Imágenes: Analía Sagardoy (Santa Fe-Argentina)
Música: Seleccionar al pie de la revista
PÁGINA EDITORIAL
Pere Bessó (Valencia/España)
Cementeri davall de l’estany negre
Ací l’ombra del cel grata,
és purament aproximació secundària del cel,
calcomania del cel,
estel que esclata enmig de tots els estels més ordinaris.
Els edificis enderrocats pels besllums sense ales
són més petits que jo,
Un estel fosc per a cada resident que dorm
sense la cura de cap àngel.
Al gafet de pastor un parany de pardalets penja buit.
Ni es balanceja.
La fresca de la nit alça una flaire de sang,
picantoseta com brots de l’herba ressequida
guardats en bossa de cuir negra,
De seguida put.
Una foscor de silencis
i dols blaus ens han caigut al damunt.
Jo reprenc absent el seu vol,
El pensament reprén el tast d’allò que encara no conec.
El sender gris del carro de la pesta està renglat d’oliveres.
Els seus arrels poden tocar ara els morts,
escriví el poeta.
La mort pot tocar les oliveres,
les amortallades estrelles,
la mortaldat mateixa
a través dels seus porus empolsegats de mort.
Estic tan cansat que em gitaria ací
però no estic prou cansat
perquè el meu darrer buf de nova intifada es detinga.
Un anyell lleixivat blanquejà les lloses d’Arafat i Darwish.
Gaza és el mot gravat en aiguafort
que m’enganxa a la vida
com un narguil de plata somnolenta.
Per a tu l’anyell de les meues paraules
que no lleva el pecat de les bombes del món.
Gaza, el somni del rínxol de la calavera
a la porta del llosal dels innocents
on les meues mans han estat fregant-te
com una icona enrunada de la pau.
Pense en els ossos,
anques espellegades vivint entre nosaltres demà
i alene, Gaza, el suau perfum
de la glòria teus màrtirs.
I transgredesc el somni dolç de les mares de Gaza,
trene les cintes dels somnis de les jóvens de Gaza
i tibe la pell d’aquests morts que no tenen res a oferir-nos,
ni tan sols el darrer lligament al crit de la luxúria
dels seus cossos cremats.
Mai no hi haurà mai bastants canelobres caiguts
per a esmenar açò.
Perduts per perduts, les udolades es perden
en les oliveres de l’altra banda del pas,
que vinclen les seues branques avergonyides
i s’esgarrifen.
Cementerio debajo de la laguna negra
Aquí la sombra del cielo escarba,
es puramente aproximación secundaria del cielo,
calcomanía del cielo,
estrella que estalla en medio de todas las estrellas más
ordinarias.
Los edificios destruidos por los deslumbres sin alas
son más pequeños que yo,
Una estrella obscura para cada residente que duerme
sin el cuidado de ningún ángel.
En el corchete de pastor una trampa de pajarillos cuelga vacío.
Ni se balancea.
La fresca de la noche levanta un aroma de sangre,
picantillo como brotes de la hierba reseca
guardados en bolsa de cuero negra,
Enseguida hiede.
Una obscuridad de silencios
y duelos azules nos han caído encima.
Retomo ausente su vuelo,
El pensamiento retoma el sabor de lo que aún no conozco.
El sendero gris del carro de la peste está enfilado de olivos.
Sus raíces pueden tocar ahora los muertos,
escribió el poeta.
La muerte puede tocar los olivos,
las amortajadas estrellas,
la mortandad misma
a través de sus poros polvorientos de muerte.
Estoy tan cansado que me acostaría aquí,
pero no estoy tan cansado
para que mi último resuello de nueva intifada se detenga.
Un cordero lixiviado blanqueó las losas de Arafat y Darwish.
Gaza es la palabra grabada en aguafuerte
que me engancha a la vida
como un narguile de plata soñoliento.
Para ti el cordero de mis palabras
que no quita el pecado de las bombas del mundo.
Gaza, el sueño del rizo de la calavera
a la puerta del losar de los inocentes
donde mis manos han estado rozándote
como un icono derrocado de la paz.
Pienso en los huesos,
ancas despellejadas viviendo entre nosotros mañana
y respiro, Gaza, el suave perfume
de la gloria de tus mártires.
Y transgredo el sueño dulce de las madres de Gaza,
trenzo las cintas de los sueños de las jóvenes de Gaza
y estiro la piel de estos muertos que no tienen nada que ofrecernos,
ni tan siquiera la última liga al grito de la lujuria
de tus cuerpos quemados.
Nunca habrá bastantes candelabros caídos
Para corregir esto.
Perdidos por perdidos, los aullidos se pierden
en los olivos del otro lado del paso,
que retuercen sus ramas avergonzadas
y se desgarran.
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Raquel Piñeiro Mongiello (Santa Fe/Argentina)
Salí a ver
lo que perdura en el centro
de las cosas
y a encontrar los duendes,
donde pongo mis regresos.
Salí a respirar el aire
de edictos conmovidos
y cuando vuelvo a casa
veo la inocencia de los sueños
que miran hacia arriba;
entonces toco tibiezas,
y veo giros de vertientes
con sonoridad de latidos,
un clamor de azules
y un regazo de costumbres
que vienen a escribir
sus travesías inconclusas.
Imitando una lluvia traigo
la sed de unos impulsos
que, unidos al punto de partida,
salen a buscar la espera ilusionada
de una curva,
donde no se define la inercia
porque desmembrana envolturas,
se ata al muelle de los días
y siempre al acecho
toma forma de palabras.
Un grito dio su último portazo,
rechazó migajas, intemperies, silencios;
quemó ojeras, manoteo oxígeno
y dejó que la piel se emborrachara
en los desatinos de sus silbos.
Cuando pudo desanudarse
desató cabelleras y modales;
entró como pocas veces
a jugar con los piolines
de un barrilete hechizado
que travieso,
se le fue de las manos
y lo dejó alzando los ojos.
Purezas me beben
a partir de mis rescates,
cuando sobra distancia
y un ruido de horas
trae navíos propios
al centro de estas dos que soy
bajo el nombre que llevo
y como una manía
escucha multiplicar,
aún entre los dedos,
el insepulto sol de todos los días.
Esta lluvia vuelve la cabeza
y deja el cartoneo
de un empedrado mojado;
deshace lágrimas en la alcantarilla,
suspira el instinto de ayer,
siente tu mano en mi mano
y sirve en la sopa de otoño
latitudes de espejos
revolviendo fideos de color
y señales de glicinas tatuadas,
en los aromas de la casa.
Viste qué difícil
es entender a un poeta,
viste, casi siempre está indefenso
y su espacio es tan chiquito,
tan sin promesas,
tan turbado de galaxias,
de largas alas,
y gargantas atoradas
que siempre se van
a despertar simetrías de un adagio
que reza en la piel,
sus costumbres de siempre.
Sonidos, sonidos, crepitan,
quién sabe por qué;
son erráticos,
están, aturden con su astucia,
no ajan
ni tu tiempo, ni el mío;
algo lo dice,
es verdad parecen indelebles,
pero meticulosamente escritos
en las pisadas de una lluvia.
Y un día cualquiera
uno necesita pedir disculpas
al gesto de los pájaros,
a las caricias que se nos van,
a los graffitis colgados en la espalda,
al pudor de las respuestas,
al rostro de niños a medias,
viviendo entre pactos de olvidos,
a los pañuelos de pobreza,
a los cadáveres inútiles;
al latido del asombro
que aún perdura pese a todo
y se queda pensando.
A tu pueblo, al mío,
nunca adormecido de sueños,
a la libertad de seguir siendo
la memoria de mañana.
A la impotencia de seguir
y quedarse estancados
en los ángulos de lágrimas
que buscan una alegría.
Y ya no se si seguir o no
porque las palabras no me alcanzan.
A vos?
Es una emboscada
este oficio de poeta
porque respira
desde el útero del alma.
Lucía Raquel Tagliante (Santa Fe/Argentina)
Arcón de los recuerdos
La música me llega desde
lejos, la leve llovizna
parece seguir su compás.
Es como percibir la vida
desde la esquina esquiva
de mi balcón.
Se mezcla risa, llanto y pasión
Nada parece tocar la razón.
Los recuerdos más hermosos se
mezclan con las saladas lágrimas
de mi inusitado dolor.
Nada parece tener solución,
la esperanza sigue remota,
la alegría escondida está y
mis horas desdibujadas en el
arcón de los recuerdos quedarán
La vidriera
Mi vida es una vidriera constante
grito al mundo mi alegría incontenible,
cuando estoy inmensamente feliz.
Muestro sin pudor mis lágrimas
cuando me arrasa el dolor.
E n ese escaparate tan especial
se muestran el olvido, la decepción,
la esperanza, el amor y otras baratijas
sin precio que la vida me vendió.
Cada mañana es un renacer.
Cada noche es un olvido.
Mirando de soslayo hacia atrás,
distingo el trayecto ya recorrido.
Entonces doy media vuelta y
me enfrento con valor y energía,
al camino que el destino,
me impulsa a transitar.
Mirada
La dama espera dubitativa y
pensante, sus ojos sueñan,
que incógnita me representa?
que activa todo mi ser.
En que piensa, hijos, madre,
hermanos o amante, tal vez,
en la vida que se le va.
Tal vez no pudo vivir todo
lo que esperaba y añora
esa emoción inmensa de
sentirse viva pero no poder.
La jugada
La jugada de la historia
me brindo una mala pasada.
Se corrió la cortina y a través
del cristal, visualicé las migajas,
que el destino me dejo.
Como huir de la noche eterna
sin disfrutar de mis días de sol.
Como cerrar los capítulos de la vida
sin haber conocido el amor.
Fui juguete de mi historia
que al viento me arrojo
Fui el objeto desechable
de un amor que me aventó.
La muerte de un amigo
El primer impacto,
de la trágica noticia,
sacude de una manera
casi violenta, hasta que la
razón la comienza a procesar.
La juventud, la fuerza,
la personalidad de este amigo,
hacen que el dolor por la
perdida sea mas grande.
Entonces se suceden los
inevitables pensamientos
de por que y para que,
tanta lucha del ser
humano por subsistir.
Ahí asumimos la cruel
realidad, nada de lo que
pensemos o digamos,
puede cambiar eso.
El amigo ya se fue,
no estará más entre nosotros ni
se cumplirán nuestros proyectos en común.
Sólo quedará por siempre un
bello recuerdo en nuestros corazones
de la hermosa persona que fue,
nuestro muy querido amigo.
Meridiano
El meridiano del olvido
me alcanzó en la ventana
de las estrellas.
Donde un elefante dormido
suspira bañado por la luna.
Cuando el despertó y no
me vio, una tristeza lo invadió.
Estoy enferma de dolor
pero sonrío al atisbo de la esperanza
Quiera Dios que llegue el mensajero
que trae la carta del olvido.
PÁGINA 3 – CUENTO
Un cuento de Navidad
Por Eugenia Cabral (Córdoba/Argentina)
Era como yo: castaña y de ojos claros, pero más chiquita. Lógico, ella tendría dos años, o tres; yo, más de cincuenta.
Andaba igual que yo, por el micro-centro de la ciudad, procurándose algún beneficio económico para poder sobrevivir. Yo, como escritora; ella vendiendo estampitas religiosas.
Nos conocimos en un bar, a mediados de Diciembre. Yo tomando un cortado, ella empinándose sobre sus diminutos pies para estirar su manita sobre la mesa.
En mi mano, floreció una moneda de metal dorado que le alcancé por encima del círculo marrón de la mesa. En la de ella relució una estampita de cuatro centímetros por seis, con un San Expedito aureolado de gloria empuñando la rama de olivo y la cruz.
Luego, ella se perdió sin nombre en la ciudad, mientras yo estampaba el mío en un documento para demandar cierto derecho laboral.
La pequeña Vendedora de Estampitas se orientó en el laberinto de calles rumbo a su vivienda, en una villa de emergencia, en el hemisferio Sur. A medida que caminaba, las monedas plateadas y doradas comenzaron a arder entre sus deditos como fósforos que ya nunca se apagarían, ni en la extraña noche blanca del Hemisferio Norte, ni en la clara noche azul de la Argentina.
A sus espaldas, un ángel llamado Hans Christian Andersen la seguía, acompañado por la Vendedora de Fósforos, una niña hecha de nieve, que iba encendiendo llamitas una tras otra, eternamente.
PÁGINA 4 – ENSAYO
Un recuerdo bajo su montón de estrellas.
Por Lorenzo Suárez Crespo (Bahía Honda/Cuba)
La Casa de la décima Celestino García, de Pinar del Río, en fecha tan cercana al 26 de noviembre en que la música cubana y en especial lo más popular de su identidad se vistió de luto, dedicó sus espacios del sábado al recuerdo de uno de los más queridos creadores e intérpretes, Francisco Borrego Linares, Polo Montañez.
De una meteórica carrera tras saltar a la popularidad con sus números musicales, entre los cuales se destaca la pieza Guajiro Natural, Polo Montañez vivió intensamente reconocido por todo los cubanos y trascendió, con discos de oro y platino a Colombia, país que lo acogió como a un hijo.
Cuando su gloria iba en ascenso entre lo más popular y enriquecido por su carismática personalidad en la que se apreciaba una honda raíz campesina, un trágico accidente puso fin a su vida.
Hilando líricamente estos recuerdos a quien hizo bajar un montón de estrellas para irradiarlas en canciones, en su bondad y en el más puro sentido de cubanismo desde los estratos de su entorno guajiro, los poetas que asiduamente asisten a la Casa de la Décima decidieron dedicar la noche del día 22 a la memoria del cantautor de los predios del Brujito..
Juan Montano Caro, director, así como Oscar Santana, director artístico dieron inicio al encuentro decimístico acompañados de una de las canciones de Polo como fondo musical, Pueblo mío.
Tras este reconocimiento a la música del Guajiro Natural y su sentido patrimonial, además del fino lirismo de muchos de sus números donde daba al tema del amor un tratamiento muy original, el poeta Lorenzo Suárez Crespo, promotor de la institución, hizo la presentación de dos plegables en los que aparecen más de una veintena de poetas que le cantaron póstumamente al Cantor de Las Terrazas.
El público pudo disfrutar de esta lectura por parte de los propios autores, algunos de los cuales como José Lorenzo Delgado, Oscar Santana, Juan Montano y el propio Lorenzo estaban entre los antologados.
Algunos de estos plegables fueron obsequiados y dos ejemplares quedaron a disposición de los lectores en la biblioteca.
Tanto la ronda de los poetas como las dos controversias que alternaron con la música en esta noche fueron dedicadas al inolvidable Polo Montañez, quien no solo deja un vacío en el pentagrama musical cubano, sino en su entorno vivencial, Las Terrazas, donde por su bondad y altruísmo era venerado por todos.
La cita de los poetas repentistas, los intérpretes de la música campesina, declamadores y tonadistas tuvo sus momentos bailables en los que también la obra del Guajiro Natural ha dejado imborrables huellas por lo cubano de su ritmo.
El poeta Jesús Orta Ruiz, en uno de sus sonetos, había expresado:
...Olvidaré toda la historia.
No me duele morir y que me olviden.,
sino morir y no tener memoria.
Esta noche de versos improvisados, de canciones criollas y de gracejo popular demuestra que Polo no ha muerto, vive y está presente en la memoria afectiva de su pueblo.
La Malara octosílaba que lo acunó en la infancia y que enrumbó sus más aplaudidas canciones, ahora lo añora bajo un montón de estrellas para cantarle con más luz.
A continuación, algunas de las malaras leídas en recordación de Polo Montañez.
Oneisis Gil
-Ovas, Pinar del Río
Poeta, cantor, esencia
de un aguajirado lirio,
has conmocionado a Sirio
con tu inmortal refulgencia.
Tu fuga es solo apariencia,
nave errante, pueblo triste
que te espera porque fuiste
en un invisible avión
a traerles el montón
de estrellas que prometiste.
Lorenzo Suárez Crespo
-Bahía Honda
De cantautor hasta el mito,
de sencillo a universal
fue el trovador natural
de los predios del Brujito.
Como raudo meteorito
surcó espacios populares
y aunque luctuosos azares
sellaron la muerte atroz,
siguen su ritmo y su voz
en los planos estelares
Juan Montano Caro
- Pinar del Río
Lo más hondo de la sierra
Vio nacer al cantautor
Y fue símbolo de amor
En tránsito por la tierra
Por eso el pueblo se aferra
Al recuerdo más actual
Y obviando el rito fatal
Con las canciones más bellas
Brilla en su montón de estrellas
El Guajiro Natural.
Oscar Santana
-Pinar del Río
A la Sierra del Rosario
en la zona del Brujito
le nació Polo y el mito
luego se hizo legendario.
Cantautor extraordinario
Le cantó a la luna, al cielo
y las estrellas al vuelo
con el don más especial
y hoy es el más Natural
Guajiro que dio este suelo.
Celino Alfonso Torres
-Candelaria
Bajo el ala del sombrero
lugar donde no da sombra,
mi décima es una alfombra
que le cubre el cuerpo entero.
El aire vueltabajero
pasa por el orquideario
de Soroa, un escenario
donde las orquídeas crecen
y al son de Polo se mecen
en la Sierra del Rosario
Roberto Sánchez Peñalver
-La Palma
Polo Montañez, el alma
de la Patria es tu canción,
así fue tu inspiración,
el penacho de una palma.
No pude aceptar con calma
la noticia de tu muerte,
lloré tan horrible suerte
y desde entonces, amigo,
con la sierra por testigo
vuelan mis ojos por verte.
José Lorenzo Delgado
-Pinar del Río
Alzo la copa del verso
que solo el amor repleta
y brindo por el poeta
que reina en este universo.
Con su recuerdo converso
cuando voy de canturía,
su música es poesía
y en su arraigo popular
es un ejemplo sin par
de acendrada cubanía.
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Juan Antonio Piñeyro (Santa Fe/Argentina)
¿Elegido?
Yo no soy nada más ni nada menos
que sólo un hombre, como aquel que habita
en el más mundanal de los terrenos
y sus sueños en vida deposita.
¿Que un Ser llamado DIOS me dio el encanto
de legarle al papel la frase escrita?
¡Eso no me distingue!, sólo en tanto
que luzco en escribir mi fe infinita.
Como también la luce en la madera
el carpintero, que a la veta muerde
quitando esquirlas de la rama entera
como astilla y viruta que se pierde.
Es tan igual mi verso cual la calma
que ve el labriego en el augusto grano,
porque los dos se sueñan con el alma
y se palpan y gozan con la mano.
¿Quién dijo que el obrero de las uvas
no tiene estrofas en sus manos buenas,
y no están los lagares y las cubas
de rimas hartas y de estrofas llenas?
También es de poesía la estatuilla
que con amor moldea el artesano,
que va ungiendo su cuerpo con la arcilla
y en cada obra deja un resto humano.
Y así crea poemas el que esgrime
una guitarra, un piano, un instrumento,
y libera el dolor y se redime
dejando en la armonía el sufrimiento.
Llena de poesía está la danza,
que en la gracia de cada movimiento
da un soneto inmortal que al cielo alcanza
porque posa sus plantas en el viento.
Y en el hombre sencillo hay poesía,
que en el negocio, el taxi o la oficina
intenta rescribir día tras día
un verso que no rime con “rutina”.
Entonces: Si cada hombre está embebido
en un poema eterno e infinito…
¿cómo puedo creerme un “elegido”
por el sólo dejar mi verso escrito?
Y si - ciego quizás - me lo creyera
y pintara en soberbia mi existencia,
un mar de antiguas voces quizás fuera
lo que ahogara en olvido mi imprudencia.
Porque yo sólo soy la tenue raya,
invisible y perdida entre las grietas.
Soy un grano de arena en una playa...
¡y la playa son Todos los Poetas!
¿Por qué quiero a mi pueblo?
(Melincué)
¿Por qué quiero a mi pueblo? Porque tiene
un color de laguna, un aire a campo,
un aroma de surco que me viene
a perfumar mi corazón paisano.
Porque tiene un mangrullo y dos cañones
que dibujan su faz bicentenaria,
con murmullo de ejército y malones
mezclando sangre en pólvora y en lanza.
Lo quiero porque guarda en una plaza
la fuerza de la grama y el ligustro;
y porque hay una calle y una casa
donde hay rincones para siempre puros.
Lo quiero por el rostro de la gente;
por la mano elevada hacia el saludo,
ese que a media cuadra ya se siente
en el grito sincero y oportuno.
Además, porque sabe de memorias
y a pesar de los años transcurridos,
me ha forjado una brecha por su historia
como si yo nunca me hubiera ido.
Lo quiero a la distancia; lo presiento;
lo canto y lo disfruto; lo idolatro;
nada de lo que vive en mi recuerdo
tiene el triste sentido del pasado.
Volver a su regazo y a su viento
me vuelve a su destino lagunero;
mi pueblo tiene en mi alma un libro abierto
y yo le escribo así...porque lo quiero.
Balcones del alma
Espacios que asoman al tímido sol
o ansiosos de viento buscando volar…
de viejas baldosas que suelen mostrar
el paso del tiempo, la luz de un farol.
Las rejas pintadas pretenden decir
que todo en la casa es nueva ilusión,
que nunca es la misma la vieja canción
aunque sin descanso se deje sentir…
La casa es el alma, de lento latir,
que de vez en cuando desea ostentar
balcones al mundo que puedan mostrar
aquello que adentro no quiere morir.
Balcones inmensos, balcones pequeños,
tan propios, tan solos, tan nuestros, tan quietos,
buscando dar calle a nuestros secretos,
pintar nuestras ansias, parir nuestros sueños.
Su paisaje muestran por el corazón.
En ellos conviven, silentes, contritas,
las jóvenes ramas, las rosas marchitas,
los viejos plantines y el nuevo malvón.
Somos el conjunto de cosas vividas,
alegres y tristes, perdidas y halladas,
que a través del alma se muestran calladas
y, como balcones, se abren a la vida.
Verso libre
Tu obra no es tu obra, poeta tempranero.
De nada vale el vuelo si lo cubres de plomo.
Estas son… las palabras pintadas de modismos,
las imágenes simples plasmadas en oscuras,
los sentimientos puros adornados de galas.
De nada vale nada sin otra alma que encuentre
en tu algo ese algo que lo salve del polvo.
No es el verso la letra guardada en tu egoísmo
ni enterrada en el fondo de tu alma miedosa.
Sí es la que cobra vida leída en otro labio,
verseada en otro acento, tocada en otra mano.
Tu obra no es tu obra, poeta tempranero.
Ni bien salga de tu alma dale su propio viento,
empújala al vacío, desátala del cuerpo
para que anide siempre en aquel que la lea,
que es el dueño indudable de lo escrito en el verso.
La libertad que esgrimes hablándola en tu rima,
esa que alzas airoso como fiel sentimiento,
¡de esa misma se nutra tu espíritu sereno
para que también libre sea el son de tu aliento!
El poema es como un hijo que has de lanzar al ruedo
para que se haga grande con su simple argumento
y para que se amolde en cada caminante
a la letra privada de cada sufrimiento.
Para que sea alegría en el hombre que ríe,
y en el hombre que llora para que sea consuelo,
y en el hombre que calla para que sea una frase,
y en el hombre que grita para que sea silencio.
Y allí, cuando esos hombres reciten Padres Nuestros
sin recordar la mano que les dio nacimiento,
te dirás, resignado y hasta quizá gustoso:
¡Tu obra no es tu obra, poeta tempranero!
Arte poética
Que rompas los esquemas; que huyas de tus miedos;
que mires hacia afuera y lo que veas no exista;
que liberes tu alma de dobleces y ruedos
por ver mucho más lejos de lo que alces tu vista.
Que despojes tu cuerpo de dolores humanos
para que cuando escribas seas pasión y brisa
y que un ángel se pose sobre tus tiernas manos
y un ave vuele libre rondando tu sonrisa.
Que quien te lea se inunde de tu espíritu ardiente;
que adivine en tus versos tu esperanza a porfía;
que te imagine ungido en la feliz vertiente
de ser soñador, loco, nostalgia o fantasía.
Que el amor sobrevuele tu infinita elocuencia
fuera de los barrotes del mortal raciocinio;
que tu lápiz sea un puente gigante a la inocencia,
tu poema un juguete...y tú, escritor, un niño.
Insomnio
Me vuelvo a incorporar. Tras el postigo
se arrulla sin pensar un viento amigo.
Me siento a meditar cerca del muro
tan sólo en el trasluz de tinte oscuro.
Todos están dormidos buenamente
mas yo le soy al sueño indiferente.
No sé por qué este aliado sin frontera
ha abandonado mi alma pasajera.
Súbitamente, ella, en halo triste
se contagia de un velo que la embiste
y piensa que quizá esta noche fuera
la última en la cual ella viviera.
La magia sin piedad del incensario
me da un aroma puro y milenario
y en el vagar de su humo repartido
torna a mi cuerpo un tono alicaído.
Sin permiso se pueblan las ausencias
con seres que me invitan a otra esencia
llenando de recuerdos el olvido,
de los vividos…y los no vividos.
Me alternan pensamientos empolvados
con el sabor gustoso del pasado.
Ora yo pienso que he vivido a veces,
ora yo pienso que lo hice con creces.
Ora yo creo que todo he logrado,
ora que aún me falta algo soñado.
Pero mi espíritu sencillo y bueno
de a poco vuelve al numen de su seno
y se da cuenta que, de cualquier modo,
en los seres que amo tengo todo;
que no hay sueño, total o pasajero
que se le iguale a las que yo quiero.
No veo la luz. No hay túnel. No he de irme.
Atino a bostezar para dormirme.
Vuelvo a mi lecho y a mi lado encuentro
el ser que sin distancias llevo adentro.
Nada me ha de pasar. Tras el postigo
DIOS, mi amor y mi paz duermen conmigo.
Versos deshojados
(A Marcela)
Qué más claro de luz que ser la vida
y hallar mi fuente lírica en tu Ser;
en sólo una palabra está tendida
tu pureza más cálida: ¡MUJER!
Que por ti se me escapan sin permiso
las rimas dulces y el sabor a miel
como el aroma puro y primerizo
de un perfume que al fin toca la piel.
Que por ti se me caen de las manos
las caricias nacidas a granel
cual si fueran los tallos y los ramos
desprendidos de un mágico vergel.
Que me nacen palabras cual si fueran
el rocío de un alba sin después
deteniendo su andar cual si supieran
ir en pos de tu tierna calidez.
Que me nazco y renazco en cada aurora
y la aurora es la voz para nacer
a la risa que das si mi alma llora
y a tu brazo si quiero yo caer.
Que por ti tengo versos deshojados
y por más que el otoño quieran ver
por tu amor serán siempre rebrotados
y yo un árbol dispuesto a florecer.
Versos perdidos
A veces ando solo, cabizbajo,
sumido en mil vagares infinitos
y pierdo versos que no están escritos
mas circundan mi espíritu a destajo.
Ellos me envuelven con silente acento,
me seducen con hálitos sutiles
pero yo vago, sordo, en los añiles
de la ausencia total de pensamiento.
De pronto los advierto, y apurado
tomo pluma y esbozo algún sentido…
mas mi mano no escribe lo que ha oído…
¡verso y poeta quedan desolados!
Y, cobarde, abandono en el intento
y vuelvo a ensimismarme en mis razones;
los versos se repliegan a rincones
para aguardar sin prisa mi momento.
Quizá cuando retorne del abismo
pueda escuchar la Musa en mi latido
y entonces en algún verso perdido
me encuentre – sin querer – conmigo mismo.
El pan
Soy el fiel tempranero que por la madrugada
nace desde el rocío al calor de la brasa;
mi alma es la simpleza en el grano entregada
que con la misma vida, cual el amor, se amasa.
Soy el grano de trigo cosechado a templanza
y vuelto harina santa con blancura de nube;
mi presencia en la casa es canción de esperanza
que con sabor a nido hasta el corazón sube.
Cuando todo en los pueblos es silencio de brisa
y las almas aquietan su pasión en la almohada,
en las manos de un hombre mi vida se eterniza
y resucita al tinte de la tenue alborada.
Primero me acarician dándome la textura
para luego moldearme con formas inspiradas
y después marcho al fuego que me da la ternura
dejando mi alma blanca y mis pieles doradas.
Y al entrar a las casas me vuelvo el alimento
que llega de la mano de la tierna simpleza
y soy risa de tristes y soy calma de hambrientos
cuando toca mi cuerpo el altar de la mesa.
Soy de todos los Pueblos, soy de todos los tiempos;
yo nací con el hombre dando fuerza a su ancestro
y fui el cuerpo de Cristo repartido a los vientos,
nombrado noche a noche en cada Padre Nuestro.
Cual fiel amigo nunca he de quedar ajeno
a los hambres que al mundo por siempre azotarán;
tengo un nombre sencillo, igual que el hombre bueno;
soy el de cada día, y me llaman EL PAN.
Mi llanura
Yo nací donde el suelo crece de para bienes
y la vista no tiene delante ni detrás;
donde la tierra mansa se posa sin vaivenes
y ni una pobre urgencia la ha de inquietar jamás.
Allí donde no existen ni valles ni montañas
porque quedó el planeta en forma elemental;
donde puna y quebrada son palabras extrañas
y en cambio sí se escuchan sendero y manantial.
Los verdes se entrelazan en inquieta acuarela
y sobre la palestra se le estampa el matiz
de dorado, si el trigo por travieso se cuela,
y de naranja intenso si lo invade el maíz.
Allí el arroyo estanco se queda sordo y mudo
y no le imprime al junco ni el más vago desliz,
pero presta sus aguas para servir de escudo
a la nube que sueña con volverse raíz.
El cielo da en azules su misterioso arcano,
la tierra va a su encuentro como amor primerizo
y el horizonte juega con el pobre ojo humano
a borrarse y a verse como un mágico hechizo.
La libertad es presa del ave que la espera
para abusar de ella en su vuelo sin par,
que no conoce llave ni final ni bandera
porque nadie le puso cadenas al volar.
Yo nací donde el suelo crece de para bienes
y mi vista no tiene delante ni detrás;
¡Soy como mi llanura: me poso sin vaivenes!
¡Mi llanura en mi alma no ha de morir jamás!
Patricia Severín (Santa Fe/Argentina)
Aguacero
Llueve
llueve
llovió toda la noche
de ésta lluvia que llega del sur
son las cuatro y media
y el repiqueteo no cesa de alumbrar la noche/
ramalazos de agua lavan este grito de vos
y caen azorados tras el vidrio
me han preguntado
por qué ésta ausencia
que baje de ese nimbus/de esta pesadilla de relámpagos
pero llueve
llueve
y los truenos atraviesan fragmentos
ayer
cuando aún no llovía
me fui entre las bignonias/para escuchar a solas
el latido de mi corazón/
regué las azaleas sin flores/las dracenas/
la confusión/el dolor en el pecho/el gusto de tu boca/
la sed
mientras olía la lluvia
que anunciabas a la tarde/con el día machazo/
con el golpe en seco de tu lectura /
con tu atención celeste sobre mí
que abre minúsculos veleros/
entre tu nombre de montaña y el marcador de
Leopardi que oscila en la falleva del amanecer/
llueve
y el agua azota mi rostro hundido en la palma de tu mano
Diluvio
Afuera
el agua cae a cántaros
el diluvio se lo llevará todo
:la cosecha de soja
:los pastos para el invierno
:la vacunación de aftosa
:nuestro encuentro
preparo un té de canela
(se diluye su aroma en la humedad)
en la tarde
:sumo/resto/ las cuentas no cierran
:tomo mis papeles/los libros
estoy triste
triste quizá no es la palabra
quizá
la palabra
sea
vacía
enfrentar mañana/mañana es miércoles Amor/
las fuerzas se van en surcos/
no me importa el agua/ los pantanos/
sólo
tu
música
cae la noche en el canto de las ranas/
llega tu fuerza de oso/
tus ojos afiebrados gimen
en las charcas/
pido el perdón
Gota
Pensamiento de vos
vago sonámbula
gota a gota
cruje el grillo
reflejo de luz en el vidrio humedecido
me recuerda recuerdos que no tuve
/recuerdos de montañas/sonidos de la guerra/cuevas/deseos/partida/
gritos/
la dimensión del agua/
allí estuvimos
/al acecho/
antes
cuando aún no éramos cuerpo
vos
que podés hablar con los muertos
pregunta
por la eternidad del tiempo
Chaparrones
te amo
en todo lo que amo
poesía turca
Los fresnos que planté hace tiempo
están amarilleando
pronto los pastos serán
alfombra crujiente
rumor de espera
atardecer de alfalfa
¿qué será de mis ceibos cuando me vaya?
de los eliotis/ las grevilleas/ el palo borracho único e imponente
que nació desde la nada y defendí de
la Belkys/los bichos/el pisotear de los caballos/
he salvado mi parque por paciencia
transplanté palmeras y podé
largas y heridas hojas secas
vencí a la sal y al agua con arsénico
desde aquí los veo/ intentan sobresalir de
su protección de palos
: ficus
: colas de zorro (estos, quizá crezcan/ los mandé a sacar
de la banquina)
hacia el este los membrillos
repletos de sol
juegan
su partida de póker
los sauces velan mis sueños en
infusión de hojas
la senda llega a la tranquera
silbantes casuarinas
¿qué será de El Resero cuando me vaya?
extrañaré los pasos/los perros de la Elba/ las herramientas viejas/
los chaparrones
me encerraré en los libros/dedicaré los días/
a lo que quise dedicarme todo el tiempo
y a vos quisiera/ a vos
¿para qué nos encontró la vida y tu constancia?
igual que yo
cuidas los árboles para el después
¿para quien? ¿para cuáles?
el cosmos/el universo/los hijos
¿quién lo sabe?
quizá alguna mano que los tale
quizá
cuando ya seamos polvo
y corramos por esa estrella octogonal
flotando
nuestra luz
alma con alma
/acurrucada/ /más allá/
del infinito/de la Osa Mayor/ de las galaxias
habremos olvidado
la certeza del agua
Casa de agua
La casa se inunda
la lluvia cae
este peso líquido que está/ que no sé de dónde viene
o sí
que sé
hunde mi garage/mi pelvis/
el lunar de tu brazo/
la cordura se arrastra por el suelo
el contorno de tu risa/ tiembla desde el sur
la uña de tu pie izquierdo
los e-mails/el leve tono acusatorio
la vida que tuve
los abstractos de Kuitca/ el Kamasutra
el exceso de tu voz/ mi silencio
el arco iris /
esta épica /tanta intensidad
incandescente
los abrazos perdidos
la mirada de Judas
un armisticio
stop
un armisticio
PÁGINA 6 – CUENTO
El escritor
Por Belvedere Bruno (Niteroi-Río de Janeiro/Brasil)
Hubo una historia que nunca conseguí descifrar.
Un poco de leyenda, un poco de mito, una manía de mezclar lo real y lo imaginario
A la vista de sus narraciones, me sentía vacía de vida. ¿Enriquecería el día a día con la fuerza de su imaginación de escritor? Así pensando, conseguía conformarme con aquella sensación de vivir en cámara lenta. ¿Cómo todo podía ser tan perturbador en la vida de aquel hombre?
Por momentos, los hechos resultaban hasta inverosímiles, pero sentía que era vital aquella dosis extra de adrenalina que el proceso de creación le proporcionaba. Narrando, él creaba, y allí estaba la fuerza de los hechos. Sentía que no había mentira, al menos en forma convencional. Creando, hacía un guión de su vida lo que lo convertía en un ser extraordinario. Me hacía sentir nuevos sabores, ver matices inimaginados, aspirar aromas embriagantes.
¿Pero dónde estaría la realidad en aquel mundo que parecía delirante y, no por eso menos encantador?
Súbitamente, me vi perdida. La mente era un revoltijo de ideas desconectadas. Tanteando, busqué brújulas…
El punto final fue insertado en el contexto por cuenta de mi total falta de habilidad para separar el mundo real de aquel colorido mundo de lo imaginario. No tenía, como el escritor, el don de vivir en universos paralelos.
Le dijo adiós. Un adiós sin colores ni fantasías.
Volví, entonces, a vivir en cámara lenta.
PÁGINA 7 – ENSAYO
El refugio de las Vírgenes del Sol
Por Luz Samanez Paz (Lima/Perú)
En el Valle del Willkamayu, río sagrado de los Incas, se yergue como un desafío a las alturas, Machupicchu, que mira hacia la selva, cual un atalaya mágico, que apasiona, estremece i que habla de por sí, de una civilización aún no superada: la de los altivos Hijos del Sol, forjadores del Tawantinsuyo.
Mucho se habla sobre lo que pudo ser, esa enigmática Ciudadela. El conocido Arqueólogo Dr. Manuel Chávez Ballón, considera que fue la legendaria Vilcabamba, donde pasó sus últimos días el valiente Manco Inca. Otros afirman que era un lugar de veraneo de los reyes cusqueños, puesto que a pie se llega en dos días a esa Ciudad perdida de los Incas, siguiendo el camino trazado por los antiguos emperadores, o sea el Camino Inca. No falta quien dice, que se trata de un Templo i de una avanzada, en la conquista del Antisuyo.
Cualquier cosa de esas ha podido ser, pero lo que sí no deja lugar a dudas, es que ahí pasaron sus días, las últimas Vírgenes del Sol o escogidas, que fugaron del Q´orikancha, junto con las mamaconas i los guerreros encargados de custodiarlas, ante la irrupción de los hispanos.
La tradición oral, trasmitida de generación a generación, afirma que uno de los conquistadores, ingresó al Templo del dios Sol, a caballo, inmeditamente después de llegar al Qosqo i ahí mismo violó a una de las Aqllas, para retirarse luego con el objeto de comunicar a sus compañeros de aventuras, de que en ese lugar, habían muchachas muy hermosas.
No se ha guardado el nombre de ese violador, los sabios quechuas prefirieron dejarlo en el anonimato, como hacían con todo aquello que era vergonzoso. Lo cierto es que fue uno de los primeros en llegar a la Ciudad, aún antes que Francisco Pizarro i constituía parte de la avanzada, de los que se llamaban hidalgos, pero que en la Capital del Incario, se portaron como vulgares delincuentes, dignos de desprecio.
Lo cierto es que la Vírgen cruelmente brutalizada, tuvo tiempo de poner sobre aviso a las otras "escogidas" i luego de pedirles que fuguen, se atravesó el estómago con una flecha. La dulce joven, que debía morir casta i que estaba al servicio del dios de los Cuatro Suyos, no pudo soportar la mancha que significaba, la pérdida de su virginidad i prefirió suicidarse.
Sin embargo su gesto sirvió, para que alrededor de medio centenar de las sacerdotizas, junto con las mamaconas, que se encargaban de cuidarlas e ilustrarlas, por lo mismo que eran mujeres sabias, lograron salir por una puerta secreta i enrumbarse hacia Machupicchu, donde se quedaron hasta el final de sus días, consagradas al Culto del dios Sol, sufriendo por las noticias que llegaban sobre la agonía del Imperio.
Cuando llegó Hiram Bhingan, quien es el decubridor científico de esa Ciudadela, encontró una mayoría de osamentas, que por sus características antropomórficas, parecía corresponder solo a mujeres. Por ello, manifestaron que ese lugar era dedicado exclusivamente al culto, pero los últimos descubrimientos hacen pensar, que ahí también vivieron guerreros nativos, en plena época de la conquista. Un grupo de investigadores acaban de encontrar a poca distancia, en un cerro, un Cementerio circular, horadado en la piedra, donde seguramente fueron enterrados los varones. Cabe manifestar que como se pudo comprobar en Písaq, los Incas sepultaban a sus mujeres, como señal de respeto, dentro de sus ciudades i a los hombres afuera.
En consecuencia las últimas Vírgenes del Sol, ahí languidecieron, cuidando escrupulosamente sus cultos i ritos. Estuvieron aisladas del mundo exterior i se libraron así de la depredación i crueldad de los conquistadores.
Estudios recientes refuerzan las ideas de Bhingan i de Chávez Ballón, en el sentido de que Machupicchu, fue una gran Ciudad i un Templo a la idolatría, donde se instaló otro Q´orikancha, puesto que fue construida, con un plano similar al del Qosqo, con sus plazas, palacios i templos. En ese sentido el Padre Calancha, manifestó que ahí, se instruía a los hechiceros o adivinos.
Sobre las osamentas de mujeres, Jorge Eaton, confirmó esa versión.
Dejemos un momento vagar nuestra imaginación i trasladémonos a Machupicchu, en los duros años de la conquista.
Seguramente, en ese lugar lleno de atracción cósmica, meditaban en Waynapicchu, los amautas del Tawantinsuyo, atendidos por mujeres, ya no jóvenes debido al correr de los años, que seguían adorando al Sol i ofreciendo su virginidad al Astro Rey.
PÁGINA 8 – CUENTO
El arca sin Noé
Por Andrea Álvarez Álvarez (Maracay/Venezuela)
La galería se extendía como un laberinto, con escaleras dispuestas a la entrada de cada salón de la exhibición. Las telas, vistosamente enmarcadas, colgaban en las paredes con sus respectivas descripciones y sus exorbitantes costos debajo de ellas. Algunas daban la impresión de estar hechas de material acrílico y lustroso. . Me detuve ante una, un galeón antiguo, que daba la impresión de balanceo sobre aguas rojizas y contagiadas de una luz espectral que salía del fondo del cuadro, casi como un atardecer en Marte, muy lejos de nuestra esfera espacial. Así, me entretuve mirando cada obra hasta llegar a una puerta abierta, carente de luz en su interior y franqueada, a cierta distancia, por un cuadro, (al menos eso imaginé), de muy pequeñas dimensiones que reposaba sobre un caballete. Éste a diferencia de los otros, estaba cubierto con una especie de lienzo grueso y opaco que no permitía ver su contenido. La curiosidad me invadió, me acerqué cuanto pude con la intención de retirar el lienzo. Casi lo logro, a no ser por una voz que de pronto llegó desde el exterior de la habitación, paralizándome.
-¡Todos al piso! - gritó alguien.
Logré divisarlos desde la penumbra, estaban la entrada de la galería. Habían cerrado el gran portón y avanzaban hacia los asistentes. Con un gran caño apuntaban la cabeza del guachimán y lo arrastraban con ellos. Yo retrocedí unos pasos y quedé escondido por la media luz, detrás del caballete. Intuí que no podría estar allí por mucho tiempo.
-¡Todos al piso!, dije – gritó de nuevo.
Los allí presentes se dejaron caer, sin salir de su sorpresa.
Los delincuentes caminaron por sobre los cuerpos tendidos en el suelo. Aún llevaban al vigilante encañonado. A media voz, logré escuchar a alguien:
-¡Lo que faltaba!, ¿Qué podrán robar estos imbéciles en una galería de arte?
-¡Cállese, señora! – El delincuente también la escuchó. - ¡Búscalo!– ordenó seguidamente, dirigiéndose a uno de los compinches, - ¡Y tú, ve recogiendo los cuadros que nos indicaron!- ordenó a un tercero.
Inmediatamente el hombre comenzó a buscar entre los cuadros, escudriñaba ante cada uno de ellos.
-Aquí no está.- pasando de salón en salón- Aquí tampoco.
Yo los seguía oyendo desde mi escondite en la habitación contigua. Llamó mi atención el hecho de que no hablaran el lenguaje burdo de un delincuente común, éste era más bien algo culto.
-Llamaré a Noe – dijo el que parecía el cabecilla del grupo y quien mantenía encañonado al vigilante. El hombre se recostó del quicio de la puerta de la habitación donde yo me ocultaba, pasó el arma a la mano izquierda y con la derecha extrajo su celular de última tecnología discando un número.
-¿Noé? Sí, soy yo. Escúchame, aquí no está el dichoso cuadro, o es tan pequeño que no lo vemos. – Luego de una pausa – Bien, si, te escucho.- Otra larga pausa y colgó.
-Bien, y qué te dijo. ¿Nos largamos con los que tenemos?
-No, dice que lo busquemos en la habitación del fondo.
-¿Aquí? – Señalando hacia el interior del salón donde yo había encontrado un escondite más seguro.
-Si, entra.
Ambos hombres entraron en la habitación y encendieron las luces a tientas.
-¡Revisa!- ordenó nuevamente el cabecilla mientras miraba las paredes y el mobiliario con insistencia.
-Yo no veo un carajo de lo que Noé nos dijo.
-¡Tiene que estar aquí!
-Si, pero ¿Dónde?
Por un buen rato estuvieron buscando, abriendo armarios, gavetas, revisando papeles y desordenando todo. Pasaron una y otra vez frente al caballete sin reparar en él. Afortunadamente, no se les ocurrió buscar detrás de las pesadas cortinas, estaban demasiado ansiosos para ello. Al ras del suelo, yo me obstinaba en disimular las puntas salientes de mis zapatos detrás del cesto de la basura, al tiempo que contenía la respiración.
No los podía ver; pero sí escuchar con nitidez. Los sentí tan cansados como yo en mi escondite, pegado a la sólida pared; pero, había una gran diferencia. Ellos estaban muy contrariados y ansiosos, yo no. Yo podía esperar.
-¿Tú sabes cuál es la insistencia de Noé por ese bendito cuadro?
-Pues, que vale millones, pendejo.
-¿Y?, están los otros.
-Si, pero ése es el más costoso de la muestra, es el que nos dará mayores dividendos de todo el encargo, ¿Entiendes? Vamos afuera.
Entonces, logré escuchar la voz del tercer sujeto:
-Mandé a todos a sentarse al fondo, desde donde no puedan verlos de la calle cuando salgamos.
-Bien, ¿Los revisaste?
-Si, ninguno lleva armas.
-¿Y los cuadros?
-Guardé los que nos indicó Noé. Sólo falta el que ustedes buscaban. ¿Lo encontraron?
-No, no encontramos “El Arca”.
-¿El Arca o el esqueleto?- preguntó el tercero con voz de poca trascendencia.
-Ve tú, vigila aquellos, no sea que se les ocurra algunas gracias.- volví a escuchar al cabecilla dirigiéndose a uno de los sujetos.
Continué aguzando el oído, con la respiración contenida y con las dichosas puntas de mis zapatos que insistían en delatarme. Entonces, comenzaron un extraño diálogo que sólo pude entender mucho después, cuando logré salir de la acortinada pared.
-Si Noé no llama en media hora, nos vamos.
-¿Y mientras? ¿Seguimos buscando el cuadro?
-No, no lo encontraremos
-¿Cómo lo sabes?
-Porque ese cuadro tiene la virtud de escoger a sus dueños. Nadie lo tiene a él, él los contiene.
-No entiendo
-Tiene su leyenda. ¿Quieres escucharla?
-Mientras esperamos, podría ser.
Cuentan que existió un conflicto entre el alma universal humana y su cuerpo, una vez el cuerpo quiso saber la verdad sobre el gran diluvio y le dijo al alma:
- Si todo demuestra que la tierra alguna vez estuvo inundada, ¿Cómo pudieron sobrevivir las especies? Porque, la fábula del Arca es imposible de creer.
-Para comprender debes ir más allá de las especies, del macho y de la hembra, más allá del Diluvio.- Respondió muy solemnemente el alma.
-¿Acaso he de vagar hacia lo profundo?- preguntó el cuerpo viendo todas sus limitaciones de piel.
-Más allá, -respondió el alma- más allá de mil palabras de viaje al infinito.- Y continuó:
En su paraíso de extraños pasadizos se encuentran, desde el principio de los tiempos, todos los animales habidos y por haber, conocidos y desconocidos. Ellos conviven en paz mientras no se encuentren ni rocen con su antagónico. Cada especie, en su propio espacio, como ocultándose de los otros. Si de pronto, en un día cualquiera, una sacudida, un fuerte movimiento sísmico mueve las simientes de ese paraíso. La gigantesca onda expansiva hará que los animales comiencen a reconocerse los unos a los otros. Entonces los más enérgicos, los más grandes, emprenderán su lucha, devoraran a los más pequeños y débiles. Comenzarán, por último, a ocupar las escalas según el instinto que gobierne..
Luego de esto, el alma entró en un insondable silencio.
-Me dejas más confundido- agregó el tercero del grupo.- ¿Qué tiene que ver el cuadro con esa historia?
-Tiene mucho que ver. Cuentan que el cuerpo, luego de esta conversación, pintó un cuadro con lo que, supuestamente, entendió del alma y que por mucho tiempo ese cuadro estuvo desaparecido. Alguien lo encontró flotando en el mar, nunca jamás se supo de donde provenía. Noé, sabiendo la leyenda, aprovechó para comprarlo a un precio mucho menor al que tiene realmente. Eso según dice él, para mí lo robó. Luego lo hizo analizar y tasar por un experto. ¿Sabes cuantos años tiene ese cuadrito? Es del año 20 DC. Su valor es incalculable.
-Y ¿cómo se pudo conservar hasta ahora?- agregó el hombre, que realmente estaba impresionado.
-Eso no lo sé. Noé lo mandó a enmarcar en vidrio, pero debe ser algún tipo de piel o pergamino.
-¿Y por eso no podremos regresar sin él?
-Exactamente, lo encontramos o lo encontramos.
Pero no lo encontraron.
Media hora fue mucho tiempo y permitió que los cuerpos policiales rastrearan lo que pasaba dentro del recinto de la exposición. Se presentó una comisión de al menos doce uniformados. Al final lograron someter a los delincuentes y yo, con mucho de fortuna, pude escabullirme entre los rehenes, curiosos, periodistas y los mismísimos gendarmes.
Salí, caminando lenta y distraídamente, puse la cara más digna que me era posible. Me alejé, sosteniendo entre mis ropas la pieza que había liberado del marco. Aún no había tenido tiempo de observarla, de asegurarme si por fin volvía a mí, pero desde ya, pensaba si el desdichado de Noé podría cobrar el seguro del cuadro cuando éste no apareciera. Desee que no fuera así.
Estuve divagando a lo largo de la playa, me senté sobre una piedra, quise aprovechar los últimos rayos de sol para volver a verlo. Abrí mi camisa y la pálida luz lo hizo resplandecer. Allí estaba, sobre un trozo de piel desecada, como un soplo del tiempo en extraño retroceso. Una osamenta encallada en la arena, esperando el próximo diluvio para zarpar.
PÁGINA 9 – ENSAYO
El ego, la poesía, los medios
Por Noris Roberts (Caracas/Venezuela)
¿Que es la poesía?
¿La sistematización de las ideas?
¿La génesis del hombre?
¿La sabiduría que se proyecta en la lingüística?
En honor a la verdad…
Todo depende del lector que lo arrastre o lo libere en la luz o en la sombra, porque los pueblos hablan por sí solos, sin distinción de rezo, credo, condición social.
A mi humilde entender, es la voz, la idiosincrasia genuina de cada lugar reflejada en la personalidad del escritor, su gestación, su existir, desatando la vida en su exclamación donde esboza las palabras sin limites, pero con mucha devoción en su voz.
La poesía, es todo lo que ves, lo que tocas, lo que creas, el mismo habitad fue esculpido por un Ser superior, con el gen de lo irrepetible, sin los lineamientos de los “entendidos” de la semántica lingüística, con una voz natural, etérea perceptible a la vista de todos, sobre la absolución de los errores.
Fue creada sin los ojos de aquellos que etiquetan el léxico reflejado en un texto.
Sin la biopsia que algunos pretenden hacer de ello mirando por encima de sus hombros la esperanza de aquel cuyo sueño diario es su entrega a las letras, donde se les excluye en un mundo de orfandad dejando que el mar arrastre las huellas de su largo trajinar simple y llanamente por no pertenecer a determinada tendencia política.
Escribir es algo que hurga dentro de las vertientes pasionales, el vacío, los recuerdos, las vivencias, los errores mismos que la vida nos impone, lamentablemente los grandes escritores, editoriales, necesitan
ver reconocimientos para suministrar espacio a los nuevos hacedores de las palabras, para interesarse por los nuevos brotes de poetas que abundan en las calle, en las esquina, en algún lugar que ocupa nuestro mundo literario, con su bagaje étnico, con su filosofía, con los infinitos tonos de los escritores autodidactas, su espontaneidad y estética, la pureza de los valores donde transitan en las luces de sus cánticos, de sus preludios, dibujando la esencia con los malabares de su desarrollo como tal y no encasillarlo tras un cerco, o en periódicos de algún preescolar, porque no participan en las corrientes que otros pretenden imponer menospreciando sus obras, su arte, que como único sueño asume con ansiedad.
No se debe exaltar solo una parcialidad, ni subestima aquel que con sus primeros pasos esboza su creación aún siendo un precoz escritor, pues por ende el hombre mismo es inspiración.
Del mismo modo repetitivo el ego de aquellos privilegiados que dicen pertenecer a tal o cual academia de las de las letras, pues su YO es tal, que no dejan plaza para aquellos jóvenes que vienen detrás, que germinan con óptimos frutos entregándose a la verdadera y profunda magia de la poesía
Aquellos que proceden de la tierra, de su anécdota cotidianas, curtido por las enseñanzas de la vida, de tantas noches de insomnio en la búsqueda de un cultivo intelecto y no permanecer eternamente en las vertientes perdidas de la tierra, en los cosmos que no logran alcanzar
Aquellos que se han nutrido de la raíz de sus hallazgos alcanzando una expresión artística inigualable y cuya técnica además de enriquecer a quien lo lee, dan mucho mas que aquellos que tan sólo se preocupan por su SER permanentemente para hacerse mencionar en homenajes, galardones etc.
Debo entender por esto, que lo que realmente interesa son los títulos, nombramientos, aunque estos vayan acompañado por el servilismo y no por el talento y la calidad
El tiempo genera cambios, surgen nuevas voces con sus interpretaciones, con sus relaciones existentes, con sus concepciones de rasgos diferentes por una identidad cultural haciendo cada uno un estilo propio y peculiar del imaginativo poético
¿Adónde va la poesía?
¿La palabra sensitiva?
Creo que se cierne constantemente sobre ella el materialismo impío,
Los grandes trofeos.
Los inverosímiles reconocimientos.
Adónde quedan los poetas que transitan en este mundo donde todo tiene un precio, bien vale recordar aquella frase:
“Aunque brille por oro lo que es cobre”
Las épocas han cambiado, más allá del esfuerzo propio, creo que merece mas atención la generación del relevo, conocer las interioridades del hombre poeta, con su manera coloquial, con su modo de pensar, tristezas, inquietudes, alegrías, sentimientos, puesto que la sensibilidad del hombre perdurará a través de las edades y el tiempo.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Xenia Mora (Mendoza/Argentina)
Caminos del cielo
Respira la noche a lluvia y a tierra
el silencio no aquieta el paisaje que invento
nunca es tarde para unas alas despiertas,
aunque llore el recuerdo agonía de ausencia,
si las flores nocturnas aroman mi lecho
y arrullan los nidos de los poetas que sueñan.
Camino y camino por las calles del cielo
poso mis pies en un jardín de estrellas
donde titilan luces de casas abiertas,
donde no existen bisagras de espacio ni tiempo,
donde sólo hay afecto con remanso de abrazos
y amar es acariciar con los ojos del alma.
Último hálito
La infinitud del universo me acompaña:
aunque sienta esquirlas en mi cosmos,
mi verso aletee ya sin voz
y mis cantos sean gemidos de gorrión
resistiré el hielo del silencio.
La infinitud del universo me acompaña:
aunque me zambulla el dolor hasta los huesos,
el espejo de la vida me deje sin rostro
y sin el manantial de una mano amiga
resucitaré las hojas muertas.
Caminaré y caminaré hasta que salga el sol:
aunque sienta mis huellas en un hálito
y un cabestrillo sostenga mi cuerpo
aun así me mantendré de pié
porque estaré arrullando a mis pájaros .
Eduardo Pérsico (Buenos Aires/Argentina)
*_12 de octubre de 1492. _*
Llegaron con sus cruces y lanzas asesinas,
y nosotros sólo éramos personas.
Y un imprevisto amanecer vinieron y llegaron,
jineteando en el lomo del mar estrepitoso.
Del mar, motín de sal y oquedad milenaria
inmemoriales hombres pisaron nuestra playa.
Aquí vagaría el sol desflorando la sombra,
satinando la pampa que era una resonancia.
Interminable y sola extraviada en los mapas,
la pampa indoblegable de todas las centurias.
De metales y arneses vinieron y llegaron,
y aquí sólo el silencio de Dios y sus verdades.
Esa verdad en silencio que repiten los tiempos
sin sermones confusos ni discurso inventado.
La inmensidad, un delirio, ensueño y desmesura
quebrada por navíos que llegaron de lejos.
Y dicen, no se sabe todavía,
que por casa no había eco de los galopes
de caballadas potras, crin al viento y relincho.
Ni siquiera el arrullo rasguido de una viola
conmovería la calma de los anocheceres.
Llegaron esos hombres de metales y arneses
a tanto territorio de soledad muy sola.
A esta incesante fragua de agobiadores soles
y enrojecida siesta demorando el paisaje.
Vinieron y llegaron cuando cada montaña,
peldaño de misterio,
colgaba de los aires su racimo de aroma.
Y los ríos libertarios disponían del reflejo
y el contracanto al canto de pedregal y orilla.
Sí, aquí soltaría el viento su natural capricho
cargando los pulmones de albedrío pajarero.
Bailaba la hojarasca del repleto follaje
y tronaba el prodigio de la mágica lluvia.
Esos hombres llegaron y en la playa, nosotros.
Nosotros en la playa del tiempo que les digo,
achicados de asombro por la grandiosa nave
y metálicos seres venidos desde el agua.
Tanto temor callamos. Y tampoco dijimos
que tal vez allí mismo haya empezado el hambre.
Y ciertamente digo: de una choza a la otra
con palabras invictas hablamos del suceso.
Contamos la noticia.
Porque había aquí palabras que unidas a las nuevas,
traídas en los barcos,
son memoria y enigma del saber quienes somos.
Martín Carlomagno (Entre Ríos/Argentina)
Genealogía.
Mi madre ha construido para mí
una tarde de aljibes
y rosarios.
Una piedra sin nombre.
Sus ojos vuelven de otra estación
dicen que el trigo mece
las ausentes distancias.
Mi padre deja un río en el mantel.
Habla
y es fraternal el aire
como su infancia.
Noches que ví nacer
la vida entre dos aguas.
Llevo la otra tierra, la que viene de allá,
la que nombra
y no dice.
Es bueno andar silencio
y boca arriba.
Latido de otra orilla,
calma de pajonal.
Mi madre olvidó sus trenzas en el carro,
de lento amanecer
y siestas breves.
Alguna vez la ví
mirar con otros ojos.
Hablar en otra lengua.
Bordaron la quietud las mujeres de entonces.
Mi padre se sonríe.
Piensa.
Alguna vez supo cruzar nadando
entre estas letras
y resistir el viento de otras calles,
la orfandad nombrando sus tres nombres.
Por la ventana entra un carruaje encendido.
Mañana a la hora de partir
una camisa aguardará.
Mi madre olvida sus rodillas al sol.
Mira las islas.
Piensa en el amor de los botes
y regresa a la tierra
cuando el pan la sorprende en una silla.
Afuera está la casa que habitamos.
Sigue mirando
y aún espera.
De abuelo y siesta breve.
Ya se levanta el abuelo de su siesta
y extiende su mirada
como buscando sures.
Pañuelos de otro tiempo.
Las calles dislocan su memoria
y juega entre tranqueras.
Por admirar los ríos
se abrió como un caballo al horizonte
y fue punto de fuga.
Mano en el candelabro.
De espaldas al progreso
supo afilar el hacha.
También templó el cuchillo
y vio caer la tarde
sin revancha.
Ya se levanta de mala cara al sol
creyendo que hay jardines.
Afuera no hay canción
ni paraíso.
Abuelo admira la nostalgia
que brota de las estampillas.
Alguna vez escribió cartas.
Ilustre corresponsal de la desgracia.
Ya viene entre carruajes
con las pilchas torcidas
y su calvicie al aire.
Hay una voz
descifrando la espera,
una mesa vacía
vestida de plegaria.
Ya se levanta así, ausente
de país, sin tierra
y sin semillas.
Para apalear la lluvia
se descalzó
y bailó en la tormenta.
Ahora cuenta su historia
en un galpón prestado,
el mar lo ha conmovido
y su boina se aleja
entre valijas y mercados.
De vez en vez algún paisano lo apresa,
le piden que recuerde
y él escapa
silbando su canción
de campo solo
de soledad perdida entre la hacienda.
Jazmín del tiempo.
Ahora la abuela desteje
en su telar
la última pena de la mañana,
la que mira de a veces
jugando entre los corredores de la casa.
Apuestas por lo simple,
hojas secas
por lo bajo.
Se contenta
con ver algún gastado retrato.
Y en su máquina el sol
es un hilo trenzado.
Los relojes de arena
la conducen al puerto.
Su oración es de agua
y en el agua se aleja.
Lejos ya del telar,
piensa entre los jazmines.
El inventado.
Tres cucharadas de polvo en las solapas
y la ilusión abajo.
En los tobillos.
Más cerca, el suelo
le acorta la mirada.
Los pasillos sin luz,
las parvas de papeles
que asoman desde el fondo.
Afuera lo demás,
la danza de los autos
junto a los colectivos.
La mañana sellada
de cara a lo que dicen.
Para el inventado no hay como una corbata.
Una balanza floja.
Desde lo alto un dedo cae,
cae lo que muestra un dedo,
no lo que dice.
Sigue girando el viento
sobre los techos,
sobre los árboles.
Ahora el inventado camina marcha atrás,
una mesa lo aguarda.
A veces lo convidan.
Padre con retrato.
Su reflejo
es del viento que no fue.
Detrás de aquel perfil
se oculta
y no hay más que vacío.
Su mirada.
Entonces, en el retrato sucede.
Sucede aunque en la noche
le hayan quitado
el día
de los ojos.
Quisiera que esta suma
restara
algunas leguas de distancia,
a tu voz conmovida
mi triste voz ausente de oraciones.
La mano sobre el vidrio
olvidando balanzas.
Entre tus lentos
pasos una estrella aguarda,
se abre ahora entre dos,
mientras
el horizonte se contempla sin tierra.
De tu costumbre soy
acaso un extranjero,
un sitio en la memoria
de otoños no resueltos.
Si el viento te arrastrará
para desdibujarte
te pido que en la esquina
silbes de tarde en tarde.
La mano que da muerte al inventado.
El filo de un bozal traza otra tarde.
Se levantan los frentes huidizos,
hacía aquellos galpones
en donde la penuria
ha dejado sus últimas migajas.
Todo parece abrirse
detrás del cielo,
sólo que en esta tarde
no habrá resurrección.
El fruto ha perdido el centro
y ahora
es gravedad.
Sobre los campos arden
los herreros del viento, avanzan deshojando
los rastros de otra historia.
¿Piensan ahora acallarlo?
¿Darle agua al pampero?
Las tropas se ocultan tras los árboles.
No hay presagios.
Sólo un hombre solo
cruza el atardecer,
en su mano derecha lleva un trapo
y en la otra
una espada de papel.
No fue esta casa
No fue esta casa la que vio caer el sol
sobre los hombros
de mi madre.
Tampoco aquí creció la primavera.
Pero es extraño, cada verano
hace noche en las ventanas,
cuando desde la calle
alguien anuncia
su amor de suela rota, su soledad
sin hoja
entre almacenes
y vecinas que a diario
sacan ropa
para ahuyentar augurios. No esta casa, no,
la que dice de vos y no te nombra
mientras te desdecís
con los ruleros puestos
como un tango.
Como es de vos lo que regresa
sin envase, sin fecha por vencer
y otros asuntos.
Hay un día en que sos más que otro ayer.
Lo demás es la casa.
Un silbido de espaldas al verano.
PÁGINA 11 – CUENTO
Por Ana Maugeri (Buenos Aires/Argentina)
Cosa,
éso soy, una cosa que alguien pone y saca a su gusto. Ya no sé cómo retomar el ritmo, no sé siquiera dónde lo perdí, no sé tampoco si alguna vez lo tuve.
Él cree que puede tomarme y dejarme a su antojo, no sabe que cuando despierte, lo devoro, me lo como crudo, como se merece. Te paso a buscar me dijo el muy turro, me puse un vestido amarillo infartante, me quedé paradita en la puerta como una muñequita de torta, quieta, dura, no podía moverme, mi cabeza iba a mil, al ritmo de las remil puteadas, mi cuerpo estaba inmóvil. Al fin una brisa despeinó mi pelo y me dio el pie para moverme.
Entré al departamento, sola, cual solterona que se quedó cuidando a su madre. Pero yo ya no tenía madre y en esta época las mujeres que no se han casado ya no se llaman solteronas. Son “mujeres liberadas”, que no quieren atarse a un único hombre, ni andar detrás de los hijos de por vida.
Estaba pensando en las ventajas y desventuras de ser una mujer liberada cuando sonó mi celular, infame mensaje de texto “disculpame, surgió un inconveniente, ya sabés cómo se llama”. Tuve el impulso de contestarle pero me frené y grité “esposa, mujer, madre de tus hijos, así se llama”. Porque resulta que las llamadas mujeres liberadas no tenemos otra ocurrencia que enamorarnos de hombres que no le esquivaron ni al matrimonio ni a los hijos y además, se dan el gusto de tener amante vestida con un infartante vestido amarillo parada cual semáforo que no deja pasar al amor. No, en realidad tendría que ser rojo para no dejar pasar al amor, este es amarillo y es mejor que me lo saque porque ya lo estoy traspirando todo. Nunca tuve un vestido rojo, tendría que comprarme uno, para ver si así cambia mi suerte. Otra vez suena el celular, otro mensaje, “paso a verte dos minutos”. ¿No será mucho dos minutos para una amante devenida a felpudo? “Te espero” contesté resignada e inmediatamente un impulso se me coló por las manos y por el pensamiento y terminó en mi boca, lo saborée y me senté, desnuda, a esperarlo.
Con título de amante entró a mi departamento, dejó las llaves y el celular sobre la mesita y miró buscándome, me llamó “amor llegué”, parecía la llegada del marido a su dulce hogar, “tengo poco tiempo pero no quería dejar de verte”, se fue a la mierda el hogar y lo dulce se mezclaba en mi boca con la saliva y antes de empalagarme le contesté, “estoy esperándote”.
Cual animal que busca su presa o cual pichicho que corre al escuchar el ruido de los granitos de su desabrida comida balanceada, se abalanzó al dormitorio. Se detuvo apenas entró, yo no estaba sobre la cama sino que había puesto un colchón en el piso y con voz de putita le dije “así es más tramposo”. El pobre ratón olió el queso y se arrojó al colchón sin recaudos, esta vez no le sirvió su olfato de perro policía, hacía años que comía de mi mano y pensó una vez más como pájaro, que comió y voló.
En dos movimientos rápidos lo acosté, en otro movimiento firme y sensual lo amasé, van tres movimientos, en el cuarto me lo devoré y en el último y triunfal movimiento, desgarré el pájaro para que no pudiera volar más.
Al día siguiente le pedí al portero que sacara las bolsas de basura, eran varias, es un colchón viejo, está húmedo y no sirve para nada, le dije.
PÁGINA 12 – ENSAYO
La antología
Por Raúl Tápanes López (Matanzas/Cuba)
Mucho le debe la cultura en general y la poesía cubana en particular, al Frente de Afirmación Hispanista, A.C., y a su presidente Fredo Arias de la Canal. Aunque a veces, por complicadas y oscuras motivaciones, no se le da todo el crédito que merece, intelectuales y artistas de dentro y fuera de la isla, han reconocido la ingente labor de la asociación cultural mexicana. Y para avalarlo están ahí los centenares de títulos y los miles de ejemplares publicados de poetas y escritores cubanos de todos los tiempos, las ediciones facsimilares de obras históricas, los videos, casetes y discos compactos de numerosos artistas del acervo cultural cubano.
Sólo de estos últimos tiempos podríamos citar la edición de la Antología de la Poesía Cósmica Cubana (tres tomos entre 2000 y 2002), el más extenso estudio que jamás se haya publicado sobre nuestra poesía, la edición facsimilar de obras claves de la poética insular como La Poesía Moderna en Cuba, La Poesía Cubana en 1936 de Juan Ramón Jiménez o la publicación del prolijo estudio de Virgilio López Lemus sobre el romancero de Pedro de Padilla. Pero ahora acaba de salir a la luz pública la Antología del Soneto Oral-Traumático, Tanático, Cósmico y Erótico en Cuba y de nuevo estamos ante un hito en el camino del reconocimiento de la poesía cubana.
Emerge, inmaculada, del corpiño
la blanca seda cándida que escuda
tu seno virginal, y la desnuda
garganta emerge blanca del armiño.
Y aún más blanca y más diáfana y más bella
tu faz exangüe y sideral, parece
que, translúcido nácar, resplandece
con una interna claridad de estrella.
Toda alburas y nieves y alabastros,
más que sangre vital es luz de astros
la transparente savia de tus venas;
y si el amor te hiriera de rendirte
florecieran sus dardos al herirte
en pálidas espigas de azucenas.
Federico Uhrbach (1873-1932)
Cera virgen (I. Oral-Traumáticos…)
El estudio abarca la obra de más de cien poetas de 1763 a la fecha. En el prólogo el autor nos ilustra -con su habitual estilo parco y directo- mediante once ejemplos, la diferencia entre los sonetos metafísicos y los literales y metafóricos. Precisamente de los primeros -metafísicos- relacionados con los arquetipos del protoidioma, que es el amplio y novedoso campo en que ha trabajado el psicoanalista mexicano durante décadas, y donde ha realizado notables descubrimientos y establecido relaciones y leyes, es que trata la antología.
Cinco partes bien definidas componen la obra: sonetos de origen oral-traumático, tanáticos, cósmicos, cósmicos-tanáticos y eróticos, más de doscientos poemas, y la mano sabia nos va mostrando en cada arquetipo subrayado –en negrita- la relación del poeta con sus traumas, vivencias ancestrales y la voz cósmica que lo convierte en profeta y testimonio vivo.
Desnudos senos de mujer ardiente
en hinchazón de enamorada espera,
glóbulos en tensión de la quimera
ofrecidos al aire que los tiente.
Besos de sol y de llovizna siente
su duplex soledad de alma lechera
y se desaparece en cada esfera
el pezón que engurruña mano ausente.
Pues la brisa que roza sus satines
sueñan los pechos es el tibio aliento
de aquel que les endulza los temblores.
La lluvia es un lamer de serafines
que hay en su lengua de infantil intento
y el sol su piel de restregar amores.
Pura del Prado (1931-96)
Sonetos alfabéticos (III. Cósmicos…)
Si en la monumental Antología de la Poesía Cósmica Cubana el estudioso debió abarcar un enorme campo de investigación, más de setecientos poetas antologados, miles de obras consultadas -publicadas e inéditas-, y llevar a cabo un enjundioso deslinde de hojas, ramas y plantas parásitas, para mostrarnos el tronco múltiple de la poesía cubana, en esta Antología del Soneto… se aboca a una vertiente más específica, la del soneto. Pero por lo mismo ha debido ser su trabajo más incisivo y hondo. No estamos ante una antología para neófitos o simples lectores que busquen la emoción de un verso o la brillantez de una imagen. El intento de reseñarla desde cualquier ángulo determinado por los criterios estéticos o las técnicas literarias de quien lo realiza, desvirtúa su esencia y no ofrece sino una versión edulcorada o desvaída de algo diametralmente distinto.
Sangrando por la tierra herida podríamos hablar de los poetas de la zona central de Cuba, cuyos sonetos recoge la antología; son muchos y de la talla de dos premios Vasconcelos y de los que hicieron a Matanzas acreedora del sobrenombre de Atenas de Cuba. O podríamos decir de grandes poetas olvidados de esa fuente de renovación intelectual que fue el grupo Orígenes. También podría citarse a jóvenes que están hoy lejos de la isla, aislados por el frío y la incomprensión, o a los que siguen haciendo sonetos en medio del sol inclemente del mediodía habanero, o en las olvidadas provincias donde publicar un libro es un arte azaroso.
Como un rezago de fulgor occiduo
se muere en el crepúsculo la huella
del último reflejo, y una estrella
se detiene a morir en su residuo.
El ojo observador del ente asiduo
que sigue la neblina en que destella
el vago resplandor de la centella,
rescata del misterio al individuo.
Sin aliento se abraza de la sombra.
El grito de la casa que lo nombra
tan sólo será un eco si retumba
en los mármoles fríos de los muros
que protegen celosos los oscuros
y cuadrados confines de ultratumba.
Francisco Henríquez (1928)
La hora umbría (II. Tanáticos…)
Aún así debemos intentar ofrecer una imagen, como el poeta que intenta describir el paisaje salvaje y majestuoso que le sobrecoge, sabiendo que el resultado nunca será sino un pálido reflejo de algo que, por estar por encima de nosotros, nos une al cielo… o a la voz cósmica de los arquetipos del inconsciente humano.
Luego andarás tú misma con mi lanza
mi principio de espada, de escuderos
mis ideales que avanzan de primeros,
mi doctrina de estrella que no cansa.
La pasión que profeso siempre alerta,
dispuesta a doblegar a la injusticia
y en mis manos revuelta una caricia
por si llaman con nardos a la puerta.
Pero acierto a mirar por el futuro
y no puedo captar, un blancoscuro
turba mi pensamiento y mi conciencia.
¿Qué le pasa a mi muerte? ¿Me margina?
¿Por qué imponer un velo de neblina
entre mi hoy y el devenir de la existencia?
Pedro Alberto Assef (1966)
(IV. Cósmico-Tanáticos…)
Aunque en las antologías corrientes, y en cualquier reseña sobre poesía, los conceptos estéticos de sus autores juegan un papel ineludible por detrás de cualquier presunta imparcialidad, una de las características que hacen notable -y la convierten así en análisis objetivo, aunque pueda parecer frío e impersonal por alejarse de la emocionalidad tan cara a la poesía- la obra psicoanalítica de Fredo Arias de la Canal, es su basamento y praxis totalmente quirúrgica, apegada al concepto del protoidioma y los arquetipos que demuestran la relación -leyes de la creatividad poética- que los rigen.
La Antología del Soneto Oral-Traumático, Tanático, Cósmico y Erótico en Cuba, por Fredo Arias de la Canal, Frente de Afirmación Hispanista, A.C., México 2008, se terminó de imprimir a los 160 años del natalicio de Mercedes Matamoros (1848-1906).
PÁGINA 13 – CUENTO
Antígona
Por Guido Rodríguez Alcalá (Asunción/Paraguay)
Avanza flanqueada por dos hombres.
El uno, un bisoño con algo de poeta, mira de reojo a la mujer, tratando de hallar motivos detrás de su exterior impenetrable. ¿Cómo ha de comprender un mozo sus lealtades ancestrales, viejas como los dioses cuyas estatuas rotas dan testimonio de un mundo desaparecido y presente?
El otro, el veterano, ha conocido las incertidumbres del joven antes de perder el hábito de hacerse preguntas. Con sus muchos viajes, conoce gentes y lugares hasta donde puede conocerlos un hombre de su oficio. ¿Justicia? La experiencia lo ha llevado a descreer. Con todo, detesta el sufrimiento innecesario y por eso detesta a la mujer. Inmóviles, los pasantes murmuran maldiciones. ¡Cómo si él quisiera estar ahí! ¡Cómo si quisiera cargar, bajo un sol de fuego, tanto metal sobre el peso de los años! Le sobra edad para retirarse, y continúa sólo por decisión del superior. A él debieran dirigir los puños crispados.
El golpe de la piedra sobre el hombro le hace volverse. El joven lo mira sobresaltado. ¿Irán a lapidarlos por llevarse a la mujer? El viejo contesta señalando al culpable, que ha ganado ya con increíble agilidad el refugio de los callejones laberínticos de la ciudad antigua como Tebas. Un niño. Nada deben temer de los demás, de los hombres, aunque irritados meros espectadores prudentes de la intervención, impopular como todas las intervenciones de ese género. La experiencia del viejo aparta los temores del joven.
Los antecedentes del procedimiento favorecen los miedos del muchacho. Minutos antes ha tronado una tempestad de polvo y humo, sacudiendo la tierra como un terremoto mayor. Pasado el peligro de las explosiones, han encontrado a la mujer en una situación equívoca. El joven propuso seguir de largo; el compañero se apegó a la disciplina. Escoltando a la extraña, el joven admira su altivez real buscando razones para comprenderla. Tarea tan sencilla como adivinar los pensamientos de una cariátide. Después del primer arrebato, esa mujer es una estatua que marcha, una imagen llevada en una procesión. Los dos soldados se sienten ridículos escoltándola.
El joven se alistó alentando sueños de honor y gloria. La paga le resultaba necesaria como la certeza de servir una causa noble. Unas semanas le bastaron para ver sus convicciones trituradas como el pavimento del templo (no puede recordar el extraño nombre) bajo los carros y las máquinas de la destrucción. Con desánimo presencia a cada paso la efusión de una violencia propicia a revivir las figuras amenazantes de la demonología asiria. La guerra, celebrada todavía en el hogar lejano del muchacho, en el territorio sometido suscita sólo malos espíritus.
El viejo, de haber tenido un techo y una mesa provista, no hubiera recorrido el mundo hostilizando pueblos extranjeros para hacerse acreedor de una venganza evitada con suerte pero no sin secuelas. Se considera un hombre digno de compasión por eso, por una enfermedad inexplicable contraída en la campaña del desierto, y por su absoluta desposesión. Quiere volver a casa, los usureros se la han quitado. Quiere su mujer, la ha perdido hace tiempo; la quiere de cualquier manera y la mera idea de su compañía le hace insoportable la presencia de la infractora. ¿Qué malos vientos la han puesto en su camino?
Rumiando esos pensamientos llegan a la presencia del general, a quien sus mismos enemigos llaman rey, para marcar el alcance desmesurado de su poder y su origen espurio. El rey o general ha triunfado y está dispuesto a conservar el mando. Débil por la insuficiencia de la fuerza, gobierna con decretos severos. Ha decidido negarles número, nombre y tumba a los vencidos. ¿Podrá exiliarlos así de las memorias, cuando la contienda ha comprometido clanes y naciones? Sin permitir consejos ni compasiones, manda a sus hombres armados entre las multitudes hostiles. Ellos le obedecen de mala gana, sabiendo cuánto ha costado la victoria. A sus desgracias de siempre, los del país deben sumar la desgracia adicional de cosechas perdidas, pozos contaminados, ganado muerto, enteras ciudades destruidas. ¡Cuándo llegará la paz deseada por civiles y soldados!
El joven cree comprender el propósito del general. Negando honores a los caídos, aquél no ha pretendido desconocer los deberes básicos de la piedad fraterna, sino evitar sediciones, pues los duelos se prestan, en ocasiones semejantes, a fomentar propósitos muy ajenos al amor familiar. Pero, ¿de qué sería culpable aquella joven arrogante? Las mujeres tienen todas un corazón de más para los suyos, ella sólo obedeció a la naturaleza dando rienda suelta a su dolor. (Trabajo les costó separarla del cuerpo inanimado.) El joven se cree en posesión del valor necesario para exponer sus razones al comandante y juez.
¿Cuál es la verdad? La mujer llorando por su deudo podía ser una de las tantas cuya culpa no iba más allá de que algún pariente hubiera empuñado las armas, cosa cada vez más frecuente porque ni los mismos estrategas saben cómo terminar la guerra. El viejo comprende los motivos del adversario, cuya resistencia pretende sólo hacerle deponer las armas (¿quién es el enemigo entonces?) que el general le obliga a sostener. Por cierto, la mujer podría ser culpable de auxiliar al rebelde con víveres, información o incluso más; podría ser de las jóvenes ricas transformadas en furias por la duración de los combates, siembra de los dientes del dragón. En tal caso, el viejo no le reprocha tanto su participación en la insurgencia como el haberlo puesto en la necesidad odiosa de entregarla a sus verdugos.
Algo de niño tiene el veterano, pero lo comprendió desde el primer momento, y esa es la causa de su dureza hipócrita. ¡Bien lo sabía! Las lágrimas ablandan a los mismísimos jueces del Infierno, ella no ha de llorar ante el tribunal militar. Después de increpar a los soldados, increpará al general llamándolo tirano, impenitente en la culpa de haber asistido al hombre abatido por el gobierno, su hermano. Con dureza varonil, ella contrastará la inconsistencia del triunfo con las leyes eternas del Todopoderoso. Al prenderla, y pese a toda su rudeza, el veterano ya la vio marchar por el largo pasillo hacia la puerta, amenazadora como la boca abierta de una enorme bestia. Detrás de la puerta (¿cómo negárselo?) ella conocerá los vejámenes de la infame prisión de Abu Grahib.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
© María Elena Sancho (Buenos Aires/Argentina)
Laberinto de amor
Laberinto de amor
nos jugaste una mala pasada
entre tantos caminos
encontramos el nuestro
nos unió también nos alejó.
En el laberinto busqué
alguien más
con tus ojos, piel, perfume
fue en vano,
Nada es igual
me engañé
no fui feliz
decidí quedarme sola
dentro de él
hasta que aparezca
ese amor
el sendero de la vida
nos lleva a recorrer
este profundo
dulce, agrio y suave
Laberinto de Amor
Mis ojos gritan
Mis ojos gritan
Que mi alma
Te ama
Todo mi cuerpo
Grita amor
No me mires así me paralizas
De nuestros ojos destella amor
El corazón se acelera
Y grita nuevamente Amor
Ven a Mí Regresa.
Comienza a sentir
Comienza a sentirme despacio
muy despacio
para que esto que sentimos
no pase veloz como un rayo
y podamos vivir este amor
lentamente día a día
descubriendo nuestro corazón
por trozos uniéndose
uno con el otro
sin tiempo ni límites
sintiendo este amor con cada
latido de nuestro corazón
como si no existiera nada
más que vos y yo
en un solo e inmenso corazón.
Vuelo de amor
Vuelo de amor
despliegas tus alas
yo las mías
en un profundo vuelo
lleno de amor.
En este vuelo de amor
tenemos en el cielo
un universo para dos
donde tu penetras en mí
y yo en ti
formando un mundo de dos
para dos.
Aunque al descender
a la tierra, tengamos que ocultar
este gran amor
los dos sabemos en nuestros
corazones y almas
que cuando estamos unidos
es un vuelo de amor.
Bésame sin parar
Bésame sin parar
mi cuerpo, penetra mi alma
con tus besos
clavados en mi corazón
bésame con esta pasión loca
sin para
continua así besándome
yo llego a las estrellas
en esos besos
que me das de amor
sin para
continua así amor
mas y mas
sin parar déjame sentir tu piel
labios ardientes
de deseo
no dejes de besarme.
La noche cae,
siempre a la misma hora,
en el mismo sitio y con la intensidad
de un amor no anunciado.
Llega, se instala y despliega sus
alas de ensueños.
Adormecidos abrimos los cuerpos,
elevamos los brazos,
acto de consumación y entrega.
Así transcurre entre astrales, visiones
y delirios, síntomas de un gran amor
De ese que emerge del corazón
Solo una vez
Tómalo así como es
no se repetirá
Mónica Angelino (Buenos Aires/Argentina)
Así
lento
sin pausa
muriendo los días
uno en uno
agotándolos
Nostalgia
Se mueven los gestos de tu sombra
en la cortina de seda
se diluyen con el viento
caen en repliegues
se amodorran en la levedad de la siesta
sobre lo eucaliptos del camino
en la vereda de mis ojos
como cocodrilo sin piel
en el rellano del río
los zapatos en tus pies
los ecos bailan
de otros pasos.
Ahí
tengo
clavada
una espina
dorsal
que asegura
que yo
¿soy este cuerpo?
El mundo del oyente
En su mayoría
ante los reclamos
del sordo
la sociedad
hace
oídos sordos
es difícil
no escuchan
no hacen ruido
las manos.
Fue
noche de vampiros
sobre la piel del invierno
fue agua
y fuego
agria ausencia en las manos
lluvia seca
trueno y viento.
Todo
Esta metonimia
de abarcar el todo
amándote
la mano
de mis dedos
acariciando
un tobogán
al abismo
que sube.
Incansable
Va respirando serruchos de arena
hundiéndose en una fatiga incansable de agua
estancada contra las columnas del silencio
asida a las líneas fronterizas
de los zócalos del fuego
resbalando en la viscosa furia tumoral
de la impotencia
El tren se detiene en la franja justa
todo se desvanece
el camino se transita a si mismo
repitiendo incansable el círculo
Mónica se busca
sigue sin saber en que lugar
velan
sus restos.
Yo…
yo no sé
si tal vez
o quizás
hacia donde
si total
¿hasta cuándo?
¿para qué?
solo sé
que yo aquí
sin saber
si después
¿qué?
¿qué?
así no
o
así sí
¡sí!
¿y si no?
algo sé
que no sé
eso sé.
PÁGINA 15 – CUENTO
Temores injustificados
Por Fernando Sorrentino (Buenos Aires/Argentina)
Yo no soy demasiado sociable, y muchas veces me olvido de mis amistades. Tras casi dos años, en esos días de enero de 1979 —tan calurosos—, fui a visitar a un amigo que sufre de temores un poco injustificados. Su nombre no viene al caso: pongamos que se llama —es un decir— Enrique Viani.
Cierto sábado de marzo de 1977 su vida sufrió un cambio bastante notable.
Resulta que, estando esa mañana en el living de su casa, cerca de la puerta del balcón, Enrique Viani vio, de pronto, una «enorme» —según él— araña sobre su zapato derecho. No había terminado de pensar que ésa era la araña más grande que había visto en su vida, cuando, abandonando bruscamente el zapato, el animal se le introdujo, por la bocamanga, entre la pierna y el pantalón.
Enrique Viani quedó —dijo— «petrificado». Jamás le había ocurrido nada tan desagradable. En ese instante recordó dos conceptos leídos quién sabe cuándo, a saber: 1) que, sin excepción, todas las arañas, aun las más pequeñas, poseen veneno, y la posibilidad de inocularlo, y 2) que las arañas sólo pican cuando se consideran agredidas o molestadas. Con toda evidencia, esa araña descomunal tendría, por fuerza, abundante veneno, y con alto grado de nocividad. Aunque tal concepto es erróneo, ya que las más letales suelen ser las arañas más pequeñas —por ejemplo, la tristemente célebre viuda negra—, Enrique Viani pensó que lo más sensato era quedarse inmóvil, pues, al menor estremecimiento suyo, la araña le inyectaría una dosis de ponzoña definitiva.
De manera que permaneció rígido cinco o seis horas, con la razonable esperanza de que la araña terminaría por abandonar el sitio que había ocupado sobre su tibia derecha: por lógica, no podría quedarse demasiado tiempo en un lugar donde jamás encontraría qué comer.
Al formular esta predicción optimista, sintió que, en efecto, la visitante se ponía en marcha. Era una araña tan voluminosa y pesada que Enrique Viani pudo percibir —y contar— el paso de las ocho patas —velludas y un poco viscosas— sobre la erizada piel de la pierna. Pero, por desgracia, la huésped no se iba: por el contrario, instaló su nido, tibio y palpitante de cefalotórax y abdomen, en la concavidad que todos tenemos detrás de la rodilla.
Hasta aquí la primera —y, por cierto, fundamental— parte de esta historia. Después le siguieron variantes poco significativas: el hecho básico era que Enrique Viani, en el temor de ser picado, estaba empecinado en quedarse estático todo el tiempo que fuere menester, pese a las exhortaciones en sentido contrario que le impartieron su mujer y sus dos hijas. Llegaron, de este modo, a un punto muerto en que ningún progreso fue posible.
Entonces Gabriela —la señora— me hizo el honor de llamarme para ver si yo podía resolver el problema. Esto ocurrió hacia las dos de la tarde: sacrificar mi única siesta semanal me causó un poco de disgusto y lancé diatribas silenciosas contra la gente que no es capaz de arreglárselas sola. En casa de Enrique Viani encontré una escena patética: él estaba inmóvil, si bien en una postura no demasiado forzada, parecida a la del descanso en la instrucción militar; Gabriela y las muchachas lloraban.
Logré mantener la calma y procuré infundirla en las tres mujeres. Luego le dije a Enrique Viani que, si él aprobaba mi plan, en un periquete yo podría derrotar con toda facilidad a la araña invasora. Abriendo muy poquito la boca, para no transmitir el mínimo movimiento muscular a la pierna, Enrique Viani musitó:
—¿Qué plan?
Le expliqué. Con una hojita de afeitar, yo cortaría verticalmente, de abajo arriba, la pernera derecha del pantalón hasta descubrir, sin siquiera rozarla, a la araña. Una vez realizada esta operación, sencillo me sería, mediante un golpe de un periódico arrollado, precipitarla al suelo y, entonces, darle muerte o capturarla.
—No, no —masculló Enrique Viani, en contenida desesperación—. La tela del pantalón va a temblar, y la araña me picará. No, no: ese plan no sirve para nada.
A la gente cabeza dura no la soporto. Con toda modestia, afirmo que mi plan era perfecto, y aquel desdichado, que me había hecho perder la siesta, se daba el lujo de rechazarlo: sin argumentos serios y, por añadidura, con algún desdén.
—Entonces no sé qué diablos vamos a hacer —dijo Gabriela—. Justamente esta noche le festejamos los quince años a Patricia...
—Felicitaciones —dije, y besé a la afortunada.
—... y no puede ser que los invitados vean a Enrique así como si fuera una estatua.
—Además, qué va a decir Alejandro.
—¿Quién es Alejandro?
—Mi novio —me contestó, previsiblemente, Patricia.
—¡Tengo una idea! —exclamó Claudia, la más pequeña—. Llamemos a don Nicola y...
Me apresuro a dejar sentado que el plan de Claudia no me deslumbró y que, por lo tanto, no me cabe ninguna responsabilidad en su ejecución. Más aún: me opuse a él con energía. Sin embargo, fue aprobado calurosamente y Enrique Viani mostró más entusiasmo que nadie.
De manera que se presentó don Nicola y, de inmediato, pues era hombre de escasas palabras y de muchos hechos, puso manos a la obra. Rápidamente preparó argamasa y, ladrillo sobre ladrillo, erigió en torno de Enrique Viani un cilindro alto y delgado. La estrechez del habitáculo, lejos de ser una desventaja, permitiría a Enrique Viani dormir de pie, sin temor a caídas que le hicieran perder la posición vertical. Luego don Nicola revocó prolijamente la construcción, le aplicó enduido y la pintó de color verde musgo, para que armonizara con el alfombrado y los sillones.
Sin embargo, Gabriela —disconforme con el efecto general que ese microobelisco producía en el living— probó sobre el techo un jarrón con flores y, en seguida, una lámpara con arabescos. Dubitativa, dijo:
—Que por ahora quede esta porquería. El lunes compro algo como la gente.
Para que Enrique Viani no se sintiera tan solo, pensé en colarme en la fiesta de Patricia, pero la perspectiva de afrontar la música a que son aficionados nuestros jóvenes me amedrentó. De cualquier modo, don Nicola había tenido la precaución de confeccionar una diminuta ventana rectangular frente a los ojos de Enrique Viani, quien así podría divertirse contemplando ciertas irregularidades advertibles en la pintura de la pared. Viendo, pues, que todo era normal, me despedí de los Viani y de don Nicola, y regresé a casa.
En Buenos Aires y en estos años, todos estamos abrumados de tareas y compromisos: lo cierto fue que me olvidé casi por completo de Enrique Viani. Por fin, hará quince días, logré hacerme de un ratito libre y fui a visitarlo.
Me encontré con que sigue habitando en su pequeño obelisco y con la novedad de que, en torno de éste, ha estrechado ramas y hojas una espléndida enredadera de campanillas azules. Aparté un poco el exuberante follaje y logré ver a través de la ventanita un rostro casi transparente de tan pálido. Anticipándose a la pregunta que yo tenía en la punta de la lengua, Gabriela me informó que, por una suerte de sabia adecuación a las nuevas circunstancias, la naturaleza había eximido a Enrique Viani de necesidades físicas de toda índole.
No quise retirarme sin intentar una última exhortación a la cordura. Le pedí a Enrique Viani que fuera razonable; que, tras veintidós meses de encierro, sin duda la famosa araña habría muerto; que, en consecuencia, podríamos destruir la obra de don Nicola y...
Enrique Viani ha perdido el habla o, en todo caso, su voz ya no se percibe: se limitó a negar desesperadamente con los ojos.
Cansado y, quizás, un poco triste, me retiré.
En general, no pienso en Enrique Viani. Pero, en los últimos tiempos, recordé dos o tres veces su situación, y me encendí en una llama de rebeldía: ah, si esos temores injustificados no fueran tan poderosos, ya verían cómo, a golpes de pico, tiro abajo esa ridícula construcción de don Nicola; ya verían cómo, ante la elocuencia de los hechos, Enrique Viani terminaría por convencerse de que sus temores son infundados.
Pero, después de estos estallidos, prevalece el respeto por el prójimo, y me doy cuenta de que no tengo ningún derecho a entrometerme en vidas ajenas y a despojar a Enrique Viani de una ventaja que él mucho valora.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS
Una invasión a la intimidad norteamericana - Carson McCullers, Reflejos de un ojo dorado, Seix Barral, Barcelona, 1981.
Reflejos en un ojo Dorado (1941) pertenece a la corriente del gótico sureño surgido en los 40 en Estados Unidos. Esta novela desde su nacimiento se vuelve un clásico de la narrativa mundial contemporánea. Es una obra de Carson MacCullers, quien es considerada, junto a William Faulkner, como una de las más ilustres representantes de la literatura del sur de Estados Unidos. Nació en Columbus, Georgia, en 1917, y murió en Nueva York, en 1967, de un ataque al corazón, a la temprana edad de cincuenta años.
La historia de la novela Reflejos en un ojo dorado se narra desde una base militar ubicada en el aislamiento y dentro de un pueblo desolado, los militares y sus familias conviven de manera agresiva entre ellos. Los rumores y las envidias cruzan por todos los habitantes. Un soldado que podría ser un animal salvaje, Ellgee Williams, se ve en la necesidad de convivir sin “voluntad” con el capitán Penderton y el comandante Langdon y sus respectivas mujeres. Reflejos en un ojo dorado ofrece una fotografía novelada de la realidad que por más que se oculte o se revele de inmediato, las circunstancias que se escriben en las páginas de la misma engrandecen nuestra vista y es que a decir de uno de sus críticos, Carson McCullers escandalizó a la opinión pública americana con la escritura de dicha novela o de dicha realidad fotografiada. Esta novela se desarrolla estructuralmente de forma externa en cuatro partes. Desde la primera parte el narrador en tercera persona enuncia la existencia de un crimen acontecido en una guarnición del sur. Los participantes en esta tragedia son: dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo. La primera parte también presenta y sobre todo se detiene en la psique y en el comportamiento de tres protagonistas. Un triángulo fortuito al inicio de la narración, después veremos que unidos a un caballo se construye una estructura repleta de caracteres determinantes en esta obra: soldado-una mujer-un capitán. Alrededor de estos tres personajes se circunscriben los temas que se van a desarrollar dentro de la obra en turno: la homosexualidad, la infidelidad o la desolación en el contexto de una intachable institución como el ejército americano durante la década de los treinta.
Aunque dentro de los Reflejos en un ojo dorado se entretejen las vidas de varios personajes que habitan en una base militar apartada del resto del mundo, considero que la parte medular del segundo capítulo es la presencia del conscripto Ellgee Williams, un hombre desolado, solitario, como la guarnición o como el paisaje mismo, el cual se mete a una casa ajena e invade la intimidad del capitán y de su mujer, después de eso seremos cómplices de una realidad que no nos pertenece. Descubriremos la infidelidad de la segunda con el comandante Morris Langedon, así como la homosexualidad reprimida del capitán. Sin duda, bajo la pluma de McCullers se ponen en tela de juicio dos instituciones que ven resquebrajados sus valores: la milicia y el matrimonio norteamericanos, pues la esposa del comandante, Alison, desprecia al comandante por sus engaños. Todo se vuelve invasión, apariencia y silencio. El caballo, en determinado momento, se circunscribe en el tratamiento de lo sobrenatural, pues en ocasiones parece que somete a los señores Penderton de forma espiritual e incluso erótica. Entre dimes y diretes, se organiza una fiesta en la casa de los Penderton, el señor Penderton no está en casa, pues el caballo hace de las suyas como si lo tuviera secuestrado. Posteriormente, el capitán se volverá una extensión del soldado, su sombra y su observador más inmediato. El triángulo se estrecha y adquiere un matiz inesperado, pues un personaje terminará por ser asesinado. Considero que Reflejos en un ojo dorado permite vislumbrar, proyectar, dibujar o tan sólo leer la podredumbre en la que están insertas nuestras instituciones sociales, políticas y culturales, así como el asesinato de nuestra mirada, la cual ya no se le dará el descubrir algo más allá que su sepultura.
Javier Gaytán Gaytán (Distrito Federal/México)
Reseña de El vuelo de la abeja de Jorge Isaías Edit. Ciudad Gótica, Rosario, 2008
El último poemario de Jorge Isaías El vuelo de la abeja rubrica a la poesía en el lugar donde los sentidos están alertas, donde la intermitencia del vuelo se comporta como una llave mágica capaz de conjurar los deseos más ocultos para dar rienda suelta a la libertad. En su aleteo, descubrimos la inminencia de un verano que esconde la secreta esperanza de un amor tan intenso como furtivo, agigantado por la lente del recuerdo. Podemos oler la tierra humedecida por las lluvias y descubrir las perdidas monedas en el barro pero sin dejar de oír ni un sólo momento el canto alegre de las calandrias o el vuelo rápido de las tacuaritas. La proximidad de estos sonidos nos recuerda que algo peligroso e insignificante - el aguijón de una abeja- puede tomarnos de improviso y hacernos arder nuestra piel y nuestra alma.
Isaías nos tiene acostumbrados a contarnos todo en sus relatos: nombres, hechos, lugares, siempre patinados por su curioso y particular tono -elegíaco y divertido a la vez- pero en esta ocasión decide no contarnos nada y dejarnos sospechar o imaginar lo que queramos: una cita a escondidas, una partida, un crepúsculo reflejado en una zanja, tal vez el roce de una traición. La poesía sorprende como un diminuto insecto que se acerca en la temporada estival, zumbona e itinerante tejiendo caminos siempre diferentes en un juego de emociones escondidas entre las hojas de los fresnos. La intensidad de los versos está justamente en el vuelo, que a veces se torna silencioso y otras sumamente vibrátil como si el recuerdo quedara atrapado en algún sitio del que no pudiera salir en un aleteo inútil. Entonces, se llena el hueco de la mirada con un brillo diferente y aparece aquello siempre a punto de decirse pero siempre silenciado.
La poesía en su máxima expresión renace en cada uno de los versos de esta serie. Desde el sabor intenso que destila la miel pura y elemental hasta la vibración insistente del ronroneo o el canto –el persistente canto como diría el autor- que nos atraviesa y nos hace sentir vivos. Podría decirse de esta poesía que es exactamente eso: canto, la condensación de un instante no fijado ni detenido en el tiempo, sino fulgurante y vibratorio, como el vuelo de una abeja. La abeja nos despierta y nos atemoriza - a pesar de lo diminuto de su aspecto- porque encierra el misterio de una vida breve e intensa. La naturaleza zumba con la abeja el regreso de cada nueva estación y, con la lluvia, la promesa del barro que justifica y redime todo juego. El calor del campo y su pureza también vibran y el pertinaz vuelo sin ruta precisa elige las flores que libará en su corto sueño, que -sin embargo- lleva el signo de lo infinito.
La intensidad de las imágenes está sostenida por las operaciones constructivas de desplazamiento y focalización que le da a esta poesía su nota esencial. La lectura es oblicua y zigzagueante, los contornos son a la vez nítidos y fragmentarios y la contundencia del recuerdo -deliberadamente ocultado- espesa la multiplicidad de sentidos. Algo en apariencia tan intrascendente como el vuelo de una abeja se apropia de todos nuestros deseos y con avidez leemos una y otra vez los cantos que atrapan al lector desde su contextura, como latigazos o picaduras a la vez que nos sacuden del presente sin darnos tiempo para esquivar el aguijón. Los que amamos la poesía, sabemos que hay en ella un secreto, una única verdad e intuimos que con respecto a ella no es posible ninguna dialéctica o explicación, que cada poema –como diría Borges- no encierra un puñado sino todo el universo. Estos poemas nos empujan al misterio de saber y sabernos lectores y por lo tanto, vulnerables, cada vez que permitimos que el vuelo de la abeja avive y deleite nuestros sentidos.
Ana Bugiolacchio (Santa Fe/Argentina)
Las calles terminan en los bares.-Editorial PapelTinta, 80 págs. Buenos Aires, 2005.
En el prólogo a La Seducción de la Barbarie incluido en el primer volumen de las obras completas de Rodolfo Kusch, Guillermo Steffen, refiriéndose a 1983 como un nuevo capítulo de la historia argentina, o si se quiere......un punto de inflexión de la misma, escribe: " El brutal retorno de lo reprimido y lo negado obliga a poner las cosas en su lugar. No hay que intentar suprimir la barbarie: hay que mantener la oposición, vivir, como en el proyecto sarmientino del Facundo, en el juego perpetuo de su seducción, sin ceder a ella pero sin tampoco pensarse desde ella."
Esta actitud, de compleja realización, implicaría al mismo tiempo en un imaginado equilibrio del pensamiento, no dejarse seducir por su contrario, la civilización; al fin de cuentas, nada más que un velo ficcional tendido ante nuestra mirada por el aparato cultural —cada uno de nosotros tiene la más amplia de las libertades para imaginar los fines de esta instalación.
Jorge Rivelli comprende la situación plenamente. Elige deslizarse en el vaporoso límite trazado entre ambas concepciones; no tiene una tesis, no intenta una síntesis, como hombre intuitivo que es, comprende que un proyecto de esta índole lo llevaría a pecar de soberbia o ser acusado de estar poseído de una infantil inocencia.
En Las calles terminan en los bares ( Tercer Premio de poesía, Fondo Nacional de las Artes, 2004) —un libro cuya temática va más allá de los significados de su título, éste no conforma una nomenclatura de las vías que finalizan su recorrido en los expendios de bebidas alcohólicas, mucho menos, una nómina de éstos— nos brinda el testimonio de una mirada oblicua, sesgada si se quiere, acerca de lo inmediato, la vida urbana y las transformaciones culturales producto de la crisis recurrente que atraviesa nuestra sociedad. Como lo indica el título, el autor ha elegido, como mirador o punto de observación, los bares, desde allí traduce las imágenes que capturan sus ojos.
La poesía para Rivelli parece ser, al igual que en el campo de la ciencia, un proceso de prueba y error, en el cual la posible respuesta es necesariamente una nueva pregunta. Su método interrogativo se conforma con el hallazgo de preguntas, consideradas éstas como "respuestas suficientes", su objeto renovar la incitación. Su preguntar va más allá de las posibles conclusiones, se renueva constantemente alimentado por la duda. Dudar, nos está diciendo repetidamente es saludable, ni afirmar ni negar.
Para aquellos que hayan leído a Rodolfo Kusch, particularmente Charlas para Vivir en América, sentirán cierta extrañeza que haya citado a este autor al comienzo de esta nota, pues este original pensador argentino, en uno de los capítulos del libro mencionado confiesa que "La vida de café es negativa", este ámbito es para él, el lugar del "dejarse estar", el sitio donde el sujeto deseante teje los sueños que irremediablemente olvidará al salir nuevamente al tránsito y rumor de las calles.
Pero, para Rivelli, este dejarse estar le sirve para hurgar en esa máscara civilizada que encubre nuestros actos, él ausculta desde la mesa de un bar aquello que ésta oculta. En este movimiento lo único que se establece como "real" o "realidad" es la imaginación y no con el objeto de rendirle un claro homenaje a William Carlos Williams. No obstante, se podría inferir en estas páginas la existencia de este homenaje y otros, ya que Rivelli va enhebrando en los ecos de voces distintas y diversas, un intenso proceso dialogal.
La clara del huevo, batida una y otra vez, con desesperación, llega a su punto nieve en arte poética, en este poema nos propone que la tradición poética argentina es UNA, UNA y TRINA, como el Espíritu Santo si se quiere, pero UNA al fin. La moneda tiene para él siempre dos caras, pero es un solo objeto. Rivelli es un fullero honesto, cuando juega, no juega para ganar, se pone en manos del azar y el destino.
La contradicción esta siempre presente, somos eso, nos dice Rivelli; recordándonos aquellas palabras de Allen Ginsberg: "muy bien me contradigo"; ¿Tiene importancia?" para agregar whitmaneanamente, "Tengo buen tamaño, puedo contener a todos."
El reconocimiento de las contradicciones le permite saberse, SER, constituir una voz. Esta voz reconoce la contradicción principal y otras que han pasado a denominarse como de carácter secundario, cuya existencia no necesariamente responde a la existencia de la primera.
El poeta parece susurrarle al lector través de sus textos, cuidáte de la estupidez humana; las cuestiones de las minorías sexuales, étnicas y religiosas, de la ecología existen, pero no te encandilés olvidándote de quienes son los verdaderos dueños del mundo. Un tópico que en la época de la globalización mediática parece haber caído en el lado oscuro de nuestra memoria.
El juego de los contrarios, de las oposiciones filtradas a través de un humor pleno de ironía, ácido y absurdo --elementos vitales a la poesía moderna-- le sirven al YO poético para constituir una imagen tanto de nuestra sociedad, como de nuestros políticos e intelectuales; un ejemplo acabado de este procedimiento es el poema en el que narra en primera persona su último encuentro con Carlos Marx en un bar de Londres.
Allí en los bares, en su dejarse estar, entendido éste como ocio creativo, escribe, narra, relata. Una situación, las cosas, un objeto, algún acontecimiento le permiten evocar la emoción que producirá el efecto poético. Su instrumento el lenguaje es sometido a la función propia de la poesía, en palabras de Guido Guglielmi: "liberar el lenguaje del automatismo de los actos del hablar cotidiano". Elevar la lengua cotidiana, coloquial, lo vernacular a su estadio poético. La voz que se expresa en primera o en tercera persona del singular, puede también adoptar el plural. Busca integrar un conjunto de voces, el nosotros. Esta persona multiplicada justifica nuestra existencia, parece decirnos.
En su poesía Jorge Rivelli realiza un claro homenaje a Ezequiel Martínez Estrada, César Fernández Moreno y H. A. Murena; influencias que le permiten sortear las tormentas de la escritura sin naufragar en el gemido elegíaco, ni en el objetivismo literal, o en el yoismo llorón de tantos.
Este poeta que no le teme a la densidad de la lengua, ni al cotidiano absurdo, ni al decir y nombrar, sabe a lo que se enfrenta, él mismo lo ha dicho en un texto que releva nuestras actitudes frente a la vida: “pensamos como Murena / y actuamos / como giorgina barbarosa.”
Esteban Moore (Buenos Aires/Argentina)
PÁGINA 17 – CUENTO
Callejones
Por Jorge Isaías (Santa Fe/Argentina)
Los únicos recuerdos que me acompañan con insistencia, como llovizna encarnizada son los de la infancia. No importa si se reiteran, si vuelven empecinados como animalitos que tiritan en la intemperie.
Por allí pasan aquellos hombres, aquellas mujeres que destriparon terrones en amaneceres con escarchas, pasan aquellos seres que no se fueron en vano a descansar bajo la tierra, aunque la realidad que llamamos real así lo testifica son sus lápidas.
Saer decía que uno debe ser fiel a una zona, en realidad lo decía Lezcano, su personaje en ese texto magistral que se llama “Discurso sobre el término zona”.
Para un hombre que respiró y anduvo esa llanura despojada, lisa, con el cielo como un plato estremecido que se junta allá a lo lejos con una línea verde que el crepúsculo tiñe de violáceo, ella tiene sentido.
Para un hombre que miró el vuelo libre de los pájaros, los vio rodeando con sus alas el aire claro de diciembre.
Para un hombre que recibió ese paisaje en esa hora primigenia del existir donde todo era principio y ese aire que daba vueltas sobre él, ese cielo, ese sol y esos crepúsculos no podrán ser luego cambiados por ningún otro paisaje.
Un hombre que vivió una infancia de espacios abiertos queda marcado para siempre.
No es raro entonces que a veces lo recuerde.
Por aquella calle no pasaba nunca nadie, ni siquiera para levantar el polvo que se asentaba con toda su inclemencia.
En verdad que no era una calle cualquiera, era una que pasaba detrás de las casas últimas que quedaban como colgadas del casco del pueblo, la que detrás de unos pinos solitarios devenía en callejón, se ensanchaba y recuperaba para sí todo el aire, la luz y la plenitud del campo que la rodeaba por todos lados como a una larga isla, el mar.
Era como un espolón, una escollera, con su malecón que formaban esos pinos verdosos que lo cuidaban como para que no escapara hacia el cañadón cercado de juncos y de ruidos de pájaros acuáticos y patos y cigüeñas y garzas pensativas que se paraban largo rato en una pata y parecían dormitar desde el fondo de los tiempos.
Ese callejón entonces, el mismo que sólo suelen transitar a veces los niños con sus tramperas para cazar mistos o corbatitas, su gramilla que alimenta cuises y ese polvillo para que los hurones dejaran marcadas sus patitas diminutas.
Por ese callejón sigue trotando ese grupo de niños, con sus hondas cazadoras y sus pies descalzos, sus cuerpitos que denotan una pobreza heredada como el color de los ojos o la piel sufrida.
Trotan en un atardecer con el sol que los persigue y pinta de reflejos dorados sus cabecitas rapadas, con otros soles más depredadores y salvajes que éste que, moribundo, rastrea entre los pastos como una víbora herida.
Como su andar es errático no podemos saber hacia donde se dirigen. O hacia alguna de las taperas que resisten con sus ruinas a los vientos de agosto y a los soles de enero; o bien hacia alguno de los numerosos cañadones donde pescan bagres barrosos o mojarritas tontas y nerviosas, o, no sería raro que enfilaran hacia alguno de los tanque australianos donde zambullirán sus cuerpecitos sudorosos.
Esos chicos, como hilachas perdidas en el viento, se dispersarán con los años como esos vilanos de los cardos que tocan a veces sus rostros tostados por el sol de eneros sucesivos. Esos rostros tan nuevos y ateridos de necesidades futuras que hoy circulan la costra injusta del planeta donde no eligieron vivir.
El azar los puso allí, como a esas semillas de cardo que el viento zarandea en su liviandad peregrina.
Cuando pasen los años, alguna vez si por azar también se encuentran, alguno de ellos recordará estas incursiones inocentes –aventuras módicas- que insistían en las tardes y que, agrandados en el tiempo y el recuerdo, le parecerá la felicidad alcanzada que se trae al presente con sólo memorarla.
Y tal vez sea ese momento el de las reflexiones amables, con referencia a los “paraísos perdidos” para siempre, aunque no se lo exprese así, tan contundente.
Pero algo en el tono de sus voces cansadas, que se reviven con el vino y los recuerdos que se comparten luego de mucho tiempo, los hará creer en esa tabla que viene a rescatarlos de todos los naufragios.
Ese recuerdo amable que prefieren salvar de todas las miserias no les permite razonar que es sólo un deseo de retener el tiempo –que no vuelve ni tropieza, decía Quevedo- que pasó con su indiferencia implacable sobre ellos y sobre todos los sueños que perdieron para siempre.
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Dolores Vilá Blanco (La Habana/Cuba)
Orquídeas negras para palomas blancas.
Orquídeas negras para palomas blancas.
Orquídeas negras para la esperanza.
Libertad prometida,
libertad tardía
libertad que nunca llegas.
Libertad en las venas,
Libertad que no se alcanza,
libertad en pena...
Poder negro con forma de hada.
Insinuaciones sucias empobreciendo la calma.
Corrompiendo el cuerpo,
azuzando los odios,
los arribismos,
la parca.
Orquídeas negras para palomas blancas.
Para hijos sin tierra ni fragancia,
para inmigrantes espaciales,
para esclavos de la ignorancia.
Orquídeas negras cual obituarios
Orquídeas negras para los bastardos,
sin fe y con amor penitenciario.
Orquídeas negras sin pasado,
presente,
ni futuro...
Orquídeas negras con sus mantos oscuros.
Palomas blancas
batiendo alas,
quebrándoselas por sobre los muros.
La orquídea.
A quién le importa sí la orquídea florece o no.
A quién le importa lo que sucede en su interior.
Sí es falta de agua, luz o calor...
Ausencia de cuidados, dedicación, amor.
Por qué se siente tan sola
rodeada de tanta conversación
entre árboles que se mecen,
hojas que se entre tocan,
frutos regocijados, el interminable verdor...
A quién le importa sí la orquídea florece o no.
Sí hace del crepúsculo su guarida mejor.
Sí se ve obligada a conversar con ramas secas,
mustias, aparentemente muertas...
Por qué prefiere tal extra natural interacción.
Por qué se comunica con lo inexistente
Por qué un monólogo tan angustioso, tan interior...
Por qué el odio, la rabia,
la impotencia y la ira encubren su dolor;
su suavidad en la entrega, la ternura por devoción.
Por qué un refugio tan árido
en medio de un falaz esplendor.
Será que ama tanto que todo se trueca en sin razón.
Por qué será famosa, querida, adorada
fuera de su jardín de ilusión.
Qué le pasa a la orquídea
que resuella en la indefensión.
Qué le pasa a la orquídea que florece y florece
y nadie percibe su peculiar floración.
Por qué tanto desvelo, si al final la cortan
en su suprema aspiración de realización.
Por qué el monte es monte,
sí no hay salvación.
Descodificada.
Llegaré.
A pesar de clericalismos intoxicados e inciertos.
Emanciparé.
Las potencias vitales a despecho de la calma y los vientos,
de las mentiras violáceas encubridoras de lo eterno.
Anclaré.
Finalmente en los sueños.
Violaré.
Las reglas de lo “moralmente” impuesto.
Sobrepasaré.
Mis fuerzas, mis culpas ingénitas y mis autodestierros.
Volaré.
Con prisas a lo humano,
aunque nadie me ayude o me tienda una mano.
Liberaré.
El alma universal que brota de mis adentros.
La lanzaré cual paloma sin haber muerto
y recompondré el epitafio que me habían impuesto.
Venceré.
Aunque desfallezca en el intento.
Romperé.
Las bridas decretadas por los odios virulentos,
esos eternos renegados sin vida ni tiempo...
Descodificaré.
Finalmente, la soledad aterradora que implica el tener criterios.
Miedo.
Miedo...
Miedo calado a tuétano de hueso.
Miedo de nalgas y vísceras blandas
Miedo inmutable de manos y sangre,
miedo marcando la esperanza.
Miedo en el espíritu y en la añoranza,
en las pupilas bravías,
en la saliva
y en las pestañas.
Miedo de selva y de culatazo.
miedo en los senos y en los sobacos,
en los vellos actuales
y en los pasados.
Miedo de miedo.
Miedo en el alma.
Miedo, que es más que miedo
en el pensamiento y en la garganta,
en la lengua suelta y en la palabra clara.
Miedo al silencio,
a la mudez...
Miedo a la simulación y al escándalo,
a las botas y las porras,
Miedo al hambre a la devastación.
Miedo por los hijos, la indefensión.
Miedo de más...
Miedo de menos.
Miedo impensable e implacable,
un miedo insoportable
que me enloquece,
me asfixia
y me caga.
Miedo de coito urgente y menstruación que falla.
Miedo de parto.
Miedo de la mentira que avasalla.
Miedo al infarto.
Miedo de rabia.
Miedo de muelas que crujen sin cesar.
Miedo de enfermedades sin medicina.
Miedo de behíques improvisados,
sacados de un imaginario absurdo,
irresponsable, dolorosamente burdo.
Miedo de niños sin cáscara,
sin ventanas,
historia,
ni mañana.
Miedo insondable,
miedo eterno...
Miedo a conciencia y valentía entre telarañas.
Miedo de todo y de nada,
de la sangre muerta y de la que mata.
El invierno de la civilización.
El amor no está de moda y la verdad está en desuso.
La justicia aniquilada y la libertad, un intruso.
La fe esta de parto y no la dejan alumbrar.
Los inmortales mortales, no saben por qué luchar.
La moral se extirpó de la conciencia universal.
El hambre y la indefensión aumentan el desastre social.
El cambio se gesta en la indecisión.
Las almas aún truncas se resisten a la respiración.
La familia se convirtió en jungla, en abstinencia.
En seres que enfrentan a los hijos, como una virtual penitencia.
La locura se generalizó, se convirtió en evasión.
En una de las mil maneras en que sobrevive la población.
La honestidad está de luto y la humildad intoxicada.
La violencia se instaló en mi planeta, como en su morada.
El círculo se va cerrando, no hay salida preparada.
El holocausto se cierne como si fuésemos su carnada.
Se aplastaron los valores, resucitaron los mitos.
Dominó la conciencia absoluta, de la creatividad
sólo se escuchan sus gritos.
Se le adjudicó al hombre la condición de supremo.
Lo estandarizaron todo, lo convirtieron en un memo.
Se justifica el presente con la historia pasada.
Álcennos los ausentes, en sus manos nuestras retiradas.
PÁGINA 19 – CUENTO
Los rastros de lo que era
Por María Teresa Andruetto (Córdoba/Argentina)
www.teresaandruetto.com.ar
a Lelia Franco.
Donde hay hielo, hay frescor para dos.
Para dos: por eso te hice venir.
Paul Celan
Con el ruido de los ómnibus, le llega desde la calle la transmisión de un partido de fútbol y entonces descubre -antes no lo había notado- que todos los que están en el Savoy son hombres. No sabe por qué se ha metido en ese bar que en otro tiempo frecuentaba, tal vez porque está próximo a la terminal, y porque ahí sobre la cortada, parece un sitio a resguardo. En otra mesa, borracho, alguien duerme y su baba moja la fórmica; los ventiladores no espantan el calor, tampoco las moscas.
Se ha dicho cien veces que no tiene ni tendrá miedo y, aunque ocho años fuera del país han borrado las direcciones de los amigos que tenía en la ciudad, la invade la impresión de estar esperando a alguien. Todavía en Roissy, cuando despegaban, no pudo detener el impulso de revisar la agenda, pero enseguida comprobó que ninguno de los amigos de aquella época había resistido la poda de los años.
Hasta el momento de subir al avión, Antoine le había pedido que se quedara. Lo había hecho a su modo, con la angustia de quien presiente una catástrofe; incluso le había pedido a sus amigos -los únicos que tenían en Grenoble- que la convencieran. Pero ella no podía dejarse convencer, no esta vez. Por años había deseado volver, con un deseo animal, intenso como el miedo; incluso en alguna ocasión había avanzado hasta Air France -hasta la reserva del vuelo- y después dado marcha atrás con la ayuda de su marido, que la cuidaba más de lo que se cuidaba ella misma. Antoine era un hombre de una bondad tan extrema que ella no creía que ninguna mujer pudiera dejar de quererlo. Esa fue la impresión que tuvo desde el fin de semana en que lo conoció, cuando Iris era una recién llegada -poco después de todo aquello- y él trabajaba en ese grupo de apoyo. Lo primero que se le ocurrió pensar entonces -cuando se lo contaba reían los dos hasta llorar- fue que parecía un predicador, un Testigo de Jehová de ésos que pasaban por su casa los domingos cuando ella era una niña y a los que su padre echaba de un portazo; o un mormón, porque Antoine era así de rubio y de limpio siempre. Pero con los años había comprendido que sólo se trataba de un hombre bueno y que esa bondad le había devuelto una vida blanca, impecable, como la camisa de un mormón.
Antoine la amaba pero ella no sabía por qué su amor le llegaba a veces como un ahogo; nunca se lo había dicho porque él no hubiera comprendido y ella temía -con un gesto, con una palabra que se le escapara- echarlo todo a perder. Siempre había bastado un pedido suyo para que él estuviera pendiente, dispuesto; así habían hecho aquel viaje por las islas griegas y el otro a Fez con el que Iris había soñado durante años. Para no tener más amigos que ella que los había perdido a todos, Antoine fue abandonando poco a poco a sus amigos franceses y se quedaron sólo con Chela y Michel. Ahora que lo pensaba, ella comprendía que -por amor- Antoine le había concedido todo, que estaba siempre dispuesto a satisfacer sus deseos, todos los deseos excepto el de regresar.
Cada vez que Iris hablaba de regresar, Antoine entraba en pánico, tanto que ella llegó a pensar que había algo más que deseos de cuidarla en ese pánico. Iris no sabía qué sentido tenía regresar, sólo comprendía oscuramente que iba a suceder, como había pasado con la fuga, largamente planificada. Las otras veces se había dejado convencer, pero ahora no. Acaso fuera, se dijo, porque tenía a su madre muriéndose, aunque la madre no se enterara de nada porque estaba en una cama, inconsciente desde hacía años, tirada, muerta en vida; cómo explicarle a Antoine que lo mismo quiere verla. Cree que por eso ha regresado, para ver lo que fue alguna vez el cuerpo de su madre y ahora es esa cosa en una cama; pero no lo sabe con certeza.
Ella necesitaba volver y eso es algo que Antoine nunca entenderá. A veces piensa que la vida es muy sencilla para los que se han trazado un camino sin vueltas, pero qué decir de los que se vieron obligados a buscar atajos, a perderse en callejones oscuros. Antoine no sabe de estas cosas y ella -aunque quisiera- no podría explicarle nada. Sólo con Chela hablaba de su deseo de volver, porque ella era también una extraña en Francia; sin embargo Chela le había dicho que lo pensara bien, que era peligroso.
Desde hacía años, Iris no pensaba en otra cosa. Lo había hecho primero con horror, a espaldas de Antoine, sin confesar a nadie esos sentimientos que habían ido creciendo, ramificándose en cada carta, temida primero y después -no sabía ella por qué razón- esperada. Los seres humanos nos conocemos poco, le dijo a Antoine una tarde que caminaban por las afueras de Grenoble hablando, como todos entonces, de los asesinatos en serie de un comerciante de Lyon.
En Pajas Blancas compró el diario y lo fue leyendo en el taxi que la llevaba hasta la terminal. En su país, más que en ninguna otra parte, los titulares le parecieron risibles: cientos de hombres respetables no eran más que asesinos y ahora iban a juzgarlos porque habían hecho cosas que impresionaban a la gente; no a ella, claro, pero sí a gente como Antoine.
El mozo trae una botella de agua mineral. Ella le ve bajo la axila una aureola y siente asco; también por la rejilla grasienta y la mesa con quemaduras. Después escucha unos pasos y recuerda el ruido de botas que venían por los corredores hace tiempo, y también el sudor helado que le brotaba con sólo oírlo.
Aunque no es más que una palabra lo que ese hombre dice a sus espaldas, Iris lo reconoce: ha seguido oyendo en sueños esa voz y la reconocería donde fuera. Además, Antoine le ha dicho que dormida repite con insistencia un nombre y ella sabe que es ese nombre. Todavía no le ha visto la cara, ni necesita vérsela cuando siente su contacto -es sólo la presión de unos dedos sobre la espalda- y percibe, como antes, el escalofrío. Después él se sienta y por sobre la mesa extiende una mano y roza la suya.
Sólo más tarde, cuando lo que sucedía dejó de ser el espejismo que era en esa siesta de enero, ella intentó sacar la mano; pero él la retuvo por un dedo, uno solo, el meñique. Iris imaginó que él hacía fuerza hasta arrancarle el dedo y que ella finalmente lograba desasirse y se marchaba con la mano sangrando. Él avanza hacia la palma y luego por el brazo hacia arriba, por la piel desnuda. Iris espanta por inútiles las imágenes que se le cruzan: quisiera borrar sobre todo el deseo que, contra toda lógica, ha sentido, y el día y la hora en que él la vio y la eligió entre todas; pero sabe que suprimir ese momento implicaría suprimir toda la vida y se interna en caminos no recorridos, callejones sin salida que acaban en nada. Él dijo algo, la nombró, pero no por su nombre sino por el modo en que solía llamarla entonces, cuando era suya; violentaba la voz de una forma que los años no habían borrado, con tanta fuerza que los de la mesa de enfrente se volvieron a mirarlo.
Iris mira por la ventana, hacia la avenida: ve pasar los ómnibus, sabe que pronto pasará el suyo. Él sacó los cigarrillos y le ofreció uno, pero ella ya no fuma; después, se abrió el saco para buscar en el bolsillo de adentro el encendedor y ella vio, contra la tela de hilo color crema, un Dupont esmaltado en azul que conoce bien. Él encendió su Marlboro, dio unas pitadas y con el humo avivó la brasa; entonces ella supo lo que iba a venir y se miró el brazo, los pelos oscuros. Sabe que la brasa llegará a la carne -que él lo hace muy bien- y se dispone a soportar lo que viene para no darle con el gusto de que la vea como otras veces; pero él se detuvo antes -un poco antes- y ya no avanzó. Más que el dolor, la paralizan los recuerdos que tiene almacenados y no puede desechar. Si le fuera posible suprimir la memoria, acabarían de un soplo no sólo los horrores pasados sino los que vendrán; pero no puede. Sintió el calor, la brasa chamuscándola, la catinga de los pelos quemándose. Ella ha olido la carne quemada, y eso no es algo que pueda olvidarse. Sin embargo, no intentó retirar el brazo. Pasaron por su cabeza cuerpos marcados: la habían obligado a mirar esas cosas y ahora ella no podía borrárselas; la obligaron y entonces todo eso no dejó de suceder adentro de ella mientras viajaba a Fez, daba clases de español o hacía el amor con Antoine. También ahora escuchó los gritos -nunca se habían callado esos gritos-, unos sobre otros se mezclaban con sus quejidos.
Se le cruzó otra vez su madre muriéndose y supo que ya no iría a verla. Midió las horas que la separaban del momento en que quedaría para siempre despojada de toda raíz; calculó también la distancia hasta la puerta y hasta el hombre que despachaba tras la barra, imaginó una maniobra y supo que ni un milagro alteraría el ritmo de las cosas. Él nombró el sitio donde la guardaba por aquellos años -el campo donde la chuparon y después la casa- y le recordó lo que ella había hecho a cambio de promesas que la mantuvieron viva. En esa casa, ella se había acostado con él sin olvidar quién era ni lo que hacía, ni tampoco lo que había hecho con ella, ni hasta qué extremo la había sometido. Esto era algo que Antoine no comprendía porque -ahora lo sabe- para su madre, para Antoine, para sus compañeros, para ella misma, era imposible comprender que había dicho que sí, que había estado con él y había hecho aquellas cosas que hizo para seguir viva.
Lo escuchó preguntar si recibía las cartas y los regalos que le mandaba, pero no quiso contestar. Le miró las manos, los dedos largos, el anillo de sello con las iniciales, y después, desde la ventana del bar, vio que por la avenida bajaba su ómnibus. El preguntó nuevamente por las cartas, por las que desde hacía años le mandaba y que -sin que ella supiera cómo- habían llegado regularmente a todas las casas de todas las ciudades donde había vivido; apretándole el brazo preguntaba, hasta que Iris asintió.
Tenía los ojos vacíos, la mirada en algún punto lejos, cuando levantó la mano hasta la cara del hombre y con un dedo le dibujó la boca. Después se largó a llorar sin importarle que la viera así, repitiendo que por qué a ella, que por qué la había elegido a ella. Echada sobre la mesa, mojando con sus lágrimas la fórmica como el borracho que dormía un poco más allá, Iris repitió esa frase hasta perder las fuerzas, mientras él le acariciaba el pelo. Bajo la caricia, ella temblaba, empapada en sudor.
PÁGINA 20 – ENSAYO
Cuando la música acabe
¿Fin del mundo?
Por Cristina Castello (Buenos Aires/Argentina)
Los amos del mundo deciden los destinos de los «más»: de los sufrientes y excluidos de toda esperanza. El desamparo se extiende como una telaraña. ¿Es el fin? Una mirada que no excluye el humor.
¿Qué le han hecho a la tierra?
¿Qué le han hecho a nuestra bella hermana?
Devastada, saqueada, violada y golpeada
Perforada con cuchillos en su amanecer
The Doors
Fin del mundo, apocalipsis, epílogo de una Era... expresiones para nombrar el miedo que atraviesa el corazón del mundo. Sed de petróleo, guerras, hambre, huracanes, maremotos, discriminación, guerras, deforestación, calentamiento global. Extenso sería el inventario de las ignominias perpetradas por el Hombre contra la Tierra, y contra el hombre. El planeta se estremece, nos sacude y golpea, y cada uno trata de ampararse a su manera: por la fe, la negación de la realidad, el humor o... el ridículo; algunos asisten a cursos para «hacer milagros» [sic], otros comen dentro de un ataúd, y algunos intentan volar como los pájaros.
«Cuando la música acabe», alertó Jim Morrison («The Doors») en 1967, como una metáfora del fin del mundo. ¿Fue profético? ¿Desaparecerá? Cada vez son más las voces de notables —entre ellos, la mayoría de los republicanos estadounidenses—, que anuncian la caída de la larga etapa liderada por la superpotencia del Norte. Los ojos de la Humanidad, aun los que estuvieron sordos, ciegos y mudos, empezaron a abrirse. Sí. Aunque el Poder mundial intente recrearlo, maquillado, vivimos el principio del final del capitalismo, la caída del Imperio Americano.
Por cierto que este Régimen hegemónico y unipolar que adoró al «Dios Mercado» en detrimento de las personas, no se agotará de un día para otro. El futuro de Rusia no está definido; China no piensa sino en alimentar a sus casi 1.400 millones de almas, y Europa está desorientada. El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, es el Amigo americano, el mejor alumno de los USA de George W. Bush. Este monsieur que está liquidando los derechos sociales del ex-país de los derechos humanos; el mismo que está rematando la France como si fuera un mercadito; el que construye un Estado policíaco, se ha permitido decir que el capitalismo —el mismo con que él comulga— es el «culpable». La música es tu amigo especial / Baila sobre el fuego como te lo pide / La música es tu único amigo / Hasta el final, tañe la voz de Jim Morrison, en medio del disparate general.
El silencio. El silencio que rasga el alma del mundo —el miedo— se quiebra en dislates, a veces divertidos. En Villa Borghese (Roma), veinte personas comieron hace poco, a cincuenta metros de altura, sobre la copa de los árboles, sostenidos por una grúa: querían disfrutar del paisaje. Y a los pocos días, el alcalde de la ciudad dijo a la prensa que el fascismo no encarnaba el «mal absoluto». ¡Vaya tiramisú!
Desde que en el «septiembre negro» empezó la crisis financiera de Wall Street y se extendió por el mundo, quedó claro que el precio no lo pagan los ricos, sino las personas del común. Recesión, suba de precios, salarios caídos, huelgas, estallidos sociales y aumento de la pobreza, son moneda cotidiana. Y continuarán. Como contrapartida, las grandes fortunas, lejos de volatilizarse, pasan de unas a otras manos; de las de Merrill Lynch a las del Bank of América, por citar uno de los casos.
¿Es el fin? El «septiembre negro» — más que una causa de lo que vivimos hoy— fue un disparador. Y es una consecuencia. Esta caída empezó en 1981 con Ronald Reagan y el fundamentalismo del mercado: la «Reaganomics», como se conoció su invento. El de la más despiadada plutocracia, y también el de la desvinculación de la responsabilidad del Estado para con sus ciudadanos. Durante casi treinta años, los «amos del universo» —llamados así por el escritor Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades— dirigen los destinos del planeta. Los amos, son los menos. Empalagados de riquezas materiales incalculables, deciden los destinos de los más: de los sufrientes y cada vez más excluidos de toda esperanza. El desamparo crece y se extiende sobre las generaciones, como una telaraña.
Por otra parte, ni el centroizquierda ni la izquierda pudieron todavía articular una propuesta seria; están todavía bajo el shock de las sucesivas crisis —salvo en algunos pocos países de América Latina—, y no tienen respuestas ante al desastre.
¿Cuánto durará esta caída? Según la mayoría de los analistas más conservadores, entre diez y quince años, aunque más probablemente veinte. Todo depende del resultado de la puja entre los menos que quieren destruir en pro de esa oligarquía financiera; y los menos que abogan por el bien de los más: la mayoría doliente. Y aquí no caben ni pesimismo ni optimismo sino la conciencia despierta del mundo, para recordar que la responsabilidad es de todos. Porque tantas veces esos «todos» bendijeron en las urnas lo mismo que los sacrificaba en la vida, y porque es tan bello el paisaje de las ovejas en sus rebaños, como degradante que el Hombre viva para dar balidos.
Titilan las mariposas, despavoridas, ante la inminencia de lo desconocido, mientras el hombre parece una hoja en la tormenta, sin saber siquiera cómo reaccionar. «Voy a bailar el Apocalipsis», dijo frente a multitudes el bailaor sevillano Israel Galván, y su danza tradujo en imágenes esa sensación de final. Con sonidos reales de bombardeos y misiles. ¿Un anuncio? Ya Francis Coppola había hecho su «Apocalypse Now», pero el mundo siguió andando. Bueno, ¿anduvo?
La caída encantada
Fue el escritor finlandés Arto Paasilinna quien encontró una salida armoniosa a este intríngulis universal. Escribió en 1991 El Cántico del apocalipsis alegre, traducido por ahora sólo en francés. Es una fábula gozosa que alumbra la esperanza, y nos conduce hasta 2023. Como una fantasía que alienta la imaginación, rescata la utopía y nos invita a un mundo fantástico, sin negar el pavor.
Curiosamente, el apellido del autor —traducido a nuestra lengua—, significa «fortaleza de piedra»; y es justamente lo que Arto nos ofrece en su Cántico: un enjambre de luces sobre nuestro futuro azaroso. Pero –eso http://www.blogger.com/img/blank.gifsí— nos pide el deber de resistir durante este final provisorio del mundo que él prevé en 2023... con más víctimas, fruto de los estertores del capitalismo. Por cierto que Paasilinna relata la caída del Muro de Berlín (1989) y —aunque jubiloso e irónico— profetiza lo que vivimos y viviremos.
Con el Muro, uno de cuyos iconos más conocidos fue la «Guerra Fría», se desplomaba el sistema económico, político y social representado por la Unión Soviética, Hoy, según los especialistas más lúcidos del mundo, entre ellos Joseph Stiglitz —Premio Nobel de la Economía 2001—, la crisis de Wall Street fue al capitalismo lo que la caída del Muro al comunismo. Stiglitz, como tantas otras voces, vaticina el fin del enriquecimiento obsceno de los sectores financieros y de las multinacionales, que aún retienen el Poder. Para revertir la situación, habrá que esperar años.
Sí, el número de hambrientos en el mundo es de 925 millones: sólo en un año, 75 millones se sumaron a los famélicos. Y aunque, por un lado y con una mirada idealizada, algunos ven en América latina una esperanza, no menos de 26 millones de sus gentes engrosarán —casi de un día para el otro— las filas de los hambrientos. La música es tu amigo especial/Baila sobre el fuego como te lo pide/La música es tu único amigo/Hasta el final, nos desafían «The Doors».
¿El ojo de Dios?
En la frontera entre Francia y Suiza, los científicos buscan la «partícula de Dios». Inventaron un Gran Colisionador de Hadrones (LHC), para descubrir el origen del Universo. Todo está puesto en duda. «Todo lo sólido se desvanece en el aire», como escribió en el ‘88 Marshall Bergman.
El miedo, el miedo que lacera; la sensación de ser títeres bajo la locura de los poderosos; lo desconocido y acechante incitan también al humor... negro. Enterradores ucranianos de la empresa «Eternidad» hicieron un restaurante en un espacio de veinte metros de largo. Es un ataúd —el mais grande do mundo—, decorado con féretros y cuyos platos tienen nombres relacionados con la muerte: «Nos vemos en el Paraíso», o «Ríase del infierno», por ejemplo. Otro caso: enfermo de vacío y sediento de sangre, un joven argentino mató a su papá, lo cocinó y... se lo comió. Como contrapartida, el suizo Yves Rossi, provisto de alas equipadas con reactores sobre sus espaldas y su cuerpo como fuselaje, voló sobre los 35 kilómetros del Canal de la Mancha en diez minutos. Por gracia, también hay pájaros.
Crisis energética, cambio climático, calentamiento global, deforestación, discriminación, inmigrantes que buscan un lugar bajo el sol y encuentran la muerte de la mano de su hermano, el hombre; ocupaciones de países y masacres por parte del Imperio; la crisis financiera; la militarización de la América indígena; la amenaza de carencia de agua, mientras los sin conciencia la despilfarran; la medicina inaccesible para la mayoría, la falta de viviendas y de educación, las muertes por pánico…
El hombre horrorizó a la Naturaleza y hoy estamos expuestos a su justa furia. Pero ahora, cuando lo que se juega es nada menos que el destino de todos, lo peor es la pérdida del sentido de la vida, de los valores humanos. Tomados por las urgencias y por la banalidad con que el Sistema distrae la atención de los desprevenidos o indiferentes, no vemos el caleidoscopio que —como un milagro— nos convoca con mil imágenes a dar vida a la vida.
Hoy conocemos la realidad. ¿Qué viene después? Sólo hay presunciones. ¿Se harán ciertas las profecías mayas? Según ellas, después de sufrir no pocas desventuras, el 22 de diciembre de 2012 comenzará una nueva Era. ¿Cambiamos de paradigmas... o elegimos las sombras?
Según Una breve historia del futuro, libro del economista y pensador francés Jacques Attali, hay tres alternativas. La primera —que todos, y aun los hechos, descartan— es la continuación del Imperio de los USA, lo que significaría el fin del mundo. Otra, igualmente grave, es el súper-conflicto que seguiría a su caída, en cuyo caso continuaría la mundialización capitalista, el caos seguiría in crescendo, mientras que la anomia internacional permitiría que nuevos grupos de depredadores —con acceso a armas de destrucción masiva— cruzaran el espacio y los mares. De cumplirse esta hipótesis, la especie humana se extinguirá.
Otra posibilidad: la súper-democracia. Si la humanidad no quiere autoaniquilarse, el camino sería un contrato social planetario, con instancias de gobernabilidad y acciones colectivas en pro de la naturaleza. Así, podría inaugurarse la existencia, como una posibilidad humana de transitar el tiempo.
Hoy sabemos que Barack Obama sucederá a Georges W. Bush, calificado como «el peor entre todos los presidentes de los USA». Mientras tanto, y hasta que el 20 de enero entregue el Poder, sigue cometiendo atrocidades ¿Cuántas puede perpetrar, si hasta hoy no se privó de ninguna?
Y después, con el flamante electo... ¿qué? Más que los ciudadanos estadounidenses, parece haberlo votado el mundo todo. Las esperanzas puestas en él no tienen ni asidero, ni posibilidades serias de concretarse. Pareciera que se trata de inventar una ilusión. ¿Seguiremos soñando ser libres como el viento, mientras vivimos prisioneros y amurallados por el miedo?
¿O quizá los pájaros nos mirarán desde su camino aéreo y desearán ser libres como los hombres?
PÁGINA 21 – CUENTO
3 solapas
Por Luisa Futoransky (París/Francia)
1
Ella había hecho todo lo posible para matarlo dentro de sí y ni siquiera eso había cambiado nada; ni lo que sentía ni su desamparo. No quería que eso volviera a ocurrirle, que los sentimientos dominaran su juicio y su respiración.
Lo curioso fue que seguía echándolo de menos, aunque sabía que tarde o temprano volvería a despedirla contra las cuerdas, tiritando, amoratada y que volvería a intentar matarlo otra vez
2
Las venas de la ciudad lucen mejor de noche. Hasta las lecturas en la oscuridad mejoran en mística. El amanecer desliza el telón, la intriga desaparece y la sustituye un sentido de peligro mediocre y agazapado pero continuo.
Como otros sitios en los que había vivido éste también era un lugar de apostadores y adictos, de veredas y sueños rotos. Construyes una ciudad en el páramo, la riegas con falsas ilusiones y falsos ídolos y en última instancia esto es lo que ocurre. El desierto la reclama y ella prefiere la aridez. Plantas carniceras, tan humanas van a la deriva por sus calles y avenidas y los francotiradores se ocultan en las rocas y las plazas aunque prefieren sentar residencia tras los visillos de las ventanas.
3
Y las barajas empezaron a saltar, a dejar manchas de sangre y muy mal olor. Ella no se lo había montado muy bien en un mundo de policías corruptos, gángsteres con coartadas a toda prueba, productores cinematográficos y televisivos sin escrúpulos y actrices decididas a triunfar a cualquier precio.
Julia Marlowe Hammett logró por fin salir de todo aquello sólo un poco más magullada, amarga y desencantada de lo que había entrado.
Las alas y las nubes se le habían estropeado para siempre.
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
Domingo Alfonso (Matanzas/Cuba)
Ése tal vez soy yo
El que soñó ser Presidente,
astro de fútbol, o de ajedrez:
ése tal vez soy yo...
Sentado en el buró de un ministerio,
escribiendo versos.
Me convierto en víctima y en verdugo
Ha sucedido que yo
inquiero sobre mí mismo,
paso a auscultarme cuidadosamente
del último cabello a la planta de los pies
y me encuentro culpable de traición a mi propia persona.
Vamos a formar el tribunal,
este individuo será castigado,
quemado en la hoguera si es preciso.
Miro su cuello, sus tetillas, sus nalgas y sus testículos;
no tiene justificación;
ni sus ojos indudablemente feos,
ni su diente partido, ni tampoco su corazón
podrán librarlo de la pena máxima.
Yo mismo me erijo en fiscal,
pronuncio el auto condenatorio
que será recibido con júbilo por el procesado.
Doy este paso trascendental:
Me convierto en juez, en víctima y en verdugo.
Poema pop 1967
Éste es un bombillo eléctrico:
miro su casquete de metal
lleno de surcos y de relieves interminables;
adentro del bulbo los filamentos mágicos,
que alimentados de fuerzas invisibles
deshacen la oscuridad.
Me enfrento al misterio de este ser de cristal,
con la seguridad de que trata de un extraño dios,
creado por los hechiceros de este siglo xx.
Duro, como yo mismo
Duro, como yo mismo,
el pequeño hombre que me acompaña;
fuerte, inflexible,
lo pesa, lo juzga, lo analiza todo.
Pero a veces me decepciona:
abraza un niño.
Corta una flor.
El hombre que se reparte
Hay rastro de mí en el nitrógeno del aire,
en el órgano genital de algunas mujeres,
bajo la piel ondulante que ciñe la isla,
en viejas casas que dejaron de ser,
en pensamientos que duermen,
o son olvido, o una llama que arde muy bajo.
Estoy en el futuro de seres que me ignoran;
una partícula de mi vida reposa bajo la tierra, bajo el mar,
en forma de saliva, de orina, de excretas.
Yo, el difundido en miradas, en voces, en partes
infinitesimales,
espero el minuto de repartirme totalmente.
El largo viaje
Nuevamente a Fernández Retamar
Éste es el momento de emprender el largo viaje.
Vienen a decirme que me apresure
para el viaje que debo comenzar esta noche.
Así que me pongo los pantalones de nailon,
la camisa con dibujos azules y morados
que me regaló mi esposa el día de mi cumpleaños,
y saltando de la terraza al jardín
sin ponerme los zapatos, sin ponerme el reloj,
inicio el viaje que me fue ordenado;
el automóvil pintado de verde y amarillo me espera.
El chofer empuña el volante y escucho el ruido del motor:
ahora empezamos la marcha sin mirar atrás.
Dejamos estaciones de gasolina, rastros, campiñas verde y
rojo escarlata;
vamos siempre sin mirar atrás;
yo miro la gorra del chofer, su rostro como la ceniza;
él observa mi camisa, mi pantalón, mi pie descalzo;
acelera el automóvil y continúa la marcha.
Atrás va quedando la autopista; pero una nueva autopista
aparece;
atrás quedan las lámparas de mercurio; pero otras lámparas
aparecen;
atrás queda el horizonte; pero surge un nuevo horizonte;
más horizonte, más autopista, más lámparas de mercurio,
más pueblos, más campiñas verde y rojo escarlata.
El chofer mira mi camisa, mi pantalón, mi pie descalzo.
Yo miro su gorra, su rostro como la ceniza.
El hechicero y los mecánicos
El hechicero y los mecánicos
salen callados a beber cerveza;
se sientan en lo profundo de la taberna
y hablan entonces de las cosas nuestras de cada día;
de los tornos girando, del estruendo del taller,
de los motores compuestos poco a poco,
que al fin se mueven por su propio esfuerzo.
Luego describen las horas de la televisión,
la noche y las frazadas, la esposa, el miedo de los niños.
Los mecánicos hablan, el hechicero calla:
siente la envidia por estos hombres comunes;
quisiera abandonar su profesión en desuso,
cambiar el arte de convertir ratones en flores,
naranjas en cuchillos;
la magia aprendida con tanto esfuerzo,
por un overol manchado de grasa,
un sitio en una nave llena de máquinas y taladros,
donde giran sin término las grandes ruedas de acero negro.
Yo he movido las ramas del abeto rojo
Yo también he buscado la poesía.
He movido las ramas del abeto rojo
y deambulado por algunas calles con mi pequeña figura
la cual recuerda el aspecto de un cometa carente de brillo.
Así he conversado con ancianas muy absortas, en el origen del
humo,
casi un éter, como la felicidad tan pura de esas horas tibias,
moviendo sin descanso tazas de sabiduría mezcladas con vino
púrpura,
en el vestíbulo de hoteles y pequeñas mansiones decoradas
con esmalte.
Conocí al caballo surgido desde la tierra calcinada, presidente
del fuego;
amé mucho los álamos, corazones formados con el aliento de
los parques;
un sueño cubriéndolo todo con una capa muy delgada.
Después cruzamos por los salones sin conocer el aspecto de
caballeros mortecinos
llenos de felicidad y bailando sobre las puntas de bastones de
color azul.
También he descifrado páginas abiertas por las olas encima
de las arenas,
señales, pétalos; las entrañas de las vírgenes hechizadas por
valses y canciones de México.
Me ha golpeado la duda, la monotonía de los idiomas y las
palabras vacías.
Después vendrán actores, paso tras paso; desde los túneles
abiertos sobre aquella pradera...;
porque a la noche estas palabras podrán aprender de la gran
sabiduría del silencio.
Con un par de zapatos nuevos
entre las manos
Ayer, cuando recibí este par de zapatos
semejantes a una pareja de rosas,
pensé que todo me sería posible.
Vi cosas en las cuales nunca hubiera pensado:
flores oscuras cubriendo las calles llenas de polvo;
incendios y muertes sucediéndose en este mismo lugar,
desde el inicio de los tiempos,
diligencias desvanecidas por el fuego y el humo,
pesadillas y lamentaciones
llegaban hasta mí
entre el sonido de golpes de campana,
delirios, visiones que me llenaban de pavor,
los crímenes y el terror de las épocas pasadas
estaban delante de mis ojos;
escenas semiocultas por montones de nubes de ceniza
(ningún otro color estaba presente:
ni el rojo ni el verde ni el magenta
y mucho menos el amarillo),
sólo el matiz de la ceniza
lo presidía todo de manera mecánica.
No pude ver el futuro
a pesar de que me empinaba tratando de conocer más;
pero todo fue en vano.
De esta manera
me senté en una silla, al borde del camino,
con mi par de zapatos, como dos rosas, entre las manos:
no comprendía nada, estaba sentado allí,
no sería testigo de ninguna revelación,
había visto todo el horror y las tragedias
ocurridas en esta esquina del universo
a lo largo de tantos siglos
y me encontraba allí, en mi silla, tembloroso,
lleno de sudores y de mucho miedo,
cerca de la orilla del camino:
Con mi par de zapatos nuevos entre las manos.
Inclinando esta rama,
ligeramente hacia la izquierda
-para Dolores Labárcena-
Hablo de influir sobre el color de esta rosa
Inclinando su rama, ligeramente hacia la izquierda
A veces, en la trayectoria oblicua de las gotas de lluvia
O en el pantalón zurcido con hilos morados
Ignoro cuánto hay de verdad o de locura:
Un trazo; la raya sobre un pupitre
Puede alejar al alumno de la comprensión del teorema
Y pequeñas hileras de sol
En medio de esa habitación en penumbras
Llena de libros; pero de tanta tristeza
Pueden calmar dedos sobre hombros al derramarse en llanto
Y hacer con luz una sonrisa.
Caravana de los días
“Hay días que vienen sobre mí
y huyen después…,
Pero yo quedo.”/ Rolando Escardó
Hay días que llegan a mí
pájaros carentes de sustancia
unos derramando flores;
otros con salfumán y lejía
o noticias del hijo de Méjico:
Pero avanza el que me vestirá de negro
Dormido, hacia la senda final
En viaje sin ninguna compañía.
La casa que no tiene cuerpo
He rodeado la casa;
miro ventanas y puertas
No puedo palpar sus paredes:
¿es una casa o es ilusión?
Esta casa no tiene cuerpo;
el dibujo de su pavimento es indescifrable.
¿Qué artesano colocó sus baldosas,
de qué material el techo?
¿Cuál es el reflejo del sol;
pero principalmente de la luna
rozando tal superficie?
Nadie puede habitarla,
nadie atraviesa sus umbrales;
nadie toca un pedazo de esta casa.
¿Existe sobre la Tierra
o está en el sentido de los transeúntes
esta casa que no tiene cuerpo?
La muchacha que juega al billar
La muchacha que juega al billar
con el taco en las manos se inclina sobre la mesa
dejando descender su tanga transparente:
Dos nalgas doradas iluminan el salón
donde tres viejos admiramos la escena
y en un rincón, indolente,
su novio, quizás hasta orgulloso
bebe un trago de su clara cerveza.
Gildardo Gutiérrez Isaza (Antioquía/Colombia)
A los desaparecidos
Apartaré para ti volátil peregrina
el eco fugaz de mis recuerdos.
Lámpara que se apaga y se enciende de dolor
por los desaparecidos, los heridos o los muertos.
Gutural espejismo que se inicia
en mi alma somnolienta
abatida por el sordo rumor de
esta trágica guerra.
Me vestiré de arrecife, de río o madreselva
para cubrir con mi cuerpo tus mortajas,
lúgubre espectáculo de padecimiento y miseria.
Tus lágrimas las beberé como un árido desierto,
Deshojaré gota a gota de tu rostro el sufrimiento
y esculpiré con tu piel el camino de los muertos
Como un pájaro visitaré los campos,
surcaré la llanura, atravesaré la selva
en busca de tus gemidos, de tu cuerpo destrozado,
mutilado, amordazado.
Me cubriré de esperanza y juntos moriremos,
porque tú eres mi hermano de sangre,
mi fiel timonero.
Dame de beber
Dame de beber o déjame morir
bajo la sombra del manzano,
en la tarde lúgubre.
Dame de beber en sueños o en poesía,
en letras furtivas y macilentas,
Apocalipsis de tus besos y tus caricias
que dormidas planean sobre mi cuerpo.
Dame de beber o déjame morir,
barcaza que surca esquiva el horizonte de mis labios,
cuando susurras unas palabras,
notas cálidas, enjambre de sonetos,
maraña de mi tormento.
Déjame morir si no has de estar aquí
nieve de verano que se acongoja y arremolina
bajo el fuego de mis manos.
Déjame morir o dame la vida
en olas de pasión,
en la alcoba donde dormitan tus recuerdos
Te veo pasar como una sombra recostada a la pared
y me estremezco al pensar que un día partirás,
Golondrina que necesita del aire y el firmamento
para volar en libertad.
Dame de beber o déjame partir al eterno azul del cielo
donde ancladas estas y vives,
compañera del infortunio
de las noches de dolor y de silencio.
Puñales de tiempo
(A Todos los secuestrados)
Remanso de tus ojos de tiempo,
tiempo de un remanso estancado,
diluido, perdido,
alegoría del ayer sin fronteras.
Puñales de tiempo que ahondan el sufrimiento.
Lágrima de la noche en su misterio.
Las horas son la brújula del tiempo,
tus lágrimas la antorcha que alumbra tu desvelo.
Las horas carcomen el presente.
Grito desgarrado, amordazado y vendado,
Grito que es dolor, que es agonía
al ver pasar las hojas del tiempo,
pútridas, desteñidas
en tu cuerpo.
Iceberg blanco en tu cabello
que acrecienta la luz de la mañana,
Marejada en tus labios,
amortaja al silencio,
silencio que es mortaja.
Secuestrado, vituperado, encañonado
ves pasar las horas del día,
sin sentido,
sin razón de ser
encerrado en una jaula de desprecio.
Tu hora se confunde,
es la hora de la muerte, es la hora de vivir.
Fusil que amedrenta,
diluyendo tus palabras,
amarrando los sentidos.
Fluye la lágrima, la mueca de desprecio,
la mirada perdida en la hondonada de la selva,
en el arcano, en la bóveda, en tu silencio.
Ruinas, sólo ruinas de lo que ayer fue tu sendero.
PÁGINA 23 – CUENTO
Cartas a un milagro imposible
Por Héctor Cediel (Bogotá/Colombia)
“en vida…todo lo que se piense o se desee”
Del Perro Vagabundo a su amada Tortuga
1
Es bueno levantar de vez en cuando la cabeza como un pájaro cuando se atraganta con el brandy de las estrellas, para que filtre su gollete el entendimiento que bebe a tragos. Es bueno que el verso sea una chispa de luz, para que ilumine como el culo de una luciérnaga, un rincón de la oscuridad. Hay que amasar a las imágenes, hasta digerir los absurdos que nos esclavizan, para triunfar sobre la muerte; nadie se imagina la cantidad de dolor que correo a mis huesos. Muchos editores inquisidores, condenan al desván del olvido el futuro de muchas palabras, que serán rescatadas el día menos esperado, por la mirada de un corazón sensible que aún late. No me interesa imaginar mi destino, después de muerto; quiero ver o conocer en vida, el dorado éxito de mis versos; que no se parezcan a un papiro de desecho como mis sentimientos. Yo soy el escribano, el poeta y victima de este oficio absurdo; la palabra nos salva de ese sexo absurdo que nos suicida, para que resucitemos menos sucios al otro día. Me encanta cantarle al Sol que desvela a la luna, con el mismo sentimiento con el que las mariposas enamoran a las flores; abro una fosa como prevención porque pienso volverme a enamorar, hasta los tuétanos; cuando el mar se devora el azul de las espumas, de las algas y de las esponjas, me transformo en la voz del silencio de una estrella solitaria. Trato de interpretar el sentimiento de la sangre, con el que expreso el dolor de mi soledad, del infortunio, de esos pasos que borran las huellas de las canciones de mis versos. ¡Canto! Me encanta sonreír y bromear para sobrevivir sobre las arenas ardientes, los senderos de espinas o sobre los gritos aletargados del fuego… ¡Te amo! así la carne cuando se asfixia no entienda a las analogías amorosas del deseo…
Desde que conocí la crueldad de tu diagnóstico, se me borró la sonrisa y se me está olvidando bromear: ¡eso me aterra! Sé que el amor hace milagros inimaginables, pero siento como si a nuestras ilusiones, les hubiese dado parálisis cerebral o cierto tipo de autismo, que les permite sobrevivir sin la más mínima esperanza; es morir más de una vez a lo largo de este absurdo río de momentos y desencantos eslabonados. Estoy cansado de hablar del pasado y especular del futuro, como si el presente no existiera para nosotros. ¡No le pido a Dios ni a los galenos, milagros! Solo añoro una sonrisa piadosa del infortunio, para que no se ensañe más, sin piedad con mi destino; tengo razones muy poderosas para agradecerle a Dios, por las grandes satisfacciones de las que he gozado… pero también me duele mirar a mí alrededor y no encontrar la misericordia de su sabiduría en muchas imágenes donde el desamor y la violencia campean. ¿Será que la patria solo es el pedazo de tierra, sobre el que sobrevivimos? Me desvela una sed de tristeza, pero si le hago catarsis al amor, rescataría unos buenos versos de esa obscena vendimia, donde se transforma el lenguaje de la mermelada amorosa.
2
Se que tu lenta agonía le hará un daño imposible de concebir, a mi sensible alma. El solo imaginar sin brillo a tus ojos, humedece los míos. Sé que no puedo derrumbarme frente a ti, pero también estoy seguro que no me creerás cuando intente mentirte; me siento demasiado impotente frente al poder y la insensibilidad de la realidad. Si me dejas: ¿Quién te tocará a media noche? No siento rabia contra Dios, sino una gran decepción; sé que me quebranto por el peso del dolor, pero entiendo que no se pueden detener ni postergar las funciones de este absurdo circo donde habitamos y convivimos con los errores de la utopía, donde todos somos victimas y el hazmerreír del titiritero. Bien o mal, vivimos hermosos momentos. Me siento como si observara al mar, aguardando durante algunas largas horas, ciertas respuestas lógicas o con un mínimo de sentido como para aceptar la voluntad divina; te regalaré versos para confundir al dolor y a las lágrimas de tu alma; me pintaré la nariz de rojo si es preciso o me vestiré de príncipe el día que mueras, para creer que despertarás cuando bese por última vez tu boca. No dejemos de amarnos, porque no quiero que mueras sin saber que estabas viva y que eras una prójima única y maravillosa.
3
En la tristeza de tus ojos se refleja, el calor del cisco de una agónica pasión. Hay tantos silencios escondidos cuando se le borra la sonrisa a la mirada de una mujer, que se siente marchita la piel de su alma y fatigado el pudor de su sexo por la gelidez del miedo; no son fragantes las palabras de sus labios y sus besos carecen de ese apasionado dulzor que les impregna el fuego en el crisol del amor. Tus senos carecen ahora de la magia de los buenos vinos, del aroma fresco de las manzanas, cuando gritan desesperadas por un mordisco. Te he observado, sé que te besaré y te amaré, cumpliré con el ritual de los tercios como los gladiadores de capote y muleta; se que no es el amor el que nos cita ni seduce en este instante; es el pecado lujurioso… el instintivo; el que goza de la magia hechizadora del río que pasa; el hastío que se transforma en espuma; el semen que ansía saltar como el color de la paleta al lienzo.
A veces pienso que nos amamos por un absurdo capricho o para no dejar de escribir versos, sobre la hoja en blanco de nuestra bitácora. No voy a decir que eres la amante más hermosa ¡Mentiría! Me encanta sentir y acariciar tu piel, extasiarme con la belleza desértica de tu cuerpo; descender como un arqueólogo a tu pubis, para intentar rescatar y poner a salvo, algo del inhumano saqueo; sé que los besos son los cómplices alcahuetas del diablo; ellos son los que me vendan los ojos y los que me idiotizan; se que los besos son los pasos que nos conducen a disfrutar del fuego del infierno, del frenesí de la carne; ellos nos harán delirar y expresar engañosos tequieros y cientos de absurdos teamos… pero solo así podremos escapar o huir por unas horas de esa realidad que nos envenena y asesina poco a poco, con el sabor letal del borde de la boca. ¡Amo el pincel rojo de tus labios, cuando se embriaga con el mosto y el vino de mis semillas astrales!
4
Se que la tristeza me condenará por blasfemar con rabia, contra quién se ha empeñado en arrancarte de mi vida para emparedarte, para tapiarte, para sepultarte bajo tierra como si fueras una asquerosa oruga y no mi amada tortuga! ¿Recuerdas cuando te fastidiaba, diciéndote que me encantaba tu exótica belleza, porque así nadie te desearía, ni intentaría quitármela? ¿Será que todo el dolor que vivo, es por no haberme nunca arrepentido, por mis malos pasos? Me he desvelado secándome los ojos y no he encontrado ninguna respuesta satisfactoria o consoladora; pero por no pensar con cabeza fría, ahora exhibes mi cabeza sobre una bandeja de plata. Siento una flemática impavidez indescriptible en el alma, porque es el fresco inmutable del miedo, de la impotencia; ahora cada momento que comparto contigo, lo vivo como una celebración nefasta de despedida. Hoy te estas tinturando el cabello, para ocultar unas canas; yo en cambio, no sé como ocultar las metáforas de la desveladora realidad que me corroe, con un abrasivo dolor el alma.
Me da rabia que la voluntad divina nos condene, sin un mínimo derecho a réplica o a ser escuchados. Me siento desnudo y poseído por una extraña hambruna; me siento desplazado o exiliado de una vida que creía que nos sonreía. No sé como fingir, si mi alegría y mi voz se apagan; como el calor de tu cuerpo y el fuego de tu corazón; después de tanto pensar, la mejor decisión y sin pensarlo dos veces, es el suicidio. Ya no tiene sentido que te hable del mar o del azur del cielo, mi amada tortuga. Ya no es rojo ni apasionado el fuego, que eructa la carne y que te recorre las venas; día a día se transformaran en aguas negras el carmín de tu sangre… y la absurda contaminación extinguirá en su totalidad, hasta el último vestigio de esperanza y de vida. Nunca te pediré perdón por mis errores o las lagrimas que derramaste por culpa de mis necedades anales; creo en lo diabólico del destino y que simplemente somos los actores de un guión que esta preconcebido; el más allá, me tiene sin cuidado; pienso que somos seres con las horas de vida contadas, como las pilas o los electrodomésticos. La vida siempre fue de mal en peor, hasta que el vivir se convirtió en un absurdo castigo, por culpa de los desengaños amorosos; esas aventuras que tenemos que vivir para que no te llenes de miomas o se me calcifique el semen como cálculos de desencantos o desengaños; no te digo que me estas matando, pero si que me estas hiriendo de muerte… así la espada se vea caída… flácida y obscena.
5
Me acostumbré tanto a escuchar las sandeces de tus necedades, que no imagino la impasible imperturbabilidad de las paredes, cuando tu voz se apague. Sin ti, ya no encontraré excusas para escaparme a encontrarme con la vida y el viento se transformara en el frío marmóreo de unos sauces. No me pidas que te cubra los ojos con tierra, ni que crea en la sinceridad de las palabras que recitará de memoria un oficiante de turno; creo en la mezquindad de la realidad y será imposible que otra mujer reemplace, a mi musa más prodiga; en el amor, la paloma de la paz es un chacal con alas y pintado de blanco. Lamento no haberte podido ofrecer mejores momentos, paro ya es demasiado tarde para justificarme con necios argumentos. Vivimos momentos bonitos ¡hermosos! Que el pretérito irá borrando con la indolencia de su absurda escoba trapeadora. No quiero imaginar como será el ver como te apagas, como desapareces como un naufragio, hasta que se extinga el último as de luz y le enciendas entonces una oscuridad para siempre a mi vida. Te llevas demasiado de mí, amor mío; dejas devastada mi vida, como si hubiese pasado una tromba huracanada por mi existencia; cuando te digo que me siento vacío, es porque me devoraste por dentro; ahora entiendo cuando dices que soy un hombre fantasma. Un amor ciego, nunca pude ver la realidad y siempre renunciará, a aceptar la realidad del engaño.
Sé que no soy de los que con argumentos intentan consolar o regalarle aliento a un caminante que emprende un viaje hacia el más allá… porque en gran parte me siento y actúo como si estuviera agonizando o muerto. Es una realidad tan cruel, tan despiadadamente dura, que me hago una y otra vez las mismas preguntas… y una y otra vez, no acepto la lógica de ninguna respuesta. Vendrán días difíciles… y será doloroso el sentir como nos vamos desprendiendo de las manos, sin poderlo evitar… como aquellas personas que hasta el último instante, intentan sostener aferradas a la vida a un ser querido… no existe peor desgracia amor mío, que aquellos que los matan dos veces cuando los asesinan, y tu me estas asesinando a pedazos; no se si somos los payasos, parte del publico o los títeres de un espectáculo absurdo… Sé que algún día mi voz, también se transformará en viento y solo me recordaran algunas personas, por los versos que sobrevivan al paso del tiempo… No existe realidad más cruel, que se silencien los labios de una amada en su verano o primavera. ¿Quién me joderá ahora la vida, amorita mía? ¿Quién me hará rabiar, como solo tú sabes hacerlo? Pero así la muerte sea lo más natural, me apena que indigestes a los gusanos o que le alteres la cordura al juicio final.
6
Para mí, no existe peor tristeza que el despedir para siempre a un ser que se ama, sin poder disponer de los recursos necesarios, para intentar arrebatársela a la parca de sus manos. A veces pienso que nos aferramos por un absurdo capricho a la vida o a algunas personas por el afecto que sentimos y nos condenamos por esa sensibilidad nosotros mismos, a una dolorosa agonía o a una atormentadora muerte en vida. Hay personas que nos envenenan poco a poco, gota a gota rebozan los límites de tolerancia del corazón o se aferran como garfios del infierno a nuestra piel. Los enamorados jamás aprendemos a escuchar a la sabiduría del silencio; cuando nos obsesionamos, creemos que la felicidad habita en la profundidad de la concha del sexo; no hay consuelo en los suspiros, ni se pueden dar pasos con los pies descalzos, sobre las espinas del fuego. De tu boca aprendí tantas cosas y también recuerdo muchas que desearía olvidar para siempre. No quiero conservar de recuerdo, los pétalos de las rosas que deshojamos, ni morderé con rabia a las espinas secas del corazón, ni demoleré los sueños que quedaron a medio edificar y que intentaré hacer realidad a como de lugar, porque siempre anhelé que te sintieras orgullosa de mi. La crueldad de la realidad me ha despojado de la armadura guerrera, me siento desnudo y me veo tan insignificante, como se ven intrascendentales los banales hombres desnudos; más que un talego de ilusiones, siento que fuí un costal de desencantos, de sueños o proyectos fallidos. Se que no existe escudo capaz de proteger al amor ni a la vida, contra la voluntad egoísta del destino; creo en el poder de los versos y en la fuerza devastadora de los vientos de las tormentas; así como estoy seguro: que el pecho de un corazón, nunca podrá vencer a una daga, una flecha o una lanza. ¡Envenéname con tus besos! ¡Mátame con la sed de tu sangre! ¡Devórame con la hambruna de tu carne! ¡Arrebátame los días o los años que desees o necesites, si puedes! Regálame el olvido que es para mí, el paraíso de los paraísos. Recuerda hasta el último instante mi nombre, para que no olvides llamarme. Nadie sobrevive un paso más, después que se da el último paso. Te pondré un cuaderno de versos entre las manos, para que no te aburras o para que no olvides que fui aquel que te regaló un pedazo de corazón, a cambio de unos recuerdos dorados patinados por el rojo del fuego.
7
No quiero despertar, buscarte, rebuscarte y que solo me responda la mudez del eco del sigiloso silencio. Voy a escribir cartas de amor en tiempo presente, para confundir a la memoria de mis sentimientos y al cinismo de la realidad; intentaré detener las manecillas del paso del tiempo y me ocultaré bajo la máscara de un espejismo, a amarte en silencio. Cerraré los ojos y respiraré lenta y profundamente, para sentir tu piel y el aroma tibio de tu sexo, respirando como una piedra abochornada en el desierto. Cerrare los ojos para no atemorizarme con el caudal ni la inmensidad del río; ni con la crueldad con las que sus caudalosas aguas, arrastran a sus espumas hacia el desierto. No quiero escuchar el llanto de las cobijas cuando te extrañen, ni a mis manos buscándote en vano, como si el desamor se burlara de ellas. Ya no serán iguales los días, ni la música de los versos; ni mis ojos observarán lo mismo que otros ojos, en los mismos paisajes. Se que me dejarás y tendré que enfrentar con valor frente a extraños, la dolorosa realidad; así me derrumbe como un cobarde por dentro y te llore como un niño, tu ausencia. No me pidas que acepte al absurdo de tu adiós prematuro, como una decisión natural o lógica del destino.
Deja que me mienta y que me niegue, que te vas para siempre; permíteme creer que desapareces como Cinderela, en otra de tantas de tus caprichosas rabietas; que mañana reaparecerás como por arte de magia y por el hechizo milagroso de una inexplicable resucitación, regresaras. No me digas que me amaste, ni cuanto me amaste, porque seria como hablar en tiempo pasado; hablemos en futuro, como si nos quedaran miles de horas o años por recorrer. Te llevaré tus apreciadas flores-cartuchos para que te hagan compañía y pondré las mismas flores en la sala, para hablar contigo. ¡Mierda! ¡Se me confunde el futuro, con el pasado y el presente! y las ardientes lágrimas con el falsete, de una alegría impostada. No me digas con palabras, lo que me puedas decir con tus ojos… si alguien nos pregunta si hemos llorado, responde que nos cayó tierra con espinas en los ojos; sé que el sarcasmo no arranca al dolor del alma, pero nos ayuda a pintar con colores alegres a los días. No te despidas como esas personas malditas y maldecidas, que lo hacen a sabiendas que no regresarán; pero tampoco me exijas que deje pasar desapercibida tu agonía, porque también es mía. Compartamos el dolor, así como compartimos la alegría. ¿Recuerdas cuando te decía que aparte del azhaimer, del parkinson y la artritis, nada me molestaba? ¿Qué seria aburrido morir enfermos y que nada es mejor, que el morir bien sanitos? Ahora agrégale: la soledad y la tristeza, a esa broma de mal gusto…
8
No me pidas que te olvide, como si fuera el arrancarle una hoja al vivencidiario. No me digas que te vas para ninguna parte, porque no sabría en donde buscarte. No me pidas que te vea morir con una fría dignidad, como los barcos que mueren suicidados con honores... antes de pasarlos al deshuesadero. Déjame zarpar con los bolsillos llenos de tristeza, para que me sirvan de lastre, cuando baje a buscarte en el fondo del mar. No me pidas que huya, porque te elegí para compartir los buenos y los malos momentos, días o épocas… tampoco diré que todo lo que he escrito son nuestras memorias, porque todos los que escribimos, hilamos los retazos de muchos recuerdos con algunas fantasías ¡Tantos aciertos y yerros en nuestros pasos!; no se si supimos andar o elegir los senderos, o si siempre los pasos postreros fueron los mas correctos. Sé que todos hemos tenido un gran amor en nuestras vidas; pero estoy seguro que de una u otra forma, nos amamos o aprendimos a hacerlo; no te preguntaré, así como nunca lo he hecho: ¿a quién quisiste más en tu vida?; tampoco me preguntes: si fue a ti, a quién más amé en mi existencia… deja que el silencio se encargue del ritual del naufragio.
¡My day! ¡My day! Replicarán las campanas cuando se enciendan las luces del cielo para orientar a tu alma, como la atalaya rosa de los vientos. Quiero despedirte en el atracadero, como cientos de padres lo hicieron, cuando sus hijos zarparon para embestir con sus pechos, a las balas de la parca guerrera. Vístete de rojo o con los colores de la primavera, para engañar al frío o al infernal invierno de mi alma. ¿Amará la tierra tu piel, como yo te amé? Perdóname por solo regalarte siempre con promesas, lo que añorabas; perdóname si reduje a añoranzas, tus esperanzas… ¿Recuerdas cuando me decías, que yo hubiera sido una excelente vagabunda, porque nunca le digo: no, a nada? El fuego no pudo reducir a cenizas los besos ni los recuerdos, de ese amante que te hizo mujer. Cuando cierro los ojos y siento tu piel, ruego que un milagro te devuelva la vida. Extrañaré las rosas de tus: ¡te amos!; la locura de la vida derramada en tu boca a jarrada o preñándote para que ensoñaras una nostálgica primavera. Te enamoré con la pasión de mis locuras y de tanto repetir los besos atrevidos, terminé enamorado. Extrañaré al sol de las noches contigo; siempre te veo, cuando observo una cama destendida. Me dejas miles de versos regados por el suelo, para que me distraiga recogiéndolos y armando textos. Respiro tanta tristeza amor mío en estos momentos; más al ver que las blasfemias de mis oraciones fueron en vano y que el suplicado y añorado milagro: ¡jamás se nos dará!
9
Me cansé de aguardar el quimérico prodigio, que nunca llegó; pateaste una y otra vez, mi fe; como quisiera poder olvidar lo amargo de ciertos recuerdos, pero es inútil brindarle más oportunidades a tus desprecios y agresiones. No he huido como los que desaparecen como mariposas, que se devora el viento; simplemente tengo que reconocer que nuestro destino, a veces parece no ser el mismo. Le mataste los sueños a mis besos y de tanto sufrir mi alma en silencio, se secó el caudal volcánico de esos deliciosos excesos, que me hacían amarte como a una caprichosa adolescente. Quiero confesar todo lo que he callado o escondido, pero seria desconcertar al dolor del sufrimiento o prolongar su agonía. Nada te incrimino, pero le pregunto a tus ojos, si por prudencia me ocultabas, la voluntad absurda de la naturaleza; o si es el miedo a la muerte, lo que te hace maldecir y patear a quienes te amamos. No creo que el silencio exprese más, de lo que se pudo decir hablando. Me entristece escuchar tantas sandeces de tu absurda soberbia, como si en verdad fueses una mujer sobrada o una malcriada princesa de provincia. El infortunio me confirma, que nací para ser desgraciado, perseguido por la miserable infelicidad.
Me cansé de luchar por ideales utópicos o contra el materialismo absoluto de los capitalistas perversos, de los incendiarios, de los genocidas; me desencantó la perversidad y el conformismo de los miserables perdedores, de los despreciados murtes, de los que se conforman con los desechos de un capitalismo salvaje y caníbal. Me duele el pecho herido y sé que lloraré gritos. No te suplicaré que regreses, porque creía que el amor era entre dos y no dependiendo de la demencia de uno solo; tampoco en vano vivimos los segundos de estos años; mis besos se desgastaron intentando enamorarte, pero terminé desnudo en el infierno, escuchando y viviendo trivialidades, como si pudiéramos malgastar el tiempo. Mi corazón latió gotas de fuego y tus besos me permitieron escapar del infierno, pero nunca intentaste desembarcar en mi vida para siempre e incondicionalmente; te contentaste con ver fluir a la vida, como si sus aguas fuesen nubes sin rumbo. No sé si es por ceguera que no veo otro amor como el tuyo, en el horizonte; sé que volveré a amar, así el amor no sea el mismo – no es por sinvergüencería, sino es la misma palabra sagrada la que dice, que no es bueno que el hombre ande o este solo-; no quiero un amor loco o una de esas aventuras circunstanciales, que se ofrecen por doquier o como un producto desechable; añoro a una mujer que me ame por lo que soy, que entienda mi oficio y quiera con todo su corazón a mis adorados versos; que vivamos en función del amor lo que nos reste de vida y de un futuro inspirador, para concebir algunos versos acertados. Sé que existe un camino hacia el amor… mientras me pregunto: ¿De quién es esa silueta, que me aguarda?
PÁGINA 24 – ENSAYO
Latidos
Por Mónica Russomanno (Santa Fe/Argentina)
Cada pueblo tiene su propio ritmo; su ritmo de caminar, de trabajar, de poner la mesa. Los movimientos les son propios como lo son el lenguaje y la música, ese otro lenguaje que quizás venga de la gente, quizás de la tierra y del paisaje que brinda.
En Japón he visto las artes marciales que se repiten en la forma de golpear los tambores, de bailar esas danzas que aúnan la lentitud y una contenida violencia, en los sonidos breves y guturales. La misma tensión entre lo estático y la rapidez extrema. Las enormes banderas son agitadas por figuras inmóviles, la precisión de las ikebanas de proporciones perfectas, la belleza de los jardines, la posibilidad siempre del horror y sin embargo la infinita paciencia; la habilidad aprendida, ejercitada y trabajada de un hombre que mezcla la tinta, que con un pincel escribe, dibuja, pinta la palabra como quien hace una señal definitiva. Hay un ritmo, una marca, un acorde que abarca cada cultura y le imprime las notas y los silencios.
Una mujer daba a luz. Rodeada por su hijo, su vecina, su marido, daba a luz. En el suelo estaba la mujer, sobre un colchón delgado. Ella misma pujaba con un canto rítmico, todos la acompañaban y el acto de dar la vida de traer la vida era una canción. El niño encontraba el aire y el afuera traído, recibido, acunado ya por las voces y los sonidos que lo arropaban y le daban desde el inicio el ritmo de su pueblo.
La canción rítmica que se repite en lo cotidiano. En los pasos retumbantes de las sandalias de madera sobre el pavimento, en el ritmo de la danza de cuerpos que se deslizan y de pronto acaban en una pose de estatua, en el ritmo vertiginoso de la oración que también es comunitaria, y que crea la epifanía del ritmo de la vida que se repite circularmente.
Cerca del suelo, siempre. En comunidad. Y serán las sandalias, el martillito de metal que guía los rezos, los pujos de una parturienta; será la música, el ritmo, será la vida la que marque sus compases.
Y mientras tanto las historias son las mismas historias. El que muere, el que nace, el que crece y cambia, el que de pronto conoce una verdad oculta.
Así como imagino una voz distinta para las diferentes multitudes, una melodía propia para los paisajes de montaña, para los lacustres, para la selva. Así como los ojos rasgados del oriente y los ojos acuosos del norte. Así como el sustento con maíz y batata o con arroz y verdura. Así como el sentido de lo cíclico o la creencia en una direccionalidad en la historia. Así como todo eso crea culturas diversas, los ritmos se ajustan a los pueblos, los expresan, los definen.
Y con su propio ritmo todos los seres humanos bailan, nacen, mueren. Sinfónicamente algunos, algunos discordantes, algunos solos. Todos, todos, llevando los compases heredados, aprendidos, amados u odiados. Cantando, si tienen esa fortuna, su propia canción.
PÁGINA 25 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Edith Goel (Haifa/Israel)
Zona limítrofe
Será este
mi último trayecto
La última vez que dos piernas veloces
desafíen
a un par de zapatos
enteros y puntuales
La mirada cuenta
una
dos
trescientas ventanas
Toneladas de futuro debris esperan
hasta que el fuego desplace
la piel
la seda
las etiquetas vírgenes
Los territorios del metal cincelan
medallas azarosas.
Un cráneo anónimo
será el tema de algún himno .
En cuanto a mí
un grito feliz abandona
mi isla
mi última vértebra.
Elogio de la supervivencia
Apoyo un lápiz en el vacío.
Una miríada de nombres
se pierde
en el acto trivial de elegir
una frase
una palabra
la letra.
Como el tranvía de Gaudí
los trenes sembrarán
vidas inconclusas.
No nos queda
sino esperar.
Los dioses se balancean
como péndulo alrededor
del estanque.
Sus amígdalas abiertas tiñen de un carnoso azul
este jardín de pensamientos rotos.
Los templos ceden un rosa ajado
a la íntima orquesta.
Ruego
por el cristal de esta existencia.
Que un corazón nos salve
de esta caravana.
Las teclas de un himno
sin amor
estremecen los portones.
Llegué huérfana
a las arenas de otra madre
Exhausta.
Atrapada entre corales
sobrevivo
Un silencio
borra las huellas de otro sol
y aturde mi mirada.
Un cántaro de piel irresistible se rinde.
Desde el horno
a las alas
la materia se hunde
en un río sin memorias
En su turbulencia
Abro el cofre
y toco un herbario.
Estallan los cerrojos
Estallan las cañerías
las baldosas.
Los secretos y las vendas
se desploman.
La sangre penetra la tierra
a pasos lentos.
Los residuos de nuestro día
se pegan a los dientes
Al zapato.
La ciudad de las sillas vacías
cancela los eventos
Un esbozo de mar
se apodera de las voces.
El jardín imaginario
desmantela sus cumbres.
El cielo recupera
la melancolía.
Quiero pintar con un beso
la hipérbole de todos los frutos.
Tomo la sangre de mis venas
y los malvones se colman de gloria.
Una salvación de viernes a la tarde
resucita mis faunas.
Me desprendo de todo lo visible.
Pero esto no es la libertad
Es sólo la intemperie.
Las células madres
saben más
pero se callan.
Se callan las malezas
Los flujos complacientes.
Se calla
la íntima rueda.
Hasta que un día
sin alarma
el rastro pueril de dos gotas
en la encrucijada de las sangres
anunciarán la clonación
de nuestras culpas.
Miro a mis costados.
Un despertador
corta con su filo este largo día en dos.
Dos toallas
Una
para consolar a mi envoltorio
el llanto de mi pelo.
Otra
para proteger mi desnudez
de las alarmas.
Bendigo las venas
en el dorso de una mano hambrienta.
En el espejo
no figura
el nudo de mi vida.
Veo una mujer- niña
Deslizo mi cuerpo
en la porcelana sombría del camisón.
En el sueño zarpo
hacia el jardín definitivo
de mi edad y mi paupérrima cosecha.
Quiero acercar la linterna
al remitente de mi asombro
Nos rozamos las promesas
Y catalogamos los cielos
Uno
a
uno
los estupores
Ni siquiera en las cúspides del miedo
encuentro traducción
para el lenguaje de esta jaula
Pero la ventana no es hermética
La piel no es hermética
Ni la boca
Ni su sed inmaculada.
Estoy lejos de mis manos.
Nos separa
el acantilado de un antes y un después.
Una piedra cae
y reverbera en el estanque.
Si Dios se olvida de nosotros
mi casa será
el célebre epicentro
Cómo recuperar
el cordón
hacia la íntima maleza.
Nazik Al Malaika (Bagdad/Irak)
Lavar la deshonra
¡Mamá! Un estertor, lágrimas, negrura.
La sangre fluye, el cuerpo apuñalado tiembla,
El pelo ondulado se ensucia de barro.
¡Mamá! Sólo se oye al verdugo.
Mañana vendrá la aurora,
Las rosas se despertarán
A la llamada de los veinte años
Y la esperanza fascinada.
Las flores de los prados responden:
Se ha marchado... a lavar la deshonra.
El brutal verdugo regresa y dice a la gente:
¿La deshonra? –limpia su puñal-
Hemos despedazado la deshonra.
De nuevo somos virtuosos, de buena fama, dignos.
¡Tabernero! ¿Dónde están el vino y los vasos?
Llama a esa indolente belleza de aliento perfumado
Por cuyos ojos daría Corán y destino.
Llena tu vaso, carnicero,
La muerte ha lavado la deshonra.
Al alba, las chicas preguntarán por ella:
¿Dónde está? La bestia responderá:
la hemos matado. Llevaba en la frente
el estigma de la deshonra
y lo hemos lavado.
Los vecinos contarán su funesta historia
Y hasta las palmeras la difundirán por el barrio,
Y las puertas de madera, que no la olvidarán.
Las piedras susurrarán:
“Lavar la deshonra”
“Lavar la deshonra”
Vecinas del barrio, chicas del pueblo,
Amasaremos el pan con nuestras lágrimas,
Nos cortaremos las trenzas,
Nos decoloraremos las manos
Para que sus ropas permanezcan blancas y puras.
No sonreiremos ni nos alegraremos ni nos giraremos
Porque el puñal, en la mano de nuestro padre
O de nuestro hermano, nos vigila
Y mañana, ¿quién sabe en qué desierto
Nos enterrará para lavar la deshonra?
La bailarina apuñalada
Baila, con el corazón apuñalado, canta
Y ríe porque la herida es danza y sonrisa,
Pide a las víctimas inmoladas que duerman
Y tú baila y canta tranquila.
Es inútil llorar. Contén las ardientes lágrimas
Y del grito de la herida extrae una sonrisa.
Es inútil explotar. La herida duerme tranquila.
Déjala y venera tus humillantes cadenas.
Es inútil rebelarse. Nada de cólera contra el furioso látigo.
¿Qué sentido tienen las convulsiones de las víctimas?
El dolor y la tristeza se olvidan
Y también uno o dos muertos, y las heridas.
Convierte el fuego de tu herida en melodía
Que resuene en tus labios anhelantes
Donde queda un resto de vida
Para un canto que no callan la desgracia ni la tristeza.
Es inútil gritar. Repulsa y locura.
Deja al muerto tendido, sin sepultura.
Cualquiera muere... que no haya gritos de tristeza.
¿Qué sentido tienen las revueltas de los presos?
Es inútil rebelarse. En la gente, los restos
De venas no dejan circular la sangre.
Es inútil rebelarse mientras algunos inocentes
Esperan ser inmolados.
Tu herida no se diferencia de las demás.
Baila, ebria de tristeza mortal.
Los insomnes y los perplejos están abocados al silencio.
Es inútil protestar. Descansa en paz.
Sonríe al rojo puñal con amor
Y cae al suelo sin temblar.
Es un don que te degüellen como una oveja,
Es un don que te apuñalen el corazón y el alma.
Es una locura, víctima, que te rebeles.
Es locura la cólera del esclavo cautivo.
Baila la danza del fuerte, del feliz
Y sonríe con la felicidad del esclavo a sueldo.
Contén el dolor de la herida: es pecado gemir,
Y sonríe complacida al asesino culpable.
Regálale tu corazón humillado
Y déjale cortar y apuñalar con placer.
Baila con el corazón apuñalado, canta
Y ríe: la herida es danza y sonrisa.
Di a las víctimas degolladas que duerman
Y tú baila y canta tranquila.
Nocturno
La noche se desliza por las estepas,
Las manos de las nubes pasan por el horizonte
Y las tinieblas duermen,
En impresionante calma,
Bajo las alas del silencio.
Sólo se oye el zureo de las palomas,
El murmullo gimiente de los arroyos
Y un ruido de pasos en la oscuridad
Que caminan suavemente.
Me siento, entregándome a la calma de la noche,
Contemplo el color de las tristes tinieblas,
Lanzo mis cantos al espacio
Y lloro por todos los corazones ingenuos.
Oigo los susurros de las palomas,
La lluvia que cae en la noche,
Los gemidos de una tórtola en la oscuridad
Que canta a lo lejos en las ramas
Y la queja lejana de un molino
Que gime en la noche y llora de fatiga.
Sus gritos atraviesan mis oídos
Y va a morir detrás de las colinas.
Escucho... sólo se oyen las plantas.
Miro... sólo se ve oscuridad.
Nubes, silencio y una noche triste.
¿Cómo no sentirme afligida?
La vida para mí es como esta noche:
Tinieblas, melancolía, desesperanza,
Mientras los demás sueñan con claridad
En una profunda e impresionante noche.
Llanto continuo de la naturaleza,
Silencio de las tinieblas, gemido de los vientos,
Suspiros de la brisa vespertina,
Lágrimas del rocío en los ojos de la mañana.
Veo en las riberas de la desgracia
A la multitud de afligidos,
El cortejo de los hambrientos
Ahuyentados por los aullidos del destino,
Sin poder pronunciar palabras de despedida.
Escucho: sólo los sollozos
Mandan su eco a mis oídos
Por detrás de las fortalezas y sobre las praderas.
Entonces, ¿quién puede cantar conmigo?
En el futuro portaré mi lira,
Lloraré la desgracia del universo
Y declamaré mi compasión por su infortunio
A los oídos del cruel tiempo.
Calendario
Para nuestros pasos había un pasado; está muerto
Desde hace cientos de años.
Los años han borrado su recuerdo
Y lo han colocado entre los muertos.
Durante mucho tiempo hemos buscado
Sus astros desaparecidos,
Hemos recurrido al imposible
Para devolverle la vida.
Hemos intentado, traspasando los siglos,
Hacerle volver a sus comienzos,
Esperando recobrar nuestros sentimientos,
Y hemos regresado con las manos vacías.
Hemos atravesado las tinieblas,
Franqueado lo impasible, inmóvil,
Excavando los huesos amontonados,
Y no hemos encontrado lo extraviado.
Hemos visto, allí, frentes
Que no veían porque estaban ciegas,
Ojos ensimismados en la vida
Silenciosa, porque estaban mudos.
Hemos visto restos de corazones
Embalsamados con el recuerdo.
En vano habían intentado encontrar
El sentido... eran restos.
Hemos visto labios vacíos
Que no emitían quejas ni sentían hambre
Y manos marchitas, plegadas,
Cuya desgracia no provocaba lágrimas.
Nos preguntamos por nuestro pasado
Y tropezamos con un ataúd.
Allí, sobre la tumba, yacía el tiempo descolorido.
Regresamos al calendario:
¿Se puede engañar a los días?
Y oímos gritar a los restos
Tras el sarcasmo de las cifras.
Vimos el mañana esperado
Arrastrando su mitad paralizada,
Arrastrando su mitad despreciada,
Su mitad congelada, inerte.
Allí, un libro se cerraba
Y finalizaba el antiguo canto.
Mañana, la vida germinará
Sobre las heridas del doloroso tiempo.
La voz del ayer se perderá
En el torbellino profundo del tiempo
Y sentiremos en nuestras copas
La palpitación del sueño que se despierta.
PÁGINA 26 - CUENTO
Panteísmo
Por Marcelo Juan Valenti (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Nunca se atrevió a caminar hasta las luces encendidas en medio de la noche. ¡Quienes compartían su insomnio ¿Estudiantes?¿Conspiradores?¿Amantes?
Desde su ventana, en la planta alta de la casa, veía los monoblocks, a tres cuadras. Sólo tres cuadras.
Hubiera bastado calzarse zapatillas, remera y short, salir en silencio, andar. La audacia verdadera habría consistido en asomarse si la ventana estaba en planta baja. Arrojar piedras si se trataba de los pisos superiores.
Pero no. Horas sin dormir, padeciendo el calor y los mosquitos, conjeturando, aislada en una de las casas hechas en serie de su barrio. Un vecindario de casas clonadas.
Luego llegaba el invierno y con él volvía el sueño. ¿Las estaciones intermedias? Dormía, pero era presa de pesadillas espantosas.
Esta primavera se habían combinado ambos malestares. Pero no era culpa de la rotación de la Tierra. Los nervios a causa de la inminente presentación de su primera muestra de cuadros, generaba pánicos, distorsiones, malas noches.
Había despertado a los gritos, por tercera vez en la semana. No pudo recordar que era lo que la había asustado. Nada en absoluto. Salto a la oscuridad desde un blanco total. Las cinco de la mañana. Lo supo, no podría volver a dormir. Fue a la ventana. Había algunas luces encendidas. ¿Trabajadores?¿Viajeros?¿Magos?
No bajó hasta las ocho. Su padre había desayunado y había partido. Su madre, había luchado con la resistencia a la escuela del hermano menor.
-Hola, ma.
-Ari, ¿bien?
-Si. Maso.
-Gritaste anoche. ¿Soñabas?
-Me desperté...
-¡No cuentes en ayunas!
-Tranqui. Me olvidé apenas abrí los ojos.
La madre se llevó una mano al corazón.
-¡Vos tranqui! Esta exposición te va a volver loca.
-Lógicos nervios.
-Supongo... Adela trajo una porción de torta que le hizo a Emiliano. Está en la heladera. ¡Riquísima! Servite un poco.
-Me voy, ma.
-¿A qué hora volvés?
-Al mediodía. Contame.
-Esta noche...
-Lleguen un poquito antes, si pueden. Después, si van todos los que invitamos, va a ser un bolonqui.
-Nena, con dos o tres de tus amigos que vayan, basta y sobra para hacer un manicomio.
-Siempre tan amplia vos, beso.
-Chau- Su madre se quedó sonriendo, le hubiera gustado sacarle una foto... ¿Con qué máquina? Si vendía algún cuadro, cambiaba el celular... quería uno de esos con cámara fotográfica.
Fue a la parada del colectivo.
Antes de subir, se fijó en el número del coche. Se ubicó en un asiento doble y dejó sus carpetas de lado de la ventanilla.
Marcó.
-¿Sibila S.? Ariadna A. Interno 141. ¿O.K.? Nos vemos.
Se conocieron en la escuela. Compartían el destino común de que les cambiaran el nombre. Nadie sabía pronunciar Ariadna, que simplificaban como Ariana o anagramaban en Adriana. Sibila era fatalmente rebautizada Silvia.
Los apellidos tenían las mismas inicales que los nombres. Crearon un código íntimo: el nombre bien pronunciado rematado con la inicial del apellido. Ariadna A. Sibila S.
En los tiempos anteriores a la popularización de los celulares, Ariadna colgaba un pañuelo del lado de afuera de la ventanilla. Era la señal para que su amiga, veinte cuadras después, tomara el mismo colectivo.
La vio ascender con un envoltorio casi tan grande como ella.
-Acá, Sibila S... pensé que habías terminado anoche. ¿Te quedaste hasta muy tarde?
-Como hasta las once. El divino de Daniel se quedó a ayudarme.
-Hum... a solas con el hijo de la dueña de la galería. Ya veo que te querés asegurar futuras exposiciones...
-Dejate de joder... Salvo que Danny se haga bisexual, no creo que pase nada entre nosotros.
La pasajera que viajaba en el asiento de adelante, acompañada por dos chicos, las miró de reojo.
Ariadna secreteó en el oído de su amiga.
-Nos ganamos una admiradora... Bueno, entonces...
-Entonces quedaba ésta. No me decidí hasta anoche. Me desperté a las cinco...
-¿Vos también?
-Si, mi querida insomne. Tenía el cuadro frente a la cama. Abrí los ojos y fue lo primero que vi. Casi grito:”Lo tengo que incluir”.
-Tranquila, tranquilita Sibila S.
-Che, ¿los catálogos?
-Los voy a buscar ahora.
-Todo a último momento.
-Vidas al límite.
-Payasa.
-¡Ey! No te permito.
-Está.
-Llegamos.
-Faltan cinco cuadras.
-Llegamos al gran día. La primera muestra.
-Y la compartimos.
-¡¡¡Seeee!!!!!
-Me dan ganas de llorar.
-La cara te va a quedar como uno de tus cuadros. Aguantate. Y andá levantándote que con ese bulto te vas a pasar.
-¿Vos vas por los catá...
-Ya te dije que si. Vos terminá de instalar la obra.
-La “opra”
-Nos vemos.
-Chau.
Pocas cuadras después Ariadna descendió de un salto para aterrizar en el umbral de la imprenta. Siempre hacía chistes. Era como si hubieran puesto el negocio en el lugar justo para esa acrobacia. Como allí también funcionaba una fotocopiadora, tuvo que esperar a varios estudiantes de la facultad vecina.
A su turno, Ezequiel le dedicó la mejor de sus sonrisas.
-Vengo por los catálogos.
Palideció cuando le contestó:-Tuvimos un problema, ¿te los puedo entregar mañana?
Su cara se debe haber descompuesto, porque enseguida el repuso.
-Una bromita del día de estreno. Acá están, acá están.
-Casi me matás.
-Me di cuenta. Calma, pintora.
-¿Vas a venir o no?
-Prometido. Apenas salgo. Me voy a perder el discurso.
-Pero vas a estar a tiempo para el vino.
-¿Hay vino?
-Si no, no viene nadie. En fin, me voy. Tengo un montón de cosas que hacer.
-Chau. Suerte.
-Nos vemos.
En la construcción más antigua de la ciudad funcionaba un cyber. Un umbral de madera testificaba el paso de un siglo y medio. Varios compañeros de la facultad le mandaban saludos, dos invitados se disculpaban por la ausencia esa noche.
Cómo le gustaría poder invitar a Inés, la profesora de literatura de la escuela. No iba a olvidar nunca sus clases, que sólo ella y Sibila seguían con fervor. Todavía brillaba la luz perturbadora del descubrimiento de Alejandra Pizarnik. Ariadna había decidido ser poeta... pero se impuso el color, la forma. Con terror le confesó en la fiesta de graduación:- Inés,... Sibila y yo nos anotamos en Bellas Artes.
La profesora hizo un silencio mortal.
-¡Qué envidia! A mi me hubiera gustado ser una pintora impresionista.
Había perdido el contacto. Ya no trabajaba en la misma escuela, no figuraba en guía, había agotado las probables combinaciones de direcciones de e-mail.
En su agenda guardaba un señalador que le había regalado. García Márquez sonreía con fondo naranja.
¿Sería cierto que los objetos eran llaves que abrían el camino de encuentro con las personas que nos los han regalado?
Lo apretó con fuerza y repitió en voz baja cinco veces: Inés.
Pagó y salió.
Llamó a Sibila.
-¿Cómo va todo?
-Bien. Terminé.
-Venite a Bardo. Me quema el paquete con los catálogos.
-No me traiciones o correrá sangre.
-Vení pronto. Tomemos el último café antes de la noche.
-... en la que tomaremos todo menos café.
-Chauuuuuuuuuuuuu.
Se sentó en su mesa favorita. Le indicó al mozo que esperaba a alguien. Se entretuvo pensando en una fantasía que había compartido con Sibila: ¿cómo sería la ciudad si todos fueran artistas? La mano en el hombro la sobresaltó. Se dio vuelta para encontrarse con su amiga, pero quien apareció fue Inés.
Gritó mientras la abrazaba.
-Lo que la busqué... Esta noche presentamos...
-Ya sé. Iba a estar allí. Salió en el diario. Eso sí, tratame de vos, que ya no sos mi alumna.
Acá tengo los catálogos. Te... voy a regalar uno. Pero tenemos que esperar a que venga Sibila.
-Estupendo, desde ya me han ganado con el nombre de la muestra.
-Panteísmo... ¿Sabés como surgió? Cerramos los ojos. Sibila abrió el diccionario, yo señalé y esta palabra vino a nosotras. Como un don.
-¿Qué pasó? Palideciste. ¿Te sentís mal?
-Los nervios- mintió Ariadna.
La imagen del sueño había emergido para golpearla. Se había visto en el famoso cuadro de Millais. Ella era Ofelia, ahogada. El río la llevaba hacia las luces del monoblock. Y tuvo miedo.
PÁGINA 27 – ENSAYO
Siglo XXI Edad del analfabetismo ilustrado
Por Daniel de Culla (Sevilla/España)
El renacimiento de la esvástica expresión emocional, estética y filosófica se está adueñando de nuestras vidas, y el mensaje de la Europa carcelaria, según el cual, mediante el razonamiento adecuado del palo y tentetieso, la asignatura de religión y la educación para la ciudadanía se pretende llegar a la síntesis armoniosa de obtener la felicidad y virtud perfectas que vienen fomentadas por un clero egoísta que se siente muy a gusto con los tiranos, y les añora, sabedora de que sin ellos no son nada. La teoría de que el miedo guarda la viña se ha adueñado del conocimiento y la naturaleza humana y su énfasis le vemos en la plástica del europeíto de a pie que llega a casa con su pan bajo el brazo y la prensa diaria, sin enterarse ni saber nada de algo, fenómeno de esta civilización analfabeta. El Siglo XXI es la Edad del Analfabetismo Ilustrado en el cual la felicidad humana depende del dominio de los cancerberos sobre el pensamiento de Libertad y Pasión, anunciando que la humanidad necesita religión, represión y sumisión total, notablemente rápida en la dolarización del bien y el mal, convertida en una doncella y un villano, como en la novela de Samuel Richardson Clarissa; The History of a Young Lady. Clarissa Harlowe, la virgen atormentada, y Robert Lovelace, el malvado violador. Figura relevante para una comprensión del Estado “atormentado atormentador” hacia el cual la sociedad se siente misteriosamente atraída.
“Canta zurrón canta, si no, te daré un coscorrón”. Es el cuento que finge que un romero traía un gran zurrón, y decía que le haría cantar por sacar mucho con la invención , y era que llevaba dentro un muchacho que cantaba en diciéndole esto.
Desde la época retrógrada de aquel periódico “El Caso”, paridor de la prensa del corazón y la prensa negra, hasta nuestros días, el ser humano tan sólo ha avanzado en esa iconografía del crimen que nos es familiar a través de la televisión, el cine, la prensa, los medios: heroína perseguida, maltratadotes satánicos, hombres locos, mujeres fatales, “naranjitos mecánicos” en recuerdo de La Naranja Mecánica, etcétera.
Nunca como hoy en día, los justicieros árbitros de esta Era del Analfabetismo Ilustrado han encontrado tanta utilidad a los crueles fantasmas y a las atrocidades sádicas, satisfaciendo las insaciables ansias de terror público y manteniéndose el horror fiel a la Tradición, reinventando viejas y nuevas imágenes, reabriendo heridas de locura, muerte y decadencia.
Estamos en El Castillo de Otranto. Una historia gótica, de Horace Walpole, donde emerge como fuerza dominante el “Anuncia, que Dios dará”, que ya en tiempos de los Reyes Católicos, se valieron un Obispo llamado Fray Mortero, por ser antes fraile dominico, natural del Valle de Mortera, en las montañas de Burgos, Cárdenas y Cardenal, y don Chacón, que fueron gran cosa en saber y eran insaciables en sus bajeras ansias. Y con Melmoth, el errabundo, de Charles Robert Maturin nos alabamos en el rascar, como aquella viuda que tenía un hijo estudiante con sarna, y no gustaba que su madre se casase: él se rascaba mucho y se llagaba, y la madre le amenazó que se casaría si se rascaba; él se animó a no rascarse, y pusieron tres días de plazo, so pena de casarse; él sufrió los dos, y al tercero, no pudiendo sufrir la comezón , se empeñó a rascar con gana, diciendo:
-Madre, casaos.
Este Siglo XXI Era del Analfabetismo Ilustrado es sensacionalista, melodramático, exagera los personajes y las situaciones, se mueve en un marco clerical que facilita el terror, el crimen y el horror. Los engendros más grotescos y macabros, reflejo de un subconsciente convulso y desasosegado campean por sus fueros. La “Escuela del Cementerio” se ha instalado en nuestras vidas enseñándonos a recitar como en los tiempos de Maricastaña, el desagrado a la Razón, el Orden y el sentido natural común en una mórbida efusión de oscuros rezos. Vamos como piedras a tablado, que ya lo indicaba La Celestina (F. De Rojas. La Celestina. Acto IX), diciendo que iban bodigos a su casa espesos como piedras a tablado, pues... “otros curas sin renta, no era ofrecido el bodigo, cuando, en besando el feligrés la estola, era del primero voleo en mi casa. Espesos como piedras a tablado, entraban muchachos cargados de provisiones por mi puerta”. Thomas Parnell, Edward Young, Robert Blair y Thomas Gray,” redescubriendo la relación escatológica entre terror y éxtasis” (Lucía Solaz. Literatura gótica), levantan un tablado para ejercitarse en tirar bohordos, lanza corta arrojadiza utilizada en los juegos de cañas y fiestas de caballería, y que comúnmente servía para arrojarla contra un armazón de tablas, como se refiere en muchos romances viejos, y en aquellos de los Siete Infantes de Lara, y otros del rey don Fernando de León. Y a este uso fue dicha la comparación “Con cabeza de lobo, gana el raposo”, usando dar premio al que mata algún lobo, y puede andar a pedir cuatro o cinco leguas por los lugares de alrededor con la cabeza, y le dan algo los que tienen ganado y los ricos, además de una atracción hacia la muerte como recargada complacencia en el dolor.
Este Siglo del Analfabetismo Ilustrado se deleita en lo maligno sobrenatural tratando de subvertir las normas del racionalismo, apelando a la falaz y eterna necesidad humana de elementos inhumanos y religiosos. Alternancia de terror, confusión psíquica y social, atractiva decadencia y extravagancia sobrenatural son los rasgos definitorios de nuestra sociedad que tiene su alivio en la inanición mental como meta artística. Dejarse hacer, dejarse llevar”, una clase de sofisticación psicológica y metafísica que marca el ser social. Cruz en lumbre, y cruz en puerta, y cruz en llelda, y no hay sino entra” como dice el cuento. (Llelda es la levadura, y da aviso que se hagan cruces).
La acción social y política, a nivel local y global, se mueve en un torrente de narrativa de terror, cayendo en localizaciones cerradas cuyo decorado no es otro que una atmósfera de deliciosos terror, como respuesta a la inseguridad política y religiosa de una época actual dominada por la Inmigración. Como recurso estratégico para intensificar la atmósfera de miedo, nos han hecho creer que el extraño, el extranjero, el bárbaro no se comporta de modo humano. “El secuestro mental y social, además de la detención física expone una inteligencia y movilidad malignas y es mentalmente más poderoso que sus ocupantes humanos” (Lucía Solaz). El Monje, de Matthew Lewis, brillante novela sobre hipocresía religiosa, como su The Castle Spectre, hallaron cruz en todas las puertas y todas las cosas y como aquel letrado loco del hospital de Valladolid, tiene un cartapacio de pareceres para diferentes casos, puesto su precio y tasa a cada uno, y se pone a una reja y dice a voces:
-¿Hay quien quiera un parecer de cien reales, de noventa, de ochenta?
Y de esta manera iba bajando hasta diez, y de aquí para abajo hasta un real; y de aquí hasta un cuarto. A este precio llegó uno, el Frankenstein, de Mary Sélley, y le dio el cuarto; el monje hojeó el libro, hasta que por su tabla halló el parecer de a cuarto, que es: “Cuando fueres a cagar, lleva con qué te limpiar”.
Las novelas de Dickens y de las hermanas Brontë (Cumbres Borrascosas), son una referencia clara a esta sociedad que va minando la libertad y la identidad individuales. Que son como “cuando Juan Ruiz pone paz, bueno está el mundo”, pues es muy rifador, y se halla en todas las bregas, y aporrea a menudo a su mujer e hijos. Sucedió que una vez metió paz entre dos que reñían, y, como cosa contra su condición, hicieron de ello refrán en el campo de Montiel. Y dicen que contaba que su mujer estaba para expirar, desahuciada del médico; vino él de fuera y se acostó con ella. A la mañana, el médico la halló buena y preguntó qué le habían dado; dijo que unos caldos; él dijo:
-De esos caldos déla hartos.
La Sociedad alunizada y alucinada se adapta más a los demonios exteriores que a los interiores. El “salvapantallas” , la persecución del conocimiento , el “papamovil” añaden al lenguaje y su imaginería un fantasma en forma serializada que se adapta cada día más a la capa social, que ya adivinara la reina Isabel, que dicen que dijo “Disfrazado viene el villano”, por el ajo, que no siendo amiga de él, se le echaron en un guisado disfrazado, y lo echó de ver en sabor, y color, y olor, como le sucedió al El Vampiro, de James Robinson Planche, o James Hogg en Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, o el Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, donde en la confluencia de la bondad y la maldad, “expresan sentimientos constreñidos y oprimidos por las leyes y practicas sociales” (Lucía Solaz), que es la fábula que pidieron a Júpiter que los liberase de tanto afán; él respondió que cuando hicieran un río meando se les acabaría el trabajo y las penas, y, por hacerle, mean todos en lo meado de otros.
El lenguaje y la imaginería del terror se ha convertido en un texto político autorizado: el miedo a uno mismo, el desorden psíquico y social, la integración de la familia, las contradicciones y conflictos laborales, la actuación Okupa, la fascinación por la corrupción en la construcción, exploran y exponen la ironía del sentimiento trágico de la vida que H. P. Lovecraft enfatizó con éxito, y que ya quedó plasmado en la matraca aquella de que “en Malagón, en cada casa un ladrón, y en la del alcalde, hijo y padre”, que, aunque le ayuda el consonante, Marbella, Estepona y tantas otras villas o ayuntamientos son semejantes a los acabados en on.
PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Mahmud Darwish (Birwa/Galilea)
Carné de identidad
Anota... soy árabe
cincuenta mil mi número de carné
mis hijos ya son ocho
mas pasado el verano
vendrá el que hace nueve
¿y te enfadas acaso?
Anota... soy árabe
y con mis compañeros de infortunio
trabajo en la cantera
y mis hijos son ocho
y para ellos extraigo de las piedras
nuestro pan, los cuadernos y la ropa.
No mendigo limosna a tu puerta
ni ante tus escalones me rebajo
¿y aún te enfadas?
Anota... soy árabe
soy un mero nombre sin apellido
paciente en una tierra
donde el fuego de la cólera reina.
Mis raíces se anclaron
antes de la génesis de los tiempos
mucho antes del principio de las eras
antes de los cipreses y olivos
antes de que germinara la hierba.
Mi padre, de familia de labriegos,
no de nobles señores.
Mi abuelo, campesino,
sin títulos ni honores.
Me enseña el sol en lo alto
antes que la lectura de los libros.
Es nuestra casa
una choza de maderas y cañas
¿te disgusta mi hogar?
¡soy un mero nombre sin apellido!
Anota... soy árabe
Color del pelo: negro.
Ojos color castaño.
Para más señas:
pañuelo a cuadros sobre mi cabeza
dura como la piedra
la palma de la mano,
rugosa a quien la estrecha.
Mi domicilio:
unas ruinas inermes... olvidadas,
sin nombres en las calles
y todos sus hombres en el campo o en la cantera
¿y aún te enfadas?
Anota... soy árabe
Robaste las viñas de mis abuelos
la tierra que con mis hijos labraba.
No nos dejaste ni a mí ni a mis nietos
sino estas piedras,
¿las va a tomar también tu gobierno como dicen?
Pues si es así...anota
arriba de la página primera,
no odio a nadie
ni ataco a nadie
mas si tengo hambre
de quien me oprime devoro la carne.
Guárdate de mi ira.
Guárdate de mi hambre.
Para nuestra patria
Para nuestra patria,
Próxima a la palabra divina,
Un techo de nubes.
Para nuestra patria,
Lejana de las cualidades del nombre,
Un mapa de ausencia.
Para nuestra patria,
Pequeña cual grano de sésamo,
Un horizonte celeste... y un abismo oculto.
Para nuestra patria,
Pobre cual ala de perdiz,
Libros sagrados... y una herida en la identidad.
Para nuestra patria,
Con colinas cercadas y desgarradas,
Las emboscadas del nuevo pasado.
Para nuestra patria cautiva,
La libertad de morir consumida de amor.
Piedra preciosa en su noche sangrienta,
Nuestra patria resplandece a lo lejos
E ilumina su entorno...
Pero nosotros en ella
Nos ahogamos sin cesar.
Nos falta un presente
Partamos tal como somos:
una dama libre
y su amigo fiel.
Partamos juntos en dos direcciones.
Partamos como somos, unidos
y separados.
Nada nos causa dolor,
ni el divorcio de las palomas ni el frío en las manos
ni el viento en torno a la iglesia.
Los almendros no han florecido del todo.
Sonríe para que sigan floreciendo
entre las mariposas de tus hoyuelos.
Dentro de poco tendremos otro presente.
Si te das la vuelta no verás
sino exilio tras de ti:
tu dormitorio,
el sauce de la plaza,
el río, tras los edificios de cristal
y el café de nuestras citas... todo, todo
preparado para convertirse en exilio.
¡Seamos buenos!
Partamos tal como somos:
una mujer libre
y un amigo fiel a sus flautas.
No tenemos suficiente edad para envejecer juntos,
ir a paso lento al cine,
ver el epílogo de la guerra entre Atenas y sus vecinos
y asistir dentro de poco
a la ceremonia de paz entre Roma y Cartago.
Dentro de poco los pájaros emigrarán de un tiempo a otro.
¿Este camino no es más que polvo
en forma de sentido? ¿Nos ha conducido
en un viaje efímero entre dos mitos?
¿Es necesario y somos necesarios,
como un extraño que se ve en los espejos de su extraña?
"No, éste no es mi camino a mi cuerpo".
"No hay soluciones culturales para las preocupaciones existenciales".
"Allá donde estés, mi cielo es
verdadero".
"¿Quién soy yo para devolverte el sol y la luna precedentes?".
Seamos buenos...
Partamos tal como somos:
una amante libre
y su poeta.
No ha caído suficiente
nieve de diciembre. Sonríe
y caerá como copos de algodón sobre las oraciones del cristiano.
Dentro de poco regresaremos a nuestro mañana, tras nosotros,
allí donde éramos dos niños al comienzo del amor
jugando a Romeo y Julieta
para aprender el léxico de Shakespeare...
Las mariposas volaron del sueño
como el espejismo de una paz rápida.
Nos coronaron con dos estrellas
y nos mataron en el combate por el nombre
entre dos ventanas.
Partamos, pues,
y seamos buenos.
Partamos tal como somos:
una mujer libre
y su amigo fiel.
Partamos tal como somos. De
Babilonia vinimos con el viento
y hacia Babilonia vamos...
Mi viaje no es suficiente
para que, sobre mis huellas, los pinos se conviertan
en panegíricos del lugar meridional.
Nosotros somos buenos aquí. El viento del norte
es nuestro viento y meridionales son las canciones.
¿Soy yo otra tú
y tú otro yo?
Éste no es mi camino a la tierra de mi libertad.
Éste no es mi camino a mi cuerpo
y yo no seré "yo" dos veces
ahora que mi pasado ha ocupado el lugar de mi mañana
y me he escindido en dos mujeres.
No soy oriental
ni occidental.
No soy un olivo que ha dado sombra a dos aleyas.
Partamos, pues.
"No hay soluciones colectivas para las obsesiones personales".
No es suficiente que estemos juntos
para estar juntos...
Nos falta un presente para ver
donde estamos. Partamos tal como somos,
una mujer libre
y su viejo amigo.
Partamos juntos en dos direcciones.
Partamos juntos
y seamos buenos...
Yo tengo detrás del cielo un cielo
Yo tengo detrás del cielo un cielo para regresar, pero
continúo puliendo el metal de este lugar, y vivo
una hora que percibe lo invisible. Sé que el tiempo
no será dos veces mi aliado, y sé que saldré de
mi bandera cual pájaro que no se posa en ningún árbol del jardín.
Saldré de toda mi piel, y de mi lengua
descenderán algunas palabras sobre el amor por
la poesía de Lorca que habitará en mi alcoba
y verá lo que yo he visto de la luna beduina. Saldré del
almendro como algodón sobre la espuma del mar. El extranjero ha pasado
portando setecientos años de caballos. Ha pasado por aquí el extranjero
para que el extranjero pase por allí. Saldré dentro de poco
de los pliegues de mi tiempo como extranjero de Damasco y de Andalucía.
Esta tierra no es mi cielo pero esta tarde es mía,
las llaves me pertenecen, y los alminares y las lámparas, y yo
también me pertenezco. Soy el Adán de los dos paraísos, dos veces perdidos.
Cazadme despacio
y matadme deprisa
bajo mi olivar
con Lorca.
Te mataron en el valle
Te regalo mi recuerdo ante la mirada del tiempo,
te regalo mi recuerdo.
¿Qué dice el fuego en mi país?
¿Qué dice el fuego?
¿Has sido mi amor
o una tempestad sobre las cuerdas?
Yo soy extranjero en mi propio país,
extranjero.
Te regalo mi recuerdo bajo la mirada del tiempo,
te regalo mi recuerdo.
¿Qué le dice el relámpago al cuchillo?
¿Qué dice el relámpago?
¿Fuiste en Hattin
un símbolo de la muerte de Oriente?
¿Y yo soy Saladino
o un esclavo de los cruzados?
Te regalo mi recuerdo ante la mirada del tiempo,
te regalo mi recuerdo.
¿Qué dice el sol en mi país?
¿Qué dice el sol?
¿Estás muerta sin sudario
y yo estoy sin Jerusalén?
Despuntó del valle.
Dicen que redujo el valle y se ocultó.
Su belleza secreta rodeó las pequeñas espigas
y resolvió las preguntas de la tierra.
Los de mi generación ¿recordáis el verano?
Flores de Hebrón
y huérfanos de Hebrón
¿recordáis el verano
que asciende de sus dedos
y abre todas las puertas?
Una violeta le dijo a su vecina:
tengo sed.
Abdallah me regaba.
¿Quién se ha llevado la juventud
de los jóvenes?
Despuntó del valle
y en el valle se muere.
Nosotros crecemos entre cadenas.
Despuntó del valle de pronto
y en el valle se muere por etapas.
Ahora nos alejamos de él generación tras generación,
vendemos las aceitunas de Hebrón gratis,
vendemos las piedras de Hebrón,
vendemos la historia de Hebrón,
y la vendemos
para comprar en su pecho la imagen
de un asesinado luchando.
No reconocí el amor de cerca.
Que lo reconozca mi muerte.
Mi infancia-Troya árabe
pasa y no vuelve.
Todos los puñales están en ti.
Elévate
verdor del limón,
brilla en la noche
y aumenta el llanto
de los que llegan.
El viento está en un puñal
y nuestra sangre es crepúsculo.
No quemes tu pañuelo verde,
la noche se quema.
Bienaventurada la serpiente que ha dormido
en la madera derruida.
Bienaventurada la espada que convierte al cuello
en ríos de libertad.
No reconocimos al amor de cerca.
Que se enfade el enfado.
Caminamos a la Troya árabe
y la lejanía se acerca.
No recuerdas
cuando escapamos de ti
hacia los vastos exilios.
Aprendimos los idiomas universales
y el cansancio del largo viaje
hacia el ecuador.
Aprendimos a dormir en todos los trenes,
lentos y rápidos,
el amor en el puerto
y el cortejo preparado para todo tipo de mujeres.
Aprendimos la amistad de cada herida,
la lucha de los enamorados,
el deseo envasado
y la sopa sin sal.
¡Oh país lejano!
¿Se ha perdido mi amor en el correo?
Ni el beso de goma nos llega
ni el óxido de hierro.
Todos los países son el nuestro
y nuestra parte de ellos es el correo.
No recuerdas
cuando escapamos de ti
a las cárceles.
Hemos aprendido a llorar sin lágrimas
y a leer las paredes, los cables y la triste luna,
libertad,
una paloma,
la satisfacción de Jesús
y la escritura de los nombres:
Aisha se despide de su esposo
y vive Aisha,
viven los perfumes de la sangre, el rocío y el jazmín.
¡Oh rostro lejano!
Te mataron en el valle
pero no te mataron en mi corazón.
Quiero que reconstruyas mi espontaneidad
oh rostro lejano.
Recuérdanos
cuando te buscamos en la hecatombe.
Que se quede tu brazo que da al mar
y la sangre en los jardines,
y sobre nuestro renacimiento se alce
un puente.
Que se queden todas las azucenas
de la palma húmeda
en su jardín,
pues llegamos.
¿Quién compra a la muerte un billete hoy
sino nosotros? ¿Quién?
Hemos exprimido todas las nubes
de los mapas del mundo
y los poemas de la nostalgia por el país.
Ni su agua riega
ni sus anhelos queman
ni construye un país.
Recuérdanos.
Nosotros te recordamos como un verdor
que surge de cada sangre,
barro y sangre
sol y sangre
flores y sangre
noche y sangre,
y te desearemos
cuando despuntes del valle
y desciendas al valle
cual gacela que nada
en un campo de sangre
sangre
sangre
sangre.
Oh beso que duerme sobre un cuchillo,
manzana de besos.
¿Quién recuerda el sabor que queda
-no estando tú-
como el jardín de la esperanza?
- Hemos crecido, infeliz,
me dijo la vida.
- ¿Y mi amor?
- Los muertos no crecen.
- ¿Y mis lunas?
- Se cayeron con la casa.
¡Oh beso que duerme sobre un cuchillo!
¿Te acuerdas de mi boca?
Te quiero cuando te quemas.
¿Quemarás mi sangre?
Amo tu muerte cuando me lleva
a mi país
cual lirio ardiente
o pájaro hambriento.
¡Oh beso que duerme en un cuchillo!
La naranja ilumina nuestra ausencia,
la naranja ilumina,
el jazmín excita nuestra soledad
pero el jazmín es inocente.
¡Oh beso que duerme en un cuchillo!
Te despiertas en la frontera del mañana,
te despiertas ahora
y diseminas la costa negra
como el viento y el olvido.
¡Oh beso que duerme en un cuchillo!
El éxodo ha crecido,
ha crecido el amarillo de las rosas
¡Oh mi amor asesinado!
Ha crecido el vagabundeo por la luz de un mundo
que me ignora,
ha crecido la tarde en las calles de cada destierro,
ha crecido la tarde en las ventanas de cada cárcel,
ha crecido en todas las direcciones,
ha crecido en todas las estaciones,
y te veo
alejándote, alejándote por el valle lejano.
Abandonas nuestros labios,
abandonas nuestra piel,
abandonas...
Eres una fiesta.
Te veo.
Las palmeras caen.
¿Qué dijo Abdallah?
- En la época avara
proliferan los niños, el recuerdo
y los nombres de Dios.
Te veo.
Cada mano grita allí.
Fuimos pequeños,
las cosas estaban preparadas
y el amor era un juego.
Te veo.
Mi cara dentro de ti me conoce
como la abundante arena conoce
todo su amor por la playa.
Te alejas de mí
y la muerte es un juego.
Te veo.
Los olivos inclinan la cabeza
a un viento pasajero.
Todas las raíces están aquí,
aquí están
todas las pacientes raíces.
Que se quemen todos los vientos negros
en unos ojos milagrosos
¡Oh mi valiente amor!
No queda nada por qué llorar.
Adios.
Las ceremonias de despedida han crecido
y la muerte es una etapa que hemos comenzado.
La muerte se ha perdido,
se ha perdido
en el alboroto del nacimiento.
Extiéndete desde el valle
hasta la causa del éxodo
cual cuerpo que corre sobre cuerdas,
cual gacela de lo imposible.
Yabra Ibrahim Yabra (Belén/Cisjordania)
Qibya
Balas
en la noche de luna llena
surcaron las colinas y los caminos.
Balas
chocaron contra los muros
y golpearon las puertas y las ventanas.
Iban dirigidas a los corazones y a las entrañas.
Balas
por detrás de las piedras,
a través de los desfiladeros,
por detrás de los sacos de arena.
Balas
se esparcen por las piedras arrayanes de sangre
y se pegan adornos de sangre en las
paredes.
Balas
y gelignita
arrojan los cuerpos a las hienas.
Sembramos el trigo pero no lo recogimos,
regamos las vides pero no bebimos el vino.
En vano se bañó nuestra noche con la fragancia de los naranjos.
Nuestra sangre corre por la tierra roja
y sobre las piedras.
Buscad nuestras manos bajo los ejércitos de hormigas.
Cerrad las puertas,
apartaos de las ventanas, ocultaos de la luna
protegeos de la noche.
Pero las puertas son de madera
y las ventanas no se construyen para evitar
el aire, la luna,
la gelignita
y los colmillos de las hienas.
El corazón es de hierro pero
para las balas, la gelignita y los colmillos
es más débil que la madera.
Los brazos de Fátima rodean el cuerpo de Hasan:
una alberca de sangre,
y del padre de Hasan no queda
más que el qunbaz hecho jirones.
Buscadlos bajo las piedras
y juntad los brazos a los cuerpos.
Sembramos el trigo pero no lo recogimos,
regamos las vides pero no bebimos el vino.
En vano se bañó nuestra noche en la fragancia de los naranjos.
Nuestra sangre fluye por la tierra roja
y sobre las piedras.
Buscad nuestras manos bajo los ejércitos de hormigas.
Balas
golpean las piedras.
Gelignita.
La noche se desgarra
entre nuestros olivos y viñas.
Después del Gólgota
Viví con Cristo,
morí con Él y resucité.
Mi voz clamó en el desierto
como si fuera otra voz,
ardiendo con un fuego desconocido.
¿Por qué el fuego? ¿Para quién?
Dame sombra y agua fresca
y yo colgaré mis recuerdos en
la pared de una habitación abandonada.
La muchedumbre se ha dispersado y
los invitados se han marchado.
La voz clama en vano
como la voz de antes de la muerte y
el Gólgota.
En mis labios hay restos de miel
y de hiel.
¿He venido después de morir para
oír mi voz aferrándome
al vacío que abandoné?
Dame sombra. Y tú, mujer,
pon un trozo de hielo en tu agua.
El sol abrasa. La vida después de la muerte es
fatiga y mi voz ama el fuego.
¿Por quién? ¿Por quién
he cerrado los ojos, mientras en mis labios quedan
restos de miel y de hiel?
Agnus Dei
Y de todas estas palabras, éstas que
la lengua y las venas contienen.
Todo el universo está ahí, todo el mar,
y el trueno rugiente en las noches,
todo el cielo y la primera amante
se entregan a la roca elevada,
distancia de la lejanía inmensa y prodigiosa,
proximidad del virus microscópico de este cuerpo
y la palabra extraviada por la pérdida,
mi pérdida, la de mi generación, rencorosa y gimiente,
pérdida en los territorios del desierto y las serpientes,
pérdida de miles de seres cuya voz se oye a lo lejos,
una voz en el desierto.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo:
ten piedad de nosotros,
une el acto a la palabra,
el recuerdo a la lengua,
destila las lágrimas en letras que nos protejan del sufrimiento.
Mis lobos se han acostumbrado a mí
y yo me he acostumbrado a las fieras.
En la jungla de mi vida
mi generación es una presa,
mis compañeros cebo de los animales salvajes
y nuestros corazones están pinchados en las ramas
para las rapaces.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo:
destila nuestras lágrimas en palabras,
sálvanos del exilio de la afasia,
el exilio de los desiertos: nosotros somos
los portadores del mar, del horizonte, del cielo,
los portadores de la muerte entre sueño y sueño.
Las murallas
Debajo de las murallas hay otras murallas
que ocultan otras murallas:
Ur y Jericó, Nínive y Nimrud.
Y sobre las ruinas,
donde se han desvanecido los suspiros de los enamorados
y el crujir de dientes de los desnudos esclavos,
hay unas colinas, habitadas por hormigas y por grillos,
que reverdecen por primavera.
A ellas acude el pastor de la aldea
para entregar su torso desnudo al rocío de la mañana.
Pisa una cabeza
ante la que se doblaban millones de rodillas
y perfumaban las manos de las bellas.
¡Ay de mí!
Oculta las penas de tu corazón cantando.
Tu hijo ha descendido al valle
para recorrer las ruinas
donde las bellas, cubiertas de polvo,
pasean por las murallas
que ocultan otras murallas
y otras murallas.
Entra en los patios de las ciudades desiertas
y sólo encuentra extensos muros
perforados por vanos ciegos.
El ruinoso suelo de mármol se extiende
bajo los ecos de las voces de los cantores.
¡Ay de mí, noche!
Los cantores se han ocultado detrás de las colinas
donde viven las hormigas y los grillos,
los reyes de mármol esperan sin esperanza
y el estiércol de los asnos cubre la historia de los imperios,
el recuerdo de las conquistas
y el derramamiento de sangre.
Oculta el deseo.
Oculta tu deseo y el de todos los descendientes bajo sus pies.
La lujuria de los años ataca sus carnes
y los lanza contra los derruidos muros.
Se reúnen los hermosos labios
en copas de loza
y gotean el jugo de las arterias y la yugular
para dibujar con ellas la pasión de la noche
sobre páginas de piedra.
El águila captura el sol con su pico
y la serpiente destila la sabiduría de su veneno.
Oculta la pasión, ocúltala,
y ponte los brazaletes de oro, los brazaletes de plata,
los brazaletes de la pasión y el afecto.
Ur y Nimrud, y las prostitutas sagradas
en los templos de Babel y de Biblos
ofrecen sus cuerpos a los extranjeros
para que reverdezcan las colinas
(sobre las murallas de las ciudades)
y tiemblen las espigas de oro y las amapolas de sangre
bajo las garras del cuervo y del milano.
Los labios de las viudas y los de las vírgenes tienen sed
(oculta tu hambre, ocúltalo).
La noche se extenderá sobre las murallas
que ocultan otras murallas
y otras murallas.
PÁGINA 29 – CUENTO
El tigre tiene que morir
Por Gregorio Echeverría (Santa Fe/Argentina)
Primero la seca y cualquier día de estos seguro se desbordan los ríos allá en la montaña o empieza la temporada de lluvias y en una semana ni una perdiz quedará a tiro por estos pagos de mierda. No crea Vuestra Merced que me esté temblando el pulso porque no soy hombre de hociquear a la primera de cambio, tenga la más completa confianza que está tratando con paisanos de a caballo y no con los cajetillas de Buenos Aires, que si ese fuera el caso bien y muy bien haría Vuestra Merced en mantener su desconfianza. El puerto solo da señales de vida como anticipo de nuevos males para estas pobres provincias y a no ser porque con los compadres de la quebrada solemos mantener despejadas las rutas para sacar cabezas en pie por el lado de Tarija y tampoco faltan manos dispuestas en los pagos cuyanos para arreglar los traslados de ganado grande siguiendo el claro ejemplo que hace unos cuantos años nos diera el señor Gral. Dn. José de San Martín, mala se vería nuestra menguada economía obligados a negociar con los buitres del puerto, que no se privan ellos por cierto y en desmedro de las vanas protestas de federación y soberanía de hacer sus negocios y cocinar sus chanchullos hoy con los portugueses y mañana con los ingleses y los franceses y si mal no viene con los propios agentes de Fernando, que bien ha de estar al tanto Vuestra Merced que no es tan de creer aquello de que muerto el perro se acaba la rabia, según echo de ver los oscuros intereses que aún se mueven por el lado de los borbones para instalar en estas tierras alguna princesa desocupada o uno de sus príncipes acacarañados. De los afrancesados de la aduana ya sabe uno a qué atenerse, pues no basta con que alguna de estas melenas empolvadas haya hecho más o menos buen papel en estas tierras para olvidar que la revolución que tanto pregonan y con la cual se llenan la boca poco o nada de bueno ha dado para estos mundos, como no sea la angurria de armar ellos una gran república o un reino floreciente según de dónde les soplen los vientos, aún a costa de mantener en sus colonias la arbitrariedad y el abigeo amén de la trata de esclavos que dicen haber extirpado en base nada más a palabras bonitas y acciones deleznables. Vuestra Merced me excusará de dar opinión acerca de los ingleses por entender este servidor que a estar de comentarios nada de despreciar que por estos pagos han corrido en más de una ocasión, no parece Vuestra Merced excesivamente disgustado con ellos y no le resultan del todo desafectos muchos de sus súbditos que asolaron las costas y puertos de medio mundo socorridos por las patentes y garantías de sus soberanos, quienes cambiarán de cabeza las coronas pero no dejan de resguardar los privilegios de su imperial león con melena y todo. Eche Vuestra Merced la culpa de estos dislates a la crasa ignorancia de este gaucho que no tiene otras luces que las de haber aprendido a sobrevivir en las más ingratas circunstancias maguer el hambre, las pestes y la codicia de los señores hacendados y los negociadores de la aduana que a fuerza de navegar en aguas de podredumbre han perdido no solo la vergüenza sino asimismo el olfato de suerte que han terminado por acuñar el bonito aforismo de que la plata no tiene olor ni color. Pero sepa Vuestra Merced y no le quepa de ello la mínima duda que el gauchaje de tierra adentro habrá perdido hasta la costumbre de comer todos los días y reposar el cuerpo sobre una cama decente pero mantiene en alto estado de vigilancia sus orejas y narices para evitar que los señores de la ciudad les sigan metiendo gato por liebre como es su gusto y costumbre hacer y de lo cual incluso se jactan, porque para ellos no somos más que unos gauchos brutos y cualquier general de tintorería o cualquier maestrillo Siruela se atreven a preconizar cualquier exacción a nuestra costa según la nuestra es sangre de gauchos y nada más sirve para abonar la tierra en un pie de igualdad con la bosta de las caballerías.
Ha de perdonar Vuestra Merced esta efusión de mal humor pero habrá de hacerse cargo de que la magnitud de la empresa que se me encarece no tiene cabida sino en un espíritu aireado de bajas pasiones y debidamente enjuagado de inquinas y bajos sentimientos o cualquiera otra pasión que no sea la de servir al alto destino de unificar de una vez por todas unas provincias atormentadas por tanto descomedimiento y tanta mentira y tanto desacierto que no parece sino que el diablo en persona se regodeara en trabar y entorpecer cuanto intento se pretenda llevar a buen término pues no parece sino que hasta los árboles y las piedras tuvieran oídos para salir al encuentro de todo cuanto pudiera significar un avance en cuestiones de bienestar y aseguramiento de los bienes de la libertad para nuestros suelos.
Es completa y harto aleccionadora la relación que Vuestra Merced se digna remitir por mano de la mayor confianza acerca del peligro que tigres y animales de tal laya representan para todo futuro plan de unidad y de concordia, visto que el tigre es animal cebado a sangre y carne y está en su misma naturaleza el acometer y atropellar cuanto artificio o fábrica de humana inteligencia se interponga en su camino, pues no es el razonamiento ni la luz del espíritu lo que lo empuja sino la directa satisfacción de su impulso selvático y bravío de tal suerte que cualquier conducta en contrario de su parte no debiera verse como mejoría capaz de suscitar inmerecidas expectativas sino por el contrario como artimañas de fiera habituada a los gambitos y verónicas de esos seres desgraciados que marchan por la vida como si la vida misma anduviera a la caza de sus cabezas y no tuviera el mundo otra prioridad que su aniquilamiento y perdición.
Extirpar al tigre no debiera verse entonces a mi modesto modo de ver como mero capricho de gentes de ciudad temerosa de aparecidos y otra laya de historias con que los ciudadanos se regalan en noches de invierno alrededor de la lumbre, sino antes bien como una prolija y meditada decisión de abrir el camino a una etapa de legítima civilización en medio de estas breñas que harta dificultad acarrean a quien quiera correr la aventura de colonizarlas para hacer de ellas modelo y ejemplo de la humana industria, porque es impensable ya no la práctica sino la mera idea de un proyecto de país sujeto a los caprichos y veleidades de estas fieras que todo lo minimizan y atropellan so pretexto de imponer como ley lo que no es sino cabal expresión de sus caprichos y desaforadas pretensiones. Clara ha sido la muestra que dieron en su momento con el negocio de las minas que todo redundó en un resonante fiasco en desmedro de las legítimas aspiraciones y perjuicio para los intereses locales según terminamos perdiendo la última ceca en condiciones de acuñar moneda de alta ley y un banco de rescate de pastas pensado a la medida de nuestras necesidades y no al servicio de los especuladores del Dr. Lingotes y su camarilla capitalina.
Hemos de hacernos cargo de que lejos se está de haber derrotado de una vez para siempre a los señores de la banca, toda vez que desalentados del negociado de las minas se abocaron con máxima diligencia y falta de decoro a la contratación de un empréstito que mucho me equivoco o ha de acarrear a la nación tanta o más desgracia de la que podamos hasta el día de hoy poner a la cuenta de nuestros tironeos con los chapetones que nos pretenden heredar y perpetuar las cadenas del inicuo borbón y su recua de notarios, chambelanes, monseñores y contratadores. No he de hacer hincapie en la cuestión de la nacionalidad de los banqueros que en mala hora lograron finiquitar este negocio con el falsario que se hizo a sí mismo presidente con suma de poderes, porque vuelvo a recordar que Vuestra Merced no los mira con malos ojos aunque sabrá V.M. perdonar mi impertinencia si me permito recordarle lo poco que hace que este siniestro personaje ha intentado desembarcar de nuevo en nuestras tierras y de no mediar un recurso honorablemente interpuesto por personas de buen pensar ahí lo tendríamos de vuelta al muy ladino avanzando su negra panza y sus menguados cànones morales en contra de nuestra ya demasiado maltrecha nacionalidad y no escapa a la fina percepción de Vuestra Merced que mis propios intentos de abordar el buque en que se encontraba preso en la rada misma de su antiguo centro de operaciones no llevaban por intención el rendirle pleitesía ni alguna clase de consideraciones desde ya indebidas sino el deseo incontenible de terminar sus trapisondas con un par de buenas puñaladas que no otro mérito es el que la posteridad ha de acreditarle cuando las aguas se aclaren y todo vuelva a sus necesarios niveles y realidades, lo de arriba puesto arriba y lo de abajo vuelto para siempre hacia abajo de donde nunca debió de haberse movido.
Permita pues Vuestra Merced que al margen de lo dicho insista vuestro humilde servidor en cursar las necesarias instrucciones al amigo Santos Pérez para que proceda según anteriores pliegos en el sentido de interceptar el paso de la diligencia que ha de bajar a mediados de la próxima semana de tierras de los señores de Ibarra con rumbo a la ciudad de Córdoba y sin mediar explicaciones y sin importarle ni hacerle mella la identidad de los viajeros proceda a la ejecución en el sitio de la persona que encabeza el grupo junto con toda su comitiva, escolta y postillones. De cada cual se requiere en esta instancia su cuota de renuncio y no ha de ser un servidor el primero en defeccionar y hacerse a un lado a la hora de las nobles determinaciones y los personales sacrificios, todo ello para que finalmente logre Vuestra Merced hacerse de la suma del poder público con anuencia y consentimiento de la mayoría de nuestras gentes y el total de las provincias de esta pavorosa patria desunida.
No guarde reserva Vuestra Merced ni le quepan dudas de que la muerte del tigre es a la par de necesaria para la definitiva pacificación de estas tierras atormentadas, obligada en sí misma como un ejemplo de imposible refutación de que a la hora de la verdad el futuro de las instituciones está y estará siempre muy por encima del presente efímero de los hombres. Suyo afectísimo y con el más profundo respeto Juan Facundo Quiroga, brigadier general.
PÁGINA 30 - ENSAYO
La relatividad del horror
Por José Antonio Lugo (Distrito Federal/México)
El 8 de agosto de 1945, Elías Canetti escribió en su Diario: “La materia está rota; el sueño de la inmortalidad, hecho trizas; estábamos muy, muy cerca de hacerlo verdadero. Las estrellas que habían llegado a estar tan cerca, están perdidas ahora. Lo más pequeño ha vencido: paradoja del poder. El camino que lleva a la bomba atómica es un camino filosófico: hay caminos que llevan a otras partes, caminos no menos seductores. Oh, tiempo, tiempo para encontrarlos: a lo mejor has perdido catorce años en los cuales hubiera sido posible salvar algo. De ahí que nada te distinga de aquellos que en estos mismos catorce años han estado trabajando para la destrucción”.
El Dr. Aue, protagonista de la novela Las benévolas, de Jonathan Littell, afirma: “Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No estoy arrepentido de nada; hice el trabajo que tenía que hacer, y ya está. Estoy escribiendo estos recuerdos para activar la sangre, para ver si puedo aún sentir algo, si todavía sé sufrir un poco. Curioso ejercicio. Decir que al frente de ‘las atrocidades’ se halla una minoría de sádicos y de trastornados, es, como espero demostrar, una ilusión que consuela a los vencedores. Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores”.
El Dr. Aue ha amado a su hermana y, al no poder continuar con ese amor, ama o se deja amar por los hombres. Es un criminal, un asesino y un hombre culto. Reclutado por las SS, llega a teniente coronel, vive la liquidación de judíos y comunistas en Ucrania y el espanto de Stalingrado. En una escena dispara y dispara y dispara, hasta que un subalterno lo hace a un lado y el narrador confiesa que su brazo seguía moviéndose como un autómata, obsesionado por la muerte. Una bala atraviesa su frente y salva la vida sin merma de su inteligencia. Mata a su madre y a su padrastro y no lo recuerda y no logran comprobarle nada, pero mata a sus sabuesos, y luego a su mejor amigo. Ve caer el III Reich en Berlín. Parece indestructible, y lo es. Es el sobreviviente de Canetti, que sigue vivo para describirnos el horror, desde su nueva vida burguesa, vigilando unos telares. Nos lo cuenta sin culpa, sin remordimiento; su somatización es una diarrea y un vómito continuos. La novela nunca deja de conmovernos y de asquearnos, por partes iguales.
En una larga entrevista, Littell afirma: “La cultura no nos protege de nada. Los nazis son la prueba. Puedes sentir una admiración profunda por Beethoven o Mozart y leer el Fausto de Goethe, y ser una mierda de ser humano. No hay conexión entre la cultura con C mayúscula y tus opciones políticas o éticas (…) Nuestra sociedad se desliza por la memoria que le queda de haber formado parte de los buenos. Vive de los restos. (…) Yo no creo en la esperanza. No tengo esperanza en nada. Si nos fijamos en el mundo, todo es un horror. Ser una persona decente se pone difícil. En Occidente creíamos que habíamos encontrado un equilibrio, pero para el resto de la humanidad, la vida es una pesadilla”.
De un lado Canetti, el humanista, el guardián de la tradición, el sobreviviente durante muchos años del esplendor del Imperio Austro-Húngaro; del otro lado, Jonathan Littell, un joven de 36 años que escribe una novela que gana el Premio Gouncourt, un hombre sin esperanza. Todo esto me recuerda una obra de teatro de Ionesco, El asesino sin escrúpulos. Un asesino mata cada noche en una plaza a alguien. El humanista se topa con él y trata de entenderlo. Le dice mil y un discursos: Seguramente de niño te maltrataron, te puedo entender; o eres un nihilista y luchas contra el poder, te comprendo; o lo que haces es fruto de tu odio, no eres culpable. Las palabras no sirven. La obra termina cuando el puñal del asesino sin escrúpulos cae en el corazón del humanista. ¿Visión pesimista? ¿Y Darfur, y Serbia, y Ruanda, e Irak? El horror y la muerte, la belleza y lo sublime son parte de lo humano. Como especie nos conforman y nos habitan, por partes iguales.
PÁGINA 31 – CUENTO
Instrucciones para el sepelio de una mula
Por Ricardo Juan Benítez (Buenos Aires/Argentina)
Jeremías respetaba cada una de sus rutinas. El creía en lo que decía El principito: “los rituales son importantes”. Recién levantado se tomaba una de sus interminables duchas. Su higiene personal la completaba con afeites y lociones. Luego se vestía con su riguroso traje oscuro, zapatos negros, corbata al tono y su maletín de cuero parecido al de los médicos. Luego compraba el infaltable periódico en el kiosco de la esquina. Antes de salir, dejaba un vaso de agua con las medicinas al alcance de su mujer. Único gesto de ternura que se permitía por las mañanas.
Jeremías sabía de memoria el horario de los diferentes colectivos. Si por algún motivo sufría alguna demora entraba en estado de angustia. Esa mañana marchaba todo de acuerdo a lo esperado. Tenía tiempo para saborear su café cortado mitad con leche y hablar con Ricardo, el mozo, de fútbol o política. Por último leía las noticias y comenzaba el crucigrama. Unos minutos antes de su horario de entrada, ingresaba a su trabajo.
-¡Buenos días Jeremías!... ¿Tomás una taza?-Le dijo Gabriel, con la cara del que ha pasado la noche como vendedor de guardia.
-No gracias, vengo del bar. Me voy arriba a acomodar las cosas.
-Bien, todavía falta para que lleguen los demás… ¡Ah!... hay dos nuevos arriba.
-O.K., luego nos vemos-Se despidió Jeremías.
Rápidamente se puso la bata blanca y el barbijo. Entró en la sala fría recubierta con azulejos blancos. El piso era de mosaicos grises. Todo el lugar daba sensación de asepsia. Ahí en el medio de la habitación estaban los dos nuevos.
La primera era una muchacha de unos veinticinco años. El tono bilioso de la piel y el color morado de los dedos mostraban un poco prometedor caso de muerte natural. Tal vez una afección cardiaca. Comenzó a trabajar en el cadáver, en unos instantes le había lavado y hecho una cosmética especial. Luego trajo un ataúd y la acomodó. El cuerpo era un poco largo. Pero no había necesidad de quebrarle ningún hueso para que entrara en el cajón estándar que pagaba la obra social. Le puso la mortaja y la llevó contra un rincón. La tapa la dejó apenas apoyada.
El otro tipo era enorme. Unos 120 o 125 kilos, a lo menos unos 2 metros de alto. Calzaba el 45 y las manos eran proporcionales. Iba a necesitar ayuda para moverlo. Retiró la sábana que lo cubría y casi dio un grito de asombro. El tipo tenía una profunda herida a la altura del hígado. ¿Qué hacía un cadáver como ese en la funeraria? ¿Ya se habrían cumplido con los requisitos que exigen las leyes? Luego le preguntaría a Armando.
Tomó el maletín y extrajo una caja plateada con instrumental quirúrgico. Y el libro con el que estudiaba patología.
Su mujer le tenía por un don nadie. Un burócrata de la muerte. Un tipo que lo único que había hecho en los últimos veinte años era embalar cadáveres. ¡Pero el le iba a demostrar cuándo se recibiera de médico forense!
Jeremías se tomaba ciertas libertades en su trabajo. Por ejemplo cuándo higienizaba los cadáveres… el realizaba prácticas. Cortes, suturas y extracciones de tejido. Aquel hombrote daba para el estudio.
El tajo era un trabajo de profesional, hecho con un cuchillo de supervivencia como el que usan los comandos. El filo había quedado hacia arriba. El corte fue ascendente. Esto se veía en la forma de la herida. La herida superior era limpia y profunda; en la parte inferior del tajo había desgarros producidos por la forma aserrada que tienen esos cuchillos en la parte de arriba.
Tomó el bisturí y unas pinzas. Con sus manos enguantadas puso el cadáver de costado en el lavatorio. Luego realizó una incisión casi sobre el estómago. Miró la hora. Tenía tiempo. Las tripas estaban anegadas de sangre. El tipo pese a ser colorado y rubicundo tenía una extrema palidez. No solo había perdido sangre, sino que las hemorragias internas habían terminado con él. Hundió las manos cerca de la glándula biliar y luego palpo lo que le quedaba de hígado. La cuchillada le había interesado el bazo y parte de los intestinos. Seguía revisando Jeremías cuándo sintió algo duro en el estómago. Trató de atraparlo pero se hundió en la gelatinosa cavidad. Volvió a palpar la bolsa estomacal… y ahí estaba. Con cuidado la seccionó. En su mano apareció un paquete como de celofán. Lo puso bajo la canilla y lo limpió. Dentro se veía un polvo blanco, como maicena. No era ningún comestible. El sabía lo que era.
-Cocaína-Pensó escéptico.
Volvió a hundir las manos en el estómago. Empezó a extraer más cápsulas. Eran casi dos docenas. Calculó que el peso sería algo así como un kilo y cuarto.
-¡Jeremías!-La voz de Gabriel en la escalera-¿está lista la muchacha?
Corrió y tomó la sábana que había cubierto a la chica. Hizo un bollo y lo introdujo en el tajo del cadáver del tipo. Luego tomó la otra sábana y lo cubrió.
-¡Si! ¡ya está!-Respondió jadeante.
-¡Epa! ¡Que trabajo hiciste con la muchacha!-Dijo admirado Gabriel.
Tomaron la tapa y la aseguraron con sus herrajes. Luego lo llevaron a la cinta transportadora que la llevaría al subsuelo. De allí al furgón que lo depositaría en el velatorio.
-¡Ah! ¿Cuánto te falta para el holandés?
-¿El holandés?
-Ese tipo-Dijo Gabriel señalando el cuerpo en la camilla.
-Más o menos… este… una hora-Dudo Jeremías.
-¿Seguro?
-¡Seguro!... ya mismo pongo manos a la obra.
Jeremías tenía las ideas agolpadas en su cerebro.
-¡Los paquetes!-Pensó con desesperación-¿Los habrá visto Gabriel?
Ahora ya no tenía importancia. Se sentó y miró sonriente la caja refrigeradora que estaba frente suyo. Ya tenía la solución para ocultar el botín y despachar al holandés.
Lo primero era hacer su trabajo. Por mucho que pesara el muerto el haría aquello sin ayuda.
Jeremías no lo sabía, pero las decisiones y las acciones que estaban por tomar, cambiarían en menos de veinticuatro horas su vida rutinaria.
Él era uno de los pocos que conocían una técnica relativamente nueva en el país. La tanatopráxia. El se encargaba de acondicionar los cadáveres para viajes de traslado. Sin necesidad de refrigerarlos. Simplemente les quitaba las secreciones y humores internos. Luego trataba el cuerpo y sus vísceras con espermicidas y germicidas. Por último realizaba un arreglo cosmético y lo acomodaba en el ataúd; ya listo para el traslado.
Aunque no tenía ganas de almorzar cruzó al bar. Se sentó en la mesa usual.
-¿Doctor le traigo el cortado mitad y mitad?-Preguntó Ricardo diligente.
-No… traeme una grapa…
El mozo se lo quedo mirando intrigado. Ese era el primer cambio imperceptible en la conducta de Jeremías. Hacía años que no tomaba alcohol.
-¡Ricardo!... la grapa…
-Si… doctor.
Hacia años que había desistido de la idea de explicarle a Ricardo que el no era ningún doctor… todavía. Cuándo volviera el mozo tenía otro favor que pedirle. Una vez habían hablado de unos chicos drogadictos. Uno trabajaba en el bar de lavacopas. Estaba limpio. Pero seguía en ese barrio pesado de amistades peligrosas.
-Doctor, la grapa-Lo miró asombrado Ricardo, mientras tomaba un trago.
-Ricardo, necesito un par de favores.
-Si… doctor… lo que guste.
-Primero necesito que me guardes esto un par de días-Sacó la caja de metal con el instrumental quirúrgico. Retiró un bisturí que se guardo en el saco. Luego se la entrego.
-Lo voy a llevar al cofre dónde guardo mi ropa de calle en el vestuario-Dijo Ricardo mientras se iba.
No tardó demasiado en volver. Jeremías le pagó la grapa y le dejó el vuelto.
-Ricardo traeme otra grapa. ¡Ah!... quiero hablar con el chico ¿Cómo se llama?
-No se lo dije doctor-Ricardo lo miró con severidad-¿Para que quiere hablar con ese?
-Tengo… tengo que-“¿Que se me puede ocurrir?” pensó-que hacer unos… unos arreglos-“¡Eso era!”-y necesito unos albañiles… baratos… entonces yo pensé…
-Doctor a estos no les gusta el trabajo… usted no tendría que…
Jeremías se sorprendió de su propio tono de voz al interrumpirlo:
-¡Ricardo! quiero hablar yo con el chico ¡No tus consejos! ¿Entendido?
-¡Si doctor!-Retrucó servil- ya voy.
-¿Cómo se llama?
-Chelo, le decimos Chelo.
El muchacho se acercó a la mesa mirando desconfiado.
-Hola ¿vos sos el Chelo? vení sentate aquí.
El chico se sentó y miró alrededor. No estaba nada cómodo.
-Mirá Chelo… si yo tuviera un kilo y medio de coca ¿encontrarías un comprador?
-¡Yo señor no se nada! ¡Estoy limpio! hace mucho que no tomo-Se desesperó el muchachito.
-¡No seas estúpido! - tranquilizate -Otra vez empleo un tono de voz autoritario que jamás había utilizado- yo tengo aproximadamente un kilo y medio de coca. Parece de la buena… si me conseguís comprador una parte es tuya. ¿Cuánto se puede obtener?
-Unos… cuatro mil…
-¿Cuatro mil pesos?
-Cuatro mil dólares.
Era una pequeña fortuna para Jeremías.
El chico estaba asimilando la información. Lo miró a los ojos y le dijo:
-Tengo que hacer unos llamados.
-Anda… yo te voy a esperar acá.
Ricardo miraba con gesto de desagrado.
-Doctor a estos no les gusta el trabajo. Son vagos.
Jeremías se cruzó los labios con un dedo y el otro se calló.
Chelo estaba de vuelta.
-Mañana al mediodía nos lleva al lugar dónde está…
-¡No! tiene que ser un lugar neutral. Que me llamen acá y nos ponemos de acuerdo el lugar de la entrega-Le dijo al Chelo.
Ricardo se aproximó y se quedó mirando. Jeremías para disimular, saco una tarjeta y se la dio al Chelo:
-Esta es la dirección. Mañana al mediodía ¿Está bien?
El muchacho tomo la tarjeta y dijo:
-Si está bien, doctor.
-¡Me parece que se amontonan las copas! ¡Chelo!-
-La culpa es mía… para la grapa… y deja el vuelto.
El gesto del mozo se dulcifico.
Jeremías cruzó a la funeraria. El cadáver del holandés ya había sido despachado. Al Aeropuerto Internacional de Ezeiza y de allí a Ámsterdam.
Terminó algunas cosas pendientes. Al cumplirse el horario salió rumbo a su hogar. De pasada entró en el supermercado coreano de la cuadra. Compró una botella de vino selección y un pedazo de queso gruyere.
Su esposa estaba mirando la telenovela. Cuándo entró dio vuelta la cabeza y dijo sin mayor interés.
-Hola ¿Cómo estás?
-Bien, voy a la cocina… no te molesto.
-¿Qué… ahora Tomás?-Pregunto con gesto agrio.
Los cambios en Jeremías seguían:
-¡Si! ¿Y que?
Tal vez haya sido por el tono de la voz. O por su gesto. Ella estaba belicosa como de costumbre. Pero se cayó y siguió mirando su programa.
Una vez en la cocina Jeremías busco una copa y algo con lo que destapar la botella. La copa no le dio demasiado trabajo. Para destapador utilizó una navaja que siempre llevaba consigo. Tenía múltiples usos. Cortó el queso en pedazos y agregó algunas rodajas de pan viejo. Bebió el vino despacio mientras picaba el queso. Hacía años que Jeremías no estaba satisfecho consigo mismo. En aquel momento sentía algo muy parecido a la alegría. Se sentía dueño de la situación, y aún, de su propia vida.
A la mañana siguiente se despertó aún en la cocina. Se había quedado dormido en la silla. Miró la hora. Iba con atraso. No se podría duchar, se refrescó un poco el rostro en el lavabo y se echó un poco de perfume. Se acomodó un poco el traje y salió.
No le sobraba el tiempo, pero su parada en el bar era sagrada.
-Doctor, buenos días ¿Vio el noticiero?-Preguntó el mozo.
-No… no tuve…
-Espere, escuche doctor.
Una placa roja con letras blancas:
CASO DE NECROFILIA CAMINO A EZEIZA.
La voz vibrante del locutor anunciando:
“Como adelantamos fue encontrado un cadáver dentro de un furgón funerario camino al Aeropuerto Internacional de Ezeiza. El furgón estaba abandonado con su macabra carga mortuoria. Al cuerpo le extrajeron íntegro el estómago. Las autoridades se encuentran desconcertadas… hay más informaciones…”
Jeremías estaba pálido y preocupado. Tanto que no terminó el cortado. Cruzó a la funeraria.
Armando estaba conversando con dos hombres de traje y aspecto severo.
-¡Jeremías! los señores son de la policía. Quieren hablar contigo.
-¡Si, por supuesto!-Jeremías fingió una jovialidad que no sentía-¿Puedo hablar un segundo con vos?
-Si… ya vuelvo señores.
-Armando estamos en problemas-Estaba tratando de hablar en forma calma-el cadáver ese no era un caso normal. Al tipo lo habían matado…
-Pará, tranquilo… esto lo arreglo yo…
-¡Mejor que lo arregles! cuándo hagan la autopsia se van a dar cuenta que el tajo sobre el hígado no era “post morten”, que la causa de la muerte fue una cuchillada y porque se desangró. Lo asesinaron y nosotros…
Armando lo tomo del brazo y le dijo:
-Jeremías, quedate tranquilo… vos nada más decile que hiciste con el cuerpo. Del resto me encargo yo ¡No va a pasar nada!
Jeremías estuvo un buen rato con los policías. En realidad todo era muy rutinario, todavía los tipos no estaban lo suficientemente suspicaces. Tal vez en la próxima visita fueran más agresivos.
-Bien amigo, puede que lo necesitemos de nuevo… usted sabe
-¡Acá voy a estar! para lo que necesiten.
Los acompañó hasta la puerta. Luego que se fueron fue a ver a Armando.
-Armando me siento un poco mal… te quería pedir…
-¿Permiso para irte? ¡Claro hombre! anda nomás. Y lo que te dije, quedate tranquilo que nadie va a averiguar nada, yo ya lo arreglé…
De todas maneras estaba intranquilo. Pasó por el bar para ver que pasaba con el Chelo.
-Ricardo ¿Lo llamás al Chelo?
-Hoy no vino a trabajar ¡Le dije doctor son vagos!
Ricardo se dio vuelta para atender el teléfono que sonaba en la barra.
-Doctor es para usted-
Jeremías tomó el auricular algo confundido.
-Si…
-Hola papá… somos los albañiles. Estamos en tu casa-La voz sonaba curiosamente molesta-Vení para acá con la mercadería ¿Sabés?
-Si, entiendo-Jeremías puteo su suerte. Puteo al tipo del otro lado de la línea. Y puteo la puta idea que había tenido de darle la tarjeta a ese tipo.
-Papá, no nos vas a cagar… ¡Por que hacemos un desastre!
-¡Y te quedas sin nada!-Otra vez Jeremías estaba irreconocible-Le tocas un pelo y tiro todo al inodoro ¡Idiota!
-¡Pará gil!... (1)
-Quiero hablar con mi esposa.
-Ya te paso ¡Señora!-Gritó
-¡Pero me hubieras avisado!-Era ella sin dudas-¡Está todo desarreglado y…!
-¡Callate y escuchame!-La hizo callar-Quedate tranquila… ya voy para allá.
-¿Todo bien, jefe?-la voz del “albañil” en el auricular
-Todo bien. Voy con eso.-respondió él.
No tenía mucho tiempo que perder, tomó un taxi.
Al llegar uno de los tipos le abrió la puerta. Eran tres bastante mal entrazados.
-Nosotros cumplimos ¿Y vos?
-Jeremías los muchachos desde que llegaron no han hecho nada ¿les explicaste el trabajo que tienen que hacer?-La mujer irrumpió entre ellos.
La tomó del brazo y con una furia inusual le dijo:
-¡Andá y encerrate en la cocina! cuándo yo me vaya con los muchachos salí ¿entendido?
Sumisa y sin nada más preguntar se fue sin siquiera mirar para atrás
-¿Y papá? ¿La merca…? (2)
-¡Mirá pedazo de mierda yo no soy tu papá! y no la traje.
-¡Pero…gil! Te vamos a hacer boleta a vos y a la vieja… (3)
-Escucha bien-El gesto fiero y las palabras de Jeremías detuvieron al tipo que parecía el líder-Ahora nos vamos de acá y los llevo a dónde está la coca. Lo que te dije… la tocan y no ven un gramo.
-Está bien, vamos.
Los cuatro salieron y cruzaron la calle hasta un Ford Falcón desvencijado. El jefe se sentó al volante. Jeremías atrás con un mono de cada lado.
Un tubo negro y grueso de metal entró por la ventanilla del conductor y se depositó sobre la sien del tipo. Otros dos silenciadores entraron por las ventanillas traseras.
-Bien muchachos… gracias. Ahora nos hacemos cargo nosotros ¡Vos bajá!
Jeremías pasó por encima del tipo de la izquierda, una vez fuera del auto una mano vigorosa lo tomó del cuello y lo llevó a otro vehículo.
Mientras se alejaba escuchó las explosiones apagadas de las armas. Una especie de ¡Plop!, seguidas de otros ¡Plops! Y un último y definitivo ¡Plop!
Los cuerpos se retorcieron por los impactos y el líquido rojizo manchó los paneles y salpicó los vidrios.
Jeremías estaba de nuevo igual que antes, sentado atrás con un tipo de cada lado. El que se sentó adelante se dio la vuelta y le habló:
-Nosotros somos los dueños del paquete ¿Entendés?
-Entiendo.
-Queremos el paquete y nadie va salir lastimado. Incluso su esposa y usted podrán morir de viejos. Pensar en esto como una anécdota ¿la tenés?
-La tengo.
-¿Dónde?
-Vamos a la funeraria.
-¡Me estás jodiendo!-Dijo el tipo fuera de si.
-No jodo con algo tan delicado. A la funeraria.
Llegaron ya pasada la hora de cierre.
-Voy a pegar un vistazo. Hasta pueden estar los medios… o la policía.
Jeremías era personal de confianza y tenía antigüedad en la firma. Tenía un juego de llaves. Abrieron. No prendieron las luces, solo se manejaban con una linterna.
-¿Adónde?
-A la sala mortuoria.
Jeremías había cambiado decididamente. No estaba cohibido ni asustado. Estaba esperando su oportunidad. Hasta había acariciado el mango del bisturí en un par de ocasiones dentro de su saco. Y esa parecía una buena oportunidad. Los tipos duros… los asesinos que venían a buscar la mercadería sin importarles nada parecían tenerles miedo a unos fríos cadáveres. O le había parecido o creyó verles titubear antes de entrar en la sala oscura dónde reposaban un par de cuerpos cubiertos por sábanas. Pateó un cubo de basura de metal que cayó con estrépito. El haz de luz de la linterna le abandonó unos instantes. Entonces asesto el golpe. Un tajo limpio al cuello de uno de los tipos. Se oyó el porrazo pesado del cuerpo contra el suelo. Luego como un sonido burbujeante y agónico del tipo que se ahoga en su propia sangre. Arrojó un golpe y la linterna voló por los aires. Entonces un par de fogonazos anaranjados hirieron la oscuridad. Jeremías había tratado de huir rápido. No lo consiguió. Como dos hierros candentes se le hundieron en sus músculos. Un dolor insoportable que lo desmayó.
Cuándo Jeremías volvió en si lo primero de lo que tuvo conciencia fue de la oscuridad y el frío atroz. El hombro le dolía horrores. Trató de incorporarse pero su cabeza golpeo con algo muy duro. Entonces se movió a un lado. Esta vez tampoco pudo zafar del lugar en el que estaba. En el otro lado también había una pared. Parecía estar dentro de una bañera. Rebuscó en el bolsillo y sacó un encendedor. ¡Estaba dentro del cajón refrigerador! El asesino le había dado por muerto y lo había guardado ahí.
Jeremías sabía que si mantenía la calma podría salir. Sacó la navaja. Iluminándose con el encendedor empezó a trabajar en la traba del cajón. Hizo un poco de fuerza y libró la pestaña. Luego empujó y el cajón se deslizó sobre los rieles. Dos centímetros. A lo sumo tres. Volvió a probar. Nada. No se movía. ¡La maldita camilla! seguro que el armazón estaba apoyado contra el cajón. Entró en pánico. Con frenesí comenzó a patear y forcejear. En plena lucha lo sorprendió el cansancio. Sus movimientos se hicieron más lentos. Sus párpados comenzaron a cerrarse. Y sin darse cuenta quedó dormido en su tumba de hielo.
A unos pocos pasos, en otro cajón, el cadáver de un muchacho con el cuerpo lleno de cocaína sería cremado aquella misma mañana.
GLOSARIO:
gil: tonto, bobo.
merca: mercadería, en este caso: droga.
“hacer boleta”: argentinismo por: matar.
PÁGINA 32 – ENSAYO
Los caminos de la creación
Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)
“Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismos, de demoras”. (Pitol, 1999: 113). Son palabras de Sergio Pitol en su fascinante y seductor libro “El arte de la fuga”. Sí, la creación no sólo demanda rigor y paciencia sino aislamiento sonoro, reflexión apasionada, equipajes con los cuales el poeta emprende su marcha por ese difícil oficio o arte endiablado como llama a la poesía Dylan Thomas; alforjas con las que llega a regiones inéditas, imprevisibles, secretas. En su itinerario quizá lo acompañen unas cuantas lecturas, sus amores, ciertas músicas y ciudades, como también su infancia, región que contiene los ritmos primigenios de sus poemas.
“El arte sucede cada vez que leemos un poema” manifiesta Jorge Luis Borges. El arte es cada vez una experiencia tan extraña, igual a la transformación del agua en vino. La poesía es metáfora sobre el tiempo, palabra realizándose en el tiempo, finitud creándose. El artista se sumerge en el agua de Heráclito, está hecho de múltiples ríos que brotan de una memoria inagotable, pues todo en él es flujo creativo, fuente que bautiza las cosas como por primera vez, palabra río, humedad esencial acariciando los objetos, imponiendo un nombre a cada ente, a cada ser, imantando la realidad de ese líquido germinal que son las palabras, signos encantados.
En los caminos de la creación, al poeta lo acompañan distintas propuestas poéticas; de ellas aprende los secretos de su oficio, pero contra éstas se rebela. Dialéctica de estar adentro y afuera de su tradición; exilio y casa materna, lejanía y cercanía. Esto lo verifica cada vez que emprende sus encuentros y sus búsquedas. Escribir es un acto de extranjería, es inventar a un otro, tan complejo y extraño como su propio yo. Pero a la vez, escribir es un acto de encuentro, de descubrimiento de sí mismo, una justificación para seguir vivo sobre esta pelota terrestre. Extranjería y justificación son condiciones que siempre lo acompañan incondicionalmente.
De estas situaciones parte uno de los traumas estéticos que más han preocupado a los artistas en la modernidad: el de vivir para la obra rechazando la vida, o el abrazar la vida rechazando la obra; ideal estético versus pasión ética. Dicha conflictiva relación entre escritura y vida fue superada en el siglo XX por las Vanguardias, las cuales liquidaron su dicotomía: tanto la vida como la obra forman una totalidad que se enriquece debido a sus contradicciones. Asumir la estética como una ética, y viceversa, ayuda a superar la grieta entre la pulsión creativa y la condición vital. Al respecto, recordemos esta sugerente frase de Jorge Gaitán Durán: “Todo edificio estético descansa sobre un proyecto ético. Las fallas en la conducta vital corrompen las posibilidades de la conducta creativa” (1975:13). Por tanto, el poeta no concibe la creación de su obra sin que ésta se vuelva un barómetro de las sensibilidades de su tiempo y de las presiones de su existencia; sin que se transforme también en una veleta que registra la dirección de los procesos intra y extra estéticos de los cuales su proyecto ético no es ajeno. El mundo personal y social, las relaciones con el afuera cotidiano y político - que son su adentro pulsional -; los diálogos con las desgracias de la realidad, si son tratadas con aguda sensibilidad, conocimiento y rigor escritural, pueden surgir con gracia en la obra poética, construyendo un permanente y fructífero diálogo creador. Sin embargo, “en el instante de escribir, dice de nuevo Sergio Pitol, lo único que ha de saber, lo que cuenta de verdad, es que su patria es el lenguaje”. (1999: 146). Y yo aumentaría: su patria también es el universo, la libertad es su ley, la pasión su razón.
Elogiar al lenguaje como patria, me hace acordar de estos versos magníficos escritos por el poeta brasileño Ledo Ivo: “¡Cómo te soñé poesía! / no cómo te soñaron… / Me escondo en el bosque del lenguaje, corro por salas de espejos./ Estoy siempre al alcance de todo. Lleno de orgullo/ porque el Ángel me sigue a cualquier parte”. (“La infancia redimida”).
Aquí el poeta, ha hecho del lenguaje un bosque de asombros, un acto iniciático, el origen de los orígenes. Entonces se vuelve palabra, leve y grave, mísera y humana palabra. Aquel Ángel que lo sigue a cualquier parte, puede ser la infancia, la imaginación, el sueño o la realidad vueltos metáforas.
Frente al lenguaje, el poeta se impone la necesidad profunda de transformarlo, estremecerlo, subvertirlo. He aquí una propuesta de crear nuevas formas de vivir y pensar la palabra; una apuesta para cambiar la sensibilidad. Estos son sus signos de valentía creadora; signos de asumir con lucidez las contradicciones personales y colectivas, desde las cuales construye una obra heterodoxa, rica en divergencias, ambigua, compleja. Lucidez para desentrañar el lado oculto de lo real y para fundar otras realidades, posiblemente aún no horadadas.
“Cambiar el lenguaje no es cambiar al mundo, pero el mundo no cambia si antes no cambiamos el lenguaje”, (2000: 143), ha dicho Octavio Paz pidiendo al artista y al poeta sostener una actitud crítica y de reflexión sobre el lenguaje; una urgencia que va más allá del campo artístico y llega al económico y político. De modo que el poeta no sólo espera servirse del lenguaje, sino servir al lenguaje para transformar su praxis estética en una praxis social e histórica, en busca de autonomía analítica tanto de sus medios técnicos y formales, como de sus conceptos y nociones artísticas.
A esto se arriesga el poeta, por lo que se transforma en curador del idioma, en un permanente y atento vigía, pero también en su trasgresor más implacable, en un gestor de nuevas tonalidades y giros lingüísticos. Es una guerra de creación la que se inicia entonces. El poeta pelea con las palabras, suprime unas, impone otras, las elimina o protege porque las desea, y espera que ellas le cifren y descifren una vida, lo justifiquen. Escribir se asume entonces como una relación amorosa donde respeto e irrespeto, atracción y rechazo, conciliación y ruptura fluyen para constituir un cuerpo vivo, el cual da sobre qué pensar y sentir; un cuerpo-poema, deseado-deseante, alimento diario del poeta.
La poesía: el peligro de los peligros
Servido como un fruto sobre la mesa, el poema ahora está listo para aquellos que lo quieran saborear. Saldrá al mundo seguro o temeroso, ocupará un lugar en la memoria de algunos o morirá de inmediato. El poema es como un niño inventando el azar. Nadie, salvo él, sabe de los maravillosos, extraños, escalofriantes encuentros que sufre y goza en su trayectoria. Es una Ítaca en constante deambular por los mares de la memoria. Ciudad lenguaje que en nuestro divagar buscamos como cómplices lectores; tren que transporta el misterio por los paisajes de los sueños. Esa es su aventura y su contingencia. Franquea las puertas de casa para inventar sus propios caminos. Así, cada poema construye sus lectores, convirtiéndolos a veces en comités permanentes de aplausos, en sus más apasionados defensores. Pero puede también ocurrir lo contrario: poemas que establecen lazos insólitos con fervientes y tanáticos enemigos, envidiosos de su divulgación, lo que no niega la afirmación aquí propuesta: cada poema, a pesar de él, se convierte en texto, gracias a que inventa sus lectores.
La escritura poética es como la vida, pasa y se transforma; es humus y aire, gravedad y levedad, tierra y nube. Pero la poesía para las sociedades mercantiles y pragmáticas de hoy, es quizás el oficio más inútil de todo el andamiaje cultural. No se le admite que el poeta sea el antípoda de los cánones del capitalismo transnacional globalitario; no se le acepta que asuma una actitud altiva, valiente, crítica, libertaria. Esa es su apuesta ética de dignidad y autenticidad, una actitud de confrontación, de repudio al servilismo cultural. Pero algunos escritores de nuestro tiempo desean ser útiles a los patrones del gusto publicitario, y entienden por utilidad el convertirse en instrumentos del mercado, promotores de imagen, genios de los negocios. Sufren el síndrome de famoso, de “¡miedo a la libertad, necesidad de servidumbre!” (Bataille, George, 2004: 18).
En esta sociedad de totalitarismos plurales y pluralismos totalitarios, se ha impuesto la idea del fracaso de un arte de confrontación y de ruptura, como también la derrota de todo proyecto emancipatorio. El arte, entonces, deja de ser una utopía de renovación y se le promueve como un producto eficaz y eficiente, junto a la retórica del esparcimiento light. Espectacularización de un arte que no representa amenaza alguna para las instituciones en la sociedad de los espectáculos. Cómo van a aceptar la imagen del poeta cuando éste es ante todo un hombre que provoca preguntas e “introduce el equívoco” (Bataille); un hombre que cuando todos aplauden las falsas certezas, él se desvía de la norma. ¿Cuándo van a permitir los profesores que el poema entre a las aulas de clase como un cómplice, un amigo amoroso y sincero que trae consigo una pedagogía del asombro? ¿Cuándo se dejará de considerar al poeta como payaso de fiesta, divertimento de última hora en actos públicos y en homenajes a la patria, declamador y bufón de la actual corte mediática global?
Se olvida que el poema abre ante todo las puertas del deseo; que es un oscuro y radiante objeto de placer con el cual entramos a lo conocido y desconocido del mundo, y con el cual ciframos lo que no nos han permitido nunca descifrar, descubrimos lo que está vedado, mencionamos lo que está prohibido. Como rito de iniciación hacia un mundo utópico y libertario, se transforma, al decir de Hölderlin, en “el peligro de los peligros”. Se olvida que, como se lee en este singular poema del chileno Jorge Teillier:
“La poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,/ que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse. /La poesía debe ser una moneda cotidiana/ y debe estar sobre todas las mesas/ como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo (…) La poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda, (…) La poesía es un respirar en paz/ para que los demás respiren, / Un poema/ es un pan fresco, /un cesto de mimbre. / Un poema/ debe ser leído por amigos desconocidos/en trenes que siempre se atrasan/ o bajo los castaños de las plazas aldeanas”. (“El poeta de este mundo”).
En estos tiempos de hombres de negocios, tiempos de ecónomos y realistas pragmáticos; tiempos de mentalidades tecno-culturales globalizadas, donde a la palabra se le asume sólo como herramienta de información mercantil, hay que darle a la poesía la posibilidad de ayudarnos a despejar neblinas y vislumbrar horizontes; hay que retornarle su potencia de agudizar nuestra sensibilidad creativa, su actitud analítica frente a las estéticas de la estandarización y de la repetición promovidas por los mass media. Dignifiquemos aquí, entonces, el rito poético que liquida las certidumbres totalitarias, las verdades supremas inamovibles; reivindiquemos a la poesía por su propuesta de incomodar la iconografía global de nuestra época; saludemos al poeta auténtico por su actitud de trasgresor, pero también de inventor de nuevas miradas; por su profunda ambición de cambio, porque nos obliga a ser nómadas cuando creemos que todo está conquistado.
Siempre que pienso en esto, me viene a la memoria un poema de Odiseas Elitis donde, con tono irónico, describe las burlas a las cuales se ve sometido el poeta por asumir una actitud de extranjería:
“De mí en la cara se mofaron los jóvenes Alejandrinos./ Mirad, dijeron, al iluso turista del siglo./ El insensible que cuando todos los demás plañimos él está jubiloso/ y en cambio cuando todos los demás estamos jubilosos/ él frunce el ceño sin motivo. /Ante nuestros gritos pasa indiferente (…) ¡El anticristo y el despiadado brujo del siglo! Que cuando todos nos damos al sarcasmo/ él lleva ideas (…).
Sí, el poeta lleva ideas que hacen sentir y mirar mejor. Tal vez de allí provenga su condena por tener la vocación de vivir pleno en medio de la polifonía caótica de su tiempo.
Esta concepción dialoga muy bien con un poema del colombiano Juan Manuel Roca, el cual nos ayudará para aclarar lo hasta ahora expuesto:
“Algo así como entrar / en la zona del peligro / con una vieja colt inservible,/ Algo así como abrir un paraguas / para protegerse / en medio de espesos abaleos / la poesía, /riesgosa y vagabunda,/ territorio libre del sueño,/ cultiva las flores prohibidas”. (La Poesía).
Algunos poetas tratan de cultivar en sus textos aquellas flores prohibidas, fuera de las exigencias de la actualidad y de la moda. No escriben por el encargo que las editoriales le imponen, ni están preocupados por ser Top Models poéticos. “El deseo de ocupar el estrado, afirma el poeta Ezra Pound, el deseo de aplausos nada tiene que ver con el arte serio”. Y continúa: “¡Lo que cuenta es ‘escribir bien’!”. (2001: 40 y ss.).
En el concepto de Ezra Pound, la buena escritura es aquella donde el escritor dice justo lo que tiene que decir, con la mayor claridad y control posibles. Explosión emocional y control escritural. Tal parece que esta charla no cumple con estas exigencias. Pero permítanme ampliar este tema. Dice el poeta inglés Wordsworth que la poesía es “la emoción recordada en tranquilidad”, es decir, una emoción asimilada, comprendida, organizada por el lenguaje. Esto exige un trabajo de escritura que controle la inmediatez de las emociones y que las exprese con sosiego desde la distancia y el recuerdo. “La poesía necesita hombres que escriban intensamente con un control muy grande”, sugiere el poeta Guam Palm.
Sin embargo, lo maravilloso al escribir un poema, es que este trabajo de composición casi apolíneo, hace, a veces, vivir y sentir en el posible lector la emoción inicial que motivó su escritura. El poema, así logrado, conserva el recuerdo de lo intensamente vivido por el poeta. Memoria y palabra forman una complejidad indivisible. Sé que no todos los poetas estarán de acuerdo con este procedimiento escritural, pues es tan peligroso y arriesgado afirmar que en poesía existen fórmulas definitivas para fundar un poema. Sin embargo, creo que este puede ser uno de los tantos ejercicios que nos ayudan en nuestro solitario taller personal.
El poeta frente a la perversidad global
Lo que deseo ejemplificar con todo esto, es que en este tiempo de velocidades e impaciencias, de aceleraciones reales y virtuales, de redes digitales, instantáneas y globales, es muy difícil asumir la recomendación que Rainer María Rilke le hacía en sus cartas a un joven poeta. “Paciencia es todo”, le escribe el 15 de abril de 1903, recordándole que para el artista “no hay medida de tiempo; un año no cuenta, y diez años nada son. Ser artista es: no calcular y no contar; madurar como el árbol, que no apura sus savias y que está, confiado entre las tormentas de primavera, sin la angustia de que no pueda llegar un verano más. Llega, sin embargo. Pero solamente llega para los que tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos como si ante ellos se extendiera la eternidad” (Rainer María Rilke, 1983:44-45).
Pero, ¿cómo estar despreocupados y tranquilos, si somos hijos legítimos de una sociedad sacudida por la desesperación y el estremecimiento? ¿Cómo posibilitar que nuestras obras sean escritas con serena lucidez, si vivimos acelerados ante un presente inquisidor y un incierto mañana? ¿Cómo no “calcular ni contar” en un medio donde el hoy se ha vuelto casi esquizofrénico, y el miedo nuestro enemigo íntimo?
Con todo, debo afirmar que, a pesar de los pesares, debemos rescatar la paciencia al elaborar nuestras obras; apresurarnos despacio como una actitud de ir en contravía a esta sociedad de noticieros inmediatistas y de escenografías del olvido. Ante la estética del desecho, propongamos una estética de la memoria creadora; frente a la estética de efectos publicitarios, impulsemos una estética de los afectos comunitarios.
Por supuesto, ya pasó el tiempo de Rilke, de su penetrante y ensimismada actitud de poeta solitario y silencioso. Ahora vivimos un drástico cambio de roles: del artista situado en el filo de las navajas, hemos pasado al artista cómodo, tranquilo, flemático, condescendiente y domesticado. Vaya época en la cual estamos dando la bienvenida a un tipo de arte y de artista entusiasmados por la coexistencia sumisa con el totalitarismo del mercado y de los medios; un arte que hace concesiones extremas hasta ponerse en ridículo, tal como se observa en la basuralización mediática de los Realities teleglobalizados. Sin embargo, y para bien, todavía existen poetas que ponen patas arriba a dogmáticos fundamentalismos, ya que asumen una actitud contraria a la opinión imperante. Estos poetas molestan a muchos y agradan a pocos. Entre esos pocos encuentran su razón de ser y de morir, pues más que públicos-masa, dialogan con públicos-lectores críticos, estableciendo con ellos una solitaria complicidad.
Por otra parte, quiero recordarles que el reconocimiento del destino u oficio del poeta está por encima de premios literarios, de agasajos, aplausos y condecoraciones, lo cual, sin duda, es algo muy grato, pero en sí no garantizan la calidad y la trascendencia de una obra. El reconocimiento del poeta está más bien unido al goce que produce el sentir cómo nacen ciertas criaturas al escribir un poema; en la aventura de saber que a través del texto se funda un acontecimiento para un lector anónimo, y que entre ambos enriquecen al idioma e inventan otra forma de sentir, de pensar, viajar, de preguntarse y de crear espacios para la magia de lo cotidiano.
Estos compromisos existenciales se vuelven hoy por hoy ejercicios heroicos en un mundo que propone al escritor producir literaturas con triviales clichés estéticos, masificados por los medios de comunicación, y en un sistema que invita a colaborar con el totalitarismo de la idiocia o idiotez cultural de la perversidad global. Dichos escritores no contribuyen a cambiar nuestra mirada, ni proponen establecer presencias distintas a la ya existentes. Son escritores que, en últimas, no representan peligro alguno al establecimiento. A cambio reciben elogios y abundante publicidad mediática. Como respuesta ¿por qué no intentamos una escritura rica en interrogantes existenciales, que desafíe con libertad creadora lo que nos acontece como seres humanos, tanto en lo íntimo como en lo público, en los escenarios del amor, en nuestras rebeldías y angustias metafísicas, en torno a una cotidianidad cada vez más asaltada por el despotismo, el miedo, la paranoia y el castigo? Esto ayudaría a vislumbrar lo que se esconde detrás de la industria cultural de fabulaciones globalizadas; a descorrer el velo de perversidades que los poderosos han elevado como si fueran verdades inamovibles, imperecederas.
Este es nuestro tiempo, nuestro presente instantáneo, con un futuro imprevisible. Rápido, más rápido, eficaz, eficiente. Tiempo de un arte realizado para un ahora inmediato y novedoso. Ello nos está exigiendo reflexionar sobre los impactos de la era de la comunicación y de la información en nuestras sensibilidades e imaginarios; nos obliga a considerar sus ganancias y posibilidades, a ejercer una mirada atenta hacia la heterogeneidad, la pluralidad y multipolaridad cultural que presenta el calidoscopio actual. Son condiciones que invitan a establecer un diálogo entre las esferas de lo nacional, lo local y lo global, superando la tradicional idea de superioridad de unas sobre otras, y escuchando las voces que han sido excluidas durante años por el totalitarismo estético-poético y por un profundo provincianismo mental que ha impedido aceptar diferentes lenguajes en las representaciones artísticas. Inclusión de la multiplicidad dinámica de las diversas apuestas poéticas; asimilación y no yuxtaposición de las técnicas, voces, tonalidades, atmósferas y experimentalismos contemporáneos, como una manera de articular la tradición con la ruptura realmente innovadora.
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