Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 56– Julio de 2011– Año V – Nº 57


Imágenes: Xolotl Polo (Cuernavaca-Morelos-México)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

DEFENSA DE LA PALABRA

Por Eduardo Galeano (Montevideo/Uruguay)

Encender conciencias, revelar la realidad: ¿Puede la literatura reivindicar mejor función en estos tiempos y estas tierras nuestras? La cultura del sistema, cultura de los sucedáneos de la vida, enmascara la realidad y anestesia la conciencia. Pero, ¿qué puede un escritor, por mucho que arda su fueguito, contra el engranaje ideológico de la mentira y el conformismo?
Si la sociedad tiende a organizarse de tal modo que nadie se encuentra con nadie, y a reducir las relaciones humanas al juego siniestro de la competencia y
el consumo - hombres solos usándose entre sí y aplastándose los unos a los otros -¿qué papel puede cumplir una literatura del vínculo fraternal y la participación solidaria? Hemos llegado a un punto en el que nombrar las cosas implica denunciarlas: ¿ante quiénes, para quiénes?


PÁGINA 2 – CUENTO

MI ENCUENTRO CON MARILYN

Por Stella Maris Gómez (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Tenía los días contados como periodista, me lo había comunicado mi jefe esa mañana, ¡de muy mal humor!...como para no, de cinco entrevistas, tres me habían fallado, las dos restantes, según él, no eran tan importantes por lo que significaba dicha revista.
Era la de mejor venta en la ciudad, y quería que siguiera siéndolo por mucho tiempo más.
Harta de reproches, indirectas, y dolores de cabeza, pedí unos días de descanso. Llevaba varios años trabajando en la redacción y sabía que no iba a negarse, aunque no estuviera haciendo las cosas bien.
Miré mi reloj pulsera. Era hora de irme. Saludé amablemente y salí a la calle. Tomé un taxi y me dirigí al departamento. Llamé a mi madre, ella estaba disfrutando aún del aire de las montañas, invitada por unas amigas. Le comenté algo de lo sucedido. No emitió comentario alguno. Nunca hablábamos de trabajo.
Me duché, preparé un café y busqué el bolso de viaje. Poca ropa, algo cómodo, un vestido que me hiciera sentir bien, por las dudas alguna salida de noche se me presentara.
En unas pocas horas estuve en la casona de la playa.
Amaba ese lugar, esa casa, que tanto sacrificio me costó, una de las razones por las que temía perder el trabajo.
Al llegar, me quedé unos minutos observándola. En realidad hacia dos años que no la visitaba.
Estaba muy bien cuidada. Blanca en su plenitud, verde los alrededores. Me hacía muy feliz estar ahí. Guardé el auto en el garaje. Saludé a los caseros, ellos la cuidaban todo el año, y nada faltaba.
Entré, abrí las ventanas, corrí las cortinas. Fui a la cocina y me serví un vaso de limonada.
Acomodé la ropa en el placard. Busqué un libro y me senté en un cómodo sillón.
Miré la hora en el reloj de pared. Entusiasmada con la lectura, no me di cuenta que ya había oscurecido. Cerré el libro y lo dejé sobre el hogar. Salí al jardín. Aún era temprano para cenar.
Mientras caminaba observé la casa vecina toda iluminada, autos de lujo, mucha gente vestida con elegancia.
Me acerqué, alguien me vio, avergonzada por mi torpeza me retiré del lugar y volví a entrar.
No continúe con la lectura, encendí la radio, sonaba la última canción de Elvis, “Si puedo soñar” se llamaba, no era mi preferida pero me gustaba.
Llamé a mi madre nuevamente. Ella debía saber quien ocupaba la casa. Me respondió que hacía más de un año, que la alquilaban para eventos importantes
- Ahora entiendo, le respondí más tranquila.
Me dí una ducha tibia, saqué el vestido negro del placard. Recogí mi cabello, busqué unas sandalias plateadas que mi madre siempre deja olvidadas en una mesa de luz -(por suerte) me dije, todavía no las ha regresado a su departamento. Fui al toillete y resalté mis labios con un rojo bermellón, mi preferido.
Al salir, recordé que no llevaba ni el grabador ni la cámara de fotos, sin ellos no iba a ninguna parte. Volví, pensando que había perdido la suerte-¿supersticiosa, yo?- sonreí.
Tuve que buscar una cartera acorde con el vestido,- de mamá- otra vez ella me salvaba.
Retomé el camino hacia la casa. Con los ojos de asombro vi como una limusina blanca se alejaba, y lamenté no haber llegado antes para saber quien o quienes habían descendido de ella.
Alguien se acercó, ésta vez preguntándome.
-¿Busca a alguien señorita?
Cuando voy a responder, escucho un Feliz Cumpleaños, y me ayuda en mi indecisión.
-Si, vengo a saludar a…
-¿A la señora Marilyn? se apura en contestar. Por lo visto la fortuna estaba de mi lado, al menos esta vez.
-Sí, sí, me ruborizo, e insisto en ese sí, mentiroso.
-Soy Laura, periodista de la revista “La ciudad”.
- Laura Wittner - agrego.
Él, intenta buscarme en la lista de invitados, pero desiste.
-Está bien pase, a esta hora, cansado como estoy, no voy a preocuparme por quien entra o sale de la fiesta.
-Creo en su palabra, señorita, adelante.
Le agradecí y me dirigí al salón, sin pensarlo dos veces. Ahí estaba yo, descarada, intrusa, pero temblando.
¡Quería saber ya! quien era la agasajada. A que se debía tanto glamour, a quienes pertenecían esos autos lujosos.
Las luces encandilaban el lugar, las mesas estaban adornadas con rosas blancas. Los hombres vestidos de negro, ellas de largo ¡Elegantes! ¡Majestuosos!
Estaban todos de pie, aclamando, se los veía eufóricos.
Busqué un lugar en el cual no fuera tan visible mi presencia, pero al mismo tiempo, deseaba estar cerca, muy cerca de ella.
Al instante una música suave inundó el salón, y una voz muy dulce se dejó escuchar.
Los invitados callaron. Todo era silencio. Veía rostros emocionados. Tiemblo.
Llevo mis manos a la cara, en un gesto de sorpresa.
-¡No, no puede ser!- ¡No puedo creer lo que estoy viendo! Repetía y repetía en voz baja.
Vuelvo a mirar. Ahí está con su cabello platinado, su piel blanca, un vestido rojo pegado al cuerpo y un escote atrevido, muy atrevido. Guantes muy finos del mismo color y un collar envidiable, bellísimo.
Blanca, muy blanca, y su boca roja, muy roja.
Yo, clavada en el piso.
Claro, cuando en la puerta me dicen su nombre, ¿Cómo iba a imaginarme que era ella?
Me preguntaba y me respondía una y otra vez.
Conocía algo de su vida, personalmente no, por supuesto, pero… nunca, ni en sueño pretendí tenerla frente a mí en cuerpo y alma.
Un joven apuesto, le entrega un enorme ramo de rosas blancas, ella asombrada lee la tarjeta. Nos mira como pidiendo disculpas y se aleja.
Giro la cabeza y veo a los fotógrafos. Reconozco uno. Me saluda con la mano en alto y luego se acerca.
_ ¿Qué haces acá Laura?- me enteré de tu alejamiento de la revista, o de tus vacaciones forzosas, pero…
-Hago lo mismo que vos- trabajo, y…lo demás te contestaré luego.
-¿Y vos? ¿Conocías este lugar, sabías quienes venían, la conocés a ella? Era una pregunta tras otra.
-¡Claro que la conozco!- trabajo acá hace muchos años, y viajo por el mundo haciendo notas, lo que pasa es que nunca te interesaste por mí. Lo miré y le sonreí burlonamente.
No tuve ganas de responderle.
Alguien lo llamó desde el salón, me acarició la cara y me dijo.
-Perdón, querida, debo seguir con mi trabajo.
-Pero…no te vayas aún, seguiremos charlando.
-Tampoco le respondí.
Caminé por el jardín, ya amanecía. Algunos invitados se marchaban.
Alguien me toca el hombro.- ¿Otra vez el? Me digo -¡Mal pensada!
-¿Señorita Laura?
_Sí, respondo algo sorprendida.
-La señora la espera en su habitación.
Muda, temerosa, lo sigo.
La enorme puerta blanca parece un muro ante mis ojos. El golpea.
Ahí esta ella, sentada al borde de una enorme cama. Sin nada de maquillaje. Con su cabello mojado. Vestida con una fina bata blanca.
Ahí está, otra vez ante mi mirada de asombro
_ No quiero fotos- se adelanta a mi intención- solo responderé algunas preguntas- estoy muy cansada.
Apoyo la cartera sobre la cama.
Las preguntas se mezclan, se entrelazan el pasado y el presente.
Ante sus respuestas, no podía dejar de admirarla. Aún con la cara lavada, era bella, muy bella.
Sentí que ya no era un reportaje, sino una charla, sí, una charla de mujer a mujer, que duró… no sé cuánto, creo que la noción del tiempo se desvaneció en aquella habitación.
Hubo secretos, lágrimas, silencios. Me habló de sus amores, sus miedos y fracasos. De su soledad.
Me habló de su gran amor. Ese amor oculto que esa noche solo pudo estar a través de un ramo de rosas blancas y una tarjeta.
La charla terminó.
Nos despedimos con un abrazo, como si nos conociéramos de toda la vida.
Salí de la habitación, emocionada. El mismo que me llevó hacia ella, me acompañó hasta el salón.
No dije una sola palabra. Había enmudecido.
Salí de la casa. Caminé descalza hasta la playa. El sol comenzaba a quemar. Caminé y caminé mojando mis pies. Cuando el agua cubrió mi cintura arrojé el grabador lo más lejos que pude y me mordí los labios, fue una mezcla de impotencia y alivio.
Ella me había abierto su corazón y yo no podía traicionarla.
Regresé a la orilla. Me quedé observando las olas que danzaban cómplices de mi locura.
Quizás fue la mejor nota de mi vida, el mejor reportaje para la revista. Seguro que mi jefe me hubiera perdonado la vida, pero no importa, pensé. Ella confió en mí.
Sigo en la casa de la playa. No he vuelto a mi trabajo.
Pablo el fotógrafo, me visita a menudo. La última vez me trajo de regalo un hermoso cuadro de aquella fiesta.
Hoy, juntos, recordamos a esa gran mujer, a ese mito, que nos unió a pesar de su corta vida.


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

Elsa Hufschmidt (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

VUELO SECRETO

Caminaré despacio,
leves serán mis pisadas.
Sorprenderé tu hombro con mi mano
y tus ojos se hundirán en los míos.
Desaparecerá el mundo
nos elevaremos mecidos por vientos azules
que irán cambiando de fuerza y color
hasta llegar a ser huracán rojo y violento.
Suave, volverá a ser brisa,
abandonará nuestros cuerpos,
desmayados, rendidos.
Me esfumaré
y nuestro vuelo
será un secreto.

YO QUISE SER

Yo quise ser bailarina.
Una Isadora
deslizando el cuerpo entre la impudicia y el arte.
Cuál de esos ojos apreciaba mi estética,
la fuerza de mis movimientos,
la expresión que daban mis caderas,
el sublime desafío de la quietud absoluta.

A quien sobrecogió mi figura
buscando en el aire dar a la música
un sentido de piel, huesos y músculos.
Quien vería los imaginarios tules y gasas
flotando, rodeando mi desnudez.
Todo un desafío a una casta
embretada en códigos y sucios pensamientos.

Yo quise ser aquella Teresa,
esmirriada, luchadora, curando leprosos,
crítica del Papa y sus omisiones.
Vieja y encorvada,
agigantándose en túnica celeste,
cobijando desahuciados hermanos,
llegando a Cristo y preguntando si valió la pena.

Y soy esta mujer
que me observa desde el espejo.
De incógnito en la vida,
con deseos truncos,
buscando la raíz de su sangre


PÁGINA 4 – ENSAYO

DE LA BELLEZA.

Por Carmen Rosa Barrere (Posadas-Misiones-Argentina)

Cuando un pintor nos emociona con lo que sus pinceles pueden estampar sobre un lienzo que fuera blanco, o un arquitecto logra que su construcción perdure en la admiración de miles de personas que corretean el mundo para conocerla, o un vate que siente el calor dentro de sus venas nos contagia el amor, lo aceptamos como un regalo sin cuestionamientos. No siempre la belleza nos es trasmitida a través de esta clase de arte. Sorpresivamente, revisando antiguos papeles encuentro un trozo escrito por un científico y humanista francés que falleció en el año 1944. Se llamaba Alexis Carrel y alcanzó la alabanza mundial por su investigación sobre cirugía vascular y sus sorprendentes cultivos de tejidos animales in Vitro que permitieron con el tiempo el trasplante de órganos y vasos en humanos. En el año 1912 fue galardonado con el premio Nobel en Medicina y Fisiología.

Como científico que era, estaba aferrado a la certidumbre de que solamente la ciencia puede salvar una vida. Actuando dentro de esa certeza aceptó el desafío de una invitación para viajar al Santuario de la Virgen de Lourdes participando en una peregrinación con enfermos que creían ser sanados por un milagro. Al tren subieron a una joven llamada Marie Braille en estado de absoluta inconsciencia, según lo dictaminó el Doctor Carrel quien pensó que la paciente no llegaría con vida a Lourdes. Padecía de peritonitis tuberculosa y su vientre abultado estaba poblado de tumores. No obstante su presunción, la joven fue descendida en Lourdes todavía viva. Los enfermeros se dieron cuenta que no la podían bajar de la camilla y sumergirla en la corriente de agua sanadora. Decidieron mojarse las manos y salpicaron el vientre enfermo varias veces. Pasó el día en el que no se notó mejoría alguna. Al día siguiente repitieron la cura. Ese día el vientre se aplanó y los tumores desaparecieron como si jamás hubieran existido. En ese tiempo el mal que aquejaba a la joven era incurable. La recuperación se produjo como otro milagro, tal vez el de los panes que Carrel conocía desde niño. Su regreso a Francia con la enferma caminando lo transformó en cuerpo y en alma. Proclamando el efecto de las fe desdibujó su perfil científico, lo calumniaron y tuvo que mudarse de país para seguir trabajando. Los denostadores no advirtieron el resplandor que se desprende de un ser que gira dentro de otro círculo al que ellos no acceden.

Esta aceptación lo tornó un hombre de fe reflexivo y humanizó su quehacer en el campo científico. Para los creyentes pasó a ser una oveja iluminada por esa otra realidad, la que le proporcionó la fuerza para seguir batallando por la salud de amigos y enemigos. Tal vez por eso nos pudo ofrecer esta alabanza a la belleza donde como un poeta nos habla de ella:

“…es una fuente inagotable de felicidad para aquellos que descubren su morada. Se oculta por doquier. Brota de las manos que modelan o decoran la alfarería, de las que tallan la madera, de los que cincelan el mármol, de las que abren y reparan la carne humana. Anima el arte sangriento de los cirujanos, del mismo modo que el de los pintores, los músicos, los poetas. Se halla también presente en los cálculos de Galileo, en las visiones de Dante, en los experimentos de Pasteur, en la salida del sol sobre el océano, en las tormentas de invierno sobre las altas cumbres. Y aún se acentúa más en la inmensidad de los mundos siderales y atómicos, en la prodigiosa armonía de las células cerebrales o en el silencioso sacrificio del hombre que da su vida por la salvación de los demás. Bajo sus múltiples formas es siempre el huésped más noble y más importante del cerebro humano, creador del Universo”.

Este ponderado cerebro procesa las informaciones exógenas a través de los cinco sentidos que utilizan senderos preferentes para instalar en el sistema nervioso sus percepciones sobre el mundo real. Información que puede arribar desde una óptica pesimista y tensionada. O desde otra relajada donde las endorfinas calman nuestros pesares por la ausencia de toxinas. Si nos vinculamos con el odio, el rencor y la envidia y nuestro pasatiempo es escarbar el pasado rescatando la malicia, la fealdad de nuestras actitudes o los errores ajenos, caeremos de inmediato en la famosa “malasangre” de los italianos y nos deslizaremos hacia la depresión y la posterior angustia. Perderemos la capacidad fantástica de apreciar la belleza. De agradecer un gesto generoso. De aplaudir el éxito de otros. De elevarnos sobre la miseria humana y como el girasol de nuestros campos no podremos avistar el sol volteando el tallo para perseguir su luz.

Alexis Carrel me hace reflexionar. La tensión permanente sobre el fino hilado del sistema nervioso enferma el alma y el cuerpo. La actitud relajada del que observa a la humanidad con mirada de niño será el sobreviviente saludable que nos cederá el asiento en el colectivo regalándonos una sonrisa. Es un adelantado que respeta la minusvalía porque entiende que pronto el que precisará que le cedan el asiento será él. La belleza del gesto actuará como un boomerang.


PÁGINA 5 – CUENTO

INSTANTÁNEA CON FONDO DE LLUVIA

Por Alfredo Di Bernardo (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Ella entra al dormitorio recién bañada, envuelta en un toallón color turquesa, descalza, el cabello ceñido a la altura de la nuca con un elástico negro. No me mira. Abstraída vaya a saber en qué pensamientos propios de un día cansador que se termina, no advierte que yo sí la estoy mirando, que sigo desde la cama cada uno de sus movimientos.

Afuera, marzo se deshace sobre la ciudad en un aguacero noctámbulo y el viento balbucea palabras ininteligibles junto a la ventana. Adentro, sólo los pasos leves de ella y el zumbido del ventilador vulneran el silencio de la casa.

Ella acomoda el toallón húmedo sobre la baranda que rodea el entrepiso y se pone la remera con la que habrá de dormir (una remera que le queda grande porque es mía). Al hacerlo, un mechón ondulado escapa de la prisión de tela que lo retenía y queda suspendido junto a su mejilla izquierda, como un estilizado signo de pregunta que rebota graciosamente en el aire.

A pesar de su simpleza, el hecho logra captar mi atención más profunda y no entiendo por qué la imagen de ese rizo lánguido que se balancea rozándole la cara me conmueve de tal forma. Soy el espectador solitario de un acontecimiento mínimo, sutil, cuyo fugaz fulgor se abre paso entre los pliegues de lo cotidiano y viene a subrayar en mi interior la certeza de que amo a esa mujer.

Ajena por completo a esta epifanía doméstica, ella se sienta en el borde de la cama, programa el despertador, se quita la tira elástica y le devuelve a su pelo la libertad transitoriamente cercenada. Después, se acuesta, apaga la luz y se acurruca junto a mí, tomando mi hombro por almohada.

"Escuchá cómo llueve", murmura, y nos quedamos así, abrazados en silencio, atentos al soliloquio monocorde que la noche derrama sobre las calles y las casas.


PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

Jorge Isaías (Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

UN OTOÑO

Primero era el Otoño,
el dulce Otoño y sus silencios oscuros,
sus hojas caídas
sobre el patio.
Después los árboles
limpios,
con muñones lejanos
clavando el cielo taciturno.
Los pájaros fueron
nada más que sucios claros
ennegreciendo el aire.
Alguna que otra flor ascendía
dando olor a la tarde.

Yo remontaba mi parco
barrilete por el cielo.

EL MAÍZ QUE NO SEMBRAMOS

El maíz que no sembramos
fermenta dentro nuestro
y su aborrecido alcohol
insiste
deplorando de cielos.

El maíz que no sembramos
germina sin verdecer
en su hojita leve y solitaria;
aduce otra indolencia
olvida otros perdones
y nos aquieta
pudriéndonos de a poco.

LA POESÍA

Todo incauto supone
que la poesía
es papel en blanco
y una máquina eléctrica.

Todo ingenuo
supone
que la llama hace el fósforo.

La poesía brilla
debajo del barro.

ERA EL TIEMPO

Era el tiempo
en que la luna caía
degollada en los brocales
cuando guardé mi llanto
en aquel cuarto
que olía a azahares, a naftalina
y a cáscaras de naranjas secas.
Era el tiempo
en que los niños
existían como ángeles
o fantasmas quietos
o dormidos
y los grandes se secaban el vino
de los labios con la manga del saco
y cantaban esas canciones
donde siempre una novia italiana esperaba
y sin embargo sonreían sin llanto
aunque la voz se les quebrara
como una rama seca.

DEUDAS

Los míos nunca entraron a tallar en las historias.
Destriparon terrones en absolutos junios con heladas,
y dieron hijos con penurias fijas a la dureza de esta tierra.
Hubo arado con gaviotas. Hubo lentas trilladoras
junto a las trenzas rubias de mis tías
y el torso desnudo de tanto cosechero.
El sol del verano hacía fintas mientras tanto en sus cabezas.
Debo el poema. Debo la sangre que no derramé y el sudor
que me he guardado y la pena de ver llegar a mi padre
En un setiembre con sangre sin batallas.
Lo vi llegar herido, con los brazos como rotas alas
pero la furia hecha brasa en las pupilas.
Debo el poema a los colonos comprando el pan en la bolsa
blanca de arpillera. El agrio tabaco en latas de té Tigre.
Las calvas cubiertas con gorras amarillas.
Antes estaban la cocina a leña, el techo de cinc bajo tormentas
del invierno, el café y el mate recibiendo a la mañana.
El cuaderno con estampas era cuadrado y grande
y encerraba un mundo en sus cuarenta páginas.
Después la lluvia de abril complicó todo:
hubo historias que recuerdo y otros amores que me olvido,
sin quererlo. Hubo un tren que me trajo de repente
arrancándome de cuajo, como fruta verde de diciembre.
Debo aún toda la distancia que me pone cada vez más viejo,
y me entristece.


PÁGINA 7 – ENSAYO

LA RIQUEZA INTERIOR.

Por Norma Segades – Manias (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Existen personas excepcionalmente privilegiadas, que llegan a la vida signadas por la providencia. Y por ello deben dar gracias. Yo soy una de ellas.
Nací en la Maternidad de un Hospital Público, de madre soltera, en el seno de una familia de escasos recursos. En mi adolescencia alquilábamos una vivienda con techo de paja, con paredes de adobe, madera y lata, con goteras y patio de tierra. Nos vestíamos con ropas heredadas y asistíamos becadas a colegios privados.
A cambio de todo eso, me fue concedido el privilegio de la lectura.
En aquellos tiempos de mi infancia, no se obsequiaban libros en las canchas de fútbol, había que ganarlos compitiendo en certámenes intra y extra-escolares de lectura, ortografía o redacción. Así aprendíamos acerca del auténtico valor del idioma y de esos volúmenes escritos por grandes maestros de la literatura universal que ya comenzaban a integrar nuestro propio legado cultural, nuestra textoteca personal.
Un título repetido en esas incipientes bibliotecas era Corazón, de Edmundo D´Amicis. Indudablemente seleccionado por los organizadores con la finalidad de fortalecer el desarrollo de virtudes morales similares a las que, por aquel entonces, transmitía la familia. Y los libros amarillos con tapa dura de la clásica colección Robin Hood acercándonos a Mark Twain, Harold Foster, Louise May Alcott, Fenimore Cooper, Julio Verne, Ridder Haggard, Jack London, Lucio Mansilla, Charles Dickens, Lewis Carroll, Stevenson y Salgari
Martina, mi bisabuela, solía sentarse en los atardeceres bajo la protección lilazul de las glicinas y, mientras dejaba secar su larga cabellera entrecana, me pedía que le leyera las páginas del diario, algunos poemas o antiguas cartas familiares que atesoraba en una ajada caja de zapatos. Así me fue revelado, sin lema publicitario alguno, que la prohibición del alfabeto tiene un significado altamente esclavizante y que, a través de la lectura comenzamos a conquistar la libertad más genuina, la libertad del pensamiento.
Ninguno de mis padres o maestros se detuvo a hacerme objeto de interminables e insistentes retóricas destacando los beneficios que aporta la lectura a la ilustración esclarecida de los pueblos. Alcanzaba con mirar a mi madre en la cocina leyendo a los Dumas, las hermanas Bronté, Flaubert, Conan Doyle, Poe, Víctor Hugo, Oscar Wilde o Julio Verne antes de comenzar su jornada de rutinas cotidianas. Bastaba con observar a mi padre compartiendo con nosotras poemas de Pedro B. Palacios, Belisario Roldán, Federico García Lorca, Homero, José Hernández, mientras aguardaba a que la cena estuviera servida. Así entendí que la lectura no solamente instruye sino que ayuda a crear hábitos de reflexión, favorece el siempre necesario esparcimiento y contribuye a la felicidad.
Así, con la lectura como único salvoconducto, burlamos estadísticas que reservaban el conocimiento para determinadas jerarquías sociales. Así cruzamos páginas memorables, frecuentamos las costumbres, el pensamiento, la historia y la geografía de regiones que quizá ya nunca visitaremos, pero cuyo recuerdo se mantiene tan real dentro del alma que, en ocasiones, hasta dudamos del verdadero alcance de nuestra memoria.


PÁGINA 8 – CUENTO

PUENTE

Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Ella incendió la casa. Fue por eso que comenzaron a dolerle tanto los atardeceres o las horas entre sueño y sueño sin encontrar consuelo.
Dijeron que fue tras la muerte de la niña que ella se desquició del todo, cayendo en largos silencios o rompiéndolos llamando a la muerta por su nombre o por otros que se le ocurrían en el desconsuelo. Que pichón, que rubita, que corazoncito, una cadena de apodos para, en definitiva, no nombrar a nadie.
-Parece ayer, ayer que vino a la casa cerca del puente- afirmaba Juárez, el dueño de la proveeduría.
Sí, esa casona vieja, con puertas y ventanas desportilladas, donde hacían refugio los pordioseros o las parejitas sin cama, mientras estuvo vacía. Después se supo que su padre se la había dejado como un gran suspiro repartido por los cuartos.
Llegó con esa niña ciega de la mano. Las trenzas hasta la cintura, anudadas con cintas y ese andar titubeante por la grava. Ni bien entraron, la mujer, vestido de organdí muy ajustado y sombrero de paja, murmuró con seguridad:
-Acá no vamos a ser felices.
-La niña… ¿es así de nacimiento?- preguntó el taxista que la llevó desde la estación, como para desviar todo mal presagio.
- Ella tiene los ojos de Dios. - Respondió la mujer sin mirarlo- No ve cosas de la tierra sino lo otro, lo que no les interesa saber a los mortales.
Pero era rara. Ciega, sí, pero también lenta, ausente. Se las veía en el jardín de la casa, la madre lavando verduras y la chica jugando extrañamente con palos, con botellas rotas como si fueran hermosos juguetes nuevos.
-Ahora no tiene sentido esa casa. Nunca fuimos felices ahí.- dijo en la proveeduría poco antes de quemarla. Los ojos eran dos huecos de lágrimas escurridas y finales.
Los puesteros se acordaron de cierto tiempo en que la mujer creyó que la dicha estaba otra vez de su parte. Fue una buena época porque ella trataba de juntarse más con la gente de pueblo. Iban a misa, pero la ciega se quedaba en la entrada mientras ella pedía por las dos.
-Porque seamos felices Dios. Porque la soledad se termine. Porque la niña vea no como ellos, sino como vos Dios que lo sabés todo…que todo lo sabés…
No eran estas exactamente sus palabras, pero algo así musitaba entre dientes, de rodillas en la iglesia.
-Se le habían achanchado las piernas.-Advertía Elsa acomodando botellas en la estantería o espantando las moscas del mostrador con un sacudón de trapos.
El tiempo la venía castigando. Le colgaba la carne ya, no como cuando llegó y tenía una figura que más de uno miraba. Ese color tierra que exudaba la vejez como un suero pegajoso, le forraba el cuerpo.
La niña vaticinó el incendio de la maderera. Se paró una tarde en el jardín de la casona, recordó Elsa y dijo:
-Se queman árboles.
Tiesa y desnuda, la mujer la cubría con una manta pero no podía moverla, como una aguja en la tierra, plantada en el milagro. Y al rato vieron pasar el camión de bomberos y la gente gritando que el fuego se comía la fábrica, que había gente adentro, que Dios era maldito y se olvidaba de ese pueblo y de todo.
Pagó con tres billetes arrugados la última provista, se disculpó por no haber ido antes y se perdió en el camino que parecía una garganta de polvo y desencuentro.
-Estaba loca- afirmó Elsa equivocándose porque la locura no tiene Dios ni milagros y esa mujer estaba convencida, lo estuvo, de que la niña le hacía el bien a los otros.
El problema fue que la chica creció y ya no era una niña sino una cosa deseable y ciega que vestía de organdí ceñido a la cintura como su madre. Ya resultaban ridículas las llamadas, mi corazoncito, mi bomboncito, mi luna; y más aún cuando sus milagros y sus predicciones confundieron a la población que decidió hacer novenas y peregrinajes para que les curara los males.
-¡Qué predice el futuro, te digo! -repetían las que la visitaban.-Y eso que nunca vio salvo formas desde sus ojos muertos. ¡Qué Dios la salve y a nosotros por tenerla! ¡Gracias señor! ¡Gracias por los milagros!
La casa se llenó de dramas saldados, de penas reconfortadas ni bien las manos de la santa tocaban la cabeza de algún desahuciado o bendecían el lugar muerto de un paralítico. Echaba los ojos hacia atrás, los brazos en cruz empuñando el rosario y a través de su cuerpo bajaba del cielo la cura y la paz tan reclamadas. La sala vistió sanidad. El olor de los sahumerios y velones imprimía al recito una halo de higiene venturosa, de pulcritud celeste.
-Fue el policía el que ocasionó el percance.-Dijo Elsa con esa voz lenta que ponía cuando decía verdades que de tan disparatadas se convertían en mentiras creíbles.
-Qué sabrás vos de percances.-reprochó Juárez.-Fue por el asalto a Recabarren que el policía llegó herido a la casa.
-Por eso.-continuó la puestera.-les trajo la desgracia.
El tipo llegó arrastrándose. Al sentir los ruidos, la mujer fue a mirar y ahí estaba con un borbotón de sangre en el hombro. Ella lo entró, le hizo unas curaciones de emergencia y llamó a la ciega que cayó de rodillas hablando en lenguas.
Fue el amor entre la mujer grande y el herido lo que aconteció primero. Un deseo que se les entreveraba a los dos por los ojos. Los que iban a reclamar salud en aquelarres frecuentes se sorprendían de ver al policía en la casa, vendado el brazo, el torso desnudo, besándose con la madre de la santa en el comedor mientras ella exorcizaba demonios de los cuerpos fatales.
-Pero la niña no era niña.- Aclaró Elsa acordándose de que esa vez que le robaron a Recabarren, doce vacas, tres caballos, el policía era un chico al que una barba insulsa apenas si le oscurecía la cara. Él solo, con ese valor obligado que dan los uniformes, enfrentó a los cuatreros.
-Vos te vas a salvar porque Dios así lo quiere.-Decía la ciega mientras la madre lo vendaba.
No pasó mucho tiempo en que el policía se cansó de la vieja y aspiró a la joven. Un día se sacó las vendas y se fue al comedor donde las mujeres hablaban en voz baja. Sin decir palabra usó a la madre sobre la mesa. Después, mientras la vieja se arreglaba la ropa, toqueteó a la ciega.
La madre dijo algo breve, exacto, casi cómico ante esa situación definitiva, que no, que a ella no, y la negó con la mano. El hombre entonces, creyéndose dueño, tomando una confianza desconocida, empujó a la mujer de un golpe, como a un pasado. Ahí, entre cristos y pabilos chamuscados abusó de la niña, simulando amor, creyendo que ponerle eso entre las piernas a la santa era darle y darse una felicidad perdurable.
La madre, al ver ese enchastre, esa atrocidad llena de estertores y luego a su hija, las piernas abiertas, el vestido rajado como un papel, comenzó a reírse y a gritar con toda la impotencia de su derrota. Lo curioso, lo imborrable, es que en ese momento, el mejor para hacerlo, la mujer no lo mató, siguió riéndose y lo dejó solazarse en el cuerpo aquel, mientras esta repetía con los ojos en blanco:
-Quítate Satán, quítate de este hombre, quítate, Satán.
A la mañana siguiente, el policía no estaba. Lo buscaron por el pueblo, la ciega y la madre, quizás para tenerlo más, para hacerlo parte de ellas, pero nada.
-La extrañaba. No tenía consuelo.-Repitió Elsa rascándose un pie con el otro.
-Por lo menos dejó de llamarla a gritos. Mejor que se haya ido.-Agregó Juárez.
La ciega se tiró del puente al arroyo podrido que circundaba el pueblo. Dijeron que fue temprano; la madre la despidió desde la puerta. Meses después ella le puso fuego a la casa. Las ruinas que dejó la quemazón le sirvieron de refugio, como la iglesia alguna vez o como el deseo, por el tiempo en que se negaba a irse, en el que quería seguir recordando. Dormía arropada en mantas raídas, con una foto de la muerta y una vela apagada.
El día en que decidió quemar la casa algunos vecinos alcanzaron a oír entre las llamas, lamentos y gritos de hombre que subían desde la tierra, como un mensaje divino.


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

Rubén Vela (CABA-Buenos Aires-Argentina)

ALEJANDRA PIZARNIK

1

Te acordás, Alejandra, cuando
el Adagio de Albinoni envolvía
tu cuerpo solitario, y arcángeles
sorprendidos
volaban entre vidrios de colores
arrojando ramos de luz?

2

Tan sola, tan frágil, tan
dolorosamente abandonada
entre juegos de infancia
que repiten y repiten
una misma canción.
La que va a morir tiene
grietas en los labios y flores
desteñidas arrancadas de su piel.
La que va a morir inventa
una sonrisa que cuelga
de su rostro como diciendo
adiós.

3

Hace frío y tus manos dibujan
una puerta que se abre hacia
un jardín vacío. Yo me iré,
decías, sin saber, sin querer.
Abrazada a mi nombre, yo
me iré sin saber.

4

Ruedan los dados sobre un tapete
verde. Ruedan las palabras sobre
la página en blanco. Ruedan,
ruedan hacia un destino incierto.
He aquí la elección: escribir o morir.
Nada tan fácil, nada tan difícil.
Y el espejo se rompe y la luz
se desvanece. ¿Alejandra, Alejandra,
adónde vas?

Y desde ese silencio
otra música nace.

JUEGO

Coloco una piedra
Coloco dos
Coloco tres
Coloco cuatro
Agrego otra más y son cinco
Sigo con seis, sigo con siete
Y ya son ocho.
Continúo con nueve
Con diez, con once, con doce,
Refuerzo con trece
Termino con catorce.

Soneto de piedra
Qué bien resistes el tiempo
Qué bien soportas la soledad
Catorce piedras te sostienen
Catorce piedras son tu edificio
Catorce piedras son el nombre de un dios
Catorce piedras son el templo de ese dios.
Cuidado con esas piedras.
Que no las distraigan
Que no se desmoronen.
A cada piedra su ritmo
A cada piedra su canto.

Jugando con catorce piedras
Construyo la eternidad.

MOMENTOS

I
Un extraño pájaro cantó
dejó su temblor en la hoja.
¿Era solamente el viento
aquel grito fugaz y alucinado
que diciendo mi nombre
se perdía en la noche?

II
Cruza veloz el colibrí la lluvia.
Relámpago de oro
entre tormentas sorprendidas.

III
Vuela la paloma el alba.
Y es negra, no blanca.

IV
Mariposa
liviandad del aire
tenue música de lo vivo
alguien te suspira y te desangra
como un profundo olvido
cobijado en tus alas.

CAYO LA PIEDRA EN EL AGUA

Cayó la piedra en al agua
y una música
apenas respirada
estableció distancias
círculos expandiéndose
hacia espacios infinitos
dibujando los rostros
repetidos de Dios
cristales que cantaban
ecos de otros ecos
fragmentos de ese nombre
ya olvidado.
Cayó la piedra en al agua
un silencio, una lágrima
un cristal detenido, un inacabable adiós.


PÁGINA 10 – ENSAYO

DE MIOPES Y REGENERADOS

Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

De cerca o de lejos. Es lamentable que sea necesario formular una respuesta; decidir, optar, cuando lo mejor sería no llegar a esa bifurcación de los caminos posibles.
La operación de la vista permite que lo borroso en la distancia tome sustancia, que los árboles tengan hojas precisas y únicas en vez de un follaje indiferenciado, que los colores más allá se decidan a superar la timidez y se revelen por fin en la fuerza de rojos, amarillos, verdes, ocres, perfectamente ellos mismos y no ensuciados por la pátina general de la niebla perpetua.
El retoque en la córnea impide que la distancia sea la excusa para borrar los edificios en la línea del horizonte, atrapa las aves en vuelo, echa fijador en el papel fotográfico. Las gentes tienen rostros, en los rostros esas mismas gentes lucen facciones, y abundan, más aún, en detalles como bolsillos y costuras en las prendas.
Pero tal maravilla se conquista con las necesarias pérdidas. Ahora que lo lejano aparece claro, lo cercano, antes accesible y simple, se torna difuso.
Las personas tienen una forma de caminar, de moverse, un ritmo y un abultamiento que son íntimos pero notorios, como si en cada pequeña acción se mostrase una exclusiva forma de relacionarse con el mundo. Un miope es quizás un entrenado y eficaz observador de esos grandes rasgos. Si no distingue el color de los ojos ni el grosor de las cejas, podrá percibir por las señales inequívocas quién es el amigo, quién el transeúnte ocasional, cuál el vecino que por no saludar finge distracción. Los delatará el largo de las piernas, el balanceo de los brazos, hacia dónde inclinan la cabeza o el bulto del peinado. Señales que irradian del cuerpo y son intransferibles.
Quien ve de lejos, con memorizar los rostros tiene suficiente, y pierde el ejercicio adivinatorio, el diario ejercicio detectivesco del que está obligado a resolver acertijos para individualizar seres y objetos. Esta mancha vertical es un poste, esta mancha horizontal un pozo en la vereda, esa mancha que se mueve es mi primo Armando.
Cuando se adquiere la visión de lo lejano y se detalla el universo, nos dan la noticia de que lo de acá nomás dará un salto a lo desconocido.
Y vuelta a empezar. Ahora para presionar la botonera del teléfono es posible recurrir a secuencias lógicas de alfabeto y numeración, por ejemplo, y para distinguir entre un pedacito de chocolate y un bicho inmóvil se puede probar el objeto, aunque no resulte recomendable.
No se puede ganar sin perder, entonces. Está escrito en la letra pequeña de los contratos.
El que conquista las letras de los carteles es derrotado por las prescripciones de los medicamentos, y si notamos la forma del pico de los gorriones, perdemos las patas filigranadas de los escarabajos.
Quizás sea, al fin de cuentas, la mayor pérdida la de descifrar a las personas por sus andares, y la de ser capaces de imaginar precisión en un mundo fundamentalmente incierto.


PÁGINA 11 – CUENTO

HABLA GLORIA

Por Rolando Revagliatti (CABA-Buenos Aires-Argentina)

En bombacha hace flexiones en la barra (un metro y setenta y siete centímetros de muy buena madera) engrampada en la pared lila. Hoy es viernes feriado nacional y nuestra kinesióloga no trabaja ni concurre al seminario de post-grado. Pudo haber ido a un pic-nic con gente del hospital, en Virreyes. No se suspendía por lluvia y garúa desde el amanecer. Pudo haber presenciado el ensayo de "Los Húsares" en el Centro Dramático Buenos Aires. Hoy es viernes y Ernesto no apareció a las diez de la mañana, feriado el día completo desaprovechándose. Hace flexiones con ímpetu admirable. Nuestra tromba se llama Gloria y desde el martes el zócalo de frente a la puerta del baño, ha quedado salpicado con gotas de su sangre menstrual. ¡Gozó tanto con Ernesto durante las escandalosas cuatro horas en que la sangre parecía no importar!... Había sido desnudada a manotazos, todo convenido, sólo "por las malas". La alfombrita añil también quedó manchada. La primera embestida incluyó a esa alfombra. Fantástico fue cuando él le rescató bucalmente el clítoris con tamaña dulzura. Si no recordaba mal, Ernesto fue el único que tras merodear en la zona en esas condiciones, además se instaló. ¡¬La pucha! Así le gustaba a Gloria, la ráfaga del Cono Sur. Será por tanta emoción y gratitud que otro "clinch", meduloso y vehemente, culminó con la felatio más exhaustiva de su trayectoria, tolerando con naturalidad aquel precioso semen en su boca. Lo escupió en el inodoro, un par de buches con la pasta dental y retornó a Ernesto. El prometía "redactar un poema que le haga justicia a tus labios". Labios. Todos reparaban en sus labios. Tomaron whisky en la cama (él, con hielo) antes de renovar el frenesí. Ella encima de él acababa como una locomotora, el vapor (de la locomotora) los aureolaba, lo estaba haciendo bolsa al flaco, ¬¡ay! si se pudiera circular con este pedazo hirviente, con este irredento entre las piernas, así aferradas las tetas, insistentes y malévolas las yemas de bibliotecario hundiéndome los febricitantes pezones, pensaba huija pero no lo exclamaba, y Ernesto sucumbió en la cumbre, aunque siguieron, había con qué, un rato.
Concluye la sesión de flexiones, al tiempo que un largo tema del Gato Barbieri, del que abundan pequeñas láminas y pósters en su bulín, aun en los armaritos de la cocina. Suena el teléfono, baja el volumen del equipo, se arroja al tubo. Oye y especifica:
- Habla Gloria.
Su prima tienta: hay dos tipos bárbaros y a uno de ellos la prima se lo quiere presentar. Gloria se juega por Ernesto, renuncia, se abstiene de conocer hombres nuevos por ahora, que no le enturbien el sortilegio del martes, ya sin menstruación lo aguarda, si no fue a las diez será a las veinte, pero será, será, ella lo sabe, gracias, que los disfrutes y chau.
A todo Gato otra vez, fundas y cubiertas de discos por aquí y por allá y los auriculares sobre un bafle. También Beatles y Rolling Stones y Kiss. And Joe Cocker and James Taylor and Bee Gees. Discos en las estanterías junto a los libros de la profesión, apuntes y agendas de los últimos años y un retrato de Gloria adolescente, óptima potra incabalgada. Tiempos de resaltar las pestañas y pronunciar el escote para fastidio de su papá (atemorizado): toda esta potra, digo, esta hija para mí; digo, no es para mí: es mi hija. Tiempos de vigilar la expansión de las pantorrillas, la tersura del abdomen, la consistencia de los muslos. Tiempos de evaluar apetencias a la salida del Normal, de dejar con las ganas, tiempos de acalorada soledad. Nunca hacía frío en su alma. En otro retrato, Gloria miraría a cámara, inmarcesible, mordisqueándole una oreja a un felino bicolor. Y en otro, en una toma posterior, una Gloria baqueteada durante su tránsito por la facultad: orgías al paso con compañeros o auxiliares de cátedra.
El teléfono, sobre una mesita rodante conseguida en Emaús, al lado de la cama de una plaza, de caña, descuarejingada, con la almohada sin funda, suena.
-Habla Gloria.
... al muchacho supuestamente bárbaro. Y lo cita para el lunes. Cuenta las chinches que en la pared coral sujetan su espléndido vestido bahiano, cual si fuera un tapiz. De su estadía en San Pablo viene memorando con insidiosa frecuencia los dólares que se agenciara sin proponérselo, devenidos de una desleída cogida con un hotelero. Recién en vuelo al norte descubrió en el estuche de cosméticos los billetes que le posibilitaron alquilar automóvil, comer langosta a la Termidor y adquirir alguna pilcha cara. Posponía encarar ese episodio, maremágnum de sensaciones displacenteras al principio, en su análisis.
Al dorso de una tarjeta de su depiladora, asienta con un marcador: "Estoy Lavándome El Pelo". La incrusta en la mirilla de la puerta del departamento. Lava su violenta cabellera con champú de huevo en la pileta del lavadero. Se enjuaga, se seca, y se mira en el espejo circular y estropeado que aprisiona un fierrito sobre la pileta. Retira la tarjeta de la mirilla. La guarda en una cigarrera. Teclea en plena siesta, a doble espacio en papel tamaño oficio y con dos copias, la versión nunca se sabe si definitiva de "La Demanda de Atención Kinésica en un Instituto de Día Geriátrico", que urdiera con Carmelita Pizzurno, terapista ocupacional. La presentarán en el congreso de paramédicos de la ciudad de Córdoba. Irá con Carmela. Ernesto examinará la versión por si hubiera incorrecciones de estilo. Estilo el suyo de mecanógrafa. Mucha Pitman y Academias Orbe, pero ataca el maquinón con fogosidad digna de causas menos preciosistas. La Underwood negra salió a prueba de Glorias desmañadas. El escritorio en el que está, herencia de un abuelo abogado y ex-senador, ya temblequea.
Rodolfo Mederos se desgrana desde un casette que Gloria grabara en vivo, cuando ella llama a casa de Ernesto:
-Habla Gloria.
Atiende el amigo de Ernesto, a quien ella conociera también el martes. No había llegado, le dice; él creía que Ernesto estaría con ella. Escueto y amable.
Manduca en la cocina un racimo exuberante de uvas rosadas: una mordida y glup, una mordida y glup. Efectúa insignificantes enmiendas en el trabajo de investigación. Larguito. Y no meramente descriptivo. Ernesto se olvidó los Parisiennes. Enciende con el Magiclic una hornalla y con la hornalla un cigarrillo. De la mesa de luz extrae el pote (dado vuelta) de quitaesmalte Miss Blue, el quitacutículas, dos limas y un neceser de plástico rosa Dior. Introduce el meñique de la mano izquierda en la abertura de la inflamable esponjita y gira el pote. Y así con los siguientes nueve largos dedos. Lava sus manos con agua fría y sin jabón. Se seca. Empuja las cutículas con el aplicador del quitacutículas y las recorta con el alicate. Da forma a las uñas con la lima de acero y luego con la de esmeril, y además, suprime los rebordes. Se lava ahora las manos con agua tibia y jabón La Toja. Esmalta sus uñas, agita las manos y sopla.
Abraza a la almohada, transversal en el lecho, durante media hora se permite el desfile de buenos mozos y ... ¿ qué hace en la pasarela el amigo de Ernesto? Errabunda, considera: La ranura del pote me mambea, me deja... ¿ así serán las de las muñecas inflables?... Y luego: No lavé los corpiños, ni el toallón, ni el vaquero, ni cosí la blusa. Y hasta yo me doy cuenta de que el placard está hecho un quilombo. Ernesto no llama. Ya me veo a la medianoche: lavar, coser, ordenar y meta sublimar. Y se nos queda dormida la que sueña con teléfonos tornasoles afirmados al cielorraso:
-Habla Gloria.
Susurra: -Habla Gloria.
Canturrea: -Habla Gloriaaa....
Grita: ¬-¡Habla Gloria!
Ni aunque vocifere. Verdes ojos abiertos. Ha ido demasiado lejos. Transida saca, saca, saca pullóveres, camisolas, medias, pañuelos de seda, saca del placard bolsas de celofán, remeras, un mantón de Manila, cinturones, cuatro polleras y dos túnicas saca y apila, perchas, carteras en el piso, y la dormidera se va, se va, viene lo tangible, con humor ya que no con pasión, música, falta música.
Percibe la inefabilidad melodiosa del timbre del departamento, oprimido varias veces: Gloria se entera de que Ernesto llegó. Abre la puerta, ríen y se le cuelga haciendo pinzas con las piernas. Festeja, besándolo. El patea la puerta, la cierra y traslada a Gloria, la pasea, la acaricia, la zarandea. Todo es confuso y divertido y ella no inquiere ni reprocha. Son las veinte.


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

Hugo Francisco Rivella (Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

LA HORA DEL RELÁMPAGO

Voy a hablar de la guerra sus nudos sus espasmos la hondonada del surco
por donde anda la muerte la trinchera anegada la gangrena y el odio de la bala zumbando

voy a hablar y no importa que me duelan los ojos y el húmero me sangre
y el hígado me estalle que un tigre desgarrado salga a cazar fantasmas
y el metralleo distante del fusil sea un animal monstruoso taladrándome el hueso

Voy a hablar de la madre con el llanto en los brazos y los cabellos húmedos de mirar al ocaso de sentir que se apagan sus lágrimas y el polvo llena de infinito los muñones del pecho
me acaricia la frente con un cuento de hadas donde juego a la mancha con caballos de nácar
de la novia desgajándose sus misales su falda que vuela hecha un ladrido los responsos del cura por mendigar milagros y el desierto violando la memoria del ángel

Voy a hablar de la noche sus criaturas de hielo las putas de la esquina drogando su alegría el reo que cruza el tiempo montado en un murciélago y el reloj que eterniza la tristeza del muerto
del suicida y la cuerda en el agua del cuchillo en la lengua
del trago de cianuro que perfora el esófago y le quema los dientes con su adiós degollado

Voy a hablar de hiroshima nagasaki y el alba sus flores de ceniza y el sol en los escombros

Voy a hablar del coltan la muerte negra cuando el congo deshuesa su milagro de ébano
la libertad molida mis hermanos refugiados en la sombra del boabab

Voy a hablar del poeta enroscado en el hombre en la mujer y el fuego que tienen las palabras
la canción indecisa por saltar a la rosa y la casa tomada por ocupas y barcos

Voy a hablar de la bomba en el subte de atocha en las torres del viento los gritos el estruendo la desgarrada sombra de la noche la furia la locura el fundamentalismo como un manto sagrado que solo toca al hombre cuando le sangra el ojo
las ruinas del poseso los estigmas de cuarzo y la palabra en crisis con sus propios milagros

terrorismo en la piel como un payaso trágico

Voy a hablar de las miasmas mis derrotas la sangre que tienen las palabras cuando escribo estos versos lo que oculto en las noches bajo llaves de polvo y lo que sopla dentro de mi espalda

Voy a hablar del cobarde vestido de jaguar de la lengua partida tumefacta crujiendo
del marasmo del ojo cuando rompe el espejo que desdice en la noche lo que piensan mis dedos
de la mirada del mendigo cuando brota del alma un dios despedazado

Voy a hablar de mis pasos sin rumbo lo mismo que un hondazo de piedra al infinito

Voy a hablar de la pena como un gajo del odio y el ojo que le chilla al apenado
su sombra desterrada al fondo de la noche y todo su esqueleto es una flor penando

Voy a hablar de los números como cifras de hielo porque borran el nombre de juan
del aguacero del antílope herido del minero y su tumba del caimán
los números escuálidos de los niños que caen en el ojo demente de cualquier cataclismo o estallan como pétalos bajo un fuego cruzado

los números sin alma me sueñan sin saberlo

Voy a hablar de la canción del mar y su rugido la brisa que en tu rostro salpica las estrellas
el adiós de tu mano con un dejo infinito las huellas en la estela de todas las gaviotas
del canto de la orca y el vuelo de los tigres que montan en la espuma de las olas al irse

Voy a hablar de la culpa la violencia en el niño que se aferra al silencio con la boca atascada por proteger al ciego que descarga su golpe con los diablos punzantes

la violencia en el alma la que casi invisible se adueña de los pasos de la mujer sin nombre
del último crepúsculo en que cayó el guerrero y el poema tendido donde mueren mis manos

la violencia encerrada entre cuatro paredes y el cielo entumecido del hombre y sus retazos

Voy a hablar de los ojos de cristo desnucado el tajo en la mirada de soportar el cielo
los ojos de la madre cuando sueña la muerte y a tus ojos marrones moliendo mi desdicha
los ojos desnutridos del niño en la basura o fijos en las luces de todas las vidrieras
el juguete imposible como un nudo en el aire y la infancia hecha trizas con sus diablos de lana

Voy a hablar de tu cuerpo como isla desolada en donde fui titán y aventurero
y anduve tantas sombras que comprendo porque el ocaso es llaga y es recuerdo
y me sentí bandera de un mástil desterrado más allá de tu nombre y más acá del tiempo

Voy a hablar de esta cabeza que luzco deslucida el seso incinerado cada vez que me piensa sus neuronas de aceite y el cerebelo cae perdiendo el equilibrio

quién se llevó mis ojos quién los ciega
quién me los ha sacado y puesto entre los dientes para ahogar mi destierro en las noches sin luna
quién les puso tomillo cilandro del poniente y ajíes del altiplano con licores de menta
quién es quién en la muerte del último guerrero y quién le come el cuero al sueño de la espada

me vuela la cabeza por sobre el campanario el techo de las casas el monte de quebracho
la luz contaminada del basural que hiede y las ratas que atoran los caminos del niño que juega con los pezones de la muchacha muerta
me vuela la cabeza como a un sapo de escarcha con la lengua morada de celebrar mi entierro
y unas alas calcadas de un pájaro de piedra

Voy a hablar del rencor con sus cuevas de espinas donde la noche arroja guitarras destempladas la cruz que curva el cuerpo hasta arrastrar su alma por todos los rincones donde anduvo la muerte

Voy a hablar del silencio acunado en la rosa en donde el colibrí desvela la mañana
para que zumbe el aire y se desnude el ángel que por las noches cuida el secreto del agua

del silencio que raspa el corazón del torturado hasta resquebrajarle el ojo al miserable
y penetrar su carne con todas las derrotas
de sus sapos como pájaros torpes volando hacia la luna de un charco en el espejo

Voy a hablar de estas manos sus huellas en el cuerpo de la mujer amada
los tigres sumergidos en mis brazos sus cavernas de voces que nombran los fantasmas con los que anda mi infancia y sus monigotes de pan azucarado
de las manos del músico y la canción aquella que todavía no ha escrito
la cuna hecha con trozos de ternura que el carpintero talla en el árbol y el sueño

voy a hablar de las manos clavadas en el tiempo del madero y sus llagas
y el amor que despacio destrona su cabeza

Voy a hablar de la furia de no saber quién soy y dejar que mi boca se llene de blasfemias
de palabras que hieran como púas herrumbradas y se rompa en la lengua todo el abecedario
de la furia que me ciega el cerebro y tajea al silencio con heridas que sangran
las grietas del espejo tu pollera estampada el peso de tu mano cuando va por mi cuerpo como la piel de un gato y un diablo de latón enfermo y tumefacto lo arrastra por la orilla de un mar inexistente

Voy a hablar de la vida con su rosa cuarteada y el amor que sucede en medio del naufragio
al fondo del remanso de un río embravecido y en una mariposa de vuelo zigzagueante

voy a hablar de la vida sus arrugas el signo de caminar descalzo sobre el vidrio del miedo
y trajinar los ojos del que rueda penando
voy a hablar de la luna zozobrando en sus ojos y una flor sin regreso cayendo en su mirada

Voy a hablar del relámpago su luz como un retazo de dios entre las cosas y el cielo dividido del milagro y el hambre las mujeres los hombres con la culpa del muerto y el árbol que lo ensueña con sus ramas ausentes

Voy a hablar de tu voz adentro de la rosa de lo que va pasando para seguir amando el trago la espesura los dientes de león la rama el agua el sauce
el fuego desvalido del reo en la penumbra y la Poesía que pende del crepúsculo

pendiendo del trigo y la paloma que en las tinieblas fulge como un rayo
pendiendo de mi lengua enmudecida y de la boca que se atreve al grito
pendiendo del escriba con su canto sonoro
pendiendo de la sombra esculpida en el muro


PÁGINA 13 – ENSAYO

POÉTICA DEL VIENTO

EL DOBLE CHAC MOOL

Por Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez
Licenciado en Lengua Castellana
Universidad del Tolima

“Lo nocturno es una dimensión utilizada simbólicamente,
como indicativo en el hombre de una tendencia
al recogimiento y la intimidad. Opera en la
conciencia mediante un sentido de inversión
de valores que genera procedimientos de síntesis.
La noche difumina, mezcla las distinciones,
dialectiza la realidad y la imaginería de las cosas.
Gilbert Durand

El cuento de Chac Mool del escritor emblemático Carlos Fuentes fue publicado en el libro Los días Enmascarados en 1954. Este libro fue el primero que publicó el autor. Él para-texto sirve como un índice embrionario que pone de manifiesto el encuentro con un Dios, porque representa una deidad maya emparentada con el agua, ésta misma imagen resulta ser para Filiberto símbolo de muerte, ya que su propia muerte le acarreará volver al seno de su madre. Sin embargo hay que aclarar que esta imagen también puede ser símbolo de vida, sepultura e incluso renacer.

Esta concepción filial del elemento natural se identifica con la creencia mítica de las culturas antiguas en la que se plantea la creación del ser humano por parte de los dioses, además por pertenecer a una cultura cumple con unos rituales que tienen que ver con la sangre, éstos son subvertidos por el orden hasta llegar a la degradación de esa deidad, lo cual significa que como Dios se inscribe dentro de una imagen intericónica que representa un ídolo prehispánico.

Por otro lado, la historia es contada a través de la lectura de su diario que realiza un amigo suyo, en la cual se señala un ahogamiento por parte de un burócrata, que tiene una afición por ciertas cosas dentro de las que se encuentra el arte indígena mexicano, entre otras y debido a ese interés es como llegará a conseguir una réplica de la pieza original del Chac Mool, hecho que se convierte en una imagen de reduplicación.

Esta pieza de piedra va a ser llevada por su dueño a un sótano y allí conservará su sonrisa macabra, característica principal de su estructura, de ahí que podamos relacionarla con la muerte porque su gesto nos remite a la intericonicidad de la escena del muerto riéndose dentro de un ataúd que aparece en uno de los apartes de la película Doña Flor y sus dos Maridos y en aquel cuento que habla de la muerte de Kinkas Verry Dawas.

Además, el Chac Mool pronto cobrará vida a partir de uno de los cuatro elementos naturales tan importante como es el agua y ello constituye una imagen de inversión por conversión, cuando se pasa de la muerte a la vida, debido a que adquiere ciertos rasgos humanos entre los que se pueden señalar “el vello en sus brazos, su color amarillo, casi dorado, sus rodillas se harán menos tensas y posteriormente su sonrisa se hará más benévola.”

En ese sentido, la estatuilla encarna una cosa y luego otra, es decir que de la piedra que se humaniza pasa luego a deshumanizarse, esto permite la presencia de una doble negación ante la contradicción o disyuntividad en la que se mueve, por eso para Filiberto todo lo que está ocurriendo con su Chac Mool no deja de parecerle extraño.

Ante esto, Filiberto deja de ser él para convertirse en un personaje contradictorio, porque como empleado se toma algunas atribuciones que no le corresponde, ya que pasa de ser un subordinado en su lugar de trabajo para convertirse en un ser autoritario, por lo tanto llega a tergiversar los asuntos en la oficina hasta el punto, que gira una orden de pago que no está autorizada por el Director.

Esto representa una doble negación, no sólo por lo anterior sino porque se vuelve un hombre irresponsable en su trabajo y en sus deberes, a tal punto que llegará a ser incumplido (le cortaron el agua y la luz por falta de pago) e impuntual en su trabajo, y por ello perderá la cordura que siempre lo caracterizó y la cortesía con sus compañeros de trabajo, quienes más tarde lo tildarán de irresponsable, ladrón y loco.

Por su parte el Chac Mool como ha cobrado vida, invade la habitación de Filiberto y luego toma el control de toda la casa mientras que Filiberto siendo el dueño de esta y de sus enseres se ve sometido a hacer lo que el Chac Mool quiera -se apodera de la cama, de la ropa e incluso de la bata de Filiberto pero además lo obliga a telefonear para que diariamente le traigan un portaviandas y a su vez lo obliga a trabajar para él al hacer varios viajes por agua- de ahí que podamos interpretar estos sucesos como una imagen de reduplicación porque Filiberto siendo el dominador del Chac Mool pasa a ser dominado por éste último.

Finalmente, El Chac Mool ha logrado obtener el control sobre su dueño -lo convierte en su prisionero y vigila cada uno de sus pasos- pues ha utilizado algunas estrategias para ello, ya que él es un caníbal con una voracidad grande, es un destructor y un agresivo -destruye enseres y ataca a su dueño- y no contento con todo esto amenaza a Filiberto con fulminarlo con un rayo si se le ocurre escapar.


PÁGINA 14 – CUENTO

LOS RECUERDOS SE ORILLAN EN EL CAMINO DEL OLVIDO

Por Yury Weky (Caracas-Venezuela)

Era viernes y yo iba camino a la Funeraria. Estaría un rato con familiares y amigos de Lisa y no iría al cementerio. La noche anterior recibí la infausta noticia. La persona que me avisó decía: ¿estás ahí? ¿Me escuchas? Yo colgué el teléfono sin hablar porque por un fenómeno, que aún no sé explicar, cuando fallece alguien querido me vuelvo muda. Tal vez por eso rechazo los cementerios. Tengo miedo a la mudez. No dormí toda la noche pensando en Lisa. No asimilaba la información de su muerte. Es difícil entender que una persona con quien compartimos momentos buenos se va y se va sin retorno y entonces nos viene el llanto o la mudez.
Estaba indecisa. ¿Iría o no a las exequias? Si no iba sentía que abandonaba a mi amiga en ese momento tan especial que era su muerte, si iba no quería verla. Prefería recordarla amable, conversadora, con su sonrisa de sol. La presentía saliendo del ataúd y viniendo hacia mí a abrazarme llamándome su hermana del cuadrante solar.
La dejamos solita en el camposanto. Ahí quedan los muertos con la inmensa soledad de la tierra encima, con el terrible silencio de la noche final, en el desamparo total. Ahí donde llega rápido el olvido. Algunos amigos y familiares lloraban otros estaban serios y yo enmudecida. Cuando abrieron el ataúd para la despedida final no me acerqué. Tomé esa decisión porque quería recordarla en el recibimiento y no en la despedida. De repente sentí que era inútil mi presencia y sentí que ya Lisa se había desprendido de las fechas, de las horas y que en la infinitud de su noche total de vacíos no nos necesitaba.
¿Por qué se fue Lisa si se veía feliz, contenta, con proyectos de vida? ¿Por qué no dijo que nos tenía esa sorpresa? Se fue sin avisar, sin una señal. Yo la pienso mucho, sobre todo en la soledad que tiene ahora en medio de desconocidos, ella que siempre estuvo rodeada de personas que la amaban.
Nos quedaron dos asuntos pendientes: festejar nuestro cumpleaños que se daban el mismo día con una diferencia de cinco años y un proyecto de Radio: Hablamos tanto de ese Programa, de sus alcances y la muerte -no avisada- de Lisa se lo llevó.
El cementerio es un lugar solo y triste donde todo se pudre, se marchita, se descompone. A él va poca gente, en días especiales, a llorar los afectos que se fueron. Creo que lloramos a nuestros desaparecidos porque no contaremos más con su amor. Es un llanto egoísta. No lloramos al que se va sino el abandono en que nos deja. Si supiéramos que vamos alguna vez a reencontrarnos sufriríamos menos.
Lisa dejó en el abandono a su pareja, a sus hijos, a su madre, a los amigos, amigas y se llevó consigo lo que nunca nos dijo. ¿Cuánta pena escondida hizo estallar su corazón?
Yo he llorado el abandono de mi padre, de mi madre, de mi hermano John. A ese lo lloré hasta que la fuente se agotó. Yo lloré por los hijos que él no tuvo. Lloré por su ceguera, por su discapacidad, porque no dejó una mujer que le llevara flores a su tumba, una mujer que añorara su calor en la cama, porque nunca más me cantaría tocando su guitarra y porque no sentiría sus manos sobre mi rostro para adivinarme.

A Lisa la lloré con silencio. Sin lágrimas. Ella y yo hablábamos de alegrías no de tristezas; su optimismo lo impedía. Para ella la cotidianidad era una puerta abierta para avanzar. Nos reíamos de las cosas que nos sucedían y que guardaban similitud. Nuestra relación era tan limpia y amena que dudo encontrar a otra persona tan nutritiva y optimista. Nos veíamos poco y cada encuentro encerraba la complacencia de contarnos todas esas trivialidades de la cotidianidad, que muchas veces se parecían y nos conectaban.
Con mi hermano John hablaba de historia. Era invidente, pero se hacía leer libros de historia universal, textos de documentos antiguos, los cuales nunca supe como los conseguía y que él disfrutaba para luego hacer largas disertaciones, críticas y comentarios. A John le gustaba tocar guitarra, la amaba. Había que ver la forma en que la sostenía en sus brazos arrancándole esos sonidos que acariciaban los oídos de su audiencia. Parecía que acariciaba a una mujer y le hacía brotar desde el corazón las notas que acompañaban su voz fuerte al cantar. Sus canciones -repetido repertorio- nos deleitaban las reuniones familiares. El también se quedó solito y nunca más lo visitamos. Se sembró en un cementerio nuevo sin vecinos. Yo lo recuerdo, pero no lo visito. A mí no me gusta ir a ese lugar. Su soledad, las tumbas, cruces, lápidas y epitafios en conjunto me llenan de melancolía así que no voy ni por Lisa ni por John. Tampoco iré por mí.
Allá quedaron ellos en ese campo de tristeza, de flores secas, de fríos mármoles, cementos nuevos y tierra removida.
Mi hermano fue sepultado en una colina y desde allí, a lo lejos se ve el mar Caribe con sus espumas, como encajes de nubes, su oleaje fuerte, sus barcos, los azules difusos del agua y el cielo conjugándose en un solo manto, el faro a la distancia y esa luz del sol durante el día y por las noches las lámparas flotantes que danzan en el cielo. Mientras que Lisa quedó en el viejo camposanto de la ciudad con sus alrededores ruidosos, su bullicio y ella en medio del desamparo, solita entre desconocidos.

Cuando acompañamos a John al camposanto éste era nuevo, luminoso y florecido de trinitarias de todos los colores que refulgían con la luz solar. Me sentí contenta que fuera un espacio brillante aunque John no pudiera verlo. En medio de mi dolor, con mis ojos nublados por las lágrimas, estaba todo el espacio vacío de tumbas y me dije debo recordar que John se queda aquí en un jardín y sus cenizas abonaran esta tierra y la harán fértil. Eso me tranquilizará para que el olvido sea más lento y menos doloroso. El olvido duele, cabalga en nuestros días y no desaparece fácilmente; como jinete cruel clava sus espuelas en los ijares del alma. El olvido duele.
Los muertos se quedan solos porque ya no aman, por eso se les abandona. Se renuncia a ellos porque ya no nos regalarán ni su risa, ni sus conversaciones; entonces nos desentendemos porque se envuelven de silencios. Lisa no era silenciosa, ni taciturna, era toda luz y sonrisas. John era conversador de voz suave, convincente, acompasada; todo lo contrario a su canto que era fuerte y vigoroso. El canto de John era mágico porque nos ataba a lo íntimo: la unión de la sangre, del origen común. Con él sabíamos que éramos hojas de una misma raíz aunque de ramas diferentes. Cuando John falleció yo sentí que mi soledad crecía y que mi vida se sembraba de ausencias. Su muerte hizo en mi pecho otra cruz de abandono.

Cada vez que muere alguien del tren de mis amores, siento que se llevan los afectos que me dieron en vida y que queda un hueco en mi pecho. Esos huecos no se llenan ni con nuevos afectos. Esos vacíos quedan para siempre y producen un dolor crónico que nos acompaña sin remedio: son los recuerdos que se orillan en el camino del olvido.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

Graciela Maturo (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Ruge el cielo y se abre como un fruto de agua.
Arden las tumbas y descienden los ángeles
con su carro de luna y melodía.
Es el tiempo en que estallan los soles
mientras caen los muros
entre nubes de polvo y escorias que relumbran.
Las aguas se retiran y descubren
los marmóreos países sumergidos.

Y una aurora boreal de incesante blancura
ciega nuestros ojos.
Empezamos a ver.
Los ojos miran
desde la piel del alma.

Se abrieron para mí los umbrales del Reino.
Entré silenciosamente en un jardín vedado
palacio de alabastro
sin puertas sin pisadas.

Abismo, centro fulgurante,
frontera del vivir, puerta del mar.
Mis miembros yacían deshabitados
mientras el águila subía entre follajes
de una arboleda diamantina.
Se abrieron los portales del infinito
y fui una, indivisa, con el misterio.
Volví en la madrugada como un convicto a su cárcel.
La mendiga
que contempla una fiesta a través de los cristales.

Quién me tomó en sus brazos para izarme
a un espacio más allá del espacio.
Abrí mis ojos a otra luz
al aire deslumbrante de un país desconocido.
Descubría el camino de la ardiente locura
que revela a los ciegos las paradojas del vivir
y del morir.
Peregrina del cielo,
erraba por las sendas de un bosque no visitado.

Ojo del universo que desde mí me miras
Desde el jardín en ruinas se levanta mi voz.
inaudible
detrás de las palabras donde retumba el viento.


Aconteces en mí, viento
sin forma
soy el vaso que esplende
a tu contacto.
La morada dispuesta para tu fuego.

El hueco sobre la piedra
para tu pie de cazador.
Soy la palabra que tu ser habita
para reconocerme y para serme.
Colmas mi vida cuando la rebasas
de racimos, de luz, de sol, de nieve.

El fuego de la cabaña aguarda al desvalido
que será rey.
El camino se vuelve y retrocede.
Han estallado los relojes.
La luz desciende.
Una rosa amanece
en el bosque adormecido desde siglos.
Los romeros cansados se arrodillan
ante la gruta roja en que ha nacido
una vez más
el rey.

Silenciosa mayéutica del alma
capullo que se abre entre espadañas verdes
lirio sutil
que ya no puede
guardar sus alas.

Mediodía de luz
estuario abierto al infinito
país espléndido del origen
adonde sube la crisálida.

Aguas de soledad
lampos internos de ternura
morada silenciosa donde se posa el rayo.
Aguas maternas y sombrías
donde renazco.

Hogar
casa del día
recóndito reinado
alondra luminosa del alba.


Un arroyo de luz viene bajando
un movimiento de heliotropos
quiere decirse por mi lengua.
Suaves hojas se abren
Y sangra una vez más el horizonte
en el sacrificio de la tarde.

(Cuando niña quería escribir un poema
para poner la palabra abedul
o acaso jacarandá, jacinto, lilas.
Luego supe que la poesía
corre bajo la piel como una sangre oscura.
Sentí que era una espera del don
una corona de música en el alba,
una dádiva, un sacrificio).
Elegí el incendio de las palabras
para alumbrar
una caverna de silencio.

Resido en un país
de altos acantilados.
La tierra cruje como una bestia herida.
Caen pájaros muertos
se oyen gritos de naufragio.
Levanto un puñado de palabras nacientes
como azucenas manchadas de mi sangre.
Habito las altas torres del aire.

Todo lo que hemos amado permanece.
No morirán las palabras temblorosas
ni el aire que susurra entre los álamos.
El fulgor de unos ojos
la pura nota de un violín.
Y el sol demorándose entre nubes moradas
sobre las barrancas del parque, en Paraná.

Ella teje su túnica.
feliz entre la púrpura hechizada
de su capa sutil
mientras el ruido abate las ventanas.
Tejía largamente una túnica
para arropar el alma andariega.
Con párpados de música
navegaba los ríos de la tierra.
Podía oír el callado rumor de la rosa
y el bramido del trueno en el atardecer
anticipando cataclismos.

Asomada al borde del mundo
con los pies enredados entre las flores
y mis cabellos al viento.


Doctora del rocío
magistrada del alba
Prefirió la intemperie
aguardando con serenidad
el arribo de naves espléndidas y terribles.

Abismo de estar siendo
y de no ser aún
pasión, destino, ausencia,
regalo, espera,
Llanto de lo no sido
cerrazón de la piedra
felicidad en la hora
de la presencia.
Danza de faunos, letanía agónica,
fiesta
rastro del cielo
vida.

Dueña del silencio
de sus pasadizos solitarios
sombríos
inundados
de abejas encantadas.
Entre unas rocas ásperas yace la llave oculta
Empecé un diálogo con el viento.
Supe escuchar su voz enronquecida
de pasión y memoria.
Olvidé las palabras
sólo quedó el silencio
hecho de música y poderío.

Viento auroral
déjame ser en ti.
Sollozo del sauzal
del árbol que padece la dulce angustia
de existir.

Clamor del agua que en cascadas se deshace
buscando en su delirio ser la piedra.
Inagotable sed del arenal
que el fuego castiga sin piedad.

Resplandor del alma en celo,
caída, sola,
tocada por el beso de la infinitud.

Surcamos el espacio
como pájaros deslumbrados.
La luz nos mueve
hacia la intimidad del templo
mientras silenciosamente giramos
sobre la tierra ilusoria y pequeña.

En cada danza matinal
recogemos algunas flores
o tejemos coronas de hierbas verdeazules
Descalzos, sobre tréboles mojados,
reímos en la inocencia.
Nuestros brazos reposan en remansos
de nenúfares blancos.

Nuestra estirpe ha sido llamada
a un gran viaje estelar.
Viajamos, dormidos,
hacia la casa
hacia el origen.

Claridad de la tarde de invierno
recogimiento del alma
en soledad.
Ninguna nube
en la bóveda blanca de los cielos
Ninguna nube en la claridad del alma
Eclipse de las formas
manso abandono del ser
a los mensajes del enigma.
Plenitud de llanura sin fronteras

Presencia innominada del huésped.
Tu cuerpo era la madera de un arpa
que no conocía su destino.
Un teclado dormido
que una poderosa mano pulsó
hasta el sufrimiento.


PÁGINA 16 – CUENTO

LA DEUDA

Por Ricardo San Esteban (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Sobre las costas del Bósforo cimerio asomaban las primeras cuchillas amarronando la visión. El negro barco se acercaba hasta el Panticapeo, y en su proa, Antéster, aspirando ya los aromas de la costa mezclados con la brea y el aleteo de los pájaros marinos. Antéster, hijo de Hegesipo alias Ktésamen, venía desde Atenas hasta el reino de Ponto para defender una causa o vengar una afrenta.
Al menos eso parecía retratar la pintura. Al menos eso parecía, cuando más de dos mil años después -en 1816- un campesino de Kerch que cavaba en su huerto, descubrió una cripta dorada. En una de sus paredes había una pintura milagrosamente intacta representando una yurta nómade. A su lado, una mujer sentada, rodeada por sus servidores. Un caballero armado se aproximaba por la derecha de la yurta, con un látigo de cuero en la mano, seguido por otro, con
la lanza baja. Arriba de la pintura, una inscripción en griego antiguo: Antéster,
hijo de Hegesipo alias Ktésamen.
El fresco descubierto era maravilloso, de colores vivos sobre un fondo oscuro. Mas ¿quién era ese Antéster? Los griegos jamás vivieron en yurtas. Sin embargo, el nombre y el aspecto de Antéster no dejaban lugar a dudas. ¿Hacia quién dirigía sus decididos pasos? ¿Quién era aquella mujer? Los arqueólogos venidos de San Petersburgo en aquel verano de 1816 se disponían a resolver un enigma. Pero el campesino de la finca, molesto ya con tanto visitante, tomó una pala y borró el extraordinario fresco. La escena que había sobrevivido dos mil quinientos años desapareció.
Por suerte, quedaba una copia pintada por el pintor Gross, pero era solamente una copia, sin la autenticidad que el talento, la belleza y el tiempo habían impreso en el original. Antéster había regresado a las tinieblas, lo mismo que la mujer sentada, y esta vez quizá para siempre.
La consternación de los sabios se justificaba, pues nadie sabía si el mensaje
desenterrado debía valorarse por su enorme belleza -ahora perdida- por la técnica empleada o por el enigma que encerraba o por la escena que narraba, una escena cuya repetición podía observarse una y otra vez en la copia hecha por el pintor Gross, pero no en el original.
Kerch y el lugar donde apareció la cripta dorada se convirtieron en punto de cita
donde poetas, músicos y pintores concurrían a admirar algo que ya no podría ser admirado. Cuatro años después Alejandro Pushkin visitó Kerch y sus ojos de africano sólo pudieron observar restos de una cripta dedicada ahora a almacenar papas.
Por ahí sobresalían algunas tumbas invadidas por la hierba y vestigios de caminos por los cuales pudiera haberse marchado Antéster y sus seguidores.
Pushkin escribió en su cuaderno de notas ¿habrá logrado Antéster su propósito? ¿Adónde habrían de conducirlo estos vestigios de caminos, al pasado o al futuro?
Pero, demonios ¿cuál era aquel propósito? En efecto, tratar de descubrir si un
griego luego de dos mil quinientos años seguía corriendo detrás de un propósito del cual nadie tenía noticias, constituía -por lo menos- una inquietante cosa.
Algunos años después, un hecho vino a complicar más el panorama. Resultó ser que en setiembre de 1830 –exactamente catorce años después- unos soldados del Zar armados con palas y picos llegaron cerca de aquella cripta dorada. Tenían orden de extraer piedras para la construcción de un cuartel. El campesino propietario había muerto. Los soldados, al comenzar a trabajar, toparon con una sepultura, y en ella, un sarcófago de ciprés pintado e incrustado en marfil, dentro del cual se hallaba el cadáver de alguien que luego los sabios determinaron como el de una princesa originaria del Ponto.
Algunas planchas se hallaban adornadas con grabados de asombrosa y fina terminación. La cabeza de la muchacha tenía una diadema en forma de cinta de ámbar, con su borde superior realzado por rosetones de esmalte verde y azul. En ella, demonios alados y glifos alternaban con otros animales fantásticos. Y el nombre de la muerta grabado en griego antiguo: Pristina. Encima del esqueleto se hallaron tres colgantes de oro finamente trabajados y una cadena de oro con un medallón representando a la diosa Atenea, réplica de la estatua de oro y marfil que Fidias hizo para el Partenón ¿otro enigma?, ¿qué hacía aquel medallón griego junto con adornos pertenecientes a otras creencias o culturas?
El cadáver había sido alhajado con pulseras, collares, anillos, vestidos salpicados con lentejuelas de oro. Acicalado con esmero, según el rito griego,
sin embargo no pertenecía a una mujer griega. Poseía, además, un detalle terrible. Según los arqueólogos llegados presurosos desde San Petersburgo, las vértebras cervicales denotaban que la muerte había ocurrido por estrangulamiento.
Uno de los expertos que examinaba el regio entierro, descubrió debajo del cuerpo una pintura del mismo estilo que la de Antéster, en la que la mujer sentada al lado de la yurta señalaba ahora hacia occidente en tanto que Antéster se alejaba hacia oriente.
A todo esto, en 1930, un arqueólogo de la gliptoteca de Munich encontró en un
ánfora sellada proveniente del Ponto, un alegato de Isócrates, pronunciado en el año 393 (a.n.e) en el cual a pedido de un comerciante bosforiano se iniciaba un proceso contra el banquero ateniense Patión.
La demanda del comerciante, de nombre Sopio -un riquísimo armador, que además era estadista y amigo del rey Satir I- se originaba en el hecho de que Sopio había enviado a estudiar a Atenas a su hijo, con dos barcos cargados de trigo, a fin de que el joven pagara sus estudios e hiciera fortuna. Junto con el trigo, también llevaba una fuerte suma de monedas de oro.
Del escrito se concluye que el joven -después de arribar a Atenas y depositar su dinero en casa del banquero Patión- no estudió muy aplicadamente.
Un día en el que había concurrido al ágora con sus condiscípulos, escuchó a su
viejo filósofo decir que el mundo era redondo como el tiempo y que ambos eran
finitos y giraban en el mismo sentido. Por lo demás –había dicho el anciano- la
finitud es un hecho y así no hay tiento que no se corte ni deuda que no se pague
Concurrió muchas veces al ágora, participó del coro teatral, vio la formidable
apostura de los atletas olímpicos, asistió a los torneos de retórica, música y
poesía, participó de los juegos florales y de los misterios de Eleusys, desde las
bacanales en honor de Dionisos subió hasta el oráculo de Delfos, y es de suponer –Isócrates no lo estipula de manera fehaciente- que recorrería las innumerables tabernas y lenocinios de la febril ciudad, en una estudiantina alegre y desenfadada. Hasta se habría munido de un par de esclavas -ganadas por él en un juego de dados- cuyas desnudeces y mimosimpedían centrarse en sesudos pensamientos.Un espía enviado para constatar la aplicación al estudio de su joven hijo, hizo que Sopio, al poco tiempo, embarcara a una hermana del estudiante, de
nombre Pristina, con el objeto de verificar su dedicación.
El alegato de Isócrates no es muy explícito, pero se colige que un día en que
ambos hermanos se hallaban en una fiesta realizada en casa de Hegesipo alias Kétesamen, en compañía de un hijo de éste llamado Antéster y otros invitados, apareció un mensajero del rey Satir ordenándoles regresar al Panticapeo y pretendiendo confiscar sus dineros. Supieron entonces que el mismo rey había hecho detener a su padre -Sopio- acusándolo de alta traición.
El hijo de Sopio, pues, concurrió a casa del banquero Patión y se puso de acuerdo con éste, declarando ambos que el muchacho nada poseía, por haber dilapidado toda su fortuna.
No pasaría mucho tiempo cuando llegaba a Atenas la noticia de que el rey Satir se había reconciliado con Sopio, devolviéndole derechos y es más, decidiendo casar a su hijo Levkon con la hija de Sopio y hermana del joven, Pristina.
Ella debió regresar, aún cuando su pequeño corazón había sido partido por Antéster. Con ella también partió llorando su hermano, pero por motivos bien diferentes. En su alegato, Isócrates recalcaba que cuando el joven concurrió a retirar su dinero más los intereses correspondientes, el banquero Patión negó con frialdad haber recibido suma alguna.
Se le inició proceso al banquero. La hija de Satir I, rey del Ponto, llamada Runah, algo contrahecha, inteligente e intrigante princesa, tomó el asunto en
sus manos. Los mensajes iban y venían entre el Bósforo y Atenas. Una hija del
banquero Patión fue raptada y nunca más se supo, unas caravanas suyas fueron saqueadas y un barco abordado. Era su ruina.
El banquero juró vengarse y envió al Panticapeo nada menos que a Antéster con el objeto de tomar venganza, y es sabido que los odios bancarios son demoledores. Es probable o casi seguro que Patión conocía aquella relación entre Pristina y Antéster, decidiendo utilizarla en su provecho con la probable anuencia del joven.
En tanto, Pristina debía ser desposada por Levkon, hijo del rey Satir I, de
acuerdo a lo convenido por ambos padres -el rey Satir I y el comerciante Sopio-
. Una yurta nómade fue alhajada para la noche nupcial, prólogo para un larguísimo viaje de la caravana que llevaría a los recién casados hasta un lejano país de un rey amigo.
Es notable cómo la descripción del ajuar de la novia se parece al hallado en 1830 en aquel sarcófago de pino.
Se sabe que Runah, la poco agraciada y cruel hija del rey Satir I, no estaba muy convencida acerca del casamiento de su hermano Levkon.Facilitado por qué medios, nada se sabe, Antéster logró, la noche de la víspera, estrenar la yurta nupcial junto con Pristina. Según una de las versiones, los alabarderos alertados por Runah destrozaron a Antéster, mientras que otra versión proveniente de un comerciante de Esmirna aseguraba que escapó a la Atlántida. Pristina fue estrangulada por su frustrado marido, Levkon.
Pasaron muchos siglos. Un chozno de Patión que era cambista fue echado por Jesús del templo y finalmente se estableció en Venecia y luego, un su biznieto embarcó hacia la isla de Manhattan y, siguiendo la tradición familiar, se transformó en un poderoso banquero proveyendo, además, de aguardiente y armas a los indios Sioux.
Un descendiente del rey Satir I emigró a Buenos Aires e hizo fortuna durante la
Segunda Guerra, comprando barcos radiados de servicio. Los fletaba con otros
nombres -previo aseguramiento- luego los hundía y acusaba de ello a los submarinos alemanes, cobrando al Lloyds sumas infernales. Sus amistades lo llamaban Ari.
Ari -el remoto descendiente del rey Satir I- ya no vivía en Buenos Aires. Es más, ya no vivía; y su cuantioso imperio había sido heredado por su hija Pristina. Precisamente, en el año 1988, huyendo de vaya a saber qué cosas, Pristina se había refugiado en el country de una familia griega, armadora de barcos, en Tortuguitas, localidad del gran Buenos Aires. Sentada en el tocador, vio por el espejo la figura de un guerrero griego que irrumpía en su habitación látigo en mano, seguido por otro, con la lanza baja.


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

LA TRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA
Padre Ivanildo Sales Chaves
Editorial Lumen

Dado el carácter pastoral del libro y el empleo de las alegorías como estrategia determinante en el establecimiento de nexos comunicantes con la mirada lectora, resultaría extenso, además de presuntuoso, sumarnos a la megalomanía de someter los textos a cierto desvergonzado escudriñamiento intelectual. Porque estas homilías han sido escritas desde el amor para ser apropiadas por el amor. Por ello quiero recomendar esta correspondencia compartida a través de instrumentos precisos, singulares. Ya sea desde la voz irreemplazable del dueño de los textos, el traspaso gozoso de misterios gestados en la esencia misma de la mística o el eco de ese idioma que nos llega a través de lecturas íntimas, silenciosas, reflexivas. Función metalingüística donde las voces comunicativas se fusionan en la más incondicionalidad de las entregas.

Tomando por ejemplo la estructura organizativa de cada enunciado canónico, me limitaré a advertirles, como destinatarios del discurso, acerca de la aventura intelectual que les aguarda entre los rutinarios laberintos de signos y parábolas.
Prevenirlos sobre estas diecisiete estructuras integradoras propuestas desde LA TRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA como razonamiento, como prédica para explicar cuestiones inherentes a esta fe que nos une. Anunciarles que están configuradas desde la sólida unificación de título y epígrafe, fusionadas en un todo armonioso, equilibrado para, a partir de ello, liberar el justo manifiesto del texto reflexivo, las altas coordenadas de un paisaje que despliega ternura. Territorio pleno de sencillez, simbología, prudencia y perspicacia cognoscente, por donde sobrevuela el espíritu santo.

Los que tenemos por oficio el uso y abuso de la literatura conocemos mejor que nadie las dificultades que presenta el escribir con claridad, sobre todo cuando quienes lo hacen han trabajado los dones del estudio desde el recogimiento o la introspección meditativa. Y me estoy refiriendo a una realidad poco propicia, común en nuestros días, la del divorcio entre la lengua literaria y el lector competente. La triste comprobación de una constante. A mayor conocimiento, menor alcance comunicativo.

La terminología, los recursos estéticos, las prácticas selectas del código retórico, son una problemática solamente salvable mediante la intención catequizante, persuasiva. Mediante la vehemencia emocionada de esta voz convocante, en busca del encuentro con el otro que somos. Ivanildo Sales Chaves recurre, en el pleno y responsable ejercicio de su misión, al uso de estrategias posibilitadoras, comparaciones tácitas entre humildes tareas cotidianas y el trabajo del Padre. Y de estos parangones compartidos siento que el padre actúa como guía. Nos traslada a la significación retórica de los valores superiores, los que rigen el reino que nos fue prometido, alejado del mundo y su artificio. Es así que, a través de metáforas, nos transmite el mensaje que tanto apetecemos. Para lograr la conexión, la alianza, la afinidad fraternamente indispensable con los oyentes o lectores. Algo que, a mi entender, solo se logra merced a la elocuencia del amor.

Profundamente testimonial, cada alegoría llega a lo profundo del alma y expone ante nosotros el revés de una trama única, la de su intencionalidad de revelarnos el camino verdadero hacia lo más profundo de nosotros mismos, donde el reflejo de la luz divina se oculta de los ojos vigilantes. Su objetivo no es otro que sacudir la rutinaria conformidad de nuestras vidas, retirarnos a la intemperie, fuera de los refugios donde la masificación nos almacena, alejándonos de toda reflexión o posibilidad de comprender, desde lo cotidiano, el misterioso idioma de lo imperecedero.

Y el padre Iván, en búsqueda constante y obstinada de un lenguaje común, entrañable, radiante y persuasivo, convocante, fraterno; ha encontrado esta modalidad de elevarnos hasta el discernimiento intelectual. De un modo diferente. Que ilumina y persuade. Que nos lleva a entender nuestra vida doliente. Las dudas que nos unen en lo comunitario. Los desgarros comunes a los seres humanos a lo largo de toda su existencia. La vulnerabilidad de nuestra esencia expuesta ante la luz de la misericordia. La que revela, a quienes buscan el mensaje verdadero, como zurce la trama de la vida la acción restauradora de la gracia.

A lo largo y lo ancho de la historia, la voluntad de Dios por siempre y para siempre sublimemente reconciliadora, ha sido tan salvífica, tan purificadora, tan restauradora de todas las texturas del espíritu que nos ha revestido de una nueva esperanza. Y este libro nos ayuda a atravesar mejor la enorme encrucijada del transcurrir histórico. A encontrar objetivos, fines, el hilo de Ariadna propicio a la evasión de nuestros dolorosos laberintos. Para caminar, juntos, a un destino común. A encontrarnos con la luz primera. Esa luz en la que continuamos creyendo, que nos ayuda a continuar sobreviviendo sin que se nos apague el alma.
Por Norma Segades-Manias (Santa Fe-Argentina)


CADÁVER SE NECESITA.
Milton Fornaro-Escritor uruguayo
Alfaguara (2006)
La literatura policial latinoamericana tiene pantalones largos y goza de saludable prestigio entre lectores y escritores. Sabemos que en gran parte es porque con el género negro no sólo se hace novela policial, sino también de crítica social, novela política, de denuncia, etc. Una serie de personajes, generalmente investigadores privados, (pocas veces policías pues el gremio tiene una atávica y sana desconfianza en la policía) han nacido y algunos sobreviven a varias novelas,para disfrute de sus lectores. Cierto aire de decadencia, de escepticismo, un aroma a perdedor los ronda; haciéndolos entretenidos, latinos, reales. Pero también tienen un aura de santos, de ingenuos; son luchadores de causas perdidas, enemigos del poder, se juegan el pellejo por un amigo o una promesa de cama, es quizás esto lo que más atrae de ellos, los que los exorciza de sus carencias, lo que los salva. Heredia, Juan Belmonte, Sherwood Cañahueca, Ifigenio Clausel, son algunos de esos personajes desencantados que encantan.
Milton Fornaro, escritor uruguayo reciente ganador del premio nacional de literatura por su libro de cuentos Murmuraciones Inútiles (Alfaguara 2004), acaba de publicar la novela Cadáver se necesita (Alfaguara 2006) y el personaje central es un investigador privado: Ramón Mendoza. Mendoza es un ser esencialmente detestable, un sabueso de callejón que no persigue grandes presas y debe contentarse a regañadientes con la carroña. La mayoría de sus casos son infidelidades (como sucede en la realidad), extorsiona a los que debe investigar, es alcohólico de mala y amnésica resaca, a sido delator político, fotógrafo de segunda en un diario; siempre dispuesto a voltearse a una mina para no pasar la noche solo, aunque deba jurarle amor, o emborracharla, no importando si es la madre o la hija de alguien, o viene del velorio del novio. Debe dinero por todos lados, portador de una eterna mala suerte, es un timador de poca monta, no tiene amigos, sólo gente que le sirve o se sirven de él momentáneamente. ¿Pero quien dijo que un personaje debe tener algo de héroe?, lo importante es que esté bien construido, que viva; y Mendoza es despreciablemente real, creíble; igual logra encantar, de alguna extraña manera nos produce compasión, simpatía. La historia está narrada a dos tiempos en capítulos que se intercalan (con epígrafes de crucigramas) y se van juntando como guillotina mientras la historia avanza. El escenario es el Uruguay de dictadura, con la milicia allanando casas y despareciendo gente, con el miedo en las esquinas y la crisis económica, con ese aroma de ardiente desesperación que habitó todos nuestros países y que convierte a la novela en tan latinoamericana, tan reconocible. La trama es entretenida, Mendoza se mete en algo grande, verdaderos problemas y, hace gala de su ingenuidad, mientras Fornaro hace gala de su oficio de narrador: «Todas las veces que se tocaba la corbata, estiraba el cuello como hacen los muñecos de los ventrículos», para describir a un personaje de bar; «Eso vería por último desde la terraza, en medio de familiares llorosos y de niños devastadores, escapados de las manos de los adultos, quienes sólo tienen ojos para abarcar el cielo y tragar en silencio la envidia por los que se van. », para retratar a la gente del aeropuerto. Y para contarnos sobre un amor de cabaret de Mendoza: (y, como buena cita descontextualizada; me sirve para cerrar esta nota). «Cuando la tuvo entre sus brazos, bailando boleros y restregando sus pobres humanidades, empezó a desquererla. Ella comenzó a amarlo, sin expectativas, sin saltos mortales, dejándose ir al compás de la música. Para él fue un llegar y partir, sin siquiera saludar. Para la otra fue recobrar algo perdido o soñado, un pedazo de ella a reconquistar y tener, algo para recordar cuando pasen más de mil años, muchos más. »
Por Yuri Soria-Galvarro (Cochabamba-Bolivia)


PÁGINA 18 – CUENTO

AZUL OSCURO

Un relato por los caminos de la memoria

Por Paqui Maqueda Fernández (Sevilla-España)

…si quiero rescatarme,
si quiero iluminar esta tristeza
si quiero no doblarme de rencor
ni pudrirme de resentimiento
tengo que excavar hondo
hasta mis huesos
tengo que excavar hondo en el pasado
y hallar por fin la verdad maltrecha
con mis manos que ya no son las mismas.
Mario Benedetti

A todas las mujeres porque a pesar del dolor guardaron
en su memoria y en su corazón trozos de nuestra historia.

A mi madre, por amor.

AZUL OSCURO es un ejercicio personal de recuperación de la memoria. Tiene su base en la experiencia personal, pero quiere socializarse porque es la experiencia de otras muchas personas, tanto de las que desaparecieron como de quienes ahora las buscan para reconstruir unos hilos que quedaron fuera del tejido de relaciones que somos como sociedad. Ellos perdieron la guerra, pero nosotros perdimos referencias que son vitales para nuestro presente y nuestro futuro.
Esta socialización de recuerdos es parte fundamental del proceso de recuperación de la memoria histórica, y así se ha puesto de manifiesto y así se pone de manifiesto en cada acto de este movimiento social.
Este relato es la contribución a una iniciativa que quiere reunir experiencias, desarrollar recursos y proponer actividades que posibiliten un clima social que comprenda las deficiencias de una transición política que se planteó la continuidad con el régimen dictatorial y la ruptura con su precedente democrático, la II República. Pero, pese al tiempo transcurrido, necesitamos saldar una deuda de reconocimiento y gratitud hacia quienes lucharon por las libertades y el progreso social, y por lo cual sufrieron en sus derechos humanos más básicos. Pese a ello los olvidamos. A pesar de todo, ahora los queremos recordar y necesitamos de sus recuerdos.
Esta historia, como tantas otras, parece como si nunca hubiera ocurrido, pero ha sucedido, tiene una base real, es producto de la investigación y testimonios personales que ha adoptado la forma de relato, la mejor forma de expresión que encuentro para liberarla de un pasado ocultado y falseado por las circunstancias.

JUAN, 1936

En la madrugada del 22 de Agosto de 1936 una larga fila de hombres sube a un camión. Como viene sucediendo en los días pasados, salen de la Plaza Arriba, la plaza principal del pueblo y las pocas personas que presencian la escena, no tienen dudas sobre cuál será el destino de éste destartalado camión ni de los hombres que se amontonan en él. Parecen jornaleros, gente pobre, aunque hay algunos que por su aspecto no deben serlo. Son de todas las edades, jóvenes y viejos, mujeres y hombres. Algunos callan, otros lloran. Todos están cansados, llevan semanas encerrados en “la casilla”, el nombre que la gente le ha puesto a la cárcel del pueblo, cansados de ver llorar a sus mujeres, de ver la cara de sus hijos tras las rejas y no poder acariciarlos, cansados de esperar el favor que sus familiares han ido a pedir a Sevilla, a la casa grande del señorito de la calle Abades para el que trabajaron en la recogida de la aceituna de la campaña pasada. En la soledad de las paredes de “la casilla” han quedado impregnadas para siempre las palabras de los familiares: “¡Seguro, hermano, seguro que te saca de aquí, seguro que el señorito se acuerda de ti!”. Cansados de las visitas de los carceleros que se han ensañado con los considerados más peligrosos y con los que ocupaban cargos públicos en el Ayuntamiento, los de Unión Republicana, los que ganaron en las elecciones celebradas apenas unos meses antes, en Febrero. Desde esa fecha hasta este Agosto sólo han pasado unos meses y parece que hayan transcurrido siglos.
Entre ellos se encuentra Juan “el cubero”. Es ya anciano y algunos hombres le ayudan a subir al camión. El rumbo que toma, camino de Lora del Río, tiene un significado especial para él. Como si la vida le hiciera un guiño y le diera la oportunidad de despedirse de los suyos el camión pasa por la casa que hasta ahora ha sido suya, donde descansa su familia, su mujer Dolores y dos de sus cinco hijos: Antonio y José. Cierra fuertemente los ojos e intentando imaginar el sueño que sueñan, se despide de ellos.
Su pensamiento vuelve al día en que, apenas hace un mes, las tropas sublevadas del General Franco entraron en Carmona. Recuerda los gritos llamando a la defensa del pueblo, a la defensa de la República, recuerda a sus hijos mayores, Enrique y Pascual en las barricadas de la Calle Sevilla, junto con los compañeros de la CNT, dispuestos al combate. El no saber nada de ellos desde entonces le provoca un pellizco en el corazón, sabe que formaron parte del grupo de jóvenes que se escaparon cuando la carnicería final, cuando el pueblo fue tomado, y dicen que les vieron coger el mismo camino por el que ahora se dirige el camión que lo lleva a él. Que huyeron y están por algún pueblo cercano, empuñando un arma para defender sus ideas. Juan desea que allá donde quiera el destino que se encuentren estén seguros, y tengan la fuerza y la valentía para seguir en la lucha. Quizás por eso se lo llevaron a él aquella mañana... porque no encontraron a sus hijos. Los fascistas castigan así, golpeando donde pueden, donde duele. Saben que para sus hijos la suerte de su padre será un duro golpe. Momentos después su espalda nota ya la fría tapia del cementerio. Entre los gritos del pelotón de fusilamiento escucha la agitada respiración del joven al que han puesto a su lado. Es Frasco, el hijo del “pelao”, amigo de uno de sus hijos. Sus miradas se cruzan, manteniéndose juntas hasta que oyen cargar las armas. Juan cierra los ojos después de ver como Frasco alza el puño cerrado y grita con rabia un ¡¡Viva la República!!. Sus ojos se llenan de lágrimas.
El sol ilumina perezosamente el pueblo y la vega de Carmona parece encenderse poco a poco. El silencio vuelve al pueblo. El día de hoy será largo. Por la mañana, a la hora de las visitas en “la casilla”, a Dolores le entregan un reloj y una gastada taleguilla vacía. Le han pedido que se vaya, que no monte escándalo llorando y preguntando por su marido... y que tenga cuidado, que en cuanto atrapen al grupo de canallas anarquistas con los que se pasean sus hijos les van a ajustar las mismas cuentas que le han ajustado a su padre. Así que carretera y manta, señora. A los pocos días del asesinato de Juan, Dolores recibe una carta del Ayuntamiento. Quieren hablar con ella sobre un asunto de justicia, así que dos “falanges” la escoltan hasta la Plaza Arriba. En el Ayuntamiento un señor muy estirado le dice que, para que ella lo entendiera, se lo iba a decir muy clarito: las propiedades del ajusticiado Juan “el cubero” deben ser incautadas, y que inmediatamente ella y sus hijos deben abandonar la casa donde viven.
Dolores recoge sus cosas. Es posible que vuelva al pueblo de sus padres, allí al menos los recuerdos serán más llevaderos y su hijo Antonio podrá criarse con algunos de los suyos. Antes de irse deja recado en casa de una vecina, alguien tendrá que avisar a los mayores de lo que ha pasado. Subiendo la cuesta con su hijo en brazos, sintiendo el peso de la soledad, piensa que quizás esta guerra la ganen los nuestros y entonces podamos recuperar la casa y el nombre del padre…
Juan Rodríguez Tirado tenía 72 años cuando fue fusilado... era mi bisabuelo.


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

Gloria Dávila Espinoza (Huanuco-Perú)

YO NO ME CORRO DE CÚSPIDES EN HIELO

Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París - y no me corro -
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
César Vallejo

Yo no me corro…
de cúspides en hielo
noches en tormentas
fuego a ciempiés
panes podridos en alacenas olvidadas
esputo salado
y mis falanges en cascadas escarchadas.

No, yo no me corro de la noche hambrunal
niños en llanto madrigueras
de los ojos rojos de la ira por la pútrida vida
que llaga mis alforjas sonajas.

Yo, no me corro de
tus labios secos de la mar en sentencias vivas
de no saber si es inerte muerte en cadenas
porque mi candente infierno es ojo del venado herido
entre punas desiertas y estepas repletas de tu hambre.

No, yo no me corro de todo lo que en ciernes
será mi cruz…
corona de sombras huidizas
de mis huesos hoy polvo herido
echando murmullos a versos escasos.

No, yo no me corro…
ni espero guadañas perladas
rondando mi anatomía estrecha
que agazapada transcurre
y que el pan no lo señale, con el dedo acusador
no, no me corro
y te espero
rueda del ocaso
tirada por carrozas esqueléticas
de tu olvido en abismos.

Sí, te espero
porque tú hambre, te irás para siempre.

LLANTO EN PLIEGUES ANCIANOS

(Para ser cantados
con humos de Toé
y entre cerbatanas heridas)

Siento tu hambre
no acabar
tus crudas horas
perpetuar
prisioneras miradas
en alma de voces-circo
danzas en pliegues
de sudor y llanto
músculos a estatuas afinadas
en esos ojos asesinos
patagónicos
olvido del grito primitivo
caño en días ancianos
noche negra noche de la utopía;
en medio de éste agudo sentimiento
alguien dice, es tu norte…
y allí,
en aquel recodo, sigues tú,
discóbolo de perfumes:
sal,
miel,
y hiel de su propia hiel.

Es tu andar…
cazador repleto,
golpeteo en martillar ignoto,
conciencia
sin conciencias,
semillas del cadalso y fuego,
hijos del grito primitivo
de mis dioses
de tus dioses
de mis mundos
y tus mundos
que son mundo de mi mundo.

SOY...

moud,
muud,
hammaca...
hamaaaaaaaaaaaaaaca…
…amburana cearensis
hija y madre,
padre y abuelo
de
loros machacos
pumas,
águilas,
jaguares
y caimanes
deslizándose dócilmente
en anatomías de cuerpos
tupidos de pigmento en arco iris
de aire puro
en simbiosis.
Soy
fuego
y sombra
si tú lo quieres
hamaca,
cruz,
cadalso
o portal de luz
bebida de
calma
de guerra
y látigo de
fuego
hielo
tibio
y candente.
Soy...
esencia
de tu vida
de tu muerte,
de tus ojos
que hoy son
gruesas
gotas de ríos
en raudas caídas
de plata
o diamantes ocultos
en tupidas selvas vírgenes,
y tú vienes
mezquino
y resumes
mi cuerpo
a páginas antiguas
de alcobas
de alelí
orquídeas
o
nauseabundos olores
repleto de alcoholes
en tanto
oigo el canto
de mis tristes aves
que a mi puerto arriban
dibujando sonrisas
hecho sólo ecos
que a tu razón
le son
nada o poco;
indiferentes.
Soy la Madre Diosa del Mundo,
soy...
esfinge elemental
ritual de imágenes
Iaooooo,
iaaaaaoooooo…
alma primordial,
soy del viento la cumbre
y de la mar sus profundas aguas.
Hoy...
te miro desde aquí,
desde mi elaborada sabia
en sumun de raíces
fundidas en tierras profundas
entre ronsocos,
jabalíes,
shapajas
setas rojas
añujes,
manatíes
que en danza triunfal
pipean
el humo del toé
pero,
eso soy si lo quieres
y
acaso no…
tus manos
tus garras
pezuñas
tu cuerpo
y mente
tu magma
y etérica esencia
pero,
no olvides…
que mientras
en tu altar
Sueñas
espejos mágicos
no habrá mañanas.
Soy tu esencia
tu alimento
tu pútrido vientre
o tu límpido fin
hecho sonajas,
tu génesis,
tu alfa y omega
Tu averno o ciénagas.
Soy…
eso soy
y mucho más
un árbol (sombra)
hecho cenizas
de perdidas semillas
que arrastran cadenas
desde ayer
hoy
y
siempre.
¡Eso soy…, si tu lo quieres,
sólo sombras y muerte!


PÁGINA 20 – ENSAYO

Por Óscar Wong (Tonalá-Chiapas-México)

La memoria personal me lleva a los inicios de 1987, unos meses después del fallecimiento de mi esposa. Llegué a la costa una madrugada, con mis hijos muy pequeños, pegados a mí, aterrados por el viento que azotaba como un dragón voraz: volaban anuncios comerciales, desprendidos por los zarpazos enfurecidos de Long, el dragón de viento. Es una imagen que la tengo muy grabada. En la costa chiapaneca hay temporadas donde el aire azota muy fuerte, sobre todo en otoño. En mi infancia lo escuchaba en medio de la oscuridad, o desplazándose entre la lluvia huracanada. Es terrible ver a la naturaleza descargando su furor. El dragón, ese animal mítico para mis ancestros chinos, originalmente fue un tótem para los pescadores, el conde del viento o Fei Lian; para mí es un elemento substancial no sólo en mi poesía sino en la vida cotidiana. El viento me remite al hálito cósmico, al espíritu celestial, a los ocho trigramas que aparecen combinados en el I Ching de mis ancestros. Es esa dimensión donde se esparce la voz poética, donde surge la Luz.

Cuando se habla del viento, de inmediato pienso en las sábanas que llevan a Remedios la Bella en Cien años de soledad, de García Márquez, o bien a la caracola de Piggy, el gordito personaje de William Golding en El señor de las moscas, resonando no para convocar a una nueva asamblea, sino presagiando la desgracia, el final funesto que le aguarda. Percey B. Shelley tiene un poema, Ode to the West Wind, donde invoca y evoca esa energía, indómita, cósmica denominada viento, a veces como una trompeta profética, o como hojas resecas. Pienso en los libros de Bachelard, ligados al espacio, a la ensoñación, al agua y los sueños y, desde luego, estos elementos ligados al viento. Hay un cuento de Eraclio Zepeda, en Benzulul, llamado justamente Viento. Mi memoria no es muy clara al respecto, aunque de pronto recuerdo a Revueltas, a ese cuento, Dios en la tierra, donde el viento es sórdido, devastador, ardiente, definidor de la divinidad cuando pasa por la Tierra. En fin.

En ocasiones el viento es un espacio lírico, aunque obviamente sirve de contención: circunda a las cosas, las conjura; tiene alas luminosas, a veces sórdidas; reposa sobre el agua como caricia de ninfa, o de hada. Por algo asume diversidad de nombres: céfiro, aura, soplo, hálito, brisa, etc., etc., etc. También se conjunta con el fuego y devasta los bosques (otra imagen pavorosa de Chiapas, desde luego). Robert Graves recuerda las invocaciones de los druidas, en La canción de Amergin, manejada en La diosa blanca. La inspiración surge cuando el viento se desplaza entre los árboles, o se desliza caminando sobre el agua de los lagos. Es una influencia determinante en todas las culturas, tanto como fuerza primordial tanto como energía combinada con la tempestad. Los tornados en Norteamérica demuestran su poder devastador.

De alguna manera el viento es un soporte del mundo, rompe y corrompe, a veces purifica. Significa una fuerza primordial. Es el soplo de Morgana o el silbido de Melusina al metamorfosear su cuerpo un viernes por la noche. Su color, Azul Darío; su aroma, como un espléndido vino degustado por Berceo; su textura, verde cocodrilo, a la manera de Efraín Huerta, El Grande. Alguien habló ya de la Rosa de los vientos y los atenienses de la Torre de los vientos. En su primer sentido es vectorial, desde la segunda perspectiva, un contenedor, un hálito sutil que devasta y acaso petrifica.

Ignoro si haya una poética del viento. Y si la hay debió habilitarla Bachelard, o Dilthey. Desde mi particular punto de vista una poética del viento establecería íntimas relaciones con el agua, la tierra y el fuego; sería una materia como los sueños, parte de un paraíso inmemorial, religioso; el viento es esa voz poética que irrumpe en la realidad, para conjurarla o devastarla; es el hechizo de Merddin, la invocación de Taliesin para modificar a la naturaleza y asustar a los falsos bardos: la englynn cobrando existencia. Es la poesía misma, revelándose, develándose en esas combinaciones sonoras, llameantes en sus significados, que se perpetúan en un canto estremecedor. Es la firma para la paz de Efraín Huerta, transformando el entorno social, el destino del mundo, nuestro futuro. Revelación o conjuro, el viento es el Logos que a través de su sonoridad crea, construya, genera ámbitos novedosos y, por ende, el orbe cobra sentido.


PÁGINA 21 – CUENTO

PLEAMAR

Por Ricardo Juan Benítez (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Era una mañana tormentosa, como la de aquel día en que la gaviota decidió suicidarse. Claro que después mi padre le quitó magia al asunto. Me contó la verdadera razón porqué el ave se había precipitado contra la escollera.
—Las gaviotas adultas van perdiendo la visión de tanto zambullirse en el agua de mar. Entonces, cuando van en vuelo y divisan un tenue reflejo, creen que es un pez y se tiran en picada contra el brillo de las rocas —me enseñó con su lógica implacable.
O sea, que mi gaviota había muerto absurdamente por un accidente producido por su decadencia; cuando yo había imaginado una historia con un amor contrariado y misterioso. Como si mi gaviota fuera otra Alfonsina y este vasto mar su escondite definitivo.
Salir a caminar en días tempestuosos de temporada baja me fascinaba. Las playas lucen desiertas. Se escucha el tronar de las olas en el rompiente. Se percibe el viento azotando matas y gallardetes abandonados en lejanos veranos. Los paradores solitarios, con sus sillas, mesas y sombrillas amontonadas, las terrazas con sus silencios excesivos. Se podía recorrer el pedregal para leer los mensajes de otros tiempos grabados en sus rocas:
“Carlos y Clarita 23 de febrero de 1949”
—“¿Qué habrá sido del amor de Carlos y Clarita?”
Tal vez se hubieran casado desafiando el maleficio de los amores de verano.
Quizá alguno de sus nietos topara con aquel perpetuo recado de amor mientras correteaba inocente un estío cualquiera.
No sería sencillo imaginar por aquella época que en algún momento se puede perder el bronceado, la belleza y la juventud. La vida y el amor parecen eternos. Por lo menos hasta el fin de las vacaciones.
Entré al mesón. El piso y el mobiliario tenían una espesa capa de polvo y olvido. En las esquinas del techo había telarañas, sentía que hacía décadas que estaba cerrado. Me detuve a mirar por el ventanal el mar embravecido. Las olas se alzaban en una pared compacta de color verde oscuro y al caer la espuma llegaba casi hasta la entrada de la posta. Yo no le temía. Jamás le había temido.
Ni siquiera aquella tarde.
Aún en los momentos más difíciles, como cuando quedé atrapado por una corriente de la bajamar, tuve el convencimiento que nada malo podía pasar. Que de algún lugar del abismo un ejército de tritones y sirenas vendrían en mi auxilio. Que me mostrarían un camino de caracolas y coral. Que el faro, más allá del puerto, me alumbraría la senda de regreso.
Salí al porche con su piso de madera inundado. La lluvia arreciaba, la playa invitaba a una caminata.
—“Caminar por la playa bajo la lluvia es un rito íntimo y sagrado; casi como acariciar un apacible vientre desnudo…”
Descendí por los peldaños que se perdían en la arena y la resaca. Caminé hacía las olas. El horizonte era de un gris borroso, en la lejanía los nubarrones resplandecían de tanto en tanto por el fulgor de los relámpagos.
No había aprensión ni incertidumbre en mí.
Tenía la misma paz que experimentaba al bucear. Sé que en el azul profundo del mar se siente algo parecido a la protección del útero materno; silencio y armonía.
Una ola me atravesó.
No temía. Ya jamás temí.
Conocía la ruta. Las nereidas, tiempo atrás, me habían guiado entre las penumbras a un sendero iluminado por erizos y medusas iridiscentes que se perdía detrás de un manto de algas. Lejos de pescadores y gaviotas.
Es un buen sitio para reposar.
Hasta que de nuevo suba incontenible la marea de nostalgias.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

Regina Sant'Anna (Río de Janeiro-Brasil)

DOS NAUFRAGOS Y UNA BOTELLA AL MAR

Hombres, mares y botellas

Hay un hombre en su isla
hecha de nostalgias y soledades,
oyendo sonidos del agua en la arena,
sonidos de un barco encantado
a camino para salvarle,
sonidos de un soplo del viento
lleno del canto de una sirena.

Hay un hombre en su isla
hecha de sus verdades.
Arroja una botella al mar
la enviando en silencio
con su precioso mensaje,
llena de sus palabras
de vida o de muerte ¿quién sabe?

En las olas navega la botella
rumbo a un destino desconocido,
de su origen, lejos.

El tiempo se hace de espera
Para los tres personajes...
Un hombre a soñar
naufrago en el enredo
de su gran quimera
Y el otro en la espera
de que alguien vea su botella
Revelando su contenido
Al sacarla del mar.

La botella, viaja en varias olas
Con su mensaje a ser descubierta,
Como la vida en sus caminos,
Tantos caminos...

La diferencia es que la botella sigue
Sin tiempo para llegar,
Estos náufragos esperan por la libertad,
sin saber si serán prisioneros de su propia isla
hecha de una espera de olvidada edad
pero, con tiempo cierto para terminar.

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

Entre el cielo y la tierra
Hombres y mujeres,
Olvidan la unión en guerras.

Entre el cielo y la tierra
En el viento y en el agua
Se aniña una voz no siempre calma,

Entre el cielo y la tierra
La naturaleza fuerte grita,
Pero, nadie la quiere oírla.

Entre el cielo y la tierra
Secretos ocultos como fuego
Incendian el alma y el cuerpo

Femenino y masculino
Perdidos en busca antigua,
Olvidados de su magia.

Entre el cielo y la tierra
Juegos de palabras,
Palabras torpes y sagradas,

Entre el cielo y la tierra
Tantas y tantas filosofías
Retumban en artes y poesías,

Entre el cielo y la tierra
Tantos misterios en anillos
Sofocan el verdadero y sencillo

Entre el cielo y la tierra
Estamos por la eternidad
Buscando nuestra verdad:

Siempre, entre la ración y el divino.

OPIO DEL POETA

En los versos, voces a resonar,
En los versos, muchos mundos,
En los versos, varios rumbos.

Vidas toman y cambian forma,
Sentimientos se mezclan.
El alma es libre
Para unir el sol y la luna,
Pasear en las nubes,
Adornarse de estrellas,
Acostarse con el mar
Y fecundar la arena,
Ser un hermafrodito,
Tener matices de amor y odio.

En los versos se vive,
En los versos se muere.
La realidad es un punto de vista
Mirado entre tantos en un calidoscopio.
Así son los versos:
por veces blancos, por veces negros,
pero siempre, del poeta, su opio.


PÁGINA 23 – ENSAYO

CIEN AÑOS DE SOLEDAD, ICONO DEL BOOM LATINOAMERICANO

Por Silvia Loustau (Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

Los más conocidos protagonistas del Boom latinoamericano son, entre otros: Juan Rulfo (1918-1986), Carlos Fuentes (1928), Julio Cortazar (1914-1984), Lezama Lima (1912-1976), Gabriel García Márquez (1928)
Claves de este fenómeno fueron las siguientes obras; “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes, “Rayuela” de Julio Cortazar, “Paradiso” de Lezama Lima y la fundamental “100 años de soledad” de Gabriel García Márquez.
El boom es una nueva manera de mirar el mundo, y a estos escritores los une;
*América Latina como continente integrador, casi todos son exiliados o expatriados por gobiernos totalitarios, su exilio transcurre en Europa. Quien sal de esta regla es Lezama Lima, quien vivió en Cuba.
*Casi todos desarrollaron un sentimiento de pertenencia a una misma realidad, más allá de su país de origen.
El concepto: realismo mágico fue acuñado por Alejo Carpentier, escritor cubano, quien luego de estar muy cerca de los surrealistas franceses se pregunta: “¿Qué es la historia de América sino una crónica de lo maravilloso real?”
Es así como lo mágico pasa a ser cotidiano y normal, tanto en la vida de los personajes como para el lector que se adapta a los nuevos códigos.
Quien hoy nos ocupa. Gabriel García Márquez. , con 100 años de Soledad, es uno de los más altos exponentes de este género. Él mismo declara: “Mi problema más importante era destruir la línea de demarcación que separa lo real de lo que parece fantástico, porque en el mundo que trataba de evocar esa barrera no existe”.
En La hojarasca nació Macondo, esa población cercana a la costa atlántica colombiana que ya se ha convertido en uno de los grandes mitos de la literatura universal. Pero Macondo es un lugar en el mundo y Aracataca, su matriz el sitio donde nació el Gabo.
Toda su obra es vasta y forma parte de un gran plan, el autor se propone crear una realidad cerrada; los elementos este mundo hay que buscarlos en su infancia, en sus abuelos que contaban historias, en los personajes que rodearon al niño, en aquel pequeño poblado.
100 años…., declara que la comenzó a escribir a los veintitrés años: “y me di cuenta que era un paquete demasiado grande”, comenta. Sólo escribió el primer párrafo que abre la novela:
“Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Debía encontrar el tono y el leguaje para que todos esos hechos le rondaban, se tornasen un universo creíble para los lectores.
Los sabios alquimistas de Macedonia y a la alquimia y sus mitos. A través de ella, por ejemplo, Melquíades recobra la juventud. Esta fáustica operación tiene mucho de burla. Melquíades aparece con una dentadura postiza que se extrae y muestra a sus sorprendidos espectadores: La magia, en ocasiones, no es sino mención de Úrsula, figura capital del relato, mujer que manifiesta su vinculación a la realidad, ante las pretendidas y fracasadas invenciones de su marido, parece advertir la oposición entre las actividades alquimistas y la verdadera ciencia que es el soporte del progreso: “Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia” dice harta.
Aureliano posee una “rara intuición alquímica”. Por ello no parece extraño que los muertos convivan con los vivos y hasta reaparezcan de nuevo, como Melquíades. Cuando los personajes deliran acusan también en el reino del inconsciente los efectos mágicos del ambiente. José Arcadio Buendía habla en latín, con un don de lenguas que sitúa lo maravilloso en un contexto religioso (los apóstoles) y el padre Nicanor muestra su capacidad de levitación. Una maravilla, si pero como logra que lo maravilloso fuese real. Ahí estaba el quid.
García Márquez arrastra su manuscrito de país en país, escribe y corrige. Obsesivamente. Pero la luz se hace cuando regresa a visitar a su madre en Aracataca, a vender la casa donde había transcurrido la infancia. Y entonces comprueba que Aracataca es Macondo, y que allí están sus personajes.
¿Y el nombre Macondo? Era el de una finca, a la que iba el Gabo desde la niñez, atraído por la resonancia de su nombre.
Los Buendía, sus personajes, ponen a sus hijos los mismos nombres: Aureliano, por lo tanto la lectura puede no ser fácil, lo ideal es que el lector arme un árbol genealógico.
El más importante de los José Arcadio es el primero que llega al lugar con su esposa y un muerto en su haber. Un personaje amante de los pájaros, amigo de los gitanos, capitaneados por Melquíades, el Mago.
El nombre Arcadio parece no haber sido elegido en vano, proviene de Arcadía: el paraíso

Veamos otro ejemplo de mágico en la vida real:
“El coronel Aureliano Buendía fue a la puerta de la calle y se mezcló con los curiosos que contemplaban el desfile, Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Y un dromedario triste”.
A la magia le agregaría la belleza visual.
La historia de Colombia está dramatizada a través de dos acontecimientos históricos: la guerra de los mil días y la matanza de los jornaleros bananeros:
“La huelga grande estalló…Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anunció que el ejército había sido encargado de restablecer el orden público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la muerte... Entonces se asomó a la calle, y los vio. Eran tres regimientos cuya marcha pautada por tambor de galeotes hacía trepidar la tierra”.
Leyendo esto, 100 años…es también una metáfora de América Latina, a la que la bota yanki aplasta.
Con respecto al lenguaje, el mismo García Márquez dice que no es el habitual de Colombia, sino el de su abuela: “ella tenía vena, hablaba así”, comenta.
Al fin en 1967, se llamará Cien años de Soledad, la autobiografía del coronel revolucionario Aureliano Buendía. Y nos dice su autor: “…aunque en esta novela las alfombras vuelan, los muertos resucitan y hay lluvia de flores...es el menos misterioso de mis libros, tomo al lector de la mano y lo llevo…y con 100 años… terminó el ciclo de Macondo”.
Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre...y creo que por siempre y para siempre generación tras generación, en todo el mundo continuaran disfrutando de este libro mágico, que abrió una de las principales puertas del boom latinoamericano.

Bibliografía consultada
*G.G. Márquez o la cuerda floja por Luís Haars
*GARCIA MARQUEZ, Gabriel – Cien años de soledad, Editorial Sudamericana, 1970
*Enciclopedia Práctica Planeta - Editorial Planeta, 1993


PÁGINA 24 – CUENTO

LA SIRENA

Por Manuel Mujica Láinez (Buenos Aires/1910-Córdoba/1984)

Corren a lo largo de los grandes ríos, desde las empalizadas de Buenos Aires hasta la casa fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, las noticias sobre los hombres blancos, sobre sus victorias y sus desalientos, sus locos viajes y la traidora pasión con que se matan unos a otros. Las conducen los indios en sus canoas y pasan de tribu en tribu, internándose en los bosques, derramándose por las llanuras, desfigurándose, complicándose, abultándose. Las llevan las bestias feroces o curiosas: los jaguares, los pumas, las vizcachas, los quirquinchos, las serpientes pintarrajeadas, los monos, papagayos y picaflores infinitos. Y las transmiten también en su torbellino los vientos contrarios: el del sudeste, que sopla con olor a agua; el polvoriento pampero; el del norte, que empuja las nubes de langostas; el del sur, que tiene la boca dura de escarcha.
La Sirena oyó hablar de ellos hace años, desde que aparecieron asombrando al paisaje fluvial las expediciones de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto. Por verles abandonó su refugio de la laguna de Itapuá. A todos les ha visto, como vio más tarde a quienes vinieron en la flota magnífica de don Pedro de Mendoza, el fundador. Y ha crecido su inquietud. Sus compañeros la interrogaban, burlones:
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente.
No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había encontrado. No había encontrado.
Ya no regresó a la laguna de Itapuá. Nadaba perezosamente, semiescondida por el fleco de los sauces, y los pájaros acallaban el bullicio para oírla cantar.
Va de un extremo al otro de los ríos patriarcales. No teme ni a los remolinos ni a los saltos que levantan cortinas de lluvia transparente; ni al rigor del invierno ni a la llama del estío. El agua juega con sus pechos y con su cabellera; con sus brazos ágiles; con la cola de escamas azules prolongada en tenues aletas caudales color del arco iris. A veces se sumerge durante horas y a veces se tiende en la corriente tranquila y un rayo de sol se acuesta sobre la frescura de su torso. Los yacarés la acompañan un trecho; revolotean en torno suyo los patos y las palomas llamadas apicazú, pero presto se fatigan, y la Sirena continúa su viaje, río abajo, río arriba, enarcada como un cisne, flojos los brazos como trenzas, y hace pensar en ciertas alhajas del Renacimiento, con perlas barrocas, esmaltes y rubíes.
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
La mofa: ¿Has encontrado?
Suspira porque presiente que nunca hallará. Los hombres blancos son como los aborígenes: sólo hombres. Tienen la piel más fina y más clara, pero son eso: sólo hombres. Y ella no puede amar a un hombre. No puede amar a un hombre que sólo sea hombre, ni a un pez que sea sólo pez.
Ahora nada por el Río de la Plata, rumbo a la aldea de Mendoza. El Gigante le ha referido que unos bergantines descendieron de Asunción, y por los faisanes ha sabido que sus jefes se aprestan a despoblar a Buenos Aires. Precaria fue la vida de la ciudad. Y triste. Apenas han transcurrido cinco años desde que el Adelantado alzó allí las chozas. Y la destruirán.
En la vaguedad del crepúsculo, la Sirena distingue los tres navíos que cabecean en el Riachuelo. Más allá, en la meseta, arden los fuegos del villorrio destinado a morir.
Se aproxima cautelosamente. No ha quedado casi nadie en los bergantines. Eso le permite acercarse. Nunca ha rozado como hoy con el pecho grácil las proas; nunca ha mirado tan vecinas las velas cuadradas que tiemblan al paso de la brisa.
Son unos barcos viejos, mal calafateados. La noche de junio se derrumba sobre ellos. Y la Sirena bracea silenciosamente alrededor de los cascos. En el más grande, en lo alto de la roda, bajo el bauprés, advierte una armada figura, y de inmediato se esconde, temerosa de ser descubierta. Luego reaparece, mojado el cabello negro, goteantes las negras pestañas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo? O no... o no es un hombre... El corazón le brinca. Vuelve a zambullirse. La noche lo cubre todo. Únicamente fulgen en el cielo las estrellas frías y en la aldea las fogaradas de quienes preparan el viaje. Han incendiado la nao que hacía de fortaleza, la capilla, las casas. Hay hombres y mujeres que lloran y se resisten a embarcar, y los vacunos lanzan unos mugidos sonoros, desesperados, que suenan como bocinas melancólicas en la desierta oscuridad.
Al amanecer prosigue la carga de los bergantines.
Partirán hoy. En lo que fue Buenos Aires, sólo queda una carta con instrucciones para quienes arriben al puerto, aconsejándoles cómo precaverse de los indios y prometiéndoles el Paraíso en Asunción, donde los cristianos cuentan con setecientas esclavas para servirles.
Las naos remontan el río, entre las islas del delta. La Sirena las sigue a la distancia, columpiándose en el vaivén de las estelas espumosas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo?
Tuvo que aguardar a la luz indecisa de la tarde para verle. No había abandonado su puesto de vigía. Con un tridente en la derecha y una rodela embrazada, custodiaba el bauprés del cual tironeaban los foques al menor balanceo. No, no era un hombre. Era un ser como ella, de su casta ambigua, hombre hasta la mitad del cuerpo, pues el resto, de la cintura a los pies, se transformaba en una ménsula adherida al barco. Una barba rígida, triangular, le dividía el pecho. Le rodeaba la frente una pequeña corona. Y así, medio hombre y medio capitel, todo él moreno, soleado, estriado por las tormentas, parecía arrastrar el navío al impulso de su torso recio.
La Sirena ahogó un grito. Surgieron en la borda las cabezas de los soldados. Y ella se ocultó. Se sumergió tan hondo que sus manos se enredaron en plantas extrañas, incoloras, y el olear se llenó de burbujas.
La noche arma de nuevo sus tenebrosas tiendas, y la hija del Mar se arriesga a arrimarse a la popa y a deslizarse hasta el bauprés, eludiendo las manchas amarillas de los faroles encendidos. A su claridad el Mascarón es más hermoso. Se le sube la luz por las barbas de dios del Océano hacia los ojos que acechan el horizonte.
La Sirena le llama por lo bajo. Le llama y es tan suave su voz que los animales nocturnos que rugen y ríen en la cercana espesura callan a un tiempo.
Pero el Mascarón de afilado tridente no contesta y sólo se escucha el chapotear del agua contra los flancos del bergantín y la salmodia del paje que anuncia la hora junto al reloj de arena.
Entonces la Sirena comienza a cantar para seducir al impasible, y las bordas de los tres navíos se pueblan de cabezas maravilladas. Hasta irrumpe en el puente Domingo Martínez de Irala, el jefe violento. Y todos imaginan que un pájaro está cantando en la floresta y escudriñan la negrura de los árboles. Canta la Sirena y los hombres recuerdan sus caseríos españoles, los ríos familiares que murmuran en las huertas, los cigarrales, las torres de piedra erguidas hacia el vuelo de las golondrinas. Y recuerdan sus amores distantes, sus lejanas juventudes, las mujeres que acariciaron a la sombra de las anchas encinas, cuando sonaban los tamboriles y las flautas y el zumbido de las abejas amodorraba los campos. Huelen el perfume del heno y del vino que se mezcla al rumor de las ruecas veloces. Es como si una gran vaharada del aire de Castilla, de Andalucía, de Extremadura, meciera las velas y los pendones del Rey.
El Mascarón es el único en quien no hace mella esa voz peregrina.
Y los hombres se alejan uno a uno cuando cesa la canción. Se arrojan en sus cujas o sobre los rollos de cuerdas, a soñar. Dijérase que los tres bergantines han florecido de repente, que hay guirnaldas tendidas en los velámenes, de tantos sueños.
La Sirena se estira en el agua quieta. Lentamente, angustiosamente, se enlaza a la vieja proa. Su cola golpea contra las tablas carcomidas. Ayudándose con las uñas y las aletas empieza a ascender hacia el Mascarón que, allá arriba, señala el camino de los tesoros. Ya se ciñe a la ménsula rota. Ya rodea con los brazos la cintura de madera.
Ya aprieta su desesperación contra el tronco insensible.
Le besa los labios esculpidos, los ojos pintados.
Le abraza, le abraza y por sus mejillas ruedan las lágrimas que nunca lloró. Siente un dolor dulcísimo y terrible, porque el corto tridente se le ha clavado en el seno y su sangre pálida mana de la herida sobre el cuerpo esbelto del Mascarón.
Entonces se oye un grito lastimero y la estatua se desgaja del bauprés. Caen al río, estrechados en una sola forma, y se hunden, inseparables, entre la fuga plateada de los pejerreyes, de los sábalos, de los surubíes.


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali-Colombia)

ÁLBUM SECRETO

A Jorge Eliécer Ordóñez,
en amistad.

Esa ciudad tiene nombre de santo,
de un tal Santiago,
como una premonición de fiesta y alabanza.
Allí sólo he amado lo que perdí:
la paciencia de ser cada vez más audaz
la locura por una palabra que jamás conquistaré
este deseo de poseer el mundo entero.

Ciudad con temple de hielo a mediodía
formaste un muro en torno a tus secretos
y nosotros gastamos descifrándote toda una vida
por un sueño,
un deseo.
Eres el pretexto de nuestros discursos.
Tus cielos de abajo
y tus ángeles caídos
no facilitan que nuestras ganas de saberte existiendo
se cumplan.

Todo por un sueño:
poesía;
igual a una tonta palabra
has sido el motivo de mis días.

FUENTE DE LA PILA DEL CRESPO

Antes donabas agua para secas lenguas
como estropajo de patio.
Vaivén de cacerolas
bailando con la música de pequeñas
cascadas.
Eras de agua, del río mortal que se llevó en sus brumas
palabras que algún hombre dijo ante otro hombre
una tarde de marzo.

Petrificada ahora por la ceniza del tiempo,
¿quién no tomó de ti la metafísica material
en tu sustancia acuática?
Ya no apagas nada.
Sólo joya de ciudad,
adorno inútil para el que ignora
la deslumbrante
alegría que dabas.

CALLE DE LA AMARGURA

Vas y vienes como loca de casa,
con adoquines, piedras sin golpes de caballos,
bella y terrible igual a un ángel de pie.

Allá en senda abajo se abre el valle,
y las respiraciones de errantes almas
no saben que existes.

Sólo lunáticos borrachos
salen a saborear la continua voz que les alargas,
niños se juntan en la apagada luz de los santuarios
y pasan aún frailes
metidos en la extensa noche de sus sábanas.

Bajo tu fragancia
perros husmean amor y una cáscara de plátano.


PÁGINA 26 – ENSAYO

LA HISTERIA DE LA PALABRA POÉTICA

Por Cristian Vitale (La Plata-Buenos Aires-Argentina)

Las palabras nunca son lo mejor para estar desnudos
(Luis Alberto Spinetta)

Como buen maestro que fue, Freud recurrió a la metáfora. Dijo: la histérica es esencialmente dos cosas: puritana y puta. Pero todo a un tiempo. Supo ser más gráfico. La histérica usa ambas manos en simultáneo: con una se levanta la pollera, con la otra se cubre. De haberle dado la cronología, hubiera adjuntado la postal de Marilyn a su reveladora metáfora. Luis Alberto Spinetta también fue metafórico. Dijo inolvidablemente: “las palabras nunca son lo mejor para estar desnudos”. Nunca son lo mejor, pero aspiran a la desnudez. O, siguiendo la imagen de Freud, tienen vocación de putas, pero naturaleza de puritanas. Son, digamos, decentes a fuerza de no poder. La metáfora de la desnudez también la utilizó Tamara Kamenszain: “la poesía es un acto de nudismo”. Claro que fallido. Eso lo sabe ella hasta el cansancio.
Una vez leí en algún lado un fallo sobre la poesía (con forma de definición) que revelaba: “la poesía es un dolor mal disimulado”. Esta, a diferencia, creo yo, de las anteriores, es ante todo, una toma de posición. Pero también creo que puede ser leída a la luz de la mayor parte de la poesía moderna. Un dolor que se disimula mal. Que se nota. Un dolor que se le ve. Como a Marilyn.
Estas palabras reunidas, asociadas, me llevan a otra manera más (otra metáfora más) de pensar a la palabra poética. El comportamiento de la poesía es alta, incómodamente histérico. Y hay dos formas de pensarlo. Una histeria es inherente. Por más que quiera, las “palabras de este mundo”, al decir de Pizarnik, no llegan al mundo. Es una patología del lenguaje. Pero más que esa imposibilidad en la que han creído todos los grandes poetas modernos, o quizá por esa fe, la poesía, condicionada o no por su impotencia, se ha comportado histéricamente, redondeando, de Rimbaud para acá.
Lúbrica y pura, como la luna de Lorca, la palabra muestra y tapa, se asoma y se esconde. Todo a una vez. Esta histeria de la poesía ha creado, como contraparte, un lector con paciente avidez. Al resto lo ha espantado o ha muerto, la poesía, en sus manos. Es un lector que se queda en la superficie (cuando aprende, goza allí) hasta que las palabras le abran un hueco para entrar y entender. El lector moderno casi nunca claudica, casi nunca deja de creer en un sentido, pero ha aprendido a (des)esperarlo. La lectura se hace sinuosa, desesperante. La sabiduría de las palabras está en la promesa, como buena histérica, en dejarse levantar la pollera, como Marilyn, para excitar la esperanza. La contrapartida, por supuesto, es la histeria del lector. Su deseo histérico. Que ya no acepta la prostitución ni la castidad por separadas. Espera a Venus cuando aparece Diana y a Diana cuando aparece Venus. Es el voyeur que espera durante horas que se deslice un bretel pero que no soporta la caída. No la perdona.
La oscuridad de la poesía nunca es total, más allá del proyecto del poeta. La función poética, pensado en términos lingüísticos, no se hace con una mano sola, como pensaba Jackobson. La palabra les juega una mala pasada tanto a los que reniegan de su sentido como a quienes le creen sin sospechas. La palabra poética es un escarnio para creyentes y agnósticos. Sus dos caras no se despegan. No se niegan. No se contradicen. Nunca es la mejor manera de estar desnudos. Tampoco es la mejor manera de estar vestidos. Es como una moneda que rueda de canto pero que va tropezando y a veces es cara y a veces es seca. El lector ha aprendido que nunca cae. Y si cae pierde el poema.
Los dos extremos se han intentado. No creo que ninguno haya sido feliz. Ni siquiera creo que, bien entendido, hayan sido posibles. (El surrealismo no ha creado un solo poema bueno pero sí, significativamente, centenares de buenos poetas) Desde Rimbeau la poesía viene queriendo decir algo. Que no lo diga, primero es una impotencia, luego una sensualidad necesaria. Sospecho que quiere decir algo muy importante porque si no ya lo hubiera dicho. La trivialidad es un camino accesible para el lenguaje. También sospecho que no quiere decir nada muy importante porque si no ya hubiera desistido. O bien porque ya entendió, como Cernuda, que “detrás del fondo no hay fondo”. O lo que hay no es nada del otro mundo. Como Marilyn.


PÁGINA 27 – CUENTO

¡ES VERDADERO!

Por Raúl Astorga (Rosario-Santa Fe-Argentina)

Hay días, esos días plomizos, con una inofensiva pero persistente llovizna, que me tiran abajo, no digo depresión pero me tiran abajo, y entonces pienso en Cantalarrabia, Juancito Cantalarrabia. En los últimos años, en que supimos algo de él, era que se apoltronaba en un viejo sillón que tenía en el comedor para encender su vapuleada videocassettera y reproducir hasta el cansancio la final del concurso de preguntas y respuestas en el que participó con intenciones de cambiar para siempre el rumbo de su vida. Nosotros conocíamos al detalle todos y cada uno de los pasos que dio para llegar a esa final y, Raiter también, le decíamos que se olvidara de aquello, que no podía vivir con eso como un puñal intocable en el pecho. Pero, a la vez, reconocíamos que no era fácil olvidarse de un episodio como ése. No era fácil. Si hasta me parece que puedo introducirme en su mente en el momento de los hechos, mientras la cinta del cartucho Grundig gira sin piedad con malsana displicencia. Juancito Cantalarrabia, decía…
Llegué, me costó pero llegué. Hoy el set de grabación tiene un aroma extraño que no debe perjudicarme, es producto seguramente de que es el último programa y yo no puedo creer que esté aquí, que mi rostro haya aparecido en todos los spots publicitarios de la semana anunciando esta gran final. El idiota de Tucho Calvini me alienta con una falsedad que se huele más que la gomina glostora que se pone en su pelo, sí, no hablo de la época del blanco y negro, no sé dónde la consigue, pero es la glostora que usaba mi abuelo cuando yo era muy chico y lograba estropearme el inolvidable aroma a chocolate águila un sábado por la tarde. Es un locutor acartonado, que sigue el guión a rajatabla, me palmea y me dice: tranquilo, pibe, todo va a andar bien. Falta un minuto para salir al aire, ya pasé por maquillaje donde la mujer bajita, tratando de ser amable, me tiró del pelo para peinarme, está bien que hace dos meses que no me lo lavo por cábala, pero tendría que tener más cuidado. El polvillo que me pasó por la cara era más parecido al cemento para pegar cerámicos que al glamoroso tapahuellas que usan las más conocidas modelos. Ahí me acordé del ganador del año pasado, al que se le notaba en el pómulo derecho una cicatriz, tal vez producto de una antigua reyerta, y me dije que tal vez cuando me preguntaron si quería maquillaje, tendría que haber dicho que no, porque ahí, previo al comienzo, te desconcentran bastante. Con una pinza para depilar te toquetean por todos lados y salís muy dolorido. ¡Al aire! grita la productora de cabellera roja y sweter tejido al crochet. Tucho espera que el baterista golpee con desprolija solemnidad el redoblante y el toque final de platillos, y el coro que lo escolta, dos chicas casi desvestidas, que repiten sin cansancio el nombre del programa: ¡Es verdadero! ¡Es verdadero! Tucho exhibe una sonrisa gigante y anuncia que estamos en la gran final, y estira, como en todos sus programas las letras “a”. Dice: si el señor director me lo permite vamos a recordar el camino recorrido hacia esta final por nuestro amigo Juan Caaaantalarraaaabiaaaa. Y aparece el racconto. La primera pregunta, por cinco mil pesos: un coche que gira en una esquina hacia la izquierda lo hace con sus cuatro ruedas, ¿es verdadero o falso? La segunda pregunta, por diez mil pesos: en el año 1972, un molino de viento arrojó piedras dentro de la cancha del Deportivo Rural de Totoras, lo que llevó a la suspensión del partido y desafiliación de esa entidad, ¿es verdadero o falso? La tercera pregunta por cincuenta mil pesos, y ahí ya empiezo a acordarme del delincuente de Codini que me echó de su empresa después de veintiocho años de servicio y no me pagó la indemnización porque me encontró con su empleada preferida escuchando un tema de Lionel Ritchie en la oficina y a partir de ese despido, jamás conseguí otro laburo debido a mi edad, ¿quién toma un empleado a los cincuenta que no puede dar referencias? Eso me trajo al programa, la revancha, la indemnización que no percibí en su momento, la tercera pregunta, dice: el Monumento a la Bandera tuvo su primer intento en una isla frente a la ciudad de Rosario, ¿verdadero o falso? Digo verdadero y Tucho Calvini grita estirando la “e”: es verdadeeeero. Las coristas repiten: es verdadeeeero. El baterista golpea por doquier, esperando que se detenga la gritería pavorosa. La cuarta pregunta, por cien mil pesos: el actor que doblaba al personaje Bernardo, el asistente del Zorro inició una huelga de hambre, porque no le querían abonar el salario acordado, ¿es verdadero o falso? Ahí comienzan mis especulaciones, si la pregunta anterior era verdadera, ésta será falsa, porque qué voy a saber yo quién era y si hizo una huelga de hambre el doblador de Bernardo que lo único que tenía que hacer era el silbidito de la “z” cuando instigaba a Diego de la Vega a enmascararse en busca de salvar alguna situación. Digo falso y se desata la locura. Tucho salta, grita, me pega piñas en el hombro, caen papelitos picados en el set y sólo se oye: estás en la final, estás en la final. Sí, ya sé que estoy en la final, respondo yo con enorme tranquilidad. Aunque ahora estoy algo nervioso, lo reconozco, porque estos chantas, con tal de no dar el premio dos años seguidos me van a preguntar algo que ni el pibe de Odol en los setenta sabría contestar. Tucho me tranquiliza, me dice: tranquilo, poné mucha atención porque o te llevás todo el dinero o perdés todo. Y te dicen eso y la verdad, muy tranquilo no te quedás. Tucho arremete: por quinientos mil pesos, la pregunta es… la Tierra empezó a girar, alrededor del sol, hace quinientos años, por eso antes se la consideraba plana. Y cuatro veces me repite lo de tranquilo, lo de los quinientos mil mangos, la pregunta y pide un redoble suave para poner clima al asunto. No lo puedo creer, una tontería, una boludez, los quinientos mil son míos. La Tierra empezó a girar, alrededor del sol, hace quinientos años, por eso antes se la consideraba plana. A ver, si la Tierra no giraba, en una parte era siempre de día y en otra era siempre de noche. Por eso Platón dijo lo de Atlantis, se hundieron porque no veían un carajo. Por eso nadie hablaba en Europa del continente americano, porque no lo veían, por eso los vikingos llegaron primero, porque en el casco con cuernos tal vez tenían linternas como los mineros. Claro, ahora caigo, si al ganador del año pasado le preguntaron: Argentina salió campeón del mundo en fútbol dos veces, en el mismo continente, pero en condiciones climáticas diferentes. Y fue verdadero, que es el nombre del programa. Aunque después se dijo que se lo dieron para que este año tuviera más rating. Comienzo a sonreír, mientras Tucho repite la pregunta: la tierra empezó a girar, alrededor del sol hace quinientos años, por eso antes se la consideraba plana. ¡Es verdadero! grito.
Hay días en que la llovizna me sugiere que me quede en casa, voy al reproductor, pongo un c.d. y pienso en Cantalarrabia, Juancito Cantalarrabia, y te aseguro que es verdadero.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Norton Contreras Robledo (Malmö-Suecia)

TENTATIVAS

Te miro a través de los ojos del tiempo
suspendido en los momentos de los recuerdos.
El desayuno cotidiano se consume en el café con leche,
en las tostadas con mermeladas
en la conversación ,en las miradas, y en la rutina.
Afuera la primavera con sus flores pinta el día
de aromas y colores.
Adentro florecen la nostalgia, las ilusiones y pensamientos
de lo que pudo haber sido si la mirada hubiese revelado
lo que nunca viste en ella,
si el verbo hubiese germinado los versos en el tiempo preciso
en el lugar exacto,
pero se quedó esperando, aguardando
un nuevo día un nuevo amanecer, algo así como el renacimiento
de los tiempos pretéritos en la conjugación del presente.
En el desayuno cotidiano
aquí en la cocina
se fueron consumiendo
cada ilusión y pensamiento
cada tentativa de renacer
en el pretérito imperfecto del verbo
cada tentativa de ser presente en la pasión y el amor
aquí y ahora…..
y por los siglos
de los siglos
perdurar en el amor.

TENTACIÓN EN EL RINCÓN DEL EDÉN

Tentación, deseos
Deslizándose por llanuras blancas,
valles que van al oasis, al origen,
rincón del Edén,
árbol del manzano,
cuerpo cálido
la serpiente
ofreciendo
luz, conocimiento,
verbo
vida
palabras
la evidencia de la desnudes
esperando,
tentación
deseos
ritmo
candencia
movimiento telúrico
temblor
epicentros en el medio
de la geografía de tu cuerpo.
Al alba, las primeras luces
te muestran insinuante , tentadora
en la foto suspendida
en los laberintos del muro virtual.
Te hablo y evoco tu nombre,
desde la lejanía
me responde el silencio.

VEN A MI PUERTO MUJER.

Ven bella mujer
Musa de los vientos
de marineros náufragos
en la mar del amor y el desamor
en sus noches de insomnios
desvelados en tus brazos.
ven musa de poetas
pasión de los volcanes habitando
en tu cuerpo.
calma de los silencios perpetuados a los pies del
claro de luna,
perfume de la esencia de tu cuerpo
fugitivo en las constelaciones estelares
de la noche.
caja de Pandora suspendida
en los cerrojos de las habitaciones,
acechando y ofreciendo la tentación
de ser descubierta...
para sorprender
con lo desconocido emergiendo
de tus mundos interiores.
Ven a mi puerto mujer.
No te detengas!
que no te venzan tempestades
palabras de enamorados
susurros de amantes fortuitos
Que nadie ni nada te detenga.
ven a estas costas
a mi puerto aquí en Valparaíso,
desde siglo milenarios te espero
tejiendo poemas
en el viento,
en el horizonte.
La brisa marina
susurra tu nombre.
ven mujer amor
mujer pasión
mujer ternura.
Ven a mis atardeceres
sentados en el muelle Prat
ahí en el puerto
eres los tres deseos en la caída de
una estrella fugaz.


PÁGINA 29 – ENSAYO

LA HIPOCRESÍA ARGENTINA.

Por Jorge Luis Borges (Buenos Aires/1899-Ginebra/1986)
8 de marzo de 1984
Suplemento Cultura y Nación
Diario Clarín

El dictamen francés de que la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud corresponde con precisión a Tartufo o a ciertos personajes de Dickens, no a la hipocresía argentina, que es de otro orden. El hipócrita, entre nosotros, se jacta de esa miseria necesaria, el dinero, o de esa otra miseria, la fama. Consideremos una de sus obsesiones: la imagen argentina. Adelina del Carril, viuda de Ricardo Güiraldes, vivió diez años en la India, cuya cultura es una de las más complejas del orbe.

A su vuelta, le preguntaron: ¿Qué dicen de nosotros en la India? Nada le preguntaron sobre las tierras que había conocido. Yo tuve una experiencia análoga. En un aula de Nueva York hablé sobre la obra de Kafka. Un compatriota, a quien muy poco le interesaría esa obra, me dio las gracias porque yo había mejorado, esa tarde, la imagen argentina.

El culto de esa imagen nos ha llevado a una profusión de eufemismos. Un grupo de cambiantes militares se encarama al poder y nos maltrata durante unos siete años; esa calamidad se llama el proceso. Los terroristas arrojaban sus bombas; para no herir sus buenos sentimientos, se los llamó activistas. El terrorismo estrepitoso fue sucedido por un terrorismo secreto; se lo llamó la represión.

Los mazorqueros que secuestraron, que a veces torturaron y que invariablemente asesinaron a miles de argentinos, obtuvieron el título general de fuerzas parapoliciales. Hubo una invasión y hubo una derrota; las autoridades hablaron de anticolonialismo y de un cese de hostilidades. Un ministro, acaso deliberadamente, arruina la Patria; se lo denomina un economista. La Patria fue degradada, expoliada y éticamente corrompida; se la apodó Argentina Potencia. El viaje de una viuda de Perón se llama operativo retorno. Gremialista es el mote que se otorga a ciertos matones. Un negocio turbio es un negociado y, a veces un ilícito. Cobrar excesivamente un trabajo es hacerse valer. La disputa con Chile se apodó conflicto limítrofe.

En la esquina de Charcas y Maipú había, hasta hace poco, un alto y hondo conventillo. Los vecinos recordarán las paredes amarillas, el portón, el entrevisto patio y su pileta y el balcón de fierro al que salía una pareja de viejitos y una nochera; tal era el eufemismo que usaba el barrio. El hecho nada tiene de singular; lo singular es que nadie hablaba de conventillo, porque se entiende que no los hay en el centro y menos en el norte.

No importa que haya pobres; lo que importa es que no se sepa. En vísperas de un certamen de fútbol, apodado el Mundial, las autoridades repartieron ropa a la gente, para que los turistas no advirtieran que hay pobres en Buenos Aires. A los rancheríos de las orillas, popularmente llamados villas miserias, se los llama ahora villas de emergencia. Sé de familias que durante los meses de diciembre, de enero y de febrero, vivían escondidas en su casa para que la gente creyera que estaban veraneando en el Uruguay.

Otra especie del género son los eufemismos pomposos. El presidente es el primer mandatario, su mujer es la primera dama, palabra de la jerga teatral. Un ministro es el titular de la cartera, curioso gongorismo. Un ciego (yo lo soy) es un no vidente. Una cuadrilla de parientes y de pistoleros es ahora un séquito. Un plagio es una reminiscencia. A los maestros se los llama docentes; a los psicoanalistas, psicólogos; a los porteros, encargados; a los basurales, cinturón ecológico; a las batidas policiales, vastos operativos; a los controles de vehículos, Operativo Sol. Desde hace poco, la venta lucrativa (toda venta lo es) de obscenidades y la exhibición de desnudos se llama democracia o, a la española, destape.

Ofrezco este primer borrador, sin duda incompleto, del vocabulario habitual de nuestra hipocresía. La Academia Argentina de Letras bien puede ampliarlo.


PÁGINA 30 – CUENTO

CAZADOR DE CREPÚSCULOS

Julio Cortázar (Bélgica/1914-Francia/1984)

Si yo fuera cineasta me dedicaría a cazar crepúsculos. Todo lo tengo estudiado menos el capital necesario para el safari, porque un crepúsculo no se deja cazar así nomás, quiero decir que a veces empieza poquita cosa y justo cuando se lo abandona le salen todas las plumas, o inversamente es un despilfarro cromático y de golpe se nos queda como un loro enjabonado, y en los dos casos se supone una buena cámara con buena película de color, gastos de viaje y pernoctaciones previas, vigilancia del cielo y elección del horizonte más propicio, cosas nada baratas. De todas maneras creo que si fuera cineasta me las arreglaría para cazar crepúsculos, en realidad un solo crepúsculo, pero para llegar al crepúsculo definitivo tendría que filmar cuarenta o cincuenta, porque si fuera cineasta tendría las mismas exigencias que con la palabra, las mujeres o la geopolítica.
No es así y me consuelo imaginando el crepúsculo ya cazado, durmiendo en su larguísima espiral enlatada. Mi plan: no solamente la caza, sino la restitución del crepúsculo a mis semejantes que poco saben de ellos, quiero decir la gente de la ciudad que ve ponerse el sol, si lo ve, detrás del edificio de correos, de los departamentos de enfrente o en un subhorizonte de antenas de televisión y faroles de alumbrado. La película sería muda, o con una banda sonora que registrara solamente los sonidos contemporáneos del crepúsculo filmado, probablemente algún ladrido de perro o zumbidos de moscardones, con suerte una campanita de oveja o un golpe de ola si el crepúsculo fuera marino.
Por experiencia y reloj pulsera sé que un buen crepúsculo no va más allá de veinte minutos entre el clímax y el anticlímax, dos cosas que eliminaría para dejar sólo su lento juego interno, su caleidoscopio de imperceptibles mutaciones; se tendría una película de esas que llaman documentales y que se pasan antes de Brigitte Bardot mientras la gente se va acomodando y mira la pantalla como si todavía estuviera en el ómnibus o en el subte. Mi película tendría una leyenda impresa (acaso en voz off) dentro de estas líneas: “lo que va a verse es el crepúsculo del 7 de junio de 1976, filmado en X con película M y con cámara fija, sin interrupción durante Z minutos. El público queda informado de que fuera del crepúsculo no sucede absolutamente nada, por lo que se le aconseja proceder como si estuviera en casa y hacer lo que le dé la santa gana; por ejemplo, mirar el crepúsculo, darle la espalda, hablar con los demás, pasearse, etc. Lamentamos no poder sugerirle que fume, cosa siempre tan hermosa a la hora del crepúsculo, pero las condiciones medievales de las salas cinematográficas requieren, como se sabe, la prohibición de este excelente hábito. En cambio no está vedado tomarse un buen trago del frasquito de bolsillo que el distribuidor de la película vende en el foyer”.
Imposible predecir el destino de mi película; la gente va al cine para olvidarse de sí misma y un crepúsculo tiende exactamente a lo contrario, es la hora en la que acaso nos vemos más al desnudo, a mí en todo caso me pasa, y es penoso y útil; Tal vez que otros también aprovechen, nunca se sabe.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Rodica Grigore (Sibiu-Rumania)

COSAS SOMOS

Cosas somos entre las cosas.
Somos casi almas, nosotros dos,
semejantes de pura suerte con todos.
Cosas somos, que llevan dentro de ellas
pensamientos como las piedras, a veces estrellas,
y para siempre una añoranza.

Por su camino cada uno
andaríamos para siempre en alguna parte.
Andaríamos juntos, para siempre nosotros dos,
pero el camino de las nubes es tan demasiado largo
en nuestro mundo – para nosotros.

INSCRIPCIÓN EN UN MADERO

Alma y voz,
un fogón para vivir,
el regalo que ofreces,
la querida que tienes,
umbrales del paraíso.

INSCRIPCIÓN EN UNA CASA NUEVA

Todo está en su lugar:
la araña se queda en su telaraña
como si fuera un mundo de seda.
Nada añora
para salir de su prisión.

Todo está en su lugar:
la piedra, la flor, el cántaro,
el fogón, el pedernal y el acero y la yesca.
Una sola ley para todos:
hacerse horizonte de su propio mirador
para sentirse bien en su propia casa.

MI CORAZÓN EN EL AÑO 1940

Las estrellas, es verdad, ya están
encima de nosotros, todas ellas,
pero Dios nos pasa por alto.
Las tinieblas no tienen fin,
la luz no tiene resurrección.
Mi corazón – es un libro que se quema,
un llanto en medio del país.

SOBRE MUCHOS CAMINOS

Sobre tantos caminos, muchos de veras, mi pensamiento
Intenta ir hacia ti. ¡Ay, aquel fin del día
sobre el cual escarchas presurosas han caído!
En mi jardín las flores
deseando o soñando otras claridades más altas
todavía llaman
tu luz sin un nombre.
Dónde estás hoy, no lo sé. Ninguna canción
te encuentra. Hoy
tú estás dónde estás. Y yo – aquí. Esta lejanía
puso entre nosotros la osa mayor en el cielo,
las aguas en las valles, el fuego en la noche sobre las colinas,
y además sobre la tierra puso anémonas y pasiones
que el día no ama.
Como una puerta se ha cerrado. Ninguna seña traspasa
las aduanas, las aduanas.

DÍA Y NOCHE

¡Día y noche! ¡Qué cambio de espacios para nosotros,
para siempre permitido y repetido!
Cuando despiertos, estamos en el mundo.
Cuando dormidos, soñamos con Dios.

UNA VEZ LA TIERRA FUE TRANSPARENTE

Una vez la tierra fue transparente
como las aguas de la montaña en todas las suyas,
para sí murmurando el sonido claro y vivo.
Después se oscureció, por dentro, por una grande tristeza,
o por espesas tinieblas que ninguna lengua puede describir.
¿Todo pasó cuando una prodigalidad salvaje
de bellezas dio ocasión al pecado por primera vez
de abrirse una calle por debajo de los árboles?

No puedo saber lo que fue, pasó antaño, hace tanto tiempo.
Sé solamente lo que veo: debajo de tu paso, por donde andas
o te quedas, la tierra, una vez más, por un momento,
sonriendo junto con sus muertos, se hace transparente.
Como aguas sin arena ni casquijos, fabulosas, frías,
milagros se ven quemando – por la arcilla purpúrea.

ALAS DE PLATA

Estaciones y viento, el del norte
Lo mismo que el viento del sur, si me buscarán
me van a encontrar cerca de ti.
Y viajeros, espías desde lejos
o el país mismo, las tumbas y los guijarros,
todo eso, si preguntarán por mi
me van a encontrar, en el viento, cerca de ti.

Por largos días, semanas, meses y años
me pierdo en tus ojos, precioso amor.
Como me pierdo en los espejos,
que no pueden mentir por ellos mismos,
intento darme cuenta si
las alas que siento en mi espalda
son de verdad plumas de plata
o solamente una fantasía que pesa.


PÁGINA 32 – ENSAYO

POESÍA Y POEMA

Por Octavio Paz (México /1914-1998)

"La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aisla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia.
Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. Expresión histórica de razas, naciones, clases.
Niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Experiencia, sentimiento, emoción, intuición, pensamiento no dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo.
Obediencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, copia de una copia de la idea. Locura, éxtasis, logos. Regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Juego, trabajo, actividad ascética. Confesión. Experiencia innata. Visión, música, símbolo. Analogía: el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal. Enseñanza, moral, ejemplo, revelación, danza, diálogo, monólogo. Voz del pueblo, lengua de los escogidos, palabra del solitario. Pura e impura, sagrada y maldita, popular y minoritaria, colectiva y personal, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la superflua grandeza de toda obra humana!

El poema, sin dejar de ser palabra e historia, trasciende la historia. A reserva de examinar con mayor detenimiento en qué consiste este traspasar la historia, puede concluirse que la pluralidad de poemas no niega, sino afirma, la unidad de la poesía.
Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor intensidad, toda la poesía. Por tanto, la lectura de un solo poema nos revelará con mayor certeza que cualquier investigación histórica o filológica qué es la poesía. Pero la experiencia del poema —su recreación a través de la lectura o la recitación— también ostenta una desconcertante pluralidad y heterogeneidad. Casi siempre la lectura se presenta como la revelación de algo ajeno a la poesía propiamente dicha. Los pocos contemporáneos de San Juan de la Cruz que leyeron sus poemas, atendieron más bien a su valor ejemplar que a su fascinante hermosura. Muchos de los paisajes que admiramos en Quevedo dejaban fríos a los lectores del siglo XVII, en tanto que otras cosas que nos repelen o aburren constituían para ellos los encantos de la obra. Sólo por un esfuerzo de comprensión histórica adivinamos la función poética de las enumeraciones históricas en las Coplas de Manrique. Al mismo tiempo, nos conmueven, acaso más hondamente que a sus contemporáneos, las alusiones a su tiempo y al pasado inmediato. Y no sólo la historia nos hace leer con ojos distintos un mismo texto. Para algunos el poema es la experiencia del abandono; para otros, del rigor. Los muchachos leen versos para ayudarse a expresar o conocer sus sentimientos, como si sólo en el poema las borrosas, presentidas facciones del amor, del heroísmo o de la sensualidad pudiesen contemplarse con nitidez. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro."


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

UN VIAJE POR LA LITERATURA: Héctor Bianciotti en la Academia Francesa

Por Irma Bignon (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Hijo de inmigrantes piamonteses, Héctor Bianciotti nace en Argentina el 18 de marzo de 1930. Sus padres hablan el dialecto entre ellos, prohibiendo su uso a los hijos y obligándolos a hablar el español.
Su padre, granjero, lleva una ruda existencia en la “pampa seca”, en la provincia de Córdoba. El dinero es escaso. Para asegurar al niño Héctor una oportunidad de escapar de la pobreza, lo hacen entrar en el seminario franciscano de Moreno.
Al cabo de un tiempo, él siente que no tiene la fe suficiente ni las condiciones necesarias para seguir el apostolado. Sin embargo se queda porque allí aprende la lengua francesa. Se entusiasma con la obra de Valéry, confrontando los textos en español y en francés.
La infancia en la llanura argentina y los años de seminario, permanecerán siempre en su corazón. Y se volverán a encontrar en sus libros. “Sólo la infancia paradisíaca o atroz es real. No hay otro país, no se es de otro país” – escribe.
Pero sí se puede tener el gusto de los viajes, descubrirse una patria, y hasta cambiar de lengua.
A los 25 años, un día de marzo de 1955, cambia Argentina por Europa, tierra de artes y de letras. No tiene un centavo, pero está armado de una doble convicción: su viaje será sin retorno y, para mantenerse en pie, tendrá antes que aprender a caer. Así, primero en Nápoles y después en Roma, en la más absoluta indigencia, empezará la caída a los infiernos del hambre y el lento, tenebroso y bellísimo aprendizaje de la dignidad. De ese tiempo, en el umbral de la nada, Bianciotti rescata ante todo el ser humano, personas que se cruzan en su camino, desde los turbios encuentros fortuitos hasta el placer de conocer algún personaje famoso.
El duro deambular se prolonga en el agrio Madrid del franquismo, donde, como aprendiz de comediante, inicia otra etapa dolorosa, aunque estimulante, entre la generosidad de unos y la vileza de otros.
Y por fin, Paris, donde se inicia para él otro viaje, no menos arriesgado: el de escritor. La ciudad, donde más tarde sería su académico, lo deslumbra. “La realidad y el mito de Paris se funden la una con el otro y hacen de ella la ciudad de las ciudades” – escribe. Y en otra ocasión dirá: “Yo no llegaría a su corazón sino por caminos complicados, vueltas sorpresivas, atajos, saltos al vacío, según la necesidad”.
¿Por qué el francés? Se inicia sin darse cuenta, “por amor a Valéry y a Verlaine” -dice. Sus únicas armas: un diccionario bilingüe y un entusiasmo desenfrenado.
Con una sensibilidad a flor de piel, siente en sus oídos los matices de los diferentes timbres franceses. Obsesionado por sus voces, termina por alcanzar el conocimiento máximo del manejo del idioma. “Hoy – escribe – cuando por la noche, la lámpara apagada, las últimas palabras de la lengua natal que volvían sin que las llamara, ya no vuelven más. El remordimiento está allí”.
Sus primeras novelas aparecen traducidas del español. En 1977 recibe el premio al mejor libro extranjero: “El tratado de las estaciones”. La novela “El amor no es amado” que Ed. Gallimard publica en 1982 la escribe directamente en lengua francesa. En 1985 “Sin la misericordia de Cristo” recibe el premio Fémina. “Sólo las lágrimas serán contadas” (1989) es una obra difícil y ambiciosa donde el autor nos brinda proustianamente su tiempo encontrado. “Lo que la noche le cuenta al día” recibe en 1992 el premio de la Lengua Francesa.
En 1993 recibe el Premio Literario Príncipe de Mónaco y el 18 de enero de 1996 es elegido para ocupar el sillón en la Academia Francesa.
Como se pinta un fresco sobre la tela donde lo exacto se mezcla con el sueño, Bianciotti continua su Odisea. En una visita que hace a su país natal, Argentina, después de haberlo dejado treinta años atrás, es recibido con gran alegría. Dichoso aquél que ha partido: su familia, los amigos, los vecinos lo acogen. Todo un lugar festeja al hijo que hizo su vida lejos. De esa visita, escribe un relato magnífico: “Como el trazado del pájaro en el aire”, donde logra transmutar los recuerdos en leyenda, invitándonos a seguir mil trazados de los mágicos caminos de su pasado.

Hoy, por la estrecha ventana de la vejez, Héctor Bianciotti nos sorprende con “Una pasión con todas sus Letras” que publica Ediciones Gallimard. Es un homenaje a Borges, de quien se siente un tanto el hijo espiritual (lo acompañó en sus últimos instantes en Ginebra en 1986). El libro se presenta como un juego de espejos introduciendo, a la manera del “Edipo de Buenos Aires”, perspectivas del pasado. Se pasan las páginas como si se circulara en una biblioteca a nivel humano, donde se entrelazan las paradojas más curiosas, como por ejemplo Dante escribiendo su Divina Comedia habiendo leído ya “Conocer es morir” de Pirandello, o afirmar que Montaigne en sus viajes ignoraba lo que buscaba, pero sabía muy bien de lo que huía.
En su libro, desde Dante a Borges, desde Baudelaire a Nobokov, nuestro escritor bosqueja su propio autorretrato, hecho con palabras, que es el único verdadero. “Veo en los escritores que he reunido en mi obra – reconoce – algo de mí muy íntimo que se ha deslizado en ciertos dobleces de mis páginas. Escribir sobre lo escrito es colocarse en la situación de “soñador soñado”.
Creemos que esta situación ha fascinado siempre a Miguel de Unamuno, o a Lewis Carroll. Dicho en otra forma: verse en la mirada del otro. Como si la literatura mundial nacida del sueño de un fenómeno como Homero fuera a despertar incesantemente como el Rey rojo, pulverizando a Alicia.
La colección de escritores es laberíntica. Pero los nombres no se confunden. Tienen en común el hecho de ser inimitables.
¿Qué busca Bianciotti en este viaje por la literatura? Busca al lector, erigido en crítico. En esa proliferación de letras, saber captar los diferentes matices, desentrañar el sentido de las palabras. Tal es la misión del lector. “Se escuchan las imágenes” – solía decir el gran poeta mejicano Octavio Paz. Y agregaba: “La literatura moderna es y no puede ser otra cosa que literatura crítica. Crítica del mundo en el que vivimos, crítica de la literatura, crítica de la crítica. La crítica del lenguaje acaba por ser la creación de un lenguaje”…
¿Dónde reside el atractivo de este libro que cubre medio millar de páginas? Se leen sin sentir, atrapados por las teorías muy personales de su autor (ni Proust, ni Céline, muy poco de Joyce, algunos trazos de Gide y Flaubert, nada sobre Rabelais, Stendhal o sobre la poesía francesa del siglo XX). Es como un juego de niños, pero absolutamente serio, porque se respira la libertad de poder captar todo dentro de las barreras que el escritor inteligentemente ha impuesto.
En toda su vasta obra, Héctor Bianciotti mantiene la fidelidad de su infancia, la entonación argentina, la mezcla de ironía y pudor, buscando alterar el lado serio de los pensamientos, liberándolos de todo énfasis y frenándolos en las efusiones sentimentales.
También se hallan presentes el olvido del dialecto piamontés que hablaban sus padres, y la conquista de la lengua francesa del país adoptivo, Francia, donde reside desde 1961.
Leyendo sus libros, podemos junto a él, explorar “la llanura, donde el paso del tiempo se escucha” …

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