Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 107– NOVIEMBRE de 2015– Año IX – Nº 11




Imágenes: FABIO CEMBRANELLI (SAN PABLO-BRASIL)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)

DEFENSA DE LA PALABRA

6.
Encender conciencias, revelar la realidad: ¿Puede la literatura reivindicar mejor función en estos tiempos y estas tierras nuestras? La cultura del sistema, cultura de los sucedáneos de la vida, enmascara la realidad y anestesia la conciencia. Pero, ¿qué puede un escritor, por mucho que arda su fueguito, contra el engranaje ideológico de la mentira y el conformismo? Si la sociedad tiende a organizarse de tal modo que nadie se encuentra con nadie, y a reducir las relaciones humanas al juego siniestro de la competencia y el consumo - hombres solos usándose entre sí y aplastándose los unos a los otros -¿qué papel puede cumplir una literatura del vínculo fraternal y la participación solidaria? Hemos llegado a un punto en el que nombrar las cosas implica denunciarlas: ¿ante quiénes, para quiénes?



PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

ELSA HUFSCHMID
(Santa Fe-Argentina)

VUELO SECRETO

Caminaré despacio,
leves serán mis pisadas.
Sorprenderé tu hombro con mi mano
y  tus ojos se hundirán en los míos.
Desaparecerá el mundo
nos elevaremos mecidos por vientos azules
que irán cambiando
hasta llegar a ser un violento huracán rojo.
Volverá a ser brisa,
abandonará nuestros cuerpos,
desmayados, rendidos.
Me esfumaré
y  nuestro vuelo
será un secreto.

MIRYAM COLOMBOTTO SEIA
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)

A CONTRALUZ

Desde la memoria miro la vida
a contraluz.

Aquellas emociones residentes
de una zona oscura,
tamizadas por el tiempo lograron
la suave piedad de los silencios.
Puedo tomar el pasado
y observarlo en su reverso
entre mis manos.

Un negativo donde lo inverso
se descubre para entender
que la vida puede ser eso.

De las sombras que fueron
se desprende una fatiga dócil,
suave luz domesticada
que le pide a mi presente
una nueva mirada.

Obedezco
para reconciliarme
con mis antiguos habitantes…
Necesito la absolución de mis recuerdos.

Oficio mi propia ceremonia
y alzando la vida –como un cáliz-
comulgo lo que fue, y lo que es
a contraluz.

MIRTA GAZIANO
(Santa Fe-Argentina)

COMO LAS ALAS

Lábil, tenue
se desplaza feliz la mariposa

no atino a nada que cambie ese momento
mi mirada se pierde entre el follaje
donde en leves zigzagueos se ha metido.

Fluye mi pensar como esas alas en perfecta libertad
para enlazar palabras a un poema.

Será etéreo
quizás menudo como el cuerpo del insecto
tendrá alternancias
tomará descansos entre frase y frase
dará su esencia
concretará una idea
o sumará nostalgia
por su intangible brote de sugerencias nuevas.

Será un poema que vuele
de mano en mano
de mirada a mirada
cumplirá su destino para lo que fue creado.

SERGIO BARTÉS
(Santa Fe-Argentina)

DECLINACIÓN

Tallos filosos como uñas;
geografía numeral
en la distancia
del ser y su crepúsculo.
Travesía por poblaciones
de ausencias;
conjunción de signos acumulados;
senderos de creciente oscuridad.
Bajo los tejados
y los desvanecidos balcones,
vencido de sombras
como el viento nocturno
arado de tiempo
pasa el hombre.

ROSA FASOLÍS
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

HEREDADES II

las calles de antes me visitan a diario / barcos de papel
después de la lluvia / pies descalzos /
barriletes
enlazados por la avariciosidad
de los ramajes altos
de los cordeles eléctricos / avejentados /
los vendedores de pan casero / fresco oloroso pan abierto /
color de naranjas / manzanas / pimientos /
albahaca
aromas de verde que transfundieron a mi sangre
acariciando la percepción de mis corolas aún no desfloradas
sin soslayar
sin pedir permiso porque no era necesario
-siempre dejábamos las puertas sin cerrar -
gentes de puertas abiertas
gentes sencillas y crédulas / sin anatemas ni corolarios

después me crecieron estas escamas prietas
después cerré las puertas
y me fui hacia adentro con rabia y sin coraje
perpetuando cerrojos / altamente / inexpugnables

creo que he muerto al momento de saber / de tanta fragilidad /
el tiempo que pasó desde entonces
y el que me queda
es tan sólo una ilusión de volver a las noches en que cantábamos
obreros y llenos de vida / a la luz de un sol de noche / orillas del Saladillo /
nadar de noche sobre el vientre de mi madre/
cantando/
en la boca umbría / de  una guitarra acariciada por las aguas limpias
de los venenos
con que más tarde / nos envenenaron el alma

creo que he muerto  antes de nacer

el lapso que pasó desde entonces
y el que me queda
es tan sólo una vana ilusión
de aquellos tiempos

madre/quiero creer/ perpetuada en mi hijo/ condición de perpetuidades/
que volveremos
a los días de fe
de pan casero/ agua limpia/ obreros
y fábricas rugiendo
madre /quiero creer / desde donde estés madre / abrázame
quiero creer / madre abrázame fuerte / que volveremos a ser
madre
quiero creer/abrázame/ hay aún un mañana madre/
volveremos a vernos



PÁGINA 3 – RELATO

HERNÁN SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)

VOCES ROTAS EN LA VENTANA

«No sabés lo que me hizo el cabrón de tu padre…», escucho que una voz femenina dice al pasar por mi ventana que da a la calle. Dejo el libro de lado, detengo el camino de la bombilla del mate hacia mi boca, paro las orejas y nada. El rumor de un taconeo sigue su camino y se lleva una historia a la que nunca le conoceré el final. Ni el comienzo. Pasa que esta vieja casa donde vivo, construida por mi bisabuelo con sus propias manoshace más de 80 años, no tiene jardín ni hall de entrada y tampoco un porche que nos aísle del traqueteo urbano. Pienso que el nono Olimpieri salía del otro lado por la tarde a regar su profunda huerta y recordaba -en un envidiable silencio- las aventuras que tuvo como soldado camillero en la Guerra del 14. Pero, entrado el siglo XXI, mis actividades cotidianas e íntimas conviven pared de por medio con el sonoro estremecimiento de una calle transitada y locuaz: un taller mecánico, un lavadero, parada de colectivos, una fábrica de conservas, consultorios médicos, inmobiliaria, rotisería, centro de estética y, cómo no, una escuela con sus turnos completos. Un ir y venir de cabezas fugaces que no dejo de observar desde los postigos abiertos. Pero a veces, esas cabezas hablan, insultan, lloran, o revelan secretos tan jugosos como fragmentarios. Son igual que esos mensajes por teléfono que llegan partidos y nunca se terminan de completar. «Vos tenés que ir con la frente en alto, un pedo se le puede salir a cualquiera…», le dice una ¿madre/tía/abuela? a su ¿hijo/sobrino/nieto? Es aquí donde estos microcuentos callejeros hacen que se nos dispare la imaginación familiar. Entre nosotros, comienza un risueño debate, hay que decirlo, para ver quién completa el relato del modo más original o estrafalario. También, nunca faltan los que hace cien metros andan buscando señal: «Hola, sí, hola…», ni los grupos de amigotes que vociferan hormonalmente conquistas nocturnas: «Después del boliche nos fuimos a…», y mi morbo entra en sordera cuando lo único que me queda son las risotadas cómplices al doblar la esquina. Hace meses que estoy tentado de tener en el alféizar un anotador tras las cortinas, para así registrar línea por línea un improvisado y furtivo poema de amor a las ciudades. Sin embargo, toda ventana desde su génesis es indiscreta, como sugería la película de Hitchcok. Hace unos días comprobé que, desde la ventanilla del micro, una misma señora me espía por los escasos segundos que las dos aberturas se enfrentan. Yo la veo pasar, ella me mira en mi atenta quietud. «Entonces las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá…», remata Eduardo Galeano, justamente, en el texto «Ventana sobre la palabra». Pero ni la señora ni yo logramos oír siquiera una sílaba de lo que el otro pronuncia. El silencio compartido, aquí, solo marca ortográficamente lo que nadie se atreve a decir, aunque sea al pasar y a las apuradas: el inevitable punto final.



PÁGINA 4 – ENSAYO

N. SANDOVAL VEKARICH
(Belgrado-Unión Estatal de Serbia y Montenegro)

MUJERES COMBATIENTES

Hermosas y libres como el viento
cantan a la vida.
El amor en el escudo es una fortaleza inexpugnable.
Cabalgan con la aurora hasta más allá de los confines del día.
De hinojos las amaron como diosas los poetas,
pero en las noches en el sueño las hacen prisioneras
Brillan en el horizonte las estrellas
¿en cuál de ellas estás tu?
Paul Disnard

                 Pero en la noche el sueño las hace prisioneras….
 Distante pero no inalcanzable, se extiende la estepa llenando el vacÍo con el ruido de los carromatos en movimiento lento y constante,  el fastidioso ladrido de los perros que no cesan en su intento de mordisquear las patas de los caballos, cuadrúpedos pequeños, ágiles, a veces tan rápidos como el viento que despeina las altas hierbas y se desliza por la pelambre húmeda de sudor, el implacable galopar que le impone el jinete no lo claudica, lo ha hecho fuerte y resistente, se conoce su raza y su valía entre las tribus vecinas; sucio también el hombre por el sudor que empapa la ropa, que deja huellas malolientes en las barbas largas y ásperas,  en los gorros de piel de zorros y liebres, el consumo frecuente de la carne grasosa de los equinos sacrificados en las postas le impregna ese olor característico que lo identifica entre la mucha gente que coincide en el remate y venta de esas cabalgaduras de indiscutible belleza en los mercados y ferias, corceles que no se consiguen en ninguna otra parte e indiscutible cruce para las crías de los mongoles y tártaros que toda su infancia y vejez ha transcurrido a lomos de semejante milagro de las llanuras.
  Los carromatos, arrastrados por bueyes, van acompañados de vacas y ovejas, lógica proveniencia de asentamientos dedicados al cultivo de la tierra y mantenimiento de animales que les proporcionan no solo carne y leche para los críos sino también la materia necesaria a la confección de vestimenta apropiada tanto para la temporada de los calores violentos como del frio que baja a temperaturas insoportables. El frio y el calor desproporcionados son una consecuencia natural de la estepa a la que están ya acostumbrados los grupos humanos que, al llegar a las orillas del Ponto, decidieron reemplazar los carromatos, propios de las características de la vida nómada, por habitaciones primero construidas con troncos de arboles y un poco más tarde utilizando, como en la preparación de la terracota y de la cerámica, barro cocido mezclado con paja y boñiga a manera de pegamento.  Tuvieron allí en la costa del Mar Negro un contacto ocasional y vital con un voluminoso grupo humano que se preparaba, como lo hicieron sus antepasados en épocas pretéritas, para atravesar las aguas y llegar a la otra parte del continente.  Grupo heterogéneo, mestizaje con una etnia misteriosa cuyo lenguaje no coincidía con los grupos conocidos, encima de los túmulos donde yacen abuelos, bisabuelos y tatarabuelos era dado encontrar estelas o losas con extraños signos imposibles de ser descifrados por los intrusos que empezaban a acaparar las mejores tierras próximas a la costa, tampoco sabían ellos de donde llegaron, estaban allí desde siempre, cierto en verdad que fácilmente se podían diferenciar de los demás por el pulcro y blanco ropaje  demostración de su devoción a Kolo, su dios solar, al que también llamaban Belo o Bello y a una deidad lunar, Leyce o Iana Sandiana, su compañera.  Sus antecesores habían sido constructores de naves, conocían los secretos y las corrientes del Ponto, por lo tanto  un día emigraron en forma tumultuosa hacia regiones supuestamente más atractivas llevándose a las mujeres jóvenes, las ancianas, los niños y los abuelos se quedaron por ser vulnerables al peligro de la aventura, no obstante quedó entre ellos la habilidad de domesticar a las abejas, la miel un alimento milagroso de su etnia e indeleble huella de su identidad se hace presente entre aquellas familias que dejaron en los Balkanes antes de continuar su esparcimiento utilizando el Okeanus Potamus (‘), mucho más allá de las llanuras y bosques adyacentes al rio Alba, así lo bautizaron, sucesivamente quedaban atrás los ancianos y los niños, la aventura ha sido un ciclo irrevocable, a pesar de todo el tiempo tiene su apogeo, fueron en largos intervalos olvidados por las tribus ignaras que convirtieron su historia en una manta andrajosa de leyendas y  mitos, sus reyes y reinas ingresaron al panteón de los dioses que tomaron prestados a la brava de los gloriosos desconocidos que les precedieron, se apropiaron de sus conocimientos y proscrito el idioma para no ser recordados, sin embargo en un rincón del Danubio, en Vincha,  quedaron inscritos en piedra, losas y vasijas sagradas los símbolos de una escritura que favoreció el esfuerzo años más tarde de jóvenes historiadores de Serbia para descifrar lo que no pudieron destruir ni los advenedizos griegos ni los romanos, se hayan vestigios de una gran civilización neolítica cuyas desconocidas raíces se supone están dentro del mismo campo europeo, propiamente en la cuenca danubiana,  y no en Asia Central de donde sacaron los germanófilos el embeleco de los idiomas indoeuropeos, bien se supone que se trata de la corriente de los palaeochtons o de los gegeneis, los primeros hombres de que habla Nikolae Densusiana en su prehistoria de Dacia.
Lejano el horizonte, si, pero alcanzable al suave y constante trotar de los caballos y de la proverbial paciencia de los toros castrados arrastrando las carretas, los carromatos atiborrados de objetos de uso doméstico,  mujeres y niños; a la zaga, a una prudente distancia, va un grupo singular y compacto libre de toda relación con los patriarcas, conocen la doma de caballos,  el uso del arco y de las lanzas dentadas y agudas, se hicieron para el combate no para la vida placentera de los machos, conservan su frescura, la dureza de sus senos redondos como manzanas silvestres y la elasticidad de los músculos para competir con las gacelas, cabalgan con la aurora hasta los confines del día y disfrutan de si mismas por las noches en torno a las hogueras y de los humeantes pucheros y calderos de cobre para mitigar el cansancio y el hambre, ríen y cantan, memorizan las historias de su pueblo y conservan solamente a las hijas que serán igualmente guerreras indomables, son sármatas, más tarde con los alanos y los celtas, remanentes de los pelasgos que regresan descendiendo del norte a los Balkanes y a las estepas de Rusia y Ukrania, harán parte de la génesis dejada por los gegeneis en las etnias que se conocerán al madurar algunas centurias como pueblos eslavos.  Heródoto hablará de ellas y Homero, que no puede ocultar su amor y admiración por estas reales hembras, dejará que en forma simbólica muera el dominio de las féminas a manos de Aquiles que dará muerte a una de sus reinas que habían llegado a Troya para defender y proteger a sus hermanas de sangre, pues eran las troyanas de la misma estirpe, como las de Frigia y Lidia, luchando contra los rapaces griegos ladrones camuflados en falsas alianzas. Helena, animal de alcoba remilgada y pueril, fue el pretexto para armar navíos y tropas de invasión preparadas para el saqueo y el robo de las reliquias milenarias guardadas celosamente por Troya, como lo hicieran alemanes y austriacos en la primera y segunda gran guerra del siglo XX.  Tropas de asalto norteamericanas desvalijaron los museos de Irán y de Irak para acomodar la historia contemporánea de tal manera que justifique sus veleidades de grandeza.  Así fue sepultada y olvidada Nubia por los faraones.  En las dos grandes guerras del siglo veinte 40 vagones ferroviarios salieron de Serbia hacia Berlín y  Viena ahítos con los archivos y volúmenes de indescriptible valor histórico, al no poder arrastrar con todo la aviación nazifascista bombardeó y destruyó la Biblioteca Nacional de Belgrado.
No muy lejos de los campamentos escitas, en las propicias llanuras vecinas al rio Don, en Ukrania y Rusia, se establecieron las mujeres sármatas dueñas de su contingente y ajenas al trajín doméstico que dejaron en propiedad a los hombres reducidos a servir a los escitas en sus expediciones de saqueo.  Los escitas temían a estas mujeres, jamás pudieron sus hombres doblegarlas por lo contrario convirtiéndolas en enemigos feroces y perennes.  Era tal su agresividad y arrojo que fácilmente contraían alianza con las etnias culturalmente más avanzadas.  Heródoto aplicaba el epíteto que los escitas les endilgaban: antianiras, las que luchan como varones.  Cuenta Homero que Aquiles, al vencer y dar muerte al formidable guerrero que le había hecho frente durante un largo combate,  lloró de indignación y dolor al descubrir,  libre del casco que protegía su cabeza, que su adversario era una mujer de imponente hermosura, Pentesilea, la reina sármata. Muchas otras también perecieron a manos de los enemigos de Troya, los historiadores de la antigüedad, entre ellos Quintín de Esmirna, Plutarco y Pausanias, exponen en una larga lista los nombres de estas guerreras, nombres que se destacaron en poemas épicos de la época  que, como ‘’Etiópida´´,  lamentablemente se han perdido.  Ariosto, en su ‘’Orlando Furioso’’,  resalta la efigie de la reina Orontea,  y una de ellas, cuya nave arrastró la tormenta fuera de Troya, fundó la ciudad de Cleta que lleva su nombre en Italia.  En Samsun, Turquía, se levanta un imponente monumento en honor de las amazonas, las guerreras Ha-Mazan como fueron conocidas en el mundo persa. 
Siguen ellas en pie de guerra, son como banderas, “antorchas contra el viento’’ diría el Poeta Barba Jacob, las encontramos a diario en la brecha defendiendo lo que nunca será imposible para ellas, recordemos a la reina Boudica que inició la resistencia con  sus hijas y un grupo de mujeres, hizo temblar al imperio romano, quemó Londres hasta los cimientos, finalmente los soberbios invasores de la isla fueron expulsados de Britania.  Nzinga, de Angola, acabó con el dominio portugués;  Yaa Asentewaa, de Ghana, logró con las mujeres de su bando plena victoria sobre los ingleses; A-Kahina, reina de las tribus nómadas de los Yarawa, frenó la invasión árabe en el Magreb.  Florence Sands, una inglesa que obtuvo el grado de capitán del ejercito serbio en la primera guerra mundial,  participó en forma activa contra la invasión austriaca; Milanka Savic, un fogoso y hermoso joven, admirado por su arrojo y heroísmo en los combates en las guerras balcánicas, al caer gravemente herido las enfermeras descubrieron que era una mujer, en la actualidad, en la ciudad serbia de Kraljevo, se levanta un monumento en honor de esta amazona, y así unas detrás de otras estas mujeres guerreras estuvieron entre los partisanos que lucharon contra los ejércitos hitlerianos; en las peleas y escaramuzas por la independencia en Colombia, Argentina, México, Bolivia…  muchas, muchísimas mujeres anónimas combaten y aun siguen combatiendo por sus derechos, así ahora tenemos el ejemplo reciente de Malala,* la valiente y audaz muchachita afghana, bella y valerosa bandera de los mujeres musulmanas que reclaman su dignidad y la abolición de una costumbre esclavista y bárbara en el mundo árabe.

Malala proviene de Mahala, un antiguo vocablo común entre árabes y judíos, significa Misericordioso, Misericordia de Dios.  Perdido en la Biblia se encuentra el Profeta Mahalalel.  En Europa los barrios judíos se calificaban Mahala y también los gitanos han tenido esta costumbre.  Los musulmanes turcos celebrando algo grato al espíritu y del corazón como un mantra lo repiten tres veces “¡mashala!”
(‘)  Okeanus Potamus -  asi llamaron los pelasgos al Danubio (el de las profundas aguas)
Rio ´´Alba´´, actualmente Rio Elba-
Nikolae Densusiana : Prehistoria Dacia,  Bucarest, 2001
Branko Gavela:  Los Pelasgos,  Srpska Akademia Nauka, Yugoslavia, l955
N. Sandoval Vekarich:  En la otra orilla del viento (Iana Sandiana), Jamundi, 2012



PÁGINA 5 – CUENTO

MÓNICA RUSSOMANNO. 
(Santa Fe-Argentina)

SAN SEBASTIÁN

Allá en el fondo Donosti. Allá en el fondo la Donosti que no debe ser invocada porque una vez que se la invoca aparece, y cuando aparece ya se sabe, es tirar de la soguita y no hay caso, el hilito de memoria viene con todo lo que está comprimido y de pronto se despliega y todo está intacto y vívido. Es Donosti y son los abuelos, y el monte y los caseríos, y la niñez con árboles de manzana y las cinco hermanas que cuatro se fueron de monjas y una no, y es el colegio y la monja Imelda puro rencor reconcentrado pobre vieja que ya habrá muerto. Es la Donosti que vocea como en sueños a esta estación que se llama San Sebastián, extemporánea y tan ajena en la pampa sudamericana.
Ya al ver en el recorrido el nombre de la estación San Sebastián, se le recortó en rojo y se dijo que no, que esta es otra San Sebastián tan lejos tan inconmensurablemente lejos de la baska Donosti de edificios delicados y puentes ornamentados. Sabe, ella, que esta San Sebastián argentina no es ni puede parecerse a la Donosti euskera, y sabe por haberlo sufrido que los viajes deben ser hacia adelante, porque el que mira hacia atrás se transforma en sal, en estatua, en lágrima y dolor visceral.
Pero este tren va a hacer parada en San Sebastián, y el no pensar es difícil y el no sentir es imposible. Detrás de las ventanillas se suceden los campos llanos y el pasto mientras se superpone una capa delgada de helechos, de coníferas, de ovejitas blancas con cencerro. Será una niebla quizás la que nubla la vista y hace aparecer montes redondeados, casas blancas con tejados rojos, olor a mar allá donde los barcos se enfrentan con sus hombres al Cantábrico.
Euskadi que ya no es, Euskadi de la niñez que tan ligada está a la muerte, como eso de que la meta y la largada suelen converger en las pistas circulares.
Miedo, ahora. Miedo del tren que es como la luna y las monedas, como la lluvia y la tristeza, imágenes que devienen en metáforas tan exactas que se confunden. El tren y el viaje hacia la muerte, fin de viaje, la vida que traqueteando se precipita en la nada final. Y ahora que el tren llegará a San Sebastián se cierra el círculo sobre la infancia. Miedo. Miedo a desear que de una vez acaben los trabajos y las agitaciones, se pare el péndulo y la San Sebastián ésta sea la Donosti aquella. Miedo a querer estar en la muerte mientras el tren se precipita sobre los rieles negros.
Vuelven los parques y las estatuas, vuelve la nieve derritiéndose en las botas y vuelven los temporales y las galernas que devoraban barcos allá donde el mar es océano poderoso. Vuelven aquellos trenes que, se lo debe decir a si misma, no son éste tren.
Anochece.
Ya casi llega. Las penumbras permiten que el paisaje se levante como un libro troquelado, abetos y robles suplantan los eucaliptus, iglesias de piedra, ríos estrechos con puentes de pretiles gastados y sombras de peregrinos con sus maquillas, esos báculos de andar por el monte. Ya ni hace falta mirar por la ventanilla, si todo está más adentro de la superficie de los ojos, si ya es todo una yuxtaposición de bailes con vestido blanco y cintas verdes y rojas, el gato Holofernes cayendo de la terraza, los jacintos en las macetas, y el desgarro del puerto desapareciendo en el horizonte, tan pequeño, tan pequeño, en la nefasta jornada de la partida.
Ya no hay planos, todo está allí comprimido y necesario, compacto. Un todo en el que la violencia de la partida, el amor de los abuelos, el olor a los lápices de madera, la voz de la radio BBC durante la segunda guerra, las amigas y, también, todo lo malo, son una madeja indistinguible que le está haciendo estallar el pecho.
No le importa morir aquí, hoy, esta noche. En este momento se ha alineado la vía hacia Donosti, y con lágrimas advierte que el tren se detiene.
Baja del vagón sin sentir el suelo bajo los pies. Sabe que la recibirá el mar y el monte, que la querida silueta del abuelo la esperará en el andén. Con ojos fijos mira su propia muerte.
El hijo y el nieto la esperan. Desciende la abuela con un rostro extraña, casi como si no hubiese nadie detrás de esa máscara rígida para responder a la llamada. La llaman. Al hijo le ha temblado un poco la voz.
La abuela vacila levemente, advierte al nieto, ve al hijo ya canoso. Retorna, sonríe, vuelve a entrar en sí. Sale de Donosti, camina hacia ellos por San Sebastián. Ha de vivir un poco más.



PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

MIRIAM CAIRO
(San Nicolás-Buenos Aires-Argentina)

NO

No acaricies sus piernas mientras te habla de una danza inmóvil.
No seas el amado que muere detrás de su ternura.
No la abraces hasta dejarla rendida.
No metas las manos debajo de la falda,
no la despojes de lo que apenas le cubre el lirio.
Pero si esto ocurre,
no permitas que cuelgue esa nimiedad en el picaporte del baño
ni la apoyes contra el lavabo porque van a romperlo.
Si la apoyaras,
y efectivamente el lavabo se rompiera,
no titubees pensado que entre esas cuatro paredes
no hay nada más por hacer porque ella verá la silla.
Mientras encontrás una manera para sostenerla,
no llores debajo de tu nombre.
No seas el puro errar del lobo en el bosque.
No la veas como la más desnuda alucinada.
No cantes la canción que dejaron de cantarte.
No la claves contra tu vientre.
No le des besos de 3000 voltios.
No revuelvas tu lengua muerta en su lengua viva.
No rompas tus sandalias al retorcerte.
No te reencuentres con tu néctar perdido.
No le permitas que use el bidet porque se inunda el baño.
No converses.
No cuentes tus dilemas sobre las estrellas,
no la embosques en tu miedo,
no la hagas rehén de tu ausencia.
No hables de política.
No confundas izquierda con derecha.
No prestes atención al libro que te ha regalado,
no te des cuenta de que no es tu cumpleaños,
no te metas adentro de sus ojos,
no adivines que algo no anda bien,
no busques una y otra vez el sabor de la magnolia,
no le tatúes en la espalda tu vacío.
No escuches el silencio.
No pierdas el taxi.
No te quedes inmóvil como una pequeña estatua de terror.
No mueras.

AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)

ADIOSES

 “Disfruté tanto, tanto, cada parte, y gocé tanto, tanto, cada todo, que me duele algo menos cuando partes porque aquí te me quedas de algún modo.”
Silvio Rodríguez

Basta ya, amor. Enterremos nuestros muertos.
Dejemos de horadar en cementerios.
Mira, rotas nuestras uñas, nuestras pausas.
Ya fue, amor, ya fue.
Conjuguemos el verbo amar en pretérito perfecto.
El amor se va. Como se va la vida. Como se va la noche.
El deseo animal. La ternura.
Esperma derramada, solitaria.

Espantemos los búhos para que lleguen las primeras luces.
Ya está. El amor es finito. Efímero. Fugaz.
Breve alondra que parte a otros mundos.
Te amé. Me amaste. ¿O fue el hombre del gallo?
¿Se criaban gallos en Jerusalén?
O la mujer con pechos insepultos, rosas de Luxemburgo.
Quizás fue la avidez. O la leche agria.
Nos mandan a degollar a Dios, y no me animo, ni tú.
Náufragos miserables y sedientos.
Leche. Flor de cannabis. Alcohol. Vómitos atajados.
-No lucho con molinos de viento, no. No más-
Todo en la tierra es una despedida.
El árbol se ha secado. ¿La negación es patrimonio del hombre?
Sabes, soy yegua chúcara que no se doma.
Monedas de dos caras. Cara y seca. Seca.
No hay culpas, corazón, es la vida tirando, siempre.

Hoy fui al barrio del sur, al sur del sur. Pobreza.
¿Que es el olvido frente al hambre?
¿Que es el olvido frente al hambre? Pregunto.
Lloremos un poco amor, para ablandar al mundo.
Solo un poco, amor, solo un poco.

HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

ES FRÍA LA MUERTE, MADRE
a Margarita Rivella

Ahora es fría la muerte, madre.
Yo cerré tus ojos sobre la cama en que yacías: en ella
te dormiste para siempre, mientras Tina calentaba agua
para el mate.
En esa casa, madre, por última vez soñaste los lapachos,
la lora con sus verdes lloriqueos y el piar de las gallinas
contra el cielo.
Luego tiré una sábana desteñida sobre tu cuerpo que
también dormía.
Ahora camino por la casa, madre, y siento que todavía
anda tu corazón entre las buenas noches, las alegrías del
hogar y las dalias.
En esa casa,
madre,
viviste los duraznos, las granadas y las noches en que
hacías empanadas para matar el hambre. Fuiste feliz
conmigo, con los nietos, con la risa más clara de Leonor
y la flor memoriosa de los días.
En esa casa, madre, fuiste el amanecer y el adiós con
sus lágrimas.
Ahora es fría la muerte, madre.
Te mueres en un hospital como un fantasma y en la Sala
Tal de la Casa mortuoria cuatro luces fosforescentes
parpadean sobre tu cadáver.

MARTHA OLIVERI
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

ORFANDAD

Sucede que la vida, esa entelequia
con mitos de mujeres , Pachamamas
y fábula de luna fecundada
por el dios de los sueños

Sucede digo a veces
que esta dama
de diáfanos albores
de luminosos días

llega a nuestra casa con una red de abismos
y anochece de pájaros,
de diálogos templados
a la luz de las lámparas
hasta el perfecto hueco del mutismo

entonces mutantes finalmente
padecientes, y atónitos, humanos
queremos escondernos en una fuga eterna
encapullar el cuerpo
des-nacer de nosotros.

comprendemos entonces
que no valió la pena.
que jamás tuvo a bien el sacrificio
de esta atroz pertenencia
de "lucidez que duele"

y entornamos los ojos ya sin lágrimas
para precipitarnos en un abrazo huérfano.
a un nido abandonado en lontananza

VERÓNICA ARDANAZ
(Salta-Argentina)

QUE DICEN ESTOS LOROS

¿Que dicen estos loros de fruta amarga
la hermandad de la piedra y el agua
la última abeja del otoño?

tu espera es dejarse amar por una tierra en llamas
tus sombras gestan danzas posibles
en la otra orilla:
ojos de lechuza en puentes de agua

devuelve la vista los telares de tu mirada
caracoles de la noche, relámpago en flor
morteros del día donde
el vientre de la tierra madura el alimento
partimos el pan
y reencontramos la inocencia



PÁGINA 7 – CUENTO


GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

TODOS LOS GATOS SON PARDOS


Sombras calladas en medio de la madrugada en medio de una humedad pegajosa en medio del silencio en medio de calles y veredas embarradas. Un animal de múltiples tentáculos reptando zigzagueando hacia la guarida ajena que es necesario asaltar demoler conquistar destruir para satisfacción de los instintos de los distintos de los tintos en su propia sangre siempre que no llegan nunca. Nunca llegaron y una oscura consciencia tan oscura como la calle en la madrugada les sopla al oído que hoy tampoco que es inútil porque siempre estuvieron afuera son los eternos del otro lado los del costado opuesto los del campo contrario. En la humedad pegajosa de la madrugada murmullos algunas órdenes sigilosas llanto de las guaguas voces perentorias de hagan silencio de cállense carajo nadie hable nadie piense nadie respire hasta que estemos adentro pedazo de hijos de puta. El ingeniero dice que el gilastrún ya está liquidado y que vamos por más. Acordate que el ingeniero no tiene nombre infeliz si se llega a enterar que lo nombramos somos boleta pelotudo. Claro nosotros siempre dando la cara y poniendo el lomo y ellos tranqui con sus buenos tintos y el whiscacho total para nosotros con el tetrabric alcanza porque es- 2 tos negros de mierda solo tienen paladar para el vinagre y orejas para lo que no tienen que escuchar. Fumá tranquilo y andá pensando cómo juntar a la gente para una movida grosa eso dijo el quía una movida grosa y las próximas elecciones papá adentro dicen que el ingeniero paga tres mangos por boleto en este nacional. Si seguís botoneando no vas a llegar a las próximas elecciones imbécil ya te dije que hace falta mucha memoria para laburar con el ingeniero y no acordarse ni en pedo de las cosas que te dijeron que tenías que olvidarte minga de los kilombos en la cancha minga de los aprietes a los coreanos minga de las bengalas en la bailanta. Ya les dije que en el Riachuelo hay mierda suficiente pero qué le puede hacer una raya más al tigre. Hay un par de canas en la entrada pero sigan callados manga de boludos que la cana está arreglada el rengo no es ningún pelotudo y cuando dice que está todo arreglado está todo arreglado qué joder. Ahí atrás vienen los camiones con las piquetas y las grinfas y en los autos hay algunos fierros por si las moscas pero el concejal aseguró que no pasa nada porque la yuta sabe lo que le conviene y los capos no quieren otro fiambre ahora que se sacaron de encima al infeliz que pretendía depurar la fuerza. Ese va a ir a depurar el Riachuelo eso es lo que va a depurar dijo un comisario de la pesada tres días antes de que el capo se fuera a la mierda con el auto contra una acoplado cargado de bolsas de cemento. Ustedes metanlé para adelante cada uno sabe lo que tiene que hacer y todo rapidito y en silencio antes que se aviven y caigan los de la otra seccional a embarrar la cancha. El concejal dio una hora justita para levantar todo y cargarlo en los camiones y cuando digo levantar todo quiero decir levantar hasta los cagaderos no sé mi me entendieron pedazo de boludos. Preparen las comunicaciones a los medios antes que algún hijo de puta se adelante con versiones improvisadas el jefe ya explicó cómo es la cosa y si alguno mete la gamba no va a chocar con un acoplado sino va ir de cabeza al Riachuelo metido en un bloque de cemento nada de pasarle facturas a la cana ya saben que cada uno hizo lo que tenía que hacer. La cagada fue del intendente con las adjudicaciones a los bolita habiendo tantos argentinos sin hogar esa es la madre de Dorrego que les quede bien claro a todos y sobre todo mucho micrófono y bastante cámara a la gente de la calle que para eso los mantenemos como potrancas ganadoras para que hagan bien su papel gritando viva la patria y repartiendo escarapelas que a fin de cuentas todos estos indocumentados vienen a 3 matarse el hambre y a sacarnos el trabajo y ni siquiera pagan impuestos y hay que regalarles casas con baños instalados si ellos están acostumbrados a mear en la calle y cagar en las veredas. Que los de contaduría vayan preparando el presupuesto para reinstalar todo lo que rompieron los muchachos y vayan separando todo lo que sirva para volverlo a utilizar y si vuelven a usar un acoplado con el logo de la planta la próxima necrológica va a ser la de ustedes. Todavía sobran fleteros desocupados gracias a Dios. Un cabrón filmó todo la madrugada de las torres del Fonavi y andan los zurdos de la tele metiendo el hocico tienen las patentes de todos los vehículos del operativo y las caras de dos punteros y más de treinta de los muchachos. Ya pasaron el bardo a los fiscales y el paquete va derecho a una cámara federal así que no quiero imaginar la cara del ingeniero mejor que ni lo nombres porque si llegan a llamarlo para una indagatoria vamos todos en cana y más de uno fondeado en el Riachuelo. Uno de los fiscales está caliente porque dos de las camionetas eran de fleteros de la fábrica y quieren agregar esta causa a la muerte del jefe de la federal mejor que se guarden todos por un tiempo y avisen a la oficina de la planta para que movilicen a todos los que intervinieron en la licitación de las torres porque los municipales son flojos de lengua y alguno va a revolear la media en cuanto lo aprieten un tantito así. Y para rematarla termina de cagarme a puteadas el secretario del sindicato porque dejamos que estos hijos de puta escracharan a dos delegados de la planta que la otra noche manejaban los autos que hacían el aguante. Filmaron con infrarrojos si será boludo el que dijo que de noche todos los gatos son pardos.




PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

ALDO LUIS NOVELLI
(Neuquén-Argentina)

ELVIRA SUEÑA
.
Elvira sueña
con un hombre
corriéndole la silla
para que tome asiento
a la mesa
de mantel blanco
un pimpollo de rosa roja
dos copas
el hombre destapando la champaña
mirándola a los ojos
brindando con ella
Mozart en el tocadisco
perfume masculino
en el aire
sus ojos llorosos
se lleva la copa a la boca
y su vientre se colma de burbujas.
sus ojos llorosos
en medio de la cocina
el silbido de la pava en la hornalla
corre la cortina
de la pequeña ventana
y la noche se mete en su cuerpo
su mano siente un temblor profundo
naciendo en sus entrañas
que le recorre placenteramente la sangre.

*
(Antes...)
Elvira está encerrada

Elvira estuvo todo el día
 
encerrada en su casa/
ayer hizo lo mismo
no prendió el televisor
no salió al patio
 
a regar los malvones
las fresias y los alelíes.
no es que haya estado
 
tirada en la cama
sin hacer nada.
estuvo todo el día
mirando por la ventana
viendo a la gente
que entraba y salía del almacén.
viendo los rostros
de esos hombres
cargando su bolsa con salamines
mortadela y vino tinto.
en algunos
vió la mirada de su padre
y un temblor le recorrió
el cuerpo
como un rayo sin luz.

*
Elvira está descalza

Elvira baila descalza
en la cocina.
Elvira hace dos días
que no come
pero no le importa/
prefiere bailar
 
con la luna reflejada
en las baldosas del piso
y beber vino en una
 
copa alta y fina.
Elvira baila y olvida
el revólver apoyado en la mesada.
Elvira baila
y en cada giro de su cuerpo
se acerca más y más
 
a la luna.

*
Elvira

me escribe Elvira:
me dice que está todo bien
que después de la muerte de papá
en ese accidente con el hacha
 
que le cortó la cabeza
se siente mejor
que ya no tiene esa repetida pesadilla
que dejó las pastillas para dormir
y que ahora bebe menos.
me dice que aunque tenga 63 años
éste sábado va a salir
va a ir a bailar a la milonga/
y que se repite todos los días
que ella puede
y que no es tarde
 
para conocer a alguien.
al final de la carta
me escribe como cuando éramos chicos:
elpe hapachapa espetapa
enpe nupuespetropo lupugapar sepecrepetopo.-

CLAUDIA MASIN
(Resistencia-Chaco-Argentina)

LEONA

Las mujeres enfrentamos en la niñez un pozo profundísimo, parecido 
a los cráteres que deja un bombardeo, e indefectiblemente caemos 
desde una altura que hace imposible llegar al fondo
sin quebrarse las dos piernas. Ninguna sale intacta y sin embargo 
suele decirse que se trata de un malentendido, que no hubo tal caída,
que todas las mujeres exageran. Lleva una vida completa
poder decir: esto ha pasado, fui dañada,
acá está la prueba, los huesos rotos,
la columna vertebral vencida, porque después 
de una caída como esa se anda de rodillas, o inclinada, 
en constante actitud de terror o reverencia. Muy temprano el miedo
es rociado como un veneno sobre el pastizal demasiado vivo 
donde de otra manera crecerían plantas parásitas, en nada necesarias, 
capaces de comerse en pocos días la tierra entera con su energía salvaje
y desquiciada. Aún así, siempre quedan algunos brotes vivos, 
porque quien combate a esas plantas que se van en vicio, 
después de un tiempo ya tiene suficiente, de puro saciado se retira 
del campo baldío y a veces les perdona la vida 
y se va antes de terminar la tarea. No es compasión, 
es como si una tempestad se detuviera
porque ya fueron suficientes las vidas arrebatadas, las casas reducidas
a una armazón de palos y hierros desplomados, 
que aun restauradas nunca podrían volver a ser las mismas. 
La compasión, claro, es otra cosa 
que haber saqueado una tierra con tal ferocidad que lo que queda 
está tan malogrado que ya no sirve ni como alimento
ni como trofeo de guerra. 
En el corto tiempo de gracia antes de la caída,
las mujeres, esos yuyos siempre demasiado crecidos, 
andamos por ahí, perdidas y felices, esperando lo que no suele llegar: 
la compañía del hermano que no tenga terror a lo desconocido, 
a lo sensible. No el hermano que pueda impedir la caída 
sino ese capaz de caer junto a nosotras, 
desobedeciendo la ley que establece 
la universalidad de la conquista, la belleza
de la bota del cazador sobre el cuello partido de la leona 
y de su cría. El hermano incapaz de levantar su brazo para marcar a fuego
la espalda de la hermana, la señal que los separaría para siempre, 
cada cual en el mundo que le toca: él a causar el daño, ella a sufrirlo 
y a engendrar la venganza 
del débil que un día se levanta, el esclavo 
que incendia la casa del amo y se fuga 
y elude el castigo. El mal está en la sangre hace ya tanto 
que está diluido y es indiscernible del líquido 
que el corazón bombea: el patrón ama esto y el hermano lo sufre, 
tan malherido como la mujer a la que él debería
lastimar. El dolor sigue su curso, indiferente,
y el pozo sigue comiéndose vida tras vida, y seguirá, 
a menos que algo pase, 
un acto de desobediencia casi imposible de imaginar, 
como si de repente el cazador se detuviera justo antes del disparo 
porque sintió en la carne propia la agitación de la sangre 
de su víctima, el terror ante la inminencia de la muerte, 
y supo que formar parte de la especie dominante 
es ser como una fiera que ha caído 
en una trampa de metal que te destroza lentamente 
cada músculo, cada ligamento, 
para que te desangres antes de poder escapar.

SUSANA GRIMBERG
(San Juan-Argentina)

CONTRATIEMPOS        

Cuando estrechas tu cuerpo
junto al mío, busco un lugar
en el olor de tu piel.
Como siempre, beso tu brazo.

En el hueco de tus músculos,
me encuentro
descubriendo con placer,
una historia lejana.

Tu cuerpo,
presencia de una ausencia
de un pasado vivo,
por fuera del olvido

TINA ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)

POEMA VII

Soy la desesperación 
la misma 
la mismita
la que va sintiendo que el miedo
es un fino estilete de espina de caldén
hincado en su corazón
que ahora retumba como tambor endiablado
la que clama y grita al cielo 
no me lleves
ay diosito
mírame
ay mamá 
mamita 
ayúdame
la tormenta cerca nuestros cuerpos 
mientras el relámpago del verano acecha
en el terraplén de vientos de la pampa
se encabrita la tarde por tus vasos
y tú te empinas para empujar el cielo 
acerado furioso
tus crines resplandecen bajo el látigo de los truenos
yo te imploro
que despegues de la tierra
que te vuelvas pájaro tú lo intentas 
pero tu cuerpo cae caemos
ya desmoronados
acerco mis miedos a tus belfos 
tibios de luz en tanto infierno
los ángeles pastosos de tu lengua
me serenan.
No es ni será olvido la infancia de azúcar de tu nombre

JORGE BOCCANERA
(Bahía Blanca-Buenos Aires-Argentina)

RONDA DE LA SOLA
*A Olga Aredez

Con su muleta al rojo,
con su sentir a cuerda,
con su arenga de lata.

Este viento de locos
hecho de manotazos
y relleno de rabia.

Cuando falta el abrazo
del cuerpo que relumbra
montado en la distancia

suelta un perro de silbos
en las tardes del solo
que escupe noches largas.

Cuando la vida en fuga te rebana las piernas
y no hay Cristo que valga.
En la calle de tierra una madre se alza
contra el viento a mansalva.
La mujer de la ronda
y la gota de sangre que en la esquina la aguarda.
lleva un nido de cruces empollando en la espera:
“Yo solita y mi alma”.

Es un viento sin párpados
carga una enorme tuba
marcha dando zancadas.

Apagón de Ledesma
la patota de sombras
y la vida incendiada.

Este viento de fierro
barre madres de polvo
te descascara el alma.

*Olga Aredez formó parte de Madres de Plaza de Mayo y por años caminó en soledad todos los jueves alrededor la plaza de Ledesma, en Jujuy, con un pañuelo blanco en la cabeza y un cartel denunciando los desaparecidos del pueblo en el marco de la dictadura militar entronizada en Argentina en 1976.



PÁGINA 11 – CUENTOS CORTOS

EDUARDO FRANCISCO COIRO
(Temperley-Buenos Aires-Argentina)

SIOFIN

El hombre lee su informe otra vez:
"He observado que hacemos el amor en la esperable indiferencia con la que un empleado administrativo lee, firma y sella un expediente. Para el cual lo verdaderamente importante es el control. Que el expediente este en el estante correcto, disponible para cuando sea necesario otra firma, otro sello, pasarlo a otro estante con cierta indiferencia como si fuera a otro abandono. (....)"
"Después de haber pasado varias veces por el planeta Siofn los seres tienen una vida sin pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres, frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo en redes psicofísicas a las que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados en su inconsciencia (...)"
Por eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo -como aquella remota vez- que cada instante es un principio y un final.

MI PADRE SILBANDO EN LA NOCHE

Ahí va mi padre silbando en la madrugada. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuche cantar en italiano, habla del amor perdido de una napolitana. Cada vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él toda la tristeza que tenía adentro.
Mi padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias.
Ahora que volvió la primavera y los zorzales cantan ó silban su insomnio. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo las estrellas o la tempestad para ir trabajar a la fábrica. Esta sólo y se acompaña silbando su amor a una napolitana.

LEGADO

Le dejo a su sobrino sus cuadernos por legado. Le llegaron embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber del tío gestado en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de diario.
Esta todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El hombre va al final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan buena…"
Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es.
"Tal cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.
Luego sigue una reflexión:
 “Cada vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a estar sentados en el geriátrico mirando un Potus. Con suerte habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.
Y una mañana cualquiera, una viejita se siente al lado nuestro. Nos tome la mano.
Y sea tarde para casi todo, menos para sonreír”

AULLIDOS

Es la medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera hay un cielo estrellado y luna plena que ilumina el interior del vagón, dibuja formas extrañas según ingresan las sombras altas que bordean cada tanto el recorrido. El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una frase que lo sacude: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre".
Piensa en su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño que lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el hombre no se olvida. Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no lo deja dormir.
En los sueños de muchos hay aullidos.

ABUELOS

Al hombre le falto la presencia de tres abuelos. El abuelo materno que abandono a su madre y su tío siendo ella y su hermano niños pequeños. Y los abuelos de Italia, Madre y Padre de su Padre que quedaron en su pueblo, atrapados en cartas que se lloraban al leerlas.
Y el después de crecer sin vivencias, sin la remota presencia de los abuelos para acompañar buenos y malos momentos.
Sucedió una tarde, muchos años después, cuando ya ninguno tenía a sus abuelos en vida y ya los padres que quedaban luchaban con achaques, fue entonces cuando el hombre mientras tomaba mate con su amigo de la escuela secundaria le pidió que le prestara un recuerdo.
-¿un recuerdo?
-Si, un recuerdo que fuese la esencia misma de tener abuelos y compartir cosas.
El amigo eligió una abuela, la que vivía en la costa. Casi río, casi mar, allí donde los colores del río y del mar se mezclaban según mareas y la luminosidad del cielo.
Era la abuela que vivía sola, con una sola pierna suya, la otra una pata de palo. Y los recibía a él con su hermano menor, a veces con amigos de la escuela que compartían el gusto por la pesca.
Luego de la pesca, se comía el pescado preparado por las manos de la abuela y se tomaba vino tinto, porque la abuela lo compraba en damajuana.
La abuela de la pata de palo vivía solita, pero no tenía miedo, por si las moscas y por algunos malos vecinos había conseguido una carabina. Por lo que contaba, solo la había usado para disparar al aire si alguien quería robarle los pollos que criaba.
El hombre siguió por sus días agradecido por el recuerdo prestado y cada tanto cuando necesita de tomar distancia de sus propias cuestiones. Cuando busca una tregua, arma la imagen de una abuela con pata de palo, damajuana y carabina esperando a sus nietos… y sonríe con una expresión que se parece a la fragilidad de la dicha.

HLIN

Cuando vi entrar a la muchacha rubia y alta toda vestida de blanco imagine lo que hubiera dicho el tío: "una diosa"
Enseguida invito a los familiares del "abuelito parlanchin" y a los del "abuelito soñador" a retirarse de la habitación con una formula simpática:
"Al que se queda lo pincho también"
Cuando la vi salir después de su tarea cumplida, le hable con tono de ruego:
"Para mi tío las mujeres eran diosas, por favor decile algo lindo al oído…Quizás revive"
Como pidiendo un soplo de magia, fue un ingenuo último intento para rescatarlo al tío.
Ella sonrió de un modo enigmático.
Sus labios no se movieron, pero pude escuchar su respuesta:
"El ya esta en la luz, donde todos vamos a ir"

EL TÍO EN SU NUBE

Una nube de polvillo expandiéndose por el aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el hombre que en aquel entonces era un niño tenía de su tío.
El tío había salido de darse una ducha. Había colocado una toalla sobre la cama y se había sentado a llenar de talco sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con una energía demencial dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en el recuerdo.
La pensión se llamaba "La Esperanza" y su tío estrenaba a los 40 años una nueva soltería. Esa noche iba al club Sportivo Alsina, donde actuaban Sandro y Los de Fuego. No le interesaba la música ni quien estuviera en el escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”. Y luego esa imagen que se niega a olvidarse: apenas dicha su genialidad el tío que no paró de reír con ese estruendo tan suyo para festejarse sus chistes sin esperar una risa ajena sino mas bien contagiándola.
Años después su tío repetirá una y otra vez la historia de como llegó a esa pensión sólo con lo puesto: Al volver de su trabajo en la fábrica encontró a su primera mujer en la cama con un tipo arriba “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella había dejado sobre el bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta de calle para que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el tapial del fondo y salir de manera indecorosa por la casa del vecino.
El tío tenía esa especie de desapego, no le importo nada de lo que había en su casa, si su mujer no sería más su mujer no quiso llevarse ni un par de medias.
A lo largo de los años esa imagen iba a permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío despreocupado y alegre, llenando de talco sus testículos para salir a buscar una nueva mujer a pocos días de haber perdido hasta sus ropas.
Como lo demostró obstinadamente una y otra vez en su larga vida, no quería estar solo, su tío necesitaba una mujer o la ilusión de una mujer para vivir.



PÁGINA 12 – ENSAYO

ALDO PELLEGRINI (1903 – 1973)

LA POESÍA Y LOS IMBÉCILES
Revista Poesía, Nº 9, Buenos Aires, 1961 

La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. En ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada “poesía oficial”, poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.


PÁGINA 13 – CUENTO

AMANDA PEDROZO CIBILS
(Asunción-Paraguay)

EL GALLINERO

Tenía diez años cuando se decidió a irrumpir en la vida de las gallinas, casi sin que ellas se dieran cuenta. Aprovechó una tarde olorosa a reciente aguacero y la fascinación de las gallinas por el arco iris. Los círculos amarillos de sus ojos estaban pegados al cartón azul de arriba cuando Benefrida comenzó a formar parte del gallinero, ya para siempre desde ese lado donde era posible bambolear el maíz entre los dientes hasta hacerlo puré con leche de saliva.
Para eso las había observado por años, desde el mismo momento en que la dejaron salir del pozo de tierra apisonada que su abuela había cavado para que no se arriesgase demasiado en ese gateo que estaba cerca del desvarío. A aquel horizonte de tierra colorada le siguió en su vida ese otro límite de alambres cruzados y pronto sus ojos se hicieron tan baqueanos a esa única visión, que podían seguir repitiéndola hasta cuando no estaban abiertos.
Su obsesión por el gallinero fue un alivio para la abuela, que ya decía que no había que encerrarla tanto. Nadie tenía tiempo para quebrantarse en esa casa. A un niño siguió otro y puchar por la vida les llevó tanto tiempo, que terminaron dejándola instalada en ese pequeño espacio entre la batea de los chanchos y la planta de pomelo.
Entre todos pero sin decir una palabra concluyeron en que Benefrida salió tilinga como la tía Prudencia, y que igual que ella ya no tenía solución. También entre todos la olvidaron, ayudándose unos a otros en ese trance familiar vergonzoso.
Cuando dejaron de fijarse en su presencia, la niña ingresó al gallinero, entre un aletear silencioso de las gallinas que miraban con fascinación un arco iris colocado en el medio del olor a aguacero reciente y la procesión que le pasaba por dentro justo en ese momento.
Las gallinas se habían acostumbrado desde hacía años a verla, y para decir la verdad completa, ni se percataron de que alguna vez había estado del otro lado del alambre tejido. Esa misma noche la inquilina subió a la planta de pomelo con las gallinas, ahuecando los brazos y cediendo las ramas de privilegio a las más antiguas. La abuela fue la primera que la vio al día siguiente escarbando con las manos para elegir los granos de maíz e irlos aplastando despacito entre los dientes.
Hubo una corrida familiar y nadie supo nunca quién entró primero al gallinero para tratar de sacarla. Apenas los vio, Benefrida se tumbó al suelo echando espuma por la boca. Nadie tenía tiempo en la casa para quebrantarse demasiado, así que la dejaron y se fueron a revolver cada uno sus cosas, sin falsos remordimientos. Al día siguiente la abuela entró al gallinero seguida por los chicos más grandes de la casa, para intentar nuevamente volver a Benefrida al ámbito familiar. Pero la niña aleteó salvajemente, se prendió por el alambre tejido y desde allí se defendió con las uñas. La abuela salió horrorizada.
-Esa niña salió tilinga.
-Igualito que tía Prudencia.
-No, más todavía, yo me acuerdo bien.
Al otro día los despertó un cloqueo como de gallina enferma. Todos supieron que era Benefrida, así que se taparon mejor y volvieron a dormirse pensando vagamente que las cosas estaban saliendo en su hora. Todos evitaron mirar hacia el gallinero ese día y el otro y el que venía después, hasta que resultó inevitable dar de comer a las gallinas. Así fueron descubriendo uno a uno que a Benefrida le gustaba más que nada el afrecho mojado, que odiaba los restos de comida de la casa y que prefería el agua de lluvia que quedaba preso en un pedazo de teja vieja.
Un día, hizo su aparición por la casa pa'i Setrini. Nadie tenía tiempo para quebrantarse, así que enseguida le dieron la razón: había que sacar de allí a Benefrida. Tampoco tenían tiempo para esperar, por lo que entraron seguidamente al gallinero, dispuestos a hacer lo necesario. Un largo lamento marcó el comienzo de ese primer acto de la vida inerte de la niña.
El segundo acto puede ser resumido así: Benefrida sentada en el sitio exacto entre la batea de los chanchos y la planta de pomelo. Benefrida mirando las gallinas cuando comen, las gallinas cuando cacarean, cuando ponen huevos, cuando cuidan a sus pollitos que dicen pío pío, cuando pelean por una lombriz. Benefrida controlando minuciosamente el rectángulo de sol sobre el horcón del gallinero. Benefrida viendo llegar la noche presa de feroces ataques y desvarío.
El doctor dijo al instante que era epilepsia, la abuela calculó que se trataba de calentura natural, el pa'i dijo que era pecado. Ningún medicamento, ningún rosario, pudo evitar ni uno solo de los ataques: llegaban puntales apenas las gallinas subían a la planta de pomelo. De eso hace cuarenta años, y todavía hoy Benefrida sigue mirando el gallinero, done ya no hay gallinas sino sólo la pobre planta de pomelo vieja y carcomida por los horribles gusanos que se trajo una vez el viento del norte y que terminaron comiéndole el caracú hace cinco años.
Pero en la casa, donde nadie tiene tiempo para quebrantarse y tampoco está para aguantar los golpes de la vida además de las enfermedades propias de la vejez, sólo cuentan de vez en cuando -si se les pregunta- que es demasiado trabajo puchar por la vida, y encima tener que estar sacándole a la tilinga las dos o tres plumitas que le salen en la espalda, fenómeno que se le repite cada vez que alguien, por compasión, asco o descuido, procura moverla de su sitio.



PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

SUSANA LIZZI
(Gualeguaychú-Entre Ríos-Argentina)

10

Un bar en la costanera
es ochava de luz apaciguada.
La tardecita acaricia
el lomo del asecho.
Puntual serpeo es su andar
profesión
aprendida a la fuerza
empujada por dentro y por fuera
y por fuerte y por frágil.
¿Sabe que la noche es una ojera perfecta para sus días
y que las flores exhalan un aliento a eternidad?
¿Ha visto cómo la luna se amontona entre los rulos vegetales?
¡Qué va a ver!
si ahorró atención para reconocer los ojos que la buscan,
o el gesto aborrecido latiguear en el surco de su tristeza
sórdido gesto aprendido en el hartazgo
que ni siquiera la espanta
porque es su pan
y su vino
y su orfandad.
Casi no queda un día de su vida
en que no haya cometido un olvido.
Bendita sea la desmemoria.

ANAMARÍA MAYOL
(Victorica-La Pampa-Argentina)

RECUERDO

Recuerdo el contorno de tu cuerpo
mis uñas que trazaban en tu espalda
minúsculos senderos
desnudando sudores en la piel

Recuerdo el olor a sexo
las piernas húmedas
tu boca mordiéndome los labios

el sabor a sal de la ternura
el jadeo          el silencio 
esa extraña fatiga
de péndulo en los huesos

la sonrisa
los ojos hondos
la inmensa noche
con nosotros náufragos

recuerdo el clímax
el temblor
la danza de las piernas desenredándose
la lluvia golpeando  ventanas
el beso
la sensación del beso

los párpados traslúcidos en la penumbra

recuerdo
mentiras prohibidas entre nosotros
el amor con sus eternas
pequeñas verdades

el llanto ahogado en el adiós

CECILIA ORTIZ
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

Al patriotismo de las más sensibles
(Condecoración Caballeresca del Sol otorgada por el General José de San Martín a Manuela Sáenz- Ecuador)

MANUELA LIBERTARIA

Uno

Salta  mi pensamiento
              sobre la cuerda donde todos dicen
                                                     pasó.

Viva        en la memoria de esta tierra
                                                     temperamental
               donde las risas
                                     dan en mi rostro
                                     y la luz ruge
                                     frente
                                     a puertas de emancipación

mi gaviota sobrevuela tu vida
               envía mensajes
                                    -la vida te dolió tanto-
ella          abre alas       estrecha sensaciones

así volverás                  Manuela Libertaria
en mi voz       poeta del Sur
en mis manos               plumas para decir
                                     de tu amor  por la libertad 
                                     del que no hay espejo

LUCÍA CARMONA
(Chilecito-La Rioja-Argentina)

CITA

Ya no hay quien nos separe,
el infinito corazón
se ha celebrado.

Desde el fuego
y a través del poniente
hasta tu pecho,
hasta tu boca,
hasta tu sombra
para enfrentar de nuevo
la jauría del número eterno.

El núcleo de tu risa
se pierde en las montañas,
la paz de mis rodillas
se postra en sus laderas
y le doy vuelta al cielo,
cuelgo de las raíces
como si el universo
se incendiara.
Inmutable

Y van quedando inscriptos
en el agua del fuego
lo imposible, lo eterno, lo lejano.

Estuvo ardiendo en el ocaso
la agonía del árbol
y fue la libertad una ceguera.

Así, el universo,
lo que pudo quemarse en el vacío
para empezar de nuevo.

ALFREDO LUNA
(Catamarca-Argentina)

ÚLTIMA CENA

la mesa está llena del hambre de nosotros
y de la gula de esos forajidos que acechan
como fieras voluptuosas;
no es grial ni bandera este mantel:
es la sábana que anoche escondía
tus cántaros repletos de siglos de abstinencia.

montados en esta cruz de ficciones,
bandoleros del orden sagrado, a tiros de petraria
ceden a los estragos del olvido
y nos comen, bocado a bocado
en “la casa del Padre de los cielos” ─dicen─

Rabí: qué será de ese fulgor líquido en tu boca
pidiendo Justicia?

“cordero de Dios”, si es verdad “que quitas
los pecados del mundo”, cierra tus ojos
y deja de pastar en nuestras almas.


PÁGINA 16 –  ENSAYO

ALEJO URDANETA
(Caracas-Venezuela)

LA POESÍA DE LA DESOLACIÓN Y LA TERNURA: INTIMIDAD DE GABRIELA MISTRAL

¿Poesía pura? Nada puro puede coexistir con las vicisitudes de la vida humana. El Poeta no está suficientemente lejos de la tierra ni tan cercano del cielo; tan solo tiene la idea de la perfección, para alumbrar con la llama de su palabra la morada deseada a la que Gabriela Mistral llamó “palabras serenas”:
“Mudemos ya por el verso sonriente/Aquel listado de sangre con hiel./Abren violetas divinas, y el viento/Desprende al valle un aliento de miel”/(Palabras Serenas, en Desolación)
El poeta inicia su ascenso purificador y se recrea en el mundo ideal. Y sin embargo no puede abstraerse del todo. La inteligencia es vigía del imperio sensorial e interfiere en el acto creador. Ahora el Poeta reconoce su mundo terrenal con sus penas y alegrías, sus anhelos, y es eso lo que puede expresar con la palabra siempre insuficiente. El filósofo Ludwig Wittgenstein, en su empeño de poner límites expresivos a la palabra, nos dejó esta certidumbre: “¿Cómo puedo llegar a tratar de valerme del lenguaje para meterme entre el dolor y su expresión? Pero hay respuesta a tal pregunta diciendo que es ésta la función más enigmática de la poesía: expresar lo que la palabra en sí misma no logra hacer.

DESOLACIÓN:
En Desolación se define el sentimiento oscuro e íntimo, manifestado como una jeremiada amorosa; pero también está en la obra lo religioso cristiano, casi litúrgico. Gabriela era apasionada y mística, y ese peso cercenaba la palabra fácil y juguetona, que logró en sus poemarios posteriores.
El recuerdo del abuelo mestizo con su caudal de fatalismo y sus rasgos indígenas estuvo siempre en ella, lo mismo que el sentido de la vida, inclinada a la tristeza y la introspección, que en Gabriela tanto pesaban. En el fondo de la naturaleza de Lucila Godoy latía por igual el antepasado vasco, entremezclado con la sangre judía de los ancestros de su madre. La lucha por la sobrevivencia y el acendrado sentido de la muerte eran visibles en Gabriela. Pero es posible que los signos de su estirpe no hayan sido determinantes en la senda que tomó su vida y su obra. Hubo, sin duda, las enseñanzas bíblicas que recibió de la abuela, o las doctrinas religiosas que le fueron inculcadas, pero su tendencia a la soledad y el dolor metafísico pudo nacer cuando se hizo patente la finitud y brevedad de la vida. No existía en la Poetisa el concepto de los límites entre lo natural y lo sobrenatural. Su amor intenso produce separaciones, tajos que separan a los seres, y ella no lo admitía. Su poesía es por eso un enlace entre la realidad y la mística, con acentos mágicos.
Penetra el creador en la esencia poética del mundo, a pesar de sus limitaciones, y no tiene sino el recurso de su propia experiencia existencial y el arma del lenguaje. Eso hizo Gabriela Mistral en su obra: reflejar las emociones propias, en Desolación, ante el dolor:
Iba sola y no temía;/con hambre y sed no lloraba;/desde que lo vi cruzar,/mi Dios me vistió de llagas./Mi madre en su lecho reza/por mí su oración confiada.
Pero ¡yo tal vez por siempre/tendré mi cara con lágrimas!”/(Dolor: En Desolación)
El dolor desplegado en Desolación es purificador, una idea ahondada en el espíritu de Gabriela Mistral, como paso necesario para el ejercicio de su creación poética, que parece haber recibido como don de gracia.

TERNURA:
Este libro reúne quizás sus más hermosa poesía. Es una obra centrada en los juegos de los niños, los sueños, los miedos y desvaríos. En fin, la ternura humana expresada en el decir poético, en el rescate de la infancia y en la proclamación del acercamiento al mundo y a los hombres:
“Yo no quiero que a mi niña/golondrina me la vuelvan;/se hunde volando en el Cielo/y no baja hasta mi estera;/en el alero hace nido/y mis manos no la peinan. /Yo no quiero que a mi niña/Golondrina me la vuelvan”./(Miedo, de Ternura)
La poesía de Gabriela se ha desembarazado en este poemario de la desolación de sus primeras creaciones. Ahora escuchamos con los ojos, al decir de Francisco de Quevedo, una escritura sencilla en el verbo característico que identifica a nuestra Poetisa, con el vivo léxico rural de su pueblo nativo. Sentimos la proximidad de esta poesía respecto de las viejas tradiciones orales, con el ritmo y tono de conversación usual en el campo del norte de Chile.
Apegada a su tierra como siempre estuvo, Gabriela Mistral nunca declinó su raíz rural ni su pertenencia al campo. La vida y los pesares de los indios fue objeto de su observación sensible.
Lo comprobamos en su poema La tierra:
“Niño indio, si estás cansado,/tú te acuestas sobre la tierra,/y lo mismo si estás alegre,/hijo mío. Juega con ella” (…)/“Cuando muera, no llores, hijo:/Pecho a pecho ponte con ella/y si sujetas los alientos/como que todo o nada fueras,/t escucharás subir su brazo/que me tenía y que me entrega,/y la madre que estaba rota/tú la verás volver entera”/(La tierra, en Ternura)

LA POESÍA INDOAMERICANA DE GABRIELA MISTRAL
Otro pilar de la obra poética de Gabriela Mistral es Tala, considerada en su mundo y hasta por ella misma como un hito, como su verdadera obra.
[“Creía fervorosamente en Tala porque estaba allí –según expresara- “la raíz de lo indoamericano”. Es el hondón mítico de la tierra, esa Gea permanente que la sobresalta en el amor. Y con ella, fundiéndose ensimismada, vive. Alguna vez predijo: “Tal vez moriré haciéndome dormir, vuelta madre de mí misma. Bendije siempre el sueño y lo doy por las más ancha gracia divina... En el sueño he tenido mi casa más holgada, ligera, mi patria verdadera, mi planeta dulcísimo. No hay praderas tan espaciosas, tan deslizables y tan delicadas para mí como las suyas”]

Fe, consumación del dolor y letanía litúrgica, todo eso hallamos en ésta quizás su última y más lograda poesía, y nos topamos con el alma del indio y de nuestra América. Tala es la voz religiosa y americana.
El uso de la lengua cotidiana y cargada de arcaísmos se conjuga en Tala con lo criollo. Leemos, entremezclados, lo indígena y lo español, para dejarnos una emoción de ofrenda a nuestro dolido continente americano.
El poema AMÉRICA contiene dos himnos despojados de los brillos épicos del romanticismo. Al comentar este poema, la misma autora nos da una visión de los himnos que lo componen:
[“El tono menor fue el bien venido, dejó sus primores, entre los que cuentan nuestras canciones más íntimas y acaso las más puras. (…) Nuestro cumplimiento con la tierra de América ha comenzado por sus cogollos. Parece que tenemos contados todos los caracoles, los colibríes y las orquídeas nuestros, y que siguen en vacancia cerros y soles, como quien dice la peana y el nimbo de la Walquiria terrestre que se llama América”]
(Sol del Trópico, en tala)
“Sol de los Incas, sol de los Mayas,/maduro sol americano,/sol en que mayas y quichés/reconocieron y adoraron,/y en que viejos aimaráes/como el ámbar fueron quemados./Faisán rojo cuando levantas,/y cuando medias faisán blanco,/sol pintado y tatuador/de casta de hombres y de leopardo./Sol de montañas y de valles,/de los abismos y los llanos,/ Rafael de las marchas nuestras / lebrel de oro de nuestros pasos/por toda tierra y todo mar,/santo y seña de mis hermanos./Si nos perdemos, que nos busquen/ en unos limos abrasados,/donde existe el árbol del pan/y padece el árbol del bálsamo”/(Sol del Trópico, de Tala)

CONCLUSIÓN
Gabriela Mistral nos sigue hablando con su voz susurrante, de nuestra vida, de los pesares que casi impiden existir. Pero también nos cantará muchas veces las canciones de sus niños: piececitos, manitas, nubes blancas. En ella no todo fue desolación o amargura; era mujer íntegra, con sus pechos desbordantes de amor. Amó con amor de mujer, y dio calor y ternura al ser humano despojado de la fe. Amó con entrega a su tierra chilena y americana y a todo nuestro continente.
La sensibilidad estética de Gabriela Mistral no se redujo a la gran obra poética que nos dejó. La poetisa amaba a su dolida tierra en todas sus experiencias: maestra y pensadora, poeta de altas luces. Sus inquietudes adquirieron un espacio americano más amplio. Escribió ensayos pedagógicos: Magisterio y niño, Grandeza de los oficios, y prosa poética: Elogio de las cosas de la tierra. En esta obra se anunciaba Neruda en Odas elementales.
Rebosaba su espíritu de amor y preocupación por el destino de su patria y de nuestra América española. En México, con el apoyo de José Vasconcelos, participó en la reforma educativa de ese país, y con visión americanista escribió una obra antológica: Lecturas para mujeres.
Su obra ensayística es ejemplar. No olvidó al indio americano cubierto de lluvia y pobreza, y dedicó a Sor Juana Inés de la Cruz un extenso estudio de la poetisa como mujer, de su misticismo, su entrega al recogimiento religioso. Cuando escribió de Chile era como si su pluma estuviese pensando en toda la América. Habló de la raza de nuestros pueblos, de la integración con otras culturas, de las limitaciones de la ignorancia, del sacrificio de Caupolicán como el gesto del dolor del pueblo de esta América.
Nada mejor que concluir estas reflexiones con palabras de Lucila Godoy, doblada en intensidad por su heterónimo universal: Gabriela Mistral, Poetisa de América:
[“Raza nueva que no ha tenido la Dorada Suerte por madrina, que tiene a la necesidad por dura madre espartana. En el período indio no alcanza el rango de reino; vagan por sus sierras tribus salvajes, ciegas de su destino, que así, en la ceguera divina de lo inconsciente, hacen los cimientos de un pueblo que había de nacer extraña, estupendamente vigoroso. La conquista más tarde, cruel como en todas partes; el arcabuz disparado hasta caer rendido sobre el araucano dorso duro, como lomos de cocodrilo. La Colonia no desarrollada como en el resto de la América en laxitud y refinamiento por el silencio del indio vencido, sino alumbrada por esa especie de parpadeo tremendo de relámpagos que tienen las noches de México; por la lucha contra el indio, que no deja a los conquistadores colgar las armas para dibujar una ‘pavana’ sobre los salones… Por fin, la República, la creación de las instituciones, serena, lenta…”]

OBRAS CONSULTADAS
1. Cuneo, Ana María: Para leer a Gabriela mistral. (Universidad de Chile). Santiago de Chile, Universidad Nacional Andrés Bello, Editorial Cuarto Propio; 1998.
2. Gabriela Mistral y su Mundo de Verdad: Editorial Andrés Bello. Chile, 1979.
3. Gabriela Mistral, Premio Nobel 1945. Plaza & Janes Editores. Madrid, 1969.
4. Quezada, Jaime: Antología de poesía y prosa de GABRIELA MISTRAL. Fondo de Cultura Económica. México, 1997.
5. Rodríguez Valdés, Gladys: “Invitación a Gabriela Mistral”. Fondo de Cultura Económica. Colección Tierra Firme. México, 1990.
6. Skirius, John: El Ensayo Hispano-Americano del siglo XX. Colección tierra firme. Fondo de Cultura Económica. México, 1994.


PÁGINA 17 – CUENTO

© JONATHAN ALEXANDER ESPAÑA ERASO
(Pasto-Colombia)

III

Al mirar a la distancia, Perromalo se pregunta quién es y qué hace en ese lugar, desafía la ventolera y sueña con volar sobre la nada. Como el viento norte. Cuando menos algo se espera, por eso se vive. Siempre se espera más. Mira el territorio fantasmal y siente que la soledad lo protege. Y lo protege el silencio. El silencio y la soledad lo liberan. Ahí está, solo y desnudo, desandando sus pasos, sin necesitar de nadie. Escudriña en la inmensa zona ondulante que, parda, se recuesta de este lado del confín del horizonte. Como un dardo lanzado de ningún lugar, un súbito punto cruza distancias azules. En el irregular mar de arriba, una sombra que vuela. Aletea y sube. El viento la ayuda. Un pájaro de plumaje anaranjado y metálico, de inmensa cola de pavo real, en caza, se remonta tan alto en la tarde que cuesta percibirlo. Se pierde en la distancia vertical, desaparece en el sol. El muchacho abre los brazos e imita las múltiples alas del pájaro cuando planea y cierra los ojos móviles. Sin dilación baja a la costa dando Desierto alquímico grandes saltos, que arrancan nubes de tierra en las frenadas de sus botas. Se arrastra con las manos; clava los tacos que impiden que caiga, que ruede eternamente en el declive. Por fin se detiene delante del derrumbe junto a una barranca en la que crece el pasto tierno acerado. El agua del río se encrespa, se enturbia al peinarla la brisa. Un telón de álamos bruñidos se ilumina y se apaga por los golpes del viento. Se ilumina y se apaga. En la otra ribera. En frente. En la distancia. Un grupo ruidoso de caballos escuálidos y casi diáfanos se acerca al río. Se abre paso de entre el ramaje y se descubre al retumbar los cascos. Las patas en el aire. Volátiles. En la atropellada ingresan a la corriente y rompen el espejo que corre, hacen espuma, chapotean ávidos, resoplan, hasta que les llega a la panza. Ahí se frenan y abrevan su sed. Los acompaña un joven de barba caudalosa y patas equinas, con un arreador en la mano, que no usa. El joven y su tropilla despedazan la nada. Sólo Perromalo los puede observar en silencio. En ese silencio que es su soledad sobre el río que corre. Bebe ahogando su sed y se moja el rostro, sumerge la cabeza y las manos, se alivia del largo día. De pronto, algo muda en las aguas, la calma se vuelve opaca y densa. El río descansa en todo el ancho del atardecer y el viento se vuelve de su único color, el invisible. Camina hacia el poblado, río abajo, e intenta esquivar los arbustos enmarañados que crecen en la costa. Percibe en el andar el silbido de su respiración afanosa, el jadeo y las ramas que lo atraviesan. Se pierde en la vegetación que crece entre el barro. Lo cubre el verde completamente, como si él fuera parte del paisaje. Hasta que se manifiesta de súbito en un claro ante dos mujeres de piel azul grisácea que, desnudas y húmedas, a ocho manos se bañan y se acarician furtivas, en aguas poco profundas. Al verlo, chillan como bandurria en manos asustadas. Chi - llan molestas y juntan piedras del lecho. Belicosas. Alborotadas. El muchacho se sorprende y huye, corre entre los alaridos y las piedras. Al apartarse, escucha las invocaciones, los gritos y, sin buscar, camina so - bre huellas enormes de seres extraños y ajenos que lo llevan al caserío. De nuevo lo rodea el silencio. Y el jadeo estremecido. No le falta mucho al día para morir. El atardecer trae la calma y apaga el viento. La noche, desde el oeste, viene untando de negrura lo que toca. Apaga lo que brilla. Y el hambre se le anuncia en las tripas igual que un céfiro nocturno. Decide pasar por el saladero a cobrar su paga. No encuentra a nadie que responda a sus golpes contra los portones. Da unas vueltas al galpón, espía desde las rendijas. Del interior emana el olor intenso del pescado, pudriéndose. No espera más. Se marcha acompañado de sombras, sin rumbo. De un rancho vecino asoma una joven lívida. Casi de su edad. Lo ve caminar, fijamente. Altanera. Chocan los ojos rapaces. Hay dos enanos con ella, a uno lo tiene en brazos. Al otro, al que le tira de las ropas, le brilla el cuerpo desnudo y el cabello largo. Detrás, el tizne del humo que sale borra las paredes y se marca en la puerta de la morada, como dientes. Vuelve a mirar ya alejándose hacia los ojos buscones, pero la puerta se traga a las tres figuras entre los resplandores de una fogata secreta. Perromalo oye resonar crecientemente tamborines y flautas.


PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)

ÉRAMOS NOSOTROS Y ELLOS

Éramos nosotros y ellos en país púrpura,
teníamos la razón, ellos las armas
y el genocidio manchó las páginas de la historia.

Éramos un puñado de huérfanos clamando un lugar,
una letra minúscula arrancada del alfabeto,
un vellón de espuma agonizante
en busca de un rostro en el Mapocho.

Éramos una nación, un gran futuro
sembrando la paz en las conciencias.
Pero ellos, los sordos de corazón enceguecieron
y avasallaron la flor en su capullo.

Éramos un pueblo entero trabajando alegre
que el tirano traicioné con alevosía,
rompió de cuajo las estructuras
y emparedó la democracia en una mina.
No tuvo compasión por sus hermanos,
asesinó con impunidad devastadora
y dejó a Chile a la deriva de todo sino.


Éramos un pueblo encarcelado por la mano
de un asesino y sus secuaces.
Vivimos una tiranía oscurantista

y sanguinaria
que nos borró de un sopló todo sueño.
Pinochet y su ejército de mercenarios
sometieron a su gente
por satisfacer  voraces trasnacionales.

Éramos y aún somos las más, los muchos
que buscan en Chile una respuesta.
Los muchos, los desaparecidos,
los que yacen en cárceles inhóspitas,
los que claman justicia y democracia,
aún en un país púrpura.

En un país  de color,
                                púrpura.

FRANK PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)

RITUALES DEL VERBO

¿ En qué rituales anduvo ?
¿ qué pócimas
usaron los poetas
en las ceremonias del verbo,
que divulgan
el laberinto de un paisaje
y mezclan silencios al azar?

Y cual fue
la fusión
que inventaron sus manos
en el profuso
hervidero de una esperanza
para tejer
el periplo de una estrella?

JORGE VINITZKY
(Montevideo-Uruguay)

SOY

El sol
seca el barro gris
La virtud agoniza
tras chapas y cartones
El amor
ignora la miseria
y danza
entre angostos pasillos
Hombres bueyes
con yugos de piedra
Infamia
Caritas sucias
juegan
con caballos de escobas
Recorro el suburbio
y ruego perdones
Limosnas de pobreza
Soy madera dura
carne y alma
Soy uno
con su carro
cargado de sueños
desahucios
y esperanzas
Soy uno más
que empuja

FERNANDO RENDÓN
(Medellín-Colombia)

Perdida la partida, intentamos reconstruirla para saber qué sucedió. 
De hecho no fue un mate pastor, pero la sensación es parecida.
Sacamos las piezas de la caja. Las nuestras, las negras.
Las suyas las blancas.
Él tuvo siempre a su rey en el Palacio. 
Lo movió cuando era necesario de forma imperceptible.
La reina en cambio fue y vino a sus anchas.
Mientras enviaba a sus peones a votar,
el registrador, caballo con cara de caballo
saltaba entre los departamentos.
Las encuestadoras torres se mantenían firmes 
en sus fraudulentos resultados.
Y los obispos y periodistas, con cascos de kaiser,
aseguraron sus flancos.
Una ametralladora barrió a casi todas nuestras piezas,
en una violenta partida de ajedrez sin normas.
Pero aunque hayamos perdido de nuevo
durante todos estos siglos el pueblo vivirá como la hierba,
como la arena, como el deseo, como las nubes y los sueños.

PEDRO ARTURO ESTRADA
(Nueva York-Estados Unidos)

PERMANENCIA
Permanecerá sólo la devastación
La pesadez del cielo
en la pupila fría

De la tierra ascenderá entonces
 
el reclamo de lo muerto
La lengua del fuego imprecando
la masacre de los delfines
el desuello vivo de los pequeños
habitantes del bosque
la tortura del aire y del agua
cuyas voces ya habrán gritado
su sentencia inapelable
Permanecerá sólo la cuenca ávida del desierto
El vuelo rasante de la hoz
 
sobre los trigales del universo
Y en el fondo de todo la memoria
de unos dedos a cuyo roce
hubieran girado de otro modo
los goznes de la realidad
Las yemas de esa penélope del sueño
tejiendo y destejiendo una imposible
—belleza.



PÁGINA 19 – CUENTO

MABEL PEDROZO
(Asunción-Paraguay)

LOS PERROS

     Una vez Cornelio lo echó en el piso. Pudo haberlo mordido, pero no lo hizo. Se quedó babeando sobre su cara hasta que el tío le pasó una piola por el cuello y a estirones lo sacó de la casa.
     Su madre solía enojarse cuando recordaba la historia. Vos tuviste la culpa, Joaquín, le decía. El perro estaba comiendo y te fuiste a molestarle. ¿Te acordás que por eso tu papá lo regaló? Lloré mucho, Joaquín, ¿te acordás? Se acordaba de lo que ella decía, no de lo que pasó realmente, pero se callaba.
     Después de todo era su madre la que reclamaba esos recuerdos. Era ella, entristecida por aquella vida donde hasta los sueños palidecían en el sopor de las interminables siestas de Santa Rosa, quien lo atormentaba con su memoria.
     Él no era malo, Joaquín. Antes, cuando vos no estabas, él era lo único que yo tenía. Fue mi regalo de bodas, Joaquín, el mejor regalo que me dieron cuando me casé con el padre de usted, insistía.
     El primer aullido lo escuchó cuando la luz comenzó a irse del cielo. Fue con el segundo que recordó a Cornelio. Tu madrina lo vio un día, Joaquín. Al perro lo mandaron a la frontera, un lugar bueno para nadie. El perro se acercó y le lamió la mano. Tu madrina dijo que le miró a los ojos, Joaquín, y desde entonces no puede dejar de soñar con él. ¿Te das cuenta? Después de tantos años todavía la reconoció.
     Nadie notó su desaparición hasta las seis de la tarde, cuando Ramón Elizalde, el encargado de la única cabina telefónica del pueblo, llegó a su casa. Acostumbrado a su desamor, no esperaba encontrar a su mujer esperándolo en la puerta, pero le extrañó que el niño no venga a alcanzarle. ¿Y Joaquín?, preguntó. El olor a cebollas de la cocina le hizo lagrimear. No sé, debe estar por allí, le respondió su mujer sin mirarlo a la cara. ¿A qué hora llegó de la escuela?, quiso saber. La mujer espantaba con una mano el humo blanco que flotaba sobre la cacerola. Frente a ella, en el hueco de la ventana, un sol ya muerto caía detrás de la calle.
     Dejame de embromar, Ramón, que estoy sacando la espuma del puchero. No sé qué te extraña si tu hijo cuando se queda jugando con sus amigos se olvida de todo. ¿Pero no averiguaste?, quiso preguntar, aunque no lo hizo. Salió a la calle todavía con la ropa del trabajo y caminó hasta la despensa.
     -Buenas tardes. ¿No vino mi hijo por aquí? -interrogó-. No. Tampoco lo vio el vecino, cuyo niño era compañero de Joaquín y estaba en la despensa cuando Ramón entró.
     Cuando tuvo edad para el primer grado y su papá hizo los papeleos para inscribirle, se lamentó de que en Santa Rosa no hubiese escuela.
     -Y qué esperabas de un lugar como éste -le dijo su mujer cuando lo escuchó quejarse.
     A veinte minutos de allí, en Santa María, estaba la escuela más próxima. Los padres pagaban un transporte escolar para que sus niños no hiciesen a pie el camino de ida y vuelta. Mediodía la salida, cinco y media de la tarde el retorno. Ésos eran los horarios que Joaquín sabía, tenía que cumplir, por eso estaba tan preocupado. Por eso y por los ladridos que parecían acercarse.
     ¿Cuánto tiempo estuvo de pie, los dedos ahogándose en los zapatos acordonados, el guardapolvos empapado en sudor, las mangas almidonadas que, sabía de sobra, no podía ensuciar sin disgustar a su madre?
     El portafolios le pesaba en la mano. Se lo pasó a la otra, aunque hizo eso varias veces y siempre terminaba doliendo, quemando, picando. Todavía no lo quiso bajar. No había dónde, tampoco. Metió una mano dentro. Sus cuadernos, colocados en hileras, le dieron esa tranquilidad de las cosas que permanecen en su sitio cuando nada más lo está.
     Podía buscar una sombra si salía del camino, cosa que descartó enseguida porque no podía arriesgarse a que su papá no le vea. Pero ahora que el sol había desaparecido ya no era el calor lo que lo atormentaba, sino el cansancio.
     Convencido de que no podría mantenerse de pie mucho tiempo más, volvió a meter la mano en el portafolios, sacó el cuaderno de doble raya y arrancó una hoja. Cerró los ojos antes de hacerlo, convencido de que estaba cometiendo un sacrilegio.
     Empujó con el mocasín una piedra, la cubrió con la hoja y puso encima el portafolios. Sus manos adormecidas se desperezaron causándole un dolor suave. Joaquín suspiró, miró el cielo. Las últimas luces de la tarde disgustaban a su madre. Me hacen doler la cabeza, le decía.
     Los sábados, cuando se quedaban juntos en la casa, le mandaba bajar la persiana de la sala para tirarse con él sobre el piso embaldosado. Ella cerraba los ojos y los dejaba así mientras hablaba de su vida en la capital, antes, cuando no estaba casada ni Ramón tenía que ver con ella.
     Nació en un barrio adornado de luces de colores cada 15 de agosto, día de Nuestra Señora de la Asunción. Las casas abrían sus puertas, le contaba, se colocaban manteles de encajes sobre una mesa donde la imagen de la santa, llevada en procesión, visitaba los hogares cristianos.
     Ella juntaba las manos en esos momentos y le enseñaba las oraciones que recordaba de aquellos tiempos. Esas escenas, tan queridas por él, terminaban cuando, antes de ordenarle que prenda las luces, la mujer le decía con voz amarga que todo acabó el día que Ramón Elizalde la arrancó de su hogar para llevarla a aquel pueblo donde ni los atardeceres tenían sentido.
     Cuando la primera estrella apareció en el fondo del camino, Joaquín bebió el último sorbo de agua que quedaba en el termo del merendero. Envuelta en una servilleta de papel, todavía le quedaba una de las dos medialunas que su papá le metía en la cajita de plástico antes de mandarlo a la escuela.
     Sus piernas desfallecían. Volvió a meter la mano en el portafolios, sacó de nuevo el cuaderno de doble raya, arrancó otra hoja, buscó otra piedra y, luego de forrarla con el papel, se sentó. Se sacó un mocasín, la media, luego el resto. ¿Dónde estaba su papá? Se le pasó por la cabeza hacer el camino de regreso a su casa de una vez, pero si él le mandó decir que lo espere allí no podía desobedecerlo.
     Ramón Elizalde pasó por la casa para sacarse la ropa del trabajo y sin dirigirle la palabra a su mujer fue a buscar al chofer del transporte escolar para preguntarle por su hijo. Lo conocía como a todos en el pueblo, pero no tenía intimidad con él.
     Se trataba de un hombre obeso, de unos 40 años, a quien encontró sentado en la mesa para la cena. Dónde está mi hijo, le preguntó. Lo dejé donde usted dijo, don Elizalde. Dónde es eso, que yo no sé nada de lo que me está hablando. En el cruce, don Elizalde, como usted dejó dicho, insistió, tratando de sacarse la responsabilidad de encima. Ramón Elizalde miró sus zapatillas, sucias de polvo, mientras sentía cómo el corazón comenzaba a temblarle en el pecho. Eran las ocho de la noche cuando él y el chofer golpearon la mano en casa del niño que recibió el supuesto recado.
     «Él me suele tentar también, señor, por eso le hice la broma, pero pensé que se iba a dar cuenta y que iba a venir caminando». El chiquillo no miraba a nadie mientras hablaba. A su lado, su padre lo tenía prendido del brazo y de tanto en tanto le recordaba que era mejor que cuente todo si no quería aumentar los latigazos que ya se ganó.
     Los perros, pensó Ramón mientras fue a su casa a buscar su rifle. El camino entre Santa María y Santa Rosa estaba atestado de ellos. La gente del pueblo arrojaba en el camino a los cachorros que sobraban en la casa, los abandonaban a su suerte, se olvidaban de ellos y cuando alguien hablaba de un ataque en el camino, nadie recordaba que algunas de esas bestias vagabundas podían ser aquellas que tiraron alguna vez.
     Cuando asaltaban las casas de los linderos del pueblo eran esparcidos a fuego de escopeta, lo que hizo que aprendieran a mantener su distancia. Cuando el hambre los atormentaba destrozaban los terrenos baldíos que servían de depósitos de basura, y cada tanto arrasaban gallineros y huertas, pero se cuidaban de estar lejos de la vista de los habitantes.
     Cuando la pequeña comitiva salía del pueblo para ir por fin a buscarlo, Joaquín, en mitad del camino, sentado sobre la hoja del cuaderno de doble raya, dejó de mordisquear su segunda medialuna. Algo se movía en torno suyo. Guardó las medias en el portafolios y se puso los mocasines. Una luna blanca iluminaba el camino. Tengo que volver a casa, dijo levantando el portafolios. Y entonces recordó, por tercera vez en aquel día, a Cornelio.
     Su madre le mintió. Si aquella tarde su tío no se lo sacaba de encima, Cornelio lo hubiese destrozado. Cornelio sólo quería a su madre, y ella sólo lo quería a él. No caminó demasiado. Los perros lo tenían cercado desde hacía rato. Sólo que ahora estaban frente a él.



PÁGINA 20 – ENSAYO

“1980 será el peor año, confirma la Organización para la Cooperación Económica (OCED).(De un informe de 1979)

CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)

En diciembre de 1980, mientras borrachos tal vez cantábamos, nos estremeció una dura y triste noticia: ocho de diciembre de 1980, los cables de prensa informan que el poeta e inspirador de nuestros primeros amores, John Lennon, fue asesinado por el psicópata Mark David Chapman de veinticinco años, quien, cuando los Beatles saltaron a la fama, contaba con siete años. Así que un muchacho de nuestra generación había cometido tan horroroso crimen en la Nueva York de la degradación y la fama. Un muchacho producto del miedo y del asesinato, rebelándose contra su ídolo, pidiendo salvación o perdón, una inmortalidad, un nombre, en esta sociedad que desaparece nuestro rostro, nos vuelve anónimos. Muchos teníamos su misma edad y habíamos escuchado a Lennon a los diez o quince años, tarareando sus canciones, sin entender su inglés, en la esquina del barrio.
En aquel año (1980) Reagan tomaba las riendas del país del norte haciéndonos pensar en el gran peligro; Somoza era asesinado en asunción; el Monseñor Romero dado de baja por la ultraderecha en El Salvador; Jean Paul Sartre moría como los mayores, en su París, un día 15 de abril a los 75 años, y Pambelé, el gran “Kid”, caía a la lona derrotado en su primer asalto, y aún más, Mohammad Alí, nuestro ídolo, daba su corona a Larry Holmes para jamás volver a conquistarla. Tal vez también caímos aquel año ante tanta derrota y sentimos que la década no iba acorde con nuestras dichas.
Muchos escribíamos ya por aquel entonces y queríamos publicar los primeros textos por ese afán que se da en la primera infancia poética. Y publicamos y nos alegramos de haberlo hecho. Luego, con nuestros amigos nos emborrachamos. Leíamos en las cafeterías, escribíamos en los parques, nos divertíamos viendo pasar a las muchachas, nos desgarrábamos.
Al mismo tiempo, dos presidentes demócratas eran asesinados en simulados accidentes de aviación: Omar Torrijos de Panamá y Jaime Roldós de Ecuador. Colombia rompía relaciones de nuevo con Cuba, y un día de marzo de 1981, Gabriel García Márquez entró oculto en la embajada de México pidiendo asilo político, con el temor a ser detenido por las fuerzas militares. Entrábamos a la década del miedo.
Entrábamos a la década del miedo. Nuestros amigos, sin embargo, se amaban en uniones libres, sin norma matrimonial. Eran compañero y compañera y tenían hijos y se peleaban y se enamoraban leyendo a Neruda, Benedetti, Ernesto Cardenal, el Boom latinoamericano. Entre el jazz, la Mercedes Sosa, el rock y el Cine Club, escuchaban también la Nueva “moda” Trova cubana de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, cantautores creadores de una balada de amor y compromiso, a imagen y semejanza de nuestros sueños. Pero las separaciones amorosas se hacían cada vez más frecuentes a pesar de las canciones, pues, la idílica vida de libertad amorosa y la idea de “dejar ser al otro” se hacían añicos al chocar con la terrible realidad de nuestras conciencias, hijas de la violencia y el egoísmo, no del amor. Y escribíamos poemas de circunstancia para perpetuar aquellos terribles momentos, esquelas de amor, odas de compromiso histórico, elegías en la soledad. Instante y emoción poética, en tanto el mundo afuera rodaba como piedra de loco.



PÁGINA 21 – ENSAYO

EDUARDO JORDÁ
(Palma de Mallorca-Mallorca-España)

SOBRE LA CRÍTICA

–Una buena crítica no debería diferenciarse mucho del veredicto de una agencia de calificación bursátil. ¿Vale la pena que me gaste 15 euros en ese libro? ¿Obtendré algún beneficio si lo compro? ¿No habré tirado el dinero? Una buena crítica debería responder a estas preguntas. Y también debería despertar la curiosidad del lector acerca del libro, hablándole de la trama, del estilo, de los personajes, y hablándole también del autor. He citado las agencias de calificación bursátil porque la crítica, en España, suele comportarse con la misma fiabilidad que esas agencias que daban una máxima calificación a Lehman Brothers en la víspera de su quiebra. Hay excepciones, por supuesto, pero no abundan. En España se hace una crítica demasiado académica y demasiado timorata. Muy pocos críticos se atreven a juzgar por su simple experiencia de lector. Muy pocos críticos se atreven a decir que un libro les ha aburrido o les ha maravillado. Muy pocos críticos se atreven a señalar las inverosimilitudes de una trama o los excesos de un estilo pomposo. De todos modos, por fortuna hay excepciones. Me atrevo a citar algunas: Andrés Ibáñez, Rodrigo Fresán, José María Nadal Suau.

–Ya he dicho que los críticos españoles, en general, leen de una forma demasiado cautelosa y aprensiva. Si les toca reseñar una novela firmada, por ejemplo, por un premio Cervantes o por un premio Nobel, la mayoría de críticos suelen escribir la reseña en posición de firmes –no me pregunten cómo lo hacen, pero consiguen hacerlo-, y algunos de ellos incluso consiguen el milagro de escribir su reseña presentando armas, por usar un símil militar, cosa que sin duda tiene mucho mérito, aunque en el fondo sea un error de juicio. En realidad, el libro de un premio Nobel merece las mismas cautelas –y los mismos entusiasmos- que el libro de un principiante.

–La única actitud con que un crítico debe enfrentarse a una obra es la curiosidad. Un crítico no se diferencia nada de un buen lector. Y el buen lector sólo se mueve por la curiosidad y por el deseo de experimentar placer –un placer casi físico- leyendo un libro. El buen lector sólo tiene un criterio del que pueda fiarse, y ese criterio es el suyo propio, que es siempre arbitrario, caprichoso y despótico, pero que es su único detector de simplificaciones narrativas y de sobreactuaciones literarias. Y gracias a ese criterio caprichoso, el buen lector descubre al instante el adjetivo innecesario, la frase que cojea o el alarde de ingenio que sólo sirve para enturbiar un buen pasaje. El buen lector intuye cuál es la respiración más ajustada a un relato, el tono preciso para describir una despedida o la música adecuada para un diálogo en el que alguien revela a su pesar que ya no se atreve a ser feliz.

–El buen crítico no se deja engañar. Detecta la frase hecha que se hace pasar por una verdad sublime, o la retórica que encubre la vacuidad de una descripción, o la astucia tramposa con que un autor disimula su pereza o su falta de talento. El buen lector, por lo demás, carece de principios. El único que respeta es el que proclama que en literatura no se puede aplicar jamás la presunción de inocencia, porque cualquier escritor –aunque sea premio Nobel o venda quince millones de ejemplares- es culpable de haber escrito un libro malo hasta no que logre demostrar lo contrario.

–Un crítico debería leer como cualquier buen lector. Y un buen lector no se deja engañar por el nombre del autor ni por el prestigio de la editorial que lo publica, sino que más bien desconfía de esas coartadas mercantiles. Y para el buen lector no valen los grandes nombres, ni mucho menos las listas de ventas. Y eso hace que el buen lector someta a un escrutinio riguroso a todos los libros que hayan conseguido vender más de veinte o treinta mil ejemplares en muy poco tiempo. Pero eso no significa que el buen lector crea que los buenos libros son invendibles. Nada de eso. Un buen lector sabe que los buenos libros se venden muy bien, sólo que su ritmo de venta siempre suele ser mucho más lento. Yo tengo una teoría, que no sé hasta qué punto es verificable: si un libro vende 300.000 ejemplares en un solo año, no es un buen libro. Si los vende en cinco años, sí puede serlo.

–Más que la presión del mercado y de las líneas editoriales, el problema de la crítica está en la persona que selecciona a quién se le encarga la crítica, porque en muchos casos esa selección presupone de antemano una crítica negativa o positiva de ese libro. Para mí, ése es el verdadero problema: la adjudicación del libro al crítico que va a reseñar el libro. Y luego hay otro problema: el silenciamiento de los libros que por una razón u otra no interesa reseñar en un determinado suplemento. Y es que ese silenciamiento puede ser mucho más peligroso que la parcialidad del crítico.

–Un buen crítico debería ser capaz de hacer una crítica negativa de un libro escrito por un buen amigo. Algo como lo que hizo George Orwell, en 1936, al reseñar The Rock Pool, la primera –y única- novela de Cyril Connolly que contaba la vida de un grupo de artistas bohemios en el sur de Francia. Un ejemplo del estilo de Orwell: “Es evidente que el señor Connolly admira a los bichos repulsivos que describe, y es indudable que los prefiere al cortés y sumiso ciudadano medio”. Me pregunto si hay un crítico en España que sea capaz de escribir algo así de un buen amigo suyo.



PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

WILMA BORCHERS CARRASCO
(Los Vilos-Chile)

LOS SUEÑOS QUE ME VISTEN

Tú, que andas en mis bolsillos,
 
en las solapas de la tarde,
 
pregonando virtudes y acuarelas.
 

Tú, que saltas los manantiales de la sospecha,
 
con una copa de agua clara.

 Tú, que acaramelas la nostalgia 
distribuyendo bienvenidas y navíos.

Tú, haciendo equilibrio en mis tobillos, 
el que se apersona con cerezas y relámpagos.

Tú, que me navegas de alba en alba,
para mirar con mis pupilas los sueños que me visten.

Tú puedes ordeñar estrellas y regalarme
un trozo de luz para llevar en la frente.

RUTH ANA LÓPEZ CALDERÓN
(Santa Cruz-Bolivia)

OBITUARIO
En el cuarto del hospital -medito- miro el techo
blanco, poblado por un mísero foco, de luz amarillenta, pienso,

decepcionada, matando el tiempo
y en la cama de blancas sábanas
dibujo pensamientos
que viajan a otros tiempos

de carne débil y enfermiza, ni la sombra del pasado
la que siento
doliente hasta los huesos,
la piel como pergamino viejo
y el dolor que nubla la conciencia,
estrangula la esperanza; desintegra,
y mi alma se quiebra en mudo grito:

las penas rebosantes en los recuerdos
el arrepentimiento que ronda y se mezcla, abandonada,
y la vida y el amor y el pasado
ya parecen un cuento
digno de ser contado a los ingenuos
mezcla irónica,
emborracha al espíritu
a la hora de rendir cuentas
y de extraños sortilegios te pasa
y la vida como la mona
y el doctor apurado, escurridizo,
y el sentirme bien por ningún lado

debes hacer el tratamiento dijo persuasivo
antes de desaparecer
dejando el halo de su sonrisa dibujada
y su guardapolvo blanco
inmaculado
y los dolores no aflojan
y el corazón: ya no más
desgarrado
y los pasos de las enfermeras
rasgan la alfombra
y las pastillas de tantos colores
aturden mis ojos asustados
y el dolor que sigue a mi lado
¡como amante del brazo
caminando rumbo a su cuarto
de ida y vuelta, cientos de veces!

nadie recuerda
la mujer de pasado gris
que fui yo
que yo fui
pienso en el exilio
de los últimos años
y qué mala suerte:
soledad
tristeza,
de la vida
nada,
ni amor
ni sexo
ni vino
ni el humo del cigarrillo,
para nublar
el llanto

¡mi vida en el claustro!

como comprando el boleto
para entrar al cielo
o al infierno
y nadie sabe
por qué,
esta espera en la cama
del obituario de mañana
y esta cabeza despoblada
de cabellos que jueguen con el viento

sigo recostada y pienso. 

DELFINA ACOSTA
(Asunción-Paraguay)

PERO TAMBIÉN CANTASTE...

Pero también cantaste a las muchachas
de boca roja como una ciruela;
tus versos las pintaban azucaradas,
en el balcón, soplando una candela.
De sus mejillas se nutrió la gota,
la sal y la pleamar de tus poemas.
Sus ojos eran lámparas en noches
cuando no había espejos ni luciérnagas.
Ninguno, como tú, cantó al amor.
Ninguno, como tú, las hizo bellas
a las mujeres de redondos pechos,
de pies pequeños, de rojizas mechas.
Nombraste a todas: quién no tuvo turno
en el elogio de tu voz contenta.
Con dulces uvas de tu Chile amargo
brindaste por la luz de sus caderas.
Usaste, a veces, rosas de sus madres,
geranios de sus hijas y violetas,
con que alfombrando fuiste sus pisadas.
Las últimas, se hicieron las primeras.
Silbaste a la mujer. Silbando sigues
aunque acostado y yerto en larga hierba.
No dormirá tu voz, salada y larga.
Ni habrán de apaciguarse tus poemas.

SUSANA REYES
(San Salvador-El Salvador)

CANTO PRIMERO

La soledad es un reflejo de las horas dichosas 
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras 
Vierten en la hondura su compacto mecanismo 
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos 
Sobre el cojín de las sienes apagadas.

La soledad es un estanque con faunas de alcohol 
Millares de pálidas tribus de nicotina
Canoas frágiles de sed 
Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

Vencido por sus aguas hojarasca soy 
Árbol de río de azúcar 
Lluvia angélica tostada por el sol 
Mi soledad es un paraguas que se quiebra 
Como un trozo de voz.

En torno a su eje 
Brillantes lagartos trepan 
Y hay siesta en el trigal.

Yo recuerdo una mañana sombría 
Exactamente equilibrada para aquellos años 
De extenuación y niñez 
Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia 
Yo miraba, yo miraba
Un bello témpano de amor tendido junto a mí.

Pasé la mano sobre el dorso azul 
Y vi que los astros eran tiernas dependencias 
De mis oídos 
Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos 
De palabras de amor 
Y creí sentirme mixto puente de dos pieles 
Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría 
Que había entre los dos.

Oh mía entre las mías 
Ilumina el resplandor 
E1 negro hálito de adiós 
Que yace en toda boca 
Ilumina mi verdor 
Las praderas que en los besos reverberan 
Con sus vacas y sus méritos actuales 
Oh amiga, oh virtuosa de la fuga 
Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras 
Creada por instinto de cansancio 
O por valor.

ANDRÉ CRUCHAGA
(Chalatenango-El Salvador)

ORILLA DE LA OSCURIDAD

Crecida la noche y sus orillas resbaladizas, vienen las sombras manifiestas.
Ante la piedad destruida, la congoja y su salmuera persistente y sus días
de tutelar precipitación. A veces uno quiere desmarcarse de los  puntos suspensivos, de los hoyos que gritan en la entraña, de la próxima noticia,
de la boca sobornable en la impudicia de los retretes.
Bajo lo aparente de la claridad, está todavía la ladera en la memoria, el limo,
la lengua y sus sucios cuartones,
los extremos sordos de la sal y el roto diente de los cristales.
(Uno, por cierto, nunca termina de entender el estremecimiento de las horas;
mientras los ahoras se suceden impacientes, desciende el río de sombras
sobre la memoria, nos hiere su orilla de litoral poseso, nos hunde su presencia,
hasta el punto de la embriaguez. El ojo clama sobre la tierra.)
El mismo pez deshecho en la huella de la noche, agosta el ritmo ya apagado
de las palabras que reptan en el ansia.
En el extremo gangoso del escombro todos los escenarios convertidos
en ceniza: hacia las formas diurnas del presagio, el delirio inminente
de los cimientos, esos brazos oscuros exhalados por el mundo. El borde lineal
del cansancio y su mano de índigo. Y su vívida fuga de sombras.
La oscuridad revuelve todos los desagües desnudos de las herraduras.
Es como si en la calvicie de las telarañas, las orillas picantes del jengibre,
sangraran alrededor del paladar. Uno cree que el caos es cosa de intemperies.



PÁGINA 23 – CUENTOS BREVES

J.M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

ESPEJOS

El azogue se ha ido perdiendo. Es un espejo histórico que ni siquiera conserva la memoria de aquellas damas. Sin embargo, ella busca el reverso. Y allí, en medio de un cartón corroído y el negro de la plata, aparece el rostro. El anhelado rostro de su amado, que partió al mar tras una sirena.


Salomé sólo se mira en las aguas. En los otros, se le aparece siempre Mariana, el amor de su hermano Herodes preguntando, siempre preguntando por qué la mandó matar. Y Alejandro y Aristóbulo, los hijos que quisieron vengarla, también se suman, con sus cabezas cortadas. Las mismas que ella hoy porta en espejos, espejos que los reflejan como bandejas de muerte.


Las convenciones populares dicen que un espejo roto trae dsgracia. Elizabetta rompe uno, dos, cinco, el mismo día en que Marco debe desposarla. Su madre llora sin consuelo. Él, sólo espera alguna explicación. Afuera, el otro sabe por qué.

Vermeer arma la situación con espejos. Desde la cámara oscura, mira el recinto, los pisos y los techos del palacio, la araña de luces, las ventanas y los libros. ¿Qué reflejan los espejos? Las largas cabelleras de sus mujeres. Los vestidos de raso. Los muebles con herrajes y marqueterías. Y un extraño camino de galerías y museos que él desconoce, pero que ya le hablan del aura enigmática de la inmortalidad.



PÁGINA 24 – ENSAYO

FERNANDO CASTILLO
(Madrid-España)

PATRICK MODIANO, UN NOBEL PARA LA MEMORIA Y LA INDAGACIÓN

A Patrick Modiano la Academia Sueca le ha hecho un regalo anticipado en forma de Nobel por sus próximos setenta años, que cumplirá en el mes de julio de 2015, aunque quizás al escritor de la rue Bonaparte, nacido en Boulogne Billancourt, el galardón le resulte algo envenenado por lo que pueda tener de turbador de una vida recogida. Un premio que se otorga desde Estocolmo esta vez a un autor que no tiene pasaporte raro, ni siquiera syldavo o bordurio, ni escribe en idiomas que solo dominan admirables entregados a su literatura o audaces exploradores conocedores de geografías perdidas, pero al que se le puede considerar un tanto atípico. Incluso más que a su antecesor francés en el galardón, Jean-Marie Le Clézio, pues dista de ser eso que se puede designar como un escritor conocido.

En alguna ocasión ya hemos dicho que la crítica habitual que se lanza contra Modiano, además de la de ser un autor de culto, es la de ser escritor de un único libro, que es precisamente lo que atrae de su obra, lo que la convierte en un modelo de búsqueda e interpretación de la identidad propia y del mundo cercano. Se trata de una obra compuesta hasta la fecha de veintinueve títulos, incluida la novela aparecida el pasado viernes 3 de octubre, y que según Javier Goñi ocupan metro y medio de anaquel, que a veces dan la sensación de ser otros tantos capítulos de un solo volumen. Un solo libro, quizás sí, escrito a lo largo de casi cincuenta años, en el que aparecen una serie de asuntos que vuelven de forma recurrente envueltos en la evocación de ambientes y de personajes sin aparente importancia, en los que el claroscuro desenfoca la realidad o la ficción, nunca se sabe, y en los que siempre predomina un aliento lírico inaprensible.

Una indagación en la que, como señala el propio escritor, lo importante no es tanto el resultado de la búsqueda como la búsqueda en sí. Y es que en la obra de Modiano, a medida que avanza, hay una mayor sutilidad; todo es menos evidente, menos cierto. Nada es extremo ni excesivo en la narrativa de PM y tanto los acontecimientos como los sentimientos afloran con naturalidad, despojados de todo dramatismo, sin esfuerzo aparente, es decir, con elegancia.

Entre los elementos esenciales de la poética del nuevo Nobel se encuentra su infancia, recreada –modianescamente, que no proustianamente– y recuperada en algunas obras como la maravillosa Remise de peine, traducida aquí primero como Exculpación y después como Reducción de condena. Luego, su juventud, presente de forma explícita en Una juventud, Tan buenos chicos, En el café de la juventud perdida, o Un circo pasa y en tantas otras obras que ofrecen los itinerarios y las estaciones de una educación sentimental no siempre fácil.

Junto a ello se encuentra como elemento esencial de la obra de Modiano la memoria, la búsqueda de la identidad mediante la indagación, la aproximación mediante la construcción personal del entorno histórico en el que se mueven sus padres, unos personajes tan modianescos como su relación con el escritor, que inspiran entre otros textos Libro de familia y Un pedigrí.

En este ejercicio de autoficción está presente una geografía modianesca que encabeza París, un París recreado, construido a medida de quien considera a la ciudad territorio propio, moldeando al tiempo la historia y la topografía, que no siempre coincide con la realidad, aunque muchas veces sea posible seguir alguna pista. Es, comenzando por el final, el París actual que recorre Jean Daragane, de nuevo el propio Modiano apenas velado, en la recién aparecida Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier, o el de los días previos al mayo del 68 o de la guerra de Argelia de L’herbe des nuits o de En el café de la juventud perdida.

Es París una ciudad que está contemplada desde la perspectiva del flâneur avisado, del investigador curioso, del profundo conocedor de la urbe que en sus obras más parisinas mueve a sus personajes en todos los sentidos, al igual que sus líneas de metro. Un París de hoteles –decenas, como ese l’Unic, de L’herbe des nuits, o el Sègur, de Un circo pasa–, de cines, de garajes, de neones, de estaciones ferroviarias –Lyon, du Nord…– y de metro, como la estación de Saint Lazare, tan grande que se diría capaz de absorber una vida. Pero por encima de todo hay un París de cafés y bares como, por citar alguno entre los innumerables, Le Condé, donde recalaba la indefensa Louki; el Café Tournon, donde Jean y Gisèle coincidían con Chester Himes en Un circo pasa; el Café Calciat que acogía a Joyita, otro ser desamparado; el muy familiar y próximo Café Malafosse, donde bebía y fumaba la danesa de Flores de ruinaque hablaba en argot; del motparno Au chien qui fume, en la esquina del Boulevard Montparnasse con una calle de tantas referencias como Cherche Midi, al que también acudía Louki y donde había comprado tabaco Georges Hugnet en los días agosteños de barricadas y liberación; el bistrot Chez Francis, en la Plaza de Alma, cerca de donde vivía la fascinante Carmen Blin y desde donde se ve una magnifica Torre Eiffel; el 66, en el boul’Mich, donde se reúnen los gángsteres que se iban a ocupar de Ben Barka y que Denis Cosnard compara con los de la rue Lauriston.

En la literatura más parisina de Modiano también son habituales las dos riberas, los dosbois, los Campos Elíseos y sus alrededores, quartiers como Neuilly, Passy, Clichy, Montparnasse, el Barrio Latino, Val de Grace…; parques como el Luxemburgo o ese Montsouris cercano a la Ciudad Universitaria, tan presente en Una juventud y enL’herbe des nuits; el entorno de los grandes bulevares y sus pasajes, los squares muy azorinianos y las plazas como Denfert-Rochereau alrededor de la cual se desarrollaPerro de primavera, la de Alma de Barrio perdido o la de las Pirámides donde tiene lugar ese Accident nocturne. Pero también aparecen las banlieues y las localidades de los environs como el provinciano Jouy-en-Josas, donde están acogidos los dos hermanos Modiano en la maravillosa Remisión de condena, o el suburbial Fossombrone la Forêt donde vive la madre de Thérèse-Joyita, una collabo a quien llamaban “la boche”.

Pero sobre todo destaca la visión del París de la Ocupación que aparece no tanto enLos bulevares periféricos, localizada en Barbizon, ni en la enloquecida, por celiniana y juvenil, Place de l’Etoile, sino en la tremenda Ronda de noche, su segunda novela en la que la sordidez del mundo de los gángsteres lauristonianos sale a la luz con una virulencia dolorosa para una sociedad en la que aun vivían víctimas y verdugos.

Es el de la Ocupación un París oscuro y vacío, en el que ir en automóvil sin gasógeno era cosa de collabos por el que transitaban, quien sabe con qué identidades y haciendo qué cosas, tipos como André Gabison y otros personajes no poco modianescos de los que nos hemos ocupado en Noche y niebla en el París ocupado. Un París en el que junto a quienes colaboraban con el ocupante vivía alguna de sus víctimas, como esa Dora Bruder, rescatada para siempre por PM del periférico boulevard Ornano y que ya encarna el espíritu de los judíos que padecieron Drancy y Pithiviers, antesala de los campos del Este. Junto a ella estaría también Hèléne Berr, otra víctima del antisemitismo de Darquier de Pellepoix, de Rebatet o de  Céline, en este caso del muy burgués distrito VIII, cuyo diario ha prologado Modiano.

Es el París oku y canalla, de las bandas al servicio de los bureaux como la de la rue Lauriston o la de la rue de la Pompe, en el que los negocios export-import y la represión pura y dura de los refractarios iban de la mano. Es el París de La ronda nocturna y también el Barbizon collabo, donde descansaban los gángsteres los fines de semana, que recoge Los bulevares periféricos –original y más acertada traducción queLos paseos de circunvalación– un ambiente muy estudiado tempranamente por Jacques Delarue, un libro de cabecera de Modiano, por el que desfilan los Delfanne –o, si se prefiere, Masuy–, Rudy de Mérode, Bony, Lafont, Berger, Joanovici, Szkolnikov, Gabison, Marcheret, Voisins, Violette Morris, las condesas de la Gestapo, los Luchaire y una lista de nombres teatrales que pasan de hacer negocios y practicar la bañera por el día a las alegres veladas de champaña en cabarets de moda como el One-two-two, en realidad un prostíbulo con espectáculo, o L’Heure Mauve, oyendo algunas de las canciones de la banda sonora que siempre nos ofrece PM. Unos personajes que forman una lista grotesca, presentados con nombres y aspecto que recogen su condición de gente rara, carnavalesca, y su degradación moral como un siniestro fresco de Apocalipsis medieval, de los Trionfi o de las danzas de la muerte, cuando en los días de la peste se sabía que no había futuro. Unos personajes que contribuyen a que años después, Modiano pudiera revivir ante el 6 de la rue Adolphe-Yvon, sede del Bureau Otto, el olor maléfico a hojas muertas de la Ocupación que sintió por primera vez con su padre y que le acompañará toda su vida.

Es un París feldengrau en el que Jacques Doriot y Marcel Déat, los dos pilares de la colaboración, maniobraban cerca del embajador Otto Abetz para aumentar su influencia mientras miraban a Vichy, tan rancia y conservadora, con desdén fascista y moderno. Es el París de esos que ahora se llaman “buenos alemanes”, como Ernst Jünger y Gerhard Heller, pero también de los SS que ocupaban los palacetes de la Avenue Foch; el París en el que Alain Laubreaux, Robert Brasillach o Jean Herold Paquis clamaban histéricos desde las páginas de Je suis partout, de Au Pilori o desde los micrófonos de Radio Paris por la aniquilación de los judíos, sin excepciones; el París en el que Drieu la Rochelle, siempre como su Gilles, dandy y cigarrillo egipcio en mano, vagaba entre la NRF (Nouvelle Revue Française) y el desencanto existencial, el París en el que muchos como Cocteau, Sartre o Picasso tenían su acomodo, pero también el París en el que Jean Paulhan, Jean Guéhenno o Vercors, cada uno a su manera, resistían.

La presencia dominante de París en la obra del escritor francés no excluye otros lugares, algunos mejor “no lugares”, que completan el mapa de la Geografía Modiano. Unas ciudades diferentes de la capital a las que el escritor convierte en escenario de sus obra: Niza, Ginebra, Barbizon, Juan-les-Pins, Burdeos, Londres, Roma, Biarritz…, todas ellas contempladas con mirada evocadora, y a veces oscura, como la Niza deDomingos de agosto, o el Biarritz de su infancia, que les hace diferentes. Es esta última una ciudad muy modianesca, evocadora y melancólica, en la que Modiano vivió durante dos años de su infancia en la enigmática Casa Montalvo, y que tan cerca está de quien esto escribe. Un lugar muy literario, que Azorín recoge en su Caballero inactual, que Modiano incorpora, primero, a Libro de familia y, más tarde, a Un pedigrí.

Poco a poco, desde la publicación en algo más de cinco años del inicial Cuarteto de la Ocupación –en el que no dudo incluir Lacombe Lucien, el guion de la película de Louis Malle–, se va formando la que Bernard Frank, uno de los descubridores del escritor con Raymond Queneau y Paul Morand, denomina muy tempranamente la “impronta Modiano”. Es este sello una poética especial de la memoria que surge de un universo dominado por una evocación más lírica que nostálgica, una especie de proustianismobanlieuesard, en el que sus padres –Albert Modiano, siempre cerca de negocios y de tipos raros, y Louise Colpeyn, artista flamenca que hacía de actriz meritoria en el entorno de la productora alemana Continental, que es lo mismo que decir de laPropaganda-Staffel– a modo de personajes recurrentes, flotan entre la ausencia y la presencia, y en el que el hijo recupera recuerdos de infancia y reconstruye, entre redadas en busca de judíos y negocios del mercado negro, el ambiente en el que se conocieron sus padres y al que no fueron ajenos. Es el de la Ocupación el periodo histórico que Modiano no vivió pero que reconoce como propio y al que ha contribuido a recuperar y a desvelar tanto como algún historiador pionero tal que Robert O. Paxton, Pascal Ory o Jean Pierre Azéma. Una recuperación que tiene mucho de revisión y de denuncia de la Francia creada por De Gaulle en su discurso del 26 de agosto de 1944 y por la historiografía empeñada en negar la realidad de la colaboración y de Vichy, magnificando una Resistencia de última hora.

Pero no son solo esos años oku, siempre como modianesca música de fondo, los únicos que enmarcan la obra de PM. Están también los correspondientes a los no menos oscuros años de la IV República, de recuperación económica pero también de mercado negro, de depuración y guerra fría; de inestabilidad política, de gobiernos efímeros, de gángsteres que inspirarán a Godard, de guerra en Indochina y en Argelia, de ruido de sables, de paracaidistas airados, o de bombas del OAS. Unos años que en su época final anuncian al mayo del 68 por los que transitan los personajes de la Calle de las tiendas oscuras, de Villa Triste, de Una juventud… Es también el ambiente en el que se desarrolla la citada Remise de peine, de la que siempre se recordará al personaje de Roger Vicent, ahora recuperado en Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier.

Al hablar de Modiano y España se han recordado con justicia las traducciones de María Teresa Gallego Urrutia para la editorial Anagrama, pero no se pueden esquivar las realizadas en los años 80 para Alfaguara, siempre magníficas, por Carlos R. de Dampierre, fino ensayista y poeta al que Leopoldo Panero le dedica un soneto en los sesenta. Como tampoco hay que olvidar los esfuerzos de francotirador de Miguel Lázaro desde su editorial Cabaret Voltaire para completar la traducción de las obras de Modiano en España, y de Javier Fórcola, que publicó ahora hace dos años en su editorial un ensayo de quien esto escribe en el que Albert Modiano es uno de los protagonistas.

También Modiano en España es inseparable de escritores como Juan Pedro Quiñonero, que desde París contribuyó a su difusión, de Justo Navarro, de José Carlos Llop, de Marcos Ordoñez –autor de uno de los textos más modianescos que se han escrito en español, incluido en la revista Turia, tan corto como espléndido– y sobre todo de Juan Manuel Bonet, quien ha realizado la mejor obra sobre el escritor, ahora Nobel, francés. Una obra que como no podía ser menos es un diccionario, reconocida especialidad literaria bonetiana, publicado también en el mítico número monográfico de la revista turolense de Raúl Maicas dedicado al escritor de Boulogne-Billancourt. Un texto que es más que un artículo y con llamadas que son casi capítulos, en el que ofrece una aproximación al mundo de PM en un registro semejante lleno de guiños: personajes y pistas, fichas y direcciones, cruces de referencias y relaciones, situaciones y acontecimientos, fechas y lugares. Es decir, Modiano puro.



PÁGINA 25 – CUENTO

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

EL FRÍO, EL MIEDO  Y LAS CAMELIAS

El mar ronroneaba a pocas cuadras de la casa. El invierno ensayaba su mueca más dura, llegó como quien pretende justificar su existencia cerrando el círculo de hielo capaz de provocar   temblequeo  monótono en los cuerpos.
El pronóstico del tiempo anunciaba para el día siguiente probabilidad de nevadas en la zona costera.
-¡Uy, caramba, mis camelias! Pensó la mujer, típico exponente de un mundo en el que se privatizó hasta el concepto. Ella sentía que los pimpollos que estallaban su libertad bajo un cielo con gusto a salitre no eran del árbol sino suyos.
-¡Mis camelias! Volvió a exclamar totalmente convencida. Tomó unas tijeras y se dirigió hacia el lugar donde el  pequeño árbol continuaba su parto de pétalos matizados, donde el blanco prevalecía impidiendo que un tímido rosado invasor se adueñara de la situación copando la superficie suave de las flores.
Comenzó a cortarlas acariciando cada tajo. –Si las dejo en la planta, murmuraba  justificando su acción, el frío las matará. -Ya tienen oxidados los bordes, es una pena, pensó.
Ubicó las camelias en tres floreros pequeños, uno quedó en el centro de la mesa del comedor, otro fue para la sala y el último quedó depositado en la mesita de bambú del porche.
Las camelias comenzaron su agonía con la desesperación de un asmático en crisis,  entre aroma a puchero y  lavandina.
Allí mismo, en un rincón impecable de la casa el miedo, asesino inclaudicable, lucía orgulloso una nueva medalla de pétalos sobre la solapa rasada. Más allá de los amplios ventanales  el frío seguía apretando.



PÁGINA 26 – ENSAYO

NINÍ  MARSHALL
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

EL ASQUELETO.

El asqueleto de la persona viena ser el ser de gueso que tiene adentro del ser de carne todo ser humano pa sostenerlo y empedir su derrumbamiento, porque si seriamo de solo carne, sin armazón interna, pareceríamo gusanos, lo cual quedaríamos muy repugnantes.
El asqueleto está compuesto por un montón de guesos, que según ande estean, toman el nombre del órgano que rellenan, como ser los guesos de la cabeza, que son los que arman el claneo, pa que uno pueda ponerse el sombrero o la peluca y que se denominan calavera.
En las calaveras fallecidas se oservan unos guesitos sueltos liamados dientes, muelas y colmillos, que cuando se caen, son reemplazados por los dientes postizos, liamados prótesis, que son de sacar y poner o sea de lavar y planchar o como le dicen en ingle, de wos an guere.
Del claneo parte la columna vertebral o sea el espinazo, que empieza en el pescuezo y termina donde uno se sienta. Está formado a las especie de un coliar de carreteles enebrados por la médula o caracus, liamados también osso buco o tuétano, como la enfermadá producida cuando penetra tierra con porquería en un rajunión, y que después hay que cortar rajunión con miembro y todo pa que no suba la cangrena al corazón y el tipo reviente, todo por culpa del tuétano.
En el pecho de bajo de los petorales tenemos un costillar que forma una specie de jaula, con garrotes de gueso pa proteger las entranias liamadas tambien henchuras, las cuales varían en su aspeto pues hay personas que tienen malas entranias endemientras que otras poseen lindas henchuras.
A los costados del pecho esisten las extremidades superiores o sean los brazos que contienen el omoplato, el húmedo y la radio, y otros guesos que no se me acuerdan. En vez, las extremidades inferiores se encuentran debajo de la barriga, vulgarmente liamada adomen y sirven pa rellenar las piernas y cual su nombre lo endica, pa caminar y correr, así como los guesos de las caderas sirven cual su nombre lo endica pa bailar rocanroll.
Las piernas rematan en los pieses, el pie costa del tarso, el metatarso y los dedos de los cuales el mayor es el dedo gordo, que posee un juanete y una unia encarnada.
Algunos órganos poseen dobles esqueletos, como ser el antebrazo, que a su vez tiene el cubito y la radio, y la antepierna, que tambien tiene dos: la tibia y el peroné. En cambio otros órganos no poseen ningún esqueleto en su interior, como ser la lengua, por lo cual es liamada “la sin gueso”.
Y al propósito, dejando de darle a la sin gueso, corto aquí mi disertación, chas gracias y hasta la prosima, si dios quiere y los da salu.



PÁGINA 27 – CUENTO

CRISTINA VILLANUEVA
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

ESTA LENGUA ES MÍA

Me la donaron. Nací en su mar .Me incubaron de horror, de asco, de pasión, de placer, de risa, sus palabras.
También me la gané, desagregando de todos  los textos y las charlas,  las que quedaron en mi y me representan.
Ahora, estoy en los zapatos de mi lengua como si fuera a bailar un tango que está por comenzar.
Estoy  con los compañeros del alma de mi lengua diciendo en voz alta un discurso de justicia, de verdad.
Abriéndome a la ternura de la palabra quechua que nombra a mi nieta, una brisa que junta.
Los sonidos del italiano, del iddish, del galego, del árabe, resplandecen, suenan y se abren.
Acá  tan chiquita para tanta historia, una mujer saborea en su boca, con su lengua, el lenguaje sin el que no sentiría lo que siente, ni pensaría lo que piensa.
 Su cuerpo no sería el que es, sin sus  palabras propias,  las de su   placer, las de su   dolor,  las de su rabia. Emociones.
  Es su lengua, la arrancó a mordiscos para decir su verdad frente a las versiones de los poderes. A veces suplicó una palabra  de rodillas para expresar lo inefable.
Su lengua cobija al silencio como a un amigo  que empuja  lo que dirá mañana
  A todos los que leyó y escuchó y a los que escucharon y leyeron esos que ella leyó y escuchó, cadena infinita, como una síntesis , un resplandor besado en la boca, gracias



PÁGINA 28 – CUENTO

LEO CASTILLO
(Costa Caribe-Colombia)

VISITACIONES ONÍRICAS.
Sueños con Borges

II

Borges está sentado ante mí, en una mecedora de madera pintada de verde. No advierto la posición de sus manos. Mira casi directamente a mis ojos. Quizá haya alguien más en la escena -un espacio amplio, acaso sin piso, ¿un patio?-, pero la "presencia" de esta tercera persona es apenas tácita, nunca visible. No se mece, Borges, y yo no sé en qué clase de mueble me encuentro sentado, pero nuestras cabezas están al mismo nivel; acaso estoy en cuclillas simplemente, dado que es indudable que me mira como tengo dicho, sin tener que levantar la cabeza, ni siquiera dirigir hacia arriba su mirada azul. Intento, procurando no perder un solo detalle de su persona ni de sus palabras, sentarme en una mecedora, a su diestra. Hay una cortina y quizá alguna prenda puesta de cualquier modo, en desorden, un bulto, en mi mecedera. Levanto como un rollo esto y advierto que el otro extremo de la cortina está atascado entre las traviesas de la mecedora de Borges. Asumo que la cortina lo incomodará o, en todo caso, pudiera distraer un instante la charla, que no se ha interrumpido en ningún momento, más de ella sólo recuerdo que Borges, sabiéndome colombiano, cosa que no dije, menciona el nombre de Andrés Caicedo. Encuentro insignificante esta referencia, sin embargo empiezo a pensar en un autor francés judío que sé que Borges admira -lo sé en la vigilia, no en el sueño. En el sueño sólo deseo asociarlo al autor colombiano en razón más bien de su breve vida y, mejor, de su precocidad, empero más bien tratando de exaltar mediante la comparación, por complacer a Borges, al colombiano. Mientras pienso en este nombre, Borges sigue hablándome, y ya no parece haber tiempo o ser oportuno, o mejor, se ha impuesto un nuevo apunte al parecer de mayor entidad en mi mente. Los ojos de Borges son hermosos, y lo miro a él muy de cerca. Es más joven que en mis otros sueños.  Tengo la sensación de que me está mirando -siempre estimé que su ceguera no fue jamás perfecta, que él mismo la exageraba, asimilándose a Milton, a Homero, con ello. Lo que digo a Borges -y siento una bella vibración emotiva entre ambos, que la veo en su mirada cerúlea-, viene a ser:
   ──Uno de los más bellos títulos de la literatura en lengua castellana es Luna de enfrente.
   En diciéndolo siento, primero, que debí decir no "uno de los más bellos", sino "el más bello" de la lengua castellana; luego siento que debí haber ido más allá: uno de los más bellos de la literatura universal.
   En estas vuelvo a pensar en el nombre del escritor francés de origen judío, y lo recuerdo de inmediato: Marcel Schwob, pero ya no lo digo a Borges y me despierto en mi cuarto del barrio Boston, en Barranquilla, Colombia, con el nombre de Schwob en mi mente, musitándolo apenas mis labios. Son las dos en punto de la tarde.
(14- 05- 015.)



PÁGINA 29– POESÍA EUROPEA

GABRIEL IMPAGLIONE
(Cerdeña-Sicilia-Italia)

HAY QUE MORIRSE DE PÁJAROS

Hay que morirse de pájaros
de estallido de lirios y crepúsculo,
de risa y canto a manos llenas
y dejarle la gravedad de los bolsillos
a los recaudadores de impuestos,
cederle el paso a los urgentes
trujamanes del alboroto a sueldo.
Empecinarse en la esperanza
de brazos abiertos en la calle,
banquete de marcha ingobernable.
Hay que andar que andando
se llega finalmente.
Los habitantes del rumbo
reparten la alegría como el agua.
Hay que desmorirse de posibles
hasta nacerse de nuevo, refundar
la tierra en nombre de los hijos.
Urge construir la verdadera
la definitiva
casa de las fraternidades.

MAHMUD DARWISH

(Acre-Palestina)

 

EL ROSTRO DE MI ABUELO


¿De qué tumba me vienes,
ay, rostro de mi abuelo?
¡Profeta que no supo de sonrisas!
¡Vestido con el sayo
color de sangre vieja sobre roca,
y con el manto verde!

¡Ay, rostro de mi abuelo!
¡Profeta que no supo de sonrisas!
¡Ay, tristeza de un campo que transporta
escombros, aceitunas y vientos derrumbados!
¿De qué tumba me vienes,
para forjarme estatua de veneno?
La fe es mucho más grande.
No he vendido ni un palmo.
Ni me humillé a la fuerza.
Aunque cantaron y bailaron sobre tu tumba.

¡Duérmete!...
Porque yo estoy despierto.
Despierto estoy.
¡Despierto hasta la muerte!

SIGURÐUR PÁLSSON
(Islandia, 1948)

MI CASA

No le falta casi nada
a mi casa
casi nada
Le falta la chimenea
A eso te acostumbras
Le faltan las paredes
y los cuadros de las paredes
¡Qué le vamos a hacer!
No le falta mucho
a mi casa
Le falta la chimenea
Así no echa humo mientras tanto
Le faltan las paredes
y las ventanas
y las puertas
Pero es cómoda mi casa
Por favor
Sentaos
No tengáis miedo
Tomaremos algo
partiremos el pan probaremos el vino
encenderemos la chimenea
Miraremos
no, admiraremos los cuadros
de las paredes
Por favor
entrad por la puerta
o por las ventanas
o si no por las paredes
(Traducción: José Antonio Fernández Romero)

UMAR TIMOL
(Islas Mauricio)

SANGRE

Eres bella. Y estoy loco.
Cuerpo de piedra. Cuerpo de sol. Cuerpo solo. Lechosidad del verano. Caída salvaje por el escote. Eres mi carne de marfil. Estrella negra. Mi provincia de obsceno deseo. Me sellas en paredes bajo la cúpula de las lamentaciones. Mi permitida suculencia. Mi amante. Mi capricho de los sentidos. Mi tiránico ser luna. Mi princesa poseída. Mi filigrana de sudor, mi ídolo envuelto en seda. Y espinas.
Obra de fuego y sangre. Tus labios que encierran, casan y tachan mi piel. Sécame. Soy un desierto. Azótame. Soy un esclavo. Hazme tu vasallo. Soy tu objeto. Tu baratija. Subo en pliegues hasta tu cuello. Abro los secretos de tu vientre. Tus dunas celestes. Tu vello, un ramillete de llamas. Tus ojos, un huracán de arena. Corto tu lengua hinchada y sacio mi sed. Es una oblea sagrada para esa infiel, mi boca. Un cáliz para mi boca herética.
Renuncio a todo deber. Razón. Soy un adorador en lugares de exceso. Soy un mendigo en el umbral de tu taberna. Sacio mi sed alucinando en tus manantiales. Con opio y vino. Huelo tus opiáceas fragancias. Muerdo tus embriagantes incisiones y grietas.
Soy el harapiento que lava tus pies con besos. Quiero beber. Y volver a beber. Y beber. Y luego disolverme, chupado por pequeñas células de embriaguez.
Soy amante del amor. El de la lana. El que está en ropa de barro y suciedad.
El que se postra a través de tu cuerpo. Soy el lugar de veneración. El lugar de oración.
El que a la primera luz de tu velo recita los silencios de tus ojos. El que recolecta trenzas de sangre en tu mausoleo.
Y tú eres mi libro sagrado. Mi poema.
Y yo, un poeta loco mendigando el significado de tu verbo. Y yo, un poeta loco hurtando palabras.
Poeta loco embolsillando sus gestos de obediencia. Poeta loco que declara un lenguaje transmutado.
Palabras de encantamiento para celebrar y crearte. Palabras más allá de palabras para amarte.
Y tú, mi fértil, mi indecorosa. La que me purga de mi cansancio. Que mengua mis defectos y resentimientos. Que reúne éxtasis y dolor.
Y tu néctar impregna mis sueños más imperturbables. Tu néctar satura mis contriciones nocturnas.
Eres una fiesta que concluyo, una celebración que corrompe.
Y saboreo tu garganta blanca. Respiro tus aromas de especias, decanto tus gotas hinchadas de savia.
Y tú, mi vanidad. Mi lujuriosa. Mi virgen desvergonzada.
Entrecruzas mares vengativos, calles fétidas. Entrecruzas mi carcasa codiciosa y mis delicias aterrorizadas. Mientras mi saliva mancilla tus labios todavía. Mientras licores de gozo se secan en hilos cosiendo tu piel agrietada.
Eres mujer y la hambrienta oscuridad arruga las tumbas. Eres mujer y el cielo exuda escamas de piedra.
Eres mujer y el océano se seca hasta el desierto y la tierra se descalcifica. Eres mujer y los animales tiritan signos apocalípticos.
Y eres bella. Mi gacela opalina. Agua que llueve entre mis pestañas. Suspiros que acarician mis sueños hasta el terciopelo. Azafrán para ungir la superficie de mis cicatrices.
Y eres bella. Mi suave. Mi tierna. Tu rostro, aurora brillante. Nebulosa azul. Collar de polvo de estrellas. Collar de promesas sin fin.
Y eres bella. Mi tesoro escondido. Ola de diamantes. Trenzas de perlas. Lienzo de rubíes. Soy el orfebre de tus encantos. De tu ocio.
Y eres bella. Mujer-isla. Isla-mujer. Revoco mis otras partes, tomo juramento de habitante de mi isla. Soy un faro construido en tu ombligo. Enciendo los cánticos de tu exuberancia.
Y quiero aún por muchos años gatear como un animal a través de tu mortaja. Y remendarla con mi sangre. Y dormirme mezclado con mi refugio - con tu cuerpo sin sangre.
Y oscurezco mis ojos con las cenizas de mi luna negra. Y niego los distorsionados dramas frívolos de lo fugaz. Y mi carne de sujeto cegado se entrega a las obsesiones y a los prejuicios de tu culto.
Y soy un cuerpo-instrumento. Un cuerpo-tambor. Un cuerpo-ravane.
Y me das ritmo en los surcos de tus labios. Y me escindes sobre tu crucifijo.
Y eres un espejo.
Y acentúas la migración de las estrellas. Y coronas soles en la nieve.
Eres un espejo. Chupas el carmesí de los venenosos rojos del mal.
Eres un espejo. Profundo en tu cristal me desarraigo para ser tú.
Eres un espejo. Y te rompo.
Tus fracturas acuchillan mis venas. Mucho después de yo haber muerto mi sangre recogerá tu aliento sobre las explanadas de la locura.
Y soy polvo rodeando un nicho al blanco vivo.
El corazón del mundo.
Y corté las cabezas de aquellos fieles e impíos que se revuelcan a tus pies pero no pueden desenterrar las alquimias del amor.
Y voy a la deriva en mi frágil barca con las almas de los desterrados y los débiles.
Y le doy de comer al tullido. Canto de infamia con leprosos. Y mi cuerpo es un refugio para el perro sarnoso. Mi cuerpo, armadura para el vagabundo. Mi cuerpo, pozo para el llanto de la mujer caída.
Y en lugar de su morada, que es mi morada, converso con los locos.
Y nuestros labios ensangrentados danzan palabras inspiradas recitando versos del libro del amor.
Y eres bella. Mi hada negra. Mi herida negra. Y quiero agotar pupilas negras excavando verbos dentro de mi piel. Y cincelar un sueño de ébano. Pelar la corteza de este sueño de ébano.
Extraigo su esencia y desenredo todos tus extraños excesos.
Y canto tu nombre mientras la nada me engulle, invoco tu nombre cuando la guerra arroja cuerpos de niños muertos.
E imploro tu nombre cuando mis lágrimas se borran y ya no quiero ni puedo llorar.
Y espero.
Por la savia negra que corre como nervios entre tu carne redondeada. Por la savia negra que entinta tu cabello.
Y espero.
Por la savia negra que puebla tu piel. Por la savia negra que hincha tu rabia.
Deja que se entierre en mí, empálame. Deja que me abandone como forraje a la muchedumbre rencorosa de payasos.
Porque soy nada.
Y quiero morir.
Y espero destellos que predicen mi sacrificio.
Amigos míos, afilen sus sables.
Porque no reconozco ni vida ni muerte.
Porque morir es renacer en ti. Es ser tú.
Y eres bella. La más bella.
Y viajo más allá de los límites del tiempo.
Soy el amante de todos tus lugares. ¿Dónde has estado y dónde estarás?
Soy un padre y te he conjurado en mi imaginación. Soy una madre y te he dado forma. Soy tu primera sonrisa y tu primer trago de leche.
Soy las extensiones de tierra que has pisado. Y los cielos que has abandonado. Soy tus manos desplegadas en la hora de la oración. Y tus manos anudadas en la hora del dolor.
Soy los mares hinchados que has acariciado. Y los tumultos furiosos que has calmado.
Soy las letras que cincelan tu nombre. Y el libro sagrado que contiene el secreto de nuestras conjugaciones.
Soy las manos que mecerán tu último aliento. Y las manos que te acariciarán hasta dormir entre tu tumba.
Y te amo.
Y un solo átomo de tu amor puede satisfacer mi hambre. Y hacerme resplandecer.
Un solo átomo de tu amor amputa toda mi fealdad. Y me purga de mi podredumbre.
Un solo átomo de tu amor y me olvido de mí mismo.
Y pienso sólo en ti.
Un solo átomo de tu amor y soy beatificado. Soy el elegido.
Y te amo.
Y estás en todas las cosas.
Eres el sol desatando las ligaduras de la oscuridad. El sol que lanza su resplandor escarlata a través de la indolencia de los océanos.
Eres las lágrimas que brotan por las costuras del alba.
Las lágrimas que celebran secesiones del anochecer. Las lágrimas que arrasan cabalgatas de lunas.
Y estás en todas las cosas.
Eres las almas bajo asalto. Y los monstruos que nos atacan.
Y las hachas que preservan nuestras miradas.
Eres los vagabundos del amor mientras tendemos nuestros odios irreparables.
Eres la última nieve que permanece y las ráfagas de fuego que tamizan las cenizas de mis noches.
Y te amo.
Y soy un hombre solo postrado en el desierto.
Y ayuno.
Y apedreo espectros que vienen de otros lugares.
Y ayuno.
Mi cuerpo cercado es una herida, una grieta.
Una piel vacía y una morada para tus maravillas.
Tú.
Y eres bella.
Y veo infierno y cielo entrelazados en tus ojos de ámbar y en tu cuerpo lechoso.
Y no deseo misericordia ni condenación, sino tu amor.
Tu amor solo.
Y te amo.
Exilo mi propio corazón para ser tu corazón.
Me arranco de mí mismo para vivir en ti.
Concédeme la extinción.
(Traducción de León Blanco con la colaboración de G. Leogena)

BLANCA ANDREU
(España, 1959)

Dame la noche que no intercede, la noche migratoria con cifras de cigüeña,
con la grulla celeste y su alamar guerrero,
palafrén de la ola oscuridad.
Dame tu parentesco con una sombra de oro, dame el mármol y su perfil
leve y ciervo,
como de estrofa antigua.
Dame mis manos degolladas por la noche que no intercede,
palafrén de las más altas mareas,
mis manos degolladas entre los altos cepos y las llamas lunares,
mis manos migratorias por el cielo de agosto.
Dame mis manos degolladas por el antiguo oficio de la infancia,
mis manos que sajaron el cuello de la noche,
el destello del sueño con metáforas verdes,
el vino blasonado que se quedó dormido.
Amor de los incendios y de la perfección, amor entre la gracia y el crimen,
como medio cristal y media viña blanca,
como vena furtiva de paloma:
sangre de ciervo antiguo que perfume
las cerraduras de la muerte.



PAGINA 30 – ENSAYO

UMBERTO ECO
(Alessandría-Piamonte)

LA MEMORIA VEGETAL

No es imposible, por lo tanto, que los dos se hayan visto alguna vez. Puede que para confirmarlo tenga que consultar una biografía de Kant, o de Napoleón, pero una pequeña biografía de Napoleón -que conoció a tanta gente- puede haber pasado por alto el encuentro con Kant, mientras que una biografía de Kant posiblemente registre su encuentro con Napoleón. En pocas palabras: debo revisar los muchos libros de los muchos estantes de mi biblioteca y tomar notas para comparar más adelante todos los datos que recogí. Todo eso me cuesta un doloroso esfuerzo físico. Con el hipertexto, sin embargo, puedo navegar a través de toda la red-enciclopedia. Y puedo hacer mi trabajo en unos pocos segundos o minutos. Los hipertextos volverán obsoletos, ciertamente, las enciclopedias y los manuales. Ayer nomás era posible tener una enciclopedia entera en CD-ROM; hoy es posible disponer de ella en línea, con la ventaja de que esto permite la remisión y la recuperación no lineal de la información. Todos los discos compactos, más la computadora, ocuparán un quinto del espacio ocupado por una enciclopedia impresa. Un CD-ROM es más fácil de transportar que una enciclopedia impresa y es más fácil de poner al día. En un futuro cercano, los estantes que las enciclopedias ocupan en mi casa -así como los metros y metros que ocupan en las bibliotecas públicas- podrán quedar libres, y no habría mayores razones para protestar. Recordemos que para muchos, una enciclopedia multivolumen es un sueño imposible, y no solamente por el costo de los volúmenes sino por el costo de las paredes en las que esos volúmenes deben instalarse.
Sin embargo, ¿puede un disco hipertextual o la Web reemplazar a los libros que están hechos para ser leídos? Una vez más, tenemos que definir si la pregunta alude a los libros como objetos físicos o virtuales. Una vez más, déjenme considerar primero el problema físico. Buenas noticias: los libros seguirán siendo imprescindibles, no solamente para la literatura sino para cualquier circunstancia en la que se necesite leer cuidadosamente, no sólo para recibir información sino también para especular sobre ella. Leer una pantalla de computadora no es lo mismo que leer un libro. Piensen en el proceso de aprendizaje de un nuevo programa de computación. Generalmente el programa exhibe en la pantalla todas las instrucciones necesarias. Pero los usuarios, por lo general, prefieren leer las instrucciones impresas. Después de haberme pasado doce horas ante la computadora, mis ojos están como dos pelotas de tenis y siento la necesidad de sentarme en mi confortable sillón y leer un diario, o quizás un buen poema. Opino, por lo tanto, que las computadoras están difundiendo una nueva forma de instrucción, pero son incapaces de satisfacer todas aquellas necesidades intelectuales que estimulan. Hasta ahora, los libros siguen encarnando el medio más económico, flexible y fácil de usar para el transporte de información a bajo costo. La comunicación que provee la computadora corre delante de nosotros; los libros van a la par de nosotros, a nuestra misma velocidad. Si naufragamos en una isla desierta, donde no hay posibilidad de conectar una computadora, el libro sigue siendo un instrumento valioso. Aún si tuviéramos una computadora con batería solar, no nos sería fácil leer en la pantalla mientras descansamos en una hamaca. Los libros siguen siendo los mejores compañeros de naufragio. Los libros son de esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados,simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera. Llegados a este punto podemos preguntarnos por la supervivencia de la figura del escritor y de la obra de arte como unidad orgánica. Y simplemente quiero informarles a ustedes que éstas ya se vieron amenazadas en el pasado. El primer ejemplo es el de la comedia del arte italiana, en la que, sobre la base de un "canovaccio" -un resumen de la historia básica-, cada interpretación, según el humor y la imaginación de los actores, era diferente de las demás, de modo que no podemos identificar ninguna pieza de ningún autor individual que corresponda con "Arlequino servidor de dos patrones", y en cambio sólo podemos registrar una serie ininterrumpida de interpretaciones, la mayoría de ellas definitivamente perdidas y cada una de ellas, por cierto, diferente.


SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL



PÁGINA 30 -CUENTO

NORMA SEGADES-MANIAS
(Santa Fe-Argentina)

ESPÍRITUS DEL AGUA

Transponiendo la frontera de lluvia que establece la verticalidad de las cascadas, llegas a sus dominios.
Pero puedes hallarlas en lagunas, torrentes, arroyuelos, manantiales.
Las ondinas son hijas del rocío.
Protegen el linaje desterrado al levante. Lo cobijan debajo de las olas hasta que las tormentas se disipan y el cielo recupera su sosiego.
Si las leyes talladas en la piedra no lo impiden, si las voces no fallan en contrario, acercan a la orilla de la vida los cuerpos desvalidos de los náufragos.
Vigilan que los ríos no se salgan de madre y ahoguen los sembrados y saqueen los sueños de los hombres que viven justo al borde de su furia.
Duermen en las cavernas que excavaron las zarpas de pleamares y menguantes.
Calzan vestidos largos donde imperan los verdes. Y nadie puede verlas. Tan sólo adivinarlas. Adornan sus cabellos con los jacintos de agua que los antiguos llaman aguapé en su idioma de selva enmarañada.
Desde la soledad, desde el silencio, desde las narraciones que atestiguan sus esencias furtivas, se desnudan y cantan. Canciones como salmos o aleluyas. Como himnos de alabanza que cautivan el alma de quienes las intuyen flotando, a la deriva, sobre la extravagancia de los sueños.
¿Las escuchas Morena?
Están llenas de gracia.



PÁGINA 31– POESÍAS

MARIA ELENA WALSH
(1930-2011/Buenos Aires-Argentina)

POESÍAS PARA REIR

Si un Toro, en vez de ser todo de cuero,
es de plumas y vuela muy ligero,
si tiene dos patitas
muy largas y finitas…
basta, ya sé: no es Toro sino Tero.

Si cualquier día vemos una Foca
que junta margaritas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
llamemos al doctor: la Foca es loca.

Si las Víboras fueran elegantes,
si usaran pantalón, galera y guantes
y moñitos de raso,
igual no habría caso:
quedarían tan feas como antes.
Si las Víboras fueran elegantes,
si usaran pantalón, galera y guantes
y moñitos de raso,
igual no habría caso:
quedarían tan feas como antes.
¿Saben qué le sucede a esa Lombriz
que se siente infeliz, muy infeliz?
Pues no le pasa nada,
sólo que está resfriada
y no puede sonarse la nariz.

¿Saben por qué la Garza colorada
sobre una sola pata está apoyada?
Porque le gusta más,
y piensa que, quizás,
si levanta las dos se cae sentada.

Siempre de frac y con zapatos finos,
No parece que fueran argentinos. 
¿Por qué, por qué será
que no usan chiripá
ni poncho ni alpargatas los Pingüinos?

Una Hormiga podrá tener barriga
que a nadie desconcierta ni fatiga.
Lo que a toda la gente
le parece indecente
es tener una Hormiga en la barriga. 



PÁGINA 32 – CUENTO

ELSA HUFSCHMID
(Santa Fe-Argentina)

FANTASÍAS EN EL ASCENSOR

                Me gusta  que el ascensor esté vacio cuando todas las mañanas subo en él y voy a la escuela. Puedo comunicarme con las brujas que habitan allí.
                Son tres, muy chiquitas y simpáticas. Feas y arrugaditas, vestidas de negro y con aludos sombreros, pero bailan y cantan para mí y el viaje de veinte pisos se hace corto y alegre.
                Los vecinos, que suben en otros pisos, están tan apurados, serios y aburridos, que no las ven. Y nunca supe si después, el portero, cuando barre, advierte que los suaves trocitos de flores los dejaron caer las brujas.
                Cuando voy sola hablo con ellas, les cuento que hice en el recreo, como le tiré del pelo a la tonta de mi compañera de aula porque no quiso convidarme con chocolate. Y también les hablo del chico de enfrente que me gusta y que en cualquier momento me va a mirar y seremos novios. Me escuchan divertidas, revoloteando alrededor de mi cabeza y me siento muy bien. Son las únicas que oyen lo que me pasa, son mis confidentes y amigas.
                A mi alrededor, todas las personas mayores, con caras agria, ceño fruncido, sordas y siempre apuradas. Si no fuera por las brujitas, ¿con quién hablaría?
                Quizás algún día el ascensor, cansado y aburrido
 levante vuelo hacia las nubes y con mis amigas, las brujas, viajaremos hacia playas cálidas y amarillas. Pasaremos una semana junto al mar, dejaremos abierta la puerta para que nos visiten las gaviotas, juntaremos caracoles, haremos castillos de arena con muchas ventanitas y nos divertiremos muchísimo.
                Por ahora, nos reunimos cuando voy y vuelvo de la escuela y hacemos proyectos.



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