GACETA LITERARIA Nº 16 – Abril de 2008 – Año II – Nº 4
Imágenes: Pinturas de Vincent Van Gogh (Groot-Zunder, 1853 - Auvers-sur-Oise, 1890)
PÁGINA EDITORIAL
Acerca de los premios literarios.
Por Norma Segades – Manias (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
El escritor al que le ha tocado en suerte habitar en los arrabales de esta aldea global organizada para provecho de pocos y perjuicio de muchos, antes de comenzar a cuestionarse sobre el valor de los premios literarios debería preguntarse acerca de la utilidad de la literatura. Ese sería el punto de partida para entrar en las tradicionales discusiones bizantinas acerca de este asunto de obstinaciones, perseverancias y tenacidades al que lo conduce la simple necesidad de comunicarse con los otros a través de la palabra escrita.
Porque él se ha empecinado en hacer literatura en estos contextos poco propicios donde ni las clases sociales ni la mayoría de sus representantes parecen preocuparse demasiado por la difusión de lo producido por una intelectualidad que opera desde el anonimato, y ya debe haber comprendido que la literatura, como producto social, no detenta otro poder que el de esclarecer los tiempos de la búsqueda; el de legar al prójimo las armas necesarias para enfrentar a la desesperanza.
Claro está que siempre se puede citar a Juan José Saer: es únicamente a través de la lectura que el lenguaje (…) encuentra su historicidad. Entonces entra en escena el libro. El libro como inapreciable objeto de desvelo; como último, íntimo e insustituible contacto con el lector. Un objeto al que se accede a través de esa entelequia, esa especie en vías de extinción a la que solía conocerse con el nombre de editorial.
Y solamente quien escribe desde una realidad social, histórica y cultural donde lo que queda de ellas ostenta la ignominia de sus indiscretas bancarrotas porque han sido arrasadas, engullidas, inmoladas en aras de los famosos meganombres que monopolizaron la actividad hasta transformarlas en mal enmascarados talleres gráficos y desde donde sobre - mueren en la deprimente vergüenza de vender al mejor postor sus más caros principios fundacionales, puede dar testimonio de que el acceso a la publicación depende de un poder adquisitivo privilegiado, que le permita, financieramente, hacerse cargo de los gastos. Circunstancia que no garantiza la calidad intelectual del producto ni el valor cultural del mensaje pero que, además, ni siquiera asegura una adecuada difusión de la obra.
Según Felipe Noé: el arte (…) siempre ha sido un fruto de la relación del artista con lo circundante, con su tiempo, con su lugar, un testimonio de esa relación y el fruto de esta relación. Por tanto, ante estos enlaces poco propicios, es lógico que el creador se aferre a los premios literarios como estímulo a su desvalido quehacer, pero también como promesa de acceso a la publicación. Y cuando decimos premios literarios estamos haciendo referencia a los que han sido creados por motivos de política cultural y sin espíritu de lucro, porque es, generalmente, en ellos, donde se logran incorporar mecanismos de deliberación nada tendenciosos y el jurado puede actuar con plena libertad e independencia, haciéndose cargo, en cierta forma, de un patrocinio que desvanece parcialmente la orfandad, todo lo que de oculto y de secreto rodea a las obras iniciáticas, ayudando a dar a luz ediciones modestas y semi – clandestinas en el cumplimiento de una función tutelar que haga posible, siquiera a unos pocos, el acceso a su lectura.
Rosa Montero cree que: Escribir es un trabajo muy neurótico, estás siempre rodeando una especie de agujero, que es la nada, el sin sentido absoluto de lo que haces, y nunca llegas a tener la confirmación plena de que lo que haces sirve para algo. Por ello, es indudable que los premios literarios sirven, en los comienzos, como aliciente, como amable lisonja, como afectuosa palmadita en la espalda, como impulso a perseverar en la búsqueda de ese lenguaje común capaz de hermanarnos y, más adelante, como recompensa, como reconocimiento a toda una vida dedicada a la escritura. Momento clave en que el descubrimiento debiera darnos alcance para comprender que escribir nunca fue una manera de ganarnos la vida sino la única forma válida para no morir.
Si así lo aceptara, el escritor no caería en la trampa de andar peregrinando por los caminos de la incertidumbre sometiendo cada creación literaria a periódicas evaluaciones. Y solamente participaría en certámenes cuando estuviera convencido de la transparencia de la organización y confiado en la ecuanimidad de los jurados.
Por ello, la mayoría de los que eligen exiliarse de la prepotencia, el cinismo y la megalomanía de aquellos que reparten los dudosos galardones con que suelen premiarse mediocridades y modas, los marginados de los círculos literarios oficiales, reniegan de los premios comerciales, de los premios editoriales y prefieren aquellos otros que, desde una atmósfera más proba y más discreta promueven algunas instituciones cuya integridad no presenta fisuras.
De todos modos, es probable que los premios literarios sean sólo un invento de algún irónico demiurgo capaz de regodearse en la paciencia con que el tiempo derrota todo resto de arrogancia o, mejor todavía, no sean nada más que una colina desde donde avizorar, avergonzados, nuestros desnudos y mezquinos horizontes preguntándonos acerca de esta absurda necesidad de ser reconocidos.
PÁGINA 2 CUENTO
Sexteto teofánico
Por Adrián Néstor Escudero (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
A los hombres y mujeres de mi tierra, probados en la fe, la esperanza y la caridad cristianas, y sus vidas obladas como semillas de cruz…
1. El juguete (o Parábola del Génesis)
A María Guadalupe Allasia, ángel de la guarda…
El hombrecillo flotaba en una nube azul, y desde la nube azul movía los brazos arriba y abajo, bum, arriba y abajo, bum, golpeando y golpeando, bum, el rosado lienzo de un diminuto tambor.
Estaba en cuclillas, bum, y era como un ángel, bum, desnudo y alado, bum y bum, bum. No parecía cansado, bum. Y su piel era rosada, bum, como el rosado lienzo, bum, del diminuto tambor.
Quién sabe cuánto tiempo hacía, bum, que golpeaba sobre aquel tambor. Bum, y bum, bum. Y para que lo hacía. Bum.
Quizás ni siquiera notaba, bum, que a cada golpe, bum, que daba, bum, sobre el rosado, bum, tambor, un nuevo día se abría, bum y bum, bum, sobre la tierra azul, bum, que a los pies de la nube azul, bum, palpitaba, bum.
Porque cuando se detuvo, bum..., aquella tierra azul que yacía bajo la nube azul, desapareció.
Hasta que vino Dios, le dio de nuevo cuerda, bum y bum, bum, y allá, a lo lejos, otra luz
2. Consuelos (o Parábola de Adán y Eva)
A los Romeo y Julieta, que consuelan al mundo...
Manando ahora -sin cesar- desde el océano de la Sabiduría, sus pensamientos eran tan bellos, nobles y elevados (o profundos), tan claros y vitales, como una surgente amanecida, de pronto –ráfaga beatísima- en el seno de una desértica tierra de esperanzas…
Eso fue lo que vio.
Entonces, despegándose de la tierra que lo había engendrado, irguió con lentitud aquello que sería su cuerpo hasta ponerlo de pie.
Espejado ahora en los cristales de agua y luz que reflejaban su imagen, dio pronto cuenta de su impureza nata, y, aunque quiso seguir llamándolo Amigo, no pudo.
Lo llamó, Dios.
Entonces, inventando la suficiencia de los gnósticos y la incredulidad de los ateos, abandonó cabizbajo el Jardín…
Detrás, sobre sus huellas, pero con forma de mujer, la Compasión vino a acompañarlo.-
3. Cuestión de tiempo (Parábola del Tiempo) (Gén. 3,19)
A César Actis Brú, Poeta Mayor del Ungido…
Creemos que fue S-Tan quien abrió la ventana y dejó escapar al tiempo. Fue aviesa traición. Los sellos se desataron como látigos mientras el tiempo se escurría como una masa incontenible de energía difusa y multidimensional...
Quiso vengarse, tal vez, de nuestras fanfarronas existencias, de nuestros rostros elásticos y sonrientes, primicias de lo eterno e inasible para él.
Detrás de su reja de vejez inexorable, a pesar de haberlo logrado, pudo más la envidia de lo inalcanzable que el orgullo (¿la alegría?) de lo creado. Mal dios, este Tan.
Qué lástima. Las horas –que no conocíamos- son ahora como un ácido voraz que corroe las entrañas y, a espasmódicos movimientos nos transforma en otros Tan, viejos y cansados, sin la esperanza de la infinitud que, artificialmente, él infundiera algún día en nuestras vidas...
Y cuando el fermento de los alimentos ingeridos en la alquimia de una desaparecida juventud, se libere, espontánea y grosera de nuestros cuerpos, el corazón dirá ¡basta!, y estaremos muertos.
Y nadie volverá o podrá encerrar otra vez al tiempo en este mundo.
Nosotros, desterrados habitantes del Edén, lo suscribimos...
4. Caín (Un quásar en la Humanidad)
A los que con amor, intentan doblegar el odio del mundo.
En especial, al amigo y hermano en Humanidad, Maximiliano Aracena (Revista Astor.com)…
Apareció Caín en La Playa. Dijo: Hay Tigres. Habrá Zarabanda Nupcial y cantos en Paranoia. Y sangre. Caín se ha declarado El ordenador de los Dioses. Como un quásar inmenso, como un agujero negro en el núcleo galáctico de la Humanidad, Caín será El hombre que no quería estrechar las Manos. Matará a su hermano y pondrá a disposición de los Tigres la Imagen de la Muerte. Dirá: Para Owen, el mago de ilusiones y vanas hechicerías. Una ofrenda que transportará en El camión del tío Otto. Como un simple y rutinario Reparto Matutino. El brazo aún le tiembla, y, el sol, se ha retirado de La Playa. Gobierna la autoridad de las Historias Fantásticas, que el ominoso y eterno Stephen King se empeña en dibujar sobre la arena en plenilunio…
5. Nazareno con niña (o Parábola de Cristo y la Iglesia)
A los que asumen al dolor, como medida del Amor…
En especial, a Nidia Fontanini, con gratitud.
Ya Madre con Juan. Ahora Nazareno con niña.
Está colgado. Y duele mucho.
Una gota de agua abre su costado, y cae sobre la piedra maciza del monte.
A sus pies, de entre las rocas, nace una niña. Golpea sobre su frente pequeña, inmaculada, el último espesor de sangre brotado de la herida abierta. Y llora.
La niña llora ferozmente, y lo mira.
El pecho abierto duele mucho.
La niña llora aún más fuertemente. No sabe que si baja a socorrerla, morirá. Que si baja del madero, todo Pecado, la matará.
Deja que llore. El pecho herido, duele mucho. La cabeza horadada, duele mucho. Y los brazos y las piernas y el cuerpo todo, duele mucho.
No puede bajarse de la cruz. Por su bien, no puede hacerlo ahora. Cuando crezca, fuerte y bella, anchos sus pulmones, comprenderá en Espíritu a su Padre, y a su Hijo, un Nazareno con niña.-
6. Cielos rojos, cielos azules… (O Parábola de la Redención)
Con devoción, a la infinita misericordia de Dios.
Ahora, finalmente, el ocaso mesiánico tan temido como esperado había llegado…
(Y un clamor, como de un millón de voces de ángeles ahogados, partió de las Gradas y Plateas de la sala demiúrgica. Rugió y estalló, aquel Viernes, como los relámpagos y truenos que provocan una tormenta otoñal, florecidos en la corona de nubes oscuras que envolvía el patíbulo, como a las tres de la tarde…).
“Se está muriendo”, dijeron ellos.
“Me estoy muriendo”, dijo él. Y, después de un suspiro prolongado, alguien o algo lo despeñó hasta el fondo de un pozo negro y vítreo, que sólo tuvo fin en los incandescentes campos encarnados de un cielo rojo y febril. Una profunda marea de sangre y luto se mezclaban en los ocultos alaridos de aquellas manos que intentaron, de pronto, salvajemente, asirse de las suyas cuando todavía no habían toado la superficie de aquel océano de sangre.
Un súbito pavor le devoró las entrañas, pero pasó rápido. Y supo lo que debía hacer, y cómo hacerlo.
Pendido de cabeza como un títere hacia los sin limites subterráneos de aquel pozo negro, hizo crecer en ramas y ramitas y sarmientos a cada una de las espinas que formaban la corona sujeta en su cabeza hasta los huesos del cráneo atribulado.
Creció así de esa corona de espinas un inmenso árbol, donde, una por una, aquellas manos se clavaron, espina con espina, suplicando ser asidas de ese modo para escapar con él hacia lo alto…
Y así fue. Un racimo de manos y de almas llorosas pero gozosas, fue elevada con esfuerzo sobrenatural hacia lo alto, y el que había sido arrebatado hasta sus profundidades, emergió nuevamente hacia las luces del amanecer del tercer día, en las serenas aguas de un cielo, ahora, azul celeste…
El remanso de aquel cielo limpió y sanó las heridas de aquellas manos, de aquellas almas, dando cumplimiento a la profecía: “… descendió a los infiernos y, al tercer día, resucitó de entre los muertos”.
Nada de eso vieron las mujeres aquellas cuando, frente a su esbelta figura resucitada, buscaron entre los muertos al que estaba vivo…
Entonces, el inmenso Coliseo estalló en aplausos. El Gran Ilusionista, de pie en el centro del escenario mayor, reclinó levemente su cabeza, y luego, con ademán educado, condujo esos aplausos hacia la magra figura del Cristo que había encarnado tan durísima experiencia.-
PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA
Roberto Aguirre Molina (San Cristóbal-Santa Fe/Argentina)
decile
que baile
cargala
de música
si te deja
solo
decile
que vale
el silencio
~
sumale puntos
al silencio
y vas a ver
lo que te da
sin co
Ah! Si la ceci guecónce
boya láce
ten góce
maté la cela
mentando cere
lamiendo ceo
cultando ceco
rre la lluviala
su vía
pormicu
erpo
pormicu
erpo pormicu
erpo por migran
dís himo hisino
vasta, hisino
buel boen vasta
ah! cazo de mis mal
espar amudóme si
entopara darme si
endopara dorme si
endopara se los no me haye
sita dea morcon si
entoala orasero de nadie.
XXV.
Extensión de domingo, llanura;
salvo unos árboles que se ven en la distancia
y un día los imagino de otra manera.
Los veo llenos de quiero decir,
cada uno tiene melodías, sones, ruidos.
Me siento, me acuesto boca arriba a mirarlos, desde dentro.
De chico ya lo hacía. Ombúes. Frescos. De grandes raíces.
Pasaba las siestas mirando nubes a través del ombú.
Granizo, lluvia.
Huellas sobre una hoja húmeda.
Un paso, o dos. La hoja tiene gotas
enormes y diamantes.
Alguien le ha pisado una de sus puntas.
La muevo.
Se forman caminitos luminosos con el agua.
Hay una parte de la hoja que está destruida.
El color de la hoja ha manchado
el piso de cemento.
Parte de la hoja ha quedado integrada
al cemento.
La lluvia ha borrado la huella, el sello
de quien la haya pisado.
Levanto la hoja, la miro de cerca.
El agua se cae, queda la hoja brillante,
con pequeñas gotitas, minúsculas,
como si fueran ojos ciegos.
la tengo
más
florida kelagua
pues si la yubia
mi calle azula el porque del cielo
porqué?
las flores violetas en el suelo
llenan un aire volcado
sin respirar
tengo? florida lakaye
velo de yubia
me depilo la luz conojos
en gajos de higos fluorescentes
notas de luz
tienen frío
echan raíces
mas florida quelagua
hici la yubia
me parte de tu vida
te parte de mi vida
la gota? que se abre
a mi florida peatonal da luz
Pocas flores en el recipiente.
Algunas se mecen
plásticas
se mojan
como la única
manzana de la mesa.
Antes.
La huelo, la peso.
Parece real.
PÁGINA 4 - CUENTO
Aurora
Nieves Jurado Martínez (Albacete/España)
Fue a mí a quien ordenaron enterrar al Narrador. Sí, a mí, a su mejor amigo; bueno, a su único amigo. En aquel infierno era muy difícil hacer auténticos amigos, cada uno iba a lo suyo. El instinto nos hacía desconfiar de todos. Teníamos bastante con intentar sobrevivir día tras día, con procurar pasar lo más desapercibido posible ante los ojos de los guardias que no dudaban en disparar o apalear a cualquiera que no les gustara.
- Llámame Narrador, muchacho - me dijo la mañana que nos conocimos.
Yo tenía diecisiete años y él me pareció la persona más vieja del mundo.
Nunca supe su verdadero nombre, y tampoco me importó. Me gustaba llamarle Narrador, porque eso era realmente: un contador de historias. Historias que hablaban de lejanos lugares, donde la guerra no existía y se respiraba paz y libertad; historias de amores y de pasiones encendidas. Historias que me ayudaban a olvidar porque me transportaban a un mundo más allá de aquellos miserables muros donde el olor a muerte vagaba lento y pesado, impregnando nuestras ropas, nuestro pelo, incluso nuestra piel. Y todas con un mismo nombre protagonista: Aurora. La mujer de ojos violetas y de piel blanca y suave. La mujer que lo obsesionaba y de la que cualquier hombre se enamoraría perdidamente. Aurora, Aurora. Con sólo nombrarla mi cuerpo se estremecía y, con el tiempo, supe que jamás amaría a nadie como a aquel personaje, tan remoto como una nube y tan liviano como un pájaro.
Todo el mundo pensaba que mi amigo estaba loco; sin embargo, yo sabía que él era el único cuerdo en aquella encarnizada guerra. Me contó que había sido escritor de novelas baratas, pero que algún día escribiría una realmente buena e importante, una que lo colocaría al lado de los más grandes escritores de todos los tiempos: Shakespeare, Cervantes, Tolstoi..., pero yo sabía que jamás lo conseguiría, porque en aquel agujero era imposible escribir ni una sola palabra; además, hacerlo suponía un suicidio.
No me extrañé de su muerte. Estaba muy enfermo a causa del trabajo agotador que nos obligaban a realizar bajo la nieve que no cesaba de caer en todo el invierno, o bajo la pertinaz lluvia de la primavera que se aferraba con dureza a nuestros huesos, o bajo el sol espeso del verano. En ese campo de concentración vivíamos al borde de un precipicio, si te asomabas caías. Pero al Narrador no sólo lo mató la enfermedad y los años; lo mató la nostalgia y, sobre todo, su corazón se paró por no poder escribir.
Aquella gélida y despiadada mañana de enero, un par de guardias entraron en mi barracón para contabilizar los presos que habían fallecido durante la noche. No había ido mal, tan sólo uno: el viejo loco, como le llamaban. Con un movimiento rápido se giraron hacia donde yo estaba. Sus ojos fríos e inhumanos recorrieron mi cara y mis brazos como las ratas recorren el cuerpo de un cadáver. Después de examinarme me apuntaron con sus armas y me obligaron a desvestir al Narrador antes de tirarlo a la fosa.
Me acerqué despacio al cuerpo inerte y extremadamente delgado de mi amigo, me arrodillé a su lado y lloré como un auténtico crío. Lloré por él y lloré por mí, por lo que había perdido. De pronto me invadió un miedo terrible, pero de esa clase de miedos que se mezclan con el alma y oprimen el estómago, porque entendí que me quedaba solo. Solo y vacío como un desierto; solo y perdido frente a la crueldad más absoluta. Sentí un fuerte golpe en la cabeza y noté cómo la sangre bajaba por mi nuca, estaba tibia y se deslizaba despacio, como si temiera ser descubierta. El soldado que me había golpeado con la culata de su fusil, me gritaba que me diera prisa, pues ya estaban descargando la cal para echarla en la tumba. Mientras yo acababa salieron a fumarse un cigarrillo. Los oía reír y los maldije por ello.
Cuando le quité la ropa me quedé atónito por lo que vi. El cadáver del Narrador estaba lacerado con palabras escritas sobre la piel, arañadas con, lo que supuse, una aguja o un alambre. Las palabras surgían por todas partes. Unas, las más recientes, eran rojas e hinchadas y estaban rodeadas de sangre seca que caía como espantosas lágrimas; otras, más lejanas en el tiempo, apenas sí se distinguían. Parecían estigmas realizados por el mismísimo Jesucristo. No tardé en comprender lo que ocurría: aquel hombre necesitaba escribir sus historias. Esas historias que me contaba por las noches, cuando la luna entraba por la pequeña ventana del barracón dándole al lugar un aspecto lechoso y extraño. Entonces el silencio lo llenaba todo, interrumpido de vez en cuando por el sonido de disparos o de alguna explosión lejana. Narraba despacio, sintiendo cada frase, buscando en su cabeza la manera de guiarme hacia otros mundos, otras vidas. Y el mismo nombre se repetía: Aurora. Y las palabras se amontonaban como los muertos de aquella siniestra fosa donde lo iban a arrojar: ojos, violeta, mar, cielo, amor, libertad, paz, esperanza... Sus historias quedaron para siempre ancladas en mi memoria.
Han pasado más de sesenta años y ni un sólo día he dejado de pensar en Aurora y en mi viejo amigo, el Narrador. Nunca olvidaré que fueron sus historias las que me salvaron de morir en aquel campo de concentración. No sé si esa mujer de ojos violetas existió o no. Tampoco me importa. Ahora soy yo el escritor, y estoy viejo y enfermo. En mis manos tengo un libro, mi último libro, el más difícil y el más querido, donde cuento la vida y los relatos del Narrador. La portada es oscura, brillante y está asombrosamente fría; mis dedos temblorosos la recorren con suaves y torpes movimientos. En ella destacan unos grandes y hermosos ojos de mujer y un título, un único título posible: “AURORA”.
PÁGINA 5 - ENSAYO
Con nombres y apellidos
Por Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe/Argentina)
Muchos se persignan "En el nombre del Padre." Otros juran que lo que nos hicieron no tiene nombre; no hay que manchar el apellido de la familia –se murmura-; ni me lo nombren a ese; hay tumbas y marca de ropa N.N. , etc ... ¿Usted se preguntó cuanto significa el nombre?
Ojeando y hojeando guías telefónicas, encontramos que dos personas que viven hoy en mi barrio, se llaman exactamente igual: Ángel Alberto Acosta, y otros dos se llaman Jorge Omar Acosta, hay dos indistintos Juan Carlos Acosta y dos Miguel Ángel Acosta, y hay tres ciudadanos que se llaman José Luis Acosta, y eso que vivo en una aldea de 30.000 habitantes, imagine en Hispanoamérica cuantos Acosta o López; Rodríguez, Gonzáles y Pérez habrá. ¿Cómo sabe cada uno de ellos cuándo se están refiriendo a él y no al otro o al otro?
Una sugerencia a los matrimonios de apellido muy divulgado: si van a tener hijos, no cambien su tradicional apellido pero traten de ponerles nombres no tan comunes: si usted se apellida García, o López o Pérez, o Sánchez, o González, no le siga poniendo a su hija María, Graciela, Silvia o Susana, y a sus hijos no les ponga Miguel Ángel o José Luis, Roberto o Juan Carlos, piense si su hijo no merece ser un ejemplar único.
Usted no se imagina los líos que se armaron con esto de los nombres y las cosas.
Una tal Florencia Flores puso una florería en la calle Florida.
Hay gente de apellido Arrabal y no vive en las afueras, gente de apellido Arroyo que no tiene agua. Unos de apellido Rubio y son negros.
Otro de apellido Armando, que tenía un desarmadero. Y conozco a uno de apellido Dolce que es bastante amargo y a uno de apellido Casas de Herrero, que hace cuchillos de palo.
Antes era muy común el apellido Ibarra, ahora se usa más el punto doc.
Un señor de apellido Guerrero a su hijo le puso de nombre Pacífico.
Una chica se llamaba Iris Bellavista, la tuvieron de pupila. Con esa había que tener ojo. A un señor de apellido Coco no tuvieron mejor ocurrencia que ponerle de apodo Coco, así que el pobre nunca supo si lo llamaban por su apellido o por el sobrenombre. Y cuando le decían coco Coco parecía que lo estaban tratando de gallina.
Había una artista llamada Imperio Argentina, su padre era arquero y la madre decía que Argentina iba a ser imperio el día del arquero.
Una mujer se llamaba Victoria Gloria de Guerra y se hizo cambiar el orden de los nombres, para que nadie cantara victoria antes de gloria.
Tengo un tío llamado Segundo porque nació segundo, y una tía llamada Prima porque nació primera. Mi abuelo confundía el orden con el nombre. Cuando mirábamos por tele una pelea y oía Segundos afuera, mi tío se iba al patio.
La familia Ramos ha dado a la patria más de un general, sin necesidad de poner un almacén de ramos generales.
Conozco a un tal Valentín que no hace mucho honor a su nombre. Y uno de apellido Campos no tiene ni un lotecito de dos por dos. Otro de apellido Bello y era más feo que bailar con la hermana.
Un tipo de apellido Islas que no conoce el río.
A uno de apellido Marciano le preguntan si tiene familia lejos.
Otro es Obispo de apellido, pero no tiene cura.
Un primo mío se llama Jesús Ángel Salvador y predica.
Un tal Palacios vive en un rancho y un tal Saco no tiene ni camiseta…
Hay una de apellido Barbosa que es depiladora.
Una familia Cruz a una hija le puso Violeta y le salió veterinaria
A uno le pusieron Melchor Baltazar Reyes, y no regala ni la cáscara del huevo.
A otro que se llama Salvador Cubito en verano los vecinos lo tienen loco.
Conozco una familia Torres que el 11 de septiembre tuvo gemelas.
Hay apellidos que suenan a nombres, y viceversa, como: Jaime, Rafael, Julián, Alberto, Luis, Orlando, Pascual, etc.
Lo importante es la rosa, dice la canción, pero...
¿Qué sería de la rosa o del ser humano, sin lo que se cifra en su nombre?...
PÁGINA 6 - CUENTO
El paso de Woolsky
Por José Luis Pagés (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
A los saltos, envuelto en una espesa nube de polvo gris entró el Studebacker en el bulevar. Ya estabilizado el vehículo sobre el alisado de la calle, el conductor aminoró la marcha.
Julio Acosta, mientras encendía un Gavilán, irritados los ojos por el humo del cigarrillo, se extasiaba en la contemplación del último modelo que se acercaba haciendo sonar el motor como un nido de avispas.
El muchacho llenó los pulmones de humo para después, en un verdadero alarde tabaquista, dejarlo escapar por la nariz. El automóvil cuadrado, negro y brillante, se deslizaba ahora a paso de hombre, anochecía y los faros se encendieron.
El estaba maravillado, acariciando con los ojos esa forma tangible de la felicidad, dejándose embriagar por los gases y el aroma de la nafta.
Frente al cine Esperancino se acercó a otras para contemplar ese portento mecánico. Un chico de gorra detuvo su monopatín frente al vehículo. También lo hizo un viejo que abanicaba su cuello con una pantalla de hoja de palma, a través de la chaqueta entreabierta; más tres o cuatro jóvenes que vestían trajes de buen corte y sombreros pajizos. Todos miraban o comentaban en voz baja las características del maravilloso Studebacker. Hasta un coche de plaza, tirado por uhn lustroso caballo negro, demoró su paso por el lugar.
En algún sitio cercano giraba un disco con un tema de la Jazz Band Iribarren y ella reía reía mostrando una perfecta hilera de de dientes blancos entre sus labios entreabiertos. Julio Costa pensó: “Demasiano para un muchacho de barrio como yo”. El cabello de la mujer era rojo, como una llamarada que no podía extinguir el sombrerito verde que se había encasquetado. Miró sus piernas al momento de bajar del auto. Se veían perfectas enfundadas en aquellas medias de seda. Se sintió confundido y avergonzado. Como pudo apartó la vista cuando ella lo rozó al pasar envolviéndolo con una fuerte fragancia a violetas. El acompañante, feliz mortal que disfruta la posesión de aquel auto y aquella mujer, cruzó con él una mirada. El corazón de Julio Acosta dio un vuelco.
La pareja, envuelta en una atmósfera dorada, ingresó al cine que anunciaba: “Hoy: Dedos de Seda, con Georges B. Seitz. Ultimos capítulos: La cámara oculta; El ardid, Las redes rotas y también Su novia, detective, una chistosa en cuatro actos, con Charles Dorothy”.
Agitado, no sabiendo qué hacer con sus manos ni que dirección dar a sus pasos, Julio se debatía frente al biógrafo. Correr a una comisaría parecía demasiado apresurado; no hacer nada era perder una oportunidad increíble, abordar a ese desconocido y preguntar resultaba algo poco menos que absurdo. Por fin se decidió a confirmar. Llegar hasta su casa y buscar entre los diarios viejos.
“Es él, Beatricita, es él”_ resonaba su voz excitada en el amplio comedor, mientras una tras otra pasaba las páginas de El Orden, con tanto apresuramiento que algunas hojas se rasgaban entre sus manos. Beatricita, su hermana menor, que leía una novela por entregas reclinada en su amplia cama con respaldar de bronce, antes que enfrascada en el relato parecía adormecida por el zumbido del ventilador, un General Electric con paletas doradas, casi invisibles a los ojos. “Es él, es él Beatriz”, gritaba Julio Acosta. Ella lo veía hacer, volcado a esaa frenética actividad de escarbar entre los ejemplares de El Orden. Lo veía a través de la puerta entreabierta de su dormitorio pensando simplemente una vez más: “Pobre loco”.
“Acá está”, exclamó por fin. “¡Thomas Scot Woolsky!” Tendrías que saber, niña, que a este tipejo lo busca nada menos que la policía secreta de Macon , eso es Georgia del Sur, en el sur de los Estados Unidos” El retrato de Woolsky lo miraba irónicamente desde la página del diario. Bigotes finos, peinado a Pompadour, rubio, simpático, regordete. Buena vida. “Es él y voy a ganar 500 dólares”, berreaba mientras corría alrededor de la mesa, totalmente fuera de si. En el colmo del delirio abrió totalmente las puertas del dormitorio precipitándose sobre su hermana.
“Todo lo que hay que hacer es sorprenderlo y cablegrafiar a Mister Burns”, rugía Julio agitando el diario ante la nariz de Beatricita .
“¿Quién es ese?”, dijo ella.
“El oficial principal H. C. Burns de la policía secreta”, dijo él.
Más tranquilo arrancó la hoja, la dobló prolijamente y la guardó en el bolsillo de la chaqueta, cuidando que la foto quedara en lugar visible y al alcance de la mano.
“Ahora está cómodamente instalado viendo una cinta, acompañado por una bella dama y no sabe…Có se podría imaginar que yo tendría su cara grabada acá”, dijo, señalando con el índice la propia frente estrecha y amarillenta.
“Oh, ahora detective, _dijo la hermana, quejumbrosa_, La semana pasada querías manejar un tranvía y la anterior ibas a ser aviador, o técnico electricista, ya no sé…Y ahora salís con éste Woolsky. ¿Cómo llegaría a Santa Fe, a la Argentina, alguien que vive…, ¿en dónde dijiste que vive? ”.
“En Georgia, vivía, en Macon y desapareció. Comerciante en drogas. Mucho dinero. No está claro por qué lo buscan _decía Julio, tratando de convencer a su hermana_ Y ofrecen por él 500 dólares americanos…Podría hacer un viaje con ese dinero. Yo en la cubierta del Giulio Cesare…Yo mirando el mar que se agita…Al cielo y al mar…Qué bien me caería ese viaje”.
Beatricita movió la cabeza desconsolada y siguió con la lectura.
Julio regresó al comedor y se sirvió de un botellón de vidrio azul una, dos, tres copas de licor. Una oleada de calor le recorrió el cuerpo. Estaba decidido a todo, aunque sus ideas no estaban claras.
“No hagas ruido al salir _escuchó que le decía ella_, Podrías despertar a papá. No vuelvas tarde”.
Cuando su mano se apoyaba en el picaporte alcanzó a escuchar nuevamente a su hermana: “No vuelvas tarde y tené cuidado Julito”.
“Seis pies de alto, noventa kilos, ojos negros, grazos ligeramente curvos, manos y pies grandes”, memorizaba Julio mientras grandes pasos volvía hacia el bulevar aspirando el olor a pasto segado de la plaza Pueyrredón y por momentos también el aroma de las fragantes rosas blancas.
Su mano derecha mojada por el sudor apretaba en un bolsillo de la chaqueta la culata de un pequeño revólver con cachas de hueso. Era el arma de su padre y todo lo que sabía de ella era que disparaba accionando el gatillo. De todos modos ese contacto le daba cierta tranquilidad.
“Voy a decirle que soy policía y que quiero ver su documento, después veremos”, se alentaba.
Llegado al cine se apostó junto a aquel Studebacker de lujo y mirando su propio rostro deformado en el níquel de los faros se acomodó el sombrero echándolo ligeramente hacia atrás.
No tuvo que esperar mucho para ver salir a “seis pies”, “noventa kilos”, del brazo de la pelirroja de soñadora mirada y piernas largas y sedosas. El susurraba algo al oído, casi acariciándola con los labios y ella sonreía con picardía. Se dirigían hacia el Studebacker y Julio Acosta, tentado por un momento de cortarles el paso, se hizo a un lado antes del encontronazo, cuando ya parecía inevitable.
Otras personas salían del cine. Un grupo numeroso se reunía en la vereda. ¿Qué haría el oficial Burns en este caso?, tras un instante de vacilación _ “No se me escapa el tipo éste”_, apoyó un pie en el estribo del auto y, descaradamente se acodó en la puerta. Su rostro quedó junto al encendido cabello de la mujer y un subyugante aroma a violetas.
“Buenos noches”, dijo. Ella, sorprendida, le clavó sus ojos acerados. Seis pies se aferró instintivamente al volante y escondió la mirada. Julios Acosta ya abría la boca para continuar la ofensiva, cuando alguien lo tomó por el hombro. Era un sujeto con un traje _corte Roldán_, y el ala de sombrero caída sobre los ojos. Otro individuo idéntico estaba junto a él. “¿Molesta el caballero?”. Ella bajó los párpados y con ese sólo gesto desapareció para Julio, quien en el mismo instante sintió que la tierra se movía bajo sus pies. Varios relámpagos rojos y deslumbrantes ocuparon su cabeza.
“¡Le robaron la billetera!, ¡Le robaron la billetera!”, gritaba alguien.
“¡Un mèdico!”, pedía otro. “¡Brutos, salvajes!”, gemía una mujer.
Un silbato sostenido latigueaba el aire. Ruidos de pasos y carreras a su alrededor.
Con un dolor casi inmovilizante en las costillas, Julio apenas atinó a erguir el torso, apoyado en al sola fuerza de sus brazos. El Studebacker, motor en marcha, seguía ahí. La pelirroja y seis pies lo miraban con verdadera curiosidad. Quiso decir algo, pero su lengua tropezó con las astillas de sus propios dientes. Hilachas de sus labios y desalentador gusto a sangre. Cayendo nuevamente al piso intentó llevar su mano al bolsillo de la chaqueta y entonces oyó a la mujer: “¡ Come now! Hurry!”, “Vamos” _decía_, “¡Vamos Thomas!”.
El Studebacker partió entonces con dirección al centro de la ciudad. Bajo el cartel de la película “Dedos de seda”, había quedado Julio Acosta. Alguien le limpiaba con una gasa un corte profundo en una mejilla. “¡Come now! ¡Hurry bye, bye Thomas!”. Un dolor agudo en un costado le recordó que no debía moverse. “Demasiado, para un pibe de barrio como yo”, se dijo, a modo de consuelo
PÁGINA 7 – NUESTRA POESÍA
Lisandro Romero (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Decepción atroz
Te comerán los gusanos
Aunque sólo seas un disfraz.
Te vi deslucido, para nada brillante
quizás siempre hayas sido así
y ahora lo noté,
por eso hablo solo.
Parcialmente,
magramente desmesurados
algo somos,
todo disfraz lleva parte de
uno.
El muerto interior
Ya no llueve
Dejo mi cuerpo destrozado
a disposición, ya,
de la tierra,
que forme parte útil del mundo,
convaleciente, paradójicamente
agobiado de él,
casi inútil para mí.
En el ocaso del tiempo
¿Mi última hora?
Veo por centésima vez
la última imagen
el último suspiro del viento,
aquel sonido, tu voz (me calma)
creo sentirlo llega a mí.
Sé que no volverá a suceder
y sé que fuera llueve
aunque no pueda oírlo, no pueda mojarme
ni moverme hacia el deleite helado
de correr bajo aquel cielo
negro, azul oscuro.
Si sólo pudiera estirar mis brazos
mi mano
para responder a las caricias,
tan sólo si pudiera hacerte saber de mi conciencia
que aún estoy ahí,
o poder evitarte el dolor,
pero no puedo hacer nada,
me acostumbré a hacerte feliz
y ahora derramo lágrimas de tu mirada
marco el resto de tu vida.
Me es inevitable el destino y casi todo lo demás
el haber llegado hasta aquí
el sufrimiento
su posterior éxodo.
Viene
tan rápido
antes era tan lento
con esa fuerza que solía ser débil
que parecía haberme olvidado,
abandono los gritos del dolor
desdoblo el alma hacia el blanco
más blanco, el neutro
más puro, en la paz de la nada
retengo al último suspiro del viento
la última imagen,
y sé que ya no llueve y es de noche
Que jamás volverá a llover.
Hábitat O
No dejará más de mirar
con esos ojos de nostalgia,
ciegos a lo hermoso
no olvidaron lo que dejó.
Ni a una cuadra de lo que fue
observa lo que antes era su casa,
que ya no es suya.
Que sí es casa,
donde todo es igual que antes
todavía nada cambió
sólo él
porque todo le es ajeno
todo se lo ha quitado el tiempo.
Dime
Dime
sólo dime si queda algo de mí
que no detestes
que no te aburra hasta el asqueo,
explícame qué foto del pasado
queda visible,
el puro blanco es la pálida nada
primero has perdido la cabeza
después el amor a las virtudes,
que ahora detectas como inútiles defectos,
así que recuerda y dime
si queda algo de mí que no detestes.
Martes 13
Seré yo como esa viuda de negro
¿Llorando sangre?
¿Vistiendo el luto?
Recaigo al suelo
derramado del cansancio,
del cansancio derramado
sobre mí.
Como han cambiado los rostros,
todos esos rasgos
no son más que cicatrices
puras cicatrices.
Sufrimiento.
Acabaré yo también en esas tierras
queriendo volver alegre el sufrimiento
intentando sonreír en los recuerdos
empapado de nuestra sangre invisible.
Abrazado a todo, es decir a nada
o sea
Vivir en el absurdo,
respirar queriendo estar muerto.
PÁGINA 8 - CUENTO
El fantasma del río Percy
Por Ariel Puyelli (Chubut/Argentina)
Unos pocos conocen una historia tan terrible como la que voy a relatar. Y ninguno de ellos se anima a contarla.
Yo la conocí por un vecino que tuvo un accidente con su auto. Un accidente menor, pero que le sirvió para ser el espectador de uno de los hechos sobrenaturales más terroríficos que ocurren en las noches de luna llena en el puente del río Percy, camino al lago Futalaufquen.
Mi vecino cruzó el puente con su auto cerca de la medianoche, en el verano del 2000. Iba a un camping del Parque Nacional, donde lo esperaban familiares y amigos. Era un viernes. El hombre tenía un comercio en Esquel y todos los veranos se reunía con su familia en un camping los fines de semana, hasta que a fines de enero se tomaba las vacaciones y compartía con ellos quince días de aire puro, sol y agua.
Ese viernes se disponía a instalarse junto a su esposa y sus hijos para disfrutar de un merecido descanso, cuando al llegar a una de las curvas, la más alta, desde la que se puede ver el amplio valle y el curso del río, se reventó una de las cubiertas de su auto. El pobre hombre casi pierde el control del vehículo y se desbarranca, pero afortunadamente sólo fue un susto. Cuando se tranquilizó, bajó del auto para cambiar la rueda, pero antes se paró junto al borde del precipicio imaginando lo que por suerte no ocurrió, porque si hubiera caído al vacío, se hubiera matado.
Mientras estaba cambiando la rueda, creyó oír gritos desesperados provenientes del valle. Dejó su tarea y entrecerró los ojos para ver mejor desde el borde del precipicio, pero no observó nada en particular, aunque la luz de la luna llena iluminaba el valle completo. “Debió ser mi imaginación”, se dijo mi vecino y continuó arreglando el auto. Pero los gritos se transformaron en alaridos y esta vez no le quedaron dudas. No era su imaginación. Los gritos desesperados eran reales. Volvió a observar en dirección al valle y su respiración se detuvo un instante cuando vio que desde la luna llena, bajaba un potente rayo de luz directamente al puente del río Percy, iluminando la figura de un hombre que agitaba sus brazos con violencia.
Parecía que el rayo de luna lo levantaba en el aire. Los alaridos retumbaban en todo el valle provocando en mi vecino un terror paralizante. El sujeto del puente se elevaba cada vez más hasta que el rayo se apagó. Entonces escuchó el lamento de ese sujeto que caía al río y el ruido que hizo al impactar contra el agua y las piedras, que fue ensordecedor, porque parecía que no era un hombre el que impactaba sobre ellas, sino una roca.
Un llanto de bebé comenzó a escucharse desde algún lugar. Luego se produjo un silencio mortal. El pobre comerciante, temblando de pánico, terminó de cambiar la rueda y huyó del sitio velozmente. Cuando llegó a la entrada del Parque, golpeó a la puerta de uno de los guardaparques, a quien le contó lo sucedido. El hombre, en lugar de sorprenderse, sólo le comentó que no se preocupara, que se trataba del “fantasma del río Percy”, pero que no podía darle más detalles porque nadie se animaba a contar la historia.
Yo la conozco. Yo conozco la historia del fantasma. Después de muchas averiguaciones logré que me la relatara el último testigo que vivió en carne propia los desgraciados hechos que convirtieron a James Arthur Person en el fantasma más desgraciado del Valle 16 de Octubre.
Cuando llegó a la Patagonia, James Arthur Person creyó que la leyenda de Butch Cassidy y sus cómplices, sería un cuento de niños al lado de los robos que él podría cometer. Al igual que esos bandidos, Person venía escapando de la justicia de su país, Inglaterra.
Inmediatamente comenzó su carrera de robos en la provincia de Río Negro y desde allí fue bajando hasta la del Chubut.
Person era un hombre desalmado. No tenía consideración con nadie. Y robaba tanto a los grandes comerciantes o hacendados, como al más humilde trabajador. Con sus víctimas, era muy cruel y en la mayoría de los casos, las asesinaba.
Era tan malvado, que hasta los delincuentes más inhumanos rechazaban unirse a él, por lo que andaba solo por ciudades y montañas cometiendo sus crímenes. El sólo mencionar su nombre, hacía que todos los pobladores comenzaran a temblar, y las autoridades no podían capturarlo, porque según se contaba, Person tenía un pacto con el Diablo. Algunos aseguraban que era capaz de esquivar las balas. Otros, que había sido baleado muchas veces, pero que los proyectiles no le hacían nada y que con su caballo volaba por los aires. No sólo los pobladores creían esos dichos. Parecía que el mismo Person estaba convencido de ello, porque no dudaba en enfrentar a cualquiera que intentara balearse con él, escapando luego riendo a carcajadas…
Lo real era que este delincuente sembraba terror por donde pasaba y fue necesario que las autoridades policiales de la provincia crearan un cuerpo especial de policías para capturarlo.
Cuatro hombres fueron elegidos entre los más valientes, fuertes y astutos. Esos cuatro hombres se destacaban por su heroísmo e inteligencia. Durante varias semanas se entrenaron especialmente para que Person no los sorprendiera con alguna de sus tretas, ya que el forajido era muy hábil en sus huidas, y no había obstáculos que le impidieran escapar de sus perseguidores.
Estos hombres no creían en el cuento de que Person tuviera un pacto con el Diablo. Estaban seguros de capturarlo en cuanto lo tuvieran a mano y sin dudarlo, se dirigieron a Esquel donde decían que estaba escondido. Más precisamente, en un cañadón cercano al puente del río Percy.
Durante varias noches, los hombres se apostaron en las cercanías del puente para aprehender al asesino. Pacientemente esperaron a pesar del frío. A pesar de la oscuridad. Una luna llena apareció imponente detrás del cerro Nahuelpán la última noche. Su luz comenzó a iluminar la vasta zona facilitando así el trabajo de observación de los policías, que presentían que ésa sería la última en esperar al delincuente. Y en efecto, uno de los guardias hizo señas con su linterna a sus compañeros de que se aproximaba un jinete. La forma endemoniada de cabalgar era característica de Person.
Los policías se prepararon para la emboscada. El jinete se aproximaba a gran velocidad, iluminado por la luz de la luna.
Al llegar al puente, Person se detuvo bruscamente. Miró a su alrededor como si supiera que lo estaban observando. Bajó de su caballo y cuando estaba a punto de desenfundar su rifle, escuchó la voz del jefe del grupo que le ordenaba rendirse. El bandido desenfundó igual su arma y escondiéndose detrás de una gran roca, junto al animal, les dijo que nunca se iba a rendir y que si intentaban algo, antes asesinaría al niño que llevaba de rehén.
Los policías dijeron no creerle, por lo que Person se acercó con cautela a su caballo y desató un pequeño bulto. Un niño comenzó a llorar desesperadamente. El delincuente dejó a un lado el rifle y en su lugar tomó uno de sus revólveres, con el que apuntó a la cabeza del niño. Los policías le ordenaron otra vez entregarse, y aunque Person sabía que estaba rodeado, no estaba dispuesto a ello. “Sé que me ahorcarán si me entrego”, les gritó. El jefe de los policías le respondió que de todas maneras moriría. Person disparó su arma hacia donde venía la voz, pero no sabía con exactitud dónde estaban los policías. Empezó a desesperarse y a amenazar con matar al niño si no se retiraban, pero el jefe le aseguró que de allí se irían con él, vivo o muerto.
“No me importan sus amenazas”, dijo Person enloquecido de furia. “Soy invencible, soy inmortal”, gritaba mientras su arma se apoyaba amenazante en la cabeza del niño que continuaba llorando desconsolado. Cuando el policía le dijo que era el último aviso para rendirse, Person anunció que dispararía su revólver. Y efectivamente, estaba decidido a hacerlo. La luna iluminaba ahora con más fuerza, y el bandido se dio cuenta entonces que ella había sido la entregadora. No tenía dónde huir sin ser visto. Como si fuera un reflector gigante, la luna alumbraba todo el lugar y Person la odió más que a cualquier cosa en el mundo. La furia que sintió entonces hacia ella, hizo que disparara su revólver al aire, en un intento inútil por apagarla.
Fue entonces cuando para sorpresa de todos, la luna dejó caer un rayo potente sobre el criminal, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo. La criatura rodó a unos centímetros de él y no lloró más.
El rayo de luna seguía iluminando el cuerpo del delincuente que continuó disparando al aire, en un intento desesperado por matar esa fuente de luz que lo enceguecía.
Ante el asombro de los policías, Person comenzó a ser elevado por el rayo de luna a decenas de metros del puente. Gritaba con furia y retorcía su cuerpo como queriendo desprenderse de ese haz de luz que lo sujetaba. Cuando estuvo a más de cien metros de altura, el rayo de luz se cortó y el bandido cayó en el río Percy, siendo arrastrado por las aguas.
Los policías bajaron de inmediato para recoger al niño, pero cuando llegaron al lugar, lo único que hallaron fue un bulto con dinero que había robado horas atrás el delincuente. Los cuatro policías no comprendieron entonces de dónde había venido el llanto de la criatura.
De nada sirvieron los trabajos de las patrullas que durante varias semanas buscaron el cuerpo sin vida de Person. Nunca más apareció.
La historia del bandido fue tan cruel, que nadie quiso recordarla. Y la forma en que terminó su carrera criminal, fue tan sorprendente, que nadie la creyó.
“Yo escuché el llanto del niño”, me dijo varias veces el anciano que me contó la historia. “Mis hombres y yo lo escuchamos, señor, lo puedo jurar. Nunca pudimos averiguar a quién le había robado esa noche. Si el niño existió o fue un truco del Diablo. Pero yo escuché y vi todo, tal como lo cuento”, aseguró el viejo jefe de los policías hasta el final de sus días.
Dicen que en las noches de luna llena, cerca de la medianoche, si uno se detiene en las cercanías del puente del río Percy, puede ver cómo la luna baja un rayo de luz para vengarse una y otra vez de ese delincuente que intentó asesinarla. Que el ruido que hace al caer es el ruido de su duro corazón. Y el llanto del bebé… En fin, eso es inexplicable…
PÁGINA 9 - ENSAYO
¿Qué son los poetas?
Por Delfina Acosta (Asunción/Paraguay)
¿Para qué sirven los poetas? Muchas personas, muchos intelectuales de calibre, han lanzado esta pregunta a lo largo de la historia.
Tiempo atrás, en la España del siglo XIX, la incursión de la mujer en la poesía era, todavía, despreciada. Se consideraba que la poesía no era asunto de las damas, pues ellas hacían mejor papel dentro de la sociedad, y de la casa, bordando o mostrando talento ante un piano de cola.
En el libro La regenta, del escritor español Leopoldo Alas “CLARÍN”, Ana, Anita Ozores, la figura central de la novela, tiene un encuentro de naturaleza casi mística con la poesía, en lo alto de una colina, a temprana edad. Se afana por escribir versos, con los ojos borrados por las lágrimas, pero su habilidad para la poesía, prontamente se ve abortada por un desequilibrio nervioso, que registra constantes episodios de histeria en su existencia.
Frágilis. La naturaleza frágil de esa niña no halla correspondencia con lo que se supone que es el arte, y debe hacer a un lado sus pretensiones de literata, que, por otra parte, son vistos con cierto escándalo por la hipócrita sociedad de Vetusta.
Los poetas sirven para todo. Así se hable mal de ellos en El Quijote, donde se los tiene por locos. En las páginas del famoso libro de Cervantes (genio de los genios) corre la versión que de que los poetas contagian su locura y son muchos.
Cándido y loco
Cuando tú, poeta, te acercas a un persona, la misma te pregunta qué haces, cuál es tu oficio, a qué actividad te dedicas, etc. Viéndote en la necesidad de hacer honor a la franqueza, le dices que eres poeta, entonces la personita de marras, la de la pregunta, digo, se queda pensando nubes borrosas de ti. No sabe qué tienes en la cabeza. Te supone vago, en principio, distinto de los demás individuos y poco útil para la sociedad, o, al menos, para sus propios fines. A veces te piensa cándido y loco. Y hay excepciones, digo...
Vamos a la opinión del genial poeta alemán, Heinrich Heine, sobre la poesía, o, dicho sea en términos más prácticos, el cuerpo del delito: “Tal vez la poesía sea una enfermedad del hombre, lo mismo que la perla no es otra cosa que la sustancia producida por la enfermedad que sufre la ostra”.
Ortega y Gasset habla en estos términos sobre la función que viene a cumplir el vate: “La misión del poeta es inventar lo que no existe. El poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real, que ya está ahí por sí mismo, un real continente...
Al poeta le es dado pensar fuera del tiempo porque piensa por su propia vida que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada... Diríase que llevamos dentro, inadvertida, toda futura poesía y que el poeta, al llegar, no hace más que subrayarnos, destacar a nuestros ojos lo que ya poseíamos.”
Cédula de poesía
Va uno a un sitio, donde lo deben registrar por asuntos burocráticos, esto es, tomar los datos. No se expiden cédulas en las que conste que uno, amante de las palomas de las plazas céntricas, de las grandes corrientes marinas, de las ideas voraces, es poeta. Es decir, uno puede decir, que es estudiante, pero poeta, no.
Y si ya en tono más entretenido, conversando con las señoras de la vecindad, tú les dices que te agradan las lecturas de Dostoievski, de Benito Pérez Galdós, de Gabriel García Márquez, de Dulce María Loinaz; te miran como se mira a una tortuga que hace uso de la palabra. Les parece necedad que en vez de dedicar unas buenas horas de tu tiempo en hacer algo rentable, te pases leyendo a tanta gente desconocida.
Cuando dices que eres poeta, te miran con ganas de entenderte, de intentar comprender, al fin y al cabo, qué migas encuentras en escribir versos. No entienden por qué cable, por qué ondas magnéticas, te llegan las chispas al cerebro. Lo más común y cotidiano es que te pregunten: “¿Y de tu cabeza, nomás, sacas las poesías. Cómo es que la inspiración te viene...; no entiendo...; estudiaste...?”
Y tú les respondes que no es así, que hay que leer, pero ya al rato no quieren saber más nada de tus explicaciones y te dejan a un costado de su vida. Ven en ti a una persona -ciertamente- inofensiva, pero poco práctica y pícara para llevar una conversación jugosa.
Jean Paul Sartre, el autor de La náusea, que descreía de todo, tenía unos razonamientos importantes en relación con los poetas y su creación artística: “La misión del poeta es devolver su dignidad al lenguaje... Sólo podremos salvaguardar la literatura emprendiendo la tarea de desengañar a nuestro público... Por la misma razón, el deber del escritor es tomar partido contra todas las injusticias , vengan de donde vengan... Solamente el presentimiento de la justicia permite indignarse contra una injusticia... No hay fines que elegir. Los fines se inventan. El hombre tiene que inventar cada día”.
El dolor de pensar
El poeta sufre. El dolor de pensar se da en él de una manera continua. Me refiero, claro está, al sufrimiento del poeta culto, inspirado, que lee a Heine, que se despeina estudiando las obras de Jorge Luis Borges, de Vicente Huidobro, de Miguel de Unamuno, de Juan Gelman, de Octavio Paz, de Pablo Neruda, etc.
Exagerando, diría, que su cutis es distinto al cutis de las personas “normales”. No vive el poeta de la melancolía. Pasa malos ratos. La economía no es con él. Si llega a la fama, no llega a rico. Son frecuentes sus angustias metafísicas, tanto como sus preocupaciones materiales.
Para muchos, el poeta es un dios, alguien que interpreta los rayos, que agria y endulza (al mismo tiempo) la cotidianeidad.
Los enamorados consultan con él, cuando el amor se les va de las manos. Se cree en el poder del soneto.
Para muchos, la poesía es vagancia. Para los entendidos y sensibles de espíritu, la poesía es esa cosa bella, dolorosa, real e irreal a la vez, que nunca terminará de entenderse ni de definirse totalmente.
Pero vamos al credo poético de un vate y cerremos la nota.
Que el verso sea como una llave
que abre mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando.
Cuanto miren los ojos creado sea
y el alma del oyente quede temblando.
Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra.
El adjetivo, cuando no da vida, mata.
Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como algún recuerdo, en los museos.
Mas no por eso tenemos fuerza.
El vigor verdadero
reside en la cabeza
¡Por qué cantáis la rosa, oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema;
Sólo para nosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.
El poeta es un pequeño Dios.
Vicente Huidobro
(Santiago de Chile, 1893- Cartagena, 1948)
PÁGINA 10 - CUENTO
Nos alcanza la vida
Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
No quiero estar aquí, pero nadie quiere, supongo. Me dicen de mujeres golosas de sufrimiento, deseosas de hacer el oficio de santas, limpiar llagas y respirar
pestilencias. Me dicen que no sólo lo hacen con resignación sino con felicidad. Pero no creo que lo disfruten realmente, será que dice eso la mala conciencia de los que las dejaron con el fardo y salieron corriendo. No creo que nadie quiera verdaderamente caminar por estos corredores impregnados de gritos.
Me bajé mal del colectivo, dos cuadras antes. Me regalé entonces unos minutos de demora y respiraba el aire frío de la madrugada y la soledad, y la paz de no estar aquí todavía. Caminé despacio, era a las seis que tenía que estar y me quedaban cinco minutos. En la calle había gente, alguno pasaba en bicicleta, hacía frío, me veía la respiración blanca.
No vale la pena robar cinco minutos, no me descuentan nada porque allá en la calle es como si ya estuviese acá. En estos días estoy acá aún cuando me caliento la comida en la hornalla de mi cocina o me baño en mi ducha. Avivé el paso.
En la entrada también me equivoqué. En vez de usar la puerta normal ingresé por la entrada de servicio. Se prendió la luz cuando pasé entre las bicicletas y las garrafas. Me miró el guardia. No me dijo nada, ya debe de entender estas cosas. Quizás no sabe nada de nada, pero de tanto ver sabe que los que entramos lo hacemos siempre por la puerta equivocada, aunque algunos usen esa de vidrio, la oficial. También se equivocan, porque vienen para algo que nunca es finalmente lo que esperaban.
Hay mucha gente. Afuera es de noche, pero los pasillos estos son como los gallineros, siempre es de día pero nunca es el día verdadero. Afuera cambian las horas y las estaciones, aquí el tiempo, la vida, las sonrisas, todo es artificial.
La gente transcurre sin ruido. Sentados, parados, caminando, todos tienen ese silencio de quien no quiere ser advertido. Sigilosos. Yo también camino con suela de goma y la sensación de que nos acechan.
Pasillo, escalera gastada, pasillos, peceras de vidrio con las enfermeras o los médicos que viven unas vidas ajenas. Ellos están habituados, charlan, se ríen, dicen que el sábado es el cumpleaños de la Martita, se pasan recetas. Y me acerco a la habitación deseando que esté dormido, que no se haya orinado, que no venga justo el médico, que las cuatro horas que empiezan ahora sean un paréntesis de nada entre el afuera que recién dejé y el afuera que me prometo y está tan tan tan lejos.
Se va la mujer que se quedó a la noche. Toma su bolsito y sale disparada. Huye y me deja acá, en la habitación en penumbras. Siento que me abandona a mi suerte, que me traiciona como un soldado que deja al compañero herido en la trinchera y corre a campo traviesa. Ahora me toca a mi estar para lo que pase o que ojalá, ojalá no pase.
Cambio la silla de lugar. La pongo contra la pared de enfrente, me saco la campera y el pulóver, con mucho cuidado me siento y recuesto la cabeza contra el muro.
Los tres hombres duermen. Alguno sufre, se queja en sueños. Otro tose y temo que se despierten pero no. Voy esquivando el desastre. Yo también dormito. Miro el reloj y me alegro. Pasó una hora, faltan tres y hasta ahora voy bien.
Viene la hija del señor de la derecha. Hablan quedo pero me alarmo igual. Que no hagan olas, que no enciendan el día. Prenden la luz del baño para anotar un teléfono en un papel. No, es la clave del cajero para que la chica saque dinero, hay que pagar los descartables. En ese momento son mis enemigos, los odio. Que apaguen esa luz, que no rompan la noche que se extiende y me va salvando.
La chica se va y todo se aquieta. Siguen dormidos. Alivio. Las enfermeras hablan fuerte detrás de la puerta, se escuchan los timbres que suenan en la salita reclamándolas. Son las ocho de la mañana pero aquí sigue la noche. Faltan dos horas.
Empiezan los ruidos del desayuno. Se terminó la gracia concedida. En cualquier momento se abrirá la puerta y dejaré de ser invisible. Y se abre la puerta, la mucama prende las luces, corre las cortinas y deja las tazas con galletitas por ahí arriba, no hay mucho espacio.
La señora de la izquierda, que estaba debajo de una frazada como un bulto informe sale del capullo y le pone la mesita ladera al marido. Nos saludamos apenas. Sólo hay una bandeja para otro desayuno, menos mal que el hombre de la derecha no quiere tomar su té. Tomo la bandeja y despierto a mi padre. No es fácil. Tampoco es sencillo incorporarlo en la cama. Le doy vueltas a la manija de la cama ortopédica y por supuesto me equivoco, los pies se van alzando. Deshago lo hecho, le doy vueltas a la otra manija ¿para qué lado? Hay que probar, nada es conocido, hasta lo más sencillo se me dificulta y me hace consciente de mi inutilidad.
Le doy el té, come dos de las tres galletitas. Nunca le había dado el té así. En casa se lo ponía arriba de la mesa, le alcanzaba las galletitas, nunca había tenido que ponerme aquí tan cerca, tan de arriba, tan lejana y diferente. La boca tiene forma de pico, las bocas de los viejos se van haciendo puntudas en el medio. Me pregunto si siempre tuvo los ojos tan claros. Ahora la cara es puro ojos saltones, no se parece a él sino a mi abuela, su madre. O será que era la misma cama, las mismas sábanas, el mismo tubito transparente en el brazo, esa cosa de estar desapareciendo de a poco que deja algunos rasgos fundamentales y piel vacía.
Veo que el pañal está despegado en un costado. Cuando pasa la enfermera le pregunto si me puede ayudar a cambiarlo. Me dice que sí, pero cuando termine la ronda. Deseo que la ronda sea larga y vuelva cuando ya me haya ido. Falta una hora. El tiempo se comprime y se expande aquí. No tiene la lógica del afuera.
Espera al revés, esperar que no ocurra en vez de esperar que ocurra algo. Ese deseo fuerte que duele, desear con todo el cuerpo que se demore, que venga cuando me haya ido. Que no me obliguen a estar acá cuando venga con apuro y celeridad para ayudarme a cambiarlo. Yo no quiero, saben, no, no quiero. Pero ya aprendí que querer no significa nada.
La mucama limpia la habitación. Salgo y vigilo desde afuera, pero está tranquilo, dormitando después de comer, los pelos blancos formando una cresta sobre la cabeza. Mamá dice que tiene la cabeza con forma de rabanito, me acuerdo y me da risa a pesar de la angustia.
Han abierto un poco las ventanas para ventilar. Me acerco a una en un pasillo y abajo en un patio interno hay macetas con arbolitos. Se los ve bien, altos y frondosos, pero es enorme la tristeza de esas macetas sobre las baldosas. Todo está sostenido con artificio aquí, gentes y vegetales. Ninguno en su lugar. A los arbolitos les falta tierra y a la gente morir en paz quizás. Recuerdo el horror que me siguió en sueños y en años cuando vi una película, de niña, donde recrearon “El caso del señor Valdemar” de Poe.
Esto está lleno de señores Valdemar, entre la vida y la muerte, torturados, imposibilitados de un descanso, mantenidos en una zona de espanto. Sale una viejita en silla de ruedas de otra habitación, la acompaña el camillero, ningún familiar está con ella. Pero no se queja. No dice nada, se deja rodar con los piecitos diminutos sobre los apoyos de la silla. “Los brazos adentro”, dice el muchacho. Claro, los viejos se quieren agarrar a cualquier cosa, lo que sea. Se aferran.
Vuelvo a asomarme. Mi padre sigue sin moverse. Me quedan cuarenta y cinco minutos, pasa la enfermera y me dice que ya viene. Le agradezco y espero que tarde. Le dicen que tiene que bañar a una anciana de la “D”. Al lado. ¿Cuánto tardará? No tanto, seguro, pero quién sabe.
Ahora miro el reloj cada cinco minutos, cada tres, a medida de que se va acercando la huida el tiempo se hace más lento, se detiene casi. Espero que la enfermera no venga por un rato más. Pido poco, que se demore quince minutos, que aguanten las nubes y comience a llover justo cuando ponga la llave en la cerradura.
No, se larga la lluvia y me encuentra en descampado, siempre ocurre eso, viene la enfermera con la sábana y los guantes. No podía tener tanta suerte. Nunca tengo tanta suerte. Viene y yo tengo que fingir que la ayudo. Es lo que se espera. Yo misma le pedí que me ayude a cambiarle los pañales, me avergüenza decirle cámbiele los pañales, por favor, déjeme salir y pasar de esto. Entonces me paro al lado y estorbo, porque sólo puedo hacer los gestos aproximados, me falta solvencia.
Le saca los pañales, lo deja desnudo sobre la cama y quedamos desnudos todos en la habitación de pesadilla. Y no es para tanto al fin y al cabo. Con firmeza y celeridad lo lava, le saca la sábana, le cambia el pañal y lo deja listo y tapado. Ya está.
Pero yo no quería. De verdad que no quería verlo desnudo arriba de la cama, un animal asustado que se deja dar vuelta y colabora torpemente. No, no quería. Y no fue para tanto.
Justo entonces se abre la puerta y entra el relevo. Me puedo ir. Salgo por pasillos y escaleras y esta vez por la puerta correcta y piso las baldosas de la calle debajo de un cielo de veras, y me digo que no fue para tanto, que casi zafo y ojalá la enfermera hubiese tardado un rato más o mi mamá hubiese llegado un cuarto de hora más temprano, pero que al fin y al cabo no fue para tanto. Y una empieza a morir cuando estas cosas al fin y al cabo no son para tanto.
Vuelvo caminando. Estoy cansada, regreso bajo las nubes iluminadas por la crueldad de la vida que nos alcanza.
PÁGINA 11 – POESÍA ARGENTINA
Amelia Arellano (San Luís-Argentina)
La piel de la memoria
¿Adónde van las palabras que recubren
este despojo oscuro de pesadilla y noche?
¿Adónde van cuando abandonan este cuerpo de barro de cigarras?
¿Quién desovilla esta madeja de lombrices moribundas?
¿Quién habla cuando callo?
¿Quién se queda en mi grito estéril de ventrílocuo loco?
¿Qué calladas palabras huyen de mis huesos
atropellándose como gaviotas ciegas?
¿Qué es ese ruido sordo que muere cuando lo toca el aire?
¿Qué aliento aciago apaga el candil balbuceante?
Brama la oscuridad y calla el viento
la luz y las palabras se alejan definitivamente.
Queda un puñal de ausencia cercenando,
letra a letra la piel de la memoria.
Éxodo I
En mi casa pueblo han hecho nido los adioses,
aleteos de pájaros sombríos
desdibujan el sol en una aureola gris.
Se han marchado todos. Los hombres, los pájaros, el río.
Los árboles en desdichada sed, con su alma de niño,
sin preguntas, los siguen.
En mi casa pueblo anidan en escombros
herencias del ayer.
Algunas flores quedan sobre las tumbas quietas
abonadas por el polvo de los que no se van
porque se fueron.
En mi casa pueblo ya no queda nadie.
Solo las calles, largas avenidas de lamentos.
Allá, a lo lejos, donde acaban los sueños,
el viento, piadoso, desliza sobre el pueblo
la señal de la cruz.
Éxodo II
Guarda esa congoja, amor. La rosa está de luto.
Ellos se han ido.
Quedan sus nombres y un territorio ausente.
No hay nada.
Ni siquiera el miedo en la pupila muerta de la tarde.
No hay ancestros ni dioses,
sólo adioses.
Está el sol, siempre el mismo, pero otro sol.
Es tibia caricia que desgrana el alba
pero también castigo que deshace la luna y la memoria.
Está el viento, otro viento, el mismo viento.
Pero la brújula del tiempo ha enloquecido
y rota, gira, en un círculo sin edad,
y sopla el viento, piadosamente sopla.
Es en vano.
Para que las sendas caminen deben saber al menos
adónde van los pies.
Guarda esa congoja amor. Ellos ya no están.
Tampoco yo.
PÁGINA 12 - CUENTO
Mi hogar, mi reino.
Por Mónica Da Luz (Santa Cruz/Argentina)
Llevan 30 años de casados, ella mira el álbum de fotografías color sepia, desliza los dedos tratando de atrapar los recuerdos, en una ve a su madre vestida en forma elegante, con ese peinado de época, que a su nieta le parece fascinante. A su boda asistieron todos los parientes y amigos, fue una fiesta esplendorosa.
Recuerda como si fuera hoy cuando por primera vez llegó al que seria su hogar, el aroma penetrante de las paredes recién pintadas, la alfombra verde, nueva suave al pisar y áspera al tacto, las cortinas claras que permitían la luz penetrar, bañando los objetos dándoles un toque mágico. Vuelve a sentir la misma emoción del día que preparo la habitación para la llegada de su hijo mayor llamado Máximo, la cuna recién comprada las cortinas de colores, los juguetes.
Cerró los ojos, pensaba en los variados almuerzos y fiestas que fue organizando por distintos motivos.
Capturó la imagen de la cara de sorpresa y admiración de sus amigas por los cambios de mobiliario que se iban adecuando a la época y a la nueva situación económica.
Ella sentía que era reina y que su hogar era su palacio.
Hace poco tiempo su esposo se jubiló ya no pudieron enfrentar los gastos para remodelar la casa
Esta se fue deteriorando lentamente.
Ella le rogó e imploró que la arreglaran el la miró cansado y dijo ¡estás loca! No hay dinero.
No hay dinero... esa frase sonó como un látigo en su cerebro, golpeándola en su orgullo.
Esa noche no durmió pensando, al fin supo que tenía hacer, estaba segura que esa era la solución.
Lo miró con ojos brillantes, escuchando su respiración acompasada.
Lo besó en los labios con cariño desteñido por el paso del tiempo y apretó con fuerza la almohada sobre el rostro de su esposo. Sólo se detuvo cuando el cuerpo del hombre quedo laxo, sin vida.
El amanecer se colaba por la ventana dando tintes suaves a la habitación.
Ella llamó al médico que escribió en el certificado de defunción: Infarto.
Hoy recibió el cheque del seguro, ya tiene a los obreros trabajando en la remodelación de la casa, los golpes son música en sus oídos
Una lágrima resbala por su mejilla: Extraña a su marido.
PÁGINA 13 – ENSAYO
La creación literaria: una forma personal de comunicación
Por Pablo Cassi (San Felipe/Chile)
El arte y en especial la literatura como formas del comportamiento humano, han sido una constante a través del tiempo. La creación literaria de un poeta o de un escritor, por lo general, ha sido más bien una forma personal de comunicación con su prójimo inevitable y con todo aquello que frecuentemente lo sobrepasa. Este si no que lo acompaña como una sombra implacable, lo obliga muchas veces a sustentar una visión pesimista de la sociedad.
No obstante lo anterior de pronto apareció el triunfo de ciertos discursos unívocos, la práctica abierta del sofisma por parte de profesionales de la retórica, lo que conllevó de manera irremediable, que la función de la literatura, fuera en cierta medida dejada de lado y reemplazada en las conciencias de la mayoría de los individuos por la idea del -entretenimiento o la mera diversión, la que se ha instalado cómodamente en el alma de la ciudadanía.
Entonces el acto creativo de un autor, dejó de ser importante para una gran masa y por ende para el mercado del libro y así fue que el -mundo de las letras, perdió cada vez nuevos espacios en su propio mundo, un mundo que con la invención de la imprenta a fines del siglo XV, permitió que millones de individuos tuvieran acceso a la más amplia gama de conocimientos en ámbitos tan disímiles como: la historia, filosofía, la política y los acontecimientos bélicos. Esta verdadera revolución intelectual trajo como consecuencia el surgimiento de nueva formas de vida y la aparición de un individuo, más crítico con las antiguas estructuras imperantes, las que sólo estuvieron reservadas a pequeños grupos sociales, mientras la gran mayoría de la humanidad permanecía en el más absoluto oscurantismo.
Como consecuencia de este fenómeno, aparecieron posteriormente diversas comunidades, integradas por poetas, historiadores, escritores, filósofos y dramaturgos, quienes desde su particular óptica, entregaron una visión, subjetiva, otras en exceso fatalistas o la narración casi fotográfica de aquellos acontecimientos que se sucedían en un ámbito más bien reducido.
Las urbes en ese entonces eran habitadas principalmente por la aristocracia y una emergente clase burguesa, la que en forma paulatina fue ganando espacios en el ámbito del comercio, generando un cierto poder económico el que posteriormente les permitió acceder a las universidades y posteriormente a la creación de movimientos políticos, los que no tardaron en generar espacios propicios para una decidida participación en el campo gubernamental.
Si bien es cierto que durante este largo periodo, aparecieron importantes y señeras figuras en muchas de las disciplinas intelectuales y artístico-culturales, la humanidad experimentó su primer gran cambio, la revolución industrial, la que nace como una necesidad para satisfacer la gran demanda de alimentos, vestuarios y otros bienes de consumo. Sin duda que este hecho histórico va a modificar ciertas estructuras sociales en la que los grandes perdedores sin duda alguna serán los artistas y los escritores.
La clase social y política e imperante, manejada por la aristocracia y la burguesía, también experimentan cambios profundos. Lo que hasta ayer para este segmento, constituía una vida apacible y bucólica, rodeada de artistas, músicos, poetas y pintores, adicta a una insaciable vida social, a lo que se sumaban los permanentes viajes por alrededor del planeta, debe de manera inesperada enfrentar los desafíos de su propio tiempo, una sociedad que cambia en 180 grados y trae como corolario profundas transformaciones socioeconómicas, especialmente en el campo de la producción industrial y por ende en la optimización de los procesos agrícolas.
Sin duda alguna y en la medida que la revolución industrial fue perfeccionando sus técnicas, el lucro se instauró como una premisa, trayendo consigo un desmesurado interés por aquellos bienes materiales, dejando de lado aquellas expresiones espirituales que antaño habían ocupado un lugar de privilegio en la antigua Europa. Estos profundos cambios que van a beneficiar a un número considerable de hombres y mujeres, admite innumerables versiones, que van desde la creación de laboratorios para el estudio científico de enfermedades para las cuales no existían los fármacos adecuados, el mejoramiento de los sistemas de urbanización y la aplicación generalizada de un sistema educacional basado en la cultura occidental cristiana.
En la medida que nuestra sociedad occidental alcanza sus mayores logros económicos, paralelo a este fenómeno se genera la aparente inutilidad del oficio de los artistas, especialmente de los escritores, quienes comienzan a ser vistos como entes catalizadores de un disturbio subterráneo, una clase que no vacila en denunciar a través de sus obras un cierto grado de descontento. Esta situación que incomoda a esta nueva sociedad, opta por relegarlos en forma paulatina a un segundo plano y posteriormente expulsarlos de la reciente república del consumismo y del exitismo.
De acuerdo a este nuevo orden imperante, producto de la exportación de las grandes economías de mediados del siglo XX, carente de motivaciones espirituales y de proyectos que vayan más allá de lo inmediato y perecedero, los autores de textos literarios, resultaron a la postre los únicos y grandes perdedores. En una sociedad altamente tecnificada y pragmática como la nuestra, ésta a juicio de los economistas, no requiere para su normal funcionamiento: poetas, pintores, músicos, escultores etc. Los grandes problemas por los que atraviesan los países llamados en vías de desarrollo, un eufemismo para obviar la denominación naciones subdesarrolladas, no se soluciona con nuevas promociones de escritores o intelectuales o el fomento de la cultura en sus más diversas expresiones. Lo que aquí se requiere - según - los economistas, es mano de obra altamente calificada, es decir hombres-máquinas que sean capaces de elevar los índices de producción, para así poder competir en los mercados de Europa, Asia y Estados Unidos sin importar mayormente que el día de mañana el alerce o la araucaria sean nada más que un hermoso recuerdo de la zona sur del país más austral del mundo.
Enfrentado a esta penosa realidad el auténtico escritor, se ha planteado con insistencia y de manera conjetural, una redefinición de su rol dentro de esta sociedad convulsa, de las que no pocos autores, han estado ausente. No olvidemos que en la reciente visita a nuestro país, el novelista peruano Mario Vargas Llosa, frustrado candidato a la presidencia de su país, hace ya más de una década, argumentó lo siguiente “La pérdida de la identidad de los pueblos de América Latina, se inicia a partir de la aceptación de seudas expresiones culturales, provenientes de países industrializados. La drogadicción que atraviesa transversalmente nuestra sociedad, sumada a la industria de la pornografía, la que se sitúa en el cuarto lugar, a pasos de un alcoholismo desenfrenado en vastos sectores socioeconómicos de nuestra juventud, hoy a nadie escandalizan. A lo anterior podemos agregar que un joven cantante de origen negro, elevado a la cima de la popularidad y con millones de seguidores en los cuatro puntos cardinales, requerido por un tribunal de su país por prácticas de pedofilia, fue declarado inocente. Este seudo ídolo, goza de inmunidad diplomática para transgredir todas las normas de la ética y de la conducta humana. Una pregunta no se hace esperar ¿Por qué en el país de las oportunidades, el que se dice ser respetuoso de los derechos ciudadanos, de su propia constitución y de sus leyes que castigan severamente este tipo de transgresiones, opere de una manera distinta para unos y otros?
Junto al siempre acechante negativismo humano, hacia las más nobles expresiones espirituales y el ilusionismo palabrero de las diferentes corrientes del pensamiento, sean éstas políticas, religiosas o filosóficas, ciertamente que tanto los escritores como los intelectuales y los artistas son alcanzados también por tales panaceas. La tentación propagandística no tarda en producirse y una avalancha de elogios se enseñorea satisfecha en el espíritu de quienes buscan en esta vocación, permanentes dividendos. El hedonismo cada día gana nuevos espacios, el lema es: "Se vive una sola vez. "
Deseo, antes de concluir estas ideas, invitar a todos los hombres de buenas costumbres, a defender lo más íntimo de cada ser humano, lo que se inicia a partir con el descubrimiento del lenguaje y su significado, porque las palabras también pueden modificar ciertas conductas equívocas y alzar como banderas de lucha, el amor al prójimo, a la tierra que nos vio nacer, el vasto horizonte de nuestra infancia, mientras la noche oscurece al cielo para recordarnos que somos nada más que simples peregrinos que vamos de un lugar a otro.
Al reunimos, tácitamente aceptamos que la tarea del escritor, requiere ser escuchada con atención, comparada con otros oficios y por sobre todo, aceptarla como una actitud sin fronteras, desafiando el contumaz olvido que a diario los desalienta.
Estar aquí, significa aceptar que la palabra no es común y que más allá de las circunstancias, nos vincula una auténtica fraternidad en afanes humanos y sensibles, siempre y cuando ésta, habite en un ser que tenga la capacidad de amar y a su vez la posibilidad de escribirla tantas veces sea necesaria y además esté siempre dispuesto a compartirla en forma generosa.
Como en todo hombre, la primera condición del escritor para realizar su trabajo es hacerlo bien. Conseguirlo le llevará -probablemente- toda la vida. El escritor nace y se hace cada día, porque debe comprender que escribir es dedicar su tiempo más valioso a recoger, expresar, comunicar, soñar, a querer y a no querer a todos los verbos inexcusables que forjan con o sin su permiso, es decir alma y cuerpo de todos los días, de todos los momentos y en todos los lugares.
Ser creador con la palabra, significa hacerse cargo de una variada gama de interrelaciones y asumir un rol pacificador dentro de una sociedad que aún no sale del todo de la barbarie. Su vida ni muy distinta ni muy distante de las de otros, se forja de nostalgias y sueños, de concordias y desacuerdos, de amores y desamores que no podría, si no acoger como materia vital de su propia experiencia, porque la poesía o la narrativa, no son adornos barrocos, trasnochados y ojerosos, ni panfletos políticos usados impunemente para captar a posibles incautos en periodos electorales, ni menos tontería solemne, empalagosa, ni un atrevido simplismo de rimas consonantes , sensibleras o de palabras usadas hasta el cansancio para denunciar , lo que todo ya conocemos.
Sin negarles, por cierto el derecho a existir a estas seudas formas de la creación literaria, afirmamos que ninguna de ellas corresponde a la verdadera - literatura - porque ella detenta sin arrogancias esa intransferible misión de custodiar la riqueza de ser hombres, en la exactitud de la existencia cotidiana, allí donde se revela el auténtico drama humano.
Y una pregunta no se hace esperar ¿Hasta dónde se extiende el poder de la palabra? ¿Qué zonas limita o intenta poblar? La respuesta depende de ese factor decisivo que se denomina talento, pero que también exige trabajo, consciencia, inspiración y quizás años de espera para que uno o más individuos lo reconozca entre sus iguales.
Mi convicción personal se basa en la creencia de un ser superior cuya denominación tiene diferentes nombres y lenguajes. Cada cual es libre de otorgarle la divinidad que crea que más lo interpreta. Este ser superior que para algunos tiene rostro conocido, otros lo identifican de una manera diferente: la energía que fluye en el universo y que permite la existencia de quienes habitamos en este planeta.
Cualesquiera sea la creencia personal, el don que posee un artista o un escritor, proviene de una clave genética que ni los propios autores son capaces de identificar. Ellos muchas veces atribuyen que esta es una mera casualidad, en el arte no existen las casualidades si no la causalidad, es decir que todo es causa y efecto y por ello no canta el que tiene ganas, si no el que sabe cantar. La virtud o el descalabro corren por nuestra cuenta, así lo han entendido la mayoría de los escritores que abrazan este oficio, como un desafío. Ellos están conscientes que enfrentados a la difícil disyuntiva que es dar a conocer públicamente sus primeras creaciones, han sido fieles a su consciencia y a sus propias limitaciones de simples mortales, sobrepasando a la vanidad y a la complacencia del aplauso barato, tan en boga en estos días. Ellos creen en su oficio, sabiendo que el triunfo definitivo no se alcanza a partir de las autosuficiencias individuales porque han comprendido que este oficio es un trabajo permanente, donde cada día se concurre para aprender y no imponer erradas convicciones, carentes de fundamentos netamente literarios. La tarea de todo recreador se labra en el sentido más hondo y amplio de la persona que su responsabilidad no es únicamente no mentir, si no atreverse con lo verdadero y lo imperfecto, ya que escribimos en gran medida porque algo nos falta o porque algo nos sobra.
Hoy sin embargo percibimos una cierta disociación en la vida estética de muchos autores, una dicotomía entre la permisividad y la franca decadencia por la que atraviesa nuestra sociedad y de la cual sólo sobrevivirán aquellos que han abrazado al arte y a la poesía como una expresión cotidiana.
La revaloración del trabajo creativo ganará nuevos espacios en el corazón del conglomerado humano cuando existan autores comprometidos en fomentar un interés real por el arte y la cultura en sus más diversas expresiones. A menudo el discurso actual es aquel que habla de una sociedad creadora, capaz de utilizar la imaginación para construir nuevos mundos a partir de la palabra o del color pero vemos con cierta decepción que estas expresiones espirituales no están incluidas en la nómina de aquellas necesidades fundamentales que requiere un artista para sentirse partícipe de esta sociedad y así colaborar con su mensaje para construir un mundo más equitativo, tolerante y solidario.
La Psicología social, encargada de estudiar este tipo de fenómenos expresa que la literatura refleja la época que se vive, las orientaciones que ha recibido, los impulsos individuales producto de las diferentes percepciones que cada autor capta del entorno, la afectividad expresada de indistintas maneras, y que en fin de cuentas todas ellas se reflejan en quienes se sienten interlocutores válidos en este proceso existencial, el que sin duda ayudará a mejorar la calidad de vida del individuo.
No deseo concluir estas breves reflexiones en torno al oficio del poeta, o de la utilidad de la poesía, sin antes manifestar que no reconozco obligaciones temáticas de ninguna índole si una paciente labor que se traduzca en un abrazo, mayor a toda la soledad existente, quizás por esto pienso en tu soledad y luego, agrego mi cariño a todos quienes se identifican con esta forma de vida.
PÁGINA 14 - CUENTO
El espíritu del espejo.
Gonzalo Geller (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)
Nada iguala más a los hombres que creerse enemigos.
Esa fuerza ciega que lleva a pensar en todo lo que otro ama, en todo lo que odia.
Esa fuerza oscura que lleva en vértigos a considerar todo lo que el otro es.
Pero nada de esto importa ahora.
Ahora, estás esperando tu muerte.
Y sabés que estás esperando morir.
La puerta se abre.
Tiene que llegar. Réplica del que espera, tiene que llegar. Con las manos desnudas, el odio desnudo. Tiene que llegar. Y las luces apagadas, la tenue penumbra de atardecer que inunda la habitación, no van a evitar esa mirada a los ojos. Esa mirada que puede cambiar la historia, o hacerla más profunda, como a cualquier herida.
Los lentos compases del reloj volvieron a nacer, para morir, una y otra y otra vez.
El silencio denso, pesadísimo.
Es la carne de la espera.
Se sintió algún pájaro, con los últimos resplandores del sol.
La puerta se abre.
Miraste por la ventana.
Quisiste adivinar, en aquella sombra, al verdugo.
El silencio, un dolor agudo, insoportable, cayendo sobre todo.
Alguien abre la puerta.
Parece imposible dominar el miedo; pensar que acaso el otro tenga tu cara, tu odio, tus motivos. Te habrá robado todo, absolutamente todo: el poder de su odio tiene que ser tanto, que ya no puede ser él mismo.
No podés evitar ese miedo, verte como un reflejo del otro, que te encarna con mayor intensidad.
La noche, que cae, te devuelve solamente una silueta.
Sus manos desnudas.
Un suspiro, casi imperceptible.
Y esa mirada que se adivina en la oscuridad.
Todo lo que hiciste parece confluir en esa mirada.
El odio, el profundo odio, la ceguera.
La inevitable ceguera de los hombres, que el odio multiplica y siembra, siempre.
Ese hombre te odia.
Ese hombre que viene hacia vos, con pasos lentos, casi temblando.
Todo lo que habrá hecho; ese hombre que te odia.
Cómo habrá planeado este momento. Cada detalle. Cómo entrar, cómo salir, cómo vengarse. Cómo seguir con su vida, después de esto, si es que hay una vida después de esto. Cómo puede ser que su vida se pueda resumir en algo tan puro como este odio. Cómo puede ser que su vida resulte una construcción tan perfecta, tan pura.
Este odio.
Y sentir la tristeza, y el cansancio.
Él da unos pasos.
Te ves en sus ojos.
Tiene tu propia carne: es imposible no recordar la primera vez que lo escuchaste llorar.
Es un lugar común decir o creer que antes de morir ves pasar la vida delante de tus ojos.
Nada iguala más a los hombres que creerse enemigos: es la vida de ese hombre, que viene a matarte, que tiene tu propia carne, lo que pasa frente a tus ojos.
No es tu vida.
Un temblor.
Sus manos se acercan.
Un temblor.
Cerrás los ojos, esperando que todo pase.
Debe estar esperando algo.
Por más que cierres los ojos y te entregues, debe estar esperando algo.
Después de todo lo que pasó, debe creer que es mentira.
Que no estás cerrando los ojos, que no te estás entregando, que algo vas a hacer.
Algo.
Otra traición.
Otra más.
En el último momento, atacar a traición.
Eso debe estar esperando.
Que haya alguien escondido, en alguna parte.
Que tengas un arma.
Algo.
El reloj retumba en el silencio.
Los latidos de la espera van naciendo y muriendo sin fin.
Los dos se dan cuenta: lo que está a punto de morir, es un poco de cada uno. Inevitablemente, algo de cada uno va a sobrevivir, también, en el otro.
Él te acerca las manos.
Sus manos, que tienen tu propia carne, tu propia piel, están tan cerca.
Debe haber pensado en esto. Demasiado: tiene que haber soñado noche tras noche con esto.
Es hora de ponerle fin.
Podría dar un paso atrás.
Podría no hacerlo, arrepentirse.
Pero a veces negar lo que uno es o desea es más doloroso que la propia muerte.
Se acerca, un paso más.
Esperás, paciente, el abrazo de tu propia carne.
Ya no hay luz en la habitación cuando sus pasos resuenan otra vez.
Ya no queda nada más.
Para ninguno de los dos.
La puerta se cierra suavemente, y el reloj se sigue desangrando en cada mínima gota.
PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA
Cecilia Gargantini (San Martín-Buenos Aires/Argentina)
“sólo la sed
el silencio
ningún encuentro”
Alejandra Pizarnik
Ventana cancelada
un punto de fuga hacia el vacío.
Detrás de las cortinas
me desdoblo
en noches desdibujadas
y ausencias recurrentes.
"En medio del amor a veces oigo."
Fernando Pessoa
En medio del amor a veces oigo
las voces del pasado
que reclaman espacios,
que luchan con agujas
de implacables relojes
para que ya no avancen,
para que retrocedan
los designios del tiempo.
Y me aferro a este hoy
como si fuera un tronco
flotando a la deriva,
como si fueran gotas de lluvia
que mojan
esta arena
sedienta.
"No quiero más de dolor o sombras."
Fernando Pessoa
No quiero más de dolor o sombras
basta ya de fango entre los dedos
de arenas en la lengua
cuando soplan los vientos estivales,
de abismos tenebrosos que perforan
la calma de la noche.
Bienvenidos la vida y sus misterios,
los soles de las micas,
el color desangrado de un poniente.
Bienvenida la aurora
en este ocaso.
Cuando el firme pedestal
hecho escombros
ya no te sostuvo,
cuando tus vestiduras
se desmigajaron
como pan fresco entre los dedos,
cuando los haces de luz
concéntricos
cerraron sus brillantes ojos
y la oscuridad
te bañó con sus destellos
anochecidos,
cuando el mundo
corrió hacia otras esquinas
por naves laterales
al altar de la ofrenda,
amé tu desnudez
y tu despojo.
Amé tu imperfección
y fui perfecta.
Vengo de las noches sin luna,
de cavidades subterráneas
donde el sol no se filtra,
de todos los ancestros
que habitaron mil mundos
(en esta y otras vidas).
Vengo de las simientes
-engendros de la tierra-,
de cada pez y hoja,
de océanos profundos.
Vengo de las vertientes
que nutren la memoria
y de la estéril roca
que propicia el olvido.
¿Adónde voy ahora?
A gestar una vida
entre leños calientes,
a cultivar recuerdos,
a fluir con la sangre,
a dejar en el cosmos
mi sello inconfundible.
Soy las partes y el todo,
mil espacios
sin tiempo.
Y la luna, que siempre nos sorprende,
y esa mala costumbre, Buenos Aires
y el sabor de las uvas y del agua…
Jorge Luis Borges
Soy todos los colores del arco iris,
los siete pecados capitales.
Soy ríos de sangre italiana
y el amor por lo aborigen;
el girar incansable
de la calesita,
infancia entre sauces,
adolescencia indómita
y la imagen acartonada del espejo;
caricias pasajeras
y huellas de afectos perdurables;
la tiza y la tinta,
el sabor del café
y de los damascos,
el humo del cigarrillo;
el ayer sin hoy
y los ciegos abismos
del mañana.
El espejo
refleja mi imagen,
una imagen,
un momento
de mi vasto universo.
Con lunas y noches,
encendimos los mares…
los charcos.
Pero el agua azul
de las alcantarillas
se nos escurrió
entre los dedos.
PÁGINA 16 - CUENTO
El país de ahoramismo
Por David Lagmanovich (San Miguel de Tucumán/Argentina)
En el país de ahoramismo todo hay que hacerlo, bueno, ahora mismo. Los negocios que no se definen en un momento, con el simbólico apretón de manos, quedan sin efecto. La escuela primaria se despacha en un año, lo cual elimina la secundaria por obvia; en cuanto a la universidad, ninguna carrera se dilata más allá de tres o cuatro meses, y se están haciendo estudios —que concluirán mañana a primera hora— para abreviar esos plazos. Todo matrimonio dura como máximo dos semanas, para permitir la rápida concreción de nuevas uniones. El abrazo de los amantes sólo puede tener 15 segundos de duración, y la ocupación del lecho está definida en consecuencia. En el país de ahoramismo está prohibido tomarse un tiempo para meditar cualquier decisión; se entiende que tales actitudes socavan los cimientos de la sociedad y pueden provocar graves dolencias, tanto físicas como psíquicas. La principal ceremonia cívica del país es el Día Nacional de la Falta de Tiempo, así llamado a pesar de que su duración total es de 12 minutos.
PÁGINA 17 - ENSAYO
De Flórez a Juanes: 100 años de Poesía en Colombia
Por Harold Alvarado Tenorio (Santiago de Cali/Colombia)
Hasta bien entrado el siglo XX la poesía "colombiana" siguió obedientelos dictados del romanticismo hispánico y el modernismo rubendaríaco,en dos de sus mejores exponentes, Julio Flórez [1867-1923] y GuillermoValencia [1873-1943], los poetas de la Guerra de los Mil Días, cuando durante tres años en los campos y las ciudades cientos de miles de hombres dejaron viudas y huérfanos a cientos de miles de mujeres y niños. Flórez lloró las amadas infieles, los despojos de los sacrificados y el alcohol, mientras Valencia tallaba en mármol el dolor de la existencia y las heridas del pecado de la carne. Desde entonces el poema "nacional" es Flores negras:
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
y en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvos de ensueños y de ilusiones
yacen entumecidas mis flores negras.
Ellas son el recuerdo de aquellas horas
en que presa en mis brazos te adormecías,
mientras yo suspiraba por las auroras,
auroras de tus ojos, que no eran mías.
Ellas son mis dolores, capullos hechos;
los intensos dolores que en mis entrañas
sepultan sus raíces, cual los helechos
en las húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras;
son, por eso, tan negras como las noches
de los gélidos polos, mis flores negras.
Guarda, pues, este triste, débil manojo,
que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
guárdalo, nada temas, es un despojo
del jardín de mis hondas melancolías.
[Julio Flórez]
Luego de la pax romana, un iluminado quiso cambiar el estado de cosas con una República Liberal que nos dejara a las puertas del progreso. Alfonso López Pumarejo intentó en dos gobiernos transformar Colombia en una nación moderna y democrática y fue entonces, cuando en esa caja de Pandora, surgieron León de Greiff [1895-1976], Jorge Zalamea [1905-1969], Aurelio Arturo [1906-1974] y el basilisco que sumiría el
país en otro baño de sangre, donde tienen origen todos los males que padecemos.
Alberto Lleras Camargo dio la espalda, desde dentro, a la Revolución en Marcha de López Pumarejo, causando el crimen de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de Abril de 1948, y con su simpar complejo de inferioridad ante los norteamericanos y su modelo capitalista, extrajo de su manga e impuso a la nación, en medio de una guerra civil que dejó mas de 300.000 muertos, el Frente Nacional --[una componenda
política y electoral entre liberales y conservadores vigente entre 1958-1974]-- que deshizo los partidos, erigió la corrupción como instrumento de gobierno y obligó a las clases medias y obreras a buscar en el transgresión, la fechoría y la guerra de guerrillas, las únicas formas posibles de subsistencia.
Musicólogo, ajedrecista y mago de los números; alto, hercúleo, rojizo, barbado, con sus trajes deshilachados y los bolsillos repletos de papeles, con burla e ironía, olvidadas sintaxis, palabras envejecidas, neologismos y arcaísmos, León de Greiff urdió otras galaxias, verbales y mágicas, donde sobrevivir a las mezquinas realidades de los años de entreguerras. Escéptico y sensual, levantó un universo de
fantásticos personajes, con su flora y su fauna, y un lenguaje irrepetible para celebrar las cosas y los seres de ese mundo ilusorio.
Voraz lector y dueño de un carácter sin par, Jorge Zalamea participó al lado de Gerardo Molina, Diego Montaña Cuellar y Jorge Gaitán Durán [1924-1962], en la revuelta popular contra el asesinato de Gaitán, exiliándose luego en Buenos Aires, donde publicó El gran Burundú Burundá ha muerto, -una deslumbrante sátira poética contra los tiranos- e hizo valiosas traducciones de Perse, Valery, Sartre, Eliot
o Faulkner. Sin el tono de Zalamea mucha de la narrativa de García Márquez, Rojas Herazo, Zapata Olivella, Álvarez Gardeazábal y otros sonaría a sordina.
Aurelio Arturo, que llegó a Bogotá en el lomo de un caballo desde su lejana provincia del sur, publicó Morada al sur, trece poemas que le han convertido en el poeta elegíaco más estimado por los colombianos. Su obra, desconocida en vida, es recordada y repetida en voz alta por la juventud.
Luego de casi medio siglo de expectativas los intelectuales
progresistas, los obreros y los campesinos que habían participado desde el fin de la hegemonía conservadora de los años treinta en las luchas populares, se encontraron sin futuro. Las fuerzas reaccionarias, los esquiroles y los oportunistas hicieron de las suyas negando cualquier posibilidad de acceso al poder a toda una estirpe, que conoceríamos como Generación de Mito, de la que hacen parte algunos de los más importantes intelectuales del siglo pasado, como Camilo Torres Restrepo, Eduardo Ramírez Villamizar, Fernando Botero, Gabriel García Márquez o Rogelio Salmona.
Expresión de las ideas, gustos, fobias y anhelos de esa generación, fue Mito, la revista que Jorge Gaitán Durán fundó a su regreso de Europa, luego de varios años de exilio. Una revista que como la española Laye, más que cuestionar llanamente los hechos políticos, sociales y culturales de su tiempo, mostró a los colombianos que había otros mundos y otras maneras de entender la realidad, más allá de la barbarie e ignorancia que les rodeaba, desde el poder y desde el fondo de la miseria de miles de compatriotas. En Mito publicaron Borges, Paz, Carpentier, Cortázar, Brecht, Luckács, Baran, Cernuda, Durrell, Navokov, Caballero Bonald, Genet, Sartre, Camus, Robbe-Grillet, Simon, Sarraute, Miller, Heidegger y se frecuentaron temas que interesaban a la juventud como el cinematógrafo, el sexo y las drogas, revelando los
hilos que manipulaban la provincial cultural colombiana, mostrando sus deformaciones y vínculos con los sectores mas retardatarios de la iglesia, la clerecía y los partidos políticos.
Jorge Gaitán Durán con sus escasos treinta y siete años, ejerció un magisterio comparable al de Barral, Gil de Biedma o Caballero Bonald, el brasileño Ferreira Gullar o Juan Liscano, el venezolano. Gaitán Durán imitó en su juventud los estilos y quizás hasta los motivos del piedracielismo carrancista, a quien insólitamente admiraba. Pero luego, cuando entró en comercio con la literatura francesa, en
especial con Camus, los cahiers fueron su principal ocupación y del ejercicio de esas reflexiones saltó a la poesía. Poeta de la existencia, es decir, de la consunción de la muerte a través de la vida, sus mejores poemas están reunidos en libros como Asombro, Amantes y Si mañana despierto.
Para 1958, cuando Gonzalo Arango [1931-1976] divulgó el primer manifiesto Nadaísta, Colombia era ya un país en ruinas. La dictadura de Gustavo Rojas Pinilla había concluido la tarea delicuescente de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez y Roberto Urdaneta Arbeláez, mientras la clase dirigente se disponía a repartirse el presupuesto nacional y la libertad de asociación y expresión, de manera paritaria,
en los futuros veinte años. La dictadura instauró el culto a la personalidad, la censura a la prensa, creó la Televisora Nacional como su principal instrumento de propaganda, asesinó estudiantes, voló barrios enteros con dinamita y masacró a sus opositores en corridas de toros.
Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, que inventaron el Frente Nacional, procedieron a desmontar la cultura colombiana desde sus mismos cimientos, y con la ayuda de un puñado de intelectuales de "izquierda" y el liberalismo, borraron primero la memoria colectiva,la historia y las literaturas, a fin de crear un nuevo estado donde los colombianos guardaran silencio, pasaran hambres inmemoriales,
ningún pobre pudiese ir a la escuela y todo el país,pero especialmente las mujeres, se sometieran al control de la natalidad. Lo que llevó a la creación de la más grande república del narcotráfico jamás imaginada, cuando una minoría de malhechores iba a elegir venalmente a Julio César Turbay, Alfonso López Michelsen, Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria Trujillo y Ernesto Samper, cambiaría el centenario estatuto para no ser extraditados y serían los únicos capaces de desmantelar ideológicamente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia [FARC], haciéndoles socios. A todo ello contribuyó de día y de noche, la batahola, garrulería, el narcisismo, chabacanería y oportunismo de los adeptos de Gonzalo Arango. Entre 1956 y 1968, años de alza del Nadaísmo, Colombia vivió la más grande recesión cultural de su historia.
El Nadaísmo fue el anverso de Mito. Esta significaba la cultura, aquel fue la barbarie. Mientras Gaitán Durán publicaba la revista más importante que haya tenido Colombia, Gonzalo Arango y su pandilla quemaban libros, se endiosaban a sí mismos y servían de taparrabos y lameculos del Frente Nacional. Los nadaístas son hoy, con alguna notoria excepción, miembros del estatu quo y sus sacamicas nocturnos.
Autor del libro de poemas más notable de la segunda mitad del siglo XX, Jaime Jaramillo Escobar [1932], quien fungió como nadaísta junto a otros lumpen proletarios, concibió y redactó los cuarenta y cuatro desencantados textos de Los poemas de la ofensa [1968] a la manera de los versículos bíblicos, con un tono exuberante, rico y sentencioso, tiznado de ironía y quizás como exorcismo a los cotidianos apocalipsis que vivíamos entre el fango de clericalismos y leguleyadas restauradas por el Frente Nacional, cuando cada mañana cientos de hombres y mujeres campesinas eran acuchillados y mutiladas, entregados a sus dolientes con sus sexos en las bocas y los vientres abiertos.
Paradójicamente, durante esos años triunfales del Frente Nacional, en medio de las rebeliones estudiantiles, una nueva generación de poetas surgía, principalmente, de las aulas universitarias como respuesta a la mascarada de los adeptos a Gonzalo Arango. Lectores de Borges, Paz, Kavafis, Cernuda, los poetas de la experiencia españoles: Ángel González, J.M. Caballero Bonald, Jaime Gil de Biedma y los colombianos Arturo y Jaramillo Escobar, los ahora llamados miembros de la Generación desencantada se refugiaron más que en sí mismos, en la cultura y las tradiciones que había roto el Nadaísmo. Fue en Aurelio Arturo, el elegíaco poeta ignorado y postergado por los ruidos del Piedracielismo y la fanfarria publicitaria de Álvaro Mutis, donde depositaron todas las apuestas de su futuro, que hoy ciertamente ha
llegado.
Registros y movimientos que una novela de culto, Sin remedio, de Antonio Caballero Holguín [1945],ha dejado para la historia. Ignacio Escobar es la viva representación de esos nuevos poetas desilusionados, hijos o nietos de la oligarquía y la clase media, que asistiendo a la universidad viven aturdidos por una realidad que no
terminan por entender y por ello se refugian en la poesía y sólo rinden culto a ella. Escobar recorre casi quinientas páginas pensando en la complejidad de la creación poética sometido a los vaivenes de una vida social inocua y frívola. Y sin embargo, como el protagonista,los poetas desencantados cruzan las noches buscando amantes, se reúnen clandestinamente para conspirar con trotskistas y maoístas, visitan, luego, las oficinas de sus parientes funcionarios pensando en
que podrán tener mañana un cargo público o serán, por qué no,embajadores y emisarios de la "cultura colombiana".A esa Generación desencantada pertenecen José Manuel Arango [1937-2002], Giovanni Quessep [1939], Elkin Restrepo [1942], María Mercedes Carranza [1945-2003], Raúl Gómez Jattin [1945-1997] y Juan Gustavo Cobo Borda[1948].
El triunfo del narcotráfico y la escalada de la guerra civil entre guerrillas y paramilitares ofreció a un sector de la inteligencia colombiana la oportunidad de entrar en escena con beneficios y resultados que nunca se habían conocido. En los primeros años ochentas se crearon La Casa de Poesía Silva y El Festival de Poesía de
Medellín, dos de las instituciones que hicieron de la poesía el más grande espectáculo de nuestro tiempo. Filmes, videos, seriales de televisión, grabaciones, lecturas públicas, seminarios, todo ha servido para prorratearse los presupuestos municipales y de los ministerios. En ningún otro país del mundo ha servido la poesía tanto a los políticos de la guerra en su ejercicio del poder. Y como nunca antes, la inopia de la poesía ha escalado hasta las profundidades de la ignorancia y ordinariez. Instrumentalizada y pervertida como oficio y como forma de vida, la poesía, sea colombiana o no, en Colombia ha desaparecido y no parece dar señales de vida en un futuro inmediato. Porque como nunca antes, distritos y gabinetes, secretarias de cultura y empresarios del capital han invertido desmedidas sumas de dinero para hacer brillar la lirica como una joya más de la pasarela y del entretenimiento contemporáneo. Los poetas colombianos crecen ahora como palmas y desaparecen como cocos, según el criterio del manipulador de turno, d´habitude poeta él mismo. Hoy son más de medio centenar de vates vivos y muertos los que ostentan en sus faltriqueras más de un laurel del erario público,pero nadie,literalmente, nadie, recuerda sus nombres ni lee sus versos.
Pero no todo está perdido. Entre los crímenes y la ignorancia, los creadores de canciones han dado continuidad de vida a la poesía colombiana. Uno de ellos, Juan Esteban Aristizábal (Carolina del Príncipe, 1972), desde un inédito activismo lírico ha escrito e interpretado poemas donde subyacen y afloran los sentires de la juventud de nuestro país, cien años después de aquellos que tuvieron expresión en la poesía de Julio Flórez. Aristizábal, como el gran poeta de Chiquinquirá, pasará a la historia de la literatura colombiana por haber escrito y cantado el dolor de vivir y de amar de finales de este siglo perverso. Muchas de sus canciones de juventud
[La tierra, Fíjate Bien, Sueños de libertad, ¿Qué pasa?,] hablan de los conflictos sociales y humanos del país. Luego de ganada una merecida gloria ha seguido combatiendo contra los crímenes de guerra,las atrocidades de los conflictos y la plaga del Sida en diversos escenarios como el Parlamento Europeo, la Gala de los Premios Nobel, o realizando conciertos multitudinarios a favor de la paz entre los
países vecinos de Colombia, como el que hizo junto a Carlos Vives, Miguel Bosé o Alejandro Sáenz a comienzos de 2008 en la ciudad fronteriza de Cúcuta, sobre el Puente Internacional Simón Bolívar, donde cantó La camisa negra, con cuya letra cerramos este ajuste de cuentas a la poesía y la vida que nos tocó en suerte, en este mundo, que como dice Juanes, nos ha dejado negra el alma.
Tengo la camisa negra
hoy mi amor está de luto
Hoy tengo en el alma una pena
y es por culpa de tu embrujo
Hoy sé que ya no me quieres
y eso es lo que más me hiere
Tengo la camisa negra
y una pena que me duele
Mal parece que sólo me quedé
y fue pura todita tu mentira
maldita mala suerte la mía
aquel día que te encontré
Por beber del malevo veneno de tu amor
yo quedé moribundo y lleno de dolor
respiré el humo amargo de tu adiós
y desde que tú te fuiste yo solo tengo…
Tengo la camisa negra
porque negra tengo el alma
Yo por ti perdí la calma
y casi pierdo hasta mi cama
Cama cama caman baby
te digo con disimulo
que tengo la camisa negra
y debajo tengo el difunto
Tengo la camisa negra
ya tu amor no me interesa
lo que ayer me supo a gloria
hoy me sabe a pura
Miércoles por la tarde y tú que no llegas
ni siquiera muestras señas
y yo con la camisa negra
y tus maletas en la puerta.
PÁGINA 18 - CUENTO
Que dios la perdone
Diómedes Morales Salazar (Trujillo-Perú)
El gringo Uribe estaba tomando con sus amigos en la tienda que está frente a la Paccha del Mono. Era ya media noche y la luna alumbraba con todo su esplendor; aunque de vez en cuando se opacaba por alguna nube ocurrente que llegaba a pararse frente a ella, pero como luego seguía su camino, volvía a clarear. La tienda permanecía cerrada, y dentro del local se alumbraban con la lámpara de kerosene que su propietaria había puesto en el mostrador. Y hasta ellos llegaba el rumor de la Paccha, como una canción interminable que todo contumacino oye cuando pasa por ahí.
Los amigos bromeaban mientras que de rato en rato se servían el cañazo con gaseosa que ya terminaban, pues la botella contenía sólo para una ronda más. De pronto, se oyó que en la poza de la Paccha chapoteba un animal, pero no hicieron caso y siguieron con su charla. Más el ruido continuaba y parecía ser un perro el que estaba bañándose, y recién les llamó la atención. “Hoy es viernes”, dijo la dueña, “y hay luna llena. Entonces, ya es hora en que todos los martes y viernes de luna llena, viene un pato negro a bañarse a la poza”. “¡Vamos a cazalo!” dijo el gringo Uribe, y se paró y se acercó a la puerta. La abrió y miró hacia la Paccha. Y, efectivamente, ahí estaba el pato, grande y negro, bañándose a su gusto, cuyo plumaje reflejaba a la luz de la luna. “Ahí está, vamos a cazalo”, repitió. Regresó y cogió el palo con que la dueña trancaba su puerta, mientras que sus amigos animados por la idea y el licor, buscaban con qué armarse. Uno agarró la escoba; y al otro, la señora le alcanzó un palo de leña. Y salieron tras su victima.
El pato, en tanto, ajeno a lo que sucedía, batía sus alas y metía y sacaba la cabeza del agua con placer inusitado. Y no se percató de los intrusos sino hasta cuando recibió los primeros palazos que lo enterraron en el agua. “Ya lo jodimos”, dijo uno. Pero el dolor y el susto lo hizo emerger aleteando, para volver a recibir otra paliza que afectaba su vida, hiriendo su cabeza y partes vitales del cuerpo. El pato saltó desesperado al suelo y, todo maltrecho, corrió a esconderse donde fuera menester; siendo alcanzado nuevamente por sus agresores, que volvieron a maltratarlo, dejándolo agonizante. Y en sus estertores, el animal comenzó a crecer y a quejarse como un ser humano, musitando interjecciones incomprensibles al principio.
La luna, que no quería ser testigo de lo que estaba pasando, se tapó la cara con su vestido de nubes. Y los amigos sorprendidos, apenas si captaban lo que con palabras entrecortadas decía ese ser moribundo que estaba ahí, frente a ellos, repitiendo: “Nooo… meee… maaa… teeen… pooor… faaa… vooor” Perplejos, con el cuerpo erizado de miedo, no sabían qué hacer, ni atinaban a moverse viendo cómo, rápidamente, el pato se convertía en mujer. Hasta que, uno de los agresores descubrió que ese ser moribundo, al que habían apaleado sin compasión era nada menos que la suegra de Uribe, de quien se decía que doña Rosa “Huaraca” (tal su nombre y su apodo) era una bruja. Y lo cogió del brazo y señalando con el dedo, le dijo: “Gringo; es tu suegra”. Pero Uribe no atendía y su amigo siguió hablándole; y no respondía, por lo que le asestó un manazo en la cara; recibiendo, por eso, un empujón que casi lo cae de espaldas, pues el gringo quiso pegarle por el golpe recibido.
Ya tranquilos, Uribe volvió a escuchar que doña Rosa seguía repitiendo: “Nooo… meee… maaa… teeen… pooor… faaa… vooor…” La bulla habia despertado a los vecinos y ya los curiosos rodeaban a la víctima y sus victimarios, pero no decían ni hacían nada. Sólo el viento de la madrugada silbaba a veces y remecía los ánimos entumecidos que, paulatinamente, se fueron entibiando a la luz de la luna que volvió a aparecer para despedirse en el horizonte. “Llevémosla a la Posta Medica”, dijo por fin uno, “pa que la curen”. “Sí”, añadió otro, “porque nosotros no tenemos la culpa. ¿Cómo íbamos a saber que ese pato era un cristiano?” Pero nadie hizo caso a las sugerencias ni a las súplicas de doña “Huaraca”, que seguía quejándose.
Hasta que la dueña de la tienda prestó un poncho y Uribe comenzó a envolver a su suegra; quien, con voz entrecortada, le decía: “LLe… va… me… a… la… ca… sa…”. Al intentar levantarla en sus brazos para que sus amigos tiendan el poncho, se dio cuenta que las heridas que tenía sangraban más que la boca y la nariz. Su brazos, sus costillas y sus piernas estaban fracturados “¿Y ahora?, ¿cómo la llevo?”, se preguntó. Pero así, cuidando no lastimarla, el gringo y sus amigos la colocaron sobre el poncho y cogieron cada uno de las puntas, y ayudados por uno más, levantaron a la herida. Enrumbaron por la calle más oscura y, cual fantasmas, se perdieron en la madrugada…
La golpiza a doña Rosa “Huaraca” se supo en todo Contumazá. La gente, conforme oía el comentario, decía: “Al fin pagas, bandida, después de tanto mal que has hecho”. “¡Sí! La “Huaraca” ha sido muy mala – refería otro - Una noche de luna la encontré en mi huerta, montada sobre un chiclayo, azuzándolo a latigazos, como si el chiclayo fuera un burro en pleno trote. Ella estaba agitada y su resuello se oía como un remolino que se estrella en los árboles. Estaba vestida de negro y se arropaba con su pañolón azul marino. Pero yo le malogré el hechizo, porque al verla sobre mi chiclayo que ya estaba por cosechar, agarré una piedra mediana y santiguándome primero, se la tiré gritándole su vida. La piedra le cayó en la espalda, y asustada se bajo del chiclayo y me pidió disculpas, rogándome por favor que no se lo diga a nadie, porque sino me iba a ir mal”
“¡Va! ¡Eso no es nada! – terció otro – Una noche muy oscura yo venía apié por la Callalta con mi burro cargao de leña, cuando de pronto, al pasar por la casa de la bruja, ónde vive la “pelaya”, oí que en la calle estaba un coche comiendo un pollo muerto, o eso me pareció por el olor y el ruido que hacia, porque no se veía nada. Y cuando me acerqué más, con la vara que traía en la mano, corrí al animal dándole unos cuantos varazos, y tanteé al que parecía el pollo muerto, pa tiralo a la chacra que hay enfrente. Pero me di con la sorpresa que no había tal pollo, sino un recién nacido que el cerdo estaba comiendo. Y encolerizado, el chancho me rodeaba buscando onde morderme, pero a varazo limpio no lo dejaba acercarse, y se tiró de largo a largo, y en plena oscuridad se transformó en la “Huaraca”. Me asusté tanto al oír su voz quejumbrosa y cavernaria que, sinceramente, no sé cómo me convenció a que le ayude a enterrar el cadáver. Luego la arrambé hasta el grifo de agua que hay frente a la casa de los “pichos”, donde se lavó lo más que pudo y yo me lavé también la sangre de las manos. Después se fue a su casa pidiéndome que le guarde el secreto, y yo me fui a la mía…”
Los días y los comentarios se fueron acumulando y la “Huaraca” no había cuándo se cure. Al contrario, más se empeoraba. Sus familiares negaban rotundamente que su madre haya sido apaleada por su yerno y sostenían que su enfermedad se debía a otra causa, no permitiendo para nada el tratamiento médico, como lo disponía expresamente doña Rosa. Más esa precaución creó una atmósfera de misterio en la mayoría de contumacinos y avivó la suspicacia, sobre todo debido a las pocas personas que lograban llegar hasta su lecho de dolor, quienes afirmaban que ya estaba agonizando. “Siá enflaquecío y siáchicao tanto – decían – que parece una criatura con cara de vieja.
Está moreteada y las diferentes fracturas que tiene en el cuerpo, prueban que siá sío apaleada, como dicen”.
“Está bien, carajo! ¡Que pague sus pecados! Mi hermana cuenta que la “Huaraca”, cada vez que siba a Trujillo, lo visitaba a su casa, en El Porvenir. Y cuando se casó mi sobrina, la “Huaraca” llegó a liglesia y cuando salían los novios, en vez decháles arroz, como se estila. Ella les aventó sal, salándolos a los dos. Y desde entonces siempre les ha ido mal. Después, cuando al año siguiente se casó miotra sobrina, la “Huaraca” averiguó tamién la fecha y siaparecio en la casa conuna cabezota de plátanos casquitos que amarilleaban de maduros, provocando comelos todos. La ricura de los plátanos era una tentación, y mis sobrinos y su yerno que se morían por probalos, pero mi hermana, sospechando algo, no los dejaba que los toquen, hasta que se fué la visita. Y ella misma cogió unos plátanos y pelándolos salió de la cocina al patio. Llamó a los perros y les dio a comer. Mis sobrinos y su yerno protestaban, pero ella les decía: “Ahora veremos si los ha traío con buena o mala voluntá”. Y, efectivamente, no pasó ni una hora y los animalitos comenzaron a aullar de dolor. Salieron a velos, y estaban tiráos en el suelo, babeando que da miedo. Y todos murieron, pues los plátanos estaban con brujería, listos pa matar a mi hermana y su familia. Pero diosito lo alumbró y logró salvarse…”
Quince días sufrió para morir, pues algunas personas no la querían perdonar. De una en una las mandaba llamar diciéndoles que iba a morir y que por favor vayan a perdonarla, pero ellas respondían: “Que Dios la perdone, porque yo, sinceramente, ruego que el diablo se la cargue”. Y las que iban decían que ya le estaba creciendo la lengua, las uñas y las cejas. Afirmaban que los últimos días de su agonía era horrible verla pelearse con los demonios invisibles que moraban en su conciencia y la torturaban sin piedad. Gritaba y pataleaba día y noche pidiendo perdón, pero los demonios la tiraban contra la pared para que se golpee y luego la asfixiaban hasta que estaba a punto de expirar, reviviéndola otra vez para seguir maltratándola.
Sus familiares estaban ya próximos a enloquecer, hasta que decidieron amarrarla al catre para evitar que los diablos se la lleven antes de morir. Y la muerte la encontró así, atada de pies y manos y llena de estampitas de vírgenes y santos, rosarios, detentes y escapularios que le habían prendido al cuerpo con la esperanza de protegerla de los demonios. El velorio se realizó igual a los demás: con la asistencia de los que querían asistir; con rezos y agua bendita, aunque el sacerdote no asistió. Pero la segunda noche, a las dos de la mañana, se escuchó un tropel ensordecedor de ladridos, chillidos, maullidos y graznidos de animales que llegaron y entraron por la puerta y se apoderaron del féretro. Allí estaban los gatos y perros negros, las lechuzas, los gallinazos y los cóndores que estropearon toda su casa. La gente salió despavorida y desde la calle vieron cómo sacaron el cadáver de la caja mortuoria y volando lo llevaron consigo, mientras que los otros animales salieron echando baba, dispuestos a atacar a quienes se interpusieran en su camino. “¡Lo cargaron los diablos!”, decían unos a otros. “¡Lo cargaron los diablos!”. Y se pusieron a rezar pidiendo que Dios la perdone. Llenaron el ataúd con piedras y adobes envueltos en ropa vieja y lo taparon bien, con clavos gruesos. Al día siguiente enterraron el féretro y siguieron por unos días más pidiendo que Dios la perdone…
PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA
Ignacio Martínez – (Montevideo/Uruguay)
Carta de amor de un padre a su hijo
Tengo heridas de guerra. El cielo despejado
muestra surcos de aviones. Sobre tu piel celeste
veo las quemaduras de bombas y misiles
y es tu cielo y mi cielo, es el cielo de muerte.
Tengo heridas de guerra. Por mis mares y océanos
vienen proas de sangre. La muerte capitana
navega nuestras aguas dejándome sus marcas
en las profundidades de mi cuerpo que sangra.
Tengo heridas de guerra. Presiento los infartos
nucleares que me estallan. Siento las infecciones
de invisibles ejércitos, de brutales comandos
que enfermarán la vida con contaminaciones.
Tengo heridas de guerra. Son las mismas heridas
que habitan dentro mío. Son mis propios aviones,
mis propios submarinos que atraviesan mi cuerpo
desde los pies al alma. La violencia me absorbe.
Tengo heridas de guerra. Por suerte están ustedes
que las vienen sanando. Tal vez los que tú engendres
no tengan más heridas y nazcan algún día
niños sin cicatrices, sin almas que se mueren.
Tengo heridas de guerra. Son las mismas heridas
de las rivalidades. Viejas enfermedades
de credos y egoísmos, de pudores absurdos,
de avaricias infames, de dioses sin edades.
Tengo heridas de guerra. Pero por suerte tengo
un tambor de la paz. Yo quiero que me ayuden
a empezar las llamadas donde acudan las hijas
y los hijos de todos a la marcha más grande.
Cargaré mis heridas, ustedes, cicatrices,
pero los más pequeños tendrán la risa pura,
la llenarán de gozo, el mar estará limpio
y el cielo de sus almas será un claro de luna.
Posdata. Por las dudas lleven bolsas de afectos.
El viaje será largo en esta noche incierta
Si sienten por el aire las heridas de guerra,
toquen en los tambores de la paz que despierta.
Para Hugo
Te veo misterioso, como si construyeras
un mundo paralelo, un manantial de ideas,
un ávido ateneo de públicas polémicas,
un cabildo poblado de muchos cabildantes
que te habitan y andan entre tus pensamientos
como un fresno fecundo de historias y de verbos.
Firme como ese árbol, llano como sus hojas,
duro de tronco duro y como el tallo, tierno,
me falta tu sonrisa casi de niño eterno
de eternas juventudes que no machucó el tiempo.
Te nombro ahora y vuelves cual poema de Idea:
“Inútil decir más. Nombrar alcanza”. Es cierto.
Pero a pesar de todo me urge hablar contigo.
La muerte de un amigo es siempre prematura,
la partida al recuerdo es a horas tempranas
y la tuya me trajo dolor en las entrañas,
puntadas en el pecho, sudor de presión baja,
sensación de vacío, derogación del alba.
Hombre de pensamiento, reflexión en voz alta,
no está en las conclusiones la virtud de la idea
sino en el empedrado camino que la gesta,
lleno de otros caminos que forman la comarca
por donde va la gente que se cruza y que piensa,
que reconoce en otros los sueños que se crean.
Tu academia no tuvo pulcritud de academia.
Supo de compromisos, de opción de barricadas,
de pasos por veredas, por calles y por plazas.
Tus ideas no saben de neutrales ni asepsias,
son contagiosas, manchan, crecen y desperezan
la modorra del mundo que contigo despierta.
Tantas cosas quedaron pendientes de esta charla
que espero que me llames con tu voz apurada
y vengas a mi casa lleno de frases breves
o en medio de la idea tomes todas las pausas
y luego te levantes, te despidas, te vayas
con un bueno, nos vemos, con un hasta mañana.
No puedo resignarme a no verte en la calle.
Tendré que resolver la forma de encontrarte
en un libro, un periódico, detrás de un estandarte,
en el vuelo de ideas, de olas y de aves
o entre las multitudes o entre las soledades
o en la sombra del fresno o en la luz de la tarde.
No me alcanza nombrarte y sin embargo es cierto,
tal vez las cuatro letras de tu nombre me basten
para escribir el réquiem o la vasta elegía.
Quizá tu nombre sea la síntesis de todo
y ya no tenga heridas tu corazón abierto
y vuelvas con nosotros a ocupar tus espacios.
un alud de tristeza se derrumbó en tus ojos
no se secaron / no
tus lágrimas cayeron como hojas de otoño
no se murieron / no
el viento de la vida las llevó por el mundo
no se perdieron / no
anduvieron distantes y un día regresaron
y se reconocieron / si
como hojas de otoño de un árbol renacido
que traía sus hojas / sí
en esperanzas nuevas cargadas de esperanzas
como tu risa loca / sí / como tu risa
que también me devuelve esperanzas perdidas
como tu risa / sí / que me da hojas
Ubagésner
¿Qué fechas se pondrán sobre tu tumba?
¿Qué texto escribirán en tu epitafio?
Naciste con tu arribo a la existencia
y cuando te tragaron los demonios, naciste
y ayer, cuando volviste a la penumbra, naciste.
Tres nacimientos luminosos...
Moriste, como todos morimos un poquito,
el día que comenzó tu vida:
el viaje de regreso hacia la nada.
Pero hace treinta años te moriste, también,
y ayer te volviste a morir a plena luz
o más bien te regresamos la muerte
que te robaron hace treinta años.
Tres tiempos tan distintos y distantes...
¿Qué fechas se pondrán en tu epitafio?
¿Qué texto escribirán sobre tu tumba?
Tres fechas que te dan el nacimiento.
Tres fechas de tres formas de morir.
¿Cuál de todas escribiré en tu lápida?
Yo quiero poner sólo tu nombre,
síntesis de todo lo ocurrido,
para escribir mañana con un hueso chiquito,
los epitafios que me quedan
en mi memoria y en la tuya
que guarda tantos nombres, todavía...
PÁGINA 20 - CUENTO
La biblioteca del Señor Obispo
Por Carolina Orlando (Luján-Buenos Aires/Argentina)
La biblioteca es esa isla formada por placas de madera que divide el cuarto del armonio de la habitación donde duerme el tío. Es ordenada y limpia. Sin manchas, diría Paíno, y después guiña su ojo cómplice. Sólo a mí, claro, porque nadie más conoce sus “cosas”.
Se ingresa por una puerta de forma ojival que antes solía permanecer, siempre, abierta. En una de las esquinas hay un hueco que llamó mi atención por dos motivos.
Uno: si uno observa esa esquina desde el cuarto del armonio, la saliente que corresponde al hueco es, claramente, más amplia que la profundidad que se ve desde el interior de la biblioteca. Imaginé, de inmediato, un sector escondido.
La segunda razón (que en realidad ocurrió primero) era que mi padre me había dicho (y repetido) que tuviera cuidado con la biblioteca de Paíno. Y la voz de un padre, aunque uno aparente no oír sus palabras, se fija como propia.
Viajé con esa idea de Iturbe a Asunción.
Desde mi llegada, estudié la casa con una mirada inquisidora.
El hueco se convirtió, entonces, en el peligro anunciado de la biblioteca.
Sentado durante horas en el escritorio, miraba el hueco. Leía una y otra vez los lomos de los libros que estaban en ese sector, como si esos títulos escondieran el resultado de un acertijo.
Pero no encontré nada y el tiempo pasaba. Malgastado, pensé, y sin sentido.
Entonces giré.
Descubrí los libros que estaban, hasta ese momento, a mis espaldas. Así llegué, por ejemplo, el Cántico Espiritual.
Atrapado por el ritmo de aquella lectura, supuse que lo que estaba detrás de mí, podría ser demasiado bueno como para sólo pensar en el hueco misterioso.
Me senté del lado opuesto y le di la espalda, ahora, al vacío.
Lira de rima perfecta, descifré el esquema del Cántico. ababb: “Buscando mis amóres / iré por esos móntes y ribéras; / ni cogeré las flóres / ni temeré las fiéras / y pasaré los fuértes y frontéras”.
Recité los versos una y otra noche. Las paredes de mi cuarto me oían en tinieblas. En los sueños, imaginaba criaturas, caballeros y poemas.
Enamorado de la poesía, elegí a Sor Juana, a Quevedo, a Calderón. Después a Góngora: Dejádme llorár / orillas del már…
Me inmiscuía en las hileras con más avidez que un ratón. Las páginas del Siglo de Oro iban entrando en mi memoria, en mis núcleos internos.
Entremezclados con los poetas, en las hileras más altas, estaban los Padres de la Iglesia. Tomos y tomos en latín de la Patrística, de Derecho Canónico y de Teología.
Debajo del escritorio, como escondido, había un banquito redondo con una de sus cuatro patas rota. Es decir que, al subirse uno al banco, quedaba bailando sobre las tres patas sanas y, de vez en cuando, sobre la única mocha.
Si eso ocurría con uno encima, la caída estaba en los planes. El trabajo consistía en aprender a balancearse sobre las patas enteras.
Así, tambaleando en las alturas, llegué a quedarme a solas con Jerónimo, Orígenes, el Espíritu Santo y San Agustín. Estiré mi brazo y, cuando supuse que llegaría la caída, arranqué uno de los libros de la renglera.
Entre malabares y golpes, llegué al suelo con las Confessiones de San Agustín.
Unos de esos días en los que me pasaba horas leyendo los misterios del alma y las leyes de la iglesia, Paíno pisó el umbral del cuarto y lo traspasó, quiero decir que entró.
Traía un libro.
Creí que iba a devolverlo a las hileras más altas pero, para mi sorpresa, lo insertó en las filas de los libros que estaban en aquel hueco casi olvidado por mí.
Recordé, en ese momento, el misterio del vacío.
-¿Qué libro es, tío?
-El Quijote.
- Pero si ya leyó El Quijote, tío.
-Cada vez que lo leo, es como si fuera la primera vez. Siempre hay frases nuevas. Cada vez se lee distinto porque uno se predispone de otra manera, se está invadido por otras cuestiones. Uno es el que cambia a cada rato, por eso la lectura es distinta. Pero eso no pasa con muchos libros. Ahora, con El Quijote, hay que ver…
-Habrá que ver, entonces…
No me atreví a preguntar más. Y menos sobre el vacío, o sobre la saliente que supondría un hueco más profundo. Cuántas ideas raras, me hubiese dicho.
Mejor leer El Quijote, me dije.
Fascinado, lo leí y lo releí. Una historia fresca cada vez. Se convirtió en mi predilecto. Imaginaba que ese Caballero del Verde Gabán era mi tío Obispo. Igual de alto y seco, enfundado en su negra y zurcida sotana, leyendo siempre sus libros de caballería.
Esa lectura me distrajo. Había olvidado, una vez más, el misterio del hueco.
Una noche ventosa, me encontraba en mi cama mirando el cielo a través de la ventana de mi cuarto. Además de la oscuridad, alcanzaba a ver algunas estrellas (las Pléyades, me había dicho Paíno). Las hojas del guayabo rozaban los vidrios. El viento intentaba llevárselas, pero el árbol se resistía de pie y, por momentos,
sus brazos tapaban la noche y las estrellas que cabían en el cuadrado de vidrios recortados.
Silbó el viento.
Imaginé que los ruidos eran de afuera pero, a mi costado, una mancha oscura atravesó el piso de la recámara y se escondió en la sombra. Me quedé quieto. Ya no miraba la ventana. Fijé mi vista en la penumbra. Allí, otra vez, la mancha. El ratón se acercó a la luz. Olfateaba el suelo queriendo encontrar quién sabe qué cosa. Me levanté de un salto y lo comencé a correr. Atravesamos la puerta, cruzamos el pasillo, y entramos en la biblioteca. Subí la perilla de la luz de un manotazo y alcancé a ver que la carrera del animal había terminado debajo de la última tabla en la zona del hueco.
Recordé la vela sobre el armonio. Me arrastré casi sin hacer ruido y sin dejar de mirar el vacío. Solamente mi mano traspasó la puerta. Tanteé hasta sentir el candelabro. Lo tomé de la manija y volví, despacio, hacia el escondite del ratón. Reptaba. Clavaba mis uñas en el piso para acercarme sigilosamente. Afinaba los ojos para ver mejor, y avanzaba. El ratón permanecía sin chillar, sin escapar. Agaché del todo mi cabeza. Acomodé la llama de la vela para que me dejara ver con nitidez la oquedad entre la última tabla y el parquet. Descubrí que el animal ya no estaba ahí, pero encontré un agujerito en la placa de fondo. Inserté la vela. Atravesé la pequeña abertura con la cera chorreante y la llama. Un estrépito de chillidos me ahuyentó. En ese momento, entró Paíno.
-Son ratones, tío.
Salió como arrastrado por un viento fuerte. Me dejó de guardia. Cuando apareció, traía un paquetito.
-Ponlo delante del agujero.
-¿Qué tiene?
-Veneno y un poco de alpiste. Todas las noches, antes de acostarte, te voy a dar una ración para que la coloques. Al cabo de cinco días, abriremos la puerta y los encontraremos muertos. Lo único que espero, una vez embolsados los malditos roedores, es que todo esté como lo dejé.
Descargué el contenido del paquete. Formé una montaña de alimento y muerte.
Esa noche no pude descansar. Ni dormir. Desde mi cama, intentaba afilar mis capacidades auditivas. No se oían ni pasos ni chillidos.
Presa del insomnio, no dejé de pensar en todas las posibilidades. Ya sabía, al menos, que había una puerta. ¿Pero detrás? Imaginé un tesoro, alguna joya del Vaticano, algún libro prohibido o…
Se hizo de día. No soporté el peso de mi inquietud y, antes de que alguien se levantara, fui hasta la biblioteca. Quité los libros. Formé columnas de literatura caballeresca sobre el escritorio. Detrás de las tablas, la puerta del vacío.
Con el candelabro en la mano, me aferré a una llavecita. La giré. Sola, sin necesidad de otro impulso, se abrió. Muchos ratoncitos se escabulleron por entre mis piernas. Los dejé escapar. Del otro lado de la puerta: un túnel, un camino oscuro, seguía el vacío, ni siquiera una luz.
Pero cantó el gallo y me despertó.
Me levanté cansado por el largo insomnio que terminó en una pesadilla.
Fui hasta el cuarto de los libros. Sentado, como esperando, estaba Paíno.
Esa noche me dio el paquete con el veneno. Me incliné y descargué el contenido.
-¿Se comieron el de ayer?
-Sí, todo, tío.
Al día siguiente, los ratones habían dejado algo de veneno pero se habían llevado el alpiste. Tres días después, el resto era cada vez mayor.
-La montaña está intacta, Paíno- dije al sexto día.
-Bueno, entonces, a limpiar. Hoy abriremos la puerta.
Trajo unos retazos de sábanas viejas y la botella con lavandina que todavía tenía la etiqueta azul que decía licor.
Quitó el Quijote de la hilera del medio. En ese espacio, apoyó sus manos grandes. Tiró para sí la tabla y todas se adelantaron. Parecía ser una estantería independiente, liviana. La tiró hasta quitarla totalmente del hueco.
Mi primera sorpresa: el resto de los libros estaban vacíos. Por eso el poco peso de los estantes. Eran sólo tapas sin hojas. Un señuelo, pensé, libros impostores. Eso confirmaba mi sospecha. Algo prohibido debía estar escondido detrás de la puerta. Las palabras de mi padre resonaban. El misterio era ahora miedo.
La puerta de la que había hablado el tío quedaba al descubierto. Amenazante. Debajo, en uno de los vértices, descubrimos la cueva-pasaje de los ratones.
Me dio el retazo de sábana más grande. Lo extendí sobre el piso.
Abrió, sólo un poco, la puerta. No alcancé a ver nada.
-Primero nos ocuparemos de estos bichos- dijo.
Los sacó uno por uno. Muertos, los arrojaba sobre el trapo, con rabia.
-Ya no quedan- dijo al fin.
Cerré el trapo uniendo las cuatro puntas. Llevamos la carga afuera y encendimos el fuego. La tela y los cadáveres ardieron hasta sus cenizas.
Entramos.
El tío abrió, totalmente, la puerta y me miró fijo, como si supiera.
-Algún día serán tuyos.
Suspiró y agregó:
-El hombre está mucho en lo que hace y en lo que estudia y en lo que lee.
Voilà, dijo al final, y entendí.
PÁGINA 21 – ENSAYO
El habla plural
Por Ivonne Bordelois (Buenos Aires/Argentina)
Las lenguas no se presentan como precipitados uniformes de un mismo tipo: antes bien, son muestrarios de variedades diversas y dialogantes que exponen su dialéctica y sus riquezas en el transcurso cotidiano de la vida social. La convivencia de estos estratos, su mutua inteligibilidad, su recíproca tolerancia o intolerancia, son el tema de este capítulo.
Cuanto más flexibles y diversos nos mostremos ante las innovaciones del habla, cuanto más fina nuestra percepción de las connotaciones verbales, cuanto mayor sea el espectro de nuestra creatividad y de nuestra receptividad, cuanto mayor sea nuestro estado de alerta y resistencia ante las expresiones que empañan la fluidez y la transparencia de nuestra expresión, tanto más estaremos construyendo las etapas futuras de un lenguaje más feliz y más libre que nos represente en toda nuestra plenitud. Aquí presentamos algunas de las variedades que enriquecen o empobrecen nuestra capacidad de comunicación y creación.
Adolescencia y lenguaje
"La salpicadura del ruido, la imposibilidad de hallar espacios reservados al silencio, ya sea en la vida privada o en la vida pública o en la educación que se reserva a los niños, me parece la más grave contaminación que conoce la cultura moderna. Para muchos seres humanos, la noche se ha tornado tan ruidosa como el día, y una habitación silenciosa un Infierno y una tortura. En nuestra cultura va a producirse un cambio total." Estas graves palabras de George Steiner bien pueden introducirnos en el serio problema de la fractura del lenguaje que se manifiesta en nuestros adolescentes.
Aislados como viven, inmersos en la permanente relación con la televisión, la computadora e Internet, aturdidos en sus encuentros amistosos o eróticos en las discos, cuyos decibeles alteran e impiden toda noción de intimidad, no es extraño que muchos de nuestros adolescentes sumen a una suerte de analfabetismo intelectual, ya que su contacto con la lectura es mínimo, una suerte de afasia léxica que los priva, no ya de una deseable elocuencia, sino de todo dominio apenas más sutil y complejo que el nivel más ordinario y elemental de expresión en materia de comunicación verbal. Como dice Wittgenstein, «los límites de mi habla representan los límites de mi mundo". El empobrecimiento del léxico entre la población juvenil es una alarmante señal de su indigencia anímica, sumándose en muchos casos a la indigencia económica que sufre una pavorosa proporción de gente en los márgenes de nuestra sociedad. La hambruna física e intelectual se refuerzan así mutuamente en un círculo vicioso y siniestro.
No exploraremos aquí las raíces ni las probables soluciones de este drama educativo; nos limitamos a examinar las características del empobrecimiento lingüístico que afecta a nuestros adolescentes.
Como lo observa el psicoanalista Luis Kancyper, si el sistema nos quita palabras mediante la multiplicación del ensordecimiento mediático, es porque quiere despojarnos de afectos no sólo de ideas. Las palabras, elementos representacionales, no sólo son conceptos; son huellas mnémicas de las pulsiones. Hay una ligazón indisoluble entre palabra y afecto, así como la hay entre palabra y pensamiento. De paso, es interesante comprobar que, en los estadios primeros de la lengua, las distinciones entre pensar y sentir son muy tenues. Aún hoy día el italiano ti penso o el inglés I have you in my mind no son declaraciones cerebrales sino expresiones de afecto.
En etimología, muchas palabras centrales en el mundo afectivo son huellas de emociones que se graban en lo físico. La memoria tiene que ver con el corazón (recordar y cardiaco comparten la misma raíz) y es eminentemente afectiva; el amor tiene que ver con la mama y el amamantamiento; la cólera y la melancolía con la bilis, que se llamaba kolos en griego. Todo esto lo comprueba la etimología y también la poética, ya que los poetas intuyen todas estas conexiones. Son también experiencias básicas que nos empeñamos en ignorar. "Verde de envidia", "rojo de cólera", "pálido de miedo" son expresiones que muestran el fuerte tejido corporal que implican las emociones, y el lenguaje acompaña a menudo estas sensaciones. "Estar caliente" en nuestro estilo coloquial significa estar sujeto a la cólera o al deseo: curiosa confluencia que acaso nos conviniera explorar.
Al extirpar el contacto con la riqueza de la palabra se extirpa también el contacto con la riqueza y la intensidad de los deseos. Y es precisamente porque es incalculable la cantidad de energía que comporta cada palabra, que resulta importante hacer desaparecer esa energía. La campaña de devastación intelectual que llevan a cabo los medios nos prepara eficazmente para volvernos zombies. En un reciente reportaje decía el cineasta francés Claude Chabrol: "No soy paranoico, pero en la sociedad hay una conspiración para que la gente viva una vida idiota".
Un sistema que no nos quiere críticos ni placenteros a través del goce activo del lenguaje es un sistema que nos quiere de rodillas, ridículos, compungidos y consternados, desprovistos tanto de pasiones como de ideas propias. Y si no hay palabras, el único vehículo accesible para desalojar la fuerza de las pasiones interiores es la violencia. Un adolescente reprimido en sus posibilidades de expresión es una bomba de tiempo, y en nuestro país hemos visto ya, lamentablemente, terribles ilustraciones en este sentido. Por eso es necesario dar palabras al adolescente, y escuchar a tiempo sus propias palabras. "Veo cómo enmudece el mundo en donde amputan las alas a la palabra", dice el poeta Edmond Jabès.
Cuando se habla del amor, los ensueños de amor, los recuerdos de amor que tan fuerte impronta tienen en la vida de los adolescentes, suele olvidarse que el tejido mismo del encuentro amoroso no consiste sólo en el descubrimiento mutuo de la sexualidad deslumbrante como éste puede ser sino también, en gran parte, en las palabras que brotan del impulso amoroso. El amor no es un objeto y no es tampoco una idea, y por eso no lo alcanzan las maquinaciones de la filosofía analítica. El amor es experiencia, gestos y, en gran medida, palabras: y cuando faltan las palabras, se esfuman la intimidad y el encanto del acontecer amoroso.
De allí la atracción de los grandes epistolarios amorosos, las clásicas novelas pasionales, los diarios personales que van mostrando las inflexiones de una relación, las conversaciones recordadas en transcripciones fieles y detalladas, la huella de un verbo o una expresión cariñosa, un adjetivo secreto, un invento, una imagen que se juega en una tarde de caricias, un poema hecho a cuatro manos, un mensaje telefónico o un correo electrónico en tres palabras que todo lo dicen. El adolescente privado de la posibilidad de la palabra amorosa está virtualmente castrado. Emerson decía: "El hombre es la mitad de sí mismo; la otra mitad es su expresión". Lo que es cierto para el ser humano en general es doblemente cierto para un joven amante. La otra mitad del amor es el diálogo con la pareja, el hablar que va tejiendo y consagrando el adentramiento mutuo en la correspondencia amorosa.
Alberto Magno dice con razón que "el mayor de los placeres humanos es buscar la verdad en la conversación". Pero no sólo la verdad se busca en la conversación, como los diálogos socráticos lo demuestran tan fehacientemente, sino también el amor. Nuestros adolescentes hoy día no sólo se quieren sino que han reintroducido valientemente el yo te amo, prohibido por cursi en la generación paterna, y han recreado la correspondiente distinción.
Conviene preguntarse también por el sentido de salir, ese modismo que se impuso a partir del momento en que los jóvenes rechazan los matrimonios arreglados por los padres y salen definitivamente de la tutela parental en esta materia. "Salí sin ser notada / estando ya la casa sosegada", dice Juan de la Cruz en el poema místico-erótico más hermoso del español. Pero ¿adónde salen ahora quienes salen? Ciertamente, no a la noche mística. Salen a la calle, al mundo, a las discos, a los gimnasios, a los restaurantes de moda: se muestran, se exhiben, se exponen, como parejas, a la aprobación o el rechazo de la calle o de su grupo. El amor se ha vuelto en gran medida exhibicionismo y voyeurismo, narcisismo y dependencia; de la aplastante tutela familiar se ha pasado al riguroso control social que establecen la moda, la dieta, el ritmo y el automóvil que debe mostrar la pareja que sale.
Se hubiera dicho que el amor era entrar antes que salir: en principio, los enamorados entran en la noche, en una casa, en una cama; la intimidad no es sino una profunda entrada personal y física en la vida de otro ser. Alguien se metía con alguien hace un tiempo; nacía un metejón. Pero el amor que sale ahora es el amor extrovertido y ruidoso de quien necesita la certeza de la mirada del otro y el apoyo del testimonio grupal: he aquí mi pareja, la prueba de mi solvencia sexual, la garantía de que no estoy vergonzosamente solo. Salgo, bailo, gasto y muestro: ésta es la manera presente del amor. El placer no pasa ya por la conversación, esa antigua reliquia olvidada. La patética pobreza de los diálogos de amor entre adolescentes en nuestras telenovelas ilustra hasta qué punto nos hemos alejado de los tiempos en que las parejas se hablaban.
Los adolescentes han proscripto el amante, romanticón y antiguo: novio, amigo o pareja son los términos corrientes. Pero novio huele a naftalina, amigo es hipócrita, o en el mejor de los casos ambivalente, dando lugar a peligrosas confusiones, y pareja es expediente tan socorrido cuando se trata del dominio gay –donde acaso correspondería más decir, en el caso de los varones, su parejo– que probablemente los chicos vuelvan a encontrar nombres más frescos y afortunados para las relaciones que tanto los absorben.
Entre los arranques positivos y creativos promovidos por los adolescentes se encuentra la constante innovac¦ón en el lenguaje de la admiración sexual y estética, donde hemos ido pasando gradualmente de los churros y budines de otrora a los lomos y bombones del presente: una leve mejoría gastronómica que parece evidenciar un paulatino refinamiento. Pero también las mujeres han pasado a ser reinas y diosas gracias a los adolescentes. Aunque genia e ídola sean gramaticalmente incorrectas, me parecen mejores que las innovaciones que nos llegan peligrosamente de España, donde se escuchan perplejidades tales como: "Es mejor que la arquitecto no suba a los andamios, porque está embarazada".
El vocabulario juvenil ha ido desterrando afortunadamente el dudoso calificativo de mona para exaltar la belleza femenina. El Diccionario de Autoridades apunta la evolución del término, que en 1639 ya está registrado como característico de los imitadores. Así, Fray Juan de los Angeles critica a las monjas frívolas que "están en los coros como monas, haciendo gestos y meneos". Más tarde, al parecer, las habilidades imitativas comenzaron a adquirir prestigio, particularmente si se daban entre las mujeres. El Padre Feijoó comenta, un siglo después: "A cada paso se ven niñas que, con sus jueguecillos, imitan aquella festiva inquietud de las monas; y aun por eso se suele dar a aquellos juguetes el nombre de monadas o monerías; y de las niñas que son muy festivas se dice que son muy monas". Infantilismo, imitación y complacencia femeninas: tal es el extracto de cualidades de las que deriva el ser muy mona, ser monísima, codiciado entre nosotros alguna vez como marca de admiración y hoy, por suerte, paulatinamente desterrado.
Las mujeres eran en un tiempo sólo bonitas; ahora han sido promovidas y están buenas. Acaso conviene aquí recordar lo que dice Macedonio Fernández: "Lo bonito, dice Schopenhauer, es opuesto a lo bello. ¿Por qué? No lo dice, y creo poder decirlo: porque no nos conversa de la muerte". Lo curioso es que en realidad, etimológicamente, bello desciende de un diminutivo de bueno (en latín
bellum proviene de benulus, diminutivo de bonus). De allí la legitimidad de lo bonito. Lingüísticamente, parece haberse sentido que lo bello es un pequeño avatar de lo bueno. Pero nuestros chicos se resisten a considerar como pequeño este avatar y sostienen la equivalencia de lo bello y de lo bueno sin distinciones de ninguna especie. Y si reflexionamos un poco, vemos que hoy día decimos que un libro, una película, una comida, un vino están buenos para decir que nos gustan; en el fondo, que nos hacen bien. Y es verdad que la belleza nos hace bien, y bueno es reconocerlo.
La palabra es el puente más efectivo entre nosotros y la realidad, entre nosotros y los otros. Hay una suerte de Eros que se realiza en la palabra, primero en el logro de conectarnos con la palabra misma, que es afecto, intelecto e intención, mente y verbo, imagen y sonido a la vez. Pero transmitimos esa palabra no abstractamente en sí misma, sino incorporada a una red de otras palabras. El objeto de deseo del acto de la palabra es en primer lugar la palabra misma, el sentirnos conectados a ese sistema de electricidad central y fundamental que es el lenguaje, que nos identifica, nos da la identidad primera del hablante y del comunicante y nos comunica, es decir, nos conecta al mundo de los otros hablantes y escuchantes. Esto es lo que da al niño el impulso enorme que experimenta para incorporarse al lenguaje de sus mayores, una red complejísima y vitalmente necesaria que con rapidez intenta asimilar para asegurarse su lugar en el mundo social que lo aguarda.
Entonces ocurre el segundo logro, el de contactarnos con alguien que nos permite comunicarnos, no sólo con él, sino con nosotros mismos, a través de la convergencia entre nosotros, la comunión de la palabra. Triple comunión entonces, primero con el lenguaje, luego con el Otro, finalmente, más profundamente, con nosotros mismos. Cuando el adolescente es privado de la conciencia y el goce de la palabra, se siente triplemente inerme, destituido del lenguaje, del contacto con el otro y del contacto consigo mismo. Cuantas menos palabras posee, más ataráxico, apático e indiferente se vuelve; la violencia física es entonces la expresión más común de la castración verbal.
PÁGINA 22 - CUENTO
El libro
Irma Verolín (Buenos Aires/Argentina)
Acariciaba su lomo angosto y lo sentía chato mientras caminaba sin mirarlo, sin conocer siquiera su título. Mis dedos, al tocar el borde de las páginas apretadas, tenían miedo de cortarse. De modo que para seguir comprobando que el libro era chato, apoyaba toda la palma de mi mano en la tapa suave, lisa. Entonces creí que ese olor, que el tiempo y la humedad dejan en el papel, iba a traspasarme la blusa. Todavía no me habían crecido los senos aunque por momentos me comportaba como una persona mayor.
Crucé el pasillo rápidamente. La puerta de la pieza estaba cerrada. Presioné aún más las tapas, me pareció que se doblaban, y tuve, de repente, la idea de que ese libro contaba una historia muy extraña. Lo había sacado de la biblioteca al azar, igual que las otras veces. Como yo consideraba que mamá no hacía más que estarse quieta y muda en su cama sin tener con qué entretenerse, algunas tardes entraba en su dormitorio y, sin esperar que me agradeciera, le dejaba un libro sobre la mesita de luz. Después de unos días, le llevaba ese y le dejaba otro. Pero ahora el picaporte de la puerta no cedía y alguien, detrás de mí, me tironeaba del brazo. Di media vuelta y la vi: era la enfermera nocturna, gorda, fea, granienta, que decía que me fuera, que no molestara a mamá, que tenía órdenes, que qué sé yo. Le hice caso. Sin embargo antes dejé el libro apoyado en la repisa y observé cómo la mano de la enfermera hurgaba en el bolsillo del delantal buscando la llave.
Aquella noche, desde la ventana que da al jardín, por primera vez espié: mamá tenía los ojos y la boca abiertos y los brazos caídos a los costados del cuerpo, allá en su cama, como durante el día. Con las piernas estiradas y los codos hundidos en los apoyabrazos del sillón, la enfermera leía un libro. Por un instante creí que le leía a mamá, pero no, la muy egoísta leía para ella sola. La boca quieta y aquella postura despatarrada. Cada tanto dejaba el libro, se paraba a un costado de la cama y miraba fijamente los ojos de mamá, luego hacía un gesto difícil de explicar. Y, enseguida, la muy granienta, gorda y fea, volvía a sentarse en el sillón para seguir leyendo.
A la mañana siguiente, en el pasillo, cuando la enfermera salía de la pieza de mamá, le dije lo que pensaba a los gritos:
-En vez de mamá, la que se va a morir es usted.
Ella, imperturbable, me dio dos libros y llamó a papá. Papá la miró muy serio y le preguntó:
-¿Ya ocurrió?
La enfermera dijo “sí” con la cabeza y agregó:
-Fue hace un momento.
Los ojos de papá se habían quedado clavados en uno de los libros, en el más chato, el de las tapas de cartulina de un color bastante bonito. Lo miraba con cierto rechazo, como si adivinase que desde el libro se desprendía ese tufo a tiempo y humedad acumulados, que yo estaba obligada a aspirar porque lo apretaba contra mi blusa.
PÁGINA 23 – POESÍA AMERICANA
Javier Raya (México DF/México)
Animales de montaña
Piense la vista en un gato seco,
un remoto animal que se acerca
en la madrugada contemplativa, inerte,
con su cargamento ventral
de moluscos ahogados,
el vientre hendido, el costillar expuesto.
Piénsese en un animal grande,
largos miembros hinchados sobre la hierba
—¿las uñas melladas por la lucha?
el pelaje robusto y cerrado,
blanco como recuerdo antes de la sangre,
y el chillido ahogado en el rostro cruel
que observa la mañana.
Brillos lejanos la hora.
Matinal la cabeza se desnuda
para recibir a los buitres solares
que me devoran.
Relámpago
Voy entrando en tu piel animala, diosa del crepúsculo,
mascarón de la más naval proa,
en tus pechos aéreos
como aves propicias para mecer en las manos.
Por tu larga sombra va mi huella,
un tacto oloroso que no es más roce
sino el instante de la carne cuando se aleja.
El asesino de Trotsky
La negritud de su paso entre sombras,
la risa del sobrino, Natalia poniendo la mesa,
levísima luz de arrullo,
su paso,
sin ruido,
sacando de entre el ropaje,
sin distraerlo de la conversación,
el piolet funerario.
Del incensario de la noche
se desprende la sombra rítmica,
calculada levedad, sombras hablando,
libros llenos de sangre.
PÁGINA 24 - CUENTO
Bienvenidas las sombras
Por Pilar Romano (Corrientes/Argentina)
Todas las mañanas, al despertarse, abrazaba con fuerza la almohada y le parecía que provocaba algo así como una pícara nube de polvillo astral. Se sentía carente de pasado, enfrentada exclusivamente a la línea delgada de la inmediatez, al punto de que para sentir cierta añoranza, en los días de salida iba a la estación de ferrocarril; los trenes saben provocar por sí mismos inexorable nostalgia.
Sin embargo, cada mañana se acercaba a la ventana y daba gracias a Dios juntando las palmas de la mano sobre los pechos, que se asomaban vehementes, despertando seguramente la codicia del Maligno. Daba gracias por el nuevo día y últimamente también por la aparición de Lucas. Esto de dar gracias le venía quizá de la madre, quien solía tener accesos de misticismo en medio de su vida inconfesable. A través de la ventana, desde la pegatina del muro de enfrente, le llegaba cada mañana la sonrisa de afiche del candidato político de turno: ¿de qué le serviría a ella votar?; nada más absurdo que esa sonrisa frente a aquella ventana.
En verdad, Gladis no estaba del todo carente de pasado: se había esforzado por borrar el recuerdo de su madre, pero retenía el de su único hermano, Ariel, que había huido antes que ella de los trastornos de aquella mujer. Después supo, por la única carta que recibiera, que había sobrevivido como modelo publicitario y en ocasiones posando en una academia de artes plásticas. Lo envidiaba profundamente por esa temprana decisión de animarse a vivir como él quería. ¡Si ella pudiera posar para un pintor! Esta imagen se le aparecía como una magnífica consagración.
También recordaba haber tenido un perro blanco y un tío comunista. Y haber aprendido a tejer al crochet. Y guardaba fresca memoria del momento en que había optado por seguir a Valentín. Menos de veinte años tenía entonces. Ni le había preguntado cómo se ganaba la vida y, aunque no le gustara que masticara chicle, se fue a vivir con él a aquella pensión de mala muerte, en la que pasó felices las seis primeras noches.
En la tarde del séptimo día él le trajo de regalo lencería negra con encaje y puntillas y al rato nomás cayó un tipo con las canas teñidas. Valentín le indicó sin justificación alguna lo que tenía que hacer, explicándole tan sólo lo que le pasaría si no hacía eso que tenía que hacer. Se vio de pronto envejecida en la fotografía que sonreía sobre la mesa de luz. Tarde a tarde y noche a noche vería escenas increíbles ese retrato. Hasta que Gladis decidió protestar, rebelarse, decirle que no volvería a acostarse con otro tipo en aquella cama. Y no lo hizo: Valentín la llevó al prostíbulo de la Mecha.
La casa le pareció, al llegar, algo así como un árbol con las raíces al aire y pintado de un color parecido al de la carne puesta al asador... ¡Modelo de pintores! Una prostituta con todas las letras sería, como aquellas mujeres de rostro frívolo, carnavalesco, excitante, que habitaban la casa. Pero no supo o no se animó a optar por otro camino, así, manchada como ya estaba.
Nada muere y desaparece: todo vuelve y se superpone, pensó. Y fue nomás una puta de prostíbulo de pechos enardecidos, como símbolo de agresión al raro misticismo de su madre. Nunca tendría hijos que fueran a la misa dominical... En verdad, ya ni pensaba en eso, pero había conservado siempre el deseo impenitente de que su cuerpo fuera mirado por sus formas, exclusivamente mirado y no penetrado por donde se pudiera.
Hombres de todos los colores y profesiones: algún juez que seguramente amaba las navidades, algún mulato que tendría escondida una navaja entre las ropas, algún muchacho casi lampiño cargándole sobre los muslos toda su inexperiencia, hacían que se durmiera pensando que el mundo era un repugnante tablero de ajedrez. Ni la reina era reina, ni los caballos caballos ni las torres torres. Pero por las mañanas se levantaba, dispersaba imaginariamente el polvillo cósmico y agradecía a Dios el estar viva, aunque lo primero que tuviera frente a los ojos fuera la imagen del candidato político de turno, de sonrisa inútil. Es que había allí un amanecer, como en todas partes, aunque las paredes emitieran lamentos casi imperceptibles. Y no pasaba mucho sin que reapareciera su frustración.
... ¡Modelo de pintores!
Sin embargo, vino el tiempo en el que su mirada pudo cambiar. Fue cuando apareció Lucas, una especie de Hamlet sin reino ni calavera. Le dijo que si aceptaba hacer lo que iba a pedirle, vendría todas las semanas. Y ella aceptó. Lucas tenía en su mente, algo trastornada, la manía de las sombras chinescas. Una verdadera obsesión que Gladis nunca supo de dónde le venía. Lucas entraba y luego de un saludo inicial que con el tiempo fue haciéndose más nutrido, ponía el velador en el lugar adecuado. Ella, arropada nada más que con su pellejo, adoptaba las poses más rebuscadas, todas las que Lucas le indicaba, mientras él miraba embelesado la figura negra que con los brazos y el cuerpo todo de Gladis, casi sin tocarlo, lograba crear sobre la pared del cuarto del prostíbulo. Hasta la del ratón Mickey pudieron formar.
Y ella daba gracias por esta anhelada sensación de saberse ilustrando con el cuerpo y sin manoseos aquellas imágenes del bien. O del mal.
PÁGINA 25 - ENSAYO
Para escribir bien. ¡Que hable! ¡Que hable!
Por Karla Bernal Aguilar (México DF/México)
¿Qué hacer con una letra que es muda y que causa tantos malos entendidos con la ortografía? ¿Eliminarla?(1)
Pues ésta no ha sido una mala idea para Gabriel García Márquez, quien propone que «enterremos las haches rupestres»,(2) o para Andrés Bello, quien, en sus Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar la ortografía en América,(3) sugiere suprimir la h, para eliminar todas aquellas grafías que hacen complicada la ortografía al escritor y acuñar la propuesta de que escribamos como pronunciamos, es decir, que cada letra corresponda a un solo sonido y que cada sonido esté representado por una sola letra.(4)
Pero vayamos por partes: ¿cómo es que una letra muda hace acto de presencia en un vocablo? Según José Moreno de Alba,(5) las razones para que la h aparezca en un término son:
1. Por una costumbre establecida durante el Renacimiento, pues algunos manuales —como el Tesoro de la lengua castellana (1611), de Sebastián Covarrubias— instituían como regla que se usara la h en todas las voces que la tuvieran de origen; por ejemplo, del latín, en: haber, hombre, hebreo, humano, hemisferio, humilde, hereje, héroe, historia, honor o humor; del árabe: harén o alhaja; de las lenguas amerindias: hamaca o hicaco; o del inglés: hurra.
Lo curioso es que incluso en algunos términos latinos, la h funcionaba como un simple signo ortográfico carente de sonido, razón por la cual en los primeros textos castellanos se omitía sin problema alguno, por ejemplo en aver y omne; no obstante, el simple hecho de que a principios del siglo xvi se haya buscado reponerla bastó para tenerla hoy entre nosotros. Por otro lado, hubo términos en los que ganó el uso y la h se suprimió, como en aborrecer —abhorrere—, comprender —comprenhedere— o invierno —hibernum—. Actualmente existen palabras que se pueden escribir con h o sin ella: alhelí o alelí; harpía o arpía.
2. Para sustituir al sonido aspirado de la f con el que contaban algunos términos del español antiguo, que a su vez lo habían tomado del latín. A mediados del siglo xvi, la f se convirtió en h y, entonces, faba se transformó en haba, facer en hacer, fijo en hijo, farina en harina, fermoso en hermoso y falcone en halcón, entre otros. No obstante, el cambio no se aplicó a todos los vocablos, pues en aquellos en los que la f estaba dentro del término, fue reemplazada sólo cuando el segundo componente de la palabra podía identificarse con un término simple que ya llevaba la h: rehacer contra refutar, por ejemplo. Con el paso del tiempo, la h enmudeció y dejó de representar ese sonido aspirado.
3. Para dejar de ser afónica y «hablar», al representar el sonido de la g, lo que sucede cuando precede al diptongo ue —huerto, vihuela—, y de la y, cuando se antepone al diptongo ie —hielo, hierro—. Respecto al primer caso, Moreno de Alba transcribe el texto de una gramática académica de 1872 que dice: «El único caso en que la h tiene algún sonido, el cual se confunde con el de la g suave, es cuando precede al diptongo ue».(6) En cuanto al segundo punto, es interesante observar cómo han surgido formas como hiedra y yedra, o hierba y yerba, en las que el uso de ambas opciones es posible.(7)
Hasta aquí, querido lector, las razones por las que la h continúa hablando por sí misma. Sin embargo, y siendo sinceros, ninguna de ellas la hace más amable para nosotros en lo que a su uso ortográfico se refiere. Por ello a continuación le proporcionamos algunas notas orientadoras que podrían suavizar su relación con esta letra, que hace más ruido que cualquiera.(8)
Se escriben con h:
• Las formas de los verbos haber, hacer, hallar, hablar, habitar:
Mañana habrá una gran cena; entonces hallará el momento y hablará.
• Los compuestos derivados de los vocablos que tengan esa letra:
Es injusto: desheredó a su ahijado por sus actos heroicos. Dice que lo deshonró.
• Las palabras de uso actual que empiezan por los diptongos ia, ie, ue y ui:
Recuerdo a mi abuela, vestida con un huipil, preparándonos huevos y té de hierbabuena.
• Las palabras que llevan el diptongo ue precedido de vocal; en este caso, la h va intercalada:
Me encanta sentarme bajo la sombra del ahuehuete.
• Las palabras que empiezan por los elementos compositivos hecto- —«cien»—, helio- —«sol»—, hema-, hemato-, hemo- —«sangre»—, hemi- —«medio», «mitad»—, hepta- —«siete»—, hetero- —«otro»—, hidra-, hidro- —«agua»—, higro- —«humedad»—, hiper- —«superioridad» o «exceso»—, hipo- —«debajo de» o «escasez de»—, holo- —«todo»—, homeo- —«semejante» o «parecido»—, homo- —«igual»—:
La hemoglobina es una proteína de la sangre que transporta el oxígeno a los tejidos, y no el hidrógeno, como afirmas.
Blanca es hipersensible a la medicina homeópata.
• Algunas interjecciones:
¡Bah! Estaba segura de que traías el disco contigo.
¡Ah!, pero mañana no lo olvides de nuevo, ¡eh!
• Por regla general, las palabras que empiezan con histo-, hosp-, hum-, horm-, herm-, hern-, holg- y hog-:
Mi hermano vino al hospital a tomar su clase de histología. Mientras él curará a la humanidad, yo seré una experta en hermenéutica.
Trivia en h muda
• la última edición del drae tiene 2,171 voces que empiezan con h
• hay 580 términos que tienen h intermedia
• existen seis palabras que terminan en h; todas, interjecciones: ah, bah, eh, oh, sah, uh
• si la h callara para siempre, se escribiría 1.2% menos
(1) v. Algarabía 5, 2002, El origen de las letras: «¿Por qué tan calladita?»; pp. 46-48.
(2) En Botella al mar para el dios de las palabras, discurso del escritor para el i Congreso Internacional de la Lengua Española, en Zacatecas, México, 2004.
(3) Artículo que fue publicado en 1823, en Londres, con las firmas g. r. —Juan García del Río— y a. b. —Andrés Bello—, en la revista Biblioteca americana, y, más tarde, en octubre de 1826, en El repertorio americano, con una nueva edición.
(4) Idea que desde el siglo xv ya había impulsado Antonio de Nebrija.
(5) José G. Moreno de Alba, «Sobre la letra “h”», Nuevas minucias del lenguaje, México: fce, 1996; pp. 342-344.
(6) Idem.
(7) Sin embargo, no en todos lados es igual; por ejemplo, en Río de la Plata, Argentina, hierba y yerba denotan cosas distintas; mientras que hierba designa cualquier planta pequeña de tallo tierno, yerba sólo es la que se usa para preparar el mate.
(8) La autora agradece a Ignacio Gómez Gallegos la información que proporcionó para nutrir este artículo.
A pesar de que a Karla Bernal Aguilar le gustó mucho escribir este artículo, ahora se siente como la h: muda para componer su semblanza. No obstante, solicitó que su nombre y sus letras figuraran en este espacio, aunque fuera como mero signo ortográfico.
PÁGINA 26 - CUENTO
Ciccone
Por Patricia Suárez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Son las seis cuando busca a la nena en el jardín; ella jamás dice jardín sino kinder: le gusta cómo suena la palabra. Le abre la puerta una mujer morocha, bajita, con delantal a cuadros, a la que ella nunca nombra porque no recuerda si su nombre es Gregoria o Dominga y no quiere pasar por clasista. Tal vez se llame Ramona. Le dicen que su hija estuvo bien todo el día, la nena sale corriendo, la abraza y le pide: “Coca, mamá. Coca Cola”: ella lleva una mamadera de Coca; tres cuarto de gaseosa y un cuarto de agua. Es una bebida asquerosa, parece jarabe para la tos, pero a la bebé le gusta.
Hacen ocho cuadras hasta la casa y para ocho cuadras ponen una hora.
Cuando cruzan la calle, ella alza a la nena o bien la azuza: “Rapidito, rapidito que es la calle”, donde termina la cebra, la nena se tira al piso irremediablemente. A ella le entran ganas de pegarle, pero se contiene por la gente que pasa. Para paliar el furor la alza y la lleva en brazos el resto del camino, cinco o seis cuadras. La nena pesa veinte kilos. Ella le canta ‘La gallina Turuleca’. La nena ríe.
Ella piensa: ‘Una canción autobiográfica’.
Le duele todo el cuerpo especialmente hoy porque fue a correr en la mañana. Costeó el canal con los walkman puestos y una remera tres tallas más grandes de un ex novio de cuando ella tenía veintiséis años. Piensa que de suicidarse elegiría ese lugar, pero después considera que es mejor que no. Porque los cadáveres de los ahogados flotan y sería espantoso subir a la superficie después de muerta y enseñarle al mundo desnudeces que no se ha atrevido mostrar siquiera a su ex marido en el tiempo en que era marido en vigencia. Debe consultar a la vidente y preguntarle si adelgazará ella alguna vez.
Dos por tres paran en la heladería. Sambayón y dulce de leche. La nena aprendió a lamerlo. Lame una bocha y después la cara de ella, que queda toda melosa. Un viejito que sentado enfrente chupa un helado interminable le pregunta cómo se llama. Ella toca su pecho, haciendo sonar un poco las costillas: Victoria. A la nena le palmea el morro: Aleluya. Es un nombre raro, ¿de dónde salió?, le preguntan siempre. Ella contesta que se le ocurrió al padre: tenía una parienta que se llamaba así en Turquía o en Liberia. Cuando le preguntan dónde queda Liberia, ella se encoge de hombros. No sabe. Nadie le pregunta en dónde queda Turquía, en cambio. Es como si todos en Buenos Aires hubieran visitado Turquía en algún momento de sus vidas.
Pone la llave y gira con cuidado; pispea cómo está el ambiente antes de entrar. Su último amante, el que le hablaba del futuro juntos y le juró amor eterno, se escapó con un juego de llaves que nunca devolvió. Ella teme encontrárselo dentro un día de estos. No hay nadie. La bebé corre y enciende el televisor. Está por empezar Barney. La naturaleza de Barney es ominosa. Un dinosaurio de felpa color púrpura sin movimientos faciales. Es un milagro que no aterrorice a los televidentes. Ella se dirige a la cocina y comienza a pelar papas. La comida típica de una madre moderna: salchichas y papafritas. Son las ocho de la noche; la peor hora del día. La oscuridad se cierne sobre el departamento como una mano se vuelve puño. Hay un vecino que toca el piano pero ella no sabe quién es, se pregunta si será el que padece de pánico y vive al lado. Le encuentra a sus vecinos de al lado un aire a los demoníacos de El bebé de Rosemary, la película de Polanski. Revisa compulsivamente los mensajes en el contestador, los emails, quiénes están conectados al chat. Nadie parece interesarse por su existencia. No llamó su madre, no llamó Lía, no llamó Verónica, no llamó el abogado. Abre la casilla de yahoo con los dedos cruzados: “Por favor, que haya una buena noticia”. Todas propagandas: cartuchos para impresoras, viajes de mini turismo a Tigre y agrande su pene. Cierra la casilla y después que lo hace piensa que no revisó el lote de correos. A lo mejor un mensaje importante, de alguien que no la conoce llegó al lote de correos: a lo mejor podía hasta cambiarle la vida. A veces el filtro no distingue los mensajes que son spam de los que no lo son.
Barney canta en el aparato de televisión a todo volumen. Su hijita no entiende bien cuáles son los botones correctos en el control remoto y lo mantiene al máximo.
Su silueta está recortada como en negativo. Puede ver la línea de puntos que la troquela. Vibra en la oscuridad; ella puede sentir esa vibración como sentir las que hacen las patas de un escarabajo dado vuelta.
Ella sirve la comida. El teléfono suena; ella se asoma y mira en la pantalla el identificador de llamadas: es el tipo del alquiler; está atrasada un mes: no atiende.
No mira el noticiero: hace meses que no se entera de nada de lo que pasa, no lee los diarios ni las noticias por Internet. Masca las papafritas y se pregunta cómo las personas salen adelante. Cómo hacen para recoger los restos y levantarse. Es una pregunta sin respuestas, como la del sentido de la vida.
Su silueta debía estar allá, sobre el sillón verde. Pero hay un agujero y él no está más. Se pregunta cuándo dejó de quererlo, y no lo sabe. A lo mejor no dejó de quererlo sino que sencillamente fue que empezó a odiarlo. Sencillamente es una palabra extraña para usarla en este contexto.
Ahora hace cuatro meses que tiene una restricción de acercamiento. Tiene que permanecer a quinientos metros de ella, su hija, el departamento y el kinder. Sino, la policía puede arrestarlo por desacato a la autoridad del Juez.
Esto parece que lo detiene; lo ha detenido.
Acuesta a la nena y disca el número de la vidente. Le pregunta si él irá a matarla. Si ella puede ver eso entre sus visiones. La vidente le contesta que estaba en la ducha, que la llame en veinte minutos. Cuando Victoria vuelve a llamarla, la vidente no está, salió. Atendió el contestador y ella no se atreve a hablarle a la máquina, decirle que le pareció ver una sombra que la seguía escondiéndose entre los plátanos. Podría haber sido su ex marido o una ilusión óptica; aunque él es de hacer cosas absurdas.
A los pocos minutos, el teléfono suena y ella atiende rápido y en voz baja para no despertar a la bebé. Tiene voz de Canal Venus, lo sabe, un tipo con el que salió se lo dijo. Cree que es la vidente que se digna a descender del santuario de Apolo en Delfos para decirle lo que Victoria debe esperar en el futuro, si es que tiene un futuro por delante y no una cuchillada al cuello. Pero no, es Beto. Hace seis meses que se conocen y se han visto seis veces. Ninguno de los dos sabe por qué no se ven más seguido. No arriesgan una idea. Él le dice que la llama porque tiene ganas de charlar con ella, le gusta su conversación. Después le dice que le gustaría bañarse con ella.
-¿Qué es eso que se escucha? ¿Es tu casa?
-Es la guitarra.
-¿Qué guitarra?
Ahora ella no recuerda si él le dijo que toca la guitarra. Tal vez fuera el bajo. Toca en un garage con unos amigos, como en la adolescencia. Va para cincuenta años y hace esas cosas. Tiene un trabajo más o menos normal, además. Ella lo conoció en el trabajo.
Cuando se acuesta, se pone de costado. Duerme sobre el costado izquierdo, protegiendo el corazón. Su ex decía que el hombre debe dormir a la derecha de la mujer; eso lo había sacado de algún lado, el Talmud o la Torá o se lo inventó él. Su última sensación despierta es la mano de él sobre su cadera, entre el elástico de la ropa interior y la curva de la cintura; su mano cálida, apremiante, tomándola como al asa de un jarro. Nunca, nunca como a una persona.
Tres horas después se levanta transpirada, busca una gasa, la embebe en agua fría de la heladera y se la pone justo en la zona donde su ex la tocaba mientras dormían. Al día siguiente tendrá una pequeña contractura en los abdominales oblicuos, un dolorcito, nada más.
Compra una Smith&Wesson a la portera. Le tiene fé a la Smith&Wesson; aparece en todas las novelas policiales de Ross MacDonald. Es un modelo M&P, pequeña, negra, de uso militar en los Estados Unidos. La paga a trescientos pesos. Entra perfectamente en un bolso de mano. La portera se llama Juana García, igual que una poeta lesbiana que ella conoce y que todavía no es famosa y tal vez nunca alcance la fama. La portera vive en Glew, el hermano es policía. O ex policía, no le entendió bien. Le apodan La Pantera. Tiene hasta rifles para vender, todo Smith&Wesson. La portera habla de armas con total naturalidad; también vende lencería de damas, pero al referirse a esos productos baja la voz. El corpiño push-up suena ilegal en sus labios.
Cuando le enseña la pistola le pide que no la accione, que no apriete el gatillo por el amor de Dios. Están en el subsuelo, donde arde la caldera.
La portera usa un revólver chiquito, le tiene paciencia a eso de cargar las balas una por una. Hasta que se baja del 9 en Glew es de noche y por ahí está lleno de maleantes.
No le dice a nadie que compró una pistola. Ni a su madre, ni a Verónica, ni a Lía, ni a la Dra. Katz. Tiene ganas de contárselo al abogado, pero se reprime.
Le preguntan qué hace los lunes a la tarde y ella dice “Yoga”. A todos les parece extraño que de pronto le interese el yoga. Ella habla de la inexistencia del yo y de la hermana Bikkhuni Khema que hace su retiro en Sri Lanka en la época de las lluvias. Victoria sonríe, le devuelven la sonrisa. Ella se hace la misteriosa, la resignada. Todos creen que tiene un amante secreto, al que visita. Es mejor creer eso que pensar que se volvió loca, dicen.
Ella se inscribe en el Club de Tiro de su barrio. Queda en la misma manzana; por fuera hay un barcito donde sirven café a la turca y dentro enseñan a disparar. No tiene permiso para portar armas y menos para usarla, aun en defensa propia, eso le explica al viejito que le hace la admisión en el club. La inscribe y le tiembla el pulso. El viejito sonríe: casi nadie tiene permiso; si uno tiene que hacer en la vida únicamente lo que le permiten, está frito. Así dice.
Desde que compró la pistola la saca todas las noches y la pone en la cama, sobre las sábanas blancas. Escucha a su hija respirar muy fuerte, debido al problema en los bronquios: ahora está tranquila. Victoria limpia la pistola con hisopos cottonettes, lo hace despacio, muy despacio, igual que si fuera un puercoespín dormido. La guarda en el cajón de la mesa de luz y se queda acostada mirando el techo. Algún día escribirá sobre todo esto, se dice. Pero ahora no, no es tiempo. Tiene que caerle el texto como una fruta madura del techo. No sueña, no se despierta a mitad de la noche sobresaltada. Cuando pone el pie derecho en el piso a la hora de levantarse, se pregunta qué día es. Qué fecha y qué cae eso en la semana. Ha dormido profundamente. Su hija, a un metro de ella, está parada y la mira. La contempla.
-Aleluya... –murmura ella.
No puede seguir guardando la pistola en un lugar al alcance de su hija; es criminal.
Lo que se pregunta es si debe salir y matarlo o si se queda a esperar a que él venga y la provoque. Tiene ganas de consultar esto con alguien, pero no sabe con quién. Nadie puede ser sincero con ella, aconsejarle vaya y mátelo. Igual, ella no lo haría. Le darían la tenencia de la nena a la familia de él, que la odia. La nena tiene tres años, dentro de diez habrá olvidado a su madre. Ellos le contarán cosas inexactas sobre Victoria, para confundirla. Era artista, poco menos que una prostituta, dirán. No tiene a quién confiar el recuerdo de sí misma. Alguien que sea fiel, que la vea tal cual ella es y guarde esta imagen para devolvérsela a su hija dentro de diez o veinte años.
Está sentada en el banco de cemento y el enano se le acerca con el casco puesto y la increpa a través de la visera amarilla. Le grita que qué está mirando: ¿no vio nunca un enano?; él es un enano, ¿tiene ella algún problema con eso? Ella niega y asiente con la cabeza, frenéticamente. Le dice que se llama Vicky, le tiende la mano; el enano se encoge de hombros. Luego él va, se para sobre su plataforma y dispara cinco tiros que pegan todos en la cabeza del blanco.
No sabe si debe cocinarle o no. Lo que le sale mejor, más sabroso, es la pasta con atún. La aprendió de la receta que viene detrás del caldo de choclo Knorr Suiza. No obstante, las dos últimas veces que cocinó la pasta di mare, luego no tuvo sexo con los invitados. No sabe qué sucedió: les dio de comer, les sirvió vino, les contó su chiste preferido. Igual, ella con el enano sexo no quiere tener. Pero pasta con atún no hace más. Ahora pide chaufán con almendras en el restaurante de comida chifa de la esquina; a veces no tienen almendras y le ponen castañas de Cajú y es todavía más sabroso. A todos les gusta el arroz y algún inspirado, luego de comerlo, le hace el amor como se debe. A Beto cuando viene le cocina milanesas con papafritas, aunque a Beto le dá lo mismo comer cualquier cosa: es como un avestruz.
En la pizarra está escrito: “Las rosas son rojas, la violeta es azul”. Es una consigna de trabajo. Ella no trabaja con consignas, le gusta que la gente apele a sus propias emociones e imágenes interiores. Esta clase de trabajo parece una tontería, pero a la larga se convierte en una propuesta de alto riesgo. Cada uno lee su trabajo; son ocho alumnos, seis usan anteojos de lectura. Hay un tubo fluorescente que los está dañando.
Ciccone está sentado enfrente suyo y pregunta qué carajo es la comida chifa y por qué carajo estuvieron los chinos esclavos en Perú. No es agresiva la pregunta, sólo lo es la manera de formularla. Le dice que lo llame Ciccone, que debe ser su apellido, aunque a lo mejor esa palabra en italiano signifique alguna cosa que ella desconoce. Igual, él está tan cómodo que a lo mejor no tiene nombre propio. Victoria no sabe cómo hablarle de sí misma: si debe ponerse en víctima o si es preferible que se haga la mujer dura; como sin querer le muestra un hombro; lo mira entre las pestañas tal como decía Marilyn Monroe que hay que hacer para seducir a un hombre. Es un gesto dificultoso y si se hace mal puede parecer que la seductora, en realidad, está sufriendo un ataque cerebral.
Ciccone y ella están un largo rato cenando, él menciona una cifra. Victoria va hasta el armario y busca detrás de la pistola una caja de metal. Hay mil ochocientos dólares. Era la plata de la venta de la casa de la abuela, en el pueblo. Escondió ese dinero dos años, hasta de su ex. Le entrega a Ciccone mil dólares, el resto lo guarda por si hay que salir del país con urgencia. Ciccone asiente, sonríe, luego se golpea la cabeza con la mano y dice que es un tarado, que se ha olvidado de traer el postre. Ella le dice que no importa.
Vio a Jennifer López hacerlo, vio a Julia Roberts hacerlo, vengarse del marido, pero ella no puede: ella debe contratar a un enano para estos menesteres.
El enano no trabaja solo, le explica, sino que forma parte de una congregación, una mafia. Ella no se atreve a preguntarle si en esa mafia son todos enanos. Ella se siente Blancanieves. Es difícil para las personas pensar que hay otros que por un poco de pasta resuelven lo que ninguno puede resolverles, teoriza Ciccone. Una sociedad de beneficencia, filantrópica de alguna manera. ¿Por qué un marido puede golpear a su mujer y dejarla tirada? Está mal la justicia por mano propia, dicen. Pero yo pregunto: ¿qué otra justicia hay?
La nena se despierta y medio sonámbula va hasta el televisor, lo enciende. Están pasando el programa de los hipopótamos que bailan. Después, vuelve sobre sus pasos y mira al enano directo a los ojos, le clava la mirada. Esto dura unos segundos y luego Aleluya estalla en una risa. Victoria teme que Ciccone busque su pistola y dispare cinco tiros a la cabeza de su hija.
No lo hace; no se ofende.
Vuelve una semana después, son las dos de la madrugada.
Está muy agitado. Está rojo como un tomate. El habla y ella no lo entiende; está dormida, cree que él es un hobbit. Al final, él la aparta del paso y entra en su departamento. Va hasta la heladera y toma agua fría del pico de la botella. Le dice que ya está, que ya lo han hecho. ¿Qué? ¿Está muerto?, pregunta Victoria. Su excitación es tan grande que está a punto de reír, llorar y besar al enano, las tres cosas a la vez. Ciccone niega: le han dado un susto; no va a molestar más. Pero por las dudas, le cuenta con tranquilidad, lo dejaron al borde del canal, porque a lo mejor de las heridas le sale mucha sangre, se desmaya, se cae al agua y se muere de una vez el muy cretino. Hay gente que se muere así.
Ella no pregunta adónde le dispararon; está segura de que fue en los meniscos. A la altura del campo visual de los enanos.
Ciccone va y se sienta en el sillón verde; le queda un poco grande. Pausadamente, con aires de general después de la batalla, le dice que no deberán verse durante un buen tiempo. Ella deberá negar cualquier tipo de vínculo entre los dos. Pero más adelante no será necesario. El tiempo todo lo borra y todo lo cura. En un año o así, ellos, Ciccone y ella, podrán retomar el contacto. Él siempre quiso ser escritor, dice, es una vocación que no pudo realizar. Él podría tomar un curso con ella, aprender cómo es el asunto ese de la literatura. Seguro que no es difícil. Ella dice que no, no es difícil. Matar gente debe ser mucho peor.
Su hija se levanta, va hacia el televisor. Lo enciende; hay una emisión nocturna de Barney. Han cometido un acto terrible, piensa ella. Pero no siente nada, nada.
Nada de nada.
Ciccone corea el estribillo de la canción de Barney.
Su hija ríe y lo abraza.
PÁGINA 27 - POESÍA ALLENDE EL MAR
Agnieszka Malgorzata Rybarczyk Feder (Lodz-Polonia)
Los instintos siderales
tienen varias capas de expresión- expansión,
habitan en cuartos sin paredes.
Los instintos siderales
me preparan para el éxodo
que de pronto acontece
en ceremonias multiplicadas
por cada NUOVA VITE
que germina
en las luces implícitas, repetidas
por cada cm2 del sintiempo.
Los instintos siderales
encierran al viejo enemigo
[al amante caduco y rechazado por mala sangre]
y lo encierran dentro de las mismas heridas que causó.
Su cuerpo frío, sin afectos naturales
dentro de cada corte que produjo
en el cuerpo indefenso.
Las heridas se suturan con agujas de cuarzo violeta...
sumergen al culpable en su propia sopa de culpas
para que mas nunca vuelva a pisar la natura fémina,
ferviente y extenso barro de amor.
Mi dolor sufrirás, única manera de que el sabio universo/no te extinga como te mereces.
Cobriza lluvia
sobre calles sin esquinas
que continúan pasando el mar.
Lluvia de agujas sobre úlceras del sentimiento,
ululan unicornios despedazándose en la umbría de la indiferencia
en un ajeno mundo de turbulento color
donde no se renueva elaire ni se pronuncia la misma palabra
y la cercanía del semejente es signo radical de matar o morir.
Afecto arrancado de a poco por mortífras lenguas
en una noche sin día,
parásitas presencias de odio sobre amor,
ruido sobre silencio,
pequeñas dosis perversas de efecto permanente;
han dejado clavos en el palpitar de los suelos,
siendo ahora áridas extensiones de carcomidos istmos.
Miradas de interrogativa exclamación
que en un principio de defesa habían surgido,
ahora son amorfas expresiones del pensamiento en blanco
salpicadas de cebo fermentado con e p i l a x u s o n d e j [...]
Alterada tinta sobre el papel de la circunstancia
Contra la pared de la codicia
Una pelota es la tierra ,
pateada por elementos que buscan poder.
La tierra es un juguete
tirado contra la pared de la codicia,
los que así juegan se creen sus amos y dueños
sin ser más que el estorbo en el camino de la vida.
¡Aborrecidos sean por la naturaleza y congelados por su mismo corazón!
PÁGINA 28 - CUENTO
Fábula de artistas
Por Orlando Van Bredam (Misiones/Argentina)
Lo cierto es que el gato, con mucha paciencia, aprendió a ladrar. Ladraba con fuerza, con eficacia de perro adulto. Tanto ladró que se olvidó de sus maullidos. Entonces, las opiniones se dividieron entre quienes sostenían que se trataba de un gato falso y quienes, por el contrario, aseguraban que era un perro apócrifo. Nadie tenía en cuenta su virtuosismo, el estudiado empeño que exhibía cada vez que quería soltar un ladrido. Lo peor, sobrevino cuando los demás gatos lo tildaron de traidor, cobarde, obsecuente, cipayo, etc. El mismo rechazo obtuvo de los perros, para quienes era un vulgar imitador, un alcahuete, un arribista, un desarraigado, etc.
Con pesadumbre de artista postergado y vagando sin sentido, el gato llegó un día hasta mi casa. Poco nos bastó para comprendernos. Y decidimos vivir juntos, aunque ustedes no lo crean. Le conté mi drama: nadie quiere saber nada con un perro fino, delicado, que sólo emite maullidos de gato.
PÁGINA 29 – COMENTARIO DE LIBRO
Teoría imprescindible
“Teoría del desamparo”- novela- Orlando Van Bredam- Premio EMECE 2007- Ed Cruz del Sur
¿Qué haría Usted si un hombre apareciera muerto en el baúl de su auto? Piénselo y, después de pensarlo, lea la novela Teoría del desamparo de Orlando Van Bredam. Allí hay varias pistas de lo que tiene, o no tiene que hacer, en caso de que le suceda un hecho tan fortuito. “Digámoslo así: una mañana de éstas, ni linda ni fea, una mañana apenas insinuada por la luz opaca que hay en la cochera, como en una película clase b, usted encuentra un cadáver en el baúl de su automóvil. En el coche que utiliza todos los días para ir a la oficina. Al espanto le sucede el gesto instintivo de dejar caer la tapa con cierta violencia. No lo cree”
Van Bredam, edifica, desde este comienzo, una novela atrapante. El relato, escrito casi en su totalidad en segunda persona, tiene una agilidad narrativa excepcional y, a su vez, una distancia óptima. El ritmo de lectura es acelerado: no se deja el libro hasta desentrañar el nudo y llegar al final de los sucesos. Es tal la rapidez con que se desmadeja la historia que recién al releerla podemos apreciar los detalles, los mensajes superpuestos sobre el mensaje lineal. El hombre medio, común, esta retratado de una manera plácida y hasta simpática pero, sin embargo, hay una callada ferocidad en el fondo del mismo.
Una de las tantas lecturas de Teoría del desamparo podemos realizarla en torno a lo que significa la rutina y su expresión cotidiana o, vista desde otro ángulo, vivir en automático, sin cuestionamientos, sin una mirada intensa hacia otro lugar que no sea el consabido lugar de todos los días. Pero cuando lo inesperado sucede, el edificio construido con rigor hora por hora, día por día, se desmorona y, el protagonista, o usted, o yo, forzosamente deberemos salir de la comodidad para introducirnos, sin aviso, en el conflicto extremo. Es allí, en ese lugar no buscado y tan temido, donde hay que hallar las habilidades, los recursos sorpresivos y creativos, nuevas herramientas para reorganizar la vida que, de ahora en más, no volverá a ser nunca la misma. El cambio a esa rutina infranqueable, invade con saña y prepotencia. La incredulidad del soberbio, cuando se transitan los días con la mirada perdida hacia el fuera, aquella incredulidad de desconocer todo que llega hasta la burla por la devoción de otros, se convierte de golpe en la credulidad más azarosa que invoca a los santos conocidos y desconocidos, para implorar una ayuda casi imposible.
Lo inesperado que irrumpe hace que el protagonista no se sienta seguro ni de su propia familia ¿Alguien conoce verdaderamente al otro por mas cercano que este? y, es esta inseguridad la que lo lleva a darse cuenta de la fragilidad de lo humano. De nuestro destino escrito en el agua.
El relato esta contado desde el lugar de lo habitual, de la rutina. El protagonista –Cato- no se enfrenta a un fantasma que lo induce a discurrir en temas esenciales, su drama es encontrarse con un cadáver en el baúl de su automóvil algo palpable y, a su vez, ilógico. A partir de ahí él decide mantener en secreto el hecho, cosa que sin querer lo convierte en cómplice. Y esta decisión es absurda pero cargada de credibilidad en la sicología del protagonista “Además, en esta ciudad estas cosas no suceden, no han sucedido nunca”, “Pero la tranquilidad es la tranquilidad”
El no creer en nada es también desconfiar de las instituciones políticas, policiales, religiosas. ¿Existe, acaso, la justicia? ¿Existe en éste país? ¿Qué es ser gente normal? ¿Qué le sucede a la gente normal? El imaginario de lo que puede llegar a pasar, y no de lo que pasa, es lo que hunde a Cato ¿La moralidad y la decencia son valores tan vulnerables que caen ante el menor imprevisto? Hay una violencia soterrada que oprime al ciudadano común, indefenso ante los políticos corruptos, ante el poder.
Cuando el protagonista comienza a reflexionar sobre la existencia (mínimos cuestionamientos), se da vuelta en la cama y los acalla. No deja que alteren su vida pareja e igual. Pero “Somos todos sospechosos”, todo esta mezclado. En la frontera del cambio, en esa grieta en la cuál nos deslizarnos hacia otra cosa, hacia la búsqueda de “otra realidad”, el caos le gana a la apatía. Querer arreglar la situación en soledad para “evitar el escándalo” es una quimera. “La verdad es a veces inverosímil” pero también es una misión devastadora e imposible. Por ello, la mentira, sobrevuela la novela como un protagonista más. Esa mentira cotidiana que de tan incorporada ya no parece serlo.
La novela de Orlando Van Bredam dosifica con maestría la vida del protagonista, sus secretos, sus deseos, su inserción en lo laboral y lo afectivo, en la sociedad en la cual vive y nació. Y despliega lo absurdo de un modo en que, lo absurdo, se transforma en verosímil.
Van Bredam sabe que en el fondo del alma humana la pasión es contundente y aunque queramos esconderla, casi siempre se torna incontrolable.
Patricia Severín (Reconquista-Santa Fe/Argentina)
PÁGINA 30 - CUENTO
El amor de Germán
a Oscar Carnevale
verdadero autor de la siguiente historia
Por Guillermo Ibáñez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Como en todo barrio, le compramos a Germán porque la suya es la verdulería más cercana, no por su excelencia de calidad (que no es tal), su pulcritud (que es todo lo contrario), ni por su estética (se da de patadas con ella).
Y he conjugado en presente porque así era según los ciclos de su dueño, ya que se podría hablar en pasado y nuevamente en presente.
Queda a la vuelta de mi casa y lo conozco desde siempre.
—¡Chau Albertito...! —me sigue diciendo a pesar de mis cuarenta, pero como me vio crecer, sigo siendo el Albertito de cuando él era todavía un muchachón. Ahora tendrá unos cincuenta y pico, dos o tres hijos en la edad del pavo, la «jermu» (según él), no le cocina y su desaliño (podría hablar de la pinta de reo que tiene-tenía), es secular en la zona. Ojotas que exhiben uñas no precisamente cuidadas, pantalón con más manchas que color original, camisa que alguna vez debe haber sido blanca con apenas un botón prendido a la altura del ombligo que debe ser lo único que no se le ve de su panzota.
La barba como la de los presos en las fotos, legañas de varios días, pelo alborotado (peleado con el peine decía mi abuela), y la verdulería de mosaicos blancos y negros, agrisada por la tierra de bolsas de papas y sembrada de cáscaras de todo tipo que muy de cuando en cuando patea hacia la vereda (escoba no tiene-tenía).
El mostrador, pintado por Nabucodonosor en el año 800 a.C. (pareciera), presenta chinches con restos de papelitos, carteles de baile de carnaval del ´62 con Rosamel Araya, una foto de Sandro cuando cantaba con Los de Fuego en el Francés, Angelito Labruna en cuclillas, con un dedo apoyado en el césped, un cartel de no se fía que ni se lee, Gardel vestido de gaucho con la boca abierta y con una guitarra (haciendo como si supiera tocar), telarañas, rejas fabricadas por los egipcios y el cartel de la fachada rezando “Verdulería”, inescrutable (diría J.L.B.).
Me parece que se me fue la mano con el preámbulo, pero lo mismo pasa en la escuela, al preámbulo se lo saben de memoria y a la constitución —que debería escribir con mayúsculas—, la han leído los menos y de esos, menos todavía la respetan; pero debía situar bien el cachivache que es/era el negocio “del Germán”, así pronunciado por algunos.
Pero he allí donde ocurre la sorpresa. Hace unos días, paso por delante, le digo:
—¡Chau! (distraídamente), y cuando llego a la esquina, recapacito, me vuelvo y me pongo frente a Germán, paradito en la puerta.
La imagen me confunde. La mortecina luz que salía de esa catacumba que era su boliche, se ha trocado en una luminaria espectacular. Los pisos han recobrado ese tablero de ajedrez original. Paredes blanqueadas, cajones ordenados, algún cartelito nuevo pintado —que no alcanzo a leer en la zozobra de creer que se trata de un sueño—, es lo que veo al asomarme.
Y sobre todo Germán. No se lo pueden imaginar. Otro.
Simplemente otro. Camisa limpia y toda abrochada, timbos lustrados, talompa con raya, manos limpias, peinadito con jopo y hasta un delantal impecable. Un cirujano, propiamente.
Siento que mi cuerpo se va para adelante con la intención de preguntar: “¿Qué pasa?”, pero justo entran dos clientas y me cortan.
Doy media vuelta prometiéndome volver al regreso del centro. Hago mis compras con la idea fija de hablar seriamente con él (pensé en algún mal que lo pudiera aquejar), llego —confieso que preocupado— y le tiro la pregunta. Me dice que lo que pasa es que hay una vecina nueva separadeti (SIC), y que estem... (yo le entiendo bien ese argot), así que le dije:
—¡Qué bien, che! El cambio te vino de periquete, sos otro.
Él aduce que como su jermu no le da bolilla, le cocina mal, esta señora lo ha invitado un par de veces y es otra cosa, le ha hecho comidas de película.
Le pregunto:
—¿Tu mujer no vive aquí cerca? —y me contesta que como no va nunca al negocio, “no hay drama”.
Le hago unos mínimos halagos por el lugar, agradece, comenta que a esta mujer la surte gratarola por los chicos, me hace el mismo cuento que la mina le hizo a él, el eterno de que el dorima no le pasa una moneda; hablamos, como es de rigor, un rato de Central y me voy a casa.
Días después, paso de nuevo por el negocio (ahora se puede llamar así), lo encuentro solo y entro. Hablamos de bueyes perdidos pero al cabo de un rato Germán me larga su drama:
—Vos sabés, Alberto —ahora me trata de adulto, duda en continuar y como le pregunto qué iba a decir, prosigue: —...lo d’esta mina (ya no señora), primero fueron las cosas de acá, ¿viste? Pero un día me pidió un diez, al día siguiente de nuevo, así que se hizo costumbre un diez todos los días, religiosamente... Hasta ahí me la banco, pero ayer me dijo que “necesitaba cien”, contándome las cosas de la escuela de los chicos... guardapolvos... la “verdá”... no sé, se me está poniendo salado... un diez (se encogió de hombros) ...¡pero cien!...
—¿Se los diste? —pregunté.
—Claro, con todo lo que me dijo... no pude negár-selo. Aparte, no sé si sabrás porque no se lo conté a nadie pero... este... viste... de tarde y alguna que otra noche también ando por ahí.
—¿Y…? —lo saben todos, tenía ganas de decirle, pero no se lo dije y me dispuse a escuchar un secreto.
—Viste... la mina está bien, es buena, es linda, me recibe... y vos me entendés, ¿no?
Yo asentí —quién puede pensar que se puede ir a visitar a una mujer para rezar el rosario.
Como colofón, me confesó que tenía que pensarlo y la decisión se empezó a ver al día siguiente nomás.
Como en un ciclo fatal, apareció de nuevo la barba, el pelo desordenado. No necesité preguntar nada. Cuando en el barrio se comentó que había cortado con...:
—¿Viste esa señora con dos chicos que viven en la casa que era de doña Clarita...? —el semblante y el negocio ya daban muestras de que Germán no se preparaba para nadie.
Pasaron unos quince días y otra vez lo vi peinado.
Adiviné de lejos que seguía el periplo amoroso y cuando pasé le dije bajito:
—Chau, Germán, ¿cómo andás...? —y me contestó desde adentro:
—¡Chau, Albertito! —y siguió silbando.
PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Leticia Vera (Madrid/España)
Quiero aprender
cómo tender al sol
mi sombra.
Nunca dejo de tragar
frialdad
con ese cruel embudo.
Fríos mis torpes besos,
heladas las piernas.
Hospital amarillo.
Allí olvidé
que tus ojos sin pupila
son lluvia de espanto.
Olvidé ese roce de los dedos.
Olvidé el lenguaje del silencio.
Alzo mis manos,
para llegar aun más alto.
Derivo en los momentos
de una situación concreta.
Derivo con la mente
estropeada,
por tantos momentos mal vividos.
Soy joven, sí,
pero aprendí la métrica
de los bares oscuros,
el mecanismo
de caminar sin rumbo
por calles desconocidas.
A oscuras, tentando piedras,
tentando extraños,
tentando tu voz
de alma infeliz,
que yo coloreaba.
Cómo pude
conocer tantas almas,
y dormir
un profundo sueño,
cuando me arrastraba
por las piedras,
y no conocía las palabras.
Tragué mi cometa negra,
un día de invierno.
Desde entonces,
soy la mujer romboide,
con parásito sin ternura,
que pisa fuerte,
cuando la irrealidad acecha.
La irrealidad de imaginarte de nuevo,
triste, rabioso y tierno.
La irrealidad de
idear una conspiración,
manejando la red
en la que me estás
entramando.
Buscarte,
entre las mil caras,
que me habitaron.
Para tí,
no tengo palabras,
sólo noches de llanto.
Los ancianos de caramelo,
fabrican uñas de pie.
El jardinero de su alma
se cansó de podar histeria.
No hay humanidad apenas
en el núcleo blando
de las vidas fáciles.
Alguien me felicita.
No lo necesito.
_” ¿El dolor o la nada?”_
Pregunta un extraño.
PÁGINA 32 - CUENTO
Gusto a rouge
Por Sonia Catela (Ceres-Santa Fe/Argentina)
Al agacharse a recoger el sello, la mujer advirtió que le corría un espumajo ligero por los muslos. Vio cómo el líquido turbio chorreaba en zig zag sobre las baldosas. Se adelantó, le pasó el zapato por encima y lo desparramó un poco. Pero el hombre sentado a la mesa le reprochó apenas: -¿te quedaste dormida?
-Voy, voy-. Acomodó el par de hojas de papel, el sello y los lápices entre su abdomen y el pecho, para acelerar el trabajo. Trató de moverse con las piernas apretadas, debido al agua que brotaba a goterones. Al pasar al lado de él, recibió su empujón y la protesta: "acabala con tu pereza".
Jadeaba. Inhaló cuando los refusilos le rajaron el abdomen. Buscó en los papeles lo que le urgía hallar. Echó agua dentro de la pava. Encendió un fósforo que se malogró. Encendió otro (también se apagó). Cerró la canilla y se contrajo. Pero no podía retener lo que adentro pujaba por salir. Sólo debía preparar un café, un par de huevos y buscarle esas estadísticas. -Bueno- siseó él levantándose, -esto es lo máximo que se le puede pedir a un hombre que aguante.
Llegó el puñetazo sobre la cabeza, como quien empuja el corcho y lo mete rápidamente en el gollete. La mujer no se movió de su sitio. Susurró: -No se prenden los fósforos, Claudio. Se han humedecido.
-No jodás- refutó él con otro empellón. -¿Sabés qué hora es? Las diez. Y si un hombre que trabaja... -Se cortó. Volvió a derrumbarse en su lugar ante la mesa.
-Tenés razón- aceptó ella mientras oía: -...lo único que pretende un hombre que trabaja... -murmullo que volvió a interrumpirse. Se echó el delantal encima para tapar la mancha que se agrandaba en su vientre, y no era ya únicamente de agua. La mezcla sanguinolenta iba a traspasar la tela y Claudio se daría cuenta y él quería únicamente tener esa cena en paz.
-Las estadísticas... - colocó los papeles, el café, los huevos y la lata de las galletas en la mesa, -... deberían hallarse en el cajón...
-Hoy en la asamblea me eligieron secretario general- el hombre repitió la noticia. -Pensé que aquí se apreciaría esa prueba de confianza-. Le daba vueltas a la taza. Ésta se volcaría y lo pondría más nervioso.
-Una gran alegría, Claudio.
-Con esa cara de culo qué apoyo encuentra un hombre. Con esa cara de "lo único que entiendo es limpiar soretes de mocosos". La gran misión de tu vida.
-Sabés que... Pero sí, en definitiva tenés razón-. Claudio no había empezado a comer, sólo hablaba y le daba vueltas al tenedor dentro del huevo y si un hombre no puede festejar que lo elijan secretario general de su partido, para qué mierda vive. -Tenés razón- volvió a reiterar la mujer quien acababa de sacar y examinar varias carpetas del cajón de la cómoda sin que apareciera el cuadernillo de estadísticas necesarias para que él armara el discurso que daría mañana, en la sesión inaugural. -Ya te las encuentro-. Se lanzó una rápida ojeada a las piernas. Si Claudio no se apuraba a tragar, ella no podría ofrecerle su cena en paz.
-¿Aparecieron o no los malditos papeles?
-Enseguida, enseguida-. Se desplazó con dificultad hasta el escritorio y abrió el compartimiento superior. Apretó más las piernas. Se balanceó como un gordo balón inflado, inestable.
-Bueno-, dijo el hombre sin tocar la comida y apartándose de la mesa, -creo que lograste tu cometido de aguarme la fiesta.
-Me falta solamente buscar en el placard, Claudio. Esperá un minuto.
La tiró de los pelos hacia atrás y la sacudió hasta obligarla a arrodillarse. -Me voy adonde lo valoren a uno- se exasperó el marido y le incrustó los nudillos en la boca. Se acomodó el saco y taconeó la mano con la que ella intentó retenerlo. Volvió a hundirle la rabia en la cabeza una, dos veces. La mujer vio cómo alzaba el periódico, sacaba dinero de una cajita verde y se marchaba a algún lugar decente adonde pudiera celebrar. También vio el visillo de la puerta que se desprendía, como siempre que se cerraba con violencia la hoja. Se quedó en el suelo. Observó el montoncito que formaba la cortina caída. Luego se tomó las mechas y se volcó todo el cabello sobre la cara, como una sábana castaña, hasta taparla. Permaneció de ese modo mientras pudo atajar los refusilos. Cuando ya no pudo, gateó hasta el teléfono, discó y pidió el taxi.
PÁGINA 33 - ENSAYO
Poesía experimental posmoderna
Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali/Colombia)
Poemas Performances, Poesía Fónica, Polipoesía, Poesía Fractal, Holopoesía, Poemas Objetos, Videopoesía, Poemas Plásticos…son algunos de los multiprocesos de experimentación que se están produciendo en las poéticas posmodernas. Hijas de la hibridación de los géneros y proyectadas en una escenografía cultural de la descentralización y ruptura con la concepción unitaria y orgánica del arte moderno, son estas poéticas la mayor garantía de expresión de libertad imaginaria, cuyos antecedentes se pierden en la niebla de los tiempos. Se sabe que casi todas las vanguardias propugnaron por llevar a cabo un “experimentalismo” en las producciones artísticas, muy unido a la idea de experimento científico-técnico de principios del siglo XX. Dadá, Surrealismo, Futurismo, Expresionismo, Ultraísmo, Creacionismo, lograron fusionar géneros y discursos diversos que se creían incompatibles, pero que producían un efecto seductor, mágico y maravilloso. Así, las diversas artes se conjugaron para crear una polifonía multi-estética, multi-sensitiva. La Poesía Experimental, manifiesta en la posmodernidad, ha continuado indagando en los procesos de hibridación de los géneros.
Estos procedimientos sincréticos han creado, por ejemplo, la llamada Poesía Sonora, cuyos orígenes se remontan a tiempos antes de Cristo, con las composiciones denominadas Tautogramas, donde el punto fuerte de los versos “reside, justamente, en la lozana sonoridad y no en el significado” (Dick Higgins, Catálogo de la Exposición Poesía Experimental, 2001, 18). En la poesía sonora, es el elemento acústico “el que determina su valor estético y formal” (Higgins, 18) constituyéndose este valor en el componente básico que produce el significado. Aquí, el sonido es el que genera el sentido poético. En palabras de Higgins, “ cuando está representado a lo vivo, el poema sonoro se sirve de otras cuestiones que parten de su integración a otros medios y lenguajes: espacio, gestualidad, vídeo, interacción con el público. Sin embargo, todos estos elementos deben participar dirigidos por el proyecto del poema sonoro e integrado en un proceso de montaje, de relación intersígnica intermedial” (19). Tal como se plantea, la poesía sonora retoma la estructura de multimedia donde se conjuga el arte con la alta tecnología, junto a las acciones más primigenias y rituales del cuerpo y los sentidos. El poema, así comprendido, pasa del texto escritural, e incluso oral, al texto multimediático. El resultado de estas interesantes y seductoras fusiones lo encontramos en la Poesía Performática. Los poetas Clemente Padín (Uruguay), Enzo Minarelli (Italia) y Fernando Aguiar (Portugal), invitados al XI festival Internacional de poesía de Medellín, son grandes exponentes de dicha poesía.
En las “puestas en escena” de sus acciones poéticas, Clemente Padín hace dialogar lo irónico, lo lúdico, la sátira, logrando gratas sensaciones extremas donde es el espectador el que resuelve el poema visual, lo completa, pues Padín lo invita a pasar a la otra orilla por medio de la innovación, la evocación y lo imaginario. El lector de este texto visual, se transforma en poeta al ser inducido a producir el poema como símbolo, es decir, como sugerencia y seducción. La gracia simbólica de los poemas performances de Clemente Padín, se nutre de una cotidianidad exaltada por el devenir de lo trágico-cómico. De allí su visión de la vida como fortuitos y azarosos encuentros o desencuentros plurales, manifiestos en su exhaustivo trabajo.
La Poesía Performática de Enzo Minarelli transita por varias posibilidades. El teatro, la poesía sonora, el vídeo, la poesía digital, sirven a éste para explorar las múltiples posibilidades de lo poético. En su trabajo sonoro, entran el humor, las técnicas vocales, los susurros, los gritos junto a las tele-tecnologías actuales. Al poner en escena la Polipoesía, funcionan como catalizadores el sonido, la imagen y la palabra hasta lograr una atmósfera de sensaciones que más que decir sugieren lo que es un poema. La Polipoesía, término creado por este poeta, “es concebida y realizada para el espectáculo en vivo; se apoya en la poesía sonora como prima donna o punto de partida para establecer relaciones con la música (acompañamiento o línea rítmica), la mímica, el gesto, la danza, la imagen, la luz, el espacio, las vestimentas y los objetos” (Enzo Minarelli, Catálogo de la Exposición Internacional de Poesía Experimental, 2001, 19). La polipoesía polifónica, polilinguística, polifuncional, llega a ser en Minarelli una manera de mostrar la infinidad de posibilidades desde las cuales la poesía posmoderna actual está explorando sus lenguajes como fragmentación, descentramiento y ruptura con las tradicionales poéticas orgánicas, unitarias y cerradas de los modernos. (Confróntese, por ejemplo, el CD- rom de polipoesía “Cinema/Museo; In/forma di Catalogo”, Cento, Italia, 2001. El CD. de Poesía Sonora “coralmente me stesso”, Cento, Italia, 1998 y el Larga Duración “The Sound Side of poetry”, Cento, Italia, 1990)
Por su parte, el poeta portugués Fernando Aguiar, considera que la poesía performática “contiene ese aspecto de sincronismo de acción/reacción que hace vivo el poema. Las personas asisten al nacimiento y al término del poema. Observan a quien crea y la ejecución del poema, ayudando, a veces, a su creación (…). Posibilita la información integrada recíproca e instantánea. Apela a la participación. ( Catálogo…19). Se aprecia aquí que la práctica del poema deja de ser un acto solitario y pasa a convertirse en un acto público, espectacularizado en tanto entra a ser representado en vivo y en directo. Este espectáculo de la poesía performática llega a ser ambiguo, puesto que puede caer en la mediocridad facilista del poema light - tal como lo anunciamos arriba - o bien puede producir un gran sentido de calidad estética, en donde la exploración del lenguaje, la disciplina creativa y el conocimiento de los procesos multimediáticos lleven al poema performático a un estallido simbólico imaginativo mayor. Desde luego, este último es el caso del poeta Fernando Aguiar. Palabra, teatro, plástica, texto oral y escritural, diseño gráfico, música, hacen parte de las “puestas en escena” de sus poemas. Este performer-poeta ha explorado distintas expresiones que pasan por la poesía concreta, la poesía visual, los poemas-objetos, llegando a la poesía bricolage y a las fusiones que se logran maravillosamente en sus experimentaciones. El poema es más que un texto escritural u oral llega a ser un multitexto, rizomático, descentrado, discontínuo, simultáneo, paradojal, contingente y laberíntico, sintonizado con las categorías de las estéticas posmodernas. La gran explosión o Big Bang que se produjo en las estéticas unitarias y universalistas, elevó la alteridad, el discenso, la variedad y la heterogeneidad a conceptos artísticos. El poeta rompe con lo uniforme y asume una “vida en plural” (Fernando Pessoa). Del sujeto centrado, autónomo, al sujeto múltiple y plural. El poeta Aguiar acepta el desplazamiento de una sensibilidad a otra; teje nudos, redes y no linealidades ni fundamentos últimos. Sus rasgos están en la multi-identidad y diversidad. Fernando Aguiar manifiesta en su obra, sin traumas ni sentimientos de culpa, estos estupendos desplazamientos estéticos. (Confróntese, por ejemplo, sus libros “Os Olhos que o nosso olhar nao vé”, antología de poesía, 1972-1980. “Poemografías. Perspectivas da poesía visual portuguesa”, Lisboa, 1985. “Minimal poems”, Alemania, 1994; “Indicis”, Barcelona, 1995; y sus obras Poesía sonora IV, 1996; Soneto a cuatro voces, 1986, rede de canalizacao, 1983; Discorso (s) Polipoesía, 1991…).
Por otra parte, en la llamada Videopoesía observamos cómo se integran las tele-tecnologías en la creación de poemas. Aquí “el movimiento incorporado al texto es la principal contribución que el lenguaje del vídeo trajo a la poesía… Se amplía la noción de tiempo de los vocablos y se quiebra la linealidad de la lectura, revelando los textos según la programación del autor, con las palabras en movimientos distintos del tradicional de arriba abajo y de izquierda a derecha” (Álvaro Andrade García, catálogo de La Exposición de poesía Experimental, 19). La videopoesía facilita superar al texto tradicional lineal y cerrado, puesto que provoca una lectura pluridimensional de distintas formas cuantas veces se desee. “Texturas, colores y formas revistiendo y haciendo de fondos para las palabras, permiten la superposición de elementos de las artes plásticas en el encadenamiento sintético de los poemas. La videopoesía acerca inmensamente esas dos formas de expresión, tradicionalmente tan afines” ( Andrade garcía, 19).
Hija de la cibercultura, la Holopoesía es la máxima expresión artística de la era digital computacional. Poesía producida gracias a la realidad tecno-virtual y realizada en el espacio inmaterial tridimensional en constante transformación. Según el brasileño Eduardo Kac, la Holopoesía, en contraste con la poesía visual, “pretende expresar la discontinuidad del pensamiento; en otras palabras, la percepción del holograma no tiene lugar ni lineal ni simultáneamente, sino en fragmentos que el observador ve en función de las decisiones que toma, es decir, dependiendo de la posición que adopte respecto al poema” ( Catálogo Exposición… 20). Aquí los fractales son los integrantes mayores del Holopoema. Son creaciones de sintaxis nuevas, discontínuas, irregulares, indescifrables, no medibles por las tres dimensiones no euclidianas y cuya morfología posee el carácter estético de lo maravilloso. Los Holopoemas, igual que las figuras neobarrocas posmodernas, están dotados de dinamismo, inestabilidad y metamorfosis rítmicas graduales. “La percepción espacial de los colores, los volúmenes, los grados de transparencia, las transformaciones de la forma, la posición relativa de las letras y las palabras, y la aparición y desaparición de formas es inseparable de la percepción sintáctica y semántica del texto” (Catálogo..20). Poesía virtual. Poemas cuatridimensionales que integran no sólo lo espacial, sino lo temporal. De allí su fluidez, su fugaz percepción y la no permanencia en el tiempo. Poesía para la memoria instantánea global, promocionada e impulsada por la cibercultura. (Véase,por ejemplo, los Holopoemas de Eduardo Kac, Zero, 1991; Havoc, 1992; Holo/Olho, 1983). http://www.ekac.org/holosp.html
Un gran ejemplo de obra poética que reúne a la gran mayoría de las exploraciones aquí citadas, es el poemario multimediático Árbol Veloz, editado en tres formatos (libro, cd-rom y casete) del poeta uruguayo Luis Bravo, invitado al Festival de poesía de Medellín, en el cual encontramos intersecciones entre poesía visual performática, música, gráfica y poesía leída. Multimedia que construye una cierta Estética del video-clip donde observamos el dinamismo de un collage de textos e imágenes en movimiento, secuencias en un tiempo no lineal, superposiciones de palabras con iconografías simultáneas, fluidez y aceleración que expresan la vida cotidiana de las actuales ciudades. Luis Bravo proclama en este trabajo la Velocidad como el actual mito de nuestra posmodernidad dentro del cual animación y escenario, fotografía y dibujo, lectura hipertextual y cortes transversales son aspectos fundamentales en su propuesta. En palabras del mismo autor, en esta obra “no hay sólo un espectador, como en la videopoesía; también hay un lector, un escucha y un operador que debe “navegar” por esa estructura arborescente…En este caso el “lector” lee y amplía la lectura. Incluso puede optar por leer mientras escucha el texto donde la voz y la música, trabajadas específicamente, generan un segundo nivel de “escucha”. En otro nivel están los info-videos (así se les denomina cuando están incluidos en el formato CD-Rom) que incluyen la banda de sonido y el trabajo de imágenes en distintas técnicas expresivas y, en este caso, desde diferentes estéticas”. De esta manera, Árbol Veloz se constituye en un gran hipertexto, que nos invita a explorar sus universos multiestéticos y multimediáticos. El poeta, al decir de Mariella Nigro, se transforma en un “juglar cibernético” con “su laúd electrónico”, pero también en un poeta rizomático que nos seduce por su gran gama de posibilidades y exploraciones.
Como se observa, son múltiples las manifestaciones de la denominada Poesía Experimental en la posmodernidad. Sus rupturas, a veces radicales con las formas tradicionales de la poesía tanto clásica como moderna, son innumerables, llevando a los conservadores a dudar de su valor poético. No caemos en estos últimos. Creemos más bien que la poesía, como expresión de la libertad imaginaria, tiene licencia para marchar por los campos abiertos de la creación, aunque sólo legitimamos dichas creaciones en tanto su calidad poética se mantenga; de lo contrario, como muchas veces sucede con la basuralización cultural, aceptaríamos la relajación acrítica y una sensibilidad de lo incontestable y la conciliación.
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
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