Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 57– Agosto de 2011– Año V – Nº 58


IMÁGENES: TOMÁS SANCHEZ (Aguada de Pasajeros-Las Villas-Cuba)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

DEFENSA DE LA PALABRA

Por Eduardo Galeano (Montevideo-Uruguay)

No hemos nacido en la luna, no habitamos el séptimo cielo. Tenemos la dicha y la desgracia de pertenecer a una región atormentada del mundo, América Latina, y de vivir un tiempo histórico que golpea duro. Las contradicciones de la sociedad de clases son, aquí, más feroces que en los países ricos. La miseria masiva es el precio que los países pobres pagan para que el seis por ciento de la población mundial pueda consumir impunemente la mitad de la riqueza que el mundo entero genera. Es mucho mayor la distancia, el abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos; y son más salvajes los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia.
El desarrollo de una industria restrictiva y dependiente, que aterrizó sobre las viejas estructuras agrarias y mineras sin alterar sus deformaciones esenciales, ha agudizado las contradicciones sociales en lugar de aliviarlas. La habilidad de los políticos tradicionales, expertos en las artes de la seducción y la estafa, resulta hoy insuficiente, anticuada, inútil; el juego populista que permitía otorgar para manipular ya no es posible, o revela su peligroso doble filo. Las clases y los países dominantes recurren a la maquinaria represiva. ¿De qué otra manera podría sobrevivir sin cambios un sistema social cada vez más parecida a un campo de concentración? ¿Cómo mantener a raya, sin alambradas de púas, a la reciente legión de los malditos? En la medida en que el sistema se siente amenazado por el desarrollo sin tregua de la desocupación, la pobreza y las tensiones sociales y políticas derivadas, se abrevia el espacio disponible para la simulación y los buenos modales: en los suburbios del mundo el sistema revela su verdadero rostro.
¿Por qué no reconocer un cierto mérito de sinceridad en las dictaduras que oprimen, hoy por hoy, a la mayoría de nuestros países? La libertad de los negocios implica, en tiempos de crisis, la prisión de las personas.
Los científicos latinoamericanos emigran, los laboratorios y las universidades no tienen recursos, el "know how" industrial es siempre extranjero y se paga carísimo, pero ¿por qué no reconocer un cierto mérito de creatividad en el desarrollo de una tecnología del terror? América Latina está haciendo inspirados aportes universales en cuanto al desarrollo de métodos de torturas, técnicas del asesinato de personas e ideas, cultivo del silencio, multiplicación de la impotencia y siembra del miedo..
Quienes queremos trabajar por una literatura que ayude a revelar la voz de los que no tienen voz, ¿cómo podemos actuar en el marco de esta realidad? ¿Podemos hacernos oír en medio de una cultura sorda y muda? Las nuestras son repúblicas del silencio. La pequeña libertad del escritor, ¿no es a veces la prueba de su fracaso? ¿Hasta dónde y hasta quiénes podemos llegar?
Hermosa tarea la de anunciar el mundo de los justos y los libres; digna función la de negar el sistema del hambre y de las jaulas visibles o invisibles. Pero, ¿a cuántos metros tenemos la frontera? ¿Hasta dónde otorgan permiso los dueños del poder?


PÁGINA 2 – CUENTO

EL SALTIMBANQUI

Por Jorge Etcheverry (Toronto-Canadá)

La semana italiana se desarrolla de la manera prevista y no vamos a entrar en detalles: música, comida y vino. Podemos volver a presenciar como en otros años esa procesión mañanera después de la misa de once, en que salen en desfile congregaciones, logias y hermandades formadas por inmigrantes cuyo origen son pueblos perdidos de la Italia del sur, y que pasan portando estatuas de santos, vírgenes y estandartes. Las nuevas generaciones nacidas en el país tienen unos centímetros más y cuerpos en general trabajados por la educación física y el deporte, algunos ejemplares se acercan a lo inverosímil. Como ciertas mujeres morenas de perfil casi aéreo provenientes de algún país africano cuya belleza casi sublime nos hace dudar de su realidad.
Cae la noche y un negro con la cara pintada de diversos colores instala un cajón en medio de la calzada pululante de gente, pone frente suyo un tarro grande de latón para las monedas, se sube y adopta una postura casi imposible, absolutamente inmóvil. Cae la primera moneda, el tarro suena y la figura encaramada en el cajón salta a y asume otra postura, mira sin ver al oferente y se inmoviliza en ese gesto. La primera víctima es una niña que se asusta, se ruboriza y vuelve rápido donde sus amigas. La escena se repite una y otra vez, hasta que los más osados del corrillo ya formado se paran frente a esa estatua que cambia de postura con el retintín de cada moneda que cae, hacen morisquetas antes de echar su limosna, algunos hacen fintas, otros lo increpan para recibir un gesto mudo y petrificado como respuesta, una niña joven se acerca, le roza la cara, luego una mejilla, un brazo, echa una moneda y se para desafiante esperando el gesto congelado con que le van a responder, la estatua se deshiela y la persigue medio en broma y medio en serio, quizás más en serio.
Vuelve a su tarima. Otras monedas caen. La figura salta y cae en posición desafiante frente a un hombre torvo y vestido de chaqueta de cuero, otra moneda, y un gesto de piedra sale al encuentro de un hombre de gafas, de terno, más bien gordo, mientras la niña, desde el grupo de amigas dice «te amo» y las otras se ríen. El grupo de niñas se aleja.
El charlatán acróbata sigue desempeñando por una moneda de a dólar o dos el papel que psiquiatras, psicoanalistas, profesores y curas han jugado desde siempre, claro que con un precio más caro en metálico, credulidad y entrega. La gente del corro se sustituye y la intensidad del intercambio aumenta a medida que los presentes dejan que salga de sí lo que ha estado guardado e inexpresado quizás desde la primera infancia, esa variada pero siempre igual a sí misma gama de sentimientos, frustraciones, secretos y situaciones interpersonales. El ambiente se empieza a cargar de una violencia contenida. Nos alejamos pensando que quizás las cosas lleguen a mayores, en este medio hay mucha gente que nunca tiene ocasión para expresarse, que tienen muchas cosas guardadas bajo el poncho, como decimos en mi país y sin deseo de ofender, o según otro dicho, una hachita que afilar, un poco de sangre –existencial– en el ojo, o les duele alguna yayita. El hombre en ese momento termina súbitamente su número en esa atmósfera electrificada, se baja, toma el taburete en una mano, el tarro repleto de monedas en la otra y al irse nos pasa rozando, nos mira directamente a los ojos.
Y entonces es que nos miramos y sabemos antes de decirlo: no, nos habíamos equivocado. No era lo que nos habíamos imaginado, y lamentamos no haberlo adivinado antes, al examinar su performance. Es que habíamos andado bajo ese sol, entre los kioscos, desde al mediodía casi, degustando vino y platos típicos, viendo danzas regionales, y no nos habíamos dado cuenta.


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

DIEGO CAZZANIGA (Rafaela-Santa Fe-Argentina)

ANSIEDAD (a las 17:39)

Relojes:
De sal, de sol,
De arena y el mío, digital;
El tuyo, de pulsera,
El de ella, Mediterráneo, como Suiza…
Todos andan,
Todos coordinan,
Todos destinan
Todos lastiman
Todos esperan…
Ansiedad medida
En principio y fin,
Así lo quisimos,
Así lo tuvimos,
(Así nos hicimos cargo).
Mecánica de marcha,
Verde biológico,
Rojo en tu cronómetro,
Amarillo ocaso
O acaso, tu ocre histórico.
Tormenta de muerte
Que insonoriza sus pasos y ya
No habrá mano capaz
De darles cuerda.

ANTROPOMORFO
Ser
Quien fui,
Buscando la sonrisa
Del tiempo
En el lago profundo
De los recuerdos
En blanco y negro,
Sería como
Pretender que los paisajes
No mutaran,
No vivieran,
No hablaran.
Porque mutando,
Vivo
Y sólo no callando
Concibo
Que la película de la vida
Es en colores.

[Esta naturaleza mía
Estará bien muerta
Cuando la cuelgues
En el muro
De tu indiferencia.]

BELLEZA OCULTA

¿Qué faceta
Retiene tu llanto?

¿Qué calamidad
Te talló esas aristas mudas
Con dolor malparido?

¿Qué silencio maldice
Tu destino de aire y luz?

Belleza oculta
Mutilada
Con pico y pala.

¡Ah, cuando la tierra ruja!...
En tu seno
Caerán los dañinos
A darte la paga.

CREACIÓN

Y mientras el silencio
retumba en este vacío
frío y absoluto,
esgrimo pensamientos
de aliento tibio y pupilas dilatadas
para que emerjas de la nada
como un caos que doblega
las aristas de mi cosmos relativo.

DE CÓMO SE TEMPLA EL CARÁCTER

Y caminando por el canto de la cornisa se comprende que los desafíos no son más que manos que se tienden para ayudarnos a avanzar, sabiendo que frente a cada paso seguro que demos, no habrá motivos para ser la última gota que desborde el vaso de nuestros temores.

DEL LATÍN: HALITUS

En el colapso de improntas,
empaño el laberinto
de espejos
y lo singular de mi
atrevimiento
es el deseo
de pluralizar-te.

ÉXODO

Tender
El bastón que
Abre las aguas
Y mirar más allá
Donde el horizonte
Tiene su punto ciego.

Saber
Que el movimiento
De piezas
Puede tomar a alguien
En jaque
Sin que nadie lo mate.

Dudar,
Propio de ti,
Propio de mí,
Y el rebaño
Sobre las espaldas
Pesa.

Optar
Por remar
En el fango absoluto
Y convertirse
En ancla lastimera,
O ser luz que guíe
Tu marcha desde
Este suelo insolente
Que nada promete.

Y cuando las aguas
Se junten…

Quedar
Habiendo cumplido
Tu sueño,
Cual faro vigía
Que te llevó
A destino.

INICIACIÓN

Un comienzo,
Un respiro,
Un silencio…
Sináptica voraz
En conexión necesaria
Para desnudar
Humanidad.

Es sólo un comienzo…
Hay señal.

ZÁNGANO

En este vuelo nupcial,
Que zigzaguea
Borrachera de miel,
No comprendo por qué,
Mi Reina,
La altivez de tu
Belleza viscosa
Lambe de
Tantos amores.
Entonces
En cópula mortal y
Despedazado entiendo,
Que mi destino de zángano
Tiene el silencio
De un Rey que
Calla y otorga.


PÁGINA 4 – ENSAYO

CAÍDA CONTROLADA

Por Mónica Russomanno (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Vemos un laboratorio como imaginamos los lugares de creación científica; como las viejas películas de ciencia ficción imaginaban el desarrollo de la técnica: batas blancas, asepsia, ángulos ortogonales y aristas blancas. En el impoluto laboratorio, un robot que intenta dificultosamente hermanarse con los que nos desplazamos sobre dos extremidades. Sin éxito. El blanco robot en el blanco laboratorio una y otra vez se cae.
Pesado, no demasiado alto, las rodillas dobladas y un aspecto alarmantemente humano. Pero más que hombre, mujer o niño, se asemejaba a un astronauta enfermo con mareos invalidantes.
En la división de cibernética de la SONY intentaban que el autómata diese tres pasos sin acabar de costado sobre el piso. No lo lograban, y menos aun cuando un asistente le propinaba un empujoncito. Más motores en las articulaciones, sensores de gravedad, giróscopos. Nada. El robot, pobrecito, invariablemente terminaba de costado pataleando sobre el suelo del laboratorio.
Para lograr que camine un bípedo, es necesario estudiar cuadro por cuadro y con extremo detalle el desplazamiento de los humanos. De la imitación de la naturaleza se obtienen las maravillas y los monstruos tecnológicos. Precisamente observando videos de movimiento, uno de los ingenieros dio finalmente con la solución simple y obvia, como simple y obvia suele ser cada solución una vez que alguien ha dado con ella.
Nadie camina sin caer innumerables veces; la cosa no es evitar la caída sino intentar controlarla.
El cuerpo se inclina hacia adelante, comienza a caer, se adelanta una pierna que salva al peatón de quedar tendido en la vereda. La columna se tiende hacia el frente, la pierna se extiende con vigor, el atleta corre y equilibra con brazos y cintura la posibilidad de rodar en la pista.
Caminar, entonces, es frenar innumerables caídas en vez de evitarlas. Será que más importante que cuidar la indumentaria es aprender a zurcir las inevitables rasgaduras. Las heridas abren la piel pero se restañan, la red necesita de remiendo luego de cada pesca en alta mar.
Caminar es controlar cada pequeño abismo, poner cintura a las traiciones, manotear algo para asirse cuando se cae el amor, frenar un poco cuando la ira arrecia o la enfermedad desbalancea. Vivir es superar cada grande o pequeño revés hasta aquel que, por profundo o por final, sea el que nos deje tendidos para siempre. Mientras tanto, a extender la pierna hacia adelante muchachos, y a intentar mantener el paso airoso.


PÁGINA 5 – CUENTO

ELLOS, AL ACECHO

Por Ángel Balzarino (Rafaela-Santa Fe-Argentina)

Sí. Como si fuera la única que estoy aquí. Tuvo la repentina certeza de ser el centro de la atracción de ellos. Traspasada por las miradas lacerantes. Vos tenés la culpa. Usás la ropa tan ajustada que volvés locos a los hombres. Aunque era justificado el reproche de su madre, le causaba regocijo el hecho de despertar interés, admiración, envidia, cada vez que marchaba por la calle o entraba a cualquier sitio. Creo que ésa puede ser. Vigilala bien. Comprendió que resultaba innecesario el consejo del Fito. Apenas ascendieron al vagón ella tuvo la virtud de destacarse entre los otros pasajeros. Alta, tensos y grandes los pechos, exhibiendo provocativa las piernas desnudas. Como si se tratara de un desafío, no bajó la cabeza ante la fijeza con que se dedicaban a observarla los dos muchachos apostados junto a una de las puertas. Sí. Todos quieren obtener una sola cosa. Pero debió admitir que ninguno como ellos se había atrevido a revelarle su propósito tan abiertamente, sin disimulo. Si Ezequiel estuviera aquí ya les hubiera dado una trompada. Sería la conse-cuencia lógica del malhumor y furia que siempre experimentaba por las palabras insinuantes y las miradas procaces de quienes pasaban a su lado, trastornado por unos celos casi enfermizos que, si bien le conferían el halago de saber cuánto la amaba, por momentos le otorgaban el carácter de una prisionera, sin el menor asomo de libertad. Si te molesta tanto cómo me visto y lo que me dicen por la calle, será mejor que busques otra compañía. La amenaza solía contenerlo, indicarle que el amor no le daba derecho a utilizarla como propiedad privada, sujeta a sus gustos y caprichos. Blanca y limpia y perfumada. Era fácil imaginarla así, cuando sus ojos voraces ya habían logrado despojarla de la diminuta pollera y la blusa fina y escotada. Conocer algo nuevo. Mejor. Esa fascinante perspectiva le produjo no sólo un repentino hormigueo en todo el cuerpo, sino también, de pronto, lo llenó de bronca y desazón al considerar que siempre había tenido que sacarse las ganas con la Graciela o la Turca Zamaro, pues nunca tuvo dinero para aspirar a otra cosa. Casi acostumbrándose a eso. Por necesidad o desesperación. Desde aquel atardecer en que, junto al Cholo Lamberti y los hermanos Piacenza, había penetrado sigilosamente en la casa vieja y con escasa iluminación, donde, luego de una espera en la que se mezclaban el deseo, la ansiedad y el miedo, se encontró a solas con la mujer en el cuarto saturado de olor a tabaco y perfume. Vamos, no puedo estar con vos toda la noche. Impaciente al notarlo tan indeciso y avergonzado, lo ayudó a desvestirse y después lo guió en el acto breve, arrebatador, que no llegó a depararle el anhelado placer sino más bien una sensación de tristeza y extrema laxitud. Fue similar las veces siguientes. Sin poder definir si era por el clima casi asfixiante o la voz plena de urgencia o la piel sudorosa y arrugada por la caricia de tantas otras manos. Para conseguir mujeres hermosas y un auto y cualquier cosa que te guste, se necesita plata. Mucha plata. El Fito insistía con el único medio que iba a liberarlo no sólo de la frustración y desesperanza que ya habían comenzado a gobernarlo al recorrer todos los días la ciudad buscando y vendiendo cartones y botellas para ayudar a su madre en los gastos, sino también permitirle abandonar alguna vez el mísero reducto de madera donde vivían amontonados como ratas y tener dinero para disfrutar las mujeres más atractivas. Si querés, puedo ayudarte a vivir de otra manera. De vos depende. La propuesta llevaba implícita una seductora promesa de poder y esplendor. Presintió la oportunidad tan anhelada. Sobre todo por comprobar encandilado cómo el Fito había dejado atrás el estado de pena e indigencia que compartieron en el barrio y podía andar orgulloso en una moto reluciente, estar acompañado por una mujer distinta cada semana, disponer siempre de un abultado fajo de billetes, como si fueran las cosas más naturales del mundo. Entonces no dudó. Estoy decidido. Decime lo que tengo que hacer. Al notar que el tren aminoraba la marcha no pudo definir si experimentaba alivio por librarse del feroz acecho de ellos o cierta desazón al concluir esa especie de juego cargado de sugerencias, gestos contenidos, miradas que parecían trasuntar turbios secretos, del cual resultaba la principal protagonista. Excitada. Gozosa. Como si hubiera estado haciendo el amor. Le resultó fácil imaginar la reacción entre sorprendida y horrorizada de su madre y, sobre todo, de Ezequiel, si les confesara lo que había llegado a sentir durante el viaje. Tené mucho cuidado ahora. No la pierdas de vista. Y conservá la calma. Desde que habían comenzado a trabajar juntos, casi un mes atrás, resultaban rutinarias las palabras del Fito cuando llegaba el momento de actuar. Pero ahora eran inútiles. No sólo porque ya había aprendido todos los trucos del engaño y la sagacidad para obtener con éxito el botín apetecido, sino más bien porque ninguna presa logró despertarle tanto interés y codicia como esa muchacha. Tenerla. Sólo para mí. El único anhelo, el trofeo que hubiera compensado tantos años de tristeza y desolación y, sobre todo, borrado el sabor amargo que casi siempre le dejaba cada fugaz encuentro con la Turca o la Graciela. Sí. Ahora empezaré a tener lo que siempre fueron sólo sueños. Al lado del Fito pudo adquirir un reconfortante sentimiento de fuerza y seguridad, cada vez más dispuesto a conquistar cualquier objetivo, sin temor, como si le bastara tender la mano para lograrlo. Aferrando el bolso, marchó presurosa hacia una de las puertas. Sofocada. Impaciente por respirar aire puro. Debía tener enrojecida la cara, reflejando la ráfaga de excitación y goce que la había arrebatado. Desvió la mirada hacia los causantes de ese estado. No. Nunca llegarán a saber lo que me hicieron sentir. Luego desaparecieron de su visión, cubiertos por los hombres y mujeres que, como si hubieran recibido una orden, se movilizaron con premura al detenerse el tren. Más que por propia voluntad, traspuso la puerta por la presión de los otros cuerpos. Vamos. No hay que perder tiempo. La voz del Fito sonó seca y perentoria. La orden que no admitía réplica. Sí. Para eso estamos aquí. Para trabajar. Procuró desplazar el hecho de haberse dejado embargar por el deslumbrante placer de quitarle la ropa a la muchacha y sentir la suave tibieza de su piel y poseerla sin apuro, olvidado de todo, con el deseo de prolongar indefinidamente ese momento. Apurate. El grito del Fito y la mano imperiosa sobre un hombro le hicieron avanzar entre la gente, forcejeando con rudeza por abrirse paso, los ojos clavados en la presa elegida. Al descender del tren la vio alejarse por el andén. Debés actuar con serenidad y rapidez. Tomar el objeto deseado y disparar a toda carrera. La reiterada recomendación le martilleó la cabeza cuando la tuvo a escasos metros, tentadoramente deseada en el zigzagueante movimiento de su cuerpo. Ahora. Ahora. No logró definir si el mandato provenía de la voz del Fito a sus espaldas o por comprender que había llegado el momento oportuno. Entonces tendió una mano hasta el bolso de la muchacha. Un gesto ágil. Violento. Y, como tantas otras veces, no necesitó volver la cabeza para adivinar el empujón del Fito y la caída de ella. El grito desesperado fue suficien- temente revelador. Y tanto para dejar de oírlo como para ponerse a salvo, aceleró la marcha. El único objetivo después de concretar el asalto. Correr.


PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

J. M. TAVERNA IRIGOYEN (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

ORACULO DE DELFOS

Escapo a las piedras
Que sujetan mis sandalias.
Un sinsentido
Me abraza férreamente (casi me asfixia)
Y me lanza al arbitrio de la desesperanza.
Entonces oigo
Que me reclaman las tinieblas.
Que puedo descender a las entrañas del mundo
Sin perder el alma.
Que la carne que me contiene
No se desprende de mi nombre.
Entonces presiento que mis dudas
No existen
Y lanzo la carcajada
De mi reencuentro final.

PIE EN FLORENCIA

Camino calles
Delimito cielos y campaniles.
En una esquina
Me encuentro
Con el fantasma de un conde
Que me interroga sobre mi origen.
Bebo agua en una fontana
Y me persigno ante la Madonna
Que orna un edificio.
Presiento que el tiempo
Se ha derrumbado sobre mi cansancio.
Una paloma es responsable
Que me sienta herido
De amor.
Y seráficamente sonrío.

POR VIA VENETO

Cruzo la calle y tras una fontana
Via Veneto me abre su vientre.
Soy un transeúnte más que camina entre sillas
Y quioscos. Un alma
Que vaga su desconcierto y sus asombros.
Tras una vidriera
Un maniquí me muestra su sonrisa impávida.
Pinos mediterráneos
Me ofrecen su verdor espléndido.
Escucho que detrás de mí unos turistas preguntan
Por il palazzo Barberini. Titubeo.
Y tras un instante sigo mis pasos
De hombre despreocupado
Que se deja llevar por las ondas
De una calle de Roma...

UNA ISOLETTA DI VENEZIA

Il vaporetto pasa frente al cementerio de San Michele
Dejando tras sí una espuma gris,espesa.
Miro hacia delante
Y una isoleta se encarama
al espacio de mis pupilas.
Es un pedazo de tierra sin casas,
Sin arbustos sobre sus piedras,
Sin una figura humana recortando su silueta.
Esta vacía por dentro y por fuera,
Como si la muerte la hubiera bautizado.
Pregunto por su nombre.
Nadie la ha visto antes, responden.
Pregunto si no es una alucinación.
Nada me dice. Pregunto
Si es una isla nueva
Emergiendo de las oscuridades del Adriático.
Me sonríen por toda respuesta.
Cuando pido bajar del vaporetto
Me responden que allí no hay parada.
Miro hacia atrás, la veo desvanecerse
Sobre el horizonte.
Y de pronto, deja de ser un punto.

EMPOLI

Si Dios me ha traído hasta este pueblo
Por algo será. No quiero
Jugar a las bochas
Con esos viejos de ahí abajo
Ni sonreir frente a los rezongos
De quienes me acompañan. Supongo
Que en Empoli
Hallaré alguna paz trasnochada
O el espíritu de un antepasado
Que se quiere presentar. Supongo
Que hasta aquí he llegado
No sólo por mis sandalias. La geografía
De viñas y sembrados
Las nubes plúmbeas
El contenido de palomas de los árboles
Y cierta soledad traicionada
Que pasea sobre
Los tejados de las casas,
Me atrapan. No sé si Empoli
Figura en muchos mapas.
No conozco otras cartografías
Que las del corazón.
Subo entonces una calle empinada
Y avanzo hacia el comienzo del pueblo
Que me conducirá
A su fin de lontananzas.

UNA NUBE EN EL EGEO

Desciendo del barco
Y siento que mis rodillas
Me obligan a hincarme sobre la hierba.
Miro hacia arriba
Y advierto que el Egeo
Rivaliza en azules con el azulísimo
Azul de la altura. (Alguien,
A mi lado, susurra que ese espacio
Es artificial. Que no ha salido
De la mano de Dios)
De pronto una nube
Blanca como una espuma
Comienza a surcar unos escalones
Más arriba del horizonte...La miro
Esa nube parece que avanza hacia mí.
Pequeña y grácil.
Olvidable y definitiva.
Fresca y presagiosa nube.
La miro más fijamente-
Y de pronto
Los resortes de mis rodillas
Me incorporan de las hierbas
Y la atrapo
Entre mis dos manos.


PÁGINA 7 – ENSAYO

CARTAS A LAURA, DE NERUDA

Por Ricardo Bada (Berlín-Alemania)

En 1978 se publicó en Madrid, por Ediciones Cultura Hispánica, del Centro Iberoamericano de Cooperación, un libro singular y precioso que se titula Cartas a Laura. El autor de esas cartas fue un poeta a mi juicio sobrevalorado, pero de quien acepto que se lo considere grande porque evidentemente su influencia sí lo ha sido. Estoy hablando de un chileno llamado Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, bastante más famoso por su seudónimo: Pablo Neruda.
Pues bien: ese libro, Cartas a Laura, me hizo cierta vez reflexionar sobre el hecho de que determinadas conductas humanas, a primera vista, suelen calificarse como estúpidas y hasta propias de analfabetos e ignorantes, cuando en realidad son todo lo contrario y demuestran una profunda dignidad personal y un impresionante respeto al prójimo.
Les cuento : Yo tenía en la Radio Deutsche Welle un compañero de trabajo, chileno, más viejo que yo, y que también cumplía años el 10 de junio, como yo. No era nuestra relación algo que pudiera considerarse amistad, pero sí un buen trato personal, que además nos llevaba a hacernos regalos en nuestro común aniversario. En 1979 tenía él un cumpleaños de los que llamamos redondos, los terminados en cero, debió ser cuando alcanzó la cumbre de los cincuenta años al mismo tiempo que yo terminaba de subir la cuesta de los treinta. De modo y manera que aquella vez los regalos debían ser especiales. Algo distinto a lo habitual.
No me pregunten cómo, pero conseguí para él un ejemplar de Cartas a Laura, que era y es un libro prácticamente inasequible porque se trata de una edición creo que no venal, y que el Centro Iberoamericano de Cooperación reservaba para compromisos de verdadera importancia. Para los VIPs… y conste que yo no soy para nada un VIP, o bien sí, pero sólo en el sentido de ser a Very Impertinent Person, y si ya disponía de un ejemplar de mi propiedad es porque me lo había regalado alguien que sabía de mi amor por la literatura epistolar.
Y volviendo al cuento:
Cartas a Laura era un libro ya de por sí magnífico porque en él se publicaban por primera vez los textos de 28 cartas y 17 tarjetas postales que Neruda envió a su hermana Laura, en Chile, desde los distintos consulados donde se desempeñó en Asia: Rangún, Colombo, Batavia (hoy Yakarta), además de Shanghai, Buenos Aires, París e incluso desde alta mar, a bordo del vapor holandés Pieter Corneliszoon Hooft, en el que regresaba a Chile con su primera esposa, la neerlandesa Maruca.
Pero la excepcionalidad de la publicación consistía en que además del texto de las cartas y postales, al final del libro, en una cartera especialmente diseñada para ello, se incluían los facsímiles de 23 de esos documentos, fiel y primorosamente reproducidos en todos sus detalles, incluso el tipo de papel. Un auténtico lujo, una joya como objeto era y es este libro. Y como tal se lo regalé a mi compañero de trabajo chileno, Alfredo, en el día de su quincuagésimo cumpleaños, el 10 de junio de 1979. Por supuesto que lo estuvo hojeando y me lo agradeció muchísimo: era y es un nerudiano fervoroso.
Así es que ya pueden entender ustedes muy bien la morrocotuda sorpresa que me llevé al día siguiente, al verlo aparecer de nuevo en mi despacho, con un fajo de papeles en la mano y una sonrisa socarrona, diciendo al mismo tiempo que me extendía aquél fajo de papeles con intención de devolvérmelo:
―Hay que ver lo despistado que eres, Ricardo; en ese libro que me regalaste ayer, seguramente traspapeladas, tenías un montón de cartas personales tuyas‖. Eso me dijo mientras me quería devolver los facsímiles de las cartas de su amado Neruda.
Todos, todos los amigos a quienes he contado esta anécdota, todos, han reaccionado diciendo algo así como que mi compañero era un idiota además de un analfabeto. Yo, por el contrario, sostengo que es una de las pocas personas que conozco de la que sé decir, con toda seguridad, que respeta uno de los secretos que debieran ser más inviolables: el secreto postal. ¿O es que ustedes creen que si él hubiese leído, aunque sólo fuese uno de los facsímiles, me los hubiera devuelto?
Y aquí regresamos a lo que dije antes de que ese libro, Cartas a Laura, me hizo reflexionar en que determinadas conductas humanas, que a primera vista suelen calificarse como estúpidas y hasta propias de analfabetos e ignorantes, en realidad son todo lo contrario y demuestran una profunda dignidad personal y un impresionante respeto al prójimo. Gracias, Alfredo, por esa lección.


PÁGINA 8 – CUENTO

SI ME VEN TAN LLENA DE VIDA; SIGO VACÍA DE MÍ

Por Elizabeth Quezada-Jiménez (Santiago de los Caballeros-República Dominicana)

Sé muy bien que me creen al verme tan seguro escribir de amores, y es que sigo lloviendo dentro mientras que afuera escampa.
Y la vida como marioneta del destino es un simulacro de la muerte. Creen que soy valiente…y solo soy un holograma de un artista en su peor papel. Delineando gestos facturados in vitro; con mil fábulas asidas a un cuerpo lleno de libras, vacío de caricias.
¡No! No piensen que estoy loca si estoy sola y sin rumbo; si ahora soy un cerro adusto cuando fui volcán en erupción eterna. Si ahora soy cumbre eremita que le han robado la risa.
Hinchada de pensar no siento.
Frágil de sentir no pienso.
Odio el espejo que retrata la que no soy. Soy la de ayer y vivo viendo una intrusa que se pegó en mis carnes. Sigo siendo niña en un cuerpo viejo y mi exterior creció en el dolor. Oscar Wilde, lo sabía, no se tiene nada que ofrecer después de muerta la mocedad.
Si me ven tan llena de vida; ¡no lo crean!, sigo vacía de mí… como Dorian Grey en espera que se rompa el hechizo del retrato. Se han llevado todo. Busco pedazos de lo que un día fui: Fui como pava con una risa loca: piernas, curvas, quimera, leyenda de un corazón roto aún vivo; tuve que sepultar mi vida muerta. Extirpar la piel, mis ganas: mis cinco sentidos deseantes, glotones ex confesos… y suicidar los recuerdos tatuados en sed.
Quiero liberar los trozos que permanecen sanos de este corazón que amó sin medida; pues para amar de nuevo tengo que -sentir que vivo- sin evadir a los que tocan a la puerta. Dejar de vivir sola como la osa que dormita y huye del frío en la inconciencia de la muerte…en hibernación sicalíptica.
Y volveré amar, a caer rendida a los pies de un semidios-hombre;
Ese que crea metáforas al mirarte. Que te dice la palabra mágica sin ser poeta. Ese que baila al compás del ritmo de la piel y roza todos tus sentidos. Ese que habla quedo cerca del oído y te pierdes en sus brazos. Ese que cree bajarte las estrellas; es más, ese que te hace sentir como un astro de luz; una diosa, reina y bella; mientras que él, la bestia, te lleva al cielo con su lengua, sus dedos, su aire, su boca. Ese que se pone loco de pensarte. Loco al desear morder una ínfima parte de tu inmensa anatomía. Un cleptómano experto en amores eventuales; apasionados e intensos con cara de –no rompo un plato.- Y volveré amar cuando termine mi redención en versos.
Copyright ©2011 Elizabeth Quezada


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

RUBÉN VELA (CABA-Buenos Aires-Argentina)

MEMORIA ANTIGUA

(Dedicado a los poetas amigos)

Dios está arriba
El hombre está abajo
Dios es Dios
El hombre es el hombre
Cada cual en su casa
Cada cual en su morada
Dios se ha olvidado del hombre.

Cuando en lo alto
Los cielos no tenían forma
Cuando en lo bajo
La tierra no era tierra
Cuando yo mismo aun no sabía mi nombre
Recuerdo los gigantes
Nacidos en la aurora de los tiempos
Los gigantes de antaño
Que me vieron nacer
Y que ya han muerto
Conozco los nueve mundos
Los nueve dominios del espacio
Cubiertos por el árbol de la vida
Ese árbol eterno
Cuyas raíces están en el cielo
Y sus ramas están en el infierno
Ese árbol eterno
En el cual todos los demás mundos descansan
Y al cual todos los mundos pertenecen.

Conozco una rara criatura
Que no he visto nunca
Que no existe en ningún lugar del mundo
Conozco esos troncos
En donde cuelgan los frutos
Destinado a los habitantes de la noche

Pero hoy estoy cansado
De tanto dar
De tanto recuperar lo dado
De ser el padre de mi padre
Y el hijo de mí mismo
que también será mi padre en el futuro
Yo soy mi propio Dios
Y sin embargo estoy cansado
Y me pregunto a mí mismo
Tendré que dormir
Yo también algún día
Como el padre de mi padre
Para no despertar jamás.

El que mucho ve
El que mejor ve
El único que ve
El que alcanza todo con su vista
El que espía
El que mejor espía
El que mejor conoce
No es posible engañar al infalible
El que ha contado incluso
El número de veces
Que la muerte parpadea.
Fusilamiento de aurora
Grande el muy alto dueño
Blanca luz de misterio
Dorada luz del día
El que mucho ve
El que todo lo ve

Oh poderoso toro del cielo
Joven toro de robustos cuernos
Toro de las estrellas
La tierra esta embriagada
Porque penetras en ella
La tierra ha llegado hasta ti
Como un entero cuerpo vivo
Tómala, la tierra ha llegado hasta ti
Como un entero cuerpo vivo

Madre de las edades
Mujer de los espejos de mercurio
Rostro de los azufres formidable
No desprecies el polvo
Que está en el fondo de la tierra
En el esperma del padre

Ya no puedes engañarnos
El sol se altera
Y lo que era espeso se vuelve sutil
Un día una hora
Un momento mira por sus ojos
Entonces la naturaleza cantara

Qué son los hombres
Qué es el cuerpo
Qué son estas ropas
Qué es el misterio del alma
Dentro del misterio del cuerpo
La sed me devora la sed
Cuando el padre te envía
Como una simiente
A la matriz de la tierra
Cuando los cielos
Y los infiernos
Están embriagados
Porque penetres en el cielo
Y en la tierra

Agua me consumo de sed

Botánica tu que fuiste encontrada
Por primera vez
Por Esculapio, albahaca
Por la divinidad que ti hizo nacer
Vosotras platas poderosas
Que la tierra madre a creado
Hierba santa que no han sido
Sembradas o plantadas
Mostrad la virtud que Dios os ha dado

La sed ardo y me consumo de sed

Por encima del cielo azul
Por debajo de la nube blanca
Entre la tierra y el pájaro
Esta el infierno

Dios está arriba
El hombre está abajo
Dios es Dios
Dios se ha olvidado del hombre


PÁGINA 10 – ENSAYO

LA FILOSOFÍA DE CABRAL

Edgar Borges (Asturias-España)

Siempre he creído que, entre todas las complejidades y análisis, lo que el mundo se juega es el amor. Pero no el amor en términos de banalización como nos lo venden. Eso no es amor, eso es sentimentalismo. Lo que el mundo se juega no es más o mejor política, como tampoco lo es más ni mejor economía. Cierto, más de un lector invadido por ese pragmatismo tan pernicioso al que está sometida esta cotidianidad fastidiosa, dirá que quien escribe esto opina como un poeta, como un soñador. Y hasta ese punto del abismo hemos llegado: a condenar el sueño como una vía innecesaria de sentir el paso siguiente. No obstante, aún a riesgo de recibir la condena, lo sostengo, más allá de las teorías y sus aplicaciones sesudas, lo que el mundo se juega (antes y ahora) es el amor.

Facundo Cabral, como ayer lo hicieron otros tantos idealistas y cantores, lo que se jugó fue justamente el amor. En su canto, en su poesía, en sus testimonios, en sus relatos propios y ajenos y en tránsito, sobre todo en su tránsito, llevó consigo esa idea de amor. De amor compartido. “De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido”, decía Cabral casi como un niño, pues de eso se trata. De cuidar ese espacio de niño y andar por ahí y por allá para compartirlo. Y eso fue lo que hizo Cabral, vivir para compartir su espacio de niño.

Enterarme de que unos “desconocidos” asesinaron a tiros a Facundo Cabral cuando se dirigía hacia el aeropuerto internacional La Aurora, en el sur de Ciudad de Guatemala, representó un impacto en aquella comunicación que sostuve con él en ese espacio de niños. Un espacio de niños dedicado al juego de recitar, cantar y sentir. Un espacio de niños común entre el cantor y su oyente, pero también un espacio de niños que comunica los tiempos y las geografías. Guatemala (lugar del crimen); Argentina (tierra del cantor) y cualquier patria (la del oyente) representan el hilo conductor de una historia (desarrollista) construida con los hierros de la violencia. No fue Cabral el primero, y lamentablemente no será el último de esta larga cadena de consumaciones. Siempre he creído que el objetivo es endurecernos la existencia, o mejor dicho, enfriarnos (o, lo que es lo mismo, aniquilar) el sentir, el ser. No en vano se vende sensiblería en lugar de sentimiento, morbo en lugar de amor y estupidez en lugar de vida (compleja y sencilla). Y se repiten las noticias que hablan de destrucción, apocalipsis y drama eterno. Del asombro (de ver el dolor ajeno) pasamos a la contemplación (con palomitas y saliva de gozo) en calidad de espectador. De lo fácil avanzamos a lo idiota y de lo existencial a lo inerte. Cada vez menos se le permite espacio al cultivo de la necesidad de amor. ¿Qué político se atreve a pararse ante su tribuna para invocar que la solución de todo este caos es el regreso al camino de la tierra? (a esa idea original de la que venimos y en la que jugamos en nuestro espacio de niños).

El día en que asesinaron a Cabral, una amiga maldijo a la madre de los asesinos. Luego, casi de inmediato, desde el dolor de la niña que sufre la pérdida de su vínculo (con el cantor), entre disculpas se preguntó: “¿Quién puede ser tan miserable como para asesinar a Cabral?” Sólo se me ocurrió decirle que, por más difícil (o sencillo) que parezca, la única salida, el único triunfo posible que tenemos ante ese factor rabioso que como un orden mundial nos invita al odio y a la destrucción, es asumir la convicción serena que movió la filosofía Cabral: el amor. ¿Quién pudiera estar frente a los asesinos (tanto materiales como intelectuales) para decirles al oído, aún a expensas de burlas, aquello que dijo Facundo Cabral: “Ama hasta convertirte en lo amado, es más, hasta convertirte en el amor”.


PÁGINA 11 – CUENTO

CITA

Por Elsa Hufschmid (Santa Fe-Argentina)

Se citaron en un bar. Con solo mirarse supieron que eran ellos, los del teléfono.
Una forzada sonrisa, apenas el roce de los dedos. Dos hola y un atropellado pedir al mozo dos cafés.
-A mí con canela- dijo ella.
-Hace frío...
- Sí, un poco...
Se miraron a los ojos y comenzaron a reír tontamente.
-Perdón, es que hace tanto tiempo...
Yo también, ya no me acuerdo cómo empezar una charla con una mujer. Me llamo Andrés.
-Hola Andrés, soy Julia.
Sin hablar tomaron el café y salieron a la llovizna fría. El la tapó con su campera, apretándola contra sí. Julia tiritaba sin mirarlo.
- Te llevo a tu casa.
- Pasá y secá tu pelo mientras enciendo la estufa y preparo un trago.
Julia se sacó las sandalias y Andrés friccionó sus pies con manos cálidas y grandes. Eso solo fue el comienzo. Se encontraron abrazados fuertemente sintiendo que cada milímetro de piel necesitaba del latir del otro.
Toda la soledad, la necesidad de un cuerpo apretado, se traducía sin palabras, sólo traspasar el calor que la carrera de la sangre por las venas llevaba al corazón alocado.
Se apartaron mirándose, descubriendo el color de los ojos, la forma de la boca y los apretó el remolino embriagante del sexo agonizando juntos.
Sin soltarse, quizás con temor a que uno de los dos se esfumara, retomaron el viaje lento de reconocer y explorar, susurrando medias palabras, ahogando suspiros, se metieron en el túnel del placer sin tiempos, olvidando barreras y pudores.
Mañana... ¿Quién piensa en mañana?
Volverían a la rutina o quizás ésta noche comenzaría a tejerse la tenue red que envuelve el amor.
Quizás... Por ahora sólo son dos cuerpos en un dulce incendio.


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

RICARDO GUILLERMO GUZMÁN (San Salvador de Jujuy-Jujuy-Argentina)

TANGO PARA RUBÉN

Cuando la noche esconde sus párpados
se va Rubén;
viajero del único tren que admite
geranios, guanacos, avestruces y lobos marinos.

Lo extraño como al pájaro
que anidó alguna vez en el patio de mi casa.

Ingreso
a la morada de la melancolía
cuyas puertas siempre abiertas
suelen cerrarse cuando se intenta salir.
Hoy no puedo sitiar la tristeza
ni tirarla al fuego.

No me resigno a su partida,
debo enfrentar de nuevo al río chico,
a las hojas caídas del lapacho condenado
y a la afonía de la guitarra.

No hay andenes en Cuyaya
no hay brazos de madre
no hay palabras
no hay cajas de música
no hay sal
no hay perros ladrando
no hay madera
no hay trigo,
sólo el desolado mediodía.

Pienso en Yolanda y Mario
siempre estuvieron,
no se arredraron frente a los gatos
que al crepúsculo se deshojan.

Me despido de mi hombro
que no pudo acompañar la marcha del rayo,
ni siquiera al sosiego de las piedras.

Intento despedirme de su sombra,
que ya no podrá dar de comer a las palomas
ni borrar a los campanarios.

Ella siempre estuvo entre nosotros
velando huellas de bumbunas
ahuyentando malos sueños
como manos de rocío.

Ella amarra cuerdas entre mortales
y lleva la calandria profunda a buen puerto.

Me pregunto.
¿Quién dijo que hay que enterrar a la sombra?


PÁGINA 13 – ENSAYO

LEONORA CARRINGTON SE FUE EN UNA CORRIENTE VIOLÁCEA

Por Wilfredo Carrizales (Peking-China)
Fuente: Letralia, Tierra de Letras

Leonora Carrington vio el almanaque y comprobó que ese día era el vigésimo sexto del mes de mayo. Aunque se había prometido llegar a su propio centenario, irse con la corriente violácea resultaba mucho más importante, habida cuenta de que tal cauce sólo aparecía cada mil años. Así que se sentó en un peldaño de la escalinata, abrió los ojos con decisión y alegría, puso sus manos sobre sus muslos y se dejó llevar por la correntada magenta que en pocos minutos había ascendido por los escalones. Su cabellera iba más alborotada que nunca. Leonora ladeó un poco la cabeza hacia la derecha y sintió infinita complacencia al comprobar que máscaras y seres míticos habían venido a despedirla. Hasta las piedras del muro de la izquierda habían cambiado de color en su homenaje.
Cuando la corriente violácea concluyó su largo, pero rápido viaje, depositó a Leonora Carrington dentro de una oquedad amplia que tenía todas las características de ser una cueva. Ella despertó tras breves instantes y se percató de que estaba tendida sobre un colchón de paja y de que su cuerpo estaba teñido de morado. A su lado un hombre azul la escrutaba con minuciosidad, mientras un grupo de sayones con capuchas negras y pesados crucifijos rezaban y daban vueltas alrededor de la cama. Leonora enfrentó al hombre azul y sus miradas entablaron un duelo quizá duradero, del cual ella salió victoriosa y él cayó de la cama entre las carcajadas de los sayones. Sin desviar la mirada, pero viendo una que otra vez de soslayo, ella descubrió que algunos de sus animales favoritos también estaban allí: la danta-foca, el perro con cara de león, la boa enana, el chacal viejo que caminaba en dos patas y con bastones y la cotorra de perpetuo vuelo. El sayón más alto y quien sostenía un jarrón en equilibrio sobre su cabeza se acercó por detrás a Leonora y le puso su mano negra encima de un hombro. Ella se sobresaltó un poco, mas mantuvo su presencia de ánimo. El sayón le preguntó: “¿Qué has hecho en vida para merecer este lugar?”. Todos los animales protestaron emitiendo sus respectivos sonidos. Leonora, sin cambiar de posición, y zafándose de la zarpa oscura, comenzó a hablar:
“Para mí estar perpleja fue siempre una delicia. Yo me revelaba a través del sonido visual de tambores que llegaron a ser tan familiares para mí que se convirtieron en obras prolíficas. Crucé los procesos de la alquimia y en ellos me reconocí. No eludí acercarme a los límites de la transmutación y la destilación. Vivía como en una pantalla de cinemascope. ¡Ah, cuánto aprendí de mi amado Max Ernst! Juntos creamos prevalecientes atmósferas repletas de misterio y de inescrutable fantasía o realidad. Who know it?... Los cuentos de hadas reforzaron mi interés por los estados alquímicos y los temas esotéricos se incorporaron a mi espíritu como un repertorio grande y elocuente. Con los surrealistas pude indagar en los cadáveres exquisitos y en la técnica del frottage...”.
El sayón mayor separa los dedos de su mano siniestra y trata de trabarlos en la cabellera de Leonora. Los animales rugen al unísono, pero es la encendida melena de ella la que aparta la inquisidora garra del sayón. Éste interroga de nuevo: “¿Tú construiste un mundo delirante basado en la omisión y la inclusión, en la expansión y la contracción?”.
Leonora se incorpora un poco para estar más cómoda. Una mínima nebulosa se aviene a ella y Leonora le permite revolotear un tiempo inaccesible, luego dice:
“Me veo en un amplio jardín con arbustos enanos. Yo estoy fabricando una enorme mansión con mis pinceles. La mansión tendrá tres torres: una central y dos laterales. Sus paredes empiezo a pintarlas de verde, un verde en todo igual al de los arbustos y luego las voy rematando de un color ocre desleído para que semejen colinas adheridas al horizonte. Mientras pinto, mi alter ego, vestida con una toga casi transparente, corre por los senderos del jardín y una jauría de perros pardos (que de improviso y por breves momentos se transforma en un corro de brujas) trota alocada y vertiginosamente. Imagino que detrás de la casa habrá un pequeño lago con su respectiva isla. No lo puedo asegurar, mas los gritos de retozo que llegan hasta mis oídos me indican que algunas doncellas desconocidas están bañándose entre las aguas del lago. De pronto, escucho ladridos lastimeros de los perros y esto me resulta sumamente extraño. Detengo mi labor y me aproximo a indagar. Un hombre de una exagerada flacura está azuzando a su mujer-lince para que ataque a los canes. La mujer-lince duda una fracción de segundos y eso la pierde. Le lanzo uno de mis pinceles y cae atravesada en el pecho por él. El hombre enjuto opta por arrastrarse debajo de los arbustos y se esfuma. Los perros y mi alter ego salen de escena, se apagan los clamores de júbilo en el lago y yo continúo edificando la mansión antes de que anochezca, porque no sé cómo encender una hoguera para proseguir la faena...”.
Los animales no caben en sí de tanta exultación que les produjo la historia o visión de Leonora. Los sayones rezongan y murmuran; algunos se santiguan. El que funge de adalid se rasca toscamente la cabeza y con brusquedad encara a Leonora: “¿Tu misticismo derivó hacia prácticas paranormales o acaso fue que tu imaginación se desbordó en dirección de las influencias de la brujería?”.
Leonora bosteza, se ajusta el resorte de sus pantalones y se esfuerza por celebrar una comunión entre su memoria y el sinsentido. Todas las preguntas le parecen macabras, herencia de la atávica estupidez de los encapuchados. Sin embargo, ella decide continuar el juego y señala:
“Un veredicto venido de quién sabe dónde me asignó la custodia de figuras míticas para que yo las alimentara con plata, óleo y yeso y así convivieron conmigo dos bailarines. El bailarín uno, con su rostro de jabalí satisfecho y corpulento cuerpo, danzaba sobre el estrado con una ligereza, ¿cómo llamarla?, insólita, perfectamente aparatosa, pues con sus dos delicadas patas sabía imprimirle a sus movimientos la belleza más sublime. El bailarín dos poseía un cuerpo cubierto de plumas blancas y una larga cola que superaba en amplitud y largura a la del pavo real; con sus cuatro brazos podía realizar las más extravagantes contorsiones, mientras sus tres ojos-peces se movían sin cesar encima de su cabeza de ave de presa. Solía terminar su danza apoyándose en un solo pie, mientras el otro era izado hasta formar un ángulo recto y los brazos creaban un círculo doble y de la boca del bailarín emergía una flor roja de larguísimo pedúnculo que emanaba un perfume, caro y prohibitivo para las muchedumbres...”.
Los sayones se miran entre sí con ironía y ensayan una burla que se extravía en la nada. Leonora respira hondo y luego expulsa el aire acumulado en los pulmones con una calculada impetuosidad. Los sayones se tambalean y entonces el jefe de ellos toma la palabra. “Te crees muy lista, ¿verdad? ¿Por qué tu casa siempre estaba rodeada de vapores variopintos, de humores desconcertantes, de fluidos hipotéticos que no hacían más que perturbar la tranquilidad del vecindario?”.
Leonora custodia con sumo cuidado su actividad mental. De inmediato libera a su lengua para que se explaye a sus anchas. “La fuerza de mi instinto es de naturaleza fáunica. Yo fenecía cada noche para renacer con la luz del día y el mundo lo observaba como a través de cristales coloreados por la aurora. Mi destino estaba comisionado para recibir un instrumental prodigioso. Creía a pie juntillas en el sacramento de los arcanos. Evocaba, página a página, los sucesos acaecidos en el Medioevo o en la antigua Grecia. Visité Minos innumerables veces hasta que en una ocasión un suceso por demás extraordinario se escenificó ante mí para que yo lo plasmara en un lienzo. Encima de una peana que se movía automáticamente combatían a muerte, por la posesión de una viva pieza de cerámica con forma de ganso de múltiples pupilas, un lobo horrendo de larguísima pelambre y un dragón de piel marfileña y alas de hojaldre. Debajo de la tarima un cancerbero cercenaba a dentelladas la cabeza de oro del minotauro. En lo alto de la plataforma, un coro de ángeles-sólo-testas no hacía sino lamentarse sin interrupción, con un ulular horrísono. Abandoné de prisa aquel lugar, conmovida, y me refugié en una pobre pensión para meditar sobre el significado abstruso de la contemplada alegoría y hasta que no concreté sobre una tela el acontecimiento no dormí ni siquiera un minuto...”.
A semejanza de una telaraña los sayones unieron sus extremidades para atrapar a Leonora. Empero el perro con cara de león saltó encima de la caterva de sayones y los hizo retroceder hasta la entrada de la caverna. Allí, todos, temerosos, no daban crédito al enorme poderío del can que los había expulsado con poco esfuerzo. Los sayones empezaron a debatir si penetrar de nuevo a la gruta y obligar a Leonora a reconocer que siempre se entregó a las más absurdas divagaciones o retirarse como si hubieran vencido. Al fin se pusieron de acuerdo y, al unísono, dijeron: “Aceptamos sin chistar tus prodigios, pero dinos al menos a cuál pueblo, raza o etnia perteneces”.
Leonora se pavoneó un rato para fastidiarlos e incordiarlos con impertinencias. Luego les habló en alta y clara voz: “Soy miembro de la comunidad de la gente blanca de la región de Tuatha. Ellos sólo se alimentan de potajes de cereales y frutas purpuradas, a pesar de que crían muchas gallinas y vacas. Sus cuerpos son tan traslúcidos que cuando comen juntos en la misma mesa no se distingue otra cosa que intermitentes destellos. En algunos lances sacan de sus axilas unos globos de luz y los elevan por encima de sus cabezas para que sirvan de faroles o luminarias. Yo me he permitido desentrañar su microcosmos y puedo asegurar que cabe dentro de la cavidad de un huevo. He compartido con ellos el espectáculo de una luna llena rosada que ha bajado bruscamente a beber agua de los pozos. Mi curiosidad innata me instigó a recoger la sustancia que rezumó la luna y a rellenar con ella mis propias insatisfacciones.
La gente blanca de la región de Tuatha siempre está de pie y en los escasos minutos que usa para alimentarse lo hace sentándose encima de terneros de un albo pelaje. Ellos no se casan, mas sin cesar su población crece de manera inexplicable. El principal foco de su vida es una piedra rectangular a la cual adoran hasta la locura. En las pocas estaciones que comparto con ellos me prodigan con dulcísimas granadas traídas de un jardín en permanente transformación...”.
Al llegar a este punto los sayones iniciaron una extensa serie de improperios y maldiciones, por lo que al chacal no le quedó más alternativa que emprenderla a bastonazos contra ellos hasta lograr ponerlos en fuga mientras daban gemidos que movían a la lástima. El resto de los animales invitó a Leonora a salir de la cueva. Ya fuera del recinto de piedra, ella contempló maravillada que el exterior de la caverna era una ciudad tallada donde se distinguían portales, columnas, escalinatas y plataformas. Al pie de la explanada de la puerta principal una manada de caballos carmesíes, ocres, rucios y zainos pastaba en calma y aguardaba su mensaje. Un ejército de figurillas oscuras hacía guardia con lanzas y alabardas en los accesos de la incipiente urbe y unos carros de guerra con catapultas eran conducidos a lo alto de las atalayas. Algún ser le trajo a Leonora un alto sitial con respaldo de conchas marinas. Ella tomó asiento, saludó con un gesto a los concurrentes y aspiró la nueva y pura atmósfera, en tanto que un globo gigante era encumbrado por dos lechuzas y de él se desprendía una luminosidad que daba inicio a un remozado ciclo.


PÁGINA 14 – CUENTO

DUELO

Por Ignacio Ramón Martín Vega (Alcalá de Henares-Madrid-España)

Reconocían el dolor ahí donde se dejaba ver.
Era de colores oscuros, de desesperanza.
La alegría era más difícil de capturar; sus fugaces rayos pasaban por delante, como de soslayo.
La indiferencia tenía color de cotidianeidad, la cual se amparaba en los habitantes de la zona, contagiándoles de cierta sensación de pesimismo.
Mujeres apocadas, niños silenciosos que no intentaban ensordecer las calles de la ciudad con sus juegos.
Nubes de algodón grisáceas compungidas, hinchadas, repletas de agua, pasaban sin ni siquiera hacer el más mínimo esfuerzo para hacerse notar.
No querían regar aquellas tristes calles.
Olor a fuego, azufre, cal y podredumbre estremecía a los afligidos, a los pocos limpios de corazón, a los ingenuos. A todos esos que no daban crédito.
Nadie se había salvado, todos portaban parte de ello; eso les hacía entristecer aún más.
Se sentían responsables por negación de la realidad, por la parsimonia en la reacción posterior.
Sonaban trompetas de juicio acusador. Las conciencias no estaban tranquilas. Se diría que rompían todo tipo de alegatos de defensa.
Lágrimas de dolor moral caían sobre aquellos.
Las mañanas olían a cocina y a incredulidad, regadas por la sangre roja derramada de los inocentes ajusticiados reclamando a Dios su justicia.
Miradas vacías, sin vida, apilados unos encima de otros. Montañas de cuerpos
corrompidos que exigían venganza.
El ser humano había logrado superarse a sí mismo, batiendo el trágico record de
muerte y desolación.
Millones de judíos, gitanos, intelectuales muertos.
Padre, perdónales, yo no puedo.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

EDUARDO CORTESE (CABA-Buenos Aires-Argentina)

NOCTURNO 10

¿Quién sabrá mañana
de esta frágil lágrima de sangre
derramada en el papel inerte
que trata de descifrar y derribar,
entre pequeños jeroglíficos de sueños,
los muros de la inconsciencia
para llegar a la simple ruta
de la energía vital que me da el sentido
y encontrarme desnudo y limpio
al son de mi existencia?

¿Quién sabrá mañana
que despilfarré esperma
por un cuerpo que arañaba el goce,
y que las lunas de junio
entre sollozos de abriles
gritaba y gritaba
que no hay más vida allá que acá,
y que el acá es ahora y el allá es nunca
porque nunca se mueren las ilusiones de a poco
sólo se mueren ahora
cuando nos vemos despiertos?

¿Quién sabrá mañana?
Si de ayeres no sabemos nada.
No sabemos del sueño del hombre
que talló piedras para construir casas,
y no sabemos si dios,
que se escondió en la alborada del silencio,
pretende que sigamos andando sin destino.

¿Quién sabrá mañana
de los tantos dolores,
de las risas y muecas a la vida que damos?
Si no sabemos nada,
por millones de palabras que encontremos,
del sentir de los otros que son o que fueron,
de aquellos que dejaron carne y cerebro
acumulado en toneles de yeso y de cemento.

Cemento, cimiente, semen,
placer, dureza, estiércol,
vida, vida, vida,
y un polvo innecesario que se acumula
a esta forma difícil de abarcar
que es el alma.

¿Quién sabrá del aparente sentido de las cosas
que se plantan ante los ojos
y provocan las ausencias,
las dudas
y esa pregunta fatal de inconsistencia
entre uno mismo y el universo?

Moriré sin gritos
una mañana de otoño,
o una tarde de sol en primavera,
no importa cómo ni cuando,
deshojando la flor de mis silencios,
y olvidaré el trinar de pájaros ante mi muerte,
ese canto de dioses y el olor a la angustia
y al deseo,
y moriré simple
como mueren los seres que se mueren
derramando la esencia por los vientos.

¿Se olvidará de mí la planta que regué durante años
la gata que alimenté,
el corazón que amé,
la piel que gozó de mi deseo?
Se olvidarán de mí tan pronto
que hasta el resto de sueño por soñar
quedará inconcluso ante mi muerte.
Y ni siquiera los huesos de mis padres
recordarán quien soy cuando me muera.

¿Quién sabrá mañana
de todas estas cosas?
¿Quién sabe hoy?
Y el que lo sepa
por favor no me conteste,
seguramente es una respuesta
que no quiero escuchar ahora.


PÁGINA 16 – ENSAYO

GOLPEADA Y HUNDIDA, LA ORTOGRAFÍA MUTÓ A LA HORROR-GRAFÍA

Por Diego A. Santos (Bogotá-Colombia)

En algún lugar de La Mancha, se respetaba y promovía la buena ortografía.
Los dictados eran frecuentes. Los profesores bajaban las calificaciones en los exámenes donde hubiera palabras mal escritas. Del colegio, los alumnos se graduaban con una ortografía más que decente y aquellos que se aventuraban a las carreras de letras, presumían del buen uso del idioma. Para trabajar en un diario, la ortografía del periodista debía ser impecable.
Pero eso era ayer. Hoy es vergonzoso. Mañana será 'dzastroso'*.
Los resultados de las pruebas de ortografía de los universitarios que quieren hacer sus prácticas en algún medio de comunicación son desoladores.
Sobre un máximo puntaje de 50, el promedio de las notas ronda entre los 20 y 23 puntos. Por debajo de 20 es común y ver un 26 o 27 es motivo para celebrar. Y así estamos.
Entre idiosincracia o idiosincrasia, la mayoría se identifica con la primera. Ante la opción de avalanzó o abalanzó, se abalanzan sobre la escrita con v. A escoger entre decisión o desisión, se deciden por la segunda. Un "a ver" o "haber" genera tanta confusión como el rojo y el verde a un daltónico.
Y no faltan los que no se dan cuenta de uno de los horrores más grandes que contiene una prueba con fallos que deben ser corregidos. Después de la pregunta cómo estás, la respuesta dice "hay voy". Muchos la dejan así. Deberían tacharla y poner "ahí voy".
Los defensores del español se han convertido en hidalgos quijotes. Ver a los correctores de estilo o editores luchando contra la mala ortografía es como contemplar, con una mezcla de nostalgia y ternura, al célebre héroe de Cervantes galopar contra los molinos de viento. Ya todos sabemos cómo acabó eso.
El acelerado desmoronamiento de la buena ortografía es culpa de todos, pero los colegios son los que cargan con la mayor responsabilidad. ¿Con qué rigurosidad enseñan los profesores? ¿Por qué se gradúan los estudiantes que atropellan permanentemente el idioma? ¿Por qué las carreras de comunicación social aceptan a alumnos que no saben escribir bien? ¿Y por qué los medios abren sus puertas a practicantes con ortografía mediocre?
Puede que la ortografía, el escribir bien, sea secundario para un matemático, un físico, un banquero o tantos otros profesionales que no requieren del idioma para destacarse.
Para ganar plata no importa si el vicepresidente de un banco escribe transacción o transaxión, pero seguro le exigen tener un conocimiento sólido de economía y de mercados. Con los periodistas y escritores, defensores del idioma, debería pasar lo mismo, tendríamos que exigirles un impecable español escrito.
Reconforta ver que aún llegan centenares de reclamos por palabras mal escritas. Ello quiere decir que sigue existiendo un mercado que valora y defiende el idioma. De hecho, en Twitter, @tefa_ (#aprendiendoconlatefa) es una permanente correctora de los atropellos que se ven por esa red social. Sin embargo, como les ocurre a tantos otros que luchan por la ortografía, su tono de corrección es a veces tan soberbio, que pareciera que su ejercicio, más que educar, busca una sádica satisfacción de humillar al infractor idiomático.
También hay en esa red social unos hashtags (palabras clave) que debaten sobre el idioma, como #AmableRecorderis y #EspañolGourmet. No deben ser los únicos.
Pero seamos realistas, cada vez son menos los interesados en este debate. Si ya ni importa que ministros, presidentes del Senado o inclusive ex presidentes maltraten el idioma, qué les vamos a exigir a los futuros comunicadores sociales.
*Por si la ironía no era clara, la forma correcta es desastroso.
Nota del autor: Este artículo fue sometido a una estricta revisión por parte de los correctores de estilo de EL TIEMPO. Los errores que me detectaron, corregidos ya en el texto, fueron los siguientes:
-'Quijote', en el sentido en que se usa en el escrito, es un sustantivo común y debe escribirse en minúsculas.
- Es redundante decir "galopar sobre su caballo".
- "Gradúan" es con tilde en la 'u', por aquello del hiato.
- "... tantas otras profesiones...". Mejor sería decir "tantos otros profesionales" para preservar la unidad de conceptos, impuesta por la sucesión previa.
- En las siguientes frases, hay un error común de concordancia, que es el de usar en singular el pronombre 'le' cuando el complemento con el cual se coordina está en plural: "Sin embargo, como le ocurre a tantos otros que luchan por la buena ortografía...". Según la regla de concordancia, debió haberse escrito "... como LES ocurre A TANTOS OTROS...". Lo mismo vale para "... qué le vamos a exigir a los futuros comunicadores". Es "... qué LES vamos a exigir a LOS FUTUROS COMUNICADORES...".


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

NO CREAS EN NADA QUE NO TE HAGA REIR

CORONA DE CALOR-Rolando Revagliatti.-Edic. La luna que-Buenos Aires
Por Roberto Malatesta (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Rolando Revagliatti prolífico autor de poesía, amen de dramaturgia y narrativa, organizador de eventos literarios, dueño de una obra ampliamente difundida en revistas literarias y traducido a diversos idiomas, nos entrega en libro número quien sabe ya, lo cierto es que Corona de Calor hace contundente un elemento que nunca dejó de faltar en sus anteriores poemarios: el humor, elemento muchas veces desvalorado si de poesía se trata, cosa extraña que ocurra en el lenguaje de Quevedo y Lope de Vega, cosas extrañas de nuestra memoria colectiva o será que nos enseñaron demasiado que debíamos, para leer poesía, fruncir el entrecejo.
El tema del libro: el calor del cuerpo humano, el sexo, la edad, el amor, tomados desde un nada convencional ángulo desde dónde nace el humor.
La forma es la ruptura con la forma, aún así y pese a ello sus trabajos no están exentos de la musicalidad del énfasis y aquí, he de hacer notar, se pierde un elemento, ya que R. R. entre sus diversas experiencias con la palabra ha gravado cassettes con sus poemas, el énfasis de sus lecturas, su formación teatral hace de R.R. un extraño caso para el medio poético argentino: el recitado de sus propios poemas los mejora.
El Lenguaje si por momentos llano: “sólo me interceptan las niñas/ en el bosque/ y me tientan con el contenido de sus canastas” otras veces juega con cacofonías y juegos de sonidos “la mal amada/ ama/ mal// endeudadas” o casi arrabalero aunque traducido al siglo XXI: “alardeabas con tu cabellera violeta y esponjosa/ de una laya calificable de furibunda/ atiborrada por aritos y otros adminículos/ prensores en zonas tiernas”. Y todos estos recursos del lenguaje se predisponen para la sorpresa, para el cierre inesperado del verso generalmente rematado en seco.
Piezas cortas, poemas sonoros fuera de todas sonoridad tradicional, poemas, como debe ser, para ser leídos en voz alta. En Realidad R. R. parece tomarse nada seriamente o será verdad aquello de que no ha de creerse nada que no te haga reír, precepto al parecer “seriamente” incorporado por R.R. ya los títulos de sus libros anteriores ya lo preanuncia “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco)” “Trompifai” “Picado contrapicado” entre otros. Corona de calor heredero de todas una trayectoria parece ser, y aquí qué mas da: soy subjetivo, su mejor libro.
poemas recomendados: Los buñuelitos para la abuela, pag 10
Eras como una prima pero desnuda, pag 24
Jovenzuela mira a veterano, pag 25
El caballero,pag 37
Ella estaba verde, pag 41
Si me querés, pag 30


“ILESA”, DE KATO MOLINARI
Por LUIS BENITEZ (*)(CABA-Buenos Aires-Argentina)

Kato Molinari nació en Alta Gracia, provincia de Córdoba. Su obra incluye: Por boca de quién (1972), Miradas y peregrinaciones (1982), Noche de las cosas, Mitad del mundo (1986), Las simias (1989), Umbral (1993), Un jerónimo de duda (1996), Una hormiga / un halcón (2004) e Ilesa (2011). Entre otros reconocimientos nacionales e internacionales a su obra poética, ha recibido el Tercer Premio Municipal de Poesía y la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

Kato Molinari es una de las poetas argentinas más originales de las últimas décadas, y ha sabido poner una muy personal distancia entre los sucesivos “ismos” que recorrieron el desigual panorama del género desde que, en la década de los ’70, inaugurara su conocida trayectoria con el poemario Por Boca de Quién, editado entonces por Losada. Como Olga Orozco y otras autoras lo hicieron en su tiempo, Molinari se mantuvo a distancia de los lobbies culturales que marcaron “la moda” poética –si es que tal aberración puede existir- de las últimas cuatro décadas; prefirió, como Orozco, dedicarse a la lenta y ardua tarea de forjar una voz propia –hoy fácilmente reconocible en la polifonía- caracterizada por la aparente simplicidad de su lenguaje, desnudando capa a capa el sentido y la resonancia sensible de las palabras, hasta arribar a un territorio que definitivamente le pertenece.
Voy a citar a nuestra autora, respondiendo a una de las preguntas más difíciles para un poeta: -¿Qué es para usted la poesía?
Dice Kato Molinari:

“Un estado impreciso, intenso y sobre todo propicio, y también la desembocadura de una vocación. Es, además, una cosmovisión, compartida a veces con el lector y con otros escritores y artistas en general.” (1)

Y cuando responde a otra: -¿Cómo definiría su poesía?

“Como la expresión de mi yo profundo, con las caracterizaciones y modulaciones impuestas por mis circunstancias. Ya en el plano estilístico, se nota que mi poesía no es poética en sentido estricto porque se entrelaza mucho con la prosa. Algo que logro con facilidad y que no busco: simplemente lo encuentro.” (2)

Su nuevo poemario, Ilesa, da cuenta de este logro singular, ofreciendo una decantación de lo ya observable en toda su obra anterior. Cuando sus lectores –entre ellos, quien esto escribe- suponíamos que Kato Molinari había alcanzado la meseta de su poderoso discurso, la autora vuelve a sorprendernos con un paso más, donde la precisión y la destreza en el manejo de los recursos poéticos terminan de ubicarla como una de las primeras voces de la poesía argentina.
Como señaló anteriormente Omar Requena, poeta y narrador de Venezuela, la escritura de Molinari consiste en:

“Textos concisos, deliciosamente irónicos, e incluso descarnados; Kato Molinari sabe ser a un tiempo refinada, culta, ríspida. Poemas con los que el gran Henri Michaux se sentiría muy a gusto, en ellos sin embargo hay espacio también para el lirismo y la ternura.” (3)

Y todavía más precisó, sobre la poesía de Kato Molinari, nuestra querida y admirada María Rosa Lojo, quien se expresó así en una reseña sobre su séptimo libro, “Una hormiga/Un halcón”, publicada en el diario La Nación, en 2004:

“El erotismo y la infancia son climas privilegiados en estos poemas, quizá porque el juego es el eje de ambos registros de la experiencia. El amor vuelve a la libertad, a la aventura, a la "búsqueda del tesoro o cacería del zorro", y se llega al encuentro de un ángel diez minutos tarde con una rosa en la mano. El mundo que creemos conocer está habitado por extrañas criaturas que no hemos mirado bien. Las instituciones, las convenciones, las inútiles costumbres y pesadas memorias en las que nos refugiamos vuelan bajo el viento: "Debería ser obligatorio el cambio/ anual de vestimenta./ Yo podría desligarme de los pesados/ coturnos sobre los que aquel antepasado mío/ representó tragedias".
El tiempo se desanda en un círculo mágico de sueño con palabras que "desafían todo plan, alimentan toda imagen". (4)

Se trata de una de las pocas autoras que consiguen mostrarnos las palabras y el sentido de las palabras como algo nuevo, antes no expresado, renovando y fortaleciendo la capacidad de los versos para ingresar en la sensibilidad del lector con la fuerza de un boomerang: penetra y vuelve a la mano de la autora el verso, cuando ya hizo su obra en nosotros. Y la excelencia de sus remates posee la capacidad de seguir haciendo resonar su poesía luego de la lectura, todavía mucho después de ella.
Por las razones expuestas y por otras más que la lectura de Ilesa nos va a mostrar, éste es un título que no puede faltar en la biblioteca del lector de poesía argentina contemporánea.

NOTAS

(1) http://entrevistasamispoetascontemporaneos.blogspot.com/2007/11/entrevista-kato-molinari.htm
(2) ídem. anterior.
(3) - http://soyelquenofui.blogspot.com/2008/12/letras-amigas-kato-molinari-i.html
(4) María Rosa Lojo, La Nación, Suplemento Cultural, edición del domingo 5 de diciembre de 2004 (ver http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=659914&high=nacidosley)
(*) El poeta, narrador, ensayista y dramaturgo Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria.
Sus 24 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, México, Venezuela y Uruguay y obras suyas fueron traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, flamenco, griego y macedonio.


A HERON IN BUENOS AIRES. SELECTED POEMS
Autor: Luis Benítez-Traductor: Cooper Renner-Editorial: Ravenna Press-Págs: 56

Por Alejandro Frías

La editorial norteamericana Ravenna Press acaba de publicar A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, un excelente volumen que sintetiza la obra del poeta argentino Luis Benítez.

¿Puede una treintena de textos representar y sintetizar una obra de tres décadas? A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, la primera antología de poesías de Luis Benítez publicada en inglés, demuestra que esto es posible.

Seleccionados y traducidos al inglés por el poeta norteamericano Cooper Renner, los poemas que integran A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, disponible en todo el mundo a través de www.ravennapress.com y www.amazon.com, conforman un corpus representativo de la obra de Benítez que desnuda al poeta, sus intereses, su estética, su forma de ver y sentir el mundo, exponiéndolo en carne viva ante el lector.

Los poemas escogidos ponen de manifiesto la tensión permanente en la obra de Benítez entre lo ínfimo y lo infinito, pero que quede claro, no entre lo particular y lo general, no se trata de la observación de un fractal, sino de una mirada entre lo simple, lo inasequible por pequeño y cotidiano, y lo enorme, lo inconmensurable por gigante.

“La historia de las constelaciones / grabada en el brillo de una hoja”. “En la ciruela ve la sombra del ciruelo”. Tal es el progreso de los extremos (de ida y vuelta y viceversa) en los versos de Benítez.

Esta mañana escribí dos poemas (This Morning I Wrote Two Poems), texto incluido en la antología, es quizás la síntesis de A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, pues en él el autor no sólo afirma que la poesía “es otra manera, posible, de estar vivo”, sino que también refleja sus preocupaciones más profundas (“me pregunto por el origen / de esas dos cosas que están ahora sobre la mesa”) y la universalidad de su diálogo entre literatura y ciencia, entre historia y filosofía, entre la utopía y el diario vivir de la gente.

Los grandes y pequeños animales y las ciudades como monstruos, otros de los temas que como bestias de pesadillas (o pesadillas bestiales) recorren la obra de Benítez, también están presente en A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, y no es casual que ya desde el nombre de la antología un ave (que migra, que no está en su sitio y que, sin embargo, se presiente cómoda) sea la protagonista.

Y con esto, con la inclusión de animales, el autor juega con otros extremos, los del mito y la realidad, y en ellos intervienen la historia universal de la literatura, poniendo a la especie humana ante un espejo que molesta, un bello y fatal espejo que nos muestra nuestras luces y nuestras oscuridades.

Por último (aunque, por supuesto, no es lo último que podemos decir de Benítez y su obra), la antología expone una de las características estéticas más significativas de este poeta argentino: su capacidad para usar de manera innovadora y magistral los adjetivos, dando a las ideas una elevación que excede la simple interpretación y dejando en el lector (en el espíritu del lector, mejor) la sensación de que lo dicho no acaba allí, sino que se extiende hasta la enormidad.

“Animal desfondado”, “apretada melodía de la desesperación”, “el hombre, ese acertado inconstante”, “el compacto horror de la tortuga” y “sol innumerable” son algunas de esas mixturas casi irreverentes con las que A Heron in Buenos Aires. Selected Poems sintetiza la obra de Luis Benítez, un escritor y una poesía ya fundamentales para la lengua española.


PÁGINA 18 – CUENTO

EL TESORO DEL MARQUES DE CASANA

Por José Enrique Serrano Expósito (Córdoba-Córdoba-España)

En la ciudad de Córdoba, plena Andalucía, una mansión se caía a pedazos. Los más viejos del lugar cuentan que hacía dos siglos fue restaurada, pero el abundante uso de sus instalaciones como club juvenil y el implacable paso del tiempo, unido a la falta de inversión en su mantenimiento ─aunque esto nunca fue demostrado─, hizo que la ruína arquitectónica se extendiera por todo el inmueble. Estaba abandonado desde hacía un siglo y nadie mostraba interés por él. La gente la bautizó: mansión del Marqués de Casana, pero no se ha demostrado aún que existiera nunca ese título nobiliario.
Todo cambió en cuanto un estudioso hispano estadounidense de ascendencia eslava, José Eduardo Viokiev, irrumpió en la quietud del ruinoso inmueble, habiendo obtenido permiso del Ayuntamiento de la ciudad andaluza para efectuar obras en él, siempre y cuando respetasen escrupulosamente su histórica estructura.
Dicho estudioso ─historiador, crítico literario y buscador de tesoros para más señas─ había leído en una librería de antiguedades sita en Nuevo México, un manusrito de hacía poco menos de dos siglos, acerca de un autor novel español cuya fama surgió tras su muerte: Su seudónimo era Jesé. La creciente fama de éste permitió a José Eduardo tener conocimiento de los textos del escritor cordobés a pesar de haber nacido en un lugar tan lejano, por lo que desenpolvó el único libro que de él encontró en dicha librería anticuaria: “Obras completas de Jesé”.
Le aburría la fantasía épica, que era de lo único que escribía el autor, además de algunos poemas. Pero... entre los manuscritos encontró algo inesperado. José Enrique ─que ése era el verdadero nombre del entonces novato autor─ aseveraba como dato fidedigno, no fruto de su imaginación, que entre los muros de una mansión cordobesa había quedado, por error, una caja fuerte, con motivo de unas obras; pero desconocía su contenido.
Tamaña afirmación, argamasada con lo exótico de estar ubicada la vetusta mansión en un confín de la lejana España, puso en marcha los engranajes de la febril imaginación del buscador de tesoros: José Eduardo aparcó sus muchos proyectos y se centró por completo en la búsqueda de esa caja, pues daba ya por cierto, antes de más indagaciones, que dentro de la caja fuerte debía encontrarse una inmensa fortuna: el tesoro del Marqués de Casana, lo bautizó. Dicho noble habría escatimado el dinero necesario para el cuidado del inmueble y atesorado durante largos años su pingue fortuna en esa caja de caudales ─”cofre” la llamaba ya─, probablemente convertida en joyas de inmenso valor.

Pero volvamos al escenario de las obras: Destrozaron el muro casi al completo, y no cejaron hasta encontrar la caja fuerte empotrada y oculta en el mismo. Viokiev apartó a los obreros y extrajo con sus propias manos la vetusta caja. Les ordenó dejar el muro como estaba antes, mientras tomaba asiento en una silla plegable que él llevaba consigo. Puso la caja fuerte entre sus rodillas ─“mi tesoro” se decía mientras la acariciaba─ y no se extrañó de encontrarla cerrada con un candado lleno de herrumbre. Era de grueso acero. Su acompañante empleó con habilidad una singular cizalla electrónica… Pronto el que llamanban “cofre” quedó listo para ser abierto. Cedió tal honor a su amigo, pues lo colocó de nuevo entre las rodillas de José Eduardo.
El corazón del buscador de tesoros latía a un ritmo vertiginoso, tuvo que tranquilizarse aspirando y expirando aire en abundancia varias veces… En su interior solo halló varias hojas amarillentas, con una lista de nombres antiguos escritos con desvaída tinta en la ya casi desaparecida lengua española de aquellos tiempos, acompañados de los aún vigentes números arábicos. Pensó que se trataba de algún tipo de contabilidad arcaica ─escrita en papel como antes se hacía─ pero desechó la peregrina idea, habida cuenta de que no encontró el viejo símbolo del euro, vigente entonces en Europa. En esto se equivocaba Viokiev, pues el euro fue posterior a la peseta y por ser cantidades en esta moneda no se puso el todavía inexistente símbolo económico de la Europa de entonces. De todos modos no tenía mucho sentido su hipótesis, pues en una larga lista de cantidades monetarias, a casi nadie se le ocurre consignar por escrito innumerables veces el nombre o símbolo de la moneda. Pero esta consideración se le escapó a Viokiev, dada la falta de objetividad del obsesionado estudioso.
Por todo ello, José Eduardo interpretó como números en clave las meras cantidades monetarias. Se fijó en uno de los nombres: José Enrique Serrano Expósito… De un brinco se incorporó y casi tiró al suelo su preciado cofre, al tiempo que decía a Rafael Millanic, su ayudante:
─¡Es Jesé!: ¡José Enrique Serrano Expósito es el verdadero nombre encerrado en ese seudónimo, ¡son sus siglas!
Tomó asiento, con los ojos fijos en ninguna parte, y sentenció:
─Ahora lo comprendo todo.
─¡Tienes razón, José Eduardo! Eso encaja, demuestra que fue uno de los moradores de esta mansión. Pero me dijiste que Jesé escribió desconocer su contenido… Además, ya ves que aquí no hay tesoro alguno.
─¡Exacto, Rafael! Apuesto a que Jesé estaba conchavado con el Marqués de Casana y en su escrito no reveló el secreto por temor a que se descubriera la existencia del tesoro.
─¿Qué secreto?
José Eduardo Viokiev suspiró satisfecho y explicó a su, al parecer, ingenuo amigo:
─Sin duda ambos consignaron en este papel, escrito en clave numérica, la ubicación del tesoro del Marqués de Casana. Porque veo que no te has fijado en que este documento lleva la firma de Manuel Bravo CASANA en todos los papeles, y en uno de ellos la firma de Jesé: Si no me crees, observa esa “J” y esa “E” deformadas de que consta su autógrafo...
─¡Caramba, eso también encaja! Dejemos que los obreros terminen de restaurar el muro y marchémonos ya a tu despacho.
─Sí, hemos de descifrar estas claves cuanto antes…
Fue así como ambos hispano norteamericanos iniciaron sus pesquisas sobre el misterioso texto. A falta de expertos españoles en criptografía ─los había, pero no les convenció su para ellos modesto curriculum─, regresaron a Estados Unidos. Concretamente se mudaron a Houston, para que expertos informáticos y sesudos matemáticos analizaran los misteriosos códigos... Pero hasta el momento nadie ha podido averiguar nada.
Fue desechada inmediatamente la teoría de Manuel Cuadra, un veterano doctor en matemáticas, también de origen hispano, que hacía largo tiempo había emigrado precisamente de Córdoba a Houston. Según su hipótesis ─descabellada para el obsesionado y macilento Viokiev─, la lista de nombres y números podría ser en realidad un simple diario de ingresos y gastos. Esto no le cuadraba a José Eduardo, quien hasta nuestros días continúa investigando…


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

CARLOS GARRIDO CHALÉN (Zorritos-Tumbes-Perú)

PORQUE LOS PÁJAROS LIBRES TAMBIÉN LLORAN

Porque los pájaros libres
también lloran el dolor del precipicio,
yo lloro desde mi barco a la deriva
el naufragio de este mundo
- la calamidad llega como un torbellino y hay necesidad
de escapar como gacela de la mano del cazador -
y lloro también el cautiverio de la madrugada
en las ciudades en donde Dios sale a la guerra
y se junta en batalla contra sus enemigos;
la tristeza insalvable del zorzal
que antes del adiós definitivo
pronuncia un memorable discurso de trinos a su amada;
y sé que la tristeza es un paraje común
para el pájaro herido en la batalla;
y yo mismo soy un pájaro
que muere de sí mismo y se rebela,
y como a vuelo a tu sombra moribundo para buscar la vida
pongo mis pies en el cepo
y encuentro que Dios también sabe llorar
cuando se vuelve un ave
y sé en consecuencia que es un privilegio
el llanto matutino
que lloran los abismos.

No me avergüenza entonces llorar por los que sufren
y lloro con todo mi torrente y mi magia de viejo nigromante
- como el buey que sabe que va al degolladero -
pero una lágrima reservo premeditadamente
para llorar de alegría
por la Vida.

ME VOY CON MI EMBRIAGUEZ SALVAJE
A RECIBIRME DE ASALTANTE EN LAS ESTRELLAS

Hoy navego el gran río de profundos vórtices
llamado por los dioses Janto
y quiero tomar por asalto los cerros de mi pueblo.
No he guardado los rebaños de Laomedón
en los barrancos del Ida
ni he hecho pacer las yeguas de Admetos
en las amplias llanuras de Tesalia;
pero quiero tomar por asalto
el aire indomable
que respiran airosas sus palomas.

Tomar por asalto mi ciudad y su viejo cementerio
y convertirme en vigía y guardián
bajo las coces de todas las potrancas,
de sus puertas y todos sus candados.

Y como soy hostil a la magia de los brujos, mis rivales,
quiero tomar por asalto
el camino umbroso del infierno.

Si antes que todo fue el Caos, por qué no asaltar estoicos,
el murmullo de todas las cigarras.
Si fuera de la tierra está la noche profunda,
por qué no asaltar en los cruces de camino
a los fantasmas.

Con residencia en el Palatino o en el Quirinal,
me voy con mi embriaguez salvaje, en las estrellas.
a recibirme de asaltante

POEMA PARA QUE LAS GAVIOTAS REGRESEN A SU ALTURA

La gente dice pero quién es ese que le escribe al día
que habla de amor y canta a la tristeza;
quién es ese que escribe poesía para no morir, y se estremece,
que ama con ternura para ser humano y no extinguirse,
que dice perdón, disculpen, con permiso;
quién es ese que mira de frente al sol sin temor a sus fulgores,
que sigue diciendo: amor, ven, te quiero, te deseo;
quién es ese de mirada triste
que conversa de ilusión y huele a pino.

Y yo les digo: pero para qué quieren saber quién soy, si soy un puma;
qué les interesa si pido perdón,
si cuando lo deseo me convierto en águila y vuelo al infinito.

Pero la gente insiste
y cuando me retrato en la ciudad
pregunta por qué mi cuerpo no proyecta sombra.

Pero tu felizmente me conoces, y sabes que cuando duermo
mi Ángel de la Guarda se disfraza de hombre
y marcha a disfrutar la madrugada
y tú te quedas reemplazándolo en vigilia.

Ellos seguirán diciendo no obstante muchas cosas
preguntarán insistentes por los muertos que no pude matar
me arrasarán con su envidia de coleópteros
y me harán un forado en el centro del pecho para llevarse mis urgencias
pero tu estarás siempre a mi costado
sembrando de alhelíes los caminos.

No importa entonces que digan
que yo hablo del furor de los surcos con el alma en quebranto.
Yo escribo poesía para que las gaviotas regresen a su altura
Y sigo por eso diciendo: amor, ven, te quiero, te deseo,
tú eres mi máxima extensión, mi cima, mi montaña.


PÁGINA 20 – ENSAYO

ACADEMIA DE ASESINOS
(Del asesinato considerado como una de las bellas artes)

Por Alejandro Bovino Maciel (Corrientes-Corrientes-Argentina)

Thomas De Quincey nació un 15 de agosto de 1785 en el distrito de Manchester para quedar huérfano a los siete años. En una escuela~orfanato inició lo que él describió después como “agobiantes turnos de estudio” hasta completar el ciclo; ya adolescente se trasladó a Londres buscando el amparo de sus tutores legales: el padre le había dejado dinero suficiente para llevar una vida honrosa, pero los deshonrados albaceas se quedaron con los vueltos, y el joven Thomas tuvo que rebuscárselas solo hasta terminar en casa de un letrado sombrío quien le hacía trabajar de día en diversos menesteres como ordenanza, amanuense, correo; para dejarlo dormir de noche en el incómodo bufete entre ratas y alimañas, rito iniciático del escritor siempre acosado por problemas financieros que en algún momento pudo confirmar que: “escribir es casi tan peligroso como vivir”.

Colaboró escribiendo artículos para la prestigiosa Enciclopedia Británica pero nunca pudo cobrar sus honorarios ya que fueron judicialmente reclamados para pagar al detective que lo perseguía para detectar su domicilio legal. Solamente entre 1804 y 1808 su familia le permitió el ingreso en el prestigioso Worcester College de Oxford, y este leve descanso de las correrías económicas se vio fustigado por el inicio de su relación incansable y tempestuosa con el opio. Samuel Taylor Coleridge y el escocés Thomas Carlyle, fueron sus camaradas de vicio. Los tres se lanzaban continuamente anatemas e injurias acusándose de redomados opiómanos. Pero De Quincey dio un paso adelante al publicar el libro que lo hizo mundialmente conocido: “Confesiones de un opiómano inglés”, aunque su obra completa comprenda veinte volúmenes publicados íntegramente en 1856 por Reed & Fields, de Boston.

Escribió un tratado de economía, varias confesiones, ensayos críticos sobre las obras del poeta Wordsworth, la novela “Klosterheim” el maravilloso libro “Suspiria de Profundis”, ensayos sobre estética, filosofía política, idealismo alemán, los clásicos grecolatinos, fisiología siguiendo el triple propósito de divertir, instruir o elevar espiritualmente al lector. Entre las tres, elegimos la diversión porque se instruye mejor en algunas aulas, se eleva mucho más alto desde un púlpito pero pocas veces se divierte con tanta inteligencia como la que derrocha De Quincey.

De Quincey consideraba que, básicamente se podía cultivar dos tipos de literatura: la “literatura instructiva, o de conocimiento” (o anti-literatura como también la llamó) que incluiría tópicos tan dispares como los diccionarios, la gramática, los almanaques, una farmacopea, los informes parlamentarios, un manual de herrería, un tratado sobre el billar... obras todas en las que el asunto a desarrollar es más importante que la forma de escribirlas. Frente a ella, se situaba la “literatura de poder” o afectiva que no se dirige al entendimiento discursivo sino al placer estético y la simpatía con el lector. Sin duda esta obra que proponemos “Del asesinato considerado como una de las bellas artes” pertenece al segundo grupo.

Típica muestra de la escritura conversacional, esta obra resulta fácil imaginarla narrada por un excéntrico inglés cuyo interés residen en excitar la lógica de la audiencia para encontrar las paradojas que encierra el choque entre el pensamiento y la realidad.

Es una escritura en la cual la digresión importa menos que la sorpresa, la curiosidad, la ironía y el desdén de las rígidas costumbres victorianas. El pensamiento de De Quincey es laberíntico. No hay que desesperar, el relato amable es el hilo de Ariadna que nos conduce inadvertidamente al final: un cúmulo de pruebas periodísticas que corroboran a su modo lo que parecían ser disparates del autor.

Primero, éste reconoce que el crimen es algo deleznable antes de ser ejecutado, pero una vez consumado, puede ser estéticamente analizado para hallar que nunca está exento de belleza si el verdugo mantiene cierta etiqueta y buen gusto que aliente su talento creativo. Así, por ejemplo, desalienta las carnicerías, las matanzas brutales, los asesinatos interesados que persiguen fines lucrativos, nada de eso está dentro del ámbito del arte que como todos sabemos cultiva la belleza por la belleza misma.

El crimen que propone como arte sólo tiene fines filantrópicos. Recomienda minimizar el rechazo moral que nos produce la palabra asesinato: “al oír hablar a la gente parecería que ser asesinado tuviera todas las desventajas e inconvenientes, y no ser asesinado no tuviera ninguna”. Todo esto lo predica un tal X.Y.Z., hombre morbosamente virtuoso que denuncia la existencia, en el centro de Londres, de una Sociedad de Cultores del Asesinato vivamente interesados en el homicidio. Como no puede consentir esa forma del vicio, decide publicar lo que escuchó durante una sesión de los académicos del homicidio cuyas más altas ambiciones consisten en refinar el arte criminal a extremos sublimes siguiendo algunos principios: que la víctima sea una buena persona, que goce de excelente salud (malísimo sería matar a un moribundo: la naturaleza ya planea lo mismo) y que además, de ser posible, tenga hijos pequeños que dependan enteramente de su trabajo con el fin de dar mayor profundidad al patetismo.

Como estos “principios” –confiesa el autor- producen inmediatamente cierto sentido de repudio que se apoya en la moral, un pequeño retoque del razonamiento nos permite llegar a conclusiones distintas reordenando las ideas: “Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le importa robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor; y se acaba faltando a la buena educación y por dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Una vez que empieza uno a caer cuesta abajo, ya no sabe dónde detenerse”.

Polémico, controvertido, discutido y hasta repudiado en su tiempo, De Quincey refutó a Malthus en una publicación que lo había ungido como profeta. Defendió a David Ricardo en una gaceta que lo repudiaba. En “Political Anticipations” sospechó de los efectos que la popularización de la prensa podría tener en el futuro sobre las masas. Ese futuro ya ha llegado; esa profecía siniestra se cumplió sin que nadie en su tiempo se alarmara. En cambio estas cándidas consideraciones sobre el asesinato, en tono de ironía, conmovieron a los parroquianos londinenses de su tiempo levantando andanadas de acusaciones. De Quincey, ajeno a críticas y alabanzas murió en paz en Edimburgo, en 1859.


PÁGINA 21 – CUENTO

VALIENTES

Por Federico Manias (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Quién hubiera imaginado que algún día estaríamos los dos así, en esta situación, vos en la cama y yo cuidándote… ¡Lo que son las jugadas de la vida!
Claro que te acordás, no pongas esa cara. Cómo no te vas a acordar si fuiste vos el que nos llevó a todos. Eras el más valiente, te animabas a todo lo que ninguno de nosotros se atrevía, te aventurabas antes que nadie a los lugares más extraños, más desesperantemente horribles. Tenías un coraje que siempre me pareció sobrenatural, parecías tener control sobre las fuerzas de la naturaleza. Eras a quien todos seguíamos. Nunca te fallaban los cálculos, siempre las cosas salían como vos asegurabas que iban a salir, ¡cómo no seguirte...!
¿Te acordás? Nos juntamos en la casa de tu abuela, que nos quedaba cerca a todos y, como nuestros padres conocían a los tuyos y a tu abuela, nos dejaban ir solos. Aquel día no faltó nadie, fueron llegando de a uno: yo fui el primero, después aparecieron Camilo, Esteban, Sartori (no me puedo acordar del nombre, ¿vos?), El Anguila (qué flaco y escurridizo era el canalla ese!), Pablo, el Petiso Giovanelli y el Perro Zaldívar. Cuando estuvimos todos, tocamos el timbre para que tu abuela supiera que estábamos por ahí (coartada, le dicen). Teníamos que tener todo planeado, no era fácil en esa época escaparse del radar de los mayores, especialmente si uno tenía amigos como vos, je.
Saludaste a la abuela, vamos a jugar a la plaza le dijiste, y salimos en fila siguiéndote. Era principios de septiembre creo, cuando el solcito empieza a picar a la hora de la siesta, y si mirás el sol cerrando los ojos te invade una increíble sensación de gloria... Pasamos en silencio absoluto por adelante de las casas de Pablo y del Petiso, y enfilamos hacia la estación.
Era la estación del tren, abandonada hacía unos cuantos años, cuando el ramal que iba a la capital se cerró y ahí quedaron (hasta que los fueron robando de a poco) todos los muebles, relojes, teléfonos, vagones, chatas, herramientas, durmientes, rieles, que parecían estar esperándonos cada vez que nos escapábamos a jugar por ahí. Pero esta vez era distinto. Dijiste que se iban a acordar de nosotros sin saber quién había sido. Que era nuestra oportunidad de pasar a la historia, de sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Que no nos preocupemos porque iba a ser rápido y seguro. Y por supuesto, te seguimos...
Los fósforos los había llevado Zaldívar y el kerosene se lo robaste a tu abuela; ya no era época para usar la estufa, imposible que se dé cuenta. Estábamos muertos de miedo pero hicimos todo en un momento, echamos combustible alrededor del edificio y cuando nos metimos en el local y empezamos a tirar kerosene, en un segundo de descuido cerraste la puerta, la trabaste por fuera y saliste corriendo. La desesperación nos invadió. Te odié profundamente. Golpeamos, te gritamos, y esa desesperación empezó a hacerse pánico. No había luz, sólo un poderoso olor al combustible que comenzaba a evaporarse, aumentando nuestro temor ignorante de que todo se prenda fuego por el calor que crecía de a poco. Intentamos abrir la puerta, destrabar las ventanas, subirnos y encontrar un entresuelo con alguna clase de trampa para salir pero nada. Seguimos gritando y cuando ya empezábamos a marearnos, Camilo encontró en el suelo la entrada a un sótano que estaba totalmente a oscuras. No teníamos fósforos (usarlos hubiera sido una locura) así que bajé con cuidado de no partirme el cuello y, a tientas, encontré una pequeña puerta que daba a otra sala con una banderola al exterior por donde entraba la luz. Mis alaridos hicieron que en menos de cinco minutos todos salgamos como flechas hacia afuera, donde el sol parecía más fuerte y glorioso que nunca. Te odié profundamente.
Desde ese día no te volví a ver. Por suerte no éramos compañeros de colegio, sólo éramos amigos del barrio, y eso facilitó mucho las cosas. Con el resto de los chicos nos seguimos viendo, pero nunca más se habló de lo que pasó. La vida transcurrió y pasaste a ser sólo el fantasma de un mal recuerdo que se repite periódicamente y a veces no me deja dormir por las noches.
Ahora estás ahí, postrado, inmóvil y tratando de hacerme callar con la mirada. No podés hablar. No te podés mover. Ni siquiera podés respirar solo, necesitás que ese aparato te ayude porque si no la palmás en un ratito. Cuando supe lo que te había pasado, pensé mucho antes de venir a ofrecerme. Necesitaba la guita, pero mucho más deseaba estar acá en este momento. Hablé con tu vieja y terminé cuidándote yo. Pobre tu mamá, le tocó hacerse cargo de vos en este estado, y todo porque vos nunca aflojaste en casarte con Norita. Al final sos un boludo, era un bombón y le colgaste la galleta...
Ehhh! Esos ojos desorbitados, esa desesperación, esa asfixia, ¿es miedo tal vez? No, miedo no puede ser, si según los médicos seguís siendo un valiente, que enfrentaste todo lo que te pasó con un coraje que nunca habían visto en otros pacientes. ¿O sí es miedo? En realidad no me importa demasiado, el miedo es parte del alma humana y algún día te tocaría descubrirlo. ¿Ves? Así se desenchufa un respirador. Por suerte no podés gritar, sería insoportable tener que aguantar tus quejidos. Chau Pato, me voy a poner la pava para tomar unos mates y en un rato conecto todo de nuevo (coartada, le dicen). O no, no sé, igual no me importa.
¿Viste qué valiente lo mío? Casi tanto como lo tuyo hace 30 años.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

GABRIEL XIRGU I JAVALOYES
Gitanos del tercer milenio (Colombia)

HOY ME DUELEN LAS PALABRAS

En esta casa callada no descanso
Los espías de mi memoria
buscan la estrella que llevas
en la noche de tus cabellos
Estoy perdido en la oscuridad y de todos modos
con los pensamientos crispados
danzando como traga fuegos en mi pecho
Desvelado por tu lejanía
no duermo estoy encandilado
por la luz volátil de las cigarras
arrulladas por tus labios
mientras gritan otras voces heridas
con el rumor de pasos sobrevivientes
Germina otra mañana de sueños pisoteados
En el espejo del agua ya no encuentro
mi rostro de ayer con ojos oscilantes
Sobre tu imagen y tus hábitos profesionales
enciendo lámparas de aceite
para celebrarte en la catedral de mediodía
Ahora que estoy en mi casa paterna
ocupada por un arcángel renegado
que invita a sus compañeros:
uno mal pescador y patrono de acueductos
y el otro componedor de desacuerdos de paz.
Ya no digo nada
Hoy me duelen las palabras
Dejo mi billetera de exiliado
para el pago de facturas y otras cuentas
Salgo a la calle sin identidad ni dinero
En los bolsillos vacíos guardo las manos
con el tatuaje de tus mejillas
junto a otras prendas personales:
la foto de Lucía la estilográfica
la dirección de Orozco el poeta
los números telefónicos de Isabel y Alejandra
y la última carta de Ángeles
con manojos de amor y despedidas
Tu aliento sopla en la soledad de mis huesos
sobre el dolor de mi voz ya sin voz
Te convoco con la sed del desposeído,
portador de un equipaje de besos
Aún me arde la espalda por la puerta cerrada
y este ser ángel y demonio a la vez
Cuando voy perseguido por estas calles
donde sale a negociar vidas la muerte


PÁGINA 23 – ENSAYO

LA NOVELA ENCONTRADA DE BORGES
Por Eric Courthès (Pirae, Tahití)

Ya llevo tres años conectado con mi hermano astral, el escritor web Pablo Paniagua. En abril de 2008 empezamos a dialogar por correo electrónico y en uno de mis artículos de semiótica textual, dedicado a la narrativa mágica de Augusto Roa Bastos , al tratar el rico tema de la fragmentación de su escritura, no pude sino aludir a reflexiones suyas, hechas casi al mismo tiempo, sin conocernos ni concertarnos, sobre la literatura fractal .
La semana pasada Pablo me mandó su última novela; ya tiene varias publicadas en la red, las cuales arma él mismo en formato papel y va repartiendo hecho un Quijote de las Letras Mexicanas por las calles y bares de Guanajuato, sólo guiado por las impenetrables leyes del azar.
He de confesarles (y de paso a él también) que no había tenido tiempo para leer hasta el final una de sus novelas, pero al fijarme en el título de ésta, La novela perdida de Borges, sentí una rara atracción, seguro impulsada por mi siempre repetida pasión por los laberintos textuales. Para atizar mejor mi locura, mi hermanito pelado –que tiene 4 días menos que yo– me envió al día siguiente el escrito Yo, me meo en Borges, un verdadero “brûlot”, una feroz diatriba contra Jorge Luis Borges , donde lo tacha de impotente sexual y, sobre todo, de complicidad explícita con las dictaduras de Videla y Pinochet. Un (ahora ex) amigo “escritor” paraguayo, al recibir el texto, me mandó al carajo de las letras paraguayas, tildándome de vilipendiador de Borges y reprochándome que no aceptara nunca una crítica política sobre mi admirado Augusto Roa Bastos. Otro amigo, un escritor argentino, se extrañó de que le mandase “semejante basura”, pero hubo también, por igual número, dos contra dos, amigos muy versados en literatura latinoamericana que se maravillaron por el aspecto desmitificador e iconoclasta de esa nota de Pablo Paniagua.
Hay dos tipos de escritores: los que se desviven sin vivir para escribir obras maestras, como Borges, y los que viven intensamente su vida y escriben muy buenas obras, y con más devenir, como Pablo Paniagua; en realidad, son las dos caras de una misma moneda.
En La novela perdida de Borges el personaje central que actúa también de narrador y de autor, de “conciencia creativa ”, tal como se define a sí mismo, se llama, como no era de esperar, Jorge Luis Borges. Es estudiante de Letras en la Universidad Complutense de Madrid y admirador de la obra del anti-Borges, el escritor polaco argentino, Witold Gombrowicz , y por tal razón no puede cargar con el peso de su homonimia, con el genial autor de El Aleph. Su compañera de estudios, una mejicana ricachona de telenovelas, se llama Aurora Yazbeck, y es una gran admiradora de la obra de Borges, pero si bien al comienzo de la historia se la ve como una mujer preciosa “de cuerpo neumático ”, resulta ser, en realidad, una “mujer plástica”, tan inteligente y linda como tramposa y manipuladora, y dispuesta a todo para conseguir el manuscrito de la novela inédita de Borges. Después del asesinato de un conferenciante especializado en Borges, gracias al cual se enteran de la existencia de dicha novela, parten hacia México en busca del libro. A primera vista, la novela de Pablo Paniagua tiene toda la traza de un buen thriller literario, pero el lector rápido se dará cuenta de que también es una novela fractal, donde algunos elementos se duplican, se repiten, y donde los personajes presos de las leyes de la serialidad, como los de Gombrowicz y Koestler , son unos títeres entre las manos del escritor-personaje-narrador, Jorge Luis Borges, que de pronto pasa a llamarse Witold Borges.
La fragmentación del “yo” es múltiple y Witold Borges se torna en “espectador de sí mismo ”, partes introspectivas que se alternan con soltura en el relato de las aventuras de los dos jóvenes en pos de la única novela inacabada de Borges. Vamos de sorpresa en sorpresa, llevados del hilo de la fractalidad. Aurora tiene una hermana gemela, Marta, que es poliomielítica, y Witold Borges, como fiel adepto de Gombrowicz, tiene sexo con ella, luego con Aurora y por fin con las dos al mismo tiempo, aunque no presenciamos el último acto por pasar de una serie binaria a otra terciaria. En el avión de vuelta a Madrid, se topa con otra lisiadita hermosa de mismo nombre y cuya hermana gemela se llama Aurora, de tal modo que el personaje anda totalmente inmerso en una cadena serial que lo predefine todo… Y sobran otros ejemplos en esta obra, de dualidad extrema, que pasa a cero, a tres, al infinito o vuelve a la unicidad o retorna al equilibrio del par, heredera del ying yang del I Ching, al cual alude el autor en varias oportunidades .
Es un espectáculo único la novela de Pablo Paniagua por ser un laboratorio donde puso en práctica todas sus teorías sobre lo fractal, sin que pierda, como era de temer, su verosimilitud y, sobre todo, dándonos muchas ocasiones para propiciar la risa.
Para mí tiene otra significación especial esta novela, que por ser genial no pasa por desgracia de lo virtual, por la poca perspicacia de los editores, pues llevo años estudiando la poética de Roa Bastos, y, como ya lo señalé en otras partes, tuve que inventar varios conceptos, derivados de los de Gérard Genette , para tratar de abarcar la complejidad textual de su obra, sobre todo de Yo el supremo , con tres nociones nuevas:
1) Endotexto: ‘un texto que se mira en su proceso de escritura y da la ilusión al lector de generarse a sí mismo’.
2) Exotexto: ‘un texto que condena al lector a la re-escritura’.
3) Algotexto: ‘un texto cuya composición obedece a claves secretas y seriales’.
Y La novela perdida de Borges, encontrada adjunta a una de las cartas de Pablo, obedece a tres patrones al mismo tiempo:
1) Witold Borges analiza a cada rato el proceso de su propia escritura, en un rito casi masturbatorio y de ricas cavilaciones surge, casi al final de la novela, el primer capítulo del manuscrito de la novela inacabada de Borges.
2) Pablo Paniagua, al re-escribir a Borges , me condena a mí, como lector implicado en las técnicas de su fábula, a escribirles esta nota.
3) Las combinaciones algorítmicas en su obra, muy marcadas por el Cosmos de Gombrowicz, se reproducen “respecto al modelo como dos embriones en el mismo útero, replicándose al unísono ”.
Como bien lo indica el autor en la misma página, la señal de otra lisiada epónima con hermana gemela se hace signo, signo de escritura, y quedamos como lectores atrapados en una red de signos, que nos maravillan y al mismo tiempo reafirman nuestras posiciones teóricas al respecto.

Eric Courthès, Pirae, Tahití, 19 de junio de 2011


PÁGINA 24 – CUENTO

EN MI VIDA SECRETA

Por Patricia Suárez (Rosario-Santa Fe-Argentina)

1.
Al final del viaje, ella estaba ahí. Se llamaba Pita Paulsen, tenía 32 años y un hijo de dos al que había dejado en su país, al cuidado de sus padres. Ahora estaba en un mall, el Niemann Marcus, delante del maniquí, dudando entre probarse el vestido de Cartier con volados que costaba una fortuna o no: no probárselo. La señora mayor a la que acababa de conocer, la señora Levy, la incitaba a hacerlo. La había llevado a ese mall de grandes marcas, elegante. Es cierto que también le ofreció visitar las estatuas de Auguste Rodin, Los burgueses, en el campus de la Stanford University. Pero ella no quiso, no.
Su vida no tenía que ver con el arte; su vida estaba repleta, rebosante, de pequeños deseos materiales.
Ahora ella no sabía qué hacer. ¿Qué pasaría si probaba un talle chico y reventaba un cierre? ¿La señora mayor estaría dispuesta a pagarlo? Pita no podía comprarse ahí dentro ni unas ojotas de plástico: las Dior estaban exactamente a trescientos cincuenta y nueve dólares.
La señora hizo el gesto de abrir una puerta, con una sonrisa adusta y le preguntó:
–¿Querés probártelo?
Lo hizo porque ella aulló de placer cuando lo vio. Aunque no era de un color que le gustaba ni la favorecía –celeste y turquesa–, la cascada de encajes y tules lo hacía francamente hermoso. Pero la pregunta, la invitación de la señora no era una oferta a comprárselo. ¿O sí lo era? No estaba dicho con claridad. Pita estaba hipnotizada por el vestido y parecía haber olvidado de pronto las cosas primordiales de su existencia: el bebé, su hijo, en su país, y a sus padres haciéndose cargo de él como podían, para que ella fuera a conocer más íntimamente al norteamericano con quien chateaba desde hacía un año y con quien acababa de comprometerse. Esperaba casarse con Herbie Dexter al cabo de tres meses; hasta habían hablado de cómo querían hacerlo; planearon la boda. Todos esos días que pasó en Napa County hicieron planes sobre lo concerniente a la boda, los invitados, el menú, los centros de mesa. El vendría a instalarse dentro de una semana o dos en Argentina, para conocer al hijo de Pita y para habituarse al país. Después se casarían: algo sencillo, sólo mediante el tribunal civil. No querían nada fastuoso; eran dos personas sencillas que se habían hallado en el mar de corazones que rueda a un lado y otro de la web. Este era el plan; sellaron el acuerdo con innumerables besos y caricias furtivas en las bodegas adonde Herbie la llevó de paseo. El olor de la madera, los toneles, el roble, el vino: todo eso acaba por marear a una persona. En esos días, él tenía mucho trabajo y ella decidió, antes de regresar a Buenos Aires, conocer un poco más de California. Herbie le aconsejó sitios que podía visitar y lamentó no poder acompañarla. Le quedaban aun muchas cosas por arreglar en la empresa antes de partir. No obstante, le dio a ella un teléfono móvil para que ambos estuvieran en contacto hasta que Pita dejara los Estados Unidos. Al principio, los días que ella se quedó en San Francisco, hablaban a cada rato. Para decirse nada, tonterías de enamorados. Después, ella viajó a Palo Alto y se dejó el teléfono olvidado en el asiento de un Greyhound. Para comunicarse con él, tenía que acordarse de llevar monedas de un dólar. Los llamados no costaban menos de un dólar en los teléfonos públicos a pesar de que estaban en el mismo estado. A veces, incluso, tragaban impunemente las monedas menores a un dólar. Si uno no tiene las comodidades mínimas, ése es un país muy difícil para estar. Pita perdía las monedas, se le caían, las dispendiaba a los pobres. La segunda noche en Palo Alto, le habló desde el lobby de un hotel, el Cardinal. Hablaron un buen tiempo y el llamado le costó treinta y tres dólares con ochenta centavos.
Entonces le dijo que lo amaba, lo amaba de verdad como hacía mucho tiempo que no amaba a nadie, o tal vez como nunca antes había amado; en esto era sincera: no esperaba que él pagara el llamado por cobro revertido. Pensaba en él muchas veces, le confesó, la asaltaba la imagen de él en pleno día, la estampa de su cuerpo, desnudo, y sus besos, su forma de besar. De improviso, drogándola, conquistándola, haciéndole cambiar de idea respecto del orden de prioridades que tenía planeadas hacer ese día; culpa de sus besos. Porque la primera era, sin duda, hacer el amor con él.
Con el mejor inglés del que era capaz, Pita le dijo:
–We’re making love all the time, in my secret life.
Esto era un cumplido, por supuesto. Herbie tuvo la buena voluntad de no preguntarle cuál era su vida secreta, a qué se refería. A lo mejor no era más que el verso de una canción.
Después pagó su llamado con la tarjeta de crédito.
Los fondos tocaban cero, pero pudo hacerlo y el resto no le importó. Aunque no se pueda vivir de comer raíces en California. No tenía miedo a mojarse el culo para recoger los peces.
Fue la última vez que habló con Herbie, su prometido.
Hacía de esto ya varios días.

2.
Fue después que Pita estudió cocina, después que se recibió de chef, cuando se despertó su hambre por los viajes y los lugares exóticos. Coleccionaba folletos turísticos, aunque no era exactamente una colección lo que tenía, sino una pila de folletos que se le habían juntado al azar: Safari al delta del río Tigre; el mapa de Nápoles que expendía el Assessorato al Turismo y una postal de Colonia de noche, en la que se veían en primer plano dos o tres castillos y un crucero en el río oscuro, espejado, navegando entre las palabras Köln am Rhein. Enseguida aceptó cuando la mandaron al Hotel Internacional de Turismo, el único hotel de nivel de Formosa. Era buena para cocinar, tenía sentido del sabor y un paladar exquisito.
Se había graduado con excelentes calificaciones de la escuela de artes culinarias. Tomaba medidas higiénicas para conservar puras, intocadas, su herramienta de trabajo principal: el paladar. Se cepillaba los dientes después de cada bocado, para mantener el aliento puro, receptivo. A veces pensaba que el día que se descubriera la relación entre el sabor y el flúor, el oficio de los chef estaría liquidado. De todas maneras, el ragú del hombre da para una infinita ciencia de la alimentación. Experimentó con nuevos platos, hechos con materias autóctonas del lugar. Esto atraía al turismo: «Yacaré al wok», «Surubí a la crema limón», guisaba de un modo de su invención las costillas de capibara que se conseguían por ahí, monte adentro. Sin embargo, el gerente del hotel le pidió que en materia de carnes rojas se atuviera a lo tradicional: el novillo, la ternera, el cerdo. El trabajo la tenía satisfecha, pero el sitio la aburría. Aburrirse es propio de los grandes simios; para ella esta frase atribuida a Nietszche, era un motivo de orgullo. Padecía, decía a sus colegas y subordinados, del aburrimiento niesztcheano. Los demás la miraban como si les hablara de la hemofilia o una enfermedad congénita; no entendían la frase, la metáfora. Vivían en una provincia en la que aún debían vacunarse contra la fiebre amarilla, como en el siglo pasado. Lo primero que se le ocurrió para evitar el tedio fue salir de compras, algo propio de la mente femenina. Viajaba a Clorinda o cruzaba a Villa Alberdi, en Paraguay, y se abarrotaba de chucherías con las que después no sabía qué hacer ni se atrevía a ponerse: muñecos que cantaban en portugués, lencería sensual, verde o bermellón; sábanas, toallas, que enviaba a su madre a Sarandí, en Buenos Aires. Pita Paulsen era una chica alta y flaca y tenía la preocupación habitual entre las chicas altas: los pechos pequeños, poco notorios. Por eso compraba corpiños armados, con arco y rellenos, todos de idéntica calidad: una tela picosa que terminaba por hacerle brotar urticaria. Igual, las ciudades de frontera eran un entretenimiento y una esperanza. Se podía conocer ahí un desconocido, un ser misterioso que le cambiara a una la vida por completo. Un bandolero. Esperar, esperar, ¡qué mala costumbre! Tal vez por eso, al cabo de un tiempo en Formosa y agotadas las expectativas puestas en las ciudades de frontera, se entendió con un ayudante de la cocina y quedó embarazada. El chico era de Tatané, a veinte minutos de Formosa, y había conseguido recibirse de chef en Asunción del Paraguay y odiaba todo lo que tenía que ver con esas regiones, con los mosquitos y el calor. Le gustaba la repostería fina, plagada de crema: tan difícil de sostener un merengue verdadero, la elegancia de un helado con charlotte en semejantes climas. Aplicaba a cuanto ofrecimiento le hacían en lugares fríos, aun cuando fuera un crucero que surcaba el Polo Norte. Sin mediar palabra entre ambos, a él lo enviaron a Comodoro Rivadavia a trabajar a un hotel para petroleros, la otra punta del mapa. Era un canje: el hotel formoseño mandaba al chico de Tatané y recibía de allí a una señora cocinera, experta en repostería, oriunda de Gaiman, Chubut, y que se había formado como repostera en el convento que una monja hizo popular con sus bollitos. Ella no lo vio más, no le dijo nada, ni le comunicó la noticia. Tuvo el bebé y se volvió a Buenos Aires. De momento se habían acabado los juguetes, los días calurosos, se acabaron las comilonas. Al bebé le puso su propio apellido; los padres de ella la ayudaban a criarlo. No les gustaba nada de cómo había sucedido todo este asunto, pero no encontraban qué hacer para mejorarlo o ponerle coto. Su hija, Pita, no había tenido muchos amores en la vida, básicamente dos: el chico empleado en la cocina del Hotel de Turismo Internacional y el norteamericano con el que iba a casarse. Si los padres le pedían más detalle sobre sus sentimientos y hacían presión, ella encima declaraba, que con el chico de cocina ni siquiera era exactamente amor lo que había habido: más bien era otra cosa que los compelía a encontrarse todas las noches o noche por medio en el depósito donde se guardaban las verduras y lo hacían ahí, en medio de las bolsas de papas y zanahorias, sin tomarse la molestia siquiera de quitarse la ropa.
Alguna vez, Pita recordó que cuando tenía quince años le gustaba un jugador de Arsenal, el equipo de Sarandí, su pueblo. Era un cuadro que siempre perdía, excepto cuando jugaba con Lanús. Había algo peor que Arsenal y eso era Lanús. Igual Arsenal no tenía un gran futuro futbolístico, como no lo tenía ella al lado de ese jugador. Un día, ella le dijo al chico que se iría a la capital, a estudiar una carrera. No especificó cuál. Al futbolista se le llenaron los ojos de lágrimas y desde ese entonces, ella evitó mirar a las personas directamente o con fijeza para ahorrarse dolores que creía injustos. Prefería hacerlo de soslayo, por el rabillo o fingiéndose distraída. Si los ojos son las ventanas del alma, ella no iba a dejar que un cualquiera penetrara sus pensamientos.

3.
Fue mientras hablaba con el camarero mexicano del Andalé, que la señora Levy se acercó a ella. Lo hizo con cierta vergüenza.
–Me acerco a ti atraída por el acento. ¿Eres argentina?
La señora Judit Levy también era argentina; había nacido allá y pero emigró junto a su esposo treinta años atrás, cuando la Dictadura. Primero se establecieron en Toronto, Canadá, un tiempo, luego en Boston y finalmente en California. Aquí ella trabajaba en un Centro de Estudios Judaicos, llevaba adelante la parte administrativa, pero también tomaba cursos sobre la Cábala. Tenía tres hijos, dos en San Francisco y uno que acababa de mudarse a Los Ángeles. Los tres se habían casado con muchachas chinas; explicó: estadísticamente, los jóvenes judíos se casan con muchachas chinas. Uno de ellos le había dado tres nietos, que eran su alegría. Ese fue el hijo que se mudó; ahora los fines de semana de la señora Levy eran muy solitarios. Sus hijos, por supuesto, hablaban en inglés: era el idioma natal de ellos, a pesar de que el mayor nació en Gualeguay, Entre Ríos. También chapurreaban el chino: no tenían otro remedio. El marido de la señora Levy, que no era muy original, huyó con su secretaria un año atrás.
Cuando la señora Levy hablaba del esposo se daba golpecitos rítmicos en el esternón. Era una simple aventura y de pronto partió rumbo a lo desconocido. ¡El señor Levy, chillaba ella, que no era capaz de cambiarse los calzones si uno no se lo indicaba! Pero así están las cosas, sentenció, él vive su aventura
y ella pasa los atardeceres sola. Hay quien dice que la carne es débil, pero esa debilidad no es tan importante. Lo que en verdad importa es que la carne es una sustancia triste. Pita se abstuvo de opinar; conocía quince formas para guisar un pollo, por ejemplo, y unas tres para asarlo. Con el curry se pueden hacer milagros espolvoreándolo sobre la carne; claro que no se puede aplicar el curry sobre el corazón.
La señora Levy le sonrió como si estuviera llorando. El amor no es un sitio seguro donde estar; el amor no es el lugar de la dicha; pero la protección puede serlo. El señor Levy le había dejado prebendas y una pensión alta, los dos coches, el apartamento de Palo Alto y el de San Mateo. Le legó las acciones de la
General Motors. El se quedó sólo con el barco, adonde vivía con la puta ésa. Ojalá, deseaba la señora Levy, uno de estos días se ahogaran ambos; si no puede ser en el agua, que sea con un huesecito de pollo: lo mismo da.
La señora Levy estaba alterada, el pulso agitado.
Se levantó de su silla de sopetón. Le preguntó:
–Would you like to take a walk?
Pita respondió que sí.
La señora Levy le preguntó si podía entrar a verla. No era exactamente un probador como el de cualquier tienda, de medio metro cuadrado, sino un vestidor. Lo que vio la señora Levy sin duda no era lo mismo que veía Pita, porque la hizo olvidar el castellano aprendido en la Argentina en su infancia y
sólo soltó, golosa, la siguiente frase:
–I can´t explain this feeling.
La señora Levy se acercó con pasos lentos a Pita, la tomó de los hombros y la hizo darse vuelta para mirarla. Estaban ahí como Cenicienta y el Hada Madrina, pensó Pita, aunque la amargura de Pita era mayor, mucho mayor: ya no era la chica que creía que las cosas podían resolverse con un lindo vestido con el cual conquistar el corazón de un príncipe, de un estúpido. Cuando su bebé nació, tardó varios minutos en respirar. Entonces los médicos creyeron que había muerto. No se atrevían a decírselo a ella, tendida en la camilla y abierta más o menos como una res, pero Pita sabía que algo marchaba mal, que había pasado lo peor de todo, lo más temido estaba estampado en el rostro de ellos, la expresión de sus ojos, que era lo único que podía verse debido al barbijo que usaban. Los médicos hablaban con voces quedas; esto le indicó a ella que su propia vida había perdido sentido, que era poco más o menos que una cáscara de papa. Cuando saliera de la maternidad, pensó en ese instante, debería suicidarse. Igual que hace un capitán cuando se hunde su barco, un acto de honor.
–¿¡Qué pasa!? –les preguntaba.
Ellos no decían nada, únicamente una enfermera se acercó y murmuró:
–Todo está bien, mami. Quedáte tranquila.
En brazos del doctor, ella veía un amasijo de carne de color no muy distinto al rosbif con el que estaba tan acostumbrada a tratar. De pronto, el bebé respiró. Enseguida lo metieron en una incubadora y se lo mostraron a ella, al pasar, como si hubiera sido el hijo de otra, un bebé que se vendía en la galería de un mall, demasiado caro para sus ingresos y ahorros. Pero era su bebé y era como ella: si lo lanzaron a la vida, tenía por fuerza que respirar. Cuando uno lo intentó todo, salga mal o bien, debe preguntarse: ¿quién es el perdedor ahora?
–Look at my face, babe.
La señora Levy sonreía. Movió su mano ardiente, la que nunca tocó un crucifijo, y la puso sobre un seno de Pita. Un gesto suave, un poco mórbido. Como el que hacen los doctores para detectar nódulos y tumores. La mano de la señora fue cerrándose sobre el pecho para apresar el pezón, el diamante de su propio cuerpo. Lo tomó entre los cinco dedos, con el gesto de echar en un plato una pizca de sal. Parecía empeñarse en desmenuzarlo, con suavidad, habilidad, para aniquilarlo. Una corriente eléctrica descendió por el cuerpo de Pita, desde el pezón hasta el centro de su vientre. Emitió un gemido y vio de soslayo la sonrisa plena de lujuria de la señora Levy, augurando las noches por venir, los goces, los regalos, bienes materiales. Una vida secreta que pudiera ser revelada.
Entonces ocurrió en un instante. Pita Paulsen desgarró el canesú del vestido, más o menos desde el escote hasta el esternón. Un corte seguro, preciso, el de tronchar un pollo; estaba acostumbrada a hacerlo. Cuando una fruta cae, debe caer con todo su peso. Las empleadas oyeron el desgarro de la ropa, y el gritito ahogado de la señora mayor, presa del asombro. Eso fue lo que Pita hizo, en un segundo, y con la mente en blanco. En medio instante, las guerras que habías ganado, se dijo a sí misma, las perdiste, y las que perdiste, las volviste a perder. Después, los de la tienda llamaron al gerente y a los de seguridad.
Dudaron al principio entre a quién llamar primero, pero al final se decidieron por llamar a los dos a la vez.


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

SANDRA URIBE (Bogotá-Colombia)

EMBARGO

He quedado endeudada
con todo el mundo
Vienen a mi habitación
a ver mis pertenencias
y me llevan a mí misma
que soy lo único que tengo-
Ahora ya no tengo nada

TANTO POR CIENTO

He bajado en las encuestas de mi vida.
Las estadísticas indican un mínimo porcentaje de alegría
y un alto índice de miedo
que me dejan
peligrosamente
al margen de toda competencia
y ciento por ciento a favor de la muerte.

ORQUESTA CORPORAL

Los ojos cantan,
desenmascaran los latidos.
La garganta aloja las palabras
y el corazón las alimenta.
La memoria colecciona retazos de tiempo,
fotografías y frases sin cajón.
El hígado recibe de mala gana
las visitas del alcohol.
Los hombros giran
mostrando indiferencia.
Las manos pescan
caricias invisibles.
Los dedos extraen con sus pinzas el dolor
y señalan la ruta del miedo.
Los pies escriben el pasado.
Las piernas se ejercitan para recibir piropos
sin dar nada a cambio.
Las uñas dan de comer al odio
y pellizcan las paredes de la derrota.
Yo dejo que el cuerpo haga todo por mí.
Sólo me duelo,
me apago,
me dejo moldear por mis órganos
y espanto a mi alma.

PROPIEDAD HORIZONTAL
Él administra los males de mi corazón,
los dosifica
en módicas cuotas semanales
a intereses muy bajos.
Su salario es un beso cada tercer día
y un abrazo al desayuno.
A cambio,
él lleva un libro de contabilidad
completamente actualizado con mi estado civil
y mis promesas rotas
y elabora con agilidad las cuentas de cobro a mi tristeza
para hacer la retención en la fuente de mis lágrimas.
De vez en cuando aparecen saldos en rojo de alegría
y es porque hice sobregiros en el banco de algún parque
mientras me entretenía atrapando la voz de los pájaros
en el caracol de los sonidos.
Siempre hay inconvenientes cuando decidimos pasar
los libros y las actas al revisor fiscal,
nunca se sabe por qué faltan besos
en el inventario del olvido.


PÁGINA 26 – ENSAYO

MARIA ZAMBRANO EN MORELIA

Por Óscar Wong (Tonalá-Chiapas-México)

Antes de abordar el tema, debo hacer tres precisiones:
1: No tengo formación filosófica. Soy un simple lector y, en momentos, descifrador y hacedor de signos.
2.- Para quienes reflexionan sobre la obra de María Zambrano, sugiero que descarten el término “zambraniano” o zambraniana” no sólo por su insonoridad espeluznante, sino por el incómodo sufijo, acaso inadecuado:. La inteligencia de los autores es tal, que seguramente encontrarán opciones válidas para referirse al pensamiento de la filósofa de Málaga, y
3.- Dejar para la ficha curricular, acaso para el anecdotario personal, el mote de: “discípula distinguida de Ortega y Gasset”. Con su obra María Zambrano ya ha demostrado su estatura e independencia intelectuales.
Después de lo anterior, comienzo por el principio:
Hölderlin dijo en su momento que poetizar era la más inocente de todas las ocupaciones. Y exteriorizó que el más peligroso bien ofrecido al hombre es el lenguaje, por lo que el ser humano, el individuo, es diálogo. La escritura –y la lectura, agregaría–, es una vía para el conocimiento; aunque también corresponde a una concepción de vida, puesto que reflexionar sobre la Palabra es tanto como accionar sobre el mundo. Desde esta perspectiva, la tradición hebrea considera el ejercicio de leer una actividad ritualista por excelencia, ya que persiste un vínculo muy profundo entre la existencia del hombre con la esfera de lo divino (tema, lo sabemos, muy caro a María Zambrano). Leer no sólo significa interpretar, sino también generar movimiento, acotaría Esther Cohen (La palabra inconclusa. Ensayos sobre cábala, Méx., 1994 y El silencio del nombre., Interpretación y pensamiento judío, Méx., 1999). La lectura representa un ritual de vida: es la gestación de la historia, aborda incluso la re-creación del mundo. Leer es participar de la creación. El Poema, me atrevería a exteriorizar, constituye un corpus simbólico mediante el cual la Divinidad se manifiesta a los hombres, por eso la Escritura la contiene y la revela. Es un buen decir.
Por otra parte, el ente social dialoga con él mismo y, pleno de méritos, habita sobre la tierra, poéticamente. Los anteriores pre-supuestos llevaron a Heidegger a reflexionar sobre la esencia de la poesía, partiendo de que ésta es una obra de arte. También habría que recordar a Benedetto Croce, cuando precisa los dos conocimientos: el científico y el artístico (Cf. Estética como ciencia de la expresión lingüística general, Sinaloa, 1982). Ontológicamente hablando el arte es un objeto, con un sustrato permanente, no visible, y un conjunto de accidentes variables; también un conjunto de sensaciones puesto que es la unión de la materia con la forma (Cf. Martín Heidegger, Arte y poesía, Méx., 1982, 3ª. reimp).. Heidegger reflexiona sobre la poesía. Y lo mismo ocurre con María Zambrano, quien aborda esta temática desde la visión opositora de Platón; la verdad y la justicia, e incluso el aspecto ético, moral, arguye Zambrano, son descartados por el poeta, mientras que el filósofo pugna por determinar a la razón (Véase Filosofía y Poesía, Madrid, 19879. “La razón no es sino renuncia, o tal vez la impotencia de la vida. Vivir es delirar. Lo que no es embriaguez, ni delirio, es cuidado. Y ¿qué filósofo concibe la vida como un continuo alerta, como un perpetuo vigilar y cuidarse? El filósofo jamás duerme, desecha de sí todo canto halagador que pudiera adormilarle, toda seducción, para mantenerse lúcido y despierto. El filósofo vive en su conciencia, y la conciencia no es sino cuidado y preocupación”. (Op. cit., ib: 35)
La filósofa hispana recurre al argumento platónico de la irracionalidad de la poesía al puntualizar: “...a la unidad descubierta por el pensamiento, la poesía se aferra a la dispersión, Frente al ser, trata de fijar únicamente las apariencias. Y frente a la razón y a la ley, la fuerza irresistible de las pasiones, el frenesí. Frente al logos, el hablar delirante. Frente a la vigilancia de la razón, al cuidado del filósofo, la embriaguez perenne. Y frente a lo atemporal, lo que se realiza y desrealiza en el tiempo. Olvida lo que el filósofo recuerda, y es la memoria misma, de lo que el filósofo olvida” (Op. cit., ibid., 45-46). Más adelante, Zambrano arguye: “La poesía anhela y necesita de la claridad y de la precisión. Una poesía que se contente con la vaguedad del ensueño, sería (Valéry tiene entera razón) un contrasentido. Para precisar el sueño virginal de la existencia, el sueño de la inocencia en que el espíritu todavía no sabe de sí, ni de su poder, la poesía necesita toda la lucidez de que es capaz un ser humano, necesita toda la luz del mundo” (Id. supra, p. 9). La ambigüedad, ciertamente, no es categoría estética. Y más en poesía. Si bien es cierto que la poesía no se apoya en los factores del pensar (logos socrático, acaso), tampoco puede determinarse en tanto irracional, o inmoral. Y Heidegger, ¿no requería, necesariamente, del aspecto divino, del territorio de los dioses, para apuntalar la esencia de lo poético? ¿Dónde , pues, lo racional de estos pensadores?
Es indudable que la poesía tiene aspectos precisos y lúcidos. También un elemento lúdico. La poesía es imaginación, sensibilidad, expresión, pero también ejercicio de la inteligencia. He aquí a la <>, cuya expresividad es el estrato fónico que devela y revela al concepto. La imagen es el concepto, reitero ad infinitum. Precisamente por ese afán de ofrecer plenamente la cualidad del sentimiento, el poeta recurre a los símiles, a las metáforas. Y aquí hay precisión, no dispersión; convicción emotiva, no herejía; ni hablar delirante, sino manifestación del mismo logos. Palabra y razón, que incluye al logos, es la manera de ser de la poesía; no hay contradicción ni irracionalidad, por utilizar los términos de Zambrano.
Leer –dije al principio, citando a la Dra. Esther Cohen–, no sólo significa interpretar, sino también generar movimiento; una vía para conocer. Y eso ocurre, justamente, al penetrar en las páginas de María Zambrano en Morelia. A 70 años de la publicación de Filosofía y poesía, un volumen de gran envergadura intelectual coordinado por Leonarda Rivera y Sebastián Lomelí. Ocho ensayos, independientemente de la presentación y el texto introductorio, ofrecen diversos enfoques para destacar la tarea académica y filosófica de la pensadora hispana durante su exilio en México, especialmente en Morelia, donde publicó su célebre volumen Filosofía y poesía (1939).
Ocho autores establecen diversas vertientes sobre el pensamiento de esta mujer, a partir de este libro clave que puntualiza sobre la razón y la intuición, sobre el sentimiento y pensamiento que en última instancia se concilian. Más que un objeto de estudio, la poesía sirvió a María Zambrano para descubrir las profundidades de la vida” –precisan los coordinadores–, esa “dimensión olvidada de la existencia” y donde la filosofía encuentra los rudimentos del camino que no retrocede ante la crisis del racionalismo, ese conocimiento sensible determinado como <>. Uno consigue departir, y disputar en momentos, con Cuitláhuac Moreno Romero, quien nos habla de “La vía de la palabra. Salvación y condena” (pp. 29-59) o con Cintia C. Robles Luján (“María Zambrano: del tiempo tardío en la aurora de la razón de 1939”, pp. 61-88) o con Christian Eduardo Díaz Sosa (“La Razón Poética y el rescate de la filosofía en el pensamiento de María Zambrano”, pp. 89-104) para continuar con Leonarda Rivera (“Poesía <>-poesía de la carne: la palabra poética en María Zambrano”, pp. 105-126).
Pero no hay que olvidar a Sofía Mateos Gómez (“Acercamiento a los distintos usos y a los orígenes del concepto de amor en Filosofía y poesía”, pp. 127-151) ni a Carlos Alberto Girón Lozano (“Variaciones poiéticas: encuentros y desencuentros entre filosofía y poesía”, pp. 153-170) ni tampoco a Rogelio Laguna (“La ciudad y la no-ciudad”, pp. 171-193) hasta concluir con Sebastián Lomelí (“Pensar el origen: la reconciliación entre filosofía y poesía”, pp. 195-224). Las tres mujeres y los cinco varones que confluyen en estas páginas, con sus ensayos establecen un diálogo permanente con el lector, quien dilucida y cuestiona y concluye. También nos incitan a volver a la fuente original, a los libros de la Zambrano para cuestionar e incluso revelarse contra algunas afirmaciones: “la poesía tiene el poder de mentir” (Zambrano dixit). Lo anterior no es del todo cierto. Platón y Zambrano olvidan la simultaneidad de planos de significados que ocurren en la Poesía. Los filósofos exigen la univocidad –no lo unívoco, como indica algún autor del libro que nos ocupa– , que no existe en la Poesía; el ritmo y las imágenes consiguen un nivel polisémico. Las erratas que se deslizan también interfieren: un “desvelarse” (p. 98), por “develarse”, da al traste con la argumentación de Christian Eduardo Díaz, o un “nihilianismo” (p. 65), en el trabajo de Cintia C. Robles, que nos lleva a otro orden conceptual.
Un buen libro exige, al menos, tres lecturas (para volver una y otra vez hasta que el horizonte semántico se esclarezca a profundidad). Y más este volumen que eslabona diferentes visones, reflexiones sobre el concepto de amor –“puente entre lo humano y lo divino”, por ejemplo– o sobre el ámbito de la condena y la salvación. Por afinidad, podría destacar el texto de Carlos Alberto Girón y el de Leonarda Rivera, así como el de Sebastián Lomelí, puesto que resaltan otro orden de ideas: como por ejemplo la defensa de la autonomía de la poesía (Girón), la carnalidad de la poesía en Pablo Neruda, desde la perspectiva de Zambrano (Rivera), es decir: el ámbito dionisiaco de la poesía; o el papel que juegan el símbolo y la metáfora (Lomelí). Sin embargo, creo que aproximarse al pensamiento de María Zambrano a través de la antigua estética marxista, hoy denominada ideológica, abriría nuevos horizontes, porque emplazaría a reflexionar sobre el concepto de la literatura –y la poesía lo es– como refiguración de la realidad, partiendo del concepto de lo particular, como indicaba Luckács. María Zambrano en Morelia. A 70 años de la publicación de Filosofía y poesía, es un libro perturbador para quienes nos movemos en el campo de la lírica, porque la obra cobra una nueva dimensión y sugiere otras vías reflexivas para enfrentar el fenómeno poético.



PÁGINA 27 – CUENTO

LA ABANDONADA

Por Liliana Díaz Mindurri (Argentina)

"Ahí mesmo me despedí / de mi infeliz compañera. / Me voy –le dije-,andequiera/aunque me agarre el gobierno, /pues infierno por infierno, / prefiero el de la frontera." José Hernández

Hubo una vez o había una vez o es un eterno, miserable presente en el que marchan, marcharon o marcharán por el desierto (si es que eso es un desierto), ambos a caballo (si es que eso es un caballo), él, los ojos cortados a tijera de escritorio, colocados a golpes de maza sobre el cráneo chato, ojos donde bailan los perros pero los perros de escenografía (él, si es que él existe), ella, ojos aguados con barcos que no se amarran a ningún puerto –porque la llanura es un mar verde donde nadie llega a ninguna parte- barcos deshechos (ella, si es que ella existe), él, nublado o avanzando en humaredas, como si tuviera el cuerpo hecho de letras, versos, estrofas, o quién sabe, frases, cara de papel y tinta, ella, algo más corpórea en su neblina, pero también hecha de la sustancia deleznable de las palabras, el caballo que se hace cada vez más fantasmagórico, incluso a veces deja de existir y su relincho es apenas una brizna de silencio o un ruido de hojas ejecutado por cualquier mano más o menos aburrida, la noche, la tremenda noche del desierto, apenas un lienzo negro esbozado a lápiz, el desierto, una sábana verde y una línea interminable que termina sin embargo en un falso horizonte trazado con regla, hubo una vez, habrá una vez o hay una vez en la que el caballo se mueve en un movimiento ficticio hacia ninguna parte, donde hay recuerdos, pero pertenecen al presente, un entierro en el pajonal, y después el hambre, el hambre hecho de tristeza o la tristeza hecha de hambre, sobre todo el miedo de ella, la de ojos aguados, miedo del indio que acecha o de otra cosa muy solapada más temible que las tolderías, comen a veces carne cruda o raíces de sueño, carne cruda y raíces sin gusto ni consistencia, son guiados por estrellas, vientos y animales imaginarios, animales que son ruidos o insectos pequeños entrelazados de collares que entran en la retina de Alguien que lee en algún escritorio, y es una noche o es un día, o son días y días que son como una sola noche, qué llanura, qué noche, qué caballo, qué animales, vientos y estrellas, qué hombre, qué mujer, qué entierro, qué pajonal, qué alimentos, pero hay tristeza y hambre en alguna parte, hambre de existencia, el hombre –Martín Fierro lo llaman- le habla a la mujer –cautiva le dicen- le habla con palabras huecas como suspiros de muerto: que han alcanzado la estancia, la tierra sin salvajes, que debe irse, le habla en verso de infiernos y de fronteras, y entonces ella le contesta con otra voz, hueca también, pero diferente a la de antes, que por favor no se vaya, que no la deje sola, por favor, por Dios, si es que hay un Dios más allá de las cadenas de escritorios, él con voz siempre hueca, pero diferente a la de antes, se enoja, le dice que no lo distraiga, que ya no puede responder en verso, que José Hernández ha dispuesto que debe encontrarse con sus hijos y que ése es el destino, José Hernández dispone, no hay otro Dios que no sea José Hernández en su teología y no es posible escapar a sus designios, ella, aterrada, le explica que entonces desaparecerá para siempre, se hundirá en la nada, no te hundirás, responde él siempre airado y con la voz diferente, prosaica, sin palabras gauchescas, será el eterno retorno, volverás cada vez que alguien te convoque, así le dice y ella: volverá el indio y mi dolor, volverá a morir mi hijo, así ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencios, volverás a pelear, a bailar en la sangre, pero él ya se ha ido como si no hubiera estado nunca, como si jamás hubo una vez no hay ni habrá ni la más ínfima vez, los ojos aguados lloran lagos, mares, océanos de tinta con la suavidad del odio, a lo lejos hay una luz de amanecer, una diminuta luz, una luz que no es luz, una luz enmascarada, disfrazada, con antifaces, ella deja de llorar y observa asombrada que todavía existe, que Martín Fierro ha partido hacia su destino encuadernado, pero ella todavía existe, soy, piensa, no me han hecho de letras, de palabras, de giros gramaticales, soy, piensa, soy, y tiene ganas de torcerse de alegría, se ha escapado de su eterno retorno con el indio y el hijo muerto, aunque el indio y el hijo están hecho de la misma sustancia apalabrada, entonces, no la rodea un campo dibujado, no mira un caballo fantasmagórico, mis ojos aguados son reales, los barcos de mis ojos se amarran a un puerto, estoy hecha de carne y sangre, no soy vació disfrazado, hay un Dios fuera de los dioses de escritorio, ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencio, destinada no obstante a desaparecer cuando termine la interminable frase en ese excremento de mosca fantaseada, en esa brizna, en esa nada del punto.


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

ULISES VARSOVIA
(San Gallen-Suiza)

PARTITURA ASTRAL (selección 2, 2011)

LIRA

Debajo de los astros
el solitario bardo,
con su lira sepulta
en la mudez del dolor.

Tócala, rapsoda,
arráncale sonidos,
que cimbre el firmamento
sus campanillas de luz.

CURRICULUM

Diplomas, certificados,
títulos y distinciones
de egregias universidades.
¿Cuántos años de tu vida
en las aulas sacrosantas
para obtenerlos, doctor?

Pero yo revolvería
nuevamente bibliotecas,
me quemaría los ojos,
tan sólo para escribir
un único poema,
un poema perfecto, amor.

RÍO

Río alimentado
por los arroyos serranos,
río nervioso fluir
de linfas irreprimibles,

llévame en tus briosas aguas
al lugar donde nací,
llévame, río, a mi hogar
en la tumultuosa mar
de donde nunca he salido.

IRA DIVINA

En tu propia sangre
te ahogarás,
habrás de comer
de tu propia carne,
tus propios padres
te maldecirán,
serás perseguido
por perros de presa,

y ni aún entonces
se saciará
la ira de los dioses,
despreciable bastardo.

BESO DE SIGLOS

Un beso, esposa,
de tus dulces labios,
para mi sed de ti,
para mi ansia irredenta.

Un beso largo
como un relámpago
inmóvil en el aire,
un beso de siglos.


PÁGINA 29 – ENSAYO

EL SURREALISMO

Por Juan Carlos Vecchi (Olavarría-Buenos Aires-Argentina)

En el surrealismo el arte se concibe como una forma de olvidarse de la realidad y buscar una manera de que el hombre se encierre en sí mismo, por algo su significado se deriva de dos raíces griegas: sub, que significa por debajo y realismo que implica lo que realmente es, o sea, la realidad.

Esta tendencia consiste en buscar inspiración al interior de la misma mente del artista y olvidarse del pensamiento racional, porque la realidad no sirve para poner de manifiesto este nuevo sentido del arte.

Además, piensan que la verdadera realidad es aquella que no se ve, es decir, la que está inmersa en los sueños y el inconsciente. Es por esta razón que el surrealismo es uno de los géneros del arte más difíciles de entender, porque la subjetividad es lo que hace posible la creación del artista.

Ideología y origen. El surrealismo (del francés sur-réalisme), que se denomina también en castellano (incluso, con mayor fidelidad) superrealismo, suprarrealismo o sobrerrealismo, es una tendencia, plástica y literaria, que sostiene la primacía de valores poéticos sobre los principios lógicos, y afirma (influida por Freud) que la obra de arte nace como los sueños, del subconsciente. En otras palabras: el s. se propone sobrepasar la inmediata realidad (de ahí su nombre) y pretende, por ello, llevar a la literatura y pintura, principalmente, elementos como los sueños y las asociaciones automáticas o subconscientes de la psique humana, tratando por otra parte de sintetizar las experiencias de las partes conscientes e inconscientes de la personalidad. Quiere exteriorizar, pues, a través de medios lingüísticos o plásticos, el alma humana en la forma naciente de sus actos, incluyendo sus zonas más oscuras, y conservando en lo posible su espontaneidad, sin someter aún esos actos a depuraciones morales ni a ordenaciones racionales (para el concepto de s., V. t. IV).

André Breton (v.), en su primer Manifiesto, define así el s.: «Automatismo psíquico puro, por el cual se pretende expresar, sea verbalmente o por escrito, el funcionamiento real del pensamiento. Un dictado del pensamiento, con ausencia de todo control ejercido por la razón, al margen de toda preocupación estética y moral». Cirlot precisa que, para el s., «lo surreal significa, por una parte, lo que supera a la realidad; esto es, lo que la sobrepasa, lo que trasciende, lo que se aleja de ella a su través. Pero, por otra, define la adhesión, el encadenamiento de ese impulso a la ciega materialidad de lo real».


PÁGINA 30 – CUENTO

EL HOMBRE QUE CANTA.

Por Carmen Rosa Barrere (Posadas-Misiones-Argentina)

Otro día nublado. El frío emponcha a los escasos transeúntes matinales ya que el invierno azota, con menos rigor que antaño aunque siempre tomándonos por sorpresa. Bufandas atacadas por polillas inmortales y abrigos con olor a naftalina impiden el golpe del viento sobre el cuerpo, que ofendido, arrebola mejillas y coloca humedades en ojos desprotegidos. Mis botas marrones — las que creí desechar este año por otras nuevas — sostienen mi cuerpo oculto detrás del visillo de la ventana desde donde espío. Persigo una mota de color en una naturaleza que dormita con placidez aparente. Las yemas que no veo, maduran seduciendo el interior de las ramas, prontas para emerger orgullosas de su destino de colocar color y perfume en el ambiente.
En la vereda de enfrente diviso a una joven madre que arrastra la pereza mañanera de su niño hasta el parvulario cercano. Pasa un automóvil. Otro. A punto de abandonar mi observatorio, una voz me detiene. Una hermosa, potente voz de hombre. No tararea. Canta en italiano, fuerte y con sentimiento al mismo tiempo.
Mi escaso vocabulario peninsular la traduce de inmediato, porque ¿Quién no escuchó alguna vez el llamado amoroso de Torna a Sorrento?
“Esta mar tranquila, inmensa,
Donde vas a navegar,
Si la miro me parece
Que jamás retornarás”.
Me contagia la sensación del llamado urgente de un enamorado que presiente la soledad. Pero la resonancia que brota de esa garganta joven no gime. Llama al amor ausente con la misma seguridad del retorno que atesoran las yemas. Pasarán los días y ellas florecerán adornando gajos; y el inconmensurable mar napolitano que los separó, los juntará en madeja, abrazo, beso, recostados sobre la arena tibia con sabor a sal, riendo como niños.
Beberán sorbetes con limón en mitad de la plaza, donde vuelan aves atrevidas que pertenecen al mar, pero curiosean el entorno como mujeres que miran vidrieras. Siguiendo el agitado trajín alado, la risa de ella se suelta y el escote descubre la piel tostada de los senos, el vello oscuro y sedoso de la nuca que tienta al mordisco y él, enarbolando astas, arremete.

El cantor que me sacó del envaramiento invernal se aleja. Es moreno y oscura su cuidada barba. Un anciano y su perro se detienen en la esquina. El cuzco olfatea, rodea al árbol buscando señales y cuando las percibe, levanta la patita y suelta el pis. El dueño fija la vista en la espalda fornida del cantor. Lo examina asombrado, sin disimulo. Se encoje de hombros y llama a su perrito. Adivino su pensamiento sin oírlo: ¿“Cómo puede un tonto tener ganas de cantar en un día tan frío…Donde tantos pobres duermen entre cartones…Donde no nos animamos a salir a la calle porque un adolescente nos mata porque sí, para hacerse famoso por lo macho?...Y otra cosa: Este mocoso no es un jubilado”.

Los pensamientos del vejete son ciertos. Como también es cierto que el joven no es un loco. Tampoco es borracho ni adicto. Es un alma sana, absolutamente conciente de estar vivo. De dar libremente sus zancadas largas por calles ateridas, comunicándose con sus semejantes a través del canto. Consigue que los ecos de su Sorrento coloreen mis mejillas por la picardía de un recuerdo enterrado, de otro encuentro con un bien amado. Un atardecer diluido por los años, que reaparece vívido. Dos amantes acurrucados en el interior de un auto a orillas de un lago, escuchando estremecidos el Concierto de Aranjuez, aislados de lo exterior pero tan felices, mientras sobre el resto del universo caía una fina llovizna.

Permanezco quieta, aunque mi corazón late más de prisa. El día ha perdido el gris. Se vistió de luces. Los zaguanes vecinos aprietan el eco de la música, que trepa hasta los cables ciudadanos, teje dentro de las copas de los árboles y finalmente se pierde en lo alto. Nada será igual esa mañana.
Nada será igual aunque haya caos, si sobrevive un solo hombre que se atreva a cantar.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

IAN WELDEN
(Copenhague-Dinamarca)

PROBLEMAS

Vamos a decirte una cosa
clara como el agua de nuestra tierra
oscura como tu labor nocturna
sin luna ni estrellas.

Conjugamos el verbo hurtar
cuando te miramos a los ojos
y tú que sabes siglos de estas cosas
tienes problemas graves
nadando en tu vaso on the rocks
porque estamos aquí afuera
todos juntos cual familia
y vamos a entrar
por la puerta principal.

Huirás por la puerta trasera
como acostumbras?
Porque no te imaginamos
dando tu vida cual Salvador
Juan, Pedro, Rosa o María.
Jamás has sido héroe
tan sólo un usurpador de sueños
o el clásico lobo histórico
disfrazado de ovejita inocente
clamando tus viejos versos de libertad
mientras escupes, apaleas y tragas.

Tienes problemas muy hondos
insistimos tranquilos y confiados
ten cuidado
porque la puerta ya se derrumba
y nuevamente se abrirán las alamedas.


PÁGINA 32 – ENSAYO

SE LLAMA POESÍA TODO AQUELLO QUE CIERRA LA PUERTA A LOS IMBÉCILES

Por Aldo Pellegrini (Rosario-Santa Fe-Argentina)

La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

EL GENIO BRETON
Desde el rey Alain a las “fest noz”

Por Irma Bignon (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Las grandes etapas de la formación y del destino de una región hasta llegar a ser francesa, suelen ser muy largas.
Bretaña tiene una historia importante, tradición literaria y artística, y una sensibilidad que se traduce por su propio estilo de vida. Además tiene la particularidad de ofrecer espacios naturales de gran calidad, una fuerza paisajística, y un cielo digno de un territorio oceánico.
Situada al oeste de Francia, bordeada por la Mancha y el Atlántico, por sus efectos naturales se la divide en Bretaña marítima, “Armor” (aldea cerca del mar) con sus 1200km de costas y Bretaña interior, “Arcoat” (aldea cerca de los árboles) con sus landas y sus bosques.
Eterna Bretaña, ¿dónde está tu verdadero rostro?
Para comprender la complejidad de los cambios de esta región hay que comenzar por deshacerse de los mitos. En primer lugar el mito de la herencia celta. Hay un fondo celta en la cultura bretona, pero éste no se remonta a los tiempos de los druidas, sino a los inmigrantes de los países vecinos de ultra-Mancha. Son los que vigorizan la Bretaña occidental en el siglo VI después de J.C.
Además de la lengua que se ha mantenido hasta hoy (se habla el francés y el bretón indistintamente), los bretones permanecen fieles a la iglesia católica. Los “Pardons” son celebraciones netamente bretonas que comienzan con una misa solemne y terminan con una procesión, visitando todos los santos de todas las iglesias y capillas comprendidas en la zona. Esta costumbre religiosa perdura aún en nuestros días. Los bretones siempre han querido tener un santo para cada uno de ellos. Como no hay suficientes, ellos mismos los bautizan: San “Kodelig”, San “Vio”, Santa “Gwenn” …
La identidad no es un depósito en clausura, sino una formación siempre a retomar. El dinamismo actual de Bretaña atestigua la vitalidad de una cultura que sabe mantener sus tradiciones, despertando el entusiasmo de las “fest noz” – fiestas tradicionales bretonas – que invitan a bailar al ritmo de una gaita o de una guitarra rockera.
Cuando el regionalismo se aleja del nacionalismo, se inventa la reconquista de la soberanía perdida. El movimiento nacionalista bretón sueña con los tiempos gloriosos, cuando el Estado ducal mantenía a Francia con la frente alta. Por una vez, el mito incluye una verdad. Al final del siglo IX Alain, poderoso jefe bretón apodado el Grande, luego de vencer a los normandos en Questembert en el Golfo de Morbihan, reina en todo el territorio, que ya corresponde a la Bretaña actual.
Todo a lo largo de la Edad Media y mediante el juramento de fidelidad feudal, la región entera puede mostrar un semblante de autonomía, gracias a la hábil política que mantiene con sus dos poderosos vecinos: el rey de Francia y el rey de Inglaterra. En ese momento está en juego la guerra de los Cien años. Merced a una economía relativamente próspera y a una administración sagaz, la Bretaña independiente conoce una especie de edad de oro en el siglo XV.
Ahora bien. Sin los casamientos sucesivos de la duquesa Ana con Carlos VIII y Luis XII, quienes ya habían entregado su ducado a Francia, nos preguntamos: ¿sería Bretaña hoy un Estado independiente como Suiza o Luxemburgo? Quizá. Pero muchas razones geopolíticas empujan a Francia a querer absorber esta península ubicada en su flanco oeste.
Toda la historia de Francia se compone de una larga serie de problemas políticos laboriosamente manejados. Los bretones no se dejan dominar en silencio: provocan revueltas populares, conspiraciones nobiliarias, discusiones verbales. Utilizan todas las armas legales e ilegales para resistir el aplastante dominio monárquico. No recuperan su independencia, pero aprenden política.
Una vez formados los Estados Generales, los bretones elegidos son los primeros en reunirse regularmente para preparar las sesiones, estudiando y decidiendo el voto para la Asamblea, lo que les vale el apelativo de “Granaderos de los Estados Generales”. En esta forma se origina el Club bretón que organiza golpes políticos como la abolición de los derechos feudales que se aprueba la noche del 4 de agosto de 1789.
La crisis de la constitución civil del clero provoca en esta provincia de fuerte religiosidad, una fractura más profunda que en otros lugares. Estalla entonces una guerra civil (1793-1815) entre los “ blancos”, conservadores, a favor del clero, escuela libre, y los “azules”, progresistas, anticlericales, en defensa de la escuela laica. Siglo sombrío para una provincia periférica, apartada de la modernización económica y de los progresos democráticos.
El siglo XIX bretón es a la vez inquietante y atrayente. Ante un cuadro matizado de conflictos, se vislumbran los cambios de regímenes.Además, hay señales de los caminos por los cuales la modernidad pone en movimiento una cultura tradicional, fuertemente impregnada de religión. Se trabaja en los inventarios de múltiples iniciativas, que sin negar el pasado preparan el futuro: apertura al exterior, renovación de actividades industriales, apoyo a las labores agrícolas y ganaderas. Se advierte el advenimiento de una provincia progresiva moderna, que respeta sus viejas tradiciones.
La mayoría de las provincias de Francia forman parte de ella sin haberla elegido. Cada una lo ha hecho de manera diferente. El genio bretón está en haber sabido conseguir- con una lenta negociación con el Estado- su pertenencia a la nación sin perder su estilo, manteniendo su verdadero color y dando siempre impulso a su historia regional.
La política cultural bretona actual tiene la mira puesta en la inspiración, en la expresión, en la creatividad. Respaldada por el Consejo Regional, es el resultado de viejos principios culturales armoricanos, invadidos en el transcurso de los siglos por numerosas corrientes y enriquecidos por aportes exteriores: por hombres megalíticos, luego por los celtas, los romanos, los bretones de las islas británicas, los vikingos, ingleses , franceses. De ese pasado queda un rico patrimonio, testigos de la historia: monumentos, castillos , murallas, cercados parroquiales erigidos generalmente en el siglo XV con calvarios, capillas, fuentes … que se restauran permanentemente para poner en valor la densidad espiritual de Bretaña.
La música tradicional bretona conoce un progreso muy particular que nace en 1948 con la creación de una banda llamada “Bagad” compuesta por de 25 a 30 músicos. Este conjunto se compone de 8 cornemusas, 10 clarinetes, 1 tambor bajo, 2 tambores tenores, 4 tambores ligeros, que viaja y hace conocer la música bretona en todo el mundo. Hoy, la pureza del estilo, la homogeneidad y el nivel técnico de sus ejecutantes es notable. En la búsqueda de la mayor autenticidad, “Bagad” agudiza su repertorio en la tradición oral. Los temas están armonizados y orquestados dentro de una perspectiva estética para el oído de hoy, tratando de reintegrar la música a lo cotidiano, a la vida simple, y compartirla con todos.
En literatura no faltan escritores de renombre como Pierre Jakez Hélias, Alain Le Goff, René Le Cam, Jacques Le Goff, por nombrar algunos. Generalmente escriben en lengua bretona y ellos mismos traducen sus obras en lengua francesa.

A lo lejos, la landa bretona luce sus retamas, sus campos de brezos y sus àrboles torcidos por el viento. Todo ello perfecciona su tradicional individualismo.
“Hay cosas que emocionan – dice el poeta – cosas que hacen humedecer los ojos”.
El alba se ha disipado. El mar se ilumina. Una nube de pájaros cubre el cielo. Las dunas vestidas con una hierba muy fina, como si fuera un colchón de plumas, permanecen muy quietas. Admirando a ojos casi cerrados, esas adherencias del suelo, parecen los reflejos de un cuerpo desnudo …

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