo en la selva de mis quimeras
un tálamo de viento en los devaneos del verso
almohadones de chocolate sábanas de menta
con tu nena en el escaparate o en la mesa del domingo
con mi desayuno a cuestas ¿no me lo decís?
no me digás qué somos: ¿remordimiento?
sino qué seremos en esta avenida de ausencias
palomita de mi tristeza más oblicua
aguatera de mis fiestas de ceniza
qué seremos si esto somos: remordido remordimiento
abríme con tus decires para poder contarte mis insomnios
caminatas por la hierba
ronda en la madrugada de tus ecos
abríme con tu abrealmas para contarte más de cerca
cómo me caigo por dentro y peleo intento rehuyo peleo
pellizcando las noches para no recibir más que miradas
soliloquios de mi sangre donde me vierto
cerrame pues para no abrirte mis senderos de incienso
alumbrados apenas por tus ojos tus dedos de lucero
cerrame partera del barro poneme unos barrotes
pero decíme cómo seremos
si no me decís que me querés qué soy en tu vida
¿algo más que remordimiento? ¿algo más?
cerrame pues como la madrugada que gotea golpea
se planta en mi acecho por los pasillos de las serpientes
cerrame / abríme - abríme / cerrame
curame con tus hierbas poné tu imagen sagrada al sol a orar por nosotros
por nuestros pecados nuestras dudas nuestras deudas
abríme / cerrame - cerrame / abríme
para que navegués mis páginas retrocesos en letras negras
perfumes malogrados café que no se asienta
vení a esta hoguera de febrero vení tomá mis manos maestrita
consolame con el desconsuelo que no consuela
saboreá estas lágrimas cuchillos apagados en la distancia
apagame / encendeme / apagame / encendeme
decíme que no me querés que me querés que no
que yo soy otro
el otro
alguien que imagina tu vuelo los martes o los jueves
tus figurillas de arcilla en la casa sin paredes
las cariátides del último pabellón que no conoceremos
el piso de candela la escalera en flor el cielo en duermevela
decíme con tus dedos de agua apagame en este incendio oceánico
apagame o encendeme o apagame con tus guerreros del viento
pero decíme si hemos sido somos seremos arrepentimiento
con tus manos tus sueños con tus cantos tus anzuelos
porque me ahogo me esfumo porque me quemo
decíme
Casida a Federico García Lorca
Nuestras ciudades enloquecieron con sus guadañas
el humo asfixia a los maricas los peones las pitonisas
los rascacielos los callejones la caravana de gitanos
en el éxodo de los incendios la Danza de la Muerte
con sus harapos sus cadenas su retorcerse
alrededor de este siglo que también se nos muere
por las horas graves de esta tarde en que subís vos
Federico ángel toreador de las estrellas los enjambres
Siempre vos subís por las cinco sangres de la tarde
con Antoñito el Camborio e Ignacio
con el rey de Harlem y el Viejo de las hierbas del Hudson
con una comparsa de negros en búsqueda de su Habana para verte
Subís y bajás y subís por las cinco sangres de todas las tardes
como un son de la murga en la guitarra más ancha y profunda
pletórico de romances saetas valses con tu luna de plata
tu barca amarrada al alma tu caballo anclado en el Alhambra
el puñal abierto y las cartas lanzadas a las esquinas de los amantes
Tras de vos vienen los fusiladores con sus capas de tinta y cera
y todos los que te han matado y te matan sin matarte
pero también vienen Margarita Antonio Pablo Luis Vicente
y los demás poetas con sus cantos y sus olivares de trashumante
Subís hacha de luz con todas las muertes a cuestas
encendido en el baile de máscaras con las páginas abiertas
como las flores en el instante de la primavera
Subís con nosotros en la hora ciega de los alacranes
con todo tu amor en nuestra rabia y en nuestros pesares
para iluminarnos y limpiar el óxido de los altares
la rancia costura de los maestros los empleados los generales
Subís toro torero por este cementerio de plantas y pañales
con tu fuego perpetuo de lluvia para apagar las academias
los anuncios las lámparas de la fama las camas vacías los pedestales
Subís y subís con tu alta raíz de sombras y jaguares
hasta este nombrarte nombrándome en la apuesta más lúcida
de los guernicas las plazas los bosques los labios más lunares
subís y nos subís por la garganta como una procesión fresca de animales
para regresar a la humedad de los collares en el lomo del tiempo
y arrear la bandera negra de tu Andalucía para izar la nuestra
esta funda de sortilegios en la concavidad de todas todas las sangres
La casa del poeta
La casa del Poeta es un refugio
el misterio de sus manos en la sangre extendida
Hasta ella llegan las muchachas temerosas
los chicos balbuceantes
a encender la lámpara del vino
la estufa de la memoria
En los estantes cuelgan los trofeos de la noche
acuarelas del primer beso desteñido
uñas de gato zarpas de pantera
aguafuerte de batallas milenarias
faldas de mujeres olvidadas
máscaras antigases para el mitin de lo posible
La Casa del Poeta es una caverna de murales
dispuesta al interior de su colorido
para alumbrar las vigilias de la bomba
Pero se canta y se bebe
se tocan instrumentos de toda estirpe
se tañen las cuerdas se templan los cueros
se prepara el cazador para la partida.
Y se ama en otros cuerpos la manera más salvaje.
Se aspira el cielo en una línea de deseo
y se espanta el tedio con el humo de la manzana
alrededor de la hoguera de puñales
con mapas olvidados en una isla de piratas
en restos florecidos de animales.
La Casa del Poeta es una cintura abierta.
Amor, he aquí tu casa
Amor, he aquí tu casa
construida por manos obreras
erguida con la argamasa de las trincheras
en años de silencio laboral
cuando el canto era plaza pública
palabra sortilegio del avance nocturno
Lo nuestro
es la línea del horizonte con el Irazú de las nubes
las altas torres de las iglesias
los pájaros madrugadores
que nos despiertan con su ventaneo
la lluvia al golpetear sobre el asfalto
por las tardes de paraguas cuando te diviso de regreso
desde el balcón desguarnecido
Ésta tu casa
en la ciudad más triste del invierno
descolgada por la cintura del continente
Ésta donde habita la poesía
como una antorcha para buscarnos
en el susurro de los animales blancos
el abrazo profundo donde gimen nuestros cuerpos
para alcanzar las cimas del tiempo
donde me derramo
frente a la verdad contundente de tus pechos
la transparencia púrpura de tu deseo
Estas ventanas abiertas, amor
sus silenciosos habitantes
este mural de palabras
constituyen la Casa del Poeta.
PÁGINA 19 – CUENTO
Sucedió un jueves
Por Irma Verolín (Buenos Aires/Argentina)
La locura de mi abuela nos tenía a mal traer. Ya habíamos soportado de todo, sus gritos, sus escapadas en medio de la noche, sus relatos absurdos. Sin embargo nos faltaba vivir lo peor. Sucedió un jueves. Estábamos mirando una revista de modas en la que las mujeres se estiraban hacia el borde de la página y echaban la cabeza atrás, todas iguales, para dar a entender que el mundo o los márgenes de la hoja les quedaban chicos. Sobre las telas que les ceñían el cuerpo, brillaban lentejuelas y abalorios y rasos y pedrerías. Mi abuela preguntó:
-¿Qué día es hoy?
- Jueves – le contestamos.
Después vino el silencio con el chasquido delicado de las hojas de la revista que pasaban unas tras otras como volando por encima de nuestra imaginación. Enseguida la abuela volvió a preguntar:
-¿Qué día es hoy?
Creyendo que se refería al número, dijimos:
- Diecisiete, abuela.
Y otra vez la voz de la abuela se hizo oír en el patio.
-¿Qué día es hoy?
Todas levantamos los ojos con un toque despavorido en la mirada. Aquel fue el principio que amenazaba con no tener final. La abuela preguntó montones de veces el día en que vivíamos. Y fue una pregunta fatal. La fatalidad no se debía a que la pregunta nos repercutiera en la cabeza igual que un golpeteo de martillo sino el sentido de la pregunta misma. Tener presente a cada rato el día en que se vive, tiñó nuestra cotidianidad con un barniz filosófico. Yo personalmente sentí que desde algún lugar remoto en el tiempo y el espacio una fuerza machacaba para que yo tomara conciencia, me hiciera preguntas, pensara en la muerte, escapara de lo burdo, de lo material y me adentrara en cuestiones menos superficiales. A tía Margarita la pregunta de mi abuela le deprimió el estado de ánimo. Sintió que la vejez galopante le quitaba las últimas esperanzas de conseguir un novio o cosa que se le pareciera. Cada vez que la abuela preguntaba, a tía se le antojaba que el tiempo se apresuraba en correr. A doña Pepa se le llenó el alma de preguntas inexplicables que quizá en el futuro ella misma se animara a responder.
No esperamos a que esta nueva obsesión se fuera por sí sola, buscamos amortiguar el peso que gravitaba sobre nuestra vida: Le conseguimos a mi abuela un almanaque. Yo misma fui a comprarlo. Cuando salí del negocio pasé mis dedos muy delicadamente por los números de una de las hojas del cuadernillo, blanca y cuadriculada, e imaginé que el color de los días empezaba a transformarse. El tiempo se detuvo y el mundo se paralizó. Entonces pude asomarme a una enorme ventana sin fronteras y allí, debajo de todo, encontré mi propia imagen, mirándome. Pero duró apenas un segundo la ilusión, recapacité inmediatamente, con solo reconocer que los números se nos habían metido en los relojes y los calendarios, bastaba y sobraba como prueba irrefutable de la derrota humana.
Agarramos con una chinche el almanaque a la puerta de la cocina y le enseñamos a mi abuela que, no bien se levantaba, tachara el día en curso para que cada vez que tuviera ganas de hacer la pregunta, en vez de preguntar, se fijara en los días tachados y supiera si pertenecían al pasado o si aún estaban por llegar. Mi abuela, muy obediente, con su lápiz negro en la mano, fue tachando uno a uno todos los días del almanaque hasta el treinta y uno de diciembre. No bien terminó y el calendario quedó íntegramente tachado, empezó a preguntar nuevamente: ¿Qué día es hoy?. Aquella mañana, tía Margarita había salido muy temprano, de modo que cuando volvió se encontró con un calendario desahuciado. Quiso desmayarse pero no pudo. Así, lentamente e inclinando su espalda, mi tía se fue arrodillando y empezó a llorar. Lloraba mientras miraba el calendario como si hubiese sido su partida de defunción.
Doña Pepa, empeñada en sacarle el jugo a esta maldición gitana, como insistió en llamar al percance de vivir con una loca en casa, quiso encontrarle alguna lógica a las tachaduras. Creyó que mi abuela había escogido secretamente un orden al tachar los números, así que puso a contraluz el almanaque e intentó determinar qué tachaduras se veían más intensas que otras para enseguida consultar un libro sobre el significado numerológico que las cifras encerraban. El número cero representaba el infinito, el uno el principio creador, el cuatro, la construcción. Como los números eran más perfectos que nuestra manera de mirar, doña Pepa quedó encarcelada en esa búsqueda de sentido y orden. Terminó extrayendo conclusiones sorprendentes y hasta, si se quiere, edificantes, pero que no tenían mucho en común con el mensaje cifrado al que la locura de mi abuela podía aludir.
La tía y yo nos mordimos para no criticarle a doña Pepa su audaz método interpretador de la desgracia que se nos había caído encima, aunque eso sí, como no le dijimos ni media palabra, lo cual ya resultaba altamente sugestivo, ella entendió que se había metido en un túnel sin salida. Y abandonó sus investigaciones. Al fin y al cabo el llamado método del almanaque no había servido más que para perder tiempo y gastar el lápiz.
Mi abuela, sin dejar de mirar el mes de diciembre tachado, siguió preguntando lo mismo a cada rato: ¿Qué día es hoy? Cansada como nosotras de oír la eterna pregunta, doña Pepa propuso el recurso del pizarrón. No fue una mala idea. El pizarrón, en el caso de no servir de mucho, despertaba la memoria emotiva, los primeros años, las emociones del comienzo. Por eso, sin pensarlo demasiado compramos un sencillo pizarrón de color negro absoluto que fue colgado en una de las paredes del patio, justamente al costado de la enredadera. Y allí escribimos el día completo: Jueves 17. La abuela lo miró. Nosotras miramos a la abuela, tranquilizadas al ver la palabra “Jueves” tan entera y tan poética. Era una inscripción gráfica y apaciguadora. La letra cursiva se dejaba llevar y ondulaba, iba hacia abajo o se columpiaba en medio de la negra inmensidad. Todo estuvo bien, los planetas giraron en sus órbitas y los músculos del cuerpo pudieron descansar. El mundo con sus tiempos se había vuelto a poner en orden. El blanco de la tiza resaltaba sobre el negro negrísimo del pizarrón recién comprado. Aquel momento fue el Paraíso para nosotras. La luz del sol cubrió el patio y contorneó aún más nítidamente los perfiles del día y la fecha presentes. La abuela, parada frente al pizarrón, parecía sonreír. Tenía en los ojos una tersura rara que hasta pudo hacernos ilusionar con una mejoría, con un amenguamiento de su locura. Luego el día o el tiempo, siguió pasando mientras mi abuela se acercaba más y más al pizarrón. En cierto momento estuvo tan cerca del pizarrón de espaldas a nosotras en el patio que me causó gracia, porque daba la impresión que la habíamos puesto en penitencia. El aliento y la respiración de mi abuela volatilizaron la tiza y con ella el número y la palabra “jueves”. Entonces la voz de mi abuela volvió a repetir otra vez: ¿Qué día es hoy? Y mi tía Margarita, al escuchar la voz y ver el pizarrón, se dio por no nacida. Y la idea del tiempo que arrasa con nuestra vida volvió a arrasarnos los pensamientos. Extenuadas, decidimos irnos a dormir cuanto antes.
PÁGINA 20 – ENSAYO
La realidad y la utopía
Por Amado Storni (Madrid/España)
Salió corriendo la Utopía huyendo de la Realidad. Sus pasos parecían firmes y seguros pero su huída era una huída desesperada y sin control. A cada paso que daba la Utopía la Realidad daba dos más.
En su afán de no ser alcanzada la Utopía buscó ayuda. Fue así como se encontró con un banquero pero éste, preocupado por la bolsa y las divisas, interesado de interés y capital, ni siquiera la escuchó.
En su atropellado caminar la Utopía se encontró con un clérigo que al principio puso interés en escucharla. Parecían hablar el mismo idioma aunque a veces no se entendían. Y es que la vida espiritual de la que hablaba el sacerdote no era la misma que la de la Utopía. Su vida era una vida que después de la vida se construía con los cimientos de una fe en la que ni el mismo clérigo creía.
La Utopía siguió huyendo y fue entonces cuando se encontró con un político al que la Utopía reconoció enseguida. Ambos, en un tiempo pasado no muy lejano, habían caminado juntos y cogidos de la mano. Pero terminada la campaña electoral y cuando aquél consiguió el status que buscaba, la Utopía volvió a quedarse sola. Y el político, creíble y diplomático, le dio la espalda.
La Utopía también se encontró con un hombre. Un hombre que fue adolescente. Un adolescente que fue niño. Y ese hombre al que la Utopía ilusionó de niño y también de adolescente, ni siquiera la saludó porque no la conocía.
Al tiempo de ser alcanzada por la Realidad la Utopía se encontró con un poeta, atropellado de versos e indómito de sueños incurables. El poeta parecía distante, pero cuando la Utopía se detuvo a hablar con él éste la escuchó. Ambos se entendieron y se saludaron porque ambos se reconocían. Y vio la Utopía que con el poeta se sentía segura. Al oir llegar a la Realidad la Utopía se escondió. La Realidad se detuvo ante el poeta y le preguntó si había visto pasar a la Utopía. Pero ni el poeta entendía a la Realidad ni la Realidad se entendía con el poeta porque a lo que la Realidad llamaba Utopía era la realidad del poeta. Y cansada de ese mal entendimiento la Realidad se tuvo que marchar. Fue entonces cuando la Utopía se metió en el cuerpo del poeta porque sintió que ese era su verdadero hogar.
Es por eso que los poetas saben tanto de sueños y los sueños se llevan tan bien con los poetas.
PÁGINA 21 – CUENTO
Algo de mí
Por Ricardo Juan Benítez (Buenos Aires/Argentina)
El tipo pensaba:
-¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde es aquí?
Tirado en una cama deshecha. Un vago recuerdo de una mujer muy hermosa. Un par de copas en un lugar con tenue iluminación.
-¿Después?
-¿Qué pasó después?-seguía con su monólogo mental-después…
Recordaba un lugar con azulejos blancos e iluminación muy brillante. Y ahora:
- ¿Dónde estoy?
Luego de parpadear cayó en la cuenta que era el dormitorio de su propio departamento. Todo quedó claro cuándo se tocó su costado que le dolía. Las costuras de la sutura aún supuraban.
Algo de simpatía por el demonio
Aquel primer mensaje le llegó cuándo estaba tratando de dar forma a un cuento.
Esa tarde había sido particularmente infructuosa. Las ideas llegaban y se iban sin que él pudiera plasmarlas. Estaba en su casa de fin de semana (haría ya unos tres días). Quería terminar aquel dichoso escrito para participar de un concurso que cerraba la semana próxima. Por lo tanto decidió buscar aislamiento en las playas del sur, en el balneario fuera de temporada.
Si hubiera podido elegir un momento peor para su arribo jamás podría haber acertado. El clima, hasta ese preciso día, había sido lluvioso y frío. Pero esa tarde, en la que no se le ocurría absolutamente nada, la lluvia se había convertido en tormenta cerrada. Desde el ventanal del estudio podía ver el mar embravecido rompiendo en la escollera.
Al caer la noche sólo los relámpagos iluminaban el oleaje salvaje. Él seguía empecinado frente al monitor de su computadora.
-“No me voy a ir a dormir en tanto no se me ocurra algo”-pensó.
Había estado dándole vueltas a unas ideas de posesión satánica. Es más, había revisado algunas páginas en internet sobre el tema. Lo único que había rescatado de su búsqueda era una extraña especie de cruz invertida, en forma de tridente y con los extremos de las puntas redondeadas. Lo dejó de salvapantalla. Desechó el resto de las ideas.
Todo estaba en penumbras. Excepto el monitor y una lámpara que iluminaba tenuemente el teclado.
Contra lo que le indicaba su experiencia siguió tratando de forzar las ideas. En otras oportunidades cuándo había tenido un bloqueo, simplemente dejaba de escribir y dejaba su mente vagando entre algunos pensamientos dispersos. Luego, casi mágicamente, aparecía el desarrollo completo. Por lo general un buen comienzo necesario para atrapar la atención del lector. Luego el desarrollo: una anécdota rica pero sintética. Por último un remate sorpresivo. En una sola frase devastadora.
En determinadas ocasiones se le presentaba el final. Desde ahí trabaja el resto de la historia. Algunas veces la clave se la había traído un sueño. También muchas veces el concepto general se le había presentado por completo sorpresivamente. Pero esa noche estaba yermo de ideas. Cualquier cosa lo distraía.
Las ráfagas de viento de la sudestada aullaban entre las piedras. El retumbar de los truenos lejanos y el golpeteo de los ramalazos de agua contra los ventanales. La casa, que como toda residencia solitaria, tiene sus propios ruidos. Su vida propia.
Él estaba solo ahí. Es más: daba la sensación que aquel fin de semana estaba solo en todo aquel pueblito costero. Ya de por si en invierno se producía una merma importante de residentes.
Estaba tecleando algunas palabras con desgano cuándo apareció el cartelito que decía:
"Ha recibido un nuevo mensaje en su correo electrónico
Abrió el mensaje.
Decía; Asunto: ideas. De: Luzbel
"¿Qué te parece un tipo solo en una casa en la playa, con una terrible tormenta, tratando de escribir algo, pero absolutamente vacío de ideas?
¿Qué te parece el miedo y el desasosiego creciendo en él sin causa aparente? ¿Qué te parece que reciba un mail del mismísimo Demonio y una llamada de allá, de dónde nunca te animarías tan siquiera a preguntar?"
-¿Quién carajo se habrá tomado el trabajo de joder?
Su celular comenzó a emitir la melodìa de "Así hablaba Zaratrusta". Atendió.
-¡Hola!
-Hola. ¿Recibiste el mensaje?
-Si. ¡Boludo!... gracias por las ideas. Seas quién seas.
La voz del otro sonaba como si estuviera en un sitio abovedado. Era profunda y grave.
-Creo que sabes quién soy. Pero te haces el boludo. Ya te lo dije en el mail. ¿Y si te voy a visitar y cambiamos algunas ideas? Un poco de fama y dinero no le hacen mal a nadie.
-¡Mirá, pedazo de tarado, tu bromita ya estuvo bien! ¿Querés rescribir "El Fausto" a costa mía?
Apretó la tecla roja y tiró el celular sobre el escritorio.
Todo el maderamen del chalet parecía estar acomodándose al mismo tiempo. La tormenta que arreciaba. Le pareció escuchar unos pasos en el piso superior. Eran las ramas del pino agitándose contra el tejado.
La musiquita del celular de nuevo. Miró el display de luz azulada. El identificador de llamada indicaba: 666.
-“¿Cómo lo habrá hecho?”
-¿Qué querés?-preguntó enojado.
-Que quería. Yo quería ayudarte. Por supuesto a cambio de algo-La voz pasó de la pena a la ira-Ahora es demasiado tarde. Lo que quería lo voy a tomar. Estoy justo detrás tuyo…
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
Alfonso Gumucio (Cochabamba/Bolivia)
Albañil
Al que madruga
no lo ayuda nadie. Solo,
con su pan bajo el brazo
con su manzana brillante en el bolsillo
con las rodillas que le suenan
llena la calle vacía,
a las seis de la mañana
ladrillo sobre ladrillo asegura
con las manos partidas cementosas
la manzana madura de mañana.
Refrán
El que a hierro mata
tiene cien años de perdón.
Al menos, tiempo de sobra
para gozar estafas millonarias,
malversar la memoria,
limpiar la sangre seca
en el libro arrugado de la historia,
recibir incluso algún honor,
un cóndor desplumado,
homenajes póstumos, varios.
Máquina de Escupir
Voy a echarle leña negra a este papel
que tan blanco se cree.
Voy a marcarle la cara
con fierro y con carbón
para que el gesto se imprima rabioso
y la palabra no se caiga,
exhiba su pose extravagante,
atrapada entre resortes vencidos
crea que vive todavía
cadáver rígido de tinta seca.
Claribel Alegría (Estelí/Nicaragua)
El muro de las sonrisas
Cuando el amor se aja
se marchita
se te vuelve amarillo
no hay remedio
sólo te queda
la sonrisa.
Cuando te sientes sola
entre sus brazos
y tu piel es frontera
y no te brota el llanto
sólo te queda
la sonrisa.
Cuando te sientes sola
entre sus brazos
y tu piel es frontera
y no te brota el llanto
sólo te queda
la sonrisa.
Cuando el canto se oxida
y el paisaje
y todo lo vivido
es un espectro
tu único refugio
es la sonrisa:
ese muro cerrado
impenetrable
sin ayeres
sin hoy
y sin mañanas
donde todos los sueños
se hacen trizas.
Soy espejo
Brilla el agua en mi piel
y no la siento
corre a chorros el agua
por mi espalda
no la siento
me froto con la toalla
me pellizco en un brazo
no me siento
comienzo a vestirme
a tropezones
de los rincones brotan
relámpagos de gritos
ojos desorbitados
ratas que corren
dientes
aún no siento nada
me extravío en las calles:
niños con caras sucias
pidiéndome limosna
muchachas prostitutas
que no tienen quince años
todo es llaga en las calles
tanques que se aproximan
bayonetas alzadas
cuerpos que caen
llanto
por fin siento mi brazo
dejé de ser fantasma
me duele
luego existo
vuelvo a mirar la escena:
muchachos que corren
desangrados
mujeres con pánico
en el rostro
esta vez duele menos
me pellizco de nuevo y ya no siento nada
simplemente reflejo
lo que pasa a mi lado
los tanques
no son tanques
ni los gritos
son gritos
soy un espejo plano
en que nada penetra
mi superficie
es dura
es brillante
es pulida
me convertí en espejo
y estoy descarnada
apenas si conservo
una memoria vaga
del dolor.
Ven conmigo
Ven conmigo
subamos al volcán
para llegar al cráter
hay que romper la niebla
allí adentro
en el cráter
burbujea la historia:
Atlacatl
Alvarado
Morazán
y Martí
y todo ese gran pueblo
que hoy apuesta.
Desciende por las nubes
hacia el juego de verdes
que cintila:
los amantes
la ceiba
el cafetal
mira los zopilotes
esperando el festín.
«Yo estuve mucho rato
en el chorro del río.»
explica la mujer
«un niño de cinco años
me pedía salir.
Cuando llegó el ejército
haciendo la barbarie
nosotros tratamos de arrancar.
Fue el catorce de mayo
cuando empezamos a correr.
Tres hijos me mataron
en la huida
al hombre mío
se lo llevaron amarrado.»
Por ellos llora la mujer
llora en silencio
con su hijo menor
entre los brazos.
«Cuando llegaron los soldados
yo me hacía la muerta
tenía miedo que mi cipote
empezara a llorar
y lo mataran.»
Consuela en susurros
a su niño
lo arrulla con su llanto
arranca hojas de un árbol
y le dice:
«mira hacia el sol
por esta hoja»
y el niño sonríe
y ella se cubre el rostro de hojas
para que él no llore
para que vea el mundo
a través de las hojas y no llore
mientras pasan los guardias
rastreando.
Cayó herida
entre dos peñas
junto al río Sumpul
allí quedó botada
con el niño que quiere
salir del agua
y con el suyo.
Las hormigas le suben
por las piernas
se tapa las piernas
con más hojas
y su niño sonríe
y el otro callado
la contempla
ha visto a los guardias
y no se atreve a hablar
a preguntar.
La mujer junto al río esperaba la muerte
no la vieron los guardias
y pasaron de largo
los niños no lloraron
fue la Virgen del Carmen
se repite en silencio
un zopilote arriba
hace círculos lentos
lo mira la mujer
y lo miran los niños
el zopilote baja
y no los ve
es la Virgen del Carmen
repite la mujer
el zopilote vuela
frente a ellos
con su carga de cohetes y los niños lo miran
y sonríen
da dos vueltas
y empieza a subir
me ha salvado la Virgen
exclama la mujer
y se cubre la herida
con más hojas
se ha vuelto transparente
se confunde su cuerpo con la tierra
y las hojas
es la tierra
es el agua
es el planeta
la madre tierra
húmeda
rezumando ternura
la madre tierra herida
mira esa grieta honda
que se le abre
la herida está sangrando
lanza lava el volcán
una lava rabiosa
amasada con sangre
se ha convertido en lava
nuestra historia
en pueblo incandescente
que se confunde con la tierra
en guerrilleros invisibles
que bajan en cascadas
transparentes
los guardias
no los ven
ni los ven los pilotos
que calculan los muertos
ni el estratega yanqui
que confía en sus zopilotes
artillados
ni los cinco cadáveres
de lentes ahumados
que gobiernan.
Son ciegos a la lava
al pueblo incandescente
a los guerrilleros disfrazados
de ancianos centinelas
y de niños correo
de responsables de tugurios
de seguridad
de curas conductores
de cuadros clandestinos
de pordioseros sucios
sentados en las gradas
de la iglesia
que vigilan la guardia.
La mujer de Sumpul
está allí con sus niños
uno duerme en sus brazos
y el otro camina.
Cuénteme lo que vio
le dice el periodista.
«Yo estuve mucho rato
en el chorro del río.»
Tamalitos de Cambray
(5,000,000 de tamalitos)
A Eduardo y Helena que me
pidieron una receta salvadoreña.
Dos libras de masa de mestizo
media libra de lomo gachupín
cocido y bien picado
una cajita de pasas beata
dos cucharadas de leche de Malinche
una taza de agua bien rabiosa
un sofrito con cascos de conquistadores
tres cebollas jesuitas
una bolsita de oro multinacional
dos dientes de dragón
una zanahoria presidencial
dos cucharadas de alcahuetes
manteca de indios de Panchimalco
dos tomates ministeriales
media taza de azúcar televisora
dos gotas de lava de volcán
siete hojas de pito
(no seas mal pensado es somnífero)
lo pones todo a cocer
a fuego lento
por quinientos años
y verás qué sabor.
PÁGINA 23 – CUENTO
Blas
Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe/Argentina)
I
De repente se me ocurren esas palabras. Se me ocurre "allá había una vaca" que quiere decir allá había una vaca dicho de esa forma tan diferente y la ocurrencia sucede en el centro de la clase como en el mismo centro de un ring, los chicos se burlan y la maestra cita a mi padre; me preguntan si yo acaso no sé que había una vaca se dice había una vaca y es que se me chorrearon esas palabras diferentes como a Alexander se le chorrean largos filamentos de la nariz y él se los quita a manotones pero cuando se me ocurrió verde páramo o Manuelita vivía en Pehuajó no se puede sacar de la boca lo que se dijo ni quitar la extrañeza de los ojos de mi abuela Molly quien parece sentenciar "esto tenía que pasar, yo sabía que tenía que pasar" y no lo menciona pero se encuentra al borde de hacerlo y es curioso, todos parecemos en un borde donde algo se va a caer o escurrir y es en el cumpleaños cuando a mamá le digo de esa otra manera que se me chorrea, esa otra manera de decir mamá y cuando nada podría empeorar se me chorrea ¿dónde está mi hermano? y Jim está aquí pero dicho de esa otra manera se refiere también a otra persona, a otro hermano a otro lugar, y mal de la cabeza como estoy -lo murmuran o afirman abiertamente mis compañeros de escuela-, primero divertidos luego recelosos porque empiezan a notar que hasta mi piel y mi cabello tienen más que ver con esas palabras chorreadas que vienen de ¿dónde? no de aquí, no del bus que me lleva a esta escuela ni de este condado, esas palabras vienen de otra parte y de otra gente y digo yerbamate y ni yo sé qué quiero decir, como el agua de una canilla a la que se le rompió el cuero, palabras que no combinan, palabras oscuras de pelo lacio -como mi pelo- fuera de lugar en esto que tenía que pasar según mi abuela Molly como si ella supiera algo que yo ignoro, un secreto ante el que mi mamá le ordena que acabe o atraerá aves de mal agüero y para decirlo usa palabras que entiendo pero no las chorreadas que me invaden como llamaradas de un incendio que arrasa la casa de los Hill, quema el bus, la escuela, mis amigos y debajo de la quemazón aparecen otras caras y otra ciudad, como en un calco hecho con papel carbónico, como en un reflejo de espejo que es la otra parte de la que uno no sabe - yo no sé- dónde queda pero es la que combina con esa lengua que empuja de abajo, y empuja a esa otra gente y a esas otras casas, las que terminarán tapando la colina de césped verde y el cartel y la cruz de iglesia y harán desaparecer el pueblo completo y no sé qué va a salir de abajo, o sí sé: va a subir de abajo hacia arriba si las palabras siguen chorreando y va a inundarme y ahogarme dejando a alguien diferente, alguien que no se llama Bob como yo sino que puede llamarse por ejemplo, Blas. Blas. Y las palabras chorrean y chorrean y suben e inundan porque esto, como dice mi abuela Molly, alguna vez tenía que pasar. Blas Blas Blas. Mi madre se asusta o quizá es mi espanto el que se refleja en sus ojos; Blas, repito como la sirena de una ambulancia hasta que la inyección funciona y me duerme.
II
¿Dónde guardaba todo ese océano: patos siriríes, río Paraná? ¿qué tiene que ver el Paraná, un río sudamericano, conmigo? Desde este otro atrás que es el sueño de la inyección la oigo a mamá que no sabe cómo manejarán esto, si hubiéramos sabido, tan chiquito era cuando lo trajimos, dice mamá, tantas mentiras, y si ella que es adulta no sabe cómo proceder, yo, asomado a ese océano que corre abajo voy a caer, océano que arrastra aromas y calles, pero no como ciudades a conocer sino como diferencias; estoy aquí y estoy allá y allá saboreo otras comidas y un señor me extiende los brazos y yo se los extiendo y allá le digo papá y sé que es mi papá pero allá, y grito y mi mamá de Tree Town me consuela: "esto va a pasar como pasa un mal sueño" y llora, asegura que nos ayudaremos mutuamente a olvidar ¿porque esto tenía que pasar? le pregunto acordándome de lo que no formuló abuela Molly pero quedó en el borde de su lengua. Pregunto mientras el océano corre y mi mamá asegura que ella también ve el océano -hay que olvidar, dice- y le pido por lo que más quiera que haga que el océano también quede ahí en el borde de la lengua y deje de chorrear por mi boca palabras y por mi cabeza -que anda mal- una ciudad a la orilla de un río sudamericano,
calles empedradas y una casa donde soy otro y donde mi papá se sienta y llora porque falta alguien en ese otro lugar alguien de la que no me quiero acordar porque si me acuerdo no voy a poder aguantar que en ese lugar que es otro y me falta, encima ahí haya otra ausencia y el allá se vuelve acá y digo mamá y lo digo de esta otra manera porque lo digo por otra mujer que se acerca y me amamanta y me aleja de Bob -que era yo- y de abuela Molly hasta que me deja adonde las cosas son otras y algo tiene que pasar aunque todos prefiriésemos que no.
(Por la identidad. Niños argentinos secuestrados por los militares argentinos del Proceso de Reorganización Nacional entre 1976 y 1983)
PÁGINA 24 – ENSAYO
Jorge Luis Borges y Eduardo Mallea: trayectorias, opiniones, disensos
Por Fernando Sorrentino (Buenos Aires/Argentina)
Borges y Mallea: ubicación tempoespacial
Jorge Luis Borges y Eduardo Mallea tienen algunos puntos de contacto.
Pertenecen a la misma generación y vivieron en común un extenso tramo del siglo XX: Borges nació el 24 de agosto de 1899, y Mallea, el 14 de agosto de 1903; Borges falleció el 14 de junio de 1986, y Mallea el 12 de noviembre de 1982.
Además, se movieron siempre dentro de los círculos políticos y culturales que podríamos denominar "tradicionales" o "conservadores": los diarios La Prensa y La Nación, la revista Sur (de cuyo Comité de Colaboradores ambos formaron parte).
Es posible que, hacia 1935/1940 los dos hayan alcanzado, en el mundillo literario argentino, una magnitud externa más o menos similar.
El correr de los años fue reduciendo la luz de Mallea y aumentando la de Borges hasta tal punto, que la distancia que media ahora entre ellos es descomunal.
Un lector ante Mallea
Yo soy un lector a quien le agrada que le cuenten historias interesantes. En el estricto sentido del término: es decir, historias que me interesen, historias que, con sus incesantes estímulos, me impulsen a continuar la lectura para seguir recibiendo sensaciones placenteras. Y, dentro de estas sensaciones placenteras, se halla también la de satisfacer la -si se quiere- infantil curiosidad que conlleva la pregunta: "¿Qué pasará ahora?".
Así, "frívolo", soy yo desde hace unos cuantos años. Pero, cuando era adolescente o apenas joven, yo era un lector más "serio", y entonces, por sentido del deber, leía respetuosamente hasta el final todo libro empezado.
Allá por 1963 leí La bahía de silencio(1), novela de Eduardo Mallea, y la leí con el mesurado juicio que me confería mi cuasiinocencia literaria de entonces. Claro que yo tenía apenas veintiún años, y, según parece, fui de maduración lenta. Cuando, muchos años más tarde, la releí, yo era otra persona, con una percepción infinitamente mayor de los problemas, de los artificios, de los recursos, de las trampas, de las soluciones que se presentan, o que se esconden, en la construcción de un relato.
Entonces, La bahía de silencio me pareció la obra de una persona de criterio narrativo, ¿cómo diré?, de criterio narrativo insensato. Una novela donde era imposible encontrar un atisbo -al menos- de verosimilitud y por la cual se precipitaban raudales de defectos de toda índole.
En busca de otro punto de referencia, compré los Cuentos para una inglesa desesperada (2), abrumado por el prejuicio de que iban a resultarme desagradables. Admito que me equivoqué: no me resultaron ni siquiera desagradables: me resultaron casi incomprensibles. Con la añadidura de estar contaminados de afectación y de insoportable vanidad.
Quise también tener una idea aproximada sobre cómo veía el autor el oficio de narrar, y compré las Notas de un novelista (3). No encontré allí la menor incoherencia: la novela, los cuentos y los ensayos respondían a una única, férrea y desatinada concepción de la narrativa.
Borges opina sobre Mallea
Muchos años antes de que yo hubiera llegado a esta desoladora conclusión sobre Eduardo Mallea, pasé por la experiencia inolvidable de interrogar a Jorge Luis Borges. Y, en algún pasaje del libro en que constan tales conversaciones (4), se produjo el siguiente diálogo:
F.S.: ¿A usted le gustan las novelas de Mallea?
J.L.B.: Sí. Sobre todo una novela breve que se titula Chaves, que creo que es lo mejor que ha escrito él. Y luego un cuento, cuyo título no recuerdo,(5) sobre un hombre que siente celos anticipados de un desconocido, y luego llega más o menos a provocar el adulterio de su mujer: algo así como una versión más compleja de El curioso impertinente de Cervantes. Ahora, Mallea, como yo, es un hombre tímido, de modo que hemos llegado a la amistad, pero no a la intimidad. Es decir: yo lo aprecio, sé que él me aprecia, pero no nos vemos con mucha frecuencia.
E, inmediatamente, Borges deriva el diálogo hacia casos parecidos de amistades que no necesitan de la frecuentación, etcétera, actitud que me condujo a imaginar que, en realidad, no le interesaba hablar de Mallea.
Pero lo cierto es que contestó que sí, que le gustaban las novelas de Mallea.
Lo cual, naturalmente, es mentira.
Gracias borgeanas
Tiempo más tarde se conocieron circunstancias graciosas.
Por ejemplo, a la novela de Mallea titulada Todo verdor perecerá, Borges la llamaba, previendo el tedio que suscitaría su lectura, Todo lector perecerá.
El libro Borges (6), de Adolfo Bioy Casares, registra esta maravilla del ingenio borgeano, pronunciada ante el anuncio de una nueva novela de Mallea:
¿La penúltima puerta? Qué buen título. Mallea tiene una notable capacidad para elegir buenos títulos. Es una lástima que se obstine en añadirles libros (28/12/1969).
Mallea sobre Borges
Ahora bien, las ya citadas Notas de un novelista incluyen un "Diario de Los enemigos del alma", novela que se publicaría en 1950.
En la entrada correspondiente al 18 de febrero de 1949, Mallea escribe:
La lucha más pertinaz de un escritor debe encarnizarse contra el crecimiento vicioso de su propio estilo. Si se le deja crecer acabará por tragarse a quien lo ejerce como el parásito al higuerón. El estilo es un animal doméstico o de guardia que debe dormir siempre a los pies de la cama. Pugnazmente tenderá -y con más fuerza cuanto más fuerte sea su condición- a echarse a yacer en la cama de su dueño, arrojándolo de ella; en todo esto pienso y se lo digo a Gannon comentando el cuento publicado por un excelente estilista que de tanto serlo ya no queda del cuento nada. Toda la historia -magnífica por lo demás cuando se la reduce a su esencia- que se propuso contar, palidece y se debilita, vacila y se desvanece bajo el peso insostenible del amaneramiento. [...].
Gannon es Patricio Gannon, escritor y traductor cuya firma aparecía con frecuencia en Sur, la revista dirigida por Victoria Ocampo, de cuyo Comité de Colaboración era, como ya dije, miembro permanente Eduardo Mallea.
No es raro, entonces, que ambos amigos comenten los textos aparecidos en el reciente número de Sur, que no es otro que el que corresponde al año 17, número 172, febrero de 1949.
El "cuento publicado por un excelente estilista que de tanto serlo ya no queda del cuento nada", discurre entre las páginas 7 y 12.
Su título es "La escritura del Dios", y su autor, Jorge Luis Borges.
Tal vez por ser un enamorado de la obra de Borges, debo confesar que en dicho cuento no he encontrado amaneramiento alguno y también que creo que su autor es bastante más que un "excelente estilista".
PÁGINA 25 – CUENTO
Costumbres y secretos
Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Santa Fe/Argentina?
Hay mujeres en Buenos Aires que guardan un secreto. Mujeres que jamás se han atrevido a pronunciar las palabras justas, desencadenadoras de la verdad a puñaladas, de la realidad arrugada y prohibida que se niega a ingresar en aquel sitio donde todavía perduran los oropeles y las mantillas de hilo; donde los cristales de bohemia abrigan un esplendor mentido y las viejas estatuas de mármol conciben un pensamiento imposible de Carrara. Mujeres que ven otros cuartos contrastando, brutales, denunciantes, con el que brilla, con el que resplandece entre las telas de araña y las columnas rotas, entre el silencio en los días de lluvia y los gritos del moho abriendo canaletas por los tapices y los damascos muertos. Hay mujeres que, como ella, han visto morir tantos atardeceres desde el rincón más oscuro, más opaco, más desnudamente real y apartado, que se les ha vuelto niebla la mirada y se le han consumido todos los pensamientos. Ella había visto desfilar ante sus ojos en las fiestas, a los hombres más apuestos y a las mujeres más hermosas. Había visto las panas y los capullos de las rosas brotando en un parque que ya no existía mientras los sirvientes consumaban su envidia en las despensas y las gaitas sonaban embravecidas a partir de los bailarines. También había visto ella, después de la muerte del señor y de la enfermedad apopléjica y postrante de su patrona, las cartas que cesaron de llegar con membretes del gobierno, el posterior reclamo de la casa y su pedido, su súplica de que le dejaran el gran cuarto, de que se llevaran todo menos el gigantesco Olimpo, menos el mundo al que sólo ingresaba cuando debía alimentar a su señora, o cuando repasaba el círculo inmutable de los espejos al hacer la limpieza. Ellos le devolvían una imagen cotidiana. Le devolvían la espalda encorvada y el vestido viejo, las hebras grises y la nariz aguileña heredada de su padre. Le devolvían unos ojos cascados y unas manos que conservaban la tibieza del roble lustroso hasta el cansancio. Así fue como los cuartos se empolvaron de odio, se desconcharon de ira, se desgajaron de telas podridas de óleos corrompidos. Así fue como el bandó de las ventanas no pudo más acallar al sol a toda marcha contra los cristales, a toda vela contra los listones de ébano y los marcos, a toda voz en luto contra los pies de un adonis ultrajado. Y se abrieron groseras. Se abrieron en un bostezo eterno frente al piano, junto a las vitrinas donde ahora se alojaban los gorriones que llegaban a comer migajas de dolor de entre sus manos. Cada cuarto fue un silencio. Lo vendible fue vendido. Ella fue la encargada de venderlo todo. Varios coleccionistas compraron los tesoros de la casa y con eso consiguió pagar las deudas de sus amos. Fue la encargada de despedir a los sirvientes. Y también fue la encargada del abandono. Era como si los cuartos se hubieran desmoronado y con ellos la alegría de cuidarlos, de custodiar la magnificencia tronchada de sus paredes. Su único esmero fue para el gran cuarto. Allí sí. Allí, mientras su patrona que lo ignoraba todo dormía, ella arrancaba destellos iracundos a los cofres, a las estufas, a los escalones. Todo brillaba. Parecía prohibido hablar de goteras que dejaban caer lágrimas oscuras, rebotantes en el piso donde comenzaba a brotar una hierba sórdida y agazapada. Si se lo proponía alcanzaba a oír desde muy lejos las gaitas y los pianos, el fru-frú de las sedas y el tintineo constante de las copas.
Pero supo que eso no sería para siempre. Supo que el secreto era demasiado prolongado, demasiado hastiante para una sola, aunque fuera una sola la que pensara, la que mantuviera tensos los hilos de la verdad y de la mentira.
Una tarde entró al gran salón. Su ama dormía el cosquilleo de los frunces. Dormiría hasta bien entrada la noche. Lo había hecho posible con esas gotas amarillentas que le daba para llamar al sueño, sin administrar demasiadas porque podrían llamar a la muerte. Despacio levantó el cuerpo frágil de la señora y lo colocó en la silla de ruedas tapándole las piernas con una manta. Luego comenzó a empujar. Asi, lentamente. Así, seguramente, trasvasaron el brillo para llegar a la escalera y al pasillo decorado con telarañas y cordeles rotos. Así, lánguidamente, hasta el centro de la galería inflamada de olor a humedad, de hongos innumerables, de ecos cadavéricos. Así depositó orgullosa un beso en la frente de su señora. Orgullosa como nunca se sintiera. Como nunca antes desde su delantal envejecido, sus párpados, sus ruinas. Y como nunca antes subió las escaleras. Con la espalda más derecha, más gallarda, subió cada escalón, cada costumbre de libertad y de armonía. Como una reina, porque era una reina. Esa reina que pese a los días en los que pudo oír los gritos asfixiados de su patrona, moró con soberbia, con soberbia de muerte dorada desde aquel, su gran salón.
PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Sergio Zúñiga Rivas (Varsovia/Polonia)
Noche Buena Feliz
Tuve un día de Noche Buena feliz.
En el tranvía y en la tienda,
por mi aspecto, nadie me dijo gitano,
judío ni negro.
Durante la cena de Noche Buena
nadie definió mis ideas propias como las
de un comunista.
Al marchar me colgué el bolso donde llevo mis
cosas personales y nadie se hizo eco de lo dicho
por la radio de una secta que dice que los hombres
que llevan un bolso colgado tienen inclinaciones homosexuales.
Casi olvido decir que tampoco
nadie me dijo” regresa allá de donde has venido”
No me puedo quejar. Me tratan bien.
Galopa, galopa
El anciano cuenta:
“El caballo desbocado
corría como un tren
cuesta abajo y sin frenos.
No podía con las riendas
Ni con mi deseo de salvar a mi pequeño.
Me equilibro como puedo.”
¡ Maldito potro !
Soy creyente, siempre creí en ti,
no me abandones ahora – pensaba.
Te doy mi vida a cambio de su vida.
El potro corria
y se alejaba la vida.
Corría y se alejaba.
Corría y se alejaba.
Estoy a punto de soltarlo
porque quiero salvarlo.
Está en tus manos la vida de mi hijo – le decía.
Galopa y se aleja.
Corre y se aleja.
No obedece y disfruta su carrera
de la muerte en esta injusta guerra.
Hoy por la mañana de este diciembre del 73’
de despedidas, incertidumbres y llantos,
cuando te veía correr junto al. bus
que me llevaba al exilio,
sentía que tu corazón
era el galope de aquel caballo desbocado
y yo te decía con la mirada
“mientras estemos vivos,
como en aquel entonces, estaremos salvados”.
El hechizo
Me invitaste al balcón de tu vida
para tocar tus trenzas
y me convertí en persona
Te escribo
A ti te escribo
amada mía,
aunque mío sólo sea
el deseo de ser tuyo.
Cautivo
Yo pensaba, creía ingenuamente que la elección sería libre
que yo decidiría que ella es la elegida,
porque es como a mi me gusta,
como yo la quiero.
Sin embargo, la frágil democracia de mis sentimientos
se halló de pronto cautiva
por la decisión anárquica de mi corazón.
Ahora comparezco ente el tribunal de la vida
para confesar que me rindo,
que me quedo en el paraíso de tus brazos
en tus océanos azules, en la profundidad de tus mares
sembrados de nuestros sueños y de almendros en flor.
La inundación
Llevé mi alma en lo brazos
Desde el desIerto de mis sueños
Hasta la playa de la esperanza.
En un segundo de descuido la Osa Mayor
y dos cálidos océanos
invadieron todas mis islas y penínsulas,
anegando de vida e ilusiones
todos los puertos de mis sentimientos
y de mi conciencia.
Ahora camino por la playa,
`por las calles y los rincones
que tus ojos han acariciado
y veo, por la sonrisa de los niños,
que mi figura ha mejorado
con las algas que llevo en el pelo
y las conchas y caracolas
que cantan en mis bolsillos.
Celeste
Mientras algunos buscan un amor
para realizar sus sueños,
a mi me basta tu presencia,
sinónimo de alegría
en este poema de locos que es la vida.
Las favelas
Cuando los desposeídos de mi tierra
no tienen donde vivir
plantan el emblema nacional
en un terreno de nadie
y allí montan sus favelas,
sus canchas y sus escuelas
para acercarse a lo que en sus sueños
es la felicidad de tener un techo donde vivir y morir..
Tu pusiste tu bandera blanqui-roja
en el centro de mi corazón,
para habitarlo con el canto de tu sonrisa
y tu mirada de optimismo.
Trajiste ventanas
hechas de ilusiones,
un techo de cariño firme y duradero
y puertas por donde entró el amor.
Levantamos la primeras paredes
de sueños y esperanzas
y nuestro palacio de suspiros
nos recordó que sólo ayer
dormíamos bajo las estrellas.
La primera noche cenamos el pan de los te quiero
y brindamos con el licor de tus labios
que embriagó nuestros sentidos
hasta que nació de nuevo el Dios Sol.
Desde hace siglos, en cada atardecer,
detrás de las cortinas hechas con tu raje de novia
tu mirada azul ilumina el patio
sembrado de la sonrisa de nuestros hijos.
El multimillonario
¿ Quieres hablar de dinero ?
Está bien. Hablemos de dinero.
Tu amor es mi capital, todo el tesoro que poseo.
Ahora ya sabes. Soy el hombre más rico del universo.
©GUY CREQUIE (París/Francia)
Traducción del autor
Diálogo entre las civilizaciones
Cinco continentes variados
irrigados por los mares y los océanos
albergados por monte y de cumbres nevadas
La palabra fácil entre las naciones no es siempre realidad
Borrar con paciencia y tacto las diferencias mal comprendidas
ganar la confianza por la escucha y el respeto mutuo
unir las voluntades para nobles intenciones
ser ricos de complementariedad que revela nuestra universalidad
En el año 2008 de este nuevo milenio
somos más de 6 mil millones de humanos
Tres veces más que en 1927. 9 mil millones en 2050.
Razón de más para decidir
terminar con:
-Conflictos armados
-El hambre, las epidemias,
que alcanzan los derechos de la persona
- Las agresiones contra el medio ambiente
- La ausencia de recepción para los refugiados
- La deuda de los países en desarrollo (ellos suprimir)
Los 195 Estados miembros de la ONU
elementos estables de nuestras regiones
deben desarrollar
el Parlamento de la humanidad
que ya nace sobre esta tierra
inmensos de corazones múltiples “nuestros hermanos”
Hacia el tercer milenio
iluminado por el arco iris
las caras fértiles de nuestras ciudades
inmaculados de gratuidad
consuman la gloria
Aurora y noche se interpenetran
Tantos granos aumentaron
infinitos arroyos
dónde resplandece la estrella, al poniente del sol
A nosotros viene este resplandor de luz
sabiduría blanda del espíritu
Pueblo de las Naciones Unidas
rayando la perla dorada
penetra el resplandor de la esfera
sobre los cuerpos de la transparencia
Nuestro planeta azul
entona un extenso clamor
paleta diáfana luego radiante
astro del renacimiento humano
emite las ondas de la armonía
El diálogo entre las civilizaciones
tarea dura pero que nos exalta
a descubrir la actualidad
y a realizar nuestro destino
El género humano es este precio
La gasolina de nuestras identidades
llama a la inteligencia
a conocer como trabajar
un mundo distinto pero unido
el deseo de gozar sin prejuicio
de la solidaria necesidad
de vivir en buena comunidad
Ganar la paz
El deseo de poderío
lleva en sí mismo la guerra
así como la nube durmiente
lleva la tormenta
Demasiado numerosas las heridas
por los rasgones que genera
dolorosas
las lágrimas de dolor y sangre
que entrega
Se rebela todo mi ser
La paz no se espera
se gana
Para que las armas se callen
transformemos su potencia destructiva por medio de nuestro humanismo
que actúa al servicio de la vida
y la armonía indefectible de los continentes.
No a la guerra
Destruye los espíritus
a los que priva de la vida
Sacrifica los pequeños
que pueden ser el precio
Convencional,
química,
biológica,
nuclear...
la guerra pervierte
las culturas
destruye a los amigos
La gran ola humana
reúne como un pámpano
el unísono de las contingencias
los auspicios de las existencias
La guerra por demasiado inicua
no deja respiro fortuito
a los enemigos del gasto
Aquéllas y los que prefieren
el amor para el resto de los días
transportan en sus corazones
la aspiración a la suavidad
el perfume de su frescura
Comunión de sabor
para el despliegue de los cuerpos
Con la armonía de las almas y conciencias
por todas partes hace bien vivir
cuando la guerra ya no es.
PÁGINA 27 – ENSAYO
Antonin Artaud: Chamán enfebrecido
El liberalismo capitalista de los tiempos modernos ha relegado los valores de la inteligencia al último plano. A.A.
Por Juan Carlos Castrillón (México DF/México)
En tiempos donde la adversidad se vuelca rabiosa contra la mayoría, aún nos queda voltear la mirada profunda y preguntar a los abuelos sobre cómo afrontar esta inhumana realidad cotidiana. Es bien sabido que todas las tribus de la tierra, en tiempos de desesperación siempre recurrieron al dictamen de sus sabios, sus chamanes, sus poetas, por eso, nada mejor a estas alturas de la eterna lucha de clases, donde un grupúsculo parasitario sigue imponiendo su depravador sistema político-económico a costa de la vida del propio planeta; nada mejor que invocar la obra tremendísima del genial loco Francés Antonin Artaud. Va cita, para empezar a tumbar paredes:
En una sociedad bien constituida, concebida regularmente y establecida sobre bases humanas, nadie debiera poder disfrutar de un lujo mientras que en algún lugar un hombre puede todavía morir de hambre.
Poeta (su obra poética es una vivisección profunda de la psique individual y colectiva en perpetua crisis existencial:
El Deber del escritor, del poeta no es
ir a encerrarse de forma cobarde
en un texto, un libro, una revista
de los que ya no saldrá nunca más
si no al contrario salir afuera
para sacudir
para atacar al espíritu público
si no
¿Para qué sirve?
y ¿Para qué nació?
autor dramático(sobre teatro su obra es extensa e intensa, son célebres sus teorías sobre el teatro de la crueldad, y sobre este como objeto revolucionario:
Se ha olvidado que el teatro es un acto sagrado que empeña tanto a quien lo ve como a quien lo ejecuta y que la idea psicológica fundamental del teatro es esta: que un gesto que se ve y que el espíritu reconstruye en imagen, vale tanto como un gesto que se hace),
ensayista escandaloso siempre, director, actor revolucionario y místico, denostador de cualquier opresión, asqueado permanentemente por la mediocridad de sus contemporáneos. A los 16 años sufre fenómenos de "desequilibrio mental" que lo obligan a ser internado tres veces en el manicomio. Vanguardista de primer orden, en vida y obra, en espíritu y carne, es fundador del movimiento surrealista, hasta que en 1926, es expulsado por André Bretón por "desviacionismo literario", el hereje, el individualista, el anarquista, radical por excelencia, no podía durar en un movimiento que ya por aquellas fechas se hacía cada vez más conformista. Heredero directo de un grandioso linaje de locos-santos, que incluye a : Holderlin, Nietzche, Poe, Nerval, Coleridge, Baudelaire, Rimbaud y Lautremont. En 1936, harto de la pusilanimidad de la cultura europea, viaja a México, país legendario por múltiples razones, para retirarse a la Sierra Madre, convivir con los Rarámuri, mejor conocidos como Tarahumaras, y compartir sus ritos del peyote, la Carne de Dios. Sobre nuestro pueblo, dejó ensayos que deben obligatoriamente ser conocidos por todos los creyentes en nuestra nación, para muestra tan sólo dos breves transcripciones:1.-Y cuando México haya realmente conquistado y resucitado su verdadera cultura , no habrá cañones ni aviones que puedan nada contra él.
2.-Junto con la revolución social y económica indispensable, esperamos todos una revolución de la conciencia que nos permitirá curar la vida.
Al México moderno toca el empezar esta revolución.
Artaud, también fue una acérrimo crítico del estupidizante "sueño americano", para él :
Los Estados Unidos no han hecho otra cosa que multiplicar hasta el infinito la decadencia y los vicios de Europa. Y, en su inmenso poema titulado Para Acabar con el Juicio de Dios, describe de esta forma al actual neoliberalismo:
Porque, fue así ¿verdad?
que los norteamericanos prepararon y preparan la guerra paso a paso.
Para defender esta fabricación
insensata de las competencias que
surgirán de inmediato en todas partes,
se necesitan soldados, amadas, aviones, acorazados.
Sus últimos nueve años, de 1937 a 1946, los pasa recluido en diferentes asilos mentales. Nuestros adversarios ideológicos dirán que Antonin Artaud no era más que un piche orate, pero nosotros sabemos que, en una sociedad alienada hasta el tuétano, el loco es el ser de lucidez más exquisita, y más subversiva.
Termina aquí este texto, que no pretende ser más que un grueso cordón que una las perlas del pensamiento del gran Antonin, mismo que falleció el 13 de Enero de 1947, aunque su fantasma, como hemos visto, aún atosiga las mentalidades retardarias.
PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Marta Raquel Zabaleta (London/Inglaterra)
Navegante: escucharé tu voz mientras me muera
Por que sí, porque lo quiero/
me batiré en ausencia entre tus alas
me romperé en espinas de cordera
desafiaré al vacío navegando
eterna \ seré la luz simbólica que rondará tus muelles
y volaré hecha sol de frutillares/
estarás a mis pies al derramarte
y ya vuelta cóndor y silencio
risa y nostalgia seré
vecina de la noche impura
en que puse mi cabeza para siempre
sobre ese tu colchón de espumas.
Vacía de calores, tierra, perdida.
volaré junto al viento de la pampa pura.
máscara de proa.
juntura.
Flor de lino bullendo contra el cielo.
Girasoles de prisa.
Tu risa silenciándome.
Austera impura sola
me vestirán las hadas y desposaré a la luna
mientras mi carne se pudre en la distancia
naceré con las nieves que lo circundan
en la iracunda arrogancia que lo enuncia.
porque fui una vez en primavera
aquel cáliz con agua de tu boca
bordaré las plumas de las aves
con amatistas rojas.
dulcificaré tu trino en mi garganta
batiré el pulso de las olas
y revuelta en lavaza y amapolas
me dormiré en tu sombra.
'TEAR and SHARE' *
En tardes como esta quisiera tener
aceitunas negras, aceitunas verdes
verdes como el trigo, verdes como la esperanza
que el vino francés tenga el mismo aroma
del tinto corriente que el abuelo le echaba
a su sopa la vez que le vi.
quisiera más que nada
sentirme una sirena,
saberme ya sin dietas,
caracol con pies.
y más que un 'tear and share',
quisiera comer una pizza grande de cebolla y queso,
mientras que en la plaza la gente paseara
su calor nocturno, quisiera dormir bajo grandes árboles,
entre mis dos padres, verlos sonreír.
más vale si quisieras
tener la sangre por primera vez menstruada,
los ojos perdidos en los cuadros, la canoa sin remo,
el jeep saltando esteros, ranchos de a pedazos, los trinos, y arriba
muy rígida, vestida de corona y manto, la santa, muy Virgen,
junto a la bandera, tan celeste y blanca,
con gritos y en armas, ambas mancilladas.
Quisiera yo ser fugaz y trasnochada,
suspirar entre besos en el cine, despertar
sin luz mala, cruzar el puente ferroviario, jugar al tire diez,
reír y llorar, mirar el río, tomar el bus, ir a la escuela,
dormir y soñar.
todas esas cosas poderlas hacer
Pero mientras los recuerdos vagan,
allá en Argentina los diarios desuellan
la patria encendida
y entonces quisiera volver a pelear:
sin tanto to tear y mucho to share
poder intentarlo, sin nunca olvidar.
De clases sociales y nombres raros
Dedicado a Traful, Argentina, 01-09-39 exilio en Francia, 13-08-07, y a su madre, Doris Grunnman de Álvarez
Children war is just a shot away
Sister love is just a shot away
…
Learn to forget
Let me sleep all night
Patty Smith, 2007
Quedaron unos pocos
sobreviviendo:
entre ellos y ellas
Horacio, el argentino, judío,
borracho empedernido, folklorista,
jugado, gigante, y rosarino,
Enorme como un trueno,
suave como pluma rosa,
sabio como el mate,
también sentenciado a ser acribillado
en el estadio Concepción Baldomero.
Su madre y sus novias pasajeras
reaccionaron con ira;
cubriendo las entradas del estadio
con bolsas de comida;
mientras otras
nos resignábamos
a aceptar fagos contados
de la Cruz Roja,
o un cepillo de dientes
entregado bajo sospecha
por el suegro burgués
que nos buscaba.
El 3 de octubre de 1973
nos sacaron del campo
y el 5 de octubre ¡el Día del Camino!
nos expulsaron
por petición a Pinochet
del próximo Presidente,
(quién otro que Juan Domingo)
Oh ansiosa patria nuestra y
otra vez peronista… Pero
unos años atrás, cuando tenía sólo
14 años, habló con ella, quien lo nominó,
tal vez, campeón de los torneos infantiles
de basquetbol, porque era muy alto.
(Sí, ella, Evita, qué menos...)
Varón no la olvidó, y siempre dijo
cuando era invitado a dar clases
de Sociología
como experto en terreno
del desalambre cotidiano de los fundos del Sur
(aquello que era nuestro pan de cada día)
que había nada más
que dos clases sociales,
y que no le gustaba
andar con cuentos:
- la de los buenos,
- la de los otros
(y por lo bajo: son los hijos de puta, repetía.).
Traful, le llamó su padre.
Su madre tomó el nombre de aquel lago
que descubriera el bisabuelo coronel,
cuando ayudó a invadir la Patagonia.
y a matar a los indios y quitarles la tierra.
Pero fue su abuelo médico
quien lo salvó del aborto prematuro.
Y los Álvarez se mudaron, no sé por qué
por los años cincuenta, a Chile:
madre, padre, una hija, y un hijo,
Horacio Traful Baldomero Álvarez Grunnman.
Un ser así no podía vivir
ni en Sao Paulo, ni en Cuba, ni en Buenos Aires,
sin que fuera enseguida detectado:
por la cana, las mujeres, sus camaradas, o su madre,
más sus amigos, que lo seguíamos
a todas partes.
’ Pueblo, conciencia, fusil,
MIR, MIR’ Marzo 1976. Los milicos argentinos
se embalaron y le tocó un canazo
de dos años, cuatro meses y unos días,
perdiendo el movimiento de sus manos,
la aguardentosa voz de su garganta y
nunca más pudo jugar a las patrañas
ni ‘cantar como los ángeles’ al decir
de Paulo Freire. La guitarra en el ropero
quedó colgada.
Compartiendo celda con Emilio de Ipola,
discutió acerca de discurso e ideología,
y luego aquí, con Laclau, teoría del populismo,
cuando lo 'salvamos'.
Porque los amigos, unidos,
jamás serán ganados.
Yo aun vivo en la casita
que él encontró en A.I.
para mis pies cansados
Y hasta con gato de porcelana
pa’que no maúlle al amor,
papusa brava. Y aún escribo
en la mesa roja de la cocina, hermano.
Mi amigo intelectual que era poeta,
no le tuvo miedo ni al sol ni a la metralla,
ni a la mafia, la droga, o la cortada.
Pero pintó y peleó por los mapuches
que hoy sufrirían por su dios blanco,
si supieran que ha muerto.
Pero no: su semilla crecerá
junto a los ríos de Francia,
los árboles en flor las suspenderán
de las anguilas trashumantes,
y en los nenúfares con pumas y toninas
viajarán por los lagos y los mares
como su nombre
Horacio Traful Baldomero Álvarez Grunnman
Porque Traful va a dormir
desde mañana
arrullado por el canto vegetal de mano alzada
acunando a un hombre y a una mujer mapuches
que puso presos antes de ayer
el primer gobierno de una mujer chilena,
la Bachelet, ex - camarada.
Da que pensar, dan ganas de ganarles.
’Se siente, se siente,
Traful está presente’.
Desnudo exilio
Dedicado a mi hija e hijo
Tal vez porque llegué
al exilio en Dumbarton
con una hija dando sus primeros pasos
sobre la nieve de una Navidad blanca.
No sé si porque mientras lloraba para adentro
le contaba
que esos crakers llenos de piñas
los había inventado Lenin cuando llegó al Río Clyde
a concientizarse en los astilleros de Glasgow.
No sé si porque una voz que no nacía
me torneaba allá adentro
para pedirme
ser argentino,
si por asegurar el dos por dos
y que en el surco de la historia
él también nacería
con su curso de tango bajo el brazo
mi hijo escocés que se volvió
nativo del desenraizamiento.
Ni si eso será real o no esta tarde
poblada de cien trinos tarde de verano
al perderme sola
en las callecitas de Londres que remedan
la arboleda de mi casa de campo,
o si serán más vale
aquellos escudos rojos
esas banderas rojinegras
alimento de vida de mis sueños
Pero si sé
que con la sangre estampada de cada camarada asesinado en mi memoria, como el Che y Tania, mientras quedaba el río… el río jugaba su última burbuja sobre sus pieles bravas.
Esa tarde
sentí que me subía con mi abuela, allá en Piamonte,
y recorría el estuario y seguía volando
mientras los demás navegaban con rumbo
hacia Raspallo.
Mi abuela sólo sabía hablar italiano
por eso en Campana le vendieron un tranvía
envuelto en diarios; duelen,
pero ya han pasado casi: luego de estos veinte minutos
ya puedo imaginarme su semana final,
su corazón estallado
cuando se incendiaron las tres destilerías de petróleo de Campana ciudad sobre el Río Paraná.
y las lágrimas no corrieron por mis mejillas...
porque aún no había nacido.
Cuando me embarqué en Rosario con el cuerpo de
mi madre
toda la costa del Golfo di Génova
estallaba en una vehemente flor.
Los locos amarillos y azulados trineos acuáticos
barrenando como martinetes
en la estela de burbujeante espumante de nuestro
barco,
Quedaban atrás las garzas y en las islas del Delta
lloraba un urutaú, porque nació como yo, expatriado.:
Llora llora, urutaú.
Ya no existe la Argentina
donde nací como tú.
Pero los tambores brincan, las palomas se hacen pueblo, otros ches se levantan mientras Víctor se monta en su caballo, en Chile
cuatro hermanos mapuches entran
en huelga de hambre, setecientos secundarios van presos, y una mujer creyó
que ella sola iba a hacer historia. Antes
Los Andes se cubrían de un rojo verde oliva
que fue creando uno, dos, cientos, miles de fogatas, y tómame la mano
adonde caiga mi metralla la pena volará, otro Vietnam, que en Iraq no nos oigan, y que gane la paz.
Y la paz sea como mi abuelo, como un pedazo de pan bajo el brazo,
muy negra y muy roja,
igual que este brazo en alto con el que yo te amo. Tal vez
como ese beso
con el que yo te canto.
O esas palabras tan calladas
con que tú me hablas.
Dra. Lia Hadzopoulou Karavia (Atenas/Grecia)
Premio “Leopold Senghor”, Cénacle Européen, 2009
1. La razón por la que callo
La razón por la que callo
es la gran belleza de vuestra palabra
Pablo Neruda, Yanis Ritsos, Langston Jius.
Pero esta noche hago una excepción
porque vosotros no habéis visto a mi amado
torso desnudo a la luz de la luna
con espalda de mármol, brazos de intensa luz
cuello de cisne.
Vosotros no escuchasteis su gemido suave
que ensancha su mítico tórax listo para combatir
y sería en verdad una pena
que quedara sin alabar
tal gallardía.
2. Mi jardín
Cada mañana en mi jardín los pájaros gorjean.
Despiertan en los árboles. Despiertan los árboles.
Que bueno, vosotros pensáis.
Pero mi casa esta situada
en el medio de la ciudad, en el medio del mundo
lanzafuegos locos la sacuden
lanzados fumíferos pasan silbando
caen por veces dentro por veces fuera del patio
tenemos miedo de las nubes – hasta ayer las nubes
eran ángeles, Pegasos, benignos gigantes
naves con las velas desplegadas
ahora la lluvia veneno
los árboles se cuerean muriendo
cada tarde mi jardín esta lleno
de pajaritos muertos.
3. Yo soy dos mujeres (Doble ambiente)
Yo soy dos mujeres.
Una habita la casa de su infancia
cuida los jarros de flores
ajusta los péndulos
alimenta a los niños – sus niños
asiste los primeros pasos de su bebé
los últimos de su abuelo
toma en sus brazos la cabeza cansada de su marido
y él se siente reposado
se siente como el adolescente
que fue el día de su primero encuentro
toca los límites de la inmortalidad y duerme feliz.
Después ella se desliza por la cama
suelta su cabello largo
sus ojos se transforman de estrellas en soles
la otra mujer no ilumina – ella brilla
lee los diarios del mundo
escucha la música de los países
va descalza sobre los campos sobre las florestas
vuela sobre los tejados sobre las fronteras
y visita a su amado prisionero
su amado marinero en alta mar
va de luto por su amado muerto
fusilado, traspasado, ahorcado
tiene también el tiempo para hacer cosas en su lugar
montar barricadas
mecer los huérfanos cantándoles en diversas lenguas
omnisciente por amor y por éxtasis
pero siempre retorna antes de la aurora
tira su túnica de magia
recoge sus cabellos, se inclina sobre la cama
toca la frente serena de su marido
y le prepara el café de la mañana
antes de despertar al resto de la familia.
4. Hermano, hermana
Hermano, hermana,
debajo de mi piel y su color
hay venas como las tuyas;
en mi cráneo debajo de mi pelo
rizado o no, negro o rubio
tengo un cerebro con sus memorias –
abuelos muertos, padres viejos
como los tuyos;
en mi seno late un corazón lleno de deseos
de amor para nuestros hijos
de tristeza para los huérfanos;
dentro de mi cuerpo
los órganos vitales son como los tuyos.
En todas partes del Planeta
la sed es la sed, el hambre es el hambre;
los terremotos son horribles, claro,
pero hay cosas más horribles todavía.
El odio y la guerra.
Te tiendo la mano de mi rincón de la Tierra
seré tu camarada en toda lucha justa
porque la Creación es para todos
fuertes y débiles, hombres y mujeres,
pequeños y grandes; cada uno poco importante;
todos juntos, omnipotentes.
Yo quiero y respeto tu país y, por favor,
respeta mi fe o mi falta de fe;
honro igualmente a vivientes y a muertos
siempre vivientes en las corazones:
hermano Mahatma, hermana Joan Baez,
hermanos de Greenpeace,
hermana Indira Ghandi, hermano Nelson Mandela.
Olof Palme, Salvador Allente,
madre Teresa, Martin Luther King, y a ti,
Soldado Desconocido de la Paz en la Tierra.
5. Tus largos silencios
Tus largos silencios
me llevan a imaginarme atravesando
los salados desiertos de Afganistán
las estepas de Siberia
el cambiante Sahara
caminando sin rumbo
sólo porque parar significa morir.
Siempre adelante sin saber
si adelante no significa también muerte.
Así es como me imagino.
Pero la diferencia es
Que yo nunca he estado en Siberia
en el Sahara o en Afganistán
y por tanto sólo conozco, de verdad,
tus largos silencios.
PÁGINA 29 – CUENTO
El viaje
Por Guillermo Ibáñez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
El ómnibus toma velocidad, se detiene en un semáforo, reinicia la marcha, vuelve a disminuirla, pasa un badén. El observador verifica que se trata de un rosario lo que se ve de lejos y está colgado en el retrovisor y se mece con el andar. Un rosario de cuentas blancas, abalorios.
En el vehículo viajan hombres, mujeres, niños propios y ajenos.
Al subir, cada uno mira a los demás buscando identificar un rostro conocido, ya que el destino es el mismo.
Ahora creo firmemente que es así, porque los habitantes de las grandes ciudades son tan anónimos que, aún siendo vecinos, no se conocen.
Así que cada quien se acomoda en su lugar, extrae de entre sus bártulos una revista o un libro; otro se recuesta y cierra los ojos, una chica allá, apenas en el asiento, se coloca los auriculares de la pequeña radio en las orejas y se va con lo que está escuchando.
Al costado viaja una pareja que parecen ser de mieleros, los han despedido y se acurrucan uno junto al otro, se besan y acarician todo el tiempo. Como contraste, un matrimonio maduro ni se habla ni se mira. La mujer se ha dormido ni bien se sentó; el hombre, caladas sus gafas sobre la punta de la nariz, lee un diario con titulares escuetos y secos que sólo titulan (que no inducen a pensar nada, no contienen ironía ni trabajo alguno, títulos que son parte del texto de abajo, sin vis cómica ni más que: “Se mantiene el precio de la soja en Chicago”, noticia apenas del resto. En cambio, en otros diarios, los títulos son buscados por una nueva estirpe de periodistas creativos, tipos que no sé quiénes serán, pero los titulares: “En la casa de George”, “Albamonte tentado”, “Oye mi canto”, “Servini en suspenso”, ya valdrían un buen aumento de sueldo).
Mas acá, hay un grupo de mujeres que se hablan todo a pesar de que el acompañante de una de ellas intenta leer un libro sobre Marguerite Duras.
Empezado el viaje, la gente se levanta y comienza a circular rumbo al baño, a buscar café, agua, a tomar “algo”, como dicen los chicos. El hecho estriba en levantarse.
El observador “observa para describir”.
El café sabe a metal, el jugo está aguado y tal vez muchos de los pasajeros piensen que el colectivo salió atrasado, lo que significa que para llegar a horario habrá que apurarse luego y circular a una velocidad más allá de lo aconsejable (pero que de todas maneras nadie controla), con los riesgos que implica, más todavía en un día de lluvia como hoy. El TV prometido en ventanilla con una película plácida no funciona o pasan una de torturas, por lo que sólo algunos disfrutan y uno advierte que se proyectan en el victimario o en la víctima.
Los que quieren, no pueden leer porque el sonido es alto o está demasiado cerca.
Los padres deben taparle la visión a sus niños para que no vean los horrores que el filme muestra.
Unos chicos han pedido que sea en castellano porque no pueden leer esa letrita lejana y movediza. Por lo tanto, han puesto una de un campo de concentración nazi, en inglés.
Del baño vienen hacia adelante olores de toda especie que el memorar ya produce náuseas.
En el micro viajan algunos hombres y mujeres que —después se verá— andan juntos. Mujeres gordas, niños flacos, rostros resignados en los mayores, tristes en los pequeños.
Alguien abre una ventanilla que tiene sobre sí, pero el frío y la lluvia les da a los que están atrás, quienes protestan airadamente y nunca mejor aplicado al caso la palabra «aire» porque se quejan del aire.
La diversidad de las vestimentas establece parámetros sociales y económico-culturales. Hay quienes visten sport, lucen clase media y el grupo que se descubre luego “andan juntos”, son notoriamente pobres, sus rostros y el color de piel pautan aridez y no cuna de algodones, más bien parecen nacidos en camastros duros que forjaron sus largos dedos con uñas largas también, como para defenderse de los de uñas pulidas y barnizadas por manicuras.
Entre los que viajan, más que los permisos para pasar, los saludos, gentilezas o torpezas cometidas, más que todo eso, está lo no dicho, lo que piensan unos de otros.
La mirada fría y apacible de esos hombres oscuros que parecen salidos de los magníficos dibujos de Carpani, lampiños, con apenas un bigote finito sobre los labios, los “chinos” nuestros, de las películas viejas, aindiados, los desposeídos de nuestra Argentina, víctimas del Chagas, con hijos colgando mocos, pómulos altos, cachetes chupados; ellos creen que en la Capital, bandeada de hombres del interior, van a encontrar buenos aires.
Todos, piensan y callan más de lo que dicen. No disimulan, sólo están callados.
En cambio, otros que hablan, sí ocultan, —ocultan historias, miedos—. Se intercambian miradas de aprobación o de rechazo.
El observador, por su parte, se relata a sí mismo.
Hay mujeres que cuidan su peinado, otras desgreñadas duermen sobre un acompañante, conocido o no, que las soporta o las trata de apartar con suavidad unas veces, otras despertándolas.
El de pullover rojo y vaquero escribe algo en papeles sueltos que tiene dentro de un libro, alternando escritura con lectura, pareciera estar tomando apuntes de lo que lee.
La que censura el cigarrillo del de pullover rojo, apoya su zapato sobre el apoyabrazos del asiento delantero; lo que en buen romance puede leerse que su queja por el humo no se la aplica a sí misma por la molestia que le causa al silencioso y paciente ocupante del asiento de adelante, a quien seguramente habrá de tocar o peor aún, le ensuciará la camisa, amén de no cesar de hablar.
La madre de dos chiquitos muy simpáticos que están sentados juntos en un mismo asiento, no les pone límites y como sin cerco, hasta las piedras cambian de lugar, es de imaginar dos chicos intentando correr por el pasillo de un ómnibus, sirviéndose solos, café, jugo, yendo al baño, etc. El padre de los chicos parece haber delegado absolutamente en su mujer el rol de ogro (que ella tampoco asume) y elegido no ponerles límite alguno, tampoco él, manteniéndose mutis y escribiendo o describiendo el viaje con su escritura.
La mujer que no para de hablar y hablar, le hace gestos con la mano al que fuma allá atrás (donde se ha ido para molestar lo menos posible a la mujer que le irrita el humo) y con su índice y mayor juntos se los apoya y separa de los labios. El que fuma (sabiendo que no es para pedirle un pucho), le ofrece desde lejos un cigarrillo. Ella dice no con movimientos de su cabeza y él, aviniéndose a ser un caballero, le pregunta si le molesta y ella asiente. Él entonces cierra la puerta del compartimento y piensa que esa mujer debería viajar sola, en una ambulancia con carpa de oxígeno o en una cápsula aséptica como pretendía Howard Hudges.
Al fin esa mujer pulsionó la escritura y el de pullover rojo se entretuvo escribiendo esto, sin conocer el nombre de ningún pasajero, describiendo sus apariencias, sus conductas.
Si otro escribiera, tampoco podría llamarlo por su nombre a él, también desconocido.
PÁGINA 30 - ENSAYO
Más dudas que certezas, y ni que hablar de verdades
Por José Hernández Meyer (Salta/Argentina)
Sería muy agradable, escribir verdades que perduren en el tiempo, fortaleciendo la construcción de paradigmas que hagan armónica, dinámica y pro-activa, la coexistencia humana en el mundo global y en la comunidad local. Ese ámbito de sinergias analógicas, definido como “GLOCAL”,sostenido por una tecnología comunicacional, donde cada internauta, se transforma en una neurona del cerebro planetario artificial operando en tiempo real.-
Pero ¡oh coincidencia!, desde una visión analógica comparada, el cerebro, como órgano del cuerpo humano, tiene un 90 % de sus potencialidades intelectuales dormidas, y la actual red de sinapsis neuronal artificial planetaria,(“estirando los cables”) está integrada por un 20% de humanas neuronas, con acceso a Internet. Excluyendo el 80 % de neuronas potenciales con sus potencialidades, tanto en el campo del intelecto humano, como en el cerebro virtual del hombre neurona, hay mucho para desarrollar, para que las conductas humanas y sus palabras sean creíbles. Por eso creo en un escenario de más dudas que certezas y ni que hablar de verdades.
Si recuperamos la palabra verdadera y como tal, el diálogo, si recuperamos el análisis crítico de la tarea humana entre sí, y orgánica con los demás integrantes de la biósfera, quizás recuperemos la praxis como instrumento operativo, en la cultura del consenso, en la diversidad vital, e iniciemos la tarea comunitaria de desarrollar el cerebro humano, las tecnologías disponibles para la evolución planetaria, y sus encadenamientos entrópicos, inclusores de la especie humana. Flor de loto en la evolución de Gaia. Chakra vital para la evolución iluminada, del nodo cósmico que es el planeta tierra.
Hasta podemos soñar con una democracia participativa, desde la organización territorial de los Municipios, por medio de la sinapsis tecnológica de Internet en tiempo real. Superadora por cierto, de las encuestas de opinión, (democracia referencial, ni participativa ni representativa), que no escapan a la subjetividad de los intereses en juego, por los espacios de poder. Creo que esto final, es una certeza.-
PÁGINA 31 – CUENTO
Celebrar en familia
Por Marta Ortiz (Rosario-Santa Fe/Argentina)
La primera vez que la campanilla del teléfono rasgó la charla en torno a la mesa servida para la cena, Perla acababa de agregar una cucharada colmada de ensalada Waldorf al plato de Verónica. Un promontorio de diminutos dados de manzanas verdes, tallos de apio y nueces picadas, recamado de una fina película satinada de crema de leche. Antes, sobre la brillante superficie de cerámica azul, había dispuesto una suculenta tajada de carré de cerdo relleno de ciruelas descarozadas y una porción color caramelo de falso puré de castañas.
“Qué oportuno, el teléfono”, rezongó. El carré humeaba en la fuente, qué picardía que perdiera punto. No era momento para atender a ningún comunicante anónimo ni conocido; faltaba servir, incluyéndola, cuatro comensales más.
Desde temprano el día se había perfilado como el dibujo de una melodía interrumpida. Por hache o por be hubo que desatender los bollos de masa, los aderezos, los rellenos, los hervores, los batidos. Madrugó para comprar la mejor carne, la verdura más fresca, la fruta más jugosa: estrellas gastronómicas para una noche de celebración y brindis. Nacho había aprobado la última materia y por fin, al cabo de dilatados siete años de noviazgo, anunció que se casaría con Verónica. Empedernido noviazgo que en tan largo tiempo había salpicado a la pareja con lloviznas del cielo y pedradas del infierno, apabullantes infidelidades, mimos como arabescos sinuosos, proyectos proteicos y vanidades de variada intensidad.
La campanilla sonó por cuarta vez y a Perla la insistencia le produjo un visible desagrado, “pero qué fastidio, ¿quién puede atender?, estoy sirviendo, a ver Victorita, atendé vos”. Nadie parecía oír. Las miradas caían, hechizadas, en la alianza de oro y el solitario de diamante que minutos antes Nacho había deslizado en el anular izquierdo de Verónica. De la piedra facetada brotaba una capelina de rayos de luz quebrándose, interceptándose unos a otros. Multitud de reflejos irisados rebotaban en el techo, en las paredes, en el cobre de los adornos, en las mejillas de pétalo de rosa de la novia.
“Dejen, yo atiendo”, reaccionó Victorita a tiempo: “¿hooola, quién habla?”
Perla suspiró aliviada y acomodó una nueva porción de carré y el montoncito de puré de castaña color miel, esta vez en el plato de Nacho, “ay Nacho, si supieras la alegría que me diste hoy”.
“¿Quién?, ¿mi papá?, sí señor, Ricardo Zamudio es mi papá”, Victorita se tapa un oído para escuchar mejor lo que le dice la voz.
“Te gusta, Nacho, la Waldorf; ¿qué, no te gusta el apio?, qué lástima”. No insiste, resignada, y le pide a Ricardo que sirva las bebidas. Para él elige la tajada con más relleno de ciruelas. Doble porción de Waldorf porque el falso puré de castañas no le gusta.
“Sí señor, es una persona mayor pero no tanto, mi papá no es un viejo”, Victorita eleva la voz, no oye bien, parece que le hablaran desde muy lejos; “Sara Margarita Zamudio?, no la conozco, mejor le paso con mi papá, señor”, le busca los ojos pero él, ausente de la conversación telefónica, reparte su embeleso entre la piedra que cincuenta años atrás resplandecía en la mano de la abuela de Nacho y que ahora relumbra como un minúsculo faro entre los finos dedos de Verónica, y la porción de carré relleno que también fulgura en el plato.
Perla no oye nada, decidió aislarse de los ruidos molestos y decora prolijamente el plato de Victoria, “querida, querés una o media porción”, la mira esperando una respuesta, y entonces descubre la mirada ansiosa de la hija que inútilmente busca los ojos de Ricardo enredados en la maraña de copas de tres tamaños diferentes, intenta servir en las de vino tinto el cabernet sauvignon cosecha mil novecientos noventa, de la caja de vinos reservados para las grandes ocasiones. “Entera, má, porción entera, me gusta todo; papá, acá preguntan si conocías a una tal Sara Margarita Zamudio que se murió, un hombre dice que el cuerpo está en la morgue, que nadie lo reclama, papá, atendé vos, debe estar equivocado”.
Por primera vez desde que el teléfono empezó a sonar y Perla a servir la cena, Ricardo desplazó la mirada hundida entre las copas y el relampagueante solitario de Verónica, a la cara de pocos amigos de Victoria, quien en ese momento repasaba mentalmente su archivo lexical a ver si se acordaba qué quería decir exactamente la palabra “morgue”. Se disculpó, dijo: “perdonen, ya vuelvo”; y a Victoria: “y yo qué tendré que ver, la morgue, dijiste, ¿quién está en la morgue?”; “no sé, papá - se alza de hombros -, una Zamudio. Tu nombre, tu dirección, el teléfono, todo anotado en una libretita en la cartera de la occisa, así dijo el hombre; ¿qué quiere decir occisa, pá? ”. Le pasa el auricular al padre y se desploma aliviada en el mágico, protegido espacio rectangular donde transcurre la cena, el clima jovial y excitado, dicharachero, de tules y puntillas, de solitarios, de viajes de boda, de fiesta grande, fiesta chica, listas de regalos, souvenirs. “¿Qué querrá decir occisa?”.
Ricardo atiende al desconocido y Perla da el okay para empezar a comer, “antes de que se enfríe, sería un pecado”.
“¿En una morgue?, sí, Sara Zamudio, sí, una prima lejana, ¿en la libretita? Pero qué dice... Y por qué me llaman a mí, no tiene parientes más cercanos? Podría, sí, dar con ellos, se los busco, déme diez minutos”, Ricardo se hace el desentendido, él no sabe nada, a ver si todavía, un hecho policial, una muerte dudosa y se ve entreverado vaya a saber en qué berenjenal. Habla bajito. Vuelve a la cabecera, se sienta en su sillón con apoyabrazos que rematan en sendas garras de bronce redondeadas que frota, nervioso, con las manos. Conmocionado, le cuenta a Perla por lo bajo lo que habló con el encargado. “¿El encargado?”; “el del edificio donde vivía Sara, mi prima; sí, esa misma, la que estás pensando, la rara, de parte de la familia de mi mamá. Llaman desde Buenos Aires, la encontraron muerta y nadie la reclama, tomó cartas la policía federal, llevaron el cadáver a la morgue”; “¿¿¿a la moooorgue???”.
La espesura de un silencio repentino, aceitoso, sutilmente preñado de bochorno, los envolvió. Tal vez un sentimiento subterráneo de culpa ajena por las azarosas derivaciones que -géiseres de la memoria-, fluyen espontáneas de antiguos tramados familiares de evolución impredecible. Tramas tejidas en el tiempo que nadie imaginó que pudieran abrirse o cerrarse así, de esa forma; y sin embargo de pronto se apelmaza la trama, se agrietan los puntos y ese mismo tejido se desteje y golpea sin piedad -un imprevisto boomerang-, la cabeza de alguno de sus tejedores anónimos.
Para Nacho, Vero y Victoria, en cambio, el silencio fue otro. Una espera temporaria, mínima, colmada de sonidos como el tintineo de los cubiertos al tocar los platos, la soda o el vino resbalando en el hueco de las copas, el zumbido de la heladera, el borboteo del agua haciendo trepidar la tapa de la pava sobre el fuego, Perla se olvidó, puso a calentar agua para el café y se le pasó. “¡Hay que tener en cuenta tantas cosas!” –sonrió excitada, feliz.
Va en busca del plato de Ricardo que resguardó al calor de la llama para que no se enfriara, “pero... ¿esa mujer no tenía hermanos?”, apoyó el plato sobre la mesa. ¿“No tenía qué?”; “¿¡hermanos!?”; “ah, sí, una hermana, la de Paraná”, contesta Ricardo masticando el primer bocado. “¿Y si buscan en la guía?, llamala a tu madre, la pariente es ella, a ver si acabamos de una vez por todas con este peludo de regalo, esto es un festejo, no un velatorio.” La idea le pareció bien a Ricardo, le pareció bien y esta vez usó el inalámbrico para hablar en privado mientras los demás saboreaban el plato principal. Perla, que ya había acabado el suyo, aprovechaba para agregar los últimos detalles al gateau de mousse de chocolate (las cejas ligeramente fruncidas en un gesto que delataba, si no preocupación, al menos una cierta molestia). Veinte minutos antes lo había retirado del freezer, era importante que la mousse no quedara chirle, pero tampoco tenía que estar congelada. Con sacarlo del frío un rato antes era suficiente.
Delimitó y cortó bien parejita cada porción triangular y la acomodó en los platos de postre de porcelana color crema con el borde fileteado en dorado. Con esos platos, recuerdo de su difunta madre, Perla lograba un contraste bastante llamativo que hacía del postre un manjar irresistible. “La comida entra por los ojos”, murmuró. Sobre el color chocolate casi negro de cada triángulo colocó dos cerezas y un ramito de hojas de menta fresca. Un digno broche de oro para una digna celebración. Pasó la botella de Chandon de la heladera al freezer y lo vio entrar a la cocina a Ricardo: “Mi vieja dice que se puede buscar en la guía de Paraná a ver todos los Zamudio de....” Perla reprime una carcajada, “se ve que la sombra de la muerte les desactivó las neuronas a ustedes dos, pedí el dato en Informaciones, es más rápido”, le dice, “y perdoná que insista,” -agrega -, “pero... ¿cómo supo el encargado que vos eras el primo de la muerta?”; “yo no le dije ni sí, ni no”, se defendió Ricardo, “se habrá dado cuenta por el mismo apellido en la libretita, hermanos varones no tenía, no sé, habrá hecho sus deducciones.” “Ah, claro, deducciones, bueno, olvidate Ricky, volvé a la mesa y olvidate, qué va a pensar Nacho que no sabe nada, mejor que no sepa nada; el asunto no parece muy decoroso que digamos y encima cuchicheando nosotros dos solos en la cocina como dos viejas.”
Bastaron unas pocas y oportunas acrobacias humorísticas para que la cena retomara su ritmo, aunque fuese un ritmo más bien incierto, tambaleante, el único posible, el que imponía la frecuencia de las interrupciones. Nacho y Vero, náufragos en su propia isla, sin prestarles la más mínima atención a los llamados, se ocupaban de ampliar los detalles de la boda. Para abril más o menos, no preocuparse, todos contarían con tiempo suficiente para preparativos.
Victorita y Ricardo, rezagados, fueron los últimos en cruzar los cubiertos sobre el plato. Perla, recuperado el buen semblante y su aspecto de cheff de cocina inmersa en la alta calidad de su trabajo, empezó a retirar los platos usados con ayuda de la hija menor.
La conversación fluía cómoda, estacionaria. Un ronroneo light, una sordina narcótica. Los detalles se exhibían o se obviaban, el clima de festejo asumía un ritmo decantado y plástico, apenas, mínimamente boicoteado por la mirada un poco turbia de Ricardo que no parecía anclar en nada. O mejor dicho, sí, su anclaje se balanceaba inseguro entre el teléfono y la morgue y el cadáver de su prima Sara Margarita y fuera de esa atracción pendular no había más nada, ni hablar podía.
“Y en qué Iglesia, ¿ah no?, ¿por Iglesia no?”, se interesaba Perla cuando porfiado el teléfono volvía a sonar provocándole, ahora sí, fastidio y sobresalto al punto de pisarle, cuando se paró, una pata a la perra tendida a su lado, y al mismo tiempo dejar caer al piso un tenedor que llenó el súbito vacío después del primer riiiing con la impertinencia del tintineo sobre las baldosas.
“Papá, atendé vos, ha de ser la abuela”, dice Victoria, “¿Qué quería decir occisa, pá?”
-(...)
Ricardo no oye la pregunta, mira fijo el aparato a ver si en ese gesto encuentra un esbozo de solución a la incómoda inmovilidad del cadáver varado hacía ya muchas horas en una ignota morgue de Buenos Aires. Junta coraje y entonces va y atiende mientras Perla hace desconsiderados esfuerzos por sostener la atención de los novios ocupada en cualquier otra cosa.
“La encontraron, ¡ah!, por fin”, dice Ricardo soltando un soplido de alivio mientras se entera de que Blanca, la otra prima raleada del círculo familiar, la hermana de Sara Margarita, no se puede levantar de la cama porque un azaroso dolor en la cadera le atacó justo ahora” ; “¿ahora?, ¿hoy?”; “y sí hijo, mirá si voy a andar bromeando. Ahora, hoy”; “y qué, vieja, me vas a decir que la propia hermana no puede hacerse cargo?”, la presión, piensa, cuidado con la presión alta. Se seca un hilo de sudor que le corre por la sien; “ah bueno, sí, la sobrina puede, que vaya entonces la sobrina, Lola, dicen que está estudiando acá, en Rosario, encontrala, vieja, no perdamos tiempo”.
“Bueno”, suspira Ricardo, “por fin alguien que quiera levantar el muerto, pobre Sara, después de todo.” Perla pregunta como en clave, levanta con disimulo una ceja a ver si todo va bien, él le hace un gesto equivalente con la cabeza, corta la comunicación y furtivamente aprovechan un hueco en la charla para secretear en voz baja: la pobre de Sara, muerta no se sabe cómo, la pobrecita no tendría a nadie, ¿le habrán robado?, ¿habrá sido muerte natural o asesinato? Acabar así, un desperdicio en una morgue y nadie que la reclame, que la quiera retirar, darle sepultura, lo que corresponda. “Fijate lo que son las cosas de la vida, ¿no Ricardo?, vos movete con cuidado, no te metas, no sea cosa que se te ocurra hacerte el redentor y querer quedarte con el cadáver. Después de todo, ¿cuánto hacía que no sabíamos si estaba viva o muerta? ¿Qué diferencia hay entre hoy o ayer para nosotros?”
“¿Hay postre, má?”, la impaciencia de Victorita.
Ricardo disimula con una mueca casi sonrisa y vuelve a su sillón en la cabecera. Perla va en busca de la gran bandeja de plata que la ayudará a transportar el gateau sobre los platos color crema. Qué bueno que si algún problema despuntaba en la familia, Nacho, por suerte, seguía ausente, sumergido como estaba en su catarata de proyectos apelotonados unos sobre otros entre tules y gasas montados como sobre bastidores de algodón. Sirve a cada uno su plato y le pide a Ricardo que llene las copas de champán y diga el brindis para el futuro matrimonio. Él se pone de pie con la copa en alto, su pequeño discurso emotivo en la punta de la lengua, el silencio tenso y expectante, ni una mosca volando, las sonrisas en las cinco caras esperanzadas; y en ese preciso instante, indiscreto, disonante, el riiiiiig del teléfono vuelve a rasgar el aire de papel de seda transformándolo en un aire de cartón espeso y contenido. Alcanza a desearles a los novios que sean felices comiendo perdices, intenta no dar importancia al segundo riiiing empecinado en cortar el hilo del brindis, “toda una vida de felicidad para ustedes, hijos”, levanta su copa. Perla se pasa el revés de la mano derecha por los ojos, se seca lágrimas de felicidad. Nacho y Vero entrelazan las copas y se besan primero y luego beben, Victoria abraza a su hermana y Ricardo, dejándolos así entretenidos, aprovecha para responder el llamado atrincherándose en un recoveco oculto del comedor, con el inalámbrico: “que Lolita rinde un examen justo mañana y por eso Blanca manda la empleada a Buenos Aires?, ¿pero la retiran o no la retiran?, ahí no hay hijos, amantes, ¿nada vieja?”, “Nada”, responde la madre, “nadie”. “Y bueno, entonces que vaya la empleada, la suerte de la pobre Sara está echada, nada va a cambiar porque la retire la hermana, la sobrina o la sirvienta”, concluye y endereza el reloj pulsera levantando un poco el cuadrante entre el índice y el pulgar para ver mejor la hora. “Es demasiado tarde, vieja. Perla tiene razón, ya mismo hay que acabar con todo esto, que no nos pateen con semejante presente griego, faltaba más.” Ricardo acabó su perorata y se sacudió una pelusa que se había posado en la manga de su chomba gris.
Silenciado por fin, el teléfono acaba cediendo protagonismo a los novios. Ricardo, los ojos opacos, llenos de sombra, dudando todavía de que el asunto sea ya un asunto cerrado, se detiene a mitad de camino entre el rincón y la mesa. Perla, las cejas fruncidas delatando una nube oscura y molesta en su pensamiento, una mosca zumbona, sirve una vuelta de café. Ha cargado la azucarera de alpaca con unos lindos terrones de azúcar color pastel. Trae una gran bandeja de masas suizas sobre blonda de papel plateado. Se lo cruza en el camino a él, a Ricardo, compungido, en busca de otra botella de champán y aprovecha para soplarle al oído: “tranquilizate, Ricky, bastante hicimos con tenerla toda la noche sentada entre nosotros dos, la suya parece una modalidad bastante personal de decir PRESENTE, ¿no te parece?”; “y, sí...”, dice él. “Y sí, es así Ricky, se cosecha lo que se siembra”, sigue ella; “a vos te cosquillea algún recuerdito de infancia, se te ve en los ojos. Pero Sara, acá, entre nosotros, nunca sembró nada. Una sombra, otra cosa no fue. Despreocupate, vení, unite al festejo”
PÁGINA 32 – ENSAYO
El gusto estético en la sociedad postindustrial
Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)
El gusto artístico, definido por Joseph Adisson en el siglo XVIII como “facultad del alma que discierne las bellezas de un autor con placer y las impresiones con desagrado”, se ha constituido en uno de los conceptos estéticos más problemáticos desde la Ilustración hasta nuestros días. Su íntima relación con las estructuras de la subjetividad, en tanto proceso que gesta la posibilidad de un juicio reflexionante sobre la obra de arte, lo sitúa en una de las más grandes conquistas de la modernidad triunfante por su noción de autonomía y autoconciencia ante la complejidad de lo real. Al liberarse la sensibilidad de las determinaciones inquisitivas que otros saberes extraños a lo estético le imponían, el sujeto procede a particularizar sus opiniones sobre aquello que posee organicidad autónoma y autosuficiencia simbólica, es decir, universos limitados por todas partes pero infinitos en su interior, como lo es la obra de arte. De esta forma, la reflexión sobre la facultad del gusto, emprendida con esmero desde el siglo XVIII, es sucedánea a las reflexiones sobre la gnoseología y los procesos de conocimiento que tanto desvelaron a empiristas y racionalistas. El concepto de gusto estético, desde entonces, se constituyó en objeto de estudio de la fisiología y en categoría de la primigenia psicología del arte, paralelo a los conceptos de sensibilidad, percepción, imaginación, contemplación y emoción estéticos.
Como estatuto teórico estético del siglo XVIII, el gusto se constituye en un proyecto moderno que logra su autonomía en relación con otros saberes (morales, religiosos, filosóficos, políticos). Su fundamento está en el sujeto, dándole a éste capacidad de interrogación, interpretación y de juicio reflexionante. Desde que Joseph Adisson publica en Inglaterra, entre junio y julio de 1772, una serie de ensayos sobre la imaginación y el gusto en The Spectador, se le da a la experiencia estética un puesto de discusión entre las filosofías ilustradas. El concepto de placer artístico fue para este ilustrado una de sus mayores preocupaciones. Al descentrar el gusto de las fuerzas centrípetas que lo ataban, Adisson pudo provocar una aproximación más libre a las condiciones extremas e intensas que producen el placer estético y la facultad que lo permite. Fue un pionero -junto a Hume, Burke, Blair- de las consideraciones teóricas dieciochescas que unieron el gusto con el placer que produce lo interesante, lo pintoresco y la sensualidad.
El siglo XVIII, al producir las Teorías de las Facultades (imaginación, gusto, fantasía…), conectó la experiencia subjetiva con la experiencia de la realidad, edificando el sentido de la representación como imagen del mundo y su figura. Aquí el gusto y la imaginación se articulan, pues ésta también es un rasgo distintivo de la autonomía del sujeto moderno y del arte. Con la imaginación, el gusto se hace manifiesto como potencia que construye la representación simbólica del mundo, aquella imagen de lo real que el mirón -receptor- se forma por medio de un proceso sensible imaginario. Gusto e imaginación se unen y destierran la concepción mimésica o de imitación clásica, imponiendo la idea de expresión individual, libre de la tiranía del objeto. Todo lo nuevo, singular y extraño, fundado gracias a la facultad de la imaginación, es una sorpresa agradable para el juicio de gusto.
Toda esta reflexión teórica en la Ilustración, facilitó determinar las distancias entre el juicio lógico y el juicio estético. Entendimiento y sentimiento, lo que impulsó la autonomía de la Emoción Estética con respecto a la concepción de verdad científica, pues, más que formular “verdades”- requisito de la racionalidad filosófica ilustrada y de la ciencia del conocimiento lógico- el gusto y la emoción estéticos manifiestan sus experiencias, tanto individuales como colectivas e históricas, a través de una “ciencia del conocimiento sensitivo”, al decir de Baumgarten. Los juicios de gusto de esta forma se diferencian de los juicios lógicos y no predican cualidades de los objetos a la manera de la razón del cálculo. Al no formular verdades elaboradas por medio de un sistema racional matematizado, sus apreciaciones están más unidas a la inmediatez de las emociones. Son formas de mirar, de sentir, pero no reducen su apreciación sólo a lo sensorial e instintivo. De alguna forma, los juicios de gusto fundan una imagen de mundo; son modos de construir una representación de la realidad a través de la sensibilidad y del lenguaje, el cual es mediado por muchos fenómenos; y, aunque esta representación construida es inmediata, ello no significa que sea ingenua, pues gusto puro no existe, las sensibilidades están contextualizadas y contaminadas por diversos procesos culturales. Es impensable un gusto limpio, una mirada pura. De por sí, el juicio de gusto, que no deja de ser personal, está relacionado con la educación, la cultura, los valores, la ideología, la moral. Ayuda a fundar una imagen de lo real, pero está íntimamente contaminado por los materiales existentes en la sociedad y la historia. El tiempo se compacta con el gusto. Siendo individual, designa, proclama, revela los deseos de una colectividad atravesada por múltiples lenguajes. Por ser lenguaje es también tiempo, víctima de la fugacidad y de lo efímero. Su historicidad lo obliga a cambiar la eticidad y esteticidad misma de sus juicios artísticos. La historia determina la posición desde la cual el contemplar se ejerce, y cada vez que un juicio estético se realiza, no sólo se expresa el gusto de un sujeto, sino que se pone en cuestión las propuestas y sensibilidades que una época ha construido, las representaciones que se han fundado sobre la realidad. Un juicio de gusto individual pone en escena los juicios de gusto colectivos, a sus categorías y nociones. Así, ningún juicio de gusto es independiente de la actividad social, éste nos da a conocer también una atmósfera, el espacio-tiempo desde el cual se mira, se siente, se interactúa sobre el mundo. Gustos de época, de clase social, de micro o macro poderes. Cada juicio de gusto, con sus criterios diversos y personales, sus preferencias, sacude al edificio de la sensibilidad de época, procede a sintonizarse con los fundamentos epistemológicos de ésta y es un ejemplo de cómo están manifestándose las emociones en dicha etapa histórica del arte y la cultura.
De modo que al pretender encontrar la llamada “autonomía del gusto”, la modernidad no pudo excluir de las Teorías de las Facultades esta interrelación epistemológica que determina a los juicios subjetivos sobre la obra de arte. La soberbia de autosuficiencia de gusto estético, tuvo que reconocer la Intersubjetividad como proceso de elaboración de juicios en las apreciaciones, ya que son imposibles los gustos autofundados y los deseos ahistóricos. La mundanización de los juicios de gusto, la secularización de los absolutos metafísicos, llevan a un proceso de relativismo del sujeto, imponiéndole nuevos retos a la apreciación de los efectos y afectos artísticos.
Lo intersubjetivo del gusto, su relativismo, es sinónimo de flujo, cambio, subversión. Un gusto fijo petrifica la mirada, la momifica. Inmerso en las determinaciones de lo histórico, el gusto también puede provocar la ruptura con lo histórico; invita a traspasar umbrales, vislumbrar otras orillas, visionar lo invisible. De allí su fuerza de ruptura, su estremecimiento. Es sólo por la independencia/dependencia intersubjetiva, que el gusto florece, se enriquece. Las ganancias a las cuales nos envía un juicio de gusto activo, temporalizado, es decir, vivo y en permanente actitud de transformación, fortalece a la Emoción Estética, la cual - igual que el gusto- nos construye una figura del mundo, nos da una representación de lo real; da figura y existencia a nuestra subjetividad intersubjetiva. Estas formas de mirar intersubjetivas se aprovechan de sus condiciones de época para ir “más allá”, subvertir los esquemas, producir, a través de la crítica, “nuevas miradas”, distintas maneras de sentir. Lo intersubjetivo nos muestra la otra orilla, rivaliza con la adecuación mimésica del arte y con las teorías de las proporciones y de las armonías clásicas; es decir, nos plantea una escisión entre el sujeto y el objeto fundada en el caos, en las sensaciones que resultan penosas, desde las cuales podemos sentir el placer de un dolor, pues no toda experiencia estética es placentera, también es dolorosa, bizarra, negativa. Procede a lograr un cierto deleite en el dolor, en lo fragmentado. Por tanto, el juicio de gusto no busca, como lo deseaba la Ilustración, vía Adisson, el placer y el goce estéticos, la adecuación del sujeto con el objeto, ni encontrar el orden, la unidad y la totalidad que destierra al caos, lo horroroso. En la Emoción Estética captamos no sólo el orden y el límite, según lo deseaba la estética clásica, sino lo sublime, lo terrorífico, cierta monstruosidad. Por lo tanto, al reducir el gusto a una adecuación placentera, descartamos de la historia del arte un sinnúmero de obras cuya intencionalidad no está determinada por las categorías estéticas de lo armónico, lo bello, la delicadeza, la gracia, sino por las formas de lo grotesco, lo sublime, el feísmo, lo terrible. Esa especie de horror deleitoso que es lo sublime artístico, experiencia de lo negativo que no es conformidad epistemológica; esa sensación de lo confuso, de lo arbitrario y caótico, lo cual produce displacer ¿con qué juicio de gusto lo procesamos? No necesariamente con el gusto dieciochesco.
Por lo pronto, la categoría que mejor se aproxima para dilucidar estas contradicciones entre gusto de placer o displacer, insistimos, es la de Emoción Estética. Ella acentúa su juicio no en la adecuación del sujeto con el objeto, sino en la facultad de sentir y procesar las percepciones desde una posibilidad más libre y abierta a la heterogeneidad del arte. La Emoción Estética, asume una actitud pluralista, abierta, de intersubjetividad libertaria, que unida a la facultad del gusto lo amplía, lo lanza a nuevas formas de sensibilidad.
¿Cómo opera el proceso del gusto y de la emoción estética en la disgregación entre el sujeto y el objeto posmodernos?. Ya no desde la mímesis, la armonía, la catarsis, ni desde la representación objetual. La pluralidad y heterogeneidad, lo descentrado, lo multi-procesal conforman el corpus del juicio de gusto actual. Su resultado es la construcción de otros tipos de figuras del mundo, nuevas imágenes de lo real, diversas y distintas, creadas a partir no de la unidad y universalidad del placer estético clásico y dieciochesco, sino por medio de una emoción intersubjetiva y multiforme. El gusto, dijimos, es víctima del tiempo. ¿Cómo se ha mutado a través de los siglos XIX y XX hasta nuestros días?. ¿Qué tipo de gusto actualmente ejercitamos?, o bien, ¿de qué manera hemos mutado el juicio de gusto en dis-gusto fragmentado, indescible, descentrado?
Al situar al gusto, la imaginación, la emoción estéticos en la temporalidad histórica, no sólo podemos dar cuenta de sus mutaciones sino de las transformaciones operadas en los objetos artísticos, en las categorías estéticas de la era posindustrial. Las formas de mirar han cambiado. Lo bello, lo feo- como concepto que tiene en lo bello su origen -, lo sublime, lo interesante, lo placentero, la gracia, lo delicado, lo grotesco, han sufrido una fuerte mutación y ya no atienden a las necesidades culturales actuales. Tal vez un “sin belleza”, “sin sublimidad”, “sin gracia”, “sin placer” haya entrado a operar en estas representaciones posmodernas del “sin progreso”, “sin utopías”, “sin futuro”, como nuevas formas de la experiencia estética de última hora. Más que placer estético nuestra emoción, imaginación y gusto se sitúan en lo patético estetizado, entendido éste como aquella sensación de pérdida de centro de gravedad, un abismo presentido ante la fragmentación de todo fundamento; imagen de lo ingrávido, lo leve, el naufragio de lo real y cotidiano. Lo patético estetizado genera un gusto por lo indecible en la banalidad y por la fugacidad del proyecto vital del hombre moderno; un gusto trivial del “sin cimientos”. El juicio de gusto actual configura una imagen del mundo pascaliana, cuya soledad ya no es de dioses, sino de realidades. Des-realizado, al gusto contemporáneo le queda lanzar su mirada hacia lo calidoscópico. No hay sujeto ni objeto, sólo procesos desgravitados. El gusto actual está desterritorializado. Lo patético es su figuración quebrada.
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Antologías publicadas
Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.
Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
directoragaceta@gmail.com
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Números anteriores
Seguidores
Gracias por leernos
Lea y difunda literatura
- Aromito Revista
- Artesanías Literarias
- Botella del náufrago
- Con voz propia
- Coro de Babel - El portal de la cultura y de la ciencia
- De Literatura y algo más
- Entre palabras
- Julio Rivera
- La Biblioteca de Marcelo Leites
- La casa de los pájaros
- La cruda verdad
- La iguana
- La lectora impaciente
- La máquina de escribir
- La Náusea
- La Urraka
- Leer porque si
- Letras Digital
- Literarte
- Media Isla
- Mis poetas contemporáneos
- Poemas en añil
- Poesía visual
- Poesías de Venezuela
- Polis Literaria
- Página 1
- Revista Ave Viajera
- Revista Guatiní
- Revista Literaria Virtual Xilote
- Revista Papemor
- Revista Sociedad Latinoamericana
- Tuerto Rey
- Zona de tolerancia
No hay comentarios.:
Publicar un comentario