Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 47 – Noviembre de 2010 – Año IV – Nº 11




Imágenes: Alfons Mucha (pintor-ilustrador, Moravia, 1860-1939)
Música: Seleccionar al pie de la revista

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

MAR DE FUEGUITOS

Por Eduardo Galeano (Montevideo-Uruguay)

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Dijo que somos un mar de fueguitos.
- El mundo es eso. Reveló -. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
"El libro de los abrazos"




PÁGINA 2 – CUENTO

LA OTRA GABRIELA.

Por Carmen Barrere (Posadas-Misiones-Argentina)

He pasado la noche en la penumbra de la habitación donde descansa Gabriela. Acechante, el futuro implícito desde que nacemos se está llevando a Gabriela, que agoniza. Los doctores mueven la cabeza, dudando. Piensan que no amanecerá con vida. La estoy cuidando con una ternura inesperada, de la que no me creía capaz. Sentimiento que fue asilándose dentro de mis vísceras, desplazando otros que fueron mi tortura durante largos años. Este retazo humano se aleja dignamente. Solitaria, ausente, despojada de energía pero todavía tibia, suelta la vida sin quejarse. Repaso su frente y humedezco sus labios resquebrajados suavemente, usando un cuadrilátero de gasa. Me detengo en ese rostro de mejillas hundidas y piel morena con la pretensión de buscar porqués, sabiendo que los porqués, en muchas situaciones de nuestra vida son inexplicables o no existen. Como el senderito que trazan las hormigas sobre el suelo, parece que nuestras conductas obedecen a un mandato ancestral, para el que generalmente no estamos preparados.
Los párpados están cerrados con hermetismo y enormes ojeras maquillan de violeta el contorno. Impiden el paso de mis inquisitorias bajando la cortina de resguardo. Pienso que hasta en el último estertor conservamos la orden de protegernos de asedios que produzcan dolor. La veo tan joven, tan tremendamente frágil, que abandono por un segundo la inspección y me inclino para escuchar si todavía respira. Sigue viva. Vuelvo a mi silla con el oído atento. Trato de aflojar las molestas tensiones que acumula mi cuello. Si lo muevo, los cristalitos que almacena mi tristeza entrechocan y duelen. Respiro hondo y ordeno a mi mente que vacíe los recuerdos añejos y me permita continuar con el pedido de Bertrand:
— Por favor, Gaby…atiéndela hasta que consiga pasaje.
Bertrand ruega con la voz rota y yo bajo las defensas porque aunque mi mundo esté de cabeza, Bertrand siempre halla el tono exacto para rasgar mis corazas.
— No te inquietes…Está tranquila y respira bien.
La enfermera de la noche entra con tanto cuidado que la descubro recién cuando escribe sobre el cartón donde llevan sus anotaciones. Me sonríe con blandura de veterana y ante la consulta de mis ojos, responde:
— Hay que estar preparados…Pero los milagros existen.

Me contacté con Gabriela hacen dos días, cuando un avión la depositó en el aeropuerto de París. Venía desde su país tropical, a consultar un especialista famoso para el mal que la aquejaba. La bajaron dentro de una camilla envuelta en sábanas y cubierta por una manta liviana; el cuerpito apenas insinuado, la cabeza pequeña desnuda por la quimio; las manos extendidas eran un conjunto de huesos delicados recubiertos de piel ajada, anciana por la enfermedad. No abrió los ojos cuando la golpeó la luz y su único signo vital fue una ligera tos, seguida de una laxitud de miedo.

Nunca antes tuve a cargo un enfermo de tal gravedad, así que tropecé como una cegatona con el papeleo, hasta que la pude depositar en la cama de cuidados intensivos. De ahí en más y ya pasaron dos días con sus noches, no me alejo de su cama. Enfrentarme con Gabriela me produjo un cataclismo de sentimientos contradictorios. Sangré por el pasado y a regañadientes fueron apareciendo la compasión y enseguida la solicitud que su estado exigía. En el primer momento me acercaba a su frente esperando que abriera los ojos para enfrentarla, calar su alma y llegar a la borra de su corazón. Mi actitud hostil fue cediendo ante su indefensión. Como gritarle a ese bulto exánime: — ¡Abrí los ojos! ¡Quiero que me mires! ¡Que me conozcas, que te enteres del daño que le hiciste a mi familia!
En lugar de soltar el rencor, controlé por enésima vez si el suero y el calmante llegaban a sus venas. Las heridas que esta joven me hizo diez años atrás se diluían milagrosamente por la cercanía de la muerte; la temida señora que percibo flotando amenazante sobre esta cama de hospital.

La visita de mi hija Francine no resultó un consuelo. Se detuvo en la puerta, buscando mi atención:
— Creo que eres una verdadera idiota. Si Bertrand quería una enfermera, debió pagar a una…Jamás entenderé como puedes humillarte así, cuidando a esta perra. ¿Paso a buscarte dentro de una hora?...A lo mejor tienes la suerte de que ya esté muerta.
Quiero detener su odio sin lograrlo. Suelto unas lágrimas que acrecientan su indignación. Cierra la puerta sin decirme adiós.

Mi disgusto con Francine cede con el pasar del día, involucrada en el traqueteo de enfermeros que trasladan a Gabriela a nuevos estudios. Rearmo la cama, camino de un extremo al otro del cuarto y recojo del piso la revista que no alcanzo a leer. A cada rato miro hacia la entrada, esperando ver la figura de Bertrand. La primera noche tuve el veredicto del especialista. Era demasiado tarde.
— Esta enfermedad maldita es muy veloz cuando el paciente es joven…Y a esta niña no la podremos rescatar…Me niego a una intervención quirúrgica, que sería inútil… Mantendremos sus signos vitales el mayor tiempo posible… ¿Es su hija?
Niego con la cabeza. ¿Entenderá este hombre sabio en curar cuerpos los desastres del alma? ¿Cabrá dentro de su entendimiento mi rol paciente de enfermera si se entera de la clase de relación que me une a esta joven?

Gabriela es la mujer que mi ex marido encontró como especial y absolutamente diferente de mí, cuando teníamos dos hijos y yo creía que éramos felices. Él se encandiló con su risa, con su forma infantil de mirarlo y de admirarlo. Ella era su alumna en la facultad de arquitectura. Bertrand, un tremendo buen mozo y un profesor fascinante. La joven tenía dificultad con una materia. Se juntaban en un barcito, donde él explicaba y ella asentía. No sé en que momento Bertrand se envolvió entre sus vestidos largos, los rulos de su pelo y se maravilló de esa inocencia capaz de sorprenderse con sus conocimientos y el fluir impresionante de sus ideas de cambios dentro de su materia. Si Bertrand se explayaba en el tema, una sentía que el mundo conocido podía modificarse y embellecerse más, ayudado por la creación de los hombres. Yo me enamoré de él siendo su discípula. ¿Cómo no entender a Gabriela? La mitología cuenta que Eros, el travieso dios encargado de usar la flecha para enlazar humanos no es tan gentil como algunos piensan. Su carcaj guarda dos flechas. Si la pareja le cae bien, los une para siempre. La otra está destinada con malignidad a seres que ilusoriamente, se unen creyendo que el amor será imperecedero y borrará diferencias notables entre la pareja. Bertrand y yo fuimos atravesados por su veneno. Ambos sentíamos, a través de la convivencia, que a nuestra relación le faltaba fuerza. Que lo imponderable del amor, se evaporaba. Resistíamos de pie porque éramos buenos padres. Nuestros largos silencios y la ausencia de calor en el contacto, cavaron una fisura peligrosa, capaz de internalizar el interés por otros seres, con otros pensamientos, menos austeros que el mío. Cambios radicales dentro del tedio de lo cotidiano.

Desde que concluyó la separación, mis hijos empezaron a llamarme por mi nombre: Gabrielle y su padre pasó a ser Bertrand a secas.
Son muy jóvenes. No nos perdonan que les hayamos fallado, que de golpe, pasamos a ser una familia rota, al igual que muchas otras.
Bertrand fue el primero en advertir que la población del nuevo país le calzaba como un guante. Idealistas, orgullosos de su estirpe y alegres por naturaleza, se metieron de inmediato bajo su piel y lo asimilaron. Mientras yo protestaba por el calor y cuidaba con celo que mis rubios niños no sufrieran una insolación o se contagiaran de alguna roncha pestosa, él apreciaba las construcciones coloniales, acariciaba la perfección de la herrería o visitaba iglesias donde se profesaban simultáneamente religiones tradicionales y se veneraban santones cargados de collares en un aire saturado a tabaco negro. Para mí, toda una afrenta. Para mi marido, la alabanza por esa convivencia entre credos y razas diferentes. Un mundo pintoresco, con carnavales de mujeres desnudas y hombres que exhiben su virilidad con orgullo. Creo que no quise darme cuenta que en ese momento, empezó a hacer agua la canoa donde yo me sentía segura y a resguardo.

Sobre las arenas de su mar, dos muchachos descalzos, vestidos con remeras viejas se miran y al rato el golpeteo de las maracas, el rasguido de una guitarra y una voz dulzona anima a los que se levantaron deprimidos. Nadie suspira por los trajecitos Chanel, ni echan de menos la imponente Catedral ni los susurros amorosos de la corriente del Sena. Aman y viven a su país con renovada esperanza. Antes dije que entendía a mi rival. También entiendo y perdono a mi amado de ayer. Tengo que aceptar que no tuve capacidad para acompañar sus sueños y él nunca se adaptó del todo a mi mediocre modo de contabilizar hasta las sonrisas. Cupido no nos seleccionó porque adivinó que ni Bertrand ni yo podríamos cambiar nuestras naturalezas.

Cuando al fin aparece, se aproxima a la cama y llora como un niño. Mi congoja lo acompaña y mi fortaleza le sirve. Mi dolor es real. Tan real como el pensamiento que sostenerlo es mi obligación de humana evolucionada y transformada por el sufrimiento. Mientras sigamos vivos, aún viviendo lejos, estas lágrimas vertidas al unísono por el mismo ser, serán un ejemplo para nuestros hijos, que algún día nos comprenderán y podrán perdonarnos.




PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

Ana María Russo (Rosario-Santa Fe-Argentina)

PERMISO DE DEMOLICIÓN 1573/07

vamos por Rioja hacia el oeste
y la hora no ayuda
recortamos con las manos lo visto
porque
el sol que cae delante
duele
pero a diestra
con ventanal abierto
y un disparo en el pecho
nos gime la casa
de mansarda y gris poroso
de lagrimal cemento/
lugar de los pájaros
que aún buscan
una escuadra hacia el norte
para apoyar
el vuelo intermitente /
toda la casa
nos gime sus trajines
y vuelve
la que colgó cortinas limpias
e hinchadas de almidones
y está muerta
como lo está el amor en las
bohardillas
y en la mayólica
verdirrosa de Italia/
los niños tientaparedes
-gallinas ciegas-
son seres que tantean
sus vacíos/
desnudadores
han borrado las huellas
del empapelado desprolijo
de la infancia /
y la venden con todos
los espíritus adentro
valor agregado
que hace vibrar
la casa en aire
su último coloquio
de costillas expuestas
Cristo urbano /
el cartel es de chapa
daga el anuncio en obra
y consentimos
con ojo recortado y sol de oeste
lo cayente y lo solo.

ADIESTRAMIENTO

a mi madre

alguna vez salí por el vano
por donde entrábamos juntas a la vida/
todos los santos días
vos me enseñabas con paciencia
cómo se atravesaba
el vano
cómo se cerraba la puerta tras el paso
y se daba vuelta la llave,
vos aplicabas una fuerza esencial
en tu maestría de rumbos/
yo supe siempre
que el paso era hacia adelante
y vos reías
con tus ojos azul inmediato
y fulgurante
y aunque fuera tu estómago
el dolido
vos reías y me dejabas sola
que cruzara al afuera/
y tu mano
hierro vítreo
me sostuvo de lejos/
yo que iba
vos que estabas/
nadie lo sabe ahora
que te tengo
de mi sangre y en tanto parecido
somos una
envejezco y estás
riendo con tus ojos azules inmediatos
que me dicen
que el paso es hacia adelante
aunque dé miedo
el aire solo de la calle/
tu llamado sigue siendo
el primero del día y lo atiendo
en silencios hablados/
ahora que soy
la que doy rumbos
abro la puerta
y todavía me enseñás.

MANDATO DEL DÍA

hoy me he levantado
con afán de limpieza
he abierto todas las canillas de la casa
he volcado las ollas
sobre el piso
he vaciado una pila de botellas inútiles
he logrado hacer un mar
en medio de la rutina
he nadado
he muerto ahogada
he salido ilesa
he enjuagado tu risa
la he estrujado hasta dejarla
sin rictus
me he demorado en ello
el agua siempre lleva
y no he querido
olvidarme del miedo.

AGUAS

no te gusta
ni el agua de rosas
ni el agua de azahar
ni el agua que cae sobre lo resquebrajado
y no podés detener
porque no es agua
es tiempo comiendo
el poco techo de los días
no te gusta
ni el agua de rozar
ni el agua del azar
y tal vez
sólo unas gotas
harían que el centro del corazón
dejase de llorar

Y QUIEN VIAJA

deja esas razones de los días iguales
busca encontrar
dentro de si
augurios de los otros
necesarias voces de despedida
es bueno irse para saber que se vuelve
y aún para saber cómo es
ese entuerto de los chau
de cierro la puerta por un tiempo
de abro una distancia
de que lejos sirve para estar cerca
de que es bueno ver llover en otro sitio
y que el cielo cambia según los hemisferios
y quien viaja
hace espacios de espera entre dos vuelos
y allí se ve tan bien la vida
que casi es ajena y la repasa bajito
como una confesión en muchedumbre
y quien viaja
anda/cruza/repara en otros
deja esa caparazón de calle segura
y se arroja al vestigio
de los pasos ajenos
con el cuerpo deseante
de escrituras casuales.




PÁGINA 4 – ENSAYO

ELEMENTOS DE LA CULTURA POPULAR EN NARRADORAS ARGENTINAS

Por Irma Verolín (CABA-Buenos Aires-Argentina)

En la Argentina, durante mucho tiempo, los espacios entre lo clásico y popular no encontraron demasiados puntos de unión. En la década del sesenta aparece un cambio en la narrativa, surge una “búsqueda de nuevas formas, distintos proyectos y tendencias...” Su influencia es fuerte y decisiva, sin embargo no todas las obras que aparecen perduran por su calidad, en cambio algunas se convierten en emblemáticas. Este es el caso de Alicia Steimberg que publica “Músicos y relojeros”, título que hace mención a la colectividad judía que tradicionalmente ha ejercido estos oficios. En esta novela se ponen en escena costumbres y tradiciones judías de un modo irónico, a veces desopilante. El perfil del judío se acerca al cocoliche, ese personaje clásico del teatro del sainete y del grotesco criollo que hablaba mal el castellano, porque aún no podía desprenderse de sus estructuras lingüísticas vernáculas, fueran éstas italianas o cualquier otra. Lo ocurrente o divertido es que en varias ocasiones estos personajes canturrean tangos y parte de las letras están transcriptas en la novela. La visión del mundo subyacente en las letras de tango es la de la decepción, el deslucido resultado de lo que alguna vez brilló, el proceso de malogramiento de la vida expresado en la metáfora de la mujer bella que envejeció, del hombre próspero que se empobreció o, entre otras, la del hombre engañado por la mala mujer. El tono de gran parte de las letras de tango es agrio, sombrío, cargado de resentimiento. Las situaciones que se desarrollan en la novela de Steimberg en el marco de esa familia judía son un correlato de ese clima tangueril. “Cuando la abuela migró de Kiev a Buenos Aires –dice la autora en la novela- tenía once años. La mandaron a la escuela y aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un pájaro enfermo.”
Pero las voces del tango no ilustran las situaciones sino que las iluminan desde atrás. Una de las interpretaciones del porqué el porteño, es decir el habitante de ciudad de Buenos Aires, es nostálgico, melancólico y también un poco sombrío, ha sido explicada precisamente como resultado del hecho inmigratorio que definió la conformación social de la Argentina. Estos hijos de los barcos, como fueron dados en llamar a los españoles e italianos que respondiendo al proyecto “civilizatorio” de Domingo Faustino Sarmiento, vinieron a hacerse la América, pertenecían a estratos sociales marginales y borraron de su memoria todo lo concerniente a su país de origen, cortaron lazos, quemaron las naves, negaron el idioma. Ser argentino en aquel tiempo era índice de ascenso social y tomaron todo lo que el país les dio, desde la instrucción hasta la carta de ciudadanía y no hubo correspondencia epistolar con su Italia ni su España, así abolieron una parte de su auténtica raíz. El precio de esa amputación cultural se manifiesta en el tango, que es la nostalgia de un país perdido del que nunca se podía hablar como de la verdadera patria. El tango expresa en su tono y en sus letras la pérdida de una cultura, el tironeo entre dos mundos, la escisión de una conciencia que buscó adaptarse a las nuevas condiciones a cualquier precio. El pueblo judío, que es por antonomasia un pueblo exiliado, al ser vinculado ficcionalmente con estas letras dramáticas del tango adquiere un matiz tragicómico. La tragicomedia es la unión de los opuestos, risa y llanto, el correlato de esas dos orillas de países diversos, de culturas diferentes. Gracias a este cruce el tono de la novela alcanza un alto valor estético. Si la definición popular tradicional en la Argentina para el tango, dada por Enrique Santos Discépolo es “El tango es un sentimiento triste que se baila”, en esta novela podría considerarse al tango como a la voz que sostiene la trama con su ritmo, su cadencia dramática y su visión del mundo austral. El sentido de ser austral, es decir vivir en el fin del mundo, es un sentimiento típicamente argentino y es esa la sensación que tienen los personajes de “Músicos y relojeros”, orillean un estrato social y se lamentan. El hallazgo desde el punto de vista literario es el tono alcanzado por el contraste entre el grotesco y el dramatismo. El grotesto aparece en el tratamiento de los personajes y el dramatismo en el clima predominante del tango, esa conjunción o ese cruce producen en la novela un efecto desconcertante. Por otra parte las escenas parodiadas de la vida familiar judía lo refuerzan. Aquí la mirada sobre el mundo típica del clásico humor judío se torna un tanto más agria, pero la soledad del tango no pierde en este entrecruzamiento su majestuosidad trágica; de modo que no se trata de una simple parodia sino de un tono que no siempre es fácil de lograr, un tono que da cuenta al mismo tiempo de la pequeñez y grandeza de la condición humana.




PÁGINA 5 – CUENTO

LUCY CORONADA DE FLORES

Por Marta Ortiz (Rosario-Santa Fe-Argentina)

Lo mejor de todo fue que en los días siguientes, y a pesar de “todo”, o sea, a pesar del sacudón, pude dejarme ganar por esa sensación de liviandad, de viaje en globo aerostático al ras de una campiña verde esmeralda. El trance había sido aterrador, pero por suerte se pudo entrever un punto final y no quedaron evidencias. Esa misma noche cerré la puerta con llave, la trabé con pasadores y candados, y me prometí que nunca más me haría cómplice de un hecho de naturaleza dudosa.
Definitivamente un alivio, el placer de desinflar un globo demasiado tenso. Fue entonces cuando pude encarar otras cosas. Ni mejores ni peores. Otras.
Me las arreglé para que el día siguiente fuese feriado. Feriado terapéutico ordenado por mí para dar cauce a mi impostergable necesidad de ocio. Llamé al hospital y le dije a mi jefa que tenía un cólico, que llamaran a la enfermera del turno contrario, mal no le iba a venir el reemplazo. Anduve vagando por la casa como una sonámbula, no sé bien cuánto tiempo, un par de horas, bien temprano. Antes de recuperar el uso normal de mis sentidos y la vitalidad que parecía haber perdido para siempre. Había pasado las últimas semanas esquivando los virus de toda la familia hasta que caí, quince días de mocos aguados, la cabeza dilatándose y contrayéndose, los ojos ardidos y llorosos, el cuerpo caliente y pesado.
Esas dos horitas a medias entre el despertar y el poner el motor en marcha. Cuando me cansé de vagar sin sentido de un cuarto a otro, se me ocurrió que lo primero que había que hacer era poner la casa en orden, aliviarla del caos. Como había decidido obedecerle a la díscola anarquía de mis ganas, me pareció una buena idea. La ropa se apilaba sobre sillas y percheros, los zapatos, los vasos diseminados por las habitaciones; “parece que la noche tiene sed”, pensé. Traía tantas cosas a la cocina entre ropa sucia, vasos, algún pocillo de té, diarios y revistas, que más que yo misma, parecía un árbol de navidad asimétrico y policromo vagando por los pasillos y controlando el miedo de caerme sobre la perra preñada que arrastraba a mi lado una panza rebosante. Ataqué con la franela las superficies donde el polvillo se revelaba sin pudor al alcance de los rayos del sol de media mañana que filtraban las cortinas: detrás de la mesa del televisor, los intersticios impenetrables de la cómoda, las molduras de los veladores, los espaldares de las camas.
Quise creer que lo sucedido no era más que historia antigua. Todo se había aclarado con alguna que otra media tinta, como se pudo, a pesar de las dudas que brotaban como púas de lo irreversible; tanto los familiares como los demás invitados evolucionaron de la histeria incontenible a la resignación. Menos yo, para mí fue arrasador, un viento huracanado, una ráfaga nocturna y helada alterando la geografía diurna de un desierto de arena.
De entrada me había llamado la atención la vestimenta de Lucy, ese color verde flúo, a quien se le ocurre, y el collar de gruesas perlas de algodón enroscadas al cuello obeso, parecía más una soga que un collar. La piel rojiza, edematizada, perlada de sudor, si tan sólo hubiera bajado unos kilos. Yo no me hubiera presentado así, soy cobarde, antes me hubiera puesto firme con la dieta de la luna o la de la sopa, pero así, en esas condiciones, si yo hubiera sido Lucy, no hubiera ni asomado la nariz. Claro que ella siempre fue otra cosa, la estética nunca le importó.
Desayuné un jugo de naranjas y tres galletitas de cereal. El recuerdo de Lucy me dejaba inapetente y con la firme decisión de vivir a dieta.
Cuando cada cosa volvió a su lugar, decidí que había llegado la hora de dedicarle un poco de tiempo al jardín. Corrí las cortinas pesadas y también las finas y abrí de par en par la puerta ventana de mi dormitorio. La luz invasora y blanca de la mañana ganó espacio, decoloró en segundos las paredes, los cuadros, el ámbar de mi piel, el lila desteñido de mi robe de chambre. Reveladora de nimiedades, de manchas disimuladas, de rayones camuflados en los muebles, de flores marchitas, de fotografías amarillentas. Cuando abrí otra vez los ojos que el flash insoportable de la luz clausuraba, salí al modesto patio que también hacía las veces de jardín, mezcla de lajas y pequeñas parcelas de césped. Moví las macetas, las cambié de lugar, limpié las hojas que habían acumulado tierra, quité las guías secas de los helechos, barrí y dejé preparado el riego vespertino. Me senté en una reposera, leí el diario con una manzana bien roja como única tentación. Me dejé mimar por el sol y me entretuve mirando una ordenada tropa de hormigas que partía en hilera desde la mata de los tacos de reina hasta la de las alegrías. No tuve ganas de preparar el veneno. Hacía tiempo que había claudicado en mi lucha diaria contra lo que consideraba un enemigo inextinguible.
El recuerdo de Lucy me asediaba a intervalos cada vez más cortos; inextinguible, como el paso de las hormigas por mi jardín. Haberlo visto a Flavio cortejándola todo el tiempo fue un espectáculo bochornoso. Con su aspecto de habitante crónico de la ionosfera, delgaducho, aislado de todos los de su edad para ir detrás de esa mujer que marchaba por el jardín como la reina de las ballenas, alta, grandiosa, monumental; faltaba que desde los pies le creciera una inmensa cola de pescado, y las perlas bamboleando y la corte de imbéciles a una distancia prudencial de su espalda espiándole los gestos, los movimientos, la pintura corrida por el sudor. Le ofrecían gin cola, margarita con hielo triturado y limón, canapés de centolla, lo que fuera. Un bochorno. Todos sabíamos que a ella le gustaba hacerse batidos en el pelo, pero lo de esa noche, eso había sido como calzarse un bonete de hada. Inalcanzable, grotesca.
Cuando sentí que ya había descansado, dejé la reposera y consideré que ése era el momento indicado para ir en busca de alimento. La heladera y la alacena reflejaban el desabastecimiento propio del día después de una catástrofe. Cerré la puerta ventana y las cortinas, acto que en segundos reinstaló la oscuridad a medias de los interiores, el color habitual y el tinte ámbar de mi piel. En la ducha canté todo lo que sabía, me animé con arias de óperas. Todo eso sin poder apartar a Lucy de mis pensamientos. Desplazándose como un globo de luz verde, Lucy y sus discípulos y seguidores; todos le entregaban margaritas del jardín que ella se calzaba graciosamente en el batido, una a una, hundiendo los tallos en la masa de pelo hasta parecer una verdadera reina; no me la podía sacar de la cabeza aunque cerrara bien fuerte los párpados y el agua me chorreara como una pequeña cascada por la cara y por todo mi cuerpo de piel ambarina.
Invertí casi una hora en mi meticuloso arreglo personal. Hasta que me sentí en condiciones de abordar el resto del día. Descorrí pasadores, quité llave a las cerraduras y cerrojos, giré la falleba que rechinaba el hierro descascarado y abrí la puerta de calle para hundirme anónima en la ciudad a mediodía. Almorcé en un bar con vista al río, La carnada. Sola, era tan fuerte la necesidad de paladear de cerca la soledad, tan huidiza en los últimos meses, desde que regresamos de Santa Teresita del Mar. El río no cesaba, una cinta inquieta moteada a trechos de camalotes, trozos de madera podrida expulsados por el deterioro de un viejo muelle, algún barco comercial trasladando mercancías, el horizonte desparejo de los árboles en la isla, una región enmarañada verdeazul, verde río, verde cielo.
Caminé desde las cercanías de la barranca hasta alcanzar las calles del centro. Avancé sin destino fijo, pensaba vagar hasta el atardecer tal y como el viento me quisiera llevar, no había metas que cumplir. Todavía me quemaban las acusaciones de Ingrid, por muchas dudas que de golpe le hubieran aflorado no tenía por qué venir directamente a mí con su cara de “vos tuviste algo que ver en esto”, y acusarme delante de mis primos, de mis tíos. En buen criollo, acusarme delante de todos. “Y con qué derecho”, pensé, “por qué no reparó en lo que hacía Otilia, que también tenía la piel de ámbar, un rato antes de la tragedia, con Lucy; por qué desaparecieron las dos entre los arbustos del parque”. Me partía el alma ver los ojos de mis primos brillando lágrimas a la luz de las farolas.
Anduve un buen rato. Subí y bajé escaleras, quería descolgarme de los hechos como un trapecista se descolgaría de lo alto de la carpa del circo. Di vueltas en redondo, en línea recta, entré en cortadas y calles sin salida; de pronto algo en mi cabeza giró sin orden ni control. Fue entonces cuando entré, como si doblara una esquina, en un pasaje nunca visto, una suerte de galería angosta que cortaba una manzana céntrica de norte a sur, seccionándola, como quien corta una fruta con el filo implacable de un cuchillo, en dos mitades idénticas. Un espacio ignoto, multitud de pequeños locales iluminados ofreciendo servicios dispares en gruesas letras góticas fileteadas sobre láminas de hierro colgando de ménsulas también de hierro: Se dictan clases de esperanto, Club de magos e ilusionistas, Aprenda en diez clases a leer el té. “Servicios inútiles”, pensé. Me detuve a mirar la construcción del pasaje, las escaleras que bajaban a subsuelos que tal vez funcionaran como enlaces para bajar a otros subsuelos conteniéndose unos a otros como cajas chinas donde yo hubiera querido perderme para siempre o al menos por unos días. La sensación inquietante de que no había un final, de que por más que lo caminaba y leía otros carteles como Taller de marcos, Trajes a medida, Filatelia o Confección de flores artificiales, el pasaje era como el río incesante, no parecía tener fin ni detenerse. Había olvidado por completo la medida de la ciudad, era incapaz de distinguir si me desplazaba en un corredor secreto o en el fragmento perdido de algún antiguo laberinto cuya intrincada herrería artística, filigranas de hierro en los laterales de las escaleras, en la parte alta de los pórticos, en las rejas, se me venían encima y las claraboyas vidriadas de colores y los arabescos en las molduras de yeso del techo altísimo semejaban un calidoscopio que cambiaba y mezclaba figuras por encima de mí. Le pregunté a un hombre que barría los desperdicios de un local de aeromodelistas, si no sabía dónde quedaba la salida. Me dijo que llevaba la dirección correcta, que avanzara siempre en el mismo sentido.
A esa altura había perdido la noción del tiempo. Me detuve a tomar un café en “La belle époque”, un bar al paso muy fin de siglo, aterciopelado y calmo. Luego de un corto descanso seguí andando en busca de una salida. Estaba segura de que en algún lugar atardecía, la luz había declinado considerablemente. A mi derecha, me sobresaltó una vidriera de animales embalsamados. Entre un conejo y una serpiente escamada y verde, un búho me miraba con sus ojos fijos amarillos y redondos, y ese pequeño detalle de la redondez de los ojos bastó para atraer la imagen de Lucy que tenía ojos de pájaro, redondos y agudos, y eso que había logrado olvidarla. A lo lejos presentí por fin la salida a una calle cualquiera y una franja de verde que me hacía pensar en una desembocadura que me arrojaría a un parque o al menos a una avenida arbolada.
Mis primos, más que Lucy mis primos con los ojos mojados de llanto a la luz del farol, Ingrid acusándome y yo abriendo los párpados despacio.
Al final del camino se abría una avenida, y era tan viva la sensación de que recorría los últimos tramos de un laberinto, que creí que despertaría en otro tiempo, que por esa calle en cuyos árboles se enredaban guías de luces blancas como guiños de fiestas de fin de año, trotarían carruajes llevando damas de miriñaques y caballeros de sombrero de copa. Pero sólo fue un hechizo, la tesis de un ilusionista abriéndole esquinas inéditas a la realidad, porque lo que me había parecido la arboleda de un parque era nada más que un descolorido toldo verde destacando sus contornos con una iluminación festiva a contrapelo del almanaque, y en vez de carruajes circulaban vehículos comunes por una calle cualquiera. La gente no vestía miriñaques ni levitas sino ropa de todos los días y yo me entretenía enhebrando todas estas consideraciones porque no sabía adónde ir ni por donde circular para no sentirme acosada.
Como ya dije, el único resto positivo de lo sucedido era que ya se podía considerar materia viva para los historiadores del crimen. Pero yo todavía sentía el mismo dolor y el mismo temblor que me habían doblegado esa noche cuando me llevaron hasta allí, cuando a pesar de que había cerrado los ojos con fuerza y no los quería abrir, al final la vi a Lucy boca abajo como una boya en el medio de la pileta olímpica, con la ropa de gasa verde flúo flotando a los costados de su cuerpo y las perlas atadas en la nuca, los brazos en cruz, hinchados, la piel pálida, decolorada, y las margaritas que se le desprendían del pelo y se ubicaban formando una inesperada corona rodeándole la cabeza y mis primos que lloraban en silencio unos metros más atrás, ahora a la luz de la luna. Yo no quería ni mirar, tenía miedo de ponerme a gritar hasta morirme. Pero Ingrid me acusó con el desparpajo al que nos tenía acostumbrados. No hubo escapatoria, y entonces volví a mirarla sobre el espejo de agua azul como una gran planta verde y me abracé a mis primos y les dije llorando, la voz quebrada, que Otilia esto, que Otilia lo otro. Pero ya era tarde, Otilia se había volatilizado. Inútil encarar la búsqueda.




PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe-Argentina)

MI VERSO HA AMANECIDO ALGO SANGRADO

Mi verso ha amanecido algo sangrado
y es el amor, no es el alcohol, lo juro.
Esa mirada me ha flechado duro
y el corazón a fuego me ha marcado.
De sus humos de amor estoy viciado
yo que siempre buscara el aire puro.
¿Es esto amor? No sé, no estoy seguro
Si se ha de dar o he de salir burlado.
Por esos ojos entre sueños lloro.
Mi cabeza alucina, vuela y gira
y atravesado estoy de su belleza;
dorada carne nocturnal que adoro,
tajo infernal do mi razón delira,
profana fe por la que mi alma reza.

BOCETO DE TUS BORDES

la luna lava tus senos
yegua pez flor alondra costilla
amada

seña tu frente el lucero del alba
sirena azul guitarra espuma abismo

tus senos
como dos barbaridades
a la luz de un verano irrepetible

tus pies desnudos leyendo esas piedras
esas preciosas piedras del idioma naciente

frutilla abeja dunas de oro
ardor
al viaje de besar tanta sed hecha carne

EN EL NOMBRE

eco del Padre nuestro
estro que estás en los ecos del Cielo
sintonizado sea el eco de tu nombre
hombre ven a nosotros

Otro
a hacer el eco de tu reino aquí
en el eco de la Tierra del eco
como en el cielo del eco del Cielo
el eco del pan nuestro
estro del eco de cada día
danos hoy y perdona

dona el eco de nuestras deudas
o la falta
alta de eco a nuestras
faltas así como nosotros perdonamos
donamos al eco de nuestros estros
deudores y no nos dejes
ejes caer en el eco de la tentación
mas líbranos líbranos líbranos
líbranos del mal
del eco

REMITENTE

lápiz en mano dibujó unos signos
sobre la muda arena del desiert
pincel en diestra
paleta en su siniestra
pintó la luz que se buscara el cuerpo
iluminando un fondo de poema
cincel en puño modeló el poema
cantaba laúd en mano cada verso
danzó el poema el himno la plegaria
representó en escena cada estrofa
se aplaudió solo
criticóse solo
miró las palmas de sus manos muertas
no tenía con quien hacer historia

para llegar a humano
le faltaba estrechar fraternalmente
la mano de otro par en barro y sueño
lo demás era el tiempo y el espacio
del arte y del olvido
no hay destino
si no hay destinatarios

EL PAISAJE ES LA GENTE
quisiera salir esta tarde
de sol o de lluvia
hacia el oeste de mi vieja calle
a escalar la más alta montaña
en la magia cambiante de sus colores;
entre nubes y llamas
aguiluchos y cóndores iría
pero al oeste de mi simple pueblo
que es liso y llano
no hay ninguna montaña o montañita

quisiera jugar con la nieve
independiente en el parque junto al lago
o esquiar entre verdes pinares
pero en mi pueblo hace años que no nieva
y nunca he visto en trineo a los niños
entre lobos y perros
o amasando muñecos con copos
radiantes

salir por mi calle hacia el este quisiera
hasta dar con la orilla marina
y trepar a los altos barcos anclados
al viejo puerto de ultramar de Juan Ortiz
pero mi pueblo nunca ha dado al mar

el paisaje más lindo -dijo mi padre-
es la cara de los viejos amigos
y casi todos mis viejos amigos
siguen viviendo aquí
sin ir más lejos




PÁGINA 7 – ENSAYO

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE MARIO VARGAS LLOSA Y SU OBRA.

Por Carlos Roberto Morán (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

El “sí, pero” se ha hecho más presente que nunca al momento de expresar opinión respecto a Mario Vargas Llosa y su flamante Premio Nobel de Literatura. Ese “sí, pero”, que hemos leído en no pocos medios, refiere al hecho de que las personas consultadas se han visto en la obligación de marcar distancias políticas con el escritor peruano antes de abordar su obra literaria.
Es el mismo “sí, pero” que se practicaba con Jorge Luis Borges (y que a veces se sigue practicando) Nos parece una actitud prejuiciosa, poco pertinente, porque el premio conferido a Vargas Llosa refiere a su obra literaria, no a sus posiciones políticas y es en relación a la bondad o no de sus creaciones en los que debería haberse puesto el acento.
Claro está, Vargas Llosa es una persona controversial y no deja un solo momento de fijar sus posiciones políticas de derecha con las que no solemos tener acuerdos (vg. con su defensa de la invasión a Irak) Salvo cuando defiende a capa y espada a la democracia. Con lo que sí acordamos, hasta enfáticamente.
Pero, decimos, la que ha sido sopesada, justipreciada, es su obra y ha sido por ella, “por su cartografía de las estructuras de poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”, que se le concedió el premio. Galardón que, nos parece importante recordarlo, no premia al “mejor escritor vivo” sino a un autor, a una autora, que importe a la Academia Sueca.
Academia que no siempre ha dado en el clavo. No premió a Borges y en cambio galardonó a Cela. Y llegó a premiar a Winston Churchill. Pero también a Faulkner… En fin, demasiado caprichosa y zigzagueante como para detenerse demasiado en el porqué, tan aleatorio, de sus decisiones.
Pero, acordemos, es un premio que da prestigio. Y muchas veces ha permitido conocer a autores de valía. Así en los últimos años pudimos conocer las voces de Morrison, Coetzee, Müller o Kertesz, o bien recuperar a otros que estaban olvidados, como Pinter.

VARGUITAS.

Dejemos de lado entonces las controversias y volvamos al escritor Vargas Llosa y su obra. Su vasta obra de más de cincuenta títulos que se incrementará en noviembre cuando conozcamos su última novela y todavía más, porque está preparando un ensayo sobre la sociedad del espectáculo.
Es decir, Vargas Llosa es un escritor de obra incesante, a quien no parece hacerle mella la edad, los infortunios de la vida. Se encuentran lúcido y productivo de una manera envidiable aún gestando su obra que nos parece atractiva, pero también irregular.
A qué negarlo, el Vargas Llosa que nos fascinó y nos sigue fascinando es el de Varguitas, vale decir la época de juventud del autor cuando su narrativa apegada al realismo era también inaugural y distinta. Cuando lo leíamos y nos sentíamos en el corazón de Lima, en el corazón vital de su Perú.
“La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en La Catedral” y “Los cachorros” nos siguen pareciendo ficciones sólidas y de mucha originalidad. En ellas estaban presentes el testimonio vital, la experimentación narrativa, la singularidad de un relato que decía aquello que hasta entonces se mantenía callado. La prueba más evidente, la que ya ingresó a la leyenda, es la quema de “La ciudad y los perros” en el colegio militar Leoncio Prado, cuyo nombre todos aprendimos a conocer gracias a Vargas Llosa, el Varguitas de esa época.
¿Y cómo no iba un jefe castrense ordenar la quema de ese libro que de por sí era incendiario, maledicente, si no maldito? En él había ferocidad, el Leoncio Prado no resultaba fragante sino que era un lugar maloliente, atravesado por las tensiones humanas, por la infelicidad, la sexualidad depravada, un sistema de representación clasista que repetía entre los alumnos adolescentes lo que ocurría más allá de los muros del liceo.
Vargas Llosa recibió el entonces prestigioso premio Biblioteca Breve y se transformó de la noche a la mañana, podría decirse, en el gran novelista joven de América Latina, porque cuando apareció “La ciudad y los perros” tenía 27 años.
Luego vendrían las otras grandes historias hasta “Conversación en La Catedral”, ese diálogo del “señorito” Zavalita con su viejo sirviente Ambrosio que le permitió a Vargas Llosa diseccionar la dictadura de Odría (“¿en qué momento se nos jodió el Perú?”, era la incisiva, corrosiva pregunta que atravesaba al libro) al tiempo de construir una novela audazmente experimental que obligó a un crítico como José Miguel Oviedo a hablar de “diálogos telescópicos” y semejantes, como si la novedad que era Vargas Llosa en ficción necesitara también de la novedad en los términos analíticos.
Y antes de cerrar este capítulo de los ’60 del siglo pasado unas líneas más, para hablar de “Los cachorros”, esa suerte de novela breve de gran experimentación narrativa que resultó una vivisección extraordinaria de la burguesía limeña de la época. Un relato incombustible.

LO QUE HA VENIDO DESPUÉS.

Y lo que vendrá. Mientras esperamos con expectativa conocer su última novela, “El sueño del celta” (en la que además de rescatar a un gran personaje olvidado, Roger Casement, arremete contra el colonialismo en África), recordamos que las primeras novelas de fuerte contenido social, en la que se proponía escribir la “novela total”, “atacando desde todos los ángulos posibles el Perú contemporáneo”, se correspondieron con el Vargas Llosa que adhería a la izquierda.
Después es sabido que cambió de posiciones políticas. Y estéticas. Puesto que en los ’70 sorprendió con sus novelas cómicas y populares: “Pantaleón y las visitadoras” (dos veces llevadas al cine, una por el propio autor) y “La tía Julia y el escribidor” –ambas absurdamente prohibidas en la Argentina de la época. Y sorprendió porque antes Varguitas había hablado pestes del humor en la literatura.
Más tarde ese Perú auscultado sería dejado de lado por lo que fue su primera experiencia narrativa ambientada fuera de su país, su enorme relato “La guerra del fin del mundo”, en la que hablaba de la rebelión del Conselheiro Antonio Mendes Maciel, una historia con multiplicidad de protagonistas que recreaba y potenciaba lo que ya había dicho Euclides Da Cunha en “Os Sertaos”, a comienzos del siglo XX.
Vargas Llosa volvería narrativamente al Perú de diversas maneras: contándonos un policial aceptable (“¿Quién mató a Palomino Molero?”, sin olvidar a “Lituma en los Andes”), intentando con despareja suerte “meterse” en la piel de los indígenas (“El hablador”) o de los terroristas de Sendero Luminoso (la olvidable “Historia de Mayta”) Y hasta ensayando el erotismo (“Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos de don Rigoberto” y de cierta manera “Travesuras de la niña mala”)
También abordó el teatro, siendo de todas sus obras la más lograda –y representada- “La señorita de Tacna” (a la que hubiéramos preferido como relato), el ensayo (“La orgía perpetua”, sobre Flaubert, “La verdad de las mentiras” y ”El viaje a la ficción”, sobre la obra de Juan Carlos Onetti, entre otros) y sus discutidas posiciones políticas, expresadas centralmente en “En el pez en el agua” y “Contra viento y marea”.
Hubo nuevas incursiones ficcionales por parte de este frustrado candidato a la república peruana (perdió contra el después dictador Fujimori), especialmente “La fiesta del chivo”, sobre la dictadura de Trujillo, una de las novelas más celebradas de sus últimos años, llevada al cine.
Pero Vargas Llosa no recuperó al Varguitas narrador. Sus novelas pueden ser buenas aunque se han quedado sin la potencia de aquel “magma” revolucionario del que él mismo hablara. Escribe de una manera más plana, más lineal, menos experimental, más “informativa” que poética.
En esto poco y nada tienen que ver las posiciones políticas sino las estéticas. Ha optado por otra forma de escritura que le sigue dando numerosísimos lectores en el mundo entero. Antes del Nobel estaba traducido a 30 idiomas, mientras se trabajaba en las traducciones de otros cinco. Pero esto refiere a la cantidad, no a aquella calidad que seguimos añorando.
Con todo, lo que interesa del premio es que además de poner en primer plano una obra compleja y ambiciosa, revitaliza a la literatura en nuestro idioma y, más específicamente, a la que con diversos matices y abordajes, se practica a lo largo de América Latina. Y esto sí que merece ser celebrado.




PÁGINA 8 – CUENTO

UN POCO DE ORDEN

Por Orlando Van Bredam (El Colorado-Formosa-Argentina)

En mi barrio hay un dicho muy conocido:” Fulano va y viene como tonto que perdió el vuelto”. En realidad, yo no soy un tonto. No pertenezco a esa clase inequívoca, sino a la raza sublime de los locos. De chico me tomaron por loco y desde entonces hice todo lo posible para que mi fama no decayera. A los nueve años corrí con una cuchilla a un vecino de mi edad porque se atrevió a hablar mal de mi padre, santo varón, oficial del ejército argentino, para más datos, del cual conservo siempre sus palabras:” Orden y disciplina y mucho rigor, eso es lo que se necesita en este país para que los cosas anden bien”.
En la primaria me sentaba en el primer banco y señalaba a los gritos las deslealtades de mis compañeros con nuestra maestra, un verdadero ángel, del que todos abusaban, hasta que decidí intervenir. Me llevé un rebenque, una gomera y una sevillana. En muchos casos, sólo bastaba mostrarles mi arsenal para que no molestaran en clase. “No tenga miedo, señorita- le decía a mi maestra- así la van a respetar”. Lo más suave que se animaron a decirme pero llenos de miedo fue “loco”, “caballo loco” y torpezas similares. “No te preocupés- me alentaba mi padre- en este país cada vez que querés poner un poco de orden te llaman loco”.
El que en realidad iba y venía como tonto que perdió el vuelto, era don Pessoa, el vecino de al lado, hombre que tenía cara irremediable de tonto y su mujer hacía también todo lo posible para que su fama no decayera. Con ese fin le ponía los cuernos con otro vecino, un tal Esteban, un vivillo de aquellos que mi padre soñaba con tener en el cuartel y ranearlo todo el día. “A este sinvergüenza lo corrijo en unas horas, es una pena que el servicio militar sólo dure uno o dos años, inmorales como éste merecen estar toda la vida salto de rana”. Mi madre escuchaba en silencio y bajaba la cabeza. Cada vez que mi padre se exaltaba durante una comida, mi madre bajaba la cabeza y hasta creo que asentía mecánicamente. Mi padre argumentaba, y a mí me fascinaba escucharlo cuando argumentaba. Decía que la verdadera función del ejército argentino en este país, era devolverle la decencia que se había perdido por culpa de los políticos y los sindicalistas. Cuando Onganía derrocó a los radicales, mi padre nos hizo brindar a mi madre y a mí por los buenos tiempos que se venían. Fue claro:”Todos tenemos que colaborar con la nueva Argentina, aún los niños en las escuelas, impidiendo que el mal avance, porque el único refugio seguro es el hogar y la fe en Dios”. Todas estas ideas que yo escuchaba en el almuerzo o la cena, fueron templando mi carácter, mi orgullosa condición de loco. Tenía que ayudar a mi padre en esta gesta, ayudar al país, no sólo en la escuela cuando denunciaba los atropellos de mis compañeros, sino también en la calle. Yo tenía catorce años y la energía y el entusiasmo que me contagiaba mi padre hacían que me sintiera un elegido para grandes obras que la humanidad, después de tildarme de loco como a todo genio, reconocería. Todos me pedirían perdón y caerían rendidos a mis pies. Imaginaba estatuas en las plazas y calles con mi nombre en homenaje a quien había salvado a todos de la ignominia ( me gustaba esta palabra que había aprendido de mi padre) y el libertinaje. Fue entonces que en la secreta penumbra de mi habitación fundé el Comando de Moralidad Barrial. Me dedicaría a hacer lo que mejor hacía: denunciar la obscenidad, los malos hábitos, enderezar el mundo, en fin.
Todas las mañanas, mi madre corría apenas las cortinas de la ventana del comedor y miraba hacia la calle. Alrededor de las nueve, el vivillo de Esteban pasaba en su auto y se llevaba a la vecina que lo esperaba, para disimular, a la vuelta de la esquina. Mi madre no hacía ningún comentario, sólo le brillaban los ojitos con malicia y me pedía que dejara de observarla, que éstas son cosas de adultos. Puntualmente, después de almorzar, le decía a mi padre:”Hoy también”. Mi padre suspiraba con fingida angustia y se lamentaba:”Es un pobre infeliz, él se va a las ocho y el gavilán le cae al nido a las nueve”. Yo me hacía el que no entendía nada pero una idea brillante, como toda idea de un genio loco, me visitaba la cabeza.
Escribí en una hoja de cuaderno:”Su mujer lo engaña con Esteban. Firmado: Comando de Moralidad Barrial” y la pasé por debajo de la puerta. Esperé, no sabía exactamente qué esperaba, pero sí una reacción violenta. Había leído en la revista “Así” que llegaba todas las semanas a mi casa y desvelaba a mi madre, infinidad de crímenes pasionales, hombres heridos en su amor propio que no habían dudado en acuchillar o balear a sus mujeres e incluso a los amantes para lavar la afrenta. Mi padre, mientras hacía alusión al caso Pessoa, se golpeaba las cartucheras y exclamaba: “A mí, ninguna mujer me humilla tanto”. Mi madre componía una sonrisa y bajaba la vista.
No se vaya a pensar que el temor a un desenlace trágico me produjo algún remordimiento, no, para nada, me excitaba la idea de escuchar tiros y gritos del otro lado del muro. Pero nada sucedió ese día, ni el otro, ni el siguiente, de modo que comenzó a fastidiarme la paciencia de Pessoa y decidí cambiar el método. Suponía entonces que la mujer de Pessoa había visto primero el papel y lo había roto antes de que llegara su marido. Estaba muy lejos de pensar a los catorce años en la cobarde complicidad que es capaz de construir una pareja por comodidad o vaya a saber por qué.
Cambié el método. Esta vez tiré un papelito con la misma denuncia en el fondo de la casa, cerca del galpón donde Pessoa por las tardes se entretenía desarmando radios a transistores. Tampoco sucedió nada, al contrario, su mujer salía cada vez más confiada, más segura de que nada ni nadie podría impedirle disfrutar la mañana junto a su Esteban. Mi madre la veía también regresar a través de la cortina del comedor y se decía:”Qué descarada, esta vez se quedó tres horas”.
Por unos meses me olvidé del asunto, cambié de tema, mi madre dejó de espiar a mi vecina y por las mañanas se iba de compras al centro. En esos años, mi madre era muy bonita, mucho más joven que el oficial y mi padre no parecía tener muchas ganas de conversar con ella. Uno de los pocos temas que preocupaban a ambos eran nuestros vecinos y cuando se perdió ese interés se perdió el diálogo.
Una tarde, aburrido y enojado conmigo mismo, decidí hacer un ataque a fondo y preparé una flotilla de aviones de papel con la típica denuncia:”Su mujer lo engaña con Esteban. Firmado: Comando de Moralidad Barrial”. Me acerqué al muro y los arrojé a todos como en una batalla final, para terminar con tanta ignominia.
Tampoco sucedió nada en la casa de Pessoa, en cambio, con asombro y perplejidad, vi a mi madre recoger un avioncito que había cambiado su rumbo con el viento en contra y romperlo casi con desesperación. Ese día dejó de existir el Comando de Moralidad Barrial.




PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

Manuel Lozano (San Francisco-Córdoba-Argentina)

EXPOSICION DE LOS DIAS TRAS EL MURO

...Y la muerte no será más...
Las cosas anteriores han pasado.
Revelación, 21:4

a Roberto Matta Echaurren, por la voz que perfora la luz

Vendrá una exposición de amores y de dones,
de formas flotantes y avaras cuando alcanza la noche
un grito ya ido del escarnio
bajando sediento con sus ojos.

Un inventario para la desolación más brillante
en el sosiego del acantilado
deja robar el corazón sin oponer resistencia,
no obstante vacilar en los contornos.
¿Qué hacía un estambre retenido en los labios?
¿A quién pudo curar ese instrumento del escalofrío?

Sin embargo temblaba el agua, la puerta de cenizas,
la tersura del pétalo en la piedra,
un cielo trizado con que encender la penumbrosa bóveda,
el autorretrato de tu despertar
entre las imantaciones de lo extraordinario.
¡Colibríes, membrillos, la foto de mi abuelo disfrazado de príncipe
en alguna eternidad que no poseo,
y la piel que habla!

Dio un giro en torno de los invitados.
Luego creyó dar un giro,
pero la brizna blasfemó cada huella.
Ni un aroma.
¿Y ni un aroma de bosque tejiendo incertidumbres,
continuamente sentado
en la ventana de aquelarres?

Ahí todo lo que ve en la cápsula de vértigos, está.
Palpa una moneda fenicia y la desprecia.
Besa una raíz y la come.
Lo hace con lucidez, le busca la clave desmedida,
la azuza con transparencia.
Ahora es de nosotros.

DESCENDIMIENTO A LAS NAVAJAS DE LA LLUVIA

...y que el mismo haya sido atraído
por la gula de los cuerpos muertos.
Giordano Bruno

Los cardos del desierto secan en la voz
el residuo de una estrella.
El deshollinador lamenta haber sido,
alguna vez en el mundo, un cuerpo amado.
Toda la noche se petrifica bajo mis pies.

No toco esa raíz,
no quiero que arrojes fuego en mis arterias,
que siembres herida cuando calla la luz.
Un reino de lenguaje suelta las crines
y es un puñal el relincho bajo la lluvia que empieza.

Poseso,
subes al sigilo.
Poseso,
¿dónde, todavía recubierto por las escamas
lamidas por tu idioma del origen?
Poseso,
el inconsolable da vueltas en su memoria.

Poseso,
¿gritaste con el grito suficiente
del panal en la noche del enigma?
Poseso,
viene la lluvia con la multiplicación de los panes,
divinizada,
fértil.

Ha de llegar.
Por mucho tiempo apartado, festejará mi casa.
¿Ahora vuelve trueno, orquídea, eclipse?
De la tierra de Nínive resucito.

ANCIANO DE LOS DIAS

...uno de los ancianos me preguntó:
“¿Quiénes son éstos que están vestidos de blanco, y de dónde...?”
Apocalipsis, 7.13

La última langosta habrá salido del humo
cuando el ataúd quede abierto
a la vista de todos.
No consolemos a nadie.

La montaña de basura subió hasta el cielo,
¿pero dónde el cielo?
La ciudad (mis queridos, antiguos discípulos),
es hoy asilo de lunáticos
y el hambre merodea como loba en celo:
cirial encendido entre las cuevas.

Ya no afirmo.
La resignación apesta.
Tampoco examina mi lengua los cuerpos enfermos.
Me arresto a la secreta visión:
aguijoneado,
irme por la canaleta sin cerrar la herida,
entrar en la profanación de las tigras.

Reconozco su sangre.
¿Qué pienso hacer entonces?
Linternas, armas y hachas se suceden ante estos ojos.

VIOLETA PARRA ACARICIA LA ESPUMA DE SU SANGRE

Maniática tempestad
de volver a la turbia canción
en que se pierden los circos,
nombradía de una casa disuelta en el relámpago.

¿Y él enciende la calle -una vez más-,
con el pasado resquebrajándose al fin de tu delirio:
esta vida?

Si has reescrito el rumor del agua en las pieles predilectas,
árbol o anfibio quemado por el ojo
cuando se incrusta la herida y no supura,
¿adónde escapa mi criatura,
esta cordillera subiendo con su lava ardiente?

Lo dije hasta quebrarme esta sangre.
Acaricio su espuma.
Lo imploré en tu dolor:
¿Dios de la puerta hostil de la fortuna yacente,
de las rameras jubilosas al otro lado del río,
siempre del otro lado?
¿Señor de los faisanes y las calas, de los potros cadavéricos,
de la lechuza y de las chimeneas?

Cuando caiga la tarde de cenizas, habré muerto.
¡Habré muerto con la risa de mis padres,
con mi desnudez revestida de vigilias!

Todos los días abro esta voz regocijada,
sepulto la llave.
Todos los días recorro la feria del sarcasmo.
Todos los días velo mi cadáver.
Todos los días soy Omega y Alfa y hasta el fin.

¿Pero en qué suburbio de esta cercanía me perdona su rostro?

VIOLETA PARRA SE ARRANCA EL CORAZÓN Y LO MIRA

Pulido en agua y huesos sobre la piedra,
desnudo de pavor (tan abierto al frío de un amanecer),
dulce, dulcísimo desangrado,
te dejo para siempre en el bosque.

Vino desde la cruz,
lo vi en la cruz,
lo vi en la lluvia de rocío de la cruz,
lo vi en los ojos del perro que lamieron mi herida,
lo dibujé en la cruz
con aquel pájaro verde
trayendo la ramita de laurel
del regocijo y el vuelo.

¿Cómo te llamaré sobre esta tierra
si ya no eres corazón,
sino este hueco velando por tu vida?
¡Mon vieux complice, mon vieux complice,
diría el borracho de una noche radiante!
¿Y con qué delantales de sol estallarías de nuevo
para bailar la cueca de Los Andes
mi pequeña hermosa, inmensa, lastimada?

Grito después de la cicuta.
Grito después de los volcanes.
Grito después de la heredad.
Grito para nacer
y ver mi corazón en llamas
-sin llanto y sin quejido-
alumbrando.

MARCEL SCHWOB (1867-1905)

Manantial del tiempo, manjar que cae de la boca
y no bebe la divulgada sangre
de quienes queman con furia sus vestidos,
¿Adónde el adónde de un acaso por todos?

El amarillo mar se resquebraja (animal ficticio)
como un sonámbulo avanzando a la pétrea desnudez.
La corona de pan acude ahora en la desgracia
restaurando el vino más intenso
-mora, así, en nosotros
su hermosura-
con esta guarida de tigres y cachorros.

El estiércol fue llevado hasta el cielo.
Es que el pequeño sanguinario cae de rodillas,
demudado,
y escribe,
escribe por el que fuiste y serás.
La ley que enardece al enemigo ya está aquí.

Una fortaleza no da de comer a las langostas.
No hay medicinas para tu quebranto; tu herida,
tu fría herida es incurable.
Aquí, no hay cementerios, querido Anatole France.
¿Aquí?
¡Aquí, un aquí!
Aquí.

Aquí no hay cementerios, querido Anatole France.
Debajo de la luz, hay basurales.




PÁGINA 10 – ENSAYO

MONTEAGUDO, UN MUJERIEGO SIEMPRE REVOLUCIONARIO.

Un intérprete del potencial femenino en la lucha de liberación americana,
que además precursara una evolución de género que aún inquieta al Poder en este siglo.

Por Eduardo Pérsico (Lanús-Buenos Aires-Argentina)

En cuanto cada palabra arrastra su propia memoria, decir Monteagudo convocaría en el imaginario a un seductor culto y más bien desprejuiciado, según en verdad lo era, y rodeado por mujeres en alguna reunión social de la época. Lo mismo, la histórica figura de Bernardo de Monteagudo registra una bibliografía nutrida y ardua en repasar con brevedad: nació en Tucumán en 1789 y murió asesinado en Lima, Perú, en 1925. Recibido de abogado en Chuquisaca en 1808, por mayo de 1809 promovió una rebelión contra la autoridad virreinal. Pronto encarcelado, con la ayuda de una mujer huyó hacia Potosí a integrar el ejército comandado por Juan José Castellí, un compatriota de pensamiento afín. A los veinte años ya poseía una inteligencia y cultura no sólo apreciada por las mujeres: leía inglés, a Voltaire en francés y según José María Carreño y Burdett O’Connor, militares al servicio de Colombia por 1822, ‘ese coronel de San Martín dominaba ambos idiomas’.

En esa época inquietante y tras los triunfos patriotas de 1818 en Chacabuco y Maipú, cuarenta oficiales españoles llegaron prisioneros a la provincia de San Luis, con orden de San Martín al gobernador Dupuy de ‘atender a los prisioneros conforme a su posición’. Quienes se alojaban en casas particulares tendrían más posibilidad de algún romance y el español Primo de Rivera intimaría con la hermana del coronel Pringles, también pretendida por el enviado de San Martín, Monteagudo, quien le exigiera a Dupuy controlar más a los prisioneros. Los mismos se rebelaron secuestrando al gobernador el 8 de febrero de 1819 y murieron todos ante un grupo de Facundo Quiroga, salvo Primo de Rivera que se suicidara y un tal Marcó del Pont que no participara de la revuelta.
En ‘Monteagudo y el Ideal Panamericano’, de Editorial Tor, 1933, Máximo Soto Hall describe a Monteagudo según la escritora M. Soneyra, que lo conociera en San Luis: ‘en política era impulsivo, violento, desdeñoso, de despertar odios y envidias, pero su inteligencia radiante y obtenía la pronta admiración de las señoras. Su porte arrogante y la piel morena y pálida remitía a razas tropicales y en sus pupilas oscuras brillaba la bravura del hijo de las pampas. Algo monárquico, lucía zapatos con hebilla de plata, guantes de gamuza y alfiler de brillantes en la pechera’. Y esta señora Soneyra, una más, ensalza la delicada ceremonia para encantar al contingente femenino. Al parecer y en lo formal Monteagudo fue un mulato muy seductor, más el fervor mujeril lo fortalecía su revolucionaria prédica sobre la potencial utilidad de ellas, en una instancia que podría modificar hasta su proyecto de género. En ‘A las Americanas del Sud’, que luego reproducido en Perú le trajera algún dilema político, él sostuvo que ‘mientras la sensibilidad sea el atributo de nuestra especie, la belleza será el árbitro de nuestras afecciones. Y señoreándose el sexo débil del robusto corazón del hombre, sería ese el mejor modelo de la costumbre pública y vuestra más preciosa inclinación’. Halago tendiente a incitar la hoy llamada militancia feminista: ‘estimular y propagar el patriotismo implica que la señoras americanas ejerzan la virtuosa resolución de no apreciar sólo al joven ilustrado y moral, sino también al patriota amante sincero de la libertad y enemigo irreconciliable de los tiranos. Si las madres y las esposas inspiraran a estos sentimientos, y si quienes por su atractivo de la juventud emplearan el artificio de su belleza en conquistar desnaturalizados, cuántos progresos haría nuestro sistema’. Muchas mujeres de hoy suscribirían ese documento, y al margen de la contradicción monárquica de Monteagudo tan propia por entonces, anunciar a las mujeres que ellas eran decisivas en esa lucha de liberación, nos muestra su perfil más revulsivo. Así las cosas, esas ideas y palabras de Monteagudo publicada en la Gaceta de Buenos Aires por 1812, San Martín las retoma y despliega en una arenga en julio de 1821: ‘Limeñas, la naturaleza y la razón exigen emplear todo vuestro influjo para acelerar esta guerra sacrílega donde los españoles combaten contra lo más sagrado, la voluntad universal y el derecho de los hombres. Den cooperación a la gran obra de libertar al Perú, como lo hacen con vuestro encanto y el temple de vuestras almas’. Y un año después, julio de 1822, por esta constante difusión de su avanzado pensamiento, al ‘Ministro de Estado don Bernardo Monteagudo’ lo atacan los privilegiados de Lima. Indignados contra la creciente independencia femenina y un decreto contra el juego de azar, pasión dominante en esa sociedad, el grupo más adinerado defendió su patrimonio aduciendo, - según es norma habitual- un ataque a la libertad personal y ‘un gravísimo ultraje a la dignidad social’. Las ideas ‘volterianas’ de Monteagudo sobre la religión, el uso de la capa y lo relativo al luto y los entierros, más la prohibición del juego hasta en casa de familia, lo obligaron a partir de Lima en agosto de 1822 pese a la tibia defensa de algunas damas. Monteagudo tuvo un paso por América Central y el acercamiento con Simón Bolívar, quien pese a ser cuestionado antes por él valoraba la tendencia de su ideario. Vuelto a Lima, Monteagudo se dedicaría por encargo de Bolívar a lograr en 1826 la unión hispano americana en un congreso a realizarse en Panamá, al que jamás llegaría en cuanto fue apuñalado en enero de 1825 yendo a casa de Juana Salguero. Lo siguiente no pertenece a su vida de cuantiosos, verdaderos y supuestos amoríos, pero sí a la recordación de un auténtico revolucionario americano. (octubre 2010)




PÁGINA 11 – CUENTO

VARIEDAD DE PROFILAXIS

Por Daniel Adrián Madeiro © (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Alguien tiene que hacer el trabajo sucio.
Digo esto a manera de una explicación que, en realidad, no me parece que deba dar y que es, a mi juicio, apartada de toda verdad.
Pero las personas son tan contradictorias que quizá alguno me critique y entonces, bueno, comenzar diciendo: alguien tiene que hacer el trabajo sucio, es una manera de justificarme.
Ya lo mencioné, yo no lo siento así. Además, nadie me querrá justificar.
¡No importa! ¡Estoy orgulloso de mi función!
Considero que haré el trabajo limpio, la higiene del lugar, una variedad de profilaxis.
El problema es que nadie entenderá el profundo bien que encierra mi faena, cuanta tranquilidad deberá agradecer el mundo a mi destino expurgador.
Con ligereza y arrogancia, las mayorías me transformarán en un monstruo. ¡Que se pudran!
Ojalá esos miopes charlatanes hubieran nacido con más amplitud de miras.
Yo estoy orgulloso de mi extensa misión.

¡Si ustedes pudieran verlo!
El chiquito tiene los ojos claros como su pobre madre; una mujer débil, sin carácter.
Está temeroso pero la voz de su padre pesa sobre él.
Allí va, rumbo al sillón para posar para la foto.
¡El niño más bonito y angelical de Braunau am Inn! - cuchichearán las amigas y vecinas al ver su retrato.
Sin dudas: una hermosa criatura a los ojos de todos.
Pero... es una bestia potencial, un vicario del infierno.
El potente disparo del flash que lo plasmará sobre el negativo me recuerda los destellos de mi premonición.
El fotógrafo dice que ya está.
Todos festejan.
El niño ríe de la mano de su madre.
La familia pasará este día en paz hasta la medianoche.

Repetidas veces me veo obligado a refrenar la culpa que quiere detenerme.
Si no cumplo con mi deber, entonces si seré verdaderamente un criminal, un asesino de millones.
Ahora que la casa duerme, que hace una hora nació un nuevo día, ahora debo tener firmeza frente a ese niño dormido llamado Adolf Hitler.




PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

Hugo Francisco Rivella (Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

LA MUERTE. CUALQUIER MUERTE.

El colibrí en la sombra como una flor del aire. Los rostros, las espadas de un campo de batalla y las hienas del miedo con los ojos abiertos.
¿Quién mostrará los dientes royendo su esqueleto? ¿La danza de entre las ruinas de un espejo de sal? ¿Quién le sorberá el seso a su cadáver?
Ha muerto un hombre con la vida en las manos.
Cuando la Patria era un barco sin memoria desafió la tormenta, iba toda su sangre entre los desaparecidos.
La Madres, las Abuelas de todos los Mayos y de todos los tiempos pudieron ver los rostros de Videla, Menéndez, de Astiz, de Bussi…todos…sentados al banquillo de Dios y la Justicia, y en el suelo, los retratos caídos de tantos asesinos.
¿Quién me piensa en el barro que modela a esta América?
No fue Cristo, ni el Ché, ni Arnulfo Romero, ni Camilo Torres, ni Tupac, ni Azurduy.
No era boca de lobo ni las alas de un ángel. Fue arcilla y remolino entre tantos espasmos. Murió a pura vida entre rosas y espinas.
¿Cómo pueden reír sus enemigos? ¿Cómo pueden caer en el abismo donde la mierda espera besar sus cuerpos? ¿Cómo puedo ser un soplido o apenas una hoja en la hojarasca?
La muerte es la mentira del tiempo en el olvido.
Pero existe, me gritan, fantasmas y recuerdos.
Vuelve una niña sola, embarazada, el agua, la sed como un caballo de arena en el desierto, la página que escribo mientras sangran mis dedos y los ojos se llevan mi corazón al cielo.
Hoy no puedo reír, me va la vida detrás de esta muerte que no entiendo.
¿Qué dirán los del Campo, la Sociedad Rural, Grondona, Duhalde, Solá, Leuco, Magneto, Carrió, Bulrich, Eliaschev? ¿Será la Hipocresía reina y señora a izquierda y a derecha de su muerte?
Hay una cruz vacía al fondo del camino.
Yo soy eterno-dijo- en el patio sin ruidos.
Quizás tenía razón, más no quiso quedarse en un pueblo lejano, al lado de una lámpara con destellos ajenos, con un mate en la mano. Sonriendo a los vecinos. Mirando cómo crece en el huerto una orquídea salvaje.
Podría haber muerto así, en manga de camisa
Murió un militante popular y no lo he de encontrar en zonas de derrumbes.
¿Podrán gritar de nuevo Viva el cáncer? ¿América del sur será su tumba fresca? ¿La América Morena lo resucitará?
No puedo amar la vida si me alegra la muerte. Qué poco tengo adentro. ¿En qué lugar de mí muere dios hecho un trapo?
La muerte. Cualquier muerte.
El poema me sangra con todos los secretos, los caminos, el rumbo de una piedra en el aire y la letra del odio en la penumbra.
No puedo estar ciego entre tantas lágrimas, entre millones de hombres y mujeres con la luz en el piso. Aunque sólo sea por eso debo amar el silencio.
El silencio en el otro.
En la madre, en el pez, los caballos de bronce con sus héroes de barro. En la lluvia finísima del mar con sus piratas. En el piano de Estrella con la nieve en sus dedos. En los pobres que lloran para adentro su tristeza de escarcha pisoteada.
La muerte. Cualquier muerte me zozobra en el pecho.
Texto del libro La Palabra y los Días, para Los Ocultados de Hugo Francisco Rivella




PÁGINA 13 – ENSAYO

FEDERICO GARCÍA LORCA:
LA POESÍA COMO CONOCIMIENTO Y DESLUMBRAMIENTO EXISTENCIAL.

Por Nazario Soto (Durango-México)

para mi madre.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre.
Federico García Lorca.

Fusilado atrozmente por el fascismo español, en Granada en 1936, a los 38 años,este poeta popular tuvo tiempo para crear una extensa obra dramática y poética visionaria, de altísima humanidad, uniendo tradición y vanguardia en indagaciones atemporales sobre el amor, la muerte, y la dizque "civilización" contemporánea. Su brutal asesinato fue cantado, llorado, denunciado por otros grandes artistas como el músico mexicano Silvestre Revueltas, el poeta Chileno Pablo Neruda, Picasso,o Luis Buñuel, y más recientemente el canadiense Leonard Cohen, quien inclusive le rinde homenaje poniéndole a su hija el nombre de "Lorca". Su influencia es incalculable, ya que cualquier ser queda tocado en lo más íntimo y de por vida por su "duende", al entrar en contacto con cualquierade sus obras:
Porque ya no hay quien reparta el pan y el vino
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto
ni quien abra los linos del reposo
ni quien llore por la heridas de los elefantes
No hay más que un millón de herreros
forjando las cadenas para los niños que han de venir.
Del teatro Federico decía:
El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera.
Y al hablar de la poesía en esa misma entrevista de 1936, la define de la siguiente forma:
La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas.
García Lorca representa una grave lección para el hombrezuelo mediocre, obsesionado con la acumulación de riquezas, en este siglo XXI, donde el egoísmo y la cobardía son el único catesismo; frente a esta grosera decadencia solo nos queda la pureza de no cerrar los ojos ni los oídos, y afrontar a pecho entero los navajazos desquiciantes de reconocernos desnudos en el dolor ajeno:
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades.
La guerra pasa llorando con un millón de ratas grises.
Los ricos dan a sus queridas pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
¿Qué hacer con el asco artero que provoca la kilométrica tonelada de injusticia que diariamente debemos sobrevivir en esta sociedad salvaje?
¿Cómo vivir? ¿Cómo no enajenar la honra y adoptar los circuitos computarizados que la máquina nos impone como única realidad?
Aquí entra en nuestro auxilio el arma ardiente de la poesía para violentar todas estas violencias impuestas. la poesía diaria del que se enfrenta valiosamente al poder dominante para no ser aniquilado; de la mujer que se levanta de madrugada a dar la lucha como hormiga enardecida; del joven que cuenta migajas para adquirir los libros que le ayudarán a liberarse; del niño que cuestiona y pone de cabeza a la "autoridad" muda, sin respuestas; del viejo de brazos caídos, al que el Mercado dice que es un bueno para nada, y sin embargo escribe un texto o hace una canción que incendia la psique de los descreídos; de aquellos que sabemos inalienablemente que el tiempo de la explotación no puede ser eterno: porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da frutos para todos.
¿Qué más? Pues únicamente agregar para que quede terminada esta invitación a descubrir la obra de Federico García Lorca, que es muy probable que el haya profetizado su propia muerte, cuyo eco aún resuena en el nuevo milenio:
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias.
Abrieron los toneles y los armarios.
Destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No, no me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba
y que el mar recordó ¡de pronto! los nombres de todos sus ahogados.

Las citas fueron tomadas del libro Poeta en Nueva York, considerado por el autor como su mejor poemario.




PÁGINA 14 – CUENTO

LA FURIA DE LAS PESTES

Por Samanta Schweblin (CABA-Buenos Aires-Argentina)

Gismondi se extrañó de que los chicos y los perros no corrieran hacia él para recibirlo. Intranquilo, miró hacia el llano donde, ya mínimo, se alejaba el coche que regresaría por él al otro día. Llevaba años visitando sitios de frontera, comunidades pobres que sumaba al registro poblacional y a las que retribuía con alimentos. Pero por primera vez, frente a ese pequeño pueblo que se hundía en el valle, Gismondi percibió una quietud absoluta. Vio las casas, pocas. Tres o cuatro figuras inmóviles y algunos perros echados en la tierra. Avanzó bajo el sol de mediodía. Cargaba en sus hombros dos grandes bolsos que, al resbalarse, le lastimaban los brazos y lo obligaban a detenerse. Un perro levantó la cabeza para verlo llegar, sin levantarse del piso. Las construcciones, una mezcla de barro, piedra y chapa, se sucedían sin orden dejando hacia el centro una calle vacía. Parecía deshabitada, pero podía adivinar a los pobladores tras las ventanas y las puertas. No se movían, no lo espiaban, pero estaban ahí y Gismondi vio, junto a una puerta, a un hombre sentado; apoyada en una columna, la espalda de un niño; la cola de un perro sobresaliendo del interior de una casa. Mareado por el calor dejó caer los bolsos y se limpió con la mano el sudor de la frente. Contempló las construcciones. No había nadie con quien hablar así que eligió una casa sin puerta y pidió permiso antes de asomarse. Aunque lo hizo en un tono bajo sintió su voz fuerte volver desde el valle y algunas sombras se movieron entre las casas. Pero nadie contestó. Probó asomarse. Adentro, un hombre viejo miraba el cielo a través de un agujero del techo de chapa.
—Disculpe —dijo Gismondi.
Al otro lado de la habitación, dos mujeres sentadas junto a una mesa, y más atrás, sobre un catre viejo, dos chicos y un perro dormitaban apoyados unos en otros.
—Disculpen... —repitió.
El hombre no se movió. Cuando Gismondi se acostumbró a la oscuridad, descubrió que una de las mujeres, la más joven, lo miraba.
—Buenos días —dijo recuperando el ánimo—. Trabajo para el gobierno y... ¿Con quién tengo que hablar? —Gismondi se inclinó levemente hacia delante.
La mujer no contestó, su expresión era indiferente. Gismondi se sujetó a la pared que enmarcaba la puerta, se sentía mareado.
—Debe conocer a alguien. Un referente… ¿Sabe con quién tengo que hablar?
—¿Hablar? —dijo la mujer con voz cansada.
Gismondi no contestó, temía descubrir que ella no había hablado y que el calor del mediodía lo afectaba. La mujer pareció perder el interés y dejó de mirarlo. Gismondi pensó que podía estimar la población y completar el registro a su criterio, ningún agente se tomaría la molestia de corroborar los datos en un sitio como ese; pero, de cualquier manera, el coche que pasaría por él no iba a regresar hasta el día siguiente. Se acercó a los chicos, quizá al menos podría hacerlos hablar a ellos. El perro, que descansaba el morro sobre la pierna de uno de ellos, ni siquiera se movió. Gismondi saludó. Solo uno de los chicos, lento, lo miró a los ojos e hizo un gesto mínimo con los labios, casi una sonrisa. Sus pies colgaban del catre, descalzos pero limpios, como si nunca hubiesen tocado el suelo. Gismondi se agachó y rozó con su mano uno de los pies. No supo que lo llevó a hacer eso, quizá solo necesitaba saber que esa gente era capaz de moverse, que estaban vivos. El chico lo miró asustado. Gismondi se incorporó. También él, de pie en medio de la habitación, miró al chico con miedo. Pero no era ese rostro lo que temía, ni el silencio, ni la quietud. Recorrió con la mirada el polvo de las repisas y las mesadas vacías hasta detenerse en el único recipiente que había a la vista. Lo tomó y vació el contenido sobre la mesa. Permaneció absorto unos segundos. Después acarició el polvo desparramado sin entender lo que estaba viendo. Revisó los cajones y los estantes. Abrió latas, cajas, botellas. No había nada. Nada para comer ni para beber. Ni mantas, ni herramientas, ni ropa. Solo algún utensilio inútil. Vestigios de jarros que alguna vez habrían contenido algo. Sin mirar a los chicos, como si hablara solo para él, preguntó si tenían hambre. Nadie contestó.
—¿Sed? —un escalofrío le hizo temblar la voz.
Lo miraban extrañados, como si no alcanzaran a entender el significado de esas palabras. Gismondi dejó la habitación, salió a la calle, corrió hasta los bolsos y cargó con ellos de regreso. Se detuvo frente a los chicos, agitado. Vació la carga sobre la mesa. Tomó una bolsa al azar, la abrió con los dientes y dejó caer un puñado de azúcar sobre su palma. Los chicos miraron cómo se agachaba junto a ellos y les ofrecía algo de su mano. Pero ninguno pareció entender. Fue entonces que Gismondi sintió una presencia, percibió, quizá por primera vez en el valle, la brisa de un movimiento. Se incorporó y miró hacia los lados. Algo de azúcar cayó al piso. La mujer estaba de pie y lo observaba desde el umbral de la puerta. No era la mirada que había mantenido hasta entonces, no miraba una escena ni un paisaje, lo miraba a él.
—¿Qué quiere? —dijo.
Era, como todas las otras, una voz somnolienta, pero cargada de una autoridad que lo sorprendió. Uno de los chicos había abandonado la cama y ahora contemplaba la mano repleta de azúcar. La mujer miró los paquetes desparramados y se volvió con furia hacia él. El perro se incorporó y rodeó intranquilo la mesa. Por las puertas y por las ventanas comenzaban a asomarse hombres y mujeres, cabezas que se asomaban tras cabezas, un tumulto que crecía. Otros perros se acercaron. Gismondi miró el azúcar en su mano. Esta vez, al fin, todos concentraban su atención en él. Apenas vio al chico, su mano pequeña, los dedos húmedos acariciar el azúcar, los ojos fascinados, cierto movimiento de los labios que parecían recordar el sabor dulce. Cuando el chico se llevó los dedos a la boca, todos se paralizaron. Gismondi retrajo la mano. Vio en los que lo miraban una expresión que, al principio, no alcanzó a entender. Entonces sintió, en el estómago, una herida tajante. Cayó de rodillas. Había dejado que se desparramara el azúcar, y el recuerdo del hambre crecía sobre el valle con la furia de las pestes.




PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

Graciela Malagrida (Posadas-Misiones)

PLEGARIA AL BORDE DEL CAMINO

“Sácame de la red que me han tendido”
[Salmo 31:4]

Vacío está este vaso
el agua ha congelado mi gracia
con la virtud del cristal
de todas formas
aquí abajo
se siente a menudo
el frío de la muerte.

En tu invariable amor
hallo refugio
Señor mío…

Así
los peces vuelven a los ríos
el llanto se evapora en la obediencia
los pies benditos regresan al camino
los nombres suenan tersos en tus labios
y hasta las rocas quieren emularte.

Pero sólo hay un alcázar
sólo un lugar lleno de luz
sólo una evidencia en el deseo
pues tu hálito
Señor
mi Señor,
revoca el alma
que hoy te busca
de rodillas.

PROMETO AMARTE

Por la cruz que juramos multiplicar los dones
por la unción en la frente que enmienda las almas
por la hora póstuma de esta existencia cifrada
por la razón que logra explicar la fe
por la mirada gris plata del Padre que alabo
por el bendito hilo que nos liga
por los metales forjados en el fuego
por el diamante que no olvida sus orígenes
por la palabra encendida en el camino
por el soplo divino sobre el polvo
por el dolor del cuello en la picota
por la lanza sibilina en el costado
por el santo linaje derramado
por los justos contados con los dedos
por el remanente que aún camina en el desierto
por la lucha silente intercesora
por la espada clavada en la indolencia
porque al fin el fin
nos condujo hasta el principio.

TRES PÉTALOS BASTAN

Soy esta flor
de tres pétalos
perdón
perdón
perdón.

Llevo ya millones de años
muriendo y naciendo
en el mismo lugar
y no tengo más para darte
no tengo más que mi bendición
la palabra
sólo este perfume silvestre.

En la vecina orilla
un país de flores
expresa en punto cruz
poemas en color crudo
y yo
como flor sepia de otoño
me siento un poco rara
entre hojas secas…

¿La humedad?
es un río subterráneo
una rama que nace
en el tronco gigante y torrentoso
y va por debajo
del colchón estacional.
Ella cabalga
con los ojos encharcados
como Lady Godiva.

Y yo
que todo lo veo
que de todo me nutro
vivo y muero
irremediablemente
en el mismo lugar.

AHORA O NUNCA

Aquí va
la luz dorada que acariciaste
esa especie de aura
que aseguraste que era vida
Estoy en un pico
llegando al gigante blanco
¡pero estas nubes!
no me dejan ver hacia atrás
Aquí va mi vida
¿te la envío sin remitente
o espero a verte?.Como sea,
la envolví en papel de arroz
Sólo te pido un favor
cuando esté tocando sueño con las manos
no dejes de mirarme
quizás sienta un poco de frío

Aquí va mi vida
te la entrego ahora que somos libres
como mariposa y flor del monte
ahora que estamos como tórtolos

¡Antes que me olvide!
no te asientes sobre las raíces
no anotes las horas en el tronco, no dormites en la sombra.
Espérame. Regreso con la aurora

NO MIRES LA HORA

Voy a verte cada día
y, “como ladrón en la noche”
entro en puntas de pie
para no despertar a las aves
de los nidos vecinos.

Soy la primera brisa
que te besa la frente
soy
quien descorre el velo
y lo deja en el olvido.

No cuentes los instantes
no me nombres
porque soy sólo una aguja
entre mil hebras
que terminan siempre en ojalillos.

No digas a nadie que te adoro
no comprenderían.
Pocos pretenden
“sabiduría de todas las cosas”
para ser digno avío de las almas.

Y si ves
que ya no quedan Salomones entendidos
pero te llueven chispas como dones,
si en tu casa no cabe un alfiler
y sigues hospedando corazones
no veas afuera, no mires la hora.

Voy a verte cada día
y, “como ladrón en la noche”
te llevo conmigo.

SALMO 152

Escoce el mediodía
un frío indómito, húmedo
del que cala hasta los huesos.
¿Qué haría sin ti?

En la ciudad
han levantado muros sin fundamentos
los corazones de piedra se han hacinado detrás
y ahora están preñados de más y más tumores.
¿Qué haría sin ti?

No es infracción generar anticuerpos.
No es un huracán el que arranca de cuajo
la conducta insolente.
No es un desliz el pecado.
¿Qué haría sin ti?

El frío es inescrupuloso
sobre pisos de tierra apisonada
y sobre mármol. Con todo,
este amor derrite los glaciares…
¿Qué haría sin ti?

¿HASTA CUÁNDO? (PRIMER ENMIENDA)

¿Dónde estás?
cuando llama el pájaro campana
bajo aquella catarata de sapiencia
¿dónde?
cuando las lluvias de oro
mecen nidos de tacuaritas
cuando los gusanos hacen su trabajo
y debajo de la tierra, cada semilla
larga su primer raíz
o cuando el universo crece
inestimablemente hacia adentro
¿estás corriendo detrás de los metales?
¿estás examinando sólo los bolsillos?

¿Dónde estás?
cuando el panal chorrea
el esfuerzo de la obrera
cuando hasta el cuervo me alimenta
para que no desfallezca
cuando Dios administra
y apunta tus destellos
¿dónde?
cuando la luz se enciende en las guaridas
cuando el descontento toca la puerta
¿estás durmiendo? ¿acaso estás llorando?

¿Donde estás?
cuando te recreo en la cúpula
e intento eternizarte confiado y sonriendo…
Las aves vuelan despreocupadas por las migas
la grama sabe beber lo indispensable
los renuevos brotan en medio del rocío
las piedras que no brillan, se alían buenamente con el musgo
los peces pequeños limpian los ojos
a tiburones ciegos debajo de los hielos
y no temen
pero tú, faroleando bendiciones
te alejas de la pena por la trocha
¿hasta cuándo?

FRAGUADO AMOR

Mil disculpas
tengo que esquilar las ovejas
llevarlas al lavadero
cuesta arriba
con sus crías, con sus gemelos.
Debo retirarme
a causa de la costra
y de la trufa.

Veo las ondulaciones
tu preciosa boca mientras duermes
las laderas de aquel cerro azul
entretejiendo los montes con los cielos
y los lirios que crecen pacientes
por debajo.

Mil disculpas
no puedo quedarme a compartir
el preciado elixir de mi cisterna
no puedo esperar
que alguien distinga mi cuello
como una torre de marfil
de donde cuelgan
incontables trofeos sobre el pecho…

Mil disculpas
no voy a detenerme
donde duermen las sombras
porque me convoca
el aroma de los nardos
de la canela, del incienso
y el cedro está tocando ya
las nubes en mi ausencia.

POSTURAL

Con los pies en el humus
y los ojos en el magma
los brazos se vuelven ramas.

Desde el puente
la canoa es hoja
el pescador, araña.
Teje y tira
una red
un espinel
un deseo y otro y otro…
una oración.

La quietud, detrás
es el cielo acerado
el color indulgente de su mirada
el mismo Dios Padre, compañero
sustentando a sus hijos.

Con los pies en el humus
y los ojos en las caras
me pego y me despego.

Esta raíz
es rara
sorbe ruidosamente nubarrones
y de cuando en cuando
lame la Tierra…
al punto que
se ha multiplicado.

Con los pies el humus
apenas apoyados
se ven venir los vástagos y el milagro.




PÁGINA 16 – ENSAYO

¿LA PALABRA CALLA CUANDO EL POETA MUERE?

No. La palabra calla cuando el pueblo la ignora y peor aún, cuando el poeta la olvida

Por Isabel Cristina Murrieta López (Nácori Chico-Sonora-México)

Hay coraje, rabia y tristeza en la palabra de muchos poetas y con toda la razón que encierra, lo mejor que podemos hacer es no clavar la daga en la sangrante herida. No es nada lo que podremos hacer cada uno, pero es mucho lo que lograremos si enlazamos nuestras manos y nuestros corazones y en conjunto luchamos por la paz mundial.

Es mucho lo que haremos, si tenemos la fuerza, el coraje y el valor de asumir el Compromiso Social de nuestra palabra: escrita o hablada. Yo prefiero enviar mis "aparentes vanas frases" se sumen las de los demás poetas del mundo y sumarme a las que griten por los que callan, por los que lloran, por los que esperan…Quizá entre todos logremos tejer una palabra que nos ayude a todos: AMOR

Quizá entre todos rescatemos la dignidad del hombre, el valor y la hidalguía del ser humano. Quizá nuestras palabras, despierten la conciencia de las minorías en el poder y con ella, le demos a nuestro mundo un nuevo amanecer

Es verdad que un poema no puede vencer a un tirano. Es verdad que una palabra no logra romper las rejas de una prisión. También es cierto que mis versos no cosechan frutos, ni granos para paliar el hambre y rescatar la salud. No curan ni cierran los cortes que laceran la piel y el cuerpo, pero sé que ablanda el alma, que ennoblece corazones y que alimenta la esperanza. Es de quien se encuentra privado de la libertad, del que espera una mano de hermano para levantarse de la ignominia, de la miseria, del abandono

Sé que una tras otra las palabras y los versos, los poemas escritos con el corazón, con la tinta roja de sangre hermana, regarán el desierto espíritu del usurero y de quien acumula riqueza y alimento. Aún confío en que se enternezca a esta parte de la humanidad y juntos, logremos salvar al mundo de las guerras, del odio, del hambre y de la enfermedad.

Pero más aún, que entre todos: negros, blancos, amarillos, rojos. Hombres y mujeres. Asiáticos, europeos, africanos y americanos Hay unamos nuestras letras: sabias unas, tiernas otras, ingenuas tal vez, muchas tontas y simples quizá, pero todas llenas de bondad.

Yo espero que rescatemos nuestros principios, nuestros valores y nuestros anhelos, para darle al hombre el respeto y el valor que le hace falta para rescatar su dignidad, su libertad, su vida. Y que esta la viva en armonía y felicidad.
Yo ruego porque los presos de las letras, de las ideas, de los compromisos sociales, del grito de la conciencia, que han luchado en diferentes países eleven su espíritu y fortalezcan su propia vida, para demostrarle al mundo, si es necesario, que quien confía en DIOS y en SÍ MISMO, vence la ingratitud y la cobardía.

Quienes han muerto buscando cumplir sus sueños, y la paz del mundo, no pueden haber muerto en vano. Los que aún vivimos, estamos en deuda con ellos.

La PALABRA calla, cuando el poeta la olvida.
Porque aún después de muerto el poeta, su palabra habla,
cuando alguien la lee y cuando alguien grita.




PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

LA COSIFICACION HUMANA EN EL DUELO DE LAS MIRADAS

Por Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez (Tolima-Colombia)
Licenciado en Lengua Castellana Universidad del Tolima

“El contemplador se encuentra fuera
del paisaje, porque sino la naturaleza
no puede convertirse en paisaje”.
György Lukács

HISTORIA Y CONCIENCIA DE CLASES

La novela “Duelo de Miradas” es una propuesta literaria de orden regional que no está lejos de pertenecer a la narrativa moderna, porque busca en la experimentación de estrategias estilísticas y técnicas narrativas lo que denominó Lionel Trilling como “la autenticidad” por la que se caracterizó la vanguardia de la modernidad.

Dicha propuesta del escritor Oscar Godoy Barbosa, tiene a bien incorporar algunas características propias de la modernidad a saber: el fragmento como lugar de enunciación, la multiplicidad de historias de cada uno de los personajes, la polifonía de voces, debido a que presentan un entrecruzamiento entre los narratarios que son manipulados, la metaficción (cajas chinas), la reelaboración del tiempo, entre otras.

Esta novela, aborda la condición humana, y llega al encuentro de la originalidad por medio del reciclaje, permitiendo así que se sienta nuevas visiones del mundo desde aquellos personajes, con diferentes perspectivas e incluso facetas desconocidas del ser humano.

Razón por la cual considero que es esto último lo que hace que esté por encima de otras propuestas literarias, llegando así a constituirse en una pieza literarias fundamental, que puede funcionar como momento de quiebre en la narrativa del Tolima.

De otro lado, en dicha novela se presenta la cosificación humana, la cual es entendida por Lukács en su libro Historia y Conciencia de Clases “como un fenómeno que se da no sólo en los comportamientos que relacionan a los hombres en su vida práctica, sea ésta en la esfera económica -bajo los presupuestos señalados por Marx- o en cualquier otra esfera de lo social, sino que la cosificación se instala en la reconstrucción simbólica que hacen esos hombres de su vida material”.

En ese sentido la sociedad capitalista pretende incorporar en la formación de ese hombre que quiere, diferentes formas de cosificación humana, que le permitan influir en lo que Lukács denominaba “formación de la conciencia”, por eso una de esas formas es la sexualidad.

Por lo anterior, es que este tipo de sociedad hace posible que el hombre viva en la fugacidad del tiempo y de la vida y que sus únicos intereses sean los de establecer relaciones de momento, que no demanden ningún tipo de compromiso y que no generen ninguna preocupación en ellos, porque el hombre moderno según Gilles Lipovetsky “está abierto a las novedades, apto para cambiar sin resistencia de modo de vida…” (Lipovetsky, 2003:162)

Fernando Cruz Kronfly afirma en su texto “Modernidad y Posmodernidad en la cultura” que: “…la gente ha ido aceptando, finalmente, que el poder existe y que lo mejor no es oponerse a él sino acomodarse a sus reglas de juego o darle simplemente la espalda para vivir la vida, para gozar el instante por fuera de lo político, a espaldas suyas”.

Este tipo de sociedad consigue que: “el subordinado se amolde y se acomode por imperativo de las circunstancias, dada la lógica productiva y fuertemente disciplinaria de las organizaciones, lo cierto es que al mismo tiempo que el hedonismo reduce el espíritu de esfuerzo y de sacrificio, lo cual constituye una amenaza para la gestión, de otra parte hace del subordinado un ser menos combativo y, por lo tanto, más fácilmente moldeable y débil frente a ciertas contraprestaciones que la organización suele ofrecerle a cambio de su esfuerzo y de su consagración” (Kronfly, 1998:45)

En el caso de Claudia, pretende controlar a su pareja valiéndose de lo que Fernando Cruz Kronfly denomina como la seducción. En relación con este concepto Baudrillard dice que: “es un arma por excelencia del poder de lo femenino, que permitió siempre que lo masculino cayera de hinojos seducido por la “espera fragante, oculta pero siempre contundente, insinuante y demoledora de lo femenino, aún así a los ojos del espectáculo apareciera como “obediente y sumiso” en el oculto e irresistible despliegue de sus poderes.

Además Claudia le gusta provocar para manipular a los hombres a su antojo, es decir que, consigue ser el centro de su atención de su pareja para lograr sus propósitos, y para ello finge vivir un amor que no siente acudiendo a la reciprocidad de su cariño y a las demostraciones afectivas, llegando con esto a no convertirse en ese amante: “aquel que nada recibe de retorno por parte del otro muere en la contemplación de su propia ausencia e in-significancia (Kronfly, 1998: 88)

En vista de eso, el periodista dice que: “era preferible disfrutar cada sensación, cada milímetro de piel. Nos ganaban los impulsos: sólo había risas, goce franco, piel, olores, sin palabras grandes de susurros falsos”. (Godoy, 1999: 79). Por tal razón, los jóvenes no se contienen y por el contrario se muestra más abierta a los deseos carnales propios de la mujer fatal, aquella misma que bajo ninguna medida rechaza la lujuria, la promiscuidad, el hedonismo y la ninfomanía.

Al respecto, Fernando Cruz Kronfly piensa que: “los jóvenes viven ahora el tiempo no sólo a través de un poderoso peso del presente sobre el pasado y el futuro, sino a través del valor de lo sensorial sobre otros valores que antes se representaban y se reconocían como superiores. Tengo la convicción de que nuestros jóvenes orientan su vida por la siguiente máxima: vive el instante. Muchas cosas se supeditan ahora a la denominada “utopía de lo inmediato”. (Kronfly, 1998: 31)

Ella actúa así, debido a que tuvo en el pasado una relación tormentosa al inicio de sus pasiones, por eso se veía avocada a un cinismo rodeado de artimañas, que bien se puede sintetizar a la luz de la siguiente afirmación que ella pronunció: “si conoces lo que le gusta a los hombres y se lo das sin perder el control, los tienes en tu mano. Somos unos restos babosos cuando nos topamos con alguien que sabe utilizar su cuerpo”. (Godoy, 1999: 69), lo que demuestra que ella utilizaba a los hombres, sólo para tener relaciones sexuales sin importar lo que verdaderamente sentía su amante, es decir el periodista.

Así es como se puede considerar que Claudia de ninguna manera quería estar comprometida con alguien sólo deseaba vivir aventuras expres, (de corto plazo) y que sus amantes fueran ese espejo y eco de ella, dispuestos a complacerla en todo. Bajo esta actitud se puede afirmar que no era consecuente con su manera de obrar, porque sus personalidades estaban dadas al cuestionamiento y a la interrogación, ya que Claudia su forma de ser era inconfundible, debido a que ella no le tenía miedo a nada y el peligro siempre la atraía.

Por eso, le era familiar perderse del mundo sin que este supiera algo de ello, pero en otras ocasiones daba mucho de qué hablar, porque se le solía ver en lugares de poca aceptación los viernes, sábados, martes y jueves, sin que le importara nada. Por lo anterior, es que ella “para romper las convenciones entraba y salía de crisis existenciales. Y no le decía que no a nada. Lo que me propongan, meto”. (Godoy, 1999: 66)

Además el narrador manifiesta que: “ella no le importaba el día de la semana o la urgencia académica o laboral del día siguiente ni presentar exámenes con la cabeza dando vueltas o atender la ferretería con ganas de vomitar”. (Pág. 66). Por su parte el periodista la describe como una mujer que sabe vivir a fondo.

Ahora Claudia mucho menos se detenía a pensar por un minuto en el daño que le estaba ocasionando al periodista. Sin embargo esta mujer se ha vuelto para sus pareja una obsesión inimaginable de ahí “que la relación tan especialmente ambivalente del macho con su espejo: lo degrada tanto más cuanto más dependa de sus encantos, cuanto más se reconozca como su prisionero en su ostentosa fragilidad” (Kronfly, 1998:92)

En vista de eso considero que son todos estos rasgos de la personalidad de Claudia lo que hace posible que en el caso del periodista la tenga tan presente en su vida, por eso él “veía por sus ojos, bebía su saliva, sudaba sus poros…” y “…estaba dispuesto a colgarse para ella siempre y cuando la muerte se lo pidiera”. (Godoy, 1999: 79).

Finalmente, es la sexualidad como se entiende en algunas esferas contemporáneas una forma de cosificación humana, debido que hace del individuo una persona manipulada que no actúa en aras de no permitir que el amor en sus relaciones de pareja sea degradado y ante esto lentamente es como se ve avocado a una pérdida de la identidad o como asegura Gilles Lipovetsky a la diversificación extrema de la conducta y de los gustos, amplificada aún más por la “revolución sexual”, por la disolución de los comportamientos socio-antropológicos del sexo y la edad.




PÁGINA 18 – CUENTO

LA ESTRATEGIA

Por María Pía Danielsen (Santiago del Estero/Santiago del Estero)

Sabía bien los movimientos. Los tenía estudiados. No porque fuese una preocupación. Simplemente no conocía ni se imaginaba otra manera de actuar. Ella no fue la excepción. Ni sus ojos azules, ni su dibujado cuerpo de mujer abrieron la puerta a otra dimensión en el encuentro. Calculó meticulosamente los casilleros que los separaban. Entonces, se movió dos casillas hacia adelante, sin alejar sus ojos de su anhelo. Inmediatamente, giró una casilla hacia el costado izquierdo. Desde ese lugar expectante, analizaría el desplazamiento de ella, guarecido de cualquier posición de riesgo. La mujer, dueña de una intuición casi clarividente, absorbió la estrategia y se movió una casilla hacia delante y una al costado derecho. En ese sitio halló protección, serenidad y confianza. El, a su pesar, se notó molesto. ¿Por qué utilizaba su mismo plan? Resultaba más lógico y previsible que ella fuera directamente a su territorio, sin advertir el damero invisible dibujado en el suelo.
Desde donde el estaba, dos casillas adelante y una a la izquierda de la posición original, avanzó tres hacia delante y una a la derecha, mientras el olor femenino invadía el centro de sus sentidos. Ella se movió dos casillas a la izquierda y una adelante, con las sienes palpitantes, las rodillas flojas y la anticipación incrustada en la espera.
Esta vez, el no avanzaría. Calculó que sólo restaba aguardar la rendición. Miró hacia atrás, se obligó a pensar en su armadura y fortaleza, brillo y vanidad. En la perfección del plan que desde toda la eternidad, se había ideado sólo para el. Una vez más, el rompecabezas volvía a armarse a su antojo. Miró a la mujer fijamente, escudriñando su ya conocida alma, copia infinita de todas aquellas que antes estuvieron en su lugar. Sin apartar sus ojos de los de ella, en un breve minuto observó el principio de su herida, el movimiento perfecto que grabaría, en forma indeleble, la cicatriz más humillante de su orgullo níveo: la mujer bajó la mirada, dio media vuelta y se fue. Sin palabras, sin vacilación y con el nombre de la ausencia adherido a la espalda.




PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

Maritza Álvarez (Villa Alemana-Chile)

MI COMIENZO…
O MI DESTINO

Y cómo acabé en este lugar?
No lo sé…

Rendida estaba yo a tu rostro
a tu risa y tu talante
y de manera tan sensiblemente descriptiva
a esa manera provocadora de acercarte

No soporté tu aliento en mi cuello
sólo sentí como el fuego se elevaba
de mis pies a mi cabeza
fue como un azote!
trastornando mi alma por completo

Poderoso tú entre los mortales
te negué en mi mente tantas
y tantas veces
pero ya ves…aquí me tienes
esperando de ti
tus caricias y tu arrojo

Mujer sin voluntad me descubro
y simulo delante tuyo
geminiano ser de doble ánimo
tu alter ego se eleva nuevamente
dejándome tirada en el suelo
después del amor…

Estoy pensando y sintiendo
si tus besos y caricias…
si la hoguera que arde en nosotros
cuando nos amamos…
si el sentirme más mujer que nunca
en tus brazos y en tu piel…
valen los momentos desoladores
que vivo, en momentos como éste

Cómo acabé en este lugar!…
No lo sé…

PÁJAROS LIBRES

Pájaros libres son las lágrimas
que resbalan de una canción
de un sentimiento que abortó
de la noche que pasó

Pájaros negros que se meten en el alma
buscando bocados de susurros
granos indigestos que atorarán los sueños
interrumpirán las luces
y acabarán en un pañuelo

NO SOY

Como no soy lo que tú crees
déjame ser lo que ya soy
a qué mostrar una mujer distinta!
si en la noche de luna asomo transparente
y nada puedo ocultar de los astros

Como ya te he dicho lo que soy
en todas las oportunidades que he podido
no quiero inventarme una mujer distinta en la mañana
y deshacerme de ella cuando anochece

Como puede venir la desventura del desaliento
y la desilusión resbalando de tu boca y de tus ojos
quiero mostrarte lo que soy en la grandeza de mi ser
y mostrarte el modo en todas mis pequeñeces conscientes

Como no soy lo que tú quieres
me abrocho el calzado y me voy
sembrando mis caminos para no pasar hambre
Caminaré irreprochable para mi misma
y en las estaciones de trenes me dormiré

Como no soy lo que tú necesitas
te dejo mi traje de enfermera siempre dispuesta
que puede volcarse cien por ciento a tus carencias
que puede hasta escuchar día a día tus canciones
sin cansarse, pero lo que olvidas es a veces se gastan
en melodías que entumecen en el frío del desatino
y desafinan en la desatención a mi alma

Pero como para ti todo eso está muy bien
me voy porque no soy lo que tú crees
no soy lo que tú quieres
ni soy lo que necesitas

ÉRASE QUE SE ERA

Érase que se era unos amantes
que doblados del frío de la vida
de la escasez de roces
de la escasez de ternura
intentaban hacer calor
día tras día
vez tras vez
esperando las sombras
alquilando cuartos
con el peso del mundo sobre ellos

Érase que se era la locura
que cubrían las sábanas y las paredes
su mente no era libre
(la de ella)
día tras día
vez tras vez
esperando no sé qué del alma
(la de él)
respetando tiempos de stress
con el peso de sus miembros sobre ella

EL ARTE DE PERTENECERSE

Pedacitos de vida que van creciendo
mezclando los amigos humanos
con los otros...

Prolongaciones vuestras al reconocerse
vida a vida, y piel con piel,
cada día el arte de pertenecerse

Yo llevaré una rosa...
hay que esperar
que todavía hay tiempo
hay que perseverar

Pedacitos de existencia, Dios mío!
en mis pupilas vespertinas
siempre juntos, aunando fuerzas
para levantar la vida
esa vida tuya que se iba
se iba
enfebrecida de cariño y la tarde que dormía

Y nuestras complicidades,
y la calle,
y la tarde,
y pedacitos de amor,
repartidos en los días

Yo llevaré una rosa.
Hay que esperar,
que todavía hay tiempo
Debemos perseverar!

EL ALTAR DEL HONOR

Te rogaré "mañana"
cuando no haya ni una raíz firme
en mis árboles tan amados
ni frutos verdes en las ramas
ni niño que juegue embelesado

Te visitaré ..."mañana"
y la noche y su profunda neblina
cubrirá mi rostro desterrado
de amarguras clandestinas

Te buscaré "mañana"
cuando el cielo esté obnubilado
y no haya más vida en la tierra
y el sol oscurezca en derrota
cuando haya consumido mi último cigarrillo
malgastado mis últimos pesos
enfrentado mi último espejo
espantado a todas las gaviotas
jugado mi último as
exprimido la única naranja que quedaba
saboreado la última uva verde de mi despensa
y mi salud ya no soporte ni un minuto más

Así, y sólo así
y en esas lastimosas condiciones
quizás
sucumbiré de una involuntariedad absoluta
y arrastraré mis pies hasta tu puerta
que lucirá, como siempre, desvencijada
turbia, roída y polvorienta

Eso será "mañana"...

Por ahora,
disfruto de mis soles completos
Aparto las sombras como quien limpia la mesa
y bota las migas que quedaron
Preparo mis aparejos en la playa amada
La tarde me es noble de tibias latitudes
Mi amor es el puente celeste
donde mi hambre se acaba
y me siento hermosa y cobijada
altamente femenina y admirada
poseída y estimulada
valorada y confortada

Rozando los sentidos
acaricio la noche y despierto estremecida
Hoy mi piel se conjuga en amores correspondidos
el que llena mi alma y mi ombligo

El altar del honor es todo mío.

DESANDAR

Aquí,
en la espesura de una tarde
cargada de soles acuarelables
Así,
en un mismo cielo compartido
pero no en el mismo sitio
Aquí,
en una distancia ajena e indolente
respiro de este sol inconstante
que derrama sangre en sus matices
(la mía)
Así,
yo te espero y esperaré
mudando mi rostro
entre soles y luna llena

Veré, entonces, cambiar de ropaje a los árboles
florecer la higuera y caer las hojas del limonero
llover todas las lluvias de este cielo encaprichado
hasta que ,quizás, mi pecho se canse
mis manos entumezcan y busquen abrigo
y mi boca en un gesto entristecido
(tal vez)
pueda acusar recibo de que ya no vienes
ni vendrás (mi entendimiento se lo dirá)
y mis pasos entonces comenzarán
en pesado trabajo, a desandar las calles
a devolverse por el camino compartido alguna vez
atestado de recuerdos y madreselvas
que aromen la noche en mis espaldas largas
retomaré la vida que estuve a punto de olvidar
esa que un día te entregué entera
sólo por pronunciar tu nombre
y respirar tu aroma, mirar con tus ojos
y abrigarme sólo de tus brazos amantes...

DE TODOS LOS CANTOS, UNO…

Te amparé en la almohada desvelada
para que no te fueras, para no arriesgarme
Y un ángel se ofreció sigiloso y cómplice
a velarme el corazón
Hice un místico sueño con tu imagen
Trazos de lápiz de carbón
tu sombra malograda oscurecían
Te desangré en las palabras escritas
que gritaban tu nombre a voz en cuello
hasta un día en que el rocío nocturno
despertó a tus frontales que dormían
percibiste que mis ecos te alcanzaban
Y de pronto fuiste llamarada en la grave noche
verdad que hierve verdad
de día y de noche llamado y acogida

Y yo te suspiré, de todos los cantos, uno…




PÁGINA 20 – ENSAYO

MANIFESTACIONES DE LO INENARRABLE

Por Gustavo Lespada (Montevideo-Uruguay, investigador de la UBA)

La idea de que el lenguaje humano no puede decirlo ni abarcarlo todo no es nueva. Para el pensamiento oriental lo inefable es la culminación iluminadora del acto contemplativo, al que arriba el sabio después de desprenderse de las limitaciones del lenguaje, sobre todo del concepto ingenuo y consecutivo del tiempo, inherente a la sintaxis. A manera de ejemplo remitimos a la célebre compilación de aforismos y sentencias atribuida a Lao Tsé bajo el título de Tao Te King (siglo VI A. C.), y a su forma de desarticular los encadenamientos silogísticos utilizando la paradoja como herramienta fundamental para evitar el razonamiento lineal y poder acceder al verdadero sentido de la vida humana.

Por otra parte, mediante los koan-zen los maestros budistas enseñan las limitaciones de la lógica causal provocando una ruptura, un desfase entre la interrogación del discípulo y la naturaleza absurda de la respuesta. Más reciente, sin embargo, resulta el intento fundamental de la literatura moderna de romper las secuencias causales y la temporalidad lineal y sucesiva con el propio lenguaje, con las palabras y con el silencio.

Probablemente las manifestaciones más sofocantes del silencio sean las que se articulan con el exterminio, la constatación después de Auschwitz de que el mal absoluto no es sólo un motivo de la literatura fantástica ni el descenso al infierno una prerrogativa de los héroes homéricos. Por razones de espacio, voy a referirme a unos pocos ejemplos paradigmáticos entre las numerosas modulaciones latinoamericanas del holocausto. Empezaré por destacar Morirás lejos del mexicano José Emilio Pacheco, cuya potenciación de la hipótesis y su morfología fragmentaria permiten la inclusión de múltiples aspectos del nazismo, a la vez que sus reflexiones alcanzan dimensión profética respecto de la metodología de exterminio practicada por las dictaduras del Cono Sur una década después. Efectivamente, en 1967 Pacheco estampa su advertencia: el nazi acorralado que es eme “no duda que sus servicios volverán a ser utilizados” (107).

Morirás lejos es un texto que no descansa en una estructura lineal y progresiva, todo aquí sucumbe en el esbozo como si fuera la puesta en escena de la imposibilidad de narrar. Pero esta imposibilidad de alcanzar las aristas definitivas de la forma es deliberada. Decimos que es novela porque circula como tal, dado que pese a abrevar en el testimonio no es un texto que apele al rigor de la historia ni a las ciencias sociales, aunque tenga mucho de ambas.

Ficción entonces, aunque tan escuálida que carece de unidad y de personajes. Ficción descarnada y hambrienta de desarrollos más certeros o desenlaces menos ambiguos, quizás añorando la consistencia de rasgos claramente definidos y no estos espectros inciertos (eme y Alguien) que nunca terminan de cuajar. Pero no olvidemos que la literatura es la forma de decir que dice por la forma, y aquí lo formal pareciera haber sido alcanzado por la devastación extrema del campo, la escritura pierde su serenidad progresiva, el formato homogéneo de la tipografía es asaltado, carcomido por espacios en blanco que disgregan toda ilusión de totalidad y transparencia. El borde abrupto y desparejo del fragmento remite a la violencia ejercida sobre cierta integridad previa, porque las construcciones verbales no pueden permanecer indiferentes a la desestructuración existencial que significó el nazismo (en este sentido leemos la frase de Adorno sobre la imposibilidad de la poesía –tal como la conocíamos- después de Auschwitz). Todo ordenamiento expositivo pareciera haber estallado, el texto mismo participa de una angustia sobreviviente urgida de dar su testimonio, testimonio que siempre remite al dolor de lo ignorado, que es un saber atravesado por un no-saber: no estamos frente al relato de una situación de acoso, sino frente a la acción de acoso de lo indecible llevada a cabo por un texto.

Por su parte, a partir de un encuentro imaginario entre Kafka y Hitler en un café de Praga en 1909, Ricardo Piglia en Respiración artificial confronta el modelo del escritor contemporáneo con el autoritarismo, a la vez que introduce una reflexión cifrada sobre los crímenes de la dictadura argentina. Kafka se constituye en “el hombre que sabe oír” los proyectos abominables de aquel psicópata ridículo llamado Adolf: la sociedad convertida en una inmensa “Colonia penitenciaria” y el Estado como la maquinaria anónima del terror, en “un mundo donde todos pueden ser acusados y culpables”. La novela de Piglia nos dice que Kafka hace en su ficción lo que Hitler proyectaba hacer en la vida; la literatura anticipándose a la historia porque las palabras son un componente inseparable de la realidad material, y si “las palabras podían ser dichas, entonces podían ser realizadas”. En el momento en que el escritor agoniza en un sanatorio de Kierling (1924), el Führer se pasea en un castillo de la Selva Negra dictando los párrafos de Mein Kampf. Ambos registros se encuentran, se alternan en la página. La escenificación del dictador chillando sus planes macabros contrasta con los últimos momentos silenciosos del escritor al que la tuberculosis ha privado de la voz y apenas puede escribir para sus íntimos. En una confluencia de significados y significantes, la palabra literaria es desplazada por la amenaza de despojar de la palabra a los pueblos sometidos, de “impedirles todo aprendizaje para ahogar toda inteligencia y toda posibilidad de rebeldía”. Mientras Kafka se ahoga por la enfermedad, los chillidos de un animal aterrorizado en su madriguera introducen la marca de lo que permanece fuera del lenguaje. Porque la obra de Kafka –concluye Piglia- es aquella que se atreve a hablar de lo indecible, de eso que no se puede nombrar. ¿Qué diríamos hoy que es lo indecible? El mundo de Auschwitz. Ese mundo está más allá del lenguaje, es la frontera donde están las alambradas del lenguaje. En ese núcleo inaccesible el horror de los campos nazis se prolonga en la Escuela de Mecánica de la Armada, en El Vesubio o La Perla, y el emblemático Kafka encarna en nuestros Haroldo Conti, Paco Urondo y Rodolfo Walsh.

Resulta muy sugerente también la solución narrativa que encuentra el recientemente fallecido Roberto Bolaño en Estrella distante. No se trata tanto de una novela sobre la dictadura de Pinochet –aunque también lo sea-, no es que la literatura busque al fascismo en el ámbito del referente, es decir afuera de ella, sino que hace surgir al fascismo dentro de lo literario, continuando y profundizando el gesto iniciado en La literatura nazi en América. Un teniente de la fuerza aérea llamado Carlos Wieder se infiltra en los talleres literarios de una ciudad del interior de Chile durante la presidencia de Salvador Allende, bajo el nombre falso de Alberto Ruiz-Tagle, para luego, con el advenimiento de la dictadura, dirigir personalmente a los escuadrones encargados de secuestrar, torturar y asesinar a las poetas opuestas al régimen. Este personaje que con su seducción se gana la confianza de las mujeres, que “se hacía querer” (44) y que aparece caracterizado como “un ángel” (55), nos recuerda las descripciones de Astiz cuando se infiltrara en la agrupación Madres de Plaza de Mayo. Signado por la duplicidad y la máscara Ruiz-Tagle lee sus poemas con tal desaprensión que parece que no fueran suyos (21), y a las notorias diferencias respecto de los otros jóvenes poetas tanto por su forma de hablar como por su aspecto pulcro y de vestimentas caras, se le suma que vive solitario en una casa percibida como preparada, en la que faltaba algo innombrable –en el decir de otro personaje-, “como si el anfitrión hubiera amputado trozos de su vivienda.”(17)

Anuncios y presagios se van tramando desde la proclama de “revolucionar a la poesía chilena”, no tanto por la que piense escribir sino por “la que él va a hacer” –y ese verbo en bastardilla funciona claramente como una amenaza- (25). Opera aquí la misma oposición entre fascismo y literatura que señaláramos en la novela de Piglia, con el ingrediente de que esta confrontación se plantea dentro de la institución literaria mediante promesas de cambios radicales mezclados con exabruptos vanguardistas a lo Marinetti, como si se tratara de un golpe de estado en la patria de las letras. Es la acometida de manifestaciones escritas “por gente ajena a la literatura” (143): donde un cuchillo puede irrumpir inesperadamente en un poema (23), o se describen rituales de iniciación –como los de la secta de Escritores Bárbaros- que son justamente lo contrario de una lectura reflexiva (138-139). Finalmente Wieder confirma el nuevo retorno de los brujos, dejando un rastro de desaparecidos, una constelación de crímenes expuestos como una poética del horror.

Ya como el teniente Wieder será el piloto que escribe versos en el cielo desde un avión alemán de la Segunda Guerra, exhibición de “poesía aérea” que mezcla versículos de la Biblia con referencias en clave a sus víctimas, y que hará coincidir con una macabra exposición de fotografías de cadáveres y cuerpos mutilados por la tortura. Esta exaltación de lo efímero está dada no sólo desde lo explícito de las imágenes desgarradoras del exterminio o de los versos-consignas que glorifican a la muerte (89-91), sino también desde la forma de la escritura de humo que enseguida se disgrega en el cielo y la fugacidad de la exposición cuyas fotos los agentes de Inteligencia procederán a requisar rápidamente previo inventario de todos los que asistieron a la fiesta (99). Estos actos de barbarie e intimidación presentados como simulacros artísticos se revelan justamente como lo opuesto a la trascendencia y perdurabilidad del acto estético.

Por último quiero referirme a Las cartas que no llegaron del uruguayo Mauricio Rosencof, que probablemente sea la más conmovedora. Mauricio Rosencof, líder tupamaro, fue uno de los rehenes que la dictadura uruguaya (1973-1985) mantuvo durante doce años en cautiverio bajo amenaza de muerte, sometido a todo tipo de torturas y vejámenes, simulacros de ejecuciones, encapuchado, incomunicado, obligado a padecer la sed hasta el extremo de llegar a beberse los propios orines. En esta novela sobre la cárcel, tramada desde la incertidumbre y la carencia sin apelar nunca a explicaciones realistas, la configuración del narrador principal contiene evidentemente datos de la experiencia del autor, pero estos ingresan en el texto depurados con diversas técnicas de selección, fragmentación y montaje, enhebrados por mecanismos analógicos y metafóricos, es decir, sometidos a un procedimiento simbólico complejo que les confiere status literario fortaleciendo además su eficacia en tanto testimonio. Dividida en tres partes, en el primer capítulo se recupera la infancia del narrador en Montevideo, con la intercalación de cartas apócrifas de los parientes judíos desde Polonia. Pero no se describen las peripecias desde la perspectiva del adulto preso, sino que el procedimiento se introduce, se focaliza en el niño, reproduciendo los mecanismos asociativos con la frescura y las incongruencias propias de la edad. En contrapunto con las vivencias infantiles se intercalan las cartas que esperaba su padre y que nunca llegaron. Desde la instalación de la Gestapo en Polonia, los trece fragmentos narran las penurias de sus protagonistas durante la reclusión del gueto de Varsovia hasta ser deportados y reducidos al campo de Treblinka. Una actitud de resistencia progresa desde la fantasía o el humor negro hasta desembocar en el grito, ese grito que es la expresión reconcentrada del último vestigio de dignidad humana –como dice Rosencof-, ese grito “que cruza los aires como un pájaro sin cuerpo” (31). El grito es una manifestación de lo inexpresable, de la incapacidad del lenguaje para articular el dolor. Ahora bien, el grito, en tanto denota una ausencia de formulación no difiere del silencio, también es un vacío, una falta, aunque estentórea. Pero en todo caso se trataría de un silencio que no acata: el grito es un silencio que se rebela revelando su condición silenciada, su imposibilidad de decir.

La contaminación entre ambos registros en esta primera parte, evidencia la forma en que el holocausto flanquea al niño montevideano tanto como el terrorismo de estado al adulto: entre estos dos sistemas represivos se proyecta una vida, entre ambas alambradas la narración cava su trinchera. La ficción que ocupa el vacío epistolar, esa ausencia donde la muerte ejerce su dominio (anunciada desde el título de la novela), transforma ostensiblemente la anécdota familiar en una síntesis de la Historia. En la ausencia de las cartas se inscribe la pérdida, el vacío que nos remite al exterminio, pero también negándose su existencia se afirma el derecho de la ficción a ocuparse del tema. Y es que la ficción no es lo opuesto a la verdad, ni siquiera incompatible con ella, por el contrario, debemos pensarla como un componente insoslayable y constitutivo de la realidad humana.

Las ficciones son agentes del cambio a la vez que formas de descubrir cosas, como señalara con lucidez Frank Kermode: necesitamos y suministramos ficciones de concordancia, relatos que nos brinden el amparo de la congruencia frente a la intemperie del caos. Pero también, en tanto invenciones autoconscientes, se oponen a los mitos, entendidos estos últimos como ficciones reificadas –es decir, naturalizadas con fines ideológicos- de pretensiones unívocas e inalterables. Contrariamente al dinamismo de las ficciones que nos enseñan acerca de la vida y se renuevan conforme a las necesidades de los hombres, los mitos se consolidan como agentes conservadores de la dominación. Los deportados a los campos resisten con ficciones y todo tipo de refugios de la memoria al mito nazi del antisemitismo, de la misma forma que nuestro personaje-narrador resiste la tortura y el aislamiento conversando con su padre o tocando un violín imaginario.

El agujero narrativo alcanza su máxima expresión en la última parte de la novela, en torno a una palabra en posible caldeo o arameo que le ha dicho el padre pero que nunca aparece escrita. Se menciona su significado como el de una invitación a compartir el alimento y el calor familiar, se la trasmite clandestinamente a través del muro carcelario mediante una clave morse, pero nunca se materializa ante nuestros ojos. La Palabra no está dicha porque surge en condiciones irreproducibles y evidencia mediante la forma informe de la elipsis —sin nombrarse, nombrando- lo intransferible del dolor y del crimen, de la misma manera que se alude a la tortura sin mencionarla. La desaparición de personas suscita la desaparición de la palabra. Y esto nos devuelve a la dimensión de lo inefable del lenguaje.

Pareciera que es en la referencia oblicua, en el rastro latente, en la excrecencia inasimilable por donde se accede a la verdad, una verdad que no sea mera tautología, es decir, la que nos provoque un conocimiento capaz de modificar aunque sea en algo nuestra circunstancia. Como si lo trascendente residiera en el margen, en lo más ínfimo. La producción estética procede como el automovilista de cualquier gran metrópoli que circula con la mirada centrada en el tránsito de adelante pero dependiendo de su visión periférica –sin la cual se expondría a innumerables accidentes- para su desplazamiento. En la sombra hay una reserva estimulante de caracteres recesivos, no evidentes, de ambiguas manifestaciones. Es esta lateralidad, esta presencia acechante del borde tenebroso lo que hace de la literatura una codificación fronteriza siempre gestándose en otra parte, siempre a caballo de la cifra y el silencio. De este silencio también depende la opacidad necesaria para que no se agoten los sentidos de la obra, para que nunca esté dicha la última palabra.




PÁGINA 21 – CUENTO

EL DISERTANTE

Por Delfina Acosta (Asunción-Paraguay)

La señorita Sara Arzamendia era una escritora que tenía su tiempo arreglado. Se levantaba cuando el olor de su patio cubierto por enredaderas, aloes, helechos y flores de las más diversas especies, se hacía fuerte y le provocaba estornudos.

Los abejorros venían a estrellarse, en esos momentos, contra su ventanal de vidrio.

Después de cepillarse los dientes, peinar su cabellera oscura y con relucientes canas, y desayunar una taza de leche con café y pan untado con dulce de membrillo, se dirigía al depósito donde dormía su perro, para llevarlo al patio delantero.

Luego se sentaba a escribir. Esa mañana de sol casi rojizo (había pasado un mes y medio sin llover), se le escurrían las ideas de las manos blancas y venosas:

Manuel Franco era un joven de veinte años, que se dedicaba a la apicultura, practicaba natación, y no era de salir.

Por eso, porque no era de salir, la vez que decidió ir a escuchar la charla del profesor Sun Shaomou sobre fenómenos paranormales (la cátedra correspondía al salón 4 del edificio “Alta Torre”), esperaba pasar un momento que no sabía cómo definir.

El disertante en cuestión era un chino de edad escondida. Vestía un traje negro y una corbata riesgosamente colorida para la ocasión.

Al cabo de un buen rato de la exposición versada sobre la compatibilidad de la luna con las ideas criminales, Manuel levantó la mano y dijo las vaguedades propias que se dicen en circunstancias donde la realidad desaparece y las especulaciones y las ironías son las cartas con las que se juega. Espantó una mosca que le causaba molestia y se quedó aguardando una respuesta.

—¿El señorito podría pasar en limpio la pregunta? El señorito parece que leyó mucho a Sigmund Freud —contestó y refugió su rostro amarillo en una sonrisa burlona y muy china.

La mosca se había posado sobre la mesa de ébano donde estaban el vaso y la jarra de agua de Sun Shaomou.

Una joven rubia, con cutis de cristal, que entró con la respiración acelerada al recinto y se sentó a su lado, le salvó de levantarse y darle un plantón al disertante, pues le pareció muy feo que se pasara de mambo.

La recién llegada tomaba con rapidez anotaciones en un cuaderno. De vez en cuando se llevaba la mano a la boca, sorprendida con los ejemplos de las extrañas circunstancias que el oriental contaba, y él, que ya la había descubierto entre el gentío, se embarcaba —ahora— con pasión en lenguas raras. Luego, acercándose a ella como quien invita a bailar, le preguntó qué situación (concretamente) extraña le había pasado alguna vez.

La chica se levantó, se vació en un largo suspiro, y dejó constancia con una sonrisa atenta y amable de que no tenía nada que valiera la pena contar.

Esa respuesta no bajó el entusiasmo del chino, que a partir de entonces parecía reflexionar y hablar expresamente para un grupo de cuatro señoras (tres de ellas excedidas de peso) sentadas en la primera fila. Las damas también hacían anotaciones marcadas por el pulso de la ansiedad (los detalles eran tan infrecuentes). Escuchaban al mensajero asintiendo a menudo con la cabeza. Parecían convencidas de que el oriental las llevaría por un camino azulado, y que de un momento a otro el corazón se les paralizaría con la revelación, la confesión prima, el eje del misterio salido a la luz para la salvación humana. Como a las diez de la noche terminó el acto.

Manuel, ya en la calle, se acercó a la joven rubia. Ella estaba llena todavía de aquel clima extraño e hipnótico que había vagado como una mariposa nocturna por el recinto.

Le propuso caminar un rato. Y la mujer le contó que se llamaba Rita, que creía en esas cosas desde chica, aunque jamás le había ocurrido nada de nada. Y era su voz dulce, y sus palabras caían cuidadosas y lentas en esa noche calurosa. Un perfume de gipsófilas la envolvía silenciosamente.

Manuel notaba que ella buscaba sus ojos. Se los dio enteramente. Y ambos se entregaron al placer simple y volátil de la conversación que se genera con espontaneidad entre los recién conocidos.

Fueron a buscar un bar pues deseaban tomar gaseosas, y también porque no querían que aquella noche, tan necesitada de cigarrillos y de Coca Cola, terminara así, sin olor ni color.

Se metieron en un barcito llamado “La Posta”.

La mujer le dijo que estudiaba Literatura y Letras y que admiraba a Albert Camus. Le citó otros nombres: Julio Cortázar, Mario Benedetti y Franz Kafka.

—Mario Benedetti tiene el valor de escribir cosas sencillas, mérito no encontrado en Julio Cortázar, que es magistral, pero a quien hay que leerlo más de una vez para entender hacia dónde apuntan sus crímenes —dijo, y trazó un círculo con el dedo índice sobre la mesa.

Mientras ella hablaba, y sorbía con una paja la gaseosa, Manuel rogaba por dentro que siguiera hablando, que siguiera contando las cosas que contaba, así, como una mujer que lo quería seducir con su porte intelectual (pilló su juego); que hablara, hablara, hablara, y dijera la tabla del siete si ya no le venía nada a la mente. Aquella voz suya era como un hueco rellenado con luz propia.

Le preguntó dónde vivía. Y ella le dijo que a una cuadra de la vieja fábrica de botellas. Y que su casa tenía una muralla de color terracota con el número 954.

Se despidieron con un intento de beso en la boca.

Durante tres días Manuel se pasó dale que dale, pensando. ¿Debía ir o no a verla? Su corazón le decía que sí. Pero temía. Apenas la conocía y ya la extrañaba ferozmente.

Aquella tarde de sábado con llovizna, mientras escuchaba la voz de Charles Aznavour, algo dentro de él se rajó. La viscosidad de la sangre, ese derramamiento apasionado, sin pausa, sin límites, lo llevaron a fumar.

Apagó el tocadiscos y se lanzó a la calle.

El ómnibus lo dejó a dos cuadras de la casa de Rita.

Caminó. Allí estaba el número 954. Y también el timbre. Tocó y apareció en la puerta un señor sin camisa, con el pantalón manchado con cal, y nervioso. Tosía mientras daba consejos a la gente de adentro.

Cuando le preguntó por Rita le miró extrañado.

—Aquí no vive ninguna Rita —fueron sus palabras.

Entonces Manuel se enojó, y le dijo que no podía ser, que él era solamente un amigo de su “hija” y no tenía intención alguna de molestar.

—¿Dice usted, mi “hija”?
—¿Pues qué cosa viene a ser de ella, si se puede saber? ¿Acaso el abuelo?
Entonces el señor se enojó de veras, y le avisó, con el rostro enrojecido, que no estaba para bromas, y que lo mejor era que se marchara en el instante porque en caso contrario llamaría a la Policía.

En ese punto, Sara Arzamendia se quedó pensando. Apoyó la cabeza sobre el respaldo sedoso del sofá. No sabía por dónde continuar el relato. Y hacía tanto calor. Y el sudor picaba en el cuerpo.

Le pasaba que cuando no sabía cómo acabar o seguir un cuento, iba a encontrarse con su amiga Amparo Méndez, y ella le daba la medicina literaria adecuada para salir del aprieto.

Un ave muerta era devorada por las hormigas en el patio.

Llamó a Amparo y le propuso un encuentro a las cinco, en el bar de siempre.

Derramó una jarra de agua sobre su perro, que huía del calor, con la lengua afuera, hacia cualquier sitio.

A la cinco menos cuarto, Sara se dirigió a la calle. Un repentino temor (o casi pánico) de que por esta vez su amiga no pudiera ayudarla, la distrajo, la apartó un momento del mundo, del lejano ladrido de los perros, de la realidad del calor sofocante y espeso.

No vio la camioneta azul que apareció de improviso y la embistió.

Después de un tiempo, alrededor de su cadáver, se fue juntando lenta, ceremoniosamente, la gente...




PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

Fernando Cruz Kronfly (Buga-Valle del Cauca-Colombia)

Cuántas veces este hombre que todavía soy
Abandonó a sus perros para descender a los establos profundos.
Pasaban vientos tan helados como húmedos,
Envueltos en hojas marchitas de cigarras quemadas.
Escuchaba el vaho de las vacas en las canoas de ciprés
La cumbamba del pensamiento en el cuenco encenizado de la mano.
De tanto olor a forraje al final se partía algo dentro de mí,
Haga de cuenta ronquido de vidrio,
Ramas de laurel congeladas,
Cáscaras de culebra.
Estas vacas me aman -me decía.
Iba donde dormían los terneros extendidos como pieles de colores en el aserrín.
Oía con el viento la queja de los techos de hojalata,
Pisoteaba hasta el amanecer los suelos cubiertos de helecho,
Olfateaba los biberones recién hervidos.
Regresaba encorvado al establo donde ocurrían los nacimientos.
Cuando el sol ya iba lejos, mi mujer asomaba a la baranda con una taza de café.
Mientras yo la bebía cabizbajo ella pasaba de un lado al otro la camándula.
En aquel entonces todavía tenía confianza en mi recuperación.

En presencia de los ojos de los caballos me sentía como delante de empozadas series de espejos.
En aquel entonces no tocaba guitarra ni ofrecía serenatas a las víctimas del desasosiego.
Huían de mí las palabras, me azotaba contra los muros de la pesebrera.
Al entrar la noche salía al trote para llenarme de aire.
Luego regresaba con algo de pasto en el hombro.
Delante de las yeguas que daban a chupar su leche a los potros caía dormido.
Con los días me despertaba.
A la sombra del páramo solía putear el mundo arrodillado en una banca
Que cierta vez fabriqué con los restos de una canoa en ruinas.
Ponía la cara contra el viento para saber de dónde venía, para dónde iba.
La niebla de marzo devoraba mis sienes,
Escuchaba sus dentelladas mientras comía mandarinas.
Oía caer a la tierra esponjosa los limones del pequeño árbol que creció en la orfandad,
Envuelto en la ráfaga que los domingos subía del lago.
Yo formaba parte de aquel mundo desaparecido
Que sólo he podido volver a observar en fotografías desvanecidas, en el carbón apagado.
Parecía hijo de la humedad a solas, del destierro de mis abuelos,
De las nieblas que al amanecer desaparecían la carretera,
Los techos de mi aldea, hasta mi sombrero.
En vez de ir a la tienda me quedaba a patear el empedrado con los tacones
Igual que los caballos de los que vivía enamorado lo hacían con sus herraduras.
No ofrecía serenatas pero vivía de la obsesión de imitar sus relinchos bajando con un tarro de hojalata hacia la bananera.
Me detenía durante semanas a observar aquellas colas como de plumas
Con las que azotaban los tábanos en el aire helado de la mañana.
Susana se atrevió a decir cierto día en uno de sus desquites que de muchacho fui un loco.
Pronto olvidé el incidente y la lealtad aplastó de nuevo la arena ardiente, la cebada por el tiempo quemada.
Apago la boquilla de la estufa encendida a la deriva.
Me hago a un costado de la ciénaga.
Susana lo olvida todo, se encuentra en grave peligro de sí misma.
La ráfaga que entra por la ventana en pedazos desciende por mi ropa.
Las arrugas en el paño desaparecen.
Se pone en marcha de pronto el motor que impulsa el refrigerador.
Abro la portezuela, miro adentro con el mismo terror de todos los días. Una luz mortecina brota de los compartimentos,
Se derrama en el piso amarillo.
Descubro entre la niebla una bandeja con piezas de animales tasajeados.
De la nave de arriba penden gotas de hielo sangrantes
Detenidas a mitad de camino.
Veo lechugas, berenjenas, tomates en el cajón intermedio que se pierde en el abismo.
De los muros se apodera un color violeta.
Dos bolsas de leche se derraman
Encima de una bandeja de tahini de garbanzo de hace algunos años.
Del muro de la cocina cuelga un calendario que jamás antes vi.
En la página que corresponde al mes de marzo asoma un caballo a galope tendido.
Detrás del animal sube un arrume de polvo color ceniza.
Hay piedras negras en el campo que el caballo recorre, hierba azafranada.
Decenas de árboles se mecen encima de una pequeña cabaña de techos de madera.
Un gallo rojo canta en la tranquera.
Alcanzo a ver el humo de una quema a lo lejos.
Sentado a la puerta de la cabaña el anciano envuelve un pedazo de pellejo de becerro.
Huyo de la aterradora mirada,
Me abrazo a los cubos de hielo que sobreviven en el vaso.
Desde el descanso de la escalera
Susana me mira desconsolada abrazada a la camándula.
Empiezo a caminar rumbo a la carreta de mano donde duerme Susana.
Es domingo y tengo prohibido ir a ofrecer serenatas.
Ella descansa tranquila con la boca en tinieblas
Mientras yo la ventilo con la cola de un pavo.
El aparato de televisión que la terminó de dormir ilumina apenas la penumbra.
Opacos colores se reflejan en el muro donde día por día Susana ha venido dejando por pedazos sus uñas.
Hasta el lugar donde me encuentro llegan perfumes de polvos
Para el espléndido cuerpo que un día hubo allí.
Parece que Susana no hace mucho estuvo cantando en la ducha.
En sus momentos alegres ella me sugiere canciones
para la serenata que le he prometido.
Siempre que permanezco más de un año en esta casa debo llenarme de paciencia.
Susana requiere de pedazos de sueño cuando no he ido al trabajo.
Ella suele hablar a solas pero todavía no la escucho.
En el antejardín vecino un perro se desgarra.
Alguien desconocido ha venido a tocar la campana bajo el portal.
Por la ventana en pedazos le hago gestos de que nada de nada.
Cada minuto que pasa observo los palos del reloj para saber por dónde voy.
Veo arriba de mi cabeza la sombra de la jaula de los canarios que Susana no ha cubierto todavía con la sábana de los muertos.
Corro a la cocina para servirme un vaso con pedazos de hielo. Prometo no mirar el calendario de marzo en el muro.
De paso por el comedor veo el álbum de reojo.
Allí hacen tumulto las fotografías desvanecidas por las que he venido.
Voy a la estantería y me sirvo otra copa de brandy, del mismo que papá estuvo bebiendo la noche que partió.
Desde este lugar escucho mejor cuanto está aconteciendo en el aposento de Susana contiguo a la platanera.
Mi viejo Pontiac, afuera, ha empezado a cubrirse de escarcha.
Tomo asiento a la orilla de la cuneta en el patio de las bifloras.
He llegado al amanecer, mi boca huele a alcohol, a labio de mujer.
El mueble en que me he sentado fue forrado hace años en pellejo de cabra
Pero aún perfuma a sangre sacrificial.
Si acaso Susana duerme no es mi deber despertarla.
Ya lo harán las gallinas.
Pronto abrirá las pestañas y correrá a hervir café.
Se acurrucará a llorar encima de la leña, así son sus madrugadas.
Luego encenderá la radio para escuchar las noticias y saber si al fin me mataron.
Mientras Susana despierta,
Tal vez pueda oír el canto del pajarraco que algún día se la llevará no sé dónde.
Lo único cierto es que se la llevará.
Debo dar muerte al pajarraco en silencio sin que Susana lo sepa.
Luego desayunaremos, cada uno de los dos del otro lado del periódico.
Hablaremos hasta llegar la noche, cada quien recostado en la sombra del otro.
Cuando ella se duerma de nuevo la llevaré a su lecho en la carreta de mano,
En puntillas me marcharé a recorrer el mundo.
Vivo de cantar serenatas y ya va llegando el tiempo de sentirme cansado.
Al amparo de una lámpara vacía acabo de abandonar mi Pontiac color plomo.
Papá andaba en él como sobre un caballo de cascos de goma,
Pero al morir no tuvo a nadie más en quien depositarlo.
Mi única obligación fue darle a beber gasolina a partir de aquel día.
Me detengo en el antejardín.
Vengo de nuevo oliendo a cerveza, a pellejo de mujer, a labios que hace poco dijeron adiós.
Debajo del brazo traigo media guitarra,
La otra mitad debió quedarse en la cantina en garantía del pago de una cuenta de brandy.
Ahora las meretrices sólo chupan brandy como leche sombría.
Veo insectos volar alrededor de la poderosa bombilla que da sentido a la calle.
El pedazo de guitarra que traigo conmigo es la prueba de todo lo contrario de cuanto hice.
Creo estar escuchando el canto del pajarraco que le tiene el ojo puesto a Susana.
Si no fuera una bruja, diría que lo que veo en el caballete es la quijada del animal que se saborea.
Escucho el ruido de la tierra a mis pies,
Su ronquido en el borde de mis botas de mariachi.
Susana me desea en sus brazos mucho más de lo debido cuando vengo así disfrazado.
Estoy informado de que el ruido que escucho
Es de babosas que ruedan bajo las violetas en el antejardín.
Pronto saldrá el sol y comenzarán a poblar la carretera otros animales.
Geranios de diferentes floraciones
Cuelgan de materos degollados por el hacha de la chusma sombría.
La casa donde me encuentro no es la misma por la que he venido trotando por la carretera.
Begonias sembradas en tarros de colores adornan la masacre.
Margaritas cerca de las cunetas ensangrentadas,
Anturios quemados del color de la estufa violeta, vajillas incineradas.
Los cartuchos que dejó la matanza lagrimean todavía encima de las piedras.
Escucho en la lejanía el hervor de la espuma en la quijada de los cadáveres
Que flotan entre los juncos cuando crecen a la orilla del río.
Nací en un país criminal, eso es todo.
Como a una loca lo amo.
Rosas, agapantos ahogados en la promesa de mejores días
Que Susana esperó conmigo, sentados los dos al pie de la ventana que nunca llegó.
Ya estamos viejos, desde las bancas del parque se escucha nuestro ahogo.
Las fotografías que observo acaban de llegar de no sé dónde.
Pretenden empujar las otras que en este instante parten rumbo al olvido.
Nuestros hijos toman demasiadas fotografías en el parque no sé para qué.
El álbum de Susana por primera vez se tambalea en el precipicio de la mesa
Donde a veces nos sentamos a leer el periódico delante de una pechuga
de paloma.
Una vez más Susana humilla la cabeza doblada sobre sí misma.
No hace más que leer, armada de una lupa,
Las líneas cruzadas del destino en sus manos.
Se ha propuesto llevar a cabo otra vez el balance de su recorrido en mi compañía
Para ver si entre el pajar encuentra una perla.
No sabe dónde lo que alguna vez soñó se volvió ripio,
En qué lugar de la carretera cubierta de ceniza todo se torció para siempre.
Para dar a conocer sus inquietudes,
Expone a la luz de la pantalla las palmas de ambas manos cuarteadas.
Escucho el inútil “chaz-chaz” de sus dedos.
La imagen que estoy viendo clausura el derrumbe de la casa que busco,
Lugar que no es el mismo donde ahora me encuentro.
He fracasado.
Tantos restos veo reunidos que no sé por dónde empezar a desatar el candado
Que brota de la tierra sombría.
La página del álbum que me es ofrecida flota en vano encima de la mesa
Que reúne el naufragio,
Al pie de residuos de berenjenas ya heladas, de garbanzos como pedazos de Granizo encendido.
Veo goterones de grasa demasiado oscura en el caldo.
La ráfaga que entra por el ventanal caído
Arrecia hasta tornarse una amenaza.
La materia jamás tuvo piedad con nadie,
No vale la pena repetirlo.
Observo flamear la cabellera blanca de Susana ya bastante lejana,
Su chal aguamarina dar gualdrapazos contra el espaldar de su última silla.
Escucho en la lejanía el pito del vigilante que trota alarmado hacia la enfermería.
Al amanecer,
Las cosas ya no serán más las mismas que hasta hoy fueron.




PÁGINA 23 – ENSAYO

DOS ALMAS PICTÓRICAS ASAETEADAS POR LA MISMA SENSIBILIDAD.

Por Ricardo Musse Carrasco (Sullana-Perú)

En los universos pictóricos se sedimentan los atavismos más oscuros de la humanidad. El artista plástico reconociéndose, ya sea como veraz portavoz o como compulsivo fingidor de lo que plasma; diseminando plurales cromáticas y trazos que, a medida que se delinean, se van distorsionando a fin de trasuntar nuestras envilecidas esencias, desengañándonos, de modo contundente, enfrentándonos, sin ningún tipo de absurdas misericordias, con las latentes malevolencias que nos cobijan; asume, con polémico compromiso, su insobornable rol de desmitificador y crítico.
Los cuadros abstractos de Olivera Cannalire (Serbia-polifacética artista), transgreden, imbuyéndonos de secular perplejidad, esto es, nos ahondan, con un sutil extrañamiento, hacia el vórtice de sus penumbrosas cromáticas; nos abruman, sobresaltando lo que suponíamos ya ortodoxamente instaurado en nuestro horizonte cognoscitivo, nos advierten que los discursos axiológicos se han desbarrancado para siempre; que el ser humano concreto, insertado dentro de perentorias circunstancias, se desdice, se traiciona, se refocila de la afrentada projimidad doliente; minimalistas lienzos que nos enrostran que el fratricidio es lo que, de modo fidedigno, nos define como irredimible especie ontológica. Y, en consecuencia, esas certezas cromáticamente configuradas, con sus difusas semióticas, nos insuflan la sapiencial corazonada de los agonizantes latidos.
Desde un punto de vista formal, las realizaciones pictóricas de Russbelt Guerra (Piura-humanizado artista) ostentan una estructurada rigurosidad: Sus elementos se articulan desde la perspectiva del ensimismamiento y la hermética extrañeza compositiva.
Como los surrealistas, los cuadros de Russbelt Guerra se enceguecen por los enajenantes deseos. En ellos se configura un erotismo torvo, cuyas musas vendadas con fardos deshilachados, progresivamente se van despellejando, horadándose, despojándose de sensualidad, -en suma- deshumanizándose.
Uno de los rasgos atrayentes de este atónito universo, es la pulida configuración del dibujo: En un exquisito delineamiento figurativo marcado y preciso, que aspira a recortar y dar forma a los fantasmas del subconsciente.
Además, Russbelt Guerra traduce pictóricamente la deliberada deshumanización que actualmente conspira contra la esencia del hombre, manipulándolo y degradándolo; donde un perverso reino, agazapado en las sombras, delinea sus enajenadas cogniciones.
En suma, Russbelt Guerra y Olivera Cannalire, son dos almas asaeteadas por las mismas resonancias vitales; desde esta ermita escritural los congratulo por la exposición pictórica bipersonal, denominada la vía sublime, que se llevará a cabo próximamente en la culta ciudad de Trujillo.




PÁGINA 24 – CUENTO

FUERA DE BORDA

Por Nicolás Romano (Tierra del Fuego)

Ya empieza ese viento cojudo y se lleva hasta el alma. Parece que uno quedara vacío entonces, solo cáscara; los pensamientos arranca y se lleva, barre hasta con las ganas.
En realidad no se sabe si empieza o si nunca dejó de soplar. Ese es, del sudoeste siempre. Pero hay veces que del Oeste o Norte cálido llega empachando todo, levanta piedras, tuerce los árboles y los empuja a un cabeza a cabeza con la tierra bajando sus copas que quedan de a ratos así, el oído pegado como queriendo escuchar ese ruido que brota de abajo.
Será la calidez de ese aire que le afloja la cincha al recuerdo, distiende los cuerpos tan prietos, le hace lugar y se apea la nostalgia. Uno se rejunta así con sus pedazos y por un momento parece que pudiera enastarse la vida y al fin agarrarla, pero no, poco dura y todo se lo lleva el viento.
Del lado de Las Becases venía el Catamarca. En los nueve nudos el Mercedes oncecatorce carraspeaba. Buena cosecha, habían llenado bodegas con grandes centollas rosadas, hembras y machos pequeños devueltos al agua. Al cabo calaron las trampas con carne de lobo. Solo una boya como una naranja quedó señalando el sembrado y ahora volvían a Ushuaia.
Pero se levantó un pesto de las cien abuelas. Con la marea en baja el sudoeste arrachado puso la embarcación al garete y la nevada se vino como jauría de perros.
Sobre el tonel de carnada el Indio chancaba unos hilos de tabaco grueso mientras canturreaba indiferente al chubasco que los engullía.
– Indio, ¡nos lleva San Puta!, soltó Darío más para sí mismo que esperando respuesta, absorto en la negrura que de golpe hacía capote con la claridad del día.
El Abuelo, dando golpes de timón maldecía a Dios, sus compañeros y a todo ser viviente mientras intentaba ganar la costa norte del Canal de Beagle. Más que tripular la nave parecía un ciego boxeando con algún fantasma.
– ¡Arranchen todo malditos!, gritó. Junto con los otros dos pescadores era toda la tripulación del Catamarca. Y la lancha pesquera, con sus doce metros de eslora cabeceaba en medio de la borrasca sorteando peligrosamente la restinga, sin ver ya los bancos de cochayuyo o las boyas que con su orinque, podían llegar a manearla.
– ¡Puerto Almanza!, anunció Darío oficiando de gaviero apenas vislumbró borroso el puesto de la Prefectura, y con los hados de su parte el navío logró atracar en el pequeño muelle.
Se hundían con la nieve hasta la cintura, pero en el puesto ardía la leña en un tacho de doscientos.
Otra pesquera y un velero habían corrido igual suerte. Con los caminos bloqueados de nieve y el temporal que prometía para largo era imposible hacer llegar la carga, por eso los pescadores enjaularon la centolla en las trampas y las largaron al mar como quien saca a pastorear el ganado para que no se enflaquezca. Cumplida esta previsión se liaron todos en un partido de truco por una damajuana. Afuera la nevada apagaba todos los sonidos y el refugio era apenas un ojo zarco perdido en la inmensidad blanca.
Fueron tres días para que amainara sin faltar el vino y la carne recién capturada.
El Indio iba y venía hasta la lancha controlando el amarre, los enseres, el fondeo de la carga. Cuando sonó la radio de banda marina era como que lo esperaba.
– “Fuera de Borda, estás pegado hermano”. Así sonó del otro lado. Así le llamaban, “Fuera de Borda”, desde la vez que habiéndose plantado el motor en medio del paso Guaraní saltó al océano y con una cuerda a puro brazo remolcó la embarcación hasta encallarla. Desde entonces en las proximidades de las islas saltaba siempre al agua. Descorchaba primero una ginebra de esas para matar piojos, le daba un pencazo y saltaba con una bolsa de red en la cintura pero sin abandonar la botella que llevaba apretada entre los dientes al tiempo que nadaba. La vuelta siempre era a bolsa llena de cholgas, mejillones, mauchos y de lapas.
¡Cuernos! con el Indio, nunca dejaba de sorprender el verlo así a torso desnudo cortando el agua helada. Parecía un lobo marino cuando asomaba su cabeza mordiendo la botella con las crenchas oscuras llenas de algas. Se cuidaban los nuevos marineros pues era conocido el santo bautismo que sabía prodigar arrojándolos al Canal justo en el medio, so riesgo de que alguno plantara el corazón en esa chanza.
“Estás pegado hermano” le estaba confirmando que la maldita enfermedad le había clavado la uña sin reparo.
Se encontraba sólo en la más absoluta oscuridad cuando la radio lo sacudió con la noticia; la pequeña cabina era cobijo de la nieve que seguía cayendo sin piedad – pensó – enviada por un Dios que no tiene alma. Tenía el corazón calafateado contra embates y desventuras, golpes de frente y filos por la espalda, pero esto, esta puñalada no cuajaba.
Acostumbrado a hacer cala y cata con la vida, se embutió la gorra de lana cruda hasta los ojos, largó un escupitajo y echó a andar por el muelle en dirección al puesto con un par de centollas por las patas. De camino sonreía recordando el bodegón donde algunas mujeres escanciaban sus cuerpos por dinero, y no renegó pensando en ellas sino en los gringos de todas las banderas que bajaban para hacer franco higiénico en la aldea, en los inspectores de todo uniforme, en la pobreza, en la perra suerte que hizo culo con la taba. Llegó justo para la revancha de un partido, porque para este otro, decían, no hay revancha.
Al cuarto día escampó, subió un poco la temperatura y todo se convirtió en lluvias aisladas. Algún Dios aventó en el Canal su cigarro de niebla, las nubes bajas se apiñaron mezclándose entre los islotes, entonces partieron de nuevo rumbo a Ushuaia.
Cerca de las Bridges frenaron el Mercedes. Andaba el alba pariendo perfiles, todo se veía apenas contorneado. Muy de a poco el pincel de luz iba reemplazando grises por colores vivos, haciéndole a los ojos las miradas, hasta que el mar plasmo de nuevo en el azul.
El Indio amarró los ojos a ese azul que amaba. Se lo vio en un gesto vago como de arremangarse el alma. Una lluvia caía helada, persistente. Con los gruesos goterones por el mameluco empapado se le escurría a chorros la esperanza; se le iba esa vida suya de a diez brasas por trampa, de soles y de lunas corriendo por el agua.
Descorchó la ginebra, le dio un pencazo y esta vez partió la botella contra la cubierta antes de arrojarse al agua.
Enfiló braceando para la isla donde los lobos tienen pelo doble. Avanzando era un punto donde el cielo se unía con el mar. Y ya no se lo vio más.
Mientras la nieve es único mantel en la mesa del invierno y la intemperie sirve copas de escarcha al pescador, duele el recuerdo por el paso Guaraní o entre las islas camino de las trampas.
Pero ya se suelta ese viento cojudo llevándose hasta el alma, y si no arranca el recuerdo lo achaparra o lo deja mamando la tierra como a esos árboles que se quedan así doblados, siendo un poco árboles y otro mucho viento.




PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

Sylvia Riestra (Montevideo-Uruguay)

ALARMA

Si fueran más los que me hablaran
estallaría
esta cabeza principio de noche
si fueran más cosas a atender
me metería a incubar un huevo
el termómetro marcaría 40º
en el siglo pasado o en el siglo por venir
hay como un zumbido distanciador sobrevolante
un planeo liviano un frío que retarda
intento hacerme contorsionista
amazona competidora olímpica
pero no sé cómo empezar
y todo se descose
y se desborda
y me pierdo
y acaso ya no estoy
si fueran más los que me hablaran
estallaría
esta cabeza principio de noche
si fueran más cosas a atender

INQUIETUDES

cuando era niña
y a veces todavía
miraba hacia atrás
una vez y otra
hacia un lado
y hacia el otro
sin acabar jamás
hasta que mis padres
se alarmaban
y llamaban al médico
ahora me levanto
una y otra vez
por las noches
a mirar a mis hijos
por si se escapan
o resbalan
o el viento
no sé si el aire
o el movimiento
o lo que se oye
o lo que no se ve

REFORMAS

quién sería más feliz
con una pared aquí
desde dónde atrapar el sol
que no se escape el día ni el calor
plantas reductos refugios terrestres
rejas contra las pesadillas
¿cuántos cuartos? ¿más hijos?
integrar la cocina: esa química del equilibrio
- crecimiento embriaguez fastidio –
una escalera alta
un descanso amplio para la madre
para que recuerde su cara sus paréntesis
que repase sus costurones su perímetro
las líneas de su horóscopo
el espacio de la madre
tan fácil tan dulce de penetrar de invadir
tan cómodo para todos
difícil transformar la realidad
el papel es menos conflictivo
y se lo lleva el viento

SECRETOS DE FAMILIA

I
Hay una forma de no estar
en las mujeres de algunas familias
todas o casi todas
unas más otras menos
tienen un cierto aire
de abstracción de fuga tangencial
es un cromosoma
que crece debajo de las alas
en el caudal del apuro
en la ausencia de los ojos
en ciertos gestos
y sobre todo
en larguísimas conversaciones
sobre nada
se manifiesta en la adolescencia
- o antes -
se trasmite cristianamente
en forma de virtud
de renuncia o de resignación

a veces puede mutarse en rebeldía
otras en vocación
pero no es difícil oír
el esfuerzo colectivo familiar
- solidario o cómplice -
para acallar ese cromosoma
que sangra y no se detiene
MUJERES

son tantos los obstáculos
para llegar a ese lugar pequeño solitario

mujeres de tez oscura
cuidan una fuente que allí nace
o lo que de ella brota
o sus alrededores
o su propio cuidado
y no se sabe si es fuego agua piedra
o tan sólo aire

pero las mujeres
cuidan velan encienden sostienen

“PESADORA DE PERLAS”
a Vermeer

parece tan serena segura
tan delicado sencillo el gesto
¿será una pose?
¿acaso una intención del pintor
de verla de engañarse
de retratar un ejemplo
doblegar una naturaleza?

por más que me empeñe
no alcanzo su pulso
ni mis manos
la dignidad de ese equilibrio

- platillos con perlas -

en uno pondría
la preparación inexcusable del plato diario
la exigencia de ánimo
el cumplimiento impostergable de horas destinadas
sílabas infantiles emergentes

y en el otro,
la conciencia de este vaivén
la reinvención del cuarto propio
la palabra que diera dimensión
de este desafuero

sucesivos
un platillo baja y otro sube
desbordantes inestables
acompasando
los requerimientos del instante
las voces propias las de los otros
la misma gravedad

reparto difícil conflictivo acusatorio
y para el que no hallo
sistema preciso ni aproximado de medición
ni punto medio ni fiel
ni compatibilidad
sino un nuevo sucesivo sentimiento de culpa
a cada inclinación

En la pared de atrás
se desarrolla una escena del Juicio Final
¿ cómo se pesan las almas ?
ella pesa perlas tan sólo perlas




PÁGINA 26 – ENSAYO

ORGULLO NACIONAL

A Gregorio Selser

Por José Antonio Cedrón (Cuernavaca, Morelos, México)

Domingo Faustino Sarmiento, presidente argentino desde 1868 hasta 1874, nació en la pobreza extrema de un barrio en la ciudad de San Juan, provincia de la que fue gobernador. Según sus reseñistas: un “criollo de cepa hispánica con profundas raíces en lo visigótico y lo morisco de la raza”.
Pedagogo, escritor, político, y también coronel de ejército, Sarmiento fundó y dirigió varios periódicos en Argentina y en Chile, donde vivió una década de exilio. Entre otras obras, escribió Facundo, Civilización y Barbarie, un clásico que regalaban a los mejores alumnos al terminar la primaria.
La escuela le reconoce su docencia modélica, edificante: “Maestro de la Patria”, “Padre del Aula Argentina”; conmemora su muerte el 11 de septiembre y en ellas se canta el “Himno a Sarmiento”.
Sus declaraciones, discursos, citas, escritos son innumerables. En el Senado también hizo docencia, por ejemplo:
“Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran (…). El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”. Y después: “La clase decente forma la democracia, ella gobierna y ella legisla. (...) Cuando decimos pueblo entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara, ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir patriota”.
En 1840, afirmaba: “Es preciso emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los jacobinos de la época de Robespierre”.
Como la mayoría de sus pares, Sarmiento ha sido fiel a la tradición racista de la conquista europea.
Siendo director del diario chileno El Progreso, escribe: “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.
Adversario de Juan Manuel de Rosas, en un párrafo de Facundo, dice: “La adhesión de los negros dio al poder de Rosas una base indestructible. Felizmente, las continuas guerras han exterminado ya la parte masculina de esta población”.
Como gobernador de San Juan por orden del presidente Mitre, en 1862 le escribe: “Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie (...). Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.




PÁGINA 27 – CUENTO

TRES

Por Arturo Lomello (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Cuando despertamos estábamos en casa, afortunadamente. Si al amanecer los combatientes nos hubieran encontrado en la calle, habríamos sido ejecutados. Papá y mamá estaban junto a nosotros, después de pasar la noche en vela, aguardándonos. Eran las seis de la mañana, cuando oyeron que la puerta se abría, pese a estar cerrada con tranca y al acudir nos hallaron echados en el suelo, inconscientes.
En la calle sonaban los primeros disparos, pero apenas los oímos, envueltos en la fascinación de las imágenes de nuestra aventura nocturna.
Tía relató una y otra vez detalles de lo ocurrido. Mensajera del milagro, no dudaba de que nos habíamos encontrado con Cristo. A Ernesto y a mí las dudas y las preguntas nos atormentaban
-Ustedes tienen ojos para ver, pero están ciegos- dijo tía.- El no los va a obligar a creer.
Tío Pepe que recién se había levantado, procuraba captar el tema de nuestra conversación, pero le interesaba mucho más el desayuno.
-¿Encontraron víveres?- preguntó.
No y por eso y para evitar que nos maten , nos remos pronto de aquí, respondió tía.
A Pepe la perspectiva no le causó mucha gracia. Demasiado sufría ya por no poder reunirse con sus antiguos amigos para jugar al truco o al dominó. Los días le resultaban extremadamente tediosos y leía y releía viejas novelas policiales, varias de las cuales sabía de memoria y nos las contaba una y otra vez. En oportunidades papá lo escuchaba pacientemente; pero en otras, fatigado, lo interrumpía para anticiparle el texto de la trama. Tío era ajeno totalmente a lo que vivíamos. Además, según su criterio fatalista, nada podíamos hacer para evitar los hechos. Era casi infinita la distancia entre nuestra vivencia de la noche anterior y la manera en que él en pijama y chinelas nos contemplaba con la resignación de quien tiene que vivir en un mundo vuelto patas arriba, donde ya no se puede jugar al truco, al dominó o ir hasta el bar de la esquina.
Tres días después, al anochecer, emprendimos el viaje a pie hacia una casa -quinta abandonada, que había pertenecido a unos vecinos, asesinados por los guerrilleros. Naufragábamos en la nostalgia, porque sabíamos que era el adiós definitivo a nuestro viejo hogar. Y tampoco teníamos la seguridad de encontrar desocupada la casa -quinta, situada a más o menos veinte kilómetros al norte de la ciudad. Existía la perspectiva de que, aunque en un lugar apartado, no muy distante del río, hubiera sido utilizada por otros que también escapaban o por los propios combatientes. D e cualquier manera, ya no podíamos quedarnos y debíamos buscar la oportunidad de volver a empezar.
No avanzamos mucho en nuestro trayecto. Cuando llegamos a la ruta , unos vivísimos relámpagos nos enceguecieron, aunque no había ninguna nube en el cielo. Entonces oímos las voces de un lejano coro, inubicable todavía, entonando un cántico de misterio, que era como un puente tendido hacia las distancias estelares y hacia la entraña misma de la realidad. Y fue como si de esa música surgiera la caravana que divisamos marchando a nuestro encuentro por la ruta, encabezada por niños, rodeada por la luz de una nube de fuego. Luego vimos que a ambos lados de la caravana, centenares de cuerpos ensangrentados, quizás los espectros de los combatientes muertos, convergían hacia el grupo, en una procesión fantasmagórica. Y cuando ya estaban próximos, reconocimos en quien iba al frente al personaje de nuestra sobrenatural experiencia cerca del chalé.
Tía Florida, entonces dijo;” El viene a buscarnos: esta es la noche final.”. Y lloraba de alegría.




PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Mayte Salguero (Biar-Alicante-España)

PIEL DE CIELO

A la taberna de la noche voy,
a emborrachar mi cuerpo con tu tacto,
a desatarlo del árbol de la espera
sin las maderas ni las hojas,
sin las horas que del tiempo abrevan
para sentirme plena en tu boca,
para saberme a solas por tus venas,
y sentir estrellas donde me roces,
soltando botones a las entrañas,
agitando las alas de nuestro goce
donde yo sobre si tú me faltas.

A la cabaña de tu pecho entro,
desnudo lecho para mi ira,
sudor y saliva a pleno fuego
bajo los techos de la camisa
de las caricias que nos debemos,
Ruegos callados sin más candado
que el acelerado impulso ciego,
piel de cielo abriendo en canal
el panal de los jadeos,
miel en cuerpos por reventar
la libertad de tenernos presos
en los besos de la debilidad.

LA CUERDA

Que no destrencen la cuerda
que ata mi sangre a su vena,
que no pierda lo tenso
ni hunda mi cielo con su fuerza.

Que no me libere del aire
que me falta si él me nombra,
que quiero la soga de necesitarle
para darle hasta mi sombra.

Que no descruce las calles de mi alma
que quiero tener sus marcas imborrables
por todo el talle que se iguala
en las palmas que me abre.

Que no despeguen las puntas
que nos juntan a lo eterno,
quiero el nudo cuerdo en la locura,
que desnuca mis adentros.

DERRAMAS TU TINTERO

Esparces por mis rincones
lo dulce de mi embeleso,
rebosando los extremos
de sol y sensaciones,
a tiempo y sin razones
derramas tu tintero
en susurros de un te quiero
que desmaya por mi nombre.

Estampas sobre mi piel
tus miradas a tiempo
desnudando el sentimiento
a mi misma vez,
letras sin papel
empapelando el alma
con la sangre que derrama
la tinta de este querer.

Inundas mis líneas y curvas
del color de la pasión
declarando en cada renglón
su pureza y desmesura,
virgen de la locura
apelando a tal bendición
deshuesado el corazón
donde el latir se acentúa.

CON ANTOJOS DE TU MAGIA

Paseas con antojos de tu magia
agitando la savia que llevo dentro,
mordiendo al tiempo porciones de alas
y no ser voladas sin el sentir intenso.

Remas conquistando mi cielo,
mar a dentro de intensas emociones,
en los ciclones que estamos hechos
y los versos a voz sin condiciones.

Tallan tus ojos la sonrisa que respiras,
cuan iluminas el camino de los míos,
amor con brío desenvainando energía
en la simetría de nuestro destino.

Ecualizas las voces de mis versos,
conjugando el verbo que nos abraza,
soltando amarras al oleaje interno
entregándose entero donde precisa el alma.


POSEO

Poseo el verbo que conjuga
con la suma del cáliz de tu rezo,
donde es verso la huella que calzas,
donde vagas en carriles de mi sueño.

Poseo el hombro que te amortigua,
la lluvia caníbal si te amotina,
la matutina frescura de una sonrisa
que calza tu misma simetría.

Poseo el recipiente de tu deseo,
el vuelo de la libertad que precisas,
la cuerda unida al único puerto
abierto al sentimiento en exclusiva.

Poseo la providencia del coqueteo
y el susurro eterno sin rutina,
la puntería de la diana del beso
que apuntala el cielo de nuestra vida.

LA MISERIA FERMENTA

Habría que extender todas las ramas,
para dar por alzada la parra de la vida,
humana acometida con la uva en testamento,
un legado siniestro el vino de la mentira.

Miente el poder que bebe de botella,
miente la estrella de los Reyes Magos,
miente el solidario que hace encuestas
sin besar la tierra de los descalzos.

Calzadas en quilates de las huellas,
que pasean mascotas con diamantes,
amantes en codicias de las fiestas
sin cruzar a las aceras del empate.

Pancartas de igualdad y derechos humanos,
fumados en banquetes sin humanizar,
solidaridad entre estómagos millonarios
esquivando telediarios con su publicidad.

Voces del hambre en todos los idiomas,
carcomas en los huesos de sus almas,
que comen de la nada que tanto sobra
en las normas y el reparto de propagandas..

Huellas de lutos que celebran la paz,
pies de sal hundiendo su pena,
gratuita condena que los pisa sin mirar,
huérfanos de un pan que la miseria fermenta.

LA GRIETA DE LA VIDA

Sangra el corazón de la Tierra
por esas grietas armadas de sin razón,
mutilan la voz y el dolor nos habla
con la palabra muda del estupor.

Parte lo indivisible en un segundo,
abriéndose al mundo la injusta pobreza,
reza la seca esperanza coagular el pulso
para endurecer el impulso de la supervivencia.

Mata el derroque que desde el hondo
nos ha abierto los ojos a la realidad,
con la necesidad de unirnos todos
y compartir unos sorbos de solidaridad.

Gime el espanto de adentro hacia afuera,
abierta la tierra donde pisaban los sueños,
muertos los besos sin ninguna clemencia,
la vida se queda atrapada en su suelo.




PÁGINA 29 – ENSAYO

LOS BUENOS SENTIMIENTOS.

Por Bibiana Degli Esposti (Madrid/España)

En el Seminario XIX, al final, Lacan nos dice que no debemos hacernos ilusiones con los buenos sentimientos. No dice que está mal ser buena gente, dice que eso no surte ningún efecto si de enfrentar la enfermedad se trata. Ni los buenos sentimientos ni los buenos propósitos nos hacen adelantar algo en los tratamientos ni en las realidades cotidianas.
El racismo es uno de esos males sociales en el que sobran las buenas palabras y falta enfrentar el problema sin falsos discursos renovadores. Si hay algo en el que el hombre no se renueva es en el rechazo de lo diferente. Es básico, primitivo: lo diferente ni hace falta que sea un negro, diferente es todo lo que irrumpe mi espacio y quiero eliminar. Van juntos. Necesito al otro para ponerme de pie como se necesita al africano para que recoja la cosecha, pero quiero eliminarlo por lo mismo.
Para no hacerse ilusiones, Lacan ni quería hablar de “ser humano”. Luego, con el paso del tiempo decir persona te denunciaba como cristiano, amante de las buenas palabras y del reino del buen dios. Ante la oleada masiva de inmigrantes que llegan desde todas partes, los países receptores intentan blindarse: suben vallas, a la vez que “asisten” a los recién llegados con mantas, comida y trabajo mal pagado para los que consiguen “llegar”.
La avalancha del último año en España, empuja y empuja y no se sabe cómo nombrar esa realidad. Donde antes se decía: llegó una patera con x inmigrantes, o, llegaron dos cayucos con setenta hombres, treinta mujeres y cinco niños, ahora se dice: llegaron tres cayucos con doscientos irregulares. O, se han detectado a x millas cuatro embarcaciones de “sin papeles”. Ni seres humanos, ni personas, ni inmigrantes, ni hombres, ni mujeres: directamente ilegales. ¿Ilegales si aún están en el mar? Me digo, vale que no haya que hacerse ilusiones y que las personas sean un invento cristiano, pero ¿qué cosa es ese listado de nuevos nombres acuñados en los telediarios?
Ese listado es un efecto de los buenos sentimientos: en vez de decir: vienen tres cayucos con doscientos negros muertos de hambre, dicen irregulares o el más poético “sin papeles”. Al fin de cuentas son negros como yo soy blanca y hambre tienen y mucha y el hambre, como la enfermedad, no se frena con los sentimientos ni con la represión. Más bien se engorda el síntoma. Si ahora volvemos a anclar nuestra embarcación con el Ou pire, podremos acercarnos al hecho del racismo considerándolo en el uno a uno. En el uno a uno de las manifestaciones a pie de calle ante el hecho del diferente, en el uno a uno de la respuesta racista. Alertándonos sobre la facilidad con que se usa la palabra hermano, leemos: puesto que no es cuestión de pintarles un porvenir color de rosa, sepan que lo que trepa, lo que no hemos visto hasta sus últimas consecuencias y que se enraiza en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo, del cual ni siquiera han terminado de oír hablar. Si revalorizamos la palabra hermano, vamos a entrar a toda vela a nivel de los buenos sentimientos.
Hermano, prójimo nuestro, semejante necesario, necesario rival. Lo que echa raíces en el cuerpo me viene del otro, me viene imagen y palabra. Tanto Freud como Lacan no dejan de insistir en que el semejante, sede de mi odio y de mi amor, me es necesario no obstante como lugar para no estar delirando todo el tiempo alrededor de un eje que no es eje ni es nada. Ambos nos recomiendan que más que ahondar en los buenos sentimientos, estudiemos la agresividad humana para poder pensar lo que hay en juego.
“Tengo la disposición más apacible que se pueda imaginar. Mis deseos son: una modesta choza, un techo de paja; pero buena cama, buena mesa, manteca y leche bien frescas, unas flores ante la ventana, algunos árboles hermosos ante la puerta, y si el buen Dios quiere hacerme completamente feliz, me concederá la alegría de ver colgados de estos árboles a unos seis o siete de mis enemigos. Con el corazón enternecido les perdonaré antes de su muerte todas las iniquidades que me hicieron sufrir en vida. Es cierto: se debe perdonar a los enemigos, pero no antes de su ejecución.” Con esta cita de Heinrich Heine, Freud nos acerca a los motivos por los que no debemos hacernos ilusiones.
En el punto V de El malestar en la cultura nos lleva de la mano del “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” para enseñarnos las importantes limitaciones a su cumplimiento. La existencia de tendencias agresivas que podemos percibir en nosotros mismos y cuya existencia suponemos con toda razón en el prójimo, es el factor que perturba nuestra relación con los semejantes. La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre, para dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas, esto es, aunque te mataría no te mato pero te odio. La cultura despliega métodos dice Freud, destinados a que los hombres se identifiquen y entablen vínculos amorosos coartados en su fin y de ahí las restricciones a la vida sexual y el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, precepto que se justifica por ser el más antagónico a la naturaleza humana.
Sin embargo…poca cosa. Al hombre no le resulta fácil renunciar a la satisfacción de estas tendencias agresivas suyas, no se siente nada a gusto sin esa satisfacción y encuentra una vía que, sin desintegrar del todo la sociedad, permite satisfacción. No se elimina la agresividad, se la dirige, se la restringe. La tendencia se satisface mediante la hostilidad frente a los seres que están excluidos de su núcleo cultural. Siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes… Con el narcisismo de las pequeñas diferencias volvemos más o menos inofensiva nuestra agresividad. ¿Un ejemplo? Un cartel de fondo a las noticias del otro día nomás:
“FUERA RUMANOS, NO SOMOS RACISTAS”
Sólo queremos que se vaya esa chusma del barrio, agregaba un señor al que le dieron el micrófono.




PÁGINA 30 – CUENTO

ALLÍ DONDE LAS PALABRAS CARECEN DE TODA SIGNIFICACIÓN*

Por Alberto Di Matteo (Temperley-Buenos Aires-Argentina)

-La mejor carne del país, amigazo: eso se lo aseguro.
Al escuchar la frase, acompañada por un guiño cómplice, Sergio Cejas pensó que aquel barman del vagón comedor le estaba gastando una broma. ¿Turismo sexual en Rosario? ¿Promovido por el Nuevo Ferrocarril Santafesino-Bonaerense? Era de no creer. Y sin embargo, la otrora “Chicago argentina” gozaba de una fama indiscutida en esos temas. La primera imagen que se le cruzó en aquel momento a Sergio Cejas fue la del gran Alberto Olmedo, improvisando como siempre delante de una cámara de TV, quizá sentado junto al inolvidable Javier Portales, o tal vez con uno de los tantos figurines que inevitablemente se lucían a su lado.
La referencia “olmédica” no era casual. En los últimos meses, todo lo que lo rodeaba le parecía una farsa, algo artificial y paródico. Sus ritmos cotidianos, sus escasos placeres, las monótonas tareas que realizaba en esa oficina bancaria que parecía tragárselo día a día bajo toneladas de trámites acaso banales –simulando ser un personaje kafkiano casi contra su voluntad-, hasta su propia vida, parecían haber perdido todo sentido. En caso de haberlo tenido alguna vez…
¿Desde cuándo había notado que su existencia comenzaba a desbarrancar? La respuesta parecía ser la única certeza con la que contase por el momento: desde aquella traumática separación con Evelina, denuncias policiales mediante, durante el invierno pasado. Una época negra de su vida, que aún le dolía en el recuerdo, y cuyos detalles se desdibujaban en el ayer.
¿Por qué se había decidido a viajar en tren? Ni él lo sabía. Los acontecimientos de las últimas horas se le tornaban borrosos. Sólo podía precisar que su propia desilusión lo había conducido desde un departamento desordenado y con sobras de comida por todos lados, hasta las vías. Y que en vez de acostarse sobre ellas en espera de filosos rieles que acabasen con el motivo de su dolor, se había trepado con un violento impulso al primer tren de larga distancia que partiera desde la piojosa estación en la que se encontraba. Trayecto salvavidas hacia Rosario –pasaje de ida solamente- durante el cual había conocido a Ernesto, un simpático barman que le relatara sus desventuras a bordo, apuntando con especial detalle a la increíble historia del camarote embrujado, ocurrida el año anterior, entre las estaciones de Navarro y de Patricios, durante una noche de tormenta.
Aunque no fuera compañía lo que buscaba, Sergio Cejas agradeció la consoladora presencia de Ernesto –además de la secreta botella de whisky, fuera de inventario, que ocultaba debajo de la barra-. Y sin embargo, la espontánea oferta de sexo lo sorprendió generosamente. Aunque, ¿para qué trasladarse a Rosario para conseguirlo? Conocía algunas esquinas de Buenos Aires donde podía encontrar decenas de ofertas como ésa; nada de travestis, eso sí, no era su estilo. Además del inexplicable traslado en busca de una triste porción de sexo alquilado, también había hallado una inesperada compañía amistosa junto a varias medidas de whisky, al menos para despejar sus ocasionales pensamientos suicidas… Eso estaba muy bien, aunque sólo fuera por unas horas. Ahora: ¿acaso Sergio Cejas ansiaba encontrar en Rosario algo más que aquello, imposible de precisar?
-Hágame caso, amigo -insistió Ernesto, el barman. –Aproveche. No se va a arrepentir.
Ni bien bajó del tren al llegar a destino -seguido de Ernesto, quien comenzó a hacer señas trepado al estribo en dirección a un borde alejado del andén-, se le acercó presuroso un gordo que lucía una larga y lacia cabellera, junto a una barba candado bastante espesa, que no dejaba de fumar cigarrillos negros.
-González Raúl, para servirle –saludó, parco y en un susurro, mientras le daba un breve estrechón de manos. Y agregó: -“Canalla” de alma, para más datos.
Sergio Cejas consideró que no era momento de esbozar siquiera su leve simpatía por la “lepra” de Newell´s. Su interlocutor no parecía muy afable a las diferencias. Y él no tenía ganas de malgastar la poca energía que sentía bullir en su interior, a pesar de la bruma existencial que lo rodeaba.
-El señor busca servicio especial -le informó Ernesto, aún trepado al estribo, como si la oferta de sexo -ajena en absoluto al contexto ferroviario- fuese un extraño rebusque del barman para hacerse unos pesos extras. –No me hagas quedar mal…
-¿Alguna vez lo hice? –retrucó el gordo, y sin aguardar respuesta alguna le masculló a Cejas cerca del oído: -Sígame.
Sergio Cejas, carente de todo equipaje, llevándose a duras penas a sí mismo, lo siguió sin saber muy bien lo que hacía. Todo le daba lo mismo. O tal vez no…
-¿Tiene plata? –lo interrogó el gordo, ni bien subieron a la vetusta camioneta Ika que los aguardaba en una calle lateral. Sergio Cejas asintió, un tanto trémulo, aunque no estaba muy seguro de la cantidad que llevara encima. El gordo no pareció muy convencido de la respuesta, por lo que disparó: -Revise bien los bolsillos, ¿eh? No lo llevo a ningún lado si no hay efectivo.
Sergio Cejas indagó dentro de su ropa. De manera incierta encontró un total de cuarenta y dos pesos con treinta centavos. ¿Cómo había hecho para salir con tanto dinero a la calle, sabiendo que su idea inicial era tirarse debajo de un tren? ¿Y el dinero para el pasaje? Misterio…
-Por mí está bien –aclaró González Raúl, y puso la Ika en marcha. –Siempre que no se ponga exigente…
Tardaron unos quince minutos en llegar hasta un barrio semi marginal, estacionando junto a una casona bastante antigua, cuya elegancia había conocido épocas mejores. Un par de hombres de proporciones considerables conversaban entre sí junto al portón de entrada. Sergio Cejas se atemorizó, y no supo cómo hacer para declinar la oferta. Pero González Raúl ya había bajado y le indicaba junto a la puerta abierta de la Ika, sosteniendo el cigarrillo negro entre sus labios:
-Vamos; las chicas esperan.
Más que a una tarde de placer, Sergio Cejas parecía encaminarse a paso cansino hacia una ejecución. De pronto, el fugaz ratoneo con la fantasía de un encuentro sexual fuera de Buenos Aires se había disipado, dejando en su lugar una cruel sensación de estar siéndole infiel a Evelina. La imagen se avecinó sobre su alma con el peso mortal de un ataúd.
Sin embargo, siguió adelante, detrás de la espalda de González Raúl.
Los fornidos patovicas se hicieron a un costado al ver llegar al gordo. Ambos cruzaron el umbral para encontrarse con una habitación en penumbras, apenas iluminada por un par de trémulos veladores en los rincones, y con el rumor de fondo de una cumbia proveniente de un cuarto del fondo. Sergio Cejas apenas vislumbró un par de siluetas femeninas caminando entre los sillones del cuarto, ajenas a todo lo que las rodeaba. Casi tanto como se sentía él.
-Venga –masculló el gordo por sobre su hombro, sin despegarse el cigarrillo de entre los labios.
Atravesaron el cuarto, impregnado de perfumes baratos, hasta llegar a una de las mesitas iluminada por el velador. Recién al acercarse descubrió a la obesa mujer sentada a un costado que se limaba las uñas con una indiferencia pasmosa.
-Edith: el señor requiere de los servicios de las chicas –informó el gordo, y mientras se volvía le dijo a Cejas al pasar: -Lo espero afuera. Si no estoy, me espera Ud.
González Raúl salió de la casa, y la masculina voz de la tal Edith retumbó cerca suyo: -¿Qué le gustaría? ¿Bucal… vaginal… anal… completo…?
Sergio Cejas volvió la cabeza hacia la mujer obesa y no supo qué contestar. Una sola idea le cruzó la mente.
-¿Qué puedo hacer con cuarenta pesos? –preguntó.
-No mucho -dijo ella, sin levantar la vista de la indiferente labor de la lima. –A menos que no le importe tratar con Isabel…
Él permaneció en silencio, sin entender a qué venía el comentario.
-Las blanquitas y jóvenes son las más caras –comenzó Edith, casi resignada. -Cuanto más entradas en años, más baratas cotizan. Menores de edad no tenemos; vaya a buscarlas a los bulos de los políticos, si las quiere. –Otro silencio contemplativo hacia la tarea manicura, hasta que por fin, recordando de qué estaba hablando, agregó: -Isabel es la tullida.
-¿P…perdón…? –balbuceó Cejas, incrédulo.
Edith ya parecía molesta por tener que hablar tanto.
-Se cayó del tren hace unos años -informó, siempre sin mirarlo. -Ya se dedicaba al oficio, así que después de la tragedia seguía en lo suyo o pedía limosna en el cordón de la vereda. ¿La quiere o la deja? -terminó por impacientarse la mujer obesa.
Sergio Cejas sintió el impulso de escapar, dueño de un siniestro aire de ajenidad, aunque irse de aquel lugar sin haber cumplido el esperado alquiler de cuerpos era similar a cavar su propia fosa hacia el abismo de la desesperación. Afuera lo aguardaba un tren, impiadoso y veloz, al que ningún ruego podría detener, cuyo objetivo fuera el de lanzarse pujante sobre él……y no precisamente para llevarlo como pasajero…
Le parecía estar escuchando la lúgubre sirena acercándose hasta él, estremecido por el escalofrío, cuando se escuchó decir:
-E-está… bien. Me quedo con la …t-tullida…
-¡Greeeeeetaaa!!! –aulló Edith, sobresaltándolo, siempre sin levantar la vista de sus uñas, más que perfectas. -¡Decile a Isabel que tiene visitas!!!
Sergio Cejas estaba a punto de acercarse a la cortina de cuentas de vidrio que separaba la sala en penumbras del pasillo hacia donde imaginaba que estaban las habitaciones, cuando oyó un chistido que lo detuvo en seco.
-Se paga por adelantado –anunció Edith, terminante. –Son treinta pesos. –Cejas dejó el dinero sobre la mesa, con mano trémula. La mujer obesa aclaró: -Si es de los que se impresionan, lo lamento; no hay devolución.
Manoteó los billetes, mirándolos apenas, se los guardó en el escote, y ya no habló más.
La cortina de cuentas de vidrio cantó al abrirse. Una chica delgada y morochita, vestida con una solera de sarga, luciendo una amplia sonrisa rematada en dos enormes paletas de conejo, le hizo una seña para que pasara. Sergio Cejas la siguió, con paso vacilante. El sonido de la cumbia sonaba cercano. Por debajo del perfume barato había un intenso olor a humedad. Caminaron hasta el fondo de un largo pasillo, donde sobre una ajada puerta de madera la morochita golpeó dos veces.
-Pase. Está abierto -respondió una voz de mujer.
La chica abrió, empujó la puerta, y sin borrarse la estúpida sonrisa de conejo se hizo a un lado para que Sergio Cejas pudiera entrar. Una vez que traspuso el umbral, ella cerró la puerta a sus espaldas.
La imagen de la cama en el centro del cuarto con la mujer recostada sobre ella acaparó toda su atención, salvo por la silla de ruedas, antigua y maltratada, que yacía cerca del colchón, con una bata sobre ella. La bombita desnuda alumbraba desde el techo, develando a una chica de unos treinta y tantos años, de tez trigueña, bonitas facciones, cabello enrulado, hombros sólidos, pechos firmes, vientre un tanto abultado y caderas amplias. Algunas cicatrices le cruzaban el abdomen, producto de varias operaciones. Se la veía bien alimentada, el tronco apoyado sobre varias almohadas, y aunque estuviese desnuda por completo, las sábanas le cubrían las piernas desde el borde superior del muslo hacia abajo. O mejor dicho: donde deberían haber estado sus piernas.
-Hola –lo saludó ella. –Bueno… ¡Qué suerte la mía! Dale, vení… Acercate. No siempre me tocan clientes tan finos como vos.
Sergio Cejas pensó la chica se burlaba de él, considerando la desarrapada imagen que presentaba desde hacía tiempo. Se detuvo a pensar en la clase de hombres que visitarían a esta chica a diario, y contuvo sus ofensas. ¿A diario? Algo le hizo pensar que, dadas sus condiciones, Isabel no debía ser muy requerida por los clientes del lugar. Y sin embargo, alguien con sus características hubiera sido muy solicitada por quienes gozaran de perversiones como éstas. Si hasta parecía bonita…
-Vamos, che. No seas tímido –lo incitó ella, tendiéndole un brazo para que se acercara.
Él avanzó tembloroso, sobrecogido por la imagen que contemplaba, sintiendo una honda vergüenza, como si quien estuviese desnudo fuera él. ¿Llegaría a tener una erección sabiendo lo que había –o no había- debajo de aquella sábana?
De pronto, deslumbrado ante lo inesperado de la sensación, avasalladora como locomotora desbocada, advirtió que lo único que quería obtener de ella era un fuerte y cálido abrazo que lo contuviera. La cruel inermidad que contemplaba sobre aquella mujer le parecía insignificante frente a su propio desvalimiento.
Caminó hasta el brazo extendido, se sentó sobre el colchón, y antes de que Isabel comenzara a quitarle la campera Sergio Cejas se derrumbó sobre ella, sin mirarla, abrazado a esos hombros sólidos y musculosos como un borracho aferrado a un poste de luz, y comenzó a llorar.
Un llanto agónico, profundo, de esos sollozos que emergen desde los abismos del alma y pronto se convierten en una caudalosa catarata, devastando cualquier falsa apariencia de normalidad.
Sorprendida, Isabel le devolvió el abrazo, con una calidez inusual, desconocida para sus cada vez más ocasionales clientes, y comenzó a acariciarle el cabello de la nuca, mientras murmuraba, casi a su pesar:
-Bueno… bueno… ya va a pasar… No te pongas así… Ssshhhhh…
Sergio Cejas se aferró aún más a ella, a su piel, a su calor. Ya no le importó saber dónde se encontraba, ni ante quién estaba, ni cuál era su condición. Sólo le importaba saber que existía ese abrazo, ese afecto momentáneo que desconocía la manera de calmarlo, pero que al menos intentaba hacerlo sentir un poco menos solo. Un oasis en medio del desierto, en el que sólo quería refrescarse y beber, de la manera que fuera…
Sin siquiera secarse las lágrimas, con la mirada enturbiada, comenzó a besarle el cuello, a incorporar a la chica hasta sentarla en la cama, a desplazar lentamente sus manos a lo largo de aquella espalda, descendiendo hacia una cintura donde comenzaba una zona cruzada de marcas, y ascendiendo luego hacia sus pechos, experimentando una ternura insólita, como hacía mucho tiempo no sentía al lado de nadie, olvidando por completo el contrato pactado con la mujer obesa.
Isabel recuperó parte de su integridad profesional, relegando aquel momento de tierna debilidad, cuidando de no caer en el peor de los errores que podía cometer: enamorarse ante los sentimientos de los clientes. Al tipo éste se lo notaba destrozado, aunque su cuerpo estuviese entero. Ella, ignorando cómo, parecía sentirle el alma partida en pedazos dentro del pecho, y sólo atinaba a abrazarlo y acariciarlo, como si con aquel contacto pudiese combatir sus propios temores. Hasta que volvió a intentar quitarle la campera, y esta vez él le ayudó, reaccionando como un autómata, desvistiéndose en busca de una mayor cuota de calor.
Una vez con el torso desnudo, y aún sin verla a través de sus lágrimas, que le bañaban las mejillas, volvió a abrazarla. La suavidad de su piel, junto al vibrante roce de sus pezones, lo estremeció, causándole una erección casi dolorosa que lo obligó a desprenderse violentamente del pantalón.
Tenderse sobre ella y penetrarla fue mucho más que un acto de placer; se convirtió en una desconocida necesidad vital. La prostituta tullida, acaso deforme, se convirtió en la mujer ansiada y amorosa, nutricia de ternura y contención. Y el orgasmo, inexplicable para ambos, los transportó muy, muy lejos, allí donde las palabras carecen de toda significación.
Las lágrimas se secaron sobre la piel y las almohadas. Los jadeos se extinguieron en una serie de acompasados suspiros. Y ninguno de los dos, sostenido de ese abrazo, atinó a quebrar aquel momento con palabras vacías.
Sólo después de un buen rato, ambos se irguieron muy lentamente, consiguieron mirarse a los ojos, y sin premeditarlo, preguntaron a la vez:
-¿Cómo te llamás?




PÁGINA 31 – POESÍA ALLENDE EL MAR

Oscar Malvicio (Azuqueca de Henares-Guadalajara-España)

DEJADME MORIR

En el amor cuajado
se desgañita el silencio.

El grito es trepanado
las sabanas cubren
los tres pies al gato

el gato se estremece entre el calor y la locura.

Somos aprendices de la monotonía del sentimiento
o de un sentimiento de monotonía?

Sea como sea me gusta mojarme
cuando llueve igual que a las flores viejas,
me gusta que la tristeza del agua
me cale y se escurra por mi pelo
hasta la cara,

por las manos,
por todas las curvas de mi alma,
fundiéndose conmigo
en una sola y pura tristeza.

En el amor cuajado
se congela el frío.
La soledad duerme con un ojo abierto

la carne no escucha a la carne
aunque las crestas de los gallos más hermosos
ardan en suaves tardes de mayo.

¡Dejadme morir
en esta perfecta noche
a la luz de la lluvia fresca
mientras Venus
vestida de vértigo en llamas
intenta darme caza
de nuevo!

UN BAILE SIN PAREJA

La luz hace a la sombra
y la sombra se hunde en mi,
me hiere por dentro
y me empapa por fuera
como los gritos de las cenizas
de este cigarro que se consume
a la vez que yo,

me recorre muy lentamente
como una noche densa,
como la lluvia cuesta abajo en el espejo retrovisor del olvido,
como una larga noche,
densa, densa,
larga
y
densa.

Demasiado tiempo echado a perder,
demasiado miedo acumulado,
demasiado todo pendiendo de nada,
demasiada nada arrastrándolo todo.

Tumbado en la cama boca arriba
a las 23:00 de la noche
miro por el resquicio de la ventana
entreabierta del techo

y el resquicio de la apertura
forma un triángulo
en forma de cristal roto
con forma de cuchillo.

Entra el aire a través del cuchillo
y me abraza levemente,
sin causar sensación,
solo la sensación suficiente
para notar algo.

En el cielo negro del cuchillo
puedo ver un punto claro
parecido a una estrella,(a saber que coño es).

Me giro solo 90º
y de costado ignoro al cuchillo
y a la estrella(o lo que sea)
y dejo que pendan sobre mi.

La sombra me pide un baile
hasta el alba,
se lo ofrezco,
ebrio todavía,
y ya no recuerdo nada más.

LUDVIG

Huracán de lava y huesos
arpegiando las cuerdas de luz
al derrame de la colina.

Estalla en llamas.

Volutas de acordes naranjas
los cipreses lloran encantados
las nubes se ahogan
el humo revienta
el tiempo tarda lo que yo quiera que tarde.

La tarde vomita una noche exacta.

La noche escupe un alba imperfecto.

El tempo tarda lo que yo quiera que tarde.

Este claro de luna y yo somos
realmente
perfectos.

Y

de algún modo
irrealmente
a la vez,

también.

OTRA FLOR

Arranqué una flor un día
y casi me matan,

Pero es mejor llevarte el primer
aroma,

aunque te fundan a hostias.

CAE LA TARDE

Tan terrible como la perspectiva
del hueco nacido
entre 2 maderas,
sin luz que lo atraviese.

Incisivo nervio ciático
punzando dolor inveterado.

Cruel como un lanzallamas
y sobrio
como la ladera mortal de un desfiladero.

Agudo
como un ligero latigazo.

Dos banderillas
con su orgullosa bandera triunfante
clavadas en terciopelo negro
por un país entero lleno de idiotas
adornan 22 pulgadas en un salón.

El pasado vence al presente (por lo visto).

Un brillo de sangre inmaculada
despunta en el estoque,
y la tarde cae...
y cae...
y cae...
sobre
la arena.




PÁGINA 32 – ENSAYO

AGOTAMIENTO DE LAS VANGUARDIAS Y RELAJAMIENTO ESTÉTICO

Por Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali-Colombia)

La década del sesenta marcó el fin y el inicio de algunas sensibilidades culturales y políticas de las vanguardias. Fin de una revuelta vanguardista teleológica e inicio de una era de masificación, dominada por los medias y relajada con propuestas de un hedonismo superficial. Estas posiciones alteraron los proyectos modernistas de principios del siglo XX y llevaron, poco a poco, a su desgaste y agotamiento.
En el período de la segunda posguerra, los manifiestos de ruptura sufrieron un proceso paradójico al ser asumidos por el gran público ya no como "discursos duros" y contestatarios, sino como divertidos y confortables escándalos gracias a la masificación mediática, convirtiéndose en slogans publicitarios, entretenimientos, moda, espectáculos, disolviendo, por supuesto, sus metas originales. El éxito y reconocimiento despojaron a las vanguardias de las ideas de ruptura, siendo asimiladas y manipuladas por las de relajación, confort y fascinación. De la estética del triunfo se pasó a la estetización masiva de sus propuestas. Relajamiento ideológico y artístico. Las búsquedas vanguardistas se fueron institucionalizando hasta quedar convertidas en divertimento. Llegadas a este momento, las vanguardias ya no produjeron rabia ni indignación; no eran motivo de miedo. Por el contrario, su presencia fue necesaria para que el establecimiento construyera un simulacro de rebeldía, una democratización masiva pero vigilante de las protestas. Así, institución y vanguardia mantuvieron una convivencia pacífica. La vanguardia sirvió al poder para que éste impulsara entre las clases altas, y sobre todo las medias, la idea de apertura y libertad, de antipuritanismo y hedonismo popular controlado. En este punto, la teleología vanguardista estaba acabada, aniquilada, controlada.
Si se considera a la modernidad como una cultura de la crisis , o crítica, y las vanguardias como hijas de esas crisis, en el estadio de posguerras éstas fueron digeridas y maquilladas por su capacidad de expansión escenográfica. Por lo mismo, los resultados de las vanguardias se vieron envueltos por una estetización de la revuelta. Como sabemos, la concepción lineal y progresiva del tiempo histórico las conmovió e influyó tanto que generaron fracturas en esa linealidad, encaminadas a un futuro mejor. Sin embargo, a partir de los sesentas la idea de la temporalidad fue en gran medida puesta en cuestión, produciendo una fragmentación en la secuencia cronológica. He aquí también un síntoma del agotamiento vanguardista: el desencanto del mito moderno sobre la historia, resquebrajándose los paradigmas de acción o reacción e imponiéndose la despreocupación frente a la evolución histórica. A la noción de cambio se le fue dando un significado distinto al de los discursos modernos unitarios, universales y muchas veces dogmáticos. El cambio, para este estadio posmoderno, no demandaba esfuerzo supremo, sólo disponibilidad de aceptarlo; es decir, con la posmodernidad se pasó de la resistencia combativa a la indiferencia relajada. Aceptación y disposición de algo que de por sí produce sensación de movimiento, pero no cambios radicales. "El cambio está en todas partes, pero vivimos, culturalmente, en un mundo perfectamente estático. La contradicción es sólo aparente, ya que la estasis no es ausencia de novedad y cambio -una total quietud- sino también la ausencia de un cambio secuencial ordenado" (Calinescu 1991: 146).
Al tiempo que las vanguardias se agotan, los conceptos de experimentación, novedad, sorpresa, maravilla sienten un revés involutivo, todos ellos consumidos y producidos en serie por los media. Despojada la idea de cambio, ésta pasa a convertirse en cliché y costumbre. La sensación de vivir en un periodo revolucionario se va perdiendo lentamente. Para Lipovetsky, ésta ha sido una de las grandes empresas en fracaso:
Los manifiestos rimbombantes de principios de siglo, las grandes provocaciones ya no se llevan. Agotamiento de las vanguardias; ello no significa que el arte haya muerto, que los artistas hayan perdido la imaginación, ni que las obras más interesantes se han desplazado, ya no buscan la invención de lenguajes de ruptura, son más bien ´subjetivas´, artesanales u obsesivas y abandonan la búsqueda pura de lo nuevo...la revolución permanente ya no encuentra su modelo en el arte(1998: 120).
Ser revolucionario permanente era exigir también compromiso y disciplina; explosión y terrorismo activo. Dichas premisas suenan hoy como exóticos lenguajes de un tiempo que se liquidó, quedando mutadas por micro-proyectos más leves y desgravitados. La pesadez del discurso autoritario vanguardista se disuelve en la liquidez de los lenguajes "permisivos" posmodernos. Pero entendamos que esta permisividad del discurso lleva también, por su ligereza, a una forma de conciliación y colaboración con el establecimiento, pues con la puesta en red del slogan "aquí todo está permitido", se fortalece una democracia simulada, controlada por los imaginarios del consumismo y la publicidad. Las vanguardias, que buscaban una ontología estética de la libertad, tenían de por sí obstáculos que daban razón de ser a sus peticiones. Caídos los muros -aparentemente- ya lo que estos movimientos deseaban se ha vuelto en alguna medida digerible y posible, gracias a la lógica del marketing y de la moda. "El modernismo, dicho en términos de Lipovetsky, era una fase de creación revolucionaria de artistas en ruptura; el posmodernismo es una fase de expresión libre, abierta a todos" (1998: 125).
Aquí, los procesos de estetización posmoderna influyen en el agotamiento y relax de las categorías estéticas modernas de trascendentalismo, sublimidad, autenticidad, monumentalidad estética, individualidad creadora. Estas sacudidas repercuten también en la idea de obra orgánica de la modernidad. La "muerte del arte" intuida y sentida por Hegel, muerte de la noción de un arte sistémico, se produce con grandes estruendos en la fragua posmoderna. Ahora vivimos con los fragmentos que se fusionan híbridamente, adquiriendo características de bricollage estético. Todo se funde y se disipa, se arrebata en una producción plural y múltiple; es decir, de "ahora en adelante el arte integra todo el museo imaginario, legitima la memoria, trata con igualdad al pasado y al presente, hace cohabitar sin contradicción todos los estilos" (Lipovetsky 1998: 124). Obra abierta que desestabiliza la noción de obra orgánica moderna. Allí donde otros proponían unidad y coherencia, la transvanguardia propone multiplicidad, dispersión, colección e imprecisión Coexistencia pacífica, insistimos, entre lo tradicional, el presente y las conquistas del futuro. La llamada moda retro es uno de sus productos más preciados. Descentramiento de algo que para el modernismo crítico era crucial: poner en cuestión el pasado para superarlo. Hoy parece ser que esta petición se ha archivado o cambiado por una posición acrítica casi atemporal y transhistórica.
La vanguardia histórica (pero también aquí hablaría de categoría metahistórica) intenta ajustar las cuentas con el pasado...La vanguardia destruye el pasado, lo desfigura...pero llega el momento en que la vanguardia (lo moderno) no puede ir más allá, porque ha producido un metalenguaje que habla de sus imposibles textos (arte conceptual). La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse -su destrucción conduce al silencio-, lo que hay que hacer es volver a visitarlo, con ironía, sin ingenuidad (Umberto Eco, citado por Calinescu1987: 269).
Para Eco la tradición lineal histórica y el afán de fracturar la secuencialidad para seguir la recta y el fin -propuesta vanguardista- ha sido superada o mutada por la noción del tiempo plural, discontinuo, disperso y caótico. Volver al pasado no para superarlo sino para convivir con él en sus más extrañas y arduas conquistas.
En contraparte, Fredric Jameson, enfrenta la crisis no sólo de las vanguardias sino de la modernidad entera, desde una perspectiva más crítica y radical. Para este teórico las conquistas del arte moderno se han vuelto arcaicas e insignificantes debido a la mutación de la cultura por la canonización e institucionalización académica de las vanguardias. Ya estas no escandalizan a nadie, sino que complacen con su oficialidad. "Lo que ha sucedido, escribe Jameson, es que la producción estética actual se ha integrado en la producción de mercancías en general..." (1995: 18) respondiendo a la lógica cultural del capitalismo avanzado. En esta lógica, por ejemplo, el cuadro El Grito de Edvard Munich, -el cual es un paradigma de los temas modernistas "como la alienación, la anomia, la soledad, la fragmentación social y el aislamiento" (Jameson: 31)- en la época de relajamiento vanguardista queda despojado de afectos y sentidos críticos, cambiándose estos paradigmas por la frivolidad suntuaria de un envolvimiento decorativo. Entre Munch y Warhol, suceden las transformaciones radicales que en la modernidad estética han pasado a constituir unas nuevas sensibilidades artísticas en los últimos años. Munch nos lanza a la angustia y a la soledad alienada, logrando captar la subjetividad que impone un estilo personal distintivo. Por su parte, Warhol manifiesta un proceso de fragmentación o "muerte del sujeto", el fin de las traumáticas tensiones, cambiadas por las nociones de fetichismo mercantil, frialdad, sepultándose así la llamada "pincelada individual distintiva". Esta mutación de las grandes temáticas, tales como la temporalidad, la muerte y la angustia, refleja un proceso de ingravidez y levedad ante los discursos llamados duros o fuertes y la irrupción de unas mentalidades plurales, descentradas, volátiles, las cuales proponen impulsar discursos blandos o débiles, tal como les llama Gianni Vatimo. Pero ¿A qué precio para el arte?
Al decir de Jameson, un precio muy alto es el que se paga. "La desaparición del sujeto individual, y su consecuencia formal, el desvanecimiento progresivo delestilo personal, han engendrado la actual práctica casi universal de lo que podríamos llamar el pastiche". (1995: 41). El pastiche es el reencauche híbrido, nostálgico, proveniente de la llamada "moda retro", la cual genera una rapiña sin consideración de todas las producciones del pasado, convirtiendo al arte en una alacena de recursos muertos, revivido con un singular estilo de hibridaciones permanentes, modificando a la vez las nociones de historia y de memoria. El pasado aquí es sólo un archivo, un armario de antigüedades que sirven para crear objetos espectáculos, provocativos, excitantes y simulados. Con el pastiche se relaja la fuerza del significado histórico hasta convertir las obras en adornos y ornamentos superficiales, averiados en sus sentidos. Por lo tanto, el precio que se ha pagado por esta desgravitación de las vanguardias va desde la misma pérdida del significado contestatario hasta la relajación de las exploraciones, aventuras y búsquedas de nuevas posibilidades. El futuro ha sido puesto en pausa. Primacía del prefijo "neo" y de la mitologización de lo "retro"; intertextualidad o eclecticismo decorativo y nostálgico. La desgravitación de la momumentalidad estética y de los géneros modernos, edifican el bricollage y la multiplicidad de los relatos.
Para un estudioso de las vanguardias como lo es Eduardo Subirats, las utopías de esperanza en la emancipación humana, contienen a la vez un gran nihilismo histórico con signos apocalípticos respecto al presente de la cultura. De esta manera, nihilismo y mesianismo se unen como posibilidad estética lo que constituye una "dialéctica de la vanguardia". Desde un proceso demoledor surge el deseo de construcción; de la estética del fracaso a la estética del triunfo. Esto es quizá lo que posibilita a la vanguardia ser tan contradictoria y rica en ambigüedades teóricas y exploraciones experimentalistas notables en sus hallazgos. Así, para Subirats:
la vanguardia aparece fundamentalmente como un fenómeno negativo, como una protesta y una violencia dotada de un sentido ambivalente: a un tiempo emancipador e imperativo, abierto al futuro como libertad y cerrado a la experiencia subjetiva que fuera capaz de otorgarle un contenido creador. Las vanguardias fueron, no obstante, y al mismo tiempo, un fenómeno cultural altamente positivo, volcado al futuro, afirmador de nuevos valores, anticipatorio, utópico y aún profético. (1989: 90).
Ambigüedad positiva y negativa que despertó interés no sólo en la estética sino en la política, lo que hizo que la vanguardia asumiera una cierta "pérdida de autonomía" del arte y pasara a conformar un más allá del arte, es decir, una correspondencia entre la utilidad práctica transformativa de la estructura simbólica artística, llevada a praxis revolucionaria. El arte aquí se conjugó con la utilidad y a veces con la actividad partidista. "Un esfuerzo por intervenir en los quehaceres sociales, por aprehender la sociedad y la cultura como un todo, y por transformarlas con arreglo a la recién descubiertas categorías estéticas y utópicas" (Subirats 1989: 94). Por lo tanto, la categoría de trascendencia romántica se legitimó, adquiriendo de nuevo un proyecto llamado progreso, futuro, búsqueda del absoluto. Necesidad de fundar valores nuevos a través de la actividad artística, que con las vanguardias asumió matices de compromisos ideológicos. De allí su origen moderno y el ser hija de la racionalidad crítica, su pasión por la autocrítica y "la idea de renovación, de reformulación siempre comenzada a partir de cero de valores individuales y colectivos..." (Subirats: 84).
Subirats insiste en este aspecto. La vanguardia, igual que el Humanismo, la Reforma, la Ilustración es producto de la modernidad, y ello es lo que da su mayor y mejor sentido. Negación y autosuperación con la idea del tiempo moderno, con la noción de crisis y fractura, de linealidad temporal y secuencialidad de la civilización. Esto elevó el deseo de conseguir nuevos estilos estéticos para, al decir de Bretón, transformar no sólo el mundo sino cambiar la vida.
Sin embargo, ya lo anunciamos arriba, la época heroica y utópica de la vanguardia vio caer sus banderas y manipular sus armas por la industria cultural y la tecno-cultura. Para muchos estas utopías han muerto, pues sus valores estético-políticos se han legitimado y reproducen el orden del establishment. Neoconservadora, hoy la vanguardia es víctima de las burocracias que tanto combatió, de las tecnocracias y del mercado internacional que la explota como mercancía exótica de un pasado mesiánico y genuino. Su trascendencia, reflexión, ruptura, pulsión crítica, la fe en el triunfo por la libertad, han decaído. La crisis de la modernidad ha presupuestado una época de vacíos y nihilismos realizados, es decir, el desencanto del desencanto moderno o posmodernidad. Según Subirats, este decaimiento es el resultado de la dialéctica interna que impulsaba a la vanguardia. Por una parte, su signo revolucionario, por otra, su deseo de racionalizar la vida a través de un proyecto que legitimara un sistema utópico, pero sistema normativo al fin y al cabo. Acabados los tiempos de la tensión crítica e impuesta la época de la relajación sintética, los objetivos de la emancipación se disuelven, quedando sólo los de legitimación del sistema o establecimiento.
Las vanguardias se han convertido, a partir de la segunda guerra mundial, en un ritual tedioso y perfectamente conservador, no solo desde el punto de vista del gusto dominante, sino incluso de las más groseras estrategias comerciales...Es propio de la dialéctica de las vanguardias, el que, una vez cumplido su cometido iconoclasta y crítico, se conviertan ellas mismas en un fenómeno afirmativo, de carácter normativo, y acaben afianzándose como un poder institucional. (Subirats 3: 86).
Se podría llamar a esta relación sintética y acrítica el fracaso de los macroproyectos, lo que ha llevado a una sensación de escepticismo mayor en un futuro inmediato. ¿Qué nos dejan estas fragmentaciones?, ¿qué ha sido del arte a partir de este agotamiento, relajación y fracaso vanguardista?
Es indudable que existen nuevas conciencias literarias, artísticas y culturales en esta época posmoderna: las tecnologías habitan construyendo una cierta estética cibercultural; la crisis del concepto clásico de estilo y de género y su cambio por el de hibridación multimediática del arte; la fragmentación de la realidad y de los proyectos motrices de la modernidad; la imposición de microproyectos relativos y aceptados; la individualización en masa y el espectáculo, el simulacro estético y la banalización de la cultura. Vivimos en la época del lenguaje posmoderno problemático sin resistencia. El arte actual, por lo tanto, no tiene lo llamado por los vanguardistas "voluntad de estilo" o la manifestación deseante de una producción innovadora. La esfera artística se centra más bien, siguiendo a Jameson, en una reproducción sistemática de los elementos artísticos del pasado, que lleva a un "no estilo" (Subirats) desinteresado en el futuro. El "no estilo" posmoderno es, sin embargo, un nuevo estilo artístico no homogéneo, sino múltiple y diverso que se basa en el eclecticismo de formas donde todo se acepta y vale, generando así un síntoma de "manierismo posmoderno" que para algunos -vgr. Baudrillard, James Gardner, Jameson, entre otros- encierra un símbolo de decadencia y de virtuosismo híbrido multimediático. Las fracturas sobre los llamados "discursos duros" de la modernidad, alimentan estas nuevas dimensiones de "discursos blandos" que cuestionan los conceptos totalizadores, unitarios, universales de la razón modernizadora. Y son estas manifestaciones del "pensamiento débil" las que han motivado a los antiposmodernos a catalogar este proceso como una manifestación epígona y decadente de los movimientos estéticos de la modernidad, ya que "ni sus posturas críticas son lo suficientemente consistentes, ni sus soluciones formales pueden considerarse precisamente como innovadoras" (Subirats: 164). La posmodernidad, según sus detractores, no ofrecería en su fragmentación las categorías capaces de organizar de nuevo el todo con paradigmas surgidos de una racionalidad crítica. Creemos que este cuestionamiento es demasiado radical y cae muchas veces en la nostalgia y en la impugnación a las nuevas tendencias actualmente sentidas y en avance. Nuestra tesis es que en medio de las rupturas de la racionalidad hegemónica y universalista, los resultados de las mismas deben estudiarse y verse como un proceso contradictorio donde muchas de sus propuestas funcionan en torno a lograr miradas nuevas o marginadas por siglos de racionalismos excluyentes y despóticos. Así, las nuevas categorías poéticas posmodernas, que veremos más adelante, nos están brindando alternativas distintas en la consecución de la obra de arte, no sin decir que en su interior deviene también lo que Baudrillard y otros llaman la trans-estética o muerte de la ilusión estética, ambigüedades que en su momento también fueron vistas con preocupación por los estudiosos de las vanguardias, y sin embargo, éstas prosiguieron entronizando discursos polémicos y conflictivos.
La relajación de las vanguardias ha facilitado el surgimiento de un nuevo contexto cultural donde, en palabras de Julio López, "el periodista sustituye al artista; el relaciones públicas al intelectual; el moderador al autor; el presentador al presentado; la información a la creación; el cóctel del libro al contenido del libro; la publicidad a la textualidad". (1988: 126). Contexto cultural que también ha motivado la construcción de unaTransvanguardia que fusiona todas las modas en un llamado "arte industrial" cuya trascendencia se ha trocado por el marketing. Para Julio Rubio Navarro "latransvanguardia, más que otra cosa, es una industria... El objetivo de esa industria es, naturalmente, en última instancia, vender cuadros" (1983: 41). Hija de la postindustrialización, la Transvanguardia posee casi todos los elementos de la nueva sensibilidad posmoderna. El crítico español Francisco Calvo Serraller señala algunos de ellos:
¿Qué es lo que me atrae de ellos? La habilidad, el desparpajo, el cinismo elegante, la teatralidad de opereta, la apropiación irresponsable del pasado, los desplantes juguetones, el voluntarismo profesional, la fe en la moda, el aplomo en medio del desconcierto, el oportunismo, el sincretismo, la habilidad (...); en definitiva, un conjunto de cualidades deliciosamente decadentes, muy acordes con el espíritu de nuestra época transvanguardista. Desde el pop, todo el que se precie sabe que no hay estilo sin una colección de gestos y actitudes, que no hay conciencia generacional que no esté basada en una determinada marca de zapatos. (Citado por Julio López, 1983: 128).
Desde Hegel hemos presentido el Fin del arte; fin de su Aura, de la ensoñación y construcción de lo fantástico. Agotamiento para describir la "otra" orilla, lo innombrable e inexpresable, aquello oculto tras pesados velos. El lenguaje de un arte explorador, fundador de realidades por medio de la palabra creadora, se ha cambiado por un imaginario fácil y cómodo. La agudeza para potenciar una estética como utopía posible, gracias a la fuerza provocadora del artista, ha sido transmutada por una relajación sin horizonte. ¿Qué futuras sensibilidades artísticas nos aguardan entonces?. Sensibilidades en línea, estetización de lo cotidiano, democratización de un simulacro:
todos podemos ser creadores. Pero, insistimos en nuestra preocupación ¿Cúal es el precio que el arte debe pagar por ello?
Parece que hoy los artistas no desean pasear por la cuerda floja de un arte visceral hecho con sangre, por el "peligro de los peligros" que, según Hölderlin, es la poesía. Para las nuevas sensibilidades ojalá se acabara el arte de los sanguíneos y se impulsara un arte de confort, flemático, decorativo. Proliferación de gustos banales, cursis. Allí nada se contradice; multimedia e indiferencia sensible; intercambio de imaginarios, legitimación de todos los estilos; eclecticismo de pulsiones y tonalidades. "Todo sirve", "todo vale", "todo es apto". Poesía elaborada para todos, complaciente y sin resistencias críticas ni traumas personales. Fin de las pulsiones vanguardistas de sublimidad, autenticidad, angustia, de tensión estética. Puesta en escena de la llamada "muerte del sujeto" pasional; es decir, ahora entra en acción un artista discreto, medido, que oculta las emociones. La pasión de un Van Gogh, la fuerza de un Apollinaire, la rebeldía metafísica de Artaud, la irreverencia de Tzara, no existen en estos mapas trans-estéticos, al decir de Baudrillard. Esta trans-sensibilidad muestra en el fondo un proceso de control y vigilancia por parte de la autoridad oficial. Se confirma con ella un miedo al "descontrol" del artista, una prevención frente a la fuerza que sacude una norma tanto jurídica-social como metafísica. Relajamiento existencial, seducción de lo ornamental en contra de lo esencial.
Es cierto, se agotaron las Vanguardias, su fuerza provocadora. Improvisación versus disciplina; discursos "blandos" versus discursos "duros"; ligereza versusexperimentación; hedonismo permanente versusrevolución permanente; ornamento versus monumento; entronización del instante versus compromiso futurista;marketing estético versus sublimidad; inmediatez versusproyecto; mínimo de resistencia y máximo de indiferencia.

CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS

¡AL FIN, LAS PALABRAS EN LA PLÉIADE!


Por Irma Bignon (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

Jean- Paul Sartre nace en Paris el 21 de junio de 1905. Su padre muere un año después de su nacimiento. Es criado por su madre, su abuela y su imponente abuelo.
Como escritor, su inmensa obra comienza en el silencio de los años 30 con novelas breves: “La náusea” (1938), “El muro” (1939), “Lo imaginario” (1940), “El ser y la nada” (1943), “Los caminos de la libertad” (1945), y le siguen tratados donde expone su filosofía existencialista, y obras de teatro donde reflexiona sobre la realidad del ser.
La gran fuerza y la astucia de Sartre residen en su velocidad. Sus obras son un engranaje de energía girando a toda marcha delante nuestro. Se manifiesta siempre. Muchas veces acusa. Podemos estar en desacuerdo con él. No tiene importancia. Escribe directo y preciso, piensa contra él mismo. Se metrallea de todos lados; se para y se da cuerda como un viejo reloj. Su extrema libertad para escribir con todos los sentidos despiertos, hace que a veces éstos sean contradictorios. No a todo lector le gusta leer a Sartre. Prefiere espíritus más poéticos o no tan rápidos.

“Las palabras”, Les mots en su lengua original, es una obra autobiográfica que publica en 1964, lo que él llama su “impostura” infantil antes que literaria.
Es una reconstrucción rápida, permanente. La tinta no tiene tiempo de secarse. Los capítulos corren uno tras otro. ¿Por qué la importancia de este libro? Porque nuestro escritor cuenta su infancia, y explica de qué manera, a través de las palabras, descubre la existencia. Leer-escribir. Ya, por entonces, su delirio estaba manifiestamente trabajado.
La Biblioteca de la Pléiade es una de las colecciones de mayor prestigio de la edición francesa, publicada por Gallimard. Constituye una referencia como calidad de redacción y de reconocimiento literario de autores.
Ser aceptado en la Pléiade significa la intemporalidad para los escritores.
¡Al fin, ahora en 2010, Les mots se encuentra en la Pléiade!

“He comenzado mi vida como sin duda la terminaré: en medio de libros – escribe Sartre en Les mots. En el escritorio de mi abuelo, los había por todos lados”. No sabía leer aún, pero al ver esas piedras paradas, apretadas en forma de ladrillos sobre los estantes de la biblioteca, sentía que la prosperidad de su familia dependía de ellas.
Niño tranquilo y obediente. Encuentra su rol tan favorecedor que no se aleja de él. Ignora la violencia y el odio. No llora nunca, no hace ruido, casi no ríe.
Desde muy pequeño se deja llevar por una pasión poco común en la infancia: la escritura. Pero él no elige su vocación; otros se la imponen. Más tarde dirá como Chateaubriand: “Yo sé muy bien que no soy más que una máquina de escribir”.
“A los 4 años me adoran. Luego soy adorable”… Como un niño común, es el centro de la comedia familiar. Su hogar es un paraíso. Admira la fortuna de haber nacido en una familia unida, en el país más bello del mundo.
“Hacía creer que leía - escribe -. Seguía con los ojos las líneas negras sin saltar ni una y me contaba una historia en voz alta, teniendo cuidado de pronunciar todas las sílabas. Me sorprendieron o me dejé sorprender; conversaron y decidieron que ya era tiempo de aprender el alfabeto”.
Empezaron a dejarlo vagabundear en la biblioteca y él asaltaba la sabiduría humana.
Nunca escarbó la tierra ni se subió a un árbol. Nunca buscó un nido ni arrojó piedras a los pájaros. Los libros fueron sus pájaros y sus nidos, sus animales domésticos, su establo y su granja. En la biblioteca emprendía increíbles aventuras. Abría un libro y se encontraba con insectos de colores que hormigueaban bajo su vista. Acostado boca abajo sobre la alfombra, hacía grandes viajes a través de Fontenelle, Aristophane, Rabelais.
No creía mucho en esa escritura automática. Pero el juego le gustaba por el juego mismo. Hijo único, él podía jugar solo. Por momentos, detenía su mano, aparentaba vacilar para sentirse, frente preocupada, mirada alucinada, un verdadero escritor.
Conoció el sentido de esas palabras duras y negras recién diez o quince años más tarde. Y hasta mucho tiempo después siguieron guardando su opacidad: fueron el humus de su memoria.
Mientras le hacía un dictado, el abuelo se dio cuenta que la ortografía de su nieto era muy deficiente. Sartre escribe: “Yo no había entendido en qué consistía mi falta. No me afectaba en absoluto. Yo era un niño prodigio que no sabía ortografía. Eso era todo. Buscaba mi soledad y amaba mi mal”…
Su abuelo también le enseñaba que no lo era todo tener dos ojos, había que aprender a ver. Y le contaba lo que hacía Flaubert cuando Maupassant era niño. Lo instalaba delante de un árbol y le daba dos horas para describirlo.
Si cualquier autor inspirado logra entrar en lo más profundo de él mismo, Sartre conoció la inspiración entre los 7 y 8 años. A los 9 ésta permanecía al lado suyo. Más tarde irá más allá de él. No elige su vocación; otros se la imponen. Pero, por otra parte, él la había sentido desde el comienzo.
Es en los libros donde Sartre encuentra el Universo y confunde el desorden con el curso de los acontecimientos. “De esa confusión-escribe-me costaron 30 años deshacerme. Saboreaba la ambigua voluptuosidad de comprender sin comprender”…

Con el correr de los años, nuestro escritor se convierte en un verdadero paladín de la escritura. La obra se esperaba. Pero su primer tomo, a pesar de su celo, no aparece antes de 1935.
Les mots, “las palabras”, es la descripción bosquejada de los caminos escabrosos de un escritor. Al leer el libro recibimos un verdadero baño de cultura y talento.

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