Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
SUPLEMENTO ANUAL GACETA LITERARIA - Año IV



Imágenes:Xi Pan (Wenzhou-China)
Música: Seleccionar al pie de la revista

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

ARS POÉTICA

Rafael Cadenas (Barquisimeto-Lara-Venezuela)

Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta
dudosa ni añadir
brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir
verdad. Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en
peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi
mentira, señálame la impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame,
sacúdeme.



PÁGINA 2 – CUENTO

LA NOCHE, ELLOS, YO

Por Ángel Balzarino (Rafaela-Santa Fe-Argentina)

-¡No! ¡No!
El grito, casi autoritario en la voz de él, entre temeroso y supli¬cante en la de ella, surgió como la única defensa contra las cuatro o cinco figuras -sombras apenas definidas en la oscuridad de la noche- que desde un zaguán y desde atrás de un árbol y desde el fondo de un baldío se abalanzaron hacia la calle Los rodearon. Cor¬tándoles el paso. Amenazantes.
-¡Quietos! Se acabó el paseo.
El desconcierto transformándose de pronto en pánico, la rigidez como reflejo de impotencia o expectativa. Se apretaron más fuerte las manos, los cuerpos pegados en procura de transmitirse confianza o un hálito de coraje. Efímeros el silencio y la calma. Una de las si¬luetas se precipitó ágil y rotunda sobre él. De un tirón doloroso, ella sintió desprenderse la otra mano, tibia, protectora.
-¡Miguel!
Apenas una exhalación en la boca repentinamente cubierta por los dedos ásperos. Después las garras tenaces de los brazos inmovili¬zándola. Pero no le preocupó tanto debatirse, estéril y enmudecida, sino aquello que le ocurría a él en algún rincón de la calle penum¬brosa, sólo imaginado por el sonido de los golpes y el furor de las palabras y los repetidos y fuertes quejidos. Cuando la quie¬tud sobrecogedora reveló el fin de la lucha, tomó conciencia de ser arrastrada sin miramientos y depositada sobre el colchón de pastos duros y húmedos. Las figuras parecieron multiplicarse ominosas a su alrededor. Cada vez más débil, vencida por férreos tentáculos. Sin poder evitar el arañazo de la mano que desgarró el vestido.

(No, eso no. No seas mala. No soy, sabés que te quiero. Sí, sí, eso decís, pero nunca me das el gusto. Siempre lo hice, Miguel, me¬nos eso. Ves que tengo razón. Nada más porque no está bien hacerlo antes de casarnos. Nosotros nos vamos a casar y será lo mismo. No, mamá y el padre Santiago dicen que no, no es lo mismo y yo... Sos vos la que no quiere. Sí, yo quiero complacerte, pero no está bien. Entendeme, por favor. Y casi todas las noches, en el pasillo o en un rincón del comedor solitario y apenas iluminado, el frenético deseo de él trataba de superar la barrera creada por la confusión o el miedo o un imbatible sentimiento de culpa. Tené paciencia, por favor, ya lo haremos, todo lo que quieras, la voz en urgente susurro para aplacar la arremetida de la boca ávida y las manos que diestramente desa¬brochaban la blusa y se deslizaban con placentera lentitud por los pechos suaves. Basta. Basta. Está bien, no te molesto más, la brusca separación, el malestar estallando en el latigazo de palabras reful¬gentes, te aviso que me estoy cansando y a lo mejor dentro de poco dejarás de verme por aquí. No, te lo ruego, no. Ya lo sabés, andá pensando en lo que vas a hacer. Y luego de marcharse, la aco¬saba la amenaza de perderlo, mientras recordaba el roce de los de¬dos queridos y se repetía con rabia que la próxima vez iba a ser más buena y le daría el gusto con tal de no verlo enojado, aunque fuera sucio, un pecado, sí, lo amaba demasiado y nunca resistiría vivir sin él.)

-¡Apurate!
-No vamos a estar toda la noche esperando.
-Sí. Acordate de nosotros.
Palabras apenas balbuceadas, imperativas en el tono, que le hicieron imaginar la furia desfigurando los semblantes tragados por la oscuridad.
-Calma. Esperen un momento -diferente, casi parsimoniosa la voz del que manipulaba con delectación sobre ella-. Todos nos va¬mos a divertir. Sin apuro. Será lo mejor.
¿Dónde estás, Miguel? No podés abandonarme ahora. ¿Qué te hicieron? No soportaré esto. Tampoco tendré valor para mirarte des¬pués a los ojos. Sucia. Con una mancha que nunca podré quitarme. No. No dejes que ocurra. ¿Estás herido, desmayado? Necesito verte. Por favor. Miguel. Miguel. Nada más que algún remoto sonido -el ladrido de un perro, el golpe de una puerta, la marcha indefinida de un vehículo- logró quebrar el letargo del pueblo y se confundió con el jadeo de ellos en la espera cortante como el filo de un puñal y el desgarro de la ropa convirtiéndose en jirones por imperio de las manos afanosas. Por fin, el aire cálido rozó los pechos y después la cintura y por último el comienzo de los muslos desprotegidos. Ahora. Ahora. Una idea liberadora se impuso contundente al atenuarse la presión sobre una pierna. El golpe de la rodilla estrellándose contra el otro cuerpo quedó desplazado por un brusco, rabioso quejido. Las siluetas se agolparon. Abrumadoras. Muy cercano, percibió el aliento cargado de alcohol y tabaco.
-Parece que te gusta jugar. Te vamos a dar el gusto. Ya vas a ver.
Miguel. Vení, por favor. ¿Dónde estás? Contestame. Ahora. No puedo esperar más. Y violentamente, sin tiempo para el rechazo, sin¬tió en la boca los labios húmedos, ásperos, tan enardecidos como las manos -distintas de las otras, aquellas familiares, apartadas tantas veces por imposición o en resguardo del honor-, que luego del lento recorrido abarcaron por fin la redondez de los senos en una arrebatada, dolorosa caricia. No. Así no. Vos debías ser el primero, Miguel. El único. Sí. Tuvo un escalofrío, erizada la piel por el miedo y la certeza de no poder impedir el hecho previsto, tangible ya. No lo permitas, Miguel. Ayudame. No puedo. Por favor, no me dejes. No. No. Y los dientes mordieron la boca intrusa en exasperada pugna o como torva manifestación de dolor por la fuerza que abruptamente invadió su cuerpo.

(Hace tres días que no viene tu novio. ¿Están peleados? No. La otra noche hablaban fuerte. ¿Qué pasó? Nada importante. Lo de siempre. ¿No habrás...? No, mamá. No sé si ese muchacho te convie¬ne. Creo que sólo le interesa divertirse con vos. No digas eso. Me quiere y yo también. Vamos a casarnos. Ojalá. Pero debés tener mu¬cho cuidado. Por una equivocación podrás arrepentirte toda la vida. Y se debatía en la mayor incertidumbre sobre cómo actuar, insegura de cada palabra y cada gesto, menos del impetuoso sentimiento que la dominaba. Nos amamos y no debe haber secretos entre nosotros. Nada de lo que hagamos puede ser malo y reprochable. Se esforzaba por hallar justificativos, por conferirse una cuota de seguridad para complacer los requerimientos de él, indiferente a cualquier comenta¬rio o sugerencia de los otros. El ardor y la impaciencia suelen ser pésimos consejeros. Lo urgente ahora, tal vez mañana lo considerarás sin importancia o será motivo de remordimiento. Debes conducirte con mucha prudencia. Sí, padre. Pero nosotros nos queremos. Preci¬samente por eso debe existir mutuo respeto y tienen que organizar la vida en común libre de sombras y asechanzas. Nada consiguió otorgarle sosiego, marcar un rumbo definido. Sintiéndose culpable por el alejamiento de él, tres días en desoladora vigilia, con el cre¬ciente temor de la ruptura definitiva. No quiero pasar por esto otra vez. Si vuelve, haré lo que me pide. No puedo perderlo. Nunca lo soportaré. Nunca.)

Poco a poco fue cediendo la resistencia. Murió en la boca reseca cualquier sonido. Apresada en la oscuridad donde las figuras y las palabras y las risas parecían formar parte de un increíble delirio. Sólo consciente de ser el centro de la atención, el precioso y apetecible trofeo que todos se disputaban con encendida premura.
-Dale, viejo. No aguanto más.
-Yo tampoco.
-Nosotros también queremos divertirnos.
-Esperen. Ya termino. Esperen.
Miguel. ¿Acaso estás muerto? Yo empiezo a morir. Ahora. Sí. Muerta. Aunque después siga caminando y hablando y haciendo las cosas de todos los días. Derrotada. Un agotamiento cada vez más doloroso en las muñecas y las piernas aferradas, en la espalda brutal¬mente apoyada contra el suelo. Sin atender ni importarle las palabras airadas o las bromas hilarantes, el tumultuoso respirar, el acoso de los cuerpos frenéticos. Sola, Miguel. Cuando más te necesito. ¿Volveremos a estar juntos? Nada más que la certidumbre del desamparo, sin fuerzas para intentar la menor lucha o protesta. Ya nada será igual entre nosotros. Nos robaron lo que nos pertenecía. Algo que deseaba ofrecerte a vos. Únicamente.

(Malo. ¿Por qué? Tres días sin venir ni avisar nada. No pude. Tuve mucho trabajo. Tanto como para olvidarte de mí. No. ¿O acaso estabas enojado? Tampoco. La última vez te fuiste disgustado. Ahora estoy aquí y será mejor olvidar todo. ¿Qué te parece si vamos al cine esta noche? Eufórica de improviso por concluir la desgastante espera, creyó que era el momento de llevar a cabo la promesa ru¬miada con serenidad, dispuesta a obrar sin ligaduras. Sí. Aunque ma¬má y el padre Santiago me crean la peor mujer del mundo. No im¬porta. No se enojará otra vez por mi culpa. Y mientras se encontra¬ban en el cine no le interesó demasiado el espectáculo desarrollado en la pantalla, sino que prefirió acurrucarse junto al cuerpo de él tanto en búsqueda de tierna protección como para empezar a disfru¬tar el goce anhelado. Permaneció ajeno a los besos y caricias que pretendían salvar agravios, restablecer la confianza, relegar cualquier atisbo de resquemor. No puede engañarme. Todavía está furioso y cree que me negaré de nuevo. Se llevará una sorpresa. La mejor. Presintiendo voluptuosa el explosivo fervor, demoró el instante de la confesión, como si cada segundo acrecentara la fogosidad de lo proyectado. Sí. Esta noche. Lo que él siempre quiso. Mi regalo. Pero todo concluyó inesperadamente. Cuando salieron del cine, después de andar tres cuadras. Al surgir las siluetas indefinidas, en recio ata¬que.)

Casi un descubrimiento. Sorpresivo. Feliz. Comprobar poco a poco que tenía libres los brazos y las piernas y ya el cuerpo no era so¬metido por el embate de ellos. No pudo moverse, sin embargo. En¬tumecida, con la sensación de estar adherida a la tierra húmeda. Sólo los ojos -ardientes, esforzándose por tener abiertos- logró movi¬lizar con temerosa lentitud, en una especie de reconocimiento o interrogación. Alrededor, apenas recortadas las figuras, a la espera de algo. Hasta percibir unos pasos. Lentos, inconfundibles. Sí. Es él. Por fin. Procuró erguirse sobre un codo. Hubiera querido proferir un grito de alivio, que expresara el final de la angustia y el miedo. Nada hizo. No tanto por fatiga o incapacidad, sino por el mazazo de la voz anónima que derribó la última capa de defensa. Una orden escueta, plena de urgencia:
-Vamos, Miguel. Apurate. Ahora te toca a vos.



PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe-Argentina)

BREVERÍAS

I

En el camino, uno atraviesa a pie el cementerio
y lo sorprende la medianoche más espesa en el corazón del cementerio.
Uno va de la mano de la muerte más luminosa hasta la salida
y a la salida ya no hay más camino.

II

En el corazón de la noche, en el corazón del cementerio,
hay un muerto vestido de viudo
hablando con un viudo vestido de muerto.
Yo paso entre ellos despegándome una mortaja interminable
que va borrando nombres y fechas de las lápidas.

III

En el camino hoy hay muñecas desangradas, relojes de huesos molidos;
hay gallos picoteando los ojos y el corazón de un sueño,
hay deportistas mutilados y frutas de vidrio estéril y mil cosas desventradas y abandonadas.
Menos mal que hoy yo no vine.

IV

El primer astronauta sepultado en la luna fue un negro
Lo dejaron nomás en la superficie porque no había mucho presupuesto.
Al poco tiempo su cadáver se veía como una mancha sombría desde la Tierra , arruinando el sueño romántico de los enamorados en las noches de luna.
El presidente ordenó que una próxima expedición trasladara sus restos al lado oscuro de la Luna
Y en la Tierra todos los enamorados volvieron alegremente a sus romances, nocturnos y serenatas.

V

El gobernante de aquella creciente aldea llevaba a enterrar sus muertos a una ciudad vecina
hasta que el intendente de la ciudad vecina le dijo:"No hay más nichos."
Y hubo que hacer el cementerio propio. El gobernante decidió instalarlo sobre la más alta montaña, para que la inundaciones no se llevaran los féretros.
La idea pareció buena, y así pasaron muchos años en paz, hasta que despertó el volcán.

VI

Un graffiti en una pared externa del tiro federal decía:
“A los locos, hay que ponerse el chaleco antibalas
y correrlos para donde disparan”.

VII

Los borrachos y los pájaros pasan la noche en las copas, los borrachos entre copas de alcohol, los pájaros en las copas de los árboles. Hay que oír quiénes cantan mejor al otro día.

VIII

Un hombre se sienta a la mesa delante de un pan.
El hombre cierra los ojos y abre la boca.
El pan abre los ojos y grita.



PÁGINA 4 – ENSAYO

LA VOZ SINGULAR DE HEBE UHART

Por Carlos Roberto Morán (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

La argentina Hebe Uhart suele contar historias que aparentan ser tan cotidianas como triviales, pero en realidad todas ellas contribuyen a generar un mundo considerablemente extraño, teñido de humor, un tanto corrosivo. Y de ninguna manera ingenuo.
Autora de una decena de libros de cuentos y de dos novelas –amén de varias novelas cortas-, Uhart publicó la mayor parte de su persistente obra en editoriales pequeñas, muchas ellas desaparecidas, lo que conspiró para la difusión de textos que marcan una continuidad con las obras de, entre otros, Silvina Ocampo y Felisberto Hernández.
Con “Relatos reunidos” se produce entonces lo que consideramos es un acto de justicia, porque existe la posibilidad de que nuevos lectores se acerquen a sus tan particulares textos.
¿Y qué es lo que nos cuenta Uhart? Inicialmente, historias que tienen que ver con la infancia, en un mundo que hoy casi no existe y en el que la inmigración incidía con mucha fuerza (en su caso la inmigración italiana) De inmediato, historias de mujeres. No historias femeninas, sino relatos en los que la mujer resulta ser la protagonista en un mundo regido por los hombres.
En general, son historias de “observadoras”, de personas que tratan de interpretar el orden de las cosas, que es elusivo, que se modifica, que nunca se logra aprehender. Aprender.

AIRES DE FELISBERTO.

Aunque hemos aludido a una continuación de las obras de la argentina Silvina Ocampo y del uruguayo Felisberto Hernández, es en este extraordinario escritor donde Uhart se reconoce. Así, alguna vez llegó a decir: “Creo que estoy más emparentada con Felisberto Hernández. Es mi maestro. Lo leo una y otra vez y digo: a mí me hubiera gustado escribir así, con esa capacidad de memoria. En él encuentro una suerte de parentesco, de influencia. Incluso lo prefiero a Borges”.
Hay, en efecto, líneas de comunicación. Primero, por una manera de decir, una forma expresiva más que particular, que nace de la mirada “inocente” que las criaturas de ambos autores hacen del mundo. En el caso de Felisberto eran los seres humanos, los objetos y hasta el propio cuerpo los observados con pasión de entomólogo.
En Uhart suelen ser los niños y los pobres, los recién llegados al mundo nuevo, los que observan y deducen. Así cuando María, una niña, es llevada por primera vez a una confitería comprende que debe mirar todo, sacar sus conclusiones, porque se trata de un lugar “de mucha enseñanza”.
Como se dijo las mujeres, inmigrantes o niñas, son los recurrentes protagonistas de estas historias huhartianas que no suelen cumplir con las pautas habituales del cuento. Así, en general no hay desenlaces, menos que menos desenlaces categóricos, dado que sus relatos resultan una suerte de fluir permanente.
Son notorias, y al mismo tiempo parecidas, sus historias de familias, porque Uhart ha tenido una familia numerosa y de muchas limitaciones económicas. Ha sabido reflejar en ellas las mutaciones experimentadas por la sociedad argentina, tan marcada por la inmigración y por los cambios sociales que eran lo propio del país cuando la escritora fue niña, adolescente y joven (y que ahora, lamentablemente, se ha estancado cuando no desaparecido)
Suele haber personajes desequilibrados en estas historias (“En mi familia materna el ascenso social fue traumático, porque produjo locos”), gente que se adapta a los cambios –en general las mujeres- y otros que se oponen –habitualmente el pater familiae. Hay mucha cocina, mucha costura, mucho mundo “de la mujer” que le permite a la narradora hurgar y de paso “practicar” verdaderas vivisecciones…

EL HUMOR, EL LENGUAJE.

Aparte, aparece el reiterado y más que bienvenido humor, que aunque también sea nota distintiva en la obra de Felisberto, cabe aquí volver a Silvina Ocampo, aunque el humor de ésta fuera negro si no cruel, mientras que Uhart lo utiliza para matizar las historias que narra, o para describir personajes o situaciones.
En otro orden está lenguaje. Y al respecto dice bien la autora en una entrevista de Juan Fernando García, de “Perfil”, que “el escritor está obligado a tener un oído atento al lenguaje”. Y ella está atentísima a ese detalle. Así, hay un registro minucioso que la lleva a los neologismos o, en todo caso, a un “forzamiento” del idioma (“pordelantear” en vez de llevar por delante) o italianismos “traducidos” al argentino.
También, como registra Graciela Speranza en el prólogo de este libro, a manifestarse con frases coloquiales al estilo de “un muchacho que vale oro”, “lo que son las casualidades” o “estaba tentando la ira de Dios”.
Estos múltiples recursos le otorgan coloratura singular a su lenguaje y que le facilita contar sus historias, no pocas de las cuales tienen que ver con su vida rural en Paso del Rey, cuando niña y adolescente, su transición a la gran ciudad, e incluso sus recreados recuerdos de estudiante y docente.
Los “Relatos reunidos” incluyen una veintena de cuentos más tres nouvelles o relatos largos, escritos entre 1962 y 2004, vale decir una buena muestra de la narrativa de Uhart, una escritora “incesante”, al punto de que si en vez de “reunidos” estuviéramos hablando de sus cuentos completos también hablaríamos de un volumen notablemente más extenso que el presente. O de varios.
“Su escritura –dijo alguna vez el desaparecido Haroldo Conti- es tan simple que a veces parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde sólo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo”. En efecto, de eso se trata.



PÁGINA 5 – CUENTO

EL ABUELO ESTA AQUÍ

Por Arturo Lomello (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

¿Dónde empezaba y terminaba el abuelo’. Me hice estas preguntas cuando el abuelo Joaquín murió, hace ya diez años. “no lo volveremos a ver en este mundo, pero algún día todos nos encontraremos de nuevo”- me dijo la tía Nora, hablando como si estuviera representando un papel en una telenovela. Mamá no se había animado a darme la noticia y no la creí. ¿Qué quería decir eso de que no lo íbamos a ver más? ¿Acaso el abuelo sólo estaba contenido en ese cuerpo viejo, en cuyas piernas solía sentarme para hablar largamente en las siestas de las abejas que zumbaban en el patio, de los gorriones que venían a buscar las miguitas de pan que les dejábamos en una mesita o, sobre todo, de sus viajes como conductor de trenes? A fuerza de estar juntos habíamos hecho un tejido que unía nuestras conversaciones con el sol, con las tardes con los sonidos del viento, con el cacareo de las gallinas y todo eso era para mí el abuelo: la higuera en el patio, el dulce sabor de los densos higos, la sombra de la parra que se desplazaba lentamente con el andar del planeta, eran mi abuelo. Entre los dos habíamos creado todo un universo.
Entre los dos, he dicho, pero no era así. También estaba la abuela que pese a sus años trabajaba en la cocina y después, silenciosamente, se arrimaba a cebarle mate amargo y escuchaba con una leve sonrisa nuestras conversaciones. Era menos comunicativa y más rezongona, pero a su manera ella también formaba parte del encanto, como el patio soleado y su diálogo con la sombra, las abejas zumbonas, las gallinas siempre asustadas, el viento que aunque seguía de largo dejaba sus semillas, sus mariposas entre las plantas. Había un misterio flotando, mezclándose con nuestras palabras.
Después comprobé que él no venía más rengueando, haciendo sonar su bastón contra las baldosas del patio, a sentarse en el sillón de mimbre, a la sombra de la parra. Por eso, me pregunté dónde empezaba y terminaba el abuelo.
Me fui al fondo a contemplar la higuera y allí estaban las brevas. Arranqué una y me dio su gusto rotundo, el deleite de su consistencia pulposa, su sensualidad detenida; dulzura carnal de soles, lunas, estrellas, vientos y lluvias, acariciando la lengua. Las gallinas se asustaron una vez más, cumpliendo con su papel y “Negro” el perro salchicha, con su aspecto de dibujo animado, vino a torearlas y a buscarme y todo estaba en orden: sólo faltaba el abuelo con su mirada de distancias, su figura robusta, sus bigotes poblados y encanecidos.
En alguna parte debía estar, porque no había ningún hueco por donde pudiera haberse ido de este mundo en el que todo era exceso, regalo. Les pregunté a mamá y papá, a mis hermanos y a la tía Nora si era verdad que el abuelo ya no volvería y Felisa, mi hermana, me contestó con fastidio: “Dejate de estupideces; el abuelo se murió y basta”
Una tarde habíamos pasado con el abuelo frente a la vieja estación ferroviaria y él, sin decirme nada, sabiendo que yo compartía sus sentimientos y que lo seguiría, entró en el amplio salón de acceso en el que flotaba una atmósfera gris de tiempos y distancias, como si a través de los años cada tren que llegaba o salía hubiera ido depositando la imprecisión de los viajes, el no quedarse definitivamente en ninguna parte.
Todavía lo veo pasear su mirada reverente por los rincones, buscando allí su pasado y después en los andenes contemplar las antiguas locomotoras detenidas, acariciándolas con los ojos. Memorizaba sus incontables viajes por el norte de la provincia, que había descripto una y otra vez en nuestras conversaciones; las inacabables llanuras, los montes impenetrables, el trabajo de los esforzados hacheros, la soledad de los pueblos donde tenía tantos amigos a los que ya no veía, gente que le había confiado sus esperanzas siempre frustradas de una vida mejor, miles de días, soles, lluvias, noches, tierra que el abuelo llevaba dentro de sí como los higos su pulpa.
Y ahora yo sentía que todo eso se asomaba por mis ojos. Miraba las avenidas de la ciudad, la gente que transitaba por ellas y me decía: “Estás aquí, abuelo Joaquín, estás aquí; ves por mis ojos”
Un mediodía regresaba de la escuela cuando vi un viejo que caminaba lentamente delante de mí, rengueando. Su figura me resultó tan parecida a la del abuelo que me apuré para alcanzarlo, impulsado por una loca esperanza. ¡Qué frustración al ver su rostro que tenía, sin embargo, cierta semejanza! El viejo me sonrió como adivinando lo que me estaba ocurriendo. Tal vez, él también tuviera un nieto con quien compartir el misterio de largas horas sinceras de conversaciones y silencios.
En casa encontré otra vez el sillón de mimbre con la ausencia del abuelo. Fui al dormitorio y busqué el bastón; lo tomé entre mis manos, palpé las rugosidades de su empuñadura, tratando de sostenerlo como él lo sostenía, con sus manos fuertes y ásperas. Salí al patio, me senté en el sillón de mimbre, hablé con una voz grave y algo ronca con un nieto imaginario que era yo mismo, tratando de imitarlo. El sol de la siesta emborrachaba de reflejos verdiamarillos a las plantas. Entonces supe que el silencio del patio, con rumor de abejas, el viento entre las hojas de la parra, las incipientes uvas, eran el rumbo que comenzaba a abrirse hacia el latido de ese corazón que en mi pecho contenía la nueva presencia del abuelo.



PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

Norma Segades-Manias (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

ROSA LUXEMBURGO

Nacida en Polonia, el 5 de marzo de 1871, fue activista del movimiento socialista en Polonia, Alemania y Rusia. Dirigió, inspiró, organizó movimientos obreros, levantando las banderas del socialismo internacional. El 15 de enero de 1919, en Berlín, la culata del rifle de un soldado destrozó su cráneo antes de que le dispararan un tiro a quemarropa y arrojaran su cuerpo a un canal. Tenía 48 años.
Berlín - Alemania (1919)

Tan lejos de Polonia.
Tan distante
de las persecuciones policiales mordiendo los talones de mi raza.
Tan alejada del primer refugio,
de los primeros tiempos del despojo.
Después de desandar tantas prisiones por culpa de este eterno compromiso,
después de tanta educación estricta,
después de tanta militancia
ardiendo en contra de conflictos codiciosos,
después de tantas voces en el viento
llamando a suspensión de actividades en todos los rincones de la tierra
para evitar que mueran los obreros en beneficio de los poderosos
estoy aquí,
sitiada por sus odios.
Soy Rosa Luxemburgo,
la judía,
la alemana,
la rusa,
la polaca,
eterna desterrada
socavando los cimientos del miedo sobre el polvo,
proclamando a la guerra una estrategia propicia al interés capitalista,
cuestionando el sistema democrático
si anda
la desconfianza
reflejándose en las utilidades de los votos.
Ya no puedo guardar,
bajo mi agobio,
mucho más que el desprecio a tu arrogancia.
Ya no poseo más que el pensamiento.
Mi patria
es un estado de vigilia,
un exilio en los huecos del insomnio.
Mi patria es territorio de la muerte cuajándose en el arma del verdugo,
es sonido de huesos fracturados,
un tiro de fusil
a quemarropa,
un desgarro en las pieles del arroyo.

VALENTINA TERESHKOVA

Cosmonauta soviética y primera mujer que viajó al espacio, era una trabajadora textil y paracaidista aficionada cuando se alistó en el programa soviético de aprendizaje de cosmonautas. Efectuó 48 órbitas alrededor de la Tierra en el satisfactorio vuelo del Vostok 6, que duró del 16 al 19 de junio de 1963
Baikonur – Kazajistán (1963)

Una esfera girando en el espacio la azul coreografía de la danza
que estableció el ritual de las jornadas
cuando el aliento apenas se inscribía en la fertilidad de las esporas.
Sólo un mundo
pequeño y vulnerable,
un navío de jarcias solitarias navegando en su lecho de intemperie
con velamen de luna irreverente
y un destino de eclipses en la proa.
Y yo giro a su lado,
en espirales,
hacia el vacío espeso de la noche,
superando el grosero antagonismo que condena mi sexo a los silencios,
a los anonimatos,
a las sombras.
Hoy soy la humanidad.
Hoy soy la hembra que acredita el valor de los reversos.
Estoy aquí,
oficiando la vigilia a punta de entereza,
a contrasueño.
Mi nombre es Valentina Tereshkova.
Soy todas y soy una.
En el abismo,
en la escarcha perpetua,
en la distancia,
redimo los perfiles de otros rostros,
el minucioso tiempo de otras vidas confinadas a opacas desmemorias.
Aquí,
donde la médula del cosmos gestó la dispersión y sus secretos,
entono los conjuros,
las liturgias de las elementales parturientas
en un vocabulario de gaviotas
y en estas coordenadas del misterio
remendados los párpados,
las bocas,
cubiertas por membranas cenicientas,
centurias de mujeres se levantan desde las catacumbas de la historia.

OLYMPIA DE GOUGES

Revolucionaria francesa nacida en Montauban en 1748, considerada una de las precursoras del feminismo, fundó la Société populaire de femmes y redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, donde reivindicó la igualdad de derechos de las mujeres. Enfrentada políticamente a Robespierre, fue acusada de intrigas sediciosas y, finalmente, guillotinada en la ciudad de París, el 3 de noviembre de 1793
París – Francia (1793)

Traicionadas por nuestros compañeros
hemos quedado excluidas de la historia,
sedientas de justicia,
de derechos,
de legitimaciones ciudadanas,
de reconocimiento
o recompensa
por tantos sueños,
tantos ideales quemándonos el alma con su fuego,
encendiendo una voz en las entrañas que aún clama reclamando libertades,
tanta pasión,
al fin,
tanta apetencia
de ser iguales desde el nacimiento,
sin privilegios ni parcialidades según oficio o género o linaje,
tantas noches de insomnio en las tinieblas.
Y no puedo aceptar sus deslealtades.
No quiero perdonar.
No estoy dispuesta a entregar mi estandarte femenino.
Soy Olympia de Gouges,
ciudadana,
y el perfil de mi nombre en la insolencia.
Me sobra aliento para enmudecerlos,
porque ninguno ignora que las hembras son tan aptas para subir patíbulos
como para trepar a los estrados,
como para ascender a la elocuencia.
Me sobran fuerzas para descubrirlos,
para quitarles máscaras,
disfraces,
revelar sus perjurios,
sus estafas,
antes que llegue el tiempo del verdugo,
antes que la palabra desfallezca
frente a los filos del degolladero,
he de entrar a la muerte que me espera junto a los matorrales de la sangre,
sin un asomo de remordimiento,
la frente en alto,
la mirada intensa.



PÁGINA 7 – ENSAYO

DEFENSA DE LA PALABRA

Por Adolfo Colombres (San Miguel de Tucumán-Tucumán-Argentina)

En un principio, se sabe, era el verbo, es decir, la palabra que ilumina la sombra, brotando como un manantial inteligente. En la gran Nada primordial irrumpe la palabra en la boca de los dioses, los que sin ella no podrían haber creado al mundo ni a los hombres. Es el viento de la palabra, con su tono imperativo, el que engendra el universo. Entre la palabra pronunciada y el acto no podía haber, en esos luminosos orígenes a los que se remonta el mito, distancia alguna. Para los tupí-guaraní, el ser y el lenguaje son una sola cosa. La misma palabra tupí significa “sonido de pie”, y este pueblo considera al ser un sonido, un tono de La gran música cósmica, regida por Ñamandú Ru Eté, el supremo espíritu creador, llamado también Tupa, que significa “sonido que se expande”, y que fue asociado al trueno que precede a la lluvia fecundante, y también sería el estallido, igualmente fecundante, de la palabra.
Pero existe algo anterior a la palabra, sin la cual ésta resulta impensable: la misma voz que la sustenta. La voz transportó a la palabra como un carro sagrado hasta que la escritura la decretó prescindible, al fundar un lenguaje sin voz, privado de una gran cantidad de elementos semánticos que no sólo eran usados como recursos del éxtasis, desde un plano éstético, sino también como criterios de verdad poco falibles. Es que la voz, en tanto sonido, no puede dejar de registrar la estructura interna del cuerpo que la produce. Al juzgar esta transmutación, conviene tener presente que la aventura humana no se funda en la escritura, que es un mero artificio exaltado por la civilización occidental, la más grafocéntrica de todas, sino en la palabra, que es fuego nombrador, poder generador y normativo. Esta palabra-fuego de los orígenes está siendo suplantada hoy por la palabra-juego que tanto gusta al pensamiento único, porque no bucea el numen de las cosas sino que se despliega sobre la superficie de las mismas, en artilugios autocomplacientes que nada revelan. Y como bien se sabe, lo que no revela no rebela.
Colindante con esta palabra-juego, está el vasto territorio de la mentira, “esa palabra que no se parece a la palabra”, según los africanos, y que corresponde a la inmadurez, la vacuidad, la insensatez y la injuria. El poeta no es allí un prestidigitador, sino un hechicero que busca el secreto de las hondas comunicaciones, de los grandes incendios. Si la palabra verdadera crea el ser de las cosas, la mentira no constituirá apenas un simple mal hábito, sino algo abominable, puesto que puebla el mundo de seres falaces, siembra rencores, confunde los límites, degrada lo sagrado y quiebra el equilibrio de la vida. Para los guaraníes, una palabra en la boca es como una flecha en un arco, que puede tanto dar cuenta de la magnitud de un ser como destruirlo. Con el arco de la boca se abate mucha caza, dicen los pigmeos de Gabón. La mentira da flores, pero no frutos, remata un proverbio hausa.
La buena palabra, la palabra fecunda, precisa del silencio. Quien celebra la palabra ama el silencio. El silencio es como una sombra que envuelve a la palabra, afirmando su dignidad, su valor numinoso. Para los bambara de Malí, el verbo verdadero, la palabra digna de veneración, es el silencio, realidad cargada de sentidos en la que germina el grano de la palabra. También para los tupí-guaraní, decía Kaká Werá Jecupe, un escritor de esa etnia, el silencio es el sonido de los sonidos, la esencia de todo. Añade que el sonido y el silencio están orgánicamente ligados al lenguaje guaraní, ya que el silencio sería algo así como la séptima sílaba (a las cinco vocales castellanas, esa lengua agrega la “y”, que suena diferente a la “i” latina).
La sociedad de consumo odia el silencio, así como toda forma de ausencia, cualquier pausa que propicie el delito del pensamiento. Al amparo del concepto de libertad de expresión se acrecienta día a día la manipulación impune y desvergonzada de la palabra, dirigida a neutralizar las contradicciones y desigualdades sociales y a homogeneizar las formas de vida y los modelos de consumo, vaciando para ello la historia y liquidando las tradiciones de los pueblos. No se puede por eso hablar de libertad de expresión sin instituir el concepto de libertad de recepción, lo que implica una responsabilidad total del emisor frente al contenido de verdad de los mensajes que emite, y también del modo en que lo hace, pues éste debe dejar al receptor la libertad de adherir a él. O sea, la manipulación consciente de los mensajes con fines políticos o económicos es una clara manifestación de violencia que no puede quedar impune, y más cuando dichos mensajes corrompen el ethos social.
Es preciso cuestionar de manera radical la pretendida universalidad de la concepción occidental de la literatura, porque estuvo desde el principio al servicio de una hegemonía. Sólo así podremos abrirnos sin prejuicios hacia otras literaturas periféricas escritas, y sobre todo a los tesoros de la oralidad. Para ello, hay que fundarse en la palabra y no en la escritura, en el lenguaje en sí antes que en el texto impreso. El desafío pasa entonces por construir una teoría comprensiva de todos los sistemas, ya sean centrales o periféricos, y basados tanto en la escritura como en la oralidad. Tal nuevo orden debe establecer relaciones simétricas, es decir, no jerárquicas, entre sus partes, considerando lo enriquecedor que resultó siempre el diálogo, tanto para la oralidad como para la escritura.
Esta ciencia de la literatura a crearse sobre tal base será verdaderamente universal, por reconocer todas las prácticas narrativas y poéticas del lenguaje. Además de la historia y la crítica literarias, tomará en cuenta la antropología, la sociología, la filosofía, la semiología y la teoría del arte. Devendrá así algo profundo, que no se quedará en el mero comparativismo. O sea, se trata de hacer algo que la literatura comparada aún no logró, acaso por haber descartado en su misma base metodológica (definida en l95l por Marius F. Guyard) los contextos sociales y las situaciones de dominación.
En l96l, George Steiner alertó sobre el acelerado empobrecimiento del lenguaje que se estaba operando, así como sobre la forma en que la cultura de masas iba destruyendo la cultura literaria. A su juicio, la palabra configuraba ya un medio de intercambio tan perverso como el dinero, formando parte del fetichismo de la mercancía. Esto era consecuencia de la publicidad y otras manipulaciones ideológicas. En las cuatro décadas que pasaron desde entonces, en las que conocimos una sorprendente revolución en los medios de difusión, el problema no hizo más que agravarse, hasta el extremo de que la comunicación sólo puede hacerse ya efectiva dentro de un lenguaje disminuido y corrupto.
En esta era de la palabra devaluada, adocenada, domesticada, se torna acuciante recuperar ese valor mágico, numinoso, que aún posee el lenguaje de muchos pueblos de la periferia, sistemas de pensamiento que guardan claves capaces de salvar al mundo de la desertificación del sentido. Es que una palabra vaciada de sentido no puede tener ya vínculos con la acción, o sólo sirve para poner trabas a todo acto capaz de transformar la realidad, como se ve con harta frecuencia.
Celebrar al lenguaje es hoy celebrar al Homo sapiens, es decir, a ese bípedo insatisfecho que, en su afán de conocer el mundo, inventó millones de palabras para dar cuenta de los más sutiles matices al inteligir la realidad o expresar un sentimiento. El Homo consumens, por el contrario, no experimenta ningún deseo de profundizar, de saber, ni posee sentimientos especiales que expresar y menos aún las palabras para expresarlo. Por el contrario, hizo de su renuncia al lenguaje una llave mágica que le abrirá las puertas de una felicidad tan pobre como ilusoria. Es que la cultura de masas, lo dice Baudrillard, excluye de plano la cultura y el saber.
Nos sentimos a menudo inclinados a vivir tal especie de mutación antropológica como una gran tragedia, sin advertir que esta última se trata, como ya lo señaló George Steiner, de un género reaccionario por su derrotismo. En efecto, la tragedia se despliega sobre la ceniza de las cosas, como una consolación por el verbo y la metafísica. Occidente nos ha imbuido de un profundo sentimiento trágico, algo poco cultivado por otras civilizaciones, las que frente a la desigualdad de las fuerzas militares optaron por abroquelarse en su fuerza moral, en una resistencia cultural que les permitió sobrevivir sin cantar su propia muerte con una lira y entregar luego el alma.
En el espíritu de la tragedia subyace el fatalismo, la aceptación de que las cosas son así por disposición divina, o del destino, lo que es casi lo mismo. Así pensamos hoy que la globalización y el neocapitalismo salvaje son la condición inevitable de estos tiempos, algo que los sencillos humanos no podemos revertir. Pero no es así. Estamos ante una agresión a nuestros más arraigados modos de vida, a los fundamentos mismos de nuestras culturas, y lo que hay que hacer es enfrentar a esos frágiles tinglados, donde no imperan las luces de lo sagrado, la intensidad de los símbolos verdaderos ni las conquistas morales que alcanzó la humanidad al cabo de más de tres millones de años de evolución. Se trata de una regresión enmascarada con los destellos de una ciencia y una técnica autistas que van a la deriva, cada vez más ajenas a toda ética y despreocupadas del bienestar de los pueblos.
Es preciso recordar que la principal función del lenguaje no es expresar el pensamiento ni reproducir la compleja actividad del espíritu, sino, antes que eso -que por cierto es importante- jugar un rol pragmático activo en el comportamiento humano, y sobre todo ético. En la defensa del ethos social, la palabra debe extremar sus recaudos para no hacerse cómplice, por acción u omisión, del ascenso del consumo como gran mito de la aldea global.
Porque si el hombre no está rodeado de hombres y en comunicación real con ellos, sino por objetos fetichizados, la sociedad pierde toda argamasa, se convierte en algo virtual. Por otra parte, esos objetos no son pasivos sino que le exigen al hombre un culto atávico, lo someten a su tiempo, a su ritmo, a sus ritos y a su loca carrera hacia la nada. Por esta vía, el consumo desplaza a la palabra y se presenta como un nuevo lenguaje colmado de promesas de felicidad. De ahí que el mismo pueda ser analizado como un sucedáneo de los procesos de significación y de comunicación, y como una nueva forma de clasificación y diferenciación social, porque no se consume el objeto en sí, sino en tanto signo distintivo.
Pero en esta devaluación moderna de la palabra hasta los objetos pierden el sentido cultural y afectivo que tuvieron siempre, para tornarse en pseudo-objetos cuyo destino es ser descartados en un plazo muy breve. El arte imita esta metamorfosis y produce también pseudo-objetos, marcados por la pobreza o ausencia de un significado real, ya que no se postulan más que como copias, estereotipos y simulacros, y todo en una mezcla de estilos que no es más que una ausencia de estilo, es decir, el kitsch. La historia del arte amenaza así con convertirse en una especie de consagración del vacío.
Para pertenecer al arte moderno, decía Harold Rosenberg, una obra no tiene necesidad de ser moderna, ni de ser arte, ni de ser siquiera una obra. Se apela al sentido sagrado de la palabra para falsificar el mundo, para dotar de un ser ilusorio a lo que no es. “Esto es arte”, afirman los críticos autoinvestidos de taumaturgos desde los abismos de su subjetividad, para revestir con la dignidad de lo artístico a un objeto carente de sentido real. Y del mismo modo, se dice “Esto no es arte”, para sacar de la esfera del prestigio al arte popular y otras formas dignas que se atreven a defender el sentido del mundo en el templo de los simulacros.
Un postulado ético mínimo exige no hacerse cómplice en modo alguno de la abolición de la realidad, poniendo la palabra al servicio de la estética de la simulación y esos falsos rituales que no vacilan en convertir al cuerpo humano en el más preciado objeto de consumo. Porque los objetos, para fortalecerse como tales y presumir de fetiches capaces de dar belleza, poder, seducción, éxito y todo lo que antes se pedía a los dioses, toman dichos atributos de los cuerpos, vaciando a éstos de significación real y transformándolos en mercancías.
Connivente con esta práctica de desertificación del sentido que realiza la publicidad, manipulando la palabra, está lo que alguien ha llamado “la patria locutora”, que es una forma sutil de no-comunicación. Ámbito en el que el lenguaje sirve para mentir, para ocultar, o para hablar con aplomo sobre otra cosa que carece de importancia, o no es lo que cuenta en ese momento. La patria locutora vive desgarrándose las vestiduras por pequeñas cosas, incitando al llanto y a la acción cívica por un caso individual y banalidades de toda suerte, sin nombrar a los grandes corruptos y criminales que agobian a los pueblos de Nuestra América. No nombrar el ser profundo de las cosas es allanar el camino al triunfo de la nueva barbarie.
Es urgente hoy recuperar la sociedad, y en esa tarea son imprescindibles todos aquellos que cultivan la palabra viva, no sacrificada a los dioses de hojalata de la posmodernidad ni congelada por la escritura. Recuperar la sociedad es volver a la comunidad, que es donde todavía reside el sentido común, o del común. Y ahora que el consumismo se empeña en demoler el sentido más valioso de la modernidad, que es su viejo propósito de emancipar al hombre, sólo la comunidad puede reivindicar el derecho a un cambio propio que no traicione el ethos social, para acabar con ese Progreso sin hombres endiosado por el neoliberalismo.
Celebrar la palabra es también celebrar a los cultores de la palabra, tanto oral como escrita, que aquí se han dado cita para mantener vivo ese fuego sagrado. Por ellos el mundo permanece, aunque ya los poderosos no lleven un séquito de 35 griots, como Da Monzon, el célebre rey bambara de Ségou que protagonizara una de las mayores epopeyas de ese pueblo.
A todos ustedes quiero señalarles, a modo de síntesis, que hoy la verdadera dialéctica cultural es la que enfrenta a la cultura popular y la cultura ilustrada anclada en una identidad y un territorio con la de masas, aunque aclarando que en realidad esta última no existe, ya que no es más que una subcultura del embrutecimiento, el aislamiento y el despilfarro, que saca al hombre del mundo y lo encierra en la cárcel de su propia subjetividad. Es que allí donde se ausenta el sentido, y se ausentan también la sociedad y su proceso histórico, no puede haber cultura. La única manera de dimensionar a un sujeto es sacralizar el mundo al que pertenece, colmarlo de un sentido real. Si el mundo deja de existir, el sujeto deificado por ese individualismo sin individuos del que hablaba Castoriadis reinará sobre el vacío, tanto exterior como interior.



PÁGINA 8 – CUENTO

ELLOS NOS OBSERVAN

Por Adrián Escudero (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Al fantasimundo de los espejos…

En especial, para la amiga del alma y hermana en la Fe y Humanidad, Poeta Norma Segades Manias, mientras caminamos, frágiles pero atentos, el camino de la vida, en busca de la Vida y la Verdad; junto al Maná de la Palabra en la Gaceta Virtual

… Detrás de los vestidores y espejos, ellos nos observan, y juzgan…
Algunos moldean sus formas de cartón piedra o plastificadas -e inertes- con cuerpo y rostro de varón o mujer... Todavía no se los encuentra en los escaparates de luciérnagas y flores, cueros y sedas, con forma de homosexuales redimidos por la legítima legalización de su “unión civil” en algunos países, autoproclamados de “vanguardia social”. De hecho, tal circunstancia plantea un desafío a la industria de la moda. Pero quizás, aún, público, diseñadores, presentadores y auspiciantes de desfiles marketineros, no se hayan dado cuenta todavía...
Es lo que se ve cuando uno observa cómo ellos nos observan también, y nos juzgan. Porque, al fin y al cabo, unas u otras de estas realidades diferentes de la normalidad aceptada bajo la esencia de un orden natural fundante del Universo, y aceptada desde el Paraíso por el hombre puesto en pie desde el polvo de una estrella germinada, terminan arropando desnudeces y desvíos sexuales con ropa varonil o femenina, inexorablemente. Así las cosas, hoy día. Y ellos lo saben. Analizan nuestras costumbres de seres mortales conforme al paso del tiempo, mientras –impasibles- saltan de un escaparate a otro, hasta que la mala fortuna les fractura sus delicadas curvas antropomórficas, y alguien llamado “dueño” de tal o cual negocio de ropa, los abandona como si nada en un cesto de basura...
No son considerados como joyas u otra pedrería mineral; ni siquiera como las flores fugaces que los adornan. Nadie evalúa que, sobre su piel adecuada a la raza y sexo que representan, y producida por el artificio de una industria próspera y feliz, los años y sus calendarios transcurren para ellos en el día a día; a saber: nostálgicos y elegantes en los otoños de hojas amarillas; contemplativos y arropados en los crudos inviernos, desafiantes y liberales en gozosas primaveras, y exultantes en los estíos cuando el sol no les deja apagar, sino hasta muy tarde, sus ojos cristalizados y centelleantes...
Y sienten pena por nosotros. Por nuestros pasos esquivos y apresurados en las veredas; o por las miradas furtivas hacia lo que ellos promueven o incitan y seducen a la compra; o por los cambios de ritmo que, una vestimenta adecuada para uno de nosotros, puede reportarles como necesidad o, simplemente, pasajera vanidad frente a esos otros “ellos” (nosotros)... Y para y por nosotros, ellos deben disimular el pudor vulnerado cada vez que un vendedor los despelleja y desnuda y cambia de estilo en su trabajo. Enterrar sus íntimas vibraciones de seres creados a imagen y semejanza del hombre, y que, por esa sola razón, esconden un alma trascendente como todos los objetos del universo creado natural o artificialmente. Pero quizás, aún, público, diseñadores, presentadores y auspiciantes de desfiles marketineros, tampoco de esto se hayan dado cuenta todavía; de esto como de tantas otras cosas de sus vidas reales de muñecos serviciales...
Gepetto seguirá siendo para ellos su dios literario, pero los sueños de vida propia, mera ilusión de manequíns adocenados... Mientras tanto, ellos, detrás de los vestidores y espejos, ellos nos observan y juzgan.-



PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

Laura Yasán (CABA-Buenos Aires-Argentina)

ALGO QUE

es en la transparencia algo que viaja sin herirla
tan inquietante
toda una opacidad desplegando su mínima tragedia
un gusano de seda que no acabara nunca de pasar
entre el mundo y mis ojos

es en el desafío algo que se resiste
tan inquietante
ese grumo en el aire como un pasaje a la inconsciencia
la tentación de abandonarlo todo
la súplica del tiempo por un beso tardío

es en la aceptación algo que la interpela
la contundencia de no estar
y el cuerpo ahí
trabando

PLEGADO EN SÍ

como un juego de cubos infinito
una muñeca rusa que guardara en el fondo
los gajos de una flor crecida en una grieta
hago trinchera en el silencio
y es la palabra que no digo
el ladrillo de furia en la cara del miedo
un lunes con la lengua cortando el paladar

lo que resta es apenas un átomo de tiempo
una laguna quieta duplicando la imagen del presente
plegándola en sí misma para aguantar la vida adentro de la vida
mi corazón latiendo en su mensaje turbio

¿es posible morir de intensidad en la jaula del cuerpo?
¿es posible que en ese atardecer
brille el error como una luna enferma
que me devuelva limpia al punto de partida?

lo real es impuro
podría soportar esa fragilidad
si conservara intactos los ojos cuando vuelvo
si pudiera ganarme la otra parte del día
merecer el misterio

CORONACIÓN

consisto en demoler la fe de otros
¿no se construye el hambre
en su lado animal
con el silencio ajeno ?

no es un invierno más

por debajo del ruido
alguien pule su hueso
intuye que mirar es apropiarse
abarca por demás

¿hay acaso inocencia
cuando el deseo se resuelve en codicia ?

consisto en desmontar lo que no es mío
a quién le importa piedra sobre piedra

en la huella de atila levantaré mi reino
me verán conquistar tierra baldía
sin más oro que la desilusión

los que tejan la red
despertarán comiendo de su propia carnada

EN LOS BELLOS DÍAS DE NOVIEMBRE

dónde estabas cuando abrí la puerta
y un hombre me alargó sus dedos sudorosos
y me lamió con su mirada negra
y jadeó sobre mi palabras sucias
dónde estabas
dónde cuando me fui con él
cuando vestí de puta sólo para ofenderte
cuando sangre y hedí
cuando pedí perdón y caían mis lágrimas
sobre la punta de tus zapatos
dónde
dónde que era siempre tan lejos
tan fría
tan inmediatamente tarde
dónde que te llamé hasta quedar sorda
hasta romperme los dientes
hasta rajarme la vagina
dónde que en los bellos días de noviembre te llamé
en las lluvias de julio te llamé
te dejé papelitos debajo de la almohada
fotos despedazadas con los puños
secretos como gritos
dónde
que iba y volvía con tu nombre colgando de los ojos
y los ojos se me hicieron cadenas
y las cadenas se volvieron barcos
y los barcos se hundieron como ojos
en las profundidades de una noche tremenda

VER EN EL HUMO

hay hombres con los ojos llenos de candados
siempre cargan consigo
algún secreto sórdido
una estampita de bordes carcomidos
y la foto borrosa de un amor sin retorno
los domingos la tienden como un mantel sobre el recuerdo
hacen su fiesta de un material sin brillo
fumando lentos
pueden ver en el humo el más fino detalle de ese rostro
ganar en el alcohol la melodía innata de los héroes
suspirar quebradito hasta la noche
de no ser por la yegua soledad que pide piel a gritos
y que le abran de una puta vez

PROBABLEMENTE JOSÉ ALBERTO (I)

yo nunca tuve un perro llamado boby
por diversos motivos
en principio porque nunca tuve un perro
o de haberlo tenido
él se hubiera llamado
probablemente josé alberto
y después
con el correr del tiempo
pepe como es lógico
pero si nunca tuve un perro llamado boby
es de seguro porque un perro
no es otra cosa que un animal doméstico
y yo con lo doméstico estoy hasta las muelas
estoy que arrojaría desde un décimo piso
un aluvión de turnos al dentista
y polvos de lavar y cuentas a pagar
basura cacerolas ropa un perro
que se llame boby
si no fuera que vivo en planta baja

PROBABLEMENTE JOSÉ ALBERTO (II)

yo nunca tuve un perro llamado boby
tuve sí una tortuga
pero se me escapó
aún hoy me pregunto
cómo bajó las escaleras
dio tres vueltas de llave
abrió la puerta
y tomó -como quien dice-
la calle
no hay razón
en apariencia
para que una tortuga
huya de un modo tan cobarde
abandone -como quien dice-
el hogar
cambie su lechuguita fresca
por un destino incierto
claro
para entenderlo
habría que pensar como tortuga
o como alguna gente
que tiene un perro llamado boby
y se ve tan feliz
mirándolo mear
al otro extremo de la correa

PROBABLEMENTE JOSÉ ALBERTO (III)

todos los días
en el parque
un hombre
tira un palito lejos
boby corre como un condenado
lo atrapa con los dientes
vuelve corriendo como dos condenados
hace entrega
babeante y sudoroso
del palito
que el hombre
nuevamente
tira lejos
boby lo trae
una vez
y otra vez
todos los días
todos los meses
el tiempo no se altera con el uso
-al menos el del perro-
lo bien que hice



PÁGINA 10 – ENSAYO

¿IDENTIDAD NACIONAL O SENCILLEZ REPUBLICANA?
Los testimonios literarios en torno del centenario y el bicentenario

Por Inés Santa Cruz (Rosario-Santa Fe-Argentina)

Comparar como dos visiones opuestas la exaltación de la identidad nacional versus el recato de una austeridad republicana requiere alguna explicación. El racionalismo del siglo XVIII distingue entre dos clases de identidades, una razonablemente fundada en los consensos sociales e institucionales y otra, de cuño romántico, basada en una irracional pasión nacional o sentido de pertenencia que incentiva el apoyo de símbolos y ritos aglutinantes. Las reflexiones sobre el bicentenario cuestionan el énfasis nacionalista gestado en los discursos del centenario, porque juzgan difícil el ensamble entre los conceptos de nación y democracia o nación y república. Ante la posibilidad de un ritual identitario emotivo y pomposo, acentúan la concepción contractual del Estado como gesto fundacional de 1810, así como la sencillez republicana de Moreno como paradigma del nuevo aniversario.
Sin duda, los testimonios literarios publicados en 1910 buscan afianzar el imaginario nacional en un registro que incluye el júbilo, la satisfacción, el agradecimiento y la crítica. Se intenta un balance del siglo a través de una perspectiva panorámica que encuentra en la enumeración su soporte estilístico. El talante varía desde la euforia de los poetas como Rubén Darío (Canto a la Argentina) a la celebración ensimismada, pero igualmente orgullosa de Leopoldo Lugones (Odas Seculares), y Enrique Banch (Oda a los padres de la patria), a la satisfacción del intelectual defensor de los proyectos civilizatorios del ochenta, conseguidos en base a la consolidación de las instituciones como Joaquín V. González en su ensayo El juicio del siglo. Del testimonio de los que ven en ésta su tierra prometida como Gerchunoff en Los Gauchos Judíos, hasta la denuncia de los vicios de la política criolla que realiza Roberto Payró en Divertidas aventuras de un nieto de Juan Moreira. Los ensayos se abren a la indagación de nuestra idiosincrasia, ya con la mirada determinista de José Ingenieros en La sociología Argentina, o con el subjetivismo espiritual de Manuel Gálvez, recién convertido al catolicismo en El diario de Gabriel Quiroga o desde las proféticas reflexiones de Manuel Ugarte con la temprana prédica anti-imperialista en El porvenir de la América Española .
A las puertas de bi-centenario recordamos el contexto político-económico del primer centenario como un escenario conocido. Se perfila la clásica imagen bifronte de un éxito macro-económico frente a una notable injusticia distributiva, hecho que es remarcado por las protestas y disturbios que motivaron el estado de sitio en los festejos de 1910. Alrededor de la primera década del siglo XX, el poderoso Partido Autonomista Nacional, a pesar de sus profundas fracturas internas se recomponía coyunturalmente y triunfaba en medio de una notable indiferencia por parte de la población. Pero es sólo la última etapa de un ciclo que precede al cambio de ciudadanía que concretará la Ley Sáenz Peña.
Resulta interesante revisitar los discursos "nacionalistas" publicados en 1910 como intentos fundacionales de vocación identitaria y no como organigrama del proceso político argentino que se desarrolló en el siglo XX. Los discriminaremos en eufóricos, disfóricos y prospectivos.

La euforia nacional

La euforia toma la forma de una geórgica nacional que debe su aliento a los efectos retóricos de un tardío modernismo más que la exaltación del proyecto agro-exportador. Aunque Canto a la Argentina de Darío podía no gustar a Unamuno por su sensualidad, su sonoridad y falta de ensimismamiento, exalta conceptos caros a la argentinidad como su destino de "Tierra prometida para todas los pueblos del mundo", que tiene a la libertad como aire, a la benevolencia como rostro y al respeto de las otras naciones como espejo. Esta celebración es propia de su mirada eufórica frente a lo americano que delineará – por contraste- el talante disfórico de toda la lírica anti-rubendariana. Pero no debemos confundir euforia con complacencia.
Lugones, Banch, y el mismo Gerchunoff afianzan su canto a la Tierra Prometida, pero intentan celebrar la "argentina escondida". Banch canta al universo de los héroes cotidianos, hombres de trabajo como el herrero, el tambero, el farolero, el panadero en Oda a los padres de la patria; Lugones según una versión heleno-criollo elogia el trabajo y las costumbres sencillas en "Oda a los ganados y las mieses" y Gerchunoff nos da en sus relatos una geórgica judeo criolla en la de Los gauchos judíos.
Si bien fueron cuatro las obras de Lugones en adhesión al Centenario, (Prometeo, Piedras liminares, Didáctica y Odas Seculares), y en las Odas seculares de Lugones no faltó el canto al gaucho como preludio de su búsqueda posterior de un arquetipo nacional, el discurso medular que aparece a toda página en La Nación el día del aniversario es "Oda a los ganados y las mieses", una suerte de documental poético en amplísimos primeros planos de la patria rural. Tiene el prosaísmo, la objetividad, la redundancia, el detalle exhaustivo, el didactismo de un friso, pero también la solidez de todo inventario: registra el mundo animal y vegetal pampeano (árboles, arbustos, cereales, hierbas, flores y frutos), los trabajos, las costumbres, los espacios sociales, los personajes Pero a pesar de la expansión panorámica, marca un paulatino un ensimismamiento en el país interior y en su propia memoria, cerrando la pieza con una conmemoración del 25 de mayo de la su infancia
La geórgica de Lugones, no tiene la estilización de una visión judeo-cristiana, al contrario bordea la sensualidad pagana, es un canto a los alimentos del cuerpo y no a las ensoñaciones del alma. Capta el ritmo vital de la naturaleza y lo imprime para hacer andar su propio edificio de casi mil quinientos versos, con imaginería audaz, sentido del humor, desbordante vitalidad, despilfarro de vocabulario preciso y conocimiento avezado tanto de la pampa como de la lengua madre.
Alberto Gerchunoff después de su infancia campesina se vincula con los círculos intelectuales de Buenos Aires, es amigo de Payró, integra la galería intelectuales de El mal metafísico que Gálvez publicó en 1912 y, de alguna manera, comparte el clima centenarista que moviliza a sus colegas. La invocación de Alberto Gerchunoff en la portada de Los gauchos Judíos es la adhesión más elocuente.
"¿Recordáis cuando tendías, allá en Rusia, los manteles rituales para glorificar la Pascua? Pascua magna es ésta.
Abandonad vuestros arados y tended vuestras mesas. Cubridlas de blancos manteles, sacrificad los corderos más albos y poned el vino y la sal en augurio propicio. Es generoso el pabellón que ampara los antiguos dolores de la raza y cura las heridas como venda dispuesta por manos maternales.
Judíos errantes, desgarrados por viejas torturas, cautivos redimidos, arrodillémonos y bajo sus pliegues enormes, junto con el coro enjoyados de luz digamos el cántico de los cánticos, que comienza así:
Oíd, mortales
Buenos Aires.
Año del primer centenario argentino"
Justifican esta enfervorizada semblanza de las relaciones judeo-argentinas la esperanza de asilo que ofrecían Palestina y Argentina, a la inmigración de judíos de la Europa Oriental ante la secuencias de "pogroms" europeos. En el prólogo de Luis Emilio Soto8 se detalla la intervención del Barón de Hirsch en la fundación de Moisés Ville (Santa Fe) y Domínguez (Entre Ríos) y los relatos titulados Los gauchos judíos exaltan esta experiencia mezclando el encanto de la geórgica con la ironía del apunte costumbrista. Algunos personajes como rabí Fabel confrontan el culto al coraje de los paisanos con el coraje judío de la etapa de David, en "El Poeta". En "El Himno" se asimila la leyenda gaucha con la del bandido romántico, una suerte de héroe de Schummer "cuyas aventuras leían las muchachas obreras, al regresar del taller, en Odessa.". No oculta la dificultad de asumir los ritos del Centenario de un país del que los colonos judíos no conocen historia, ni símbolos, ni idioma. Pero igualmente festejan engalanando sus puertas con todos sus colores, incluyendo casi sin saberlo el nacional. Se involucran con el mayor afecto, sin dejar de señalar en "El caballo robado" la presión del prejuicio ancestral antisemita, presente en nuestras pampas, que esperan ver superado en el bicentenario de la Patria -
En estas geórgicas judeo-criollas se muestra cómo es posible exorcizar el horror de nuestras cercanas guerras civiles en Santa Fe y Entre Ríos, a través de la convivencia nueva que inauguran pocas décadas después criollas y judías en las colonias agrícolas. La hospitalidad criolla, su gracia y su destreza en el manejo de las tareas de campo resulta fecundada por la sabiduría hebrea, reflexiva, sosegada, curtida en la paciencia de su peregrinaje. En cada estampa es posible, como en "Las bodas de Camacho" pasar del conflicto a la plegaria agradecida por su solución.
En síntesis, los voceros de la euforia nacional hacen un llamado a la tarea de la tierra, a las costumbres sencillas, donde el festejo del Centenario resuena cerca de los surcos y los arroyos, muy lejos de la pompa porteña y de los ritos del Estado. Los gauchos judíos no conocen el nombre del Presidente de la Nación, el sujeto lírico de Oda a los ganados y las mieses, cruza la campiña de la mano de su madre y dice encontrar la Patria en la miel de su selva y de su roca. Es decir, a pesar de la euforia de Rubén Darío, "la poética de la Patria"" buscó la austeridad lírica de los objetos materiales y no el canto a una identidad abstracta, para festejar el Centenario.

La disforia nacional

La disforia nacional provenga del nacionalismo católico, del socialismo o del mismo liberalismo, denuncia la crisis axiológica en todos los órdenes. Manuel Gálvez, hace el balance crítico valiéndose de un personaje -Gabriel Quiroga- una suerte de alter-ego juvenil, hiper-sensible y neurasténico en El diario de Gabriel Quiroga. A través de este prisma temperamental Quiroga enumera los defectos del porteño burgués: confunde vanidad con patriotismo, está poseído por un espíritu de disociación que impide cualquier tarea conjunta, apuesta a la teoría del cataclismo, crisis de la que sobrevendrá un nuevo orden casi mágicamente. Mientras practica como juego nacional "el truco" que enaltece la mentira, y adopta como música nacional al tango que es guaranguearía ciudadana. Exalta el arribismo, considera la "falta de prejuicios" como una virtud, su optimismo es un neopaganismo no concretado en "dogma" e indica falta de inquietud religiosa. Además, es lujurioso y´ se escuda en la defensa del anti-intelectualismo por temor a la competencia. En términos más breves:
"Falta de conceptos serios sobre la vida, rastacuerismo de opereta, la incapacidad para el ensueño, el vicio de la improvisación, una guaranguearía irritante, el más completo desamor por las ideas y una anemia sentimental que agrava, de modo innominable la irritabilidad del ambiente" (P. 93)
G. Quiroga exhibe sus delirantes propuestas terapéuticas: sólo recuperaríamos el entusiasmo y la comunidad de ideales a través de una guerra con el Brasil. O aplaudiendo la quema de los locales anarquistas, o bien alentando alguna aventura imperialista sobre otros estados.
Se dice que este texto es un breviario del nacionalismo, más aún Eduardo Cárdenas y Carlos Payá consideran que el nacionalismo comienza en la Argentina con dos libros10 La restauración nacionalista (1909) de Ricardo Rojas y El diario de Gabriel Quiroga. Pero no son las mismas propuestas Si bien en ambos se recrean debates de larga data sobre una brevísima experiencia de nación que comenzaba a desdibujarse frente a un cosmopolitismo avasallante, en Ricardo Rojas hay un discurso frontal y un proyecto didáctico. Busca, entre otros procesos regenerativos, revalorizar el mestizaje hispano indígena como matriz americana, a sustituir la dicotomía civilización/barbarie por indianismo/ exotismo, gérmenes de un programa que desembocará en Eurindia.
En cambio, en El diario de Gabriel Quiroga la propuesta es oblicua y vagarosa, incluso sobre-actuada, esa fe más tradicionalista que nacionalista pertenece a un personaje no confiable. El autor se escapa de su "alter-ego" y lo presenta como un diletante que ensaya un lenguaje distinto del positivismo, desde una sociología impresionista. Se dice patriota y al mismo tiempo nihilista. Disgustado con el materialismo, busca consuelo en la religión pero su fe no es estable. Su actitud es reactiva: por el terror a lo extranjero sueña con recuperar la vieja alma criolla, como parámetro de sencillez y la autenticidad. A fin de contrarrestar un cosmopolitismo ciego al estilo auténticamente americano de la pequeña ciudad provinciana. Para Quiroga "democracia" se traduce como "sencillez" o "espontaneidad", no es una forma institucional sino existencial.
Lo interesante es su proyecto literario. Así como Rojas rescató las leyendas que abonaran su teoría del "espíritu de la tierra", no lejano a una visión esotérica. Gálvez –a través de la prédica de Gabriel Quiroga en este texto- define su vocación de relevar, mediante una concepción personal de la estética realista, las distintas zonas geográficas y sociales del país. Aunque Gálvez no abrevó en teorías firmes sobre el realismo y solo fincó su tarea en la investigación, hay cierta certeza intuitiva en la necesidad de "captar el alma de la estirpe" -refiriéndose a Shakespeare- como eje del realismo. Es decir: fijar los rasgos esenciales de una sociedad y una época dentro de un determinado registro de lo verosímil, como lo postula el más ortodoxo realismo. En esto el personaje coincide con el propio Gálvez, no en cuanto a la profesionalización del escritor
Payró en Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira", sintetiza a su manera "el alma de una estirpe": la de la corrupción política criolla ante las exigencias de los nuevos tiempos. Relata las aventuras del arribista Mauricio Gómez Herrera, recreando las memorias de ese personaje en primera persona, como lo hizo Gálvez en El diario de… pero evidentemente Gómez Herrera no es su alter ego. Representa a los hijos de los caudillos pueblerinos que, incapacitados para competir en la civilización, conservan el poder a través de mentiras, deslealtades y alianzas poco escrupulosas. No obstante, a pesar de su pragmatismo, el cínico Herrera conserva cierta nostalgia por esa "vieja alma criolla" representada, en este caso, por Clara Blanco, figura que sintetiza la honestidad, el orgullo, la elegancia basada en la sencillez de una gestualidad autentica. Como el personaje de Gálvez, el de Payró percibe el paradigma del "alma criolla" como cierto senequismo ante la adversidad, insobornabilidad ante cualquier tentación de favoritismo y, búsqueda de una incomodidad permanente en defensa de sus principios. Hay restos de barbarie en su proceder que en unos es lucha (Sarmiento) y en otros resistencia (Clara). Para ambos autores, las provincias guardan esta "vieja reserva de principios", pero la mirada de Payró es más socarrona y más optimista. Presiente que ese "moreirismo", también aludido por Gálvez, será execrado. En síntesis, la "disforia nacional" es crítica, siente nostalgia por esa "vieja alma criolla", ubica del americanismo en provincias y se manifiesta contra la "barbarie moreirista" que suple la competencia intelectual con manejos espurios. Su propuesta es la educación.

La reflexión prospectiva que nace en el Centenario

En 1910 se percibe cierto entusiasmo por la interpretación del porvenir nacional, pero no es fácil describir una actitud de grupo. Los ensayistas centenaristas pertenecen, según Jorge B. Rivera, ya a una línea que deriva del liberalismo positivista del 80 o a otra donde aflora un incipiente espiritualismo. De parte del liberalismo positivista está el aporte trascendente de José Ingenieros en La Sociología Argentina (1910) continuado por La evolución de las ideas argentinas (1918) donde se sintetiza su visión determinista- Y, por otro, los que derivan de la línea espiritualista de José Enrique Rodó y su "Ariel". Aquí incluye a Joaquín V. González en El juicio del siglo el que, según Jaime Rest, brilla por su enfoque objetivo. No sólo objetivo sino oportuno. Aboga por una profundización de la vigencia constitucional, en un momento donde la demanda de una nueva clase de ciudadanía era esencial. Es ecuánime en el análisis del periodo rosista, porque busca constantes históricas respecto de "los movimientos de masa y las relaciones del clase” que entraban crisis en esa época. A pesar de encarnar el pensamiento "escéptico" y "positivo" del 80, adopta una tendencia espiritualista propia de un escritor de transición. Rivera destaca "su actitud reivindicatoria en relación con el pasado indígena" y además "la reivindicación del genio personal americano y la crítica de fondo al utilitarismo de la época".
Manuel Ugarte en su libro El porvenir de América Latina, integraría la corriente arielista, con ciertos reparos. Con énfasis poético explica que una América Latina dividida en pequeñas repúblicas no conseguirá sino profundizar dichas divisiones, evidenciando su impotencia ante la supremacía de la América Sajona. Postula por una unión que supere la multiplicidad étnica (indios, españoles, mestizos, negro, mulatos, criollos e inmigrantes) en una raza del porvenir, invita a una batalla con la Naturaleza que nos aísla y nos inmoviliza, sin dejar de velar por la integridad del suelo y el subsuelo, industrializar nuestros productos primarios, y sobre todo "sacar de nuestra entraña una concepción continental" capaz de suscitar una "nacionalidad completa" (Ugarte, 1910: 309) donde aliente "el alma de la latinidad, fragmento indispensable del alma universal". De esta manera se ubica en la vertiente más amplia de la "Patria grande" americana, teorizada o entrevista por Vasconcelos, Darío, Blanco Bombona, Chocano, Nervo.
En una rápida confrontación entre los dos aniversarios, es evidente que los discursos del centenario hay exaltación del nacionalismo, reclamo de un retorno hacia lo espiritual, búsqueda de una nueva forma de ciudadanía, y- en algún caso- de una "ciudadanía completa" en el contexto de Latinoamérica.- Mientras los discursos del bicentenario se caracterizan por una crítica al énfasis nacionalista, a sus ritos y a su literatura. Quizás se rescate a Ugarte y su visión de la "ciudadanía completa" en la Patria Grande, modificando el panteón de los próceres incentivado en la estatuaria del Centenario.
Quizás el problema más importante sea la articulación entre nuestra pertenencia local y la ola globalizadora. Por eso, en busca de soportes que dinamicen la comunicación global, el pensamiento del bi-centenario imaginará una suerte de espiritualización de la tecnología como agente liberador. El escritor actual se instala, obliterando cenáculos y maestrías literarias, arbitrajes u orientaciones editoriales, en la comunicación rápida, esporádica, azarosa, apasionada e interactiva entre el autor y el lector a través- entre diversas opciones- del blog, formato cibernético que va prosperando. La ya llamada blogosfera, configura un sistema nuevo de identidades y pertenencias.
Respecto de la "identidad nacional", es saludable prevenirnos de una irracional exaltación de la pertenencia, que alentó peligrosos fanatismos, en favor de una civilidad republicana. Aunque la actual vocación de borramiento de la "identidad nacional" rememora el talante de los intelectuales del Centenario que pasaban de una euforia desmedida al nihilismo, no lejano de la auto denigración, tan presente en El diario de Gabriel Quiroga como del actual éxito de Marcos Aguinis (El atroz encanto de ser argentino). El "ciudadano" -concepto revalorizado frente al de pueblo o masa- se constituye en relación con el Estado, pero no puede obliterar la referencia a la nación en el proceso de su construcción. Ser ciudadano nacional, no impide sino legitima el ser ciudadano del mundo.



PÁGINA 11 – CUENTO

CUANDO TE ALCANZA

Por Ana María Donato (Resistencia-Chaco-Argentina)

La llegada de la ambulancia sacó a Elena de su propia preocupación. Era su turno y hasta ese momento la situación estaba bajo control con la rutina de esas horas de la mañana. Se había dado un descanso tomando un café. Apoyada su frente contra el vidriado ventanal que daba al patio interno del hospital, daba vueltas al tema de su hija adolescente. Hacía pocos días había descubierto que estaba atrapada por la droga. Sola en el mundo, Elena presentaba combate a las circunstancias, pero ahora con Mariana en ese otro mundo siente que se ahonda esa soledad que la acompaña desde que el marido muriera en un absurdo accidente de tránsito cuando vivían en la capital. Como no sabe cómo actuar todavía no se ha confesado con nadie para descargar su angustia. Hoy sin embargo se quebró cuando se encontró con el rostro deformado de la joven que entró en urgencias La conocía, era alumna del único colegio del barrio. No tenía más de quince años, la edad de su Mariana. Un desconocido- contó - la había emboscado en la parada del colectivo y la había arrastrado hacia una calle lateral. La muchacha se resistió a pura patada pero el hombre más corpulento pudo dominarla. No sólo la violó sino que se vengó de su resistencia asestándole una certera trompada en el ojo izquierdo que la dejó desmayada y ensangrentada. La encontró un peón de obra. De inmediato la subió al camión y la entregó en el hospital. Elena vio el cuadro de absoluta indefensión de la chica y tuvo, por primera vez en su carrera, un temblor que la sacudió toda. Ahora sabía que la joven no sólo tenía un serio riesgo en el ojo sino también un embarazo de casi dos meses del cual todavía no tenía conciencia. Parada allí en el largo pasillo de verdes paredes azulejadas, Elena piensa que no basta con estar en el hospital, tiene que hacer algo más por estas chicas vejadas física y emocionalmente, chicas víctimas, confundidas, ausentes para la mirada de los otros, los adultos, los propios padres, las autoridades , incluso ausentes para la gente del hospital que no puede más con el tema de los abusos a menores y la droga. Elena sabe que tampoco aquí en provincia nadie está a salvo de nada. Cuando quedó viuda pidió el traslado al interior creyendo que criaría más tranquila a Mariana. Pero se equivocó. El mundo la alcanzó. En Cañadas casi no hay accidentes de tránsito pero sin darse cuenta, en poco tiempo, la droga se adueñó del lugar. En ella está atrapada su hija a pesar de sus cuidados. Elena mira la hora en su celular, llama a Mariana, le pide que la espere que va para allá. Releva su turno y sale. Mientras viaja en el colectivo decide que el primer paso será llamar a los padres de Andrés el novio de Mariana para pactar el cuidado de los chicos, más tarde hablará con la gente del barrio para armar una red de custodios de hijos. Ahora está decidida. Piensa y repite una y otra vez: responsabilidad sexual y droga...responsabilidad sexual y droga.... Mientras ve pasar las hileras de casas que recortan su paisaje diario, siente que callando su drama no se ayuda ni ayuda a nadie. Imagina los momentos que vendrán y se fortalece.



PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

Amelia Arellano (San Luis-Argentina)

BESA LAS LETRAS DE TU NOMBRE *

“… Mientras tanto
adentro mío tu mirada vive, muy intensa,
amorosa y cada vez más pura, la beso y me despiertas...”
Marta Zabaleta

Si sientes que el mundo te ha mareado.
Y si te sientes rara .O que no cabes en el mundo.
Y que el mundo gira en tus campos desiertos.
Y no cruzan calandrias, ni sauces, ni rebaños.
Y ha partido el jardín y el jardinero.
Si sientes, como Fausto, que viven dos almas en tu pecho.
Y una tira hacia el simio y otra al homo sapiens.
Si no puedes contar, y cuentas hasta dos, acaso tres.
Y la pena no es una, ni tres, ni mil, ni cien.
Son infinitas penas .Innumerables penas.
Cáscaras de cebolla. Compleja trama.
Ovillos de serpientes. Encarnaciones.
Mortal angustia. Vidrio molido. Crucifixión.
Entonces, lirio mío. Paloma, ojo de tigre.
Maréate con polen fecundado. Bebe.
Respira en amarillo. Vuelve.
A la cigarra, a la hormiga, a la retama.
Sé fogata. Limonero en flor. Narciso.
Párate en el brillo del puñal del miedo.
Transforma en bermellón la ansiedad de cartas que no llegan.
Deja, que te acaricie el aura de tu madera noble.
Piratea la risa, los besos y los soles.
Besa tu nombre.
Besa. Una por una, las letras de tu nombre.

SANGRE DE LLUVIA

Amo la lluvia .Enamorada de la lluvia .Soy.
En tiempos de vendimia, sabor a rocío tempranillo.
Me viene desde lejos este amor.
La he visto crecer desde las terrenales nubes.
Desde la pasión cosecha de mis padres .Tan breve .Tan violenta.
De mis manos descalzas.
De los gastados espejos de los charcos.
Desde la lágrima a detenida en mi frente.
Desde el vaso y la siesta.
A veces asemeja un hastío, un rostro repetido.
Sangre de una culebra que la anuncia.
Relámpagos iluminando los tristes palos santos.
Estruendos parados en los postes.
Alguna vez no llega.
Se aleja en pasos furtivos con los álamos.
Otras, cae en los techos de chapa, se posa en el vidrio sin ventana,
Baja las pendientes de barro.
Besa los pies al niño que no ve la luna.
Camina hasta llegar a los villorrios fundados a la vera del río.
En los rieles .El tren se va con ella. El hambre queda.
Capa pluvial que se evapora.
Amores y risas en enero.
Crueles vestiduras del invierno.
Desborde.
Quiere parar su caminar de agua y no puede.

Roca y valle. Paraíso e infierno.
Enamorada. Enamorada de la lluvia.

Lluvia. Yo, sangre de lluvia
No encuentra, aún, el legendario grial que la contenga.

CON LA PIEL ESCRITA EN GOLONDRINAS

“Nadie estuvo en su ropa, en su patria, en sus raíces.
Un silencio de lobo avanzó y corcoveó por estas calles.
El terror derribó puertas y espió por las mirillas...”
Eduardo Dalter

He escrito cada una de las puertas de la que fue mi casa.
Me he escrito la piel en golondrinas.
En ojos de carbón. En turmalina negra.
Teñí la patria de trigo desgranado.

Ahora me encuentro en un país con fauces.
Atlas de desamores.
Doblo la esquina del deseo y encuentro casas, puertas.
De todas esas casas, una me ha de habitar.
De esas puertas, alguna, ha de ser la mía.
¿Se han borrado las huellas?
¿Acaso somos Hansel o Gretel?
¿Me han escondido los caminos?
¿Han huido los niños y los nidos?

¿Qué hacer con este temblor de rosedales?
¿Con estas vísceras de toro, en amarillo?
¿Con esta puerta ojival que no me nombra?

Una larga avenida y un grito, me responden.
En bermellón, en azul lirio, en jade.
En sepia. No entiendo lo que dicen.
Pero sé, con la piel escrita en golondrinas.
Que solo soy, una más, inquilina de amores.
Y un reflejo, una foto, un espejo, de la inmortal palabra.
Poema basado en fotografías de Pedro Martínez
Exposición 2010.ESPAÑA

EXILIO

“El poema es el exorcismo ante mis miedos”

Nunca te dije que me quedé por miedo
Por un brutal. Feroz, insustituible miedo.
Coloque en tu mochila, tu jean, una foto y mi gastado miedo
Partiste en plena noche. Como un bandido.
La muerte silbaba con boca de zafiro.
Me dejaste libros, despedidas. Y el miedo, animal, impío, sanguinario.
Prefería la muerte a la partida. Pero quedó la herida. De muerte, herida.
Herida muerta. Herida miedo. Estaba en todas partes, en todas, todas.
En tu silla vacía. En la guitarra.
En el perro llorando. Lastimeramente. Lúgubre llanto mío.
En la mesa con mantel de desvelo.
En los diez mandamientos de mi manos.
En mi boca cocida .En mis ojos atados.
En el mapa de tu cuerpo en mi lecho.
Quedaron sacos rotos.
Olor a patria. Sabor a viento claro.
Tierra natal. Muertos. Crujidos.
Disparos que ahuyentan las palomas.
Te has llevado mi pena, ay mi pena.
Y has dejado la tuya. La tuya mía, corazón.
Un pedazo mío tuyo te has llevado.
Un clavel. Un malvón. Un café.
Un pájaro de bruma. Un dragón. Una tijera.

Corto la espera, sentada en el umbral.
Como ayer, anteayer, mañana, nunca.

MIEDO

“Hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie te vea...
Charles Bukowski

Ya lo siento llegar.
En un rumor de pasos que adelgazan la noche.
El viento ha silbado tres veces. Ha llorado tres veces.
Tres veces lo ha negado.

Pero él avanza con su falo y su dedo, erectos.
Se acomoda en mi cama.
Me cubre con su cuerpo pesado.
Su aliento me apuñala la espalda.
Me huele, me habla, casi secretamente.
Se hunde en mí. Me muerde.
Es una enorme boca que devora la casa de mi infancia.
Los ladrillos de luna. Los racimos.
Engulle sin piedad la patria de mis ruidos impúberes.
El viento en las ventanas. Las voces sacrosantas.
El tintineo de las amapolas en la lluvia.
Y no hay barcos, ni albergues, ni barriletes nuevos.
Y las palomas migran, y los cielos y los dioses.
Solo quedan los miopes y las cucarachas.
Los paralíticos y una que otra langosta.

Y cuando bendigo la impalpable luz de la locura.
Un mendigo me acaricia los ojos y la boca.
Y lo beso, y lo tomo y lo albergo.
Trae un pájaro azul en su mirada
Me besa las yemas de los dedos.
Y me dice con su voz de cristal amargo.
Déjalo que salga... y anda.

“COSTURA”**

“Hay en tus ojeras luna diluida y olor a jazmines
y triste cantar...” Concha Urquiza

Mujer que borda silenciosamente un grito.
Grandes costurones en su alma.
No hay cura para el rostro del hambre.
Caen hilachas de estaciones en blanco.
Inclinado rostro .Inclinada su mirada baja.
Tiempos inconclusos, puntos y suturas.

¿Será Ariadna en el laberinto de Creta?
¿La costurerita que dio un mal paso?
¿Penélope que desteje mortajas?
¿María Nadie que remienda sus retazos de vida?
Se ve tan resignada, tan mansa. Tan espera quieta.
Manos nudosas con callos de denuncia.
Poco se sabe de ella. Solo que cose y piensa.
¿También le habrán cosido la boca?
¿Los oídos, las entrañas? ¿Las sierpes y los frutos?
Muy lejos...no tanto, el paraíso arde... o el infierno.
-No hay costuras en las ropas de Cristo-
Mientras tanto, las rosas no quieren ser cómplices del miedo.
Escapan por la ventana en sepia.
Un objeto torcido de deseo oscuro la vigila.
Ella no mira, no vive.
Devana lentamente el ovillo.
¿El ovillo la devana a ella?
Encadena en punto cruz sus penas.
Ensarta uno a uno sus pesares.

Tira la aguja, el ovillo y el miedo.
Se suelta el pelo. Sale del cuadro.
**Pintura de Annna K Brondum Ancher.



PÁGINA 13 – ENSAYO

SOBRE UN OCEANO DE MEDIOCRIDAD

Por Rodolfo Alonso (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Las casualidades no existen, ¿verdad, querido Freud? Cuando reci¬bí la generosa invitación de Romualdo Brughetti para opinar sobre nuestro pobre país en cuanto a su panorama cultural, con destino a su sintomático libro “Repensar La Argentina” (que iba a editar Emecé en 1995), me encontraba en medio de una bronquitis infinita, que aprovechaba para leer -entre otros- a Nietzsche. Después de colgar el teléfono, di vuelta la página de “Así hablaba Zaratustra” y allí, en lo alto a la derecha, encontré sin proponérmelo un ajustado diagnóstico de nuestra situación: “¡Rebosante de bufones solemnes está el mercado! -¡y el pueblo, entretanto, se vanagloria de sus grandes hombres! Estos son, para él, los señores del momento.”
No me imagino qué hubieran podido llegar a decir, ahora, aquellos brillan¬tes intelectuales argentinos, por lo general entonces optimistas a pesar de su aguda visión crítica, a los que Brughetti planteó esta misma pregunta hace no pocos años. Sin embargo, yo mismo pertenezco a una generación de artistas y escritores que, en su gran mayoría, todavía consideraban que no tenían privilegios sino responsabilidades. Y que había alguien ante quien tenerlas. Bajo esa luz llevamos adelante vida y obra pero, llegado este momento, como aquel paradigmático artista del hambre que acuño el gran Kafka décadas atrás, percibimos la retirada de la sociedad.
Recuerdo, por ejemplo los ensueños humanistas de aquel valeroso y vibrante neorrealismo italiano de posguerra. O la serena confianza en la confraternidad concreta que tantos intelectuales vivieron (no pocos de ellos activamente) durante la ejemplar guerra civil española. O, antes, la irrupción expresionista en medio de los funestos presagios que rodeaban a Weimar. Y, antes aún, la agresividad de las bellas vanguardias, intentando limpiarlo todo. Hoy, cuando nuestras catedrales son los supermercados, nuestra civilización el show y nuestro barómetro cultural las pullas de prostíbulo -como bien dijo el actor Alfredo Alcón- que nos prodigan los medios dominantes, ¿qué arte, qué humanismo es posible que no sea casi de catacumba?
“El poeta es aquel que se da cuenta de que la lengua, y con ella todas las cosas humanas, está en peligro”, dijo el sagaz Michel Butor, ya en 1964. Con un presente mucho más negro que aquel negro futuro imaginado en sus más pesimistas teorías por Orwell o Huxley, el lenguaje ya no es en nuestras comunidades una fuente espontánea de energía creadora, liberadora, digeridora. Como supo afirmar George Steiner hablando de la Alemania nazi, algo muy grave le ocurre, algo enferma a un idioma que transcurre no pasivamente por ciertas experiencias deletéreas. Sólo que, ahora, no se trata de experiencias que puedan alcanzar, incluso en su mismo carácter abominable, hasta cierta grandeza digamos trágica. Sino que debemos navegar en un abrumador océano de mediocridad, tan aplastante como contagiosa. Y asistir a la impudicia con que tantos se adaptan, se mimetizan, se prostituyen sin tener ni siquiera conciencia de estar haciéndolo.
Antes de morir, Peter Weiss tituló a un libro suyo muy significativo (una novela que en realidad resulta una discusión sobre el sentido del arte entre dos vertientes del pensamiento progresista, una autoritaria y otra libertaria), como “La estética de la resistencia”, no por casualidad ambientada en tiempos de la mencionada legendaria guerra civil española, cuando había un pueblo capaz de caer -y de vivir- por sus ideas. Pero el mal que hoy enfrentamos no es agresivo sino seductor. Los hombres a los cuales pretendíamos dirigirnos no se consideran ya oprimidos sino que ansían participar, en cuanto la ocasión se lo permita, en la sociedad de consumo que nos consume. Modestamente, creo que en los tiempos que corren nuestra deseable “estética de la resistencia” no haría más que oponerse, con medios irrisorios, contra la inmensa marea de degradación y de sensacionalismo. Y, de hacerlo, lo haríamos por puro amor propio, por pura autoestima, por simple auto-respeto, sin demasiadas esperanzas, como una apuesta desmedida, pero que no podemos evitar. Y que, muy probablemente, incluso tenga la suerte de pasar inadvertida.

¿Dónde está la poesía?

Algún tiempo después, y por intermedio de otro generoso interlocutor, Alberto Luis Ponzo, recibí una nueva invitación para opinar en una encuesta, esta vez sobre “Situación de la poesía en el mundo actual”. Más allá de las bellas intenciones, pensé de inmediato, proponerse reflejar un panorama tan vasto puede llegar a hacernos parecer, al mismo tiempo, irrisorios y utópicos. Desde un punto de vista apenas estadístico, resulta absolutamente imposible. En cuanto a una presumible conceptualización, si queremos que no se convierta en un mero divagar, tendríamos que precisar el significado de algunos términos. Por ejemplo: ¿de qué estamos hablando cuando decimos poesía?, ¿a qué se puede aplicar, hoy, con cierta exactitud, el concepto mundo actual?
Para no caer -por lo menos en forma desprevenida- dentro de esas redes casi inexorables, aclaro que intentaré referirme a lo que podríamos definir como poesía escrita, tal como ella se ha venido desarrollando a lo largo de varias centurias en la llamada cultura occidental. Y que el marco dentro del cual pretendo imaginármelo no ha de ser otro sino el contraste, por eludido no menos evidente, entre un sector del planeta ultradesarrollado tecnológicamente, dueño del poder (que hoy incluye la información y la inventiva), y otro espacio mucho más amplio donde conviven -es un decir- -vastos sectores directamente por debajo de los niveles elementales de subsistencia, junto con distintos grados de semi, sub o cuasi desarrollo.
Desde un punto de vista cultural (si es que eso tiene todavía algún sentido), lo que aparenta haberse impuesto sobre el planeta, desde aquel denominado Primer Mundo, no es sólo la sociedad de consumo sino, por vía de los omnipotentes y seductores medios masivos de comunicación, una civilización del espectáculo, una seudocultura light, donde hasta el dolor más íntimo o la tragedia más flagrante terminan por volverse show. En ese contexto, que no es sólo el de la nueva religión del shopping sino también el del auge atronadoramente ensordecedor de los hits del audio y del video, me temo que sin habernos dado cuenta se ha ido produciendo ante nuestros ojos, en las últimas décadas, primero lentamente y luego en forma cada vez más acelerada, una verdadera y profunda mutación cultural: la desaparición del lenguaje como centro de la civilización. Y esa visceral conmoción no se manifiesta tan sólo en los estratos más elevados, donde anida el poder, que ya no es sólo político-económico sino directamente tecno-idolátrico, y donde la publicidad ha sustituido al orador, el videoclip al creador de imágenes, el marketing a la aventura incluso comercial, la ingeniería genética al milagro espontáneo de la vida. Sino que ha alcanzado -aquella grave mutación cultural regresiva de que hablábamos- a las fuentes del lenguaje humano que, por serlo, es la fuente misma de la hominidad. Y me estoy refiriendo a la devaluación más deletérea: la del lenguaje, que es el umbral mismo de la condición humana.
Hoy, incluso en las grandes ciudades del mundo hiperdesarrollado, cada vez son menos los vocablos con que se maneja una persona. Y, por otro lado, quizás como causa o consecuencia, ya no es por lo general el pueblo, una comunidad con su uso cotidiano la que renueva y da vida (como debería ser) a un idioma, a una lengua.
Si tal fuera la situación, como creo que lo es, la crisis actual de la poesía -que no es sólo de lectura o difusión sino de esencia y de forma-, no podría entenderse con claridad y hondura sino en función de esta violencia prácticamente universal sobre el lenguaje humano. Nunca, ni aún en los momentos más exquisitos y más alquitarados, pudo haber una gran poesía que no tuviera siempre su raíz, así fuera secretamente, por oscuros meandros y aún sin huellas patentes a la vista, en su contacto con una lengua viva. Es decir con un idioma orgánicamente hablado por un pueblo, orgánicamente empleado para su vida cotidiana por una comunidad. La crisis cada vez más agudizada que hoy va asediando a la poesía en sus aspectos estéticos y socioculturales, no es (a mi modesto entender) por supuesto apenas el problema de un género literario o de un tipo de artista en particular. Eso ya ha ocurrido otras veces, y ha habido momentos de esplendor y otros de repliegue, ha habido especies desaparecidas y también rejuvenecimientos, y hasta renacimientos. Pero nunca se había afectado de raíz, en sus mismos orígenes, al lenguaje humano como se lo está afectando en estos tiempos.
Por eso, no es la primera vez que me pregunto: ¿no habrá llegado el momento de plantearse también una ecología del espíritu, de la condición humana? ¿No será precisamente a consecuencia de los mismos defectos de esta civilización llamada occidental, en la práctica apenas tecnológica y consumista, que estamos enfocando los daños ecológicos que ella produce solamente en sus aspectos geográficos, económicos, materiales, y no estamos tomando en cuenta cuánto le cuesta, qué precio ha tenido todo este maravilloso y a la vez devastador proceso, donde el conflicto no es por supuesto con la mera inventiva científico-técnica sino con su manipulación, en relación con el espíritu del hombre? ¿Qué poesía puede haber, entonces, si se secan las fuentes del lenguaje vivo? Porque, como bien se inquietó nada menos que César Vallejo: “¿Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra?”

El fin de la inocencia

Hace no pocos años, en mayo de 1968, mientras afuera en las calles de París arreciaba la rebelión estudiantil, el entonces ministro de Cultura André Malraux conversaba, casi sosegadamente, con su viejo compañero Max Gallo. Ambos habían conocido otros momentos de camaradería, pero con roles diferentes, defendiendo la causa de los republicanos durante la guerra civil española o enfrentándose al fascismo y luego, directamente, a la ocupación nazi de Francia. Las reflexiones de ambos rondaban entre la melancolía y la desilusión que, viniendo de quienes venía, y en medio de la euforia utopista que entonces los rodeaba, parecían convertirlos en dos hombres agobiados por la edad y la experiencia, todavía no del todo convertidos en la antípoda de su propia juventud y, sin embargo, también amargamente lúcidos. Lúcidos con respecto a lo deseable de los ideales y a la comprobada opacidad concreta de lo real, su casi orgánica, visceral resistencia al cambio. En ese diálogo, que creo recordar figura incluso en uno de los últimos libros de Malraux, su amigo Max Gallo asumía aproximadamente el papel de la conciencia crítica, a la vez sobre el antiguo revolucionario entonces convertido en funcionario degaullista pero también, last but not least, al mismo tiempo proyectando la propia experiencia de ambos como veteranos rebeldes sobre la bulliciosa estudiantina libertaria que hervía fuera de donde ellos estaban hablando -reitero que esto ocurría en mayo del 68-, por las calles de París.
Hoy, ya varias décadas después, y desde las páginas de una revista cultural portuguesa, el mismo Max Gallo volvió a asumir para mi ese rol de conciencia crítica, esta vez en el contexto de una nueva situación, ya acaso planetaria, de chato conformismo también desde el enfoque de los viejos ideales: fraternidad, igualdad, libertad. Y esas palabras suyas de apenas anteayer se convierten en el mejor cierre posible para estas reflexiones a que me vi tentado hoy: “Es preciso luchar, como si fuésemos optimistas”.



PÁGINA 14 – COMENTARIOS DE LIBROS

EL ALEBRIJE

Autor: Osvaldo Barbieri (Santa Fe-Santa Fe-Argentina

Por: Norma Segades (Sante Fe-Santa Fe-Argentina)

En su libro “El alebrije”, Osvaldo Barbieri nos presenta una literatura que mantiene, en la fuerza de sus textos, el valor primordial de cada historia.
De allí que cada página debe ser abordada sin premura para captar lo que se dice a medias. O arribar a ese último sentido que mora entre los párrafos y que el autor nos deja como si fuera un guiño, como una puerta apenas entreabierta, cediendo, a la pasión de la lectura, la posibilidad de ejecutar tantas vueltas de tuerca como sean, precisas, necesarias.
Como en un palimsesto, en donde hay escrituras que subyacen bajo otras escrituras, después de estas anécdotas, comprendemos que hemos sido cómplices, copartícipes de juicios de valores. Que acaso compartimos, más allá de la historia, los aislamientos, las incomunicaciones, los menosprecios, discriminaciones, corrupciones sociales y políticas, amor, ingenuidades, desconfianzas, hipocresías, convencionalismos, impunidades y envilecimientos.
Tal vez porque desnuda aspectos inherentes a la memoria compartida, en aspectos sociales, hereditariamente colectivos, sentimos que cada relato nos identifica.
Y en los roles protagónicos, no hay un solo retrato, un solo personaje, que no observemos esculpido en piedra.
Buenos o malos. Espurios o genuinos. Héroes o pusilánimes.
Bien podemos o no reconocerlos. Aceptarlos. Cederlos. Discutirlos.
Pero nos pertenecen.
Aun cuando sus perfiles se presenten tallados desde una fantasía que a veces se parece demasiado a la crónica diaria. A la vida nutriente desde lo colectivo. Al contexto. A la vida que ocurre a nuestro lado
Y si algo queda claro, es la maestría con que maniobra las palabras en esto de ofrecernos debatir personajes. Tan reales, tan creíbles como sus circunstancias.
Desde un lenguaje claro, de una manera si se quiere irónica, él cuenta con sarcasmo las cosas que nos pasan. De ese modo consigue que el discurso no caiga en la sentencia inapelable.
Seguro en la expresión, sólido en el dominio de lo narrativo, eficaz en la forma, es consciente de que, en la transmisión de sus mensajes, no solo es necesaria su propia percepción, su percepción legítima, sino lograr que cada uno de estos resulte autosuficiente.
Y para ello resulta imprescindible la eficacia del fondo y de la forma. Razones por las cuales su obra no presenta ningún estilo insubstancial o frívolo.
Todo lo contrario. Sus textos nos invitan a penetrar misterios de la hondura y avanzar de su mano, copartícipes de la magia y el ritmo. Y el lector lo rescata como claro exponente en esto del detalle y la concomitancia. En esto de ofrecer una coloratura diferente dentro del virtuosismo de un estilo maduro, equilibrado, donde la plenitud de lo narrado resulta un poco más que convincente.
Un libro, El alebrije.
Nueve puertas abiertas hacia nosotros mismos.
Y todos los sentidos puestos al servicio de una lectura abierta, expansiva, que acrecienta las posibilidades del encuentro con el hombre que narra.
Porque es literatura de la intensa. De la que reflexiona y nos invita. De la que se proyecta y fluye y nos alcanza.


CANTOS DEL RÍO DEL ESTE

Autor: Santiago Bao (Villa Gesell-Buenos Aires-Argentina)

Por: Ricardo Rubio (CABA-Buenos Aires-Argentina)

“a pesar de las vacilaciones [estos poemas] expresan algo a prueba del tiempo…”
Toda obra poética nace del amor. Es por amor que se escribe, por amor se tejen versos de variada índole; pero cuando el amor es el tema, el cómo y el porqué es cuando la poesía se despeja de los límites de la lógica para dar de lleno al universo de la pasión. El resultado de la lectura de Cantos del río del Este es, en efecto, lo suscitativo, corolario de una franca y despejada espontaneidad, de una entrega a la palabra poética que no evita ni la reflexión ni la memoria para converger en la dulcificada nostalgia o en un presente de suspensivo encanto. Y es, precisamente, el modo de ver de Santiago Bao el que propicia este hechizo, sus tácticas para convertir las palabras en caricias, su actitud ante la vida, su contemplación del mundo y su ensueño de amor.
Conocemos, por sus otros libros de poesía, su inclinación reflexiva, sus formas coloquiales para el reproche o la condena, sus tonos formales para el recuerdo o el repaso; en ellos advertimos sus luchas de inteligencia, sus tribulaciones, sus alegrías, al contacto con versos que reducen cada evento a su estricta esencia, la síntesis a la que sólo se accede desde un ángulo lúcido y sereno y con la textura poética propia del creador constante, particularidades presentes en este nuevo libro que conforma un ideario de amor, que ha ido construyendo a través de los años hasta esta feliz idea de compartirlos.
No temo decir que estos poemas serán un peldaño insoslayable de su obra poética, una obra de amor y por amor.


HISTORIAS, FICCIONES Y OTRAS YERBAS

Autora: María Isabel Clucellas (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Por: Norma Segades (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

En estos territorios escondidos, olvidados por ángeles custodios y apoyos culturales, cada tanto la magia nos sorprende aportando un racimo de relatos escritos en un nivel escritural con el que nos sentimos vivamente gratificados.
Es el caso de “Historias, ficciones y otras yerbas” donde la intensidad de lo enunciado en cada testimonio trasciende la memoria, los mundos, el contexto en el que fueron creados para estrechar los vínculos con sus destinatarios.
Estas son geografías donde suelen sumarse muchas mediocridades.
Por ello, cuando el libro nos convoca desde esta calidad irreprochable, desde esta intensidad sin atenuantes, tendiendo los conjuros necesarios para impedir que el viento del olvido arrase la estructura humanitaria sobre la que fundamos la vigilia, no podemos dejar de enaltecerlo.
Pues somos carecientes de toda operación o mercadeo, entonces la aptitud y la eficacia, el ritmo literario, se difunde a pulmón, a fuerza de lectura satisfecha.
Y si somos adeptos a sus libros, sabemos que esta autora proporciona una categoría de excelencia, no solo desde la delicadeza del idioma sino desde lo impecable de su integridad. Ambos cubiertos por la piel de recuerdos que nacen, que prestigian y articulan con predestinaciones y respetabilidades, la firmeza de su alma.
Lúcida, irreprochable, escrupulosa, sus palabras auscultan las múltiples facetas del corazón humano permaneciendo fiel a ese mensaje que le dicta su sangre para expresar la angustia de la vida, la certidumbre trágica del tiempo, los seguros reflejos a través de los cuales toda la eternidad se manifiesta.
Desde allí ella construye los rostros ancestrales, proclama la orfandad de criaturas deambulando vivencias que ella mantiene intactas, entrega los secretos del discurso y, al mismo tiempo que nos maravilla, nos conmueve y cautiva, nos llena de placer y regocijo.
Acompañamos sus incertidumbres acerca de lo efímero del mundo, de los planos visibles o invisibles donde todo se mezcla, de las sombras de olvido, agazapadas en el portal del tiempo.
Insistente en la búsqueda, apasionadamente dedicada a perseguir los rastros de los antiguos ecos que la nombran, resucita las voces necesarias para que el espiral de la existencia continúe fluyendo.
Y así, de esa manera, el arte la redima del eventual olvido.



PÁGINA 15 – CUENTO

EN LA DUDA

Por Alejo Urdaneta (Caracas/Venezuela)

Naciste, pobre funcionario de provincias, para cumplir el mantenimiento del orden en un pueblo asediado. Dices vivir hoy la nieve de primavera, la última del infinito invierno que impide tu sueño, en una barraca que sirve como habitación y tiene lo indispensable.
El cielo te cambió la felicidad por la costumbre, lo leíste en un poema. Tu existencia tiene callos como los de tus pies macerados en duras botas. Te sientas por la tarde en la mecedora a la puerta del calor. El pueblo está siempre vigilado por un ejército militar que tiene un jefe de Departamento con quien juegas a las cartas. Ocurren esos movimientos inexplicables de camiones de tropa que van por las calles levantando el polvo rojo de la sequía, y no sabes para qué ni a quién persiguen o buscan. El jefe del Departamento es tu amigo pero no te da respuestas. El juego de cartas exige atención.
Siempre, en algún lugar del pueblo, es maltratado un hombre, a veces un niño o una mujer. No sabes de la falta que les imputan. Siempre hay alguna persona humillada o torturada, lo exige el orden y no hay otra explicación.
Dices recordar a una niña casi mujer a la que trajeron con su padre. El hombre venía a empujones y lo golpeaban para que no se detuviera y llegase al lugar de confinamiento: un almacén agregado a la barraca de soldados. Te enteraste de que el hombre se había rebelado ante una orden inútil. El lenguaje silencioso del cautivo engendraba fuego, el silencio es fuego. Porque no cantó, su sombra canta ahora y va goteando sufrimiento. Irá al almacén con suelo de tierra apisonada y allí quedará aherrojado. Ese es el destino que impone la autoridad.
En la espectral textura de la oscuridad, la melodía de sus huesos quebrantados sonará como campana seca.
Ella había visto cómo maltrataban a su padre, escuchó sus lamentos y nada podía hacer. Y tú estabas allí y también presenciaste la humillación que sufrían los prisioneros de la nada. La niña dejó de serlo cuando contempló la agresión de los inquisidores, vio cómo iba callando el alarido del padre hasta apagarse en la tierra, costras de gris en el desierto del pueblo. Lo vio morir antes de que pudiera llegar a la prisión de la barraca.
La niña fue tomada a la fuerza y llevada a otro lugar cerrado: cuarto de herramientas oxidadas, olor de podredumbre.
La llevaron al cuarto pestilente y debajo de su vestido de niña ardió un campo de llamas. Calló su palabra pero su rabia la transformaba en bestia que pateaba, y fue agredida y sus pies golpeados hasta deformarse. Los ojos recibieron el golpe involuntario y quedaron atrofiados: sólo le dejaron un resplandor para que pudiese seguir el camino. En su visión maltrecha, un agujero, una pared que tiembla.
Y tú estabas allí.
Después sentiste remordimiento, quisiste ser padre, la figura llamada padre, cualquiera que sabe que maltratan a su hijo y no puede protegerlo. Ese hombre prisionero tenía un deber que cumplir y no pudo hacerlo: nunca le será perdonado. Saberse condenado por no salvar a su hijo, ése era su único conocimiento. Y tú querías asumir la paternidad tronchada a la niña. Así lo sentiste ese día.
Te acercaste a la mujer baldada y le ofreciste protección. Estás solo y envejeces. Ella no se opuso y se fue contigo, pero no te quería porque eras otro funcionario de aquellos que la agredieron y mataron al padre. Ablandaste el rencor – o creíste hacerlo – a cambio de seguridad y alimento. Había yacido días animales, y el viento y el fuego de la ira se borraron por algo que parecía sumisión y era indiferencia. No sabe ahora si es pájaro o jaula, o mujer que ha quedado entre cirios para cubrirse de cenizas. Tan fácil para ella saber que no hay nada más.
Actuaste con rectitud, deseabas compensar el dolor y la humillación, porque la soledad ya la traía. Decías para ti mismo que no había otros motivos dudosos para tenerla contigo. En el fondo tenías la certeza de que hay un lugar y un momento para la penitencia, y ese era tu casa. Estabas pidiéndole una contrición de la que ella no era deudora. Con eso justificabas el acercamiento amoroso, rechazado en silencio. Sabías que ella no volvería a ser enteramente humana.
El amor puede ser un simple hecho de la vida, y los actos de un funcionario de provincias pueden significar todo o ser inocuos: amarla para aliviar su tormento, poseerla, intimidarla, alejarla de ti. Todo eso pudieras hacer. La contemplas y ves sus cicatrices, sientes que la salvaste de morir pero te reconviene la culpa de no haber evitado su dolor sin remedio. Todo parece normal.
Cedía la mujer a tu búsqueda, pero cerraba los ojos ciegos para no abrirlos nunca más. Que afuera el curso de la vida se alimente de relojes, de flores sin perfume. Ella toca los espejos de su mutismo y no pronuncia palabras que no puede articular en su mente alterada.
Pudo sonreír alguna vez, dejar que la acariciaras y responder al llamado de la sensualidad; pero todo era efímero. Sus ojos apagados miraban hacia la noche en pleno día. La palabra era solamente un sonido ininteligible. Es muda la muerte. El voraz sonido de la garganta de la niña es un murciélago que vuela al techo de la barraca. Tú eres una máscara callada, sin poder ofrecer el sortilegio de la palabra que une, y vigilas este aposento de miseria donde la temible sombra es la tuya, porque ella no tiene sino oscuridad y no percibe ningún cambio, apenas la lumbre de la llama de una vela.
No sabías si la amabas cuando un amanecer ya no estuvo más. Le habías dicho una vez: “Haz que no muera sin volver a verte”, y llegó ese día en que ella no estaba. Signos en los muros, insectos que se posan en el estambre de la ventana.
Sales a encontrar al viento, preguntando a la noche. Te llama la sapiencia de lo oscuro y acudes a la sombra, asediado por lobos hambrientos en el desierto negro. Late el silencio con sangre espinosa y suena lívida su ausencia. Preguntas a la incierta luz de las constelaciones cuál libertad le diste a ella al rescatarla. No fue la de comer o pasar hambre, permanecer callada o hablar contigo. Cambiaste su vida y pudo sobrevivir, pero nunca sanaste su herida con bálsamo alguno. El abrigo paternal que quisiste ofrecerle estaba roto. No lo tenías tampoco para ti.
____
Tengo toda la noche en las venas. Puedo ahora perderte, dejar mi cuerpo mudo a la urgencia del deseo.
Al anuncio del primer albor, cuando el ave ensaya su canto, abriste la puerta hacia el día y quedé entre filosas piedras, cerrado el portón hacia mí mismo. Quedamos, al alba, solos, separados.



PÁGINA 16 – POESÍA AMERICANA

Teresinka Pereira (Ohio-Estados Unidos)

SIGO...

Me armo
contra tus sueños
hasta no saberte mío.
Voy llegando
sin querer llegar,
sin dar siquiera un paso,
sin darte mi mano
ni la boca a un beso.
Estoy semiviva
y oigo todavía los pasos
de los que fueron
mis dueños.
Por eso sigo adelante
sola.

AMOR PRESENTE
Para el amigo Julio Ricci

No tengo un diluvio de lágrimas
Para la muerte
Porque al fin y al cabo
Hermanas somos…
Pero me duele tu dolor amigo
Y cuando a uno le toca el turno
De dolerse no hay
Costumbre ni preparación
Que los consuele.
También estoy al par de no
Voluntarias separaciones y lo
Que en mi fue destrozada fue
Mi ceguedad por la ilusión…
Por lo menos tú lo sabes
Amado
Más allá de la muerte y el
Amor que te cuido en vida
Seguirá protegiéndote aún
Más ahora que tiene coro en
Lo divino y el conocimiento de
Toda la verdad,
¡La más última y perenne que
la vida!

A UNA NIÑA QUE
ENCONTRAMOS EN CHILE

Dulce como una canción antigua
Suave como una voz amiga,
En los recuerdos que traje
Destaco tu presencia, niña
Como una sorpresa en mi destino.
Muchas veces buscamos en la vida
Lo que ni siquiera existe
Y tan desordenadamente e insatisfechos
Buscamos, que en el amor
Que nos alcanza por el camino
Logramos apenas ponerle
nuestra esperanza…
Sólo ahora, mi querida niña, veo
Qué regalo hermoso fue
Nuestro encuentro, que ocurrió
Cual ilusión acertada, un día
En que el cielo nos dio permiso
Para excedernos en felicidad.

ESTA TRISTEZA

Hoy día no estoy
para nada
ni para nadie.

Me rebelo
contra mí misma.
Blasfemo
contra todos los dioses.
Y el saldo
es esta tristeza
con el riesgo
de morir
a largo plazo.

PREGUNTAS SOBRE EL AGUA DE LA LUNA

¿Quién ha dado
a los americanos
el derecho de colonizar
el Universo?

Cuando ellos hayan
consumido toda el agua
de Latinoamérica y de la Tierra,
¿a quiénes van a dar de beber
el agua descubierta en la Luna?

Si el resto del Planeta
se muere de sed,
¿qué inmigrantes van a construir
los conductores y los reservorios
del transparente tesoro lunar?

EL PRIMER BESO

El primer poema del año
es el beso que te mando
para recordarte que estoy viva,
aunque por los cielos los aviones
lleven una muerte polvoreada
y blanca, de fuegos que estallan
con bombas de odio.

Soy golondrina sin alas
y no puedo salir de esta tierra
que he conquistado con el sudor
y la conciencia de poder
el ella pasar los intranquilos años
sin la juventud que aquí
me ha enraizado con la fuerza
del trabajo y ansias de libertad.

Espero que en este hogar me alcance
el ultimo amor a quien servir
sonriendo y que al besar tus manos,
reciba una dulce flor de ternura.

Que este primer beso del año
sea para ti, que todavía tienes
un corazón lleno de deseos
y de coraje. Que la esperanza
esté siempre presente
en el brillo de tus ojos.
1. º de enero, 2010 (1:00 am)

HAITI

Te busco otra vez, HAITI,
tierra de sol y calor, de gente que baila
y que canta sonriendo, lucidamente humana.
La he visto en días de paz, mientras aun era posible
hacer confidencias y tomar riesgos subversivos.
Los estudiantes se preparaban para la lucha,
defendiendo la soberanía nacional.
La tierra del campo es buena, y en ella,
a gente trabajaba con orgullo,
hasta que llegaron las fabricas yanquis
y que para trabajar en ellas era preciso
trasladarse a la ciudad, a vivir
en los barrios de obreros, donde las casitas,
eran frágiles, y se iban amontonando
mientras crecía la miseria.
Entonces vino el terremoto, porque las cosas
no se cambian hasta que el pueblo diga: "!Basta!"
Y llegaron los marines*
que en vez de agua, comida y medicina,
traían fusiles para impedir que la gente
confiscara la comida encerrada
en los mercados y depósitos yanquis.
Sin embargo hay más vivos que muertos,
y mientras los vivos entierran los muertos
el pueblo trata de curarse y los médicos
haitianos y extranjeros hacen lo que pueden
para salvar algunos que todavía respiran
y esperan por los medicamentos presos
en el aeropuerto y en los navíos yanquis.
Pero ahí están los marines: peores
que el terremoto, que los criminales,
que los ladrones de almacenes, y ellos tienen
metralletas en las manos!
Qué triste me siento por los hermanos de Haiti,
y que ganas tengo de gritar otra vez "¡Yanqui go home!"
Y de unirme a su lucha por una Haiti libre
de fábricas, de falsa caridad cristiana y de marines.
* "Marines" Soldados de la fuerza naval yanqui, que siempre ha ocupado el país, forzando golpes de estado en momentos de cambios políticos.



PÁGINA 17 – ENSAYO

LA TRANSMODERNIDAD HISPANOAMERICANA.

Por Graciela Maturo (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Lo que he dado en llamar transmodernidad hispanoamericana es a mi juicio el modo particular con que asumieron los pueblos de la América Latina, anacrónicos en su desenvolvimiento científico-técnico, las transformaciones de la Modernidad. El rasgo característico de los pueblos hispánicos ha sido filosófico y artístico, no científico ni práctico. En tal sentido coincido con lo asentado por Iber Verdugo (1984) cuando asignó a la cultura hispanoamericana un carácter dominantemente ético que se expresa en sus manifestaciones literarias.
Se ha observado suficientemente en ese amplio conjunto de cartas, documentos y crónicas del siglo XVI que constituyen nuestras escrituras liminares (y asimismo la memoria escrita de tradiciones orales americanas), la presencia de un ethos moral que enjuicia a la Conquista, censura los abusos del poder, desnuda la conciencia individual de culpa y marca el rumbo de la confluencia de culturas (Silvio Zavala, Lewis Hanke, Leopoldo Zea et al.), creando una conciencia identitaria que ha sido el eje de las letras hispanoamericanas.
Fundamentalmente religiosa en los tiempos de la Colonia, esa conciencia de identidad atraviesa, juntamente con la propia España del siglo XVIII, una atmósfera liberal y progresivamente laicista que no por ello abandona su perfil ético, su vocación de reconocimiento ante la cultura del otro, su compromiso con la libertad y la justicia. José Martí fue en el siglo XIX el máximo ejemplo de eticidad, entrega a la causa de su pueblo y permanente prédica orientadora en favor de la identidad hispanoamericana. La herencia humanista adquiere visos particulares en el siglo XX, con una creciente tendencia a la reivindicación de lo negado u oculto en la cultura americana. El escritor se convierte en un operador cultural (Octavio Paz) y la obra literaria en un espacio de transculturación (Angel Rama). Una amplia serie de obras de creación y reflexión han desplegado esa conciencia despierta del escritor, que hace de la ficción y la metáfora - vías ambas metafóricas- un instrumento de conocimiento, en franca oposición a la teoría inmanentista de lo literario.
Las obras de Darío, Lugones, Vallejo, Neruda, Rosamel del Valle, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Ricardo E. Molinari, Olga Orozco, Juan Liscano, por citar algunos de los grandes poetas americanos de este tiempo, entrañan un mensaje humanista que es importante considerar como orientación en los tiempos difíciles. Igualmente plenos de sapiencia, eticidad y juicio histórico se hallan las novelas y ensayos de Vasconcelos, Gallegos, Asturias, Uslar Pietri, Carpentier, Rulfo, Elena Garro, Arciniegas, Marechal, Cortázar, Lezama Lima, Roa Bastos, José María Arguedas, Onetti, Sábato, Tizón, Moyano, García Márquez, María Granata, Libertad Demitrópulos, Di Benedetto, Octavio Paz, Abel Posse.
La calidad de la novela y el ensayo en la América hispánica, sin pretender aquí extendernos a la rica literatura lusoamericana, podría llevarnos a incurrir en amplísimo catálogo. Cada ciclo novelístico, cada ciclo de ensayos, se halla traspasado por inquietudes acordes con la evolución de la historia, y recorrido por una pregunta por el hombre, su raíz, su destino metafísico e histórico. De modo manifiesto o implícito la identidad hispanoamericana se reafirma en las páginas de nuestros mayores escritores.
Era esperable que, luego de la gran oleada del discutido des-cubrimiento de América, que suscitó un importante ciclo de revisión histórica y textual e igualmente de creación literaria, se produjera un nuevo ciclo de creación y reflexión alrededor del tema más acuciante de nuestros días: la crisis de fin del capitalismo y la incógnita del Nuevo Milenio.

-La crisis de fin del milenio y la respuesta latinoamericana.

La crisis de los tiempos actuales no es meramente una más entre las sucesivas crisis históricas que ha sufrido la humanidad. Para algunos se trata de un cambio sustancial que afecta a la naturaleza misma del hombre, a su modo de conocer e instalarse en el mundo, y en consecuencia una transformación que no podrá ser asumida ni continuada por todos. Para otros se trata de una crisis terminal, que ha puesto al hombre al borde de su supervivencia en el planeta. La revolución social aparenta haber fracasado en el mundo, pese a la legítima subsistencia de sus ideales e incluso su práctica en distintos lugares del planeta. En el marco del llamado «capitalismo tardío» sólo ha triunfado la revolución científico-técnica, con su secuela de bienes y de males sociales.
El siglo XX produjo la revolución social, luego diversificada en la revolución de la mujer, de los jóvenes, de las minorías. Fue el tiempo de apogeo y crisis de la modernidad, con dos guerras mundiales seguidas de la guerra fría entre potencias, y la subsiguiente caída del socialismo. Pero una revolución de orden distinto se gestaba en el seno de nuestro tiempo; la revolución cibernética. La técnica hizo posible la realización de una «utopía» científica que desplazó o envolvió a la utopía social: se impuso un nuevo orden económico aliado de la expansión comunicacional y ello trajo cierto grado de desarrollo para pueblos llamados periféricos, con la marginación de continentes enteros. La revolución tecnológica, que trajo innegables beneficios en el campo de la medicina, el trabajo intelectual y otros aspectos de la vida, cambió el estilo cultural de los pueblos y gestó graves consecuencias de desigualdad social, desocupación o mecanización. Nuestros mayores escritores han enjuiciado esta etapa y avizorado su continuidad en el siglo XXI, algunos de ellos con tintes verdaderamente sombríos.
Leopoldo Marechal atribuyó una ineludible misión al escritor de su tiempo y del futuro. Su Poema de Robot (1966) dramatiza la acción mecanizante de Robot, (figura-símbolo tomada del checo Karel Kopec), destructor de la cultura humanista y por lo tanto del arte. Despertado por la musa de la Poesía, el poeta advierte que su misión es despertar a sus compatriotas. El mismo Marechal en toda su obra adoptó una actitud docente y constructiva, devolviendo al arte la funcionalidad que tenía para los antiguos.
En esa misma década, cuando sobre los poco industrializados países de América Latina empezaban a volcarse los signos de la revolución post-industrial, un escritor costeño, es decir provinciano en Colombia, publica Cien años de soledad, esa fabulosa saga americana que bien puede ser tomada como un manifiesto de nuestras dolorosas carencias e identidad. Ya lo había manifestado su autor en las tres novelas anteriores, pero ésta lo dio a conocer al mundo.
Mientras tanto el escritor argentino Antonio Di Benedetto advertía, con su novela El silenciero, sobre el avance de un monstruo sin rostro que avasallaba el espacio realmente humano.
Octavio Paz no cesó hasta su muerte -aunque su discutible decisión política parecía enfrentarlo con sus propias advertencias- de señalar los aspectos negativos de la cultura posmoderna que ha acompañado a la civilización tecnológica. Predicaba, en términos heideggerianos, esa Kehre o vuelta, tan mal comprendida por muchos de sus lectores y críticos, que consiste en un entero vuelco del ser hacia su origen para asumir la tarea de generar un nuevo tiempo.
Ernesto Sábato, que inició su crítica al universo tecno-científico con su obra Hombres y engranajes, produjo en 1998 su libro Antes del fin, donde reúne junto con recuerdos autobiográficos, una amarga evaluación de los tiempos presentes, que crearon grandes masas de consumidores en contraste con enormes grupos desposeídos y miserables. Pero su crítica va más allá de la inequidad social y económica: ataca el fondo mismo de una cultura vaciada, trivializada, reducida a la impostación de mensajes falaces, el ruido, la idolatría del cuerpo, los falsos modelos. Su último libro La Resistencia (2000) profundiza este planteo y se abre decididamente a un humanismo ético-religioso.
Dentro del ciclo de la revisión de la Conquista y más allá de él se ubica Abel Posse, el novelista argentino que con mayor tenacidad y hondura ha fustigado la etapa de la globalización tecno-económica. Por su parte el poeta Luis María Sobrón intenta internarse en el tiempo venidero anunciando la misión salvífica del arte y el artista. Sobre el vaciamiento de la cultura, y acaso inhibido de anunciar una renovatio religiosa, Sobrón retoma la idea de Dostoievski: sólo el arte salvará al mundo.
La imagen del siglo XXI adquiere contornos temibles o subyugantes, cargada de los temores y esperanzas que alienta la humanidad, siempre y a pesar de todo volcada a pensar su destino y supervivencia. El nuevo tiempo viene aureolado por profecías y deseos de cambio que no sólo atañen a las estructuras políticas y económicas sino a niveles más profundos de lo humano.



PÁGINA 18 – CUENTO

ELLA

Por Gustavo Courault (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

La llovizna mojaba los troncos de los árboles. El lodazal que formaba la nieve derretida le dificultaba la caminata y las ramas parecían impedirle el paso. Rouch caminó entre las ramas tras las cuales estaba la boca de la cueva, oculta a su vez por grandes peñascos.
Había usado el escondite muchas veces, pero nunca durante el crudo invierno, sino cuando el sol era más cálido y la primavera llenaba de dulces aromas el prado que estaba más allá de la colina.
La humedad y el frío atravesaban el paño de su viejo abrigo y ya casi no sentía los pies a pesar de las botas de cuero y los dos pares de medias de abrigada lana.
Juntó las manos, sopló entre ellas para calentarlas y entró al escondite.
Se quitó el sombrero mojado, dejó el morral en una piedra con forma de mesa y con los dedos se limpió la mezcla de agua y sudor de sus ojos enrojecidos.
Agradeció a los trasgos del bosque haber llegado justo antes de que cayera el sol. Le quedaba buscar algunas ramas secas para hacer el fuego, y pasar la noche a resguardo de los lobos.
Antes se sentó en el suelo rocoso y retomó el aliento. Venciendo la pereza, volvió a salir para buscar ramas lo más secas posibles y algo de yesca que obtuvo de la pulpa descompuesta de los troncos caídos. La luz del sol amortiguada por las espesas nubes disminuía rápidamente, así que se apresuró a regresar al refugio.
Seleccionó un recodo del lugar con algunas salientes, que lucía confortable. Encendió la yesca con el pedernal y sopló con cuidado, hasta obtener una pequeña fogata. Con maestría apiló leña y sonrió al ver que el fuego crecía ávido.
El humo lo hizo toser, pero era un precio pequeño a pagar por la luz, el calor y la seguridad. Apenas obtuvo llamas aceptables, se quitó la ropa y la puso a secar colgándola de las salientes rocosas.
Con cuidado examinó el lugar en busca de alimañas y sólo luego de liquidarlas una por una pudo sentarse a descansar. El agradable calor del fuego hizo que se relajara, debía mantenerse despierto y esperar a la medianoche. A la hora de los lobos tenía que hablar con aquel ser que según la bruja del pueblo vivía en el más añoso de los árboles del bosque.
Abrió el morral y cortó pan y queso que comió con avidez, tomó unos sorbos de agua y se sintió mejor. Relajado, clavó los ojos en las llamas.

—Ven —le susurraba ella en sueños—, es nuestra hora.
Él despertaba y veía una imagen que flotaba envuelta apenas con un velo, largo hasta las caderas, que cubría sus senos. Luego desaparecía de a poco, fundiéndose en las paredes blancas de su habitación.
Cada noche la mujer se le acercaba más; casi podía oler su inconfundible perfume y cuando creía rozarla con la punta de sus dedos, volaba hacia la nada, dejándolo vacío.
Desesperado, decidió ir a consultar al sacerdote. Entró a la enorme iglesia de piedra y como siempre se quedó extasiado por la luz que entraba por los vitrales, allá en lo alto. Dejó que su pecho se llenara del aroma a incienso y que sus oídos se inundaran de la música de órgano que se elevaba a Dios, haciéndolo sentir tan pequeño. Caminó con paso lento y silencioso por entre los bancos hasta que encontró al padre rezando, arrodillado ante un enorme Cristo que los miraba desde lo alto.
—Padre, ella volvió —dijo contrito, sombrero en mano.
—Deberías haber muerto, ¿sabes? Ahora estás en manos del mismísimo Satán.
—Recuerdo muy poco, muy poco —Rouch se tocó la cicatriz en el cuello que escondía tras un pañuelo.
—Nadie sobrevive a un ataque así, tú lo sabes mejor que nadie. Además te trajo al pueblo la bruja, ¿no te dice nada eso?
—¿Qué debo hacer, padre? —preguntó, arrodillado.
—Penitencia —respondió, severo, el prelado—, debes ayunar y mortificar tu cuerpo con el látigo para purificarte. ¡Encomiéndate a Dios! Él te librará de todos los males.
—Acompáñeme, padre —le dijo.
Sin hablar salieron de la iglesia, él miró hacia atrás y un escalofrío le hizo sacudir el cuerpo.
Llegaron a una pequeña cabaña hecha de troncos a la que rodearon hasta llegar a un patio de tierra. Él le indicó al sacerdote una vieja silla abajo del alero para que se sentara, un poco al resguardo del viento frío.
El cura miró mientras él cavaba un pozo rectangular en el suelo helado del patio. Cuando terminó Rouch bajó con su látigo mediante una escalera, que el sacerdote retiró ante su señal.
Durante siete días con sus noches se autoflageló sin piedad, tomando como único alimento agua bendita que le acercaban algunos fieles, y cada noche, como una burla y como una caricia, ella regresaba en la madrugada.
—Ven —sollozaba y cada lágrima era un bálsamo para su carne castigada.
Al octavo día Rouch salió penosamente del pozo, curó sus heridas, comió comida caliente y decidió ir a hablar con la bruja.
Vivía en los linderos del pueblo en una casa rodeada de abetos. El silencio del lugar lo amedrentó, suspiró profundo y golpeó tímidamente la puerta.
—Adelante, Rouch —la voz de la bruja era curiosamente musical.
Abrió la puerta y entró a una habitación cuyo suelo estaba cubierto de velas encendidas a espacios regulares, al fondo, contra una de las paredes, estaba ella de pie como esperándolo.
—Sé a qué vienes —dijo, antes de que él pronunciara palabra—, ella te atormenta ¿no es así?
Él entrecerró los ojos para distinguirla pero apenas vio una silueta oculta en las sombras vacilantes de los candiles.
—Me llama, todas las noches me llama —respondió él, con voz temblorosa.
—¿Ella? —preguntó la bruja y apareció la mujer envuelta en velos entremedio de las llamas.
—Sí —susurró, y una extraña sensación le recorrió la nuca, hasta su estómago—. Ya no resisto más, necesito encontrarla.
—Te lo advierto, si la buscas no hay regreso —lo apuntó con un bastón de retorcida madera.
—¿Por qué me atormenta? —la imagen se alejaba, casi hasta desaparecer y luego volvía hasta una distancia un poco más allá del alcance de su brazo extendido. Él casi podía ver su mirada suplicante.
—Tú la atormentas a ella —dijo la bruja arrastrando cada letra—. Te espera en el centro del bosque el próximo plenilunio.
—¡Explíqueme qué es lo que pasa! —gritó Rouch.
—Es hora de que encares tu destino —dijo la bruja, se dio media vuelta y desapareció misteriosamente.

Cuando dejó de mirar el fuego para caminar hasta la entrada de la cueva, vio que la luna iluminaba entre las nubes el paisaje, poblándolo de misterio. Rouch salió de la cueva e hizo un gesto con los hombros, como envalentonándose.
Caminó iluminándose con una antorcha, temeroso ante cada sonido. Cada llamada del búho lo hacía temblar y a lo lejos aullaban los lobos.
Apuró sus pasos hasta que encontró el sendero que llevaba al viejo árbol que crecía en el centro del bosque, en un claro que resplandecía con la luna.
Apenas entró al círculo plateado oyó un largo aullido. La luz de la luna se fue materializando en piernas, caderas, el torso y la cabeza de ella que lo miraba, completamente desnuda frente al árbol que bailaba, llameando bajo los rayos lunares.
—¡Rouch! —sonrió ella y lo señaló con sus manos—. ¡Al fin, al fin!
Él sólo atinó a arrodillarse, ella se acercó con displicencia lobuna y le pasó el vientre por sus narices. Rouch sólo atinó a besarla con fruición. Ella rió salvaje, eterna. Hipnotizado sintió como lo empujó para ponerlo boca arriba sobre el suelo helado y le arrancó la ropa con furia para montarse sobre él. Lo absorbió con su sexo cálido que contrastaba con el frío que mordía su espalda. Rouch la miró a los ojos mientras ella gemía enloquecida cabalgándolo, sacudiendo su cabello blanco al mismo ritmo que el viejo árbol del centro del bosque.
La luna brillaba y brillaba sobre la piel de ambos, encendía sus rostros y sus cabellos, ondulaba por la cadera de ella, hacía sombra en sus senos, insinuaba el vello de su pubis. La mujer rió a carcajadas o aullidos cuando él se sacudió en espasmos de placer, le arañó el pecho con ambas manos, y cayó exhausta sobre él.
Rouch cerró los ojos, quiso abrazar a aquella mujer poderosa pero no pudo, había desaparecido. Desesperado, se puso de pie y miró a su alrededor. De pronto veía cada árbol en la noche, podía distinguir entre las sombras a los huidizos conejos de campo, podía percibir su olor a miedo, escuchaba el sonido de sus acolchadas patas.
Los aullidos de los lobos le daban la bienvenida y aspiró jubiloso el aire frío y libre que inundaba cada célula de su brioso cuerpo.
Sintió que a su lado estaba ella: su loba, salvaje y ávida. La luna llena rasgó las nubes cada vez más pálidas y él le aulló poderoso, la noche helada llevó su sonido muy lejos.
La mujer devenida en loba caminó a su alrededor y lo miró fijamente. Él comprendió y la siguió hasta el árbol que resplandecía plateado. Al acercarse se distinguió una abertura en su tronco centenario y ella saltó para desaparecer dentro de él.
Sin dudarlo la siguió, apenas cabía en el estrecho corredor que se abrió en una estancia amplia decorada con cortinados rojos. Sentada en el suelo estaba ella, vestida del mismo color, ojos como rayos azules. Sonrió con muchos dientes y con un ademán le indicó que descansara.
Rouch se sentó sobre sus patas traseras sin poder dejar de mirarla.
—Ya no me recuerdas, me olvidaste —le reprochó ella.
Rouch ladró y le lamió el rostro, rogando perdón.
—Nuestros compañeros —hizo un gesto con la mano y apareció una jauría que se movía nerviosa y tarasconeaba el aire.
El lugar se ensombreció y apareció en una llanura interminable, sin luna y sin estrellas.
Ahora ella corría en su forma de loba hacia las sombras más oscuras y él la perseguía, seguido por los otros licántropos.
Esas sombras le dictaron los secretos a su oído de bestia. Al finalizar le mostraron el bastón de retorcida madera, volvió a su forma humana y lo tomó en sus manos.
Lo examinó con cuidado y recordó cómo desenfundó su inútil espada ante aquella misma manada de lobos que lo rodeaba y cómo dos de ellos clavaron los colmillos en sus piernas para hacerlo caer, dejándolo indefenso.
Recordó el momento en que la enorme loba apoyó las patas en su pecho para morderlo en la garganta y cómo detuvo la dentellada mortal para olerlo.
Recordó el aullido, la lamida áspera y la mordida feroz pero no fatal.
Luego su recuerdo saltó a la choza de la bruja y su delirio, rodeado con velas de llamas vacilantes.
Y su promesa.
—Llévame de regreso y volveré por ti —había dicho él, y los ojos de la bruja brillaron.

Golpeó el suelo con el bastón y dijo las palabras que le habían enseñado.
Aparecieron en el claro del bosque, rodeados de sus compañeros que ladraban y aullaban, él la tomó de la cintura y quitó un mechón de cabello blanco de su rostro.
Los lobos callaron y miraron hacia un resplandor rojizo que se abría paso entre las ramas cubiertas de nieve.
—¡El cura, los aldeanos! —gritó Rouch.
—¡A la bruja! —gritaba la multitud enfurecida.
Sonó un disparo y ella cayó, mirándolo a los ojos.
—Volveré por ti —le dijo, sonriendo antes de morir.
—Apártate —ordenó el cura y lo empujó con violencia—, por poco te hechiza.
Rouch quiso abrazarla pero la turba se la quitó. La tiraron sobre una pira que encendieron con sus antorchas, jubilosos.
Miró su bastón y los ojos rojos de sus hermanos que lo observaban escondidos en la oscuridad.
Rouch comprendió. Emprendió el camino de regreso con los silenciosos lobos como compañía. Debía aceptar su destino: los hombres del pueblo necesitaban de su chamán. Entró a la casa flotando sobre las velas encendidas y ocupó su puesto, allá en las sombras. Ahora debería esperar por ella, ya sentiría una vez más su poderoso llamado y aparecería frente a él para ocupar su puesto, en un ciclo sin fin.



PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

Arabella Salaverry (San José-Costa Rica)

TIEMPO INSTANTE

Breve tu viaje por mi piel
breve la presencia del deseo

breve el temblor de tu mano
despertando anémonas
en la intransigente tristeza de mis senos

breve tu caricia larga
que se despoja de sí misma
para hundirme en un mar de cuchillos
afilados en la piedra del delirio

breve la presencia de un ángel negro
que se revuelca implacable
sobre mi boca de hiel
y la redime

Breve tu olor
revuelto con el olor trasnochado
de la ausencia

breve y eterno
el dibujo de mi cuerpo
floreciente en las dunas
por la gracia de tu beso

Sí, breve, muy breve tu viaje por mi piel
pero larga muy larga la herida donde aún late el deseo

UN TANGO

La muerte se pone tacones
e insiste en bailar conmigo

Le digo que no
que aún no
que el tango se me es difícil
que el compás se escapa fácil

Le ofrezco a cambio
una partida de póker
acariciarle el pelo
o entregarle por completo
mi destino enamorado

Pero ella insiste
se viste de anaranjado
florece a la luz nocturna
y me invita, sí, insiste
para que bailemos tango

CLÉRIGO CULPA A MUJERES PROMISCUAS

Yo sabía
que las mujeres éramos capaces de prodigios
que las mujeres éramos capaces de portentos
pero no imaginé ni siquiera presentí
que fuésemos capaces de desatar cataclismos

En Irán
país proclive a movimientos telúricos
un clérigo islámico nos signó

Ahora las mujeres “promiscuas”
es decir las mujeres que hablan
las mujeres que piensan
las mujeres que sienten
esas mujeres engendran no hijos
esas mujeres paren terremotos

Si no quieres quedar sepultado
bajo los escombros
cuida a las mujeres

Que no piensen no sientan no hablen
apenas respiren
adelántate tú sepúltalas tú
bajo los escombros de tu desatino

PARA SEGUIR SOÑANDO

Me parece que ya no podré visitarte
acomodarme
y deshacer mi equipaje
en el paraje impaciente de tu sueño

No sé si la muerte está hecha de ese sueño
que hace estaciones en la breve eternidad
de los relámpagos

No sé si en la muerte
se vive el espacio de los sueños
o si es oscuro el sueño
borrado de sí mismo
si no hay espacio para seguir soñando

No sé si es pared hierba agua nube tormenta
un momento
cabalgando otro momento
si es luz germinal desconsuelo agujero negro
para seguir viviendo en la telaraña de otro sueño

Me parece entonces
que ya no podré aposentarme en tu sueño
y renacer en el espacio de lo que vas soñando

No me queda más que despertar
y lavarle los ojos a la muerte

Despertar con lo que quedó en mi sueño

FRUTAL

Nací en el trópico
soy frutal sin estaciones
Me averano a pura voluntad de mis sentidos.

El cuerpo
se me llena con olor a mandarina.

Presiento en cada pecho
un sabor distinto:
el derecho es maracuyá
y el izquierdo
un leve recuerdo a carambola

en los brazos
y sobre todo en las axilas
se me refugia
un aroma a mango trasnochado.

En la curva de las nalgas
queda un resabio a guanábana madura.

La papaya se me afinca
en la redonda suavidad del vientre.
Por los muslos me sube presurosa
la presencia indiscutida del caimito
y remata en el punto exacto de mi sexo
donde presiento que convergen todos los sabores

Pero es solo en los atardeceres de mar
con el sonido de los caracoles
donde recobro la fiesta frutal
de mi presencia.

CANCIÓN DE NIÑA AFRICANA

Yo tuve una corola
tuve una flor espléndida
yo tuve una anémona
que también fue fruta de la pasión

Tuve una flor de suculentos pétalos
yo tuve una sencilla mariposa
durmiendo entre los muslos

Tuve una golondrina
Yo tuve un grillo cantando
un abejorro
tuve una tórtola
soñando entre los muslos

Pero un día
Me latió un pájaro
de desconsolado vuelo

La tradición fue navaja
de un turbulento trazo
enmudeció mi grillo
la mariposa abortó su vuelo
desapareció la fruta
la corola se anegó en mi sangre

Ahora tengo un poco de nada
muriendo entre mis muslos

NO SÉ

No sé si a vos te pasa
No sé si aprendiste de tanto silenciarte
a dejar que tu pobre piel hablase

No sé si a vos te pasa
que la piel de pronto llore incierta en su dolor
sin saber si va o si viene
enredada en el espanto de la ausencia

No sé si a vos te pasa
que la piel se brote de puro y desnudo dolor
que te hable con palabras
que se llene de sigilosas cicatrices
llore por heridas
grite en el espanto de su pena
y te revuelque en la sinrazón
de lo sentido

No sé si a vos te pasa….



PÁGINA 20 – ENSAYO

MIGUEL HERNÁNDEZ-DE LA POESÍA A LAS ALTURAS

Por Delfina Acosta (Asunción-Paraguay)

¡Qué mucho tienen que aprender los poetas de hoy día de los poetas de ayer! Uno mira los poemas publicados aquí y allá, los versos aparecidos en muchos blogs de Internet, y se queda pensando cómo diablos hicieron tantos poetastros para convertir en sal lo que antes era dulzura, y en esqueleto lo que antaño era forma humana de hermosa y amorosa criatura.
¿Qué pasó con las fábulas, con las églogas de Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Luis de Góngora y Argote? Ya no las leen quienes tienen por hábito escribir. Me viene a la memoria la Generación del 27; una generación que a todas luces, después de los poetas del Siglo de Oro de España, ha dado una abundante y dichosa cosecha a España y al resto del mundo. De entre sus integrantes, quiero recordar en esta fecha a Miguel Hernández. Puede decirse que tuvo una formación empírica. Eso sí, leyó exhaustivamente a los clásicos del Siglo de Oro, y en el ingenio de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, Francisco Quevedo, fue trazando el mapa de su poesía hasta hoy vigente. Era un simple pastor de ovejas. Nació en Orihuela, España, en 1910, y los días de su vida se fueron apagando lenta, trágicamente, en una cárcel, durante la Guerra Civil española.
Tenía tan solamente treinta y dos años -¡la edad de la poesía y de la flor recién abierta!- cuando murió. En sus poemas se nota claramente un estilo personal, único, que traspasó todas las fronteras, llegando hasta nuestros días con sus calidades y sus cualidades.
Sobre todo debe considerarse la conciencia social de este gran poeta español. Y en cuanto al lirismo, a lo misterioso e inescrutable de sus sentimientos, no creo equivocarme al decir que Miguel Hernández ha sido uno de los grandes líricos de la poesía española y de todos los tiempos. Como quiera que se haga una antología, parcial o panorámica de los poetas españoles, Miguel Hernández está, como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, siempre presente. Pero está como una muchedumbre, valga la metáfora, porque tan digna, tan consecuente fue con la poesía, que en ella se le fue la vida.
Versos matizados con lo denso y lo ligero, lo oscuro y lo blanco, plenos de revelaciones. Versos que necesitan, tal parece, conectarse con urgencia con el lector, para sentirse en tierra firme. No hay precisamente un valor psicológico en sus versos, y nada importa que no lo haya. Lo suyo fue el ingenio, el ofertorio del amor que ofrece la inquietud del hombre, que llegó a ser, pleno de vivencias, criatura de sí mismo en su encuentro con un dulce querer, el de su esposa. Leamos a Miguel Hernández. En su obra se encuentran las alturas de las revelaciones.



PÁGINA 21 – CUENTO

PARA DEFENDERSE DE LOS ESCORPIONES

Por Fernando Sorrentino (CABA-Buenos Aires-Argentina

La gente se muestra sorprendida, temerosa y hasta indignada ante la considerable proliferación de escorpiones que se ha cernido sobre Buenos Aires, ciudad que hasta fecha bastante reciente desconocía tal género de arácnidos.

Personas sin imaginación recurren a un método demasiado tradicional para defenderse de los escorpiones: el empleo de venenos. Personas menos rutinarias llenan sus casas de culebras, ranas, sapos y lagartijas, con la esperanza de que devoren a los escorpiones. Unas y otras fracasan lamentablemente: los escorpiones se rehúsan con firmeza a ingerir venenos, y los reptiles y batracios, a ingerir escorpiones. Unas y otras, en su ineptitud y precipitación, sólo logran una cosa: exacerbar —más aún, si cabe— el odio que hacia la humanidad entera profesan los escorpiones.

Yo tengo otro método. He procurado, infructuosamente, difundirlo: como todo precursor, soy un incomprendido. Lo creo, sin vanidad, no sólo el mejor: también el único método posible para defenderse de los escorpiones.

Su principio básico consiste en rehuir la batalla frontal, en sostener breves escaramuzas azarosas, en no demostrarles a los escorpiones que estamos enemistados con ellos. (Ya sé que hay que andar con sumo cuidado, ya sé que el aguijonazo de un escorpión resulta fatal. Es cierto que, si yo me embutiera en una escafandra de buzo, estaría por completo a salvo de los escorpiones; no lo es menos que, en ese caso, los escorpiones sabrían, ahora con total certeza, que les temo. Porque yo les tengo muchísimo miedo a los escorpiones. Pero no hay que perder la sangre fría.)

Una elemental medida —eficaz y libre de tremendismo y de nefasta espectacularidad— consta de dos sencillos pasos. El primero es ceñirme las bocamangas con unos elásticos bien tensos: para que los escorpiones no puedan trepar por mis piernas. El segundo, fingir que soy en extremo friolento y calzar todo el tiempo un par de guantes de cuero: para que no me envenenen las manos. (Más de un espíritu destructivo ha señalado exclusivamente las desventajas que, en el verano, acarrea este método, sin tener en cuenta sus innegables méritos generales.) En cuanto a la cabeza, conviene que quede descubierta: es la mejor manera de presentar a los escorpiones una imagen valiente y optimista de nosotros mismos, y además los escorpiones no acostumbran, normalmente, arrojarse desde el cielo raso sobre el rostro humano, aunque a veces sí lo hacen. (Así, al menos, le ocurrió a mi difunta vecina, madre de cuatro encantadores chiquillos, ahora huérfanos. Para peor de males, estos hechos fortuitos engendran teorías erróneas, que sólo sirven para hacer más ardua y dificultosa la lucha contra los escorpiones. En efecto, el viudo, sin base científica adecuada, afirma que los seis escorpiones se sintieron atraídos por el color intensamente azul de los ojos de la occisa y aduce, como débil prueba de aserción tan temeraria, el hecho, del todo casual, de que los aguijonazos se repartieron, tres a tres, en cada una de las azules pupilas. Yo sostengo que ésta es una mera superstición, forjada por el medroso cerebro de este individuo pusilánime.)

Al igual que en la defensa, también en el ataque hay que jugar a ignorar la existencia de los escorpiones. Como quien no quiere la cosa, yo —así como me ven— logro matar diariamente entre ochenta y cien escorpiones.

Procedo de la siguiente manera, que, en bien de la supervivencia del género humano, espero sea imitada y, de ser posible, perfeccionada.

Con aire distraído, me siento en un banco de la cocina y me pongo a leer el diario. Cada tanto miro el reloj y mascullo, en voz lo suficientemente alta para ser oída por los escorpiones: «¡Caramba! ¡Este Pérez del diablo que no llama!» La informalidad de Pérez me irrita, y aprovecho para dar unas patadas de rabia en el suelo: así masacro no menos de diez escorpiones, de los incontables que cubren el piso. A intervalos irregulares repito mi expresión de impaciencia y, de este modo, voy matando una buena cantidad. No por ello descuido los también innumerables escorpiones que cubren por completo el cielo raso y las paredes (que son cinco temblorosos, palpitantes, movedizos mares de alquitrán): de vez en cuando, finjo un ataque de histeria y arrojo algún objeto contundente contra la pared, siempre maldiciendo a aquel Pérez del diablo que se demora en llamar. Lástima que he roto ya varios juegos de tazas y platos, y que vivo entre sartenes y cacerolas abolladas: pero es alto el precio que se debe pagar para defenderse de los escorpiones. Por fin, inevitablemente alguien llama por teléfono. «¡Es Pérez!», grito, y corro con precipitación hacia el aparato. Desde luego, es tanta mi prisa, es tanta mi ansiedad, que no advierto los millares y millares de escorpiones que alfombran blandamente el piso y que revientan bajo mis pies con un gelatinoso y áspero ruido de huevo cascado. A veces —pero sólo a veces: no conviene abusar de este recurso—, tropiezo y caigo largo a largo, con lo que aumento sensiblemente el área de mi impacto y, en consecuencia, el número de escorpiones muertos. Cuando vuelvo a ponerme de pie, me encuentro con toda la ropa condecorada con los pegajosos cadáveres de muchos escorpiones: despegarlos uno por uno es tarea delicada, pero que me hace saborear mi triunfo.

Ahora quiero permitirme una breve digresión para relatar una anécdota, de por sí ilustrativa, que me ocurrió hace unos días y en la cual, sin proponérmelo, cumplí un papel que me atrevo a calificar de heroico.

Era la hora de almorzar. Encontré, como siempre, la mesa cubierta de escorpiones; la vajilla, cubierta de escorpiones; la cocina, cubierta de escorpiones... Con paciencia, con resignación, con mirada ausente, fui haciéndolos caer al suelo. Como la lucha contra los escorpiones insume la mayor parte de mi tiempo, decidí prepararme una comida instantánea: cuatro huevos fritos. Estaba, pues, comiéndolos, mientras apartaba cada tanto a algún escorpión más osado que había subido a la mesa o que me caminaba por las rodillas, cuando, desde el cielo raso, un escorpión especialmente vigoroso o robusto cayó —o se arrojó— en mi plato.

Petrificado, solté los cubiertos. ¿Cómo debía interpretarse esa actitud? ¿Era una casualidad? ¿Una agresión personal? ¿Una prueba de fuego? Quedé perplejo unos instantes... ¿Qué pretendían de mí los escorpiones? Estoy muy avezado a la lucha contra ellos: en seguida lo intuí. Querían obligarme a modificar mi método de defensa, hacerme pasar decididamente al ataque. Pero yo estaba muy seguro de la eficacia de mi estrategia: no lograrían engañarme.

Vi, con cólera reprimida, cómo las patas gruesas y peludas del escorpión chapoteaban en el huevo, vi cómo su cuerpo se iba impregnando de amarillo, vi cómo la cola ponzoñosa se agitaba en el aire, al modo de un náufrago que pidiera auxilio... Objetivamente considerada, la agonía del escorpión constituía un bello espectáculo. Pero a mí me dio un poco de asco. Casi claudiqué: pensé en arrojar el contenido del plato al incinerador. Tengo fuerza de voluntad y supe contenerme a tiempo: si hubiera hecho tal cosa, habría ganado el aborrecimiento y la reprobación de los millares y millares de escorpiones que, con renovada suspicacia, me contemplaban desde el cielo raso, las paredes, el piso, la cocina, las lámparas... Ahora tendrían un pretexto para considerarse agredidos y, entonces, quién sabe qué podría ocurrir.

Me armé de valor, fingí no advertir el escorpión que aún se debatía en mi plato, lo comí distraídamente junto con el huevo y hasta pasé la corteza de un pan para no dejar ni una pizca de huevo y escorpión. No resultó tan repugnante como temía. Un poquito ácido tal vez, pero esta sensación puede deberse a que aún yo no tenía el paladar acostumbrado a la ingestión de escorpiones. Con el último bocado, sonreí, satisfecho. Después pensé que la quitina del escorpión, más dura de lo que yo hubiera deseado, podría caerme indigesta, y con delicadeza, para no ofender al resto de los escorpiones, bebí un vaso de sal de frutas.

Hay otras variantes dentro de este método, pero, eso sí, es necesario recordar que lo esencial es proceder como si se ignorara la presencia —más aún, la existencia— de los escorpiones. Con todo, ahora me asaltan algunas dudas. Me parece que los escorpiones han empezado a darse cuenta de que mis ataques no son involuntarios. Ayer, cuando dejé caer una olla de agua hirviente en el piso, advertí que, desde la puerta de la heladera, unos trescientos o cuatrocientos escorpiones me observaban con rencor, con desconfianza, con reproche.

Quizá, también mi método está destinado al fracaso. Pero, por ahora, no se me ocurre otro mejor para defenderme de los escorpiones.



PÁGINA 23 – ENSAYO

EL LIBRO (del escritor al lector)

Por Reynaldo Uribe (Rosario-Santa Fe-Argentina)

No puedo evitar, al iniciar estar palabras, traer a la memoria al amigo que dedicó su vida a la poesía y a los libros, Héctor Yánover: “Hay que aprender a no asustarse de estar solo y ser, simultáneamente, multitudes. ¿Es eso la lectura? ¿Un tantear en nosotros en busca de una luz que ilumine la escena? ¿Me dieron el lenguaje sólo como una brújula?”
Hace muchos años viene anunciándose el final de los libros, por parte de quienes –justamente por conocerlos- saben de su verdadero valor en el pensamiento del hombre, y de la importancia de la cultura, la educación y el arte en la formación de hombres libres, dispuestos a construir ese mundo justo al que muchos aspiramos.
El primer chivo expiatorio fue la televisión; y trasmitió la vida y la obra de grandes escritores del mundo. Las videocaseteras fueron el segundo ángel del Apocalipsis, y gracias a ellas vimos excelentes películas basadas en las grandes obras de la literatura universal. En el auge de las computadoras e internet, quisieron darle la extremaunción al libro y sin embargo gracias a esta nueva tecnología accedemos no sólo al libro sino a sus autores y estudiosos de sus obras, las voces de los escritores, las grandes bibliotecas, los lugares del mundo que dejan de ser lejanos para comprar ese ejemplar que tanto buscamos. En el medio, los menos sutiles intentaron, mediante la quema de libros, acostumbrar a la gente a la falta de acceso al conocimiento, la información y el placer; pero sólo lograron agudizar la imaginación: depósitos de equipajes, entierros, pisos y cielorrasos falsos fueron las nuevas bibliotecas, que reaparecieron a la luz con todo orgullo y esplendor en el regreso de la democracia.
Y allí sigue el libro. Los escritores no escribimos para nosotros mismos; de ser así, no haría falta el libro impreso. Más allá de la vanidad que en mayor o menor grado todos tengamos, los escritores cumplimos una función social. Y el vehículo, el libro, es mucho más que un montón de páginas prolijamente encuadernadas. Por momentos no se valora la tarea de los escritores como a otras ramas del trabajo humano. Sin embargo, ¿cuántas ciencias se han enriquecido en su saber propio gracias al aporte de la literatura? Mencionaré unos pocos pero significativos ejemplos.
Hace más de cuatro mil años se escribieron los textos de “El cantar de Gilgamesh”, más de mil años antes de los poemas homéricos. Todavía, gracias a Gilgamesh se siguen descubriendo elementos de la Mesopotamia y la cultura sumeria.
Numerosas corrientes del urbanismo y la arquitectura de nuestros días, se proponen descifrar la naturaleza de las ciudades a través de sus múltiples significados, intentando sistematizarlos en un sistema semiológico global, que sea a la vez abierto y unificador. Víctor Hugo adelantó esta idea en “Nuestra Señora de París”, comparando la arquitectura con la escritura y las ciudades con los libros. En un capítulo aparecido por primera vez en la octava edición de 1832 y que se titula “Esto matará a aquello”, desarrolló su teoría de la arquitectura. Considerant, indignado por esta “sublime tontería resumida en las palabras: esto (el libro) matará a aquello (los edificios)”, dijo: “Su hermoso libro está destinado a vivir en el futuro, y semejantes capítulos no harían honor a su inteligencia”. En cambio, uno de los grandes maestros de la arquitectura moderna, F. L. Wright, manifestó en su testamento: “Víctor Hugo escribió el ensayo más clarificador sobre arquitectura de entre los que hasta ahora han aparecido. Tenía yo 14 años cuando en este capítulo, que habitualmente no figura en las ediciones de Notre Dame, impresionó profundamente mi sensibilidad y la imagen del arte al que iba a consagrar mi vida: la arquitectura”.
Sigmund Freud, en su libro “Psicoanálisis del arte”, señala que “si bien la esencia de la función artística nos es inaccesible psicológicamente, cabe, sin embargo, indagar los condicionamientos y propósitos que subyacen al trabajo del escritor”. En este libro analiza los personajes de “Los hermanos Karamazov” de Dostoievsky, una anécdota de la primera infancia de Goethe extraída de “Poesía y verdad”, y los sueños y delirios descriptos en la novela “Gradiva”, de W. Jensen. Su estudio lo lleva a la conclusión de que “todos los poetas dignos de este nombre han considerado como su misión verdadera la descripción de la vida psíquica de los hombres, llegando a ser, no pocas veces, precursores de la ciencia psicológica”.
El autor teatral Jorge Mauricio, por su parte, dice: “De modo, entonces, que no es que la obra sea gestora de lo que ocurre sino que es reflejo de lo que acontece. Toda la problemática nacional está, de alguna manera, incorporada a las obras que se han ido desarrollando a través del tiempo.. Y esto se verá con más claridad en el futuro que en este mismo momento”.
El libro, a pesar de los siglos, sigue vivo. Un objeto sagrado para muchos y, como tal, permaneciendo en el tiempo, regalándonos su inmortalidad. Siempre al asecho de esos lectores dispuestos a la aventura y el misterio de descifrar al hombre, su mundo y su tiempo.
No es vano el ejercicio del pensamiento y la imaginación. Ya no asustan los fantasmas del terror o el Apocalipsis. El escritor sigue allí. El libro (siempre hay un libro para cada hombre) también sigue allí, desafiando a escépticos y agoreros, regalándoles las palabras de Cesare Pavese: “Llegará un tiempo en que nuestra fe en la poesía dará envidia”.



PÁGINA 24 – CUENTO

ROSAS Y LAVANDAS

Por Verónica Tumini – Norton Contreras Robledo (Malmö-Suecia)

Miguel iba por la vida con la herida de un amor que a pesar del tiempo no lograba olvidar. Trató varias veces de comenzar de nuevo, pero había fracasado, porque cuando ya sentía que la había sacado de su vida, de su corazón, de sus pensamientos y de su alma, el fantasma de esa mujer volvía en los sueños o en los recuerdos, en los momentos menos esperados, como una sombra del pasado.
Cuando ella se fue no solo se llevó la ropa, las fotos y la música, se llevó todo, él se quedo sin nada, se llevó hasta su capacidad de amar y enamorarse. Su partida le había dejado los momentos compartidos diseminados por todos los rincones de la casa, y estaban ahí para recordarle el vacío de su ausencia.
Cuando ella se fue cerró puertas y ventanas, tiró las llaves en la chimenea y se retiró a un rincón al cual nadie pudiera llegar, para llevar su luto en soledad, alejado del mundo circundante.
Ana iba por la vida llena de esperanzas, sueños e ilusiones, era la ternura y el romanticismo de la luna llena en una noche de verano, la calma del silencio a los pies del claro de luna, la pasión de los enamorados en la primera la noche de amor cuerpo a cuerpo, alma a alma.
Se vieron desde lejos, y desde la distancia comenzaron a llamarse, él comenzó a caminar. Al principio casi sin tomarla en cuenta. A cada intento de ella de conocerlo más, Miguel respondía con evasivas o simplemente no respondía, pero a medida que pasaban los días, cada vez los encuentros eran más y más prolongados y sin darse cuenta iban abriendo sus almas.
Llegó el día en que tomados de la mano y mirándose a los ojos se besaron, primero con suavidad y ternura y luego la intensidad de los besos fue aumentando y la pasión comenzó abrasar sus cuerpos.
Los caminos estaban unidos, de eso no hay dudas. Fue la vida, el destino y sus designios, o tal vez solo fue coincidencia, pero los dos caminaban la misma senda. Ella iba más adelante, donde el sol brilla intensamente, donde la brisa suave ondula los aromas de las flores de rosas y lavandas, y él… él estaba a un lado del camino, en la parte más oscura y sombría, dónde los rayos de sol no llegan, donde la brisa se transforma en viento helado. Y aunque no pudo dejar atrás la sombra y el frío, poco a poco fue despojándose de ellos, quitándoselos lentamente, como si fueran capas, sintió que la esperanza y la ilusión renacían, nuevamente sintió que la vida tenía sentido y que valía la pena vivirla.
Poco a poco la luz y el calor comenzaron a tratar de entrar a través de las puertas y ventanas. Tuvo que pasar el tiempo para que él saliera de ese rincón oscuro al que se había relegado, para que abriera las puertas y ventanas de par en par. Fue ese día en que comenzaron a caminar juntos por los caminos de la vida.
Ana lo vio llegar a la mitad del camino, notó que en su rostro, el sol comenzaba a reflejarse, la brisa suave llegó hasta él, llenando su alma del limpio aroma de rosas y lavandas. En ese instante, a mitad de camino, pudo tomar su mano… y es que ella, sin darse cuenta, había salido a su encuentro, lo había alcanzado.
Durante ese tiempo la ternura, el amor y la pasión estaban en el latido de sus corazones, en las caricias, los besos y el amor prolongado en los momentos. Ana llegó a la vida de Miguel como un arco iris después de un día de lluvia, pintando el cielo y la vida de colores.
Durante un tiempo fueron felices hasta que nuevamente apareció el fantasma, el recuerdo de aquella mujer, su sombra gélida abarcándolo todo e intentado proyectarse en Ana, para envolverla con su manto de frío y de penumbra, para rodearla, llenarla, ocupar sus espacios, para separarlos. El aliento frío de ese fantasma y las sombras tenebrosas asustaron a Ana e hicieron que huyera de los brazos de Miguel.
Ana corrió, corrió, corrió lejos, lo dejó ahí parado, para huir de las tinieblas, y volver a su lugar en el camino, a su lugar tibio, cálido y perfumado.
Ahora Miguel, en la soledad en sus días de hastíos y en sus noches de insomnio siente el recuerdo de Ana volver a él como la noche al alba. La brisa del amanecer entra por su ventana trayéndole la fragancia de rosas y lavandas.
Y es entonces que percibe que ella aún espera su llegada, más allá de la noche más allá de los días, con un ramo de rosas y lavandas.



PÁGINA 25 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Anna Arent (Zgierz-Polonia)

NOSTALGIA

El Gran Emperador puso a caer en la nostalgia.
Fue la primera vez que Leto pudiera dormir tranquillo.

Todo está hecho.
Los pensamientos están corriendo como locos.
Por primera vez no he sabido la resolución.

No pudo encontrarse.

En sus ojos no hubo nada,
solamente unas gotas de nostalgia
sumergidas en la inocencia.

***
todo en mi vida está relacionado con lo tuyo.
El uso de las palabras parece suficiente.
No vale la pena charlar.
La vida está corriendo demasiado para perder el tiempo.
Mejor es usar menos palabras
que abundar en el vacío.


***
En el mundo divino no hay amor.
Todos están dormidos en el sueño eterno.

Volvió a mentir.
Las palabras le fluyen maravillosas
como si la amor no hubiera tenido ningún sentido.
Pero Hiperhombre no lo tiene.


En el restaurante
En la ciudad X
Algún hombre me lleva al restaurante.
Ni él
ni yo
tenemos hambre.
Por eso miramos la muchedumbre
y discutimos del tiempo.
Una hora después
Sabemos que no hay más tiempo.
Salimos
Para morir sin saberlo.


***
Los damnificados por el tornado
ruegan por lo justo.
Gracias a Dios
ya no tienen nada.
X-ski siempre ha votado en las elecciones.
Hoy
nadie le recuerda.
Las victimas siempre tienen que empezar nuevas guerras.

***
Mi cuerpo no me interesa,
no me satisface,
es decir:
me da completamente igual.
Algunos kilogramos de la carne,
el pelo o el agua.
No hay que desear.
Dentro de algunos años
quizás
sea una comida para los seres de la tierra.

NOMBRE

Mis días son parecidos a las gotas del vino.
Debería destruir esa palabra:
es decir el tiempo-
-si no hay la nombre-no hay la existencia.

No tienes que huir
en mi presencia estás seguro. Te cuidaré
como al niño dejado en la calle.
La vista sumergida siempre en tu sombra al lado de la mía:
es algo que existe sin nombre
en el mundo de las palabras sin significado.


PÁGINA 26 – ENSAYO

EL FINAL DE LA POSTMODERNIDAD Y EL ADVENIMIENTO DE LA ÉPOCA SUPERMODERNA

Por Pablo Paniagua (Zamora-Michoacán-México)

¡La Postmodernidad ha muerto!

Hoy se habla de la Postmodernidad como si todavía estuviéramos inmersos en ella, cuando hace tiempo quedó atrás.

En todas las épocas de la historia el arte ha sido un reflejo de su tiempo y una manifestación que nos sirve para estudiar los comportamientos sociales y culturales, y en dicho sentido, para entender la Postmodernidad y certificar su muerte, es preciso comprender, a su vez, el siguiente proceso evolutivo: Modernidad – Postmodernidad – Supermodernidad, en su dimensión artística, para luego llevar el modelo a su escala social y política. También, he de aclarar, es más preciso utilizar los términos como están propuestos, en vez de Modernismo, Postmodernismo y Supermodernismo, por el simple hecho de que el Modernismo es una corriente artística surgida entre los siglos XIX y XX, que también se conoce con los nombres, según los países, de Art Nuveau, Modernisme y Jugendstyl, y por ello Modernismo y Modernidad no son lo mismo, pues el primero se refiere a una corriente artística y el segundo a una época de la Historia del Arte, de tal modo que, para igualarlos en un mismo plano lingüístico y conceptual, son más acertados los términos propuestos. Respecto al término “hipermodernidad”, que hoy en día emplean algunos filósofos, como por ejemplo Gilles Lipovetsky, es del todo erróneo, pues para utilizar el prefijo “híper” primero habría que haber pasado por lo “súper”, nomenclatura evolutiva necesaria y aplicable en este caso.

Para ordenar este ensayo, en el punto primero –I– abordaré la antedicha evolución en su faceta artística; en el punto segundo –II– veremos que la misma sintomatología se repite en los aspectos sociales y políticos; y en el punto tercero –III– ofreceré mis conclusiones sobre la actual Época Supermoderna.

I

Hoy, con la perspectiva del tiempo pasado, un tiempo que dejaba de ser presente para convertirse constantemente en futuro, como una mutación de sí mismo, como fundamento del cambio, podemos abordar para comprender, desde esta distancia, todos los sucesos artísticos del siglo XX en lo que a las artes visuales se refiere, a partir del concepto de “Dispersión del arte”.

Tenemos que considerar el arte del siglo XX como una entidad en constante evolución, tratando de superarse a sí misma a un ritmo frenético, en una lucha por descubrir todas las formas expresivas y de representación posibles que el ser humano pudiera crear, haciendo un paralelismo con el progreso científico y tecnológico, por medio del cual la Humanidad llegaría a conocer lo hasta ahora no conocido como una conquista más de la evolución.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX aparece en Europa el Arte Moderno, en el instante en que el artista deja de copiar la realidad, para acabar inventándola, en ese afán aventurero de crear lo inexistente como fin último de esa evolución ilimitada. En ese momento, los sucesos artísticos se dan de acuerdo a una serie de parámetros estilísticos, que los conforman como determinados movimientos con una evidente preponderancia dentro de su medio. Estos movimientos artísticos se suceden unos a otros, según van surgiendo diferentes formas de expresión y representación de una realidad nueva, descubierta o inventada. Pero, para hacer utilizables estos términos de manera conjunta, podríamos decir que la expresión artística se da representada de manera objetual o conceptual, según sea su determinada carga.

En un principio el Arte Moderno se vio expresado, fundamentalmente, de manera objetual y enmarcado en un territorio llamado europeo, o sea, concentrado en un lugar geográfico preciso (principalmente en París) en eso que se denominarían Vanguardias Históricas, si bien esa determinación territorial no era del todo exclusiva, pues en Alemania, Austria e Italia antes de la primera guerra mundial, en Suiza durante ella, y en Rusia entre los años 1909 y 1925, hubo una importante actividad vanguardista, pero de ninguna manera tan poderosa como en la ciudad del Sena.

En 1916, en la ciudad de Zurich, aparece el Movimiento Dadaísta, propuesto por Hugo Ball y luego encabezado por el pensador Tristan Tzara, que junto con un grupo de artistas hacen realidad la revolución que preconiza el fin del arte o el antiarte. Pero la ruptura definitiva con la esencia objetual se dio en el año 1917 con Marcel Duchamp, cuando elige un objeto cotidiano para exponerlo y firmarlo como obra de arte: un hecho de vital importancia en la futura trayectoria del Arte Moderno, que en ese preciso instante no supuso más que una provocación, pero que, a la larga, cambiaría el curso de la historia.

El fin de Dada no se hizo esperar, debido al choque ideológico entre dos gurús, el citado Tzara y André Bretón, mentor del Surrealismo, con lo que muchos de los artistas integrados en el dadaísmo se pasaron a las filas de la revolución surrealista.

Si Dada suponía una negación de la realidad impuesta por los poderes dirigistas de la sociedad, el Surrealismo reivindicaba la realidad de lo irracional.

Hasta aquí, el “estado de concentración” que se daba en el mundo del arte era algo evidente, pero con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, empieza la “dispersión del arte”, al menos en su etapa geográfica. Aquellos movimientos artísticos que se sucedían han de abandonar la escena donde se desarrollaban, acabándose para dar paso a otros nuevos. El epicentro del mundo del arte sería ahora la ciudad de Nueva York, aunque en Europa, tras el final de la guerra, la actividad creadora continuaría pero ya no de forma tan arrolladora como en tiempos pasados. Se pasó de la “Escuela de París” a la “Escuela de Nueva York” y a la bipolaridad en el dominio de los sucesos artísticos.

En los Estados Unidos de América surgió con fuerza, en torno al año 1945 (y no sin apoyo del Estado) el Expresionismo Abstracto, como primera tendencia genuinamente americana y como última manifestación estética del Arte Moderno; tras ésta, a partir de 1955, aparecerían el Pop Art (europeo y estadounidense), la llamada Nueva Abstracción o Abstracción Postpictórica (que más tarde competiría con diversas abstracciones europeas como Grupo Cobra e Informalismo), el Op Art y el Minimal Art. En las tendencias norteamericanas ya se aprecia una ruptura estética más cercana a planteamientos conceptualistas, y en el caso del Pop Art cierto “neodadaismo” en la reproducción de algunos trabajos, en los que la mano del artista ya no está presente, y un claro comportamiento postmoderno por la influencia iconográfica de la sociedad de consumo. Aquí, ya podemos hablar del inicio de la Postmodernidad y señalar al Pop Art como su primera manifestación artística. En aquella época también aparecen las artes del cuerpo (happening, performance, etc) y el “concepto” en sus distintas manifestaciones empieza a tomar relieve en la escena artística.

Se da, entonces, otra ruptura sobre la concentración que ya no es meramente de lugar, sino de contenido. Es el concepto que entra en escena, la herencia de Duchamp y el Movimiento Dadaísta. El concepto se concreta cuando se abandona la improvisación dadaísta, para hacer un planeamiento previo de lo que hay detrás de la idea, y no la idea en sí. Como resultado, a partir del año 1969 comienzan las exposiciones de Arte Conceptual como tal, viéndose legitimada esta tendencia en el año 1972 en la Documenta 5 de Kassel.

La competencia entre el “concepto” y el “objeto” está servida en forma de lucha fratricida entre dos elementos que son como el aceite y el agua, que al ser incompatibles provocan la dispersión de sus sustancias. Así comienza el verdadero camino hacia la “dispersión del arte”, que no es más que el tránsito del principio de la dispersión hasta la dispersión total y el triunfo del concepto sobre el objeto, en lo que podríamos llamar Supermodernidad, que es el estado en el que ahora nos encontramos.

En la Postmodernidad se da la citada lucha entre el objeto y el concepto, a través de un conjunto de discursos que pugnan por imponerse, fundamentados en la defensa o el ataque a la mimesis de la realidad. La actividad artística, a su vez, se empieza a diseminar en diferentes puntos geográficos y el eclecticismo de las formas de expresión–representación se conforma como la tónica generalizada. El arte se empieza a dispersar poco a poco, hasta llegar a ser un modo de expresión propio del mundo occidental que se implanta a nivel planetario, con el triunfo final del concepto sobre el objeto.

La Supermodernidad está caracterizada por la mundialización del arte en la cultura global occidental, en la que tienen cabida multitud de artistas de diferentes lugares del planeta, que trabajan, sobre todo, en referencia al concepto. Vemos, así, que los diversos estados de la Historia del Arte tienen paralelo con el desarrollo de la sociedad occidental en el transcurrir del siglo XX, pues el arte es una manifestación como reflejo emanado de un mismo cuerpo.

No entro a valorar en este punto la supuesta crisis de la sociedad globalizada, ni la crisis del arte expuesta de manera tan locuaz por Jean Baudrillard, simplemente unifico la historia del arte del siglo XX bajo los conceptos de “concentración–dispersión”, para explicar y marcar cronológicamente su accidentado transcurrir.

II

Si en el mundo del arte la Postmodernidad se identifica por la lucha entre el objeto y el concepto, y la separación territorial de las diferentes manifestaciones y el inicio de la comentada dispersión del arte, en el plano socioeconómico y político, la Postmodernidad, de igual modo, se identifica por la lucha entre Oriente y Occidente en lo que se denominó como Guerra Fría, con dos maneras distintas de entender los procesos económicos entre el capitalismo y el comunismo. Objeto-concepto en el arte, capitalismo-comunismo en el plano político y socioeconómico. Por consiguiente, el inicio de la Postmodernidad lo podríamos marcar en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con la reconstrucción europea y dentro del proceso de separación del mundo en dos bloques políticos.

La pugna entre el objeto y el concepto terminará con la supremacía del concepto en el mundo del arte a finales de la década de los 80, cuando en los diferentes eventos internacionales del arte, ferias y bienales, el concepto rebasa a las distintas expresiones objetuales, con una sensibilidad estética más acorde a los nuevos tiempos y frente a propuestas más envejecidas que quedan como referencia del pasado. En la esfera política y socioeconómica, de manera similar, el capitalismo, con la liberalización total de la economía, se impone como modelo mundial predominante frente a un comunismo fracasado, con el final de la Era Soviética y la caída simbólica, en 1989, del Muro de Berlín.

Si en el mundo del arte, al final de la Postmodernidad, la dispersión de los diferentes centros creadores se da a nivel planetario, en el plano socioeconómico y político cobra relevancia la mundialización del liberalismo económico como modelo, en lo que se define como “globalización”. A partir de aquí, con la dispersión total del arte y con la globalización del modelo occidental, es cuando ya podemos hablar del inicio de la Época Supermoderna, a partir del año 1989, con la caída del Muro de Berlín (si bien los cambios entre épocas, Modernidad – Postmodernidad – Supermodernidad, siempre se producen como un proceso de transición en pocos años, con el atisbo de las primeras manifestaciones que terminan por tomar fuerza e imponerse como pauta).

Asimismo es fundamental, dentro este proceso que marca el inicio de la Supermodernidad, el surgimiento de un nuevo medio de comunicación e información global, a través de una red de redes que se da a conocer con el nombre de Internet, cuya aplicación abierta se empieza a implantar a partir del año 1992, con un proceso experimental previo que se inició en el año 1989 con el primer ISP de marcaje telefónico world.std.com. Ahora en Internet confluye y se desarrolla una nueva “cultura global” que expande las fronteras de la comunicación y la información de manera prodigiosa, algo totalmente inédito en la Historia de la Humanidad y como signo de la nueva Época Supermoderna.

Si en la Postmodernidad la sociedad occidental se ve influida en su desarrollo por la tecnología y las tendencias consumistas, en la Supermodernidad lo está bajo un consumismo exacerbado y la alta tecnología o hi-tech (telefonía móvil, computadoras, pantallas de plasma, productos cibernéticos, videoconsolas, discos compactos, nanotecnología, etcétera), en lo que representa un salto cualitativo respecto a anteriores avances tecnológicos. Ya la relación del humano con la tecnología es distinta, pues su dependencia pasa a formar parte de su manera de vivir como algo imprescindible.

Salta a la vista que la vida y las dinámicas sociales de la Postmodernidad no son las mismas, que a partir de los procesos globalizadores que se desarrollan tras la caída del Muro de Berlín, e hiere a la razón no percibir esta nueva realidad y seguir hablando de los tiempos actuales como si todavía estuviéramos instalados en una especie de Postmodernidad eterna, cuando las condiciones sociales, artísticas y políticas ya no son las mismas, y cuando los avances tecnológicos están cambiando los procesos evolutivos de la especie humana.

III

Habiendo ya certificado la muerte de la Época Postmoderna y su Postmodernidad, ahora explicaré mis conclusiones sobre la recién iniciada Época Supermoderna.

Un incierto pensador, como es Francis Fukuyana, tergiversando a Hegel, declaró el Final de la Historia viendo en el triunfo del “liberalismo económico” la solución a los problemas de la Humanidad, cuando dicho modelo político, que se basa en la avaricia, la usura y la especulación (donde se juega con la dignidad humana en casinos llamados bolsas de valores), triunfa con sus cimientos corruptos sobre el comunismo y es moralmente censurable cuando una minoría somete, por interés particular, a la mayoría de los habitantes del planeta. A este respecto, Gilles Lipovetsky se equivoca cuando dice que su mal llamada “hipermodernidad” se funda en cuatro principios, como son los derechos humanos, la democracia pluralista, la lógica del mercado y la lógica tecnocientífica; pues los derechos humanos de ningún modo son respetados por unas democracias (que más bien parecen dictaduras camufladas) que se desviven por el mantenimiento de un sistema económico tan injusto que favorece, exclusivamente, a los dueños del dinero; cuando dichas “democracias”, dominantes en occidente, hacen guerras ilegales que pisotean los derechos humanos que dicen se han de valer. Y es que la Supermodernidad, más bien, se identifica por la simulación que suponen los presuntos valores beneficiosos del liberalismo económico, las dictaduras disfrazadas como democracias, el respeto de los derechos humanos a conveniencia, y sí, aquí sí, la lógica tecnocientífica.

En la sociedad supermoderna el individuo se ve alienado por todo lo que conforma el sistema político-económico arriba expuesto, mediante una serie de dinámicas enajenadoras que se asumen como tipo de vida. Es la cultura del consumismo exacerbado y de la imagen que se desprende de lo material, del tanto tienes tanto vales, del dinero y la ostentación como sinónimo de éxito social, es la banalidad más absoluta infectando los cimientos de la misma sociedad.

Y es que, efectivamente, el triunfo del liberalismo económico supuso el hundimiento de las utopías, de los pensamientos que buscaban, en la evolución de la especie humana, un mundo más justo, libre y pacífico, ofreciendo, a cambio, un sistema económico salvaje que agranda las brechas de desigualdad económica, con el consecuente aumento de las masas de pobreza y la hegemonía de la injusticia como signo. Así pues, la Supermodernidad nace bajo la inercia enajenadora y la crisis embrionaria de un sistema económico que marca el camino hacia lo contrario que simboliza la utopía: la distopía.

A lo anterior debemos sumar que, tras la caída del Muro del Berlín y el desmantelamiento de los sistemas políticos comunistas, el mundo se volvió a dividir, esta vez, en dos bloques con una manera totalmente distinta de entender la realidad, y bajo el influjo de tradiciones marcadas por los mandatos de sus religiones dominantes. El proceso globalizador impuesto por Occidente, bajo las reglas de su orden económico y como forma de conquista cultural, es rechazado por parte de las sociedades musulmanas y de los regímenes políticos teocráticos, pero con cierta propensión retrógrada hacia postulados ultraconservadores. Se da, consecuentemente, una lucha de civilizaciones basada en el sentir de sus distintas religiones, cuando cada vez está más claro que los cultos monoteístas, cuyos dioses fueron inventados por los hombres para dar sustento y respuesta a las incógnitas sobre la existencia, sólo han servido para generar violencia y servir a lo contrario de lo que por lógica se desprende de los atributos que debería tener la divinidad, como son el amor, la misericordia y el respeto ajeno, de tal modo que ahora un islamismo intransigente, esquizofrénico, se vale de la violencia para alejarse de cualquier valor que pudiera ser avalado por un dios verdadero, en idéntico proceso al de Iglesia Católica a lo largo de su historia.

La falta de valores, la simulación, la alienación del individuo por el poder y por el sistema económico consumista, la adicción tecnológica y la esquizofrenia religiosa, son los valores de una nueva Época Supermoderna sumida en la banalidad. La especie humana, por lo visto, camina hacia la distopía. Habrá que esperar, mientras tanto, el nacimiento del hombre posthumano, ése que vivirá en paz en este planeta tras el derrumbe de la actual Humanidad.
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