Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Antologías publicadas
Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.
Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
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GACETA LITERARIA Nº 23 – Noviembre de 2008 – Año II – Nº 11
Imágenes: Fotografías de André Brito (Porto/Portugal)
Música: Seleccionar al pie de la revista
PÁGINA EDITORIAL
Canción urgente para Wall Street
Por Alfredo Di Bernardo (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Si no fuera por todos los crímenes que, en nombre de la economía de mercado, se han perpetrado en los últimos treinta y tantos años. Si no fuera por los golpes de Estado que, con la anuencia estadounidense, se urdieron para permitir la implantación del neoliberalismo en toda América Latina. Si no fuera por los dictadores que lo defendieron a sangre y fuego creyendo, como siempre, que estaban defendiendo otra cosa. Si no fuera por todos aquellos que perdieron su libertad o su vida por oponerse a sus postulados. Si no fuera por los millones de personas que la religión de la libre empresa dejó en la calle sin que a sus cultores los acose el menor remordimiento. Si no fuera por la multitud de pobres que estas políticas regaron sobre el continente con implacable eficacia. Si no fuera por todo eso, el sólo hecho de leer hoy, en las primeras planas de los diarios, que Estados Unidos ha concretado la nacionalización de nueve bancos sería motivo suficiente para inaugurar una carcajada gigantesca, desbordante de sarcasmo. Si no fuera por todo eso, la posibilidad de ver cómo a los gurúes de la economía de mercado les estalla la bomba en el living de sus casas sería una excelente excusa para alzar la copa y brindar.
Pero no, no se puede reír ni festejar. Lo impide no sólo aquello que ya pasó, sino también lo que va a ocurrir. Porque, se sabe, a las crisis las terminan pagando los que menos hicieron por provocarlas. Y esta no tiene por qué ser la excepción. A este derrumbe financiero mundial lo van a pagar los ciudadanos comunes que perderán su empleo, su vivienda, sus ahorros, su futuro, su salud.
Raymond Aron escribió algo así como que es muy difícil que una verdad sea aceptada hasta que no estalla delante de los ojos de los incrédulos y no queda más remedio que afrontarla. ¿Qué dirán ahora los que, con inédita soberbia, propugnaron que había llegado "el fin de la Historia"? ¿Qué dirán los fundamentalistas del achicamiento del Estado, ahora que tienen que salir corriendo para que éste los ampare? ¿Qué dirán los expertos que venían a exigir la aplicación de recetas infalibles (y los gobernantes de turno que gustosamente aceptaron aplicarlas) ahora que esas recetas fracasaron en el Primer Mundo? ¿Qué pensarán los que acostumbraban invadir países que olían a izquierda, ahora que ellos mismos se ven forzados a adoptar una medida propia de un gobierno socialista?
A decir verdad, no sabemos si estamos asistiendo al final de un imperio o no. No sabemos si el capitalismo en su versión más salvaje ha quedado herido de gravedad o no. Y aunque pudiéramos darle respuesta afirmativa a ambas preguntas, tampoco sabemos si lo que venga en su reemplazo será mejor o no. En cualquiera de los casos, se trata de cuestiones en las que, seguramente, no tendremos incidencia alguna (aunque esas cuestiones sí la tengan -y mucha- sobre nosotros). Sin embargo, ahora que el tsunami financiero ha dejado sin discurso a tantos economistas y políticos, convendría recordar que los esquemas neoliberales que rigen nuestra economía tienen también su correlato cultural en la vida privada, que sus consignas, fielmente reproducidas en cada pliegue de las sociedades occidentales, se hallan enquistadas de tal forma en nuestra vida cotidiana, que la atraviesan en cada una de sus capas como si ello respondiera a un orden natural. Convendría recordar que tampoco estos supuestos dogmas son tales, y tratar de desactivar su vigencia omnipresente. Dejar de encarar nuestras relaciones interpersonales como si fueran transacciones. Dejar de creer que todo pero absolutamente todo es una mercancía y que cualquier medio es válido a la hora de venderlo. Dejar de concebir a los individuos como números descartables e intercambiables. Dejar de pensar que el otro es un escollo para nuestras ambiciones y reasignarle su dimensión humana. Recuperar, en suma, nuestro derecho a no ser apenas un engranaje anónimo dentro de un sistema que nos destruye.
De esta tarea, eso sí, tendrá que encargarse cada uno de nosotros. No caigamos en la ingenua comodidad de esperar un plan de salvataje que venga a devolvernos nuestra condición de personas. El humanismo, cualquiera lo sabe, no cotiza en Wall Street.
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Liana Friedrich (Rafaela-Santa Fe/Argentina)
Siglo XXI
Estamos ciegos, empeñados
en destruir la trama de los días,
fibra por fibra,
nudo por nudo,
sin ver que la vida
es ejercitar el equilibrio…
Arrojamos, como náufragos,
botellas al mar de la ignominia…
En la faz de todos los relojes
ajusticiamos las manecillas,
para marcar la cuenta regresiva
al magma innombrable de la nada…
Aniquilamos la fecundidad de la pradera,
mancillamos la transparencia de sus aguas,
aherrojamos el vuelo de los pájaros…
Somos todos verdugos y víctimas
confinados en un mismo infierno.
Siglo XXI:
Huérfano de concordias,
agonizante de emociones,
anestésico a los sentidos,
útero ingrávido de ideales,
anquilosado por la escarcha
agrisada de inmoralidad…
¿Qué es lo que aguardan esos seres
que aún se consideran “hombres”
–últimos dinosaurios salvados del cataclismo-
para encender la llama votiva
que descascare las sombras del Olimpo?
Mujer
Desata, desanuda, desmenuza
esa costumbre ancestral,
esclavizante de ser mujer…
Dura médula de supervivencia:
…¡Levántate y anda!
Germina corolas de luz
en los ojos tristes…
Y al ritmo vivo de tu danza,
transmuta incansables partituras
con tu risa vibrante de bemoles
para sumergir claves de llanto
en los rincones más silentes…
Haz que ondulen tus sueños
aún entre vidrios rotos de esperanza,
lejos ya del destino inobjetable
de ser mujer- objeto,
piel sometida y mancillable,
sumisa voluntad atormentada…
Por sobre el río vano de apariencias,
cruza el puente, con paso seguro,
libre al fin de injusticias y de injurias.
Y vuela, hasta abarcar el horizonte,
deshilachando luceros y batallas.
Remembranzas
Hay un silencio sin tregua que no cesa.
Hay un pretexto de sueños que recuerda.
Hay una mueca de soledad, disimulada en la ausencia.
Nadie pretende juzgar la sentencia del destino:
No te devolverán ni el tiempo ni las lágrimas.
Sólo la fe circundará tu perfil de serena austeridad.
-¿Quién cuidará la era abandonada, bajo el cielo yerto?
¿Quién alzará la ley obstinada, inapelable?- quizás
pensaste, tras la efímera certeza del adiós…
Y luego, irracionales, inexplicablemente,
tantas lunas se acallaron, sin medir las sombras…
Tantos espejos apagaron tu imagen de luciérnagas azules…
Cuando sordamente sonó el reloj de eternidad,
llamándote desde los recónditos ecos de la casa,
tan lejana, inmensa hoy, deshabitada de tu fuego…
Nadie puede pronunciar, en ritual conjuro,
las palabras que te respiren, que te exhumen,
que te reinventen, que te expulsen de la noche…
¿Qué haremos nosotros, mientras tanto, solitarios eternautas,
cabalgando sonámbulos sobre el lomo agrietado del planeta,
hasta el instante de retornar al origen amniótico del tiempo?
Sólo saber evocarte, desde el cristal de la memoria,
panóptico de aquellas horas que ya fueron,
alquimia de antiguas huellas que aún palpitan…
Oscar Agù (Hersilia-Santa Fe/Argentina)
TRÍPTICO V
del mundo...
del mundo recojo en mis bolsillos la ternura.
Una flor cortejada por el Mainumbi
la sonrisa infantil y los juegos
el mate y la ronda de amigos
una pareja que no teme a las caricias
la charla con mis hijos
mis padres y sus historias
las dulces canciones de ronda
la música
y una mujer.
Es probable que no haya señalado todo
sólo intento insinuar lo que del mundo
guardo en mis bolsillos.
******
Decido
Decido mis pasos
hacia los senderos de luna llena
hacia los soles que maduran en las manos
hacia las claras palabras del mundo que persisten
y seguirán haciéndolo aún de mi tiempo;
son los panes y sus antes:
lugar de manos, ritmos, sabores.
Es la música que acerca gestos, emociones, rituales,
son los silencios donde la palabra no cabe
son todas las confirmaciones que hacen posible
-sin más-
el mundo.
******
Desde la talla original de la luz y de la sombra
-momento lúcido y sombrío de Dios-
la aurora deslumbró a la noche, donde se cobijara
y, todo, fue
desde entonces
¡A s o m b r o!
PÁGINA 3 – CUENTO
Sueño eterno
Por Juan Benavente (Lima/Perú)
En la ciudad, un niño como tantos, deseaba dormir en alguna casa. Caminaba, lánguidamente caminaba, cuando vio iluminado por sus cuatro costados el monumento de la plaza en esa fría y oscura noche de invierno. Observó con inusitada sorpresa que a cada reflector le habían construido una pequeña caseta para protegerlos. A partir de esa noche anheló ser un reflector… y se fue pensando en ello.
Como siempre pasaba por ese lugar. Una noche pudo observar que una de las casetitas no emitía la intensa luz que acariciaba desde la superficie al gallardo y a su caballo de bronce y ante la ausencia del reflector, entusiasmado pensó haber encontrado su hogar; aun no importándole, sólo por esa noche o tal vez más. Con disimulo, cual leopardo esperó pacientemente el instante que consideró propicio. Sin que nadie pudiera verlo, ligerito se introdujo a pesar de la multitud amorfa de porcelana, caterva en plan de vaivén.
Al día siguiente su sueño proclamó el olvido, no despertó… y no despertó más. El encargado de colocar el potente foco, se percató del cuerpecito inerte y helado del infante.
Finalmente, sólo una lápida sintetizó su fugaz existencia de latente sufrimiento. Inevitablemente electrocutado, sin casa, sin comida, sin familia hasta… sin nombre; quedóse aferrado a su sueño. Un colega de su generación lo reconoció, no más allá de “Petiso”.
PÁGINA 4 – ENSAYO
El poeta en los malos tiempos
Por Domingo Failde (Valencia/España)
Yo no sé si Platón, que era ambiguo y sutil en extremo, se tomaba a los poetas en serio. Cuando los condenó a morar en el extrarradio de las ciudades, tildándolos de inútiles, no tengo claro si con el destierro intentaba mantenerlos en una indigente marginación o si, por el contrario, les concedía como privilegio lo que a otros peor que la muerte se les antojara. Y es que la vida pública, desde la política al comercio, pasando por la religión, la enseñanza y el trabajo menestral, nunca ha sido atractiva para los hacedores de versos, que sólo han visto en ella un mercado para sus obras y una despensa llena de alimentos para sobrevivir.
Al poeta -se dice- le molestan las normas y algo hay de cierto en ello, pues se las salta con desenfado y construye su vida con mimbres no usuales, lejos de la conducta que demanda la sociedad. Gracias a ello, la creación estalla y una lluvia de ideas, sentimientos, proposiciones éticas, belleza, cae sobre el pueblo, anida en las conciencias y se gestan transformaciones sociales que, en muchas ocasiones, han conseguido convulsionar la historia.
Claro que, en todo grupo humano, y éste de los poetas no iba a ser la excepción, salen traidores, ventajistas, gente de mala ralea, decididos a hacer la guerra por cuenta propia, que es la forma más baja y rastrera de terminar haciéndola por cuenta ajena, en las filas del mejor postor. Se les llama poetas oficiales, como podría llamárseles lameculos, aunque ellos, al recibir el elogio, siempre miran hacia otro lado, tal si la cosa nada tuviera que ver con sus babas, subvenciones y demás sinecuras.
Qué escriban unos y otros no resulta muy fácil precisarlo, pues las demandas del poder son múltiples y, en el fondo, mejor que propaganda ni apoyo de ningún género, solamente desea que la gente se esté callada y quieta o encauce su energía hacia asuntos asépticos, que no molesten ni entusiasmen a nadie; lo primero, por no perder sufragios; lo segundo, no le vaya a salir competidores y se hunda el imperio de la mediocridad.
Se plantea, por tanto, qué cosa hay que escribir. La función del poeta es un tema que, como el Halley, asoma su brillante cabellera de vez en cuando, de modo que las partes en litigio puedan tirarse los trastos, delimitando sus respectivos territorios, casi siempre a despecho del contrario, como manda la dialéctica.
En tiempos bonancibles, prevalece la estética. Nadie protesta, naturalmente, si no le pisan, y, cuando esto sucede, aullará el del juanete maltratado, en tanto su rival pondrá música al grito, reciclándolo como pasajera vanguardia, epigonismo desnortado o búsqueda de nuevos registros expresivos, una vez constatada la absoluta imposibilidad de aplicar el recurso al ninguneo o tildarlo de botarate, loco de atar o estúpido primario. En uno y otro supuesto, no hay mejor arma que una antología para hacerse con el control de la situación.
Hoy, son malos. Malos tiempos para la lírica, se escucha por todas partes. Y si lo son realmente para los habitantes del extrarradio, figúrense en el centro de la urbe, sacudido por crisis económicas, azotado por el terrorismo, empobrecido por el desempleo y hostigado por los profetas de turno, empecinados en que la vida sea realmente ese valle de lágrimas que predican. Con el ejemplo, faltara más. Y el poeta no oficial se plantea otra vez su ministerio y trata de ser útil sacándole punta al asunto, mientras hierve la olla literaria y se llenan el plato los de siempre.
A todo esto, ¿qué es lo que conviene? Estoy por afirmar que no lo sabe nadie. Cuando la ordinariez es dominante, se me ocurre no hay nada más transgresora que la estética.
La cultura Gran Hermano es, aparte de fea, peligrosamente reaccionaria.
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Stella Maris Taboro (San Jorge-Santa Fe/Argentina)
"La voz de los pueblos olvidados"
Hice lo que pude
quería seguir viviendo,
me impusiste tus dioses,
me desangraste en el trabajo servil
y de mi tierra te apoderarse.
Me ahogaban
tus cadenas opresoras
tu risa paseaba por el aire,
destruiste mis sueños,
todo cambiabas en mi
menos el color de mi piel,
menos mi sangre nativa...
Ojos del corazón
Los ocultados,
no están ocultos
cuando los ve el corazón.
Los ocultados
están latiendo
con la fuerza del amor.
Cientos de ocultados
siento en mi piel,
son mis hermanos
palpitan en mi sien.
Joven nativa
Cuerdas tensas,
las mejillas, destrozadas
sacuden sus raíces
sepultan su pasado.
Era como cristal pulido
una flor sin espinas
tejía sueños tan delgados
como el arco de su flecha.
Joven como la mañana luminosa
lloró su choza en ruinas,
extraños venidos de lejos
asaltaron su inocencia ,
apagaron las partículas de luz
de su juventud nativa.
En el peñasco de su dolor
se inmovilizó su risa.
Miryam Colombotto de Seia (Gálvez-Santa Fe/Argentina)
Manadas azules
El relámpago y su fusta golpean
la noche mientras la ansiedad
se come las horas. Y crece.
Escondida hago míos los silencios.
Los desvisto porque se que debajo
de ellos está el grito.
Estas voces
que caminan la noche ,
que parecían monstruos laberínticos,
son cachorros desvalidos
cuando decido oírlos.
Supuse que traían respuestas
pero vienen a respirar en mi vigilia
y se llevan mi sueño de manadas azules
como animales liberados
contra la utopía del horizonte.
Ecuación
Bajo el peso del agua desaparecen los campos.
Ondula la lluvia por momentos
parece una danza, pero en su furia clama
derrumbando aullidos de un cielo de parto.
Cielo roto. Enteramente derramado,
que no trae alegrías sino miedos.
Mundo de bárbaros instintos desatados
donde deforme criaturas acuosas
pudren nuestros sueños
y no lloran .
Abruma el peso del agua.
Si memoro lluvias de la infancia
descubro que todavía tengo
la sensación de estar a su merced
con un abejar en el cuerpo.
Lluvia.
Viento.
Tiempo.
Miedos.
Ecuación que no resuelvo.
Reclamo
Quien sabe si podré una vez más
treparme a los ojos del poema
con esta lágrima sujeta
a emociones que son
ruego y condena.
Mientras sucedo cada día
me atacan las noticias
con fusiles de espanto
desde todos los puntos del planeta.
Por momentos pierdo
la cordura y el derecho
de gozar alimento y sueño…
Aunque me digan que no puedo
transformar el mundo, ni tengo
poder para cambiarlo
con edictos ni leyes de emergencia
sí puedo
treparme a los ojos del poema.
y llorar el hambre del hermano.
Sí debo
con palabras justas nombrar
la dignidad
con su forma de trabajo
sabor de pan
color de libertad .
Sí quiero
exigirla con rotundo fervor.
Es tiempo de unir
raíz ,reclamo, justicia, acción.
Entonces sí
el poema tiene redención.
Ángel Ciego
Mi espalda, esa desconocida
que necesita dos espejos para ser
expectante, acecha…
Desde su geografía misteriosa
como un barco encallado
en lo oscuro,
responde a mis gestos
que la piensan .
Abandonado mascarón de proa
la presiento
con un largo y herido silencio.
Siempre atenta y sigilosa
como un ángel ciego.
Que cuando me miren
no digan
“ identidad desconocida “.
que digan :
bajo la frente tienen
las palabras
su guarida .
No es inofensiva.
Perfil
Hay un orden subvertido
en el sueño
Tantas veces lo persigo
y no lo encuentro.
La madrugada
es la noche de perfil
cuando huye
para salvarse de mi.
PÁGINA 6 – CUENTO
El hombrecito blanco y el misterio de las hadas
Por Araceli Otamendi (Quilmes-Buenos Aires/Argentina)
"Trabajamos a tientas,
el universo es fluido y cambiante,
el lenguaje rígido"(1)
Jorge Luis Borges
Con la boca abierta, las luces prendidas -eran intensas-, la máscara blanca, la música funcional y el perfume del clavo de olor, resistía.
Como siempre, cuando iba al dentista. Esta vez era ella, una mujer, joven, unos treinta. Profesional, bajó mi asiento, no sé cómo hizo hasta que mi cabeza estuvo casi en línea paralela a la de mis pies. Me sentí frágil. Había llevado un libro de los impresionistas. Por suerte comparaban a unos con otros, pude leerlo en la sala de espera. Ahí estaban Monet, Cezanne, Pizarro, Gauguin, Van Gogh, Degas. Me había propuesto pensar en todos ellos y hasta me hice una promesa: pintar diariamente, como en otras épocas. Todo eso con tal de no volver a sentir el dolor, ese desgarro.
Ahora, estaba en manos de ella, de esa mujer bajita que me miraba mientras la luz de la lámpara del techo no se conmovía ante mis ojos.
Cuando aplicó la primera inyección de anestesia empecé a pensar en los nenúfares de Monet. Celestes, húmedos, flotan en el agua. A los pocos minutos ya estaba en un campo de trigo. En los siguientes, veía a las bailarinas de Degas moviéndose en la escena. Mezclé imaginariamente los colores en la paleta. El amarillo de cadmio con el azul ultramar daba bien. mientras el rosa, mezcla de blanco y rojo púrpura, sería perfecto para la combinación que pretendía alcanzar. Cerraba los ojos y veía el lienzo y las pinceladas, lo haría con espátula, le daría intensidad, cuerpo a la materia.
Ella, la dentista era implacable. Me preguntó varias veces si se me había dormido la lengua. El cosquilleo era intenso, resignada afirmé con un leve movimiento de cabeza.
Afuera era un día lindo, de cielo azul y sol. Enfrente, a través del vidrio se veía un edificio, paredes grises y alguna ventana. Algunas plantas, donde sobrevivían algunas hojas y nuevos brotes saludaban desde el verde claro. Intenté pensar en eso: el renacimiento de las plantas, las hojas nuevas. El renacer de la vida. Quería olvidar el dolor de muelas.
La dentista arremetió nuevamente. No podía ver con qué instrumentos horadaba mi boca, mis dientes, mis encías. Mi pensamiento estaba fijo ahora en el río, en el agua.
Durante algunos momentos me detenía en el oleaje del Río de la Plata, era un día diáfano, el cielo limpio y azul. Algunos barcos navegaban. Tenían las velas desplegadas, multicolores, eran un buen espectáculo.
En otros, estaba frente a un manantial de agua cristalina.
Fue entonces cuando lo vi. Al hombrecito aquél, colgado del techo. Estaba ahí como un marciano, como un extraterrestre a punto de atacarme. Caería sobre mí esa extraña criatura de algún planeta. El hombrecito, tan chico mirándome desde la lámpara del techo. Vestido de blanco, como un astronauta. ¿Por qué no iba a creer en eso? Si hasta Arthur Conan Doyle escribió un libro sobre las hadas y sus misterios. En resumen lo cuento: dos niñas pequeñas juegan en un jardín y ven unas hadas. Las fotografían y muestran las fotos a los adultos. Éstos las mandan a examinar. Las pruebas dicen que las fotos no están trucadas.
Durante años persiguen a las niñas infinidad de curiosos. Finalmente, una de las niñas, cuando llega a vieja, devela el misterio: las hadas eran figuras de papel recortadas. La otra, más crédula, sostiene la verdad, su verdad, ¿cuál es la verdad?: las hadas existieron, jugaban en el jardín y ellas las fotografiaron: eran verdaderas.
El hombrecito está a punto de lanzarse sobre mi cabeza, no puedo gritar, no puedo hacer nada en esta situación. Sólo imaginar que ha venido de viaje para ayudarme. Para escapar de ahí, donde aprisionada, soy nada más que una boca donde la dentista sigue con su experimento.
El perfume del clavo de olor es persistente. Ahora entra una ayudante, es una mujer más joven todavía. La dentista se relaja. Los movimientos se hacen más suaves en mi boca. La ayudante comenta con minuciosidad un día de su vida, cuando llega a la casa y se pone a jugar con los hijos. Son niños, juegan en una terraza. El más chico riega las plantas, la niña juega en el agua de una pileta de plástico. Más tarde, los lleva al pelotero a jugar durante más de una hora, a perderse en un laberinto de esferas y colores. El relato fluye e inevitablemente, siembra anzuelos en el lecho de la memoria, desprende retazos de recuerdos. Ya casi está terminado, me dice la dentista con voz neutra.
Somos tres mujeres en un consultorio pequeño, el día es diáfano, de un azul intenso. Recuerdo momentos vividos como los que contó la ayudante, así, con mis hijos, cuando eran niños. Agradezco el recuerdo, la remembranza. El hombrecito no está más en el techo. Ha vuelto, seguramente a su lejano planeta. Quién sabe.
(1) de Epílogo, Historia de la noche, Jorge Luis Borges
PÁGINA 7 – ENSAYO
A la poesía contemporánea
Por Héctor Cediel (Cundinamarca/Colombia)
hcediel@yahoo.com hectorcediel@gmail.com
No creo que exista, buena o mala poesía contemporánea; voces cultas o incultas; no creo en los “gurus” o en esos magos, que son dueños de las verdades…ni en los versos sin lectura, sin escuela; porque no serán más, que un almíbar de sentimientos; la lujuria sin maquillaje, se escucha con mal aliento; hay poetas que me fastidian, como una boca desdentada por la desidia; más que malditos, diría que son marginales y como tales se comportan, así se devoren los libros de las bibliotecas, como ratones sin oficio. Hay versos hermosos, que se han salvado de morir incinerados en el infierno; otros, engendrados en el cielo, por un misticismo rampante que raya con la antipoesía, de los que solo se salvan, muy pocos versos…o terminan convertidos, en manuales místicos…No creo en las bestias, que creen que solo sus historias son válidas o sus trabajos…porque el celo, no es digno de los maestros; ni en los que se limitan a expresar, lo que piensan sus penes y vaginas; que por lo general, piensan muy poco o casi nada; simplemente embisten enceguecidos por instinto, como salvajes gladiadores o enfurecidas bestias, contra todo el que los detracte. No creo que una hoja en blanco, se deba prestar, para babear malos versos. Me encantan los versos que nacen, de las pieles sensibles; los que aprendieron a escribir poesía, después de haber aprendido a pecar, como las perdidas, que tienen historias fantásticas para contar, como los versos de las canciones de la Piaf. Las metáforas, deben responder a la sed insaciable de las almas y a las angustias, de los corazones sedientos o solitarios; creo en el poder de las palabras, por ser las únicas capaces de quitarle, el hambre a las entrañas de los sentimientos. Creo en los poetas juglares, que cantan las hazañas épicas de sus sexos; a la furia de su sangre, de su cuerpo, de sus pensamientos, cuando arrasan como un buldózer, con las imágenes tímidas; porque la pureza está en el fuego, en los gritos de las banderas y en los epitafios, de quienes no pasaron de incógnitos por la vida, y empuñaron como espadas a sus versos…
PÁGINA 8 – CUENTO
La ballena Góos y la niña triste
Por Ariel Puyeli (Esquel-Chubut(Argentina)
Cuentan las leyendas que Góos, la ballena que hace muchísimos años vivía en la tierra, provocaba muchos problemas a los tehuelches, ya que con su enorme cuerpo destrozaba todo a su paso.
Pero eso no era todo: cuando Góos bostezaba, aspiraba lo que se encontraba a su alrededor, tragándose a las personas, animales, plantas y cosas. Esto era muy peligroso para los habitantes de la Patagonia, por lo que decidieron llamar a Elal, el héroe que desde siempre había ayudado y ordenado la vida de esos pobladores, que no conocían la causa de tales desgracias.
Elal investigó lo que estaba ocurriendo y descubrió que Góos era la responsable de tantas pérdidas. Como la ballena no obedeció la orden de abrir la boca, Elal, que tenía poderes mágicos, se convirtió en tábano. Tanto molestó a Góos, que la ballena resolvió comérselo. Y lo hizo. Pero Elal no murió, sino que en su panza encontró a las personas, animales y cosas que habían desaparecido. Algunos dicen que todavía convertido en tábano, picó el estómago de Góos provocándole un estornudo con el que arrojó a todos hacia afuera y que en el exterior, Elal recuperó su forma humana. Otros, que este héroe volvió a convertirse en hombre en el interior de la ballena y que con un cuchillo le abrió la panza para que todos salieran.
De todas formas, las distintas versiones cuentan que después de que las víctimas abandonaran el interior de Góos, Elal le ordenó que fuera a vivir al mar y que nunca regresara a la tierra; y que una vez allí, la ballena cambió sus patas pequeñas por aletas y se sintió muy cómoda y liviana nadando sin límites en el océano.
Esto es lo que dicen las leyendas... Pero ocurrió algo más que nadie ha contado hasta ahora...
A los pocos días de que Góos se internara en el mar, los habitantes de la costa observaron un hecho que les pareció inaudito: la ballena se acercaba a la playa todos los atardeceres; y a una distancia prudencial, nadaba de aquí para allá emitiendo un sonido muy triste.
Algunos opinaban que Góos lamentaba haber abandonado la tierra; otros, que quería dar lástima para que los hombres le pidieran a elal que la perdonara y así regresar a provocar destrozos. Unos pocos, los más ingenuos, creían que la ballena expresaba así su arrepentimiento por los daños causados.
Mientras el sol caía a las espaldas de los habitantes del lugar, todos observaban el extraño espectáculo haciendo distintas especulaciones. Menos una niña, que era la única que permanecía en el sitio cuando todos se retiraban a sus toldos.
La pequeña se sentaba a la orilla del mar y con los ojos llenos de lágrimas veía cómo la ballena agitaba las aguas suavemente cantando su canción de pena.
Cuando el sol desaparecía en el horizonte permitiendo a la luna ser la dueña del firmamento rodeada de millones de estrellas, la niña regresaba a su toldo cabizbaja.
Sus padres no comprendían la tristeza de la pequeña y, como el resto de los habitantes del lugar, se enredaban en suposiciones que no tenían que ver con la realidad.
- ¿Qué te pasa, hija mía? -preguntaba la madre.
- ¿Estás enferma? -preguntaba el padre.
Pero la niña no respondía. Tal era el tamaño de su tristeza.
Los padres estaban desconsolados. Su hija había perdido el apetito y pasaba sus horas secando lágrimas y suspirando.
La ballena, por su parte, tampoco comprendía qué le pasaba. Sentía que desde el fondo de su estómago la invadía una angustia imposible de explicar. Un nudo gigante le aprisionaba la garganta y todo el tiempo deseaba, al igual que la pequeña, llorar. Pero no podía.
Cuando no se acercaba a la playa, nadaba en las profundidades del océano intentando perder esa pena, quería alejarse de ella. Pero era inútil, porque la tristeza estaba dentro de ella.
- ¡Elal, Elal! -se lamentaba Góos-. ¿Qué me has hecho? Me has enviado a un mundo más cómodo y tranquilo, donde puedo moverme sin lastimar a nadie, en el que puedo sentirme sin peso y donde todas las criaturas son mis amigas. Pero me estás haciendo pagar muy caro el precio por mi torpeza en la tierra... ¿Por qué no me quitas esta pena?
La ballena y la niña pasaban así sus días y sus noches. Y nadie sabía por qué razón...
Un día Elal decidió darse una vuelta por la Tierra para ver cómo estaban los hombres, si necesitaban algo o si debía ordenar alguna otra cuestión.
Todo estaba marchando bien, y Elal estaba satisfecho por la conducta de los hombres, pero hubo algo que le llamó poderosamente la atención y fue la caravana de personas que todas las tardes se acercaba a la playa para observar el misterioso espectáculo que ofrecía la ballena Góos.
Elal miró con mucho detenimiento lo que sucedía allí y comenzó a preguntar a cada uno de los presentes qué le pasaba a la ballena. Pero ninguno de ellos supo responderle.
Una vez más, cuando la oscuridad iba ganando la playa, los espectadores fueron retirándose a sus toldos. Pronto quedaron sólo Elal y la muchachita, sentada sobre una gran piedra mirando con los ojos llenos de lágrimas hacia el horizonte, donde la ballena comenzaba a perderse con sus lamentos estruendosos.
Elal tomó asiento junto a la niña, pero no le preguntó qué le ocurría. Ella no se dio cuenta de la compañía y su vista siguió perdida en el horizonte, nublada por el llanto.
Cuando finalmente se hizo de noche, la pequeña se levantó con mucha lentitud de su asiento y se dirigió a su toldo. Elal había desaparecido de su lado: creía intuir cuál era la razón de su pena y la de la ballena.
Esa noche Elal utilizó sus poderes mágicos para convertirse en pez y nadar en las profundidades del océano para encontrar a Góos, que vagaba sin rumbo tratando infructuosamente de quitarse la tristeza.
Cuando la divisó desde lejos, Elal nadó con rapidez hacia ella, oyendo su canto. Pero a medida que se aproximaba a la gran ballena, escuchaba una voz que cantaba la misma canción desde algún lugar remoto. Cuando estuvo junto a Góos no le quedaron dudas de que esa voz provenía del interior del animal.
Elal regresó a la playa y volvió a convertirse en hombre. Se sentó a la orilla del mar y esperó pacientemente la llegada del nuevo día.
A la tarde, muy temprano, mucho antes de que llegaran los curiosos, apareció la niña. Elal se acercó a ella y tomándola de la mano, la condujo hasta que las aguas del mar bañaron sus pies descalzos.
Pronto apareció en la distancia la ballena Góos, trayendo consigo su inexplicable pena. A una orden de Elal, la ballena se aproximó a la playa quedando a unos pocos metros de él y la pequeña.
Góos miró a la niña y ésta miró a la ballena. Esta vez Elal no necesitó ordenarle que abriera su boca: ella sola lo hizo porque al ver a la pequeña comprendió cuál era la razón por la cual la angustia brotaba desde lo más profundo de su interior.
Muy lentamente la gran boca de la ballena fue abriéndose hasta permitir que la niña pudiera ingresar en el interior. Al mismo tiempo, los primeros pobladores comenzaron a llegar al lugar. Entre ellos estaban los padres de la pequeña, quienes al ver lo que estaba ocurriendo, corrieron desesperados para evitar que Góos tragara a su hija.
Elal los detuvo y los tranquilizó diciéndoles que nada le ocurriría. La madre empezó a llorar desconsoladamente y el padre la abrazó con fuerza.
Luego de un largo rato, por la boca de Góos volvió a verse la silueta de la pequeña, que traía consigo de la mano a un muchachito de su edad. Los dos salieron de la ballena con el rostro bañado en lágrimas, pero no de tristeza, sino de alegría.
Mientras esto ocurría, la gran ballena sentía que la pena se desprendía de su interior y se transformaba en un alivio infinito.
Cuando la pareja de novios estuvo fuera de la ballena, ésta necesitó de la ayuda de Elal para regresar al mar, donde se perdió en las profundidades nadando a sus anchas, con mucha satisfacción.
El joven había quedado atrapado en el fondo del estómago de la ballena cuando Góos vivía en la tierra. Cuando Elal había liberado a todos sus compañeros de prisión, él estaba dormido soñando con la niña y no había aprovechado la oportunidad de quedar libre.
Elal observó muy contento el reencuentro de la pareja y montando un cisne, voló de regreso a su hogar.
Cada atardecer, a partir de ese momento, la niña y el muchacho regresaron a la playa para recordar, abrazados, su reencuentro. Y cada tanto, los enamorados entonan la canción que cantaba la ballena inspirada en la angustia de ese amor desencontrado.
Dicen que si uno se sienta en la playa al atardecer, puede escuchar una melodía melancólica que nace de las profundidades del mar.
Yo lo hice, pero lo que escuché fue la canción de amor más tierna que jamás escuché hasta ahora...
PÁGINA 9 – ENSAYO
La labor imposible
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Cacho no quiere terminar el té que nos regaló en Euskadi Amaia. Amaia trajo el té desde Ámsterdam, un té con pimienta negra y cardamomo, con lúpulo y canela, con jengibre y cáscara de naranja, con albahaca y regaliz. Un té picante y dulce, un té con las especies de oriente y el largo viaje desde otros mundos a los nuevos mundos, hasta este lugar al final del globo donde los ríos son anchos como mares y albergan peces de estatura prodigiosa.
En esta noche en que la brisa es dulce y se perfuma con las flores millonarias del jazmín del Paraguay, en que la noche es negra y se aromatiza con el óleo fragance, en esta noche en que hablamos del Yuyo y de Hernández, de la serie de Fibonacchi y del devenir de las bolsas.
Cacho no quiere acabar con los saquitos que ya casi no quedan en una caja de cartón que promete con su nombre la “Felicitá”. Porque después ya no habrá, porque toda felicidad es pasajera, porque la historia, lo dijo Borges, crece, atroz, sobre nosotros. Porque Ámsterdam queda muy lejos, porque el hermoso gesto de Amaia sacando de su bolso la cajita con papel de mariposas ya fue, ya se perdió en la acumulación de días, y no habrá más tés con nombres engañosos y sin embargo tan certeros.
Cacho, como todos, como todos los hombres que fueron y serán, quiere prolongar la delicia, el pasado que se termina, lo que está próximo a desaparecer en la nebulosa frontera, en la difusa zona de los recuerdos.
Cacho, como Atget, como ese fotógrafo que era viejo cuando nuestro mundo conocido era joven, quiere rescatar la vida de la muerte. Quiere conservar lo que es perecedero, lo que es fugaz, lo que por destino propio e impuesto debe morir.
El fotógrafo Atget en París, con técnicas que ya estaban perimidas, sumando sin saberlo muerte a la muerte, con placas de vidrio, con cámaras perimidas, con el ansia inconducente de extraer imágenes a la decadencia, el fotógrafo Atget fotografiaba incansablemente, o cansado quizás, quizás muy cansado, quién sabe, pero el fotógrafo Atget con su trípode y su cámara negra y aparatosa tomaba las imágenes finales de una París que se difuminaba en la sombra negada de un siglo, que nuevo y hermoso se daba a derruir las viejas edificaciones para crear una París eficiente y moderna.
Cacho duda frente al saquito de té que puede ser último. Atget incansablemente, cansado quizás, muy cansado, ya un hombre viejo, fotografiaba hermosos pasajes de una historia que se derruía, que se despedazaba, que se sustituía en nuevas construcciones sin fantasmas. Al dorso de un cartón escribió con hermosa letra inclinada hacia la derecha “a derruir”. Y era un edificio sin interés, una ventana, una puertecita, un empedrado, un cielo en blanco y negro. Apenas un testimonio de los que vivieron, odiaron, murieron, lucharon. Todos muertos.
La imposible necesidad de los guardadores, de los historiadores en fin, de los memoriosos, de los que congelan en su mente perecedera un momento perecedero.
Y las pirámides que se desgastan con el viento del desierto, y las murallas que momento a momento pierden una piedrecita insignificante pero decisiva, y los ejércitos que se despeñan en la sucesión del mar que embate sin tregua ni sosiego.
Cacho paladea el té que puede ser último, Atget sacó la última fotografía de los ladrillos que hoy son relleno de calzada, el mundo cambia, la tierra se estremece, los continentes gritan en la noche. El hombre se pierde, también, en la noche.
Benditos los que creen en la belleza de resguardar por un breve, maravilloso, necesario momento, la mínima llama de una candela en el inconmensurable universo.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Javier Dicenzo (San Pedro-Buenos Aires/Argentina)
Expresiones
En esta noche de luciérnagas heridas
Poseo al universo todo
Me expreso en el infinito cosmos
La espada que desangra la carne maldita
Retengo el llanto y la fugaz pasión
Retengo los cristalinos laberintos
Y el nombre de un dios aparece
Marcado en la herida penetrante
La luz de los espejismos latentes
Rearmo todos los confines del horizonte
Y elevo las inmortalidades
En el verde pasto de las enumeraciones
He anunciado el futuro de poetas lacerantes
Cuando el sol nubla la tierra en pedazos malditos
Recae el fulgor de ojos enunciativos
Fluyen los pasos hacia las verdades ilimitadas
Todo lo que posee la transparencia se quiebra
Y se anuncian los perdidos lamentos de un día
El recurso de aparentar poemas es al fin
La ilógica razón para perpetuar las sentencias
Los relativos insectos en ínfimas lágrimas latentes
Creo la asustada realidad de ser el miramiento final
Retrotraen en mi sentencia la luz infinita roja piel
Y el susurro de las voces suena en los templos
Lacerantes fueyes rearman la historia
Caóticas lejanías en transe al mas allá del dolor
Enalteciendo realidades paralelas
Una luz pura en mínimos reflejos verticales
Somete el sentido de los versos
La enumeración real en verdes dilemas
Asaltan la memoria de los ídolos
Las mansas respuestas que arañan la ausencia
La fe realzada en un miramiento
Que enceguece la palabra
La luz mas efímera de los cosmos
En distancias suicidas fallece la alondra
Y su grito mortal cae el vuelo corto
Cuando el sentimiento retrae almas
Una voz suena en el eco de la multitud
Separo la amarilla sustancia de los otoños perpetuados
El otoño ha surgido entre melancólicas gotas de perennidades
Siento la palabra en mi piel sin miramientos
Todo lo que el alma sufre en lo magnánimo
Es solo la decrepitud de los ángeles de mi soledad
Y el viento sopla la razón carismática
El otoño aletarga tiempos del ser
La ausencia que no volverá a retornar
Por eso la voz de un canto a los dioses
Por eso esa bella melancolía vivida en la resurrección
De un lagarto universal entre los logotipos
Miro la playa desértica de las intimidades
No se puede dudar un minuto
Cuando el sol en su ciclo galopa en viento
Que es la sangre de la humilde versificación
Viviendo la palabra
Ese árbol que no es accesible ni dudoso
Nunca nacerá letanías de sectas
Y los pájaros volverán a su seno
Esa flor no alimentará espadas
Jamás el ritmo de la grandeza sucederá
Ni las olas ni los llantos pasionales
Una roca fluye en la palabra
Y es al fin
En la palabra donde resurge el grito
El puro símbolo de los poetas
En el blanco de esta hoja
Yacerá la eternidad detenida en pasos
Cuando los pasos vuelvan
A la escritura de todas las estrellas
Miradas en el laberinto interior
He proyectado la mascara salada por millones de pensamientos
La eternidad me ha mirado como un gigante
La paz no recorrerá ni un instante de la vida
Aquella que se guareció en un cuerpo angelical
Me he perdido en los laberintos
En las flores de los campos
Me he perdido en la mirada triste de un perro
Y el llanto de las dislocaciones demenciales
Los ocasos partieron desde la abstracción
Los pájaros se aletargaron en sus nidos
Es así como los testigos mienten las profanaciones
Donde la luz poeta yace entre las hojas
Su pensamiento en el viento del tigre
Ruge la balada en el interior del olvido
Esas canciones enardecidas por miradas
Se extreman las luces del apasionamiento
Surge lo prohibido en el árbol milenario
El pensamiento en el viento del tigre
Retrae llamas del ancestral dictamen
Eternas van las glorias en melodías
Cuando los fantasmas lloran sangre
Y el despertar acecha el insomnio lacerante
Y asocié el preferido latido
Porque el viento aullaba en la sombra
Enmendando raíces en extrañas plenitudes
Así por los senderos de la tierra
Se cimentó el peso final de los eternos pensamientos
Los latidos fluyeron
Emanaron proféticas dimensiones
Las asociaciones cayeron en melancólicos cantos
Tu mirada de eternidad fue
La divina dilatación en el laberinto penumbroso
Entre lentas plantas del porvenir
Recayeron latentes miradas en el ser
Enmudeciendo precipicios
El antes que será el verdadero limite
Quizá construyo paredes aceradas
Luces en el invierno de gorriones
Pedazos de esmeraldas redondas
Los abismos caen en la resurrección
Hiriendo el exilio de avispas
Cuartos cerrados que no silenciaran
A un sueño llegado del otro mundo
Guillermo Pilía (La Plata-Buenos Aires/Argentina)
Isla en el pensamiento
Noche junto al río. Serena emerge
esta isla en el pensamiento,
en el recuerdo de los días infinitos:
grandes vigas de madera que se elevan
desde el agua, gigantescas agujas
de relojes lunares, o tal vez plegarias
por los muertos insepultos. Maderas
de pie como cimientos
de antiguos palafitos,
despojadas de vida, olorosas a peces,
negras por el alquitrán
de los buques petroleros.
Retorno del canto: amarran en las vigas
los barcos de huesos que arriban
desde el fondo del río;
y grandes hortensias
llevan a sus tumbas subfluviales.
Allí también la vida estuvo en otro tiempo
Río de invierno: ya más escaso
se hace el bajar de las lanchas a las islas
a pleno sol, ya más escaso
se hace el contingente de viajeros
que retornaba a la otra orilla,
en las noches pesadas de calor y acetileno.
Allí también la vida estuvo en otro tiempo
primitivo, allí también los huesos
se desgastan y se suavizan
como las valvas de los caracoles muertos.
Para que se cumpla la ley que me obsesiona
He colgado a mis víctimas de un árbol,
las he desollado.
Las he partido en cuartos,
del tronco he extraído las vísceras azules.
He preparado el festín sobre la hierba,
salvajemente he comido carne humana.
He sacado los tendones más robustos
para cuerda de arco, para punta de flecha
los huesos más potentes he afilado.
Para que se cumpla la ley que me obsesiona
y cada hombre tenga parte
en la muerte del prójimo.
Niebla
Hay sobre la madrugada un vidrio opaco:
caminamos a tientas, en lo ambiguo
entre la tierra y el cielo: así creemos
que caminan también nuestros difuntos.
Quizás se esparcirá también la niebla
sobre campos y canales, contra el muro
verdinoso de la infancia,
entre los juguetes y el incienso de Rimbaud.
Es este humo de Dios como una llaga
que se percibe apenas con dolor: la pupila turbia
del milagro evangélico, quizás
un ojo lisiado de la mañana y de la vida.
Luna de Alexis
Ha cambiado la calle: en otro tiempo
la noche era aquí más selvática: oscilaba
en la esquina un farol con el viento
del verano, grillos y ranas presagiaban tormenta
y venía del fondo de lo oscuro
un perfume profundo de quintas y de albahaca..
Pero allá sobre las casas, en la linde del cielo,
los mismos árboles refrescaban la atmósfera:
los tilos olorosos de noviembre, los pinos y cipreses,
los eucaliptos balsámicos: de aquellas
maderas inmortales brotaba a veces esta luna
que mi hilo contempla con mis ojos de asombro.
Amor más misterioso que los muertos
...odore dell’infanzia
che grama gioia accolse...
Salvatore Quasimodo
Creíamos olvidado el olor
de la vieja casa, cuando de pronto,
al abrir una puerta de madera,
volvieron las noches de verano y el acoso
de los mosquitos,
las fiestas, sus vísperas y el misterioso
resucitar de nuestros muertos.
Solían nuestros años añejar
también estos recuerdos, solían traer
otras noches de verano superpuestas,
otras fiestas, otras vísperas, otro amor
más misterioso que los muertos.
Hasta que en un instante retornaba
el olor de la infancia y su enfermiza alegría.
Caballo de Guernica /22
Días de seca prosa, tan lejanos
al látigo del verso. Un murmullo bastaba
a quebrar nuestros labios.
El mundo resonaba en voz muy baja,
como nos hablan tácitos los muertos.
La añoranza de un canto
a veces nos sacude el corazón
como trapo con viento.
Madrugada en Sierras Bayas. La lluvia
sobre el vidrio recuerda el taconeo
de quien vuelve cansado.
—Vieja memoria de una infancia enferma,
con vigilias de abuelos descalzos
que arribaban en sueños.
Otro tiempo y cielo: también morimos
nosotros con el agua y con el viento:
un poco en cada arribo—.
Aunque vamos viajando tierra adentroel aire en Sierras Bayas
tiene el olor del mar.
Caballo de Guernica /52
Cae la tarde, el perdón, una niebla
suburbana. Tu pena es solidaria
con el dolor de todo lo que nace.
Es sencillo tu mal:
crece como la barba y el cabello,
como malezas de un bosque difunto.
La boca abierta a las estrellas,
lloras como el caballo de Guernica.
Sonidos como peces
Busco a veces con mi dedo un idioma
como el ladrón de tumbas busca el óbolo
en las bocas selladas de los muertos.
Pasa de labio en labio el alcanfor,
una brizna de hierba, un sustantivo
ruinoso y obsoleto:
la leche, una sortija, el pan y el vino,
una carne cubierta por las moscas,
las lluvias de Valdivia o Grazalema.
Arrojo al agua un anillo precioso.
Y sólo de tanto en tanto recojo
sonidos encarnados, como peces.
Mi casa y mis palabras
Me empecino en leer con ojos limpios
los frutos de otras vidas: sólo voces
sin ilación, sólo ajeno lenguaje.
Lo que otro amó, yo lo odié; lo que odiaron
fue para mí una devoción. Ninguno
de nosotros escribió el mismo verso.
Con tal pan de mendigo aún me alimento
y no hay tiempo peor que el que va en blanco.
Pasaron días huérfanos de sílabas.
Lectura, amor primero: todo amor
fue tan distinto después de esos libros
en que fundé mi casa y mis palabras...
El milagro
Contaba mi padre que mi abuelo tenía
un ojo que siempre le lloraba, producto
de un golpe que le dio —brutal— mi bisabuelo.
Tendría entre ocho y diez años entonces
y con esa marca vivió hasta los setenta.
Nunca supe qué falta nimia le acarreó
un castigo tan dilatado en la distancia
y el recuerdo: ese ojo lisiado que no obstante
no logró hacerlo cruel ni resentido.
Cuando hoy mi vista llora de cansancio
—como esta mañana que tanto se parece
a aquellas en que escuchaba de niño
la historia de mi abuelo— pienso en el milagro
de mi padre que no sufrió la misma suerte,
de mis ojos sanos y de los ojos
más sanos aún de mi hijo; en el milagro
de que esa infancia dolorosa de mi abuelo
se haya quedado allá en su isla, y solamente
trajera aquí sin odio un ojo humedecido
que hoy bien podría estar llorando por piedad.
Lo que a nadie le importa
Ahora que el tiempo va trayendo sosiego
y que hallo cada cosa en su lugar
—cada cuerpo geométrico en su sitio
como en un test de inteligencia—, ahora
que cada sentimiento ocupa su baldosa
y lo que de mí me avergüenza se equilibra
con lo que de mí me enorgullece,
ahora —precisamente— me acuerdo
—ya casi sin dolor — de las miserias
que ayer nomás pensaba que tal vez
no iban nunca a concederme reposo:
el color azul gris de mi uniforme
de soldado, el amigo o la mujer
que traicioné, el amigo o la mujer
que a mí me traicionaron, la sonrisa
que alguna vez le di —por miedo— a un asesino
y la imagen de mi abuela que comía en silencio
la manzana de sus cien años de pobreza.
Sólo lo que a nadie le importa sino a mí,
lo que no he vivido y lo que siempre he callado,
lo que nunca conoceré ni escribiré,
lo que conmigo se muere: sólo esto me acongoja.
PÁGINA 11 – CUENTO
Mi abuela habla de los hombres casados
Por Irma Verolín (Buenos Aires/Argentina)
La locura le había dado a mi abuela una notable agudeza para profundizar en las cuestiones de la vida. Ella, que siempre había hablado de la vida con la jactancia de los que presumían haberla recorrido de cabo a rabo, pero con la frente bien alta y los ojos muy abiertos, ahora daba la impresión de estar preparada para husmear en los vericuetos, nadar en los pliegues ocultos, desafiar los abismos chiquitos y ruinosos de la vida. Así fue cómo, entre su extravío mental y su agudeza, empezó a hablar de los hombres casados. Y lo hacía partiendo de la base que los hombres formaban una raza aparte que se relacionaba con un aspecto del mundo merecedor de nuestra atención y de nuestro implacable estudio.
Había hombres casados por todas partes. Iban aquí, allá, se alejaban de sus casas incluso muchos kilómetros, parecían sueltos, pero sin embargo todos estaban unidos por lazos invisibles que los reunían en una cofradía poderosa y secreta. Por la época en la que mi abuela se dedicó exclusivamente a hablar de los hombres casados hubo que aguantarle sus delirios y exageraciones. Según ella misma lo aseguraba estaba adiestrándome a mí en el oficio de vivir en el que ni los accidentes callejeros, ni los traficantes de drogas ni los gérmenes patógenos y ni siquiera los comunistas constituían un peligro mayor que los hombres casados. Un hombre casado era algo más que un simple ser humano, al que una apetencia puramente carnal había conducido a una oficina pública a firmar un papel que lo autorizaba, e incluso obligaba, a vivir bajo el mismo techo con una mujer. Un hombre casado constituía una especie aparte, había evolucionado en línea directa del mono con mayor rapidez y, por lo tanto, ponía en peligro de extinción a las otras especies. Un hombre casado podía confundirse a simple vista con otro, podía jugar póquer con sus amigos o ir a pescar o comportarse correctamente en situaciones inusuales, pero en el fondo bajo la mirada iniciada de una mujer inteligente tal confusión desaparecía. Mi abuela quiso volverme experta en este asunto de identificar a simple vista hombres casados y yo traté de contentarla, desconociendo que al empezar a practicar en esta clase de reconocimiento, sin querer me estaba entrenando para un futuro poco prometedor.
Con la intención de informarme, la mejor manera que mi abuela halló fue su típico método de contar historias. Claro que aunque del único hombre casado del que se encontraba en condiciones de hablar a ciencia cierta era de mi abuelo, ella consideró que sería mucho más ilustrativo hablar de los casados con otras mujeres. De esta forma conocí los pormenores, la vida y milagro del vecindario presente y pasado. La galería de personajes masculinos que una vez en su existencia habían firmado una libreta en el registro civil, amenazaba con ser inacabable. Las historias se parecían entre sí por las mentiras, el ocultamiento y el famoso triángulo. De todas las formas geométricas existentes, la triangular le hacía a mi pobre abuela brillar los ojos. Una de las historias más repetidas que, por supuesto, mi abuela contaba una y otra vez fue la del repartidor de leche. Era un triángulo cuadrangular debido a que la mujer en cuestión también estaba casada. El repartidor de leche, de tanto andar oliendo las intimidades hogareñas al entrar en la cocina y dejar su producto, se había vuelto insaciable. A mi abuela le encantaba repetir la palabra “insaciable”. No llegué a saber los nombres de las mujeres que ocuparon los dos vértices del triángulo y no quise averiguarlo, porque era muy posible que mi abuela, en su avanzado estado de locura, confundiera los nombres y las circunstancias y, según ella insistía, lo verdaderamente importante era lo ejemplar del asunto. Por desgracia no en todos los casos el desenlace de las historias encerraba alguna lección o moraleja. Mi abuela citó innumerables ejemplos: el casado que se apaña con la vecina, el que hace gimnasia en el parque y mira mucho, el que dice que se marea y se apoya sobre el cuerpo descuidado de la mujer ajena, el que ronda las salidas de los colegios secundarios, el que no disimula su traición, el que la disimula hasta sus últimas consecuencias, etcétera. En fin, una gama variada y completa que ella gustaba condimentar con refranes más o menos mal aprendidos, tales como: “El casado, casa ajena pretende”, “Más vale viuda en casa, que casado en el bar”, “El buey bien acompañado, mal se lame” y otros por el estilo. En muchas oportunidades, las historias se interrumpían sin razón, entonces yo me quedaba confusa y la cabeza no dejaba de buscar un final adecuado. Sucedía lo mismo en el teleteatro de la tarde que tía Margarita veía de lunes a viernes y que le dejaba un feo malestar durante el fin de semana. A manera de aprendizaje yo tomé la precaución de no inquietarme demasiado por el final de esas historias. La vida no era más prolija que la manera de contar de mi abuela. Y, por lo supuesto, tampoco lo eran las telenovelas de la televisión.
Hombres casados –murmuraba mi abuela -mascullando y reflexionando al mismo tiempo- hombres que se marchan amablemente de las casas de mujeres que viven solas o a las que ellos mismos conducen a la soledad dándoles a entender, con ese farsante aire metafísico que han aprendido a simular, que su mujer no los comprende y que aseguran que están a punto de separarse, que se encuentran en un tris de ver hundirse su hogar en las Tinieblas. Hombres de bigotitos absurdos que vaya a saber por qué deciden dejarse crecer alguna vez, bigotitos que llevan con cierta devoción o resignación, como si estuvieran cumpliendo una promesa, pero que están allí para ocultar alguna cicatriz, algún rasgo desagradable o un lunar velludo. Bigotitos que ocultan y que son el emblema de su carácter, la metáfora de su personalidad. Es imposible imaginar qué sería de sus caras sin esos bigotitos. Hombres a secas con actitudes dañinas y uñas con barniz suavecito, fanáticos del deporte, deseosos de que su esposa haga cursos de manualidades o visite a los parientes lejanos para conseguir sus escapadas. Viven inquietos, sus vidas están llenas de frunces y dobleces y hasta hay que creer que se apasionan más por el peligro que por la mujer que contribuye a hacer desapacibles sus vidas. Eligieron la infidelidad porque ser agentes de contraespionaje les quedaba grande. Hombres cobardes que sufren mirando el reloj, con un pie aquí y una bragueta allá, hombres de buena memoria, amantes de un peligro pichulero en el que no se arriesga el pellejo sino el statu quo. Añoradores del tiempo del noviazgo eternizado fraudulentamente. Traidores del hogar, apátridas del fuego de la hornalla, mentirosos de entre sábanas, desamoríos muertos. ¡Desgraciados!
El tema de los hombres casados obsesionó a mi abuela. Al principio doña Pepa supuso que no estaba del todo mal, ya que era un modo de reflexión que le estimulaba el funcionamiento de la sesera y lucía bien ya que mi abuela hablaba enfervorizadamente, lo que estaba a tono con los tiempos políticos que corrían, Claro que tanto a mi abuela como a tía Margarita y a mí, semejante obsesión con un solo tema nos parecía un poco exagerado, y por demás rencoroso, tratándose de una reflexión bastante oscura que, al fin de cuentas, rondaba una cuestión que no la afectaba a ella directamente. Cuando mi abuela empezó a despotricar y discursear sobre este asunto lo hizo con relativa discreción. Su voz se apagaba y se irritaba a medida que el rezongo se prolongaba en el tiempo, aunque manteniendo siempre un ritmo parejo. Después, cuando su voz se alzaba junto con su dedo admonitorio para realzar lo que sus palabras indicaban, es decir, cuando pretendía convencernos de que los hombres casados eran la peor plaga que azotaba al planeta y la maldición primordial del mundo, nos preocupamos sinceramente. Doña Pepa descartó sus ilusiones de una mejoría y predijo lo contrario. Entonces tratamos de explicarle a mi abuela que un hombre casado también era un ser humano, que había nacido de un vientre de madre, que era padre de sus hijos, por lo tanto merecía como cualquiera una segunda oportunidad, algún perdón o una actitud piadosa. No sólo fueron inútiles nuestros pedidos de clemencia sino que recrudecieron su furia. Quisimos darle a entender que casarse o descasarse podía ser un percance, un error en la vida de cualquiera y tanto era así de no tan grave que en muchos países, sin ir más lejos en el Uruguay, existía el divorcio. A mi abuela, escuchar la palabra “divorcio” la trastornó del todo. Sin otro remedio, al final optamos por ignorarla de una buena vez y dejar que anduviera si quería con su tema de hombres casados a cuestas de un lado a otro del patio. Sí a ella le gustaba, sí le hacía bien, si...digamos, no la escuchaba ningún vecino con la conciencia sucia. ¡Allá ella!
PÁGINA 12 – ENSAYO
Mi tango es en voz baja.
Por Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires/Argentina)
Cuando se nos viene sigiloso y casi nos sugiere un silbido, el tango viene huyendo de cantoras y recitadores clamorosos para hablarnos palabras que sólo uno sabe. Así que a contraluz de cualquier pensamiento se adueña de nosotros y de cuánto no pudimos ser; esas cuestiones.
Siempre el tango retorna por esos recovecos del frío fabriquero y ojos de alguna piba que nunca lo supiera; más el amigo fusilado en agosto como una lluvia sobre mi traje nuevo.
No tan sólo por eso mi tango es en voz baja. Yo lo siento conmigo a solas y de a uno también si afina su rasguido de viola misteriosa, entrañable y compadre, y evoca los sueños demolidos contra algún paredón congelado y oscuro. Y es que aquel otro tango, del sueño adolescente y goles perdidos sobre la hora, se obliga a dar un paso de costado, digamos versallesco, y los olvidos olvidados nos vuelvan de rebrote hacia tanta arboladura de esperanza que tuvimos. Anterior al desaliento y la feroz derrota.
Es que el tango, taimado, no nos deja un resquicio sin herirnos. Él se adueña del cuerpo aniquilable y de una sola sombra en el difuso velamen de las sábanas. De nuestro pobre cuerpo que llevamos de arrastre huyendo de un reloj de insaciable desgarro.
Eso lo sabe el tango. Y es entonces que torna cigarrillo de larga ceniza meditada, una copa de vino solitario balbuceando algún nombre y ojos en el vacío. Apenas y por eso no hay que gritar el tango, es en voz baja y que nadie sepa cuánto nos ilusionamos o quisimos. Es un chamuyo visceral y mío que vuelve cada tanto. Contragolpe al vacío de un tiempo mejor o imaginario, semental de nostalgia que a veces ya resuena a vulgar organito repetido.
El tango en alta voz y teatralero es una grosería de recién venido. Y él puede someternos por laberintos de la mirada lejos y olvidos inasibles al recuerdo. Es una confesión de tanto en tanto, un deschave en sí mismo y un ‘vos sabés como fueron esas cosas’.
Por eso y más lamentos que prometí callarme, me vuelve siempre el tango. Y no perdona.
PÁGINA 13 – CUENTO
Tiovivo
Por Sonia Catela (Ceres-Santa fe/Argentina)
Si yo fuera policía, usaría una chapa plateada de agente y un uniforme azul que me representaran en lo que soy ante los demás, sin resquicio de duda, cuando camino por la calle a las tres de la mañana y tiemblo como gato mojado delante de este sujeto que salta ante mí, y amenazante, hace que se me caiga el paquete de mentol de la mano, lo que no podría sucederme de marchar firme como soldado de plomo captando con el radar-revólver a sospechosos ambulantes. Y siendo agente de arma y cachiporra cómo vas a castañetear y se te va a caer el paquete de pastillas sin que te animes a alzarlo porque ese grandote de ahí delante te la va a dar si te agachás; por el contrario, si portás chapa y galones, el que suda será el grandote, yo mano en la cartuchera, habilitado para disparar por defensa propia a lo que se cruce, perro, malhechor, viejo, alien, nada de caminar pegado a la pared, vista abajo, más bien ordenando "a ver usted, che, pele los documentos" y es que el individuo mayúsculo se aparece de repente, apenas giro la esquina, corporizándose con todo su peso y su mala catadura, y por una poderosa razón no puedo pegar el retorno. Si me vuelvo, él me la dará por la espalda. Es un corpulento que fuma y pone de relieve su arma tan a la vista que me tengo que agarrar de la pared un segundo porque mi sistema nervioso convierte en flan las baldosas y lo que haya debajo, y el flan me traga hasta la cintura y Norma me pregunta qué te pasa nada y le doy cuerda al reloj para disimular pero si yo fuera policía desafiaría a ese sujeto armado que me mira y empieza a insultarme, "pendejo", gruñe, y me provoca desde la fuerza que le da el revólver, posiblemente porque me ve vestido como un universitario, y si a algo les tienen rabia sujetos como éste es a los universitarios porque los universitarios -aunque algunos militen en la rufianería- no dejan de racionalizar la cuestión de los escrúpulos y ocupan el lugar social de los muchachos buenos con futuro, futuros ministros futuros poetas futuros gremialistas de la enseñanza que piden aumento de presupuesto y legitiman los reclamos sociales y los vuelven decentes; por esas razones éstos nos la tienen jurada. Si soy policía aduzco que el sospechoso venía derecho a atacarme, drogado, -aunque yo no haya fumado siquiera un porro-, el muchacho drogado se me abalanza y ahí lo volteo al suelo, le pego un par de patadas y le pido los documentos, universitarios drogadictos, y Norma me dice no me gusta cómo nos mira ese tipo como si a mí me gustara qué querés que hagamos aparte de darle cuerda al reloj para disimular si fuera policía apuntaría con toda calma al drogadicto, le diría que se tienda boca abajo sobre las baldosas, las manos abiertas, verificaría su documento de identidad, "Angel Rojas", leería, "quedate quieto" le diría pegándole una patada en la columna vertebral, y enseguida me dirigiría a la mina drogada, "a ver vos, tus papeles, ah, conque Normita. Les voy a enseñar a ustedes dos a andar drogados por la calle", diría y cuando ellos amagaran protestar que no, que nada de droga, que volvían de una asamblea univesitaria, yo les exigiría silencio apretando el talón de mi bota sobre los dedos de las manos abiertas en las baldosas de la vereda, pisotones fuertes, dedos uva, y me agacharía lentamente, la mano en la pistola y le ordenaría a la drogadicta que se bajara el pantalón para constatar marcas de inyecciones de droga, y cuando el compañero de ella quisiera resistirse le pegaría un culatazo en la nuca para que me dejara operar, y si se me antojara le bajaría la bombacha a la drogadicta y me la cogería y luego le tiraría dos pesos y le agradecería los servicios prestados y me mandaría a mudar caminando fuerte por la calle, porque con mi uniforme azul y mi chapa plateada la gente no anda preguntando quién es uno, levantaría el tubo del teléfono público y avisaría a la comisaría "sin novedad", enfilaría hacia mi hogar a dormir, porque no sería el que mira los ojitos acongojados de Norma, el que gime: "habrá que olvidar", llorisqueando y abrazándola y queriéndome morir por ella y por mí, sería el que se echa a descansar, antes abrazaría a mi esposa, le avisaría "despertame a la seis" dándole cuerda a mi reloj pulsera al que controlo en su justa hora con esa manía que ella me reprocha de estar siempre mano sobre la cuerda cosa que hago para disimular cuando ante mí veo a un par de universitarios drogadictos como los de esta noche, los veo, degradados por el vicio, abalanzándome para atacarme, procedo, los neutralizo, doy una vuelta en la cama, beso en la mejilla a mi esposa y agradezco mentalmente por el uniforme, la chapa plateada y por ser policía, el que camina y todos saben clarito quién es.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
Susana Giraudo (Villa María-Córdoba/Argentina)
Enamorado de su propia voz,
anda por las calles cantando sin mirar atrás.
Y como aquel Der Rattenfänger von Hameln,
lleva tras de si,
alguna que otra rata,
alegres semillas de cardo,
aliento de pájaros,
aullidos de asogado,
jazmines muchoaromaypocamuerte,
gruñidos de crueles cancerberos,
y un alma de niño
que aún no conoce diferencias.
Llueven ángeles.
Y la voz de un amor-niño,
amenazado de muerte,
pide un espacio
donde recuperar
el rito ,
el nirvana ,
la plenitud
donde el silencio de las miradas
se puebla de íntimos mensajes.
Nunca podrás huir de este sueño,
inconciente registro fabulado.
Percibiste el latir de la voz que no se inmuta,
el palpitar de la insobornable fuerza
oculta detrás de una tormenta que no cesa,
y muere de pié
sobre una multitud de soledades.
Nunca te irás del sueño
que contiene a los sueños.
Quedarás en la quietud de la fotografía aquélla,
con el cabello pasajero del viento en la montaña,
(promesa eterna de cobijo y morada).
Allí donde la piedra es muelle,
volveremos a encontrarnos,
las manos desbordadas de memoria.
Y con aroma a saúco sobre la piel intensa,
ungidos por el poderío de Finn*,
alzaremos el rostro
hacia una estrella.
(*)
En una leyenda celta se cuenta como el aguerrido Finn, jefe de los Fianna, en una de sus aventuras, fue acogido junto a varios de sus guerreros en la casa de un gigante que enciende un fuego con madera de sáuco, La humareda les provoca visiones de Otros Mundos y seres.
El saúco, según las creencias, producía alucinaciones poderosas, por lo que se utilizaba frecuentemente en las ceremonias arcanas destinadas a la profecía ya la adivinación.
Juan González (Tucumán/Argentina)
Se arma y se desarma
Canto rodado
Se desprende rueda
y a veces muestra su cuerpo
pulido por el roce
de un viaje que lo lleva
entre riberas o voces
que penetran sus poros
y alimentan su vida secreta
a través de países
o lenguas que como él
también se alisan
y se mezclan formando
pequeñas islas
de ojos relucientes
que un enrejado oculta
o quizás de manos que tocan
la superficie
de las corrientes donde
su cuerpo brilla
en medio de ondas luminosas
que se funden con el rayo
de la cola
de los lagartos que lamen
todo el espacio
de la madre de las aguas
que escucha pasar el tropel
de arenillas o troncos
o guijarros que ahora reposan
en mesas o escaparates
que la gente observa.
Conversa 1
No tenía edad
cuando cruzó la frontera
en el vientre de su madre
entonces empezó a escuchar
cómo otros hablaban
o decían cosas que fueron
tejiendo una trama secreta
en su cabeza
por eso a veces se escabullía
si escuchaba el golpe
de una puerta
o encogía sus piernas
si un aire frío
entraba por la ventana
pero un día salió casi ahogado
con un hilo de llanto
en la boca
que llenó toda la casa
fue creciendo en medio
de símbolos que navegaban
por las corrientes
de la corteza o
la cola de una vaca
que volaba entre los móviles
de su habitación
que lo veía crecer
envuelto en la
grafía de la sílabas
o las vocales que le sacaban
la lengua desde una página
garabateada y manca
eran su juego estos garabatos?
o era que estaba hablando
con su imagen en el espejo
cuando dijo quién está ahí
y el espejo le contestó
me estoy poniendo el día
para salir juntos
al camino
y escuchar lo que vendrá.
Las que dan de comer al viento
Que una mano toque
el brote de la i
y haga un almácigo en la lengua
que la boca oculte a la o
para que no tenga frío
y estornude sonoramente
cuando el orador
esté hablando del taikún
mientras mis manos giran
en las aspas de la molina
que da de comer al viento
que ronda por el fondo de la casa
donde se arraciman
muchísimas palabras
que mi oído derecho escucha
y salen por el izquierdo
o pierden el pie
entre las cuerdas de una voz
que dando vueltas
se apaga
pero una palabra
ha trepado en mi solapa
y muerta de risa
me dice
no vayas a creer
en todo lo que oyes
mejor sacude los árboles
y así volverán a tener sonido
o siéntate en la puerta
de tu casa
y así escucharás
cómo urdimos en la cocina
de tu cabeza.
Entrando a una galería
Subo a la terraza
porque quiero mirar el sol
y marcar mis huellas en el aire
acostarme a la sombra
de un árbol
y ver cómo suben o bajan
las hormigas por las ramas
todo es quietud aquí
afuera se escuchan
movimientos de ruedas
o sonidos que cojean
por las calles
y se deslizan
por las escaleras
pero vuelvo a la terraza
y descubro
el balanceo de una soga
que baila en el piso de baldosas
y deja rumores
o risas que escucho
mientras leo
lo que escriben las hormigas
que van desapareciendo
en la cabeza de otro árbol
que de pronto ha crecido
dentro de mi cuerpo
y se eleva hacia el cielo
desde donde ahora ve
el hormiguero
que hay en las calles
o me descubre
entrando a una galería.
El que mira lo que escribo
La primera vez que vio su rostro
en el agua
huyó despavorido y
el eco de sus gritos
quedó grabado en las paredes
de las cavernas
pero él se llevó el miedo
en la cuenca de sus ojos y
desde ahí mira lo que escribo
por ejemplo esta mañana
descubrí que cruzaba la calle
comiendo una manzana y
en la otra mano llevaba
una flor amarilla
es para mi hermano dijo
y desapareció en un cartel
donde se promocionaba la vida
al aire libre
pero siempre vuelve
tratando de ocultar su miedo
y algunas veces lo veo cabizbajo
un poco menos joven
o aturdido por los ruidos
que golpean su cráneo
entonces me mira
y me pide un poco de agua y
aunque la primera vez me haya
provocado pavor
hoy vivo en las ciudades
bebo de sus fuentes
y a veces hablo o miro
desde los ojos del que escribe.
No quedan más que señales
Se percibe
la cercanía de su cuerpo
que todo el tiempo
se balancea o emite
voces que invaden
el espacio o
los sitios donde ha llovido
donde alguien remueve
brasas para calentarse
y donde no hay otra cosa
que no sea señales
o gestos
miradas que van más allá
de los ojos
pero sobre todo bocas
que la sorben y
la devuelven humeante
como un huevo
lavas que sellan su eternidad
en los brazos de un árbol
que envuelve
sus piernas en medio
de una habitación revuelta
donde se consuma
el amor o las luces intermitentes
del deseo que habla
a través de los cuerpos
su lenguaje primitivo
y así calma su sed
en ciudades o idiomas
que se escuchan
por las bandas del dial
que su mano mueve
guiada por las parabólicas
que almacenan todos los sonidos.
PÁGINA 15 – CUENTO
El hombre del gabán azul
Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Cuando la mujer de Ernesto llegó para decirnos que él había muerto, nos quedamos como si no nos correspondiera llorar. Y eso que Ernesto era la persona que más queríamos en el mundo. Nos llevaba de pesca cada tanto y en esos días nos alegrábamos de verlo llegar al asilo.
Hablaba poco. Nos aconsejaba remarcando las palabras con un tono neutro, sin mirarnos, como si el hecho de ponernos los ojos encima fuera un acto de debilidad impropia de los hombres.
Con algunos gestos suyos nos llenó de cobardía. Por ejemplo ese tan conocido de pasarnos las manos por el hombro cuando había que tomar una decisión.
Ni bien la mujer de Ernesto nos dio la noticia, Virginia lagrimeó un poco y Pablo se apoyó en la pared para evitar temblar.
Yo no. Yo me quedé en el fondo de la pieza haciendo bolitas con las pelusas que le arrancaba a mi pulover.
La mujer de Ernesto era alta y se vestìa con ropa amarilla como su piel. Después de darnos la noticia cerró la puerta y las bisagras chirriaron.
Virginia entonces se tiró en la cama y se puso a llorar como lo hacía siempre, con una llanto ahogado, que se mezclaba con su voz ronca en esos días. Pablo me miró. Tenía los ojos rojos. Dijo:"Ahora sí que estamos solos", y al decir “solos” los labios se le quedaron moviendo como si la palabra tuviera una extensión atrevida, y se le escurriera entre los pliegues de la boca.
Se asomó por la ventana y miró la calle. Sin verla, yo sabía que era recta y que en ese momento los autos circularían permanentes cansando el asfalto con su peso de ruedas.
- La mujer de Ernesto dijo que se había muerto de golpe, en un día- le alcancé a oír a Virginia que ahora lloraba entre las manos.
-Estaba enfermo.-admitió Pablo contra el vidrio.
Yo me acordé del día que nos trajeron. La monja dijo que esa sería nuestra pieza desde ahora hasta que fuéramos lo suficientemente grande como para salir solos. Nos dieron unos cuadernos y unos juguetes.
Las cobijas que había en las camas eran unas de color naranja que después se pusieron rosadas con el sol y con la lluvia. Pablo le preguntó a la monja por las tías y ella dijo que se habían vuelto al campo, pero que vendrían a visitarnos.
Virginia tenía una muñeca de pelo marrón que se fue poniendo gris con los días hasta que la monja la tiró porque decía que estaba llena de pulgas. Entonces Virginia lloró como ese día de la muerte de Ernesto, con las manos en al cara encima de la cobija naranja.
-Yo quería verlo otra vez-la voz de Virginia era un harapo entre el silencio del cuarto. Un harapo de voz como un murmullo.
Ernesto vino a vernos por primera vez un día de frío de esos en que los asilos parecen más fríos que de costumbre. Tenia un gabán azul y unos anteojos con mucho aumento que le hacían ver los ojos como en el fondo de un vaso con agua.
La monja le explicó que éramos hermanos, que habíamos llegado hacía poco. Le dijo que yo no sabía hablar y que Virginia tenía un problema en los pulmones bastante frecuente en los niños que han pasado hambre. De Pablo no dijo nada. Quizás porque Pablo hablaba y respiraba bien o porque le salían todas las cuentas en el cuaderno sin tener que pensar mucho. O también pudo haber sido porque la monja le prestaba poca atención a Pablo.
Ernesto se acercó a mí y me preguntó el nombre. Yo abrí la boca para decirle pero la monja se adelantó y se lo dijo: “Esteban, se llama Esteban”. Pero Ernesto la miró casi sin darle importancia y me volvió a preguntar el nombre. Yo se lo dije, como me salió. “Esteban”, le dije y me sonreí. Él se dio cuenta que me faltaba un diente, me acarició la pera y me dio un beso.
-Y mañana es domingo.-dije sin darme cuenta. Porque lo dije así, como por decir algo. Virginia me miró y volvió a refregarse la cara contra la tela de su vestido.
Me acuerdo del domingo ese cuando nos llevó a la plaza. La esposa de Ernesto no nos quería. Una vez le hice una bolita de barro y se la puse en la pollera. Ella me pegó un empujón y yo caí sentado en el arenero de la plaza. Ernesto se enojó con ella. Le dijo que por algo no habían tenido chicos. Pablo me dio la mano y nos fuimos hasta los juegos. Después Ernesto nos llamó y nos compró helados. Ella no siguió viniendo a vernos al asilo y tampoco lo acompañaba a Ernesto cuando salía con nosotros.
Otra tarde nos compró una ropa limpia con olor a nuevo y unos zapatos para Pablo y un aparatito para Virginia porque respiraba con ese ruido feo en la garganta.
Pero el día que más me gustó fue cuando nos llevó al río. Ernesto tenía una lancha grande y ese domingo nos llevó a dar una vuelta. Me acuerdo que había muchos camalotes y que Virginia quería una flor. Cuando paramos, Pablo se puso a pescar. Ernesto lo felicitó porque había sacado un pescado que brillaba al sol como la placa que esta a la entrada del asilo. Brillaba y brillaba. Comimos mirando el río y yo probé un postre con una fruta en la punta que Ernesto me dijo que se llamaba cereza.
Con nosotros hablaba mucho pero con el que más hablaba era con Pablo. Una vez Pablo consiguió una revista con mujeres desnudas que le había dado un chico del otro pabellón y la monja le contó a Ernesto. Entonces él se lo llevó una noche y volvieron tarde. Yo tenía miedo por Pablo, pero no por lo que le podía pasar, porque estaba con Ernesto, sino porque Pablo se había ido con sus zapatos nuevos y se había echado perfume. Y Pablo se ponía los zapatos nuevos y se echaba perfume cuando venía el médico o las visitas y nada más por eso pensé que estaba enfermo.
Otro día Ernesto me preguntó como andaba en la escuela y yo le dije que no entendía los problemas ni las operaciones con dos cifras. Al día siguiente vino una mujer muy linda con ojos claros que me enseñó todo, que decía “perfecto” cada vez que yo hacía una cuenta bien y me acariciaba la cabeza. Pero el día del examen yo no me animaba a entrar en el aula y él vino. Me dio un beso y me puso la mano en el hombro dejándome caliente ese lugar calentito y me dijo al oído: “Entrá Esteban que te va a ir bien”. Y me fue bien. Por eso nos llevó a comer afuera y me regaló una bolsa de soldaditos.
-Mañana es domingo-repitió Pablo con un dejo de tristeza.
Yo sabía que estaba enfermo. Tomaba unas pastillas a cada rato y le temblaban las manos. Una vez de tanto que le temblaban se le cayó el vaso y a mí me dio risa. Pero Pablo me dijo que me callara que de eso no había que reírse. Después de ese día no vino más todos los domingos. Cada tanto venía la mujer de Ernesto con una bolsa de ropa y una carta que leíamos como si lo estuviéramos viendo, ahí frente nuestro, con su gabán azul y sus ojos llenos de agua.
Siempre decía lo mismo la mujer de Ernesto: “los quiere mucho, les manda besos y un abrazo”.
La monja nos dijo que Ernesto estaba muy enfermo pero yo no le creía. Ninguno de nosotros le creía porque si bien Pablo no decía nada, él era el primero, ni bien salía el sol los domingos en pararse en la puerta del asilo a ver los autos. Y Virginia se ponía un vestido muy blanco que resaltaba contra su pelo negro como una mancha y se sentaba en el patio a esperarlo también.
Yo no lo esperaba más. Yo cerraba los ojos y hacía como que lo veía entrar haciendo ruidos pequeños sobre las baldosas. Veía que se me acercaba y me daba un beso sin abrazarme como me gustaba a mí, porque a mi no me gustaba que me abrazara sino que me diera un beso y nada más.
Todo fue así hasta que la mujer de Ernesto nos avisó que había muerto.
Entonces Virginia tosió un poco después de llorar y se metió debajo de la colcha.
Yo me asomé a la ventana.
-Capáz que mañana viene-dije un rato después.
Toda la habitación se puso azul de golpe, como el gabán azul de Ernesto que ya no veríamos, que estábamos obligados a recordar para tenerlo cerca siempre.
-Sí...Capáz...-repitió Pablo mientras se ponía los zapatos nuevos.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBROS
Luz de neón. Liliana Heer (Esperanza-Santa Fe/Argentina)
Novela si es que es una novela, más que intrigante, ésta iluminada de a ratos por luces de neón, oscura a veces y deslumbrante siempre. Liliana Heer suele darse esos gustos: plantarse en medio del lenguaje y hacerlo girar en torno a ella, obediente o retobado, para obligarlo a decir lo que a menudo se calla, se oculta, se deforma. Decir, como ella misma lo escribe, decir que no se sabe lo que se sabe. Suprema sabiduría cuando hay una historia a ser contada, un Narrador que enmarca a los personajes y los ilumina turno a turno contra un escenario a punto siempre de caer destruido por golpes o vientos enmarañados que salen de las manos de quienes se ocupan de señalar, marcar a fuego o a niebla las vidas de los otros.
Quién es quién. En realidad una se pregunta, a medida que va leyendo, cómo la Niña deja de ser la Niña, cómo el Indultado llega a ser como es, quién es el Tutor y quién mira desde detrás de las rejas a quien nunca volverá a mirar. El tiempo retrocede, vuelve y vuelve a ser el de hoy. No importa que la Niña haya buscado voces ocultas en la caja, de noche, cuando el sueño vencía a quien la vencía. Lo que sí importa es que haya, cada día, con el pedaleo de las máquinas o las maquinaciones de los motines, un pretexto para seguir ahondando en la desdicha desmenuzada por las palabras. Se sabe, por cierto, pero es necesario decir que no se sabe.
Certero, de una certidumbre pétrea, el Narrador expone lo que ha de ser el ámbito del relato, el episodio crucial que divide el espacio de las vidas en cirugías, mudeces sufridas desde la niñez. No hay palabras para delimitar el freno que supone la burla a los malos sueños.
Es por eso que en la segunda parte de la novela, si novela entre manos es lo que tenemos, se pasa revista al escarnio, se repite una y otra vez lo que, oculto y demencial termina por ser la rutina obsesiva con la que se muele la desdicha. Entonces la descripción de la cárcel-osario se revela como una necesaria transgresión a lo que debiera ser, lo que debiera haber sido en caso de que la narración, la tarea del Narrador, no se hubiera emprendido nunca y hubiera quedado, como una de las piedras del pozo lleno de cal, encallecida en las gargantas, como la pesadilla de la Niña cuando soñaba que le cortaban la lengua. No se dice, eso, lo que se sabe, no se dice. El Narrador, como los locos, dice lo que no se dice. La Niña, como las almas condenadas, espera su momento para aparecer cruzando la calle, aunque ya no sea la Niña, para imponer el contragolpe de su presencia burlona.
La Niña, el Alcalde, el Tutor, la celadora y los colonos-condenados conforman un coro cambiante que de pronto se transforma en la descripción de lo correctamente posible: de quien tiene las llaves y los reglamentos puede esperarse desde compasión hasta prevención. Y por eso, aunque a la Niña no le hubieran cortado la lengua y sí le hubieran rebanado las carnes, la amenaza consistió en un clavo en la lengua y a fuerza de prohibición, los hechos fueron cambiando de forma. Pues bien, a fuerza de palabras, los legajos, publicaciones y papeles convierten al indultado en el Viajante, instalan el incendio en el que todo se pierde y que deja el hueco sospechoso del que se arrancó en algún momento la criatura de la que todos tuvieron algo que decir.
Y entonces se accede, con esa misma palabra, al secreto de lo que no se sabe y se dice que se sabe. De lo que se sabe finalmente y que termina por ser el esqueleto sin carne de una narración-filigrana en torno a los movimientos de personajes que van diciendo, no sólo la Niña, sus pesadillas. La Costurera y el Viajante, que iniciaron el discurso, aparecen en el lugar que el parto y el incendio habían dejado vacío. La sospecha puede entonces apaciguarse. La Costurera cose una segunda piel para las manos de personajes a los que no se nombra; el Viajante lleva en su portafolios las reglas de código de Hammurabi que le han de permitir su desenvolvimiento en la vida. El horror de la cárcel, lo siniestro, lo tapiado, todo eso queda atrás.
El Narrador en la tercera parte, pierde su prestancia y va adquiriendo todos los rasgos de un viejo caprichoso que recorre el tiempo de los deseos aterradores, allá, antes de que todo se desatara. El motín estalla en la piel del carnicero que corta pero no come, en la exigencia de los colonos, en el desmayo de la celadora.
No hay salida. En realidad no hay salida para esos personajes que se han apoderado unos de los otros y que no dejan resquicio para la respiración. Una danza, una ronda, en la cual cada uno ocupa el lugar del otro hasta desangrarse, De pronto aparecen las armas y el filo de los cuchillos remeda las agujas de la costurera y la voz del Tutor cuando sostiene que ella es suya, solamente suya y la alza contra el bastión de los hombres en rebelión.
Sólo quedan ellos pero hay que preguntarse quiénes son, cómo llegaron a la aniquilación y el robo de todo lo que en el reguero de la narración esparcieron o dejaron de lado. No se puede olvidar los colores ni las llaves ni la dimensión invisible de lo que se juró guardar como secreto y que ya no es más que dilución de todo lo concreto en el agua en la que se baña a una criatura.
Es un libro alucinante, en cuya lectura se percibe aquello que no tiene existencia real pero que se ve, se oye, se siente y hiere. Esto último, la herida, es casi como el acápite de todo lo que se ha venido leyendo hasta terminar en esa frase dictatorial y terrible: “No queda nada por hacer”. O sea, todo ha sido hecho, todo ha sido ocultado y por lo tanto puesto detrás de las palabras para que nos preguntemos qué es lo que ha sucedido, cómo, en manos de quién.
Y bien, en manos de quién hemos quedado. Cómo es posible que hayamos transitado el horror y la ironía, la palabra del color y del dolor, la seda, el hilo y el suplicio desde la óptica de un Narrador que no está ahí pero que personifica los vaivenes de una épica de doble faz. Tal vez Liliana Heer nos haya engañado. Tal vez haya sido la maga que nos dijo que nos iba a contar una historia y que de pronto se transformó en esa nube, esa niebla que nos trajo las voces de los condenados a ser lo que la costura, el bastón y el agua los obliga a ser. En ese caso, bienvenida sea. La escritura de “Neón” es una experiencia irreductible a cualquier comentario., Ustedes vayan y léanlo; dejen que la autora los traicione, feliz traición, transiten por los párrafos y sientan en la propia piel aquello de invisible que hay detrás de toda cosa visible.
Angélica Gorodischer (Rosario-Santa Fe/Argentina)
PÁGINA 17 – CUENTO
Cinco minutos a solas con las musas
Por Marié Rojas Tamayo (La Habana/Cuba)
Le pedí a la princesa majadera que me diera cinco minutos de
tranquilidad para poder tomar nota de un cuento que me venía rondando. Ella
tiene la mejor voluntad de complacerme, el diálogo que sigue lo fui anotando en
mi agenda mientras intentaba concentrarme en el cuento.
- Sí, mamita linda, yo te quiero mucho y me voy a portar bien. No voy a
hablar para que escribas tu cuento... ¿cuánto demoran cinco minutos?
No puedo explicarle que demoran exactamente cinco minutos, así que
marco el despertador para que suene al concluir ese lapso, se lo entrego y me
vuelvo a sentar frente a la pantalla en blanco.
- ¡Ah! Ya entiendo... bueno, dame un libro y me porto bien.
Le entrego un precioso tomo de fábulas.
- Mamá, ¿cuánto suman cuatro más cuatro más cuatro más cuatro?
- Son dieciséis – y al ver que espera algo más de mí - ¿por qué lo
preguntas?
- Para que me busques la página dieciséis.
Comienza a leer en voz alta y yo intento hacer abstracción.
- Mamá, este escritor está loco, ¡decir que los zorros y los cuervos
comen queso!
No le preocupa que sepan hablar, sólo le llama la atención el equívoco
con la alimentación. Eso es síntoma de que...
- Tengo hambre, ¿no habrá quesito por ahí?
Le sirvo unas galletas con queso, un vaso de agua y vuelvo a mi
teclado.
- Mamá, ¿los caballos son herbívoros?
- Sí – respondo lacónicamente.
- Préstame un papel para dibujar un caballo... – algo adivina en mi
expresión cuando le entrego los papeles y rotuladores - ¿Me estoy portando bien?
- Más o menos.
- ¿Y qué vas a hacer si me porto mal?
- Te voy a sacar un pasaje para Nunca Jamás.
Creo que he ganado unos minutos de silencio, pero la he subvalorado.
- No puedes, eres grande y olvidaste como se llega.
Pruebo a no responder. Las frases que siguen son pronunciadas una tras
otra, con un segundo apenas de intermedio:
- ¿Falta mucho para que yo sea grande?
- Las brujas no saben matemática, cuatro más cuatro más cuatro más
cuatro es igual a cuatro mil cuatrocientos cuarenta y cuatro.
- ¿De qué están hechos los caramelos de miel?
- El caballo me salió mal, quédate quieta que voy a dibujarte.
- ¡No escribas!
- Estás quedando preciosa... mírame... eso...
- Ahora sonríe.
- Tú eres mi mejor amiga.
- Voy al baño, no, mejor no voy y hago otro dibujo.
- Mamá, si me porto bien y escribes tu cuento, ¿vamos a ser famosas?
- Mañana es jueves porque hoy es miércoles.
- Cuando seamos famosas vamos a vivir en una casita rosada, al lado de
un árbol y vamos a tener un cachorro.
- Mi cachorro se va a llamar Pixie, ahí lo llevo de la mano y tú llevas
la cartera.
- No hay sol porque no encuentro el color amarillo.
- Ayer Daniel se portó mal y por su culpa me regañó la maestra, no lo
voy a poner en el dibujo.
- En Nunca Jamás no hay maestras.
- Las cigüeñas no toman sopa, yo tampoco.
- Anoche soñé que estaba durmiendo y no podía abrir los ojos.
- Vamos a poner mi dibujo en tu cuento, lo termino y te lo doy para que
le hagas fotos.
- ¡Verás qué cuento famoso más lindo con mi dibujo!
- Los extraterrestres son del mundo real y los unicornios son fantasías.
- Como somos tan felices, pinté también un corazón.
- ¿Tú no estás brava, verdad?
Se levanta con su creación en una mano y el plato vacío en la otra; se
acerca con cautela a donde yo, pantalla en blanco al frente y agenda llena de
garabatos al lado, acabo de pedirle a las musas que me disculpen y regresen
otro día, preferentemente en horario escolar. En ese instante, suena el
despertador.
- ¿Viste que bien me porté? – me dice con la mejor de su sonrisas.
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Teresa Esparza Oteo (México DF/México)
Algún día sólo habrá sal para cenar
miraremos con ternura cómo se nos atragantan los sonidos
lavaremos lo vasos
pondremos las sillas arriba de la mesa
taparemos los hoyos con poemas vírgenes.
No quiero que dejes de ser sonido
acuéstate del lado izquierdo de la cama
espera -como yo lo hago- hasta quedar dormido
acomoda tu pelo desde otra mano
camina de este lado de la calle
mira con paciencia la luz de la ventana
cuando el insomnio compra tu noche.
Siente mí frío.
Mi casa es historias en los tendederos
libros escurriendo sensaciones
que intentan revivir las fotos enterradas.
Beto dice, “la vida no es buena ni mala
es sólo vida”, la misma para todos
terrenos baldíos repartidos equitativamente
cada cual hace con su parcela lo que pueda,
-la mía escondida en la ciudad más grande de todas las
ciudades
donde la gente vive parchada-
la habito con mi familia.
Vivimos en espera de algo
a veces llega un poco, pero es tan poco
que no logro identificarlo.
Dice que busca un lugar donde la sala no se agusane,
en el centro, una mesa pequeña llena de caracoles
y un vaso con agua inamovible
para recordar el mar.
Un sitio en la acera de enfrente o
al otro lado del río,
donde suerte y dolor lleguen equitativos
con la eutanasia legalizada para lo estorboso
y ventanas grandes, abiertas en el día,
para dejar salir los olores
así, respirar cada noche.
Porque las casas rentadas son fáciles de cargar,
nada se pega
muebles, personas e historias son volátiles,
las sensaciones siguen a quien sale, se esparcen
afuera
y el color de las paredes cambia de sólo pensarlo.
Son un amante,
una necesidad o un lugar alterno
para el descanso.
y él le dice
desvístete, ahora vuelvo y sale
ella piensa que eso no es nada romántico
se queda vestida
él regresa, no entiende su expresión
ella no entiende cómo puede ser tan frío.
Pero no sé por qué platico estas cosas.
¿En qué me quedé?, ah si.
De niños jugábamos a sostener la mirada sin pestañear
sólo era mirar los ojos, desde afuera
hasta que empezaban a lagrimear,
el primero que los cerraba, aunque fuera una décima de segundo, perdía.
Ahora es más complicado,
no me importa sostener la mirada durante un rato,
mirar un poco más adentro,
pero poco
no sea que algo de mí se quede
y me aterra la imagen de
enterrado vivo o vivo enterrado
que no es lo mismo, pero es igual.
Alguna vez él me miró con ternura,
hasta podría decirse que era amor
pero fueron pocas veces.
Un día me decidí y me deshice de sus pertenencias:
los días de espera,
sus libros, discos y las palabras dulces
los regalé.
¿Por qué llegué a este punto?,
no lo recuerdo.
A veces es un barandal de escalera
se queda con algo de todos los que suben o bajan,
a veces es la escalera
pisoteada.
Una amiga me platicó que él le dijo:
Desvístete, ahora vuelvo y salió.
Ella pensó que eso no era nada romántico,
¿O fui yo?, quizá
pero esto ya lo conté…
Coalición de palabras en el centro
ni te llegan, ni me llegan.
Frases sin sentido
se destruyen entre sí
concientes de su inutilidad.
Voy a alejarme por un tiempo
empaquetaré las historias que cargo
te llegarán por correo,
quizá algún día nos entendamos.
Nuestro mundo se derrumba
y nosotros delimitando territorios.
Nos repartimos los ríos que dejan las goteras,
las montañas de pedazos de cal que caen de las paredes
y las chispas que salen de los contactos,
como si no hubiera nada mejor.
Hoy me hace falta una dosis de ternura.
Lo que trato de decir es que quizá
podamos encontrar la falla de otra forma
o podríamos olvidar… no sé.
Ana Istarú (San José/Costa Rica)
Algún día
Algún día
algún misterioso día húmedo
me volcaré en mí misma para siempre,
y no podrá nadie llamarme
por mi nombre,
porque seré un encierro de paz,
único y eterno.
Algún día húmedo,
con el sello infinito de dos palabras:
no volveré.
Y la vida abierta y dolorosa
bajará rodando por las gradas.
Anunciación
¿Y este baño de nieve?
¿Y este aserrín de almendra en los pezones?
Y en mis regiones lunares,
¿por qué esta Pócima lenta de tu boca
volcada como aceite,
saliva somnolienta?
¿Cuáles palabras, cuáles,
me has puesto sobre el sexo?
Navegan hacia un cielo
mis dos muslos sonámbulos,
y en tan tierno declive
un ramillete helado de fresquísimos berros
deslizas del tobillo hacia mi gozne.
¿Y este aroma viril, sus estrellas saladas?
¿Cuáles palabras, cuáles,
escozor de jengibre
de tu barba crecida, entre mi sexo?
¿Cuántos besos has puesto
sobre esta ventanita?
Adiós. No escribes más
con tus húmedos dedos.
¿Qué cosa has dicho? Un algo,
un ya no supe cuál de anunciación.
Te has puesto la bufanda. ¿De dónde viaja a ti
toda la luz?
Adiós dardo bellísimo del sol.
Te yergues todavía. Te estás por ir.
Devuelves hacia el lecho
esa boca sanguínea
y alcanzas con el borde de tu lengua
las cimas de mis senos,
sus morenos torreones de azúcar diminutos.
Abro los ojos. ¿Dónde
miro pasar volando
un abrigo raído?
¿Por qué, como la nieve, en el tejado?
Un dios se mueve en mí.
Adiós, arcángel.
De los cuerpos celestes
El firmamento me convoca. Restriega
su plácida testuz,
su pelusa de argento, su pescuezo
de hielo troquelado
en las lanas calientes
de mi panza de loba.
El universo
restriega su frágil cornamenta
en este globo terráqueo de mi cuerpo.
Mi único pájaro
Hoy llevo puesto
mi vestido tierno.
Y la casa está dorada
como un jarro de miel.
Hoy,
cuando el cielo ascendía de nuevo
sobre mi árbol
he arrancado de un soplo
el único pájaro que tenía.
Cuando se alejaba,
parecía que el alma se me llenaba de plumas.
Y un solo pájaro atravesó la mañana.
Debe de estar desangrándose
en el tejado oscuro de tu casa.
Esta mañana el único pájaro
que me quedaba
se ha roto hasta apagarse,
aurora que se desgarra.
Esta mañana,
cuando el sol
sembraba de margaritas
todos los rincones.
—Tu puerta estaba cerrada—
Sobre tu frente
Sobre tu frente
los lirios mal heridos.
Si de un racimo terso
como agosto,
al leño duro vas y vienes
¿qué me queda?
Acuno tu vehemencia,
la sosiego,
un pecho y otro doy
a tu embestida. Cristales
me acoracen. ¿Qué me queda?
La luna por almohada
ha de lavarte
la pena calcinada de la nuca.
La hilacha fiera
de la angustia
traza tristes telares,
tiende un ovillo persistente
en tus pupilas.
He de zurcir en tu iris gramos brillantes.
Tanta faena. ¿Qué más yo puedo,
qué dos brazos cruzados,
qué nada que me asista, ni qué nadie? ¿Y así?
Sobre tu frente
estos lirios mal heridos:
pues hierbabuena y mi fe.
¡Bebe el milagro!
PÁGINA 19 – CUENTO
Un jardín de rosas rojas.
Por Juan José Araya Muñoz (Chile)
Nuestro agradecimiento a Luis E. Aguilera González (Director NacionalSociedad de Escritores de Chile)
A gran altura planea un cóndor, observando el paisaje donde se encuentra la presa. Se ve en el cielo un abanico gigante. Dos manos entrelazadas con muchos dedos y las puntas de las uñas pintadas color plata, en el vértice una manija roja, una corbata blanca y un abrigo negro, una flecha circundante en el espacio azulado del otoño. No se ven nubes.
Desde una explanada en la ladera, el niño observa a la bestia y con la honda boleadora trata de derribarlo, pone una de las balas en el pedazo de cuero trenzado y con la mano derecha la hace circular, cuando la piedra toma fuerza la dispara, la bala sale a gran velocidad. El pajarraco está demasiado lejos, el niño en ese instante piensa como hacerlo bajar un poco para cazarlo, siempre fue un sueño cazar esas bestias que no lo dejan tranquilo interrumpiendo la tranquilidad de niño en los juegos por tener que cuidar el ganado. En la frágil cabeza quiere desnudarse, saca pantalón y camisa, (no tiene nada más) y rápidamente empieza a revolcarse por la pradera, a balar como un cordero herido y sin dejar de observarlo. El ave de rapiña da una y dos vueltas bajando un poco, pero no lo suficiente, enseguida se dirige al sur.
El niño lo pierde de vista, apenas se ve un pequeño punto negro en el cielo, hasta que no se ve nada. Pone las manos en los ojos, haciendo un tubo para distinguirlo, aparece de nuevo un pequeñísimo puntillo y ahora se pierde en la lejanía. Mientras lo observa recostado sobre el pasto y con el abrigo del sol de invierno se quedó dormido.
De inmediato empieza a soñar con el abuelo. Hacen algunos años que el viejo se ha marchado a descansar al más allá. Ahora, en este momento tiene poderes mágicos y lo está invitando cariñosamente al interior de una iglesia o un gran palacio donde él se encuentra, en las manos tiene una hermosa rosa roja y generosamente la ofrece al nieto.
El templo tiene una barrera protegida con rayos láser, lo controla un hombre viejo, es un abuelo quien viste una blanca túnica, es juez y habla un lenguaje que el muchacho no entiende ni conoce. A pesar de todo se da perfectamente cuenta que la autoridad no desea que el niño entre a palacio diciendo que en la tierra tiene muchas tareas que cumplir y en ese momento da ordenes severas al abuelo para que desista, pero él abuelo las desobedece, alegando que él también es un juez. Al cruzar la puerta principal o recibir la flor, es imposible retroceder no hay vuelta atrás. La vista del niño cruza las barreras y al interior se ve un hermoso jardín muy bien cuidado con una gran variedad de flores, abundando las rosas rojas, cada pétalo es un manto y hasta se huele la fragancia, dentro de cada flor se puede construir un gran hogar, un palacio propio. La luz a veces es tenue, azulada oscura y verdusca, después de un pequeño tiempo cambian los colores a más claros, rojos y amarillos, es un lugar pasivo y atractivo, ahí no existen problemas de ninguna índole, dan muchos deseos de estar allí. En este momento está indeciso, camina tres pasos donde se encuentra el abuelo, pero el perro lo arrastra cuatro pasos atrás, a las afueras, lo retira de ahí, el animal está volando y lo tironea para que no entre a ese recinto.
El niño en este instante le entiende el lenguaje al perro, que en un ronroneo penetrante, le ruega y le exige que no lo haga, le aprieta fuertemente una de las manos, esta decidido a no dejarlo entrar, cuando pasa por delante lo suelta para decirle improperios al viejo y desea morderlo.
El abuelo montó en cólera, la ira parece estar controlada, es fría, pero fuerte, en este instante empieza a comandar una bandada de helicópteros robotizados y guerreros los que tiene a su entera disposición, dirige y ordena que salgan a las afueras en busca del niño. Él no puede salir aunque lo desee o lo quiera. Los helicópteros empiezan a sobrevolar alrededor y se vienen encima, el longevo está decidido llevarlo de cualquier manera a la gloria eterna de su infinito.
El muchacho se da cuenta que está en un profundo sueño, trata de despertar y no puede, si no lo hace los aparatos aterrizaran en la propia cabeza.
Es un ruido ensordecedor, con las alas cortan el aire y un viento frío golpea el pequeño cuerpo.
De pronto siente que el perro le lame la cara y empieza a escuchar muy lejos los ladridos. Sobresaltado se despierta.
Una veintena de hambrientos y feroces cóndores descuelgan las patas para aterrizar encima de ese cuerpo desnudo e indefenso. Con las alas abiertas oscurecen la montaña en este momento por suerte aparece el perro, empezando a pelear y jugarse la vida por él de lo contrario las bestias lo comen. La ropa y el arma se encuentran muy lejos.
Acurrucado y desnudo en el interior de un arbusto, ve que la lengua sangrante del perro, el pico abierto y la cresta de los pájaros, «conformaban un jardín de rosas rojas»...
PÁGINA 20 – ENSAYO
Libro Ars brevis
La memoria del aire: José Donayre: arte de la brevedad
Por Winston Orrillo (Lima/Perú)
orrillowinston@gmail.com
En la literatura se puede ser hemorrágico, pero, también, hay otros autores que practican el arte de la brevedad, el oficio de la contención, el dominio de ese demonio encabritado que es el idioma.
Casi siempre, estos últimos –herméticos para algunos- desarrollan su arte con la paciencia benedictina de los que, poco a poco, buril en mano, fueron dejando las huellas de la aventura humana en los conventos de la Alta Edad Media.
Con frecuencia el idioma, embridado, es más difícil de aprehender que aquel gozo de la palabra, brioso potro que discurre por las praderas ubérrimas de la imaginación.
Lo cual quiere decir que no es imposible señalizar a los cultores de la palabra ceñida como una suerte de anacoretas de la literatura, sumidos en el cenobio de una creación que, como esos licores minuciosamente destilados, entregan solo sus encantos, su condición de ambrosía, a un lector igualmente dedicado, y que sepa que leer no es meramente el pasar los ojos sobre la superficie de un papel –cualesquiera sea su calidad- sino bajarse del caballo y hundirse en esa suerte de preseas del idioma, diamantes logrados a las infinitas temperaturas en que la imaginación se despelleja para obtener esos frutos, ceñidos pero sápidos, como los que podemos encontrar en Ars brevis, de José Donayre, uno de los autores peruanos a los que se debe el demostrable auge de la narrativa corta en el Perú de los días que corren.
Parco como sus textos, pero dueño de una bonhomía fácilmente aprehensible cuando uno penetra en los meandros de su personalidad, Donayre es una suerte de monje benedictino de la cultura. Uno de esos que trabaja allende las alharacas de los volatineros de la cultura (que en todas partes florecen).
Su último libro, Ars brevis, fue publicado bellamente por Editorial Mesa Redonda, igualmente responsable del auge de la narración peruana de hogaño Él se compone de 96 microrrelatos que, sumados a la media docena de textos que viene lanzando desde fines del siglo pasado (su primer título fue La fabulosa máquina del sueño,1999; y el anterior Horno de reverbero, 2007), conforman un corpus narrativo en el que se aprecia a un estilista y a un permanente buceador en los entresijos de la lengua, como vehículo conducente a la revelación de un mundo que, efectivamente, se halla localizado en eso que, otrora, se denominara metafísica.
(º) Premio Nacional de Periodismo. Catedrático Principal de las Universidades de San Marcos y San Martín de Porres.
PÁGINA 21 – CUENTO
Invicto
Por Arturo Lomello (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Apuntara de donde apuntara, siempre acertaba. Ganaba cientos de bolitas de todos los colores, calidades y tamaños. Y, de vez en cuando, nos invitaba a que contempláramos la bolsa de arpillera en la que las guardaba. Prácticamente eran incontables ya, una fiesta de la policromía y apenas si se podía mover la bolsa. Nuestros rostros no disimulaban la envidia que sentíamos.
El interrogante de todos los pibes de la barra era. ¿Cómo es posible que no yerre jamás? ¿Acaso “La vinchuca”, vieja curandera del barrio, le había transmitido algún extraño poder?
Lo cierto es que en nuestra frustración resolvimos no jugar más con él. Nicolás, entonces, se vio obligado a proseguir su campaña invicta en otros barrios. De cualquier manera, todos esperábamos encontrar alguna vez la oportunidad de derrotarlo o, por lo menos, de asistir al momento en que tirara su bolita y ella pasara de largo sin hacer impacto,
Por supuesto, nosotros aspirábamos a tener una puntería que nos permitiera como a él reunir centenares de bolitas; era la mayor riqueza que podíamos anhelar. Por eso, un día lo aparté a Nicolás y le prometí que le regalaría el cachorrito de perro de policía que le había nacido a “Canela” si me revelaba su secreto.
Ni yo mismo lo sé- me respondió- el que más se sorprende soy yo. Cada vez que tiro, me digo “ahora erraré”... pero la bolita va derecho hacia la otra y le da justo..
Lo miré fijamente, con ganas de provocarlo para tener el pretexto de darle una trompada que, eso sí, seguramente le acertaría , porque él no sabía pelear y además era bastante menudo y desmañanado. ¿Me mentía o había que creerle?. Parecía absolutamente sincero. Aquella capacidad suya hacía pensar en una máquina infalible, en una de esas computadoras con las que jugaban los grandes y decían que trabajaban.
Los muchachos habían ideado lasa formas más ruines de hostilizarlo, cuando iba a lanzar su bolita. Hacían ruido, lo empujaban, lo asustaban; pero el mantenía un sexto sentido para zafarse en el momento oportuno en que la lanzaba.
Pero llegó el tedio. Un jugador perfecto del que se sabe que jamás cometerá un error, no ofrece, una vez pasada la época del asombro, nada imprevisto. Paradójicamente. el único interés que resta es que a fuerza de reiterar su acción llegue el fracaso.
Y el fracaso llegó. Fue una tarde en que con cierto desgano lo habíamos desafiado a jugar, intentando aburridamente dar una nueva oportunidad a la suerte para que le fuera esquiva. La mayoría de los chicos ni siquiera atendió el momento en que Nicolás se dispuso a tirar. No hubieron burlas ni intentos tramposos para asustarlo. Lanzó la bolita con total serenidad.... y ante el estupor de los pocos que observábamos erró por unos cinco centímetros.
Éramos siete u ocho y se produjo una gran algarabía, aplausos y hasta no faltó quien lo abrazó a Nicolás, como si el hecho de haber fracasado por primera vez en dos años significara una liberación para toda la barra.
El se retiró consternado, sin decir palabra. Ocultó su rostro, seguramente porque se le desbordaban las lágrimas.
Nunca volvió a jugar a la bolita, temeroso de comprobar que había perdido definitivamente su poder.
Después pasaron los años, crecimos y la barra se desmembró, porque varios se mudaron de barrio y otros se fueron de la ciudad , abordando estudios u ocupaciones que absorbieron sus vidas.
Fue Osvaldo el que me comentó que Nicolás se había convertido en compositor de música y director de orquesta, logrando triunfar en Estados Unidos y Europa, al crear una renovación de las concepciones sonoras que no se había concretado desde la época de Juan Sebastián Bach. Me anunció que se iba a presentar en nuestra ciudad al frente de una orquesta sinfónica, pocos días después.
Osvaldo y yo fuimos al camarín del teatro para visitar a Nicolás el día del concierto. Nos recibió en seguida y nos atendió con mucha afabilidad. Conservaba su menudo cuerpo , su figura austera y nerviosa. Osvaldo no sé por qué razón tuvo el mal gusto de recordarle su fracaso de aquel día de la ya lejana infancia. Advertí que todavía lo afectaba el hecho. Su rostro trasuntó un pensamiento sombrío y a partir de ese momento el nerviosismo lo dominó . Fue tan evidente que consideré conveniente retirarnosYa en la salida me sorprendió comprobar la presencia en otras filas de Jaime, Juan Carlos, David y Eduardo, compañeros de la barra a los que hacía muchos años que no veíamos.
Cuando saludó al público nos buscó con la mirada y al ubicarnos dio la impresión de que quería sonreír, pero solamente logró dibujar una mueca..
Su desempeño en la primera parte del concierto fue glorioso. Nicolás dirigió obras de Mozart, Bach y Beethoven, mostrando una personalidad apasionada de director, una aptitud creativa singular, que equilibraba el rigor y la inspiración. En el intervalo los integrantes de la barra nos reunimos en un reencuentro que quiso ser alegre, pero que transcurrió en esa atmósfera frustrante de quienes quieren recuperar un camino que ya quedó muy atrás. Cuando nos vio a todos reunidos no pudo reprimir un gesto de desagrado y buscó un pretexto para despedirnos, tratando de no ser descortés.
Inició la segunda parte del concierto, dirigiendo un poema sinfónico del que era autor. Ante la sorpresa de la orquesta y del público se equivocó reiteradamente. Luego se interrumpió, hizo un medio giro con su cuerpo, observó con desesperación a la concurrencia y tras unos segundos de vacilación cayó como fulminado.
Uno de los organizadores anunció que la función debía ser suspendida por una indisposición de Nicolás , que había sufrido un colapso cardíaco.
A la salida del teatro comentamos vivamente lo sucedido .No me quedé mucho, pese a que trataban de organizar una cena para festejar el reencuentro. Y aunque manifestaron su desconsuelo por lo ocurrido, yo advertí cierta cruel alegría en los rostros.
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
Amparo Osorio (Bogotá/Colombia)
Igual muere la huella
El viento esculpe rostros
y tú que vigilas la hierba
desconoces ahora los indicios
de toda eternidad.
Fuera de ti
no hay raíces posibles.
¿Cómo nombrarte
sin que crezca la muerte?
Resurrección
Caminaré de nuevo.
Levantaré las ruinas de mi casa
y las ruinas de mi corazón.
Me vestiré de alas y de soles
de presencias amadas.
Hallaré en otros labios
aguas para mi sed
y en otros ojos
prolongaré caminos.
Yo signada de viento
desafiando conjuros...
ceñiré nuevamente mi relámpago.
Estación profética
Crepúsculos ajenos
destinos vanos
presentes irreales
¡Desperdicio!
Nada pueden mis ojos cambiar.
Ni las palabras dichas o calladas
ni el rostro de la muerte
inventariado en los pliegues de la sombra.
Olvidos. Cientos de olvidos
y húmedas crisálidas
–guardianas de las tumbas–
avanzan a pesar de mi sollozo.
Se cumplen los relojes
con su cuota de espanto.
Raúl Henao (Cali/Colombia)
En voz alta
“Quemar no es contestar”
(Gerald De Nerval)
Aquella noche el viento llamaba a mi puerta
con nudillos de recién nacido
Sentía un vivo deseo de correr al trotecito
Me veía en el espejo relinchando como un caballo
al que se patea en los ijares.
En las calle miraba el rostro de la gente
caras vacías a las que el espectáculo
prestaba algunas de sus luces
Creía reconocer en ellas a personas que me habían
sido familiares hace mucho tiempo
A duras penas evitaba saltar al cuello
de quienes pasaban a mi lado
Vi caer un paracaidista disculpándose
con la mejor sonrisa
Una y otra vez preguntaba por la dirección
de mi casa olvidada bajo llave
Arrastraba los pies con exagerado amor propio
daba un paso y otro
De repente me encontré subiendo las gradas
de un inmenso estadio desierto
Hablaba en voz alta en voz alta.
El hambre
Mientras miraba fijamente las vueltas que daba un pollo
en el asador
Advertí que a pesar de poner todo empeño de mi parte
no podía cerrar la boca.
Afortunadamente había pasado desapercibido para las personas
Que a esa hora acostumbran pasearse
A lo largo de la calle.
Cuando tocado por la curiosidad alguien se detuvo
A mi lado y echó una ojeada
Luego con el aire del domador de circo que mete su cabeza
En la boca de un león, introdujo la suya en mi boca
Y volvió a sacarla al parecer sin ningún desperfecto.
Sólo en la expresión avergonzada de su rostro
Se adivinaba que acababa de perder la cabeza.
El azar de tus pasos
El azar de tus pasos por el que tomas
cada vez mis caminos
Cada vez que vuelves el rostro
hecho de un fino hilo de agua
Endulzas tus palabras guardadas
para los días de fiesta
Corteses como damas de compañía
en el mirador de un hotel
Cuyas escaleras mareadas jamás prestaron
su mano a otra boca más roja
Ramas con azulejos tus cejas
bajo las que corres
una armadura de cota de malla
He visto como olvidabas tus ojos
en la porcelana de sol:
Leche derramada en la mesa de noche
Pero nunca dejabas de preguntarle
a una rosa abandonada en tu escote
Parte de su encanto consiste en borrar
de tu mirada otro paisaje
Vueltas a encontrar tus horas
en un reloj de arena
La ceguera tiene salas para jurar
en vano que mientes
Si dices que despiertas para los que sólo
sueñan que despiertan.
Alborada
¿Es una fuente o una muchacha
desnuda
la que ese viejo alcornoquero
persigue en el descampado
del parque?
Un tribunal de helechos
parece agolparse
en la galería al aire libre
Mientras alrededor
del ruinoso estanque
Algún visitante ocasional
Cae en los hermosos brazos
de la bruja albina
siempre a horcajadas
de la ventisca mañanera.
Yo soy ese arrobado comedor de opio,
la sal en la taza de té.
El apagón
Los rojos san juaquines florecían
A mi paso
Arriba las nubes, blancas
Paredes
De mil pies de altura
Por las que me veía volar tosiendo
Como un aeroplano
En cambio, parecía que la gente a mi lado
Pataleaba sobre la cabeza de un calvo
Ponían mi emisora favorita
Y me encontré silbando las letras
De una canción.
Al oído de la encopetada dama
Que tomaba el té en mi compañía.
Fue entonces cuando corrió el rumor
De los apagones
Desde el salón miraba la negrura
De la calle cubierta de gigantescas
Hojas de periódico.
Alguien trepaba sobre mis espaldas
Y sobre las espaldas
Del que se trepaba a mis espaldas
El último en subir prendió una cerilla
...Usted, usted se fumó el sol
Me gritó desde las alturas.
Para Carlos Bedoya.
Damas de luto
La noche del sábado arrimaban a mi mesa
una botella de brandy y dos mujeres de luto.
Era muy negra, muy negra ese día mi estrella.
fuímos a un teatro de pacotilla
donde había la escalera a la luna de un pintor
que sacudió un tarro de pintura
en mi solapa.
El villano que paseaba en escena
las narices puestas en el escote
de las damas de luto,
me miraba a la salida
desde el espejo empañado de la taquilla.
Se hicieron gárgaras mis palabras de amor
y tomé el primer taxi a la vuelta del teatro,
mientras la luna escupía huesos de fruta a mi paso
y el viento en las esquinas, pasaba lista a la aurora.
El circo de los enamorados
Abril huye en traje de noche en el café del desvelo
Encaramados a las lunas de escaparate
Al escaño trastabillante del escenario nocturno
Los músicos de la orquesta
Llevan enchapes por bigotes
Flores de papel en el ojal
Pecheras almidonadas donde se estrellan
Botellas de champaña.
En ese frente desmantelado del sueño a la vigilia
Se toman por asalto los enamorados
Para desajustarse escotes y corbatas en público
Para desvestirse los senos encabritados
En las propias marmóreas narices del alba
Arribando con todas sus luces disparadas
Sobre la insomne clientela del amor
Arrumando las jaulas de un circo que parte
A la entrada del día.
La realidad y el deseo
La tarde arrastra una banda de música
Tras los faldones del viento.
Súbitamente delante de mi vista
Una alada pareja de baile
Persigue las notas otoñales
Del acordeonista solitario
Al fondo de la alameda
Un ciego trastabillante
Bajo la lluvia
Aparece en el parque dominical
Al paso que la estatua
De mármol de mi pensamiento
Pierde su última hoja de parra
Al avecinarse el anochecer.
Pasaje al desamor
En la percha de septiembre se abrigan
Las golondrinas del desamor.
Una mujer del signo de la balanza
Desaparece en la luz hiriente
De un espejo ilusorio
Tras abandonar
Su heráldica, nostálgica
Zapatilla de ballet,
En la sala de baile desierta.
Prosigue a solas el pianista del invierno
Su melodía cristalina, guirnalda de agua,
A la salida de un pasaje comercial de la ciudad.
El olvido
Cerca al desposeído al desamparado
El olvido pasea sus muertos
Insepultos entre la niebla
Cruza el sordo la calle
A brincos la sangre le hace señas
En el espejo de la mañana.
Y no hay un árbol a la redonda
Donde poner un nido de pájaros
Una sola nube donde acampar al sol.
El olvido pasea sus muertos insepultos
Cerca al desposeído al desamparado.
El sordo cruza la calle.
Entre la niebla acampan los pájaros
Porque no hay un sol donde poner una nube
Un árbol donde borrar
La sangre a cántaros de la madrugada.
PÁGINA 23 – CUENTO
Lo Tangible
Por Loreto Silva (Pica-Iquique/Chile)
«Sus datos, en orden por favor, ¿nombre completo? ¿Edad?, ¿actual?, no la de “ese día”. ¿Dónde estaba exactamente”, ya, refugio MD-00382 con su familia, sí, tengo más casos de esa ubicación, quizá tenga suerte. ¿Cómo era usted físicamente?, 1,75 mts, pelo negro, abundante, crespo. ¿Piel? ¡ah! afro americano. ¿Alguna seña física, mancha, rasgo distintivo?, ninguno. ¿Sexo?, femenino. ¿Opción sexual?, no se moleste por las preguntas la descripción debe ser detallada, heterosexual. ¿A quiénes desea ubicar?, padres, sus nombres completos…»
Sentado sobre una vieja silla y con un escritorio delante, comenzó nuevamente el ciclo de preguntas. Al terminar revisó concienzudamente la ficha, para luego clavarla sobre un muro largo, interminable, lleno de otras similares. Quienes ahí se reunían se acercaron a leerla detenidamente, el sol ya se escondía y comenzaron a retirarse, al día siguiente regresarían, esos y otros que habrían oído de su trabajo; y él agregaría fichas intentando encontrar alguien conocido.
Regresó a la casa en que solía pasar las noches, otra rutina inventada para sentir que tenía un hogar, deshabitada como tantas, poseía objetos que le agradaban, su piso con baldosas de colores tipo tablero de ajedrez y un jockey de niño de color rojo; estos le recordaban su infancia. Era un soñador, esa característica la conservaba de… bueno, de antes…Esta era otra larga noche, de esas en que cerrar los ojos no servía de nada. Se preguntaba «qué pasaría si algún día ella apareciese ante mí, ambos irreconocibles», sólo sabrían de sí por referencias, la ficha sería lo único tangible.
Parecía que la gente normal ignoraba sus presencias, de hecho no tenía ni una ficha de aquellos y era sabido que la mayoría de los refugiados salieron indemnes. Esas personas habían podido proseguir sus vidas, no igual que antes, pero, continuar. Los más afortunados murieron desintegrados. Ellos no; estaban estancados ni siquiera en el tiempo sino en la materia, convertidos en esas formas corpóreas, irreconocibles, translucidas que no requerían alimentos ni aire ni dormir para vivir; si eso era una vida. El inusitado efecto que se produjo “ese día” en los desprotegidos. Ni muertos ni vivos. Ni carnales ni fantasmas. Extrañamente después que muchos de los escudos fallaron, sólo ellos buscaban.
“Recolector de Datos” era el oficio creado por él para no pensar y acortar los días. Había reunido, padres con hijos, esposos, enamorados, amigos; también esperaba beneficiarse alguna vez.
Cuando el sol apareciera, iría caminando al muro, se sentaría enfrente de su escritorio y atendería a más seres luminosos, semejantes a él, que estarían ahí todo el día buscando y esperando…
PÁGINA 24 – ENSAYO
Entre las dos orillas
Por José Cruz Cabrerizo (Barcelona/España)
En el tema de la escritura marroquí en español, hasta donde uno puede otear el horizonte descubre no dos, sino tres orillas:
La primera es la de los que niegan que haya una literatura marroquí escrita en español (e incluso en francés) porque no existe un enraizamiento en esa tierra de dichas literaturas, tampoco historia, tradición, y les niega cualquier posibilidad de futuro por su interés neocolonial, y la falta de lectores en un país en que la principal preocupación es el día a día. El lector interesado debería ver Driss Jebrouni, “La falacia de la literatura marroquí en castellano”, Marruecos digital del 21 de septiembre de 2006 (previamente aparecido en el diario en español de Casablanca “La Mañana”, marzo de 1997), que se centra en analizar “La antología de la literatura marroquí en castellano” de la Editorial Magalia, del año 1995.
La segunda es la de la historiadora Mª Rosa de Madariaga. También en Marruecos Digital se puede ver “¿Existe una élite hispanohablante en Marruecos?”. Desdice lo escrito por Jebrouni para señalarnos que gracias a las políticas del colonialismo y del postcolonialismo francés sí hay élites francófonas en Marruecos que han resultado en una muy buena nómina de escritores marroquíes en francés. España ha hecho lo contrario de Francia y por eso los escritores marroquíes que se expresan en español “lo hacen en un español “para andar por casa”, como se dice vulgarmente, pero cometen en la lengua escrita faltas garrafales, no ya sólo en la construcción sintáctica, sino incluso en la ortografía. Se trata de un español aprendido “en la calle”, y no en la escuela desde la primaria”. Al menos no esconde su esperanza en el futuro: la verdadera generación de escritores marroquíes en español vendrá de la mano de los inmigrantes que lleguen a España.
La tercera orilla es la de los propios escritores marroquíes en español. Otra vez en Marruecos Digital, Mohamed Lahchiri hace oír su voz en “Sobre literatura marroquí en castellano”. Un discurso que clama contra los excesos de Mª Rosa de Madariaga, pero que admite (como no podía ser de otra forma) que hay escritores mejores y peores, y que muchos de los peores (como no podía ser de otra forma) han sido encumbrados por la oficialidad cultural.
Pero dejemos al lector que se forme una opinión. Y para ello lo primero es no saltarse el interesante prólogo de Carmelo Pérez Beltrán y el estudio introductorio y divulgativo de Abdellatif Limami.
Y dejando atrás esas disquisiciones cruzadas cabe preguntarse si podría servirnos la lengua y su derivado escrito, la literatura, para tender puentes entre, no las tres, sino las dos orillas separadas por el Estrecho, superar esos prejuicios y estereotipos de los que habla el prologuista y editor literario. No cabe duda que los escritores marroquíes en español, de calidad o pésimos, contenidos en esta o en otras antologías o no recogidos en ninguna, mantienen una relación sentimental, aman nuestra lengua común y ven en ella una herramienta para el entendimiento de dos vecinos tan cercanos y tan lejanos. Haríamos bien en adoptar lo que propone Mohamed Lemrini El Ouahhabi: “No nos faltan ganas de expresarnos en este idioma y eso, para muchos de nosotros es un gran esfuerzo que alguien tiene que valorar muy positivamente”.
“Entre las dos orillas: literatura marroquí en lengua española”, recoge la nómina de autores que vamos a citar completa sin que importe su mayor o menor visibilidad literaria: se trata de Mohamed Chakor, Mohamed Bouisef-Rekab, Mohamed Akalay, Mohamed Lahchiri, Rachida Gharrafi, Ahmed Oubali, Ahmed Mohamed Mgara, Larbi El Harti, y (algo que no se comprende muy bien en un libro de relatos) un poeta en calidad de tal: Adbedarrahman El Fathi.
Una ventaja estratégica muy importante de este volumen es que se incluyen tres referencias de cada uno de los nueve autores. Estamos acostumbrados a antologías de un solo relato por persona y eso a veces hace perder perspectiva, por cuanto el escritor se la juega a una sola carta. De entre todos los títulos que contiene esta edición, hay autores de los que sólo les salvaría un relato (ténganse en cuenta los parámetros personales y subjetivos de esta afirmación). En mi caso habrían resultado escritores “deficientes” si no me hubiera topado con el relato “perfecto”.
El tema de la inmigración es transversal a un gran parte de las narraciones . “Las dos orillas” de Mohamed Chakor es un sencillo y bien conseguido cuento “antropológico” en que una orilla reprocha a la otra el haberse olvidado de su pasado. La inmigración es factor determinante en la vida de muchos de los personajes: mujeres que cruzan el Estrecho con éxito y son pasto de la explotación sexual de sus propios compatriotas (valiente y digno de destacar, no toda la culpa es de los otros, “Promesas”, de Mohamed Akalay con un bien construido monólogo interior). También sufren su triple condición de mujeres, pobres, e inmigrantes las protagonistas de “El sacrificio de los corderos” de Rachida Gharrafi, desgraciadamente la única escritora recogida y uno de mis descubrimientos más gustosos. Hombres que mueren en el intento y que tienen que seguir viviendo en forma de cartas que engañen al hijo que dejaron en Marruecos (“Cartas al Estrecho”, de Rachida Gharrafi, de una exquisita sensibilidad, que no sensiblería lacrimógena). No falta algún relato negro, “Chivos expiatorios” de Ahmed Oubali, que cojea un poco en el léxico, es como si hubiera tenido que recurrir a traducir diccionario en mano, las palabras son poco apropiadas al entorno, pero la trama es inmejorable y muy bien conseguida y suple la deficiencia anterior (entiéndase que esto no se extiende a todo el relato, sino que salpica nueve o diez oraciones en un relato de nada menos que doce páginas). Relatos que nos arrancan una sonrisa con gracia inteligente (“Encuentros en el Feddan”, de Ahmed Mohamed Mgara). También la miseria queda bien retratada (muy gustoso leer “Precoces” Mohamed Bouisef Rekab con su “Candidez oculta” o el espejismo de un paraíso que nubla las conciencias de muchos marroquíes. Larbi El Harti (“El rumor al poder”) es uno de los que demuestran más dominio de la lengua, en el Marruecos profundo y traza una historia entretenida sobre las exageraciones que provoca la rumorología. Junto con este último destacar por su desparpajo y oralidad, por la capacidad de suscitar la pregunta de si la historia se basará o no en la experiencia personal, a Mohamed Lahchiri, que presenta tres cuentos extraídos de su libro “Una tumbita en Sidi Embarek y otros relatos ceutíes”. Citaré “Moras pisoteadas”, que apunta con el dedo a los de dentro, los malos no solo son los países extranjeros.
Lahchiri nos sirve para ejemplificar las exageraciones y generalizaciones en torno a la escritura marroquí en español. Autor de calidad contrastada, se han llegado a decir cosas peregrinas (me figuro que por extensión también de otros autores), como que sus relatos son populistas y de un costumbrismo que bien aprovechado provoca la nostalgia entre los ceutíes. Quien quiera puede pedir mi partida literal de nacimiento para comprobar que no nací en Ceuta, pero sus cuentos de “Una tumbita en Sidi Embarek y otros relatos ceutíes”, me produjeron el íntimo placer de enfrentarme a historias con corazón, con vidas que fluyen, con sentimientos, tal como muchas de las creaciones de “Entre las dos orillas…”
Estoy seguro de que los relatos que no han sido de mi agrado pueden ser plato de gusto para cualquier otro lector, y que de cada autor hallarán al menos un ejemplo que les guste. Mi agradecimiento a estos constructores de puentes que enfrentan tantas dificultades como “Los constructores de puentes” de Ripley.
PÁGINA 25 – CUENTO
Conjetural
Por David Lagmanovich (San Miguel de Tucumán-Tucumán/Argentina)
Si sostuviera su mano, si la mirara a los ojos, si nos mantuviéramos en silencio para que el ambiente se cargue con la electricidad que surge de dos corazones latiendo al unísono, si después pudiera musitar unas pocas palabras entrecortadas cerca de su oído, si al acercarme su piel percibiera el calor de la mía, si su aliento y el mío se mezclaran en una sola respiración antes de ningún contacto físico, si llegáramos por fin a cerrar los ojos al mismo tiempo para mejor sentir la intensidad del momento que vivimos,tal vez podría olvidar la tosquedad de su atuendo, el poco arte con que cortaron su cabellera, la desmesura de los ojos que parecen implorar algo imposible, el olor del miedo,ahora, en estos momentos de la última entrevista, antes de que la puerta se abra detrás de nosotros y entren los hombres encargados de llevarla, a pesar de sus alaridos, hacia la cámara donde la espera la silla fatal.
PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Carmen Díaz Margarit (París/Francia)
Gacela de la cueva rumorosa
No conozco cueva alguna
que tengas más recovecos
ni más ciervos, ni más hadas
que la tuya, amor mío,
que la mía.
Sirena de la selva
El agua inundó la selva alucinada
y crecieron escamas en las yeguas.
El paraíso anida hoy en nucas y barcas celestes.
Pregúntale ahora a los brazos de los pájaros dormidos
si el amor existe.
Hoy quiero declararte mi amor.
Murmullos de sirena sólo se escuchan cuando tu cuello se
abandona en mi hombro.
Sólo tu ausencia es triste como los lagartos.
Sólo quien te haya amado puede sentir
porque sólo tu pérdida es inmensa como el océano del dolor.
Pregúntale a la risa de los nardos si existe la alegría.
Dirán que la alegría sólo la conocieron en tu pecho
desvalido, dulce y tremendo.
Yo te amo,
Y ese amor se engendró en mi garganta.
Tu amor es tempestad que estira de un barco
hacia la inmensidad,
pero también seguro, como el alivio del cielo.
Eres como un pirata perdido en una selva de agua
y tus párpados sólo son ternura.
Tu voz suave es melodía de espaldas amarillas
y de axilas que laten como rosas antiguas.
Encántame.
Cuéntame un cuento de lunares salvajes,
y de Sevilla y Málaga entre rejas.
Un hombre de color llega sin alas
a la meta del hambre y de la muerte.
Es un ángel desnudo que desafía
La velocidad de las alas.
Selva de África para turistas boquiabiertos.
Dos niños, nenúfares de tres años,
parece que duermen en la selva del desierto.
Un hacha les ofrendó la eternidad del sueño.
Una mujer, sentada en su trono de polvo,
ofrece su pecho a un niño hinchado de metralla.
Todo muy europeo.
Burundi es un cementerio vivo
de ángeles mutilados,
de cadáveres de color amatista
Los lunes, Orlando se suicida como Píramo.
Tisbe le imita los martes.
En Hiroshima nacen todavía hijos de la bomba atómica.
El miércoles, Ovidio se disfraza de Cupido.
Eneas mata a Dido los jueves.
En el mundo hay miles de millones de pobres.
Los viernes, Ulises sirve de cena el ojo de Polifemo.
En Moscú los mendigos se alimentan con carne humana.
Melusina, los sábados, es serpiente de cintura para abajo.
En el mundo hay miles de millones de mujeres castradas.
Los domingos es Marta de Nevares
una gacela de la selva alucinada.
En la guerra de los Balcanes,
todos los días Sísifo dibuja su pregunta.
Josep Esteve Rico Sogorb (Elche/España)
No puedo evitarlo
Lo sé muy bien y no puedo evitarlo: ando calles zigzagueante,
piso duros asfaltos, me confundo entre el gentío,
rozo bultos que tiemblan, veo sombras que me persiguen.
Ahora, que vivo solo -y no es delirio-,
siento un vacío angustioso como una pesadilla.
Estoy aquí sin poder evitarlo, apartado a este lado del mundo,
como uno más de la maldad humana,
compadeciéndome los días y las noches...
Ya no puedo evitarlo...
Regreso al infierno
He buscado el cobijo de mis lágrimas regresando a mi particular infierno,
ese que todos alguna vez llevamos dentro.
Anteayer me despedi de las caricias que te daba al rozar tu cintura.
Y el amor se alejó vistiéndome de negro.
Me gusta el color negro aún hoy, cuando sigo errante...
Lloraban tus ojos en mi conciencia
He podido contemplar con asombro al fin, tus expresivos ojos de muchacho,
dándome cuenta de que tu mirada me hablaba a gritos
de los éxodos del alma y de las hazañas de un valiente héroe.
Y te pedí respuesta, atisbándote en la solitaria llanura del asolado sufrimiento.
Porque, recorrías con tus pies doloridos de tanto andar,
los desérticos arenales del caluroso silencio,
aquellas dunas movedizas, tan airadas por el viento de la guerra,
las que fueron en el pasado, campos de carnes sangrientas,
descuartizadas por las garras de los buitres
y basureros de olvidados restos metálicos esparcidos y oxidados
junto a los cadáveres de los ejércitos vencidos por la Muerte.
Escultura
Llegaste a mí como se acercan los ríos al mar, sinuosamente,
arrastrándote hacia mi cuerpo de adolescente imberbe.
Aquella noche te entregaste asustada, casi inexperta,
estremeciéndote entre lágrimas y temblando, llorabas, doliéndote.
Te esculpí aquella vez como de barro, moldeándote de relámpagos,
de orgasmos encadenados.
Pinté tu sedosa piel con gamas y fulgores de arco iris
coloreando tus mejillas de pálido rosa.
Pude hacerte toda de nuevo. Una y otra vez hasta cansarme.
Recrearte como una Venus de coral y fósiles inmersa en el abismo de la pasión.
Y se sucedieron las largas noches serenas y limpias,
esculpiéndonos mutuamente...
Yo y nadie
He roto los espejos que tanto afeaban mi rostro.
Cansé mis magullados pies, rozando los duros asfaltos.
He dejado sobre los polvorientos taquillones,
los oscuros desperdicios de mi alma, donde duermen
esperpénticas figuras y reposan calmadas, las olvidadizas musas.
Ahora soy a fuerza de golpes un simbólico aparente "Fausto",
cambiante y tornadizo en mi imperfecta dualidad.
Una parte de mi ser niega pero busca a "Mefisto",
aquel viejo demonio tan malévolo y juguetón.
Me he forjado una coraza para contener el furor y los deseos
que alimentan mi falta de rencor.
Sin nada por borrar, con el alma limpia y el corazón abierto como una cascada;
amo el presente y anhelo los futuros años de paces, venideros.
Noche de purpurina
Noche de sudor, baile y piercing.
Estrellas de purpurina sobre tu cobriza piel vibrante
al ritmo latino de acompasados pasos.
Esas manos entrelazadas húmedas por el calor de nuestros cuerpos.
Poros exuberantes y carnes sudorosas
entre multicolores estrellas de purpurina.
Tu vientre danzaba sin rendirse en la noche de música
pródiga en bailes de ropas mojadas,
fecunda en efusivos abrazos.
Tu purpurina destelleando mil fulgores desde tu piel cálida e insinuante.
La pasión y el frenético ritmo nos poseyeron locamente
agotando la noche purpurinada.
Se desvanecieron los encuentros de baile y música.
Murieron las estrellas de purpurina…
…noche de sudor y piercing.
Quisiera
Quisiera hablar de ti con palabras útiles y livianas.
Quisiera decir que te siento lejos, que no se oyen desde ahí donde estás ahora,
ni mi voz, ni mi grito desesperado.
Quisiera tratar de ti lo que el tiempo me permita.
Quisiera hablar lo que siento, vociferar lo que te guardo dentro
para lanzarte piedras, terciopelos, conchas o guijarros.
Quisiera contarte tantas cosas, ahora que apenas me escuchas
cuando tu marina caracola no te sirve para oírme.
Quisiera, -si me dejaras- construirte inventando nuevos cuerpo y espíritu
¡tan distintos, tan diferentes!
Quisiera…
…pero tu marina caracola ya no te sirve para oírme...
Noche de jazz y alcohol
La noche sabe a jazz, oscura como el alma sombría
de quien sueña despierto.
La noche sabe a whisky, a barras empapadas
de sudores y alcohol.
Un hombre a solas, enfrentado a su destino
Un ser que lucha contra su ego.
Un personaje solitario a las tres de la madrugada
vagando por las calles un lunes cualquiera.
Un individuo buscándose a si mismo:
-‘no sé si me encontraré...’-.
La soledad me deja escapar airoso de la mediocridad:
-‘las noches con sabor a whisky y jazz’-.
La soledad me reconforta: la noche siempre sabrá a jazz,
a sudor y alcohol....
...a sudor y alcohol...
...a s-u-d-o-r...y a-l-c-o-h-o-l...
Despedida
En tu larga ausencia vertí mares de lágrimas
y sentí tristezas ínfinitas en las noches desoladas.
Lamenté tu pérdida con angustia llorándote ríos y lagos sin cansancio.
Aullé desquiciado tu abandono y grité tu nombre con rabia pero no volviste.
Te lloré lágrimas de ríos, de mares y lagos inmerecidos en tu larga ausencia...
Sé que no volverás.
Y para el amor, la cala
Permíteme susurrarte.Te musitaré casi sin voz o como prefieras.
Con la mímica de un sentimiento hondo y noble.
Te hablaré casi mudo, si lo deseas, apenas sin gritar,
sin que las venas inflamen mi cuello.
Suave. Permíteme hacerlo con las sinfonías de un silencio amoroso.
Déjame intentarlo con la agitación de un corazón imperfecto.
Sutilmente. Déjame envolverte con la rapsodia
de un crepuscular y somnoliento atardecer.
Déjame crearte sensaciones languideciendo abrazados en la húmeda cala
como dos amantes que se entregan a la promesa feliz.
Permite que te hable a soplos sin descanso ni vaguezas
mientras tus labios muerden los míos
y los arenales son testigos de nuestras fundidas presencias.
Escucha mi música una y otra vez hasta que te invada, hasta que te emocione,
para recordarte que soy impuro.
Insisto. Permíteme canturrear revoltoso a tu alrededor y retozar en el regazo,
oyendo las dulces notas sublimes de la melodía amorosa.
Déjame tomarte de nuevo una vez más hasta que el sol nazca tras el horizonte
y mientras, cerremos nuestra cala...
...languideciendo...
PÁGINA 27 – ENSAYO
Marcos Ana, el Quijote viviente
Decidme cómo es un árbol. /Decidme el canto de un río/
cuando se cubre de pájaros.
Marcos Ana
Por Cristina Castello (Entre Ríos/Argentina)
Almodóvar filmará la vida del hombre que más tiempo estuvo en la cárcel por la Guerra Civil española. Sin sueños de venganza, Marcos Ana sigue luchando contra el fascismo. Su historia es testimonio de los pájaros sin alas de aquella barbarie; y también una juerga de ternura que iza la Bondad por encima de todo horror.
Marcos Ana, poeta y Quijote. Emblema universal de la lucha por la libertad —88 años, hoy— estuvo en las cárceles del franquismo entre 1939 y 1961. Conoció el espanto en su piel, en su corazón, y a través de los ojos de sus compañeros; descubrió el oprobio en las manos de los torturadores: manos extranjeras a la vida que sólo los domingos cesaban de masacrar, pues entonces los verdugos rezaban en la Iglesia y con el capellán. Pero también supo de deleites: en las mazmorras del fascismo español, Marcos Ana «adoptó» —como se adopta un bebé— una flor inocente, nacida en la grieta tenebrosa del muro más cruel. Así como, aunque trepado a los barrotes y castigado duramente por ello, se extasió con cada plenilunio que —gracias a su obstinación— pudo gozar. Igual que contrabandeó, reja a reja, la poesía de Neruda y sus propios versos, como una letanía que invocaba la libertad. Tenía sólo 19 años cuando cayó en aquel infierno del Régimen, y veintitrés más cuando —como una salva de pájaros contentos— pudo dejar la jaula para abrazar la nitidez de la luz.
Luz cegadora para él, que no conocía más que las tinieblas. Pero la vida, que sólo le había ofrecido su mano mezquina, le llegaba por fin con la mano que da. Entre todos sus dones, le dio los viajes, el reconocimiento mundial —el abrazo de la humanidad— y la posibilidad de luchar. Le dio la poesía, y le descubrió el amor y el sexo... recién a sus 42. Ella era joven y morena, delgada, bella y sutil. Se llamaba Isabel Peñalba y tenía la mirada azul.
¿Serán los ojos de Penélope Cruz, la actriz fetiche de Almodóvar, los que lo mirarán desde aquel azul de Isabel? Quién sabe. Primero terminará la filmación de «Los abrazos rotos» y, quizás, rodará «La piel que habito». Y entonces se dedicará a «Decidme cómo es un árbol», el último libro de Marcos Ana; obra que recorre el mundo con sus memorias de la prisión y de la vida, flameantes de humor, de la poesía de su prosa y del sentido de la existencia como un hecho trascendente.
¿Cuántos filmes podrían hacerse con cada latido de este Quijote? En cualquier caso, Almodóvar eligió tomar la historia de Marcos, «un superviviente», cuando era ya un pájaro en vuelo libre que surcaba cielos a la salida del infierno. Al cineasta le impresiona que, después de haber respirado tanta muerte, el poeta sepa de justicia y paz, de fraternidad y siembra, de imaginación y esperanza, y no de rencor. Le sorprende su pasión por la vida del prójimo. Se emociona porque en «Decidme cómo es un árbol», nuestro autor cuenta que —a causa de un compañero que lo denunció— recibió una de sus dos condenas a muerte; y, aun así, no da su nombre para evitar un daño a la posible familia del traidor.
Curiosa audacia la de Almodóvar, artista de un lenguaje cinematográfico barroco y brillante, cuyos temas habían sido hasta ahora el amor por su madre y por las mujeres, la sexualidad, el maridaje entre el amor y la muerte, y la transmutación del alma. Y si bien algunos hechos de la historia que filmará justifican a primera vista su elección —ya se verá— hay algo central, más novedoso que todo. «Marcos Ana es lo más parecido a un ángel —explicó el director—, no he conocido a nadie tan bueno». A partir de esta experiencia, ¿podremos sumar entre sus razones para elegir un guión el valor infinito de la Bondad?
La mirada azul
Decidme cómo es el beso / de una mujer. Dadme el nombre
del amor: no lo recuerdo.
Marcos Ana
Después de 23 años tras los muros, lo más difícil fue la libertad. Aprender a ser libre. Marcos sabía vivir en la cárcel, donde el cariño hacia (y de) sus camaradas fue su sostén y su motor. Aunque fue torturado hasta casi morir; aunque vio asesinar tantas vidas y también su juventud, tiene grabadas en la piel y en todo su ser las risas de sus amigos y su generosidad. Con ellos compartía el hambre y el pan, los sueños y los homenajes con que —en las sombras de la sombra y con ingenio— honraban a los grandes poetas. La cárcel era una «universidad democrática», un hogar. Marcos fundó las tertulias literarias, a pesar de que la imaginación era salvajemente perseguida. Los guardias debían evitar la fuga física de los prisioneros; y el capellán, la fuga espiritual. Había que impedir la poesía, pues era enemiga del sistema, era un ser más a encarcelar. ¿Encarcelar el sol? ¡Vaya!
En la década de los ’50 y a una celda de castigo infrahumana sus compañeros le acercaron, ellos sabían cómo — ¡oh, qué gracia la imaginación!—, una lapicera y poemas de Neruda y de Rafael Alberti. Los leyó más de mil veces y... ¡empezó a escribir! Pero... ¿cómo guardar su palabra escrita? Y aquí otra vez la creatividad. Sus «colegas» de prisión aprendían de memoria sus versos, y los que recuperaban la libertad eran poemarios parlantes de Marcos Ana, conocido aún como Fernando Macarro Castillo. Tiempo después, recibió un librito impreso con sus poemas... ¡Hombre, qué felicidad! Eran las dos primeras ediciones de «Te llamo desde un muro», publicado entonces en México y en el Perú.
Como un juego interminable de espejos reflejados en sí mismos para multiplicarse, la cámara de Almodóvar mostrará a los espíritus inquietos del mundo, la vida de nuestro personaje y conciudadano suyo... ¡sí! Vaya sucesión de casualidades: el cineasta nació en La Mancha, igual que la obra suprema de la literatura universal: «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha»; igual que Don Miguel de Cervantes Saavedra, su autor, quien había abierto los ojos a la vida en Alcalá de Henares, ciudad de la famosa región, donde Marcos vivió desde sus nueve años y padeció su primera prisión... ¿Es que existe el azar?
Virgen hasta los 42, para Fernando Macarro el mundo exterior era una leyenda, una fábula, una ficción. No había muros sino cielo; ¡había tocino! —tocino, aquel sueño suyo de hambreado durante los 9.000 días y noches de su encierro—; había coches, carteles luminosos, tiendas... ¡mujeres! Había una vida «normal» y él la había olvidado después de tantos años tras los muros. Habituado al horror y a la necesidad, las luces lo mareaban, devolvía la comida que había ansiado: se sentía en otra galaxia... hasta que llegó su noche azul.
Ella. Ella creía que él estaba borracho e intentó devolverle el dinero; el que él debía pagarle, como prostituta que era la muchacha. Fernando Macarro no sabía qué hacer, a solas con una mujer y en un hotel; se sentía torpe, extraño, desorientado, hasta que le contó la verdad: los 23 años de cárcel y su inexperiencia sexual. Y ella se dedicó a él con amor: lo llevó a pasear por la Gran Vía de Madrid y fueron a cenar, mientras él hablaba y hablaba, como una semilla que encuentra tierra fértil después de la sequedad.
La mirada azul lloró. Lloró tanto, al tiempo que él le contaba el único mundo que conoció. Lloró por todas las cosas que merecen lágrimas (Jorge Luis Borges). Isabel Peñalba —era ella, sí— lo llevó después al hotel y logró que Fernando hiciera el amor. Quería renacerlo, inaugurarlo. Ya en la mañana, chocolate con churros juntos en la cama, y cuando el poeta amanecido «varón» llegaba de vuelta a su casa encontró en el bolsillo las quinientas pesetas de la paga que ella no cobró. Y un papel, un llamado, una solicitud de amor: «para que vuelvas esta noche».
Él pensó en ella todo el día con deseo y emoción, pero el miedo de ofenderla con la paga —que además era dinero de la joven— se mezclaba con su deseo viril y con el temor de destrozar el recuerdo de aquella noche de pureza y magia. No sabía si ir o no, y otra vez fue una flor la que lo salvó de nuevo, para decidir. Compró docenas de flores tan luminosas como aquella que, nacida en el muro más cruel, había adoptado como a un bebé. Las 500 pesetas —el precio de la paga— se convirtieron en un bouquet de pimpollos con orquídeas y magnolias. Las dejó en la conserjería del hotel, con una tarjeta: «Para Isabel, mi primer amor». Franz Kafka escribió que cuando uno se empeña en subir, los escalones brotan debajo de los pies, anhelantes. Isabel fue el escalón al amor.
Almodóvar se regocija en este recodo de alba y de tal embeleso de ternura que su cámara ansía traducir.
Antes, mucho antes, el faro de Marcos había sido el cariño absoluto hacia sus padres, en quienes pensó para elegir el seudónimo con que lo conocemos. Escogió Marcos, por su papá: ¡ay!, aquella imagen de una gorra solitaria prendida en la rama de un árbol roto, cuando un bombardeo lo asesinó; los ojos desolados del hijo tenían 17 años. Decidió apellidarse Ana, por la mamá. Abnegada bajo su siempre pañuelo negro en la cabeza, ella había ido a verlo a la cárcel, una vez más, pero no la dejaron entrar. Con su calvario interior por haberse enterado de que el hijo estaba condenado a muerte, comenzó a volver sobre sus pasos. Mamá Ana cayó al suelo, los guardias la golpearon y humillaron y ella murió en una zanja, en aquella Navidad de 1943: «...que murió de rodillas, me contaron / crucificada en un leño de llanto, / con mi nombre de hijo entre sus labios / pidiendo a Dios el fin de mis cadenas»
Candilejas
Mi pecado es terrible; / quise llenar de estrellas / el corazón del hombre
Marcos Ana
Desde su liberación en 1961, gracias a la presión internacional, pues estaba condenado a sesenta años de rejas, recorrió Europa y gran parte de la América morena. Conoció a Louis Aragon, Pablo Neruda, por fin a Rafael Alberti y María Teresa León, a Salvador Allende, Nicolás Guillén, Picasso, Yves Montand, Michel Piccoli, Prévert, Jean-Paul Sartre, Joan Báez, Miguel Ángel Asturias, Pedro Vianna y tantos más. Convirtió su vida en una defensa de la libertad, en contra de todo autoritarismo. Fundó y dirigió en París, hasta el final del franquismo, el Centro de Información y Solidaridad con España (CISE), que presidió Picasso. Y cada persona que lo entrevistaba, y aún hoy, le repite una pregunta: ¿Vio en prisión al enorme poeta, alma de cristal, Miguel Hernández? Sí, lo había visto. Al «Fuego azul de la poesía» —como lo llamaba Neruda—, el franquismo lo había asesinado a los 31 años, con una tuberculosis ponzoñosa a la que sus verdugos jamás atendieron.
A los dos años de su libertad, Marcos conoció a Vida Sender, quien fue su mujer por muchos años. Hoy están separados, pero conservan una amistad cada vez más honda y el amor de los dos hacia «Marquitos», con quien vive. Es el hijo de ambos —hoy camarógrafo, fotógrafo y documentalista—, la ofrenda mayor que recibió de la libertad.
Pero hubo otras más. Como el reencuentro con aquella música de acordeones y violines que, de una orquesta lejana, había escuchado en la cárcel de Burgos en la Navidad del ’60. Nunca supo el nombre y, aunque la buscó con obsesión, sin ese dato y sin poderla tararear, no era posible hallarla.
Después, el vértigo de los viajes lo llevó a Copenhague, donde le habían asignado para hospedarse la casa de… Karen. Alta, bella, fascinante, la diosa nórdica no podía entenderse con él más que por señas. Marcos no hablaba una palabra de inglés, y ni pensar en el danés. Desde un sillón, la miraba, cohibido —más aún cada minuto—, sin poder pronunciar una palabra; y ella lo percibió: lo acomodó en el canapé, apagó las luces para crear un ambiente tenue que ayudara al reposo, puso cierta música en el tocadiscos y se dispuso a dejarlo descansar.
Entonces, la sonrisa de la vida. El milagro. La melodía que el poeta estaba escuchando era la de la película «Candilejas», la misma de aquella Navidad; la que tanto había buscado. La música le provocó un sobresalto que hizo a Karen volver, inquieta, y sentarse con él, casi en él. El resto fue el abrazo en silencio, la vibración al unísono, y el lenguaje del amor y la pasión. En los cinco días de su permanencia en Dinamarca y en tantos otros de su vida libre, el encantamiento pobló de estrellas al héroe que llena de estrellas el corazón del hombre.
«Decidme cómo es un árbol», clamaba Marcos Ana en el poema que dio el nombre al último libro. Hoy, ya todos los bosques, todos los pájaros y todos los ríos le contaron su historia. Hoy se reconoce como un «árbol milagroso», porque sigue dignificando la condición humana. Y se abraza a la palabra de su admirado Paul Éluard: «Y serán recompensados los que ríen de horror».
PÁGINA 28 – CUENTO
Paisaje familiar
Por Hugo Borgna (Rafaela-Santa Fe/Argentina)
Un pañuelo verde tendido a lo largo. Otro amarillo. Y uno celeste (desde el avión pensó que bien podría ser un reflejo del cielo).
Pero sobre los espejos no camina el ganado.
Tampoco se les colocan clavos en los extremos, algo bien inútil si se tiene en cuenta que el viento, salvo que sea malvado, no se puede llevar la tierra.
Tampoco los recuerdos, que de pronto ascendieron hacia la cabina, sin necesidad de perforar el sólido metal.
No había impedimento para sentirse etéreo, una porción de aire, una unidad inconmensurable de tiempo. Cuando después de su abstracción vio un cuerpo, advirtió que era el suyo y que era tan concreto como esas figuras que podía adivinar adheridas a la ola vegetal.
Lejos para su impaciencia. Cerca en su larga mirada.
Un campo como ese, era donde había crecido. Por qué no, el que estaba viendo.
Una belleza casi musical regalaba indefinibles colores interiores. O simplemente repartía nostalgia.
Entre cielo y suelo hay mucho más que un cambio de letras. Conceptualmente los distintos significados se unen o diferencian, según el viento que empuje los sentimientos. En la mutable distancia transparente se escondían los años desde que había dejado de habitar ese paisaje conocido.
Los cambios se producen casi sin aviso. Sin saber cómo, había pasado de la vida en la naturaleza a la complejidad técnica de un avión. Recordaba claramente haber analizado distintas opciones dentro de la actividad aérea y cómo, decididamente, había resuelto ser piloto civil.
Una forma como cualquier otra de no salir de la fuente.
Antes, condujo planeadores. Era hermoso sentir el silencio absoluto de las alturas, pero debió adaptarse y ejercer una tarea remunerativa, menos ecológica y más ruidosa, fumigando campos para una empresa extranjera.
Hubiera querido regresar con más tiempo, para poder hablar con los hombres que veía trabajar debajo de los sombreros, cerca del molino.
(Nunca había asimilado como perteneciente a la imagen de naturaleza, esa estructura metálica, antiestética, que movía sus brazos sólo porque soplaba el viento.)
No es bueno intentar revivir el tiempo pasado: no vuelve. Y de algún modo, siempre llega el aviso de que hay que dejar de las vivencias superadas, para atender el presente.
El motor del avión había producido ese ruido que, aunque previsible, preocupa y alerta y hace necesario tomar decisiones. Estaba preparado para la situación, calculó bien tiempos y movimientos, se colocó el paracaídas y se lanzó. Lo hizo todo bien, con seguridad, sin temor.
El paisaje ahora tenía un movimiento distinto, casi estático. Podía sentir el aire en la cara.
Le gustó pensar que era una manera natural de regresar a su origen.
Tuvo tiempo de recordar que había hecho tareas para la Compañía en lugares siempre lejanos a su pueblo, que nunca hubiera imaginado. Lo más cerca que había estado era la zona de Río Tercero.
Esos sembrados que se mecían saludándolo, lo habían reconocido. Escondida, tímida, la mirada de Mabel no había perdido intensidad, húmeda de rocío y emoción.
No era el regreso imaginado, sin embargo.
Tuvo esa sensación nueva y definitiva, cuando el paracaídas no respondió al movimiento indicado. Los colores se habían agitado en el aire, avisando a su modo la situación.
La fuerza de gravedad hizo lo suyo.
Comprendió la verdad del círculo que se cierra al notar, no demasiado lejos, a su avión, adherido con fuerza al suelo, pidiendo auxilio con el movimiento de la hélice. De algún modo jugaba a ser molino.
Abajo, el pañuelo de lino estaba preparado para recibirlo.
Un mantel verde de soja parecía parte de una mesa tendida, y lo invitaba.
Unos hombres agitaban los brazos. Corrían a su encuentro.
Los vacunos del tambo, seguían su imperturbable existencia.
La tierra, quieta, se dejaba despeinar por el viento.
Mabel, extendida hasta siempre, abierta al sol y a él, lo llamaba.
Sintió una excitación como nunca antes. Extendió sus miembros lo más que pudo.
Sabía que podía abarcarlo todo.
PÁGINA 29 - ENSAYO
Esperanza en la piedra del silencio: la poesía de César Vallejo y Paul Célan.
Por Luis Alberto Ambroggio© (Estados Unidos)
Academia Norteamericana de la Lengua Española
La gran poesía, para Jung sobrepasa al inconsciente personal y toca el inconsciente colectivo, por eso "surge del alma de la humanidad y no puede explicarse verdaderamente intentando reducirla a factores personales". A los setenta años de la muerte de Vallejo en París en un abril y a los 38 años de otro abril en que, desde el puente Mirabeau, al que había cantado Guillaume Apollinaire, Paul Celan se suicida arrojándose a las primaverales aguas del río Sena, es oportuno volver a asomarnos a la vida y algunos textos de César Vallejo y Paul Celan como ilustraciones del postulado de Jung, con su nuevo lenguaje poético, naciendo para morir y muriendo para vivir. Ambos en su feroz noche poética cantan con vitalidad universal su agonía, el silogismo irracional de su intimidad y el sufrimiento humano, el absurdo distorsionado de una creación y existencia vacíos de significados. Son lamentaciones poéticas con una sensibilidad que conjura piedras, en su desesperación, como seres que no ofenden, que incluso piden amor a la Nada. Y allí –en esa esperanza del silencio- ellos y todos llegamos a la sabiduría del dolor.
Las fechas, las experiencias en que encuadran sus poemas no son concretizantes de la realidad trágica, sino sólo un pasado del presente, singuralidad en el universo del tiempo, espacio y sus personajes. Como si sus vidas, sus poemas, fuesen intentos de respuesta al dicho y cuestionamiento deprimente de Kafka: «existe abundancia de esperanza, pero no para ninguno de nosotros». Postura representativa del pesimismo radical de comienzos del s.XX, en reacción al fracaso finisecular del positivismo científico en términos de guerras, exterminios, injusticias.
Paul Celan en el poema “En los ríos” dice: En los ríos,/ al norte del futuro,/tiendo la red que tú/titubeante cargas/de escritura de piedras,/ sombras. César Vallejo, como Celan, con la complicidad extenuante del lenguaje verdugo, también se resiste a la destrucción de este repetido “cadáver lleno de mundo”, con la pasión existencial del acorrolamiento y la duda: ¡Y si después de tantas palabras,/ no sobrevive la palabra!/¡Si después de las alas de los pájaros,/no sobrevive el pájaro parado!/.../¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!/¡Levantarse del cielo hacia la tierra/por sus propios desastres/y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!/¡Más valdría, francamente,que se lo coman todo y qué mas da!…/…/¡ Se dirá que tenemos/en uno de los ojos mucha pena/y también en el otro, mucha pena/y en los dos, cuando miran, mucha pena…/Entonces… ¡Claro!… Entonces… ¡ni palabra!
Ambos así en un atroz debate íntimo, agónico, “Parados en piedra”, “piedra negra sobre piedra blanca”, nos dejan un legado de escritura agudamente sensible al sufrimiento humano con una fuerza insospechada, como la de las piedras, que misteriosamente en su silencio grita la sombra de una posible esperanza, buscando solidaridad y rebelión, dentro de las pérdidas, incluída la del lenguaje. En este año aniversario y otros abriles vale la pena escuchar esa voz que a través de estos dos grandes poetas del siglo XX habla en expresiones coincidentes y peculiares, dento de sus desarticulaciones verbales, que –como bien dice Marco Antonio Campos- ponían en pedazos un pedazo de sí mismos, involucrándonos a todos en la súplica del sufrimiento humano.
PÁGINA 30 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Dorin Popa (Botoşani/Rumania)
en la traducción de Angelica Lambru
Mi muerte - mi vida
si las cosas no me hubiesen golpeado
con tanta furia
tal vez no las hubiese visto
tal vez no hubiese rendido cuentas por ellas
nunca
mi tristeza - mi alegría
a veces me es permitido ver
como se entrelazan el mal y el bien
como de su soldadura aflora
todo lo que existe
mi muerte - mi vida
nunca hubiese encontrado el camino hacia ti
si no hubiese errado profundamente sin rumbo
si no me hubiesen cegado tantas noches
si las devastaciones no me hubiesen acariciado
a veces en medio de la tempestad
una paz profunda me invade
y mientras soy golpeado, rasgado, descuartizado
puedo vislumbrar tranquilo
como mi muerte nutre mi vida
atornillarse a un orden secreto, imprevisto
desde siempre, me ha hechizado
el momento en que los hombres pierden sus pequeñas alas,
el momento en que empiezan a atornillarse lentamente
en sus vidas
con una especie de frenesí
desde siempre, con idéntica sorpresa,
he contemplado intrigado como mis semejantes se sumergen
en esas vidas suyas con indiferencia,
con indiferencia y cansancio,
con una languidez dulce y triste - petrificada
silenciosos, a escondidas, mis amigos se han atornillado
unos en broma, gráciles, con sonrisas discretas,
otros, con decisión, obstinados, se han deshecho
temprano de vellos y plumones -
en vano los llamo, en vano grito desesperado
y tiro de sus piernas hacia atrás.
ellos han entrado hasta la cintura, hasta las orejas
en sus vidas
ya no quieren, oh, no quieren para nada
escuchar otra cosa que el sonido nutritivo
de su enroscar en este mundo, en esta vida,
en esta muerte
oh, mis amigos han desaparecido por completo
engullidos por sus vidas insulsas, hambrientas, marrón-desesperadas
y yo, extraño e inmaduro, veo como lo posible se estrecha
como se ha contraído en una mancha, en un rastro
después, en el hálito ilusorio de un recuerdo
del que nadie puede confesar
nada
Historia de amor
(siempre te elijo)
cuando me derrumbaba, creía elevarme
enfermo estaba, hechizado estaba por mis confines
una voz de mi interior - extraña a mí - balbuceaba
que dentro significa fuera y fuera está
mucho, mucho más adentro
luego, te vislumbré por primera vez, mucho después
de haberte estrechado profundamente en brazos
mi memoria te ha elegido y yo siempre te elijo
cada segundo me descubro vivo dentro de ti,
sin embargo me alejaré, para no perderte
Confesión en diciembre
le pedí siempre al otro, con dureza,
que mirase las cosas de frente,
pero yo no las miré
mis condenas todas
permanecieron frente a mí durante anos
pero no supe seguirlas
no supe seguirlas, no supe comprenderlas
no pude descifrarlas
hasta el final
nunca
supe llevar nada
hasta el fin
sólo la juventud pasa,
sólo la alegría pasa,
sólo la vida pasa,
sola, mi culpa entera perdura
- nunca supe llevar nada
hasta el fin;
siempre pedí al otro con dureza
que mirase las cosas de frente,
pero yo volví el rostro
y ahora cuando
nada espero
mi esperanza
es más fuerte que nunca
Ansiedad
Tus pies inseguros, con formas imprecisas
dudosas
colonas que me retan han levantado una muralla.
del brazo de un hombre extranjero
te diriges tú hacia mi
y vuestras noches de amor
las noches mías son
como mis sueños desordenados
tan profundo,
nadie no te ha tocado
cuando te divisé por primera vez
llevabas la señal que esperaba,
llevabas con sorpresa aquella señal
por la cual, una vez, me uní a ti
tu, irritada, me clavabas al palo de la infamia
pero tus ojos, lagrimosos, clandestinamente me llamaban,
cariñosamente y desordenada me hablaste
y me levanté con escalofríos cuando supe
que, de repente, algo de mi te rechaza,
alguien furioso, asustado, desposeído.
y siempre en aquella tarde ví
que la mano que te rechazaba se apoyaba en tí
y la boca que te blasfemaba quería gustarte
mas tarde, mucho más tarde
en tus brazos
de ti
me esconderé
Nadie comprende a nadie
pretensiones absurdas tantas veces he tenido
un radar perfecto creía que era mi alma
para tus pasos para tu aliento
para tu llanto
bajo la piel del otro celosamente, con amor
podríamos por fin llegar redentores
si no descubriéramos defraudados
que somos prisioneros de nuestra epidermis
tu canto y tu llanto, tu mirada
las emociones, la singularidad y los sueños
todos son míos por los siglos de los siglos
y todos para siempre me serán extraños
entre sollozos te estrecho perdido
te abrazo como no podré abrazar nunca más
perduras en mí más profundamente que en tu corazón
y estremecido te susurro desde la lejanía:
¡nunca nadie ha comprendido
a nadie!
Juana Vázquez (Salvaleón-Badajoz /España)
Poesias escogidas
Confundida entre las letras del universo
germinada en el iris de de las sombras
yo no sé adonde lleva este camino
nunca lo sé y siempre sigo y sigo...
Quizá me perdí al principio
entre los aullidos de las palabras amnésicas.
No entiendo por qué sigo.
Tampoco entiendo las voces mudas
que emergen en bullicio sordo
a lo largo de la estepa
ni los muros extendidos de los días
donde crecen flores amargas.
A veces me pregunto si me hallo entre los sueños
o en la vertical mirada del ocaso
que hace miope los pétalos crucificados de las rosas.
Pero nunca he dejado de caminar
y no sé decir el lugar donde estoy.
Algún día quizá despierte
Y los lagartos se irán hacía el mar
por la garganta profunda de la noche
y acaso yo me quede en un lugar indefinido
que rompa la silueta de la suma de albas…
No sé de verdad donde estoy
ni para qué sirve la trama de las palabras
que me causan ausencia y amnesia.
Debería callar y tirarlas al vertedero del olvido.
Así podría comenzar a vivir...
¡He hablado tanto en total silencio...!
Y a pesar de la profecía del canto de la corneja
de saber que estoy dormida
con la cabeza de la serpiente decapitada
de que no existe la contraseña de los latidos
ni la caricia armónica de los planetas
ni los conjuros de los centones…
A pesar de que hay premoniciones
que borran las claves del tiempo
en el vacío que deja el musgo de los sueños
de que he caído en todos los pozos secretos de las palabras
librándome de sus lenguas bífidas
ordenando meticulosamente mi ignorancia
sigo contando los dedos para no perderme en el tiempo
y acecho mis pupilas alquilando párpados sombríos
para controlar la luz del día
Me espanta... es ciega.
Siempre estuve aquí nunca he muerto
recuerdo estas azucenas y los lirios secretos de los rincones.
Recuerdo las voces quebradas que a menudo me llaman
sin tener un nombre que me descifre
ni años que perfilen mis aristas de tiempo.
Siempre estuve aquí como huerto
indefinido que se hace bosque
sin la contraseña del espacio.
Acogí sonrisas de miles de bocas.
A nadie y a todos pertenezco.
He coronado todas las montañas…
Me dicen que mi nombre se perdió
en el cuenco del espacio de los nombres.
Repartí mi sabiduría entre un asceta un libertino y un chamán.
Llevo a cuestas la nada de mis miles de vidas
pues ya estaba aquí antes del tiempo.
Algún día me cansaré de llevar esta carga vacía
y no volveré más a oír los vaticinios de los dioses
que siempre te llevan a la esquina del enigma,
para decirte majestuosamente: “nada”.
El día que amanecí fue un día cualquiera
mis sueños no eran de colores
y nada cambió en los relojes del mundo
ni en el libro del paisaje.
El día que acaricié a las flores
nadie me miró y todo lo que me rodeaba no mudó de sitio.
Cuando apuré de un sorbo bocas y más bocas
y me creció la luz
en núcleos de lejanas estrellas
nadie me pidió que pagara
tampoco me pagaron
cuando me mordió la bestia del dolor y el desamor.
Nadie lloró al verme en la calle gritando al horizonte
para que me abriera la puerta
que corona de sueños los caminos.
Dormí a la intemperie y nadie me ofreció
ni siquiera un puñado de estrellas.
El día que amanecí será igual que el día que anochezca
no vendrá el infinito en mi busca
pues montones de olvidos nos ciñen
en esta vertiginosa espiral de sombras.
en este páramo que inquiere al silencio.
Surgen murmullos en el alba del tiempo
y se imprime la contraseña de la ausencia y el olvido
pero nada percibo en el paisaje.
Miro por los agujeros de los siglos y me envuelve la niebla…
un recuerdo de anémonas en el confín de la memoria
y el estupor del desarraigo y la amnesia.
Debo estar muerta
pues el agua que baja de la montaña
me acaricia en forma de nube y no la siento.
Hablo con los pájaros de lluvia pero no me escuchan.
Grito en las praderas
y nadie viene a plantarme una flor para que me acompañe.
No oigo a los arroyos bramando de coraje
por no transportar magnolias y olas de arco iris.
Llego a la fuente del principio y se ha secado.
Voy al final de la desembocadura del río y no la hallo
se hizo mar
mar impotente siniestro y silencioso...
Y la sombra se extiende a la vertical misma
donde se arrodilla el silencio.
He llegado a la conclusión de que no existo
pero lo demás son transparencias de lluvia
fantasmas de la luna
antiguas luminarias de los astros
en las que yo creía cuando estaba segura de vivir.
Las había construido
para no encontrarme cara a cara con la ausencia.
Nadie sabe si en algún sueño
me voy a encontrar con el confín del nombre.
Nadie atisba por entre las olas rojas del mar.
Nadie hace premoniciones con el enigma...
a las claves mudas por el eco
de música y pentagrama
codificado en génesis
nadie accede.
A ninguna escritura se le permite ser
su referente cifrado.
Por eso yo le ofrecí a los dioses algo inocuo
un papel en blanco para que no noten mi ofrenda.
Quizá al tener mucho de páramo y ser algo tan nimio
se dejen olvidadas allí las llaves de los secretos
y podré llevármelas de puntillas
y penetrar con ellas en los poemas
encendiendo la voz que
fue de cristal a máscara
desde el lenguaje de pétalos primigenio.
al zumbido de los gritos huecos.
Lo que no existe merece
que me crezca el vértice central de la nostalgia
para acallar el vacío de la ausencia
de lo innominado…
Lo que ignoramos va al agujero del sueño.
¿Para qué buscarlo entre los días de luz ciega?
pues las puertas de los enigmas se cierran a estas horas
y nada permanece con lógica
si en lo que tiene de perverso la penumbra
azar que teje el olvido
existen ruido de sílabas
si en los agujeros donde están los arcanos
se dibuja la ruta del grito.
Pues los tiempos no se enhebran en milenios
sino en minutos borrachos de recuerdos
que tejen con roturas de olvidos letales
el abismo sin fondo de la palabra.
Ese lugar que nunca lo fue
páramo de vocablos…
es innombrable
pues no guarda el eco de la voz.
Y crecía solitaria tapiada mi boca con la noche
los ojos fijos en el vacío
la cara oculta debajo de las alfombras
el cuerpo tendido en el desierto mudo de luz.
No quería la herida abierta de los días
ni la hierba resbalando por las praderas
ni los muslos fuertes de los jóvenes
ni el mar susurrando leyendas ...
Crecía ciega muda sorda...
No sé cuántos siglos rodaron sobre mí.
Pero me olvidé de las arrugas de los ancianos
de los libros y de los sueños y no los tapé
y aparecieron ciudades emergieron playas islas
flores árboles rocío viento...
y se pasearon por mi cuerpo hermosos jóvenes
que me dieron placer.
Venían del otro lado del alba.
Y esperé la luz, y después lloré
pues no logré taparme los sueños rotos
y en ellos he habitado amado odiado sufrido...
y en ellos sigo estirando la piel del universo
para ver si me puedo arropar con ella
y que no entren más albas ciegas
me crean ruidos de silencio y sangre.
Pero ya es tarde
creo que he anochecido
y no logro despertar a cuando la vida era sueño
y se filtraba el azul del génesis.
Me vendaron los ojos
raparon mi pelo y lo tiraron a las afueras
ataron mis manos y mis pies
tapiaron puertas y ventanas...
Y el sol ya no era un manto escarlata
ni una mano cálida en mi frente.
Pero yo no he cometido pecado alguno
solo andar cantando de madrugada
sobre las noches de niebla con alba roja
sobre los claveles con aroma de fuego
cruzando místicos desiertos y pozos ascetas.
No puedo comprender porqué me castigaron
sin duda deshice el mundo de los siglos.
Pero yo nunca pude salir de los sueños
me tienen atrapada
y además me pusieron la condición de que para salir
antes mucho antes
yo tenía que desaparecer en la luz.
Era cuestión de vida o muerte.
Y decidí vivir en los sueños
para escuchar el eco de los enigmas encrucijados
y mirar las máscaras trasparentes
empapadas de esquinas
con rumor de señales y latidos primigenios
en un ámbito con la cúpula invertida.
Pues a nadie le es concedido mirar cara a cara la verdad.
Nunca amanecía
anochecida me besaba la luna
para que no despertara de los sueños.
Fueron años de alegrías y descalabros
la música inundaba todo
y mi cama se movía entre el ocaso
como un fragmento de alba rota.
Nunca amanecía
las sandalias siempre estaban nuevas
jamás perdían su tersura ni se eclipsaba su brillo
mi mesa siempre estaba puesta
y los sirvientes permanecían inmóviles
con la sopera a medio abrir
los ojos soñolientos y los delantales blancos.
Un día quise conocer las flores que se abren con el sol
y se crucificaron sus pétalos
anochecidos con las estrellas.
Deambulé por todos los lugares de mi pueblo
atravesé desorientada el tiempo
soñé y desoñé de la vida a la nada
y sólo oí el ladrar de perros, los gemidos de la noche
y las canciones de los poetas.
Tuve la sensación de que me llamaba el azul del mar
pero la luz ciega lo había pintado de negro
y había dispersado fantasmas entre sus aguas.
Las horas marcaban en los relojes al revés
el portero reposaba su cabeza entre las hojas del calendario
y las orugas encendían plegarias como las luciérnagas.
Nunca amanecía
los sueños me eran fieles en la vida
y consiguieron que viviera unos cuantos años
abrazada a la realidad de las madrugadas.
Y ahora que soy tiempo que me he acostumbrado a los sueños
se me representan los espejos torcidos de la vida
y me piden que sea yo... Si nunca fui más que un sueño
¿Qué puedo hacer ahora en la tierra?
Seguro que ni sabré ir a comprar una hogaza de pan para comer.
Por eso pido al dios de los sueños
que no me expulse del país de la luna
quiero seguir anochecida
aunque nunca vea como se abren los pétalos de las flores
ni como se dispersa el rocío de la mañana.
Amanece oscuro y un reloj
pintado de rojo aparece parado en la pared.
Yo no sé dónde estoy ni qué hago aquí
ni siquiera sé si este es mi mundo o el otro
el inaccesible.
No me explican los cantos gregorianos
el avance o retroceso de la vida.
El libro de los secretos se rompió asustado de un trueno...
No sé que puede pasar ahora
solo sé que tengo que buscarlo
en la sonrisa de los niños
quizá en la obscenidad del viejo
en las caricias de dos doncellas
en la tristeza de una princesa
en un cuanto de hadas
en el beso del príncipe encantado...
No sé dónde estará todo eso.
La luna se filtra por las rendijas del oráculo y me habla
con claves que desconozco.
Acaso dice que tengo que buscarlo en algún lugar
pero no la entiendo.
Las notas de música se estrellan contra los libros milenarios
y rompen la armonía de su canción de tiempo
escondida entre sus páginas.
Los sueños giran vertiginosamente
y en la cabecera de la cama un viento feroz se llevó las luces
y me dejó encendida solo una vela.
Sé que tengo que buscarlo
no tengo otro remedio pero estoy dormida
totalmente dormida y quizá para siempre
y buscar en los sueños es tan complicado...
pues se trenzan con la vida
cuando surge el aullido del unicornio
y se cierran todos los libros sagrados
dejándote en la más impúdica de las noches.
Como cuando despertamos amnésicos
y aparece la ciega luz del amanecer.
Quizá es que la vertiente de la noche
no llega a los ojos del medio día
coordenada infinita de desmemoria
laberinto de los ecos primigenios…
Quizá es que los lirios murieron amortajados
estallando en la vertical justa de la luz ciega
pero nada puedo comprar en el mercado
de aquello que no tiene nombre
pues no se vende a la luz lo innominado
se queda entre las ventanas de los sueños clandestinos
y empieza el ritual del misterio:
Una procesión de orugas lleva los ceros a cuestas
entonces se pone el sol encima de las rosas para hacer el amor
y no entiendo que ilusión puede haber en que los pájaros mueran
mientras el zumbido de la primavera lleva la cuenta
del número de veces que ha renacido.
¡Oh! mi amado, mas bello que el amor del sol y las rosas!
¿Acaso debo seguir de rodillas adorando a la luz
cuando es noche cerrada?
¿Acaso se confabuló la luna en los límites del sueño?
¿Por qué se volvió sabia mi voz en las madrugadas?
¿Por qué se paró la noche en mi costado?
¿Por qué en mi despertar las palabras se van a los ríos sombras a dormir?
Quiero seguir en el recodo de los sueños
descifrar la entrega de la luz
en el tiempo oculto del olvido.
Estas palabras huecas de uso diario
no se cristalizan finas y transparentes
sino me dejan el mundo en blanco
sin luciérnagas ni profecías
con sólo puntos suspensivos
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Sin embargo, recuerdo que en el principio
había una palabra de luz
Sí, una palabra…
fin
PÁGINA 31 – CUENTO
La dignidad del guerrero
Por Óscar Wong (Tonalá-Chiapas/México)
Tras, tras, tras, resonaron los pasos con energía. El compás era rítmico, raudo, violento. Por instantes aumentaban en intensidad. Tras, tras, tras. Trató de imaginar el recorrido: de oriente a poniente, atravesando las arcadas barrocas, apoderándose del patio pequeño, luego del grande, hasta llegar al de paseantes. En los tres pisos del ala norte, los murales de Orozco permanecían indefensos ante el alboroto. Calculó mentalmente que ahora el estruendo estaría por el pasillo de los "cuatrocientos". El ruido de los cristales rotos lo puso en tensión. Y los disparos secos, buscando los cuerpos que corrían. Todo era confusión. La obscuridad, una absurda bestia que acechaba.
Pero no estaba solo. Estaba seguro. Por ahí debían estar El Hueso y El Obispo. También Rafael, apuntando mentalmente lo acontecido para después publicarlo en El estudiante, órgano oficial de la Asociación Preparatoriana Independiente, a la cual orgullosamente pertenecían. Con tres hileras superpuestas de siete arcos de medio punto cada una, el patio con portada barroca es un ejemplo de equilibrio y majestuosidad, asentarían más tarde las crónicas al describir el escenario de los acontecimientos. Tras, tras, tras. Y el ruido característico de los cristales que caían. Y los disparos, cada vez más cerca, ahora en los laboratorios de química. La invasión era simultánea. En los tres pisos crecía la confusión.
Se incorporó con violencia. Encendió la luz. Gritó:
-¡Si estamos a oscuras entrarán disparando! ¡Vamos, salgan!
La voz de El Sabio sonó enérgica, metálica. Él, que siempre había sido tímido, que ni siquiera replicaba cuando los porros lo pasaban "a la báscula" para quitarle los pocos centavos que traía para el pasaje, elevaba la voz, ordenaba. Imposible que eso sucediera. Si hacía apenas media hora que la voz de Alatorrón, el director de la Preparatoria, los había alertado: "Muchachos, tengo informes de que el Ejército va a intervenir. Tengan mucho cuidado. Voy a ver qué puedo hacer, les encargo la escuela". Luego, el teléfono había sucumbido. Y ahora estaban ahí, entre el tezontle y la piedra. Lo supo cuando el estruendo estremeció las paredes del edificio colonial, construido entre 1727 y 1742, según comentarios de Rafael. Los altos ventanales labrados de la fachada también se cimbraron. Seguramente fue un cañonazo o un bazukazo. Tal vez un tanque, o explosivos plásticos, porque el humo acre invadió los patios. Era diferente a las bombas de humo que de cuando en cuando caían durante la refriega. El olor era fuere, peculiar. El socorrista de la Cruz Roja les había indicado que se pusieran en el piso, porque ahí no llegaba el humo; antes habían probado con pañuelos húmedos, pero la cara, al contacto con el agua, se hinchaba. Y dolía. "Es humo de mostaza", aclaró el socorrista al llevarse a los heridos. La puerta de atrás servía para que llegara ayuda y para que salieran las brigadas "a rifársela" con los granaderos y policías.
El Pánuco, resaltaba el letrero de enfrente. El Sabio se vio disfrutando de las famosas tortas del establecimiento, con su jarrito de naranja y el bla bla blá de El Güero, presumiendo de sus conquistas y de las ganas que le traía a una de "Las Patrullas", aquel par de muchachas que deambulaban juntas por los pasillos, alardeando de su belleza. Evelia, la chaparrita de ojos verdes, le gustaba más que la otra, pero no se había atrevido a buscarla; la miraba embelesado, anhelaba apretarla entre sus brazos, dejar que ella lo tomara y juntos gemir y jadear sin descanso, dejarla hacer, que libara de su sexo enardecido hasta que éste explotara derramando su savia rauda, como líquido divino. Imaginó a Evelia ataviada con su vestido de gasa, sin corpiño, con los senos a punto de irrumpir, como una sacerdotisa oficiando en el altar de la lujuria. El Güero quería ligar con Margarita, así que se desvivía por atenderla y la atosigaba llevándosela a lugares carísimos. A veces escuchaban jazz: Jacques Loussier les encantaba, Calatayud y Tino Contreras ni se diga. La mediatarde se había esfumado con celeridad. El humo negro de los camiones incendiados le daba un toque de guerra a la situación. A cada rato llegaban los heridos. Las macanas y culatas hacían su trabajo demoledor. Y las hondas y resorteras replicaban, también con efectividad. Las mentadas de madre se alzaban como escudos. Los goya y huelumes se escuchaban cada vez más esporádicos. De cuando en cuando un grito de "¡Viva la autonomía universitaria!" retumbaba en la azotea. Y las piedras y ladrillos se transformaban en dardos y lanzas. Cincuenta combatientes defendían el edificio de San Ildefonso.
El Sabio respiró con dificultad. Había llevado la lista de los heridos, con el número de placas de las ambulancias. Vio el rostro descompuesto de sus compañeros. El gordo Uribe resoplaba. Vestía de blanco. Qué estupidez, pensó, mientras el tras tras tras metálico de los estoperoles llegó a las puertas cerradas de la recepción. Un culatazo hizo desaparecer los cristales y la patada brutal desgajó las hojas de la puerta.
Crujió secamente el botellón de agua. Seguramente el escritorio de Irma, la secretaria, estaba hecho un asco. Y la alfombra café, orgullo de Alatorrón. Otra patada y la puerta de la oficina de la Dirección se abrió de par en par. Las piernas abiertas en compás, las diestras manos aferrándose a los fusiles. Las botas profanaron el sanctasanctórum, anotarían los reportajes días más tarde.
Las máscaras antigases impedían escuchar con claridad las órdenes de los militares. Las bayonetas amenazaban las chamarras. Volaban papeles, caían cestos y escritorios destruidos. En el rincón, el lábaro patrio testificaba impasible la irrupción de la soldadesca. Un golpe en la espalda casi lo hizo caer. El Hueso recibió una patada. Las órdenes se escuchaban confusas, pero los insultos se oían con claridad. Pensó en Evelia y Margarita. Qué bueno que se habían retirado a tiempo, cuando la situación aún no se calentaba.
Recordó que lo habían cotorreado con La Pupis, la chica de la porra que, aseguraban, le traía ganas; le dijeron que tuviera cuidado porque era una reventada y hasta circulaban rumores de que andaba "millonaria" por la penicilina y que no fuera la de malas de que él acabara heredándola, con las nalgas hinchadas de tantas inyecciones. "No te vayas a llevar a lo oscurito", le gritaron al despedirse.
Los arrinconaron a la pared. Las verdes figuras continuaban amenazantes. Ruidos oscuros en la azotea. Cuerpos que corrían, cuerpos que caían. El tras tras tras retumbaba en las escaleras. Y gritos y alaridos.
-"¡Contra la pared!" -resonó huecamente la voz.
Sintió que lo palpaban. Buscaban armas. "Imbéciles" -pensó absurda, infantilmente- "la única arma me cuelga entre las piernas". Seguían los disparos aislados. Y los gritos desgarradores, desesperados, roncos. Y el correr confuso. Imposible precisar de dónde provenían los ruidos. Soldados atrás y adelante, en los escalones por donde descendían entre gritos y mentadas, con las manos en la cabeza. Golpes, empellones. El humo ni siquiera lo hacía toser. Alguien había encendido las luces del edificio.
Observó el boquete en la puerta de madera labrada. Otra hoja estaba abierta; una enorme manguera penetraba en el recinto. Casi tropezó con ella. Las órdenes de "¡aprisa, aprisa!" seguían a los empellones y patadas. "¡Malditos comunistas!", "¡pinches ojetes!", "¡traidores!", "¡putos estudiantes!", gesticulaban las máscaras oscuras, semejando bestias espaciales, monstruos extraterrestres. A veces las bayonetas rasgaban las chamarras. Y la piel. Y la esperanza. Desesperado, El Obispo intentó escapar. Corrió por el vestíbulo como un cervatillo acosado por la jauría. Pero la figura verde lo embistió. El Obispo eludió el bayonetazo, sus manos se aferraron al fusil y jalaron con fuerza. La sombra verde perdió el equilibrio. Otro soldado atacó con rapidez; el joven se dobló al impacto del acero. La hoja acanalada penetró con rabiosa facilidad, salió de igual forma, acompañada de un chorro oscurecido.
El alarido resonó en el vestíbulo, se fue rebotando por los patios y pasillos, atropelló los oídos y el corazón de los combatientes estudiantiles. El Sabio apretó los puños con rabia, mientras las lágrimas escurrían por sus mejillas. Levantó las manos con fuerza, ignoró al gordo Uribe inclinándose sobre el charco rojizo donde yacía El Obispo. Tampoco advirtió la sombra que arremetía con violencia. Llenó sus pulmones con energía y gritó con autoridad, con soberbia, con toda la fuerza y la dignidad de sus 15 años:
-"¡Viva la autonomía universitaria, hijos de la chingada!"
PÁGINA 32 – ENSAYO
La poesía como Caballo de Troya
Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)
Cierto es que la globalización le impone a la poesía otros derroteros. Las magnas industrias culturales, con su fuerza de institucionalizar las protestas, son los nuevos minotauros de seducción en los laberintos cotidianos. El enfrentamiento es desigual. El poeta, por su actitud de no conciliar con las fascinantes golosinas del éxito y la fama, es el antípoda de los mercaderes y propietarios de los gustos artísticos. Esto lo obliga a ser más estratégico en los momentos límites y aprovechar las circunstancias del pragmatismo mediático para –como Ulises- imponer su caballo de Troya en el corazón de la sociedad informatizada. Estrategia del aprovechamiento para la conquista de sensibilidades globales lectoras. Duro es su trabajo, difícil su destino y oficio en el mundo de la eficacia rentable. Sin embargo, queda el sueño, lo imposible/posible, la infinidad de senderos aún no horadados.
La exclusión de la poesía de los medios masivos oficiales en los últimos años es en realidad preocupante. Sabemos que esta fórmula de silenciar voces audaces y críticas no es nada nueva. La poesía ha vivido y sobrevivido en los extramuros; se ha mantenido con su cuerpo en llamas bajo la intemperie. Por lo cual, si la globalidad del mercado la ha marginado de los medios de forma más radical que en anteriores épocas, ello facilita, de alguna manera, cierta libertad y autonomía para levantar sus palabras fuera de la oficialidad consumista. Asume con mayor intensidad y maravilla el ser la mala conciencia de su tiempo, tal como la definió hace algunas décadas Sain-John Perse. Por esa razón, está expulsada, como antaño, de la República, esta vez por motivos distintos. No por reivindicar lo pasional y lo sensorial ni por engañarnos; no por re-crear apariencias y fantasmas o por gerenciar una “tribu de imitadores”, como definió Platón a los poetas. Ahora se le expulsa por desenmascarar las mentiras; por denunciar las falsas catarsis que produce el gusto extremo espectacular del mercado. No por imitar ni por conciliar con la realidad fáctica, sino por abstenerse de aplaudir los ademanes de una sociedad fascinada en sus asesinatos. Y como es difícil hacer de ella un producto de venta masiva se le ha marginado de la República global. De modo que se le observa como secta secreta, extraño ghetto, con su celebración de rituales íntimos para unos cuantos estrambóticos iniciados.
Sin embargo, muchos de los actuales poetas no soportan ser excluidos y buscan la felicidad efímera de la fama y el éxito. Para tal objetivo han relajado sus palabras hasta situarse en las pasarelas del mundo, con astucia más que con calidad estética, al lado de las refrescantes y hermosas top models. No han sabido entender las distancias. Éstas tienen su razón de ser en la lógica capitalista del mercado; el poeta su razón de vivir siendo fuego en el oído de esa misma lógica. Como antípoda de la practicidad instrumental y del truculento fetiche de la sublimación de ricos y famosos, el poeta no se debe dar golpes de pecho por no hacer calle de honor a la escenografía frívola y banal de un mundo construido para desaparecer el espíritu crítico-creador del ser humano. No. Su puesto está en ser indagador sin desconocer los nuevos contextos, lo que permitirá que sus palabras no caigan en los presentidos abismos. Sólo así entenderá mejor sus desafíos, las posibilidades ante la actual situación.
¿Poetas en tiempos terribles?
Sentir la inutilidad de la actividad poética en este tiempo cuando un totalitarismo financiero y mediático ha cobijado con sus redes casi toda cotidianidad posible, es quizá el síndrome de fracaso del creador actual. Bajo las llamas de los imperios, que desean controlar todo sin que nos demos por enterados, el poeta con su quemante palabra se siente indeseado. No hay acción real que valga, mas cuando el imperio globalitario está empeñado en desconocer a la opinión pública y a la sociedad civil, imponiendo su unilateral discurso sobre diferentes propuestas y posiciones. Desaparición de los ciudadanos, invisibilidad de su imagen.
En estas cartografías, con sus novedosas y seductoras formas, se ignora casi por completo al hombre político y cotidiano, se desrealizan las luchas de los pueblos, se rechazan sus peticiones. Las llamadas democracias muestran la estrategia fatal de los simulacros. Al ciudadano se le invita a una obra de teatro como convidado de piedra. Impera el cinismo del aquí todo es válido y posible, se da licencia a los asesinos. Bajo tanta presión impositiva ¿en qué hemos quedado convertidos? En cuerpos de silencios; en voces sin eco alguno; en la marginación de angustias y proclamas. De allí la sensación de la inutilidad del trabajo del poeta, el sentimiento de pérdida de su palabra en el corazón de los hombres. El poder siembra la sensación de la derrota y del fracaso del arte; se encarga de crear un ambiente donde no se le da ninguna importancia a la crítica vital del poeta. Pero éste se mantiene solitario y solidario muy a pesar de las bestiales embestidas y de las tácticas para silenciarlo. Como hombre desaparecido, se sostiene en la ventisca alzando su brújula, su veleta y barómetro para registrar las presiones de su tiempo. No se descuida, pero tampoco engaña con ingenuos y vergonzantes optimismos. Se tensa planeando la forma de hacer mirar su figura oculta tras poderosos velos. En ello consiste su valentía, la consagración a un oficio y destino.
Cierto, el sistema-red proclama libertad y la niega con arrogante cinismo; arenga democracia y la anula con un discurso unilateral y fuerte; pide participación y vuelve espectáculo cursi todas las opiniones; dice permitir las diferencias y activa, con sus mecanismos de poder, la homogeneización de las alteridades; habla de humanismo solidario y con su pragmatismo lo transforma en humanitarismo caritativo. Pero ante estas fauces hipócritas, el poeta pone a funcionar su palabra, la cual, por supuesto, no desmorona el sistema-red totalitario, pero sí lo cuestiona; no pulveriza al minotauro, pero sí facilita ver su verdadera cara.
Demasiados pesimismos asaltan el trabajo del poeta en tiempos de abismos y tormentas. ¿De qué servirán sus palabras bajo tantos fuegos cruzados? La idea de la impotencia de la poesía ha sido motivo de reflexión durante años. Sin embargo, allí sigue inventando asombros, descubriendo lo cubierto, instaurando realidades donde antes sólo había vacíos. Con la pasión a su favor, levanta una obra, la ve caminar por el mundo, posarse en distintas miradas provenientes del terror o de la dicha. Crea lectores. Cada poeta inventa los suyos; los crea según la intensidad del lenguaje, los cuida, los pasea por el mapa de sus imágenes. Así, la palabra toma sentido y gracia, posibilidad de ser. Por lo tanto, la actividad del poeta en tiempos terribles - como son todos los tiempos- es ser el anverso de la utilidad pragmática, eficaz y eficiente de la sociedad del mercado. Su obra no la elabora con la mentalidad del administrador de negocios para ser útil. El sistema-mundo le exige productos y resultados concretos que lleven al éxito, pero él le lanza interrogantes, asombros, inquietudes; la cultura le pide ser práctico, pero él se niega a instrumentalizar la vida del hombre; se le obliga a cambiar su pensamiento crítico-creativo por un funcionalismo trivial, relajado, pero él se tensa ante los engaños y simulaciones. La primacía de lo administrativo y planificado en el mundo de la sensibilidad efectista, filtra entre los ciudadanos una monstruosa idea: la estupidez de la actividad estético-poética, y esto no es otra cosa que control y vigilancia de la pulsión del poeta, su destierro total de las actividades cívicas y cotidianas.
Posibilidad de la ironía
El ostracismo actual impuesto a la sociedad civil y a la opinión pública (instituciones que tanto costó edificar en las débiles democracias de la modernidad), deja en la marginalidad a todos aquellos sujetos que desean ser actores sociales con responsabilidad y conciencia histórica, desconociendo las protestas/propuestas de los ciudadanos. Seres a la deriva, ignorados en sus proclamas y peticiones. He allí el resultado de la virtualización de la realidad civil. Tecnologías de la disolución que impactan en las representaciones poéticas y artísticas y, por las cuales, se desaparece al poeta de la escena social, restándole importancia como ser crítico-creativo. Al arte no conciliador se le confina a una campana de vacío, al silencio de los silencios si osa proyectar su luz sobre la sombra de una realidad envuelta en el simulacro de los medios.
Este simulacro se hace más visible en situaciones extremas, como por ejemplo, en la última tecno-guerra del Golfo llevada a cabo por el imperio, donde el control general y masivo de la información fue impresionante, sin dejar ningún espacio para que entre otra voz, una visión distinta a esa gran totalidad telemática. El ojo único de George Orwell se ha fragmentado y dividido en múltiples inquisidoras pupilas globales. Esto nos deja sobre un dramático escenario de totalitarismo, aparentemente nada represivo. El caso es patético. Sin posibilidades de ser escuchado en la magnificencia dominante de los medios oficiales, los cuales no tienen en su vocabulario el término alteridad; ante la unilateralidad de opiniones e ideas que lo globalitario informático ejerce, la palabra del ciudadano pensante y del poeta, queda desterritorializada, nula, inexistente. Y como, según la lógica utilitarista del periodismo actual, no existir en los medios es no tener presencia real en la sociedad, tanto a intelectuales como a poetas se les dicta acta de defunción antes de tiempo.
Dicho totalitarismo de los medios, al desterrar el pensamiento del poeta, está siendo fiel a la ecuación de nuestra época: si la poesía no se consume, pues no se publicita. Con este argumento fetichista desconoce toda potencia filosófico-estética de lo poético e impone una desgravitación trivial como base conceptual. Esta desaparición de la voz del poeta hace pensar no sólo en su marginalidad de lo mediático, sino en una crisis más profunda: el fin de la poesía moderna (tal como, desde Hegel, se ha venido proclamando el fin del arte). Agotamiento de los fundamentos últimos de las formas poéticas creadas y asumidas hasta hoy. ¿Estaremos ante una nueva fenomenología de la sensibilidad? O, quizá como pasó con los géneros clásicos, que se sostuvieron hasta hundirse los contextos sociohistóricos sobre los cuales se levantaron, ¿se habrán agotado las circunstancias que mantenían con existencia a la poesía moderna? ¿Hemos entrado a la era de la prosa visual o de la poesía estetizada? ¿Fin de un tipo de poesía, de sus categorías y fundamentos últimos?
Esta es la consecuencia del oportunismo y del aprovechamiento, por parte del mercado y de los medios, de cierta relajación del arte. Sin embargo, paralelo a ello, marchan propuestas alternativas, otras peticiones. No rechazan los nuevos territorios sobre los cuales la poesía ahora emprende sus rutas, más bien los caminan con cautela y vigilancia. No aplauden la estetización de lo poético, pero tampoco dan vuelta atrás ante su incandescente presencia. Ni apocalípticos totales ni integrados ingenuos, otros poetas existen y existirán tal vez para descubrir los falsos rostros y así evitar la exclusión total y la muerte del sujeto, escindido de estas esferas globales que posee sus monstruos de castigos invisibles, golpes seductores. Ironía como posibilidad desmitificadora del cinismo impuesto por los macrorrelatos de turno. Ironía como inteligente labor contra la razón instrumental de la posindustrialización. Ironía que se ayuda de las redes para hundir dedos en las llagas de los sistemas-mundo del presente. Allí se sitúan algunos poetas dispuestos a trazar una buena obra gracias a estas ventajas.
Ante la inactualidad de lo bello y de lo sublime; junto al agotamiento de la subjetividad expresiva moderna y de la autenticidad estridente de las vanguardias; frente a un arte elevado a objeto banal, desmemoriado e instantáneo, construido para el aplauso y el agrado, la poesía subterránea impone la ironía, reverso del cinismo contemporáneo. Ironía como forma de lucidez y resistencia, caballo de Troya situado en el centro de las simulaciones, potente fuerza de duda, de sospecha e interrogación, y aunque escéptica y nihilista, procede a desmontar los presentes Leviatanes. Ella nos ayuda a pensar, a guardar las distancias cuando la gravedad de la cultura, financiada por magnos poderes oficiales, nos exigen identidad. He aquí el beneficio del distanciamiento irónico: invita a mirar de nuevo, con “otros” ojos, más atentos, despiertos, conscientes de lo mirado. Y a pesar de que se incendien las pupilas, el riesgo vale una vida, pues tal vez no se gane de nuevo la utopía, pero sí la gratificación de sentirse un poco más lúcido que antes. Con esta actitud valiente, el poeta podrá defenderse del ostracismo global, con su destino de nómada a la intemperie.
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