Imágenes: ALPHONSE MUCHA (República Checa)
PÁGINA 1 – REFLEXIONES
EDUARDO GALEANO
(Uruguay/1940-2015)
DEFENSA DE LA PALABRA
5.
En estas tierras de jóvenes, jóvenes que se multiplican sin cesar y que no encuentran empleo, el tic-tac de la bomba de tiempo obliga a los que mandan a dormir con un solo ojo. Los múltiples métodos de alienación cultural, máquinas de dopar y de castrar, cobran una importancia cada vez mayor. Las fórmulas de esterilización de las conciencias se ensayan con más éxito que los planes de control de la natalidad. La mejor manera de colonizar una conciencia consiste en suprimirla. En este sentido también opera, deliberadamente o no, la importación de una falsa contracultura que encuentra eco creciente en las nuevas generaciones de algunos países latinoamericanos. Los países que no abren a los muchachos opciones de participación política - por la petrificación de sus estructuras o por sus asfixiantes mecanismos de represión - ofrecen los terrenos mejor abonados para la proliferación de una presunta "cultura de protesta", venida de afuera, subproducto de la sociedad del ocio y el despilfarro, que se proyecta hacia todas las clases sociales a partir del anti-convencionalismo postizo de las clases parasitarias. Los hábitos y símbolos de la revuelta juvenil de los años sesenta en Estados Unidos y en Europa, nacidos de una reacción contra la uniformidad del consumo, son ahora objeto de producción en serie. La ropa con diseños psicodélicos se vende al grito de "¡Libérate!"; la música, los posters, los peinados y los vestidos que reproducen los modelos estéticos de la alucinación por las drogas, son volcados en escala industrial sobre el Tercer Mundo. Junto con los símbolos, coloridos y simpáticos, se ofrece pasajes al limbo a los jóvenes que quieren huir del infierno. Se invita a las nuevas generaciones a abandonar la historia, que duele, para viajar al Nirvana. Al incorporarse a esta "cultura de la droga", ciertos sectores juveniles latinoamericanos realizan la ilusión de reproducir el modo de vida de sus equivalentes metropolitanos. Originada en el inconformismo de grupos marginales de la sociedad industrial alienada, esta falsa contra-cultura nada tiene que ver con nuestras necesidades reales de identidad y destino: brinda aventuras para paralíticos; genera resignación, egoísmo, incomunicación; deja intacta la realidad pero cambia su imagen; promete amor sin dolor y paz sin guerra. Además, al convertir a las sensaciones en artículos de consumo, encaja perfectamente con la "ideología de supermercado" que difunden los medios masivos de comunicación. Si el fetichismo de los autos y las heladeras no resulta suficiente para apagar la angustia y calmar la ansiedad, es posible comprar paz, intensidad y alegría en el supermercado clandestino.
PÁGINA 2 – NUESTRA
POESÍA
MIRYAM
COLOMBOTTO DE SEIA
(Gálvez-Santa
Fe-Argentina)
TAREA
Armar
de nuevo
la
geometría
de
la soledad
coser
sus aristas deshilachadas
limar
sus contornos astillados
armarla
con una esperanza
apta
para enfrentar la realidad
-
a pesar de la mariposa
empecinada
tras la frente -
y
ganarle a las sombras
cuando
la luz del día
y
de la verdad
se
van...
¿O
será la esperanza una utopía más?
SARA
IRENE NADALUTTI
(Santa
Fe-Argentina)
EL
LADO IZQUIERDO
Vivo
entre la metáfora y el paradigma,
en la diéresis etérea del verbo
y la palabra.
en la diéresis etérea del verbo
y la palabra.
Vivo
en el lado izquierdo de la vida
que exhala tiempo,
en la ilusión que se me derrama
sobre la Nada misma,
en la desnudez de la hipocresía.
que exhala tiempo,
en la ilusión que se me derrama
sobre la Nada misma,
en la desnudez de la hipocresía.
Vivo
en el interrogante
como una maldición diaria,
mi mantra,
mi palabra.
En la conciencia que se expande,
siempre
y un poco más,
que conoce de muertes diarias.
como una maldición diaria,
mi mantra,
mi palabra.
En la conciencia que se expande,
siempre
y un poco más,
que conoce de muertes diarias.
Vivo,
en la sombra inexplorada del pensamiento,
que siempre sabe a poco,
que sueña en olas,
en el constante devenir de profundidad.
en la sombra inexplorada del pensamiento,
que siempre sabe a poco,
que sueña en olas,
en el constante devenir de profundidad.
SERGIO
BARTÉS
(Santa
Fe-Argentina)
RITUAL
Al llegar
la noche
el rocío silencioso
del follaje y la espuma
se derrama sobre la rosa
como un grito lento.
el rocío silencioso
del follaje y la espuma
se derrama sobre la rosa
como un grito lento.
Separa sus
pétalos
y recorre ávidamente
con su lengua nocturna
las regiones blandas
del hábito y el placer.
y recorre ávidamente
con su lengua nocturna
las regiones blandas
del hábito y el placer.
La rosa se
despega de su tallo
y vuela por geografías ocultas:
gaviota transparente
de consumida fragancia.
y vuela por geografías ocultas:
gaviota transparente
de consumida fragancia.
Crecen las
tinieblas:
golpes de asombro
en la frente de la noche.
golpes de asombro
en la frente de la noche.
La rosa
gime.
El jardín es su alcoba.
ROSA
FASOLIS
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
de esas cosas II
en la sinuosa quietud del espacio
palpita sin embargo
el lacerante quehacer de la vida
pálida / secreta / dormida /
la esperanza se entrega
a la paciente tarea de ovillar hilos dispersos
(el telar aún resiste)
recorro el trazo de antiguas y recientes quimeras
más allá -donde sé que está el mar- el adiós
es una boca de sal
siempre abierta
en la que discurro sobre zodíacos intrincados
mi metamorfosis
por senderos de musgo
nada se cuida de mí
nada me teme
mas el miedo percibe un amenazante lodo aluvional
oscuro y terco
en mi trajinado cielo
¿habrá lugar alguno para recibir otros sudores
otros cuerpos?
JESÚS GOICOURÍA
(Santa Fe- Argentina)
JESÚS GOICOURÍA
(Santa Fe- Argentina)
Caída en
el habitar poético
¿Y si con
los pies resquebrajados no pudiera ya caminar?,
¿Por
esperanza o necesidad empuñaría unas pocas palabras
para
decir: disculpe señor…?
¿Y si, de
pronto, la suerte azota con el peso de un árbol muerto
el sol que
envuelve la primavera
y en medio
de la tierra el viento me deja desnudo?
Como quien
recoge las hebras del destino
para
formar una historia,
atravieso
las puertas del universo poético
y escojo
una de las vidas que me confiere
para
decirme que:
Has
golpeado a la puerta equivocada
quien te
conoce
deambula
por las calles,
mueve las
manos sin saber por qué
bebe vino
tibio y
la noche
acobija su temblor,
no duerme
sin vivir la luna
ni arropar
con cadenas la ilusión.
Pero ya
sabes, aquí no habita quien buscas,
aquí se
duerme por las mañanas
encandilados
por el sol
porque el
resplandor vulnera
y quiebra
la voz que tararea el son del viento,
las entrañas,
la
menudencia pidiendo perdón.
Has
golpeado la puerta equivocada.
Pero sea
quien seas, entra,
alguien
que te espera
no pone
claves a su rostro
preguntando
quién.
Aquí no
está quien buscas
aquí me
oculto de los pies descalzos
que
reflejan lo que soy.
entra,
aquí
también me oculto del hambre
intentando
olvidar su sabor.
Aquí no
está quien buscas,
pero ya
sabes,
el amor es
una forma de eclipsar el vacío,
por eso la
poesía te ha encontrado también hoy.
PÁGINA 3 – CUENTO
ELISA ROSETTI
(Santa Fe-Argentina)
LOS DOS LO DIJERON…
Aquí, los lapachos uno a
uno van despertando su rosada frescura y los naranjos revientan de dulces azahares.
Allá, los árboles
estarán apagando poco a poco como en un duelo, sus colores.
En todo el mundo las
pantallas muestran al rojo vivo la
muerte y la furia del Mediterráneo que
lleva y trae la espuma blanca y la inocencia hasta la playa.
Ayer fue la “ Niña de
Napalm” que mostró al mundo el horror que siembran los poderosos .
Hoy es Aylan Kurdi y el
mundo se está preguntando ¿ qué hacemos?
Angela dice:-“ si… no… repartamos”-.
François dice: “seamos
responsables”-
Viktor, extendió el alambre de púas y dijo:”- Jesús, ¡sálvanos!”-
Aquí queremos ser buenos
y mostrar nuestra humanidad al mundo por lo que comienza a regir inmediatamente el “programa siria”. Venid,
vivid y multiplicaos.
Allá, el Papa salió de
sus cuatro paredes marmoladas y fue hasta la “ vía Balbuino” a comprarse un par
de anteojos . ¡Oh! Dijeron en las calles de Roma los romanos. ¿Verá después en color o en blanco y negro el Santo
Padre?
“El mundo fue y será una
porquería…”(Discépolo)
Aylan yace en la playa
caído para siempre. Hubo un ¡clic! y la imagen capturada se lanzó para despertar las conciencias y
tocar los corazones.
Las redes del mundo
informativo mostraron a los cronistas
preocupados en sesiones extraordinarias sin saber qué hacer y
preguntándose: ¿es éticamente correcto? ¿ es moral?
¡Hipocresía!
Aylan espera a “todos
los hombres de la Tierra” que lleguen hasta él y le digan al oído “¡Quédate
hermano”(Vallejo).
Y a mí me lo dicen los
lapachos en flor; los azahares dulces y el sol suave que brilla de este lado
del Mundo adonde no llegan los gritos
del horror de los padecientes.
Y todo se ve en colores.
“…en el quinientos seis y en el dos mil
también…”
Inmoralidad. Deshumanización.
4 de setiembre de 2015
la noticia: El Mediterráneo, Aylan y los miles y miles de soles que se apagan
día a día.
“ Y el cadáver ¡ay!...siguió muriendo.”
PÁGINA 4 – ENSAYO
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
TRAMAS
“Ningún cuerpo es tierra firme”, escribe
mi amigo, el poeta Jorge Boccanera. Este verso, limpio como una espada
pertenece a su último libro, el mejor de todos, y se llama “Monólogo de un
necio”. Los textos que ha escrito mi amigo son impecables, como lo es mi
memoria hecha de amaneceres aún no resueltos. Como éste en que escribo en el
indeciso claroscuro del alba, cuando la ciudad se recuesta con letargo y pereza
sobre su río, que no nos tiene en cuenta.
Pienso
que debo tirar pacientemente del hilo que se asoma incipiente, laxo, como
si durmiera bajo aquella frazada de trama basta, gruesa, cuyo origen era
seguramente extranjero, la habrían tejido las manos de alguna bisabuela
desconocida o tal vez una que sí conocí, breve como una pasa de higo o un
ramito tembloroso de ramas secas y que tenía casi cien años y que fue traída
por tío Nuncio luego de la Guerra. Se llamaba Dominga y era madre de mi abuela
materna, andaba como perdida y perdida estaba en mí, en mi memoria pero ella no
estaba perdida y hacía esfuerzos por aprender el idioma de un país desconocido
pero generoso. Habría sido ella quien tejía esas frazadas. No lo sé. Ni tengo
ya a quien preguntar ahora, me basta con arrebujarme en ese calor que me
defendió del frío helado en os tiempos ya lejanos, por no exagerar y llamar
remotos. Pero ese hilo descubre otras tramas, que no son de gruesa lana, sino
que se entretejen en un relato. Ese relato es tal vez el descubrimiento de una
pasión que empezó como un juego, pero que devino en mito y cuando escribo esta
palabra llego blandamente al gran piamontés, sí adivinó lector, y voy a
escribir su nombre: Cesare Pavese, un gran escritor, inimitable.
Y
mi relato tiene que ver con un paisaje que para muchos no es paisaje, y se
trata del escenario abierto que muestra la llanura. Esos grandes espacios
abiertos que supieron ocupar las mariposas, las abejas y los pájaros sobre otro
verdor, el que conlleva el recuerdo y el que no volverá.
Qué
poca cosa y cuánto puede conjurarlo, quiero decir que para eso tenemos la
palabra. Con ella hacemos lo que podemos, ya lo dijo Borges, uno no escribe lo
que quiere sino lo que le es deparado, entiendo que habla de limitación y no de
disponibilidad ni destino, ya que otro poeta, Leónidas Lamborghini aseveró con
respecto a la creación: “las intenciones son enormes, los resultados son
deformes”.
Buscar
esos hilos sueltos, es decir los de la memoria, hacen que la ventura sea
posible seguir nuestra ambición que la modestia esconde.
Y
si pudiera describir aquellos amaneceres donde las tropillas rompían con sus
cascos la escarcha dura sobre los campos, o los potros intentaban saltar los
alambrados podía ser un poco más feliz. O poder recuperar esa sombra donde el
amanecer era una promesa aún y se enfrenaban los caballos para atar a los
arados, y de sus bocas brotaba un vaho que mojaba sus belfos babeantes y alguno
todavía permanecía dormido, como ese niño que salía al patio con un poncho
sobre el hombro para ver esa tarea que lo fascinaba, hasta que alguno de los
mayores lo introducía en la cocina para que sus narices recibieran el olor
maternal del café con leche, esos grandes tazones inolvidables, ya que nunca
más supe por qué en las chacras de entonces se usaban esos recipientes con la
leche gorda, recién ordeñada, mezclada con el café bien caliente, y
el pan recién horneado que acompañaba ese desayuno que se quedó solo y firme,
imbatible en el principio de los tiempos.
El
relato entonces tiene sentido, cuando es capaz de tirar ese hilo perdido en
principio, olvidado, pero que un acto casual lo trae al presente con su carga
de placer pero también de dolor, porque está irremediablemente escondido hasta
que uno tira una hilachita y lo tare al presente.
Pero
sabe que nunca será igual, porque la memoria es traicionera e infiel.
Y
ya sabemos que para todo hay que pagar un precio y como bien escribe mi amigo
Jorge Boccanera:
“El precio es lo de menos
todo
cuesta la vida”
PÁGINA 5 – CUENTO
RAÚL
GUSTAVO AGUIRRE
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
CINCO
TESIS SOBRE POESÍA (1ª entrega)
En
1975, Raúl Gustavo Aguirre ofreció una conferencia en la Biblioteca Argentina
de Rosario cuyo título fue “Cinco tesis sobre poesía”. Un año después,
Francisco Gandolfo le pidió el texto para publicar en su revista el
lagrimal trifurca, incluyéndolo en el
número 14, de agosto de 1976, que sería el último. Desde entonces ese ensayo ha
permanecido en algunas hemerotecas y en manos de los pocos lectores que
conservaran el ejemplar. La mojarra desnuda tuvo acceso a él por
gentileza de Juan Carlos Moisés y la generosidad de Marta Aguirre que nos
permite publicarlo. No es casual que la obra de Aguirre haya cobrado nueva
vigencia y que merezca una atención que nunca debió perder; mencionemos por
ejemplo la publicación por parte de la Biblioteca Nacional de los dos tomos
facsimilares de poesía buenos aires que Aguirre dirigió entre 1950 y
1960 y la reciente Obra poética que publicara Ediciones del Dock con
compilación y prólogo de María Malusardi. Contribuimos así a difundir una parte
de la obra oculta durante muchos años de un poeta cardinal.
Segunda
tesis: NO EXISTEN LOS POETAS
Si
la poesía no existe, tampoco existen los poetas. Quiero decir: si la poesía
existe sólo como literatura, en la palabra, en la literatura oral o escrita,
solamente existen “hacedores de poemas”. Pero un poema es, o bien cualquier
composición que responda a las reglas de cierta retórica más o menos aceptada
en un medio dado, o por el contrario, es un acontecimiento existencial
realmente importante en la vida de aquel que, en cierto momento favorable,
entra en “relación” con él (y aquí la palabra poema tiene un amplio
sentido: puede ser, por ejemplo, una canción o una página manuscrita o
impresa).
En
el primer caso, en el de una composición que responda a ciertas reglas o leyes
retóricas prefijadas, es evidente que cualquier persona diestra en el manejo de
estas reglas puede, en cuanto se lo proponga o se lo encomiendencomponer un
poema. Podría, de esta manera, presentarse en un concurso celebratorio del
Descubrimiento de América, o del Centenario de un determinado hecho histórico,
o donde se premie el mejor Canto a las Virtudes Cívicas, o lo que fuere. El
mecanismo de este proceso es muy simple: un “tema” que servirá de contenido a
la composición, y una “forma”, lo más bella posible dentro de los enunciados de
una retórica (o a lo sumo, de una estética) preexistente. Y ya tenemos el
alfajor fabricado, perdón, compuesto. Sin duda, su autor es un poeta, así como
el señor que nos hace fotografías urgentes, tamaño 4 x 4, es un fotógrafo. Y en
este sentido, mi tesis -repito- es NO EXISTEN LOS POETAS.
Pero
ya me estoy aventurando demasiado en mis negaciones y, para no pecar de ser en
exceso pesimista, voy a necesitar de alguna afirmación. Que la haré en mi
Tercera
tesis: EXISTEN LOS POEMAS
EXISTEN
LOS POEMAS: sin duda, sin duda, sin ninguna duda. Esta afirmación, está claro,
no tiene contenido polémico. Muy bien, porque no se trata de ser polémico
porque sí y a troche y moche. No obstante, quiero aclarar que no me refiero
aquí al poema tal como lo describí hace un momento, como una especie
de artefacto fabricado conscientemente y ex profeso según
ciertas reglas destinadas a producir determinada emoción. Debo confesar que,
aunque parezca fácil afirmar que tal manera de “hacer“ un poema es falsa,
literariamente “artificiosa”, una especie de engaño, en suma, hay grandes
creadores de poemas que han afirmado lo contrario. Entre ellos, Vladimiro
Maiakovsky que, como es sabido, no diferencia un poema de cualquier otro
producto industrial; o César Vallejo, quien nos dice, justamente, que un poema
es un artefacto destinado a producir emoción. Y también el galés Dylan Thomas,
que no sólo habla de “oficio” en uno de sus poemas, sino que en sus cartas y
ensayos expone una completa teoría de la “fabricación” del poema.
¿Entonces?
Antes de continuar, quisiera intentar una explicación a esta aparente
disidencia de estos grandes creadores. Hay, sin duda, en todo trabajo de
creación, una parte de habilidad adquirida y de esfuerzo consciente. Pero esta
habilidad y este esfuerzo, cuando se produce un auténtico acto de creación,
están al servicio de la concreción, en palabras, de algo que los trasciende. Por
diversas razones, se confunde este trabajo con la verdadera creación o se lo
valoriza más que ella. Es el caso de Maiakovsky, porque me parece quería
justificarse del frecuente complejo que asalta al escritor ante los que
"hacen": pareciera que un obrero metalúrgico, de cuyas manos sale una
gigantesca rueda de locomotora, estuviese creando una realidad de más
"peso" (en todo sentido) que el hombre que se limita a hablar, a
escribir. Este complejo ha dado lugar a tremendas distorsiones, pero por el
momento no puedo ocuparme de él aquí, más que para decir que, en ese especial
momento de la historia de su país, Maiakovsky no quería “sentirse menos” que
los obreros y experimentó la necesidad de justificar su trabajo escribiendo
perogrullesca pero dramáticamente que, aunque un poeta no echa humo por las
chimeneas como una fábrica, también "produce". En cuanto a César
Vallejo y a Dylan Thomas, creo que no eran conscientes - a fuer de modestos -
de que su capacidad de creación excedía en mucho lo que ellos consideraban
humilde y simplemente un trabajo de composición. Aquí viene a cuento recordar
lo que Henry James recomendaba a los aprendices de narradores. Les decía, más o
menos, lo siguiente: “No se preocupe por la forma de lo que va a relatar ni por
los procedimientos narrativos. Si bien estos son importantes, lo que debe
importarle más que nada es tener una rica experiencia vital. Porque, en suma,
la importancia de un escritor reside en la calidad y riqueza de sus
experiencias vitales". Yo creo que el gran novelista de "La Bestia en
la Jungla” tenía mucha razón. La calidad y riqueza de la experiencia vital de
los hombres que he citado excedia largamente su capacidad de trabajo, su
“oficio", aunque -sin duda- lo tenían en grado sumo, y este oficio, entonces
sí, les era útil, porque facilitaba la comunicación de sus experiencias, la
concreción en palabras de ese fenómeno vital que denominamos poema.
En
suma, EXISTEN LOS POEMAS, pero entendiendo por tales esas misteriosas
constelaciones de palabras (que llegan a nosotros, por ejemplo, en una canción,
o en lo que nos habla de otra persona, o en una página impresa) y que producen
en nosotros reacciones emocionales,“revelaciones” o deslumbramientos, o como
quiera que denominemos esa sensación de haber sido “tocados” por algo que tiene
mucho de indecible y que mal podríamos explicar en otras palabras.
Estos
son, sí, POEMAS, y su carácter esencial, como vemos, es TENER QUE VER CON
NUESTRA VIDA, tener alguna significación para nosotros, aunque, a veces o
nunca, sepamos a ciencia cierta en qué consiste claramente esa significación.
PÁGINA 6 – POESÍA
ARGENTINA
ERNESTINA ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)
X
el ojo de
la niña
penetra
los tules de la caja de madera
donde duerme la abuela
donde duerme la abuela
el ojo de
la niña
percibe
las formas del sexo de los hombres
bajo las cremalleras y los botones
bajo las cremalleras y los botones
el ojo de
la niña
a través
del ojo de la cerradura
observa copular a los ángeles
sobre el lecho de su madre
observa copular a los ángeles
sobre el lecho de su madre
el ojo de
la niña mira y ve.
MARTHA
OLIVERI
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
AMARGO
CÁLIZ
El poeta es apenas una astilla
clavada en el corazón del mundo
un madero que naufragó los siglos
una cruz cuya sangre se ha lavado
y hoy reluce de oropeles
y de liturgias célibes
.
me lo ha dicho Él
el paria, el rey,el gran blasfemo de los dioses de Roma
el lapidado de todos los tiempos
y de todos los mitos
y ha llorado su frente y su corona
junto a mi, casi extinto como runas de un ángel
Él
me ha dicho:
"habla de una cruz
y si aún así te preguntan
sólo diles es madera
y una astilla una pequeña astilla"
en el cuerpo del mundo,
en el alma del mundo
y si aun te preguntan sólo diles
es la madera,...la madera ....así lo quiso
.ah y la tristeza de la que todos huyen"
"habla de una cruz
y si aún así te preguntan
sólo diles es madera
y una astilla una pequeña astilla"
en el cuerpo del mundo,
en el alma del mundo
y si aun te preguntan sólo diles
es la madera,...la madera ....así lo quiso
.ah y la tristeza de la que todos huyen"
Él
primero habló de la tristeza
la tristeza y la cruz
la madera y la astilla.
un llanto entrecortado ,el hálito final
el sueño en luto.
la tristeza y la cruz
la madera y la astilla.
un llanto entrecortado ,el hálito final
el sueño en luto.
Y
un ángel que se muere, ese lento puñal
capaz herir el punto inmaterial del vacío
Y cuando el llanto muere sus lágrimas
abrasan adormecidos los párpados del mundo
y lloran sin saber las esferas celestes.
y entonces qué legado, pregunté y ahora os pregunto
qué pedir a qué rogar
acaso hemos dado bálsamo en su pena
lo hemos puesto a resguardo de si mismo
no hemos negado su séquito de sombras.
capaz herir el punto inmaterial del vacío
Y cuando el llanto muere sus lágrimas
abrasan adormecidos los párpados del mundo
y lloran sin saber las esferas celestes.
y entonces qué legado, pregunté y ahora os pregunto
qué pedir a qué rogar
acaso hemos dado bálsamo en su pena
lo hemos puesto a resguardo de si mismo
no hemos negado su séquito de sombras.
Nada
de eso hemos hecho
ronroneemos a la sombra de todas las tragedias
como mansos rumiantes.
masticamos los sueños, bostezamos.
ronroneemos a la sombra de todas las tragedias
como mansos rumiantes.
masticamos los sueños, bostezamos.
pero
aún hay quien "clama en el desierto"
Aún hay locos manchegos
forjadores de cielos
y niñas desafiando la corona y la hoguera"
Y un anciano amanecer que no se rinde.
Aún hay locos manchegos
forjadores de cielos
y niñas desafiando la corona y la hoguera"
Y un anciano amanecer que no se rinde.
Y
si es así ,si hay premura de abrir de punta a punta
este oceánico anhelo del corazón en rejas
no cerremos los templos con acotado rezo
amparemos al dios que no tiene palabra
este oceánico anhelo del corazón en rejas
no cerremos los templos con acotado rezo
amparemos al dios que no tiene palabra
hemos
pedido demasiado, demasiado, oísteis
Hombres de bien, papas,clérigos,lloronas,
y fantoches de la buena voluntad
hemos gozado la sangre derramada
del poeta que ha bebido nuestra muerte.
Hombres de bien, papas,clérigos,lloronas,
y fantoches de la buena voluntad
hemos gozado la sangre derramada
del poeta que ha bebido nuestra muerte.
MARCELO
PADILLA
(San
Martín-Mendoza-Argentina)
Arquitectura
los
cuadros que sostienen la casa
con esos clavos o la venas por donde circula
agua o gas
esas camas no permiten al piso
se caiga
o el frío de la heladera que depende
del frío de lo que dejamos dentro
la ropa que le da sentido a ese hueco con puertas
o los libros que inventaron la biblioteca
el calor es calor antes de la estufa
porque el fuego es anterior
como los paisajes al pintor que pinta
la brecha
entre realidad y fantasía
esa fisura
ese anacronismo fecundo
de las nubes medievales
y sus torres
para otear el dominio
Hay encierro
porque hay encerrados
antes de la física
y los materiales
es arquitectura lo que se piensa y siente
como una anatomía de huesos infrecuentes
vísceras y músculos
autopsia de ciudades muertas
y no la casa ni el edificio o
las calles
antes
vestigios invisibles
huellas imaginarias
trazos de copistas
inigualablemente coreanos
y porcelanas
porque antes hubo fuego
y porque hubo fuego
la guerra
el amor y el abrigo
la cueva y el rito
la casa
toda casa
se sostiene por sus cuadros
y por sus clavos.
con esos clavos o la venas por donde circula
agua o gas
esas camas no permiten al piso
se caiga
o el frío de la heladera que depende
del frío de lo que dejamos dentro
la ropa que le da sentido a ese hueco con puertas
o los libros que inventaron la biblioteca
el calor es calor antes de la estufa
porque el fuego es anterior
como los paisajes al pintor que pinta
la brecha
entre realidad y fantasía
esa fisura
ese anacronismo fecundo
de las nubes medievales
y sus torres
para otear el dominio
Hay encierro
porque hay encerrados
antes de la física
y los materiales
es arquitectura lo que se piensa y siente
como una anatomía de huesos infrecuentes
vísceras y músculos
autopsia de ciudades muertas
y no la casa ni el edificio o
las calles
antes
vestigios invisibles
huellas imaginarias
trazos de copistas
inigualablemente coreanos
y porcelanas
porque antes hubo fuego
y porque hubo fuego
la guerra
el amor y el abrigo
la cueva y el rito
la casa
toda casa
se sostiene por sus cuadros
y por sus clavos.
ABEL
ESPIL
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
EL
VIVIR EN VERSO
dedicado a Cristina
Castello
En
las paredes de ladrillo de tu casa,
caminan
en silencio las letras.
Amaneciendo,
las vas tomando de en, una en una,
teniendo
por compañía las lágrimas,
a
causa de la despedida.
Ellas,
cuidan tu sueño ,
respetan
tus noches de amor,
son
las mejores amigas
de
la vida pasada, presente y futura.
Tus
manos suaves y plasmadas de amor,
las
vas ---en al amanecer---abrazando de en, una en una,
Estas
temblando, no lo quieres,
ellas
sufren lo efímero de este amor.
Lo
que sabe el viento, la lluvia, el sol,
es
que las letras se abrazan en palabras,
caminado
por siempre en tu vida presente,
pasado
y futuro... un solo grito se oye,
es
cuando Cristina Castello, se unió al verso,
con
pocas letras, tomadas de las paredes de su casa.
SILVIA
LOUSTAU
(Mar
del Plata-Buenos Aires-Argentina)
XX
las palabras que solo existen en la mente del universo
no han sido pronunciadas.
cuando las conozca me conoceré a mi misma.
ahora / como un recién nacido/ no hablaré.
sólo descansaré en el amor.
navegaré en la espuma de las nubes.
leeré en el libro de los ríos.
cantaré con las voces de los árboles.
encontraré dioses en mis dedos y en las alas de los pájaros.
danzaré con el ritmo del agua /
olvidaré la tristeza de ser.
crearé mi destino.
dios está en la palma abierta de los hombres.
danzaré para crearme /
sin palabras
como un pequeño dios.
las palabras que solo existen en la mente del universo
no han sido pronunciadas.
cuando las conozca me conoceré a mi misma.
ahora / como un recién nacido/ no hablaré.
sólo descansaré en el amor.
navegaré en la espuma de las nubes.
leeré en el libro de los ríos.
cantaré con las voces de los árboles.
encontraré dioses en mis dedos y en las alas de los pájaros.
danzaré con el ritmo del agua /
olvidaré la tristeza de ser.
crearé mi destino.
dios está en la palma abierta de los hombres.
danzaré para crearme /
sin palabras
como un pequeño dios.
PÁGINA 7 – CUENTO
LOLA
MONTERO CUÉ
(Madrid-España)
EN EL PAÍS DEL FAUNO
«No conocerá ni tu nombre»El laberinto del Fauno
Guillermo del Toro
Guillermo del Toro
«Y sus ojos repasando una y otra vez la cara de la niña.
¿Cómo explicárselo?¿Cómo alertarla sobre el peligro que la familia corría?»La Fiesta del Chivo
Mario Vargas Llosa
Nací en
el país del Fauno cuando le faltaban ya pocos años para morir. Le llamábamos
así porque era difícil llamarlo de otra manera. Difícil afrontar, o siquiera
saber, lo que representaba para todos nosotros. No lo identificábamos como
miedo. Había sido miedo al comienzo, sí, pero ya no lo sentíamos así cuando yo
vine al mundo (si es que el país formaba parte del mundo entonces). Muchos de
nosotros ni siquiera habíamos conocido otra cosa. Sin embargo, algo hacía que
en cada esquina, debajo de cada puente, en cada casa flotara un olor incesante
a macho cabrío que producía la turbadora sensación de que estaba en todas
partes, condicionando hasta el más íntimo de todos los actos.
Imaginarlo como un personaje de
leyenda nos ayudaba a tomar distancia, le ponía barreras para que, al menos, no
entrara del todo en nuestro espíritu, para guardar un resquicio en lo más
íntimo de la libertad primordial que te hace sentirte un ser humano.
Muchos habían tratado de oponerse desde el principio,
pero, como todos los faunos, el nuestro había impuesto su dominio con una
matanza sangrienta, que otros muchos desde dentro habían alentado en nombre de
no sé qué ideologías y principios. Nunca estuvo solo. Le ayudaron también desde
fuera, fuerzas poderosas, otros faunos. Quienes lo apoyaron en el país pensando
actuar en su propio interés no pudieron imaginar que quedarían también
atrapados en el pringoso entramado que, entre todos, fueron urdiendo, algunos
con grandes y ostentosas medidas disfrazadas de ostentoso amor a la patria, a
la familia, a su dios y a su paz duradera, y otros banalmente, sin darse
cuenta, con pequeños gestos. La atracción que ejerció hasta su muerte no fue
solo la de la sangre y el miedo.
Dijo que pacificaría el país, y lo
hizo, a su manera. Dijo que traería la prosperidad, no habló del precio.
Enterró rápidamente los cientos de miles de cadáveres, como si los estuviera
sembrando por todo el territorio, y los cubrió con una capa de falsa justicia y
falsa gloria. Y nadie se dio cuenta de que un líquido espeso se expandía por
los ríos subterráneos buscando salida, hasta llegar a los bordes del país y
anegarlos, dejándolo aislado y perdido en un mar que no figuraba en ningún
mapa.
En las escuelas, las páginas de los atlas comenzaron a
amarillear y a emborronarse por los bordes. Una especie de carcoma del papel se
había convertido en una auténtica plaga. Pero la gente no tuvo más remedio que
seguir viviendo como si no pasara nada, y del pavor del comienzo no llegó a
quedar más que una sensación incierta de desasosiego perdida en el fondo de
cada pecho que, cuando yo nací, ya nadie sabía siquiera identificar.
Ese fue el País del Fauno que yo
conocí. Un país impostadamente feliz, nadando en su propio vacío, donde todos
los puntos cardinales eran imaginarios: sus grandes valores, sus héroes y sus
villanos, sus himnos y todos sus astros, hechos del plástico que tanto gustaba
en aquella época, brillando en un firmamento opaco. Y no es que el Fauno, viejo
ya como un carcamal (aunque siempre respaldado por su grey, cuya avaricia los
volvía sus marionetas), moviera todos los hilos. En realidad, se movían solos,
o los íbamos moviendo todos sin darnos cuenta, como si fuéramos autómatas de un
tiovivo gigante que funcionaba desde hacía tanto por su propia inercia.
Los que seguían luchando contra el
régimen, desde el exilio o desde los eriales y los montes desiertos, eran
perseguidos como diablos. Mi familia nunca se contó entre ellos. Pero sí entre
aquellos otros que resistían como podían en la intimidad de las casas la otra
dominación, todavía más pertinaz, alimentada por esa necesidad de olvidar el
horror, de acostumbrarse a lo que había, aceptando, incluso, creer que el Fauno
nos había librado de la indiferencia del mundo. Ese néctar de la costumbre que
prometía la felicidad de la amnesia iba calándote hasta convertirte en poco más
que un fantasma, un autómata más de ese tiovivo esperpéntico.
Había que ser muy fuerte para luchar
contra eso. Y era una lucha sin honores ni alaracos, que vivía y moría en ti.
Si la perdías, ni siquiera te dabas cuenta. Los que la libraban tenían un
código: «no dejes que te atrape el Fauno».
Para que no les atrapara el Fauno,
hablaban su lengua en secreto, ironizaban ante los fatuos y las medidas de
gloria, se quedaban en casa en la fiesta nacional, seguían llamando a ciertas
calles con sus antiguos nombres y, sobre todo, se empecinaban en no dejarse
ganar por la moral del Fauno, no entrar en las redes de influencias, no adoptar
la mentalidad superficial y mezquina que se había ido instalando, permeándolo
todo.
Que no te atrapara el Fauno quería
decir también, sobre todo entre las mujeres y los niños, que ninguno de sus
secuaces tuviera la suerte de caerte encima e imponerte sus caprichos. Cada vez
eran más los que se habían acostumbrado al olor a macho cabrío hasta dejar de
sentirlo. Les había entrado por la pituitaria como un veneno que había ido
quebrando sus cinco sentidos hasta hacerlos incapaces de distinguir entre el
bien y sus más bajos instintos.
El Fauno me atrapó a los nueve años,
en un vagón de metro. Y algo extraño me sucedió entonces. En la asfixiante
bruma de horror que siguió al encontronazo se me abrió un camino que me llevó
muy lejos, a otro país. Un lugar al abrigo incluso de las sensaciones de tu
propio cuerpo, completamente aislado, aunque esté solo a cinco palmos del
suelo, tan lejos de la realidad que no sientes ni sed, ni hambre (ni siquiera
de justicia). Un lugar tan sublime, que ya no quieres volver a poner los pies
en la tierra. Me pregunto cuántos de nosotros habitamos aquel paraíso, sin
saberlo.
Desde ese lugar crecí, alimentada por
mi madre, que no se dejaba amilanar por mi boca cerrada y me nutría a pequeños
sorbos de caldo y papilla. Desde ese lugar vi a algunas personas buenas
tenderme la mano, aunque no podían llegar donde yo estaba, ni bucear en las
miradas de mis ojos vacíos.
Nuestro Fauno murió de viejo cuando
yo llegaba apenas a la adolescencia, ensimismada aún en mi torre de hielo. Hubo
grandes festejos, champán a borbotones, manifestaciones, incluso brotes siniestros
de violencia en nombre de la recién conquistada libertad (la resistencia y las
circunstancias habían hecho su trabajo de erosión del régimen con ahínco y el
país había sido captado de nuevo por los radares extranjeros). La gente recibió
la democracia como si fuera la gran dama del mundo de los elfos. Pocos
imaginaban que las tramas de intereses volverían a abrir regueros corrompiendo
su blancura, encontrarían de nuevo el modo de mover los hilos y se adaptarían
rápidamente a los olores de las nuevas rosas y a los colores de las nuevas
banderas.
Sin embargo, todavía hoy, tantos años
después, quedan muchos que siguen soñando con el Fauno, y en el silencio de sus
círculos, de su casa, de su fuero interno, lo veneran y le hacen sacrificios
para que vuelva. Algunos lo ensalzan en las redes sociales. Otros siguen
invocándolo, a la luz o en la sombra, en nombre de sus ideologías, como si
fuera una cuestión de izquierdas o de derechas, de centro o de periferia, como
si los faunos no se comieran las ideas como las ovejas los pastos, arrasando,
sin dejar una sola semilla que haga germinar un puñetero árbol.
Hay quien dice, por el contrario, que
en verdad nunca existió, que los faunos no son más que el producto de
determinada capa de la atmósfera humana, alucinógena y terriblemente tóxica,
que aparece y desaparece cuando soplan ciertos vientos. Solo quienes logran
mantenerse a altitud cero o volar a lo que fue mi paraíso logran no
envenenarse. Pero lo cierto es que, como digo, todavía hay quienes lo anhelan.
No porque sean peores que los demás, sino porque necesitaron más que los demás
creer que el hedor del Fauno era el perfume que soñaban. Llegaron a marearse
tanto que se alteraron sus sentidos definitivamente. Y todavía siguen
comportándose como cuando estaba él.
PÁGINA 8 – ENSAYO
MIRIAM
CAIRO
(San
Nicolás-Buenos Aires-Argentina)
LA
HEROÍNA EN PUNTAS DE PIE
"Los
detractores de la poesía/ van a tener que pedirnos perdón en cuclillas/ ha
quedado de manifiesto/ que se le puede hacer la pelea a la prosa:/ la
cenicienta de las bellas artes/ no tiene nada que envidiar a sus hermanastras
goza
de buena salud/ en opinión de justos y pecadores/ señores Fukuyama/
Gombrowicz/
Stendhal/ Platón & Cía./ Ilimitada". Nicanor Parra
Estos
versos ponen de manifiesto que la cruzada poética lucha contra varios frentes a
la vez: el mercado, las instituciones y también, la propia literatura, si
leemos a Gombrowicz, Stendhal y Platón como representantes de esa compañía
literaria ilimitada.
En
principio, me referiré a Fukuyama, según el orden establecido en el poema,
quien nos participa del festín de la neocolonización imperial de occidente en
¿El fin de la historia? y "descarta la importancia de la ideología y la
cultura, viendo al hombre como un individuo racional y maximizador del
lucro".
Ante
esta concepción especulativa del hombre, la pregunta se hace sola: ¿la poesía
puede encontrar un espacio para el pensamiento metafórico en una sociedad que
tiene como prioridades la racionalidad y el lucro?
"La
gente seria", dice Cynthia Ozick en Metáfora y Memoria, "está
acostumbrada a sentirse cómoda con su mente. La inspiración es una intrusa, una
raptora de la razón". Resulta claro que el discurso poético, con su manera
de entrar sesgadamente en el territorio de la realidad, exige en el lector un
desprendimiento de los discursos hegemónicos y convencionales, de allí que para
Parra, Fukuyama y todo lo que él representa, sea uno de los principales
detractores.
Pero
en el ámbito de la propia literatura, también se encuentran voces beligerantes.
Tal el caso de Wiltold Gombrowicsz, para continuar con el listado de detractores
que el antipoeta enuncia en sus versos. Gombrowicsz, en su ensayo "Contra
los poetas" cae en una serie de lugares comunes que resultan muy útiles
para reflexionar, ya que, por ser comunes, suelen ser reproducidos por muchas
otras voces provenientes de los distintos espacios culturales, escolares,
editoriales, críticos, académicos.
La
primera caída (en el lugar común) tiene que ver con la desazón que a
Gombrowicsz le provoca la posibilidad literaria de experimentar con el
lenguaje, y, en medio de una especie de maldición lanza su artillería: "A
veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera
de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para
comprobar qué quedará de ellos entonces." La idea de separar al hombre de
su lenguaje es algo que no resulta ajeno a los habitantes de estos suelos,
quienes fuimos despojados del habla originaria y a quienes se nos insertó otra
por medio de la espada. Que aquello haya ocurrido en el siglo XV, podría
resultar en cierto modo, comprensible, pues era el modo en que el hombre se
relacionaba con el hombre: a pura devastación y dominio forzado. Aunque en el
siglo XXI las cosas no han cambiado demasiado en cuanto a las formas de
dominación de los antros imperiales.
Sin
embargo, hay otras voces que echan luz sobre la cuestión del lenguaje: el
físico inglés, Freeman Dyson, afirma: "Es cierto que una sola lengua sería
mejor para los burócratas y los administradores. Pero tanto nuestra historia y
prehistoria como las sociedades primitivas contemporáneas parecen demostrar que
la plasticidad y diversidad de las lenguas tuvieron un papel muy importante en
la evolución humana." Pues, ¿dónde, mejor que en la poesía, la lengua
alcanza su máxima plasticidad? El texto de Gombrowicsz, leído en el año 2015,
por momentos consigue rasgos caricaturescos que no alcanzan a salvarlo de la
insolvencia y menos aún del insulto.
Inferimos
que si Parra incluye en el séquito de detractores a Stendhal, es por haber sido
uno de los primeros en ostentar el exhibicionismo realista con su propósito
dogmatizante y estatutario. El realismo y el naturalismo, avanzan por senderos
opuestos a los de la poesía. Estos tienen por propósito quedarse en la
superficie del discurso, en la planicie del lenguaje, de tal manera que al
lector no se le despierten indeseados interrogantes ni intervenga con su
amenazante poiesis. Standhal y su escritura van tras las evidencias, tras las
respuestas irrefutables para que el lector sólo acate. En cambio la poesía
elige transitar por las zonas oscuras donde reina la incertidumbre, donde la
palabra va perdiendo los ropajes y llega desnudamente renovada, transformada,
hasta la puerta de nuestro aliento para que respiremos la extrañeza del
lenguaje que es mismo y otro.
Por
su parte, Platón, el último en ser nombrado por Parra, pero quizás el fundador
de la "compañía ilimitada", menospreciaba a los poetas porque
consideraba que la poesía inflamaba las pasiones y no era verdadera, ya que las
musas se apoderaban del alma del poeta y la obra resultaba producto de una
locura divina llamada inspiración. Aunque el gesto platónico pueda parecer
demasiado lejano, incluso perimido, "verdad" y "realidad"
son dos construcciones que todavía siguen luchando por imponerse por encima de
otras verdades y otras realidades, e incluso insisten en inmiscuirse en
territorios que no les competen: la literatura, la poesía, en fin, el arte.
Pero,
como lo anuncia el antipoeta, en su deliberada debilidad la poesía sigue siendo
invencible. No ha habido imperativo neoliberal, ni retórica dogmatizante, ni
insulto polaco, ni abalorio griego que haya podido derribarla. Es la heroína en
puntas de pie sobre un campo minado de amenazas.
PÁGINA 9 – CUENTO
CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)
“Malditos, atiéndanme que me muero”
De un herido en el hospital Departamentalde Cali, Feria de 1975)
A principios del setenta, a las
puertas de nuestra adolescencia tocaron gran parte de los ídolos e ideas
políticas de la generación anterior. Todavía escuchábamos a Salvatore Ádamo y a
Rafael; nos enamorábamos con Giggliola Cinquieti; íbamos a bailar con la Billos
Caracas Boys y Riche Ray. Esta fase, donde se unían dos generaciones, hizo que
nos despistáramos cada vez más a medida que crecían nuestros sueños, buscando
algo que a todos nos justificara. No poseíamos un país, pues Colombia nos
regalaba una imagen entre lo paternal y el terror, sobre todo para quienes
sospechábamos que detrás había otras puertas, que conducían a algún cielo.
Nuestros sueños permanecían seducidos
por los ídolos de una moda musical que nos amparaba para no morir en una
soledad errante: Nicola Di Bari, Doménico Modugno, Matt Monro, Piero, Charles
Aznavour; la balada argentina y española y el rock norteamericano se nos
imponían, a la vez que los más intelectualizados y politizados de nuestros
colegas comenzaban a inspirarse fraternalmente con la música de una izquierda
latinoamericana esperanzada en la unidad y liberación de nuestros pueblos.
Junto a la música de los Beatles y de
Carlos Santana, también tuvimos la oportunidad de escuchar aquella Joan Baez
latinoamericanizada y rebelde; vivimos el surgimiento y la puesta en auge de
cantautores que proponían una solidaridad con el colectivo y un amor diferente
al lado de nuestra terrible soledad de corazón. Entonces, comenzamos a oír a
Mercedes Sosa, Violeta Parra, Soledad Bravo, Víctor Jara; a la melancolía
irónica del viejo Atahualpa Yupanqui, a los Ana y Jaime colombianos y a Joan
Manuel Serrat que, desde su España, nos enseñaba poetas los cuales en el
transcurso de los años leeríamos con pasión y deslumbramiento.
También tuvimos nuestros héroes fílmicos
a través de una televisión provincial, que si bien dejaba mucho que desear, nos
mostró a un “Rey” Pelé majestuoso y digno de su grandeza en el mundial de
México; a un “Cochise” Rodríguez ganando mundiales en Europa; al Víctor Mora,
cuatro veces triunfador en San Silvestre; a un Mohammad Alí; a Rodrigo “Rocky”
Valdés, y aquel imbatible “Kid” Pambelé, noqueando de alegría nuestros pocos
años.
En la década del setenta el
Movimiento Estudiantil nos tomó de las manos siendo adolescentes. No pudimos
descifrar con realismo aquella situación de justa confrontación y nos motivaba
más la emoción y el “sarampión” revolucionario, que una reflexión metódica y
crítica sobre el país. Creíamos que estábamos en lo justo, y lo estábamos; pero
el procedimiento práctico revolucionario nos flaqueaba, ya que a los quince
años, y con deseos de amar, más que en la toma del poder, pensábamos en
nuestras grandezas de novios y en las canciones que hablaban de una libertad
bucólica y sentimental.
En los gobiernos de Pastrana Borrero
(1970-1974) y de López Michelsen (1974-1978), nuestra generación estudiantil
vivió un proceso de golpe y contratiempo. Golpes a nuestras más queridas
esperanzas. En las manifestaciones estudiantiles, vimos cómo eran pateados,
encarcelados, arrastrados por las calles nuestros compañeros, y algunos
quedaban moribundos en los andenes.
Por aquella época, todos supimos del
asesinato del presidente demócrata Salvador Allende, y sentimos con profundo
dolor la muerte de Pablo Neruda; observamos cómo el General Augusto Pinochet se
sentaba en la silla presidencial ensangrentada del Palacio de la Moneda,
mientras Ho Chi Minh alcanzaba otra victoria en Vietnam, en Argentina, Uruguay,
Paraguay y Bolivia crecían dictaduras que desaparecían, torturaban, perseguían
y asesinaban jóvenes. Era la época del terror en el Cono Sur. Allá “donde nadie
te miraba a los ojos porque pensabas que te iba a joder”.
Mas, como paradoja de lo que vivía el
país, Helmut Bellingrodt, en 1972, en los juegos olímpicos de Munich, había
conseguido para Colombia una medalla de plata en tiro, y ganado en 1974, en
Berna, Suiza, el campeonato mundial de tiro al jabalí. Se instauraba de esta
forma en Colombia el tiro al blanco como deporte nacional.
Eran los días del “Mandato Claro” del
presidente López Michelsen y de la conquista de Marte. Jimmy Carter presidía al
gran país del norte; Idi Amín Dada, en la oscura Uganda, cocinaba a sus esposas
y se las servía en el buffet a los diplomáticos extranjeros. En Colombia se nos
moría de hambre y soledad, a los 67 años, el gran compositor del “año viejo”,
“la múcura” está en el suelo y “mi cafetal”, aquel viejo sabio Crescencio
Salcedo.
No podía faltar que para la
literatura, y para aumentar las antologías poéticas nacionales, escribiera su
último poema en la tierra Leo Le Gris, el León de Greiff quien supo jugarse la
vida, y que en una carretera colombiana, estallando en trizas, se nos fuera
hacia su nada, a los 45 años, el “profeta de la nueva oscuridad” Gonzalo
Arango. Bajo el sol de aquel Cali de 1977, el joven escritor Andrés Caicedo,
con todos sus sueños derribados y con el grito desesperanzado de ¡viva la
música y Riche Ray!, tomaba sus pepas para el viaje a lo definitivo, quizá por
aquel destinito fatal que había vivido en Colombia y con el deseo de irse de
este planeta en la no plenitud de sus 25 años.
Mientras tanto, la población mundial
crecía. Según la ONU se llegaba a los cuatro mil millones de sonámbulos
terrestres. “Ah, tener hijos es bueno, ¿qué más se hace?” dijo en su momento un
humilde padre de familia de Villarrica, Departamento del Cauca. En las cuatro
principales ciudades del Macondo de 1977, según una encuesta realizada por
ANIF- Coldatos, 250.000 desempleados solitarios y desesperados vagaban por sus
calles y se vivía con un 30% de inflación ascendente.
Estábamos en la época del “existe el
diablo, confirma el Vaticano, no es producto de la imaginación”, según un cable
de la UPI, publicado en el diario El País de Cali, el 26 de Junio de 1975. Y
todos nos movíamos como pollos asados dentro de su infierno.
Años después, una mañana de 1978,
mientras el primer bebé probeta, una dulce niña llamada Louise Joy, quien pesó
2 kilos y medio, nacía en Inglaterra, todos nos levantamos en Colombia con el
Estatuto de Seguridad, que el Presidente Turbay Ayala decretó, amparado en el
eterno Estado de Sitio, en contra de las libertades. Hombres grises rodeaban
las casas en la madrugada, allanaban hasta los recuerdos, nos ponían ante un
eminente proceso de miedo. La muerte nos parecía que era nuestro patrimonio cultural
y la identidad a la cual nos sometíamos. Sentimos que nos estaban volviendo
adultos a punto de vejámenes y que la adolescencia pasaba ligera, se quedaba
guardada en los armarios, en los cuadernos de colegiales.
No vivimos una adolescencia demasiado
dichosa, más bien solitaria. Nuestros barrios sentían el gravamen de una nación
en guerra oculta; sin embargo, tuvimos tiempo de bailar y de cantar nuestras
baladas, y bailamos y cantamos sobre las cenizas de un país desnacionalizado
que se nos aparecía oscuro y extraño a los ojos.
El 22 de Agosto de 1978, supimos que
un grupo rebelde llamados los Sandinistas, allá en la Nicaragua antigua, la de
Rubén Darío, guiados por el Comandante Edén Pastora, se había tomado el
Congreso exigiéndole al Dictador Anastasio Somoza diez millones de dólares y la
liberación de ochenta y tres presos políticos que su régimen de terror mantenía
en las mazmorras. Nos alegró saber que había una esperanza para América Latina,
y desde entonces seguimos los acontecimientos de aquel país como si fuera el
nuestro.
Un año después, los muchachos de
“patria libre o morir” nos entregaban, a través de Radio Sandino, la noticia de
que Anastasio Somoza y su guardia civil huían del país, dejándolo bombardeado,
con sus cosechas arrasadas y con un deuda externa jamás registrada en su
historia. El nuevo gobierno estaba compuesto por poetas, escritores,
sacerdotes, personalidades demócratas, un hecho que constituía una ilusión para
el continente. Una nueva imagen de revolución, más pluralista, rica en
humanismo y con sacerdotes poetas que nos hacían imaginar una iglesia
comprometida con las desgracias de nuestros pueblos. La Teología de la
Liberación tomaba cuerpo, hacía realidad su espíritu; la sangre de Cristo se
hacía hombre. Sin tardar, asimilamos aquellas ideas y las defendimos como
propias.
Eran los finales del setenta y
nuestro país sangraba en las ciudades debido a la guerra entre el ejército y
una guerrilla urbana que comenzaba a gestarse como algo nuevo en nuestra
historia. Un movimiento nacionalista de izquierda hacía actos sensacionalistas
y de película en Colombia; se había robado la espada de Bolívar. En los
tugurios y en los cinturones de miseria de nuestras ciudades, repartía huevos,
pollo, leche y pan; se dejaba escuchar clandestinamente en la televisión a las
horas de las telenovelas con mayor audiencia, en los partidos de fútbol y en
los noticieros.
En 1980, entre el 27 de Febrero y el
27 de Abril, dicho grupo tomó la Embajada de la República Dominicana y retuvo
como rehenes a varios diplomáticos y embajadores del continente, cosa jamás
vista en nuestro hemisferio. Nuestras mentes se encargaron de ponerle cuidado a
aquel movimiento que surgía como novedad y sensación. Algunos compañeros de
generación se unieron a sus filas, de estos muchos murieron años más tarde,
otros huyeron del país llevando consigo una mochila de fracasos y nostalgias.
Pero lo cierto es que nos tocó padecer la guerra en las ciudades, la sangre
corriendo por las calles, las gentes apresuradas ante el disparo. Si las generaciones
del cincuenta y del sesenta sintieron la guerra en las montañas colombianas, a
nosotros, que tuvimos una infancia casi tranquila, soportamos en la juventud la
guerra en las esquinas de nuestros barrios, en la tienda del vecino, en el
muchacho de al lado que se había alistado en el ejército y en su amigo que
tomaba las armas del bando contrario. Quizás ambos habían jugado fútbol y
estudiado la primaria. Vimos cómo éramos un campo de fuego y las ciudades un
tiro al blanco permanente. Así comenzaba otra década.
LOS MIL Y UN PESSOA(S)
PÁGINA 10 – POESÍA
ARGENTINA
HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)
MORIRÉ DE CABALLOS
Moriré de caballos, de pedradas azules,
con la patria en mis ojos y la flor enmohecida de todos los fracasos;
en Vallejo trilceando aguaceros temibles…
Cisneros con sus osos mordiendo catedrales,
Boccanera y las bestias de todos los hoteles.
Moriré de luciérnagas y el ruido de la lluvia sobre el techo de chapas de la casa en mi pueblo, Salgari, Sandokán, Kanmamuri y los tughs en la jungla más negra de la tierra:
Joseph Brodsky durmiendo con Donne y los halcones,
Ungaretti volviendo del mar de las serpientes,
la muchacha y sus pechos bordados en mi almohada y Nippur de Lagash galopando.
Moriré de Oesterheld, Eternauta del cielo, los gurbos deletreando la voz del universo,
Francis Ponge y el verso desangrado en la piel memoriosa del cadáver del ángel.
Moriré de Almafuerte, muerto y vociferando, aunque el siglo lo encierre con hordas homicidas, con los valses de Strauss y las zambas del Cuchi ardidas en las siestas del quebracho y las catas, los murales de Orozco, las manos de mi madre, el tapiz memorioso de mi imaginería, Guayasamín, sus lunas de colores en la piel de sus brazos.
Moriré en los ausentes, los que no irán a verme, porque escarbo sus bofes a puñalada limpia,
o irán a mi velorio a saber si estoy muerto, si huelo, si es cierto que en mi cabeza rugen tigres de arena, que emana una vertiente de vinos, y en los ojos titilan sin cesar espejos relucientes;
mi cadáver
irá como la vida
con la patria en mis ojos y la flor enmohecida de todos los fracasos;
en Vallejo trilceando aguaceros temibles…
Cisneros con sus osos mordiendo catedrales,
Boccanera y las bestias de todos los hoteles.
Moriré de luciérnagas y el ruido de la lluvia sobre el techo de chapas de la casa en mi pueblo, Salgari, Sandokán, Kanmamuri y los tughs en la jungla más negra de la tierra:
Joseph Brodsky durmiendo con Donne y los halcones,
Ungaretti volviendo del mar de las serpientes,
la muchacha y sus pechos bordados en mi almohada y Nippur de Lagash galopando.
Moriré de Oesterheld, Eternauta del cielo, los gurbos deletreando la voz del universo,
Francis Ponge y el verso desangrado en la piel memoriosa del cadáver del ángel.
Moriré de Almafuerte, muerto y vociferando, aunque el siglo lo encierre con hordas homicidas, con los valses de Strauss y las zambas del Cuchi ardidas en las siestas del quebracho y las catas, los murales de Orozco, las manos de mi madre, el tapiz memorioso de mi imaginería, Guayasamín, sus lunas de colores en la piel de sus brazos.
Moriré en los ausentes, los que no irán a verme, porque escarbo sus bofes a puñalada limpia,
o irán a mi velorio a saber si estoy muerto, si huelo, si es cierto que en mi cabeza rugen tigres de arena, que emana una vertiente de vinos, y en los ojos titilan sin cesar espejos relucientes;
mi cadáver
irá como la vida
retozando.
JORGE FALCONE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)
DE LA POESÍA COMO RED
PARA CAPTURAR LO IGNOTO
El visitante
nocturno que ronda mi casa
desde aquel estallido de plumas
hurta a menudo el recipiente
en que mi perro se alimenta.
Apelo,
para identificarlo,
a su modestia:
Que admita frente a mi puerta
“Gracias, señor,
pero no merezco un poema”.-
KATO MOLINARI
(Alta Gracia-Córdoba-Argentina)
LAS DACTILÓGRAFAS
CABALGAN EN SUS SILLAS
Las dactilógrafas cabalgan en sus sillas
y sus manos resbalan sobre el consabido
"Tenemos el agrado de dirigirnos a usted.
Por las noches cabalgan en sus lechos,
amazonas de espaldas tensas y fugaz redención.
Las dactilógrafas cabalgan en sus sillas
y sus manos resbalan sobre el consabido
"Tenemos el agrado de dirigirnos a usted.
Por las noches cabalgan en sus lechos,
amazonas de espaldas tensas y fugaz redención.
LAURA
CHIESA
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
CAMPANAS
VIOLETAS
Campanillas
florales
que
invaden espacios y existencias.
Azules
violáceos que enlazan los pastos
y
cercan ausencias.
Vida
que acapara
creando
balcones en las ramas quietas,
de
alguna magnolia, alguna glorieta
o
una vid ya muerta.
No
hay seres que limiten
sus
ansias de soles, sus ramas traviesas,
sus
flores abiertas.
Hasta
los rieles de algún tren tardío
ensayan
en sus líneas.
coquetos
adornos de azules violetas.
Así
se entremezclan
con
cualquier silvestre flor de primavera
tratando
de unir, a eso que encuentran,
sus
campanas libres de azules violetas.
Y
teje balcones que ocultan la fiesta
de
seres vivientes que, detrás de ellas,
¡
juegan en la siesta !
escondiendo
vida, en cada segmento
de
azules violetas.
Casi
siempre estallan en parcelas mudas,
o
en los alambrados que ya no separan,
que
ya no se inquietan.
En
lugares muertos
a
otras vivencias, ellas se declaran
floreros
de fiesta con sus expresiones
de
azules violetas.
Por
eso caminan trepando paredes
o
hierro que encuentran,
superando
espacios y en esas campanas
-que
cubren sus siluetas-
se
escuchan tañidos de azules violetas
que
acunan las siestas.
SUSANA LAGE
(San Juan-Argentina)
AQUÍ ABAJO
Nunca pude haber sido una astronauta
por problemas congénitos de vértigo,
ni siquiera una alpinista de domingo,
que mis piernas no se adhieren casi a
nada.
Perdí también el puesto
de redentor del mundo
por no haber comprendido el catecismo,
y es que no puedo salvar ni la apariencia.
Y no supe ser buena trapecista
(el miedo me ata al mástil y a las redes)
ni entender de asuntos elevados
ni treparme a la alacena de los dulces.
Por eso estoy, en fin,
a ras del suelo
para entenderme con los gatos en las
tardes
y dormir tranquila en las banquinas.
Que sólo nos queda el soliloquio
y las siestas de sol
por aquí abajo.
PÁGINA 11 – CUENTO
AMANDA PEDROZO
CIBILS
(Asunción –
Paraguay)
ATILANA
Ramoní estuvo todos
esos días pensativa. Miraba desde su sillón de mimbre a su nieta que cantaba
perdida en un sueño repetido, donde se le aparecía el amante nocturno con su
olor a monte y misterio destapándola despacito para ir hundiéndose después con
fuerza en su cuerpo sin decir una sola palabra. La nieta, Atilana, había
cambiado desde entonces. Ella, de tristeza larga, estaba loca de contento.
-Viste cómo se le nota.
-Se le nota a la legua, anda en amores.
El tranco de cabrita nueva de la nieta, los pasos que no se oían al borde de la cama sino más lejos y como afuera bajo los mangos, el olor a sobaco húmedo que quedaba pegado hasta a las paredes de tacuara y barro colorado después de que el amado intruso hurgara bajo el camisón de bombasí rosado de Atilana sin que esta hiciera nada salvo exhalar su olor para juntarlo con el otro aroma desvanecedor, fueron haciendo el milagro de rejuvenecer a la anciana pero sin traerla de vuelta de su carne machucada sin pena ni gloria.
De día no podía dormir: quería apropiarse con los ojos de todo lo que quedara sobre el cuerpo satisfecho de Atilana. A veces le dolían las arrugas cuando con su escasa vista percibía un arañazo en los hombros carnosos de la muchacha o un moretón azulado en el cuello. De noche tampoco podía, porque esperaba con los ojos prendidos en la oscuridad el andar extraño que no podía oír, pero que sentía de golpe en la punta de su ansiedad. Había llegado a comer un poco de tabaco que él, en su silenciosa puntualidad nocturna, dejó tirado al borde del catre.
A Ramoní le sirvió la pequeña sustancia marrón para el día entero. Se la pasó mascando de a puchitos, hasta que tuvo que [22] resignarse a tragarse con la saliva terrosa el último resto de sueño que le quedaba. Después se quedó pensativa en el sillón de mimbre, fraguando la felicidad, el colmo, el desespero amoroso.
Esa noche iba a concretar la locura. Ni pudo tragarse el guiso de pájaros que Atilana preparó saltando: la muchacha venía haciendo de ese modo todas las cosas en los últimos días, desde que empezó a florecer en la humedad de la noche. Así que Ramoní enredó tanto las cosas, inventó las mil y una, y entre vuelta y vuelta de cuentos que iba soltando a la nieta, esta no tuvo voluntad para rechazar un vasito de guaripola (8). A un vasito siguió otro, y finalmente Atilana terminó durmiendo en la cama de su abuela, y esta se tumbó en el catre de la muchacha, envuelta en el camisón rosado de bombasí que olía a una flor y a un cielo cargado de lluvia.
Llegada la medianoche, Ramoní tenía el espíritu dispuesto y el cuerpo venía detrás. Primero en la noche se sintió una alteración de gallinas desde la esquina del tatakua (9). Después, el viento pareció detenerse sobre la puerta y Ramoní sintió con el olfato que él, el amado silencioso, ya estaba allí, que ya la tocaba casi, que ya lo tenía encima, hurgándole el camisón rosado de bombasí con una violencia increíble que la arrojó sobre sí misma y la replegó en su sorpresa y su locura. En el centro mismo de un relámpago, tuvo todas las certezas en un solo instante.
Lo vio, más fuerza que cuerpo, más negro que el más oscuro de los pecados, más húmedo que la respiración del abuelo cuando el asma lo sumía en la demencia. Puro pelos y ojos encendidos, el amado sustraído por una noche, el apenas entrevisto, silbó una sola vez, y la estranguló. Dicen que el Señor de la Noche (10), aquel cuyo nombre en guaraní no debía jamás ser pronunciado, había estado en la casa y que había matado a Ramoní. Atilana, desde el [23] segundo, extravió su pensamiento y corrió a buscarlo para siempre entre los frondosos mangos y la dudosa soledad del tatakua.
-Esa chica delira, arde y tiene la piel fría.
-Que Dios y la Virgen le den su divino amparo. [25]
-Viste cómo se le nota.
-Se le nota a la legua, anda en amores.
El tranco de cabrita nueva de la nieta, los pasos que no se oían al borde de la cama sino más lejos y como afuera bajo los mangos, el olor a sobaco húmedo que quedaba pegado hasta a las paredes de tacuara y barro colorado después de que el amado intruso hurgara bajo el camisón de bombasí rosado de Atilana sin que esta hiciera nada salvo exhalar su olor para juntarlo con el otro aroma desvanecedor, fueron haciendo el milagro de rejuvenecer a la anciana pero sin traerla de vuelta de su carne machucada sin pena ni gloria.
De día no podía dormir: quería apropiarse con los ojos de todo lo que quedara sobre el cuerpo satisfecho de Atilana. A veces le dolían las arrugas cuando con su escasa vista percibía un arañazo en los hombros carnosos de la muchacha o un moretón azulado en el cuello. De noche tampoco podía, porque esperaba con los ojos prendidos en la oscuridad el andar extraño que no podía oír, pero que sentía de golpe en la punta de su ansiedad. Había llegado a comer un poco de tabaco que él, en su silenciosa puntualidad nocturna, dejó tirado al borde del catre.
A Ramoní le sirvió la pequeña sustancia marrón para el día entero. Se la pasó mascando de a puchitos, hasta que tuvo que [22] resignarse a tragarse con la saliva terrosa el último resto de sueño que le quedaba. Después se quedó pensativa en el sillón de mimbre, fraguando la felicidad, el colmo, el desespero amoroso.
Esa noche iba a concretar la locura. Ni pudo tragarse el guiso de pájaros que Atilana preparó saltando: la muchacha venía haciendo de ese modo todas las cosas en los últimos días, desde que empezó a florecer en la humedad de la noche. Así que Ramoní enredó tanto las cosas, inventó las mil y una, y entre vuelta y vuelta de cuentos que iba soltando a la nieta, esta no tuvo voluntad para rechazar un vasito de guaripola (8). A un vasito siguió otro, y finalmente Atilana terminó durmiendo en la cama de su abuela, y esta se tumbó en el catre de la muchacha, envuelta en el camisón rosado de bombasí que olía a una flor y a un cielo cargado de lluvia.
Llegada la medianoche, Ramoní tenía el espíritu dispuesto y el cuerpo venía detrás. Primero en la noche se sintió una alteración de gallinas desde la esquina del tatakua (9). Después, el viento pareció detenerse sobre la puerta y Ramoní sintió con el olfato que él, el amado silencioso, ya estaba allí, que ya la tocaba casi, que ya lo tenía encima, hurgándole el camisón rosado de bombasí con una violencia increíble que la arrojó sobre sí misma y la replegó en su sorpresa y su locura. En el centro mismo de un relámpago, tuvo todas las certezas en un solo instante.
Lo vio, más fuerza que cuerpo, más negro que el más oscuro de los pecados, más húmedo que la respiración del abuelo cuando el asma lo sumía en la demencia. Puro pelos y ojos encendidos, el amado sustraído por una noche, el apenas entrevisto, silbó una sola vez, y la estranguló. Dicen que el Señor de la Noche (10), aquel cuyo nombre en guaraní no debía jamás ser pronunciado, había estado en la casa y que había matado a Ramoní. Atilana, desde el [23] segundo, extravió su pensamiento y corrió a buscarlo para siempre entre los frondosos mangos y la dudosa soledad del tatakua.
-Esa chica delira, arde y tiene la piel fría.
-Que Dios y la Virgen le den su divino amparo. [25]
PÁGINA 12 – ENSAYO
RODOLFO ALONSO
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
Nadie podía imaginar en 1888, cuando Fernando
António Nogueira Pessoa nació en Lisboa, y tampoco incluso muchas décadas después
de su muerte, que su poesía alcanzaría al mismo tiempo la canonización
universal y la intimidad de tantos que lo siguen viviendo como un secreto
personal.
Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo “descubierto”. O, al
menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara a
hablarse de él, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril
Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa en
América latina. Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus
heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición
argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que
en 1963 dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro
poeta”.
Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973), siendo yo tan joven, me ofreció
seleccionar y traducir una amplia antología de Pessoa, recuerdo que no sólo fue
arduo conseguir sus libros sino también convencer a su cuñado, Francisco
Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de
vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico
traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de
su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba.
Pero lo relevante de esa primicia argentina no se limita a su carácter
pionero, sino también a la intensidad con que fue recibida. La aceptación fue
tan inmediata que en contado plazo, sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones,
anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de persona a
persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate en
absoluto de un éxito programado, superficial, y de forma tan indeleble que
todavía –me consta– aquella edición se conserva como un entrañable compañero,
de huella perdurable.
Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo
Casais Monteiro, que ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más
portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita
avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad
globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a
ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las
condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente enigmático,
la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo
que hay en tu silencio”.
Pero aún ahora, es del legendario baúl que en Lisboa conserva en hojas
sueltas su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa haciendo
surgir nuevos “libros” de quien sólo publicó uno en vida: Mensaje. Y sus
lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller
predigerido sino aquellos que, como dijo alguna vez Ricardo Piglia, son los
únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto
único en la maraña de las librerías marginales.
Pessoa no sólo concretó lo que el genial adolescente Rimbaud (1854-1891)
había intuido: “Porque YO es otro”. También nos dejó no pocos enigmas
contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido signifique al mismo
tiempo “Persona” y “Hombre” en portugués ya sería premonitorio pero, además, su
etimología nace en “Máscara”, mientras que en francés se aplica también a
“Nadie”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y
velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos,
que nos siguen hablando a la vez de él y de nosotros. Porque el arte no puede
ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino apuesta desmedida. Como
él mismo sostuvo: “la literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.
Susan Sontag afirmó: “El gusto es el contexto y el contexto ha
cambiado”. Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte
alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin
duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y
valorada. Pero hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a
plena luz, la sociedad del espectáculo destruye con bárbara inocencia el
sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de
hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura.
No creo que sea posible con Pessoa. A pesar de encontrarse traducido
casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su
persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado. Algo
secreto seguirá siempre vigente en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué
puede hacer la sociedad de consumo con alguien capaz de expresarse con la
ferocidad que sigue? “Si escribir –en el sentido de escribir para decir algo–
es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas
no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de
futilidad perversa.”
Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo no menos
oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta de 1923, bien hubiera podido
decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De
dónde viene? ¿Para qué sirve?” Lo cual prueba que ambos fueron y son auténticos
escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos.
PÁGINA 13 – CUENTO
CRISTINA
VILLANUEVA
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
LA DE
LA BOHARDILLA
Entre una
de mi y la otra, la extraña, la que no se coaguló en eso que me
nombra. Entre yo y yo las ruinas de la certeza. Entre yo y yo, miro por la
ventana de mi casa de la infancia una calle tranquila. Las señoras buenas con
cara de malas. Las malas sonríen desde la enredadera por la que se suben a
los sueños. Unos hombres hermosos llegados de la guerra lejana, de un
país que ya no existe. La barrera de la lengua o alguna otra
pone en la escena algo de lo prohibido. Cerca, una fábrica de
chocolate, no una niña que come chocolates, el lugar
donde nacen los chocolates. Esa cierta desmesura que guarda lo contenido. La
calle, las veredas limpiadas con la fuerza de un verdugo que
decapita al erotismo. Hay vecinas que hablan de las otras, con la
escoba y la lengua como armas.
Entre
yo y yo, veo en la ventana una de mi. La imagen se desgana, se deshace,
aparece la protagonista de un cuento que todavía no leí, que me
arrastra al Danubio .
Una
en Pest la otra en Buda
Una
en la vereda, la otra mira desde su alta buhardilla-cárcel
En
la calle hay vida, vendedores, romances, juegos.
Por
suerte la ventana se inclina a la vida, sin cables. Ningún botón podrá
oscurecer la grieta en la cabeza ventana. Los golpes dejan sangre, pelos,
abren fisuras en el muro. Por los libros se escapa la escritura. La
grieta se abre, en la herida de lo establecido, un brillo
resplandece.
Entre
yo y yo, la palabra
PÁGINA 14 – POESÍA
ARGENTINA
TERESA LEONARDI HERRÁN
(Salta-Argentina)
MUJER DIBUJANDO LOS
PAÍSES POR VENIR
Ha roto con el árbol
genealógico.
Al señor con galera
que vivía en su memoria derecha
Lo envenenó esta
madrugada.
A la abuela con bucles
que en la foto se
esconde detrás de un abanico
la encerró en el
sótano.
Al tío que distinguía
con su nariz enorme
quienes eran bastardos
en familias ilustres
lo ha izado hasta las
nubes para que no regrese.
En el invierno
alimenta la estufa
con las hojas del
Derecho Romano.
Aplaude los desastres
bursátiles
y confía en los
terremotos futuros.
¿Cuál dueño de los
establos de occidente
podrá darle caza
a la jineta que
cabalga furiosa
dibujando el mapa de
los países por venir?
ROGELIO RAMOS SIGNES
(San Juan-Argentina)
SIEMPRE CON ELLAS
Entre Leda y el cisne, me
quedo con Leda.
Entre Desdémona y Otelo, me quedo con Desdémona.
Con Isolda antes que con Tristán,
con Eurídice antes que con Orfeo.
Entre Venus y Marte, me quedo con Venus,
con doña Inés antes que con don Juan,
con Julieta antes que con Romeo,
con Eva antes que con Adán.
Siempre con ellas. No voy a cambiar de bandería
a esta altura de mi vida. ¡No, señor!
Eso sí, haré una excepción con don Quijote,
sólo porque Dulcinea nació de su cabeza
y no de su costilla.
Entre Desdémona y Otelo, me quedo con Desdémona.
Con Isolda antes que con Tristán,
con Eurídice antes que con Orfeo.
Entre Venus y Marte, me quedo con Venus,
con doña Inés antes que con don Juan,
con Julieta antes que con Romeo,
con Eva antes que con Adán.
Siempre con ellas. No voy a cambiar de bandería
a esta altura de mi vida. ¡No, señor!
Eso sí, haré una excepción con don Quijote,
sólo porque Dulcinea nació de su cabeza
y no de su costilla.
LAURA YASAN
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
deje su mensaje después de la señal (toma
dos)
si en el lugar de la belleza
nace una geografía inconsistente
un médano que el viento
mueve en la indiferencia de las horas
si el yo se suelta en esa arena
y ensuciara lo íntimo su percepción confusa
de lo externo
si toda evocación fuera un exilio
del yo como una patria
si en la enajenación
la vida sucediera en la memoria
y la memoria actuara como un dique
si sólo el deterioro
despertara en el cuerpo una leve inquietud
un recibo apremiante
si el sentido obedece en la carencia a cierta
voluntad
y ceder al vacío fuera tan natural
como si desprendiera
el yo de mí
en la boca de un hombre
LILIANA ANCALAO
(Comodoro Rivadavia-Chubut-Argentina)
LAS MUJERES Y LA LLUVIA
(de mujeres a la intemperie)
cuando niñas vamos sueltas por el patio
y el sol nos persigue de a caballo
pero la luna implacable nos va dejando sus mareas
hasta que nos desvela
y esa noche encontramos
un cántaro
en lugar de la cintura
aprendices de machi las mujeres
nacemos así al rocío
listas para mirar los barcos que se pierden
descalzas a la neblina antes de que amanezca
nervaduras de lluvia nuestras manos
levantadas al cielo
te salpicará el amor
parirás sin amarras
y recibirás con ojos arrasados
la visita intermitente de la risa
permanecerá la llovizna en tu vientre
porque no te atreverás a ser la madre
de todos los desamparos
que andan por la calle
caudal desubicado te desarmará
en pájaros que no saben hablar
a borbotones no podrás decir
lo que quisieras
mejor dejarlo que se derrame despacio
decir
permiso tengo lluvia y alejarse
a una altura al mar al cielo
hasta que vuelvan a apretarse los musgos
en las profundidades
yo conozco mujeres que nunca se alejan
le abren la compuerta a sus gorriones
y lloran
enjuagan el trapo mojado lo estrujan
limpian con él la tabla
pican cebollas
igual hacen las camas
barren la casa peinan a los chicos
igual lavan
dónde aprendieron
hay otras que se pasan la vida domesticando
a sus pájaros
porque no quieren que irrumpan sin aviso
y los beba el enemigo
guardan su sangre su ausencia quietos en el fondo
y apuntan con palabras nítidas de cuarzo
que van a dar al blanco
yo a las palabras las pienso
y las rescato del moho que me enturbia
cada vez puedo salvar menos
y las protejo
son la leña prendida de atahualpa
que quisiera entregar a esas mujeres
las derramadas las que atajan sus pájaros
una vez en febrero yo estaba ahí
en el campo
y se llovía todo
parecía la furia de cai cai sobre nosotros
el agua estaba helada
las ancianas prosiguieron el ritual
y tuve que quedarme
hasta cuándo aguantaremos
pará la lluvia dios es demasiada
no la bebe la tierra se atraganta
y somos casi nada
trazos de tiza borrados por el agua
después de unos siglos el sol abrió las nubes
la voz gastada de meridiana epulef
levantó el taill del cauelo
pensé que dios podía ser ese arco iris
o los caballos en fila
moro zaino pangaré tostado bayo
saludando al horizonte despejado
huele tan bien la tierra después del aguacero
cuando niñas vamos sueltas por el patio
y el sol nos persigue de a caballo
pero la luna implacable nos va dejando sus mareas
hasta que nos desvela
y esa noche encontramos
un cántaro
en lugar de la cintura
aprendices de machi las mujeres
nacemos así al rocío
listas para mirar los barcos que se pierden
descalzas a la neblina antes de que amanezca
nervaduras de lluvia nuestras manos
levantadas al cielo
te salpicará el amor
parirás sin amarras
y recibirás con ojos arrasados
la visita intermitente de la risa
permanecerá la llovizna en tu vientre
porque no te atreverás a ser la madre
de todos los desamparos
que andan por la calle
caudal desubicado te desarmará
en pájaros que no saben hablar
a borbotones no podrás decir
lo que quisieras
mejor dejarlo que se derrame despacio
decir
permiso tengo lluvia y alejarse
a una altura al mar al cielo
hasta que vuelvan a apretarse los musgos
en las profundidades
yo conozco mujeres que nunca se alejan
le abren la compuerta a sus gorriones
y lloran
enjuagan el trapo mojado lo estrujan
limpian con él la tabla
pican cebollas
igual hacen las camas
barren la casa peinan a los chicos
igual lavan
dónde aprendieron
hay otras que se pasan la vida domesticando
a sus pájaros
porque no quieren que irrumpan sin aviso
y los beba el enemigo
guardan su sangre su ausencia quietos en el fondo
y apuntan con palabras nítidas de cuarzo
que van a dar al blanco
yo a las palabras las pienso
y las rescato del moho que me enturbia
cada vez puedo salvar menos
y las protejo
son la leña prendida de atahualpa
que quisiera entregar a esas mujeres
las derramadas las que atajan sus pájaros
una vez en febrero yo estaba ahí
en el campo
y se llovía todo
parecía la furia de cai cai sobre nosotros
el agua estaba helada
las ancianas prosiguieron el ritual
y tuve que quedarme
hasta cuándo aguantaremos
pará la lluvia dios es demasiada
no la bebe la tierra se atraganta
y somos casi nada
trazos de tiza borrados por el agua
después de unos siglos el sol abrió las nubes
la voz gastada de meridiana epulef
levantó el taill del cauelo
pensé que dios podía ser ese arco iris
o los caballos en fila
moro zaino pangaré tostado bayo
saludando al horizonte despejado
huele tan bien la tierra después del aguacero
AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)
DESVELAR
“Todo número es cero ante
el infinito”
Víctor Hugo
Tengo un número tatuado en mi frente.
Un código de barras en mi espalda.
Me horroriza mi ingenuidad.
Mi inocencia Mí obcecada
tendencia a ser ilusa.
A ser más cándida que una infanta dormida.
Que hago yo, me pregunto, con
este muro en blanco.
Con mi pupila ciega y mi mano dormida.
Tantas, tantas peleas con molinos de viento.
Tonta necesidad de reconstruir historias.
Un mundo de cosas me rodean.
El otro es no, nulo, inexistente, también yo.
Pozos en la memoria.
Resistir la tentación de levantar los velos.
De raspar mi frente y mi espalda contra el muro.
Teñirlo en sangre.
Teñir el muro hasta el infinito.
Solo un número hueco, solo, vacío.
Luego, partir.
Conjugar los verbos.
Desmurar. Desmorir. Desvelar.
PÁGINA 16 – ENSAYO
EDUARDO
DALTER
(Vélez Sarsfield-Buenos Aires-Argentina)
POESÍA
ARGENTINA
EL
OSADO ESTABLISHMENT PORTEÑO
El tema polémico central que estuvo circulando en torno de la delegación cultural argentina, invitada de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no fue otro que la olímpica ausencia de escritores y poetas de las provincias (salvo esos pocos que siempre están firmes ahí). Ciertamente, se trató de una delegación numerosa, que sufrió desde el vamos de una porteñitis severa, como pudo observarse en los listados. Polémica, por otra parte, que ya tuvo su versión en el Salon du Livre de París en marzo último, aunque de modo ampliado o diverso, en torno de convocados y de excluidos.
Naturalmente, es difícil si no imposible contentar a todos; aunque en verdad no se trata de eso, sino de algo por demás corriente en las actividades literarias, también poéticas, que incumben a lo nacional y que tienen lugar en Buenos Aires. En verdad, la mirada porteña, o, para ser más precisos, la mirada del establishment cultural porteño, poco entiende del país y de la geografía cultural diversa del país, y poco le ha interesado, con las omisiones y pozos que fueren en cada caso. Al respecto, la tan increíble antología poética del Bicentenario, que preparó el licenciado Monteleone, dice de lo mismo.
Dicha antología, si así se la puede denominar, y la delegación nacional de la Feria del Libro de Guadalajara hablan de un país ausente en su geografía cultural. Hay un duro “establishment porteño”, algo extraño, que pretende mostrar “la selección” del país, cuando tan sólo lo está omitiendo. Y la poesía argentina, en el caso de la poesía, va quedando, como decía Discepolín, con “la ñata contra el vidrio”, provincia por provincia, para una suerte de escamoteo nacional. Por un “canon” en el que nadie cree, ni puede entender, inclusive en la capital, aunque por propio peso, creo, no puede durar mucho.
El tema polémico central que estuvo circulando en torno de la delegación cultural argentina, invitada de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no fue otro que la olímpica ausencia de escritores y poetas de las provincias (salvo esos pocos que siempre están firmes ahí). Ciertamente, se trató de una delegación numerosa, que sufrió desde el vamos de una porteñitis severa, como pudo observarse en los listados. Polémica, por otra parte, que ya tuvo su versión en el Salon du Livre de París en marzo último, aunque de modo ampliado o diverso, en torno de convocados y de excluidos.
Naturalmente, es difícil si no imposible contentar a todos; aunque en verdad no se trata de eso, sino de algo por demás corriente en las actividades literarias, también poéticas, que incumben a lo nacional y que tienen lugar en Buenos Aires. En verdad, la mirada porteña, o, para ser más precisos, la mirada del establishment cultural porteño, poco entiende del país y de la geografía cultural diversa del país, y poco le ha interesado, con las omisiones y pozos que fueren en cada caso. Al respecto, la tan increíble antología poética del Bicentenario, que preparó el licenciado Monteleone, dice de lo mismo.
Dicha antología, si así se la puede denominar, y la delegación nacional de la Feria del Libro de Guadalajara hablan de un país ausente en su geografía cultural. Hay un duro “establishment porteño”, algo extraño, que pretende mostrar “la selección” del país, cuando tan sólo lo está omitiendo. Y la poesía argentina, en el caso de la poesía, va quedando, como decía Discepolín, con “la ñata contra el vidrio”, provincia por provincia, para una suerte de escamoteo nacional. Por un “canon” en el que nadie cree, ni puede entender, inclusive en la capital, aunque por propio peso, creo, no puede durar mucho.
PÁGINA 17 – CUENTO
NECHI DORADO
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
EL HOMBRE QUE CREYÓ
SER
Caminaba el hombre
por las calles adoquinadas del viejo poblado con la lentitud que el peso de los
años exigía a los pasos. Cada mañana, cuando el sol se acomodaba sobre el cielo
y las aves saludaban con trinos de colores el despertar imprescindible para que
la vida transcurriera solemne, rutinaria, creía ser la reencarnación de algún
personaje de esos que bailotean, marcando presencia, por las hojas amarillentas
del libro que acumula retazos de la historia del mundo.
Así fue que un día
dijo haber sido Zeus, en otro tiempo, y salió a juntar hojas de olivo para
hacerse una corona. Pero las hojas se secaban. No logró que alguien le temiera
y tampoco tuvo hijos para poder deglutir.
Entonces, dejó a un
costado de su casa la rama seca que creyó su cetro y cambió el personaje, a la
mañana siguiente.
Amaneció otro día
creyendo haber sido Atila, pero se dio cuenta que no era azote de nadie. No
tenía caballo y por donde pisaba seguía creciendo el pasto. Le faltó fuerza, le
faltó coraje, le sobró cobardía y entonces dijo:
-Mejor cambio, me
dedico a otra cosa. Este mundo está muy loco y ya nadie respeta a nadie. Se
murieron los códigos, se perforan los sueños, esto se está poniendo demasiado
extraño.
Fue cuando se le
ocurrió que mejor era ser santo y al no encontrar a nadie que se hincara a su
paso; o que se asustara con sus órdenes que sonaban tragicómicas y al carecer
de un espíritu gregario capaz de aglutinar voluntades, de buenas a primeras
cambió el rol asumido por unas horas y se borró del santoral donde creyó estar
ubicado. Fue bajando despacito hacia la entraña de una tierra partida donde
volvía a ser el hombre gris que fuera hasta ese día de su revelación final.
Una vez allí,
acosado por una realidad que abofetea cuando menos te das cuenta, el tipo creyó
ser distintos entes en poco tiempo. Pero no fue ninguno.
No pudo ser
Napoleón, como pensara. Le faltaron batallas y teoría expansionista. También le
faltó un 18 de Brumario, lo que le impidió hacer un Golpe que descuajeringara
la historia. Cambió de rumbo, buscó por otro lado.
Se imaginó siendo
Apolo pero volvió a derrumbarse su sueño por no tener belleza. Tampoco Cíclope,
pues le sobraba un ojo. Ni qué hablar de ser Caronte, ya que no tenía barca y
por más intentos que hizo tampoco llegó a ser Cerbero por tener tan solo una
cabeza.
Tampoco pudo ser
filósofo como creyó que podría ser, porque no le interesó el principio
fundamental del universo y además le estaban sobrando mitos y no tuvo forma de
acceder a la escuela de Mileto. No la encontró en la guía.
Quiso ser
Anaxímenes, pero le faltó aire. El poco que había estaba contaminado.
Se sintió
Heráclito, pero estaba incompleto y le falló el juego de los opuestos que no
supo iniciar.
Trató de ser
Pitágoras, pero le faltaron números y cuando quiso ser Parménides se le
mezclaron todos los seres creando un caos infernal en su pobre cabecita
alucinante.
Entonces, inició un
viaje acercándose a un pasado más reciente creyendo que sería más fácil
encontrar un personaje donde poder alojarse. Intentó ser Franco, por un rato,
pero enseguida se dio cuenta que para eso, le haría falta un Guernica. Además,
si bien era un hombre gris con su cerebro medio volado, mantenía pedacitos de
alma enamorada. No podía así nomás, por propia voluntad, dejar su esencia
herrumbrándose en el margen de su vida.
Pensó que bien
podría ser un Jesús contemporáneo. Multiplicar los peces y los panes. Sanar a
los enfermos. Redimir a las putas, ayudarlas a ser mujeres aceptadas porque
ellas también tienen alma, como todos. Quiso ser transgresor. Quiso expulsar
los demonios que habitaban en él mismo, los que no le permitían ser lo que
quería sino parte de otra extraña vida que no aceptaba como suya. Como si todo
eso fuera poco impedimento, no encontró a Poncio Pilatos y vio una imagen de
Jesús ubicada muy lejos de donde el hijo de Dios, cuentan que había nacido. Y
vio manchones de sangre, sintió ruidos que parecían partirle los tímpanos. Huyó
de ahí, había alrededor demasiado espanto. Demasiado odio. Demasiado escarnio.
¡Ya no quería ser judío!
La realidad,
sacudiéndolo por sus hombros, se encargó de demostrarle que no podría ser Jesús
de ningún modo. No había cerca leprosos, no encontró la Decápolis así como
tampoco pudo encontrar a un “demonio mudo” en este mundo donde los demonios se
reúnen en ágapes festivos. Y hablan en todos los idiomas, dan órdenes y se
reparten los pedazos de tierra y riquezas que generan los pobres.
Se convenció a
duras penas que ser Jesús no era para él, que además no soportaba los
genocidios y allá por donde el Cristo anduviera, eran moneda corriente.
Todo esto lo
descolocó mucho más y ante cada desorden el tipo huía buscando otra figura que
lo reemplazara. Apostaba a la elección por descarte.
Quiso ser Hitler y
le faltaron judíos, homosexuales, gitanos, negros y comunistas. Y le seguía
sobrando amor y eso resultaba excluyente.
Cuando trató de ser
pintor notó con tristeza que había perdido un color y que sin ese, su obra
quedaría incompleta. Arrojó su paleta de cartón y la ramita con la punta
deshilada que creyó era un pincel de trazo desparejo incapaz de filetear
bordes.
Una mañana, cansado
de tantas frustraciones, eligió ser astronauta y nuevamente fue invadido por
una terrible sensación de fracaso. Además, la luna estaba llena y tuvo miedo de
ahogarse en esa panza de hielo. Y tuvo miedo de quedar ensartado en las puntas
de las estrellas que cumplían el papel de custodios de la luna en un cielo
amorfo, oscurecido.
El hombre gris, con
el pelo alborotado y el alma en estado de transformación continua, quiso
sentirse rey pero tampoco lo logró pese a realizar ingentes esfuerzos. Para ser
rey, pensó, primero debía convertirse en parásito, esa es la ley y las leyes no
se rompen así nomás. Y no hay rey cuando se tiene alma como tenía el tipo. Y no
hay rey si sobra el sentimiento. Y no hay rey si se mantiene un poquito de
cordura y mucho menos hay rey si sobra el sentido más común de los comunes.
-¡Ya se quién soy!
Exclamó una mañana nublada ni bien abrió los ojos. ¡Yo soy Ícaro y puedo volar,
acariciaré el sol y besaré la luna! Llegaré tan alto como nunca, seré grande,
intocable. Seré un hombre sin sueños abortados.
Subió a la parte
más alta del techo de su casa; abrió sus brazos imaginando que eran alas y
comenzó a agitarlos.
El hombre gris cayó
al vacío de su propia existencia. Remontó un vuelo efímero para acabar su
proeza estampado contra el piso adoquinado del viejo poblado.
En el mismo lugar
donde naufragaran sus sueños de alas rotas carcomidas por la realidad más
descarnada, el hombre se despidió de la vida sin haber llegado a saber quién
fue realmente.
PÁGINA 18 – POESÍA
AMERICANA
MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)
ARIA A NERUDA
Guerrero de fáciles palabras
engarzadas en ímpetu de versos.
Luchas desde tu inusual trinchera
con la espada de tu pluma cadenciosa.
Pablo te dicen, te llaman las gaviotas
al paso de tu barca sin fronteras,
la palabra al viento, el pecho palpitando
cual campana que tañe tu nostalgia.
Capitán,
tu barco ha encallado
en la costa, “Litoral de los Poetas”,
donde se reúnen por las noches
a escuchar caracolas embebidas
de tanta pasión y frenesí,
la soledad esconde bajo el susurro.
Noches de luna plena y macilentas tabernas
cantan serenatas de amores imposibles,
navegan los romances del mar.
Sirenas ensimismadas de placer
te acunan entre sus líquidos brazos
junto al vaivén de tu navío espectral.
Capitán,
lanzas carcajada de versos
desde tu vapor hasta la profundidad del infinito,
versos indomables, intrépidos,
cubiertos de invisibles olas marinas,
el cauro recoge con sutil armonía
y derrama en los sueños y en el alma.
Pablo,
desde tu barco fantasma diriges
el timón de la poesía en Isla Negra.
Tu llamado traspasa las barreras,
las murallas, los caminos,
los pueblos y sus razas
para unir a perpetuidad en este mundo
las voces del universo de poetas.
ROBERTO BOLAÑO
(Santiago de Chile-Chile)
SUCIO, MAL VESTIDO
En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar
por las hormigas rojas y también
por las hormigas negras, recorriendo las aldeas
vacías: el espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba, pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba. El río del ser, decían
unos labios afiebrados que luego descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser, el éxtasis
que se pliega en la ribera de estas aldeas abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo.
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar
por las hormigas rojas y también
por las hormigas negras, recorriendo las aldeas
vacías: el espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba, pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba. El río del ser, decían
unos labios afiebrados que luego descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser, el éxtasis
que se pliega en la ribera de estas aldeas abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo.
FERNANDO RENDON
(Medellín-Colombia)
“Cada que te asomas a un siglo ves
a los hombres esperando con armas”.
a los hombres esperando con armas”.
La mano signada “M”
que toma la vastedad del durazno
Y aferra se apropia detiene
La mano que deniega el roce suave
que toma la vastedad del durazno
Y aferra se apropia detiene
La mano que deniega el roce suave
La mano invisible que tala
La mano que daña
La mano que empuña el bastón
La mano que daña
La mano que empuña el bastón
La mano que recuerda el destino estrecho
De hombres incontables como hormigas
Inscritos en las filas del concepto
La mano que atraviesa los tiempos
De hombres incontables como hormigas
Inscritos en las filas del concepto
La mano que atraviesa los tiempos
La mano invisible que tala
La mano que daña
La mano que empuña el bastón
La mano que daña
La mano que empuña el bastón
La mano que aprisiona al amor
La mano que aplaude la muerte
La mano que echa el cerrojo
Crispada pálida estéril
La mano que recibe los denarios
La mano que aplaude la muerte
La mano que echa el cerrojo
Crispada pálida estéril
La mano que recibe los denarios
Esa mano muéstramela
Y yo te diré dónde y cómo
Termina la línea de su vida
Y yo te diré dónde y cómo
Termina la línea de su vida
NORA MÉNDEZ.
(San Salvador-El Salvador)
(San Salvador-El Salvador)
Cruzan la calle
Nadie les alquila una casa
El sol siempre los delata
Deambulan informales
Desatando la ficción
En la miope discusión del tacto
Y su territorio
En el centro de la mancha
Indeleble o pasajera
Está el cuerpo
Templo de todos los tiempos
Cuerpo
Amado y exhibido
Odiado y lapidado
Callado en la tortura
Cuerpo aborrecido
Al punto de la liposucción
Y la cirugía
Cuerpo combatiente
incinerado al final de la guerra
Cuerpo de mujer decapitado bajo puentes
En predios baldíos y cauces de aguas negras
Cuerpo de criatura
En el basurero de los
No deseados
Hoy por hoy
Los tatuajes preguntan
Por sus desaparecidos cuerpos
A la policía
Tatuaje holocausto
Numero de la muerte
Pero también
tatuaje bandera
Graffiti íntimo
Esta es la historia revertida
Qué diría Tommy Hilfigger
Al pasar por las calles de América Latina
En donde miles con sus tatuajes gritan:
“Cuerpo mío
Marginal y mal vestido
Nadie podrá verte pasar
Inadvertido”
ANDRÉ CRUCHAGA
(Nueva Concepción-Chalatenango-El Salvador)
HORAS INÚTILES
Ante los rincones destrozados de la memoria, la monotonía
de estos días
inútiles, y la consecuente herrumbre sobre los cuerpos
enajenados.
Los antifaces tienen su propia liturgia, así como sombras
y vértigos inexplicables,
como los vacíos al límite de la medianoche.
En el óxido sinuoso de las semanas, esta bestialidad de
bocas precipitadas,
el amor y los agujeros que provoca: hay nombres que nos
invitan al exterminio,
a la envidia y a las paredes obscenas de la ciudad que
chorrea en nuestros
dientes, como otro centavo enmugrecido en el pavimento.
¿Quiénes son los mártires en esta intensidad de rostros
confusos y feroces?
¿Hacia qué indiferencia palpitan las horas?
Surgen coágulos por doquier. A menudo me resulta confuso
un mundo feliz.
Una sola mirada puede petrificar las heridas o la
desnudez.
Un solo eco se torna implacable alrededor de los perros
que deambulan
en el alba y se mean sobre ella.
(Detrás de tantos fantasmas y
prostíbulos exaspera la seudomoral y la falsa
sensatez; todas estas horas tienen ojo
de cíclope.
Nada es invisible aunque las moscas se
escondan detrás de los jardines.
Gotea la mancha amarilla del aliento, o
el cosquilleo del ciprés mordiendo
el ojal abierto de lo sórdido. Después
el mundo, sólo de las huellas.
—Nosotros, los que vivimos siempre al
límite, no tenemos muro que preserve
la intimidad; estamos a merced de la
ceniza floreciente.)
Si alguien duda, —deberá como pueda— escapar del fuego…
Barataria, 23.IX.2015
PÁGINA 19 – CUENTO
MABEL
PEDROZO
(Asunción-Paraguay)
DEJALE LAVAR A MAMÁ
Chela
no le encontró nada de especial a esa mañana de enero que, como fruta pasada,
se descomponía en el patio. El calor no cedió en la noche, pero siempre era
mejor tener a la luna encima antes que a ese sol que se encumbraba tan
temprano. Tan cuando todavía daban ganas de echarse un ratito más.
El
bebé estaba despierto desde hacía rato. Lo escuchó cantar en los pies del
catre, voltearse de uno y otro lado, seguramente para escapar de los mosquitos
que le tenían supurando las picaduras infectadas.
Ella
se los espantaba hasta que hastiada de esa lucha tan desigual, de ese empujar
el bollo sibilante que volvía apenas la mano dejaba de mecerse en la oscuridad,
lo abandonaba confiada en que el sueño lo ponga a salvo del tormento.
Nadie
entendió por qué no le dio el pecho después que lo parió. Chela dijo que era
cosa suya y, aunque su respuesta no conformó a nadie, por lo menos se sacó de
encima el compromiso de decir la verdad.
Eran
sus ojos. Su mirada como ese agujero sin estrellas donde una vez estuvo.
Cuando
la partera lo puso en sus brazos supo que no podía hacerlo. Imposible no traer
a la memoria otra lengua, otro fuego quemando los senos, las noches oscurísimas
de Puerto Pinasco hundidas en su cintura. Mandó sacar del ropero el biberón y
no hubo quien la convenciese de aprovechar la leche que le manchaba el camisón.
Pobre
santo. Se mantenía al margen de su vida. Nunca lloraba, no sabía reír y, aunque
Chela lo escuchó decir ¿mamá? mientras jugaba en el galpón, jamás
pronunció la palabra en su presencia.
Tenía
once meses, el rostro aindiado (también como él), los primeros dientes habían
aparecido, el pelo echado encima de la frente con hebras duras y desiguales.
Resignado a las raciones de té de hojas de naranja cuando no había dinero para
la leche, el bebé se encorvó un poco con la pérdida de peso. Pero estaba sano y
hasta las gripes las soportaba con sobrada energía.
Desde
que nació Chela lavó ropa ajena para pagar la cuenta del almacén. Antes le
bastaba con tenerlo a él (al papá del bebé), con esperarlo desnuda en el catre
para sostenerse en su amor. Cuando se fue, nada en la vida tuvo sentido, ni
siquiera el bebé que le dejó en el vientre.
-Hola
nene, ¿querés
levantarte?
Del
otro lado del catre el canto cesó. Chela puso los pies en el piso. Aquel sería
un día verdaderamente caluroso. Se sacó por arriba el camisón, buscó una remera
limpia, se calzó la bermuda, recogió su pelo en una coleta y salió al
galponcito que le servía de cocina. Eran apenas las seis de la mañana, pero
todo estaba amanecido.
No
tenía necesidad de sostenerlo en su regazo para darle el café con leche. Le
pasaba el biberón y él levantaba el brazo para tomar el recipiente de plástico.
No se lo llevaba a la boca enseguida. Esperaba que Chela se olvidase
de él para hacerlo y entonces volvía a dormitar un rato más, hasta que ella
venía a buscarlo.
Esa
mañana fue igual. El bebé se quedó en el catre hasta que Chela terminó de
remojar la ropa sucia en agua enjabonada.
-Vamos
nene. Vení con mamá.
Lo
tendió en el catre para sacarle el pañal mojado y ponerle un shorcito de
algodón y una camisilla. Solía pasarle a menudo en esos momentos, que no sabía
qué decirle. No le miraba a los ojos por miedo a encontrar nunca supo qué, pero
ese silencio entre los dos era tan molesto que hacía todo enseguida para salir
de una vez al patio y olvidarse de él hasta el mediodía.
Una
vecina le dio la idea. Ella no se animó al principio, pero necesitaba trabajar
y no podía encerrarlo en la pieza sabiendo cómo hervían las paredes cuando el
sol se ponía alto. En los primeros tiempos le daba una ojeada cada media hora,
pero después tanto el bebé como ella se acostumbraron al corralito de tierra
cavado bajo el yvapovõ.
Era un
hoyo de medio metro de profundidad. Si quería hasta podía salir empujándose con
los brazos y las rodillas, pero el bebé era tan dócil que sólo se incorporaba
cuando las piernas se le acalambraban. Se quedaba entonces mirando a Chela por
un buen rato. Ella, volcada sobre las bateas de la ropa, sabía que lo hacía, por
eso no se fijaba.
-Ay
nene, hoy va a ser un día terrible.
Cruzaron
los quince metros que separaban la casa del yvapovõ. El bebé todavía tenía
sueño. Chela fue por una toalla vieja que pudiese servirle de almohada, la
abolló con el brazo y se la dio. El bebé la puso bajo su cabeza y se recostó
enseguida, un poco decaído seguramente por el sol que comenzaba a
requemar el aire. Chela lo volvería a ver una vez antes del mediodía, cuando
todo parecía estar tan en su lugar.
Le
llevó un pedazo de pan y el biberón con agua fresca. El bebé la miró con esos
ojos de saberlo todo de ella, de haberla visto por lugares que ni ella conocía,
de ser todavía ella de alguna manera. Tenía el shorcito mojado. Chela le pidió
que se lo saque y él lo hizo, aunque los ojos le temblaron cuando escuchó su
tono de enojo.
-¡Te vas a quedar así, ¿me escuchás?! ¡¿Acaso te cuesta sacarte la ropa
antes de ensuciarte?!
Se
calló porque no tenía sentido descargar su furia con quien ni siquiera le
entendía. En el fondo, claro, pensaba que sí, que le entendía, que se mojaba
con pis para castigarla, para hacerle la vida imposible, para recordarle al
hombre cuyos ojos no dejaban de mirarla ni siquiera cuando el bebé volvía a
echarse sobre la toalla y le daba la espalda.
La
escuchó alejarse camino al pozo, sus pies arrastrando las zapatillas con su
sonido gomoso, triste. Sentía la viscosidad tibia bajo sus nalgas, lo que le
pasaba siempre que se mojaba estando en el hoyo. La tierra se le pegaba a las
partes y comenzaba a irritar, a dar comezón, a meterse en la piel con su filo
redondo, a dolerle cuando se rascaba.
Se
puso boca arriba. El techo movedizo del yvapovõ le mareó. La gran masa viva
resistía al incendio que filtraba sus puntas blancas hasta que un nuevo hamaqueo
de ramas recomponía las piezas sueltas del follaje. Podía escuchar el sonido
ronco de los gajos. El ir y venir de las hojas en su fricción de siglos. El
bollo de pan se humedecía en su mano. No tenía hambre. Ni sed. Y se hubiese
quedado así, tendido boca arriba, hasta que Chela volviese por él (¿se le habría pasado el enojo?) si no
hubiese sido por el dolor.
El
aguijoneo se le hundió en la carne como un puñal. El bebé dejó caer el biberón.
Algo detrás suyo empujaba, retrocedía y empujaba, le sacaba el aire, le hacía
buscar con la mano la punta de lo que se estaba metiendo dentro suyo. Logró
sentir la piel resbalosa yéndosele de las manos. Fue entonces que buscó la
orilla del hoyo con desesperación. El primer chorro de sangre le manchó las piernas.
Arañó las paredes secas del hoyo, se empujó con los codos hacia afuera, hacia
afuera, y ese algo que seguía cabeceando dentro suyo, ese algo asqueroso que
estaba entrando en él.
Chela
bajó la palangana donde las ropas ya enjuagadas se apilaban, cuando lo vio
tirado al lado del hoyo. Desde lejos notó la palidez de su rostro entregado al
desmayo. Como una coleta repulsiva, la culebra todavía temblaba en medio del
líquido que no dejaba de brotar de las nalgas desnudas del bebé.
Fue
entonces que lanzó el primer grito.
PÁGINA 20 – ENSAYO
SERGIO
BORAO LLOP
(Zaragoza-España)
LA
MANO EN LA PALABRA: Voces solidarias
Estoy aquí en el Sur de
tu sur,
reza uno de los poemas incluidos en el libro La mano en la palabra (Poetas con Ruth Ana López Calderón), publicado
en fechas recientes por MediaIsla editores. A pesar de vivir en España, esa
palabra -sur- siempre me sugiere las
vastas regiones sudamericanas: Los ríos y cordilleras de Neruda, las ciudades
invisibles de Calvino, la compleja geografía urbana de Cortázar, los desiertos
de Rulfo, el cuento de Borges, la Medellín de Fernando Vallejo, Comala,
Macondo... También evoco las páginas finales de Amuleto (Roberto Bolaño). Ese
sur castigado durante siglos. Desde que tropas españolas, formadas por gente
ruda y amoral, desembarcaran en sus costas hace más de quinientos años. De
entonces para acá, mucha ha sido la sangre vertida en esas tierras. Incontables
las injusticias. Latinoamérica.
Una
de esas injusticias es el motivo indirecto de la publicación de La mano en la palabra. No una
injusticia notable, como una masacre o la desaparición de millares de personas,
sino algo mucho más discreto, casi inapreciable, pero no menos terrible. Me
refiero a la falta de una sanidad pública, gratuita y de calidad. Esto es algo
que todavía se da en muchos lugares (y no sólo de Latinoamérica), condenando a
quienes carecen de los medios necesarios para costearse tratamientos o cirugías
cuyos precios son -hay que decirlo- escandalosamente altos.
Tal
es el caso de Bolivia, donde vino a nacer Ruth
Ana López Calderón, una de las mejores voces vivas de ese país. Ruth Ana
padece una enfermedad que, a causa de esa deficiencia del sistema sanitario y
de la ausencia de medios económicos para costear las múltiples pruebas y
tratamientos necesarios, la está matando poco a poco. Como a tantos otros que
sufren esa terrible enfermedad llamada pobreza, tan común en el mundo que ya
casi ni percibimos.
Por
eso, como una iniciativa en pos de ayudarla, surgió la idea de este libro. Poetas
de todo el continente y de España se sumaron a ella. Voces solidarias. Palabras
vivas para salvaguardar una vida. Latinoamérica cantando por una de sus hijas.
Así
pues, podríamos decir que en las páginas de La mano en la palabra se aúnan calidad y calidez. La calidad de los
textos literarios que conforman el libro; la calidez del gesto fraterno
consistente en ceder unos pocos poemas en pos de un objetivo elevado, desde un
punto de vista humano. Por desgracia, no está en nuestra mano solucionar el problema
de fondo. Sólo contribuir humildemente a esta modesta causa, de la que, desde
ya, les invito a formar parte, por medio de la adquisición del libro (cuya
lectura será, sin duda, una grata experiencia) y de la máxima difusión posible
entre sus contactos amantes de la buena poesía.
Link
compra:
http://www.lulu.com/shop/sergio-borao-llop/la-mano-en-la-palabra-poetas-con-ruth-ana-l%C3%B3pez-calder%C3%B3n/paperback/product-22323279.html
Detallo
a continuación la nómina de poetas que han participado, de forma generosa y
entusiasta, en este proyecto:
Mari
Cruz Agüera (España), Claudia Ainchil (Argentina), Elvia Ardalani (México),
Amelia Arellano (Argentina), Elsa Batista (República Dominicana), Sergio Borao
Llop (España), Rebecca Bowman (Estados Unidos), Gerardo Cárdenas (México),
Teresa Coraspe (Venezuela), André Cruchaga (El Salvador), Daniela Cruz Gil
(República Dominicana), Marta Cwielong (Argentina), Santiago Daydí-Tolson
(Chile), Teresa Delgado Duque (España), Adriana Díaz Crosta (Argentina),
Alejandra Díaz (Argentina), Jorge Etcheverry (Chile), Manuel García Verdecia
(Cuba), Beatriz Alicia García (Venezuela), Sandra Graciela Gudiño (Argentina),
Irina Henríquez (Colombia), Gabriel Impaglione (Argentina-Italia), Susana Lizzi
(Argentina), Norma Segades Manias (Argentina), Emilia Marcano Quijada
(Venezuela), Anamaría Mayol (Argentina), Juan Carlos Mieses (República
Dominicana), Daniel Montoly (República Dominicana), Winston Morales Chavarro
(Colombia), Lili Muñoz (Argentina), Edgardo Nieves-Mieles (Puerto Rico), Aldo
Luis Novelli (Argentina), Eugenio Polisky (Argentina), Sonia Rabinovich
(Argentina), Hugo Francisco Rivella (Argentina), Juan Manuel Rivera (Puerto
Rico), Kristal Riuno (Puerto Rico), Pilar Romano (Argentina), Hernán Schillagi
(Argentina), Rosa Silverio (República Dominicana), Nastia T (Perú), Jimmy
Valdez Osaku (República Dominicana), Fernando Valerio-Holguín (República
Dominicana), Paola Valverde Alier (Costa Rica), Rubén Vedovaldi (Argentina),
Ayerim Villanueva (República Dominicana), Cristina Villanueva (Argentina) y
Paulina Vinderman (Argentina).
El
libro también incluye textos de la propia Ruth
Ana López Calderón, textos que pueden servir para conocerla un poco mejor,
para saber quién es esa persona casi desconocida en su propia tierra, pero que,
paradójicamente, cuenta con el respeto de poetas de otros muchos países.
Sergio Borao Llop.
Zaragoza. Agosto 2015
PÁGINA 21 – ENSAYO
BASILIO BELLIARD
(Moca-República
Dominicana)
OCTAVIO PAZ Y LA DIALÉCTICA DE LA SOLEDAD.
Fuente. Revista Media Isla
Al arribar a la
mitad del siglo XX, Octavio Paz publica su obra cumbre sobre el pensamiento
mexicano moderno. Se trata deEl laberinto de la soledad, de 1950, cuando
el joven intelectual apenas tenía 34 años. Una obra seminal en su trayectoria como
pensador de la historia y la cultura de México, que lo llevaría a tener un
sitial ejemplar en la vida cultural de su país. Una figura polémica; devoto de
la crítica, como ejercicio de libertad intelectual, Paz nació maduro, adquirió
una sólida cultura como resultado de su pasión lectora, al heredar de su abuelo
una biblioteca, quien también era político y escritor, igual que su padre.
La irrupción
de El laberinto de la soledad en la escena intelectual
mexicana dejó una huella indeleble en el mediodía del siglo pasado, frente a
las vertientes metafísicas, antropológicas y psicológicas de las
interpretaciones históricas acerca del ser del mexicano, de su presente y su
destino. Entre la historia y el mito, aparece aquí la imaginación crítica como
ejercicio del pensamiento libre, que sirvió de acicate a la modernidad en
estado analítico. Como un hiato en la historia del siglo XX en América
Latina, El laberinto de la soledad se lee como una reflexión
ontológica de la mexicanidad y, por extensión, como una pieza ejemplar en el
arte de pensar, cuya extensión reflexiva se prolonga en Postdata,
de 1969 —a raíz de la matanza de Tlatelolco—, y se cierra como ciclo temático,
veinticinco años después, con Vuelta al Laberinto de la soledad, en
1975, una larga entrevista concedida a Claude Fell. En su conjunto, esta
secuencia manifiesta una línea de pensamiento que atraviesa el centro motriz de
sus preocupaciones intelectuales por la historia de México, su devenir y su
presente, que han suscitado no pocas controversias, malestares y críticas
negativas, que algunos opositores a Paz consideraron —y consideran aún— como
una “mentada de madre a los mexicanos” (como confiesa Paz le dijo un poeta), o
que fue un libro escrito contra México. El propio Octavio Paz, en Postdata define El
laberinto de la soledad así: “El laberinto de la soledad fue
un ejercicio de la imaginación crítica: una visión y, simultáneamente, una
revisión. Algo muy distinto a un ensayo sobre la filosofía de lo mexicano o a
una búsqueda de nuestro pretendido ser. El mexicano no es una esencia sino una
historia”.
Como se ve, Paz
no reconoce haber escrito una obra filosófica de carácter ontológico sobre
México, sino una obra resultante de la imaginación y la crítica. Elogio de la
crítica y la sensibilidad histórica, con zonas líricas, El laberinto de
la soledad es una alegoría a la condición del mexicano y del
latinoamericano, en la que la soledad se transfigura en una metafísica
vinculada al individuo y a la historia de la conquista y la colonización del
Nuevo Mundo. La soledad como búsqueda de la otredad es asimismo un encuentro
con la unidad del ser, en una especie de “esencial heterogeneidad del ser”,
para decirlo con una frase del poeta Antonio Machado, que tanto citaba Paz. La
metafísica de la soledad es así una manera de explicar la ontología del
mexicano en Paz, que alcanzó su plenitud imaginaria, fantástica y mágica, en
1967, con la publicación de la novela Cien años de soledad de
García Márquez, ese mago de la ficción del realismo mágico.
La reflexión
sobre el ser y el carácter de los países fue un género en boga en la primera
mitad del siglo XX, desde el punto de vista de la historia de las ideas, que se
remonta a los escritores argentinos Ezequiel Martínez Estrada [Radiografía
de la pampa 1933], Eduardo Mallea [Historia de una pasión argentina,
1937] y Héctor Murena [El pecado original de América, 1954], al peruano
Salvador Salazar Bondy [Lima la horrible[Lima la horrible, 1964],
y al mexicano Samuel Ramos [El perfil del hombre y la cultura de México,
1934], que inició esta reflexión en México, y a quien se le señala como el
precursor de Paz. Sin embargo, para Paz, Ramos hace una reflexión de tipo
psicológica, influido por las lecturas de Alfred Adler, en cambio él la hace,
no subordinada a ninguna corriente de pensamiento, con lo que no admite influjo
alguno de este pensador mexicano. Acerca de la influencia de Samuel Ramos
en El laberinto de la soledad, Paz sostiene: “En cuanto a mí: yo no
quise hacer ni ontología ni filosofía del mexicano. Mi libro es un libro de
crítica social, política y psicológica. Es un libro dentro de la tradición
francesa del ‘moralismo’. Es una descripción de ciertas actitudes, por una
parte y, por la otra, un ensayo de interpretación histórica. Por eso no tiene
que ver, a mi juicio, con el examen de Ramos. El se detiene en la psicología;
en mi caso, la psicología no es sino un camino para llegar a la crítica moral e
histórica”, sentencia de manera lúcida y categórica, a la pregunta de Claude
Fell. En cambio, Paz admite la influencia en esa época del marxismo, la
antropología de Roger Caillois, George Bataille y Marcel Mauss, la filosofía de
la cultura de Wilhem Dilthey y George Simmel, la fenomenología y el
existencialismo de Hussell y Heidegger, y el psicoanálisis de Sigmund Freud.
Después de la larga conversación con Claude Fell sobre El laberinto de
la soledad, Paz le reprocha:
“Mire usted. Hemos hablado de las deudas mías:
Freud, Marx… No hemos hablado de una influencia esencial, sin la cual no
hubiera podido escribir El laberinto de la soledad: Nietzsche.
Sobre todo ese libro que se llama La genealogía de la moral.
Nietzsche me enseñó a ver lo que estaba detrás de las palabras como virtud,
bondad, mal”, sentencia el poeta mexicano.
En su
libro Itinerario, una especie de autobiografía intelectual, Paz
confiesa lo siguiente: “Confieso que la concepción central de El
laberinto de la soledad me sigue pareciendo válida. El libro no es un
ensayo sobre una quimérica ‘filosofía del mexicano’; tampoco una descripción
psicológica ni un retrato. El análisis parte de unos cuantos rasgos
característicos para en seguida transformarse en una interpretación de la
historia de México y de nuestra situación en el mundo moderno”.
En esta obra,
Paz se ocupa del pachuco mexicano, de la relación entre el carácter de los
norteamericanos y los mexicanos, de la mujer y el hombre, su psicología, su ser
y su carácter. Muchas de las ideas contenidas en El laberinto de la
soledad constituyen la simiente del desarrollo posterior del
pensamiento de Octavio Paz, que luego se transformarán o fundamentarán, pero
que conservan su esencia originaria, su impronta intelectual. Algunos de estos
planteamientos tienen una deuda con los románticos alemanes e ingleses, y con
las experiencias de lectura que el joven Paz tenía en los albores de su
formación como intelectual, y en los perfiles de ensayista lúcido, sagaz y
agudo, de sorprendente precocidad y madurez. En esta obra ya se conforma,
asimismo, el estilo personal de la sintaxis paciana: puntuación precisa y
expresividad dinámica y emotiva. Su concepción hegeliana de la historia, del
tiempo histórico y el presente eterno, circular, no lineal, y en gran medida,
su experiencia de lectura de los ensayistas románticos alemanes (Novalis,
Schiller y Goethe). Particular influencia ejerció sobre su formación temprana
la lectura del libro El alma romántica y el sueño, de Albert
Beguin, y posteriormente, la obra De Baudelaire al surrealismo, de
Marcel Raymond —ambas editadas por el FCE— que luego serían esenciales en la
escritura de El arco y la lira, según destacaría
Jacques Lafaye, en su obra Octavio Paz en la deriva de la modernidad.
La tesis de la
soledad, Paz la esboza a partir de la búsqueda de la otredad como una
experiencia de la búsqueda de sí mismo, cuyas reflexiones se remontan a los dos
años que vivió Octavio Paz en Francia —entre 1948 y 49— previos a la edición de
este libro, concepto que tiene una gran deuda con la idea de otredad de Antonio
Machado. Para Paz, pues, el ser tiene sed de otredad, y siempre busca su reflejo
para completarse, su envés para realizarse. Así pues, el hombre se realiza en
la mujer, el yo en el otro y el individuo en la sociedad. El hombre, en efecto,
en esa búsqueda en su yo, encuentra al nosotros. Búsqueda y descubrimiento se
expresan en una dialéctica entre el yo y el otro, idea que Paz desarrollaría en
su reflexión entre “poesía de soledad” y “poesía de comunión”, en su obra Las
peras del olmo, que también serían los conceptos que
dominaría El laberinto de la soledad. En Paz, el yo se
transfigura en máscara, y en ese juego de identidades siempre se manifiesta, en
el universo de su pensamiento, una tensión entre la inmanencia y la
trascendencia, que matizará el eje de sus preocupaciones intelectuales, de
índole filosófica. En su obra siempre está el nosotros. La persona gramatical
que tendrá su hegemonía será pues el nosotros ante el yo. El poeta mexicano
siempre habla desde un nosotros que se vuelve espejo de reconciliación de su
identidad ontológica. Entonces, soledad y comunión serán los polos que servirán
de equilibrio entre la mismidad y la otredad. La preocupación en Paz por la
soledad, como estado del ser, se manifiesta entre la unidad del ser y su
otredad. Así pues, apunta en el párrafo inicial de El laberinto de la
soledad que: “El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como
un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable,
transparente muralla: la de nuestra conciencia”.
La de Paz no es
solo la soledad del mexicano, sino la soledad del ser humano: es la soledad del
nacimiento y de la muerte, entre el mundo de los vivos y el mundo de los
muertos. El sentimiento de soledad que siente Paz es la expresión de una
percepción natural, que nace con el individuo, y que trasciende la niñez y la
adultez, a través del juego o del trabajo, conceptos que desarrollarían Roger
Caillois en Los juegos y los hombres, y Johan Huizinga en Homo
ludens, desde el punto vista de la antropología cultural. Para este
pensador holandés, incluso, el juego es anterior a la cultura misma. Esa visión
de la soledad en Paz tiene un componente asociado a una nostalgia por el pasado
infantil, entre el mundo natural y el mundo social. El sentimiento de soledad
es así una condición constitutiva del ser humano, en la acepción paciana.
Siempre estamos solos. Nacemos solos y así moriremos, y este dilema existencial
genera en el ser humano un sentimiento de orfandad, nostalgia, desarraigo y aun
angustia, que lo arroja a un sentimiento de inferioridad. En tal sentido, Paz
apunta: “Pero más vasta y profunda que el sentimiento de inferioridad, yace la
soledad. Es imposible identificar ambas actitudes: sentirse solo no es sentirse
inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad, por otra parte, no es una
ilusión Vcomo a veces lo es el de inferioridad— sino la expresión de un hecho
real: somos, de verdad, distintos”. De igual modo, continúa diciendo: “Nuestra
soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad,
una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y una ardiente búsqueda:
una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la
creación”.
PÁGINA 22 – POESÍA
AMERICANA
ELVIRA ALEJANDRA QUINTEROS
(Cali-Colombia)
LA NOCHE EN BORRADOR.
1.
Noche de la noche
Los recintos iluminados. Los andenes. La eterna carretera donde cada
cinco minutos ruge un motor. Las cordilleras, su tenebrosa vegetación, la
mirada acechante de sus monstruos. Los anhelantes precipicios que ni los ojos
ni las almas se atreven a soportar.
El eco en el fondo de los pasillos de los hospitales. La fiebre. La huida tras el visitante de otras tierras. La desesperación sobre la cúspide del páramo, dejando mojar los cuerpos las gotitas de niebla.
La dicha cuando la orquesta inaugura la noche.
Y en las cocinas las señoras se esfuerzan para que todo salga bien.
El largo peregrinar con la libreta de teléfonos, sin saber si el número debe ser al fin marcado.
Las ciudades cerradas, sus amores, su bulla. La locura de sus estatuas.
Ah, ¡noche de la noche!: deja al fin que en tu alma anide la angustia que nos hermana.
El eco en el fondo de los pasillos de los hospitales. La fiebre. La huida tras el visitante de otras tierras. La desesperación sobre la cúspide del páramo, dejando mojar los cuerpos las gotitas de niebla.
La dicha cuando la orquesta inaugura la noche.
Y en las cocinas las señoras se esfuerzan para que todo salga bien.
El largo peregrinar con la libreta de teléfonos, sin saber si el número debe ser al fin marcado.
Las ciudades cerradas, sus amores, su bulla. La locura de sus estatuas.
Ah, ¡noche de la noche!: deja al fin que en tu alma anide la angustia que nos hermana.
YANARYS VALDIVIA MELO
(Ciego de
Ávila-Cuba)
A Ian, en las interminables despedidas
ÉL ME DESPIDE DESDE LA ACERA
Las terminales son hospitales
donde los enfermos no se curan.
Te dije adiós, no me olvides.
Ciego brillo de la aurora es la
costumbre
de quedarse o partir,
ciegas maneras del tiempo sobrevienen
sin aviso.
El día sorprende con su canto de soles
negros,
su agotada angustia,
su ausencia,
asistiendo doblemente
a la muerte de un día sobre otros,
como cadáveres hermosos
de la impaciencia, acumulándose.
Nuevamente ha entrado en mí
la mañana con sus soles negros,
el color me contamina.
Otra vez al lado del camino,
con la sensación del rompecabezas
que nadie supo terminar.
Voy desgajando un "No me olvides"
en silencio
e intento recomponer las piezas en su
sitio,
completar la pierna izquierda,
este brazo derecho, los ojos y los pies
de mi figura fragmentada por la noche
blanca.
Te dije, las terminales son hospitales
donde los enfermos no se curan
y me dijiste adiós, no me olvides.
GLORIA CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)
¡AY COLOMBIA!
¡Ay Colombia! Si pudieras
ser tú
abierta como una rosa
ser tú
sólida como un diamante
dura como ese cristal
que te colma por delante
y al costado
con la munición del mar.
Si te dejaran hervir
ser tú
si te dejaran creer
ser tú
si te dejaran crecer
si te dejaran
ser
tú.
GUSTAVO PEÑALOSA CASTRO
(México D.F.-México)
(México D.F.-México)
5
De reojo sombra de ave negra
De reojo días, devoción de imágenes en la
pared
El que quiso decir todo lo que no podía decir
El que sesgó, volvió a buscar, reacomodó,
tocó
El que no pudo nunca preguntar esa pregunta
del afecto
Todos ahí en un solo impulso de música y
recuerdo
Todo en la ventana, y ojos mudos de cerrados
De pálidas y tan gastadas superficies
Palabras que hablan de sed y sequedad
Y miran atrás las ruinas, y una patada al
cuerpo inmóvil
De lo que desaparece y se desdibuja en el
instante
Y el que piensa, el que verdaderamente piensa
Deja la vista en el recodo porque sabe
Que hay algo siempre al borde, siempre a
punto
Algo que exactamente puede ser
FRANK PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)
DE DONDE VIENEN LOS POETAS
De donde vienen los poetas?
ellos vienen
de unos paisajes erróneos
en la orfandad de las clepsidras,
en los días exactos
a una escalada sombría.
ellos vienen
de unos paisajes erróneos
en la orfandad de las clepsidras,
en los días exactos
a una escalada sombría.
En el principio fugaz
de una tormenta.
de una tormenta.
A intercambiar besos
en un ritual,
y retornan a la escala del olvido.
en un ritual,
y retornan a la escala del olvido.
SEPARADOR
PÁGINA 23 – CUENTO
JEFE SEATTLE
Norteamérica: 1786-1866
Norteamérica: 1786-1866
CARTA
AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS
El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía
en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los
territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de
Wáshington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo
indígena. El jefe Seattle responde en 1855.
El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber
que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también
palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza,
porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su
oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus
armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington
podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el
retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo
o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del
viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga
comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado
para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las
playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los
insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre
el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su
tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos
jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel
roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores
perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son
nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el
calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en
Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de
nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos
vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo
tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero
eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante
que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino
la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán
recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada
y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos
y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis
antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian
nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si
les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que
los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes
deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende
nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado
que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la
tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y
cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus
antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos
y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos
de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al
cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o
adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un
desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son
diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no
comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades
del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en
la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un
hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no
puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas
alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio
prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el
propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre
piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol,
el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no
siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal
olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el
aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que
mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también
recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben
mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco
pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la
oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición:
el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo
ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la
planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al
pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante
de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos
solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si
todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de
espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres.
Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el
suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra,
digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen
a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre.
Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los
hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no
pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que
sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia.
Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre
los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es
simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí
mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios
camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino
común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa
estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro
Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como
desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y
su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es
despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que
todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por
sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra,
ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo
a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra
y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para
nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los
caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso
sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas
obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso?
Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila?
Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la
supervivencia.
PÁGINA 24 – ENSAYO
YOLANDA
CHÁVEZ
(Los
Ángeles-California-Estados Unidos)
EL DESIERTO
Debía faltar
poco para amanecer, hacia mucho frío en aquel desierto que por vergüenza, no
aparecía con su nombre en ningún mapa; Elena, tirada boca arriba en la arena
helada, miraba hacia el infinito, tratando (casi sin lograrlo), de mover sus
dedos entumidos para apartar el cabello que cubría sus ojos…quería poder ver
las estrellas que se desvanecían, el cielo completo, quería ver a Dios
completo.
“¿Donde
estás?”
Pensaba…
No podía
hablar, tenia la garganta hinchada por haber llorado sin gritos.
“¿Me vas a
dejar morir aquí? … Quiero ver a mis hijos otra vez…
Esto es un
castigo?”...
El grupo de
personas con el que salió de la frontera, se había desbaratado con la
persecución de la patrulla. Vio correr a hombres uniformados de rostros
similares a los perseguidos, golpeando e insultando a los que lograban
alcanzar, ella y otro, habían caído en un agujero tratando de ponerse a salvo.
Ahí estaba,
inmóvil, casi sin respirar para no ser vista. Ya habían pasado muchas horas y
no escuchaba ni un solo ruido, trató de incorporarse, y al apoyar su mano sobre
la arena tocó otra mano fría, inmóvil, tiesa…era la del muchacho de catorce
años que había viajado desde el Ecuador para ver a su mamá, el quería llegar
hasta Canadá.
Lo reconoció
cuando los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar aquel desierto que
siempre estaba triste…
Elena se
arrodilló, y comenzó a hacer una oración por la mamá del muchacho, le arrancó
el rosario del cuello, se lo metió en la boca muerta y le cerró los ojos.
“En los
primeros catorce años de vida, la palabra que mas se pronuncia es: “Mamá” debe
ser horrible no estar ahí para escucharla”.
Era parte de
aquella oración a Dios que se fue tornando en quejas al cielo abierto....
“¿Cómo se
sobrevive con el alma dividida por fronteras?”
Susurraba
Elena entre sollozos enojados, cortitos, que le cortaban el pecho como pequeños
cuchillos.
“¿Como se
sobrevive sin poder mirar todos los días a tus hijos? … ¿Por qué no se puede
vivir cuando tus hijos lloran de hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca
se puede encontrar empleo? ¿Cómo demonios se sobrevive en países donde el
secuestro, la corrupción, los asesinatos, las violaciones a los derechos
humanos son el pan nuestro de cada día?” ¡Contéstame! ...
El desierto
conmovido, levantó un poco de polvo para acariciar la cara de Elena, quería
consolarla; Cuantas veces había escuchado esas oraciones- reclamos. Cuantos
cuerpos de madres, hijos, padres, hermanos…cuantos cristos guardaba en su
vientre de arena, ahí se habían deshecho, ahí conoció los anhelos de pretender
comer todos los días, ahí enterradas estaban las almas con conciencia que
querían no solo sobrevivir ¡ellas querían vivir!, ahí estaban sepultados muchos
últimos pensamientos, de vez en cuando, el desierto los dejaba asomarse
convertidos en diminutas florecillas blancas debajo de los arbustos enanos.
“Por lo
menos dame un poco de agua”
Gritaba
Elena a Dios mientras escarbaba en la arena con sus manos para hacerle
sepultura a los anhelos sin cuerpo. El desierto se apresuró a dejar que brotara
un charquito de agua helada, fue lo bastante para beber y lavarse la cara, para
retirar la arena de la nariz y de entre sus dientes, suficiente para ponerse de
pie y buscar un punto que le indicara una dirección a seguir.
Un destello
llamó su atención a una distancia que calculó, podía llegar antes de que el sol
quemara más, dio una ultima mirada al dolor de una mamá con hijo muerto, y
comenzó a caminar…acompañada sin notarlo, por el desierto.
“¿Y aquellos
cuentos de que abriste el mar rojo, de que libraste de la esclavitud a un
pueblo, de que los alimentaste en el desierto?”
Elena
pensaba que Dios era más bueno antes que ahora,
“A Abraham
le diste descendencia tanta como las estrellas del cielo, a mi por lo menos
déjame ver a mis hijos otra vez… ya se que dicen que no soy una santa, pero
sigo creyendo en ti, lo sabes, ¿verdad?”
De pronto,
el desierto la sacó de su particular oración hundiendo uno de sus pies, al
tratar de no perder el equilibrio, miró hacia el norte: un trailer de compañía
cervecera se acercaba a gran velocidad, Elena impulsivamente sacó la fuerza que
da el coraje y la impotencia, apretó el estómago, y comenzó una loca carrera
agitando las manos levantadas al cielo para que el chofer pudiera mirarla, el
hombre del trailer la divisó al pie de la autopista y comenzó a disminuir la
velocidad, hasta parar frente a ella.
Una nube de
polvo envolvió a la maltrecha Elena, el desierto quiso despedirse, la abrazó en
medio de un viento arenoso donde flotaban las almas y los anhelos que se habían
quedado a vivir con él.
“¡Gracias, es
usted un ángel !”
Pudo decir
Elena.
“Y usted es
un milagro, pocos sobreviven en este desierto”
Le contestó
el ángel blanco, en inglés.
PÁGINA 25 – CUENTO
ALEJANDRO
MARCELO CORONA
(Córdoba-Argentina)
SOBRE LA
CUMBRE DEL MEDIODÍA
Un
profundo barranco nos devoró las piernas durante varias horas. El sol caía
plomizo sobre nuestras espaldas; entre las profundidades de las yungas
anduvimos, machete y hombre, fogoneando la esperanza, abriendo paso a la
columna que de a poco se despeñaba por la gruesa estampida del calor izado
desde el barro húmedo y gredoso.
A lo lejos
una bandada de pájaros cortó la quietud de la mañana ya antigua. Rasaron sobre
nuestros cascos, eran guacamayos azules que de pronto le devolvieron la vida a
nuestro camino. Un ruido a furia de agua comenzó a endulzarnos la fatiga.
Buscamos su paso. Cuando encontramos el peso del río violento algunos de
nuestros compañeros se precipitaron a refrescarse.
Era el
primer contacto con agua, luego de andar por la espesura selvática entre el
barro y los animales, las enfermedades y las desesperanzas. ¿Era esta la
exigencia que nos pedía la revolución? ¿El dolor extremo, la clandestinidad, el
olvido de nuestros seres queridos? ¿Defender la Patria Grande contra la
intromisión constante del imperio, mientras el resto duerme en la tranquilidad
de su casas?
Renegaba en
mis pasos consumidos por el pensamiento huraño. Recordaba las palabras de
Camilo Torres, buscar a través de medios eficaces la felicidad de todos, amar
así verdaderamente a los empobrecidos de nuestro continente. Mi mente
vagabundeaba, increpándome, rasgándome la conciencia cristiana, revolucionaria,
socialista.
Miré el agua
con su traje de vida y recuperé el optimismo. Cuatro compañeros se
desprendieron de la columna, llegaron a la orilla, comenzaron a desnudarse,
cuando tomaron contacto con la comisura del río una ráfaga de metralla ardió
desde una barricada en la otra orilla. Aquel ramalazo de fuego y plomo dejó
tres cadáveres en la arena.
- ¡Carajo,
los gringos! – grito Arnulfo Rojas tirándose al piso
Tomamos
resguardo de inmediato. Dos hombres en el agua boqueaban su último aliento
sobre la corriente rojamente enardecida de muerte. Aquella línea de fuego
descargó su ensañamiento sobre nuestros cuerpos. Silbaban en nuestras cabezas
como avispas enojadas las balas del enemigo. Nos cubrimos tomando una posición
de fuego favorable.
Cuando
estuve a salvo, comencé a leer los disparos buscándole el origen. De cuclillas
detrás de un paraíso robusto, coloqué mi ojo sobre la mira del rifle hacia la
barricada. La posición aquella permitía desnudar la presencia del ejército de
aquel dictador.
Totalmente
descubiertos, eran dos; juro que odié aquel momento. El sol se ponía de azufre
y descansaba su rigor sobre mi parietal. Ejecuté con calma dos disparos
certeros; pude observar el desplomo del primer soldado, el segundo,
sorprendido, no pudo huir a tiempo y fue destrozado en la ejecución.
Apenas
disparé, volví mi espalda para apoyarla sobre el paraíso que se mantenía
erguido, atestiguando mi terrible miedo. Respiraba hondo, asustado; era mi
primer disparo sobre un ser humano.
- ¡Vamos al
foco Antonio! – gritó Ceferino Roldán, advirtiéndome que revisarían la zona y
yo debía resguardar sus espaldas.
Afirmé con
la cabeza e hice un gesto de movimiento con la mano derecha mientras sostenía
con el antebrazo izquierdo mi fusil caliente. El silencio azotaba junto al sol
mi espinazo con un escalofrío duro; la adrenalina me salía por las uñas, me
rascaba la cara, todo era como un pesado sueño.
El río
incrementó su fuerza. Tres compañeros procuraron retener sin suerte los cuerpos
sin vida de los caídos por el fuego enemigo. La vehemencia del agua no permitía
a la pequeña tropa alcanzar la otra orilla. Los soldados hacían grandes pasos
para cruzar, el agua les cubría hasta las rodillas, los fusiles eran alzados
con las dos manos para evitar humedecer la pólvora.
Jamás mis
manos habían dado muerte a nadie. No podía creer que éstas manos hubieran
quitado de la faz de la tierra a un ser. Con la mira puesta sobre la barricada
enemiga buscaba percibir un mínimo movimiento, los cuerpos yacían. Decidí salir
de mi escondite. Fue una pésima decisión. El fusil apuntaba hacia la dirección
de los cuerpos pero descuidé el frente.
- ¡Cúbrenos
las espaldas, mierda! – se enfureció Ceferino.
Cuando volví
mis ojos a la mira, pude observar que un tercer hombre se alzaba con las
metrallas de los dos caídos y gritó:
-¡Mueran,
indios de mierda!
En el mismo
momento que gatilló sobre sus armas, le acerté un primer impacto sobre el
hombro provocando una ráfaga de metrallas como una víbora desbocada que se
arrastraba por todos lados. Mis compañeros disparaban, buscaron refugio en vano
sobre el corazón del río, pero sin demora le acerté un segundo impacto que le
ingresó por el cuello y un movimiento reflejo hizo que se cubriera de inmediato
la garganta que se teñía de púrpura, cayendo inerme hacia adelante.
Los ojos de
ese hombre se abrían grandes, yo podía verlos a través de la distancia, quizás
sorprendidos de hallar la muerte se agigantaron hasta perecer. Ese hombre no
buscaba la muerte, pero la halló sobre la cumbre del medio día. Ninguno de
nosotros vino a buscar la muerte. Juro que lo vi en sus ojos, ese hombre vino a
buscar la gloria y encontró este final. Los ojos bien abiertos, sorprendidos,
comenzaron a llenarse de moscas cuando cayó duro junto a sus compañeros
desvanecidos.
Por fin la
columna alcanzó la otra orilla. Yo hice lo mismo, con una esperanza ciega de
encontrar a aquellos hombres con vida, de no sentirme un asesino. Los soldados
revisaron las pertenencias, se peleaban por ellas. Uno se probó la camisa
manchada con la sangre final. Otro se guardó un anillo de oro, otro tomó una
medalla del Jesús Redentor, las botas eran reñidas por dos soldados tupizeños.
Cuando llegué, los tres cadáveres ya estaban casi desnudos. Yo tomé un cuchillo
que reposaba cerca de su bota.
Tirado junto
a la mano derecha de un combatiente, una fotografía. Limpié la sangre que la
cubría. Una mujer hermosa abrazaba al hombre, dos niños sonreían con una
belleza parecida a la felicidad. Digo, a ese momento de la vida en que ella nos
golpea la puerta y nos invita franca a su morada. Aquel hombre había conocido
la felicidad que yo anhelaba buscar con la revolución. Con este grupo armado
quería buscar algo que nos pertenecía a todos.
Aquel hombre
partía desde la felicidad, tenía una familia, una mujer que aguardaba su
regreso. Dos niños que veían cada mañana inútilmente el retorno de su padre.
Una mujer se recostaba sobre una almohada cálida pronunciando su nombre.
Yo
contemplaba la fotografía. Una lágrima quiso lacerarme. Una mujer lo soñaba y
yo le había quitado la vida. Yo, que no era soñado por nadie, que nadie me
esperaba en un sueño, sin mujer que aguardara por las noches mi regreso. Ningún
tejido del insomnio era empuñado por una mujer. Al menos por la que yo amo.
Con estos
mismos dedos, con los que una vez dibujé los labios de aquella mujer dormida.
Con este mismo índice que recorría sus lunares, que los contaba, que surcaba su
espalda rosada y pura. Con esta mano que le escribió los versos más nutridos
del amor, con esta misma mano pude detener la vida. Con la mano de dar amor, di
también la muerte. Cruzó un rayo negro sobre mi frente. Quise volverme María a
tus brazos, a tu sonrisa tierna. Quise tirar el fusil, abandonarlo, correr a tu
lado. Te imaginaba, tú chica de bien, sin coincidir conmigo en la revolución,
juzgándome, enjuiciándome por asesinar a un ser humano, por darle muerte.
Enojada, explicándome una y mil veces que la violencia no soluciona nada. Y yo
sollozando por tu encono.
Me había
descubierto, sobre el río Tupiza, como un desdeñable asesino. El bautismo de
fuego me había dado un nuevo espíritu. Quise hacerme fuerte.
- Volvamos
al camino - dijo Ceferino, nos aguardan en la vertiente.
Yo dejé a los
hombres tirados, me persigné tres veces. Te imaginaba diciéndome que Dios no
justifica ninguna muerte, que soy una contradicción andante. Estrujé fuerte mi
fusil y seguí la columna. Intenté dejarte en aquel costado del río. Fue inútil.
Volvería a descubrirte como una pesada mochila sobre mis espaldas algunas
leguas más adelante.
Ya no era el
mismo, el fuego me había devorado el alma. La revolución murió en el horizonte
de mi vida. De manera egoísta apareciste tú y quise dejarlo todo por correr a
tus brazos. Preso de mi libertad, de elegir este camino seguí andando bajo el
grillete del orgullo. No sabía que matar tenía este agrio sabor a justicia. El
sol rompía con sus olas de fuego mi cuerpo débil y tu recuerdo ardientemente
vivo me incendiaba en las manos de asesino, tú cada vez más lejos y a mí me
dañaba el oscuro olor a muerte que tiene la libertad en este continente, que
solía ser un paraíso.
PÁGINA 26 – ENSAYO
Vicente
Huidobro (1893-1948) Escritor Chileno
Nacido
en el seno de una familia de acusada tradición literaria -su madre era escritora-,
pronto mostró el joven Vicente una notable inclinación hacia la creación
poética, plasmada cuando sólo tenía doce años de edad en las primeras
composiciones que dio a conocer. Este talante creador, estrechamente ligado a
su espíritu iconoclasta, le llevó a rechazar, en un manifiesto que hizopúblico
cuando aún era adolescente, cualquier forma de poesía anterior.
Decidido a abrirse camino en el mundo de las Letras, rechazó también la reducida atmósfera literaria chilena para trasladarse a París en 1916, donde participó en todos los movimientos vanguardistas que por aquellos años florecían, y vertiginosamente se agostaban, en la capital francesa; allí pudo empezar a publicar sus primeras colaboraciones en algunas revistas tan significativas como Sic y Nord-Sud, y entablar relaciones con las principales cabezas de la Vanguardia europea, como los surrealistas Guillaume Apollinaire y Pierre Reverdy, con quienes colaboró en la fundación de una de las publicaciones recién citadas (Nord-Sud). Sin embargo, y a pesar de esta estrecha colaboraciónen los comienzos de su andadura literaria, Vicente Huidobro pronto se distanció voluntariamente de los postulados surrealistas, ya que en su particular concepción de la creación artística no cabía la máxima de que el artista era un mero instrumento revelador de los dictados de su inconsciente.
Esta ruptura con el surrealismo le animó a plantearse la validez de todas las corrientes vanguardistas que había conocido de primera mano. Así, rechazó también las propuestas del futurismo, pues tenía el convencimiento de que el fervor manifestado hacia la máquina se apagaría en cuanto el hombre su hubiera acostumbrado a los adelantos del progreso técnico. El sucesivo rechazo de todos los postulados estéticos de la Vanguardia llevó a Vicente Huidobro a crear su propia corriente, bautizada como Creacionismo, en la que situaba al creador artístico a la altura de un demiurgo capaz de insuflar a su creación un aliento vital tan poderoso que se podría medir, incluso, con las creaciones de la propia Naturaleza.
Así, para Huidobro y el resto de los creacionistas que inmediatamente cerraron filas en torno a estas propuestas tan originales como transgresoras, el artista no debía limitarse a reflejar la Naturaleza, sino que debía mantener con ella una especie de competición en la que podía mostrar el vitalismo de su propia obra.Lógicamente, esta concepción del arte en general (y, en el caso del propio Huidobro, del hecho literario en particular) llevaba aparejada la necesidad de crear nuevas imágenes, tan coloristas como animadas y sorprendentes, e incluso, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y generar también su propia sintaxis; de ahí que la yuxtaposición (de oraciones, vocablos o sonidos extrañamente puestos en contacto) se convirtiera en una de las características más acusadas del Creacionismo, al tiempo que las largas secuencias y enumeraciones de palabras y sintagmas contribuyeran decisivamente a dar al poema esa apariencia de objeto aleatorio, mera creación de un dios absorto en las posibilidades estéticas del material con que moldea su obra.
Con estos presupuestos estéticos, Vicente Huidobro se presentó en Madrid en 1918, donde fundó un destacado grupo de poetas creacionistas consagrados a la elaboración de textos que seguían fielmente los postulados del ya respetado maestro chileno. Por aquel entonces ya era un poeta fecundo, que arrastraba tras sí una interesante producción literaria: seis poemarios impresos en su país natal (Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pasando y pasando, Las pagodas ocultas y Adán), uno aparecido en Buenos Aires (El espejo de agua) y otro publicado en París (Horizon Carré). Así, no es de extrañar que en Madrid las imprentas y editoriales compitieran entre sí por llevar a los tórculos las últimas creaciones de Huidobro, competición que enseguida arrojó sus frutos en forma de cuatro nuevos poemarios (Poemas árticos, Ecuatorial,Tour Eiffel y Hallali).
De retorno a París, Vicente Huidobro continuó su febril proceso de creación poética, ahora enriquecida con una curiosa aproximación al género narrativo-cinematográfico, la novela-guión Cagliostro, de 1921. La sucesión de títulos detallada más abajo (vid. el apartado "Obra") da buena cuenta de la capacidad y la fecundidad creativa de este poeta durante la década de los años veinte. Alrededor de 1930 fue cuando dio los toques finales a sus dos obras cumbres, dos poemarios que, desde el momento mismo de su aparición estaban llamados a situarse en los puestos cimeros de la literatura universal.
Por aquel entonces, Huidobro estaba en el apogeo de su fama, y gozaba del éxito obtenido por su novela fílmica Mío Cid Campeador (1929), en la que el propio poeta, que alardeaba de ser descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar, identificaba su relación amorosa con Ximena Amunátegui como una reencarnación moderna de la pareja formada por El Cid y Doña Jimena.
La peripecia que había dado lugar a esta unión no puede ser más rocambolesca:en 1925, coincidiendo con su regreso a Chile y su fracaso en el intento de tomar parte activa en la política de su país (llegó a presentarse como candidato a la Presidencia), el gran poeta conoció a Ximena, una joven estudiante de quince años de edad, por la que abandonó a su mujer (con la que llevaba casado más de quince años) y a sus hijos. Ximena no sólo era menor de edad, sino hija de un poderoso prócer chileno, quien se opuso tajantemente a su unión con el poeta. Huidobro marchó entonces a París, cerró la casa de Montmartre donde había residido con su familia, y se trasladó a Nueva York, donde cosechó algún éxito como escritor de guiones cinematográficos.
Pero en 1928, cuando Ximena Amunátegui acababa de alcanzar la mayoría de edad, el poeta viajó a Chile, la raptó a la salida del Liceo y se marchó de nuevo a París, en donde la feliz pareja se instaló en el barrio de Montparnasse. Fueron aquellos unos años de plenitud amorosa y creativa para el poeta, quien, después del mencionado éxito de su versión del Cid, decidió retomar un largo y ambicioso proyecto en el que había empezado a trabajar diez años antes. Se trata de Altazor o el viaje en paracaídas, la obra cumbre del Creacionismo universal, que junto con Temblor de cielo (acabado también por aquellas fechas), constituye el mayor legado de Huidobro a la poesía de su tiempo y, sin lugar a dudas, una de las fuentes que con mayor generosidad habría de surtir a los poetas venideros.
A finales del siglo XX, después de que las corrientes estéticas hayan virado por centenares de derrotas diferentes, el valor poético de Altazor y Temblor de cielo sigue siendo incalculable. Bien es cierto que una parte de la crítica, aquella que reacciona anacrónicamente contra los postulados vanguardistas, sólo ve enHuidobro una especie de ingenioso prestidigitador que juega con las palabras como si de objetos malabares se tratasen, sin conseguir dar a sus composiciones sentido alguno; pero la mayoría de los estudiosos del fenómeno poético aún se deslumbra con las imágenes, la vivacidad, la invención y la heterodoxia inconformista y novedosa de este gran rebelde de las letras hispanas, quien supo mantener su vigor creacionista hasta en el epitafio que dejó escrito para su lápida:
"Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar".
Frente al mar, en Cartagena (Chile), murió Vicente Huidobro en 1948, y frente al mar (o tal vez sobre él, como reza su epitafio) reposan sus restos en el camposanto de la bella localidad chilena.
Decidido a abrirse camino en el mundo de las Letras, rechazó también la reducida atmósfera literaria chilena para trasladarse a París en 1916, donde participó en todos los movimientos vanguardistas que por aquellos años florecían, y vertiginosamente se agostaban, en la capital francesa; allí pudo empezar a publicar sus primeras colaboraciones en algunas revistas tan significativas como Sic y Nord-Sud, y entablar relaciones con las principales cabezas de la Vanguardia europea, como los surrealistas Guillaume Apollinaire y Pierre Reverdy, con quienes colaboró en la fundación de una de las publicaciones recién citadas (Nord-Sud). Sin embargo, y a pesar de esta estrecha colaboraciónen los comienzos de su andadura literaria, Vicente Huidobro pronto se distanció voluntariamente de los postulados surrealistas, ya que en su particular concepción de la creación artística no cabía la máxima de que el artista era un mero instrumento revelador de los dictados de su inconsciente.
Esta ruptura con el surrealismo le animó a plantearse la validez de todas las corrientes vanguardistas que había conocido de primera mano. Así, rechazó también las propuestas del futurismo, pues tenía el convencimiento de que el fervor manifestado hacia la máquina se apagaría en cuanto el hombre su hubiera acostumbrado a los adelantos del progreso técnico. El sucesivo rechazo de todos los postulados estéticos de la Vanguardia llevó a Vicente Huidobro a crear su propia corriente, bautizada como Creacionismo, en la que situaba al creador artístico a la altura de un demiurgo capaz de insuflar a su creación un aliento vital tan poderoso que se podría medir, incluso, con las creaciones de la propia Naturaleza.
Así, para Huidobro y el resto de los creacionistas que inmediatamente cerraron filas en torno a estas propuestas tan originales como transgresoras, el artista no debía limitarse a reflejar la Naturaleza, sino que debía mantener con ella una especie de competición en la que podía mostrar el vitalismo de su propia obra.Lógicamente, esta concepción del arte en general (y, en el caso del propio Huidobro, del hecho literario en particular) llevaba aparejada la necesidad de crear nuevas imágenes, tan coloristas como animadas y sorprendentes, e incluso, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y generar también su propia sintaxis; de ahí que la yuxtaposición (de oraciones, vocablos o sonidos extrañamente puestos en contacto) se convirtiera en una de las características más acusadas del Creacionismo, al tiempo que las largas secuencias y enumeraciones de palabras y sintagmas contribuyeran decisivamente a dar al poema esa apariencia de objeto aleatorio, mera creación de un dios absorto en las posibilidades estéticas del material con que moldea su obra.
Con estos presupuestos estéticos, Vicente Huidobro se presentó en Madrid en 1918, donde fundó un destacado grupo de poetas creacionistas consagrados a la elaboración de textos que seguían fielmente los postulados del ya respetado maestro chileno. Por aquel entonces ya era un poeta fecundo, que arrastraba tras sí una interesante producción literaria: seis poemarios impresos en su país natal (Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pasando y pasando, Las pagodas ocultas y Adán), uno aparecido en Buenos Aires (El espejo de agua) y otro publicado en París (Horizon Carré). Así, no es de extrañar que en Madrid las imprentas y editoriales compitieran entre sí por llevar a los tórculos las últimas creaciones de Huidobro, competición que enseguida arrojó sus frutos en forma de cuatro nuevos poemarios (Poemas árticos, Ecuatorial,Tour Eiffel y Hallali).
De retorno a París, Vicente Huidobro continuó su febril proceso de creación poética, ahora enriquecida con una curiosa aproximación al género narrativo-cinematográfico, la novela-guión Cagliostro, de 1921. La sucesión de títulos detallada más abajo (vid. el apartado "Obra") da buena cuenta de la capacidad y la fecundidad creativa de este poeta durante la década de los años veinte. Alrededor de 1930 fue cuando dio los toques finales a sus dos obras cumbres, dos poemarios que, desde el momento mismo de su aparición estaban llamados a situarse en los puestos cimeros de la literatura universal.
Por aquel entonces, Huidobro estaba en el apogeo de su fama, y gozaba del éxito obtenido por su novela fílmica Mío Cid Campeador (1929), en la que el propio poeta, que alardeaba de ser descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar, identificaba su relación amorosa con Ximena Amunátegui como una reencarnación moderna de la pareja formada por El Cid y Doña Jimena.
La peripecia que había dado lugar a esta unión no puede ser más rocambolesca:en 1925, coincidiendo con su regreso a Chile y su fracaso en el intento de tomar parte activa en la política de su país (llegó a presentarse como candidato a la Presidencia), el gran poeta conoció a Ximena, una joven estudiante de quince años de edad, por la que abandonó a su mujer (con la que llevaba casado más de quince años) y a sus hijos. Ximena no sólo era menor de edad, sino hija de un poderoso prócer chileno, quien se opuso tajantemente a su unión con el poeta. Huidobro marchó entonces a París, cerró la casa de Montmartre donde había residido con su familia, y se trasladó a Nueva York, donde cosechó algún éxito como escritor de guiones cinematográficos.
Pero en 1928, cuando Ximena Amunátegui acababa de alcanzar la mayoría de edad, el poeta viajó a Chile, la raptó a la salida del Liceo y se marchó de nuevo a París, en donde la feliz pareja se instaló en el barrio de Montparnasse. Fueron aquellos unos años de plenitud amorosa y creativa para el poeta, quien, después del mencionado éxito de su versión del Cid, decidió retomar un largo y ambicioso proyecto en el que había empezado a trabajar diez años antes. Se trata de Altazor o el viaje en paracaídas, la obra cumbre del Creacionismo universal, que junto con Temblor de cielo (acabado también por aquellas fechas), constituye el mayor legado de Huidobro a la poesía de su tiempo y, sin lugar a dudas, una de las fuentes que con mayor generosidad habría de surtir a los poetas venideros.
A finales del siglo XX, después de que las corrientes estéticas hayan virado por centenares de derrotas diferentes, el valor poético de Altazor y Temblor de cielo sigue siendo incalculable. Bien es cierto que una parte de la crítica, aquella que reacciona anacrónicamente contra los postulados vanguardistas, sólo ve enHuidobro una especie de ingenioso prestidigitador que juega con las palabras como si de objetos malabares se tratasen, sin conseguir dar a sus composiciones sentido alguno; pero la mayoría de los estudiosos del fenómeno poético aún se deslumbra con las imágenes, la vivacidad, la invención y la heterodoxia inconformista y novedosa de este gran rebelde de las letras hispanas, quien supo mantener su vigor creacionista hasta en el epitafio que dejó escrito para su lápida:
"Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar".
Frente al mar, en Cartagena (Chile), murió Vicente Huidobro en 1948, y frente al mar (o tal vez sobre él, como reza su epitafio) reposan sus restos en el camposanto de la bella localidad chilena.
PÁGINA 27 – CUENTO
RICHARD RICO
LÓPEZ
Acarigua,
Venezuela
EL NEGRO ALÍ
Premio
del Concurso de «Cuento Corto latinoamericano 2015»
La tarde del
viernes caía en medio de aquel abril caluroso, sofocante por momentos. Apenas
se movían algunas de las hojas de los inmensos cedros y samanes que guardaban
como gigantes centinelas las inmediaciones de la plazoleta de la pequeña
ciudad. Se iba una semana más, y con ella una nueva jornada de trajines,
rutina, cansancio, esperanza y desilusiones, entremezcladas en el pensamiento
meditabundo que acompañaba el caminar del joven Ernesto. El dulce olor que
emanaba de los árboles se entremezclaba con el amargo sinsabor que generaban
inquietudes en el muchacho: ¿cómo hago para que el dinero alcance?, ¿cómo
sustento a los míos?, ¿por qué me siento vacío en el trabajo que hago?, ¿por
qué unos pocos tienen tanto y el gran resto tenemos tan poco? Todas estas
interrogantes se repetían ensordecedoramente en su mente, y aunque trataba de
pensar en otras cosas, estos pensamientos, cual ola que viene y va, le
embestían intempestivamente, sin permitirle percibir cuántos metros avanzaba y
quién o qué estaba en la siguiente banca de la plaza o justo a su lado.
De repente,
con el mismo ímpetu con que le abordaban sus pensamientos, sintió que le
halaron por la manga de la camisa, y sin darle tiempo de pronunciar palabra
alguna, alcanzó a oír en tono claro y fuerte: –¡Venga negro! ¿Le
limpiamos esos zapatos? El joven,
aletargado por la interrupción en su pensamiento, apenas si lo miró y con el
ceño fruncido por la incomodidad de aquel acto insolente, hizo con su cabeza
sin mediar palabra un signo de negación antes de reanudar su marcha.
Empezaba
nuevamente a sumergirse en sus pensamientos, cuando escuchó justo detrás de sí
a alguien que cantaba con efusiva y clara voz: –Échala, tu palabra contra quien sea de una vez, así sepas
que rompe el cielo échala, tu palabra por dentro quema y te da sed, es mejor
perder el habla, que temer hablar, Échala… Larala… larala…
Ernesto
volteó lentamente intentando no mostrar interés en lo que oía y al hacerlo,
allí estaba, el mismo viejo que le halaba la camisa momentos antes, sonriente,
efusivo, tarareando y bailando aquella cancioncita que parecía estar dedicada a
él que nada decía y se encerraba en un mundo de ideas ambiguas y difusas. Por
vez primera se detuvo a detallarlo. Era un personaje de mediana estatura, ojos
grandes y barba espesa. Su ropaje dejaba mucho que desear por lo maltratado y
viejo. Aparentaba tener unos 50 años, aunque en la miseria, los años parecen
acelerar su marcha. Sobre su espalda una mochila llena de objetos de diferente
utilidad. Las manos, que por instantes parecían maltratar lo poco que quedaba
de un viejo cuatro (instrumento musical de cuerdas venezolano), se veían
ennegrecidas y encallecidas por una vida de mucho trabajo y seguramente mucho
dolor. El joven se acercó un poco más y pudo percibir un sutil olor a alcohol y
tabaco, compañeros inseparables del hombre de la calle.
Inesperadamente
el viejo dejó de cantar, miró al joven y le dijo: –¿Ahora sí se decidió? Écheme una manito y déjeme limpiarle
esos zapatos; mire los míos, están viejos, eso sí, ¡pero nunca sucios! ¿No sabe
usted que los zapatos son el reflejo del alma del que los carga puestos?,
comentó.
El joven
apenas sonrió y sin mucho convencimiento sólo atinó a decir: –Empiece entonces, pero rapidito porque ya
no tarda en caer la noche. En su interior había una motivación
inconsciente que aún no entendía y que le había hecho prestar atención a tan
curioso personaje que veía por primera vez en aquellos lares.
Silbando sin
parar, el viejo limpiabotas comenzó lentamente a sacar de su mochila el betún y
el cepillo, levantó cuidadosamente el pie del muchacho y comenzó su labor sin
dejar por un momento de silbar la canción que antes había tarareado; el joven
Ernesto, intrigado le preguntó: –Esa
canción, de casualidad, ¿la cantaba usted refiriéndose a mí? –¡Claro! Y también
por los otros cuatro clientes que me han ayudado hoy, toditos pasaron molestos,
mirando el piso, pensando en quien sabe qué y en un silencio que parecía un
funeral; como usted puede ver, yo casi no me puedo callar y por eso es que le
canto a la gente pa’ que deje la amargura y empiece a levantar la cabeza.
Ante aquella
aclaración, el joven sintió algo de vergüenza, se quedó observando con
detenimiento el cuadro dantesco de aquel hombre, plagado de necesidades y
dolores, con el cuerpo y rostro lacerado por las marcas de sus sufrimientos.
Aún así, en sus ojos había una llama viva que irradiaba esperanzas e ilusiones.
Se dio cuenta de lo mucho que tenía y lo poco agradecido que había sido con la
vida, reconoció en sí mismo la pobreza de su figura joven, con mayores
recursos, y sumido en una permanente amargura: –Cuando las cosas parecen ir mal, Dios se encarga de
mostrarnos el verdadero dolor de Cristo padeciendo, pensó para sí
mismo.
Incorporándose
nuevamente, dijo al viejo: –¿Y
de dónde es usted, amigo?, ya con un aire de mayor confianza y
curioso por saber más de aquel personaje que comenzaba a interesarle. Por
primera vez en todo aquel rato de canciones y palabras incesantes guardó
silencio. Levantando la mirada hacia el poniente se transformó su semblante, se
quedó con la mirada perdida por unos segundos, luego volvió hacia el zapato y
lustrando con fuerza susurró una canción: –“Yo
vengo de dónde usted no ha ido, he visto las cosas que no ha visto…”,
y continuó tarareando un murmullo uh,uh,uh… El joven se sintió
consternado y a la vez extrañado por esa costumbre tan particular de responder
con trozos de canciones y antes de que pudiera interrogarle nuevamente, el
viejo limpiabotas le miró y dijo: –¿Escuchó
alguna vez de la tragedia de Vargas? (40 km al este de Caracas) y volviendo
su mirada hacia el horizonte, –De
ahí, ¡de por ahí vengo, mijo! Rodando como una piedra; el agua se lo llevó
todo, viví un tiempo en los refugios y otro más en la calle, y ya ni se cómo
terminé en esta ciudad tan lejana; a lo mejor me estoy alejando de tan malos
recuerdos.
Aquella
revelación interpeló a Ernesto sobre la forma desconfiada e inhumana con que le
había juzgado en un primer momento. Para entonces había pensado en el fastidio
de cruzarse con otro borracho más de la plaza; con sagacidad veloz buscó entre
sus cosas, –Viejo, si no le
ofende, yo cargo aquí unas camisas y estos zapatos que me dieron en el trabajo
y que podrían…
Inusitadamente
le interrumpió silbando nuevamente y cantando con los ojos inundados por un
brillo especial: –“…No es
importante el ropaje, sino distinguir a fondo, los que van comiendo dioses y
defecando demonios. Zapatos de mi conciencia, mal que bien me van llevando,
larala…”-
Ahora sí que
Ernesto no entendía aquel misterioso personaje, plagado de necesidades, y aún
así le daba igual tener o no tener ropa y calzado; impulsado por la intriga que
le causaba y detectando algo familiar en las entonaciones que el viejo hacía,
le dijo: –¡Yo conozco esa
canción! Esa es de… ¿de Alí primera, cierto?
-¡Sí señor!
¡Y me las sé toiticas completas! Golpeó con su trapeador el zapato derecho del
joven;
– ¡Listo!,
ahora sí esos zapatos están decentes.
El joven
asintió con la cabeza y buscando su cartera, –¿Cuánto le debo, mayor?
–¡Lo que usted me quiera dar y si son las
gracias, bien recibidas serán!
El joven se
sonrió ante tan original respuesta y le dio un par de billetes que el viejo
guardó celosamente dentro de los bolsillos de su vieja mochila; habían pasado
cincuenta minutos desde que se encontraron y ya se había olvidado, al menos por
un tiempo, de sus afanes y preocupaciones, de la economía y la política, de
tantas banalidades que le atormentaban. Ahora éstas le parecían vacías y tontas.
Sin proponérselo, vivió en este corto encuentro un proceso de renovación que le
impulsaba a semejanza de aquel ahora hermoso personaje, cantar por las
maravillas del hoy y las vírgenes esperanzas del mañana.
–Fue un placer conocerle amigo, mi nombre
es Ernesto; si hay algo en lo que pudiera ayudarle sólo dígame. El
viejo terminó de guardar sus trapos en la mochila, tomó en sus manos nuevamente
el viejo cuatro, colocó la mano sobre el hombro derecho del joven y con una
efusiva cara de emoción le dijo: –Por
ahora tengo en este viejo morral todo lo necesario para vivir feliz lo que
queda del día de hoy. Indicando con sus dedos hacia el poniente, se
despidió diciendo: –Por allí
esta mi ruta, cuídese joven y no se olvide de empezar a ser feliz.
Hizo un
ademán de comenzar su marcha, cuando el joven, inquietado. preguntó: –¿Y cuál es su nombre, viejo amigo? El viejo volteó vivazmente. –Me llaman Alí y para los buenos amigos
como usted me dejo llamar el negro Alí.
Ya la noche
comenzaba a caer sobre la ciudad. El viejo tomó su cuatro, soltó una carcajada
y comenzó nuevamente a cantar: “Es
de noche, cuenta el limpiabotas cuánto ha hecho y cuenta el pregonero cuánto ha
hecho… es de noche…”
Ernesto con
el llanto a flor de piel, también tarareaba aquella dulce canción y cuando ya
la figura del viejo comenzaba a perderse en el horizonte le escuchó nuevamente
cantar: “Es de noche…”,
el joven tomó su bolso, dio la vuelta, y mirando al cielo que mostraba sus
primeros luceros, levantó los brazos cantando: “…Y habrá mañana”.
PÁGINA 28 – CUENTOS
BREVES
J.M.TAVERNA
IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
SIMULACROS
No
hay que perder la conciencia: todo está controlado. Él hará los pases u esa
mujer transmigrará en el cuerpo de una hiena. Sólo tenemos que ubicarla entre
las que hay en el zoológico y elegir la más vieja y maloliente.
Está
toda la familia reunida. Como para una celebración. Están preparando los pasos
para el velatorio del abuelo. Teresita dice que hay que sacar las tazas de
porcelana de Bavaria para servir café. Andrés se irrita: ese juego es mío y no
se toca. Su hijo lo mira con pena y dice: ¿no me lo habían dado para mí? Pregúntale
al abuelo, si tienes duda…
No
es necesaria fotografía alguna ni ropa de la persona indicada. Usted debe darme
la fecha de nacimiento y yo le diré día y hora de su muerte. ¡Ah! Si es
posible, tráigame el número de celular de la persona.
El
ventrílocuo no logra hacer callar al muñeco. Finalmente, toma un corcho y se lo
pone en la boca.
Después
del gran incendio, sólo un montón de cenizas. Toma un pincel y lo va untando
con cuidado. Sobre la superficie de mármol va naciendo una construccióm. Alta. Finalmente,
cuando el palacio está terminado, abre la gran puerta y entra.
Todo
está perdido, aunque igual sigue jugando. Juega a la vida, a vencer el mal
incurable que lo corroe, a recupear el asombro que se le escapó por una boca de
tormenta, a vivir para atrás cinco o diez años más. No se da cuenta que se le
fue la memoria, que no tiene más conciencia de sus actos, que apenas si llega
al baño para satisfacer los esfínteres. No se da cuenta que hace años dejó de
jugar de ganador.
PÁGINA 29– POESÍA
EUROPEA
XIMENA
GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)
RIAMOS
JUNTOS
Riamos
juntos camarada,
riamos hoy
mientras afinamos el tiro
sentados en la loma entre las zarzas
y la noble alfalfa seca ya aplastada
riamos hoy
mientras afinamos el tiro
sentados en la loma entre las zarzas
y la noble alfalfa seca ya aplastada
Riamos
allá arriba,
con una mano en la cintura
ensombreciendo con la otra la mirada,
ojeando sobre la quebrada
a lo lejos buscando
al puma despiadado para herirlo,
para herirlo de muerte en la cañada
adonde los escorpiones vendrán
para inaugurar otra caverna
en el flanco de otra madrugada
en el flanco de todas las encrucijadas
en el abierto flanco de los pueblos.
con una mano en la cintura
ensombreciendo con la otra la mirada,
ojeando sobre la quebrada
a lo lejos buscando
al puma despiadado para herirlo,
para herirlo de muerte en la cañada
adonde los escorpiones vendrán
para inaugurar otra caverna
en el flanco de otra madrugada
en el flanco de todas las encrucijadas
en el abierto flanco de los pueblos.
ISABEL REZMO
(Ubeda-Jaén-España)
LÍBERO
Ligero de equipaje, de vida
entre la muerte
asomas,
liberando el mutis
transgénico
de una coartada
metida
en el solar
del presidio.
El alma.
Alma
que agita el cóctel
y lo convierte
en tres coartadas
mediocres,
lascivas,
inertes
de deshielo
y una prensa
cubierta de ramas,
que gritan pasados
ennegrecidos
por la eminente
cuenta de la memoria.
¿Quieres saber
qué palabra mortal
resuena en tres goznes
de inmortalidad,
de miradas furtivas,
que lidian en la garganta?
Es la certeza.
ALBERTO
DÁVILA VÁZQUEZ
(Vigo-España)
Como
el que se ha vengado en el salvavidas de las prostitutas
[y está solo y tiene sed
-nada supone que los tábanos cantaran con cada espasmo una
tierra piadosa,
que la rebelión de las boticarias tuviera las medidas de la verdad,
que las linternas vomitaran su color únicamente en las dentaduras de
si mismas-
deseo elevarme a esperar las nieblas entre los árboles prohibidos.
No mencionaré que el recinto fuera patíbulo,
hélice de contagio quedamente cuajado en los aspersores de la
extinción,
pues hubo que oír lamer paracaídas cariados en la
palabra de la escarcha,
a menudo con una ristra de tapias a nada de difuminarla,
a menudo con abalorios pestíferos
[en los que me oculto del calendario
del no
o permanezco en un acicate en que los pedregales han
[embalsamado todos
los nudos.
Escasearon raíces.
Toda odisea abarca cavernas vírgenes de las dinamos que nos
respaldan.
Puedo utilizar, por así decirlo,
la dramaturgia que se diluye en abismo cuando el eco la ahoga,
y en legítima defensa sea por sí misma quien vuelve
[a cada dedo la potestad
del origen,
o de éste que borra máscaras del mal, como el esparto
del humo,
y en legítima defensa sea la tisis en cuyo declinar asume
[la omnipotencia del
volcán letárgico.
Cada cual en su caracola de plácidos espejismos,
cada cual aspirando en su charco austero, en su lodo huérfano.
Además estuvo la resina de los paisajes que impregnó
[las malezas y las
huellas
y los estallidos densos de espíritus honrados en todos los
néctares
y las hojalatas cobistas como puñales para los relamidos
criterios de la fiebre.
Habría que nombrar otras direcciones y nervaduras que no sufrieran
[las lápidas,
andenes y estaciones jamás doblegados por legajos de sinvergüenzas,
pero no volver a regatear con lo que gusta de la reposición o
es amante de la noria de feria
y comulgue mecánicamente con su registradora de inútiles
[ofrendas causa de la
pereza y el enojo.
¿Y por qué revisitar todos los jeroglíficos del camino?
Los selló la argamasa gélida del silencio en los seísmos
de la sombra,
como si fuera la paloma el raíl desmochado y su pico
el jergón,
como si uno pudiera nombrar los mismos estragos aunque le
[amputen las manos.
Entre cosechas que se suceden y pedriza que te inmiscuye o que hiere
las cicatrices fueron como electrodos en el cobre de la memoria;
deseché los consejos, celdas y castigos, humedales y sequías;
con las demoliciones de los senderos aposté por corazas en lugar de
alas;
me apagué sobre cicuta y volví sacudido por las carroñas de la
narcosis.
En contadas ocasiones mimé los gorriones en los molinos del trébol:
me voltearon el cierzo y presagiaron al rebelde.
No creo, jamás lo haré, que todo fuera un collage, ni albergue, ni
baldía imantación.
Todavía constato los súbditos de la pólvora y los tiovivos como libres
trallazos de la embriaguez
y será sencillo desempolvarlos, ubicar de nuevo los cimientos,
regresar a los astros y desclasificar los armarios,
como si un etcétera no hubiera recolectado para ser otra vez
orilla.
Aunque igual fuera mejor resignarse y que la subasta continúe
junto con los escenarios de los poros abiertos por las uñas
y los hermetismos de geometrías y nubes donde ya no queda lugar
para mostrar la piel
y el poso del nácar con su risa y su moral exenta de los
aguamieles
y las hipótesis de un sucedáneo robusto.
Ahora he puesto el intermitente a la medianoche e incendio los bolsillos.
¿Debí no despeinarme en mi agujero?¿Pronunciar todos los riesgos?
Cualquier honradez mal entendida puede desplomar
[de súbito los muros
de una vida.
En cualquier buhardilla puede sucederse una efervescencia de carcoma
[que aniquile
los lugares amigos.
Es nunca y parte los leños el aliento ciego
[que todavía compite, acrecentado
en su no potencial,
pero que quizás bajo las losas tenga algo de brisa.
Vuelvo hacia la obscuridad.
Alguien sigue adscrito percutiendo el oxígeno, alineando el
metraje.
¿Son derrota los cabellos? ¿Es nómada la añoranza?
[y está solo y tiene sed
-nada supone que los tábanos cantaran con cada espasmo una
tierra piadosa,
que la rebelión de las boticarias tuviera las medidas de la verdad,
que las linternas vomitaran su color únicamente en las dentaduras de
si mismas-
deseo elevarme a esperar las nieblas entre los árboles prohibidos.
No mencionaré que el recinto fuera patíbulo,
hélice de contagio quedamente cuajado en los aspersores de la
extinción,
pues hubo que oír lamer paracaídas cariados en la
palabra de la escarcha,
a menudo con una ristra de tapias a nada de difuminarla,
a menudo con abalorios pestíferos
[en los que me oculto del calendario
del no
o permanezco en un acicate en que los pedregales han
[embalsamado todos
los nudos.
Escasearon raíces.
Toda odisea abarca cavernas vírgenes de las dinamos que nos
respaldan.
Puedo utilizar, por así decirlo,
la dramaturgia que se diluye en abismo cuando el eco la ahoga,
y en legítima defensa sea por sí misma quien vuelve
[a cada dedo la potestad
del origen,
o de éste que borra máscaras del mal, como el esparto
del humo,
y en legítima defensa sea la tisis en cuyo declinar asume
[la omnipotencia del
volcán letárgico.
Cada cual en su caracola de plácidos espejismos,
cada cual aspirando en su charco austero, en su lodo huérfano.
Además estuvo la resina de los paisajes que impregnó
[las malezas y las
huellas
y los estallidos densos de espíritus honrados en todos los
néctares
y las hojalatas cobistas como puñales para los relamidos
criterios de la fiebre.
Habría que nombrar otras direcciones y nervaduras que no sufrieran
[las lápidas,
andenes y estaciones jamás doblegados por legajos de sinvergüenzas,
pero no volver a regatear con lo que gusta de la reposición o
es amante de la noria de feria
y comulgue mecánicamente con su registradora de inútiles
[ofrendas causa de la
pereza y el enojo.
¿Y por qué revisitar todos los jeroglíficos del camino?
Los selló la argamasa gélida del silencio en los seísmos
de la sombra,
como si fuera la paloma el raíl desmochado y su pico
el jergón,
como si uno pudiera nombrar los mismos estragos aunque le
[amputen las manos.
Entre cosechas que se suceden y pedriza que te inmiscuye o que hiere
las cicatrices fueron como electrodos en el cobre de la memoria;
deseché los consejos, celdas y castigos, humedales y sequías;
con las demoliciones de los senderos aposté por corazas en lugar de
alas;
me apagué sobre cicuta y volví sacudido por las carroñas de la
narcosis.
En contadas ocasiones mimé los gorriones en los molinos del trébol:
me voltearon el cierzo y presagiaron al rebelde.
No creo, jamás lo haré, que todo fuera un collage, ni albergue, ni
baldía imantación.
Todavía constato los súbditos de la pólvora y los tiovivos como libres
trallazos de la embriaguez
y será sencillo desempolvarlos, ubicar de nuevo los cimientos,
regresar a los astros y desclasificar los armarios,
como si un etcétera no hubiera recolectado para ser otra vez
orilla.
Aunque igual fuera mejor resignarse y que la subasta continúe
junto con los escenarios de los poros abiertos por las uñas
y los hermetismos de geometrías y nubes donde ya no queda lugar
para mostrar la piel
y el poso del nácar con su risa y su moral exenta de los
aguamieles
y las hipótesis de un sucedáneo robusto.
Ahora he puesto el intermitente a la medianoche e incendio los bolsillos.
¿Debí no despeinarme en mi agujero?¿Pronunciar todos los riesgos?
Cualquier honradez mal entendida puede desplomar
[de súbito los muros
de una vida.
En cualquier buhardilla puede sucederse una efervescencia de carcoma
[que aniquile
los lugares amigos.
Es nunca y parte los leños el aliento ciego
[que todavía compite, acrecentado
en su no potencial,
pero que quizás bajo las losas tenga algo de brisa.
Vuelvo hacia la obscuridad.
Alguien sigue adscrito percutiendo el oxígeno, alineando el
metraje.
¿Son derrota los cabellos? ¿Es nómada la añoranza?
SERGIO BORAO LLOP
(Zaragoza-España)
CLAROSCURO
Vueltas
y vueltas por el mundo damos
buscándole
un sentido a nuestros nombres
sin
percibir que nadie reconoce
su
rostro en los espejos cotidianos.
Consultamos
los mapas del pasado,
inventariamos
fechas y recuerdos,
caemos
en nostalgias y desvelos
mientras
siguen su baile nuestros pasos.
-
"¿Qué sentido tendría el encontrarme?"
No
el encuentro: La búsqueda, el camino
que
tus pies recomponen cada tarde
es
lo que da sentido a nuestros días.
Sin
ella, nuestra vida es un exilio,
un
claroscuro de monotonía.
RASHIDAH ISMAILI ABUBAKR
(Benin,
1947)
EL
NIÑO DE NADIE
Su
nombre fue olvidado hace tiempo.
Sólo queda el sonido de sus pies:
hip – hop, hip – hop sobre
Sólo queda el sonido de sus pies:
hip – hop, hip – hop sobre
solitarias
calles invernales.
Unas botas, sus pies nunca crecieron
hasta alcanzar otra talla.
Flip-flop, flip-flop.
Unas botas, sus pies nunca crecieron
hasta alcanzar otra talla.
Flip-flop, flip-flop.
Nadie
recuerda
a su madre, a su padre.
Murieron hace mucho.
Enterrados con el secreto
a su madre, a su padre.
Murieron hace mucho.
Enterrados con el secreto
de
dónde y cuándo
nació y vivió.
No le pertenece a nadie ya.
nació y vivió.
No le pertenece a nadie ya.
(Traducción: Ricardo
Gómez)
PAGINA 30 – ENSAYO
JORGE
ISAÍAS
(Los
Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
MARTÍ
Algunos
hombres quedan en el recuerdo de otros hombres porque se han ocupado de salir
de sí, para ser muchos y aún salirse de su propia vida para entregarla a una
causa en un grado máximo que nadie le exige sino su propia energía y su gran
cuota de amor, que pone en juego sin especular ni pensar un momento su
comodidad y deja un ejemplo, para las generaciones venideras.
Uno
de esos hombres se llamó José Martí. A los 16 años fue deportado a España por
conspirar contra su corona, desde su amada isla de Cuba.
Allí
obtuvo los títulos de Licenciado en derecho Civil y canónico y otra en
Filosofía y Letras.
Volvió
a América y se puso a conspirar. Incesantemente se mueve por los países
caribeños, juntando voluntades y medios para hacer la guerra. Se casa en México
con la cubana Carmen Zayas Bazán que lo hará padre de su amado hijo José
Francisco. Regresa a Guatemala y viaja a Cuba donde pronuncia su primer
discurso político .Es elegido Vicepresidente del Club Central Revolucionario de
La Habana. Detenido por conspirar contra el gobierno español es nuevamente
deportado a España y puesto preso. Cuando es liberado sale para
Francia.
En
1880 llega a Nueva York y recauda fondos para sufragar la guerra revolucionaria
en Cuba. Redacta sus proclamas.
En
1882 inicia sus colaboraciones con el diario La Nación de Buenos Aires. Publica
“Ismaelillo”, dedicado a su hijo. Allí vivirá hasta 1892, donde escribe y
publica un libro íntegramente para niños, llamada “La edad de oro”.
Una
frase suya se hará famosa, entre tantas. ”He vivido en el monstruo y le conozco
las entrañas”.
En
1891 su esposa regresa a Cuba. No verá más a su hijo adorado.
En
todos estos años, febrilmente escribe en cuanta revista recoge sus crónicas,
con una infatigable pasión revolucionaria, conspirando siempre para liberar a
su patria del yugo español.
Aunque
conoció a fondo la literatura francesa, no fue un admirador de los
simbolistas como su discípulo Rubén Darío. Estaba más apegado a las
tradiciones hispánicas, pero apegado a las novedades.
Fue
un visionario. Vió en los grandes hombres de América el modelo a seguir: San
Martín, Bolívar, José Antonio Páez, Emerson, y fue el primero en poner los ojos
sobre Walt Whitman y dio una versión ajustada de su gran valor poético.
Limpió
de ripios y oxigenó a fondo la crónica escrita en español. Le dio estatura y
agilidad, carnaduras de un nivel inigualable hasta que apareció su genio.
Nada
de lo nuevo le fue ajeno: Flaubert, Henry James, Oscar Wilde. Todo entraba en
la esponja de su inteligencia inscripto en su pequeño cuerpo de gigante.
Imposible
no comparar las cartas a sus hijos que otro grande, el Che Guevara, enviara a
sus hijos, en lo que ambos intuían el último viaje.
En
1895 se encuentra con las tropas de otro revolucionario, José Maceo, cerca de
Guantánamo, El 19 de mayo después de arengar a las tropas es mortalmente
herido.
Sin
ser militar, pensó que debía predicar con el ejemplo. Desoyó consejos. Montó en
un caballo blanco, se puso un sombrero del mismo color que acababan de
regalarle y se lanzó a la muerte.
Los
enemigos nunca devolvieron el cuerpo.
El
pueblo lo llamaba El Presidente.
Los
que lo oyeron como orador, dicen que su voz convencía a las piedras.
Era
como un canto de alegría por los tiempos nuevos.
SUPLEMENTO
INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA
30 -CUENTO
NORMA
SEGADES-MANIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LAS
GUARDIANAS DEL FUEGO
Las
llaman salamandras.
Apasionadas,
puras, incansables, encarnan la energía del espíritu que se engendra en las
llamas. Duermen en los volcanes, en las lenguas de lava, en todas las candelas,
en las fraguas.
Son
las hadas salvajes, predecesoras de las divinidades.
Su
omnipresencia ya era confirmada cuando sólo la voz de los peñascos trenzaba y
destrenzaba los hilos de la vida en el idioma de los primordiales, que las
fundó guardianas del secreto.
Si
quieres convocarlas, recurre a la memoria del olivo.
Conocen
la liturgia de todas las especies para impedir que el monstruo de la sombra se
devore a los hombres. Las ceremonias del renacimiento, de la sabiduría
ascendiendo en la piel de las estrellas. Las palabras precisas que las nombran mushuk nina, kawsay, pentecostés. Y las
invocaciones a los altos patriarcas del alba, de los muertos, de la renovación
en las matrices oscuras de la tierra. Y la antigua plegaria a aquel que habita en
la mitad del mundo, en el mar, en las nieblas, en las nubes, señor de las
hogueras.
Renacen
del dolor y las amputaciones con el mismo entusiasmo que estremece su esencia
mientras danzan la fiebre, la vehemencia heredada a través del solsticio.
Nunca
fueron amigas del pueblo desterrado al este de los fuegos.
Nunca
fueron amigas.
PÁGINA 31– POESÍAS
GABRIELA
MISTRAL
(Chile)
ME TUVISTE
Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es la ronda de astros
quien te va meciendo.
Gozaste la luz
y fuiste feliz.
Todo bien tuviste
al tenerme a mí.
Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es la Tierra amante
quien te va meciendo.
Miraste la ardiente
rosa carmesí.
Estrechaste al mundo:
me estrechaste a mí.
Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es Dios en la sombra
el que va meciendo.
duérmete sonriendo,
que es la ronda de astros
quien te va meciendo.
Gozaste la luz
y fuiste feliz.
Todo bien tuviste
al tenerme a mí.
Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es la Tierra amante
quien te va meciendo.
Miraste la ardiente
rosa carmesí.
Estrechaste al mundo:
me estrechaste a mí.
Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es Dios en la sombra
el que va meciendo.
PÁGINA
32 – CUENTO
CHARLES PERRAULT
EL GATO CON BOTAS
Había una vez un molinero
pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el molino, un
asno y un gato. En el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el
segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en
cuanto supo cuál era su parte.
- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato.
El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:
- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo
- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.
El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio lo que pedía.
El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él. Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.
- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo.
- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.
Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una propina en agradecimiento.
Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte del Marqués de Carabás.
Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del resto.
El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.
El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando corrió hacia ellos.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.
Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó el gato.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos campos también eran del marqués.
Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era un ogro así que fue a hablar con el.
- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso cierto?
- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león
Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.
- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros en un animal muy pequeño como un ratón.
- ¿Ah no? ¡Mirad esto!
El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió.
Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás.
El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato perfecto para casarse con su hija.
El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para entretenerse.
- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato.
El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:
- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo
- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.
El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio lo que pedía.
El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él. Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.
- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo.
- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.
Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una propina en agradecimiento.
Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte del Marqués de Carabás.
Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del resto.
El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.
El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando corrió hacia ellos.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.
Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó el gato.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos campos también eran del marqués.
Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era un ogro así que fue a hablar con el.
- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso cierto?
- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león
Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.
- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros en un animal muy pequeño como un ratón.
- ¿Ah no? ¡Mirad esto!
El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió.
Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás.
El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato perfecto para casarse con su hija.
El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para entretenerse.
Todos
los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son
Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de
los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria
solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural
interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus
contemporáneos.