Imágenes: Pinturas de Vasili Kandinski (Moscú, Rusia, 1866 - Neuilly-sur-Seine, 1944)
Música: Out of África. Autor: John Barry
PÁGINA EDITORIAL
Pequeñas variaciones inútiles
Por Estanislao Giménez Corte (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
“A lo mejor escribir no sea más que una
de las formas de organizar la locura”
Isidoro Blastein (*)
Se sienta. Apoya las manos nerviosas sobre el teclado. Respira hondo. Respira. Respira. Cruza los pies. Se quita el calzado. Enciende un cigarrillo. Lo apaga. Mira el cursor. Cierra los ojos. Mira el cursor. Cierra los ojos. Ve el blanco infinito de píxeles en la pantalla. Piensa: ese repiquetear es insoportable. Corrige la velocidad del cursor. Se para. Va al baño. Se mira al espejo. Se moja la cara, la nuca. Bebe café, mate, vino. Regresa. Viene una primera palabra. Ahora; piensa. Respira. Otra palabra. Otra. Otra. Otra. Otra. Se detiene. Busca en su mente. Escribe. No pienses, piensa. Aprovechá, se dice, en silencio. Escribe. Una palabra. Escribe. Una oración. Otra. Otra. Otra. Se detiene, atónito. Otra vez lo mismo; piensa. Baja las escaleras. Busca en la biblioteca. Busca. En libretas. Busca. En papeles. Busca. En los márgenes de sus libros. Sospecha. Como cada vez. Se pregunta. Esa página, esa media página, ¿a qué se parece?. Se pregunta. Intuye (enfermizamente, quizás) que lo escrito no le pertenece. No del todo. Sufre. Sí, en algún lado; sí, de algún lado. Seguro. Busca en su memoria. Busca. Busca. No encuentra. Abandona. Duerme. Despierta. En algún lado, de algún lado. Lo mismo cada vez, piensa. Con cada argumento, idea, relato que aparece, la duda aparece. Desconfía, sospecha. De sí mismo. Teme una traición. De su memoria. De su desmemoria. Cree (acaso patológicamente) que está hurtando aquello. Que ya lo vio, que lo leyó. Diferente, sí. Pero alguien lo hizo. Mejor. Antes. Lo abruma la idea de que sus ideas son las ideas de otros mezcladas por sus propias ideas sobre esas ideas. Eso es escribir, le dicen. Una trampa. Una mentira nefasta. Una copia disimulada, piensa. Copias de copias de copias de copias de copias, piensa. Quiere escribir, él. Quiere escribir algo original. Puro. único. Busca referencias. A veces encuentra similitudes. Señalados caminos anteriores. Nociones precedentes. Se tranquiliza reafirmando la entidad de su sospecha. Confirma (cree) que nada de lo suyo es original. Que no hay originalidad posible. Un refrito, piensa. Un maldito refrito. Odia ese término. A veces no halla vinculaciones. Desconfía de su capacidad de relación. Elogian su honestidad. Lo amonestan, los otros. Antecesores, influencias, precursores, le dicen que son. En cada búsqueda, él, que quiere escribir, pierde una idea, se le escapa un potencial argumento. Le va la vida. Cuando escribe, consulta con especialistas y eruditos. Éstos hallan relaciones. Éstos no hallan relaciones. Éstos le sugieren que plasme esas ideas y ya.
"¿Estamos condenados a usufructuar con la desmemoria, a ejercitar o ejecutar pequeñas variaciones a lo que ya otros han hecho mejor?", escribe. Se detiene, atónito. Mira el teclado. El infinito reticular de píxeles invisibles. Sospecha que leyó algo parecido en algún lugar. Otra vez lo mismo; piensa. Duerme. Su mente infatigable busca asociaciones y citas en la intemperie del sueño. Busca. Busca. Busca el autor más honesto de la historia. Ése que nunca escribió nada.
PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA
Daniel Pérez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
aquí nosotros
falsos aduladores del vientonieve que ronda nuestra casa
sentados en el lomo de la langosta de la vida
escondemos la manzana en tierra para no verla
sin meditar un segundo en las consecuencias de nuestro acto
un día imaginamos que la ebriedad de los vacíos no era más que tenebrosa
que las guadañas nos encontrarían
por más que nos ocultáramos en nuestra ambigüedad
si hubiéramos reparado en la seriedad con que nos observaban los astros
lo habríamos advertido:
hay un niño llorando en el sillón a sus juguetes de plástico
mientras tú le haces caritas al destino intentando seducirlo
destino que hasta aquí ha sido insobornable
estrellas que tienen sus rutas marcadas desde el siglo
podríamos ver que al alba habrá luces nuevas
pero la oscura noche nos ha robado la visión
somos ciegos
tanteando con nuestro bastón el borde
desde donde se despliega la muerte infinita
(aquí nosotros)
esperaba que el cielo
esperaba que el cielo
lo abrigara sobre la cama
que llegara revoloteando
como un pájaro sobre su cuerpo
alas-sábanas o cubrealmas
o frazadas o fuegos
donde quemar todos esos miedos
que de noche
por las ventanas
aquel hombre se armaba sueños tan grandes
aquel hombre se armaba sueños tan grandes
que después no encontraba donde guardarlos
y andaba con los sueños en las manos
o con las colitas de los sueños saliéndole
de todos los bolsillos
entre tanto hormigón armado
nosotros, los poetas
somos sonámbulos
marchitos cuerpos de día
aullidos
gatos
lauchas
de nuestros propios laboratorios
siempre
experimentando con nosotros
en nosotros mismos
el dolor
la victoria
del que logra arrebatarle
la sortija a este carrusel
y gira una vuelta más
somos dioses
de papel y tinta
somos letras y palabras
extinta pasión de juglares
latiendo escondida en las venas
somos mierda
pisoteados por la consumidad
somos nosotros
los poetas
marionetas de paño lenci incendiado
pasión y locura
prostitutos
acostándonos por placer
siempre sin dinero
y con un trago a mano
bien regalado
somos los que golpeamos
las puertas clausuradas
los corazones dormidos
los sueños del alba
las mentes secuestradas
las utopías torturadas
con picanas de loca razón
somos los habitantes
de bares deshabitados
los dueños de lo indomable
los que estamos aquí
irreparablemente satisfechos
y aún así
todo
y esto
nos importa un carajo
porque somos la escoria
perdón
quise decir los poetas
los niños jugaban a cazar luciérnagas
los niños jugaban a cazar luciérnagas
a aplastárselas sobre los ojos
para que les brillara la mirada
como rascacielos en el centro de la cara
y las madres se asustaban al lado de la ruta
del genio de sus hijos asesinos de luciérnagas
pero no hacían nada, ni decían
nada para estorbar a los niños
fue así que desaparecieron todas las luciérnagas
y que las ciudades se llenaron de hombres
con miradas perdidas como fuego
pisotearon el silencio que sabía a lágrimas
pisotearon el silencio que sabía a lágrimas
sin quitarse las manos de la boca
se sacaron de adentro pingüinos empetrolados
y los desparramaron en el límite de la noche
proclamaron la nueva vida
olvidándose de las viejas muertes
todos los dioses revestidos de oro
poseen alma de barro
no nos dejemos engañar por el clarín de la mañana
con sus novelas en fascículos
la vida y la muerte juegan en las calles
una partida de naipes sin marcar
restos
el carro pasa
dos niños corren tras el carro que pasa
el carro anda
según los designios del señor
del tipo
del tipo que apura el látigo
sobre los despojos de un animal
que alguna vez creyó en esperanzas
y ahora es esclavo del dios del carro
como los niños
que corren tras el carro
y rompen las bolsas con uñas de acero
y hurgan los restos de la sociedad
con el desprecio en los ojos
en las manos
en la lengua que intenta pintarle un sabor al pan
sucio de fideos y gel lubricante
los niños miran el cielo
y no ven nada
los niños tienen un cielo de chapas
con luna de cartón
un carbón orgulloso de creerse chocolate
los niños revisan las bolsas con manos de guerra
con ojos y alma de niños hambrientos
y separan la basura
ponen de un lado la basura
y del otro lado la basura menos basura
y la basura menos basura se trepa al carro
y la basura menos basura se tapa la nariz
y se sumerge en el guiso
y la cuchara vencida la rescata
y la guarda en cofrecitos
la acuna en la cama del estómago
y la sangre desparrama la basura menos basura
por los cuerpecitos de los niños
el carro pasa
dos niños corren tras el carro que pasa
el carro anda
según los designios del señor...
del tipo
del tipo que apura el látigo
sobre los despojos de un animal
que alguna vez
creyó en esperanzas
dos panes
en la cima de los parques vacíos
te encontraba jugando con nada
gozosamente abstraída
sobre las hormigas que cargaban
pedacitos de tu pan
merienda de gatos demacrados
y yo
con pánico a la exposición absurda
me sentaba a tu lado
a ver como las hormigas se llevaban tu pan
y para provocarte una sonrisa
les entregaba el mío
maría es un paisaje
el hombre flaco pensó en los volcanes
maría tenía dos inmensos pechos en actividad
y lunas crecientes sobre las mareas del sexo
lobos marineros adormecidos en las rocas de la pelvis
y en los acantilados de su cabellera
nidificaban gaviotas reidoras entre soles
y racimos de helechos o dudas
y cuando la marea le bajaba se veía brillar
el encarnado axor de los arrecifes de coral
sobre su lecho
o imponentes saltos de agua
y la paleta de dios en el arco iris
el hombre flaco pensó impostando la voz
en los apetitos inferiores de maría
y en sus ojos como dos pueblitos pequeños pero hermosos
con callecitas angostas llenas de sauces
y casitas de adobe con techos de paja
y olor a tranquilidad flotando en las babas del viento
entre los senderos de montañas que recordaban
el camino perdido de los antepasados indígenas
el hombre flaco quería regalarle una flor
un ramo de verbenas y rosas o colibríes
pero con sus ahorros compró un terrenito
aromado por orquídeas
entre el mar y los volcanes
y se quedó a vivir para siempre
en el ombligo de maría
el terrible hotel de la calle diez
el terrible hotel de la calle diez
donde nos acomodamos aquella noche
los peldaños de su escalinata
lustrados por las suelas
nos dejaron frente al cuarto número dos
ante él nos limpiamos los zapatos en una vieja alfombra
que poseía más tierra que todo el continente americano
con asombro observamos al indígena
que salió del felpudo persiguiendo una alimaña
confirmación de que el juego había terminado
temblaste
como lo hice yo
cuando la llave hizo chirriar la cerradura
y con cierto recelo nos introdujimos en esa especie de prisión
donde fuimos arrancándonos las plumas
hasta que el aceite de la piel brilló
bajo la única lámpara que había en la celda
me conmovieron tus ojos
inmensos de chocolate derretido en mis manos
allí cubrí tu desnudez con mi desamparo
y entre el gemir de los resortes percibimos
el ajetreado galopar de las lauchas sobre el entretecho
escapándole a nuestros hedores
como nosotros
escapándonos a nosotros mismos
huyendo del amor al placer
por diagonales
o bisectrices
PÁGINA 3 - CUENTO
Las lavandas
Por Susana Ballaris (Gálvez-Santa Fe/Argentina)
El campo lleno de lavanda está mezclado con el horizonte rojo y amarillo que inunda el porche de la casa revestida en madera. Está en el medio de un desierto con cientos de voces de pájaros. A lo lejos, una polvareda envuelve al jinete que se aproxima y la tierra se enreda en los árboles.
El hombre sentado en la mecedora tiene los ojos cerrados, aspira y se le mezclan los perfumes a lavanda, a tierra y a campo. Hace un tiempo bastante largo que está allí y de vez en cuando toma su pulso y cuenta los latidos. Es una manía. Es un gesto instintivo. Es como si contara los minutos pasados y los minutos por venir. A su alrededor la vida está en los racimos de flores, en los racimos de cereal, y en los rayos que el sol acuesta durante el día hasta que llega la luna. La mujer, con su pelo renegrido largo hasta los hombros va y viene, dejando caer los chorros de agua fresca en las macetas y los baldes y los canteros; va y viene haciendo reverdecer los jazmines y las sandías rojas. Su voz dulce, melodiosa, reparte por doquier aquellas raíces de su pueblo italiano. El jinete avanza hasta llegar a los escalones altos y maduros y se deja caer muy cerca del hombre que sigue allí adormecido. Mientras tanto, las pulseras de la mujer revolotean en sus brazos haciendo un hermoso tintineo a copas.
El hombre, el de la mecedora, siente a la mujer, la huele con ese aroma a jazmines recién cortados, la ve aún con los ojos cerrados, ve su pelo renegrido y largo hasta los hombros. Sabe que dentro de unos minutos hará el rito de todos los días en épocas de sol; pondrá sobre la mesa de mimbre una taza de humeante café y en un plato los buñuelos de manzana.
El jinete y el hombre charlan. Es un diálogo franco, amistoso pero, melancólico. El hombre escucha y sonríe. El jinete le palmea las rodillas. Y luego de una hora larga, decide partir. Abraza al hombre con fuerza y ternura. Levanta su brazo derecho en un gesto de saludo a Catalina, la mujer de pulseras al viento. Otra vez, una niebla de polvo inunda el desierto con su tierra cultivada. .
Al irse, piensa… Catalina, la mujer que cuida a su tío, cada día que pasa está más obesa y más rubia.
El hombre sentado en la mecedora toma su pulso, en forma instintiva. El pulso del sol; es mediodía. Intuye al campo, sin ver los verdes y los lilas de las lavandas. El hombre siente a la mujer, la huele con su olor a jazmines recién cortados en su pelo renegrido largo hasta los hombros.
PÁGINA 4 - ENSAYO
Tenés que elegir
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Hace muchos años en los patios de la escuela se formaba un trencito, y dos chicos hacían de barrera. Cuando atrapaban al último vagón entre los brazos le decían “frutilla o chocolate”, y el chico elegía frutilla o chocolate (no otra cosa, otra cosa no se podía), y se colocaba detrás del niño frutilla o el niño chocolate. Ganaba el que quedaba con la fila más larga detrás de si.
Ahora el gobierno y el campo nos piden que nos encolumnemos, también, sin darnos demasiada opción de elegir algo diferente a las dos únicas posibilidades.
Un problema económico se transformó en político y acabó en ideológico.
Los del campo se negaron a desalojar las rutas, desobedeciendo una orden judicial. El gobierno no da quórum para tratar el problema en el Senado. Los manifestantes peronistas llevaban palos y la policía los dejó correr a los contrarios. El país entero es rehén en el conflicto.
Todo está permitido. Los trasfondos son tan oscuros que todos pueden sacar basura de los otros armarios y arrojársela a la cara. En algún punto tienen razón, todos, especialmente cuando esas razones están fuera de contexto.
Y la sociedad se divide. Y volvemos a “los negros de mierda” versus “la gente que quiere trabajar”. El peor de los fracasos, el más miserable de los retrocesos. A favor o en contra, no se aceptan críticas, sólo adhesión incondicional.
Seré ingenua, no creo que este gobierno encarne el ideal socialista. No creo, tampoco, que toda la gente que apoya al campo sea de derecha. No creo que se busque un golpe de estado. No creo que la gente tenga que optar entre dos ideologías. Al menos no por ahora. Salvo que sigamos por esta vía muerta que termina en un enorme paredón sin salida.
Yo no quiero ni frutilla ni chocolate, o quiero las dos. Se puede. Para eso está la democracia. Pero para eso están los instrumentos democráticos, no los cortes de ruta, no los actos de apoyo o rechazo, no los discursos de barricada ni los emisarios bravucones.
Yo quiero legalidad para todos. Normas claras y vigentes para todos. Justicia social de veras y también, y especialmente en las provincias pobres (que la justicia social sea una bandera que nos una, no una pertenencia partidaria). Y que nuestros representantes nos representen. No hay otra manera de que funcione la cosa.
Frutilla, chocolate, dulce de leche, vainilla. ¿No era éste un país generoso?
PÁGINA 5 – NUESTRA POESÍA
Pablo Resa (Lanús-Buenos Aires/Argentina)
Analgésica
Solo
uno siempre está solo
por más multitud
por más gentío de voces que te habiten
por eso creo que es mejor entonces
cultivar un mirar crepusculario
y más cuanto más urbana sea tu suerte
así concurren como un filtro las pestañas
aquí procede consultar a un pintor
y lo que convenimos en llamar rocío
se revela con su triste goteo
de máscaras y estrépitos
Solos
siempre estamos solos
pero la soledad es un plural
hay por lo menos dos en lo que mide
y mientras se transita este convencimiento
hay cada paréntesis que da gusto
todas las formas del amor
todas las búsquedas en franco trámite
toda vida recreándose
toda diacronía en fin
que no llegue al infarto
Solos
la soledad es un pacto irrevocable
pero así vista ardua de interrupciones
toda soledad puede ser una grata noticia
toda menos la analgésica soledad
de pensarse tristemente solo
Porcelanas
De uno a uno mismo la vuelta lleva una vida
y coincide con el perímetro del mundo
uno abre montado a la cresta de las ganas
espaldas al viento
sujeto a un extremo del cabo
y parte a desovillar el alma
por la elíptica de regresar un día
Con el dato entonces amarrado
al punto de embarque
y un curso acelerado de brújulas y estrellas
de esos que se dictan en sitios increíbles
como tus ojos
todo azar embate y te vuelca como a un bolsillo
es decir te vacía
te pone a llenar todo de nuevo
como en esas tacitas de porcelana china
adonde todo llega y de donde todo parte
y sin embargo
nada logra barrer del fondo
la piedra fundacional
de los besos que me diste.
Nada
Podrán esconderse en el revés del mobiliario
colgarse a la nuca de los retratos
aprovechar la cara ciega del espejo
compartir extravío tras los cajones
o fundirse con hollines en las entretablas del piso
y en las derrotas cotidianas bajo tirantería
que abren resquicios a cuatro rincones
y habrá también quien acuda a contratapas
solapas y contralomos
una vez agotada la espalda de las bibliotecas
y no importa cuánto argumento se dé a fuga
cuánta mudez selle entrelabios
cuánto caiga al extravío memorioso
cuánta impasible mirada se sostenga a cuatro manos
cuánto se acuda en fin a contracierto
a contravida
están
cada palabra
cada gesto
podrán callar agazapados pero están
podrán lamerse las heridas a escondidas pero están
mientras aún nos quedan fuerzas para el intento
mientras vamos alcanzando la victoria o la derrota
están
Y es que
mucho que nos duela
nada de lo dicho habrá de desdecirse
nada de lo hecho habrá de deshacerse
NocheMara
Se me ha hecho balcón este cuerpo
de tanto salir a esperarte
a encontrarme con los piecitos de tu nombre
que alman la noche lejana de trascumbre
Los paraísos sirenan el follaje
y hay que detener a toda costa
la excavación de tus pequeños ojos
empeñados en exhumar contra la luna
los huesos de extrañarte
Si te llamo caen cristales que deberían
andar de mariposas por mis labios
si te callo no puedo reflejarme
en los charquitos que nos dieron por juntos
Pobre estatua la mía que me invierna
pobrecito el día que esperanzo
urge un cobijo
un escampe
un brazo extendido hacia el ovillo
que me niña en los rincones.
Bajo estrella
Yo no podría precisar cuál noche
no he logrado olvidar a tal punto
no es la más infiel pero me miente
a quién no la memoria
yo no podría citarles absolutos
intersecciones tiempo abajo
coordenadas revisionistas del capricho
en cambio darles sí
este brío de algún día en cierto sitio
mientras probablemente ocurría
que blanda una lluvia
que ancho un silencio
que uno de esos resquicios en fin
por donde nos es dado bajo estrella
entrarle de estreno a una certeza
yo no podría ofrecerles mucho más
que una eufórica lucidez insomne
sentada al piano de la madrugada
podría sí sospecharnos lo felices
si es que acaso coincidiéramos
en la poesía
Almarios
almarios en vez de cementerios
que ronden
bajo el nombre
de todos los que amaron
las puertas con que abrimos el nuevo día
que lleguen bajo el ala
de haber esperanzado
obstinando el rumbo
otro mundo para el mundo
que moren el vaivén de los helechos
con su sombra cotidiana
su arnés de fantasmas
sobrevolando el mobiliario
almarios de entrecasa
de barrio de Domingo
de nosotros también
de nuestrobarro y únicofuturo
almarios y no tanto cementerio
ni dar por sentados los rituales
con su anónimo dictador de reverencias
no tanto cementerio decía
porque nadie quiere quedarse solo
ellos tampoco
almarios y a lo mejor
pienso ansío en voz alta
se abra un comienzo al fin
un intercambio
les demos su espacio digo
y nos den la memoria
que andamos reclamando.
PÁGINA 6 - CUENTO
Memoria íntima...
Por Said Jedidi (Tetuán/Marruecos)
Saidjadidi@yahoo.fr
En las tardes crepusculares de Jamaa L’Fnaa(1) , pocos comprenden pero casi todos aprenden.… o por lo menos admiran el sentido obligatorio de Ba Dris y su peculiar manera de hacer preguntas sin esperar nunca las respuestas, pasando, con la velocidad de la luz, de la sátira a la crónica.
- Los obreros de hoy o por lo menos los que tienen la tremenda suerte de tener un trabajo…
Era alérgico a las frases hechas o completas. Las repentinas sonrisas que flotaban en sus labios invitaban a la simetría y la conformidad.
... y es verdad porque el trabajo hoy en día es tan raro como las armas de destrucción masiva en Iraq.
Cambiaba continuamente de tema y de tono
“El sentirse oprimido, es como si le pusieran a alguien una bota en la cara. En primera instancia se preguntará por qué, que se la quiten y que no es justo. En segunda instancia apelará a recursos como pedir en el nombre de sus hijos o de sus padres y en tercera instancia, existe la posibilidad que lo hiciera en nombre de Dios...”.
Nunca he escuchado algo tan abstracto. Nadie supo de dónde vino el comentario.
Esto se llama apología del terrorismo, precisó otro comentario anónimo.
“...Allí se comenzará a interpolar aspectos que originalmente tenían mucho que ver con una situación política o de injusticia y se identificarán de pleno con el plano religioso”, prosiguió Ba Dris indiferente a la indignación de algunos.
No esperaba nunca el impacto de su idea.
- Degradante tiempo en que todo se ha confundido: masturbación democrática y teocracia, transparencia y homosexualidad política, vulgares víctimas y honorables mártires, verdaderos guías y tiranos ilustrados, santos e oscurantista retrasado y…
Nunca terminaba sus frases.
- Hablar de guerras preventivas es sinónimo de “guerra por las dudas”, lo que equivale a “matar por las dudas”, un principio contrapuesto a toda norma moral o ética (2)
La naturaleza no era la única en perturbar el interés de la improvisada asistencia. La fluidez del orador, su extraña exégesis de la verdad absoluta y su tortuga tenían algo de vernáculo… algo así como una apología de la terapia... una desgarrante tenacidad frente al enigma y a los crucigramas verbales.
El hombre enigmatizaba. A veces cruelmente y otras lúcidamente «Su melancolía en esta tierra es no ser ni Dios ni una ostra», enarbolaba sin explicar lo que quería decir. Estaba siempre muy cerca de la gente... muy lejos de su realidad.
Condenado a la ignominia, el hombre eludía con elegancia las certezas de sus habituales espectadores extranjeros, entre los cuales muchos españoles, aferrados a su comodidad pero sin renunciar a su curiosidad turística.
- Son los supervivientes de Guam (3) volvía a indicar con su pulgar y con gestos toreros hacia un par de pajareras en una esquina, sin dar más precisiones
En su Hilka (4) de notoriedad pública dentro y fuera de Marraquech, nadie tenía el derecho de reflexionar. Sólo él, el artista, podía permitirse el transgresivo y molesto lujo de « convertir en palabras fuerzas nerviosas ».
- Lo suyo no era precisamente una vida de pan negro, indicaba con sus dos manos color de tierra, con gestos minuciosamente expresados, a la tortuga, indiferente a su relato
En sus, casi siempre, insolentes monólogos, sólo él tenía el derecho de imponerse como una evidencia para hablar exclusivamente de su patrimonio individual y de pasiones para denunciar como sólo él sabía hacerlo, la rigidez del mundo y los « estereotipos de Occidente ».
Con un vocabulario a menudo obsceno, contaba magistralmente su hipocresía y la de la sociedad donde dice “soportó vivir” y creaba un clima festivo e idealista pero enigmáticamente indescifrable e imperceptible. Su telepatía moldeaba, trituraba e incluso, esculpía las impericias de las pocas historietas coherentes que contaba desde hacía lustros con el mismo entusiasmo y una variada devoción.
“Un maestro que respiraba el pensamiento...” lo calificaban, en el sentido más noble del término, algunos de los asiduos de su “cónclave” diario.
Era toda una señora hecha para la leyenda…. y leyenda acabó siendo, agregaba elíptico antes de enlazar con los ojos cerrados convergidos hacia el cielo: Viuda porque se le marchitó la esperanza, sola y atónita de estarlo. Era y sigue siendo un eslabón de una cadena de antologías. Se llama Yamna, enlazaba, dirigiendo con maestría su pulgar hacia una vieja tortuga, que acariciaba con cariño y veneración, diciéndole algo antes de volver a colocarla con el mismo esmero en el suelo para proseguir con una misteriosa voz su incongruente relato-oración.
... su testamento contenía una humilde confesión de su derrota y que en sus dudas y certezas de nada le valió su impenitente ternura.
Mientras que la tortuga recorría y volvía recorrer el círculo humano con delicadeza y gracia, él remataba:
- “Vivía, trabajaba y como todas las criadas de este país nunca cobraba”.
Larga carcajada de los que seguían con atención e impaciencia descifrar el mensaje de la “biografía” de la pobre tortuga. A pesar de que nadie comprendía, un florilegio de obsesiones hacía más sutil la larga espera de los que escuchaban, sin comprender tan enigmática historia.
Concentrado. Con los ojos semi-cerrados y las manos tendidas hacia el cielo, seguía contando en desorden pero con humor e ironía mientras que la tortuga contagiaba a la hechizada asistencia su inagotable agonía, trasladándose lenta y prudentemente, casi resbalándose, como en un tejado nevado, de un lado a otro. No importaba la lengua de los demás. La permeabilidad era absoluta y los gestos y gesticulaciones ilustraban una fecunda y excepcional facilidad de convicción.
- Los escándalos minuciosamente apagados por la codicia de unos y el temor de otros, aceleraron su decisión.
- Círculo humano en torno a un orador
La luz crepuscular de la tarde de Marraquech invitaba a una mayor paciencia ante tan reventante ritmo surrealista.
La tortuga comenzaba a inspirar amor y una compasión que congelaba la sangre
- Las sutilezas desalentadoras de esta sedentaria notoria que prefirió la metamorfosis, sobrecalienta los espíritus pero…
- Os juro que no entiendo ni jota, soltó alguien
Con un vocabulario, a menudo obsceno, contaba magistralmente su hipocresía y la de la sociedad donde no soportó vivir y creaba un clima festivo e idealista pero indescifrable e imperceptible. Su telepatía moldeaba, trituraba e incluso esculpía las impericias de las poco coherentes y armoniosas historias que contaba con entusiasmo y devoción.
« Un maestro que respiraba el pensamiento… » calificaban en el sentido más noble del término los habituales de su « cónclave ».
- Se llamaba Yamna, contaba dirigiendo su pulgar a una vieja tortuga
La cogía entre sus brazos, le decía algo, la acariciaba con amor y veneración, la volvía a colocar con esmero en el suelo y proseguía con una enigmática sonrisa su incongruente relato-oración.
- …su testamento contenía una humilde confesión de su derrota y que en sus dudas y certezas de nada le valió su ternura impenitente
La tortuga recorría el círculo humano con delicadeza y gracia.
- Vivía, trabajaba y no cobraba.
Larga carcajada de los que seguían la biografía de la tortuga
- Como es natural en nuestro querido país
De nuevo otra carcajada… otras pasiones y otras frialdades.
- Su historia es verdadera pero olvidada y difícil a transmitir. Su belleza convulsiva, símbolo del mal absoluto, su deseo infiel, descripción de un vértigo y su mecánica lasciva que no saciaba su pasión carnal, la hacían vulnerable, deseable pero transparente sólo del otro lado del cristal.
El silencio invitaba a la veneración. El hipnotismo atizaba su fascinación
Concentrado, con los ojos cerrados y las manos hacia el cielo, contaba en desorden pero con humor e ironía mientras que la tortuga deambulaba inconcientemente, contagiando a la asistencia, hechizada por su inagotable melancolía, trasladándose lenta y prudentemente, casi resbalándose, como en un tejado nevado de un lado a otro. No importaba la lengua de los demás. La permeabilidad era absoluta y los gestos y gesticulaciones ilustraban una fecunda y excepcional facilidad de convicción.
Hablaba y volvía a hablar, enmendando los desaciertos y tejiendo, con cada una de sus frases, la inmensidad de los posibles, las esperanzas y las decepciones de la tortuga «cuando era un pobre ser humano».
- Afirman que, como los vampiros, sólo surgía en los momentos sombríos
Con su larga tónica verde, su turbante multicolor y sus sandalias color marrón tostadas por el sol de Marraquech, el hombre tenía el aspecto de un profeta descarriado. Su Hilka parecía un “no man’s land” de erupciones y calmas
- Amar al prójimo no era su virtud cardinal…
Prometió, antes de olvidar, que nunca revelaría el secreto de su radicalismo estético y… acabó por confundir valentía y modestia.
- La pobre mujer vivió con el eterno presentimiento del desastre. El tiempo y la vida le dieron razón
Se quedaba mudo largos instantes, observando fijamente el horizonte como si intentaba recordar algo...
- Nunca le abandonó cierta forma de duda, consumida pero obstinada. Al final descubrió que no se había equivocado o… poco
Insensible a los sentimientos de los demás, creando continuamente atmósferas saturadas, Ba Dris daba la impresión de estar cansado, casi agotado de encarnar el desprecio y la negligencia y rechazaba con gestos de autosugestión masculina, el exceso de caridad.
Una transgresión que se convertía, a lo largo del místico « espectáculo», en norma. En cada una de sus palabras narrativas que parecían vértigos que hacían olvidar la desnudez del turista y del forastero, había cierta manera de indagar las penas ajenas.
En su universo agrietado, insólito y enigmáticamente sensible, Ba Dris ni era hostil ni familiar. Se limitaba a vender sus delirios íntimos y, a menudo, lo conseguía.
A pesar de su obstinado esfuerzo, acompañado incluso por algunas lágrimas teatrales, efecto del sonambulismo a causa del exceso del kife fumado para explicar la desventura de su tortuga, su historia y su mensaje suscitaban mofa y duda.
- ¡Ay, qué pena ! La pobre tortuga tiene una respiración del ahogado, dijo alguien con un marcado acento andaluz
- Oh, mon Dieu ! elle a vomit du lait(4), dijo otra
La voz de una turista japonesa, escandalosamente alarmada sonó en el cielo de loza de la legendaria plaza : «Seppuku…seppuku(5)»
La tortuga acariciaba en un rincón del círculo humano una vieja espada olvidada por un “ kamikaze” salido directamente de la fértil imaginación del orador.
- Su fascinante pero tardía fronda contra una autoridad masculina y su jurisprudencia tiránica nunca contestada ni en su familia ni en la sociedad en la que fue condenada a vivir...
- ¿Qué quiere decir ?
- ¡Qué sé yo ! este hombre habla en desorden
- …Su exutorio a la decepción inconfesada de los que eran como ella, proseguía lentamente, prosiguió masticando cada sílaba
- Señoras y señores sólo se puede morir una sola vez. Pensad más en la creación que en el Creador, porque a Dios no lo alcanza el pensamiento
Era otra manera de respirar. Algo así como sobrevolar un vacío.
Era doméstica en la casa de un santo y como todas las domésticas de este país en aquella época vivía con una espina clavada en su lengua. Tenía su propia teoría de compromiso. Por ello, el último día de un discreto y testarudo verano tetuaní, por fortuna o inadvertencia y a causa de una incompatibilidad consumada, decidió salir de la ambigua herencia familiar de su tutor y permanecer en el universo que le interesaba y bla… bla… bla…
Marcó una breve pausa, seguida de una rabiosa tos ferina, antes de seguir...
-... Yamna pasó el resto de sus días como ser humano recordando que el mundo entero es un espejo hasta que un día, nadie sabe quién le contó la historia del pozo(6)
De nuevo otra salva de tos y nuevamente un esfuerzo sobrenatural para concluir su relato-trofeo de guerra.
-... alguien le contó que... el sol se ocultaba y era tiempo de oración del ocaso. Un hombre se acercó a un pozo, como lo llevaba haciendo desde hacía mucho tiempo.
Arrojó el balde y cuando lo recogió lo encontró lleno de rubíes. Se sonrió y volvió a arrojar. La segunda vez que lo recogió, el recipiente desbordaba de perlas. El hombre esbozó una palabras recordando a Dios y volvió a tirar el balde dentro del pozo. Esta vez el balde estaba lleno de diamantes. Con una sonrisa piadosa, el hombre se dirigió al cielo y dijo: “¡Oh, Mi Señor ! me ofreces tesoros, yo sólo quiero agua para hacer mis abluciones y así poder disfrutar de mi tesoro, que no es otro que adorarte…
Otra sinfonía de tos y otro esfuerzo para llegar al final de su convulsionada historia.
- ...Desde entonces Yamna bla...bla...bla
La voz ronca, incisiva e irreconciliable de Ba Dris anunció el fin del mantillo de un relato ecuménico que todos escucharon con sumo interés pero nadie comprendió.
Cuentan los ancianos de Marraquech que durante lustros, la conmovedora historia de la tortuga de Ba Dris dió lugar a una tortugalamia
(1) Plaza del “Día del Apocalipsis” plaza de Marraquech declarada por la UNESCO como Patrimonio Universal
(2) “ El Islam, Oriente y Occidente” ( Centro Islámico de la República de la Argentina
-(3) reserva de ecosistema en Japón arrasada por la aviación americana, donde las serpientes acabaron con todos los pájaros de la zona
-( 4 ) ¡Dios mío! Ha vomitado leche (en francés)
-( 5 ) Eventración en japonés (suicidio por el honor)
-(6 ) De “ Colección Cultura Islámica” del Centro Islámico argentino- Farid Eddine Attar en “ El memorial de los santos” ( Misticismo e Islam- Colección “ Cultura Islámica”- Centro Islámico de la República Argentina)
PÁGINA 7 - ENSAYO
A diez años de su fallecimiento
Octavio paz, exaltación sonora de la existencia
Por Óscar Wong (Tonalá-Chiapas/México)
La Palabra genera mundos, puesto que Nombrar es llenar el vacío. Por eso el Logos es sonoro. La creación del mundo, según los mitos hebreos, es lingüística. Cuando el poeta canta hay más ser en el cosmos, precisa Eduardo Nicol. De acuerdo con lo señalado, considero que la condición esencial para escribir poesía es percibir al universo con toda su carga profunda de sonoridades y significados para descorrer el velo de la realidad, tan inasible para muchos. El poeta nace con esa predisposición para las palabras y los sentidos significativos (el vocat, llamado, que a su vez viene del verbo latino vocare, es muy fuerte) y se hace con la experiencia vital, con las lecturas. Finalmente la poesía es una revelación espiritual, consecuentemente no todos están dotados para conseguirlo. En La diosa blanca , Robert Graves nos recuerda -¿o nos alerta?- sobre la función de la póieses y del poeta: cantar al tema único de la poesía y oficiar. Expresar -a través de ritmos, imágenes y diversos planos significativos- la relación de un hombre con su pareja; observar con profundidad al mundo que nos habla y se nos revela incluso en cada objeto; ver las cosas con su máximo sentido oracular, como quería Francis Ponge. Por algo la existencia esa sagrada.
Una verdad de Perogrullo: el poeta es un ser humano. Está inmerso en el mundo, pero percibe su dinámica con mayor transparencia que los demás. Una primera condición del poeta: saber de qué están hechas las cosas, conocer la esencia, la naturaleza del mundo. Y revelarla. Por eso el poeta puede cantar a los sucesos sociales. Aunque para crear deba apartarse del ruido. La creación literaria, en última instancia, es oficio de solitarios, sin darle la espalda al entorno de la cual parte el poeta. La sentencia de Juan, El Evangelista, es clara: En el principio era el Logos. Y la Cábala misma habla de esta resonancia, de la Creación del mundo a partir de las 22 letras del alfabeto hebreo. La palabra designa a la esencia, es la substancia misma: ahí estriba lo mágico del lenguaje, el sentido de la Palabra.
Octavio Paz2; como poeta, lo supo. Conocía su poder transformador y usaba estas resonancias sagradas. El poema, reflexionaba Paz en El arco y la lira3, es un conjunto de signos que buscan un significado, de ahí también que cada forma lírica exteriorice una idea. El fluir del discurso, la cristalización visionaria del poema, desemboca en el texto, en el poema-objeto, en el poema-exploración3. La experiencia vital, la manifestación emocionada de la existencial se traduce en revelación. Todo fluye en el poema, por eso su sentido paradojal, el signo con doble significado suspendido en el hecho estético, como una perenne interrogación, como una referencia inmóvil, inasible, aunque permanente. Quietud y movimiento son lo mismo, canta el Poeta. Por supuesto que ello se da por el sentido orientalista -tamizado por los filtros de una tradición sólidamente occidental- que prevalece en su obra inicial desde 1951.
En Octavio Paz la poesía representa un ritual, unión sagrada, recurrencia amorosa. Ceremonial santificado, perpetuo. Tiempo suspendido, rito o festín. El verso en Paz está cargado de significaciones. Iluminación. Palabra y silencio: poesía. Espacio-tiempo: realidad física, objetos que se nombran. Tal la expresión paciana, cargada de paradojas, debido a lo que Margarita Murillo González4 determina en tanto polaridad-unidad y que da coherencia a su obra poética. Cuatro signos relevantes confluyen aquí: Palabra, silencio, tiempo. Los cimientos duales de la poética paciana son capitales para entender su expresión. Paralelismo y paradoja. Revelación del ser a través de la Palabra. Poesía. Espejo de la realidad.
“La poesía es la creación metafórica por excelencia, pues efectúa una triple metamorfosis. En primer lugar, ella es resultado de una metamorfosis de la realidad, creando una realidad verbal nueva inteligente y con sentido propio. Esta versión de los hombres y los mundos, que aparece en la historia de la poesía, es inconfundible con la metamorfosis de los demás sistemas. En fin, la poesía es un lenguaje distintivamente metafórico, y ésta es la clave de su arte”5, acota Nicol.
Lo real y lo verbal, en la poética paciana, marchan juntos en esa travesía metabólica, a través de las imágenes y metáforas, de la cadencia rítmica y de los necesarios silencios. La función de la poesía en Octavio Paz, significa un verdadero enlace entre la realidad interior de sus intuiciones y emociones, y el mundo exterior del que forma parte el autor6. El sentido lúdico de la poesía de Paz hace del canto un signo sagrado; para este autor, el paisaje no es el escenario simple, sino un ser vivo, con sus contrastes y cambios. En Paz siempre hay un equilibrio entre su expresión y el sentimiento. La presencia del hecho estético, del fenómeno poético, representa un rito, un ceremonial. Por ello, con frecuencia Paz reflexiona sobre este tema capital. Hay referencias en sus poemas, siempre, como ocurre en Piedra de sol7 (1957) o en Pasado en claro8 (1975), por citar dos grandiosos poemas. Y es que Paz postula la idea de que el poeta es un creador solitario. Por ende, su herramienta –el lenguaje- representa un elemento vital, que refleja sus contenidos, su particular expresividad por la emoción poética: el mundo fluye, transcurre en un movimiento interminable, aunque se eterniza en la sonoridad del poema.
La poesía incendia y fractura la dimensión del silencio. Es silencio. Metáforas y reiteraciones crean en Octavio Paz un sistema que revelan, y develan, otro texto, otro universo semántico, lúdico. La poesía de este autor mexicano, se caracteriza por sus imágenes intensas, brillantes. Precisiones y descripciones que van más allá de la simple enumeración referencial. Atmósferas internas, movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu, significa al verso de Paz. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca, husmea, hurga, visualizando el pretérito. En Piedra de sol, ese espléndido monumento lírico, esa exaltación sonora de la existencia, Paz pretende eslabonar el tiempo. Y aún más: nulificarlo. El poeta se erige como Adán en el primer día de la creación, enarbolando el privilegio de normar a las cosas. En 584 endecasílabos, Paz establece una comunicación plena con el universo. Escrito en 1957, el poeta se planta en el mundo sorprendido por el entorno y canta con reverencia. Se establece una comunicación plena con el cosmos.
Deslumbrado ante la vida el poeta no tiene otra preocupación más que cantar. Todo se modifica, todo cobra nueva realidad, otra representación. Las analogías dan paso a la identidad. Es impresionante, e impactante, la manera en que Paz va generando esa corriente sonora, emotiva, con símiles y metáforas, con silencios que hablan armónicamente, con anáforas y figuras de repetición. Los períodos rítmicos determinados, el golpeteo silábico, los encabalgamientos, generan ese espléndido cántico terrenal que es este numinoso poema. La armonía lo rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado por el viento. Frente al mundo, el poeta invoca los valores más altos del espíritu, conjura a la burda materia y la enaltece con su mirada:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre...
El poeta, deslumbrado por la belleza del entorno, de pronto descubre que la felicidad no puede atraparse: es fugaz. La imagen es plena, rotunda, reveladora: horas de luz que pican ya los pájaros,/presagios que se escapan de la mano... La contraposición con la desdicha es valida. Ésta llega y petrifica todo. Lamentablemente ésta es parte de la realidad, el pago por la desobediencia ante los dioses (o ante Dios). El destierro del mítico Jardín del Edén involucra también al deterioro y la degradación física: estar supeditado al transcurrir del tiempo, a los cambios de substancia, como postulaba Aristóteles; sin embargo la figura de la mujer es capital. Previamente el fulgor que surge cuando se apartan las nubes, simulando alas, lo obliga a elevar su voz. Paz canta al amor, a la mujer. La ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada, lejos de toda intención lujuriosa: mis miradas te cubren como hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija pasionalmente. La figura de la mujer adopta un papel relevante: Musa, Creadora, advocación maligna. De la colegiala a la mujer plena, evocada por el poeta, hasta llegar la mujer decrépita, la pavorosa bruja en que se convierte la pareja cuando ocurre la desavenencia.
La triple representación de la diosa madre, de acuerdo con la tesis de Graves, se advierte en este cántico revelador9. Estrofa tras estrofa, línea tras línea pueden destacarse las imágenes, al igual que las reflexiones sobre el mundo y la historia, sobre la existencia y su transitoriedad; la manera en que ese amor evocado se trastoca y termina por ser nada. La núbil, la amada inicial llega a metamorfosearse en un montón de ceniza y una escoba,/ un cuchillo mellado y un plumero,/ un pellejo colgado de unos huesos...
La presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo -este último considerado como mito cosmogónico, como energía primordial- es, indudablemente, un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz. En Piedra de sol la reflexión también tiene lugar. Pero no es filosofía. Tampoco el poeta se yergue como un predicado: es simplemente un hombre sensible que observa al mundo con profundidad. Y le duele. Por lo tanto advierte que no hay víctima ni verdugo, puesto que en el mundo todo sucede: amores, frustraciones, incestos, sodomía, castidad, etc. Las tragedias, los hechos sangrientos de la Historia no tienen sentido puesto que todo se transfigura y es sagrado. Pero, en verdad ¿nada tiene sentido? Paz se cuestiona: ¿no son nada los gritos de los hombres?/ ¿no pasa nada cuando pasa el tiempo? Por supuesto que la realidad responde con su crudeza: todo es un simple parpadeo del sol, los muertos no pueden morirse de otra muerte. Las leyes, las cárceles, las iglesias, la política, la economía, la democracia son: “máscaras podridas/ que dividen al hombre de los hombres/ al hombre de sí mismo”.
En otro orden de ideas, Pasado en claro (1975) es un recorrido por el interior del poeta, un atisbar por las diversas instancias álmicas a través, siempre, del lenguaje, considerado como “senda de piedras y de calores”. La búsqueda es no sólo en su nivel referencial y técnico (el discurso lírico como información, de ahí que la expresividad del contenido se bifurque “entre lo presentido y lo sentido”); en este orden de ideas el escritor asume sus diversas intenciones analógicas; metáforas y reiteraciones crean un sistema de espejos que revelan otro texto, como ocurre en El mono gramático (1975).
Paz va al encuentro de sí mismo; ahí, justamente, “donde le lenguaje se desdice”. En este adentrarse por la memoria, el poeta observa su infancia. La vuelta hacia atrás es, desde luego, inaprensible (“es todas partes y ninguna parte, /las cosas son las mismas y son otras”), una paradoja resuelta por el transcurrir del tiempo, aunque este concepto, esta dimensión, no se haya inventado todavía (según la expresión utilizada por el poeta). Aquí se da “la identidad entre sus semejantes,/ la diferencia en sus contradicciones”, pero ¿qué es el tiempo sino “luz filtrada”? Paz se adensa y se transfigura en este instante para contemplar el paso de la historia, del mito, de las lecturas y se instala en ese país de nubes: la adolescencia. Esta visión, nostálgica, es fugaz pero intensa; las descripciones del tendejón, por ejemplo, crean una atmósfera melancólica, como el sepia de un daguerrotipo.
Se advierte, además, otra visión desgarrada: la casa familiar. El poeta descubre sus interioridades, sus raíces (¿la Raíces del hombre?); la madre e un “pan que yo cortaba/ con su propio cuchillo cada día”. La tía y el abuelo son referencias contenidas, frases hechas (“al hecho, pecho”, “blanda te sea”). En cambio la figura paterna se vuelca en un ritmo trepidante, quebrantada por el dolor:
“Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
Una tarde juntaos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos”.
(pp. 29-30)
A raíz de esta percepción desgarradora, la zona que recuerda el poeta es otra; inmerso en la soledad se vuelve un extraño “entre las vasta ruinas de la tarde”. Luego la reflexión sobre la existencia y la transitoriedad del ser humano (“el agua es fuego y en su tránsito/ nosotros somos sólo llamaradas”). Fantasmas, mensajeros, fragmentos de un discurso inacabado: eso son los hombres inmersos en la historia. El poeta ha dicho: “Túneles, galerías de la historia /¿sólo la muerte es puerta de salida? /El escape, quizás, es hacia adentro” (p. 38). Pero si existe la vida y la muerte, también sucede un tercer estado, que es la quietud misma, disuelta, “la plenitud vacía”, acaso una palabra “de dos filos, palabra entre dos huecos”. Esta revelación lleva al poeta a colegir que “Es Dios: /habita nombres que lo niegan”. Sí, otra vez la falibilidad del lenguaje, un discurso que se esculpe y se disipa. El poeta se reencuentra con el murmullo interior: el silencio. La conclusión es contundente: “Soy la sombra que arrojan mis palabras”.
En 18 estrofas, que son igual número de zonas o estancias vitales, el poeta recorre su interioridad, determinando con precisión su actitud con respecto a su historia personal y la Historia (más objetiva). Un recorrido a través de esa cadena lingüística que arroja sombras. Un pasado transparente que estimula al poema. Hay imágenes intensas, brillantes. Descripciones que van más allá de la simple enumeración referencial. Atmósferas internas, movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca observando el pretérito. Eso es Pasado en claro: transparencia de las raíces emotivas.
oscar_wong83@yahoo.com
http://www.geocities.com/poetaoscarwong/
1 Alianza Editorial, Madrid, 1986, 701 pp.
2 Nació en Mixcoac, D. F. en 1914 y falleció el 19 de abril de 1998
3 FCE, Méx., Colec. Lengua y Estudios Literarios, 1956, 2ª. edic. correg. y aumen.
4 Cfr. Maya Schäver-Nussherger, Octavio Paz. Trayectorias y visiones, FCE, Méx., 1989
5 Eduardo Nicol, Formas sublimes de hablar. Poesía y filosofía, UNAM, Méx., 1990
6 Cfr. Rachel Phillips, Las estaciones poéticas de Octavio Paz, FCE, Méx., 1976
7 Cfr. Paz, Octavio, La estación violenta, FCE, Letras mexicanas, No. 42, Méx., 1958, pp. 56-83
8 Véase La estación violenta, FCE, Méx., 1958, uno de los mejores libros de Paz que revela nueve grandes poemas; “Himno entre ruinas”, “El cántaro roto” y “Piedra de sol”.
9 El aspecto mítico se advierte con claridad: Circe que transforma a los hombres en cerdos o el hada Melusina de las historias medievales que se transformaba en serpiente durante la noche, Cfr. Pere Gimferrer, Lecturas de Octavio Paz, Edit. Anagrama, Barcelona, 1980, p. Pp. 44-46
PÁGINA 8 - CUENTO
Un hada en mis sueños
Por René Avilés Fabila (México)
En mi sueño, esa hermosa mujer, alta y esbelta, de sedoso cabello negro, misteriosa, acepta mi conversación. Hablamos de pintura. Al poco tiempo hacemos el amor. Luego, en un edificio extraño, bajamos por unas escaleras eléctricas muy largas. Avanza más rápido que yo. En la medida en que se aleja de mí presiento peligro y trato de alcanzarla. Entre nosotros hay dos jóvenes, uno saca el revólver y le dispara; la mujer cae al suelo e inútilmente trato de auxiliarla. El otro tipo también la balea. La sostengo en mis brazos y veo cómo desaparecen los criminales. Al despertar sé que ella me amaba y la echo de menos, necesito verla. No quiero averiguar por qué la mataron, tampoco siento ningún deseo de venganza. Tan sólo aguardo con ansiedad las noches para dormir y estar en posibilidades de soñar con la enigmática mujer, evitar que la asesinen y de tal forma extender nuestra pasión, que fue violenta y que fue dulce.
PÁGINA 9 – ENSAYO
Lenguaje y lengua
Por Camilo Valverde Mudarra* (Málaga/España)
El lenguaje es un fenómeno social que generalmente se confunde con la lengua; pero, no son lo mismo.
Diversos autores, desde la antigüedad, han tratado de explicar el lenguaje. A lo largo del tiempo, muchos estudiosos, de acuerdo con la tradición filosófica, han denominado lenguaje a la capacidad que tiene el hombre de establecer comunicación mediante sig¬nos orales y escritos. Para hacer realidad tal capacidad, se necesita disponer de una lengua. Así, lengua es "todo aquel instrumento que sirve para expresar ideas" o "el sistema de signos que se emplea como medio de comunicación". Se puede deducir que todos los órganos pueden servir para producir un lenguaje: la música, la risa, el llanto, las manos; y también, objetos: banderas, pañuelos, abanicos... han creado lenguaje. La misma tradición filosófica postula que las lenguas humanas consti¬tuyen un lenguaje especial y diferente a los demás, pero sin demostrar nunca donde reside su especificidad. El lenguaje presenta diversas manifestaciones en las distintas comunidades de la tierra, tales manifestaciones se denominan lenguas o idiomas.
La lengua es un producto social y un conjunto de convenciones adoptadas por una comunidad lingüística que utiliza la facultad del lenguaje. Es decir, una lengua -castellano, ingles, gallego o chino- es la manifestación particular en una determinada comunidad de indivi¬duos de esa facultad general y especifica de los seres humanos a la que normalmente llamamos lenguaje. El lenguaje es, pues, conceptualmente mas amplio, ya que abarca la suma de imágenes verbales, con sus reglas de relación y funcionamiento, y el fenómeno humano del habla. Los problemas que plantea el lenguaje y su compleja naturaleza han dado lugar a tipos de estudio de muy diversa índole. La relación entre el individuo y el lenguaje es, por su parte, un caso psicolingüístico; entre el lenguaje y la sociedad se considera dentro de la sociolingüística, etc. Pero podemos decir que, en general, la lingüística es la ciencia que estudia las diversas manifestaciones del lenguaje humano hablado (la escritura es una representación grafica del lenguaje primario, que es el lenguaje oral).
Ferdinand de Saussure (1857-1913), prestigioso lingüista suizo, en el “Cours de linguistique generale”, emprende, ante el enorme problema que plantea la heterogeneidad de la lengua y las diferencias idiomáticas, la búsqueda de unos universales lingüísticos o constantes comu¬nes a todas las lenguas. La teoría saussuriana se basa en una serie de dicotomías:
1°) Lengua - habla: esta dualidad distingue entre sistema y realización del sistema. Lengua es el sistema de signos que todos los hablantes de una comunidad conocen. Es, a su vez, una noción abstracta. Habla es la realización concreta de la lengua por cada uno de los hablantes en particular.
2º) Significante – significado: componentes sígnicos, elementos del signo lingüístico. El primero es la sucesión fónica de la palabra y el segundo, la carga significativa, el concepto. La relación entre ellos es arbitraria y lineal.
3º) Diacronía – sincronía: dos perspectivas de examen científico de una lengua: Diacronía es su estudio a través del tiempo, de la evolución; sincronía, el estudio de su estado en un momento determinado de su historia. Es cuestión de método, pues la lengua es, en sí, evolutiva.
La importancia del lenguaje radica no sólo en que es el más usual y completo medio de comunicación, sino también en que es conformante del hombre como tal, al tratarse de una característica exclusiva de la espe¬cie humana. Se debe a que además de medio de comunicación y nominación es, a la vez, un sistema de interiorización único mediante los procesos de abstracción y generalización que crea un rico mundo interior de contenidos base del pensamiento humano y de la posibilidad de evocación.
Lo que distingue al hombre del resto del mundo animal es su capacidad de hablar. Y el fundamento reside en la Gramática que hace que el lenguaje sea esencialmente una característica humana, pues, a pesar de que otras criaturas son capaces de utilizar sonidos significativos, la unión entre el sonido y el significado es de una compleji¬dad muy especial y de enorme perfección para el hombre, para quien tal unión equivale a la Gramática, es decir, al conjunto de relaciones complejas que se establecen entre los elementos del lenguaje.
Las lenguas son el más poderoso, extraordinario y manejable medio de comunicación de que se ha provisto el hombre. Y son tan perfectas que con un limitado número de unidades y de reglas de combinación se pueden construir prácticamente infinitos mensajes. No hay nada que no se pueda expresar por medio de un idioma o lengua.
El lenguaje es una herencia antiquísima del género humano que refleja los esquemas mentales con que los hombres se acercan a la realidad, la cual es un todo continuo e indiviso y el lenguaje, así como el mensaje, está compuesto de unidades discontinuas y articuladas en¬tre sí. El lenguaje oral humano es el más eficaz de todos los medios de comunicación. Benveniste se pregunta si el lenguaje es un simple medio o instrumento de comunicación, y afirma que no; para él hablar de instrumento es oponer hombre y naturaleza. El fuego, la flecha o la rueda son fabricaciones, utensilios, pero no están en su naturaleza, por el contrario, el lenguaje está en la naturaleza del hombre, porque lo constituye como hombre y no se puede desgajar del hombre mismo. De ahí que Palmes hable de "homo loquens" en lugar de "homo sapiens" y Coseriu defina al hombre como "un ser hablante".
Pueden advertirse manifestaciones comunicativas entre los animales: las hormigas tienen comunicación de carácter táctil y olfativo, los gritos de los cuervos, de los delfines, ciertos movimientos de los monos, o las abejas. Es cierto que estas disponen de comunicación bastan¬te completa pero no hay respuesta ni, por tanto, diálogo; y en cuan¬to al contenido siempre es el mismo y no puede analizarse en sus componentes. Mientras que el humano se caracteriza por el análisis y combinación múltiple de elementos que con un número reducido de piezas se obtiene un cúmulo de comunicaciones variadas y diferentes.
Las formas de comunicación de los hombres son sumamente complejas. Al lado del sistema lingüístico, el principal y más perfecto, operan otros de carácter secundario y diferentes: Los paralingüísticos: interjecciones, gritos, indicadores emotivos: risa, llanto, gemidos. La comunicación cultural: las diversas artes, los ritos, las ceremonias, la danza… Y el complejo mundo de las señales: timbres, banderas, s. de tráfico.
El conjunto de los varios procedimientos de comunicación en la sociedad humana es estudiado por la Semiología: estudio de los signos, es decir, del lenguaje humano, que viene a ser el aspecto más importante de tal ciencia.
Así pues, se puede afirmar, que, por el lenguaje, el hombre es hombre y, por el mismo, es capaz de las más complejas elucubraciones filosóficas, de las exposiciones, de las abstracciones e intuiciones mate¬máticas y capaz, también, de expresar belleza. Por el lenguaje se fun¬da la sociedad, la cultura, la poesía... Es, por tanto, algo más que un instrumento o medio de comunicación.
*Catedrático de Lengua y Literatura Españolas, Diplomado en Ciencias Bíblicas y poeta.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA
Cristina Castello (Buenos Aires/Argentina)
Yo demando
Yo demando a la muerte
a deponer guadañas.
Yo demando a la muerte
a ser más nido que la vida
para quienes mueren con mirada de horror.
Yo demando a los demonios paridores de monstruos,
Quienes apagan vidas, en espanto de misiles Poder.
Yo demando a la muerte que
renazca a Picasso, a Lorca, a Chopin
y que Guernica y poesía y piano,
a las cinco de la tarde
a las cinco sin sombra de la tarde,
aean el J'accuse de Émile Zola.
Yo demando a los cielos a izar inocencias
Yo demando coraje y premura
a la paz
Yo invoco a Éluard, a mi madre y a Rimbaud,
a estrellas, arco iris y sol,
a Whitman y Louis Aragon,
a mi padre, a León Felipe y a Yeats.
Yo les clamo que abracen y alumbren,
como me abrazan y alumbran sin fin,
a cada vida masacrada en pavor
a cada sueño que espera ser víspera.
y a todas las golondrinas de Irak.
Semillas
Presas. Van a encarcelarnos. A ellas y a mí.
Ellas. Las miles más miles de almas esbeltas
que conmigo son contrabandistas.
De valores. De utopías posibles. De Arte.
Arte. Negación de la finitud humana.
Vivir sin máscara es un deseo de belleza.
Es mi sueño de siempre vigilia por los sueños.
Es sed de manos abiertas.
Esta sed mía grande tanto ya que ahoga.
Quiero que cada ventana alumbre un violín un piano un arpa.
Que en todas las avenidas del mundo
esculturas de Giacometti miren en deleite a La Piedad.
Quiero que en todas las sedes de los gobiernos todos
un Cristo de Velázquez aborte el horror.
Esta sed. Sed bendita que agosta y reverdece el alma.
Vida esta prodigiosa que alarga el deseo de asirla. Toda.
Y la tregua que viene con pasos demorados.
Quiero que Fra Angélico escape de El Prado
y su Anunciación recorra al mundo en Luz.
Quiero que Redon y Mantegna, Ucello, Morandi, Leonardo y Monet,
sean huella. Faro. Y deroguen verdugos para que Nunca Más.
Quiero que sepamos de una vez por Dios ya es hora
que en amor la entrega absoluta es certidumbre de libertad.
Que por las mañanas en lugar de noticias de almas sin ángeles
Bach, Poulenc, Mahler, Di Lasso, Debussy, Schubert y Chopin
estallen sobre un Río de la Plata que transmute en mar.
Mar azul de amor que en noche arrulle almohadas
con madrigales, adagios y claros de luna.
Quiero. Quiero y siembro. Quiero.
Que enseñemos bondad con bondad.
Que el cielo esté siempre pecoso de estrellas.
Quiero adultos con risa virgen y ángeles que retraten en niños.
Que los impiadosos respiren a Blake.
Que Rilke exorcice la obviedad.
Que los viejitos vivan en honor.
Que el País el Continente el Mundo el Universo
sean para iguales y sin discriminación.
Quiero. Que Éluard, Desnos y Rimbaud, Quasimodo, Yeats,
Lorca, Kavafis y Celan, dancen en poesía sobre todas las almas.
Y que entonces la Canción de la Alegría de Schiller
la Oda a la Libertad la Novena de Beethoven
sean el Himno de todos los Justos de la Tierra.
Para vivir con sed sagrada sed.
Para amanecer en víspera.
Para sembrar arte y amor.
Para no ver ya.
Máscaras.
Sólo luz sólo verdad.
Teatro del Espanto
Obra de Teatro del Espanto
se ve todos los días
en ciudades de torres ostentosas
de ricos muy ricos que viven tras murallas.
Escenografía macabra de
niños y viejitos en harapos hambre y sed.
En la Obra del Teatro del Espanto
no hay música.
Hay tumulto de pasos desertores
que aceleran su marcha por calles de patrias
expatriadas.
En la Obra de Teatro del Teatro del Espanto
hay piedras que son hombres con tensión de piedra
con quietud de piedra y aullantes al silencio.
Hay ojos algaradas de asesinos de armas y de panes
hay craqueos de bocas y vientres mendicantes
hay desocupados, hambrientos, descartados
hay ojos cóncavos en vigilia de ¿Qué?
En la Obra de Teatro del Teatro del Espanto
no hay actores
hay Humanos.
Desechos de personas
en humillación y lágrimas de escarcha.
Basta.
Vertical el mundo ya
hacia una Humanidad
en insomnio perpetuo
en siempre plegaria.
Contra esta Muerte
El deber de la Belleza
No nacimos para estruendos de misiles.
Ni para ruidos de voces infraternas.
No nacimos para sueños devastados
ni para llantos propios de niños ni de ancianos.
Ni para ahogar en lágrimas el alma con llantos hacia adentro.
No nacimos para sofocar el desamparo en la garganta.
Nacimos para que la Vida sea esplendor y no vacío.
Para la sed y para el agua.
Pienso que los sonidos de la campiña
permitieron a Mahler explicar la polifonía.
Llueve en Buenos Aires.
Escucho unos solos para piano de Debussy.
¿Manos que transmutan en música
o mariposas que danzan sobre el teclado?
Música de agua cristalina en el silencio.
Aunque el gris y aunque la llovizna.
Y Girando me acontece.
Resurgido del abismo
donde la vivencia lo convirtió en olvido.
Provisorio.
Y me dice que
nadie escuchó con mayor provecho que Debussy
los arpegios que las manos traslúcidas de la lluvia
improvisan contra el teclado de las persianas
La Belleza está en pie.
Llueve y Debussy.
Y en víspera de esta noche gris
Gabriel Faure y Saint Colombe.
Y antes y después
Di Lasso y Bach y Chopin.
Y.
Y con la delicadeza de un colibrí
que danza sobre las lavandas
la música conmueve nuestro ser
como latencias de naturaleza
y de amor.
El Poder niega la Música.
Y hay Música.
Porque el Arte.
Porque no podrán.
Porque nadie matará la música.
Ni la poesía.
Ni la pintura.
Los artistas en este ¿país?
están a la intemperie.
Las personas todas estamos a la intemperie.
Sin arte no hay alegría.
Sin arte no hay luz.
Sin arte no hay dignidad.
Sin arte no hay vida.
Y el Poder brinda con lágrimas de Orfeo.
Pero no podrá contra lo inasible.
El arte.
Mi amor y mi corazón eran grandes pájaros
que volaban en medio de una multitud de astros
escribió Robert Desnos.
Y si así volamos
unidos
Dios
unidos
todos en el Mundo en el Universo todo.
Nadie matará la música.
Nadie matará la vida.
Siento vergüenza y hastío.
Por los desalmados.
Pero es más grande la fuerza del adentro.
Siento Sed.
Bendita sed.
Que anticipa el agua.
Agua. Música. Arte. Vida. Igualdad. Justicia. Libertad.
Transparencia.
Sed.
Sed como pájaro que vuela
entre la multitud de astros.
Por el deber de la Belleza.
La palabra
La palabra— ese silencio extraviado
esa hilera de hormigas que hoja a hoja
modela el follaje corpóreo de la voz
La palabra— ese bálsamo promisorio
esas manos ofrecidas a la ausencia
ese tiempo transversal al llanto
esa costura desatada, esa confianza
ese pan, esa sedición del alfabeto
esa cópula del verbo, esa memoria
ese gentío fusionado en un son
esa pupila abierta a todo albor
La palabra— esa metralla de lirios
ese erotismo de Dios.
PÁGINA 11 - CUENTO
Ruleta rusa
Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe/Argentina)
soniacatela@arnet.com.ar
-Ya no lo haga- suplicó la motosa, la única que abrió la boca alrededor del hombre sentado. ¿Se atrevería él a dispararse de nuevo?
A su lado, la mesita en la que apoya el brazo cuando gatilla el revólver contra su sien. Ahora recuenta el dinero que pusimos en el platito. Hay seiscientos pesos. -Necesito mil- recaba el hombre sentado en su silla. Nadie de aquí piensa soltar un peso más y él ya se disparó dos veces. Parece que se dispone a hacerlo una tercera porque necesita mil pesos y le faltan aún cuatrocientos. Para que se decida debería aparecer un nuevo interesado. Pero no hay candidato visible al que reclutar por la calle.
Cuando sonó el primer balazo, me crucé corriendo desde el banco donde leía el periódico, a enterarme. Puse el billete arrugado de diez en el platito de lata, mientras el hombre abría el cargador y mostraba al público que adentro había una sola bala. ¿Cómo saber que no se trata de un truco, una trampa? bisbiseó el tipo de portafolios de mi costado. Entonces el hombre completó el tanque, hizo girar el tambor y accionó el percutor, al azar, apuntando al grueso poste de la luz. En la madera quedó un agujero en el que entra un dedo. Enseguida el hombre sentado retiró la cápsula servida y cuatro de las balas buenas, y se apuntó. -No se animará- bisbiseó el de portafolios. -Necesito mil pesos- explicó el tipo y cerró los ojos y gatilló. Con el click seco la mujer motosa perdió el equilibrio y la sujetaron. -Bueno, ya basta- casi gritó-, ya basta- abrochó en un susurro. -Viene la policía- anunció al unísono un muchacho de pantalones bermudas, apartándose. El hombre sentado abrió los ojos. Se calzó el sombrero bien hacia atrás. Acababa de consumar el primer intento. Recontó lo juntado. Había cuatrocientos ochenta pesos. No se levantó de su silla. Arregló los billetes y los sujetó con un pedazo de baldosa que alzó del suelo. Se sacudió el polvo de los zapatos negros, ajados.
Con el agente llegaron dos acompañantes, una pareja más o menos borracha. El agente armó el cuadro de situación, averiguó lo que necesitaba saber y agregó veinte pesos a la pila de dinero. Pero antes le preguntó formalmente al sujeto: -¿Usted está seguro de que sabe lo qué hace? -Estoy seguro- suspiró el hombre de la ruleta rusa, -si no fuera por esta necesidad no me hubiera metido en esto. -No seré yo quien detenga a alguien necesitado- concluyó el policía y peló los veinte del bolsillo. Los borrachos hurgaron y sacaron lo que encontraron en los suyos. -Desista de esto , váyase- acometió nuevamente la motosa casi arrodillándose. Pero ya el hombre se echaba más atrás el sombrero y cambiaba la bala en su arma negra. El proyectil dorado rodó a mis pies y me lo embuché en el pantalón. Desde detrás de la columna de mármol del parque aparecieron dos deportistas. Agregaron lo suyo a la pila de billetes. El hombre cerró los ojos, revólver en mano. Murmuró algo. -¿Qué dice? pregunté. -No se alcanza a escuchar- bisbiseó el de portafolios. Cuando el hombre acercó por segunda vez ese semejante aparato a la sien, la motosa se largó a rezar y lloró unas lagrimitas. El sujeto apretó el gatillo. El segundo click. Me sequé el chorro que me empapaba. A mi lado, el tipo de portafolios me imitó. El hombre sentado dejó que su sudor le corriera por la nuca y se metiera bajo el cuello blanco de la camisa. -Piense, si se muere ¿quién se beneficiará?- arremetió nuevamente la motosa. -Es una obligación que uno tiene. De morir, habrá alguien que se ocupe. -Usted es muy testarudo. -Ya deje de cargosear al hombre-, se adelantó el policía. -Está bien-, aceptó la motosa. Dio un par de pasos hacia atrás y pegó la media vuelta. Al minuto un auto estacionó frente al Banco. Bajaron tres señores de corbata. -Vengan- los urgió el de bermudas. Los señores se acomodaron las corbatas, cruzaron la calle y se arrimaron. -¿Qué está pasando aquí?- Entre disparo y disparo, el hombre de sombrero se quedaba inmóvil con el revólver al lado, en la mesita, y la caja de balas. Sus únicos movimientos se reducían a los momentos de recontar el dinero y armar la ruleta rusa. El resto del tiempo agachaba la cabeza hacia el suelo, y murmuraba. Enterados del asunto, dos señores levantaron el pedazo de mosaico y colocaron dinero. A simple vista se veía que se trataba de billetes gordos. Ahora, habría mil pesos y se terminaría el asunto. Pero el tercer señor, uno de corbata amarilla, meneó la cabeza. -Poné-, le indicó un compañero. El de la corbata amarilla volvió a mover la cabeza y se negó. -Un hombre que junta dinero disparándose de ese modo es un fracaso de hombre y yo no pienso apoyarlo- se despachó. -Retírese, entonces- reaccionaron varios de los nuestros. Pero el de la corbata amarilla no movió su trasero enfundado en su traje caro. ¿Y ahora? El hombre sentado se puso en movimiento. Estiró la mano. Ordenó un: "apártense" muy suave. Martilló hasta que la bala cargada se ubicó en su sitio y disparó contra el poste de luz, agregándole otro boquete. Sacó la usada y la dejó sobre la mesita. Alzó una bala nueva. Habría un tercer disparo en seco, se embucharía lo recaudado legítimamente y nos iríamos todos juntos, a emborracharnos y festejar la obtención de la plata. El grupo entero lo acompañará al sujeto a celebrar, eso lo aseguro. -Cada cual se gana la vida como puede- replica con rabia retrasada el tipo del portafolios, de lejos un desocupado, perseguidor de changas. El sujeto ya se arregla el sombrero y se acomoda en la silla. Abre el tanque, coloca la refulgente bala dorada. -Es una vieja Smith y Wesson- susurra uno de los últimos llegados. -Qué linda arma- acota otro de los nuevos. -Me gustaría saber su nombre- el muchacho de bermudas se dirige al que juega por necesidad. Pero él replica: -No, ya no puedo hacerlo-. El hombre, siempre en su silla, quiebra la mano sobre la mesita, -no, no podré intentarlo una tercera vez-. Agacha de tal modo la testa que el sombrero negro ocupa todo el espacio, como si no hubiera rostro debajo. Ni hombros. Ni cuerpo. Nos quedamos en suspenso un segundo. Luego el grupo se desgrana según rumbos que marca el azar. Nadie retira su dinero, ni siquiera los señores. La gente murmura que está bien, que suficiente. Se oyen algunos sorbidos profundos de aire. Alivio.
Me rezago. Quiero cruzar con el hombre hasta el bar de la vereda de enfrente, a celebrar. Le propongo: -¿Se une a nosotros?-. Alza el rostro, sacude algo que interpreto como un asentimiento, se mete el dinero en la camisa. -¡Eh!- en la puerta del café el muchacho de bermudas agita el brazo y su sonrisa: -Apúrense-. -Vamos-. Pero, a mis espaldas, el estampido y el fogonazo, sin una palabra previa. Sin el aviso de otro sonido que el metálico estruendo de la voladura. Un remolino de gente se abalanza entre chillidos y los "por qué lo hizo. Pero ¿por qué?". El sombrero negro del hombre cae a mis pies. Me arrodillo, lo recojo. Me lo calzo bien hacia atrás y cruzo lentamente hacia el bar esquivando a los curiosos.
PÁGINA 12 – ENSAYO
En memoria del puerto
Por Róger E. Antón Fabián (Lima/Perú)
rogerantonfabian@hotmail.com
No me cabe duda que merecí a mis enemigos,
pero no creo haber merecido a mis amigos.
Walt Whitman
No sé por qué extraño el invierno, pareciera que en esas épocas hubiera vivido lo más trágico y hermoso de mi vida; bueno pero eso no quería glosar sino que esta mañana mi compadre Azágar, el poeta más nostálgico del mundo, me cuenta que no viene a Lima (donde vivo) desde que me vio la última vez, hace un par de años; y, que a nuestro compañero y amigo Ricardo Ayllón le entregó un DVD que él había grabado especialmente para mí: una entrevista a Julio Cortázar hecha por Joaquín Soler Serrano en su programa de la televisión española 'A Fondo' allá por 1977; pero mi compadre Azágar es así y por eso lo quiero.
Es decir que al borde de una madrugada fría de agosto del 2007 en un bar chimbotano por motivo de la presentación de un libro, poetas, artistas y escritores celebraban la publicación cuando se acordaron del cumpleaños del autor de Un poco de aire en una boca impura y Pisadiablo, don Víctor Hugo Alvítez, sacó una botella de whisky Johnnie Walker etiqueta negra y se la obsequió al autor, y, fue cuando como todos le regalaban algo, a mi compadre Azágar no le quedó más remedio sino brindar el DVD que tenía en las manos y que había hecho para mí.
Le digo que en la dedicatoria hubiera escrito algo histórico como “para mi hermano R. Antón que hoy entrego a R. Ayllón (o viceversa), porque al final los dos son uno, y los tres somos uno igualmente”; porque sencillamente nos queremos mucho. Le manifiesto además que naturalmente Richi, sensible como es, no tenía a mano más que manifestar su sensibilidad a otro ser también tierno como él y de seguro le dolió mucho alguna actitud suya, por eso le dedicó todo un libro de poemas y hasta lloró en la presentación diciendo que sentía haber perdido al poeta que fue mi compadre Azágar. Pero yo creo que fue una presentación sólo para que la viera y expectara yo solito, las demás personas que estaban ahí eran como una suerte de cofradía de fantasmas y lo digo además porque Ayllón raudamente me sacó de mi encierro literario y luego ya de la ceremonia me trasladó a mi propia casa con su Nissan Bluebird que ahora maneja cual cohete recompuesto y entonces pude descubrir que entre los tres hay un cariño hermoso, mal entendido a veces, pero genial, como ese de aquellos tiempos cuando allá en Chimbote.
Éramos inmensamente felices pero no lo sabíamos y la poesía ocupaba la parte central de nuestra vitalidad. No digo de nuestra existencia sino de cada paso de nuestras vidas, de cada vivencia propia, al caminar por las calles, observar el verdor tras los techos y entre montes, allá, ante la humareda fabril de Siderperú o en un encuentro en el centro de la ciudad histórica que nos cobijaba y que hoy al cabo de los años parece mentira haberlo vivido.
Pero ahí están como testigos la memoria, los poemas entre páginas extraviadas en la polvareda del tiempo, ahí las mujeres que amamos, los amigos que nos acompañaron. Azágar me dice que lo escriba de un tirón, que haga unas pequeñas memorias de aquellos años y le asevero que lo haré sin duda pero que ahora no quiero llorar de nostalgia, porque amo a mi pueblo, ese Chimbote que me vio nacer, ese puerto que alguna vez negué y al cual aprendí a querer profundamente cuando estuve solo en tierras lejanas, solitarias y tristes sin esa alegría y calor que añoraba en estima de su gente y sus calles soleadas entre ventiscas arenosas.
Me confiesa que ya no encuentra esos pasajes entre el pueblo y ese mar solitario cuando recorre de nuevo la ciudad, y es como si leyéramos un viejo libro al cual le falta algunos de personajes que supimos querer; que en el encuentro internacional de poetas "Juan Ojeda" organizado por Víctor Unyén en el año 1994, al borde del mar chimbotano, Sonia Paredes, Rodolfo Ybarra y él platicaban de arte, cuando casi como un adiós el oleaje marino bautizó con refrescantes bendiciones solo a los tres.
Y es verdad, cuando regreso al puerto también me percato que algunos amigos ya no están, otros murieron, y, a pesar, que las calles son las mismas, la casa de algún amor pasado, las avenidas por donde transité, la banca donde esperé horas enteras recreando una frase para mi amada, ya el tiempo se encargó levemente –solo levemente– de convertir en lo que quizá siempre fue retornando a su sencillez provinciana.
Aun así amo la algarabía de mi pueblo, sus mercados con gente alborotada, ese mar que mira hacia el infinito detrás de la isla, sus barcazas como esperando hombres aventureros, su puerto de troncos pútridos que resiste el embate de las olas y ahí en la bahía frente al mar ese picante aire salino que se impregna para siempre bajo el arrullo del vaivén de las olas trémulas.
¡Ah, Malecón Grau donde amé a una mujer, donde me escapaba a leer en ciertas horas del trabajo innecesario! Escribiré, compadre Azágar, lo haré sin duda; pero ahora no quiero llorar, por eso sólo pienso que en Chimbote –eterna ciudad de mis demonios, puerto maravilloso de donde todos partimos sin irnos– alguna vez nos reuniremos los tres hermanos que siempre fuimos y lo seremos en la eternidad.~
PÁGINA 13 - CUENTO
Habla Anastasia Romanov
Por Patricia Suárez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Me pararé delante de todos y diré: Damas y caballeros de Berlín; ¿deberé mencionar a Mijaíl Alexandrovich, a su hermana Daria y Tatiana Pavlova, la madre de ambos?, tendré que averiguarlo; diré también: Señores doctores y personal de salud del Pabellón de Reposo del Hospital: ¡ellos han sido muy buenos conmigo!; no, no lo han sido, estoy exagerando; no importa, los nombraré igual para que vean que no les guardo resentimiento. Sigo: Estoy aquí ante ustedes con el motivo de... ¿de? ¿Cómo digo que yo...? Oh, no, nunca podré hacerlo. ¿Y si viniera la Gran Duquesa Olga a verme? Menos, menos aun podría dirigirme a ella. Diré: Amigos. En ese caso deberían estar también Zanahorio y Hassán... y la Vieja Secretitos y Mirko, el niño... ¿adónde estarán ellos ahora? Haciendo un fuego, seguramente, el invierno aquí deja hasta a las moscas congeladas pegadas a las paredes en el acto de fregarse las patas. No, no puedo decir amigos así de fácil; no diré nada entonces, nada, nada en absoluto. Me quedaré de pie, inmóvil como una estatua y ellos se me quedarán mirando y se preguntarán: ¿Ella es...?, luego: ¿Ella verdaderamente es...? y finalmente: No puede ser ella, ¿verdad? La faz, debo decir en realidad, la macilenta faz de Tatiana Pavlova tomará color magenta, y el zafiro de su meñique se sacudirá solo a un lado y al otro, como un perro cuando se saca el agua del pelaje. Yo me iré poniendo muy pálida casi con seguridad, aunque no debería problematizarme por esto ya que la palidez me sienta bien, me lo ha dicho Misha una vez y yo no se lo he creído por pura modestia. Luego la gente -los asistentes- comenzarán a murmurar: Dicen que un soldado ha matado al Zar cuando viajaba de incógnito, ayer o anteayer, en el tren de San Petersburgo a Varsovia e iba acompañado, sí, por la hija, ¿Por cuál? ¿Por María o por...?, ¿Sabes que no he escuchado bien cuál de ellas era...? En ese instante justo llegaba el tutor inglés del niño a regañarme por... en fin, tal vez haya sido por ella... ¿O sería María quizás? ¿Tú qué piensas?, Apuesto a que era ella; o correrá como reguero de pólvora: La Zarina está enclaustrada en un monasterio suizo, con la niñas, lo ha dicho Viktor Ivanovich, el del tumor en el páncreas, ¿Un tumor?, Sí, pobre Viktor, Un tumor, ¿cáncer?, Sí, ¿Con las niñas?, Sí, ¿Y qué es el páncreas?, Ah, el páncreas, pues verás, no sé con exactitud adónde queda el páncreas... tal vez hacia el estómago o... me pasa lo mismo cuando pienso en San Marino, nunca sé bien debajo de qué país está, ¿tienes idea?, ¿no? ¿y no tienes un mapa allí, por casualidad, mi querido?... Tatiana Pavlova, no se dejará amedrentar por esta situación, estando ella como está preparada para todas las circunstancias de la vida, y mandará sacar el piano del llamado Salón Dorado del Hospital que en realidad es verde y ya está bastante despintado: las cucarachas lo usan para emborracharse y hacer de maniquíes que desfilan prendas brillantes amparadas por la entera oscuridad de la noche, y sentará allí a su hija, quien tocará impertérrita una pieza de Fréderic Chopin, muy probablemente alguno de los cuatro Improptu que se conoce al pie de la letra, y con los cuales la torturan desde que tiene la edad de cinco o seis años... A veces, mientras machaca la melodía, caen por las mejillas de Daria Alexandrovna algunas lágrimas que hacen a los presentes susurrar sobre la exquisita sensibilidad y la emoción de la ejecutante: lo que no saben es que mientras aporrea el falso marfil de las teclas, Daria Alexandrovna sólo piensa: Malditos, malditos. Cuando se acaben los improptu, Tatiana Pavlova mandará servir los canapés de bacalao del Mar del Norte y el arenque etiquetado con una leyenda que dice: “Del Dniéper”. Es extraño, pero apuesto a que ningún arenque que sea pescado justo cuando iba a desovar, por ejemplo, en el Volga, se atrevería a venir a parar a las manos de Tatiana Pavlova. Primeramente, ella lo hará servir por las enfermeras, a las que ha entrenado cuidadosamente y a las que sobornó para tal evento haciéndoles regalos de sus propios efectos personales, ya que ninguna de ellas osó aceptar los rublos en papel moneda que les ofreció alegando que valían tanto en San Petersburgo como en Francfort. Las enfermeras la corrigieron con que ahora San Petersburgo se llamará Leningrado. De modo que Tatiana Pavlova entregó en calidad de pago de servicios unos cuantos perfumeros de cristal azul con reborde dorado y que ella decía diseñados por Fabergé –aunque ninguna de las enfermeras tenía ni la más mínima idea de quién cuernos sería el tal Fabergé y creían que se trataba de un criado de librea francés de vaya a saber qué tiempos lejanos-, los cuales contenían agua de Colonia –ella aseveró que comprada efectivamente en Colonia- y en verdad no era sino lavanda rebajada con el agua del grifo. Desde un tiempo a esta parte, Tatiana Pavlova ha desarrollado una especie de manía promovida por la sensación de que morirá tan rápido como salga de la casa para hacer un corto viaje, razón por lo cual, cuando se traslada temporariamente a París o a Hamburgo, ella pega etiquetas a sus objetos personales con las leyendas de a quién deben dar ese objeto luego de su muerte; por ejemplo: a las cucharitas de plata las etiqueta con “Para Raisa”, que es la cocinera rusa; el florerito de cristal de Murano –rajado en la base y pegado con un cemento de fabricación casera por Misha- “para Celéstine” -la criada francesa- y así sucesivamente. Luego, cuando Tatiana Pavlova regresa, arranca todas las etiquetas, las abolla con sus regordetes puñitos y las lanza a la basura; cuando más adelante debe realizar otro viaje vuelve a la manía y deja quizá ya no las mismas cosas a sus sirvientes sino otras mejores o peores según cómo se han portado con ella en el último mes. A la enfermera cuyo nombre es Nadie, como le cae particularmente en gracia porque ha cuidado de mí con tanto denuedo, para que sirva en el acto con premura y cortesía, le regaló un ícono pequeñito de San Miguel Arcángel, que la protegerá, según explicó, de las picaduras de las víboras. Tatiana Pavlova insiste en que Nadie es rusa y se llama Nadia: Nadie o Nadia le dijo que el santo del ícono tenía cara de borrachín y que no veía ella cómo la iba a proteger de las víboras cuando nunca se había visto una sola víbora en Berlín; por esta razón, Tatiana Pavlova señaló que el ícono estaba dorado con oro puro, que bastaba rasparlo y llevarlo a un joyero para que ella se hiciera dueña de una fortuna, aunque no es bueno despojar a un santo de su aureola y además antes en Rusia esto se llamaba sacrilegio y por un sacrilegio de estos uno muy bien podía ir a parar a Siberia. Además, se puso cargosa Tatiana Pavlova con la enfermera, y le insistió con que ella debía recordar y honrar a sus ancestros rusos y lo más correcto sería entonces que Nadia le comprara también el ícono de San Jorge con el dragón esmeralda echando fuego para rendirle culto, para lo cual Tatiana Pavlova se lo dejaría a buen precio ya que necesitaba del dinero para la dote de su hija Daria en cuanto llegase el afortunado que quisiera enlazarse con ella. La enfermera se la quedó mirando atónita, y tardó bastante en responder que toda su familia había nacido en el Rin, en un pueblecito de gentes que ni religión tenía porque ni Lutero ni los curas se atrevieron allí a meter las patas -ella dijo “patas” y no pies-, y que, por otra parte, vaya uno a saber cuánto tardaría en llegar el afortunado dado que Daria Alexandrovna es enana y no cualquiera se casa con un enano para que su descendencia le salga deforme. Nadie puede ser muy bruta, y Tatiana Pavlova, herida, se largó a llorar: luego le ofreció el ícono de San Jorge a pagar en cuotas y cuando la otra aceptó, con fingida indignación Tatiana Pavlova le recordó que también la Reina Victoria era una enana monstruosa, según había dicho no sé quién, y sin embargo a ninguno de sus súbditos se le había ocurrido que no podría reinar por este pequeño defecto: toda discusión se zanjó con ponerle una escalerilla de madera de palo rosa y plata delante del trono, escalerilla que en cuanto se puso vieja y miope la reina se llevaba siempre por delante; la enfermera Nadie se encogió de hombros: la enfermera Nadie es anarquista pero no quiere que los demás lo sepan. Volviendo al asunto de Daria Alexandrovna, diré que ella no es precisamente enana; tal como suele decir su madre: es una muñeca pequeñita, una bella muñeca de porcelana y trapo que podría amasar una fortuna en un retablo de marionetas, haciendo de una de ellas; se quedó de esta estatura porque de niña dormía con el gorro puesto. Un viejo maestro de baile sabía decir que las mujeres pequeñas, en comparación con las bien desarrolladas, parecen de otro sexo; y también acotaba Aristóteles que una mujer pequeña nunca es bella –no estoy muy segura de adónde he leído esto-. Mañana, cuando yo no logre reponerme de mi mudez y de mi palidez, y luego que los asistentes e invitados se hayan comido los canapés y hayan oído a Daria Alexandrovna en el piano, ¿qué pasará? ¿Propondrá ella que jueguen una partida de whist? El señor doctor Oskamp nunca permitirá que en el hospital se pase, como bien sabe decir él, de la libertad al libertinaje y que de pronto anden de aquí para allá los rusos blancos bailando salvajemente y jugando a las cartas por dinero –con esos rublos que ya no valen en la Bolsa-, con esa facha tan propia de ellos, de ratones de laboratorio husmeando el queso en el laberinto. Tal vez el señor doctor Oskamp sugerirá con su voz como papel de lija que Misha toque el violón; el señor doctor Oskamp profesa por Misha una admiración ferviente lindera al enamoramiento: una vez le dijo en calidad de elogio que Misha podría encantar serpientes con su música: es singularmente notorio que el señor doctor Oskamp no estuviera al tanto de que las serpientes son sordas. Quien ha escuchado a Misha tocar el violón con tan singular maestría siempre acaba preguntándose: ¿quién se lo ha enseñado?, ¿dónde lo ha aprendido? Mi relación con el señor doctor Oskamp –especialista en hidroterapia- es rica en contrariedades, y nunca sabe cómo debe llamarme, si Anna, Anastasia o Señorita Desconocida, este último es el nombre con el que estoy registrada en el hospital desde cuando me sacaron de las aguas del canal Teltow. Yo, en algún punto lo comprendo al señor doctor, porque siempre es más difícil saber cómo se llaman las cosas, que lo que son. Le propondrá a Misha, ahora lo sé con certeza, que toque La sonata a Kreutzer acompañado por su hermana, sonata que honrará, expresará el doctor al público, las almas de ambos pueblos –aunque de los dos pueblos, sólo el alma eslava está descoyuntada-, siendo como es, esta melodía creada por Beethoven, título y motivo de una novela de León Tolstoi sobre el delirio de los celos patológicos de un paranoico –se refiere a Podsnicheff, el protagonista-. El señor doctor Oskamp sabe que la novela es sobre un paranoico, esto forma, por decir así, parte del ejercicio de su profesión de médico culto de la burguesía berlinesa, pero lo desconoce todo sobre la literatura rusa: le han dicho que basta con tener una cierta noción sobre el alfabeto cirílico para poder leer Anna Karamazoff casi sin ayuda de un diccionario. Los invitados aplaudirán la idea del señor doctor, fruncirán de placer sus hociquitos, barritarán, se agitarán sus minúsculas orejas rosadas, de modo que mi Misha habrá de levantarse de su silla y quitará la funda del violón, como una vez quitó mi vestido antes de besarme y sus dedos ágiles pasarán por los hombros y el cuello del instrumento como sólo podrían pasar por el cuerpo de una mujer amada. Él me besó con sus labios helados una vez, detrás de la puerta que lleva a la sala de las duchas, pero justo nos encontró Tatiana Pavlova y le cruzó la cara de una bofetada, a la vez que le advertía: Si es Anastasia Romanova sí, si no nada... Mañana deberé pararme delante de todos y decir: Damas y caballeros de Berlín, señores y señoras, estimado público...
...La última noche estábamos la Vieja Secretitos, Mirko el niño y yo calentando un buen pedazo de queso rancio en un fuego que hicimos con periódicos y las hojas secas de la famosa haya cobriza del Jardín Botánico –todas las hayas cobrizas son famosas-, cuando de pronto vimos llegar a Zanahorio como saltando sobre su pierna mala y agitando los brazos alegremente: en la entrada de la Iglesia de Santa Eduvigis, una señorita pecadora había dejado caer en su mano, como al azar, un federico... Traía salchicha, traía sopa de remolacha, pan de cebada, un pollo asado envuelto en papel azul, traía cerveza, traía bollos de crema, traía unos waffles que decía se llamaban “a la belga”... Desde la mañana teníamos hambre y lo único para comer que hallamos, fuera de nuestras uñas, era el queso: Zanahorio suele decir: La mañana es una señora que debe juntar fuerzas para llegar a reunirse con la noche, quien es su amante cruel. Había comprado él, al pasar, a una costurera que iba a misa, una aguja y dos carretes de hilo, blanco y negro respectivamente, para zurcirnos nuestros harapos. Decía de sí mismo que era sastre y que había aprendido el oficio en el negocio de su tío en el Piccadilly Circus, en Londres; pero nosotros sabíamos –porque él se había confesado con la Vieja Secretitos- que en realidad sólo había prendido fuego al negocio de su tío que no era en sí una sastrería sino una tienda de ultramarinos: el tío lo denunció y Zanahorio fue a la cárcel; allí fue donde aprendió el oficio de sastre y a hablar el inglés mejor que los ingleses. A medida que comíamos, él remendaba la ropa: a la ropa negra la remendaba con hilo blanco y viceversa, el objeto de notar el remiendo era que uno se volviera consciente de la fragilidad de las cosas, sobre todo de la lana y la mezclilla que ya no son de la misma calidad que antes de la guerra. El queso rancio lo hicimos a un lado, y entonces se acercaron los perros, nuestros centinelas, el que tiene la mancha sobre el ojo, como es muy egoísta gruñía y espantaba al chiquito, uno ratonero enfermo ya de sarna, y cuyo nerviosismo y figura me recordaba el porte de un fox terrier: los convidamos con salchicha y les cedimos el queso. Mirko el niño, bebía la cerveza a grandes sorbos del tonelillo, y entre borbotones de espuma supiraba: Ah, ¡si la cerveza fuera dulce! Siempre estaba sediento: había hecho el camino a pie desde Bucarest hasta Berlín, sin detenerse jamás, ni siquiera para dormir; yo disfrutaba mucho de estar con Mirko el niño, ya podía uno tener una conversación filosófica con él en la que citaba a Sócrates y a Parménides con una sapiencia tal que parecía que Sócrates y Parménides hubieran sido primos hermanos suyos, ya hacía coro de alguna canción búlgara o eslava echándose pedos al compás: debo admitir que a mí me impresionaban ambas dotes del niño. Bueno, quizás no fuera un niño. Ahora que lo pienso, había luna llena y nosotros nos preguntábamos si veíamos su cara o su grupa –Mirko el niño se refería, cuando lo mencionaba, al culo de la luna-; Zanahorio, quien en cambio posee una personalidad poética, dijo que la luna había sido en su juventud caballista en un circo de lujo, luego se enamoró del forzudo, el forzudo la abandonó, en fin, la vulgar historia de las artistas del circo, ya se sabe, de modo que cuando envejeció, por no tirarse a la cuneta subió por la escala de la noche, y allí está, donde la vemos. La luna, en fin, por la razón que se quiera aducir, hacía refulgir las aguas del canal. Sobre el puente pasaban parejas entrelazadas, caminando lentamente: la Vieja Secretitos señaló a las mujeres con su calloso dedo índice: Ahí van, dijo, las disolutas; cuando estaba borracha en cambio solía gritar: ¡Perdidas, perdidas!, y como nadie en el puente se volvía a mirarla ni le contestaba, la Vieja Secretitos mascullaba: A las perdidas de ahora ya no les importa nada; en mis tiempos era más bien distinto, a una no la dejaban en paz... No sé cuál era su nombre, un mes decía que se llamaba Armándine y al mes siguiente cambiaba su nombre por Bertha. Una vez contó: Cuando tenía diecisiete años y vivía cerca de Berna, mi padre fue declarado insolvente. Todos nuestros bienes fueron vendidos. Desde entonces tengo la impresión de que hasta los objetos –las mismas sillas, mesas y espejos- conspiran para acrecentar mi soledad... Después me enamoré, es claro, y la sensación desapareció por un tiempo y luego... Una vela no puede arder eternamente, no sé por qué uno se empeña en pedirle a las velas que... ¿no? ¿Se enamoró o no usted del hombre correcto?, preguntó Zanahorio quien una vez se fue detrás de una cantante que usaba corsé con ballenitas de palisandro y bragas como de oro, y ella dijo: ¿Qué es eso? Esa especie no existe: los hombres, para que lo sepas, aclaró como previniéndome, actúan de la siguiente manera: persiguen a una muchacha, la acarician, hacen con ella la cosa sucia y luego, si se enamoran de ella, se casan con otra. He vuelto a meditar muchas veces en esas palabras de la Vieja Secretitos: anduve durante un largo tiempo como va embobada la mariposa por la llama. Esa noche Zanahorio volvió a decir que yo le parecía una zarina y que tendría un gran futuro, un brillante futuro como mendiga. Mirko el niño entonces lo interrumpió para preguntarle: ¿No cree que mejor sería que ella se hiciera prostituta?, ¿Por qué lo dices? Claro que no: inhibiría a los viandantes... en cambio, insisto, mendigando creará fantasías en los tacaños que creen estar auxiliando a una princesa rusa en desgracias, algunas de esas que estaban en... ¿En?, En Ekaterimburgo, dijo Mirko el niño. En Ekaterimburgo, mes de julio, noche del 17 al 18, agregué yo, y Zanahorio auspició: Un gran futuro, niña, como mendiga. Luego la cerveza afectó nuestras mentes y nos fuimos al puente a cantar canciones y yo entoné Ojos negros al compás flatulento de Mirko el niño. En general, mendigábamos todos juntos, cantando, cuando es época, villancicos navideños que a Zanahorio y a la Vieja Secretitos les son familiares desde los días en que sus padres los llevaban a la Sociedad Alemana de Canto, en su ciudad natal: Heilige Nacht o O Tanneubaum. También sabían cantar Fritzie, Fritzie una tonada de alegre corte pornográfico. La gente que pasaba a nuestro lado hacía esfuerzos por esquivarnos, de pronto lo vimos: Misha –aunque yo aun no sabía que él se llamaba Misha- o sea que vimos a un señorito con bombín y cuello de pajarita, andar sereno, envarado, un poco seco como un junco que está perdiendo su savia, me subí a la piedra para verlo de frente y entonces trastabillé y caí al canal: recuerdo que en ese instante pensé: ¿será más helada el agua que el corazón?
Así pues he estado en los mundos siguientes: mundo primero, el de la infancia; a este mundo lo abandoné después de la guerra para entrar de mendiga, lo digo con modestia. No entraré a discutir aquí si mi comportamiento fue o no fue sensato; después de increíbles aventuras -aunque por lo demás, ¿por qué increíbles?, ¿quién no tuvo aventuras increíbles en estos años?-, en una palabra, luego de todo eso vine a parar al Hospital. El señor doctor Oskamp pregunta a cada rato qué recuerdo y qué olvido; también Tatiana Pavlova lo hace. El señor doctor Oskamp dice que los enfermos sufren por sus recuerdos, yo inquirí: ¿Por cuáles recuerdos?, él respondió: Por los que cargan y por los que ya no tienen. ¿Y cómo puede ser eso? ¿Cómo se puede sufrir por el olvido? Ah, el olvido, el olvido, dijo él, el padre de todos los males; luego, Tatiana Pavlova que escuchaba detrás de la puerta nuestra entrevista agregó: Y la pereza es la madre de todos los vicios. Con esto hacía referencia a que yo debía hacer mis ejercicios de idioma ruso y conseguir hablar el francés mejor que los franceses, de modo que ya nadie dudara de mí. Ella era hija del médico ejecutado junto con los zares en Ekaterimburgo, sabía todo lo que hay que saber sobre la familia. La familia del Zar, se entiende, sobre la suya mucho no sabía: es lo que siempre pasa. Mañana deberé pararme delante de todos y conferenciar, y entonces entraré en otro mundo, un mundo nuevo. Más tarde vendrán a verme la Gran Duquesa Olga y la otra, la Princesa Irene, supongo que son mis tías. Los tíos, sabía decir Zanahorio, trabajan en el antebaño del infierno junto al diablo. Si yo no llegara a hablar, los invitados comenzarán con su ¿qué-es-esto?: es la clase de preguntas que ellos podrían hacerse también al considerar las espinas de una rosa, ¿qué es esto que pincha en el tallo de la flor?, ¿una espina?, ¿es que acaso es una rosa o es más bien un monstruo?. Con esta intentona, Tatiana Pavlova se hará de un gran porvenir, ¿no cree usted?, dirá uno, y la otra contestará: Ah, sólo pensamos en el dinero, pero ¿quién piensa en el alma?, ¿Cuánto dice? Estos audífonos alemanes me hacen un zumbido constante en la cabeza, ¿a cuánto asciende lo que Tat...?, Quién sabe, querido Aliosha, quién sabe cuánto morderá aquella impostora de..., Oh, Sofía Virubova, cuánta razón tiene usted, contestará el tal Aliosha, un actor nuestro también estaba en la ruina y fue a las carreras y, lo que son las cosas, ganó mil quinientos rublos. No tiene sentido querer sacarnos algo a nosotros, alguien debería advertir a Tatiana Pavlova, hay que darle un consejo amistoso: que procure arreglar sus asuntos o es hombre perdido, ¿Hombre dice?, Mujer, es lo mismo, nunca la he mirado demasiado a esa Tatiana, advertirla, digo, ¿entiende? ¡Ese dinero! ¿Para qué hace falta? Aquí estoy yo, que no tengo nada y me siento tan bien, con tal tranquilidad de espíritu... Una vez hablé con Misha de mi caída a las aguas del canal, relató que en ese momento se puso muy pálido y la voz se le quedó atrancada en el cuello, como no sabía nadar comenzó a hacer señas para que alguien acudiera en mi ayuda; de la desesperación, dijo, se tiró al agua el valiente chiquitín –se refería a Mirko el niño- y luego vino la policía que hizo el rescate y nos sacaron a ambos, Yo eso específicamente no lo vi, dijo, porque me desmayé de la mala impresión y hasta perdí el sombrero en el interín –un bonito sombrero con forro de piel de visón que había comprado en un Monte de Piedad en los alrededores del Parque Prater cuando madre nos llevó a Viena- pero luego me contaron: tú tiritabas de frío y estabas morada, muy morada, y el niño ya estaba muerto. Suena desde entonces una melodía dentro de mí.
PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA
Aldo Luis Novelli (Neuquén/Argentina)
Yo soy el tipo
Yo soy el tipo/ el bebedor de cerveza.
El que vació revólveres
en latas de cerveza
en medio del desierto.
El que se bebió las cervezas
y escribió poemas alcoholizados
en el oxidado pellejo de la arcilla.
Yo soy el tipo que atravesó el desierto
detrás de un luminoso oasis
y cuando lo alcanzó/ se encegueció de espejismos.
El que abandonó el desierto
cuando el viento desparramó poemas
con olor a cerveza
y se vino a la ciudad.
Yo soy el bebedor de cerveza
el que navegó en barcas de cristal
cuando todos reían a carcajadas
bebiendo blancas bebidas en lujosas habitaciones.
El que cantó la canción del infinito
en un bar miserable del bajo de esta ciudad/
donde los bebedores de birra
se tiran en la vereda con una bolsa en la cara
a viajar por los bordes del paraíso.
Yo soy el que se acostó con dos minas una noche
y se despertó solo y sediento
a beber una cerveza
entre bardas rojas de un desierto amarillo.
Yo soy el tipo cansado de este mundo viejo
de hipocresía y usura/
el perseguidor de una palabra luminosa
que cure las llagas de infelices y hambrientos.
Yo soy el bebedor de cerveza
el que intenta la salvación o el desesperado perdón
escribiendo sucios poemas
plagiados a otros poetastros y poetitas
en medio de esta ciudad de tristes corazones.
El poeta in-mundo peleando en este mundo
de absurdas razones para la miseria/
vate urbano o lenguaraz de baratija
esparciendo bagatela poética
a ingenuas mujercitas que lagrimean de emoción.
Yo soy el que conoce el sabor de su sangre
desde el día que nació/
y mi garganta conoce la sed
antes que el sabor de una mujer.
El que se junta con bardos y borrachos
en bares pringosos y escucha su alcohólica musa
y hace que les cree y se emociona
al menos por un rato/
el tiempo necesario para fingirme poeta
y tomarles una cerveza.
Yo soy el que vio a Dios convertido en francotirador
disparando sobre la cabeza de los creyentes
desde la azotea de un bar en medio de la ruta.
Yo soy el tipo que gritó revolución
en medio de unos cuantos hijos de puta
que honraron a la patria
silenciando la palabra de hombres y mujeres
a punta de fuego y sangre mutilada.
(perdón 30.000 voces desaparecidas).
Yo soy el tipo/ el bebedor de cerveza.
Salvador Green
Desde hoy voy a darle un sentido a mi vida/
dejaré de beber como un desahuciado
de fumar como un escritor solitario
y de fornicar como un animal en celo.
Voy a cambiar radicalmente mi vida.
Ya basta de orgías desenfrenadas con mujeres sin fe
de apostar a la muerte en cada golpe de dados
de beberme el alba en alcoholes baratos
entre borrachos y poetas fantasiosos.
Me quitaré de la cabeza la idea de que el progreso fue un fracaso
de que el mundo es un deshecho de esta ambición sin fin
y que la llamada especie humana/ ha desaparecido definitivamente.
Dejaré de escribir papeles inútiles que nadie lee
intentando ganarme no se que cielo prometido/
el cielo está contaminado de misiles nucleares
y los ángeles murieron carcomidos por la radiación.
Ya no buscaré flores en el desierto
para dárselas a ellas como ofrenda de amor.
Voy a darle un vuelco a mi vida.
Me afiliaré a los buenos de Green Peace
formaré una fundación con artistas y deportistas
preocupados por los animales/
y me dedicaré enteramente a salvar al peludo patagónico
de las garras de los charanguistas.
Si bien aún no es una especie en extinción
pero si seguimos así/ pronto lo será
el folklore los exterminara dentro de poco tiempo/
hasta usarán al quirquincho bola para jugar al fútbol playero.
¡No quiero ver ese día!
Seguirán muriendo de hambre niños en Bangladesh/ Tucumán o Etiopía
continuarán muriendo mujeres y hombres del tercer mundo
de enfermedades curables en el primer mundo/
pero sepan ustedes una cosa
cuando desaparezcan los últimos sobrevivientes
el peludo patagónico estará vivito y coleando
y será gracias a mí
el salvador green de la patagonia.
Creencia
a Jorge Ariel Madrazo
Si "toda lengua es fascista", según Roland Barthes,
pues oprime y condiciona tanto el sentir como la significación,
el poema acaso, sea en su maravillosa ambigüedad
el balbuceo de lo indecible, el atisbo de una soñada lengua en libertad.
J.A.M.
Creo en dios y en sus pecados
como creo en las divinidades del bien
y las deidades del mal/
por eso este mundo se divide en partes iguales
en una guerra santa y maldita
entre los benditos adoradores del bien
y los execrables idólatras del mal/
y día tras día traidores y desertores
engrosan las filas de uno o de otro.
Yo debo decirlo aquí y confesarlo públicamente
aunque haya sido visto en la mesa del otro
soy un ferviente adorador del bien
acechado infinitamente por el provocativo mal.
El mal es como la sombra ladera o seguidora
durante las horas del día
unida firmemente a nosotros en la noche.
Además/ el camaleónico mal
asume aleatoriamente diversos rostros:
el del poderoso de turno, el de mi peor enemigo
o el de mí desconsiderado prójimo
a veces el de mi gato trasformista o el bello rostro de mi amada.
Extraño y paradójico/ es que siempre que estoy
plácidamente viendo un programa televisivo de gran raiting
o en algún importante encuentro de poetas y escritores/
disfrutando de la insoportable letanía versicular
del sentimental poema de alguna edulcorada poetiza
que lee emocionada desde el pedestal de sus tacones negros/
o a un excelso poeta de imperturbable moñito
rimando amores y estrellas celestiales/
aparece luminoso ante mí
el paciente rostro del bien.
Ofrenda
Yo soy ese tipo que ha cometido la osadía
de creerse poeta por unos instantes
esas efímeras eternidades que me tornaron insoportable/
y excavó con desesperación en el fondo de la noche
buscando palabras desconocidas
para dárselas al mundo en una jauría de gaviotas.
El que arrojó piedras a vagones ajenos de trenes inalcanzables
que cruzaban el oxidado horizonte del desierto/
el que pateó pelotas de trapo envueltas en viejas medias
en un potrero de cardos rusos gigantes y vientos furibundos/
y corrió entre cigüeñas negras y alacranes amarillos
para calmar la sed de infinito y el hambre de mujer.
El tipo que se dejó crecer la barba
y lanzó volantes rojos en el aire espeso de la ciudad
como un acto de rebeldía en medio de la derrota.
El que recorrió bares y cabarets
buscando a la hembra más puta del mundo/
y terminó durmiendo sobre las mesas
la borrachera de todos los poetas malditos de la historia.
Yo soy el pastor de ovejas descarriadas
adicto a las sombras bajo la gran luz.
El lobisón que se hizo hombre
en una noche de incontables lunas sin cielo.
Yo soy la oveja que se comió al lobo.
Yo soy ese tipo que llaman padre
el santo padre putativo corruptor de menores de espíritu
adúltero de vírgenes endemoniadas exorcista de toda estupidez.
El que cura las llagas de mujeres en pena
místico sanador de seres vulnerables de corazón.
Yo soy el dador de semen/ el precario proveedor de cielos.
El que camina bajo la noche en callejones oscuros
y hace discursos salvadores para un tiempo desquiciado
entre multitud de cartoneros/ desterrados y borrachos que aplauden y ríen
mientras las cucarachas observan la escena desde prudente distancia.
Yo también soy el tipo
que ha cometido la estupidez de escribir este poema/
él mismo/ que tiene ahora la insolencia de ofrendárselo a ustedes
como un brusco zarpazo en la voz del silencio.
Antes del final
Estoy solo.
Quiero escribir todas las páginas del mundo
leer la cifra secreta oculta en el agua primordial
cantar el canto nuevo de la nueva humanidad/
cantar sin tiempo un canto de lluvia y empaparme la cara
y la sangre de agua fresca/ del agua clara que baja de la cima.
Y me pregunto: ¿por eso estoy aquí?
en medio del desierto rodeado de gente que no conozco.
¿Conozco esta gente? ¿me rodea y me habla a mí? ¿a quiénes hablan?.
Quiero decir estos poemas con la voz de un pájaro y el zarpazo de un tigre.
¿Qué son estos poemas? ¿qué es eso que llaman poesía?.
Clasificar el mundo y sus objetos
y ponerle número a cada cosa es la religión de los tiempos.
Una legión de fanáticos caminan detrás de los objetos.
El arte es el opio de los pueblos dicen los nuevos pastores
¿existe el arte? ¿el pueblo?
¿dónde están los pastores de este inmenso rebaño de ovejas?.
¿Por qué estoy aquí? ¿porqué aquí y no allá?
allá donde el sol broncea el cuerpo de felinas mujeres
o más allá/ donde el hombre inventa distintas muertes cada día/ todos los días.
Estoy solo/ busco amor.
Quiero ser el amado.
¿Me alcanzará?
¿Me alcanza esta soledad para escribir el poema total?/
ese aleph/ ese inalcanzable.
¿O el amor y el deseo de una dulce obrera del mercado
es el fin de todas mis utopías?
naranjas papas y manzanas en sus manos sucias y sus jugos en mi cuerpo
y sus ojos admirando mi palabra/ mis sombras/ mis castillos de humo.
¿Para qué nacer amar desamar y morir?. ¿para qué Dios de los vencidos?
dime Dios ¿para qué?
Quiero ser el amado/ el bienamado/ el más amado.
¿Y el paraíso terrenal/ la revolución/ la súper hembra/ el gran polvo?
y buscarte en lo alto/ más alto que los fatuos cielos
¿dónde estás padre?.
¿Y los hombres/ la libertad/ los ideales supremos/ la loca utopía...?.
¿Qué hago acá en este punto infinitesimal del cosmos
intentando trascender con palabras demasiado gastadas?
¿Y los hijos? ¿y esta sangre que me sucede como revolución ansiada?
Hombre que inventa religiones/ mecanismos/ discursos/ fantasmagorías
¿porqué y para qué el poema?
¿dónde la poesía? ¿ese arco tensado entre dos estrellas ilusorias?
¿dónde la flecha que atraviesa esta eternidad de instantes?
la poesía: esa oscuridad/ luz/ pensamiento/ genio encerrado en una botella/ todo y nada.
¿Detendrá mi palabra algún día la bala del suicida?
¿es necesario el poema/ el poeta/ el inventado/ para detener esa bala?
¿justificará ese instante el poema?
¿la miseria del mundo/ el hambre/ la muerte sin sentido?.
Estoy solo/ sin padres/ sin hijos/ sin amada en medio de la noche cósmica.
Estoy temblando.
Voy a morir.
¡Pero antes voy a salvarme!
¡Antes escribiré el poema que frenará la bala
de la infinita tristeza del hombre!
PÁGINA 15 - CUENTO
El recuerdo de Julieta bailando y un acordeón repentinamente triste
Por Ángel Balzarino (Rafaela-Santa Fe/Argentina)
Ya no es lo mismo. Aunque seguimos respetando la costumbre de reunirnos en la plaza a las seis de la tarde y don Batista sigue tocando su acordeón desvencijado, todo resulta distinto. Falta ella. Y no podemos sentir la excitación y el júbilo que nos había deparado el espectáculo a lo largo de tantas jornadas, ni los dedos del viejo se muestran ágiles y entusiastas sobre las teclas sucias, ni la música representa un bálsamo vital y gratificante. Nos cuesta aceptarlo, admitir sin protesta que por culpa de la intolerancia y el despecho de unas solteronas ya no podemos gozar del esplendor y la algarabía que Julieta lograba conferirle a las últimas horas de la tarde.
Instintivamente aguardamos su regreso. Para seguir cumpliendo la cita iniciada cinco meses atrás, cuando había dado por primera vez una muestra de su destreza y contagiosa alegría al detenerse frente a don Batista -que ubicado en un rincón de la plaza, durante algunas horas apretaba el acordeón en un intento por lograr que, en retribución por su tarea o por simple conmiseración, la gente depositara alguna monedas en la caja de madera que tenía al lado- y súbitamente comenzó a moverse al ritmo de una tarantela. Ágil. Sensual. Apasionada. Y desde entonces, al principio por curiosidad y después por inocultable gusto y bienestar, cada día fuimos más los que nos congregábamos allí, subyugados por la presencia de esa muchacha que, al bailar un vals o una polka, despertaba encendidos aplausos y gritos de felicidad y admiración.
Fue el inicio de algo nuevo. El hecho que desvaneció la apatía del pueblo. Impacientes esperábamos que dieran las seis para acudir a la plaza. La casi indiferencia con que desde hacía tres o cuatro años observábamos a don Batista instalarse allí para tocar el acordeón como el único recurso para sobrevivir después que la progresiva torpeza de sus manos artríticas lo obligó a desertar del Sexteto Rojo donde siempre había sido una figura destacada, dio paso a un repentino interés. No por él, sino por Julieta, que tuvo la virtud de hacernos vibrar de fervor y deslumbramiento por la gracia que reflejaba en cada gesto, por la cara luminosa de felicidad, por la belleza de sus piernas. Sin duda el más beneficiado resultó el viejo, al comprobar el incremento de sus ganancias de un modo que nunca había imaginado, pues el placer y el agradecimiento parecían tornarnos a todos mucho más generosos.
Así incorporamos a las costumbres arraigadas en el pueblo esos instantes de recreo que, después de vegetar tanto tiempo en un clima de chatura y casi imbatible melancolía, nos mantenía excitados, disfrutando una desconocida cuota de júbilo y entusiasmo. Y por eso la sorpresa se transformó de inmediato en rechazo e indignación cuando empezaron a surgir las reacciones adversas.
La primera en dar la voz de alarma fue Clotilde Macario. Qué vergüenza. Esto es un escándalo para el pueblo, casi gritó como para que todos pudieran oírla al cruzar la plaza rumbo a la iglesia para asistir a la misa de la tarde. Sólo nos mereció una sonrisa divertida, pues ese comentario correspondía a la óptica sombría y de inexorable censura con que observaba cualquier cambio en los hábitos establecidos por la tradición. Pronto comprendimos que era algo más que una protesta aislada. Otras solteronas, Zulma Zapattini y las hermanas Blasco, tan agrias y reacias como ella para aceptar cualquier manifestación de humor y distensión, la apoyaron en la campaña por erradicar la perniciosa costumbre de congregarse todas las tardes en la plaza para escuchar la música interpretada por don Batista y observar a una muchacha bailando de manera desenfadada, con gestos lascivos y dejando parte de su cuerpo al descubierto en un claro atentado al pudor y la decencia. Además de difundir sus exagerados argumentos por todo el pueblo en busca de adeptos, no tardaron en pasar a una acción más agresiva para frustrar el espectáculo: ruidos con pedazos de lata y madera, gritos de horror en defensa de la moralidad. Se produjeron forcejeos, discusiones, cambio de improperios con quienes estábamos dispuestos a defender esos momentos de solaz y beneplácito. Ante el fracaso de sus intentos, buscaron el apoyo del Padre Joaquín, quien, a través de cada homilía, pidió a los habitantes que mantuvieran una conducta decorosa, que no perdieran tiempo en diversiones frívolas, que no hicieran exhibición obscena del cuerpo. Aunque evitó cualquier referencia concreta, no hubo dudas hacia dónde apuntaban sus dardos. Y las consecuencias se notaron muy pronto.
Primero comenzó a reducirse el grupo que se reunía todas las tardes en la plaza. Después faltó Julieta. Súbitamente. Un día, dos, tres. Muy pronto todas las conjeturas quedaron relegadas por una realidad casi inaceptable: los padres, para evitar que siguiera bailando y dejara de ser el centro de las habladurías y las reconvenciones que sin duda los llenaban de bochorno y vergüenza, decidieron enviarla a la casa de una tía en la capital de la provincia. Por último, don Batista, ya sin los bríos de tantas otras tardes, con un desánimo que apenas le daba fuerzas para apretar las teclas, dejaba escapar del acordeón un sonido infinitamente triste y, alrededor, nosotros, los seis o siete fieles que seguíamos acudiendo a la cita, empecinados, con la remota pero acuciante esperanza de verla otra vez a ella, contagiarnos del ímpetu y el goce con que bailaba cada pieza, deslumbrarnos con la visión de su piel blanca y tentadora.
No. Ya no ocurrirá nada de eso. Ahora, como para revelarnos de que ha concluido tan regocijante etapa, poco antes de las siete, cuando las primeras campanadas llaman a misa, aparece Clotilde Macario o las hermanas Blasco o Zulma Zapattini, o todas juntas, hieráticas y con aire de soberbia, casi sin poder disimular una sonrisa de satisfacción y orgullo. Con extrema lentitud, como si llevaran a cabo una ceremonia de la que nadie debía perder ningún detalle, dejan caer algunas monedas en la caja de don Batista. Súbitamente caritativas. Con el claro propósito de reflejar un halo de poder y superioridad.
Para nosotros no es más que la forma descarada de aplacar un atisbo de culpa o dar una ínfima y ofensiva recompensa por los esplendentes momentos que nos han robado.
PÁGINA 16 – COMENTARIO DE LIBRO
Libro: Cuando éramos churres
Autor: Juan Félix Cortés (Sullana-Piura/Perú)
Por Nivardo Córdova Salinas (Cayaltí/Perú)
Juan Félix Cortés Espinosa, acaba de publicar “Cuando éramos churres II” un texto sabroso y original, por las situaciones pueblerinas y personajes encantadores que el autor eleva a una calidad literaria universal.
Bajo el sello del Fondo Editorial La Casa, Cortés dedica esta obra a Luis Cabos Yépez. Es un libro de estilo coloquial, el autor es un gran observador de la realidad cotidiana de su tierra, Sullana, y al zambullirse en los recuerdos pinta un panorama fantástico, donde va hilvanando escenas, diálogos, reflexiones.
Un aspecto singular en este libro de Cortés es el uso de los piuranismos, términos coloquiales, tomados muchas veces del argot callejero, donde algunos cuentos transcurren, entre chicheríos y picanterías, amores frustrados en el colegio, viajes irrealizables, cacerías nocturnas, las lluvias del “Niño”.
Los relatos que integran este libro son: “Mocedades del desierto”, “Cuando éramos churres”, “Media noche”, “La reina en el chicherío de La Ardilosa”, “La sordera del silencio”.
Es una literatura breve y ágil. El autor no explica sino muestra directamente: “Y todos al unísono: vamos carajo a la casa de La Ardilosa. Y que nos atienda su marido el cara de caimán. Y el más atrevido, ¿Oye vieja tienes chicha del anteaño pasado?”.
Es también, en cierta forma, una literatura de tintes populares y costumbristas, en la que no es ajena la crítica social: “Los concejales en su mayoría si no son políticos son inexpertos que se mean cuando están borrachos…”, o “los churres del barrio Buenos Aires, que viven hasta el cien…”.
Hay una nostalgia y melancolía presentes en cada relato. Juan Félix Cortés ha logrado un cuadro brillante no sólo de Sullana, sino también de todos los pueblos del norte, donde muchas veces el pesimismo se disfraza de la alegría y entusiasmo, la pobreza tiene una dignidad humana.
Interesante el intento de plasmar una literatura de raíces regionalistas, pero con una proyección universal, donde se aprecie la esencia de la conducta humana.
El hombre no cambia, cambian las circunstancias y el paisaje. Por eso creemos que este libro es un verdadero aporte de las letras peruanas.
PÁGINA 17 - CUENTO
El hijo ausente
Por Rogelio Ramos Signes (San Miguel de Tucumán-Tucumán/Argentina)
Érase un hombre que coleccionaba libros con la palabra contumaz. Novelas, ensayos, biografías, compilación de cuentos, acopio de poemas, diarios de viaje, encendidos libelos, empalagosos ditirambos. Cualquier cosa impresa y en forma de libro que incluyese la palabra contumaz, enriquecía y engrosaba su biblioteca.
La tarea de Bautarazo Embista (hombre parco y extremadamente solitario) no era sencilla, pero su perseverancia lo había llevado a fichar su libro número 7.004 para una colección que, según él, aún debía crecer algo más. El sólo hecho de convivir con más de 7.000 rebeldes, porfiados y tercos contumaces ya merecía todo nuestro respeto.
Pero una noche de despiadada lluvia, y de las imaginables inundaciones en una ciudad (como ésta) no preparada para esos desbordes del cielo, encontró a nuestro héroe un poco lejos, buscando nuevos volúmenes en tierras ignotas. Fuera de su alcance, a varios cientos de kilómetros, uno de los tantos libros de su biblioteca (sólo uno de los 7.004) naufragó en un río que, partiendo de un albañal vencido por el peso de los años, desembocó en un costado del depósito y lo arrastró calle abajo hacia una catarata sin retorno. Era un incunable; una figurita difícil, como se suele decir.
Cuando el coleccionista, con un nuevo volumen bajo el brazo, más el peor de los augurios, regresó a la ciudad, la catástrofe ya había acontecido; el excedente de agua se había secado sobre un suelo siempre sediento y nadie supo responderle por el hijo perdido.
Ése fue el comienzo de su imparable caída. Dejó de comer, acentuó su consumo de alcohol, ingirió morrales de pastillas sedantes, dejó de frecuentar a los pocos amigos que tenía e inclusive se negó a recibirlos cuando, con nuevos y extraños libros portadores de la palabra contumaz, golpearon a su puerta.
-Está loco -decía Euberto Alnuco, -el más superficial de todos ellos-. Tiene más de 7.000 libros y se deja abatir por la pérdida de uno.
Euberto Alnuco no tiene hijos y, como van las cosas, nunca los tendrá. Su comentario, entonces, de nada sirve.
¿Puede acaso la presencia de más de 7.000 hijos hacer olvidar al que se fue, arrastrado por las aguas sin que nadie moviese un dedo para salvar su vida? Un padre sabe que no.
PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA
Winston Morales Chavarro (Neiva-Huila/Colombia)
A Luz
Necesito poesía para vivir
Y quiero tenerla a mi alrededor.
Antonin Artaud
Creo que el hombre puede ser
Feliz en este mundo, y sé que
Este mundo es un mundo de
Imaginación y visión.
William Blake
Creo en la vida eterna en este mundo.
Hay momentos en que el tiempo se
Detiene de repente para dar lugar a la
Eternidad.
Dostoivski
I
Y estoy buscando las voces del camino
Para traducirlas
Seguro llevarán tu nombre
He aprendido a interpretar la voz del viento
Esa misma que arrulla las hojas entreabiertas
De tu árbol.
¡Aniquirona, Aniquirona!
Te llama el río
Y en las gotas frenéticas del aire
Va tu aliento prendido a las veletas.
Al cuenco de mis manos
Llega impetuoso el sol
Con el oro y el trigo de tu cima
¿Debo ascender al principio del lenguaje?
Allí narran las gaviotas
Los días difíciles del cielo
El trasbordo misterioso de las nubes
¿Debo traducir el idioma musical de sinsontes y de mirlos
para conocerte?
He de cuestionarme
Mujer de largos sueños
E inexplicables trances
Cuál es el país al que me invitas?
Apenas sé cómo te llamas
Me lo ha contado el río
Y sé que Aniquirona
Es el umbral de otros caminos.
II
Toda vez que me aproximo a Schuaima
La muerte posee la voz
De múltiples aves
El aire azul revolotea de fibra en fibra
Mientras las piedras
Juegan a pronunciar sus palabras menos comunes
Y las hojas saben de antemano
Que soy nuevo en este sitio.
Aniquirona
Hay un yo que me detiene
Que se esmera en el regreso.
A veces pienso
Que ese habitante
Joven entre los viejos
Ama las mismas cosas
La obscura puerta de las posibilidades
La famosa casualidad de las instancias
¿A dónde van todas esas voces
que me conducen a tu reino?
Sigo las hojas que corretean presurosas
Sigo la lluvia y su música húmeda
Sigo los pájaros y sus ondas
Hay una aproximación entre el lenguaje de los árboles
Y el mío.
Sólo así puedo acercarme
Sólo así sé que existo
Y que el camino no es camino
Sino va cargado de palabras y de voces.
Estoy en Schuaima
He llegado con la brisa
Sólo su silencio musical me satisface
Aniquirona:
¡Hablemos de poesía!
III
Aniquirona
Cuando bajo las escaleras de la casa
Pienso que esta es otra forma de llegar a Schuaima
-el reino del gran más allá-
puede que descender
sea otra forma de ascenso.
Allí,
Al otro lado de este día,
Está el tren que debe transportarnos.
Llueve,
Llueve
Minutos
La carretera adversa,
Va el camino
Contragolpeando este chasquido de paisajes.
Por la ventana
El puente de los árboles
Una puerta
Un árbol de pájaros azules
El río de los caracoles
Todo se aglutina en torno nuestro
Sólo el tren va por el camino
Y con él
El canto distante de los rieles
La música de la calle
La voz continua de la lluvia
Una luz lejana que me llama.
¡Silencio, silencio!
Voy prendido al viento
Floto
Y me doy cuenta
Que la muerte es música
Y a la muerte hay que escucharla
Con los oídos despiertos.
IV
Hechicera hecha de luz
De conchas y corales submarinos
¿Debo hacerme agua
para sustraer cualquier substancia delatora?
Penduleo
Entre los golfos de tus manos
Y la sombra imprecisa de tu árbol
Muero
Y me hago un ente tridimensional
Para tus ojos
Tú sabes que allí
En la ingravidez sonora de tu río
Mis pálpitos
Se hacen notas musicales
Que convergen con la corriente sudorosa de
Tu bosque.
V
¿Qué hacía yo
en medio de esa gente?
De ese pueblo a obscuras?
¿Por qué me llamaban al oído esas palabras?
Deja la luz a medias
No hay necesidad que te desvistas.
Amarnos así
Sin tocarnos
Sin miramientos
Amarnos sin ni siquiera vernos
Con la luz baja
Sin mirar culpas ni querellas.
Allí te amo
Como tú lo propusiste
Sin ni siquiera desnudarnos
Sin escuchar tu respiración
Sin escuchar la mía.
¿Por qué al salir del cuarto obscuro
corría esa brisa redentora?
Las ágoras estaban pobladas de caras sonrientes
No reconocí a nadie
Pero la brisa seguía llegando
Y la luz de un sol lejano
No encandilaba aquel camino.
PÁGINA 19 - CUENTO
Thrillers
Por David Lagmanovich (Tucumán/Argentina)
El héroe corría desesperadamente por una llanura desolada. Tenía que llegar al penal a tiempo para evitar el ajusticiamiento del condenado, merced al perdón del gobernador que llevaba en el bolsillo. ¿Llegaría a tiempo, o sería éste un fracaso más? Por detrás de él, a cierta distancia, lo perseguía el investigador privado, con cuya joven mujer había tenido la mala idea de entablar un fugaz romance. ¿Conseguiría eludirlo? A mayor distancia de los dos, un destacamento policial venía siguiendo a ambos, pues los polizontes debían cumplir la orden de arresto que el Fiscal de Distrito había emitido contra el héroe y su enemigo, por obstrucción de la justicia. De pronto, el héroe divisó una bicicleta que estaba apoyada contra un poste de telégrafo. Montó en ella para acelerar su ida al penal, pero a poco andar una rueda cedió y lo arrojó, desvanecido por el golpe, a un costado del camino. Su perseguidor no lo advirtió y siguió corriendo. ¿Encontraría alguna vez al frustrado ciclista? En un recodo, mientras el segundo atleta se detenía un instante para tomar aliento, los miembros de la patrulla policial sobrepasaron a ambos y llegaron, jadeantes, a las puertas del penal. Desde el interior llegaba el inconfundible olor de la carne quemada. ¿Lo habrían electrocutado ya? ¿O se trataba de una barbacoa con que los guardias celebraban que un delincuente más había recibido su merecido en esta tierra, como anticipo de lo que le esperaba más allá? Cansado de tanto teclear aventuras por nadie presenciadas, el escritor decidió apagar la computadora e irse a dormir.
PÁGINA 20 – ENSAYO
El rapto existencial en la poesía de Hanni Ossott
Por María Cristina Solaeche (Maracaibo/Venezuela)
“Aguarda,
hasta que nunca más se sienta el
cansancio y escalando como si sólo
existiese el ascenso del vuelo que
deshace”
Elizabeth Schon
Hanni Ossott es una de las voces fundamentales de la poesía venezolana contemporánea; nace en Caracas el 14 de febrero de 1946 y fallece en esta capital, el 31 de diciembre de 2002. Licenciada en Letras en la Universidad Central de Venezuela y Profesora de la Escuela de Letras en dicha casa de estudios, donde dicta durante veinte años, varias asignaturas, todas ellas, enmarcadas dentro de su propia visión del existir, en el área de la poesía y la reflexión poética y filosófica: “Necesidades Expresivas”, “Poesía y Poetas”, “Literatura y Vida”, “Poesía y Pensamiento”, nos dice:
“la obra no sólo como un trabajo sino como el resultado de un estado del alma y de un vivir” 1 .
Recibió el Premio Nacional de Poesía Francisco Lazo Martí, el Premio Nacional en la II Bienal de Poesía José Antonio Ramos Sucre (1972), por su primer libro “Formas en el sueño figuran infinitos”, Premio Municipal de Literatura Mención Prosa (1987) y el Premio CONAC de Poesía (1988).
Es una unidad indisoluble su vida y su obra. Su poesía nos da una límpida versión de sí misma, sin escamoteos, sin mistificaciones ni falsos idealismos. Vivió su verso como su mundo en su existencia, en actitud de incesante perplejidad, de asombro vital ante el existir, de indagación de la vida; su voz poética arraigada siempre en una experiencia vital, es la que habla, en los extremos, hacia los peligros del límite, en el borde:
“Al borde de la tierra
al ras
tragando durezas” 2 (“Por el vivir”)
Sus poemas, son espacios ceremoniales donde se exalta la nostalgia de los imposibles, los riesgos internos del adolecer, la tentación nocturna, el placer, la muerte y los espejismos, con un aguijón que desgarra y cauteriza al mismo tiempo.
Su obra, ahonda en contenidos filosóficos de la mano de las llamadas por María Fernanda Palacios sus “voces tutelares”, las de Rilke, Nietszche, Heráclito, Hiedegger, Lawrence, Bataille, Hölderlin, Broch, Virginia Wolf, Thomas Mann, Blanchot, Goethe, Kavafis, Borges … mas, si queremos situar a Hanni Ossott en algún epicentro poético, éste será la figura señera del poeta austríaco Rainer María Rilke (de él tradujo la obra “Elegías de Duino”).
Todo esto nos deja en su extensa bibliografía poética, en un lenguaje punzante, revelador de un temple que embarga provocando perplejidad y desazón; en la poetisa no es cuestión solamente de oficio, dedicación, agrado o don; es una pasión con todas las exigencias e implicaciones que comparte esta palabra.
Hay en su obra poética, términos recurrentes, emblemáticos, nudos del entretejido, dominios del vértigo creativo, y a ellos queremos referirnos en esta ponencia: la herida esencial, el abismo, lo otro, la extrañeza, la noche, la nada, la muerte, la cura y el amor. Son a la vez, palabras-signos que reitera sin cesar, sin tregua, que conviven en sus espacios tratando de conjurar, exorcizar y sanar. Ellos nos recuerdan, la herida fundamental, la desgarradura, el viento, la noche, el silencio y la nada, de la poetisa argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), con quien guarda no pocas semejanzas en su cosmovisión lírica.
El acto inquietante del vivir, graba la escritura de la poetisa Hanni Ossott con lo que ella llama la herida esencial :
“La herida
en el abrazo
el miedo
la contención
el beso en el miedo
la fuga, los regresos” 2 . ( “El cuido”)
La existencia es elusiva, abrumadora, apabullante, y hay que intentar descubrirla desde el misterio. La herida, nos coloca ante la realidad de un cuerpo dionisiaco, nietszcheano, con su plena carnalidad, su ardorosa sensualidad, su anhelo y embriaguez, pero, un cuerpo herido, escindido:
“Los hombres se van
como a pedazos
de a ruinas
de a despojos.
(…)
atrás, siempre atrás
hacia nada.” 2 (“Muerte”)
Es la herida la que reclama la conciencia de la pérdida y el ansia del recobro, en una naturaleza despedazada en individuos, en una remoción psíquica dominada por la desolación, la vulnerabilidad, las limitaciones y las formas de morir; y en ella, nos dice la poetisa, reside la creatividad.
La herida, es huella de la pérdida y su vacío, del duelo y el enigma de la ausencia, del amor y su coraje, el centelleo de la caricia y su inmolación, de la rebeldía como antesala poética y la ardorosa pregunta de cara al misterio del vivir, a la contradicción del tiempo, lo insólito que se oculta siempre.
Para la poetisa, la palabra es ascua y fuego crepitante que se erige desde la herida misma, afirma: “de la literatura me importa el fuego” 1, es asomarse al abismo, donde el ser muestra su escisión, su fragilidad, es ese abismarse como opción vital, esa su fuerza inmanente del existir frente a lo otro:
“Prevalece que haya los otros y lo otro
la <
el más allá de mí
y el más allá de ti
la extrañeza
de lo que nunca puede alcanzarse ” 3 (“Prevalece lo raro”)
La fragmentación de la conciencia, la del inconsciente, de la simultaneidad de los tiempos, de lo originario y lo ignoto, de la desmesura y la excedencia, de la experiencia y lo raro, el extrañamiento, en otra palabra-signo la extrañeza:
“Mis piernas flaquean
mi corazón arde
mi sacralidad me mata
Oh Dios
¿cuál será mi camino?
Escucho voces
pero ¿cuál es para mí?
¿qué puedo decir ante tanto extrañamiento?” 3
(“Extrañamiento”. A Rainer María Rilke)
Hanni enfrenta su mundo poético con su trasgresión, su rebeldía, todo aquello que para la conciencia “normalizada” pasa inadvertido, para esa conciencia sometida, ahogada en vivencias estériles y condenada al disparate de la cotidianidad: “La paz apática.” 3 como la llama, que nada teme tanto como a la exaltación, a la lucidez exasperada, al lugar donde el límite de lo posible es transgredido y lo vedado se confronta, a las sombras interiores , a todo aquello que salga del riel de lo habitual.
Nos habla de la nocturnidad poética, de cómo la noche alberga el alma, la inspiración, la locura, el amor y la muerte, de cómo estas formas son por las que la poética nocturnal se expresa, de cómo el poema surge y se alimenta de la noche en un intento del dominio de la oscuridad y el convivir con ella. Escribir desde la febrilidad nocturna y jamás desde esas zonas intermedias y neutras.
“La Noche se va haciendo en mí
profunda
revocable como una estación
La oscura esfera de lo oscuro
ha inundado mi ámbito
y se cierra como el beso de dos cúpulas
Ya yo no sé cuál es mi fondo
Soy ahora la noche entera” 4 (“La noche y la luz”)
La nada, otro de sus vértices del pensamiento, entrelazada siempre con las imágenes del abismo y la extrañeza, congregando un espacio, el abismo, y un estado, la extrañeza, donde el cuerpo se silencia para regresar a su íntima esencia. Contra la nada, la poetisa conjura la creatividad, desde la nada, le es posible el encuentro que permite tolerar lo que se nos niega. Su poesía habla de lo inexpresable, lo por asumido nada conocido, lo inusual, captando el colapso del instante, ocupando el lugar del espacio inexistente, sintiendo la herida del desgarramiento que siempre causa la extrañeza del existir.
“Estoy en una playa sin fin
mi alma se despliega
inconsulta
hacia una rara nada” 5 (“Ser”)
En la muerte, la poetisa se atreve a morir más allá de la muerte física, cavila sobre el morir del individuo, ese morir parsimonioso, anónimo, indiferente y eterno:
“Mira cómo de mí mismo todo se separa
se me deshabita
seré ahora lo eternamente desplazado
Y mis escombros . . . ¿dónde?
¿Y la sensación de roce entre mis dedos y una
superficie lisa?
Lo posible . . . ¿dónde? ” 6 (“Lo desalojado”)
El perenne y oscuro contraste irresoluble entre la vida y la muerte, está siempre presente en la poesía de Hanni, siente el anhelo angustiado de acabar y no ser y un ansia de crear y de ser, cruzando el límite del sobresalto, de la espera sin término:
“Ahí va la urna
Y yo no tengo lágrimas
sólo besos
y un puño alzado, erecto
por el misterio, por la rabia ” 3 (“Sólo un cuerpo”)
Un constante aprender a perder suave o bruscamente con el vivir, pérdidas que demandan memorias y olvidos, ausencias, abandonos, extravíos, el desvanecerse de las cosas, del dejar de ser instalándose frente a la rareza del existir, donde el ser humano se religa a lo infinito y lo nimio, al asombro y a un Dios, al deseo y a la esperanza, al vacío y al grotesco absurdo de lo eterno, imposibilitado de pactos fáusticos. Morir no es solamente “irse del mundo”, es también padecer la relatividad de la existencia, la flaqueza de los hechos, la extenuación de lo circunstancial.
Mas, Hanni Ossott, anhela también curar la herida, así, denomina a la poesía, la cura, el poeta debe vivir en una continua cura al mantener la tensión lírica y la presión del sentir de su espíritu; en este sentido, el quehacer poético conjura e intenta sanar. Escribir, es intentar curar la herida esencial, porque todos estamos heridos:
“Porque también hay risas junto a la zozobra
extrema tensión de la alegría
desbordes para la noche oscura
éxtasis
colmación.” 5 (“El reino donde la noche se abre”)
“Debo pensar en el espacio más luminoso del mundo
Delfos, lugar nocturno hecho luz
Es preciso
es preciso realizar de la Noche la Luz.” 4 (“La noche y la luz”)
Su palabra creadora celebra desde la ruina, ilumina desde la sombra, es esa luz nigromántica de la que nos habla Héctor A. Murena en “La metáfora de lo sagrado”, es un querer hacer posible lo imposible, es movimiento en algún espacio, es instante, ráfaga, impulso; escribir poesía para Hanni, es trazar una geografía del alma desde la memoria que guarda cual vasija las visiones, las rachas de sentimientos, las imágenes y las tensiones. En ella, la poesía es escucha y receptividad.
La pasión y el error, la enrancia y el esplendor, la signan, siempre cerca del “duende” o como diría Rafael López Pedraza, cerca del “toque dionisiaco”. El hecho poético entra por la piel, es una efervescencia un “yo soy otro” en palabras de Rimbaud, no existe en ella la certidumbre, en su lugar la intuición, ese saber no racional que preconizaron los románticos, las visiones, los delirios, el desgarramiento interior para alcanzar lo invisible y así llegar a la otredad, en un espacio de inspiración donde la fertilidad y ebriedad del sentir se transfiguran, celebrando poéticamente, reteniendo fugaz y desesperadamente la vida con el verso, sosteniendo la palabra en la lucha con el silencio y girando al contrario del remolino de la nada. En su escritura emocional conmueve y seduce su palabra dolida.
Y en el amor, del deseo la imagen suena, es palabra sonora:
“extender infinitamente el beso
Que dure toda una noche
toda una eternidad.” 3 (“El beso”)
“Por asalto el amor
sin preguntas
por asalto el cuerpo
los cuerpos
y comienza la danza
(…)
rotación de cuerpos
canto elevado canto
a la sacra pasión del cuerpo.” 3 (“Cuerpo”)
“Hay una mordida profunda
incisiva
en el centro de mi sexo
por la cual yo me erijo como yo misma
y soy,
y poseo y dono
(…)
Me cruza una pendiente
me traza un precipicio
en el amor…
y en todas mis secretas junturas
con cuido, con recelo, tu te avienes a mí ” 3 (“La mordida profunda”)
Es Hanni Ossott, un espíritu que padece su herida, se asoma al abismo, siente profundamente la extrañeza frente a lo otro, a la muerte, a la nada, al amor, y busca infatigablemente en el alma de la noche, la cura en cada uno de sus poemas. Es su poesía un rapto existencial que cautiva con su visceral insistencia en desentrañar instantes que prolongará en el verso, momentos abiertos al tanteo continuo en sus poemas:
“Y todos buscando a sus propios dioses. Los dioses de las rocas son los ríos. Los dioses del río: el cristal. Los dioses de los hombres: lo que no somos, nuestros nombres situados en otras zonas, nuestros nombres incompletos y nuestros actos hechos de piel y de sueño.” 7 (“Espacios para decir lo mismo”).
Referencias Bibliográficas
Ossott, Hanni: Poemas selectos. Editorial Latina bid & co. editor, Caracas, 2004.
Ossott, Hanni: Cielo, tu arco grande. Tierra de Gracia Editores, Caracas, 1989.
Ossott, Hanni: El circo roto. Monte Avila Editorial Latinoamericana C.A. Caracas, 1993.
Ossott, Hanni: Hasta que llegue el día y huyan las sombras. Editorial Arte, Caracas, 1983.
Ossott, Hanni: El reino donde la noche se abre. Editorial Mandorla, Caracas, 1987
Ossott, Hanni: Espacios de ausencia y de luz . Monte Avila Editores C.A. Caracas, 1982.
Ossott, Hanni: Espacios para decir lo mismo. Universidad Central de Venezuela. Colección Letras de Venezuela. Serie Poesía, Caracas, 1974.
PÁGINA 21 - CUENTO
La ciudad en el fondo del lago
Por Ariel Puyelli (Esquel-Chubut/Argentina)
Todavía recorro las calles con la esperanza de encontrarla. A la vuelta de cada esquina, en cada rincón de la ciudad, espero ver su rostro, su cuerpo frágil, su andar lento…
No me acostumbro a haberla perdido. Sé que no fue mi culpa. Lo sé, pero no puedo evitar este sentimiento que me asfixia bajo la luz de este sol gris, como grises son los días desde que desapareció de la orilla del lago Futalaufquen.
Esa mañana despertamos tarde. Hacía calor en la carpa. De inmediato nos preparamos para el primer chapuzón helado en las aguas cristalinas bajo ese sol de enero. Estábamos solos en ese sitio alejado del lago, disfrutando de las vacaciones más hermosas de nuestras vidas.
Antes de partir, al conocer nuestro destino, don Hilario nos había advertido, pero nosotros no creíamos en leyendas ni cuentos.
- Yo sé que ahí está el cuero… Tengan cuidado –dijo el hombre viejo.
Conocíamos la leyenda del cuero que arrastra al fondo de las aguas al desprevenido que osa pisarlo. Ese ser milenario que lo envuelve a uno y lo sumerge hasta una de las ciudades ocultas en el fondo de los lagos del sur, plenas de riquezas y habitada por seres de todos los tiempos.
- No sean confiados… El cuero no distingue entre los que creen o no… -dijo don Hilario cerrando los ojos como para evitar encontrarse con la imagen de ese monstruo lacustre.
Andrea siempre era la primera en correr hasta la orilla del lago. Adoraba nadar con la respiración entrecortada por el frío hasta que el cuerpo se adaptaba a las bajas temperaturas. Yo me demoré cambiándome en la carpa. Cuando salí de ella, Andrea había desaparecido.
Inútiles fueron los intentos por hallarla. Se había esfumado como si nada. Pero no, no se había esfumado. En el sitio donde reposaba el toallón, a menos de un metro del agua, cuatro peces luchaban por sobrevivir fuera de ella.
- Yo les dije… El cuero se la llevó y maldita sea la costumbre que tiene, de dejar pescados en lugar de gente… -observó don Hilario pitando con fuerza su cigarrillo, más enojado con ese ser sobrenatural que con una pareja de escépticos como nosotros.
No me resigné al destino de Andrea. Regresé al lago, al lugar donde habíamos acampado. Varios días esperé en vano su regreso.
No sé si fue el cansancio o el amor, la falta de resignación o la curiosidad.
Una noche recorrí la costa y encontré lo que buscaba.
Lo que ocurrió antes de perder la conciencia, fue muy desagradable y no vale la pena relatarlo.
Porque lo que importa ahora es que estoy seguro de no perder jamás una esperanza, la última que me queda: hallar a Andrea a la vuelta de cada esquina, en algún rincón de esta ciudad de oro, que se mueve lentamente bajo la luz un cielo gris que se resiste a sumergirse hasta el fondo del lago Futalaufquen.
PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA
André Cruchaga (Chalatenango/El Salvador)
Boceto
En el fuego de la memoria el país arde.
Allí se reflejan los antifaces de todas las semanas.
El amor como el mar pinta bocetos.
Las fotografías no son necesarias donde hay balcones,
Ni la ambigüedad es necesaria cuando levitan las sombras del invierno.
Lúgubres tambores sustituyen las palabras.
El país es una ráfaga donde se calcinan las sienes.
Como animal muero en un país caduco,
Difuso por esas viejas escopetas de las fábulas.
A manera de paréntesis
Y hablando de la vida no hay por qué temerle a los fantasmas.
Toda penuria tiene su esperanza y su sigilo.
A veces los sueños nos vienen en una taza de café espeso,
Humeante, sonando al sonido sordo de la madera.
Sé después de andar entre inviernos caóticos,
Que las hormigas mueren viendo espejos inasibles…
La noche
La noche inunda el lagrimal de los puntos cardinales.
Un tren cae en el precipicio de las horas;
La tormenta de los transeúntes enciende la atmósfera,
Mientras los relámpagos agotan sus cohetes.
Los relojes proyectan semáforos en las hojas de los árboles:
Su fluorescencia se vuelve diminutos balastos y venablos.
La noche salta sobre las verjas y las sombras.
La noche tiene sortijas sobre sus muslos de puerto.
La noche arma su red erótica sobre el horizonte.
La noche abre los periódicos de los techos
Y me prende corbatas grises y espejos de nostalgia.
La noche me pone en las manos pedazos de luna.
Miro largo y tendido hasta penetrar en su piel…
La noche rueda con su piel de antiguas soledades.
Otros silencios
El silencio nos arroja rostros reales:
Los cuerpos como son: acres, expirantes.
Su palpitación intensa es bosque descuajado,
Seco pajar sin madera, punzante.
Capaz de sorprenderlo a uno en los cansancios.
El silencio no sólo es serenidad
Y un recurso sutil que usa la memoria,
A veces es la herramienta del fuego, del cansancio,
De la desesperación para disolverse en el alma.
Pero también es un dolor de cabeza,
Igual al rumor dejado por los difuntos.
El silencio desgarra la totalidad del cuerpo:
Es un secreto mortal parecido al de los amantes
Cuando beben fuertemente las palpitaciones del aliento,
Hasta caer al fondo del último abismo.
Ah, este silencio! Nada parecido, por supuesto, a la cobardía.
Funesto quizá. Sutil. Saeta de la noche.
Barrotes ciegos, sí. Ígneo por lo arraigado.
El silencio es profundo en sus bocanadas ardientes.
Tiene el cortinaje de suaves espadas
Y un terciopelo de sigilosas hojas.
Tiene de eco, de viento y de lóbrego mar…
Horas agitadas
Hay horas desordenadas agitando puñales.
Agujas en el aire, lunas líquidas
Tendidas en la piel. Balcones como tumbas hambrientas,
Cierzo de la lluvia removido por los ojos,
Meses parecidos a los ojos de las rejas,
Sueños donde el tiempo no cabe en ti ni en mí,
Porque ya traspasamos la cabalística de los círculos.
A estas horas, donde todos los pájaros son cuervos,
Nos toca morir en un país de gritos,
Chorrear silencio sobre persianas de libélulas,
O interpretar con una sonrisa ciertos atardeceres.
Después de todo, las horas nos llevan al abismo,
Las pupilas pierden su abanico de cometa.
Tiempo de confusión “no sentir el peso de los años”.*
Es hora de partir con el sudor a cuestas
Y saber que el tiempo nos habita
Con un deseo interminable de nostalgias.
*El verso entre comillas, pertenece a un poema del poeta Jaime Gil de Biedma.
PÁGINA 23 - CUENTO
El hombre de marrón del fondo de mi casa
Por Ricardo Juan Benítez (Buenos Aires/Argentina)
“A Gila”
Jamás había tenido un golpe de suerte en mi vida. Cuándo me dijeron que había heredado una casa pensé que me estarían haciendo algún tipo de broma pesada. Pero no fue así.
El caserón quedaba en el barrio de Caballito. Todavía sobrevivían algunas calles adoquinadas y la mayoría de las construcciones eran bajas. De esas casas que llaman “tipo chorizo”. La entrada era por un zaguán, con puerta y contrapuerta. Eran de marco de madera y vidrios repartidos. Los herrajes y la aldaba eran de hierro fundido. Luego de un hall de recepción se entraba a un patio enorme y embaldosado. Lo cubría una parra de hojas tupidas. Hacia la derecha había una escalera de mármol cuyo primer descanso daba una pieza. Al final de la misma se entraba a la terraza.
Todas las piezas, una detrás de la otra, daban sobre el patio. En este había unas cuántas macetas con flores y plantas. Un jaulón, que en sus mejores épocas, seguro, estaría lleno de canarios y cardenales. Al final del patio (lo que parecía el final) había una cocina. Detrás de ella proseguía el patio. Luego había un par de piezas más y los dos baños.
Mentalmente hice la lista de elementos. Pintura al aceite y al látex, pinceles, aguarrás, clavos, machimbre, algunas chapas para reparar el techo de la galería. Después tenía que revisar los desaguaderos y la instalación eléctrica. De hecho tuve que comprar una llave térmica, porque la que había era con tapones y estaba destruída.
Después de dos semanas de arduo trabajo casi había finalizado. Entonces ocurrió aquello.
-¿Te enteraste que hay un tipo de marrón en el fondo de casa?
Estaba chupando la bombilla, tratando de tragar el mate casi hirviendo que me cebaba Susana. No solo escupí por la boca sino que un poco se fue por la nariz. Total: que me queme la garganta y las fosas nasales. Tosí como un condenado.
-¿Qué dijiste?
-Un tipo de marrón. Lo vi esta mañana.
-¿Y?-la miré incrédulo- ¿Qué hiciste?
-Nada… te lo digo a vos-entornó los ojos con aire conspirador-sos el hombre de la casa. Tenés que ir a hablar con él.
-¿Si? ¿Y que le digo?-el esófago me ardía, y no era de acidez- Buenas, señor ¿Cómo está? ¿Le incomoda que viva en mi propia casa?
-Nuestra… nuestra casa…
-Claro, nuestra casa-de nuevo la miré esperando que me dijera que era una broma-¿Por qué no empezaste a los gritos?
-¿Porqué? Si el pobre viejo ni se escuchó en todo este tiempo.
-Bien, ¿Y porque no lo invitas a cenar?
-¡Ay! ¡Haceme el favor!-ahora ya estaba alterada- anda a hablarle para saber quién es. O si no mejor… hablá con la inmobiliaria, a ver que te dicen.
En la inmobiliaria, me dijeron que tenía que hablar con la escribanía. En la escribanía que tenía que hablar con mis tíos a ver si sabían algo. No sabían nada.
-Mirá nene-para mi tía siempre era el nene- creo que la abuela Jacinta me habló de un señor. Creo que era carpintero. Le subalquilaban una piecita. ¡Pero hace tanto! No se más nada.
Mi tío, como siempre, no sabía nada de nada. Excepto armar su pipa para ir a fumar a la vereda.
-¿Qué vas a hacer?-Susana me miraba casi con lástima.
-¿Y si voy a la comisaría?
-¡No lo puedo creer! Me casé con un hombre sin huevos. ¿Qué te van a decir en la comisaría? ¿Sabés cuántas casas tomadas hay en el capital?
-Una casa tomada… significa varias personas, acá estamos hablando de un viejo.
-Ese es el tema-me dijo socarrona-un viejo. Mañana sacalo de las solapas a la calle, tonto.
Al día siguiente llegué hasta la piecita. Estaba al fondo, al lado del baño más pequeño. Había un tema que no era menor. Yo jamás lo había visto cuándo hacia las reparaciones. Tampoco cuándo, necesariamente, el tipo tuviera que hacer sus compras. ¿Habría alguna entrada secreta que yo no conocía?
-Dejá, viejo-la voz de Susana a mis espaldas- ¿Qué mal puede hacer? Los chicos lo quieren. Están horas con él.
-¿Los chicos? ¿Esteban y Paula? ¿Nuestros hijos?
-Si, lo adoran.
-Pero… ¿Si el tipo es un pervertido? Pensá, si les hace algo.
-Boludo, ¿Cómo podés…?
-Esas cosas ocurren. No es ninguna novedad…
El asunto es que me convenció. Pero en la semana ocurrió algo que me decidió a enfrentarlo.
-¿Qué es eso que tenés ahí, Paula?
-Un crucifijo, me lo hizo el señor de marrón…
-Ni siquiera le conocés el nombre…
-No. Le decimos abuelo.
-¿Me lo dejás ver?-lo tomé en mis manos.
Yo nunca había sido demasiado creyente, pero el contacto con aquel crucifijo me sensibilizo. Era como si la madera irradiará tibieza y calma.
-Papito… ¿Estás llorando?
Tenía un nudo en la garganta. Las lágrimas caían por mis mejillas a raudales. No podía dejar de acariciar la imagen del Jesús crucificado y sufriente.
Paula había ido a buscar a su madre. Volvió con ella y con su hermano. Los tres me miraban sin entender demasiado. Creo que jamás me habían visto llorar; ni yo entendía que pasaba. Me acerqué a Susana y le di el crucifijo. Dejé de llorar instantáneamente.
Susana lo miraba con los ojos vidriosos, pero en ningún momento rompió en llanto.
-¿Qué vas a hacer?
-Primero quiero el crucifijo envuelto en alguna tela. Después, mañana a la mañana voy a hablar con este hombre.
Temprano me levanté y salí a caminar por el barrio. Puse mi mente en blanco. Disfruté de los primeros rayos del sol. Algunos chicos con sus guardapolvos blancos iban al colegio, entre risas y gritos. Una señora paseaba su diminuto perro. El carnicero estaba abriendo su negocio. Trate, sin mucho éxito, de no pensar en el extraño incidente de la noche anterior. Después de caminar unas cuántas cuadras, decidí volver bordeando las vías del tren. Pasó uno, con su acostumbrado chillido a hierro sobre hierro.
Ya estaba decidido. Era el momento de hablar. Pero al doblar la esquina me encontré con que algo andaba mal. Un patrullero estaba frente a mi casa y una comisión policial esperaba en la entrada. También había una ambulancia. Estaba llegando otro patrullero.
-Perdón… ¿Usted es el dueño de casa?
-Si…
-¿Me podría acompañar?
Entré. En el hall estaban Susana y mis hijos. Me miraron en silencio.
-Por acá, señor.
El oficial me indicó la cocina. Pero seguimos hasta el fondo. La pieza del hombre de marrón.
-Buenas… disculpe ¿Usted sabía de esto?
-Bueno… mi señora me había comentado algo y yo…
-¿Por qué no nos llamó de inmediato?
-Pensé que yo podía manejar la situación-Los policías se miraron perplejos-No los quería molestar por una pavada… después de todo venía a hablar con él…
Ahora si. Los tipos me dedicaron una mirada que mezclaba el asombro con la reprobación.
-¿Y se puede saber como iba hacer eso?-La voz del oficial sonó burlona.
-A eso venía, cuándo…
-Espere-levanto la mano-sígame… así me explica mejor.
Al entrar en la habitación, varias sensaciones me invadieron. El sentido olfativo fue castigado por un hedor a encierro. Humedad. Como a hongos putrefactos. Un calor propio de las piezas que han estado mucho tiempo cerradas. Varias personas, algunas con guardapolvos y guantes de látex, rodeaban la cama.
-El cadáver está momificado, por eso no despedía olor-unos de los de guardapolvo estaba hablando-Tendremos que hacer algunos estudios, pero la muerte data de unos cuántos años.
El policía me miraba socarronamente. Yo miraba el crucifijo de madera que pendía sobre la cabecera de la cama.
-Bien… ¿Me puede explicar?
-Perdón, oficial ¿Usted habló con mi señora? ¿Con los chicos?
-Si… pero están algo alterados, preferí esperar a que se tranquilizaran.
Salí de la habitación seguido por los dos policías y me dirigí al comedor.
-Susana ¿Dónde está el crucifijo?
-Ahí… está envuelto en la franela…
Me acerqué al trapo amarillo sobre la mesa. Lo abrí. No contenía nada. Solo atiné a alzar la mirada hacia mi familia, que a su vez, fluctuaban entre la desazón y el desconcierto.
PÁGINA 24 - ENSAYO
El erotismo de la Palabra
Por Maritza Luza Castillo (Lima/Perú)
"No puedes liberarte de recordar aunque lo guardes en el olvido” Blanchot
Tradicionalmente el poder privado de la palabra como verbo manifiesto, establece conceptos de carácter, poética, ciencia, tecnología, salud, civismo y todas las áreas donde se requiera su uso, Mas, reconociendo su amplitud con respecto a una expresividad afectiva e íntima, desarrolla un papel importante en el terreno de lo sensorial totalmente desvinculado de los propios limites provisionales para asumir un matiz autentico y en casos libertinos ante el avance de estrechas aproximaciones con las emociones.
De primera mano, sabemos que esa fuerza subversiva desconcierta y trae abajo cualquier garantía de estabilidad y duración. A éste prurito introspectivo, frente a la supremacía del deseo se le denomina erotismo
Hay una idea perentoria, desde el punto de vista de la filosofía que desconstruye lo estrictamente construido por la arquitectura moral y funda un camino en lo hieráticamente ilegítimo, orientalista, misterioso y hasta esquivo del significado de una palabra para significar otra, cromática, radical singular partiendo de la identidad del engaño. Un engaño llamado a impugnar el ancestral bramido corpóreo para edificar nuevos muros sobre viejos cimientos en un vértigo afirmado en la fascinación de la soledad
Asimismo, sería relativamente fácil abordar con desarraigo un tema que alimenta la interrogación sobre lo no dicho, componente complejo fragmentado y esbozado por el aforismo, metáforas, alegoría y alusiones que permiten instalar el estallido necesario para poner palabras en el fuego
El intento de entender el erotismo en la palabra pasa por la búsqueda relacionada con el aspecto estético e espiritual evocando una estación física nostálgica o premonitoria con un concierto de eventos prolongados en la memoria. En ese sentido se vive como fuente de energía y motivación expresándose en indefinidas maneras cuando el uso del lenguaje lo permite, se puede trasmitir obsesión ininteligible como saltar a profunda incapacidad humana de integrarse a las relaciones interpersonales y en simultáneo poseer una prolífera obra erótica. Obra que se consolida con herramientas idiomáticas como los quiasmos; figura de dicción que consiste en presentar en órdenes inversos los miembros de dos secuencias; por ejemplo: Cuando lloras gimes; cuando gimes lloras. Resaltando las posibilidades de disgregación en el texto. Por tanto, se intenta caracterizar las palabras en el erotismo como un sistema en la lengua que afirma su pertenencia en los estímulos corpóreos, obtenidas por la combinación de la estructura sintáctica de las palabras o expresiones de significado opuesto que origina un nuevo sentido. De ahí frases como: Me derrumbo con tu aliento
Recurrir a diversas herramientas del lenguaje no impide y sí ayuda esbozar lo que se pretende y recoger esa parte de la vida donde se permanece en la fragancia y no cuesta nada evocar la sensación de sábanas vacías cuando la piel deja de ser una membrana para transformarse en un diario que aunque lo guardes en el olvido jamás podrás olvidarte de recordar
PÁGINA 25 - CUENTO
Wagner escucha blues
Por Angélica Aguilera (México DF/México)
Wagner escucha blues y hay música en su pelo suave y en esa forma de andar que es un canto permanente a la pereza. La melodía de su cuerpo lo acompaña de la recámara a la sala, del baño a la estancia; suena sin prisa su pisada de ochenta kilos, va "a tempo" con el disco que más le gusta oír. En sus ojos francos nace el milenario aspecto de su rostro que adorna cada bostezo descarado y todos los refunfuños de su día sin reloj.
Wagner, mítico mastín que escucha blues. La leyenda nace cada noche de sus belfos en reposo, se afirma en la cabeza enorme descansada sobre la alfombra y en la magnanimidad de su gigante estatura de San Bernardo, sabio que tiene el don de la serenidad.
Wagner escucha blues, y odia la lluvia, lo sé. A cada trueno la sorpresa agita los corazones: el suyo forjado con sangre de lobo noble, el mío que se desbarata en el espectáculo del rayo. Nos miramos y de su cola nívea que abanica el suelo surgen los signos que interpreto: paciencia de pastor que vigila su rebaño, sombra magnífica acariciando los libros del estante. Pongo una mano en su cabeza de monarca y cómplice de mis horas, me regala la comprensión de su mirada antes del sueño. Agradezco su recato, me alegra la confirmada estirpe de mi cancerbero.
PÁGINA 26 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Edith Goel (Nes Tizona/Israel)
Viaje a Ramla-Lod
Voy por la ruta
tangente a la demencia
Nefesh*.
Después, la prisión*.
El Shuk*
El aroma oculta
la soledad en las parcelas diminutas
Bombay ofrece su música en Lod
Un cielo de azafrán y de ovejas.
El aire casi dorado
casi arena
encandila una ruta de patios en las vísperas del derrumbe.
La saga de tafetas infernales roza mis mejillas.
El genio fugaz
jamás regresa
a las lámparas.
Un moazín*
congrega voces que no me tocan nunca.
Piso
lentamente
el empedrado
Me rozan sus cardos
como un improvisado Gólgota.
Nefesh: en hebreo, mente. En el trayecto de Rishon a Ramle, así llaman a la parada frente al manicomio de Beer Yaacov (Beit Jolim Lejolei Nefesh: hospital para enfermos mentales)
Shuk: zoco
moazin: en hebreo, almuédano. El que convoca a la oración desde el minarete de una mezquita
Indefinido
Casas
sin el techo de la prisa
Senderos sin ciprés
Cercos de buganvillas
Un tren cruza
el ojo sepulcral de las cavernas
Haifa
Ya es tarde
Tel Aviv
Una estridencia de vidrios y metal
¿Qué nos queda?
Salvé
las risas de Bombay
el devorador de las especias
Soy yo: la bailarina de promesas y cuchillos.
En esta hora de gracia
olvido el filo interminable
Coordenadas
Los dioses se balancean
en la danza pendular.
El estanque
muere entre los ecos.
Veo una mujer
marchando hacia el fuego.
Sus amígdala abiertas
tiñen de un carnoso azul
este jardín
de pensamientos rotos.
Los templos envuelven
con su rosa ajado
el pudor de la íntima orquesta.
Zona limítrofe
Será
el último trayecto
La última vez
de mis dos piernas veloces
La mirada cuenta
una
dos
Trescientas ventanas
Toneladas de futuro debris
acechan
Hasta que el fuego desplace
la seda
la virginidad
las etiquetas
Los territorios de metal cincelan
medallas azarosas.
En cuanto a mí
un grito feliz abandona
la isla
la última vértebra.
Canción arterial
Ruego
por el cristal de esta existencia.
Que un corazón nos salve
de esta caravana.
Las teclas de un himno
sin amor
estremecen los portones.
Llegué huérfana
a las arenas de otra madre
Exhausta.
Atrapada entre corales
sobrevivo
Un silencio
borra las huellas de otro sol
y aturde mi mirada.
Un cántaro de piel irresistible se rinde.
Desde el horno
a las alas
la materia se hunde
en un río sin memorias
En su turbulencia
Abro el cofre
y toco un herbario.
Estallan los cerrojos
Estallan las cañerías
Las baldosas.
La sangre penetra la tierra
a pasos lentos.
Los residuos de nuestro día
se pegan a los dientes
A la lengua del dolor
La ciudad de las sillas vacías
cancela los eventos
Un esbozo de mar
se apodera de las voces.
Diáspora de los cuerpos
Un hilo de carne rota
va
de la calle a mi garganta.
Todo desfila
bajo la luz analfabeta
Los días de fruición
Las tardes claras
Los sueños esquivos
El humo es suave
El cnn no nos toca
La pantalla
va borrando
the green green grass of home.
Todos hemos caído al hueco
que separa
nuestros nombres
nuestras células.
Presencia
Soy un fuego sin tierra.
Asesino
los celestes
las esteras
Desbarato
la inútil encomienda.
Me gusta enumerar los hastíos
la insurrección de una voz
sobre las mesas.
En esta hora estival
me gusta saborear
el té de una naana* ya extinguida
Estalla en mis oidos
una infantil clarividencia.
Quién despertará del péndulo dañino
Quién cubrirá de pasatiempos
este vasto alquitrán.
Un Invitado de metal se nos anuncia
cortante y veloz
como los aviones en el trigo.
No hay refugio
No hay gritos.
Nadie grita
absolutamente nada
Un lento puñal
se queda en nuestros tacos.
La transparencia militar
cae
lentamente
sobre el temblor de las estrellas.
C-N-N
C-N-N
Un cielo verde
invade nuestras bocas
Las Fuerzas de Emergencia
jamás aplacarán
el ancho temblor de las montañas
Es subversiva
la luz sobre los parques
Por el sendero limítrofe
el socorro se desliza
rozando los bordes de las hembras
Entre pliegos de nostalgia
las uñas del placer
se agotan
Desde el humo
una mano se extiende
El camino hacia los ángeles
no cesa
Después
nos llega un cuerpo
en la cartografía del regreso
Muere lo ancestral
Quizás ya no ha existido
El íntimo museo
ha sido saqueado
entre los fuegos
El nombre ha sido saqueado
Y qué nos queda
PÁGINA 27 - CUENTO
Tozuda
Por Loreto Silva (Pica/Chile)
Mi abuela era tozuda. Aunque la vida se encargó siempre de mostrarle que era imposible lograrlo, nunca dejó de luchar para ser feliz.
PÁGINA 28 – COMENTARIO DE LIBRO
Libro: Berlín es un cuento
Autora: Esther Andradi (Berlín/Alemania)
En busca del tiempo perdido
Por Marta Díaz (Rosario-Santa Fe/Argentina)
¿Qué hilo o isla narrativa se entreteje en la escritura de esta novela? El texto da algunas claves, entre otras, una carta que la narradora escribe a su madre: "Contar la historia, mamá, la ciudad, el grupo, la vida de un puñado de soñadores recibiendo una nueva década (...) un tiempo intenso como pocos, de experimentación y goce, de corte con el pasado violento y apostando al futuro". Antes había dicho: "escribir como consuelo. Vivir para contarla". Y luego: "durante años había soñado con esta historia".
El hilo que desovilla Esther Andradi, narradora nacida en Ataliva (Santa Fe), nace, sin dudas, de una asignatura pendiente con el pasado. Como su protagonista, Andradi llevó una vida trashumante con escala de cinco años en Perú y destino final en Berlín, donde reside. Ha afirmado que "La escritura es el ancla con la que tejen (los escritores que viven en el exilio) el vínculo con el país lejano, una suerte de istmo en el mar de otro idioma" (prólogo a la antología Vivir en otra lengua, 2007). Es lícito entonces pensar a Berlín es un cuento como un istmo o una isla imprescindible en el idioma alemán, o mar que la rodea. Atravesada por la marca del exilio, puede decirse que esta novela es ancla y es "cuento", porque se escribe en un país extranjero, en lengua materna y de un tirón "para que no se corte, como si fuera un cuento", según se explicita en la última línea.
Dentro de la novela que da título al libro se escribe otra: Tres traidoras: "de aventuras, de ciencia ficción y de autoayuda", la clasifica su autora Beatriz Ponce Aldao (Bety), la Novelista, exiliada chilena, cuyos personajes son la Bella, La Vieja y la Gorda. Confinadas a vivir en cuevas y madrigueras, son las encargadas de traicionar el legado que condujo a la civilización a extremos bestiales. Seguimos el texto de esta novela en el devenir de la otra, que se ocupa de reflejar como en un mural la vida en el Berlín de los ochenta; la inserción de la Novelista en esa ciudad, refugio de artistas emigrados.
Historia retrospectiva que reconstruye, recicla, remueve la vida en el Crash, edificio comunitario donde la Novelista, que ha llegado a Berlín invitada por el alemán Jan (el amor de su vida), sobrevive "sindinerosintrabajosinidioma" al abrigo de un grupo de intelectuales en su mayoría latinoamericanos. La edificación antigua y abandonada será objeto de la brutal agresión de un grupo neonazi y más tarde de la topadora. Hoy el Crash es un edificio de cristal y "ellos, los de entonces, tan cambiados, tan otros. Como la misma ciudad que los parió", se han dispersado por el mundo o han muerto. La escritura se ejerce como vía de conocimiento; indaga, busca atrapar y entender el tiempo perdido.
De Berlín se dice que, como la ciudad de Villon era "medieval, callejera, pequeña, encerrada, precisa". Y dentro de ella, su fatídico emblema: el muro histórico que los turistas veían como a un fetiche de la guerra fría y que sujetaba a Berlín con "la solidez de un corset"; muro paradójico que alimentó en los alemanes de un lado y de otro la coincidencia en la crítica mutua: "Gracias a dios, nos une la división", dice Sigrid, la amiga alemana de la Novelista.
Viaje interior. El tiempo se craquela en fragmentos o capítulos que aportan sus piezas al rompecabezas que se quiere armar y que sólo alcanza el modelo terminado en las últimas páginas. Una prosa que no escatima sorpresas y que apela al orden racional tanto como al absurdo y al humor que distancia. Algunos capítulos se organizan como poemas en verso. Dentro de la expansión que pide la novela es posible dar con la síntesis que aporta la poesía. Leemos: "Llegó con los primeros fríos a Berlín. Era setiembre y las uvas maduraban".
Y tras el relato de la orden de desalojo, del ataque al Crash por un grupo de jóvenes neonazis, de la resistencia pacífica y a la vez audaz y creativa de aquel grupo de artistas soñadoras, y de la expulsión de Bety por haber violado las normas de ingreso al país, la Novelista sólo ve en lo que alguna vez fue encuentro, integración y enlace, la mutilación. Ve la dispersión definitiva, el desmembramiento del grupo; ve, en la desolación del final, "Polvo de estrellas"/ "basura de cometas". Pero sabe que dispone de un as en la manga: las cuartillas escritas. Contra el olvido, contra la desintegración, el germen de Berlín es un cuento .
PÁGINA 29 - CUENTO
Las hermanas
Por Neftalí Sandoval-Vekarich (Belgrado/Serbia)
Para Katalin, con amor
Al día siguiente amaneció el chaparro cubierto de flores amarillas. El árbol, a pesar de estar allí, durante muchos años pasó casi desapercibido prestando su sombra a la entrada del edificio, una casa de construcción antigua de dos pisos, protegida por una cerca de hierro, con un cerrojo de fácil manejo y una cerradura tan antigua que en ella con dificultad calza la forma desproporcionada de una llave que la herrumbre ha cubierto de una patina de fuego apagada y gris.
Por alguna y tonta razón a mi imaginación vuelve ese extraño color del hierro viejo al observar al diminuto petirrojo que impertérrito, en una rama baja del árbol situado en frente mío, casi a diez metros de distancia, permanece inmóvil como un coágulo de sangre, como lo estoy yo mismo ensimismado mirando caer la lluvia. De pronto se agita, bate sus alas que a diferencia del cuerpo rojo son negras y lanzándose con la rapidez de una centella captura un insecto, invisible a mis ojos, y vuelve al mirador en el que permanecerá otros tantos minutos hasta repetir la operación de cacería.
Con la lluvia, monótona y constante que cae desde la madrugada, ha llegado al predio posterior de la casona una decena de ánades silvestres, son patos negros como los cuervos que escarban la hierba para encontrar el alimento que buscan, con ellos hay dos garzas cuya blancura contrasta en ese paisaje que desdibuja la bruma y el agua que cae del cielo. Vecino al petirrojo está Casandro, un papagayo bicolor de alas, cuello, copete y larga cola de plumas azules, el cuerpo es amarillo, tiene un ojo ciego, mejor dicho, es un pájaro pirata como el tuerto Juan el Largo de La Isla del Tesoro, que mira de soslayo con cierto aire de cinismo y atenuada ausencia, como si fuera un buen y atildado burgués disfrutando de su soledad y de su importancia. Hace mucho tiempo que le cortaron las alas y ya no sabe volar, ha olvidado hacerlo, como muchos que en este país han olvidado pensar con cabeza propia y dejan que los recicladores de noticias les enfermen el alma y les rellenen de aserrín el cerebro. Suele el ave bicolor permanecer casi estática y muda en las ramas más altas del árbol, algunas veces se agita nerviosa, carraspea, grita palabras y sonidos que no tienen sentido, que ha escuchado durante mucho tiempo proveniente del parloteo casi onomatopéyico de los ignaros habitantes de La Morada, así llamada esta mansión construida en los terrenos de lo que en alguna época fueran inmensas haciendas ganaderas, trabajadas por esclavos africanos e indios manumisos. A distancia prudente, respetando la privacidad de los vecinos, se han construido otras viviendas de una arquitectura muy apropiada a la vida del campo, sus instalaciones son modernas con piscinas “hollywoodenses’’ que alegra la muchachada que viene a pasar sus fines de semana o temporada de vacaciones en alguna época del año, compañeros de estudio de los jóvenes lindantes, que no caballeros andantes que hablan a gritos y con improperios, como ellos mismos. Sucede que también se prolongan a noches de jolgorio, de bulliciosa e irrespetuosa parranda que dura hasta la madrugada La música a todo volumen y la algarabía que producen los altoparlantes son causa del insomnio y disgusto de los habitantes de las casas más próximas. De nada valen las protestas y hasta más vale la prudencia, casi la mayoría de estas gentes son nuevos ricos que desconocen las reglas del buen comportamiento social y el dinero adquirido, quien sabe con que mañas, que gustan de exhibir de mil maneras, aun cuando la silla de oro no cambia la condición del burro, como decía mi abuela, les da el poder propio de la ignorancia y el comportamiento arrogante del arrabal. Al parecer Casandro es el que menos se inmuta con todo este despelote, atento aprende algunos sonidos onomatopéyicos que repite cuando la soledad se hace incómoda o cuando siente que lo mortifica la presencia de algunos pajarracos. Al declinar el día parsimonioso desciende del árbol, ya en tierra casi corriendo, como un enano reumático que arrastra las piernas, entra a la casona y busca su acomodo nocturno en una silla que le ha sido colocada para tal efecto en el baño de la habitación de servicio, en un extremo de la cocina, al lado del lavadero que sirve a la vez como cuarto de aplanchar.
Finalmente me he colocado frente a la ventana de mi habitación, en una pequeña mesa de trabajo, para tratar de escribir algunas líneas, borronear el inicio de este relato. Mi mesa de trabajo, que en alguna bella época fuera el tocador de una dama, es un mueble de antiquísima factura, le ha quedado el marco ovalado en donde hubo un espejo, pero en uno de sus ángulos se encuentra hábilmente instalado un icono de Serbia, un San Miguel del Patriarcado de Pech.
El nuevo día amanece, como el anterior, con una lluvia bobalicona y constante que no da trazas de amainar. El agua destila del tejado hacia el jardín de la parte anterior de la casa, la entrada principal está allí, priman los jazmines sobre otras flores anaranjadas y de un morado pálido. Las rosas blancas son anémicas en este trópico, en nada se parecen a las del altiplano, soberbias, fragantes, frescas y de pétalos tupidos y llenos de savia. Extraño los rosales de clima frío, son de tallos altos y bellos, en ellos anidan curiosamente los gorriones, las espinas de las ramas los protegen y hasta las rosas se sienten halagadas de su presencia. Sin embargo en este jardín que veo a través de la ventana son las mariposas las únicas visitantes, dueñas y señoras, pues los pájaros prefieren el predio posterior de la casa, lejos de los inoportunos gatos, perezosos y cínicos que brincan estúpidamente cuando se les aproxima una libélula o una mariposa. Desde mi ventana atisbo la puerta de la entrada, hecha de rejas; un poco herrumbrados los anillos o goznes que la sostienen emiten un sonido destemplado cuando se la empuja hacia adentro. Pero recuerdo otra ventana en plena primavera. “Cosa seria eso de las hermanas”, me decía Dusan. En la terraza, al pie de la ventana y disfrutando del tibio sol de abril, tomábamos café turco con trocitos de “ratluk’’. El agua fresca nos quitaba el sabor dulzón del café y podíamos deleitarnos del almíbar y las nueces trituradas del “ratluk’’. Me harán falta estas golosinas, le dije. Le confesé mi profundo pesar por no poder quedarme, mi viaje era ya impostergable, añadí: “residiré en Xamoundi, al amparo de mi hermana”. Dusan tenía heredada de sus padres y abuelos la experiencia de las guerras, los éxodos y las tribulaciones. Ningún hombre podía quedarse con los brazos cruzados, si eran capaces de blandir un hacha, una estaca o una lanza, hasta los niños sin ser obligados y guiados por el espíritu de sus ancestros celtas se alistaban en el ejército, tomaban partido. Las mujeres, a pesar del llanto y de las lágrimas, los despedían con cantos y jolgorios. Ese día se sacrifican lechonas y aves de corral para atender a los huéspedes, la rakia corre a borbotones de las grandes tinajas de cobre, propias de las destilerías domésticas, de pronto de entre el bullicio y las carcajadas suena una gusla, una poderosa voz canta la epopeya del Príncipe Marko y evoca la gloria de los serbios contra los turcos en Kosovo. Era, es, fue siempre un honor tener un soldado, un héroe en la familia. Las paredes de las salas y habitaciones de las humildes casas campesinas están así adornadas con fotografías ampliadas, coloreadas y enmarcadas al lado de iconos de ángeles guerreros, San Miguel de la brillante espada, San Jorge derrotando al dragón… Albino, el ángel blanco custodio del Sepulcro Sagrado. He visto tanto los rostros lampiños de los soldados casi niños como los rostros de los adultos, con sus bigotes espesos y bien cuidados, los ojos brillantes por los rayos de la gloria y la sonrisa siempre como una aureola sin ningún temor de duda. ¡Abuelos, padres, hijos! Y las madres como ángeles protectores, y la hija mayor, la hermana mayor o quizá la única hija, la única hermana, más que un ángel, la roca fuerte, la fortaleza, el núcleo de la familia de los héroes que nunca mueren, que se suceden, que hacen la historia de ese pueblo invencible, varias veces traicionados por sus propios aliados, pero orgullosos de su origen. Son los racios que con Nino, Serbón y Alejandro conquistaron la India, conquistaron el oriente y dejaron en Persia las raíces de su idioma. “Cosa seria eso de las hermanas”, afirma Dusan, y el viento de la primavera, en ese mes de abril cálido y luminoso, esparce por el aire los capullos de los tilos, arranca hojas de los cedros y deja que en el empedrado del parque jueguen los niños, alborotados y alegres. Llevo la misma sangre, el mismo ímpetu, hasta que mi propio corazón, brújula herida por la nostalgia, decida la ruta. El mar es inalterable y los caminos del cielo inconmovibles y eternos.
Tal vez se vea el cielo más próximo y la tierra más lejana. He aceptado ese milagro de la tecnología sin pensar en el riesgo que eso significa, no creo que los grandes inventos hayan sucedido si el genio no acepta el desafío de la creación, los fracasos fueron un estimulo, nunca una derrota, Dios no frotó ninguna lámpara ni supo tampoco que el tiempo le pondría émulos más exóticos capaces de volar en las alfombras o a lomos de las ocas salvajes. Ni rompió el molde, quedó con sus imperfecciones esperando que el modelo por si mismo recargara sus baterías y en la marcha fuera superando sus defectos, arreglando las cargas como dicen los arrieros, pero fueron más los malos que los buenos, el mundo se ha llenado de chatarra, de máquinas inservibles, de seres desechables, de sofisticados asesinos que como loros repiten un estereotipo, una frase ramplona desprovista del alma “I love you” y los cachorros, como los buitres, aprenden a poner en práctica el crimen experimentado en las salas de juego de los casinos manejando escenas virtuales de violencia. Tienen la emoción del polígono, el sentimiento humano se ha perdido, han sacrificado la chispa divina que les dejó el Creador a pesar del molde maltrecho e irreversible, entonces así entrenados los “pilatos” del aire sueltan las bombas, desatan el Apocalipsis, arden hospitales, escuelas, hoteles, trenes de pasajeros en marcha, puentes transitados por vehículos, animales de carga, de gente que como yo, en los terraplenes, gusta de admirar el paisaje, el agua que corre bajo los pies arrastrando botes, barcas, cisnes y de pronto la sangre, cuerpos desmembrados, de la noche a la mañana, sin declaración de guerra, de cínica sorpresa, todo un imperio contra un pueblo rebelde y heroico que nunca aprendió a rezar de rodillas y que sabe estar al lado del Universo de igual a igual sin menosprecio ni subyugación alguna. Tanto unos como otros en nombre de Ala o de Cristo lo han tomado como bandera de proselitismo esperando alcanzar el paraíso de las huríes, y yo, al margen de la canalla, en paz conmigo mismo, arriba el cielo, abajo la tierra, voy dentro de esa poderosa máquina acompañado por más de 350 personas desde Frankfurt a Caracas. El riesgo está en los cambios atmosféricos, las tormentas, los vendavales que hacen de la nave una pluma al viento. He visto los rostros de los pasajeros llenos de pánico cuando la tormenta sacude la estructura del aparato y en cualquier momento puede irse a pique. Supongo que tendría el rostro igual y como ellos agarrado con desesperación a los brazos de las sillas. Podía escucharse en ese total silencio la respiración angustiada y la plegaria que alguna mujer invocaba en una oración. Pensé “que muerte tan estúpida la mía”, después de varios minutos de pánico el aparato se estabilizó y al aterrizar en el aeropuerto de Belgrado los aplausos de los pasajeros retumbaban con estruendo por toda la cabina. Venia entonces de Madrid en un vuelo de las aerovías yugoslavas, pero las experiencias no sobran y no debe uno olvidarse de dar las gracias al cielo por todo cuanto nos acontece, para bien o para mal, aun cuando creo que el llamado mal no sea más que una advertencia para cambiar de rumbo, de camino, de pareja, o de revisar cuidadosamente nuestra agenda, llenarla de borrones, de tachaduras y empezar de nuevo. Como en aquel otro viaje que no pudo aterrizar en Frankfurt por la niebla, cuando lo hizo ya mi conexión había partido y no tuve más remedio que aceptar la propuesta de hacer el viaje por el Brasil. Anteriormente la había rechazado en otra experiencia en Paris, pero el Brasil me perseguía, nunca pude descubrir la razón o quizá entonces perdí la oportunidad de algo entonces para mi desconocido.
Muchas son las historias que corren sobre estas experiencias, algunas son jocosas, otras trágicas, pero aun así me imagino el drama de aquellas personas que le tienen pánico al avión, siendo que la tragedia o la muerte puede estar escondida detrás de un árbol en la carretera, en algún profundo bache en el camino o en una insignificante cáscara de banano arrojada al azar en la calle.
Allí estaba Hernando esperándome, haciendo bulto entre quienes se agolpaban a la salida de los pasajeros, algunos con pancartas inquiriendo por alguien o confundiéndolo con alguien que a duras penas llega recuperándose de la angustia de haber estado al lado de la muerte, una anciana achacosa que no cesaba de correr las cuentas del rosario y de besar el diminuto crucifijo de plata. Su cháchara era interminable, lo peor de todo era que tampoco mi vecino, otro viejito despistado que venia leyendo la pagina financiera de un periódico gringo no le entendía ni jota, quizá la anciana muy temerosa de perder sus joyas en el siniestro que llevaba gravado en su mollera había guardado cuidadosamente, envuelta en un pañuelo de seda, su prótesis dental, más tarde me di cuenta que la pobre señora hablaba sola, al parecer en alemán con el espíritu santo. A esas alturas la azafata conteniendo la risa llevaba en sus manos enguantadas un extraño envoltorio que más parecía un suspensorio que unos extraños calzones a cuadros, como una tabla de ajedrez.
Me sentí molesto, profundamente abatido. Eran las seis de la mañana cuando la buseta me dejó en el aeropuerto de Budapest. Fue un largo viaje desde Belgrado, afortunadamente la nieve no se había convertido en hielo, lo que permitió que el vehículo mantuviera un ritmo acorde a dicha circunstancia. Ni siquiera se interesaron los aduaneros por revisar las maletas, a esas tempranas horas de la madrugada el sueño no se desprendía de los párpados. El frío era agradable, no mordía las carnes. Una brisa suave me acariciaba el rostro. La necesidad de tomar un liquido caliente, un té, un café, era indispensable, pero no había a la vista ningún expendio, todo estaba cerrado, la nieve brillaba con la luz amarilla de las farolas, así que tenia que aguantarme las ganas hasta llegar a Budapest.
Al regresar del baño me percaté con asombro que había olvidado el bolso de cuero con mis documentos dentro: pasaporte, chequera, efectivos en dólares. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pensar lo que habría podido suceder si esos documentos se pierden. Katalin no estaba en el sitio acordado y no me era fácil la comunicación con la azafata húngara en el “desk” de la agencia de viajes. Necesitaba un teléfono, ubicarla, pero los húngaros carecen de cortesía. “Esto, me decía Katalin, puede suceder en Serbia, no en Hungría”, recordaba la observación, muy oportuna. No era quizá el único episodio para retratar el carácter de los serbios. La joven abogada venia de Rovinj, en Croacia. Trabajaba en la defensa de las propiedades de los ciudadanos serbios que los croatas habían incautado una vez ratificada la separación de los estados. Muy difícil de clasificar este acto contrario a las normas del Derecho y a la vez fuera de todo orden legal. Pero esa era la situación y ella, Sladjana Roganovic, venia justamente a Belgrado a definir con algunos colegas serbios el procedimiento a seguir en esa absurda situación provocada por un chovinismo anacrónico y estúpido. Tenia miedo de movilizarse en el transporte público, pensaba sufrir la experiencia de los serbios atacados física y verbalmente por algunos retrasados mentales de Croacia, pero no, le decía su tío, un ex coronel montenegrino residenciado en Belgrado al terminar la segunda guerra mundial, “eso aquí no puede suceder, seria absurdo que eso sucediera…. No está en los genes, en el carácter de los serbios…” Aun así la mujer se movilizaba con gran temor. La terminal de autobuses para Nuevo Belgrado se encuentra en una clásica plaza de mercado estilo turco llamada Zelenivenac. La tentación la lleva a los toldos del mercado. El calor es insoportable, alguna fruta quizá pueda calmar la sed, pero las fresas… son enormes, rojas, jugosas. No le importa el precio. Busca un recipiente de plástico en los expendios vecinos. “Vamos, mujer, le dice la campesina llena de curiosidad, ¿piensas hacer mermelada?” “No, contesta Sladjana automáticamente sin temor a su acento, son para mis hijos.” “Aaaaah, exclama alegre la merchanta. Eres croata, hace mucho tiempo que no escucho el acento croata en esta plaza. Y dime, ¿vives aquí?” Ya más tranquila y con más confianza aclara que vive en Rovinj, en la costa adriática. “Deja mujer, le dice la campesina serbia con más afecto materno e intima cercanía, deja mujer, deja que yo te escoja las fresas más hermosas para que se las lleves a tus hijos….” ¡Serbia! El corazón de Serbia! Me enamoré de Serbia esa madrugada de un mes de febrero cuando me bajé del tren, se me perdían los pies en los montículos de nieve y los ocho grados bajo cero me pellizcaban las orejas. Aun resonaba en mis oídos los alegres gritos de despedida de mis amigos en Roma: “¡buon viaggio… buona fortuna! tanti auguri a Tito!”
Siguiendo el consejo de Ricardo al desembarcar en Génova, era necesaria la aventura completa. Un viento frío, helado soplaba en el puerto de Veracruz, pero ese viento traía a la vez una fragancia específica, olores de miel, de canela y vainilla, como si todo el puerto fuera en si un expendio de golosinas. Esos olores de las golosinas me hacían sonreír al recordar la sorpresa de mamá al encontrar la despensa mermada, éramos tan inquietos e insoportables que nos ocultaba los dulces de chocolate y de coco rayado, no se explicaba cómo podíamos mi hermano y yo burlar los candados que seguían firmes y sujetos a las dos argollas que enlazaban las puertas, pero quedaba un buen espacio abierto para poder fisgonear en el interior la posición de las tan anheladas bolsas y tarros de dulces. Éramos ingeniosos, entonces, cuando pensaba en el hermoso y sorprendido rostro de mamá, los frescos olores a caramelo, a miel batida con vainilla y chocolate de las heladerías y dulcerías de las casas comerciales del puerto llegaban al malecón a confundirse con la brisa salobre del mar. Detrás de la grotesca figura del fotógrafo se veía agitada al ritmo de las olas la silueta gris del barco que me llevaría a Italia.
-Venga paisano, me grita el fotógrafo. Deje que le tome una foto.
No me interesaba, preocupado como estaba pensando en el viaje, en subir a bordo pronto, era la primera vez que viajaría en barco y el “Satrustegui” se mecía airoso al vaivén de las olas. El día gris se reflejaba como una pizarra en las aguas de ese tranquilo mar que pronto me confundiría con el Caribe, el mar de la aventura, de la conquista y los piratas, pero este era el mar de Cortés, el de las naves ardiendo para cerrar los caminos de la cobardía y no había sino una trocha abierta a empujones por los sueños de un hombre desbrozando la manigua. Graznaban las gaviotas rasgando el cielo gris y la voz del gordinflón situado a pocos pasos, detrás de un trípode que sostenía una descomunal caja de la que sobresalía una especie de periscopio, el ojo oscuro del objetivo parecía la boca de un cañón de corto alcance. ‘’Vamos, paisano ‘’, insiste el hombre y yo remolón seguía con la vista en el horizonte pensando en el fraude que Colón les inventó a los reyes de Castilla. Y sabía a ciencia cierta que no estaba en Cipango y que ya en el 1478 los chinos le habían adelantado la proeza, pero estaba el fotógrafo insistiendo ‘’mire paisano que yo también soy colombiano…’’ Me estremecí. ¿Cómo podía saberlo? Perro no come perro, dicen, y añadía para convencerme “conozco a Ariel, al mago, a Pedro Peláez…’’ Me convenció, el uno era corresponsal de “El Tiempo”; Jaramillo, un comerciante a quien por su “dudosa ortografía” le decían el mago; el tercero un pintor que andaba a la búsqueda de nuevos colores, nuevas experiencias y mundos nuevos, en ese mundo ya viejo de los mexicas.
A Ricardo Arias lo conocí al desembarcar en Génova, su madre viajaba en el mismo “Satrustegui” desde Caracas, e hicimos buena amistad. Su hijo estaba por obtener su titulo de médico y ella asistiría a los festejos de su grado en la Universidad de Basilea. La vida, me confirmaba entonces Hernando, tiene siempre un misterioso mensaje si sabemos interpretarlo a tiempo. Bebíamos café negro, fuerte, espeso en una de las tantas cafeterías del aeropuerto El Dorado. No me interrumpía, dejaba en realidad que el relato se deslizara como un río, subiendo, bajando y cubriendo la llanura con una hebra de plata. “Che, me decía un amigo argentino en Belgrado, todos tenemos nuestra historia y a mi nadie me quita lo “bailao”. Por primera vez en mi vida, le confesé, supe lo que era tomar un buen café y eso fue en Génova, en la cafetería del hotel que nos hospedaba. Una hermosa mujer nos observaba a poca distancia, tenía los ojos claros como el mar y negra la melena. “Es una mariposa nocturna”, observó Ricardo. “¿Cómo lo sabes?”, pregunté. Hizo él un gesto con las manos y la esplendorosa hembra le contesto dándole una cifra. “Cinco libras”, me informó Ricardo. “’Veo, me dijo Hernando, que la italiana y el café te impresionaron’’ Si, mi primera e inolvidable noche italiana. Toda ella era un remolino de ternura y el perfume que emanaba de su cuerpo quemaba los sentidos. Le expliqué entonces lo que para mi era realmente un café, ¡ah, un café con olor a mujer!, ¡la bella Italia! no esa agua azucarada y turbia que en Colombia llaman “tinto”. “Quizá, Hernando, el mejor café que he tomado en Colombia lo preparan los campesinos que lo endulzan con canela rayada, ellos no miden la cantidad del polvo granulado y el aroma fresco y cordial lo expande la brisa de la madrugada con el humo del fogón, que son las horas propicias para beber caliente ese aromático estimulante acompañado con arepas de maíz blanco, rellenas de queso, y pedazos de carne asada.’’ “Cómo sabes todas esas cosas, tú, hombrecito de la ciudad?’’ “Me subestimas, Hernando, ya sabes que prefiero la compañía de un obrero o la de un campesino que la de esos señoritos maricas, bien vestidos, bien hablados, que pretenden saberlo todo… he amanecido con esos campesinos en el monte, he pasado con ellos las noches a la luz de los leños ardiendo a campo abierto, disfrutando de sus ingenuos relatos de fantasmas y aparecidos, respondiendo a sus preguntas, a sus deseos de saber lo que no conocen, a ratos pasando de mano en mano una caneca de aguardiente o una calabaza llena de guarapo bien fermentado y fuerte’’: un tumba caballos, como jocosamente llaman a ese brebaje del zumo de la caña de azúcar.
Parece ser un día muy agitado, el fluir de gente es intenso, las cafeterías de las terrazas siguen ahítas, el jolgorio y las risas dan al aeropuerto un aire de fiesta. No todos viajan y los que llegan, al igual que yo, quedan departiendo con los parientes o los amigos que les han dado la bienvenida. De igual manera me encantan las estaciones de los trenes y en el trópico las terminales de los autobuses interurbanos. El afán de quienes arrastran pesadas maletas, las mujeres sin soltar a los hijos de las manos, chiquillos que corren y gritan y los vendedores ante los impávidos policías de guardia anuncian su mercancía en voz alta guiñándole un ojo a alguna guapa que sonríe picarona. Las brillantes luces de neón nos han prolongado el día. “¡Diablos!, exclama Hernando mirando el reloj, Sofita debe estar preocupada por nuestra tardanza!’’ Sofía, el ángel guardián de su hermano gemelo. Nacieron el mismo día, casi a la misma hora con una diferencia de minutos, son almas gemelas, se sienten y presienten uno al otro. Los dos han quedado solos. Ella viuda y el único hijo, casado, en los Estados Unidos, él también separado de su esposa e hijos residenciados en Miami, pero los dos hacen una familia sólida, la soledad es más bien un bastión de fe y optimismo y nada ni nadie puede enturbiar la fuente de su felicidad interna, porque la energía es eterna y la luz no se apaga. Pienso de igual manera sobre Vilma, mi hermana, que se ha convertido en pilar de nuestra numerosa y enigmática familia. Enigmática, pues también a veces no sé quien soy. Sólo sé que no soy… Casi aislados en un condominio lejos del tráfago humano nos entendemos muy bien. La recuerdo cuando era una niña de escasos dos años, vestida con un overol azul con tirantes y una blusa impecablemente blanca, jugando en el patio de la casa con un gatito gris, era yo, soy, mayor siete años y regresábamos con papá de un largo viaje desde Tumaco a Ipiales.
Tiempo de vacaciones escolares. El tren ya no existe, pero entonces éste desde un punto llamado El Diviso, nos llevaba a la costa del Pacifico. El Diviso quedó en mi memoria por unas golosinas especiales que vendían gritando unas negritas alegres y jacarandosas: ¡quesitos de coco, a la orden! ¡Quesitos de coco!, pero también estaban las rodajas de piña recién tajadas, y las naranjas, las papayas, los nísperos, todas las frutas del trópico en esos enormes canastos que con gracia y donaire las negras mayores mantenían en equilibrio sobre unas almohadillas a manera de coronas en sus cabezas lanudas. En la Isla del Gallo soltábamos cometas, barriletes, papalotes. El mar, horadando con insistencia la roca, había formado un arco inmenso como si fuera la nave de una catedral de arena. Una clase de historia. Papá con un trozo de madera trazó en la superficie de la playa una línea más o menos larga. “!Los que la salten conmigo, exclamó un poco teatralmente blandiendo el leño como una espada, irán a la conquista del Perú, los que no, regresan a España!’’ Eran las palabras de Francisco Pizarro a los náufragos que en la Isla del Gallo esperaban el milagro de una nave que los rescatara.
Un “Renault-4’’, quién sabe de qué memorable año, me abrió sus puertas. A pesar de su edad el andamiaje, la pintura y la estructura se conservaba en buen estado, de tal manera que la lluvia resbalaba por las latas sin filtrarse, era agradable escuchar el golpe del agua en las ventanas herméticamente cerradas. Llovía a chorros, por dentro, a causa del vaho que exhalaba nuestra respiración, se empañaban los cristales, con la manga del saco Hernando trataba de aclarar la visión del parabrisas. Bogotá se desdibujaba fantasmal y efímera. Los vehículos que corrían a mayor velocidad paralelo a nuestro vejestorio nos salpicaban como si fueran verdaderos baldados de agua. Los baches son proverbiales en Bogotá y si no se detectan a tiempo el carro puede caer en una trampa, romper un eje o bajar un neumático, pero Hernando era un conductor prudente y “piano, piano’’ llegamos a casa de Sofita sin ninguna novedad. Nos esperaba con la mesa servida, chocolate a base de leche bien caliente, tajadas de queso y pan blanco de huevo bien aliñado. Lo curioso es que el fotógrafo de Veracruz no sólo me tomó la foto, sino que me llevó a su humilde vivienda, un rancho fuera del perímetro urbano y me obsequió exactamente con una merienda, una cena a la mexicana, similar a la que nos ofrecía Sofía, la hermana de Hernando, pero a cambio de pan buenas son las tortillas. Satisfizo mi curiosidad. Era fácil reconocer que no era mexicano por mi apariencia, la forma de vestir y mi físico. Los colombianos tienen su característica, me decía Francisco Franco “y yo nací en Cali… huérfano a los pocos años decidí un día meterme de contrabando en un barco que había atracado la noche anterior en Buenaventura, me descubrieron en alta mar después de cruzar el Canal y se hicieron los bobos en Veracruz, me escabullí, pero pude sobrevivir gracias a Lupita, mi mujer, que era mesera en un restaurante del puerto, y aquí estoy, amarrado, con tres hijos, fui aprendiz de un fotógrafo, y si, soy feliz, ¡soy mexicano!’’ Al recordarlo ahora conversando con Hernando y Sofita, comprendí el mensaje de Ricardo en Génova. La aventura no puede dejarse a medio camino, sino terminarla, darle un giro total como la vida misma, yo la había iniciado cuando de la noche a la mañana resolví irme de casa siguiendo el sueño de mis lecturas infantiles. Dos libros me regaló papá siendo niño de escuela: Don Quijote y una biografía de Napoleón, pero mamá me armó caballero con otro que solía leerme en italiano, inculcándome la ética del rey Arturo y los campeones de la tabla redonda. Viví una temporada de mi niñez en Ecuador. En Quito mamá visitaba las iglesias coloniales, la atraían el arte de los imagineros andinos, las esculturas de los santos en madera, los relieves de los portales y de las escaleras doradas de los púlpitos, no dejé de acompañarla en sus andanzas, también intrigado por la arquitectura de aquellos templos, los rostros austeros de esos santos que brillaban a la luz de los candiles, la sempiterna irradiación de las vírgenes que me miraban con ternura desde la altura de sus nichos, pero un día casi nos perdimos atravesando un parque. Mamá tenia una manera singular de reír en esas situaciones, se recriminaba asimismo diciendo “que tonta soy de no haber tomado un mapa’’, salido casi de la nada apareció un indiecito, un niño de quizá diez años de edad, cubierto con una ruana carmesí y un sombrero inmenso que le ocultaba medio rostro. Mamá le preguntó lo que quería saber. “Aquicíto nomás, mi niña’’, le respondió el pequeño con una dulce voz cantarina e indicándole con la mano la ruta a seguir. “Hijo mío, me dijo entonces mamá, cuando crezcas quiero que seas tan amable y cariñoso como este niño’’ Mamá le regaló una moneda que el chiquillo rehusaba recibir, pero Ella tenia sus argumentos: “…tómala, hijito, para que le lleves un regalo a tu madrecita!’’ Aceptó finalmente el niño la moneda: “¡Diosito la bendiga, mi niña!’’ y siguió su camino jugando solo, saltando y cantando solo como he visto que lo hacen todos los indiecitos que he conocido en mi vida. El libro que me regaló mamá: “Cuore’’ de Edmondo De Amicis.
Ya casi ni recuerdo cual fue mi experiencia de seguir a Roma. He tenido siempre una gran pasión por los trenes, pero viajando de noche era imposible captar alguna impresión. La noche no era más que una sucesión de luces, de ciudades y pueblos apagados en la sombra, las estaciones intermedias eran exactamente iguales: un largo, larguísimo andén protegido por la extrema prominencia de un ala de metal y cemento que se desprendía del edificio matriz, un reloj inmenso de blanca y luminosa esfera y un letrero que destacaba el nombre de la población de tránsito. Ricardo me dio el nombre y la dirección de Polito Acosta, un paisano suyo que con el correr de los años terminó en una guerrilla venezolana. Igual que Pedro Duno que fue mi amigo y compañero en México y más tarde en Londres. En Belgrado hizo escala viniendo de Moscú y mis compañeros serbios le obsequiaron una “subara’’, un gorro de piel de carnero, pidió entonces que le añadieran una estrella roja, lo complacieron y felices con él cantaron La Internacional. Otro de ellos, un peruano de origen chino, quien también fue un gran amigo y compañero, residíamos en la misma pensión del Distrito Federal, en el número 12 de Guillermo Prieto, a la vuelta de Miguel Schultz donde habitaba el excelso y extraordinario poeta republicano, León Felipe. Chang Navarro murió con el Che Guevara en Bolivia.
Polito Acosta se encargó de localizar a mis amigos colombianos que estudiaban en Italia. Tenía razón Ricardo, habría sido una tontería salir directamente de Génova a Yugoslavia. Fueron días estupendos con todos ellos en Roma, hasta cuando me acompañaron a la Embajada de Yugoslavia, pues me estaba quedando corto de dinero y no quería naufragar en Italia. Se sintieron halagados y conmovidos con el Embajador Jelic, que nos atendió a todos en su despacho, nos brindó café y un brandy serbio llamado “rakia’’, con unos dulces de nueces “ratluk’’ para mejor disfrutar del café y del agua mineral que en conjunto todo venia en una bandeja típica de cobre repujado a la usanza turca. “Qué diferencia, decían al salir de la embajada yugoslava, qué diferencia con esos desgraciados de los embajadores y cónsules colombianos que nos reciben como pordioseros en los pasillos’’. Tenían razón pues esa experiencia la viví en México y desde entonces y para siempre le cobré alergia y fastidio a los diplomáticos colombianos, “analfabestias’’ los calificaba uno de ellos que para desgracia suya terminó siendo un día Embajador en Alemania … pero había cambiado, se acordaba del diplomático yugoslavo en Roma.
Fue Konstantin Vujovic, le explicaba a Hernando y Sofita que escuchaban mi relato, que me habló de esa devoción que sienten los serbios por sus hermanas, mujeres maravillosas que en todas las hecatombes sufridas estuvieron a la altura de todos ellos, así pude ver en un pueblecito de Serbia el bronce de una mujer soldado, sublime en su pedestal en actitud de lanzar una granada, considerada héroe nacional de la primera guerra mundial. Había participado machamente también en las anteriores dos guerras balcánicas. Milanka Savic. Sus compañeros de armas no sabían que ese soldado tan atrevido, tan audaz en el combate, tan valiente en todas las situaciones sufridas, no sabían que ese mozo que despreciaba a la muerte era una muchacha campesina del sur de Serbia, hasta que cayó gravemente herida y en el hospital de campaña las enfermeras constataron su sexo. No ha sido, no fue nunca la única, pues ese ejemplo se generalizó cuando todo el pueblo un 27 de marzo se levantó como un gigante para aplastar a los huestes de Hitler en la segunda gran guerra. ¡Y qué bien! ¡Cómo las admiraba! Qué hermosas se veían en sus uniformes de parada en los desfiles militares por las calles de Belgrado. “¡Bog i Srbija!’’ Y los chiquillos entusiasmados a los sones marciales las acompañaban, gritando “¡hurra! hurra!’’ como solían hacerlo los soldados rusos y serbios en sus audaces avanzadas sobre el enemigo. ¡Las diosas de la patria serbia! Pero también fueron mujeres del pueblo las heroínas colombianas. Quizá el monumento más hermoso a Policarpa Salavarrieta lo vi de niño en Ipiales, en mi recuerdo asociado a las picardías que cometía con mi hermano cuando con un largo palo y una especie de garfio sustraíamos de la despensa los tarros de dulces que mamá nos ocultaba. Claro que a la única testigo de nuestras acrobacias, que a veces se nos pegaba como la mosca a la miel, le comprábamos su silencio compartiendo los caramelos de chocolate y leche con la niñita del overol azul. “¡Ah, estos muchachos!’’ reía mamá al descubrir a nuestra hermana menor con la boca y las mejillas embadurnadas con crema de chocolate.
… y pensar que las pepas del cacao eran instrumento de intercambio comercial de los mexicas como lo fuera el ganado, pecunia, en la antigua Roma. Tanto los árboles del cacao como el maíz, se extendieron desde México al sur del continente y nadie se explica, por otro lado, la presencia del banano tanto en Asia, como en África y América. No tiene semilla, no tiene sentido: ¿cómo entonces estos arbustos aparecieron casi simultáneamente en esas disímiles regiones del mundo? El maíz ya estaba en África antes de que Colón arribara con sus naves a la isla Guanahaní. Mi admiración no tiene limites cuando al frecuentar la plaza de mercado en Xamoundi, veo esa enorme cantidad de frutas y vegetales que me remiten a su procedencia de otras lejanas tierras, ya la papa, los frijoles y la yuca estaban en el menú que los aborígenes ofrecían a los peninsulares y hoy en igual medida y semejanza en Kalenic, la más tradicional y exótica de las plazas de mercado de la capital de Serbia. Estoy cerca de Kalenic con Katalin, esperando el autobús que nos llevará al Museo Etnográfico, veo entonces que por esa calle desciende de la plaza de mercado mi vecina Emma, una bella morena de aproximadamente 25 años de edad, acompañada de un hombre joven, su esposo, supongo, portando sendas bolsas de plástico. Son casi la cinco de la tarde. Es la hora propicia para hacer compras, los campesinos quieren irse a casa y liquidan a menos costo los excedentes del día. Está finalizando el mes de junio y la noche demorará en llegar dentro de un par de horas. Me saludan cordialmente, pero a los pocos pasos Katalin extrañada me llama la atención: la joven pareja se ha detenido a prudente distancia y discuten acerca de algo. No le di importancia, quizá algo baladí propio de los matrimonios jóvenes. Le explico a Katalin que ella trabaja en la panadería que se encuentra a unos cuantos metros más abajo de donde estamos, allí voy entre seis y siete de la mañana, antes de que se agote, a comprar mi porción diaria de pan negro, de pan de centeno, y el pan blanco que a ella tanto le gusta a la hora del desayuno, con queso y yogurt. A la mañana siguiente Emma me explica que deseaba presentarme a su esposo, pero este se opuso diciéndole que no era oportuno molestarme cuando estaba acompañado de tan hermosa mujer. Me halagó el comentario que luego transmití a Katalin. “Mi compañera, le dije a Emma, es una poeta muy célebre, anoche tenia un recital en la sala de ceremonias del Museo Etnográfico. No vive en Serbia y justamente ahora debo acompañarla a la estación del ferrocarril, regresa a Budapest’’ Jasna, la rubia y ojiverde compañera de Emma que ha escuchado el comentario, en un santiamén llena de bocadillos una bolsa de papel y me la entrega: “para su amiga, ¡que tenga un buen viaje!’’ Sonríe Katalin bellamente complacida, y me dice: “esto, ¡esto, solamente puede suceder en Serbia, pero no en Hungría! ¡Nunca en Hungría!’’
El tren parte. Parece un tren blindado, un hermoso y corpulento tren ruso que en su ruta a Moscú pasará por Budapest. Estoy frente a una puerta herméticamente cerrada y no sé qué hacer, he dejado la maleta en el suelo. Ríe alegre Katalin al verme perplejo frente a ese portentoso tren que antes nunca había visto. “Busca, me dice ella, dos diminutos botones: uno verde y uno rojo. Aprieta el verde.” Lo hago… y la puerta automática se abre en silencio, al igual que la otra de cristal para ingresar al compartimiento señalado en el tiquete que tiene en su mano izquierda Katalin. Me quedo a su lado varios minutos, con tristeza y con nostalgia por su partida, y segundos antes de que el ferroviario anuncie la salida salgo al andén, a mi soledad, y me quedó largo rato mirando la portentosa máquina que rauda marcha hacia el recuerdo.
Lo tenia en la mente sin poder recuperar el nombre del poeta norteamericano autor de “El Tren de la Libertad’’, en cambio como una ráfaga de tempestades me venia a caudales la voz de Paul Robson, arrolladora, potente, soberbia, cuando a esas se presenta la azafata con ese extraño adminículo a cuadros semejando un tablero de ajedrez, me di con la palma abierta de la mano derecha un formidable golpe en la frente que retumbó como una cachetada, el señor de la barba gris que venia a mi lado leyendo la página financiera de un periódico inglés, se sobresalta y me mira entre sorprendido e intrigado, también la steward que había encontrado, olvidado en el “toilete’’ de la cabina de la clase VIP, la prenda íntima de uno de los tres octogenarios que viajaban en el sector de los privilegiados, héroes de una guerra que solamente ellos recordaban. ¡Loughton Hughes!, dije frotándome la frente adolorida por el golpe. “ I beg your pardon?”, me increpa el inglés de la barba gris. La misma pregunta tonta y altisonante de la azafata húngara en el aeropuerto de Budapest. Fue en ese viaje de la Air France mal programado por una agencia de viajes en Belgrado. Me improvisaron los húngaros una conexión que falló en Paris, el avión a Bogotá había partido y el previsto a la medianoche para dar el giro a través de Sao Paulo fue cancelado por el mismo capitán a causa de una grave avería en la nave. Pero en aquella otra ocasión en Frankfurt, a causa de la niebla, no tuve más opción que aceptar la conexión que me ofrecían por el Brasil. ¿Por qué, me preguntaba, por qué esta maniobra de las circunstancias? ¿Este segundo capricho de ir al Brasil?
Maravilloso espectáculo ver la selva desde el aire, al amanecer cuando el aparato entra en el continente. Aves multicolores agitadas por el ruido de los motores buscan un escondrijo más a propósito en la voluminosa y verde fronda. Chispas de fuego rojiazules, minúsculas y aladas estrellas, mariposas gigantes de extrañas y exóticas fascetas, pájaros de extravagantes picos y colores… aparecían muy por debajo de la nave cabañas diminutas, casitas como juegos de muñecas y bohíos iluminados por las bombillas de la luz eléctrica … no estaban tan abandonados por la civilización, supuse de igual manera que con seguridad existen instalaciones telefónicas en las profundidades de ese mar vegetal.
Hay quienes aman la selva, la atracción de un peligro desconocido, como quienes también se adentran en el mar y otros que buscan en el desierto espejismos de huríes y caravanas de beduinos y piratas. La selva ofrece inesperados refugios, pequeños espacios de hierbas y arbustos a orillas de remansos apacibles que forma el río en sus recodos, gigantescas piedras carmesíes a manera de islas que ha pulido la corriente y el agua estancada, un pozo cristalino lleno de vida, de diminutos peces atisbados por pájaros pescadores en lo alto de los árboles que han aproximado sus ramas hasta formar una bóveda que filtra con delicadeza los candentes rayos del sol. Sobre los troncos reclinados a la orilla del río las tortugas que buscan las caricias del sol se van arrojando unas detrás de las otras como picaras bañistas a las ondas del agua cuando escuchan el ruido de las lanchas a motor que por allí navegan. Hay ríos de salvaje hermosura, aparte del Amazonas, el Nechí en Antioquia es uno de ellos, las orillas se pierden a causa de la vaporación del ambiente y se tiene la impresión de una ilimitada frontera a no ser por el reflejo de los árboles en el agua.
Sao Paulo no queda muy lejos del Mato Grosso, pero si en el mar, muy cerca del alboroto de las sirenas de los barcos. Me tocó arrastrar una maleta hasta el segundo aeropuerto, sin saber que eran dos en uno. Detrás mío en uno de los controles de aduana venía una joven dama, una bruneta muy elegante, de apacible y bello rostro, le cedí mi sitio, ella, agradecida, me esperó después. “¿Por qué, me preguntó extrañada, tan larga vuelta para ir a Colombia?’’ No podía encontrar en ese remolino de gente, de equipajes, de cabinas, de idas y venidas, no podía localizar las oficinas de Avianca, y ella, italiana de origen croata, residente en Fortaleza del Mar, trataba de auxiliarme en esa mi tribulación del viaje. No me abandonó Andjelina Ljeto, hasta que logró indicarme la salida de regreso al primer aeropuerto, que era donde se suponía debían quedar las supuestas instalaciones de la aerovía colombiana, pero allí, por segunda vez, otra joven mujer, una paraguaya funcionaria en esa megalopis, me encaminó hacia un recoveco donde dos mujeres hindúes, con sus típicos atuendos, atendían a los hipotéticos pasajeros que irían a la India. Me era difícil imaginar un fakir con sombrero de paja y camisa estampada con loros y palmeras. En su inglés característico me dieron a entender que no conocían la existencia de Avianca. Preocupado seguí buscando hasta encontrar un anuncio que ofrecía como auxilio el número de un teléfono. Llamé. Funcionó. Me dijeron que esperara allí donde me encontraba, que en media hora estarían los agentes de Avianca. Minutos después llegaron otros dos colombianos tan angustiados y despistados como yo, un tercero parecía Juan Valdez, el vendedor de café antioqueño, hasta que apareció una pareja soñolienta, de edad indecisa, que sí hablaban español: eran los tan buscados agentes de la deambulante oficina, de la inverosímil y casi fantasmal línea aérea colombiana. Ya tranquilo con los improvisados compañeros, caí en cuenta que esa insistencia de perder las conexiones para viajar a través del Brasil, obedecía a ese encuentro fortuito, desapercibido y fugaz con Andjelina, médica, según me dijo, “Primarius’’ de un Sanatorio para Alienados. Pero era ya tarde, ¡santo Dios, qué loco fui!, no se me ocurrió pedir su dirección. Muy prudente me deseó mucha suerte en la pesquisa de Avianca, siguió sin prisa su camino hacia la puerta de embarque para Río de Janeiro. Era ya tarde, el ángel había partido.
Supongo que nadie pone en duda la existencia de los ángeles, o al menos ciertas circunstancias que nos inclinan a creer en ellos, de todas maneras a causa de las imprevistas y engorrosas situaciones que suelen presentarse en los viajes he considerado que es más cómodo tomar de inmediato un taxi y llegar a la dirección indicada, evitándole así a los amigos y parientes las angustias de la espera. Llegué definitivamente a esa conclusión cuando el avión que me llevaría de Cali a Bogota, corriendo por la pista para despegar, fue regresado al puerto por una advertencia de la azafata al capitán: un pasajero fue victima de un ataque cardiaco y era urgente su atención médica en tierra. Claro que cuando finalmente me presenté en casa del poeta amigo que deseaba ser mi anfitrión, la mesa estaba servida y su hermana Alicia profundamente preocupada, y no sin razón, tanto afán y esmero y a última hora el temor de que la cena se echara a perder porque el invitado de honor no aparecía. La madre cumplía la friolera de 105 años, un siglo asombroso de vida promisoria, dos hijos de éxito en sus respectivas profesiones y una nieta en algún lugar de Alemania en donde el poeta habíase doctorado en Filosofía y Letras. Alicia era médica, quizá nunca contrajo matrimonio por estar pendiente de su madre y de su hermano, el poeta, profesor universitario y con un válido reconocimiento literario en la vida cultural. Doña Carolina seguía siendo buena conversadora, de una memoria envidiable y prodigiosa, en las mañanas, después del desayuno, frente a una amplia ventana por donde la luz entraba a chorros se acomodaba muy plácida en su mecedora para leer el periódico del día. Alicia entretanto mantenía pulcra la histórica casa considerada patrimonio cultural de Bogotá, brillantes las rejas que la circundaban, sin ningún átomo de polvo el piso de la entrada y recogidas en una bolsa de papel las hojas marchitas que caían del chaparro arrancadas por el viento. A los quince días doña Carolina no madrugó, no despertó del sueño y contaba Alicia que su rostro guardaba una beatifica sonrisa. Por primera vez, después de muchísimos años de soledad y aislamiento, el chaparro sorprendió a los vecinos con unas enormes y bellas flores amarillas.
PÁGINA 30 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Domingo F. Faílde (Linares-Jaén/España)
Alguien escucha un disco de John Lennon
Viene del lado inmóvil del tiempo, suena
desde una cueva oscura esa voz que nadie localiza,
flota en el aire,
se empoza en la nostalgia, como un presagio líquido,
surcando la penumbra gris del atardecer.
He aquí, en un remolino de pájaros, la música;
el vértigo indomable de la voz, y John Lennon
sueña, imagina, eleva
la construcción del grito, la precisión insomne
de la luz insaciada.
John Lennon, a lo lejos,
trepa por el crepúsculo,
y reverdece el cauce del calendario,
como si un maremoto,
recorriendo el declive de la memoria,
el velo del origen descorriera.
He aquí la perfección de la tristeza
que mide la distancia de la noche, su indescifrable código,
sus ocultos designios, en tanto
dilapida sus pétalos la duda.
No es acaso John Lennon quien cruza la avenida,
sino una sombra dulce que no borró la lluvia,
anclada a un tocadiscos que, pese a todo, suena,
mientras entre los sauces se atrinchera el otoño.
(De Náufrago de la lluvia, 1994)
Finis gloriae mundi
Cuando la noche adviene.
Cuando sedienta cae
como un anciano ebrio que, súbito, desplómase
y, títere del vino, si de la edad, arrastra
su mísero esqueleto sobre la acera impasible.
Cuando oscura la plaza
y oscuro el mar también
y la alcoba, oscurécese
el reducto letal del corazón,
la memoria y el alma se oscurecen.
Cuando adviertes, en fin,
que no es posible el alba.
Entonces, cuando evidentemente estás solo
y no hay nadie en tu lecho, por más que el amor sueñe;
cuando, como temías,
el mundo se acostó más temprano que de costumbre;
cuando afuera la sombra del silencio se expande
y no se escucha apenas un ladrido
ni brama el oleaje
ni llueve, en fin, siquiera:
No huyas. Ten valor. Enfréntate al destino.
La historia que invocabas para ahuyentar la vida,
tampoco va a tratarte mejor.
(De Náufrago de la lluvia, 1994)
Epigrama
Confiabas, necio, en la posteridad,
y al juicio de la historia
legabas tus minutos. Al trueque del futuro
inmolaste el presente, renunciando
a la gozosa potestad del acto, al impagable
deleite de morir en cada gesto.
La sentencia del tiempo
no mostrara mayor benevolencia.
Mas ahora eres viejo y no es posible
reescribir el pasado ni te queda una página,
un último minuto para rectificar.
¡Qué error, así, la vida!
Aguardar hasta el fin la absolución,
en tanto te maldices tú mismo y te condenas
a morir esa muerte
que habías, sin saberlo, continuamente muerto:
Los ríos, muchas veces, son el mar.
(De Náufrago de la lluvia, 1994)
La Biblioteca de Beardsley
Si cierro la ventana, si la helada penumbra
enciendo de esta estancia, el otoño,
la quejumbre amarilla de la tarde, la dulce
llovizna con que acaso
trenza su vals la luz,
quedarán a la puerta, seguirán a la puerta,
aguardando
el discurrir monótono de la eternidad,
mientras aquí desfilan
mares, islas, ensueños,
huyendo de las doce campanadas
que saltan del reloj.
Mas dónde, sin embargo, la languidez del tiempo
esconde su pañuelo. Pues la niebla,
que ya empieza a espesarse, va invadiendo
también este aposento donde el silencio huele
a pergamino y moho (sobre la mesa,
se ha desmayado un libro, frío como ese búcaro
en cuyo vientre el sol palidecía).
Yo no sé dónde suena
el clavecín del viento
ni, en otro orden de cosas, si, a lo lejos,
Elgar,
fastuosamente,
enciende los faroles del crepúsculo,
es decir,
la tristeza,
que en su carroza alada
viene a cenar conmigo como todas las tardes.
Aunque a estas alturas,
no sé si este pendón me ama o tan sólo
quiere jugar al bridge.
(De Manual de afligidos, 1995)
Del origen
De lejos, hasta el punto
donde cierra la luz
las pupilas del mundo.
Y, en medio,
cubriendo la distancia
que hay entre el horizonte
y la mirada,
la vida -tu existencia,
signada, simplemente,
por todo cuanto tocas,
cuanto fue, lo improbable-,
y ese papel en blanco
que nunca escribiremos.
El espacio, qué error:
porque no hay cálculos
que al abismo resistan.
Y por ello es posible la poesía,
y por ello también
la tristeza.
(De La noche calcinada, 1996)
El sueño del caballero
Sueñas, joven amigo, con las dádivas
que te ofrece la vida.
Mas la vida
-recuérdalo- es tan sólo
esa fiebre instantánea que señala
tu presencia en el mundo,
la misma irrealidad de tu sueño.
La vida, que no el tiempo,
porque el tiempo sea acaso
todo cuanto posees,
es decir, la ilusión de estar vivo
y disponer de todo.
El ángel, sin embargo,
te señala el camino.
Tú no lo sabes, pero ya estás muerto.
(De Elogio de las tinieblas, 1999)
De omnibus martyribus
Con los ojos vaciados, desfilan por la noche.
Son extrañas siluetas que deambulan, sonámbulas,
arrastrando cadenas, en medio del humo.
Puedo verlas, silentes, subir al autobús,
sin que sus blancas túnicas se manchen de polvo
ni los descalzos pies rocen los excrementos.
Extraviadas, las órbitas vagan por el vacío,
como huyendo de sus verdugos
(a veces, un gemido los delata, las llagas
escondidas debajo de la veste purísima).
El mundo ha amanecido lleno de estas criaturas.
Abandonan los grises soportales del alba.
Por la ciudad caminan, buscando a sus sayones,
y una lluvia de sangre empapa las aceras.
Están en todas partes: oficinas, comercios,
sosteniendo la bóveda helada del mundo.
Son materia sufriente, viva vida, conciencia.
Todos han conquistado la gloria. Su infierno.
(De Elogio de las tinieblas, 1999)
PÁGINA 31 - CUENTO
Moebiana*
Por Sergio Borao Llop (Mallén-Zaragoza/España)
Para verificar que venía siguiéndome, ensayé itinerarios imposibles. Así, ejecutamos con precisión idénticos vaivenes, idénticas elipses, recortes y tirabuzones. Recorrimos extraños vericuetos, laberintos y desiertos. Inventamos rutas, estaciones y nombres de ciudades.
Como era previsible, nos perdimos; y lo que es peor: Después de tantas vueltas inútiles ya ni siquiera sabemos quién es el perseguido y quién el perseguidor, ni qué motivó esta situación, ni adónde nos dirigimos.
________________________________________
*Moebiana. De Moebius.
La banda o anillo de Moebius es una superficie de un sólo lado, donde envés y revés son la misma cosa.
PÁGINA 32 - ENSAYO
El padre en la poesía de César Vallejo
Por Danilo Sánchez Lihón (San Marcos/Perú)
Si hay algo en él de lejos seré yo
1. En nuestra cultura
César Vallejo es poeta de ámbito o dimensión universal, pero hecho o tejido con lo más esencialmente andino, familiar y humilde; tramado con lo más íntimo y entrañable de lo que somos y tenemos.
Es decir, encontró la universalidad no despojándose ni renunciando a nuestra manera de ser, ni a nuestros sentimientos ni a nuestras emociones primigenias, sino cavando aquí, engrandeciendo y asumiendo heroicamente nuestro mundo propio.
Tampoco dejándose seducir por nada que tuviera lujo, resplandor o éxito, sino dejándose guiar por lo que más conmueve, se ama y compromete: cual es el ser humano, tal cual somos, dignificado con su ser así como es: común, corriente y cotidiano.
Y dentro de ese orden se ubica el sentimiento al padre, tan intenso en nuestra cultura por los sentimientos con los cuales se le enlaza, tan básico y fundamental para protegidos con él pasar por la infinitud de los tiempos.
Porque felizmente la nuestra es una cultura en donde esos personajes son centrales, y el candor de nuestras vidas es lo primero, a tal punto que padres también son los cerros, los ríos, las lagunas y los mares. Y hasta una piedra.
2. Mi padre duerme
César Vallejo así como a su madre, dedicó poemas entrañables, a la vez huraños e inocentes a su padre, como: Los pasos lejanos y Enereida, ambos pertenecientes al libro Los heraldos negros.
Dice:
Los pasos lejanos
Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.
Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.
Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.
3. De otro tiempo y lugar
Lo primero en lo cual debemos poner atención y tratar de dilucidar es en el significado del enunciado: Los pasos lejanos, que ya es una oposición o un conflicto.
¿Qué son los pasos? Aquellos que proyectan nuestro cuerpo en el caminar por el mundo. Son lo más inmediato al cuerpo pero a la vez lo libre e intrincado de él.
Y son lejanos cuando se ausentan o llegan desde lo distante y remoto. Y se van con su vida y con su muerte. Y nada más cierto eso que en los pasos de un padre, que amparan pero hieren y viceversa.
Ellos nos indican que estamos acompañados y a la vez solos. Que somos autónomos y a la vez encadenados, únicos y a la vez distintos. Que nos tenemos en cuenta, que estamos varados en el mundo y a la vez unidos a los otros. Que somos extraños pero a la vez albergando en nuestro ser el pálpito de los demás.
Que al final somos uno solo. Que esos pasos del otro son también nuestros pasos, aún más de los seres queridos que llevamos y nos llevan dentro. Que sus pasos son nuestros pasos.
Que estamos hechos de pasos, que son estos de cerca y de lejos; de hoy, de aquí pero también de allá lejos, los pasos distantes, que corresponden al caminar de otro tiempo y lugar. De algunos seres como son nuestros padres.
4. Lo lejos y lo cerca
Lo estremecedor del poema es que trata de un tiempo presente que desapareció hace mucho tiempo: “Mi padre duerme” señala un acto del momento, porque tiene la connotación de lo repentino pero de algo muy lejano, que se evoca y añora. También de algo detenido, lento y hasta inacabable.
Une lo fugaz con lo perdurable, el instante con un referente de naturaleza permanente:
...Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.
Como decir: velo tu sueño, estoy parado delante tuyo pero remotamente inalcanzable. Somos un imposible que se ama. Te miro desde aquí distante y esa marca en tu semblante soy yo para siempre hondo pero expulsado de ti. Ese es el drama. Soy tuyo y a la vez otro.
El poema sustancialmente es la presencia en la ausencia, lo ausente que lo tenemos presente, que es lo que más duele. Se nota dentro de mí a ti. Y yo estoy clavado en ti, como una amargura. Es esa la sustancia llorosa de que estamos hechos; de llanto y gemido.
5. Se reza
Los pasos lejanos es un poema escrito desde la distancia y recóndito de un viaje o de un camino; desde lo furtivo y subrepticio de donde se puede avizorar todos los tiempos: como el presente y el futuro.
No es que el padre sienta el espíritu del hijo que llega sino que desde el espíritu el hijo siente y pena por un cuerpo presente y ausente que es su padre.
Y contemplar una quebrazón y un desgarramiento, cual es la huida a Egipto, no de la Sagrada Familia : sino de José hijo de Jacob, adivinador de sueños y vendido por sus hermanos a unos mercaderes.
Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Hay en "Los pasos lejanos" una dicotomía de vida y muerte. Unidas y enlazadas la vida contiene la muerte y esta se nutre de vida.
Y aquello es parte sustancial e intrínseca de la condición humana. El adiós y lo lejos en los seres que más se quieren. Y en los que no se quieren es peor aún: el vacío.
6. Poesía esencial
Porque, ¿qué son los pasos sino nuestra ligazón con la tierra y con nuestro destino? Ellos nos animan, nos conducen; van o están signados por la estrella que nos guía, por el hado o la suerte que nos imprime una ruta.
Estamos en el padre, pero en oposición a él. Profundamente inherentes a él, pero como algo inclusive opuesto.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Vallejo no dice dura y secamente “soy yo”, sino que diluye y difumina la expresión en aquel “seré yo”, como un rictus, un gesto y una posibilidad; un quizás o un talvez sutil.
Solo que esta vez esta oposición está captada en los pasos, en esta realidad tan básica y orgánica, en donde no solo está todo el cuerpo sino toda el alma.
Si son lejanos es hondo; si esos pasos se los advierte cuando el padre duerme, peor aún. Allí se produce la sacudida y conmoción de una poesía esencial.
7. Como un cuchillo
Porque poesía es también blandir bien un cuchillo, como cabe esperarlo en quien la asume para cambiar el mundo, como es el caso de César Vallejo.
Porque aquí se sorprende a un padre dormido, hecho que es grave cuando en él se ausculta lo amargo y lo lejos.
Ver dormir a un padre, contemplarlo inerme en una actitud de espía, de explorador impúdico del misterio del alma es tanto como cometer un crimen.
Pero si bien es un acto culpable –y Vallejo aquí lo es porque sorprende a su padre dormido, como en otro poema lo sorprende de perfil– al mismo tiempo debemos reconocerlo que es de un convicto de lesa poesía.
Y para descargo: Vallejo blande ese cuchillo, escalpelo o espada, que matan, pero también que sanan, porque igual cuchillo blande el médico ante una persona que duerme en una operación, igual escalpelo apunta el vigía que vela en la noche, igual espada blande el héroe que defiende el Morro de Arica.
Él ve dormir a su padre y recién allí capta su pureza, su ingenuidad y su ser indefenso y donde nos prueba que la poesía es observar, auscultar, espiar el sentido del mundo para cuidar por él.
Y esta vez observa a su padre para captar que es puro y es tierno, aunque en él se abatan lo cerca y lo lejos, el hoy y el ayer, la vida y la muerte, donde si hay algo en él de amargo y lejano soy yo.
8. El restañante adiós
Y es que cuando César Vallejo nació su padre ya tenía 52 años. Y en el padre él tuvo representado el enigma de lo que es o puede ser la vida y la muerte.
El padre es un anciano cuando el joven escribe "Los pasos lejanos" en 1918, siendo un mozo que frisa los 26 abriles, mientras su padre sentía ya el agobio de los 75 años a cuestas.
De allí que la figura paterna en su poesía es el destiempo:
“Ha de velar papá rezando y quizás pensará se me hizo tarde”.
Y en otro momento:
“En un sillón antiguo sentado está mi padre como una Dolorosa”.
De allí que toda la sensación que se tiene frente a él es un enlazar con el misterio. El padre es el punto de unión entre el hogar con bulla, con verde, con niñez, y la soledad donde se reza, de la niñez exultante y el derrumbe y la desaparición del hogar.
El padre es el nexo, el punto de unión y encuentro entre lo inocente y la partida, entre el adiós y lo que se queda, entre lo que se halla y lo que se pierde:
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
9. A orar cada día
De allí que sea importante precisar algunos factores y hechos que se dieron en relación a la familia y a la figura del padre de César Vallejo.
Lo primero que cabe anotar al respecto es que la familia Vallejo Mendoza, en cuyo seno nació César Vallejo, se formó el 22 de junio del año 1869, cuando Francisco de Paula Vallejo Benites, que en aquel entonces tenía 29 años de edad, contrae matrimonio con doña María de los Santos Mendoza Gurrionero, de 19 años.
La unión se formaliza mediante ceremonia religiosa, rito que se celebra en la Iglesia Matriz de la ciudad de Santiago de Chuco; expresión reveladora de la actitud de los personajes desposados, tomando en cuenta que ambos eran hijos de sacerdotes y como tal de paternidad oculta.
Otro detalle importante es la ubicación y la conformación de la casa adonde pasa a vivir la pareja recién casada, que es un inmueble relativamente céntrico, de propiedad de la señora María de los Santos Mendoza, la joven desposada, quien es hija del sacerdote Joaquín de Mendoza y en donde un aposento central es el oratorio en donde la familia se concentra a orar en las horas más densas y hondas.
César Vallejo es el hijo decimosegundo del matrimonio. Su madre de 42 años casi muere al darlo a luz. Fue llorada a gritos por las personas de la casa cuando el último de sus hijos nacía.
10. El linaje del padre
El padre de César Vallejo, don Francisco de Paula, nació el 2 de abril de 1840 y fue hijo del sacerdote español José Rufo Vallejo y de la señora Justa Benites Rebaza.
Dos fueron los hermanos Vallejo Benites: la primogénita una mujer llamada Ygnacia Natividad Vallejo Benites, nacida el 8 de septiembre de 1837 y muerta soltera a los 49 años de edad. El otro es don Francisco de Paula, padre de César Vallejo.
El presbítero José Rufo Vallejo natural de España llegó al Perú en 1829, invitado especialmente para celebrar el casamiento del hacendado de Angasmarca don Pablo Manuel Porturas del Corral.
Se recuerda que el sacerdote era un hombre de cabellos rubios lindantes a blancos, de ojos celestes translúcidos como el cielo de la tierra en la cual terminaría de afincarse definitivamente, ojos a destacar los cuales contribuía su hábito blanco de la orden mercedaria a la cual pertenecía.
Tanto era así que se cuenta que las personas del campo se acercaban a besarle el borde de su hábito creyendo que era una aparición angélica.
Además de párroco de Santiago de Chuco lo fue de las iglesias de Angasmarca, Marcabal, Huamachuco, Mollepata y Pallasca.
11. Ligazón con la tierra
Francisco de Paula fue propietario de pequeñas extensiones de los parajes rurales de Julgas e Irichugo, lugares cercanos y distantes a tres y dos horas de camino respectivamente del pueblo de Santiago de Chuco.
Ejerció como tramitador de asuntos judiciales, no siendo abogado titulado. Su especialidad era defender asuntos relacionados a conflictos mineros, de los muchos yacimientos que se explotan y que se ubican en parajes aledaños a Santiago de Chuco.
En alguna época tuvo a su cargo la gobernación de la provincia y como persona se le recuerda como un hombre de bien, muy querido y respetado por su decencia, de buen trato y carácter hogareño a quien, pese a la costumbre muy extendida en el pueblo, no se le atribuye haber tenido descendencia fuera del hogar.
Ha quedado de él la imagen de un señor imbuido de mucho sentimiento religioso y dedicación a la crianza de sus hijos.
La imagen de él rezando en el oratorio de la familia en el interior de la casa y en la tenebrosidad de las horas oscuras indudablemente marcaron al hijo, como cuando dice:
“Hay soledad en el hogar, se reza”
12. ¡Pero ni eso!
De allí que realidades tan intrincadas de un pueblo como Santiago de Chuco y de una familia como la de César Vallejo pueden provocar una evocación a la vez tan simple y a la vez tan compleja de lo cerca y lo lejos en los pasos, como se da en el poema que comentamos.
Aquella dimensión vallejiana que lo hace un vidente, un profeta, un espíritu que ve más allá de donde podemos ver seres ordinarios como somos nosotros.
A través del poema encontramos la oposición hogar en soledad, hogar con bulla, hogar en lo apacible y en lo incierto. Lleno de estallidos de bulla, de risas y de fiesta y ya desaparecido.
Donde despierta el padre y ve que todos se han ido. No hay nadie, los hijos se han marchado, o han muerto.
“Y no hay noticias de los hijos hoy”.
Donde no sabemos nada de quienes fueron nuestros, porque no nos pertenece en absoluto la vida de las otras persona, por más que sean nuestros hijos. Cada quien tiene sus propios asuntos, lo único que nos puede llegar son noticias de ellos, ¡pero ni eso hay ahora!
Entonces de lo que se trata en "Los pasos lejanos" es del derrumbe de la casa, de la desaparición del hogar.
13. Tan ala
Del padre que estaba dormido y de repente despierta. Y únicamente ocurre para darse cuenta que todos han partido, que todo se ha esfumado.
Es la huida a Egipto, de José hijo de Jacob vendido por sus hermanos a los mercaderes.
Es el hogar quebrado. El hogar desecho. El hogar que fue y ahora ya no es nada.
Si bien el poema “Los pasos lejanos” empieza con la figura del padre y se refuerza luego haciéndose el personaje central, también es importante en el poema la figura y la evocación de la madre.
Y de la casa, del hogar en general. Y de los hijos en particular, quienes protagonizan el adiós y la partida, la huida a Egipto. Y la muerte.
En el poema la madre ya es espíritu. De ella se dice ya no que sus pasos son lejanos, sino que están en un sitio determinado, figurado aquí como un huerto, que en verdad es un paraíso, donde ella es:
“tan ala, tan salida, tan amor. “
El padre, que sobrevivió a la madre, él sí se está yendo. Él está entre el sueño y la vigilia, padeciendo aún la vida. La madre en cambio saborea un sabor ya sin sabor. Y está ahora tan suave, tan ala.
14. Puro pálpito
Los versos finales del poema nos dicen:
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.
Somos dos caminos blancos, curvos: el de la madre y el del padre, por donde seguimos caminando sin pies. Esos caminos blancos, curvos son la muerte, pero también la vida.
Los dos viejos caminos es de donde venimos. Y por donde partimos para el reencuentro con nosotros mismos. Son nuestros padres. Cada uno es una senda genética.
Pero, ¿por qué blancos y curvos? Blancos por la espiritualidad, porque es la vida ya decantada. Y curvos para que se junten, para hacer posible el encuentro. Curvos en el lado de la posesión y en el del amor.
Y ¿qué significa “mi corazón a pie”?, me pregunta un alumno, sorprendido ante esta imagen tan original.
Significa: mi corazón abierto, desnudo, libre de envoltorios, sin ataduras, sin otros órganos que lo perturben, sino solo afecto, solo pensamiento, solo palpitación.
Ese corazón va sangrante por el camino, es puro aliento, pulso, temblor y expectación.
15. Ni siquiera la calle
El padre de este ser genial muere a los 84 años de edad, padre al cual adoró entrañablemente.
¿Qué hacía en Europa el poeta cuando aquel moría el 24 de marzo de 1924? ¿Como era su vida?
Atroz. César Vallejo se moría de hambre en París.
Él, cuyas notas fueron de 19 sobre 20 en el Colegio Nacional de San Nicolás de Huamachuco, quien arrasó con todos los premios académicos en la Universidad Nacional de Trujillo cuando estudió en ella.
Quien concitó los máximos elogios de Abraham Valdelomar, José María Eguren, Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Antenor Orrego y tantos otros más, sufría en Europa la situación económica más atroz.
“Me hallo sin un céntimo, completamente pobre”,
Le escribe a Pablo Abril en enero de 1924. Esos días vivía en París la miseria más dura, negra y hasta feroz.
Era literalmente un cuerpo arrojado a una calle. Y en esos casos todas las calles son desalmadas, inhumanas y encarnación de la humillación y la vergüenza; porque en ellas más que frío, hambre y orfandad hay indiferencia y hay desprecio.
No tenía casa, ni un lecho donde yacer, ni un techo bajo el cual dormir. Ni se podría decir que su hogar siquiera era la calle, que vale para quienes se han resignado a ella.
16. Desde lejos
No es que no tuviera medios para comer, sino que no tenía ni siquiera un lugar dónde esconderse o guarecerse de las miradas de los demás.
Dormía recostado a una banca de un parque, ni siquiera en los asientos de los tranvías del metro, o en aquellas que hay en las estaciones de los trenes, en donde hay vigilantes y policías que observan y piden documentos, o para entrar a los cuales se necesitan algunos centavos a fin de pagar el boleto de entrada.
La noche en que agonizaba su padre a miles de miles de kilómetros atravesados de tierras y de mares, casi al otro lado del mundo, él tenía un frío insoportable más en el alma que en el cuerpo.
Tanto que de manera arrojada, casi inconsciente, sin tener un solo centavo en el bolsillo se atrevió a pedir un cuarto donde dormir y se alojó en un hotel barato, como un impostor en este mundo, pero con algún consuelo de algo cerrado para soportar tanto abandono.
El 23 de marzo, cuando su padre está muriendo en Santiago de Chuco, le escribe a Pablo Abril de Vivero:
“He dormido en un hotel donde no he pagado, y para salir de aquí me exigen que yo pague. Le ruego enviarme 20 francos con el portador, Sr. de Agüeros, correcto amigo mío, que por un acto de caballeresca bondad, va en esta comisión...
¡Pablo! Usted es tan bueno conmigo, que nunca podré olvidarlo”.
No le explica qué sentía. Únicamente afronta la vergüenza de pedirle a su amigo diplomático 20 francos. Tres días después subía el cortejo vestido de luto por la colina más asombrosa del planeta en donde está el cementerio de Santiago de Chuco, llevando al ataúd con el padre a quien él contempló hasta dormir desde lejos.
17. Nunca se fue
Muerta su madre el 18 de agosto del año 1918, su último reducto, su amarra más firme o su lazo más fuerte en este puerto que es el mundo, se rompía definitivamente.
Las cartas a su familia de aquella época, eran muchas y se han perdido.
Francisco Izquierdo Ríos al entrevistar en Santiago de Chuco a Aguedita, la hermana del poeta ésta le dice que las cartas de César Vallejo que les escribía eran muchas pero que se han perdido.
Se sabe que la muerte de su padre lo sumió en un desconsuelo sin límites.
En carta suya a Pablo Abril, del 19 del mes siguiente, a veinte y tanto días después de la muerte de su padre, le cuenta:
“Estoy muy mejor. Me he cuidado mucho, y creo que no volverá a producirse otro momento de desesperación”.
En esta nota refiere de momentos críticos, muy malos en los cuales atentó contra su vida.
Pero en el mes de septiembre sí enferma, esta vez gravemente, a tal punto que tiene que ser internado en el Hospital de La Charité , y operado luego de una hemorragia intestinal, producto de la tensión nerviosa.
En octubre de ese año el Embajador del Perú en Francia, Mariano Iberico, al conocer su deplorable estado de salud y su precaria situación económica solicita al gobierno de Lima un pasaje de regreso para César Vallejo.
No regresará físicamente jamás, pero volvió siempre. O nunca se fue, a tal punto que habla desde lejos pero también desde su casa:
Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.
18. El misterio
Volvió a estar al lado de su padre en el poema "Los pasos lejanos", al punto de sorprenderlo dormido, poema donde encontramos una densidad de contenidos y juego de contrarios y oposiciones dialécticas que solo un genio las puede concentrar dentro de una simplicidad y ternura que hacen de este poema una joya de simplicidad.
He allí palmaria esa capacidad sorprendente para captar lo huidizo, para sintonizar con lo lejano, para percibir lo inaudible y remoto, pero a la vez para ubicarse y reconocerse en lo inmediato y cercano, en lo fugaz y transitorio.
Esa proyección de su alma y de su ser que al sentir los pasos de alguien, intuye también cuando estamos ya ausentes, en espíritu. Porque los pasos de un padre dormido ¿dónde están?
En algo que puede llamarse provisionalmente el misterio. Y el misterio es todo en este mundo. Y para siempre.
Todo Los Heraldos Negros de César Vallejo es cara al misterio, a lo incógnito, a la mirada de la esfinge.
El padre mismo es una esfinge, un catafalco, una máscara hierática. Y un sarcófago.
Él intuyó y sintetizó la siguiente idea, al decir:
"¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras".
Los pasos lejanos es el adiós y el regreso mirados desde la figura del padre, en esa mecánica del irse y del volver incierto, vistos desde una esfinge, dede un pozo de misterio, desde aquello que resume la vida pero más la muerte por ser lejanía, en contraste con la bulla, el verde de la niñez cantarina, alegre y feliz.
César Vallejo no solo fue genial por su capacidad para buscar formas expresivas que el idioma no está preparado para asumirlas, sino también por esa sensibilidad para asir realidades profundas, corrientes internas pavorosas y redentoras.
Quizá, talvez, de repente, es posible, como él lo dice:
“...como un hombre que soy y que he sufrido”
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