Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 117– SEPTIEMBRE de 2016– Año X – Nº 9


Imágenes:
Homenaje a la obra de AMY JUDD (Reino Unido de Gran Bretaña)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)

DEFENSA DE LA PALABRA.

Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que da alegría. Uno escribe contra la propia soledad y la soledad de los otros. Uno supone que la literatura transmite conocimiento y actúa sobre el lenguaje y la conducta de quien la recibe; que nos ayuda a conocernos mejor para salvarnos juntos. Pero “los demás” y “los otros” son términos demasiado vagos; y en tiempos de crisis, tiempos de definición, la ambigüedad puede parecerse demasiado a la mentira. Uno escribe, en realidad, para la gente con cuya suerte, o mala suerte, uno se siente identificado, los malcomidos, los maldormidos, los rebeldes y los humillados de esta tierra, y la mayoría de ellos no sabe leer. Entre la minoría que sabe, ¿cuántos disponen de dinero para comprar libros? ¿Se resuelve esta contradicción proclamando que uno escribe para esa cómoda abstracción llamada “masa”?
No hemos nacido en la luna, no habitamos el séptimo cielo. Tenemos la dicha y la desgracia de pertenecer a una región atormentada del mundo, América Latina, y de vivir un tiempo histórico que golpea duro. Las contradicciones de la  sociedad de clases son, aquí, más feroces que en los países ricos. La miseria masiva es el precio que los países pobres pagan para que el seis por ciento de la población mundial pueda consumir impunemente la mitad de la riqueza que el mundo entero genera. Es mucho mayor la distancia, el abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos; y son más salvajes los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia.
El desarrollo de una industria restrictiva y dependiente, que aterrizó sobre las viejas estructuras agrarias y mineras sin alterar sus deformaciones esenciales, ha agudizado las contradicciones sociales en lugar de aliviarlas. La habilidad de los políticos tradicionales, expertos en las artes de la seducción y la estafa, resulta hoy insuficiente, anticuada, inútil; el juego populista que permitía otorgar para manipular ya no es posible, o revela su peligroso doble filo. Las clases y los países dominantes recurren a la maquinaria represiva. ¿De qué otra manera podría sobrevivir sin cambios un sistema social cada vez más parecida a un campo de concentración? ¿Cómo mantener a raya, sin alambradas de púas, a la reciente legión de los malditos? En la medida en que el sistema se siente amenazado por el desarrollo sin tregua de la desocupación, la pobreza y las tensiones sociales y políticas derivadas, se abrevia el espacio disponible para la simulación y los buenos modales: en los suburbios del mundo el sistema revela su verdadero rostro.
¿Por qué no reconocer un cierto mérito de sinceridad en las dictaduras que oprimen, hoy por hoy, a la mayoría de nuestros países? La libertad de los   negocios implica, en tiempos de crisis, la prisión de las personas.
Los científicos latinoamericanos emigran, los laboratorios y las universidades no tienen recursos, el “know how” industrial es siempre extranjero y se paga  carísimo, pero ¿por qué no reconocer un cierto mérito de creatividad en el  desarrollo de una tecnología del terror? América Latina está haciendo inspirados aportes universales en cuanto al desarrollo de métodos de torturas, técnicas del asesinato de personas e ideas, cultivo del silencio, multiplicación de la impotencia y siembra del miedo.
Quienes queremos trabajar por una literatura que ayude a revelar la voz de los que no tienen voz, ¿cómo podemos actuar en el marco de esta realidad? ¿Podemos hacernos oír en medio de una cultura sorda y muda? Las nuestras son repúblicas del silencio. La pequeña libertad del escritor, ¿no es a veces la prueba de su fracaso? ¿Hasta dónde y hasta quiénes podemos llegar?
Hermosa tarea la de anunciar el mundo de los justos y los libres; digna función la de negar el sistema del hambre y de las jaulas visibles o invisibles. Pero, ¿a cuántos metros tenemos la frontera? ¿Hasta dónde otorgan permiso los dueños del poder?
Mucho se ha discutido en torno de las formas directas de censura bajo los diversos regímenes sociales y políticos que en el mundo son o han sido, la prohibición de libros y periódicos incómodos o peligrosos y el destino de destierro, cárcel o fosa de algunos escritores y periodistas. Pero la censura indirecta actúa de un modo más sutil. No por menos aparente es menos real. Poco se habla de ella; sin embargo, en América Latina es la que más profundamente define el carácter opresor y excluyente del sistema que la mayoría de nuestros países padece. ¿En qué consiste esta censura que nunca osa  decir su nombre? Consiste en que no viaja el barco porque no hay agua en el mar: si un cinco por ciento de la población latinoamericana puede comprar refrigeradores, ¿qué porcentaje puede comprar libros? ¿Y qué porcentaje puede leerlos, sentir su necesidad, recibir su influencia?
Los escritores latinoamericanos, asalariados de una industria de la cultura que  sirve al consumo de una elite ilustrada, provenimos de una minoría y escribimos para ella. Esta es la situación objetiva de los escritores cuya obra confirma la desigualdad social y la ideología dominante; y es también la situación objetiva de quienes pretendemos romper con ellas. Estamos bloqueados, en gran medida, por las reglas de juego de la realidad en la que actuamos.
El orden social vigente pervierte o aniquila la capacidad creadora de la inmensa mayoría de los hombres y reduce la posibilidad de la creación – antigua respuesta al dolor humano y a la certidumbre de la muerte – al ejercicio profesional de un puñado de especialistas. ¿Cuántos somos, en América Latina, esos “especialistas”? ¿Para quiénes escribimos, a quiénes llegamos? ¿Cuál es nuestro público real? Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.
PÁGINA 2 – ENSAYO

SUSANA GRIMBERG.
(San Juan-San Juan-Argentina)

CONSTRUYENDO PUENTES.

“La literatura es el primer fenómeno globalizador. Ya sé que el concepto de la globalización se maneja ahora como un descubrimiento, pero sólo hace falta leer a Esquilo, o a Shakespeare, por citar dos ejemplos, para darse cuenta de que la literatura, el teatro, son el vehículo para hablar del hombre y de sus incertidumbres y de sus escapatorias.” Ismail Kadaré. (Escritor albanés).

Según Marcel Mauss, si el sólo hecho de tender un puente suponía romper el orden natural, era necesaria la presencia de un pontífice para aplacar la ira de los dioses. En realidad, eran los pontífices, los que establecían un puente entre los dioses y los humanos. Etimológicamente, la palabra pontífice deriva de puente (siglo xv) en referencia a un alto funcionario romano que, en sus orígenes, cuidaba del puente. En nuestros tiempos, dejaron de necesitarse intermediarios entre los hombres, y Dios, porque la palabra es el puente, el lazo, la mano extendida, que ayuda a ir más allá de las fronteras entre los hombres y la naturaleza humana.
Tengo grabado en mi memoria, este cuento jasídico que quiero compartir con ustedes: “Cuando Dios le ordenó construir un arca, se sirvió de la palabra teva que en hebreo significa arca y palabra: “será gracias a la construcción de la palabra como sobrevivirás al diluvio”. Es que la palabra, disponerla, es el puente que permite acercar uno al otro, pese a los malentendidos que pueda llegar a provocar. Como los fallidos y los lapsus, la vida misma es un equívoco en la que, para salvar los obstáculos, olvidos, errores y demás, hay que tender nuevos puentes.
La globalización: entre la incertidumbre y el miedo.

Sigue sorprendiéndome que, en nuestro tiempo, la gente insista con que la globalización es un hecho nuevo, cuando, en verdad, la interrelación entre los países, existe desde la prehistoria, con los movimientos migratorios.
Tanto el Imperio Romano, como China, supieron poner vastas zonas desconectadas entre sí bajo su dominio, siendo el descubrimiento de América el que inició la apertura e interrelación con un mundo desconocido.
Una ventaja considerable de la globalización, fue la de haber acrecentado, a fines del siglo XIX, las revoluciones tecnológicas, los sistemas de transporte y el avance de las comunicaciones. La era espacial, a su vez, facilitó descubrimientos como el Diagnóstico por imágenes, el Monitoreo cardíaco, el Código de barras, el Termómetro digital sin mercurio, los pañales desechables, el Sistema de ahorro de energía utilizado en refrigeradores, el Laser, utilizado tanto en la Medicina como en la Industria y el Velcro, entre muchos más.
En verdad, a partir de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, la globalización se aceleró hasta convertirse en el fenómeno económico, social y político dominante de nuestra época.
La globalización no es un hecho aislado, sino el resultado de un largo proceso histórico. Muchas zonas se vieron favorecidas, mientras que otras no lograron salir de la pobreza. En iguales circunstancias, muchos países supieron aprovechar la transferencia de conocimientos, alcanzando en pocos años un desarrollo significativo que, de otra manera, les hubiera llevado décadas.
Indudablemente, la globalización cuenta con muchos puntos a su favor, sobre todo el incremento del conocimiento, impulsado por los adelantos tecnológicos y los descubrimientos científicos, que han beneficiado a la humanidad. También, trajo una mejora en la comunicación continental por la que el sector laboral pudo coordinar acciones en defensa de los trabajadores; la ampliación de los espacios de democratización y redistribución del poder, y el surgimiento de redes de comercio que, muchas veces, fueron beneficiosas para los pequeños y medianos productores de cada región.
Sin embargo, si bien, la globalización trajo ventajas para la población en general, introdujo sentimientos de temor, incertidumbre, desconcierto ante lo que es vivido como una amenaza.

LA GLOBALIZACIÓN Y EL CINE

Apasionada por el cine, no podía dejar de mencionar películas relacionadas con el tema, como “Ovruiéres du munde” de la directora belga Marie-France Collard y Store Wars, que narra la resistencia de los habitantes de un pueblito norteamericano a la llegada de Wall Mart entre muchas otras películas. El cine mismo, da cuenta de lo mejor de la globalización.
"Ouvriéres du monde" narra la historia de miles de obreras europeas que se quedan sin trabajo en la fábrica Levi´s como consecuencia de que sus pares asiáticas se ven forzadas a trabajar por menores salarios.
En realidad, la globalización existe también en el cine. Pese a que la diversidad temática es notable, en algunos casos las cifras alarmantes suelen ser las mismas. "Las tres personas más ricas del mundo poseen una fortuna superior a los productos brutos de los 48 países más pobres, lo que representa un cuarto de los países del mundo. Según la Organización de las Naciones Unidas, para dar a la población mundial acceso a la cobertura de las necesidades básicas, como alimentación, agua potable, educación y salud, se necesitaría reducir menos del 4 por ciento de las 225 fortunas más grandes".
La película de Collard encontró su sitio desde donde observar los efectos de la globalización. "El sector textil se encuentra particularmente afectado porque se nutre de una mano de obra no calificada y porque es uno de los primeros sectores en los que el Primer Mundo puede iniciar una industrialización sin que por ello se necesite inversión. Lo cierto es que allí, trabajan muchas mujeres, la mayoría de entre 18 y 25 años, porque después de esa edad se sienten muy cansadas para continuar trabajando. Las condiciones de trabajo son siempre pésimas, pero aun así hay notables diferencias entre los países europeos y los asiáticos, que en general han alimentado los prejuicios, las tensiones y las divisiones en beneficio de las grandes corporaciones."

No sólo lo referido al trabajo, es importante en el tema de la globalización. “Matrimonio por conveniencia”, muestra lo necesario que puede ser un matrimonio para obtener la ciudadanía del país de donde procede el o la elegida. A veces llegan a amarse, como en esta película, otras veces, reconocen la ayuda y solidaridad del otro para llevar adelante proyectos y, muchas veces, una vida mejor.
La globalización: una puerta abierta a la vida

El Profesor, crítico y ensayista Francisco Ayala (Granada), dijo respecto de la globalización: “De pronto nos hemos encontrado con que es verdad que el mundo es sólo uno. La globalización, simplemente una palabrita, pero que ha acabado por ser verdad. El mundo es ya sólo uno”.
Si bien, estamos viviendo tiempos difíciles, alarmados por ataques terroristas, terremotos e inundaciones además de robos, violencia en las calles y la corrupción que atenta contra todos, nada de esto es propio de nuestra época porque, de alguna manera, siempre, estos hechos, existieron.
Somos hijos y nietos de inmigrantes y nosotros mismos somos inmigrantes ya sea por mudarnos de un lugar a otro, para poder ir a la Universidad, o motivados por nuevos trabajos. Y esto nos lleva, a dar lugar, siempre, a las diferencias. No somos iguales. Lo somos frente a la ley. La igualdad de derechos y de oportunidades hace al mundo más libre y más justo, al menos este propósito tuvo marco de Ley, para hacer que la vida sea vivible.
En realidad, podemos pensar y vivir la globalización como una puerta abierta al mundo, con todos los sinsabores y beneficios que nos pueda traer. Incluso la incertidumbre puede enriquecernos, porque donde dudamos, existimos. La educación provee, a través de la transmisión de valores, la vía para crear, inventar y darnos las manos a pesar de y con las diferencias.
Con la artista Perla Bajder que estuvo, meses atrás con nosotros en Radio Sentidos, trabajamos, casi sin conocernos personalmente pero sí a través de nuestra obra, en el libro “Identidad y diversidad”, idea del Dr en Letras Stephen Sadow. Ambas fuimos partícipes de un proyecto que hizo de una ilusión, una realidad.

Elijo para concluir con esta reflexión de Albert Einstein:
“Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas: la paz.”
PÁGINA 3 – POESÍA ARGENTINA: SANTA FE

ANA DANICH
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

DESENTERRADA DEL ÚTERO DE MI MADRE

Cuando me desenterraron del útero de mi madre
tres días antes de esa fecha la fuerza aérea de Estados Unidos 
disparó el primer misil nuclear aire aire para afianzar su poderío,
por ese motivo los médicos que de premoniciones sabían bastante
hurgaron en el vientre de mi madre que estallaba de dolor
y decidieron que era hora de obligarme a nacer.

Mientras tanto en los laboratorios se armaban las piezas 
atómicas que decidirían el futuro de mi generación,
no es casualidad que ese mismo mes la estatua 
de  la Independencia mexicana fuese derribada
por el devastador terremoto “Del Ángel”. Así lo  llamaron 
por los héroes que llevaba escondidos entre sus alas…

En la actualidad  nadie lo recuerda pero en Cheliábinsk 
cuatrocientos setenta mil humanos quedaron condenados
de por vida, sí, como ustedes escuchan, ¿escuchan?... de por vida
a vagar por las calles entre los estrepitosos tarros de basura atómica,
era noviembre y el invierno sembró doscientos cadáveres en la nieve. 
Mientras tanto Laika agonizaba en el espacio y los marroquíes de Ifni
le metieron a Francisco Franco el asta de la bandera española por el culo.
(no es necesario explicar por qué se crearon los ejércitos de liberación nacional)

La cuestión es que fui creciendo con los proyectiles que los imperios
dirigían hacia las mejores mentes del mundo, las mismas que insistían 
en el vuelo inocente de una paloma antes que oír el estrépito de las balas
cayendo como racimos de uvas y embriagando al mundo con el poder
de las feroces guerras desatadas sobre el desprotegido nido de los pájaros.

Ahora entiendo por qué no lloré la noche en que nací, 
cuando la maquinaria de la muerte cayó sobre el globo terráqueo 
asolando la tribu humana.
Las enfermeras enfurecidas por mi obstinada asfixia se encargaron de hacerme 
expulsar el veneno de mi sangre de hembra rebelde por tradición familiar
que se negaba a ser arrojado de mi cuerpo. Mi Cuerpo, (lo reafirmo por si acaso)
hasta ese momento no era otra cosa que un manojo de nervios retorcidos 
por la angustia del nacimiento y la certeza de comprobar la negritud de la vida.

Fue así que sus golpes estallaron en mí y el ojo cavernoso de la noche
me cubrió con su oscura mancha sobrenatural. Entonces vomité mis demonios
sobre la placenta que me unía al mundo, vomité mi terror sobre los hogueras,
sobre los fuegos que ardían en los vientres de las muchachas ultrajadas,
vomité  los abortos clandestinos y sobre los ojos radiantes de los niños
que en sus casitas calefaccionadas lamían las tetas de sus blancas madres, 
vomité mi veneno sobre los vergas de los coyotes que devoraban  a los ingenuos.

-¡Ave María purísima, llena eres de gracia, impide que los  lobos del mundo 
arranquen la cabellera de los inocentes, te lo suplico, María, llena de gracia!
pero ella no escuchaba.         Nunca escucha.           Tan sorda sos,  alabada.

¡Ella vive en un mundo al que vos no entrarás ni por obra del Espíritu Santo! 
gritaron los médicos que me obligaron a nacer a la fuerza,
y  crecí bajo un cielo de espanto aferrada a la ilusión de dormir un sueño
y no una pesadilla que ocultaba cerebros destrozados detrás de las cortinas.

Mientras tanto el Napalm quemaba los cuerpos de los niños nacidos en Vietnam,
mientras tanto en los subterráneos orinaban los nauseabundos de la tierra,
mientras tanto las ruedas de un tren pisaban la cabeza de un suicida loco,
mientras tanto lores de los golpes militares depredaban el suelo de América latina,
mientras tanto  buitres rapiñaban el hígado negro de las madres africanas.

Mientras todo eso pasaba yo iba creciendo acunada en el abrazo del odio,
él me cantaba canciones de venganza, hubiese preferido que fueran de justicia,
pero no, él era tan obstinado como yo y cantaba para que no me durmiera
con el murmullo mentiroso del humo y el soma que recrea paisajes de ficción.

Entonces definitivamente crecí, definitivamente me desenterré del útero de mi madre,
definitivamente aullé el aire de mi cuerpo como una loba pariendo un mundo nuevo 
y le di vida a los fetos hasta arrancar de mí el veneno de la muerte / definitivamente.

OSCAR ÁNGEL AGU
(Hercilia-Santa Fe-Argentina)

JACARANDÁ

Tajo de lunarriba gotea
campánulas de cielo.
Cuentan viejas memorias de la herida del cielo;
el celeste, en breves copos tamizaba estas tierras.
Fue un árbol, cauterizador de heridas, que con
sus largas ramas comenzó a recoger en el aire los
copos cielares. Dicen las voces antiguas que el
cielo se curó por la bondad del árbol que supo de
su herida; lo pobla desde entonces en su copa.
Dicen que dicen que el cielo bajó a habitar
estas tierras.

RAUL FEROGLIO
(Las Parejas-Santa Fe-Argentina)

ARTE POÉTICA

El arte que se parte en la cabeza de la angustia
y crece dentro y fuera como ruido inmenso
y crece alrededor como azucena
el arte que cruje en el piñón de los obreros
y se entrelaza lana azul de aquella abuela
se desliza filamento en el cabello de los niños
ese arte que se quiebra y se diluye y se disuelve
y es bandera y relámpago y tormenta
que vibra el corazón de los motores
que triza los dedos del que abraza una guitarra
que retuerce los sueños
o es un potro en el pecho del que sueña
ese arte
ese arte que crece en las mañanas por el césped
que se afila en el cuchillo carnicero
ese arte tostado energía de horno
panadero alegre panadero fiesta
ese arte que se escribe con el borde roto de la tiza
que sube y baja experimenta
que hace llorar a Antonio su lágrima de aceite
que rompe en Pablo su canción
(tristeza dulce su tristeza)
ese arte que empaña el vaso de Raúl
esa herramienta
ese silencio en llamas
esa furia ese Martí ese Neruda Vedovaldi
ese abrazo Heraldo y todos todos
ese arte que humedece cada parte
cada rincón oscuro y misterioso de los cuerpos.

VERÓNICA CAPELLINO
(San Cristóbal-Santa Fe-Argentina)

LOS DONES

Suspendida en su aliento
Magdalena puja.
Un olor mineral sube de los jardines
del tiempo detenido
y toda la historia de las eras
se le viene asida
al cordón del navegante.
La rosa agiganta geometrías
en el límite de la carne.
Ella sabe que los dones
están de ronda,
que el más sereno
parece una madona,
que le brilla la piel
y tiene los ojos entornados;
que el otro es una máscara:
Mezcla mujer y hombre
y sacerdote y macho cabrío,
que anda cejijunto,
anguloso de pómulos
y con lenguas sibilantes.
Del centro del ciclón
igual que Ulises
vendrá confuso el navegante.
Los dones lo aguardan
con los brazos extendidos.
Ella sabe

RUBÉN VELA
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

IGNORANCIA
A Sebastián Antonio Jorgi

Yo no he aprendido todavía
cómo se hace el poema.
No he entendido los libros de texto
ni sus preceptos infalibles.
No lo he colocado sobre una mesa de disección
para analizar una por una sus palabras.
Ellas parecen decirme ¡Mira!
si el poema es rebosante
en pureza
allí está el poema.
Él nos permite despertar
y sabernos en el mundo.
Recibe las palabras
con las manos desnudas.
Arrójalas al papel
sin premeditación, sin impaciencias.
Ellas hallarán el camino,
encontrarán su sitio,
acomodarán su ritmo
y ya nadie jamás podrá reemplazarlas.
No hay sombras en el poema.
De pobreza y enfermedad
llegarás a la radiante alegría
del ojo por el cual contemplas el poema
y desde donde el poema te contempla.

MIRYAM COLOMBOTTO
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)

El viento desafora la noche y
la enquista
en mi cuerpo.
No puede llevarme. Todavía
no quiero ir.
Soy un mapa de recuerdos donde
envejecen los sueños,
y resisto
preguntándome porqué
resisto.
En algún lugar, en algo,
en alguien,
debe haber una ternura
donde hundir las uñas
para sostenerse.
Noche, hermana,
duéleme menos.
Aligera tu paso en las heridas
piérdeme el rastro.
        Lejos
el viento destruye
todo lo que siento.
PÁGINA 4 – NARRATIVA

CARLOS ARTURO GAMBOA B.

(Ibagué-Tolima-Colombia)

LA GUERRA DE LAS PALABRAS

Toda guerra es un síntoma del fracaso
del hombre  como animal pensante.
John Steinbeck.

EN MEMORIA DE LOS CAÍDOS.
para los escépticos

Las palabras también estuvieron en guerra. Batallaron. Se hirieron entre sí. Se desangraron en las largas noches de invierno mientras paseaban las montañas en busca de refugio.
Las palabras se juntaron y conformaron largas oraciones de odio. Enunciados sobre la desolación. Frases hirientes y maltrechas seducidas por la sensualidad de la guerra.
Un día se reunieron las oraciones y conformaron ejércitos de insultos. Enormes párrafos enceguecidos por extrañas formas de pensar de donde fueron excluidas algunas palabras: otro, diferencia, pensar distinto, libertad de ser, vida, justicia, equidad; todas ellas fueron expulsadas del paraíso letal de las confrontaciones. ¡Muere o vive como en este párrafo se enuncia!, decían entonces los evangelios de la sangre.
Y cada día eran más.
De las ciudades llegaron las palabras urbanas, traían en sus bolsillos dagas nocturnas, rifles de pesadumbre, metrallas de venganza, puños de ira y desolación. Se juntaron con los afluentes que bajaban de las montañas buscando en los parajes el sonido del desamparo. Al encontrarse formaron grandes páginas de guerra para escribir una historia milenaria de atrocidades.
Entonces vivimos la profunda noche del libro de la guerra.
El cementerio de las palabras creció en tal magnitud que se hizo necesario derribar las casas del pueblo para tener en donde enterrarlas. Algunas fueron arrojadas a los ríos, otras decapitadas con fraudulentos diccionarios ensangrentados. Los señores de las sombras se hicieron expertos en entrenar cocodrilos para que sus fauces dieran cuenta de los fonemas de la libertad. Algunas palabras fueron arrojadas a los fosos de las serpientes para que el veneno matara sus significados. De noche se escuchaba, en la lejanía, el ronronear de las motosierras despedazando palabras. Todos enloquecieron y los campos quedaron baldíos.
Parecíamos estar condenados a la historia eterna de la sangre.
Pero un día una palabra bajó de la montaña.
Dijo estar cansada de cosechar odios. Descargó sus manoplas sobre el césped y se declaró palabra desarmada. Buscó las otras palabras en conflicto. Temió su muerte. Fue puesta en el anaquel de los juicios y durante días explicó su huida a los campos, acosada por la miseria y las angustias. Relató su largo periplo bajo las bombas de los amaneceres. Narró sus errancias por las lomas de un país en donde los sueños se canjearon por reliquias. Habló del hambre.
Las demás palabras escucharon su relato y tuvieron que hacer gestos para no llorar.
Todas habían sido laceradas por la historia del odio. Todas recordaban una palabra pariente enterrada en un lugar lejano. Todas habían perdido algo.
Entonces desataron la palabra desarmada.
Antes de partir les dio las gracias y se marchó por el asfalto tarareando tonadas extrañas en aquella cartografía del odio.

No la hemos vuelto a ver, lo único que se sabe es que desde aquel día en que fue puesta en libertad la palabra desarmada, nuevos vientos soplan sobre la llanura y las flores han vuelto a crecer en los cementerios.
PÁGINA 5 – POESÍA ARGENTINA:  SALTA

SANTIAGO SYLVESTER
(Salta-Salta-Argentina)

(la palabra y)

Hay chirrido en las palabras
como si una turbina estuviera trabajando
o un taller empeñado en
destrozar el día:
y es que
no vuelven por la calma
con algo remoto, orgánico, apto
para que suelten el núcleo de energía; sino por lo acuciante
de dar vueltas y vueltas,
un eslabón
más otro:

no llegan en paz sino en chirrido
con algo que nos resuelva el inconveniente de ser sólo uno, habiendo tantas
puertas
para salir a verse.


LUCILA LASTERO
(Salta-Salta-Argentina)

ESCRIBIR

Ser genuino
quedarse sin piel
sentir golpes de humo
o decir las mentiras más ciertas.

Necesidad de nacerse a uno mismo
para no fraguar
para inventar la eternidad de los instantes
                    (o  para ser dicho simplemente)
para tapar las soberbias con tinta
y esconder los fracasos tras las vueltas de alas
                    de un libro jamás escuchado.

Escribir.
Escribir la escritura
manchada de sangre y tiempo
siempre cubierta de olvido
de sinsentidos de nada
pero semánticamente
eterna sublime
o algo parecido a todo lo que importa
o mejor sí
yo tal vez puedo
y la muerte quizás así demore
y cuando llegue
no mate tanto.

PEDRO CENTENO
(Orán-Salta-Argentina)

TU ÚLTIMA CARA

Desde esta ventana
miro caer las hojas de los fresnos americanos al costado de la ruta
la pareja que acaba de ingresar al motel de turno
el indigente que empuja su carro en busca de alimentos
en esta mañana fría, gris
y por momentos lluviosa
en esta mañana
sin las torcazas en el viejo sauce eléctrico
sin el agua limpia en la pileta
sin su pelo oliendo a hierbas
sin su cuerpo soleado
con su cara incrustándose en mis rutinas
en esta mañana fría, gris
y por momentos lluviosa

FERNANDA AGÜERO
(Salta-Salta-Argentina)

bajo la falda
bajo la falda
un remolino subiéndome sin tregua
abriendo mi comarca
sacando a contraluz
mi canto
en el mismo umbral de los deseos
desgarras con tu beso la eternidad
mi boca
mi espalda
la voz desconocida
la sed
las aureolas de mis pechos
el giro de los cuerpos sobre el mar de lino
la torsión de mis venas
las sábanas quebradas
hasta que alucinado
ruegas
sin tus pies sobre la tierra
con mi corazón entre tus piernas
y el as de espada de tu manga
ruegas
en el último crepúsculo
muera por vos



HUGO FRANCISCO RIVELLA 
(Rosario de la Frontera-Santa-Argentina)

LA HORA DEL RELÁMPAGO

Voy a hablar de la guerra sus nudos sus espasmos la hondonada del surco

por donde anda la muerte la trinchera anegada la gangrena y el odio de la bala zumbando

voy a hablar y no importa que me duelan los ojos y el húmero me sangre
y el hígado me estalle que un tigre desgarrado salga a cazar fantasmas
y el metralleo distante del fusil sea un animal monstruoso taladrándome el hueso

Voy a hablar de la madre con el llanto en los brazos y los cabellos húmedos de mirar al ocaso de sentir que se apagan sus lágrimas y el polvo llena de infinito los muñones del pecho
me acaricia la frente con un cuento de hadas donde juego a la mancha con caballos de nácar

de la novia desgajándose sus misales su falda que vuela hecha un ladrido los responsos del cura por mendigar milagros y el desierto violando la memoria del ángel

Voy a hablar de la noche sus criaturas de hielo las putas de la esquina drogando su alegría el reo que cruza el tiempo montado en un murciélago y el reloj que eterniza la tristeza del muerto
del suicida y la cuerda en el agua del cuchillo en la lengua
del trago de cianuro que perfora el esófago y le quema los dientes con su adiós degollado

Voy a hablar de hiroshima nagasaki y el alba sus flores de ceniza y el sol en los escombros

Voy a hablar del coltan la muerte negra cuando el congo deshuesa su milagro de ébano
la libertad molida mis hermanos refugiados en la sombra del boabab

Voy a hablar del poeta enroscado en el hombre en la mujer y el fuego que tienen las palabras
la canción indecisa por saltar a la rosa y la casa tomada por ocupas y barcos

Voy a hablar de la bomba en el subte de atocha en las torres del viento los gritos el estruendo la desgarrada sombra de la noche la furia la locura el fundamentalismo como un manto sagrado que solo toca al hombre cuando le sangra el ojo
las ruinas del poseso los estigmas de cuarzo y la palabra en crisis con sus propios milagros

terrorismo en la piel como un payaso trágico

Voy a hablar de las miasmas mis derrotas la sangre que tienen las palabras cuando escribo estos versos lo que oculto en las noches bajo llaves de polvo y lo que sopla dentro de mi espalda

Voy a hablar del cobarde vestido de jaguar de la lengua partida tumefacta crujiendo
del marasmo del ojo cuando rompe el espejo que desdice en la noche lo que piensan mis dedos
de la mirada del mendigo cuando brota del alma un dios despedazado

Voy a hablar de mis pasos sin rumbo lo mismo que un hondazo de piedra al infinito

Voy a hablar de la pena como un gajo del odio y el ojo que le chilla al apenado
su sombra desterrada al fondo de la noche y todo su esqueleto es una flor penando

Voy a hablar de los números como cifras de hielo porque borran el nombre de juan
del aguacero del antílope herido del minero y su tumba del caimán
los números escuálidos de los niños que caen en el ojo demente de cualquier cataclismo o estallan como pétalos bajo un fuego cruzado

los números sin alma me sueñan sin saberlo

Voy a hablar de la canción del mar y su rugido la brisa que en tu rostro salpica las estrellas
el adiós de tu mano con un dejo infinito las huellas en la estela de todas las gaviotas
del canto de la orca y el vuelo de los tigres que montan en la espuma de las olas al irse

Voy a hablar de la culpa la violencia en el niño que se aferra al silencio con la boca atascada por proteger al ciego que descarga su golpe con los diablos punzantes

la violencia en el alma la que casi invisible se adueña de los pasos de la mujer sin nombre
del último crepúsculo en que cayó el guerrero y el poema tendido donde mueren mis manos

la violencia encerrada entre cuatro paredes y el cielo entumecido del hombre y sus retazos

Voy a hablar de los ojos de cristo desnucado el tajo en la mirada de soportar el cielo
los ojos de la madre cuando sueña la muerte y a tus ojos marrones moliendo mi desdicha
los ojos desnutridos del niño en la basura o fijos en las luces de todas las vidrieras
el juguete imposible como un nudo en el aire y la infancia hecha trizas con sus diablos de lana

Voy a hablar de tu cuerpo como isla desolada en donde fui titán y aventurero
y anduve tantas sombras que comprendo porque el ocaso es llaga y es recuerdo
y me sentí bandera de un mástil desterrado más allá de tu nombre y más acá del tiempo

Voy a hablar de esta cabeza que luzco deslucida el seso incinerado cada vez que me piensa sus neuronas de aceite y el cerebelo cae perdiendo el equilibrio

quién se llevó mis ojos quién los ciega
quién me los ha sacado y puesto entre los dientes para ahogar mi destierro en las noches sin luna
quién les puso tomillo cilandro del poniente y ajíes del altiplano con licores de menta
quién es quién en la muerte del último guerrero y quién le come el cuero al sueño de la espada

me vuela la cabeza por sobre el campanario el techo de las casas el monte de quebracho
la luz contaminada del basural que hiede y las ratas que atoran los caminos del niño que juega con los pezones de la muchacha muerta
me vuela la cabeza como a un sapo de escarcha con la lengua morada de celebrar mi entierro
y unas alas calcadas de un pájaro de piedra

Voy a hablar del rencor con sus cuevas de espinas donde la noche arroja guitarras destempladas la cruz que curva el cuerpo hasta arrastrar su alma por todos los rincones donde anduvo la muerte

Voy a hablar del silencio acunado en la rosa en donde el colibrí desvela la mañana
para que zumbe el aire y se desnude el ángel que por las noches cuida el secreto del agua

del silencio que raspa el corazón del torturado hasta resquebrajarle el ojo al miserable
y penetrar su carne con todas las derrotas
de sus sapos como pájaros torpes volando hacia la luna de un charco en el espejo

Voy a hablar de estas manos sus huellas en el cuerpo de la mujer amada
los tigres sumergidos en mis brazos sus cavernas de voces que nombran los fantasmas con los que anda mi infancia y sus monigotes de pan azucarado
de las manos del músico y la canción aquella que todavía no ha escrito
la cuna hecha con trozos de ternura que el carpintero talla en el árbol y el sueño

voy a hablar de las manos clavadas en el tiempo del madero y sus llagas
y el amor que despacio destrona su cabeza

Voy a hablar de la furia de no saber quien soy y dejar que mi boca se llene de blasfemias
de palabras que hieran como púas herrumbradas y se rompa en la lengua todo el abecedario
de la furia que me ciega el cerebro y tajea al silencio con heridas que sangran
las grietas del espejo tu pollera estampada el peso de tu mano cuando va por mi cuerpo como la piel de un gato y un diablo de latón enfermo y tumefacto lo arrastra por la orilla de un mar inexistente

Voy a hablar de la vida con su rosa cuarteada y el amor que sucede en medio del naufragio
al fondo del remanso de un río embravecido y en una mariposa de vuelo zigzagueante

voy a hablar de la vida sus arrugas el signo de caminar descalzo sobre el vidrio del miedo
y trajinar los ojos del que rueda penando
voy a hablar de la luna zozobrando en sus ojos y una flor sin regreso cayendo en su mirada

Voy a hablar del relámpago su luz como un retazo de dios entre las cosas y el cielo dividido del milagro y el hambre las mujeres los hombres con la culpa del muerto y el árbol que lo ensueña con sus ramas ausentes

Voy a hablar de tu voz adentro de la rosa de lo que va pasando para seguir amando el trago la espesura los dientes de león la rama el agua el sauce
el fuego desvalido del reo en la penumbra y la Poesía que pende del crepúsculo

pendiendo del trigo y la paloma que en las tinieblas fulge como un rayo
pendiendo de mi lengua enmudecida y de la boca que se atreve al grito
pendiendo del escriba con su canto sonoro
pendiendo de la sombra esculpida en el muro

TERESA LEONARDI HERRÁN
(Salta-Salta-Argentina)

REGRESO DE ORFEO

Crecía en el aire el agua de una campana
al principio imperiosa luego suplicante
volcando su claridad merovingia en los oídos
(salvo en los de la vieja cuidadora de gansos
mujer de la edad de piedra con su rito
de honrar a los dioses pastoreando animales)
confundiendo a los gallos heraldos
que anunciaban el huevo de una mentida lluvia.

Tú venías es esa agua convocadora de otros tiempos
nombrándome como entonces (cuando habitantes
de un idéntico sueño)
“aquí yace Teresa esa es la tierra que hoy araron sus ojos
hoy ocupada por su cuerpo”
antes ay mucho antes de que emprendieras el viaje a los
                                                                     infiernos
Para buscar a eurídice
y ahora regresabas diciéndome
que la habías perdido para siempre.

Poco a poco tu rostro como un humo
fue cuando el felino memoria como una hijo pródigo
volvió después de amargo viaje a la guarida del olvido
y solo retuve parte de su plateada cola
una mecha de su pelaje azul
batíscafo con el que desciendo a un abolida tiempo
donde tu claro corazón aún vive
edificando el vuelo de los pájaros.
PÁGINA 6 –NARRATIVA

SONIA CATELA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

SAN APARICIO

Abajo, dentro del canal seco, en su angosta cavadura tapada de arbustos y espinas, corren los cuises, se meten en sus pasadizos, suben, bajan. Y mezclados con ellos ¿se trata también de cuises? algo como ratones claros, grandes, se lanzan, intercambian chillidos bajando el volumen, se escurren por algún agujero si alguien se acerca, si me acerco porque ¿qué animales son? Imposible bajar dadas las ramas entrecruzadas, que muerden. Sigo caminando por el camino de tierra, cargado con la intriga.
Bajo los árboles un paisano caza palomas.
--¿Qué animalitos son ésos que corren ahí abajo, señor?
--Buenos días. Cuises.
--No, los otros, los que no tienen pelaje gris.
--No sé don. ¿Usted no es del pueblo, verdad?
--Soy comisionista. Ando por aquí y por allá.
El tipo se pone a fumar y simultáneamente apunta a la espesura. Un tiro, una presa.
Me siento al borde del canal seco, abro un paquete de sándwiches, una cerveza. Veo algo como una mano que sobresale entre el follaje.
--¿Eh, hay alguien ahí?- grito.
Corridas.
Claro que hay alguien ahí.
Me siento bajo el radar del paisano. -¿Por qué come en este lugar? -inquiere él- ¿No le sería más cómodo irse el parque del pueblo? Hay bancos, bebederos... ¿Por qué no se va?
No respondo a esas palabras que me expulsan por "intruso".
Tiro unos caramelos entre el ramaje. Hasta el paisano escucha cómo son desenvueltos y masticados. Luego me caen encima bolitas hechas con los envoltorios. Sin una palabra.
Decido meterme en el canal. Con el cuchillo voy cortando como puedo las espinosas matas. En el centro debe haber un sendero. Escucho corridas hacia todos lados.
--¿Por qué carajos se bajó ahí, don?
--Porque se me da la gana.
--Usted no es de nuestro pueblo, no tiene derecho a meter la cuchara donde no debe.
--Sáqueme... si puede.
Gateo entre los arbustos, avanzo por un desfiladero vacío de sonidos.
Hasta que enfrente, una especie de taza horada la barranca.
Quizá vea, quizá encuentre. Quizá halle esos niños desmelenados, que me observan con susto, que inician un escape, intento agarrarlos, y termino bloqueándolos: -¿Chicos, qué hacen aquí? Criaturas: ¿Dónde se hallan sus padres? ¿Los dejaron en esta cuneta?
El viejo se acerca. -Usted es tan metido como dedo en culo ajeno. Hay pibes, sí. ¿A usted qué le importa? Usted viene, da su limosna, pega media vuelta y se raja.
--Le dejo mil pesos por los chicos.
El viejo gruñe. -Deje de joder y váyase. No sabe lo que hay en juego.
Se descuelga del arriba un policía, se agacha sobre el canal, me interpela: -Señor, se halla en una propiedad privada, sin autorización. Haga el favor de salir del canal ya. Y permítame sus documentos.
Salto la cuneta: -Los dejé en el auto.
Camino con escolta hasta el camino rural. -De acuerdo- revisa el agente y anota mis datos. -Retírese de este sitio y diríjase a un sitio público.
Nunca me enteraré de la realidad de ese poblado, San Aparicio, dos mil habitantes. Nunca sabré que hay un hospital que no provee de anticonceptivos a las jóvenes, debido a la ilegalidad moral de tales pastillas. Ni farmacia que las venda. Y médicos que se abstienen de hacer abortos por las estrictas normas sociales que les impondrían un boicot. Mujeres, pobres o no, que procrean furtivamente. Individuos que engendran frutos prohibidos. Y análisis de ADN. Eso. Eso es lo que está en juego. ADN. Si llevaran a los pibes a un hogar o refugio, determinarían ahí, click, quién es la responsable, y qué hombre -abogado, comerciante, hacendado, funcionario, intendente- cometió el hecho.
Mecanismos de una legitimidad establecida por ordenanza comunal. Pequeño pueblo infierno grande. Curiosidad perversa. Las bocas no paran de hablar. Escándalo público. Algún diario que publica nombres importantes. Antes de la existencia de los análisis de ADN, se depositaban esos pibes en las puertas de la iglesia. Ahora, el canal es el templo donde se los ofrenda.
No sabré que furtivamente llegan vecinos involucrados y sin mostrarse les tiran algo para comer. Son un puñado de pibes. Algunos sobrevivirán.
Nunca me enteraré, mientras levanto campamento y me marcho, tachando a San Aparicio de mi mapa.
PÁGINA 7 – POESÍA ARGENTINA: MENDOZA

LILIANA BODOC
(Mendoza-Mendoza-Argentina)

LOS AUTÉNTICOS REYES DE LA HISTORIA

Me voy de carnaval
A murguear, a construir la fiesta.
¿Va a venir a escucharme? Yo soy de los que cantan.
«Vamos rojo al ritmo de la murga»
Me contaron que esto de la murga es viejo como usted.
¡No se me enoje!
Eso me hace feliz porque me da un pasado.
No un día sino muchos
Un pasado, ¿me entiende?
Un barrio como un mundo.
«Todos los domingos siempre voy a estar
Recordando siempre al que ya no está»
Me voy de carnaval, de redoblantes.
Burla para el infierno.
Me voy de mascarada a celebrar que somos los que fuimos.
Después pase un ratito y me saluda.
---------------
«Vamos rojo al ritmo de la murga»
Y de repente se rompió la risa.
Se deshizo la gracia.
¿Qué pasa?
¿Por qué duelen los cantos?
¿Quién golpea? ¿Quién corre?
Mi máscara chorrea por la frente.
¿Por qué, si estoy bailando?
-----------------
Mañana, cuando ya no tenga miedo
Voy a pensar despacio.
Mañana voy a entenderlo todo
Y que ¡Oh, dale oh!
No hay paliza más grande que una fiesta del pueblo.
¡Dale, oh! ¡Dale, oh!
Ellos van a pasar
Y la murga
Va a seguir calle arriba
Dale oh, dale oh                        
Hasta la vida.

FERNANDO G. TOLEDO 
(San Martín-Mendoza-Argentina)

Expuesto y escondido como todo el que viaja en la noche
Voy recogiendo partes del mundo tiradas en el camino
Piedras que no han merecido el viento
Rostros que se repiten y son siempre una máscara
Voces que nos llaman pero sólo a una acudimos
Nada encuentro /como todo el que busca/ y por eso insisto
Con este vicio nómade estancado en la partida
Perdiendo a cada paso lo que sigo sin hallar
Vuelto de espaldas contra la senda borrosa
Que traza una línea rota alrededor del cuarto
: La nave incendiada que estoy por abordar
: El barco sin bandera y sembrado de pañuelos
: El pozo donde la ausencia teje su velo
Y lo tiende en la ventana para que la luna no entre
Voy lamiendo una llaga con gusto a sal Dibujo las pisadas
Que antes no he dado No llego Nunca llego
Repito frases sueltas que ni siquiera recuerdo
Y las copio en un cuaderno como una bitácora
Viajo en la noche para tener los ojos cerrados
Porque quien viaja no quiere moverse
Porque lo que persigue la mirada es la sombra
Viajo de noche y mis pasos suman una cifra infinita
A punto de alcanzar el cero Viajo sin saber
Porque en la oscuridad las formas se confunden
Viajo como quien deja que un fuego se extinga
Viajo como nada el agua en un río de peces
Tengo prisa Escribo para andar más lento
Leo viejos mensajes que dicen «Ya es tarde»
Nada encuentro Mi cuerpo /manos ojos piernas boca sangre/
No tiene herramientas para llevarme a sitio alguno
Pero sé que mi cuerpo es la única herramienta
Es un horizonte rendido que no retrocede
Una caja sin fondo llena de cosas inútiles
Una ropa empapada la suave caída por una pendiente
Una palabra que ha quedado fuera del poema
Por eso es de noche y ando Por eso tengo prisa
Por eso viajo en mi cuerpo y aquí me quedo.

MARINÉS SCELTA
(Mendoza-Mendoza-Argentina)

ESPECIE

Somos un ramaje vigoroso en la noche elegida
la cifra oscura de un amuleto
una edificación precisa
o una costra desgastada
lo que queda de temor
en el crujir de las hojas.
Cada uno lleva una partícula de fuego
confinado a los límites de los parques
obedece a un ímpetu de tigres al caminar
y puede reconocerse en su par por vestigios
de ceguera y hambre.
Somos la luz breve de los adornos deslucidos
la escritura del paraíso postergado
una cicatriz de hiedra para una edad que olvida
cada uno es un prisma de espuma y nieve
búho y alazán.
Pero no se puede declinar tantas veces
sin renacer de una estela
ser un pacto devorado por la sombra de una casa vacía
la clave del séptimo ciclo
sin ser vino maduro
profecía de los ojos en dirección al cielo.
Somos la sangre que fluye por la herida de una espina
el rugido de las bestias
una polvareda de miedo y maravilla
la especie de animales que desertan y se retiran
a morir en soledad.

HERNÁN SCHILLAGI 
(San Martín-Mendoza-Argentina)

ya ves que ha llegado la hora de partir
el momento en que tus manos me sueltan
todo un invierno encima
partimos para dar con el viento
que aleja los recuerdos
y nos convierte en un hermanado nadie
partimos para que cada uno cante cuente
la retaceada historia de los días
la no escrita leyenda de los pasos
los mensajes que van en la sangre de los ríos
es el azar que cumple con su destino
no has crecido ya ves yo tampoco
y no hay víctimas ni espera ni esperanza
para Antonio Di Benedetto

BETTINA BALLARINI
(Mendoza-Mendoza-Argentina)

ESTA MUJER

no comerá en la mesa de los dioses
ni lucirá el collar de algún rito.
Bajo su diaria ramada de chañar
decidirá
luces, sombras, tatuajes
para la lana áspera
que da el desierto.

Sus dedos van a repetir
la danza sigilosa
de siglos de colores
saltando al sol.

Urdimbre. Vertiente.

El telar crece por los ojos.

Hace lo necesario
su esperanza.

CARLOS LEVY
(Tunuyán-Mendoza-Argentina)

POEMAS DE LOS NOMBRES

No voy al templo
no tengo manto ni Kipá,
no celebro el sábado
no leo la Torah
y el Kadish no sé decir.
ni ayuno en Iom Kipur.
Nada sé de los días de guardar
y Pesaj
sólo es
un recuerdo de pan ácimo,
hierbas amargas,
dulce
y una dulce canción que no olvido por lo dulce.
Pero
tengo un apellido judío de cuatro letras
cuatro abuelos judíos
ocho bisabuelos
y así
hasta el principio de lo que soy;
soy Jacobo hermano de Isaac;
hijo de María y Salomón,
hijos de Raquel y Jacobo
de Rebecca y de Isaac;
mi hija se llama María, mi nieto David.
¿Lo que hay detrás de estos nombres podrán comprender?
Verán
miré debajo de mi piel blanca y un negro vi
y miré más todavía y vi un amarillo,
un árabe,
un abisinio,
un indostano vi y errante me vi;
me he soñado en la vieja Sefarad
y he partido,
recorrido
una y otra vez los mares
y negros naufragios tuve
en cada tempestad de adioses;
Vagabundo en todas partes,
llevo dentro de mí
la memoria de mi abuelo Isaac
y veo,
con sus ojos veo las callejuelas de Estambul.
En cada puerto con él dejé lágrimas
que no secan todavía,
y pude ser boticario,
viajante de telas, vendedor de loterías,
borracho en Tánger,
contador de cuentos en Grecia,
un apartado en Sudáfrica,
partisano en Italia o médico en París.
O pude ser,
un número en mi brazo
moviéndose hacia los campos del gas.
Y si me ven cantar
bailar o beber con fuerza
brindar por la vida
que estalla aquí, allá y más allá,
mírenme muy bien dentro de los ojos
y verán escondida una tristeza.
Sólo soy un hombre
que cuando se canse morirá
para ser luego
un poco de memoria
buscando un lugar en la tarde.
Y si voy a ser un recuerdo,
al ver la estrella vespertina
recuérdenme,
como aquel judío que quería escribir poemas.
PÁGINA 8 – NARRATIVA

JORGE A. COLOMBO
(Buenos Aires-Argentina)

SUCEDIÓ EN EL HUECO DE LAS ÁNIMAS

El policía llegó a paso rápido al hueco de las ánimas. Durante todo el trayecto no había dejado de hacer sonar su silbato. La noche y el barro reciente de las calles dificultaban los intentos por apresurarse aún más.
Los delicados y breves tules de luz, sostenidos por faroles distantes y desfallecientes, apenas alcanzaban a decorar la densa penumbra que por las noches se depositaba sobre la Villa de Buenos Ayres. La bruma
del río se iba colando durante las tardes, hasta acumularse y sumir al poblado en una atmósfera densa y lechosa. Los habitantes se habían retirado a los espacios húmedos de sus moradas, y con ellos también los animales de granja, luego de que por las mañanas tomaran por asalto las angostas calles de la Villa. Por entonces tan solo una cuantas torres lograban estirar sus pescuezos por sobre la densa niebla, para, desde allí, producir alaridos metálicos, lastimeros, en desesperados reclamos por alcanzar la gracia divina y sacudir las almas somnolientas y pecadoras de sus vasallos. La presencia fantasmagórica del Fuerte se reducía a una enorme masa negruzca, delineada entre los velos de seda que levantaba el río. Los espacios abiertos en la Villa se habían transformado en una única soledad, más próxima al desamparo que a la ausencia.
Unos sollozos lastimeros orientaron al policía. A esa hora solamente los perros se interesaban por acompañarlo. Los mastines eran los carroñeros que participaban de la limpieza de la ciudad. En realidad,
nadie más lo hacía. Los descartes domiciliarios tenían destino de los Terceros o de los innumerables huecos que perforaban la primitiva urbanidad de la Villa. Recordó entonces su primera misión, un condenado que había logrado escapar del cepo instalado en medio de la Plaza del Fuerte. Tuvo que rastrearlo por días, hasta que lo encontró en una pulpería del bajo. Lo reconoció enseguida porque le faltaban tres dedos de una mano. Lo llamaban el ladino, por sus hábitos. Otros, el manco, aunque en realidad era una exageración. Esa noche, en la pulpería, el ladino ya había excedido la cuota de tolerancia alcohólica y su humanidad se desplegaba sobre una mesa que apenas sostenía el peso de su cuerpo. En las muñecas se podían observar las marcas del cepo. También lo habían paseado encadenado, alrededor de la Plaza Mayor –como es costumbre– mientras un pregonero denunciaba sus delitos, desgañitándose a viva voz. Enfrente del ladino, otro individuo ensayaba sus mejores ronquidos con la cara cubierta por un chambergo. A pesar de que la oscuridad de su piel se confundía en la sombra que lo envolvía, el sargento Casimiro alcanzó a distinguir una cicatriz –tal vez un tatuaje– en su brazo derecho.
Se agachó hacia donde provenían los lamentos. Había logrado mantener encendido un pequeño farol de mano. Distinguió dos cuerpos tendidos en el barro. Por lo menos así le pareció, cuando un golpe traicionero lo dejó tendido. De a poco, el farol fue menguando su lumbre.Casimiro tardó en recuperarse Cuando lo hizo, se sintió desorientado. No lograba distinguir forma alguna en el mar de oscuridad que ahora lo rodeaba. Titubeando sobre sus pies, tomó en dirección al cuartel. Sólo debía atravesar la Plaza, una enorme boca vacía que agujereaba el centro de la Villa.
A la mañana siguiente, en el cuartel de policía próximo al Cabildo, dos cadáveres habían sido colocados en una celda. Uno de ellos estaba completo y correspondía a una dama. El otro mostraba señales de ensañamiento. Le faltaban la mano izquierda y dedos de la mano derecha. Ambos habían sido degollados. Sus vestimentas indicaban que se trataba de gente adinerada. El doctor De La Fuente, criollo graduado del Protomedicato, recorría con minuciosidad los cuerpos. Un par de veces debió recuperar su monóculo, al que limpiaba en forma casi obsesiva. Se detuvo para observar en detalle el cuello de las víctimas. Por encima del tajo mortal parecía haber una marca. La penumbra reinante le impidió definirla. En una pequeña libreta anotó lo observado.
–¿Han sido reconocidos por alguien? –preguntó sin levantar la cabeza.
–Solo sabemos que eran forasteros y que se hospedaban en la calle del Comercio –contestó el Comisario.
–...una pena, pareja joven, bien parecidos... –continuó el doctor.
–Solamente a quien no conoce la ciudad se le ocurre caminar de noche por ese hueco. Pero no se preocupe usted, doctor, que pronto encontraremos a los vagos que perpetraron esta barbaridad.
El sargento Casimiro observaba con atención lo que ocurría allí. Hizo un gesto de acercamiento al doctor, intrigado por el comentario respecto de una marca en el cuello.
–¿Le alcanzo otra lumbre, doctor? –preguntó mientras echaba hacia atrás su gorra punzó.Su rostro aindiado, curtido por el sereno de infinidad de noches, de cuando era policía y de cuando fue niño, se arrugó en una mueca de curiosidad infinita. Recordó el duelo que había tenido cuando joven en una esquina cerca de la Ranchería. Fue por asunto de polleras. Esa vez la había sacado barata. Entonces descubrió cuán cerca de la camisa estaba la piel de su vientre. Un líquido tibio le inundó la prenda y le hizo doblar las rodillas. Se arqueó y se arrinconó detrás de su bronca y su vergüenza de varón. Recordó también que los relámpagos que se sucedían en el choque de facones habían iluminado una extraña marca en la ágil diestra del contrincante. Más tarde, esa noche, en el barrio de los tamboriles, una anciana le había cubierto la herida con cenizas de ombú, y por encima le había colocado unas hojas de plátano. Por detrás de la anciana y su pequeña pipa de caoba tallada, dos personas de tez oscura, renegrida, lo miraban fijo, con ojos que relucían como faroles en la oscuridad de la choza. A pesar de su dolor alcanzó a oír el repiquetear de tamboriles, insistente, reiterado. Sabía que en esa zona de la ciudad se agitaban fantasmas de un submundo que él no comprendía. Los suyos provenían del Tucumán. El brebaje que le dio de beber la anciana canceló sus sentidos.
Los oidores del Cabildo se habían reunido en sesión de consejo. Su esmerado vestuario, colorido hasta el detalle más ofensivo, contrastaba con el aspecto harapiento de dos personas paradas frente a ellos. En
el ambiente competían aromas de palacio y de huecos abandonados a la buena de Dios, saturados de restos inmundos. En su afán por descartar la afluencia de estos últimos, los funcionarios sacudían con gestos nerviosos unos pequeños abanicos de carey. La resaca se arrojaba a las calles de la Villa de Buenos Ayres, pero se acumulaba en los espacios, aún libres, de la vieja traza de Garay. El hueco de las ánimas era uno de esos lugares.
Das Neves de Cajú poseía un cuerpo de estructura espectacular, el cual sustentaba una pequeña cabeza que parecía moverse con ritmos conocidos en las profundidades del Brasil. A medida que se expresaba, su cabeza se sacudía al son de algún tamboril que solo él podía escuchar. Debía tenerlo dentro del cráneo. En su lengua portuguesa las palabras parecían esconderse en sus manos, que gesticulaban como si intentaran explicar lo que no lograba hacer su lenguaje. Su compañero lo observaba asintiendo a cada rato con su pie derecho, que golpeaba el piso en forma acompasada. Entre los dos parecían definir una cadencia que poco a poco invadió la expresión verbal de Das Neves de Cajú. Al rato, sus respuestas se asemejaban más a una estructura musical que lingüística.
–¿Dónde estuvo usted esa noche, señor Cajú?
La pregunta parecía resbalar por las laderas de los oídos de Cajú hasta estrellarse en algún paraje desconocido de su cráneo. Cada uno de los oidores la había repetido sin que diera resultado alguno. Transcurrieron un par de horas. Los cañonazos disparados desde el Fuerte y el sonido de los campanarios inundaban el aire quieto de la ciudad. Habían dado las once horas y era cambio de guardia. Nada inmutó a los acusados, que continuaron con su lenguaje acompasado, como si la selva tropical se hubiera instalado en la Sala de los Oidores. Los representantes del Rey optaron por aguardar a que el tañido de tanto hierro alojado en el vientre de Buenos Ayres cesara de hacer vibrar a la ciudad. Lo mismo habían hecho una hora antes. Era como si todos se hubieran confabulado para hacer notar que, a pesar de la chata bonhomía de la alejada Villa de Buenos Ayres, aquí también transcurría el tiempo.
El sargento Casimiro se había sacado el gorro punzó, por respeto a la autoridad del Cabildo. Sus largas crenchas caían y superaban la ajustada vincha amarillenta. Prestaba atención a lo que ocurría, de
pie, con su mano derecha por detrás, apoyada en el cinto, como acariciando el facón. No quería sorpresas. Todavía le molestaba la cicatriz en el vientre, transformada en su compañera inseparable, una especie de alerta permanente. Le obsesionaban las manos de los acusados y la idea de encontrarles una marca que los delatara.
En la fonda del bajo Casimiro ahogaba sus ansiedades. La sesión con los oidores no había progresado mucho y se había pospuesto para el día siguiente. Con otros dos guardias acompañó a los reos de regreso a la prisión bajo la arcada del Cabildo. Se mantuvo detrás de ellos, como al acecho. Las ropas y las cadenas no le permitían ver la piel de las manos. Como no eran sus presos, sólo podía esperar la oportunidad.
Había pasado demasiado tiempo, y en la Villa muchos otros hablaban como Das Neves de Cajú y su compañero. En estos parajes, el tiempo, plagado de duros desafíos, transformaba los rostros a latigazos. Se hacía difícil reconocerlos cuando dejaban de ser jóvenes.
El río se aproximaba a lamer ese costado de la Villa. La barranca no lo dejaba ir por más, pero Casimiro sabía que en cualquier momento podría tomar envión y ahogarle el vino en su propia mesa. Apuró el trago y salió a hacer su ronda. Caminó unos pasos por Alameda hasta el hueco, luego dobló por Las Torres hasta la calle del Correo. A pesar de la oscuridad, difícil resultaba dar un mal paso con las botas de potro.
Eran las doce y algunos perros vagabundos caminaban a su lado. Ellos también habían estado la noche del crimen del hueco, y habían husmeado todo. Tal vez supieran algo que él ignoraba. Recordó la joven prenda perdida en aquel lance de cuchilleros y la estocada que de refilón que se le filtró por debajo del poncho enroscado. Se acarició la panza. Otro gallo cantaría hoy –pensó–. Pegó la vuelta en San José.
Cada esquina aumentaba el desafío, pero Casimiro lo sabía, por eso llevaba la mano derecha pegada al cinto. El facón era su seguro de vida, su madriguera.
Los oidores se arremolinaron alrededor de los sospechosos.
–Es patético lo que han hecho –dijo un oidor.
–Injustificable –agregó otro.
–Las víctimas se entregaron con mansedumbre. Sabíamos que no estaba en ellos resistir –intentó explicar Das Neves de Cajú–. Somos todos caracteres de destinos preestablecidos, sin escapatoria posible. No podemos sino aceptar lo que nos fue marcado. No nos pueden acusar, somos instrumentos de un guionista –completó.
–No nos fue fácil la tarea, señores, pero, entre nosotros, creemos que nadie podrá superar el realismo que se ha logrado –agregó el compañero.
Los oidores se miraron entre sí y finalmente se pronunciaron.
–Pasaremos a audiencia pública por el crimen de los dos forasteros –dijeron al unísono, como para demostrar consenso.
El público se había agolpado bajo las arcadas del Cabildo. Las Salas Capitulares estaban colmadas. El murmullo subía hasta la exagerada balconada que intentaba coquetear desde lejos con los paredones oscuros del Fuerte, si no fuera por esa otra hilera de arcos en medio de la Plaza.
–¡Al garrote vil! –exclamaban algunos.
–¡No son hijosdalgo! ¡No merecen la horca! –exclamaban otros.
Los acusados se miraron entre sí.
–Llegó nuestra hora... –murmuró Das Neves de Cajú.
–El momento de nuestra gloria... –completó el compañero.
Casi en andas, los acusados fueron sacados del Cabildo. Pronto alguien acercó el garrote vil, que fue instalado frente al Cabildo en la Plaza de la Victoria. De la multitud surgió un enmascarado –el
verdugo– y un sacerdote.
Casimiro no pudo esperar más, no podía permitir que otros tomaran venganza si ése era su hombre. Se sintió violado en sus derechos de saldar cuentas debido a aquel lejano entrevero donde mordieron el
polvo su orgullo y su sangre. En un rapto de furia y desesperación, se abalanzó sobre Cajú. De un manotazo le abrió la camisa sobre el brazo derecho. Allí estaba lo que buscaba. Como montada sobre un rayo, su diestra desenvainó el facón y lo enterró en el vientre de Cajú. Sintió que su mano penetraba sin resistencia. El recorrido de la furiosa daga fue frenado por la breve empuñadura del arma. Ambos cayeron en un abrazo mortal. Gruesos hilos de sangre comenzaron a enhebrar el polvo de la Plaza de la Victoria, hasta tejer un breve tapiz color bermejo. La multitud miró en silencio, hasta que explotó en un grito.
–¡Asesino!
Lo maniataron y luego lo sentaron en el garrote vil. Un indio, que vestía un uniforme militar prestado, propiedad de sus conquistadores, comenzó a repiquetear el parche, aflojado para que sonara a tambor batiente. Casimiro no sentía ni veía nada. Las crenchas se habían soltado de la ajustada vincha; el gorro había quedado adherido al pequeño charco color bermejo. Una sonrisa fue el único gesto visible.
El verdugo accionó la manivela. El rostro de Casimiro, hasta entonces lívido y agitado por el fugaz encuentro, comenzó a congestionarse. No pudo gritar. No se lo permitían las cinchas que lo sujetaban al banquillo y al enhiesto tallo del instrumento. Una de ellas le ajustaba el pescuezo. El condenado no podía emitir ningún sonido, solamente intentar la mueca de un grito ahogado en silencio y sepultado en las inútiles contracciones de su pecho. Un leve crujido, casi inaudible, acompañó un estertor de su cuerpo. Bajo la presión del penetrante punzón había cedido una vértebra cervical. Instantes después el compañero de Cajú corrió la misma suerte. Su menor talla obligó primero a corregir la altura del condenado sentado en el banquillo del garrote vil. A su lado yacía el cuerpo de Casimiro. Su mueca aún no se había relajado.
Algunos de los presentes se desmayaron. Luego de un breve lapso, un aplauso general festejó el final del drama.
–¡Corten! ¡Corten! ¡Perfecto! ¡Hermoso! ¡Insuperable! –el Director y sus colaboradores se habían puesto de pie, entusiasmados con el resultado de las tomas y la entrega total de sus actores.
Las ambulancias pronto retiraron los cuerpos inertes. El de Casimiro parecía sostener la leve sonrisa. Un ejército de operarios comenzó a desmontar la escenografía, que desaparecía dentro de los enormes
camiones de exteriores. Un par de horas más tarde nada quedaba de la Villa de Buenos Ayres. Habían regresado la enorme plaza con sus eternos curiosos, las defensas policiales frente a la rosada Casa de Gobierno y la figura, mutilada y breve, del solitario Cabildo. Un perro vagabundo husmeó por unos instantes el lugar; luego, indiferente, siguió a paso lento en dirección a San Telmo.
PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA: SANTIAGO DEL ESTERO

ADOLFO MARINO PONTI
(Quimilí-Santiago del Estero-Argentina)

VESTIGIOS DE LA SANGRE
( a Haroldo Conti pasajero de los álamos en el camino del regreso)

Vinieron a preguntarme por los árboles
y por los muertos
y por las muñecas
quemadas en primavera.
Un océano de lunas estalla sobre los ojos
de los espantapájaros
como una tormenta radioactiva
en el fondo lo la noche.
y en el horizonte:
Un mar abundante y melancólico
y una mujer descalza
perdida entre la sombra
y la neblina.
(El navío es algo mas
que un incendio en la memoria)
Dónde están los muertos
y los pasajeros de cristal
y la cabaña de lunas
donde Haroldo
fundaba guitarras y naufragios.
En esta ciudad
sólo escucho el vértigo de un motor
en la madrugada.
Debo juntar la sangre gota a gota
repartirla
por los muros y las calles.
No basta con morder el crepúsculo
y los penachos
amarrados a las sombras.
tengo que juntar los huesos uno a uno
arrinconarme
con fuegos y baladas
hasta que la noche caiga sobre los peces
como una herida torrencial.
Están cerradas las ventanas
y las chimeneas.
Hay que apretar fuerte los picaportes
y abrir
todas las puertas.
Desnudar el mundo con la sangre.
acaso la noche no tiene sabor a pólvora y a ojos arrancados.
Tengo que llegar hasta los bosques helados.
El mar está creciendo en las alondras
y en los ojos de mi amada.
Yo secaré tus lágrimas
con mi lengua.
Y después levantaremos el día hecho de fuegos y de astillas
y de maderas y de caracolas desnudas
y de madres blancas como las arenas.

MARÍA ISABEL SALVATIERRA
(Santiago del Estero-Santiago del Estero-Argentina)

VALOR

no a veces no alcanza, el fuego impío de nuestras almas
el frío ha quemado mis instintos y mis gastadas ansias
la negra ausencia rapta, lo más remoto que aquí quedaba
el vestuario que hoy me viste, a mis ojeras delata.
chorrea en el cristal un sustrato, de la humedad de tus besos
son fósiles encontrados, en aquellas tardes de aburrimiento
mientras abrigo mi silencio, con el calor de tus pretextos
aquí me sostienes, y ante tu fuerza no me atrevo.
Cuando la sangre se tranquiliza, y observo de nuevo aquella señal
Mi mente se cristaliza ante tan magna, y contradictoria realidad
Y alguien toma mi palabra, llenándola de un blancor existencial
Alguien que en mis labios, dejó olvidado un libro a la mitad.
¿Hacia donde irá este río, lleno de transparentes palabras?
¿A dónde irán mis días, que aparentemente no son nada?
Vivir en el extremo indeciso, no es una manera de existir
El claustro sabor de los vicios no permiten morir.

ALFONSO NASSIF
(Icaño-Santiago del Estero-Argentina)

LA MUERTE NO PROHIBE SER POETA

No sé de qué estoy vivo.
Vengo a visitar los días
y el tiempo olvidó memorias pro mis ojos.
Debo dejar la soledad intacta,
borrar mi silencio habitado.
Existo.
Es la señal.
Se puede morir en el mismo dibujo
y tu rostro
apenas un complemento del destino,
un paso por la sangre
un relámpago hacia nosotros,
con todo el infinito al cual no volveremos
para intentar de nuevo ser principio.
Y el día converge
en el sitio adonde espero.
Pongo un sueño dentro de otro sueño,
con la muerte suspensa
a mitad del cansancio.
Hay un silencio que ha nacido
para decir amor y volver al silencio.
Y todo está a los pies de la ausencia:
un escombro de días adentro de otros días,
una esperanza voraz,
y el tiempo se detiene.
Paso a trasluz de mi esperanza,
atravieso mi voz
y sigo mi camino.

ANTONIO CRUZ
(Frías-Santiago del Estero-Argentina)

TORMENTA NOCTURNA

Brama perturbador el trueno
y un destello certero
ilumina la borrasca.
.
Espejo negro,
el agua que corre por las calles,
refleja resplandores
de una tormenta
que alimenta quimeras.

Concierto extraño
de fuegos y tambores;
pretexto
para la punzante soledad
hecha poema.

CAROLA BRIONES
(La Banda-Santiago del Estero-Argentina)

ES DOMINGO EN LA CIUDAD


Vacía la ciudad
en la tibia mañana de setiembre.

Vacía de gente y de pájaros.

Como si de repente infernales vientos
regresando de un pasado de borrascas
hubiesen arrasado los rostros amigos,
la bandada, los silbos.

Salgo por las calles
a buscar el alma de la ciudad.

De pronto me acomete la certidumbre
de vivir en una urbe insólita.

Miro los edificios, los frentes apagados
la perspectiva
de las calles que van no sé adonde
y regresan mansas
silenciosas y mustias
sin la tibia corriente de todas las jornadas.

Asumo la circunstancia, y es domingo
el día que torna extraña
la ciudad antigua y cotidiana.

HUGO ORLANDO RAMIREZ
(Santiago del Estero-Santiago del Estero-Argentina)

CLARIDAD

Ya vendrá la claridad...
Cuando los fantasmas se dobleguen.
Cuando los furiosos ventarrones
soplen a retirada.
Y el revuelo de pájaros muriendo.
Y el ahogo de tardes sin respiro
se acalle en la noche última,
en cualquier noche.
Cuando los árboles que no se rindieron
asistan a tu leve suspiro,
como un signo, tal vez cierto,
de que entre tanto duelo,
vuelve a amanecer.
PÁGINA 10 – NARRATIVA

AMANDA PEDROZO
(Asunción-Paraguay)

 LA BOA

  -El nene, mamá, el nene.

   La madre espantó los mosquitos de un manotón que dejó su marca en la pielcita morocha. El nene ya no podía llorar y porfiadamente se prendía al pezón aguado y dulce que se hamacaba y pegaba un salto cada vez que se le escapaba de la boquita caliente. La respiración le costaba y le dolía, tanto que daban ganas de ahogarle de una vez y en ese momento justo la madre (desde la orilla de camalotes y de helechos inclinados) se agarró a su destino y entonces vio entre el verde oscuro y los pétalos del agua la cabeza tremenda de la serpiente que se comía a su hombre (después había contado que segundos antes él había estado tirando la liñada aunque sin esperanza, que por eso ella sólo se dio cuenta cuando ya no podía hacer nada sino salvar a sus criaturas y salir disparada del horror).

   La niña leyó la desesperación en los ojos de la madre y en esa lengua que le salía apretada y extraña cuando ocurrían esas cosas le dijo:

 -¿Mba'e pio pasa ya otra vez, mamita?

   La madre extendió el brazo y señaló la sombra en la noche líquida, se escuchaba claramente el enloquecido plas-plas debajo de las hojas y el aroma se desprendía sin contención hacia el viento. La naricita del nene se estremeció buscando la parte menos fría del aire para seguir viviendo.

La niña miraba quieta la laguna inmensa y se sintió atrapada de los brazos y retorcida por la madre que empezó a correr con la cabecita del nene bamboleando sobre su hombro derecho. La niña miraba hacia atrás y notó los círculos de luna alrededor de los manchones lechosos que semejaban estrellas en el agua.

 -¡Qué lindas las flores para llevarle a la Virgen de Caacupé! -pensó, mientras empezó a correr detrás de la madre desprendida de ella o estironeada, ya daba lo mismo y se entretuvo con la idea del ramo de yrupe a los pies de la imagen, justo tocándole el borde del vestido azul a María madre mía y protégenos con tu manto. Pensó en los tallos chorreando savia espesa en sus manos mientras respondía ordenadamente las preguntas que le iba haciendo el karai comisario, porque en ese momento la madre lloraba con la cara seca y no podía responder nada sino repetir cansada que la boa salió del fondo, que ella calcula que habrá venido de la orilla del mismo río (porque allí suele haber, dijo con esa memoria que se guarda en los ojos) y que en ese mismo momento se estaba comiendo a su hombre con liñada y todo, y qué voy a hacer Dios mío sin marido y con siete inocentes que me van a pedir qué comer y seguro encima mi única nena ésta que ve acá señor autoridá me sale puta como su abuela paterna y el nene luisón porque es el séptimo hijo varón, ay Dios mío qué habré hecho, qué voy a hacer ahora y a lo mejor si se van enseguida le pueden sacar de la barriga de la víbora vivo antes de que se convierta en mierda de kuriju, si Dios y la Virgen permiten (tuvieron que subir la cuesta, pasar por el patio de Luciana Baltazara, pisar las ranas y sapos y esquivar los gansos filosos y el relincho de los corrales hasta el alambrado de púas y el barranco y la orilla donde oyeron -aún- el chapoteo).  ".... ante mí la testigo, Luciana Baltazara Martínez, paraguaya, 44 años, soltera pero amancebada según hace constar, domiciliada en las inmediaciones del lugar del hecho, dijo que a las 23:45, siendo el día 22 de febrero del corriente año, vio pasar en estado de aparente agitación a su vecina nombrada como ña Desí, a quien conoce por ese nombre solamente y por ser su marido don Eusebio Lezcano, pescador como ella. Siguió explicando la testigo que con su hijo menor Leoncio, de 14 años, vieron que tras la citada ña Desí iba corriendo su hija Viviana y agregó que la mujer llevaba en brazos a su pequeño hijo de meses cuyo nombre no sabe pero dice sospechar que la madre por simaspena ni siquiera le hizo bautizar todavía.

  Concluido lo cual, agregó que ella salió gritándole con su menor hijo Leoncio por si precisaba algo, pero que su vecina y la hija siguieron corriendo sin parar como perseguidas por el mismo diablo lo cual a su entender no sería extraño, pero sin responderle ni una palabra, y que la niña Viviana llevaba algo blanco en las manos, que a ella le pareció que eran flores;  pero su hijo el citado Leoncio la contradijo diciendo que era el pañal de su hermanito. Preguntada sobre si quería agregar algo más, la testigo dijo que no tiene la seguridad pero que en realidad hacía meses no veía a su vecino el pescador y que oyó rumores pero que no piensa hablar de eso porque no viene al caso y tampoco le gusta quedar como chismosa, que lo único que puede decir con seguridad es que ña Desí es una madre sacrificada porque no tiene más remedio, que le consta que a veces hasta se ofrece para labores domésticas o para limpieza de patio, y que ella en persona suele comprarle algunas piezas de mandi'i para aliviarle la vida, porque nota que sus hijos no tienen ni qué comer.

  Tras la declaración de la testigo, comparece quien dice llamarse Santa Viviana (11 años), paraguaya, soltera, la menor hija de doña Desideria de Lezcano, en carácter de denunciante. Asegura que una boa apareció en la orilla de la laguna y que arrastró al marido de la madre, "mi mamá me gritó porque a mi papá ânga le comió la kuriju kakuaa, me dijo que tenemos que correr y escuchamos el ruido cuando le rompía toditos sus huesos...", aseguró la menor, quien dijo que hablaba ella en nombre de la madre, en consideración de que ésta se encuentra en crisis nerviosa desde el momento en que vio en vivo cómo el animal nombrado como boa o kuriju salió del agua y devoró a su marido.

  La denunciante en este punto aclara que el supuesto hombre devorado no es su padre de sangre, sino su padrastro. Tras lo cual el personal policial a mi cargo se trasladó al lugar de los hechos en fecha 23 de febrero del mismo año y a las 02:30. Agregado a lo cual, da fe de todo lo dicho por la denunciante el informe del suboficial Antonio Galeano y el conscripto Eusebio Peralta, quienes fueron los primeros en llegar a la laguna citada como Aguapé, porque encontraron a la ahora viuda y a su menor hija cuando ambas iban corriendo a pedir auxilio en la comisaría, y para acelerar el socorro fueron con ellas de inmediato al lugar.

  Aseguran los primeros intervinientes,  Galeano y Peralta, que pudieron comprobar que un cuerpo humano estaba siendo devorado por una boa, lo que no pudieron evitar por haberse sumergido el monstruo en momento de ver a ambos, con la mitad del infortunado ya en su interior y el resto, es decir las piernas (una de ellas todavía con bota de goma y la otra descalza) pataleando en estado aparente de desesperación. El suboficial Galeano informa que logró tomar una foto del momento que la kuriju a la que describe como la mayor que haya visto en su vida, se sumergió tragándose lo que quedaba de la víctima, o sea, el señor esposo de la denunciante, y que ésta en ese momento estaba en la orilla, viendo todo, gritando y con su criatura en brazos. La hija de la infortunada supuesta viuda también se encontraba en el lugar, juntando flores de camalote y sin hacer caso del llanto de su madre.

  Siguió relatando que en su oportunidad presentará la foto de referencia, cuando así le requiera el juez y si le pagan el revelado porque el último dinero que tenía en su poder lo invirtió en la compra del rollo y que además sólo le quedaba una pose dado que por orden de su inmediato superior tuvo que tomar fotos en el cumpleaños de 15 de la hija del señor comisario.

**

  La madre reemplazó la vela derretida apagando con dos dedos la llamita chisporroteante, alisó con la palma de la mano el sebo que había forrado casi del todo la botella de caña y metió en la hamaca de trapo al nene, envuelto como un cigarro y eructante.

  Después la madre acomodó las bolsas de víveres, las ropitas todavía atadas con piolín, las cajas de velas y fósforos que les trajeron los vecinos y las damas devotas de la parroquia apenas se enteraron de su desgracia. Y frente a frente comieron la madre y la niña, con ese silencio profundo del hambre atrasada. Antes de dormir la niña ubicó su ofrenda de flores a los pies de la pequeña  imagen de la Virgen y la madre chupó el resto de la leche azucarada que había quedado en el biberón y se frotó los pezones con un poco de sebo de la vela, para que no se me cuarteen, dijo despacito. Antes de dormir el nene sonrió por un costado de la boquita. La niña le bordeó con el meñique el hoyuelito: -barriguita llena corazón contento –y apenas se le oía la voz.

  -Vos callate estúpida (la madre creyó que la niña estaba hablando de la boa), mediante eso ahora tenemos para comer -la niña la escuchó pero se fue durmiendo pensando que si el nene se moría de la fiebre le llenaría de pétalos blancos todo el cajoncito y estaría tan lindo con su sonrisa de barriguita llena quieta a un costado de la boca y también le regalaría el rosario blanco y la velita de su primera comunión, para que vaya al cielo de los angelitos morochos listo para cuidarla a ella y a la madre desde la nube rosada más linda que hay (esa noche se soñó a la orilla de la aguada, con las manos chorreando savia mientras un niñito de boquita seca se le iba muriendo entre los pechos aguados y su niñito repetía sus ojos y la misma cara del hombre que estaba siendo devorado ante sus ojos por un tremendo jaguarete y ella sólo podía ver ya los pies de su hombre porque el resto era arrastrado a jironazos entre los altos yuyales de la orilla de la aguada.
PÁGINA 11 - POESÍA ARGENTINA: LA RIOJA

ORLANDO RUBÉN FLORES
(Chilecito-La Rioja-Argentina)

VENGO DEL POLEN DE LA TIERRA

Soy el enamorado del viento,
el que frente al río se destrona.

El de la tregua… entre pájaro y destino
soy el enigma del cielo.

El último destello del grito.
Soy el poeta entre las bardas y tu pelo.

El que de soplar palabras inventó el amor
como el labriego…
de la uva… el vino,
mi ebriedad de meridianos
y la luz en los besaderos de la tierra.

Sólo los pedreros escondidos
escuchan mi huella pasando.

Sólo  en las canteras del presagio
el eco jadeante resucita  la conciencia
crucificada en  mis temores.

Es la hora de salvarse, de atarse a un madero
y en el aire de los duraznos
volver a ser noche de guitarra,
trasmutar las estaciones
y plegar los días…

Quiero una pausa en los márgenes de tu boca,
el límite del verbo
en el inconciente alucinado de estrellas.

Esta condena de  mi estigma
es la luz que flota en tus mareas
el faro que me guía
la brújula que me orienta
y esta costumbre de avistar el norte
por atrás de tu cintura…

Vengo del polen de la tierra
soy en razón,
la cara fea de la luna
el arco sin cuerda,
la flecha sin destino
el redoble sin tambores…

Soy simplemente
un poeta sin amores
un petalo sin flores
un tropel sin yeguas,
el beso mecánico de la costa y el río
el incesto del alamo y  el sol
soy el poeta de un pueblo perdido
antes de haber nacido
el fundador de mis caminos
un adelantado en celo
en cualquier estación.

Soy el desove y la brama
en el mismo lugar
y a la misma hora,
soy el rezo y la hoguera.

Soy el poeta copiando tu semejanza
un dios paralelo
fundiendo la magia
resignando  la gloria...
y la tragedia.                 

GLADYS ABILAR
(Chilecito-La Rioja-Argentina)

ELLA NO ENTENDÍA.

Él le dibujó gaviotas en las manos
y le enseñó a volar.
Ella no entendía.
Él le urdió en su boca un diapasón
y le enseñó a cantar.
Ella no entendía.
Él le deslizó un poema en sus oídos
y le enseñó a soñar.
Ella no entendía. 
Él le sembró un retoño de lumbre en su virtud
y le enseñó a amar.
Ella entendió.

ANÍBAL ALBORNOZ ÁVILA
(Aimogasta-La Rioja-Argentina)

MADRIGAL DE LA NIEVE OSCURA

En la casa del minero muerto
su ropa huérfana tiene un silencio de maderas.

En los pliegues de una camisa,
la luz, en su porfía, desabriga
para siempre una llaga
de alma rota;
y desde su bufanda, de gris viejo,
cuelga una melancolía de lana
sin aliento.

(La ropa siempre es un desconsuelo en la casa
de un hombre que ya no llegará con sus pasos).
En una puerta, al fondo del silencio,
en donde los zapatos aún tienen su nieve,
y los abrigos del perchero
cobijan desamparos,
un recuerdo, como una palabra efímera,
despierta en una foto:
¡Una fiesta y corderos entre el fuego,
y árboles y mineros y tréboles
y diciembre, de algún año!
Nada más que eso. Nada más.
Y la inclemencia.
Sobre las ventanas de la intemperie nevada,
el viento bestial tiene el instinto del fuego
cuando va hacia su ceniza,
y poco a poco,
aquí y allá,
muere entre la noche y los techos,
como un blanco animal que abarca
el cielo.

En la casa, en una habitación trémula,
un pañuelo es un adiós en un bolsillo,
y una lámpara añeja bosteza
una oscuridad irremediable entre una cama
y el espeso maderal de los postigos.

La angustia del metal de un caño, como un deudo
de las cosas, deja oír en el silencio
la obstinación abismal
de una gota de agua
cayendo y
cayendo en la cocina;
agua que será de ahí en más una lágrima
insistente en el litoral de los sollozos.

Hasta que un día de cualquier tiempo,
alguien, en esa casa, nombrará
al hombre muerto,
y, desde entonces, incesante,
como un credo, el recuerdo habitará
la nostalgia para siempre.

En los pueblos de la cuenca, por los deshojados
pañuelos de los vientos,
llora la noche conmovida.

Nada más que eso. Nada más.
Y la tristeza.

LUCÍA CARMONA 
(Chilecito-La Rioja-Argentina)

MARÍA

In memoriam
A mi hermana, la gran poeta María Carmona Zamora

En el descubrimiento del poema
Ya la arena se había transformado en tornasol
Y el canto de los gallos en cábalas extrañas…

Todavía podemos encontrar la frescura
en patios de la infancia
vueltos hacia un aljibe eterno
si recorres la sombra del muro
y la traspasas con ojos infinitos,
abiertos para siempre.

Hoy estás presa de todas las fronteras
y han huido poemas por canales angostos
hasta un río profundo, sin sonidos.

Cuando piensas
se desatan los nidos de pájaros ausentes
y el silencio avanza hacia la nada,
cae sobre su propio cuerpo
y no es más que silencio lo que queda.

Cuando quieres recordar
te asalta una marea inexplicable:
tan sólo entrelazados
fragmentos de pasado,
trozos de hoy volviéndote la espalda,

Continúan al sol
los mismos árboles
y el nombre de los pueblos es el mismo
pero te asomas y te pierdes
en el escenario de la batalla..
Tu pensamiento viene y va
con la misma celeridad
de una abeja libando,
de un fantasma cruzando la pradera.

Hay dos geranios
en la vieja maceta,
unos racimos de uva,
un verano sin señas
y te aguardan la tierra y sus hazañas
y el viejo labrador
y la madre dulcísima,
te aguardan
no sé en que empecinado recodo del camino
y tienes
las mismas manos que ya no miras
y la antigua sonrisa que se pierde.

Solamente tus ojos
vacíos
nos siguen desde un rincón del tiempo.

Sin palabras, sin nombre,
ni pasos hacia el mundo.
¿Te llamas como te llamabas
o es que acaso la muerte
ha izado sus banderas
en mitad de tu frente
y aún estás despierta
custodiando el hallazgo?

NICOLÁS ROJO
(Nonogasta-La Rioja-Argentina)

RUTA DE ASIA


En la taciturna humedad de la siesta

sobre el ángulo del hormigón de la escalera

una araña transparente
completa sin apuro
su propia representación del arte    allí
cada hilo vibra con su peso como el pezón florecido
de una mujer desnuda
e imaginada.

Detrás de la tela el universo húmedo de los insectos
se extiende
con música variada,
con estrellas que laten como polen infinito
manchas naranjas de una galería
que cabe en mis manos

sutiles formas
de curvas de mujer, de curvas, de mujer
de araña,
transparente
vibrando en la  teoría instantánea que  origina
la concepción
y el estrépito silencioso
                de la mirada
que ella y yo tendemos
en este instante en que la vida nos une
para que el movimiento de la poesía
siga su curso.

TERESITA FLORES
(Sanagasta-La Rioja-Argentina)

DUENDES DE SANAGASTA

Urden los duendes la siesta, en Sanagasta.
El aire es un contrapunto de guitarras
cuando pasa la copla
por los cántaros frescos de la vidala.
Es la segunda jornada del “entierro”,
la de la edad primera del rudo pan de fuego,
feraz, ensimismada; casi de humo fantasmal,
como de música desatada en silencio;
esta pequeña patria de la chaya
desanda en los vapores de febrero.
Y no sé por qué
no le tallan un nombre al salitral del vino
si en el anonimato de cantar y embriagarse
les surte por los poros
el alcohol de una vida trajinada y tranquila.
Algunas viejas peinan el violín
con la espina sonora de la caja
y las chicharras
sacrifican la seda triunfal de la algarroba
bajo el innúmero sol de la belleza.
Será -tal vez- porque el vino
les acerca un olvido juguetón y asesino,
pura suerte, no más, de enfrentar el camino.
Será, tal vez, porque la chaya se morirá también plantándole un horcón a la tristeza.
PÁGINA 12 – NARRATIVA

MABEL PEDROZO
(Asunción-Paraguay)

DEBAJO DE LA CAMA

     -Son las ocho y treinta y mientras la mañana se pone caliente en la ciento dos punto cinco del dial, nosotros les preguntamos: ¿Están ahí? -un sonido de tambores quiebra la voz-. Vamos, con más entusiasmo: ¿Están ahí...?
     -...
     -¿Saben lo que les tenemos preparado?
     -...
     -Díganlo, díganlo con nosotros...
     -Amor...
     -¡Amor pirata! El temón de la semana. Trepó al número uno después de bajar desde el décimo lugar. Ahí va, porque ustedes se lo merecen...
     Las puntillas blancas de la cortina se inflan sobre el radiorreceptor que recupera su volumen cuando la tela vuelve a su sitio. La luz de la mañana es un foco encendido en la ventana.
     Al lado del aparato que chilla con las notas agudas de la melodía, un almanaque triangular marcado en el 28 de marzo tambalea con la nueva embestida de la cortina. Esta vez el ventarrón no viene solo. Impulsada por la brisa, una mariposa blanca se mete en el aposento. Sus alas transparentes marcan círculos pequeños que descienden en espiral hasta el piso cubierto con una alfombra de color marrón.
     Una cama de dos plazas cubierta con una colcha a cuadros, un ropero de dos puertas, una silla, una cocinita y la mesa donde una voz de hombre todavía canta su «Amor Pirata» desde el receptor, componen el mobiliario. Hay zapatos de mujer amontonados en un rincón. Perfume, también de mujer,descompuesto en el aire.
     Un sonido tosco interrumpe la quietud. La mariposa, atrapada por la mano que se ahueca para no lastimarla, es arrastrada bajo la colcha. Los bordes terminados en punto cruz ondulan hasta que recuperan su inmovilidad.
     -¿Les gustó? Claro que sí. Ustedes lo eligieron. Ahora vamos al número dos de la preferencia...
     En declinaciones esmeradas, los tonos de la luz se turnan en el cuarto. El dorado de la siesta palidece en un amarillo que se consume hasta que un rubor al principio tímido y más tarde encarnado, precede a la noche que se cierra cuando el último colectivo llega al barrio. Detrás del rechinar de las llantas sobre el empedrado, una cohorte de grillos resucita en los rincones.
     -Dublín: Una bomba estalló en un edificio de departamentos causando la muerte a 31 personas. La comunidad internacional fue conmovida por la noticia a las 18:30 de hoy...
     Un «clap» enmudece el aparato. La lámpara de flecos rojos de la mesita de luz se enciende, y una claridad triste mancha el aire. Son las diez de la noche. Rosa jamás se demora.
     Sus zapatos de tacones caminan hasta la cocina. Hay un hombre con ella. Alguien que tiene prisa. Alguien que no le deja preparar el café. Sólo la desviste y la somete encima de la colcha de bordes de hilo. Cuando se va, Rosa se saca los zapatos y calienta el agua.
     El aroma dulzón del café con leche anticipa la madrugada. Las aspas de un puñado de estrellas se agitan en la porción de cielo que cabe en la ventana.
     Rosa abre unos tarros, mezcla su contenido en una jarra de aluminio y se acerca a la cama. Un temblor levísimo trastorna sus labios lastimados. Dobla las rodillas maldiciendo con la estrechez de la falda. Sabe dónde buscar. Palpa con los dedos debajo de la colcha y trae hacia ella la bandeja de metal donde cuatro biberones vacíos resbalan sobre el resto de un líquido espeso y azucarado.
     (Fue el mismo día que a Rosa se le cayó una hebilla en el piso. Se agachó furiosa, como solía ponerse a veces. Su pelo se deshizo sobre la alfombra. El sol, que en ese momento se afirmaba en la ventana, coló sus tintes almendrados sobre la cabellera. Destellos charolados atravesaron el aire.
     Ella tuvo que irse, el sonido de sus pasos marchitándose en la puerta, y aún así dolían los ojos insolados. El niño colocó los codos sobre el borde, se empujó con ellos y, hechizado, cruzó los bordes puntiagudos de la colcha. Así conoció la luz.
     Se tendió, con la placidez de quien se expone a la vida o a lo que de ella resulte, sobre la alfombra, y dejó que aquella abundancia dorada lo atraviese con sus puntas de oro.)
     Rosa Aguirre llegó un domingo de julio. Un taxi la dejó en la avenida. Recorrió la callecita desierta hasta la casa que una vez dejó. Tenía 15 años cuando se fue. Su abuela murió sin despedirse de ella. Le dejó la casita. Le dejó los muebles.
     Rosa traía una bolsa de ropas y una caja. Esa misma noche comenzó a cavar. Encontró una pala detrás de la puerta. Apartó la cama, arrancó las baldosas podridas con sus manos y hundió la cuchilla en el suelo. Calculó medio metro de profundidad y un metro cuadrado de ancho.
     Amanecía cuando terminó de acarrear la tierra sobrante hasta el patio trasero. A medida que llenaba el saco de arpillera, lo arrastraba bajo la llovizna que no cedió hasta el mediodía. El frío amorataba sus manos.
     Dolorida y cubierta de barro retiró el resto de polvo con una escoba, forró el agujero con plástico y usó la vieja frazada desfelpada de la difunta para entibiar el hoyo. Recién entonces se acercó a la caja de cartón.
     Envuelto en unos trapos, un niño recién parido dormía. Temerosa de recibir castigos terribles si atentaba contra su vida, lo tuvo fuera de su voluntad. Nada le dolió tanto como traerlo al mundo. Cuando miraba al niño recordaba ese dolor.
     Rosa jamás escuchó su voz. No lloraba. No emitía más sonido que el de sus manos buscando los tarros de leche que ella le acercaba todas las noches. Ni siquiera el vuelo de su respiración en las madrugadas, cuando insomne lo espiaba en la oscuridad. Ese silencio hizo posible la vida entre ellos.
     (Conocía la noche en su vastedad. Desde las primeras penumbras hasta las sombras finales. Podía olerla apenas se apagaba la ventana, podía sentirla rodeando la casa, podía verla arrojándose al cuarto con su cara estrellada y su ruido de bichos desconocidos.
     El niño se movía sin que ella lo sepa. Rodaba encima de su cuerpo en busca del círculo azafranado que la luna delineaba sobre la alfombra. Pero no se metía dentro. Se quedaba con la boca pegada al contorno pálido hasta que la última partícula de luz abandonaba el cuarto. Entonces le quedaban las estrellas.
     Las agrupaba maravillándose de las figuras que formaban con sólo mover un milímetro su punto de mira. Se torcía a un lado, se arrojaba boca arriba, probaba a balancear la cabeza y entonces formaba una línea encendida bajo sus ojos finalmente ganados por el sueño.)
     ¿Desde cuándo le tuvo miedo?
     Al principio pensó que no era nada. Simplemente no le gustaban sus ojos. No le gustaba tocarlo. Los sábados al mediodía metía la latona de plástico en el dormitorio, entibiaba agua, empujaba la cama y se quedaba paralizada de su propio asco cuando metía los brazos en el hoyo para cargarlo.
     Muchas veces se deshizo en llantos al sentir aquella cosa viva en sus manos.
     ¿Por qué jamás lo dejó?
     Se cansó de hacerlo. Y si todas las veces volvió no fue por él sino porque no tenía adónde ir. Cuando salía temprano del trabajo iba a una plaza, buscaba un banco y se sentaba horas por el solo gusto de mirar a la gente que pasaba a su lado. Se imaginaba sus nombres, el sonido de sus ropas cayendo ante el apremio del amor. Quería sentir ese escote de seda en su espalda, esos pies acariciados por una vida tibia. Tenía tantas ganas de ser otras mujeres.
     Pero estaba hablando acerca del miedo, ¿no? Bueno, llevaban dos inviernos en aquel lugar cuando ocurrió. Rosa no se percató de nada hasta que buscó su bolso de hacer compras. Solía dejarlo debajo de la mesa. Estuvo media hora revolviendo el cuarto y nada. Aquella noche, cuando regresó, lo encontró cerca de la puerta.
     El incidente hubiese sido olvidado de no haber perdido sus aretes dos días después. Sabiendo que los había buscado por toda la casa, cuando volvió del trabajo los encontró sobre su almohada. Su espanto no le impidió darse cuenta de que fue el niño quien los puso allí.
     ¿Por qué lo hacía? Sabía que ella le temía, que los únicos momentos de felicidad que tuvo desde que él nació eran cuando lograba olvidar que existía. ¿Por qué no la dejaba en paz?
     Sin embargo, pensaba, no podía ser él. A excepción de las manos, no se movía. Sus piernas sufrieron un proceso de atrofia desde su cuarto mes de vida. Tenía las rodillas deformes y por debajo de ellas, todo estaba muerto. Rosa pensó que podía deberse a alguna enfermedad causada por la falta de vacunas, así que lo dejó a la buena de Dios. Pero, además del aspecto asqueroso de sus extremidades, el niño gozó siempre de buena salud.
     La radio llegó en la primavera. Rosa la ganó en una rifa. Como el barrio comenzó a poblarse (aunque los terrenos contiguos a la casa seguían vacíos) dejaba el artefacto encendido por si acaso sucedía algo con el niño. Ya no estaba en condiciones de arriesgarse.
     No pensó, claro, en la posibilidad de que alguien entre a la casa. ¿Qué podían buscar en ella? Antecedida de un jardincito donde crecían las malezas y abundaban los nidos de avispas, la construcción era tan vieja que las paredes descascaradas le daban el aspecto sombrío que en realidad tenía por dentro.
     Una salita fría y el único dormitorio eran todo lo que había allí. Afuera, un pequeño lavadero al aire libre y un bañito, además de latas y botellas que servían de guarida a las alimañas.
     Salvador Castillo lo imaginó, pero de todas formas ya tenía decidido entrar a la casa de Rosa. Era un ladronzuelo sin demasiadas pretensiones en la vida, que muchas veces actuó con el único fin de satisfacer su curiosidad. (Quería saber cómo vivía la gente que no era él.) En este caso eligió una mañana igual a las que le precedieron, empujó la ventanita que para su sorpresa estaba abierta y casi tumbó todo cuando sus pies chocaron con la mesa.
     Una vez adentro, sus zapatos deportivos recorrieron la estancia con cautela. Un escalofrío lo paralizó. Acostumbrado a meterse en las casas y a llevarse lo que podía, por primera vez se sintió afectado por algo que no entendía.
     Miró en torno suyo.
     Por encima de la radio que no dejaba de chillar, el silencio lo sofocó.
     Su mirada capturó el único movimiento que en una décima de segundo cruzó el aire. ¿Qué fue?
     Un perro no. Lo hubiese atacado. Animado por la curiosidad el hombre grueso de hombros, grandes manos peludas, rostro cuadrado y una dentadura postiza que le agrandaba un poco la boca, decidió saber de qué se trataba. Empujó la cama y, arrinconado por su propio gemido, se desplomó contra el ropero. Un hervidero de mariposas blancas le explotó en la cara. Envuelto en una frazada gastada por las polillas, algo que resultó ser un niño extraño incluso para él, acostumbrado a las infrecuencias de la vida, lo miraba con los ojos muy abiertos.
     (Se quedaba a veces de tal modo precipitado en sí mismo, que las horas zumbaban en círculos incapaces de incorporarlo.
     El recuerdo de su rostro lo perseguía.
     Ocurrió el mismo día que conoció la lluvia.
     Alterado por el rumor sibilante de la garúa sobre las planchas de ladrillo del techo, gateó buscando a su alrededor el origen del ruido. Miró enfrente. Esquirlas traslúcidas cruzaban la ventana.
     En aquel momento, la luz de un relámpago detonó en la habitación. Cegado de horror, buscó la pared. No vio el espejo. No lo conocía, en realidad. La última contracción lo lanzó contra la hoja plateada. Como un animal herido, un trueno rugió en el aire.
     Desprotegido en aquel espacio donde no había de dónde asirse, cuando se incorporó lo hizo sobre su propia imagen que el espejo le devolvió en proporciones engrandecidas. Era él.
     Lo supo cuando descubrió sus ojos.
     Si hubiese podido imaginarlos antes de ese momento, habrían sido así. Vivos y encerrados en su propio espanto. Esa visión lo tumbó boca abajo, los brazos arrastrando el cuerpo desmayado. Buscó el hueco de la cama. Lo último que sintió fue el ardor de sus muslos quemados en la fricción. Desde aquel día soñó con su rostro. Le temía, por encima de saber que se trataba de él.)
     Salvador Castillo volvió. Entró por el mismo lugar, ahora preparado para no salir corriendo como la primera vez. No lo vio el tiempo necesario para recordar con precisión su rostro, pero en las semanas en que no pensó en otra cosa dedujo que se trataba de una especie de engendro. ¿Qué más, si no? Tenía el torso cadavérico, las piernas hinchadas y la piel de una palidez verdosa. ¿Cuántos años? Cuatro, o cinco. Notó erupciones purulentas en sus brazos y pies, magulladuras en los brazos, costras rosadas en la cabeza pelada y ese tufo a orín que aún en el recuerdo lo mareaba.
     Tratándose de un hombre tranquilo y solitario, alguien que no se metía en la vida de nadie (más que nada porque ninguna le interesaba), Salvador no entendía por qué no lograba olvidar el asunto. Pero era así.
     Después que descubrió que Rosa Aguirre tenía un niño guardado bajo su cama, pasó cuatro días observando sus movimientos.
     Averiguó que trabajaba en el mercado del centro atendiendo un comedor de donde solía volver a la casa acompañada de algún cliente zalamero.
     Se acostaba con ellos por dinero, pero jamás ninguno presumió de haber amanecido a su lado.
     La única ventana de la vivienda se encendía con su llegada -a las diez de la noche- y así permanecía hasta la madrugada. Salvador sabía que se iba a las cinco de la mañana, por lo que cuando decidió volver a meterse a la casa, supo cuándo hacerlo.
     Con la tranquilidad de saber dónde estaba cada cosa, esta vez no hubo tropiezos ni amagues peligrosos.
     Salvador no quería espantar a la criatura.
     Sus sentimientos eran tan incomprensibles para él que evitó considerarlos en el momento en que se acercaba a la cama. No la empujó, como pensó hacerlo en un principio. Se echó en el piso, y habló.
     (Fue en el último verano. El calor aumentó a mitad de mes -era enero- y la atmósfera se llenó de vapores malsanos. Rosa entornó la ventana. También retiró la colcha de la cama de manera que el aire pudiese llegarle sin dificultades, pero nada se comparaba a tener los vidrios abiertos y la cortina corrida.
     Echado en cruz, el pie derecho enganchado a una de las patas de la cama, sonidos hermosos llenaron su alma. El niño no conocía a los pájaros, lo que no le impedía disfrutar de sus ruidos. Aquella mañana, una sombra se agitó en la ventana. La negrura creció conforme sucedían los minutos, hasta que algo entró a la habitación batiendo sus alas con furia.
     Guarecido en donde sabía, nada podía pasarle, sacó la cabeza fuera del ruedo de la colcha con la intención de dar marcha atrás apenas supiese de qué se trataba. Su mirada dio con lo que cambió su vida para siempre: una mariposa. Montado en nervaduras que sólo la luz permitía notar, sus alas tiritaban en oleajes vaporosos. Una línea negra separaba las membranas nevadas; ojos impalpables vigilaban desde su espacio diminuto.
     Con los pulmones hinchados de aire que la respiración amenazaba disparar en cualquier momento, avanzó hacia ella. Llegó, incluso, pero sus manos groseras desmembraron el hálito de vida que tanto le maravilló.
     Con la segunda no pasó igual. Aprendió a hinchar la mano de manera que no pudiese tocarla por ningún lado, pero con la firmeza necesaria para hacerla cruzar con él el travesaño de la cama.
     Recordó el episodio la tarde que escuchó los pasos de Salvador Castillo en la pieza. Acababa el invierno. Amaneció dolorido y afiebrado por un resfrío al que Rosa no le dio importancia, aunque lo sintió inquietarse en la madrugada. Tenía las mejillas abrasadas y el pecho agitado por un chillido desagradable.
     Siguió el recorrido de sus botas hasta el instante en que la cama se movió y el hombre de osamenta desproporcionada fijó sus ojos de intruso en los suyos. Todo duró tan poco que cuando la cama volvió a su lugar y la penumbra retomó su cuadratura, lo que acabó de ocurrir pareció ser obra de un desvarío. Otro, de los muchos que tuvo hasta que la fiebre desapareció.)
     No resultaba fácil decir algo. ¿Él lo escuchaba? No se movía. Le preguntó su nombre. Debía tener alguno. Todo el mundo lo tiene. Le preguntó si sabía hablar. Si sabía que él no le haría daño. No tenía motivos, y él nunca hacía nada sin uno.
     ¿Cómo lograba retener las mariposas bajo la cama? De chico, él las mataba porque no sabía qué hacer con ellas, aunque tampoco podía permanecer indiferente. Su padre le quemaba las manos para que no lo hiciera. Logró su odio, pero no su arrepentimiento.
     Él no quería a nadie, por otra parte. Ni siquiera a las mujeres. Una lo metió a la cárcel. Si sobrevivió en medio de la inmundicia fue para maldecir ese amor.
     Alternando su monólogo con silencios cada vez más frecuentes, Salvador Castillo se puso tan triste con sus palabras que se fue sin decir nada más, pero ya sabiendo que iba a volver.
     Por miedo a ser notado, resolvió alternar sus visitas. Nada tocaba, nada sacaba ni llevaba cosa alguna que pudiese delatarlo. Como la primera vez, se tiraba al lado de la cama y hablaba. Muchas veces con la sensación de que nadie lo escuchaba. Otras, advirtiendo el vuelo de una mano, un parpadeo, el desperezamiento del cuerpo amoldado a la noche fraguada.
     Una mañana le trajo un frasco. Lo empujó debajo de la cama. Le dijo que lo cubra con algo. Le dijo que no vendría por unos días. Se fue. Detrás de él, las llamaradas del mediodía se agrandaron.
     Salvador Castillo apartó los hilos multicolores de la cortina. Una penumbra agradable lo rescató de la calle. Buscó una mesa libre. Casi todas lo estaban. Se ubicó al lado de una ventana desde donde se veía el tránsito congestionado del mercado. Más allá, la plaza donde Rosa solía soñar con vidas ajenas.
     Era un lugar de mala muerte que olía a cebo de vela. Detrás del mostrador, una mujer obesa lo saludó con un mohín que delató sus dientes descompuestos. En una pequeña fiambrera cubierta con tela metálica, se apilaban empanadas deslucidas cuyos precios figuraban en cartelitos escritos con pinceles.
     Rosa Aguirre acudió al llamado de la mujer. Se sacudió la falda diminuta y se acercó bamboleando sus caderas hasta encontrar la mirada de Salvador. Anunció con voz desganada que el asado a la olla venía con guarniciones de papas y un vaso de cerveza.
     Veinte años. Pómulos duros. Ojos achinados; pelo castaño. Delgada. Marcas de acné en el rostro. Salvador conoció mujeres de peor aspecto. No dudó un instante cuando se puso de pie, y propuso: «Quiero compañía».
     Rosa Aguirre volvió la vista hacia la mujer que observaba la escena. Dudó un instante. «No será aquí que la vaya a encontrar», le dijo y desapareció por el mismo lugar de donde había salido. Tenía voz de no haber pasado buena noche.
     Rosa lo vio llegar todos los mediodías que transcurrieron desde esa primera vez, hasta que decidió hablar con él. Sentado en la misma mesa, la boca chapuceando en los caldos baratos que le servían, no dejó de venir ni siquiera en el feriado que cayó ese 16 de agosto en que ella lo enfrentó.
     -¿Qué quiere de mí? -preguntó con los brazos cruzados de tal forma que la redondez de sus senos le marcaron la remera provocativamente.
     -Usted me gusta -respondió él sin levantar la vista de la cuchara que en ese momento se llevaba a la boca.
     -¿Por qué no se va a molestarle a otra?
     Pese a lo que dijo, la voz de Rosa se había suavizado.
     -Me gusta usted.
     Acordaron que él la esperaría a las nueve y media en la puerta del copetín. Él estuvo allí cuando ella salió. Sin dirigirse la palabra más que para el saludo, se sumaron a la multitud sombreada por la noche que buscaba con los brazos en alto el número de colectivo que los llevaría a casa.
     Nunca había sido así. Hombres como él se acostaban con una mujer como podían hacerlo con cualquiera. Él la quería a ella, sin conocerla. ¿Por qué? ¿Y si era uno de esos dementes que asesinan prostitutas? Parecía inofensivo, sin embargo, la vista perdida en las esquinas que corrían por la ventanilla.
     -Es aquí -dijo Rosa dirigiéndose a la puerta de salida. Salvador ya sabía. Le dio paso y luego la siguió.
     (Escrutó el recipiente cubierto con un paño adherido a la boca del envase con una vuelta de alambre fino. Bichos. Un poco diferentes a los que vagaban a su alrededor. Cuando Rosa llegó, escondió el frasco y no volvió a verlo hasta después que la luz se apagó.
     La lluvia de la tarde lo tenía hundido en una especie de modorra que le estuvo causando sueños interrumpidos y molestos. No se podía perdonar desperdiciar de esa manera la noche, pero sus miembros se aletargaban a medida que pasaban las horas.
     Volvió a dormirse, y si esta vez despertó fue por causa de la luz entrecortada que desde alguna parte agujereaba la pulcritud de las sombras.
     Se levantó sobre los codos y casi estaba sentado cuando cuatro linternas de esmeralda le dieron a la cara.
     Columpiadas en el reducido espacio del frasco, costó identificar en aquella nube fluorescente a los gusarapos que le diera Salvador Castillo. Eran luciérnagas.
     Derrotado por el sueño, sin apartar la vista del recipiente chispeante, cayó en una especie de ensoñación donde las imágenes se le dispararon con tal agilidad que, para verlas, tuvo que andar un buen rato detrás de ellas. Cuando por fin se durmió, soñó con las luciérnagas.)
     Rosa abrió la puerta. «Hay goteras en el techo», explicó al sentir el tufo húmedo del cuarto encerrado. Aquella tarde había llovido. Buscó con la mano el botón de la luz. En la estancia, sombría y desamoblada, el ruido del radiorreceptor del cuarto contiguo lastimaba los oídos. Salvador Castillo esperó donde ella le indicó. La vio desaparecer, luego de aceptar la taza de café que le trajo. «¿Por qué tiene la cocina en el dormitorio?», le preguntó. No tenía el valor de tutearle.
     -Porque así me gusta -fue la respuesta que ella le dio, la mitad del cuerpo tragada por la puerta entornada.
     No le importaba esperar por ella. La sintió caminar descalza, revolver algo que imaginó era la leche destinada al niño. Lo quería hacer dormir antes de meterlo a él a la pieza.
     Dieron las once cuando la puerta se abrió. Rosa seguía descalza y caminaba con tanta gracia que Salvador sintió un peso en la barriga que solía tener antes, cuando todavía podía amar.
     También se mudó de ropa. Ahora llevaba una solerita con tiras flojas que le dejaban al descubierto los hombros huesudos. Parecía avergonzada. «Vení», le dijo.
     Salvador Castillo metió la mano en el bolsillo de la campera antes de entrar al dormitorio.
     Su imagen rebotó desde la hoja del espejo.
     Tanto sabía de aquel lugar que le daba miedo moverse con la soltura que podía. Rosa sonrió con malicia cuando vio que observaba la cama.
     -¿Cuánto dinero tenés? -preguntó.
     -Cuanto quiera -dijo.
     Las puntas de la colcha se movían sin que Rosa se percate. Salvador Castillo no se sacó la ropa. Se destrabó los zapatos, pero se dejó las medias y así se acomodó al lado de la mujer. Carajo, se reprochó. Había apagado la luz sin pedir permiso. Menos mal, Rosa no interpretó aquel gesto como propio de alguien que conocía su casa.
     -¿No querés hacer nada? -preguntó la mujer sintiendo el cuerpo inmóvil de Salvador pegado al suyo.
     -Sólo quiero dormir con usted -susurró él, consciente de que sus palabras eran oídas en las profundidades del cuarto.
     Rosa amagó decir algo, pero probablemente no se le ocurrió qué. Cerró los ojos y se quedó dormida, el cuerpo de Salvador flanqueando sus costillas.
     El hermetismo de la noche cerraba su círculo conforme las estrellas se afirmaban en la ventana. Salvador estiró el brazo derecho. Buscó detrás de la lámpara. Sus dedos arrastraron la botellita que Rosa no le vio sacar del bolsillo de la campera.
     Levantó la tapa con cuidado. Sabía que cualquier desacierto lo delataría. Retiró la cubierta y metió el dedo índice en el líquido espeso.
     Descolgó el brazo sobre el travesaño de la cama. El dedo goteó su líquido viscoso. Pasaron dos, tres minutos. Salvador escuchó al niño.
     Ya vio el dedo. Ya olió el aire azucarado y se acercó, los miembros contraídos en el gateo sigiloso. Dudó. Se colocó debajo del dedo. La lengua caliente probó la poción que goteaba desde la uña desaseada.
     Algo dentro suyo se estremeció.
     Abrió la boca y chupó el jarabe mientras en la ventana las estrellas comenzaban a velarse. Salvador recordó las palabras de Rosa. «Volverá a llover», le dijo. Era verdad. El cielo volvía a empañarse.
     El dedo le cosquilleaba. Lo retiró por un momento para cubrir con la frazada a Rosa que, a su lado, comenzó a temblar. Metió de nuevo el dedo en el jarabe.
     La boca lo esperaba.
     En la etiqueta del recipiente se leía «Miel de abeja» en letras de imprenta. La lluvia se desató. En el cuarto, una sensación de ingenua felicidad recibió a la madrugada.
PÁGINA 13 – POESÍA ARGENTINA: CATAMARCA

CELINA GALERA
(San Fernando del Valle de Catamarca-Catamarca-Argentina)

(PIEDRAS)

Trozos dispersos de un cuerpo antiguo,
miembros que entonces encastraban.
Ya erosionados los lados,
todas las partes andan huérfanas.

Irreconstituíble.

Pudo ser mortero tu costado,
pudo dejarse arrastrar por algún río,
ser prisionero en una pirca,
hito en el camino.
Fetiche de un hombre.

Que tu otra mejilla pudo seguirte como arena...
o desviarse con el viento.

Pero ahí está
de sólo estar,
indiferente al concepto de familia.


LUIS TABORDA
(Tinogasta-Catamarca-Argentina)
EL PAÍS


….El país que yo tengo es éste
alto pedregoso indiferente

El día verde a veces viene
a veces no

Entonces debemos contentarnos
con lo que hay
en nuestra alforja de quimeras

Un duende por aquí
un riacho impenitente por allá
un cóndor en la alta cumbre

Y con esta poquedad
labrar la vida
la palabra

Exornarla hasta que vuelva
otra vez la primavera

ROSARIO ANDRADA
(San Fernando del Valle de Catamarca-Catamarca-Argentina)

En las cuerdas invisibles
la araña
atrapa insectos de colores,
destroza sus cabezas,
cuelga como trofeos
                          lo que resta.
Aún el reptil jadea bajo el agua
y espera que la luz
                          señale
el momento exacto para emerger.
La noche es cálida, sofocante
y se prolonga en el infinito
sin pausa.
También el magma
se escurre
                silencioso,
incandescente
por las rocas.
                  Desde entonces el equilibrio
fue el desorden.
                   Dios bendijo los días y las noches
y sentenció al hombre.

JORGE PAOLANTONIO 
(San Fernando del Valle de Catamarca-Catamarca-Argentina)

PELIRROJA

Ah Mercedes v. de hartazgo llena
tanta jaqueca dijiste tanta dilación
mercedes pelirroja que no gilda
ni buena bofetada

desflorada de sueños ah mercedes
obligada como torpe manija
a girar paralíticas matronas
ah mercedes colorada
niña mía escarlata
qué cansada lengua suelta tu cansancio
tu sobre apretado a las pestañas
tu sacón de hierba oscura
de tacones de martillo
de sienes dormidas
Qué cansada dijiste

soy de acuario moriré de cáncer

HILDA ANGÉLICA GARCÍA 
(San Fernando del Valle de Catamarca-Catamarca-Argentina)

PEQUEÑA

Sueña por los cristales tu figura,
rocío entre la hierba,
alas de luna.
El colibrí que en tu sonrisa juega
iza en el ángelus su canción más pura.
Duerme sobre mi voz. Un río te espera
empapando sus manos con tu ternura.
Tiembla la noche,
mira,
deja su huella
en los ojos cansados de las estrellas.

ALFREDO LUNA
(San Fernando del Valle de Catamarca-Catamarca-Argentina)

mis huesos, agua de tu pena

no, madre, no vengas a buscar consuelo aquí
porque soy patria desvastada.

entre ráfagas de bruma
una jauría furiosa te vio
mendigar agua de morir en otra boca.

en lo más hondo de la tarde la tristeza tenía
la temperatura de tus sueños
y toda la ferocidad del mundo.

no, madre, no pude matarte
por miedo a la resurrección.

PÁGINA 14 – ENSAYO

PABLO CINGOLANI
(Río Abajo-La Paz-Bolivia)

LOS CACTUS SALVAJES

Brotan en la sal del instinto los cactus salvajes
y se mueven en la luz envueltos por el viento,
en el fondo de la noche.
Álvaro Díez Astete: Abismo (1988)

Burton, el divino cónsul, el traductor de ese libro de maravillas que es Las mil y una noches, era un cultor de eso que se llama endurecerse. Dormía afuera de la tienda, se dejaba azotar por el viento y por la arena, padecía de heridas y de sed, caminaba hasta extenuarse. Sabía –se sabe- que siempre nos espera un kilómetro más de travesía, siempre hay un minuto más de vida por vivir, más allá del sacrificio, más allá –incluso- de la sangre.
Fawcett, llevaba esa lógica hasta un extremo admirable. No sólo no bebía –cosa que Burton sí hacía en cada burdel o taberna que encontraba en puerto malsano al cual arribaba, y lo hacía con el mismo fervor y extremismo que imantaba a su compatriota abstemio-, sino que Fawcett escribió sin escribirlo como tal, reglas de oro para un manual del endurecimiento, un manual de cómo resistir y resistirse a las adversidades (y sirenas) del camino.
Es memorable su desprecio profundo y su temible malestar cuando debió permanecer por más tiempo de lo esperado en Cuiabá, que esos años, segunda década del siglo XX, era un poblacho de pioneros: cazadores de caimanes y de indios, buscadores de oro, contrabandistas de pieles y de brandy, fugitivos, dementes, milicos, borrachos incurables (varios de ellos extranjeros. Era lo que más deploraba: a los ebrios anclados en la selva, sentía que no eran ellos solos los que se degradaban bajo el sol feroz, sino también sus patrias de origen) y putas, putas desconsoladas, por el destino que las trajo hasta allí.
Levi Strauss pasó por la misma Cuiabá treinta años después y su llegada a la capital del Matto Grosso brasileño recordó a la de un sultán otomano en el exilio. La descripción de su equipamiento, de su personal, de los lujos que transportaba con él (una biblioteca, para ilustrar sus desatinos), rompe con los cánones del endurecimiento. Es más, Levi Strauss, explícitamente -basta leer Tristes Trópicos- abjuraba, hasta el sarcasmo, de todo eso, y es más, tras su famosa expedición, jamás lo volvió a intentar y envejeció venerablemente y falleció ya canonizado.
Burton y Fawcett, no. Fueron resistidos, se los intentó olvidar. Uno y otro eran cactus salvajes, raras aves, caballos cerriles, que embellecen con sus gestos y sus palabras el viaje de ida en el cual nos embarcamos todos desde el momento en que mami nos deposita en el mundo.
Nosotros, cuando niños, implorábamos: vámonos de campamento. A lo Nietzsche, habría que decir que el campamento es algo que no sólo debiese ser promovido en las escuelas públicas, como la mejor manera de aproximar a los alumnos a la naturaleza, a la geografía y a la historia, sino también como la más útil de las prácticas en torno a la formación del carácter de los mismos. Es imperioso romper el círculo vicioso y tecnológico de consumismo y frivolidad que cerca a los niños que habitan las ciudades, desde que abandonan sus cunas.
Arlt, en su desmesura genial, clamaba por un deshabitarse heroico de las urbes y un arrojar a sus moradores a las montañas, a las estepas, a los bosques (a la Patagonia cordillerana, señalaba con mayor precisión), a donde pudiesen sentir el rigor de la existencia, y luego, por ello mismo, apreciarla y defenderla contra todos los abusos anti-vida para los cuales el sistema nos acostumbra y nos domestica, más allá del flagelo y la laceración que conllevan.
El campamento, la vida en contacto con la naturaleza que procura el uso de las ancestrales carpas –que sirvieron de morada móvil a nuestros antepasados desde que se les ocurrió salir de las cuevas, durante el glorioso neolítico- es, sin duda, una manera eficaz de endurecerse.
Será por eso también que uno de los autores favoritos del Che Guevara fue T:E. Lawrence, otro cultor de la fogata en el medio de la nada, otro endurecido a conciencia, otro cactus salvaje, que ligó para siempre, en su poética de la desolación geográfica, al endurecimiento personal y el compañerismo entre los seres humanos. Este lazo espacial entre vida y esencia es casi-casi una especie de matriz mítica de esa forma atemporal y no convencional de la guerra llamada guerrilla.
PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA: CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES 

ROBERTO GOIJMAN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

COMO SI FUERAS...

Es como si fueras
un nombre,
unos cuantos números,
una ciudad,
una bella edad,
una generación, 
una mirada inexistente,
un corazón latiendo.
Sin embargo...
Desde la concentración del refugio 
más hermoso, 
donde las aguas de los mares juegan
donde el viento con fuerza bruta
acostumbra a probar al hombre
y a escondidas...
Aunque no lo creas, llora,
pude descifrar
tu pequeña mano tendida.

LUISA FUTORANSKY
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

FOTO SEPIA

Así debimos de haber permanecido
con una pequeñísima imperfección que nos haría sublimes, inmarcesibles: el volado del calzón desparejo
un levísimo fruncimiento del ceño
la piel tan tersa
rivalizando con el primer durazno de estación
En algún firmamento, así somos.
La casa hermosa, el jardín pulcro
La rueda de la vida brinca, reina
la flecha de la aguja trucada, desde el vamos
pero tanto desmayabas por jugar que girabas la manivela con fruición
a sabiendas que los prodigios no eran ni de tu voz ni de tu tiempo
un mundo de abrazos y humores exangües fue tu lote
y confundiste géneros, meteoros con planetas,
derroche y derrota, tan vecinos.
Entre los pliegues vagamente celestes zurcidos de la burqa
Detrás de las escarificaciones anidan destellos de soberbia
Aquí y ahora
mi desvencijada máquina de vivir.

PABLO MONTANARO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

POEMA 24

contrapunto del destino
la desgarrada noche pesa
sobre ellas
envuelven el eterno espíritu de lucha y compromiso
la sombra escrita por las piedras
esquirlas de la vida
lágrimas que pertenecen a sus purezas
la lluvia sigue bajando sobre ellas
que no detienen su andar
traspasan los muros de la noche
los ruidos del dolor
callan los fuegos del sur
la dura soledad cuando el alma tiembla
y vuelan los rocíos de los compañeros muertos
bajo el sol del otoño.

LILIANA DIAZ MINDURRY
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA GIOCONDA DE LEONARDO DA VINCI

Se ríe desde el fondo de los recuerdos,
se ríe desde el fondo de las esperanzas,
de la sangre de esos gatos que nadie recoge, del último fulgor que nadie ve en
/los ojos de los peces,
se ríe de los muebles de las alcobas que tienen deseos inconfesables, de las
/manos que jamás responden al dueño,
se ríe de los tigres en la calma del mar,
del revés de las caras.

Se ríe de la alegría que lastima la garganta ya por ser pena que endulza la lengua,
se ríe de las mañanas,
de las tardes,
del prometido amor y del temido infierno,
de los que descosen el futuro y tejen un pasado que no existió nunca para
/colgar en los balcones,
se ríe de la tibieza de las salas donde la palabra es terciopelo y seda, transparencia y perfume,
del cristal empañado en el ojo, del último calor del cuerpo
antes de la muerte.

Se ríe del corazón como una campana resonando, de la red que tiembla,
del Dios escondido en las cajas de las iglesias,
se ríe de los bosques cerrados hasta el borde de otros bosques cerrados,
hasta el borde de otros bosques cerrados.

Se ríe,
se sonríe,
sabe que no resucita ningún día perdido en la tristeza
y que la piedra sobre piedra sólo es tejido de piedras.
(Los sirvientes lavan los espejos para que su sonrisa no contamine el porvenir).

DEMETRIO IRAMAIN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

CÓMO LLORABA ESA NIÑA, CUÁNTO

¿Quién parará esta lluvia?, se preguntaba santiguándose
la mujer que vendía paraguas en la espera del cortejo.
¿Maldecía la tormenta que la hizo
parar la olla es mañana, acaso?
Y si así fuera, ¿a cuál?
¿A la del cielo, pasada por agua, o
a esa otra, toda seca, que empezaría a caer
al día siguiente, unas horas después?
Cuando la caravana fúnebre pasó,
la señora –compañera, generosa, en perjuicio propio–
le regaló un paraguas con puntitos a una niña
que lloraba sin consuelo, mojada en partes iguales
por el cielo y sus ojos.
Y yo lo vi. Juro que lo vi.
No era una escena de otro tiempo,
la imagen borroneada de un documental
en blanco y negro, no.
Otra cosa era, otro momento de la historia;
mas el país es el mismo.
Néstor iba adentro, quietito para siempre, según se dice;
frío de muerte, como afirma el parte defunción.
El corazón tieso, más duro que el muro de
madera lustrada que lo contenía.
Llovía. Cómo llovía. Cuánto.
Yo no creía, sin embargo, que
el tipo estuviera allí.
No podía creerlo.
No quería.
Yo apenas si creía en el llanto de esa niña,
niñísima, y después más nada.
Cómo lloraba la mocosa, lejos
de cualquier pubertad siquiera.
Como esta democracia.
Y yo la vi. Lloraba.
Tenía una rosa roja envuelta en celofán que
había comprado a dos pesos el paquete.
Nunca un novio para que se la regale
un día, engalanado. Nada.
Qué va a conocer el amor esa pendeja
si tenía sus partes de amar listas para usar, pero
intactas todavía; sin estrenar, inéditas.
Como esta democracia.
Lloraba lágrimas de otros:
las de su abuela ama de casa,
eterna trabajadora en negro, ahora jubilada;
las de su padre con empleo por primera vez;
las de su mamá, madura ya, estudiante inicial
de la faculta de ciencias naturales y exactas.
Lloraba con sus propias lágrimas. Eso.
Nunca sus otros conocidos se parecieron
tanto a ella. Fueron ella misma,
tanto que también fue un poco cada uno
de quienes estábamos allí,
anónimos, sin edad,
mezclados al dolor,
cosidos a él por un perno imperceptible,
empapados, mitad llanto, mitad lluvia.
¿Por qué otra cosa puede llorar
una niña en la edad del pavo,
florecida bruscamente un día
de octubre de 2010, al sur, bien al sur?
Así se crece por aquí, mi’jita,
en estos lares de más abajo de todo.
Si es necesario, sopapos para acariciar
nos saldrán por la verruga, y piedras
de la aorta sentimental, pero
venceremos igual.
Vendrán tiempos difíciles, sí, pero venceremos igual.
Ahora duerma, mi niña, y
no se preocupe más por nada.
Ya habrá tiempo para eso.
Juegue con sus muñecas, que
para ese sagrado derecho
–entre otros que ya comprenderá algún día–
vivió él.

MARTA OLIVERI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

A NOSOTROS LOS PARIAS DE LOS TIEMPOS.

Y se hizo silencio,serpentino silencio
de las murmuraciones,
cuando justo fue la hora de elevar más alto el verbo
de abrir las cuerdas húmedas del llanto
hora del grito destemplado, del puñal en la voz
hora del procaz, del gran poema mural y subversivo.
Pero se hizo silencio: cautas palabras en tono milimétrico
midiendo las vocales para que no se advierta la indignación aérea
llameante y necesaria como un gesto de locura
contra aquellos gigantes que simulan molinos.
Silencio de tantos tiempos náufragos
silencio de las bocas negando las palabras
que truenan por salir demenciales y atónitas.
Pero qué verbo contra el cauto misil
qué amor contra la sangre derramada
qué verdad contra el muro poderoso
de cáustico oro negro que otro Midas disputa.
¿No han oído los llantos de Raquel en Ramah
llorando al degollado por Herodes
¿No han visto la nieve gris de Berlín delatando los hornos,
la peste las hogueras, el potro donde callan los mártires
por siglos en variable de torturas?
¿Los vuelos de los ángeles arrojados a río
dormidos en siniestra eternidad de ajena muerte
mientras vivan los coros de los siglos:
“Pan y circo para el pueblo de los párpados caídos
de las bocas abreviadas, del corazón regulable como un despertador
puesto en hora precisa,un minuto después de la barbarie.
Y se agolpan los sueños del poeta
contra el muro sin virtud de los lamentos
y un niño rasga el mundo en sus costillas
denunciando la muerte del corazón del hombre
¿Vale más decir trecientos o un millón o dos mil
en el templo fugaz de la inocencia?.
¿vale decir en números el dolor que se in-numera
en un hueco tan hondo que el abismo no avista?.
Cómo habremos de nacer cuando nos han matado las fibras iniciales
y las plumas del nido arrebatado son el mayor legado de todas las proezas
que han pactado los doctos de la historia
cuando secan los ríos de las lágrimas
para volver carne desnuda al visceral desierto.
Cuando se ha hecho silencio
porque ha de hacerse silencio
para que no exclamen de nuevo los de siempre:
_Padre mio por qué me desamparas_
y no crezcan las culpas en la voz de los parias,
y no expliquen el mundo los sabios inocentes .
que no vaya a romperse nuestra santa armonía
con el verbo salvaje e inaugural de un niño.
PÁGINA 16 –  NARRATIVA

ALEJANDRO BOVINO MACIEL
(Corrientes-Corrientes-Argentina)

LOS SUICIDADOS

La noche estaba vigilante como los perros, los dos sabíamos que estábamos encerrados en ella.

"Venimos a este mundo sin quererlo, nos vamos sin saberlo", decía madrina liando las chalas de tabaco, haciendo sus cigarros arrugados y oscuros como dedos que han escarbado la tierra mucho tiempo por eso cuando te conocí creí que venías hecho para mí, que no había otra esperanza que no fuera la de verte llegar. "Te esperaba", tu voz me arrullaba cantos dulces no como ese lastimero arranque del acordeón en la fiesta de San Juan con los fuegos crepitando allá, clavados en el cielo sobre las altas tacuaras para asustar el aire de junio. No necesito que me digan las adivinanzas, no necesito las pruebas ni las rondas. "El agua no miente", dice Adelaida y echa en la palangana los papelitos plegados con los nombres que flotan y se crispan en las ondas iluminadas por las fogatas, ella espera que se junten por milagro del santo los nombres que se quieren en la vigilia de San Juan. "El agua también engaña a veces", ya me decía la Sacristana esa mujer que todos dicen que nació siendo séptima hija y se hizo bruja. No sé si miente el agua, sé que mirándome en tus ojos veía claramente el cielo despejándose después de una tormenta. Tus ojos me aquietaban todos los gusanos que se revuelven en medio del pecho cuando viene la noche pero no trae el sueño con ella, esas noches muy largas de luna turbia.
"Estoy aquí, no me voy, siempre estoy", me decías para desagitar mi pecho.

Yo le desconfío a palabras como 'siempre' que se dicen aquí y allá y uno nunca ve algo que esté siempre en el mismo sitio, uno busca algo que dejó ayer y en su lugar encuentra un vacío, una ausencia que después se hace larga como las sombras del atardecer hasta deshilacharse en las noches.
Así de largas, interminables.
Las luminarias temblaban esa noche de San Juan con el canto hondo de esos pájaros invisibles que gritan en la oscuridad.
"Una amasa hijos en esta tierra dejada, una llena las horas vacías con sueños, una ve creciendo esos hijos que nos van a salvar después cuando crezcan. Esos hijos son toda la esperanza pero un día una mala enfermedad se lleva ese único tesoro, esa promesa. Una se queda huérfana de sus hijos y en vez de llorar con desesperación nos obligan a bailar y bailar por el angelito cuando una lo que quiere es agarrarse la garganta hasta sofocarse y morir, pero no, hay que bailar porque si una llora cada lágrima pesa en las alas del inocente y no deja subir al cielo", decía la Sacristana explicándose su dolor a cada madre que perdía un hijito, una y otra vez les recomendaba que bailaran, que salieran a la pista en el velatorio y bailaran al compás de esos lamentos del chamamé "eso también es una forma de llorar", les decía.
"Yo soy Antonio", me dijiste el día en que nos conocimos.
¿Hijo de quién?

Padre no tengo, nunca tuve. Herminio Gaúna es mi patrón, mi padre y mi respetado. Pero él nunca dice nada solamente me mira con esos ojos negros que siempre andan perdidos entre las cosas, sigue mascando su naco. Mi madre ya es vieja, pura piel quebrantada por el sol, cuando está en la chacra revolviendo los terrones sin descanso, cuando no está curando los vientos debajo del paraíso. Todavía debe de estar acunándose en el aire violeta de octubre lleno de la dulzura de las flores del paraíso y mamá cebándose el mate muy despacito como pensando en sus adentros repitiendo historias que se contaban desde el pasado. Cuando algún hijito se moría de esas cosas que existen aquí sin que nadie sepa qué es, la Sacristana repetía su cuento y después se lo traían a mi madre; era un sufrimiento ver ese cuerpito seco, envuelto en los pañales que mamá usaba para la mortajita blanca, después recortaba papel para armar las alitas y la Sacristana no dejaba de recomendar que sujeten el llanto, que las alas se mojan y no pueden subir los inocentes hasta el trono de Dios con las alas mojadas con el dolor de las lágrimas.

¿Si vive todavía mi madre? No sé si se puede vivir allá en las lomas donde está nuestra casa, más allá del camino de arena, cruzando esos potreros que dicen que son de don Gaúna, más allá, pasando el cruce de colonia Tabaí, ladeando el estero, está más lejos que ninguna casa, ahí solamente crecen cardos y espinillos y las vacas ni el agua amarga de ese estero pueden tomar, las espigas del maíz nacen como esos muertitos secas desde el vientre, uno ya sabe que no van a vivir mucho.

¿Conocés ese árbol que le dicen aromito? Mamá hacía ramilletes con las flores amarillas y colocaba el ramito entre los dedos de los inocentes fallecidos. Eso me acuerdo. El paraíso encerraba el viento, las hojas de abajo se sacudían con suavidad como si estuviesen rezando el padrenuestro sin despertar a los angelitos dormidos y los ojos de mamá tenían el mismo color que la madera, no sé por qué también en esos ojos yo buscaba la tranquilidad mientras jugaba en la tierra haciendo que araba y sembraba semillas de aromito. Si ella ya murió estará enterrada debajo del paraíso y los ojos ya serán del mismo color que la tierra.
Padre nunca tuve, solamente Herminio Gaúna, mi patrón desde siempre. Hoy me estuvo mirando mientras fumaba, nunca se sabe lo que está pensando pero siempre recela, eso se nota porque los ojos están inquietos yéndose de una cosa a otra sin descansar nunca.
Las lumbreras de San Juan se alzan alto, en las puntas de las tacuaras más altas, porque ese fuego no es para nosotros, es para el santo que anda por allí y no sabe lo que pasa en este pueblo. No quiero que llores más, Antonio. Acordate de lo que decía la Sacristana, que nuestros llantos no dejan subir las almas hasta la paz de Dios. Iba rezando esa noche desesperada, me pareció que la lumbre de los refucilos aparecía cada vez que me sosegaba, mi ánimo y la tormenta no me decían otra cosa, vi la muerte de los dos cuando te acercaste, supe que se terminaría todo, ya me habías dicho que si no era en esta vida, sería en otra pero que nadie te iba a separar de mí, cuando vi el machete tuve miedo, no tus ojos más oscuros que la noche me asustaron más, ahí no había paz ni siquiera para pensar. Vi las lumbreras quemando esos atardeceres que nunca llegaban para sofocar los temporales, ahora sé que el agua, el fuego y el viento pueden mentir, únicamente el dolor dicie siempre lo mismo, yo no dije nada sino que me acosté sabiendo que era la última vez, vi cuando pusiste el machete debajo del catre, después empezó a retumbar esa grieta que destrozaba el cielo y ahí se apagaba todo, hasta la tormenta.
San Juan habrá bajado en ese momento y sin llorar sobre nuestros cuerpos se habrá puesto a bailar, habrá bailado de tristeza hasta que amaneció, y no lloró porque no quería humedecer nuestras alas de papel, quería que subiésemos hasta Dios en medio de tanta miseria.
PÁGINA 17 – POESÍA AMERICANA: CUBA

DAMARIS CALDERÓN
(La Habana-Cuba)

DOS GIRASOLES SOBRE EL ASFALTO

En el terminal de ferrocarriles
sentada con mi madre
dos girasoles sobre el asfalto.
Su mano borra todo sucio paisaje.
Nunca he comido sino de esa mano
nunca
sino de ese fruto macerado.
Me enseñabas un sendero
para que no me extraviara.
Y siempre regreso, pequeño afluente,
buscando un poco de sosiego
como se le da al enfermo
una cucharada de sopa
Y la cuchara hace frías,
metálicas promesas
hasta que la cabeza se queda
recostada contra el velador.
Una oruga cantándole a un gusano
-la canción de la morfina-
la cabeza roída por dentro,
el tallo esplendente conectado al tubo de oxígeno.
El mar, como un patrullero
pisándome los talones.
Thalassa thalassa
he intentado vivir siete veces.

DOMINGO ALFONSO 
(Jovellanos-Matanzas-Cuba)

ME CONVIERTO EN VÍCTIMA Y EN VERDUGO

Ha sucedido que yo
inquiero sobre mí mismo,
paso a auscultarme cuidadosamente
del último cabello a la planta de los pies
y me encuentro culpable de traición a mi propia per
sona.
Vamos a formar el tribunal,
este individuo será castigado,
quemado en la hoguera si es preciso.
Miro su cuello, sus tetillas, sus nalgas y sus test
ículos;
no tiene justificación;
ni sus ojos indudablemente feos,
ni su diente partido, ni tampoco su corazón
podrán librarlo de la pena máxima.
Yo mismo me erijo en fiscal,
pronuncio el auto condenatorio
que será recibido con júbilo por el procesado.
Doy este paso trascendental:
Me convierto en juez, en víctima y en verdugo.

ILEANA ALVAREZ
(Ciego de Ávila-Cuba)

ÁRBOL INVERTIDO

Volverme pies arriba,
ramas adentro, raíz al cielo
como un árbol invertido.
Volverme, sí, confundiendo los pájaros
que torpes anidaban mi pequeñez.
Confundir a los vientos,
el envés de la noche,
los arcos indomables,
la tarde, su jauría.
Las profundas gargantas de los cuervos sosegar,
las sucias transparencias,
el salto no escuchado
del suicida, los nudos,
las vacías ofrendas.
Mostrarles la dureza de mis líneas más íntimas,
mi piel de polvo y llama,
unas cuantas metáforas de praderas y ciervos,
Islas, blancos tallos
que cuecen mi estrenada sangre.
Como en un laberinto de espejos, infinito,
confundirlos a todos,
que no logren llegar jamás
hasta la estrella que en el centro
muere y renace, infinita también,
que no toquen sus giratorias espadas,
el fuego líquido en los labios.

Abrazar la lluvia con mis piernas.
Beberla luego mis cabellos,
los ojos.
Ah, verlo todo distinto.

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR 
(La Habana-Cuba)

UNO ESCRIBE UN POEMA

En el agujero del silencio
O sobre la algarabía descuidada infantil,
Encontré un árbol solo con flor rosada
Abriendo su caudal sobre la acera:
Tenía la cresta contra la mañana del cielo,
Y era como una mano, era como
Un pensamiento amigo. Lo poseí
Con tanta fuerza, que nos quedamos aún más solos
El árbol de flor rosada y mi alegría.
Pero luego pensé: triste, acaso imposible
Era este príncipe hasta que yo vine,
Y mis ojos, que atestiguan su perfección,
También le dan realidad. Y esta felicidad
Mía, a solas, quizás es también imposible,
Es como un árbol de flor sin embargo necesaria
Que se desperdicia entre silencio y ruido,
Inexistiendo tal vez, sin el ojo
Que al mirarla, alegrándose,
La haga de veras. Entonces
Uno escribe un poema.

CARMEN HERNÁNDEZ PEÑA
(Ciego de Ávila-Cuba)

AUTO DE FE

Es tan largo el camino de la hoguera.
No más naciendo, emprendí la marcha.
Soy Abigail Williams, Gracia La Valle, Raquel, Sophía la de siempre,
y te nombro
y hago mis conjuros
Y las señales nefastas de tu metamorfosis.
Habrás de convertirte en lo que nombre.
Viento.
Soy también la Malintzin.
Tierra.
Sobre ti he de poner mi planta.
Patearé fuerte sobre tus ojos, sobre tu corazón.
Agua serás.
Tal vez lo fuiste el día que la sed me abrasaba.
He vivido quemándome eternamente.
Yo, la virgen.
Yo, la meretriz.
Yo, muchacha de guetto.
Siempre yo y el camino que conduce hacia el fuego

ALBERTO EDEL MORALES
(Cabaiguán-Sancti Spíritu-Cuba)

EL JUEGO DE LA MEMORIA

1
Entre pinos y mariscos
cantaba el árbol del mango,
en versos que le dan rango
de pilastras y obeliscos.

¿Varó su cuerpo en los riscos
de alguna costa perdida
o aquella carne fue roída
por un pez entre las olas?

Sufrió las lunas a solas
y eso selló su partida.

2
Ironía vil de un destino
que enfrenta sin paz el hombre:
hondo sumerge su nombre
en el denso remolino.

Y un mundo que es masculino
desde la palabra al hecho
apenas propone un lecho
en el agua a los suicidas

sin sexo ni salvavidas
que estrujar contra su pecho.

3
Acometió un poema épico
donde encarnara la América
mística, and hemisférica,
sobre aquel The bridge acético.

Viajaba desde lo estético
hacia amores hibernados:
Voyages bien trasvasados
en secuencias de este tiempo.

The mango tree que a destiempo
lanzó a los acantilados.
PÁGINA  18 – NARRATIVA

MARTA ORTIZ
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

SOLDADITOS

La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa.
La guerra abrasa. La guerra desmembra. La guerra arruina. 
Susan Sontag

    De niño, el Teniente General jugaba a la guerra, la aprendía alineando combatientes de plomo. Los agrupaba en ejércitos y los hacía avanzar enfrentados hasta sentir, como quien oye los acordes de una música familiar, el silbido de las balas, el choque de las armas, la fricción del combate cuerpo a cuerpo.
      Los fabricantes de juguetes ofrecían lo ensayado, no en vano había sucedido la Gran Guerra: artillería, estrategias y secuencias básicas se copiaron de dibujos y fotografías y aún del cine inmediato posterior. Las piezas de plomo reproducían soldaditos congelados en gestos y posturas emblemáticas: detrás de la trinchera, apuntando con el cañón, arrojando una granada. La carne en juego quedaba sembrada y en trozos no masticables, en el campo de batalla.   
    Sumando Navidades y cumpleaños entre los cinco y los doce años, el pichón de Comandante en Jefe había reunido un set completo que incluía
como accesorio a la multitud de soldaditos dispuestos a jugarse el todo por el todo, un completo Army Medical Center: camilleros, enfermeras con maletín de primeros auxilios incluido, carpas sanitarias y utilitarios de la Cruz Roja, escena que él componía y replicaba en puntos clave del embaldosado en el cuarto de juegos, a medida que se acentuaba el drama épico, abatidos los contendientes como moscas aplastadas bajo la palmeta. Medía acondicionada en sendas cajas, el alcance de la infantería disponible; echaba a rodar las implacables etapas del conflicto.
      Con los años, cumplidos los rigurosos tramos de una brillante carrera militar y otros rituales, el aprendiz alcanzó su rango máximo: Teniente General de las Fuerzas Armadas. El azar y ciertas conexiones ideológicas que lo acercaban a muchos como él, lo ubicaron, conjuntamente con los mandamás de la marina y la aviación, y por soberana voluntad propia y de acólitos calificados, del Poder Ejecutivo de su país, al Sur del Continente Americano.
      Un día lo sorprendió una visión. Nítida. No era raro, él se consideraba un visionario, y esta facultad se parecía mucho a soñar, y soñar despierto es hermoso. Descubrió
y fue como si una luz potente lo iluminara desde lo alto, que los reclutas recién incorporados a la fuerza, eran idénticos –pero maleables (mucho más que el plomo), por obra y gracia de su materia: carne y hueso, decididamente “clones” de aquellos soldaditos que habían nutrido sus batallas imaginarias. Como pudo reprimió las ganas locas que le vinieron de reanudar aquellos juegos infantiles. Pero imposible, la caja donde guardaba sus diminutas tropas reproducidas a escala humana se había perdido en el túnel del tiempo y se hacía difícil encontrar pasatiempos mínimamente dignos de su ajado corazón de niño-viejo.
     Abrumado, más que nunca aislado en el peliagudo ejercicio de su poder sin límites, perdido en la encrucijada del presente que le tocaba asumir, buscó y se aficionó a otra clase de juego: el nuevo maridaje se dio, curiosamente, con lo que acabó siendo una voluminosa colección de bebidas destiladas, fermentadas y añejadas en las mejores bodegas del mundo. Sobraban las cajas (ya no extraviadas en el túnel del tiempo, sino al alcance de los dedos). Cada trago, en medio de la intemperie del poder (el vacío se agigantaba), lo devolvía al fuego intenso de su primerísima juventud. Acumuló botellas de forma y color diverso, como si hubiese que llenar un pozo muy hondo y no encontrara con qué.
      Una noche se sintió defraudado. Lo suyo rozaba el fastidio, el hastío. La vida era hostil. Su pueblo no era feliz. ¿Qué podía hacer? Sentado al escritorio, la mirada en un mar de papeles donde se encrespaban caligrafías adversas como oleajes enloquecidos (¿la Gran Ola de Hokusai?), le ordenó a su ayudante que le acercara el mejor whisky escocés de su bodega privada. Muchas veces, esa misma noche, los ojos le quedaron bizcos, fijos en el color miel de la bebida que bailaba en la copa (purísimo cristal de Bohemia, acorde a su investidura).
      Era tarde cuando volvieron las visiones: sus viejos y amados soldaditos de plomo, uno tras otro, marchaban al compás. ¿Al compás de qué música? ¿La música era su deseo? Curiosamente ya no eran miniaturas a escala humana, eran conscriptos de tamaño natural. Esperaban sus órdenes. Mareado
pero por primera vez feliz en medio de esos días como ciénagas, pensó que rescataría del olvido la épica que había alimentado sus días de aprendiz.
   La madrugada lo encontró en el apasionado bosquejo de la estrategia: sumó el racimo de provincias que componen el país, eligió una franja etaria (reclutas) para formar su ejército. A falta de combatientes de plomo ¿dónde, en qué dimensión se habrían perdido?, usaría los de carne y hueso. Los pensó alistados: ropa de campaña, cascos, mochilas, armas de reglamento, en fila india abordando aviones y barcos, abrazando padres, novias, hermanos; se oía y eso sí sonaba a crescendo insoportable, el run-run: “no llores vieja, ¡¡te juro que vuelvo!!” Los arrancaba de aquí y los ponía allá, con un pie en las islas (bajo un denso manto de neblina, como poner un pie en el fin del mundo). Al Teniente General no le tembló la mano cuando por primera vez acarició el botón rojo que legitimaría el encuentro entre las fuerzas antagónicas. (Claro que no vamos a ser tan ingenuos de creer que fue un vaso de whisky escocés el detonante. Vaya uno, ciudadano común del país en cuestión, a saber qué oscuridades se cocían en el caldero que sin pausa revolvían los tres hombres que por inconsulta cuenta propia, cuenta de sesgo fundamentalista y mesiánica, decidían los destinos de todos en ese país. Razones que la Historia habrá de indagar, con mejores herramientas que este cuentito que no pretende hundirse en ciénagas de las que después no pueda salir por falta de aire, por intoxicación de palabras, dolor inexpresable). Un ejército invencible de soldaditos recién destetados defendería esa patria endeble que él no alcanzaba a rescatar del letargo.
No lo pudo dominar. Ni evitar. Un detalle nimio rascó, vulneró su paz interior (la felicidad es efímera), un bulto oscuro y viscoso se desplazó errático por los rincones de su cabeza embotada. Y nada, nadie pudo protegerlo de oír el rugido del viento, de sentir el hielo que le quemó la cara y las manos, como el whisky escocés le quemaba las tripas. Allí, en su cabeza, silbaban los misiles y alguien gritaba en inglés, y sus reclutas no sabían inglés, sólo Coca-Cola, yes, okay. Y algunos, ni eso. No había cueva donde guarecerse. Pero no se dejó colonizar, los apartó por negativos, a esos pensamientos.
     Los reclutas se plegarían al juego patriótico. Apenas habían abandonado, ellos mismos, sus juguetes
los soldaditos ahora se fabricaban de plástico; se conseguían comandos franceses y americanos (laboriosamente la Segunda Guerra Mundial había segado el mundo conocido), persistían los héroes y superhéroes clásicos y algunos invencibles guerreros galácticos empezaban a surcar el cielo de los ’80. Atesoraban, los reclutas, igual que él, la fascinante costumbre de la lucha armada. El niño de adentro patea sin tregua, quiere salir se dijo, y guió, obsesivo, su ejército y su táctica.
      La adrenalina brilló en su mirada cuando presionó a fondo el botón y abrió las compuertas a la guerra soñada: el 2 de abril de 1982, los soldaditos desembarcaron en las islas. Carne de juguete –sonrió el Teniente General en ejercicio del Ejecutivo tripartito
. Se acarició el mentón con el índice y el pulgar de la mano derecha, como quien saborea un triunfo anticipado. Se dijo y lo dijo, y el eco de su voz resonó en el mundo: "Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla".
PÁGINA 19 –POESÍA  AMERICANA: MÉXICO

LETY RICÁRDEZ
(Oaxaca-México)

GIRÓN POR GIRÓN.

Miro pasar al ave
con las alas en cruz
ofrendándose al aire.
Amo.
Agradezco.

Allá arriba el risco escarpado. El otoño descalzo. Su crudeza. Es la sierra. La cumbre. El ignoto lugar. Ahí el nido del águila. La mujer.

Desde el llano trepó por la vereda. Dejó atrás el amparo de sombra y humedad. Le acompañaron los enhiestos pinos. Juntos desafiaron viento y soledad. Sin el sendero llegó la tierra yerta. La roca en su abandono y desnudez.

Está sola. Se apareó de por vida. Ferviente en el amor lleva consigo la memoria del vuelo y de la ofrenda. La compañía del macho. De su ausencia también. Cuando él no pudo ir más lejos ella contuvo el vuelo. Le acompañó.

No hay aguiluchos en el nido porque así debe ser. No existe ancla, ni eje para volver.

Está sola. Está sola. Las uñas no le sirven para asir ni cazar. Son metáfora del ciclo que concluye. Ella no vuela en círculos. No cerrará. Para ella sólo la espiral. Entre sus dedos, la piedra pedernal. Instrumento. Buril que con golpes metódicos desprende las escamas. Pluma a pluma. La vieja piel. Cada golpe percute, desprende, cauteriza. Cada girón un paso. Ciega, sorda, muda. Debe llegar a ser.

Sentada corre, con los ojos vendados desde el risco hasta el mar. El retumbo de olas, acompaña su paso. Perdió los ojos. Los arrancó.

Ah como duele la piel que le arde en llamas. Las plumas endurecidas que le impiden el vuelo. La memoria. El olvido. Hay mucho por restaurar.

Oculta a todo ojo se azota contra las piedras. Anhela libertad. Necesita llegar al fondo del silencio. Ciega sorda muda, llegar a ser, para volver a ser.

FRANCISCO SEGOVIA
(México DF-México)

VEN.

Toca la consistencia de la tierra en este sitio
tan lejos de las vegas y la sombra. ¿La sientes?
No tocas una duna que dispersa el viento :
tocas tierra firme : el lomo de una loma.
¿Sientes cómo desde dentro
una humedad la agruma y vuelve firme?
¿Cómo desde dentro un esqueleto
le da asidero a su carne y la mantiene junta?
Debajo de la piel hay piedras
y adobe y un altar íntimo y doméstico.

Deja en paz esas cosas niña.
No descuajes sus peñas
no quebrantes sus huesos
no interrumpas el lento trance
de la tierra por la tierra.

Cuando eches raíz aquí
no edifiques tu casa
con las ruinas de otra casa. 

LINA ZERÓN
(Mexico DF-México)

MORADAS MARIPOSAS

Fui semilla de sol plantada en la tierra,
parida por un tornado de agua,
entre polvo estelar y alarido de colores.

Yo quería nacer mariposa,
águila
y que me crecieran doradas plumas,
pero nací higuera de enormes raíces
y me salieron ramas
y de las ramas hojas
y me nacieron ojos en la corteza.

De las hojas brotaron palomas
y acunaron suspiros mis rojos dedos,
mis manos abanicaron tinieblas
y probé la manzana del edén.

Supe del sabor de la sangre
y me punzaron los huesos
y aprendí a llorar con mi sombra
y a cargar la cruz del fruto de María
pero también probé la miel sagrada de la rosa
y la carne del cordero
y tuve sangre virgen en las venas
y entre mis piernas el jugo de Adán corrió.

Mi vientre parió moradas mariposas
que alimenté con savia pura de abeja
y me transforme en Olmo
para defender los frutos
y ni sequías
ni tempestades
arrancaron mi tronco de la tierra.

Cantaron muchas primaveras con sus inviernos,
maduraron los higos y a la vida cayeron
y se olvidaron de este árbol
y desnudas quedaron mis ramas.

Dejé de ser higuera y olmo,
me crecieron alas
y en las plumas colores
y en los colores agua
y me convertí en pez-golondrina.

Mis lágrimas humedecen las escamas
y los suspiros hacen volar mis alas
cuando veo las semillas que mis frutos dieron.

Soy feliz de haber nacido higuera,
volverme Olmo
y ahora ser pez-golondrina
sin nido fijo y sin cadenas.

MINERVA VILLARREAL
(Nuevo León-México)
APARECE

Antes del alba sus manos traen el cielo hasta el muro de piedra
y en lecho de madera abro los ojos que no abro
Su hábito solar su descalzo venir
estando aún dormida con otros ojos vi
Tersa Teresa de las metamorfosis
blanca es rosa su piel roza casi su rostro
Detrás del respaldo que no hay
ella misma es respaldo:
Cara brazos torso manos sobre mi cabeza
Inclinada está:
Cúmulo de luz Teresa bajo el velo negro en la tiniebla rémora
sus pies desde otro plano
la vigilia previa de atravesar
el curso de los astros
e irrumpir
Tersa de las meditaciones
En la tierra el espanto:
Más que asombro
mantequilla líquida penetrando
por no sé qué resumidero
el cuerpo:
Seré una alcantarilla en manos de Teresa
una fiebre de oro de las llagas de Cristo
un cielo desprendido del siglo dieciséis
una viuda oscilante un dominico en ascuas
una familia perseguida
y de cuatro maneras germinará lo plantado:
Agua del pozo
Agua de noria sin anegar el huerto
Agua de río o del arroyo
Lluvia del cielo:
La humanidad de Cristo desnuda tus pupilas
su tórax alanceado aún gotea
Bañémonos Teresa en esta rojedad
En la tierra el espanto
Bañémonos Teresa
El espanto Teresa

Bañémonos Teresa en esta rojedad
SALVADOR PLIEGO
(México DF-México)

8

¡Si entendieran de qué carne están hechos esos niños!
¿Qué mirarán sus tambaleantes ojos
que derriban toda lírica moderna hacia el juego
de un espectro sin voz y sin poema?
Alza su voz Goya devorándose a sus hijos,
pintando cabras negras en todas las ciudades,
cual fuesen Átropos desnudados de futuro.
¡Si entendieran de qué sueños están hechos esos niños!
Y su voz es un poema muerto, de puro balbuceo,
una extraña flor de hierro enmohecido.
¡Si entendieran de qué ojos están hechos esos niños!

ELSA CROSS
(México DF-México)

NADA VUELVE AL MISMO PUNTO

En lo alto del cerro
fulguran como cuchillas
objetos imprecisables
Algo furtivo atrapa al ojo–
manchas movedizas
las lentas evoluciones de los pájaros
Las formas se hacen  se deshacen
se rehacen distintas
El destello se apaga sobre el cerro
Y como presagio
la luna creciente
a pleno día
PÁGINA 20 – ENSAYO

ÉRIC COURTÉS
INVESTIGADOR EN LA SORBONNE
(Saint-Pierre-d'Oléron-Francia)

GUIDO BOGGIANI: EL AMANTE ANTI RACIALISTA
DEL OTRO INDÍGENA

2ª PARTE
En cambio, el racialista Beaumont, sostenía que dentro del mestizo y del criollo argentino seguía viviendo el indio, '' con todos los rasgos distintivos de su raza'', y que '' hay en ellos una negligencia, una falta de puntualidad y una lentitud que no se avienen con el carácter y las costumbres de un hombre de negocios inglés.''
Los ''negros ojos sumisos'' de los mestizos argentinos y paraguayos son ojos de indios, que callaron sus orígenes durante siglos, por miedo al desprecio general de la población, y cuando Gombrowicz y Boggiani, en sus respectivos périplos por el Río de La Plata, a veces se enamoraron de esos ojos profundos, Beaumont se empeñó en sus posiciones racialistas y hasta llegó a sostener que al mestizo argentino, ni con la educación se lo podría redimir...
En su diario de viaje a los Caduveos de 1892, inserto en mi ''novela'', Boggiani declaró todo lo contrario, lo que hace de él un opositor muy valioso a las teorías racialistas -fruto muy a menudo de simples investigadores de gabinete- ya que sus largas convivencias con ellos, lo autorizaban a semejante discurso: '''Vi y pude comprar platos ornamentados con verdadero gusto artístico, cosa que despierta aún mayor interés, cuando uno piensa que están hechos
por salvajes.
Pero no todo era positivo en su forma de ver a los indios, por ejemplo, tenía posiciones pro esclavistas, y, partiendo del ejemplo ya mencionado de la esclavitud de los Chamacocos por los Caduveos, sostenía que gracias a la esclavitud, las poblaciones negras habían progresado respecto de sus pares de África.
En cuanto al tema de la pinga -aguardiente de caña que destruyó a tantos indios, por la fuerte adicción que tenían y el uso ritual que hacían de ese fortísimo brebaje- que don Guido repartía entre los indios, con algunos cachivaches italianos, en cambio de cueros de venados y piezas etnográficas, es de decir que el Genio de Omegna ''no hubiera podido mantener relaciones pacíficas con los indios sin las garrafas de aguardiente que guardaba debajo de su cama, ya que todos los etnólogos, misioneros, exploradores y estancieros hacían lo mismo.''
Empero, excepto los dos aspectos recién mencionados, don Guido se portó realmente como un caballero lombardo con los autóctonos, con los cuales convivió en sus obrajes, o encontró en sus numerosos viajes por el Chaco y otras partes del Paraguay.
Su grado de transculturación alcanzó lo máximo, mediante la amistad e incluso el amor, su acercamiento al Otro fue profundamente humano, olvidándose de los prejuicios de su época. Por ejemplo, el estrés y la preocupación casi paterna que siente cuando su guía chamacoco Felipe extravía el camino en una de sus expediciones, es realmente emocionante: ''Le tenía tanto afecto que la simple idea de ser abandonado me afligió con un pesar inmenso, no pudiendo pararme de llorar.”
Con los Caduveos, con los cuales convivió dos veces tres meses, en 1892 y 1897, llegó a extremos su identificación con el Otro indígena, primero adoptó su traje:

Confeccioné para mí varios trajes a lo Caduveo, a fin de disponer de ropa de muda. Hice uno todo rojo flamante.
Mi primera aparición con esta ropa fue acogida por un general grito de admiración y los más elegantes del país me tenían envidia. También llevo collares en el pecho. ¡Qué pena que para completar el traje, no me hubiera decidido a quitarme los bigotes, las pestañas y las cejas!

Y luego, como es natural, se puso a bailar con ellos, hasta altas horas de la noche, descalzo,  padeciendo mil dolores en las plantas de los pies, pero dejando de a poco toda su educación occidental y adoptando los usos y las costumbres de los indios:

Después de eso, llegaron de nuevo unos jóvenes, esta vez de traje de ceremonia, esto es, de calzas, camisas, andaban descalzos y me convidaron a bailar con ellos.
-¡Pero no sé bailar!
-¡No importa, aprenderás bailando con nosotros!
No tuve más remedio, tuve que aceptar.
Me puse, yo también, las calzas, la camisa, el sombrero, etc. Andaba descalzo como los otros; tocaban el tambor para llamar a la gente, sonaba más desafinada que nunca la flauta y luego corrió la voz de que yo formaba parte del baile.
Se reanimaron los fuegos, se sacó hasta la última paja de la plaza, las chicas afluyeron apresuradas, las mujeres jóvenes y todas aquellas que todavía eran capaces de someterse al interesante ejercicio y se comenzó.
Mi inexperiencia provocaba la hilaridad de las chicas, que se divertían locamente y me provocaban a cada rato para darme a entender que estaban contentas con verme tomar parte activa en su alegría.
Me esforcé en encontrar el paso, mas era bastante difícil y sólo al final conseguí imitarlo, cuando ya me dolían bastante las plantas de los pies.
La explanada había sido barrida diligentemente; mas para mis pobres pies todavía no acostumbrados a andar sin zapatos había siempre algún terrón endurecido, o alguna raíz que salía del suelo para que me topara con ella y blasfemara.
Mas, como Dios manda, el baile tuvo fin y me sentí bien contento con volver a mi catre.

Empero, no sólo sintió con ellos el goce por compartir el placer del baile o de los cantos indígenas sino que llegó a trabar amistad real y profunda con jóvenes indios e indias, como su seguidor, el explorador checo Fric ya mencionado, por la honradez y la autenticidad de los sentimientos de los indios:

De hecho, asi como lo dijo después de mi muerte mi seguidor, el bueno de Frič poco antes de morir él mismo: '' Los salvajes son personas íntegras'', personas como nosotros, diría yo, hermanito checo. '' Encontré en ellos un sentimiento que es cada día más raro entre la gente civilizada -si es que realmente existe- la amistad.

Boggiani, al sentirse totalmente aceptado e integrado por los Caduveos, naturalmente termina en bolas como ellos, al recoger frutos de etchates tan abundantes que tuvo que sacarse la ropa para llevarlos, haciendo suya la máxima de Diderot, en su famoso Supplément au voyage de Bougainville: '' Ponerse el hábito del país adonde se va y colgar el del país de donde se es.''

Recogimos tantos frutos que no bastaron los pañuelos y los trapos hechos con nuestra ropa para contenerlos, tuvimos que ponernos en completo traje de Adán... antes del pecado, y, llenos los paños que antes nos tapaban, los llevamos hasta afuera del bosque donde habían quedado presos los bueyes, que con su yugo no habían podido entrar.
Es el último grado descendido en la escala de los hábitos salvajes y vi que, al no poder hacer de otra forma,  ¡podemos vivir de lo mejor tanto desnudos como vestidos de casaca, corbata blanca y guantes glacés!
Con lo que me di algo de consuelo por lo que pueda acontecer en la vida.  ¡Nunca se sabe...!
Al volver a la toldería, de regreso con abundante carga, fui acogido por un murmuro de admiración de toda la aldea.
Poco a poco me estoy volviendo un perfecto Caduveo. A todo la gente se acostumbra con el tiempo.

Y como es natural también, al despertar tanta admiración por su traje local, por sus bailes con los '' salvajes''  descalzo, y su final desnudez, en el simple ''traje de Adán'', como Ellos, despertó el amor en su alma y en la de su ''espozinho'', el lindo Uillíli:

Su nombre es uno de los más dulces que oí hasta ahora. LLámase Uilílli, con un acento en la segunda i. Tendrá entre dieciséis y diecisiete años y es precioso. El cabello negro y liso, como es común acá, dos grandes ojos negrísimos llenos de dulzura ornados de largas pestañas suaves, encimadas por dos cejas de arco bien delineado, y los rasgos del rostro extraordinariamente finos, lo cual, con la perfección de formas de las manos y de los pies y la proporción general de los otros miembros del cuerpo, más delgados que gordos, muestra a la evidencia la pureza de sangre que corre por sus venas.
Al contrario del uso general, no se raspa las cejas ni las sobrecejas, tal vez porque es aún muy joven. ¡Qué pena que no comprenda el portugués y no podamos conversar juntos: hubiera podido contarles tantas cosas interesantísimas para él!
PÁGINA 21 – POESÍA AMERICANA: URUGUAY
ALEJANDRO MICHELENA
(Montevideo-Uruguay)

LLUEVE

Y las gotas golpeando empedrados y techos
como orquesta de duendes
como un mantram fugaz
y persistente.

Hoy es lluvia
que moja hasta la sombra
que penetra paredes
y caminos
y sábanas.

Gatos que se agazapan en rincones
—el mar se mimetiza
detrás de lo mojado—
paraguas que se mueven y parecen
murciélagos enormes.

En una tarde así
de ritmos en el agua
no es extraño que vuelvan:
el recuerdo de amores alejados
la resaca de culpas
lo que somos.

SILVIA GUERRA
(Maldonado-Uruguay)

LÁQUESIS

Es un prisma. Es un prisma que gira.
Es un prisma que fragmenta la luz, la descompone.
Es un sueño la luz.
Es un sueño la luz que se repite.
Es un espacio verde, que se hiciera
Hay dos amordazados en la luz
en el preciso verde.
Gira una vez el prisma y se hizo tarde.
Gira una vez la luz y hay un zapato suspendido en la esquina
un montón de arañitas verdes, casi transparentes que caminan
incendiándose el lomo, sobre una tela casi transparente que no
deja respirar a los que de una manera casi transparente
empiezan a quemarse.
Afuera, alguien salta tratando de mirar por la ventana
un golpe apenas en el vidrio, una marca de sangre.
Y es la luz, los irisados tonos de la angustia
Ese silencio bordado de la tela
Crujiendo, desde la lluvia verde, casi transparente.

ALFREDO FRESSIA
(Montevideo-Uruguay)

VERSO OCIOSO                                       

Combino con distancia y con recuerdo,
existo poco y mal en el presente.
Vengo de lejos, pero sólo en sueños,
de cerca mi presencia se disuelve.
El sol que me ilumina es de topacio,
y en mi carta la luna es de papel
en áspero cuadrado con el astro
más opaco: mis tonos son pastel.
Escribo versos en endecasílabos
los días lluviosos (como es hoy) y llego
casi al presente donde me deslizo
recto hacia atrás en busca de sosiego.
Visto de cerca yo me desvanezco.
¿Música en mí? Sólo de las esferas.
Por la línea del tiempo huyo del duelo
de ese abismo en el hoy que nos acecha.
Lo aprendí en el camino del exilio:
duele el país real de la memoria
y nace como un hongo en otro sitio,
envenenado y que también acosa.
Y por eso hoy combino con distancia.
Cuando casi estoy vivo casi muero,
y casi escribo, torpe de añoranza,
un verso ocioso, ausente y con defectos.

CRISTINA PERI ROSSI
(Montevideo-Uruguay)

ESCORIACIÓN

Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo.
Tajo profundo, lleno de peces y bocas rojas,
donde la sal duele, y arde el yodo,
que corre todo a lo largo del buque,
que deja pasar la espuma,
que tiene un ojo triste en el centro.
En la actividad de navegar,
como en el ejercicio del amor,
ningún marino, ningún capitán,
ningún armador, ningún amante,
han podido evitar esa suerte de heridas,
escoriaciones profundas, que tienen el largo del cuerpo
y la profundidad del mar,
cuya cicatriz no desaparece nunca,
y llevamos como estigmas de pasadas navegaciones,
de otras travesías. Por el número de escoriaciones
del buque, conocemos la cantidad de sus viajes;
por las escoriaciones de nuestra piel,
cuántas veces hemos amado.

JORGE VINITSKY
(Melo-Uruguay)

VERANO. ¿PORTEÑO?

El otoño esperaba su turno
sudando tras los invisibles muros
de un vertiginoso " Verano Porteño"
Un verano que no era 
aquel viejo inspirador
de caprichosos poetas,
que insistían en respirar
como bandoneones:
Inspirar los humos fétidos y el aire viciado,
y espirar los melodiosos sonidos
de la bohemia y el arte.
El verano vio pasar
una pavorosa miseria,
vacía de toda la honestidad
de la antigua y honrosa pobreza.
Ocurría hace tiempo.
Ocupado en el hirviente caldero...
no se dio cuenta.

El otoño aguardaba...
Y no sabía a ciencia cierta,
quien saborearía
sus aires de frescura
y su policromica melancolía.
Quien llenaría sus pupilas
de amarillos, rojos,dorados y ocres.
Quien gozaría sin culpas del musical encanto
del crujir de la hojarasca en el parque de su barrio.
Si sus hermanos viven en umbrales,
en los límites de negadas plazas carcelarias.
Replegados hasta hacerse casi invisibles.
Odiandonos suavemente, 
humanamente, francamente.
Rumiando la espantosa acidez del hambre,
pues sin nada que comer,
su estómago se encarga de verter
fuego en sus entrañas.
Un verano tórrido en Buenos Aires,
que aprieta húmedos calores suicidas
Y en las callejas de las villas ,
miserables miasmas que talan voluntades.
Un otoño que( cobarde) demora su llegada,
ante tanta falta de rebelión y coraje.

Soy poeta de mi gente.
Esa que vive entre la mugre.
Miro de reojo al verano triste y mustio,
y escucho el llanto tembloroso del otoño...
Si mis versos no llegan
a quienes esperan una respuesta
a sus mudas plegarias...
Seré como otros egoistas
ciegos por voluntad propia,
que no ven las llagas de la piel ajena.
(¿Ajena)
Que no notan a los que callan,
ya sin fuerzas
Con sus bocas cosidas
y sus manos atadas.

SYLVIA RIESTRA
(Montevideo-Uruguay)

IDENTIFICACION CIVIL

mi cédula de identidad se venció
- hará un año y medio dos o más -
no llevo las cuentas de casi nada
habrá que renovarla y cumplir
pero pasan las fechas las citas
las hojas del calendario
- aquello sigue pendiente -
inconciencia pereza
desafío a la autoridad
resistencia al paso del tiempo
fantasía de convertirse en outsider
una manera del suicidio
Renovar la cédula de identidad
para qué para quién
a cuenta de qué
ajustarnos fijarnos por diez años
¿acaso la foto la firma las huellas digitales
son pruebas irrefutables de la identidad?
¿habrá que acomodar los próximos años
a los signos de esa tarjeta
para estar vigente
para seguir en carrera?
¿Se tratará de un control de calidad?

Mientras tanto
¿me darán por no existente
estaré dada de baja
en una lista de muertos
en suspenso?
PÁGINA 22 – NARRATIVA

MEMPO GIARDINELLI
(Resistencia-Chaco-Argentina)

EL PERRO FERNANDO

Cualquiera que haya visitado esta ciudad sabe que uno de los íconos de Resistencia es el Perro Fernando. Un cuzquito blanco que vivió en los años 50, tuvo un oído musical perfecto y es todavía, junto con las casi 500 esculturas de sus veredas arboladas, algo así como la representación simbólica de la capital del Chaco.
Dicen que su dueño fue un cantante de boleros que un día recaló en la ciudad y se llamaba Fernando Ortiz, aunque otra versión atribuye el nombre al patrono departamental: San Fernando, venerado por los primeros inmigrantes friulanos con el aditamento "de la Resistencia", obviamente contra los indios, aunque después el santo parece que perdió prestigio y el extraño nombre de la ciudad se sintetizó para siempre.
La leyenda dice que este alegre perrito se ganó la admiración y el amor de todo un pueblo por su excepcional oído musical. No había fiesta de casamiento, cumpleaños, carnaval o concierto al que Fernando no entrara para sentarse junto a las orquestas, o a los solistas, y darles su aprobación meneando la cola o, tras parar las orejas ante el más mínimo furcio, soltar gruñidos y hasta aullidos desaprobatorios. Y en las Navidades su presencia en una casa era siempre buena señal.
Era fama que jamás se equivocaba, y los mismos músicos solían aceptar que, en el momento señalado por Fernando, en efecto habían pifiado una nota. Lo que los oídos humanos no advertían, el perrito, implacable, lo denunciaba. Y no había músico que se atreviera a impedir su entrada ni a expulsarlo, porque toda la ciudad confiaba ciegamente en su oído. Fernando fue como un gorrión de cuatro patas, popular y amado, y acaso por eso mi madre decía que de no haber sido Resistencia una ciudad de morondanga, otra que Edith Piaf.
Los fines de semana, inexorablemente, Fernando recorría fiestas a su antojo y obviamente sin invitación. Y en las Navidades su presencia en una casa era siempre buena señal. Pero nadie disponía de su agenda, y su presencia era imprevisible. Pero era tal honor que llegara a un festejo que después, seguro, los organizadores o dueños de casa se pasaban la semana fanfarroneando por la ilustre visita.
Yo era chico y casi todas las tardes acompañaba a mi papá al Bar La Estrella, donde los hombres charlaban y jugaban al truco o al tute, y todo el tiempo se escuchaban tangos y conciertos en la enorme radio que los japoneses ponían sobre el estaño. Y ahí estaba, digno y sereno, escuchando atentamente mientras comía maníes bajo alguna mesa, o echadito al sol en las veredas amplias, el perrito que todos decían que habría merecido más que ninguno ser el ícono de la RCA Victor.
Cuando llegaba el verano, los preparativos navideños se hacían en esas mesas deliciosamente organizadas: aquí los peronistas con Don Chacho Bittel y sus eternos ministros, algunos de los cuales fueron campeones de tute cabrero y otros en el arte de hacerse ricos a costa de todos. Allá los radicales del Bicho León, mirando al poder como algo siempre lejano. Y junto a aquella ventana los socialistas, encabezados por el prócer chaqueño Guido Miranda, historiador y periodista. También se sentaban, a otras mesas, empresarios, contrabandistas, médicos distinguidos, abogados charlatanes y buscas de todo pelaje. El Bar La Estrella era como un mercado persa y allí Fernando, el cuzquito melómano, recibía raciones que completaba en su diario vagar por otros bares como el Sorocabana, frente a la plaza, que era el más lindo y hoy es un patético edificio que en cualquier momento la voracidad inmobiliaria y la estupidez municipal van a demoler.
Creo que fue la Navidad del 57, o el 58, cuando visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco, de apellido Paderewsky. Ofreció un concierto único en el Cine Teatro Sep, el más importante de la ciudad, y por supuesto mis papás me llevaron. La sala estaba repleta y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre anticipaban a los músicos visitantes la ineludible presencia del cuzquito) y a la vista de más de mil personas se diría que Paderewsky y él comenzaron el concierto.
Nunca olvidaré la impresión de aquel público cuando, en medio de una sonata de Beethoven, de pronto Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Paderewsky, todo un profesional, siguió como si nada. Sin embargo hacia el final del concierto, nuevamente el perrito sacudió las orejas y miró fijo al pianista como diciéndole oiga, la está pifiando.
Entonces Paderewsky, con europea elegancia, detuvo sus manos, miró al perrito y le dijo, en duro castellano: "Tiene razón, equivoqué dos veces". E hizo un dacapo y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bises y el discreto mutis de Fernando, que, se dijo después, tenía esa noche dos casamientos y un cumple de quince.
Cuando Fernando murió, toda la ciudad lo lloró desgarrada. Creo que fue en el 59, apenas iniciado el gobierno de Frondizi. Lo que recuerdo perfectamente fue el solemne entierro del animalito en la calle Brown al 350, en la puerta del entonces flamante edificio de una institución cultural llamada "El Fogón de los Arrieros". Miles de personas cubrieron la calle, las veredas y los balcones hasta más allá de las dos esquinas. Toda la ciudad estaba allí, despidiendo a su perrito.
Después la vida siguió, como siempre sigue, pero esa Navidad ya no fue igual porque a la hora de los tangos no estaba el perrito de la ciudad para aprobar música y danza. Y para mí fue la primera Navidad en la que me faltó alguien que amaba.
Hoy en Resistencia hay tres esculturas que evocan a Fernando. La que se supone mausoleo oficial está todavía sobre la calle Brown. Otra está como escondida bajo un manto de chibatos en la avenida Avalos, cerca del Club de Regatas. Y la tercera, que es la más grande y pretenciosa, y que creo que inauguraron los milicos durante la Dictadura, está en una esquina de la Casa de Gobierno y frente a la Plaza. Curiosamente —así funciona el humor involuntario— tiene la cola alzada y apunta el culo hacia las ventanas de la gobernación.
Sólo ahora advierto que han pasado más de cuarenta años y este texto me parece triste. Debe ser la Navidad, que siempre lo llena a uno de nostalgias.
PÁGINA 23 – POESÍA AMERICANA: BOLIVIA

NORAH ZAPATA PRILL
(Cochabamba-Bolivia)

LOS OLVIDADOS

Ríen, hablan
conocen los inviernos aún mejor que la nieve

Duermen en sus pesadillas enjaulados
Despiertan y se burlan de sus sueños
Todos los días mastican su memoria y beben la aventura
Contemplan el horizonte como piedras lanzadas al vacío

En vano tiñen las huellas de sus pasos
Son como el viento, sin camino
En sus manos las grietas son dobles
Como son dobles las lágrimas que surcan nómadas

Piensan en el mar, en los puertos donde gaviotas
y pañuelos acogen cansancios y viajeros

¿Qué antiguos pájaros anidan en sus ojos?

Arañados, derraman vino en sus heridas

¿Qué estrellas mueren en sus noches?

Dios los espía. ¿En qué templo el sosiego
sus flores blancas, en qué vergel
en qué planeta el amor de los hombres?

Errantes persiguen la sed y el hambre a tropezones
Se agrupan
Se reparten la lluvia cuando llueve
Se reparten la luna cuando hay luna

A fuerza de mirar el cielo les ha nacido un vuelo
Ya no tienen brazos sino alas
para partir con sus fantasmas.

EDUARDO MITRE
(Oruro-Bolivia)

CUERPOS

Hay un cuerpo que nos despierta
al milagro del cuerpo.
Hay un cuerpo que nos despierta
a la soledad del deseo.
Hay un cuerpo que nos despierta
al paraíso del cuerpo.
Hay un cuerpo que nos despierta
al infierno del cuerpo.
Hay un cuerpo que nos despierta
a los poderes del tiempo (en mi padre
lo siento. Fraternalmente lo siento.)
Hay un cuerpo que nos despierta
a la impotencia del grito
porque el grito ya no lo despierta
(Carlos Mitre, hace ya noches,
fue para mí ese cuerpo.)
Hay un cuerpo que nos despierta
a la increíble ausencia.
Hay un cuerpo que nos despierta
al exangüe recuerdo.
Hay un cuerpo que nos despierta
al incesante olvido.
Hay un cuerpo que ya no nos despierta.

RUTH ANA LOPEZ CALDERÓN
(Sucre-Bolivia)

OBITUARIO

En el cuarto del hospital -medito- miro el techo
blanco, poblado por un mísero foco, de luz amarillenta, pienso,

decepcionada, matando el tiempo
y en la cama de blancas sábanas
dibujo pensamientos
que viajan a otros tiempos

de carne débil y enfermiza, ni la sombra del pasado
la que siento
doliente hasta los huesos,
la piel como pergamino viejo
y el dolor que nubla la conciencia,
estrangula la esperanza; desintegra,
y mi alma se quiebra en mudo grito:

las penas rebosantes en los recuerdos
el arrepentimiento que ronda y se mezcla, abandonada,
y la vida y el amor y el pasado
ya parecen un cuento
digno de ser contado a los ingenuos
mezcla irónica,
emborracha al espíritu
a la hora de rendir cuentas
y de extraños sortilegios te pasa
y la vida como la mona
y el doctor apurado, escurridizo,
y el sentirme bien por ningún lado

debes hacer el tratamiento dijo persuasivo
antes de desaparecer
dejando el halo de su sonrisa dibujada
y su guardapolvo blanco
inmaculado
y los dolores no aflojan
y el corazón: ya no más
desgarrado
y los pasos de las enfermeras
rasgan la alfombra
y las pastillas de tantos colores
aturden mis ojos asustados
y el dolor que sigue a mi lado
¡como amante del brazo
caminando rumbo a su cuarto
de ida y vuelta, cientos de veces!

nadie recuerda
la mujer de pasado gris
que fui yo
que yo fui
pienso en el exilio
de los últimos años
y qué mala suerte:
soledad
tristeza,
de la vida
nada,
ni amor
ni sexo
ni vino
ni el humo del cigarrillo,
para nublar
el llanto

¡mi vida en el claustro!

como comprando el boleto
para entrar al cielo
o al infierno
y nadie sabe
por qué,
esta espera en la cama
del obituario de mañana
y esta cabeza despoblada
de cabellos que jueguen con el viento

sigo recostada y pienso.

VÍCTOR HUGO ARÉVALO JORDÁN
(Cochabamba-Bolivia)

ALGO MAS TRISTE QUE EL RECUERDO

Algo más triste que el recuerdo
Del sol ardiente de las tardes de estío
Sumiso el viento, cansada la tarde,
Sin sueño, ni hierba donde tenderse,
Sin pasto que crece en la humedad

De la tarde del recuerdo,
no hay perfumes de flores
A la vista
Quedaron atrás
En la bolsa de los recuerdos
Y se marchitaron en el olvido
Pero la memoria persistente
Nos obliga a diario a recordar
Un perfume indeleble e inexistente,

Los aleteos de los insectos no se recuerdan,

Si de las aves canoras
Que antes del calor de verano
Escribieron los cantos del otoño,
Y en el otoño se alejaron volando y cantando
Melodías que contaremos en el fuego
Encendido en San Juan
para ahuyentar el frío del invierno
Tan cotidiano este año
Que no recuerdo cuando
Cambiamos de siglo.

Algo más triste que el olvido....

PAURA NATALIA RODRIGUEZ LEYTON
(La Paz-Bolivia)

1

Por ahora no deseo agua.
Las piedras de los ríos
forman galaxias y hoyos negros.
Hay murmullos que acarician la noche.
Hay flores atardecidas
que aguardan tu retrato
y discurren lentas,
diciendo nuestro nombre.

2

Algunas señales
me despertaron la piel.
Cierro los ojos
y transito cada tramo de mi cuerpo,
palpando
una infinita oscuridad
que me ahoga.
Quiero oler una piedra lisa,
lamer el polvo de las ventanas.
Deseo poesía para mis dedos
para lavarme los pies.
Para desvestirme de mí
y hablarme de lejos.

3

De barro
son los ojos que me invaden,
son de silencio
los pasos.
Este sol azul
que recorre el tiempo
es nuestro idioma solitario.
Y nos dice más sombras,
más objetos delirantes,
más recuerdos.

4

Busco algo que ocultan mis manos:
una pequeña pieza de relojería
anterior a nuestros huesos
que ahora sólo existe en el paladar,
como alguna melodía,
como voz providencial.

GABRIEL CHAVEZ CASAZOLA
(Sucre-Bolivia)

VUELO NOCTURNO / ARTE POÉTICA

El eje del mundo se ha movido hoy diez centímetros

a la izquierda o a la derecha quién lo sabe
pero los poetas esta noche andan revueltos

y se descalzan
y entran al río
y se ponen
a atrapar
el resplandor
de las estrellas

a atraparlas
con las manos
en el agua.
PÁGINA 24 – ENSAYO

NEFTALÍ SANDOVAL VEKARICH
(Belgrado-República de Serbia)

MUJERES COMBATIENTES
Pero en la noche el sueño las hace prisioneras…

 Distante pero no inalcanzable, se extiende la estepa llenando el vacÍo con el ruido de los carromatos en movimiento lento y constante,  el fastidioso ladrido de los perros que no cesan en su intento de mordisquear las patas de los caballos, cuadrúpedos pequeños, ágiles, a veces tan rápidos como el viento que despeina las altas hierbas y se desliza por la pelambre húmeda de sudor, el implacable galopar que le impone el jinete no lo claudica, lo ha hecho fuerte y resistente, se conoce su raza y su valía entre las tribus vecinas; sucio también el hombre por el sudor que empapa la ropa, que deja huellas malolientes en las barbas largas y ásperas,  en los gorros de piel de zorros y liebres, el consumo frecuente de la carne grasosa de los equinos sacrificados en las postas le impregna ese olor característico que lo identifica entre la mucha gente que coincide en el remate y venta de esas cabalgaduras de indiscutible belleza en los mercados y ferias, corceles que no se consiguen en ninguna otra parte e indiscutible cruce para las crías de los mongoles y tártaros que toda su infancia y vejez ha transcurrido a lomos de semejante milagro de las llanuras.
  Los carromatos, arrastrados por bueyes, van acompañados de vacas y ovejas, lógica proveniencia de asentamientos dedicados al cultivo de la tierra y mantenimiento de animales que les proporcionan no solo carne y leche para los críos sino también la materia necesaria a la confección de vestimenta apropiada tanto para la temporada de los calores violentos como del frio que baja a temperaturas insoportables. El frio y el calor desproporcionados son una consecuencia natural de la estepa a la que están ya acostumbrados los grupos humanos que, al llegar a las orillas del Ponto, decidieron reemplazar los carromatos, propios de las características de la vida nómada, por habitaciones primero construidas con troncos de arboles y un poco más tarde utilizando, como en la preparación de la terracota y de la cerámica, barro cocido mezclado con paja y boñiga a manera de pegamento.  Tuvieron allí en la costa del Mar Negro un contacto ocasional y vital con un voluminoso grupo humano que se preparaba, como lo hicieron sus antepasados en épocas pretéritas, para atravesar las aguas y llegar a la otra parte del continente.  Grupo heterogéneo, mestizaje con una etnia misteriosa cuyo lenguaje no coincidía con los grupos conocidos, encima de los túmulos donde yacen abuelos, bisabuelos y tatarabuelos era dado encontrar estelas o losas con extraños signos imposibles de ser descifrados por los intrusos que empezaban a acaparar las mejores tierras próximas a la costa, tampoco sabían ellos de donde llegaron, estaban allí desde siempre, cierto en verdad que fácilmente se podían diferenciar de los demás por el pulcro y blanco ropaje  demostración de su devoción a Kolo, su dios solar, al que también llamaban Belo o Bello y a una deidad lunar, Leyce o Iana Sandiana, su compañera.  Sus antecesores habían sido constructores de naves, conocían los secretos y las corrientes del Ponto, por lo tanto  un día emigraron en forma tumultuosa hacia regiones supuestamente más atractivas llevándose a las mujeres jóvenes, las ancianas, los niños y los abuelos se quedaron por ser vulnerables al peligro de la aventura, no obstante quedó entre ellos la habilidad de domesticar a las abejas, la miel un alimento milagroso de su etnia e indeleble huella de su identidad se hace presente entre aquellas familias que dejaron en los Balkanes antes de continuar su esparcimiento utilizando el Okeanus Potamus (‘), mucho más allá de las llanuras y bosques adyacentes al rio Alba, así lo bautizaron, sucesivamente quedaban atrás los ancianos y los niños, la aventura ha sido un ciclo irrevocable, a pesar de todo el tiempo tiene su apogeo, fueron en largos intervalos olvidados por las tribus ignaras que convirtieron su historia en una manta andrajosa de leyendas y  mitos, sus reyes y reinas ingresaron al panteón de los dioses que tomaron prestados a la brava de los gloriosos desconocidos que les precedieron, se apropiaron de sus conocimientos y proscrito el idioma para no ser recordados, sin embargo en un rincón del Danubio, en Vincha,  quedaron inscritos en piedra, losas y vasijas sagradas los símbolos de una escritura que favoreció el esfuerzo años más tarde de jóvenes historiadores de Serbia para descifrar lo que no pudieron destruir ni los advenedizos griegos ni los romanos, se hayan vestigios de una gran civilización neolítica cuyas desconocidas raíces se supone están dentro del mismo campo europeo, propiamente en la cuenca danubiana,  y no en Asia Central de donde sacaron los germanófilos el embeleco de los idiomas indoeuropeos, bien se supone que se trata de la corriente de los palaeochtons o de los gegeneis, los primeros hombres de que habla Nikolae Densusiana en su prehistoria de Dacia.
Lejano el horizonte, si, pero alcanzable al suave y constante trotar de los caballos y de la proverbial paciencia de los toros castrados arrastrando las carretas, los carromatos atiborrados de objetos de uso doméstico,  mujeres y niños; a la zaga, a una prudente distancia, va un grupo singular y compacto libre de toda relación con los patriarcas, conocen la doma de caballos,  el uso del arco y de las lanzas dentadas y agudas, se hicieron para el combate no para la vida placentera de los machos, conservan su frescura, la dureza de sus senos redondos como manzanas silvestres y la elasticidad de los músculos para competir con las gacelas, cabalgan con la aurora hasta los confines del día y disfrutan de si mismas por las noches en torno a las hogueras y de los humeantes pucheros y calderos de cobre para mitigar el cansancio y el hambre, ríen y cantan, memorizan las historias de su pueblo y conservan solamente a las hijas que serán igualmente guerreras indomables, son sármatas, más tarde con los alanos y los celtas, remanentes de los pelasgos que regresan descendiendo del norte a los Balkanes y a las estepas de Rusia y Ukrania, harán parte de la génesis dejada por los gegeneis en las etnias que se conocerán al madurar algunas centurias como pueblos eslavos.  Heródoto hablará de ellas y Homero, que no puede ocultar su amor y admiración por estas reales hembras, dejará que en forma simbólica muera el dominio de las féminas a manos de Aquiles que dará muerte a una de sus reinas que habían llegado a Troya para defender y proteger a sus hermanas de sangre, pues eran las troyanas de la misma estirpe, como las de Frigia y Lidia, luchando contra los rapaces griegos ladrones camuflados en falsas alianzas. Helena, animal de alcoba remilgada y pueril, fue el pretexto para armar navíos y tropas de invasión preparadas para el saqueo y el robo de las reliquias milenarias guardadas celosamente por Troya, como lo hicieran alemanes y austriacos en la primera y segunda gran guerra del siglo XX.  Tropas de asalto norteamericanas desvalijaron los museos de Irán y de Irak para acomodar la historia contemporánea de tal manera que justifique sus veleidades de grandeza.  Así fue sepultada y olvidada Nubia por los faraones.  En las dos grandes guerras del siglo veinte 40 vagones ferroviarios salieron de Serbia hacia Berlín y  Viena ahítos con los archivos y volúmenes de indescriptible valor histórico, al no poder arrastrar con todo la aviación nazifascista bombardeó y destruyó la Biblioteca Nacional de Belgrado.
No muy lejos de los campamentos escitas, en las propicias llanuras vecinas al rio Don, en Ukrania y Rusia, se establecieron las mujeres sármatas dueñas de su contingente y ajenas al trajín doméstico que dejaron en propiedad a los hombres reducidos a servir a los escitas en sus expediciones de saqueo.  Los escitas temían a estas mujeres, jamás pudieron sus hombres doblegarlas por lo contrario convirtiéndolas en enemigos feroces y perennes.  Era tal su agresividad y arrojo que fácilmente contraían alianza con las etnias culturalmente más avanzadas.  Heródoto aplicaba el epíteto que los escitas les endilgaban: antianiras, las que luchan como varones.  Cuenta Homero que Aquiles, al vencer y dar muerte al formidable guerrero que le había hecho frente durante un largo combate,  lloró de indignación y dolor al descubrir,  libre del casco que protegía su cabeza, que su adversario era una mujer de imponente hermosura, Pentesilea, la reina sármata. Muchas otras también perecieron a manos de los enemigos de Troya, los historiadores de la antigüedad, entre ellos Quintín de Esmirna, Plutarco y Pausanias, exponen en una larga lista los nombres de estas guerreras, nombres que se destacaron en poemas épicos de la época  que, como ‘’Etiópida´´,  lamentablemente se han perdido.  Ariosto, en su ‘’Orlando Furioso’’,  resalta la efigie de la reina Orontea,  y una de ellas, cuya nave arrastró la tormenta fuera de Troya, fundó la ciudad de Cleta que lleva su nombre en Italia.  En Samsun, Turquía, se levanta un imponente monumento en honor de las amazonas, las guerreras Ha-Mazan como fueron conocidas en el mundo persa. 
Siguen ellas en pie de guerra, son como banderas, “antorchas contra el viento’’ diría el Poeta Barba Jacob, las encontramos a diario en la brecha defendiendo lo que nunca será imposible para ellas, recordemos a la reina Boudica que inició la resistencia con  sus hijas y un grupo de mujeres, hizo temblar al imperio romano, quemó Londres hasta los cimientos, finalmente los soberbios invasores de la isla fueron expulsados de Britania.  Nzinga, de Angola, acabó con el dominio portugués;  Yaa Asentewaa, de Ghana, logró con las mujeres de su bando plena victoria sobre los ingleses; A-Kahina, reina de las tribus nómadas de los Yarawa, frenó la invasión árabe en el Magreb.  Florence Sands, una inglesa que obtuvo el grado de capitán del ejercito serbio en la primera guerra mundial,  participó en forma activa contra la invasión austriaca; Milanka Savic, un fogoso y hermoso joven, admirado por su arrojo y heroísmo en los combates en las guerras balcánicas, al caer gravemente herido las enfermeras descubrieron que era una mujer, en la actualidad, en la ciudad serbia de Kraljevo, se levanta un monumento en honor de esta amazona, y así unas detrás de otras estas mujeres guerreras estuvieron entre los partisanos que lucharon contra los ejércitos hitlerianos; en las peleas y escaramuzas por la independencia en Colombia, Argentina, México, Bolivia…  muchas, muchísimas mujeres anónimas combaten y aun siguen combatiendo por sus derechos, así ahora tenemos el ejemplo reciente de Malala,* la valiente y audaz muchachita afghana, bella y valerosa bandera de los mujeres musulmanas que reclaman su dignidad y la abolición de una costumbre esclavista y bárbara en el mundo árabe.
PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA: CHILE 

GONZALO VILLAR
(Viña del Mar-Chile)

RECIBIR EL NOMBRE 

Hubo horas en que no tuve nombre.
Existía mi llanto .
Sobre mi cráneo había mechas tiesas.
Había manchas en mi piel
y miles de certezas en mi carne.
Todo un  cosmos tuve.
Pero no tenía nombre.

Mi padre, entonces,
trazo letras sobre un libro
y surgió mi nombre.
Pequeño vínculo con lo invisible.
Lazo hacia la luz.

ROSSANA ARELLANO
(Santiago de Chile-Chile)

CRUEL SILENCIO

Cruel silencio,
silencio sin panecillos de paz
que deja las almas exhaustas,
como ollas de pobre,
gastadas de tanto raspar
el fondo del mundo,
entre pucheros de miseria.

Miseria, pecado innecesario,
crudeza de todos los tiempos
mientras nosotros
los mismos panzones de siempre
hacemos fila interminable
en los infiernos
que acomodan tanto público.

Vuelas, hambre,
como un pájaro despistado
en patrias ciegas
que huelen a pescado
y seres atontados de fútbol,
sin enterarse
que les están pateando la cabeza.

Un perro ladra en la esquina
más próxima a tu boca,
necesita recomendaciones,
las paredes han sido invadidas
por grafiteros y no quedan árboles
donde mear, un domingo de ramos.
Entonces vomita un aullido.

¿Qué será de todos esos,
los que habitaban el limbo?
Dicen que vieron a la del pearcing
con maletas de vanidad
cargadas por sus otrora "compañeros"
y siguen huyendo de la lluvia
las mismas viejas de las casas de Nylon.

Existen las navajas de los despabilados,
repletan los andenes de la vida
con muñecas de trapo bajo el brazo.
Me han contado que los vieron
con camisa almidonada y colleras de oro,
los he visto bostezando sueños ajenos
en congresos del infierno.

EDUARDO ARAMBURÚ
(Copiapó-Chile)

TUS OJOS

Hoy, me detuve en tus ojos, y vi
un trigal abierto jugando en las colinas.
Caminé por la luz de tus pupilas
y una niña se columpiaba en el viento.

No quise interrumpir tu pensamiento,
pero tus ojos me invitaron y pasé
A la casa de tus sueños y soñé,
Que tú y yo jugábamos en una alcoba
de papel

Tomé un trozo de tu alma y salí,
bebí en tu boca una copa de estrellas
y la noche me sorprendió delirando,
cantando …

No sé … que tus ojos estaban en mí

FREYA HÖDAR NISTAL
(Santiago de Chile-Chile)

CALIDOSCOPIO AZUL

Lincha el prejuicio del humor satánico,
anhela importunar con un titánico
escarmiento a la roja emperatriz,
libre de la serena guillotina
el músculo, la oculta golosina,
se malogra sintiéndose infeliz.
La atalaya, perfume de aromáticos
esbozos, pinta sus versos simpáticos
fútil iris extinto en soledad,
la hendida lengua ciñe sus agujas
y lame así la costra entre burbujas,
calidoscopio azul de la verdad.
Desequilibra una elipsis las métricas
para esculpir el mal de curvas tétricas,
salidas, con relente, en su escozor.
Límpido edén, se me insinúa manso
resolviendo el ecuánime descanso,
a la savia, caricias y dulzor.

JORGE ETCHEVERRY
(Santiago de Chile-Chile)

EL TEMA

El tema se revela inasible
Se avergüenza en recovecos mudos
de autorreflexión
aventuramos que el tema está compuesto
por el tejido adiposo de la vida
que subyace a sus anécdotas
como el humus debajo de las múltiples plantas
como la antimateria invisible
pero que sustenta al cosmos
Lo otro es disfrazar el tema con cuitas y placeres
que todos compartimos
que son comunicables
en un brindis con un cáliz
partido en forma horizontal
una mitad de luz la otra negra
No es que estemos reivindicando el tao
punto medio que no existe
O serpientes que se abrazan o muerden
en todo caso entrelazadas
La paz la otorga esa misma goma o pegamento
que en realidad es la que une
y como decíamos
sustenta

Pero no se debe abordar el tema
con este tipo de texto
supuesta y formalmente poesía.

WILMA BORCHERS
(Santiago de Chile-Chile)

SIN OLVIDO

Será inútil, la tentativa del olvido.

Infiltrará tenaces musgos,
raquíticos cangrejos,
pulpos de ojos titánicos,
provocativas medusjibias.

Será inútil, la tentativa del olvido.

Tendrá ademanes familiares,
como surgidos desde retratos de difuntos.
Eternos florecerán sus aceites camaleónicos,
brotando bajo la escayola de los muros.
PÁGINA 26 – NARRATIVA

J. M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

AGUA CLARA, AGUA OSCURA
-Apotegmas-

¿Qué son los días en una existencia?  ¿Qué son las pasiones de los días? ¿En qué se cifra el desconcierto?  En cada mirada que rehúye otra mirada, en cada abrazo negado, está la respuesta.


En el reposo de la noche el corazón se agrieta. Pierde toda fortaleza, como un niño con miedo. La mañana hace que el corazón vuelva a otras funciones.


Como las estaciones, dicen que son las edades. Gran falacia. ¿Y cuando se pierde una o se pasó por alto, inadvertidamente, y se continuó en un verano de afeites y vidrieras? ¿A qué estación se pasa después?


Sólo la muerte tiene respuestas para todo. El gran misterio nunca resuelto, créalo, es el de la vida.


Juego de imposiciones sin respuestas: eso es el olvido. No es la memoria perdida, ni el tiempo jugado que no se quiere ver. Imposiciones de la conciencia, imposiciones sin respuesta, hacen que el olvido sea un hierro caliente.


Las leyes se inventaron para transgredirlas, para desobedecerlas.   Los códigos, en cambio, aparecen para tranquilizar y diferenciar.


También el corazón tiene sus aritméticas. Que fallan casi siempre en los resultados, pero que continúan –desde que el hombre es historia- cifrando las decisiones.


Las culpas son la excusa en que se recuestan los inocentes. Los auténticos culpables difícilmente hablan de culpas.


La vejez es un premio, aunque a veces funcione como un castigo. Es el premio a la capacidad de resistir las frustraciones y al falso halago de los éxitos.


Después del frenesí viene la calma. Las virtudes dejan de importar y los defectos se asumen casi honrosamente.


¿Cómo defender la familia sin que cada miembro pierda su libertad? ¿Cómo encapsular con amor el núcleo que intenta proyectarse afuera? ¿Cómo superar las diferencias y lograr que todas y cada una sean aceptadas y aún que el propio diferente lo acepte?


El aburrimiento es peor que el cansancio. Para éste puede haber almohadas. Para aquél
sólo brillos fatuos que nunca curarán del todo.
Las ilusiones no  escapan a su origen semiótico: son un juego. El juego del azar revertido
y  el juego de soñar lo que no fue, lo que no es, lo que no será.


Estamos todos atados a lo noción de futuro, a las expectativas que genera el futuro. No nos damos cuenta que siempre se vive en presente, que el futuro es sólo uns transgredida utopía que jamás alcanzaremos.


No hay grado de saturación para el dolor. Demasiado dolor, suele decirse. Puede haberlo más, aún. Tampoco hay grado de saturación para la paciencia.¡Y cuánto lo saben quienes la han perdido!


Los hombres-islas no existen. Aún aquellos que sólo dialogan con la naturaleza, están conectados al mundo.


Nada comparable a la paz interior: esa quietud del alma.Por sobre equilibrios y cierta inocencia sostenida,  está la certitud que  -en todo lo existencial-  no cabe resistir.


Hay almas errantes sostenidas por cuerpos, aunque no se crea.  Pasan sin que uno se aperciba que pasan. Y si alguien llora, pasan sin que se perciba que pasan.


El hombre es incrédulo hasta para los milagros cotidianos. Los goza, pero  no los comprende en su esencia.


Cada sentimiento tiene su altura de percepción. Pocos, muy pocos tienen profundidad.


Escapa a tiempo el ignorante. No quiere saber de la inmortalidad, porque todavía no entiende del todo la razón de la vida.


La verdad está en todos lados, a cada paso. Aunque no deba confundirse nunca con la realidad.


Las cualidades sencillas difícilmente son vistas. A lo sumo, inspiran cierta falsa comprensión.


Desenmascarar al hombre ¡cuánto riesgo en el intento! Primero se desenmascarará uno mismo (sin reconocerlo) y continuará buscando lo imposible.


Para el artero oficio de juzgar hay que comenzar por comprender.
La gente fuerte es la que más se emociona. El débil, de sólo saberlo, contiene sus efusiones y sortea los espacios de conflictividad.


Los genios existen, a pesar de sí mismos. A pesar que intentan ocultarse, que prueban rebelarse, que juegan a ser niños. Igual existen.


Conspiraciones de silencio contribuyen a que el hombre se desconozca. Es incierto abrir diálogos con la propia sombra. Y de qué valen esos diálogos.


El infortunio tiene hora y día, aunque se prolongue en el tiempo. Comienza a partir de ese instante en que, subvalorando la vida, uno intentó cobrar revancha con el rechazo.


El mundo no es ni masculino ni femenino. No tiene sexo, simplemente. Sólo intentan adjudicárselo quienes suponen que la historia –ese compás de las posibilidades- es artera y sólo registra a cierto sector de la humanidad.


Duele el olvido. Duele el olvido que se contabiliza y no se perdona. Hasta en el amor, el olvido es un paréntesis.


Los animales tienen memoria, dicen. Habría que preguntarles cómo hacen para no almacenar rencores.


Es un oficio duro la vida. Pero es posible vivir si el hecho de saber que también hay  días nublados, nos hace celebrar al sol.


No hay efecto sin causa. Por ello, cuidado con las víctimas, que tantas veces  resultan ser sus propios victimarios.


El espacio de la cordura es estrecho. Y más estrecho lo tornan los obcecados.


Desde la mansedumbre, todos los dolores hallan comprensión, aunque no consuelo. Desde el orgullo, cada grieta es un abismo.


El sentido común no se aprende en la escuela. Y no es como otros sentidos, que se llevan naturalmente, por orden biológico. El sentido común se talla a golpes, sobre la mente.

Aquél que sepa definir la felicidad, hallará el por qué de la vida vivida.
PÁGINA 27 – POESÍA AMERICANA: REPÚBLICA DOMINICANA

KARINA RIEKE
(Santo Domingo-República Dominicana)

EPITAFIO A LA LOCURA

 Estoy aquí sin rostro
En la esquina donde
Se disipan mis angustias
Con ese grito esforzado
Angustioso
En contra y
De frente a los demás
 
Estoy aquí sin tiempo
Arañando el significado de esta voz
Sola con la fachada de un poema
Que se asedia a sí mismo cuando
Intento aproximarme a su imagen
 
Estoy aquí desgastada
Ante la frialdad de una mirada
Consumiéndome las inexpresables ganas
Que se pierden ante la angustia
Implícita en el verbo
 
Estoy y desaparezco
Hacia los limites que se
Rigen oscuramente
Con una precisión casi feroz
Ante la idea del fracaso
 
Pasivo e inerte
Como la voz teñida que
Interrumpe la marcha del tiempo y de
Todas mis muertes
 
Habito en el aquí apropiándome
Del  pasado y futuro con un
Entusiasmo delirante  
A fin de reconciliarme con el
Carácter prohibido del espacio
 
Sigo aquí alojada con la
Indispensable cortesía de una señal
Que se rescata simultáneamente con mis cosas
Para probarse siempre inalcanzable
Para aglomerar todas mis soledades

OSCAR PEÑA
(Las Matas de Farfán-República Dominicana)

AUSENCIA

Maldecir tu nombre ya no basta
sólo sé que no existo sin ti
que me sobra la ausencia
de tu aroma
de tu piel
de tus senos
de tus piernas largas
de tu risa
Y es que cuando estás
llenas todo
hasta el suspiro
porque tu cuerpo llega a ser mi cuerpo
Y es que estas batallas
han dejado heridas sobre cicatrices viejas
que surcaron pedazos del alma
Y es que tu ausencia cala hondo
Hasta que finalmente
llegan señales de que pronto
te arrojarás a la próxima batalla
de esta guerra que libramos hace años.

KATHERINE CASTRO
(Santo Domingo-República Dominicana)

LOS REYES MAGOS ESTÁN MUERTOS

Eso de perder la cabeza nunca estuvo en mis planes.
Pero uno crece.
Olvida lo que una vez supo y crece,
manda al diablo las sábanas y los sueños
para entregarse a un mundo construido en miedos
que se multiplican con cada amanecer. 

Uno olvida que un día no tan lejano pisó la gloria
y sintió la calma del Mar Caribe habitando sus pies,
otorgándoles el derecho de entregarse a amar un rato,
sin dar espacio a las dudas.

Entonces uno llora.
Uno duda, olvida y llora
como un desquiciado que perdió el rumbo
en una cama que ya no recuerda.
Como el que no sabe qué pierde
pero sabe que al final, no importa lo que pase, siempre pierde. 

Y se pregunta si vale la pena
ser tan incapaz de entender
tan dispuesto a mandarse uno mismo a la mierda
por unos ojos que nunca podrán ver lo que pasa.

Y estamos todos muertos
tan solos
dedicados a dejar que la vida siga doliendo como si existiera.

RAMON SABA
(Tenares-República Dominicana)

AFUERA ESTÁ LLOVIENDO SOL

A mí no me pasó el silencio...
se quedó enclavado en mi pecho
y todavía el rumor de sus olas me salpica con fuerza.
Se cierne sobre el viento
para empujar este tiovivo de apasionados giros.
Se dormitan las cadenas doradas en su embeleso.
Ya las gárgolas palidecen en la aurora de desvelos
y paren cánticos de luz
como este que adormece al cielo.
Afuera está lloviendo sol
con recuerdos latentes
mientras los abraza la lluvia.
Alto canta la noche
a medidas que muere el silencio
mientras renacen flores en el rito
y resurgen en espasmos su agonía.
Dormita la luna con su letra
y enciende cenizas en concierto de noches.
Y estoy ahí
navegando horizontes de lunas
despoblando el tiempo.
Tránsito de rutas doblegadas de ruinas
Plumas errantes que cultivan espigas de invierno…
Afuera está lloviendo sol...
¿ cuándo saldrá el amor ?

RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO
(Constanza-República Dominicana)

LA VIEJA CASA

1

Era del tamaño del mundo la sala de la casa,
y como el océano, poblado por sus peces,
sus algas y sus rocas,
era el patio,
que terminaba donde pastaba el ganado
y algún potrillo perseguía las mariposas
o más allá donde bebían los arco iris.
Era de azul y rosa y olía a geranios,
hierbabuena y azucenas,
amplia, cálida y dulce
como el abrazo de mamá
cuando me dejaba o me tomaba
de la cama.

2

Tenía rosales y naranjos, peras muy dulces
y zumbadores haciendo escalas en los imaginarios
aeropuertos de las copas de los árboles;
tenía aguacates, nueces y guamas,
el patio,
todo el patio tan grande de la casa grande donde los gallos con sus lustrosas plumas
galanteaban al sol y a las gallinas.
Yo me mecía en las ondulaciones
que dejaban los patos al nadar
en la laguna.

3

Sonaba como flauta dulce
el melodioso piar de polluelos y pichones.
Brotaban sinfonías de la cocina
o llegaban como ráfagas desde los tomatales las tonadas de los trabajadores.
Y en un rincón la radio, las canciones
y el retrato del abuelo.
Era tan grande y tan pequeño
ese espacio tan íntimo, del tamaño
del mundo, la sala de la casa.

JAEL URIBE
(Santo Domingo-República Dominicana)

MIEDO

Me asusta esa mujer
sembrando ausencia
en los pliegues diminutos de mi cama.
Vasija rota,
rellena de ruidos,
condimentada por el llanto.

Le temo a pensar que me asusta,
que carga entre sus ojos la muerte.

Mujer desparramada en la noche,
ahogando su angustia en un tintero negro.

Tiemblo sólo con decir su nombre.
Su nombre cargado de silencios.
Huyendo de la gravedad de sus huesos,
hartos de tanta indiferencia.

Me temo y le temo a la que habita,
la que tantas veces pienso
y me transforma en ella.
Una red amanecida sin peces
alimenta a cuenta gotas nuestra lengua.
Me lleno de su rostro sin rastro
de su aliento sin huellas.
Sus pies caminando entre mis pasos.
Aunándonos en la tierra.
PÁGINA 28 – NARRATIVA

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA DANZA DEL SILENCIO

En medio de una selva donde la vegetación crecía apretujada, cada mañana, antes de que algún rayo intrépido del sol colara por entre los copones de los árboles centenarios - o milenarios tal vez-  la mujer detenía su paso para dar comienzo a una extraña danza del silencio.
Danza cruel.  Danza sin vida. Danza escrita en pentagramas desparejos sobrevivientes de tiempos inquisidores refrendados por escudos y leyendas escabrosas: «exurge domine et judica causam tuam. Psalm.73  - Álzate, oh Dios, a defender tu causa, salmo 73 (74)
Baile típico de los que no oponen resistencia a los más crueles destinos; el que invita a seguir cada movimiento con la pasividad inadmisible de quien se sabe deglutido por el tiempo sin hacer nada por evitarlo.
Solo ella podía escuchar cada acorde antes de introducirse en ese espiral instigador de ausencias.  Nadie en su sano juicio, mucho menos en las situaciones circundantes que se padecían en el poblado,  podía seguir aquello que parecía un absurdo ritual descolocado  en esos  tiempos convulsionados que perduran hasta hoy día.
Y se extienden multiplicando la tristeza.
Y cruzan mares y sierras, llanos y ríos muchas veces teñidos de rojo dolor, de rojo despedida forzadas, engendrando más odio, más vergüenza.
Parecía ser el descarne de un alma  sin espacio propio integrada a un mundo alocado que giraba a punto de estallar más allá de kilómetros y kilómetros de vegetación tupida amenazada también por un futuro que se acercaba a vuelo de avioneta defecando nubes tóxicas.
Era sorprendente, digamos mejor, era patético,  hasta para la vista de la propia naturaleza adyacente,   ver esa contorsión anómala  producto de la cópula obscena entre la realidad y la inconciencia.
La mujer no hablaba, no respondía cuando terminaba su baile si acaso alguien se cruzara por la misma trocha que la llevaba hacia el lugar. Sendero remarcado por las botas de quienes se atrevían a seguir otros acordes,  en ese caso, audibles: los que empujan la melodía del destino mejor que suele omitir el silencio por considerarlo herramienta funcional para la repetición de hechos execrables y  para el olvido.
Ausente de todo, uno puede asegurar que hasta de sí misma, Johana agitaba con orgullo sus cabellos color noche cerrada  que parecían olas de un mar contradictorio, tan calmo como tenebroso.
Apenas la acompañaba una manada de corderos cabizbajos,  respetuosos  de  los movimientos que ella realizaba con el celo del artista que ejecuta su mejor obra, hasta que el último acorde del silencio estallaba,  sacudiendo las matas y conciencias, -estas últimas si las hubiera cerca-
Cuando la  estrofa final indicaba el colofón de la danza, el grotesco grupo de corderos alineados en prolijas filas emprendía la retirada rumbo a algún espacio protector que nunca se supo dónde quedaría, aunque fuera muy fácil de intuir.
Y así, con lluvia, sol, sombra y misterio protector de aberraciones, Johana regresaba cada mañana a su lugar impropio para alma humana.
Los corderos, con la mansedumbre incongruente de quien sabe que la muerte lo espera sin hacer uso del más elemental recurso instintivo capaz de garantizar su supervivencia,  seguían a la mujer de edad extemporánea que arrastraba la larguísima cadena de la calma resignada.
Corderos, mujer-danza-mutismo,  conformaban una sola figura que lograba entenderse muy bien con la incoherencia. A  pocos kilómetros de ese búnker entre la foresta, los tímpanos estallaban por los estruendos lanzados indiscriminadamente contra todo lo que representara una esperanza, produciendo la perversa  agonía de la vida.
PÁGINA 29– POESÍA EUROPEA

ISABEL REZMO
(España)

MUJER

Yo soy mujer.
En el cuerpo.
En la cama.
En tu sexo.
Soy mujer naciendo
en la mañana.
Soy mujer viviendo
en último segundo de la rutina.
En la soledad.
En tu silencio.
En tu incapacidad
de mirar o no más allá.
Yo destilo caricias humanas
en la boca.
En los tacones que me pongo
o en las pizarras que desencadena el sueño.
Soy persona.
Soy el llanto.
La sonrisa.
La dicha o la tristeza.
He repetido que soy mujer.
Mujer entre mis hijas.
Mujer cuando no te oigo.
O no te busco porque espero.
Te espero a que me grites
tu respeto.
A que sea algo más
que la indicación a tus deseos.

AHARON SHABTAI
(Israel)

NO, SAFO

La cosa más bella, dijo Safo, es aquel que amas.
No Safo, digo yo. Aquel que amas no será bello
mientras un contratista o corporación o compañía de personal chupe su sangre-
Con 15 siclos por hora no hay futuro para la belleza.
Déjame sacarte de la cabeza la basura con que te han alimentado.
Anaktoria no será bella si la obligan a trabajar como prostituta,
Attis no trenzará flores si cierran la fábrica y la trasladan a El Cairo.
Por lo tanto, lo más bello, la precondición de la belleza, es la lucha de clases.
Tenías razón. Ni jinetes ni fuerzas armadas, ni buques de guerra,
pero cuando prevalecen la solidaridad de los trabajadores, la cooperación y la igualdad
entonces los cielos y la tierra se besarán en los ojos de mi amada.
Por lo tanto, no es entre los escritores, ni entre los docentes ni en un concierto
que encontrarás hoy la belleza, sino en los sindicatos:
los basureros, los camiones de la basura, Safo, son la cosa más bella.

MARTA ZABALETA
(Reino Unido de Gran Bretaña)

BORRACHERA DE HASTÍO
Dedicado al chinito, montuno

Quisiera
esa mansedumbre brutal de los vacíos que se entremezclan:
me liberan.
Libo el vino y canto a la salud del patronímico que enrostra en su garganta frío y caliente, gargantúa de Oriente, un orgasmo de libélulas y grillos, valga
en su estertor la primavera.
Baile de los encajes azules, de las medias mustias, de la madre adolorida, de la nana sin llagas, valga.

Tu hombría.
La heterosexualidad debida a las manzanas. Cuerpo y figura, hasta la sepultura, me basta
una naranja. Bien pelada, azuzada de escombros y consonantes,
prima luna de verano,
verde rota de primavera.

Hay tres o cuatro ranúnculos, pero pueden ser, sin embargo, pleragaragious,
sin que medie
ningún responso.
Por un canal temprano de la tarde de Wimbledon van
tus luciérnagas: el cristal, la esmeralda, la rosa del desierto, sea Khalo o cualquier otra, tuya es la comunera. Tú siempre figuras.

Lejos estás del momio: desdeño esas figuras, te respeto…
con tozudez, hermano, tu ritmo acompasado: 

el rey
la niña 
yo
tonta.
El amo, tú amas, él no me ama.
Escucha mis libélulas: ellas sí son
rosas. Simientes,
sin agujas, puro senos y vientre.

No soy ni un pétalo. Soy tu sirvienta, tu ídolo incaliente, o tu espejo pantalla.
Espantapájaros yo, avispa.
Triste es adormecerte, pleno mío: CELAS
Sobre la nieve cojeo, y como pellejo de serpiente atrás, veo el río. Y más atrás,
veo tu cara y tu recuerdo. Bravo mío.

Tú el sirviente, yo el ama, y quinientos duendecillos en la simiente.
Renaceremos en Varsovia
aun en la muerte
juntos, trébol y alta la luna, reflejados
en el Vístula, adolescentes, amándonos,
por una sola vez, mas para siempre...

MAHMUD DARWISH
(Palestina)

Palestina de ojos y tatuajes.
Palestina de nombre.
Palestina de sueños y de penas.

Palestina de pies, de cuerpo y de pañuelo.
Palestina en palabras y en silencio.
Palestina de voz.

Palestina de muerte y nacimiento.
Te llevé, como fuego de mis versos,
en mis viejas carpetas.

Te llevé de alimento en mis viajes.
Y te llamé, gritando, por los valles.

Conozco los caballos de los bárbaros,
aunque cambien los campos.

Pero, tened cuidado…
Del rayo que sacó mi canción del granito.

Porque soy el ornato de los mozos
y el mejor caballero.

Yo destruyo los ídolos
y siembro las fronteras de Siria de poemas
que vencen a las águilas.

Con tu nombre grité a los enemigos:
¡Comeos, oh gusanos, mi carne si me muero!

Porque no nacen águilas
del huevo de la hormiga;
porque el de la serpiente oculta víboras.

Conozco los caballos de los bárbaros.
Pero también
-y antes –
que yo soy el ornato de los mozos,
y el mejor caballero

FLAVIA COSMA
(Rumania)

LA MANO DE HIERRO DEL HOMBRE

Los cerros se doblan bajo la mano
 de hierro del hombre;
sus verdes espinazos gimen bajo las cargas,
su pelo rizado y áspero se llena de pájaros,
que vuelan a escondidas
por la sombra perfumada de las acacias.
 
Señas diáfanas y libélulas muertas
flotan sobre las aguas tardías,
un murmullo triste me recuerda
la primera y última vez que
estremecido me abrazaste.
 
El miedo saltaba de tus rodillas directo a mi corazón,
y yo me quedé muda con el veneno azul sobre mis labios,
mientras  nuestros caminos
                                    correteaban en direcciones contrarias.
 
Abajo, el calor ahogaba,
era diciembre, allá en el sur.

SERGIO BORAO LLOP
(España)

AMANECER DESNUDO Y MUERTO ENTRE LOS MUERTOS

Amanecer desnudo y muerto entre los muertos
que miran a otro lado y canturrean
la canción del olvido mientras duermen
su sueño enmohecido de sirenas.

Despertar cautivo y ciego entre las ruinas
sin guitarra ni espigas ni horizonte;
tan sólo un grito ahogado en las entrañas
y la certeza del caos circundante.

Gota a gota la muerte se va bebiendo el mundo
por las ensangrentadas fauces de sus canes
ataviados con ropas de diseño.
(En su bolsa resuenan las monedas:
los treinta hachazos en el cuello
del venado inocente).

Mientras, los hombres callan
y sólo se oye el son de los demonios
entre un eco de fieras explosiones.
Pido que cese el ruido, que se apaguen
todas las humaredas de la noche;
que termine el estruendo y sólo suene
el humilde tañir de una palabra
rebotando en las esquinas del crepúsculo.

Pido que nazca el hombre, que renazca
de todos sus cadáveres, que surja
su voz sonora, su verdad sincera,
que sea música que tercamente fluya,
arroyo o marejada, nube o yegua,
fiebre de océanos, campana de gaviotas.

Pido que sobrevenga la alborada.
PÁGINA 30 – NARRATIVA

ESTELA DOS SANTOS
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

LA LLEGADA

Las grandes puertas se abren innecesariamente porque yo no quiero entrar. Se extienden inmensas y silenciosas. Yo no quiero pero me llevan. Los otros ordenan. Ni siquiera debo obedecer. No me consultan. No les importa mi opinión. Las puertas se abren para que yo entre y me conducen a través de camas interminables.  Las cuento hasta que advierto que están enumeradas y basta saber el último número para conocer la cantidad. No las cuento más. Me colocan en el borde de una vacía diecisiete y me desvisten sin avisarme. Todos los números me miran. Nunca me observaron  así como si no existiera nada más que yo en el mundo. También aquella vez estaba en el centro y todos me miraban pero mi delantal tan blanco y yo tan hermosa y sabía que me admiraban y que después me aplaudirían. Si ahora aplaudieran tendría que escapar yo no puedo soportar esto. Pero sé que no puedo escapar y que soportaré. Que pueden colgarme desnuda en una exposición, colgarme como una res de carnicero ante la multitud y soportaré. Podría pedirles que no me miren. Rogarle a esta mujer que les dé vuelta las camas, pero ella seguirá tocándome con sus manos gruesas y poderosas. Me maneja. Me desnuda y dobla la ropa impasiblemente mi ropa y yo desnuda. Y todos esos ojos crecidos para mirarme. Si pudiera cubrirme, extender las manos y calzarme la camisa fría cruda horrible que me está esperando. No tengo fuerzas ni siquiera para eso. Ella me la pondrá cuando quiera y me acostará cuando quiera y dependeré de su voluntad de ahora en adelante.

   No sé qué hacer cuando me hablan. Yo quiero olvidar que estoy aquí rodeada de extraños pero no me dejan. Insisten con voces estridentes y gastadas, si yo no las conozco y no sé qué contestar porque machacarán luego mañana  todos los días y no tendré fuerzas para resistir.  Ni siquiera para ponerme la camisa. La claridad me duele los ojos. Los cierro y se inundan y no son grandes seguramente saldrán hacia afuera  y todas se darán cuenta porque estarán acechándome aún. Pero si los abro ya no tendré contención.  Ni fuerzas para resistir a mis ojos. El calor es un hilo continuo a través de las sienes y me moja el pelo. Es un hilo continuo y dulce, tibio y continuo y tiemblo, cambio de posición involuntariamente y quedo torcida y un dolor me va subiendo y golpea cada músculo. Dependo de la voluntad de otros pero no quiero y preguntan todavía. Las manos poderosas pretenden ayudar, me atenazan y me hablan. Preguntan también ellas mientras corre el hilo tibio dulce y continuo por la sien mojándome el pelo. Me pone un dedo a un costado del ojo y el hilo se detiene, pero pronto lo desborda y sigue como antes por la sien mojándome el pelo. Me deja. Todos me dejan. Nunca saldré de aquí. No conozco a esta gente. Los de afuera andaban, reían, yo vivía con ellos por qué me abandonan. No conozco a esta gente no quiero quedarme aquí. Yo era como los otros antes. Ahora estoy sola rodeada de camas que me miran y siempre estaré sola rodeada de camas que me miran. Repiten es el primer día ya se acostumbrará es inútil que lo repitan juro que nunca. Todas las horas hablan alrededor se me acercan a veces y una de negro me muestra una virgen que sonríe.  Me pegotea con su dulzura ya la conozco. Me manosean me ordenan incesantes. Me tapo la cabeza pero adivino que siguen espiando y con las orejas extendidas sin poder esconderme.

SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA 31 -CUENTO

NORMA SEGADES-MANIAS
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

LOS DRAGONES DE FUEGO

Cuando el fragor del cielo iluminó la noche, cuando la sombra abandonó el reinado y  el hombre aún no surgía de la esencia del barro, sus alas primordiales surcaron el vacío.
Mientras la roca humeaba todavía. Mientras secas pupilas vigilaban la tierra apenas concebida con esperma de oleajes.
Rojas escamas rojas de hierro impenetrable sobre su piel de escamas. La soledad del trueno cincelando espejismos en la esencia del aire. Y un perfil de membranas sin sosiego cubriendo la quietud de las arenas. Con tramado de firmes venaciones, de ardientes nervaduras. Ramajes en suspenso por donde corre el río de su sangre.
Los dragones de fuego.
Pueden dormir dos siglos y despertar un día con hambre de raíces de ygdracilles, de olivos o de fresnos. Pueden dormir dos siglos. Tan largos son los días de su vida.
Se recluyen en hondas cavidades con los fantasmas de sus pensamientos. Y esa costumbre los transforma en sabios, en leyentes de huellas dejadas por los pájaros. Oráculos. Augures. Nigromantes. Desvelados profetas. Pero los encadena a los rituales que dominan las lunas y el destino.
Ejercen la custodia en esas coordenadas donde el cielo va pariendo descalzos horizontes. Señores de los mundos paralelos. De la magia y el nombre que la nombra. De los solsticios y de la paciencia.
Aguardan que los dioses destruyan  el imperio de la muerte.
Piden un mundo nuevo.
PÁGINA 32– POESÍAS

MARÍA ELENA WALSH
(Ramos Mejía-Buenos Aires-Argentina)

LA FAMILIA POLILLAL

La polilla come lana
de la noche a la mañana.
Muerde y come, come y muerde
lana roja, lana verde.

Sentadita en el ropero
con su plato y su babero,
come lana de color
con cuchillo y tenedor.

Sus hijitos comilones
tienen cuna de botones.
Su marido, don Polillo,
balconea en un bolsillo.

De repente se avecina
la señora Naftalina.
Muy oronda la verán,
toda envuelta en celofán.

La familia polillal
la espía por un ojal,
y le apunta con la aguja
a la Naftalina bruja.

Pero don Polillo ordena:
No la maten, me da pena
vámonos a otros roperos
a llenarlos de agujeros.

Y se van todos de viaje
con muchísimo equipaje:
las hilachas de una blusa
y un paquete de pelusa.
PÁGINA 33 – CUENTO

SILVIA SCHUJER
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

UN PUEBLITO

Justo justo en el medio del mundo hay un pueblo tan chiquito, que en la historia se lo conoce, simplemente con el nombre "Pueblito". No sólo la pequeñez es lo que diferencia a Pueblito de los demás pueblos y ciudades del mundo, sino también sus costumbres.

Por ejemplo, que todos se conocen de memoria. Que viven agrupados en familias en las que, además de abuelos, abuelas y mamás, hay animales y plantas que llevan el mismo apellido.

Y qué cosa. A pesar de estar justo justo en el medio del mundo, Pueblito es un lugar muy poco visitado. Hay quienes no van porque opinan que es aburrido: no hay autos, no hay barullo ni graciosas confiterías.

Un día, sin embargo, llegó a Pueblito un señor nada joven, gordo, panzón y con cara de batata. Por todo equipaje traía una cámara fotográfica que colgaba de su cuello y un bolso. Era una mañana de sol y los pueblitenses, al verlo, lo recibieron contentos, con bombos y platillos.

El señor gordo panzón con cara de batata se acercó muy serio.

- Soy un gran empresario. Un réquete recontra empresario que sabe mucho de grandes empresas - dijo con voz distinguida.

Los pueblitenses lo miraron sin entender: no conocían la palabra "empresario", pero igual le ofrecieron ayuda.

- Quiero poner una gran empresa en este lugar - dijo el señor gordo y panzón -. Para eso, tengo que hacerlos famosos.

Los pueblitenses lo escucharon atentos.

- Necesito que me muestren los paisajes de este pueblo y mis fotos se convertirán en postales que el mundo entero verá y querrá conocer.

El presidente de Pueblito señaló la Plaza Central, llena de grandes y chicos pueblitenses y dijo:

- Éste es el paisaje más lindo que tenemos.

Pero el gordo panzón con cara de batata, frunció la nariz como de no gustarle. Y peguntó si no tenían museos, monumentos importantes...

- Aquella piedra donde duermen los pájaros es nuestro monumento nacional - respondieron seguros de éxito los pueblitenses.

Pero el gordo panzón con cara de batata, frunció la nariz como de no gustarle. Y algo enojado preguntó si acaso no tenían mares, palmeras, montes nevados.

- No - dijeron los pueblitenses preocupados por no poder ayudar al extranjero.

- Esto es una porquería - gruñó el señor.

Y los pueblitenses se largaron a llorar amargamente por el insulto.

Las inteligentes mariposas, que son mayoría en Pueblito, vieron lo que pasaba, y entre todas dibujaron sobre el cielo un hermoso paisaje de palmeras y mar. Al instante, cambiaron el dibujo y se volvieron montañas y ríos. Luego mar otra vez.

- ¡Vea eso señor! - dijo el presidente: ¡qué lindo mar! ¡qué palmera tan alta tenemos!

- Ustedes me están embromando. Esas son mariposas - dijo el gordo panzón con cara de batata.

Y con la cámara de fotos y su bolso, empezó a caminar hacia otra parte, abandonando Pueblito. "Esto es una porquería", repetía a gritos mientras se alejaba.

Pero ya nadie podía escucharlo. Los pueblitenses estaban maravillados con los dibujos de las mariposas. Mares, palmeras, montañas, ríos y bosques que, desde ese día, convirtieron a Pueblito en el único lugar del mundo donde, al mismo tiempo, pueden existir todos los climas y paisajes que se imaginan.

Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, obrando la presentación como declaración jurada de su autoría y responsabilizándose por las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.













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