Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

GACETA LITERARIA Nº 99– FEBRERO de 2015– Año IX – Nº 2




Imágenes:  GEORGIA O´KEEFFE (Wisconsin-Estados Unidos)

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)


LAS GUERRAS DE LA GUERRA

En una conferencia de Prensa, Jeanne Kirkpatrick, representante del presidente Reagan, dijo que Sornoza era preferible a los sandinistas. Más sinceramente, podía haber dicho que prefería a Wilfiam Walker. William Walker fue un pirata norteamericano que hace más de un siglo, en 1856, se proclamó presidente de Nicaragua y El Salvador y restableció la esclavitud de los negros en esos países. Los Estados Unidos, que llevaban medio siglo negándose a reconocer la independencia de Haití, reconocieron de inmediato al Gobierno de este filibustero y le enviaron embajador. Al año siguiente, Walker fue expulsado por los patriotas centroamericanos, pero el presidente Buchanan, desde Washington, anunció: "Está en el destino de nuestra raza. Nuestra emigración seguirá hacia el Sur y nadie podrá detenerla. Dentro de poco tiempo, la América. Central...". Diez años antes, la invasión militar norteamericana había arrancado a México la mitad de su territorio.
La historia de la intervención norteamericana en América Central, y en el Caribe, y en el resto de América Latina -historia de incesantes infamias y atrocidades- acompaña, paso a paso, la historia de la emergencia y consolidación de Estados Unidos como potencia mundial. No vamos a contar esa historia aquí. Basta con ver la realidad actual de países donde el dictador o presidente de turno actúa como si fuera embajador de los Estados Unidos; el embajador de los Estados Unidos actúa como virrey, y el ministro de Economía, como su recaudador de
tributos, mientras el, comandante en jefe de las fuerzas armadas arranca el cuero cabelludo a los indios vencidos. Y basta con recordar, por ejemplo, que el actual ciclo trágico de Guatemala se abrió hace casi treinta años, en 1954, cuando los Estados Unidos armaron y acompañaron una invasión que liquidó a sangre y fuego a un Gobierno democráticamente elegido, que había tenido la subversiva ocurrencia de poner en marcha la reforma agraria. Años después, en la década del sesenta, para aplastar la lucha de los campesinos desalojados, los Estados Unidos convirtieron Guatemala en un laboratorio de aplicación de las técnicas de guerra sucia que habían ensayado en Vietnam. Guatemala fue el primer país latinoamericano donde se desarrolló en gran escala la técnica de las desapariciones. En nuestros días, el método se sigue aplicando allí y también en El Salvador y otros países gobernados por secuestradores. En Argentina ha cobrado no menos de 20.000 víctimas, que la máquina del poder devoró intentando borrar rastros.
Desde hace años la realidad demuestra, dolorosamente, que los centros norteamericanos de adiestramiento para militares latinoamericanos fabrican dictadores en serie. Allí han aprendido a picar carne humana y a gobernar traicionando a los generales que ejercen el poder, directamente o con máscara civil, en la mayoría de nuestros países. A veces, estos intermediarios trastrabillan ante el embate de la furia popular. La Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas acaba de informar que las fuerzas armadas y los grupos paramilitares de El Salvador son responsables de casi todos los asesinatos políticos que allí han ocurrido durante el año pasado -11.000 asesinatos, al margen de los combates militares-, mientras algunos periodistas especializados elevan mucho más la cifra y señalan que los militares salvadoreños matan cuarenta civiles por cada guerrillero que abaten. Y, sin embargo, es inútil: la CIA advierte al presidente Reagan que no se ganará la guerra sin la intervención directa y masiva de tropas estadounidenses. Hasta ahora, el creciente envío de armas y asesores ha multiplicado los muertos, pero no ha multiplicado la fuerza de la dictadura.


PÁGINA 2 – NUESTRA POESÍA

ARIEL GIACARDI
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

NO ES AQUÍ

No en los ríos sexuales de la noche.
No en esta torpe ciénaga de ojos.
No en la prisión de sangre en que callamos.
No en este mundo. No. Ni en esta vida.
Aquí seremos nada más que un sueño
mutilado, extranjero y disidente
diluyéndose a tiempo en el olvido
-esa región azul y sin fatigas.
Porque aquí los apóstoles del llanto
celebran sus eclipses perentorios
y el deseo es un duro silogismo
y el amor una cárcel, todavía.
Pero imagino un día sin mordazas
todo lleno de pájaros veniales,
un día unánime que nos incluya
en su gesto de blancas amnistías.
Allí y entonces estará de nuevo
mi corazón, de pie y apacentado,
y al verte abrirá su pecho diurno
y te dará, por fin, la bienvenida.

MIRYAM COLOMBOTTO DE SEIA
(Gálvez-Santa Fe-Argentina)

ROJO VUELO

Se me calla la sangre, hace silencio
para escuchar ese vuelo. Y ocurre
que este incendio de plumas
sigue prestando su intención al viento,
al viento que trae todo,
sembrador de semillas-sonidos-aromas
seductor de mí, que muero por vivirme ave.
Se me calla la sangre, hace silencio
para escuchar el tuyo, el mío
y algo así como la tristeza
se duele
en el vuelo rojo
que no sucede.

MIRTA GAZIANO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

GRACIAS A DIOS

Adentro, muy adentro mío vive mi ser
acaparado en los límites del cuerpo
esencia misma del encumbrado pensamiento
néctar entre escaparates de cristal
efervescencia, aglutinar
aprisionados, sin dejarse ver, sin emerger
en potencia
a punto de estallar.

Allí en el centro mismo de mí apelmazado y tullido cuerpo
en el interior
sin poder salir
solo mis ojos quizás lo debelen
o mis palabras
pero mis gestos y andares corporales
se mantiene rígidos en posturas exigidas.

¡OH!, terrible realidad que me acontece
tanto fragor
tanto tumulto aprisionado
tanto río corriendo por las venas
y estallidos de volcanes ateridos.

En mi silla
en mi cama
en mi casa…
Cierro los ojos y agradezco a Dios el vuelo
que mi mente puede darse
solo ella es capaz de despegar,
trasvasar tenebrosas realidades lacerantes
huye, de agujas y frascos de pastillas
huye
huye
brindando libertad virtual a mis aprisionados miembros
atados a la silla de ruedas. 
Mi mente fabrica realidades alternadas
si hasta puedo bailar de puntillas dando vueltas por la sala.

GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

SUBSAHARIANOS

Que es como decir subhombres / como instalarlos
en el confín en el peldaño último / más allá de la nada
hologramas acaso que no piensan ni sienten
ni merecen sino la miscelánea buena para rellenar
esos huecos molestos de la tanda / varios murieron
a bordo del cayuco a pocas millas de su Atlántida
esas motoras expertas en los ceremoniales
de la desesperanza / barcos negreros tanta agua
negra resucitando unas mutilaciones olvidadas.

NORMA SEGADES-MANIAS
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

EL ECO DE SUS NOMBRES
(Ayotzinapa)

Alguien grita los nombres a la hondura, cuando el silencio vuelca sus pisadas señalando la senda del regreso.
Otros rastrean sus anonimatos yacentes en la mugre, en fosas donde reinan extravíos, en rostros desollados y oquedades vacías.
Diciendo: no eres nadie, no eres nada.
Las vigilias de pie se vuelven mármol en cada coordenada de cada desmemoria. Franquean las fronteras de viejas corrupciones.
Porfían. Perseveran.
Se obsesionan en visibilizar esta masacre para los hombres ciegos.
Sus candelas de fuego permanecen atentas.
Buscan sus sepulturas en rincones sin cruces ni señales.
Turbados. Confundidos. Eclipsados. A tientas.
No llevan talismanes que los salven.
No hay un salvoconducto resguardando sus marchas entre bolsas oscuras y maizales ajenos.
Porque todo es inútil.
No hay respuesta a la palabra aquella que ejecutó el bautismo desde los duros vientres campesinos dadores de la vida y de los sueños.
Resistentes a cualquier embestida de la desesperanza.
Llorando su tormento sin una sola lágrima.

Caminando el dolor sobre la tierra.




PÁGINA 3 – CUENTO

MÓNICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

ECLIPSE OCULTO

El eclipse sucedió allá lejos, muy lejos, tan arriba en esa luna familiar y extraña, la luna siempre la misma, presente en las noches que no vemos y en las que vimos.
Se ha obscurecido la luna, se ha puesto roja, ha revelado su superficie convexa de esfera celeste. Allá detrás de las nubes, para otros ojos, para quien no se halle debajo de las nubes nocturnas que se empeñan en ser garúa para regalar un entramado sutil en los faroles.
Desde aquí y tras las ventanas hemos visto oscuridad y agua, hemos visto la textura móvil de las gotas minúsculas, y hemos apenas presentido que la tierra negó la luz del sol a nuestra siempre luna. Eclipse sin ojos, eclipse ciego.
Sabemos con las yemas de los dedos, con los vellos sensibles del borde del espíritu, con un leve temblor de la piel sabemos que esta noche y para nadie la luna se vistió de largo, se puso pendientes, se engalanó y bailó con gasa transparente. Hoy la luna puso fanal a la bombilla, se soltó la cabellera, se recostó en los cielos y extendió rubor en las mejillas.
Impúdica luna la luna a media luz. Luna de otoño, luna desvelada.
Horadan mis ansias esta lluvia y estas nubes. Detrás ha ocurrido el eclipse, y ya ha acabado. No lo vimos. Pienso que no veré muchos más.
Recuerdo otros.
Inclina a la meditación un hecho único y precioso. Nos deja a solas con los pasados en sepia y los mañanas de incertidumbre.
Siento la precariedad de mi silueta contra el negro de la noche. Ruego que me vea el hombre cuando ponga fanal a mi bombilla, cuando baile a media luz, cuando deje caer los velos.

Que no ciegue la lluvia a mi amor. Que no me oculten de él ni estas nubes ni otras aguas.



PÁGINA 4 - RESEÑA

LUIS BENÍTEZ
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

“Pan Comido Ediciones”, la pujante editorial de Córdoba –la capital actual de la poesía argentina- ha publicado en noviembre pasado un nuevo título de su colección poética, que viene a ampliar aún más el interesante catálogo de su fondo de volúmenes. Se trata del poemario “La noticia es el diluvio” (ISBN 978-987-45146-5-3), del joven autor Alexis Comamala, nacido en la citada ciudad argentina en 1979. Comamala acredita títulos anteriores, como “Ensayo mi muerte” (2007) y “El naufragio” (2009). Fueron compilados sus trabajos en “El día más parecido” (2008), entre otras antologías.


En este flamante poemario Comamala exhibe una destreza formal acrecentada y se muestra todavía más seguro de sí mismo para afrontar los problemas estilísticos que plantea resolver los alcances que desea darles a los núcleos de sentido de su obra poética. Está presente en sus versos una buena digestión de la tradición cultural occidental, bien decantada, que lo lleva a formular ya una voz personal con el acento puesto en la situación existencial del hombre contemporáneo, pero entendido como sujeto en el tiempo, dotado de un pasado histórico que define sus perfiles con no menor precisión y presencia que los conflictos propios de nuestro presente. Sin duda se trata de un horizonte ambicioso, pero la capacidad escritural de Comamala sabe sortear con habilidad los obstáculos de ese dibujo cubista, multiangular, que le impone a sus poemas. Una ajustada referencia a íconos culturales pregnantes le permite al autor instalar sus textos en un contrapunto con la tradición del género, ya a partir de la misma cita que abre el volumen, tomada del manuscrito acadio Atrahasis -Ziusudra para los sumerios- referencia que se continúa con el Gilgamesh, y el “Walden o La Vida en los Bosques”, el famoso ensayo del filósofo, escritor y poeta estadounidense Henry David Thoreau, y el Arca del diluvio, entre otras imágenes y conceptos; pero estos elementos operan en función de que el autor desarrolle cada vez con mayor potencia y adoptando un tono por momentos apocalíptico, una precisa ubicación poética del hombre actual. El empleo eficaz del voseo y de las referencias a lo cotidiano bajan a tierra el conjunto, dotándolo todavía de una mayor eficiencia en su conjunto. No es poco asunto el logro alcanzado por Alexis Comamala en este, su nuevo poemario, lo que hace que se vaya consolidando como una de las voces más interesantes de la actual poesía argentina. Sin lugar a dudas, se trata de un autor para seguir y releer, uno que no solamente promete, sino que sabe cumplir con aquello que busca el lector de poesía de nuestro tiempo.




PÁGINA 5 - CUENTO

JORGE ISAÍAS
(Los Quirquinchos-Santa Fe-Argentina)

DOS HILERAS DE SAUCES

La entrada a la casa de la chacra estaba precedida por dos hileras de sauces, que partían de un camino interno, al costado sobresalía un gran galpón de ladrillos con techo de chapa a dos aguas para guardar cereal y donde dormía a veces un viejo tractor marca Pampa.
No era raros que en las siestas, en uno de esos sauces ataran un caballo de andar. Para usarlo luego de la recorrida en busca de caballos que pastaban en los potreros y que usarían en diversas tareas del campo. No era raro que ese caballo, luego de horas de estar allí, entre el orín y las moscas se mostrara molesto. Tampoco era raro que yo me acostara debajo de algunos de esos sauces aún jóvenes, con mi espalda sobre la mullida gramilla y con una revista de historietas dejara pasar morosamente las horas, mientras los mayores dormían su siesta.
En otras ocasiones dejaba a un lado la revista y miraba el cielo a través de las ramas de esos sauces que filtraban el sol por las nervaduras de las hojas, que gracias a la luz se pintaban de un verde muy pálido, más pálido que el verde natural de esos árboles, que apenas movían esas hojitas con una brisa tenue y quizás intermitente.
No era raro que los moscardones, atraídos por el acre orín del caballo, revolotearan con ese zumbido molesto.
Esos sauces, esos moscardones y aún las moscas más silenciosas, ese pequeño vaho de orín y sobre todo esa quietud ha quedado flotando en algún lugar no sé si feliz, pero agradable de mis más remotos y lejanos recuerdos de esa infancia suspendida como un brevísimo abrojo en la quietud solitaria de la llanura inabarcable que fue la matriz - tal vez- de toda escritura. Que de algún modo también inesperado aparece siempre en aquello que uno no elige a la hora de sentarse a escribir. Son los núcleos que a uno "le han sido dados" (la frase es de Borges) y que no puede eludir.
Inútil aclarar que esa casa, que rodeaban los mandarinos olorosos ya no existe, ha sido tapada con tierra y se le ha sembrado soja encima, pero no hay nada que pueda sacármela de la cabeza de seis años, porque esa idea tira con la fuerza de cinco percherones oscuros, con los garrones sin tusar, llenos de abrojos, con los inmensos vasos partidos, que nunca tocaron el martillo y el punzón del herrero.
Porque la realidad puede ser modificada en lo real, pero nunca es tan importante como para sacarla de cuajo de la percepción, que siempre es más pertinaz y más esquiva a los avatares que traen los cambios. Y máxime cuando se aloja en la imaginación de un niño.

Quedan otros recuerdos, un tanto más vagarosos, como éstos pueden serlo pero también tienen la persistencia de una cigarra que perfora el verano con su sierrita demoledora, esas cigarras que nunca vi porque se metamorfoseaban entre las hojas de los fresnos o el follaje de las parras que soportaban también esos racimos seductores y dulces que bien valían un reto si uno se atreviera a robarse uno, a distraerlo de la rigurosa contabilidad de la abuela o la más que laxa mirada de mi madre que más de una vez disimuló el hurto y fue cómplice de sus hijos porque comprendía que ese deseo imperioso alguna vez la vida se encargaría de troncharlo con mayor violencia y desamparo, con la impiedad de los años que vendrían, durísimos.




PÁGINA 6 - POESÍA

IVANA SZAC
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

Escribo
con mis manos de agua
mis ojos de barro
en la oscuridad de los pasillos
escribo
en los crepúsculos de mi boca
en el tumulto de la ciudad
Escribo desde el pozo
desde la luna naranja
desde el orgasmo verde.

CARLOS CUCCARO
(Azul-Buenos Aires-Argentina)

LA LENTITUD DE LOS RECUERDOS.

Conoce
 la hondura de la piedra.

Sabe de los colores
que
el atardecer vuelve verticales
sobre las ruinas de los cementerios.

Sabe
de la carne y del fruto ,
y de la llama invisible
que  todo lo consume
y lo trastoca.

Ha existido.

Y su existencia
ha sido el tajo momentáneo
del plenilunio
sobre el agua.

Ha sido un hombre entre los hombres.

Todo para llegar el límite.

Y renacer –algún día-,
en
el horizonte infinito
de los sonámbulos.

ERNESTINA ELORRIAGA
(Córdoba-Argentina)

Niño sin cielo
El sol
en refucilos de fuego caía
sobre el cartón y el zinc
ajeno
ajeno al corazón del niño
que en un averno en una pieza de dos por dos
en un lugar sin nombre y sin orillas
en un lugar despiadado
en un lugar de la tierra donde el nylon se hace flor en el barro
y el agua jabonosa es un río maloliente
el niño crece un niño crece
mientras en el rostro de su padre
la sombra dibuja el espectro de los
caballos que murieron de sed en el diluvio
la sombra del miedo de la rosa
la sombra del pan
el niño ve
el niño ha visto a su padre
mirando el chaperío
los ojos desprendidos del cuerpo
buscando el cielo
el niño ha visto
por eso cuando su padre amaneció
con los ojos en blanco y un pétalo rojo le pintaba los labios
él supo que era tarde
que la pena guardada se iba hacia la nada
como un barquito de papel
cuando la lluvia cesa
después
vio que a las palomas
les crecían espinas en los ojos
tenía trece años estaba en la calle
mirando el cielo
la bolsita de pegamento apretada en la mano
como si fuera aún la taza de leche
tenía los ojos verdes
pero el desamor es un lobo con hambre.

ANAMARÍA MAYOL
(Victorica-La Pampa-Argentina)

LA PATRIA

Yo buscaba la patria 
en las mañanas 
iba a la escuela 
sin delantales blancos 

me paraba en su patio
la pensaba 

en los profundos ojos de algún niño

la buscaba 
en los árboles del sur 
inclinados al viento

entre las calles 
las casas los silencios 
la turba soledad de las ciudades

la buscaba 
en la estepa
inmensa desolada

en los Andes del sur
en los de más al norte

en la larga llanura
de atardeceres lentos 

Anduve en Aimogasta
en la Puna 
en los bordes del lago Titicaca

en Machu Pichu
en Bogotá Managua 
enTepoztlan, Zamora 
en Quito Chañaral
en Buenos Aires 

Yo buscaba la patria 
en las raídas manos 
de América latina 
en las mujeres con los ojos tristes

en las espaldas 
de las gentes 
acarreadoras de hijos y de penas

en tu piel en tu boca

en el mar con su oleaje 
y con sus islas 

en la música de las verdes ventanas 
en Esmeraldas

Yo buscaba la patria
y la tenía 

aquí
entre los pasos y la sombra 

aquí
entre las manos
en la memoria

MARTHA OLIVERI
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)


HEREDAD
"No me contéis más cuentos"
León Félipe.

Desde el inicio supe el afán de mis sueños
esa fuente ilusoria del sediento
y he venido a decir que en lo más hondo
de esta gran arquitectura que es el mundo
no hay más que un fiel desierto
un campo anochecido de incontables cenizas
de incontables derrumbes.

He venido a decir lo escarnecido
a narrar el silencio de las lágrimas
a besar lo marchito
a enaltecer el canto diminuto
que angosta su fulgor en la garganta
a contar que no hay cuentos que nos calmen.

Ah, poeta de la antorcha culpable y prometeica.
Ah, Caín,desdichado, que de sangre
has teñido el firmamento con tu espiga.

He venido a besar la cicatriz no la corona.
Qué padre tan cruel nos agoniza
Quién condena al desterrado 
a esta inerme lucidez
Quién incita en su poder al fratricidio.

He venido a decir no hay esperanza
si la esperanza se fragua 
con la materia vanidosa de los cuentos.
pero pero hay nidos que sueñan
en heredad silvestre.
y cunas del otro lado meciendo los abismos.



PÁGINA 7 – CUENTO

©LOURDES VÁZQUEZ

(San Juan-Puerto Rico)

 

CLAUDIA Y YO.


La primera vez que vi a Claudia estaba incrustada en el diseño de un tapiz de un museo. Vestía un traje de época y una corona de margaritas frescas rodeaba su cabeza. El tapiz, con bordes elaborados que dibujaban ostras y cangrejos en hilos de oro y seda, era su casa. En alguna oportunidad pudo escapar.
Claudia es aquel desorden que se va gestando frente a la película de la vida. Sin tener conciencia de ello va consumiendo madelinas con café, sentada en la mesa de mi cocina, como si degustara la última cena.  Alimentarse de madelinas, me dijo, es recordar la infancia de Proust, siempre enfermo en una cama de madera con pilares altos.
El comportamiento errático y exigente de Claudia me recuerda a un laberinto. Una especie de locura que como el veneno del escorpión la va nutriendo, una planta Mandrake que se diluye dentro de un pozo fragmentado: le crecen varias cabezas y siente que es inconfundiblemente immortal, como el error humano.
Eres Claudia la ceniza emocional de una diosa o la niña que busca a su amante a pesar de no conocerle y de no pertenecerle.  Pienso que has sido abducida y conducida por un camino falso, metiéndote en el submundo rosa de una pantalla de televisor en el que únicamente yo puedo tener espacio. Aquí estoy examinando la multiplicidad y confusión de tu imagen como se estudia un pato estrangulado por una serpiente.
Con el tiempo Claudia te has transformado en un hueco artificial e interminable de molestias, ruidos, adicciones y aficciones. Eres el danger medieval que todos evitan. Vas y vienes dejando una lámina luminosa de ansiedades como Adelle H en su paso por alguna habitación de hotel caribeño o como aquella Camila devorando y amando las manos de Rodin.  Persigues un recorrido que puede incluir las piedras, el fondo inherente y el iris con sus luces neón, para encontrar el vacío universal: aquel del que la postmodernidad habla.
Pero mal-conduces un carro maltratado y tirado por bueyes como un detective inexperto maneja una investigación criminal: esa pareja de recién casados muertos en plena luna de miel justo cuando llevaban a cabo el acto sexual. El criminal entonces penetra la sortija matrimonial del varón en la vagina de la occisa.
Mi obsesión por ti no me permite distinguir el lirio azul que flota en el Nilo o los herbarios de los bestiarios. El parecido a ese yo personal de la otraedad me hace tomar el caballo y halarle las crines hasta que trote tan fuerte que puedo encontrarte metida en algún paseo bifurcado y solitario, espléndida de desconciertos y descaminos. Te escrutino para poder explicar algo del constante desafío por aquello que desconoces y además omites.  Eres la humillación y los múltiples rechazos que una vez yo padecí y que como vestuarios rotos se multiplican, hablando sobre un diario en un código diáfano y liviano y poco asequible. Todo es poco comparado con las ansias de tenerte distante evitando así descubrir mis  cicatrices de antaño.
Tener una luna llena de frente, sin luces de ciudad o nubes que atormeten la vista, es todo lo que he añorado y en consecuencia luchado hasta desangrarme y llegaste tú para oscurecer mi semblante. Con tu sublime rostro y tu traje roto por el tiempo no te has dado cuenta Claudia que eres como aquella rara música antigua programada para morir.



PÁGINA 8 – RESEÑA

MARÍA CRISTINA ALONSO
(Bragado-Buenos Aires-Argentina)

EL SUEÑO CRISTALINO DE LOS PECES

La Ciencia ficción es un género de la incomodidad y de la incertidumbre. Desde Historia verdadera de Luciano de Samosata  hasta Under the dome de Stephen King, las historias que se cobijan bajo este género y que van mutando a lo largo del tiempo con el derrotero de la experimentación humana, nos hablan más de nuestras incógnitas más profundas que de los misterios del universo.
En su libro de poemas Ciencia ficción, el poeta mendocino Hernán Schillagi transita por los tópicos de este género para refundar territorios que la poesía no había recorrido. La poesía, dice Hernán citando a Alejandra Pizarnick, es “el lugar donde todo sucede.”
Y todo sucede en estos poemas de factura exquisita, poemas que nos van proponiendo múltiples lecturas. Aquí están los bradburyanos canales abandonados de Marte, la tierra roja, la voz de los antiguos habitantes del planeta y sus barcas como luciérnagas fugaces. Acaso volvemos, en “luces a extrañas”, al imaginario encuentro en una solitaria carretera  ya no de seres de mundos distintos sino de dos seres que intentan “comprobar si has resuelto/ nacer conmigo otra vez”
La poesía es en sí misma un viaje, un aliento que le insufla vida al barro y abre los ojos del monstruo, una nave que nos lleva al  misterio de la creación, un artefacto desde el que, a través de sus escotillas vemos pasar nuestros recuerdos pero también los mundos que aún no hemos soñado.
Poemas que nos traen imágenes de las múltiples regiones de la literatura, como un cohete que deambula por las galaxias de un género hasta no hace mucho poco prestigiado, vamos del monstruo de Mary Shelley , al mano de Oesterheld de cuya “garganta nace un himno de muerte”, las palabras finales de Nemo luchado con su rencor como un monstruo de acero, el contador automático de estrellas que imagina Roberto Arlt en El juguete rabioso, y las calles hechas de niebla de la Londres por la que Stevenson hizo deambular la dualidad de Jekyll.
Como toda buena literatura, los poemas de Hernán nos devuelven más preguntas que respuestas, porque el futuro que construye la ciencia ficción y  que merodea en este libro está lleno de preguntas que viajan “como una roca encendida/ de un extremo a otro de los sueños/ y en esa distracción de la muerte/ podré robarte las preguntas/ que ya me esperan en el futuro” (viaje en el cometa).

En estos poemas hay dioses derrotados y  mundos exteriores  explorados  por “navegantes telúricos de los doce tomos de la enciclopedia salvat”. Lo lejano y lo cotidiano como territorios íntimos enfrentados a lo insondable, señales de humo hacia el firmamento que interrogan. 

Poemas que nos cuentan que estamos solos en el universo, que “somos el sueño cristalino de los peces/ que avanzan dormidos por la noche del mar”


PÁGINA 9 – CUENTO

SERGIO BORAO LLOP
(Zaragoza-España)

EL SUR

Podría abrir los ojos, encogerme de hombros, decir: “no sé qué estoy haciendo aquí”. Y sería verdad, al menos parcialmente. Toda verdad es incompleta, eso lo sabemos. Porque el conocimiento de nuestra propia realidad también es parcial. Verdad es que nunca antes había oído esa palabra, pero no es menos cierto que escucharla me trajo, de repente, imágenes de un tiempo ya pasado, de un lugar nunca visto, de una música extraña…
Creo que lo dijo Urbano Powell, una tarde imposible, mateando. Aunque ya no sé si es recuerdo o presunción. Evoco la palabra: “Dudignac”, una voz pronunciándola, el tenue escalofrío que mi cuerpo sintió… Otra voz, no la primera, apuntó: “eso está en Europa, en Francia, en el sur”, y la primera voz, tranquila, replicó, “no, ché, eso está aquí mismo, a poco más de 300 kilómetros de Buenos Aires, cerca de Nueve de Julio. Es un pueblito… y bueno, también es una estación abandonada…” un silencio expectante, un leve carraspeo “de aquellas del Midland, ya sabés”.
Y yo, que escuchaba en silencio, con el corazón encogido, no sabía, pero… supe.
Supe que tenía que ir a esa estación, y no, no me pregunten, porque aun hoy, aquí sentado, todavía no tengo una respuesta… No podría precisar tampoco los acontecimientos que siguieron. Todo fue un vértigo de acciones sumidas en la niebla. Sé que hablé con personas a quienes no conocía, que acumulé datos innecesarios, que hice preguntas cuya respuesta en realidad no me importaba, porque desde el primer momento, desde que aquella voz pronunció esa palabra, yo sabía que un día mis pies se posarían en la antigua estación abandonada, en ésta en la que ahora me encuentro, viviendo en primera persona esta historia que ni siquiera yo comprendo…

El verde tiene muchos tonos, hay muchos verdes, pero el sur francés es otra cosa. No lo sé yo, yo nunca estuve allí, nunca salí de esta tierra que a veces me resulta inhóspita, pero a la que, sin saber muy bien el motivo, no puedo dejar de amar… Yo no lo sé, repito; pero lo sabe él: ese hombre que escribe, ese hombre que está escribiendo estás líneas, alguna vez estuvo allí, en ese sur plagado de colinas verdes y valles inmensos que su palabra inhábil no alcanza a describir de forma precisa…

Pero yo no lo sé, yo nunca estuve allí. Sin embargo, si cierro estos ojos, testigos de la infamia de más de medio siglo, que sin querer mirar lo han visto casi todo… Si aquí sentado cierro los ya cansados ojos y dejo que mi mente vague libre, puedo sentir el olor de esos viñedos que no son de estas tierras; puedo percibir, sin ver, esos árboles verdes, ese césped que es casi un resplandor a ras de suelo, los diminutos pueblos que adornan las laderas. Pero si abro los ojos, si cedo a la tentación de lo real (pero ¡qué sabemos en el fondo si es, en verdad, real!), vuelvo a estar aquí en Dudignac, una vieja estación abandonada por la que ya no pasa el tren; o tal vez sí: un tren fantasma que no conduce a ningún sitio, sólo al recuerdo de otras gentes que están lejos de aquí, allende el mar y el tiempo, escribiendo palabras que yo no entendería.

Allí, en ese otro lado, en ese otro sur que nunca vi, la estación tiene vida. Hay viajeros que esperan, viajeros que conversan, viajeros solitarios que no saben muy bien cuál será su destino (si lo miramos bien ¿quién sabe, en realidad?). Hay funcionarios con sus uniformes un tanto gastados por el uso, hay maletas, cigarrillos, un viejo reloj, expectativas… Acaso alguna vez, ese hombre que escribe, estuvo en tal lugar, acaso él escuchó la música que ahora, sentado en este banco con los ojos cerrados, me parece evocar.

Con los ojos cerrados se siente un viento fresco, la caricia del sol en pleno rostro, ese sopor me lleva hacia lejanas fechas, me invaden los recuerdos de aquella primavera (¿qué primavera? pienso) Aquella primavera que es mi otoño, tal como siempre fue. Con los ojos cerrados casi puedo sentir el temblor de la tierra, el sonido lejano de un tren que va acercándose, las voces que resuenan alrededor de mí…
Y aunque sepa que por aquí no pasa el tren desde hace más de treinta años, es tan grato dejarse seducir por esa magia… Tal vez sólo por eso, permanezco sentado en este banco, con los ojos cerrados, aguardando en secreto la llegada del tren, ese tren que es tan sólo una esperanza, la inverosímil fantasía de un alma que dormita.

Y entonces, él también, ese hombre que escribe, puede cerrar los ojos; allí parapetado tras su mesa, puede cerrar los ojos, recobrar ese olor casi olvidado, sentir la emanación de los viñedos, las voces, las campanas, y retornar al día en que llegaba el tren que no pudo tomar en su lejana Europa (ese tren que había de conducirle a su destino). Nada importará entonces si el nombre no es el mismo, si es apenas el eco de una voz junto al fuego, una simple palabra que se quedó prendida en el alféizar gris de esa ventana que algunos llaman alma. Tal vez así los dos: ese hombre que sueña (si es que es él, el que sueña), y este hombre que espera (si es que soy el soñado) podamos al final entremezclar nuestras ficciones: su Sur con este Sur, el mío con aquel que nunca he conocido.


PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA

ALEJANDRA DÍAZ
(Tucumán-Argentina) 

los poetas / la poesía hablan de médicos o cicatrices -pregunto - qué pasaría si la poesía / los poetas caen internados en hospitales siquiátricos / accidentes en las calles ( los del alma sangrando -no-los de brazos cuerpos rotos-esos) qué dice la poesía de los desalojos / los francos defectos de la no-vida de rosas -pregunto- cállese mi niña -tiene fiebre- una araña deja la piel antigüa en el vértice
del techo / cierre los ojos mi niña
a la poesía no se le corta la luz si no paga en tiempo y en forma no / no / no diga eso- ya están los diarios bramando que la inflación / que el costo de la vida es casi proporcional al costo de la muerte
que la justicia corrupta la iglesia enferma los jueces... los poetas tienen también diabetes / reuma / migrañas terribles viven a veces sórdidamente en nidos de los que se desprenden escaleras caracol oxidadas / cuartos de hoteles con cucarachas en países donde estallan bombas y mueren mueren miles de niños cállese mi niña -cállese
los poetas / la poesía
tiene fiebre

ALEJANDRO JUSIM
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

COMIENZO DEL CAMINO

De las aguas tibias abrazadas a lo nuevo,
sumergidos en el sueño,
sin palabras
sin colores
sin aromas
nos lanzamos a la selva sin reparos
aprendiendo de los vientos
frágiles
diminutos
posibles.
Y vamos recorriendo en el comienzo,
algodones de ternuras temerarias,
sin respeto
sin preguntas
sin respuestas
buscando simplemente en el refugio
donde anidan los vientos
inquietos
feroces
retoños.
De blanco ya vestimos la inocencia,
aprendiendo soles,
sin pedirlo
sin certezas
sin saberlo
dejando atrás los brazos protectores
compartiendo el viento
jugadores
enormes
invencibles.
Atados en un tiempo remolino
regando tormentas
sin camino
sin razones
sin chaleco
solos en una soledad de polvo
peleándole a los vientos
altaneros
temerosos
sempiternos.
Y la balsa de la vida sigue erguida
alzando al viento velas de esperanza
tal vez en unos días les traiga más edades.
Pero hoy termino aquí,
volviendo tierno al tiempo de las brisas
descansando en el recuerdo, renaciendo la sonrisa.

ANÍBAL DE GRECIA
(Oberá-Misiones-Argentina)

VACÍO

El miedo está desnudo, el amor está desnudo, la muerte está desnuda
estás lejos de mis ecos
tengo que dejar mi herida en otro sitio para salir a buscarte

de todos modos ya es tarde
nombrarte es muy largo para este tiempo
mis dedos están tan agitados que no te veo

Esta sed de vos, es un gusano de arena que desgasta mis entrañas
y me nace en otra cárcel para seguir sangrando, sin tocarte.

(Olavarría-Buenos Aires-Argentina)

INSOMNIO

Noche dinosaurio se desploma / en cama sin lenguaje
una explosión de párpados / en la última máscara resignada.
Avisó el cielo / que lloverá esta noche
ya nada importa / para quien perdió su fé.
Lejos y cada vez más lejos / la promesa de una medalla
rueda en la intemperie / mientras sigo aferrado
a la rama seca de aquel beso / pálido en su campana de cristal
preso de su miedo a ser.
Soy la bestia de terciopelo / que bosteza. // La fiesta continua.

MANUEL LOZANO
(CABA-Argentina)

ANUBIS O EL CHACAL AULLANDO

Lagarto de grandes manchas, asilverado perro, nomo primordial:
ya es la tarde del hombre
y exhumas la vendas con el fuego blanco
desprendido de las tumbas.
Acaso vuelvo a Cinópolis con una ceguedad de siglos,
con esta ceguedad de hambre de desiertos
que me proclama Señor de las Puertas del Alabastro Invisible.
Mi rostro es una lámpara.
Mis manos, bujías de la transformación.
Los cuerpos inmundos se acumulan en el cripta.
Por qué fui el elegido?
Desde dónde la luz que conjura
aullando por mi boca de chacal la herejía y la blasfemia?
Las pieles miran al Oriente.
Alguien me bautiza con sal sobre un espejo
para que yo los bautice hasta el final de la noche,

hasta el vómito.




PÁGINA 11 – CUENTO

NECHI DORADO
(CABA-Argentina)

EL LOCO

“Un sol timorato entregado ante el avance de espesos nubarrones espectrales, atrincheró sus rayos desparejos. Avanzaba con la serenidad del que no sabe hacia dónde va realmente. Era como un ente desmemoriado girando en un mundo de amnésicos e indolentes. Desde el centro del nimbo podía sentirse un rugido desesperado que al chocar con la luz derrumbaba todo lo que encontraba. Boooommmm-boooooommmmm-fiiiiiiuuuuuuuuuuushhhhhhhhh-crashhhhhhhh… Y después vendría el silencio mojado. Siempre fue igual”
Así describía el hombre de paso trasnochado y lengua entreverada,  la inminencia de una tormenta cada vez que se aproximaba sobre la ciudad imaginaria que aparecía sombría en su mente enferma, aunque bien podría haber sido alguna vez la suya.
En el barrio lo llamaban “El loco”; sin embargo,  nunca supe si de verdad lo era,  lo único que  puedo asegurar es que ese hombre de edad indefinida, pero viejo, empujado a saltar el umbral que separa la cordura de la enajenación,  fue sobreviviente de una guerra  programada por otros hombres en un sitio que quedó tatuado en su alma para siempre.
No sé si habrá sido en Iraq, en Colombia, en Siria, o en Somalia. No sé si habrá sido en Libia, en el Golfo, o en Afganistán. Quizás fuera en Palestina ¿Cuál sería la diferencia si el denominador común es el odio irracional que se descarga generando la aniquilación del ser?
Solo pude notar que sobre su alma deshilachada  dejó raíces el dolor extremo dando frutos de obscenidad indescriptible.
Su sol timorato lo acompañó atrincherando sus rayos desparejos hasta el último instante de su desgraciada vida.
Lejos de allí, bajo astros luminosos,  otros hombres –in pace leones, in proelio cervi*, a los que nunca a nadie se le ocurrió  llamarlos locos, ultiman detalles para desatar  nuevas contienda abriendo paso a espesos nubarrones espectrales que habrán de convocar nuevas enajenaciones programadas.
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* En tiempo de paz son leones, pero en la guerra son ciervos (Quinto Septimio Florente Tertuliano (160-230), Teologista Cristiano)


PÁGINA 12 – ENSAYO

MANU DE ORDOÑANA
(Donostia-San Sebastián-Euskal Herria)


Cada vez hay más gente que quiere escribir un libro y cada vez hay menos lectores. Si a eso se añade la irrupción del libro digital, la piratería y el avance progresivo del comercio electrónico, no me extraña que el sector editorial ande un poco revuelto. En ámbito tan confuso, el gran perdedor es el escritor honesto, con talento, que no encuentra el camino para que su obra sea leída y poder así obtener un salario digno que le permita seguir escribiendo.
Antes el escritor era un personaje singular que gozaba de crédito, un erudito por quien el pueblo sentía admiración y respeto. Hoy la democratización de la sociedad ha devaluado su figura, hasta el punto de que ya el vulgo supone que la corona de laurel está al alcance de cualquiera. El contenido importa poco, la técnica se aprende. ¿Cuántos talleres de escritura se imparten hoy en España? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero el número se ha disparado en los últimos años.
¿Cuál ha sido la semilla que ha hecho brotar tantas vocaciones? Serán muchas, pero una —quizá la más importante— es la facilidad que existe hoy para publicar un libro. No creo yo que ganar dinero sea la motivación primera de un escritor sensato, en un mercado en que la oferta supera ampliamente a la demanda. Escribir libros es un oficio suicida, sólo se entiende como “hobby”… y para satisfacer el ego.
Hoy en día existen múltiples formas de publicar un libro, unas mediante un desembolso económico previo, otras totalmente gratuitas. A poco que uno disponga de un ordenador y domine el tratamiento de textos, está capacitado para escribir una novela, maquetarla y darle forma, para imprimirla o convertirla en un ebook. Éstos son los viales más concurridos:
1.- Buscar un editor tradicional, preferible uno pequeño que uno mediano. El escritor ya sabe que el grande no le va a hacer caso, así que mejor probar fortuna con uno de menor alcance. Su modesta economía no le permite equivocarse muchas veces, lo que le hará ser riguroso en la selección del manuscrito. Si se lanza a la aventura,  por la cuenta que le trae, va a destinar buena parte de su energía a promocionar el libro y, aunque el éxito no sea masivo, dará al autor alguna satisfacción.
Cada vez son más numerosos estos editores independientes, que se atreven a publicar obras de calidad escritas por autores desconocidos. El problema es cómo conocerlos. Afortunadamente, están apareciendo empresas de servicios literarios —Tregolam es una de ellas—  que, mediante un canon al alcance de cualquier bolsillo, ayudan al escritor a ponerse en contacto con ellos, previa elaboración de un informe literario favorable de la obra. Como conocen bien el medio, saben elegir el “partenaire” adecuado, con lo cual sube la posibilidad de que sea publicada.
2.- La coedición es una fórmula que últimamente se ha puesto de moda. El autor contrata el servicio de alguna de esas editoriales de nueva generación mediante un acuerdo, en el que aquél —el autor— se compromete a financiar parte de la inversión —si no el cien por cien—, a cambio de promesas que, cuando no se cumplen—lo que ocurre con cierta frecuencia—, la experiencia termina de mala manera. Y es que, con muy poco dinero, cualquiera es capaz de montar una pequeña editorial —incluso en su propia casa—, de carácter unipersonal y atraer a escritores de buena fe cuya sola ilusión es que alguien le publique
3.- La autoedición pura y dura. El autor lo hace todo: escribir, corregir, maquetar, diseñar la portada, redactar la sinopsis, solicitar el ISBN y hacer el pedido a la imprenta. Luego hay que almacenar, distribuir y vender. Para ello, tendrá que crear su propia tienda online —no es tan complicado como parece, si tienes una página web— o anunciarlo en los portales de venta de libros que hay en Internet (del estilo de Amazon). Es un procedimiento algo complicado que exige tiempo y dinero, pero que trae recompensa… si se hace bien.
4.- La impresión bajo demanda consiste en imprimir un ejemplar —o un número reducido— cada vez que se recibe un pedido. El libro se incorpora a la librería digital del editor-impresor y el autor no tiene que hacer desembolso alguno. Como contrapartida, recibirá un porcentaje variable entre el 70 y 80% del margen bruto resultante, tras descontar del precio de venta los costes de impresión, manipulación y transporte.
Esta modalidad, que en principio parece un regalo del cielo para los escritores primerizos, tiene su cara oculta. El coste de imprimir un libro —o una tirada corta— en papel es alto y el precio de venta que resulta, excesivo. Aun así es una fórmula que terminará por imponerse, ya que la tecnología productiva seguirá avanzando hasta conseguir que el coste de fabricar 50 o 100 ejemplares disminuya a valores razonables, con lo cual el autor podrá asumir la inversión, sin quebranto grave de su economía.
De hecho, Penguin Random House, el mayor grupo editorial del mundo,  acaba de lanzar una nueva plataforma de autopublicación de libros en español megustaescribirlibros.com que ha tenido un cierto éxito entre los escritores no profesionales. Ofrece un servicio de publicación bajo esta fórmula de “impresión bajo demanda”, tanto en formato papel como en digital, así como el marketing para vender el libro a través de Internet —al parecer, no con su sello editorial ni en su cadena de librerías—. El programa incluye un servicio “obligatorio” de reconocimiento del manuscrito para su evaluación por un editor, con lo cual, para tener alguna posibilidad de éxito, hay que desembolsar “una pequeña cantidad”, no inferior a 3.000 euros. No está demás saber lo que opina Mariana Eguaras sobre este proyecto.
Muy bien. De una u otra manera, el libro ya se ha publicado y se puede comprar a través de Internet —llegar a las librerías es más complicado— a un precio razonable. El autor se las promete muy felices, los primeros días venderá unos cuantos ejemplares —los que compren sus familiares y amigos—, pero pronto llegará la decepción. Una sequía de resultados que le causará tristeza, dolor e impotencia, tras haber consumido dos o tres años de trabajo intensivo para crear “su obra”, la ilusión de su vida.
Algo ha fallado… porque la novela es de diez. No basta con que el producto sea maravilloso y dé respuesta a las exigencias del cliente. Hay que cumplir los requisitos que el marketing recomienda. El libro no deja de ser un producto más de consumo y, por lo tanto, sujeto a las leyes de la mercadotecnia. Los principios de esta ciencia dicen que, para maximizar las ventas de un producto, en cada segmento de mercado, hay que combinar con acierto los cuatro elementos que incitan al consumidor a comprarlo:

No basta con estar bien situado en una o en varias de esas parcelas, hay que estarlo en todas y en cada una de ellas, de manera armonizada. Los escritores, en general, saben construir el producto, pueden dar un precio razonable si prescinden de los intermediarios y tienen remedios para distribuirlo a través de la web, las nuevas tecnologías se lo permiten. Tres de las condiciones se han observado, pero no la última —la difusión del libro, la promoción del autor—, sin la cual no hay venta posible.
Hasta no hace mucho tiempo, el responsable de esa labor era el editor, a través de sus relaciones con los medios de comunicación, cuyas secciones de cultura acaparaban las novedades que iban apareciendo en el mercado. Hoy la influencia de los medios sobre el gran público se ha reducido y han surgido otras fuentes de información que nutren a los cada vez más numerosos lectores de la era digital.
Pues bien, el autor de talento que ha escrito una novela, un libro de cuentos, un ensayo, una biografía —los poetas lo tienen más difícil— ha de tener muy claro que la propaganda ha sido siempre el factor fundamental que ha definido el éxito de cualquier producto de consumo nuevo —como es el libro— que sale al mercado, incluso por encima de su valor literario. No hay más que echar un vistazo a lo que publican las editoriales de siempre para comprobarlo.
Y en este nuevo contexto, como esa labor ya no lo hace el editor, el único que le puede sustituir es el propio autor. En el modelo nuevo, si un escritor quiere triunfar, ha de ser “un poco empresario” y dedicar su tiempo y su dinero a quehaceres más prosaicos que el mero ejercicio narrativo. Y como esos dos oficios son contrapuestos —tanto por actitud como por aptitud—, el desenlace no se ha hecho esperar: autores competentes, que saben contar historias, nunca serán conocidos, sus libros se pudrirán en el sótano de cualquier librería. Y lo que es peor todavía, el espacio que ellos han dejado ha sido ocupado por escritores ingeniosos que, con un discurso populista, han sabido descubrir la receta. La sociedad ha salido perdiendo.
Y sin embargo, la solución no es tan compleja, las nuevas tecnologías acuden de nuevo en nuestro auxilio. En Internet, hay numerosos artículos que aconsejan sobre lo que hay que hacer antes de lanzar un libro al mercado. Con poco dinero, se puede organizar una campaña de publicidad, utilizando las herramientas que te proporciona la web, para llegar a ese público perspicaz que anhela respirar de nuevo aire fresco.

Por suerte, empiezan a surgir en el panorama literario consultores externos que ofrecen ese servicio. Ya sólo falta que el escritor se percate de su importancia, para que él se desvincule de esa tarea y dedique todo su tiempo a lo que es su máxima aspiración: escribir.



PÁGINA 13 – CUENTO

(Guatemala-Guatemala) Correo–e: chentevasquez@hotmail.com

EL ESPEJO GIRATORIO

El cansancio de la vida de haragán a la que me estaba acostumbrando y que poco a poco me iba acercando a la obesidad, hizo que un día me rebelara ante mi propia indolencia y me dijera: ¡hasta aquí nomás!, y dispuse hacer ejercicio.
La caminata me pareció que era la mejor opción y, con el sano propósito de contrarrestar los efectos adiposos que se me empezaban a acumular en la cintura, de inmediato, con la inexperiencia del novato, inicié un largo recorrido por la periferia de la ciudad.

Después de varias horas de vagar sin rumbo fijo, pero sintiéndome animado por mi propósito; que ojalá no fuera a ser —me dije—, como los propósitos de año nuevo que luego se olvidan; me empecé a resentir por el cansancio y por las inclemencias del sol abrasador.
Con alivio, distinguí a la vera del camino un frondoso grupo de árboles. Me los imaginé como un oasis de frescura en medio del desierto y decidí refugiarme bajo ellos con la intención de descansar por unos minutos y recobrar fuerzas.
Más tarde, después de una pausa reparadora, y antes de continuar con mi interrumpido paseo, dispuse explorar ese remanso de frescura y descubrí en él, una casa abandonada. Llamó mi curiosidad, me acerqué, abrí la puerta sin ninguna dificultad, entré y me detuve a observar el desorden reinante. Luego, me animé a echarle una ojeada a los diferentes ambientes de la vetusta construcción. En varias habitaciones, que lucían las inequívocas huellas del abandono, se encontraban muebles deteriorados, algunos aún tapados con telas que pretendían protegerlos y otros cubiertos por el polvo de varios años. Nada que valiera la pena utilizar de nuevo. En el último cuarto encontré un bulto alto, cubierto con una tela que alguna vez fue blanca y que ahora lucía amarillenta por efecto del tiempo. Guiado por la curiosidad, retiré la tela y hallé un raro espejo. Raro, porque no era ni remotamente parecido a cualquiera de los que había visto en mi vida.
El tal espejo, o mejor dicho el juego de espejos, era un símil de las puertas giratorias, de esas que hay en la entrada de algunos edificios u hoteles. Se trataba de dos planos que se intersectaban y que al hacerlo formaban cuatro secciones en ángulos rectos. Cada una de estas secciones tenía un espejo a cada lado. En total, ocho lunas. Ocho superficies que reflejaban el mundo adyacente.
De inmediato, me llamó la atención tan singular mueble y me pareció un desperdicio de recursos.
¿Cuál podría ser el propósito de su construcción? ¿Para qué tantas caras, tantos espejos? Si con uno es suficiente para contemplarse; o acaso sería para que ocho personas pudieran observarse al mismo tiempo sin interferir unas con otras y por esa razón se encontraba en el centro de la habitación. ¿Acaso —pensé—, dicha casa fue un internado o una residencia llena de huéspedes que después del baño, concurrían a ese ambiente especial para acicalarse sin molestarse unos a otros?
Sea cual fuere la razón, la curiosidad me mantenía atado al misterioso artilugio. Di un par de vueltas alrededor del raro objeto y luego, respondiendo a un impulso lúdico, lo hice girar con fuerza. Las cuatro hojas, como aspas de un fantástico molino, giraron con rapidez, turnándose para reflejar el espacio que se encontraba frente a ellas, dándome la impresión de estar frente a un inusitado calidoscopio.
1
Cuando se detuvo el octoespejo, me coloqué en medio de una de las cuatro secciones que delimitaban las hojas y me contemplé. El espejo que se encontraba frente a mí, reflejó mi imagen tal como soy.
Me observé por algunos minutos, pues no tenía prisa en continuar con mi personal periplo, mientras tanto pensaba en las personas que los utilizaron y en cuáles serían sus motivaciones, sin llegar a ninguna respuesta que me satisficiera. Luego inicié un giro de noventa grados, para mirarme en el otro espejo que demarcaba ese espacio «interior».
En ese momento, tuve la sensación de que mi imagen en el primer espejo no respondía a mi giro y que a mis espaldas se burlaba de mí. Volví a ver con rapidez y la imagen de inmediato tomó una actitud acorde a la mía. Por un momento pensé que los gestos burlescos que creí observar se debían a mi imaginación, pero el acto, contra toda lógica, se volvió a repetir una y otra vez; hasta que haciendo un esfuerzo, dispuse ignorarla y verme en la segunda luna.
2
Aquí, mi sorpresa fue mayor. Mi reflejo normal, después de cortos periodos fijos y consecutivos, iba envejeciendo. Sentí cómo mi cuerpo se tensó ante lo insólito de ese fenómeno, pero no me moví y con fascinación me quedé observando. Durante el lapso de cada cambio, me daba tiempo a contemplar con asombro mi decadencia progresiva y a reflexionar sobre mi futura y volátil vida. Hasta que llegó el momento en que, abruptamente, me retiré asustado. En ese instante, ya me veía lo suficientemente avanzado en edad como para intuir que me aproximaba al desenlace, al ineludible final de mi existencia y no quise saber por anticipado cuándo sería. Preferí quedarme con la duda y satisfecho por darme cuenta que, ese misterioso oráculo, me vaticinaba que llegaría a la ancianidad.
Como es de suponer, me encontraba asombrado ante la reciente experiencia y con temor latente ante la magia de esos raros cristales. ¿Qué entes los fabricaron —me preguntaba— y con qué poderes contaban para hacerlos? Pero la curiosidad pudo más que el temor y me enfrenté ante la tercera superficie de azogue.
3
En esa luna, al inicio, me vi con mi imagen actual, pero en ese instante pensé en mi novia y me pregunté, qué estaría haciendo y si al final compartiría su vida conmigo a través del matrimonio, tal como se lo había propuesto en fecha reciente.

En el espejo y a la par mía se fue formando la imagen de una joven desconocida —y yo con la boca abierta de asombro—, la que me veía de manera amorosa. En pocos segundos cambió su apariencia, correspondiendo a la de una futura madre, debido a su notorio embarazo, y a continuación, en menos de lo que se lo imaginan, sostuvo en sus brazos a un niño de meses. Luego, la imagen de la joven y la del crío desaparecieron y llegué a la conclusión de que el cristal había respondido a mi interrogante mental y que se trataba de la predicción de que mi esposa no sería mi actual novia, sino una bella mujer que aún no conocía y que me daría, al menos, un hijo. De nuevo, aunque incrédulo, comprendí que el espejo me presentaba una faceta de mi futuro.
4
Mi curiosidad estaba picada. Giré hacia la otra cara de vidrio y quedé frente al cuarto espejo. La imagen que reflejó, como en los casos anteriores, fue la de mi actual figura. Pero a continuación, mi otro yo, frunció el ceño, levantó la mano y señalándome con el dedo índice, me acusó por mi mal comportamiento, por andar en parrandas y por descuidar mi hogar.
A no dudar, se trataba de mi futuro hogar. Traté de defenderme por anticipado, de justificar mi supuesto mal proceder, pero no encontraba los argumentos necesarios para hacerlo, pues desconocía las futuras y supuestas motivaciones que me indujeron a esa hipotética conducta. Era un acusador implacable, que me decía mis verdades con crudeza y sin miramientos, como si se tratara de mi conciencia.
Comprendí que en el cercano futuro, pues aún me veía joven, llevaría una vida disoluta, pero que seguramente enmendaría para llegar a la avanzada edad que me profetizó el segundo de los espejos. Además, esta auto reprimenda pronosticada —estoy seguro de que, en su oportunidad— surtiría sus efectos y me reencausaría por los senderos de un camino sano.
5
Con decisión enfrenté al quinto espejo, pues las experiencias recién pasadas iban curtiendo mi espíritu y me daban el valor para hacerlo. De inmediato, me mostró otro aspecto de mi futuro. La supuesta enemistad con uno de mis amigos o la puesta en peligro de mi vida por alguna imprudencia, quizás, de mi parte.
Allí estaba mi actual y querido camarada, con una pistola en sus manos, viéndome con seriedad de hielo, apuntándome y presto a disparar.
Desconozco el motivo de su actitud y es lógico que así sea, pues se trata de algo que acontecerá en el devenir de la existencia y no me cabe duda de que estaré en peligro de muerte por alguna acción que en el presente es ajena a nuestra amistad.

Aunque el suceso es inquietante y hasta cierto punto aterrador, me da tranquilidad ver que en esa escena estoy comparativamente joven y saber de antemano que llegaré a viejo, según el vaticinio inicial.
Sea lo que sea, cuando llegue el momento, sé que lo superaré y quizás sea una ventaja saberlo desde ya.
6
Se puede decir que la curiosidad me arrastró hasta el sexto espejo. ¿Qué me revelaría?
De nuevo me vi joven, lleno de vida y sonriente. Esa imagen me gustó. Reflejaba mi presente y mi estado de ánimo actual. Pero ese placer me duró poco. La imagen actuaba por sí misma, como orgullosa de su independencia. No obstante que, en los casos anteriores, las imágenes cobraban autonomía para mostrarme aspectos de mi futuro, ésta se veía autosuficiente, muy segura de sí misma, dándome la impresión de que me ignoraba. Por un momento, creí reconocer en ella a mi alter ego de la adolescencia, cuando soñaba con ingresar a un gimnasio y llegar a ser un Adonis que sería admirado por las jóvenes féminas de mi barrio y envidiado por mis amigos.
No es que se estuviera burlando. ¡No! Era como si con seriedad me dijera: yo, una simple esfinge, soy mejor que tú. Y esa supuesta aseveración me molestaba, representaba lo que por desidia no llegué a ser. Así que dispuse ignorarla y pasar a la séptima superficie de vidrio.
7
La penúltima luna me recibió de la manera acostumbrada, mostrando mi retrato del presente, pero no revelaba el futuro, sino el pasado.
Empecé a retroceder en el tiempo. Volvía a mis años de infancia y alrededor de mi imagen se iban formando siluetas de fantasmas, de ogros y de otros personajes ficticios, que al igual que a otros niños, me atormentaron en mi ya lejana niñez.
Sudé y temblé con horror, tal como me sucedía en el pasado, cuando temía que del ropero surgiera una mano peluda, que me tomara por el cuello y me arrastrara hacia un mundo desconocido, o que de debajo de la cama apareciera un monstruo e hiciera conmigo otro tanto igual o peor.
No lo niego, sentí la misma aprensión infantil que experimentaba ante la oscuridad o el temor a quedarme solo durante la noche. Todo lo anterior, como fruto y consecuencia de los relatos de terror que solían narrar mis inconsecuentes mayores. Pero pronto reaccioné, ya no era un infante, sino un adulto que había superado sus temores infantiles y recuperé la serenidad, aunque tuve que secar el sudor frío que perlaba en mi cara.
Giré hacia la postrera superficie de vidrio.
8
Allí estaba yo, anhelante, frente a la última luna. La curiosidad me devoraba. ¿Qué fuerzas ocultas actuaban ante tal portento y por qué me fue develada a mí, un ser común y corriente?
En aquel momento, el mágico cristal se fue llenando de imágenes, que a un principio difusas, se fueron concretando; tal como sucede con las fotografías en el cuarto oscuro durante su proceso de revelado.

Se trataba de un cementerio, mi imagen avanzaba por una de sus calles y a los lados, conforme caminaba, iban apareciendo y quedando atrás los monumentos funerarios propios del lugar. Yo veía a mi otro yo, avanzar; sólo le miraba la espalda, pero al mismo tiempo veía a través de sus ojos el conjunto de construcciones mortuorias.
¿Hacia dónde me llevaban esos incontrolables pasos? ¿A dónde me guiaba la magia del espejo?
Continuaba avanzando con lentitud, extrañeza y curiosidad, hasta que vislumbré a un grupo de personas vestidas de negro, rodeando a una de las tumbas.
¿Qué hacían? Dispuse averiguarlo y me encaminé rumbo a ellas. Conforme me acercaba pude darme cuenta de que no se trataba de un entierro, sino de un acto de homenaje que se rendía a alguien en el aniversario de su fallecimiento.
De pronto, mi curiosidad se vio derrotada por el temor. ¿Qué iba a descubrir? ¿Qué me iba a mostrar el hechizo del cristal? Tuve miedo, lo manifiesto sin pudor alguno. Di media vuelta y me retiré apresurado, hasta salir de la luna y fundir mi imagen con mi cuerpo material.
Creo que hay acontecimientos que uno no debe anticipar. Cosas que no debe saber en la vida, ya que pueden ser de bendición, como asimismo de maldición. No hay que tocar a Dios… o al diablo, con las manos sucias —me dije—. ¿Qué poder, el bien o el mal, era el responsable de ese mágico portento?
Opté por retirarme, primero del espejo giratorio; luego de la habitación, de la casa y finalmente del engañoso bosquecillo.
Me fui sin volver la vista atrás, no por temor a convertirme en estatua de sal, sino por algo peor, algo desconocido, pero peor. Alejarme para siempre y no revelar nunca y ante nadie la ubicación del viejo edificio.
Si en el futuro, alguien por azares del destino, encuentra esa maquiavélica vivienda y su incomprensible artilugio, que bajo su responsabilidad, consciente o inconscientemente, tome sus propias decisiones y afronte sus consecuencias. Sólo me queda desearle lo mejor y que Dios tenga misericordia de él o de su alma.


PÁGINA 14 – POESÍA ARGENTINA

LUIS BENÍTEZ
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

EL EXTRAVAGANTE VIAJERO, RÍO ARRIBA

Entonces lo vi en el agua aceitosa,
regalo de la industria y del odio a lo vivo,
remontando río arriba la corriente:
el salmón imposible,
un monstruo musculoso
ornado de verdes y violetas,
de naranjas y rojos,
en la librea que sólo presta el deseo
a los ansiosos por reproducirlo a toda costa.
Insólito tornasol entre la basura
del río condenado,
como un hombre empecinado
en encontrar el camino que le diga
“soy tu vida”, un regalo
para la candidez empecinada en creer,
un estímulo para los músculos tensados
bajo las ásperas escamas,
una sobredosis de hormonas
inundando el cerebro diminuto.
Y esa boca abierta al deseo de respirar
todavía algo más de su último día,
guardaba la postrera sílaba
de aquellos que no se dejan vencer
ni por su propia idiotez
ni por las aristas de los muelles
donde nunca paran, donde jamás
por cosa alguna se detienen.

AMELIA ARELLANO
(San Luis-Argentina)

EN EL CENTRO DEL MIEDO

Sabes amor, creo que ha llegado el olvido
Trae  su carro cargado de estiletes.
No me muevo ni muestro el centro  de mi miedo
Arden los leños,  el ojo piensa y la espalda descansa.

Ninguna golondrina  ha de regresar a su nido.
Se aleja la rivera y el camaleón se acerca
Y alguien me musita que es el alba y aun aúllan mastines
Las hojas lloran, renacidas ante el desvelo de palomas.
Tengo sed. Solo eso y de ello vivo.

Hay un llanto gastado y tiene sus luces apagadas.
Y la lluvia  agoniza en las líneas de tus ausentes manos.
La abeja aun no dice en que orilla  está el néctar y donde la cicuta.
Nadie me ha enseñado cual  es el horizonte  de tu olvido
Tengo la forma que me han dado sus manos.
Y el cántaro esquiva la fuente y el dintel.
Y crece la pena y renueva el latido.
Temblorosa, se enciende la latitud del viento.
Y soy lapida y floresta. Y fabula de arena.

Y otra vez la insistencia de sal en la garganta.
Países tan azules y pliegues en la almohada.
Y tus olores  y tus silencios y tus vahos.

Sabes amor, creo que ha partido el olvido.
Abro los brazos y en el centro del miedo, te cobijo.

CARINA SEDEVICH
(Villa María-Córdoba-Argentina)

18

.A quien engano?
Yo soy feliz asi
sentada frente al viejo monitor
casi desnuda
tomando mates tibios
amargos
al lado de mi gata
mientras mi hijo duerme.
Escribiendo boludeces.
Adivinando afuera las chicharras.

*

Sola.
Quieta.
Soy de esa gente que se muere de vieja
y que descubren al fin
por el olor
como en los noticieros
los vecinos.

FERNANDO G. TOLEDO
(San Martín-Mendoza-Argentina)

40 WATTS DE LUZ

Y una ventana que da a la noche
Música involuntaria de los autos
Lámparas que se secan
Y el sueño a modo
De intervalo
Entre el día perdido
Y el día que está por perderse.

LAURA YASAN
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

ciclos

así funciona
ellos no saben como hacerlo
ellas no entienden como ellos no saben
ellos no saben como ellas no entienden
que ellos no saben
como hacer
lo de enmendar la parte
la que falta
cuerpo para llenar
se tiene para dar y no se sabe
como hacerlo
se finge o se disfraza
así funciona
se paga con palabras
lo que nos fue entregado con silencio
se pide una intención
ellos no saben reclamarla
ellas no entienden como ellos no saben
ellos no pueden
repartir ese peso
no saben como hacer
lo de la vida
ellas no pueden transmitirlo
el mensaje se ensucia
pasa de mano en boca
excede
superpone
así funciona el ciclo
de cómo interrumpirlo ellos no saben
ellas no entienden como ellos no saben



 PÁGINA 15 – CUENTO

EDUARDO PÉRSICO
(Lanús-Buenos Aires-Argentina)

HABLANDO DE PALABRAS.   
              
..  y un chamuyo misterioso me acorrala el corazón
            
    La lluvia sigue enjuagando la ventana y retrae a un sol cansino de nuestra adolescencia y el sobrevuelo previo de gorriones al irse con la tarde. Y acaso sea verdad que al quedar eso detrás el futuro inmediato pareciera otra ausencia. Tal vez ni un misterio sin fulgor; un apenas todavía al irse un hilo de luz entre el ramaje y un pájaro que retorna a su misterio.     
 
       No es fácil seducir a una buena palabra, amante frívola que si elige otro destino jamás se contradice porque al fin, una buena palabra jamás deja de arrastrar su  propia memoria… La memoria de cada palabra vive y muere en ella misma; madre, niñez, maestra o amor adolescente al pronunciarse trae la añoranza de su propia índole, y esquivar ciertas palabras por sentirlas  ajenas nos invade de sombras y de acaso. Y por más que ‘un idioma es un dialecto con un ejército detrás’ - dijera Napoleón- aunque las voces sean inventos del Poder en la disputa palabrera no traicionemos nuestras voces.  

       En la hispanidad es secular el parlar ‘eclesiásticas’ a toda hora y  sin notarlo. Perdonar por disculpar, Suplicar por pedir,  Bendecir cual gesto salvador y Santificar pareciera un augurio que nadie sabe. Además al Pecar nos intimidan con Castigos que ni un Dios se bancaría si viviera; una regla Castigadora  hasta rechaza la  Divina Voluntad al lograr un apareo sexual  que nos lleve felices al Infierno. Enturbiando así un derecho –canónico o no- más visceral y divertido que cualquier otro.

    Tal vez por mucha seriedad, pareciera que  algunas voces se suicidan. Como Virginidad; adolescente y saltarina que en cierto atardecer se soltó de una flor al saberse olvidada. Y no se suicidó desde un arbusto vulgar y silvestre: esa palabra tan  juvenil de pura aburrida por desuso y persistir sin apenas caricias de consulta, con su invicto himen  se tiró de un melancólico malvón a la penumbra de la Nada. Un suicidio ignorado hasta por las diccionaristas; Virginidad,  diez letras sin mínima alegría que ya ni  habitaba en una charla fuera de texto,  pobrecita, se hizo bolsa...


      Además,  sigue igual de insostenible que persistan voces inmundas:  hambre, esclavitud, aristocracia y riqueza persisten riéndose desde los diccionarios bien lejos de ciertos enigmas saludables del lenguaje. Maestra  sigue siendo segunda madre sabedora de todo y escuela suena a patio con gritos de recreo. Así que por ahora es noble que persistan palabras solidarias y compadres, útiles hasta para apreciar mejor los pájaros yéndose cuando atardece.


PÁGINA 16 –  ENSAYO

CARLOS GARRO AGUILAR
(Córdoba-Argentina)


    " En conclusión y en resumen, a través de toda la trayectoria de esta extraña aventura, se hace evidente que la poesía es una tentativa perversa y malsana.
     Es perversa porque el poeta se obstina en asir una presencia que se le escabulle, en retener un agua milagrosa que no toma la forma de ningún cuenco, en traducir un texto cuya clave cambia de código permanentemente. Es perversa porque es una tentativa tenaz, desesperada y desesperanzada, que se vuelve a recomenzar después de cada frustración. Ya que eso es cada poema si lo comparamos con esa inmersión en lo absoluto que es su lugar de origen: un objeto inacabado, apenas un reflejo elusivo en un azogue avaro, apenas una opaca cartografía de un viaje deslumbrante, apenas la aproximación a un centro que siempre se sustrae. Como en el mito de Sísifo con su invencible piedra, o como en aquella condena que Gómez de la Serna imaginaba para Lautréamont, cuyo blasfemo canto iii Dios rompía, implacable, sin haberlo leído, enviándolo a escribirlo de nuevo cada día, el poeta debe recomenzar otra vez su interrumpido e interminable poema, su precario puente entre lo perdurable y lo momentáneo. Es un curioso acto de fe el de esta afirmación que lleva implícita gran parte de negación, el de este misterio de amor que nos lleva a ligarnos incondicionalmente a lo que nos ha vencido, por más que, como bien lo expresó Jean Paulhan, el poema sea también como un soplo de aire puro que nos llega después de haber estado a punto de perder el aliento, o como un poco de salvación en el fondo de la pérdida, o como el alivio de haber salvado el lenguaje después de haberlo expuesto al mayor de los peligros.
     Dije que la poesía es una tentativa perversa y agregué que es una tentativa malsana. Y lo es, porque, como hemos visto, el poeta se expone a todas las temperaturas, desde la del hielo hasta la de la calcinación; soporta tensiones opuestas, desde la exaltación hasta el aniquilamiento; camina sobre tembladerales; se sumerge en profundidades contaminadas por todas las pestes del silencio y la palabra; transgrede las leyes de la gravedad y del equilibrio; pasa del vértigo hacia arriba a la caída en el espacio sin fin; encarna con perplejidad en cuerpos ajenos; padece asfixias y amenazas de desintegración, mientras permanece unido al seguro lugar de su diaria existencia sólo por un hilo que adquiere por momentos la fragilidad de lo imaginario.
     ¿Y para qué? ¿Para qué sirve este oráculo ciego, este guía inválido, este inocente temerario que se inclina a cortar la flor azul en el borde de los precipicios? Reduciendo al máximo su misión en este mundo, prescindiendo de su fatalidad personal y de sus propios fines, y limitando su destino al papel de intermediario que desempeña frente a los demás, aun sin proponérselo y por antisocial que parezca, diremos que ayuda a las grandes catarsis, a mirar juntos el fondo de la noche, a vislumbrar la unidad en un mundo fragmentado por la separación y el aislamiento, a denunciar apariencias y artificios, a saber que no estamos solos en nuestros extrañamientos e intemperies, a descubrir el tú a través del yo y el nosotros a través del ellos, a entrever otras realidades subyacentes en el aquí y en el ahora, a azuzarnos para que no nos durmamos sobre el costado más cómodo, a celebrar las dádivas del mundo y a extremar significaciones, ¿por qué no?, cuando la exageración abarca la verdad". ~


PÁGINA 17 – CUENTO

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
(Aracataca-Colombia)

ESTAS NAVIDADES SINIESTRAS  

Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tantos estruendos de cometas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social. Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que Un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.

La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeran los Reyes Magos -como sucede en España con toda razón-, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noél de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen san Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, san Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germanicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de los juguetes. y hace poco más de cien anos pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno, y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducídos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.


Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.


PÁGINA 18 – POESÍA AMERICANA

CARLOS LÓPEZ DZUR
(Orange County-California-USA)

SU FORMA DE TEMBLAR

Contrario a los individuos,
nacidos para ser almas solares,
las comunidades avisan que se mueren
muy tempranamente hasta de pena
(no por vejez y desgaste
de la sustancia nigra, no por ancianidad
de sus neuronas)... sólo que avisan
que viene el trastorno sociológico,
moral-político, ideológico y vital
que la mata y se expresa
con su forma peculiar de temblar en conjunto,
en reposo idiopático, en angustia, esa forma
de temblar, casi invisibkle, plena
de impotencia y vergüenza
por su crónica noticiaria,
elucidario de vida.

Muerte llehaes que llega,
avanza de punto en punto, pandilla
y luego el desconocimiento,
incomunicación progresiva
neurona a neurona, alma en alma,
vecino a vecino, parkisoiniando
su parálisis agitante
su etiología.de
 prevavisada agonía,
punto en punto, colonia
y apatía.

ASPASIA WORLITZKY
(Quebec-Montreal/Canadá)

LA PARTIDA DEL HIJO


Te fuiste caminando lento,
llevabas los hombros tristes,
el pelo largo y liso.
En silencio miré como te alejabas,
no sabías, eras feliz.

Te saqué de mi tibio vientre,
en mis brazos te cubrí de aureolas,
no sabías y te quedaste quieto.
Tus grandes ojos
se enmarañaron de sombras misteriosas.
“Estamos de paso”, dije.

Tu mano pequeña se quedó en la mía,
tu sonrisa en mi sonrisa.
Te ibas.

ELVIRA ALEJANDRA QUINTEROS
(Cali-Colombia)

15. 
Las palabras de lo amado
Los nombres de las cosas que amo son los nombres de las cosas que anhelo.
Sin embargo la vida me obliga a usar otras palabras por las que el mundo está regido como si se negara, incorruptible, a establecer un orden contrario.
Así los redondos días del trópico, toda su luz y la fuerza que ignora el desamparo
Antes que alimentar la materia de mis huesos, se niegan a ser metáfora de los actos que dan cuenta de mi deambular en ellos.

Deambulo.
Entonces no camino.

Y no me baño en las aguas claras como quisiera, sin un porqué y una vergüenza que deba ser lavada.
Y no logro mirar a la noche como la tierra del descanso prometido
El lugar de la fiesta
Sino con el horror de repetir la pesadilla.

Las cosas que amo luchan sin sosiego para no ser apartadas de sus nombres.
Inventan una nueva fe y salen como huracán a barrer calles
Y transigen
Y tramitan, desesperadas, la posibilidad de comenzar a ser, desde ahora, parte con voz y voto en el mundo de afuera.

Y yo miro su ingenuidad y la comparto.

MARGARITA MUÑOZ
(Chihuahua-México)

RITUAL

Tienes en los ojos
el brillo de tus veintitantos

Eres miel
fragancia de sándalo      en el aire caliente de la tarde

Bebamos del vaso del placer
oficiemos el rito del amor
y sigue tu camino

Mañana cantará en mí la añoranza
Y me desangraré
saboreando mi locura

MARIANELA PUEBLA
(Valparaíso-Chile)

FARO DE ISLA MOCHA

Cada noche cuenta los sueños como estrellas
en el cielo de su soledad.
La voz de la sal duplica su lamento,
lo envuelve entre sus alas de espuma
y lo lleva a la profundidad del desconsuelo.

Una luciérnaga de sutil y penetrante luz ausculta
la inmensidad del océano, con perseverancia,
tan cerca y tan lejos  del continente.
Sus años le pesan,
como faro viejo, derruido de ocultos recuerdos
que hollan sus gradas
y le consume el oxido de las articulaciones.

Siente la lengua del zafiro lamer su estructura
erguida por tantas décadas, mientras en su aura
desfilan los naufragios, piratas y leyendas.
Inspiración de la novela  Moby Dick,
historia de un famoso cachalote
y visitada en tiempos remotos por piratas de Holanda
e Inglaterra con el personaje de Francis Drake,
sus aventuras y su profunda cicatriz en el rostro,
recuerdo del enfrentamiento con los lafkenches,
mapuches habitantes de la isla.

Faro de isla Mocha frente a la costa del Bio Bio,
hoy operado por paneles solares sigues tu tarea
de alumbrar desolación, como un lucero perdido
en la inmensidad del océano.
Congelado en el tiempo, allí estás, confidente, 
azotado entre vientos sureños,
lluvias torrenciales y olas gigantescas,
pese a todo, acunas colosales secretos 
enterrados por piratas legendarios.

Tu ojo luminoso atisba el continente, no se detiene
de noche ni de día en proteger su cofre de tesoros.
Sus arenas blancas y negras un contrate fascinante,
junto a su cordillera cubierta de bosques nativos vírgenes,
campos idílicos con parajes que yacen encantados
por la mano de la naturaleza.

Misterioso faro de Isla Mocha, sigue alumbrando
el camino que lleva a las estrellas.



PÁGINA 19 – TEATRO

JESÚS QUINTANILLA OSORIO
(Chetumal-Qroo-México)

AJAX LIMON
Obra de teatro en tres cuadros.

I CUADRO.

Escenario.
Ajax está muy abatido y tiene una adarga en su mano, sobre la cual apoya su frente, totalmente deprimido.
Al abrirse el telón su mujer Tecmesa le está hablando con toda la ternura.
Tecmesa.- (Conmovida) ¡Amado Mío, los griegos no son merecedores de tu reino.
Ajax.- (Levantando el rostro) Son unos insensatos. Yo merecía la armadura de Aquiles.
Tecmesa.- Lo comprendo querido mío.
Ajax.- Es que no es justo.
Tecmesa.- Lo entiendo.
Ajax.- La verdad es que estoy muy deprimido, no me valoran y me tiene como un fardo de basura.
(En ese momento hace su entrada Atenea, ataviada con una larga túnica, y recogida la cabeza en una tiara)
Atenea.- Ajax, por fin te encuentro
Ajax.- Es inútil que vengas a consolarme, ni Tecmesa lo ha logrado.
Tecmesa.- Sólo te hago ver que los griegos no son dignos de tu dolor.
Ajax.- El mundo se ha acabado para mí…
Atenea.- ¿Estás seguro? ¿Y si te lleváramos a pasear al reino de los griegos, pero en el siglo XXI?
Ajax.- ¿Qué lograría?
Atenea.- Te darías cuenta de que te preocupas por nada.
Ajax.- Eso es imposible.
Atenea.- Ellos son un montón de reses nada más…Como esas que pacen allá a lo lejos.
Tecmesa.- (Captando la idea) ¡Hey, amigos griegos, vengan para acá!
Ajax.- ( Sonriendo) ¿Estás segura mi amor que son ellos?
Atenea.- Te llevaremos a ellos, y luego, te prometo que te llevaremos en un extraordinario viaje!
Ajax.- (Levantándose) ¡Vamos a ellos!
Atenea y Tecmesa.- ¡Vamos todos!
Y se encaminan a la salida, mientras el telón cae.

II CUADRO.

Escenario.- Alrededor de una fogata platican.
Atenea se ve decaída, Ajax molesto, y Tecmesa intenta ocultarse. Están sentados en semicírculo. Al abrirse el telón, Atenea habla.
Atenea.- Por todos los dioses, no ha sido mi intención molestarte.
Tecmesa.- Te dije que Ajax Limón no entendería el sentido de tu broma.
Ajax.- ¿Qué parte de mentirme te pareció gracioso?
Atenea.- Solamente quería evitarte un disgusto. No lo entiendes.
Tecmesa.- Ajax no es tan tonto como parece.
Ajax.- Gracias.
Atenea.- No creo que sea tonto, sólo creo que estaba confundido.
Tecmesa.- (Riéndose) Mira que hacerle creer que los reyes griegos eran ese hato de bueyes.
Ajax.- Me quisieron ver como un bruto, pero no lo soy.
Atenea.- No te hagas, estabas platicando con los bueyes como si fueran personas.
Ajax.- Bueno, es que el toro negro si se parecía a Agamenón.
Tecmesa.- Bueno, no es tan feo.
Ajax.- (Sonríe) Pero esto no me hará desistir de destruir a esos griegos.
Atenea.- ¿Y qué vas a ganar con. Esto?
Ajax.- Lavar mi honor…
Tecmesa.- ¿Con detergente?
Ajax.- ¡Que chistosa!
Atenea.- No, en serio, no puedes lavarte así.
Ajax.- ¿Y cómo, con jabón de tocador?
Tecmesa.- (Parándose) Ajax, olvídalo todo.
Atenea.- Si, los griegos no te merecen.
Ajax.- Iré a combatirlos (Y al decirlo se pone de pie y empuña su espada)
Tecmesa.- recuerda a nuestros hijos.
Ajax.- Si no tenemos más que uno.
Tecmesa.- (Sugerente)  Pero podemos tener más
Ajax.- Mejor moriré con honor.
Atenea.- Eso no es honor.
Tecmesa.- ¿Y me piensas dejar solita?
Ajax.- Nunca estarás sola.
Atenea.- No, que bah…
Ajax.- ¿Cómo podré vivir si no soy un rey?
Atenea.- Esa no es la forma.
Ajax.- ¿Y cuál es?
Tecmesa.- A mi lado, nos iremos lejos.
Ajax.- ¿A Grecia?
Atenea.- Y dale con Grecia.
Ajax.-   ¿A dónde pues?
Tecmesa.- ¿No te basta estar conmigo?
Atenea.- Lo que quieres es el poder, ¿no captas?
Ajax.- No exageres…
Tecmesa.- ( Se levanta) Si no te basta conmigo.
Ajax.- (Se incorpora y se pone frente a ella) No he dicho eso.
Atenea.- (Se interpone entre los dos) No se peleen amigos.
Ajax.- Yo lo que sé es que estoy deprimido.
Tecmesa.- Eres muy terco.
Ajax.- No olvides que el escudo de Aquiles se la dieron a Odiseo, y no a mí.
Atenea.- Olvídalo.
Ajax.- Me han deshonrado.
Tecmesa.- Y otra vez con lo mismo.  
Atenea.- Es que se obsesiona con los griegos.
Ajax.- Me prometiste un viaje, Atenea.
Atenea.- Y te haré viajar
 Tecmesa.- (Intrigada) ¿Viajar?
Atenea.- (Guiñándole un ojo) ¡Tecmesa, es lo del viaje aquel!
Ajax.- Se me hace que se está burlando de mí. En este momento me iré de aquí.
Atenea.- No lo hagas.
(Ajax se encamina a la salida y hace mutis, mientras Tecmesa intenta detenerlo)
Tecmesa.- ¡No te vayas Ajax!
(Y también se encamina a la salida, y hace mutis)
Atenea.- Tengo que encontrar al vidente Calcas el papel.
(Mientras habla, va saliendo del escenario, mientras el telón cae).

III CUADRO.

Narrador.
Calcas El Papel ha profetizado que Ajax morirá ese día si sale de casa, y Tecmesa está desesperada. Atenea le envía un mensajero a Ajax para persuadirlo para que no salga, y aguarde.
Ajax camina por un largo desierto, cansado, mientras la depresión hace presa de él. Ante su mirada desfilan los temores, y se imagina a la gente burlándose de él.
Se sienta en una roca, y espera el final, mientras desenvaina su espada para quitarse la vida. Su conciencia en la persona de una mujer ataviada con fina seda color claro y un turbante, le habla.

Escenario.-
Al abrirse el telón, Ajax está sentado en una roca, y empuña su espada.
Ajax.- Es hora de morir, valiente soldado, la vida no vale nada.
Conciencia.- ¡La vida tiene un valor enorme!
Ajax.- (Volviéndose a Consciencia que aparece en el escenario) ¿Tú quién eres?
Consciencia.- Tú mismo, tu consciencia.
Ajax.- (Poniéndose de pie, furioso) ¡Apártate de mí, no te necesito!
Consciencia.- (Enfrentándolo) ¡Si me necesitas, estás a punto de hacer una tontería! 
Ajax.- ¿Tontería morir por honor?
Consciencia.- ¿Cuál honor? Es sólo orgullo herido, no te mientas a ti mismo.
Ajax.- Agamenon ha de estar riéndose en serio
Consciencia.- ¿Y qué importa lo que piensen los demás?
Ajax.- El honor lo es todo en la vida. Es como quitarte un peso de encima.
Consciencia.- ¿Quitándote la vida? Eso es absurdo.
Ajax.- ¿Y quién va a impedirme matarme? ¿Tú?
Consciencia.- (Se carcajea) ja,ja,ja,ja, ni lo pienses, si te quieres matar, no te detendré.
Ajax.- (llorando=) ¿Ya ves? Ni a ti te importo.
Consciencia.- (Volviéndole la espalda) Si no me quieres escuchar…
Ajax.- Es que mi vida ya se acabó. Odiseo me robó el honor de los griegos.
Consciencia.- ¿Y vale la pena ese supuesto honor de los griegos? ¿Hay algo que valga la pena en este mundo para quitarse la vida? Es un don preciado.
Ajax.- no es cierto, la vida no vale nada.
Consciencia.- No te dejes engañar.
(En ese momento, entra vestida de ropas andrajosas, la depresión).
Depresión.- No le hagas caso, Ajax…Todo está mal, ya no tiene remedio.
Ajax.- ¿Lo ves consciencia? Depresión si que sabe.
Consciencia.- Es una perdedora depresión, tú eres victorioso. Recuerda lo que has hecho con tu vida, las batallas que has peleado, los golpes que has recibido y aguantado, y has salido adelante, no te venzas.
Depresión.- ¿Para qué seguir viviendo?
Ajax.- (Llorando) ¿Lo ves conciencia? Ya no tengo remedio. Todo está perdido.
Consciencia.- Tú eres más listo, no hagas caso de esos ataques de la Depresión.  Si mueres, ¿Quién peleará tus batallas, quién vencerá a tus enemigos? Tú ocupas un lugar que no puede reemplazarse nunca.
 Ajax.- (Sonriendo, y poniéndose de pie) ¡Saldré adelante!
Depresión.- (Llorando) ¡No le hagas caso, mejor la muerte que la vida!
Consciencia.- (Enfurecida) ¡Vete de aquí, sólo nos estorbas! ¡Márchate de una vez por todas!
Ajax.- ¡Si Depresión, vete de aquí, tú no eres nada!
(Depresión se va cabizbaja y hace mutis)
Consciencia.- ¿Lo ves, Ajax Limón?  ¡Vamos a la victoria! (Y comienza a caminar)
Ajax.- (Siguiéndole) ¡A la victoria!
Consciencia.- ¡No a la muerte, no al suicidio! ¡Sí, a la vida, viva la vida!
Ajax.- ¡Viva!
(Y caminando, Ajax tira la espada y sigue a Consciencia saliendo del escenario)
El telón cae, terminando la obra.



PÁGINA 20 – ENSAYO

FERNANDO G. TOLEDO
(Mendoza-Argentina)

UN ACENTO TAN SOLO.

Como los paisajes, como las personas, como el curso de los ríos, el habla cambia y también la manera de escribir. Casi siempre esto sucede de manera imperceptible y otras, por contrapartida, un temblor abre una hondonada, un temporal desvía los arroyos o una decisión de la RAE dice que, de pronto, una tilde deja de usarse.
A fines de 2010 y a través del Diccionario Panhispánico de Dudas, la Real Academia Española dio a conocer la supresión de numerosas tildes y tildes diacríticas. Estas últimas son los acentos que se colocan para evitar la confusión entre dos palabras que suenan igual: por el ejemplo, el como que se refiere al verbo comer o al adverbio de modo, del cómo usado como adverbio interrogativo.
Así fue que, de golpe, las lecciones bien aprendidas sobre muchas palabras que debían usarse con tilde para evitar confusión, terminaron en el arcón de las cosas viejas. De pronto, guion, frio o truhan pasaron a ser monosílabos y, por tanto, se quedaron sin acento ortográfico. De repente, aquel dejó de tildarse y ahora da lo mismo que hablemos de aquel hombre (como adjetivo) o, directa y sobriamente, de aquel (como sustantivo).
Pero uno de los cambios que mayor polémica provocó fue la sugerencia [1] de la supresión de la tilde en solo. Para la RAE, dejaría de ser necesario aclarar, cuando decimos, «el hombre solo espera», si estamos hablando de la soledad del hombre o de lo único que le queda a ese pobre hombre por hacer.
En una justificación, para quien esto firma, lindante con lo ridículo, el Diccionario Panhispánico se refiere al asunto así: 
«Las posibles ambigüedades pueden resolverse casi siempre por el propio contexto comunicativo (lingüístico o extralingüístico), en función del cual solo suele ser admisible una de las dos opciones interpretativas». 

La apelación a ese «contexto» resulta algo curioso, pues, ¿qué sucede si no existe tal contexto? Sucede que en nuestra maravillosa lengua escrita, que tiene entre sus hermosos rasgos tanto la ñ como las tildes en general (y las diacríticas en particular), se debería poder escribir simplemente: «el hombre sólo espera». Al menos, para no estar obligados, como en el inglés, a distinguir entre «the lonely man waits» y «the man that only waits», sabiendo que con un golpe de muñeca menos brusco, y tan sutil como una mancha breve por encima de la «o», nos es posible distinguir un adverbio de un adjetivo.
Lo ridículo de aquel argumento, igualmente, no se compara con otro de los vertidos por el equipo de Ortografía de la RAE (y apoyado por algunos artículos): el hecho de que al acentuar el adverbio «sólo» se violaba la regla de acentuación que rige las palabras graves. ¿Puede alguien creer que tal observación provenga de la Academia de la Lengua, cuando el caso tratado, justamente, es el de las tildes diacríticas, esto es, las tildes que se colocan no por razones ortográficas sino para distinguir una palabra de otra? Si se hiciera caso a este argumento, entonces también debería dejar de tildarse el «cómo» interrogativo, por ejemplo, o el «cuándo», ya que ambas son palabras graves terminadas en vocal [2].

POESÍA, AMBIGÜEDAD Y PRECISIÓN

Si uno lo piensa, el argumento usado para justificar la supresión de la tilde significa un desprecio del aprovechamiento que la poesía puede hacer del adorado acento. Es quizá la poesía la que puede probar que una mera tilde suprimida convierte a esta lengua en una lengua menos rica. Por caso, en este haiku que aquí improviso:

Ya nada tiene
El que solo te espera
En el andén.

Sería interesante conocer la consideración de la RAE acerca de un caso como este. En ningún punto es posible resolver la ambigüedad aquí, y, ciertamente, contra lo que dice en su «argumentación» la Academia, tampoco es posible saber con certeza cuál de las dos opciones interpretativas es la válida. Tampoco es cuestión de utilizar otro giro verbal, ya que no nos olvidemos de que eso iría contra la métrica (cosa que probablemente el equipo ortográfico de la RAE desconozca). Por supuesto, en algunos casos la ambigüedad puede darle al poema el a veces dulce sabor de la incertidumbre, pero también es cierto que dicha indeterminación no tiene por qué ser impuesta por la amputación de un recurso que lo evitaba con efectividad y sencillez.

LOS REBELDES

Esta queja no es una excentricidad de un poeta o de un periodista rebelde que escribe en una provincia tan lejos de Madrid. De hecho, la Academia Mexicana de la Lengua se ha opuesto de manera oficial a la supresión de la tilde: los casos de sólo y de solo, dice ese organismo, son los de dos categorías gramaticales distintas. Incluso, los mexicanos dejan ver su enojo y rechazan que la RAE apele a distintas «autoridades de la lengua» para apoyar su decisión: «existen varios académicos, escritores, lingüistas, intelectuales destacados, etcétera, que mantienen su uso y que pueden considerarse igualmente acreditados», afirman desde el país americano. Así que, por tanto, aseguran, «el mantenimiento de la regla ortográfica del acento diacrítico en el adverbio sólo y en los pronombres demostrativos es una herramienta que, junto con las grafías, por ejemplo, permite entender que dos palabras pueden tener igual forma pero distinta función o significado. En este sentido, la tilde es una marca clara y un recurso para la enseñanza de la lengua y de las distintas funciones gramaticales».
Lo cierto es que si la RAE avanza y da el paso de hacer obligatoria la supresión, se ahondará en el error. Por eso creo es necesario imponer su uso, esto es, seguir no sólo utilizando la tilde en el adverbio, sino difundir ese uso y defenderlo, de modo que por razones de recurrencia sea necesario mantenerla. Ya sabemos que cuando se decide destildar una palabra es como cuando se decide un dogma en un Concilio católico. Y así, quizá, sea más fácil que cambie el curso de un río antes que un académico de la lengua sólo ponga una tilde. O ponga una tilde solo.

NOTAS

[1] Es notable cómo numerosos artículos periodísticos han difundido erróneamente que este caso también era una nueva ley obligatoria. Pero ello sorprende menos que el hecho de que algunos lingüistas asuman esa obligatoriedad, cuando el texto de la RAE es muy claro al distinguir entre la sugerencia de dejar de acentuar el sólo y, por ejemplo, la obligatoriedad de dejar de acentuar otras palabras.
 [2] Otros casos que tampoco cumplen, por supuesto, la ley de acentuación general son, entre otros muchos: adónde, quién, más, aún, cuánto.


PÁGINA 21 – CUENTOS BREVES

JORGE M. TAVERNA IRIGOYEN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)


INSANÍA MENTÍS.

Después del segundo electroshock, se propuso dejar de hacerse el loco. (Nunca volvió a repetir aquello de recortar las nubes con tijeras para pegarlas en el álbum).


Se fueron a Valladolid a pie, desde Francia. Los niños coreutas. Lasd voces blancas que requería Carlos V y que después siguió pidiendo Felipe II para entrar a los balcones del paraíso. Muchos murieron en la travesía. Ninguno volvió. Pero  siguieron yendo durante años, urgidos por un destino incierto. Sus familias los lloraron en silencio y en silencio la historia tragó esta felonía del destino... Todo en clave de paz.


Borda flores en petit point. El bastidor es su confidente  de horas y horas de silencio. Habla con las flores, les distribuye gamas y acentos. Y no piensa sino en la claridad de la luz que llega desde su ventana. La claridad que la ilumina por dentro y para la cual no hay explosión que la perturbe. Ya se lo han asegurado: la guerra terminará pronto.


RELATOS DE DIVÁN.

Solimán El Magnífico cae al suelo, atravesado por una espada de madera. Él asegura que no importa, pues su papá le dijo que hubo varios Solimanes y uno fue más fiero que otro y todos conquistaron tierras. Es verdad eso, pero ya verá que en poco tiempo cambia de personaje y se tranquiliza.


Toda la vida jugó a la rayuela. Inventada por ella misma. Saltando de un corazón a otro. Para alcanzar la plenitud de un cielo que nunca existió. Hoy el psicólogo de turno le advierte que con tirar el tejo no alcanza.


Su escritura es terapéutica, le aseguro. No escriba más para usted. Veremos si les damos de leer sus cuadernos a los más desorientados.


Jorge Luis Borges juega con la larga cadena del reloj de bolsillo. Se le enreda entre los dedos, como a veces se le enredan las horas. Y de pronto se abre la tapa y la sonería despierta. Entonces, sólo entonces, cierra del todo los ojos, sonríe y pide la taza. Está bien, Ricardo, tome su té y nos vemos el lunes que viene.


Es el que escribe cartas. Ocho o diez por día. En todas argumenta lo injusto de su situación y, por cierto, graves acusaciones contra la familia. Cientos de ellas están dentro de su mesa de luz de metal. Esperando que alguien les ponga finalmente el sello y las envíe. Todas, sin excepción, tienen escrito en el sobre Al lector.


Tras toda una vida buscándolo, hoy he encontrado el amor. Soy el hombre más feliz. No importa que mañana te den el alta: todo lo que nos ha ocurrido equivale a la eternidad.


Asdrúbal Fidanza ha trabajado como medium. Y también escribió apologías del odio y un Breve Tratado sobre el Apocalipsis. Sus obras no han merecido difusión, de modo que en su casa, dicen, hay grandes pilas de libros en tres o cuatro habitaciones. Asdrúbal vive con su soledad. Y está conforme. Hasta el día en que por una carnicería de gatos del barrio, vienen a buscarlo los hombres de guardapolvo blanco capitaneados por los de la Protectora.


Me resisto. Está bien que la Asamblea de 1813 haya resuelto en este país la abolición de la esclavitud. Pero me resisto con todos los argumentos a que desestimara los títulos de nobleza. Soy y seré el barón de La Fautrier hasta que mis huesos sean polvo. Hace más de quinientos años que nuestra casa probó realeza. Y no voy a abdicar. Por ello, no respondo a nadie que no se dirija a mí como barón. Ni a mis propios hijos. No respondo y no responderé. Por eso estoy aquí.


El hospital tiene una entrada chica, para proveedores. Por ella, con discreción, entra la mujer a visitar a su marido. Lleva años haciéndolo y años esperanzada en que el delirio de persecución termine y le dé tregua. Entonces, sí, entonces saldrá con él por el portón grande, para no volver nunca más.



PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

ALEJANDRO DELGADO
(Morelia-Michoacán-México)

AMANTE DE LA AMBIGÜEDAD

te siento de mil formas
en lo que miras sigilosa
y en lo que olvidas como un propósito de descuido

en lo que escuchas como invisible tacto dulce
y en lo que dices como medida de las cosas

te siento en mí como una extraña forma de enfermar
como el deseo del humo por el viento
lejana en la memoria del humo sin nombre

te siento cuando lo pienso dos veces
sentada pensando todo lo que podría ser tuyo
como si este terrible mundo estuviera a tu favor

en lo que crees vendrá sin un precio por pagar
y en los rastros que pagan a crédito el futuro

te siento sin tú quererlo pegada a la piel de mi deseo
como tantos otros seres que por venir se van quedando atrás
en lo que pasan las cosas de donde penden los hilos del vivir
te miro  enceguecido por la tu bondad que parece belleza

en lo que creo y sueño sería descubrir una nueva verdad
y caigo atrapado en el sutil cálculo de tu red

te siento de tantas formas que no soy capaz de saber
por donde empezar o cuando terminar


ANTONIO PRECIADO BEDOYA
(Esmeraldas-Ecuador)

ALDEA

Tachina abre los ojos
y bosteza
su acostumbrado aliento de niebla azucarada.
El buen madrugador
afila una canción sobre la piedra,
y tiene
—vedle bien la nota alerta­—
un gallo que le cabe en la garganta.


ASTRID SOFÍA PEDRAZA DE LA HOZ
(Puerto Colombia-Colombia)

UNIVERSO; VACIO AZUL

Gran silencio…in manifestación.
Vacío sin luz, sin concepción.
Sombras. Sabiduría, sin  enseñanzas.
Vacío, sin religión.
Verdad y nada.
San Juan De La Cruz, reflexionó:
“Siendo nada se asciende al gran
Silencio”
Solo sentirlo, sin describirlo.
Conceptos de la nada, escapan
Toda concepción humana.
El infinito, contiene al finito.
Lo finito no puede,
Describir lo infinito.
Allí está el padre eterno,
Abismo insondable, universo Azul.


yanarys VALDIVIA MELO
(Ciego de Ávila-Cuba)

ARTE CULINARIO

Pollo italiano, garbanzo frito,
pargo asado con salsa agridulce,
vino rosado.
Cortar, descuerar, macerar, cocinar,
lavar los platos sucios y el piso inundado,
beber el agua, el vino que va a morir en mi garganta.
Es una pequeña ilusión, es solo el cansancio de mi mente
que permite que pueda justificarlo todo a conveniencia.
- Escribe.
- No hay tiempo.
- Escribe.
- Se quema, se derrama la leche,
se mezcla con el agua del piso, que sigue subiendo.
El agua va por mi cintura,
desplazarse es difícil, no hay excusas,
solo puedo sentarme, realizar una labor estática, surrealista,
grabar el mundo en un papel mojado.
Las palabras de último minuto son poderosas,
van horadando, abriendo franjas en el agua; la evaporan.
Mis palabras llegan sostenidas apenas por mi brazo,
de la mesa sumergida
al piso oscuro que las pule en este ultimo respiro.
La tabla de salvación no es este sitio,
la terminación del sufrimiento,
ni la muerte,
el inicio en otra estancia.

MOFRAD FRANCO
(San Salvador-El Salvador)


ESTA ES MI PATRIA

Esta es mi patria
De mercado bulliciosos
Donde los vendedores
Gritan esperanza

Donde cada mañana
El cielo es negro
Y el azul ya no existe
Donde los jóvenes,
Crecen peleando
Un barrio que es
De todos.

Esta es mi patria
Donde el hombre
A hecho de la fé
A Dios; un negocio
Sin escrúpulos
Donde, abundan
Los burdeles
Y faltan las escuelas.

Donde la fe es
dividida hacia un
sólo Dios, donde
Le infunde temor
Al cristiano para
Que deje lo que
Ha ganado con esfuerzo.
Y el pastor viva como
Un rey.

Esa es mi patria
Donde ser político
significa Ser intocable
Aunque robe,
Y deje sin pan
Al pueblo.

Esta es mi patria
Donde el honrado
Muere esperando
Encontrar quien
Lo comprenda.

Donde los milagros
No existen, para
Los pobres,
Porque. Ya estan
Comprados...

Esta es mi patria
Donde se lavan
Billetes como
Lavan las ropas
Donde la demagogia
Es peor que un cáncer.

Esta es mi patria
La que yo amo
Y rezo cada dia
Para volver de nuevo
A andar sus calles
Y no sentir el miedo
de la inseguridad,

Esta es mi patria
La que me causa
Nostalgia al ver
Su bandera y sus
Colores azul, como
El cielo de un dia
Y el blanco de sus
Algodonales.

Donde el campesino
derrama su sudor
Por una miseria
Que el patrón le da.

Esta es mi patria
La que amo y no olvido
Porque forjó en mi
Los sueños de un
Loco poeta
Que envejece en
El exilio.


PÁGINA 23 – CUENTO

PEDRO NIÑO
(Bucaramanga-Colombia)

CONATO DE INCENDIO

El sol rojo que arde en el cristal de la ventana quiere quemar mi casa.

(Ganador Concurso Internacional de Hiperbreves 2013, Badajoz, España).


EL INMORTAL

Se congeló, la muerte siempre lo encontraba rígido y creía que ya estaba muerto.

(Publicado en México, Cuentos de Hispanoamérica, 2010).


CATACLISMO

Movió el juego de canicas del sistema solar que tenía en la palma de la mano derecha.


(Publicado Revista Axxon, Ciencia Ficción, Argentina - Finalista varios concursos cuento breve).



PÁGINA 24 – ENSAYO

HERNÁN SCHILLAGI
(San Martín-Mendoza-Argentina)

LA DEMASIADA CONEXIÓN

             Viene un alumno y me cuenta una historia conmovedora de por qué tuvo que cortarse la barba. Escucho, además, anécdotas bizarras (cuando no gorilas) en la sala de profesores. Descubro azorado nuevos trastornos obsesivos compulsivos en familiares y amigos como para hacer dulce de leche. Sin embargo, no puedo reproducirlas por escrito, es decir, me es imposible robar historias comunes y mejorarlas en un pequeño relato. El motivo: todos sus protagonistas también son mis contactos en las redes sociales. Falta de imaginación, dirán. Puede ser. ¿Pero no ha sido siempre así en la literatura? Un hecho cercano y real se nos aparece de repente, entonces, nuestra cabecita soñadora se dispara a regiones narratorias insospechadas. «No te juntes con esta chusma», diría doña Florinda. Sí, mami, le respondería yo; pero cómo hacer para contar un episodio ajeno, donde los personajes principales quedan mal parados o al descubierto, sin que se ofendan y me borren de sus vidas virtuales.

            En un pasado remoto, o sea, hace una década, nos dábamos panzadas internéticas con parodias de las cenas navideñas, podíamos reírnos de un vecino y su fetiche por mantener brillante el auto como una muñeca de porcelana, o purgábamos a través de un cuento el maltrato de nuestros malhumorados jefes. La era semianalógica (o seudovirtual, según como se mire) permitía, no solo enmascararse en un nickname, sino que muy pocos tenían acceso a los foros, blogs y páginas del momento. Cobarde, embustero, traidor. Todo eso y más, lo acepto. Si de eso se trata escribir, ciberamigos. Al menos en estos tiempos de mucho correr y poco reflexionar. ¿O acaso el gran Flaubert no tuvo que pasar las de Caín -y afrontar juicios por obscenidad- al reflejar los vicios de una sociedad burguesa en decadencia? Como también es famoso el revuelo que levantaron las primeras novelas de Manuel Puig en su General Villegas, ya que a pesar de haber cambiado nombres y situaciones, todos los del pueblo se reconocieron; boquitas más, traiciones menos.


            La literatura y sus consecuencias, entonces. Para dejar una huella en la tierra del papel hay que lastimar, abrir un tajo exhibicionista y pasar sin piedad como el arado. Pienso en la mortífera Carta al padre, ese alegato tan preciso como cruento al que Kafka nunca se atrevió a enviar (y mucho menos a publicar). No obstante, los escritores del pasado no tuvieron que soportar la mensajería instantánea como tomatazos acusadores. Es cierto que Puig no pudo regresar jamás al lugar que lo vio nacer, pero en nada se compara con el dolor que provoca hoy que el amigo de un conocido te «elimine» de sus contactos porque lo deschavaste en un posteo gracioso. Así y todo, las leyes de urbanidad del Facebook nos alejan de la máxima compositiva de Horacio Quiroga: «No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia…». Por tanto, ¿escritura o vida social en Internet? Quizá, deformar las anécdotas hasta no reconocerlas sea la salida más elegante y civilizada. La captura de un insensato «Me gusta» de compromiso lo vale todo: contar únicamente nuestras aventuras insípidas con tono legendario, hacer explícita nuestra torpeza e inseguridad, ofrecer la intimidad hasta perder el misterio. Hay que decirlo, las distintas subjetividades están crispadas. Solo admiten el protagonismo ominoso, pero si está narrado en primera persona, sin testigos caranchos ni omniscientes sabelotodo. Hemos pasado de la hiperinformación de los noventa a la demasiada conexión de comienzos del tercer milenio, y ya Rita Hayworth fue traicionada de la mejor manera.



 ANTONIO DAL MASETTO
(Intra-Italia)

CONVERSACIÓN


Es agradable recorrer el pueblo vacío en la hora anónima de la siesta, llegar hasta la ruta y seguir pedaleando parejo como quien tiene un destino preciso. No hay tránsito en esta ruta, a los costados sólo campo y campo, y la luz se devora todo. Nace una figura allá adelante, desdibujada primero, más precisa después: otro ciclista. Avanza y se detiene cuando estamos a punto de cruzarnos, me detengo también, hay un saludo y hablamos un poco, cada cual sobre su bicicleta, un pie en el suelo y otro en el pedal.
-Es raro encontrar a alguien pedaleando en este camino- dice el desconocido.
-Es cierto, hace rato que vengo andando y no he visto a nadie- digo.
-¿Sale seguido a pedalear?
- No muy seguido, casi nunca en realidad.
-Los primeros quince minutos son los más duros, después la bicicleta va sola.
-Entonces hace por lo menos sesenta minutos que estoy en los primeros quince minutos.
-¿Se dirige a alguna parte en especial?
-Solamente pedaleo.
-Eso es bueno. Pedaleando se descubren cosas. Uno llega silenciosamente y toma las cosas por sorpresa.
-Algo de eso percibí.
-No quisiera parecer pretencioso, pero andar por la ruta en bicicleta es una forma de sorprender el mundo.
-Es una buena definición.
-¿Cómo describiría todo esto?
-Es muy grande y hay mucha quietud.
-¿Le gusta la palabra quietud?
-Me gustan todas las palabras.
-¿Vio muchas cosas pedaleando?
-Vi insectos. Vi nubes de mariposas amarillas y negras, y también una blanca, voló delante de mi bicicleta durante un trecho largo y era como si me guiara. También vi una mariposa muerta sobre el asfalto. Evité pisarla con la rueda.
-¿Qué más vio?
-Vi un animalito bastante grande parado al borde del camino. Yo avanzaba hacia él y el animal no se movía. Me esperó hasta que estuve bien cerca, a un par de metros, recién entonces me miró y se fue.
-¿Dice que lo esperó? ¿Está seguro que lo esperó?
-Me dio toda la impresión.
-A esta hora hay mucho silencio, pero si uno presta atención también hay muchos sonidos.
-Tiene razón, hay muchos sonidos en el silencio.
-Al principio son difíciles de captar, uno ni se da cuenta, hasta que empieza a detectarlos y entonces es como un tejido uniforme de sonidos rodeándolo, sonidos lejanos y tenues, son miles.
-Hay pájaros.
-Cantidades de pájaros, una red de trinos en sordina.
-Me pregunto si no serán todos esos sonidos los que hacen el silencio.
-Es la luz la que hace el silencio. Los pájaros se esconden en la luz. La luz esconde todo.
-Empiezo a darme cuenta.
-También hay voces en el silencio, susurros. Dicen que es el lenguaje de las almas de los muertos.
-No sabría identificarlas. Nunca me tocó escuchar las voces de las almas de los muertos.
-Debería prestar atención.
-A veces pasa un coche y el silencio se rompe.
-Cuando el coche pasa junto a uno es como un chocar de agua y después es como un agua que se aleja. También el coche sirve para evidenciar el silencio y los sonidos que se esconden en el silencio.
-Cuando la ruta cruza a través de una arboleda todo cambia.
-Meterse entre árboles es igual que zambullirse en la frescura de un arroyo y buscar el fondo. Hay otros sonidos y otro silencio.
-Venía pensando en esas experiencias, pero todavía no había conseguido ponerles palabras. ¿Usted va a alguna parte en especial?
-¿Ve aquella masa de árboles azules que tienen forma de ballena?
-La veo.
-Me propongo llegar hasta ahí.
-¿Y después?
-Después elijo otra meta. Y después otra. Y sigo.
-¿Hasta cuándo?
-La ruta no se acaba nunca.
Nos despedimos y cada uno se va por su lado. Cuando encaro por la ruta vacía y vibrante de luz elijo también yo mi próxima meta: un árbol solitario, muy lejos, muy alto, muy fino, y con la cima curvada como un anzuelo o un signo de interrogación.


MARIA ROSA LOJO
(Buenos Aires-Argentina)

EN BUSCA DE LA LÍRICA PERDIDA

 La voz lírica, la mirada lírica están signadas por la apertura y la entrega. Un yo se desnuda ante los ojos y los oídos, expuesto y vulnerable en sus sentimientos más secretos y sutiles. Pero a la vez se viste con el esplendor del lenguaje en estado poético, que es su estado puro, como bien lo señalaron Ernest Cassirer y Gérard Genette. Un "estado de metáfora" en el que yo y mundo se entrelazan, todo se conecta con todo, y el árbol de las correspondencias se ramifica y florece. Desde estas redes metafórico-simbólicas, el sujeto no queda aislado en su dolor o su dicha, las comunica con el universo, en un acto paradójico de religación solitaria y confesión enmascarada.
La entonación lírica no es obligatoria en el relato. Sin embargo, puede aparecer como un plus, quizá para recordarnos que en el alfa y el omega de la lengua está la poesía. Así ocurre en muchas obras fundamentales de la literatura universal y de la nuestra en particular: de Marcel Proust a Javier Marías, de Sara Gallardo a Juan José Saer, de Leopoldo Marechal a Silvina Ocampo. Incluir momentos líricos, enfoques líricos, dentro de la narrativa solía contarse entre los desiderata de los escritores argentinos que los sucedimos.
Pero en las narraciones de los nacidos después de 1960, la parodia, el sarcasmo, la (auto)ironía, el humor negro marcan habitualmente el tono, sin dejar demasiado margen para la efusión más honda de lo íntimo. ¿A qué atribuir este cambio? Opina Elsa Drucaroff, autora de un libro de referencia (Los prisioneros de la torre, 2011) sobre los nuevos escritores:
Para que no predomine ese tono zumbón y autoirónico o sarcástico se precisa que quienes escriben tengan certezas fuertes, confíen que hay discursos que realmente pueden explicar y modificar el mundo. Las generaciones de posdictadura observaron con lucidez que el mundo que los rodeaba era atroz pero no ofrecía ningún camino confiable para mejorarlo.
La ironía que se proyecta sobre toda la realidad, empezando por el propio yo, contamina la expresión del sentir con "una cierta mueca burlona."
Aunque la caída de las certezas (y de las esperanzas) es un horizonte que las últimas camadas compartieron, por lo menos en el terreno político, no todos sus exponentes renunciaron al lirismo. Algunos de ellos, consultados como Drucaroff, para esta nota, proponen también otras razones para explicar la posición antilírica (o "alírica") predominante. Claudio Zeiger (1964) la atribuye a "una especie de superyó teórico que se impone a los escritores en general, y que debe intimidar un poco a los más nuevos. Hay que estar todo el tiempo diciendo algo genial, o ingenioso". Y deplora la pérdida de algunos referentes literarios que funcionaban antes: "Sobre todo las voces de un lirismo contenido, las que más me gustan, como Carson McCullers o Juan Carlos Onetti". Martín Kasañetz (1978) culpa a "la liviandad y la velocidad" que definen el ritmo de la vida contemporánea por bloquear la "pausa" y la "cavilación" de la poesía: "Un texto lírico obliga a reflexionar y lentifica la lectura, ya que el lector debe acompañar ese texto con el proceso de interpretación que éste le genera". Mariana Docampo (1973) apunta al "temor de caer en lo sentimental, pero ante todo, en lo irracional", y al "desinterés por la dimensión trascendente, sagrada de las cosas". Pablo Melicchio (1969) relaciona el adelgazamiento de la dimensión metafórica con la caída de la censura en la etapa posdictatorial, pero también con la tentación de la linealidad y el facilismo. Jimena Néspolo (1973) no invoca razones, pero reivindica la posibilidad de integrar la lírica y el sarcasmo, como ocurre en la poesía de grandes clásicos (Góngora y Quevedo); en todo caso, concluye, la literatura es "una aventura vital plena, al modo de los antiguos románticos, si se quiere", "un cielo de entera libertad", más allá de los géneros, las modas, las capillas.
¿Por qué, por otra parte, apelan a la introspección lírica los encuestados? "La voz, en definitiva, es el mediador más auténtico entre el narrador/escritor y el lector. Cada vez estoy más convencido de que se trata de decir la verdad. Esto no significa ser necesariamente autobiográfico sino ser auténtico. Y la perspectiva lírica, en definitiva, es decir la verdad de lo que se siente mientras se escribe" (Zeiger); "Es un valor agregado. El relato se divide en, al menos, dos capas. Por un lado está el mensaje escrito que llega al lector como una primera impresión y, por otro, un metamensaje que se va gestando y que provoca un impacto superior" (Kasañetz); "Busco que la razón deje de ser organizadora del discurso para lograr sentidos más amplios, y por otro lado, me importa la música, inherente a lo lírico, las palabras en su aspecto material, sus ritmos internos, sus combinaciones", (Docampo). "Es una expresión profunda, una voz que brota desde el interior; es un adentrarse, intenso, muchas veces oscuro, en el alma poblada de cielos e infiernos; una salida metafórica, donde el yo es el vehículo que expresa una intimidad", señala Melicchio, que coincide con Kasañetz y con Docampo en destacar la importancia sugestiva de los silencios.
Todas parecen buenas razones para seguir trabajando en un registro de escritura poco valorado hoy por el mercado editorial, pero necesario sin duda para quienes han decidido aventurarse en las zonas del ser más densas y profundas, en busca de la máxima intensidad..



PÁGINA 27 – CUENTO

DAVID SLODKY
(Salta-Salta-Argentina)

EL INVIERNO 

El invierno se acercaba. No podía quejarse del otoño que estaba terminando. A la tristeza de las hojas caídas y los árboles que iban desvistiéndose, los había compensado con atardeceres creativos, sumergiéndose en profundidades que nunca antes había alcanzado o se había permitido durante la primavera y el verano, cuando escudándose en el ajetreo de la tumultuosa vida que su desventurado país le prodigara, había perdido -como su amigo poeta- “una punta de cosas, imperceptiblemente, como un fósforo”. 
Pero ya se evidenciaban helados anticipos: su memoria no funcionaba como antes, tenía que recurrir a complicados artilugios para llenar lagunas insospechadas. Un reloj que se cambiaba de muñeca, una agenda electrónica programada cada día. Sus piernas ya no respondían con la misma fuerza en las pedaleadas por sus amados cerros. La última vez que había ido con sus hijos a la quebrada de los arrayanes, ellos tuvieron que ayudarlo a él a cruzar el correntoso arroyo. Había notado la mirada que intercambiaron sus muchachos: seguramente recordaban cuántas veces el padre fuerte los había ayudado a cruzar; ahora, como a un viejito, como a un niño, ellos habían hecho cadena para que no se cayera en las piedras resbalosas, o lo arrastraran las frías aguas. 
La memoria de los sucesos inmediatos comenzaba a fallarle, cada vez más. ¿Cómo se llama el Ingeniero que tan amablemente lo acaba de invitar? ¿Qué es lo que vino a buscar a la biblioteca? Olvidaba y perdía cosas, de manera cada vez más alarmante. Entre bromas decía que se pasaba la mitad del día buscando lo que perdía durante la otra mitad. 
Pero la memoria de las lejanas vivencias, de los dulces o dolorosos recuerdos, lo embargaba a cada paso. Primero brumosamente, como presentándose, como diciéndole: “Acá hay algo...”. Después, ya vívidamente. Y a veces los hijos le veían el rostro distendido, los ojos auroleados de felicidad; a veces una mueca dolorosa en el barbado rostro del padre los preocupaba. “¿Qué te pasa, pa?”. “Nada, hijo, recuerdos, historias...”.
Estaba en su reposera cuando la primera niebla lo visitó: “Ah, sí, era tan bonita... La quería tanto, como a una hermanita que había que proteger, cuidar”. Y empezaron a aflorar las imágenes, los recuerdos, las anécdotas. 

Se la habían “encargado”. “Cuidamelá” –le pidió doña Carmen. “Ha sufrido mucho desde que su padre la abandonó. Se ensimismó en un silencio que nunca pude develar, aunque supongo está poblado de hondas decepciones y dolores”. Le comentó entonces que ella había sido la niña de los ojos de su padre, la que había heredado su talento musical, la que había pasado horas y días y años con el piano bajo la mirada entre adusta y orgullosa del severo maestro y progenitor. Pero cuando la verdad estallara, cuando se supo que él tenía otra mujer y otra hija y que toda su vida había sido una enorme mentira, la promisoria púber se abismó en su soledad, se negó a tocar el piano nunca más, y les había dado mil dolores de cabeza a su madre y a su hermana, en una rebeldía insensata que seguramente tenía otro destinatario. 
Ya sin fuerzas para seguirla sosteniendo, la mandaban ahora con sus primos, a fin de que ellos la guiaran un poco y fuera viendo qué carrera universitaria seguiría, ya terminado su secundario. 
“Lo que me faltaba” se había dicho él, “hacer de niñero”. Pero no le desagradó mucho la idea: adivinaba en la jovencita un diamante a pulir. Lo atisbaba en su amplia frente despejada, en sus grandes y hermosos ojos melancólicos, en la belleza exótica de ese rostro límpido que enmascaraba su honda congoja en una displicencia simulada.


Él era ya un aventajado estudiante universitario, y estaba convirtiéndose en el líder reconocido de su carrera. Comenzaban a agitarse nuevamente las aguas del movimiento estudiantil, y él encabezaba una tendencia que por fuera de cualquier estructura partidaria, pretendía llevar a los estudiantes desde el cuestionamiento activo de la deformación que recibían en sus aulas, a la progresiva toma de conciencia del rol social que debían jugar, retomando las banderas de la reforma del 18 y uniéndolas con las de la gran revuelta que se acababa de vivir en Francia. Marx, el Che Guevara, la heroica lucha vietnamita, Politzer y su cuestionamiento a la psicología tradicional, la Psicología Concreta que trataba de ocuparse del Hombre Concreto antes que de abstracciones teóricas, Marcuse, Mao Tse Tung, Freud, Sartre, Fromm, la CGT de los Argentinos, Agustín Tosco, los grupos de estudio y debate, todas eran referencias en esa búsqueda incesante de nuevos horizontes, de hombres nuevos. 
La “niña” a su cargo, que había llegado a mitad del 68 a Córdoba, asistía ya a las tumultuosas asambleas estudiantiles (antes de estar inscripta siquiera en alguna carrera), donde él era ya un orador destacado. Cambió el rosario debajo de su almohada, por noches en vela estudiando marxismo; acortó sus polleras hasta hacerlas minifaldas diminutas, mostrando sus hermosas piernas. Asistió a las asambleas donde su protector era el orador fundamental para oponerse a los exámenes de ingreso: “Es cierto que los ingresantes vienen con deformaciones mucho más graves que los errores de ortografía que usted aduce como justificativo del ingreso limitacionista; pero la Universidad es corresponsable como parte integrante del Sistema Educativo Argentino, tercera instancia de un sistema que debiera estar perfectamente articulado, y de cuyas fallas ustedes pretenden hacer responsables a los que no son sino sus víctimas” arengó en una clase del Curso de Ingreso, entre aplausos sostenidos que -como siempre- sonaban como música en su oído. “Cómo te aplaudieron” –le dijo su protegida, ahora ingresante de la carrera que él ya estaba terminando. 
Comenzó a guiarla en sus estudios, en sus lecturas. Admiró la valentía y la tranquilidad con la que ella comenzó a participar en las primeras y grandes agitaciones estudiantiles y populares. Sus pequeñas manos portando ladrillones para apedrear a las fuerzas represivas, le provocaron una sonrisa. Cuando se puso de novia con un líder de izquierda, bastante mayor que ella, pensó que realmente alguien importante la valoraba en lo que ella valía. Cuando el líder de izquierda la dejó como quien tira un trasto inservible generando en ella nuevos sufrimientos, procuró calmarla y acompañarla solidariamente. Enfrentó violentamente a algún amigo que pretendió aprovecharse de lo linda que era y lo mal que estaba. Era su hermanita menor, hermosa, lúcida, valiente, sufriente.
Llegó a ser aventajada alumna en las Comisiones que él tenía a su cargo; si no atendía debidamente, la retaba. Cuando sacaba 10 en un práctico, se enorgullecía. Formó parte del Grupo de Estudio que él contribuyó decididamente a formar con los profesores que habían sido cesanteados por la dictadura de Onganía. Era más bien callada, no aportaba mucho en los debates que se generaban, pero él siempre advertía en sus ojos el destello inteligente de aprobación o desacuerdo ante las posturas que se oponían. 
Ella fue la encargada de comunicarle que su padre estaba muy enfermo, y que debía viajar urgente. Ella fue la que lo acompañó devotamente cuando la desolación de la muerte de ese ser tan amado, se hizo presente en su vida. Sólo ella supo de la “soledad cósmica” que lo atenazó largamente. Nadie más lo supo, él siguió militando y dirigiendo su facultad como siempre, como si nada en su vida hubiera pasado. 
Pero todo esto entró en hibernación aquella vez que ella le dijo “¿Sabés qué soñé anoche? Que estaba de novia con vos.” 
“Cruz diablo” -se dijo- . “Claro, ella ha perdido a su padre, y ahora me transfiere ese enorme amor que le ha tenido justamente a mí, que cumplo tan bien ese rol paternal de protector, de guía, de palabra afectuosa pero firme, de esto está bien pero esto no.” Él no sentía ninguna atracción por ella como mujer; era su hermanita, ese carboncito que le habían confiado y que con la altísima temperatura de las luchas estudiantiles y populares y de las esclarecedoras lecturas dirigidas, se estaba convirtiendo en ese diamante que él intuyera. 
Puso entonces prudente distancia, y ella -calladamente- la respetó. 
Tiempo después, volvieron a ser hermano mayor y hermanita menor, maestro y discípula, líder y adherente, amor fraterno y amor fraterno. 

“¿Cómo fue? ¿Cuándo fue? Ah, sí, yo me estaba por ir a trabajar una semana al frío sur de la provincia, y la invité al cine.” 

Habían ido a ver “Lord Jim”, en el “Lumière”, ese cine club universitario construido a lo estudiante en una cancha de pelota-paleta, sin ningún declive. Ella tuvo un grandote sentado adelante, y tuvo que ladearse constantemente a la izquierda, donde él estaba, y por primera vez y durante largo rato, no tuvo otro remedio que olerla, husmearla, olfatearla, presentirla por primera vez como mujer, como hembra de un aroma embriagador, cautivante. 
Profundamente perturbado, se escudó en la mala copia de la película para argumentar que no podía dar opinión al término de la función: en realidad, ni sabía qué habían visto. 
Al día siguiente estaba viajando. Jovita, Laboulaye, los fríos pueblos de la pampa cordobesa, tuvieron a ese transitorio empleado de vialidad haciendo el censo de sus guadalosas rutas. Ahorró un poco de dinero de los viáticos, durmiendo en las casillas que le proporcionaba la Dirección de Vialidad, helándose y tiritando, calentándose tan sólo con el recuerdo fascinado de lo que había experimentado esa noche. De golpe, y sin nada que lo anunciara previamente, se sentía embelesado, deslumbrado, alucinado. 
¿Podría ser? ¿Cómo sería? Imaginó una vida en común (nunca jamás encararía una relación para pasar el rato): él escribiendo, ella tocando el piano al lado del fuego de un hogar, los hijos formándose bajo ese otro fuego de la honda sensibilidad social, científica, artística, que ellos serían capaces de transmitirles. Se sorprendió imaginándose al hacer el amor con ella, hundiéndose en el cobijo de ese cuerpo que recién ahora se permitía reconocerlo no sólo como bello, sino también particularmente atrayente. Recordó la única vez que se había pescado una mirada un tanto lasciva, al admirar las desnudas y hermosas piernas que la mínima falda dejara al descubierto, cuando ella sentada al borde de su cama lo acompañara silenciosamente, en esos días de insondable tristeza tras la muerte de su padre. Había sacudido su cabeza, rechazándose, y ella le había preguntado qué le pasaba. “Nada, no sé muy bien qué estoy sintiendo” –argumentó, y ella evidentemente entendió que no quería hablar del inmensurable dolor que lo abrumaba.
De regreso en la ciudad, la invitó nuevamente al cine. Esta vez fue al “Sombras”. “La guerra ha terminado”, fue el magnífico preámbulo de la sorpresa que evidenciaron los enormes y primorosos ojos de ella cuando él le dijo: “Te mentí cuando te dije que los había extrañado. Te extrañé. No hice otra cosa que pensar en vos todo el tiempo. ¿Te parece que podríamos intentar ser algo más que amigos, y ver qué pasa?” –le dijo con la absoluta seguridad de un “¡Sí!” atronador. Pudo disimular su decepción con un “Por supuesto” ante el pedido de ella que la dejara pensar, que se sorprendía enormemente con su propuesta. Dos días después le decía que sí, y le confesaba que había despertado a almohadazos a su compañera de departamento, para contarle jubilosa la propuesta. “Ahora sí que no creo más en la amistad del hombre y la mujer” –dijo la amiga. 
Recordaba luego el entrañable beso.

No habían pasado ni tres semanas, sin embargo, cuando él le planteó y ella aceptó que dejaran, que no perdieran la hermosa amistad que los había unido. 
Increíblemente (o no), toda la riqueza de esa relación se había diluido como por encanto. Pasar de hermanita menor a compañera, a mujer, a amante, no había resultado. Incómodos silencios se habían instalado entre ellos; una especie de prohibición incestuosa dificultaba sus relaciones; no sentía ya la vocación de maestro que hasta ese entonces había asumido al guiar sus lecturas, al recitar sus poemas, al desarrollar sus opiniones. Ella había perdido -al menos ante sus ojos- esa frescura lúcida que él tanto valorara; no lo miraba orgullosamente cuando él -con ese fuego que lo caracterizaba- debatía en una asamblea, arengaba en una toma del decanato, desarrollaba una crítica al plan de estudios de la carrera. 
Se separaron con un beso en la mejilla, prometiéndose tratar de restablecer la deteriorada red que los había unido fraternalmente.
Él suspiró aliviado. Fantaseó con una rubita encantadora a la que había pescado más de una mirada arrobada ante sus brillantes oratorias. Aunque sacudió su cabeza diciéndose: “Es tiempo de estar solo.”
Una semana después se sorprendió al abrir la puerta de su departamento y encontrarse con ella, que lo miraba desde sus enigmáticos y preciosos ojos: “Vos sos alguien muy importante para mí, esta relación es para mí algo inapreciable. Yo la quiero pelear. No bajemos los brazos a las primeras dificultades. Te pido que lo intentemos. ¿Puede ser?” 
Él le sonrió con cariño. Sabía que no era posible, pero no se lo podía decir, no podía hacerla sufrir. Ella solita ya se daría cuenta. “Bueno, si te parece, lo intentemos...”, dijo.

Frunció el entrecejo. ¿Qué siguió después? ¿Qué pasó con esa hermosa jovencita, tan clara en su deseo, tan confundida en su decisión de pelear y de pretender lo que era imposible de lograr?

En ese momento su esposa cortó su ensimismamiento, al entrar al estudio. “¿Qué hace mi viejito?” dijo, mimosa. “Nada, recuerdos, historias... Cosas que se me han perdido, imperceptiblemente, como un fósforo, como decía un querido amigo mío.” 
“¿Sabés que yo también estuve recordando?” dijo con una sonrisa cómplice la querida madre de sus hijos. “¿Sí...? ¿Qué...?” se interesó él. 
Ella demoró la respuesta; sus hermosos ojos se perdieron en sus recuerdos. 
“Me acordaba… cuando toqué la puerta de tu departamento, y te dije que mi relación con vos era algo muy importante para mí, y que yo quería pelearla.”
Se produjo un dilatado silencio.
Él la miró largamente. Y ahora sí, en tropel, las imágenes se sucedieron. ¡Era ella! ¡No la había perdido! ¡Y estallaron en su memoria maravillada las luchas, los hijos, las alegrías, los dolores, las decepciones, los logros, las caídas, los exilios, los regresos, los encuentros, los fracasos, las pasiones...
“¿Vos me vas a acompañar en el frío invierno que se avecina?” le dijo, casi implorante. 
Ella pareció no comprender. Lo miró francamente. Lo abrazó en silencio. “Mi querido. En el invierno, y en la primavera, y en el verano, y otra vez en el invierno. No sé qué haría sin vos.” 
“¿Sabés qué? -dijo él- ¡Te agradezco, te agradezco tanto!”
“¿Que te acompañe?” –preguntó ella.
“Sí, pero más: que la hayas peleado. ¡Gracias! ¡Qué hermoso que no bajaste los brazos! Gracias.”

Sí, ella lo acompañaría, como lo hacía desde tantos años antes. Lo ayudaría a transitar mejor el frío invierno que se avecinaba


PÁGINA 28 – POESÍA AMERICANA

CARLOS LUIS IBÁÑEZ TORRES
(Pamplona-Colombia)

SAUDADE

Ahora que el día viene montado en el calor de sangres extrañas,
 deslizo las manos para acariciarme el alma.
Ahora que la piel huele más a tierra
y las palabras son alfileres en la sangre,
quisiera haber sido
una abeja o un grano de trigo

EDILBERTO GONZÁLEZ TREJO
(Santiago de Veraguas-Panamá)

EL JARDÍN DE ALÁ
A Leonard Cohen, Sting  y Emmet Fox

Ladrones de rosas
Construyen su casa en el desierto

Ciudad del engaño
Te comen las arenas de la nada

ARABELLA SALAVERRY
(San José-Costa Rica)

QUÉ DICEN

Dicen que a las brujas
nos afecta la noche
dicen que a las putas
 nos afecta el silencio
dicen que a las madres
 nos afecta la ausencia
que a las amantes
nos afecta el olvido

Y que a las hembras
nos afecta la luna

Dicen que a las mujeres
nos evade la lógica
transcurrimos dicen
empapando pañuelos

Dicen que estas lágrimas
son un aguacero
se precipitan
 nublan lo cercano
velan lo lejano

Dicen más
dicen que esas nuestras lágrimas
son de cocodrila
las enjuga el viento
 las lava el olvido

Suelen decirlo otros
Dicen tantas cosas

Qué es lo que decimos
aún me lo pregunto
vive un nuevo siglo
Y no lo escucho claro

(Montevideo-Uruguay)

CARRETERA

Una cinta oscura
recorre la pampa
como tajo
de ciclópeo cuchillo.
Gris y muda…
Como una premonición.
Una cicatriz en la pradera
que transporta acero y humo,
truenos y fuego.
Y se pierde de vista
en el horizonte
como una maldición.
El asfalto hirviente
es tumba de los seres,
que dejan su piel
pegada al pavimento.
Reverbera la canícula
del verano tórrido,
y los espejismos
danzan temblorosos,
como vaporosos lagos
imposibles.

(Barranquilla-Colombia)

BARTIMEO

Bartimeo
gritabas
detras de Jericó,
en soles esquivos
perpetuando el misterio.
El olvido
fue tu principio remoto,
y el ascenso de la penumbra
con su volumen de fe
agitó el milagro
en el origen de la distancia.


PÁGINA 29 – CUENTO

MARÍA BENICIA COSTA PAZ                                  
(Cipolletti-Río Negro-Argentina)

EL MISTERIOSO RASTREADOR

…  Soy arisco al olvido en las crines del tiempo.
Soy el último huarpe desprendido al silencio…
Llahue Ricardo A- Sarmiento, 2013
                                                                                                                                                                                                                                        
El grupo no era muy numeroso, unas diez personas. Habíamos cabalgado el día entero con  mucha curiosidad por la cueva que visitaríamos, llena de pinturas rupestres. Era tan grande que se entraba a caballo; y en su interior había dos momias, que no habían sido violentadas.
Don Leandro, huarpe acostumbrado al áspero clima de la zona, era un celoso custodio de los antiguos y sus mandatos. Aunque poco conversador, aquella mañana había sido un guía impecable, despertando el interés a fuerza de dar pocos detalles pero impactantes.
Al atardecer, el sol atisbaba tras la cordillera la escena que se descolgaba del tiempo; y la atmósfera enrarecida, por falta de oxígeno, hacía bailar las escasas sombras que todavía se vislumbraban. En el fogón tardío se condensaban los miedos que imponen la vastedad y el silencio.
Entrada la noche, se inició la vuelta. Don Leandro  perturbado por sus propias ensoñaciones, no pudo dar con el famoso Paso de Los Patos: única posibilidad de cruzar aquellas aguas, que bajaban furiosas por el deshielo.  Castigaba a su tordillo sin piedad, pero no lograba meterlo al río.  Algo pasó en la cueva que lo había alterado completamente. ¿Habrán sido los cigarros que se fumó con el estómago vacío? ¿El alcohol? ¿O la altura, que nos agobiaba a todos? O tal vez arrastraba la culpa de haber profanado aquel lugar sagrado. Entonces confesó, en casi estado de trance, su voluntad de abandonarnos en búsqueda de un vado: “Aguas abajo hay otro cruce”, mintió sin titubeos. 
Nos reunió, juntó monturas y alforjas y ató los caballos. “Lástima que el vino se viene acabando”, dijo lacónico. Después vimos que se lo había llevado. Al partir nos alertó sobre los pumas que suelen andar buscando comida, “caballos”, dijo al calibrar el efecto de sus palabras sobre todos nosotros,  ¡quedamos aterrados!

Se hundió en la negra oscuridad. Yo, al principio, no pude conciliar el sueño. Veía sombras que se movían, se me hacían pumas merodeando los caballos. Pero no di la voz de alarma. Luego dormité. Un tiempo después, se aproximó un  jinete al galope.  Me incorporé súbitamente. Parecía Don Leandro. Con seguridad, esta aparición encerraba una amenaza. La luna le daba de lleno en la cara, así  y todo, no lograba reconocerlo, tenía una expresión desencajada. Al apearse, se hizo levemente el sombrero hacía atrás, no había rostro alguno; ni  ojos ni boca. Parecía que hablaba pero no se entendía lo que decía. Me hizo señas para que me acercara, tampoco pude, estaba paralizado.
Soplaba un viento bastante fuerte pero caliente, raro para la época del año.   Inesperadamente se aproximó. Se sentó con las piernas cruzadas y comenzó a mover las manos en círculos sobre la tierra, tan obsesivamente que quedó la superficie lisa como mármol pulido.  No, definitivamente no era Don Leandro.
Poco a poco, fui saliendo de mi estado cataléptico. El jinete se levantó contrariado, montó su caballo, y se dirigió a toda carrera hacia el río. Sin oponer la menor resistencia, el animal avanzó sobre las aguas, desapareciendo en ellas. Corrí a la orilla, me quedé un rato mirando sin ver, confundido. Al volver al campamento, vi los redondeles alisados en la tierra. ¡Eran una prueba!  Sin embargo, no pude comentar lo sucedido, no quería preocupar a los demás. Por otra parte,  yo mismo tenía muchas dudas.
Cerca del mediodía escuchamos el motor del camión de la finca. Para nuestro gran desconcierto, éste llegó prácticamente frente al lugar en que nos encontrábamos.
Varias preguntas revoloteaban como cuervos hambrientos sobre nuestras cabezas, por qué no cruzó si estábamos en el lugar exacto, qué lo llevo a dejarnos a la orilla del río… y lo más inexplicable, por dónde cruzó sino había otros vados.
Pero Don Leandro había desaparecido. Dio aviso en la finca y nunca más se supo de él. Fue como si hubiera querido sepultar aquellas vivencias en las profundidades de los valles andinos; allí donde el viento arremolina los misterios del alma.


PÁGINA 30 – POESÍA EUROPEA

ISABEL REZMO I PEREZ
(Jaen-Andalucía-España)

CUANDO LA ARRUGA SEQUE MI VOZ

Cuando la arruga seque mi voz,
seré un ramo de flores dormidas.
El espejo de los años en las riberas.
El dominio de la razón sobre el disco duro formateado
de la ausencia que provoca el desasosiego o el crisol de la conciencia.
Cuando seque la vida la comisura del labio,
caerá como las treguas de los ancianos,
los años pasarán factura de compra y venta,
y la muerte será la dama que puje en la subasta
al mejor deudor de la carrocería.
Cuando se seque mi voz,
violarán los caminos
las huellas de los carromatos,
los tractores quedarán
en los moteles.
Y en la nostalgia de los años venideros,
mi contorno resucitará entre los girasoles.

JOSÉ GARÉS CRESPO.
(Alzira-Valencia-España)

TAN BELLOS COMO FUIMOS...

Lentamente nos desplazamos de la vigilia al encanto del sueño,
sin casi mutilarnos, borrando lo que parecían espacios
impersonales, anónimos, largos como continuos barrocos,
de fascinante dialéctica en notas y cuerpos que reducen la conquista
de apóstrofes, hasta quebrar vírgenes veneradas que cubren 
sus vergüenzas con sus sábanas y nuestros deseados cuerpos.
Todo un ritual de futuros. Desde siempre, puntuales llegan cuando
los invocamos y rebeldes se van, nos envuelven danzando como 
un horizonte quebrado de cristales romos por la nostalgia y el silencio.
Al anochecer volvimos al meandro buscando maneras de reintegrarnos
al universo, a la nostalgia y envueltos por el poniente que enrojece
los pórticos. También sus pechos. Son mágicos instantes 
que desplazaban la lujuria, balbuciendo hasta comulgar los 
trasuntos personales que desde el centro cordial, pegados a la historia, 
descubren en la prohibición la complicidad, la licencia, las perversiones
y el hastío. Desde la frescura de la matriz en equilibrio con centro
y con elegancia, nacieron auroras muelles, tatuadas niñas y viejas.
Fue como saber que más allá de tus ojos estabas tú. Y construimos, 
fascinados  por la nada, una residencia de amor, articulada
con el nombre común de cada cosa. Nosotros, tantas veces perdidos
en la volatilidad del norte, ya entonces nos sabíamos mortales.

MARINA AOIZ MONREAL
(Tafalla-Navarra-España)

NUDOS

Los nudos
albergan secretos peligrosos.
En su interior
se esconden puñales invisibles,
dardos envenenados
que traspasan la luz
en lentísimas secuencias
cuando se escribe la palabra mano
o la palabra vida. Los nudos
no ofrecen consuelo. No poseen
el brillo de un anillo de bodas
ni la blancura
del primer diente bajo la almohada.
Los nudos
repliegan sus alas de murciélago
sobre sí mismos
y se ocultan en los lentos resquicios
de la helada nocturna.
Para enfrentarse a ellos
hay que beberse
los rayos del sol de medianoche,
beso a beso,
y despojarse de todo lo aprendido.
Sólo a tientas
se puede rozar un nudo
en la tenebrosa estancia.
Sólo a solas,
entre el frío y la nada.

XIMENA GAUTIER GREVE
(Paris-Francia)

RIAMOS  CAMARADA.
(a ArnaudLantoine)

Riamos juntos camarada,
riamos hoy
mientras afinamos el tiro
sentados en la loma, entre las zarzas
y la noble alfalfa seca ya aplastada

Riamos allá arriba,
con una mano en la cintura
ensombreciendo con la otra la mirada,
ojeando sobre la quebrada a lo lejos
buscando al puma despiadado para herirlo,
para herirlo de muerte en la cañada
adonde los escorpiones vendrán
para inaugurar otra caverna
en el flanco de otra madrugada
en el flanco de todas las encrucijadas
en el abierto flanco de los pueblos.


SILVIA DELGADO FUENTES
(Sopelana-Bilbao-Euskal Herría)

OJALÁ MAÑANA

Ojalá mañana,
cuando nos miremos,
viejos y cansados,
podamos decir que lo intentamos,
que intentamos el pan y el abrigo,
que intentamos la rosa y la canción,
que intentamos el verso y la esperanza.
Podamos decir que creímos
en el coraje y en la justicia,
en el hombre y en la mujer que no se dan por vencidos,
en las patrias y en las palabras que no se dejan sobornar aunque les pongan trampas.
Podamos decir que supimos
desafiar al imperio de la muerte,
al imperio del sable y de la nada,
al imperio que arrastra sudarios por las fronteras pobres y enfermas.

Ojalá mañana
cuando nos miremos,
viejos y cansados,
veamos que nos mantuvimos limpios
y que nunca nos rendimos.



PAGINA 31 – ENSAYO

JULIO CARMONA
(Lima-Perú)

REDISEÑO DE LA MATERIA LITERATURA PARA LA CALIDAD EDUCATIVA

La propuesta de nueva adecuación de la materia de Literatura –reiteramos– no sólo es una situación privativa de ella: seguimos pensando en la materia de Arte, cuya adecuación también consideramos desfasada. Y la intuición nos lleva a hacerla extensiva a todas las materias educativas, al menos en un compromiso de aportar –todas– al desarrollo de las habilidades de lectura y escritura, lo cual implica un cambio en el factor humano mismo, especialmente el docente. Pero, obviamente, esa nueva adecuación la sentimos de manera entrañable con la Literatura, por ser nuestra especialidad directa. Y porque la diagnosis de esa preocupación constata una sensación, patética, de “inutilidad”; se siente una especie de “consenso” que mira a nuestra materia con una cierta conmiseración, cada vez pesa más la proclividad a considerarla prescindible como factor educativo, máxime cuando las urgencias políticas o socio-económicas reclaman resultados pragmatistas: “educación para el trabajo”, “el país necesita técnicos y no literatos”, si hasta –en el colmo del desfase– se reclama el cierre de las especialidades de “Lengua y Literatura” e “Historia y Geografía” en las Facultades y Centros de Formación Pedagógica, etc. Y lo sintomático es que cuando los países desarrollados brindan ayuda técnica para estudios de capacitación, hacen también esa salvedad o discriminación: se prioriza a las carreras técnicas y se soslaya a las humanidades; aunque, obviamente, su sistema educativo –el que aplican a sus propios ciudadanos– no digiere ese criterio. Está pasando que seguimos siendo vistos como la “mano de obra barata”, no como seres humanos que tenemos derecho a formarnos integralmente como tales: capaces de dominar la ciencia y el arte. Aspirar al disfrute de ambas. Lo que no implica que nos inhibamos del trabajo productivo; pero, en sentido inverso, éste no debe inhibirnos del goce humano y estético. Esta controversia nos trae al recuerdo una escena de la película La lista de Schindler, del director Steven Spielberg, en que aparecen los nazis “seleccionando” a los judíos según sus ocupaciones laborales, y se muestra a uno de los discriminados reclamando el porqué de él se dice que “no es esencial”. La única respuesta es la orden de que pase a la fila de los “inútiles”. Entonces el judío le increpa al soldado su ignorancia del término:
-Dice que no soy esencial. Y usted ni siquiera sabe el significado de esa palabra.
Y es obligado, a empellones, a avanzar hacia la fila de los “inútiles”. Pero él va protestando y dice:
-Enseñé Historia y Literatura.
Y, luego de una pausa, pregunta:
-¿Desde cuándo no son esenciales? (Huelgan comentarios).
Se debe reconocer –no obstante, por doloroso que sea– que las evidencias respecto de esa “inutilidad” son clamorosas. Pero las reacciones no inciden en el fondo del problema. Y, por lo tanto, las soluciones o propuestas de solución son también desacertadas. Algunas se orientan hacia salidas drásticas (y, al mismo tiempo, suicidas): eliminar la materia. El fondo del problema no está en la materia misma. Ella es parte de un problema mayor. La evaluación de las partes debe arrojar un resultado evaluativo del todo. Toda estructura, todo sistema se caracteriza por mantener la solidaridad de sus partes. Y la evaluación, que casi siempre se hace superficialmente del sistema: viendo sólo las fallas de las partes, juzgando muchas veces las consecuencias y no las causas, da como resultado propuestas y más propuestas que buscan siempre romper la pita por el lado más débil. Se trata, pues, de evaluar el sistema, y, en función a los objetivos que éste se propone, detectar las fallas de las partes en relación con las fallas de los objetivos, sin atribuir las fallas de manera exclusiva a las partes. Deberíamos, más bien, pensar con Stuart MILL que “la enseñanza del arte cumple una función muy útil: contrarrestar el espíritu utilitario de la vida.”
Es clarísimo, por ejemplo, que en todos los enunciados de principios y políticas educativas –al menos, en Perú– se plantea la misión de una educación humanista, basada en concepciones filosóficas que dan prioridad a la creatividad del ser humano. Y, ciertamente, el estudio de la lengua y la literatura [y el arte] contribuye a ese cultivo o desarrollo de la creatividad (que no es de su exclusividad, pero que le es tan inherente). Sin embargo, al ver que falla el objetivo que se le asigna a la parte (por dejarla en manos de especialistas “mediocres” o no calificados, por mixturarla con otras disciplinas que en el fondo no le son afines –salvo por alguna característica genérica que, de otro lado, las hace comunes con todas las asignaturas, como es el caso de la comunicación general o la comunicación lingüística, etc.), se concluye en que lo que se ha desfasado es la parte o asignatura detectada como deficiente, y no que ha fallado el sistema todo, el mismo que no está alcanzando su objetivo de “educación humanista e integral”. Equivocada la evaluación y, por ende, las medidas correctivas, es iluso pretender exigir a la gestión del centro educativo la optimización del producto privilegiando sólo la buena administración de la infraestructura. Y esto viene ocurriendo a través de cuanta reforma educativa se ha ensayado durante los últimos veinte años del siglo veinte (por sólo referirnos a las administraciones gubernamentales de Fernando Belaunde, Alan García –en su primer gobierno–, Alberto Fujimori y Alejandro Toledo). Reformas, todas, que no significaron –después del balance– sino pérdida de tiempo, y de presupuesto también... por supuesto. Y aquí cabe preguntarse: ¿pero es que las experiencias precedentes no marcaban el camino para no incurrir ya más en el famoso aforismo que describe al hombre como el único animal que vuelve a tropezar en la misma piedra? Con esas reformas ocurría lo que el afamado poeta español Antonio MACHADO llegó a advertir: “Uno de los medios más eficaces para que las cosas no cambien nunca por dentro es renovarlas –o removerlas– constantemente por fuera.” Veamos, contrariamente lo que se debió hacer, considerando la opinión de la educadora española Julia BLÁNDEZ:
Toda reforma educativa tiene como objetivo mejorar la calidad de la enseñanza, adaptándola a las nuevas experiencias socioculturales que van surgiendo en cada país. Las transformaciones más significativas deberían centrase en el modelo curricular, la formación permanente (de los profesores) y la investigación. En lo que respecta al modelo curricular que sigue siendo un modelo cerrado, debe cambiarse por un diseño curricular abierto, en el que se den las orientaciones generales en un primer nivel de concreción, otorgando plena autonomía al centro educativo y al profesorado para determinar el segundo y tercer niveles de concreción. La formación permanente debe ser uno de los factores fundamentales para mejorar la enseñanza y para poner en marcha los nuevos planteamientos. La investigación sigue estando relegada al ámbito universitario. Debe crearse un modelo de docente-investigador, que ligue la práctica educativa a la investigación. Todos estos cambios tienen como objetivo la mejora de la enseñanza.



SUPLEMENTO INFANTIL Y JUVENIL


PÁGINA 32 -RESEÑA

CECILIA BAJOUR
(CABA-Argentina)

VELADURAS

María Teresa Andruetto
Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2005. Colección Zona Libre.
"…se me vinieron encima los recuerdos…"
María Teresa Andruetto. Veladuras.

El dolor astilla la vida de Rosa Mamaní, una joven que se queda "sola en el mundo, sin padre, sin madre y sin memoria". En esas palabras resuena el epígrafe de Horacio Castillo que abre la nouvelle de María Teresa Andruetto. La necesidad de preguntarse por la propia identidad, la propia historia, es la que sostiene el relato que viene por oleadas sostenido en la posibilidad de una escucha.
Rosa, envuelta en una voz intensamente poética que remeda el canto obstinado de las bagualas, cuenta su vida como puede a alguien a quien llama "doctora" en un presente en que las imágenes de lo vivido aparecen como ramalazos, que a veces acarician y a veces arañan.
Ese presente en Jujuy a donde ha llegado alejándose de una historia muy dolorosa en Córdoba, es el punto de partida para volver anudando recuerdos "que se vienen encima".
La vida más reciente se le hizo más suya con la decisión de volver a donde vivían su abuela y su padre, como una fatalidad de la tierra y de la sangre. En esta vida nueva encuentra un sosiego y un diálogo con el que siente como su origen haciendo veladuras, técnica mediante la cual Rosa repara y ornamenta imágenes de santos para el taller de unas monjas que le han dado reparo en la huída de su pasado. Son muy sugestivas las resonancias que este arte de las manos imprimen a su tarea actual de intentar un relato del dolor. Esta artesanía de la opacidad, de hacer viejo lo nuevo, actúa por momentos en el decir de Rosa de un modo pendular, ya que la posibilidad de dar palabras a lo que se agolpa confusamente en el recuerdo destapa lo viejo, lo revela. Así Rosa le dice a quien la escucha cómo percibe el efecto de las veladuras: "No sé qué piensa usted, pero a mí me parece que es al revés de lo que pasa en la vida, donde el dolor que a uno le ha sucedido antes, y antes de antes, parece que naciera por primera vez".
A la joven de dieciocho años que en el presente del relato recuerda los vaivenes de una historia que involucra a sus padres y a una joven mujer jujeña, las razones del amor se le hacen oscuras. Para la adolescente que era en el momento en que esa historia se fue desenvolviendo hasta llegar a un duro desenlace, las decisiones más justas son de la rara y rotunda especie que dicta la angustia de ser hija.
La construcción de la voz de Rosa sigue con cuidado delicado las formas en que su subjetividad se amasa, "se soba", como las veladuras. Desde la necesidad imperiosa de retornar a la cultura que siente suya, la de su padre y su abuela con quien comparte el nombre, la que hacía cacharritos con sus manos, hasta los momentos en que la vida la lastima y siente "chillidos en la cabeza" o rabia hacia su madre: esa ida y vuelta en el sentir y en el pensar están impresos en un decir envolvente, que ayuda a reparar y a alisar las penas.
La temporalidad de la memoria lacerada está hecha de fragmentos, como si Rosa se tomara tiempo para respirar y volver a ver el pasado. De ese modo, quienes leemos su historia acompañamos a quien habla como quien ayuda a reparar y unir lo que está esparcido y roto. De a poco, por oleadas, van surgiendo para todos, para Rosa y para quienes damos hospitalidad a su relato (la "doctora" que escucha y quien lee), cada vez más visibles las marcas del dolor. De ese modo el efecto producido es el de la necesidad de la relectura, de volver sobre los pasos de la historia, así como lo hace la narradora.
La escritura de Andruetto busca y logra el encuentro entre lo narrativo y lo poético para que Rosa diga "toda la pena junta". En su recuerdo se entretejen las voces que ella intenta anudar para entender mejor. Son voces condensadas que dicen sus certezas. También aparecen retazos de bagualas como si fueran parte de su habla.

El decir poético, lleno de imágenes, se espesa en los momentos en que describe el arte de las veladuras, con el brillo y los colores nuevos que se le ofrecen a su vista"dando brincos". Rosa instantáneamente se siente dueña de esas tonalidades y de esos olores penetrantes. Desde muy adentro suyo sabe que las veladuras sirven para añejar las penas, pero para hacerlo tiene que traerlas y mirarlas, para seguir viviendo.


PÁGINA 33 – CUENTO


ANA MARÍA SHUA
(CABA-Argentina)

DESDE EL ACANTILADO

La mujer tenía la cara caída, las mejillas colgando. Esas marcas en la boca como un muñeco de ventrílocuo.
—Te espero hasta mañana y ya me estoy jugando el trabajo —dijo—. Pero si mañana no pagás la concesión perdés el puesto en la feria, lo siento. Sabés que hay mucha gente en lista de espera.
Nicolás sabía. La empleada de la Municipalidad no tenía la culpa, al contrario, le estaba haciendo un favor. Eso no mejoraba nada su cara de perro viejo.
Salió en la bici contra el viento, para el lado del muelle. Quedaban algunas posibilidades, las últimas. Las menos obvias. Por el camino lo vió al hermano de Rodrigo que venía con el mediomundo.
—En el muelle no lo vas a encontrar, ya nos vamos todos —le dijo—. El viento está loco, se viene el tormentón. Rodrigo debe estar en el acantilado, para el lado del Caupo, me dijeron que hay una apuesta.
En los últimos años los del hotel se habían dado cuenta de que Caupolicán era un nombre muy difícil de pronunciar para los turistas extranjeros. Ahora se llamaba como la mujer del dueño, el Mary Ann Palace, pero la gente del pueblo lo seguía llamando el Caupo.
Yendo para el otro lado, Nicolás casi no tenía que pedalear. El viento lo llevaba. Le empujaba los hombros anchos, el cuerpo flaco como una tabla. Le tiraba el pelo en la cara hasta que paró y se lo ató con un gomita.
En el acantilado había un par de autos. Estaba Rodrigo y cuatro o cinco más, mirando el mar.
—Mirá, el Patas y el alemán. Ahí, ¿los ves? tratando de cruzar la rompiente.
El mar estaba gris y bramaba. Las olas se levantaban varios metros. La espuma era marrón. Los dos locos se tiraban contra las olas para pasarlas por debajo. Hacía frío, el cielo estaba cada vez más oscuro. Los hombres apostaban por el Patas. El alemán era un turista. Había sido campeón nacional en su país y nadaba como los dioses del mar pero no conocía las corrientes y las rocas de Médanos. El Patas era corvina de la zona.
—¿Y a mí qué? ¿Por qué tengo que prestarte plata justo yo? —dijo Rodrigo—. ¿Qué me va a pasar si no estás en la Feria de Artesanos? Un hipposo menos.
—Marina está embarazada —dijo Nicolás.
Podía dar resultado o todo lo contrario. Rodrigo y Marina había sido novios todo el secundario.
—No sé, vení dentro de un rato. Por ahí, si gano la apuesta te toca algo.
Pedaleó otra vez contra el viento y era como levantar una roca con los pies. La madre estaba cerrando el kiosko, luchando para que que no se le volaran los diarios y revistas junto con la protección de plástico transparente, sucio. Era una mujer alta, a la que Nicolás se parecía de una forma difícil de explicar. Los hombros anchos, quizás. No en el color de los ojos, pero sí en la mirada.
—Plata no hay —le dijo—. ¿Qué pasa, Marina se cansó de bancarte?
Ella nunca había aceptado que Nicolás se fuera a vivir con una mujer mayor que él. Pero aflojó, siempre aflojaba. Ni la cuarta parte de lo que Nicolás necesitaba y sin embargo tocar los billetes en el bolsillo le daba fuerzas, por primera vez se le ocurrió que no sería imposible conseguir el resto. Si perdía el puesto en la Feria de Artesanos, iba a tener que dejar el pueblo. Y Marina no se iría con él.
Le llamó la atención ver que varios autos enfilaban para el acantilado. Entró a tomar un café en el boliche del Zorro y se enteró de que la apuesta seguía, aunque las cosas habían cambiado. El Patas había decidido que el mar no estaba para juegos y se había vuelto a la orilla. El alemán había pasado la rompiente y ahora no podía volver. Para entrar a la playa había que embocar entre las escolleras. El viento y las corrientes se la estaban haciendo difícil. De a poco todo el mundo se enteraba. Con el tiempo tan feo, la gente no tenía nada que hacer y se iban todos a ver la cabecita del nadador yendo y viniendo en la locura del mar. Las apuestas estaban dos contra uno a favor del alemán, había varios que lo conocían, un tipo grandote, como de cuarenta años pero con físico de atleta.
Lucy vivía bien arriba, como a treinta cuadras de la costa. El viento amainaba un poco en esa zona donde las casas crecían apretadas unas a otras, compartiendo medianeras como en cualquier pueblito, sin los jardines de las casas de veraneo.
Lo había dejado para el final con la esperanza de que no fuera necesario. Hubiera querido pedirle muchas cosas a Lucy, pero no plata. Ella abrió la puerta y no lo dejó entrar. Nicolás espió un poco por detrás de su cuerpo. De la casa salía una corriente de aire cálido, con olor a sopa. Había libros y carpetas arriba de la mesa. Al final le dio algo de dinero, unos billetes que tenía escondidos adentro de un libro, en la biblioteca. Cuando ya se montaba en la bici, Lucía le dijo que ojalá pudiera no verlo nunca más y se echó a llorar. Nicolás se fue silbando contento, aunque la plata no le alcanzaba para nada.
Llovía finito. En la avenida del mar los autos que iban en dirección al Caupo formaban una lenta caravana. Con la bici y el viento a favor llegó mucho más rápido.
En el acantilado, ahora, había un mundo de gente, hombres, mujeres, chicos. Todos bien abrigados, con gorros y pañuelos en la cabeza. El viento era tan fuerte que la lluvia volaba en horizontal, en gotas minúsculas, impalpables cuando daban contra la ropa pero que se clavaban como astillitas en la piel de la cara. Un poco separada de la multitud estaba la mujer del alemán, rodeada, defendida casi, por algunos parientes y amigos. Miraba por los prismáticos con el cuerpo en absoluta tensión, sin apartar la vista ni un segundo, como si fuera su mirada lo que sostenía al hombre que luchaba allá lejos por mantenerse a flote.
Hacía ya unas horas que el alemán había pasado la rompiente. Nicolás se fue enterando de los detalles por los comentarios de la gente. Decían que tenía chicos, que estaban en la casa con la abuela. Los guardavidas se habían largado, tratando de llegar hasta el nadador pero el mar los rechazaba, amenazaba estrellarlos contra las escolleras. El helicóptero no se animaba a salir por la tormenta. Ya se habían dado vuelta varios gomones y una lancha grande. El tipo resistía. Hacía la plancha, daba algunas brazadas, cada tanto intentaba volver a orilla. Se veía la cabecita claramente pero tan lejos que cuando a Nicolás le prestaron unos largavistas lo único que pudo ver fue un punto un poco más grande.
—¿Cómo van las apuestas? —le preguntó a Rodrigo.
—Se dieron vuelta. Ahora están cinco a uno en contra del tipo. Parece que lo perdemos nomás.
Nicolás volvió a contar la plata sin mirarla, con la mano que tenía en el bolsillo.
—Yo digo que se salva. Y me juego —dijo de golpe. Sacó los billetes. —Va todo a favor de alemán.



PÁGINA 34 – POESÍAS


JUAN BONILLA
(Jerez de la Frontera-Cádiz-España)

CANSADO IDIOMA

Escribes árbol pero no consigues
oír el canto de los pájaros en sus ramas
ni el susurro que le arranca el viento.
Escribes agua pero siguen secas tus manos
y agrietada de sed permanece tu garganta.
Escribes sol pero la noche insiste fuera,
lenta tortuga, cuánto tarda
en resbalar al otro lado del horizonte.
Escribes muerte pero sigues sintiendo
en las sienes el compás del corazón,
rumor de tiempo que avanza o que da vueltas.
Para qué escribir más palabras si el idioma
se cansó y ya no sabe suscitar la lluvia
con la palabra lluvia
ni dar calor con la palabra lumbre.

SILVIA UGIDOS
(Oviedo-España)

POSIBLE AUTORRETRATO

Yo siempre quise ser una mujer de bien,
ser alguien de provecho, valiente, emprendedora,
mesurada en las fobias, estable en los afectos,
brillante en los estudios, por poner un ejemplo.
Yo siempre quise ser una mujer de bien
y tenerlos a todos felices y contentos,
a mis padres y amigos, a Fulano y Mengano,
a Diestro y a Siniestro…
Pero hay alguien en mí que todo lo estropea,
que tuerce los caminos, equivoca las cosas,
desbarata mis planes, incumple mis promesas.
Alguien que pisa antes que yo sobre mis huellas.
En fin, visto lo visto, ya lo dicen mis padres:
«a este paso, hija mía, no llegarás a nada».
Está bien, os lo debo, lo siento, lo confieso:
aludiendo a un anuncio, no soy como Farala.
Soñadora, insegura, mitómana, algo vaga,
con vocación de hormiga y verano de cigarra,
contradictoria y harta de conciliar extremos
en mi defensa alego
que siempre quise ser una mujer de bien
pero que en su defecto
soy, en el buen sentido de la palabra, mala.

RAÚL VACAS
(Rodasviejas-Salamanca-España)

PROMETO

Prometo acostumbrarme a todas tus manías,
por extrañas que sean.
A tu forma de hablarme cuando vuelves de un sueño
y al olor de tus manos cuando picas cebolla.
Prometo acostumbrarme a tu rutina.
A besarte en los cuartos y las medias.
A llamarte los martes y domingos.
A abrazarte sin ganas. Y a enfadarme por todo.
A reír cuando sueñas. A soñar cuando ríes.
Prometo acostrumbrarme a tus manías.
Y a tu barra de labios.
Y al panal de tus ojos.
Y a tu sombra planchada.
Y prometo ser dulce cuando llegue el momento.
Perfumar tu cabello con jarabe de ausencias.
Desliar el deseo que se enreda en tu falda
y contar hasta nueve.

ÚLTIMAS OFERTAS

Morir, solo morir, con las lentillas puestas,
morir sobre la taza del lavabo,
morir con el estómago vacío
sin enterarnos nunca del silencio.
Morir con el champú por la cabeza,
con la mirada triste, anestesiada.
Morir de soledad en el teatro,
en las alcobas del sueño
y entre la lluvia amaestrada.
Morir, solo morir, con la sonrisa recta,
con el recuerdo lleno de caricias,
morir con el deseo impermeable,
y un sueño sin abrir
entre la almohada.
Morir como se muere un barrendero,
como se muere un militar,
como se muere un niño o un atleta,
como se muere un paralítico
o un reo,
morir como se muere un Papa.
Andar por los alambres de la muerte
sin parasol alguno,
rodar por las fronteras de la noche
y por las ramas
hasta caer al fondo de la tierra.
Morir, solo morir.
Sin más palabras



PÁGINA 35 – ENSAYO


ELISA BOLAND
(Villa Elisa-Entre Ríos-Argentina)

LAS LECTURAS DEL DOCENTE; ITINERARIO DE UN VIAJE

TEJER Y NAVEGAR

Cada libro es en nuestras lecturas la continuidad de uno anterior y el anticipo del próximo. Me pregunto cómo se atraviesa el paso de una lectura a otra.
Encuentro el libro Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, de Roger Chartier en una librería. Un libro de reciente publicación, en aquel momento. A través de sus ensayos Chartier ha aportado una mirada dialéctica sobre la lectura, los libros y las bibliotecas, apartándose de la historia cuantitativa del libro donde le señala al historiador considerar las variaciones de producción, circulación y apropiación, según los tiempos, los lugares y las sociedades.
El libro funciona como una señal que me remite a las primeras lecturas del autor. En este libro Chartier retoma su investigación sobre las formas de consumo y en uno de los capítulos trabaja con un cuento de Borges. Una forma de leer que me permite actualizar y redescubrir a Borges y continuar el recorrido.
Surge la necesidad de retomar la idea de trama en la literatura en sí misma en tanto escritura y en tanto lectura, como entramado de lecturas. Y la idea de libro "como caja de herramientas" para explorar otros libros. 
El espejo y la máscara —ese era el cuento de Borges— no estaba en la propia biblioteca. Había sido prestado y por supuesto no devuelto. En la librería encuentro una nueva edición de El libro de arena  y comienzo a leer El espejo y la máscara: "Librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego..." Se abre un paréntesis: ¿Qué batalla es la de Clontarf? ¿Quién es ese rey humillado? Entonces: los vikingos. Buscar y leer los cuentos de los vikingos que por increible azar encuentro en un estante de la librería entre los libros de marketing y autoayuda. Leo, hago cotejos, subrayo, me apasiono con la búsqueda. También me censuro y pienso en el "vicio impune", esta manera de leer con el lápiz en la mano y un ojo en la bibioteca.
Como docente, me pregunto cómo debería leer y me asaltan ideas que han venido circulando en estos úlimos años acerca de "la lectura por placer", donde todo parece ocurrir espontáneamente y de la nada. Me contradigo, descubro la traición y celebro mi propia manera de leer y celebro el vértigo de esas elecciones que van tejiendo la trama de mi recorrido. Como lectora, soy Ulises y Penélope a la vez.
Como docente me pregunto cómo transmitir esos recorridos de lectura. Modos de leer en los que interviene el conocimiento (saberes del docente, saberes del alumno) la necesidad de conocimiento (lectores en su búsqueda), buscar y apropiarse de la búsqueda. Llegar y volver a partir. Como cuando transitamos la literatura de viajes.
Como dice Bourdieu, descubrir una cosa de acuerdo con el propio gusto, en tanto principio de las elecciones —en este caso las lecturas sucesivas, elegidas— es descubrirse a sí mismo. Tiene que ver con esa armonización que llega a producirse entre la expectativa y la realización. Cuando encontramos una lectura, un recorrido de lecturas, que nos interesa, nos apasiona, quizá tiene que ver con que descubrimos lo que queríamos decir y no sabíamos cómo, porque no lo sabíamos —ya fuera una lectura de reflexión teórica o de ficción—. Así en el creador, artista o teórico, nos "reconocemos a nosotros mismos en lo que hace, al reconocer en lo que él hace lo que nosotros hubiésemos querido hacer de haber sabido cómo." 
Hasta aquí mis propias elecciones como docente lector. Me pregunto si esas lecturas de mi interés, de mi gusto llegarán a ser del gusto de los alumnos. Cuáles serán mis decisiones en el recorrido de las lecturas propias, los saberes del docente, y los saberes y expectativas de los alumnos.
Cómo plantearlo, cómo me "paro" frente a los alumnos en la propuesta de enseñanza y no sólo en términos de palabras, sino como un cuerpo, una presencia corporal personal pero a la vez reflejo de la estructura social que un docente representa que promueve y legitima las lecturas. (McLaren, 1994)
Retomo el trayecto: el libro de cuentos de los vikingos y aclaro la historia del rey noruego (era sólo para eso). Abro otro paréntesis y pienso en la edición de estos cuentos, difíciles de hallar en otra época. Vuelvo más atrás, estoy leyendo el cuento de Borges: ahora me doy cuenta de la humillación de unos y de la gloria de otros.
Con la lectura del cuento comprendo más a Chartier cuando dice: "el objeto esencial de la historia literaria, la crítica textual o la historia cultural (...), es el proceso a través del cual lectores, espectadores u oyentes dan sentido a los textos de que se apropian".  Y más adelante señala Chartier (aunque en algún lugar todos lo sabíamos): "de ahí la necesidad de una doble atención: a la materialidad de los textos y a la corporalidad de los lectores". 
Para Chartier una historia de los textos sería una historia de las diferentes modalidades de su apropiación. Este diálogo con autores me permite ensayar respuestas para el trabajo didáctico que, por supuesto, ha comenzado mucho antes que la práctica en el aula. Me pregunto si la enseñanza de la literatura no consistirá en pensar maneras de acompañar a los alumnos a encontrar diversas modalidades de apropiación de los textos y me gustaría gritar con apasionada adhesión a las certidumbres: "¡haced mapas y no fotos ni dibujos!" —como dice Deleuze— porque "el mapa es abierto, es conectable en todas sus dimensiones"


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