Imágenes:Fabián Pérez (Buenos Aires-Argentina)
PÁGINA 1 – REFLEXIONES
EDUARDO
GALEANO
(Uruguay/1940-2015)
DEFENSA
DE LA PALABRA
4
Uno
escribe para despistar a la muerte y estrangular los fantasmas que por dentro
lo acosan; pero lo que uno escribe puede ser históricamente útil sólo cuando de
alguna manera coincide con la necesidad colectiva de conquista de la identidad.
Esto, creo, quisiera uno: que al decir: "Así soy" y ofrecerse, el
escritor pudiera ayudar a muchos a tomar conciencia de lo que son. Como medio
de revelación de la identidad colectiva, el arte debería ser considerado un
artículo de primera necesidad y no un lujo. Pero en América Latina el acceso a
los productos de arte y cultura está vedado a la inmensa mayoría. Para
los pueblos cuya identidad ha sido rota por las sucesivas culturas de
conquista, y cuya explotación despiadada sirve al funcionamiento de la
maquinaria del capitalismo mundial, el sistema genera una "cultura de
masas". Cultura para masas, debería decirse, definición más adecuada de
este arte degradado de circulación masiva que manipula las conciencias, oculta
la realidad y aplasta la imaginación creadora. No sirve, por cierto, a la
revelación de la identidad, sino que es un medio de borrarla o deformarla, para
imponer modos de vida y pautas de consumo que se difunden masivamente a través
de los medios de comunicación. Se llama "cultura nacional" a la
cultura de la clase dominante, que vive una vida importada y se limita a
copiar, con torpeza y mal gusto, a la llamada "cultura universal", o
lo que por ella entienden quienes la confunden con la cultura de los países
dominantes. En nuestro tiempo, era de los mercados múltiples y las
corporaciones multinacionales, se ha internacionalizado la economía y también
la cultura, la "cultura de masas", gracias al desarrollo acelerado y
la difusión masiva de los medios. Los centros de poder nos exportan máquinas y
patentes y también ideología. Si en América Latina está reservado a pocos el
goce de los bienes terrenales, es preciso que la mayoría se resigne a consumir
fantasías. Se vende ilusiones de riqueza a los pobres y de libertad a los
oprimidos, sueños de triunfo para los vencidos y de poder para los débiles. No
hace falta saber leer para consumir las apelaciones simbólicas que la
televisión, la radio y el cine difunden para justificar la organización
desigual del mundo. Para perpetuar el estado de cosas vigente en estas tierras
donde cada minuto muere un niño de enfermedad o de hambre, es preciso que nos miremos
a nosotros mismos con los ojos de quien nos oprime. Se domestica a la gente
para que acepte "este" orden como el orden "natural" y por
lo tanto eterno; y se identifica al sistema con la patria, de modo que el
enemigo del régimen resulta ser un traidor o un agente foráneo. Se santifica la
ley de la selva, que es la ley del sistema, para que los pueblos derrotados
acepten su suerte como un destino; falsificando el pasado se escamotean las
verdaderas causas del fracaso histórico de América Latina, cuya pobreza ha
alimentado siempre la riqueza ajena: en la pantalla chica y en la pantalla
grande gana el mejor, y el mejor es el más fuerte. El derroche, el
exhibicionismo y la falta de escrúpulos no producen asco, sino admiración; todo
puede ser comprado, vendido, alquilado, consumido, sin exceptuar el alma. Se
atribuye a un cigarrillo, a un automóvil, a una botella de whisky o a un reloj,
propiedades mágicas: otorgan personalidad, hacen triunfar en la vida, dan
felicidad o éxito. A la proliferación de héroes y modelos extranjeros,
corresponde el fetichismo de las marcas y las modas de los países ricos. Las
fotonovelas y los teleteatros locales transcurren en un limbo de cursilería, al
margen de los problemas sociales y políticos reales de cada país; y las series
importadas venden democracia occidental y cristiana junto con violencia y salsa
de tomates.
PÁGINA 2 – NUESTRA
POESÍA
SERGIO
BARTÉS
(Santa
Fe-Argentina)
INTERROGANTES
Se
fractura
el gesto de la razón,
todo se vuelve hueco
como un pozo
de humo infinito.
el gesto de la razón,
todo se vuelve hueco
como un pozo
de humo infinito.
¿La
mente piensa
o es pensada?
o es pensada?
¿En
qué tiempo
del anti-pensamiento
acechan sus desvaríos?
del anti-pensamiento
acechan sus desvaríos?
¿Son
demonios
o dioses desterrados?
o dioses desterrados?
MARÍA
DEL ROSARIO ALARCÓN
(Santa
Fe-Argentina)
MIRADA DE AGUA
A veces
la laguna, me sorprende.
Es vientre
fecundado de aguas
que le traen las corrientes.
Es pampa de ola adormecida,
refugio del espejo que me mira,
la cómplice de mis pasos embarrados
y testigo susurrante en la caída.
A veces
la laguna, me desprende
se lleva los suspiros entre las redes
y llena mi boca de los cantos
que dejan los llantos de otras gentes.
A veces
la laguna, me convoca
me llama con voces
ancestrales que la nombran.
Me trae, en camalotes embalsados
girando locamente en el remanso.
A veces,
este espejo de los tiempos
acuerda con el canto de las ninfas
que enciendan de luces y reflejos
el beso, que deja a la luna,
el sol enamorado, cada día.
A veces,
la laguna no me mira,
devuelve mi mirada…
en otras vidas.
ROSA FASOLÍS
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
heredades I
en el preludio estacional
-antelación de hojas que se entregan-
los jardines despliegan un último relente: la tensa pasión
de los verdes intensos
comprendo
la palabra momento
la reverberación de los vitrales
el sabor del recuerdo
recuerdo que se desliza / terso / en la juventud
de la sangre /
en el rosedal de la abuela /
en un plato / en una sonrisa de a tres :
arroz con leche
y canela
heredades:
el mantel de hilo blanco
el delantal de mi madre
madroños
y caireles
retazos de seda
y ese olor a nardos viniendo suavecito
desde la vereda
HÉCTOR BERENGUER
(Rosario-Santa Fe-Argentina)
CARTA POSTAL DE 1948
La niña de la fotografía
que envejeció con ella y ahora le sobrevive
va vestida con delantal bordado,
parece una una muchachita anhelante
y enigmática de un cuento de Chéjov.
La luz le viene de lo alto danzante y le hace sombras
en la mirada oscura.
Allí donde aun la soledad no tiene nombres ni rupturas.
Está ligeramente volcada hacia adelante,
el cuerpo de mimbre claroscuro en el arrobo del instante capturado.
Ella es libre,
libre por estar recién casada
pero aun no aprendió esos papeles todavía.
Tiene los labios hinchados como quien ha besado largamente
y ahora representa su rol convencional.
Esa sonrisa perece decir que es bien amada y digna,
hacia abajo las manos cortas y fuertes con uñas al ras,
esas blandas manos secas
y en el medio la linea de la vida
Tan marcado todo por venas azuladas,tan azuladas...
Hay allí flores,
niños,animales,responsabilidad,solicitud,debilidad
y alguna vez ternura.
Pero siempre el deber y el abandono.
Las fotos se hacen a si mismas
mientras les falta lo que pasa y queda de una vida.
Esa oscura mitad fundamental.
Después por un resquicio vemos sonrisas
que el tiempo ya ha borrado.
Señales y miradas,
imposibles de devolver.
A mi madre : Maria Antonia Yensina
y alguna vez ternura.
Pero siempre el deber y el abandono.
Las fotos se hacen a si mismas
mientras les falta lo que pasa y queda de una vida.
Esa oscura mitad fundamental.
Después por un resquicio vemos sonrisas
que el tiempo ya ha borrado.
Señales y miradas,
imposibles de devolver.
A mi madre : Maria Antonia Yensina
BELKYS
SORBELLINI
(Santa
Fe-Argentina)
MÁS
ALLÁ DE LAS PALABRAS.
Más
allá de las palabras y del tiempo.
Más allá del silencio y del espacio
Más allá de mí y mi geografía
llego a un punto de materialidad inexistente.
Más allá del silencio y del espacio
Más allá de mí y mi geografía
llego a un punto de materialidad inexistente.
La
paradoja se hace cargo del cuerpo yacente y su significado se cruza eternamente
con las parábolas y las metáforas.
La
palabra vuelve a ser significante
más allá de mí, del tiempo y del espacio.
más allá de mí, del tiempo y del espacio.
Y
no sé cómo materializar tu cuerpo, tus palabras, tu geografía.
Sí el espacio que ocupabas ha quedado vacío y la nada se hace cargo de un cuerpo inexistente, imperceptible.
Sí el espacio que ocupabas ha quedado vacío y la nada se hace cargo de un cuerpo inexistente, imperceptible.
Porque
más allá de las palabras, aquí huele a silencio.
PÁGINA 3 – CUENTO
NECHI
DORADO
(Ciudad
Autónoma de Buenos Aires-Argentina)
SUEÑO ENTRE NIEBLAS
Llevaba tres días sin pegar un ojo
en toda la noche. Larga como un áspid aparece la penumbra cuando el sueño se
declara en huelga, cuando los ojos decretan rebeldía y el cerebro parece
montado sobre un carrusel de giro descontrolado. Se acostaba tratando de no
pensar en nada de lo terrible que había vivido, solo quería dormir tranquila
para retomar las fuerzas que los años le iban arrebatando sin permiso, dueños
de ese extraño espíritu libertario que se grafica en calendarios que van
quedando calvos de a poco.
Sin embargo, el sueño permanecía atrapado
en un tejido interminable, entre redes de hilo cada vez más entramadas.
Parecían urdimbres tan escarpadas como los caminos que le tocó transitar
durante toda su existencia.
Se sintió Penélope[1] esperando el fin de su propia
guerra interna, remate que tal vez pudiera permitirle recuperar lo perdido,
pero su Odiseo no regresaría y así lo interpretaba desde su pesadilla
despierta. Morfeo[2] había perdido
su reinado dejándolo acéfalo, se introdujo como exiliado en algún laberinto
intrincado o al menos así lo sentía ella luego de aquellas tres
interminables noches en vela forzada. Parecía como si la oscuridad estuviera
haciendo un recuento de glóbulos pinchándole las venas a su tiempo.
En medio de su pesadilla despierta y sin
darse cuenta que el sueño, como dije, estaba ausente, creyó ver a Herodes[3] sumergido en una tina con
cerveza, dándose un baño entre la espuma etílica perfumada con lúpulo. Los
granos de cebada eran cancerberos danzando apretadas canciones de cuna
que Medea[4] se empeñaba en
tararear desafinadamente.
Cronos, en el rincón más descuidado de la
habitación, desarmaba un reloj de colección. Cambiaba de lugar cada pieza;
semejante desatino produjo, al pretender rearmarlo, que las manecillas que
indicaban la hora anduvieran como artrósicas, emitiendo un cric crac más
parecido al arrastre de una pierna anquilosada transitando un camino adoquinado,
que haría imaginar a cualquiera que podría perder la rótula en el primer pocito
del camino.
En medio del marasmo en que se hallaba
sumergida se interpretó como Diana Cazadora, solo que esa vez su flechazo se
ensartaba en el centro de los tubos de Malpigio de una mosca que pasaba por la
habitación, despreocupa, logrando con semejante puntería que la vida del
insecto se escapara por el final de su aparato excretor. ¡Y ella no había
nacido siquiera para matar a un insecto!
–De haberme dado cuenta antes de semejante
puntería, pensó, hoy estaría durmiendo apaciblemente, como siempre antes, pero
al fin sabido es que aquila non capit muscas…[5]
Se sintió descender al Tártaro[6] sobreviviendo a desgano entre la
humedad reinante cuando una voz lejana, apócrifa, irrumpió en la soledad de su
cuarto poblado de fantasmas avisándole que era el momento de levantarse.
Algo alejado de allí Herodes sacó su pie
derecho de la tina con cerveza para apoyarlo en el suelo. Dejó que la brisa de
la aurora evaporara la espuma etílica perfumada con lúpulo. Hecho eso, se
dirigió hacia la puerta de entrada donde llamaba Pilato[7], impecable como siempre, aunque acorde
a los tiempos que corrían pese a las manecillas artrósicas. Antes de fundirse
en un apretado abrazo fraternal, propio de los degenerados, Pilato abrió
su botella de alcohol en gel, se frotó las manos y ambos sonrieron complacidos.
La tina volvía a llenarse, lentamente, de
cerveza.
[1] Esposa del rey
de Itaca, Odiseo. Para alejar a sus pretendientes mientras su marido estaba en
la Guerra de Troya, ella prometía aceptar cuando terminara de tejer un sudario,
por lo que tejía de día y destejía de noche.
[2] En la mitología
griega era el hijo del dios de los sueños
[3] El que ordenara
matar a todos los niños menores de dos años pretendiendo asesinar a Jesús Niño.
[4] Arquetipo de
bruja o hechicera
[5]Del latín: El águila
no caza moscas
[6] En la mitología
griega era un profundo abismo donde las almas eran juzgadas después de su
muerte.
[7] Quién se lavó
las manos tras el asesinato de Jesús diciendo: “inocente soy yo de la
muerte de este justo.
PÁGINA 4 – ENSAYO
EDUARDO
DALTER
(Buenos
Aires-Argentina)
ACERCA DE LA POESÍA
ARGENTINA
UN APUNTE PERSONAL
Creo que desde siempre tuve una relación muy singular con la poesía argentina, y que en no pocos momentos me fue maravillando o me dejó pensando. Recuerdo, y cada tanto releo, aquellos poemas de Enrique Molina que se suceden en su reverberante antología Hotel pájaro, editada en 1967. También, en aquellos distantes años así como en éstos del nuevo siglo, no deja de atraerme la poesía de Alejandra Pizarnik en sus distintos libros, sobre todo aquella que se abre en Los trabajos y las noches, editado en 1965. Por otra parte, Raúl Gustavo Aguirre, con sus Señales de vida, de 1962, y Edgar Bayley, con su “es infinita esta riqueza abandonada” siempre me tuvieron en sus cercanías, o como lectores que siempre hallan un brillo más, o una certeza más en sus poéticas. Todo ello además de algunos poemas de José Portogalo, de Juanele Ortiz, de Raúl González Tuñón, de Romilio Ribero, de Miguel Ángel Bustos y del siempre vital Oliverio de Persuasión de los días, libro que desde siempre entendí como una crítica inspirada hacia los tiempos de la impiadosa Década Infame nacional.
Claro que hay más ejemplos que a menudo me revolotean, y que me puedo olvidar de alguno, o de algunos, de aquellos o de estos tiempos, no así de las letras de algunos tangos de Homero Manzi, de Discepolo, y de Celedonio Flores. Creadores cada uno, en fin, de una poética tan genuina y entrañable como sustentada. Y de estas cercanas décadas, asimismo, se fue imponiendo en mí, a veces siento que más allá de mi voluntad e inclusive de mi gusto, ese extenso poema del poemarioAlambres, de 1987, titulado “Hay cadáveres”, del ya desaparecido Perlongher, nativo como Pizarnik de la barriada populosa de Avellaneda, y la intensa Crónica gringa, con varias relecturas, del poeta del sur de Santa Fe, Jorge Isaías. Pero también siempre busqué o necesité de otras poéticas. Otras ventanas, inclusive para poder adentrarme mejor en los versos nacionales. Algo así como quien también necesita cada tanto ir hacia el puerto en búsqueda de otros aires, otros espacios y otras gentes. O dicho de otro modo: para estar aquí siempre necesité de una ventana abierta...
Por otra parte –y siempre lo consideré como un tema algo extraño–, la poesía de los poetas de las provincias nunca tuvo una libre o abierta circulación en los ámbitos poéticos y culturales de Buenos Aires, bien porque se corresponde con ediciones de pequeñas editoriales o bien porque la administración cultural porteña sesgada a sus cánones (una mezcla de gustos citadinos a la moda y una mezquindad corta de vista) solamente se desplaza entre sus salsas y sus esquinas. No obstante, sabido es que la poesía del país acontece y se produce en el país, no sólo en la gran ciudad canónica. Así, distintos tramos de la poética del bardo santafesino Juan Manuel Inchauspe, a los que siempre volví, significan momentos enriquecedores de la poesía argentina de estas décadas, también los poemarios de la poeta de Jesús María, Susana Cabuchi, titulados Patio solo (1986) y Álbum familiar (2000), ambos con edición en la ciudad de Córdoba, por dar sólo dos ejemplos, además de las poéticas insoslayables gestadas estas décadas en la ciudad de La Plata, con algunos libros reveladores en su haber.
Traspasar fronteras, por otra parte, siempre me dije, es un fundamento esencial de toda poética, poética a la que nada en el mundo, con sus caminos y puertos, le es ajeno. Nunca pude así saber hasta qué punto Fayad Jamís, Sonny Rupaire y Wayne Brown, no son de mi nacionalidad y de mi vecindad, porque más bien siento que ellos tuvieron deseos cercanos y preocupaciones similares, y latidos, a los que yo tengo y tuve. Caminos y vientos del mundo, pesares y sueños del mundo, todos distintos, como cada poema, como el dibujo de cada mano, y como cada mirada. Así, Buenos Aires, tan única, es una inolvidable ciudad del mundo, con sus cielos y sus pozos, que también ha venido dando maravillosos poetas, por lo menos desde Oliverio o desde González Tuñón hasta Perlongher, y aun algo más acá, creadores siempre de avenidas y de aires. Para que todo sea. (Aunque con las provincias prácticamente en estado de ausencia.) Neruda una vez dijo: “Un poeta debe ser un profesor de esperanza”. Y un poco de eso también se trata, sobre todo en los días que pareciera no prometen demasiado.
Creo que desde siempre tuve una relación muy singular con la poesía argentina, y que en no pocos momentos me fue maravillando o me dejó pensando. Recuerdo, y cada tanto releo, aquellos poemas de Enrique Molina que se suceden en su reverberante antología Hotel pájaro, editada en 1967. También, en aquellos distantes años así como en éstos del nuevo siglo, no deja de atraerme la poesía de Alejandra Pizarnik en sus distintos libros, sobre todo aquella que se abre en Los trabajos y las noches, editado en 1965. Por otra parte, Raúl Gustavo Aguirre, con sus Señales de vida, de 1962, y Edgar Bayley, con su “es infinita esta riqueza abandonada” siempre me tuvieron en sus cercanías, o como lectores que siempre hallan un brillo más, o una certeza más en sus poéticas. Todo ello además de algunos poemas de José Portogalo, de Juanele Ortiz, de Raúl González Tuñón, de Romilio Ribero, de Miguel Ángel Bustos y del siempre vital Oliverio de Persuasión de los días, libro que desde siempre entendí como una crítica inspirada hacia los tiempos de la impiadosa Década Infame nacional.
Claro que hay más ejemplos que a menudo me revolotean, y que me puedo olvidar de alguno, o de algunos, de aquellos o de estos tiempos, no así de las letras de algunos tangos de Homero Manzi, de Discepolo, y de Celedonio Flores. Creadores cada uno, en fin, de una poética tan genuina y entrañable como sustentada. Y de estas cercanas décadas, asimismo, se fue imponiendo en mí, a veces siento que más allá de mi voluntad e inclusive de mi gusto, ese extenso poema del poemarioAlambres, de 1987, titulado “Hay cadáveres”, del ya desaparecido Perlongher, nativo como Pizarnik de la barriada populosa de Avellaneda, y la intensa Crónica gringa, con varias relecturas, del poeta del sur de Santa Fe, Jorge Isaías. Pero también siempre busqué o necesité de otras poéticas. Otras ventanas, inclusive para poder adentrarme mejor en los versos nacionales. Algo así como quien también necesita cada tanto ir hacia el puerto en búsqueda de otros aires, otros espacios y otras gentes. O dicho de otro modo: para estar aquí siempre necesité de una ventana abierta...
Por otra parte –y siempre lo consideré como un tema algo extraño–, la poesía de los poetas de las provincias nunca tuvo una libre o abierta circulación en los ámbitos poéticos y culturales de Buenos Aires, bien porque se corresponde con ediciones de pequeñas editoriales o bien porque la administración cultural porteña sesgada a sus cánones (una mezcla de gustos citadinos a la moda y una mezquindad corta de vista) solamente se desplaza entre sus salsas y sus esquinas. No obstante, sabido es que la poesía del país acontece y se produce en el país, no sólo en la gran ciudad canónica. Así, distintos tramos de la poética del bardo santafesino Juan Manuel Inchauspe, a los que siempre volví, significan momentos enriquecedores de la poesía argentina de estas décadas, también los poemarios de la poeta de Jesús María, Susana Cabuchi, titulados Patio solo (1986) y Álbum familiar (2000), ambos con edición en la ciudad de Córdoba, por dar sólo dos ejemplos, además de las poéticas insoslayables gestadas estas décadas en la ciudad de La Plata, con algunos libros reveladores en su haber.
Traspasar fronteras, por otra parte, siempre me dije, es un fundamento esencial de toda poética, poética a la que nada en el mundo, con sus caminos y puertos, le es ajeno. Nunca pude así saber hasta qué punto Fayad Jamís, Sonny Rupaire y Wayne Brown, no son de mi nacionalidad y de mi vecindad, porque más bien siento que ellos tuvieron deseos cercanos y preocupaciones similares, y latidos, a los que yo tengo y tuve. Caminos y vientos del mundo, pesares y sueños del mundo, todos distintos, como cada poema, como el dibujo de cada mano, y como cada mirada. Así, Buenos Aires, tan única, es una inolvidable ciudad del mundo, con sus cielos y sus pozos, que también ha venido dando maravillosos poetas, por lo menos desde Oliverio o desde González Tuñón hasta Perlongher, y aun algo más acá, creadores siempre de avenidas y de aires. Para que todo sea. (Aunque con las provincias prácticamente en estado de ausencia.) Neruda una vez dijo: “Un poeta debe ser un profesor de esperanza”. Y un poco de eso también se trata, sobre todo en los días que pareciera no prometen demasiado.
PÁGINA 5 – CUENTO
ELISA ROSETTI
(Santa Fe-Argentina)
UN AMOR EN LA
ESTACIÓN
El principio fue el
hechizo de la imagen. Como el inicio del universo: un punto que
estalla y a partir de ese instante… la luz, el tiempo, el espacio, el
movimiento…
Catalina se ajustó
el cinturón del tapado color marfil que llevaba puesto y
volvió a mirarse en el espejo, pues no siempre estaba de acuerdo con la
imagen que éste le devolvía. Sus piernas lucían elegantísimas por
el recorrido que sobre sus pantorrillas hacían las finas rayas
de las medias de seda, que terminaban dentro de los zapatos negros
de tacón .El peinado recogido le quedaba bien y los
labios marcados con un rojo suave hacían que el verde de los
ojos quedara en evidencia. Se sintió satisfecha de su propia
imagen, muy a pesar de sus inseguridades y de su timidez.
Decidida, tomó el ramo que
había preparado con las mejores rosas y otras flores del jardín, saludó a
los de la casa y partió hacia la estación.
Cata, como la
llamaban en la familia, se iba a visitar a su hermana mayor recién
casada, que vivía en una ciudad cercana, a una hora de viaje en tren.
Era sábado, un
sábado otoñal de mayo. Los árboles mostraban su casi plena desnudez y el sol
tenue apenas calentaba las veredas por las cuales caminaba,
presurosa, Catalina.
Estaba contenta de poder
ir: era la primera vez que lo hacía y todas las ansiedades y las curiosidades
de la nueva vida de su hermana, la tenían en estado de excitación.
Con veinticuatro años, ella llevaba una vida rutinaria de trabajo
en la máquina de coser. No tenía novio
lo cual la colocaba en la boca
lastimera de las vecinas, como una probable soltera de por vida. Si bien
esto la tenía sin cuidado, las abundantes y permanentes lecturas de la
literatura romántica que devoraba noche tras noche, habían creado
en su imaginación un mundo de amores platónicos o terrenales demasiado
idílicos, que la alejaban de la realidad y a pesar de que había tenido
varios pretendientes, ninguno llegaba a ser su príncipe azul.
Catalina esperaba, pero no sabía a quién.
Subió al tren y se
acomodó en el asiento junto a la ventanilla, dejó a su lado con mucho cuidado
el ramo de flores y esperó el
sonido de la campana que anunciaría
la partida.
Manuel hubiese
preferido, si se dejaba llevar por sus deseos e intereses, salir a recorrer las quintas o los campos
cercanos, tal como solía hacer los
fines de semana, por puro placer de respirar el aire fresco y disfrutar de la
naturaleza. Pero ese sábado, les dijo que sí al pedido de sus amigos para
que los acompañara a la Estación.
Era común que los
jóvenes se encontraran allí los sábados por la tarde, en los que el andén se convertía en una
suerte de escenario y devenidos actores improvisados: las chicas especialmente,
lucían sus atuendos y en la actuación ponían a prueba la
gracia y el talento para la conquista amorosa. En el pueblo, hay
que decirlo, en aquella época de los años 40 no había muchos
lugares que posibilitaran esa suerte de juego o coqueteo y la estación,
sin lugar a dudas, era uno de los más apropiados.
A las cuatro de la
tarde, Manuel llegó a la estación vestido impecablemente con un traje gris, cruzado, que armonizaba con sus ojos
celestes; éstos hablaban de una
herencia gringa y ponían un toque distinguido a su esbelta figura.
Las chicas del grupo de amigos, al verlo, se mostraron atentas y
complacientes, ya que era un buen partido para conquistar, según se decía
en el pueblo. Él se mostraba como un excelente amigo pero, hombre
perspicaz, sabía cómo sortear las embestidas femeninas y ser un
buen picaflor sin caer en la trampa.
En esa tarde, cualquiera
que predispusiese el oído , podía sentir el murmullo de las
conversaciones , las risas , los pasos sobre el piso de cemento
áspero de la estación de paredes blancas en las que resaltaban las
ventanas, enmarcadas por un grueso reborde rojo
característico del estilo de las construcciones del ferrocarril inglés.
El gran reloj octogonal
de madera, prendido sobre la blancura, marcó las diecisiete, la campana sonó y
una voz que llegaba desde el altoparlante anunciaba “el arribo del tren
proveniente de Estación Lacroze “… e informaba los cambios y trasbordos
posibles, a los pasajeros.
Catalina había viajado metida en cierto
adormecimiento producto del rítmico y sonoro movimiento del tren, pero
cuando los frenos de las ruedas chirriaron sobre los rieles
y, por fin, el tren se detuvo volvió a su plena lucidez. Tomó
el ramo de flores, lo acomodó para componer alguna que otra rosa salida de lugar,
estiró su falda para borrar los pliegues ocasionales y caminó despacio hacia la
puerta del vagón…
En el andén se hizo
silencio. Las miradas se fijaron en la gran mole de hierro que acababa de
resoplar y expandir al ras del piso, el blanco vapor de agua, como
toro cansado.
Catalina apoyó
sobre el pasamano su mano izquierda para descender por la pequeña
escalerita que tocaba el andén…
Manuel,
parado justo frente a ella, no vio un tapado color marfil,
ni unos zapatos negros… Vio una mujer que, con su cabeza salpicada de azahares, le sonreía
enfundada en un largo vestido blanco, sosteniendo dos
rosas rojas con su mano derecha. Sintió de inmediato que
un par de esmeraldas se colgaban como estrellas sobre
su mirada y fue ese instante…el punto de explosión en que el
espacio, el tiempo y el amor de Catalina y Manuel, inscribieron el
inicio de la historia de sus vidas, unidas por un capricho del
destino.
PÁGINA 6 – POESÍA
ARGENTINA
SUSANA
CABUCHI
(Jesús
María-Córdoba-Argentina)
A
Jeannette Kabouchi. A Siria.
I
Ha despertado
seguramente temblorosa.
Ha escuchado los ayes
ascender las piedras de Sednaya,
ondular sobre las cambiantes dunas
hacia el desierto,
reptar entre los arcos de Palmira,
crecer en los olivos.
Por favor querida, dice
desde ciudades inolvidables
a la hora del sueño.
Por favor querida,
insiste,
escriba sobre Siria.
II
Juntas
hemos visto
los juegos del Mediterráneo
frente a las costas de Latakia
y las manchas lejanas de la tierra turca
a través del mar.
Sabe que escuché, conmovida,
cinco veces al día
el hondo llamado a la oración
que surge, poderoso y verdadero, desde
las mezquitas, desde sus altos minaretes.
Sabe que me gustaba caminar
hacia el zoco Al-Hamidiyah
para oler los tejidos
y las especias.
En mitad de la noche
ha querido llamarme. A pesar
de los años y la distancia.
Debió recordar que en la Feria
del Libro de Damasco
me vio adquirir obras
escritas en un idioma que no leo
y que algo en mí reconoció los signos,
esas suaves y delgadas canoas
sobre el papel, esas líneas
de arenas y de vientos.
los juegos del Mediterráneo
frente a las costas de Latakia
y las manchas lejanas de la tierra turca
a través del mar.
Sabe que escuché, conmovida,
cinco veces al día
el hondo llamado a la oración
que surge, poderoso y verdadero, desde
las mezquitas, desde sus altos minaretes.
Sabe que me gustaba caminar
hacia el zoco Al-Hamidiyah
para oler los tejidos
y las especias.
En mitad de la noche
ha querido llamarme. A pesar
de los años y la distancia.
Debió recordar que en la Feria
del Libro de Damasco
me vio adquirir obras
escritas en un idioma que no leo
y que algo en mí reconoció los signos,
esas suaves y delgadas canoas
sobre el papel, esas líneas
de arenas y de vientos.
III
Jeannette,
la prima de mi padre,
no usa velo.
Simplemente lo prefiere así.
Ella es cristiana, Fayez
su esposo, musulmán.
Hemos viajado al mar,
hemos nadado juntas
vestidas con trajes de baño occidentales
como las cristianas y las judías
mientras las musulmanas jugaban
en el agua
con sus largos vestidos mojados
adheridos al cuerpo, más sugestivas
que las turistas europeas
que extendían sus claras
y desnudas figuras
en las playas doradas.
la prima de mi padre,
no usa velo.
Simplemente lo prefiere así.
Ella es cristiana, Fayez
su esposo, musulmán.
Hemos viajado al mar,
hemos nadado juntas
vestidas con trajes de baño occidentales
como las cristianas y las judías
mientras las musulmanas jugaban
en el agua
con sus largos vestidos mojados
adheridos al cuerpo, más sugestivas
que las turistas europeas
que extendían sus claras
y desnudas figuras
en las playas doradas.
IV
Qué
sé, qué desconozco para que ella repita
varios meses después, Susana, no lo olvide
-suena firme su voz en el teléfono-
escriba sobre Siria.
Qué espera, qué me pide?
Hablaré de Quneitra,
del pasto crecido sobre los escombros,
de los testimonios del Golán?
varios meses después, Susana, no lo olvide
-suena firme su voz en el teléfono-
escriba sobre Siria.
Qué espera, qué me pide?
Hablaré de Quneitra,
del pasto crecido sobre los escombros,
de los testimonios del Golán?
Ibrahim
me muestra unos montículos de nada
y dice: esta era mi casa.
Por esta calle iba a la escuela cada mañana.
Y señala la escuela, lo que debo
creer que fue una escuela,
cemento y hierros
arrasados por las topadoras.
y dice: esta era mi casa.
Por esta calle iba a la escuela cada mañana.
Y señala la escuela, lo que debo
creer que fue una escuela,
cemento y hierros
arrasados por las topadoras.
De
quiénes eran las tumbas?
Cuántos lloraban entre los olivos?
Cuántos lloraban entre los olivos?
Alguien
preguntó
sobre la poesía después de Auschwitz,
también yo lo pregunto
desde las ruinas de Quneitra,
sus hospitales muertos, sus calles incendiadas,
las infinitas filas de cruces blancas sobre
la vergüenza del mundo.
sobre la poesía después de Auschwitz,
también yo lo pregunto
desde las ruinas de Quneitra,
sus hospitales muertos, sus calles incendiadas,
las infinitas filas de cruces blancas sobre
la vergüenza del mundo.
De
quiénes son las tumbas?
Cuántos lloran entre los olivos?
Cuántos lloran entre los olivos?
PÁGINA 7 – CUENTO
MARÍA ISABEL CLUCELLAS
(Ciudad Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
LA ESCRITURA, ESE FLUIR LÍQUIDO DEL
TIEMPO
Me pesa el silencio, piensa. Me pesan las
palabras que no digo porque no tienen destino. Sí, me pesa el silencio de
quienes un día caminamos juntos durante tanto tiempo. Vivir largo es soledad
anticipada. Una tarde vacía de ecos se estira hacia la noche del solo recuerdo.
El ayer regresa, breve, fugaz, escapa de
las sombras y es apenas un esbozo cargado de nostalgias: mitiga la sed... y
desaparece sin ruido.
¡Dios!, me pesa, ¡cómo me pesa el
silencio!
¿Dónde, dónde van el ayer que vuelve, se
detiene un instante y luego pasa? ¿Dónde los afectos? ¿Dónde leas experiencias
vividas, la sustancia íntima de lo ocurrido? Los días, la brevedad del goce,
del deslumbre, las horas de sufrimiento, las emociones, los sentires, dónde los
hechos? ¿Se esfuman, se desvanecen como si nunca hubiesen sido? ¿En qué
espacio, en qué ámbito se esconden, se disimulan, se agazapan, dispuestos a
saltar tras una presa deseosa e indefensa?
La mujer se estruja las sienes, el pelo
revuelto, los codos apoyados sobre la mesa, la ventana un parche oscuro por
encima de la calle.
Todo, piensa, todo lo que tiene
movimiento y evolución pasa y va pasando. Siempre habrá un anterior y un
siguiente. Lo que se vive es continuo y lo que pasa ¿dónde va? ¿dónde se
almacena, dónde se oculta? ¿qué plano del universo visible o invisible lo
conserva?
Una frase, una imagen difusa se empieza a
perfilar, ¿fija? contornos, engloba una definición ambigua, la teoría del fluir
líquido del tiempo, de la realidad inquietante de lo cotidiano.
Los codos se resbalan, la cabeza cae
sobre las manos, los dedos se alzan, la contienen.
Resucitar las vivencias. Mirando por
encima del hombro todo vuelve, regresa. La luz se recompone, el color brilla,
se levantan las sombras, las palabras repiten antiguos ecos, los de entonces
que son los mismos, inmutables, sin dejar por eso de seguir siendo.
Vivir una vez más, repasar el libreto.
Nada puede gastarse, nada perder significado ni esplendor. Renace en versión
original con la fuerza de la mejor obra, del mejor texto.
La mujer se incorpora. A través del
vidrio le llegan estrellas.
Sí, todo vuelve. El universo se abre, la mujer
recupera el tiempo. El brazo se extiende, la mano tantea, acerca el papel, ciñe
el lápiz, escribe. Ya no existe el silencio.
El círculo se cierra, la realidad
regresa. El espiral de la vida se hace presente y continúa fluyendo. El arte
redime del eventual olvido.
PÁGINA 8 – ENSAYO
GLORIA
CEPEDA VARGAS
(Cali-Colombia)
EL
DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA
Genio
y figura hasta la sepultura, dice el refrán. La reciente tronamenta que agita
el cielo político en Colombia, lo confirma. El clan “aristocrático” o
burgués que desde tiempos remotos nos
gobierna, pela el cobre a lo largo del espectáculo. Un presidente-candidato y
un ex gobernante en perpetuo jadeo de poder, son susprotagonistas cada vez más
osados y caraduras.
Si
de algo puede presumir nuestra dirigencia política es de su capacidad creativa.
Inimaginable ayer y hoy convertido en realidad, el panorama de sus desvelos
patrios cambia con el último retorcijón o
el más reciente campanazo. No hay tiempo para el aburrimiento ¿Cuál será
la fiera amaestrada en la función de hoy? ¿En qué cuerda se pondrá de cabeza el
volatinero mayor? ¿Cuyos los escarceos del payaso de turno?
Juan
Manuel Santos y Álvaro Uribe, ayer compinches en la ejecución de
trapisondas talla X, hoy se repelen a
muerte. No hay límites para la saña o la desvergüenza. Forjados en el mismo
molde, acuñados con la misma arcilla, torcidos en la misma arrogancia, a
dentelladas defienden el feudo que les otorgaron las ingenuidades, miserias o
vilezas empoderadas en los intereses del momento, aunque al
presidente-candidato habría que abonarle el beneficio de la duda. Llegó a la
Casa de Nariño blindado con la aureola de su antiguo jefe y decidió escoger su
propio arsenal. Como sus antecesores y en derecho, gobierna de acuerdo a sus aciertos
y limitaciones. Fue discípulo
sobresaliente de un maestro cegado por el incienso y la megalomanía;es
decir, su producto estrella. Tan
ladinassonlas jugadaspresidenciales, que ni siquiera el oráculo de Delfos
habría predicho semejante laberinto y Uribe
no es una bola de cristal ni una
profecía de Nostradamus.
El
discreto encanto de la burguesía, tituló Buñuel el film genial de toques
surrealistas, intención caricaturesca y denuncias irónicas,acerca de las
costumbres corruptas instaladas en un segmento de la llamada burguesía. Con
nuestra “élite” política el film concuerda en lo taimado y descompuesto del
comportamiento, no en su calificativo. La falta de dignidad que ataca lo que
nos queda de sensatez, presente como nunca en esta campaña presidencial, es su
polo opuesto. No hay aquí ni sutileza ni elegancia. Solo un encontronazo
barriobajero, una exposición descarada de esta caricatura de liderazgo político
que nos regresa a las intemperies y gruñidos de los primeros días del planeta.
Para
hacer más lucida la representación de
este sainete donde el público bosteza o se involucra, un nuevo personaje hace
su aparición: el ex presidente Francisco Santos que no sabe en qué balsa, canoa
o lancha de última generación se hará a la mar. Ayer aquí, hoy allá y mañana
“en cualquier lugar del mundo”, el patético fruto de este árbol sostenido por inercia, repta, corre, nada o
se encarama. Y ahí van con sus garras al aire o su vocación servilmente
perruna, tahúres y comodines juntos
hasta que la muerte los separe.
PÁGINA 9 – CUENTO
JORGE ISAÍAS
(Los quirquinchos-Santa Fe-Argentina)
TORDOS.
Estuvimos mucho tiempo entretenidos observando el alto vuelo de los
tordos que hienden el aire con su brillo de carbón lustrado. Hoy nadie perdería
el tiempo con esos entretenimiento de verdadero papamoscas,n diría mi abuelo
que no tenía muchas pulgas, para no decir que no tenía ninguna.
De todos modos, hoy escribo lejos del teatro de los acontecimientos,
como supo escribir Sarmiento, en esa máquina de furia y de mentira con la que
inventó para siempre ese híbrido, el ensayo en estas tierras. Pero hizo algo
más, escribió con la excitante respiración de su apasionado modo de convencer.
Hizo más: nos construyó una lengua inimitable, pero tan necesaria que sin esa su
pulsión incontenible de proponernos palabras para que se supiera que él nos iba
a perseguir para siempre, con su entonación única, irrepetible y que hizo que
fuera el Facundo y no el Martín Fierro, como dijo Borges, el que nos construyó
como Nación. O en todo caso fueron los dos y fueron, como son los grandes
textos fundacionales, obras de coyuntura. Es decir cuando las condiciones
políticas y sociales que los provocaron no existen más, ese texto palpitante
nos recuerda a cada momento que es un ser vivo.
Pero no era de estos textos que quería escribir aquí o a los cuales
quería referirme. Se me fue la mano y, coincidente con esa frase de mi amigo
Alfredo Veiravé, debo expresar que la literatura es una sucesión de relaciones
interminables.
Venía a dejar sentado que aquel paisaje tan bucólico aletea desde el
fondo de los años, inscripto en ese tiempo estático o en el ala de una mariposa
que sucumbe al fluir del recuerdo, el que nos sumerge en las sensaciones que
traen un perfume o el olor de las comidas que hacían mi madre, mis tías o mis
abuelas. Es decir todas aquellas mujeres que nos dieron su incondicional amor
aunque lo expresaron con palabras sino con esa forma silenciosa que usaban no
sé si por su condición de inmigrantes o de mujeres o por las dos cosas a la
vez. Todas ellas, sí lo expresaban en la meticulosa pasión que ponían en
cocinar, en estar muy atentas a aquel manjar que era nuestra debilidad o
nuestra preferencia. En mi casa, lo referí varias veces, era exclusiva y
excluyente la cocina italiana, y allí surgía la herencia de mis dos abuelas
(abruzzesa una y marchegiana la otra). Abruzzeza también era mi madre, ya que
la habían traído de muy pequeña y es obvio entonces que en la mesa de mi casa
pesara ese gusto sobre otros.
A mi madre, por tradición, no le interesaba la comida criolla y no creo
haber comido un locro o una mazamorra salidos de sus manos.
Y recordando los olores característicos de la infancia y de ese tiempo,
estaban los que producían las tareas rurales. El olor que guardaba el galpón
que hacía de garage en la chacra de tío Domingo, con su fuerte olor a cemento,
a aceite, a nafta, a gasoil, a semilla que se guardaba en bolsas, elegidas para
la siembra.
Y dentro de la casa un olor fuerte a vainilla que tía María usaba para
sus tortas y sus pasteles y ese otro, penetrante a frituras, prueba de las
destrezas heredadas o el arte
Y adquirida de mi abuela, que ella usaba como una cosa natural, sin
ningún alarde, porque era su lugar en el mundo, como lo comprendía también mi
madre. Por eso, cuando un plato se les festejaba mucho no lo consentían pero se
sentían halagadas. Era la forma de mostrarnos su amor.
Y si yo cierro un instante los ojos, veo como si pudiera tocarlo, ese
cielo tan celeste que semeja un lienzo, "un cielo de lino dado vuelta",
podrían decir Manauta o Pedroni, o algunos de aquellos padres de nuestros
paisaje que lo vieron antes que nosotros y si digo que al entrecerrar no dejan
de pasar esas bandadas altas como un puñado brillante, negro como granos que de
tan negro se azulan dejándonos esa sensación oscura de horizonte que se va
ensanchando y va a la búsqueda de nuestro sueño más lejano, el que acunamos tal
vez mientras nos llegaban de la cocina las voces y el olor de esas delicias de
las mujeres que nos amaron tanto y que producían en nosotros tanta felicidad
que luego nunca más fue recuperada en el fragor de la miseria de todos los
tiempos.
PÁGINA 10 – POESÍA
ARGENTINA
HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la
Frontera-Salta-Argentina)
AGOSTO ES LA MEMORIA DE
HIROSHIMA
El día estaba tenso. La
mañana era un dardo que caía sobre la isla mientras los hombres trabajaban y
los niños corrían por el borde del mar persiguiendo delfines, algas de colores,
los restos de casco de algún barco pirata naufragado.
Agosto es la memoria de Hiroshima
A las mujeres le colgaban largas cabelleras de peces cilíndricos, de cristales que repiten al sol entre los pájaros que cantan en la sombra.
El Enola Gay apuntaba su muerte de imperio y de crueldad.
Otra vez el Imperio, desplomaba su odio sobre los indefensos, sobre aquellos que alimentan el fuego, que sin saber de números porque saben de música, del amor que los cruza como el viento que demora los ríos, como el sabor del té bajo la luna, como una mujer desnuda a orillas del crepúsculo mientras sueñan sus ojos con distancias que ignora.
Agosto es la memoria de Hiroshima.
Los pájaron llenaron los árboles de confusas historias. Paralizaron la lluvia en las últimas ramas, huyeron hacia dios como los elefantes que corren por la selva escapando del cazador furtivo, del puño que golpea al hombre que ha caído.
-Allá- Por detrás del naranjo-
-A la izquierda del campanario de la vieja iglesia-
-Allá viene el avión-
El Enola Gay despedazaba la mañana con su carga de acero.
-Ya lo ví- Ya lo ví- gritaban las mujeres.
Las abuelas dejaron el pan sobre la mesa para mirar al cielo.
Los hombres corrieron al encuentro de una luz sin medida.
Los niños brincaban y dejaban las huellas de sus pies sobre la arena de un mar que los lamía.
Los peces danzaban antiguos ritos de fertilidad de los sembrados y en el aire lucían sus escamas traslúcidas.
Agosto es la memoria de Hiroshima.
El dedo se posó sobre el botón del espanto. Corrió por el tablero de mando como un beso de la muerte.
¿Quién ha armado esta Guerra?
¿Qué importa si una niña ha roto su muñeca?
En el vuelo del Aguila, el dólar ha dejado una marca de espanto en donde el símbolo se come lo que encuentra.
La bomba fue al encuentro del niño que tomaba la teta de su madre.
Fue al encuentro del viejo colibrí que aprisionó en sus alas el color de la tierra.
Fue al encuentro de la rosa que había enceguecido a los poetas y por sus pétalos lloraba.
¿Quién ha dejado el mar en mi ventana?
Fue al encuentro de las manzanas, de las hojas de té, del perro que corría por el césped del trueno.
Fue al encuentro de los caballos que aplastaban el sorgo y a los arrozales sin dañarlos
La bomba fue al encuentro de la vida en nombre de la muerte.
Fue al encuentro de los hombres, pero los hombres no estaban.
Agosto es la memoria de Hiroshima.
Agosto es la memoria del odio en la tormenta.
La bomba en Hiroshima fue el comienzo de otras bombas que siguen estallando.
Que estallan en el jugo del naranjo.
Que laceran los pies del ocultado.
Que se ensañan con la música del viento resucitado por las quenas y los sicus.
Que caen por las ciudades despiadadas para impedir que el hombre se levante.
Para impedir el amor en las mujeres.
Para quebrar al hombre por el medio.
La bomba en Hiroshima fue el comienzo de otras bombas que siguen estallando.
Que estallan en los hombres que resisten la demencia del hambre y la injusticia.
Que estallan en el Norte junto al niño que sueña una luna de azúcar
y en el Sur de los olvidos golpea su corazón de hielo.
Que estallan en esta patria que aún puede volar como los cóndores
y es en la altura un miedo derrotado
El cazador nunca entendió por que no pudo matar al corazón de la paloma.
En Hiroshima después del genocidio y de la tierra calcinada, crecieron millones de flores amarillas, tímidamente hubo un temblor en la luz y en el incendio el cielo fue azul de la memoria
Agosto es la memoria de todos los hombres de la tierra
Agosto es la memoria en Hiroshima.
los restos de casco de algún barco pirata naufragado.
Agosto es la memoria de Hiroshima
A las mujeres le colgaban largas cabelleras de peces cilíndricos, de cristales que repiten al sol entre los pájaros que cantan en la sombra.
El Enola Gay apuntaba su muerte de imperio y de crueldad.
Otra vez el Imperio, desplomaba su odio sobre los indefensos, sobre aquellos que alimentan el fuego, que sin saber de números porque saben de música, del amor que los cruza como el viento que demora los ríos, como el sabor del té bajo la luna, como una mujer desnuda a orillas del crepúsculo mientras sueñan sus ojos con distancias que ignora.
Agosto es la memoria de Hiroshima.
Los pájaron llenaron los árboles de confusas historias. Paralizaron la lluvia en las últimas ramas, huyeron hacia dios como los elefantes que corren por la selva escapando del cazador furtivo, del puño que golpea al hombre que ha caído.
-Allá- Por detrás del naranjo-
-A la izquierda del campanario de la vieja iglesia-
-Allá viene el avión-
El Enola Gay despedazaba la mañana con su carga de acero.
-Ya lo ví- Ya lo ví- gritaban las mujeres.
Las abuelas dejaron el pan sobre la mesa para mirar al cielo.
Los hombres corrieron al encuentro de una luz sin medida.
Los niños brincaban y dejaban las huellas de sus pies sobre la arena de un mar que los lamía.
Los peces danzaban antiguos ritos de fertilidad de los sembrados y en el aire lucían sus escamas traslúcidas.
Agosto es la memoria de Hiroshima.
El dedo se posó sobre el botón del espanto. Corrió por el tablero de mando como un beso de la muerte.
¿Quién ha armado esta Guerra?
¿Qué importa si una niña ha roto su muñeca?
En el vuelo del Aguila, el dólar ha dejado una marca de espanto en donde el símbolo se come lo que encuentra.
La bomba fue al encuentro del niño que tomaba la teta de su madre.
Fue al encuentro del viejo colibrí que aprisionó en sus alas el color de la tierra.
Fue al encuentro de la rosa que había enceguecido a los poetas y por sus pétalos lloraba.
¿Quién ha dejado el mar en mi ventana?
Fue al encuentro de las manzanas, de las hojas de té, del perro que corría por el césped del trueno.
Fue al encuentro de los caballos que aplastaban el sorgo y a los arrozales sin dañarlos
La bomba fue al encuentro de la vida en nombre de la muerte.
Fue al encuentro de los hombres, pero los hombres no estaban.
Agosto es la memoria de Hiroshima.
Agosto es la memoria del odio en la tormenta.
La bomba en Hiroshima fue el comienzo de otras bombas que siguen estallando.
Que estallan en el jugo del naranjo.
Que laceran los pies del ocultado.
Que se ensañan con la música del viento resucitado por las quenas y los sicus.
Que caen por las ciudades despiadadas para impedir que el hombre se levante.
Para impedir el amor en las mujeres.
Para quebrar al hombre por el medio.
La bomba en Hiroshima fue el comienzo de otras bombas que siguen estallando.
Que estallan en los hombres que resisten la demencia del hambre y la injusticia.
Que estallan en el Norte junto al niño que sueña una luna de azúcar
y en el Sur de los olvidos golpea su corazón de hielo.
Que estallan en esta patria que aún puede volar como los cóndores
y es en la altura un miedo derrotado
El cazador nunca entendió por que no pudo matar al corazón de la paloma.
En Hiroshima después del genocidio y de la tierra calcinada, crecieron millones de flores amarillas, tímidamente hubo un temblor en la luz y en el incendio el cielo fue azul de la memoria
Agosto es la memoria de todos los hombres de la tierra
Agosto es la memoria en Hiroshima.
ERNESTINA
ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)
POEMA
VII
Soy
la desesperación
la misma
la mismita
la que va sintiendo que el miedo
es un fino estilete de espina de caldén
hincado en su corazón
que ahora retumba como tambor endiablado
la que clama y grita al cielo
no me lleves
ay diosito
mírame
ay mamá
mamita
ayúdame
la misma
la mismita
la que va sintiendo que el miedo
es un fino estilete de espina de caldén
hincado en su corazón
que ahora retumba como tambor endiablado
la que clama y grita al cielo
no me lleves
ay diosito
mírame
ay mamá
mamita
ayúdame
la
tormenta cerca nuestros cuerpos
mientras el relámpago del verano acecha
mientras el relámpago del verano acecha
en
el terraplén de vientos de la pampa
se encabrita la tarde por tus vasos
y tú te empinas para empujar el cielo
acerado furioso
tus crines resplandecen bajo el látigo de los truenos
yo te imploro
que despegues de la tierra
que te vuelvas pájaro tú lo intentas
pero tu cuerpo cae caemos
ya desmoronados
acerco mis miedos a tus belfos
tibios de luz en tanto infierno
los ángeles pastosos de tu lengua
me serenan.
se encabrita la tarde por tus vasos
y tú te empinas para empujar el cielo
acerado furioso
tus crines resplandecen bajo el látigo de los truenos
yo te imploro
que despegues de la tierra
que te vuelvas pájaro tú lo intentas
pero tu cuerpo cae caemos
ya desmoronados
acerco mis miedos a tus belfos
tibios de luz en tanto infierno
los ángeles pastosos de tu lengua
me serenan.
No
es ni será olvido la infancia de azúcar de tu nombre
MANUEL
PADILLA
(Mendoza-Argentina)
literatura
para enterrados
combato
las palabras con las mismas palabras
y me hundo en el sonido
del vacío
¿será tal vez que algunas caen como brevas de la higuera?
me las como así
machucadas
con la piel estriada
en el suelo que piso
¿qué suelo es la baldosa?
no hay tierra para todos
habrá que irse de aquí
a los campos abandonados
y hacer pozos
esconder palabras secretas
escritas
en papeles
y borrar la huella
varios escritos en pozos
con túneles
como hacen las hormigas
bibliotecas bajo tierra
para que lean los muertos enterrados
en cualquier parte
digo
llenar de pozos los campos
y taparlos
eso
y no las flores.
y me hundo en el sonido
del vacío
¿será tal vez que algunas caen como brevas de la higuera?
me las como así
machucadas
con la piel estriada
en el suelo que piso
¿qué suelo es la baldosa?
no hay tierra para todos
habrá que irse de aquí
a los campos abandonados
y hacer pozos
esconder palabras secretas
escritas
en papeles
y borrar la huella
varios escritos en pozos
con túneles
como hacen las hormigas
bibliotecas bajo tierra
para que lean los muertos enterrados
en cualquier parte
digo
llenar de pozos los campos
y taparlos
eso
y no las flores.
MARTHA
OLIVERI
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
MELANCOLÍA
A
mi también me mueren por adentro
los
dioses del olvido han dejado su daga
como pequeñas púas clavadas en el centro
y allí donde el sueño acunaba los párpados.
se abre el día inválido de símbolos.
como pequeñas púas clavadas en el centro
y allí donde el sueño acunaba los párpados.
se abre el día inválido de símbolos.
A
mi también me mueren por adentro.
Un
inicio de albatros que se remonta inútil
demasiado pequeño para el vuelo
demasiado pequeño para el vuelo
sí
a mi también ...sobre la escarcha
de amaneceres rotos
me exilian desde adentro
en muertes diminutas
de amaneceres rotos
me exilian desde adentro
en muertes diminutas
y
entre todo padecer
el mayor, el mas cáustico
es saber que este doler ya no me duele.
el mayor, el mas cáustico
es saber que este doler ya no me duele.
CRISTINA
VILLANUEVA
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
CURA
ÉL
es un mar viviente verde. Ella lo nada, se hunde, respira en los abrazos de
las
hojas.
El
hombre llegado desde el naufragio, la bebe, la alisa, la cubre
del
arañazo
de las ramas.
La
mujer busca esa señal, ese brillo. Se repliega para envolverlo.
El
hombre se expande, dispuesto a preñarla a fructificarla, a hacerle
saltar
hijos, pájaros, palabras.
Bordean
lo blanco
Son
juntos, la herida y el remedio.
PÁGINA 11 – CUENTO
AMANDA
PEDROZO
(Asunción-Paraguay)
EL
RESUCITADO
La
única que se animó a vivir con el resucitado, además de su perro Aniceto, fue
Ester. Vecinos, amigos y también parientes procuraban olvidar que lo conocían
aunque sea de vista. Los que no podían borrarlo de su entendimiento dejaron de
dormir y dejaron de comer porque no soportaban la responsabilidad del misterio.
Decían que Nicolás Teodolito había muerto una vez y que desconsideradamente
volvió a la vida cuando ya lo llevaban a darle cristiana sepultura. Uno contó
haciendo en el nombre del Padre por si acaso que en noches de luna llena que es
cuando se gestan las niñas y los empayenamientos (1) hacen efecto, el
resucitado arrastraba su maldición por las calles del pueblo con cuerpo de
perro negro y cara de infelicidad.
Matilde Asunción Resquín, la madre de Nicolás Teodolito, no pudo aguantar más tiempo sin abrir las piernas. El miedo no la dejaba respirar tranquila y aunque estuviera en el catre yacía como bien muerta, no sea que el propio hijo de sus entrañas le pasara por en medio y le trasmitiera la marca de la desgracia.
Consecuentemente y considerando su tendencia natural que era contraria a tanta modosidad en el sentarse y pararse, llenó de pindo karai (2) trenzado el nicho de San Miguel y como ya no tuvo tiempo para pedirle protección, dejó prendida una vela y fue a instalarse para toda la vida en la casa de su cuñado, con quien en vida de su marido se le había ido la rienda tres veces seguidas pero [14] sólo por necesidad carnal y sin pecar verdaderamente, puesto que se arrepintió como es debido con la ayuda de la Virgencita, a quien regaló en agradecimiento sus zarcillos de filigrana.
Cuando los vecinos, amigos y también parientes la vieron abandonar al hijo de sus entrañas, los que habían podido olvidar que conocían a Nicolás Teodolito recordaron de repente y los otros pudieron confirmar así el espanto. Entre lunes y miércoles y en la hora en que todo el pueblo tenía los ojos más abiertos y las piernas más cerradas se escuchaba por todas partes la preocupación de los perros y era en ese momento justo que Ester abrió el portón de tacuara (3) para hacerle el favor al resucitado y de paso a sí misma puesto que ya había cumplido sobradamente su obligación de viuda con el que en vida fuera.
Nadie supo nunca en qué momento Ester comenzó a parecerse a su compañero. De su palidez se dieron cuenta los vecinos repentinamente cuando la vieron arrancando hojas de ruda (4) en el patio, y enseguida todos hablaban de premoniciones y sueños extraños. A los pocos días Matilde Asunción Resquín volvió por única vez a pisar la casa, para mirar a su nuera muerta y cumplir su sagrado deber de madre contándole a su hijo lo que se andaba diciendo.
-Creen que le pasaste entre las piernas a Ester.
-Dios me libre y guarde.
-Y que le chupaste la respiración.
...
Era lunes de luna llena cuando un perro negro con cara de infelicidad cruzó el cementerio. Era martes antes del cocido (5) y la tortilla cuando los vecinos llegaron allí corriendo con el pálpito en el alma. Con esa mirada de los que ya sabían abarcaron por turno el cajón abierto, la tapa arrancada, los pedazos comidos de Ester, la que se animó a vivir con el muerto. [15]
Matilde Asunción Resquín procuró cruzarse con su hijo para contarle lo que se andaba diciendo.
-Creen que fuiste vos.
-Dios me libre y guarde.
-Y tenga misericordia de la finada.
Al día siguiente de eso, Nicolás Teodolito murió desangrado. Nadie supo nunca si se mató de vergüenza o de dolor. Los vecinos, amigos y también parientes que entraron al fin a la casa después de nombrar uno a uno los misterios, tuvieron tiempo de ver cómo el perro Aniceto todavía estaba desgarrando, revolviendo pedazos, seleccionando huesos, comiendo. [17]
Matilde Asunción Resquín, la madre de Nicolás Teodolito, no pudo aguantar más tiempo sin abrir las piernas. El miedo no la dejaba respirar tranquila y aunque estuviera en el catre yacía como bien muerta, no sea que el propio hijo de sus entrañas le pasara por en medio y le trasmitiera la marca de la desgracia.
Consecuentemente y considerando su tendencia natural que era contraria a tanta modosidad en el sentarse y pararse, llenó de pindo karai (2) trenzado el nicho de San Miguel y como ya no tuvo tiempo para pedirle protección, dejó prendida una vela y fue a instalarse para toda la vida en la casa de su cuñado, con quien en vida de su marido se le había ido la rienda tres veces seguidas pero [14] sólo por necesidad carnal y sin pecar verdaderamente, puesto que se arrepintió como es debido con la ayuda de la Virgencita, a quien regaló en agradecimiento sus zarcillos de filigrana.
Cuando los vecinos, amigos y también parientes la vieron abandonar al hijo de sus entrañas, los que habían podido olvidar que conocían a Nicolás Teodolito recordaron de repente y los otros pudieron confirmar así el espanto. Entre lunes y miércoles y en la hora en que todo el pueblo tenía los ojos más abiertos y las piernas más cerradas se escuchaba por todas partes la preocupación de los perros y era en ese momento justo que Ester abrió el portón de tacuara (3) para hacerle el favor al resucitado y de paso a sí misma puesto que ya había cumplido sobradamente su obligación de viuda con el que en vida fuera.
Nadie supo nunca en qué momento Ester comenzó a parecerse a su compañero. De su palidez se dieron cuenta los vecinos repentinamente cuando la vieron arrancando hojas de ruda (4) en el patio, y enseguida todos hablaban de premoniciones y sueños extraños. A los pocos días Matilde Asunción Resquín volvió por única vez a pisar la casa, para mirar a su nuera muerta y cumplir su sagrado deber de madre contándole a su hijo lo que se andaba diciendo.
-Creen que le pasaste entre las piernas a Ester.
-Dios me libre y guarde.
-Y que le chupaste la respiración.
...
Era lunes de luna llena cuando un perro negro con cara de infelicidad cruzó el cementerio. Era martes antes del cocido (5) y la tortilla cuando los vecinos llegaron allí corriendo con el pálpito en el alma. Con esa mirada de los que ya sabían abarcaron por turno el cajón abierto, la tapa arrancada, los pedazos comidos de Ester, la que se animó a vivir con el muerto. [15]
Matilde Asunción Resquín procuró cruzarse con su hijo para contarle lo que se andaba diciendo.
-Creen que fuiste vos.
-Dios me libre y guarde.
-Y tenga misericordia de la finada.
Al día siguiente de eso, Nicolás Teodolito murió desangrado. Nadie supo nunca si se mató de vergüenza o de dolor. Los vecinos, amigos y también parientes que entraron al fin a la casa después de nombrar uno a uno los misterios, tuvieron tiempo de ver cómo el perro Aniceto todavía estaba desgarrando, revolviendo pedazos, seleccionando huesos, comiendo. [17]
PÁGINA 12 – RESEÑA
JUAN
EUGENIO RODRÍGUEZ
(Ramos
Mejía-Buenos Aires-Argentina)
ROLANDO
REVAGLIATTI
PICTÓRICA
Vivir
en el incendio que resta, un movimiento de apertura. Ir al encuentro de
una mujer conmovedora sentada frente a mí que me nombra.
La
voz poética, es esa otra voz en la muchacha de los bulevares
del desnudo rojo,
en las nueve
ninfas que danzan en el parnaso, en las meretrices del salón, la voz del
poeta invocando a la Virgen de la Escala bella, bellísima y
reímos juntos mientras la magia se pinta de blanco desnudo
saltando corriendo, asaltando el blanco desnudo. Reímos. Me detengo y digo,
¡yo
ya estuve aquí!
sombreros
y bonetes, estrellitas erectas, franjitas erectas, Labios o peces de los
arrabales, entonces sólo lo ajeno, lo extraño, me es posible.
Ella
sigue allí, mujer conmovedora sentada frente a mí, un seno rubio despierto
frente
a mí. En mí como sed, como otredad, como deseo.
Abres
mis ojos, espíritu que no vives en ninguna forma. Reinas en el silencio
donde
arden todas las formas.
Vivir
en
el incendio
que
resta
un
artificio ante la fatalidad irremediable, un acto poético.
Pictórica
palabra
en busca de la palabra.
PÁGINA 13 – CUENTO
LUIS FIGUEROA
(Pinar del
Río-Cuba)
FIDELINA
Chicho se
sintió cautivado por El Cuentero desde el primer día en que se conocieron, sus
narraciones le hicieron un asiduo a las conversadas de limonada y
maní tostado. No dejo de ir por las tardes a “La Tarraya”.
Aprendió a disfrutar de la acogedora sombra del aguacatero, donde
recordaba a su familia.
Allí ocurren hermosos
atardeceres de un profundo color naranja sumergido en el horizonte
de pinos que bordean la parte occidental del paisaje.
Chicho, unas
veces acompañaba a Braulio en las faena del campo y otras salían a caminar
juntos por la campiña., pero siempre terminaban haciéndose cuentos.
Así comenzó
esa amistad que no tiene fin. Chicho vivió y disfrutó aquellos
sentimientos que lo sorprendieron en su corta
vida.
Una tarde
vio como una guanaja, grande y de color cenizo guiaba
a diez pichones hacia el ateje. De inmediato, Braulio le tomó del
brazo y lo llevó hasta la sombra, donde la madre y sus pichones ya
comían del rojo frutillo que caía del árbol, y le dijo:
-Aquí te
presento al ave de corral más fiel de mi finca, mi hija no se equivocó cuando
le puso de nombre “Fidelina”. Hoy por hoy es la preferida , por su constancia
¡yo creo que hasta tiene su personalidad!
A Chicho
le pareció que Braulio exageraba, y por su expresión de
sorprendido el cuentero se dio cuenta de haberlo
capturado “in fraganti” así, se aprovechó:
- Siéntate que
vas a conocer una hermosa historia, pero como todas mis historias es la pura
verdad, no lo tengo que jurar. Recostado al tronco del
árbol Braulio se frotó las manos con un gesto de alegría y
comenzó:
“! Fidelina
caray! Ahí donde tú la ves, llegó a mi finquita por un capricho: Resulta que un
día de feria agropecuaria nos fuimos para el
mercado en busca de las cosas necesarias para la casa, tú sabes: sal, azúcar,
ropas y algunas conservas, lo que nosotros no podemos hacer acá,
porque no salen de la tierra. Nada, que andando y mirando por las
tarimas: Tina, mi niña le cogió lástima a una guanajita to desplumá,
la agarró y se la puso debajo del brazo con la decisión de traerla pa la finca.
No hubo Dios que le quitara la idea y mientras más tratábamos de
convencerla ¡más plantá la chiquilla!, hasta que se le encaramó a la cabeza lo
de rubia-jabá y en una ráfaga de palabras me dijo:
-¡Mire papá si
usted no la compra yo me gasto el dinerito que tengo ahorrado
para mis quince, y me la llevo!
– Yo no sé que
le vio ella a ese bicho porque estaba feo a más no poder, en fin, la
compré y aquí está, tan Fidelina como la ves.
Chicho se
impacientó, porque Braulio no acostumbraba a introducciones
tan largas.
-Está bien
pero no te molestes,.
“La verdadera
complicación en la historia de Fidelina comenzó cuando se enamoró de un
guanajote grandísimo que empezó a darle vueltas todos los días por la orilla de
la presita. El animal impresionaba a cualquiera, se inflaba y abría las
alas como un dragón y no cesaba de gritar el “Glu- bu- bu- lú” como advirtiendo
a los otros animales que él era el dueño y señor de Fidelina. De más
estaría decirte que se aparearon y como todas las guanajas, Fidelina empezó a
prepararse para tener familia”
- ¡Ahí
la tienes, esta es su cuarta generación de guanajitos! dijo Braulio satisfecho
y orgulloso a la vez.
- El
asunto se siguió complicando al darnos cuenta de que Fidelina desaparecía de la
finca todos los días, desde que amanecía hasta que comenzaba el anochecer.
Llegaba al gallinero desatinada, cansada y las plumas alborotadas, casi no comía
y enseguidita se subía en su lugar de dormir. Al otro día volvía a hacer lo
mismo y así estuvo un tiempo hasta que decidí seguirla
y esperé al domingo. Con el cantío del primer gallo me
tiré de la cama y sin tomar café me aposté en la guardarraya, detrás
del mango macho, para que Fidelina no me viera . Pasó por
mi lado como alma que lleva el diablo y enfiló camino al paradero del tren. El
animalito llegó justo con el pitazo de la locomotora para salir, y se subió al
cabú con increíble destreza. Tuve que apurarme para poder subir en
el último vagón .
Dos
horas duró aquel viaje, yo no pude ver que hacía en el cabú durante
el trayecto pero cuando el tren se acercaba al paradero de Artemisa y disminuyó
su marcha, vi como Fidelina se lanzó al crucero de los caminos que van hacia
Cayajabos. Me tiré del tren y seguí a la guanajita por más de cien
metros monte adentro, hasta que llegó al patio de una casa grande
con un portal corrido y techo de guano. Una vez allí desapareció, y no tuve
otro remedio que esperar hasta la hora del almuerzo. Los dueños de la casa
estaban para las faenas de la tierra.
“ ¡ Porque yo
tenía necesidad saber! Había hecho el viaje
y a esa hora ya estaba con los sesos en agua, sin encontrar una
explicación lógica para las preguntas que se me ocurrían”.
Braulio hizo
una pausa, se quitó un momento el sombrero para rascarse la cabeza y cambiando
el tono de su voz, con cierto artilugio , comentó:
- ¡No, si cuando yo lo digo! –Mira pa´cá –dijo, tocando la rodilla a
Chicho y siguió-¡Nada hay en el mundo más efectivo que un
ratico atrás de otro! ! que un día atrás de otro! ¡que un
año atrás de otro! ¡El tiempo lo dice todo! ! lo descubre
to-di-ti-co!
El pícaro
campesino continuó:
- Sólo tuve que esperar un poco.
El primero en
llegar fue el señor al que Tina le compro la guanajita despeluza.
Venía riéndose con la mano extendida, como si me reconociera. Es que los
guajiros acogemos las visita con mucho entusiasmo. Después de
explicar a la familia completa lo que me había traído a su casa y de
soportar sus carcajadas, me invitaron a comer un rico plato de harina con
boniato y manteca de puerco. ¡Que bien venían a esa hora! Durante el almuerzo,
los muchachos de la casa no dejaban de reírse. A cada momento uno de ellos se
soltaba a reír y los demás lo seguían hasta llegar al llanto. Ya eso
me molestaba.
Fue
el mercader quien me tiró el brazo por encima y me llevó
hacia el patio, más atrás de la arboleda de mangos donde estaba el gallinero
y me dijo:
- Mire
Braulio, todos los días, poco después que se siente el pitazo del tren, se nos
aparece la misma guanaja que usted ha venido siguiendo. Llega con mucho apuro y
se sube al cajón de las ponedoras y ahí se pasa el día echada hasta que siente
el regreso del tren y sale como una tromba rumbo al crucero. Todo esto lo
sabemos por que también nos picó la curiosidad y durante varios días los
muchachos la estuvieron siguiendo. ¡Claro, hasta ahora no sabíamos de donde
venía! Sólo llegaba, ponía su huevo y en la tarde se iba. Nunca le
cerrábamos las puertas del gallinero !por si las moscas! ¡Mírese usted! ahora
se me aparece y resulta que es el dueño. Y también nos propusimos
respetar a… Fidelina ¿dice usted que así se llama la guanaja?
- ¡Si…si!…ese
nombre se lo puso mi hija, la misma que se la compró a usted en el mercado de
La Línea.
-¡Vaya usted a
saber por qué ella ha seguido viniendo hasta aquí!- exclamó el hombre. ¿Acaso
no tienen su orgullo los animales?”
Braulio se
levantó y dando pequeños paseítos de impaciencia, trató de concluir
su historia.
“Lo cierto es
que nunca más nos hemos vuelto a preocupar por el viajeteo de
Fidelina. Cada vez que se pierde, sabemos que comienza a poner y
sólo tenemos que ir a la finca del mercader y recoger la cría cuando
saca sus pichones, nada más que para ayudarlos a subirse en el cabú del tren
¡Para decir la
verdad! Yo siempre he pensado que esa actitud de Fidelina no es otra
cosa que su apego por el terruño en que nació. Braulio terminó la historia
y quedó en silencio durante un rato, como si sintiera el deseo de
seguir meditando acerca del asunto.
Chicho no
tuvo ningún comentario que hacer, pero cuando decidieron regresar a la casa,
iba cabizbajo pensando.
PÁGINA 14 – POESÍA
ARGENTINA
HERNÁN SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)
ESLABÓN DE LUJO
un niño ayuda a su padre
a tender la ropa
juntos hacen una cadena efímera de manos y palabras
el niño pregunta y el padre cuelga las dudas
las aprisiona con los broches para que no se vuelen
para que sea más fácil luego plancharlas
pero el niño se queda solo en el patio eleva la cara
contra el sol así las gotas de las respuestas
golpean una a una en su cabeza esa piedra llena de poros
olvido y caricias húmedas de cien por ciento algodón
como si una fina lluvia en mangas de camisa
viniera a revelarle un deseo que ya conocía
juntos hacen una cadena efímera de manos y palabras
el niño pregunta y el padre cuelga las dudas
las aprisiona con los broches para que no se vuelen
para que sea más fácil luego plancharlas
pero el niño se queda solo en el patio eleva la cara
contra el sol así las gotas de las respuestas
golpean una a una en su cabeza esa piedra llena de poros
olvido y caricias húmedas de cien por ciento algodón
como si una fina lluvia en mangas de camisa
viniera a revelarle un deseo que ya conocía
y la piedra bajo un
efecto de erosión inusitada
se abre para siempre
se abre para siempre
LAURA BEATRIZ CHIESA
(Ciudad Autónoma-Buenos
Aires-Argentina)
HOMBRE
Como el gusano repta y se desplaza
hacia ignotos senderos por comida,
es el hombre llegada y es partida
con memoria que vuelve, que no pasa.
Como el ave que anida y se solaza
en las corrientes cálidas, es vida,
pues transmite su voz engrandecida
con el paso del sol que es su coraza.
Posee la ilusión como lucero.
Transmite su experiencia con esmero
y trata de llegar a ver su herencia.
Él se vuelca, en ella, como espejo.
Son los hijos y nietos su reflejo
producto del desvelo y la paciencia.
ALDO LUIS NOVELLI
(Neuquén-Argentina)
CARONTE
le dí al barquero tres monedas
para que me llevara
a la otra orilla del río.
para que me llevara
a la otra orilla del río.
era un viejo parco y gruñón
de sombrías arrugas cadavéricas
en el rostro.
de sombrías arrugas cadavéricas
en el rostro.
durante el viaje hablamos
de las oscuras trampas del agua
y de las traiciones inmemoriales de los hombres.
de las oscuras trampas del agua
y de las traiciones inmemoriales de los hombres.
me contó de algunos viajeros
que tenían una luz propia
"iluminaban la noche como la luna en el cielo"
recordaba vagamente el nombre de algunos:
Socrates Hegel Niesztche Guevara Zapata Sandino Gandhi…
-Uno de aquellos viajeros- me dijo
-regresó al tercer día
caminando sobre las aguas-.
que tenían una luz propia
"iluminaban la noche como la luna en el cielo"
recordaba vagamente el nombre de algunos:
Socrates Hegel Niesztche Guevara Zapata Sandino Gandhi…
-Uno de aquellos viajeros- me dijo
-regresó al tercer día
caminando sobre las aguas-.
en la mitad del cauce
una inesperada turbulencia en el río
hizo girar la barca como un remolino.
una inesperada turbulencia en el río
hizo girar la barca como un remolino.
cuando se detuvo
el viejo se incorporó gruñendo
y siguió remando sin hablar.
el viejo se incorporó gruñendo
y siguió remando sin hablar.
al tiempo divisamos la costa
era la misma de donde habíamos partido
era la misma de donde habíamos partido
el viejo malhumorado me dijo:
-usted no estaba listo aún poetastro
no me haga perder el tiempo
y vaya sabiendo
que los óbolos que me pagó
son míos
me lo he ganado en buena ley.
-usted no estaba listo aún poetastro
no me haga perder el tiempo
y vaya sabiendo
que los óbolos que me pagó
son míos
me lo he ganado en buena ley.
ANÍBAL
DE GRECIA
(Oberá-Misiones-Argentina)
SIGUE
LLOVIENDO EN OBERÁ
Es
un día propicio para nostalgiar con ganas
para sumarle
lágrimas a la lluvia
desatar
con ella los más exquisitos llantos
sean
de dolor acá a la vuelta
o
de alegría en el pasillo
que
sé yo
a
mí
eso
de andar seco en tus tormentas no me va.
ILDIKO NASSR
(Jujuy-Argentina)
JUEGOS DE SEDUCCIÓN
afuera los niños cantan
Antón Pirulero
adentro, la cama destendida
vos en mí
cada cual atiende su
juego
PÁGINA 16 – ENSAYO
HAROLD ALVARADO TENORIO
(Bogotá-Colombia)
PEDRO
PÁRAMO CUMPLE 60 AÑOS.
Escritor tardío y autodidacta, Juan Nepomuceno
Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, alias Juan Rulfo (Apulco, 1918-1986), fue una
especie de anacronismo en el mundo literario: conocía poco, cuando escribió sus
cuentos y su novela, a los clásicos de la literatura de su país, y despreciaba
los escritores españoles de la Generación del Noventa y ocho. Prefería autores
como los escandinavos Knut Hamsun, HalldórLaxness y Selma Lagerlöf o los rusos
Vladímir Korolenko y Leonid Andréyev. Alrededor de los años cuarenta comenzó a
escribir una extensa novela, que destruyó, porque su lenguaje no expresaba lo
que quería decir. Decidió entonces crear personajes que se acercaran a la gente
real de Jalisco, en un español del siglo XVI, con léxico escaso, “o no
hablaban del todo”.
El llano en llamas (1953), son quince
cuentos acerca de campesinos e indígenas en un mundo violento e insensible;
vidas que acosadas por la pobreza, la ignorancia, el clima y el paisaje no han
podido elegir sus destinos: una muchacha prostituida por las circunstancias,
adúlteros que ahogan al marido cornudo en una peregrinación, campesinos
revolucionarios que huyen de sus tierras hacia las montañas, felices de
abandonar lugares de miseria, todos empujados por fuerzas que no pueden
controlar. Desoladas historias contadas de una manera muy lejana al realismo de
protesta social de las novelas surgidas durante la Revolución. Impersonales y
crueles en el tono, carecen de juicios políticos o morales: perseguidor y
perseguido, ganadores y perdedores todos son víctimas de un llano que los
quema. La compasión de Rulfo por ellos surge de la poesía de esta prosa
lapidaria, en las desnudas, intensas y repicantes frases parecidas a la tierra
seca que le sirve de apoyo. El
llano en llamas es la elegía a un mundo que desaparece. Todo se ha
hecho piedra tras las quemas. Piedra el tiempo, piedra las esperanzas, piedra
la inacabable resignación. Bandidos y víctimas están oprimidos por los muertos,
que pesan más que los vivos.
Con Pedro
Páramo (1955), la única novela que publicó, el folklorismo y las
militancias de la novela de la Revolución fueron superadas. En vez de retratar
con los ojos de la civilización occidental los efectos y causas de la
contienda, decide ponerla frente a nosotros en carne viva. Su estilo, parco y
severo, se depura hasta crear un tono inolvidable e inigualable en las historia
de las literaturas de todos los tiempos, un mundo sostenido por la magia y los
sueños que sólo la poesía puede crear. Una poesía de los pueblos abandonados,
el polvo interminable, las pestes, las insolaciones, las míseras alegrías que
dejan las pobres cosechas, el cansancio y la muerte. Es un libro que en su
apariencia trata de las desgracias amorosas de un viejo y rico hacendado con un
muchacha que enloquece. Una historia de amor imposible y maldito.
Juan Preciado, uno de los tantos hijos de Pedro
Páramo regresa a Comala en su busca luego de la muerte de su madre:
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a
verlo cuando ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues
ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo.
Así se abre este poema de la desolación y la vida
fantasmal de una América Latina poblada por las voces de los muertos vivos que
han amado, odiado y lastimado a sí mismos y a los otros, atrapados en la
búsqueda de inalcanzables ilusiones donde Pedro Páramo, el sensual, y despótico
terrateniente es la viva llama de un mundo hecho de muerte.
Comala es un pueblo hecho de voces y ecos del ayer,
del hoy y del mañana. Preciado se entera por boca de Abundio, otro de los hijos
naturales del terrateniente, que su padre ha muerto. Pero también están muertos
todos los que habitaron el pueblo. Es Agosto con su calor sofocante. Va de un
lado a otro dando con espejismos y fantasmas. La muerte en pecado hace que
deambulen, sin reposo, por la tierra.
Pedro Páramo había heredado la Media Luna de su
padre Lucas, luego de ser asesinado por un peón. El hijo recibe la tierra y el
odio por las gentes del mundo. Joven, enamoradizo y pendenciero, el deseo de
venganza le lleva a sobornar o expulsar a sus vecinos, falsifica escrituras,
corre los cercos, asesina sin piedad, no paga deudas. Para saldar una de éstas
casa con Dolores Preciado. La Media Luna avanza hacia una luna de llena de
prosperidades. Un día llega la Revolución. La sombra de Pancho Villa ronda el
mundo. Luego los Cristeros. Páramo se pone del lado de la Revolución para sacar
partido de ella. Acoge rebeldes, promete dinero, hace militar sus secuaces en
las filas rebeldes, les vigila. Los intereses del patrón de la Media Luna son
favorecidos.
Pero el poder no ha logrado dar a Pedro Páramo lo
que más desea: a Susana San Juan, la compañera de juegos de infancia, con
quien se bañaba desnudo en los arroyos y elevaba cometas. Susana, una belleza
que no era de este mundo, había quedado huérfana de madre muy joven siendo
víctima de las pasiones de su padre. Susana casa con Florencio, pero Páramo
ordena darle muerte. Tras treinta años de ausencia, su anciano padre acepta los
favores de Páramo y vienen a vivir con él. Susana, de sesenta y dos años, se
hace su esposa. La locura la posee. En la cama gime por Florencio. Cuando muere
Páramo hace que las campanas repiquen por tres días.
Allá hallarás mi querencia, -había dicho a
Juan Preciado su madre-. El
lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado
sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos
guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la
eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos;
pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las
cosas; donde se ventila la vida como si fuera un puro murmurar; como si fuera
un puro murmullo de la vida..
La modernidad de Pedro
Páramo radica en el uso de
técnicas narrativas que imitando la sintaxis del cine revolucionaron la
literatura finisecular: reducción del papel del narrador, uso del monólogo
interior, ruptura de tiempo y espacio, lentitud descriptiva, ausencia de
desenlace y uso múltiple de diálogos. Pero todo ello sería ineficaz si no
existiese la voz de Rulfo, la milenaria voz de la poesía:
Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina.
Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es
un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas
como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como
si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados.
Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye mañana y tarde, hora tras hora,
sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando
con su pala picuda debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno
como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá
usted.
Rulfo nació en Saluya, una región de Jalisco, donde
tuvieron origen los mariachis y las rancheras, pobre, aislada y devastada por
los vientos y el calor, tierra de moribundos, arrayanes y naranjos. Los
críticos han creído que sirvió de modelo para Comala. Su abuelo paterno
fue abogado y el materno hacendado. Su padre fue asesinado, cuando el hijo tuvo
siete años, durante la revuelta de los Cristeros. De esta época son sus
primeras lecturas, en casa de una de sus abuelas, donde un cura había dejado
una pequeña biblioteca parroquial. Al morir su madre vivió un tiempo con su
abuela en San Gabriel y luego fue enviado a un orfanato en Guadalajara. Logró
hacerse contador y se fue a vivir a México en 1933 donde estudió leyes, trabajó
en las oficinas de inmigración y entre 1947-1954 en el departamento de
publicidad de una fábrica de llantas. En ciudad de México, alrededor de 1940 redactó El hijo del desaliento: «una
novela un poco convencional, un tanto hipersensible, pero que más bien trataba
de expresar cierta soledad... Quería desahogarme por ese medio de la soledad en
que había vivido, no en la ciudad de México, pero desde hace muchos años, desde
que estuve en el orfelinato». Entre
1953 y 1954, gracias a una beca de la Fundación Rockefeller, escribió Pedro Páramo. A
finales de los cincuentas hizo guiones para televisión. En 1962 ingresó al
Instituto Indigenista, ayudando a las comunidades nativas a integrarse en la
sociedad mexicana. Traducido a numerosos idiomas poco a poco fue recibiendo
reconocimientos como el Premio Xavier Villaurrutia, 1956; Premio Nacional de
las Letras Mexicanas, 1970 y Príncipe de Asturias 1983. Como Borges y Onetti,
ni el Nobel ni el Cervantes merecieron a Rulfo.
A Juan Rulfo debió habérsele otorgado el Premio
Cervantes y darle las gracias por aceptarlo, recordó Juan Carlos Onetti. Pero es verdad que sólo publicó dos
libros. Y también es verdad que durante 30 años se resignó al silencio. Sabía
que su obligación literaria había concluido. Era un hombre honrado y respetó su
decadencia. Hermoso ejemplo para aquellos que, en el vasto mundo, siguen
fatigando máquinas impresoras fingiendo no enterarse.
PÁGINA 17 – CUENTO
IRMA
VEROLÍN
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
COMIDA
PARA LOS ASTRONAUTAS
Mi
padre se enfermó como se enferman los canarios. De golpe y porrazo sus piernas
se doblaron y ya no pudo ponerse en pie. Hubo que llevarlo y traerlo, aunque
mejor sería decir que tuvimos que arrastrarlo mientras él apretaba las
mandíbulas arrugando toda la cara. La contraía en tal forma que daba la
impresión de que le hacía una mueca de disgusto al mundo. Le desaparecían los
ojos y los dientes postizos se le resbalaban hasta hundirle los pómulos. Sin
decir una palabra, nosotros lo agarrábamos de las axilas y lo empujábamos.
Dicen
que a su edad cuando alguien se cae ya nunca vuelve a ser el mismo. Y yo creo
que él se empeñaba en tratar de ser el mismo para desmentir eso que
todos sabíamos y por un motivo fundamental: mi padre confiaba por encima
de cualquier cosa en que su persona jamás se traicionaría. Parecerse a lo que
siempre fue, más que un acto de lealtad hacia sí mismo, era para él un rasgo de
cordura. Lo que cambia, según el turbio criterio de papá, era un descalabro de
la vida. Si para mí la vida es como el agua, algo que corre y no tiene
forma, algo que no se puede tocar: un sueño, para mi padre era una barra de
metal, algo fijo, inmutable, con lo que perfectamente es posible armarse contra
cierta clase de adversidad que bien podría ser la muerte. De modo que mi padre
había empuñado su vida contra cualquier futuro cambio.
Pero
allí estaba, tendido sobre el mundo con las piernas inútiles, siendo llevado y
traído de las axilas para que su cara se transformara desfavorablemente
ante nuestros ojos asombrados y nuestros brazos cansados de sostener y
empujar. Mal que nos pesara, debíamos rendirnos ante la evidencia: la tierra
había comenzado a llamarlo y su cuerpo no se resistía. A nosotros nos
correspondía luchar contra la fuerza de la tierra para ponerlo en pie o al
menos para trasladarlo de un sitio a otro.
Era
una tarea demoledora y triste que nos cansaba y entristecía mucho más si
contemplábamos la cara de papá hecha un acordeón.
Ya
sabemos que una enfermedad comienza por algún sitio y termina en algún otro y
que, mientras tanto, hace estragos y que el cuerpo de la gente se
deja estragar porque esa es su ley primera. El cuerpo de papá, en este
caso, no fue una excepción. A sus piernas muertas, les sobrevino la falta de
apetito. Al principio su boca pareció empequeñecerse, pero luego sucedió al
revés, se volvió más grande.
-
Si alguien no come, se muere- opinó el médico.
Yo
pensé que para decir semejante pavada no se necesitaba ser médico. En fin.
Por
lo visto era cuestión de sobornar el apetito de papá o seducirle el estómago,
como bien dio a entender un pariente lejano. ¿Qué otra cosa quedaba por hacer?
Entonces,
de un día para el otro, los cajones de la cocina se abarrotaron de libros con
hojas laminadas llenas de ilustraciones gastronómicas, de recetarios hedonistas
que recomendaban masticar con fruición y realzar las comidas con espesuras,
salsas exóticas y condimentos perfumados. Desgraciadamente papá no comía con
los ojos y la sensualidad que mayormente lo había atraído hasta aquel momento
había sido muy distinta. A lo mejor, su falta de apetito era más recalcitrante
que cualquiera de nuestros operativos de seducción. De manera que hubo que
volver al médico luego de la derrota y, encima, con el papá más flaco.
El
médico no dijo nada. Le golpeó las piernas con un martillo de juguete y lo miró
a los ojos como desafiándolo o desafiando su inapetencia. Después nos
miró a nosotros uno por uno y empuñó la lapicera. Sin decir ni media
palabra llenó una receta. Debajo de “R/P” trazó unos signos francamente
indescifrables y nos extendió el papel con cierto aire de triunfo. No quisimos
preguntar nada más, porque claramente pudimos leer: Un tarro por día. Por lo
visto la medicina se suministraba en tarros y, a juzgar por la cara de
satisfacción con que el médico nos había entregado la receta, debía de ser
efectiva.
Arrastramos
a papá por el pasillo del consultorio y, al final, la gran bocanada de luz que
llegaba desde la calle nos recordó que el mundo era ancho y ajeno y que
la fuerza de gravedad no se toma descanso. La cuestión es que el largo
tramo que nos separaba del coche se nos hizo larguísimo; aunque papá estuviera
más flaco los tramos largos siempre nos extenuaban. Supongo que los días de
arrastrarlo y arrastrarlo, al irse sumando, socavaron nuestras fortalezas y
buenas predisposiciones. No hay nada que hacerle, a veces el tiempo se pone en
contra de nosotros, lamentablemente este era uno de esos casos. Fui a
comprar la medicina a la farmacia. Volví con una sensación de dicha gritando
que no era un remedio sino una especie de alimento. Así me lo había explicado
la farmacéutica. Tenía un nombre pretencioso que sonaba a metal con alguna que
otra resonancia futurista.
-
Ah, también me dijo la farmacéutica que esta fue la comida de los astronautas
cuando viajaron a la luna – agregué.
De
repente a papá se le iluminaron los ojos.
Depositamos
grandes esperanzas en esos tarritos con inscripciones en inglés.
Venían
en varios sabores con etiquetas alegóricas: marrón para chocolate, rosado para
frutilla y blanco para vainilla. Papá eligió el blanco y a nosotros nos
pareció muy bien, ya que la luna es de ese color y, a aquella altura de
los hechos, no podíamos menos que relacionar a los tarritos con el evento más
destacado de nuestro siglo: la conquista del satélite terrestre.
Papá
bebía el líquido lechoso y espeso con cierta repugnancia. Nosotros lo mirábamos
ilusionados y confiados en que ese líquido iba a resbalársele por las piernas
hasta llenarlas de vigor. Estábamos prácticamente convencidos de que esos
tarritos lo salvarían porque, después de todo, si los astronautas habían
logrado poner su pie en la luna realizando la epopeya de vencer la falta
de gravedad en ese terreno menos fortachón que la tierra, para sacarnos de la
rutina con semejante episodio, eso se debía, sin la menor duda, al contenido de
los tarritos. Por el mismo motivo considerábamos que el líquido lechoso iba a
apartar a papá de la muertepara atraerlo hacia nosotros y devolverle a sus
piernas su propia vida y, de paso, aliviar a la familia de la faena de
arrastrarlo de aquí para allá.
Los
naturistas no se equivocan cuando dicen que uno es lo que come. Eso creíamos
nosotros ferviente y ardorosamente al verlo a mi padre inclinando hacia atrás
su cabeza para vaciar los tarritos que sustentaron el prodigio de que el hombre
hubiese llegado a la luna. Claro que también, al contemplarlo
bebiéndose tarro tras tarro, no podíamos olvidar la información que circuló
por el barrio un tiempo después del gran evento: el segundo astronauta que puso
su pie sobre la luna se había hecho alcohólico. Nada más ni nada menos, pero no
por haber bebido esos tarritos alimenticios sino por un desacuerdo con las
leyes inflexibles de este mundo que habitamos. El astronauta había
sufrido, allá en la luna, un shock emocional.
Mirábamos
a papá bebiéndose su líquido salvador en aquel tiempo blanco que escapaba a la
rutina y que todos en casa convinimos en llamar “convalecencia”, sabiendo que
no era así, ya que a su edad cualquier convalecencia es por demás dudosa. La
vida es frágil, demasiado frágil, acaso laxa, se desparrama tan fácilmente
por los costados y se va por la canaleta. La vida es nutritiva, aunque siempre
se va.
Llegamos
a pensar en hacerle beber muchos tarritos a papá, más de uno por día, para que
la fuerza de gravedad se volviera más fortachona bajo sus pies o para
que la tierra no lo llamara o para que, al menos, él no escuchara ese
llamado. Nosotros pensábamos tantas cosas. Por otra parte que los tarritos
vinieran de varios colores era también un motivo de nuestro pensamiento. ¿No
eran entonces iguales entre sí o igualmente efectivos? ¿Dependía su posible
recuperación de la hora del día en que los bebiera o en la forma de
hacerlo? Lo cierto es que nuestras esperanzas, todas nuestras esperanzas,
estaban puestas en esos tarritos. Cada vez que abríamos una latita, a mi padre
le temblaban las piernas porque él sabía que, para bien o para mal, aquellas
latitas propiciaban grandes cambios.
Una
sobrina mía tuvo la poco feliz idea de hacer artesanías con los tarros vacíos.
Quiso
agujerearlos en la base y ponerles un hilo. Lo consideramos un reverendo
sacrilegio. Si bien aquellos tarritos vaciados de vida se habían vuelto
inútiles,
representaban
lo que eran: el recipiente mismo de la salvación. Nos opusimos a que se
desvirtuara su sentido y los guardamos tal cual estaban en un aparador.
Daba
pena tirarlos a la basura una vez que papá los bebía. Se me antojaba que eran
como naves espaciales vagando por el espacio sin astronauta y sin destino.
Por
fin llegó un momento en la vida de papá en que un hecho concordó con los
tarritos del líquido lechoso. Fui yo quien lo llevó, hicimos juntos el
viaje. Tomamos un taxi en la esquina. Con gran pachorra arrastré a mi
padre hacia aquel inmenso hospital. Entramos en una habitación blanca en cuyo
centro una cama se introducía en cierto tubo metálico donde angostos discos
plateados echaban luces que encandilaban. Como mi padre estaba más sordo que no
sé qué y ya no había remedio para eso y como, además, debían darle órdenes
por un altoparlante, yo me quedé junto a él. Me pusieron un delantal azul de
hule relleno de plomo. Un enfermero me indicó que cuando la voz del parlante
dijera: “No respire”, le tapara la nariz a papá, eso era más seguro. Y que
cuando escuchara: “Respire con normalidad” se la destapara. Así lo hice
mientras los discos de plata giraban alrededor del torso de mi padre que
permaneció estático y obediente, ya sea respirando con normalidad o permitiendo
que mi mano interrumpiera el camino del aire sin decir ni mu. Enseguida me
dolió la espalda por el peso del delantal de hule y por estar agachada con mi
cabeza metida también dentro de ese tubo. Le tapaba la nariz y se la destapaba
siguiendo las indicaciones de la voz pastosa y rulemánica que surgía cada
tanto del parlante. Tapar y destapar la nariz de mi padre. Sí, así lo hice. Él
mantuvo los ojos bien abiertos. Como si se muriera atentamente y renaciera
adentro de ese tubo que iba a captar el secreto funcionamiento de sus órganos,
con la misma fidelidad con que las cámaras de los astronautas
habían captado las imágenes de la tierra y del sol, pleno de redondeces
indiscutibles y colores tornasolados y distantes.
Cuando
salió de aquel tubo, papá se sintió mareado y, a pesar de que lo tomé por las
axilas, trastabilló. Daba la impresión de que, de verdad, había regresado de
la luna. Por alguna razón un poco ingenua pensé que ahora sí podíamos
esperar todo de él. De él y del futuro.
Llevamos
a papá al médico con los resultados de aquella exquisitez de estudio medicinal.
El médico casi no dijo palabra. Movió constantemente su cabeza dando a
entender un “no”, o algo parecido a un “no”.
Dormí
mal aquella noche y soñé con el gran tubo en el que había metido a mi padre y
con mi voz diciendo que respirara y que no respirara como si yo
hubiese sido Dios dando vida y dando muerte. Hasta que, de esa forma
inesperada en que suceden las cosas en los sueños, me vi flotando en el aire.
También lo vi a mi padre, pero debajo de él estaba la luna, tierna y polvorosa,
la gran luna lunar, llena de majestades, a pocos centímetros por debajo de sus
pies. Era una luna completamente plateada. Una luna de ésas que usan en el
cine, una luna fellinesca y sabía que si hubiese acercado mis manos al piso se
hubiera deshecho entre mis dedos. Los pies de papá flotaban sin apoyarse, no
porque él no hubiese sido capaz de hacerlo, ya que por algo había bebido y
bebido las latitas merecedoras de tanta gloria sino porque estaba enterado
de las consecuencias que acarrean tamañas hazañas. De modo que siguió flotando
en la blandura de un Universo chato, que amagaba disolverse al menor pestañeo,
mientras el espacio infinito y la tierra allá lejos lo convertían en un
auténtico astronauta. Claro que no llevaba traje ni casco ni nada. Su cara
relajada y sus piernas sueltas en el aire opaco. Y millones de latas vacías sin
el alimento con líquido lechoso flotaban graciosamente a su alrededor.
“Es
sólo un sueño”, me repetía y traté de despertarme y no pude. Me quedé pensando
en lo oscuro que era el cielo abierto, en lo oscuro y lo grande que se
veía en realidad, por eso el interior de las latitas vacías relampagueaba
y los ojos verdosos de mi padre se parecían a los de pez fuera de su escenario
natural. Todo eso pensaba mientras seguía tratando de despertar. Pero no pude.
No pude. Vaya a saber cuánto tiempo estuvimos sin que nada pasara. De repente
se me cruzó un pensamiento revelador: “¡Este no es mi sueño! Estoy metida
en el sueño de papá”.
Al
principio no me gustó nada el pensamiento y me puse muy tensa. Menos mal que
después recapacité y decidí aflojarme. Hice bien, porque cualquiera en mi lugar
hubiera sospechado que aquel iba a ser un sueño muy pero muy largo.
Zurcir
el vacío*
Las
manos de mi madre bordeando los huecos de la memoria. Otra vez zurciendo la
toalla, dejando el agujero mayor -enorme como Júpiter- para una próxima
ocasión.
De
alguna manera el hilo que intenta cerrar abre a la vez.
La
abuela italiana, madre de mi padre, envió esta toalla junto con otros presentes
para una fecha importante, un cumpleaños quizás. La toalla llegó, pero el resto
de los regalos se los quedo una conocida que había ofrecido traerlos a la
vuelta de su viaje a Italia.
Esta
obstinación por no tirar esta toalla, o lo que queda de ella después de décadas
de uso. Ese recurso desesperado por defender una memoria endeble.
Las
manos de mi madre luchando contra el vacío. Contra los huecos que nos asedian
el día a día.
PÁGINA 18 – POESÍA
AMERICANA
JORGE
VINITZKY
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
Voy
tras los huesos,
desde mi alma en vilo.
Voy tras los huesos
con una decisión azul,
con marcha firme.
Voy con la presteza de la vida,
a mi cita con los esqueletos.
Voy tras los huesos
de aquellos que me precedieron.
Voy en busca del túmulo
de piedras calizas,
que yace en la pradera del silencio.
Llevo una piedrecilla
en mi mano derecha.
Llego con el viento
de recuerdos y premoniciones.
No hay flores en el páramo.
Dejo sobre el antiguo sepulcro
la piedra de mi memoria.
Mi humilde presente.
El tributo a mis muertos.
desde mi alma en vilo.
Voy tras los huesos
con una decisión azul,
con marcha firme.
Voy con la presteza de la vida,
a mi cita con los esqueletos.
Voy tras los huesos
de aquellos que me precedieron.
Voy en busca del túmulo
de piedras calizas,
que yace en la pradera del silencio.
Llevo una piedrecilla
en mi mano derecha.
Llego con el viento
de recuerdos y premoniciones.
No hay flores en el páramo.
Dejo sobre el antiguo sepulcro
la piedra de mi memoria.
Mi humilde presente.
El tributo a mis muertos.
EMILIA MARCANO QUIJADA
(Ciudad
Ojeda-Zulia-Venezuela)
Soy dueña de una caja
donde vive
la locura,
ama de muchos desafueros.
Voy dos pasos atrás, dos más.
Tengo un nombre y una pregunta:
la locura,
ama de muchos desafueros.
Voy dos pasos atrás, dos más.
Tengo un nombre y una pregunta:
Me llamo atardecer
en la basura,
contemplando el silencio.
Me llamo libertad desconocida,
me llamo
mancha de semen en la pared.
Me llamo ejército de liendres
que bailan melodías de espanto.
Me llamo miedo,
claridad de los faros de la calle,
me llamo espíritu de humo y piedra,
trashumante de las esquinas.
en la basura,
contemplando el silencio.
Me llamo libertad desconocida,
me llamo
mancha de semen en la pared.
Me llamo ejército de liendres
que bailan melodías de espanto.
Me llamo miedo,
claridad de los faros de la calle,
me llamo espíritu de humo y piedra,
trashumante de las esquinas.
¿Qué espero?
Espero el día,
la muerte
tocando el suelo,
viviendo
de remembranzas,
de tiempos prestados,
suerte distinta,
silencio mío, vida propia,
migaja de paz.
Espero el día,
la muerte
tocando el suelo,
viviendo
de remembranzas,
de tiempos prestados,
suerte distinta,
silencio mío, vida propia,
migaja de paz.
ROSSANA
AICARDI CAPRIO
(Pando-Canelones-Uruguay)
INSPIRACIÓN
Cuando
llegas
sin nombre
y
te instalas frente a mí
como
un espejo
lágrimas de tinta
corren
sobre
la hoja seca
…y
brota el verso.
YANARYS VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)
ACTÚO DESDE MI CUERPO
Realizo este acto de peregrinaje desde mi cuerpo,
en un ómnibus que no lleva a otro sitio, que a mí
misma.
A mis ojos no les está permitido descansar,
tienen un enorme camino desandado,
mientras esta pradera se extiende
hacia nuevos dominios que nos pertenecen.
Realizo este acto frente a todos,
mientras el verde de tu poema se escurre tras el
cristal
de esta mañana en que estás solo en mí.
El tiempo es ahora virgen, fuga hacia tus ojos que
me esperan.
En un escape definitivo
amé y me bebí el poema
como tú lo hiciste esa noche en mi cuerpo.
Quiero morir antes.
No quiero ver otro día sin tu rostro,
no quiero escuchar otras palabras que tu nombre,
no me quiero salvar si no estás en mi cuerpo,
si no esperas mis manos, si no rompes mi silencio.
CARLOS
LÓPEZ DZUR
(Orange
County-California-USA)
Toma lo sagrado de la Naturaleza
como ética, aquí está Yocajú Bagua Maorocoti,
Opiel Guobiran, Baibrama, Corocote
y Maketauri Guayaba,
y observa lo que les dicen porque yo
los envío y yo los alimento
para que también les ofrezcan
corazones valientes,
sin estómagos vacíos.
Pueden cazar a pequeños roedores,
coman de la jutía, la iguana,
y la higuaca, y pesquen la mar
dulce y salada; pero, ésta
es la mayor riqueza.
Sean un pueblo de pan de amor.
Acarician la tierra porque el pan lo puse
dentro de la esencia del humus,
no sobre ninguna hornilla
o piedras de fuego.
El pan tiene en sí mi trabajo,
su afán,
nuestro secreto.
Sean un pueblo de yuca,
aunque pesquen,
aunque atrapen serpientes e iguanas
aunque cacen y beban uicú
de yuca amarga.
En los coyes de mi superficie.
arrullen como a recién nacido
cada fruto en el alba
y en cama de leña coman
y cuando coman, canten a quien
sembró primero, su Madre
YaYa, canten para ella
y que suban sus areitos y tambores
espíritus de vida y goeiza de alegría
al Coaybay.
PÁGINA 19 – CUENTO
MABEL
PEDROZO
(Asunción-Paraguay)
LOS
LUCIOS
Lucio
Grondola dejó la casa el 17 de julio para irse a vivir con la mujer que
esperaba un hijo suyo. El otro, el hijo que ya tenía, preguntó por él dos días
después, cuando abrió el placard y encontró las perchas vacías. Mamá, dónde
está papá. Se fue. Dónde. No sé. Cuándo va a venir. Ya te dije que no sé.
También
se llamaba Lucio, como él. Tenía sus ojos, su pelo desteñido, su andar
vacilante. Era un niño de 8 años silencioso, apegado únicamente al aparato de
televisión que le instalaron en su dormitorio cuando cumplió cinco años. No
volvió a preguntar por su padre hasta que escuchó su voz en el teléfono. Voy a
pasar a buscarte. Bueno. Vamos a irnos al parque. Bueno. ¿Y mamá? No está. Y
después ella preguntando: Qué quería. Llevarme el sábado al parque. Y qué le
dijiste. Que bueno. ¿Te preguntó por mí? Sí. Qué le dijiste. Que no estabas.
Lucio
Hijo extrañaba a su padre pero no lo decía. Ni siquiera cuando él le preguntó
(el primer sábado que salieron juntos) habló de eso. Se quedó callado, viendo
con esos ojos que eran idénticos, al hombre que amaba. Estaban en la camioneta,
frente a un semáforo. Lucio Padre le pasó la mano por el hombro y él se retiró
con un gesto de desagrado. No me tengas rabia, hijo, yo nunca voy a dejar de
ser tu papá. ¿Me escuchás? Sí. ¿Querés decirme algo? No. ¿No? No.
Fueron
salidas de dos a seis de la tarde, un helado, una película, un shopping, el
hastío pero también la alegría del niño cuando veía a Lucio Padre desde la
ventana, llamándolo con la bocina para no tener que entrar a la casa y
encontrarse con los ojos amargos de su ex mujer. Y luego ella, a la noche,
interrogándolo como si no le importase, como si le hablase de eso como podía
hacerlo de cualquier otra cosa, esforzándose por apretar las lágrimas hasta que
alguna se le escapaba y le mojaba el rímel de las pestañas. ¿Pero qué más te
dijo, habló de mí, de la casa, te dijo si iba a venir a dejar la mensualidad? Y
él, vencido por el sueño y el aburrimiento, queriendo irse de una vez a la cama
para dejarla llorar en paz.
La
vida cambió para todos en el verano, cuando nació el otro hijo, el que se llevó
a papá de la casa. No hubo paseo ese sábado. Una llamada telefónica sirvió para
pedir disculpas, para escuchar la voz emocionada de papá contándole que nació
su hermanito, que también se llamaría Lucio, como ellos. Quedaron para el
sábado próximo, pero nunca volvió a ser como antes.
Se
arregló que Lucio Hijo visite la casa nueva de papá porque de todas formas ya
era tarde para esperar una reconciliación. Además, la sicóloga de la escuela lo
recomendaba para que el niño acepte su nueva situación familiar. Mamá le dio un
beso en la puerta como si lo fuese a perder, aquella tarde de enero.
Fue
la primera vez que Lucio Hijo vio a Teresa, la mujer de papá que no era su
mamá. No la podía querer, eso lo sabía, aunque de no ser tan fiel a mamá a lo
mejor le hubiese gustado su pelo almendrado que le caía en ondas sobre los
hombros. A la orilla de una cuna cubierta de tules, papá sonreía mostrándole el
bulto colorado que dormía. Es tu hermano, hijo. Bueno. Crees que se parece a
mí. No sé. Pero acercate, vení que no te va a morder. Bueno. ¿Y, se parece a
papá? No sé.
A
veces papá reincidía en los sábados sólo de ellos, en las caminatas silenciosas
por el parque y los palitos de helados de chirimoya. Eran los momentos más
felices en la vida de Lucio Hijo. Sentía la mano enorme de papá sosteniéndole,
no porque hiciese falta, sino porque era una manera de estar lo más cerca
posible. Cómo te va en la escuela. Bien. Y las calificaciones. Bien. Querés
irte ya a casa. No, quiero otro helado. Y papá sabía que aunque le doliese el
estómago seguiría pidiendo helados para quedarse un poquito más a su lado,
ellos dos, solos, en el parque.
La
ausencia de papá se sintió aún más en la casa cuando mamá comenzó a olvidarlo.
El niño lo notó antes de que le cuente nada, antes de que ella le diga que
también tenía derecho, que su vida no era vida y que ya era hora de que Dios se
acuerde de ella. Un día dejó de preguntarle qué le dijo papá, cómo iba vestido,
si seguía mascando chicles de anís y arrastrando los pies cuando caminaba.
Luego
vino la confesión. Mamá está saliendo con una persona muy especial. Él va a
venir a conocerte, a conversar contigo, a que le muestres tus juegos de
combate. Vas a ser bueno con él, porque mamá quiere que sean amigos. Y después
él, su olor a cigarrillo ensuciando la sala, sus manos de extraño tocando la
rodilla de mamá, el ruido de besos cuando el niño se hundía en la cama para no
escuchar lo que siempre terminaba escuchando.
Pasaron
cuatro años para que Lucio Papá se preocupe en serio. Al principio pensó que el
tiempo lo arreglaría todo, y así fue con algunas cosas, pero no con aquélla.
Claro que entendía que a Lucio Hijo no le agrade el novio de mamá o Teresa,
pero ¿por qué rechazaba a su hermano? El pequeño lo adoraba. Los sábados lo
esperaba sentado en su sillita de plástico y cuando lo veía llegar con papá él
abría los brazos pidiendo upa. Siempre era papá el que lo alzaba, de lástima,
para no dejarlo de balde, para que Teresa no comience a protestar.
¿Acaso
podía obligarlo a querer al pequeño? Intentó hablarle pero cuando comenzaba no
sabía qué decirle. A sus 12 años Lucio Hijo ya había sufrido mucho en la vida
(por culpa de él, en buena medida) de manera que costaba imaginar hasta dónde
valía la pena amargarle las pocas horas que pasaban juntos reprochándole su
conducta. Por eso se le ocurrió una manera de acercar a sus hijos sin decir una
palabra.
Era
un luminoso sábado de setiembre cuando papá llevó a Lucio Hijo a una
ferretería. Compraron un rociador de insecticida, un frasco de veneno para
hormigas, abono natural, una azadita para el pequeño, sobrecitos de semillas y
dos rastrillos. Papá quería un jardín cultivado por los tres Lucios. Dijo que
sería el más hermoso de todos, y esa misma tarde se pusieron en campaña.
Lucio
Hijo aprendió a mezclar y a cargar el insecticida en el depósito de metal. Papá
le pidió que rocíe los linderos del jardín mientras él y el pequeño descargaban
las semillas en un recipiente. También ayudó Teresa, que después trajo jugo de
naranja en vasitos de plástico y se sentó en el regazo de papá haciéndole
cosquillas con la lengua mientras él no dejaba de mirar a Lucio Hijo como si se
sintiese culpable.
A
las cinco llamó mamá. Dice que internaron a tu abuela y que te quedes a dormir;
dice que quiere hablar contigo. Papá le pasó el tubo. Mi amor, es sólo esta
noche. Está bien. ¿No estás enojado con mamá? No. ¿Te vas a portar bien? Sí.
Papá tiene el teléfono del hospital por si algo pasa. Bueno. Que duermas bien,
tesoro. Bueno.
A
Teresa no le cayó bien la noticia, pero se calló porque papá le miró con esa
cara de que no le perdonaría si decía algo en presencia de su hijo. Por eso se
fueron a discutir en la pieza, tan tontos los dos, olvidando que Lucio Hijo
estaba del otro lado de la ventana, matando las hormigas con el rociado de
insecticida.
Por
qué tenemos que cuidarlo nosotros; no es nuestro problema. No es tu problema,
Teresa, pero el mío sí si te acordás que estamos hablando de mi hijo. «Tu»
hijo, como si sólo tuvieses uno. ¿Viste cómo sos, cómo torcés las cosas para
hacerme sentir mal? Yo sé que tengo dos hijos, pero en este caso estoy hablando
de uno de ellos, no de los dos.
Perdoname
Lucio, pero no me trago ese cuento de la abuela enferma, y si te digo la verdad
creo que tu ex hace eso para amargarme la vida, porque nunca me perdonó que te
saque de su lado. No comiences, Teresa; ¿sabés qué cansado estoy de esa cantinela?
Lucio
Hijo se puso en puntas de pie para ver dentro de la pasta claroscura del
dormitorio. Ya habían dejado de discutir. Teresa se levantó la solera para
sentir la boca húmeda de Lucio Padre en el pecho, para arrastrarlo encima de
ella aunque él miraba hacia la puerta, aunque demoraba los cierres y los
botones porque no es el momento Teresa, pero ella insistiendo, pero si nadie
nos ve, pero si están jugando en el patio, pero si te deseo ahora.
En
el bulto gimiente papá ya no era papá, era una cosa volteándose dentro de las
piernas de Teresa, perdido en un mundo de sábanas, de uñas arañando la espalda,
un mundo que no tenía nada que ver con los otros dos Lucios que estarían en el
jardín tratando de quererse porque no tenían más remedio.
Papá
los encontró como los dejó, al pequeño haciendo agujeros con la azada y a Lucio
Hijo rociando el lindero que faltaba. Papá olía a camisa limpia y a champú.
¿Querés acompañarme, hijo? No. ¿Seguro? Sí. Bueno, después que termines con eso
entrá a bañarte y esperame, que voy a traer las hamburguesas para ponerlas en
la parrilla. El chico lo veía a su lado aunque jamás apartó los ojos del caño
azul por donde el veneno salía en chorros cristalinos. Lucio Padre subió a la
camioneta y se fue.
Detrás
suyo, Teresa apareció por la puerta de la cocina. Traía en la mano una caja de
fósforos que dejó sobre la mesita, al lado de los vasos de plástico, cuando vio
a su hijo embadurnándose con la tierra. Le dijo algo, regañándole, le sacó las
ropas y con la manguerilla de regar plantas le tiró un chorro de agua. Le
ordenó que no se mueva de allí mientras traía un jabón y volvió a desaparecer
por la puerta de la cocina.
Lucio
Hijo acomodó en su espalda el reservorio del insecticida, ajustó la cinta que
iba unida al rociador y caminó, sin apartar el dedo pulgar del disparador. Pisó
dos o tres montoncitos de tierra, obra de los juegos del pequeño, sin
detenerse.
La
tarde comenzaba a mancharse de colores pasteles. El niño lo vio frente a él y
levantó los brazos. No sintió la diferencia, excepto el olor agrio, entre el
agua de la manguerilla que le derramó mamá y el líquido con que su hermano de
padre le humedeció la cintura, el sexo, las piernas. El niño todavía tenía los
brazos en alto, pidiendo que lo levanten, cuando Lucio Hijo fue hasta la
mesita, buscó los fósforos y volvió. Acercó la cerilla prendida a la piel del
pequeño y casi vio los ojos de Lucio Padre en él, antes de que el fuego tome
contacto con el insecticida impregnado en su piel.
Después
pasaron muchas cosas. Teresa gritando. Un vecino corriendo hacia la casa.
Alguien hablando de pedir una ambulancia. Lucio Hijo se escondió en el zaguán
con la vista pegada a la calle. Pronto vendría papá. Pronto sabría si después
de todo se quedaría a dormir en esa casa, o si tal vez le dejarían llamar a
mamá para pedirle que lo venga a buscar.
PÁGINA 20 – ENSAYO
RODOLFO
ALONSO
(Ciudad
Autónoma-Buenos Aires-Argentina)
PALABRA DE PAVESE
Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más
significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de septiembre de
1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, hijo de un secretario de
juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un
gesto. No escribiré más”, son las líneas finales de su indeleble diario, El
oficio de vivir), en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950. Esa
vida y esa obra se irían cubriendo (y los argentinos fuimos tal vez de los
primeros en percibirlo fuera de Italia) de significados a la vez entrañables y
nítidos, donde conviven voces ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza,
perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un
auténtico clásico.
Dueño de una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una
indomable voluntad de raciocinio, en pocos como en él se reunieron en su época,
a la vez como evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la
entereza de un humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos (“en
medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una
concepción distinta del hombre. El hombre nuevo será puesto en condiciones de
vivir la propia cultura y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino
en un intercambio cotidiano y fecundo de vida”). Junto a ello, la devoción por
una belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que
parezca (“La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una
conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida”). En esa tensión,
que no supo dejar fuera a su propia vida, alcanza una hondura y calidad
especialmente tocantes. Y aunque el suicidio parece constituir el broche de la
angustia, una tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de
trabajo emerge limpiamente de sus palabras.
Su juventud creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935
y lo confinó, como opositor político, en Brancaleone Calabro, de donde volvió
en marzo de 1936. Pero no cambiado. A la bochinchera y grandilocuente cultura
oficial del fascismo supo enfrentarse, lúcidamente, como su impar compañero de
generación, Elio Vittorini, con la traducción y el análisis crítico de la gran
literatura norteamericana. Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de
nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (Solaria, 1936, con reedición
aumentada de Einaudi, 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la
poesía italiana moderna, tanto como una revisión exhaustiva de ese mundo natal,
lleno de atavismos que, a pura luz de razón, se convierten en auténticas
iluminaciones. Y ese mundo está siempre presente en su gran narrativa. Y hasta
en sus resplandecientes ensayos, donde la percepción del claro espacio mítico
que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, los astros, se
convierte en alimento de esclarecedoras conclusiones.
Llegó a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia,
como intelectual y como artista: pudo ser director literario de la prestigiosa
editorial Einaudi y poco antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega.
“Narrar es como nadar”, supo decir, aludiendo a los ritmos combinados con que
el nadador desplaza su cuerpo en el agua, y también “Narrar es monótono”, por
supuesto en el sentido de la insistencia, de la persistencia en un tono, en un
clima, que nunca es puramente verbal aunque está hecho de lenguaje. Las
palabras de los hombres a las que supo aludir cálida y sabiamente como “esas
tiernas cosas, intratables y vivas”.
Italo Calvino advirtió lo imposible de imaginar hacia dónde habrían
llevado a Pavese las inquietudes etnográficas y antropológicas que lo
apasionaban. Y percibió su compleja y angustiada personalidad, esa voluntad de
razón iluminista que sin embargo no abandona una temblorosa auscultación
instintiva. Mucho de ello se advierte en los inteligentes y lúcidos ensayos que
reunimos y tradujimos con Hugo Gola, no mucho después de su muerte, con el
título de El oficio de poeta (Nueva Visión 1957), donde en “El mito” escribe:
“Antes que fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un
comportamiento significativo, un rito que santificó la realidad. Y fue también
el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola, inducir a los hombres a
realizar obras”.
Hay en todo Pavese la felicidad del trabajo consumado, esa satisfacción
por el logro tras el esfuerzo, pero también la insatisfacción permanente ante
el vacío posterior, ante la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no
lograrlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, y aunque
nunca lo sepamos con exactitud (¿quién podría?), se hace imposible no advertir
que el hombre capaz de realizar en sólo 42 años de vida una obra semejante,
difícilmente estuviera terminado como artista. El mismo que, horas antes de
tomar una trágica decisión, escribía en su diario: “Mi parte pública la he
hecho –lo que podía–. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido
las penas de muchos”.
No pocas veces reiteró Pavese que consideraba a Diálogos con Leucó “la
cosa menos infeliz que yo haya escrito”. ¿Cómo no coincidir con él ante esos
diálogos de transido lirismo y honda resonancia, que logran el casi milagroso
resurgir, como una moderna fuente de vida, de los fundacionales mitos griegos?
Y recordemos que ese libro quedó abierto junto a su lecho, en el cuarto de
hotel donde se suicidó. Que su palabra fue escuchada, lo probaron tanto su
persistente repercusión como la estima de sus contemporáneos. Emilio Cecchi lo
dijo quizá mejor que nadie: “Reconozcamos, una vez más, que de su generación
Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el
conjunto de todas las facultades, intelectual y moralmente más ejemplares”.
PÁGINA 21 – ENSAYO
J.M.TAVERNA
IRIGOYEN
(Santa
Fe-Argentina)
LUIS
DI FILIPPO: EJEMPLARIDAD DE UN PENSADOR
Este
año se cumplen 19 años de la desaparición de Luis Di Filippo: un santafesino
comprometido con su tiempo, intelectual alerta, pensador sin concesiones.
La
obra de Di Filippo observa una línea reflexiva de incontrovertible
coherencia..El hilo del pensamiento crítico adquiere, en su palabra, una
continuidad que –por sobre aspectos analíticos determinados- revelan de manera
inequívoca su verbo preciso, un estilo directo y punzante, la seducción por la verdad .
Su
obra ofrece la fortaleza de un verdadero credo. No sólo por lo que aporta desde
su convicción y formación libertaria, sino fundamentalmente por su pasión para
abrir espacios de confrontación investigativa; por la fuerza de introducción en
túneles discursivos que revelen ; por el rigor intelectual con que están
escritas todas y cada una de sus páginas.
La
política, quizá uno de los campos de la sociología más apasionante y polémica,
está en su obra casi como una constante. Parte él de la política para encontrar
un hombre nuevo; se posiciona en el
poder para descubrir debilidades y denunciar apostasías; convoca a los utopistas para abrir el abanico
siempre necesario de la esperanza. Su versación, su ánimo de estudioso, su
permanente inconformismo, construyen parte de una dialéctica enriquecida y a la
vez orientadora. Nunca su pluma se moja en falsas impostaciones de erudición o
enciclopedismo. Si está Sócrates, si está Platón o aparecen los humanistas del
medioevo o del renacimiento, por algo es. El discurso, su metodología
discursiva, va a veces apropiándose de conceptos ajenos, para dimensionar su
propia resolución. Así, le son familiares y muy queridos Tomás Moro, Pico de la
Mirándola y Campanella. Así también Macchiavelo entra en sus fervores tanto
como Marx y Engels. En cada uno avizora siempre la dignidad del hombre, sus
conflictos de lucha, sus posiciones e ideales.
Di
Filippo va, seguramente, tras el sentido de la existencia. Sin ser ateo ni ser
agnóstico, tiene conciencia de Dios. Y así como lee y se impregna de algunos
textos de sor Juana Inés de la Cruz para saber quién es el hombre, así también
puede citar con elocuente oportunidad a Santa Catalina de Siena o al pobrecito
de Asís para tratar de discernir con prudencia acerca de las llamadas
sociedades organizadas.
¡Cuánto
respetó a Erasmo de Rotterdam, a Miguel de Unamuno, a Read, a Russell! ¡Cuánto
disintió con ellos! Abierto al trance polémico, a la lúcida confrontación,
jamás se sumergió en dialécticas farragosas y contradictorias , en caminos
cerrados. Discordia, uno de sus libros primigenios, es una auténtica
lección del más puro pensamiento
ideológico. A esa obra le seguirían La política y su máscara, La ruta de la
concordia, entre tantos más. Y obras que, de pronto, constituyeron verdaderos
ejercicios de humor pensante: como La antena hechizada, construida alrededor de
la noticia y su glosa, o su Antología humorística del refranero: un caudaloso
río de paradojas e ingenio.
Alguna
vez afirmamos que Luis Di Filippo tuvo la estatura de un magíster, aunque no
dejara discípulos. Poseía la capacidad de convocar (como lo hacen los
auténticos pensadores), de incentivar el interés de los jóvenes, de propiciar el
diálogo esclarecedor o polemizante. Además, lograba contagiar el vicio de la lectura: tal su punzante
agudeza frente a determinados temas y la amplia gama de sus aportes ante
tiempos sociales del siglo que le tocó vivir.
Así,
no es extraño que su prosa, elegante e incisiva, abra la puerta a Sarmiento y a
Ortega, tanto como se nutra de los aportes y las posturas de Proudhon y de
Bakunin. ¡Con qué brillo reconquista alguna línea de Anatole France o de Emile
Zola! Humanista sereno y a la vez crítico empecinado , su trabajo ubica siempre
en primer plano el protagonismo que le cabe como hombre de su tiempo. Como
pensador sin claudicaciones. Como visionario y propulsor de una libertad sin
cerrojos.
Entre
sus muchos ensayos figura el profético La agonía de la razón. En tiempos como
los que corren, en que tal marco pareciera constituir un abismo cada vez más
profundo e inexorable, ¡cuán necesitados estamos de voces como la suya para
alertar los ánimos, para despertar tantas conciencias dormidas!
PÁGINA 22 – POESÍA
AMERICANA
FRANK PEREIRA HENNESSEY
(Barranquilla-Colombia)
OCULTAR EL TIEMPO
la tierra y las
cosas
que están en ella,
y el mar y las cosas
que están en él,
que el tiempo no sería mas.
Apocalipsis 10.6
Ocultar el tiempo
de una colina
silvestre,
eclipsa
la mente veloz de los pájaros .
en el intersticio fugaz,
que viaja
en los ríos de sangre
con el rumor de una violeta,
oculta
en el zaguán de la noche.
ANDRÉ CRUCHAGA
(San Salvador-El
Salvador)
FIRMAMENTO
Bostezan las grietas del
firmamento como esos viejos esplendores del oleaje.
De no haber recuerdos despertaríamos sin paracaídas.
A veces le quitamos con desmesura lo pegajoso a los vacíos, o al tacto
que rota en una ráfaga de gaviotas.
Ante el cambio de estación de los muñones, olvido las pócimas de memoria
que he perdido junto a la piel lacerada por los girasoles.
Uno camina a través de los sudarios de la noche para enterrar el caballo
del olfato, la estampida a quemarropa de los fósforos, el mercado
de las postrimerías con todos los bolsillos vapuleados.
Toda el alma llega a un punto de lo inaudito: ¿existen los manubrios
de los brazos, el convoy de alientos como una sonaja?
En el firmamento incinerado del minuto, cabe el contrabando de la sed,
y los funerales que sorben la piel.
En el mundo interno de la caverna, la carne sea con nosotros.
Desventurado el párpado ante los murciélagos: en la aldea se enarbolan
al unísono los espejos, mientras la ceremonia sigue su enmarañamiento.
Nada nos ofrece el firmamento, salvo la elegía agolpada de los moscardones,
salvo el tímido invierno sobre el quinqué,
salvo los pujidos hondos de la granazón que se vive en los sueños.
El zumo nos llega como la hojarasca podrida de la tristeza; en cada infancia,
el tiempo guarda sus látigos de oscuridad: contrario a la ternura, el sinfín
como una brasa oscura, páramo atornillado en los zapatos…
De no haber recuerdos despertaríamos sin paracaídas.
A veces le quitamos con desmesura lo pegajoso a los vacíos, o al tacto
que rota en una ráfaga de gaviotas.
Ante el cambio de estación de los muñones, olvido las pócimas de memoria
que he perdido junto a la piel lacerada por los girasoles.
Uno camina a través de los sudarios de la noche para enterrar el caballo
del olfato, la estampida a quemarropa de los fósforos, el mercado
de las postrimerías con todos los bolsillos vapuleados.
Toda el alma llega a un punto de lo inaudito: ¿existen los manubrios
de los brazos, el convoy de alientos como una sonaja?
En el firmamento incinerado del minuto, cabe el contrabando de la sed,
y los funerales que sorben la piel.
En el mundo interno de la caverna, la carne sea con nosotros.
Desventurado el párpado ante los murciélagos: en la aldea se enarbolan
al unísono los espejos, mientras la ceremonia sigue su enmarañamiento.
Nada nos ofrece el firmamento, salvo la elegía agolpada de los moscardones,
salvo el tímido invierno sobre el quinqué,
salvo los pujidos hondos de la granazón que se vive en los sueños.
El zumo nos llega como la hojarasca podrida de la tristeza; en cada infancia,
el tiempo guarda sus látigos de oscuridad: contrario a la ternura, el sinfín
como una brasa oscura, páramo atornillado en los zapatos…
ARTHUR SZE
(Estados Unidos, 1950)
LA OPORTUNIDAD
Las montañas negro
azulosas están grabadas
con hielo. Manejo hacia el sur bajo la luz desfalleciente.
Las luces de mi auto están frente a mí
y desaparecen ante mis mismos ojos.
Y como ya casi tengo treinta años, ¿son más cortas
las distancias de lo que supongo? La mente
viaja a la velocidad de la luz. ¿Pero para
cuántas personas son las pasiones
como quiebrahacha que se endurece y se endurece?
Considera al ex músico, al vendedor de seguros
que se vende a sí mismo una póliza de su propia vida;
o al mago que se hace encerrar en un baúl
y lanzado al mar sólo para descubrir entonces
que está atrapado por sus propias cadenas.
Yo quiero una pasión que crezca y crezca.
Sentir, pensar, actuar, y ser definido
por tus acciones, pensamientos, sensaciones.
Como los huesos de una mano en una radiografía,
quiero que la clara luz blanca funcione
contra los bordes confusos borrosos de la oscuridad
aunque si la oscuridad nos precede y nos sigue
tenemos la oportunidad, brevemente, de brillar.
con hielo. Manejo hacia el sur bajo la luz desfalleciente.
Las luces de mi auto están frente a mí
y desaparecen ante mis mismos ojos.
Y como ya casi tengo treinta años, ¿son más cortas
las distancias de lo que supongo? La mente
viaja a la velocidad de la luz. ¿Pero para
cuántas personas son las pasiones
como quiebrahacha que se endurece y se endurece?
Considera al ex músico, al vendedor de seguros
que se vende a sí mismo una póliza de su propia vida;
o al mago que se hace encerrar en un baúl
y lanzado al mar sólo para descubrir entonces
que está atrapado por sus propias cadenas.
Yo quiero una pasión que crezca y crezca.
Sentir, pensar, actuar, y ser definido
por tus acciones, pensamientos, sensaciones.
Como los huesos de una mano en una radiografía,
quiero que la clara luz blanca funcione
contra los bordes confusos borrosos de la oscuridad
aunque si la oscuridad nos precede y nos sigue
tenemos la oportunidad, brevemente, de brillar.
(Traducción: Nicolás Suescún)
WLADIMIR ZAMBRANO
(Guayaquil-Ecuador)
Mensaje de texto enviado: Hoy a las 00 horas
Tú,
mi
querida devorgiástica,
mi
enorme vidactiva
consumiendo
y consumiendo:
Disolución…
Tú,
la punta de
mis dedos en cicatriz de luz
una mancha que
crece y crece
hasta que me
olvida de todos,
de todo…
Tú:
Mi tiempo para
mover las manos
Mi tiempo para
borrarme de la honra
Mi tiempo para
convencerme de que todos somos: múltiples
cambiantes
/renovables
pues así como
reiné sobre la vida de las fotos en Facebook
así reinare
en los horarios
y en las
familias de poses
incompletas,
manos
cortadas,
manchas de
sol,
secuelas
de varicela
(cicatrices…)
como la muerte
que fuma y fuma
sobre lo más
oscuro
y la frente
donde me besa el señor
Sobre lo más:
Yo
3 meses – 20 días
Solo bastaba esto para deshacer el tiempo.
FERNANDO RENDÓN
(Medellín-Colombia)
ÁFRICA
Se viaja sin moverse
Los ritmos del tigre del
lago Nyassa, gravemente herido, se desordenan.
El agua del río no
adelanta a sí misma.
Casi ha muerto su
especie entre sordos rugidos.
Sólo que a la vez es un
feroz cazador de sí.
La pesadilla de la que debe
despertar, originada por su cercanía a las líneas ferroviarias del hombre, ha
alterado su canto adentro.
Ya no lo escucha, gime.
Insensibilizado como un iceberg, no puede olfatear más que el vacío, lejos de
su bosque encantado.
Sólo cierta densa imagen
que despunta veloz como la luna plateada en la noche del tigre del lago Nyassa,
fruto de un tardío azar, lo retornará instintivamente a la sensación de ser
centro de sí, aún en el momento fatal.
Abrirá otra vez los ojos
al infinito, al anuncio de la primavera más larga de sus días, un sol llameante
que narcotiza sus heridas renovando la calma, y el gozo descendiendo como lenta
catarata de agua blanca desde su pecho,
irrigando el resto de su cuerpo para siempre.
irrigando el resto de su cuerpo para siempre.
PÁGINA 23 – CUENTO
SERGIO
BORAO LLOP.
(Zaragoza-España)
DE
PASO
Lo
pensó así en el momento exacto en que se apeaba del tren: "nadie hablará
de nosotros cuando hayamos muerto". Intuía o recordaba que era el título
de una canción, una película, un libro... Algo que le venía de remotas regiones
de su mente, palabras difuminadas por la resaca del tiempo que ahora, sin
motivo aparente, habían salido a la superficie para volver a sumergirse en el
olvido minutos u horas más tarde. El hombre ya no era joven. Tenía esa edad
indefinida de quienes han vivido en muchos sitios o -pensémoslo despacio- en
ninguno. Por eso una frase aparecida de repente en su cabeza podría venir de
cualquier parte: La edad mezcla palabras y recuerdos, invenciones y vivencias.
Todo es una misma argamasa que se amontona, informe, en los anaqueles de la
memoria.
Pero
¿a qué venía esa frase justamente ahora? El traje raído, las arrugas delatoras,
el exiguo maletín ¿pueden ser, acaso, la respuesta? El hombre miró al frente.
Un cartelito despintado anunciaba el nombre de la estación: "Ingeniero de
Madrid". Le resultó chocante, porque él había nacido allí, muy cerca de
Madrid; en España, esa España ahora tan lejana como las brumas de un
entresueño, que se van desvaneciendo poco a poco cuando despertamos y de las
que, al final, apenas queda un vago rescoldo, una cicatriz inexistente.
Tal
vez fue ese detalle -pero esto lo pensó ahora, mientras contemplaba el
letrero-, el nombre de la estación, lo que le trajo a la mente la frase
lapidaria. Porque ¿algún ser vivo recordaba todavía quién fue exactamente ese
ingeniero? Cierto que en algún libro, en alguna enciclopedia cubierta de polvo,
quizá se reflejase no sólo el nombre, sino incluso también el hecho por el cual
este lugar que ahora pisaba había adoptado ese nombre, que -a pesar de todo- no
dejó de resultarle sumamente curioso. Pero ¿puede una enciclopedia, por exacta
y completa que sea, imitar o suplantar eso que llamamos recuerdo? ¿Son esos
artículos, esas anotaciones, una forma de seguir existiendo en la memoria de
las gentes futuras? Tal vez, pero, en cualquier caso, una forma distorsionada,
infinitesimal. Las biografías las escribe gente viva sobre gente muerta (o
gente muerta sobre gente muerta, que viene a ser lo mismo) y quienes las
escriben no saben nada, absolutamente nada. A lo sumo, una mínima colección de
hechos aparentemente importantes, pero que en realidad son irrelevantes o
anodinos, puesto que no arrojan ninguna luz sobre la persona biografiada... La
única biografía posible la va escribiendo uno mismo, con sus propios actos, y
no queda registro en parte alguna...
Vio
las vías perdiéndose en el horizonte. Las vías del tren sugieren la infinitud y
el desencuentro (Acaso también la infinitud del desencuentro) pero en este caso
concreto, además, ese desencuentro resultaba aún más dramático porque dos pares
de vías se cruzaban en este punto para ir alejándose después hacia sus
respectivos destinos, líneas infinitas que jamás volverían a encontrarse. Y
este punto, el único lugar en que esas líneas se encuentran, es una estación
erigida en medio de la nada, un punto perdido entre otros puntos igualmente
perdidos o inimaginables.
Así
sucede -pensó- tantas veces. Tal vez sólo exista un punto, un único punto en
todo el inimaginable cosmos, donde sea posible el encuentro. ¡Qué dicha, el
encuentro! Y qué tristeza ver alejarse de nuevo los trenes del destino,
intuyendo.
Desencuentros...
Si lo pensaba con frialdad y atención, fueron precisamente ellos quienes le
habían traído hasta este lugar, quienes habían de llevarle adónde iba. Pero
¿dónde iba exactamente? No podía recordar el nombre (si es que tal cosa puede
tener importancia en realidad), y no tenía el menor deseo de sacar del bolsillo
el papel donde figuraba. Ya habría tiempo para eso cuando el nuevo tren se
pusiera en marcha hacia el siguiente destino. La vida es una sucesión de trenes
que, en apariencia, nos llevan de un lugar a otro. Sabía que una vez allí tenía
que hablar con un tal Pereira o Pereyra, un portugués o brasileño que también
-por circunstancias desconocidas y que, en el fondo, no importaban- había
venido a dar con sus huesos en ese lugar alejado del mundo y de la historia.
(Pero -atinó a pensar más o menos confusamente- ¿hay algún lugar que no esté
alejado del mundo y de la historia? De ser así, el tiempo, juez definitivo, ya
vendrá a corregir esa desigualdad momentánea, ese error inocuo). Tampoco
recordaba, hecho anecdótico si lo miramos bien, cómo se llamaba el lugar del
cual venía. De ese triángulo escaleno, sólo el curioso nombre de esta estación
solitaria había echado raíces en su memoria. En la estación no había nadie más.
De nuevo, estaba solo.
Los
desencuentros, sí... Llegan a ser tantos que es imposible recordarlos todos. Y
¿para qué habríamos de recordarlos si sólo pueden producir dolor, desolación?
Amigos que se fueron diluyendo en un pasado cada vez más difuso, amantes cuyos
rostros apenas son una neblina inconsistente, familiares a quienes no había
visto en dos décadas... Y le vino de nuevo esa frase:
"Hablar
de nosotros después de muertos- musitó con una sonrisa amarga-. Si al menos
alguien lo hiciese cuando aún estamos vivos, si es que en verdad lo
estamos". Si alguien. Porque: ¿Quién le brindó una mano cuando su mundo se
desmoronaba? ¿Quién le habló cuando precisaba una palabra? ¿Quién estuvo ahí en
esas horas de amarga e interminable soledad, o en esas otras de inasumible
derrota? ¿Quién, finalmente, vino a despedirle a la estación -esa otra, ahora
disuelta entre las telarañas de un olvido consciente- veinte años atrás, cuando
tuvo que partir para no regresar? Para no regresar.
¿Amistad?
Palabra casi siempre exagerada para definir relaciones superficiales entre
seres humanos. ¿Amor? Ya lo dijo Bécquer: es un rayo de luna. ¿Fidelidad?
Palabra horrible y abstracta. Encierra una falacia.
Un
día, no muy lejano, de esta estación sólo quedarán ruinas, algunas fotos
viejas, tal vez uno que otro recuerdo impreciso como la sombra tenue de un
sueño abandonado en las hondonadas del tiempo. De quienes en ella esperaron
alguna vez, de quienes tomaron un tren o se apearon de otro, de quienes en ese
mismo andén conversaron durante unos minutos, desconocidos atrapados durante un
instante en un lugar que ninguno de ellos eligió, ¿Qué será exactamente lo que
quede?
Un
vacío tan grande como el que ahora veían sus ojos, allí en esa estación
inconcebible, era la única respuesta a todas esas preguntas. El hombre suspiró,
miró hacia el cielo gris. El cansancio ya conocido vino a posarse sobre sus
hombros. Tuvo que sentarse. Tal vez se adormeció. Por eso, no podría decir si
vio, o sólo los soñó, a los jinetes que venían cabalgando desde el Sur, lentos,
callados, cabizbajos.
De
los dos jinetes, el más joven se quedó un buen rato mirando al hombre que
dormitaba, sentado en el destartalado banco de madera de la vieja estación.
Hizo
un gesto vago de saludo, sin obtener respuesta. Luego miró a su acompañante y
preguntó:
-
¿Qué estará haciendo ahí?
Después
de un rato, el otro jinete, un viejo de pelo blanco y rostro endurecido por
lluvias y sequías y noches durmiendo al raso, contestó sin apartar sus ojos del
camino:
-
Está esperando.
El
joven le mira, incrédulo.
-
¿El tren? Pero entonces tal vez deberíamos decirle...
-
Probablemente él sabe.
-
Pero si supiera, entonces...
El
viejo calla. Deja que la verdad se vaya abriendo paso en la mente del otro.
Sólo cuando ya casi le han perdido de vista, cuando el hombre desconocido y la
estación abandonada apenas son un recuerdo que se va desdibujando, vuelve a
oírse su voz grave, sentenciosa.
-
Hay gente que va en busca de su destino; y hay gente que espera. Y también hay
gente que hace las dos cosas. Dónde, cuándo, por qué... sólo son detalles
circunstanciales, insignificantes. Y ni siquiera podemos hablar de elección.
Caminas durante años y un día, sin que se sepa el motivo, los pies se niegan y
ya no hay alternativa. Ese hombre -su rostro lo gritaba- se cansó de caminar. Y
ahora espera. Nada más.
Y
sin mirar atrás, los dos jinetes siguen cabalgando, sin apuro, como si en
realidad no fuesen a ningún lugar, como si la única realidad posible fuese el
camino que se extiende bajo los cascos de sus caballos. El silencio se ha
instaurado de nuevo entre ellos, y sobre la escena, ahora, apenas se oye el
rumor de la brisa que recorre, casi con timidez, el inabarcable páramo, rozando
al pasar, de forma leve, todo aquello que aun tiene consistencia y que algún
día, pronto, sólo será una sombra, un apunte inconcreto en los ajados libros de
los hombres.
PÁGINA 24 – ENSAYO
OCTAVIO
PAZ
(México
1914/1998)
[Embajada
de México]
Delhi,
a 23 de abril de 1967
Querido
amigo:
Me
apresuro a contestar su carta. De otro modo no lo haré nunca.
Espero
con impaciencia la aparición de su artículo en Ínsula. Una impaciencia
natural: su artículo anterior fue de tal modo generoso que no sé si le di las
gracias como debía…
Recibí
también Tres poemas.* Me pide usted un juicio sobre ellos. Le daré algo
menos pero tal vez más directo: mi impresión. Ante todo: usted es un poeta (de
eso no hay duda) y todo lo que usted escriba será escritura de poeta. La cita o
epígrafe es irónica pero no sé si los poemas, salvo en momento aislados, lo
sean realmente. El tono es muy distinto a Arde el mar. Quiere ser más
recogido y proceder por alusiones más que por menciones. Quiere usted contar ▬no sucesos sino
emociones o descubrimientos psíquicos dentro de un contexto real, preciso,
prosaico. Todo eso me parece muy bien como programa ▬aunque me recuerde el
programa de cierta poesía en lengua inglesa. Pero me parece que entre su
programa y su lenguaje, entre su idea y su temperamento, hay un espacio en
blanco. No lo veo en ese realismo psicológico ▬como no veo a Aleixandre, que ha intentado algo
parecido recientemente. Además, su lenguaje no se presta a esa clase de
realidades. Habría que hacerlo más sobrio, y más coloquial, por una parte, y,
por la otra, más <<científico>>.** Ustedes ▬perdóneme la franqueza y
acéptela como lo que es: interés apasionado▬ ven la realidad o como algo grotesco y terrible
(ahí casi siempre aciertan) o de un modo sentimental. Y ese género de poesía
reclama objetividad extrema. Es lo que no encuentro en sus tres poemas ▬ni en la mayoría de los
que ahora se escribe en España bajo el rótulo del <<realismo>>, sea
o no <<social>>. Habría que usar un lenguaje más ascético, más
decididamente prosaico o más desgarrado, más seco… y sobre todo, que no se oiga
la voz del autor, que la moral la extraiga el lector sin que el poeta se lo
diga. Yo veo en la actual poesía española dos notas que no son
modernas: el sentimentalismo y el didactismo ▬juicios sobre el mundo y expresiones
sentimentales. Por otra parte, en sus poemas la frase, a mi juicio, es
demasiado larga, abundan los adjetivos y muchas veces son los previstos. Pero
como usted es poeta, una y otra vez la poesía vence al estilo, destruye la
manera e irrumpe: <<planeta de agua incandescente>> = espejo
con sol o luz, es memorable. La alusión a la muerte de Hitler también es eficaz
pero la descripción que la precede es demasiado larga y convencional. (Ya sé
que usted quiere que sea convencional pero podría lograrlo con mayor economía,
y de una manera que hiera más al lector). Aquello de la iglesia saqueada, el
dragón y demás, merecía más que una enumeración ▬y sustantivos y adjetivos más enérgicos… Pero es
posible que me equivoque. A mí me gusta más, muchísimo más, Arde el mar.
Ese libro me entusiasmó. Rompía usted, precisamente, con esa poesía a la que
ahora regresa y con la que estoy en desacuerdo, ya le dije, por dos razones; la
primera porque no encuentro en ella la precisión, la ironía, las iluminaciones
de ciertas zonas sombrías del alma o de la vida diaria, que me da la poesía de
lengua inglesa y de la cual la española es, a un tiempo, una adaptación y una amplificación,
a veces romántica (Cernuda, usted) y otras, las más, retórica; la segunda,
porque esa poesía, inclusive en lengua inglesa, no es moderna ni representa la
<<vanguardia>> (para emplear ese vulgar y antipático término). La
poesía moderna en lengua inglesa es lo que
está después, no antes, de Pound y W.C Williams; en
Francia, lo que vienedespués del surrealismo (que es bien poco); en lengua
española, lo que hay después dePoeta en Nueva York, Altazor, La destrucción o
el amor, Poemas Humanos, Residencia en la tierra. En Hispanoamérica sí han
ocurrido cosas después de esos libros: Lezama Lima, Parra, Enrique molina y otros
más. Pero ¿en España? En España hubo un regreso y por eso yo saludé su libro
con entusiasmo. Me pareció, me parece, que reanudaba la gran tradición moderna
de la poesía de nuestra lengua y que no era un regreso ▬como dice la nota
de Tres poemas▬
a la vanguardia de 1914 (eso es no saber lo que fue esa vanguardia), sino una
ruptura del pseudorrealismo. Arde el mar fue inactual en
España porque usted escribió un libro de poesía contemporánea y con un lenguaje
de nuestros días, hacia adelante, en tanto que la poesía de la España actual es
inactual por ser una poesía pasada. De nuevo: perdone la brutalidad de mis
juicios pero crea que no se los comunicaría si no contase de antemano, primero,
con su inteligencia y, en seguida, con su generosidad. Por último: los poetas
contemporáneos en todo el mundo ▬excepto en España, en donde el realismo
descriptivo, nostálgico y didáctico sigue imperando como si viviésemos a fines
del siglo XIX▬ están fascinados por
las relaciones entre la realidad y el lenguaje, por el carácter fantasmal de la
primera, por los descubrimientos de la lingüística y la antropología, por el
erotismo, por la relación ente las drogas y la psiquis y, en fin, por construir
o destruir el lenguaje. Pues lo que está en juego no es la realidad sino el
lenguaje. Y lo está de dos modos: la realidad del lenguaje y el no menos
formidable lenguaje de la realidad. En ese sentido ▬no en el de la retórica
verbal▬ el surrealismo ha
pasado ▬aunque, como es natural
y con otro nombre, reaparecerá, reaparece ya en la búsqueda de los poetas
nuevos. Querido Gimferrer: ponga en duda a las palabras o confíe en ellas ▬pero no trate de guiarlas
ni de someterlas. Luche con el lenguaje. Siga adelante la exploración y la
explosión comenzada en Arde el mar. Hoy, al leer en un periódico una
noticia sobre no sé qué película, tropecé con esta frase: el hombre no es un
pájaro. Y pensé: decir que el hombre no es un pájaro es decir algo que por
sabido debe callarse. Pero decir que un hombre es un pájaro es un lugar común.
Entonces… entonces el poeta debe encontrar la otra palabra, la palabra no dicha
y que los puntos suspensivos de <<entonces>> designan como
silencio. Así, luche con el silencio.
El
destino de un poeta ▬como
el de todo ser humano▬
es imprevisible y misterioso. Quizá usted debería haber
escrito Madrigales. Quizá sin Madrigales usted no escribirá lo
que un día debe escribir y que será la negación de esos poemas y de Arde
el mar. Si es así (y no lo dudo) esta carta es una necedad que no tiene otra
excusa que ésta: la he escrito como si me la escribiera a mí mismo.
Su
amigo,
Octavio
Paz.
PÁGINA 25 – CUENTO
ALFREDO
DI BERNARDO
(Santa
Fe-Argentina)
NUEVE
MINUTOS
Los
viajes en el tiempo son posibles. Brevísimos, es cierto, casi imperceptibles,
tan modestos que ni siquiera provocan efecto verificable alguno, pero son
posibles. Lo sé por experiencia; lo sé porque los hago habitualmente desde
aquella mañana soleada de julio en que descubrí por casualidad el secreto para
llevarlos a cabo.
Ignoro
por completo las razones científicas que los sustentan, pero me consta que
realizarlos es mucho más sencillo de lo que podría suponerse investigando las
teorías que versan sobre tan compleja materia. Mucho más simple, incluso, que
lo que se podría fantasear viendo películas de ciencia-ficción referidas al
tema. No hay involucradas aquí máquinas estrambóticas, ni es necesario contar
con un vehículo o un dispositivo específicamente diseñados para la
ocasión. Cualquier persona puede hacer estos viajes sin tener que
prepararse para ellos. De hecho, involuntariamente, cada día hay miles de
viajeros que los cumplen; lo que sucede es que, al parecer, hasta ahora nadie,
excepto yo, se ha dado cuenta.
La
cosa funciona así. Uno va caminando por la peatonal de Santa Fe en dirección
norte-sur y, unos metros antes de llegar a Primera Junta, mira el reloj
electrónico que está plantado a la altura del Banco de Galicia. Al hacerlo,
comprueba sin mayores sobresaltos que son, pongamos, las 8.07. Cruza la calle y
camina una cuadra más sin que nada extraño acontezca. Pero al mirar el reloj
electrónico (idéntico al anterior) que está ubicado unos metros antes de llegar
a calle Mendoza, uno descubre con gran sorpresa que son las 7.58.
Seguramente,
los espíritus cínicos que siempre se muestran renuentes a aceptar la irrupción
de lo fantástico en sus ordenadas vidas cotidianas, argumentarán –con
intachable lógica, habrá que reconocerlo- que se trata simplemente de una falla
de sincronización entre los distintos relojes digitales instalados en la
peatonal de Santa Fe. No voy a negar que la primera vez pensé lo mismo; al fin
y al cabo, si uno sigue caminando un par de cuadras más hacia el sur, el
próximo reloj con el que uno se topa, el que está ubicado cerca de Lisandro de
la Torre, se encarga de marcar, impertérrito, las 8.13, como si el desatino de
su hermano mellizo le resultara completamente ajeno. Pero sucede también que,
desde entonces, cada vez que cumplo con este recorrido -y conste que, de lunes
a viernes, lo hago prácticamente todas las mañanas- compruebo que el desajuste
se mantiene inalterable, independientemente de la hora, el día o el mes en que
uno pase por el lugar. Y como soy de esos espíritus lúdicos que siempre se
muestran renuentes a aceptar la irrupción de las explicaciones cotidianas en el
terreno de lo fantástico, tamaña persistencia me ha llevado a conjeturar que no
se trata de un mero desperfecto técnico, sino que efectivamente todos los que
circulamos de norte a sur por esa cuadra logramos el efímero prodigio de
retroceder nueve minutos en el tiempo.
Confieso,
no obstante, que aún no he podido desentrañar cuál es el sentido de tan
asombroso fenómeno. Las personas que llegan desde el norte dispuestas a cruzar
Mendoza no se dan cuenta de que han rejuvenecido nueve minutos. Me pregunto
entonces de qué sirve un viaje en el tiempo tan minúsculo que nadie es capaz de
advertirlo. Por otra parte, ¿qué tan significativos pueden ser para alguien los
nueve minutos previos a ese tránsito anodino por la cuadra de San Martín al
2300? ¿Qué terrible omisión podría ser salvada viviéndolos por segunda vez, qué
tremendo desacierto podría enmendarse? ¿Qué amores vencidos podrían ser
resucitados, qué decisiones existenciales podrían reverse?
La
imposibilidad de obtener respuestas satisfactorias autoriza a concluir que
estos fugaces regresos constituyen una hazaña demasiado pobre, tan
intrascendente como improductiva, una broma del universo. Y sin embargo, por
más mínimos que sean estos retrocesos, cada vez que recorro los cien metros que
van desde el Banco de Galicia al Gran Doria, experimento cierto vértigo. No por
el retroceso en sí, que es tan minúsculo que no se nota, sino porque
invariablemente me pongo a hacer cálculos y pienso que, si la ruta mantuviera
ese parámetro de nueve minutos por cuadra, uno podría llegar a la
Plaza de Mayo habiendo retrocedido el nada despreciable lapso de una hora
y doce minutos. De ahí a enredarme en problemas matemáticos de regla de tres
simple hay un solo paso: ¿cuántas cuadras más hacia el sur debería entonces
caminar una persona para reencontrarse con su adolescencia perdida? ¿Y para
regresar a aquel abrazo bajo aquella lluvia? ¿Y para retornar al punto
fundacional desde el cual reedificar toda su vida?
Se
trata, por supuesto, de especulaciones vanas. Si lograra precisar con exactitud
milimétrica el sector de la ciudad por donde pasa el meridiano que le da
continuidad a esta falla cronológica, podría tal vez corroborar mis hipótesis y
aspirar a proezas más notables. Día a día, con terca esperanza, emprendo mi
marcha hacia el sur pensando que esta vez sí, que esta vez ocurrirá la
maravilla. Sin embargo, con idéntica tenacidad, los números rojos del
reloj que está situado cerca de Lisandro de la Torre me informan
sistemáticamente, con insobornable rectitud, que son las 8.13, que el viaje ha
concluido sin pena ni gloria, que estoy de vuelta en el presente.
Cada
tanto siento la tentación de recorrer la cuadra de San Martín al 2300 en
sentido inverso para ver qué pasa. Aunque nunca he percibido alteración alguna
en los rostros de quienes se cruzan conmigo a lo largo de esos cien metros,
todo conduce a suponer que los transeúntes que lo hacen también viajan en el
tiempo, pero hacia adelante. No puedo asegurarlo, pues jamás me animé a
comprobarlo. Cuando tengo que caminar de sur a norte evito la peatonal,
prefiero tomar por San Jerónimo o 25 de Mayo. Tal vez sea sólo un estúpido
gesto de superstición, pero uno nunca sabe. La vida es demasiado corta como
para, encima, andar robándole nueve minutos al futuro cada mañana.
PÁGINA 26 – ENSAYO
RAÚL
GUSTAVO AGUIRRE:
(Argentina:
1927-1983)
CINCO
TESIS SOBRE POESÍA
En
1975, Raúl Gustavo Aguirre ofreció una conferencia en la Biblioteca Argentina
de Rosario cuyo título fue “Cinco tesis sobre poesía”. Un año después,
Francisco Gandolfo le pidió el texto para publicar en su revista el
lagrimal trifurca, incluyéndolo en el número 14, de agosto de 1976, que
sería el último. Desde entonces ese ensayo ha permanecido en algunas
hemerotecas y en manos de los pocos lectores que conservaran el
ejemplar. La mojarra desnuda tuvo acceso a él por gentileza de Juan
Carlos Moisés y la generosidad de Marta Aguirre que nos permite publicarlo. No
es casual que la obra de Aguirre haya cobrado nueva vigencia y que merezca una
atención que nunca debió perder; mencionemos por ejemplo la publicación por
parte de la Biblioteca Nacional de los dos tomos facsimilares de poesía
buenos aires que Aguirre dirigió entre 1950 y 1960 y la reciente Obra
poética que publicara Ediciones del Dock con compilación y prólogo de
María Malusardi. Contribuimos así a difundir una parte de la obra oculta durante
muchos años de un poeta cardinal.
Primera
tesis: LA POESÍA NO EXISTE
El
día de Todos los Santos del año del Señor de 1517, Martín Lutero clavó en la
puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg sus célebres noventa y cinco
tesis sobre las Indulgencias. Entiendo que noventa y cinco tesis sobre poesía
serían excesiva falta de consideración hacia el prójimo, pero estas cinco que
me atrevo a formular, de alguna manera evocan, en su título, aquel
acontecimiento que produjo, luego, tan trascendentales transformaciones en la historia
del mundo.
En
esta evocación termina, por otra parte, el paralelo. Obvio es agregar que mis
tesis no pretenden producir ni de lejos semejantes consecuencias. De sobra
quedará cumplido su propósito si consiguen llamar la atención hacia el examen
de algunos supuestos corrientes acerca de la poesía y los poetas. Parten de la
sospecha de que, si se exageran un poco las dudas sobre estos supuestos, tal
vez sea posible adquirir una mayor claridad con respecto a ciertas importantes
implicaciones que la poesía quizá puede tener para nuestras existencias.
Paradójicamente,
como es factible observar, estoy hablando de la poesía y no obstante mi primera
tesis dice así, sencilla y rotundamente: LA POESÍA NO EXISTE. Esto puede
entenderse en varios sentidos, pero desearía evitar un juego de sutilezas e ir
directamente a lo que en este momento me interesa esclarecer.
La
poesía no existe en cuanto algo concreto que pueda ser, definido fuera de la
literatura. Por ejemplo, yo puedo decir que la poesía existe como
género literario, tradicionalmente opuesto a la prosa y también
tradicionalmente subdividido por la retórica en varias clases: épica, lírica,
dramática... Se puede hablar de poesía y de poetas en este
sentido literario, o a partir de este sentido. Es decir, incluso podemos
negar la poesía en cuanto literatura y expresar, como los dadaístas, por
ejemplo, que la poesía no es literatura sino una manera de vivir. Pero
para proceder así tengo que partir de la poesía como literatura y
luego negarla; de lo contrario, no sería comprensible esta concepción de
la poesía no como literatura sino como una manera de vivir.
Por
lo tanto, aquí digo que no se trata de escribir o sólo de escribir, sino más
bien de algo que tiene menos que ver con la escritura que con la vida. Y el dadaísta
puro, en rigor, tendría que negarse a escribir una sola palabra. Este fue
-digamos de paso- el callejón sin salida en que se halló el dadaísmo, como por
otra parte, se halla todo nihilismo: no creo en nada, pero debo creer en lo que
creo, o sea, debo creer que no creo en nada. Los dadaístas negaron la
literatura sin dejar de ser literatos, sin dejar de escribir. Pero nos dieron,
sin embargo, una importante indicación. Nos inspiraron una fértil sospecha.
Señalaron hacia algo que tiene, como creo y trataré más adelante de demostrar,
muchísima importancia.
Pero
regresemos ahora, para concluir con esta primera tesis, al punto de partida: LA
POESIA NO EXISTE. Esta proposición quiere decir, en suma, que la poesía -fuera
de su formal definición como género literario- no tiene existencia real y
concreta, no es un ente, una entidad, algo que pueda ser aislado y buscado más
allá de la palabra. Por esta razón ha sido siempre tan difícil a los propios
poetas explicar qué es la poesía.
PÁGINA 27 – CUENTO
MIGUEL
ANGEL GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
LA INMORTALIDAD DE TERESA
Sabe
que Teresa es inmortal. Gira por el cuarto en sombras viendo las baldosas
negras y blancas bajo sus pies y se convence: es inmortal.
Cada
momento estalla en la oscuridad de la pieza solo interrumpido por el
crujido de la persiana ablandada al sol. Ella intuye que afuera las tropas del
General Villafañe esperan el almuerzo: choclos, carne de cerdo, hierbas, todo
formando sancocho en la profundidad de la olla que el fuego ennegrece.
-Simona,
la capa-repite sin que la negra, sorda desde hace años, la escuche. Lo curioso
es comprobar que no hay capa. Hace tiempo que se la llevaron junto con otros
objetos de valor en otros saqueos que la ley ampara. No obstante, igual que
cada día, pide la capa imaginando que la negra, tras la puerta cerrada, la oye.
Está
asustada. Como todos en la estancia. Tenerlo a Villafañe cerca es un castigo.
Esos hombres desdentados que eructan al hablar y pasan preñando chinitas como
animales. Claro está que a ella no la tocaron, no la tocarían de hecho, no se
atreverían con la hija del Corregidor. Sabe que está asustada y sin embargo, la
costumbre le arranca ese pedido constante, ese ruego que por años no se le ha
quitado de la boca.
-La
de alamares, Simona. Rápido.
Hay
un dejo familiar en esa soledad de claustro que le macera el alma. No puede
explicarlo. Siente como si la presencia de su padre en el retrato español la
siguiera con los ojos. No puede ser. “Teresa es inmortal” quiere repetir pero
las palabras le dejan un gusto amargo en los labios. Y recuerda el día aquel
que vio por última vez a su padre. Fue en la Catedral, abajo. Tenía los ojos
amoratados por los golpes. Le habían arrancado las uñas.
El
mediodía acompasa la risa de los soldados haciendo de esa mezcolanza
agria de sudor y saliva el único perfume que arrastra el aire.
Uno
de ellos, de uniforme, la casaca desprendida, el cabello ligeramente peinado,
mira la casa con curiosidad.
-Poca
gente en casa-ha dicho el General ni bien llegaron. Apenas una negra sorda, la
señora loca y una cuantas sirvientas mirándolo con rencor.-Descansen que el
viaje es largo-agregó al desmontar.
A
esas alturas ya no quedan habitación ni cuerpo de mujer sin tocar. Ni
oscuridades ni frescuras desconocidas.
El
soldado apura la jarra de vino y mientras los otros se distraen jugando al
monte o esperando la comida, él se acerca a la puerta que nadie ha abierto, esa
que el mismo Villafañe ordenó que no fuera volteada cuando la negra, los brazos
en cruz, se puso delante para que no lo hicieran.
No
se explicaron porqué su jefe con esa voz galopante, atiborradas de tabacos y
llanuras ordenó que esa puerta siguiera así, “que nadie tocara esa puerta”.
Siendo tan fácil, pensó el soldado, una patada en el medio, un golpe con la
culata del rifle. Pensó, “siendo tan fácil”.
La
curiosidad toda la noche hizo estragos en las tentaciones del cadete. ¿Y si el
oro estaba?, ¿y si la plata?, ¿y si las piedras preciosas y las monedas que tan
morosa aunque implacablemente el Corregidor Agustino Tancredo de las Marras y
sus secuaces le habían ido robando a su pueblo con un esmero opaco durante su
gobierno?. ¿Y si su secreto, ese que no lograron sacarle durante semanas de
tortura referido al dinero tuviera su respuesta en ese cuarto?. Un golpe. Sería
tan fácil.
Mientras
avanza escondiéndose en las columnas de la galería, las hojas de la parra
recortan el sol a su tamaño, ocultándole el rostro de verde.
-La
de alamares no. La de paño turquesa- pide mirándose el espejo pegoteado de
tierra imaginando que la negra la escucha desde su sordera.
Después
piensa “es mejor no escuchar”. Ella que conserva intacto ese sentido ha oído el
griterío afuera, el ladrido de los perros, el peso de los caballos encima del
pasto.
Después
de todo no puede hablar mal de Villafañe. Cuando mataron a su padre él mismo lo
trajo hasta la estancia para que lo enterraran. Ella recibió el cuerpo sin
quererlo ver.
Con
eso quedaba saldada la deuda con el General. Quería la muerte de su padre y la
tuvo. Así como había tenido la muerte de Teresa. Dos personas. Dos tumbas en la
vida de aquel muchacho con mirada triste que había llegado a dirigir un
ejercito. Ese mismo que años atrás iba a la casa del Corregidor para dialogar
con la muchacha rara, ausente que era Teresa y de la que todos hablaban.
Y ese baile en el teatro de la Unión, donde lució por primera vez su capa de
piel traída de Europa. Quedaba bien salir con la hija de un gobernante. Y esa
relación fugaz entre madreselvas y convulsiones de fiebre que la agotaban y que
se hicieron frecuentes cada vez que Villafañe se iba por meses. Ese amor
en definitiva que las ambiciones del hombre despojaron de toda importancia.
Pero
tanta memoria le ha hecho olvidar su vestimenta. Abre el ropero. Una niebla de
polillas le sobrevuela el cabello suelto. En el espejo, la imagen en camisón de
la muchacha que ya no es imita al retrato de su padre en la pared de al lado.
“Mejor no llorar”, insiste.
La
puerta sede ante la presión del hombro. “No estaba cerrada después de todo”,
balbucea el muchacho al entrar. Que poco cuidado con los tesoros, que poco
cuidado con la intimidad.
-La
de astracán, Simona-se escucha en el fondo como el murmullo del agua en el
interior de un aljibe.-Esa con el cuello de visón.
Sus
ojos se tratan de acostumbrar a la oscuridad. Pronto reconocen un cuadro,
unas mesitas con lámparas, un arcón de cuero. Allí estaría la fortuna del
Corregidor cree sin darle importancia a la voz que ya no se oye, esa
palpitación de viento en el interior de la alcoba.
Una
mosca, en la cocina distrae las labores de la sirvienta. Mosca zumbona que no
oye, viejas moscas de estancia revoloteando encima de la comida como un
minúsculo punto de ruido.
Se
rasca la crencha motosa, el pañuelo absorbe el sudor de la frente. Supone que
al cocido le falta agua, y echa líquido en la olla sintiendo con una sonrisa
glotona el olor del refrito. En eso levanta los ojos y ve abierta la puerta
donde está encerrada su ama. Lo que no escuchó ahora se le insinúa como una
visón de muerte. ¿Y si salió?¿y si entraron esos brutos para aprovecharse de la
señora? ¿y si la mataron?. Pero Villafañe prometió no abrir la puerta. Pero
Villafañe.
La
negra deja la cuchara junto a la olla y sale.
En
ese momento el General que ha estado escribiendo junto al pozo de agua, ve el
revuelo de faldas en la claridad de la galería y se incorpora.
La
inmortalidad de Teresa empezó con ese amorío corto. Ella se propuso no morir
hasta no volver a enamorarse. ¿Pero enamorada de quien si está más sola que
nadie, más abandonada y perdida que la casa misma?.
En
eso escucha el ruido del arcón. Casi un roce, el desliz de la tapa. Se va
acercando al ver la luz que entra por la puerta entornada. Ve el cuerpo
inclinado de un joven hurgar en el cajón. Siente que ha llegado su hora. Él no
la ha visto. Ella tampoco se dejaría ver.- Se conduce con cuidado hasta pasar
detrás del hombre que revuelve el traperío como buscando quien sabe que
cosas entre los andrajos de sus recuerdos. Al llegar a la puerta vuelve a
cerrarla con pudor.
El
joven comprueba que no hay luz para ver mejor las chucherías de las que pronto
se cree dueño. No siente miedo hasta que comienza a caminar tanteando,
chocándose con cosas, con formas duras que lo lastiman. Saca un cuchillo del
cinto. Hay rumores de que quedan gentes fieles al Corregidor en lugares
perdidos como ese. No sabe bien porque pero comienza a cortar el aire con el
arma.
La
negra golpea la puerta y una mano de hombre la detiene. Se miran un
momento hasta que sobreviene el grito desde el interior. Entonces el General
rompe la puerta.
-Nadie
ha visto mi capa de astracán?
El
soldado ve a la mujer más de cerca. Unos ojos enloquecidos lo hacen retroceder.
Siente el líquido caliente entre los dedos, el pegote espeso y seguramente
rojo. Por eso se asusta y grita.
Cuando
la puerta cae la luz contornea la forma de una mujer que se desangra
lentamente.
Lo
hace mientas el soldado huye con las manos sucias rodeado de polvo y telarañas.
mientras la negra se cubre la cara con un trapo, mientras los otros hombres de
la tropa beben y juegan bajo los árboles, mientras el retrato del Corregidor
cae encima del espejo y la estancia se cubre con la modorra de la siesta.
Sigue
desangrándose cuando Villafañe le levanta la cabeza apenas caída sobre el
hombro y le besa la frente pronunciando su nombre con el más dulce de los
amores.
Recién
termina de morir, terminará de morir solamente cuando vea ese reflejo en los
ojos del hombre que la tiene en brazos, esa claridad de lágrima como una mueca
triste en la mirada. Y se convenza de que es inmortal a pesar de todo.
PÁGINA 28 – CUENTO
MARTA
ORTIZ
(Rosario-Santa
Fe-Argentina)
GATO
ENCERRADO
Los
ojos de los tíos centellean más preocupados que furiosos en la alta oscuridad
sobre baldosas geométricas.
El
zaguán es largo y poco ventilado, pero hoy parece interminable. Se respira
adrenalina sobre vaho añejo a orín de gato, dulzón y acre, toquecitos secos de
aserrín y humedad de pana raída.
-A
Félix se lo tragó la tierra; ¿mish, mish? –informan, hacen como que rastrean,
un poco al tuntún, agitan nerviosos las manos y los brazos como aspas
destacando su palidez en la sombra.
-Mentira
–dice Orfelina, tan bajito que los tíos no pescan ni jota –lo escondieron, lo
doparon, lo prestaron. Parecen máscaras de talco en la oscuridad, piensa. Juega
a medir el tiempo con saltitos cortos y ruidosos; revisa la niña una a una las
habitaciones de la casa chorizo.
–Cuatro
patas tiene el gato una dos tres cuatro, se escapó, se murió, el minino se
extravió -canta.
Para
un felino todo piso es campo de algodón y aunque ella estira las orejas no oye
más que el tintineo de las pulseras de su tía. Oye también el chasquido del
arco invisible que en el aire trazan sus propios saltitos. Detrás, los cuatro
ojos incrustados en las caras de talco, vigilan. Restregándose inquietas, las
garras al final de los brazos mienten un desasosiego ridículo.
-Minino
nones –se resigna Orfelina.
A
la niña nadie le pierde pisada. La leyenda dice que siendo más niña aún, decoró
la cola de su gato con un moño de elástico. Y la cola se quebró. En su descargo
ella declaró que cintas para adornarlo no encontró, que en el costurero había
solo elástico, y que entonces blá, blá y blá.
Trascendidos
los lindes de su casa, la noticia giró la vuelta al barrio y a la ciudad y aún
a las otras ciudades y se presume que al mundo, a juzgar por la conducta de los
tíos de Pergamino cada vez que ella viaja con sus padres de visita a esa
ciudad.
-Que
se lo coman asado, que lo planten en el jardín. ¡No es más que un huevo peludo,
minino estúpido y retacón! –bosteza Orfelina.
Se
deshace del oscuro abrazo del zaguán como quien se sacude pétalos de lluvia y
pelos de Félix.
Digna,
promueve el descarado fru-fru de su vestidito de piqué. Rítmica como entró, a
saltos de cigüeña, sale a la luz. Piensa en las moras moradas en el baldío, casa
por medio: promesa de juego jugoso, la tarde entera con su primo Andrés.
PÁGINA 29– POESÍA EUROPEA
DENNIS
BRUTUS
(Suráfrica,
1924-2009)
TAMBIÉN
ESTÁ BIEN
También
está bien morir en nuestra cama
sobre una almohada limpia
y entre amigos.
sobre una almohada limpia
y entre amigos.
Está
bien morir, una vez,
con las manos cruzadas sobre el pecho
vacíos y pálidos
sin arañazos, sin cadenas, sin banderas,
y sin pedir nada.
con las manos cruzadas sobre el pecho
vacíos y pálidos
sin arañazos, sin cadenas, sin banderas,
y sin pedir nada.
Está
bien tener una muerte sin polvo,
sin agujeros en la camisa,
sin marcas en las costillas.
sin agujeros en la camisa,
sin marcas en las costillas.
Está
bien morir
con una almohada blanca, no la acera, bajo las mejillas,
las manos descansando en las de los que amamos
rodeados de médicos y enfermeras desesperados,
sin nada pendiente salvo una elegante despedida,
sin prestar atención a la historia,
dejando el mundo tal como es,
esperando que, algún día, algún otro
lo cambie.
con una almohada blanca, no la acera, bajo las mejillas,
las manos descansando en las de los que amamos
rodeados de médicos y enfermeras desesperados,
sin nada pendiente salvo una elegante despedida,
sin prestar atención a la historia,
dejando el mundo tal como es,
esperando que, algún día, algún otro
lo cambie.
Traducción de León
Blanco
SOPHIA
DE MELLO BREYNER ANDRESEN
(Oporto,
1919-Lisboa 2004)
LA
PEQUEÑA PLAZA
Mi
vida había adquirido la forma de esa pequeña plaza
en aquel otoño en el que tu muerte se organizaba meticulosamente
me aferraba a la plaza porque tú amabas
la humanidad humilde y nostálgica de las tienduchas
donde los dependientes doblan y desdoblan cintas y telas
intentaba convertirme en ti porque te estabas muriendo
y la vida entera cesaba allí de ser la mía
intentaba sonreír como tú sonreías
al quiosquero al estanquero
y a la mujer sin piernas que vende violetas
pedí a la mujer sin piernas que rezara por ti
encendía velas en todos los altares
de las iglesias que dan a esta plaza
pero apenas abrí los ojos y vi fue para leer
la vocación de lo eterno escrita en tu rostro
convocaba las calles los lugares las personas
que habían sido testigos de tu rostro
para que te llamaran para que deshicieran
la tela que la muerte estaba tejiendo en ti.
en aquel otoño en el que tu muerte se organizaba meticulosamente
me aferraba a la plaza porque tú amabas
la humanidad humilde y nostálgica de las tienduchas
donde los dependientes doblan y desdoblan cintas y telas
intentaba convertirme en ti porque te estabas muriendo
y la vida entera cesaba allí de ser la mía
intentaba sonreír como tú sonreías
al quiosquero al estanquero
y a la mujer sin piernas que vende violetas
pedí a la mujer sin piernas que rezara por ti
encendía velas en todos los altares
de las iglesias que dan a esta plaza
pero apenas abrí los ojos y vi fue para leer
la vocación de lo eterno escrita en tu rostro
convocaba las calles los lugares las personas
que habían sido testigos de tu rostro
para que te llamaran para que deshicieran
la tela que la muerte estaba tejiendo en ti.
DOAN
THI DIEM
(Vietnam
1705-1748)
LAMENTO
DE LA ESPOSA DEL GUERRERO
Te
fuiste de aquí al viento y a la arena.
En esta luz lunar, ¿dónde podrías reposar?
La historia cuenta cuán horrible es la batalla,
Millas y millas de distancia sin casas, tanta adversidad y dificultades.
Ante el viento frío, el rostro de un hombre se tornó triste y atrevido.
Donde el río corría profundo, los caballos temían pisar.
En vez de almohadas, todos abrazan el sillín, o se aferran al tambor
Y duermen sobre blanca arena o bancos verdes de musgo.
Cuando vengan los Hans, Bach Thanh estará cerrada
O los Hunos entrarán, observando desde su Thanh Hai.
Montañas, arroyos cercanos y lejanos
Se unen y luego se rompen, en las alturas y en los llanos.
En picos de montañas, cae rocío como una tormenta al atardecer.
Llevar agua a la corriente, el canal es profundo.
Compadécete de los pobres hombres que han usado su armadura tanto tiempo.
Pasan por la aldea, sus rostros nostálgicos de penumbra.
Detrás de su pantalla brocada, ¿sabrá el rey?
¿Quién podría dibujar la cara del soldado para él?
Has vagado durante todos estos años,
Si no en Han Hai, entonces en Tieu Quan.
Enfrentaste enormes obstáculos, nidos de serpientes y guaridas de tigres.
Te congelaste en lugares de viento y rocío.
Subí y observé una franja de nubes;
¿Qué corazón podría abstenerse de este profundo anhelo?
Empiezas a mudarte a la región sureste;
¿Dónde lanzas ahora tu ataque contra el enemigo?
Aquellos que han sido expertos guerreros
A veces ven sus vidas no más que como hojas de hierba.
Fortalecidos por su energía, pagan su gran deuda.
Han enfrentado estos lugares peligrosos, ¿hasta qué edad llegarán?
La luna solitaria cuelga sobre el Monte Ky.
Cadáveres se apilan sobre las colinas de Phi Quay.
El viento aúlla y aúlla en los fantasmas de los asesinados en la guerra.
La luna brilla sobre los rostros de los guerreros.
Oh guerreros, oh muertos en la guerra, ¿cuántos hay allí
Que pintarían sus rostros, o clamarían por sus almas?
En esta luz lunar, ¿dónde podrías reposar?
La historia cuenta cuán horrible es la batalla,
Millas y millas de distancia sin casas, tanta adversidad y dificultades.
Ante el viento frío, el rostro de un hombre se tornó triste y atrevido.
Donde el río corría profundo, los caballos temían pisar.
En vez de almohadas, todos abrazan el sillín, o se aferran al tambor
Y duermen sobre blanca arena o bancos verdes de musgo.
Cuando vengan los Hans, Bach Thanh estará cerrada
O los Hunos entrarán, observando desde su Thanh Hai.
Montañas, arroyos cercanos y lejanos
Se unen y luego se rompen, en las alturas y en los llanos.
En picos de montañas, cae rocío como una tormenta al atardecer.
Llevar agua a la corriente, el canal es profundo.
Compadécete de los pobres hombres que han usado su armadura tanto tiempo.
Pasan por la aldea, sus rostros nostálgicos de penumbra.
Detrás de su pantalla brocada, ¿sabrá el rey?
¿Quién podría dibujar la cara del soldado para él?
Has vagado durante todos estos años,
Si no en Han Hai, entonces en Tieu Quan.
Enfrentaste enormes obstáculos, nidos de serpientes y guaridas de tigres.
Te congelaste en lugares de viento y rocío.
Subí y observé una franja de nubes;
¿Qué corazón podría abstenerse de este profundo anhelo?
Empiezas a mudarte a la región sureste;
¿Dónde lanzas ahora tu ataque contra el enemigo?
Aquellos que han sido expertos guerreros
A veces ven sus vidas no más que como hojas de hierba.
Fortalecidos por su energía, pagan su gran deuda.
Han enfrentado estos lugares peligrosos, ¿hasta qué edad llegarán?
La luna solitaria cuelga sobre el Monte Ky.
Cadáveres se apilan sobre las colinas de Phi Quay.
El viento aúlla y aúlla en los fantasmas de los asesinados en la guerra.
La luna brilla sobre los rostros de los guerreros.
Oh guerreros, oh muertos en la guerra, ¿cuántos hay allí
Que pintarían sus rostros, o clamarían por sus almas?
SUTARDJI
CALZOUM-BACHRI
(Indonesia,
1941)
PIEDRA
piedra
rosa
piedra cielo
piedra llanto
piedra deseo
piedra aguja
piedra muda
¿eres tú
el rompecabezas
que no tiene
respuesta?
con mil montañas el cielo no se derrumba con mil vírgenes
no desfallece el corazón con mil cosas por hacer no se mata el tedio
y bajo mil árboles banyan no se apaga el deseo. Entonces,
¿a quién me quejo? ¿Por qué sigue latiendo el reloj
mientras la sangre no avanza? ¿Por qué estallan las montañas
cuando no alcanzan el cielo? ¿Por qué se abrazan con tanta fuerza los cuerpos
si la piel es inútil? ¿Y por qué se alzan las manos aún
si nada se logra con ello? ¿Tú lo sabes?
piedra cielo
piedra llanto
piedra deseo
piedra aguja
piedra muda
¿eres tú
el rompecabezas
que no tiene
respuesta?
con mil montañas el cielo no se derrumba con mil vírgenes
no desfallece el corazón con mil cosas por hacer no se mata el tedio
y bajo mil árboles banyan no se apaga el deseo. Entonces,
¿a quién me quejo? ¿Por qué sigue latiendo el reloj
mientras la sangre no avanza? ¿Por qué estallan las montañas
cuando no alcanzan el cielo? ¿Por qué se abrazan con tanta fuerza los cuerpos
si la piel es inútil? ¿Y por qué se alzan las manos aún
si nada se logra con ello? ¿Tú lo sabes?
piedra
inquieta
piedra apedreada
tu piedra y la mía
piedra desolada
piedra herida
piedra muda
¿eres tú
el rompecabezas
que no tiene
respuesta?
(Traducción: Claire Pye)
piedra apedreada
tu piedra y la mía
piedra desolada
piedra herida
piedra muda
¿eres tú
el rompecabezas
que no tiene
respuesta?
(Traducción: Claire Pye)
DESMOND
EGAN
(Irlanda,
1936)
HIROSHIMA
Hiroshima
tu sombra candente
se graba en el granito de la historia
y conserva para nosotros peregrinos
un espacio amplio y solemne
donde uno puede llorar en silencio
se graba en el granito de la historia
y conserva para nosotros peregrinos
un espacio amplio y solemne
donde uno puede llorar en silencio
llevo
alojada en mi mente
una bala de cristal
el recuerdo de ese epicentro donde
cien mil almas
se fundieron en un instante
una bala de cristal
el recuerdo de ese epicentro donde
cien mil almas
se fundieron en un instante
y
la imagen de un soldado
ofreciendo con ternura una taza de agua
a un niño quemado que no puede hablar
ofreciendo con ternura una taza de agua
a un niño quemado que no puede hablar
y
las delicadas grullas de papel
(Traducción: Patrich
Serrín y Enrique Cámara)
PAGINA 30 – ENSAYO
PEDRO NIÑO MOGOLLÓN.
(Sucre-Miranda-Venezuela)
CULPABILIDAD
Al Dr. Gustavo Colmenares E.,maestro de traducción y literatura,In
Memoriam.
Traductor,
traidor, en castellano; translator, traitor, en inglés; traduttore, traditore,
en italiano, o en cualquier otro idioma de los tantos que dominaba, este par de
antiquísimas palabras perturbaba a Javier, le dejaba la sensación de no
poder cumplir a cabalidad con su trabajo o el sentimiento de culpa de haberlo
realizado mal. Traductor y traidor ─decía─ derivan de la misma
raíz, y repetía el equivalente en latín, aprendido en los años de estudios en
el seminario local: “Traducere et
tradere habent ipsam radicem.” Se esforzaba para que en sus
traducciones no apareciera el más mínimo rastro de traición, pero la duda lo
atormentaba.
Por momentos, se sentía inocente argumentando que aunque alguien lograse
ver en sus versiones un asomo de traición, él estaba libre de
culpa porque se había ceñido en lo posible al principio de la
fidelidad, revisando una y otra vez que no faltara información del original,
pecado por omisión, o que no sobrara, pecado por adición, hasta donde la
capacidad humana se lo permitía. En ocasiones, había sacrificado la belleza del
texto por la fidelidad al original, teniendo presente aquello, atribuido al
gran Borges, de que “Las traducciones se parecen a las mujeres: si son bellas,
no son fieles; y si son fieles, no son bellas.” Y culpaba entonces del
asomo de traición a un espíritu bromista, un duendecillo, de los que aparecen
en casi toda actividad humana.
Pero las obsesiones, al igual que las buenas ideas, regresan a la mente,
el mejor ordenador del mundo, y, en consecuencia, el más delicado de programar
y ajustar a normas. Se laceraba pensando que alguna de sus traducciones ya
publicadas fuese una traición al original. No se lo había propuesto, pero cabía
la posibilidad de que en un momento de debilidad, cansancio u olvido
involuntario, hubiese engendrado alguna hija espuria, como llamaba
cariñosamente a este tipo de traducciones. Consideraba que los textos dados a
la luz pública eran definitivos, no subsanables, ya se habían escapado de
sus manos, como los hijos que el ciclo de la vida obliga a
abandonar el hogar en que nacieron, pertenecían ya a los lectores, pero los
defectos que tuvieran eran solamente suyos, de Javier Arias, el supuesto
progenitor.
Cotejaba minuciosamente sus traducciones, la versión contra el original,
buscando detectar traiciones. Solicitaba los servicios de un lector, en voz
alta y con excelente pronunciación para el texto de llegada mientras él fijaba
los ojos en el texto de partida, en absoluto silencio. Cuando sentía que algo
le olía a traición, interrumpía al instante al lector, hacía acotaciones en el
texto y luego le pedía que continuara con la lectura. Al final, tomaba en sus
manos los dos textos, se dirigía a la biblioteca y arrodillado, levantaba
la vista, orando en voz muy baja frente a la imagen de San Jerónimo, patrono de
los traductores, y se daba golpes de pecho.
Pero el arrepentimiento no terminaba ahí. Se fijaba tareas que parecían
más una tortura que una actividad curativa; por ejemplo, escribir mil veces la
palabra u oración mal interpretada; aprenderse de memoria las diferentes
acepciones de un término mal empleado, con sus equivalencias en el idioma a
traducir; indicar con los ojos cerrados, en un diccionario de gran tamaño, el
número de la página en la cual se encontraba una determinada palabra guía.
Y otros ejercicios repetitivos, que se imponían como castigo en la época
en que se aceptaba el principio de que “La letra con sangre entra.”
Algunas veces, con el deseo de minimizar su culpa, se inclinaba más por
la interpretación, la traducción oral, la simultánea, como le dice la gente. Se
adueñaba del proverbio latino, “Verba
volant, scripta manent “, lo que traducido en el castellano menos
torpe posible equivaldría a “Las palabras vuelan, los escritos
permanecen.” Pensaba que el intérprete gozaba de cierta libertad, vedada
al traductor, porque sus traiciones no quedaban rigurosamente impresas para
siempre en el papel y además la audiencia era menor, lo que disminuía las
posibilidades de que la infracción se diseminara fácilmente por el mundo.
Reconocía que el intérprete necesitaba mayor preparación momentánea para
ejercer su difícil labor triple, oír en la lengua de partida, procesar al
instante y decirlo en la lengua meta, mientras que la actividad
traductora se realizaba en la tranquilidad de una oficina, rodeado de ayudas de
todo tipo y sin la premura de la entrega inmediata. Mientras la traición del
intérprete ─decía en voz casi imperceptible─ puede considerarse como un
pecado venial, la del traductor es un pecado mortal.
Pedía perdón por sus traiciones y las de algunos colegas que ni siquiera
se detenían a pensar que podían estar fallando, por ejemplo, aquellos que
mutilan el sentido original con textos plagados de contrasentidos, información
oscura y, lo que es peor, faltas de ortografía. De buena gana, hubiera
recogido todos los textos traicioneros, los hubiera corregido, si la capacidad
del cerebro humano y la disponibilidad de tiempo se lo hubiesen permitido. Pero
debía aceptar que tal pretensión era una utopía y era mejor dedicar sus
esfuerzos a luchar por la misma causa en otro frente de ataque.
Y puso sus ojos inquisidores en la traducción automática. A diario le
llegaban para corrección textos pésimamente traducidos por la máquina, o como
dice la gente, por el computador. Sirva solamente como muestra una de las
quejas que recibía cotidianamente en su casa: “Maestro, no entiendo nada de lo
traducido ahí. Yo hablo castellano, pero eso parece estar otro idioma. Un
montón de palabras colocadas en forma de párrafos pero que no dicen nada, como
un desorden lingüístico. ¿Usted me lo puede arreglar?”
Javier pensaba que era un engaño, una verdadera traición, decirle a un
cliente que el producto de la máquina era una traducción y no, un incipiente
borrador de la actividad traductora. La máquina ─reflexionaba en silencio─
procesa sólo lo que se le introduce, en nuestro caso, glosarios y oraciones
bilingües aisladas de un contexto, que no puede combinar en un discurso
coherente porque todavía no posee las habilidades superiores del cerebro
humano.
Le hubiera gustado expresar su pensamiento en voz alta, a los cuatro
vientos, pero prefería guardar la prudencia necesaria, con la esperanza de que
un día cercano, la máquina pudiera realizar traducciones perfectas que
desplazaran al traductor humano, ahorrando tiempo y velocidad, pero todavía con
la necesidad de un operario, la mano del hombre. Y sutilmente contestaba a los
clientes decepcionados por la traducción automática: “Se podría arreglar el
texto pero sería una labor más dispendiosa que intentar la traducción de nuevo.
Disgregar y luego recomponer el texto sería desperdiciar tiempo y energía. ¿No
te parece?”
Cada vez crecía más en Javier ese sentimiento de mea culpa, de lucha consigo mismo,
mezclado con el peso de la impotencia ante la irresponsabilidad de tantos
colegas traidores al oficio de pasar información fiel de un idioma a otro.
Y en un estado de desesperación, típico de la locura, se ubicó, tan
rígido como una estatua, en la parte más alta de una concurrida plaza, con la
mordaza en la boca y sosteniendo en las manos una pancarta donde se podía
leer: “¡Me encuentro en huelga de hambre, protestando contra mis colegas
traidores!”
SUPLEMENTO
INFANTIL Y JUVENIL
PÁGINA
30 -CUENTO
NORMA
SEGADES-MANIAS
(Santa
Fe-Argentina)
LAS
ESFERAS DE FUEGO
Las
llaman fuegos fatuos, damas de las antorchas o limníades, aquellas que
iluminan…
Son
pequeñas burbujas. Glóbulos donde el fuego engendra nuevas luces que engendran
nuevas luces.
Los
seres que habitaban la génesis del tiempo las pensaron como almas que aguardan
un castigo. Espíritus sin tiempo errando los caminos al caer de las sombras.
Pero
ellas pertenecen al reino de las hadas.
Tienen
identidad de patrocinio, de confraternidad, de intermediario entre la
omnipotencia de los dioses y las necesidades de los hombres.
Bajo
su influencia el vientre de la tierra, con sus frutos, sus flores, sus
promesas, afina melodías en la profundidad de los torrentes.
Si
hay nubes avanzando a contracielo sobre la palidez de las estrellas es posible
que quieran revelarte su esencia de violetas.
Porque
cuando el amor paseaba su inocencia por las ondulaciones montieleras, supieron
visitar a los antiguos que andaban concibiendo los días de tu sangre.
Era
la edad en que las apetencias saqueaban las entrañas de los bosques.
Formaron
en parábola su corro iluminado, estrecharon los lazos de cintura a cintura y cubrieron
su espalda, como un manto.
PÁGINA 31– POESÍAS
SILVIA
SCHUJER
(Olivos-Buenos
Aires-Argentina)
Planté
una birome
creció una palabra
floreció la tarde
¡abracadabra!
La regué con agua
de mi regadera
desbordaba tinta
como enredadera.
Fue un día de otoño
que se deshojó
un abracadabra
de este corazón.
Y empecé de nuevo
con la lapicera
a escarbar la tierra
de mi primavera.
creció una palabra
floreció la tarde
¡abracadabra!
La regué con agua
de mi regadera
desbordaba tinta
como enredadera.
Fue un día de otoño
que se deshojó
un abracadabra
de este corazón.
Y empecé de nuevo
con la lapicera
a escarbar la tierra
de mi primavera.
******
Te regalo una palabra
con cinta y moño
de estas que se desatan
cualquier otoño.
Una palabra blanda
con piel de espuma
para soplarle al viento
y llenar la luna.
Luna de una palabra
que, soñadora,
vive cuando se duerme
y muere con la aurora.
Te regalo una palabra
sin decir nada
porque la traigo escrita
en tu mirada.
Una palabra enorme
con nuez y ruido
de las que no se pierden
cuando se han ido.
Te la regalo ahora
porque es urgente
que te des vuelta y veas
que estoy enfrente.
******
Contame
un cuento de hadas
para soñar esta noche
letras doradas.
Contame un cuento liviano
para que duerma esta noche
bajo mi mano.
Contame un cuento que flote
sobre mi almohada
porque detrás del silencio
no escucho nada.
Contámelo poco a poco
muy despacito
que cuando cierro los ojos
lo necesito.
para soñar esta noche
letras doradas.
Contame un cuento liviano
para que duerma esta noche
bajo mi mano.
Contame un cuento que flote
sobre mi almohada
porque detrás del silencio
no escucho nada.
Contámelo poco a poco
muy despacito
que cuando cierro los ojos
lo necesito.
******
La
historia que aquí se cuenta
le aconteció a una princesa
que tenía pajaritos
trinándole en la cabeza.
Los pajaritos le hablaban
de las delicias de andar
volando sobre los ríos,
sobre los campos y el mar.
(La princesa suspiraba
y volvía a suspirar.)
El papá de la muchacha
era el rey de Mala Gana,
se apoltronaba en su trono
a mirar por la ventana.
Le apretaba la corona
lo aburría la batalla:
él quería hacer castillos
con arena de la playa.
(Mi reino, pensaba el rey,
lo cambio por una malla.)
La reina madre vivía
contándole a los espejos
que soñaba irse en un barco
y llegar lejos… muy lejos.
La cosa es que la realeza
en realidad se aburría
cada cual con su tristeza
planificaba su huida.
Hasta la vez que ocurrió
el milagro de un carruaje
que se detuvo en el palacio
para emprender largo viaje.
El carruaje era carroza
con seis caballos alados
con hélice en el techo
y ruedas a los costados.
Los reyes y la princesa
emprendieron aquel día
el viaje que se llevó
por siempre a la monarquía.
le aconteció a una princesa
que tenía pajaritos
trinándole en la cabeza.
Los pajaritos le hablaban
de las delicias de andar
volando sobre los ríos,
sobre los campos y el mar.
(La princesa suspiraba
y volvía a suspirar.)
El papá de la muchacha
era el rey de Mala Gana,
se apoltronaba en su trono
a mirar por la ventana.
Le apretaba la corona
lo aburría la batalla:
él quería hacer castillos
con arena de la playa.
(Mi reino, pensaba el rey,
lo cambio por una malla.)
La reina madre vivía
contándole a los espejos
que soñaba irse en un barco
y llegar lejos… muy lejos.
La cosa es que la realeza
en realidad se aburría
cada cual con su tristeza
planificaba su huida.
Hasta la vez que ocurrió
el milagro de un carruaje
que se detuvo en el palacio
para emprender largo viaje.
El carruaje era carroza
con seis caballos alados
con hélice en el techo
y ruedas a los costados.
Los reyes y la princesa
emprendieron aquel día
el viaje que se llevó
por siempre a la monarquía.
PÁGINA
32 – CUENTO
FRANCISCO
BRIZ HIDALGO
EL
ÁNGEL DE LOS NIÑOS
Cuenta
una antigua leyenda que un niño, que estaba a punto de nacer, le dijo a Dios:
- Me dicen que me vas a mandar mañana a la Tierra, pero... ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando, él te cuidará.
- Pero aquí en el cielo, no hago más que cantar y sonreír; eso basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
- ¿Y cómo entenderé a la gente que me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres? ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
- Tu ángel te juntará las manitas y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces terrestres y el niño presuroso, repetía suavemente:
- Dios mío, si ya me voy, dime su nombre... ¿cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tú le dirás «mamá»...
- Me dicen que me vas a mandar mañana a la Tierra, pero... ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando, él te cuidará.
- Pero aquí en el cielo, no hago más que cantar y sonreír; eso basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
- ¿Y cómo entenderé a la gente que me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres? ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
- Tu ángel te juntará las manitas y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces terrestres y el niño presuroso, repetía suavemente:
- Dios mío, si ya me voy, dime su nombre... ¿cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tú le dirás «mamá»...
Todos los textos, fotografías o
ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos
propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones
contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a
reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar,
difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.