Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 106– OCTUBRE de 2015– Año IX – Nº 10



Imágenes: ALPHONSE MUCHA (República Checa)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)

DEFENSA DE LA PALABRA

5.

En estas tierras de jóvenes, jóvenes que se multiplican sin cesar y que no encuentran empleo, el tic-tac de la bomba de tiempo obliga a los que mandan a dormir con un solo ojo. Los múltiples métodos de alienación cultural, máquinas de dopar y de castrar, cobran una importancia cada vez mayor. Las fórmulas de esterilización de las conciencias se ensayan con más éxito que los planes de control de la natalidad. La mejor manera de colonizar una conciencia consiste en suprimirla. En este sentido también opera, deliberadamente o no, la importación de una falsa contracultura que encuentra eco creciente en las nuevas generaciones de algunos países latinoamericanos. Los países que no abren a los muchachos opciones de participación política - por la petrificación de sus estructuras o por sus asfixiantes mecanismos de represión - ofrecen los terrenos mejor abonados para la proliferación de una presunta "cultura de protesta", venida de afuera, subproducto de la sociedad del ocio y el despilfarro, que se proyecta hacia todas las clases sociales a partir del anti-convencionalismo postizo de las clases parasitarias. Los hábitos y símbolos de la revuelta juvenil de los años sesenta en Estados Unidos y en Europa, nacidos de una reacción contra la uniformidad del consumo, son ahora objeto de producción en serie. La ropa con diseños psicodélicos se vende al grito de "¡Libérate!"; la música, los posters, los peinados y los vestidos que reproducen los modelos estéticos de la alucinación por las drogas, son  volcados en escala industrial sobre el Tercer Mundo. Junto con los símbolos, coloridos y simpáticos, se ofrece pasajes al limbo a los jóvenes que quieren huir del infierno. Se invita a las nuevas generaciones a abandonar la historia, que duele, para viajar al Nirvana. Al incorporarse a esta "cultura de la droga", ciertos sectores juveniles latinoamericanos realizan la ilusión de reproducir el modo de vida de sus equivalentes metropolitanos. Originada en el inconformismo de grupos marginales de la sociedad industrial alienada, esta falsa contra-cultura nada tiene que ver con nuestras necesidades reales de identidad y destino: brinda aventuras para paralíticos; genera resignación, egoísmo, incomunicación; deja intacta la realidad pero cambia su imagen; promete amor sin dolor y paz sin guerra. Además, al convertir a las sensaciones en artículos de consumo, encaja perfectamente con la "ideología de supermercado" que difunden los medios masivos de comunicación. Si el fetichismo de los autos y las heladeras no resulta suficiente para apagar la angustia y calmar la ansiedad, es posible comprar paz, intensidad y alegría en el supermercado clandestino.



PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

MIRYAM COLOMBOTTO DE SEIA
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)

TAREA

Armar de nuevo
la geometría
de la soledad

coser sus aristas deshilachadas
limar sus contornos astillados
armarla con una esperanza
apta para enfrentar la realidad
- a pesar de la mariposa
empecinada tras la frente -
y ganarle a las sombras

cuando la luz del día
y de la verdad
se van...

¿O será la esperanza una utopía más?

SARA IRENE NADALUTTI
(Santa Fe-Argentina)

EL LADO IZQUIERDO
Vivo entre la metáfora y el paradigma,
en la diéresis etérea del verbo
y la palabra.
Vivo en el lado izquierdo de la vida
que exhala tiempo,
en la ilusión que se me derrama
sobre la Nada misma,
en la desnudez de la hipocresía.
Vivo en el interrogante
como una maldición diaria,
mi mantra,
mi palabra.
En la conciencia que se expande,
siempre
y un poco más,
que conoce de muertes diarias.
Vivo,
en la sombra inexplorada del pensamiento,
que siempre sabe a poco,
que sueña en olas,
en el constante devenir de profundidad.

SERGIO BARTÉS
(Santa Fe-Argentina)

RITUAL

Al llegar la noche
el rocío silencioso
del follaje y la espuma 
se derrama sobre la rosa 
como un grito lento.
Separa sus pétalos 
y recorre ávidamente 
con su lengua nocturna
las regiones blandas
del hábito y el placer.
La rosa se despega de su tallo
y vuela por geografías ocultas:
gaviota transparente 
de consumida fragancia.
Crecen las tinieblas:
golpes de asombro 
en la frente de la noche.
La rosa gime.
El jardín es su alcoba.

ROSA FASOLIS
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

de esas cosas II

en la sinuosa quietud del espacio
palpita sin embargo
el lacerante quehacer de la vida

pálida / secreta / dormida /
la esperanza se entrega
a la paciente tarea de ovillar hilos dispersos
(el telar aún resiste)

recorro el trazo de antiguas y recientes quimeras
más allá -donde sé que está el mar- el adiós
es una boca de sal
siempre abierta
en la que discurro sobre zodíacos intrincados
mi metamorfosis
por senderos de musgo

nada se cuida de mí
nada me teme
mas el miedo percibe un amenazante lodo aluvional
oscuro y terco

en mi trajinado cielo
¿habrá lugar alguno para recibir otros sudores
otros cuerpos?

JESÚS GOICOURÍA

(Santa Fe- Argentina)

Caída en el habitar poético
¿Y si con los pies resquebrajados no pudiera ya caminar?,
¿Por esperanza o necesidad empuñaría unas pocas palabras
para decir: disculpe señor…?
¿Y si, de pronto, la suerte azota con el peso de un árbol muerto
el sol que envuelve la primavera
y en medio de la tierra el viento me deja desnudo?
Como quien recoge las hebras del destino
para formar una historia,
atravieso las puertas del universo poético
y escojo una de las vidas que me confiere
para decirme que:
Has golpeado a la puerta equivocada
quien te conoce
deambula por las calles,
mueve las manos sin saber por qué
bebe vino tibio y
la noche acobija su temblor,
no duerme sin vivir la luna
ni arropar con cadenas la ilusión.
Pero ya sabes, aquí no habita quien buscas,
aquí se duerme por las mañanas
encandilados por el sol
porque el resplandor vulnera
y quiebra la voz que tararea el son del viento,
las entrañas,
la menudencia pidiendo perdón.
Has golpeado la puerta equivocada.
Pero sea quien seas, entra,
alguien que te espera
no pone claves a su rostro
preguntando quién.
Aquí no está quien buscas
aquí me oculto de los pies descalzos
que reflejan lo que soy.
entra,
aquí también me oculto del hambre
intentando olvidar su sabor.
Aquí no está quien buscas,
pero ya sabes,
el amor es una forma de eclipsar el vacío,
por eso la poesía te ha encontrado también hoy.



PÁGINA 3 – CUENTO

ELISA ROSETTI
(Santa Fe-Argentina)

LOS DOS LO DIJERON…

Aquí, los lapachos uno a uno van despertando su rosada frescura y los naranjos revientan de  dulces azahares.
Allá, los árboles estarán apagando poco a poco como en un duelo, sus colores.
En todo el mundo las pantallas muestran  al rojo vivo la muerte y la furia del Mediterráneo  que lleva y trae la espuma blanca y la inocencia hasta la playa.
Ayer fue la “ Niña de Napalm” que mostró al mundo el horror que siembran los poderosos .
Hoy es Aylan Kurdi y el mundo se está preguntando ¿ qué hacemos?
Angela dice:-“ si… no… repartamos”-.
François dice: “seamos responsables”-
Viktor, extendió  el alambre de púas y dijo:”- Jesús, ¡sálvanos!”-
Aquí queremos ser buenos y mostrar nuestra humanidad al mundo por lo que comienza a regir  inmediatamente el “programa siria”. Venid, vivid y multiplicaos.
Allá, el Papa salió de sus cuatro paredes marmoladas y fue hasta la “ vía Balbuino” a comprarse un par de anteojos . ¡Oh! Dijeron en las calles de Roma los romanos. ¿Verá  después en color o en blanco y negro el Santo Padre?
“El mundo fue y será una porquería…”(Discépolo)
Aylan yace en la playa caído para siempre. Hubo un ¡clic! y la imagen capturada  se lanzó para despertar las conciencias y tocar los corazones.
Las redes del mundo informativo mostraron a los cronistas  preocupados en sesiones extraordinarias sin saber qué hacer y preguntándose: ¿es éticamente correcto? ¿ es moral?
¡Hipocresía!
Aylan espera a “todos los hombres de la Tierra” que lleguen hasta él y le digan al oído “¡Quédate hermano”(Vallejo).
Y a mí me lo dicen los lapachos en flor; los azahares dulces y el sol suave que brilla de este lado del Mundo  adonde no llegan los gritos del horror de los padecientes.
Y todo se ve en colores.
 “…en el quinientos seis y en el dos mil también…”
Inmoralidad.   Deshumanización.
4 de setiembre de 2015 la noticia: El Mediterráneo, Aylan y los miles y miles de soles que se apagan día a día.
 “ Y el cadáver ¡ay!...siguió muriendo.”



PÁGINA 4 – ENSAYO

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

TRAMAS

 “Ningún cuerpo es tierra firme”, escribe mi amigo, el poeta Jorge Boccanera. Este verso, limpio como una espada pertenece a su último libro, el mejor de todos, y se llama “Monólogo de un necio”. Los textos que ha escrito mi amigo son impecables, como lo es mi memoria hecha de amaneceres aún no resueltos. Como éste en que escribo en el indeciso claroscuro del alba, cuando la ciudad se recuesta con letargo y pereza sobre su río, que no nos tiene en cuenta.
Pienso que debo tirar pacientemente del  hilo que se asoma incipiente, laxo, como si durmiera bajo aquella frazada de trama basta, gruesa, cuyo origen era seguramente extranjero, la habrían tejido las manos de alguna bisabuela desconocida o tal vez una que sí conocí, breve como una pasa de higo o un ramito tembloroso de ramas secas y que tenía casi cien años y que fue traída por tío Nuncio luego de la Guerra. Se llamaba Dominga y era madre de mi abuela materna, andaba como perdida y perdida estaba en mí, en mi memoria pero ella no estaba perdida y hacía esfuerzos por aprender el idioma de un país desconocido pero generoso. Habría sido ella quien tejía esas frazadas. No lo sé. Ni tengo ya a quien preguntar ahora, me basta con arrebujarme en ese calor que me defendió del frío helado en os tiempos ya lejanos, por no exagerar y llamar remotos. Pero ese hilo descubre otras tramas, que no son de gruesa lana, sino que se entretejen en un relato. Ese relato es tal vez el descubrimiento de una pasión que empezó como un juego, pero que devino en mito y cuando escribo esta palabra llego blandamente al gran piamontés, sí  adivinó lector, y voy a escribir su nombre: Cesare Pavese, un gran escritor, inimitable.
Y mi relato tiene que ver con un paisaje que para muchos no es paisaje, y se trata del escenario abierto que muestra la llanura. Esos grandes espacios abiertos que supieron ocupar las mariposas, las abejas y los pájaros sobre otro verdor, el que conlleva el recuerdo y el que no volverá.
Qué poca cosa y cuánto puede conjurarlo, quiero decir que para eso tenemos la palabra. Con ella hacemos lo que podemos, ya lo dijo Borges, uno no escribe lo que quiere sino lo que le es deparado, entiendo que habla de limitación y no de disponibilidad ni destino, ya que otro poeta, Leónidas Lamborghini aseveró con respecto a la creación: “las intenciones son enormes, los resultados son deformes”.
Buscar esos hilos sueltos, es decir los de la memoria, hacen que la ventura sea posible seguir nuestra ambición que la modestia esconde.
Y si pudiera describir aquellos amaneceres donde las tropillas rompían con sus cascos la escarcha dura sobre los campos, o los potros intentaban saltar los alambrados podía ser un poco más feliz. O poder recuperar esa sombra donde el amanecer era una promesa aún y se enfrenaban los caballos para  atar a los arados, y de sus bocas brotaba un vaho que mojaba sus belfos babeantes y alguno todavía permanecía dormido, como ese niño que salía al patio con un poncho sobre el hombro para ver esa tarea que lo fascinaba, hasta que alguno de los mayores lo introducía en la cocina para que sus narices recibieran el olor maternal del café con leche, esos grandes tazones inolvidables, ya que nunca más supe por qué en las chacras de entonces se usaban esos recipientes con la leche gorda, recién  ordeñada, mezclada  con el café bien caliente, y el pan recién horneado que acompañaba ese desayuno que se quedó solo y firme, imbatible en el principio de los tiempos.
El relato entonces tiene sentido, cuando es capaz de tirar ese hilo perdido en principio, olvidado, pero que un acto casual lo trae al presente con su carga de placer pero también de dolor, porque está irremediablemente escondido hasta que uno tira una hilachita y lo tare al presente.
Pero sabe que nunca será igual, porque la memoria es traicionera e infiel.
Y ya sabemos que para todo hay que pagar un precio y como bien escribe mi amigo Jorge Boccanera:
 “El precio es lo de menos
todo cuesta la vida”



PÁGINA 5 – CUENTO

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

CINCO TESIS SOBRE POESÍA (1ª entrega)

En 1975, Raúl Gustavo Aguirre ofreció una conferencia en la Biblioteca Argentina de Rosario cuyo título fue “Cinco tesis sobre poesía”. Un año después, Francisco Gandolfo le pidió el texto para publicar en su revista el lagrimal trifurca, incluyéndolo  en el número 14, de agosto de 1976, que sería el último. Desde entonces ese ensayo ha permanecido en algunas hemerotecas y en manos de los pocos lectores que conservaran el ejemplar. La mojarra desnuda tuvo acceso a él por gentileza de Juan Carlos Moisés y la generosidad de Marta Aguirre que nos permite publicarlo. No es casual que la obra de Aguirre haya cobrado nueva vigencia y que merezca una atención que nunca debió perder; mencionemos por ejemplo la publicación por parte de la Biblioteca Nacional de los dos tomos facsimilares de poesía buenos aires que Aguirre dirigió entre 1950 y 1960 y la reciente Obra poética que publicara Ediciones del Dock con compilación y prólogo de María Malusardi. Contribuimos así a difundir una parte de la obra oculta durante muchos años de un poeta cardinal.

Segunda tesis: NO EXISTEN LOS POETAS
Si la poesía no existe, tampoco existen los poetas. Quiero decir: si la poesía existe sólo como literatura, en la palabra, en la literatura oral o escrita, solamente existen “hacedores de poemas”. Pero un poema es, o bien cualquier composición que responda a las reglas de cierta retórica más o menos aceptada en un medio dado, o por el contrario, es un acontecimiento existencial realmente importante en la vida de aquel que, en cierto momento favorable, entra en “relación” con él (y aquí la palabra poema tiene un amplio sentido: puede ser, por ejemplo, una canción o una página manuscrita o impresa).
En el primer caso, en el de una composición que responda a ciertas reglas o leyes retóricas prefijadas, es evidente que cualquier persona diestra en el manejo de estas reglas puede, en cuanto se lo proponga o se lo encomiendencomponer un poema. Podría, de esta manera, presentarse en un concurso celebratorio del Descubrimiento de América, o del Centenario de un determinado hecho histórico, o donde se premie el mejor Canto a las Virtudes Cívicas, o lo que fuere. El mecanismo de este proceso es muy simple: un “tema” que servirá de contenido a la composición, y una “forma”, lo más bella posible dentro de los enunciados de una retórica (o a lo sumo, de una estética) preexistente. Y ya tenemos el alfajor fabricado, perdón, compuesto. Sin duda, su autor es un poeta, así como el señor que nos hace fotografías urgentes, tamaño 4 x 4, es un fotógrafo. Y en este sentido, mi tesis -repito- es NO EXISTEN LOS POETAS.
Pero ya me estoy aventurando demasiado en mis negaciones y, para no pecar de ser en exceso pesimista, voy a necesitar de alguna afirmación. Que la haré en mi
Tercera tesis: EXISTEN LOS POEMAS
EXISTEN LOS POEMAS: sin duda, sin duda, sin ninguna duda. Esta afirmación, está claro, no tiene contenido polémico. Muy bien, porque no se trata de ser polémico porque sí y a troche y moche. No obstante, quiero aclarar que no me refiero aquí al poema tal como lo describí hace un momento, como una especie de artefacto fabricado conscientemente y ex profeso según ciertas reglas destinadas a producir determinada emoción. Debo confesar que, aunque parezca fácil afirmar que tal manera de “hacer“ un poema es falsa, literariamente “artificiosa”, una especie de engaño, en suma, hay grandes creadores de poemas que han afirmado lo contrario. Entre ellos, Vladimiro Maiakovsky que, como es sabido, no diferencia un poema de cualquier otro producto industrial; o César Vallejo, quien nos dice, justamente, que un poema es un artefacto destinado a producir emoción. Y también el galés Dylan Thomas, que no sólo habla de “oficio” en uno de sus poemas, sino que en sus cartas y ensayos expone una completa teoría de la “fabricación” del poema.
¿Entonces? Antes de continuar, quisiera intentar una explicación a esta aparente disidencia de estos grandes creadores. Hay, sin duda, en todo trabajo de creación, una parte de habilidad adquirida y de esfuerzo consciente. Pero esta habilidad y este esfuerzo, cuando se produce un auténtico acto de creación, están al servicio de la concreción, en palabras, de algo que los trasciende. Por diversas razones, se confunde este trabajo con la verdadera creación o se lo valoriza más que ella. Es el caso de Maiakovsky, porque me parece quería justificarse del frecuente complejo que asalta al escritor ante los que "hacen": pareciera que un obrero metalúrgico, de cuyas manos sale una gigantesca rueda de locomotora, estuviese creando una realidad de más "peso" (en todo sentido) que el hombre que se limita a hablar, a escribir. Este complejo ha dado lugar a tremendas distorsiones, pero por el momento no puedo ocuparme de él aquí, más que para decir que, en ese especial momento de la historia de su país, Maiakovsky no quería “sentirse menos” que los obreros y experimentó la necesidad de justificar su trabajo escribiendo perogrullesca pero dramáticamente que, aunque un poeta no echa humo por las chimeneas como una fábrica, también "produce". En cuanto a César Vallejo y a Dylan Thomas, creo que no eran conscientes - a fuer de modestos - de que su capacidad de creación excedía en mucho lo que ellos consideraban humilde y simplemente un trabajo de composición. Aquí viene a cuento recordar lo que Henry James recomendaba a los aprendices de narradores. Les decía, más o menos, lo siguiente: “No se preocupe por la forma de lo que va a relatar ni por los procedimientos narrativos. Si bien estos son importantes, lo que debe importarle más que nada es tener una rica experiencia vital. Porque, en suma, la importancia de un escritor reside en la calidad y riqueza de sus experiencias vitales". Yo creo que el gran novelista de "La Bestia en la Jungla” tenía mucha razón. La calidad y riqueza de la experiencia vital de los hombres que he citado excedia largamente su capacidad de trabajo, su “oficio", aunque -sin duda- lo tenían en grado sumo, y este oficio, entonces sí, les era útil, porque facilitaba la comunicación de sus experiencias, la concreción en palabras de ese fenómeno vital que denominamos poema.
En suma, EXISTEN LOS POEMAS, pero entendiendo por tales esas misteriosas constelaciones de palabras (que llegan a nosotros, por ejemplo, en una canción, o en lo que nos habla de otra persona, o en una página impresa) y que producen en nosotros reacciones emocionales,“revelaciones” o deslumbramientos, o como quiera que denominemos esa sensación de haber sido “tocados” por algo que tiene mucho de indecible y que mal podríamos explicar en otras palabras.
Estos son, sí, POEMAS, y su carácter esencial, como vemos, es TENER QUE VER CON NUESTRA VIDA, tener alguna significación para nosotros, aunque, a veces o nunca, sepamos a ciencia cierta en qué consiste claramente esa significación.



PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA

ERNESTINA ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)

X
el ojo de la niña
penetra los tules de la caja de madera
donde duerme la abuela
el ojo de la niña
percibe las formas del sexo de los hombres 
bajo las cremalleras y los botones
el ojo de la niña
a través del ojo de la cerradura 
observa copular a los ángeles
sobre el lecho de su madre
el ojo de la niña mira y ve.

MARTHA OLIVERI
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

AMARGO CÁLIZ

El poeta es apenas una astilla
clavada en el corazón del mundo
un madero que naufragó los siglos
una cruz cuya sangre se ha lavado
y hoy reluce de oropeles
y de liturgias célibes
.
me lo ha dicho Él
el paria, el rey,el gran blasfemo de los dioses de Roma
el lapidado de todos los tiempos
y de todos los mitos
y ha llorado su frente y su corona
junto a mi, casi extinto como runas de un ángel
Él me ha dicho:
"habla de una cruz
y si aún así te preguntan
sólo diles es madera
y una astilla una pequeña astilla"
en el cuerpo del mundo,
en el alma del mundo
y si aun te preguntan sólo diles
es la madera,...la madera ....así lo quiso
.ah y la tristeza de la que todos huyen"
Él primero habló de la tristeza
la tristeza y la cruz
la madera y la astilla.
un llanto entrecortado ,el hálito final
el sueño en luto.
Y un ángel que se muere, ese lento puñal
capaz herir el punto inmaterial del vacío
Y cuando el llanto muere sus lágrimas
abrasan adormecidos los párpados del mundo
y lloran sin saber las esferas celestes.

y entonces qué legado, pregunté y ahora os pregunto
qué pedir a qué rogar
acaso hemos dado bálsamo en su pena
lo hemos puesto a resguardo de si mismo
no hemos negado su séquito de sombras.
Nada de eso hemos hecho
ronroneemos a la sombra de todas las tragedias
como mansos rumiantes.
masticamos los sueños, bostezamos.
pero aún hay quien "clama en el desierto"
Aún hay locos manchegos
forjadores de cielos
y niñas desafiando la corona y la hoguera"
Y un anciano amanecer que no se rinde.
Y si es así ,si hay premura de abrir de punta a punta
este oceánico anhelo del corazón en rejas
no cerremos los templos con acotado rezo
amparemos al dios que no tiene palabra
hemos pedido demasiado, demasiado, oísteis
Hombres de bien, papas,clérigos,lloronas,
y fantoches de la buena voluntad
hemos gozado la sangre derramada
del poeta que ha bebido nuestra muerte.

MARCELO PADILLA
(San Martín-Mendoza-Argentina)

Arquitectura
los cuadros que sostienen la casa
con esos clavos o la venas por donde circula
agua o gas
esas camas no permiten al piso
se caiga
o el frío de la heladera que depende
del frío de lo que dejamos dentro
la ropa que le da sentido a ese hueco con puertas
o los libros que inventaron la biblioteca
el calor es calor antes de la estufa
porque el fuego es anterior
como los paisajes al pintor que pinta
la brecha
entre realidad y fantasía
esa fisura
ese anacronismo fecundo
de las nubes medievales
y sus torres
para otear el dominio
Hay encierro
porque hay encerrados
antes de la física
y los materiales
es arquitectura lo que se piensa y siente 
como una anatomía de huesos infrecuentes
vísceras y músculos
autopsia de ciudades muertas
y no la casa ni el edificio o
las calles
antes 
vestigios invisibles
huellas imaginarias
trazos de copistas
inigualablemente coreanos
y porcelanas
porque antes hubo fuego
y porque hubo fuego
la guerra
el amor y el abrigo
la cueva y el rito
la casa
toda casa
se sostiene por sus cuadros
y por sus clavos.

ABEL ESPIL
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

EL VIVIR EN VERSO
dedicado a Cristina Castello

En las paredes de ladrillo de tu casa,
caminan en silencio las letras.
Amaneciendo, las vas tomando de en, una en una,
teniendo por compañía las lágrimas,
a causa de la despedida.

Ellas, cuidan tu sueño ,
respetan tus noches de amor,
son las mejores amigas
de la vida pasada, presente y futura.

Tus manos suaves y plasmadas de amor,
las vas ---en al amanecer---abrazando de en, una en una,
Estas temblando, no lo quieres,
ellas sufren lo efímero de este amor.
Lo que sabe el viento, la lluvia, el sol,
es que las letras se abrazan en palabras,
caminado por siempre en tu vida presente,
pasado y futuro... un solo grito se oye,
es cuando Cristina Castello, se unió al verso,
con pocas letras, tomadas de las paredes de su casa.

SILVIA LOUSTAU
(Mar del Plata-Buenos Aires-Argentina)

XX

las palabras que solo existen en la mente del universo
no han sido pronunciadas.
cuando las conozca me conoceré a mi misma.
ahora / como un recién nacido/ no hablaré.
sólo descansaré en el amor.
navegaré en la espuma de las nubes.
leeré en el libro de los ríos.
cantaré con las voces de los árboles.
encontraré dioses en mis dedos y en las alas de los pájaros.
danzaré con el ritmo del agua /
olvidaré la tristeza de ser.
crearé mi destino.
dios está en la palma abierta de los hombres.
danzaré para crearme /
sin palabras
como un pequeño dios.



PÁGINA 7 – CUENTO

LOLA MONTERO CUÉ
(Madrid-España) 

EN EL PAÍS DEL FAUNO
«No conocerá ni tu nombre»El laberinto del Fauno
Guillermo del Toro
«Y sus ojos repasando una y otra vez la cara de la niña. ¿Cómo explicárselo?¿Cómo alertarla sobre el peligro que la familia corría?»La Fiesta del Chivo
Mario Vargas Llosa

Nací en el país del Fauno cuando le faltaban ya pocos años para morir. Le llamábamos así porque era difícil llamarlo de otra manera. Difícil afrontar, o siquiera saber, lo que representaba para todos nosotros. No lo identificábamos como miedo. Había sido miedo al comienzo, sí, pero ya no lo sentíamos así cuando yo vine al mundo (si es que el país formaba parte del mundo entonces). Muchos de nosotros ni siquiera habíamos conocido otra cosa. Sin embargo, algo hacía que en cada esquina, debajo de cada puente, en cada casa flotara un olor incesante a macho cabrío que producía la turbadora sensación de que estaba en todas partes, condicionando hasta el más íntimo de todos los actos.
      Imaginarlo como un personaje de leyenda nos ayudaba a tomar distancia, le ponía barreras para que, al menos, no entrara del todo en nuestro espíritu, para guardar un resquicio en lo más íntimo de la libertad primordial que te hace sentirte un ser humano.
Muchos habían tratado de oponerse desde el principio, pero, como todos los faunos, el nuestro había impuesto su dominio con una matanza sangrienta, que otros muchos desde dentro habían alentado en nombre de no sé qué ideologías y principios. Nunca estuvo solo. Le ayudaron también desde fuera, fuerzas poderosas, otros faunos. Quienes lo apoyaron en el país pensando actuar en su propio interés no pudieron imaginar que quedarían también atrapados en el pringoso entramado que, entre todos, fueron urdiendo, algunos con grandes y ostentosas medidas disfrazadas de ostentoso amor a la patria, a la familia, a su dios y a su paz duradera, y otros banalmente, sin darse cuenta, con pequeños gestos. La atracción que ejerció hasta su muerte no fue solo la de la sangre y el miedo.
      Dijo que pacificaría el país, y lo hizo, a su manera. Dijo que traería la prosperidad, no habló del precio. Enterró rápidamente los cientos de miles de cadáveres, como si los estuviera sembrando por todo el territorio, y los cubrió con una capa de falsa justicia y falsa gloria. Y nadie se dio cuenta de que un líquido espeso se expandía por los ríos subterráneos buscando salida, hasta llegar a los bordes del país y anegarlos, dejándolo aislado y perdido en un mar que no figuraba en ningún mapa.
En las escuelas, las páginas de los atlas comenzaron a amarillear y a emborronarse por los bordes. Una especie de carcoma del papel se había convertido en una auténtica plaga. Pero la gente no tuvo más remedio que seguir viviendo como si no pasara nada, y del pavor del comienzo no llegó a quedar más que una sensación incierta de desasosiego perdida en el fondo de cada pecho que, cuando yo nací, ya nadie sabía siquiera identificar.
      Ese fue el País del Fauno que yo conocí. Un país impostadamente feliz, nadando en su propio vacío, donde todos los puntos cardinales eran imaginarios: sus grandes valores, sus héroes y sus villanos, sus himnos y todos sus astros, hechos del plástico que tanto gustaba en aquella época, brillando en un firmamento opaco. Y no es que el Fauno, viejo ya como un carcamal (aunque siempre respaldado por su grey, cuya avaricia los volvía sus marionetas), moviera todos los hilos. En realidad, se movían solos, o los íbamos moviendo todos sin darnos cuenta, como si fuéramos autómatas de un tiovivo gigante que funcionaba desde hacía tanto por su propia inercia.
      Los que seguían luchando contra el régimen, desde el exilio o desde los eriales y los montes desiertos, eran perseguidos como diablos. Mi familia nunca se contó entre ellos. Pero sí entre aquellos otros que resistían como podían en la intimidad de las casas la otra dominación, todavía más pertinaz, alimentada por esa necesidad de olvidar el horror, de acostumbrarse a lo que había, aceptando, incluso, creer que el Fauno nos había librado de la indiferencia del mundo. Ese néctar de la costumbre que prometía la felicidad de la amnesia iba calándote hasta convertirte en poco más que un fantasma, un autómata más de ese tiovivo esperpéntico.
      Había que ser muy fuerte para luchar contra eso. Y era una lucha sin honores ni alaracos, que vivía y moría en ti. Si la perdías, ni siquiera te dabas cuenta. Los que la libraban tenían un código: «no dejes que te atrape el Fauno».
     Para que no les atrapara el Fauno, hablaban su lengua en secreto, ironizaban ante los fatuos y las medidas de gloria, se quedaban en casa en la fiesta nacional, seguían llamando a ciertas calles con sus antiguos nombres y, sobre todo, se empecinaban en no dejarse ganar por la moral del Fauno, no entrar en las redes de influencias, no adoptar la mentalidad superficial y mezquina que se había ido instalando, permeándolo todo.
      Que no te atrapara el Fauno quería decir también, sobre todo entre las mujeres y los niños, que ninguno de sus secuaces tuviera la suerte de caerte encima e imponerte sus caprichos. Cada vez eran más los que se habían acostumbrado al olor a macho cabrío hasta dejar de sentirlo. Les había entrado por la pituitaria como un veneno que había ido quebrando sus cinco sentidos hasta hacerlos incapaces de distinguir entre el bien y sus más bajos instintos.
      El Fauno me atrapó a los nueve años, en un vagón de metro. Y algo extraño me sucedió entonces. En la asfixiante bruma de horror que siguió al encontronazo se me abrió un camino que me llevó muy lejos, a otro país. Un lugar al abrigo incluso de las sensaciones de tu propio cuerpo, completamente aislado, aunque esté solo a cinco palmos del suelo, tan lejos de la realidad que no sientes ni sed, ni hambre (ni siquiera de justicia). Un lugar tan sublime, que ya no quieres volver a poner los pies en la tierra. Me pregunto cuántos de nosotros habitamos aquel paraíso, sin saberlo.
      Desde ese lugar crecí, alimentada por mi madre, que no se dejaba amilanar por mi boca cerrada y me nutría a pequeños sorbos de caldo y papilla. Desde ese lugar vi a algunas personas buenas tenderme la mano, aunque no podían llegar donde yo estaba, ni bucear en las miradas de mis ojos vacíos.
      Nuestro Fauno murió de viejo cuando yo llegaba apenas a la adolescencia, ensimismada aún en mi torre de hielo. Hubo grandes festejos, champán a borbotones, manifestaciones, incluso brotes siniestros de violencia en nombre de la recién conquistada libertad (la resistencia y las circunstancias habían hecho su trabajo de erosión del régimen con ahínco y el país había sido captado de nuevo por los radares extranjeros). La gente recibió la democracia como si fuera la gran dama del mundo de los elfos. Pocos imaginaban que las tramas de intereses volverían a abrir regueros corrompiendo su blancura, encontrarían de nuevo el modo de mover los hilos y se adaptarían rápidamente a los olores de las nuevas rosas y a los colores de las nuevas banderas.
      Sin embargo, todavía hoy, tantos años después, quedan muchos que siguen soñando con el Fauno, y en el silencio de sus círculos, de su casa, de su fuero interno, lo veneran y le hacen sacrificios para que vuelva. Algunos lo ensalzan en las redes sociales. Otros siguen invocándolo, a la luz o en la sombra, en nombre de sus ideologías, como si fuera una cuestión de izquierdas o de derechas, de centro o de periferia, como si los faunos no se comieran las ideas como las ovejas los pastos, arrasando, sin dejar una sola semilla que haga germinar un puñetero árbol.
      Hay quien dice, por el contrario, que en verdad nunca existió, que los faunos no son más que el producto de determinada capa de la atmósfera humana, alucinógena y terriblemente tóxica, que aparece y desaparece cuando soplan ciertos vientos. Solo quienes logran mantenerse a altitud cero o volar a lo que fue mi paraíso logran no envenenarse. Pero lo cierto es que, como digo, todavía hay quienes lo anhelan. No porque sean peores que los demás, sino porque necesitaron más que los demás creer que el hedor del Fauno era el perfume que soñaban. Llegaron a marearse tanto que se alteraron sus sentidos definitivamente. Y todavía siguen comportándose como cuando estaba él.



PÁGINA 8 – ENSAYO

MIRIAM CAIRO
(San Nicolás-Buenos Aires-Argentina)

LA HEROÍNA EN PUNTAS DE PIE

"Los detractores de la poesía/ van a tener que pedirnos perdón en cuclillas/ ha quedado de manifiesto/ que se le puede hacer la pelea a la prosa:/ la cenicienta de las bellas artes/ no tiene nada que envidiar a sus hermanastras
goza de buena salud/ en opinión de justos y pecadores/ señores Fukuyama/
Gombrowicz/ Stendhal/ Platón & Cía./ Ilimitada". Nicanor Parra
Estos versos ponen de manifiesto que la cruzada poética lucha contra varios frentes a la vez: el mercado, las instituciones y también, la propia literatura, si leemos a Gombrowicz, Stendhal y Platón como representantes de esa compañía literaria ilimitada.
En principio, me referiré a Fukuyama, según el orden establecido en el poema, quien nos participa del festín de la neocolonización imperial de occidente en ¿El fin de la historia? y "descarta la importancia de la ideología y la cultura, viendo al hombre como un individuo racional y maximizador del lucro".
Ante esta concepción especulativa del hombre, la pregunta se hace sola: ¿la poesía puede encontrar un espacio para el pensamiento metafórico en una sociedad que tiene como prioridades la racionalidad y el lucro?
"La gente seria", dice Cynthia Ozick en Metáfora y Memoria, "está acostumbrada a sentirse cómoda con su mente. La inspiración es una intrusa, una raptora de la razón". Resulta claro que el discurso poético, con su manera de entrar sesgadamente en el territorio de la realidad, exige en el lector un desprendimiento de los discursos hegemónicos y convencionales, de allí que para Parra, Fukuyama y todo lo que él representa, sea uno de los principales detractores.
Pero en el ámbito de la propia literatura, también se encuentran voces beligerantes. Tal el caso de Wiltold Gombrowicsz, para continuar con el listado de detractores que el antipoeta enuncia en sus versos. Gombrowicsz, en su ensayo "Contra los poetas" cae en una serie de lugares comunes que resultan muy útiles para reflexionar, ya que, por ser comunes, suelen ser reproducidos por muchas otras voces provenientes de los distintos espacios culturales, escolares, editoriales, críticos, académicos.
La primera caída (en el lugar común) tiene que ver con la desazón que a Gombrowicsz le provoca la posibilidad literaria de experimentar con el lenguaje, y, en medio de una especie de maldición lanza su artillería: "A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces." La idea de separar al hombre de su lenguaje es algo que no resulta ajeno a los habitantes de estos suelos, quienes fuimos despojados del habla originaria y a quienes se nos insertó otra por medio de la espada. Que aquello haya ocurrido en el siglo XV, podría resultar en cierto modo, comprensible, pues era el modo en que el hombre se relacionaba con el hombre: a pura devastación y dominio forzado. Aunque en el siglo XXI las cosas no han cambiado demasiado en cuanto a las formas de dominación de los antros imperiales.
Sin embargo, hay otras voces que echan luz sobre la cuestión del lenguaje: el físico inglés, Freeman Dyson, afirma: "Es cierto que una sola lengua sería mejor para los burócratas y los administradores. Pero tanto nuestra historia y prehistoria como las sociedades primitivas contemporáneas parecen demostrar que la plasticidad y diversidad de las lenguas tuvieron un papel muy importante en la evolución humana." Pues, ¿dónde, mejor que en la poesía, la lengua alcanza su máxima plasticidad? El texto de Gombrowicsz, leído en el año 2015, por momentos consigue rasgos caricaturescos que no alcanzan a salvarlo de la insolvencia y menos aún del insulto.
Inferimos que si Parra incluye en el séquito de detractores a Stendhal, es por haber sido uno de los primeros en ostentar el exhibicionismo realista con su propósito dogmatizante y estatutario. El realismo y el naturalismo, avanzan por senderos opuestos a los de la poesía. Estos tienen por propósito quedarse en la superficie del discurso, en la planicie del lenguaje, de tal manera que al lector no se le despierten indeseados interrogantes ni intervenga con su amenazante poiesis. Standhal y su escritura van tras las evidencias, tras las respuestas irrefutables para que el lector sólo acate. En cambio la poesía elige transitar por las zonas oscuras donde reina la incertidumbre, donde la palabra va perdiendo los ropajes y llega desnudamente renovada, transformada, hasta la puerta de nuestro aliento para que respiremos la extrañeza del lenguaje que es mismo y otro.
Por su parte, Platón, el último en ser nombrado por Parra, pero quizás el fundador de la "compañía ilimitada", menospreciaba a los poetas porque consideraba que la poesía inflamaba las pasiones y no era verdadera, ya que las musas se apoderaban del alma del poeta y la obra resultaba producto de una locura divina llamada inspiración. Aunque el gesto platónico pueda parecer demasiado lejano, incluso perimido, "verdad" y "realidad" son dos construcciones que todavía siguen luchando por imponerse por encima de otras verdades y otras realidades, e incluso insisten en inmiscuirse en territorios que no les competen: la literatura, la poesía, en fin, el arte.
Pero, como lo anuncia el antipoeta, en su deliberada debilidad la poesía sigue siendo invencible. No ha habido imperativo neoliberal, ni retórica dogmatizante, ni insulto polaco, ni abalorio griego que haya podido derribarla. Es la heroína en puntas de pie sobre un campo minado de amenazas.



PÁGINA 9 – CUENTO

CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)

“Malditos, atiéndanme que me muero”

De un herido en el hospital Departamentalde Cali, Feria de 1975)

A principios del setenta, a las puertas de nuestra adolescencia tocaron gran parte de los ídolos e ideas políticas de la generación anterior. Todavía escuchábamos a Salvatore Ádamo y a Rafael; nos enamorábamos con Giggliola Cinquieti; íbamos a bailar con la Billos Caracas Boys y Riche Ray. Esta fase, donde se unían dos generaciones, hizo que nos despistáramos cada vez más a medida que crecían nuestros sueños, buscando algo que a todos nos justificara. No poseíamos un país, pues Colombia nos regalaba una imagen entre lo paternal y el terror, sobre todo para quienes sospechábamos que detrás había otras puertas, que conducían a algún cielo.
Nuestros sueños permanecían seducidos por los ídolos de una moda musical que nos amparaba para no morir en una soledad errante: Nicola Di Bari, Doménico Modugno, Matt Monro, Piero, Charles Aznavour; la balada argentina y española y el rock norteamericano se nos imponían, a la vez que los más intelectualizados y politizados de nuestros colegas comenzaban a inspirarse fraternalmente con la música de una izquierda latinoamericana esperanzada en la unidad y liberación de nuestros pueblos.
Junto a la música de los Beatles y de Carlos Santana, también tuvimos la oportunidad de escuchar aquella Joan Baez latinoamericanizada y rebelde; vivimos el surgimiento y la puesta en auge de cantautores que proponían una solidaridad con el colectivo y un amor diferente al lado de nuestra terrible soledad de corazón. Entonces, comenzamos a oír a Mercedes Sosa, Violeta Parra, Soledad Bravo, Víctor Jara; a la melancolía irónica del viejo Atahualpa Yupanqui, a los Ana y Jaime colombianos y a Joan Manuel Serrat que, desde su España, nos enseñaba poetas los cuales en el transcurso de los años leeríamos con pasión y deslumbramiento.
También tuvimos nuestros héroes fílmicos a través de una televisión provincial, que si bien dejaba mucho que desear, nos mostró a un “Rey” Pelé majestuoso y digno de su grandeza en el mundial de México; a un “Cochise” Rodríguez ganando mundiales en Europa; al Víctor Mora, cuatro veces triunfador en San Silvestre; a un Mohammad Alí; a Rodrigo “Rocky” Valdés, y aquel imbatible “Kid” Pambelé, noqueando de alegría nuestros pocos años.
En la década del setenta el Movimiento Estudiantil nos tomó de las manos siendo adolescentes. No pudimos descifrar con realismo aquella situación de justa confrontación y nos motivaba más la emoción y el “sarampión” revolucionario, que una reflexión metódica y crítica sobre el país. Creíamos que estábamos en lo justo, y lo estábamos; pero el procedimiento práctico revolucionario nos flaqueaba, ya que a los quince años, y con deseos de amar, más que en la toma del poder, pensábamos en nuestras grandezas de novios y en las canciones que hablaban de una libertad bucólica y sentimental.
En los gobiernos de Pastrana Borrero (1970-1974) y de López Michelsen (1974-1978), nuestra generación estudiantil vivió un proceso de golpe y contratiempo. Golpes a nuestras más queridas esperanzas. En las manifestaciones estudiantiles, vimos cómo eran pateados, encarcelados, arrastrados por las calles nuestros compañeros, y algunos quedaban moribundos en los andenes.
Por aquella época, todos supimos del asesinato del presidente demócrata Salvador Allende, y sentimos con profundo dolor la muerte de Pablo Neruda; observamos cómo el General Augusto Pinochet se sentaba en la silla presidencial ensangrentada del Palacio de la Moneda, mientras Ho Chi Minh alcanzaba otra victoria en Vietnam, en Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia crecían dictaduras que desaparecían, torturaban, perseguían y asesinaban jóvenes. Era la época del terror en el Cono Sur. Allá “donde nadie te miraba a los ojos porque pensabas que te iba a joder”.
Mas, como paradoja de lo que vivía el país, Helmut Bellingrodt, en 1972, en los juegos olímpicos de Munich, había conseguido para Colombia una medalla de plata en tiro, y ganado en 1974, en Berna, Suiza, el campeonato mundial de tiro al jabalí. Se instauraba de esta forma en Colombia el tiro al blanco como deporte nacional.
Eran los días del “Mandato Claro” del presidente López Michelsen y de la conquista de Marte. Jimmy Carter presidía al gran país del norte; Idi Amín Dada, en la oscura Uganda, cocinaba a sus esposas y se las servía en el buffet a los diplomáticos extranjeros. En Colombia se nos moría de hambre y soledad, a los 67 años, el gran compositor del “año viejo”, “la múcura” está en el suelo y “mi cafetal”, aquel viejo sabio Crescencio Salcedo.
No podía faltar que para la literatura, y para aumentar las antologías poéticas nacionales, escribiera su último poema en la tierra Leo Le Gris, el León de Greiff quien supo jugarse la vida, y que en una carretera colombiana, estallando en trizas, se nos fuera hacia su nada, a los 45 años, el “profeta de la nueva oscuridad” Gonzalo Arango. Bajo el sol de aquel Cali de 1977, el joven escritor Andrés Caicedo, con todos sus sueños derribados y con el grito desesperanzado de ¡viva la música y Riche Ray!, tomaba sus pepas para el viaje a lo definitivo, quizá por aquel destinito fatal que había vivido en Colombia y con el deseo de irse de este planeta en la no plenitud de sus 25 años.
Mientras tanto, la población mundial crecía. Según la ONU se llegaba a los cuatro mil millones de sonámbulos terrestres. “Ah, tener hijos es bueno, ¿qué más se hace?” dijo en su momento un humilde padre de familia de Villarrica, Departamento del Cauca. En las cuatro principales ciudades del Macondo de 1977, según una encuesta realizada por ANIF- Coldatos, 250.000 desempleados solitarios y desesperados vagaban por sus calles y se vivía con un 30% de inflación ascendente.
Estábamos en la época del “existe el diablo, confirma el Vaticano, no es producto de la imaginación”, según un cable de la UPI, publicado en el diario El País de Cali, el 26 de Junio de 1975. Y todos nos movíamos como pollos asados dentro de su infierno.
Años después, una mañana de 1978, mientras el primer bebé probeta, una dulce niña llamada Louise Joy, quien pesó 2 kilos y medio, nacía en Inglaterra, todos nos levantamos en Colombia con el Estatuto de Seguridad, que el Presidente Turbay Ayala decretó, amparado en el eterno Estado de Sitio, en contra de las libertades. Hombres grises rodeaban las casas en la madrugada, allanaban hasta los recuerdos, nos ponían ante un eminente proceso de miedo. La muerte nos parecía que era nuestro patrimonio cultural y la identidad a la cual nos sometíamos. Sentimos que nos estaban volviendo adultos a punto de vejámenes y que la adolescencia pasaba ligera, se quedaba guardada en los armarios, en los cuadernos de colegiales.
No vivimos una adolescencia demasiado dichosa, más bien solitaria. Nuestros barrios sentían el gravamen de una nación en guerra oculta; sin embargo, tuvimos tiempo de bailar y de cantar nuestras baladas, y bailamos y cantamos sobre las cenizas de un país desnacionalizado que se nos aparecía oscuro y extraño a los ojos.
El 22 de Agosto de 1978, supimos que un grupo rebelde llamados los Sandinistas, allá en la Nicaragua antigua, la de Rubén Darío, guiados por el Comandante Edén Pastora, se había tomado el Congreso exigiéndole al Dictador Anastasio Somoza diez millones de dólares y la liberación de ochenta y tres presos políticos que su régimen de terror mantenía en las mazmorras. Nos alegró saber que había una esperanza para América Latina, y desde entonces seguimos los acontecimientos de aquel país como si fuera el nuestro.
Un año después, los muchachos de “patria libre o morir” nos entregaban, a través de Radio Sandino, la noticia de que Anastasio Somoza y su guardia civil huían del país, dejándolo bombardeado, con sus cosechas arrasadas y con un deuda externa jamás registrada en su historia. El nuevo gobierno estaba compuesto por poetas, escritores, sacerdotes, personalidades demócratas, un hecho que constituía una ilusión para el continente. Una nueva imagen de revolución, más pluralista, rica en humanismo y con sacerdotes poetas que nos hacían imaginar una iglesia comprometida con las desgracias de nuestros pueblos. La Teología de la Liberación tomaba cuerpo, hacía realidad su espíritu; la sangre de Cristo se hacía hombre. Sin tardar, asimilamos aquellas ideas y las defendimos como propias.
Eran los finales del setenta y nuestro país sangraba en las ciudades debido a la guerra entre el ejército y una guerrilla urbana que comenzaba a gestarse como algo nuevo en nuestra historia. Un movimiento nacionalista de izquierda hacía actos sensacionalistas y de película en Colombia; se había robado la espada de Bolívar. En los tugurios y en los cinturones de miseria de nuestras ciudades, repartía huevos, pollo, leche y pan; se dejaba escuchar clandestinamente en la televisión a las horas de las telenovelas con mayor audiencia, en los partidos de fútbol y en los noticieros.


En 1980, entre el 27 de Febrero y el 27 de Abril, dicho grupo tomó la Embajada de la República Dominicana y retuvo como rehenes a varios diplomáticos y embajadores del continente, cosa jamás vista en nuestro hemisferio. Nuestras mentes se encargaron de ponerle cuidado a aquel movimiento que surgía como novedad y sensación. Algunos compañeros de generación se unieron a sus filas, de estos muchos murieron años más tarde, otros huyeron del país llevando consigo una mochila de fracasos y nostalgias. Pero lo cierto es que nos tocó padecer la guerra en las ciudades, la sangre corriendo por las calles, las gentes apresuradas ante el disparo. Si las generaciones del cincuenta y del sesenta sintieron la guerra en las montañas colombianas, a nosotros, que tuvimos una infancia casi tranquila, soportamos en la juventud la guerra en las esquinas de nuestros barrios, en la tienda del vecino, en el muchacho de al lado que se había alistado en el ejército y en su amigo que tomaba las armas del bando contrario. Quizás ambos habían jugado fútbol y estudiado la primaria. Vimos cómo éramos un campo de fuego y las ciudades un tiro al blanco permanente. Así comenzaba otra década.




PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

MORIRÉ DE CABALLOS

Moriré de caballos, de pedradas azules,
con la patria en mis ojos y la flor enmohecida de todos los fracasos;
en Vallejo trilceando aguaceros temibles…
Cisneros con sus osos mordiendo catedrales, 
Boccanera y las bestias de todos los hoteles.
Moriré de luciérnagas y el ruido de la lluvia sobre el techo de chapas de la casa en mi pueblo, Salgari, Sandokán, Kanmamuri y los tughs en la jungla más negra de la tierra: 
Joseph Brodsky durmiendo con Donne y los halcones, 
Ungaretti volviendo del mar de las serpientes, 
la muchacha y sus pechos bordados en mi almohada y Nippur de Lagash galopando.
Moriré de Oesterheld, Eternauta del cielo, los gurbos deletreando la voz del universo, 
Francis Ponge y el verso desangrado en la piel memoriosa del cadáver del ángel.
Moriré de Almafuerte, muerto y vociferando, aunque el siglo lo encierre con hordas homicidas, con los valses de Strauss y las zambas del Cuchi ardidas en las siestas del quebracho y las catas, los murales de Orozco, las manos de mi madre, el tapiz memorioso de mi imaginería, Guayasamín, sus lunas de colores en la piel de sus brazos.
Moriré en los ausentes, los que no irán a verme, porque escarbo sus bofes a puñalada limpia,
o irán a mi velorio a saber si estoy muerto, si huelo, si es cierto que en mi cabeza rugen tigres de arena, que emana una vertiente de vinos, y en los ojos titilan sin cesar espejos relucientes;
mi cadáver 
irá como la vida
retozando.

JORGE FALCONE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

DE LA POESÍA COMO RED
PARA CAPTURAR LO IGNOTO

El visitante
nocturno que ronda mi casa
desde aquel estallido de plumas
hurta a menudo el recipiente
en que mi perro se alimenta.
Apelo,
para identificarlo,
a su modestia:
Que admita frente a mi puerta
“Gracias, señor,
pero no merezco un poema”.-

KATO MOLINARI
(Alta Gracia-Córdoba-Argentina)

LAS DACTILÓGRAFAS CABALGAN EN SUS SILLAS

Las dactilógrafas cabalgan en sus sillas
y sus manos resbalan sobre el consabido
"Tenemos el agrado de dirigirnos a usted.

Por las noches cabalgan en sus lechos,
amazonas de espaldas tensas y fugaz redención.


LAURA CHIESA
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

CAMPANAS VIOLETAS

Campanillas florales
que invaden espacios y existencias.
Azules violáceos que enlazan los pastos
y cercan ausencias.
Vida que acapara
creando balcones en las ramas quietas,
de alguna magnolia, alguna glorieta
o una vid ya muerta.
No hay seres que limiten
sus ansias de soles, sus ramas traviesas,
sus flores abiertas.
Hasta los rieles de algún tren tardío
ensayan en sus líneas.
coquetos adornos de azules violetas.
Así se entremezclan
con cualquier silvestre flor de primavera
tratando de unir, a eso que encuentran,
sus campanas libres de azules violetas.
Y teje balcones que ocultan la fiesta
de seres vivientes que, detrás de ellas,
¡ juegan en la siesta !
escondiendo vida, en cada segmento
de azules violetas.
Casi siempre estallan en parcelas mudas,
o en los alambrados que ya no separan,
que ya no se inquietan.
En lugares muertos
a otras vivencias, ellas se declaran
floreros de fiesta con sus expresiones
de azules violetas.
Por eso caminan trepando paredes
o hierro que encuentran,
superando espacios y en esas campanas
-que cubren sus siluetas-
se escuchan tañidos de azules violetas
que acunan las siestas.

SUSANA LAGE
(San Juan-Argentina)

AQUÍ ABAJO

Nunca pude haber sido una astronauta
por problemas congénitos de vértigo,
ni siquiera una alpinista de domingo,
que mis piernas no se adhieren casi a nada.
Perdí también el puesto
de redentor del mundo
por no haber comprendido el catecismo,
y es que no puedo salvar ni la apariencia.
Y no supe ser buena trapecista
(el miedo me ata al mástil y a las redes)
ni entender de asuntos elevados
ni treparme a la alacena de los dulces.
Por eso estoy, en fin,
a ras del suelo
para entenderme con los gatos en las tardes
y dormir tranquila en las banquinas.
Que sólo nos queda el soliloquio
y las siestas de sol
por aquí abajo.



PÁGINA 11 – CUENTO

AMANDA PEDROZO CIBILS
(Asunción – Paraguay)

ATILANA

Ramoní estuvo todos esos días pensativa. Miraba desde su sillón de mimbre a su nieta que cantaba perdida en un sueño repetido, donde se le aparecía el amante nocturno con su olor a monte y misterio destapándola despacito para ir hundiéndose después con fuerza en su cuerpo sin decir una sola palabra. La nieta, Atilana, había cambiado desde entonces. Ella, de tristeza larga, estaba loca de contento.
-Viste cómo se le nota.
-Se le nota a la legua, anda en amores.
El tranco de cabrita nueva de la nieta, los pasos que no se oían al borde de la cama sino más lejos y como afuera bajo los mangos, el olor a sobaco húmedo que quedaba pegado hasta a las paredes de tacuara y barro colorado después de que el amado intruso hurgara bajo el camisón de bombasí rosado de Atilana sin que esta hiciera nada salvo exhalar su olor para juntarlo con el otro aroma desvanecedor, fueron haciendo el milagro de rejuvenecer a la anciana pero sin traerla de vuelta de su carne machucada sin pena ni gloria.
De día no podía dormir: quería apropiarse con los ojos de todo lo que quedara sobre el cuerpo satisfecho de Atilana. A veces le dolían las arrugas cuando con su escasa vista percibía un arañazo en los hombros carnosos de la muchacha o un moretón azulado en el cuello. De noche tampoco podía, porque esperaba con los ojos prendidos en la oscuridad el andar extraño que no podía oír, pero que sentía de golpe en la punta de su ansiedad. Había llegado a comer un poco de tabaco que él, en su silenciosa puntualidad nocturna, dejó tirado al borde del catre.
A Ramoní le sirvió la pequeña sustancia marrón para el día entero. Se la pasó mascando de a puchitos, hasta que tuvo que [22] resignarse a tragarse con la saliva terrosa el último resto de sueño que le quedaba. Después se quedó pensativa en el sillón de mimbre, fraguando la felicidad, el colmo, el desespero amoroso.
Esa noche iba a concretar la locura. Ni pudo tragarse el guiso de pájaros que Atilana preparó saltando: la muchacha venía haciendo de ese modo todas las cosas en los últimos días, desde que empezó a florecer en la humedad de la noche. Así que Ramoní enredó tanto las cosas, inventó las mil y una, y entre vuelta y vuelta de cuentos que iba soltando a la nieta, esta no tuvo voluntad para rechazar un vasito de guaripola (8). A un vasito siguió otro, y finalmente Atilana terminó durmiendo en la cama de su abuela, y esta se tumbó en el catre de la muchacha, envuelta en el camisón rosado de bombasí que olía a una flor y a un cielo cargado de lluvia.
Llegada la medianoche, Ramoní tenía el espíritu dispuesto y el cuerpo venía detrás. Primero en la noche se sintió una alteración de gallinas desde la esquina del tatakua (9). Después, el viento pareció detenerse sobre la puerta y Ramoní sintió con el olfato que él, el amado silencioso, ya estaba allí, que ya la tocaba casi, que ya lo tenía encima, hurgándole el camisón rosado de bombasí con una violencia increíble que la arrojó sobre sí misma y la replegó en su sorpresa y su locura. En el centro mismo de un relámpago, tuvo todas las certezas en un solo instante.
Lo vio, más fuerza que cuerpo, más negro que el más oscuro de los pecados, más húmedo que la respiración del abuelo cuando el asma lo sumía en la demencia. Puro pelos y ojos encendidos, el amado sustraído por una noche, el apenas entrevisto, silbó una sola vez, y la estranguló. Dicen que el Señor de la Noche (10), aquel cuyo nombre en guaraní no debía jamás ser pronunciado, había estado en la casa y que había matado a Ramoní. Atilana, desde el [23] segundo, extravió su pensamiento y corrió a buscarlo para siempre entre los frondosos mangos y la dudosa soledad del tatakua.
-Esa chica delira, arde y tiene la piel fría.
-Que Dios y la Virgen le den su divino amparo. [25]



PÁGINA 12 – ENSAYO

RODOLFO ALONSO

(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

LOS MIL Y UN PESSOA(S)
Nadie podía imaginar en 1888, cuando Fernando António Nogueira Pessoa nació en Lisboa, y tampoco incluso muchas décadas después de su muerte, que su poesía alcanzaría al mismo tiempo la canonización universal y la intimidad de tantos que lo siguen viviendo como un secreto personal.
Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo “descubierto”. O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara a hablarse de él, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa en América latina. Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta”.
Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973), siendo yo tan joven, me ofreció seleccionar y traducir una amplia antología de Pessoa, recuerdo que no sólo fue arduo conseguir sus libros sino también convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba.
Pero lo relevante de esa primicia argentina no se limita a su carácter pionero, sino también a la intensidad con que fue recibida. La aceptación fue tan inmediata que en contado plazo, sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones, anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de persona a persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate en absoluto de un éxito programado, superficial, y de forma tan indeleble que todavía –me consta– aquella edición se conserva como un entrañable compañero, de huella perdurable.
Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, que ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio”.
Pero aún ahora, es del legendario baúl que en Lisboa conserva en hojas sueltas su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa haciendo surgir nuevos “libros” de quien sólo publicó uno en vida: Mensaje. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller predigerido sino aquellos que, como dijo alguna vez Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías marginales.
Pessoa no sólo concretó lo que el genial adolescente Rimbaud (1854-1891) había intuido: “Porque YO es otro”. También nos dejó no pocos enigmas contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido signifique al mismo tiempo “Persona” y “Hombre” en portugués ya sería premonitorio pero, además, su etimología nace en “Máscara”, mientras que en francés se aplica también a “Nadie”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos, que nos siguen hablando a la vez de él y de nosotros. Porque el arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino apuesta desmedida. Como él mismo sostuvo: “la literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.
Susan Sontag afirmó: “El gusto es el contexto y el contexto ha cambiado”. Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y valorada. Pero hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad del espectáculo destruye con bárbara inocencia el sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura.
No creo que sea posible con Pessoa. A pesar de encontrarse traducido casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado. Algo secreto seguirá siempre vigente en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué puede hacer la sociedad de consumo con alguien capaz de expresarse con la ferocidad que sigue? “Si escribir –en el sentido de escribir para decir algo– es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de futilidad perversa.”
Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde viene? ¿Para qué sirve?” Lo cual prueba que ambos fueron y son auténticos escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos.



PÁGINA 13 – CUENTO

CRISTINA VILLANUEVA
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

LA  DE LA BOHARDILLA

Entre una de mi y la otra,  la extraña, la que no se coaguló en eso que me nombra. Entre yo y yo las ruinas de la certeza. Entre yo y yo, miro por la ventana de mi casa de la infancia una calle tranquila. Las señoras buenas con cara de malas. Las malas sonríen desde la enredadera por la que se suben a los  sueños. Unos hombres hermosos llegados de la guerra lejana, de un país que ya no existe. La barrera de la lengua o alguna  otra pone en  la escena algo de lo prohibido. Cerca, una fábrica de chocolate, no  una niña que come chocolates, el  lugar donde nacen los chocolates. Esa cierta desmesura que guarda lo contenido. La calle, las veredas limpiadas con la fuerza de un verdugo que decapita al  erotismo. Hay vecinas que hablan de las otras, con la escoba y la lengua como armas.
Entre yo y yo, veo en la ventana una de mi. La imagen  se desgana, se deshace, aparece la protagonista de un cuento que todavía no leí,  que me arrastra al Danubio .
Una en Pest la otra en Buda
Una en la vereda, la otra  mira desde su alta buhardilla-cárcel
En la calle hay vida, vendedores, romances, juegos.
Por suerte la ventana se inclina a la vida, sin cables. Ningún botón podrá oscurecer la grieta en la cabeza ventana. Los golpes dejan sangre, pelos, abren fisuras en el muro. Por los libros se escapa la escritura. La grieta  se abre, en la herida de lo establecido,  un brillo resplandece.
Entre yo y yo, la palabra



PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

TERESA LEONARDI HERRÁN
(Salta-Argentina)

MUJER DIBUJANDO LOS PAÍSES POR VENIR

Ha roto con el árbol genealógico.
Al señor con galera que vivía en su memoria derecha
Lo envenenó esta madrugada.
A la abuela con bucles
que en la foto se esconde detrás de un abanico
la encerró en el sótano.
Al tío que distinguía con su nariz enorme
quienes eran bastardos en familias ilustres
lo ha izado hasta las nubes para que no regrese.
En el invierno alimenta la estufa
con las hojas del Derecho Romano.
Aplaude los desastres bursátiles
y confía en los terremotos futuros.
¿Cuál dueño de los establos de occidente
podrá darle caza
a la jineta que cabalga furiosa
dibujando el mapa de los países por venir?

ROGELIO RAMOS SIGNES
(San Juan-Argentina)

SIEMPRE CON ELLAS

Entre Leda y el cisne, me quedo con Leda.
Entre Desdémona y Otelo, me quedo con Desdémona.
Con Isolda antes que con Tristán,
con Eurídice antes que con Orfeo.
Entre Venus y Marte, me quedo con Venus,
con doña Inés antes que con don Juan,
con Julieta antes que con Romeo,
con Eva antes que con Adán.
Siempre con ellas. No voy a cambiar de bandería
a esta altura de mi vida. ¡No, señor!
Eso sí, haré una excepción con don Quijote,
sólo porque Dulcinea nació de su cabeza
y no de su costilla.

LAURA YASAN
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

deje su mensaje después de la señal (toma dos)

si en el lugar de la belleza
nace una geografía inconsistente
un médano que el viento
mueve en la indiferencia de las horas
si el yo se suelta en esa arena
y ensuciara lo íntimo su percepción confusa de lo externo
si toda evocación fuera un exilio
del yo como una patria
si en la enajenación
la vida sucediera en la memoria
y la memoria actuara como un dique
si sólo el deterioro
despertara en el cuerpo una leve inquietud
un recibo apremiante
si el sentido obedece en la carencia a cierta voluntad
y ceder al vacío fuera tan natural
como si desprendiera
el yo de mí
en la boca de un hombre

LILIANA ANCALAO
(Comodoro Rivadavia-Chubut-Argentina)

LAS MUJERES Y LA LLUVIA

(de mujeres a la intemperie)
cuando niñas vamos sueltas por el patio
y el sol nos persigue de a caballo
pero la luna implacable nos va dejando sus mareas
hasta que nos desvela
y esa noche encontramos
un cántaro
en lugar de la cintura

aprendices de machi las mujeres
nacemos así al rocío
listas para mirar los barcos que se pierden
descalzas a la neblina antes de que amanezca
nervaduras de lluvia nuestras manos
levantadas al cielo

te salpicará el amor
parirás sin amarras
y recibirás con ojos arrasados
la visita intermitente de la risa
permanecerá la llovizna en tu vientre
porque no te atreverás a ser la madre
de todos los desamparos
que andan por la calle

caudal desubicado te desarmará
en pájaros que no saben hablar
a borbotones no podrás decir
lo que quisieras
mejor dejarlo que se derrame despacio
decir
permiso tengo lluvia y alejarse
a una altura al mar al cielo
hasta que vuelvan a apretarse los musgos
en las profundidades

yo conozco mujeres que nunca se alejan
le abren la compuerta a sus gorriones
y lloran
enjuagan el trapo mojado lo estrujan
limpian con él la tabla
pican cebollas
igual hacen las camas
barren la casa peinan a los chicos
igual lavan
dónde aprendieron
hay otras que se pasan la vida domesticando
a sus pájaros
porque no quieren que irrumpan sin aviso
y los beba el enemigo
guardan su sangre su ausencia quietos en el fondo
y apuntan con palabras nítidas de cuarzo
que van a dar al blanco

yo a las palabras las pienso
y las rescato del moho que me enturbia
cada vez puedo salvar menos
y las protejo
son la leña prendida de atahualpa
que quisiera entregar a esas mujeres
las derramadas las que atajan sus pájaros

una vez en febrero yo estaba ahí
en el campo
y se llovía todo
parecía la furia de cai cai sobre nosotros
el agua estaba helada
las ancianas prosiguieron el ritual
y tuve que quedarme
hasta cuándo aguantaremos
pará la lluvia dios es demasiada
no la bebe la tierra se atraganta
y somos casi nada
trazos de tiza borrados por el agua

después de unos siglos el sol abrió las nubes
la voz gastada de meridiana epulef
levantó el taill del cauelo

pensé que dios podía ser ese arco iris
o los caballos en fila
moro zaino pangaré tostado bayo
saludando al horizonte despejado
huele tan bien la tierra después del aguacero

AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)

DESVELAR

“Todo número es cero ante el infinito”
Víctor Hugo

Tengo un número tatuado en mi frente.
Un código de barras en mi espalda.
Me horroriza mi ingenuidad.
Mi  inocencia Mí obcecada tendencia a ser ilusa.
A ser más cándida que una infanta dormida.

Que hago yo, me pregunto, con  este muro en blanco.
Con mi pupila ciega y mi mano dormida.
Tantas, tantas peleas con molinos de viento.
Tonta necesidad de reconstruir historias.

Un mundo de cosas me rodean.      
El otro es no, nulo, inexistente, también yo.
Pozos en la memoria.
Resistir la tentación de levantar los velos.
De raspar mi frente y mi espalda contra el muro.
Teñirlo en sangre.
Teñir el muro hasta el infinito.
Solo un número hueco, solo, vacío.
Luego, partir.
Conjugar los verbos.
Desmurar. Desmorir. Desvelar.



PÁGINA 16 –  ENSAYO

EDUARDO DALTER
(Vélez Sarsfield-Buenos Aires-Argentina)

POESÍA ARGENTINA
EL OSADO ESTABLISHMENT PORTEÑO

El tema polémico central que estuvo circulando en torno de la delegación cultural argentina, invitada de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no fue otro que la olímpica ausencia de escritores y poetas de las provincias (salvo esos pocos que siempre están firmes ahí). Ciertamente, se trató de una delegación numerosa, que sufrió desde el vamos de una porteñitis severa, como pudo observarse en los listados. Polémica, por otra parte, que ya tuvo su versión en el Salon du Livre de París en marzo último, aunque de modo ampliado o diverso, en torno de convocados y de excluidos.

Naturalmente, es difícil si no imposible contentar a todos; aunque en verdad no se trata de eso, sino de algo por demás corriente en las actividades literarias, también poéticas, que incumben a lo nacional y que tienen lugar en Buenos Aires. En verdad, la mirada porteña, o, para ser más precisos, la mirada del establishment cultural porteño, poco entiende del país y de la geografía cultural diversa del país, y poco le ha interesado, con las omisiones y pozos que fueren en cada caso. Al respecto, la tan increíble antología poética del Bicentenario, que preparó el licenciado Monteleone, dice de lo mismo.

Dicha antología, si así se la puede denominar, y la delegación nacional de la Feria del Libro de Guadalajara hablan de un país ausente en su geografía cultural. Hay un duro “establishment porteño”, algo extraño, que pretende mostrar “la selección” del país, cuando tan sólo lo está omitiendo. Y la poesía argentina, en el caso de la poesía, va quedando, como decía Discepolín, con “la ñata contra el vidrio”, provincia por provincia, para una suerte de escamoteo nacional. Por un “canon” en el que nadie cree, ni puede entender, inclusive en la capital, aunque por propio peso, creo, no puede durar mucho.




PÁGINA 17 – CUENTO

NECHI DORADO
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)

EL HOMBRE QUE CREYÓ SER

Caminaba el hombre por las calles adoquinadas del viejo poblado con la lentitud que el peso de los años exigía a los pasos. Cada mañana, cuando el sol se acomodaba sobre el cielo y las aves saludaban con trinos de colores el despertar imprescindible para que la vida transcurriera solemne, rutinaria, creía ser la reencarnación de algún personaje de esos que bailotean, marcando presencia, por las hojas amarillentas del libro que acumula retazos de la historia del mundo.
Así fue que un día dijo haber sido Zeus, en otro tiempo, y salió a juntar hojas de olivo para hacerse una corona. Pero las hojas se secaban. No logró que alguien le temiera y tampoco tuvo hijos para poder deglutir.
Entonces, dejó a un costado de su casa la rama seca que creyó su cetro y cambió el personaje, a la mañana siguiente.
Amaneció otro día creyendo haber sido Atila, pero se dio cuenta que no era azote de nadie. No tenía caballo y por donde pisaba seguía creciendo el pasto. Le faltó fuerza, le faltó coraje, le sobró cobardía y entonces dijo:
-Mejor cambio, me dedico a otra cosa. Este mundo está muy loco y ya nadie respeta a nadie. Se murieron los códigos, se perforan los sueños, esto se está poniendo demasiado extraño.
Fue cuando se le ocurrió que mejor era ser santo y al no encontrar a nadie que se hincara a su paso; o que se asustara con sus órdenes que sonaban tragicómicas y al carecer de un espíritu gregario capaz de aglutinar voluntades, de buenas a primeras cambió el rol asumido por unas horas y se borró del santoral donde creyó estar ubicado. Fue bajando despacito hacia la entraña de una tierra partida donde volvía a ser el hombre gris que fuera hasta ese día de su revelación final.
Una vez allí, acosado por una realidad que abofetea cuando menos te das cuenta, el tipo creyó ser distintos entes en poco tiempo. Pero no fue ninguno.
No pudo ser Napoleón, como pensara. Le faltaron batallas y teoría expansionista. También le faltó un 18 de Brumario, lo que le impidió hacer un Golpe que descuajeringara la historia. Cambió de rumbo, buscó por otro lado.
Se imaginó siendo Apolo pero volvió a derrumbarse su sueño por no tener belleza. Tampoco Cíclope, pues le sobraba un ojo. Ni qué hablar de ser Caronte, ya que no tenía barca y por más intentos que hizo tampoco llegó a ser Cerbero por tener tan solo una cabeza.
Tampoco pudo ser filósofo como creyó que podría ser, porque no le interesó el principio fundamental del universo y además le estaban sobrando mitos y no tuvo forma de acceder a la escuela de Mileto. No la encontró en la guía.
Quiso ser Anaxímenes, pero le faltó aire. El poco que había estaba contaminado.
Se sintió Heráclito, pero estaba incompleto y le falló el juego de los opuestos que no supo iniciar.
Trató de ser Pitágoras, pero le faltaron números y cuando quiso ser Parménides se le mezclaron todos los seres creando un caos infernal en su pobre cabecita alucinante.
Entonces, inició un viaje acercándose a un pasado más reciente creyendo que sería más fácil encontrar un personaje donde poder alojarse. Intentó ser Franco, por un rato, pero enseguida se dio cuenta que para eso, le haría falta un Guernica. Además, si bien era un hombre gris con su cerebro medio volado, mantenía pedacitos de alma enamorada. No podía así nomás, por propia voluntad, dejar su esencia herrumbrándose en el margen de su vida.
Pensó que bien podría ser un Jesús contemporáneo. Multiplicar los peces y los panes. Sanar a los enfermos. Redimir a las putas, ayudarlas a ser mujeres aceptadas porque ellas también tienen alma, como todos. Quiso ser transgresor. Quiso expulsar los demonios que habitaban en él mismo, los que no le permitían ser lo que quería sino parte de otra extraña vida que no aceptaba como suya. Como si todo eso fuera poco impedimento, no encontró a Poncio Pilatos y vio una imagen de Jesús ubicada muy lejos de donde el hijo de Dios, cuentan que había nacido. Y vio manchones de sangre, sintió ruidos que parecían partirle los tímpanos. Huyó de ahí, había alrededor demasiado espanto. Demasiado odio. Demasiado escarnio. ¡Ya no quería ser judío!
La realidad, sacudiéndolo por sus hombros, se encargó de demostrarle que no podría ser Jesús de ningún modo. No había cerca leprosos, no encontró la Decápolis así como tampoco pudo encontrar a un “demonio mudo” en este mundo donde los demonios se reúnen en ágapes festivos. Y hablan en todos los idiomas, dan órdenes y se reparten los pedazos de tierra y riquezas que generan los pobres.
Se convenció a duras penas que ser Jesús no era para él, que además no soportaba los genocidios y allá por donde el Cristo anduviera, eran moneda corriente.
Todo esto lo descolocó mucho más y ante cada desorden el tipo huía buscando otra figura que lo reemplazara. Apostaba a la elección por descarte.
Quiso ser Hitler y le faltaron judíos, homosexuales, gitanos, negros y comunistas. Y le seguía sobrando amor y eso resultaba excluyente.
Cuando trató de ser pintor notó con tristeza que había perdido un color y que sin ese, su obra quedaría incompleta. Arrojó su paleta de cartón y la ramita con la punta deshilada que creyó era un pincel de trazo desparejo incapaz de filetear bordes.
Una mañana, cansado de tantas frustraciones, eligió ser astronauta y nuevamente fue invadido por una terrible sensación de fracaso. Además, la luna estaba llena y tuvo miedo de ahogarse en esa panza de hielo. Y tuvo miedo de quedar ensartado en las puntas de las estrellas que cumplían el papel de custodios de la luna en un cielo amorfo, oscurecido.
El hombre gris, con el pelo alborotado y el alma en estado de transformación continua, quiso sentirse rey pero tampoco lo logró pese a realizar ingentes esfuerzos. Para ser rey, pensó, primero debía convertirse en parásito, esa es la ley y las leyes no se rompen así nomás. Y no hay rey cuando se tiene alma como tenía el tipo. Y no hay rey si sobra el sentimiento. Y no hay rey si se mantiene un poquito de cordura y mucho menos hay rey si sobra el sentido más común de los comunes.
-¡Ya se quién soy! Exclamó una mañana nublada ni bien abrió los ojos. ¡Yo soy Ícaro y puedo volar, acariciaré el sol y besaré la luna! Llegaré tan alto como nunca, seré grande, intocable. Seré un hombre sin sueños abortados.
Subió a la parte más alta del techo de su casa; abrió sus brazos imaginando que eran alas y comenzó a agitarlos.
El hombre gris cayó al vacío de su propia existencia. Remontó un vuelo efímero para acabar su proeza estampado contra el piso adoquinado del viejo poblado.
En el mismo lugar donde naufragaran sus sueños de alas rotas carcomidas por la realidad más descarnada, el hombre se despidió de la vida sin haber llegado a saber quién fue realmente.



PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)

ARIA A NERUDA

Guerrero de fáciles palabras
engarzadas en ímpetu de versos.
Luchas desde tu inusual trinchera
con la espada de tu pluma cadenciosa.
Pablo te dicen, te llaman las gaviotas
al paso de tu barca sin fronteras,
la palabra al viento, el pecho palpitando
cual campana que tañe tu nostalgia.

Capitán,
tu barco  ha encallado
en la costa, “Litoral de los Poetas”,
donde se reúnen por las noches
a escuchar caracolas  embebidas
de tanta pasión y  frenesí,
la soledad esconde bajo el susurro.

Noches de luna plena y macilentas tabernas
cantan serenatas de amores imposibles,
navegan los romances del mar.
Sirenas ensimismadas de placer
te acunan entre sus líquidos brazos
junto al vaivén de  tu navío espectral.

Capitán,
lanzas carcajada de versos
desde tu vapor hasta la profundidad del infinito,
versos indomables, intrépidos,
cubiertos de invisibles olas marinas,
el cauro recoge con sutil armonía
y derrama en los sueños y en el alma.

Pablo,
desde tu barco fantasma diriges
el timón de la poesía en Isla Negra.
Tu llamado traspasa las barreras,
las murallas, los caminos,
 los pueblos y sus razas
para unir  a perpetuidad en este mundo
las voces del universo de poetas.

ROBERTO BOLAÑO
(Santiago de Chile-Chile)

SUCIO, MAL VESTIDO

En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar
por las hormigas rojas y también
por las hormigas negras, recorriendo las aldeas
vacías: el espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba, pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba. El río del ser, decían
unos labios afiebrados que luego descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser, el éxtasis
que se pliega en la ribera de estas aldeas abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo. 

FERNANDO RENDON
(Medellín-Colombia)

“Cada que te asomas a un siglo ves
a los hombres esperando con armas”.
La mano signada “M”
que toma la vastedad del durazno
Y aferra se apropia detiene
La mano que deniega el roce suave
La mano invisible que tala
La mano que daña
La mano que empuña el bastón
La mano que recuerda el destino estrecho
De hombres incontables como hormigas
Inscritos en las filas del concepto
La mano que atraviesa los tiempos
La mano invisible que tala
La mano que daña
La mano que empuña el bastón
La mano que aprisiona al amor
La mano que aplaude la muerte
La mano que echa el cerrojo
Crispada pálida estéril
La mano que recibe los denarios
Esa mano muéstramela
Y yo te diré dónde y cómo
Termina la línea de su vida

NORA MÉNDEZ. 
(San Salvador-El Salvador)

Cruzan la calle
Nadie les alquila una casa
El sol siempre los delata

Deambulan informales 
Desatando la ficción
En la miope discusión del tacto
Y su territorio

En el centro de la mancha
Indeleble o pasajera
Está el cuerpo
Templo de todos los tiempos

Cuerpo 
Amado y exhibido
Odiado y lapidado
Callado en la tortura
Cuerpo aborrecido
Al punto de la liposucción
Y la cirugía
Cuerpo combatiente
incinerado al final de la guerra
Cuerpo de mujer decapitado bajo puentes
En predios baldíos y cauces de aguas negras
Cuerpo de criatura
En el basurero de los 
No deseados

Hoy por hoy
Los tatuajes preguntan
Por sus desaparecidos cuerpos
A la policía

Tatuaje holocausto
Numero de la muerte
Pero también 
tatuaje bandera
Graffiti íntimo 

Esta es la historia revertida
Qué diría Tommy Hilfigger
Al pasar por las calles de América Latina
En donde miles con sus tatuajes gritan:
“Cuerpo mío
Marginal y mal vestido
Nadie podrá verte pasar
Inadvertido”

ANDRÉ CRUCHAGA
(Nueva Concepción-Chalatenango-El Salvador)

HORAS INÚTILES

Ante los rincones destrozados de la memoria, la monotonía de estos días
inútiles, y la consecuente herrumbre sobre los cuerpos enajenados.
Los antifaces tienen su propia liturgia, así como sombras y vértigos inexplicables, 
como los vacíos al límite de la medianoche.
En el óxido sinuoso de las semanas, esta bestialidad de bocas precipitadas,
el amor y los agujeros que provoca: hay nombres que nos invitan al exterminio,
a la envidia y a las paredes obscenas de la ciudad que chorrea en nuestros
dientes, como otro centavo enmugrecido en el pavimento.
¿Quiénes son los mártires en esta intensidad de rostros confusos y feroces?
¿Hacia qué indiferencia palpitan las horas?
Surgen coágulos por doquier. A menudo me resulta confuso un mundo feliz.
Una sola mirada puede petrificar las heridas o la desnudez.
Un solo eco se torna implacable alrededor de los perros que deambulan
en el alba y se mean sobre ella.
(Detrás de tantos fantasmas y prostíbulos exaspera la seudomoral y la falsa
sensatez; todas estas horas tienen ojo de cíclope.
Nada es invisible aunque las moscas se escondan detrás de los jardines.
Gotea la mancha amarilla del aliento, o el cosquilleo del ciprés mordiendo
el ojal abierto de lo sórdido. Después el mundo, sólo de las huellas.
—Nosotros, los que vivimos siempre al límite, no tenemos muro que preserve
la intimidad; estamos a merced de la ceniza floreciente.)
Si alguien duda, —deberá como pueda— escapar del fuego…
Barataria, 23.IX.2015



PÁGINA 19 – CUENTO

MABEL PEDROZO
(Asunción-Paraguay)

DEJALE LAVAR A MAMÁ

     Chela no le encontró nada de especial a esa mañana de enero que, como fruta pasada, se descomponía en el patio. El calor no cedió en la noche, pero siempre era mejor tener a la luna encima antes que a ese sol que se encumbraba tan temprano. Tan cuando todavía daban ganas de echarse un ratito más.
     El bebé estaba despierto desde hacía rato. Lo escuchó cantar en los pies del catre, voltearse de uno y otro lado, seguramente para escapar de los mosquitos que le tenían supurando las picaduras infectadas.
     Ella se los espantaba hasta que hastiada de esa lucha tan desigual, de ese empujar el bollo sibilante que volvía apenas la mano dejaba de mecerse en la oscuridad, lo abandonaba confiada en que el sueño lo ponga a salvo del tormento.
     Nadie entendió por qué no le dio el pecho después que lo parió. Chela dijo que era cosa suya y, aunque su respuesta no conformó a nadie, por lo menos se sacó de encima el compromiso de decir la verdad.
     Eran sus ojos. Su mirada como ese agujero sin estrellas donde una vez estuvo. 
     Cuando la partera lo puso en sus brazos supo que no podía hacerlo. Imposible no traer a la memoria otra lengua, otro fuego quemando los senos, las noches oscurísimas de Puerto Pinasco hundidas en su cintura. Mandó sacar del ropero el biberón y no hubo quien la convenciese de aprovechar la leche que le manchaba el camisón.
     Pobre santo. Se mantenía al margen de su vida. Nunca lloraba, no sabía reír y, aunque Chela lo escuchó decir ¿mamá? mientras jugaba en el galpón, jamás pronunció la palabra en su presencia.
     Tenía once meses, el rostro aindiado (también como él), los primeros dientes habían aparecido, el pelo echado encima de la frente con hebras duras y desiguales. Resignado a las raciones de té de hojas de naranja cuando no había dinero para la leche, el bebé se encorvó un poco con la pérdida de peso. Pero estaba sano y hasta las gripes las soportaba con sobrada energía.
     Desde que nació Chela lavó ropa ajena para pagar la cuenta del almacén. Antes le bastaba con tenerlo a él (al papá del bebé), con esperarlo desnuda en el catre para sostenerse en su amor. Cuando se fue, nada en la vida tuvo sentido, ni siquiera el bebé que le dejó en el vientre.
     -Hola nene, ¿querés levantarte?
     Del otro lado del catre el canto cesó. Chela puso los pies en el piso. Aquel sería un día verdaderamente caluroso. Se sacó por arriba el camisón, buscó una remera limpia, se calzó la bermuda, recogió su pelo en una coleta y salió al galponcito que le servía de cocina. Eran apenas las seis de la mañana, pero todo estaba amanecido.
     No tenía necesidad de sostenerlo en su regazo para darle el café con leche. Le pasaba el biberón y él levantaba el brazo para tomar el recipiente de plástico. No se lo llevaba a la boca enseguida. Esperaba que  Chela se olvidase de él para hacerlo y entonces volvía a dormitar un rato más, hasta que ella venía a buscarlo.
     Esa mañana fue igual. El bebé se quedó en el catre hasta que Chela terminó de remojar la ropa sucia en agua enjabonada.
     -Vamos nene. Vení con mamá.
     Lo tendió en el catre para sacarle el pañal mojado y ponerle un shorcito de algodón y una camisilla. Solía pasarle a menudo en esos momentos, que no sabía qué decirle. No le miraba a los ojos por miedo a encontrar nunca supo qué, pero ese silencio entre los dos era tan molesto que hacía todo enseguida para salir de una vez al patio y olvidarse de él hasta el mediodía.
     Una vecina le dio la idea. Ella no se animó al principio, pero necesitaba trabajar y no podía encerrarlo en la pieza sabiendo cómo hervían las paredes cuando el sol se ponía alto. En los primeros tiempos le daba una ojeada cada media hora, pero después tanto el bebé como ella se acostumbraron al corralito de tierra cavado bajo el yvapovõ.
     Era un hoyo de medio metro de profundidad. Si quería hasta podía salir empujándose con los brazos y las rodillas, pero el bebé era tan dócil que sólo se incorporaba cuando las piernas se le acalambraban. Se quedaba entonces mirando a Chela por un buen rato. Ella, volcada sobre las bateas de la ropa, sabía que lo hacía, por eso no se fijaba.
     -Ay nene, hoy va a ser un día terrible.
     Cruzaron los quince metros que separaban la casa del yvapovõ. El bebé todavía tenía sueño. Chela fue por una toalla vieja que pudiese servirle de almohada, la abolló con el brazo y se la dio. El bebé la puso bajo su cabeza y se recostó enseguida, un poco decaído seguramente por  el sol que comenzaba a requemar el aire. Chela lo volvería a ver una vez antes del mediodía, cuando todo parecía estar tan en su lugar.
     Le llevó un pedazo de pan y el biberón con agua fresca. El bebé la miró con esos ojos de saberlo todo de ella, de haberla visto por lugares que ni ella conocía, de ser todavía ella de alguna manera. Tenía el shorcito mojado. Chela le pidió que se lo saque y él lo hizo, aunque los ojos le temblaron cuando escuchó su tono de enojo.
     -¡Te vas a quedar así, ¿me escuchás?! ¡¿Acaso te cuesta sacarte la ropa antes de ensuciarte?!
     Se calló porque no tenía sentido descargar su furia con quien ni siquiera le entendía. En el fondo, claro, pensaba que sí, que le entendía, que se mojaba con pis para castigarla, para hacerle la vida imposible, para recordarle al hombre cuyos ojos no dejaban de mirarla ni siquiera cuando el bebé volvía a echarse sobre la toalla y le daba la espalda.
     La escuchó alejarse camino al pozo, sus pies arrastrando las zapatillas con su sonido gomoso, triste. Sentía la viscosidad tibia bajo sus nalgas, lo que le pasaba siempre que se mojaba estando en el hoyo. La tierra se le pegaba a las partes y comenzaba a irritar, a dar comezón, a meterse en la piel con su filo redondo, a dolerle cuando se rascaba.
     Se puso boca arriba. El techo movedizo del yvapovõ le mareó. La gran masa viva resistía al incendio que filtraba sus puntas blancas hasta que un nuevo hamaqueo de ramas recomponía las piezas sueltas del follaje. Podía escuchar el sonido ronco de los gajos. El ir y venir de las hojas en su fricción de siglos. El bollo de pan se humedecía en su mano. No tenía hambre. Ni sed. Y se hubiese quedado así, tendido boca arriba, hasta que Chela volviese por él (¿se le habría pasado el enojo?) si no hubiese sido por el dolor. 
     El aguijoneo se le hundió en la carne como un puñal. El bebé dejó caer el biberón. Algo detrás suyo empujaba, retrocedía y empujaba, le sacaba el aire, le hacía buscar con la mano la punta de lo que se estaba metiendo dentro suyo. Logró sentir la piel resbalosa yéndosele de las manos. Fue entonces que buscó la orilla del hoyo con desesperación. El primer chorro de sangre le manchó las piernas. Arañó las paredes secas del hoyo, se empujó con los codos hacia afuera, hacia afuera, y ese algo que seguía cabeceando dentro suyo, ese algo asqueroso que estaba entrando en él.
     Chela bajó la palangana donde las ropas ya enjuagadas se apilaban, cuando lo vio tirado al lado del hoyo. Desde lejos notó la palidez de su rostro entregado al desmayo. Como una coleta repulsiva, la culebra todavía temblaba en medio del líquido que no dejaba de brotar de las nalgas desnudas del bebé.
     Fue entonces que lanzó el primer grito.



PÁGINA 20 – ENSAYO

SERGIO BORAO LLOP
(Zaragoza-España)

LA MANO EN LA PALABRA: Voces solidarias

Estoy aquí en el Sur de tu sur, reza uno de los poemas incluidos en el libro La mano en la palabra (Poetas con Ruth Ana López Calderón), publicado en fechas recientes por MediaIsla editores. A pesar de vivir en España, esa palabra -sur- siempre me sugiere las vastas regiones sudamericanas: Los ríos y cordilleras de Neruda, las ciudades invisibles de Calvino, la compleja geografía urbana de Cortázar, los desiertos de Rulfo, el cuento de Borges, la Medellín de Fernando Vallejo, Comala, Macondo... También evoco las páginas finales de Amuleto (Roberto Bolaño). Ese sur castigado durante siglos. Desde que tropas españolas, formadas por gente ruda y amoral, desembarcaran en sus costas hace más de quinientos años. De entonces para acá, mucha ha sido la sangre vertida en esas tierras. Incontables las injusticias. Latinoamérica.
Una de esas injusticias es el motivo indirecto de la publicación de La mano en la palabra. No una injusticia notable, como una masacre o la desaparición de millares de personas, sino algo mucho más discreto, casi inapreciable, pero no menos terrible. Me refiero a la falta de una sanidad pública, gratuita y de calidad. Esto es algo que todavía se da en muchos lugares (y no sólo de Latinoamérica), condenando a quienes carecen de los medios necesarios para costearse tratamientos o cirugías cuyos precios son -hay que decirlo- escandalosamente altos.
Tal es el caso de Bolivia, donde vino a nacer Ruth Ana López Calderón, una de las mejores voces vivas de ese país. Ruth Ana padece una enfermedad que, a causa de esa deficiencia del sistema sanitario y de la ausencia de medios económicos para costear las múltiples pruebas y tratamientos necesarios, la está matando poco a poco. Como a tantos otros que sufren esa terrible enfermedad llamada pobreza, tan común en el mundo que ya casi ni percibimos.
Por eso, como una iniciativa en pos de ayudarla, surgió la idea de este libro. Poetas de todo el continente y de España se sumaron a ella. Voces solidarias. Palabras vivas para salvaguardar una vida. Latinoamérica cantando por una de sus hijas.
Así pues, podríamos decir que en las páginas de La mano en la palabra se aúnan calidad y calidez. La calidad de los textos literarios que conforman el libro; la calidez del gesto fraterno consistente en ceder unos pocos poemas en pos de un objetivo elevado, desde un punto de vista humano. Por desgracia, no está en nuestra mano solucionar el problema de fondo. Sólo contribuir humildemente a esta modesta causa, de la que, desde ya, les invito a formar parte, por medio de la adquisición del libro (cuya lectura será, sin duda, una grata experiencia) y de la máxima difusión posible entre sus contactos amantes de la buena poesía.
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Detallo a continuación la nómina de poetas que han participado, de forma generosa y entusiasta, en este proyecto:
Mari Cruz Agüera (España), Claudia Ainchil (Argentina), Elvia Ardalani (México), Amelia Arellano (Argentina), Elsa Batista (República Dominicana), Sergio Borao Llop (España), Rebecca Bowman (Estados Unidos), Gerardo Cárdenas (México), Teresa Coraspe (Venezuela), André Cruchaga (El Salvador), Daniela Cruz Gil (República Dominicana), Marta Cwielong (Argentina), Santiago Daydí-Tolson (Chile), Teresa Delgado Duque (España), Adriana Díaz Crosta (Argentina), Alejandra Díaz (Argentina), Jorge Etcheverry (Chile), Manuel García Verdecia (Cuba), Beatriz Alicia García (Venezuela), Sandra Graciela Gudiño (Argentina), Irina Henríquez (Colombia), Gabriel Impaglione (Argentina-Italia), Susana Lizzi (Argentina), Norma Segades Manias (Argentina), Emilia Marcano Quijada (Venezuela), Anamaría Mayol (Argentina), Juan Carlos Mieses (República Dominicana), Daniel Montoly (República Dominicana), Winston Morales Chavarro (Colombia), Lili Muñoz (Argentina), Edgardo Nieves-Mieles (Puerto Rico), Aldo Luis Novelli (Argentina), Eugenio Polisky (Argentina), Sonia Rabinovich (Argentina), Hugo Francisco Rivella (Argentina), Juan Manuel Rivera (Puerto Rico), Kristal Riuno (Puerto Rico), Pilar Romano (Argentina), Hernán Schillagi (Argentina), Rosa Silverio (República Dominicana), Nastia T (Perú), Jimmy Valdez Osaku (República Dominicana), Fernando Valerio-Holguín (República Dominicana), Paola Valverde Alier (Costa Rica), Rubén Vedovaldi (Argentina), Ayerim Villanueva (República Dominicana), Cristina Villanueva (Argentina) y Paulina Vinderman (Argentina).
El libro también incluye textos de la propia Ruth Ana López Calderón, textos que pueden servir para conocerla un poco mejor, para saber quién es esa persona casi desconocida en su propia tierra, pero que, paradójicamente, cuenta con el respeto de poetas de otros muchos países.
Sergio Borao Llop.
Zaragoza. Agosto 2015




PÁGINA 21 – ENSAYO 

BASILIO BELLIARD 
(Moca-República Dominicana)

OCTAVIO PAZ Y LA DIALÉCTICA DE LA SOLEDAD.
Fuente. Revista Media Isla

Al arribar a la mitad del siglo XX, Octavio Paz publica su obra cumbre sobre el pensamiento mexicano moderno. Se trata deEl laberinto de la soledad, de 1950, cuando el joven intelectual apenas tenía 34 años. Una obra seminal en su trayectoria como pensador de la historia y la cultura de México, que lo llevaría a tener un sitial ejemplar en la vida cultural de su país. Una figura polémica; devoto de la crítica, como ejercicio de libertad intelectual, Paz nació maduro, adquirió una sólida cultura como resultado de su pasión lectora, al heredar de su abuelo una biblioteca, quien también era político y escritor, igual que su padre.
La irrupción de El laberinto de la soledad en la escena intelectual mexicana dejó una huella indeleble en el mediodía del siglo pasado, frente a las vertientes metafísicas, antropológicas y psicológicas de las interpretaciones históricas acerca del ser del mexicano, de su presente y su destino. Entre la historia y el mito, aparece aquí la imaginación crítica como ejercicio del pensamiento libre, que sirvió de acicate a la modernidad en estado analítico. Como un hiato en la historia del siglo XX en América Latina, El laberinto de la soledad se lee como una reflexión ontológica de la mexicanidad y, por extensión, como una pieza ejemplar en el arte de pensar, cuya extensión reflexiva se prolonga en Postdata, de 1969 —a raíz de la matanza de Tlatelolco—, y se cierra como ciclo temático, veinticinco años después, con Vuelta al Laberinto de la soledad, en 1975, una larga entrevista concedida a Claude Fell. En su conjunto, esta secuencia manifiesta una línea de pensamiento que atraviesa el centro motriz de sus preocupaciones intelectuales por la historia de México, su devenir y su presente, que han suscitado no pocas controversias, malestares y críticas negativas, que algunos opositores a Paz consideraron —y consideran aún— como una “mentada de madre a los mexicanos” (como confiesa Paz le dijo un poeta), o que fue un libro escrito contra México. El propio Octavio Paz, en Postdata define El laberinto de la soledad así: “El laberinto de la soledad fue un ejercicio de la imaginación crítica: una visión y, simultáneamente, una revisión. Algo muy distinto a un ensayo sobre la filosofía de lo mexicano o a una búsqueda de nuestro pretendido ser. El mexicano no es una esencia sino una historia”.
Como se ve, Paz no reconoce haber escrito una obra filosófica de carácter ontológico sobre México, sino una obra resultante de la imaginación y la crítica. Elogio de la crítica y la sensibilidad histórica, con zonas líricas, El laberinto de la soledad es una alegoría a la condición del mexicano y del latinoamericano, en la que la soledad se transfigura en una metafísica vinculada al individuo y a la historia de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo. La soledad como búsqueda de la otredad es asimismo un encuentro con la unidad del ser, en una especie de “esencial heterogeneidad del ser”, para decirlo con una frase del poeta Antonio Machado, que tanto citaba Paz. La metafísica de la soledad es así una manera de explicar la ontología del mexicano en Paz, que alcanzó su plenitud imaginaria, fantástica y mágica, en 1967, con la publicación de la novela Cien años de soledad de García Márquez, ese mago de la ficción del realismo mágico.
La reflexión sobre el ser y el carácter de los países fue un género en boga en la primera mitad del siglo XX, desde el punto de vista de la historia de las ideas, que se remonta a los escritores argentinos Ezequiel Martínez Estrada [Radiografía de la pampa 1933], Eduardo Mallea [Historia de una pasión argentina, 1937] y Héctor Murena [El pecado original de América, 1954], al peruano Salvador Salazar Bondy [Lima la horrible[Lima la horrible, 1964], y al mexicano Samuel Ramos [El perfil del hombre y la cultura de México, 1934], que inició esta reflexión en México, y a quien se le señala como el precursor de Paz. Sin embargo, para Paz, Ramos hace una reflexión de tipo psicológica, influido por las lecturas de Alfred Adler, en cambio él la hace, no subordinada a ninguna corriente de pensamiento, con lo que no admite influjo alguno de este pensador mexicano. Acerca de la influencia de Samuel Ramos en El laberinto de la soledad, Paz sostiene: “En cuanto a mí: yo no quise hacer ni ontología ni filosofía del mexicano. Mi libro es un libro de crítica social, política y psicológica. Es un libro dentro de la tradición francesa del ‘moralismo’. Es una descripción de ciertas actitudes, por una parte y, por la otra, un ensayo de interpretación histórica. Por eso no tiene que ver, a mi juicio, con el examen de Ramos. El se detiene en la psicología; en mi caso, la psicología no es sino un camino para llegar a la crítica moral e histórica”, sentencia de manera lúcida y categórica, a la pregunta de Claude Fell. En cambio, Paz admite la influencia en esa época del marxismo, la antropología de Roger Caillois, George Bataille y Marcel Mauss, la filosofía de la cultura de Wilhem Dilthey y George Simmel, la fenomenología y el existencialismo de Hussell y Heidegger, y el psicoanálisis de Sigmund Freud. Después de la larga conversación con Claude Fell sobre El laberinto de la soledad, Paz le reprocha:
 “Mire usted. Hemos hablado de las deudas mías: Freud, Marx… No hemos hablado de una influencia esencial, sin la cual no hubiera podido escribir El laberinto de la soledad: Nietzsche. Sobre todo ese libro que se llama La genealogía de la moral. Nietzsche me enseñó a ver lo que estaba detrás de las palabras como virtud, bondad, mal”, sentencia el poeta mexicano.
En su libro Itinerario, una especie de autobiografía intelectual, Paz confiesa lo siguiente: “Confieso que la concepción central de El laberinto de la soledad me sigue pareciendo válida. El libro no es un ensayo sobre una quimérica ‘filosofía del mexicano’; tampoco una descripción psicológica ni un retrato. El análisis parte de unos cuantos rasgos característicos para en seguida transformarse en una interpretación de la historia de México y de nuestra situación en el mundo moderno”.
En esta obra, Paz se ocupa del pachuco mexicano, de la relación entre el carácter de los norteamericanos y los mexicanos, de la mujer y el hombre, su psicología, su ser y su carácter. Muchas de las ideas contenidas en El laberinto de la soledad constituyen la simiente del desarrollo posterior del pensamiento de Octavio Paz, que luego se transformarán o fundamentarán, pero que conservan su esencia originaria, su impronta intelectual. Algunos de estos planteamientos tienen una deuda con los románticos alemanes e ingleses, y con las experiencias de lectura que el joven Paz tenía en los albores de su formación como intelectual, y en los perfiles de ensayista lúcido, sagaz y agudo, de sorprendente precocidad y madurez. En esta obra ya se conforma, asimismo, el estilo personal de la sintaxis paciana: puntuación precisa y expresividad dinámica y emotiva. Su concepción hegeliana de la historia, del tiempo histórico y el presente eterno, circular, no lineal, y en gran medida, su experiencia de lectura de los ensayistas románticos alemanes (Novalis, Schiller y Goethe). Particular influencia ejerció sobre su formación temprana la lectura del libro El alma romántica y el sueño, de Albert Beguin, y posteriormente, la obra De Baudelaire al surrealismo, de Marcel Raymond —ambas editadas por el FCE— que luego serían esenciales en la escritura de El arco y la lirasegún destacaría Jacques Lafaye, en su obra Octavio Paz en la deriva de la modernidad.
La tesis de la soledad, Paz la esboza a partir de la búsqueda de la otredad como una experiencia de la búsqueda de sí mismo, cuyas reflexiones se remontan a los dos años que vivió Octavio Paz en Francia —entre 1948 y 49— previos a la edición de este libro, concepto que tiene una gran deuda con la idea de otredad de Antonio Machado. Para Paz, pues, el ser tiene sed de otredad, y siempre busca su reflejo para completarse, su envés para realizarse. Así pues, el hombre se realiza en la mujer, el yo en el otro y el individuo en la sociedad. El hombre, en efecto, en esa búsqueda en su yo, encuentra al nosotros. Búsqueda y descubrimiento se expresan en una dialéctica entre el yo y el otro, idea que Paz desarrollaría en su reflexión entre “poesía de soledad” y “poesía de comunión”, en su obra Las peras del olmoque también serían los conceptos que dominaría El laberinto de la soledad. En Paz, el yo se transfigura en máscara, y en ese juego de identidades siempre se manifiesta, en el universo de su pensamiento, una tensión entre la inmanencia y la trascendencia, que matizará el eje de sus preocupaciones intelectuales, de índole filosófica. En su obra siempre está el nosotros. La persona gramatical que tendrá su hegemonía será pues el nosotros ante el yo. El poeta mexicano siempre habla desde un nosotros que se vuelve espejo de reconciliación de su identidad ontológica. Entonces, soledad y comunión serán los polos que servirán de equilibrio entre la mismidad y la otredad. La preocupación en Paz por la soledad, como estado del ser, se manifiesta entre la unidad del ser y su otredad. Así pues, apunta en el párrafo inicial de El laberinto de la soledad que: “El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia”.
La de Paz no es solo la soledad del mexicano, sino la soledad del ser humano: es la soledad del nacimiento y de la muerte, entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. El sentimiento de soledad que siente Paz es la expresión de una percepción natural, que nace con el individuo, y que trasciende la niñez y la adultez, a través del juego o del trabajo, conceptos que desarrollarían Roger Caillois en Los juegos y los hombres, y Johan Huizinga en Homo ludens, desde el punto vista de la antropología cultural. Para este pensador holandés, incluso, el juego es anterior a la cultura misma. Esa visión de la soledad en Paz tiene un componente asociado a una nostalgia por el pasado infantil, entre el mundo natural y el mundo social. El sentimiento de soledad es así una condición constitutiva del ser humano, en la acepción paciana. Siempre estamos solos. Nacemos solos y así moriremos, y este dilema existencial genera en el ser humano un sentimiento de orfandad, nostalgia, desarraigo y aun angustia, que lo arroja a un sentimiento de inferioridad. En tal sentido, Paz apunta: “Pero más vasta y profunda que el sentimiento de inferioridad, yace la soledad. Es imposible identificar ambas actitudes: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad, por otra parte, no es una ilusión Vcomo a veces lo es el de inferioridad— sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos”. De igual modo, continúa diciendo: “Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación”.



PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

ELVIRA ALEJANDRA QUINTEROS
(Cali-Colombia)

LA NOCHE EN BORRADOR.

1. 
Noche de la noche
Los recintos iluminados. Los andenes. La eterna carretera donde cada cinco minutos ruge un motor. Las cordilleras, su tenebrosa vegetación, la mirada acechante de sus monstruos. Los anhelantes precipicios que ni los ojos ni las almas se atreven a soportar.

El eco en el fondo de los pasillos de los hospitales. La fiebre. La huida tras el visitante de otras tierras. La desesperación sobre la cúspide del páramo, dejando mojar los cuerpos las gotitas de niebla.

La dicha cuando la orquesta inaugura la noche.
Y en las cocinas las señoras se esfuerzan para que todo salga bien.
El largo peregrinar con la libreta de teléfonos, sin saber si el número debe ser al fin marcado.
Las ciudades cerradas, sus amores, su bulla. La locura de sus estatuas.

Ah, ¡noche de la noche!: deja al fin que en tu alma anide la angustia que nos hermana.

YANARYS VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)

A Ian, en las interminables despedidas
ÉL ME DESPIDE DESDE LA ACERA

Las terminales son hospitales
donde los enfermos no se curan.
Te dije adiós, no me olvides.

Ciego brillo de la aurora es la costumbre
de quedarse o partir,
ciegas maneras del tiempo sobrevienen sin aviso.

El día sorprende con su canto de soles negros,
su agotada angustia,
su ausencia,
asistiendo doblemente
a la muerte de un día sobre otros,
como cadáveres hermosos
de la impaciencia, acumulándose.

Nuevamente ha entrado en mí
la mañana con sus soles negros,
el color me contamina.

Otra vez al lado del camino,
con la sensación del rompecabezas
que nadie supo terminar.
Voy desgajando un "No me olvides" en silencio
e intento recomponer las piezas en su sitio,
completar la pierna izquierda,
este brazo derecho, los ojos y los pies
de mi figura fragmentada por la noche blanca.

Te dije, las terminales son hospitales
donde los enfermos no se curan
y me dijiste adiós, no me olvides.

GLORIA CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)

¡AY COLOMBIA!

¡Ay Colombia! Si pudieras
ser tú
abierta como una rosa
ser tú
sólida como un diamante
dura como ese cristal
que te colma por delante
y al costado
con la munición del mar.
Si te dejaran hervir
ser tú
si te dejaran creer
ser tú
si te dejaran crecer
si te dejaran
ser
tú.

GUSTAVO PEÑALOSA CASTRO
(México D.F.-México)

5

De reojo sombra de ave negra
De reojo días, devoción de imágenes en la pared
El que quiso decir todo lo que no podía decir
El que sesgó, volvió a buscar, reacomodó, tocó
El que no pudo nunca preguntar esa pregunta del afecto
Todos ahí en un solo impulso de música y recuerdo
Todo en la ventana, y ojos mudos de cerrados
De pálidas y tan gastadas superficies
Palabras que hablan de sed y sequedad
Y miran atrás las ruinas, y una patada al cuerpo inmóvil
De lo que desaparece y se desdibuja en el instante
Y el que piensa, el que verdaderamente piensa
Deja la vista en el recodo porque sabe
Que hay algo siempre al borde, siempre a punto
Algo que exactamente puede ser

FRANK PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)

DE DONDE VIENEN LOS POETAS

De donde vienen los poetas?
ellos vienen
de unos paisajes erróneos
en la orfandad de las clepsidras,
en los días exactos
a una escalada sombría.

En el principio fugaz
de una tormenta.

A intercambiar besos
en un ritual,
y retornan a la escala del olvido.

SEPARADOR

PÁGINA 23 – CUENTO


JEFE SEATTLE
Norteamérica: 1786-1866

CARTA AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS

El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Wáshington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en 1855.

El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un  salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.



PÁGINA 24 – ENSAYO

YOLANDA CHÁVEZ
(Los Ángeles-California-Estados Unidos)

EL DESIERTO

Debía faltar poco para amanecer, hacia mucho frío en aquel desierto que por vergüenza, no aparecía con su nombre en ningún mapa; Elena, tirada boca arriba en la arena helada, miraba hacia el infinito, tratando (casi sin lograrlo), de mover sus dedos entumidos para apartar el cabello que cubría sus ojos…quería poder ver las estrellas que se desvanecían, el cielo completo, quería ver a Dios completo.
“¿Donde estás?”
Pensaba…
No podía hablar, tenia la garganta hinchada por haber llorado sin gritos.
“¿Me vas a dejar morir aquí? … Quiero ver a mis hijos otra vez…
Esto es un castigo?”...
El grupo de personas con el que salió de la frontera, se había desbaratado con la persecución de la patrulla. Vio correr a hombres uniformados de rostros similares a los perseguidos, golpeando e insultando a los que lograban alcanzar, ella y otro, habían caído en un agujero tratando de ponerse a salvo.
Ahí estaba, inmóvil, casi sin respirar para no ser vista. Ya habían pasado muchas horas y no escuchaba ni un solo ruido, trató de incorporarse, y al apoyar su mano sobre la arena tocó otra mano fría, inmóvil, tiesa…era la del muchacho de catorce años que había viajado desde el Ecuador para ver a su mamá, el quería llegar hasta Canadá.
Lo reconoció cuando los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar aquel desierto que siempre estaba triste…
Elena se arrodilló, y comenzó a hacer una oración por la mamá del muchacho, le arrancó el rosario del cuello, se lo metió en la boca muerta y le cerró los ojos.
“En los primeros catorce años de vida, la palabra que mas se pronuncia es: “Mamá” debe ser horrible no estar ahí para escucharla”.
Era parte de aquella oración a Dios que se fue tornando en quejas al cielo abierto....
“¿Cómo se sobrevive con el alma dividida por fronteras?”
Susurraba Elena entre sollozos enojados, cortitos, que le cortaban el pecho como pequeños cuchillos.
“¿Como se sobrevive sin poder mirar todos los días a tus hijos? … ¿Por qué no se puede vivir cuando tus hijos lloran de hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca se puede encontrar empleo? ¿Cómo demonios se sobrevive en países donde el secuestro, la corrupción, los asesinatos, las violaciones a los derechos humanos son el pan nuestro de cada día?” ¡Contéstame! ...
El desierto conmovido, levantó un poco de polvo para acariciar la cara de Elena, quería consolarla; Cuantas veces había escuchado esas oraciones- reclamos. Cuantos cuerpos de madres, hijos, padres, hermanos…cuantos cristos guardaba en su vientre de arena, ahí se habían deshecho, ahí conoció los anhelos de pretender comer todos los días, ahí enterradas estaban las almas con conciencia que querían no solo sobrevivir ¡ellas querían vivir!, ahí estaban sepultados muchos últimos pensamientos, de vez en cuando, el desierto los dejaba asomarse convertidos en diminutas florecillas blancas debajo de los arbustos enanos.
“Por lo menos dame un poco de agua”
Gritaba Elena a Dios mientras escarbaba en la arena con sus manos para hacerle sepultura a los anhelos sin cuerpo. El desierto se apresuró a dejar que brotara un charquito de agua helada, fue lo bastante para beber y lavarse la cara, para retirar la arena de la nariz y de entre sus dientes, suficiente para ponerse de pie y buscar un punto que le indicara una dirección a seguir.
Un destello llamó su atención a una distancia que calculó, podía llegar antes de que el sol quemara más, dio una ultima mirada al dolor de una mamá con hijo muerto, y comenzó a caminar…acompañada sin notarlo, por el desierto.
“¿Y aquellos cuentos de que abriste el mar rojo, de que libraste de la esclavitud a un pueblo, de que los alimentaste en el desierto?”
Elena pensaba que Dios era más bueno antes que ahora,
“A Abraham le diste descendencia tanta como las estrellas del cielo, a mi por lo menos déjame ver a mis hijos otra vez… ya se que dicen que no soy una santa, pero sigo creyendo en ti, lo sabes, ¿verdad?”
De pronto, el desierto la sacó de su particular oración hundiendo uno de sus pies, al tratar de no perder el equilibrio, miró hacia el norte: un trailer de compañía cervecera se acercaba a gran velocidad, Elena impulsivamente sacó la fuerza que da el coraje y la impotencia, apretó el estómago, y comenzó una loca carrera agitando las manos levantadas al cielo para que el chofer pudiera mirarla, el hombre del trailer la divisó al pie de la autopista y comenzó a disminuir la velocidad, hasta parar frente a ella.
Una nube de polvo envolvió a la maltrecha Elena, el desierto quiso despedirse, la abrazó en medio de un viento arenoso donde flotaban las almas y los anhelos que se habían quedado a vivir con él.
“¡Gracias, es usted un ángel !”
Pudo decir Elena.
“Y usted es un milagro, pocos sobreviven en este desierto”
Le contestó el ángel blanco, en inglés.



PÁGINA 25 – CUENTO

ALEJANDRO MARCELO CORONA
(Córdoba-Argentina)

SOBRE LA CUMBRE DEL MEDIODÍA

 Un profundo barranco nos devoró las piernas durante varias horas. El sol caía plomizo sobre nuestras espaldas; entre las profundidades de las yungas anduvimos, machete y hombre, fogoneando la esperanza, abriendo paso a la columna que de a poco se despeñaba por la gruesa estampida del calor izado desde el barro húmedo y gredoso.
A lo lejos una bandada de pájaros cortó la quietud de la mañana ya antigua. Rasaron sobre nuestros cascos, eran guacamayos azules que de pronto le devolvieron la vida a nuestro camino. Un ruido a furia de agua comenzó a endulzarnos la fatiga. Buscamos su paso. Cuando encontramos el peso del río violento algunos de nuestros compañeros se precipitaron a refrescarse.
Era el primer contacto con agua, luego de andar por la espesura selvática entre el barro y los animales, las enfermedades y las desesperanzas. ¿Era esta la exigencia que nos pedía la revolución? ¿El dolor extremo, la clandestinidad, el olvido de nuestros seres queridos? ¿Defender la Patria Grande contra la intromisión constante del imperio, mientras el resto duerme en la tranquilidad de su casas?
Renegaba en mis pasos consumidos por el pensamiento huraño. Recordaba las palabras de Camilo Torres, buscar a través de medios eficaces la felicidad de todos, amar así verdaderamente a los empobrecidos de nuestro continente. Mi mente vagabundeaba, increpándome, rasgándome la conciencia cristiana, revolucionaria, socialista.
Miré el agua con su traje de vida y recuperé el optimismo. Cuatro compañeros se desprendieron de la columna, llegaron a la orilla, comenzaron a desnudarse, cuando tomaron contacto con la comisura del río una ráfaga de metralla ardió desde una barricada en la otra orilla. Aquel ramalazo de fuego y plomo dejó tres cadáveres en la arena.
- ¡Carajo, los gringos! – grito Arnulfo Rojas tirándose al piso
Tomamos resguardo de inmediato. Dos hombres en el agua boqueaban su último aliento sobre la corriente rojamente enardecida de muerte. Aquella línea de fuego descargó su ensañamiento sobre nuestros cuerpos. Silbaban en nuestras cabezas como avispas enojadas las balas del enemigo. Nos cubrimos tomando una posición de fuego favorable.
Cuando estuve a salvo, comencé a leer los disparos buscándole el origen. De cuclillas detrás de un paraíso robusto, coloqué mi ojo sobre la mira del rifle hacia la barricada. La posición aquella permitía desnudar la presencia del ejército de aquel dictador.
Totalmente descubiertos, eran dos; juro que odié aquel momento. El sol se ponía de azufre y descansaba su rigor sobre mi parietal. Ejecuté con calma dos disparos certeros; pude observar el desplomo del primer soldado, el segundo, sorprendido, no pudo huir a tiempo y fue destrozado en la ejecución.
Apenas disparé, volví mi espalda para apoyarla sobre el paraíso que se mantenía erguido, atestiguando mi terrible miedo. Respiraba hondo, asustado; era mi primer disparo sobre un ser humano.
- ¡Vamos al foco Antonio! – gritó Ceferino Roldán, advirtiéndome que revisarían la zona y yo debía resguardar sus espaldas.
Afirmé con la cabeza e hice un gesto de movimiento con la mano derecha mientras sostenía con el antebrazo izquierdo mi fusil caliente. El silencio azotaba junto al sol mi espinazo con un escalofrío duro; la adrenalina me salía por las uñas, me rascaba la cara, todo era como un pesado sueño.
El río incrementó su fuerza. Tres compañeros procuraron retener sin suerte los cuerpos sin vida de los caídos por el fuego enemigo. La vehemencia del agua no permitía a la pequeña tropa alcanzar la otra orilla. Los soldados hacían grandes pasos para cruzar, el agua les cubría hasta las rodillas, los fusiles eran alzados con las dos manos para evitar humedecer la pólvora.
Jamás mis manos habían dado muerte a nadie. No podía creer que éstas manos hubieran quitado de la faz de la tierra a un ser. Con la mira puesta sobre la barricada enemiga buscaba percibir un mínimo movimiento, los cuerpos yacían. Decidí salir de mi escondite. Fue una pésima decisión. El fusil apuntaba hacia la dirección de los cuerpos pero descuidé el frente.
- ¡Cúbrenos las espaldas, mierda! – se enfureció Ceferino.
Cuando volví mis ojos a la mira, pude observar que un tercer hombre se alzaba con las metrallas de los dos caídos y gritó:
-¡Mueran, indios de mierda!
En el mismo momento que gatilló sobre sus armas, le acerté un primer impacto sobre el hombro provocando una ráfaga de metrallas como una víbora desbocada que se arrastraba por todos lados. Mis compañeros disparaban, buscaron refugio en vano sobre el corazón del río, pero sin demora le acerté un segundo impacto que le ingresó por el cuello y un movimiento reflejo hizo que se cubriera de inmediato la garganta que se teñía de púrpura, cayendo inerme hacia adelante.
Los ojos de ese hombre se abrían grandes, yo podía verlos a través de la distancia, quizás sorprendidos de hallar la muerte se agigantaron hasta perecer. Ese hombre no buscaba la muerte, pero la halló sobre la cumbre del medio día. Ninguno de nosotros vino a buscar la muerte. Juro que lo vi en sus ojos, ese hombre vino a buscar la gloria y encontró este final. Los ojos bien abiertos, sorprendidos, comenzaron a llenarse de moscas cuando cayó duro junto a sus compañeros desvanecidos.
Por fin la columna alcanzó la otra orilla. Yo hice lo mismo, con una esperanza ciega de encontrar a aquellos hombres con vida, de no sentirme un asesino. Los soldados revisaron las pertenencias, se peleaban por ellas. Uno se probó la camisa manchada con la sangre final. Otro se guardó un anillo de oro, otro tomó una medalla del Jesús Redentor, las botas eran reñidas por dos soldados tupizeños. Cuando llegué, los tres cadáveres ya estaban casi desnudos. Yo tomé un cuchillo que reposaba cerca de su bota.
Tirado junto a la mano derecha de un combatiente, una fotografía. Limpié la sangre que la cubría. Una mujer hermosa abrazaba al hombre, dos niños sonreían con una belleza parecida a la felicidad. Digo, a ese momento de la vida en que ella nos golpea la puerta y nos invita franca a su morada. Aquel hombre había conocido la felicidad que yo anhelaba buscar con la revolución. Con este grupo armado quería buscar algo que nos pertenecía a todos.
Aquel hombre partía desde la felicidad, tenía una familia, una mujer que aguardaba su regreso. Dos niños que veían cada mañana inútilmente el retorno de su padre. Una mujer se recostaba sobre una almohada cálida pronunciando su nombre.
Yo contemplaba la fotografía. Una lágrima quiso lacerarme. Una mujer lo soñaba y yo le había quitado la vida. Yo, que no era soñado por nadie, que nadie me esperaba en un sueño, sin mujer que aguardara por las noches mi regreso. Ningún tejido del insomnio era empuñado por una mujer. Al menos por la que yo amo.
Con estos mismos dedos, con los que una vez dibujé los labios de aquella mujer dormida. Con este mismo índice que recorría sus lunares, que los contaba, que surcaba su espalda rosada y pura. Con esta mano que le escribió los versos más nutridos del amor, con esta misma mano pude detener la vida. Con la mano de dar amor, di también la muerte. Cruzó un rayo negro sobre mi frente. Quise volverme María a tus brazos, a tu sonrisa tierna. Quise tirar el fusil, abandonarlo, correr a tu lado. Te imaginaba, tú chica de bien, sin coincidir conmigo en la revolución, juzgándome, enjuiciándome por asesinar a un ser humano, por darle muerte. Enojada, explicándome una y mil veces que la violencia no soluciona nada. Y yo sollozando por tu encono.
Me había descubierto, sobre el río Tupiza, como un desdeñable asesino. El bautismo de fuego me había dado un nuevo espíritu. Quise hacerme fuerte.
- Volvamos al camino - dijo Ceferino, nos aguardan en la vertiente.
Yo dejé a los hombres tirados, me persigné tres veces. Te imaginaba diciéndome que Dios no justifica ninguna muerte, que soy una contradicción andante. Estrujé fuerte mi fusil y seguí la columna. Intenté dejarte en aquel costado del río. Fue inútil. Volvería a descubrirte como una pesada mochila sobre mis espaldas algunas leguas más adelante.
Ya no era el mismo, el fuego me había devorado el alma. La revolución murió en el horizonte de mi vida. De manera egoísta apareciste tú y quise dejarlo todo por correr a tus brazos. Preso de mi libertad, de elegir este camino seguí andando bajo el grillete del orgullo. No sabía que matar tenía este agrio sabor a justicia. El sol rompía con sus olas de fuego mi cuerpo débil y tu recuerdo ardientemente vivo me incendiaba en las manos de asesino, tú cada vez más lejos y a mí me dañaba el oscuro olor a muerte que tiene la libertad en este continente, que solía ser un paraíso.



PÁGINA 26 – ENSAYO

Vicente Huidobro (1893-1948) Escritor Chileno

Nacido en el seno de una familia de acusada tradición literaria -su madre era escritora-, pronto mostró el joven Vicente una notable inclinación hacia la creación poética, plasmada cuando sólo tenía doce años de edad en las primeras composiciones que dio a conocer. Este talante creador, estrechamente ligado a su espíritu iconoclasta, le llevó a rechazar, en un manifiesto que hizopúblico cuando aún era adolescente, cualquier forma de poesía anterior.

Decidido a abrirse camino en el mundo de las Letras, rechazó también la reducida atmósfera literaria chilena para trasladarse a París en 1916, donde participó en todos los movimientos vanguardistas que por aquellos años florecían, y vertiginosamente se agostaban, en la capital francesa; allí pudo empezar a publicar sus primeras colaboraciones en algunas revistas tan significativas como Sic y Nord-Sud, y entablar relaciones con las principales cabezas de la Vanguardia europea, como los surrealistas Guillaume Apollinaire y Pierre Reverdy, con quienes colaboró en la fundación de una de las publicaciones recién citadas (Nord-Sud). Sin embargo, y a pesar de esta estrecha colaboraciónen los comienzos de su andadura literaria, Vicente Huidobro pronto se distanció voluntariamente de los postulados surrealistas, ya que en su particular concepción de la creación artística no cabía la máxima de que el artista era un mero instrumento revelador de los dictados de su inconsciente.

Esta ruptura con el surrealismo le animó a plantearse la validez de todas las corrientes vanguardistas que había conocido de primera mano. Así, rechazó también las propuestas del futurismo, pues tenía el convencimiento de que el fervor manifestado hacia la máquina se apagaría en cuanto el hombre su hubiera acostumbrado a los adelantos del progreso técnico. El sucesivo rechazo de todos los postulados estéticos de la Vanguardia llevó a Vicente Huidobro a crear su propia corriente, bautizada como Creacionismo, en la que situaba al creador artístico a la altura de un demiurgo capaz de insuflar a su creación un aliento vital tan poderoso que se podría medir, incluso, con las creaciones de la propia Naturaleza.

Así, para Huidobro y el resto de los creacionistas que inmediatamente cerraron filas en torno a estas propuestas tan originales como transgresoras, el artista no debía limitarse a reflejar la Naturaleza, sino que debía mantener con ella una especie de competición en la que podía mostrar el vitalismo de su propia obra.Lógicamente, esta concepción del arte en general (y, en el caso del propio Huidobro, del hecho literario en particular) llevaba aparejada la necesidad de crear nuevas imágenes, tan coloristas como animadas y sorprendentes, e incluso, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y generar también su propia sintaxis; de ahí que la yuxtaposición (de oraciones, vocablos o sonidos extrañamente puestos en contacto) se convirtiera en una de las características más acusadas del Creacionismo, al tiempo que las largas secuencias y enumeraciones de palabras y sintagmas contribuyeran decisivamente a dar al poema esa apariencia de objeto aleatorio, mera creación de un dios absorto en las posibilidades estéticas del material con que moldea su obra.

Con estos presupuestos estéticos, Vicente Huidobro se presentó en Madrid en 1918, donde fundó un destacado grupo de poetas creacionistas consagrados a la elaboración de textos que seguían fielmente los postulados del ya respetado maestro chileno. Por aquel entonces ya era un poeta fecundo, que arrastraba tras sí una interesante producción literaria: seis poemarios impresos en su país natal (Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pasando y pasando, Las pagodas ocultas y Adán), uno aparecido en Buenos Aires (El espejo de agua) y otro publicado en París (Horizon Carré). Así, no es de extrañar que en Madrid las imprentas y editoriales compitieran entre sí por llevar a los tórculos las últimas creaciones de Huidobro, competición que enseguida arrojó sus frutos en forma de cuatro nuevos poemarios (Poemas árticos, Ecuatorial,Tour Eiffel y Hallali).

De retorno a París, Vicente Huidobro continuó su febril proceso de creación poética, ahora enriquecida con una curiosa aproximación al género narrativo-cinematográfico, la novela-guión Cagliostro, de 1921. La sucesión de títulos detallada más abajo (vid. el apartado "Obra") da buena cuenta de la capacidad y la fecundidad creativa de este poeta durante la década de los años veinte. Alrededor de 1930 fue cuando dio los toques finales a sus dos obras cumbres, dos poemarios que, desde el momento mismo de su aparición estaban llamados a situarse en los puestos cimeros de la literatura universal.

Por aquel entonces, Huidobro estaba en el apogeo de su fama, y gozaba del éxito obtenido por su novela fílmica Mío Cid Campeador (1929), en la que el propio poeta, que alardeaba de ser descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar, identificaba su relación amorosa con Ximena Amunátegui como una reencarnación moderna de la pareja formada por El Cid y Doña Jimena.

La peripecia que había dado lugar a esta unión no puede ser más rocambolesca:en 1925, coincidiendo con su regreso a Chile y su fracaso en el intento de tomar parte activa en la política de su país (llegó a presentarse como candidato a la Presidencia), el gran poeta conoció a Ximena, una joven estudiante de quince años de edad, por la que abandonó a su mujer (con la que llevaba casado más de quince años) y a sus hijos. Ximena no sólo era menor de edad, sino hija de un poderoso prócer chileno, quien se opuso tajantemente a su unión con el poeta. Huidobro marchó entonces a París, cerró la casa de Montmartre donde había residido con su familia, y se trasladó a Nueva York, donde cosechó algún éxito como escritor de guiones cinematográficos.

Pero en 1928, cuando Ximena Amunátegui acababa de alcanzar la mayoría de edad, el poeta viajó a Chile, la raptó a la salida del Liceo y se marchó de nuevo a París, en donde la feliz pareja se instaló en el barrio de Montparnasse. Fueron aquellos unos años de plenitud amorosa y creativa para el poeta, quien, después del mencionado éxito de su versión del Cid, decidió retomar un largo y ambicioso proyecto en el que había empezado a trabajar diez años antes. Se trata de Altazor o el viaje en paracaídas, la obra cumbre del Creacionismo universal, que junto con Temblor de cielo (acabado también por aquellas fechas), constituye el mayor legado de Huidobro a la poesía de su tiempo y, sin lugar a dudas, una de las fuentes que con mayor generosidad habría de surtir a los poetas venideros.

A finales del siglo XX, después de que las corrientes estéticas hayan virado por centenares de derrotas diferentes, el valor poético de Altazor y Temblor de cielo sigue siendo incalculable. Bien es cierto que una parte de la crítica, aquella que reacciona anacrónicamente contra los postulados vanguardistas, sólo ve enHuidobro una especie de ingenioso prestidigitador que juega con las palabras como si de objetos malabares se tratasen, sin conseguir dar a sus composiciones sentido alguno; pero la mayoría de los estudiosos del fenómeno poético aún se deslumbra con las imágenes, la vivacidad, la invención y la heterodoxia inconformista y novedosa de este gran rebelde de las letras hispanas, quien supo mantener su vigor creacionista hasta en el epitafio que dejó escrito para su lápida:

"Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar".

Frente al mar, en Cartagena (Chile), murió Vicente Huidobro en 1948, y frente al mar (o tal vez sobre él, como reza su epitafio) reposan sus restos en el camposanto de la bella localidad chilena.



PÁGINA 27 – CUENTO 


RICHARD RICO LÓPEZ
Acarigua, Venezuela

EL NEGRO ALÍ

Premio del Concurso de «Cuento Corto latinoamericano 2015»

La tarde del viernes caía en medio de aquel abril caluroso, sofocante por momentos. Apenas se movían algunas de las hojas de los inmensos cedros y samanes que guardaban como gigantes centinelas las inmediaciones de la plazoleta de la pequeña ciudad. Se iba una semana más, y con ella una nueva jornada de trajines, rutina, cansancio, esperanza y desilusiones, entremezcladas en el pensamiento meditabundo que acompañaba el caminar del joven Ernesto. El dulce olor que emanaba de los árboles se entremezclaba con el amargo sinsabor que generaban inquietudes en el muchacho: ¿cómo hago para que el dinero alcance?, ¿cómo sustento a los míos?, ¿por qué me siento vacío en el trabajo que hago?, ¿por qué unos pocos tienen tanto y el gran resto tenemos tan poco? Todas estas interrogantes se repetían ensordecedoramente en su mente, y aunque trataba de pensar en otras cosas, estos pensamientos, cual ola que viene y va, le embestían intempestivamente, sin permitirle percibir cuántos metros avanzaba y quién o qué estaba en la siguiente banca de la plaza o justo a su lado.
De repente, con el mismo ímpetu con que le abordaban sus pensamientos, sintió que le halaron por la manga de la camisa, y sin darle tiempo de pronunciar palabra alguna, alcanzó a oír en tono claro y fuerte: –¡Venga negro! ¿Le limpiamos esos zapatos? El joven, aletargado por la interrupción en su pensamiento, apenas si lo miró y con el ceño fruncido por la incomodidad de aquel acto insolente, hizo con su cabeza sin mediar palabra un signo de negación antes de reanudar su marcha.
Empezaba nuevamente a sumergirse en sus pensamientos, cuando escuchó justo detrás de sí a alguien que cantaba con efusiva y clara voz: –Échala, tu palabra contra quien sea de una vez, así sepas que rompe el cielo échala, tu palabra por dentro quema y te da sed, es mejor perder el habla, que temer hablar, Échala… Larala… larala…
Ernesto volteó lentamente intentando no mostrar interés en lo que oía y al hacerlo, allí estaba, el mismo viejo que le halaba la camisa momentos antes, sonriente, efusivo, tarareando y bailando aquella cancioncita que parecía estar dedicada a él que nada decía y se encerraba en un mundo de ideas ambiguas y difusas. Por vez primera se detuvo a detallarlo. Era un personaje de mediana estatura, ojos grandes y barba espesa. Su ropaje dejaba mucho que desear por lo maltratado y viejo. Aparentaba tener unos 50 años, aunque en la miseria, los años parecen acelerar su marcha. Sobre su espalda una mochila llena de objetos de diferente utilidad. Las manos, que por instantes parecían maltratar lo poco que quedaba de un viejo cuatro (instrumento musical de cuerdas venezolano), se veían ennegrecidas y encallecidas por una vida de mucho trabajo y seguramente mucho dolor. El joven se acercó un poco más y pudo percibir un sutil olor a alcohol y tabaco, compañeros inseparables del hombre de la calle.
Inesperadamente el viejo dejó de cantar, miró al joven y le dijo: –¿Ahora sí se decidió? Écheme una manito y déjeme limpiarle esos zapatos; mire los míos, están viejos, eso sí, ¡pero nunca sucios! ¿No sabe usted que los zapatos son el reflejo del alma del que los carga puestos?, comentó.
El joven apenas sonrió y sin mucho convencimiento sólo atinó a decir: –Empiece entonces, pero rapidito porque ya no tarda en caer la noche. En su interior había una motivación inconsciente que aún no entendía y que le había hecho prestar atención a tan curioso personaje que veía por primera vez en aquellos lares.
Silbando sin parar, el viejo limpiabotas comenzó lentamente a sacar de su mochila el betún y el cepillo, levantó cuidadosamente el pie del muchacho y comenzó su labor sin dejar por un momento de silbar la canción que antes había tarareado; el joven Ernesto, intrigado le preguntó: –Esa canción, de casualidad, ¿la cantaba usted refiriéndose a mí? –¡Claro! Y también por los otros cuatro clientes que me han ayudado hoy, toditos pasaron molestos, mirando el piso, pensando en quien sabe qué y en un silencio que parecía un funeral; como usted puede ver, yo casi no me puedo callar y por eso es que le canto a la gente pa’ que deje la amargura y empiece a levantar la cabeza.
Ante aquella aclaración, el joven sintió algo de vergüenza, se quedó observando con detenimiento el cuadro dantesco de aquel hombre, plagado de necesidades y dolores, con el cuerpo y rostro lacerado por las marcas de sus sufrimientos. Aún así, en sus ojos había una llama viva que irradiaba esperanzas e ilusiones. Se dio cuenta de lo mucho que tenía y lo poco agradecido que había sido con la vida, reconoció en sí mismo la pobreza de su figura joven, con mayores recursos, y sumido en una permanente amargura: –Cuando las cosas parecen ir mal, Dios se encarga de mostrarnos el verdadero dolor de Cristo padeciendo, pensó para sí mismo.
Incorporándose nuevamente, dijo al viejo: –¿Y de dónde es usted, amigo?, ya con un aire de mayor confianza y curioso por saber más de aquel personaje que comenzaba a interesarle. Por primera vez en todo aquel rato de canciones y palabras incesantes guardó silencio. Levantando la mirada hacia el poniente se transformó su semblante, se quedó con la mirada perdida por unos segundos, luego volvió hacia el zapato y lustrando con fuerza susurró una canción: –“Yo vengo de dónde usted no ha ido, he visto las cosas que no ha visto…”, y continuó tarareando un murmullo uh,uh,uh… El joven se sintió consternado y a la vez extrañado por esa costumbre tan particular de responder con trozos de canciones y antes de que pudiera interrogarle nuevamente, el viejo limpiabotas le miró y dijo: –¿Escuchó alguna vez de la tragedia de Vargas? (40 km al este de Caracas) y volviendo su mirada hacia el horizonte, –De ahí, ¡de por ahí vengo, mijo! Rodando como una piedra; el agua se lo llevó todo, viví un tiempo en los refugios y otro más en la calle, y ya ni se cómo terminé en esta ciudad tan lejana; a lo mejor me estoy alejando de tan malos recuerdos.
Aquella revelación interpeló a Ernesto sobre la forma desconfiada e inhumana con que le había juzgado en un primer momento. Para entonces había pensado en el fastidio de cruzarse con otro borracho más de la plaza; con sagacidad veloz buscó entre sus cosas, –Viejo, si no le ofende, yo cargo aquí unas camisas y estos zapatos que me dieron en el trabajo y que podrían…
Inusitadamente le interrumpió silbando nuevamente y cantando con los ojos inundados por un brillo especial: –“…No es importante el ropaje, sino distinguir a fondo, los que van comiendo dioses y defecando demonios. Zapatos de mi conciencia, mal que bien me van llevando, larala…”-
Ahora sí que Ernesto no entendía aquel misterioso personaje, plagado de necesidades, y aún así le daba igual tener o no tener ropa y calzado; impulsado por la intriga que le causaba y detectando algo familiar en las entonaciones que el viejo hacía, le dijo: –¡Yo conozco esa canción! Esa es de… ¿de Alí primera, cierto?
-¡Sí señor! ¡Y me las sé toiticas completas!  Golpeó con su trapeador el zapato derecho del joven;
 ¡Listo!, ahora sí esos zapatos están decentes.
El joven asintió con la cabeza y buscando su cartera, –¿Cuánto le debo, mayor?
¡Lo que usted me quiera dar y si son las gracias, bien recibidas serán!
El joven se sonrió ante tan original respuesta y le dio un par de billetes que el viejo guardó celosamente dentro de los bolsillos de su vieja mochila; habían pasado cincuenta minutos desde que se encontraron y ya se había olvidado, al menos por un tiempo, de sus afanes y preocupaciones, de la economía y la política, de tantas banalidades que le atormentaban. Ahora éstas le parecían vacías y tontas. Sin proponérselo, vivió en este corto encuentro un proceso de renovación que le impulsaba a semejanza de aquel ahora hermoso personaje, cantar por las maravillas del hoy y las vírgenes esperanzas del mañana.
Fue un placer conocerle amigo, mi nombre es Ernesto; si hay algo en lo que pudiera ayudarle sólo dígame. El viejo terminó de guardar sus trapos en la mochila, tomó en sus manos nuevamente el viejo cuatro, colocó la mano sobre el hombro derecho del joven y con una efusiva cara de emoción le dijo: –Por ahora tengo en este viejo morral todo lo necesario para vivir feliz lo que queda del día de hoy. Indicando con sus dedos hacia el poniente, se despidió diciendo: –Por allí esta mi ruta, cuídese joven y no se olvide de empezar a ser feliz.
Hizo un ademán de comenzar su marcha, cuando el joven, inquietado. preguntó: –¿Y cuál es su nombre, viejo amigo? El viejo volteó vivazmente. –Me llaman Alí y para los buenos amigos como usted me dejo llamar el negro Alí.
Ya la noche comenzaba a caer sobre la ciudad. El viejo tomó su cuatro, soltó una carcajada y comenzó nuevamente a cantar: “Es de noche, cuenta el limpiabotas cuánto ha hecho y cuenta el pregonero cuánto ha hecho… es de noche…
Ernesto con el llanto a flor de piel, también tarareaba aquella dulce canción y cuando ya la figura del viejo comenzaba a perderse en el horizonte le escuchó nuevamente cantar: “Es de noche…”, el joven tomó su bolso, dio la vuelta, y mirando al cielo que mostraba sus primeros luceros, levantó los brazos cantando: “…Y habrá mañana”.




PÁGINA 28 – CUENTOS BREVES

J.M.TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Argentina)

SIMULACROS

No hay que perder la conciencia: todo está controlado. Él hará los pases u esa mujer transmigrará en el cuerpo de una hiena. Sólo tenemos que ubicarla entre las que hay en el zoológico y elegir la más vieja y maloliente.


Está toda la familia reunida. Como para una celebración. Están preparando los pasos para el velatorio del abuelo. Teresita dice que hay que sacar las tazas de porcelana de Bavaria para servir café. Andrés se irrita: ese juego es mío y no se toca. Su hijo lo mira con pena y dice: ¿no me lo habían dado para mí? Pregúntale al abuelo, si tienes duda…


No es necesaria fotografía alguna ni ropa de la persona indicada. Usted debe darme la fecha de nacimiento y yo le diré día y hora de su muerte. ¡Ah! Si es posible, tráigame el número de celular de la persona.


El ventrílocuo no logra hacer callar al muñeco. Finalmente, toma un corcho y se lo pone en la boca.


Después del gran incendio, sólo un montón de cenizas. Toma un pincel y lo va untando con cuidado. Sobre la superficie de mármol va naciendo una construccióm. Alta. Finalmente, cuando el palacio está terminado, abre la gran puerta y entra.


Todo está perdido, aunque igual sigue jugando. Juega a la vida, a vencer el mal incurable que lo corroe, a recupear el asombro que se le escapó por una boca de tormenta, a vivir para atrás cinco o diez años más. No se da cuenta que se le fue la memoria, que no tiene más conciencia de sus actos, que apenas si llega al baño para satisfacer los esfínteres. No se da cuenta que hace años dejó de jugar de ganador.



PÁGINA 29– POESÍA EUROPEA

XIMENA GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)

RIAMOS JUNTOS

Riamos juntos camarada, 
riamos hoy
mientras afinamos el tiro
sentados en la loma entre las zarzas 
y la noble alfalfa seca ya aplastada
Riamos allá arriba,
con una mano en la cintura 
ensombreciendo con la otra la mirada,
ojeando sobre la quebrada
a lo lejos buscando
al puma despiadado para herirlo,
para herirlo de muerte en la cañada
adonde los escorpiones vendrán
para inaugurar otra caverna 
en el flanco de otra madrugada
en el flanco de todas las encrucijadas
en el abierto flanco de los pueblos.

ISABEL REZMO
(Ubeda-Jaén-España)

LÍBERO

Ligero de equipaje, de vida
entre la muerte
asomas,
liberando el mutis
transgénico
de una coartada
metida
en el solar
del presidio.
El alma.

Alma
que agita el cóctel
y lo convierte
en tres coartadas
mediocres,
lascivas,
inertes
de deshielo
y una prensa
cubierta de ramas,
que gritan pasados
ennegrecidos
por la eminente
cuenta de la memoria.

¿Quieres saber
qué palabra mortal
resuena en tres goznes
de inmortalidad,
de miradas furtivas,
que lidian en la garganta?
Es la certeza.

ALBERTO DÁVILA VÁZQUEZ
(Vigo-España)

Como el que se ha vengado en el salvavidas de las prostitutas
[y está solo y tiene sed
-nada supone que los tábanos cantaran con cada espasmo una
tierra piadosa,
que la rebelión de las boticarias tuviera las medidas de la verdad,
que las linternas vomitaran su color únicamente en las dentaduras de
si mismas-
deseo elevarme a esperar las nieblas entre los árboles prohibidos.
No mencionaré que el recinto fuera patíbulo,
hélice de contagio quedamente cuajado en los aspersores de la
extinción,
pues hubo que oír lamer paracaídas cariados en la
palabra de la escarcha,
a menudo con una ristra de tapias a nada de difuminarla,
a menudo con abalorios pestíferos
[en los que me oculto del calendario
del no
o permanezco en un acicate en que los pedregales han
[embalsamado todos
los nudos.
Escasearon raíces.
Toda odisea abarca cavernas vírgenes de las dinamos que nos
respaldan.
Puedo utilizar, por así decirlo,
la dramaturgia que se diluye en abismo cuando el eco la ahoga,
y en legítima defensa sea por sí misma quien vuelve
[a cada dedo la potestad
del origen,
o de éste que borra máscaras del mal, como el esparto
del humo,
y en legítima defensa sea la tisis en cuyo declinar asume
[la omnipotencia del
volcán letárgico.
Cada cual en su caracola de plácidos espejismos,
cada cual aspirando en su charco austero, en su lodo huérfano.
Además estuvo la resina de los paisajes que impregnó
[las malezas y las
huellas
y los estallidos densos de espíritus honrados en todos los
néctares
y las hojalatas cobistas como puñales para los relamidos
criterios de la fiebre.
Habría que nombrar otras direcciones y nervaduras que no sufrieran
[las lápidas,
andenes y estaciones jamás doblegados por legajos de sinvergüenzas,
pero no volver a regatear con lo que gusta de la reposición o
es amante de la noria de feria
y comulgue mecánicamente con su registradora de inútiles
[ofrendas causa de la
pereza y el enojo.
¿Y por qué revisitar todos los jeroglíficos del camino?
Los selló la argamasa gélida del silencio en los seísmos
de la sombra,
como si fuera la paloma el raíl desmochado y su pico
el jergón,
como si uno pudiera nombrar los mismos estragos aunque le
[amputen las manos.
Entre cosechas que se suceden y pedriza que te inmiscuye o que hiere
las cicatrices fueron como electrodos en el cobre de la memoria;
deseché los consejos, celdas y castigos, humedales y sequías;
con las demoliciones de los senderos aposté por corazas en lugar de
alas;
me apagué sobre cicuta y volví sacudido por las carroñas de la
narcosis.
En contadas ocasiones mimé los gorriones en los molinos del trébol:
me voltearon el cierzo y presagiaron al rebelde.
No creo, jamás lo haré, que todo fuera un collage, ni albergue, ni
baldía imantación.
Todavía constato los súbditos de la pólvora y los tiovivos como libres
trallazos de la embriaguez
y será sencillo desempolvarlos, ubicar de nuevo los cimientos,
regresar a los astros y desclasificar los armarios,
como si un etcétera no hubiera recolectado para ser otra vez
orilla.
Aunque igual fuera mejor resignarse y que la subasta continúe
junto con los escenarios de los poros abiertos por las uñas
y los hermetismos de geometrías y nubes donde ya no queda lugar
para mostrar la piel
y el poso del nácar con su risa y su moral exenta de los
aguamieles
y las hipótesis de un sucedáneo robusto.
Ahora he puesto el intermitente a la medianoche e incendio los bolsillos.
¿Debí no despeinarme en mi agujero?¿Pronunciar todos los riesgos?
Cualquier honradez mal entendida puede desplomar
[de súbito los muros
de una vida.
En cualquier buhardilla puede sucederse una efervescencia de carcoma
[que aniquile
los lugares amigos.
Es nunca y parte los leños el aliento ciego
[que todavía compite, acrecentado
en su no potencial,
pero que quizás bajo las losas tenga algo de brisa.
Vuelvo hacia la obscuridad.
Alguien sigue adscrito percutiendo el oxígeno, alineando el
metraje.
¿Son derrota los cabellos? ¿Es nómada la añoranza?

SERGIO BORAO LLOP
(Zaragoza-España)

CLAROSCURO

Vueltas y vueltas por el mundo damos
buscándole un sentido a nuestros nombres
sin percibir que nadie reconoce
su rostro en los espejos cotidianos.

Consultamos los mapas del pasado,
inventariamos fechas y recuerdos,
caemos en nostalgias y desvelos
mientras siguen su baile nuestros pasos.

- "¿Qué sentido tendría el encontrarme?"
No el encuentro: La búsqueda, el camino
que tus pies recomponen cada tarde

es lo que da sentido a nuestros días.
Sin ella, nuestra vida es un exilio,
un claroscuro de monotonía.

RASHIDAH ISMAILI ABUBAKR
(Benin, 1947)

EL NIÑO DE NADIE

Su nombre fue olvidado hace tiempo.
Sólo queda el sonido de sus pies:
hip – hop, hip – hop sobre
solitarias calles invernales.
Unas botas, sus pies nunca crecieron
hasta alcanzar otra talla.
Flip-flop, flip-flop.
Nadie recuerda
a su madre, a su padre.
Murieron hace mucho.
Enterrados con el secreto
de dónde y cuándo
nació y vivió.
No le pertenece a nadie ya.
(Traducción: Ricardo Gómez)


PAGINA 30 – ENSAYO

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

MARTÍ

Algunos hombres quedan en el recuerdo de otros hombres porque se han ocupado de salir de sí, para ser muchos y aún salirse de su propia vida para entregarla a una causa en un grado máximo que nadie le exige sino su propia energía y su gran cuota de amor, que pone en juego sin especular ni pensar un momento su comodidad y deja un ejemplo, para las generaciones venideras.
Uno de esos hombres se llamó José Martí. A los 16 años fue deportado a España por conspirar contra su corona, desde su amada isla de Cuba.
Allí obtuvo los títulos de Licenciado en derecho Civil y canónico y otra en Filosofía y Letras.
Volvió a América y se puso a conspirar. Incesantemente se mueve por los países caribeños, juntando voluntades y medios para hacer la guerra. Se casa en México con la cubana Carmen Zayas Bazán que lo hará padre de su amado hijo José Francisco. Regresa a Guatemala y viaja a Cuba donde pronuncia su primer discurso político .Es elegido Vicepresidente del Club Central Revolucionario de La Habana. Detenido por conspirar contra el gobierno español es nuevamente deportado a España y puesto preso.   Cuando es liberado sale para Francia.
En 1880 llega a Nueva York y recauda fondos para sufragar la guerra revolucionaria en Cuba. Redacta sus proclamas.
En 1882 inicia sus colaboraciones con el diario La Nación de Buenos Aires. Publica “Ismaelillo”, dedicado a su hijo. Allí vivirá hasta 1892, donde escribe y publica un libro íntegramente para niños, llamada  “La edad de oro”.
Una frase suya se hará famosa, entre tantas. ”He vivido en el monstruo y le conozco las entrañas”.
En 1891 su esposa regresa a Cuba. No verá más a su hijo adorado.
En todos estos años, febrilmente escribe en cuanta revista recoge sus crónicas, con una infatigable pasión revolucionaria, conspirando siempre para liberar a su patria del yugo español.
Aunque conoció a fondo la literatura francesa, no fue un admirador de los simbolistas  como su discípulo Rubén Darío. Estaba más apegado a las tradiciones  hispánicas, pero apegado a las novedades.
Fue un visionario. Vió en los grandes hombres de América el modelo a seguir: San Martín, Bolívar, José Antonio Páez, Emerson, y fue el primero en poner los ojos sobre Walt Whitman y dio una versión ajustada de su gran valor poético.
Limpió de ripios y oxigenó a fondo la crónica escrita en español. Le dio estatura y agilidad, carnaduras de un nivel inigualable hasta que apareció su genio.
Nada de lo nuevo le fue ajeno: Flaubert, Henry James, Oscar Wilde. Todo entraba en la esponja de su inteligencia inscripto en su pequeño cuerpo de gigante.
Imposible no comparar las cartas a sus hijos que otro grande, el Che Guevara, enviara a sus hijos, en lo que ambos intuían el último viaje.
En 1895 se encuentra con las tropas de otro revolucionario, José Maceo, cerca de Guantánamo, El 19 de mayo después de arengar a las tropas es mortalmente herido.
Sin ser militar, pensó que debía predicar con el ejemplo. Desoyó consejos. Montó en un caballo blanco, se puso un sombrero del mismo color que acababan de regalarle y se lanzó a la muerte.
Los enemigos nunca devolvieron el cuerpo.
El pueblo lo llamaba El Presidente.
Los que lo oyeron como orador, dicen que su voz convencía a las piedras.
Era como un canto de alegría por los tiempos nuevos.

SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL




PÁGINA 30 -CUENTO

NORMA SEGADES-MANIAS
(Santa Fe-Argentina)

LAS GUARDIANAS DEL FUEGO

Las llaman salamandras.
Apasionadas, puras, incansables, encarnan la energía del espíritu que se engendra en las llamas. Duermen en los volcanes, en las lenguas de lava, en todas las candelas, en las fraguas.
Son las hadas salvajes, predecesoras de las divinidades.
Su omnipresencia ya era confirmada cuando sólo la voz de los peñascos trenzaba y destrenzaba los hilos de la vida en el idioma de los primordiales, que las fundó guardianas del secreto.
Si quieres convocarlas, recurre a la memoria del olivo.
Conocen la liturgia de todas las especies para impedir que el monstruo de la sombra se devore a los hombres. Las ceremonias del renacimiento, de la sabiduría ascendiendo en la piel de las estrellas. Las palabras precisas que las nombran mushuk nina, kawsay, pentecostés. Y las invocaciones a los altos patriarcas del alba, de los muertos, de la renovación en las matrices oscuras de la tierra. Y la antigua plegaria a aquel que habita en la mitad del mundo, en el mar, en las nieblas, en las nubes, señor de las hogueras.
Renacen del dolor y las amputaciones con el mismo entusiasmo que estremece su esencia mientras danzan la fiebre, la vehemencia heredada a través del solsticio.
Nunca fueron amigas del pueblo desterrado al este de los fuegos.
Nunca fueron amigas.



PÁGINA 31– POESÍAS

GABRIELA MISTRAL
(Chile)

ME TUVISTE
Duérmete, mi niño, 
duérmete sonriendo, 
que es la ronda de astros 
quien te va meciendo. 

Gozaste la luz 
y fuiste feliz. 
Todo bien tuviste 
al tenerme a mí. 

Duérmete, mi niño, 
duérmete sonriendo, 
que es la Tierra amante 
quien te va meciendo. 

Miraste la ardiente 
rosa carmesí. 
Estrechaste al mundo: 
me estrechaste a mí. 

Duérmete, mi niño, 
duérmete sonriendo, 
que es Dios en la sombra 
el que va meciendo.



PÁGINA 32 – CUENTO

CHARLES PERRAULT

EL GATO CON BOTAS

Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.
- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato.
El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:
- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo
- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.
El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio lo que pedía.
El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él. Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.
- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo.
- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.
Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una propina en agradecimiento.
Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte del Marqués de Carabás.
Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del resto.
El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.
El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando corrió hacia ellos.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.
Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó el gato.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos campos también eran del marqués.
Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era un ogro así que fue a hablar con el.

- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso cierto?
- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león
Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.
- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros en un animal muy pequeño como un ratón.
- ¿Ah no? ¡Mirad esto!
El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió.
Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás.
El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato perfecto para casarse con su hija.
El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para entretenerse.



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