Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 120– DICIEMBRE de 2016– Año X – Nº 12





IMÁGENES:
Homenaje al Arte Fotográfico de Sebastiao Salgado
(Brasil)





PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)

UN MUNDO AL REVÉS

El poeta Antonio Machado, en verso inolvidable, dijo que, cualquier necio confunde valor y precio, y esto es un sistema en donde todos tenemos un precio, una cotización, y de ahí se define nuestro valor. O sea, es un sistema que miente, porque el valor no se mide por el precio. Las cosas más valiosas suelen ser gratuitas, como el aire. Pero resulta que el sistema ha logrado que el aire puro sea un privilegio de los que pueden pagarlo. Entonces hay como un sistema que funciona patas arriba, que no prioriza lo que de veras vale, y que además nos entrena para el egoísmo y nos prohíbe la solidaridad, de tal modo que nos cuesta mucho ver al prójimo, al otro, a la otra, como una promesa, y estamos casi que obligados a ver al otro a, la otra, al prójimo, al vecino, como una amenaza. Mucho cuidado! Mucho cuidado con el terrorismo, con las pestes. Cuando no es la porcina, es la…, cuando no es la culpa de boca verde…si es de los pobres chanchitos, ser’s de las gallinas o de las vacas locas, o...Siempre estamos depositando la responsabilidad afuera, así que todo el reino animal nos sirve a la hora de fabricar el miedo y el terrorismo, que el sistema fabrica... Por ejemplo, la guerra de Iraq que ha sido una fábrica de terroristas. Termina siendo el pretexto para que la industria militar prospere, y el mundo termina estando organizado para la muerte y no para la vida. La mayor parte de los recursos se destinan para la muerte, o sea, la industria militar, que se come una cantidad inmensa de recursos, de energía, de tiempo. Es un mundo que vive en guerra perpetua, por una razón muy simple. Y es que los que custodian la paz son los cinco países principales productores de armas. Esos son los que velan por la paz, pero resulta que son también los que hacen el negocio de la guerra. Si estará patas arriba el mundo, no, digo yo.

PÁGINA 2 – POESÍA ARGENTINA: SANTA FE

SERGIO BARTÉS

OCASO

Está solo
en el centro del parque
y se deshace de ser árbol
ya no habla con el viento,
hasta los pájaros
y la idea fija de sus cantos
son ausencias desmedidas.
De pie aunque
vencido el cuerpo
de sometida madera
me mira con elocuencias
de agonía
y no sé que decir.
Entonces guardo silencio
solo escribo palabras secas
de lenguaje evaporado
que no alcanzan a coronar
una extensión de vida.

ELSA HUFSCHMID

METÁFORA SOBRE HUESOS

Cargo sobre mis hombros mi esqueleto cada día más roído, más pesado.
De entre sus ranuras brotan anemicos árboles, hambrientos de savia nueva.
No florecerán
No habrá frutos.
Pasa un tiempo y no los siento, pero de pronto descargan todo su peso sobre mí, las rodillas flaquean y debo apoyarme para no caer.
Amo estos viejos y sufridos huesos. Conozco de sus luchas , de sus largas caminatas sobre piedras punzantes.
Debo seguir con esta carga.
En algún minuto de este milenio nos fundiremos y con una sonrisa cómplice, descansaremos en paz.

FERNANDO BELOTTINI

LO QUE LAS PIEDRAS DICEN

Tanto a mi hijo como a mí
nos gustan mucho las piedras
también a mi padre
sospechamos que guardan algo
en su memoria
y que han visto lo posible
desde la inmovilidad
y podrían contar
atractivas aventuras
Nadie nos dijo que así fuera
es un augurio genético
y lo vamos transmitiendo
cópula mediante
de generación en generación
Cuando mi hermano
venga a visitarnos
sé que saldrá a juntar piedras
y dirá ¿viste esta? ¿y esta?
y traerá las que supone
fueron árboles o raíces
o querrá encontrar incrustado
el resto fósil de un pez
o de un escarabajo
y se las llevará a su casa
más allá del peso y del color
o de que antes hayan sido
pez, vegetal o escarabajo
y por las noches
esperará en silencio
como los demás
que ellas le hablen.

MARÍA BEATRIZ BOLSI

NACER PALABRA

Nace de mano abierta
entra por cualquier ventana de la casa.
Canto de arena
                      desde la piedra antigua
la despierta
y un apenas fueguito alcanza
                                       para entibiarla.
Asciende
por los ojos del día
                  hasta el silencio blanco.
Garúa de infancia
Sombra de ala  volando bajo
                         en el atardecer rosado.
Nacer palabra. Con hambre  y llanto.
Con desnudez
                          y rebeldía.
Azul de mariposa sin peso
                                       por el viento
                           para desordenarnos la mirada.
Volverse harina que se amasa
     para que en panes
                   llegue su fragancia.
Lo dice todo
en su delgado universo
                             de sonido y de página.
Lo dice todo
aunque – a veces-
                      parezca
                                   que no dice nada.

JORGE LACUADRA

NO SE DEBERÍA SOÑAR CON CIERTAS COSAS...
No se debería soñar por ejemplo,
que afuera, detrás de esa puerta inmóvil
hay un cielo verde pálido
como las hojas de un libro de cristal,
y que ante mí, una niña triste y albina
es dueña de todas las nubes
y que de un viejo sombrero de copa
ella extrae los últimos peces del Paraíso.
No se debería soñar por ejemplo,
que en el jardín, debajo de ese cielo
hay rosas con olor a jengibre y nuez
y mariposas clavadas en las espinas,
y que ante mí, la niña que es hermosa
ha llorado ante los ojos de la mandrágora
buscando en su rostro alucinado
las huellas del insomnio que no llega.
No se debería soñar por ejemplo,
que al final, de ese viejo sendero
debería haber un árbol pero hay una cueva,
donde no se puede jugar con huesos,
y que ante mí, una niña que nunca miente
pinta de azul las escamas rotas
abandonadas hace miles de años
por los dragones de los antiguos mapas.
No se debería soñar por ejemplo,
con tortugas y con laberintos,
las primeras acusan la letanía de la eternidad,
el dédalo huye con las sombras del atardecer,
y la niña que es cómplice del silencio
y posee un unicornio de alabastro azul
oculto en los rincones inconclusos de mi sueño,
me regala estos versos bañados de luna.
No se debería soñar con ciertas cosas…
© Jorge Lacuadra - Derechos Reservados - 2017

ALEJANDRA TIRABOSCHI

RESCATE…

Cuando el tiempo empieza a azular desesperanzas,
está tu voz, hija y me rescata.
Cuando empieza a creer que hay que desdibujar mapas
me  riega tu mirada
y organiza parcelas y me acomoda el alma.
Cuando teorizo sobre soledades
y hablo baratamente de la nada,
viene tu mano y al rozarme me llama.
Cuando estoy y no estoy
borrando tardes y tempranas mañanas,
te me asomas entera con la sonrisa amplia.
Entonces le junto a la vida las palabras
para jugar con vos
y sin apuro, porque el tiempo pasa.

PÁGINA 3 – ENSAYO

LUCÍA MELGAR PALACIOS
(México)

ELENA GARRO: PODER DE LA PALABRA.
Creadora de mundos de luz y sombra, Elena Garro exploró todos los géneros: el periodismo, el guion cinematográfico, el ensayo, las memorias, la poesía, el teatro y la narrativa. La maestría de su escritura y la creatividad con que innovó en los dos últimos bastan para situarla entre las mejores plumas en lengua castellana.
Gran lectora, conocedora de la literatura española de los siglos de oro, del romanticismo alemán, de la gran novela rusa y de la literatura fantástica del Río de la Plata, entre otras, conjuntó en sus textos una mirada aguda y sensible sobre su época, una imaginación deslumbrante y una escritura fina, rica en matices y contrastes.
Testigo de su tiempo, trazó en su obra un amplio y lúcido mosaico de los avatares del siglo xx. En sus novelas y cuentos, farsas, dramas y memorias, aparecen escenas de una Historia turbulenta y sombría; personajes entrañables o despreciables, atrapados en la mediocridad del tiempo cronológico o amenazados por un destino fatal, que buscan, y a veces encuentran, un punto de fuga hacia ámbitos ajenos a la burda materialidad cotidiana. En paisajes brillantes o desolados, jardines, casas o cuartos de hotel, habitan seres las más de las veces desesperanzados que, no obstante, anhelan otra manera de ser y vivir. Para algunos, la imaginación abre la puerta hacia la libertad, así sea pasajera; para otros, la resistencia desde la lucidez crítica es el último refugio; los más quedan expuestos al embate de la violencia política o personal, al afán de poder de unos cuantos, sujetos a un sistema social opresivo, en que florecen la mentira y la arbitrariedad. La recreación del pasado y la reflexión desde el presente están atravesadas por una visión crítica del progreso, un cuestionamiento de la injusticia y la desigualdad y un anhelo de cambio que solo parece alcanzable en un tiempo fantástico, en otra parte.
La aguda crítica política y social que se despliega desde Un hogar sólido (1956) en el teatro y Los recuerdos del porvenir (1963) en la novela, hasta Memorias de España 1937 y la narrativa publicada en los años noventa, invita por sí sola a la relectura y confirma la vigencia de esta obra. Lo que la hace perdurable y extraordinaria, sin embargo, es el arte de la escritura, deslumbrante en sus mejores creaciones, y la potencia de la imaginación que amplía la realidad de personajes y lectores. La oralidad, el ritmo de la prosa, la vivacidad de los diálogos, la elegancia de la ironía en las farsas, dan cuenta de un oído fino y sensible a los matices de la voz. La viveza de las imágenes visuales, la densidad de la prosa poética en Los recuerdos del porvenir, La semana de colores (1964) y en las piezas en un acto sobre todo; el entrelazamiento de palabra y silencios expresivos que, con distintos tonos, caracterizan la escritura garriana hasta Mi hermanita Magdalena, añaden intensidad al drama y profundidad a la narración.
Ligada a un concepto múltiple del tiempo y a un sentido mágico de la palabra, la vertiente fantástica de la imaginación fisura ámbitos muchas veces sombríos que se iluminan con la irrupción del deseo o la esperanza. Si bien estas iluminaciones se reducen a partir de los cuentos exílicos de Andamos huyendo Lola (1980), y la palabra pierde magia en el universo ficticio, persisten, en tono menor, el anhelo de libertad o la nostalgia de un paraíso perdido, indicios de resistencia perceptibles en algún pasaje lírico, como en La casa junto al río (1983) o en un efímero escape fantástico que conduce a la muerte o libera, como sucede en “Una mujer sin cocina” y “La dama y la turquesa”.
El rico tejido de la escritura de Garro y las múltiples facetas de la realidad social y política que abarca ofrecen pues una amplia gama de lecturas. Así lo demuestra la crítica, cada vez más amplia y diversa, que ha destacado los juegos con el tiempo, la memoria, la dinámica de lo fantástico, la idealización de la infancia, la reivindicación de culturas y grupos marginados, la visión crítica del poder patriarcal, la reinterpretación de la historia, la ironía contrapuesta a la solemnidad... A estos y otros puntos de partida puede añadirse, como invitación al viaje, una exploración de la visión crítica de la dominación como crítica del discurso autoritario, a la que subyace un concepto poético y ético de la palabra como fuerza transformadora, y del silencio como manifestación expresiva que no es solo ausencia de voz. Desde mi perspectiva, una de las claves del poder de la escritura de Elena Garro es su fina percepción, y expresión, de los matices del lenguaje –silencio y voz– y de los efectos nefastos de su degradación por el discurso monológico del autoritarismo, político, social o personal.

EL TIEMPO DE LA DICHA


Los recuerdos del porvenir, iniciadora del realismo mágico o renovadora de la literatura fantástica, según se vea, es una novela innovadora desde la voz narrativa colectiva del pueblo que surge desde la “piedra aparente” de la memoria y desciende hasta la plaza, para contar los avatares de una comunidad y sus habitantes durante la era posrevolucionaria y la guerra cristera. El relato de esta desde la experiencia del pueblo, opuesto a la invasión de las tropas federales y a la política que, desde su perspectiva, le cierra la iglesia, rompe, en los años sesenta, con la versión triunfante de la revolución. Más que una novela cristera, como la leyeron algunos, este es un relato de la microhistoria contada desde el margen. En el pasaje más conocido, además del memorable primer párrafo, el tiempo se detiene de pronto y todo queda inmóvil y mudo. La ruptura del tiempo cronológico abre paso entonces a los amantes desdichados que huyen hacia un horizonte iluminado y vivo. Al inscribir este acontecimiento extraordinario como un hecho verosímil, la autora amplía la realidad y le da un sentido esperanzador al tiempo, como tiempo del deseo y la felicidad.
Esta fisura temporal, que aquí puede atribuirse a la fuerza del amor, es también signo de la constricción del ámbito diegético en que se acumulan ahorcados, la palabra circula como chisme o discurso hueco o se coagula en letras sin sentido. Ahí solo el teatro y la poesía abren camino a la ilusión y alejan de la mediocridad.
La bifurcación del tiempo en Los recuerdos del porvenir introduce en la narrativa de Garro un anhelo de superar a Cronos, sugerido ya, con otros matices, en Un hogar sólido, farsa lúgubre con que Garro se inicia en el teatro. En la cripta donde se van reuniendo los integrantes de una familia, el tiempo cronológico no pasa: cada quien permanece en la edad de su muerte. El carácter fantástico de esta pieza se manifiesta también en un concepto de la vida post mortem como oportunidad de “ser todas las cosas” y “todos los tiempos”. La dicha que transmite el lirismo de las imágenes en que pueden transformarse los moradores de este otro mundo contrasta irónicamente con su infelicidad anterior: el ansiado hogar sólido se encuentra únicamente en la tumba.
La concepción garriana del tiempo no solo opone a Cronos el tiempo del deseo. En los cuentos de La semana de colores, el tiempo se bifurca en dos días paralelos, o se fragmenta en dos siglos separados que de pronto se superponen o entrecruzan, como sucede en “La culpa es de los tlaxcaltecas”, uno de los mejores cuentos mexicanos, según Carlos Monsiváis. El paso de un siglo a otro, que la protagonista vive con naturalidad, contrasta dos épocas, dos cosmovisiones que forman parte de una sociedad que se dice mestiza pero no ha asumido su pasado, y donde el progreso no significa mejores relaciones de género ni mayor felicidad. El relato puede así leerse como indagación en el “problema de la identidad” y como reivindicación de la Malinche (de acuerdo con Evodio Escalante); el final sugiere un impasse o la imposibilidad de acceder a la dicha en este mundo.
Aunque la felicidad se vislumbre en la tumba, en el pasado o en un instante inaccesible para los más, el desdoblamiento del tiempo abre la puerta a una realidad deseada e ilumina la belleza del mundo, que suele pasar inadvertida en el agobio del presente. Ese tiempo del deseo y de la dicha es también un tiempo que se conserva en la memoria, al que puede accederse a través del relato o del recuerdo. Así en el ambiente más sombrío de Andamos huyendo Lola, por ejemplo, aparece un tiempo-espacio que lleva a los personajes a una muerte liberadora o a un refugio fantástico.

EL CIELO DE LOS FUSILADOS


El tiempo arruinado de Ixtepec bajo el embate de la violencia es también el de los fusilamientos que denuncia Felipe Ángeles, protagonista del drama histórico en el que Garro enjuicia a la Revolución. La crítica de la violencia política apunta al abuso del poder, a la manipulación de la historia y al vaciamiento de la palabra. Con matices diversos, la autora configura la violencia como una maquinaria destructiva que se retroalimenta desde lo político, lo social y lo personal. El tiempo de la violencia parece inmóvil o se manifiesta como un tiempo cíclico que anuncia un destino funesto, a veces ineluctable.
Esta visión integral de la violencia destaca por la lucidez con que se configura la violencia contra las mujeres como factor estructural en un sistema de dominación excluyente y depredador que la reproduce, normaliza e intensifica. Los recuerdos del porvenir, Testimonios sobre Mariana (1981), Reencuentro de personajes (1982) son, desde esta perspectiva, novelas notables por la minuciosidad con que se desmonta la dinámica de la agresión misógina y se exponen los efectos del miedo, el aislamiento y la desesperanza que provoca.
Destaca también, en términos éticos y literarios, por las conexiones que se establecen entre el afán de dominación y la transformación del discurso en demagogia o en arma que estigmatiza, acalla y anula. Equivocar las palabras confunde los términos de la realidad y contamina o impide la comunicación. La mentira, el discurso hipócrita, el vaciamiento del sentido de palabras como ley, justicia o verdad, son instrumentos de un Estado autoritario, como el que confronta Ángeles, o Yáñez en Y Matarazo no llamó... (1991). Forman también parte del arsenal con que los poderosos acaban por transformar a los marginados, los exiliados, los indígenas y las mujeres en fantasmas de sí mismos, en “no personas”.
Contra esta degradación, Ángeles y Juan Cariño, personajes cercanos a la voz autoral, reivindican el poder de la palabra que preserva un sentido de verdad, o que, como la poesía, da vida a la ilusión.

AL HOMBRE SE LE RESCATA CON LA PALABRA


En Felipe Ángeles (1979), la palabra que rescata es la que enuncia lo prohibido y censurado, la que rompe el silencio impuesto y dice las verdades del/al poder. La denuncia, la recuperación de la verdad (de los hechos al menos), la enunciación en voz alta de los secretos del poder, es peligrosa pero necesaria para vivir y morir con dignidad y sentido ético, como sugiere también la historia de Yáñez y Matarazo.
Este concepto del poder de la palabra se manifiesta por contraste en piezas y relatos donde la enunciación no solo es peligrosa sino destructiva. En “Los perros” o “El árbol”, el código indígena carga de magia negra la enunciación: pronunciar el peligro es atraerlo, contarles a otros los propios pecados, los seca y mata. En “El rastro” la intensidad poética del delirio del protagonista inunda el paisaje de imágenes sangrientas y estalla en el feminicidio. En la narrativa de los noventa, ajena a la cosmovisión indígena, la palabra abusiva también es acto destructivo: el insulto degrada a la agredida y al agresor: quienes denigran y acosan a las exiliadas o a las mujeres perseguidas son seres inferiores, de voz chillona y aspecto sospechoso, que destruyen a sus víctimas pero caen ellos mismos en el abismo de la corrupción y del mal.
Este somero recorrido hacia un esbozo de una “ética y poética de la palabra” en la obra de Garro quedaría incompleto sin una mínima alusión al silencio, que, en su escritura, adquiere una expresividad inusitada.
El silencio aquí no es ausencia de palabra, ni mera censura: los silencios, polisémicos y diversos forman parte del discurso de los personajes, impregnan la atmósfera y dan mayor densidad a la prosa. Abundan desde luego los silencios del suspenso y del enigma, cruciales en las novelas de corte policiaco. El silencio impuesto por la represión, la opresión, la violencia y la muerte, arruina a Ixtepec, mina a Yáñez y a Matarazo, paraliza a las mujeres desarraigadas y maltratadas por propios o extraños. El silencio cómplice envilece, denota la normalización del feminicidio, el asesinato moral o la persecución incesante.
Pero hay también silencios elegidos: callar permite resistir, protegerse y proteger a otros, preservar la intimidad. Callar es también evitar la palabra innecesaria, entenderse sin palabras, rechazar la hojarasca verbal cuando no hay más alternativa.
Este entrelazamiento de palabra y silencios expresivos, apenas esbozado aquí, puede leerse como hilo poético que, con distinta intensidad, atraviesa el entramado de la escritura de Garro. Constituye también, me parece, un hilo revelador de la posición ética desde la cual Elena Garro mira, reconstruye y desmonta la expansión de la violencia, el afán de poder y la exclusión en épocas oscuras, como la nuestra.

PÁGINA 4 – POESÍA ARGENTINA: SALTA

DARIO VILLALBA

EL FANTASMA

Ya casi
no quedan fantasmas
Están en extinción
Si alguien quiere uno en su casa
debe inventarlo
o recurrir a los fantasmas del pasado
Si usted tiene uno cuídelo:
al verlo
golpee su cara con gestos de terror
arañe su garganta con desesperados gritos
impúlsele a sus piernas
un salto o una carrera
porque si no
se le va a ir
El mío partió
cuando me hice grande
incrédulo de todo
Con la noche rebalsando en mis ojos
(sin más susto que las deudas)
lo recuerdo
Pensé que era eterno
como todo lo que nace con la muerte
Ahora
solo está en mi memoria
donde todo
queda lejos

FERNANDA ESCUDERO

FARSA EDÉNICA

Entre las piernas
Rugieron los órganos,
en el paraíso
alguien entendió
que esa música
podía hacer peligrar
la hastiada existencia
de los seres
que ni sabían qué eran.
A cambio,
les dieron
frutas tentadoras.
Hay gente
que no las probó,
nunca tuvieron la ocasión.
Los arrojaron antes.

CARLOS ALDAZÁBAL

TRILOBITES

Si es por tragedia, alguien debería
contar la historia de los trilobites,
animales marinos condenados a fósiles,
a que nadie humedezca sus mañanas
ni recuerde la razón de los abismos.

Pero no se trata de escribir lo que se sabe.

Aquí la tragedia es no poder despedirse,
no poder desear buena ventura,
un “que te vaya bien, que todo amaine”.

No se conocen las rutas de la muerte
ni los designios del azar que transforman los restos.

No se conoce el rumbo, ni el color, ni la forma.

Sólo sabemos lo que supura el ojo,
y líquido por líquido, ojo por ojo,
es la tragedia la que decora el cuadro:
caminata torcida para subir un cerro
con fósiles marinos creciendo en sus cornisas.

Un caprichoso adiós, que ya no importa.

FERNANDA AGÜERO 

EN ESTE CUERPO ESTUVO EVA

en este cuerpo estuvo Eva
bebiendo los tragos absurdos de su soledad
imaginando
que no hay alambres de púas
en mi cuello
ni cepos en los pies

mariposa de trapo
ala frágil
abrazo en la noche

me vuelve caminante su voz libertaria
arropa la infancia en un pueblo lejano
besa las huellas
el barro
el aire que ventila mi sangre
cuando la pienso
con sus pies sin dios sobre la tierra

en un rincón de mí
ella ha tejido una cruz que parpadea

HUGO FRANCISCO RIVELLA 

TORMENTA ALUCINADA
a Gonzalo Rojas

Mi padre llega atravesando el río,
las mariposas verdes de la noche deslucen su cabeza.
Desde la orilla grita mi madre y un trueno zamarrea la boca del relámpago.
Todo parece quieto y a la vez, todo gira en un hueco de lechuzas y peces,
jabalíes desdentados, ramajes y abanicos y toros sin cabeza.
Me cuelgo del hilito de luz que alumbra el patio.
Sus ojos maldecidos estrujan el paisaje.
Destellando,
amagando llegar viene mi padre.

La tormenta se duerme en mis brazos pequeños, y yo me duermo en los brazos de mi madre que llora.

El caballo de mi padre llega solo
ya no pesa su sombra sobre el lomo

TERESA LEONARDI HERRÁN

Ha roto con el árbol genealógico.
Al señor con galera que vivía en su memoria derecha
Lo envenenó esta madrugada.
A la abuela con bucles
que en la foto se esconde detrás de un abanico
la encerró en el sótano.
Al tío que distinguía con su nariz enorme
quienes eran bastardos en familias ilustres
lo ha izado hasta las nubes para que no regrese.
En el invierno alimenta la estufa
con las hojas del Derecho Romano.
Aplaude los desastres bursátiles
y confía en los terremotos futuros.
¿Cuál dueño de los establos de occidente
podrá darle caza
a la jineta que cabalga furiosa
dibujando el mapa de los países por venir?

PÁGINA 5 –  NARRATIVA

MARCO ANTONIO CORTÉS

(México)

 

ESPERANZA SUBVERSIVA

“Hacía ya más de cien mil lunas, de la madre tierra le nacieron las primeras mujeres mayas, semillas libres que les nacieron las mujeres y hombres que trabajaron nuestra tierra y ella los alimentó. Ellas nunca poseyeron ni explotaron esta tierra, sino que por el contrario la compartieron entre sus comunidades y cuidaron de ella. Fue hasta hace cincuenta mil lunas que los otros mataron y robaron nuestra tierra, se apropiaron de ella y la explotaron. Desde entonces, nosotras hemos resistido y defendido nuestro derecho a vivir a nuestro modo, nuestra cultura, y hemos retomado nuestra tierra, ya desgastada, maltrecha, para cuidarla nuevamente y pedirle que vuelva a alimentarnos y a nacernos. Hemos vuelto a acostar a nuestras hijas, al cumplir sus cincuenta lunas, sobre un petate, para que aprendan a mirar las estrellas y escuchen la voz de nuestras raíces, y su carne de maíz se nutra de esperanza”. Así hablaba la comandanta Ramona a las mujeres de Acteal, antes del levantamiento.
Cuarenta lunas les habían pasado, cuando los árboles crujieron, los ríos crepitaron, la tierra bramó, y las estrellas, al llegar la noche cayeron en llanto, inconsolables. Las mujeres madres, las no nacidas y los hombres de Acteal, habían sido masacrados por las guardias blancas de paramilitares, al servicio del corazón egoísta de los otros, siervos del capitalismo.
Una radio encendida en una empobrecida y autónoma comunidad del llamado “Caracol V”: “Se alza la palabra de las mujeres y hombres indígenas que han logrado con su sudor la proclamación de la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas”.
Eran las seis de la tarde, el sol se estaba ocultando detrás de las montañas de la región de San Cristóbal de las Casas, Chiapaz.
La niña Quetzalli, con su cotona de lana, estaba acostada sobre un petate, panza arriba y rascándose el ombligo, su mirada de mujer llegaba hasta la última estrella del cosmos, en sus ojos, como hermosos espejos, se reflejaba la luna, mensajera de esperanza de un nuevo amanecer. Esa noche escuchó en el rumor de las hojas de los frondosos árboles de mango, una voz milenaria.
Le habían enseñado las ancianas de su pueblo, que la vida de cada una de las personas que han sido enterradas está depositada en la sabia de los árboles, quienes por medio de sus raíces, dan la mano a cada una para abrirles las puertas de los caminos que las llevarán hasta sus hojas, que tocan las estrellas. Cuando caen las hojas nocturnas es que han tocado el haz de una estrella, y ambas, hoja y estrella, se confabulan para que renazca una nueva indígena forjadora de mujeres y hombres libres.
Esa noche las hojas hablaban con el conejo de la luna: “Han pasado ya ciento cuarenta lunas y tu has sido testigo de que nuestros pueblos indígenas de Chiapaz han alzado sus voces para resistir al sistema injusto y defender con sus vidas los derechos de los pueblos indios”.
El conejo, se hospedó esa noche en la frente de la niña y susurró a sus oídos: “He visto como caminaban tu madre, tu padre y tus hermanas con la Junta de Buen Gobierno, esa que llaman “nueva semilla que va a producir”. Los vi caminar junto con los otros pueblos, construyendo autonomía en su territorio”.
Un pequeño temblor sacudió el petate y el ligero cuerpo de la niña. “Ejem, ejem”. Nuestra madre tierra intervino, comenzó a hablar al corazón de Quetzalli: “Yo te he nacido, te he alimentado, te he dado la vida, he guardado tu historia, soy la misma tierra de tus abuelas. De mis entrañas, aires y aguas, salen todas las riquezas para tu pueblo”. La pequeña escuchaba atenta y sentía como la cálida tierra la acariciaba. Seguía observando a la luna, y el conejo continuaba su diálogo: “Por eso tu madre, tu padre, tus hermanas y todas las que en ella trabajan, se han ganado el derecho de vivir en ella”.
“Santita, recibe paz”. Dijo la tortuga. Había llegado con su andar paciente a la mano izquierda de la niña y posó la base de su verde caparazón sobre la palma de su mano. Su madre le había dicho sobre la tortuga, que era un animal muy sabio, que la había escogido a ella de entre muchas niñas, para hacerse su compañera y ayudarla con su tenacidad a que se reconocieran sus derechos, a ser tomada en cuenta y ser verdaderamente respetada en nuestro modo, para con su paciencia no desfallecer en tu rebeldía y resistencia”.
La tortuga como fiel nahual, con su voz grabe y ronca habló con ternura a los sentimientos de la pequeña: “Sigue caminando en la esperanza subversiva, de tu sangre indígena, de tus mártires, que viven en los árboles de raíces tan profundas jamás cortadas. Tu madre, tu padre y tus hermanas, están aquí, en las hojas de estos mangos”.
“¡Quetzalli, linda, despierta!” Dijo su abuela. La tomó de la mano con el amor intenso de la trascendencia, la llevó consigo hasta la carreta donde había un balde con agua, la ayudó a enjuagarse, mojó su cara, para encontrarse con esos hermosos ojos negros, brillantes, como las obsidianas. Quetzalli la miró hasta la raíz de su sentido de vida, buscando en sus ojos, los de su madre. La abuela hablaba casi como el susurro de los árboles: “Tenemos que seguir caminando, vamos a denunciar la incursión de la organización paramilitar “Paz y Justicia”, que armados mataron a tu familia y a otras hermanas más de nuestro pueblo, invadiendo y despojándonos de nuestras tierras. Porque ellos obedecen al corazón egoísta del capitalismo”.
La pequeña, era ya una mujer indígena, a su corta edad, alzaba su palabra para denunciar los ataques del mal gobierno. La tortuga durante el camino le contó, que su tía, apenas alcanzada la edad de procrear, había decidido tener una hija para contribuir a la multiplicación de las mujeres y hombres de maíz, para seguir cuidando de nuestra madre tierra. “Una radio encendida en una empobrecida y autónoma comunidad informaba hacía ya setenta lunas antes: “Fueron encontradas 4 mujeres embarazadas, en la masacre de las 21 mujeres, 15 niñas y niños y 9 hombres, indígenas simpatizantes del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la empobrecida comunidad de Acteal, en el norteño municipio de Chenalhó”.
La tortuga, que seguía el camino de la esperanza subversiva en un nuevo amanecer, se mantenía al lado de Quetzalli, esa pequeña que el corazón egoísta del capitalismo le negó nacer. Pero que gracias a nuestra madre tierra, los árboles y las estrellas, la habían renacido.
Extendió su petate, entre la petatera de los marchistas, se acomodó su cotona y se tendió boca arriba, para alimentar su mirada con esperanza de hojas y estrellas.
Han pasado cien lunas, en una pequeña casa de palma y estuco hecho de barro, la pequeña, hecha mujer, estaba por opción siendo madre al parir una hermosa niña, morena, cabello negro. La arropó con sus brazos y la amamantó con su amor y deseo de justicia.
Ya pasadas 50 lunas, como es la costumbre, le vistió su cotona de lana y la acostó panza arriba, ha aprender a mirar con esperanza subversiva.

PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA: LA PAMPA

 SERGIO ROSSINI

NO SÉ AÚN

…y yo no sé aún
cómo te cuida el aire de la madrugada cuando estás dormida…
Una sola vez miramos juntos la luna,
pero no nos dimos el tiempo que hacía falta
para dejarla correr por el cielo hasta el final de la noche.
Así que tampoco sé cuál es el peso de tus párpados
cuando se entregan, vencidos de tanto mirarme, a la tregua del sueño.
Ignoro los sueños de tu sueño. El ruido del mar en tus manos quietas.
Las olas. La profunda soledad de tus caderas
cuando se apartan, por fin, del ir y el volver de las mareas.
Así son tantas las cosas
que todavía no aprendieron mis ojos, que aún no sabe mi piel.
Tampoco está en mis pies el calor de tus pies.
Y en el vacío de mis manos está presente la ausencia de las manos tuyas.
Entonces mi cuerpo pregunta,
cómo habría sido el reposo entre tus sábanas nuevas, cómo habría sido el tiempo, cómo los pájaros dormidos,
cómo tu cara sobre la almohada, cómo nuestro destino?

ADRIANA MAGGIO

DESTINATARIO:

Conocí a un hombre lleno de huecos,
de deliciosos huecos.
Un semejante de fibra óptica
y mail dispuesto.

Arrobas (@) van.
Arrobas (@) vienen.

Conocí a un hombre desconocido.
Tan,
tan desconocido
que estamos construyéndonos a gusto.

Arrobas (@) van.
Arrobas (@) vienen.

Y en tal vínculo rara avis
nos queda bien que llueva o que haga sol,
que estemos enojados o felices,
o solos,
o pelado él o calva ella
(o sea yo)
¿?

Arrobas (@) van.

SERGIO DE MATTEO 

NOSTALGIA

Quise llorarme y no pude,
era intrascendente mi hastío ante los ríos fecundos,
las colosales montañas y los austeros desiertos.
Quise llorarme y no pude,
pero seguí avanzando con la espalda rota,
la mirada extraviada, detrás del aullido de los ausentes.
No pude llorarme, ya no quise,
había sido derribado de la torre de mi furia,
vuelto boca abajo con los clavos del desconsuelo.
No pude llorarme, no quise,
pujaban las flores erguidas bajo un sol impetuoso,
y los huesos empecinados iban royendo la tierra,
buscándole el agua a los espantos, a los fuegos interiores.
Quise llorarme y no pude,
y no pude llorarme, no quise;
sin embargo compadecí mi pobreza,
como si fuera una pena macilenta que se cuelga del viento, de los cielos,
reptando en el paraje más solitario del mundo,
lamentándose de la pérdida de lo que no se era dueño.
No pude llorarme, no quise,
aunque quise llorarme, no pude.

ANAMARÍA MAYOL

ÁRBOL EN ALGÚN BOSQUE

Tal vez antes de ser mujer
 fui árbol en algún bosque
y mis ramas crecían hacia el cielo
siempre intentado ver
el horizonte

y estuve allí por siglos
enraizada
aferrada a la tierra
bebiendo el cielo
habitada de pájaros y estrellas

Tal vez antes de ser mujer
disemine retoños
dejé semillas
y el viento fue mi amante
en los silencios
mi piel era corteza
y mis colores símbolos
del transcurso del tiempo
en crecimiento

A veces pienso en ello
y el bosque
no es un lugar extraño

Tal vez antes de ser mujer
fui árbol en algún bosque
aún siento el latido de la tierra
en mis venas
y hay días que regresan los pájaros
y anidan

OMAR LOBOS

 DEDICATORIA

Ante este dolor se doblan las montañas,
No corre el anchuroso río,
Pero son fuertes los cerrojos carcelarios,
Y tras ellos las “cuevas del presidio”
Y una angustia mortal.
Para algunos sopla el viento fresco,
Para algunos arrulla el ocaso…
Nosotros no sabemos, somos siempre los mismos,
Oímos el odioso rechinar de las llaves
Y pesados pasos de soldados.
Nos levantábamos como para misa,
Íbamos por la capital embrutecida,
Allá nos encontrábamos, inertes como un muerto,
El sol está más bajo y el Neva más brumoso,
Mas la esperanza sigue cantando a lo lejos
una sentencia… y allí las lágrimas que fluyen,
de todos ya ha quedado separada,
Como si le arrancaran del corazón la vida,
Como si la voltearan brutalmente de espaldas,
Pero camina… Tambalea... Sola…
¿Dónde están ahora involuntarias amigas
De estos dos años furibundos míos?
¿Qué ven en la tormenta de nieve siberiana,
Qué creen ver en el círculo lunar?
A ellas envío mi saludo de adiós.

ANA MARÍA LASALLE

LA CASA EN ORDEN 

Los carolinos estuvieron de juerga
levantando veredas

El benteveo se tomó el domingo
y los gorriones charlan en desorden
por más que el nuevo Otoño pida calma
y amenace indignado
                                      con convocar la Niebla

Se trata de un Otoño perezoso
no detiene las nubes ni el Diluvio
y Pehuajó se inunda de plateados
y misteriosos ánades
                                      cuyos nombres ignoro

Un otoño algo insólito trajeado como Gulliver

Sufre de spleen y no se aviene a su destino
de ser pintor de ocres
por ser oficio de villanos -dice-
y el trabajo
                                      castigo de Jehová

Duerme la siesta bajo el álamo
la larga trenza de Patricio le cae bajo la nuca
y es tan bello
                                      inmóvil en su sueño
como el soldado de Rimbaud

Un planeador brillante cruza el cielo en silencio

No escucho marchas en la radio
y hay un triciclo rosa estacionado
                                      en el Portal del Tiempo

Todo está en calma, afirman

No sé por qué me angustio
y fantaseo
con esta tonta idea de irme a vivir a México.

PÁGINA  7– APOTEGMAS

J. M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

AGUA CLARA, AGUA OSCURA
-Apotegmas-

En la soledad se comprenden los hombres. Es el vacío más cruel, y a la vez, el más pródigo en arrepentimientos.


De la sabiduría de conocer a los hijos, hablan filósofos y pensadores. De la naturaleza de comprender a los padres, sólo los teólogos.


Inadvertidamente se pasa la vida y se accede a la vejez, que sólo es el postrer tránsito. Y sin embargo, el que más sentimientos encontrados despierta: como si en esas horas, en esos días, todo lo aprendido se intentara volver a aprender.


Las miserias humanas –las que no pasan inadvertidas- suscitan conmiseración. No obstante, de esas miserias se alimenta el mundo, cada latitud del orbe; las ilumina el sol de cada día y las esconde la noche. Son tantas, que ya ni se contabilizan en el dolor universal.


Después de una vida para aprender, la memoria se encarga de borrarlo casi todo.
Quedan los rudimentos domésticos, los resabios últimos del oficio y alguna culpa salvada.


Escapa de las enciclopedias, que también tienen errores. Escapa de ellas porque el mundo cambia todos los días y necesitarías varias vidas para resolver la continuidad de los cambios.


Como un álgebra de estados y de pasiones, el desciframiento del amor puede enloquecer a los más resistentes a la locura.


Difícil lograr la catadura moral de los justos. Impertérritos, inaccesibles en su rigor, distantes en su presencia, generalmente caen en la trampa de juzgar a los inocentes.



La muerte cierra el ciclo. Administra el bien y la paz, dispone apósitos sobre la impaciencia, calma el dolor y traspone para siempre el puente de la frustración.


No hay riesgo alguno en la capacidad de perdonar. Hoy a ti; mañana quizá a mi, aunque no importa.


Los hombres están colmados de oportunidades perdidas. Por ello siempre piden una nueva.


Cabriola del pensamiento, la herejía se hereda. Hasta de los santos.
Misericordia para los que esperan. Misericordia para los engañados. Misericordia para los deshauciados del amor.


Fórmula inefable, que no falla nunca, la de la mansedumbre. Pero como no se enseña, no se conoce, no se estimula, difícilmente haya criatura que la aplique a tiempo.


El don de la fe es quizá el que más oportunidad dará no para resistir, sí para comprender.


La esperanza es como el horizonte: a veces parece cercana, otras más lejos. Sin embargo, nunca a la altura de la mano. Por eso se llama esperanza, que viene de espera.


Todos los hombres virtuosos profesan la misma religión, asegura Emerson. ¿Qué queda para los agnósticos que practican el bien?


Se hace mucha literatura sobre la amistad. Y no se acepta reconocer que, simplemente, es un convenio de reciprocidades y de voluntarismos.


Cada cual cuenta su historia en el perfil que más lo favorece o, por pedido expreso de clemencia, en el que la crueldad o la tragedia  se han empecinado. Pocos, muy pocos, logran aceptar un auténtico fiel de balanza sobre sus propias vidas.


El teatro funciona todos los días y los personajes se cruzan. Se conocen, se olvidan, se respetan, se agreden, se toleran, se incomunican, y al final, antes del telón, aceptan saludar en conjunto.


El hombre es gregario, no obstante amar la soledad. Intenta pasar lo más desapercibido posible, pero al sentirse patéticamente sólo, grita.


La gracia es de los pobres de espíritu. En ellos, la placidez es una regla sin culpas.


Tanto libera como atrapa. El dinero es la suma de todas las desdichas: cuando se tiene, cuando se carece de él, cuando se lo pìerde, aún cuando aparentemente contribuye al pasajero goce o al poder.


De los perdones difícil es hablar. Bajo las impostaciones de quien perdona, el perdonado
jura in mente que esto no quedará así.


Todo hombre se parece a su dolor, dice Malraux. Todo hombre se parece a la convivencia que asuma con su dolor.


El tiempo no marca las cronologías del hombre. Las emociones, en cambio, jalonan hasta los mínimos aconteceres.


Tras cada postergación anida un resentimiento.


Estamos hechos de complicidades, mal que nos pese. Siempre habrá alguien que  conjugue el mismo verbo que usamos,  en otro tiempo…


Ser poeta es mi manera de estar solo, confesaba Fernando Pessoa. Quizá mirando al mundo y a los demás con una intensidad celebratoria…


La alegría no es  el bullicio que sale de los poros. Es ese estar complacido con uno mismo, perdonando las propias postergaciones..


Raro placer el de las autobiografías. ¿Volver a vivir? ¿O tan sólo intentar comprender por qué se llegó a la aceptación de los fracasos, al disfrute de los éxitos que nadie compartió?


Entre odiar y ser odiado se proyecta un arco de compatibilidades, mal que nos pese.


Dicen que todas las cartas de amor son ridículas. Habría que considerar en qué grado el amor mengua el sentido del autocontrol y la suficiencia.


La constancia es el recupero de todos los reflejos. En ella residen la disciplina y el orden; la voluntad y el respeto a sí mismo; la consagración de la eficiencia.


Estamos inmersos en la desigualdad. Somos (y asumimos) la identidad de la diferencia.


Acuciados por el odio –sentimiento valedero cuando no se entroniza en la cronicidad-
los hombres usan el error como herramienta.


Vivimos una sociedad paradojal edificada sobre principios que pocos respetan, leyes para los otros y renuncias suspendidas.


Célula perfecta, la familia se está desarticulando del tejido social inexorablemente.No logran revertir este proceso de fin y comienzos de siglo ni las religiones ni las altas cátedras. Sólo los filósofos intentan desentrañar los porqués, marginando las causas.


Hay quienes sufren la vida. Otros, sin gozarla, la comprenden.


Renunciar a la vida equivale a una blasfemia a Dios. Sin importar la fe, sólo evaluando la propia conciencia.


No cambio mi alegría por la tuya. Cada una obedece –seguramente- a distintas convicciones.


La vida de cada uno está construída de puentes. Saber cruzarlos sin caer, sin rehuír el cruce aún de los más difíciles, es la fórmula.


El dolor no se enfrenta ni se supera: se vive en la intensidad que cada cuerpo y cada mente logren tomarlo como una lección de fortaleza.


Si se interpreta lo que significa la riqueza de espiritu, se comienza a ser sabio.


Escapar de las convenciones estériles sin desvirtuar elementales normas de convivencia
puede contribuir a hecer más pacífica la vecindad.

PÁGINA 8 – POESÍA  ARGENTINA: CORRIENTES

MARÍA LAURA RIBA

EL ARTE DE VIVIR

Busqué en las horas que no cuentan los relojes
Busqué en los días
Y en losminutos arrebatados al insomnio;
Busqué en almanaques hechos con hojas de antiguos otoños
Busqué.
Y el tiempo siempre estuvo ahí,
observándome

MARTÍN ALVARENGA

 SALTO AL VACÍO

Golpearse con el infinito no duele tanto
porque uno se ha estrellado con la razón.

Pero golpearse con el transfinito duele tanto al punto de querer arrojarse
desde lo alto de una montaña al vacío.
Por haberse topado uno con las puertas del límite:
donde la imaginación danza a su antojo
con la hermosa locura.

YAMILA SILVERO

Hoy Jorge
volvió a venir borracho,
lo miré y no pude evitar
que una lágrima desatara
el nudo de mi garganta.
Me miró con sus ojos saltones,
no podía mantenerse en pié
pero se me acercó,
forcejeamos,
quería llevarme a la cama.
En un juego de manos me salí,
corrí hacia el living temblando,
me siguió,
insistía en besarme,
tomó con fuerzas mis muñecas ya moretoneadas
demostración de su fuerza…
Le supliqué que me dejara en paz!
Y en ese momento sentí una cachetada,
un empujón,
un grito en la cara,
y con su ira de “macho alfa”
me violó.
Lloré
Sentí asco
Ya no era el marido al que amé
Su actitud me daba nauseas.
Acabó
me miró satisfecho,
me tomó en su brazos y me tiró en el baño.
Supe que esto no podía seguir así,
me levanté prendida al inodoro,
me dolía cada centímetro del cuerpo,
tomé un baño,
tomé coraje también
y fui a denunciarlo.
Hasta acá llegué,
hoy digo basta!

FACUNDO ALARCÓN

EN LOS OJOS DE LA NOCHE

y me corrieron los Gansos
como retándome,
la Tacuarita herida
salpicante de barro duro destrozado
aquél niño fui yo
un león rebosante de chispas
de melena encendida
en las crines de los pajonales
un buscador de serpientes eléctricas
de palometas y palomas
Señor de las Yerutí
hijo de Ñasaindî
ladrón de horquetas de Lapacho
enemigo del Pombero
con disfraz de ángel de cristal
buscador de sueños
y en los sueños…
he crecido y fui grande
y me hice amigo de los duendes
y fui Pombero embravecido
y de repente …
cantor de pájaros
amigo del árbol y del estero
navegante de ríos contaminados
y al final, el monte oscuro nos llama
y nos metemos en el horizonte índigo originario
de fuegos nocturnos
de cantos y danzas
de pasos y tambores
de tacuapú y mbaracá
luna encendida de Sapucai y brebaje
de humo domador de almas
de rondas danzantes de niños
con picaflores fluorescentes en las manos
yo fui sólo un ojo imperceptible de la noche
que antes de enceguecer
buscó un signo de luz
en los pasos perdidos
de mi engranaje aborigen.

STELLA MARIS MIGLIORINO 

La que se quedó allí
en las puertas de tus ojos...
y mis ojos...
La que nunca corrió
por las calles de nuestros rostros.

Aquella que con su sal
no pudo endulzar mis labios,
y que de imposible,
se llevó tus besos
hacia un olvido forzado.

Por la que la noche duerme
ya sin lluvias ni estrellas...
Por la que el día amanece atemperante
y las rosas despiertan sin rocío,
secas de silencios...

Aquella que nunca pudo
enjugarse en pañuelos de perdón,
porque, igual que ella,
-así de irreal y severa-
el perdón jamás llegó.

Como aquellas nubes que se formaban en torno
anunciando, inclementes, tu partida...
y mi desamor....
Por aquella, la que vaga por el tiempo,
la única lágrima
que jamás cayó.

RODRIGO GALARZA

LA PODA
                   a Julito Almirón

podas el árbol
lo despojas de su empeño de escalar el aire
de su temblor de derramarse en el llano
con un canto que de pronto se hace extranjero
podas el árbol
a puros machetazos de luz enferma
a pura máquina silente de desgarro
y lo vas dejando todo muñón
todo hueso
                  en la demencia de saberse más inmóvil
más estaca
podas el árbol
y no tienes más salida o razón
que cavar en sus raíces
que hundirte y dejarte respirar por el humus
hasta   otra vez   colmar su ramaje
con una mañana cualquiera

PÁGINA 9 – ENSAYO

SAÚL ÁLVAREZ LARA
(Colombia)

VIVIMOS EN EL ABSURDO

El 15 de junio de 2006 murió Raymond Devos “Acteur comique” según él mismo. Devos era de Mouscron en la provincia de Hainaut, Bélgica. Era un malabarista de las palabras y un maestro en la narración del absurdo. Decía, por ejemplo, que el absurdo necesitaba de una pizca de realidad para que el espectador pudiera entrar en él. Era un hombre de unos ciento veinte kilos que cuando representaba los primeros pasos del hombre en la luna parecía deslizarse sobre la escena; hubo, incluso, quienes lo vieron volar. Cuando mimaba en público la copa de vino que le sirvió un policía de tráfico la acción era tan real que la gente veía la copa. En una de sus últimas entrevistas le preguntaron si la actualidad era importante en su obra y respondió que la actualidad solo duraba un día, máximo tres si era muy buena y que él tenía narraciones de más de treinta años. Pero lo más significativo era su manera, parecía fácil, de jugar con las palabras, de mezclarlas, de unirlas, separarlas o pronunciarlas de forma que tuvieran el sentido, la fuerza y la sonoridad que nadie les había escuchado antes. Devos mismo era la puerta de entrada al absurdo, él representaba esa pizca de realidad cuando en cuatro palabras “Vivimos en el absurdo” ponía al auditorio sobre aviso, como en el caso de las corbatas. Imagínenlo, grande, camisa blanca, corbatín de seda con arabescos, tirantes rojos y pantalón azul cielo oscuro, cara masiva, patillas casi hasta el mentón, ojos vivos y nariz grande, el pelo lo peina hacia atrás como Elvis. Este hombre entra en escena y dice: Vivimos en el absurdo, ayer fui con mi mujer a comprar una corbata. Ella insiste en que me hace falta una corbata. En el almacén encontramos dos hileras de corbatas, a mí me gustan las de la izquierda, pero si lo digo a mi mujer; ella, con seguridad, prefiere las de la derecha, entonces ¿qué hago? le digo que una de la hilera derecha me parece hermosa y ella responde ¡Pero no, esas son muy feas! y escoge una de la hilera izquierda. Una de las que me gusta y la compra. Absurdo ¿no? En el restaurante de “Las tres flacas” presencié la escena siguiente que posiblemente no parezca absurda. Nunca me demoré tanto en dar cuenta de un almuerzo. Lo hice adrede. Tenía por lo menos una hora y media o más antes de la cita y el calor era intenso. El restaurante es una casa de unos cien años con patio cuadrado de canto rodado y fuente en el centro. Alrededor hay un pasillo bajo techo y allí unas mesas. Como en las casas viejas, las habitaciones miran al patio, por supuesto, ahora están habilitadas para los comensales. Ocupo mesa en una de las habitaciones. Hay otras dos mesas, como la mía, con cuatro sillas cada una pero estoy solo. El menú del día es sopa de verduras, carne molida, arroz y tajadas de plátano maduro como plato fuerte acompañado de repollo picado, gelatina de fresa para el postre y café opcional. Una de las flacas, la primera, me anunció el menú entre dientes y lo acepté sin pensar en otra posibilidad. Mientras ella me hablaba un hombre ocupó una mesa a mis espaldas, cuando la primera de las flacas se acercó para decirle el menú no la dejó terminar y sobre las palabras de ella dijo, tráigame lo mismo. Lo miré de reojo apenas salió la primera flaca y no le vi la cara porque la escondió entre sus manos en un gesto de desespero o de inmensa fatiga. Tal vez el calor, pensé. Mientras traen el almuerzo miro hacia el patio. Una pareja ocupa la mesa al otro lado de la fuente, no los vi al llegar, seguro estaban allí porque ya recibieron su servicio. Los observo. En ese momento la segunda flaca trae mi pedido, como sé que tengo tiempo pruebo la sopa despacio, muy despacio. Está más fría que caliente. Mi mirada se cruza con la de la mujer de la mesa más allá de la fuente. Por la forma como acomodan sus brazos en la mesa deduzco que son compañeros de trabajo, sin embargo se me ocurre que la relación puede ir más lejos. Aunque fría, la sopa tiene buen sabor. Los ojos de la mujer se detienen en los míos, un movimiento de sus pestañas parece indicarme que mire hacia abajo, lo hago en el preciso momento en que ella pega un fuerte puntapié al hombre, calculo la fuerza del golpe por el gesto de su boca. He terminado la sopa, los otros platos ya están en la mesa  y al mismo ritmo comienzo el plato fuerte, sé que tengo tiempo. Escucho un ruido de cubiertos, el hombre en la mesa detrás de mí ha terminado su almuerzo y hace ruido a propósito para que una de las flacas venga. No viene ninguna. El arroz, la carne molida y la tajada de plátano están frías también. Hace calor. El hombre a mis espaldas sigue golpeando los cubiertos. No aparece ninguna flaca. Entre un bocado y otro vuelvo a cruzar mis ojos con los de la mujer. Ella sonríe y hace la misma seña, bajo los ojos a tiempo para ver otro puntapié, busco entonces al hombre con la mirada y veo que disimula el dolor. La mujer no me mira y habla a su compañero con aire de autoridad. Como ninguna de las flacas aparece, mi vecino de mesa abandona el lugar. Tengo tiempo y como despacio, casi arroz por arroz, lo hago adrede, ya lo dije. De toda evidencia quien manda es ella. Me pregunto qué habrá hecho o dejado de hacer el hombre cuando la tercera flaca se acercó a mí y preguntó si el almuerzo estaba bien, dije que sí y le pedí un café. La pareja había terminado su almuerzo. Yo apenas iba a comenzar el postre. En el momento de pagar la mujer volvió a cruzar su mirada con la mía. Se levantaron al mismo tiempo, los vi alejarse. En ciento momento, antes de desaparecer bajo el calor de la calle la mujer bajó su mano y pellizcó las nalgas del hombre. El primer café lo trajo la tercera flaca. Pensé que era el último que les quedaba porque era apenas un sorbo, el fondo de una taza. La segunda flaca quiso saber si quería café, le dije que ya me habían traído uno, ¿No quiere repetir? preguntó. Acepté. El segundo café lo trajo la primera flaca, la taza estaba llena hasta la mitad. Lo tomé despacio, como parecía que iba a ser todo ese día. Debe ser el calor, pensé. Un nuevo cliente vino a ocupar el mismo puesto del anterior. La segunda flaca repitió el rito de anunciar el menú y el hombre respondió lo mismo. Al salir la segunda flaca me preguntó si quería más café, dije que no; es gratis, respondió ella; insistí que no, que gracias, recogí mis cosas y fui hacia la salida, la misma que utilizaron el hombre y la mujer. Unos pasos antes de llegar a la puerta me crucé con una pareja que entraba, el hombre parecía ser el dueño de la situación pero lo puse en duda, debe ser el clima, me dije al encontrarme bajo el sol. Miré el reloj, apenas me quedaba tiempo para llegar a la cita…
Argumento. ¿Dónde vives? pregunta el hombre, también puede ser una mujer. No sé responde el hombre, también puede ser una mujer… Así comienza la historia…

PÁGINA 10 – POESÍA  ARGENTINA: BUENOS AIRES

GABRIEL IMPAGLIONE

JUSTICIA

De la muerte se embanderan los verdugos.
Los fúnebres bronces que abundan, graves,
en plazas y museos y cuarteles.
(Allí hacen justicia las palomas)

Para la muerte ya hay oradores
brillantes, esbirros que se derraman
en semen negro con sólo nombrarla.
(Allí hacen justicia oídos sordos)

De la muerte se vanaglorian los sicarios
de la daga, del zigzag del acero.
Ellos se cuelgan medallas entre ellos
se palmean con reinvindicaciones
que dan asco.
(Allí hace justicia la memoria)

Yo prefiero intentar oficios con la vida,
teñir de utopía la canción imperfecta.
Faltar el respeto a sus señorías
con el amor reventándoles en la cara.
(Allí hace justicia la poesía)

IVONNE BORDELOIS

CARTA A LOS AMIGOS

Estimados amigos
tropa alegre de gente inteligente porteña y vivaracha
que puebla nuestras calles arboladas florecidas
con su ingenio y sus noches de bohemia
con sus poemas y sus libros y artículos y ensayos igualmente florecientes
siempre  amaneciendo cada día en mi pantalla
con sus blogs y sus citas y sus invitaciones
y sus presentaciones
y sus consideraciones y reflexiones
con fotos de Venecia y de osos polares y de castillos húngaros
con nietos y biznietos que sonríen cual frutillas en un prado lejano
convocándome a la guerra, a la paz o a la Virgen de Luján
a recobrar un deudo o saldar una deuda
con la historia, la patria o la poesía
muy queridos amigos
vengo aquí a recordarles
que a mis setenta y cuatro años
he recordado a Mallarmé:
la chair est triste et j´ai lu tous les livres
en mi recuerdo sin embargo, la chair era gloriosa, y en cuanto a libros,
todos están en Internet,
hay noches en que Dante me persigue tenazmente porque aun no he leído su Inferno,
el Quijote me espera ansiosamente bajo un sauce a la orilla de un verano inaccesible
trabada como estoy por nuestras creatividades, amistades y necesidades
de Cruz Roja, de aplausos y pequeñas bendiciones
para nuestros narcisos heridos y afligidos
(qué es la fama? un frenesí?)
y por lo tanto  ruego
un poco de piedad para esta anciana atosigada atolondrada perseguida y acosada
por el esperma incontenible de nuestro genio incomprendido
yo vengo a ofrecernos una tregua
a nadie haré leer mis poemas –salvo éste, que será el último, por cierto-
a nadie contaré mis esperanzas
de Premio Nobel,
nadie sabrá de mis diarios ni de mi mente metafísica
los yunques y crisoles de mi alma
trabajan para el polvo y para el viento,
todo me ha sido dado y sin embargo aun no he escrito el poema
(a veces me canso de ser hembra)
mis papeles se irán conmigo al río
donde Heráclito me espera en el lugar de siempre
(hoy es siempre todavía)
Y yo ofrezco en cambio este patio perfecto de silencio
donde canta la calandria inmortal de mis infancias.

JORGE BOCCANERA

ELLA

Viene despacio
       entra
tropieza con mi tos
con mi costumbre de dejar la nuca
en cualquier parte
       viene despacio
ordena mis silencios
desata las palabras necesarias
recibe la correspondencia de mis ojos
       viene despacio
a tender sus manteles de ternura
       viene despacio
apenas hecha humo para no despertarme
se abre paso entre vasos arrojados al día
        retratos de mujeres
noches de bronca y noches de ginebra
       viene despacio
con su enchape celeste subiéndose a mis mástiles
       viene despacio
       entra
se arrodilla al borde de mi alma
y junta los fragmentos de mi risa
después... se vuela azul como la tarde.

MIRIAM CAIRO

LAS MAROSAS

Hay mujeres que aman como Marosa.
Diablas de diversos tipos y colores. No es necesario detenerse y preguntarse de dónde salen porque se nos imponen ante los ojos en un entrechocar de nácares, de tacones, de espuma.
Las llamadas 'catalinas' son de ojos azules y pestañas muy largas.
Las 'lorenas', con pechos exuberantes en bandeja; dulces tartas caídas para acabar con el hambre en el mundo.
Las 'juanas' se pintan las uñas de las manos y de los pies. Se embarazan muy fácilmente. Hacen dulce de higo con los hijos hervidos en azúcar.
Estas diablas están a las veras de los tazones de porcelana transparente y de las inminencias. Son de diversos tipos y colores. Las hay con cabello trenzado y con cabellos de niebla.
Las hay azucenas.
Las hay suplicantes.
Las hay perdidas en su propia casa.
Las hay nacidas con tacos altos, rojos, finos, precedidas por una jauría de perros invisibles.
Las hay morenas.
Las hay prohibidas.
Las hay desmelenadas que caen sobre los labios de los hombres como diamelas.
Se ven sus carnadas de diablos en los árboles, en las bocas de tormenta, en los postes de luz, en las cucharas de té, en el revoltijo hechizado de los agapantos. Los cebos de sus malignidades cuelgan del anzuelo del día y de las redes el anochecer.
Las muy diablas caminan por las calles de la ciudad como gladiolos travestidos de personas.
Las muy diablas suspiran.

RUBÉN GUERRERO

AHORA QUE ESTAMOS EN VERANO 

En Once
ella busca vestidos
En Once se estiran las estrías del sueño.
En Once Iron Man reparte volantes: Dentista económico. Ortodoncia accesible.
Conocerlo, no sé por qué, me tranquiliza.
Compro un jugo de naranja en la vereda.
Tomamos el jugo bajo una sombrilla.
Miro la basura: moscas moscas guaymallen moscas.
Ella me dice: No entiendo a la gente que dice me iría a vivir al campo.
Hoy
en Once
compró un vestido
y me regaló un exprimidor
para que prepare
jugo de naranja
ahora que estamos en verano.

SILVIA LOUSTAU

ABUELAS

no renunciarán
esperan.
custodian la sangre/ la huella digital
de todas las catástrofes.
anhelen sorprenderse
sorprenderlos.
de pronto tienen canas.

cuestión de tiempo
dicen.

PÁGINA 11 – NARRATIVA

PEDRO ALBERTO ZUBIZARRETA

(Argentina)

 

EUSEBIO OBITUARIO Y EL INDIO MANUEL

Nadie sabía desde cuándo Eusebio Obituario Barragán andaba en componendas con la Muerte. Es posible que ni él mismo lo recordara. Desde que tenía memoria, la Muerte lo había acompañado. No es que él la hubiera estado buscando. Ella siempre se las ingeniaba para andar pisándole los talones. Evidentemente tenía una afición por su persona, que nadie podía explicar.
La imposición de Obituario como segundo nombre fue un berretín de su padre el día en que fue al pueblo a empadronar a su hijo en estado de ebriedad y un compadre le leyó el título de una sección del periódico local. Quién sabe si ese acto antojadizo fue en realidad un anticipo premonitorio.
A Eusebio se le había pegado la Muerte.
Su madre murió en el parto de su hermano menor antes de que Eusebio tuviera uso de razón. Desde entonces, no hubo año en el que la Muerte no pasara a visitarlo, llevándose de paso a una persona allegada. Su hermano falleció a los tres años de edad de sarampión. Su padre murió en el campo. Una trilladora le pasó por encima mientras dormía una borrachera en el maizal. A su mujer la conoció en los funerales del tío Rosendo. A poco de haberse casado, la pobre enfermó gravemente de una hidropesía que la llevó a la muerte en una semana. Las pestes más diversas se ensañaron con el resto de la familia. Si bien la Muerte era una presencia habitual en esos andurriales, el caso de Eusebio superó holgadamente las estadísticas de la región. Como consecuencia, Eusebio le fue ganando tirria a la Muerte, no así miedo. Miedo no, tal vez por la frecuencia de sus visitas o por la relación preferencial que le prodigaba. Se sentía, eso sí, molesto y asediado. En verdad estaba harto de que le anduviera siguiendo los pasos y no lo dejara en paz de una buena vez. El perjuicio mayor que le estaba dejando esta relación malsana, era que como resultado de la mortandad de familiares, amigos y allegados, Eusebio se estaba quedando irremediablemente solo. La fama del riesgo que implicaba relacionarse con Eusebio, hacía que nadie en su sano juicio siquiera considerase entablar una simple conversación con él. Esto era realmente triste si se tiene en cuenta que Eusebio tenía un carácter afable y disfrutaba sobremanera conversar largamente con sus paisanos, después de churrasquear y beber unos vasos de vino patero. Sí, lo que Eusebio más extrañaba era el contacto con los demás. Pero bastaba que lo divisaran de lejos para que todos tomaran prudente distancia de su persona, aunque para ello fuese necesario dar enormes rodeos.
La relación de Eusebio con la Muerte tenía, sin embargo, una curiosa faceta. Eusebio se podía comunicar con los difuntos. Los encuentros tenían lugar en general por la noche, después de cenar, durante los largos desvelos que la noche le obsequiaba a Eusebio, sin otra compañía que la botella de vino de la cena que lo seguía fielmente hasta la mecedora de la sala. En más de una oportunidad había charlado con su padre y su esposa. También se veía frecuentemente con sus hermanos y amigos fallecidos. Pero estos encuentros distaban mucho de ser entretenidos. Con el correr del tiempo se fueron agotando los temas de conversación. Pocas cosas se podían compartir, ya que no había grandes coincidencias entre las inclinaciones de Eusebio y las de sus contertulios. Como es sabido, los muertos no muestran mayor interés por los pequeños e intrascendentes hechos de la vida cotidiana, motor y objeto de nuestra mayor preocupación. Eusebio quería compartir y hablar de cosas tangibles, como la necesidad de una buena lluvia, de la cosecha de maíz o de los jugosos chismes que la vida de los pequeños pueblos tiene el buen tino de alimentar. Si bien era un alivio mantener alguna relación con sus seres queridos ya muertos, su vida de anacoreta forzado distaba mucho de ser plena. No era feliz. Él quería tener a su lado a una mujer de carne y hueso, que le diera calor en el lecho y sabor a sus comidas. Quería estar rodeado de hijos de todas las edades, que lo alegrasen con sus risas y su algarabía y que le ayudasen en las tareas del campo, a medida de que fueran siendo mayores. Quería tener vecinos para ayudar o incluso pelear por cuestiones de poca monta, como corresponde. A esa altura hasta deseaba incluso una suegra que le amargase la vida un poco, lo justo. Quería también un par de buenos enemigos para poder trompearse en la cantina del pueblo, de vez en cuando.
Eusebio estaba fatalmente encadenado a la viscosidad de la Muerte y todo estaba trastornado. Cuando murió su padre, Eusebio fue criado por sucesivos tíos y familiares a los que fue perdiendo inevitablemente con el tiempo. Poco le quedaba del patrimonio heredado. Después de cada óbito, solían brotar como hongos, albaceas, prestamistas, abogados y gestores que se iban apropiando de sus bienes valiéndose de las artimañas habituales para los casos como Eusebio, pobre, analfabeto y con poca voz. Eusebio, no obstante, contaba con la peculiar virtud de predisponer a sus prójimos a morir en un breve lapso, con lo cual la voracidad de los apropiadores se fue disipando a medida que la maldición se perpetuaba. Como suele ocurrir, el último familiar en morir fue un tío avaro y codicioso que se había quedado con gran parte de lo que había pertenecido a la familia de Eusebio. Fue así como de la noche a la mañana, Eusebio volvió a ser dueño de su casa paterna. Trabajaba la tierra lo mínimo indispensable. Le bastaba con tener lo suficiente como para alimentarse y vestirse. Había en la casona una bien provista biblioteca, pero Eusebio no sabía leer y se cansó de mirar los volúmenes ilustrados. Se pasaba horas acostado en una hamaca al aire libre. Solo y aburrido, mantenía de vez en cuando alguna charla con sus difuntos más queridos o simplemente vegetaba, añorando la convivencia con personas vivas.
En un polvoriento atardecer, algo inusitado sucedió. Eran las postrimerías del verano en el que a falta de personas, a Eusebio se le murió su caballo. Estaba reclinado en su hamaca, con un cigarro apagado colgándole de la comisura de los labios, cuando a lo lejos divisó a alguien que caminaba en dirección a su casa. Lentamente, el que se aproximaba se fue haciendo distinguible de la nubecilla de polvo que levantaba a su paso. En el momento en que el caminante pasó frente a la casa de Eusebio, éste se levantó y se acercó al alambrado. Ambos se miraron sorprendidos el uno del otro. El forastero, de rasgos aindiados, exclamó:
“Buenas tardes, ¿acaso me puede usté ver?”
“Por supuesto que lo puedo ver. ¡Buenas y santas!”, le contestó Eusebio y a su vez preguntó:
“¿No le da temor venir por estos lados?”
“Pues no, hombre, ¿por qué habría de tener miedo?”
“Por mí...”
Desde su baja estatura y desde la impavidez de su raza, el indio lo miró de arriba abajo.
“No parece usté peligroso, no...”
Contento por tener una compañía inesperada, Eusebio le abrió las puertas de su casa y como la noche estaba pronta a descender sobre la tierra, amplió inmediatamente su invitación para cenar y pernoctar. El hombre aceptó agradecido.
Manuel, así se llamaba, era el último sobreviviente de su comunidad. A la United Mining Company, que extraía plomo de los cerros próximos a su pueblo y que terminó empleando a la casi totalidad de la mano de obra disponible para trabajar en sus minas, se le fueron muriendo los obreros y los habitantes de las inmediaciones a causa de la acumulación de plomo en el ambiente, en la sangre y en los nervios. Manuel había sido preservado fortuitamente de esa calamidad por haberse dedicado a cuidar y pastorear cabras en las distantes praderas de las tierras altas. Cuando regresó a su pueblo después de un año y medio de su partida, nada quedaba: ni gente, ni United Mining Company. Desgraciado por lo sucedido, se dio a la bebida y dilapidó su escaso patrimonio. Siendo el último indio que existía en la comarca, permaneció durante años ignorado por todos, viviendo de la basura y del alcohol. De tan solo y abandonado, llegó a convencerse de que era invisible. Manuel se había vuelto inexistente para los blancos.
Nómade por tradición y necesidad hasta ese momento, Manuel permaneció con Eusebio durante varios meses, colaborando en el campo durante el día y compartiendo largas conversaciones después de la cena que se prolongaban hasta la madrugada. Ambos se entendían de maravillas. Comulgando en sus roles de parias, reencontraban el uno en el otro, el sentido de lo gregario.
“Vea, Don Manuel, invisible, que yo sepa, usté no es. Prueba de ello es que lo estoy viendo.”
“Que usted me vea, aceptado; pero tenga en cuenta que usté puede hablar también con los dijuntos.”
“Pero usté no está dijunto, mi amigo, en eso, al menos, coincidirá conmigo.”
“¿Y qué me dice usté de su gualicho? ¿Cuántos meses he pasado ya junto a usté y aquí me tiene, vivito y coleando.”
Conversaciones de hondo contenido filosófico como esta se repetían a menudo. Ambos tenían razón en lo que se refería al otro, pero ninguno de ellos se pensaba a sí mismo con su problema solucionado.
Una tarde de un calor bochornoso, cuando ambos se hallaban dormitando la siesta, percibieron que las ramas del sauce, oscilando suavemente en la brisa sedienta de agua, les estaban hablando. Cuando despertaron, el tema de los dichos del sauce surgió de inmediato. Entre ambos reconstruyeron las oquedades que los sueños dejan tras de sí en su afán de hacerse inalcanzables y crípticos. El mensaje que les llegó en el sonido acariciante del follaje del sauce les sugería pedir ayuda y más precisamente ir a pedirla a la gran ciudad. Allí, los médicos más afamados podrían decirles definitivamente cual era la verdadera situación de cada uno.
Eusebio vendió diez vacunos bien gordos. Con el dinero que obtuvo y desempolvando los dos mejores trajes del guardarropa de su tío, se preparó junto a Manuel, a recorrer el largo camino a la ciudad.
Caminaron durante días por senderos de tierra y luego por rutas asfaltadas que se fueron haciendo más y más anchas hasta desembocar finalmente en la gran ciudad. Maravillados por lo que veían sus ojos, ni Eusebio ni Manuel habrían podido imaginar tanto cemento junto, tanta casa, tanto automóvil. El ruido y el ajetreo los dejaron perplejos y sin habla durante horas, hasta que finalmente anonadados, perdidos, cansados y polvorientos se refugiaron en el primer hospedaje que surgió entre los recovecos del cemento y el hollín. Del grifo del baño de su habitación salía agua caliente y ambos disfrutaron de un prolongado baño. El agradable aroma del jabón perfumado se les pegó en la piel. Al día siguiente, se informaron con el conserje del hotel y se hicieron solicitar entrevistas con los principales médicos especialistas de la gran ciudad. Compraron trajes y zapatos nuevos y dedicaron semanas a consultar a los doctores más sabios y a los sabihondos más ilustres. Como no reparaban en gastos, fueron atendidos por los facultativos a cuerpo de rey. Asistieron a interminables interrogatorios médicos. Se les practicaron innumerables exámenes clínicos y de laboratorio. Fueron sometidos a exámenes complejos, algunos hasta reñidos con las buenas costumbres.
Sus casos fueron consultados con numerosos especialistas de la Universidad. Finalmente fueron presentados en el anfiteatro de una famosa Cátedra de la Facultad de Medicina por el profesor universitario Eduardo Luis del Cerro Alto.
“Estimados colegas, estamos en presencia de unos extraordinarios casos clínicos que acicatean la curiosidad científica de este prestigioso centro académico” Así fueron presentados por el conspicuo profesor.
Bajo la lupa de cientos de estudiantes de medicina, el motivo de su consulta fue minuciosamente analizado y discutido.
Eusebio y Manuel fueron desnudados en público y sus anatomías revisadas en repetidas ocasiones. Finalmente, sentados en cómodas butacas, asistieron a la discusión, por momentos enardecida, de los numerosos profesores presentes. Escucharon citas de Hipócrates, multitud de palabras en latín e incomprensibles peroratas plagadas de tecnicismos. Luego de horas de intercambios y discusiones, se definieron los diagnósticos con una solemnidad sólo comparable a la de los jueces cuando dictan sentencia.
Por supuesto que tanto Manuel como Eusebio no entendieron ni jota y requirieron del auxilio del profesor del Cerro Alto para conocer el veredicto. El profesor los llevó a un consultorio privado y los invitó a tomar asiento. Los miró con gravedad y carraspeó antes de comenzar las explicaciones.
Grande fue la sorpresa de Eusebio Obituario y el indio Manuel por las cosas que descubrieron.
Resultó que Eusebio no estaba maldito ni mucho menos. Que todos los familiares y amigos fallecidos lo habían hecho de enfermedades conocidas que hoy en día se podían prevenir o curar. Que el sarampión de su hermano tenía una vacuna. Que había medicación para curar la tuberculosis que había acabado con la vida de su madre. Que la Muerte estaba más relacionada con las tierras y las gentes olvidadas que con Eusebio en particular. Que Eusebio había tenido mucha suerte por no haberse transformado él mismo en una víctima más.
En cuanto a Manuel, la ciudad lo volvió visible de un día para el otro. Vestido con el elegante traje de domingo, en la calle todos se daban vuelta para mirar al indio engalanado que nunca se había sentido más observado en su vida.
Hartos ya de médicos, universidades, consultorios y con los pies ávidos de pisar tierra en lugar de cemento, Eusebio y Manuel sintieron que habían obtenido las respuestas que habían ido a buscar. Despejadas sus dudas, regresaron a su tierra con la frente en alto.
Rápidamente se desparramó en los alrededores la noticia de las milagrosas curaciones. Los miedos se fueron disipando como la neblina de la ebriedad.
Tanto Eusebio como Manuel no tardaron en formar cada uno una familia con mujer, hijos y suegras. Hicieron instalar sistemas de agua caliente en sus viviendas y vacunaban a sus hijos. Lograron que el pueblo cercano contase con escuela y hospital, pues habían descubierto que las calamidades más grandes vienen de la mano de la ignorancia y de la mala salud. Para esto último, contaron con la ayuda inestimable del profesor del Cerro Alto, quien a pesar de lo abultado de sus títulos y diplomas, conservaba intacta su sensibilidad humana hacia los más postergados y olvidados de la sociedad. El profesor siempre había predicado la necesidad de despertar el interés de los médicos jóvenes por brindar buena atención médica en lugares apartados.
Eusebio y Manuel nunca más extrañaron la ausencia de vecinos molestos. Todos en el pueblo quedaron plenamente convencidos de su rehabilitación y supieron valorar los beneficios de la escuela y el hospital.
De las antiguas penurias sólo quedaron los recuerdos. Se habían superado las supercherías y maldiciones que los habían enfermado y aislado durante años.
Pero algunas noches, durante las charlas que Manuel y Eusebio siempre tuvieron la buena costumbre de mantener, se arrimaban al fuego algunos difuntos, los más queridos, para confraternizar con ellos mientras compartían las últimas rondas de grapa.

PÁGINA 12 – POESÍA AMERICANA: GUATEMALA 

FRANCISCO MORALES SANTOS

TU NOMBRE, PATRIA

Una gota de miel que se desliza
en dirección al pecho,
en las primeras horas del día,
iluminada con ganas
por el sol;
gota tibia y espesa
de poder curativo insospechado.
Gota inquieta, florida,
permanente,
auténtica, fiel

y memoriosa.
Gota en el aire
y en los labios gota
es tu nombre,
Guatemala.

CAROLINA ESCOBAR SARTI

NO SOMOS POETAS.
 
Somos apenas amantes
suicidas con la cuerda
en la mano
caminantes de antes
usurpadores de abecedarios.
No somos poetas
somos adivinadores
de oscuras cavernas
transeúntes por azar
locos por vocación.
Somos talladores de nubes
lluvia sostenida
cuerpo que recuerda
hambre insatisfecha
confesión última
dueños de medio corazón
límite de penumbra
sangre que camina el mundo
puerto de anclaje y despedida
sólo somos tiempo
una carta interminable
que continúa escribiéndose
sin fecha de entrega.
Somos una arruga en el mediterráneo
buscando, no los seis días de la creación
sino los siete minutos
de nuestra vida compartida.
Y esto no es un poema
sino el  inicio del primer minuto
                            (el nuestro)
porque después todo estuvo aquí
para siempre.
El credo levantado,
el caos, el misterio,
el asombro y el verbo.
La santísima palabra
en el universo
de la salamandra.
El fuego robado
porque el paraíso
también es nuestro.
Fundamos la memoria
de la luz y el perfil de la montaña
probamos primero la sal
en el océano de nuestros ojos
y nos supimos robustos árboles
no ramas quebradizas.
Aullamos a la luna
reclamando al sol su eclipse
e hicimos el amor
en los siete mares.
Sea la luz
y fue la luz.
Todo somos
menos poetas.

GERARDO GUINEA DIEZ  

QUE TE DOY

¿Qué te doy de mi cuerpo?,
prestado a otros cuerpos,a otras vidas.
¿Qué puedo darte de estas frases?,
préstamo de otras.
¿Cómo te doy del sueño y color de
otras manos, mis flores?
¿Cómo te doy mis brasas para no arderte?
¿Cómo recoges mi polvo?
¿Cómo darte mi viento, si la
humedad coronó su tiempo?
¿Cómo te doy mi almohada, si
ya no hay madrugada?
¿Como te doy la nada?
¿Acaso tú,heredera del silencio
puedes darme otro cuerpo? 

VÍCTOR MUÑOZ  

LA PIRA FUNERARIA

Una llama que clama,
una llama que inflama,
una llama que llama,
que llama tu nombre y persiste
tu nombre,
que llama y consume,
que llama y reclama,
que llama tu nombre
y aclama tu nombre,
que llama mi nombre, sin llamas
tu nombre,
que al mío denuncia.
Una llama que rompe luces,
llama que seca los llantos vengados,
llama que corrompe el olvido,
tu nombre.
Y cierra los círculos.
Y duerme.
Y pide en los infiernos santuario.

DELIA QUIÑONEZ

LA ORILLA REDENTORA

¿Dónde
si no en el beso,
encontraremos la orilla redentora?
Leve espada
anida y combate
compartiendo la savia
que deviene en torrente.
Uva frugal.
Ayuno de antiguas plenitudes.
Agua y jugos
humanamente turbios
coronan
sin laureles
la puerta vital del paraíso.

Besos de eternidad
marcando territorios,
colinas,
cavidades.
Antorcha en la balsa.
Lengua y labios
avanzan
en lúbricas saetas
hasta la vieja orilla
que redime
la irreverente ambigüedad del paraíso.

WINGSTON GONZÁLEZ

LO INCORPÓREO Y EVIDENTE [DEL CADÁVER DE UN PIANO], I

Callada mi locura. Nunca fui feliz, nunca zambra
Imantado el infinito me ciega: un ruido desde
el carro detenido en aguas aéreas es mi tumba
Ni vago dios americano, ni color sujeto al polvo
Mala hierba fui, madera fina de nave que náufraga
de báscula con trampa, de lengua extranjera
asombro fértil y el corazón que tuve
capaz de tiempo y paria, capaz de luz y charco
piel de mármol, piel, reversa a las estrellas

Canciones foráneas, estos partos mortíferos
Un verde espíritu, pintalabios, dos tacones altos
alzaban del piso los desperdicios de mi alma;
Blanca nieve, un bikini rayado, lentes de sol
la lengua o la vida entre dos murallas en llamas
Arriaba la incertidumbre sus invisibles banderas

Hacé maletas, andate rápido me dijo el mediodía
Huí de hado y hojarasca; de olvidos e historias
Callado entero mi rostro: la materia, la imagen
marea de cosas que fueron, de formas trabajadas
desde el inmenso sonido y victoria de la muerte

Me veo: un animal chapoteando en las piedras
Viví ríos negros, viví matanza, viví extraviarme
Ser otra ¿qué era?; estar satisfecha ¿qué fue?
Moldea la materia de la alegría y chilla de horror
algún polvo profundo, alguna inmaculada entraña
en el lodo del patio, sobre ornamentos metálicos

Y la noche abierta y el mundo impropio fueron
aquella media luz somnolienta donde tras una
vulnerable cultura del habla, silencio mediante
se reconocieron cara a cara todos mis hombres:
perpetuos, ausentes y fugitivos

PÁGINA 13 – NARRATIVA

MONICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Argentina)

LA ESCRIBIENTE

La Leo es la viejita siempre niña, una ancianita que las convulsiones infantiles fijaron eternamente en unos siete años inmóviles de picardía en los ojitos pequeños, siete años de cabecita rizada y risa y llanto fácil.
Llora cuando recuerda a la mamá, que la acompañó en el geriátrico hasta los cien años pero se fue un día, el año pasado, y la dejó solita. Se ríe cuando alguna cosa le hace gracia, y entonces gorjea y cloquea y se dice a sí misma “esta Leo, esta Leo”, la frase que otros le prodigaron a lo largo de sus más de siete décadas de vida.
Y la Leo escribe.Escribe trabajosa y concentradamente . Escribe en su mesa, ajena a las visitas de los otros, o a los compañeros de vejez, tan próximos y a la vez tan lejanos, que se marchitan a su alrededor y ya renunciaron a la esperanza. Ella escribe porque la niñez no renuncia a la esperanza. La Leo escribe con las manitas de dedos cortos, y cada tanto se levanta con pasos bamboleantes a mostrar cómo escribió allá debajo del punto cruz con lapicera “Leonor Taborda”. A veces copia palabras de libros o revistas. Y esconde las letras debajo de enmarañadas líneas en negro, azul, verde. Otras veces, escribe cartas. Cartas donde cuenta que se murió la mamá, que se murió el hermano, que en su cumpleaños esperó que fuesen a visitarla para tomar té o mate con bombilla, y no fueron. Son cartas de palabras inconexas en las que alguna vez se adivinan frases pero en las que siempre se comprende el llamado, la esperanza de que sirvan de señal luminosa para que algún lejano barco se acerque a su naufragio.
Las cartas ocupan carillas de papeles doblados torpemente. Cuántas cartas, me pregunto, cuántas cartas a esos destinatarios que hace sesenta años fueron niños que su mamá recibía como alumnos particulares en la casa. Y que ahora son también ancianos o que han muerto en lejanas camas y ciudades distantes.
Ella recuerda bíblicas genealogías, recita los nombres de los ausentes, el nombre de los padres y de sus hijos. En su universo infantil siempre se han de nombrar padres e hijos, y los recuerda a todos. La dirección que indica es “Calchaquí”, “Santo Tomé”, alguna vez el nombre de una calle o el lugar preciso: enfrente de la farmacia, justo en la esquina.
Padres e hijos en una topografía de peatón o de vecino. La vida sencilla, los mapas de la infancia, las décadas superpuestas y las cartas que nunca llegarán a los difuntos o los que hace mil años tomaron otros rumbos o se diluyeron en una Historia que sepulta las historias.
La Leo escribe, y entre las palabras indescifrables anota bien clarito “Salta 3534”, para intentar forzar al destino de soledad con su correcto remitente en “Las diamelas”. “Mamá murió”, y otra vez recuadrado en un trazo temblequeante mamá murió. Hay que contar la noticia. Vengan, escriban. Estoy sola. Los niños del segundo grado de hace sesenta años, los fantasmas, los médicos que la atendieron cuando era pequeña y aprendió a cocinar carbonada. Vengan.
Y escribe las cartas para la legión de ausentes que pueblan su memoria exacta con precisiones ingenuas “fue a las cuatro de la tarde, un jueves”. “Llovía”.
Escribe y agota lapiceras, gasta lápices de colores, alegra los renglones con fibras. La Leo escribe al universo, tiende puentes de papel y tiempo elástico. Tiene fe en esos emisarios que dejamos las cartas en cajones, sobre las repisas, cree en la eficiencia de esos extraños devenidos en correos que finalmente desechan las misivas con los residuos cotidianos y los objetos inútiles.
Y yo escribo sobre la Leo para tender puentes de palabras en un universo indiferente, para darle pelea al tiempo, para enviar una señal luminosa que atraiga barcos a su naufragio, a mi naufragio. Pero yo, ingenua Leonor, yo no tengo fe en emisarios ni en misivas. Yo, afortunada Leonor, yo desde mi adulta tristeza percibo la ferocidad de las distancias y la temible ausencia de los destinatarios. Yo, mientras escribo, te veo en tu silla afanándote en tus cartas y, como siempre, envidio la pueril, maravillosa felicidad de los creyentes.

PÁGINA 14 - POESÍA AMERICANA: EL SALVADOR

AÍDA FLORES ESCALANTE

XIV

Debemos recordar
no por venganza.
Y debemos curar la gran herida
porque es lo saludable para el alma.
Ellos, ellas, nos ven
con ojos ciegos.
Recordar, curar, reconciliar
para saldar la deuda con la Historia,
para cerrar los ojos de los muertos
y para abrir los ojos de la vida.

JORGE GALÁN

PASEO DE UNA NIÑA EN LA PLAYA

Ya sin tocar el suelo, sus pies casi de agua
se deslizan, lentísimos, sobre la arena parda
matizada de espuma. Es casi mediodía,
sobre ella las gaviotas planean dulcemente,
el mar que hizo en la piedra motivo de su furia
no se atreve en sus pies, retrocede, no vuelve
sino en rocíos lentos de un azul menos ávido.
Le toca con su música, con
su arrullo y se vuelve
un amante imposible que encuentra en la tristeza
el motivo preciso para intentar dormirle,
hechizarla, volverla su sueño, su deleite.
Frágil como la rama que a punto de quebrarse
se aferra al tronco anciano, así el viento se amarra
a su raíz más honda: su cabello que ondea
como bandera única de un país exquisito.
Esbelta como el aire que de puntillas anda
por las altas palmeras, mínima como el frío
que el corazón del alba guarda en su luz más íntima,
inmensa como el cielo que habita en la pupila,
se vuelve la palabra que el día le musita
a los antiguos siglos: el nombre de su orgullo.
Con su traje de baño, tan ingenua, tan simple,
sin sospechar aquello que en su torno sucede,
o notando, si acaso, la tibieza del agua
o las lentas gaviotas que vagan dulcemente.
Nada posee entonces semejante pureza.

NORA MÉNDEZ 

PRONUNCIAMIENTO

Se ha decretado un estado de alerta
En mis emociones,
Cada vez que pasas, cada vez que te veo
En mis pupilas arden
Tactos que se organizan
En la clande-intimidad
Donde tan bien
Conspiran mis hormonas.
Cargo un mitin de caricias
En mi pecho
Y un pubis insurrecto
Esperando que realices
Una volanteada de sueños
En mi vientre.
Todo un estado de sitio
Me subviertes
Y se levantan tibias barricadas
Si pretendo
Olvidar tu nombre.
Tengo que confesar
Que me has tomado por asalto
Y toda yo,
Soy tu territorio
Liberado.

RENÉ RODAS 

II
 
He aquí una ola solitaria empujada al viaje. He aquí que hoy parto de mí mismo en busca de ti.
He aquí este aliento líquido que hoy dejo correr sobre tus arenas. Desconocida me eres e inexplicable.
He aquí el yodo y la sal de mis días puestos al pie de tu playa. Tú para quien mi voz se agenció el canto.
De mí nada sabes. De mi sólo adivinas, tal vez, que vengo de lejos y estoy solo y tengo miedo.
Tarde un día, en un parto feroz, vi el rostro del sol. En ese rostro inalcanzable había el anuncio de un límite.
Mi madre y yo descubrimos el pavor del otro: la más inquietante, la más infranqueable frontera que impone el mundo.
Con el tiempo nos hicimos a la idea de vivir juntos. Aquella aventura comenzada en deseo se resignaba en amor.
Ella me dio del calcio de sus huesos. Yo la dejé alimentarse del fantasma sonriente de mis ojos.
Luego vinieron días de esplendor sin nombre en los que un niño pasea en bicicleta.
Crecí, descubrí la muerte, supe del inabarcable sabor a incendio que tiene la distancia.
Olvidé la gruta salina que fue mi casa. Pasaron los años como una aguja que zurce heridas y hoy vengo a tu orilla.
Quiero tenderme en la caleta ardiente de tu mano, entregarme a tus rocas, sucumbir al reto de remontar tus dunas.
Traigo para ti noticias del mar. Rumores que nunca has escuchado te saludan en mi canto.
Vengo a entregarte la nave cóncava de mi voz, a ofrecerte rayos líquidos de sol y peces como cuajos lunares.
Déjame desembarcar mi amor en tus arenas, beber la humedad de tus esporas y la sangre de tus líquenes.
Será todo el alimento que precisen mis dedos remorosos. Abre tu día al paso de mi cuerpo de animal desencantado.
Guardo para ese abrazo un secreto que lanza al vuelo a las mantarrayas y hace bailar a los hipocampos.
(Me cautivó tu voz en la lejanía y me prendió tu calor en la profunda amargura de mi cueva abisal.)
Épocas de aridez me hicieron soñar con el doloroso aroma de tu costado, peces transparentes anunciaban tu deseada existencia.
Un rumor de corales vivos, una marejada de crustáceos me hicieron imaginar la turgente colina por la que habría de abordarte.
El gemido de una ballena me dejó conocer tus costumbres en el amor, el canto azul de tus días.
Cardúmenes de peces extraviados me dejaron presentir los poderes de tu lengua.
Quise estropear un poco el traje de luz con que te cubres, arrugarlo, sacártelo a tirones.
Yo que vengo del mar te soñé desnuda y pobre como la lluvia.

SUSANA REYES

LOS SOLITARIOS AMAMOS LAS CIUDADES.

Ella hirvió el agua
con la suavidad de las hojas
Afuera
una niña jugaba al ritual de la comida.
Una niña jugaba al ritual de las niñas.
Dentro
ella cocinaba la suavidad de los sueños añejados
el simple sabor de las cosas que no serán
porque el corazón es un niño acurrucado
[bajo un puente.

ANDRE CRUCHAGA

ESCEPTICISMO

Alguna vez, en lo descampado del escalofrío, el sentido del amanecer:
la mística gris de los caminos es el oráculo de mi entraña.

En la ilusión, el mundo y sus infinitas encarnaciones, el universo secreto
del dolor, sus torbellinos de olvidada quietud.
A través de la mirada van diciendo adiós todos los nombres que he conocido.

Hundido en los vacíos de los atrios, las manos nubladas de los cadáveres,
oscura la mugre de los gemidos,
escéptico frente a las longitudes del abandono. El ojo ilustra las paradojas
de la oferta y la demanda, de cuanto el ala lo es en el viento.

De pronto, soy solo tierra y angustia, miedo omnipotente a las sombras
del desgarro, miedo a esta vieja lluvia del exilio.

Las calles guardan todas las sombras desatadas de la ironía. Los espejos
de polvo y sus falsos estupores. Los ocasos y la perennidad irremediable.
Quiero una sola palabra que no sea olvido.

Ya no sé si puedo interpretar el ahora, y abrigar el lenguaje de mi desnudez.
A veces ya no quiero sentirme ahogado por las enredaderas de la tierra,
ni sobreviviente de la labor de los crepúsculos.

Yo camino hasta allá donde están los pequeños caminos olvidados.
(Vivo en la palabra real, univoca, unitaria, sin ningún juego de purismos;
entiendo la oscuridad y sus catástrofes y su alma ininteligible.
Lo único que me salva es no tener respuestas para el absoluto)…
Barataria, 03.XII.2016

PÁGINA 15 - NARRATIVA

ALBERTO DI MATTEO
(Temperley-Buenos Aires)

OLIVERIO

Vestido con una enorme capa negra que ondula a sus espaldas como las trágicas alas de un desorientado vampiro, con el cabello ensortijado y el semblante pálido, Oliverio deambula sin rumbo, alejándose de la ciudad, atormentado por el siniestro recuerdo de la Dama de Blanco.
La había visto cara a cara. Podría jurarlo delante de cualquiera. Fue durante una oscura y pegajosa tarde, donde la atmósfera parecía a punto de quebrarse bajo la feroz metralla de los truenos y desatar, instantes después, la peor de las tormentas que recordara Buenos Aires en muchos años. En aquel preciso momento, Ella se había dejado ver atravesando los añejos muros del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco, sito en la calle Suipacha al 1400.
Por aquel entonces, Oliverio vivía con su esposa Norah en el terreno lindante al Museo, y los encuentros con aparecidos ultraterrenos ya no los inquietaban como la primera vez. Una noche habían sido interceptados al regresar de un café literario por el hierático espectro de un jesuita encapuchado que les heló la sangre. En otra oportunidad, vieron cómo se descolgaba la oscura silueta de una esclava negra por las cañerías que descendían de los techos, buscando escapar de sus ya extintos captores. Y más tarde, hasta un distinguido Lord británico de raigambre victoriana, con flamante galera y reloj de oro a la cintura, paseaba de vez en cuando por el patio de su casa en las noches de luna, insinuando acaso un leve gesto con su galera hacia ellos, a modo de caballeroso saludo.
Pero ninguna de estas imágenes lo había perturbado tanto como el de la Dama de Blanco. Joven, hermosa, casi virginal… Se deslizaba fuera del Museo y entraba a su casa subrepticiamente, mirando en derredor con cierto temor, como si no reconociese el lugar donde se encontraba. Y a diferencia de las demás apariciones Ella, exclusivamente a él, le hablaba… Oliverio nunca había podido descifrar su lenguaje, entrecortado y confuso, compuesto por irreconocibles jirones de palabras que no alcanzaban a comprenderse del todo, como si le hablase desde el fondo de un pozo anegado, o a una distancia tan vasta que los sonidos no alcanzaran a cubrir.
Pero su mirada, de una tristeza tan profunda como hermosa, era lo que más lo desconcertaba, fascinándolo a la vez. Haberla conocido implicaba no poder olvidar esos ojos claros. Y quizá fuera eso lo que ansiaba recuperar Oliverio, luego de que la muerte de Norah lo dejara en el más desolador de los desconsuelos: una mirada de amor, proveniente de unos ojos puros, diáfanos como un cielo de verano, que lo atravesaran con su ternura de lado a lado.
Consternado por llegar a concretar el encuentro imposible, Oliverio averiguó durante un buen tiempo acerca de la secreta identidad de la Dama de Blanco. Consiguió saber que había fallecido en 1925, y merodeaba desde un principio el Cementerio de la Recoleta, confundiendo a los incautos varones que la tomaban por una bella joven solitaria y desabrigada a quien cortejar durante las noches de parranda. Ellos le ofrecían sus sacos para protegerla del frío, atesorando la esperanza de un momento de amor, pero terminaban siendo finalmente desairados, mientras contemplaban incrédulos la manera en que Ella escapaba hacia las profundidades del Cementerio, perdiéndose entre las bóvedas, para luego de dar muchas vueltas en su persecución encontraran el propio abrigo yaciendo sobre uno de los cajones de las bóvedas, recientemente usado por el espectro de la dueña del ataúd…
Luego, la Dama de Blanco se había trasladado unas diez cuadras, errando a lo largo de la distinguida Avenida Alvear y la calle Arroyo, ignorándose el por qué de semejante trayecto, para recalar en las proximidades del Museo, aposentándose casi entre sus muros y los de las construcciones vecinas. Allí la había descubierto Oliverio, deseoso por un reencuentro que jamás había vuelto a concretar, hipnotizado hasta el fin de sus días por aquella mirada, imposible de olvidar…
Muchos años han pasado desde entonces, sumidos en la bruma de los tiempos. Oliverio ha perdido, al fragor de sus poéticos retruécanos y versos delirantes, el sentido del espacio y la localización, extraviado en un lenguaje particular que carece de coordenadas compartidas. Desorientación que lo aleja de las letras y lo conduce hacia los lugares más remotos y estrafalarios, como éste en el que lo descubrimos, sorprendido mientras llega durante una helada noche de luna llena: una desierta estación de ferrocarril, perdida en medio del campo, que misteriosamente lleva su propio nombre.
Los rieles se extinguen a pocos metros de allí, devorados por la oscuridad, que apenas permite entrever un pálido destello lunar y metálico con el que delata su presencia. La rústica silueta de la estación se confunde con las extrañas formas de los árboles del monte que la rodea, otorgándole al lugar un toque siniestro que impulsa con fervor a la huída del testigo ocasional. Sin embargo, Oliverio se dirige resuelto hacia allí, casi sin darse cuenta de las asperezas del terreno que lo circunda, causado por el más insondable y urgente de los presentimientos.
Una ráfaga de viento helado revolotea su capa al acercarse al derruido umbral de la ventanilla de la boletería, carcomido por la erosión del tiempo. La reja que separaba al empleado de los futuros pasajeros se encuentra tamizada por mugrientas telarañas, aposentadas allí por espacio de varias décadas. El crujido que producen bajo su tacto las maderas podridas del estante para recoger los boletos no lo sorprende, pero le desagrada. Y entonces, en medio de la escalofriante lobreguez, percibe el níveo destello de una presencia dentro de la habitación, luminosidad que le puebla el alma de esperanza y desboca su corazón.
Busca a tientas la puerta que conduce al interior de la estancia, y luego de un par de forcejeos con la cerradura oxidada, consigue que la pútrida hoja de madera le ceda el paso. Avanza trémulo hacia dentro, notando que aquel destello no ha hecho más que aumentar su intensidad, brotando desde la tortuosa grieta de uno de los muros, vecina a un polvoriento archivero. El milagro, informe cual volutas de humo, se expande dentro del cuarto, corporizándose con dificultad, impedido aún de mostrarse tal cual es. Oliverio extiende moroso los dedos de su mano derecha hacia él, alargando su brazo, esbozando una palpitante sonrisa luego de muchísimo tiempo, tan malacostumbrado al rictus de amargura que lo representase desde la triste muerte de Norah.
La aparición culmina de materializarse, definiendo a la recordada silueta de la Dama de Blanco, con un tenue y escotado vestido de nívea gasa que revela unos pálidos hombros delgados y la suave curva de unos pechos adolescentes, apenas ocultos por los bordes de una rubia cabellera lacia que enmarca su rostro angelical. Y coronando esa dulce carita inocente, aquella perturbadora mirada de ojos claros, profundos e insondables, transportando a quien los contemple hacia territorios inexplorados de la psiquis y el corazón.
Oliverio se estremece ante esos ojos, sin dejar de sostener su mano abierta hacia Ella, extasiado ante la posibilidad de acercarse, acariciarla, besarla… Una sutil ráfaga helada se cuela entra las múltiples rendijas de la ruinosa boletería, ondulando su inquietante capa negra. Hasta que por fin Ella le vuelve a hablar; y para sorpresa de Oliverio, esta vez lo hace con palabras claras, un lenguaje definido, un mensaje inequívoco.
-Quiero que me hagas tuya –le sugiere u ordena.
Una miríada de sensaciones se abalanza sobre él, confundiéndolo y decidiéndolo a la vez. El cálido y hasta fraternal amor experimentado en vida hacia Norah, el ancestral miedo ante lo desconocido, una inédita tentación al placer más lascivo que pudiera haber imaginado… En un instante las imágenes más representativas o banales de su vida desfilan delante de sus ojos, como si al escuchar esa frase de sus labios hubiese ingresado en el caótico vórtice de un remolino que lo deseara arrastrar hacia el más allá, aunque dejando en su lugar, ajeno a su propia persona, un nombre que le otorgue identidad a este lugar, perdido y quizá olvidado, más no por las evocaciones que pueda suscitar el apellido Girondo.
Entonces, Oliverio descubre en un inesperado rapto de lucidez -que atraviesa la maraña de frases erráticas e imágenes discordantes que han dado identidad a su obra literaria-, que se le ha ido la vida buscando un amor semejante a éste, que su entidad humana parece haberlo abandonado desde hace ya mucho tiempo, que en un lugar de la Pampa llamado Girondo –dentro de su derruida estación de ferrocarril- parece haber encontrado su propio fin humano, más no el de la leyenda de una enamorada pareja de ultratumba…
Se acerca hacia la Dama de Blanco, quien le sonríe por primera vez, con grácil expresión. Oliverio le rodea los hombros desnudos con su capa azabache, que aletea en derredor como si quisiera izarlos en el aire y alejarlos de allí en un huidizo vuelo de murciélago. Y con un gesto aguardado por ambos durante decenios, se buscan las bocas con pasional sutileza, besándose en un abrazo que trasciende la muerte y los eleva hacia la noche.
Una imponente luna llena resulta el único testigo del encuentro, donde una capa negra y un vestido de gasa blanca se elevan por encima de las ruinas de una estación ferroviaria y se pierden enamoradas rumbo a las estrellas, glorificando la cualidad de convertirse en eternos amantes…
PÁGINA 16 - POESÍA AMERICANA: COSTA RICA

ADRIANO CORRALES ARIAS

FOTOGRAFÍA EN SEPIA

La niebla cubre la ciudad
fantasma que emerge lentamente
con un sol no tropical
obscurecido como las entrañas de los bulevares
cantinas amarillentas en el rojo carmín
de sus espejos

Una mujer cruza la Plaza de la Cultura
desdentada sin edad ni perfil
sombra eterna de mantos velos y cruces
que anochecida en los bosques del XIX
se busca en lo perdido por el milenio
al umbral de una metrópoli encadenada
por el galimatías que se vende a granel
bienes raíces lotería científica
dentífrico místico
licantropía de la historia

ALEJANDRA CASTRO BONILLA

 HURACANADA
A mi madre

Contraatacando
tu vértice emerge
y me lanzo al Norte
allá donde no me reconozco
donde provoca no ser herida
y esconderme de tu cántico
de tu galaxia sangrante.
Pero no me sirve mirarte de lejos
y vivir en el punto exacto
del que huíamos antes
tantas veces.
Aquí dejaste el frío que te encerraba
la cárcel
las rejas de antaño.
No me sirve el norte
por la absurda lejanía
que ya implica su silencio
y por todo lo que esconde.
Pero tu soledad convergente
se apiada
y con el mismo giro de tu huracán
me aferro al Este
espejo de viento y luna en anverso
prohibitiva catarsis
en que la tierra se descuartiza
y me cabe entera entre las manos.
Yo no sé jugar con tu universo
y seguís igual de distante
Eréndira aferrada a su soliloquio.
No estoy allí para vos
es cierto
pocas veces lo dijiste.
Estoy en el Este azur
de un blanco empedernido
casi transparente.
Y desde aquí nada
ni siquiera te diviso.
Así no más.
Estoy donde provoca la niebla
un fantasma
y se arremolina la certeza
de no conocerte.
Estoy donde una vez quisiste que te viera
entre murmullos aterrados
entre sumisiones ascéticas
mirando por una buhardilla
la inmensidad oculta de tu cuerpo.
Y en el poniente
anocheciendo tu vuelo
resistiéndome siempre a la sola idea
de que una vez te arrebaté las alas
y quedaste alucinando entre jirones.
Se hizo la constelación de la rosa
de la rosa de los mares eternos
reventando mis costas
pariendo.
Después esa necesidad terrible
de seguir brillando
y el Oeste rojizo te encierra
te absorbe hacia su luz
pero vos
que todo lo viste
reconocés el infierno.
Y tu ángulo que se extiende
sigue intacto
no dejándose llevar hacia el fuego
siempre en el centro imponente
provocando tempestades.
Y yo te quiero
no hablo
ni siquiera me acerco.
Recibo en mi Oeste
tu luz agotada
que provoca esa impotencia
esas ganas de salir corriendo
hacia el génesis que lleva escrito tu nombre.
Pero y es que vuelve
vuelve siempre el huracán
y yo que me dejo arrastrar
en su voz orgiástica de cuatro soles
llego al borde
al Sur que apunta
que amenaza siempre
con su filo de estalactita
chorreando constantemente un carmesí.
Aquí donde los vientos cruzaron la Tierra de Fuego
donde se quebró el mandala
y quedó tu aroma flotando buscando un mar.
Aquí donde lo que provoca
es seguir creciendo a pesar de la muerte
que llevamos derramada por dentro
donde lo que provoca es cualquier cosa
menos conocernos.
Y a veces aquí
donde añoramos tu mirada apacible
prolongada.
Yo no quiero caer
en este abismo erosionado
en esta ausencia de contornos
donde de todo lo que ves
nada existe
nada
más que tu palpitar fortísimo
que me llama
tu magia que me extrae
hasta que logro deshacer remolinos
cruzar descalza los arrecifes
asirme del magma esculpirme en roca
y llegar finalmente allí
hasta tu furia
en el centro
hasta tu libertad desconocida
hasta vos
hasta tus sueños censurados
inconsciencia de vida
hasta tu mano, nacimiento y muerte
hasta el grito que escuché
mientras huía
hasta tu eje permanente
hasta la convergencia
nuevamente huracanada
hasta vos
hasta donde estabas sola.

ALÍ VÍQUEZ JIMÉNEZ 

EL MIEDO

Ahora conozco las sombras de las cosas: comienzo a no ser joven y a temer el fracaso. Cada tarde, a medida que el sol se oculta, me pregunto si habré sabido aprovechar la rosa de ese día o si se me habrá marchitado a lo lejos y yo tan tonto. Cada noche me bebo el vino con la duda de si debería acabármelo todo y hasta sueño agobiado por la necesidad de recordar cuando despierte. Es como si la vida se me estuviera pareciendo demasiado al olvido.

De la muerte no conozco nada, solo que ahora la siento posible.



ANA ISTARÚ



ÁBRETE SEXO


Ábrete sexo
como una flor que accede,
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
Desenfunda,
oh poza de penumbra, tu misterio.
No detengas su viaje al navegante.
No importa que su adiós
te hiera como cierzo,
como rayo de hielo que en la pelvis
aloja sus astillas.
Ábrete sexo,
hazte cascada,
olvida tu tristeza.
Deja partir al niño
que vive en tu entresueño.
Abre gallardamente
tus cálidas compuertas
a este copo de mieles,
a este animal que tiembla
como un jirón de viento,
a este fruto rugoso
que va a hundirse en la luz con arrebato,
a buscar como un ciervo con los ojos cerrados
los pezones del aire, los dos senos del día

CARLOS FRANCISCO MONGE 

DEL FANTASMA IRRISORIO

En el festín que a diario nos rodea,
con sus mejores platos, las lucernas, los podios
para articular las palabras solemnes,
no encuentro mi lugar.
El aire vuelve a mi jardín, las amapolas
danzan sin el sufrimiento
de orearse, de gastarse, de elegir un destino;
y yo recuerdo aquel collige, virgo, rosas, sin mayor esperanza,
seguro de otras cosas; por ejemplo, de asistir a esa antigua vanidad
de unos cuerpos buscando la ebriedad entre la espuma marina,
dorándose en la luz revuelta del ocaso.
Mientras tanto el festín: los arrebatos, los espejos cubiertos de ceniza,
la ineptitud de un bel morir, unas aves azules,
el sonajero allí, la barahúnda, el copetín.
Y no lo encuentro, no hay sonido de lluvia, no hay antorchas,
no hay oleajes nocturnos. Hay salones levíticos, sombras acumuladas,
polvo y carcoma y manchas.
Solo pienso en las pausas, como si fuesen las últimas
y en aquellas palabras insistentes, collige virgo rosas…

ARABELLA SALAVERRY

PARA SEGUIR SOÑANDO

Me parece que ya no podré visitarte
acomodarme
y deshacer mi equipaje
en el paraje impaciente de tu sueño
No sé si la muerte está hecha de un sueño
que hace estaciones en la breve eternidad
de los relámpagos
No sé si en la muerte
se vive el espacio de los sueños
o si es oscuro el sueño
borrado de sí mismo
si no hay espacio para seguir soñando
No sé si es pared hierba agua nube tormenta
un momento
cabalgando otro momento
si es luz
germinal desconsuelo
agujero negro
para seguir viviendo en la telaraña de otro sueño
Me parece entonces
que ya no podré
aposentarme en tu sueño
y renacer en el espacio
de lo que vas soñando
No me queda más que despertar
y lavarle los ojos a la muerte
Despertar con lo que quedó
en mi sueño

PÁGINA 17 – NARRATIVA

CECILIA COURTOISIE

(Buenos Aires-Argentina)

 

 ALMAS CON OLOR A CEBOLLA

Esta mujer tiene algo especial en las manos. Sus dedos gruesos hablan. Sus uñas negras, los nudillos apenas deformados. La resequedad de la piel.
Aprieta el cuchillo entre los dedos y corta la zanahoria casi sin esfuerzo. Pedazos chiquitos para la sopa. Calabaza, puerro, cebolla. Bandejitas de verdura en juliana.
Buen día ¿me da una banana? ¿una sola? Sí. Dos pesos. ¿Dos pesos? Por unidad es más caro. Bueno. ¿Algo más va a llevar? No, nada más, gracias.
Detrás de la expresión seria, un dolor atrasado. El estómago oprimido se oculta bajo la redondez del cuerpo. Cuerpo cansado. Lento.
Lejos quedaron los días de críos en la espalda. De palabras crueles de gente igual, pero con otra vida. Lejos, pero más presente que nunca.
Los anhelos se arrancan de los azotes recibidos, los sueños deformados por lágrimas imperceptibles. Inaceptables. El pecho que se incendia con la naturalidad del aire y trasmite en esa fuerza, generación tras generación, el sabio sigilo de la lucha imperecedera.
La victoria descalza deja huellas en la planta del pie.
La angustia en silencio. El silencio que asume la rabia del otro, la absurda intolerancia.
Los huesos sufren, pero se callan.
¡Deja las ciruelas quietas! Gabriel, vigila a tu hermano. ¿Qué le doy, señor? ¿un kilo? Los zapallitos dos kilos cinco pesos. Un kilo, tres. ¡Gabriel, vigila a tu hermano te he dicho! El brócoli se lo dejo dos con cincuenta porque no vino bueno. ¡Quita tu mano de allí te he dicho! ¡Gabriel! El tomate de oferta se ha acabado, tiene esos a cuatro pesos. ¡Gabriel!
Muchos siglos esperando la esperanza. Con la esperanza a cuestas se sueña distinto, se lucha distinto, la dignidad es posible.
El día empieza mucho antes si se hacen trámites.
Filas eternas de personas que acampan, en busca de un sueño deseado por obligación. Dejar de pertenecer para ser de otra parte. Colas inacabables por una identidad legal. Prueba indeleble del exilio.
Madrugadas enteras desperdiciadas en un papel. Punto de partida de una aparente vida nueva. Sudamérica, hermanos latinoamericanos. Buenos Aires, la utopía disfrazada de anhelos tangibles. Sábanas limpias, un trabajo digno. ¿Digno de quién? ¡Sudamérica! ¿hermanos latinoamericanos?
La Patria Grande.
Falta la partida de nacimiento. Pero yo he traído todo. Todo no, le falta la partida legalizada en su país de origen. Pero yo he traído todo lo que me han dicho ustedes. ¿No entiende lo que le digo, señora? Falta la partida legalizada. A ver, ¿de dónde es usted? ¿y tiene familia allá? Bueno, mándeles la partida para que le hagan el trámite y vuelva otro día. Ya vine cinco veces. ¡Le falta la partida, señora! Vuelva otro día, hoy no puedo hacer nada.
Otra vez el silencio.
Las manos de esta mujer tienen algo. Hablan. Cuentan su historia.
Llega a casa cuando la noche está avanzada, con sus hijos de las manos. El más pequeño quizás en brazos. Abierta al reencuentro que la espera puertas adentro, donde todo está en calma.
La familia unida, por el exilio, por la historia compartida, por el porvenir que están creando. La familia toda, completa, los que ya están, los que van llegando.
La esperanza contenida en los sabores que pasan de mano en mano, hombres y mujeres, núcleo inseparable, inquebrantable. El aroma de los otros que allá están, que son pero no son. Desconocidos de la misma raza, humanos, seres que explotan de vida, de angustia, de anécdotas que son distintas y tan iguales. Rituales que son de todos y que ellos se llevaron a otra parte. Rituales compartidos a la distancia con aquellos que aún luchan en la tierra que los trajo. Pacha al rojo vivo que guarda en frasquitos los vientos huracanados.
Puertas adentro el alma se reconstruye, se comprende. Puertas adentro de casa, y del país que una vez fue nuevo.

SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL



PÁGINA 18 -RELATO

NORMA SEGADES – MANIAS
(Santa Fe-Argentina)

ACERCA DE LOS ELFOS.

Dicen que los pequeños elfos se engendran con esperma de luna en los hondos abismos de la noche.
Durante siete eclipses se alimentan del polen de almudenas silvestres,
pero sólo los elfos destinados al reino
aguardan otra ausencia para nacer al mundo de los hombres.
Cuentan que de los ojos de los príncipes elfos nacen las mariposas.
Bandada tras bandada.
Anaranjadas, deslumbrantes, suaves.
Irisando en su vuelo las gotas de rocío dormido en las corolas.
Y que cuando el susurro de sus alas invade los insomnios de los corceles blancos,
las capturan de nuevo entre los párpados
para impedir que mueran desangradas sobre cuernos de plata.
Sostienen que en sus venas corre un cauce incesante de magnolias
donde voces antiguas entonan las canciones de una tierra perdida,
tan lejana en el tiempo
que nunca fue siquiera imaginada por las hojas del roble
o las lenguas ardidas que devoran leyendas en la orilla del fuego.
Por eso saben todas las respuestas y evaden los hechizos.
Los príncipes del reino de los elfos tienen la piel de olivo desvelado
y el cabello sombrío como un mar tormentoso abofeteando eternos farallones,
pero su gracia es pura como el alba naciente,
pero su risa es un cascabeleo cayendo en hendiduras de peñascos,
pero su sueño es leve como un pétalo de humo,
pero su voz es dulce,
es sabia,
es apacible.
La música les nace sin esfuerzo al igual que el amor y las palabras.
Y en la edad de las bayas,
en la edad de las pálidas lloviznas,
abandonan su reino de helechos encendidos
en busca del misterio de las colinas huecas estallantes de esporas,
donde ávidos plantíos de almudenas silvestres esperan los espasmos mordedores de ausencia.
Porque así debe ser.
Porque así ha sido escrito
por aquellos que afirman que los pequeños elfos se engendran con rocío,
con esperma de luna,
en los hondos silencios de la noche,
y que durante siete eclipses se alimentan del polen de almudenas silvestres.
Aunque sólo los elfos destinados al reino
aguarden otra ausencia
para nacer al mundo de los hombres.

PÁGINA 19 -POESÍA

MARIA ELENA WALSH
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
(1930-2011)

LA REINA BATATA

Estaba la reina batata
Sentada en un plato de plata,
El cocinero la miró
Y la reina se abatató

La reina temblaba de miedo,
El cocinero con el dedo,
Que no que sí, que sí que no
De malhumor la amenazó

Pensaba la reina batata:
"Ahora me pincha y me mata"
Y el cocinero murmuró:
"Con ésta sí me quedo yo"

La reina vio por el rabillo
Que estaba afilando el cuchillo
Y tanto tanto se asustó
Que rodó al suelo y se escondió

Entonces llegó de la plaza
La nena menor de la casa,
Cuando buscaba su yoyó
En un rincón la descubrió

La nena en un trono de lata
La puso a la reina batata
Colita verde le brotó
(A la reina batata, a la nena, no)
Y esta canción se terminó

PÁGINA 20 – NOVELA JUVENIL

MARÍA TERESA ANDRUETTO
(Arroyo Cabral-Córdoba-Argentina)

VELADURAS

CAPÍTULO II

Quando estaba allá en Córdoba, en la Casa de Descanso, cerca de donde era antes nuestra casa, donde viven mi hermana y mi madre y donde también vivía yo, una monja que se llama Estela, a la que quiero mucho, me dijo que se mudaba para el norte, y me indicó dónde buscarla si yo estaba sola y llegaba a venir para estos lados.
Así fue que llegué a San Salvador y busqué la calle Virgen de las Nieves y en la calle el taller de las hermanas y en el taller a la hermana Estela, la que me dio la estampa del Santo aquella vez para que yo la compusiera.
La hermana Estela me había dicho que la buscara a ella y eso es lo que hice. Llegué sin nada, sin enseres ni ropa ni nada, con mis solas ganas de venir para acá, y con esa nada que traía fui al taller y pregunté por ella. Lo recuerdo bien: me hicieron que esperara y me quedé en la sala, con un poco de frío y otro poco de sueño por la mala noche, con la cabeza sin pensar en nada. Yo estaba sola, ¿sabe?, sola en el mundo, sin padre, sin madre y sin memoria, tratando de olvidar lo que había vivido antes cuando estaba con mi madre y discutíamos, y también lo que había pasado con mi padre.
Totalmente azorada estaba, confundida todavía por lo sucedido, cuando levanté la cabeza y vi, por la puerta entreabierta, la sala del convento y en la sala una mesa larga con las patas torneadas, y encima de la mesa unos botes con ungüentos.
Le aseguro que eso es algo que no se puede olvidar. No se puede, doctora. Esos colores en los potes, esos que vi con estos ojos dando brincos.
Así es como sucedieron las cosas que le digo: me levanté de donde estaba sentada y me acerqué a la puerta, pasé al taller y me arrimé a la mesa. Eran como coyuyos el pan de oro, los ferrites y la purpurina, el tierra sombra, el azul talo, el blanco de titanio... y el mordiente con ese olor que se le mete a uno adentro.
Había también un color plata, un azul cobalto y el granate, eso es lo que supe después, cuando aprendí a distinguir las sustancias, los colores y las marcas; y vi también que había óleos, temperas y acrílicos, que no son naturales pero igual relumbran.
Antes de eso, yo sólo había visto lo que se usa en la escuela, colores de lápices o temperas, y los que tenía aquí mi abuela Rosa para sus cacharros, el negro y el terracota, pero nunca jamás había visto el pan de oro que es lo que se necesita en la Capilla para cubrir las estampas de la Virgen y para las composiciones de los santos y las santas, ni tampoco conocía el azul talo, ni el azul cobalto, ni otros azules que existen, ni el granate.
Me gusta hacer las veladuras y también los falsos acabados. Falsos acabados, así es como los llaman, porque se pinta para que parezca piedra, mármol o madera con sus vetas, sus manchas y cogollos... aunque no sean verdaderos a mí igual me gustan, hacen que después de mucho cubrir y sobar, todo quede al fin bastante bien.
No sé qué piensa usted, doctora, pero a mí se me hace que es también así la vida. Yo se lo dije una vez al doctor Freytes, cuando estaba allá en la Casa de Descanso: primero uno cubre todo y después va sobando de a poco lo que tiene soterrado, que es siempre lo que duele y hay que soliviar.
Es de ese modo como se cubre lo que estaba expuesto. Por eso pienso algunas veces que si pudiera hacerme yo misma a mí unas pátinas como estas que les hacemos a los ángeles, si pudiera pasarle pan de oro a lo que ha perdido el brillo, si al alma de uno le fuera bien hacerle veladuras, seguro que lo que duele se pondría opaco y no se sufriría más.
Me gustan estos menesteres, porque se cubre lo que está debajo pero igual se ve. Es lo que pasa con lo que está velado: se ve mejor que cuando queda expuesto. Una vez que recompongo y acomodo lo que se ha deshecho, paso el pan de oro y luego cubro con betún. Se llama betún de Judea y es lo que me dan acá en San Salvador, para que tape las imágenes y lo que es nuevo se vuelva viejo y se cubra lo que estaba roto.
Cuando se seca lo que he pintado, lo sobo bien para que quede apenas un poco, para que no se cubra por completo, porque es así como se ve mejor.
Todo esto que he aprendido a hacer, estas veladuras, son nomas para que lo nuevo se vuelva viejo, como los ángeles de la Capilla.
No sé qué piensa usted, pero a mí me parece que es al revés de lo que pasa en la vida, donde el dolor que a uno le ha sucedido antes, y antes 'de antes, parece que naciera siempre por primera vez.

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