Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA - NÚMERO ESPECIAL – JUNIO de 2007

Homenaje de Gaceta Literaria Virtual a la obra fotográfica de
QUIM FÁBREGAS (Barcelona/España)
Fotografía: Serie Visión de Gambia

PÁGINA EDITORIAL

A manera de recordatorio por el Día del Escritor

"Cada día del año es un regalo que se ofrece a un sólo hombre: el más feliz de todos. Todas las demás personas utilizan el día de éste para disfrutar del sol o reprender a la lluvia sin llegar a saber nunca a quién pertenece en realidad ese día, y a su afortunado propietario le complace y divierte tal ignorancia. Una persona no puede saber de antemano qué día exactamente le va a tocar, qué nadería va a recordar siempre: las ondas que formaba el reflejo de la luz del sol sobre un muro al borde del agua o la caída en espiral de una hoja de arce; y sucede con frecuencia que reconoce su día sólo de forma retrospectiva, mucho tiempo después de que haya arrancado, estrujado y echado debajo de su escritorio la hoja de calendario con la cifra olvidada."

Vladimir Navokov "El Elfo Patata"

PÁGINA 2 – Nuestra poesía

Sonata en Mí menor

si logro plasmar lo más querido
y sacro ante todo, la poesía,
entonces sonreiré satisfecho a las feroces
sombras, aunque debiera dejar
en el umbral mi voz. Un solo día
habré vivido como los dioses. Y eso basta.
Friedrich Hölderlin

Me gustaría pensar que
tantos ensueños podrían ser verdad
el fascinante hechizo de la luna allá
viajando sobre el agua
pero estoy siempre de pie aquí
sirviendo carne asada y
verduras frescas.

Domingo al mediodía ahí
mar verde veteado de bolero el mar
con gris marrón y otra lomada gris
por la soberbia libertad del sol
durmiendo entre las nubes.

Y así otra vez salto de rana en
verde sereno rumba mar el mar
y yo moviéndome de acá a allá
sin otro medio para ser que ser
cuaderno y lapicera.

Las letras se acomodan con
ruidosa, impaciente soledad
por un ruidoso auto que pasó y se fue
apenas hace un rato y ya es ausencia
mientras la blanca luna es una barca
en el dulce mar
dónde quisiera estar no sé pero seguro no aquí
salando y pimentando.

A lo mejor me gustaría ver un bello ser
un bello ser que esfume mucha luz
bajando de lo alto
si cierta es que bella y esencial y alta es
la luz que busco.

No tengo mazapán para poder comer
poder comer llenar la boca de
estrellas dulces
a cambio un rubí caliente y leve es
el breve vino tinto que también se va
como la vida.

Y pienso que me aliviaría ver la luz
no sé si fuera o si dentro en mí
pero enraizada en algo
para no odiar sentir que no interesa ya
si estoy sujeta día a día aquí
lavando la vajilla.

O a lo mejor quisiera un ser que me hable a mí de mí
que yo le hable a él de sí
que diga qué hago yo aquí
los brazos inmersos en lejía
si es un misterio la belleza del cristal de sal
si es un misterio el calor del sol
si mi presencia inútil banal
pero única en el mundo.

Quisiera hacer de mí un ser con ser
saber cómo se armó y por qué
mi código genético
alzar bajo la voz hasta por fin hallar
el cántaro y su ollero y así entender
causa y efecto.

Abrir sin más mi corazón
gritar
aunque no fuerte
no
gritar despacio y preguntar por qué
por qué razón existe el mar
un mar sin verde mar y con
esta rutina
de andar de un lado para otro
ir
andar y hacer las compras

de levantarme y acostarme hoy
sin esperanzas de saber ningún por qué
si existo realmente en algún lado o soy
si existo realmente en este sitio y soy
dónde el comienzo de la historia
dónde el final si es que hay algún final
si espera andén y tren en la estación
porque no puedo creer que cerca o lejos no esté Dios
para poder hablar con él
porque seguro ha de saber por qué
por qué yo estoy buscando aquí
buscando al ser que duele en mí
bajando hasta sellar la voz
sacando el corazón de un cajón con miel
callando y no saber por qué
por qué razón existe el mar
el mar verde veteado gris
la luna hechizo arriba allá
mirándose Narciso en sí
el sol cambiando el agua de color
el tiempo huyendo con o sin reloj
Mozart y la Sonata en Mi menor
y la rutina
de hoy igual que ayer andar
de un lado para otro sin
que entienda nada
si el mundo se parece a nuestra cárcel sí
celdas individuales sin color rubí
en un entorno de mar sin coral
ni espumas blancas.

Quizá los Andes sean de papel
las flores todas nazcan en abril
y el viento Norte sea helado
porque no sé qué es la libertad
aún no sé qué es morir
pero a consciente lucidez
amo la vida
no importa si en el inicio está anidado el fin
si suena inútil preguntar por qué
por qué esta vida
de andar sin rumbo de acá para allá
atroz rutina levantarme y acostarme hoy
no sé mañana
si toda infancia ya lució y se fue
dónde mis padres han de estar no sé
dónde el jardín con el damasco aquel
por qué razón se esconde de dolor
el corazón en un panal sin miel

Si las montañas nacen en abril
las flores frescas se hacen de papel
si está veteado de bolero y rumba mar el mar
si el día de hoy es más igual que ayer
mañana es nunca y también es hoy
si es un misterio el fin en el comienzo de
si en el inicio está marcado el fin
por qué la vida.

Ketty Alejandrina Lis (Rosario-Santa Fe/Argentina)

Otro destino.

La luna corrompió los cuerpos
y después de muchos años,
el fuego brilló, fatuo,
en la fosforescencia de los huesos.

Sólo el páramo fue testigo de aquel duelo,
de aquellas mutuas muertes de los dos hermanos.
El páramo y una mujer, la intrusa,
que supo desviar a tiempo su destino.

Borges no llegó a enterarse.

Marta Rodil (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

creo que ya no amo, pero siento
y lo admito sobrio de edad y tiempo

aunque nada seguro
pues todo cae inerte

vivo esperando la contraorden que diga:
“Te equivocas, y pagarás caro tu resentimiento”

qué difícil es amar sin vendarse los ojos

sin escupir verdades falsas
que luego harán de los años sacos rotos

qué difícil es el camino si se camina

tan difícil como darse cuenta del amor
cuando falta todo

Diego Ferrero (Rafaela-Santa Fe/Argentina)

En Lanzarote

Este círculo de hierro
forma perfecta de ausencia
es límite del vacío tolerable
que atrapa e inmoviliza
como espejeantes ojos
de serpiente.
Más allá el sol cubre encalado paredes rugosas.
Otros evadieron bordes
crearon juguetes con el viento,
inundaron de luz ,encapsularon cascadas
convirtieron en paisaje la dura piedra que evidencia
que aquí hay un volcán.

Quedará para nosotros
crecer en huecos como estas vides
esperando que una boca nos reconozca e instale
en nuestra lengua el cráter
que libera montañas de su fuego.

Antonia Taleti (Rosario-Santa Fe/Argentina)

Desde la otra ventana… el sol

Entonces,
era nada más que una pequeña voz
acallada hacia el alma,
morada y temblor de un grito amargo,
casi desconocido;
y mis manos,
altares de ceniza inconfesada,
se apretaban en repetido intento
de plegaria.
Era un sollozo leve,
desovillando tramos de mi infancia,
lenta angustia otoñal de un tiempo
desierto,
reiterándose en tantos sueños descalzos
lágrima en lágrima.
Entonces me buscaba honda y mansamente,
y mansamente,
murmullo de follajes ausentes,
con soles desgastados y una lejana heredad de alas.
En el territorio del viento y la nostalgia
la urgencia solemne
de caricias adormecidas.
Pero aún me quedan raíces,
y un lento olor a savia,
y una ventana azul en el camino
y quizás generosa,
una mañana.
Y algún hilo de luz
y eternidades,
volviéndome a una osadía nueva y desbordada,
en la tarde de marzo,
apenas detenida.
Desde la otra ventana… el sol,
otro sol
y la amarga dulzura de la espera.

Teresita Testa (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

PÁGINA 3 – Narrativa

El segador

Por Adrián N. Escudero (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

A la Esperanza. En especial, al Poeta y Diácono, Amílcar Torre, in memoriam...

Ayer vino a visitarme. Pero, ciertamente, me costó reconocerlo.
Por supuesto, tocó timbre, esperó que alguno de nosotros atendiera, y luego dijo: “¿Está el dueño de casa?”.
Es decir, yo. O lo que yo representara en aquel momento.
Había elegido un día especial para la visita. No había lluvias ni relámpagos eviscerando la penumbra de la noche, o acortando la tarde, u oscureciendo la mañana, como uno hubiera podido imaginar.
Era, en cambio, un día de brillos luminosos, de una humedad pulposa que enrojecía nuestras pálidas ventanas, abiertas o clausuradas a los cuerpos vivos de las otras gentes que circundaban la zona brotada de verde, apenas desviado el sol de su cenit, con las casitas blancas y más blancas del barrio Las Flores II, con árboles de sombras apenas asomadas, y el bullicio jocoso (también apenas), ingenuamente vituperado por la alegría redonda de una pelota de fútbol maltratada, o injustamente interrumpido por la norma culinaria del mediodía que, por los domingos, adelanta su orgía de olores carnívoros y sabrosos.
Porque la protesta a los padres que llaman siempre se da; aunque luego no queden ni rastros de rito milenario del almuerzo amasado por las manos de mamá.
Vino a visitarme, dije. Abrió el más chico, después atendió ella, y, al final de un pequeño introito en que las mujeres adelantan a los esposos el quién es, el qué quiere, el que si viene o no viene mañana, o nunca, el que si se hace tal o cual trabajo, o si se puede o no prestar el diario de la noche, o cosas por el estilo, atendí yo. Insisto: de inmediato no habría de advertir su verdadera identidad. Pero...
... Me estremeció su aspecto. Parecía haber bebido mucho; quizás hasta algunos instantes antes de llamar a mi puerta. Después pensé que era por necesidad. Necesidad de evadirse de una realidad que lo oprimía, a la que no pertenecía, y contra la cual luchaba desesperadamente. Y todo aquello que correspondiera a esa realidad debía segarlo...
El cabello, hirsuto; revuelto como un mar de tormentas o un nido de cuervos. Endurecido, grasoso y maloliente. Hedía desde cada hilo de sus vestiduras desgajadas. Un cristo deshecho. Marginado. O un arquetipo de hombre soslayado por la vida. Menudo y fláccido; un manojo de venas mudas y secas, alargadas en un gesto gris violáceo, fulminante. Colgando de esas venas sin savia, dos garras ciñendo “aquello”. Largo y afilado. Amenazante y curvo.
“¿Puedo cortar el cesped?”, dijo. Y entendí que mi hora no había llegado todavía.
Es que ante mis ojos, el pobre cristo se debatía por una limosna misericordiosa, y el corazón de mi familia se había estrujado por aquella semblanza pordiosera. Humillada.
¡Hermano!, dije para mis adentros. Y una lágrima me recorrió voraz la intimidad del alma, marchitándola. Secó mi garganta al abandonar el lugar donde moraba, y apagó mi voz cuando le dije: “Sí; puede”.
Mis chicos (que son cuatro, o cuatrocientos, de cómo juegan y gozan de la vida) lo rodearon, y luego comenzaron a tocarlo y a azuzarlo sin percatarse del peligro que guiñaba desde “aquello”, con cada movimiento del brazo nervudo que, feroz, cumplía su tarea. Mientras tanto, el Segador forzaba una sonrisa complaciente, como esperando su oportunidad, esta vez, por alguna razón postergada...
Como hojas de otoño, incómodas y amarillas, caían rendidas a sus plantas de arpillera unas pisadas leves festejando (chas) la audacia del bastón de mando (chas), que oscilaba (chas) y oscilaba (chas), yendo y viniendo (chas), y haciendo florecer como claveles del aire suspendidos a centímetros del suelo, aquellos ramilletes de brotes muertos de carne verde destrozada, con alguno que otro yuyo de mala fama entremezclado.
Sudaba doblemente. Por el trabajo en sí y sus escasas fuerzas de existencia desnutrida -desvaídas bajo el sol de enero mortificando a pleno a la ciudad toda-, y por ellos. Mis chicos. Tontamente perversos. Brincándole al borde justo de aquel filo de navaja enardecido, que cepillaba sobras de malezas jerarquizadas por la estética de moda en los countries de fin de semana.
Un llamado de ella (mi esposa) lo alivió. Corrieron los críos a devorar el almuerzo, y, con el último jadeo, concluyó la tarea. A medidas, eso sí.
“Después, con la tijera, termino de pulirlo yo”, le digo con honesta ternura. Demasiado presuroso su trabajo, había prácticamente desmantelado el –hasta ayer- cuidado solar. Por el vino, por la edad, el hambre o los chicos. Desmantelado.
Sonrió de nuevo, e insistió con la voz grave y gangosa de su inocultable beodez: “No. No; deje patrón, que yo se lo termino bien, Va a ver. Me gusta terminar bien lo que empiezo”.
Iba a decirle: “Salud”, por aquel costado irónico o perverso al que nos tiene acostumbrado, de improviso, la criolla picardía. Pero no. Le sonreí también, y lo dejé seguir mientras yo porfiaba en mi escritorio profesional con cifras y normas legales, especulando matrices y recortando diarios o clasificando artículos relacionados con mi árida, matemática y racionalista –pero humana, al fin- profesión de Contador...
Al cabo, se recortó por segunda vez como un fantasma frente a la puerta entreabierta de la casa; pero no en seguida. Unos minutos después de su postrero “chas”, en los que hubo recuperado el aliento...
“Ya está, patrón”, me dice. Y me observa con la triste melancolía del que no tiene nada que perder. “Bien”, le respondo. “Muy bien”, exagero.
Abandono el escritorio, salgo al jardín, le doy un rápido vistazo eludiendo al sol desviado ya pronunciadamente hacia el oeste, y apruebo su trabajo con serena benevolencia, no exenta de preocupación. “Aquí tiene, don. Y muchas gracias”, le digo. “A sus órdenes, patrón”, me dice.
Y se va.
Como intuyendo mi secreto enojo por su labor ineficiente, el Segador, sin embargo, se va; acompañado en una sombra por su prima, la Muerte, y con el sol prendido tercamente a sus espaldas, dando lugar a la Esperanza, se va...
Al margen de toda imaginación de mi parte.-

PÁGINA 4 – Narrativa

El ahorcado del desierto

Por Ariel Puyelli (Esquel-Chubut/Argentina)

Quienes conocen el desierto patagónico, dicen que no es así. Que no es desierto. O mejor dicho: que no está desierto.
Ellos aseguran que la mayoría de las personas que afirman que “en la meseta patagónica no hay nada más que viento y llanura”, no sabe mirar. Que esa zona del país es más misteriosa y mágica que la cordillera o la costa. Que basta con recorrer sus increíbles dimensiones para toparse, cuando uno menos lo espera, con una hondonada, un descenso abrupto en el camino o la vuelta de una loma en los que podrá descubrir un paisaje único, extraordinario.
Con las casas y las personas sucede lo mismo. A esos que no saben mirar, cuando van por la ruta a más de cien kilómetros por hora, las siluetas de la gente y las casas, se les escapan como la cola de un zorro en contramano. Los que no saben mirar no saben nada. Nada de nada.
Por eso tampoco creen lo que cuentan los paisanos y en muchas oportunidades arriesgan sus vidas al no hacer caso de sus prevenciones. Aunque a veces, convengamos, para poner en peligro la vida hay que conocer y creer en los cuentos que se cuentan por ahí. Porque en estos temas, el que no sabe, a veces se salva por ignorante.
¿Por conocer la historia del ahorcado es que Ramón Cuestas murió? Eso nunca se sabrá. Este tipo de respuestas pasan por la vida como las casas del costado de la ruta. Pasan y no se pueden agarrar ni siquiera con los ojos.
A Ramón se le paró la camioneta. Un pozo de la ruta le rompió el tren delantero y ahí quedó, en el medio del desierto, a veinte kilómetros del pueblo más cercano. Ramón se alegró, porque veinte kilómetros en el desierto patagónico equivalen a dos cuadras de cualquier ciudad. Miró el cielo. Limpio, casi como la tierra a su alrededor. Debían ser las cuatro de la tarde. Había tiempo más que suficiente para esperar que alguien lo arrimara hasta el pueblo. Si podía arrastrar la chata, mejor. No necesitó armarse de paciencia. Él era un hombre paciente. Vaya si son pacientes los paisanos.
“Hasta mañana no la podré arreglar”. Así de simple y terminante fue el dictamen del mecánico del único taller en el pueblito. “Qué macana”, dijo Ramón y miró hacia la calle. Los chicos, con sus guardapolvos blancos, demoraban la llegada a las casitas bajas. “Sí”, concluyó el mecánico y se limpió las manos con un trapo que parecía más que sucio.
A Ramón le dijeron que el bolichero alquilaba cuartos a los viajantes. Allí fue, arremolinado de viento ahora. Por la ruta pasaban veloces los autos, los camiones, otras chatas. Ramón ni miró. Con la vista baja llegó al boliche y arregló todo con el dueño. Diez pesos la noche. Quince con comida. “Quince, con comida”, dijo Ramón y se sentó junto a la ventana a esperar después de llamar desde el público a su mujer y avisarle que llegaría al día siguiente. “Capaz”, advirtió.
Como en cámara lenta empezaron a llegar los vecinos para compartir naipes, aperitivos y chismes. El bolichero se encargó de que lo integraran enseguida.
“Falta envido”, dijo Ramón. “Quiero treinta y uno”, dijo el otro. “Treinta y tres son mejores”, replicó y su compañero lo abrazó como si lo conociera de toda la vida. Risas, más barajas, cerveza, maníes de quién sabe cuándo y la hora que trajo la comida para él y los otros tres parroquianos, que se quedaron como escapándole al viento, que ahora zapateaba en el techo de chapas del boliche.
La sobremesa trajo el cigarro, el cigarro la caña, la caña el calor en la charla y la charla en la meseta, a la hora del cigarro y la caña, trae los cuentos.
Ramón sabe que los cuentos son eso: cuentos. Que no los tiene que creer. Pero la caña lo embota, el cigarro lo marea, la charla lo envuelve y el calor se le mete en la sangre. A lo mejor ya había escuchado la historia del ahorcado. A lo mejor no. Pero esa noche fue distinta: la escuchó y la creyó.
Creyó cuando le dijeron que ocurrió ahí mismo, en las piezas del fondo del boliche. Creyó cuando le pusieron nombre y apellido al muerto: Rufino Sánchez. Y creyó cuando le dieron un motivo. Pero la caña emborracha la razón y el motivo se fue chiflando con el viento que se colaba por las hendijas.
“Por ese pasillito, la anteúltima”, le dijo el bolichero entregándole la llave de la habitación. Ramón fue otra vez con la vista baja, como queriendo evitar la cara del viento malo, ése que le mete cosas raras a la caña cuando la caña anda de vueltas por las tripas, por las venas.
La habitación parecía un cajón de muertos, de tan angosta. Ramón se echó vestido sobre la cama. Dejó la luz prendida. No por miedo. Ramón no era un hombre de miedos. La dejó, nomás.
Él, de tan pocas palabras, ahora era un ventarrón de frases sueltas en la cabeza. Se las quiso sacar con la almohada, pero no había caso. Daba vueltas inútilmente en la cama de ese tal Rufino que silbaba afuera la canción del viento.
“¡Váyase, hombre!”, se escuchó gritar y entonces abrió los ojos. Ahí lo vio. Al pie de la cama, bien juntito contra la puerta. Prolijo, con sus bombachas limpitas y su camisa celeste como recién planchada. Rufino lo miraba pero no. Tenía los ojos como esos que no saben nada, que van a más de cien por la ruta y creen ver las casas y las personas pero no miran. Así estaba Rufino. A medio metro del suelo estaba.
Saltó de la cama en dirección al viento. Le dio un manotazo al muerto para que lo dejara salir, pero el hombre era pesado. No se movió. No importaba tampoco. Igual Ramón no hubiera llegado al viento.
Tuvo que entrar el chico de doce por la ventanita del baño y correrlo a Ramón para poder abrir la puerta. Esa mañana el viento no dijo nada. Tenía cola de paja.
Si Ramón no hubiera creído, a lo mejor se iba a dormir derechito, no pensaba y no abría los ojos.
Pero quién sabe.

PÁGINA 5 – Página de maestros: Raúl Gustavo Aguirre -1927 / 1983 (Buenos Aires/Argentina)

Strip tease

Ella es toda alegría.
Danza
su canción
desnuda
para ella.
Los demás ven un cuerpo
se balancean en la magia
conocen una rara
libertad.
Aúllan porque temen
temen esa alegría
de pronto
tan pura entre los muertos
tan parecida a dios
o a un poema.

Eres, ahora eres...

Eres, ahora eres, nostalgia de lo ido,
ausencia de la ausencia, olvido del olvido.
Te busco en otros seres: eres, ahora eres,
aquello que no eres.
¿Te he de encontrar un día? No hay día por delante.
Sólo esta noche, con el agravante
de la continuidad en la pregunta.
Estamos atrapados. La eternidad se agota.
La recta infinitud está doblada y rota.
Eres, ahora eres, toda la nada junta

La reina

Desde la playa de mi sexo
yo te saludo, reina
de la noche y del día.
Sin ti mis fuegos nada queman
Sin ti mis signos nada indican
Sin ti mis construcciones me ahogarían.
Yo te saludo, reina
de lo absurdo. Y te hablo
Y te amo y te asesino.

Mejor aquí

Mejor aquí, en el medio
de un día como otro,
bien comenzado, con lugares
y personas precisos,
con relojes, con ropas
y zapatos bien puestos,
con buenas perspectivas.

Mejor aquí, en el medio
de un día que se irá
sin nadie.

Crúzate en mi camino,
hazme una zancadilla:
que yo caiga y comprenda.

El que no aprende nunca

El que no aprende nunca toca el fuego
el que no aprende nunca da una mano
el que no aprende nunca vuelve a andar.
El que no aprende nunca se golpea
contra una pared y con la otra
y después con la otra y con la otra
y sigue caminando

PÁGINA 6 - Artículo ensayístico

La idea de región: desde el suelo lugar al cosmos globalizado
(Apuntes en torno a las múltiples posibilidades del espacio cultural )

Por Osvaldo Raúl Valli (Santa Fe-Santa Fe/Argentina)

Lamentablemente, hoy debemos ridiculizar utopías que a veces fueron fecundas. La cultura es ingrata: necesita profanar sus mitos para renovarlos.
Ticio Escobar

Notas Introductorias
Nada está como era entonces
Son múltiples y al mismo tiempo significativos los intentos tendientes a despejar equívocos, desmontar certezas y, en todo caso, proponer nuevas vías de investigación en distintas áreas del conocimiento que, a poco de profundizadas, revelan zonas poco claras, costados porosos, texturas lábiles cuya permeabilidad abren expectativas a nuevas búsquedas y encuentros . Pasa con la ciencias de la naturaleza y los múltiples saberes que la integran (en relación con el lento recambio de paradigmas que desde hace tiempo vienen sufriendo) pero sobre todo se manifiesta en el ámbito de las disciplinas sociales y humanas que por propia dinámica epistémica experimentan remezones cuyos alcances y proyecciones resulta prematuro aventurar.
Desde este punto de vista resulta llamativo, en el último de los rubros aludidos, el modo en que son revisados relatos, idearios y nociones que no sólo han conformado “mitos ordenadores” de gran poder hegemónico en lo que hace a identidades y proyectos comunes de los grupos humanos, sino que a fuerza de arraigarse en modos de ser y en mentalidades han llegado a tomar la consistencia de la realidad misma.
Si analizamos la cuestión desde un plano más abarcativo resulta difícil comprender dicha actitud estos conceptos, sin ubicarlos como consecuencia de esta encrucijada histórica de comienzos de siglo, colmada de paradojas, que nos toca vivir, suerte de zona de transición con sus relatos viejos que aún no se fueron del todo y los nuevos que tardan en instalarse. Es desde esta “zona de transición” donde me interesaría subrayar la intensidad de la dinámica manifestada en diversos campos del saber, generadora de “profundos movimientos del pensamiento” [ ] o lo que con cargas ideológicas diferentes se ha dado en llamar “teoría poscolonial”, postestructuralismo, o lisa y llanamente “pensamiento posmoderno”. Toda una actitud intelectual preocupada por dotar “de nuevos fundamentos al pensar y al hacer” en un mundo cuya diversidad requiere menos ratificación de verdades que resultados de reflexiones dirigidas a imaginarlo de manera diferente. Diversidad de cambios, en suma, que han descalabrado las demarcaciones disciplinares, provocando el surgimiento de un estado crítico abierto al diálogo multi o interdisciplinario que impulsa a los estudiosos a dar sucesivas vueltas de tuerca en sus propias competencias cognitivas efectos de adaptarlas, como se verá más adelante, a mecanismos especulativos impensables décadas atrás.
No viene al caso abundar en referencias a las múltiples posturas y modalidades de análisis que se abren a partir de aquí, sólo basta con pensar en aquellas que, desde la crítica cultural, reactualizan un pensamiento resistente a las líneas trazadas por la cultura oficial y aquellos que desde posturas “constructivistas” rechazan centralismos y reniegan de esencialismos paralizantes; los que pugnan por incorporar en los discursos académicos las expresiones simbólicas desde siempre soterradas por la cultura letrada, a las variadas formas de proponer lecturas alternativas tendientes a interpretar las contradicciones de mundos complejos en los que –como dice Manuel Carretón a modo de ejemplo – “hay globalización y lo contrario a la vez”[ ]
Dicho de otra manera estamos apuntando a una actitud crítica que, en el afán de superar viejos resabios, se inscribe, por un lado, en una línea de conocimiento desconfiada de las verdades absolutas y, por tanto, alejada de cualquier riesgo de cristalización en lo pretendidamente único y valedero. Y por otro, responde al hábito intelectual y vital de superar la “conformidad pasiva” de adhesión a direcciones de pensamiento peligrosamente únicas, ensayando nuevas posibilidades de búsqueda a menudo ubicadas en las márgenes de saberes instituidos en verdades absolutas y como tales aceptados. Un “aire de familia” epistémico , en suma, manifestado en visiones de mundo compartidas entre quienes, desde distintas laderas del conocimiento, han optado por ir construyendo no sólo nuevas condiciones de reflexión y mecanismos actualizados para trabajar sobre dinámicas socioculturales inéditas (como venimos considerando), sino también el no siempre fácil “arte” de revitalizar viejas líneas y dotarlas de un nuevo sentido

El espacio regional como hecho conflictivo
Sobre estas bases se asientan los aspectos que pretendemos dejar trazados en virtud, fundamentalmente, de pensar juntos aspectos sustantivos de la realidad sociocultural actual. La necesidad de replantear categorías instrumentales [ ] portadoras de sentido cuya interpretación no siempre se adecua a la dinámica cambiante de las sociedades contemporáneas. Nos referimos concretamente a las posturas generadas en torno al espacio regional, y a las distintas posibilidades que se abren en diferentes campos del saber (geografía humana o social , antropología y con especial énfasis en los llamados con criterio amplio Estudios Culturales) respecto a una amplia gama de términos y sus respectivas implicancias significativas : desde suelo/ lugar a pago, desde piso a territorio, desde comarca a zona, hasta llegar al controvertido y abarcante término de región, sus complicadas formas de insertarse en el universo globalizado y los innumerables interrogantes que pueden surgir al momento de integración regional. .
No hace falta de demasiada suspicacia para advertir, en primer lugar, que región es fenómeno observable y vivible (cada cual de alguna manera “sabe” lo que es una región, la “define” según sus ecuaciones personales, la experimenta existencialmente según su sistema de relaciones con el mundo, vive en última instancia un estado de “conciencia regional”), pero esto es sólo un primer paso. Requiere también de miradas “objetivas” capaces de analizar el hecho regional desde su polivalencia, su ambigüedad y sus dimensiones sujetas a múltiples y hasta erráticas interpretaciones, que obligan a extendernos un poco más en el tema.
Se ha intentado desde antaño clausurar su semántica en el reducido predio del tipicismo costumbrista o en el santuario de valores imperecederos con la misma soltura con que se la considera, en el rediseño de poder del planeta como “lugar funcional del Todo y espacio de conveniencia” donde pesa más la decisión estratégica globalizada que las instituciones tradicionales. Suele ser ponderada como instancia indispensable al momento de ubicar a los seres como sujetos culturales pertenecientes a un espacio determinado, y al mismo tiempo sirve de comodín para designar territorios geopolíticamente pensados, a menudo de modo impreciso y con vagos marcos de referencia • En procura de morigerar resabios esencialistas de añejo arraigo, desde la geografía social y con más razón desde los Estudios Culturales se prefiere poner el acento en la multiplicidad de etnias, sectores, intereses, clases, niveles de pertenencia, grados de movilidad social que le otorgan una particular “coherencia dinámica ” basada, precisamente, en la diversidad de identidades que la recorren. Y simultáneamente -esto en literatura alcanzó a ser patético – se utilizó el término para establecer cuestionables distinciones entre espacios centrales y espacios periféricos, entre una escritura “nacional” y otra “regional”.
En resumidas cuentas, todo un campo a investigar cuya complejidad significativa abre no sólo expectativas de permanente reajuste en lo que hace a la razón y sentido de los estudios regionales, sino también a la posibilidad de encararlos –como decía al principio, desde perspectivas flexibles y abiertas en las que se entrecruzan posturas teóricas distantes a veces entre sí aunque unidas en el proyecto común de hallar soportes teóricos a partir de los cuales comprender procesos histórico-sociales, biológico, étnico – culturales, geográficos, éticos , simbólicos , políticos y hasta discursivos

Región y globalización (en torno a algunas preguntas inevitables)
Ahora bien ¿existe una perspectiva teórica en condiciones de atravesar a todas las demás y condensar de esa manera el elemento base de lo regional? Si se tiene en cuenta que en sus circuitos interiores la idea de región (tal como ocurre también con identidad) “necesita” de un núcleo de cohesión, de un eje, un eje unificador de sentido, no resulta desatinado que tratemos de ubicarlo en las categorías de suelo- lugar. Ambas son sumamente significativas no sólo las múltiples miradas del espacio regional sino también al universo discursivo instaurado en torno a sus alternativas semánticas: suelo- lugar en cuanto dimensión profunda del arraigo sin el cual “no tiene sentido la vida” (Kusch) , suelo-lugar en su condición de objeto de estudio disciplinar o transdisciplinar, suelo en cuanto espacio dialogante con otros espacios hasta llegar al suelo- lugar movedizo del territorio global en el que las patrias y las regiones se reconfiguran en función del desplazamiento, la movilidad, la desterritorialización y la diáspora. Hasta podría decirse que el proceso histórico de la cultura se puede representa como un movimiento que transita desde la plena identificación con el suelo-lugar (ese horizonte de comprensión a partir del cual todo cobra sentido) hasta la exasperada sensación de vivir cambios de fondo en los modos de estar juntos, de “experimentar la pertenencia a un territorio y de vivir la identidad” [ ]
Es precisamente en esa zona de confluencia entre lo universal y lo situado, lo general y lo particular, lo natural y lo histórico, donde puede hallarse una vía de entrada pertinente a los efectos de considerar a la región en su carácter de espacio geocultural inestable heterogéneo, dinámico, siempre igual a sí mismo y siempre diferente. Producto del impulso creador de la modernidad, el hecho regional – lejos de constituirse en fenómeno meramente paisajístico o espacial es fruto del accionar humano sobre un ámbito espacial determinado. Generado a través de largos y negociados procesos de ocupación del espacio (en este caso la referencia a Estado – Nación es imprescindible), y al mismo tiempo el ámbito “que puedo recorrer sin sentirme todavía un extraño” (según una expresión casi anónima), la región sigue siendo un término cargado de interrogantes y de tensiones. Sobre todo si se lo enfoca desde una dimensión globalizadora y se atienden a algunos aspectos sin resolver. ¿Constituye un fenómeno –tanto en el plano de de lo conceptual como en el de la práctica geopolítica- a partir del cual podrían manifestarse hechos contraculturales destinados a acotar o a relativizar los efectos de la globalización o, por el contrario, la regionalización ha pasado a ser “un aspecto” y “una parte” que contribuye al desarrollo de aquel proceso? Desde la visión histórico - cultural el dilema pareciera resolverse teóricamente en la medida en que entran en juego cuestiones profundas que van de los valores culturales a los impactos que las políticas globalizadoras tienen sobre usos y costumbres, desde vivencias de imaginarios comunes a la siempre abierta cuestión de la identidad. Fundamentos que si bien forman parte en muchos casos de los “mitos profanados” del epígrafe, siguen siendo fundamentales en el devenir de las culturas, en la medida que tocan centros neurálgicos inherentes a la condición humana
Ahora bien, si prestamos atención a algunos de los tantos textos escritos sobre el tema veremos en ellos discordancias, dignas de consideración: “no pienso que la opción central sea defender la identidad o globalizarnos dice García Canclini. [ ]“Los estudios más esclarecedores del proceso globalizador no son los que conducen a revisar cuestiones identitarias aisladas (….) sino a saber qué podemos hacer y ser con los otros, cómo encarar la heterogeneidad, la diferencia, la desigualdad”- Edmundo Heredia [ ] prefiere establecer distinciones, para su análisis, entre los campos económicos e históricos culturales: - Desde esta última perspectiva las regiones se constituyen decididamente en factores de moderación y de limitación a las pretensiones intrusivas de la globalización. No está claro, dice, si en términos de economía, de políticas y relaciones internacionales los procesos regionalizadores son funcionales a la globalización o por el contrario tienden a “neutralizar ciertos aspectos de la globalización que amenazan con ser perturbadores para el desarrollo armónico de las regiones”. No obstante puede decirse que las regiones y los procesos de regionalización en cuanto “cultivo” del suelo-lugar visto (como escenarios donde se despliegan identidades) constituyen en gran medida una de las pocas formas de comprensión y resistencia a la anomia desplegada por globalización. Noción en todo caso, también localizada (por aquello de la globalización): este fenómeno podría ser impugnado por expandir a lo largo y ancho del planeta un solo sistema económico tendiente a la generación de una nueva forma de dominación colonial – definitiva tal vez -: la pérdida de sentido y valor de lo humano. Y esto nace del contacto con los otros, los próximos, los que habitan la misma región no necesariamente geofísica sino de sentido, de valores, de encuentro profundo con la trascendencia [ ]
Lejos de ser un asunto menor, se trata, por lo que venimos tratando, de propuestas sumamente movilizadoras en las que por un lado se juega la imperiosa necesidad de las culturas de conservar su centro desde el cual irradiar sus potencias creadoras y por otro el hecho irreversible de las culturas de ir descentrándose a través del derrumbe de sus propios mitos “profanados” (necesidad de roturarse a sí mismas para que en su interior comience a gestarse lo nuevo).

Lo que vendrá: ¿Neoregionalismo y nuevas identidades?
¿Qué es lo que se juega a partir de aquí? ¿Qué elementos coadyuvan a la tarea de imaginar un enfoque regional partiendo de la idea anterior de permanente reconstrucción de centros generadores de vida? ¿Cómo construir un sistema conceptual e imaginativo que permita pensar la globalización desde un sentido “regional” y viceversa leer a estos últimos desde una perspectiva globalizadora y acorde a los señalados cambios en los campos de la sociedad y del conocimiento? No caben dudas de la necesidad de pensar - en una idea de región diferente basada, a su vez, en una nueva conciencia de espacio y de cultura que dé cuenta, sobre todo, de las contradicciones que subyacen en las prácticas culturales que ocupan el territorio.
Un paso clave en este sentido sería volver a la idea de suelo/ lugar y todas las implicancias reales y simbólicas que el término conlleva. “El suelo que se pisa”. “el lugar” que se deja o al que se vuelve - (“Es triste dejar sus pagos/ y largarse a tierra ajena” manifiesta amargamente Fierro) constituyen la metáfora del arraigo que toda cultura debe tener al decir de Rodolfo Kusch- Los tres casos son expresiones de identidad honda, vigorosa, fuertemente arraigada al suelo regional manifestada en sociología, antropología y sobre todo en el arte con el nombre de regionalismo. Pero también dejamos traslucir que a esta altura del conocimiento y de los cambios sociales resulta imposible hablar de una identidad monolítica y cerrada en su propio reducto interior. Diferentes modos de ocupación del territorio y cambios sustanciales en los modos de estar juntos nos están indicando que un enfoque teórico serio sobre identidad que se pretenda comprehensivo de los fenómenos sociales, no es una supra idea platónica sino un hecho real y concreto que se construye históricamente (suerte de “huellas mentales” [ ], siguiendo a Giddens, marcadas en las subjetividades de los sujetos culturales que –en este caso- habitan el espacio regional.
La idea de región, en clave globalizada (para decirlo de algún modo) en el fragor de sociedades que viven la emergencia de nuevos sujetos, fragmentaciones a todo nivel, irrupción de tipos variados de géneros y conformaciones étnicas múltiples, requiere de códigos interpretativos acordes a estas demandas : las nuevas metáforas en términos de movilidad –la desterritorialización, el desplazamiento, la diáspora, la migración, los viajes, el cruce de fronteras, nos han hecho más conscientes del hecho de que la dinámica principal de la cultura y la economía han sido alteradas significativamente por procesos globales inéditos.[ ]
Manifestado de modo diferente se podría decir que el suelo/lugar exige ser reinterpretado desde formaciones de identidad nuevas que paulatinamente van desplazando a las anteriores. Como bien apunta Iam Chambers todo el bagaje heredado por una comunidad como fenómeno identitario nuevo (historia, lengua, tradición) no se destruye ni desaparece sino que se desplaza al cuestionamiento, a la reescritura, al reencauzamiento. En última instancia, el precio histórico a pagar , el tributo requerido por las culturas regionales que tarde o temprano – vale la pena repetirlo- necesitan para seguir avanzando-. De la ingratitud de profanar algunos de los mitos que otrora le fueron útiles.

A modo de conclusión permanentemente inconclusa
Volvamos a aquella frase de Carretón citada anteriormente “hay globalización y lo contrario a la vez”. Para decirlo de otra manera región es lo que alguna vez aprendimos a considerar como tal, pero a la vez “lo contrario” (o por lo menos lo diferente). Puede significar en algunos casos y según el lugar teórico desde donde se parta, la noción multisémica de suelo configurada en torno a valores, memoria y proyectos compartidos. En otros, el emergente de la división territorial impulsada dentro de la planificación económico política moderna, y en orden a lo estético, (si se considera la mirada provocativa de Juan José Saer) hasta un producto de la pura imaginación y por ende carente de entidad “real”.
De un modo u otro, lo que se trata aquí es de volver sobre “viejos” problemas y mirarlos con ojos diferentes, quizá menos prejuiciosos pero siempre marcados por la intención de que sigan siendo nada más que eso, cuestiones abiertas sobre las que siempre habrá alguien que aporte una nueva lucecita, obligue a desandar lo andado o a vislumbrar una oportunidad diferente. En todo esto podría encontrarse no sólo la posibilidad de plantear dudas o de revisar criterios sobre los que apoyamos probables “certezas”, sino también la adecuación de los saberes a las demandas de estados culturales en creciente complejidad. Dicho de otra manera, reiterar el rechazo a visiones que de tan esencialistas lleguen a ser paralizantes, marcar la puesta en distancia ante posturas hegemónicas autoritarias, y reafirmarnos en la idea de que la toma de partido por una perspectiva crítica frente al orden instituido no sólo se llevan a cabo con una actitud intelectual que implica de una manera u otra una opción ética frente al conocimiento. Significa también en muchos casos lidiar con condicionamientos epistémicos que impidan la creación de espacios teóricos más amplios y fecundos. Algo así como entrar en un ámbito siempre en movimiento cuyas características específicas (como ocurre con las regiones -globalizadas o no-) requieren ser encaradas a través de la búsqueda de márgenes liminares, sitios de confluencia, zonas porosas a la contaminación y al diálogo, miradas abiertas a lo trascendente. A lo mejor desde ese lugar enunciativo podríamos preguntarnos con Ighina [ ]¿Por qué cuando hablamos de integración con Chile, Brasil y Uruguay o en el marco del Cono Sur hablamos de integración regional? ¿Por qué integración regional? ¿Por qué concebimos un conjunto de países como una región? ¿Qué nos permite pensar en la región y no integración internacional ? Quizá en otro lugar y quién sabe cuándo podamos seguir conversando sobre cuestiones que, más allá de las buenas intenciones al respecto nunca lograremos “responder” del todo.

Bibliografía General
Chambers, Iain: Migración, cultura , identidad, Amorrortu - Bs.As - 1995
Heredia, Edmundo: Espacios regionales y etnicidad - Alción, Córdoba, 2000
Heredia, Pablo: “¿Existen las regiones culturales? - Silabario - Nro. 7 - Córdoba 2004
Ighina, Domingo “A nuevo país, nuevo clima” - Silabario - Nro. 7 - Córdoba , 2004
Kaliman, Ricardo: “La palabra que produce regiones”, Cuaderno de Cultura, Departamento de Cultura-Banco Credicoop - Salta - 1993 - y Alhajita es tu canto - Comunicarte – Córdoba - 2004
Kusch, Rodolfo: Geocultura del Hombre Americano - García Cambeiro - Bs. As - 1976
Palermo, Zulma: “Los estudios regionales, un debate necesario” - Ponencia presentada en el Congreso de Literatura Argentina - 2005
Santos, Milton: De la totalidad al lugar - Oikos-Tau - Barcelona - 1996
Soja, Edward : La espacialidad de la vida social - Structures Londres - 1985 (incluido en “Procesos Sociales y Organización del Espacio” - Carrera de Especialización en Problemáticas Sociales de la Geografía - Universidad Nacional del Litoral – 1999)
Torres Roggero, Jorge: Elogio del Pensamiento Plebeyo – Silabario – Córdoba - 2002
Víttori, José Luis: Literatura y Región – Colmegna - Santa Fe - 1986

PÁGINA 7 – Poesía argentina

El rumor de la piedra

Canta tu nombre
aunque no sé, bien
cómo leerte
esa piedra ahora me conmueve
dice tu nombre
durante el viaje en pleno día
no pensé en ella.

Sólo después, a solas,
de regreso,
pensé en vos, en esa piedra, en ese nombre
y me di cuenta: faltaron palabras, tal vez muchas palabras
no se pronunciaron,
por eso, quizás, este poema.

Araceli Otamendi (Buenos Aires/Argentina)

oración de gracias

en los lugares más inhóspitos del planeta
en el limbo de los cerros
los glaciares azules más inaccesibles
donde las sombras se calcinan
donde van a morir los cisnes
y nadie lo sabe

en el fondo más bajo de los más bajos fondos
en la penumbra infinita de los océanos
donde el tiempo no sucede
y todo es

en Neptuno
Júpiter
Plutón
Venus
Saturno
Mercurio
Marte ya no tanto
la Luna está perdida

en el centro exacto de cualquier agujero negro
en los más lejanos enjambres de luz del cosmos
y en todas las Vías Lácteas conocidas
y por conocer más allá del Sol

en el trasluz de cualquier nebulosa
y de toda porción de algo más o menos habitable
vagando en el Gran Vacío del Cielo

allí donde haya algo que valga la pena
alguien
sea lo que quiera que sea
debería agradecer a Dios Todopoderoso
a Buda
Mahoma
Alá
y a todos los santos
que el hombre aún no haya pasado por allí

Sergio Rigazio (Junín-Buenos Aires/Argentina)

Hay un velero anclado.

Pesa la angustia,
la palabra en el desierto,
el dinero que arrastra sombra,
tapa horizonte
regula caminos.

Pasa gente,
pasa,
sólo pasa

Decir ,
repetir,
gritar.
Dar amor en panfletos
sonrisas dibujadas
sonrisas...

Me detengo, los ojos se agigantan.
Frente a mí
muchas manos,
muchas bocas,
muchos ojos,
muchos cerebros amplios, vacíos,
muchos cerebros condicionados.

Decir,
repetir,
gritar.

No, no basta
hoy no basta
y me aprieto.

Hay un velero anclado
en el río de mis sueños
que se tiñe de rosa con el alba.
Y comienzo a decir,
a repetir,
a gritar
...es lo que tengo
¡Ah! ésta mi palabra.

María Esther Robledo (San Juan/Argentina)

Desde lo alto

Tanto que me importaba
ya pasó…

desnuda verdad
llama de amor

¿la viste?

ni gigante o meteoro
la habría visto yo

tiempo que se rendía
al miedo
o al reloj

ojo sobre los libros
mano en otro dios

si algún día me voy
dilo sencillamente
ya pasó…

no mires a los lejos
a lo hondo
no.

Alejandro Schmidt (Córdoba/Argentina)

IV

...vendrá la muerte y tendrá tus ojos
C.Pavese

Después
la memoria será una inmensa piedad desparramada en la tarde.
Y alguien
Llenará un hueco del aire con tu nombre.

Después de después
vendrá la muerte y tendrá
también los ojos de la memoria.

Carlos Levy (Tunuyán-Mendoza/Argentina)

PÁGINA 8 – Narrativa

El idioma perdido

Por David Lagmanovich (Tucumán/Argentina)

Despertó sobresaltado. Quería llamar a su mujer, convocar a alguien, explicar lo que había soñado, pero no recordaba ninguna expresión. Las palabras y las frases no acudían. Al parecer podía pensar, pero no encontraba la forma de expresarse. Abría la boca y rápidamente la cerraba al no poder articular sonido alguno. Caminó por la casa, mirando todos los muebles y rincones para que, al reconocerlos, se le ocurriera algo; pero no había nada, su capacidad de expresión verbal había desaparecido. ¿Su mente? No, su mente estaba bien: era su voz la que no reaccionaba, ni en su propio idioma (y él ignoraba cuál era) ni en otro, porque seguramente debía existir más de uno. De pronto creyó encontrar una salida: se dirigió a la biblioteca y hojeó un libro, luego varios más, pero miraba las líneas de tipografía y éstas no le decían nada, estaban tan mudas como él mismo. Cuando su mujer, extrañada por su ausencia de la alcoba, vino en su busca y le dijo algo, él no entendió sus palabras y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.

PÁGINA 9 – Reseña de libros

Río de paso - Antonia Taleti - Nuevohacer
(Grupo Editor Latinoamericano) - Buenos Aires – 2007 - 77 páginas

Aquella poeta que en su primer poemario “La voz que nunca alcanzo” (Ciudad Gótica, 2004) expresaba una búsqueda tenaz y preocupada de la palabra poética: porque no alcanzo completa la oración / porque solo balbuceo y pregunto, la misma que apoyaba el pie inseguro/sobre el verso así como una trapecista recorre el vacío a pesar del riesgo que entraña frecuentar la altura y el abismo a cada lado, parece haber alcanzado en “Río de paso”, la seguridad de una voz que se reconoce madura, firme, fundada precisamente en el impostergable ejercicio que el uso del trapecio-poesía exige.
Ordenado en dos partes, De río y de mar y Gente de paso, desde el acápite tomado del poeta andalusí Ibn Zaydún: Y todo cuanto siento y cuanto veo / flor, aura, luz, perfume, / enciende, aviva más este deseo, / que el alma me consume, hay una apelación a los sentidos como forma privilegiada de la percepción.
La imagen del río, tan connotada por cierto en la literatura y en la vida diaria aquí, en la ciudad recostada sobre el río, ese río-entidad tan real como metafórico, da lugar a múltiples asociaciones: se puede pensar tanto en las célebres Coplas de Jorge Manrique (la vida como tránsito fugaz, lugar de paso: Nuestras vidas son los ríos /que van a dar a la mar), como en el cambiante río de Heráclito que recrea Borges, por remitirnos solo a dos ejemplos emblemáticos. Pero también es el río de los desbordes trágicos, el río de los barcos y los naufragios, el río crecido que arrastra tanto camalotes como peces y pecios, el río nuestro de cada día. Este espacio sacraliza cada fragmento capturado y da lugar al uno y múltiple decir poético de Antonia Taleti.
La poeta invita al lector a ingresar, a sumarse al Templo donde se celebran ritos misteriosos de los cuales la poesía intenta dar cuenta: Ven, descalzo / al espacio sagrado. Despojados de lastres, abiertos, esponjas, iniciamos con ella el recorrido desde ese lugar de escritura, lugar donde es posible intuir tanto la belleza como el peligro, la huída, el acecho, lugar selvático que admite la convivencia con el otro, ya sea hombre o bestia, hay lugar para todos. Ella, pasajera deslumbrada, mediadora, oficiante de la trama que se hila en el silencio, entre el follaje y la soledad, espera y se prepara a compartir ese río y mar que le fueron dados, para que soñara siempre. Pero existe un límite que como poeta, debe respetar: un umbral en sombras la retuvo en el límite, y aunque es posible asociar modalidades varias en torno a la idea de límite, pienso aquí en el límite preciso para el poeta, el de lo inefable, el de la poesía entrevista y apenas apresable y expresable, como si sólo fuera posible captar su reflejo y por eso mismo el deseo quedara siempre intacto. Sabia, anclará donde se le permite: En lenta despedida de bordes lamidos/ se quedó en la orilla, del festín maravilloso sólo tocará las sobras, Y porque estaba hambrienta/comió las sobras de la mesa.
Hay un poema en la primera parte, “La sonrisa del ignoto marinero”, que jugando con el título del libro homónimo del escritor siciliano Vincenzo Consolo, se revela como marca de origen, mandato que ha fijado la bella tierra rodeada de mar y la travesía emprendida, el hilo de agua que soñaron los ancestros de Antonia en la Trinacria natal (nombre antiguo de Sicilia, y aquí se advierte un nuevo cruce, esta vez el diálogo se establece con Góngora que nombra a Trinacria en la Fábula de Polifemo y Galatea). El mar que empujó la deriva al río y los condujo a esta orilla. La poeta registra y dice: De la esencial Trinacria / guarda el sello enigmático. Sello fuerte en Taleti que marca una poesía que, aludiendo, elide, que devuelve lo entrevisto en esenciales ropajes de imágenes, símiles, metáfora a descifrar. La poeta ha heredado la sonriente obstinación del marinero, y como él, contempla restos de naufragios, como también peces y naranjas. La palabra se señala en los dos últimos versos como el instrumento óptimo, labio que intercepta la afasia, tabla de salvación, puerta de sentido.
Y entonces sí, una vez remados los orígenes ligados al mar siciliano, la autora rema ahora el río de su propia vida como una pasajera más, y asistimos al despliegue de una poesía cotidiana que ejerce el don de nombrar: el río que abraza islas, el puente, la niebla: telones de gasa, las barcazas que se cruzan, los peligros, los vidrios en la arena, algún cauce seco, el sueño del navegante.
El segundo apartado, “Gente de paso”, se ocupa, en los primeros poemas, de chicos. Chicos protegidos por la sociedad y chicos a la intemperie que esa misma sociedad imperfecta aparta y descarta. El contraste dibuja los trueques de rutina que derivan en silencios oscuros ahondando aún más la brecha entre la desesperanza que conlleva la miseria: Lo no dicho / se ahoga mugriento en el balde y la impotencia que acompaña la caridad que se sabe insuficiente: Lo no dicho trepa al auto y parte.
Conversaciones fortuitas con gente de paso en espacios familiares: el terraplén, la esquina, el vecindario, un semáforo, la playa, el cementerio. Compañeros ocasionales de ruta, el breve espacio poético refleja instantáneas: alguna vecina, el vendedor de platines, las muchachas bajo el puente, la mujer que juega y escribe, los amigos, todos en el medio doméstico que los contiene y que asimismo incluye lo mínimo: las hormigas, la mata de amapolas, el geranio, la bolsita de supermercado.
Poesía caudalosa, inquieta marca de agua, quienquiera que enuncie en el poema el yo poético, Antonia Taleti estará allí para señalar la grieta que descubre la belleza o el peligro en el lugar impensado, para valorar esos pecios (palabra reincidente, quizá lo único que el festín terreno nos permita rescatar), para invitarnos al viaje por el curso de esa agua viva a pesar de la amenaza de su fondo oscuro, indescifrable. Ni más ni menos, una invitación a vivir vida y poesía, y ésa quizá sea la clave que convierte a este libro, como se ha dicho en la contratapa, en un deliberado pretexto para la celebración.

Marta Ortiz (Rosario-Santa Fe/Argentina)

PÁGINA 10 – Desde el olvido: José Rafael López Rosas – 1920/2000 (Santa Fe/Argentina)

Ardo de soledad por mi costado

Ardo de soledad por mi costado
y un río mineral se hunde en mis venas,
y de mi soledad hasta mis penas
voy cayendo de un lado hacia otro lado.

Me acerco al universo enamorado
y el desamor me abate en sus arenas,
y de toda mi voz me queda apenas
un eco solitario y destemplado.

Pero escuchado al silbo de partida,
ya vueltas mis espaldas a la vida,
cuando muere la flor y todo es vano…

Aunque aquí no aprendí más que a perderte,
llevaré cuando marche hacia la muerte
tu corazón latiendo entre mis manos.

Soneto XXIII

Si ya no estás ni en ti. Si en la procura
del aire que te envuelve permanece
sólo lo que se fue. Si perteneces
al desamor, a la mirada oscura.

Si ya perdió su esencia la aventura,
ya no es alma la tarde, ni establece
su fundación el goce, y envejece
el íntimo sabor, la imagen pura.

Qué resta de la flor amurallada,
de la raíz frutal, de aquella ardiente
sangre que transitó la piel, la nada.

Todo se fue mezclado en la corriente,
como se fue la tarde, demorada
en la lluvia de abril desde tu frente.

Soneto XXVI

Negada para mí, pero ganada
hacia un tiempo de otoño, para el lento
corazón del verano y su argumento
y esta lluvia frutal y sosegada.

Desierta en derredor, pero asomada
al rostro de la hiedra, en seguimiento
de la melancolía y su avariento
impulso de diluirse hacia la nada.

Sólo mi voz te alcanza y te procura,
y austral el toro en mi existencia crece
para quebrar la sombra que madura,

sobre tu soledad. Y cuando a veces
te destierras de mí, liviana y pura,
siguiéndote mi noche permanece.

Y una tarde me iré.

Y una tarde me iré. Sombra liviana
penetraré en la noche neblinosa,
el alma en soledad avariciosa
y la muerte más muerte y más humana.

Me quedaré en el viento, en la lejana
penumbra, en la nostalgia de las cosas,
en este olvido y esta misteriosa
sobrevivencia de la arcilla humana.

Me quedaré en las sombras, junto al río,
en las hojas del árbol, murmurando
muy cerca de tu voz y de tu brío.

Así, cuando me vayas recordando
no sientas como todos ese frío
y dudes si me fui o estoy llegando.

PÁGINA 11 – Artículo ensayístico

Poesía, lenguaje calcinado

Por Rodolfo Alonso (Buenos Aires/Argentina)

No una sino varias veces me tocó aludir últimamente, ocupándome de versiones al castellano de poesía extranjera, a ese doble círculo de ansiedad en que dicha labor se inscribe, y al que me vi tentado de intentar definir como la utopía traductora. Porque, si por un lado resulta casi absolutamente imposible pretender trasladar a otra lengua un poema logrado que, para serlo, ha de estar precisamente fundido en forma inescindible (y dichosa) con la suya, hecho un solo cuerpo con ella, por el otro resulta también altamente deseable, casi atávica y en muchos sentidos sumamente fecunda la recurrente tentación de traducirlo.
En nada de ello pensaba cuando me topé, no hace mucho tiempo, mientras me daba el gustazo de releer –con enorme felicidad, con infinito placer-- el Quijote, con un inesperado, por olvidadizo, argumento de peso a mi favor. En el memorable capítulo sexto donde se trata del meticuloso escrutinio que de la biblioteca del protagonista hacen dos amigos de su aldea, sin duda un maravilloso ejemplo de la más acerada, ingeniosa y poco complaciente crítica literaria, Cervantes pone en boca del cura entre inquisidor y adicto estas agudas conclusiones: “y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento”. Tras de lo cual sólo me restaría agregar, no sin satisfacción y acaso en el aire de Sancho: “Quod erat demostrandum.”
Se me ocurrió que esa mención vendría a cuento al referirme a ese breve y singularísimo libro de Juan Gelman: Dibaxu (Seix Barral, Buenos Aires, 1994), escrito directamente en ladino (es decir, el mismísimo idioma milagrosamente conservado tal cual durante siglos por los judíos sefaradíes después de su expulsión de España), y que se acompaña allí con una versión del mismo autor a nuestro hablar de hoy. Si bien la cuestión –a mi modesto entender-- tiene mucho que ver con lo que hablábamos al comienzo, no se trata en absoluto del caso de una traducción desde lengua extranjera al propio idioma pero sí de una experiencia, vuelta en este caso evidencia merced al arte de Gelman, de las ineludibles y poderosas vinculaciones que la poesía tiene, precisamente para serlo, con el lenguaje.
No es la primera vez que algo por el estilo, más bien similar que idéntico, ocurre a lo largo de la obra poética del autor de Cólera buey. Sin llegar al extremo de los heterónimos, es decir el caso de poetas diferentes al mismo autor y que se presentan por separado, con firma y personalidad propias, de los cuales Pessoa y, en menor medida, también Machado podrían dar altos ejemplos, nuestro Gelman nos ha ofrecido por el contrario muchas veces libros suyos como si fueran versiones de otros autores acaso imaginarios (Sydney West, John Wendell, Dom Pero Goncalvez, Yamanokuchi Ando), inclusive presentados bajo el título de “Traducciones” pero sin negarles nunca, abiertamente, su propia paternidad.
Que yo sepa, hasta el momento, y bien que todas estas vivencias anteriores hayan rondado más o menos cerca de los límites posibles del asunto, nunca había asumido el autor tan hondamente la creación en un idioma directamente distinto. Claro que, en esta ocasión, viajando en el tiempo, trasladándose a unos cuantos siglos atrás del propio. La ocasión, además de presentarse como poéticamente lograda, no deja de rozar –al menos para mí-- múltiples y ricas dimensiones.
En primer lugar, y no es casual que ello ocurra en estos tiempos que se quisieran posmodernos, donde (erróneamente a mi criterio) se suele adjudicar en estas lides más trascendencia al concepto que a su encarnación en un idioma vivo, Dibaxu vuelve a poner el acento en el lenguaje. Y lo hace demostrando que la poesía continúa siendo, como quería el agudo Wallace Stevens, “la alegría (la dicha) del lenguaje”. En lo cual no dejaba de coincidir, acaso sin proponérselo, acaso inconscientemente, nada menos que con Dante Alighieri quien, no por casualidad, supo también aludir en su obra cumbre a la poesía como “gloria de la lengua”.
Con la modestia que lo caracteriza, y desde una casi mínima introducción a estas páginas tan tocantes como indelebles, el mismo autor reivindica con precisión no exenta de ternura algunos de los caminos mediante los cuales puede accederse con provecho a textos tan misteriosamente bellos y entrañables: no sólo el “candor”, sino también la sensación de la poesía como “lenguaje calcinado”, vivo en la historia y desde la historia de los hombres que lo hablaron y lo hablan, pero capaz también de la más temblorosa intimidad. La poesía que no es quizá otra cosa que lengua soberana y autónoma pero, a la vez, indisolublemente, también lengua que otros hablaron e hicieron, al hablar, con su vivir. Y que debería hoy, también, volverse legítimamente lengua viva, individual y general, de uno y de la especie. Así sea.

PÁGINA 12 – Poesía americana

te preguntas para qué has de escribir

te preguntas para qué has de escribir
si ante el libro de poemas predilecto
todas las palabras nombran lo que
tus sueños dibujaron

y estas pleno de imágenes ajenas

te conmueves con un mínimo sonido
el soplo de las cosas persistiendo
mientras entras en la tarde
y ya es imperativa tu renuncia
entonces entiendes que callar
es el poema

Eleonora Requena (Caracas/Venezuela)

Canta, Madre.

El que enturbia los mares,
el que usurpa la tierra,
el que priva del fruto,
el que quema los bosques y maltrata al indígena,
descuartiza, desconoce,
el que ordena las bombas
mastica malamente un idioma enlutecido.

Canta, Madre, alumbra y canta.
No nos abandones a las serpientes que amenazan
con engullir nuestras cabezas
mientras dormimos el sueño de los siglos y las
cadenas.
Canta y bésanos y devuélvenos
a Dios, el que parece olvidarse.

Etnairis Rivera (San Juan/Puerto Rico)

El poeta escribe todo de un solo impulso

El tiempo es breve, la lucha eterna.
Los siglos se resumen en un latido.
Debaten los antepasados únicos de todos:
y no hay un acuerdo secreto todavía en la sangre.
Cada hora es para la decisión.
El instante, para develar.
El relámpago abriga la dulce intemperie.
Despertamos: el sueño flota en su elemento.
En olor de multitud, también somos del viento; como el agua, del sueño.
El viaje está en la atmósfera.
Aguarda el emprendimiento final:
No está solo en los libros lo que no nos imaginamos saber o poder alcanzar.
La poesía está allí, en plenitud: el poeta -en todos, para todos-
escribe con el cuerpo, de un tirón.
Las grandes mutaciones abarcan a la más pequeña brizna de hierba.
Todo vale mucho, y el resto vale tanto.
No hay fórmulas ni dogmas, siempre evanescentes.
Es mejor el abrazo -revolucionario- que la matanza;
superior el porvenir incandescente al pasado fósil.
Pero con principios: la ola llega.
El infinito no es un concepto. Somos todo.
Triunfo de la vida y justicia plena para todos, para que la ruina no nos devore.

Fernando Rendón (Medellín/Colombia)

El poema se niega a sí mismo

El poema se niega a sí mismo
se encierra
se vuelve un ovillo
llora inconsolable la pérdida de alguna letra
tirita de frío bajo un alud de memoria
recuerda callado sus errores
no se pone de pie porque el título le pesa
no se escribe completo
duerme con los ojos abiertos para no soñar ser un poema
no muere porque no está vivo
no puede salir de la noche en la que está encarcelado
fragua su propio patíbulo de rimas
se vuelve un blanco y mediocre poema
que se niega a sí mismo.

Jorge Gómez Jiménez (Cagua/Venezuela)

Brindis

Toma la copa de mi corazón
y bebe.

De su cuenco de sombra
paladea
las centellas airosas que me cruzan,
desde el rojo voltaje de sus nervios,
el sabor de mi centro.

Toma mi corazón,
y sorbe
su resentimiento en las rocas,
la espumosa alegría de la mañana,
el dulzor sentencioso de las despedidas,
al atardecer.

Entre tus labios
toma el borde de mi corazón
y saborea
el astringente bouquet de mi secreto.

Si tan siquiera hubiese algo que beber
yo te diría:
toma la copa de mi corazón,
y bebe.

Renée Ferrer (Asunción/Paraguay)

PÁGINA 13 - Narrativa

Historias de gente sin importancia

Por Jorge Taverna Irigoyen (Santa Fe/Argentina)

Siciliano.
El titulo nobiliario le venia como anillo al dedo. Anillo al dedo que llevaba en su anular, con escudo de oro y esmalte. De Palermo a Siracusa, todas las puertas se le abrían. Y todas las ventanas de doncellas y amancebadas. Todas las mesas tendidas, las mejor provistas, tenían puesto siempre un plato para él. Y un palco del Teatro Statale le estaba reservado para todas las óperas: asistiera o no. Casi diariamente repetía me aguardan en Roma, como garantizando un predicamento político y social inexcusable. Un día (o una noche, más bien) lo atajó la muerte con la triste certeza que corrió de boca en boca: el conde, nunca había salido de su Sicilia natal.

Hermanos.
Se separaron a los dieciocho años. A uno le tocó la marina; al otro, el ejército. Uno, se fue en un barco que nunca regresó a puerto. El otro, hubo de luchar contra un país que casi ni figuraba en el mapa. (Un día, sólo su gorra a la pobre madre). Ellos se juntaron en el más allá, naturalmente. Ninguno de los dos recordaba su sino absurdo. Quizá por ello, sin reconocerse, les pareció intuir que algo los ligaba a la otra vida.

La Gioconda.
Viajar a París y visitar el Louvre y extasiarse frente a la Gioconda fue todo uno. Es verdad que la cola interminable lo empujaba y empujaba, pero a él no le faltó ingenio para volver rápido a la boletería y sacar otro boleto y otro. Y otro más. Al salir finalmente (triunfal, sí), alguien le manifestó que con una sola entrada bastaba. Pero él, sin responder, repitió el rito al día siguiente. Y al tercero y al cuarto día de su estadía parisina. Sin una sola duda, tomó el avión de regreso con la convicción de que todo París no alcanzaba para conocer a la Gioconda en su esplendor.

Ciclo.
Las aguas del río envuelven su cuerpo, lo acarician, le dan suave cobijo. Busca que esa piel tersa y frágil descubra el roce sensual y límpido de los camalotes, el beso de escamas fugitivas, el toque de algún rayo de luz que se filtra de la superficie. Se sumerge y flota. Y navega con la lentitud de un tiempo suspendido. Viaja hacia el mar. Hacia el mar infinito de las caracolas. Cuando llegue, su ciclo de sirena extraviada estará cumplido.


Mala suerte
El barrio se encargó que la historia corriera. Carmen López comía gatos. Y fue natural que, a medida que algún micifuz desaparecía de la escena urbana, todas las miradas se fijaran acusatoriamente en su pobre figura. Un día se enteró cuál era la causa por la que el almacenero dejara de fiarle. Tomó sus bártulos y temprano se mudó a una casita más al norte de la ciudad. Con tan mala suerte, con tan mala, que al lado construyeron un refugio de la Sociedad Protectora de Animales.

Hasta los gansos
Volví a ver a tía Lucienne después de varios años. Llegué a Alba la Romaine y la encontré lejos del castillo, con marido nuevo. En una viña hermosa, el muchacho podía pasar por su hijo menor. Pero tia Lucienne se mostró natural, feliz, contenta de nuestro reencuentro. Volví a París y pensé en ese amor tan fresco, casi salvaje, con el cual ella había logrado trocar su viudez de años. Al día siguiente, la noticia de Le Monde.. En Alba la Romaine, una anciana había matado a su marido, a una joven vecina y después, en un rapto de locura, degollado todos los gansos de la granja.

Amalia
Aunque ustedes no conocen a Amalia, han oído hablar de ella. Sí: es la enana más armónica de la región, las más rubia y de ojos más azules. Han oído hablar de Amalia, porque todos tienen algo que decir de ella. Con cariño, por supuesto. Salvo los músicos, que la observan con miradas torvas. Los músicos, que no soportan su vicio. Que al principio tocan y tocan, mientras ella hace piruetas y se desliza por la pista como una gacela. Pero que a la madrugada, cuando ya las gargantas están secas de tanto soplar y los dedos acalambrados de pulsar las cuerdas, ella pide más y más música y todos, todos los del pueblo se quedan en sus sillas para seguir viéndola girar...

Quiromancia
Primero la borra del café, después la quiromancia, fueron sus armas para no desfallecer en la viudez. Miró las manos de miles de mortales y a cada una le buscó una historia más o menos creíble. Todo anduvo bien hasta que un desprendimiento de retina la dejó ciega. Entonces, pensó que sólo le quedaba convertirse en médium. Y ahí vino el escarmiento: en la primera sesión, en la primera, se apareció Luis, su difunto, que con dos gritos agónicos la llevó de susto al otro mundo.

Otra de quiromancia
Hoy voy a hacerme leer las líneas de las manos, para decidir si hago o no el viaje. Al regresar, estoy en las mismas: puedo viajar, pero por un viaje perderé mi identidad. Pregunto si se refiere al pasaporte. Aquí la línea se corta, no puedo responder. Preparo valijas, llego al puerto, el barco ha zarpado hace cinco minutos. Siento un golpe violento en ambas sienes. Me sostienen dos brazos fuertes. Miro al vacío. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy?

Madame Bovary.
Cuando conocí a Madame Bovary las ideas que me asaltaron fueron las que Ud. imagina. Al irse papá y mamá de viaje, la invité a casa. (Su esposo también había viajado). Tomó un licor. Me pidió una segunda copa. Me deslicé entonces a su lado con el ímpetu de mis veinte años. Me rechazó. Una, diez veces. Ella era virgen. Se conservaba intacta, Sólo le pertenecería a Monsieur Flaubert. Y de eso, faltaba aún algún tiempo.

Bovarismo
Una vez que entendió lo que era el bovarismo, Andrés bajo los ímpetus. Compró un perrito lanudo, se lo regaló a Madame, y desde ahí entró todas las noches a su casa, después que el marido se sumía en sueño. Flaubert sí, pero quién sabe lo que puede un perrito lanudo.

Faneras fantásticas
Como Felipe V, Arturo López no se dejaba cortar las uñas por temor a que su sección le restara vida. Las de los pies le crecieron tanto, que al año no podía caminar. A los dos años, se le ulceraron los talones y las nalgas, de tanto estar sentado o acostado. Finalmente, Arturo López resolvió el entuerto: se arrancó una a una las veinte uñas de raíz, y tanto sangraron sus dedos, que en veinticuatro horas lo acomodaron en el camposanto.

Monedas
Su calderillo de monedas tintineaba tanto, que todos los mendigos de Brujas le seguían por las calles. Al final, llegaba por las noches a su casa sin un solo cobre. Un mal día en que los mendigos hicieron huelga, en una esquina subrepticia una mano asesina le vació el corazón por vaciarle el calderillo.

Buen oficio
Aprendió el oficio de un tio abuelo, que a su vez lo había heredado de su padre. Lo hacía con limpieza de manos y tranquilidad de corazón. Carterista, para unos, descuidista, para otros, nunca faltó el pan en su mesa. Hoy llegó un poco triste a su casa. Casi lo quisieron linchar, en el ómnibus. Y si no hubiera por esa rubia, la bajita, quizá lo habrían logrado. Al descender, ella le confesó en un susurro: somos colegas, amigo. No te aflijas. En peores me he visto yo, y aquí me tienes. Pero te diré algo: nunca robes a un ladrón. Hoy te salió bien.

Elecciones
Me levanté temprano y fui a votar. Por primera vez. Al mediodía, Mamá mató a Papá, después de una fuerte discusión. Juez, policías, vecinos curiosos, ocuparon el resto del día. Me desplomé exhausto hacia la medianoche. El lunes, la noticia llegó vertical como fiel de balanza: Papá sería el nuevo intendente.

Gioconda Sánchez
A Gioconda Sánchez todos en el pueblo la soñaban con las piernas entreabiertas. Cuando se fue a Mérida, cambió de nombre. Judy Smith. Y todos la soñaron actriz de cine. Aunque fuera de reparto. Cierto día, alguien viajó a la ciudad y la encontró en el Holliday Inn. Vendiendo cigarrillos.

Fastidio
Si tal vez aguanta su sombra, se tiene decididamente un fastidio inmenso que ni los psicólogos logran menguar. Hoy, sin preámbulos, ha decidido solucionarlo todo: toma un tranvía sin destino y al final del trayecto baja y se cruza sobre las vías. (En minutos, con una oreja menos y bastante sangre sobre los hombros, es subido nuevamente por el motorman: hombre de menor aguante, aún).

Problema vocal
A Doudou la conocen por su voz chillona. Y aunque recita a Verlaine, y a veces hasta se le anima a Shelley, en pocos cenáculos literarios es aceptada. Doudou no se da cuenta (o hace como que) y su vida transcurre entre recitales y actuaciones teatrales. Teatralería que le queda como mano al guante. Hasta que alguien la propone para el papel de Desdémona. Virtuosa e inocente, nadie mejor que ella para entrar en la tragedia shakespereana y descubrirlo a Otelo. Pero la voz...Quiere el azar(¿o la fortuna?) que en el primer ensayo sus cuerdas vocales, tensas de emoción, se conviertan en una laringe de terciopelo. Y desde ahí, La Gran Doudou

Anamnesis
El día menos pensado, Pedro abrió la puerta de su casa y comprobó que daba a un precipicio. El día menos pensado, al abrir las llaves del gas, salió un chorro de agua. El día menos pensado, al destapar una botella de vino, saltaron del interior dos pececitos rojos. El día menos pensado, abrirá la canilla del agua y...

Azar traspapelado
El médico razonó así: nadie le preguntó nada a Pedro, por lo que Pedro no respondió a sus dudas. Su desconcierto empezó y terminó en si mismo. Si alguien hubiera compartido su copa de vino, quizá habría venido a cuentas lo de los pececitos. Pero nadie dialogó con Pedro. ¿Diagnóstico? Un azar traspapelado.

Astrólogo
Trocó el oficio de astrólogo por el de jardinero. Conocía todo el sistema de los astros y de los menguantes de la luna, de modo que plantó sus primeras semillas con confianza. Observó, sí, que los rosales –después de la poda- comenzaron a sacar brotes en invierno y que las floraciones se retrasaban. De los almácigos, sólo salieron escuálidos yuyos, como una protesta. Y el jazmín azórico se fue secando, por más que agua no le faltaba. Al final, el jardín se convirtió en un páramo de tierra removida. Se convenció que mejor eran los hombres que las plantas: se conforman con su destino. Por más inventado que fuere...

La niña bruja
Anne nació en Douville, pero antes de sus tres años los padres se mudaron a Rouen. Allí comenzó la cosa. En la casa se sucedieron episodios extraños: las cucharas se torcían, los cuadros caían de sus clavos, las puertas se abrían solas. Un día que Anne pidió que la llevaran a la calesita y no fue escuchada, todas las monedas del saco de su padre volaron por el aire hasta el bolsillo del delantal de la niña. Ahí sí que sus progenitores montaron en cólera. ¿Otra Jean D¨Arc? ¡Por Dios! Y la metieron en el Asilo de las Siervas de María, que era más oscuro que la boca de un lobo. Allí la niña creció en la más pura inocencia. Al cumplir los veinte, cuando comenzó a levitar, tomó los hábitos con resignación.

La niña santa
Desde que entró, pobrecita, fue mi protegida. La cuidé como a una hija no parida, y le enseñé los rezos más hermosos, los cánticos más elevados. Jamás me dio un disgusto o tuve que salir a defenderla frente a las otras hermanas. Era pura como una azucena. Una noche, al entrar a su celda para dejarle el misal olvidado, la vi, desorbitada, tocando el techo con la cabeza, los pies suspendidos. No lloró. Lloré yo por ella. Y al día siguiente propuse que entrara a la congregación, como novicia. Estuvo con nosotras exactamente un año. Entonces fue cuando comenzaron a volar, día a día, todos los platos en el refectorio...

Una historia normanda
Pocos recuerdan hoy en toda Normandía la historia de la Hna.Anne. Hay un sacerdote que le reza siempre, rogando por su alma. Alguna vez lo confesó a Arlette, que es la vecina más chismosa del pueblo. Y ella se encargó de divulgarlo con la menor discreción posible. Nadie imaginó nada. Todos callaron El padre Pierre, nacido en Douville, fue a vivir a Rouen cuando tenía diez años...

La escuela de Martina
Su vida estaba consagrada a enseñar. Y enseñó años y años, hasta llegar a los nietos de sus primeros alumnos. Un día, las aguas se embravecieron y Martina comprobó con dolor que su escuelita había quedado aislada, entre un proceloso mar. Entonces se le ocurrió lo de la escuela flotante. Le prestaron una barcaza y ella sola salió a recorrer, semana a semana, toda la región de islas. Así, volvió a enseñar con alegría y la barcaza se llenó de risas y de tiza. Una mañana, despertó anclada en el barro. Las aguas se habían ido. Y así pasaron varias lunas. Martina sola, sin tiza y sin risas. La hallaron, exánime, aferrada a una pequeña pizarra.

La nieve, la nieve
Los cinco cuerpos congelados son depositados en una fosa común, por tratarse de la misma familia. Más de veinte mil cadáveres en la región, provocan un problema que la comuna no logra coordinar y resolver a un mismo tiempo. No hay caminos. El tren hace casi un mes que no arriba a la estación. Demitrio Poliakoff se arma de paciencia y razona: si espero a que deje de nevar para que todo entre en orden, me echarán por inepto. Entonces, sigilosamente y sin que sus pocos empleados lo adviertan, toma un trineo, ata seis perros y marcha hacia la ventisca blanca hasta desaparecer. Al día siguiente, por disposición del Zar, sale un gran sol.

PÁGINA 14 – Narrativa

Luna, espejo del tiempo
(Sentencia persa)

Por María Guadalupe Allassia (Santa Fe/Argentina)

Sobre los álamos blancos
de la dormida ribera,
una luna rosa y triste
va subiendo entre la niebla.
- Juan Ramón Jiménez -

El Árbol de la Caoba, por las noches, respira aire de luna, con lo cual, conoce el secreto de antiguas piedras galácticas, y las leyendas que flotan ingrávidas, entre las constelaciones, como redes de luz que encienden el pensamiento.
Entre sus ramas laten pulsos cósmicos y almanaques que cuentan las miles de lunas que ha visto. Y ha besado.
Los hombres creen en sus historias, porque siendo un árbol sagrado, cura ensueños y males de sombras y penas. De su boca se oyó el relato que cuenta, cómo la Luna bajó a la Tierra, por culpa de los Espíritus de Sortilegio de la Noche. De ellos se decía que extraviaban los viajeros y desataban el miedo, el cual hablaba con la voz de los lobos.
La Luna, viendo cómo sucedían tales cosas a los hombres, quiso intervenir.
Se envolvió en una capa oscura que la tornaba invisible y descendió hasta las tierras húmedas, donde los senderos se cruzaban para la confusión y la pesadilla.
Ay, luna translúcida, luna de nada, luna que guardas la liebre de jade y el hombre con espinas. Ay. Olorosa a anís silvestre. Ay.
Un camino de aliento frío se deslizó a sus pies. Sus delicados pies que se enredaron en raíces espinosas que laceran. Cayó entonces en el agua profunda. Ay, luna oscurita, qué temblor grande el del río.
Tan, sonó el reloj de la eternidad. Tan. Tan. Entre estremecimientos de escarabajos y lombrices que medían el tiempo debajo de la tierra. Tan. Vibraron los pececitos que le bebían los pies.
Ay, Luna de cabellos celestes y llovidos. Cómo hundiste tu cuerpo en el agua oscura, mientras los Sortilegios de la Noche te sumergían más y más y te ahogaban en el silencio redondo de antiguos llantos.
Ay, Luna de oro que iluminaste tanto siglos, perdida entre luciérnagas dormidas.
Los Espíritus de Sortilegio obraron con libertad durante todo el tiempo de noche - noche que la Luna no brilló en el cielo... Crecieron los males, los hechizos, y las palabras que invocan la oscuridad avanzaron hasta la vivienda de los hombres.
¿Cuántas lunas calladas pasaron?
¿Cuántas lunas muertas pasaron?
El Tiempo, piedra misteriosa, cayó sobre la Tierra, sin medir las sombras, lo que se convirtió para todos en tiempo peligroso y de enigmáticos designios.
Los espejos sellaron la entrada de las cosas y dejaron salir el rumor de batallas.

El búho de ojos amarillos avisó a los pescadores, que acudieron rápidamente a liberar a la Luna ahogada en oscuridad.
Pero, ¿cómo romper el encantamiento de los devoradores de luz?
Los hombres del río sabían de ríos y de estrellas, porque siempre obedecían la palabra de los astros. También sabían de lunas aguadas que anunciaban lluvias, o de lunas rojas que anunciaban calor. Conocían de peces alunados y de lunarios poéticos acumulados en la orilla.
Por eso, alguien dibujó un barco en la arena, un barco pequeño, de velas suaves y ondeantes.
Otro hombre pronunció la palabra adecuada que rompió el encantamiento.
¿Palabra de lágrima?
¿Palabra de estrella?
¿Palabra de boca enamorada?
¿Palabra soplo de poesía?
Los peces, cientos de ellos, levantaron a la Luna y la subieron al barco. Barquito de ensueño que se movió y buscó el espacio azul.
Ay, Luna rota que en añicos de luz cayó sobre el lomo de los peces y el agua asustada.
Ay, lágrimas de plata que los siglos no borraron.
Tan, sonó el reloj de la eternidad. Tan, los sueños que la elevaron con suavidad.
La Luna flotó en el cielo, en su barca, libre como el pensamiento de los hombres que buscan peces en el agua.
Así volvió a la serena dulzura de su casa y a los ocultos ecos del espacio. Así brilló otra vez. Ritual. Inmensa. Naturalmente, como quien no sabe hacer otra cosa.
Expulsó después los Sortilegios de la Noche que huyeron ante la luz, fuego blanco, sin uso, como en los orígenes.
Nadie recuerda la palabra pronunciada contra el hechizo. Pero es conveniente, que por generaciones, alguien la imagine, la repita, la triture, la mastique, la lave, la pula, la respire, la exalte, la ilumine y la pronuncie en las noches.
Por qué si no, qué haremos vos y yo, lunautas eternos, sin el espejo del tiempo, sin la medida de la eternidad?
“De qué metal está hecho/ ese broche, ese temblor,/ para prenderse en qué pecho/ como un alfiler de amor ?” (Nicolás Guillén).

PÁGINA 15 – Poesía allende el mar

Ángel de bruma

Vestido como en el mundo
ya no se me ven las alas
Rafael Alberti

Yo he visto los reflejos que la niebla
esparce en las cunetas y en el cielo;
fui testigo del fuego y de la escarcha;
vi la rebelión del alba en los tejados,
las danzas de los gatos, la partida
de esas nómadas aves que no vuelven,
el verde resplandor del horizonte
perdido entre montañas y jilgueros.

Yo vi caer la nieve sobre la tarde agonizante;
también anochecer en las orillas
de un arroyo que fluye hacia el olvido,
y el fleco de la lluvia en la distancia.

Pero los delirantes dioses me cegaron
por no acatar la fe de los horarios.

Fantasma de mí mismo, vago
por los interminables pasillos
de una realidad que no es la mía.

Sobrevivo
en este invierno largo
contra viento y arena sobrevivo
sin dios ni arma ni salvoconducto.

Sobrevivo
letra a letra, incoloro
epitafio, paredes desconchadas,
alas ensangrentadas, vertederos
de palabras antiguas, sobrevivo,
superviviente apenas, sobrevivo
como la sombra leve de un naufragio.

Sergio Borao Llop (Zaragoza-España)

Gacela entregada

Tu risa es una desbandada de aves azules.

Tu cuerpo es la selva del universo,
y en tu vientre duerme un pájaro blanco.
Por tu espalda está bajando
una bandada tierna de palomas.

Eres todo de espuma
como los niños muertos a las orillas del mar.

Te pertenezco tanto
que en mi pecho tu ausencia es sólo herida.

Carmen Díaz Margarit (París-Francia)

Ta Alandig

Si tus besos tienen
una nota de la oscuridad
eso me tiene sin sombra
porque los árboles caminan
en ajena copa
forjando hueso en soles de arroz
tribu ta alandig del elefante volador
38 dientes de flauta
cantando el miedo del canto
sonrisa ayudando al ratón
colgado de una trenza de abril

Roberto Marranillo (Bruselas-Bélgica)

Cuando me hice fruta

Hombre y mujer fui concebida bajo la sombra de la luna,
pero Adán fue sacrificado en mi nacimiento,
inmolado a los mercenarios de la noche.
Y para colmar el vacío de mi otra esencia
madre me bañó en aguas del misterio,
me instaló en la orilla de cada montaña,
moldeó la luz y la penumbra
para hacer de mí mujer-centro y mujer-lanza,
traspasada y gloriosa,
ángel de los placeres innominados.

Extranjera crecí y ninguno cosechó mi trigo.
Diseñé mi vida en una hoja blanca,
manzana a la que ningún árbol dio a luz.
Y la horadé y salí,
en parte vestida de rojo y en parte de blanco.
No solo estuve en el tiempo o fuera de él
porque maduré en los dos bosques
y recordé antes de nacer
que soy un tumulto de cuerpos,
que dormí largo tiempo,
que viví largo tiempo,
y cuando me hice fruta
supe
lo
que
me
esperaba.

Pedí a los magos que cuidaran de mí,
y entonces me llevaron consigo.
Dulce era mi risa
azul mi desnudez
tímido mi pecado.
Volaba sobre la pluma de un ave
y me hacía almohada a la hora del delirio.
Cubrieron mi cuerpo de amuletos,
y untaron mi corazón con la miel de la demencia.
Protegieron mis tesoros
y los ladrones de mis tesoros,
me obsequiaron historias y silencios,
desataron mis raíces.

Y desde aquel día me voy
me hago nube de cada noche
y viajo.
Soy la única en decirme adiós
la única en acogerme.
El deseo es mi camino y la tormenta mi compás.
En el amor no echo anclas.
Gemela de las mareas,
de la ola y de la arena
del candor y de los vicios de la luna,
del amor
y de la muerte del amor.
Durante el día mi risa es de los otros
y la cena solo a mí me pertenece. .
Quien sabe mi ritmo me conoce
me sigue
no me alcanza.

Joumana Haddad (Beirut-Líbano)

esquelas

mi abuela
tiene la manía
de sentarse a leer
las esquelas del periódico
todos los días
después de fregar
los cacharros de la comida.
las repasa una y otra vez,
como si estuviera estudiando
para un examen,
y hay veces
que no puede evitar
que se le escape
un suspiro de alivio
al comprobar
que ni su nombre
ni sus apellidos
están escritos
en ninguna de ellas,
aunque luego
siempre te diga:

llegar a esta edad
no se lo deseo
ni a mi peor enemigo.

David González (Barcelona-España)

PÁGINA 16 – Artículo ensayístico

“Quisiera contar cómo nacían las cosas”.

Por Sylvia Riestra (Montevideo/Uruguay)

En la semana del 15 al 19 de agosto de 2005, se cumplía definitivamente el vaticinio que hiciera Wilfredo Penco veintiseis años antes, en el prólogo de “Clavel y tenebrario” de que “(e)n los años venideros, más tarde o más temprano, una aureola mítica rodear(ía) el prestigio literario de Marosa di Giorgio Médicis.” En esa semana, en la Biblioteca Nacional, la necesidad de recordarla y de compartir ese recuerdo, congregó tarde a tarde, desde las 18 hs. hasta la noche, a escritores, profesores, psicoanalistas, videístas, actores, editores, amigos, familiares, músicos, pintores, fotógrafos, y sobre todo, lectores. Fueron jornadas académicas, donde se expusieron estudios sobre su obra, se exhibieron películas, fotografías, pinturas, manuscritos, se hicieron representaciones teatrales, y se oyeron emotivos testimonios.
El 17 de agosto se cumplía un año de su muerte.
La obra de Marosa es vastísima, compleja, apasionante, asombrosa. Empieza a publicar en 19541 y muere pocos días antes de que se publicara su último libro. No se parece a nadie. Se han buscado referentes literarios. Lautreámont, Delmira, los surrealistas, pero acaso sólo se encuentre algún matiz, alguna hermandad poderosa. Su obra asombra y desconcierta donde vaya, pero particularmente en nuestro país, donde aún hasta la literatura fantástica, tiene un corte racionalista, intelectual. Es rara la naturalidad de lo fantástico de esta escritura, una falta de lógica sin culpas, sin necesidad de explicarse; raro el mundo que muestra, el modo en que lo hace, las perspectivas que asume; esa visión a veces microscópica y panteísta de todo lo existente: “no pasa nadie, sólo, de vez en vez, cruza el aire alguna guinda, un santo pequeñísimo” (De La mesa de esmeralda).
Sus textos son híbridos, como los califica Echavarren. Es incómodo encontrarles el género literario justo. No lo hay. Cuentan historias como los cuentos, van conformando un universo como las novelas, y tienen el poder primitivo, conmovedor de la poesía.
A partir de la recreación de las chacras de Salto donde vivió su infancia y adolescencia, se ingresa a un espacio y un tiempo míticos. Desde el primero hasta el último de sus libros, se ahonda, se hurga, se explora un mundo que se puebla de “cosas desconcertantes: azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la escuela misteriosa [...], asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones incestuosas” (De Historial de las violetas).
Historias sagradas, situaciones extrañas y extremadamente naturales se suceden. Todo es terrible, extraordinario, extraordinariamente real, y revelador de algo. “Y cuando nos mudamos a otra vivienda, tampoco nadie comentó nada. Lo cuento, ahora, que, ya, parece un cuento” (De Clavel y tenebrario). Aunque a veces pueda no entenderse bien de qué tratan sus textos, no hay duda de que son verdaderos, de que están animados por
una fuerza brutal, por una pulsión incontenible. “Estaba sentada delante de la viña, y podía aparecer el monstruo delante de esas viñas. Su edad era la que, justamente, atraía a los monstruos, según decían siempre” (De Camino de las pedrerías). Todo es lo que es y es símbolo. La nube, la huerta, la mariposa, la liebre, la boda, el miosotis. Todo parece reproducirse permanentemente, todo es creación continua, inspiración, partenogénesis, mitosis, como se llame. Leer un poema de Marosa es asistir al día en que se creó el mundo: “Entonces, era el alba de la vida” (De Clavel y tenebrario) .
Es difícil saber si el sujeto poético, referido muchas veces como Marosa, es una persona, un hada, una flor, una liebre. Tampoco importa. Es todo eso. Hay un animismo primitivo. Muchachas que se enamoran de caballos desdeñosos, murciélagos que fuman y copulan con la dueña de casa, los animales que hablaban, los hongos de carne levísima que eran parientes de la familia. “En las noches de enero, las diablas daban a luz, aquí cerca, y allá lejos, bajo sus negras melenas, sus largas pestañas”. (De Clavel y tenebrario). “La luna cayó sobre mí; la pasé a Nidia, que me la vovió, hasta que se fue al suelo, trizándose como un plato”. “De todas partes, surgen animales entrelazados” (De La mesa de esmeralda).
Escritura donde cada cosa es y no es. Rural y urbana. Profundamente antigua y absolutamente contemporánea, futura, extemporánea. Poemas paradigmáticos, a la vez que fragmentos de una novela, de una historia de la creación. Profundamente católica, sus páginas están habitadas de ángeles y vírgenes, pero sobre todo, de diablos “Dentro del espejo está el Diablo. El que aparece, de tanto en tanto, por la casa” (De Mesa de esmeralda). Son varios libros y uno nuevo y el mismo cada vez.
Multifacética, multiforme, Marosa también incursionó en las performances. En realidad su voz, su lectura, ya eran naturalmente performáticas. Con sólo leer en voz alta, generaba un mundo, una atmósfera fascinante de comunión, de ceremonia de iniciación, de nacimiento del verbo.
Hasta su aspecto era de otro mundo, su voz honda, su presencia. Su cabellera intensa, larga, pelirroja, la asemejaba a un cardenal del campo; sus ojos inquisitivos, sus lentes punzantes, a una lechuza de la noche o de la Acrópolis. Destellaba, irradiaba, hasta atemorizaba, como sus textos.

[1] Marosa nació en Salto, Uruguay, en 1932, y murió en Montevideo en 2004. Publicó: Poemas, 1954. Humo, 1955. Druida, 1959. Historial de las violetas, Magnolia, 1965. La guerra de los huertos, 1971. Clavel y tenebrario, 1979. La liebre de marzo, 1981. Mesa de esmeralda, 1985. La falena, 1987. Está en llamas el jardín natal, Membrillo de Lusana, 1989. Misales, 1993. Camino de las pedrerías, 1997. Reina Amelia, 1999. Diamelas de Clementina Médicis, 2000. Rosa mística, 2003. Flor de lis, 2004. Bajo el título de Papeles salvajes se recopilaron en dos tomos, casi todos sus libros .


Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.

No hay comentarios.:

Números anteriores

Seguidores

Gracias por leernos

Registro

IBSN: Internet Blog Serial Number 5-6-1945-2841 Page copy protected against web site content infringement by Copyscape