Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 60– Noviembre de 2011– Año V – Nº 61


Imágenes: José Luis Ávila Herrera - Fotógrafo (México DF-1947)
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PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

DEFENSA DE LA PALABRA.

No siempre los datos de tiraje o venta dan la medida de la resonancia de un libro. A veces la obra escrita irradia una influencia mucho mayor que su difusión aparente; a veces responde con años de anticipación a las preguntas y necesidades colectivas, si el creador ha sabido vivirlas previamente como dudas y desgarramientos dentro de sí. La obra brota de la conciencia herida del escritor y se proyecta al mundo: el acto de creación es un acto de solidaridad que no siempre cumple su destino en vida de quien lo realiza.


PÁGINA 2 – CUENTO

ANGEL BALZARINO
(Rafaela-Santa Fe-Argentina)

TRAMPA PARA UN CAUDILLO

Primero, la visión de algunas casas desmedradas le reveló que pronto llegarían a la meta fijada y ya inmodificable. Después, cuando él y los soldados se internaron por la calle principal, el conjunto de hombres y mujeres que fue surgiendo en torno tuvo la virtud de relegar la carga de sueño y fatiga acumulada a lo largo del extenuante trayecto. Por último, el clamor de su nombre mezclado con insultos soeces lo obligó a una actitud precavida y alerta.
Si tuviera aquí mi cuchillo. No resultaba sólo un ruego, sino también la única alternativa que podría salvarlo. Dueño de su arma preferida, hubiera conseguido romper la sólida custodia de los soldados y enfrentar sin vacilación ni temor a la muchedumbre enardecida.
Era imposible. Ahora estaba allí, con las manos atadas a la espalda, indefenso ante todos.

Observó la calle detenidamente. Le produjo cierto alivio el silencio y la ausencia de toda silueta en la tenue oscuridad. Por primera vez, luego de varios meses, creyó que había despistado a sus tercos perseguidores.
Tal vez esta noche podré dormir tranquilo. Y acompañado. Era el deseo excluyente, ya convertido en obsesión. Ahora, al acercarse sigilosamente a la casa, presintió horas de reconfortante descanso; necesitaba eso no sólo para seguir la huida desordenada sino, más aún, para borrar el cuerpo de aquel muchacho que, oculto entre las breñas de las rocas o en la espesura de los bosques o marchando por caminos solitarios, se le presentaba en cualquier figura con maligno aire fantasmal. Una voz ronca y somnolienta respondió a su llamado:
-¿Quién es?
La puerta se abrió. Una cara, todavía aletargada por el sueño,
se contrajo en gesto agrio, desconfiado. También tuvo la impresión de que correspondía en forma mecánica al abrazo con que pretendió expresar un atisbo de afecto o aplacar tanto tiempo de pesadumbre.
-¿Cómo se te ocurrió venir aquí?
Está enterada de todo. Sí. Ya sabe lo que hice.

(La orden, escueta y perentoria, lo dejó estupefacto. Hubiera querido oponerse, inventar cualquier excusa para eludir esa misión, sin duda la más ardua y comprometida que le habían asignado. No era por miedo, como de inmediato procuró convencerse; adivinaba que había sido elegido precisamente por su osadía, por la fama obtenida durante años de acaudillar la montonera más férrea y aguerrida. Se trataba de otra cosa: el desconcierto, la incertidumbre de no poder definir o comprender con toda claridad si realmente el acto encomendado era el único e insustituible para salvar la República.
Cuando reunió a sus hombres para explicarles el plan de acción, no pudo hablar con el habitual acento imperturbable; ellos también reflejaron cierta perplejidad, aunque no llegó a saber si era por su imprevisto titubeo o por la magnitud del hecho que debían llevar a cabo. Por eso, quizá no tanto por desterrar cualquier signo de aprensión o protesta de ellos, sino más bien por recobrar el ánimo y la serenidad, profirió casi rabiosamente las palabras que trasuntaban el mensaje categórico:

-¡Nadie debe quedar vivo! ¡Nadie!)

Justamente en esos momentos, cuando numerosas partidas de soldados lo estaban persiguiendo con la voracidad de lobos hambrientos, la visita de él debía resultarle la menos esperada.
-Te extrañé mucho. -Admitió que tal vez no le creyera, pero era el único recurso para destruir la hostilidad-. También deseaba estar a tu lado, poder tocarte.
Sí. Eso sobre todo. El anhelo hirviente de las solitarias noches escondido en cualquier hueco de las sierras. Cuando era inútil la bebida para conseguir el sueño y anular aquel odioso gemido. El cuerpo que ahora, luego de arriesgarse al mayor peligro con el propósito de llegar a esa casa, por fin tenía increíblemente al alcance de las manos.
-Tardaste bastante, ¿eh? -el reproche motivado por la espera estéril y algunas ilusiones desvanecidas poco a poco-. Habías prometido vivir juntos, empezar...
-Ahora podemos hacerlo.
-¿Te parece? -forcejeó para librarse del abrazo, de la boca que ávidamente recorría su cuello-. ¿Viniste por eso o porque ahora necesitás un refugio seguro?
Fue una brusca puñalada. Es su modo de vengarse, de hacerme pagar la culpa por el olvido y la indiferencia. No había sido de manera deliberada. Los hechos desmoronaron el cúmulo de proyectos y sueños y promesas que habían realizado al conocerse, cuando ella procuraba evadir la pobreza y el desamparo y él conquistaba una creciente celebridad por su arrojo al frente de las guerrillas mas obstinadas y temibles de las sierras cordobesas. Por entonces habían abrigado el ansia común de llegar a compartir alguna vez un tiempo de dicha y placer, libres de cualquier dificultad o acechanza. Tuve que dejarla. Me hundí cada vez más en trombas arrolladoras. Maté. Era el único modo de sobrevivir.
-¡Vine por vos!

(Apostados en la sierra, aguardaron. Sí. Ya no puedo retroceder. Una vez más pretendió convencerse de que eso era lo más acertado, el único camino para establecer la concordia en el país. Así se lo habían comunicado y quizá resultaba absurdo buscar otra explicación; debía considerarlo una especie de fatalidad, igual que la circunstancia de haber sido designado él como medio para consumarlo. Pero la molesta sensación de tener un puñal contra la espalda no lo abandonaba un momento; a manera de cauce liberador, deseó que todo concluyera con la mayor rapidez.
-¡Ya viene la galera! ¡No tardará en pasar por aquí!
El grito del guardia convulsionó el campamento. El sopor en que los había sumado las monótonas horas de espera quedó desplazado de repente por un movimiento febril, pleno de nerviosa vitalidad. Tácitamente, todos anhelaban eso: tanto él como sus hombres no se sentían cómodos en un estado de quietud sino precisamente en el desarrollo de una constante acción, en la lucha que reflejara el ímpetu y la fortaleza que les había otorgado un halo de imbatibles.
Con premura, denotando la seguridad que le correspondía como jefe absoluto, hizo las últimas recomendaciones. Después, ocultos tras una prominencia rocosa o disimulados entre el copioso follaje, las armas fuertemente aferradas en las manos, mantuvieron los ojos clavados en el angosto sendero.
No tardaron en distinguir la galera, rodeada por escasos jinetes. La sorpresa dio paso a una velada tranquilidad. Esto parece más fácil de lo imaginado. No quiso dejarse ganar por el encandilamiento. Se negó a creer que en esa galera casi sin escolta, de aspecto desolado, viajara uno de los hombres más importantes y poderosos del país. ¿Dónde estaban los soldados de su ejército? ¿Acaso se trataba de una trampa perfectamente urdida? Desorientado, deslizó la mirada por sus hombres a la búsqueda de una palabra o gesto aclaratorio. Pero comprendió que no podía perder tiempo: el encargo recibido se le impuso con artera violencia, como si una mano demoledora lo hubiera sacudido, sin permitirle ningún instante de tregua ni indecisión. Sí, tengo que hacerlo. Nunca dejé de cumplir una orden y no será ésta la primera vez.
-¡Ahora! ¡Vamos!
Con vertiginosa celeridad, los jinetes abandonaron sus escondites. Entre una turbulencia de gritos y disparos se abalanzaron sobre la galera que, bloqueada por un cerco opresivo, se detuvo con el estampido de los caballos. Entonces, por la portezuela, apareció una cara de tez morena, hundida en la abultada mata de barba y cabellos negros, donde se destacaba el brillo de los ojos grandes y fogozos. No hubo temblor o duda en las palabras. El tono firme, exigente, tal vez el mismo que utilizaba para dirigirse a sus soldados:
-¿Qué significa esto? Acérquese el jefe de la partida.
Estaba muy cerca de la galera. Le resultó fácil reconocerlo.
-¡Yo soy el jefe!
Su voz también restalló enérgica, tan segura como la mano que sostenía la pistola apuntada directamente hacia la cabeza del caudillo. Luego del certero e inexorable disparo, vio la sangre cubriéndole el rostro mientras se desplomaba dentro de la galera, igual que un simple e inútil muñeco.)


-¡Sí! ¡Por vos!
-¿Acaso no has podido sacarte el gusto con las otras?
Fue todo lo que pudo soportar. La mano derecha describió una súbita curva, revelando la misma agilidad con que solía utilizar el facón o la lanza; antes de que ella consiguiera moverse o quizá advertirlo, el golpe modificó la sonrisa irónica en una mueca de espanto u furor.
-¡Estoy aquí por vos! -la aferró por los hombros y la sacudió, frenético-. ¡Te necesito ahora!
-¡Dejame!
Le demostraría que no iba a ser objeto de burla. Se encontraba demasiado habituado a imponer su voluntad con una seña o por imperio de las armas. Pero la mano para el segundo golpe no llegó a destino; con la torpeza nacida de la turbación, ella dio unos pasos y, después de chocar contra la mesa y unas sillas, se dirigió hacia la puerta entreabierta. Apenas cruzó el umbral, él se interpuso; avasallador, el cuerpo tenso como un arco a punto de romperse. Levantando los brazos en una premiosa defensa, ella estalló en un grito desaforado:
-¿Querés matarme como a ese chico?
No contestó. No pareció oírla o, más bien, ya no le interesaban sus palabras porque ahora ella había quedado detenida junto a la cama.
-¡No! ¡No!
Fue la única protesta o súplica que atinó a proferir cuando el gesto fulmíneo la derrumbó de espalda sobre la cama. Ahora. Ahora. Ya no opuso resistencia. Las manos afanosas y decididamente rudas pudieron desgarrar la ropa y comenzar el moroso recorrido por la suave tibieza de la piel.

(-¡Rápido! ¡Hay que terminar esto!
La caída del caudillo había derribado la barrera más dificultosa. Dominado por el súbito halago de ser el absoluto triunfador de esa patriada, no quiso demorar un solo segundo la concreción de la obra asignada. Con furia demencial alentó a sus soldados. Todos. Matar a todos. Y después, aplacada la general agitación, el silencio sobrevino con bochornosa densidad, tan sofocante como el calor que empezaba a invadir la mañana.
Creyó haber cumplido su misión. Ya no tardaría en ser parte de un pasado que iba a recordar con rabia, dolor o remordimiento. De improviso algo lo paralizó: la endeble, desvalida figura de un chico. Se sintió traspasado por su mirada, fría y lacerante, La de un testigo implacable.
-¿Qué muchacho es éste?
Gritó la pregunta ásperamente, en abierta acusación contra sus
hombres porque, al parecer, no habían tenido el valor de eliminarlo.
-Es un sobrino mío -exclamó el sargento de la partida con tímida seguridad-. Yo respondo de él con mi vida.
No vaciló. Como tantas otras veces, no pudo admitir la desobediencia. Imperturbable, descargó la pistola en el pecho de sargento. Luego bajó del caballo y, rápidamente, mientras adivinaba algo de estupor y desolación en la mirada de los soldados, aferró de un brazo al chico; a pesar del forcejeo y los chillidos, lo arrastró por el suelo hasta inmovilizarlo junto a un manojo de arbustos. Nadie debe quedar vivo. Nadie.)


Poco a poco el jadeo de él se confundió con el angustioso murmullo de ella y fueron creciendo en intensidad hasta cubrir y desplazar el otro sonido, el torturante y espectral gemido del muchacho. Por primera vez resultaba vencedor. Después de tantos días y noches lograba convertirlo en una nota lejana, casi indefinida, mientras el torbellino del placer lo precipitaba donde ya no prevalecía el cansancio ni la pesadumbre, sino únicamente un profundo sueño liberador.
-¡Quieto!
No supo si fue el grito o la hiriente luz del cuarto lo que lo despertó bruscamente. Sintió la boca reseca, el cuerpo abatido. Parpadeó varias veces para despejarse completamente y tener noción de lo que pasaba. Entonces el sobresalto por ver a los hombres uniformados y la punta de los fusiles tocándole el pecho se transformó en la horrible certeza de la traición. Ella. Me denunció. Su castigo. Instintiva y desesperadamente, tendió una mano hacia donde recordaba que había dejado las armas.
-¡Me han quitado las pistolas! -dijo, aturdido, sin fuerza-. ¡Estoy perdido!

Las voces se habían unido en una ráfaga hostil y delirante:
-¡Muera Santos Pérez! ¡Muera Santos Pérez!
Solo. Casi sin percibir el alboroto. Todavía abrumado por la muerte adolescente perpetrada en Barranca Yaco, por la venganza de ella, por el modo absurdo en que había sido apresado. Si tuviera mi cuchillo. Luchar. Ferozmente. Suprimir para siempre el acoso de los recuerdos. Acelerar el ominoso final.
Al ubicarse en el sitio elegido para la ejecución, echó una mirada desafiante sobre la muchedumbre. La última y definitiva expresión de su coraje.


PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

RAUL FEROGLIO
Las Parejas-Santa Fe-Argentina)

LA CANCIÓN

Hay un aire en el aire
que te nombra
y en las grietas del tiempo
donde no llega la mirada de dios
tu piel bajo mi piel
mi silencio debajo de tu voz
abrigados de brazos
sudorosos de espera
salados
dormimos y no
cantamos callando
toda la música del mundo
y tejemos sin manos
la canción del presente.


¿QUIÉN NO?

¿Quién
en una vuelta del camino
no se ha sentido Judas?
¿Quién
no ha recibido la imperiosa
incuestionable exigencia del Cristo
reclamando su derecho a ser traicionado?
¿Quién
no ha soñado alguna vez
con romper todos las calles
volver a campo traviesa
hasta el sitio donde no nacimos
empezar de nuevo
solo, desde un lugar
anterior al vientre?
¿Quién no arrojó al baldío
las monedas que dicen que eran treinta?
¿Y quién no ha tenido
la soga
en su mano
o por lo menos
en su mente?


SUBÍ

Yo se que cansa, amiga
testimoniar la vida
asegurarse el cinturón del miedo
temblar de amor y de pavor a un tiempo
mientras se sube y se baja
la cuesta del día.
Yo se que madre, hija
hermana, compañera
es demasiado incendio para ser humanos
Casi nadie nos ve
Y casi nunca vemos
mientras se ajustan tuercas y tristezas
se alisa un pantalón de tormenta cada tarde
o se lava con prolijo oficio la lechuga
Y además de todo eso
está el deseo
el amor, la pasión, la falta envido
Yo se amiga lo que cuesta
y estoy tentado a escribirte
en breve carta que echaría al buzón
para que leas
“vení a dar una vuelta en mí, subí, yo invito”
Si es que en ese momento de ganar la vida
no estoy como a veces
lejos de mÍ, fuera de mi, ardido
en aciagos recuerdos que rompen los abismos.


TRIÁNGULO AMOROSO (A RENATA ARGONZ)

En la geometría blanda
en las probabilidades más discretas
de que lo que no existe nazca
burbujea algo sin nombre.

Sin planes, a veces en la vida
lo no soñado ni soñando
comienza a latir
en la noche del vientre
y solito crece…

Ya está, los veo
me organizo la emoción y
descubro una perfecta
triangulación de las miradas
En cada vértice una boca
cada lado un deseo.

¿El amor
será esta concreción
de figuras geométricas en ciertos planos?
¿Este fluir a futuro
empapándonos a todos?
Este quererte ya
desde el hueco de los brazos nuevos
este conocernos a la luz
de tu misterio…


RECUERDOS

El recuerdo del éxtasis
no se parece al éxtasis

La mano que se hunde
la que trepaba lo profundo, es y no es
la mano
que en la memoria saciada
perfumaba de certezas el corazón ansioso.
El momento que
fuego de artificio
y noche ciega a la vez
en explosión marina
salpicaba labios
ha desaparecido del estante
ahí donde brillaba
oscuro
junto a un frasco vacío
la colección incompleta de autitos de carrera
y el latigazo de pena
que volvió
cuando pensaba que los planetas
ya no giraban como antes.

El recuerdo de la pena
se parece a la pena
en cierto olor a muerto querido
a una cuerda cortándose
hasta que aparezcan ellos
brillando en superficie
con destellitos de risa entre
la luz salvaje
despertándonos.


EL ARTE

Pintan grandes mujeres vestidas de naranja
o líneas curvas que evocan la magnitud del silencio.
Componen canciones sencillas
en las riberas húmedas, rumorosas, del río Uruguay
la luna asoma sola
su dignidad, su cíclica lumbre, el sueño de su eclipse,
Alguien escribe
Alguien canta
Pinta octubre
Una marea sigilosa y humana se mueve entre
las bambalinas del mundo
miles y miles como hormigas sagradas
creando la multitud del arte
para que el pecho retenga
el fugitivo aliento
la flor de la emoción
la saliva evocada en la memoria
la vibración austera, personal,
donde la risa duele
y la pena se estira como un gato en la boca del aire.


PÁGINA 4 – ENSAYO

MEMPO GIARDINELLI
(Resistencia-Chaco-Argentina)

LA LENGUA QUE HABLAMOS
Fuente: Página 12 viernes 07/octubre/2011

A propósito del Museo de la Lengua recientemente inaugurado en la Biblioteca Nacional, en varias notas de diarios, revistas y radios se lo identifica como “de la lengua española”. Y es curioso, porque tal categoría es un error conceptual, además de que no es la denominación oficial que le ha dado la BN al flamante museo.
Pero este yerro ya está instalado en el imaginario nacional contemporáneo. Lo que obliga a hacer algunas precisiones, porque nosotros hablamos Castellano, no Español.
Es claro que, como se dice comúnmente, hablamos la lengua de Cervantes. Pero es también la lengua de Sor Juana y de Sarmiento, la de Borges y Cortázar, y la de Neruda, García Márquez, Rulfo y tantos y tantas más que han creado una magnífica literatura que hoy nos expresa a más de 500 millones de personas, y es, después del chino mandarín, la lengua más hablada y leída del planeta por el número de personas que la tienen como lengua materna.
El Castellano es la lengua romance que ha logrado mayor difusión en el mundo contemporáneo. Es uno de los seis idiomas oficiales de las Naciones Unidas; el segundo más estudiado en el mundo después del Inglés y el tercero más usado en Internet.
Pero es Castellano. No Español, como se popularizó en el mundo última y equivocadamente, y por diversas razones políticas y económicas. Entre ellas, el avance de Telefónica en América y la creación del Instituto Cervantes como avanzada política cultural de España en el mundo. Lo cual estuvo muy bien para ellos, pero limitó el término “castellano” a designar el dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, y que se habla en esa región. Contribuyó a ello la fácil traducción del gentilicio: Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, espanhol, etc.
“El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad”, declara ambiguamente el Diccionario Panhispánico de Dudas, en su edición de 2005. Pero entre nosotros hace ya 200 años que ese enorme lingüista que fue Andrés Bello advirtió el eje de la cuestión, al titular su obra principal, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Un título perfecto.
Bello explicaba: “Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes pasó a América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos”.
“Hoy no hay foco de conflicto con la RAE porque tiene un nivel de comprensión de las singularidades dialectales en América latina”, razona Horacio González. Lo que es cierto, pero no clausura la cuestión. De hecho, y no dudo de que HG lo comparte, el asunto está vigente entre nosotros, e incluso no termina de resolverse en España. La vigente Constitución Española de 1978, posterior a la caída del franquismo, define: “El castellano es la lengua española oficial del Estado (...) Las demás lenguas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas”.
No es dato menor que fue a partir de los ’90 que se inició la reconquista de la América latina por algunas grandes casas editoriales de España, que se transnacionalizaron comprando empresas locales, de México a Buenos Aires.
Nuestra lengua viene de la península, desde ya, pero se ha enriquecido y complejizado con muchísimos aportes propios, y hoy se compone de elementos lingüísticos extraeuropeos que merecen estudio y reconocimiento y la hacen otra, una y múltiple. El Castellano Americano que nos identifica y hermana políticamente recoge tradiciones propias y enlaza parentescos nacidos de esta tierra prodigiosa a la que vinieron millones de extranjeros para asimilarse y enriquecer su carácter, creando una cultura latinoamericana que necesariamente es un fruto plural y que tiene expresiones peculiares y su propia y riquísima tradición literaria. Y así es leída en todo el continente, porque ha sido y es escrita en el Castellano de América.
Hace poco, en la Universidad Federal de Niterói, en Brasil, me tocó inaugurar el 14º Congreso de Hispanistas de ese país, donde nuestro idioma está adquiriendo un notable desarrollo gracias a políticas públicas que advierten la importancia de la lengua que los rodea en todo el continente y que expresa a casi 40 millones de latinoamericanos de todos los países (excepto Chile) con los que Brasil tiene fronteras. Y allí observé el mismo fenómeno: la cuasi imposición de la denominación Español para una lengua –la nuestra– que en realidad es el Castellano Americano que se habla, escribe y lee en Nuestra América.
El asunto no es nuevo. En tiempos de Perón, por cierto, se estudiaba “Lenguaje Nacional”. Y cuando yo era chico estudiábamos “Castellano” de primero, segundo y tercer año; y luego, en cuarto y quinto, Literatura Universal e Hispanoamericana. Hoy se impuso una deslavada e imprecisa “Lengua” mientras se populariza la creencia de que hablamos “Español”.
La importancia del idioma en la formación de una identidad, así como la propiedad, el uso coloquial y la enseñanza de la Literatura no son asuntos menores ni superfluos. Ya Don Juan Filloy lo subrayaba en los albores de la democracia, cuando resaltaba la pobreza coloquial de los argentinos, que usaban poco más de mil vocablos de una lengua que tenía entonces 73.000.
Un cuarto de siglo después las cosas no han mejorado. Hoy, con los aportes de todas las academias correspondientes de la América hispana, nuestro idioma supera los 90.000 vocablos, pero sigue siendo urgente detener la pobreza lexical, la pauperización expresiva y la extranjerización agresiva y aculturizante de nuestro pueblo. Y si ni siquiera sabemos el nombre correcto de la lengua que hablamos, la cosa es más grave aún.


PÁGINA 5 – CUENTO

SANTIAGO BAO
(Villa Gesell-Buenos Aires-Argentina)


AVATARES: EL POZO

Ya no recuerdo cuánto tiempo hace que estoy aquí, ni en qué circunstancias llegué. El decirlo con esta sencillez me ha llevado mucho tiempo; tal vez, demasiado. Ahora sé que no lo sé.
Federico Silenzi. Ese soy yo. Y esta evidencia llegó a mi mente como una revelación después de muchos meses. Aunque los relámpagos de las sombras de la duda, a veces, se renuevan insidiosamente.
Hay unas imágenes imprecisas donde recuerdo algo, transcurriendo agitado, buscando en habitaciones ruinosas, en armarios desvencijados, en cajones que se atascaban, tratando de encontrar algunos rastros que me restituyeran el orden perdido. Hay rastros en mi memoria de transitar en algún momento, por pasajes laboriosos que finalizaban en sitios con luces que lo encandilaban. Una evidencia: en esta casa estoy solo. Afuera hay otras casas polvorientas. Es un pueblo pequeño. Caminar unos trescientos metros para todos los puntos cardinales, significa llegar al desierto, las casas desaparecen en un paisaje ominoso.
Hasta ahora pude alimentarme - lo hago frugalmente -, apoderándome de los pobres elementos que me brindan cuatro discretas despensas deshabitadas.
Vivo en una gran cocina-depósito-dormitorio. Hay algunos libros viejos.
No dispongo de ningún medio de transporte, aparte de una carretilla y algunas bicicletas irrecuperables.
Sin embargo, encontré hace mucho, un gramófono a cuerda con su caja de púas y una breve pila de viejos discos de pasta.
Nueve discos que escucho en las más variadas secuencias, para vanamente intentar neutralizar el efecto de la repetición, motivo por el cual, pasan largos períodos en que no los reproduzco.
Hace algunas noches escuché algunos ruidos en las otras habitaciones.
A la mañana las recorro con minuciosidad y compruebo que se trata de sucesivos derrumbes, de pequeños deterioros comprensibles dada la antigüedad de estas construcciones, los revoques flojos, las maderas que se van pudriendo, la neutralidad del viento.
Pero eran ruidos que antes no percibía con tanta nitidez.
En esos momentos aprovecho para reproducir en la victrola algunos discos, como “Vivere” cantado por Carlo Butti o “Boum” por Charles Trenet. Otro hecho extraño de los últimos días, cuando duermo me parece que me sumerjo en un pozo profundo y oscuro, nada más, ni vestigios de sueños como antes. ¿Y cuánto es antes?
Ayer, al atardecer escuché unos murmullos, voces lejanas, fragmentos de conversaciones de las que nada pude descifrar. Miré por la ventana en ruinas, pero no observé a nadie.
Hoy los murmullos se intensificaron. Salí varias veces, pero en el suelo polvoriento no se registra ninguna huella.
Sí, había momentos en que como ráfagas, desfilaban rostros que alguna vez habían sido parte de mi vida, significaban algo que no lograba desentrañar; escuchaba sonidos lejanos que nombraban palabras que se deshacían al instante, y aunque breves y mezquinos, su permanencia despertaba en algunos pliegues muy íntimos de mi memoria fracasada, una profunda nostalgia, un dolor infinito, que me inclinaba hacia un comienzo de lágrimas lentas, para luego convertirse en sollozos convulsivos. Lloraba hasta que la furia, como un trompo que de pronto pierde su equilibrio y tropieza contra el piso polvoriento dispersa su ira fugaz.
Entonces pateaba la escasez del recinto y arrojando golpes a la nada, me doblaba vencido por una fatiga inmemorial sobre la mesa desgastada, como el último recurso que me revelaba con una lúcida convicción, el conocimiento de mi verdadero destino.
Más cuerda al gramófono. Billie Holiday en dos placas, qué curioso, grabaciones del 36, sobre todo “Pennies from heaven”y “These foolish things”.
La noche se expande en las paredes al conjuro de las sombras, que la lámpara a querosén no alcanza a disipar.
Salí del pozo del sueño de pronto; la soledad, el imperio del silencio ha aguzado mi oído. Ahora se escuchan unos cuchicheos, misteriosos susurros cercanos. Me levanto. La noche está algo iluminada por la luna y avanza con rapidez. ¿Y si finalmente decido irme, salir del caserío? ¿Pero hacia dónde caminar? Los intentos que hice varias veces fueron cada vez más breves. El desaliento de la nada deshilvanaba con facilidad la trama de mi rebelión y regresaba.

No de frente, lateralmente, percibo unas sombras fugaces, siluetas difusas que se desplazan con rapidez. Después se repite un silencio doloroso. Luego, nuevamente, todo tipo de sonidos inquietantes. Algo acecha en la oscuridad. Lo puedo sentir en la piel, en la nuca, algo perverso, que trata de poseerme.
La mañana retorna gris. Realizo una recorrida por los alrededores. Me parece que uno de los pocos árboles raquíticos, que se encuentra enfrente, tiene una rama quebrada. Antes estaba íntegra y anoche estaba sereno.
Mientras regreso a la casa, otra vez percibo lateralmente una sombra que se desliza como al ras del piso y desaparece en una esquina.
¿Habrá alguien cerca? ¿O mis sentidos han resuelto engañarme unilateralmente? ¿Y esos murmullos susurrantes? ¿Y esas risitas apenas contenidas detrás de las ventanas descascaradas? ¿Habrán venido a buscarme a quién sabe qué retornos? ¿Y si es así, por qué no se manifiestan abiertamente?
Me invade una excitación desconocida. Presiento que esta noche se producirá una revelación.
La oscuridad se aplasta contra la casa como un disparo mortal.
Dejo la lámpara encendida y después de un tiempo desconocido trato de escribir los acontecimientos que van desde las tinieblas a lo que ahora aguardo. Me invade un temor helado que comienza a circular por todo el cuerpo y el interior del cuarto. Truena.
La costumbre de dormir se disipa con los murmullos de imposibles conversaciones. ¿Y las sombras en las paredes y en las ventanas? ¿Son por causa de la lámpara amarillenta? ¿O no?
Ahora el silencio es inmenso. No me muevo. Trato de no dormirme.
La puerta de entrada se abre y oigo otra vez esas risas contenidas. Se acercan. Trato de huir, pero siento una debilidad que sólo me permite ver como se abre el pozo profundo y tenebroso, allí en el piso cercano a la cama, debe ser en el que me sumerjo todas las noches al dormir y de donde regreso con la ominosa certeza de haber caído en él hasta el fondo. Este lugar ¿será el otro lado del pozo? ¿Habrá aún otro más?
Y esa fuerza que se acerca con las sombras y trata de empujarme al borde del negro hoyo y al que con una lucidez limpia como una llama, sé que caeré, inexorablemente.


PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

RUBÉN VEDOVALDI
Capitán Bermúdez-Santa Fe-Argentina)

ME CABE EL SAYO INDÓMITO DEL AIRE

porque no es importado ni localista
ni cosmopolitano o nacionalista,
porque no es machista ni feminista
me gusta el aire

porque no es bostero ni gallina
porque no es leproso ni canalla
porque no es radicha ni peroncho
me cabe el invisible poncho del viento

no grita norte sí, sur que reviente
no ladra viva el sur y abajo el norte
no opone este y oeste;
viva el aire!

sopla en todas las lenguas
en todos los pulmones arde, alienta,
no hay gendarme que pare
no hay dinero que tuerza
ni tiranía que doblegue al viento

por encima de todos los colores,
el olor religioso,
la piel de cada etnia;
más allá del estilo y de la forma,
como el pez en el agua
nosotros en el aire todo el tiempo

el oxígeno, el hálito,
por encima de todos los saberes
por debajo de todos los quereres
el aire en todas partes

y el andante, el que siembra
el que recoge la luz y los frutos
con el sayo del aire y como venga,
brisa que sople y donde se nos cante

me cabe el sayo del aire en el viento!


PÁGINA 7 – ENSAYO

CRISTIAN VITALE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

DOS FORMAS DE CRUZAR EL RÍO

Hay dos metáforas que atienden a dos modos de concebir el hacer literario. Puente y túnel. Construcciones ambas de ingeniería humana destinadas a sortear un obstáculo y seguir. El puente por arriba. Por abajo el túnel.
Se me hace que, al menos como polaridades dentro de una praxis que se instalará sin duda en el territorio comprendido entre ambas, estas dos metáforas ayudan a entender dos móviles distintos, y a veces antagónicos, de la pulsión o la voluntad de la escritura.
Otro modo menos metafórico de llamar a estas fuerzas creadoras serían comunicación y trascendencia, respectivamente, puente y túnel. Claro que, como intenté moderar antes, la decisión de ubicar una escritura en uno u otro polo tendrá que ver más con una prioridad que con una exclusividad impensada e impensable. Quiero decir: escribir para la comunicación o para la trascendencia no son posicionamientos plenos sino tendencia, inclinación, direccionalidad, vocación.
Pero las metáforas no son meros ornatos de los conceptos. Pretenden decir más. El túnel sortea, pongamos por caso, un río, pero lo hace de manera invisible, soterrada, asocial. El puente cruza y mira, pasa y ve, ve y es visto, es un cruce que nunca se va, es esencialmente comunitario. El túnel desconoce el sitio de emergencia, de salida. El puente ve o sospecha un punto nítido de llegada. Ignora cómo y cuándo verá la luz nuevamente solar. El puente nunca la pierde de vista. Como se ve, ambos cruzan un río, pero la ceguera signa al paso subterráneo, la incerteza, la soledad, el apartamiento, el corrimiento de lo social, el exilio sin medida. Nada de eso si se cruza por arriba.
Hay, insisto, esquematizando, dos modos de escritura o dos tipos de escritores. Los que seleccionan un material y unas técnicas diseñadas para comunicar, para llegar sin trauma, para asociarse a un punto más o menos elegido de llegada, y los que a tientas seleccionan un material y unos modos cuyo fin primero no es la comunicación sino la expresión, más allá del destino. El primero escribe en presencia de un lector más o menos imaginario. El segundo se lee, en caso de poder, a sí mismo, y se abstiene de pensar en el futuro inmediato de su texto. La trascendencia puede ser de orden estético u ontológico. Se puede trascender un vacío, o unas formas que no convencen o no nos dicen.
El escritor subterráneo tendrá menos apuro por publicar o se resignará a una probable indiferencia u olvido. El escritor aéreo publicará para cumplir con la razón de ser de su texto: hacerse público.
Nada dice el anterior esquema de los resultados, en tanto calidad, porque nada podría decir. Ser más autistas o más exhibicionistas no nos hace de por sí buenos o malos escritores. Sí, claro, son otras las aspiraciones y los resultados, descriptiva y aproximativamente hablando, de uno u otro tipo de escritura. La claridad, por ejemplo, favorece el tránsito de una a otra subjetividad; la corrección política; la evitación de toda violencia ideológica, estética o lingüística será funcional al mismo fin. El escritor cuyo fin primero no es la comunicabilidad, el llegar del todo, podríamos decir, la comprensión nítida total, podrá entrar en ciertos lujos como el hermetismo, la herejía de cualquier orden, la marginalidad. Sospecho, además, que cada uno encontrará, ya en destino, distintos circuitos por donde transitar, o bibliotecas en donde descansar. Quiero decir, quizá del otro lado hayan, también, dos tipos básicos de lectores.
Los resultados de calidad, insisto, no son patrimonio exclusivo de uno u otro modo, de uno u otro móvil, de uno u otro deseo. Sólo tengo una sospecha. El río que se cruza por abajo no se cruza dos veces.


PÁGINA 8 – CUENTO

RAÚL ASTORGA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

HACÍA MILLONES DE AÑOS

Hacía millones de años que deambulábamos por esa comarca paradisíaca. Aquello era la eternidad y sólo había que morir para conseguirla. Cuando llegamos, no conocíamos a nadie. El sitio estaba repleto de árboles vistosos que provocaban una primavera todos los días. Aunque lo de “día” era arbitrario, porque el sol no se ponía nunca. Al menos, eso parecía ocurrir, porque cuando los apóstoles de túnica blanca nos guiaban en el paisaje, el sol estaba a pleno. Cuando los mismos apóstoles de túnica blanca nos acompañaban hacia las tinieblas, el sol seguía en su lugar. Tampoco podría explicar racionalmente por qué hacía millones de años que estábamos allí, pero lo estábamos. Había momentos en que descubríamos algunos cambios y eso demostraba, de alguna manera, el paso de lo que llamábamos tiempo. Por ejemplo, cuando arribó Donhéc, a quien habíamos dejado en la Tierra y, siempre pensé, se había ligado tanto a nuestros afectos que, no pudiendo soportar nuestra ausencia, decidió partir. Nunca nos dijo nada al respecto. Sólo nos aclaró que seguía buscando una salida, como venía haciéndolo en la Tierra.
Enseguida nos aburrimos. Al principio, andábamos en silencio buscando, entre las tribus que ya estaban formadas, algo o alguien que nos diera una respuesta. Cada tribu se congregaba en torno a una figura que, seguramente, ejercía algún tipo de liderazgo. Y más allá de las tribus se erigían ante nuestros ojos, grupos o individuos que erraban, como nosotros, y nos observaban sin hablar, casi implorando una salvación. La ansiedad devoraba a Jane que quería saber si estábamos en el cielo o en el infierno. Desde nuestro rol, no podríamos saberlo nunca.
Lo cierto es que nuestra situación cambió drásticamente cuando llegó Donhéc. Su aparición en la Tierra había sido igual. Siempre abrigado en su buzo de frisa gris que alcanzaba a sus rodillas, un pantalón muy cómodo también gris, y un par de alpargatas desteñidas conformaban su opaco atuendo, eclipsado por su brillante barba blanca y su cuidada melena, larga para su edad, si es que hay alguna edad para llevar melena. Estábamos sentados en círculo, pensando quién sabe en qué cosa, cuando Donhéc gritó que por fin nos había encontrado. Me abrazó y no cesó de reír y de preguntarme cómo estaba. A ellos los saludó tibiamente, como si recién los frecuentara. Sospeché que era la consecuencia de las discusiones que tenían en la Tierra. De todas maneras, lo pusimos al tanto de nuestro presente y se ofreció sin reparos a darnos una mano.
Donhéc nos puso en contacto con los primeros seres que nos escucharon. Pudimos contar la historia de nuestras vidas a quien quisiera oírnos. Y oímos las historias de otras vidas que nos contaron. Y así, transcurrieron otros millones de años. Había que oír a Octavio que, con fervor, repetía cada adjetivo, cada frase, cada párrafo, en un orden inalterable, como si los tuviera escrito en un papel. Como si fuese un actor representando una obra al dedillo, por enésima vez. Se sentaba apoyando su espalda en un arce de casi cuarenta metros de alto, si se podía hablar de medida en ese lugar. Miraba a la gente que le rodeaba, que esperaba oír una historia maravillosa sobre cómo nos conocimos en la Tierra, y se apasionaba. Porque a Octavio le quitaba el sueño que no le escucharan, o que no le leyeran. Toda su vida estuvo sostenida por la idea,quizás un tanto desproporcionada, de creer que nació y creció para escribir historias y para ganarse a miles de lectores. O de alumnos. Uno, de tanto escucharlo, algo aprendía del arte de narrar. Sabíamos que contaba con un block sin horizonte en el que plasmaba sus creaciones, algunas de las cuales iban a parar a las emancipadas páginas de revistas literarias alternativas. Octavio solía recordar, desde siempre, que todo comenzó aquella mañana de lunes, del año 2000 del calendario que conocimos.
Todos habíamos sido rechazados por los selectores de personal de aquella oscura fábrica de calefactores. Un aviso en el diario nos había convocado. Cada uno, con un interés particular, concurrió al llamado. La cola era extensa y, cuando yo llegué, Octavio y Alberto eran los últimos. Conversaban con buen ánimo, se pasaban cigarrillos, y comenzamos a conocernos cuando apareció un empleado repartiendo formularios que debíamos completar con nuestros datos personales y antecedentes. Ellos jamás habían llenado uno. Cuando vieron que mi birome se desplazaba a gran velocidad, como si conociera de memoria la metodología, me consultaron sobre la manera de completarlo. Yo trabajé durante diecisiete años con el viejo Stocco, en su carpintería. Fue mi primer trabajo; y el único. Pero podía escribir sobre todos los espacios en blanco disponibles. Algo tenía claro: era carpintero. Y hubiera seguido siéndolo si no fuera por la caída industrial de los noventa. Nunca había visto llorar a nadie, tan sinceramente, como lo hizo el viejo Stocco cuando tuvo que bajar las persianas del galpón por última vez. No fue él solo quien lloró. Amalia, mi mujer, y mis dos hijas, también. Eran tiempos difíciles para conseguir trabajo de inmediato. Octavio y Alberto tenían conocimiento de ello, pero excedían un optimismo que los hacía intercambiar proyectos, en principio delirantes, que acababan por hacerme reír.
Alberto fumaba un cigarrillo tras otro del paquete que le había regalado Octavio, quien como deseaba abandonar el hábito y sólo tenía para gastar en uno cada veinticuatro horas, tal acto de generosidad le conminaba a reducir el vicio. Su rostro de niño travieso aparecía refulgente en cuanto se evaporaba hacia los cielos el humo que exhalaba de su pequeña boca. Mientras repetía esta operación, Alberto contó que se había ido a Estados Unidos a estudiar cine con parte del dinero que había robado en un banco con casa matriz en el extranjero. Dijo que el resto del botín quedó escondido en un sitio al que sólo él tenía acceso, y que necesitaba un trabajo temporario para justificar el dinero que iba a gastar en su primer largometraje.
Octavio se sumó con celeridad al emprendimiento acotando que podría aportar eficazmente como guionista. Explicó que, de todas maneras, necesitaba un trabajo que le permitiera hacer a un costado unos pesos para publicar su primera novela que ya había sido rechazada, injustamente, por diversas editoriales de Argentina, México y España.
Estaban en eso de confesarse, con desmesurado entusiasmo, sus sueños e ilusiones, cuando alguien señaló la interesante llegada de Jane. Poseía un aspecto deliberadamente cuidado y una mirada tan insoportable como serena. Jane era muy joven y, además, lo parecía. Cuando se detuvo junto a Octavio, no dejó de mirarle a los ojos hasta la molestia. A Alberto le perturbó esa actitud y le despertó celos precoces. Octavio llegó a imaginar que Alberto pensaba que se había ganado a Jane a fuerza de silencio. Ella le hablaba sólo a Octavio y éste, profundamente impactado, respondía con parquedad. Jane le preguntaba con calidez, cómo le iba y esas cosas aparentemente triviales. Octavio bajaba la mirada de vez en cuando, como un chico con temor. Levantaba los ojos hasta encontrarse con los de ella, bien grandes y oscuros, y creía haber perdido todas las respuestas. Cuando Jane extraviaba su mirada hacia el cielo, se apoyaba contra la pared como buscando un hombro protector, su cara vislumbraba alguna mueca descolocada, su pelo le cruzaba con sensualidad la nariz, empujado por la brisa helada, y Octavio… se incomodaba al tiempo que sobrevenían algunos fantasmas de su pasado tan ligero y amargo. Nunca supimos con exactitud, y tal vez no teníamos por qué saberlo, cuál fue el motivo del divorcio entre Jane y Octavio, ocurrido mucho antes de aquel reencuentro.
Con los pocos pesos que teníamos en los bolsillos, cruzamos a un precario comedor que funcionaba frente a la fábrica. Pedimos unos panchos con salchichas bien calientes y algún vino que nos agradara a todos. Tratábamos de acercar nuestras ideas para encarar un trabajo en conjunto, a manera de cooperativa, cuando Donhéc se paró junto a nuestra mesa. Dijo que no tenía con quién comer y, antes de acercarse a la persona que atendía en el mostrador, nos aclaró que conocía la forma de que pudiéramos salir adelante, como si supiera de antemano de qué estábamos hablando.
Donhéc, que había visto la clase de comida que teníamos sobre la mesa, pidió lo mismo. Se sentó junto a Jane, luego de pedirle permiso con fina cortesía, y nos exigió un repaso de cada uno de los proyectos individuales. Antes de pegarle el primer mordisco a su bocado expuso la idea del cine ambulante y a la gorra. Donhéc inspiró tanta confianza en nosotros que fuimos aceptando de a poco lo que proponía.
Por ende, millones de años más tarde, oíamos con interés el postulado de Donhéc referido al hallazgo de una salida que nos permitiera vivir como antaño, con los pies sobre la Tierra y la cabeza en tantas cosas; trabajo, recreación, amor sexo, respiración, fuerza, debilidad, todo lo que conocíamos con el sencillo nombre de: vida. Entonces, Donhéc aparecía y desaparecía constantemente, provocando cambios que nos dejaban notar la ilusión del paso del tiempo que, probablemente, estaba muerto. Una vez, me dijo que estaba cerca de encontrar esa salida de la que tanto hablaba, pero le pedí que me diera la posibilidad de ver a mi mujer y a mis dos hijas. Le imploré que esa salida fuera más parecida a lo que yo imaginaba como resurrección, para volver al mismo lugar, con los míos; no, lo que yo imaginaba como reencarnación, para volver en forma de animal o de vegetal: prefería quedarme en aquel lugar. Así que, luego de estos ruegos a Donhéc, nos resignamos a su éxodo periódico y pasamos otros millones de años contándole a la otra gente cómo fuimos a parar allí.
Cuando Alberto vino con una camioneta, sospechamos que había hecho uso del dinero que, según él mismo, hurtó antes de irse a Norteamérica. Dijo que debíamos equiparla con una pantalla gigante rebatible, un proyector de cine de 35 milímetros y algunas copias para exhibir en los pueblos donde existía gente que nunca había visto películas proyectadas en la pared. Aclaró que iba a necesitar una promotora (señaló a Jane), una persona que le escriba los volantes con los anuncios (señaló a Octavio), y un carpintero que se encargue del mantenimiento de las sillas desplegables y otros mobiliarios en los que la madera jugaba un papel preponderante. Ante la falta de aceptación, percibiendo en el aire un clima enrarecido, Alberto nos confió que el robo al banco lo hizo alquilando una casa lindera que, boquete mediante, lo conducía a las cajas de seguridad donde algunos funcionarios resguardaban fortunas mal habidas de coimas diversas. No sé si llegamos a creerle, pero el argumento amortiguó el efecto y nos empujó a colaborar con él. Y, por si hacía falta algo más, prometió incluirnos en su primer largometraje; lo que deslumbró a Jane, quien siempre soñó con ser actriz y ya se había acostumbrado a su seudónimo como si fuera su nombre de nacimiento.
A la gente de aquel lugar arbolado le fascinaba escuchar que habíamos recorrido todos los pueblos del noroeste argentino pasando cintas que despertaban nobles sentimientos y que nos dejaban en la gorra más monedas que las que esperábamos. Donhéc no se equivocó y con ese dinero comimos, mantuvimos el vehículo, y yo pude enviarle unos billetes a mis amadas mujeres. Tanto les seducía ese episodio como les entristecía, aunque no llegaban jamás a derramar una lágrima, saber cómo fue el accidente.
Aquella noche, comimos un exquisito asado completo, y bebimos todos, incluido Alberto que debía conducir la camioneta. Creímos haber descansado lo suficiente, y nos dirigimos a la ruta. Fue en una curva, en plena oscuridad. Alberto vio al pobre animal cuando lo tuvo encima. Lo esquivó por impulso y el vehículo comenzó su alocada carrera de vuelcos que no tenía fin. Fuimos despedidos por los aires hasta quedar desparramados unos a metros de los otros. Mis ojos se iban acostumbrando a la luz de la luna. No podía moverme, pero veía todo. Alberto, inerme, yacía con un brazo apoyado en el destruido proyector. Octavio escupía sangre y emitía algunos gemidos. Jane, la pobre de Jane, con su dulce rostro abatido, se arrastraba hasta alcanzar el cuerpo de Octavio. Se sentó lentamente, y le llevó dos horas, tres, cuatro, no sé, poner a Octavio sobre sus las-timadas piernas. Lloró incansablemente cuando él dejó de respirar. Lloró hasta que me dormí. Aún cuando desperté me pareció seguir oyéndola. Era sólo aturdimiento. Yo seguía sin moverme, pero lo veía todo. Lo vi a Donhéc, con un médico, al pie de mi cama. Supe que estaba en terapia intensiva desde hacía mucho tiempo. Supe que Jane escapó del hospital en malas condiciones y sufrió un paro cardíaco. Supe que mi cuerpo estaba en coma irreversible, que el médico decía: es difícil que se salve; si lo hace, no quedará bien. Los oía, pero ellos no. Los veía, pero ellos no. Y jamás pude calcular cuánto tiempo pasó hasta que aparecí en este lugar, paraíso o infierno, gran pregunta de Jane.
Hacía millones de años que hacían millones de dudas. Dónde estábamos si mis amadas chicas no aparecían para contarme cómo fue el resto de sus vidas. Y entre millones de años, una noche. Una sola noche, en que surgió la presencia de Donhéc. Dijo que encontró un túnel por donde volver a la vida en el planeta Tierra. Mencionó que hubo una serie de movimientos naturales, que ya no existían animales gigantescos, que aunque podíamos soñar que éramos monos, Íbamos a entrar en esa Tierra para empezar todo de nuevo. Le dije a Donhéc que no deseaba irme sin saber de Dios. Donhéc había transitado mucho; debía saber algo. Me respondió que algunos afirmaban que aparecerá el día del Juicio Final, pero que otros sostenían que no se mostraba porque sentía vergüenza de nosotros. Era hora, Donhéc, de que encontraras una salida.
Pasó esa única noche y prosiguió el día, como los otros millones de días y de años. Cuando mi ansiedad se había extinguido por efecto de las palabras de Donhéc, pude reencontrar a Amalia y a mis nenas, que habían crecido al punto de convertirse en mujeres. Y, fue extraño, volví a sentir emoción. Volví a experimentar aquello que añorábamos con Jane, Octavio y Alberto: la vida. Volví a sentir un abrazo, un beso, el amor. Me contuve, para pensar si era una trampa de Donhéc. Pero, ¿por qué trampa? Si Donhéc siempre cumplió lo que dijo. Si Donhéc buscó hasta conseguir. Si Donhéc anunció que halló la salida de la que tanto hablaba y ahora estaban conmigo mis chicas, ¿por qué temer? Les pregunté qué había sido de ellas, todo este tiempo sin tiempo. Me respondieron que no importaba demasiado. Les comenté que aunque estuve acompañado por Jane y los muchachos, las había extrañado, y me había angustiado no tenerlas. Las miré en silencio largos minutos. ¿Cuánto hacía que no hablaba de minutos? El sol atravesaba los árboles y conseguía que sus ojos pudieran brillar más. Nos tomamos de las manos un instante que fue interrumpido cuando se detuvo frente a nosotros uno de los apóstoles de túnica blanca. Me miró y señaló un portón con rejas negras que se levantaba en el fondo del camino. Dijo: ahí está la salida, Ignacio; no más electroshock, ahora tiene que volver a vivir.


PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

JULIO CORTÁZAR
(Bruselas-Paris/1914-1984)


EL INTERROGADOR

“No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adónde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Rock”.


TE AMO POR CEJA

Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago
y cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco
con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino
es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre
en una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.


EL NIÑO BUENO

No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal. Opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.


HABLEN, TIENEN TRES MINUTOS

Hablen, tiene tres minutos
De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.
Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.


ESTA TERNURA

Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?


HAPPY NEW YEAR

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.


YO TUVE UN HERMANO

Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.

Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua.

Caminé de a ratos
cerca de su sombra
no nos vimos nunca
pero no importaba.

Mi hermano despierto
mientras yo dormía.
Mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.


PÁGINA 10 – ENSAYO

CARMEN ROSA BARRERE
(Posadas-Misiones-Argentina)

ESTELAS Y MÚSICA EN EL PÈRE LACHAISE.

Mi amiga me invita a acompañarla hasta el consultorio de su psiquiatra. Solamente ayer, me había contado que a veces debe esperar un largo rato antes de ser recibida por el facultativo. Que le sigue siendo fiel, porque no obstante sus impuntualidades, a ella la esta rescatando de un pozo tan antiguo como su propia existencia. Nos conocemos hace tanto tiempo, que no precisa mirar mi cara para enterarse que estoy lejos de aceptar su oferta. De inmediato la cambia por otra: — El consultorio queda cerca del Père Lachaise…Las avenidas son anchas, hay una buena arboleda, bancos para descansar, todo en medio de esa clase de silencio que suele gustarte.
Partimos enseguida. Me deposita en uno de los accesos y combinamos la hora y sitio del reencuentro. No vivo en París y apenas balbuceo mal una que otra frasecita. Certificar mi rescate resulta totalmente conveniente.
Entrar al corazón de un lugar de descanso eterno cambia la figura del día. Como llegando desde una ráfaga, caigo en la cuenta que yo también, en algún momento, seré una yacente más asilada por la tierra. Me acongojo porque estando viva, empiezo a llorar mi propia muerte. Si le sigo la corriente a la loca de la casa, hasta puedo adivinar mis huesos carcomidos por la falta de calcio, que fuera absorbido para conformar el esqueleto de mis herederos. Abandono la búsqueda de culpables y dedico mi tiempo a encontrar la gente a la que admiro.
Están las tumbas de Isadora Duncan, la dama que bailaba para deleitar a la nobleza; Frédéric Chopin, Gioáchino Rossini y El Gorrioncito de París estoy segura que se juntan al caer la noche con María Callas, arman un escenario con tules y escamas de peces griegos y mientras uno toca el piano, otro suelta su ópera preferida y María y Edith se ponen de acuerdo para hablar de hombres fascinantes pero traicioneros.
Delante de la tumba de mi venerado Don Juan Bautista Alberdi, seco una lágrima de legítimo sentimiento. No tengo idea de por qué los restos de este patriarca de nuestra historia permanece tan lejos de su casa, su país pensado con ideales que todavía no alcanzamos. Honoré de Balzac y Alan Kardec discuten sobre espiritismo, realidad que Honoré debe aceptar porque ambos son seres de aire compartiendo el mismo cementerio.
Me detengo ante una tumba de mármol negro. Está derruida en la parte de atrás y no puedo alcanzar a leer el nombre que borraron los años y la intemperie. Firmemente adheridas, en doble fila, están incrustadas seis medallas antiguas. Calo mis gafas y descubro que las cenizas pertenecen a un hombre que fuera soldado; ensalzado en la guerra de tal año, y premiado por su valor en el combate tal. Lo imagino erguido sobre su cabalgadura, fieros los ojos, decidido el pulso para destruir al enemigo de la patria. El uniforme arrugado, pero la entereza está incorporada al valor. Paso mi pañuelo sobre esa tumba donde descansa un valiente y coloco la florcita que estaba en la solapa de mi traje, con un beso.
Busco el banco cerca de la entrada. Cierro los ojos y me dejo estar. No es verdad que el cementerio aloje muertos sin voces. Todo el aire se conmueve con la vocecita aguda y delgada del Gorrioncito, y Chopin ataca a su piano como antes. Alberdi nos previene para que maduremos y en el teatro de escamas y de agua la gente aplaude de pié a la sensual bailarina de ojos tristes.


PÁGINA 11 – CUENTO

CLARICE LISPECTOR
(Ucrania 1920-Brasil 1977)

UNA GALLINA

Era una gallina de domingo. Todavía vivía porque no pasaba de las nueve de la mañana. Parecía calma. Desde el sábado se había encogido en un rincón de la cocina. No miraba a nadie, nadie la miraba a ella. Aun cuando la eligieron, palpando su intimidad con indiferencia, no supieron decir si era gorda o flaca. Nunca se adivinaría en ella un anhelo.

Por eso fue una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de vuelo corto, hinchar el pecho y, en dos o tres intentos, alcanzar el muro de la terraza. Todavía vaciló un instante -el tiempo para que la cocinera diera un grito- y en breve estaba en la terraza del vecino, de donde, en otro vuelo desordenado, alcanzó un tejado. Allí quedó como un adorno mal colocado, dudando ora en uno, ora en otro pie. La familia fue llamada con urgencia y consternada vio el almuerzo junto a una chimenea. El dueño de la casa, recordando la doble necesidad de hacer esporádicamente algún deporte y almorzar, vistió radiante un traje de baño y decidió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado donde ésta, vacilante y trémula, escogía con premura otro rumbo. La persecución se tornó más intensa. De tejado en tejado recorrió más de una manzana de la calle. Poca afecta a una lucha más salvaje por la vida, la gallina debía decidir por sí misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de su raza. El muchacho, sin embargo, era un cazador adormecido. Y por ínfima que fuese la presa había sonado para él el grito de conquista.

Sola en el mundo, sin padre ni madre, ella corría, respiraba agitada, muda, concentrada. A veces, en la fuga, sobrevolaba ansiosa un mundo de tejados y mientras el chico trepaba a otros dificultosamente, ella tenía tiempo de recuperarse por un momento. ¡Y entonces parecía tan libre!

Estúpida, tímida y libre. No victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿Qué es lo que había en sus vísceras para hacer de ella un ser? La gallina es un ser. Aunque es cierto que no se podría contar con ella para nada. Ni ella misma contaba consigo, de la manera en que el gallo cree en su cresta. Su única ventaja era que había tantas gallinas, que aunque muriera una surgiría en ese mismo instante otra tan igual como si fuese ella misma.

Finalmente, una de las veces que se detuvo para gozar su fuga, el muchacho la alcanzó. Entre gritos y plumas fue apresada. Y enseguida cargada en triunfo por un ala a través de las tejas, y depositada en el piso de la cocina con cierta violencia. Todavía atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e indecisos.

Fue entonces cuando sucedió. De puros nervios la gallina puso un huevo. Sorprendida, exhausta. Quizás fue prematuro. Pero después que naciera a la maternidad parecía una vieja madre acostumbrada a ella. Sentada sobre el huevo, respiraba mientras abría y cerraba los ojos. Su corazón tan pequeño en un plato, ahora elevaba y bajaba las plumas, llenando de tibieza aquello que nunca podría ser un huevo. Solamente la niña estaba cerca y observaba todo, aterrorizada. Apenas consiguió desprenderse del acontecimiento, se despegó del suelo y escapó a los gritos:

-¡Mamá, mamá, no mates a la gallina, puso un huevo!, ¡ella quiere nuestro bien!

Todos corrieron de nuevo a la cocina y enmudecidos rodearon a la joven parturienta. Entibiando a su hijo, ella no estaba ni suave ni arisca, ni alegre ni triste, no era nada, solamente una gallina. Lo que no sugería ningún sentimiento especial. El padre, la madre, la hija, hacía ya bastante tiempo que la miraban sin experimentar ningún sentimiento determinado. Nunca nadie acarició la cabeza de la gallina. El padre, por fin, decidió con cierta brusquedad:

-¡Si mandas matar a esta gallina, nunca más volveré a comer gallina en mi vida!

-¡Y yo tampoco -juró la niña con ardor.

La madre, cansada, se encogió de hombros.

Inconsciente de la vida que le fue entregada, la gallina empezó a vivir con la familia. La niña, de regreso del colegio, arrojaba el portafolios lejos, sin interrumpir sus carreras hacia la cocina. El padre todavía recordaba de vez en cuando: "¡Y pensar que yo la obligué a correr en ese estado!" La gallina se transformó en la dueña de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto.

Pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se llenaba de un pequeño valor, restos de la gran fuga, y circulaba por los ladrillos, levantando el cuerpo por detrás de la cabeza pausadamente, como en un campo, aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose ya rápida y vibrátil, con el viejo susto de su especie mecanizado.

Una que otra vez, al final más raramente, la gallina recordaba que se había recortado contra el aire al borde del tejado, pronta a renunciar. En esos momentos llenaba los pulmones con el aire impuro de la cocina y, si se les hubiese dado cantar a las hembras, ella, si bien no cantaría, cuando menos quedaría más contenta. Aunque ni siquiera en esos instantes la expresión de su vacía cabeza se alteraba. En la fuga, en el descanso, cuando dio a luz, o mordisqueando maíz, la suya continuaba siendo una cabeza de gallina, la misma que fuera desdeñada en los comienzos de los siglos.

Hasta que un día la mataron, se la comieron y pasaron los años.


PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

EDUARDO DALTER
(Buenos Aires-Argentina)

SIETE NOTAS DE INVIERNO
Poemas


Hasta tu cama
entran,

tensos, de esquina,
por tu piel,

y por allí
te andan,

quiebran
tus cerrojos;

los hechos,
las manos, las voces.

*

Como a cada beso lo borra
el viento que sopla y sopla,

ella pocea y pocea la arena,
pareciera, con más fuerza;

es el viento húmedo, poceado,
que escribe, escribe, escribe.

*

Dejá que entre la luz,
dejala que entre,

que se acomode,
que abra su valija;

no vayás a echarla;
dale de comer;

dejá que ande por la casa.

*

Amor marcado
de estos años.

A pesar de todo
vuela, vuelve.

Tibio es él;
a prueba es él.

Memorioso, dúctil
y carnívoro.

El da la hora
de esta hora.

*

Pasás ladeada, vida;
depende el barrio.

O acariciando con un ala,
o dando fuerte con el pico.

No pasás derecha, vida;
vos planeás, planeás.

*

Hermosura que te busco;
electricidad que es hermosura;

hermosura de una mano
en otra mano; de un cuerpo

en otro cuerpo; de una letra
que con otras es palabra;

palabra que te busca, me busca.
La oscuridad no es cosa nuestra.

*

Por la calle fría
un hombre va

metido en sí
hasta la médula

como representando
poemas de Vallejo,

cruza la avenida, tose
y se pierde entre la gente.


PÁGINA 13 – ENSAYO

JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS
(Santa Marta-Colombia)

LITERATURA EXTRALITERARIA

A veces nos sorprendemos cuando descubrimos que algunos de nuestros escritores predilectos han sido (o son) oficiantes o profesionales de algo que nada tiene que ver con la literatura. Por ejemplo, cuando nos enteramos que Wallace Stevens, el admirado autor de El hombre de la guitarra triste y Las auroras de otoño, era vicepresidente de una compañía de seguros; que William Carlos Williams era médico pediatra, que Juan Benet era ingeniero de caminos, canales y puertos, o que Jaime Gil de Biedma era exportador de tabaco en Filipinas, para no hablar de Rimbaud, contrabandista de armas en África o de Francois Villon, ladrón, salteador de caminos y bandolero.

Pero aún más sorprendente resulta encontrarse con libros, folletos o páginas dispersas, cuyos temas en nada se acercan al arte literario y que sin embargo han sido producidos por escritores reconocidos. Es el caso de Daniel Defoe (1661-1731), el célebre autor de Robinson Crusoe, hombre multifacético que negoció con licores, tabacos, tejidos, ostras, pipas y rapé, que fue inversionista en barcos mercantes, administrador del sistema monetario inglés y agente secreto de la Corona. Publicó trescientos libros, de los cuales escasamente recordamos, además del ya citado, a Moll Flanders y El diario del año de la peste; pero entre los doscientos noventa y siete restantes, encontramos uno que trata sobre la emancipación de la mujer, otro sobre la construcción de unos caminos y otro contra las leyes británicas, “Leyes-telarañas que atrapan a las moscas pequeñas y dejan pasar a las grandes”. También escribió sobre el maltrato de los ingleses a los inmigrantes de Holanda y una Guía completa para el éxito en los negocios.
El genial Víctor Hugo (1802-1885), cumbre de la literatura francesa del siglo XIX con obras fundamentales como Nuestra Señora de París y Los miserables, en la narrativa, y Las contemplaciones y Los cantos del crepúsculo, en la poesía, escribió libros emocionales que sólo sirvieron para incrementar su ya copiosa bibliografía, pero que en nada contribuyeron a su grandeza: Napoleón el pequeño, El papa (panfleto contra el Vaticano), y El arte de ser abuelo.
Por su parte, George Bernard Shaw (1856-1951), notable dramaturgo irlandés en cuyas obras satirizaba la ambiciosa aristocracia británica y recreaba la mediocridad de la clase media —Casas de viudos, Pygmalión, Santa Juana, etc.—, las cuales le hicieron acreedor del Premio Nobel en 1925, escribió también infinidad de libros y folletos de propaganda a los hábitos vegetarianos y la filosofía política de la Sociedad Fabiana, un grupo precursor del actual partido laborista, que propiciaba un socialismo gradual y pacífico a través del ideal moral.
El padre de la poesía romántica en Colombia, Rafael Pombo (1833-1912), autor de versos inolvidables como “es la vejez viajera de la noche” y sus famosas fábulas y cuentos para niños, escribió al final de su vida innumerables textos en prosa y en verso dedicados exclusivamente a promover la medicina homeopática.
Dos años después de conquistar la celebridad con Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll, pastor y matemático, publicó un Tratado elemental de los determinantes, que a pesar del título es bastante difícil de digerir.
Pero aún más paradójico resultó el caso de Jorge Isaacs (1837-1895), quien después de haber publicado la inmortal novela romántica María (1867), abandonó la lírica para siempre y se dedicó a escribir tratados sobre el proceso de formación del carbón, estudios sobre las tribus indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta y una memoria sobre su experiencia de insurgente popular titulada La revolución radical en Antioquia.
El poeta norteamericano Ezra Pound (1885-1972), autor de varios volúmenes de Cantos, que le aseguraron un sitio preeminente en la literatura contemporánea, dedicó mucho tiempo de su larga vida a la investigación de los diversos sistemas monetarios. Defensor acérrimo de Mussolini, en sus alocuciones radiales desde Roma pedía a los italianos oponerse con todas sus fuerzas a la entrada de las tropas estadounidenses. Al final de la guerra, claro, fue detenido, juzgado y condenado a muerte por traición. Ante el clamor universal, sus jueces lo declararon “demente”, lo encerraron en una jaula y luego vivió confinado doce años en un manicomio de Washington. Nutrido en la poesía de Catulo y Dante, Pound inyectó vigor y plenitud a la lengua anglosajona y de allí nació buena parte de la poesía moderna. Eso hace que sus admiradores echemos al olvido libros aburridos e inútiles como el ABC de la economía y sobre todo Jefferson y Mussolini, entre otros.
Aquiles Nazoa, poeta venezolano muy conocido gracias a sus versos elaborados con un ingenio poco común, como aquellos que dicen: “A un indio del Perú, ya en su vejez, / le salieron los dientes otra vez. / Falta ahora saber / si también va a salirle qué comer”, y a un bello libro titulado Cuba, de Martí a Fidel Castro, publicado en 1961, escribió obras sobre los usos de la electricidad, el gusto y el regusto de la cocina y algunas guías turísticas. Caso parecido al del colombiano Jorge Zalamea (1905-1969), el mejor traductor al español de la poesía de Saint-John Perse y autor del hermoso poema barroco El Gran Burundún ha Burundá ha muerto, quien comenzó su carrera de escritor publicando unas aburridas monografías sobre la industria nacional, el Departamento de Nariño y la reforma educativa de 1936.
Lo curioso de todo esto es que ningún escritor, por escrupuloso que sea con su oficio creador, puede sustraerse a esta suerte de herejía o disidencia literaria, porque además ya se ha vuelto tan corriente en cada autor que el no hacerlo puede crearle cierta aureola “extraliteraria”. Vea, pues!


PÁGINA 14 – CUENTO

MIRIAM CAIRO
(San Nicolás-Buenos Aires-Argentina)

EL PROYECTIL SUBJETIVO


1

Nos hallamos presos en el anillo de un círculo. Cuando oímos una palabra última con el oído último, estamos inmediatamente junto a la cosa última presente ahí, ante nosotros. Pero cuando oímos la metáfora del sexo con el oído del sexo, su salpicadura surge por primera vez, siempre.


2

La frutilla se rompe en la boca. Estalla. Y la propia vida se embadurna de crema y saliva. De pronto, se vuelven extrañas las cosas. Me pregunto cómo será la vida sexual de mis invitados. Suerte que la torta tiene frutillas porque creo que mis invitados nunca se salen de su lugar, salvo para romper frutillas en la boca. Dignas de ver aquellas nieves y aquellas cremas, aquellos hongos purísimos. Mientras los veo comer sospecho que ninguno de ellos lee lo que yo leo.


3

La pornógrafa mística se lee doblemente como ángel y fiera enjaulada en el corazón de la ciudad. Nos debe dar miedo tocar a esta mujer. Nos debe dar miedo sentir cada siglo de sus besos lentos. Nos debe dar miedo arrastrarnos por el interior de su cuerpo o descubrir que existimos en los enrevesados pliegues de su cerebro.


4

Es imposible entrar en contacto con los francotiradores. No tienen sexo: tienen aparato reproductor. A veces llegan a fastidiar tanto que no nos queda más remedio que matarlos a golpes de adiós. A ellos no se les puede decir "vamos de nuevo", porque los francotiradores van una vez y nada más.


5

Este café tiene el aspecto de una taberna de la época de la perdición. Se oyen croar ranas en los pantanos que la rodean. El mozo tiene una espléndida cabellera azulada que me recuerda tu calvicie. Me acuerdo de aquel sol de diciembre en un cielo violeta y de tu otra calvicie. Recuerdo que nunca hablamos de Farinelli porque no pensábamos ni remotamente en las bondades canoras de un castrado. Croan las ranas en un pantano que no existe.


PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

ALEJANDRA BURZAC
(San Miguel de Tucumán - Tucumán)


LLAMADA

Dos almas se estremecen
al unísono
con una palabra
con el simple sonido de la voz.

¿Quién dice que no existe
el sexo a la distancia?

Si al oírte me siento poseída
si al escucharme me oyes
penetrada.

Si un segundo antes
de la despedida sentimos ambos
el placer del éxtasis.

BESO

Aunque jamás mis labios
se quemaron en los tuyos
ni mi lengua busco tu alma
en tu boca entreabierta;
Sé que he de arder
entre tus brazos
como antorcha
en la profundidad de la noche
más oscura.
Sé que tu ser
socavando mis entrañas
me llevará al frenesí
al desatino.
Se que tu cuerpo palpita
igual que tu mirada
al verme distante
y encendida.

SOLEDAD

Escamada se torna mi tez
por la ausencia innecesaria de caricias.

Escamas surgen en mis manos
que sangran acariciando la piedra.

Escamado está mi oído
que no sabe de palabras tiernas.

Escamas en él ánimo
cubierto de reproches.

Escamado está mi ser
de cabeza a pies, de pies a cabeza

Escamada tengo el alma
De tanta Soledad y tú Silencio.

RECIPROCIDAD

Tenue luz que diviso a la distancia.
Distancia de afectos que duelen.
Dolor por lo lejano sin retorno.
Retorno a los abismos de mí ser.

Me busco en el vacio
Me intuyo en el silencio.
Me veo en la neblina espesa, negra
Sedienta de amor, de compañía.

¿Dónde va mi cuerpo sin sentido
Jugando a seducir una quimera
creyendo que a quien ama
también ama?

NIÑEZ

Esa enredadera sobre la ventana
llenó de perfume y color mi cama
y el repiqueteo de esos pajarillos
me hicieron sentir que seguía viva…
Miré extasiada, el pasto,
el jardín florido
y entre verde y blanco
recordé mi infancia,
salió del olvido;
Esos juegos viejos, los viejos amigos,
paseos, cuentos, y días vividos;
y fui niña inquieta por un mediodía,
trepando en los árboles, corriendo gallinas,
cortando pomelos, o unas tanjerinas,
con las manos sucias, los cabellos sueltos
el viento jugando con mis pensamientos.

El tiempo se lleva recuerdos y risas
y acumula años y melancolías...


PÁGINA 16 – ENSAYO

ANA LUISA VALDÉS
(Estocolmo-Suecia)

UN COMPROMISO CON LA LUZ, EL NOBEL QUEDA EN CASA: Tomas Tranströmer
Fuente: Brecha (7/10/11)

Poeta de los márgenes y los marginados, el nuevo premio Nobel tuvo su primer libro en español editado en esta orilla. Uno de los mejores seres humanos que existen acaba de recibir el premio Nobel de literatura. Este jueves de octubre me siento parte de la alegría colectiva, de todos los que vivimos en Suecia, de los que escribimos, de los que leemos.

Tranströmer es uno de los pocos escritores que no tiene enemigos ni rivales, lo quiere todo el mundo. A los 80 años, luego de un quebranto de salud, sigue creando y comunicándose a través de su esposa Mónica, a quienes muchos exiliados uruguayos y chilenos conocimos en los años setenta, cuando ella trabajaba en un centro de refugiados políticos. El alternó desde muy joven su profesión de psicólogo con la poesía. Así fue que trabajó como psicólogo visitando cárceles y ha sido un confidente para los que estaban confinados allí, un interlocutor cálido de delincuentes juveniles, siempre tomando partido por los más vulnerables, por los que no tienen poder.

Cuando salió mi libro Su tiempo va a llegar, donde relato la experiencia tanto personal como colectiva de mis años de cárcel en Uruguay, Tomas me mandó decir que su mujer le había leído trozos de mi libro y que lo había conmovido mucho. Él recordaba los años en los que había trabajado en las prisiones como uno de los momentos más importantes de su vida. Su libro de haikus titulado Cárcel. Nueve haikus de la cárcel juvenil de Hällby, publicado en 1959, es uno de sus libros más leídos, incluso entre muchos que no son ni serán lectores habituados a la poesía.

Una vez lo encontré en una lectura colectiva organizada por el Pen Club de Suecia y tuve oportunidad de contarle que en un campamento de refugiados palestinos en Belén encontré una foto de Olof Palme, el primer ministro sueco asesinado en 1986, y un libro de poesía de Tranströmer traducido al inglés. Sonrió con su gran sonrisa y le susurró a Mónica unas palabras que ella tradujo: "Tomas dice que lo alegra eso que le contás, que es ahí, entre pobres y refugiados que él quiere estar". Su gran poesía no ha sido escrita desde un pedestal o desde una torre de marfil sino desde el lugar del dolor, en donde la vida es más intensa. Tranströmer es el escritor de los márgenes y de los marginales sin ser jamás panfletario o didáctico; no adoctrina, simplemente comparte lo que vive.

Es también un poeta que celebra la naturaleza. Uno de sus pasatiempos es buscar y estudiar insectos. Como su compatriota, el gran clasificador de la naturaleza Carl von Linneus, tiene una inmensa curiosidad por lo que se mueve en los bosques, y para eso recorre la isla de Rummarö, donde tiene su casa de verano. Ha descubierto varias especies de escarabajos que fueron bautizadas con su nombre, y su colección de insectos, que empezó a juntar cuando era muy joven, ha sido exhibida en museos para inspirar a los jóvenes a coleccionar.

Así escribe él de su relación con los insectos: "Me moví en el gran misterio. Aprendí que la tierra vivía y temblaba, que había un mundo ilimitado que volaba y reptaba viviendo su vida rica y propia sin tener la mínima consideración hacia nosotros".

La poesía de Tomas Tranströmer es así, repta, vuela, se alza, se sumerge y uno se deja envolver en la calidez de la palabra hecha luz.

Hace varios años sufrió la hemiplejia que lo dejó afásico y casi inmovilizado. Desahuciado por médicos y llorado por colegas y amigos como una voz importante que se silenciaba, empezó a trabajar en la oscuridad y desde adentro del cuerpo para salir de nuevo a la luz. Su mujer se convirtió en su portavoz e intérprete y él aprendió a tocar el piano con la mano izquierda. Así acompaña, desde entonces, la lectura de sus textos. Sus conciertos son siempre virtuosos, toca magistralmente.

Tomas Tranströmer es un hombre comprometido con el mundo, trabaja y apoya a colegas perseguidos, pelea por los derechos de los palestinos, de los escritores en prisión, de los periodistas asesinados en México o en Colombia. Tranströmer es un milagro de resistencia y de humildad, de compromiso con la luz, y un hombre que está tan en su casa en los salones de la Academia, que lo honra ahora, como en los locales pobres donde las asociaciones de inmigrantes lo leen reconociendo su universalidad.

BirgittaStenberg, también una de las escritoras más conocidas de Suecia, llama por teléfono para compartir conmigo su alegría. Es amiga y colega de Tranströmer desde hace cincuenta años. Ambos pertenecen a la generación de los que fueron niños en la Segunda Guerra Mundial y vivieron la transición de un país pobre a un Estado de bienestar. La poesía de Tomas Tranströmer se nutre de ese origen y esas fuentes. De la pobreza nace su gran literatura, del hambre crecen árboles de savia potente. De la desesperación de las cárceles y de los convictos surge la fuerza de la resistencia y de la terca voluntad de la vida que Tranströmer ha vivido tan intensamente.

Desde su hemiplejia a principios de los años noventa, Tranströmer ha dejado de escribir poemas largos, ahora escribe sobre todo haikus, un género que cultivó toda su vida, y en el que ha desarrollado un estilo muy personal.

Ha sido candidato al Nobel desde hace casi veinte años. Pero la Academia sueca es pudorosa y tenía miedo de repetir lo que sucedió en 1974, cuando los escritores suecos Eyvind Jonsson y Harry Martinsson compartieron el Nobel de literatura, y la decisión fue criticada tanto dentro de Suecia como desde el exterior. La Academia fue acusada de parcialidad, de elegir escritores no conocidos por el resto del mundo y sin relevancia internacional. Nada de esto es aplicable a Tomas Tranströmer, uno de los poetas más traducidos del mundo y un creador de talla universal. He escuchado muchas de sus traducciones al árabe, al iraní, al kurdo, al turco, al serbocroata, al español. En Uruguay ha tenido más de una silenciosa edición, gracias a la relación que se estableció entre los dos países a raíz de la solidaridad sueca con los perseguidos por la dictadura y a la obra de otro gran poeta uruguayo, Roberto Mascaró, que lo ha traducido en lo que prefiere llamar "versiones". En 1989 se publicó así el primer libro de Tranströmer en castellano, El bosque en otoño, y luego Para vivos y muertos en edición española de Hiperión (1992). Mascaró también es responsable de una cuidada edición de haikus editada en Montevideo, 29 Jaicus y otros poemas (2003), en cuyo prólogo dice que a Tranströmer le gustaría conocer Montevideo, la ciudad donde nació IsidoreDucasse, conde de Lautréamont, y agrega: "creo que hasta el día de hoy está esperando que lo inviten".

Uno de mis poemas predilectos de Tranströmer se llama "Allegro": "Toco a Haydn después de un día negro/ y siento la calidez en las manos./ Las teclas esperan. Un martillo liviano las golpea./ El tono es verde, vital y calmo./ El tono dice que la alegría existe/ y que alguien no le paga al César lo que es de César./ Meto las manos en los bolsillos haydianos/ e imito a alguien que mira al mundo con tranquilidad./ Levanto la bandera haydiana/ "no nos rendimos pero queremos paz"./ La música es un invernadero en la colina./ Las piedras vuelan las piedras ruedan./ Y las piedras ruedan y pasan por el medio/ pero las ventanas están intactas."


PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

LA SANGRE PARA ELLOS SON MEDALLAS

Autor: Ángel Balzarino
Comentario: Carlos Roberto Morán

Una amplia variedad de temas ha abordado el argentino Ángel Balzarino en “La sangre para ellos son medallas”, su décimo libro de cuentos recientemente publicado. Voces y cronologías alternativas así como un soterrado humor caracterizan a la mayor parte de los relatos entre los que prevalece el que da título al libro y que es un homenaje al cantautor chileno Víctor Jara.
Balzarino es versátil y suele jugar con el suspenso hasta el final mismo del relato, que es cuando se esclarece la trama de cada texto. Como puede apreciarse en determinados cuentos -ocurre en “Una moneda, por favor” (texto que integra el libro aquí comentado) o en “Centro de ayuda al suicida”- cuanto el autor más se “suelta” y apela al humor logra sin duda los mejores resultados.
Pero no solo es certero con el humor. Hay momentos más que bien conseguidos en relatos dramáticos, como “La mujer sentada junto a mi esposo”, texto con el que abre el libro, que es un buen cuento de sesgo policial en el que, debido a un leve desplazamiento de uno de los personajes en un bar, la perspectiva cambia abruptamente haciendo que el drama se precipite de una manera sorpresiva.
Otro cuento que se destaca es “Los juegos para Ana”, en el que el Alzheimer que padece una mujer sumerge a su pareja en una situación de horror que tendrá una resolución ubicada en el más allá del relato. En este texto de denso humor negro Balzarino consigue condensar la terrible historia en unas pocas y acertadas páginas.
Los años de la represión militar que sacudieron a los países sudamericanos en los ’70 del siglo pasado, se hacen presente en dos textos, “Veinticuatro años después” y en el que da título al libro, que supone un homenaje a Víctor Jara, con la reconstrucción de lo que fueron los penosos últimos días de vida de este gran artista.

UN TERRITORIO PROPIO

Aunque el escritor nunca nombra a Rafaela, la ciudad en la que ha vivido la mayor parte de su vida, resulta evidente que la casi totalidad de los relatos transcurren en esa población o sus cercanías. Las situaciones que cuenta son propias de una ciudad de tamaño medio, en la que si bien pueden presentarse todos los infiernos, se vive a un ritmo diferente al característico de una gran urbe.
Un total de quince cuentos integran “La sangre para ellos son medallas”. De temática variada, como se dijo, en determinados casos abordan el erotismo (en “Betty”, en “Una pequeña y diaria cuota de venganza”, en “El amargo sabor de la frustración”) y en otros es la violencia la que termina explicitando las tramas (entre tantos otros, “Con las manos atadas”, en el que se destaca la multiplicidad de voces que hacen el relato)
Liana Friedich destaca en contratapa que es la violencia en sus múltiples facetas la recurrente preocupación de Balzarino, violencia capaz de enajenar al hombre de nuestro tiempo, como bien señala. Lo otro está dado por la soledad que asalta y afecta a los personajes y que es también una característica de lo contemporáneo. Por todas estas razones es que cabe conocer el mundo creativo de Ángel Balzarino.


PÁGINA 18 – CUENTO

ANTONIO LAGO
(Santiago del Estero-Argentina))

LA MUDANZA.

Cuando desperté, un gato me lamía la boca. Quise distinguir la piecita de la pensión de Barracas, pero eso era un cuadrado de chapas cerca del derrumbe. De los trastos amontonados detrás de mí, huyó una rata que el gato no vio.
Yo no entendía nada. Me pasé todo el traslado durmiendo. Los de la mudanza estaban adelante chupando cervezas.
Nadie recordó que yo ese día cumplía trece años.
Me llevé el gato al fondo y de una patada lo volé del terreno.
Todo era campo, alguna que otra casilla y el olor a agua podrida que se tomaban los caballos.
El sarnoso que intentaba volver. Empecé a juntar cascotes.
En eso, mi viejo se abrazó a un árbol. Hablaba para él: la cerveza corría por una canaletita llena de bichos.
Se dio vuelta y me guiñó un ojo: ni siquiera me preguntó si todo ese infierno me gustaba. Cuando vio el piedrazo que le di al gato en la cabeza, me corrió y me alcanzó contra el alambrado del fondo. Me bajó un diente y anduve sin ver los colores una semana.
Extrañaba Barracas: el tráfico y la variedad de la gente, los adoquines…Pensaba si de verdad fue cierto que mi mamá se cayó sola, por la escalera.

Mi viejo hacia una canaleta para el baño, y dale cerveza. Y yo meta pala en el pozo. Ya teníamos gallinas y tres perros.
La mujer que tenía ahora, que dicho sea de paso, no se lavaba ni los domingos: plantó tomates y verduras. Yo tenía que ir con una carretilla de madera que pesaba toneladas a juntar bosta. Y hacé esto, hacé aquello, pero ni siquiera dejarme ponerle nombre a los perros. (Por eso después se los envenené, que me voy a encariñar)
Un día traje a unos pibes a jugar en la puerta de casa. El viejo se vino con la botella de cerveza en la mano.
-¿De qué la van esos cosos?, che -gritó.
-De nada, ¿por?
-No me gustan, que se rajen. Entrá: seguí con el pozo y picá cascote.
No podía ni jugar al trompo: tuve las manos metidas en sal muera horas. Ni siquiera quedarme en mi piecita solo, con una revista. No tenía ni un mueblecito, una cucheta con bichos y gracias. Encima mamporros por cualquier cosa. Se hacía drama por la edad: se le volaban las chapas y a mí me rapaba todos los sábados.
-Un metro más y ya vamos a poder cagar como Dios manda –me dijo.
La mina meta hervir papas, muda parecía. Yo estaba fuera de la mesa. Mi viejo mandando puro versusky: sus minas y toda la plata que perdió con los caballos. La puta historia de siempre. De golpe me miró a mí pero le habló a ella.
-Che, Juana, miralo al potrillo, ¿vos no me lo harías hombre?
Yo no entendía un pomo. La vieja me midió a ojo y no sé qué le dijo al oído. Él la mandó a la pieza.
-Andá con la Juana, ella te va a hacer hombre.
-No quiero, papá, no quiero.
Me tiró un vaso y trascartón se vino y me acogotó contra el aparador. Adentro sonó a platos rotos. Me rasgó la cara con un filo y de los pelos me llevó hasta el pozo. Me puso un piñón en la nuca y caí como una bolsa de papas en el fondo del mundo.
Tenía un tobillo roto y sangraba por la nariz. No sabía qué pensar, qué hacer. Pasé la noche sin dormir. Las chicharras y el quilombo de los perros por la calle me quebraban la cabeza. No lloré ni grité.
Al otro día mi viejo no fue al laburo. Me tiró un pan con hormigas y me mostró la pala.
-En cualquier momento empiezo a tapar el pozo -me gritó.
La tortura duró dos días a pan y agua. Me cagué en las patas: entré a pensar que mis horas estaban contadas.
Apareció sudado y con una sandía por la mitad. Se cortó una raja y me tiró la cáscara.
-Si querés que te saque de ahí, tenés que cojerte a la Juana -me vociferó.
-Sí, papá, lo que vos quieras.
Y me dio soga.
No tenía fuerzas ni para abrir los ojos: por milagro salí del pozo. Faltó poco para que cayese sobre él por la espalda y le partiera la nuca de un cabezazo. Caí desmayado sobre el barro.
Después del arroz hervido me lavé la mugre así nomás en la pileta del lavadero. Mi viejo chupaba y se reía: te vas a hacer hombre, decía. Y me empujó hasta la puerta. Sentí girar la llave y el olor a mierda de la pieza.
Estaba desparramada en la cama, sin ropa: no había qué carnear en ese cuerpo cocido. Me desnudé y dejé que la mala suerte jugara como se le diese la gana. Yo sabía perfectamente que, ya nada en mi vida volvería a ser igual.
Después mi viejo me llevó cagado de risa a mi cucheta. Le mostré la herida que me hizo su mujer en los huevos.
-Me importa un soto, tu nanita. ¿La gozaste, no?, turro.
Y me dejó vomitando. A la noche tenía fiebre y convulsiones, delirio. Salí desnudo a matar las gallinas o eso pensé cuando vi las plumas, por la sangre. No sé quién me llevó al hospital.
Los huevos mordidos me dolían. Pero no dije una palabra. Nadie vino a verme. Pasé el fin de semana y el lunes tirado en una camilla en un pasillo de la guardia. Me volví caminando.
Mi viejo estaba sentado debajo del limonero, chupando vino. Me dijo que la Juana se le fue con un amigo del puerto. Lloraba pero yo no le creí. Por una vez el viejo había levantado una pala: el pozo estaba terminado. No me animé a preguntar por qué.


PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

DANIEL DÍAZ MANTILLA
(La Habana-Cuba)

Los poemas pertenecen al libro Los senderos despiertos.

MI TORPEZA

En una lengua artificial,
con términos arcaicos, casi muertos,
nombro estaciones conocidas del alma, sentimientos
que comparten el bodeguero, el lama, la mujer y el duende.
Mis preguntas son a veces tus preguntas.
Mi temor es serte vano,
es que el lenguaje nos aparte y mi torpeza.
¿Qué te puedo decir que no diga ya el árbol? –me pregunto.
¿Cuánto puedo soñar que no hayas tú soñado?
Sólo describo esta tangible condición,
pongo a tus ojos las palabras que me he dicho.
Sólo comparto mi luz y mis penumbras,
abro mi soledad ante el lejano espacio de tu mente.
Nada espero de ti, sino que existas.


CRISIS

Si miro adelante sin pensar todo lo que me ata,
si expongo mi sangre, mi casa, mis obras,
si rompo lo que hice por lo que haré,
lo que soy por lo que he de ser,
entonces, ¿qué seré que perdure,
qué palabras diré que alguien crea?
Pero si me siento a recordar
las veces que arriesgué y perdí,
si considero las heridas que guardo,
las que ingenuamente causé,
si pongo en la balanza mi fe y mi temor,
si dudo de lo que quiero y me aferro
a carencias parciales,
si me niego a soñar lo improbable
y me quedo así,
mordiéndome los labios,
entonces, ¿para qué las palabras?


POR EL FILO

Caminando por el filo del cuchillo
me pregunto qué haré cuando llegue a la punta.
¿Saltaré al abismo
o volveré sobre mis pasos
como si estos no hubiesen tenido otro propósito
que hacer una maroma?


SANTOS, BRUJOS, LÍDERES, PASTORES

“Comer cuando se siente hambre es bueno,
pero abstenerse de comer aunque se esté hambriento es virtud”,
dicen los santos famélicos.

“Soñar cuando se mira el cielo estrellado es bueno,
pero abstenerse de soñar aunque se vean las estrellas es poder”,
dicen los brujos insomnes.

“Adoptar nuevas ideas según avanzan los tiempos es bueno,
pero abstenerse de cambiar aunque los tiempos pasen es fidelidad”,
dicen los líderes inmóviles.

“El viento que trae tormentas te aterra aunque presagie la primavera,
pero el arcoiris te llena el corazón de fe”,
dice el pastor de los lobos.


RECUENTO DE AUSENCIAS

Cuando la luz se desvanece
y tu cuerpo es como el templo en ruinas
de una ilusión que ya no existe,
como una flor inútil,
cuando la sed no se sacia ni la memoria se borra
y te gastas de añorar,
cuando todo lo que amas parte
y del mundo pereces vacío ante tus ojos,
cuando la esperanza zozobra en el pecho
de tan trajinada y persistente, de tan tortuoso bregar,
cuando la voz se apaga y es la noche del alma,
interminable cual recuento de ausencias,
cuando ya ni llorar puedes
aunque la vida sea un morir muy lentamente,
aún entonces,
como el tonto que sonríe y olvida,
como el sabio que camina sin prisa
o ese árbol que todavía verdea a pesar de los hachazos,
sin detenerte andar, andar,
andar sobre el escollo infranqueable
y descreer a ratos de esa indómita infranqueabilidad,
sólo a ratos.
Arar con dolor el surco de las causas,
esperar y no esperar.


CICLOS

A la tarde cae la lluvia sobre el ardiente roquedal
y escurre entre las piedras hacia la tierra profunda
donde germinan mil semillas.
El bochorno cede ante una noche de relámpagos.
De madrugada brotarán las briznas
que el sol hará mermar al mediodía,
pocas vivirán cuando vuelva la tarde.
Pero un día el roquedal será suelo fértil
entre las raíces del bosque,
amalgamado su grano con el polvo
de todas las briznas que murieron.
Y luego talarán el bosque,
y la lluvia hará escurrir el suelo hacia los mares
para desnudar otra vez la roca.


PÁGINA 20 – ENSAYO

ELKIN ROJAS MONTOYA
(Caracolí-Antioquía-Colombia)

CHAMÁN PERFORMANCE

No vengo del Amazonas cargado de pomadas mágicas. Ni les traigo a “Margarita" la serpiente cascabel dormida en ninguna caja de cartón. Vengo asumiendo en performance y trace del chamán, el arte virtual inmanente de menearse danzando con alegría al son de los sonajeros y al rítmico golpeteo del bastón de mando, sin manearse, ni marearse, atarse o fijarse rictus
aparentes de frustración, antes que cuestionarse con desesperación como el
poeta urbano desde el paredón: “¡¿Qué haremos con la casa en llamas?!” -¿El
Palacio de la Justicia incinerado?-, -¿La Corte Suprema de Justicia, en
tela de juicio?-. “¿Hacer señales de humo a lo imposible, mientras asamos el
maíz de la discordia, suponiendo que es la hoguera de la reconciliación?”.
Para que no andemos como cometas arrancados del cielo, desmechados de orla, ignorantes del origen y destino del resplandor prisionero entre pecho y espalda, no hay que oponer nuestros cuerpos inermes contra el ardiente estallido de la contienda, ni salir disparados por la ventana con la casa arrancada desde los cimientos, como cuando explotan hoy insistentes los vientos suicidas de la venganza.
- Aunque rujan violentos los vientos de aquilón, austro y boreal y del nadir y del cenit aniden hordas atrincheradas entre oscuros paredones y socavones y al soplo encabritado del huracán hiendan los potros salvajes el chispeante sendero, aún sobrevive delirante el RETO de galopar en ascuas contra las aspas veloces de los molinos de viento -.
¡Hay que escardar conscientemente los remotos orígenes del misterio ritual, el cual se hizo lo bastante claro para anunciarse, retomando la luz conciliadora, con proclamas cordiales frente a los estallidos de la cólera que cual ráfagas de viento amenazan extinguir la llama de la inteligencia!
Palabra cálida de argento ancestral, dorada expresión del fuego, lluvia de Orión, original forma pura de la luz: Con el regocijo cálido de la ternura, la fuerza intensa de los abrazos y la pasión ardiente de los besos, flameen nuestros corazones rebozando con demostraciones nobles, amables, cálidos latidos de distensión, nos urge tornar triunfales de la trifulca, - no enlutados, ni añublados, despejados del embeleco de estar ensimismados, enajenados, alienados, reprimidos y veleidosos, envalentonados, presumidos, arrogantes, egoístas, usureros, facinerosos-, siendo cultores festivos, fascinados y fulgentes, no tenebrosos. ¡Armados de amor, sin recovecos rencorosos, predispuestos paradigmas de paz y pulso no alterado, de pleno aplomo, consolidados, solidarios! Soldados de luz, a pesar de nidos y trincheras de hielo y sombra. Estrategas de sí mismos, seguros, no dominantes, ni desmandados.
Ni rústica, ni torpe expresión atribule la tribu de nuestro vocabulario, que la fuerza mágica de nuestros argumentos estimulen la danza y el vuelo de nuestras palabras.
Por la inagotable manifestación espontánea de la vida sobre el planeta, el mundo siempre estará por descubrir. Disfrutemos libremente del misterio desvelado de esta edificante temporada terrenal, adiestrándonos felizmente en el arte de vivir y morir alegremente.*
La urdimbre transparencia tibia de la luz se filtra lentamente hacia el ocaso, acogiendo en su regazo indiscriminado a conflictivos rebaños y ávidas jaurías, enseñoreando sobre las bestias, el ardiente sol de los venados.
Por eso y por mucho más, cargo cuerdo un legado desde las ardientes laderas de la montaña “Quitasol”, con la convicción ancestral, que también albergara plenamente la poeta Pizarnik: "para que no suceda lo que temo, para alejar al malo, para exorcizar, para conjurar, para curar la herida, la desgarradura, porque en definitiva todos estamos heridos".
Frente al cansado desfile de generaciones resguardadas bajo la imagen mortificada de un rostro petrificado en una tristeza eterna 1, en el decurso fugaz de mi existencia, entre danzas y meneos, y sin las vendas oscuras de los excesos obsesivos confrontados bajo la presión al rojo vivo del dolor y de la pérdida2, también reclamo para la poesía " la condición de letra para cantar al servicio de una corrección individual de la injusticia colectiva"3.
Para disfrutar naturalmente de esta tórrida temporada terrenal, sin quejidos, ni tanteos dudosos, sobre todo, cuando sorteamos los cuarteados roquedales del Quitasol, deseando emprender el vuelo definitivo en pos de un sueño, que despliega sus alas surcando el espacio veloz, alfombra mágica, como un relámpago, están de más las tonsuras, las prebendas, las profesiones, los escalafones y el chateo desdeñoso, los perifollos latosos, los virosos trasteos atronados pantalleros, el micro chip estampado en la pechera o en la frente retrechera de las mazmorras donde se arrastran las más lóbregas conciencias aullando como lobos al acecho de la presa, los celulares que nunca superarán a la celulosa, por cuyos circuitos jugosos los árboles secretan las más puras esencias de donde provienen cuánticamente todas cosas, sin que podamos definir con argumentos toda la naturaleza del ser y del no ser.
Entre jaranas y jaurías, la alegría rompe el velo del terror. Arranca espinas y clavos, rompe yugos y cadenas, la fiesta va a comenzar. Sin ardides ni farsas, el planeta no va a reventar. A coro, sin acosos, volverán las aves a cantar y los hombres, ufanos, sin afanes, volverán a disfrutar del arte de combinar con alegría el canto, la danza, el trabajo y la oración, con el arte de amar y de luchar con esperanza contra todo derroche arrogante colmado de injusticia social.
Dura es la lid, pero más duro es quien la lidia como tú la lidias para que no dure.


PÁGINA 21 – CUENTO

JORGE ETCHEVERRY
(Toronto-Canadá)

SUEÑOS BOREALES EN OTOÑO

Más y más, ella me pide desde los sueños. Pero me despierto y me doy cuenta de que ni siquiera mi erección del alba tiene la consistencia férrea de esos años ya idos que reaparecen una y otra vez en estos meses del otoño boreal, que para cualquier habitante del Sur sería invierno declarado. Pese al aire ya a medias automáticamente calefaccionado, un cierto friecillo se escurre de todas maneras por las hendiduras, no importa el hermético aparente de puertas y ventanas. Más, más. No sueño nunca con ella en primavera. Un par de veces me ha parecido que me acuerdo de su rostro, en esa veintena de segundos como máximo que pasan entre el soñar y el despertar, como un braceo con que se sale de un agua espesa a una luz cegadora y quizás cálida, en estos días de otoño, pero por otro lado concientizadora como un escrito del Marx joven, purificadora como un sermón celibatario de un Saulo joven, frente al cual las tinieblas cálidas del sueño retroceden, llevándose con ellas a esa mujer, joven creo, que siempre en sueños, en esos días de otoño que quizás hace una centuria en estas mismas latitudes se aparecía a los habitantes, sobre todo mestizos, sobre todo los de lengua francesa, en sus noches, a su vez, rodeada de lobos, pidiéndoles a ellos más y más. O al menos dice la leyenda métis sobre esa mujer que reina sobre manadas que aúllan en las noches en los meses de otoño, de fines de septiembre a fines de diciembre trayendo lluvias heladas, las primeras nieves, la vegetación baja de los campos crujiente de escarcha con esos lobos que se atrevían a llegar al límite de los poblados. Ahora ya no existen y no hay licántropos ni indios ni europeos ni mestizos y los sueños sueños son. Si los hubiera se mantendrían alejados de estos suburbios extensos que han hecho retroceder a los bosques, en estos meses no tan fríos como los de antaño gracias a la intervención humana. No se acercarían peligrosamente a los hogares de los hombres, que ya empiezan a recogerse entre sus límites defendidos y tibios en preparación del inconcebible y planetario invierno, envalentonando a los lobos y a su reina, la del pelo suelto, que ahora empiezan a circular y al menor descuido se meten a los pasillos, se asoman a las ventanas. He trazado un círculo rojo alrededor del número 21 en el mes de septiembre en el calendario, ya han pasado varios días.
La enfermera joven piensa que he marcado la fecha de una visita que no se realizó, como tantas, que eso me ha afectado desfavorablemente y cree que por eso ya no voy al salón a ver deportes o noticias en televisión porque en esta estación, y al fin de invierno, en febrero, es cuando hay que tener el ojo más vivo sobre la gente como uno, sin que nos demos cuenta, claro, no es que nos sintamos tentados a hacer una barbaridad.


PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

HORACIO HIDROGO PEÑAHERRERA
(Santa Ana-Manabí-Ecuador)


LA SOLEDAD ES UN DOMINGO LARGO

Qué fácil que es hacer la valija,
irse de pronto en el primer tren
estrujando las cartas del pasado.
Qué fácil que es abandonar la túnica
de un lila que nos bañó de amor;
voltear la almohada,
dejar sin tibieza la sábana,
extraviar las sandalias del insomnio.
Y pensar que en este sitio,
bajo la luz agonizante de una lámpara,
tú tejías los recuerdos
en telares de nostalgia
y escribías pentagramas
con los primeros sonidos de la aurora.
Qué fácil que es cruzar la misma calle
y pisar las mismas huellas;
apagar en tus pupilas las noches ebrias de vino.
Mas es cierto que los años se ajan,
que el tiempo tiene otras citas,
que no en vano pasan los Otoños,
que la lluvia se quedó detrás de los cerros,
y que entre tú y yo,
sólo hay un río que dejó de crecer.


TUS SENOS

Cuando tomo la ruta de tus senos,
se desordenan mis sentidos.
Siempre descubiertos:
palpitan, brincan, tiemblan
y me regalan una tarjeta de invitación.
Los he visto moverse debajo de tu blusa,
abandonar el cauce.
En la cita esperada,
cuando se apagan los candiles,
te rasgaré el sostén
y respiraré tu pecho de madera.
Me gusta tu voz,
tus vocales obscenas,
cuando escucho tu “ven” tu “tócalos”,
la sangría del final,
irme y volver,
extrañarte en medio del olvido.
Siempre he amado la metáfora de tus senos.


LA ESPERA

Te esperaré en el mar.
Por favor:
viento, red, gaviota
o caracol,
si tardo,
decidle
que hubo llanto en los caminos.

Después de vaciar mis ansias
sobre el vino dulce de sus muslos,
quise mirar la cara de la Luna.
Ebrios nos hundimos en el surco del mar.
Sus pequeñas palomas se quedaron sin alas.


DESDE TOLUCA

Ahora que te extraño,
cuando el silencio es un amigo
de confianza
y la soledad me araña el alma,
de ausencia te arrancaría los ojos,
te desordenaría el pelo,
te rompería tus telas interiores,
y todo porque son brazas tus distancias.
Me asomo en Toluca,
hay un diccionario de humo en sus fábricas;
no hay frutos en sus árboles
y la última ave abandonó el verano.


LA TÍA ABUELA INÉS

En el patio de mi casa
me paso remendando recuerdos,
confieso que es una bella ociosidad
Este domingo en la tarde
que nadie llegue a golpear la puerta;
estaré conversando con la tía abuela Inés
Repetirá el mismo cuento todos los domingos
con la voz del estero de Sasay.
A la tía abuela siempre le digo que no deje de venir,
que su asiento la espera,
en el mismo sitio,
con las mismas flores,
entre platanales y geranios,
cuando la tarde hace su ultima flexión.
Ocurre que la tía abuela Inés
me cuenta cuentos fantásticos,
de unos hombres que se bajan en las noches
desde cerros azules
y se meten en las vegas
a recoger mazorcas de maíz
y luego se iban por los caminos del cielo.
Este domingo en la tarde,
cuando el sol doble sus rodillas
y su fatiga se quede sobre los cerros,
que nadie venga a golpear la puerta de mi casa,
que la Tía abuela estará de vuelta
y tiene cuentos que contar.


DE SORPRESA

Te tomaría de sorpresa,
como cuando llego al filo del crepúsculo
a embriagarme con los vinos rojos del ocaso,
luego besarte lentamente las mejillas,
como besa el estero a su orilla pequeña,
y hacer nidos con el viento de la tarde.


LO QUE ME GUSTA DE TI

Lo que me gusta de ti
es que miras como los ríos montubios;
es que sonríes como los cañaverales al atardecer,
entre vientos verdes
y mariposas alegres.
Lo que más me gusta de ti
es que tienes vergüenza
en tu palidez de platanal tierno
y en la breve coquetería del saludo.
Me gustas
porque amas las cosas que ama el silencio,
porque cuando callas hablas en voz baja,
y yo te entiendo
en la danza alegre de tus bellas pupilas.
Me gustas
cuando derramas tu aliento de fruta madura
sobre mi aliento de hierba fresca.
Es posible que tú gustes a otros hombres,
pero ocurre que yo transpiro cuando hablas,
entre hablar y no hablar,
es entonces cuando salto de alegría
y corro en busca de mi camisa verde.

EL RELOJ

¡No mires el reloj!,
tampoco el espejo;
no somos los mismos después de hacer el amor.
Mejor escuchemos el concierto azul de las campanas.
Está amaneciendo,
empieza la prisa de la ciudad,
ya la anemia camina al mercado,
ya se sienten los caballos de paso
sobre las calles empedradas;
la aurora se resbala desde los cerros
despertando el sueño de las ventanas enrejadas.
Es hora de llevarme tu aliento en mi aliento
A lo mejor volveré mañana
cuando enciendas el primer candil de tu cuarto
y hayan crecido las nueces de tus senos
y las escobas del día
hayan borrado los últimos espejos del ocaso.


MÁS ACÁ DE LOS MAIZALES

Sobre el vértice de esta tarde,
te espero.
Más acá de la esbeltez de los maizales,
después de las cortinas grises de la lluvia,
en el descenso de las aves,
cerca del jolgorio de las garzas,
de la hierba que crece junto al río,
mirando la última curva del camino real,
cuando rezan los cañaverales,
en la feria de un pueblo pequeño,
al paso de un grupo de colegialas,
bajo la sombra del árbol de mi infancia.
Te esperaré en el repaso de mis sueños azules,
mientras los últimos pájaros agujerean el ocaso,
más allá de las sábanas amarillas del sol,
contemplando el anillo que me devolvió tu mano.
Para seguir esperándote,
aquí junto al colibrí y su breve gimnasia,
salgo a la calle en un día de fiesta
con la media barba que tanto te gustaba.


ESPERAR ES MORIR

Si no llegas a la cita
me quemaré con mi fuego interior;
iré en busca de las sábanas de un ardiente crepúsculo
para convertirme en hoguera.
Voluptuosa, perfecta, eres;
miras y atrapas.
Debe tener leña seca tu piel,
leña de Otoño,
y arder hasta la nada.
Escucho los latidos de tus senos,
siempre desbocados en la noche,
cuando la sábana se destiende
y la lámpara despereza a la mañana.


SI FUERA FÁCIL REGRESAR

Si fuera fácil regresar,
escalar de nuevo la montaña,
quitar el polvo a los recuerdos,
limpiar las hojas secas de Otoño
Tantos años que nos bañamos en los manantiales de la aurora.
Si fuera fácil voltear el calendario,
quedarnos afirmados a las horas felices,
mas el tiempo está enfermo de pereza
y la matita de flores que creció junto a nosotros,
se quedó sin pétalos cuando vino el verano.


PÁGINA 23 – ENSAYO

RENÉ AVILÉS FABILA
(Distrito Federal-México)


PESADILLA DE UNA NOCHE DE OTOÑO
O PARA DOCUMENTAR LA BIOGRAFÍA DE CARLOS MONSIVÁIS

DEDICATORIA CON SUS ASEGUNES

Hace exactamente cuarenta años, en 1967, escribí y publiqué mi primera novela, Los juegos. Qué escándalo. La historia ha sido repetida una y otra vez y yo he procurado esparcirla con audacia y cierto cinismo. En ella, una obra contracultural, critiqué a un grupo destacado de intelectuales, quienes se llamaban a sí mismos La Mafia y aunque eran una suerte de broma pesada para México, tenían un poder que ofendía el desarrollo armónico de la cultura nacional. Es curioso, y quizá Vicente Leñero me lo advirtió, las cosas no han cambiado un ápice. A lo sumo uno o dos de los mafiosos de aquella época (razones naturales) se han muerto de vejez o de inanición literaria. Es decir, nada ha cambiado desde entonces a pesar de que el PRI perdió el control del país, los medios de comunicación lograron hacerse más o menos independientes y los periodistas formados en aquella época oscurantista y represiva pasaron de sumisos a "independientes y rebeldes", algunos hasta progresistas son hoy. A los intelectuales les sucedió algo semejante y se convirtieron en héroes de una izquierda ilusoria aplaudida por una sociedad en pañales. En esa "mafia" destacaba un hombre un poco mayor que yo, que ya era famoso por haber sido un niño, particularmente arrogante, catedrático y dueño de una memoria sin duda prodigiosa. Era Carlos Monsiváis, heredero de las glorias de todo grupo o persona que aspiraba a ser dueño de México o al menos a tener la razón por encima de todo. Con mi generación, que a pesar de la escasa diferencia de los años, tres o cuatro, no se entendió. Nos miraba con desdén y nosotros nos negamos a recibir sus consejos y directrices. José Agustín le hizo las primeras bromas hirientes no exentas de ingenuidad: "Monsiváis a donde vais ni lo sabéis ni lo buscáis." Ante esta ironía de carácter infantil, Carlos respondió con fuego de alto calibre: nos desdeñó y, con la ventaja de no tener mayor respuesta (fuimos una generación desunida, a diferencia, por ejemplo, del Crack), precisó que habíamos plebeyizado la literatura. Quizá tenía razón si el punto paradigmático era su propia generación: García Ponce, Gurrola, Pacheco, Arredondo, Melo, Elizondo…, Pero nosotros éramos --guste o no-- un grupo que veía las cosas de manera diferente a aquellos pretenciosos que todavía suponían que Europa era única e irrepetible. Parménides García Saldaña fue el punto extremo. Es verdad, éramos distintos de la generación anterior, pero hay algo peor: fuimos incapaces de ser tan amigos y solidarios como eran y son, por ejemplo Monsiváis y Pacheco. A la fecha, hace un lustro que no veo a mi entrañable José Agustín y cuando algo sé de él es porque está elogiando a otro distante del grupo original, pero me queda una idea suya, una certeza generacional: fuimos incapaces de ser unidos. Hasta donde sé, ninguno de nosotros logramos fumar la pipa de la paz (la mota de la paz). A Carlos Monsiváis que no fuma ni Delicados con filtro, le dedico este trabajo, escrito a cuarenta años de distancia de la primera vez que, según sus amigos, lo "ofendí" o, digo yo, lo critiqué o lo describí. Es un sobreviviente único, cada día que pasa su fama es mayor e imposible de refutar. Me gustaría haber puesto en la página inicial "A Carlos, por lo que ya sabe, total hemos conversado, comido, estado de acuerdo más de una vez y viajado por Europa y Estados Unidos", pero me limito a dar mi opinión sobre estas cuatro décadas de represión cultural, como diría sor Juana, yo, el peor de todos. Quizá el único que ha sido constante en el rechazo a todo tipo de tiranía, política o cultural y al que no le importaron jamás los riesgos que ello han llevado. El gran poeta Dionicio Morales dijo hace poco como conclusión de una época: si René no hubiera escrito Los juegos, hoy casi sería respetable y tendría un éxito más amplio y muchas menos aversiones. Gulp.


LA REALIDAD

Quiero pensar que Monsiváis es una marca registrada y no un ser que ha buscado empeñosamente ser la figura central del México intelectual. Muerto Octavio Paz, quien para ocupar ese lugar, trabajó con intensidad; criticó al poder para hacerlo suyo. Monsiváis ha ocupado el cargo ante el desinterés de Carlos Fuentes en ser el jefe supremo de la cultura del país. Monsi: figura destacada en cada fiesta, cada coctel, cada mesa redonda, cada suplemento cultural, cada encuentro social o literario, político o deportivo, para la mayoría, ajena a las disputas del mundillo intelectual, representa lo preclaro, el no hay dudas, lo inobjetable, él tiene razón absoluta, no hay pillerías en su biografía, tampoco actos de deshonestidad o incapacidad para equivocarse. Elogió (como Elenita) con entusiasmo a Gloria Trevi y luego la dejó sola en medio del escándalo y la cárcel. Esto podría ser una nimiedad, pero hay que observar su inicial y fervorosa adhesión a López Obrador (que fue ampliamente pagada con el Museo del Estanquillo) con su discreto alejamiento una vez que AMLO asumió los riesgos de su demencia. Si Carlos lo dice, es correcto. Los demás están equivocados. Es inaudito caso de dominio y control sobre los medios de comunicación. ¿Quién publicaría una crítica a su poder político e intelectual, quién aceptaría las críticas sin al menos intentar defenderlo con fuerza? Nadie. Nunca el PRI tuvo tal poder. Si se necesita una opinión sobre narcotráfico, él es la voz autorizada y si se requieren palabras sobre los niños mutilados en Afganistán, nadie como él para hablar y despertar la preocupación de los mexicanos que difícilmente ubican a tal país en el mapamundi. Una palabra suya es suficiente para que un filme o una novela se conviertan en obras maestras y sus autores en genios. Qué no he escuchado sobre Carlos desde antes de cumplir veinte años y pensaba entender a la nación: "conciencia de México", "cronista de la ciudad", "alma del país", "intelectual supremo"... Para acabar pronto, y en apretadísima síntesis, no es más que un tirano ilustrado.
Que el hombre que antes de los treinta años escribió su autobiografía prologada por Emmanuel Carballo está sobrevaluado, ni hablar, lo está, pero quién enfrenta el reto de ponerlo en su justa dimensión y decir que no es infalible, que no es Dios, que tampoco es incorruptible, que acepta premios y becas desde siempre, que coquetea con todas las fuerzas políticas y que en ninguna aterriza, jamás se ha comprometido realmente con una doctrina política aunque con muchas ha coqueteado, que sus prólogos son prescindibles, que no siempre tienen sentido, que sus artículos son aburridos o que están equivocados sus análisis por lo regular inocuos ante el poder ilimitado del sistema. Así será porque en efecto posee el don de la ubicuidad y lo mismo está simultáneamente en Radio Fórmula, en Televisa o en el canal 22, o en este o en aquel diario y que en consecuencia nadie se atreve a desafiarlo, ni siquiera sus enemigos que optan por el anonimato o la discreción. El caudillismo es un grave defecto nacional en lo político y en lo intelectual. Nos ha dañado y convertido en estúpidos. Nuestra historia es la de los caudillos, los iluminados, los tiranuelos, los dictadores, los emperadores y las altezas serenísimas, lo mismo en materia política que en las artes. ¿Lo sabrán todos aquellos que abren una sección o suplemento cultural o una galería de arte o un diario y se mueren porque al menos Monsi les preste su nombre, les tome la llamada, acepte una invitación a un restaurante de lujo? La sola posibilidad de contar con la animadversión --el rechazo, la negativa, la descalificación o, peor aún el silencio-- del sabio de Portales, les provoca pavor. No hay retador posible. Nadie correría el riesgo, ni siquiera sus peores enemigos o críticos, el miedo los sobrecoge, los paraliza ante el obvio proceso: primero, al redactar la crítica a Carlos, aparece la autocensura, si ella sólo reduce las palabras críticas, surge, impetuosa, la censura del medio. Quizá no sea el pánico al afamado intelectual sino a la furia de sus admiradores, tan lejos de Dios y tan cerca del PRD. Sus coqueteos con el poder lo confirman como el más fuerte de los intelectuales mexicanos. Algunos escritores han enfrentado a un partido o a un caudillo, él ha tenido la habilidad de quedar bien con todos. Lo que le permite hacer talco al PAN en un discurso de apariencia audaz y al mismo tiempo recibir todos, pero todos, los beneficios del gobierno panista a través del CONACULTA o la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde es el rey cultural y político y los funcionarios se desvelan por atender sus exageradas peticiones. Sólo el máximo caudillo cultural que hemos padecido en México, Octavio Paz, pudo ponerlo en su sitio al calificarlo no como hombre de ideas sino de ocurrencias. Cierto, es chistoso, en mis años universitarios, todos festejaban y repetían sus humoradas, con frecuencia simplonas. Francamente, a veces se acercaba más al bufón de la pequeña burguesía ilustrada que al hombre irónico, incorruptible, tenaz crítico del poder que, por ejemplo, fue José Revueltas o al cordial y simpático revolucionario de siempre llamado Juan de la Cabada.
De apariencia crítico, se ha convertido en censor, en ministro de una novedosa Inquisición: Monsiváis decide quién va a la hoguera y quién se salva. Lo que antes hicieron el grupo Contemporáneos y más adelante la "Mafia" encabezada por Fernando Benítez. Como Paz amó el poder, y como Paz lo obtuvo para beneficiarse él mismo en primer término. Pero, naturalmente, las diferencias son notables. Octavio era un poeta soberbio. Monsiváis no es más que un falso humorista incapaz --regla de oro-- de hacerse una broma a sí mismo. A diferencia de grupos que colectivamente ejercieron la tiranía intelectual como Contemporáneos o "la Mafia" (allí mero Carlos se formó y alcanzó el número suficiente de adulaciones y apoyos que lo pasaron de hijo sobreprotegido a semidiós, exitoso y rico), ahora lo hace una sola persona: de él nace el ninguneo actual o las palabras fervorosas que transforman a un simple mortal en asiduo de las mejores editoriales y los diarios más famosos. Monsiváis aprendió las ventajas del poder, llevado de la mano de sus mentores (como Fernando Benítez, autor de libros memorables como El rey viejo y de obras vergonzosas como Relato de una vida, conversaciones con Carlos Hank González) que lo prepararon para sólo estar en las alturas y desde el cielo despreciar a los mortales). Me sorprende que él, de suyo severo criticón de la corrupción, no vea la suya o la de sus amigos cercanos, que su conducta esté, como observó José Agustín, más del lado fascistoide. Es un hombre aristocrático mal disfrazado de pelado. Fanático de la añeja costumbre nacional de sólo reconocer a los amigos, algo que criticó con dureza Ikram Antaki. Autoritario con sus inferiores, mudo ante los errores de sus escasos pares. Pienso en el libro más reciente de Julio Scherer, La terca memoria: arranca ofendiendo --con el inefable aval de Monsi--, a Gastón García Cantú por un nimio error cometido (la discutible adhesión al canalla Regino Díaz Redondo), sin considerar la portentosa obra de investigación histórica que realizó, a quien en vida ninguno de los dos se atrevió a agredir. Luego, en dos capítulos inauditos, Julio, el impecable e implacable, acepta una camioneta de lujo que le obsequiara el bandido Carlos Hank González; se la queda para no ofender la amistad fraternal, explica. En otra parte ocurre lo mismo con un préstamo concedido por otro afamado pillo priista, Francisco Galindo Ochoa, "hermano querido", no lo paga para no lastimar el afecto del poderoso funcionario encargado de corromper periodistas. Esto, en cualquier parte del mundo, se llama claramente podredumbre, pero aquí, fiel a la máxima de que si el chayo no te corrompe, acéptalo. Julio mejoró su situación sin perder su condición de justo, el prestigio de ser incorruptible. Ello no le molesta al otro justo, a Monsi, ahora estrechamente vinculados por la descomposición moral de México. Queda algo: Monsiváis escribe dos veces por semana al menos en el diario El Universal, cuyo dueño, Ealy Ortiz, recibe una severa felpa de Julio Scherer en el citado libro de memorias. Esto es, la pureza tiene límites.
Las mafias y los caudillos culturales apenas permiten vislumbrar qué es México literariamente hablando. Si un extranjero se informa sólo a través de los medios de comunicación, inevitablemente tendrá la idea de que somos una nación de cinco o seis escritores a lo sumo, de entre ellos sólo destacan Carlos y Elenita; Fuentes lo hace cuando realiza uno más de sus infortunados comentarios o críticas de orden político. El resto es vivir de sus bien ganadas regalías, en Europa o en Estados Unidos. Carajo, uno comienza a echar de menos a caudillos como Octavio Paz: es verdad, no tenía amigos, eran súbditos, pero al menos el tránsito de república de las letras a monarquía, con rey y aristocracia, se dio con el espaldarazo del Premio Nóbel de literatura y con el reconocimiento artístico a su liderazgo intelectual.

LOS RIESGOS

Supongo que mi vida quedará en riesgo de una agresión física de parte de los admiradores de Monsiváis que, gracias a los medios, no son pocos. Lo mismo que me ha sucedido con López Obrador cuando me atrevo a criticarlo. Una vez acudí a un restaurante afamado y antipático, estaba yo con Griselda Álvarez cuando irrumpió Monsi vestido de mezclilla, sin peinarse y más descuidado que nunca. El capitán lo condujo a una mesa donde ex priistas ya festejaban algo, qué, no sé, tal vez su salida de ese partido siniestro para ingresar a otro: el PRD. Llamé a un mesero y le pregunté quién era aquel personaje que podía entrar sin cumplir las exigencias formales del restaurante ("no aceptamos a nadie que no use traje y corbata"). El tipo me miró con asombro: ¡Cómo, no sabe usted que es el sabio Monsi! No, repuse con falsa ingenuidad cuando lo conozco desde 1960, año en que preguntó por el Califa de Portales, un padrote soberbio y un aguerrido madreador, amigo mío, dizque para escribir su biografía. Pues es una gloria del país y puede entrar como le venga en gana, concluyó con enfado el meserete. Finalmente hace poco, en una conferencia, tuve la osadía de comentar su extraña relación con la Cuba de Fidel Castro y con el más acabado crítico de esa nación, Jorge Castañeda, quien del comunismo pasó a las filas del foxismo. Una señora muy agresiva, como del PRD, me dijo a los gritos que ni me atreviera a tocar a Monsi, "él siempre tiene la razón y usted es un tapete del imperialismo". No, pos sí.
Me atrevo, con timidez, a preguntarme ya que mi propia respuesta me aterra: ¿en verdad los mexicanos estamos tan urgidos de líderes, caudillos y tiranos de toda índole? De ser positiva la respuesta, sólo me queda comparar, muy nostalgioso, las diferencias entre los caudillos intelectuales del pasado como Lombardo Toledano, Gómez Morín, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Salvador Novo o los que se arriesgaron en el campo de la plástica al decirnos que no había más ruta que la suya como Siqueiros y Rivera con el atroz presente de Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, tenaces edificadores de sus propios mitos, más adorados y temidos que realmente analizados.

LOS RESULTADOS

Ojalá que los médicos y enfermeros que me atienden en esta clínica gratuita para pobres de Marcelo Ebrard, que lleva un nombre prestigiado, "Carlos Monsiváis", se descuiden: pienso fugarme y cambiar de país. Alguien me dijo que en Tanzania nadie conoce a Monsiváis ni a Poniatowska.

MORALEJA EN FORMA DE INTERROGANTE

¿Qué hubiera sido de Carlos Monsiváis si en lugar de nacer en el convulsionado Defe lo hubiera hecho en Suiza, donde no hay miseria ni terremotos ni la policía mata estudiantes, un país sin caudillos, democrático, donde, como bien dijo Orson Wells, en trescientos años de tranquilidad sólo han inventado el reloj cucú, sitio hermoso con lagos y ríos potables que Borges seleccionó para morir porque en su infancia la ausencia de ruido le permitió concentrarse en la lectura, país en el que no hay tragedias y entonces los periodistas se aburren contando calles limpias y tranquilas, sin policías ni ambulantes, lejos de un sistema idiota de partidos como el nuestro? Sería el caudillo del silencio sin temas dramáticos sobre los cuales escribir y deambularía buscando alguna notoriedad por bancos en los que millonarios ladrones de todo el orbe esconden sus fortunas y con una profunda "tristeza reaccionaria" por no ser un mexicano que vive y disfruta sus tragedias nacionales.


PÁGINA 24 – CUENTO

MIGUEL ÁNGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

MEMORIAS DEL SEÑOR DREYFUS

Con la llegada de los indios Sioux, les sería impuesto a los hombres, el hablar mesurado. Desde el costado de la puerta del bar, se veía un horizonte arenoso, plano y oblongo delante de las miradas. Los grupos de mesas acumulaban sobre los manteles manchados una colección de porrones a medio terminar y de aureolas secas contra la madera.
El señor Dreyfus era un hombre bajo. Llevaba un impermeable gris y unos anteojos oscuros. La perversidad del calor le hacía brotar gotas de sudor de la frente que se le deslizaban hasta las patillas.
No había otro bar en muchos kilómetros. Allí, los trabajadores volvían al atardecer para terminar la jornada tomando cervezas y hablando del cierre de la fábrica, único tema abordable desde la muerte del gerente ocurrida años atrás. Algunos sostenían que lo habían matado. Era por aquello que se comentó tanto del líquido de frenos mojando las piedras. Un día salió en su coche rumbo a la casa y no volvió. Encontraron el automóvil al costado del camino. Los asientos eran un infierno de cuerina caliente y de vidrios rotos. El cuerpo, contra la arena, sobrevolado por los buitres, se recortaba bajo la sombra de unas alas enormes, fragmentándole el rostro, haciendo que la muerte se le presentara igual que una máscara.
El hombre se llevó el vaso a la boca. Empujó los anteojos con el dedo índice y miró hacia la calle para confirmar que los indios Sioux aún no retornaban. Sabía que planeaban regresar. Cada tarde, Dreyfus, sentado en aquella mesa contra la ventana, frente a vasos similares al que tenía entre las manos, los esperaba. Eso se le había tornado una costumbre diaria desde que aquella mujer india de rostro de tormenta se lo confirmara, con la lengua chasqueando la oscuridad de su paladar hasta arrancarle pequeños ruidos. Fue por el tiempo en que ya nada se cree, que visitó a la vieja para hablar de lo que vendría, de lo que le restaba vivir en ese pueblo del desierto. Pidió hablar de su futuro porque Arizona era así de rara, así de inquieta y transparente, con sus calores y sus formas deformadas, con sus silencios. La mujer lo miró a los ojos y le predijo que la felicidad no le sería concedida hasta la vuelta de los Sioux. Le dijo además que los indios volverían cuando la edad de las arenas fuera propicia para los retornos.
Desde allí, los esperaba. Con el golpe nuevo de un corazón seco entre las costillas, en el dorso de los ojos invadidos por la imagen de una misma calle distinta todas las tardes. Los esperaba. Desalentadamente quieto en su lugar; ciertamente convencido que el después de ese pueblo y el de él tenían demasiado que ver con un bar lleno de tierra, con unas muertes y con unos empleados hablando en voz alta apoyados en el mostrador. Algo se le sublevaba cuando el viento hacía llegar a su nariz el olor de algún caballo o la efervescencia del polvo. Los indios estaban cerca.
La nebulosa del calor retardaba las palabras de los hombres a su lado. Echó una mirada a los otros, deslizándola por los objetos hasta que le pareció que ella dejaba una marca adherida a los bordes de las mesas, en las botellas de la exhibidora, por las costuras de los mamelucos y por el musiquero que hacía años no funcionaba pero que había sido novedad en el pueblo. "Los indios Sioux también lo fueron", pensó Louis Dreyfus.
Esos obreros hablaban acerca de la huelga. Decían que la fábrica no tenía autoridades, que el gremio hacía todo lo posible pero sin comprometerse, que las cosas se presentaban muy mal para ellos. El pueblo vivía de la fábrica. Cuando ella ya no estuviera, el desierto lo devoraría en un arrebato de viento. Dreyfus veía, al oír a los hombres bebedores, las chapas del tinglado, crujiendo y manchándose de sol, como quejándose, en la parte de abajo de las nubes, de un peso de fuegos. También eran el sudor en todas las frentes, las palabras entrecruzándose a propósito de la agitación, de la fuerza apoyada contra los hierros y los crisoles calientes.
Pero con la llegada de los Sioux todo cambiaría. Lo sabía Dreyfus con la certeza del vaso que se lleva a la boca o de la brusca calle puesta sobre las arenas de Arizona. Y declinable, el sol, percutiendo igual que el repique de un tamboril en los oídos. Aquello era la vida sin los guerreros Sioux: una espera galopando delante de los que todavía creían en las vueltas.
Mientras los obreros hablaban, Dreyfus recordó la vez que comenzara su espera de guerreros. Fue para cuando murió su esposa, y el gerente de la fábrica, en su auto, tuvo ojos para las alas de unos pájaros mortecinos. Por esos días ocuparon la monotonía de vivir su impermeable gris y sus gafas, la casa muy vacía desde que a la mujer de ojos claros que decía quererlo se le detuvo el corazón y él cerró la ventana y la vistió con la bruma celeste del pasado. Delante del cajón de madera, pensó en lo que le dijo la adivina sobre los indios antes de despedirse. Que llegarían para vengarlo, con una osada intención de justicia, destruyendo ese pueblo, dejando algunas ruinas y algunas sombras. Llegarían a perforar la tierra con los cascos de los caballos, a zumbar el viento con los cabellos y las lanzas. Llegarían. Y esa verdad suya, se le fue afianzando hasta transformarse en una imagen que lo perseguía desde los ojos: los guerreros, ganando distancias, abriendo en dos lo mórbido del aire, mojando con el sudor de los potros, la planicie cobriza, las calles casuales que determinaban el pueblo.
Muchas tardes transcurrieron desde aquel momento. Ahora los obreros planeaban una huelga, y la tarde volvía a atardecer como siempre. Quizás esa noche se despertara inoportunamente para pensar en los Sioux. Viendo desde la ventana esa perspectiva demasiado común de los galpones o escuchando maullar a los gatos.
Uno de los obreros golpeó la mesa. Otro, llamó por su nombre al chico que vendía cigarrillos dándole unas monedas. Por la puerta pasó la dueña del almacén y bajó los ojos al verlo.
Dreyfus terminó de beber. Ya no llegarían. Se había vencido el horario de los retornos. Se lo dijo la última gota de ginebra y se lo confirmaron los pliegues de las nubes y la luz hiriente sobre los vidrios. Con el dedo índice se arregló los anteojos. Pasó la palma de las manos sobre las solapas del impermeable y empujó la mesa. Mientras tanto los hombres hablaban de sus familias. El hambre les oscurecía las ojeras.
El señor Dreyfus siguió hacia la puerta. La ventana, en su escasa transparencia, dejaba ver el reverso de las huellas dactilares y de la grasa. Y él se atrevió a recordar a confirmar para sí, como lo hacía cada tarde después de concluir su bebida y su esforzada ceremonia de esperas, que en un día igual a ese, bajo el sol, a la siesta, le había cortado los frenos a un auto. Que su esposa lo había llamado maldito y que, tras el empujón y la caída, supo que los adivinos podrían armarle un futuro al que había renunciado, del que ya no podría disponer.
Cuando lo vieron salir, los obreros se codearon. Cruzando la calle, el loco Dreyfus se alejaba con la carga del engaño amoroso, de las muertes que se permitió y de los años que dejó en la cárcel. Uno de los obreros, con el puño cerrado sobre el mantel, dijo tener esperanzas en la huelga.


PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

WILLIAN GEOVANY RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ
(Purificación-Tolima-Colombia)


SUSTITUTOS

Muchos sacian su angustia
en los ojos del huracán
y dentro de la incertidumbre se aproximan
hacia el final
donde el día ya no pestañea
y la noche muere sin su pan


DESDE LAS PUERTAS DEL MÁS ALLA

Alguien toca la puerta del más allá
para descender desde la otra orilla

Allí encuentra su propia sombra
palidecer junto a la luna

De regreso a su morada
la luz le concede otra salida


REINOS

Desde las profundidades de los reinos
descubro mi caballo de viento
ante el máximo creador
y me hago transparente como el cristal
para no dilapidarme con las almas del infierno


EL ROSTRO DE LA GUERRA

El rostro de la guerra
tambalea con los desmembrados

Las flores de la desgracia
hieren como nunca
dejan en el murmullo
una profunda incertidumbre
y oscurece el arte de los que aún sueñan preguntándose
por el misterio de la creación

¿Somos principio de una creación que se olvida de sí
mientras inventa la existencia?


LA DAMA DE LAS TINIEBLAS

La dama de las tinieblas presencia su propio funeral
en el ocaso del día
ninguna de las carroñeras se acerca a despedirla
prefieren custodiarse con el silencio
saben que si no lo hacen jamás volverán a despertar


PÁGINA 26 – ENSAYO

CHANTAL MAILLARD
(Bruselas-Bélgica)

POESÍA Y PENSAMIENTO
Fuente: El país, España

La pregunta por la relación entre poesía y pensamiento ha llegado a ser uno de los tópicos de los encuentros poéticos. Aparentemente, el tema da para mucho, pero una termina preguntándose si no será ésta otra de tantas falsas dicotomías que se inventan, al nombrarlas, para poder hablar de algo, que de eso, al fin y al cabo, se trata.

Obtuve la respuesta de repente, mientras leía el Fiat umbra (Pre-Textos) de Isabel Escudero cuando, al darme cuenta de que levantaba los ojos del libro y me quedaba con la mirada perdida después de la lectura de uno de sus fragmentos, recordé un ejemplo que ponía Miguel Palacios en sus clases de Ética: el que lee filosofía, decía, levanta a menudo la cabeza, como hace un pájaro al beber. Así, lo leído se filtra, como el agua en la garganta del pájaro, y se asienta en el entendimiento. Pues bien, tomé conciencia, en ese instante, de que no estaba leyendo un ensayo sino unos poemas y que, sin embargo, hacía el mismo gesto; la misma necesidad había de dejar que el agua se filtrase y hallase su camino hacia el núcleo. Si, pues, para beber el verso hay que levantar la cabeza, ¿qué diferencia existía entre el poema y el pensamiento?

No obstante, fiel al principio de sospecha, volví a la pregunta: ¿era realmente el mismo gesto? ¿Acaso no había, en la recepción de un buen poema, además del placer del entendimiento, un cierto paladeo? Ciertamente, el verso se "saborea". Y esto, el sabor, al que los filósofos de la India llamaban rasa, es algo que viene dado por la buena elaboración, por la sabia combinación de los ingredientes. No otra cosa es la poíesis.

Pero si bien la poíesis es el arte de hacer poemas, el poema no es la poesía. El poema es algo más. Nos abre una ventana, a veces pequeña, a veces grande, sobre el mundo. Nos cuenta algo que, sin saber, sabíamos, y que reconocemos. El poema es una evidencia que nos asombra. Derrida lo comparaba con un erizo. Lo encontramos indefenso, hecho una bola en la autopista, y nos dan ganas de cogerlo, de protegerlo porque allí, muy a ras de suelo, murmura, dice algo muy bajito. Algo importante. Pero sin aspavientos. Y repetimos lo que murmura, nos lo aprendemos de memoria (par coeur) y el corazón, entonces, el corazón que no había, se hace.

Este hacerse el corazón no es cosa de artificio. Es tiempo de deponer las ansias, los poetas, y estar atentos. Caracol, mejor que erizo, el poema -y el poeta- es la más humilde de las criaturas. Indefenso pero ligero, lleva consigo su casa, su morada; la construye con su propia saliva a medida que va creciendo. Así ha de ser el poeta para los tiempos que vienen. Humilde, anónimo si pudiera. Porque lo que dice, lo dice para todos y es en boca de todos cuando halla cumplimiento.

Vuelvo al Fiat umbra. A medio camino entre el haiku y la sentencia popular o la métrica breve castellana, estos "farolillos" expanden su luz en mi penumbra. Brevemente, a modo de estampas para la imaginación o para la inteligencia, permitiendo ese sesgo de la mente que tanto abreva. Sirvan de ejemplo para lo dicho. Beber un sorbo y levantar la cabeza. Como el pájaro.


PÁGINA 27 – CUENTO

GERMÁN FRANCISCO VACHINO
(Tigre-Buenos Aires-Argentina)


COYOACÁN.

Ví azules, rojos y amarillos como nunca antes ví azules, rojos o amarillos, ví cejas peludas de mujer y un cuerpo lastimado herido por las flechas de cupido, ví la fidelidad del pueblo mexicano en la aparición de Guadalupe, ví trajes de amor y colmenas de odio, ví a Henry Miller mezclarse en la biblioteca con libros de historia, ví futuras postales baratas lastimosas en el escritorio de un pelmazo en Buenos Aires, ví macetas con seis cactus, lágrimas, pinturas, fotografías, planos, ví al sol detrás, bien lejos del D.F., beber las copas de los árboles.


PINTANDO EN ÁRLES.-

Las gotas de láudano se encarnan en el cuerpo y el espasmo de cielo límpido atesora ilusiones, ¿llegó la hora de que una oreja marchite? La pipa, desmoronándose, vierte el tufo del tabaco en los pulmones y la mano a la deriva sigue su curso inalterable en la continuidad anatómica del pincel, Vincent insinua padecer sifosis, en esa postura desplega un policromo de efectos, brega en el cúmulo de croquis, con la zurda se rasca la ingle, el atril aplasta las flores, ¿Dónde estás?, el campo es verde naranja y a nadie le importa, en la lejanía el grupúsculo de casas impropias fallece por la distancia, Vincent con su humor trófico pinta hasta enajenarse, el sombrero de paja opalino embute los sentidos, el foco de atención cobija detalles, Theo deambula en la frescura de otros aires y enigmas.-


PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

SILVIA FAVARETTO
(Venecia-Italia)


BRASIL (CATARATAS)

TEMPESTA TROPICALE

Le gocce
come perle effimere
si staccano dal parapetto;
trascinati dall’acqua
piovono anche fiori,
chiodi di pioggia
trafiggono il prato
che non ha rimedio alla tormenta
e si gonfia di fango.
Gli uccelli non cantano,
solo le nubi gridano.
Carpire al diluvio
solo la sua esattezza
e la sete delle radici.


TEMPESTAD TROPICAL

Las gotas
como perlas efímeras
se despegan de la baranda
arrastradas por el agua;
llueven aun unas flores,
clavos de lluvia
traspasan el cesped
que no le tiene remedio a la ventisca
y se hincha de barro.
Los pájaros no cantan
sólo las nubes gritan.
Sonsacarle al diluvio
sólo su exactitud
y la sed de las raíces.


ARGENTINA/ RÍO

NIENT'ALTRO CHE FUOCO

Di sì che voglio scrivere
ma mi escono braci
e mi sanguina il naso.
Sì voglio scrivere e ci provo
intingendo le parole in inchiostro di limone
ma bruciano gli occhi e inaridiscono le mani.
Di sì , ti ho detto,
voglio scrivere ma la penna brucia
e le scintille appiccano fuoco al foglio
e il legno dello scrittoio si annerisce
e cade a terra la cenere
con la mia ispirazione
e mi esce fumo dalle dita
e la mia poesia è fuoco,
nient'altro che fuoco.


FUEGO, NADA MÁS

Que yo sí quiero escribir
pero me salen brasas
y me sangra la nariz.
Sí quiero escribir e intento hacerlo
mojando las palabras en tinta de limón
pero queman los ojos y secan las manos
que yo sí, sí te dije
quiero escribir pero la lapicera arde
y las chispitas prenden fuego a la hoja
y la madera del escritorio se ennegrece
y cae al piso la ceniza
con mi inspiración
y sale humo de mis dedos
y mi poema es fuego,
fuego, nada más.


CUBA/MAR

RITORNELLO DEL PAUROSO

Alla chetichella
è arrivata la stella
con lei affondo
nel mare profondo
con lei giro
attorno al mondo
e alla morte
in un secondo.


REFRÁN DEL ASUSTADO

A troche y moche
llegó la noche
con ella me hundo
en el mar profundo
con ella doy la
vuelta al mundo
y a la muerte en
un segundo.


VERDE CRISTALLO

Scrivere e sputare
veleno come le
seppie.
Scrivere e mitragliare
con raffiche d'inchiostro.
Scrivere e dirigere
accuse e
domande.
Scrivere e versare
ciò che è sacro nel foglio
senza che ne resti in me
neanche una goccia, nemmeno una.


VERDE CRISTAL

Escribir y escupir
veneno como las
sepias.
Escribir y acribillar
con ráfagas de tinta.
Escribir y dirigir
acusaciones y
preguntas.
Escribir y verter
lo sagrado en la hoja
sin que quede en mi
ni una gota, ni una.


VENECIA/LAGUNA

USCIO E PRESAGI (POLENA)

Ti ho visto allontanarti
sotto una luna di pietra pomice
portando,
stretto sottobraccio,
il cadavere di una sirena.

Ti ho visto strapparle, in spiaggia,
squame grigiastre
e sopportando
l'odore di pesce marcio
baciarle le labbra morte
di fiori che anneriscono
al discorso del sole.

Ti ho visto tinto di nero
in una oscurità di luna saponosa
cercando di rifuggire
il rumore di quel canto:
la canzone dell'oceano
è il soffio del vento
che fischia tra le aperture
di uno scheletro

e i tuoi occhi solo sale, sale che brucia.


UMBRAL Y PRESAGIOS (MASCARÓN DE PROA)

Te vi alejarte
bajo una luna de piedra pómez
cargando,
apretado bajo el brazo,
el cadáver de una sirena.

Te vi arrancarle, en la playa,
escamas grisáceas
y soportando el
olor a pez podrido
besarle los labios muertos
de flores que ennegrecen
bajo el habla del sol.

Te vi anochecerte
en una oscuridad de luna jabonosa
intentando desechar
el ruido de ese canto:
la canción del océano
es el soplido del viento
filtrando en una calavera

y en tus ojos sólo sal, sal quemando.


PÁGINA 29 – ENSAYO

CRISTINA FERNÁNDEZ CUBAS
(Arenys de Mar-Barcelona-España)

CUENTOS INFINITOS

Hace unos días, desayunando en el café de costumbre, me hice con el único periódico libre que quedaba en la barra. Eran ya casi las once y me sorprendió encontrarlo en buen estado. Empecé por el final, una entrevista. O, mejor, por una de las respuestas que un lector anónimo se había molestado en destacar envolviéndola en un trazo verde que recordaba a una nube. Hay gente que tiene la manía de garabatear en periódicos ajenos, y otra, entre la que me cuento, que no puede resistirse a mirar sus dibujos, subrayados o signos. El entrevistado era John Michael Bishop, rector de la Universidad de California, premio Nobel y autor de notables descubrimientos en el campo de la investigación médica. Me llamó la atención que, hablando de sus hallazgos, insistiera en la importancia de "seguir la nariz", algo que, en principio, no me pareció demasiado científico. Continué leyendo. "La nariz", en efecto, era una forma de nombrar la intuición, pero -como aclaraba enseguida- una intuición "que se alimenta de conocimientos racionales: de tantas cosas que no sabes que sabes. Y de repente... ¡conexión! ¡Los conectas! Te puede pasar en la ducha, en la carretera, o en el laboratorio, o en sueños...". El lector anónimo había subrayado en sueños. Miré alrededor. Dos oficinistas, el peluquero del barrio y un grupo de estudiantes extranjeros. Cualquiera de ellos, además de un bolígrafo verde, podía haber tenido un sueño revelador aquella noche. Y volví a la nube. A la respuesta de J. M. Bishop, la frase que, entonces me di cuenta, iba mucho más allá del campo de la investigación científica. Pensé en el cuento. Y pensé también que aquella frase me había gustado, mucho antes de saber que me había gustado.
Muy a menudo el proceso de escritura se asemeja a un largo pasillo en el que nos adentramos con cierta tranquilidad y paso firme
En el largo pasillo, se abren puertas, se adivinan ventanas, se dibujan altillos, o se presienten sótanos o pozos profundos
En el territorio del cuento suelen concurrir un montón de factores a menudo absurdos; por lo menos, contradictorios. El cuento no goza de la misma aceptación en todos los países, cosa sabida, ni tampoco del mismo respeto. A veces, incluso, en casos extremos, cuentistas y lectores -el lector juega un papel importante en lo que estamos hablando- tienen la sensación de pertenecer a una secta, una singular hermandad de iniciados protegida por infatigables estudiosos que desenvainan la espada a la menor ocasión en defensa del género. Aunque ¿quién lo ataca? Nadie, que yo sepa. Por lo menos abiertamente. Se trata, a lo sumo, de un silencio, de un "pasar por alto", de situar el género-cuento en un lugar más que discreto de unas hipotéticas estanterías. Y sin embargo ¡cuántas veces se rompe este silencio! A los novelistas se les pregunta por sus novelas. A los cuentistas por el cuento. Algo misterioso debe de tener el género para que haya dado lugar a tantas y tantas páginas sobre sí mismo. Y en los intentos de aproximación, en las numerosas "poéticas" -que, otra curiosidad, además de a los poetas, únicamente se nos pide a los cuentistas- encontramos una serie de premisas en la que casi todos los autores estamos de acuerdo. Hablamos así de esfericidad, del valor de la mirada, de la importancia de "lo que no se dice", de concisión, de intensidad, de economía, de equilibrio, o de que, posiblemente y a la postre, un buen relato es el que va más allá de la palabra "Fin" y persigue al lector hasta mucho después de haberlo concluido. Pero ahí empieza y acaba la concordia. Porque hay más. Y en esas tentativas de aproximación -palabra que prefiero a "definición", por lo que esta última pueda tener de carcelaria- siempre asoma algo que, de repente, nos aleja. No sabemos lo que es. ¿Y para qué saberlo? Tal vez en eso estribe la esencia secreta de un buen cuento. Un soplo, una presencia ausente que felizmente se resiste a ser encasillada. Algo muy semejante a una chispa, un fogonazo, la "conexión" de la que hablaba Bishop, y que puede ocurrir en cualquier momento. "En la ducha, en la carretera, o en el laboratorio, o en sueños...".
Es posible que tampoco en este punto estemos todos completamente de acuerdo. Existen casi tantos cuentistas como maneras de afrontar un cuento, e, incluso, si un autor nos abre su trastienda, nos percataremos enseguida de que cada relato ha obedecido a un impulso diferente. Sería absurdo pretender encorsetarlos. Hay cuentos que se escriben de un tirón, con una facilidad pasmosa, como si estuvieran dormitando en un lugar recóndito del cerebro y el autor, en funciones de amanuense de sí mismo, no tuviera más misión que arrancarlos de su letargo y transcribirlos. Otros, en cambio, actúan como auténticos secuestradores. Surgen de pronto, se instalan en nuestra cabeza, en el papel, en nuestra vida, malogrando el menor intento de deserción, conminándonos a entregarnos en cuerpo y alma, y dejándonos prácticamente sin aliento. Sólo al final, al término del cautiverio, volvemos a ser lo que fuimos y respiramos liberados. Cortázar, que conocía de sobra estos arrebatos, los llamó "cuentos contra el reloj", apreciación únicamente aplicable al género, porque parece más que improbable que, en ese especial estado de posesión, se pueda empezar y acabar una novela sin que el autor perezca en el intento. Pero no siempre la creación resulta tan rápida o compulsiva. Muy a menudo -y apelo ahora sobre todo a mi experiencia- el proceso de escritura se asemeja a un largo pasillo en el que nos adentramos con cierta tranquilidad y paso firme. Tenemos un objetivo en la mente y un itinerario en la mano. Creemos -de ahí nuestra aparente decisión- saber adónde vamos. Pero no está tan claro que así sea. Porque aunque, como dijo Borges, resulta "un gran alivio conocer el final", eso no implica que, forzosamente, lleguemos a donde nos habíamos propuesto. En el largo pasillo, a derecha e izquierda, en el techo o bajo nuestras pisadas, se abren puertas, se adivinan ventanas, se dibujan altillos, o se presienten sótanos o pozos profundos. Y el autor, muy dueño de seguir implacable el trayecto previsto, puede, al contrario, ceder a la tentación de curiosear, traspasar puertas, asomarse a ventanas, o preguntarse qué es lo que se oculta bajo sus pies o se esconde en el interior de los altillos. Corre el riesgo de perder el rumbo, cierto. O de perderse, en todos los sentidos. Aunque también es posible que, después de sus pequeñas incursiones, vuelva al plan originario y termine arribando a puerto enriquecido. O quizás el puerto -el "alivio" de Borges- no sea, como creíamos, el destino final, sino tan sólo una escala que deje entrever otro puerto. O una sucesión de puertos. Cuando esto ocurre -así, de pronto, sin previo aviso- el autor se siente como un mago que acaba de sacar un animal vivo de la chistera. Una paloma o un conejo que no recordaba haber escondido en el forro de la levita o en sus enormes bolsillos de doble fondo. Y se asombra, claro está. No podría ser de otra manera.
Pero no estoy hablando de magia ni de milagros, sino de algo tan simple como la chispa, el fogonazo; la súbita conexión con esas "cosas que no sabemos que sabemos". Y, sin embargo, allí están. Como en los bolsillos del prestidigitador olvidadizo, o como en la vieja e inhóspita posada española, minuciosamente descrita por Richard Ford, entre otros viajeros de talento, y rescatada por Jünger en las últimas líneas de su Visita a Godenholm. Nuestra posada es un cruce de caminos, un intercambio de historias y vivencias. Pero también un lugar de desabastecidas alacenas en el que los huéspedes, en definitiva, no encuentran "más que lo que traen consigo en su equipaje". Palabras que en su día me impresionaron, y que, si alguien husmeara en mis estanterías, descubriría todavía hoy subrayadas en rojo. En un tímido, respetuoso y cada vez más desvaído trazo de lápiz rojo.


PÁGINA 30 – CUENTO

BEATRIZ ACTIS
(Sunchales-Santa Fe-Argentina)

LUNA DE AMBUL

Estoy solo en Brochero desde la madrugada, varado, sonámbulo, desconocido. Tenía que venir a buscarme a la Terminal de Ómnibus un tal Fornero, que organiza encuentros de escritores en Traslasierra y algunos otros lugares de Córdoba, como Cruz Chica o La Falda. Hace dos o tres décadas, en La Falda se reunían -los pocos o muchos que se reunían- en el hotel Edén, hecho una ruina, y en el hotel, lo recuerdo ahora, había un piano que alguna vez, en los años veinte, los años de esplendor, había tocado Albert Einstein (¿acaso Einstein no tocaba el violín, o además del violín tocaba el piano?). Debería recordar sin embargo las citas literarias: en el Edén estuvo alojado Rubén Darío; en Cruz Chica se hacían las reuniones en la casa de Mujica, al lado de La Cumbre, cuando la viuda de Mujica, una Alvear, aún vivía. Conocí allí, en un otoño lejano que hoy resulta casi inexistente, a Sara Gallardo, que vivió varios años en una casita de un rincón del parque de la casa de Mujica. Otras épocas. Ahora, el tal Fornero ni siquiera aparece, y yo tengo veinte pesos en el bolsillo que no van a alcanzarme para nada porque viajé con lo puesto, esperando el pago por el trabajo de “anciano escritor del litoral que alguna vez fue prestigioso -tanto escritor como litoral, de modo presumible al menos-, que conversa, diletante, en medio de la serranía”, para poder volverme con unos pesos aunque sea, para escapar de mis rutinas. Porque yo, como el mismísimo Edén o como El Paraíso -la residencia de Mujica en el paraje de Cruz Chica- tuve mi pasado esplendor, menos ostentoso que el de aquellas casonas u hoteles, es cierto, aunque no por ello dejé de tener también un derrumbe estrepitoso, y ahora ¿qué es lo que me queda?: la pensión por haber ganado en el filo de la madurez -que algunos llaman “la última juventud”- el Premio Municipal de Novela con mi única novela; la casa en la que vivo en el barrio del Chaco Chico, en las riberas de Santa Fe, que alguna vez fue la quinta familiar y que mis hermanos menores me cedieron para afincarme en la vejez; algún contacto aislado en las provincias, que a pesar de los años transcurridos desempolva la vieja gloria provinciana de la novela premiada y hace que, por ejemplo, el tal Fornero me llame todavía para dar una conferencia en este pueblo alejado de Traslasierra.
En la Terminal no queda nadie. Me tomo una cerveza y cambio el billete. Si pudiera acordarme del nombre completo de Fornero, incluso dudo sobre el apellido, ahora: ¿Fornero, Fornaris, Fornillo?, y en dónde trabaja: ¿Cultura de la Municipalidad, o aquí hay Comuna? ¿Alguna dependencia de la Provincia, o bien una asociación cultural, o de escritores? Me tomo otra cerveza y amanece. En el bar de la Terminal, sin parroquianos, los empleados me miran, intuyo, de mala manera. Fornero no aparece, estoy sentado en la barra, descascarada y sucia, mastico algún pálido y húmedo y último maní, contemplo el reflejo anaranjado del televisor, y cuando la imagen se vuelve sobria, anticuada, en blanco y negro, me quedo mirando el documental del bombardeo de Plaza de Mayo meses antes de la Libertadora porque total no tengo nada más que hacer, ni siquiera emborracharme, no porque no quiera sino porque no me alcanzaría el dinero. Aquí estoy, en la villa del Cura Brochero de Córdoba, viendo en la televisión los aviones que amenazan la Plaza, la Casa de Gobierno y la residencia presidencial que estaba donde hoy está la Biblioteca Nacional, tal como los vi avanzar sobre mi cabeza hace cincuenta años, la primera vez que me fui de Santa Fe, cuando hacía la conscripción en Campo de Mayo y me tocó ser testigo del ataque del 55, en junio, tres meses antes de que estallara la revolución. Vaya manera de conocer Buenos Aires, de entrar en la historia.
Apenas me reconozco en este cansancio displicente, ¿o no es verdad?, ¿acaso no he sido siempre así, una persona displicente?, eso opinarían mis hermanos y sobre todo sus mujeres; no sólo se trata del sueño o de la fatiga, es que nada me importa ya en un presente de bares tristes mientras, tras las ventanas, ceden las tinieblas de la calle, a veces hasta me olvido de que no estoy en Santa Fe, de que estoy en Córdoba. Ayer viajé diez horas, primero desde el barrio hasta la terminal de Santa Fe, después de allí hacia Córdoba, y de Córdoba por el lento camino de las Altas Cumbres hasta Mina Clavero. Brochero queda justo al lado, pegado a esa ciudad, es una villa apenas. Aquí adentro no se aparta la imagen, 16 de junio de 1955, cómo olvidar el bombardeo; la Libertadora, poco después, en el mes de septiembre, iba a surgir acá, en la capital de la provincia: en Alta Córdoba los comandos civiles se habían enfrentado contra las fuerzas leales a Perón. La primera vez que vine a la sierra fue, quizás, pasados los 70, ¿cómo habrá sido la Villa Brochero en el 55? ¿Militares sublevados, peronistas derrotados en pueblos perdidos, un carro arrastrando un busto de Evita sujeto por un lazo a través de las calles de tierra? El tal Fornero mencionó que había escrito algún libro sobre “la sublevación”, eso dijo por teléfono cuando recibí la invitación para viajar hacia acá, “la sublevación”, ¿a la del 55 se refería, la de Rojas, la de la Iglesia, la de Lonardi? ¿O la rebelión sofocada de Valle en el 56? ¿O el Cordobazo, habrá querido decir? Pequeñas diferencias. Le pregunto al hombre de edad indescifrable -y él pensará lo mismo de mí- si me presta una guía. Busco todos los Fornero, sólo son dos; los Fornaris, uno solo; los Fornillo, nadie en Traslasierra, pronto darán las siete de la mañana y será prudente llamar, intento preguntar al hombre del bar si conoce a “los hombres Forn...” o a las asociaciones de Cultura de Cura Brochero, me mira como hubiera mirado a alguien que le hablara en arameo, logro que pronuncie tres frases aisladas, recompongo que hay frente a la terminal un puesto de información turística, pero abre a las nueve. Me tomo un café, pido un café en realidad, después me arrepiento, cambio el pedido y me tomo una lágrima. No levanto la cabeza del pocillo, tengo que hacer tiempo hasta la hora de telefonear, hasta la hora en que abre la oficina de turismo, en el televisor siguen sucediéndose las imágenes del golpe a Perón, sólo escucho la voz del relator y los sonidos de espanto, me atrevo a mirar: una cámara enfoca una fila de soldados apostada a un costado de la avenida caótica, en la vereda invadida, la fila rompe y se esparce cuando los aviones de la Marina arrecian y devastan el cielo peronista. Veo mi cara entonces. Increíblemente, veo mi cara joven y aturdida entre el tumulto.
En cincuenta años no me había enterado de que aparecía en un documental, de que formo parte de los archivos de la historia reciente, y vengo a enterarme de eso en la madrugada incipiente de la Villa Brochero, en medio de la soledad, del extravío.
* *
Camino entre árboles, sé que allá abajo hay un río. Ningún Fornaris ni Fornero de la guía telefónica es el que necesito, eso es lo que me han respondido recién, al menos; en la casilla de información turística sugieren con desgano que quizás se trate de alguien de la capital, y tardo un poco en comprender que la capital aquí no es Buenos Aires sino Córdoba. Finalmente me dicen que me llegue hasta el Museo del Cura Brochero porque ahí está la gente que trabaja en la comuna en la sección cultural, así lo dicen. Camino entre árboles y sé que allá debajo hay un río que corre, sólo porque lo escucho o sólo porque sé que en Córdoba siempre hay allá abajo algún río que corre. Me siento en un banco a pensar, no a descansar, aunque eso es lo que debo aparentar ante los ojos de algún ocasional transeúnte, en una especie de pequeña plaza al costado de la calle principal, como un cantero ampliado, sombreado. Prendo un cigarrillo y se acerca, sin que me dé cuenta hasta que está a mi lado, un viejo como yo, pero declaradamente indigente. Me pide un cigarrillo, y mientras se lo doy, me mira fijo a los ojos, su mirada -como es previsible- está nubosa, incluso extraviada, y murmura: “Es la hora de los hornos y no ha de verse más que la luz”. Tardo en reaccionar. El viejo ya se ha alejado cuando compruebo que acaba de pronunciar una frase (célebre) de José Martí. Pensar que esta mañana, recién arribado a la sierra, me había acordado de Darío en el antiguo hotel esplendoroso de La Falda que ahora debe ser un fantasma, y lo primero que alguien me dice en la calle es esta frase de Martí, como un exabrupto. Pensar que “La hora de los hornos” -recuerdo en especial aquellas escenas en blanco y negro, como el documental de la televisión en el que me descubrí recién, de la Crónica de la Resistencia Peronista, vistas en el cine improvisado de un sindicato en Santa Fe- se estrenó a fines de los 60 o principios de los 70, cuando yo era todavía un hombre joven y creía en la inminencia de algún tipo –de cualquier tipo- de revolución.
Suenan sirenas: es que hay alguien que provoca incendios forestales, arden las sierras. A esto lo he sabido por las noticias en los diarios antes de viajar hacia aquí, la provincia entera en emergencia por los incendios en las laderas (¿Por eso no habrá venido a buscarme el tal Fornero? ¿Se habrán suspendido los actos y los eventos, y no me pudo avisar, o le dejó un mensaje a alguien equivocado en el Chaco Chico, llamó a un número de teléfono parecido al mío, simplemente por error, y una voz de la ribera santafesina lo atendió y recibió el mensaje equivocado y por eso yo no me pude enterar nunca de que el encuentro de escritores en Traslasierra se suspendió por tiempo indefinido debido al caos de los incendios forestales en toda Córdoba?). Un patrullero se detiene al lado del viejo y un policía asoma su cabeza y algo le pregunta, ¿acaso acusarán de los incendios intencionales a sólo un viejo que deambula citando a Martí, pidiendo cigarrillos? ¿Vendrán ellos también por mí, hacia mí, hacia aquí, apuntando al forastero?
* *
El Museo del Cura Brochero, al lado de la iglesia, enfrenta una plaza de árboles raramente ralos. Hay puestos aislados de artesanos en una de las veredas laterales de la plaza, y en ellos se venden artículos de santería. En el Museo, una casa vieja, pregunto por el secretario de Cultura de la Comuna, como me dijeron en el bar de la estación terminal, y las dos empleadas que tejen y conversan levantan la vista y me observan con detenimiento. Después me mandan a la sacristía, a la que se accede a través de una puerta escondida que une el museo con la iglesia. Ahí me recibe un hombre mayor, tal vez de mi edad, enjuto y de rostro amarillento. Se presenta como Isidro Cusambich, y me explica en relación con su apellido que ése era el nombre de un cacique de la región cuando llegaron los españoles y llamaron al lugar Valle de las Campanas por la cadencia de la lengua aborigen, por los sonidos del hablar del cacique Cusambich y de su gente. “Yo sigo siendo su gente”, dice con débil orgullo. Sin embargo, el nombre a mí me suena, no sé, húngaro o gitano. Isidro trabaja para la Comuna y, felizmente, conoce a Fornero. “Aníbal -me dice, llamándolo de un modo familiar- está viviendo ahora a unos treinta kilómetros de Brochero, en plena sierra, en el pueblo de Ambul”. Dice que va a tratar de comunicarse con un puesto de Gendarmería de Ambul, que es de los pocos teléfonos que hay en la zona. Me invita unos mates y unas colaciones, así las llama -debe compadecerse ante mi cara de cansancio o de hambre- y mientras comemos me explica que están rellenas con dulce de leche pastelero y cubiertas de fondant, y que el secreto de su sabor son dos cucharadas de caña o de coñac echadas en el justo momento de la preparación (aunque no dice cuál es ese momento). Le pregunto en una pausa de nuestro desayuno improvisado, mientras espero que se decida a hablar por teléfono con la Gendarmería, quién fue en realidad el Cura Brochero. Para qué. Lo primero que me dice no me resulta muy cristiano, aunque eso es lo que menos importa: “Antes que nada hay que entender que los seres humanos creamos dentro de nosotros una interpretación del mundo: no vemos y sentimos al mundo como es, tal cual es, sino que creamos dentro de nosotros mismos un mapa de la realidad”. Yo dormí poquísimo y mal, me duelen las piernas, la espalda, y el mate y sobre todo las colaciones, muy dulces y una detrás de otra, me han sumido en un lento sopor (serrano); el tataranieto gitano del cacique Cusambich repite: “El mapa no es el mundo”, y nada me suena más alejado de las palabras que se espera sean pronunciadas en una sacristía, aunque no sé por qué me envuelve este pensamiento si en realidad yo no espero nada, y menos de un cura o de un empleado de Cultura de provincias, y si siempre supe que el mapa no es el mundo a pesar de no haber logrado construir (intuir) jamás la más mínima cartografía de la realidad, al menos un plano que resguardase el desorden.
* *
Regresa de hablar por teléfono y me dice que los gendarmes le avisarán a Fornero que yo estoy “varado aquí en Brochero” (de este simple modo lo dice). Me ofrece después pasar el tiempo de espera –de mi larguísima espera- en una recorrida por el museo, mientras relata cuál es su principal trabajo en la comuna, y que en realidad está jubilado (calculo que tendrá más o menos mi edad) pero lo han vuelto a contratar para seguir organizando el festival de jineteada, doma y folklore de Brochero en la semana santa y la fiesta de navidad en Ambul, a la que asiste la gente desde Salsacate, San Carlos Minas y toda la Pampa de Pocho. Imagino que aquellos son los nombres de los poblados de alrededor, y nada quiero saber sobre las fiestas, pero Isidro sigue contando que el privilegio de la capilla de Ambul es tener permiso desde hace más de un siglo para celebrar la misa de navidad a medianoche. Después narra cómo bajan de los pueblitos de la sierra los vecinos en una cabalgata con bombos y con banderas que celebra la religión (la tradición). Describe un villorrio de álamos y de nogales, con un cielo nocturno despejado y “arisco de estrellas”, dice, aunque entiendo que quiere decir lo contrario: que hay muchas estrellas, y no estrellas que huyen, no sé por qué emplea entonces el término “arisco”. Me entero además de que Ambul significa "tierra del alto" en quichua, a eso lo confirma el mismísimo descendiente del cacique del Valle de las Campanas que me guía en mi camino por la vida del cura Brochero condensada en cuatro o cinco saloncitos de la casa- museo, repletos de fotos, de pequeños objetos personales y de cartas.
* *
Isidro no tiene muy marcado el acento cordobés, le pregunto si siempre ha vivido en Traslasierra, me dice que nació en Ambul –ahora entiendo su nostalgia-, que el padre se fue a Córdoba capital en busca de trabajo, que como era ferroviario lo trasladaron después a Buenos Aires, pero que en el 55 la familia se había vuelto a la provincia y él -le gusta hablar, sobre todo de sí mismo- se casó en La Cumbre con una hija de ingleses que cultivaba magnolias. La inglesa murió joven de una enfermedad repentina, sin descendencia, y él, con el único hermano soltero, se radicó en la Villa Brochero. Hace de eso más de treinta años. “Pero una vez por semana, al menos –dice después de un silencio- paso la noche bajo la luna de Ambul”. “¿De ahí lo conoce a Fornero?”, digo, por decir algo. “Más o menos”, me dice y, raramente, calla. En ese momento terminamos la recorrida por el museo enfrente de una carta enmarcada y colgada en la pared, en la que el Cura Brochero, enfermo, ciego y a punto de morir, le escribe a su antiguo compañero de seminario, en ese momento obispo de Santiago del Estero, comparando la vida de ambos: su derrotero personal por los parajes más desolados de la provincia, la lucha terca, la enfermedad final, y el rango eclesiástico del compañero, y dice -y eso es lo extraño- que seguramente fue Dios quien premió al obispo con esa jerarquía porque el obispo, dice Brochero, fue más hombre que él. “¿Nunca le llamó la atención –pregunto a Isidro ante la carta- que el cura hable de hombría y no de santidad o de algo parecido a la santidad a la hora de que Dios privilegie a sus siervos?”. Isidro me mira decepcionado: “No”, me responde. Y hay una expresión en su cara que parece decir: “Es al revés, de eso justamente se trata: del hombre Brochero”. O quizás lo dice en voz alta mientras gira la cabeza y después el cuerpo entero para volver sobre sus pasos y enfilar -yo siempre detrás de él- hacia la salida del museo.
* *
Vuelve a hablar a la Gendarmería. Le explican que Fornero está en cama, atacado por el reuma, y que ni bien despejen la ruta que lleva a Los Túneles (la han cortado Vialidad y la Policía por el temor de que se propague el incendio de las sierras hasta las zonas bajas), un gendarme vendrá a buscarme a Brochero para la reunión de la noche. “¿Entonces –pregunto- la reunión es en Los Túneles?”. “Parece que sí”. Yo no traje siquiera una muda de ropa, es ya cerca del mediodía y no sé si va a alcanzarme el dinero para comer. Isidro parece adivinarlo, o se hace cargo del retraso, en realidad, de la ausencia de Fornero, y me invita a un boliche en la esquina de la iglesia. Mientras comemos, confiesa que conoció a Fornero en Buenos Aires, en los 50, como respondiendo de modo tardío a mi pregunta anterior. “Cuando a mi viejo lo cesantearon después de la caída de Perón, nos vinimos de vuelta a la provincia, y Fornero, que había sido mi compañero de escuela y que estaba solo porque era huérfano de madre desde chico y al padre lo mataron las bombas del 55, se agregó a mi familia. Era como un tercer hermano. Después, con el tiempo –pasaron tantos años- nos fuimos viendo menos”. “Y sí –digo de modo mecánico-, uno se va desperdigando”, mientras pienso que esa misma madrugada me había visto, joven y aturdido, en la escena del bombardeo de junio, y ahora un hombre que recién conocía me hablaba de aquella muerte, de aquel mismísimo día. “Fornero –dice Isidro- escribió un libro sobre lo que pasó en la plaza ese día”. Apura el último trago de vino tinto. No digo nada. Él ya no deja de hablar: “Ese día hacía mal tiempo, había lloviznado un poco y seguía nublado, veníamos con mi hermano y con Fornero por la calle Bolívar, los tres éramos alumnos de tercer año del Colegio Mitre, que estaba en Boedo e Independencia. ¿Conoce Buenos Aires más o menos?”. Hago que sí con la cabeza. “Bueno, veníamos de Parque Lezama, adonde entrenábamos para una competencia estudiantil que se iba a hacer en septiembre, y mirá vos, en septiembre se vino la Libertadora”. “El 16”, aclaro. “Sí, tres meses después”, asiente Salvador y continúa el relato: “Teníamos quince años y estábamos pensando en faltar al turno tarde de la escuela para ir a pasear a algún lado, creo que planeábamos llegar hasta La Boca. Caminábamos por Bolívar pero se notaba que había algo raro en el aire. Empezaron a pasar aviones en vuelo rasante y escuchamos un ruido que, supimos después, era de ametralladoras. La gente corría y gritaba: Mataron a Perón. Fornero se puso pálido, a mí me corrió un escalofrío. Después nos fuimos arrimando hasta el Cabildo. Lo que vi fue gente que corría por la Diagonal y era ametrallada, gente tirada en todos lados, autos incendiados. Nos quedamos detrás de las columnas, se oía el ruido de las bombas...”. “Hubo un discurso de Perón –le digo- en donde pide a su gente que no reaccione: La lucha debe ser entre soldados, dice”. Salvador apenas asiente –tal vez sonríe- con una muequita triste. “Cuando quisimos regresar al barrio, ya no circulaban tranvías ni trolebuses, nos paramos en medio del Paseo Colón y le hicimos señas a un furgón. El padre de Fornero, el mío, todos éramos peronistas. Lo que ni Fornero ni mi hermano ni yo sabíamos es que ese día el viejo Fornero marchaba entre las columnas de obreros que en vez de escaparse, como nosotros, avanzaban hacia la Plaza. Iban cantando y vivando a Perón bajo los aviones Gloster que pasaban en vuelo rasante y ante el tableteo de las ametralladoras que iba bajando por Plaza de Mayo. Al viejo lo mató una bomba”. No pienso ni por un segundo, no se me cruza por la cabeza siquiera contarle a Isidro que yo había sido conscripto en ese año, que había estado apostado y después disperso ese 16 de junio, y que había vuelto a ver como por arte de magia mi expresión de espanto hacía horas apenas en el televisor del bar de la terminal de Brochero.
* *
A las cinco recién llegan los gendarmes al museo, en donde seguíamos Isidro Cusambich y yo tomando mate y conversando. Nos despedimos y me dice, estrechando mi mano en un apretón enérgico, que poco condice con su figura: “Pronto llegará la hora de los hornos, ya lo verá, compañero”. Es la primera vez que alguien me llama “compañero” en tantísimos años. Pienso, como en una revelación o en un flechazo de luz, que quizás el indigente de la plaza en la mañana, que pedía cigarrillos, sea el hermano, que Isidro a lo largo de la tarde no ha vuelto a mencionar. Después, ni lo descarto ni lo corroboro. Para qué. Los gendarmes hablan con las empleadas del Museo sobre el destino ingobernable de los incendios. Aprovecho la dilación para salir a estirar las piernas -me justifico ante ellos - y para curiosear las artesanías, las velas y las imágenes de santos en los puestos de la plaza de enfrente. No hay objeción, el tiempo se aletarga, como siempre, en las sierras.
La montaña se observa ahí no más, al final de la calle. Hay pastos secos en las laderas, propicios para que los devore el fuego. Pienso en historias dispersas, leídas a través de los años en los diarios, de turistas europeos extraviados en la serranía, acosados por pumas, heladas y rigores. Repaso con detenimiento esa idea: viajeros solitarios, extranjeros, perdidos en la incierta aventura del fin del mundo, y devorados. ¿Tengo otra opción, acaso? O parto con los gendarmes a dar mi charla absurda a un lugar llamado Los Túneles siguiendo la sombra de Fornero, cobro el dinero prometido y mañana regreso al camino, a la casa prestada en el Chaco Chico, o me pierdo en la sierra. Enciendo un cigarrillo, deseo que oscurezca: la noche de Ambul y de Brochero provoca un vértigo incipiente, algo parecido a la duda o al insomnio, a una rebelión de viejos aullidos a la luna.


PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

XIMENA GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)

EL NERUDICIDIO (Fragmento)

PRIMER DUELO

"callar desde hoy es
imprudente”…
José Martí.

Sobre las colinas azules de los mares fríos,
en los delicados pétalos
de las brisas y las piedras
están cantando las angustias y el alba
Vienen acercándose como nubes enrojecidas,
como vuelos de la inmensidad de los planetas
que deslizan ruidosamente sin pedir permiso
Los hombres y mujeres que fueron sangre nueva
van acercándose a las puertas de sus viajes,
con los corazones recogidos de tanta carga
rojos corazones que aún están esperando
mirando caer tinieblas que también son rojas
protegiendo la hierba al borde del camino
enlazando el agua y el sol en sus conciencias
con el alma cargada,
con el alma cargada.
Aún inflamados los pechos se levantan
y a pesar de todos los terrores
y del compromiso del silencio con la cobardía,
los jilgueros trinan y gritan los cormoranes
nadie pueda acallarlos ya nunca más
porque Chile tiene una cita con la Verdad
en este preciso recodo de todos los caminos:
aquí y ahora nos dimos cita, camaradas,
sin saberlo siquiera, sin ni siquiera saberlo,
porque el Destino pone los hombres cara a cara
con sus actos y decisiones presentes y pasadas,
frente a la Historia y a todo futuro posible.
Hace mucho tiempo que nos cayó encima
la curva siniestra de los conspiradores
Hace mucho tiempo que nos enderezamos
y desenmascaramos a los viles felones
confundidos en las dagas amarillas
del crimen y del odio más abyecto.
Pero esta es la historia amarga y triste
de la muerte del poeta más amado
la historia de la muerte de Chile consagrado.
Eran las cuatro de la madrugada.
En la pequeña radio a transistores del poeta
una voz conmocionada transmite desde Argentina.
La inminencia del golpe de estado chileno:
En Valparaíso sublevada, la Armada se movía.
¡Felonía! gritó el gran albatros blanco
abriendo inmaculado sus largas alas perfectas,
al entrar sin temor alguno ni renuncio
al círculo de las balas que lo acribillaban
abriendo la puerta de la esperanza desesperada,
de esa funesta Primavera
esa Primavera funesta.
Pero más allá,
lejos de Santiago y las bombas
cayendo como las lágrimas
de los años que vendrían,
en las aldeas y los campos del verde intenso,
recorriendo la brisa inmortal de la Isla Negra
el gran poeta de los mundos abiertos oyó
el último canto del compañero amigo,
cayendo como caen los robles en el incendio,
con la bandera en llamas.
Yo no canto al presente ni al pasado
solo el airado futuro voy construyendo:
por eso te llamo, hermano, hermana, niños
porque estoy llamando a nuestra patria,
aquella que dieron por muerta siendo
que solamente estábamos sanando
las heridas tras la masacre.
Porque sépanlo ustedes y sépanlo bien
que las ideas no mueren
y que el futuro es humano y no bestial
Porque sépanlo todos y no lo olviden jamás
que somos la sal y el agua de este mundo
que no pueden matar, porque no tenemos fin.


SEGUNDO DUELO

Pablo Neruda,
Poeta chileno del pueblo,
Usurpadas tus vigorosas percepciones,
memoria del gran alma de la lengua,
transformado en abyecta marca comercial,
reducido a los turismos infamantes.
Pablo Neruda, poeta insigne del planeta
padre de Chile, hijo del viento y de las olas,
amigo inmenso de los ríos caudalosos
sentado sobre su lecho de enfermo,
oscureciendo mira hacia el mar sombrío,
sabiendo lo que venía, siniestro el aire,
con solo una manta sobre los hombros
se levantó para dar algunos pasos entre
los mascarones y las botellas de su ensueño,
mascarones y caracolas de los sueños.
Hay momentos en que el océano
clama con más fuerza
las preguntas que hace la noche
Neruda, retirado en su playa de jaspes
descansa la enfermedad
que quiere irse bogando
sobre versos blancos, cristalinos,
en reflejos azules y verdes
como hacinados ensueños,
pendientes, mudos, inconclusos
amontonados en geografías natatorias,
junto a los grandes ecos profundos
de las caracolas del alba radiante,
radiantes de nácar irisado de los mares indios,
de los índicos mares de la India.
Neruda aislado de la República y de Chile,
enfermo como pez varado
frente a la playa y el caos,
sellado a la vacilante voz argentina
en las ondas cortas de su radio:
entre los ecos del océano
y las gaviotas hambrientas,
Neruda oye caer bomba tras bomba
sobre Santiago
Y cada bomba es un muro menos en la Moneda,
un compañero asesinado en la ciudad,
en los retenes de Carabineros fieles,
en los regimientos de soldados íntegros.
Y en Valparaíso, en las calas de los barcos
ya son torturados los marinos leales,
y en cada calle de cada ciudad de Chile
ya ruedan los camiones cargados
de sangre perdida y de cuerpos duros.
Y Pablo Neruda sabe que está condenado
porque cada bomba y cada bala de ese amanecer
están destinadas a matar al hombre nuevo,
a lo mejor del hombre
destruyendo su conciencia
destruyendo las conciencias.


QUINTO DUELO

En tenida de camuflaje
y pertrechos de guerra,
cuarenta esbirros asedian
al inválido en su lecho.
El insigne murmura, voz
escurriendo en la cascada,
brizna prendida del aire:
“¡Hombre!,
aquí no hay comunistas…
solo seres amados”.
El militar se inflama:
transformado en monstruo,
teme su propia humanidad
que ha abandonado.
Pero el poeta es el Hombre:
terciopelo plácido requiebro,
cuerda vibrante de contiendas.
El cielo de Isla Negra palidece.
Perrita ladra al lumpen militar…
Larga y angosta te recuerdo
Patria,
en un vaivén de grandes
cisnes naciendo del humedal
al río, faena caliente de trilla,
o amantes nieves enlazadas
con la altura, cual encaje,
azucenas en bodas bebiendo
las vertientes del soneto.
¿En qué momentos, Patria,
tu ser parió estos monstruos?
Los soldados del rostro embetunado
protagonizan la horrible mascarada,
más no son “vifais”
(G.I)
imperiales
sino chilenos de obediencia indigna
ocultos tras el disfraz turbio
del oprobio; gruesa pintura verde
cieno, deshonra, estuco negro
¿Por qué desfiguro mi rostro?
Pregunta el niño que vive
en el entrecejo del soldado.
¡Calla desgraciado!
aúlla el mando interno
matando al inocente…
En el fango te escondes
al cometer el crimen máximo:
estás apremiando al gran albatros,
a Neruda, al alma del planeta,
al poeta, la pluma, la idea,
la paz, la belleza, pensamiento
cuya lira empalidece los tiranos
Y su poesía, que navegara
sublime los lagos del cielo,
engarzada esmeralda
en bosques oscuros entra
en el ciclón del desconcierto.


DÉCIMO-PRIMER DUELO

Pasando Leyda, la fortuna,
diosa extraña, les permite por fin
creer que tienen el buen rumbo.
Pese a tanto contratiempo los viajeros
Esperan reconforto en Melipilla,
hito de cuatro colinas frente a Santiago,
encantador puesto para paseantes y viajeros
yendo o viniendo de la costa.
Pero comerciantes, dulces,
quiltros, quesos y bebidas
han desaparecido. Solo grises mercenarios
de conducta caótica parecen poblar el sitio
y de vez en cuando se oye tanta balacera
que hasta el ateo desearía persignarse.
El control aquí será maldito:
los militares empujan a Neruda
fuera de camilla y ambulancia
al ritmo de empellones y de insultos.
Lo desvisten a tirones,
desgarrada la camisa cae al suelo,
el cuerpo del poeta está desnudo,
su dignidad es pisoteada,
los lugares más íntimos son violados,
la canalla hurga sus ingles, axilas, escroto,
buscando armas en el recto y en la boca.
Con las piernas separadas,
las manos abiertas, los brazos en alto,
vituperado por el ejército,
Neruda desnudo pide clemencia.
“Soy Neruda, el poeta” grita,
“Premio Nobel de Literatura”
Nada hace. Sometida
a idéntica exacción su mujer,
la de las blancas colinas,
Neruda llora.
Nunca hubo tal deshonra para Chile
como la que viviera
la poesía del mundo en ese día,
cuando a Pablo Neruda,
voz de la luz, alma planetaria,
cubriera con sevicias la canalla mercenaria.
Insultados por un ejército de bandidos
Neruda, Chascona y Araya se dan las manos.
Los tres se dan las manos, y lloran.
El bardo comunista, viejo, cansado
de vuelta de todas las persecuciones
y de todos los honores,
desnudado al borde de una ruta
cree que ha llegado la hora de su muerte
y dice a su esposa:
“¿Así será entonces nuestro fin, Patoja?”
y apoyando en sus lágrimas las propias,
por tercera vez, Neruda llora.
Finalmente,
los infames hastiados de su propia cobardía,
agregando sarcasmos e insultos a la gracia
dejan partir a las tres víctimas.


DUELO DÉCIMO QUINTO

Señora Matilde, grita
la muchacha de la Hostería Santa Elena,
desde la puerta de la casona.
“Don Pablito la está llamando de Santiago”
Las dos mujeres corren al teléfono del Hotel.
Matilde escucha, empalidece,
se cubre de arrugas,
incertidumbre, miedo, espanto…
“Venga inmediatamente” dice Neruda,
“Mientras dormía, un doctor me colocó
una inyección en el vientre. No sé por qué,
ni para qué lo ha hecho.”
El mar murmura enlutado:
“Un veneno… Lo están matando.”
En menos de dos horas llegan a la clínica
Neruda tiene el rostro enrojecido:
el punto de clavada de la inyección mortal
es una mancha carmesí bajo el estómago.
Afiebrado, el poeta agoniza,
mientras que en el aeropuerto chileno
el avión mexicano prepara la partida
autorizada para el día siguiente.
En la pieza 406
se está instalando la muerte…
Un médico que nadie conoce
se deshace de Manuel enviándolo
a un barrio aledaño a comprar
un medicamento…
En la pieza 406
Neruda agoniza en los brazos
de su esposa y de su hermana.
En el camino, Manuel es secuestrado,
torturado e ingresado
al Estadio Nacional.
“Ten cuidado que no te maten también”
le había dicho el poeta.
En la pieza 406,
a las diez de la noche
Pablo Neruda muere.


PÁGINA 32 – ENSAYO

CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)

ESTETIZACIÓN DE LA CULTURA

Un largo período es sublime...
Si se prevé para un futuro inalcanzable,
tiene entonces algo en sí de terrible.
Emanuel Kant.


En sus "Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime", de 1764, Emanuel Kant concluye que lo sublime es la condición para que el verdadero arte produzca posibilidad y misterio, asombro y potencia de aura. La idea de lo sublime navega así por el romanticismo y las vanguardias del siglo XX. Kant lo instaura como imaginario que participa del arte, constituyéndose en un paradigma de la modernidad estética. Desde entonces, lo sublime toma características de Imperator Ontológico, excluyendo otras posibilidades de exploración gestadas fuera de sus dominios. El arte de finales del siglo XX y de principios del XXI, se sale de estos territorios, rechazando las dimensiones y tipologías que marcaron las exploraciones de la Ilustración. Crisis y ruptura estética. Lo sublime cae al suelo en las nuevas propuestas de un arte flemático más que melancólico y sanguíneo.
Kant ya había diagnosticado en sus observaciones las diferencias entre los humores estéticos. Quizá exista en estas clasificaciones una visión profética sobre la situación que atraviesan el arte y la estética actuales. Mientras el melancólico "tiene perfectamente un sentimiento de lo sublime" (Kant, 1990,51) y "son abominables para él todas las cadenas"; con una devoción al fanatismo, un celo por la libertad y "arrostra el peligro" (54), es decir, es el precursor romántico y vanguardista que corre el riesgo de ser considerado "un visionario o un chiflado"1, el flemático no tiene, según el filósofo alemán, propiedades para entrar al cuadro de las consideraciones estéticas: "es en cierto modo un espíritu de pequeñeces que muestra una manera de espíritu delicado pero que tiende directamente a lo contrario de lo sublime. Tiene gusto por algo que sea muy artificial y dificultoso" (59).
De esta manera, Kant configuraba ya un cuadro de las sensibilidades, gustos y juicios artísticos de una modernidad tanto en auge como en decadencia. Desde lo melancólico- sanguíneo hasta lo flemático, el impulso por la creación y su aprehensión varía. En más de dos siglos estos procesos han registrado, motivado, revolucionado y construido arte y artistas que se sitúan de uno u otro lado. O bien se aferran a la trascendentalidad metafísica de lo sublime, o bien se contentan con la inmanencia de lo flemático.
Las afirmaciones de Kant, doscientos veinticinco años después han dado sus frutos. A finales del siglo XX, las diferentes estéticas han cruzado -¿superado?- el umbral de la categoría sublime puesta por la modernidad, legitimadora y totalitaria, como condición para lograr una propuesta renovadora. El actual arte es para y de flemáticos, a los cuales no importan los juicios estéticos de una modernidad en retirada. Modernidad que se beneficia del sentimiento sublime en tanto este contiene "placer y pena, alegría y angustia, exaltación y depresión"... "Un placer mezclado con el pesar, un placer que proviene del pesar. En el caso de un gran objeto, el desierto, una montaña, una pirámide, o algo muy poderoso, una tempestad en el océano, la erupción de un volcán se despierta la idea de absoluto..." escribe Lyotard (1998, 103). Pesar y placer. Pesar no lograr atestiguar una representación de lo presentado, y placer de la razón por hacer posible la visión de lo infinito. Todos los siglos posteriores a Boileau, Kant y Burke han padecido y gozado de estas ambiguas formas de existencia; han sido siglos sublimes en su extrema definición. La muerte y el infinito, el terror y el miedo, la angustia a los vacíos, como la superación del tiempo a través de la Idea y el arte, dan testimonios y registros de esta sublimidad histórica. Hay aquí unas épocas que se han debatido entre el dolor y el alivio; que se han quedado petrificadas ante los holocaustos y, sin embargo, han superado su asombro gracias al deleite pena-placer, que construye la sensibilidad estética. Durante años hemos extraído gracia de la desgracia real; visto desmoronarse las altas torres utópicas y fortalecido para no morir en la verdad. Así ha ido pasando el tiempo de la modernidad. También los afanes del Capital se unen a este sentimiento sublime, por su obsesión de poder y riqueza infinitos ante la mirada atónita de los que no lo poseen. Sublimidad y riqueza; capital y ensoñación. Se toma el éxito como lo sublime que da alegría a través de la pena poderosa que produce la lucha por obtener dinero.
Pero, más allá de estas observaciones desde y sobre la superficie, algo va a lo profundo, se sumerge en la real entidad de las necesidades del Ser por expresar lo inexpresable. Y he aquí que tocamos fondo en un sentimiento tan propiamente nuestro como histórico. ¿A qué aspira lo sublime? A presentar lo impresentable, demostrar lo indemostrable, visualizar lo invisible, descifrar lo indescifrable. Tarea casi imposible/posible pero emprendida por un arte que no concilió con las nociones de un realismo absolutista e ingenuo, tanto cotidiano como partidista. Al tratar de presentar lo impresentable, la obra de arte se une con el absoluto. "lo impresentable, dice Lyotard, es lo que es objeto de Idea, y de lo cual no se puede mostrar (presentar) ejemplo, caso, y ni siquiera símbolo. El universo es impresentable, la humanidad también lo es, el fin de la historia, el instante, el espacio, el bien, etc. Kant dice: el absoluto en general" (129).
Tarea ardua la del arte moderno: tratar de hacer visible lo absoluto; de allí sus rebeliones metafísicas y el sacrificio de tanto artista en torno a estas obsesiones. Si no se puede presentar el absoluto, al menos se le puede manifestar que existe. Dar al hombre la sensación de estar domiciliado en lo imposible: habitar en poeta, diría Hölderlin; atreverse a vivir la poesía, clamaría André Breton. Sentir el estado sublime es abordarse no como turista sino como casero. "El caos, escribía Novalis, debe resplandecer en el poema bajo el velo incondicional del orden", y no otra cosa trataron los románticos y las Vanguardias. Lo inhumano del arte, visionado por Apollinaire, es justamente esta fatalidad de ver con ojos de asombro tras el espejo; traer ante nuestra mirada lo oculto y ponerlo a circular en una cotidianidad tan mísera como extraordinaria. Ser inhumano estético es habitar las otras realidades invisibles. ¿ y quién se atreve a realizarlo?. Sólo aquel que vive en la belleza de lo terrible, en el vértigo de lo siniestro real y va hacia la profundidad de las superficies; sólo el que ha palpado el horror con la agonía de una trascendencia poética, quien ha sentido la ausencia de la presencia, el misterio de su alteridad.
Esta es una de las mayores obsesiones para el arte moderno. Gran parte de las rebeliones metafísicas en los últimos siglos han sido estéticas. Lucha por un imposible; el suplicio de Tántalo frente a los manjares genialmente sintetizado por Luis Cernuda en su poema Desdicha:
un día comprendió cómo sus brazos eran
solamente de nubes;
imposible con nubes estrechar hasta el fondo
un cuerpo, una fortuna.
Necesidad Occidental de abarcar el Todo, la temporalidad fugaz. Tragedia de vernos fracasados como mortales. De allí el sentimiento Sublime.
Sin embargo, después de las Vanguardias del siglo XX, algo cambió. Algunos de estos proyectos modernos no han claudicado pero sí se han mutado, transformado. ¿Qué tipos de sentimientos sublimes se expresan ahora a principios de un nuevo milenio? ¿Cuál es nuestra percepción de lo impresentable, de lo inexpresable? ¿Cómo manifestamos nuestras imposibilidades ante el absoluto y la Totalidad? ¿ O acaso ello ya no importa al arte? ¿No existe esa sensación de placer en la pena por nuestra "condición humana"? En la esfera de la cibercultura actual, los conceptos de trascendencia, infinitud, misterio, angustia, magia ¿cómo se asumen o en qué están constituídos?


CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS
IRMA BIGNON
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

LA CASA DE ALBERT CAMUS EN LOURMARIN

Por sus dos primeras obras, la novela “El Extranjero” y el ensayo filosófico “El Mito de Sísifo”, a Albert Camus se lo clasifica entre los pioneros del absurdo.
Defensor de la libertad, de la justicia, de la paz, y sobre todo del ser humano, su pasión se sintetiza en sentir y vivir la vida al máximo.
Durante la ocupación alemana en Paris, desarrolla una actividad importante en la Resistencia. En 1942, crea el diario clandestino “Combat” y llega a ser su director responsable.
Pero su gran amor ha sido siempre el teatro “porque es el que trae la luz – escribe - . Lo siento en todos los testimonios que recibo del mundo entero. Es el que abre las puertas y permite permanecer allí, vivir con cualidades y defectos, con importancia y fuerza…”
En el teatro se representan sus obras: “El Malentendido”, “Calígula”, “Los Justos”. En 1947, el lector devora otra de sus novelas, “La Peste”. En 1957, publica el ensayo “El Exilio y el Reino y las Reflexiones sobre la guillotina” y recibe el premio Nobel de Literatura “por haber esclarecido los problemas que en nuestros días se plantean en la conciencia de los hombres”
¿Quién es en realidad este hombre de ideas tan complejas? Él mismo responde con su legendario pudor: “El escritor le debe al público su obra, no su persona. Yo no soy más que un hombre medio, con una exigencia…”

Desde el mes de julio hasta el 8 de noviembre de 2011 se encuentra abierta en Aix-en-Provence capital de Provenza, antigua provincia del sudeste de Francia, la exposición “Herborizar hojeando la obra de Camus.”
Esta muestra propone una recorrida por los textos del autor de “L´ Été” (El Verano)
al encuentro de hirsutos olivares, traslúcidas uvas, rosas tardías, caquis dorados y rojos helechos que de tan diáfanos, pareciera que volaran … Un herbario camusiano magníficamente acuarelado por el excelente pincel de la pintora y coleccionista de plantas, Françoise Delarozière.
Luego de admirar la muestra, no podemos dejar de visitar la casa donde vivió Albert Camus en Lourmarin – la aldea más bella de Francia – en el departamento de Vaucluse a 60 Km de Avignon, al pie del Lubéron – macizo poco elevado – y rodeada de viñas, olivares y almendros, donde el escritor encontraba un poco de los paisajes de su Argelia natal. “Aquí, los días chorrean de sol – solía decir – las tardes son dulces, las noches plagadas de estrellas. Me siento casi feliz, me acometen perpetuamente unas ganas locas de llorar…”
Apenas suena el timbre, la puerta se abre. Lo primero que vemos son los perros bajando de lo alto de las escaleras atropellándose, seguidos por Catherine Camus, la hija de Albert Camus y Francine Faure.
Delgada, alta, rubia, sonriente, nos acoge calurosamente. Nos cuenta que ella tiene 52 años, que la casa es una antigua sericultura que su padre compró y arregló, porque al decir de él allí subsistía como en ninguna otra parte ese exquisito olor a sol. Al término de la frase ella enmudece. Pero la luz que irradia de sus ojos dice más que su silencio.
Lo primero que recuerda de su padre es su risa, “una verdadera risa” insiste, su respeto por los otros y sobre todo, su manera de mirarla.
Catherine Camus tiene presente todos los días de su infancia. Una noche, desde su cama tuvo tanto miedo de morir que llamó a su madre. Oyó entonces la voz de su padre que le respondía que si quería hablar a su madre, debía levantarse e ir hacia ella, agregando que era ridículo temer a la muerte. Ella confiaba en él y se durmió en el acto. Tenía entonces 8 años. Cuando tenía 40 leyó en los “Carnets” de su padre: “Catherine tiene miedo de morir. Que una angustia tal oprima un ser tan pequeño es un escándalo absoluto.”
Cuando niña nunca supo que su padre era célebre. Camus nunca hablaba de él. Salvo el día que lo encontró sentado, la cabeza entre las manos murmurando: “Estoy tan solo…”
“Todo era leve al lado de él – dice Catherine – Jean mi hermano mellizo y yo éramos extremadamente libres. No mentíamos, no denunciábamos, éramos responsables, respetábamos a los demás. Si hacíamos travesuras, papá no nos reprendía. Quería saber nuestro parecer…”
En esos años, Argelia suscitaba diferencias entre los franceses y los árabes quienes tenían poca participación en la vida de la región. Camus escribe contra esta injusticia. Sabe que la única grandeza de un país es la unión y la tolerancia.
Su gran amor ha sido siempre el teatro “porque es el que trae la luz – escribe – lo siento en todos los testimonios que recibo del mundo entero. Es el que abre las puertas y permite permanecer allí, vivir con cualidades y defectos, con impotencia y fuerza…”
El teatro de Camus se representaba mucho más en Egipto y en Túnez que en Argelia, donde su obra necesitaba el respaldo de escritores valientes.
El escenógrafo y director Stéphane Olivié Bisson acababa de subir a escena “Calígula” en el Teatro del Ateneo de Paris. Lo hace con frescura y generosidad y sin otro motivo que el de realzar el teatro de Camus que es un teatro de ideas. “Dirigir las obras de Camus me ayudan a vivir” – decía. Pero en realidad, el sueño de todo director era dirigir “Calígula” en el país natal de su escritor.
Después de mucha lucha, Bisson logra tener contacto con los medios diplomáticos franceses y argelinos y pudo realizar su sueño: en el año 2010 “Calígula” fue representada en el Teatro Municipal de la ciudad de Argel.
Volviendo con Catherine Camus, ella cuenta que ha dejado su carrera de abogacía para poder administrar la obra de su padre. Pasó ocho años transcribiendo “El Primer Hombre” y los “Carnets”. Su próximo trabajo es la edición de la correspondencia con René Char, Roger Martin du Gard, Louis Guilloux y tantos otros escritores.
El grupo de músicos IAM tiene terminado el espectáculo que presentará sobre la novela “El Primer Hombre. También se está trabajando en las adaptaciones al cine sobre la exposición que el historiador Benjamin Stora prepara en Marsella para ser estrenada en 2013.
Albert Camus decía que nada era más escandaloso que la muerte de un niño y nada más absurdo que morir en un accidente de auto. Ventiocho días antes del inesperado suceso escribía: “Cuando durante el día el vuelo de los pájaros parece siempre sin fin, al atardecer pareciera que encontraran un destino. Vuelan hacia algo, quizá hacia la noche de la vida…”
El lunes 4 de abril de 1960, un automóvil se dirige rápidamente hacia Paris. La ruta es estrecha. De repente se oye un ruido terrible: el auto choca contra un árbol. El conductor, Michel Gallimard, célebre editor parisino, gravemente herido. Su acompañante muere. En su documento de identidad está escrito: Albert Camus, escritor, nacido el 7 de noviembre de 1913 en Mondovi, Argelia.
“Cuando llega una noticia como esa, se produce una pérdida de memoria” – dice Catherine Camus. Su padre no está más. A ella sola encontrar el espacio para existir, llenar la transparencia y terminar con la molestia del sufrimiento. Camus no pertenece más a su hija. Es un dolor fuerte que antes ella nunca había experimentado.

Luego del accidente del Facel-Vega, se encuentra en el barro un portafolio de cuero negro con un fajo de papeles manuscritos, trazados al correr de la pluma, muchas veces sin puntuación. Es el borrador de lo que debía ser “El Primer Hombre”.

Las horas han pasado rápido. Hay que partir. Dejar atrás la luz de Lourmarin, su belleza y la casa donde Catherine Camus creció al lado de ese padre tan amado.
Allí queda ella vigilando…


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