GACETA LITERARIA Nº 1 – ENERO de 2007
Homenaje a la obra del fotógrafo Raúl Cottone (Santa Fe - Argentina)
PÁGINA EDITORIAL
Acerca de la cultura.
Si la cultura forma parte de la realidad histórica y social; si la cultura forma parte de la herencia cultural de una nación donde el 95% de su intelectualidad debe sobrevivir ganándose el sustento ejerciendo oficios alejados de su verdadera vocación, sometido a circunstancias que le impiden desarrollar permanente, profunda y efectivamente una mirada capaz de ayudar a los otros a mirar, no debe sorprendernos que el contexto actual nos diga que el 52% de la población no leyó ningún libro en el último año. Una estadística vergonzosa que estaría representando nuestra media intelectual.
Pero quien más nos expone a los ojos del mundo a través de sus programas de mayor audiencia es la televisión. Se constituye en el testimonio real de la ignorancia y la chatura por donde desanda sus cotidianidades la mayoría de la población argentina. Aunque no nos guste, somos lo que vemos a través de la pantalla de nuestros televisores. Somos esa especie de monstruo conformado por respectivas dosis de impertinencia, desconcierto, ignorancia, descuido, improvisación, oportunismo, inmoralidad, piratería e indiscreciones mediáticas.
En cuanto a la literatura, nos hemos acostumbrado a ser cómplices de miradas totalmente arbitrarias sobre lo que hacen algunos escritores, en un territorio donde los espacios geográficos son tan amplios, como mezquinos, escasos, reducidos, limitados, los culturales. Y ni hablar del futuro.
Porque cuando estas cuestiones de escudriñamiento, de manipulaciones exploratorias se manejan con la despreocupación o la negligencia a la que estamos tan acostumbrados, la injusta distribución de los escaparates intelectuales no es más que el resultante de actitudes profundamente humanas; y las oportunidades de acceder a ellos a través de los organismos oficiales disminuyen hasta terminar convirtiéndose en sectores protegidos, áreas consagradas donde se prioriza, como nivel de admisión, la consubstanciación ideológica de determinados autores con ciertas instituciones y la pertenencia de los mismos al círculo más íntimo del conocimiento o, al menos, de las vinculaciones amigables establecidas, en ocasiones, ni siquiera con los ocasionales funcionarios sino con algunos empleados de las secretarías acreditadas.
Como consecuencia, los escritores argentinos terminamos ignorando quiénes somos, dónde estamos y qué hacemos. Porque son muy pocos quienes llegan a compartir su pensamiento a través de publicaciones predestinadas a extinguirse, por falta de circulación. Y porque, además, no todo lo publicado en las exiguas tiradas costeadas por sus autores ha llegado a esa instancia como reconocimiento a ciertos imprescindibles méritos intelectuales que legitiman el patrimonio entrañable de una ciudad, de una provincia o de una nación.
Creo que la historia nos está reclamando una nueva actitud, nos está presentando un nuevo desafío, nos está obligando a analizar, a imaginar, a soñar. Nos está exigiendo que levantemos la frente de entre las ruinas, que afrontemos la adversidad con entereza.
Porque ante esta cruda realidad, ante esta especie de anarquía cultural, donde el Estado demuestra desconocer cómo canalizar tanta energía creadora, no resulta extraño que los hacedores proliferen como los hongos después de la lluvia, se multipliquen empecinadamente, autofinancien sus publicaciones, editen en forma artesanal, promocionen el pensamiento a través del obsequio de hojas o cuadernillos o revistas subvencionadas por particulares, acondicionen propiedades que ofician como centros de exposición, como puntos de encuentro, como lugares de reunión alejados de los círculos académicos y los entornos oficiales, en un intento vano por superar tanta negligencia, tanta postergación, tanta despreocupación ociosa. Y eso no es heroísmo sino, simplemente, una postura de resistencia a la desesperanza.
De allí que, con la tenacidad que nos caracteriza, demos hoy comienzo a una nueva etapa en este afán por hacer saber al mundo quienes somos, qué pensamos y cuál es el singular discurso de los escritores santafesinos, argentinos e iberoamericanos contemporáneos.
PÁGINA 2 – POETAS SANTAFESINOS
Beso a la imagen
Enciendo mi computadora,
es muy temprano,
tengo las manos frías,
delante de mi rostro corren
signos fugaces, definiciones
que no entiendo,
la imagen definitiva se abre:
beso a mi hijo,
el está aquí y está tan lejos,
necesito de ese gesto,
me lo pide todo esta estructura endeble,
tan opuesta al mecanismo eléctrico que pulsa
ante mi rostro amargo,
me lo pide este triperío humeante que soy,
y ese beso,
ninguna idolatría,
nadie sabe mejor que yo
que él no está allí,
que está lejos sufriendo
su dolencia junto a su madre,
pero nadie mejor que yo para saber
cuánto pasa por esta boca contraída,
que ese cristal no es cristal,
si campo
donde rebotan fuerzas que hacen
de lo humano algo digno,
algo que se resiste y se eleva
dentro de su misma perversidad
hacia una altura que quién carajo me dirá
que no es divina.
Roberto Malatesta (Santa Fe-Argentina)
Alegoría
En el centro
de la antigua biblioteca,
carbonizada por la penumbra
y el silencio
una silla, cuyo material
no diviso plenamente,
aunque sospecho que no es real.
Y en ella, inmovilizado
por un tiempo insubstancial
el fantasma de Borges,
repetido hasta el infinito
por un espejo circular
en la breve
esfera del Aleph.
Sergio Bartés (Santa Fe-Argentina)
Decisión
Se desprendió del tedio y del cansancio
emergió desafiante desde la piel gastada
arrojó lejos el miedo a no poder.
Y se irguió decidido.
Reaprendió la firmeza de sus pasos,
la persuasiva voz.
Se revistió con galas de esperanza,
soñó proyectos, ensayó la risa
y decidió estar vivo
hasta el exacto día
y el momento
preciso
de morir.
María Amelia Schaller (Santa Fe-Argentina)
El paisaje es la gente
quisiera salir esta tarde
de sol o de lluvia
hacia el oeste de mi vieja calle
a escalar la más alta montaña
en la magia cambiante de sus colores;
entre nubes y llamas
aguiluchos y cóndores iría
pero al oeste de mi simple pueblo
que es liso y llano
no hay ninguna montaña o montañita
quisiera jugar con la nieve
independiente en el parque junto al lago
o esquiar entre verdes pinares
pero en mi pueblo hace años que no nieva
y nunca he visto en trineo a los niños
entre lobos y perros
o amasando muñecos con copos
radiantes
salir por mi calle hacia el este quisiera
hasta dar con la orilla marina
y trepar a los altos barcos anclados
al viejo puerto de ultramar de Juan Ortiz
pero mi pueblo nunca ha dado al mar
el paisaje más lindo -dijo mi padre-
es la cara de los viejos amigos
y casi todos mis viejos amigos
siguen viviendo aquí
sin ir más lejos
Rubén Vedovaldi (Santa Fe-Argentina)
XII
La memoria tiene páginas no leídas.
Tiene guardadas
las anécdotas que nos unen,
algunos juegos, el río una noche,
todo metido en un recodo
de ese manuscrito.
Hay
una ceremonia personal,
invulnerable.
Hay una memoria propia
negando la lectura de esas páginas
que la memoria hostiga.
Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Argentina)
Deshecho de esencia
El tiempo aniquila rotundamente
todos los anhelos cósmicos
de un ser que busca
su misma esencia
en la introspección profunda,
y al no llegar fuerte
a su memoria primera
queda detenido en una espera de cielo
con un reloj en la mano izquierda
y su propio espejo en la derecha.
Ahí, en el lugar que la especie le confirió
la sabiduría,
los pájaros caminan por la terraza
y los buitres comen de su mano derecha.
Más abajo, haciendo esfuerzos
las angustias navegan
en un río de semen
que se desperdicia
en el sexo del mundo.
Guillermo Ibáñez (Santa Fe-Argentina)
PÁGINA 3 - Narrativa
Centroamérica
Por Sonia Catela (Santa Fe-Argentina)
Que se sentara, que qué tal, que qué honor encontrarse por fin puesto que, por lo visto, sus itinerarios jamás coincidían, pese a tratarse de una isla tan reducida; lo convidó con un habano, le palmeó el hombro, sirvió tragos y mientras el general esperaba con recelo la causa de que se lo convocara, el otro anunció: -Me comunicaron que ustedes han decidido dar por terminada su presencia en la zona y su colaboración con nosotros, eso dice en mi propia cara el hijo de puta, que decidimos irnos, con tanta caradurez que por un momento llego a dudar y preguntarme "¿pero quién putas dio la orden de partir?" y dado que yo mismo doy las órdenes, es que él, Mackinley nos echa, y sonríe y digo "todavía no está resuelto, señor, apenas nos hallamos evaluándolo", como si nos pudieran descartar como a un tacho de basura, y Mackinley sigue con que nuestra colaboración es invalorable, pero que de ninguna manera van a retenernos un minuto más allá de nuestras decisiones y puesto que ya hemos decidido irnos, según le informamos..., nos echa, porque quién mierda se lo va a comunicar si yo estoy a cargo de eso, y Mackinley se tragó el whisky de saque, y apretó un botón y se puso a hablar en su puto inglés vaya a saber con quién, y me tenía ahí de valet, esperando, y cuando se le ocurrió terminar, miró mi vaso, y chapurreó en español un "veo que todavía no se tomó su whisky", y me planté: "creo que vamos a quedarnos un mes más, Mackinley", y él que eso no sería muy apropiado, como ya les habíamos notificado que nos retirábamos él había diseñado otra estrategia con otra gente, con chilenos, y nosotros no habíamos notificado una mierda porque yo soy el que notifica, y apunté "pero Mackinley, podemos entrenar a los chilenos" y él me agradecía y sostenía que eso no era posible, que en realidad ya estaban preparando los aviones para transportarnos de vuelta, que no querían interferir en nuestros propios planes, ¿qué planes?, puteaba yo para mis adentros, y ahí sacó que había temas pendientes, como la devolución de las "x" toneladas de pertrechos, que él no acreditaba ninguno de los rumores sobre que gran parte de ese material había sido vendido en el mercado negro: con esa novedad se despachó Mackinley; "los argentinos no nos rebajamos a esas raterías", lo rebatí yo, pensando cómo putas saldría del berenjenal que se abría ahí, de improviso, ¿qué me estaba pidiendo? me estaba pidiendo hasta la última baliza, inventario en mano, acá está lo que debe rendirme, Varela, dijo, y me tiró una lista, y que si faltaba una pieza, entonces él por obligación, debía iniciar un sumario y habría un juicio, pero nada de eso ocurriría, vaticinó y miró mi vaso vacío pero no me sirvió más whisky, porque eran puros rumores ya que los argentinos no se guardan vueltos ni entran de noche a los depósitos a arrear pertrechos que no les pertenecen para hacerlos plata en el mercado negro, dijo, porque si eso fuera así, él no denunciaría porque a un aliado no se lo denuncia, pero nos pondría en el primer avión de regreso a la Argentina. Pero se iba a demostrar que todo estaba en orden y yo pensaba cómo explicarle que el 90% de esa lista de pertrechos se había evaporado y se lo digo, y Macklinley se sonríe y me palmea, lástima que hayan decidido abandonarnos, general, dice, pero la colaboración de ustedes contra las fuerzas irregulares aquí en Centroamérica ha sido realmente invalorable, y por eso, sigue, (y saca una caja del Pentágono u otra mierdosa de sus reparticiones), esta condecoración, señala, y la deja sobre el escritorio y la empuja con el lápiz como si alejara una mosca muerta, recuerde preparar a su gente que a primera hora sale el avión para Buenos Aires, dice, y yo espero que me coloque la condecoración pero él no me la pone, concluye: "hasta siempre amigo", en español y disca y empieza a hablar en su puto inglés dando por finalizada la conversación y alzo la mugrosa caja, la abro, me prendo la cruz al mérito y salgo, pecho en alto, taconeando, izado al tope el honor
PÁGINA 4 – Narrativa
Olvido
Por Orlando Van Bredam (Formosa-Argentina)
Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro. En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas.
Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted.
Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos le señalan el olvido. Nadie parece advertirlo. Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera la cara perdida.
PÁGINA 5 – FRANCISCO MADARIAGA - 1927/2002 - (Corrientes-Argentina)
Cementerio amarillo al borde del agua
Mientras cantas con la trompeta ronca de las
inemociones cargadas de las lágrimas del paisaje
desenvuelto por los trenes de los reyes guiados por
los ríos, aquí el velo de sangre duerme sobre los
arenales seguros de encantar a un cuerpo joven y
caliente junto al rumoreo nocturno de los caballos y
las fiestas cercanas a la orilla de la luna caída entre
las humillaciones más populares cercando el
camposanto de los hombres del hambre donde se
recomponen las más raídas y coléricas apariciones
-sin espacio- a ras de luna de ras y de agua detenida
en el milagro del terror -sin amor- todo todo roído
como antes de andrajos desafíos ojos hambrientos
amarillos de asesinatos no modernos no
contemporáneos a ras, a ras de agua podrida en su
pureza.
Sin embargo, yo estoy dormido como un indio que no ha
perdido el desierto.
¿Estoy moderno?
¿Estoy por irme adónde?
¿O por abandonar la comarca e internarme en el mar?
¿O sólo al borde del mar?
Una reza
Reza por la reza de las apariciones ronca por la ronca de
las enterraciones y vuelve los ojos al paisaje metido
dentro de la carne y del fuego del movimiento
humano más real el de pasitos de hombres en el
espacio humillado por sus elegantes desnutriciones,
oh país límpido, intercambiado con tartamudos y
despanzurrados y afeitados por el llano y
asesinadores engendrados en las negras copulaciones
entre ramos y entre santos de ojeras casi naturales
yo exclamo que duermo sobre la arena caída en la
desventaja de mis maduraciones que sollozan todo el
poder del fuego.
Yo, que tengo el alimento más moderno, estoy rastreando
el invierno y las pudriciones de estos llanos.
Tembladerales de oro
In memoriam Alfredo Martínez Howard
El dolor ha abierto sus puertas al agua de oro del oro que
arde contra el oro el oro de los ocultos tembladerales
que largan el aire de oro hacia los rojos destinos
pulmonares con el acuerdo de los fantasmas de oro
coronados por los juncos de oro bebiendo los
caballos de oro los troperos de oro envueltos en los
ponchos de oro -a veces negro a veces colorado
celeste verde- y el caballero que repasa las lagunas de
los oros naturalmente populares el que se embarca
en las balsas de oro con todos los excesos de
pasajeros de oro que manejan los caballos de oro con
los rebenques de oro bebiendo en la limetilla de oro
del barro de oro de los sueños de los frescos del
oro entre la majestad de las palmeras de oro y de los
ajusticiados y degollados en las isletas de oro bajo de
yacarés de oro del oro del Amor.
Madrugada clara
Pero confieso todo quiero cantar e irme durmiendo con
mi ojo de infierno a ras a ras del rezo entre los
espartillos del invierno y del verano sin epílogo
histórico sin capítulo cerrando al estilo del buen
cuento jurídico y civil quiero descubrir por qué
estas aguas se pudren en su belleza por transfusión
de sangre y pobres bocas muertas sonriéndole
al espacio del ras.
El canto no popular
Yo, el rastreador, que ha dormido en los atrasos de
la luna en los atajos peninsulares, y ahora siento
el canto del desahogo, a través del orgulloso coraje,
oh mis pequeños seres del desamparo, canto
mi canto con un lenguaje no popular, pero cercano
a vuestros vestidos miserables.
El vestido las telas livianas de las mejillas despintadas
el olor de los motines talados de la miseria siempre
en la flor del fuego del pensamiento destruido
sin nacimiento en las coloridas y espléndidas
organizaciones de las albas lujosas de todos los días
de todos los montones de días ligeros y azucarados
por las cañas dulces solares irredentas
ininterrumpidas feroces vivientes de la irrectitud
siempre anárquica del espacio siempre moderno
y siempre solidario con los cantos de las invisibles
deidades y de los otros personajes reales asombrados
de la miseria de los sucios paisanos que encienden
el clavel del esperma nocturno sifilizado y demente
y excitado por los cerdos.
Oh, en mi escenario, de rodillas. Cocinas conteniendo
el aliento del dormido rencor en la palidez del alba.
Oh, gente sin viajes, que no puede fumar en el
fuego del universo su tabaco de miel arrollada por
el invierno, su comida de humo bañando el ligerísimo
mosquitero de rabia del color el color que no trajina
por las camas y que sólo saluda a la sombra con
sombrero del Ave María en el altar de los santos
ensordecidos por los fétidos besos.
Oh, mí, el rastreador que ha dormido tirado entre
los yuyos, entre la ferocidad joyal de las palmeras
en el borde del agua, y de una cocina sucia llena
de lechos sucios y de tarros con jazmines
calentados del ex-alba.
PÁGINA 6 - Artículo ensayístico
Hijo de hombre: primera visión de un espejismo.
Por Alejandro Bovino Maciel (Corrientes-Argentina)
Augusto Roa Bastos inició con el libro de relatos “El trueno entre las hojas” un lento proceso de reconstrucción interna de la ruinosa visión de un Paraguay que lo había expulsado de su paraíso, como el Adán castigado por el deseo de saber antes de terminar la tarea de nombrar el mundo. El árbol de la ciencia del bien y del mal ha sido la sociedad. En el marco de un sistema autocrático y canalla, como el de las distintas dictaduras que fustigaron la fe en el progreso de Latinoamérica a partir de la década del 30’ del pasado siglo, cualquier indagación en las profundidades resulta sospechosa, herética, malsana y peligrosa.
La dictadura del general Higinio Morínigo se instaló en Paraguay en el año 1940 como gobierno provisional, tras la muerte accidental del presidente, el general José Félix Estigarribia. El militar Higinio Morínigo tuvo como ministro “en sombras” y asesor ideológico a Natalicio González, autor de un libro de fuerte tonalidad nacionalista/fascista que apareció en 1938 con el título de “Proceso y formación de la cultura paraguaya”. Roa Bastos detectó el germen de un ‘fascismo criollo’ en dicha obra y esta crítica más su constante cuestionamiento al militarismo y las revoluciones domésticas entre los distintos mandos castrenses le mereció el primer exilio bajo el gobierno de Higinio Morínigo, en 1947.
Comprender el Paraguay significa sumergirse en un mundo absolutamente cerrado a los demás, con un fuerte sentido de unidad y recelo hacia todo lo que implique cambio o alternativas. Esta “isla rodeada de tierra” como la llamó Rafael Barret está condenada por dos factores fundamentales: la mediterraneidad territorial y la ignorancia atávica de una cultura oral que no puede terminar de adaptarse a un mundo donde la letra domina el campo del conocimiento. Hay permanentemente dos fuerzas antagónicas en el país. El guaraní, idioma alítero y puramente oral frente al castellano con morfología, sintaxis, semántica y pragmática absolutamente diferente a la raíz de las lenguas guaraníes. Digo lenguas guaraníes porque si bien existiría una especie de tronco común, el habla guaraní tiene distintas formas idiomáticas y dialectales dentro del mismo territorio paraguayo. Para decirlo en forma más simple: la comunicación entre un mbyá y un ayoreo (dos parcialidades étnicas distribuidas por la Región Oriental) es casi tan difícil como la conversación entre un francés y un español.
La misma sociedad paraguaya vive en una suerte de división de clases, entre el campesinado (de economía agrícola minifundista) que se expresa íntegramente en guaraní desconociendo los elementos básicos del español, segundo idioma del país; otro subgrupo es el de los aborígenes, abandonados y expropiados, mendicantes y marginales; una tercera población arraigada y con tradición ciudadana, conformada por funcionarios, empleados públicos, comerciantes y pequeños industriales que –dicho en términos del siglo XIX- conformarían la “burguesía urbanizada” y por último una gran mayoría de desarraigados que migraron desde sus pequeños asentamientos agrícolas del campo a los márgenes de las grandes ciudades: Asunción, Ciudad del Este, Encarnación y Villarrica. Esta masa creciente de analfabetos estructurales y funcionales, sin formación habilitante de ningún tipo, sin acceso a la información mínima, totalmente desinsertados del cuerpo social se agrupan en guetos cerrados, mantienen tradiciones rurales y al mismo tiempo adquieren algunos hábitos urbanos reinterpretados a través de esa forma especial de subcultura híbrida, que se expresa casi íntegramente en guaraní o jopará pero recibe información de la CNN. Vivir en Paraguay significa respirar continuamente los fuertes contrastes y tensiones entre lo antiguo y lo nuevo, entre formas sociales ritualizadas desde la colonia y posmodernas aspiraciones al título de Miss Paraguay para el Certamen de Miss Universo del próximo año, máxima aspiración de las adolescentes en ascenso social. Todas las ex Mis Paraguay se han casado con empresarios. Hasta la actual Primera Dama ha sido Miss Paraguay.
La crisis fundamental pasa por la educación en todos sus niveles. Todavía sigue vigente la observación que hiciera en el año 1868 el entonces cónsul británico, sir Richard Francis Burton cuando dijo que “Paraguay ilustra el axioma de que se puede aprender a leer, a escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir y, sin embargo, no saber nada”, en otro apartado comenta: “la educación es totalmente estéril. Los únicos libros permitidos por la religión estatal, son ingenuas vidas de santos, algunos relatos autorizados por el gobierno y horrendas litografías, probablemente grabadas en piedra de Asunción”. Si comparamos estas pinceladas hechas al paso por un ojo extranjero con los resultados de la reciente encuesta de Rendimiento Académico publicadas por el Ministerio de Educación del Paraguay, año 2000, sobre 7871 estudiantes censados en todo el país en el tercer curso (fin del ciclo básico) vemos que el rendimiento en Lengua es del 46% , en Matemática del 44% y en Estudios Sociales (que involucra nociones de Geografía, Historia y Fundamentos Cívicos) sólo el 50% aprobó el mínimo establecido de conocimientos. No hay grandes diferencias en el rendimiento entre la enseñanza pública y la privada.
El horizonte socioeconómico se ve ensombrecido por la crisis regional de la que el Paraguay es una de las víctimas inexorables. Con pobre industrialización, una producción agropecuaria en retracción constante y grandes desniveles en la distribución de las rentas, el Paraguay, que depende en gran medida de suministros externos, sufre las consecuencias de los derrumbes de Argentina y los tambaleos del Brasil. El modelo impuesto en la región en la pasada década de los 80’ (llamada “década perdida”) de apertura y liberalización produjo fuertes impactos en la estabilidad laboral, privatizaciones de grandes empresas con despidos masivos que la magra competitividad y expansión del sector privado no pudo absorber. Este quiebre económico regional restringió o cerró los escasos mercados que tenía el Paraguay en el vecindario. Con este sombrío y pesimista panorama la sombra de los mesías políticos y dictadores militares vuelve a entusiasmar a una población desinformada, poco participativa y escéptica en materia política por la denigración de la clase dirigente después de escándalos de corrupción del manejo público, demagogia, mentiras y fraudes sistematizados.
Este árido papel de escritura tuvo que tomar Roa Bastos para escribir sobre él una novela absolutamente original y precursora. El desafío del bilingüismo (pensar en guaraní y hablar en español) lo plantea él mismo:
“Este discurso, este texto no escrito subyace en el universo lingüístico hispano-guaraní, escindido entre la escritura y la oralidad. Es un texto en que el escritor no piensa, pero que lo piensa a él. Esta presencia lingüística del guaraní en la escritura de la novela se impone desde la interioridad misma del mundo afectivo de los paraguayos. Plasma su expresión coloquial cotidiana, así como la expresión simbólica de su noción del mundo, de sus mitos sociales, de sus experiencias de vida individuales y colectivas”.
Roa ha dicho que HDH ha sido una tentativa de reflejar estos dos mundos coexistentes, el guaraní y el hispánico-europeo, primero por el camino de la aglutinación semántica pero que, no satisfecho, tuvo que rehacer la novela veinte años más tarde.
“Corregir y variar un libro ya publicado me pareció una aventura estimulante, porque el texto no cristaliza de una vez para siempre ni vegeta el sueño de las plantas. Un texto, si es vivo, crece y se modifica. Lo varía y reinventa el lector en cada lectura. Si hay creación, ésta es su ética” dice Roa en la Nota de Autor agregada en la edición de HDH de Editorial Alfaguara, en 1997.
Y después nos agrega una pista: el anciano Macario bajo la obsesiva fijeza de sus relatos, varía constantemente las voces y los sueños de la memoria colectiva, encarnados en ese diminuto cuerpo esquelético que puede caber, cuando lo entierran, en un ataúd infantil.
Vamos a tratar de acompañarnos en este recorrido por el mundo de HDH. La historia se inicia con la aparición fantasmal de Macario en medio de la siesta de verano, también fantasmal. El que nos la cuenta dice “Han pasado muchos años, pero de eso me acuerdo”. Resulta extraña esta historia que empieza recordando fantasmas. Es que todo Paraguay se había convertido en un fantasma polvoriento detrás de la dictadura de Gaspar Francia. Un país desconocido, cerrado como un puño, con apariencias de república, apariencias de organizaciones, remedos de instituciones. Solamente las vidas insignificantes de los pueblos mantenían sus automatismos, como Itapé, sus ritmos solares y lunares, interrumpidos de cuando en cuando por el paso del tren. Lo demás es pasado. Itapé es un espejismo del pasado. Todo remite al pasado; y es un pasado doloroso, ominoso, lleno de heridas sin restañar porque sin la justicia, las heridas de cualquier sociedad permanecen abiertas y dolorosas. Esa agonía de años se había ritualizado, había terminado convirtiéndose en una liturgia de Viernes Santos, día de la pasión del Señor. Los itapeños volcaron en el Via Crucis de hace veinte siglos los dolores que arrastraron ayer. En esta nueva pasión hay un Cristo de madera, una víctima llamada Gaspar Mora, un artista leproso que acaba transformándose en su propia obra, una prostituta llamada María Rosa, que ama sin pedir nada a cambio como la Magdalena y un evangelista, Macario. Evangelista que termina siendo discípulo de esa fe profana junto con otros hombres del pueblo que había visto brillar la verdad en el corazón del muerto. Con Macario, la realidad retrocede hasta encontrarse con el prodigio de el astro que anuncia la desgracia. El cometa consigue trastornar los ciclos, la pesada carga del autoritarismo en la tierra encuentra un eco en el cielo: sobrevienen sequías, escasez, muerte. El artista muere abandonado pero deja un signo de redención en la talla del Cristo que encuentran en su choza. Deciden llevar la imagen al pueblo para instalarla en la parroquia pero el sacerdote y las autoridades se oponen. Cada cual usa su propio juicio: de Caifás a Pilatos todos repudian al Cristo sospechoso tallado por un impío que ni siquiera escuchaba misa. Se debate tres días con sus noches en las que se gestiona la traición mientras los discípulos velan en la plaza.
Por último, Macario sueña que la cima del cerro de Itapé es el monte calvario para el Cristo y allá lo llevan mientras uno de los traidores se ahorca como Judas. Desde ese momento el Cristo es de todos. Desde cualquier sitio de Itapé se lo puede ver allá en lo alto, como un Dios que ha sido demasiado humano para merecer la gloria. Como un hijo de hombre.
Hay dos tiempos que corren paralelos: el tiempo del mito, de la pasión y muerte del Cristo nazareno y el tiempo de otro pasado, menos real, que sobrevive en el relato de Macario, el de la dictadura perpetua que recuerda demasiado dolorosamente la dictadura bajo la que escribe Roa Bastos esta magnífica y prodigiosa resurrección de la esperanza en medio de la miseria humana.
PÁGINA 7 – POETAS ARGENTINOS
Poema 4
No vengo de páramos surcados por vientos afilados
e incandescentes huecos.
Caminaba desde la orilla del mar
y como las alas,
seguía la ruta del polen,
la primavera servida.
No pertenezco a piedra volcánica
ni llevo encima tanta arena caliente,
ni sed rajando piel como tierra muerta.
Podría alcanzar con estirar mi brazo
la uva de su risa,
el zumo de su arremolinada vocación oceánica.
Ocurre que a destiempo salto desde el hombre que fui
a esta altura de fósil no revelado y entre las horas
que ruedan y se quiebran pasa un solo camino
que aún no encuentro.
Gabriel Impaglione (Buenos Aires-Argentina)
Después de los 50
Mi cuello sigue ágil
Imagino que será
de mirar al horizonte,
de contemplar la vida
atravesando mis huesos,
decir sí y no,
pedir disculpas,
confirmarme
Y tanto más...
Las manos no se traban,
Nadan, escriben, quieren,
se afirman.
Y los párpados siguen
encendidos con el sol.
Extraño el mar.
Por eso bailo...
y el agua está.
De la boca degusto
los manjares cotidianos,
los de la mesa servida,
los de la mirada sabia
de mí, de manu,
del mundo en que ando
como puedo, peleándola.
Quizás,
la flor redonda
ya esté conmigo.
María Silvia Pérsico (Buenos Aires-Argentina)
Brindis
Brindo por la imprudencia de haberte conocido
por tus palabras, también por tus silencios.
por la afectuosa transparencia,
por lo arriesgado, lo ganado y lo perdido.
Brindo por los poetas olvidados,
por el ángel solitario, el distraído
y por los sobrevivientes
de los tiros, las bombas, los naufragios.
Brindo por la amistad que aviva el vino
por el fuego que acosa nuestras almas,
por el temblor de una gota de rocío,
por las cenizas de cada madrugada.
Esteban González (Chaco-Argentina)
Reyes magos
Cortamos un manojo de pasto verde
llenamos una lata con agua
y colocamos todo cerca de la puerta/
después nos sentamos a escribir la carta:
- ¿que le vas a pedir a los reyes?-
- justicia papá - me dijo
- no, pero eso es muy difícil -
- cómo, ¿no son magos? -
- sí, pero... -
- no me dijiste que pasan por el ojo de la cerradura
porque es más fácil eso/ a que un rico entre al reino de los cielos -
- tenés razón Manu, le pediremos justicia -
y cerré la carta con un "que así sea".
A la mañana siguiente
el padre de Carlitos
consiguió trabajo en la fábrica de papel.
Aldo Novelli (Neuquén-Argentina)
Para mi
(a Ángela Da Silva)
Entré con dientes pero no con todo
me quedé afuera un poco
Yo nunca fui a la escuela
yo
realmente
nunca vendí diarios
Cuando yo medio no existía
yo era demasiado yo
para mí solo.
Rolando Revagliatti (Buenos Aires-Argentina)
PÁGINA 8 – Narrativa
Las cosas ajenas
Por Pilar Romano (Corrientes-Argentina)
Por suerte, había llegado a esa casa casi a la hora de dormir.
Nunca se había sentido cómoda hablando con extraños y menos esa noche.
Aquellas personas, aunque amigables, aún eran extraños para ella.
Dijo que sí, que estaba de acuerdo con todo, buscando la tranquilidad de quedarse sola en una habitación. En realidad, tampoco se sintió cómoda allí, ya que en el silencio se caían una a una las barreras que se había propuesto interponer entre ella y la visión de su marido en aquel “dormitorio ajeno”, como le había dicho, entre tantos reproches. Ajeno y de su hermana, para colmo.
Este nuevo cuarto olía a agua de lavandina. La puerta daba a un patio y la ventana a una calle de tan sólo una cuadra, por la que casi nadie transitaba.
La cama, aunque mínima, sin respaldo siquiera, la asustó como si fuera un animal desconocido. Pero se acostó, con absurda precaución. Miró a su alrededor y se detuvo en el único cuadro que colgaba de una de las paredes; le pareció que se proyectaba desde el revés la mirada del santo que la observaba desde la lámina. Buscó con los ojos el interruptor de la luz y vio que estaba a la derecha, bastante alejado de la cama; debería levantarse para apagarlo y caminar luego cuatro o cinco pasos en la oscuridad, ésa y todas las noches. Lo hizo, volvió a acostarse y empezó con el acostumbrado rito nocturno de retorcer con dos dedos un mechón del pelo, pero enseguida un impulso desconocido la llevó a esconder la mano debajo de la sábana y quedarse quieta, tratando de ahuyentar las lágrimas porfiadas. Si al menos supiera qué buscaba; si el dónde, el qué y el cuándo pudieran confluir en ese momento... pero todo era orfandad y desamparo.
Aunque nunca había visto el mar, sintió deseos de ser ola, una gran ola y desclavar la luna del cielo, para que no se vea el horizonte, o para que quede más allá. La idea del horizonte la asustaba; la asustaba porque sabía que había dibujado ella misma un trazo poco atractivo. En especial por lo que había hecho últimamente. Estaba preparada para encontrar en la ciudad un modo de vida con ciertas ambiciones más altas que la de una empleada doméstica, había estudiado “secretariado comercial” en el pueblo, pero más fuerte que esa posibilidad fue el deseo de encontrar de inmediato un lugar en el que refugiarse, tener techo y comida sin otro requisito que limpiar una casa, aunque no le perteneciera, aunque los cabellos enredados en el desagüe de la ducha fueran de otros, quién sabe de quién. Esa urgencia había hecho que decidiera ofrecerse ella misma cuando el comisionista del pueblo la encontró cerca del hospital y le preguntó si conocía a alguien que quisiera “emplearse” en una casa de la capital, entregándole el papelito con la dirección.
No conseguía dormir y no le servía aferrarse al recuerdo de imágenes cotidianas, porque al rato nomás la llevaban al dormitorio de su hermana.
Debería salir del ámbito de la casa que había dejado y pensar en el estanque con los patos, aunque lo recordara medio barroso, o andar con el pensamiento por las calles del pueblo e imaginar que le llega el aroma de las flores que en primavera lo invadía todo. Ya estarán marchitándose, pensó. Recordó los paraísos ¡cómo olían por las noches los paraísos florecidos! Su madrina le había enseñado a preparar un veneno con las frutitas verdes de paraíso y nunca olvidó la receta. Los azahares ya estarán formando naranjitas y no comeré ninguna, pensó y le pareció de pronto que la cama sin respaldo estaba apoyada sobre una de las calles arenosas del pueblo y ella allí, tendida, sin poder desclavar la luna. Pero la imagen desapareció enseguida, porque éste era un silencio distinto al de las calles del pueblo; ni siquiera era en verdad silencio: una gota reiterada segundo a segundo desde algún grifo le contaba que sabía ser implacable. Debe venir de la pileta en la que mañana tendré que lavar, pensó. Era inútil buscar alguna presencia mágica entre lo evidente.
Un beso, deseó, de pronto. Toda primera noche merece un beso. Era su primera noche allí, pero solamente la rozaba el eco de lo dicho con indignación y de lo no dicho, de secretos urdidos a deshora. No, un beso le parecería en esos momentos el que recibe en la frente un moribundo.
Había declarado que se llamaba Gabriela, cuando su nombre era en verdad Antonia; y dio el apellido de su madre, Aldavez, que sonaba mejor que el Miño que heredara de su padre. Era para ella un pequeño lujo poder hacer que la llamaran Gabriela; solamente por eso esperaba el día siguiente, para oír que le decían ¡Gabrieelaa! Podría imaginar que era una modelo, o una jugadora de tenis, o una alumna universitaria. “Gabriela Aldavez”, tenía una prima que se llamaba así y que había estudiado Profesorado Historia en la ciudad; eran parecidas. Siempre le había envidiado el nombre. Por suerte, se le había ocurrido traer el carnet de socia de un club que la prima aquella había olvidado en la casa del pueblo y lo mostró a los patrones, diciendo que había perdido su documento de identidad.
No debe faltar mucho para que amanezca, calculó. Esta vez no vería el sol madrugador reflejándose en las pupilas redondas del gallo, que se le adelantaba siempre para recibirlo. ¿Cantaría algún gallo en la ciudad? Debe ser tristísimo que amanezca sin el canto de un gallo. Sería como si en lugar de cielo hubiera tan sólo un agujero, imaginó.
Solamente la queja destemplada de una campana le anunció el amanecer.
Hasta la muerte debe ser distinta en la ciudad, se dijo al oír el repique, pero ahuyentó enseguida la idea de la muerte.
Ya preparada para empezar su trabajo, tendió la cama y se sentó en ella, porque le parecía que nadie se había levantado aún en la casa. A los pocos minutos, escuchó el sonido del depósito de agua del baño principal - debe ser la señora- y enseguida, el timbre de la puerta de entrada.
-No, Griselda Aldavez no, señora. A Antonia Miño la busco. Creí que estaría aquí-
Se había acercado todo lo que pudo a la puerta sin dejarse ver y reconoció enseguida la voz del comisionista.
-Y bueno... solamente iba a decirle que la hermana parece que se salvó del veneno que tomó o que alguien le dio y ya puede hablar-
Se preguntó casi con desesperación cómo haría para seguir siendo indefinidamente Gabriela Aldavez.
PÁGINA 9 – RESEÑA DE LIBROS
Una meditación sobre la experiencia amorosa. Tu voz, mi voz, de Luis María Sobrón. Buenos Aires: Vinciguerra, 2006.
En poesía, las palabras y su sentido no son dos entidades, sino una sola. Lo que un poema quiere decir, sólo es posible decirlo así, y no de otro modo equivalente. De ser ése el caso, se trataría de una poesía ornamental, aditiva, y no sustantiva, como es, justamente, la de Sobrón. ¿Cuál es la actitud de la que emerge esta poesía? ¿Cuál es su estatuto ontológico? Como ya dije y ahora repito, Sobrón piensa la poesía como modo de conocimiento. Pero no se trata de saberes, ni de destrezas, en otros términos, de datos que pudieran iluminar o acrecentar cualquier índole de conocimiento, sea éste intelectual, científico, profesional, o el que se quiera; sino se trata del ser, del objeto primero de la filosofía, accesible por la revelación o más precisamente, por la epifanía, es decir la emergencia súbita del destello del Ser, ante el cual, la palabra poética deviene meditación. Es en este cruce de poesía y filosofía donde se mueve la búsqueda poética de Sobrón, desde el momento en que filosofía, religión y poesía (al menos, esta clase de poesía) tienden a realizar esa posibilidad del ser que somos; así, la experiencia poética es cambiar de naturaleza; un cambio paradójico pues intenta un regreso a nuestra naturaleza original para recobrar una perdida unidad con el ser, con el mundo. Pero, mientras lo divino concentra en sí la plenitud del ser, el "humano, demasiado humano" de Nietzsche está en eterna falta, podríamos decir, filosóficamente, porque nuestro pecado original es la incompletud, la falta de ser. Según la poética de Sobrón, en este lugar de la falta se sitúa la Palabra no para denegar, sino para sostener el dolor de la ausencia, en la persistencia tenaz por lo unitario de esa palabra jamás encontrada en plenitud. La poesía se obstina, así, en el laberíntico viaje en procura del poder mágico que transforma lo negativo en ser, mientras constata la inapresabilidad de su objeto.
Pero Sobrón, es sin duda, un poeta moderno, con lo cual no quiero decir actual, sino señalo que sería imposible no serlo, pues se trata de un contemporáneo, alguien nacido luego de la modernidad cultural, literaria y filosófica; al respecto, les recuerdo una de las irónicas frases de Borges al referirse a una novela histórica de Flaubert “no hay escritor que no sea de su tiempo”, por más que escriba sobre una época distante. Decir moderno justifica, creo, referirme brevemente al filósofo que mejor pensó la poesía luego de la modernidad, es decir, a Heidegger. Cuando Heidegger se pregunta el por qué de la poesía en un “tiempo indigente”, la respuesta le cuesta una buena parte de sus escritos, pero podríamos decir –resumiendo groseramente- que adjudica a la poesía el privilegiado lugar que antes tenía la filosofía. ¿Por qué? Porque, si la misión de la filosofía desde la antigüedad fue preguntarse por el Ser, ahora, en la modernidad, el tiempo indigente, según el filósofo, no puede hacerlo. Nueva pregunta: ¿por qué ya no puede hacerlo? Porque la modernidad ha desarrollado con el capitalismo, la ciencia y la tecnología, reduciendo el mundo a lo instrumental, al reinado del ente, no del ser. Por tanto, es el poeta el único que, aunque no encuentre la trascendencia, pues los dioses se han ido, sigue esgrimiendo “la palabra inocente”, ésa que se ubica como contemplación del mundo. Imagínense, con el tiempo que hace ya desde la muerte de Heidegger, lo que diría ahora.
Ahora bien, desde sus comienzos, a lo largo de sus libros, la poesía de Sobrón respondía muy claramente a estas condiciones, y lo hacía de una manera muy particular, como siempre ocurre con el modo singular de articular el discurso que conforma eso que llamamos “un estilo propio”; en su caso, con un lenguaje reconocible, al que podríamos calificar como una catarata de metáforas encadenadas, a veces sorpresivas, por la distancia existente entre los términos de referencia donde la imagen enlazaba, tensando sus vínculos. En este libro, sucede otra cosa, mejor dicho, suceden dos cosas en disyunción; no hablo de una contradicción, sino de la convivencia de una polaridad: es el mismo Sobrón ¿cómo podría no serlo? pero también es otro Sobrón, un poeta diferente.
Es el mismo Sobrón porque, en algunos momentos, reconocemos la voz del poeta en la índole de sus imágenes. Por ejemplo, en el poma numerado IV del canto III, apartado que se titula “Ceremonias”, leemos lo siguiente: “Cuando las aguas/ de tu laminado mar-océano/ no escriban más tu historia, / y el río lúcido no pierda la mirada/ del pájaro en la fronda/ y árboles extraños/ no conjuren el vívido secreto/ no habrá más respuesta/ para conocer que el tiempo amado/se extravió en la hojarasca/sellada por el beso”(p. 50). Pero, como modesta comentadora, digo que es la voz reconocible porque allí tenemos un poema estructurado con una única imagen resultante de un girar del lenguaje por varias metáforas encadenadas. El mismo Sobrón. ¿Otro Sobrón? Sí, creo que sí porque todo este libro es una indagación sobre la relación entre poesía y experiencia, no cualquier experiencia, sino precisamente la experiencia amorosa. Si el origen de algo es precisamente su esencia, un poeta se percibe por su obra, pero a la vez es la obra la que hace al poeta, la que permite y nos autoriza a saber que estamos ante un poeta. Por lo tanto, esta experiencia amorosa dista enormemente de ser anecdótica, intimista, confesional, no tiene nada que ver con el biografismo romántico, por eso mismo la he calificado de meditación.
Lo que ha cambiado entonces, es el objeto de la indagación, no la índole de la misma. Se trata de un volumen de poemas no solamente de amor, sino sobre el amor, sobre esta experiencia que, aunque en primera instancia parezca lo más común que existe, es, sin embargo una rara avis; la banal demostración de este contundente hecho se ofrece a cualquiera, si miramos cómo anda el mundo. El título mismo lo indica: Tu voz. Mi voz, quiere decir algo muy simple, a la vez que muy complejo: quiere decir esto que habla en el poema es una voz en común, aunque la escriba yo solo; quiere decir sin tu voz mi voz no existiría, no diría nada de esto o quizá, sería una voz muda.
El libro se divide en cuatro cantos: l “Vigilia”; II, “Voces”; III, “Ceremonias” y IV, “Evocación”. Leído desde la perspectiva que propongo, son cuatro momentos o actitudes posibles ante esta meditación sobre el amor. No quiere decir cuatro tiempos en continuidad cronológica, entiendo que estos momentos coinciden, pues se dan permanentemente en la continuidad de la experiencia. Si es evidente que el amor transcurre en el tiempo a nivel de la historia personal, es decir: ha habido un encuentro, un nacimiento, un transcurso, en lo que corresponde a esa meditación sobre la experiencia constituida en el poema, es un devenir continuo y móvil, sobre el que se detiene el pensamiento poético, así, hay desencuentro en el encuentro, hay dolor en la alegría, hay duda en el deslumbramiento o en el conocimiento y hay temor ante la seguridad de la muerte y la distancia definitiva, aunque haya fe quizá en la trascendencia y en la infinitud del sentimiento. Como estas condiciones son posibles de encontrar en lo que ha vivido cualquier persona, nada tienen que ver con lo biográfico personal, que es a lo que yo me refería hace un momento: se trata de un tratamiento ontológico, universal, de las cuestiones implicadas en la experiencia del amor tematizadas por este nuevo libro.
Por ejemplo, escuchemos cómo el primer poema del volumen describe un antes inconcebible, porque se trata del “antes” del amor, ese tiempo que uno no puede encontrar en la memoria porque también, como todos experimentamos, no podemos ya saber quién o cómo era uno antes del amado/amada: no hay ese tiempo, el otro parece haber estado siempre allí, desde el comienzo del mundo. Por eso mismo, el poema describe perfectamente esta situación: “Había otro lado del mundo;/ en ese otro lado del mundo,/ el primitivo, el primero,/ reconocimos la metáfora de la mariposa/que inscribió en su vuelo/ la luz de la poesía” (p.23) Se pueden observar en tan breve pasaje cómo se relacionan desde el comienzo poesía y experiencia amorosa, cómo el lenguaje menciona de modo tan simple como eficaz ese antes impensable, llamándolo “otro lado del mundo” y por otra parte, la pericia del poeta en haber situado al comienzo un poema que expone la síntesis del tema general.
El segundo apartado se llama voces y de alguna manera ubica a la amada como tal, está centrado más en el tú del binomio yo-tu; posiciona en imágenes con términos más concretos, referencias a objetos, a elementos naturales, el contexto donde se recorta la figura de la amada. Por ejemplo: “tu nacimiento, /cristal de áreo linaje” (p. 36), dice el poema II o a veces, nos permite mirar como en una pose de fotografía, la figura: “En la tertulia del crepúsculo/ la noche/ recibió la mirada/ de tu alma en sombra.” (p. 37) dice otro poema donde las manos de la amada arreglan flores en un jarrón de peltre. Es interesante ver que el verbo cincelar, en el verso final “cincelaron tu imagen” es un desplazamiento metafórico típico de Sobrón porque, a la vez que alude al jarrón que bien puede estar labrado, exhibe una escena fragmentaria para recortar una imagen que súbitamente renace; misteriosamente, algo en las manos o en su movimiento, hace que resplandezca de nuevo, prístino, el descubrimiento de la amada, superpuesto a la imagen habitual, desgastada por la costumbre o la convivencia; así el poema celebra la capacidad renovadora del amor.
El apartado III, Ceremonias, sin abandonar nunca la experiencia del yo/tú en común, se centra más en los efectos del amor en el yo, en sus consecuencias no sólo anímicas, sino intelectuales y creativas, desde el momento en que el sentimiento no está destinado meramente a satisfacer una necesidad personal con el paliativo a la soledad, sino implica un darse que involucra las capacidades de la mente, del espíritu y el acontecer total de la vida: no sólo lo que se comparte, sino también el universo de lo más íntimo y propio, que nadie puede conocer. El poema VIII lo explica mucho mejor, por eso menciona lo vivido como el jardín, pero también como el infierno. Leemos: “Para descubrir /el origen de mis pasos/buceo el pensamiento;/rescato del jardín y del infierno/ todo lo vivido./Descubro entonces,/que la palabra/ se enamoró de la memoria,/ y la memoria/se enamoró del pensamiento./ En ese universo/ de amor confeso, vivo/ con este amor confeso estoy.” (p. 54) Poema del que me encanta su difícil sencillez.
Por último, el apartado IV, Evocación, tiene algunos de los poemas más herméticos en lo que hace a las imágenes, más próximas a las que ya conocemos en el poeta, porque en la cosmovisión de Sobrón, (y recordamos otros libros donde sucede esto mismo) la dimensión erótica del amor tiene mucho que ver –tal como califica Freud al goce- con la intuición de la muerte. Un ejemplo de la convivencia de tiempos distintos, que yo caracterizaba como dominante en estos poemas, y que tal vez explican el por qué de llamar a este apartado, evocación, es una hermosísima imagen del poema l, que abre el apartado, donde a la experiencia “actual” o permanente de la atracción erótica, se superpone en la memoria, una imagen interior, donde la amada es ella misma, la de ahora, pero también la del pasado, que puebla el ensueño-memoria del poema: ¿Quién es esta muchacha/ inventada por el miedo/ que duerme en mi costado abierto,/ camina sueños,/ respira siglos/ y detiene/ el tiempo de mis ojos,/ que indagan mi destino,/ que indagan dentro? (p. 59). Sólo resta decir que el lenguaje, más despojado que en otros libros del poeta, explora con densa profundidad la simplicidad de una de las más misteriosas experiencias de todo ser humano.
Lic. Elisa Calabrese (Buenos Aires-Argentina)
PÁGINA 10- GRACIELA GELLER – 1945/2002 (Entre Ríos-Argentina)
Tres cintas.
Dame
un cajón ordinario de manzanas verdes y una soga esponjada y un nudo de marinero.
Dame
una botella de alcohol ardiendo y ese olor a cebollas con nódulos y serpientes.
Dame tierra colorada y pedazos de mar con su espuma y medio kilo de sal.
Dame espinas,
dame dientes.
Recién después los cuerpos de los hombres
las tres almas
las tres historias
los gusanos los tiburones la soga
y el fuego y el nicho
y un ramo de adioses para el florero adjunto
y un mármol negro
y tres cintas de luto / cosidas / en la manga de mi pulóver quieto.
Carta a la otra.
Estimada señora:
No crea que este paquete contiene una bomba de tiempo
Ni un kilo de trufas de licor
Ni la edición en cuero de Rusia de El Quijote de la Mancha
Ni siquiera un vestido de la serie Cristian Dior
Estimada señora:
Adjunto una colección de monedas desvalorizadas
O si prefiere
Adjunto una medallita que suponíamos de oro
O tal vez
Unas motas del sueño compartido
Muy señora mía:
Por correo certificado y en su exacto domicilio, recibirá mi encomienda perfectamente embalada y para su uso exclusivo.
Señora:
Le devuelvo a su marido.
Media lágrima
Media lágrima al oeste de tu cobardía.
Hombrecito de cartón prensado.
Me robaste todas las golondrinas.
La navidad de tu sonrisa.
Los ecos de mi única pluma volando hacia tus aires.
El abrazo que sellaste en irrompible.
Las ganas de mirarte de ojo a ojo, entonces, cuando no tenía que inclinarme para verte.
Cuando no eras un recorte de orín aferrado al miedo de los bordes.
Cuando tu espuma no caía oxidada en la Caja de Pandora.
Hombrecito de cartón mojado.
Puré de orquídeas falsas.
Hecho añicos, sin escarapela, sin filo de tigre, sin lengua de estrellas.
Adán de brea.
Media lágrima solamente.
Apenas cuatro sollozos trenzados.
Alguna que otra fibra cardíaca paralizada
Y un puñado de recuerdos de los buenos, para el álbum.
Todo eso
-hombrecito sin rubíes-
antes de doblar tu página.
La familia bien gracias.
sigue sus huella
s huele su olor por las veredas
contrata ojos suplementarios
pacta con dios y con el diablo
gasta su antorcha en extramuros
nada ahorra para sus profundas entretelas
espejo dieta vestidos
pinta sus lágrimas con el exacto color de esta temporada
y aguarda aguarda a que él le diga
pero él no dice
¡es que está tan ocupado!
en sus trabajos en sus dineros en su automóvil
y en apuntar las brújulas hacia su propio ombligo
por sobre todo
por sobre ella
por sobre todas
¿y la familia?
ay mujer
que grita su orgasmo de rutina
muy cuidadosa ya que sus niños pared por medio
eso sí: no tan seguido
salteando meses
cuando Rutina manda que sea usada como una esposa
ah mujer
devota y enemiga
tan feliz cuando en el pino de diciembre él le cuelga esa mirada
como cuando lo descubre en falta
porque sólo así puede
porque así se impone y exige y quiebra
y le confía a las amigas
que por fin lo ha apresado de los testículos (en lunfardo)
-bien gracias-
así las cosas espera el clímax
y en medio del loco instante
le pregunta si aún la quiere
y él que sí claro
que como el primer día
Estos son los amores que le contaba.
Amores de los dientes para afuera.
Amores para toda la vida
PÁGINA 11 - Artículo ensayístico
El orangután es solitario
Por Carlos Penelas (Buenos Aires-Argentina)
Hoy no evocaremos a Rabelais. Ni a Góngora ni a Mallarmé o Bradbury. No hablaremos de El vizconde demediado de Italo Calvino o de Ellis Island de George Perec. No citaremos algunos cuentos inolvidables de Jean Ray o de Saki. Tampoco leeremos poemas de Nicanor Parra o de François Villon. No retrocederemos para comprender un clásico como Aristófanes. No bucearemos en el mundo maravilloso de Lewis Carroll o de Carlo Collodi para introducirnos luego en un anarquismo hedonista. Tampoco indagaremos en las claves del mito helénico de Dioniso, que tanto nos enseña sobre los sueños del hombre. Intentaremos dialogar, contracturado lector, sobre eso que se dio en llamar mentiras verdaderas. Antes que nada debo advertirle que no provengo de una familia menonita pero descreo, entre otras cosas, de la telefonía celular.
Nadie ignora, y usted menos que nadie, que vivimos en una sociedad donde la banalidad y la superficialidad voluntaria da pánico. Y dentro de esa sociedad la familia va reproduciendo sus cosas. Se vive el matrimonio como una pesadilla, es una suerte de enfermedad. Tanto el marido como la esposa, al tiempo de contraer enlace para toda la eternidad y un poco más, comienzan con secuencias difíciles de comprender. Ribetes trágicos y contradictorios, ambiguos y desesperados. La obstinación en la hembra es proverbial. Y una temática de discusión, de mecanismo de discusión, que escapa a toda lógica. Sistemáticamente aparecen temas recurrentes, fechas, cierta sensación de tristeza, de infortunios, de celos, de mitos infantiles, de princesas sin coronas. Y la culpa, lo reiterado del Apocalipsis, de la neurosis, los seres invisibles, la humanidad como una mercancía. Y las canciones de Gilbert Becaud, Jacques Brel o Vinicius de Moraes tampoco pueden hacer absolutamente nada.
Un tema interesante es la reconstrucción de las teocracias, buscar un orden ético despojado de toda alusión a una trascendencia. No leemos con el placer necesario, con la libertad y el gusto del ocio que nos proporciona un buen libro, un buen artículo o un poema. El mundo lleva un propósito racionalmente instrumentado sin dejar de tener rasgos de insensatez. Tal vez todo comenzó con Adán y su prohibición. Sospecho que la prohibición consistió en algo simple: dios le rebeló a Adán que comer de ese árbol causaba la muerte. Quizá por eso – genética al margen – hay tantas viudas tomando el té con compañeras del secundario o concurriendo a las clases de yoga. “Están verdes”, dijo la zorra. El mundo no es lo que pensamos. Además, algunos árboles sólo fructifican cada veinticinco años.
No hablaremos de Karl Huysmanns ni de los irmandiños. Si hoy se publicara un libro como Edipo no vendería más de doscientos ejemplares. La industria, el marketing cultural y la imbecilidad avanzan a tambor batiente. Los padres no leen y los hijos tampoco. Y lo que leen, por lo general, reproducen lo peor de la sensiblería, de lo chabacano. Luego las madres van a los colegios y exigen que los docentes cambien las reglas por las limitaciones de su hijo en vez de ver los límites de éste. ¿Qué podemos esperar? La reveladora ignorancia de nuestros educadores es para sacarse el sombrero. Bautizaron con una palabra híbrida una suerte de pedagogía – criticable por otro lado -, un nivel de la escuela: el polimodal. Poli, del griego, modal, del latín. Así se van dando las cosas. Para qué seguir hablando de algo que nace mal en cráneos descerebrados. El mundo no es lo que pensamos. Como aquel carnicero de barrio que se le ocurrió llamar a su comercio con el nombre de Res non verba, creyendo que tenía relación con la vaca. Y no es un chiste, existió. El hombre que repartía carnaza y chinchulines pensaba que estaba en lo cierto. En fin, cosas veredes…
He firmado un documento con otros intelectuales argentinos en contra del genocidio al pueblo palestino. He enviado además una breve esquela en la que manifiesto que como poeta, como libertario, estoy en contra de la guerra, de la discriminación, del autoritarismo. Que todo pensamiento único lleva a la muerte, a la falta de libertad, a una visión solidaria y bella de la vida. Israel posee el sexto ejército mejor dotado del mundo. Posee tres mil quinientos aviones de reacción contra el Líbano que no tiene uno. Mi homenaje, una vez más, a un hombre a quien día a día respeto más, admiro más. Por su talento, por su valor, por su coherencia: David Barenboim.
PÁGINA 12 - POETAS AMERICANOS
Vacío
No sé qué me sucede
ciertas veces.
Quedo
sin pensamientos,
ecos,
voces;
parece que estoy muerta.
Ni mis ojos alcanzan.
No puedo ni moverme;
no hay sentimiento,
no hay dolor,
no hay tiempo.
Nada.
Leticia Ricárdez (México)
Danza de amor
ví muchas muertes juntas
elegí la mía
: la saqué a bailar
una danza de amor
bajo la luna
en los pliegues de la sombra
caían
mis años
reía su perfil
en la pared.
Alvaro Miranda (Uruguay)
Nos aguarda el lago
Titicaca
tu azul
se empoza
en mi canto
fluye
tu caudal
y crece
una flor
en la distancia.
Gloria Mendoza Borda (Perú)
Tango
Valiente y hermoso
no pudo la muerte malgastarte.
Mis labios
te hacen inmortal:
te he amado mucho.
Sin falta recuerdo
el fulgor de tus ojos
la magnolia de tu piel
tu sonrisa de malevo
tu rítmico andar
y esa manera de engañar
que sólo en ti perdono.
No volverás,
ya lo sé.
Tampoco soy el mismo
que amaste.
El daño y las penas
han hecho de mi un despojo
y de mi alma
una errante sustancia.
Y entonces
de repente
en un café
de Alvear con Uriburu
apareces.
Te veo llegar,
me buscas
y como si nunca hubieses partido
me saludas
y sonríes desde esa eternidad
donde te amo.
Vana es la muerte
para quien sobrevive
y sigue amando.
Vana también la vida.
Harold Alvarado Tenorio (Colombia)
La gran huelga
A Mercedes Gordillo
Creí
conocer Managua.
A veces, la maldije
por fea y cochina,
pero en esos días
brotaron
rasgos vivos
en sucios solares.
Se sublevó Managua,
se convirtió de pronto
en la beldad
amarga,
vestida de tinieblas
estrelladas,
de sangre,
el rocío.
Las llantas humeando,
disparos desde lejos,
la noche al asecho.
En todos los semáforos
gritó
el trazo áspero
de fieras barricadas.
La capital enorme
gastándose en polvo
sin parques ni palacios;
el rostro de Managua
es la bravía
rabia
de negarse a sí misma.
1990
Helena Ramos (Nicaragua)
PÁGINA 13 - Narrativa
Ese animalejo oscuro
Por Carlos Roberto Morán (Santa Fe-Argentina)
El intenso calor de enero produce delirios, desvaríos, genera extrañas criaturas y vuelve líquido el asfalto colocándolo, imitando lomas, como si fuera un agua seca, en sus márgenes, y dando la sensación de que parte de ese ablandamiento, más el agua acumulada, más la suciedad acumulada, caerán como una lluvia ácida, despiadada, sobre las personas que aguardan los colectivos con estoicismo, con las caras alteradas, mojadas por el sudor, con cansancio, con malhumor.
Contrariamente a todos ellos, el hombre (es un conocido empresario de la pequeña, no tan pequeña, ciudad) maneja con cuidado, lentamente, con la tranquilidad que, presuntamente, le otorga el aire acondicionado que cubre la totalidad del interior del auto, que le permite distenderse y hasta reducir la marcada coloratura de su rostro, que devela los ríos de tinto (caro) con los que suele acompañar sus comidas y más aún la alta presión arterial que le ha traído discusiones con su familia, con amigos, con su médico, con los escasos fieles que se preocupan por su salud. No deberían preocuparse tanto porque este mismo hombre será muerto de cinco balazos antes de que pasen diez minutos. Aquí, en el centro de la ciudad.
Nada sabe de lo que le espera y menos de la criatura extraña que avanza dando tarascones. A su lado, como una especie de sirviente fiel, callado, confidente, se adormece el viejo portafolios que no ha querido cambiar pese a las insistencias de Mary, pero si él le llevara el apunte a Mary debería haber dejado a Juliana, debería no hablar con José Luis, debería internar a Pamelita, debería, debería, un deber ser grande como el mundo. Mary está para otras cosas, especialmente para mantener cerrada la boca. Duerme el portafolios satisfecho con los cuarenta mil, verdes, flamantes, engordados, que termina de engullir en el banco, en el despacho de Graciani, que es el gerente, que le sonreía, que le decía a ver cuándo nos vamos a ver, que lo invitaba al club para jugar un poquercito y así olvidarse de todo, aunque él, el empresario, estaba sabiendo en ese momento que de ninguna manera desea invitarlo a ninguna parte, que Graciani lo despreciaba, pero que simultáneamente no se encontraba en condiciones de ignorar a quien había retirado los cuarenta mil con la misma indiferencia, el mismo desinterés, del chico que tiene sólo figuritas repetidas que no sirven para el álbum.
Pero no ha sido desinterés lo que su cara reflejó, su cara abotargada que, sin embargo, parecía ajena a los fajos de billetes que el gerente, sin perder la sonrisa, le fue entregando obsequioso, uno a uno, nuevos, crocantes como pan caliente. Es una máscara, hubiera debido explicar, dobla por la calle que lo conducirá al lugar donde, tranquila, tan tranquila, lo espera la muerte, es una indiferencia aparente que le ha permitido sobrevivir y que, desea, confía, también le permitirá pasar por el reclamo de Maidana: Ahora mismo, los ochenta. Son cosas, le advirtió Pignero, que a lo mejor Maidana no puede o no quiere perdonar.
Avanza ese animalejo oscuro.
El empresario debió hacer maniobras diversas para encontrarse con el dinero y, la verdad, es que generó nuevos agujeros negros. Pero, cree (cree como pobre criatura humana que todo lo está concedido; pura ilusión), que tiene tiempo para subsanar esos nuevos problemas, desarrollar estrategias que permitan solucionarlos, especialmente con Aitino, porque Aitino es un hueso duro de roer, quizás tan duro como él mismo, o más, pero él ha aprendido de la vida, sí, esta misma vida que vive ahora con aire acondicionado pero por la que ha sabido, ha debido, aprender a base de eso que suele repetir: golpes, luchas, de esfuerzos, que son palabras un tanto excesivas, pero que también resultan ser lo que debió aguantar y afrontar para llegar al propio aire acondicionado pero que ni la Mary, ni menos José Luis, ni menos Pamelita, ni menos que menos Juliana, podrían comprender.
No te pueden entender, murmura acercándose peligrosamente al estacionamiento donde dos hombres jóvenes, actuaron a cara descubierta se leerá en el diario, lo están esperando. No ve el animal, no percibe su fuerte aliento.
El sol, de pronto, le da de lleno haciéndole entrecerrar los ojos y el cielo, el cielo sin nubes, se le modifica de súbito, se carga de nubes extrañas que no estaban hasta un segundo antes y que en realidad no se encuentran en parte alguna salvo en la cerrazón de sus ojos sensibles, de su mente que ha visto sacudida, sorprendida, por la novedad. Y la nube, al disiparse, se volvió la cara imposible de Maidana negándose a aceptarle sus explicaciones.
Sobre la demora que tuvo para reintegrarle el dinero y, menos, eso sí que menos, sobre las causas que lo han llevado a juntar menos. Efectivo, dijo y él, el conocido empresario, se tuvo que rebajar ante el negrito, porque la negritud y las carencias de Maidana quedaban develadas al escucharle hablar, al verlo moverse, al equivocarse cuando intentaba emplear palabras que no terminaba de dominar, y explicarle que en momentos de crisis como los de hoy, momentos que van a dejar de importarle para siempre de aquí a tres minutos exactos, conseguir ochenta verdes, porque así los llamaba Maidana, aunque eran ochenta mil, le era imposible. Sencillamente, le dijo, entonces transpiraba y ahora, pese al aire acondicionado, por carácter transitivo podría decirse vuelve a sudar copiosamente.
Sencillamente imposible, le dijo.
Creo que con los cuarenta va a andar todo bien. Pignero hizo un gesto vago, de esos que no le gustaban, no lo vas a contentar, quiere los ochenta, todos juntos. Pignero tiene ese problema, el de decir lo inconveniente en el momento en que uno no quiere escuchar comentarios de ninguna clase. Ni de ninguna otra, como con lo de la Mary, la tenés que dejar, la tenés que dejar, le sugiere Pignero a cada rato, parece una tía vieja enojada porque uno no va todos los domingos a misa. No se puede ir todos los domingos a misa, Pignero, murmura, mientras disminuye la marcha porque un auto se le ha interpuesto. Ya ve el estacionamiento. El auto retrasa casi un minuto, cincuenta y un segundos exactos, el momento de su muerte.
Momento que Maidana no ordenó, aunque qué otra cosa, si lo ha mandado al Nito. Uno no manda coronas a un cumpleaños de quince. No se puede ir todos los domingos, no se puede contentar a todo el mundo, es imposible. Que Maidana se dé por satisfecho con los cuarenta, bastante que me costó conseguirlos, a partir de ahora tengo que enfrentar a Aitino, mirá que regalito.
Avanza, avanza. Come, destruye, no deja nada tras de sí.
Nada. Maidana no quiere saber nada, nada, dice, traza con su dedo romo una suerte de raya sobre el vidrio que preserva la pulcritud del escritorio. Quiere pagar, le aclara Ramos, por lo menos una gran parte. Maidana entrecierra los ojos como si el sol que veinte horas más tarde molestará al empresario también se estuviera metiendo con su persona y con ese leve movimiento de los párpados da por zanjada cualquier intervención a favor del deudor al que quiere sólo asustar, y robar, pero a quien sin saberlo termina de condenar.
Movimiento de párpados que pone en marcha otros movimientos, como el de Ramos que se retira tratando de hacer el menor ruido posible para acercarse a Coliche, decirle vení, quiero hablarte, en voz tan baja que el grandote, porque es enorme, siente el líquido del temor vertiéndose sobre su ánimo y, ablandado, lo sigue como si fuera el perrito amaestrado de algún otro cuento.
Coliche se mostró incómodo con el encargo pero no dijo nada, no le contó que en sus pensamientos negros se encontró en medio de un enfrentamiento feroz, que se vio -tan de golpe que se sorprendió por la idea, por haberse generado una idea así, tan salvaje- tirado, triturado, atravesado como vaca por una cuchilla repugnante. Maidana quería que uno de los dos que esperaran al empresario fuera él, das seguridad, dijo Ramos, y esa fue la única explicación que le ofreció. El otro, agregó, tiene que ser de mucha confianza. Puede ser el Nito. Lo de "puede" estaba de más, para el Coliche fue una orden en toda su regla.
El Nito era un arrebatado y por eso peligroso. Con el Nito se sabía que iba a haber mucho miedo en derredor (el animal oscuro da tarascones, se mueve ligero por el aire pesado de un ambiente recargado de electricidad) pero de antemano era imposible saber qué más. Qué más acarrearía, porque como burro siempre traía su carga adicional. Peligrosa también. Siempre peligroso. De eso Coliche tenía conciencia, pero nada dijo porque era inútil dado que terminaba de recibir dos órdenes claritas y cerradas: Que debían asustar, "asustar", remarcó Ramos, al empresario y que debían sacarle la plata, que no podían equivocarse. Y que tenían que ser los dos: Coliche, el Nito. Nadie más.
Por eso se limitó a responder que estaba bien y que las instrucciones, las istrusione, dijo, se las voy a dar de a poco al Nito, para que no se le haga un bocho en el mate. Para que no se me confunda y termine agujereando a todo el mundo. Para que no provoque el Apocalipsis.
Que se embrome, pensaba Maidana, que se dé cuenta de que conmigo no se juega, aunque el tipo tenga título y yo sea un reventado que empecé desde abajo de las baldosas, que se preocupe el doble, que siga buscando los ochenta que me debe, porque me los debe, bien que se puso la casa que se puso por la venta de los paquetitos que consiguió gracias a mí, sólo a mí, que cambió de auto, que mantiene a la Mary, todo eso, y que a partir de ahora además deba buscar de nuevo los cuarenta con los que me quiere adobar. Maidana se entusiasmaba con la idea hasta veinte minutos más tarde de la muerte del empresario cuando, de un golpe, rompió el vidrio de su pulcro, ya no pulcro, escritorio.
Porque el empresario llega al fin a la playa de estacionamiento, al lugar tranquilo donde suele colocar su cero kilómetro, donde es bien atendido porque es generoso al momento de repartir propinas, ¿de qué otra manera me lo van a cuidar?, si no doy seguro que el autito termina en Paraguay. No tan autito, es un modelo que se corresponde con la grandilocuencia del dueño que sonríe buscando al chico que habitualmente le recibe el coche para acomodarlo en un lugar oscuro y confortable, donde quede protegido del sol, de alguna lluvia posible, de alguna mirada obscena y envidiosa.
Y Maidana rompe el vidrio porque es de aquéllos que suelen comprender antes que los otros, es de los que tiene visión de conjunto, como se dice, y esa visión de conjunto le hace saber que las cuentas han comenzado a salirle mal, que el imbécil del Coliche se abatató cuando no debía hacerlo, que quedó encerrado entre los policías, y que el Nito, que no vale un centavo, que no tiene la menor importancia, fue el que logró escapar. Aparte de hacer el zafarrancho que hizo, de abrirle definitivamente la puerta a ese animalejo oscuro.
Que vuela, que sobrevuela, en el aire cargado de la mañana.
Se lo dije muy claro, Ramos no podía evitar las lágrimas, no lograba que su voz se normalizara, que su cuerpo se le quedara quieto, actuaba así por puro reflejo, porque los enojos de Maidana eran terribles y solían tomarlo a él como el muñeco que debía recibir los pelotazos. No sabía si esta vez no terminaría en un zanjón, sin metáfora, porque la mirada severa de Maidana lo estaba haciendo responsable de todo cuanto pasó y -peor aún- de lo que iba a pasar, lo estaba haciendo responsable de haber mandado al Nito a resolver una situación para la que no estaba preparado. El nombre de Nito lo dijo por primera vez Maidana, pero nunca lo iba a admitir.
El chico de la playa no estaba y en realidad no parecía haber nadie en el lugar. El empresario tocó la bocina y cuando advirtió que era un desconocido el que se le acercaba pensó de una manera brumosa que debía tratarse de un empleado nuevo, aunque algo, algo indefinido, le impidió, en el escasísimo tiempo que le fue dado para articular su pensamiento, aceptarlo como parte de ese lugar oscuro donde el animalejo había comenzado a desperezarse y a moverse, en el que de pronto se sintió inseguro, como el extranjero que visita por primera vez una tierra desconocida en la que nada siente como propio.
Y los pensamientos, como si fueran pétalos de una flor que de pronto se dispersara, una rosa intensamente roja que se disgrega, se le atomizaron en pequeñas cápsulas: el recuerdo de la madre, intenso, la inútil cara del gerente, la cara de Maidana, la poceada cara de Aitino, que se iba a transformar en el verdadero enemigo de no estar pasándole lo que le pasa, y un caballo que atraviesa el puente, imagen que de manera increible llega a él de un pasado pretérito, de la juventud, porque ya no hay más caballos en el puente porque al puente se lo comió el agua, quizás estuvieran corporizándosele otras figuras más, entre ellas a lo mejor y por qué no el primer auto que pudo comprar con sacrificios incontables, pero que no pueden ser porque el tiempo se le terminó, porque cada pétalo del pensamiento va cayendo a medida que el Nito, confundido, creyendo que el empresario buscaba un arma, le va disparando un tiro, otro tiro y otro tiro más, hasta llegar -rotundo- a cinco.
Y el animalejo oscuro, rotundo, se lo engulle.
Los disparos sonaron raros y dramáticos en esa mañana de bochorno. Fueron seguidos, rápidos, destruyeron al hombre que no terminaba nunca de caer del coche con la puerta abierta, hicieron gritar a mujeres, a hombres, sorprendidos por la fiereza del acontecimiento, sorprendidos porque la calma de la calle, la calma a la que todos debían sumarse para soportar la inclemencia del verano, se hizo trizas en un instante, y hubo corridas y hubo llantos y hubo desesperación mientras alguien llamaba urgente al comando y, como estaban en la zona céntrica, en cercanía de los bancos, de los despachos de las autoridades, de los despachos de los que importan, los uniformados se corporizaron tan abruptamente que no dieron tiempo ni a Coliche ni a Nito para tomar el dinero, subirse a la moto, desaparecer como le había dicho, ordenado, Ramos.
Rodeado, rodeado al lado del muerto porque el empresario al recibir el quinto tiro dejó de ser, también abruptamente, mientras que el Nito, el mismísimo Nito que rompía cuanto tocaba, logró escabullirse al entreverarse con la gente, alejándose a paso cansino, así no se puede vivir, iba diciendo, pidió permiso a uno de los policías para superar el vallado, tomó un colectivo, se fue casi sin dejar rastros.
Coliche tiene el arma en la mano pero no se da cuenta, no termina de entender que alguien le está gritando, que los gritos que escucha, los insultos que percibe de una manera confusa le están dirigidos porque se ha quedado como congelado en un tiempo anterior, en el momento en que dijo ahí viene, al reconocerle el coche, al entreverlo detrás del parabrisas, en un momento en que se aprestaba a cumplir a pleno las indicaciones de Ramos: Ni me lo toqués, le apuntás pero nada más, le sacás la plata, no le decís ni una palabra, lo asustás si querés pero con gestos, controlalo al Nito, la responsabilidad es tuya. Era de él, iba comprendiendo con lentitud, levantaba las manos, tiraba el arma, se arrodillaba de una manera innoble, no le importaba nada de lo que le decían, se limitaba a obedecer, hubiera sido mejor estar muerto, se dijo, pensando en el odio de Maidana.
En la manera en que Maidana se vengará. Maidana lo perseguirá, se volverá un animalejo oscuro que por el menor intersticio que se le presente penetrará y comerá y cobrará lo que tenga que cobrar.
Ese animalejo oscuro, esa pez extendida en el asfalto curtido, esa tormenta que no existe pero que está, y cómo, sobre la ciudad, esa mirada de sorpresa, de intensa sorpresa, del empresario que entiende que esta vez le toca, que comprende en el momento de morirse que le está pasando eso, precisamente eso, su propia extinción, que ha sido el cuento del ruido absurdo producido por el loco ante la indiferencia absoluta del universo; que entiende la pusilanimidad de sus esfuerzos, que entiende la traición, el engaño, que sabe que es él, este poderoso que hasta recién ha sido, vuelto nada por la impericia del muchacho que con un arma se transforma porque se siente otro, duro, Stallone, tenso, una fotografía a todo color para mujeres extasiadas, soy un héroe, salgo en la tele, me admiran. Y dispara, y dispara, y dispara, y el hombre atacado abre la boca y un tiro (¿esto no se dijo antes?) se vuelve el animalejo inmundo que va y penetra en el corazón pequeño del pequeño chico que estaba cerca como simple espectador. Y penetra. Y lo rompe.
El pequeño animalejo, ese ser que sobrevuela en la mañana del bochorno extremo, que se detiene en el ánimo asustado de Coliche, se para sobre su angustia y se lanza en la búsqueda de Nito, que ha empezado a preguntarse en la soledad de una vivienda precaria en la que buscó precario refugio por su presente, por su futuro, para darse ánimo se bajó dos o tres botellas y ahora que la resaca se le fue se pregunta qué hice, se pregunta qué haré y siente, comienza a sentir, el frío del arma silenciosa que le cortará el cuello y el calor del animal del color de la pez que ha empezado a rodearlo.
Y Maidana que se siente chiquito y breve como Nito, porque ha dejado de pronto de ser montaña ante el odio que, seguro, ha comenzado a acumular Aitino, y Ramos, que comprende que ha perdido todo, y Pignero que se vuelve ahora una cosa leve, gaseosa, un dibujo reducido y obsceno de sí mismo, debiéndose hacer cargo de la destrucción que ha supuesto la muerte del empresario, sobre sus hombros trepa, sobre sus hombros se balancea y toma impulso y salta, salta sobre cada cosa y todas las cosas de la ciudad que se derrite, que se pregunta qué pasó, porque lo ocurrido ha pasado de boca en boca, y empieza la gente, la que está esperando el colectivo y la escondida en sus casas baratas, y las que no entran en los negocios donde nada se vende, a preguntar, a decir tenemos que saber, a transmitirse el estado de excitación y de preguntas que corren por la calle torcida, por la sordidez del agua acumulada, del asfalto encendido y ablandado.
Preguntas que van y se multiplican y penetran en edificios distintos, en casas de departamentos, en viviendas particulares, en los comercios pequeños, en los medianos, en los edificios públicos, en las miradas de quienes se comunican o no se comunican hasta detenerse en otros lugares, donde el sol y el calor no penetran, donde todo se detiene, donde todo es congelado por las sonrisas sardónicas de quienes saben, y pueden, y nada dicen.
Callan y con eso intentan bajar persianas, cerrar ventanas y puertas. Acá se terminó, dicen, se dicen, quizás no lo dicen pero hay que así interpretarlo. Pero el animalejo oscuro ha sido lanzado y es imparable, no deja de moverse por las calles ladeadas, por el asfalto poceado, por el calor interminable, mancilla y contagia de lluvia ácida cada ánimo, cada acción, cada inacción. Toca y enferma y contagia. Toca, enferma, contagia, una peste que se te pega en la piel y que enferma todo, no dejará de enfermar ese animalejo oscuro, vivo y reptante, que ha despertado el intenso calor de enero, que produce delirios, desvaríos, genera extrañas criaturas y vuelve líquido el asfalto, el calor mezcla ese lodo que terminará cayendo como una lluvia ácida, despiadada, interminable, sobre las personas que aguardan los colectivos, que esperan, que mientras reciben la lluvia y la desdicha no hacen más que esperar.
PÁGINA 14 – Narrativa
La inmortalidad de Teresa
Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Argentina)
Sabe que Teresa es inmortal. Gira por el cuarto en sombras viendo las baldosas negras y blancas bajo sus pies y se convence: es inmortal.
Cada momento estalla en la oscuridad de la pieza solo interrumpido por el crujido de la persiana ablandada al sol. Ella intuye que afuera las tropas del General Villafañe esperan el almuerzo: choclos, carne de cerdo, hierbas, todo formando sancocho en la profundidad de la olla que el fuego ennegrece.
-Simona, la capa-repite sin que la negra, sorda desde hace años, la escuche. Lo curioso es comprobar que no hay capa. Hace tiempo que se la llevaron junto con otros objetos de valor en otros saqueos que la ley ampara. No obstante, igual que cada día, pide la capa imaginando que la negra, tras la puerta cerrada, la oye.
Está asustada. Como todos en la estancia. Tenerlo a Villafañe cerca es un castigo. Esos hombres desdentados que eructan al hablar y pasan preñando chinitas como animales. Claro está que a ella no la tocaron, no la tocarían de hecho, no se atreverían con la hija del Corregidor. Sabe que está asustada y sin embargo, la costumbre le arranca ese pedido constante, ese ruego que por años no se le ha quitado de la boca.
-La de alamares, Simona. Rápido.
Hay un dejo familiar en esa soledad de claustro que le macera el alma. No puede explicarlo. Siente como si la presencia de su padre en el retrato español la siguiera con los ojos. No puede ser. “Teresa es inmortal” quiere repetir pero las palabras le dejan un gusto amargo en los labios. Y recuerda el día aquel que vio por última vez a su padre. Fue en la Catedral, abajo. Tenía los ojos amoratados por los golpes. Le habían arrancado las uñas.
El mediodía acompasa la risa de los soldados haciendo de esa mezcolanza agria de sudor y saliva el único perfume que arrastra el aire.
Uno de ellos, de uniforme, la casaca desprendida, el cabello ligeramente peinado, mira la casa con curiosidad.
-Poca gente en casa-ha dicho el General ni bien llegaron. Apenas una negra sorda, la señora loca y una cuantas sirvientas mirándolo con rencor.-Descansen que el viaje es largo-agregó al desmontar.
A esas alturas ya no quedan habitación ni cuerpo de mujer sin tocar. Ni oscuridades ni frescuras desconocidas.
El soldado apura la jarra de vino y mientras los otros se distraen jugando al monte o esperando la comida, él se acerca a la puerta que nadie ha abierto, esa que el mismo Villafañe ordenó que no fuera volteada cuando la negra, los brazos en cruz, se puso delante para que no lo hicieran.
No se explicaron porqué su jefe con esa voz galopante, atiborradas de tabacos y llanuras ordenó que esa puerta siguiera así, “que nadie tocara esa puerta”. Siendo tan fácil, pensó el soldado, una patada en el medio, un golpe con la culata del rifle. Pensó, “siendo tan fácil”.
La curiosidad toda la noche hizo estragos en las tentaciones del cadete. ¿Y si el oro estaba?, ¿y si la plata?, ¿y si las piedras preciosas y las monedas que tan morosa aunque implacablemente el Corregidor Agustino Tancredo de las Marras y sus secuaces le habían ido robando a su pueblo con un esmero opaco durante su gobierno?. ¿Y si su secreto, ese que no lograron sacarle durante semanas de tortura referido al dinero tuviera su respuesta en ese cuarto?. Un golpe. Sería tan fácil.
Mientras avanza escondiéndose en las columnas de la galería, las hojas de la parra recortan el sol a su tamaño, ocultándole el rostro de verde.
-La de alamares no. La de paño turquesa- pide mirándose el espejo pegoteado de tierra imaginando que la negra la escucha desde su sordera.
Después piensa “es mejor no escuchar”. Ella que conserva intacto ese sentido ha oído el griterío afuera, el ladrido de los perros, el peso de los caballos encima del pasto.
Después de todo no puede hablar mal de Villafañe. Cuando mataron a su padre él mismo lo trajo hasta la estancia para que lo enterraran. Ella recibió el cuerpo sin quererlo ver.
Con eso quedaba saldada la deuda con el General. Quería la muerte de su padre y la tuvo. Así como había tenido la muerte de Teresa. Dos personas. Dos tumbas en la vida de aquel muchacho con mirada triste que había llegado a dirigir un ejercito. Ese mismo que años atrás iba a la casa del Corregidor para dialogar con la muchacha rara, ausente que era Teresa y de la que todos hablaban. Y ese baile en el teatro de la Unión, donde lució por primera vez su capa de piel traída de Europa. Quedaba bien salir con la hija de un gobernante. Y esa relación fugaz entre madreselvas y convulsiones de fiebre que la agotaban y que se hicieron frecuentes cada vez que Villafañe se iba por meses. Ese amor en definitiva que las ambiciones del hombre despojaron de toda importancia.
Pero tanta memoria le ha hecho olvidar su vestimenta. Abre el ropero. Una niebla de polillas le sobrevuela el cabello suelto. En el espejo, la imagen en camisón de la muchacha que ya no es imita al retrato de su padre en la pared de al lado. “Mejor no llorar”, insiste.
La puerta sede ante la presión del hombro. “No estaba cerrada después de todo”, balbucea el muchacho al entrar. Que poco cuidado con los tesoros, que poco cuidado con la intimidad.
-La de astracán, Simona-se escucha en el fondo como el murmullo del agua en el interior de un aljibe.-Esa con el cuello de visón.
Sus ojos se tratan de acostumbrar a la oscuridad. Pronto reconocen un cuadro, unas mesitas con lámparas, un arcón de cuero. Allí estaría la fortuna del Corregidor cree sin darle importancia a la voz que ya no se oye, esa palpitación de viento en el interior de la alcoba.
Una mosca, en la cocina distrae las labores de la sirvienta. Mosca zumbona que no oye, viejas moscas de estancia revoloteando encima de la comida como un minúsculo punto de ruido.
Se rasca la crencha motosa, el pañuelo absorbe el sudor de la frente. Supone que al cocido le falta agua, y echa líquido en la olla sintiendo con una sonrisa glotona el olor del refrito. En eso levanta los ojos y ve abierta la puerta donde está encerrada su ama. Lo que no escuchó ahora se le insinúa como una visón de muerte. ¿Y si salió?¿y si entraron esos brutos para aprovecharse de la señora? ¿y si la mataron?. Pero Villafañe prometió no abrir la puerta. Pero Villafañe.
La negra deja la cuchara junto a la olla y sale.
En ese momento el General que ha estado escribiendo junto al pozo de agua, ve el revuelo de faldas en la claridad de la galería y se incorpora.
La inmortalidad de Teresa empezó con ese amorío corto. Ella se propuso no morir hasta no volver a enamorarse. ¿Pero enamorada de quien si está más sola que nadie, más abandonada y perdida que la casa misma?.
En eso escucha el ruido del arcón. Casi un roce, el desliz de la tapa. Se va acercando al ver la luz que entra por la puerta entornada. Ve el cuerpo inclinado de un joven hurgar en el cajón. Siente que ha llegado su hora. Él no la ha visto. Ella tampoco se dejaría ver.- Se conduce con cuidado hasta pasar detrás del hombre que revuelve el traperío como buscando quien sabe que cosas entre los andrajos de sus recuerdos. Al llegar a la puerta vuelve a cerrarla con pudor.
El joven comprueba que no hay luz para ver mejor las chucherías de las que pronto se cree dueño. No siente miedo hasta que comienza a caminar tanteando, chocándose con cosas, con formas duras que lo lastiman. Saca un cuchillo del cinto. Hay rumores de que quedan gentes fieles al Corregidor en lugares perdidos como ese. No sabe bien porque pero comienza a cortar el aire con el arma.
La negra golpea la puerta y una mano de hombre la detiene. Se miran un momento hasta que sobreviene el grito desde el interior. Entonces el General rompe la puerta.
-Nadie ha visto mi capa de astracán?
El soldado ve a la mujer más de cerca. Unos ojos enloquecidos lo hacen retroceder. Siente el líquido caliente entre los dedos, el pegote espeso y seguramente rojo. Por eso se asusta y grita.
Cuando la puerta cae la luz contornea la forma de una mujer que se desangra lentamente.
Lo hace mientas el soldado huye con las manos sucias rodeado de polvo y telarañas. mientras la negra se cubre la cara con un trapo, mientras los otros hombres de la tropa beben y juegan bajo los árboles, mientras el retrato del Corregidor cae encima del espejo y la estancia se cubre con la modorra de la siesta.
Sigue desangrándose cuando Villafañe le levanta la cabeza apenas caída sobre el hombro y le besa la frente pronunciando su nombre con el más dulce de los amores.
Recién termina de morir, terminará de morir solamente cuando vea ese reflejo en los ojos del hombre que la tiene en brazos, esa claridad de lágrima como una mueca triste en la mirada. Y se convenza de que es inmortal a pesar de todo.
PÁGINA 15 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Poema Nº 11
No recuerda como eran sus ojos
ni su sonrisa.
Siente, de la muerte,
las patadas.
De la vida,
el mal aliento...
No recuerda
ni sus manos
ni su cara.
Mil hormigas le recorren la piel
como si nada.
No recuerda, no.
Está a oscuras su memoria.
Una mujer sin rostro
grita en medio de la noche,
es su madre.
Y no sabe su nombre.
Silvia Delgado Fuentes (Bilbao/España)
Rara avis in terris
Los suspiros
son besos de la memoria
La memoria
una ola de recuerdos
Los recuerdos
son vida en los silencios
Los silencios
palabras que hablan a la luna
La luna
es consejera de poetas
Los poetas
son los rara avis in terris
Los rara avis in terris
son los que besan con la memoria.
Luis del Río Donoso (Francia)
El Combatiente
¡Anda, pueblo! Grita!
despliega tus banderas
quizá vuelvan los héroes a escucharte,
tal vez la patria sea nuevamente tuya,
tal vez los domingos te vestirás de fiesta
y habrán bailes y cantos en las plazas.
¡anda, pueblo! Grita,
hasta que tu propia voz sea una bandera
y salgan los héroes a defender la patria!
Paul Disnard (Yugoslavia)
Magdalena
No me hables.
No me hables porque
las palabras, asesinas,
callan las emociones.
Palabras verdugos,
testigos de la muerte del tiempo,
palabras que nos echan en cara
nuestro límite de criaturas mortales.
Hastío de las palabras,
sonidos ridículos
que tartamudeo para decirte lo que siento
que no tiene forma y
no se puede escribir sino
con fría espuma de ola
sobre arena caliente de sol,
y no se puede escribir sino
con mi boca lamiendo tu piel
y no se puede escribir sino
con lluvia que cae
sobre nuestro patio,
el patio que conoció tus besos y mi cuello.
Palabras inútiles,
escritas en libros amarillentos,
hojas manchadas
por un lapicero seco y sin tinta ya,
ideas pintadas en el aire
por algún pintor que, gracias a Dios,
olvidó el alfabeto.
Palabras frustrantes
que se gastan como cigarrillos
y el humo escribe en el aire tu ausencia y
la falta que le haces a mis ojos
que extrañan tu sonrisa,
a mis brazos que extrañan tu calor,
a mis piernas que extrañan tus manos,
a mi alma que extraña tu infierno,
el infierno que me inyectaste y que
llevo dentro por la maldición
de haberte amado.
Al encontrarte mis estigmas empezaron a sangrar.
Mis pasos escriben chorreando
tu nombre en el camino.
¿Logrará el viento borrar
la sangre seca de mi historia?
¿Podrán estas palabras vacías devolverme
el icono de nuestro mutuo martirio o
será el silencio la cruz que merezco
y que asumo como mi única maleta en este viaje
entre la maldita culpa del sacrificio?
Y sin embargo estas siguen siendo palabras
que no son gritos
y no son canto
y que no te comunican
las espinas que siento,
clavadas en mis sienes,
clavadas en mis sueños,
hartos ya de la pesadilla de tu traición,
la misma traición pura de las palabras
que no sirven no sirven no sirven
porque no hay milagro
sino caricias guardadas por demasiado tiempo en
una mano que se hizo puño,
no hay milagro
sino heridas entreabiertas en el costado que
ya no sangran bajo el suplicio de tu olvido,
no hay milagro
sino pies sucios del largo camino que llevo,
y que tendrás que limpiarme con tu pelo,
Magdalena.
Silvia Favaretto (Italia)
Diáspora de los cuerpos
Un hilo de carne rota
va
de la calle a mi garganta.
Todo desfila
bajo la luz analfabeta
Los días de fruición
Las tardes claras
Los sueños esquivos
Antes de esta sorpresa beterem et* todo desfila en esta increible distracción de las plegarias I did it my way oh yeah my way por qué el camino es tan corto y de pronto todo lo que importa es mirar qué se salva y todo aparenta seguir como si nada como si nada todo seguirá mis pensamientos me devuelven un silencio de tumba y nada se mueve yo tampoco yo tampoco me muevo pero si nunca me moví si nunca nadie se movió el universo está aquí mañana sera día y noche habrá cenizas
El humo es suave
El cnn no nos toca
La pantalla
va borrando
the green green grass of home.
Busco en los hiatos esperando no encontrar ningún nombre ninguna fecha ninguna cita íntima el anonimato me resguarda pero y si conociera a la víctima y si conociera los sueños de ese cuerpo trizado si hubiera compartido un beso con los restos de esa humanidad reventados contra el pavimento de esa ruta nowhere
Todos hemos caido
al hueco que separa
nuestros nombres
nuestras células.
• beterem et: en hebreo, antes de tiempo
Edith Goel (Israel)
PÁGINA 16 - Artículo ensayístico
Oliverio Girondo: la transgresión perpetua.
Por Jorge Ariel Madrazo
El poeta argentino Oliverio Girondo (1891-1967), cobra día a día el perfil de un clásico y a la vez, paradójicamente, el de un constante maestro de rebeldías; sobre todo, a partir de su difusión en Latinoamérica. Girondo supo, en efecto, hallar nuevos y desafiantes rumbos para expresar esa experiencia poética en cuyo seno el mundo parece suceder por primera vez. Una experiencia epifánica que, aunque instrumento de conocimiento, se roza con el mito; y que no puede sino subvertir un lenguaje de estructuras pre-establecidas, fosilizadas.
Sobre tal epifanía apuntó, mucho mejor, el propio Girondo: "El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones, ¿no justificaría que pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar para sentir esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa; ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura...?". Pero, atención: nada hay en común entre este alborozado descubrimiento de lo único e intransferible, esta extrañeza emocionada ante el ser y el estar, y su polo opuesto: la aceptación de lo dado; la alienación conformista.
En 1922, un Jorge Luis Borges todavía entusiasmado por la novedad del llamado ultraísmo editaba en Buenos Aires la revista Proa, antecedente del núcleo "Martín Fierro", cuyo manifiesto inicial publicado en el Nº 4 de la revista homónima del 15 de mayo de 1924, redactó el mismo Girando y André Breton rompía con Tristan Tzara y echaba las bases del surrealismo, mientras Vicente Huidobro reiteraba (con algún mesianismo): "El poeta crea, fuera del mundo que existe, el que debiera existir...". Es decir, poesía como realidad-Otra. No más, ya, como mera representación o adorno de un "tema" previo, sino como la elaboración a posteriori de la experiencia poética, que irá retraduciéndose mediante la puesta en acto de un lenguaje brotando de sí mismo. Es entonces cuando aparece en Buenos Aires —no por azar— Veinte poemas para ser leídos en el tranvía: "En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana...". Era el Girondo que desde adolescente había residido en Europa, y que habría de publicar un único texto narrativo (Interlunio, 1937) y seis poemarios fundamentales: los Veinte poemas... ,1922; Calcomanías, 1925; Espantapájaros, 1932; Persuasión de los días, 1942; Campo nuestro, 1946, y en 1954, irrumpe como un torbellino En la masmédula, que dejó estupefactos a sus propios amigos y aún hoy continúa asombrando.
Si en Calcomanías Girondo insiste con las imágenes de cuño entre modernista y cubista, Espantapájaros se abre con un caligrama en homenaje formal a Apollinaire y su refrescante humor se condensa, de pronto, en un poema que figura en todas las antologías, el número 12: "Se miran, se presienten, se desean, / se acarician, se besan, se desnudan, / se respiran, se acuestan, se olfatean, / se penetran, se chupan, se demudan, / se adormecen, despiertan, se iluminan, / se codician, se palpan, se fascinan, / se mastican, se gustan, se babean (...) / Se derriten, se sueldan, se calcinan, / se desgarran, se muerden, se asesinan, / resucitan, se buscan, se refriegan, / se rehuyen, se evaden y se entregan".
Es que en Espantapájaros Girondo creaba ya una obra lírica netamente diferenciada de la poesía de su tiempo: cobijaba muchos textos en seudo-prosa que desdeñando la matriz lineal del verso abrían las puertas a una imaginación admirada por Gómez de la Serna; y en él están también los grandes anhelos que impregnan cada línea suya: el panteísmo, el afán de elevación simbolizado en las innumerables alusiones al vuelo. Por eso, su alabanza de una supuesta amante no se limitaba allí a un credo erótico; era un ansia espiritual disfrazada por el humor: "No me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida, ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— ¡no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar!".
Con Persuasión de los días se inaugura el segundo Girondo, el interior, grave y hasta trágico e imprecatorio. Un registro muy notable en poemas como "Ejecutoria del miasma", "Derrumbe", "Invitación al vómito", "Expiación", "Hay que compadecerlos". Rotundos desde sus títulos. Sobresalía allí una impronta dialogal, desgarrada, en la que descuella la fiereza del poema "Es la baba". Línea que alternaba, pero no contradecía, a la del poeta aún impregnado de comunión pánica con el todo, aunque tal lazo fuera deteriorándose bajo el hacha del tiempo y de un mundo erróneo desde sus cimientos.
En esa línea de fusión vital, de despersonalización e identificación con lo-Otro, sobresale su famoso poema "Gratitud": "Gracias aroma / azul, / fogata / encelo. // Gracias pelo / caballo / mandarino. // Gracias pudor / turquesa / embrujo / vela, / llamarada / quietud / azar / delirio // (...) Gracias a lo que nace, / a lo que muere, / a las uñas / las alas / las hormigas, / los reflejos / el viento / la rompiente, / el olvido / los granos / la locura. // Muchas gracias gusano. / Gracias huevo. / Gracias fango, / sonido. / Gracias piedra. / Muchas gracias por todo. / Muchas gracias // Oliverio Girondo, / agradecido".
También en Persuasión de los días se anticipa una total Rebelión de vocablos, título del poema que se inicia: "De pronto, sin motivo: / graznido, palaciego, / cejijunto, microbio, / padrenuestro, dicterio; / seguidos de: incoloro, / bisiesto, tegumento, / ecuestre, Marco Polo, / patizambo, complejo; / en pos de: somormujo, / padrillo, reincidente, / herbívoro, profuso, / ambidiestro, relieve...". Y ello sin olvidar el lirismo, el sentimiento, la vida dando sentido al todo, de "A pleno llanto": "Lloremos por las uñas, / por los pies, por los dientes, / lacios chorros tranquilos / de lágrimas salobres (...)".
Con En la masmédula se ahondan el vértigo a menudo apocalíptico, la denuncia de la vacuidad; se desata un huracán destructivo aunque rigurosamente organizado. Girondo enhiesta allí sus púas como el conmovedor erizo que Derrida equipara al poema, ese erizo que "se ciega erizado de espinas, vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado". Tanto el sentido como el ritmo, las asociaciones fonéticas, la entonación, se descargan en un impacto único.
Aun en la injusticia del inevitable fragmentarismo, permítase transcribir un tramo emblemático de este último libro girondiano de sustancia en el fondo trágica; unas líneas de un poema de amor cuya sintaxis anticipó el glíclico de Cortázar: "Mi lu / mi lubidulia / mi golocidalove / mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma / y descentratelura / y venusafrodea / y me nirvana el suyo la crucis los desalmes / con sus melimeleos / sus eropsiquisedas / sus decúbitos lianas dermiferios limbos y / gormullos / mi lu / miluar / mi mito / demonoave dea rosa / mi pez hada / mi luvisita nimia / mi lubísnea / mi lu más lar / más lampo / mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio / mi lubella lusola / mi total lu plevida / mi toda lu / lumía".
Claro está: Girondo creía que en poesía la unidad o ladrillo esencial no es sólo la palabra sino también la sílaba, y aun la letra; de allí esos quiebres, distorsiones, descapsulamientos, o al revés: agregados y embolsillamientos sonoros. Revolución de la sintaxis no como experimento sino como imposición de la necesidad poética. Por ello fue capaz de coaligar un lenguaje de neto sello castizo con un lujurioso regodeo de aliteraciones, de palabras vigentes por sus valencias y no por su significado literal, de imágenes deslumbrantes o furiosas, y todo esto sustentado en un impulso de cuestionamiento vital. Las cosas y los seres exhiben ahora su incompletud —y de allí la abundancia de las partículas lexicales sub o ex: "subánimas", "subcero", "exotro", "exnúbiles", "exellas", "exóvulo"—; un menos, que es más.
Como brama el poema titulado justamente "La mezcla": "No sólo / el fofo fondo / los ebrios lechos légamos telúricos entre fanales senos / y sus líquenes / no sólo el solicroo / las prefugas / (...) sino la viva mezcla / la total mezcla plena / la pura impura mezcla que me merma los machimbres el / almamasa tensa las tercas hembras tuercas / la mezcla / sí / la mezcla con que adherí mis puentes".
Los puentes de la poesía total. Es el Girondo a cuya muerte Neruda consagró un intenso poema, que concluye: "De todos los muertos que amé / eres el único viviente. // No me dedico a las cenizas: te sigo nombrando y creyendo / en tu razón extravagante / cerca de aquí, lejos de aquí, / entre una esquina y una ola / adentro de un día redondo / en un planeta desangrado, / o en el origen de una lágrima".
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
Homenaje a la obra del fotógrafo Raúl Cottone (Santa Fe - Argentina)
PÁGINA EDITORIAL
Acerca de la cultura.
Si la cultura forma parte de la realidad histórica y social; si la cultura forma parte de la herencia cultural de una nación donde el 95% de su intelectualidad debe sobrevivir ganándose el sustento ejerciendo oficios alejados de su verdadera vocación, sometido a circunstancias que le impiden desarrollar permanente, profunda y efectivamente una mirada capaz de ayudar a los otros a mirar, no debe sorprendernos que el contexto actual nos diga que el 52% de la población no leyó ningún libro en el último año. Una estadística vergonzosa que estaría representando nuestra media intelectual.
Pero quien más nos expone a los ojos del mundo a través de sus programas de mayor audiencia es la televisión. Se constituye en el testimonio real de la ignorancia y la chatura por donde desanda sus cotidianidades la mayoría de la población argentina. Aunque no nos guste, somos lo que vemos a través de la pantalla de nuestros televisores. Somos esa especie de monstruo conformado por respectivas dosis de impertinencia, desconcierto, ignorancia, descuido, improvisación, oportunismo, inmoralidad, piratería e indiscreciones mediáticas.
En cuanto a la literatura, nos hemos acostumbrado a ser cómplices de miradas totalmente arbitrarias sobre lo que hacen algunos escritores, en un territorio donde los espacios geográficos son tan amplios, como mezquinos, escasos, reducidos, limitados, los culturales. Y ni hablar del futuro.
Porque cuando estas cuestiones de escudriñamiento, de manipulaciones exploratorias se manejan con la despreocupación o la negligencia a la que estamos tan acostumbrados, la injusta distribución de los escaparates intelectuales no es más que el resultante de actitudes profundamente humanas; y las oportunidades de acceder a ellos a través de los organismos oficiales disminuyen hasta terminar convirtiéndose en sectores protegidos, áreas consagradas donde se prioriza, como nivel de admisión, la consubstanciación ideológica de determinados autores con ciertas instituciones y la pertenencia de los mismos al círculo más íntimo del conocimiento o, al menos, de las vinculaciones amigables establecidas, en ocasiones, ni siquiera con los ocasionales funcionarios sino con algunos empleados de las secretarías acreditadas.
Como consecuencia, los escritores argentinos terminamos ignorando quiénes somos, dónde estamos y qué hacemos. Porque son muy pocos quienes llegan a compartir su pensamiento a través de publicaciones predestinadas a extinguirse, por falta de circulación. Y porque, además, no todo lo publicado en las exiguas tiradas costeadas por sus autores ha llegado a esa instancia como reconocimiento a ciertos imprescindibles méritos intelectuales que legitiman el patrimonio entrañable de una ciudad, de una provincia o de una nación.
Creo que la historia nos está reclamando una nueva actitud, nos está presentando un nuevo desafío, nos está obligando a analizar, a imaginar, a soñar. Nos está exigiendo que levantemos la frente de entre las ruinas, que afrontemos la adversidad con entereza.
Porque ante esta cruda realidad, ante esta especie de anarquía cultural, donde el Estado demuestra desconocer cómo canalizar tanta energía creadora, no resulta extraño que los hacedores proliferen como los hongos después de la lluvia, se multipliquen empecinadamente, autofinancien sus publicaciones, editen en forma artesanal, promocionen el pensamiento a través del obsequio de hojas o cuadernillos o revistas subvencionadas por particulares, acondicionen propiedades que ofician como centros de exposición, como puntos de encuentro, como lugares de reunión alejados de los círculos académicos y los entornos oficiales, en un intento vano por superar tanta negligencia, tanta postergación, tanta despreocupación ociosa. Y eso no es heroísmo sino, simplemente, una postura de resistencia a la desesperanza.
De allí que, con la tenacidad que nos caracteriza, demos hoy comienzo a una nueva etapa en este afán por hacer saber al mundo quienes somos, qué pensamos y cuál es el singular discurso de los escritores santafesinos, argentinos e iberoamericanos contemporáneos.
PÁGINA 2 – POETAS SANTAFESINOS
Beso a la imagen
Enciendo mi computadora,
es muy temprano,
tengo las manos frías,
delante de mi rostro corren
signos fugaces, definiciones
que no entiendo,
la imagen definitiva se abre:
beso a mi hijo,
el está aquí y está tan lejos,
necesito de ese gesto,
me lo pide todo esta estructura endeble,
tan opuesta al mecanismo eléctrico que pulsa
ante mi rostro amargo,
me lo pide este triperío humeante que soy,
y ese beso,
ninguna idolatría,
nadie sabe mejor que yo
que él no está allí,
que está lejos sufriendo
su dolencia junto a su madre,
pero nadie mejor que yo para saber
cuánto pasa por esta boca contraída,
que ese cristal no es cristal,
si campo
donde rebotan fuerzas que hacen
de lo humano algo digno,
algo que se resiste y se eleva
dentro de su misma perversidad
hacia una altura que quién carajo me dirá
que no es divina.
Roberto Malatesta (Santa Fe-Argentina)
Alegoría
En el centro
de la antigua biblioteca,
carbonizada por la penumbra
y el silencio
una silla, cuyo material
no diviso plenamente,
aunque sospecho que no es real.
Y en ella, inmovilizado
por un tiempo insubstancial
el fantasma de Borges,
repetido hasta el infinito
por un espejo circular
en la breve
esfera del Aleph.
Sergio Bartés (Santa Fe-Argentina)
Decisión
Se desprendió del tedio y del cansancio
emergió desafiante desde la piel gastada
arrojó lejos el miedo a no poder.
Y se irguió decidido.
Reaprendió la firmeza de sus pasos,
la persuasiva voz.
Se revistió con galas de esperanza,
soñó proyectos, ensayó la risa
y decidió estar vivo
hasta el exacto día
y el momento
preciso
de morir.
María Amelia Schaller (Santa Fe-Argentina)
El paisaje es la gente
quisiera salir esta tarde
de sol o de lluvia
hacia el oeste de mi vieja calle
a escalar la más alta montaña
en la magia cambiante de sus colores;
entre nubes y llamas
aguiluchos y cóndores iría
pero al oeste de mi simple pueblo
que es liso y llano
no hay ninguna montaña o montañita
quisiera jugar con la nieve
independiente en el parque junto al lago
o esquiar entre verdes pinares
pero en mi pueblo hace años que no nieva
y nunca he visto en trineo a los niños
entre lobos y perros
o amasando muñecos con copos
radiantes
salir por mi calle hacia el este quisiera
hasta dar con la orilla marina
y trepar a los altos barcos anclados
al viejo puerto de ultramar de Juan Ortiz
pero mi pueblo nunca ha dado al mar
el paisaje más lindo -dijo mi padre-
es la cara de los viejos amigos
y casi todos mis viejos amigos
siguen viviendo aquí
sin ir más lejos
Rubén Vedovaldi (Santa Fe-Argentina)
XII
La memoria tiene páginas no leídas.
Tiene guardadas
las anécdotas que nos unen,
algunos juegos, el río una noche,
todo metido en un recodo
de ese manuscrito.
Hay
una ceremonia personal,
invulnerable.
Hay una memoria propia
negando la lectura de esas páginas
que la memoria hostiga.
Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Argentina)
Deshecho de esencia
El tiempo aniquila rotundamente
todos los anhelos cósmicos
de un ser que busca
su misma esencia
en la introspección profunda,
y al no llegar fuerte
a su memoria primera
queda detenido en una espera de cielo
con un reloj en la mano izquierda
y su propio espejo en la derecha.
Ahí, en el lugar que la especie le confirió
la sabiduría,
los pájaros caminan por la terraza
y los buitres comen de su mano derecha.
Más abajo, haciendo esfuerzos
las angustias navegan
en un río de semen
que se desperdicia
en el sexo del mundo.
Guillermo Ibáñez (Santa Fe-Argentina)
PÁGINA 3 - Narrativa
Centroamérica
Por Sonia Catela (Santa Fe-Argentina)
Que se sentara, que qué tal, que qué honor encontrarse por fin puesto que, por lo visto, sus itinerarios jamás coincidían, pese a tratarse de una isla tan reducida; lo convidó con un habano, le palmeó el hombro, sirvió tragos y mientras el general esperaba con recelo la causa de que se lo convocara, el otro anunció: -Me comunicaron que ustedes han decidido dar por terminada su presencia en la zona y su colaboración con nosotros, eso dice en mi propia cara el hijo de puta, que decidimos irnos, con tanta caradurez que por un momento llego a dudar y preguntarme "¿pero quién putas dio la orden de partir?" y dado que yo mismo doy las órdenes, es que él, Mackinley nos echa, y sonríe y digo "todavía no está resuelto, señor, apenas nos hallamos evaluándolo", como si nos pudieran descartar como a un tacho de basura, y Mackinley sigue con que nuestra colaboración es invalorable, pero que de ninguna manera van a retenernos un minuto más allá de nuestras decisiones y puesto que ya hemos decidido irnos, según le informamos..., nos echa, porque quién mierda se lo va a comunicar si yo estoy a cargo de eso, y Mackinley se tragó el whisky de saque, y apretó un botón y se puso a hablar en su puto inglés vaya a saber con quién, y me tenía ahí de valet, esperando, y cuando se le ocurrió terminar, miró mi vaso, y chapurreó en español un "veo que todavía no se tomó su whisky", y me planté: "creo que vamos a quedarnos un mes más, Mackinley", y él que eso no sería muy apropiado, como ya les habíamos notificado que nos retirábamos él había diseñado otra estrategia con otra gente, con chilenos, y nosotros no habíamos notificado una mierda porque yo soy el que notifica, y apunté "pero Mackinley, podemos entrenar a los chilenos" y él me agradecía y sostenía que eso no era posible, que en realidad ya estaban preparando los aviones para transportarnos de vuelta, que no querían interferir en nuestros propios planes, ¿qué planes?, puteaba yo para mis adentros, y ahí sacó que había temas pendientes, como la devolución de las "x" toneladas de pertrechos, que él no acreditaba ninguno de los rumores sobre que gran parte de ese material había sido vendido en el mercado negro: con esa novedad se despachó Mackinley; "los argentinos no nos rebajamos a esas raterías", lo rebatí yo, pensando cómo putas saldría del berenjenal que se abría ahí, de improviso, ¿qué me estaba pidiendo? me estaba pidiendo hasta la última baliza, inventario en mano, acá está lo que debe rendirme, Varela, dijo, y me tiró una lista, y que si faltaba una pieza, entonces él por obligación, debía iniciar un sumario y habría un juicio, pero nada de eso ocurriría, vaticinó y miró mi vaso vacío pero no me sirvió más whisky, porque eran puros rumores ya que los argentinos no se guardan vueltos ni entran de noche a los depósitos a arrear pertrechos que no les pertenecen para hacerlos plata en el mercado negro, dijo, porque si eso fuera así, él no denunciaría porque a un aliado no se lo denuncia, pero nos pondría en el primer avión de regreso a la Argentina. Pero se iba a demostrar que todo estaba en orden y yo pensaba cómo explicarle que el 90% de esa lista de pertrechos se había evaporado y se lo digo, y Macklinley se sonríe y me palmea, lástima que hayan decidido abandonarnos, general, dice, pero la colaboración de ustedes contra las fuerzas irregulares aquí en Centroamérica ha sido realmente invalorable, y por eso, sigue, (y saca una caja del Pentágono u otra mierdosa de sus reparticiones), esta condecoración, señala, y la deja sobre el escritorio y la empuja con el lápiz como si alejara una mosca muerta, recuerde preparar a su gente que a primera hora sale el avión para Buenos Aires, dice, y yo espero que me coloque la condecoración pero él no me la pone, concluye: "hasta siempre amigo", en español y disca y empieza a hablar en su puto inglés dando por finalizada la conversación y alzo la mugrosa caja, la abro, me prendo la cruz al mérito y salgo, pecho en alto, taconeando, izado al tope el honor
PÁGINA 4 – Narrativa
Olvido
Por Orlando Van Bredam (Formosa-Argentina)
Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro. En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas.
Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted.
Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos le señalan el olvido. Nadie parece advertirlo. Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera la cara perdida.
PÁGINA 5 – FRANCISCO MADARIAGA - 1927/2002 - (Corrientes-Argentina)
Cementerio amarillo al borde del agua
Mientras cantas con la trompeta ronca de las
inemociones cargadas de las lágrimas del paisaje
desenvuelto por los trenes de los reyes guiados por
los ríos, aquí el velo de sangre duerme sobre los
arenales seguros de encantar a un cuerpo joven y
caliente junto al rumoreo nocturno de los caballos y
las fiestas cercanas a la orilla de la luna caída entre
las humillaciones más populares cercando el
camposanto de los hombres del hambre donde se
recomponen las más raídas y coléricas apariciones
-sin espacio- a ras de luna de ras y de agua detenida
en el milagro del terror -sin amor- todo todo roído
como antes de andrajos desafíos ojos hambrientos
amarillos de asesinatos no modernos no
contemporáneos a ras, a ras de agua podrida en su
pureza.
Sin embargo, yo estoy dormido como un indio que no ha
perdido el desierto.
¿Estoy moderno?
¿Estoy por irme adónde?
¿O por abandonar la comarca e internarme en el mar?
¿O sólo al borde del mar?
Una reza
Reza por la reza de las apariciones ronca por la ronca de
las enterraciones y vuelve los ojos al paisaje metido
dentro de la carne y del fuego del movimiento
humano más real el de pasitos de hombres en el
espacio humillado por sus elegantes desnutriciones,
oh país límpido, intercambiado con tartamudos y
despanzurrados y afeitados por el llano y
asesinadores engendrados en las negras copulaciones
entre ramos y entre santos de ojeras casi naturales
yo exclamo que duermo sobre la arena caída en la
desventaja de mis maduraciones que sollozan todo el
poder del fuego.
Yo, que tengo el alimento más moderno, estoy rastreando
el invierno y las pudriciones de estos llanos.
Tembladerales de oro
In memoriam Alfredo Martínez Howard
El dolor ha abierto sus puertas al agua de oro del oro que
arde contra el oro el oro de los ocultos tembladerales
que largan el aire de oro hacia los rojos destinos
pulmonares con el acuerdo de los fantasmas de oro
coronados por los juncos de oro bebiendo los
caballos de oro los troperos de oro envueltos en los
ponchos de oro -a veces negro a veces colorado
celeste verde- y el caballero que repasa las lagunas de
los oros naturalmente populares el que se embarca
en las balsas de oro con todos los excesos de
pasajeros de oro que manejan los caballos de oro con
los rebenques de oro bebiendo en la limetilla de oro
del barro de oro de los sueños de los frescos del
oro entre la majestad de las palmeras de oro y de los
ajusticiados y degollados en las isletas de oro bajo de
yacarés de oro del oro del Amor.
Madrugada clara
Pero confieso todo quiero cantar e irme durmiendo con
mi ojo de infierno a ras a ras del rezo entre los
espartillos del invierno y del verano sin epílogo
histórico sin capítulo cerrando al estilo del buen
cuento jurídico y civil quiero descubrir por qué
estas aguas se pudren en su belleza por transfusión
de sangre y pobres bocas muertas sonriéndole
al espacio del ras.
El canto no popular
Yo, el rastreador, que ha dormido en los atrasos de
la luna en los atajos peninsulares, y ahora siento
el canto del desahogo, a través del orgulloso coraje,
oh mis pequeños seres del desamparo, canto
mi canto con un lenguaje no popular, pero cercano
a vuestros vestidos miserables.
El vestido las telas livianas de las mejillas despintadas
el olor de los motines talados de la miseria siempre
en la flor del fuego del pensamiento destruido
sin nacimiento en las coloridas y espléndidas
organizaciones de las albas lujosas de todos los días
de todos los montones de días ligeros y azucarados
por las cañas dulces solares irredentas
ininterrumpidas feroces vivientes de la irrectitud
siempre anárquica del espacio siempre moderno
y siempre solidario con los cantos de las invisibles
deidades y de los otros personajes reales asombrados
de la miseria de los sucios paisanos que encienden
el clavel del esperma nocturno sifilizado y demente
y excitado por los cerdos.
Oh, en mi escenario, de rodillas. Cocinas conteniendo
el aliento del dormido rencor en la palidez del alba.
Oh, gente sin viajes, que no puede fumar en el
fuego del universo su tabaco de miel arrollada por
el invierno, su comida de humo bañando el ligerísimo
mosquitero de rabia del color el color que no trajina
por las camas y que sólo saluda a la sombra con
sombrero del Ave María en el altar de los santos
ensordecidos por los fétidos besos.
Oh, mí, el rastreador que ha dormido tirado entre
los yuyos, entre la ferocidad joyal de las palmeras
en el borde del agua, y de una cocina sucia llena
de lechos sucios y de tarros con jazmines
calentados del ex-alba.
PÁGINA 6 - Artículo ensayístico
Hijo de hombre: primera visión de un espejismo.
Por Alejandro Bovino Maciel (Corrientes-Argentina)
Augusto Roa Bastos inició con el libro de relatos “El trueno entre las hojas” un lento proceso de reconstrucción interna de la ruinosa visión de un Paraguay que lo había expulsado de su paraíso, como el Adán castigado por el deseo de saber antes de terminar la tarea de nombrar el mundo. El árbol de la ciencia del bien y del mal ha sido la sociedad. En el marco de un sistema autocrático y canalla, como el de las distintas dictaduras que fustigaron la fe en el progreso de Latinoamérica a partir de la década del 30’ del pasado siglo, cualquier indagación en las profundidades resulta sospechosa, herética, malsana y peligrosa.
La dictadura del general Higinio Morínigo se instaló en Paraguay en el año 1940 como gobierno provisional, tras la muerte accidental del presidente, el general José Félix Estigarribia. El militar Higinio Morínigo tuvo como ministro “en sombras” y asesor ideológico a Natalicio González, autor de un libro de fuerte tonalidad nacionalista/fascista que apareció en 1938 con el título de “Proceso y formación de la cultura paraguaya”. Roa Bastos detectó el germen de un ‘fascismo criollo’ en dicha obra y esta crítica más su constante cuestionamiento al militarismo y las revoluciones domésticas entre los distintos mandos castrenses le mereció el primer exilio bajo el gobierno de Higinio Morínigo, en 1947.
Comprender el Paraguay significa sumergirse en un mundo absolutamente cerrado a los demás, con un fuerte sentido de unidad y recelo hacia todo lo que implique cambio o alternativas. Esta “isla rodeada de tierra” como la llamó Rafael Barret está condenada por dos factores fundamentales: la mediterraneidad territorial y la ignorancia atávica de una cultura oral que no puede terminar de adaptarse a un mundo donde la letra domina el campo del conocimiento. Hay permanentemente dos fuerzas antagónicas en el país. El guaraní, idioma alítero y puramente oral frente al castellano con morfología, sintaxis, semántica y pragmática absolutamente diferente a la raíz de las lenguas guaraníes. Digo lenguas guaraníes porque si bien existiría una especie de tronco común, el habla guaraní tiene distintas formas idiomáticas y dialectales dentro del mismo territorio paraguayo. Para decirlo en forma más simple: la comunicación entre un mbyá y un ayoreo (dos parcialidades étnicas distribuidas por la Región Oriental) es casi tan difícil como la conversación entre un francés y un español.
La misma sociedad paraguaya vive en una suerte de división de clases, entre el campesinado (de economía agrícola minifundista) que se expresa íntegramente en guaraní desconociendo los elementos básicos del español, segundo idioma del país; otro subgrupo es el de los aborígenes, abandonados y expropiados, mendicantes y marginales; una tercera población arraigada y con tradición ciudadana, conformada por funcionarios, empleados públicos, comerciantes y pequeños industriales que –dicho en términos del siglo XIX- conformarían la “burguesía urbanizada” y por último una gran mayoría de desarraigados que migraron desde sus pequeños asentamientos agrícolas del campo a los márgenes de las grandes ciudades: Asunción, Ciudad del Este, Encarnación y Villarrica. Esta masa creciente de analfabetos estructurales y funcionales, sin formación habilitante de ningún tipo, sin acceso a la información mínima, totalmente desinsertados del cuerpo social se agrupan en guetos cerrados, mantienen tradiciones rurales y al mismo tiempo adquieren algunos hábitos urbanos reinterpretados a través de esa forma especial de subcultura híbrida, que se expresa casi íntegramente en guaraní o jopará pero recibe información de la CNN. Vivir en Paraguay significa respirar continuamente los fuertes contrastes y tensiones entre lo antiguo y lo nuevo, entre formas sociales ritualizadas desde la colonia y posmodernas aspiraciones al título de Miss Paraguay para el Certamen de Miss Universo del próximo año, máxima aspiración de las adolescentes en ascenso social. Todas las ex Mis Paraguay se han casado con empresarios. Hasta la actual Primera Dama ha sido Miss Paraguay.
La crisis fundamental pasa por la educación en todos sus niveles. Todavía sigue vigente la observación que hiciera en el año 1868 el entonces cónsul británico, sir Richard Francis Burton cuando dijo que “Paraguay ilustra el axioma de que se puede aprender a leer, a escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir y, sin embargo, no saber nada”, en otro apartado comenta: “la educación es totalmente estéril. Los únicos libros permitidos por la religión estatal, son ingenuas vidas de santos, algunos relatos autorizados por el gobierno y horrendas litografías, probablemente grabadas en piedra de Asunción”. Si comparamos estas pinceladas hechas al paso por un ojo extranjero con los resultados de la reciente encuesta de Rendimiento Académico publicadas por el Ministerio de Educación del Paraguay, año 2000, sobre 7871 estudiantes censados en todo el país en el tercer curso (fin del ciclo básico) vemos que el rendimiento en Lengua es del 46% , en Matemática del 44% y en Estudios Sociales (que involucra nociones de Geografía, Historia y Fundamentos Cívicos) sólo el 50% aprobó el mínimo establecido de conocimientos. No hay grandes diferencias en el rendimiento entre la enseñanza pública y la privada.
El horizonte socioeconómico se ve ensombrecido por la crisis regional de la que el Paraguay es una de las víctimas inexorables. Con pobre industrialización, una producción agropecuaria en retracción constante y grandes desniveles en la distribución de las rentas, el Paraguay, que depende en gran medida de suministros externos, sufre las consecuencias de los derrumbes de Argentina y los tambaleos del Brasil. El modelo impuesto en la región en la pasada década de los 80’ (llamada “década perdida”) de apertura y liberalización produjo fuertes impactos en la estabilidad laboral, privatizaciones de grandes empresas con despidos masivos que la magra competitividad y expansión del sector privado no pudo absorber. Este quiebre económico regional restringió o cerró los escasos mercados que tenía el Paraguay en el vecindario. Con este sombrío y pesimista panorama la sombra de los mesías políticos y dictadores militares vuelve a entusiasmar a una población desinformada, poco participativa y escéptica en materia política por la denigración de la clase dirigente después de escándalos de corrupción del manejo público, demagogia, mentiras y fraudes sistematizados.
Este árido papel de escritura tuvo que tomar Roa Bastos para escribir sobre él una novela absolutamente original y precursora. El desafío del bilingüismo (pensar en guaraní y hablar en español) lo plantea él mismo:
“Este discurso, este texto no escrito subyace en el universo lingüístico hispano-guaraní, escindido entre la escritura y la oralidad. Es un texto en que el escritor no piensa, pero que lo piensa a él. Esta presencia lingüística del guaraní en la escritura de la novela se impone desde la interioridad misma del mundo afectivo de los paraguayos. Plasma su expresión coloquial cotidiana, así como la expresión simbólica de su noción del mundo, de sus mitos sociales, de sus experiencias de vida individuales y colectivas”.
Roa ha dicho que HDH ha sido una tentativa de reflejar estos dos mundos coexistentes, el guaraní y el hispánico-europeo, primero por el camino de la aglutinación semántica pero que, no satisfecho, tuvo que rehacer la novela veinte años más tarde.
“Corregir y variar un libro ya publicado me pareció una aventura estimulante, porque el texto no cristaliza de una vez para siempre ni vegeta el sueño de las plantas. Un texto, si es vivo, crece y se modifica. Lo varía y reinventa el lector en cada lectura. Si hay creación, ésta es su ética” dice Roa en la Nota de Autor agregada en la edición de HDH de Editorial Alfaguara, en 1997.
Y después nos agrega una pista: el anciano Macario bajo la obsesiva fijeza de sus relatos, varía constantemente las voces y los sueños de la memoria colectiva, encarnados en ese diminuto cuerpo esquelético que puede caber, cuando lo entierran, en un ataúd infantil.
Vamos a tratar de acompañarnos en este recorrido por el mundo de HDH. La historia se inicia con la aparición fantasmal de Macario en medio de la siesta de verano, también fantasmal. El que nos la cuenta dice “Han pasado muchos años, pero de eso me acuerdo”. Resulta extraña esta historia que empieza recordando fantasmas. Es que todo Paraguay se había convertido en un fantasma polvoriento detrás de la dictadura de Gaspar Francia. Un país desconocido, cerrado como un puño, con apariencias de república, apariencias de organizaciones, remedos de instituciones. Solamente las vidas insignificantes de los pueblos mantenían sus automatismos, como Itapé, sus ritmos solares y lunares, interrumpidos de cuando en cuando por el paso del tren. Lo demás es pasado. Itapé es un espejismo del pasado. Todo remite al pasado; y es un pasado doloroso, ominoso, lleno de heridas sin restañar porque sin la justicia, las heridas de cualquier sociedad permanecen abiertas y dolorosas. Esa agonía de años se había ritualizado, había terminado convirtiéndose en una liturgia de Viernes Santos, día de la pasión del Señor. Los itapeños volcaron en el Via Crucis de hace veinte siglos los dolores que arrastraron ayer. En esta nueva pasión hay un Cristo de madera, una víctima llamada Gaspar Mora, un artista leproso que acaba transformándose en su propia obra, una prostituta llamada María Rosa, que ama sin pedir nada a cambio como la Magdalena y un evangelista, Macario. Evangelista que termina siendo discípulo de esa fe profana junto con otros hombres del pueblo que había visto brillar la verdad en el corazón del muerto. Con Macario, la realidad retrocede hasta encontrarse con el prodigio de el astro que anuncia la desgracia. El cometa consigue trastornar los ciclos, la pesada carga del autoritarismo en la tierra encuentra un eco en el cielo: sobrevienen sequías, escasez, muerte. El artista muere abandonado pero deja un signo de redención en la talla del Cristo que encuentran en su choza. Deciden llevar la imagen al pueblo para instalarla en la parroquia pero el sacerdote y las autoridades se oponen. Cada cual usa su propio juicio: de Caifás a Pilatos todos repudian al Cristo sospechoso tallado por un impío que ni siquiera escuchaba misa. Se debate tres días con sus noches en las que se gestiona la traición mientras los discípulos velan en la plaza.
Por último, Macario sueña que la cima del cerro de Itapé es el monte calvario para el Cristo y allá lo llevan mientras uno de los traidores se ahorca como Judas. Desde ese momento el Cristo es de todos. Desde cualquier sitio de Itapé se lo puede ver allá en lo alto, como un Dios que ha sido demasiado humano para merecer la gloria. Como un hijo de hombre.
Hay dos tiempos que corren paralelos: el tiempo del mito, de la pasión y muerte del Cristo nazareno y el tiempo de otro pasado, menos real, que sobrevive en el relato de Macario, el de la dictadura perpetua que recuerda demasiado dolorosamente la dictadura bajo la que escribe Roa Bastos esta magnífica y prodigiosa resurrección de la esperanza en medio de la miseria humana.
PÁGINA 7 – POETAS ARGENTINOS
Poema 4
No vengo de páramos surcados por vientos afilados
e incandescentes huecos.
Caminaba desde la orilla del mar
y como las alas,
seguía la ruta del polen,
la primavera servida.
No pertenezco a piedra volcánica
ni llevo encima tanta arena caliente,
ni sed rajando piel como tierra muerta.
Podría alcanzar con estirar mi brazo
la uva de su risa,
el zumo de su arremolinada vocación oceánica.
Ocurre que a destiempo salto desde el hombre que fui
a esta altura de fósil no revelado y entre las horas
que ruedan y se quiebran pasa un solo camino
que aún no encuentro.
Gabriel Impaglione (Buenos Aires-Argentina)
Después de los 50
Mi cuello sigue ágil
Imagino que será
de mirar al horizonte,
de contemplar la vida
atravesando mis huesos,
decir sí y no,
pedir disculpas,
confirmarme
Y tanto más...
Las manos no se traban,
Nadan, escriben, quieren,
se afirman.
Y los párpados siguen
encendidos con el sol.
Extraño el mar.
Por eso bailo...
y el agua está.
De la boca degusto
los manjares cotidianos,
los de la mesa servida,
los de la mirada sabia
de mí, de manu,
del mundo en que ando
como puedo, peleándola.
Quizás,
la flor redonda
ya esté conmigo.
María Silvia Pérsico (Buenos Aires-Argentina)
Brindis
Brindo por la imprudencia de haberte conocido
por tus palabras, también por tus silencios.
por la afectuosa transparencia,
por lo arriesgado, lo ganado y lo perdido.
Brindo por los poetas olvidados,
por el ángel solitario, el distraído
y por los sobrevivientes
de los tiros, las bombas, los naufragios.
Brindo por la amistad que aviva el vino
por el fuego que acosa nuestras almas,
por el temblor de una gota de rocío,
por las cenizas de cada madrugada.
Esteban González (Chaco-Argentina)
Reyes magos
Cortamos un manojo de pasto verde
llenamos una lata con agua
y colocamos todo cerca de la puerta/
después nos sentamos a escribir la carta:
- ¿que le vas a pedir a los reyes?-
- justicia papá - me dijo
- no, pero eso es muy difícil -
- cómo, ¿no son magos? -
- sí, pero... -
- no me dijiste que pasan por el ojo de la cerradura
porque es más fácil eso/ a que un rico entre al reino de los cielos -
- tenés razón Manu, le pediremos justicia -
y cerré la carta con un "que así sea".
A la mañana siguiente
el padre de Carlitos
consiguió trabajo en la fábrica de papel.
Aldo Novelli (Neuquén-Argentina)
Para mi
(a Ángela Da Silva)
Entré con dientes pero no con todo
me quedé afuera un poco
Yo nunca fui a la escuela
yo
realmente
nunca vendí diarios
Cuando yo medio no existía
yo era demasiado yo
para mí solo.
Rolando Revagliatti (Buenos Aires-Argentina)
PÁGINA 8 – Narrativa
Las cosas ajenas
Por Pilar Romano (Corrientes-Argentina)
Por suerte, había llegado a esa casa casi a la hora de dormir.
Nunca se había sentido cómoda hablando con extraños y menos esa noche.
Aquellas personas, aunque amigables, aún eran extraños para ella.
Dijo que sí, que estaba de acuerdo con todo, buscando la tranquilidad de quedarse sola en una habitación. En realidad, tampoco se sintió cómoda allí, ya que en el silencio se caían una a una las barreras que se había propuesto interponer entre ella y la visión de su marido en aquel “dormitorio ajeno”, como le había dicho, entre tantos reproches. Ajeno y de su hermana, para colmo.
Este nuevo cuarto olía a agua de lavandina. La puerta daba a un patio y la ventana a una calle de tan sólo una cuadra, por la que casi nadie transitaba.
La cama, aunque mínima, sin respaldo siquiera, la asustó como si fuera un animal desconocido. Pero se acostó, con absurda precaución. Miró a su alrededor y se detuvo en el único cuadro que colgaba de una de las paredes; le pareció que se proyectaba desde el revés la mirada del santo que la observaba desde la lámina. Buscó con los ojos el interruptor de la luz y vio que estaba a la derecha, bastante alejado de la cama; debería levantarse para apagarlo y caminar luego cuatro o cinco pasos en la oscuridad, ésa y todas las noches. Lo hizo, volvió a acostarse y empezó con el acostumbrado rito nocturno de retorcer con dos dedos un mechón del pelo, pero enseguida un impulso desconocido la llevó a esconder la mano debajo de la sábana y quedarse quieta, tratando de ahuyentar las lágrimas porfiadas. Si al menos supiera qué buscaba; si el dónde, el qué y el cuándo pudieran confluir en ese momento... pero todo era orfandad y desamparo.
Aunque nunca había visto el mar, sintió deseos de ser ola, una gran ola y desclavar la luna del cielo, para que no se vea el horizonte, o para que quede más allá. La idea del horizonte la asustaba; la asustaba porque sabía que había dibujado ella misma un trazo poco atractivo. En especial por lo que había hecho últimamente. Estaba preparada para encontrar en la ciudad un modo de vida con ciertas ambiciones más altas que la de una empleada doméstica, había estudiado “secretariado comercial” en el pueblo, pero más fuerte que esa posibilidad fue el deseo de encontrar de inmediato un lugar en el que refugiarse, tener techo y comida sin otro requisito que limpiar una casa, aunque no le perteneciera, aunque los cabellos enredados en el desagüe de la ducha fueran de otros, quién sabe de quién. Esa urgencia había hecho que decidiera ofrecerse ella misma cuando el comisionista del pueblo la encontró cerca del hospital y le preguntó si conocía a alguien que quisiera “emplearse” en una casa de la capital, entregándole el papelito con la dirección.
No conseguía dormir y no le servía aferrarse al recuerdo de imágenes cotidianas, porque al rato nomás la llevaban al dormitorio de su hermana.
Debería salir del ámbito de la casa que había dejado y pensar en el estanque con los patos, aunque lo recordara medio barroso, o andar con el pensamiento por las calles del pueblo e imaginar que le llega el aroma de las flores que en primavera lo invadía todo. Ya estarán marchitándose, pensó. Recordó los paraísos ¡cómo olían por las noches los paraísos florecidos! Su madrina le había enseñado a preparar un veneno con las frutitas verdes de paraíso y nunca olvidó la receta. Los azahares ya estarán formando naranjitas y no comeré ninguna, pensó y le pareció de pronto que la cama sin respaldo estaba apoyada sobre una de las calles arenosas del pueblo y ella allí, tendida, sin poder desclavar la luna. Pero la imagen desapareció enseguida, porque éste era un silencio distinto al de las calles del pueblo; ni siquiera era en verdad silencio: una gota reiterada segundo a segundo desde algún grifo le contaba que sabía ser implacable. Debe venir de la pileta en la que mañana tendré que lavar, pensó. Era inútil buscar alguna presencia mágica entre lo evidente.
Un beso, deseó, de pronto. Toda primera noche merece un beso. Era su primera noche allí, pero solamente la rozaba el eco de lo dicho con indignación y de lo no dicho, de secretos urdidos a deshora. No, un beso le parecería en esos momentos el que recibe en la frente un moribundo.
Había declarado que se llamaba Gabriela, cuando su nombre era en verdad Antonia; y dio el apellido de su madre, Aldavez, que sonaba mejor que el Miño que heredara de su padre. Era para ella un pequeño lujo poder hacer que la llamaran Gabriela; solamente por eso esperaba el día siguiente, para oír que le decían ¡Gabrieelaa! Podría imaginar que era una modelo, o una jugadora de tenis, o una alumna universitaria. “Gabriela Aldavez”, tenía una prima que se llamaba así y que había estudiado Profesorado Historia en la ciudad; eran parecidas. Siempre le había envidiado el nombre. Por suerte, se le había ocurrido traer el carnet de socia de un club que la prima aquella había olvidado en la casa del pueblo y lo mostró a los patrones, diciendo que había perdido su documento de identidad.
No debe faltar mucho para que amanezca, calculó. Esta vez no vería el sol madrugador reflejándose en las pupilas redondas del gallo, que se le adelantaba siempre para recibirlo. ¿Cantaría algún gallo en la ciudad? Debe ser tristísimo que amanezca sin el canto de un gallo. Sería como si en lugar de cielo hubiera tan sólo un agujero, imaginó.
Solamente la queja destemplada de una campana le anunció el amanecer.
Hasta la muerte debe ser distinta en la ciudad, se dijo al oír el repique, pero ahuyentó enseguida la idea de la muerte.
Ya preparada para empezar su trabajo, tendió la cama y se sentó en ella, porque le parecía que nadie se había levantado aún en la casa. A los pocos minutos, escuchó el sonido del depósito de agua del baño principal - debe ser la señora- y enseguida, el timbre de la puerta de entrada.
-No, Griselda Aldavez no, señora. A Antonia Miño la busco. Creí que estaría aquí-
Se había acercado todo lo que pudo a la puerta sin dejarse ver y reconoció enseguida la voz del comisionista.
-Y bueno... solamente iba a decirle que la hermana parece que se salvó del veneno que tomó o que alguien le dio y ya puede hablar-
Se preguntó casi con desesperación cómo haría para seguir siendo indefinidamente Gabriela Aldavez.
PÁGINA 9 – RESEÑA DE LIBROS
Una meditación sobre la experiencia amorosa. Tu voz, mi voz, de Luis María Sobrón. Buenos Aires: Vinciguerra, 2006.
En poesía, las palabras y su sentido no son dos entidades, sino una sola. Lo que un poema quiere decir, sólo es posible decirlo así, y no de otro modo equivalente. De ser ése el caso, se trataría de una poesía ornamental, aditiva, y no sustantiva, como es, justamente, la de Sobrón. ¿Cuál es la actitud de la que emerge esta poesía? ¿Cuál es su estatuto ontológico? Como ya dije y ahora repito, Sobrón piensa la poesía como modo de conocimiento. Pero no se trata de saberes, ni de destrezas, en otros términos, de datos que pudieran iluminar o acrecentar cualquier índole de conocimiento, sea éste intelectual, científico, profesional, o el que se quiera; sino se trata del ser, del objeto primero de la filosofía, accesible por la revelación o más precisamente, por la epifanía, es decir la emergencia súbita del destello del Ser, ante el cual, la palabra poética deviene meditación. Es en este cruce de poesía y filosofía donde se mueve la búsqueda poética de Sobrón, desde el momento en que filosofía, religión y poesía (al menos, esta clase de poesía) tienden a realizar esa posibilidad del ser que somos; así, la experiencia poética es cambiar de naturaleza; un cambio paradójico pues intenta un regreso a nuestra naturaleza original para recobrar una perdida unidad con el ser, con el mundo. Pero, mientras lo divino concentra en sí la plenitud del ser, el "humano, demasiado humano" de Nietzsche está en eterna falta, podríamos decir, filosóficamente, porque nuestro pecado original es la incompletud, la falta de ser. Según la poética de Sobrón, en este lugar de la falta se sitúa la Palabra no para denegar, sino para sostener el dolor de la ausencia, en la persistencia tenaz por lo unitario de esa palabra jamás encontrada en plenitud. La poesía se obstina, así, en el laberíntico viaje en procura del poder mágico que transforma lo negativo en ser, mientras constata la inapresabilidad de su objeto.
Pero Sobrón, es sin duda, un poeta moderno, con lo cual no quiero decir actual, sino señalo que sería imposible no serlo, pues se trata de un contemporáneo, alguien nacido luego de la modernidad cultural, literaria y filosófica; al respecto, les recuerdo una de las irónicas frases de Borges al referirse a una novela histórica de Flaubert “no hay escritor que no sea de su tiempo”, por más que escriba sobre una época distante. Decir moderno justifica, creo, referirme brevemente al filósofo que mejor pensó la poesía luego de la modernidad, es decir, a Heidegger. Cuando Heidegger se pregunta el por qué de la poesía en un “tiempo indigente”, la respuesta le cuesta una buena parte de sus escritos, pero podríamos decir –resumiendo groseramente- que adjudica a la poesía el privilegiado lugar que antes tenía la filosofía. ¿Por qué? Porque, si la misión de la filosofía desde la antigüedad fue preguntarse por el Ser, ahora, en la modernidad, el tiempo indigente, según el filósofo, no puede hacerlo. Nueva pregunta: ¿por qué ya no puede hacerlo? Porque la modernidad ha desarrollado con el capitalismo, la ciencia y la tecnología, reduciendo el mundo a lo instrumental, al reinado del ente, no del ser. Por tanto, es el poeta el único que, aunque no encuentre la trascendencia, pues los dioses se han ido, sigue esgrimiendo “la palabra inocente”, ésa que se ubica como contemplación del mundo. Imagínense, con el tiempo que hace ya desde la muerte de Heidegger, lo que diría ahora.
Ahora bien, desde sus comienzos, a lo largo de sus libros, la poesía de Sobrón respondía muy claramente a estas condiciones, y lo hacía de una manera muy particular, como siempre ocurre con el modo singular de articular el discurso que conforma eso que llamamos “un estilo propio”; en su caso, con un lenguaje reconocible, al que podríamos calificar como una catarata de metáforas encadenadas, a veces sorpresivas, por la distancia existente entre los términos de referencia donde la imagen enlazaba, tensando sus vínculos. En este libro, sucede otra cosa, mejor dicho, suceden dos cosas en disyunción; no hablo de una contradicción, sino de la convivencia de una polaridad: es el mismo Sobrón ¿cómo podría no serlo? pero también es otro Sobrón, un poeta diferente.
Es el mismo Sobrón porque, en algunos momentos, reconocemos la voz del poeta en la índole de sus imágenes. Por ejemplo, en el poma numerado IV del canto III, apartado que se titula “Ceremonias”, leemos lo siguiente: “Cuando las aguas/ de tu laminado mar-océano/ no escriban más tu historia, / y el río lúcido no pierda la mirada/ del pájaro en la fronda/ y árboles extraños/ no conjuren el vívido secreto/ no habrá más respuesta/ para conocer que el tiempo amado/se extravió en la hojarasca/sellada por el beso”(p. 50). Pero, como modesta comentadora, digo que es la voz reconocible porque allí tenemos un poema estructurado con una única imagen resultante de un girar del lenguaje por varias metáforas encadenadas. El mismo Sobrón. ¿Otro Sobrón? Sí, creo que sí porque todo este libro es una indagación sobre la relación entre poesía y experiencia, no cualquier experiencia, sino precisamente la experiencia amorosa. Si el origen de algo es precisamente su esencia, un poeta se percibe por su obra, pero a la vez es la obra la que hace al poeta, la que permite y nos autoriza a saber que estamos ante un poeta. Por lo tanto, esta experiencia amorosa dista enormemente de ser anecdótica, intimista, confesional, no tiene nada que ver con el biografismo romántico, por eso mismo la he calificado de meditación.
Lo que ha cambiado entonces, es el objeto de la indagación, no la índole de la misma. Se trata de un volumen de poemas no solamente de amor, sino sobre el amor, sobre esta experiencia que, aunque en primera instancia parezca lo más común que existe, es, sin embargo una rara avis; la banal demostración de este contundente hecho se ofrece a cualquiera, si miramos cómo anda el mundo. El título mismo lo indica: Tu voz. Mi voz, quiere decir algo muy simple, a la vez que muy complejo: quiere decir esto que habla en el poema es una voz en común, aunque la escriba yo solo; quiere decir sin tu voz mi voz no existiría, no diría nada de esto o quizá, sería una voz muda.
El libro se divide en cuatro cantos: l “Vigilia”; II, “Voces”; III, “Ceremonias” y IV, “Evocación”. Leído desde la perspectiva que propongo, son cuatro momentos o actitudes posibles ante esta meditación sobre el amor. No quiere decir cuatro tiempos en continuidad cronológica, entiendo que estos momentos coinciden, pues se dan permanentemente en la continuidad de la experiencia. Si es evidente que el amor transcurre en el tiempo a nivel de la historia personal, es decir: ha habido un encuentro, un nacimiento, un transcurso, en lo que corresponde a esa meditación sobre la experiencia constituida en el poema, es un devenir continuo y móvil, sobre el que se detiene el pensamiento poético, así, hay desencuentro en el encuentro, hay dolor en la alegría, hay duda en el deslumbramiento o en el conocimiento y hay temor ante la seguridad de la muerte y la distancia definitiva, aunque haya fe quizá en la trascendencia y en la infinitud del sentimiento. Como estas condiciones son posibles de encontrar en lo que ha vivido cualquier persona, nada tienen que ver con lo biográfico personal, que es a lo que yo me refería hace un momento: se trata de un tratamiento ontológico, universal, de las cuestiones implicadas en la experiencia del amor tematizadas por este nuevo libro.
Por ejemplo, escuchemos cómo el primer poema del volumen describe un antes inconcebible, porque se trata del “antes” del amor, ese tiempo que uno no puede encontrar en la memoria porque también, como todos experimentamos, no podemos ya saber quién o cómo era uno antes del amado/amada: no hay ese tiempo, el otro parece haber estado siempre allí, desde el comienzo del mundo. Por eso mismo, el poema describe perfectamente esta situación: “Había otro lado del mundo;/ en ese otro lado del mundo,/ el primitivo, el primero,/ reconocimos la metáfora de la mariposa/que inscribió en su vuelo/ la luz de la poesía” (p.23) Se pueden observar en tan breve pasaje cómo se relacionan desde el comienzo poesía y experiencia amorosa, cómo el lenguaje menciona de modo tan simple como eficaz ese antes impensable, llamándolo “otro lado del mundo” y por otra parte, la pericia del poeta en haber situado al comienzo un poema que expone la síntesis del tema general.
El segundo apartado se llama voces y de alguna manera ubica a la amada como tal, está centrado más en el tú del binomio yo-tu; posiciona en imágenes con términos más concretos, referencias a objetos, a elementos naturales, el contexto donde se recorta la figura de la amada. Por ejemplo: “tu nacimiento, /cristal de áreo linaje” (p. 36), dice el poema II o a veces, nos permite mirar como en una pose de fotografía, la figura: “En la tertulia del crepúsculo/ la noche/ recibió la mirada/ de tu alma en sombra.” (p. 37) dice otro poema donde las manos de la amada arreglan flores en un jarrón de peltre. Es interesante ver que el verbo cincelar, en el verso final “cincelaron tu imagen” es un desplazamiento metafórico típico de Sobrón porque, a la vez que alude al jarrón que bien puede estar labrado, exhibe una escena fragmentaria para recortar una imagen que súbitamente renace; misteriosamente, algo en las manos o en su movimiento, hace que resplandezca de nuevo, prístino, el descubrimiento de la amada, superpuesto a la imagen habitual, desgastada por la costumbre o la convivencia; así el poema celebra la capacidad renovadora del amor.
El apartado III, Ceremonias, sin abandonar nunca la experiencia del yo/tú en común, se centra más en los efectos del amor en el yo, en sus consecuencias no sólo anímicas, sino intelectuales y creativas, desde el momento en que el sentimiento no está destinado meramente a satisfacer una necesidad personal con el paliativo a la soledad, sino implica un darse que involucra las capacidades de la mente, del espíritu y el acontecer total de la vida: no sólo lo que se comparte, sino también el universo de lo más íntimo y propio, que nadie puede conocer. El poema VIII lo explica mucho mejor, por eso menciona lo vivido como el jardín, pero también como el infierno. Leemos: “Para descubrir /el origen de mis pasos/buceo el pensamiento;/rescato del jardín y del infierno/ todo lo vivido./Descubro entonces,/que la palabra/ se enamoró de la memoria,/ y la memoria/se enamoró del pensamiento./ En ese universo/ de amor confeso, vivo/ con este amor confeso estoy.” (p. 54) Poema del que me encanta su difícil sencillez.
Por último, el apartado IV, Evocación, tiene algunos de los poemas más herméticos en lo que hace a las imágenes, más próximas a las que ya conocemos en el poeta, porque en la cosmovisión de Sobrón, (y recordamos otros libros donde sucede esto mismo) la dimensión erótica del amor tiene mucho que ver –tal como califica Freud al goce- con la intuición de la muerte. Un ejemplo de la convivencia de tiempos distintos, que yo caracterizaba como dominante en estos poemas, y que tal vez explican el por qué de llamar a este apartado, evocación, es una hermosísima imagen del poema l, que abre el apartado, donde a la experiencia “actual” o permanente de la atracción erótica, se superpone en la memoria, una imagen interior, donde la amada es ella misma, la de ahora, pero también la del pasado, que puebla el ensueño-memoria del poema: ¿Quién es esta muchacha/ inventada por el miedo/ que duerme en mi costado abierto,/ camina sueños,/ respira siglos/ y detiene/ el tiempo de mis ojos,/ que indagan mi destino,/ que indagan dentro? (p. 59). Sólo resta decir que el lenguaje, más despojado que en otros libros del poeta, explora con densa profundidad la simplicidad de una de las más misteriosas experiencias de todo ser humano.
Lic. Elisa Calabrese (Buenos Aires-Argentina)
PÁGINA 10- GRACIELA GELLER – 1945/2002 (Entre Ríos-Argentina)
Tres cintas.
Dame
un cajón ordinario de manzanas verdes y una soga esponjada y un nudo de marinero.
Dame
una botella de alcohol ardiendo y ese olor a cebollas con nódulos y serpientes.
Dame tierra colorada y pedazos de mar con su espuma y medio kilo de sal.
Dame espinas,
dame dientes.
Recién después los cuerpos de los hombres
las tres almas
las tres historias
los gusanos los tiburones la soga
y el fuego y el nicho
y un ramo de adioses para el florero adjunto
y un mármol negro
y tres cintas de luto / cosidas / en la manga de mi pulóver quieto.
Carta a la otra.
Estimada señora:
No crea que este paquete contiene una bomba de tiempo
Ni un kilo de trufas de licor
Ni la edición en cuero de Rusia de El Quijote de la Mancha
Ni siquiera un vestido de la serie Cristian Dior
Estimada señora:
Adjunto una colección de monedas desvalorizadas
O si prefiere
Adjunto una medallita que suponíamos de oro
O tal vez
Unas motas del sueño compartido
Muy señora mía:
Por correo certificado y en su exacto domicilio, recibirá mi encomienda perfectamente embalada y para su uso exclusivo.
Señora:
Le devuelvo a su marido.
Media lágrima
Media lágrima al oeste de tu cobardía.
Hombrecito de cartón prensado.
Me robaste todas las golondrinas.
La navidad de tu sonrisa.
Los ecos de mi única pluma volando hacia tus aires.
El abrazo que sellaste en irrompible.
Las ganas de mirarte de ojo a ojo, entonces, cuando no tenía que inclinarme para verte.
Cuando no eras un recorte de orín aferrado al miedo de los bordes.
Cuando tu espuma no caía oxidada en la Caja de Pandora.
Hombrecito de cartón mojado.
Puré de orquídeas falsas.
Hecho añicos, sin escarapela, sin filo de tigre, sin lengua de estrellas.
Adán de brea.
Media lágrima solamente.
Apenas cuatro sollozos trenzados.
Alguna que otra fibra cardíaca paralizada
Y un puñado de recuerdos de los buenos, para el álbum.
Todo eso
-hombrecito sin rubíes-
antes de doblar tu página.
La familia bien gracias.
sigue sus huella
s huele su olor por las veredas
contrata ojos suplementarios
pacta con dios y con el diablo
gasta su antorcha en extramuros
nada ahorra para sus profundas entretelas
espejo dieta vestidos
pinta sus lágrimas con el exacto color de esta temporada
y aguarda aguarda a que él le diga
pero él no dice
¡es que está tan ocupado!
en sus trabajos en sus dineros en su automóvil
y en apuntar las brújulas hacia su propio ombligo
por sobre todo
por sobre ella
por sobre todas
¿y la familia?
ay mujer
que grita su orgasmo de rutina
muy cuidadosa ya que sus niños pared por medio
eso sí: no tan seguido
salteando meses
cuando Rutina manda que sea usada como una esposa
ah mujer
devota y enemiga
tan feliz cuando en el pino de diciembre él le cuelga esa mirada
como cuando lo descubre en falta
porque sólo así puede
porque así se impone y exige y quiebra
y le confía a las amigas
que por fin lo ha apresado de los testículos (en lunfardo)
-bien gracias-
así las cosas espera el clímax
y en medio del loco instante
le pregunta si aún la quiere
y él que sí claro
que como el primer día
Estos son los amores que le contaba.
Amores de los dientes para afuera.
Amores para toda la vida
PÁGINA 11 - Artículo ensayístico
El orangután es solitario
Por Carlos Penelas (Buenos Aires-Argentina)
Hoy no evocaremos a Rabelais. Ni a Góngora ni a Mallarmé o Bradbury. No hablaremos de El vizconde demediado de Italo Calvino o de Ellis Island de George Perec. No citaremos algunos cuentos inolvidables de Jean Ray o de Saki. Tampoco leeremos poemas de Nicanor Parra o de François Villon. No retrocederemos para comprender un clásico como Aristófanes. No bucearemos en el mundo maravilloso de Lewis Carroll o de Carlo Collodi para introducirnos luego en un anarquismo hedonista. Tampoco indagaremos en las claves del mito helénico de Dioniso, que tanto nos enseña sobre los sueños del hombre. Intentaremos dialogar, contracturado lector, sobre eso que se dio en llamar mentiras verdaderas. Antes que nada debo advertirle que no provengo de una familia menonita pero descreo, entre otras cosas, de la telefonía celular.
Nadie ignora, y usted menos que nadie, que vivimos en una sociedad donde la banalidad y la superficialidad voluntaria da pánico. Y dentro de esa sociedad la familia va reproduciendo sus cosas. Se vive el matrimonio como una pesadilla, es una suerte de enfermedad. Tanto el marido como la esposa, al tiempo de contraer enlace para toda la eternidad y un poco más, comienzan con secuencias difíciles de comprender. Ribetes trágicos y contradictorios, ambiguos y desesperados. La obstinación en la hembra es proverbial. Y una temática de discusión, de mecanismo de discusión, que escapa a toda lógica. Sistemáticamente aparecen temas recurrentes, fechas, cierta sensación de tristeza, de infortunios, de celos, de mitos infantiles, de princesas sin coronas. Y la culpa, lo reiterado del Apocalipsis, de la neurosis, los seres invisibles, la humanidad como una mercancía. Y las canciones de Gilbert Becaud, Jacques Brel o Vinicius de Moraes tampoco pueden hacer absolutamente nada.
Un tema interesante es la reconstrucción de las teocracias, buscar un orden ético despojado de toda alusión a una trascendencia. No leemos con el placer necesario, con la libertad y el gusto del ocio que nos proporciona un buen libro, un buen artículo o un poema. El mundo lleva un propósito racionalmente instrumentado sin dejar de tener rasgos de insensatez. Tal vez todo comenzó con Adán y su prohibición. Sospecho que la prohibición consistió en algo simple: dios le rebeló a Adán que comer de ese árbol causaba la muerte. Quizá por eso – genética al margen – hay tantas viudas tomando el té con compañeras del secundario o concurriendo a las clases de yoga. “Están verdes”, dijo la zorra. El mundo no es lo que pensamos. Además, algunos árboles sólo fructifican cada veinticinco años.
No hablaremos de Karl Huysmanns ni de los irmandiños. Si hoy se publicara un libro como Edipo no vendería más de doscientos ejemplares. La industria, el marketing cultural y la imbecilidad avanzan a tambor batiente. Los padres no leen y los hijos tampoco. Y lo que leen, por lo general, reproducen lo peor de la sensiblería, de lo chabacano. Luego las madres van a los colegios y exigen que los docentes cambien las reglas por las limitaciones de su hijo en vez de ver los límites de éste. ¿Qué podemos esperar? La reveladora ignorancia de nuestros educadores es para sacarse el sombrero. Bautizaron con una palabra híbrida una suerte de pedagogía – criticable por otro lado -, un nivel de la escuela: el polimodal. Poli, del griego, modal, del latín. Así se van dando las cosas. Para qué seguir hablando de algo que nace mal en cráneos descerebrados. El mundo no es lo que pensamos. Como aquel carnicero de barrio que se le ocurrió llamar a su comercio con el nombre de Res non verba, creyendo que tenía relación con la vaca. Y no es un chiste, existió. El hombre que repartía carnaza y chinchulines pensaba que estaba en lo cierto. En fin, cosas veredes…
He firmado un documento con otros intelectuales argentinos en contra del genocidio al pueblo palestino. He enviado además una breve esquela en la que manifiesto que como poeta, como libertario, estoy en contra de la guerra, de la discriminación, del autoritarismo. Que todo pensamiento único lleva a la muerte, a la falta de libertad, a una visión solidaria y bella de la vida. Israel posee el sexto ejército mejor dotado del mundo. Posee tres mil quinientos aviones de reacción contra el Líbano que no tiene uno. Mi homenaje, una vez más, a un hombre a quien día a día respeto más, admiro más. Por su talento, por su valor, por su coherencia: David Barenboim.
PÁGINA 12 - POETAS AMERICANOS
Vacío
No sé qué me sucede
ciertas veces.
Quedo
sin pensamientos,
ecos,
voces;
parece que estoy muerta.
Ni mis ojos alcanzan.
No puedo ni moverme;
no hay sentimiento,
no hay dolor,
no hay tiempo.
Nada.
Leticia Ricárdez (México)
Danza de amor
ví muchas muertes juntas
elegí la mía
: la saqué a bailar
una danza de amor
bajo la luna
en los pliegues de la sombra
caían
mis años
reía su perfil
en la pared.
Alvaro Miranda (Uruguay)
Nos aguarda el lago
Titicaca
tu azul
se empoza
en mi canto
fluye
tu caudal
y crece
una flor
en la distancia.
Gloria Mendoza Borda (Perú)
Tango
Valiente y hermoso
no pudo la muerte malgastarte.
Mis labios
te hacen inmortal:
te he amado mucho.
Sin falta recuerdo
el fulgor de tus ojos
la magnolia de tu piel
tu sonrisa de malevo
tu rítmico andar
y esa manera de engañar
que sólo en ti perdono.
No volverás,
ya lo sé.
Tampoco soy el mismo
que amaste.
El daño y las penas
han hecho de mi un despojo
y de mi alma
una errante sustancia.
Y entonces
de repente
en un café
de Alvear con Uriburu
apareces.
Te veo llegar,
me buscas
y como si nunca hubieses partido
me saludas
y sonríes desde esa eternidad
donde te amo.
Vana es la muerte
para quien sobrevive
y sigue amando.
Vana también la vida.
Harold Alvarado Tenorio (Colombia)
La gran huelga
A Mercedes Gordillo
Creí
conocer Managua.
A veces, la maldije
por fea y cochina,
pero en esos días
brotaron
rasgos vivos
en sucios solares.
Se sublevó Managua,
se convirtió de pronto
en la beldad
amarga,
vestida de tinieblas
estrelladas,
de sangre,
el rocío.
Las llantas humeando,
disparos desde lejos,
la noche al asecho.
En todos los semáforos
gritó
el trazo áspero
de fieras barricadas.
La capital enorme
gastándose en polvo
sin parques ni palacios;
el rostro de Managua
es la bravía
rabia
de negarse a sí misma.
1990
Helena Ramos (Nicaragua)
PÁGINA 13 - Narrativa
Ese animalejo oscuro
Por Carlos Roberto Morán (Santa Fe-Argentina)
El intenso calor de enero produce delirios, desvaríos, genera extrañas criaturas y vuelve líquido el asfalto colocándolo, imitando lomas, como si fuera un agua seca, en sus márgenes, y dando la sensación de que parte de ese ablandamiento, más el agua acumulada, más la suciedad acumulada, caerán como una lluvia ácida, despiadada, sobre las personas que aguardan los colectivos con estoicismo, con las caras alteradas, mojadas por el sudor, con cansancio, con malhumor.
Contrariamente a todos ellos, el hombre (es un conocido empresario de la pequeña, no tan pequeña, ciudad) maneja con cuidado, lentamente, con la tranquilidad que, presuntamente, le otorga el aire acondicionado que cubre la totalidad del interior del auto, que le permite distenderse y hasta reducir la marcada coloratura de su rostro, que devela los ríos de tinto (caro) con los que suele acompañar sus comidas y más aún la alta presión arterial que le ha traído discusiones con su familia, con amigos, con su médico, con los escasos fieles que se preocupan por su salud. No deberían preocuparse tanto porque este mismo hombre será muerto de cinco balazos antes de que pasen diez minutos. Aquí, en el centro de la ciudad.
Nada sabe de lo que le espera y menos de la criatura extraña que avanza dando tarascones. A su lado, como una especie de sirviente fiel, callado, confidente, se adormece el viejo portafolios que no ha querido cambiar pese a las insistencias de Mary, pero si él le llevara el apunte a Mary debería haber dejado a Juliana, debería no hablar con José Luis, debería internar a Pamelita, debería, debería, un deber ser grande como el mundo. Mary está para otras cosas, especialmente para mantener cerrada la boca. Duerme el portafolios satisfecho con los cuarenta mil, verdes, flamantes, engordados, que termina de engullir en el banco, en el despacho de Graciani, que es el gerente, que le sonreía, que le decía a ver cuándo nos vamos a ver, que lo invitaba al club para jugar un poquercito y así olvidarse de todo, aunque él, el empresario, estaba sabiendo en ese momento que de ninguna manera desea invitarlo a ninguna parte, que Graciani lo despreciaba, pero que simultáneamente no se encontraba en condiciones de ignorar a quien había retirado los cuarenta mil con la misma indiferencia, el mismo desinterés, del chico que tiene sólo figuritas repetidas que no sirven para el álbum.
Pero no ha sido desinterés lo que su cara reflejó, su cara abotargada que, sin embargo, parecía ajena a los fajos de billetes que el gerente, sin perder la sonrisa, le fue entregando obsequioso, uno a uno, nuevos, crocantes como pan caliente. Es una máscara, hubiera debido explicar, dobla por la calle que lo conducirá al lugar donde, tranquila, tan tranquila, lo espera la muerte, es una indiferencia aparente que le ha permitido sobrevivir y que, desea, confía, también le permitirá pasar por el reclamo de Maidana: Ahora mismo, los ochenta. Son cosas, le advirtió Pignero, que a lo mejor Maidana no puede o no quiere perdonar.
Avanza ese animalejo oscuro.
El empresario debió hacer maniobras diversas para encontrarse con el dinero y, la verdad, es que generó nuevos agujeros negros. Pero, cree (cree como pobre criatura humana que todo lo está concedido; pura ilusión), que tiene tiempo para subsanar esos nuevos problemas, desarrollar estrategias que permitan solucionarlos, especialmente con Aitino, porque Aitino es un hueso duro de roer, quizás tan duro como él mismo, o más, pero él ha aprendido de la vida, sí, esta misma vida que vive ahora con aire acondicionado pero por la que ha sabido, ha debido, aprender a base de eso que suele repetir: golpes, luchas, de esfuerzos, que son palabras un tanto excesivas, pero que también resultan ser lo que debió aguantar y afrontar para llegar al propio aire acondicionado pero que ni la Mary, ni menos José Luis, ni menos Pamelita, ni menos que menos Juliana, podrían comprender.
No te pueden entender, murmura acercándose peligrosamente al estacionamiento donde dos hombres jóvenes, actuaron a cara descubierta se leerá en el diario, lo están esperando. No ve el animal, no percibe su fuerte aliento.
El sol, de pronto, le da de lleno haciéndole entrecerrar los ojos y el cielo, el cielo sin nubes, se le modifica de súbito, se carga de nubes extrañas que no estaban hasta un segundo antes y que en realidad no se encuentran en parte alguna salvo en la cerrazón de sus ojos sensibles, de su mente que ha visto sacudida, sorprendida, por la novedad. Y la nube, al disiparse, se volvió la cara imposible de Maidana negándose a aceptarle sus explicaciones.
Sobre la demora que tuvo para reintegrarle el dinero y, menos, eso sí que menos, sobre las causas que lo han llevado a juntar menos. Efectivo, dijo y él, el conocido empresario, se tuvo que rebajar ante el negrito, porque la negritud y las carencias de Maidana quedaban develadas al escucharle hablar, al verlo moverse, al equivocarse cuando intentaba emplear palabras que no terminaba de dominar, y explicarle que en momentos de crisis como los de hoy, momentos que van a dejar de importarle para siempre de aquí a tres minutos exactos, conseguir ochenta verdes, porque así los llamaba Maidana, aunque eran ochenta mil, le era imposible. Sencillamente, le dijo, entonces transpiraba y ahora, pese al aire acondicionado, por carácter transitivo podría decirse vuelve a sudar copiosamente.
Sencillamente imposible, le dijo.
Creo que con los cuarenta va a andar todo bien. Pignero hizo un gesto vago, de esos que no le gustaban, no lo vas a contentar, quiere los ochenta, todos juntos. Pignero tiene ese problema, el de decir lo inconveniente en el momento en que uno no quiere escuchar comentarios de ninguna clase. Ni de ninguna otra, como con lo de la Mary, la tenés que dejar, la tenés que dejar, le sugiere Pignero a cada rato, parece una tía vieja enojada porque uno no va todos los domingos a misa. No se puede ir todos los domingos a misa, Pignero, murmura, mientras disminuye la marcha porque un auto se le ha interpuesto. Ya ve el estacionamiento. El auto retrasa casi un minuto, cincuenta y un segundos exactos, el momento de su muerte.
Momento que Maidana no ordenó, aunque qué otra cosa, si lo ha mandado al Nito. Uno no manda coronas a un cumpleaños de quince. No se puede ir todos los domingos, no se puede contentar a todo el mundo, es imposible. Que Maidana se dé por satisfecho con los cuarenta, bastante que me costó conseguirlos, a partir de ahora tengo que enfrentar a Aitino, mirá que regalito.
Avanza, avanza. Come, destruye, no deja nada tras de sí.
Nada. Maidana no quiere saber nada, nada, dice, traza con su dedo romo una suerte de raya sobre el vidrio que preserva la pulcritud del escritorio. Quiere pagar, le aclara Ramos, por lo menos una gran parte. Maidana entrecierra los ojos como si el sol que veinte horas más tarde molestará al empresario también se estuviera metiendo con su persona y con ese leve movimiento de los párpados da por zanjada cualquier intervención a favor del deudor al que quiere sólo asustar, y robar, pero a quien sin saberlo termina de condenar.
Movimiento de párpados que pone en marcha otros movimientos, como el de Ramos que se retira tratando de hacer el menor ruido posible para acercarse a Coliche, decirle vení, quiero hablarte, en voz tan baja que el grandote, porque es enorme, siente el líquido del temor vertiéndose sobre su ánimo y, ablandado, lo sigue como si fuera el perrito amaestrado de algún otro cuento.
Coliche se mostró incómodo con el encargo pero no dijo nada, no le contó que en sus pensamientos negros se encontró en medio de un enfrentamiento feroz, que se vio -tan de golpe que se sorprendió por la idea, por haberse generado una idea así, tan salvaje- tirado, triturado, atravesado como vaca por una cuchilla repugnante. Maidana quería que uno de los dos que esperaran al empresario fuera él, das seguridad, dijo Ramos, y esa fue la única explicación que le ofreció. El otro, agregó, tiene que ser de mucha confianza. Puede ser el Nito. Lo de "puede" estaba de más, para el Coliche fue una orden en toda su regla.
El Nito era un arrebatado y por eso peligroso. Con el Nito se sabía que iba a haber mucho miedo en derredor (el animal oscuro da tarascones, se mueve ligero por el aire pesado de un ambiente recargado de electricidad) pero de antemano era imposible saber qué más. Qué más acarrearía, porque como burro siempre traía su carga adicional. Peligrosa también. Siempre peligroso. De eso Coliche tenía conciencia, pero nada dijo porque era inútil dado que terminaba de recibir dos órdenes claritas y cerradas: Que debían asustar, "asustar", remarcó Ramos, al empresario y que debían sacarle la plata, que no podían equivocarse. Y que tenían que ser los dos: Coliche, el Nito. Nadie más.
Por eso se limitó a responder que estaba bien y que las instrucciones, las istrusione, dijo, se las voy a dar de a poco al Nito, para que no se le haga un bocho en el mate. Para que no se me confunda y termine agujereando a todo el mundo. Para que no provoque el Apocalipsis.
Que se embrome, pensaba Maidana, que se dé cuenta de que conmigo no se juega, aunque el tipo tenga título y yo sea un reventado que empecé desde abajo de las baldosas, que se preocupe el doble, que siga buscando los ochenta que me debe, porque me los debe, bien que se puso la casa que se puso por la venta de los paquetitos que consiguió gracias a mí, sólo a mí, que cambió de auto, que mantiene a la Mary, todo eso, y que a partir de ahora además deba buscar de nuevo los cuarenta con los que me quiere adobar. Maidana se entusiasmaba con la idea hasta veinte minutos más tarde de la muerte del empresario cuando, de un golpe, rompió el vidrio de su pulcro, ya no pulcro, escritorio.
Porque el empresario llega al fin a la playa de estacionamiento, al lugar tranquilo donde suele colocar su cero kilómetro, donde es bien atendido porque es generoso al momento de repartir propinas, ¿de qué otra manera me lo van a cuidar?, si no doy seguro que el autito termina en Paraguay. No tan autito, es un modelo que se corresponde con la grandilocuencia del dueño que sonríe buscando al chico que habitualmente le recibe el coche para acomodarlo en un lugar oscuro y confortable, donde quede protegido del sol, de alguna lluvia posible, de alguna mirada obscena y envidiosa.
Y Maidana rompe el vidrio porque es de aquéllos que suelen comprender antes que los otros, es de los que tiene visión de conjunto, como se dice, y esa visión de conjunto le hace saber que las cuentas han comenzado a salirle mal, que el imbécil del Coliche se abatató cuando no debía hacerlo, que quedó encerrado entre los policías, y que el Nito, que no vale un centavo, que no tiene la menor importancia, fue el que logró escapar. Aparte de hacer el zafarrancho que hizo, de abrirle definitivamente la puerta a ese animalejo oscuro.
Que vuela, que sobrevuela, en el aire cargado de la mañana.
Se lo dije muy claro, Ramos no podía evitar las lágrimas, no lograba que su voz se normalizara, que su cuerpo se le quedara quieto, actuaba así por puro reflejo, porque los enojos de Maidana eran terribles y solían tomarlo a él como el muñeco que debía recibir los pelotazos. No sabía si esta vez no terminaría en un zanjón, sin metáfora, porque la mirada severa de Maidana lo estaba haciendo responsable de todo cuanto pasó y -peor aún- de lo que iba a pasar, lo estaba haciendo responsable de haber mandado al Nito a resolver una situación para la que no estaba preparado. El nombre de Nito lo dijo por primera vez Maidana, pero nunca lo iba a admitir.
El chico de la playa no estaba y en realidad no parecía haber nadie en el lugar. El empresario tocó la bocina y cuando advirtió que era un desconocido el que se le acercaba pensó de una manera brumosa que debía tratarse de un empleado nuevo, aunque algo, algo indefinido, le impidió, en el escasísimo tiempo que le fue dado para articular su pensamiento, aceptarlo como parte de ese lugar oscuro donde el animalejo había comenzado a desperezarse y a moverse, en el que de pronto se sintió inseguro, como el extranjero que visita por primera vez una tierra desconocida en la que nada siente como propio.
Y los pensamientos, como si fueran pétalos de una flor que de pronto se dispersara, una rosa intensamente roja que se disgrega, se le atomizaron en pequeñas cápsulas: el recuerdo de la madre, intenso, la inútil cara del gerente, la cara de Maidana, la poceada cara de Aitino, que se iba a transformar en el verdadero enemigo de no estar pasándole lo que le pasa, y un caballo que atraviesa el puente, imagen que de manera increible llega a él de un pasado pretérito, de la juventud, porque ya no hay más caballos en el puente porque al puente se lo comió el agua, quizás estuvieran corporizándosele otras figuras más, entre ellas a lo mejor y por qué no el primer auto que pudo comprar con sacrificios incontables, pero que no pueden ser porque el tiempo se le terminó, porque cada pétalo del pensamiento va cayendo a medida que el Nito, confundido, creyendo que el empresario buscaba un arma, le va disparando un tiro, otro tiro y otro tiro más, hasta llegar -rotundo- a cinco.
Y el animalejo oscuro, rotundo, se lo engulle.
Los disparos sonaron raros y dramáticos en esa mañana de bochorno. Fueron seguidos, rápidos, destruyeron al hombre que no terminaba nunca de caer del coche con la puerta abierta, hicieron gritar a mujeres, a hombres, sorprendidos por la fiereza del acontecimiento, sorprendidos porque la calma de la calle, la calma a la que todos debían sumarse para soportar la inclemencia del verano, se hizo trizas en un instante, y hubo corridas y hubo llantos y hubo desesperación mientras alguien llamaba urgente al comando y, como estaban en la zona céntrica, en cercanía de los bancos, de los despachos de las autoridades, de los despachos de los que importan, los uniformados se corporizaron tan abruptamente que no dieron tiempo ni a Coliche ni a Nito para tomar el dinero, subirse a la moto, desaparecer como le había dicho, ordenado, Ramos.
Rodeado, rodeado al lado del muerto porque el empresario al recibir el quinto tiro dejó de ser, también abruptamente, mientras que el Nito, el mismísimo Nito que rompía cuanto tocaba, logró escabullirse al entreverarse con la gente, alejándose a paso cansino, así no se puede vivir, iba diciendo, pidió permiso a uno de los policías para superar el vallado, tomó un colectivo, se fue casi sin dejar rastros.
Coliche tiene el arma en la mano pero no se da cuenta, no termina de entender que alguien le está gritando, que los gritos que escucha, los insultos que percibe de una manera confusa le están dirigidos porque se ha quedado como congelado en un tiempo anterior, en el momento en que dijo ahí viene, al reconocerle el coche, al entreverlo detrás del parabrisas, en un momento en que se aprestaba a cumplir a pleno las indicaciones de Ramos: Ni me lo toqués, le apuntás pero nada más, le sacás la plata, no le decís ni una palabra, lo asustás si querés pero con gestos, controlalo al Nito, la responsabilidad es tuya. Era de él, iba comprendiendo con lentitud, levantaba las manos, tiraba el arma, se arrodillaba de una manera innoble, no le importaba nada de lo que le decían, se limitaba a obedecer, hubiera sido mejor estar muerto, se dijo, pensando en el odio de Maidana.
En la manera en que Maidana se vengará. Maidana lo perseguirá, se volverá un animalejo oscuro que por el menor intersticio que se le presente penetrará y comerá y cobrará lo que tenga que cobrar.
Ese animalejo oscuro, esa pez extendida en el asfalto curtido, esa tormenta que no existe pero que está, y cómo, sobre la ciudad, esa mirada de sorpresa, de intensa sorpresa, del empresario que entiende que esta vez le toca, que comprende en el momento de morirse que le está pasando eso, precisamente eso, su propia extinción, que ha sido el cuento del ruido absurdo producido por el loco ante la indiferencia absoluta del universo; que entiende la pusilanimidad de sus esfuerzos, que entiende la traición, el engaño, que sabe que es él, este poderoso que hasta recién ha sido, vuelto nada por la impericia del muchacho que con un arma se transforma porque se siente otro, duro, Stallone, tenso, una fotografía a todo color para mujeres extasiadas, soy un héroe, salgo en la tele, me admiran. Y dispara, y dispara, y dispara, y el hombre atacado abre la boca y un tiro (¿esto no se dijo antes?) se vuelve el animalejo inmundo que va y penetra en el corazón pequeño del pequeño chico que estaba cerca como simple espectador. Y penetra. Y lo rompe.
El pequeño animalejo, ese ser que sobrevuela en la mañana del bochorno extremo, que se detiene en el ánimo asustado de Coliche, se para sobre su angustia y se lanza en la búsqueda de Nito, que ha empezado a preguntarse en la soledad de una vivienda precaria en la que buscó precario refugio por su presente, por su futuro, para darse ánimo se bajó dos o tres botellas y ahora que la resaca se le fue se pregunta qué hice, se pregunta qué haré y siente, comienza a sentir, el frío del arma silenciosa que le cortará el cuello y el calor del animal del color de la pez que ha empezado a rodearlo.
Y Maidana que se siente chiquito y breve como Nito, porque ha dejado de pronto de ser montaña ante el odio que, seguro, ha comenzado a acumular Aitino, y Ramos, que comprende que ha perdido todo, y Pignero que se vuelve ahora una cosa leve, gaseosa, un dibujo reducido y obsceno de sí mismo, debiéndose hacer cargo de la destrucción que ha supuesto la muerte del empresario, sobre sus hombros trepa, sobre sus hombros se balancea y toma impulso y salta, salta sobre cada cosa y todas las cosas de la ciudad que se derrite, que se pregunta qué pasó, porque lo ocurrido ha pasado de boca en boca, y empieza la gente, la que está esperando el colectivo y la escondida en sus casas baratas, y las que no entran en los negocios donde nada se vende, a preguntar, a decir tenemos que saber, a transmitirse el estado de excitación y de preguntas que corren por la calle torcida, por la sordidez del agua acumulada, del asfalto encendido y ablandado.
Preguntas que van y se multiplican y penetran en edificios distintos, en casas de departamentos, en viviendas particulares, en los comercios pequeños, en los medianos, en los edificios públicos, en las miradas de quienes se comunican o no se comunican hasta detenerse en otros lugares, donde el sol y el calor no penetran, donde todo se detiene, donde todo es congelado por las sonrisas sardónicas de quienes saben, y pueden, y nada dicen.
Callan y con eso intentan bajar persianas, cerrar ventanas y puertas. Acá se terminó, dicen, se dicen, quizás no lo dicen pero hay que así interpretarlo. Pero el animalejo oscuro ha sido lanzado y es imparable, no deja de moverse por las calles ladeadas, por el asfalto poceado, por el calor interminable, mancilla y contagia de lluvia ácida cada ánimo, cada acción, cada inacción. Toca y enferma y contagia. Toca, enferma, contagia, una peste que se te pega en la piel y que enferma todo, no dejará de enfermar ese animalejo oscuro, vivo y reptante, que ha despertado el intenso calor de enero, que produce delirios, desvaríos, genera extrañas criaturas y vuelve líquido el asfalto, el calor mezcla ese lodo que terminará cayendo como una lluvia ácida, despiadada, interminable, sobre las personas que aguardan los colectivos, que esperan, que mientras reciben la lluvia y la desdicha no hacen más que esperar.
PÁGINA 14 – Narrativa
La inmortalidad de Teresa
Por Miguel Ángel Gavilán (Santa Fe-Argentina)
Sabe que Teresa es inmortal. Gira por el cuarto en sombras viendo las baldosas negras y blancas bajo sus pies y se convence: es inmortal.
Cada momento estalla en la oscuridad de la pieza solo interrumpido por el crujido de la persiana ablandada al sol. Ella intuye que afuera las tropas del General Villafañe esperan el almuerzo: choclos, carne de cerdo, hierbas, todo formando sancocho en la profundidad de la olla que el fuego ennegrece.
-Simona, la capa-repite sin que la negra, sorda desde hace años, la escuche. Lo curioso es comprobar que no hay capa. Hace tiempo que se la llevaron junto con otros objetos de valor en otros saqueos que la ley ampara. No obstante, igual que cada día, pide la capa imaginando que la negra, tras la puerta cerrada, la oye.
Está asustada. Como todos en la estancia. Tenerlo a Villafañe cerca es un castigo. Esos hombres desdentados que eructan al hablar y pasan preñando chinitas como animales. Claro está que a ella no la tocaron, no la tocarían de hecho, no se atreverían con la hija del Corregidor. Sabe que está asustada y sin embargo, la costumbre le arranca ese pedido constante, ese ruego que por años no se le ha quitado de la boca.
-La de alamares, Simona. Rápido.
Hay un dejo familiar en esa soledad de claustro que le macera el alma. No puede explicarlo. Siente como si la presencia de su padre en el retrato español la siguiera con los ojos. No puede ser. “Teresa es inmortal” quiere repetir pero las palabras le dejan un gusto amargo en los labios. Y recuerda el día aquel que vio por última vez a su padre. Fue en la Catedral, abajo. Tenía los ojos amoratados por los golpes. Le habían arrancado las uñas.
El mediodía acompasa la risa de los soldados haciendo de esa mezcolanza agria de sudor y saliva el único perfume que arrastra el aire.
Uno de ellos, de uniforme, la casaca desprendida, el cabello ligeramente peinado, mira la casa con curiosidad.
-Poca gente en casa-ha dicho el General ni bien llegaron. Apenas una negra sorda, la señora loca y una cuantas sirvientas mirándolo con rencor.-Descansen que el viaje es largo-agregó al desmontar.
A esas alturas ya no quedan habitación ni cuerpo de mujer sin tocar. Ni oscuridades ni frescuras desconocidas.
El soldado apura la jarra de vino y mientras los otros se distraen jugando al monte o esperando la comida, él se acerca a la puerta que nadie ha abierto, esa que el mismo Villafañe ordenó que no fuera volteada cuando la negra, los brazos en cruz, se puso delante para que no lo hicieran.
No se explicaron porqué su jefe con esa voz galopante, atiborradas de tabacos y llanuras ordenó que esa puerta siguiera así, “que nadie tocara esa puerta”. Siendo tan fácil, pensó el soldado, una patada en el medio, un golpe con la culata del rifle. Pensó, “siendo tan fácil”.
La curiosidad toda la noche hizo estragos en las tentaciones del cadete. ¿Y si el oro estaba?, ¿y si la plata?, ¿y si las piedras preciosas y las monedas que tan morosa aunque implacablemente el Corregidor Agustino Tancredo de las Marras y sus secuaces le habían ido robando a su pueblo con un esmero opaco durante su gobierno?. ¿Y si su secreto, ese que no lograron sacarle durante semanas de tortura referido al dinero tuviera su respuesta en ese cuarto?. Un golpe. Sería tan fácil.
Mientras avanza escondiéndose en las columnas de la galería, las hojas de la parra recortan el sol a su tamaño, ocultándole el rostro de verde.
-La de alamares no. La de paño turquesa- pide mirándose el espejo pegoteado de tierra imaginando que la negra la escucha desde su sordera.
Después piensa “es mejor no escuchar”. Ella que conserva intacto ese sentido ha oído el griterío afuera, el ladrido de los perros, el peso de los caballos encima del pasto.
Después de todo no puede hablar mal de Villafañe. Cuando mataron a su padre él mismo lo trajo hasta la estancia para que lo enterraran. Ella recibió el cuerpo sin quererlo ver.
Con eso quedaba saldada la deuda con el General. Quería la muerte de su padre y la tuvo. Así como había tenido la muerte de Teresa. Dos personas. Dos tumbas en la vida de aquel muchacho con mirada triste que había llegado a dirigir un ejercito. Ese mismo que años atrás iba a la casa del Corregidor para dialogar con la muchacha rara, ausente que era Teresa y de la que todos hablaban. Y ese baile en el teatro de la Unión, donde lució por primera vez su capa de piel traída de Europa. Quedaba bien salir con la hija de un gobernante. Y esa relación fugaz entre madreselvas y convulsiones de fiebre que la agotaban y que se hicieron frecuentes cada vez que Villafañe se iba por meses. Ese amor en definitiva que las ambiciones del hombre despojaron de toda importancia.
Pero tanta memoria le ha hecho olvidar su vestimenta. Abre el ropero. Una niebla de polillas le sobrevuela el cabello suelto. En el espejo, la imagen en camisón de la muchacha que ya no es imita al retrato de su padre en la pared de al lado. “Mejor no llorar”, insiste.
La puerta sede ante la presión del hombro. “No estaba cerrada después de todo”, balbucea el muchacho al entrar. Que poco cuidado con los tesoros, que poco cuidado con la intimidad.
-La de astracán, Simona-se escucha en el fondo como el murmullo del agua en el interior de un aljibe.-Esa con el cuello de visón.
Sus ojos se tratan de acostumbrar a la oscuridad. Pronto reconocen un cuadro, unas mesitas con lámparas, un arcón de cuero. Allí estaría la fortuna del Corregidor cree sin darle importancia a la voz que ya no se oye, esa palpitación de viento en el interior de la alcoba.
Una mosca, en la cocina distrae las labores de la sirvienta. Mosca zumbona que no oye, viejas moscas de estancia revoloteando encima de la comida como un minúsculo punto de ruido.
Se rasca la crencha motosa, el pañuelo absorbe el sudor de la frente. Supone que al cocido le falta agua, y echa líquido en la olla sintiendo con una sonrisa glotona el olor del refrito. En eso levanta los ojos y ve abierta la puerta donde está encerrada su ama. Lo que no escuchó ahora se le insinúa como una visón de muerte. ¿Y si salió?¿y si entraron esos brutos para aprovecharse de la señora? ¿y si la mataron?. Pero Villafañe prometió no abrir la puerta. Pero Villafañe.
La negra deja la cuchara junto a la olla y sale.
En ese momento el General que ha estado escribiendo junto al pozo de agua, ve el revuelo de faldas en la claridad de la galería y se incorpora.
La inmortalidad de Teresa empezó con ese amorío corto. Ella se propuso no morir hasta no volver a enamorarse. ¿Pero enamorada de quien si está más sola que nadie, más abandonada y perdida que la casa misma?.
En eso escucha el ruido del arcón. Casi un roce, el desliz de la tapa. Se va acercando al ver la luz que entra por la puerta entornada. Ve el cuerpo inclinado de un joven hurgar en el cajón. Siente que ha llegado su hora. Él no la ha visto. Ella tampoco se dejaría ver.- Se conduce con cuidado hasta pasar detrás del hombre que revuelve el traperío como buscando quien sabe que cosas entre los andrajos de sus recuerdos. Al llegar a la puerta vuelve a cerrarla con pudor.
El joven comprueba que no hay luz para ver mejor las chucherías de las que pronto se cree dueño. No siente miedo hasta que comienza a caminar tanteando, chocándose con cosas, con formas duras que lo lastiman. Saca un cuchillo del cinto. Hay rumores de que quedan gentes fieles al Corregidor en lugares perdidos como ese. No sabe bien porque pero comienza a cortar el aire con el arma.
La negra golpea la puerta y una mano de hombre la detiene. Se miran un momento hasta que sobreviene el grito desde el interior. Entonces el General rompe la puerta.
-Nadie ha visto mi capa de astracán?
El soldado ve a la mujer más de cerca. Unos ojos enloquecidos lo hacen retroceder. Siente el líquido caliente entre los dedos, el pegote espeso y seguramente rojo. Por eso se asusta y grita.
Cuando la puerta cae la luz contornea la forma de una mujer que se desangra lentamente.
Lo hace mientas el soldado huye con las manos sucias rodeado de polvo y telarañas. mientras la negra se cubre la cara con un trapo, mientras los otros hombres de la tropa beben y juegan bajo los árboles, mientras el retrato del Corregidor cae encima del espejo y la estancia se cubre con la modorra de la siesta.
Sigue desangrándose cuando Villafañe le levanta la cabeza apenas caída sobre el hombro y le besa la frente pronunciando su nombre con el más dulce de los amores.
Recién termina de morir, terminará de morir solamente cuando vea ese reflejo en los ojos del hombre que la tiene en brazos, esa claridad de lágrima como una mueca triste en la mirada. Y se convenza de que es inmortal a pesar de todo.
PÁGINA 15 – POESÍA ALLENDE EL MAR
Poema Nº 11
No recuerda como eran sus ojos
ni su sonrisa.
Siente, de la muerte,
las patadas.
De la vida,
el mal aliento...
No recuerda
ni sus manos
ni su cara.
Mil hormigas le recorren la piel
como si nada.
No recuerda, no.
Está a oscuras su memoria.
Una mujer sin rostro
grita en medio de la noche,
es su madre.
Y no sabe su nombre.
Silvia Delgado Fuentes (Bilbao/España)
Rara avis in terris
Los suspiros
son besos de la memoria
La memoria
una ola de recuerdos
Los recuerdos
son vida en los silencios
Los silencios
palabras que hablan a la luna
La luna
es consejera de poetas
Los poetas
son los rara avis in terris
Los rara avis in terris
son los que besan con la memoria.
Luis del Río Donoso (Francia)
El Combatiente
¡Anda, pueblo! Grita!
despliega tus banderas
quizá vuelvan los héroes a escucharte,
tal vez la patria sea nuevamente tuya,
tal vez los domingos te vestirás de fiesta
y habrán bailes y cantos en las plazas.
¡anda, pueblo! Grita,
hasta que tu propia voz sea una bandera
y salgan los héroes a defender la patria!
Paul Disnard (Yugoslavia)
Magdalena
No me hables.
No me hables porque
las palabras, asesinas,
callan las emociones.
Palabras verdugos,
testigos de la muerte del tiempo,
palabras que nos echan en cara
nuestro límite de criaturas mortales.
Hastío de las palabras,
sonidos ridículos
que tartamudeo para decirte lo que siento
que no tiene forma y
no se puede escribir sino
con fría espuma de ola
sobre arena caliente de sol,
y no se puede escribir sino
con mi boca lamiendo tu piel
y no se puede escribir sino
con lluvia que cae
sobre nuestro patio,
el patio que conoció tus besos y mi cuello.
Palabras inútiles,
escritas en libros amarillentos,
hojas manchadas
por un lapicero seco y sin tinta ya,
ideas pintadas en el aire
por algún pintor que, gracias a Dios,
olvidó el alfabeto.
Palabras frustrantes
que se gastan como cigarrillos
y el humo escribe en el aire tu ausencia y
la falta que le haces a mis ojos
que extrañan tu sonrisa,
a mis brazos que extrañan tu calor,
a mis piernas que extrañan tus manos,
a mi alma que extraña tu infierno,
el infierno que me inyectaste y que
llevo dentro por la maldición
de haberte amado.
Al encontrarte mis estigmas empezaron a sangrar.
Mis pasos escriben chorreando
tu nombre en el camino.
¿Logrará el viento borrar
la sangre seca de mi historia?
¿Podrán estas palabras vacías devolverme
el icono de nuestro mutuo martirio o
será el silencio la cruz que merezco
y que asumo como mi única maleta en este viaje
entre la maldita culpa del sacrificio?
Y sin embargo estas siguen siendo palabras
que no son gritos
y no son canto
y que no te comunican
las espinas que siento,
clavadas en mis sienes,
clavadas en mis sueños,
hartos ya de la pesadilla de tu traición,
la misma traición pura de las palabras
que no sirven no sirven no sirven
porque no hay milagro
sino caricias guardadas por demasiado tiempo en
una mano que se hizo puño,
no hay milagro
sino heridas entreabiertas en el costado que
ya no sangran bajo el suplicio de tu olvido,
no hay milagro
sino pies sucios del largo camino que llevo,
y que tendrás que limpiarme con tu pelo,
Magdalena.
Silvia Favaretto (Italia)
Diáspora de los cuerpos
Un hilo de carne rota
va
de la calle a mi garganta.
Todo desfila
bajo la luz analfabeta
Los días de fruición
Las tardes claras
Los sueños esquivos
Antes de esta sorpresa beterem et* todo desfila en esta increible distracción de las plegarias I did it my way oh yeah my way por qué el camino es tan corto y de pronto todo lo que importa es mirar qué se salva y todo aparenta seguir como si nada como si nada todo seguirá mis pensamientos me devuelven un silencio de tumba y nada se mueve yo tampoco yo tampoco me muevo pero si nunca me moví si nunca nadie se movió el universo está aquí mañana sera día y noche habrá cenizas
El humo es suave
El cnn no nos toca
La pantalla
va borrando
the green green grass of home.
Busco en los hiatos esperando no encontrar ningún nombre ninguna fecha ninguna cita íntima el anonimato me resguarda pero y si conociera a la víctima y si conociera los sueños de ese cuerpo trizado si hubiera compartido un beso con los restos de esa humanidad reventados contra el pavimento de esa ruta nowhere
Todos hemos caido
al hueco que separa
nuestros nombres
nuestras células.
• beterem et: en hebreo, antes de tiempo
Edith Goel (Israel)
PÁGINA 16 - Artículo ensayístico
Oliverio Girondo: la transgresión perpetua.
Por Jorge Ariel Madrazo
El poeta argentino Oliverio Girondo (1891-1967), cobra día a día el perfil de un clásico y a la vez, paradójicamente, el de un constante maestro de rebeldías; sobre todo, a partir de su difusión en Latinoamérica. Girondo supo, en efecto, hallar nuevos y desafiantes rumbos para expresar esa experiencia poética en cuyo seno el mundo parece suceder por primera vez. Una experiencia epifánica que, aunque instrumento de conocimiento, se roza con el mito; y que no puede sino subvertir un lenguaje de estructuras pre-establecidas, fosilizadas.
Sobre tal epifanía apuntó, mucho mejor, el propio Girondo: "El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones, ¿no justificaría que pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar para sentir esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa; ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura...?". Pero, atención: nada hay en común entre este alborozado descubrimiento de lo único e intransferible, esta extrañeza emocionada ante el ser y el estar, y su polo opuesto: la aceptación de lo dado; la alienación conformista.
En 1922, un Jorge Luis Borges todavía entusiasmado por la novedad del llamado ultraísmo editaba en Buenos Aires la revista Proa, antecedente del núcleo "Martín Fierro", cuyo manifiesto inicial publicado en el Nº 4 de la revista homónima del 15 de mayo de 1924, redactó el mismo Girando y André Breton rompía con Tristan Tzara y echaba las bases del surrealismo, mientras Vicente Huidobro reiteraba (con algún mesianismo): "El poeta crea, fuera del mundo que existe, el que debiera existir...". Es decir, poesía como realidad-Otra. No más, ya, como mera representación o adorno de un "tema" previo, sino como la elaboración a posteriori de la experiencia poética, que irá retraduciéndose mediante la puesta en acto de un lenguaje brotando de sí mismo. Es entonces cuando aparece en Buenos Aires —no por azar— Veinte poemas para ser leídos en el tranvía: "En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana...". Era el Girondo que desde adolescente había residido en Europa, y que habría de publicar un único texto narrativo (Interlunio, 1937) y seis poemarios fundamentales: los Veinte poemas... ,1922; Calcomanías, 1925; Espantapájaros, 1932; Persuasión de los días, 1942; Campo nuestro, 1946, y en 1954, irrumpe como un torbellino En la masmédula, que dejó estupefactos a sus propios amigos y aún hoy continúa asombrando.
Si en Calcomanías Girondo insiste con las imágenes de cuño entre modernista y cubista, Espantapájaros se abre con un caligrama en homenaje formal a Apollinaire y su refrescante humor se condensa, de pronto, en un poema que figura en todas las antologías, el número 12: "Se miran, se presienten, se desean, / se acarician, se besan, se desnudan, / se respiran, se acuestan, se olfatean, / se penetran, se chupan, se demudan, / se adormecen, despiertan, se iluminan, / se codician, se palpan, se fascinan, / se mastican, se gustan, se babean (...) / Se derriten, se sueldan, se calcinan, / se desgarran, se muerden, se asesinan, / resucitan, se buscan, se refriegan, / se rehuyen, se evaden y se entregan".
Es que en Espantapájaros Girondo creaba ya una obra lírica netamente diferenciada de la poesía de su tiempo: cobijaba muchos textos en seudo-prosa que desdeñando la matriz lineal del verso abrían las puertas a una imaginación admirada por Gómez de la Serna; y en él están también los grandes anhelos que impregnan cada línea suya: el panteísmo, el afán de elevación simbolizado en las innumerables alusiones al vuelo. Por eso, su alabanza de una supuesta amante no se limitaba allí a un credo erótico; era un ansia espiritual disfrazada por el humor: "No me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida, ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— ¡no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar!".
Con Persuasión de los días se inaugura el segundo Girondo, el interior, grave y hasta trágico e imprecatorio. Un registro muy notable en poemas como "Ejecutoria del miasma", "Derrumbe", "Invitación al vómito", "Expiación", "Hay que compadecerlos". Rotundos desde sus títulos. Sobresalía allí una impronta dialogal, desgarrada, en la que descuella la fiereza del poema "Es la baba". Línea que alternaba, pero no contradecía, a la del poeta aún impregnado de comunión pánica con el todo, aunque tal lazo fuera deteriorándose bajo el hacha del tiempo y de un mundo erróneo desde sus cimientos.
En esa línea de fusión vital, de despersonalización e identificación con lo-Otro, sobresale su famoso poema "Gratitud": "Gracias aroma / azul, / fogata / encelo. // Gracias pelo / caballo / mandarino. // Gracias pudor / turquesa / embrujo / vela, / llamarada / quietud / azar / delirio // (...) Gracias a lo que nace, / a lo que muere, / a las uñas / las alas / las hormigas, / los reflejos / el viento / la rompiente, / el olvido / los granos / la locura. // Muchas gracias gusano. / Gracias huevo. / Gracias fango, / sonido. / Gracias piedra. / Muchas gracias por todo. / Muchas gracias // Oliverio Girondo, / agradecido".
También en Persuasión de los días se anticipa una total Rebelión de vocablos, título del poema que se inicia: "De pronto, sin motivo: / graznido, palaciego, / cejijunto, microbio, / padrenuestro, dicterio; / seguidos de: incoloro, / bisiesto, tegumento, / ecuestre, Marco Polo, / patizambo, complejo; / en pos de: somormujo, / padrillo, reincidente, / herbívoro, profuso, / ambidiestro, relieve...". Y ello sin olvidar el lirismo, el sentimiento, la vida dando sentido al todo, de "A pleno llanto": "Lloremos por las uñas, / por los pies, por los dientes, / lacios chorros tranquilos / de lágrimas salobres (...)".
Con En la masmédula se ahondan el vértigo a menudo apocalíptico, la denuncia de la vacuidad; se desata un huracán destructivo aunque rigurosamente organizado. Girondo enhiesta allí sus púas como el conmovedor erizo que Derrida equipara al poema, ese erizo que "se ciega erizado de espinas, vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado". Tanto el sentido como el ritmo, las asociaciones fonéticas, la entonación, se descargan en un impacto único.
Aun en la injusticia del inevitable fragmentarismo, permítase transcribir un tramo emblemático de este último libro girondiano de sustancia en el fondo trágica; unas líneas de un poema de amor cuya sintaxis anticipó el glíclico de Cortázar: "Mi lu / mi lubidulia / mi golocidalove / mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma / y descentratelura / y venusafrodea / y me nirvana el suyo la crucis los desalmes / con sus melimeleos / sus eropsiquisedas / sus decúbitos lianas dermiferios limbos y / gormullos / mi lu / miluar / mi mito / demonoave dea rosa / mi pez hada / mi luvisita nimia / mi lubísnea / mi lu más lar / más lampo / mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio / mi lubella lusola / mi total lu plevida / mi toda lu / lumía".
Claro está: Girondo creía que en poesía la unidad o ladrillo esencial no es sólo la palabra sino también la sílaba, y aun la letra; de allí esos quiebres, distorsiones, descapsulamientos, o al revés: agregados y embolsillamientos sonoros. Revolución de la sintaxis no como experimento sino como imposición de la necesidad poética. Por ello fue capaz de coaligar un lenguaje de neto sello castizo con un lujurioso regodeo de aliteraciones, de palabras vigentes por sus valencias y no por su significado literal, de imágenes deslumbrantes o furiosas, y todo esto sustentado en un impulso de cuestionamiento vital. Las cosas y los seres exhiben ahora su incompletud —y de allí la abundancia de las partículas lexicales sub o ex: "subánimas", "subcero", "exotro", "exnúbiles", "exellas", "exóvulo"—; un menos, que es más.
Como brama el poema titulado justamente "La mezcla": "No sólo / el fofo fondo / los ebrios lechos légamos telúricos entre fanales senos / y sus líquenes / no sólo el solicroo / las prefugas / (...) sino la viva mezcla / la total mezcla plena / la pura impura mezcla que me merma los machimbres el / almamasa tensa las tercas hembras tuercas / la mezcla / sí / la mezcla con que adherí mis puentes".
Los puentes de la poesía total. Es el Girondo a cuya muerte Neruda consagró un intenso poema, que concluye: "De todos los muertos que amé / eres el único viviente. // No me dedico a las cenizas: te sigo nombrando y creyendo / en tu razón extravagante / cerca de aquí, lejos de aquí, / entre una esquina y una ola / adentro de un día redondo / en un planeta desangrado, / o en el origen de una lágrima".
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario